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La Nueva Cuentistica en El Salvador

(avance) sobre las nuevas narrativas en la literatura contemporánea salvadoreña. En este avance, se hace una aproximación desde la narrativa del miedo y la narrativa de la violencia.

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(avance) sobre las nuevas narrativas en la literatura contemporánea salvadoreña. En este avance, se hace una aproximación desde la narrativa del miedo y la narrativa de la violencia.

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La narrativa del miedo y la narrativa de la violencia en la nueva cuentistica

salvadoreña

Por: Rodrigo Gálvez

Introducción:

En este artículo me propongo a analizar la nueva cuentistica salvadoreña, desarrollada

por autores que no fueron testigos directos de la guerra. Este acercamiento se hará bajo lo

que he denominado la narrativa del miedo y la narrativa de la violencia. Estas dos formas

narrativas marcan un nuevo punto de partida para ver más de cerca las nuevas tendencias

literarias en un contexto diferente al de la posguerra.

Abstrac:

In this article I propose to analyze the new Salvadoran short story, developed by

authors who were not direct witnesses to the war. This approach will be made under what

was called the narrative of fear and the narrative of violence. These two narrative forms

mark a new starting point to take a closer look at new literary trends in a different context

than the postwar one.

Palabras clave:

Nueva cuentistica-miedo-violencia.

Keywords:

New story-fear-violence.
.

1.0. De qué hablamos cuando hablamos de narrativa

actual en El Salvador

Los estudios y la crítica literaria salvadoreña entienden por literatura actual a todas

aquellas obras publicadas por autores que vivieron la guerra y que escriben sobre las

implicaciones de esta en un periodo de paz- la llamada literatura de posguerra- y aquellos

autores que en sus ficciones presentan temáticas relacionadas a las nuevas manifestaciones

sociales: identidades de género, papel de la mujer, discriminación, etc.

En el primer caso, la literatura de posguerra, es decir, aquella que “está determinada

por una serie de elementos extraliterarios como el fin de la guerra, la firma de los acuerdos

de paz, los procesos de democratización […], el nuevo entorno internacional y la

acumulación histórica, política, económica y social” (Escamilla, 2011). Ha sido, quizá, el

centro de mayor atención por parte de los estudiosos de la literatura y no es para menos,

puesto que, esta etapa marca un antes y un después en la historiografía nacional, debido al

rompimiento de la narrativa militante y testimonial (Villalobos, 2013), propia de la guerra.

De allí que autores como Escamilla, Wallner o Cortez tengan un interés particular en la

literatura de posguerra ya sea para definir el protagonista de la novela de este periodo o ya

sea para analizar y proponer una teoría literaria de la misma- como Cortez en la estética del

cinismo- o para abordar el problema de periodización literaria frente a las narrativas de

posguerra. Si bien cada uno de ellos tienen intereses muy bien definidos, todos se mueven

bajo un mismo espacio-tiempo temático.


En este sentido, los autores que han sido abordados por los estudiosos se vuelven una

constante dentro de la comunidad académica, a tal punto de convertirse en escritores

fetiches para análisis en tesis, artículos o ensayos. Dentro de ese grupo de literatos se

pueden mencionar: Horacio Castellanos Moya, Jacinta Escudo, Rafael Menjivar Ochoa,

Miguel Hueso Mixco estos y otros autores.

Por otra parte, el interés por escudriñar en la literatura nacional- en especial la

narrativa- desde los enfoques de genero ha contribuido a la inclusión de nuevos autores que

se arropan bajo la etiqueta de actuales, esto por el hecho de abordar en sus novelas y

cuentos, temáticas ligadas a las nuevas identidades, a tal efecto, se da un giro en los análisis

literarios. Se pasó de estudiar los personajes y temáticas propias de la posguerra a indagar

sobre el papel de la mujer en la novela o las manifestaciones LGBTQ+ dentro de las

mismas, si bien es cierto, estas teorías literarias no solo se enfocan en la narrativa

contemporánea, sin embargo, se ve con más frecuencia el interés por estudiar a autores

como: Claudia Hernández y Mauricio Orellana Suárez, quienes pasan a ser el epicentro de

estas tendencias. Cabe señalar que dentro de esta línea de investigación se incluyen a

autores antes mencionados- Jacinta Escudo y Miguel Hueso Mixco-.

