3-Cuando El Amor Llega Desde Lejos
3-Cuando El Amor Llega Desde Lejos
Cllegadesdelejos
uando el amor
«L lave del Nuevo Mundo» se consideró La Habana, por
su privilegiada situación en el crucero de muchas rutas. En sus
travesías marítimas, gente de todo el orbe ha tocado puerto en
La Habana, o por algún motivo se ha detenido en la ciudad,
quizás acudiendo al tácito reclamo del trópico, pregonado por
las leyendas y las imágenes que han regado marineros y turis-
tas por todos los meridianos. Entre esos viajeros ya se ha ad-
vertido ha habido muchos poetas que no resistieron el impulso
de cantarle como a una mujer seductora, ante cuyos encantos
es difícil permanecer indiferente.
En 1902, fresco aún el ingenuo júbilo por el establecimiento
de la ilusoria República, visitó la capital el poeta y dramaturgo
mexicano José Peón y Contreras (1843-1908), quien fuera ami-
go de nuestro José Martí y de la causa patriótica por la que él
cayera en combate. En cordial despedida, dio Peón a la revista
El Fígaro1 su composición «Postal. A la ciudad de La Haba-
na», fechada en septiembre de aquel año. De ella son estos frag-
mentos:
3
¿Sientes?... Ya ves, ya ves cómo se agitan
en derredor de mí, tus leves auras,
y refrescan mi sien y revolando
sollozan en las cuerdas de mi arpa,
como si fueras mi leal amiga,
como si fueras mi gentil amada,
como si recordaras que hace tiempo
que estoy enamorado de tus gracias!
Veinte años hace que pasé a tu lado
unas horas no más; pero, me pasa
que te encuentro más bella y más que entonces
mi embebecido espíritu te ama!
Yo quisiera encontrar unos acentos,
yo quisiera inventar unas palabras,
para expresarte cuánto en ese tiempo
pensaba en ti, soñando con tus lágrimas;
y cómo suspiraba por tu dicha,
y cómo me dolían tus desgracias,
y cómo pedí al cielo que ciñeras
a la Victoria con tus verdes palmas!
¡Adiós! Qué pena sentirá mi pecho
cuando me encuentre sobre el mar mañana,
mirando que se borran lentamente
las líneas de tu alegre panorama,
después, la blanca cinta de tus playas,
y que se hunde, al fin, como si fuera
una esmeralda inmensa que naufraga,
entre el bullir de las azules ondas,
el verde cinturón de tus montañas.
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
4
vencional, dibujada con parca maestría artística, a pesar de su
nostálgico acento:
5
Beso tus áureos pies de soberana
viniendo de otra tierra milagrosa
a traerte una lágrima amorosa
de tu afligida Madre castellana.
6
habanero La Discusión5 al informar sobre su acto de corona-
ción. La buena voluntad del augur parece que no fue defrau-
dada por la realidad, en algunos aspectos:
7
Parece haber vislumbrado, con mirada zahorí, el inicio de un
libre desarrollo económico y de un activo intercambio comer-
cial con los demás países del mundo, que comenzó a fomentar
Cuba a partir de enero de 1959, y que fuera interrumpido tem-
poralmente por el desplome de la URSS y del campo socialista
y por el ilegal y abusivo bloqueo económico impuesto a nuestro
pueblo por el gobierno de los Estados Unidos.
Es interesante que en aquella fecha mencionara a Rusia en-
tre los países que establecerían relaciones con Cuba:
Y alzarás tu brindis
a Rusia gigante que llega a tus olas
envuelta en sus pieles de oso
y en vientos y en nieblas del Volga.
8
cielo claro y de azul milagroso. Se piensa en las viejas fraga-
tas que iban antaño a España con sus cargas ricas. El paso
de los negros y mulatos por las calles no evocará los pretéri-
tos tráfagos de los ingenios, olor a caña, a miel y a guarapo,
y el ébano de las tratas que fueron origen de la fortuna de
tanto hombre activo e importante. Los chinos dan su espec-
táculo particular en sus fruterías y ventas de comistrajos du-
dosos. Los tranvías, los automóviles, los hoteles de primer
orden, el aseo de ciertas partes de la ciudad demuestran la
excelencia del dólar y de la muñeca norteamericanos. El gran
Martí que tanto combatiera el peligro de ojos azules, no sabe
qué hacer en su mármol mediocre, en una plaza pública.
[...]
Le faltó al eximio poeta el sentido profético de Rueda. Enton-
ces habría previsto el proceso histórico donde Martí no ha deja-
do de estar presente: fue el autor intelectual del asalto al Cuartel
Moncada y no deja de permanecer en el curso victorioso de la
Revolución cubana.
Pero el embrujo tropical de la ciudad solía imponerse, y mu-
chas veces inspiró a otro poeta español que vivió en Cuba algu-
nos años de su juventud: Alfonso Camín. También a manera de
postal, por aquellos mismos años, dedicó su soneto «A La Ha-
bana»: 7
9
adormecida, en el silencio a solas,
cabe su regio tálamo de espumas!
10
y con él las tristezas de su otoño engalana...
Pupila que la muerte sin mirarte se cierra
no sabrá qué es belleza, porque tú eres, Habana,
la ciudad más hermosa que floreció en la tierra.
11
Aunque es como descifrar un jeroglífico, son legibles estos
versos de la sugestiva composición ideográfica, donde el faro
del Morro y la palma y las olas y las gaviotas se corporizan
con el texto. Se trata de una Habana externa, contemplada al
pasar, pero que marcó para siempre la sensibilidad del poeta
con «su cálido mar lleno de luz» y algunos de sus elementos
característicos, para dejar vibrando las notas de una canción
cubana de la época: «En el camino de mi vida triste hallé una
flor...» Sin duda, esa flor era La Habana.
Notas
1
El Fígaro. La Habana, septiembre 21, 1902, p. 452.
2
Letras. La Habana, septiembre 11, 1910.
3
Castalia. La Habana, No. 7, septiembre 15, 1920, p. 157.
4
Ibid. La Habana, No. 8, mayo 20, 1921, p. 160. De las tres composicio-
nes de Rueda dedicadas a La Habana, ésta es la única que incluye en
sus Poesías completas, Barcelona, 1911.
5
La Discusión. La Habana, agosto 5, 1910, p. 8.
6
La Nación. Buenos Aires, enero 1º, 1911. V. Cuba en Darío y Darío en
Cuba, por Ángel Augier. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1989,
pp. 244-245.
7
Actualidades. La Habana, octubre 12, 1913.
8
Social. La Habana, noviembre, 1926, p. 34.
9
Francisco Villaespesa. Poesías completas, t. II, Madrid, Aguilar, 1954.
10
Social. La Habana, enero, 1919, p. 15. V. El japonismo de José Juan
Tablada, por Atsuko Tanabe. México, 1981, p. 126.
13
VIII
C
uando desde lejos
llegamásamor
C omo anónimo viajero de tránsito cuando ya la fama inscri-
bía su nombre en relieve más allá de las fronteras de la URSS,
llegó Vladimir Maiakovsky a La Habana. Fue el primero y único
encuentro del gran poeta soviético con el trópico, con el Cari-
be, con la América Latina; y también su primer encuentro, no
exento de violencia, con los rigores del verano criollo, que él
calificó de «insufrible», para agregar en sus notas de viaje: «Por
la mañana, llegamos fritos, asados y hervidos al blanco puerto
de La Habana, rocosa y edificada.» Era el 4 de julio de 1925.
Quizá no habría quedado constancia escrita de la fugaz pre-
sencia habanera de Maiakovsky, a no ser por su hábito de ano-
tar las impresiones de viaje que en este caso conformaron su
conferencia de irónico título: «Mi descubrimiento de América»,
y gracias también a un poema que muestra su perspicaz visión
de la vida cubana, que se le ofreció durante las pocas horas en
que los pasajeros de primera clase del vapor francés «Espagne»,
de tránsito para Veracruz, fueron autorizados a visitar la ciudad.
Al descender del barco, cayó un típico aguacero de verano
que provocó esta regocijante observación del poeta: «¿Qué cosa
es la lluvia? Es el aire cargado de un poquito de agua. Pero la
lluvia tropical es un chorro poderoso de agua con un poquito
de aire.» Una escena callejera cerca del puerto es descrita al
natural, en sus vivos colores y como a brochazos: «Sobre un
17
fondo de mar verde, un negro con pantalones blancos ofrece al
transeúnte un pescado rojo, alzándolo por encima de la cabe-
za.»1
Es evidente que Maiakovsky no se dejó impresionar por las
apariencias paradisíacas del trópico, aunque las reconociera.