Lo anterior da un brevísimo panorama sobre los dos momentos actuales de la narrativa

nacional, sin embargo, en este artículo se presentará un nuevo enfoque, centrándose en

aquellos autores jóvenes que reflejan en su narrativa- cuentos- dan una nueva visión de

mundo y que parten de otro momento sociohistórico.

En tal sentido, en este texto se entenderá como narrativa salvadoreña actual a toda

ficción- cuentos en este caso- escrita por autores que no fueron testigos directos del

conflicto armado, es decir, que nacieron posterior a los acuerdos de paz y que sus cuentos
se vean influenciados no solo por elementos extraliterarios gestados en el país hacia

principios del siglo XXI - dolarización, surgimiento y apogeo de las pandillas, nuevas

ideologías-, sino que estén en consonancia con aquellos globales, esto es, a parir de

momentos que marcan este nuevo período histórico, que comienza con los atentados del 11

de septiembre (Armando y Scalerandi,2012 ), el auge de internet y las redes sociales, la

crisis financiera, etc.

A partir de estas directrices, se analizarán las propuestas narrativas de los escritores:

Michelle Recinos, Geraldina Días, Luis Contreras, Pedro Romero Irula y Jorge Mercado,

cabe mencionar que algunos de ellos aún no han sido publicados bajo ningún sello editorial,

sino que lo han hecho en revistas literarias, digitales, o blogs. Mientras que otros han sido

incluidos en antologías de nuevas voces de la narrativa salvadoreña. Otro aspecto a destacar

es que a ninguno de ellos- lógicamente por no ser tan conocidos y ser muy jóvenes- se la

dedicado ningún tipo de estudios, por lo que este será el primer acercamiento estrictamente

académico a la obra de ellos.

Tal aproximación se hará a partir de un aspecto primordial, bajo lo que he denominado

narrativas del miedo y narrativas de la violencia.

La propuesta teórica acerca de la narrativa del miedo y de la narrativa de la violencia,

partirá de lo estudiado en los cuentos: “La flor que sonríe” “5:57 p.m.” de Michelle Recinos

“Escritor sin nombre” de Geraldina Díaz, “Buenas personas” de Luis Contreras”, “Los días

de la sed” de Pedro Romero Irula y “Morir en llamas” de Jorge Mercado.

2.0. Hacia una narrativa del miedo y de la violencia

2.1. La narrativa del miedo


[…]porque la fuente del miedo está en el porvenir
y el que se libera del porvenir no tiene nada que temer
Milan Kundera

En el año 2017 fue traducido al español el libro “La sociedad del miedo” del

sociólogo alemán Heinz Bude, en el texto Bude estudia la sociedad moderna a partir de una

de las propiedades inherentes al humano: el miedo. En palabras del autor “el miedo es un

concepto que recoge lo que la gente siente, lo que es importante para ella, lo que ella espera

y lo que la lleva a la desesperación” (2017, pág. 12), si bien es cierto esta sensación no es

propia de nuestra sociedad actual- en cada época se manifiesta-, sin embargo, ante las

transformaciones aceleradas en las que el hombre de ahora se desenvuelve, el miedo se

hace más latente.

Y es que el miedo forma parte de la cultura contemporánea, puesto que se está ante

una cantidad masiva de acontecimientos que impactan con mayor velocidad, y esta presente

en todas las clases sociales, en este sentido, Bude (2017) habla de varios tipos de miedo

“[…] miedos escolares, miedo a un atentado terrorista, miedo al empobrecimiento, […]

miedo al pasado, al presente y al futuro” (pág. 10). Un aspecto a tomar en cuenta es que

ninguno de los miedos es injustificado, no hay manera de rechazarlos, solo de manejarlos y

disiparlos

Siguiendo la línea del sociólogo alemán, se puede advertir que el miedo también está

presente en la literatura, en tal sentido, la narrativa salvadoreña actual tiene este

componente dentro de su construcción. Por ejemplo, en los cuentos “La flor que sonríe” y

“El escritor sin nombre” de las autoras, jóvenes, salvadoreñas Michelle Rodriguez y
Geraldina Díaz, respectivamente, hay una manifestación de miedo en las relaciones

amorosas–miedo al amor, que según Bude forma parte de nuestra sociedad.

Probablemente, los sujetos crean que el amor rompe y sea una escapatoria para el

miedo, no obstante, resulta ser lo contrario y es que las parejas viven pensando en si el otro

lo ha aceptado, entretanto “una idea fija en el otro puede poner de golpe todo en juego”,

puesto que “[…] por un motivo mínimo o por una profunda decepción” (Bude, 2017, pág.

26) el otro puede ponerle fin a la relación, esto a pesar, de haber convivido por años o de

haber creado un lazo de dependencia. Es este miedo al rompimiento es lo que forja las

relaciones de parejas. De allí que a las parejas se vean en la necesidad de procrear hijos,

puesto que esto los mantendrá unidos, siendo un ente material el que construye el lazo, y ya

no un sentimiento subjetivo.

Un aspecto importante que se debe de tomar en cuenta y que es notable ahora en día,

es que existe miedo a involucrarse completamente en una relación, lo que produce que los

sujetos entablen lazos a partir de relaciones coitales, pero que no sea vinculante bajo ningún

termino al otro, así mismo, el amorío puede transformase en enfermizo, ya que las

relaciones se basan en el miedo a la libertad (Bude, 2017), por lo que se busca cualquier

medio para aferrarse a ella.

Lo antes mencionado se refleja en un pasaje de “La flor que sonríe”, en donde dos

amantes, una niña y un hombre con familia, se reúnen para platicar:

— Es que quiero decirle algo bien importante.


— A ver.
— Pero…
— ¿Qué?
— No.
— ¿No qué?
— casi susurró esa frase.
— No.
— ¿Me voy?
— No.
— Dígame.
— Tengo miedo.
— ¿Qué dice?
— Que tengo calor.
— También yo y aquí estoy.
— Dígame.
[…]— No sé por dónde empezar.
— Dígalo –presionó mi pulgar —como le salga.
— No se vaya a enojar.
— No.
— No sé cómo decirlo.
— Yo estoy listo.
— Yo también estoy lista.
— ¿Entonces?
— Estamos listos. ¿Y por qué no vamos?
— ¿A dónde?
— Dígame.
— No sé cómo decirlo.
— Como salga.
— Hace días que mi hermana no para de llorar.
— ¿Es sobre su hermana?
— Y no me quiere contar.
— No pensé que fuera sobre su hermana.
— Y yo tengo miedo. Y me gusta.
— ¿Le gusta que llore?
— No.
— ¿Qué le gusta?
— Nada.
— Diga, ¿Qué le gusta?
— No dije eso.
— Bueno (Rodriguez, 2020, párr. 43-96)

Como se observa, ambas partes manifiestan sus temores, en el caso de la protagonista

se nota el miedo a que el hombre le ponga fin a la relación, pues piensa que para eso ha

sido citada, por su parte, él manifiesta miedo a involucrarse de lleno en la relación, por ello

se muestra evasivo y finge no comprender las palabras de la chica. Ante esto, y al estar en
un punto de quiebre frágil, los dos intentan unir lazos por medio de relaciones sexuales, sin

embargo, ninguna de las partes concreta nada.