La condición semicolonial del país como le sucediera a Rubén
Darío quince años antes se le reveló en los grandes letreros
en inglés sobre los principales edificios: Ford, Henry Clay & Bock
(el monopolio tabacalero), etcétera, que le parecieron «los pri-
meros signos palpables del dominio de los Estados Unidos so-
bre las tres Américas...»2
Para el poema que escribió entonces, Maiakovsky escogió
como título el nombre en inglés de una conocida marca de
whisky, «Black and White»,3 pero sin relación con ella. Se trata
de una alegoría burlesca de la lucha de clases en Cuba, con
una elemental contradicción del obrero negro cubano frente al
magnate blanco del monopolio azucarero norteamericano. Ini-
cio del texto:
18
caricaturescos: al trabajador le toca la peor parte. Conclu-
sión:
19
No es Cuba la que nunca oyó Stravinsky
concertar sones de marimbas y güiros
en el entierro de Papá Montero,
ñáñigo de bastón y canalla rumbero.
TERCERA VELOCIDAD
20
y en el motor afónico se adivina un gemido
lejano, como un parto en la casa de enfrente.
21
Es un recorrido rápido y escandaloso por puntos claves de la
geografía urbana, en el que nos hace participar Andrés Eloy
Blanco. Sin embargo, con otro muy distinto acercamiento lírico
al mismo ambiente frívolo de La Habana de los años 20, tam-
bién logra nuestra participación en lo narrado el uruguayo José
María Delgado, en poema que acogió en sus páginas la muy
exclusiva Revista de Avance:6
LA HABANA
Uva de luz,
apretada por los labios del mar:
no te podré olvidar.
22
El vanguardismo, como es notorio, franqueaba libertades ili-
mitadas a los poetas en sus ángulos de visión y en sus juegos
metafóricos; también el francés Adolf de Falgairolles las apro-
vechó en su entusiasta «Poema a Cuba». Visitó La Habana como
delegado a un congreso internacional de periodistas en 1928,
que tuvo resonancia en la época, y sus versos, traducidos por
Eugenio Florit, fueron publicados también por la Revista de Avan-
ce: 7
El puerto de La Habana
hierve bajo las aletas de los tiburones,
ambiciones de los conquistadores que el barco,
al llegar,
arrojó al agua
confundidos con las basuras de a bordo.
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
23
Fuerte contraste con el tono deportivo de los versos que
acabamos de transcribir, presenta «Discurso académico en
La Habana», 8 de Wallace Stevens (1879-1955), considerado
por la crítica uno de los principales y más influyentes poetas
de su generación en los Estados Unidos, junto a Pound, Elliot,
Frost y Williams. Fue publicado por la Revista de Avance en
noviembre de 1929, sin consignar nombre del traductor. Sólo
se informa en una nota que el autor es norteamericano, que
ha publicado un libro titulado Harmonium y que el texto apa-
reció en la revista The Hor & Hound, de Cambridge,
Massachusetts. Stevens, ejecutivo de una empresa de segu-
ros, viajó mucho por las Antillas, cuyo ambiente reflejó en
su poesía. Creo que vale la pena ofrecer el poema «in ex-
tenso»:
Canarios en la mañana,
orquestas en la tarde,
globos por la noche. Al menos
ya no se trata de ruiseñores,
Jehovah y la gran serpiente marina. El aire
no es tan elemental ni ya la tierra
tan cercana.
Pero el sustento de los bosques
no nos sostiene en las metrópolis.
II
24
III
25
para quien se alzan las torres. El pecho del burgués
y no éter alguno sutil y cercado de estrellas
tiene que ser el lugar para el prodigio, a menos
que lo prodigioso sea truco. El mundo no es fantasía
de insomnes ni palabra
que deba importar sustancia universal
a Cuba. Apuntad estas lácteas cuestiones.
Alimentan Júpiteres. Su pezón casual
caerá como dulzura en las noches vacías
cuando queda anulada la rapsodia excesiva
y la plegaria espirituosa provoca nuevos sudores: así, así:
La Vida es un viejo casino en un bosque.
IV
26
Puede, sin embargo, ser
un encantamiento definido por la luna
por mero ejemplo opulentamente clara.
Y el viejo casino también puede definir
un encantamiento infinito de nuestro ser
en la gran decadencia de los cisnes muertos.
La mañana de platino
suave como tu aliento
¡oh! qué pura claridad
27
rasgada hasta el infinito.
Oros de sol y zafiros
recortan mi pensamiento,
tu perfil y la ciudad
y el dulce globo del día:
están mis ojos azules
de mirar el mar y el cielo!
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
28
LA HABANA
29
Letreros y ventanas dictan un curso práctico de inglés
en los cuadernos cuadriculados de los rascacielos.
Mas las flores son caras en la Avenida Veintitrés
y la luz tiene el color del maní y el aceite de girasol.
En la Avenida Ocho se ha encontrado una piña de fuego
madurando sus semillas de muerte junto a la casa del Fiscal.
LA HABANA
30
Sólo de amigo se entra a tu calor,
como enemigo es imposible entrar.
31
(Recuérdese que Rafael Alberti, en su poema «Cuba dentro
de un piano», también menciona a la bella Trinidad, personaje
de una canción cubana que se cantaba en España a principios
del siglo llevada por los soldados del derrotado ejército colo-
nial y cuya letra era: «Paseando una mañana / por el muelle
de La Habana / de improviso me encontré / con la bella Trini-
dad.» Esta versión se la escuchó Alberti a Eugenio DOrs, según
cuenta Aurora de Albornoz en estudio preliminar de la obra del
poeta gaditano, 13 bandas y 48 estrellas (Madrid, Espasa Calpe,
Colección Austral, 1985, p. 23).
Cuando en abril de 1935 visitó La Habana por primera vez el
gran poeta español Rafael Alberti (1902), escribió su poema «Cuba
dentro de un piano», donde evoca recuerdos de su infancia rela-
cionados con la capital cubana: su madre solía interpretar al pia-
no las «habaneras» y «guajiras» que habían llevado a su natal Puerto
de Santa María (en la bahía de Cádiz) los gaditanos que regre-
saban a España en 1898, al terminar la guerra hispano-cubana-
norteamericana. Versos de esas canciones que quedaron
grabadas en la memoria los intercala en el poema, y las siluetas
de la fortaleza de La Cabaña y del Castillo del Príncipe se trans-
forman en sombras que discurren en el litoral del Puerto de San-
ta María, al conjuro de la lírica nostalgia no exenta de sutil
referencia al drama histórico del 98, tan desventurado para Es-
paña como para la nación cubana. El poema:
«Mulata vueltabajera»
32
«...dime dónde está la flor
que el hombre tanto venera».
Calló,
cayó el cañonero.
33
me abrieron abanicos
y revoleras.
Una mulata,
dos pitones en punta
bajo la bata.
34
como para unas olas, hacia el fondo mismo del cielo, en cu-
yas nubes, mejor en cuyos celajes, vibran los colores enar-
decidos. La silueta de la ciudad, entonces, al ahondarse de
tal modo el aire sobre ella, parece descansar, igual que la
superficie de una agua quieta, bajo la maravilla de su cielo.
[...] La Habana, en esa tamización final del recuerdo, con los
celestes, los violados, los grises, de su celaje crepuscular, de
una sin par delicadeza pictórica, ahondaba para mí el deco-
rado a lo Tiépolo de una Ascensión.
La Habana es su cielo, y éste no parece parte del cielo co-
mún a toda la tierra, sino proyección del alma de la ciudad,
afirmación soberana de ser lo que ella es. ¿No se diría que
hermosa, airosa, aérea: un espejismo?
En este fin del siglo XX, cuando La Habana antigua experi-
menta un renacer de su esplendor bajo el cuidado entusiasta e
inagotable de Eusebio Leal digno continuador de Emilio Roig
de Leuchsenring como Historiador de la Ciudad, otro poeta,
venezolano como Andrés Eloy Blanco, Gonzalo García Bustillos
(1928) de tan fecunda ejecutoria como Embajador de su país
en Cuba, captó y reflejó rasgos, matices, resplandores del
paisaje urbano habanero, en las ágiles estrofas de su poema
«El mamut en La Habana» (de su libro El mamut, La Habana,
1998).
EL MAMUT EN LA HABANA
En la Habana Vieja
calle de Lamparilla
huele las columnas
35
de una mulata
zumbo de cebo de cabra
y ceniza de leña
camino de la Obra Pía
una mulata que sangra
puro son y pura piel
piel que lleva la intención
de pura miel.