Mientras que en “El escritor sin nombre” se puede observar el fin de una relación

enfermiza y que, a pesar de haber llegado a su fin, el personaje principal intenta mantenerse

ligado a su pareja, por medio de la escritura:

Ya pasó bastante tiempo y lo de ellos no duró mucho, pero de eso sí se

lamentaba […] Decir que lloraba por corazón roto era su mentira favorita para

llamar la atención de ella y cualquier otra víctima con cinco pesos en la bolsa.

[…]Eso sí, está completamente seguro de que algún día, cuando su cara esté

aplastada en los libros de lenguaje y los publicados por alfaguara, ella va a entender

que es parte de la gran revolución literaria, le agradecerá y pedirá perdón por todo el

daño que le hizo y el que nunca le hizo también. (Díaz, 2021, párr. 5-9)

En este relato llama la atención que, mientras el personaje intenta volver a ser parte del

otro mostrando miedo a la libertad que produce la ruptura amorosa-, ella busca recuperar su

libertad “La pobre mujer siempre caminaba viendo para abajo en busca de un trébol de

cuatro hojas, todo para jugarle a la suerte y pedir que su vida volviera a ser suya y no de ese

maje pajero” (Díaz,2021, párr.11). Sin embargo, no termina por desvincularse del todo,

puesto que aun lidia con el pasado.

El miedo a las relaciones con el otro también se manifiesta dentro del seno familiar,

padres con hijos, por ejemplo, lo que produce que exista dificultad para desprenderse

emocionalmente, al respecto señala Bude (2017): “Las expectativas de una disminución, de

una pérdida o de un daño causan miedo, pero igualmente lo causa la percepción de un


desbordamiento” (pág. 85). De allí que siempre exista el miedo latente de una madre o de

un padre a que su hijo abandone el hogar cuando este crezca.

En “5:57 p.m.” de Michelle Recinos se observa como dentro de la relación madre-hija,

se gesta dicho temor, a tal punto que la madre es impactada emocionalmente por la partida

de su hija- quien decide irse de la casa para recolectar colillas de cigarro-, este suceso la

lleva a un punto depresivo:

Despertó y ya no estaba confundida […] Se abrazaron por casi dos minutos. Su

madre le había enseñado que, al dar un abrazo, una tiene que ser la última en soltar a

la otra persona. Nunca se sabe qué tanto necesita alguien un abrazo. Ahora ella era

la madre, y entonces le enseñó lo mismo a su hija y ahí estuvieron las dos, sin

soltarse, hasta que la hija le dijo que era hora de irse. Que no era bueno salir tan

tarde. ¿Qué vas a hacer vos?, le preguntó. Yo me voy a dormir, contestó.

(Recinos,2020, párr.1-18)

El fragmento deja en evidencia el vació en el que cayó la madre, además de desarrollar

un trastorno depresivo- reflejado en quedarse dormida- que la achaca constantemente. Si

bien, la madre intenta sobrellevar tal situación, no puede desprenderse del todo, puesto que

sabe que su existencia se ha ido junto con la joven:

[…] pero recordó que ella se había llevado el interruptor del foco de la sala.

Descubrió, a base del tacto torpe de su mano deslizándose por las paredes de

ladrillo, que se había llevado todos los interruptores de la casa.

Llamó a la compañía de energía. Una muchacha de unos veintitantos contestó

la llamada del otro lado de la línea. El tono de su voz solo dejaba espacio a dos
posibilidades: o estaba a punto de acabar su turno y la llamada de ella le retrasó la

hora de salida o estaba a punto de empezar su turno y la llamada de ella fue la

primera de la jornada. Tengo un problema, le dijo, no hay un solo interruptor en esta

casa. (Recinos, 2020, párr.19-20)

Al hacer una lectura minuciosa de esta parte del relato, se deduce que los interruptores

simbolizan más que un artefacto que le permite encender la luz, más bien, debe de

interpretarse de la vida que su hija le inyectaba a su existir y, que, al irse de la casa, también

se lleva con ella la esencia de su mamá, ya no son varios los artefactos que enciende su

vida. Ahora solo hay uno y es la esperanza que su hija vuelva, ya que ella misma se lo dijo

antes de largarse:

— Ya sé

— ¿Qué?

— Qué voy a hacer con las colillas.

— A ver.

— Las voy a guardar en un bote de vidrio. Y te lo traigo de recuerdo. (Recinos,

2020, párr. 13-17)

En cada una de las muestras presentadas, se pone en evidencia como el miedo es un

elemento muy marcado dentro de la trama y a la vez, hace que los personajes actúen e

interactúen en ella de una forma u otra manera, siempre movidos por esa sensación.

2.2. La narrativa de la violencia

No se puede vivir, de una forma decente.


Ya no somos nación. Ahora somos el Reino de los Delincuentes

Luis Aguilé

Sin duda alguna, la violencia es uno de los elementos con mayor presencia dentro de la

narrativa contemporánea salvadoreña- tomando como literatura contemporánea a aquella

escrita después de la guerra-. Los estudios literarios, que se mueven dentro de este terreno,

han arrojado muestras claras de como la ficción de posguerra ha sido influenciada por este

fenómeno.

Para Cortez (2012) la violencia dentro de la narrativa centroamericana de posguerra se

manifiesta en los espacios urbanos, además agrega que “la ciudad es también un espacio

violento donde el poder del estado es cuestionado cotidianamente y donde hay una

completa ausencia de seguridad personal” (2012, pág. 231). Este panorama que traza la

estudiosa se puede entender a luz de los hechos históricos acaecidos durante la guerra, y es

que fue en dicho periodo en donde el tejido social se fue degradando constantemente, a tal

punto que después de la finalización del conflicto armado la convivencia e interacción de

los individuos con el nuevo sistema “pacifico” no termino de calar, pues lo que se había

vivido les había afectado su psique.

A este respecto, los sujetos seguían moviéndose en un ambiente hostil, plagado de

incertidumbre y en donde la violencia infectó e impactó con mayor fuerza a la ya

desgastada sociedad, se puede decir que se pasó de una violencia radical- pues durante la

guerra había objetivos claros por los que pelear- a una carente de sentido, a lo que Arendt

de nominó como la banalidad del mal.

Para Arendt el mal radical “elimina todo rasgo humano de los individuos”, además

“[…] convierte en superfluos a los seres humanos, los vuelve prescindibles,

intercambiables, desechables” (Wagon, 2004, pág. 4), si bien es cierto Arendt se enfoca en
los gobiernos totalitarios, como por ejemplo el gobierno nazi que por medio de los campos

de concentración deshumanizaban a los judíos o a cualquier persona que se opusiera a sus

ideales, sin embargo, lo anterior se puede contextualizar dentro del periodo bélico

salvadoreño, en donde los bandos participantes rompieron con la esencia individual y

colectiva, esto debido a la violación de los derechos humanos.

La atmosfera de violencia en aquella etapa era justificada por el objetivo de eliminar

las injusticas sociales- en el caso del bando guerrillero- o por la necesidad de repeler a los

subversivos quienes atentaban contra la integridad del estado. Todo este pandemonio fue

directamente proporcional al actuar de las personas, quienes resentían los efectos de tal

escenario en su vida diaria, se volvieron seres miedosos, depresivos, violentos.

La situación parecía que iba a ser distinta con el fin de la guerra, sin embargo, el

panorama se pintó de otra manera, puesto que los cambios sociales iban acompañados de

efectos colaterales, el cambio de la moneda, las políticas privatizadoras- en cuanto a lo

nacional- y los sucesos globales impactaron grandemente a los sujetos que recién habían

dejado de lado un proceso convulso o al menos eso parecía.