El mamut
convertido en babalawo
invoca los espíritus:
Zarabanda tonga leña
Santo Niño de Elegguá
Lázaro de Babalú
La Candelaria de Oyá
Santa Bárbara Changó
Santa Regla Yemayá
Obatalá mamá Mercé
Ochún Ochún de la Caridá.
El blanco
de su tabaco
dispone la pleamar
que limpia el vacío.
Ya todo es diferente.
Corre la playa
en la simetría
del dado oculto.
Ya todo es diferente.
36
El alboroto
de una burbuja
agita el Malecón
tambor de rosa viva
que hospeda la utopía.
La salamandra
cabalga
nube maestra
cuya vergüenza
suelta la vida.
37
Notas
1
Vladimir Maiakovsky. Mi descubrimiento de América y otros escritos. Se-
lección de Esteban Llorach Ramos. La Habana, Editorial Gente Nueva,
1980, p. 53.
2
Ibid., p. 155.
3
Moscú-La Habana, La Habana-Moscú. Poetas cubanos y soviéticos. Mos-
cú, Editorial Progreso, 1977. Edición bilingüe, pp. 17 y 106. Traducción
de Ángel Augier.
4
Revista de Avance. La Habana, agosto 15, 1927, pp. 229-231. Al pie:
Veracruz, 1924. En otra versión de Buenos Aires, 1934, Reyes cambió el
título por «Golfo de México», señalando las partes que correspondían a
Veracruz y La Habana. Única variante: 4º verso de la 2a estrofa dice:
«donde negros vestidos de amarillo y de guinda».
5
Social. La Habana, octubre, 1925, pp. 30-31. Miguel Baguer fue un co-
nocido periodista habanero.
6
Revista de Avance, junio 30, 1927, p. 195.
7
Ibid., octubre 15, 1928, p. 281.
8
Ibid., noviembre 15, 1929, pp. 236-238. En nota se informa que es ver-
sión de «Academic discourse in Havana», publicado en la revista The Hor
& Hound, Cambridge, Mass., sin consignar nombre del traductor. Sobre
relaciones de Stevens con Cuba, v. introducción de José Rodríguez Feo
a su libro Mi correspondencia con Lezama. Ediciones Unión, 1989.
9
Ibid., febrero 15, 1930, p. 40.
10
Jorge Carrera Andrade. Edades poéticas (1922-1956). «Dibujos de ciu-
dades.» Quito, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958, pp. 119-
120. Fechado en 1930.
11
Ibid., «El tiempo manual», pp. 131-133. Fechado en 1935.
12
Moscú-La Habana, La Habana-Moscú, ob. cit., pp. 83 y 171. Traduc-
ción de David Chericián.
38
IX
Epicanteyloca
sta ciudad
P ocos poetas cubanos han sentido y expresado la viva poe-
sía de La Habana de su tiempo con la profusión y la profundi-
dad de Federico de Ibarzábal, lo que puede apreciarse por las
muestras que se han ofrecido en el curso de este recuento. Él
mismo lo reconoce en los versos iniciales del libro que consa-
gró a la capital: Una ciudad del trópico (1919):
41
te hace reír, siempre reír.
Ríen tus lumias, tus beodos;
altos y bajos, porque todos
juegan dinero al porvenir.
1. Crescendo matinal
42
bocinas de carruajes que pasan velozmente,
crujidos de madera y golpes de metales.
2. Andante meridiano
3. Alegro vespertino
43
Tonos crepusculares de nácares y rosas
sobre el mar intranquilo que se dora y se argenta,
y la noche avanzando y envolviendo las cosas
en un asalto ciego de oscuridad hambrienta.
4. Morendo nocturno
44
etapas del día habanero quedaron apresadas en esos bocetos
magistrales del poeta que también fue ejemplo excepcional de
patriota y combatiente revolucionario.
Alfonso Hernández Catá (1885-1940) es uno de los grandes
nombres de la narrativa cubana, que también labró discreta
obra poética. Parte de esta parcela de su escritura pudiera con-
siderarse su «Canto a La Habana», en sonora y rítmica prosa
lírica, que publicó la revista Social en 1926,2 del que tomamos
estos fragmentos:
Ciudad tutelar a la vez vieja y núbil; madre joven que aguar-
das aún el amor; a un tiempo raíz y fronda y flor y fruto; ciu-
dad-entraña, ciudad-corazón; heroica, hospitalaria,
perdonadora, íntima, ¡pues cupiste en mi alma, recógete para
poder estrecharte en mi voz!
¿Qué me dijiste al besarme, hechicera, que tu recuerdo
se hace en mí lágrima y canción? Con tu brazo moreno que
abraza el mar, ¡abrázame! ¡Fúndeme con tu sol! ¡Dame un
renuevo joven con tus mañanas rubias! ¡Tiñe la llama de mi
espíritu en la infinita irisación de tus crepúsculos! ¡Y en las
sedosas noches de tenebroso esplendor, acoge mi cabeza
fatigada por el anhelo de creación!... Ciudad buena del pan
y de la risa fáciles, ciudad-entraña, ciudad-amor!
Por tu sol, magnífico patriarca fecundo; por tu brisa, bal-
sámica hermana sin par; por tus luces doradas y
embriagantes, vino generoso de la ubérrima vid celestial; por
tu tierra pródiga, por tu puerto pródigo donde se vienen a
anudar los infinitos hilos que infinitos navíos traen de todos
los rumbos sobre el mar; por tus calles de expoliada factoría
que acecha la piqueta ya; por tus avenidas de progreso fan-
tástico que hacia el futuro van; por tu febril trabajo nutritivo y
tu voluptuoso descansar; por tu aire de fragua o de suspiro
suavísimamente letal; por tus mujeres ¡acude adjetivo im-
posible!, por tus hombres, por la unidad que toman a tu
amparo todas las existencias; por tu poder de cubanizar...
¡bendita seas, Habana querida! ¡Bendita seas, luminosa ciu-
dad maternal!
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
45
Hernández Catá evoca La Habana colonial, «¡qué cerca y ya
por fortuna qué lejos!», y canta la ciudad de hoy y de mañana
con entusiasmo y devoción, para cerrar con un «Envío» cuyo
postrer deseo quedó consumado:
46
Ceci cest La Havane...
La Havane, port de mer (Un cinema chaque deux blocks.)
Mer toujours bleue sous un ciel encore plus bleu.
Mais qui sait devenir noire quand le vent du Nord
nous visite en hiver.
Cigarettes, en profusion: Camel, Chesterfield.
Non, nous ne fumons pas des cigarettes cubaines.
Trop fortes pour nous...
Une femme passe. Des yeux noirs. Elle est brune.
Mais blanche, naturalement. Robe légere. Couleur criarde.
Un homme sarrete. La regarde. Il continue son chemin.
47
Otra autora, Ana María Hidalgo de quien no conocemos
otros poemas, publicó en la revista Orto, en 1931,4 esta ama-
ble visión de una visitante a la ciudad:
LA HABANA
La Habana
buena y mala.
Porque confiando en ti
yo te ofrecí mi pena,
para mí
fuiste buena.
Encontré entre tus brazos el calor de mi hogar,
y de lo que he soñado
me has dado
cuanto tú puedes dar.
48
que darán en su día un copioso caudal.
Bajo tu amparo surge en mí un sentido nuevo,
y por la encrucijada de tu camino llevo
una rama de olivo y una orquídea fatal.
EL NEGRO MAR5
El negro mar.
El negro mar.
49
de oro y plata,
con su amapola y su azahar,
al pie del mar hambriento y masculino,
al pie del mar.
En la tarde tropical
San Cristóbal de La Habana
repicaba la campana
de su vieja catedral,
por su fiesta patronal
50
en vísperas, como antaño
se anunciaban en el año,
nuestras fiestas principales...
¡Costumbres tradicionales
abandonadas hogaño!
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
En el «Santísimo» entraron
unas cinco o seis beatas.
En la plaza, dos reatas
de acémilas se acercaron
a la fuente, y abrevaron
junto al penco de un «aliado»,
y a un mulo flaco y cansado
que le gritan: ¿Va pal Cobre?,
y llegó tirando, el pobre,
de un carro destartalado.
Escuchando la campana
que fundieron los gitanos,
entre recuerdos lejanos
que el modernismo hoy profana,
San Cristóbal de La Habana
pierde matiz colonial;
se oculta la Catedral
tras moderna arquitectura...
En verdad que fue locura
de locuras hacer tal.
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
51
«el carro de la lechuza»
o el lechero y sus botijas.
En la tarde tropical,
San Cristóbal de La Habana,
¡qué mal suena la campana
de tu vieja Catedral!
¿La habrán refundido mal,
o el tiempo apagó sus sones?
Ni siquiera los pregones
se escuchan: La Habana Vieja
rápidamente se aleja
con todas sus tradiciones.
52
¡Vieja Habana en que nací:
cúmulo de evocaciones
de mi niñez! ¡Callejones,
muelles, parques que corrí!
Cada rincón para mí
simboliza algún momento;
y en las piedras de un convento
derruido, creo que pierdo
con pedazos de recuerdo,
jirones de sentimiento.
PALABRAS A MI CIUDAD
53
dulcísima señora, lumbre mía,
repartida en luciérnagas de gozo, de fiebres y de lágrimas...
No domino tu luz que es amenaza y es deleite,
tu luz de paravanes lentos,
de tiempos con cadencia de olas tiernas;
tu deseada luz que nos absorbe y nos consagra
como diosa a sus seres elegidos.
Por encontrar tu original efigie en algún camafeo sorprendente,
los pozos de tu alma
en tus calles, en tus laberintos,
bajo la piel del transeúnte impávido
circulando entre nieblas y costumbres,
apenas de su angustia penetrado,
ofreciera feliz a mis estrellas
pasaje al infinito.
Islas de oros abismales
tus crepúsculos,
de cielos perezosos en cambiantes rojos de realeza,
soñolientas violetas, grises evasivos,
nos abren sus alcázares secretos
en eterno esfumarse, quedarse, regresar
a su sitio de tardes.
Regalan a la vida, sin cansancio,
sus muertes y el prodigio.
Eres tú, mi ciudad, rosa velada,
enervante paisaje de nenúfares en el ojo del aire detenido.
54
eternamente igual, distinta siempre.
La ciudad contra el frío, cara al Tiempo.
Los poetas cubanos del siglo XIX invocaron con mucha fre-
cuencia las aguas del río Almendares para referirse a la ciudad
de La Habana. Entre los del siglo XX no se siguió esa tradición,
salvo escasísimas excepciones. Una, Dulce María Loynaz (1902-
1997), quien en su poema «Al Almendares»7 le rindió delicado
tributo a su ciudad natal:
55
¡Cómo se yergue en la espiral de vientos
del cubano ciclón!... Cómo se dobla
bajo la curva de los Puentes Grandes!
DEL ALMENDARES
56
tus aguas lavaron a los obispos,
a los conquistadores y a mi madre muerta.
En ti hay algo de todos los ríos, unes
las vidas distintas de los hombres;
podrías llamarte el Amazonas, el Nilo, el Cauto.
Todas las aguas son tus aguas,
las cosas una sola
y nosotros.
Notas
1
Rubén Martínez Villena. Poesía y prosa. La Habana, Instituto Cubano del
Libro, 1978, t. I, p. 113. (Colección Letras Cubanas.)
2
Social. La Habana, septiembre, 1926, pp. 16 y 97.
3
Ibid., La Habana, mayo, 1930.
4
Orto, Manzanillo, agosto, 1931.
5
Nicolás Guillén. Obra poética. La Habana, Instituto Cubano del Libro,
1972, t. I, p. 252. (Colección Letras Cubanas.)
6
Ibid., p. 255.
7
Dulce María Loynaz. Poesías escogidas. La Habana, Editorial Letras Cu-
banas, 1984, p. 71.
8
Antón Arrufat. La generación de los años 50. Antología poética. La Ha-
bana, Editorial Letras Cubanas, 1984, p. 430.
57
X
E n la Calzada
deJesúsdelMonte
A sí, lenta, continuadamente, la ciudad ha ido revelándose
en su profunda poesía, a propios y extraños, en su conjunto y
en sus detalles, en su unidad y en su diversidad, en rasgos
huidizos y en imágenes que desafían el tiempo. Es siempre la
misma y sin embargo distinta, y antigua y moderna, frívola y
severa, cambiante como el día e inmóvil como las rocas en
que se asienta.
Los barrios, las calles, las avenidas, las esquinas, las plazas,
reservan su secreta magia para quienes logren trascender los
límites de lo cotidiano, las barreras de la costumbre y la vulga-
ridad, y descubran la sustancia poética de su medio habitual
como parte de sí mismos. Una de esas ocasiones excepciona-
les de consubstanciación poética con su más cercana cir-
cunstancia, se da en Eliseo Diego (1920-1994) en su libro En
la Calzada de Jesús del Monte (1949),1 considerado justamente
uno de los momentos más altos de la poesía cubana contem-
poránea.
La Calzada de Jesús del Monte, como se sabe, es una de las
más importantes vías de la ciudad. Debe su denominación
según el historiador Emilio Roig de Leuchsenring2 «a la
ermita, luego parroquia, de ese nombre, situada sobre una emi-
nencia, a la vera de dicha calzada, en lo que era primitivamen-
te un caserío separado de la ciudad». Se inicia en la llamada
61
Esquina de Tejas, donde termina la Calzada de Infanta y conflu-
yen las de Monte y del Cerro.
La Calzada de Jesús del Monte es muy extensa y en sus
extremos, «a la altura del llamado Barrio Azul, se bifurca con
los ramales que conducen a Managua y a Bejucal». 3 Actual-
mente su nombre oficial es Calzada de Diez de Octubre, y
comunica con la ciudad los populosos barrios del sur: Víbora,
Santos Suárez, Lawton, parte de Luyanó, Los Pinos, Arroyo
Naranjo, etcétera.
No hay dudas de que se trata de una avenida de mucha per-
sonalidad propia, por su caprichoso trazado, serpeante y
en ascenso y descenso; por la abigarrada arquitectura de las
casas que la escoltan donde predominan columnas y porta-
les, sus establecimientos comerciales y el profuso y continuo
tránsito de vehículos y de transeúntes.
Desde su infancia, Eliseo Diego se familiarizó con la Calzada,
ese camino de todos y de todos los días, de tan peculiares carac-
terísticas urbanas, que fue creciendo lentamente en su sensibili-
dad hasta brotar en sus versos, no con ímpetu de catarata, sino
con sosiego de manantial, en tono de confidencia. La ciudad se
le revela líricamente en una de sus manifestaciones más vitales,
pero como algo propio, que forma parte integrante de su ser, de
su existencia diaria. Un breve poema en prosa lo explica:
Por la Calzada de Jesús del Monte transcurrió mi infancia, de
la tiniebla húmeda que era el vientre de mi campo al gran
cráneo ahumado de alucinaciones que es la ciudad. Por la
Calzada de Jesús del Monte, por esta vena de piedras he
ascendido, ciego de realidad entrañable, hasta que me co-
gió el torbellino endemoniado de ficciones y la ciudad ima-
ginó los incesantes fantasmas que me esconden. Pero ahora
retorna la circulación de la sangre y me vuelvo del cerebro a
la entraña, que es donde sucede la muerte, puesto que lo
que abruma en ella es lo que pesa. Y a medida que me vuel-
vo más real el soplo del pánico me purifica.
62
En el orbe tumultuoso si bien estático de sus velorios, me-
tido en el oro de su pompa, allí se abren por primera vez mis
ojos; de allí me vuelvo al origen.
Ya en «El primer discurso» del libro, queda estampada en toda
su intensa intimidad la «vena de piedras» recorrida:
Cómo pesa mi nombre, qué maciza paciencia para jugar sus días
63
en esta isla pequeña rodeada por Dios en todas partes,
canto del mar y canto irrestañable de los astros.
LAS COLUMNAS
64
han extinguido la danza de las hojas
pero qué suave alabanza si abriesen la portada
sería la redonda meditación de las lomas
que contemplan los viajes y la desesperanza de mi puerto
para el dulce tamaño de la vida que miden estas lejanías.
65
humosos y especiales, llenos de miedos y de mentiras grandes,
poblados de penumbras, solemnes, y difuntas tardes.
LOS PORTALES
66
También la lluvia los oprime, también roe sus columnas
como vejez la lluvia
rodando sordamente por los aleros, son del tiempo, vasta
como el canto.
Y el sol, el rojo sol como garganta que un alarido raspa.
Es allí que alterna la majestad sombría de las bestias ocultas
en el húmedo patio
con la redonda gracia del almacén ungido por el sabroso humo
y el alimento espeso de la luz.
Melancólicamente las ventanas dormidas añoran la provincia,
las memorables fiestas de la brisa y el mundo,
en tanto las barandas de hierro, carcomidas por el aciago
fervor del polvo lento,
entre los aires tuercen alucinantes sueños y esperanzas.