Es este contexto en donde se gesta un fenómeno mayor: la violencia sin sentido, hija

de un estado que hizo poco o nada por reparar el daño psicosocial que heredo la guerra. Así

pues, se dejó el camino perfecto para que el mal banal infectara un sistema inmunológico

debilitado.

La banalidad del mal en palabras de Wagon (2004) “es un nuevo tipo de mal que se

caracteriza por su falta de reflexión y de compromiso ideológico” (pág. 2004), esto es, el

mal dejo de ser promovido por un estado o por alguna ideología totalitarista, ahora es parte

de aquellos que actúan sin ningún motivo, esto por la pérdida de la reflexión, del

pensamiento propio.
Para Cano (1999):

La gran importancia del pensamiento en la vida privada y pública no radica en

garantizar actuar bien, ni en alcanzar definiciones universales de algún ideal pero sí

garantiza una actitud escéptica, que vale lo suficiente para cuestionar criterios

banales de muchas ideologías y prejuicios que pueden llevar al egoísmo indolente,

al ensimismamiento inerme o peor aún, a la crueldad (pág. 13).

Al analizar estas posturas dentro del contexto literario salvadoreño, contemporáneo, se

puede determinar que el mal banal no forma parte de la ficción de posguerra, y es que, la

literatura escrita después del conflicto bélico muestra más la presencia de la perversidad

radical, por ejemplo, en la novela “el arma en el hombre” de Horacio Castellanos Moya, el

protagonista, Robocop, mantiene el instinto asesino aprendido en las filas del ejército. En

dicho caso, se puede decir que se sigue moviendo bajo una idea implantada durante el

conflicto, es decir, sus intenciones sanguinarias son efectuadas bajo un pensamiento

trastornado, además Robocot deshumaniza a sus víctimas, pues las ve como un objetivo

más que desechar.

El panorama cambia al analizar la ficción escrita por autores jóvenes, es allí donde la

banalidad del mal aflora. En concreto, esta maldad se observa claramente en “los días de

sed” de Jorge Mercado. El relato muestra a un grupo de jóvenes mujeres que han sido

secuestradas y encerradas en un lugar lúgubre, lo interesante del relato es que luego de

pasar un tiempo allí una de las jóvenes decide asesinar a Eloísa- quien dentro del cuento es

la que pasa llorando y lamentándose al punto desesperar a las otras- “[...]Eloísa chillaba

cuando la apuñalaba. Estos nuevos alaridos eran diferentes a los que ya nos tenía

acostumbradas. Iban acompañados de agonía, nos recordó que todavía estábamos vivas”

(Mercado,2017, párr.7), esta declaración de la asesina pone en evidencia como la falta de


pensamiento- por el contexto en el que se encontraban- lleva a que se cometa una atrocidad,

y es que la sangre de la occisa sirve para aliviar la sed. Además, este relato termina con las

palabras de la chica “[...]La puerta de nuestra jaula se abrió después de que Eloísa terminó

de desangrarse. Nos dejaban en libertad, se habían salido con la suya, lograron lo querían”

(Mercado,2017, párr.8), es decir, que los hombres- unos monjes- que las pusieron allí son

parte de una sociedad irracionalmente violenta que exige que el otro deje de pensar y sea

parte de esa colectividad.

El cuento de Mercado deja en claro que la violencia ya no se reduce a hechos aislados,

más bien, forma parte inherente del ADN social, que cubre cada sector, en tal sentido- al

igual que con el miedo- la violencia no distingue clases, edades, sexo. Toda persona que

interactúe en dicho medio, será recargada con fuerza negativa, inhibiendo las facultades

propias humanas, a tal punto de actuar como verdaderos monstruos.