También el aire, su demencia tranquila los recorre.
Y acumulaban polvo, eran lujosos en polvo como
los majestuosos pobres
cuando pasean los caminos cubriéndose de polvo desde
los anchos pechos
como si el polvo de la Creación fuese la ropa familiar
de un hombre,
con parecida simplicidad temible colmábanse los portales
de aquel polvo tan hondo, tan espeso, alucinante, agobio
de los ojos,
desde la fuente de Agua Dulce al nacimiento sombrío
del silencio.
Es allí que alterna la vejez de las tablas oscurecidas
blandamente
con la piedra rugosa, nevada y pontificia que coronan
las nubes con su purpúrea hiedra,
y el tumultuoso viento henchido de voces como
río que surca el escándalo bermejo de los peces.
La piel áspera y tensa del polvo nunca supo el alivio del árbol
ni la grácil ternura de las danzantes hierbas.
Corredores profundos atraviesan la tarde con un fervor
de soledad demente.
Ah de las puertas petrificadas bajo la canosa locura de su
nieve
67
cuando la brisa solitaria canta y las criollas tablas dulcísimas
y pobres se contestan.
Y aquel oro era tan suave, que ilumina el arrugado rostro
de los muros
como un fuego lejano que dibuja en el cristal las amorosas
nuevas del pan y la familia,
su pensamiento secreto nos ofrece como el oculto corazón
de Dios.
LA IGLESIA
68
El ómnibus oscuro y el tranvía
con su dorada magia polvorienta
vienen mugiendo por la tarde lenta
como en salvaje fiesta y viejo día.
EN LA ESQUINA
69
el más pequeño cubierto del rocío dorado en las albas
a la intemperie de la isla
pero el otro con sombras aún en los ojos, sombras de los
recodos más que remotos de la provincia, sombras
del rincón de Apolo o de Santiago el de las Vegas.
donde los cielos son la fronda de un gran álamo o
framboyán que los cobija,
[...]
70
en las campanas halla la lengua que la forma
esta indecible gravedad de mi gozo.
Notas
1
Eliseo Diego. En la Calzada de Jesús del Monte. La Habana, Ediciones
Orígenes, 1949. (Hay una edición facsimilar de Ediciones Unión, 1987,
en el cuadragésimo aniversario de haber sido escrito el poema.)
2
Emilio Roig de Leuchsenring. La Habana. Apuntes históricos. 2da. ed.,
t. II, Editora del Consejo Nacional de Cultura, Oficina del Historiador de
la Ciudad de La Habana, 1963.
3
Ibid.
4
Otros personajes de la Calzada que el poeta incluye en su repertorio
poético son tipos populares anónimos: «El jugador», «El pobre», «El co-
merciante», etcétera.
71
XI
C
iudad de las columnas
ydelosorígenes
U no de los escritores cubanos que ha demostrado en su
obra literaria la mayor devoción por su ciudad natal, es Alejo
Carpentier (1904-1980). En su crónica «La Habana, ciudad sin
germinar. El amor a la ciudad» (1940),1 confiesa que es la ciu-
dad «que amo más que cualquier otra ciudad del mundo»; de
1939 es la sugestiva colección de crónicas publicadas en la
revista Carteles, que tituló «La Habana vista por un turista cuba-
no»,2 plena de deliciosos hallazgos, y en su conferencia «Sobre
La Habana (1912-1930)» evoca la ciudad de su infancia, ado-
lescencia y juventud con gracia y amor incomparables.3 Hay
otras muchas crónicas suyas donde también refiere costumbres,
hechos, lugares y tipos habaneros. En su novela El acoso, La
Habana es personaje tan importante como el protagonista, al
igual que en La consagración de la primavera.
Pero es en su ensayo La ciudad de las columnas4 donde en-
tona un bello canto a la capital cubana, al discurrir sobre deta-
lles arquitectónicos que la caracterizan. En su estilo barroco,
Carpentier comenta la profusión y el barroquismo de las co-
lumnas que predominan en la arquitectura habanera, y aun-
que las modernas tendencias de construcción han prescindido
de ellas, es indudable que no han perdido vigencia las agudas
consideraciones de aquel ensayo, donde abundan párrafos que
parecen estrofas de un poema a La Habana. No nos resistimos a
reproducir algunos fragmentos en esta compilación:
75
...Al principio fue el alarife. Pero las casas empezaron a cre-
cer, mansiones mayores cerraron el trazado de las plazas, y
la columna que no era ya el mero horcón de los conquista-
dores apareció en la urbe. Pero era una columna interior,
grácilmente nacida en patios umbrosos, guarnecidos de ve-
getaciones, donde el tronco de palmera véase cuán
elocuentemente queda ilustrada la imagen en el soberbio
patio del convento de San Francisco convivió con el fuste
dórico. En un principio, en casas de sólida traza, un tanto
toscas en su aspecto exterior, como la que se encuentra fren-
te a la Catedral de La Habana, pareció la columna cosa de
refinamiento íntimo, destinada a sostener las arcadas de so-
portales interiores. Y era lógico que así fuera salvo en lo
que se refería a la misma Plaza de la Catedral, a la Plaza
Vieja, a la plaza donde se alzaban los edificios destinados a
la administración de la isla en ciudad cuyas calles eran
tenidas en voluntaria angostura, propiciadora de sombras,
donde ni los crepúsculos ni los amaneceres enceguecían a
los transeúntes, arrojándoles demasiado sol en la cara. Así,
en muchos viejos palacios habaneros, en algunas ricas man-
siones que aún han conservado su traza original, la columna
es elemento de decoración interior, lujo y adorno, antes de
los días del siglo XIX, en que la columna se arrojara a la calle
y creara aun en días de decadencia arquitectónica evi-
dente una de las más singulares constantes del estilo ha-
banero: la increíble profusión de columnas, en una ciudad
que es emporio de columnas, selva de columnas, columnata
infinita, última urbe en tener columnas en tal demasía, co-
lumnas que, por lo demás, al haber salido de los patios origi-
nales, han ido trazando una historia de la decadencia de la
columna a través de las edades. [...]
En cuanto a los millares de columnas que modulan [...] en
el ámbito habanero, habría que buscar en su insólita prolife-
ración una expresión singular del barroquismo americano.
Cuba no es barroca como México, como Quito, como Lima.
[...] Cuba no llegó a propiciar un barroquismo válido en la
talla, la imagen o la edificación. Pero Cuba, por suerte, fue
mestiza como México o el Alto Perú. Y, como todo mestiza-
je, por proceso de simbiosis, de adición, de mezcla, engen-
76
dra un barroquismo, el barroquismo cubano consistió en
acumular, coleccionar, multiplicar, columnas y columnatas en
tal demasía de dóricos y de corintios, de jónicos y de com-
puestos, que acabó el transeúnte por olvidar que vivía entre
columnas, que era acompañado por columnas, era vigilado
por columnas que le medían el tranco y lo protegían del sol
y de la lluvia, y hasta que era velado por columnas en las
noches de sus sueños. La multiplicación de las columnas fue
la resultante de un espíritu barroco que no se manifestó
salvo excepciones en el atirabuzonamiento de pilastras
salomónicas vestidas de enredaderas doradas, sombreadoras
de sacras hornacinas. Espíritu barroco, legítimamente anti-
llano, mestizo de cuanto se transculturizó en estas islas del
Mediterráneo americano. [...]
No sólo las columnas inspiran el canto de Carpentier. Estimu-
lado por las fotografías de Paolo Gasparini, se detiene en las
rejas de las casas habaneras, uno de los motivos de orgullo del
ornato de la capital:
Decíamos que La Habana es ciudad que posee columnas en
número tal que ninguna población del continente, en eso,
podría aventajarla. Pero también tendríamos que hacer un
inmenso recuento de rejas, un inacabable catálogo de los
hierros, para definir del todo los barroquismos siempre im-
plícitos, presentes, en la urbe cubana. [...] ...la reja blanca,
enrevesada, casi vegetal por la abundancia y los enredos de
sus cintas de metal, con dibujos de liras, de flores, de vasos
vagamente romanos, en medio de infinitas volutas que
enmarcan, por lo general, las letras del nombre de mujer
dado a la villa por ella señoreada, o una fecha, una historicista
sucesión de cifras, que es frecuentemente en el Vedado
de algún año de los 70, aunque en algunas, se remonta la
cronología del herraje a los tiempos que coinciden con los
años iniciales de la Revolución Francesa. Es también la reja
residencial de rosetones, de colas de pavo real, de arabescos
entremezclados, o en las carnicerías prodigiosas de la
calzada del Cerro enormemente lujosas en este ostentar
de metales trabados, entrecruzados, enredados en sí mis-
mos, en busca de un frescor que, durante siglos, hubo de
solicitarse a las brisas y terrales. Y es también la reja severa,
apenas ornamentada, que se encaja en la fachada de ma-
77
dera de alguna cuartería, o es la que pretende singularizar-
se por una gótica estampa, adornarse de floreos nunca vis-
tos, o derivar hacia un estilo sorprendentemente sulpiciano.