En “Buenas personas” de Luis Contreras, el protagonista se autodefine así: “yo

también soy un monstruo, por eso mi madre murió cuando nací, por ver que su hijo también

salió monstruo” (Contreras, 2018, párr.2), si bien él intenta sobrellevar su autoconcepción

atribuyéndole esa etiqueta a su abuela y padre, no tarda mucho en convertirse por completo:

[…] justo cuando tenía la palma de la mano abierta (a dos centímetros del

pedazo de vidrio) y lista para agarrarlo con cuidado y meterlo en la bolsa, se la pateé

fuertemente para herirla lo mejor posible. Gritó algo inentendible en su primer

idioma y después volteó a verme y gritó, en nuestro idioma: ¡sos un monstruo! Dejé

que se empezara a levantar y, cuando tenía una posición como de estar rogándome

que tuviera misericordia de Dios por su vida, agarré el tenedor que había dejado

tirado y se lo clavé en el lado izquierdo de su cuello antes de que ella pudiera decir
algo más. La sostuve y me vio con la cara de querer decirme algo. La dejé en el

suelo, acostada (Contreras, 2018, párr.11)

El crimen que comete el protagonista no le altera en nada, sigue siendo él, en un mar

impetuoso en donde una muerte a sangre fría no representa nada, puesto que forma parte de

la cotidianidad y se convive con ella, tal y como queda claro cuando el personaje

manifiesta: “mi hora puede volver algún día de estos y agarrarme desprevenido. Mientras

tanto, seguiré siendo un buen hijo de Dios. Mr. X, ahora, tiene dos cadáveres para escarbar

cuando salgamos al parque. Si alguna otra persona quiere estar dentro de la lista:

bienvenida sea” (Contreras, 2018, párr. 12)

Por otro lado, la violencia banal altera la psique de los individuos, transformando su

realidad y cambiándola a una alternativa en donde la moralidad desaparece, el respeto deja

de ser parte del componente humano, por ello en “morir en llamas” de Jorge Mercado, el

deseo carnal por un muerto invade a los dos protagonistas “Su cuerpo sin vida permanecía

con la belleza intacta, la visión de sus inflamados pechos luchando por reventar el escote

nos quemaba de lujuria y el apetito de estrujarlos nos carcomía a los dos. Lo sé porque lo vi

en los ojos de mi hermano” (Mercado, 2018, párr. 2). El cuerpo sin vida sigue manteniendo

el eros, la falta de reflexión, de pensamiento, por parte de ambos los hace actuar de manera

irracional, al punto de violar el cuerpo “[…]pero la imagen con que me encontré me

produjo asco, no por el hecho de ver a mi hermano follando a la muerta, martillándola con

desenfreno, sino porque no era yo el que estaba en su lugar, porque no fui yo el primer

hombre en su muerte” (Mercado, 2018, párr.5).

Finalmente, cabe señalar que la violencia banal libera el instinto asesino, lo oculto por

el incomprensible actuar humano.


Conclusiones

La propuesta narrativa de los escritores jóvenes- no canónicos- plasma una nueva

visión de mundo que dista mucho de la producción literaria desarrollada dentro del periodo

de la posguerra. En este sentido, la nueva cuentistica salvadoreña va más allá de la

problemática social y se deja influenciar por los acontecimientos globales.

El mundo altamente globalizado, con acontecimientos con alcances inmediatos, hace

que se gesten nuevos paradigmas literarios, dentro de desarrolla aquel en donde el miedo

impera dentro del desarrollo narrativo, construyendo un momento normal en todo un suceso

incierto que hace actuar a los personajes con temores y que a la postre repercute en su

psicología.

La violencia que se muestra dentro de los relatos analizados en este artículo, refleja el

sinsentido de la misma, en donde el crimen no posee motivo alguno y es perpetrado por

individuos carentes de autorreflexión, esto producto de una sociedad que ha banalizado el

mal, al punto de convivir con él, normalizándolo y permitiendo la creación de seres

violentos dispuestos a todo.


Bibliografía

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