[...] ...lo peculiar es que esa reja sabe enderezarse en todos
los peldaños de la escala arquitectónico-social (palacio,
cuartería, residencia, solar, covacha) sin perder una gracia
que le es propia, y que puede manifestarse de modo inespe-
rado, en la sola voluta de forja que cierra el rastrillo de una
puerta de pobrísima y despintada tabla.
Especial interés dedica Carpentier a un curioso derivado de
la reja, el guardavecinos, detalle muy peculiar de la arquitectu-
ra en La Habana:
Cuando, con este siglo, empezaron a crecer balcones en las
fachadas obsérvese que en las viejas mansiones colonia-
les los balcones, por lo general, son escasos y exiguos, salvo
en las que lo tienen de sobradillo y balaustrada de made-
ra enlazándose, en proceso de continuidad de una esqui-
na a otra, aparecieron esos elementos inseparables de la
rejería cubana que son los guardavecinos, puestos para des-
lindar las porciones del aéreo mundo destinado a los altos
municipales de éste o aquél. El guardavecinos fue como una
frontera decorativa puesta en el límite de una casa, o, en
todo caso, de un piso, repitiéndose en él multiplicándose,
por lo tanto toda la temática decorativa que ya había naci-
do en las rejas puestas al nivel de las calles, aupándose, ele-
vándose, con ello, el barroquismo de los elementos
arquitectónicos acumulados por la ciudad criolla al nivel de
la calle. Nacieron allí, en lo alto, nuevas liras, nuevas claves
de sol, nuevos rosetones, remozándose un arte de la forja
que estaba en peligro de desaparecer con los últimos
portafaroles [...]
En fin, en este brillante recuento de las peculiaridades arqui-
tectónicas de La Habana, no podía faltar un detalle pleno de
claridad y colorido como es el medio punto. También hay vibra-
ción poética en la prosa de Carpentier, al describirlo:
El medio punto cubano enorme abanico de cristales abierto
sobre la puerta interior, el patio, el vestíbulo, de casas
acostilladas de persianas, y solamente presentado con ilumi-
78
nación interna, palaciega, en las ventanas señeras de edifica-
ciones de mucho empaque es el brise-soleil inteligente y
plástico que inventaron los alarifes coloniales de Cuba, por
seguro razonamiento, mucho antes de que ciertos problemas
relacionados con la luz y la penetración de la luz preocupa-
ran, en Río de Janeiro, a un famoso arquitecto francés. Pero
cabe señalar aquí, de paso, que el brise-soleil de Le Corbusier
no colabora con el sol, quiebra el sol, rompe el sol, aliena el
sol, cuando el sol es, en nuestras latitudes, una presencia sun-
tuosa, a menudo molesta y tiránica, desde luego, pero que ha
de tolerarse en plano de entendimiento mutuo, tratando de
acomodarse con él, de domesticarlo en cuanto sea posible.
Pero, para entablar un diálogo con el sol, hay que brindarle
los espejuelos adecuados. Espejuelos que sirvan al sol para
ser más clemente con los hombres. De ahí que el medio punto
cubano haya sido el intérprete entre el sol y el hombre el
Discurso del Método en plano de inteligibilidad recíproca. Si
el sol estaba presente, tan presente que a las diez de la maña-
na su realidad se hacía harto deslumbrante para las mujeres
de la casa, había que modificar, atenuar, repartir, sus fulgores:
había que instalar, en la casa, un enorme abanico de cristales
que quebraran los impulsos fulgentes, pasando lo demasiado
amarillo, lo demasiado áureo, del incendio sideral a un azul
profundo, un verde de agua, un anaranjado clemente, un rojo
de granadina, un blanco opalescente, que diesen sosiego al
ser acosado por tanto sol y resol de sol. Crecieron las mampa-
ras cubanas. Se abrieron, en su remate, los abanicos de cris-
tales y supo el sol que, para entrar en las viejas mansiones
nuevas entonces había que empezar por tratar con la
aduana de los medios puntos. Ahí estaban los almojarifazgos
de la luz. Ahí se pagaban, en atenuaciones, los derechos de
alcabala de lo solar.
Para Carpentier, los medios puntos habaneros «explican, por
su presencia a la vez añeja y activa, ciertas características de la
pintura cubana contemporánea. La luz, en los cuadros que esa
pintura representa, las vierte de adentro. Es decir: de fuera. Del
sol colocado detrás de la tela. Puesto atrás del caballete».
Si Carpentier ha hecho aflorar así, en su ágil prosa, rasgos
de la poesía de su ciudad natal, otro escritor habanero de no
menor dimensión universal, José Lezama Lima (1910-1976), tam-
79
bién la ha reflejado en su escritura con pareja devoción y con
otro matiz del barroco cubano. No sólo alienta La Habana en su
novela Paradiso y en crónicas y ensayos. Entre sus primeras com-
posiciones, que no publicó en libro, se ha encontrado la que él
tituló «Nacimiento de La Habana»,5 de 1932, que puede consi-
derarse un airoso madrigal dedicado a la ciudad, en su habi-
tual estilo abstracto:
¡Qué aire!
Camino de las playas, el aire
ciego.
¡Qué aire!
¡Pues mira qué aire!
Puñales, surtidores y tres llaves de oro
en el aire.
Pulseras, jacintos de torso acribillado,
de torsos embistiendo las estatuas
y de toros nadando por las fuentes
y por el halago del aire.
¡Pero mira qué aire!
¡Míralo. Enciérralo.
Discúlpalo!
Que el aire pesa como plata
hacia arriba.
Como brazos de nieve
hacia arriba.
Oye la nieve. Chupa el aire.
Avispa en una botella bajo el agua.
El aire bajo el agua.
Sobre el agua las estrellas
y el aire.
El aire ciego colocando su lengua
en el mármol.
Los peces ciegos.
Como peces y agujas en el aire.
El aire ciego.
¡Qué aire!
¡Pero mira qué aire,
80
con sus dedos y peces
y sus arpas dobladas!
El aire mirándolo clavado,
chillando en todos los ojos.
Sin que nadie coloque,
entre el campo y el aire,
el aire intacto sin colores.
Ahora sí que todos estamos comprometidos
con el aire.
Mira qué aire y aire liso.
Aire de pedernal.
Aterido recuerdo en el aire sin frente.
Olas de siesta acampan
inexorables en el aire.
Ya para siempre, silencio,
pájaros amarillos bajo el agua,
silencio, grises pájaros recuerdan
el aire.
BAHÍA DE LA HABANA
81
aplastadas por los automóviles o por la espuma
que aquí pesa porque es el único granizo,
las estatuas de humo
se enrollan como alfombras.
La ordenación que aquí se pide clasificación impensada,
hacen escuadras los delfines,
las pamelas tropiezan en las puertas del cine,
y los cisnes se han esclavizado voluntariamente para ofrecer
un simulacro de espera.
Solimán piensa en la sombrilla japonesa abandonada
en una planicie,
pero el chopo se abría en un sombrero o en jardín,
y el sabio hacía un saludo con una gran mampara blanca.
II
82
pero el agua que cae dentro busca una playa de muslos,
recoge con el oído la temperatura del agua.
Los timbres han sido inútiles para encontrar el cuerpo
y sus tesoros, pero una piscina azucarada ha reconstruido
los cuerpos,
cenizas grabadas de espadas,
y ya aburriéndose, perdidas
flechas con dominios por encima del lago de los suspiros
sin perspectiva, y en torno dolor.
83
La sombra dejará de ser ceniza y se contentará
con la tristeza del esqueleto que mira a una nube,
para ser humo le han sobrado todos los timbres de su espalda.
Ya no hay más que empezar a contar para sentir la alegría
final,
si empieza con un paseo acaba con una medicina,
preclaro pecho de bocina y de miel,
se acuesta su trabajo para el cielo,
para establecer definitivamente el campamento del cisne.
84
el hondo sueño del agua,
de faroles y veleros.
Por surcos de cal y esperma
hervores y émbolos sueltos
sale el barco taladrando
con su sirenar el viento.
Con sus roncas caracolas
anchos tritones frenéticos
rompen las flores de vidrio
de los nocturnos angélicos.
Y mientras que descendían
raudos arcángeles trémulos,
apagando los latidos
con palomitas de incienso,
sentí, al filo de sus olas,
abrirse de mi alma al centro
delgados cauces de plata
fluyendo el agua del sueño.
85
flotando sobre el agua, para completar el signo de la in-
mensidad. Pero no llegan esos estrechos ríos hasta donde
comienza el mar, sin arrastrar entre sus piedras el caudal
humano que gravita hasta donde ésta tiene su parte más
sensible y su mayor porción de belleza y encanto.
Desde la residencia habanera del mar, la bahía sosega-
da, con su siembra de muelles y de embarcaciones hasta el
arenal de playas, siguiendo la blanca ruta del Malecón, se
siente la sangre de la vida urbana afluir como por su arteria
más vital, y a su más armonioso ritmo, de júbilo y de infinito.
Grandes núcleos de la población citadina se desplazan in-
variablemente, en horas de ocio o de meditación, de confi-
dencia o de solaz, hacia ese costado sinuoso de la urbe
inundada de reflejos, pródigo en oxígeno y poesía. Pero de
una poesía diversa como la viva y fluctuante del mar, o la
muerta e inmóvil de las piedras centenarias de La Cabaña.
O es el barco que traspasa la angosta boca del Morro de-
jando sabor de despedida y la nostalgia de otros horizontes,
y esa poesía de lo desconocido que se toca con cada viaje
que hacemos o vemos hacer... O es el barco que llega con
su poesía de lo imprevisto y el gusto del regreso o del en-
cuentro prometedor. O son los barcos que permanecen en
la bahía como contándose, en silencio, sus aventuras de mar
y de misterio, de tempestad y de añoranza.
Pero quizás no sea esto último lo más sugestivo de nues-
tro litoral, porque puede ser una pieza más de la poesía
común a todos los puertos. Habría que ir a aquello otro
que es propio sólo de la vida marinera de La Habana, a la
vida intensa que se desarrolla en la intimidad de la bahía,
plena de discreto pero profundo prodigio lírico. Cuando a
la ciudad le nazca el poeta de su existencia cotidiana, se
revelará entonces con más relieves la dimensión descono-
cida de esas lanchas tranvías y guaguas marinas, como
las bautizara una niña de imaginación que con su estela
de espumas, con el latido isócrono de sus motores, con su
travesía «de bolsillo», hacen el constante trasiego de viaje-
ros trabajadores, turistas domésticos, fanáticos religio-
sos entre el Muelle de Luz y Regla o entre el Muelle de
86
Caballería y Casa Blanca... Las lanchas que a los pasean-
tes domingueros con sus «fiñes» les ofrecen una especie de
«viaje de circunvalación» de la bahía que propicia la con-
templación no sólo del espectáculo impresionante de la
capital vista desde el mar, sino también ese otro espec-
táculo siempre renovado del crepúsculo habanero; el sol,
bañado de su propia púrpura, naufragando en el horizon-
te, y tiñendo con los reflejos de su agonía las nubes y las
azoteas y las olas, como un diario poema de despedida a
la ciudad.
Sin embargo, ese incesante tráfico de las lanchas que
hieren la carne del mar de una a otra orilla de la bahía ni
los barcos pesqueros que vacían sus vientres repletos so-
bre el hambre de la ciudad, ni los yates de lujo que se
balancean insolentes junto a los humildes botes de los pes-
cadores, tienen, para los que gustan de buscar la poesía
de las cosas, la esencia lírica, a fuerza de su propia humil-
dad, de los botes de remos versión criolla de la góndola
veneciana que prometen y reclaman desde el Muelle de
Caballería, el paseo hasta la boca del Morro, o el salto a
golpe de remo hasta Casa Blanca.
Son inconfundibles por sus colores, por sus arcos de
madera con intención de techo, y con sus nombres carac-
terísticos. Hasta que las lanchas motorizadas monopoliza-
ron el pasaje de la bahía, ellos pudieron subsistir en esos
menesteres de transporte, pero ya hoy, si no pueden com-
petir en rapidez ni en capacidad, sí compiten en sus con-
diciones intransferibles de poder propiciar un ámbito para
el instante confidencial. Por eso en las horas nocturnas son
más solicitados.
Antes hay una alusión a la góndola y a Venecia. Una
literatura erótica muy difundida ha hecho célebres los ca-
nales de la bella ciudad italiana, como escenario ideal de
los enamorados románticos, y aunque nuestra época ni
nuestro medio no son proclives al romanticismo, el canal
del puerto en ocasiones remeda a los de Venecia de cier-
tas novelas amorosas, no por la canción del «gondoliero»
87
puesto que nuestros boteros no cantan ni por el «puente
de los suspiros» que habrá suspiros pero no puente,
sino por la teoría de botes pintorescos que bogan hasta
llegar al Morro y regresan hasta el viejo muelle con parejas
que se arrullan, con parejas que quieren alejarse unos mi-
nutos de la tierra para imaginarse en breve y relativa sole-
dad, para repetirse la promesa y alentar la esperanza, la
ilusión y el furioso anhelo, el bello sueño y la impaciencia
en vigilia, sin más testigo que el mar... y el botero silencioso
y discreto que golpea el agua con lento afán, sin prisa pero
sin descanso, como para acompasar con la prisa incansa-
ble del amor que se sucede en su minúsculo territorio flo-
tante.
De noche, la bahía se puebla de luces que echa sobre
ella la iluminación eléctrica de la costa. Son caminos que
se agregan a la blanca acera que forma el reflejo lunar.
Alguna vez, cuando esa luna es de miel, riela en el agua
más radiante: quizás entonces la pareja ha de sentir más
hondamente la poesía del instante y del lugar, sobre todo
si ella jamás ha probado el sabor de la noche en el mar, ni
el breve espacio del bote en movimiento, desasida por pri-
mera vez de la residencia terrenal, estrenando una dimen-
sión física y emotiva imprevista. Mientras el anciano botero
desgranara alguna evocación ocasional, aparecería la pre-
sencia íntima, pero perdurable, del «Nocturno diferente»:9
88
y a golpes de silencio yo apuraba tu júbilo.
(«Irnos por este enorme camino innumerable,
sin conciencia del tiempo, detrás de nuestras ansias!»)
Notas
1
Tiempo. La Habana, 10 de diciembre de 1940.
2
Alejo Carpentier. Conferencias. La Habana, Editorial Letras Cubanas,
1987, p. 181.
3
Ibid., p. 59.
4
Alejo Carpentier. La ciudad de las columnas. Barcelona, Editorial Lumen,
1970. Reproducida en A.C., Ensayos, Editorial Letras Cubanas, 1984,
p. 41, de donde tomamos las citas seleccionadas.
5
José Lezama Lima. Poesía completa. La Habana, Editorial Letras Cuba-
nas, 1985, p. 662.
6
Ibid., p. 651.
7
Verbum. La Habana, a. I, No. 2, jul.-ago. 1937, pp. 26-28.
8
Ángel Augier. «El puerto, o la poesía diversa». Ellas. La Habana, diciem-
bre, 1946.
9
Ángel Augier. «Nocturno diferente», en Canciones para tu historia. La
Habana, Imp. Úcar, García y Cía., 1941, p. 46.
89
XII
Tytodalapoesía
oda la ciudad
L a ciudad donde hemos nacido o ha transcurrido en ma-
yor proporción nuestra vida es parte tan íntima de ésta, que sus
calles, sus barrios, sus casas que alguna vez fueron nuestras tan-
to como suyas, no cesan de vivir en el recuerdo, sumergidos como
manantiales subterráneos que a veces fluyen a la superficie im-
pulsados por la nostalgia. Así evoca Fina García-Marruz (1923)
su casa en la habanera calle Neptuno, y el barrio, en cuatro
sonetos,1 de los que transcribimos el primero y el último:
EN NEPTUNO
93
Ven conmigo a cruzar, desconocido,
la calle nuestra. En la panadería
hablando todavía estoy contigo.
...tintineaban
la campanilla del tranvía, subiendo
por los comercios de Neptuno
94
y aún años más atrás; las calles
con charcos de charol y hojaldre
de la merienda, los neblinosos
cristales de la máquina lluviosa
bocetando fachadas de oscuros desniveles,
balcones bajos de copones curvos,
mágicos entresuelos,
casas que ostentan aún el año
de su construcción; me devolvían
el cuarto antiguo
el propio ser que abriga
su pobreza, como una paz dichosa
y quieta. Por la larga escalera
reclinada en la sala, por sus blancusos
escalones manchados de pintura,
daban lechada a las paredes de mi casa.
Tallet, mientras hablábamos.
Y era otra vez la luz entrada
de las diez y las once, por los barrios
del centro de La Habana. (Esa hora
es otra bien distinta en los repartos,
otra luz, otro aroma).
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
95
de la playa algo hirsuta, la broma
de los portales, el muy serio
danzón en la azotea,
La Habana que inventó Carlos Miguel3
(la otra es española
o norteamericana), la del león
del Prado y la dorada
cúpula del Capitolio, la del muro
del Malecón y de la Carretera
Central (con sus pulgadas
robadas a los lados),
La Habana del Mercurio revolando
entre los rosetones y volutas
de los Centros Gallego y Asturiano,
como fachadas de teatro,
la del ala ligera, el cielo bajo,
la del tiempo que empieza
en la redacción de los periódicos
y acaba entre las mesas
de café y mármol blanco.
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
EL MERCADO DE CRISTINA4
96
¡Oh solemnes, oh familiares, leves!
Esta plaza soleada los retiene
tal como eran entonces: se han quedado
LA PLAZA DE ARMAS5
(Fragmentos)
I
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
¿Has recogido
la desolación de la tarde
en sus azules desgarrados,
en el rosa suave del viento frío?
¡Ah! Entonces tú puedes entrar
no al paseo,
no al enunciado de ópalo,
sino al trastorno raro
de la Plaza,
y llegar hasta allí,
donde las garzas de los grises
abundan bajo la lluvia
y cruzan y picotean tu aniquilamiento!
97
II
III
98
¡Los niños
se tornan raudos, gráciles, sacuden los verbos
fríos, ateridos del hombre,
salen a jugar, danzar, reír, en prodigioso ir!
Alguien silba.
El sol cae
entre un verdoso y un ocre
lento,
cauteloso.
Una musiquilla
mordisquea,
defiende
el marco encendido
del jamás.
Yo no deseo alcanzar
otra hora más morada y sentenciosa.
¡Dame aquella torre de delirios, aquel humo.
Espera.
Esperar
es bello. Siéntate.Mira, vaga. Recoge
aquella onda lejana y sola!
99
volcadas de primorosa danza,
con sacudimiento de saludos hondos!
¡Oh, tú de estatuas
guardas el hechizo
de dos poetas
que cantaron
sus éxtasis,
coronando
sus sienes
de anémonas
y estefanotes!
¡Oh, no me des los arcos
de los violines marciales,
los heraldos de los cobres y amarillos
trepando la zarza inmemorial!
¡Dame la noche fantástica
con tus árboles
como pájaros alucinados
posados en la niebla
venturosa.
Y las deidades latinas
amparadas en un hondo velo
de silencio y de muerte!
¡Las sibilas que un día
salieron de la piedra,
que se quedaron suspendidas
en un arpegio auroral,
sonríen y dibujan
cartas marinas, campánulas y asfodelos,
bajo el viento rosado de la noche,
mientras un verdoso tinte de la luna,
cae, todavía indeciso de la frente
de la mirada del verbo que reclama!
100
y satírico recorrido desde el barrio de Lawton hasta otros céntri-
cos de la ciudad, y del que sólo queremos dar simple referen-
cia en esta selección. «Plaza de Armas» aparece en otra sección
del libro; en este texto, como en el anterior del mismo título de
Cleva Solís, el autor no describe el paisaje, sino que sintoniza
su sensibilidad con él, con sus elementos estéticos e históricos,
y deja fluir sus emociones, impresiones, recuerdos, en un verso
signado por el hermetismo propio de los misterios de la poesía:
PLAZA DE ARMAS7
Vengo
con ese hombre húmedo, de pie negro
que me frota, que toca esa puerta
101
y llevaba una cesta de panes al resisterio del Sol
y un aviso
que olvidamos
por el que debió morir al caer la noche.
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDAD8
102
con alba ungimos ya los ojos de los seres,
con frescos nombres ungimos su
tiempo resplandeciente.
103
de la sed; su creciente
cinturón es la noche:
debajo el cielo, más bella aun que el cielo la ciudad!
Y sobre la ciudad el transparente vuelo de las palomas.
104
la fresca sustancia antigua a nuestra boca;
y el pescador padre de aguas
extrayendo del fondo nocturno
la plateada cuerda de la vida;
y el juez de sitios y costumbres, distribuidor de
las satisfacciones,
y el panadero hermano de corderos,
y el que ata formas para recibir la luz,
y el que maneja el fuego de frente, y el minero
que se oscurece para sacar el día,
y el soldado que cuida las formas a la patria,
y el que inventa los nuevos oficios de la vida,
y aquel que con extraño oficio
y paso desconocido a nuestro oído,
con voz oculta en nuestras calles,
maneja noche, alza espacios a que la vida quepa,
hace volar nuestros ojos.
Saludos
a los que han puesto la belleza, nombrado espejos
a la sed de los ojos, a la alegría del hombre!
Nombres interminables como el sueño
A ellos salud!
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
105
agarrarse al instante, afincarse contra la muerte.
Y cuántas desventuras
y cuántos ojos apagados
chorrean de los nombres!
106
No podía faltar en la poesía de la ciudad la íntima vincula-
ción con el sentimiento amoroso de las calles y sus topónimos y
también de los medios de transporte y comunicación. Salvar la
distancia que nos separa del ser amado suele ser tarea difícil,
de placer y ansiedad al mismo tiempo. El poeta residía en la
barriada viboreña de Santos Suárez, y para llegar al hogar de
la novia debía hacer largo recorrido hasta la calle Galiano. Afor-
tunadamente, la Ruta 14 de los Ómnibus Aliados propiciaba el
viaje directo hasta la dicha: Calzada de Jesús del Monte, aveni-
da de Infanta, calles Benjumeda, Belascoaín y Zanja hasta des-
embocar en la de Galiano. Era recorrido rutinario de miles de
personas que no dejaron huella alguna de esa aventura coti-
diana, privilegio sólo reservado al milagro del amor y la poesía,
atributos unidos en una pareja excepcional Cintio y Fina
amada y admirada por nuestro pueblo. Bello poema el de Cintio
Vitier (1921), incluido en su libro Testimonios (1968):
EL ACORDEONCITO
(Ruta 14)
107
más rápidos cada vez hasta caer
por la vaga y siniestra Zanja de los chinos,
y desembocar, al fin, sanos y salvos,
en la sencilla feria voluptuosa de Galiano,
preludio ameno, siempre repasado a pie,
de la secreta dicha,
108
bocacalle marina, junto a la droguería
Danhauser, con nombre de ópera.
Pequeños comercios de la calle transversa.
Campanillas del tranvía, entre la madrugada.
Ruido de la puerta de hierro de la carnicería.
Descascarados rosa y verde pálido
de la alta pared. Sombra amiga del libro
sobre el asiento de pajilla.
Almidón de los trajes colgados
en la lavandería de los chinos
(y el medio de galleticas de plátano).
Fuerte olor de algas podridas, costas.
Olas blancas batiendo el oscuro arrecife.
Y entre los azulejos verdiblancos,
el pescado en la gran pesa romana.
Cine Neptuno de los pastelillos.
Larga calle de Águila. Se «realizan» telas.
Tablas de «se alquila» en el balcón.
(Pasa el camión de la mudanza.)
LA NOBLE HABANA
109
pierna y botín robustos
y pecho de paloma?
¿Por qué, conquistadora,
sobre los raros farallones
de desiguales ángulos
te empinas, desdeñando
abajo el foso oscuro de las aguas?
Castillo de la Fuerza,
Giraldilla,
tu donaire y victoria.
Notas
1
Fina García-Marruz. Visitaciones. La Habana, Ediciones Unión, 1970,
p. 105.
2
Ibid., p. 115.
3
Alusión al Secretario de Obras Públicas del régimen de Machado (1925-
1933), Carlos Miguel de Céspedes, y su gigantesco plan de obras públi-
cas que lo enriqueció fraudulentamente.
110
4
Fina García-Marruz. Ob. cit., p. 109.
5
Cleva Solís. Los sabios días. La Habana, Ediciones Unión, 1984, p. 77.
6
Ibid., p. 81.
7
Mario Martínez Sobrino. Cuatro leguas a La Habana. La Habana, Edi-
ciones Unión, 1978, p. 93.
8
Francisco de Oraá. Con figura de gente y en uso de razón. La Habana,
Ediciones Unión, 1969, p. 147.
9
Ibid., p. 133.
111