Historia de los Derechos Humanos y Garantías
Juan Antonio Travieso
A mis padres
Héctor Travieso y Felisa Orsi.
Juan Antonio Travieso es abogado y Doctor en Derecho y Ciencias Sociales por la
Universidad de Buenos Aires, Investigador Principal del Instituto de Investigaciones Jurídicas
y Sociales Dr. Ambrosio Gioja, Profesor Titular Regular de Derecho Internacional Público y de
Derechos Humanos y Garantías ambos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la
Universidad de Buenos Aires. Profesor de Derecho Internacional Público de la Universidad del
Museo Social Argentino, Consejero Superior de la Universidad de Buenos Aires y Consejero
Directivo de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, ex
Presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires,
Asesor del Congreso Nacional, Jefe de Gabinete del Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos y Director Nacional de Protección de Derechos Personales. Ha publicado más de
cien artículos y seis libros. Ha dictado cursos y conferencias en la Argentina y en el exterior.
Tiene premios nacionales: Premio Universidad de Buenos Aires y Premio UNESCO/Fundación
El Libro, 1995.
SUMARIO
Capítulo I
El mundo antiguo hasta el siglo XV
Capítulo II
Los tiempos modernos
Capítulo III
La aceleración de los Derechos Humanos
Capítulo IV
La desaceleración de los Derechos Humanos
Capítulo V
El retroceso de los Derechos Humanos
Capítulo VI
La internacionalización de los Derechos Humanos
Capítulo VII
Los Derechos Humanos inconclusos
Capítulo VIII
Los Derechos Humanos en la Argentina
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
En nuestras Cátedras de Derechos Humanos y Garantías y Derecho Internacional Público de la
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, sentimos los ecos de los
debates que hemos planteado. En nuestros viajes seguimos recolectando historias de hombres, mujeres y
niños que son los protagonistas verdaderos de esta historia que siempre será actualizada y revisada.
Revisar y actualizar es tomar partido por un libro abierto al debate y a la crítica, opuesto a la
cristalización. Entonces escribir el libro es condición necesaria, pero no suficiente. El libro está para ser
leído y discutido. El libro es para provocar, no para dormir en las bibliotecas. Entonces, la escritura se
transforma en obsesión, y el propósito es que el libro se independice, que tome vuelo propio.
Esta historia se nos escapa de las manos. Ya no es nuestra. Ésa es una conclusión coherente: esta
historia es de todos. Los Derechos Humanos son de todos.
La Segunda Edición de un libro significa que el diálogo propuesto, la comunicación bi-direccional se
ha producido. Por eso, hemos actualizado y revisado la Primera Edición, manteniendo la frescura y
autenticidad original, para seguir compartiendo la complicidad autor-lector. Hasta nuestro próximo
encuentro.
Juan Antonio Travieso
PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN
El mejor premio de un profesor es que sus libros se lean, se generen ideas y se discutan en el ámbito del
debate. Desde nuestras cátedras de Derechos Humanos y Garantías y de Derecho Internacional Público
de la Universidad de Buenos Aires y otras universidades públicas y privadas, advertimos que este
volumen, libre de nuestros desvelos se escapa en el tiempo, y además pretende ser clásico, no por sus
méritos sino por la generosidad de los lectores.
Después de varios años, la complicidad que propusimos es un hecho. En más de una ocasión hemos
recibido muestras de afecto, críticas o incluso opiniones encontradas que nos han permitido experimentar
en carne propia el valor del pluralismo.
La Primera Edición la escribimos en un marco de entusiasmo y hoy experimentamos la misma sensación
en ocasión de esta Tercera Edición que hemos revisado y actualizado. Revisar y actualizar implica releer
y someter todo al peor y más estricto juez: la autocrítica personal.
Realmente en esta edición se mantiene la estructura original, pero hemos adecuado su funcionalidad
dentro de los nuevos interrogantes que se presentan en la sociedad nacional e internacional.
Nuevamente emprendemos el camino en esta misión conjunta de la lucha por los derechos humanos.
Juan Antonio Travieso
Marzo de 2005.
PRESENTACIÓN
Ortega y Gasset dijo alguna vez que la única certeza posible es la que nos brinda el
conocimiento histórico. En La Historia como Sistema, señaló que el presente es fugacidad y
transición, y el futuro, lo desconocido. Lo único que realmente podemos conocer es nuestro
pasado. Toynbee pretendió encontrar leyes históricas de aplicación universal buscando por esa
vía desentrañar lo indiscernible, porque si la historia estuviera sujeta a leyes relativamente
precisas, sería posible describir el porvenir.
Cualquiera sea el criterio con relación a esta cuestión, no hay duda alguna que el conocimiento
del pasado es una guía orientadora que nos permite intuir el sentido general de la marcha de la
humanidad. Las certidumbres acerca del mañana son imposibles, pero sabiendo lo que pasó
podemos anticiparnos en cierta medida a lo que vendrá. No se trata de una ciencia exacta ni
mucho menos, pero sí de una especie de brújula que nos encauza en medio de la tormenta de
los acontecimientos.
Por supuesto, hay que descartar la idea del avance rectilíneo, del progreso permanente e
inevitable, de la fatalidad del cambio positivo. Por el contrario, tal como lo describiera Vico
hace tantos años, los acontecimientos humanos son un “corso e ricorso” permanente, una
especie de oleaje ininterrumpido de sucesos que avanza y retrocede constantemente. Pero en el
fondo de ese caudal infinito de hechos, muy disimulado entre episodios, anécdotas, dramas y
heroicidades, hay algo que creemos real: la acción constante del hombre en pos de su propia
elevación. Aun en los más negros períodos de la historia, en medio de la guerra y la
destrucción, atisbamos chispas de grandeza que demuestran que la humanidad generalmente
aspiró a alcanzar un destino superior y que identificó esa superioridad con el plano moral.
No se trata tan solo de un concepto kantiano de lo moral. Tampoco, de una aspiración limitada
al núcleo privilegiado de quienes encuentran en el pensamiento trascendente la justificación de
su vida. Se trata de algo más simple, más sencillo, más general y más convocante: en el alma de
cada hombre, en el común, ordinario y muchas veces ignorante espíritu de cada hombre, existe
también un toque de divinidad que impulsa hacia la superación. Y este impulso provocó
efectos políticos, movimientos sociales, reclamos conmovedores, y en definitiva logró, poco a
poco y con mucho esfuerzo, que todos nos consideremos parte de una misma naturaleza
esencial que nos abarca y nos engloba. Esa perspectiva abarcadora, que considera a todos los
hombres como acreedores naturales del mismo nivel de protección, es la que encuentra en el
concepto de “derechos humanos”, la forma de especificar el valor protegido: la íntegra
personalidad de cada uno de nosotros, en tanto portadora de sacralidad.
En esta obra, los derechos humanos son al mismo tiempo el punto de observación y el objetivo
final. Su autor describe el progresivo avance hacia la aceptación del valor universal de la
persona humana. En definitiva, tenemos frente a nosotros una especie de gran fresco histórico
donde, con pinceladas de color muy nítido, aparecen diseñadas las etapas fundamentales de
un camino que reconoce ascensos y descensos, curvas y contracurvas, adelantos y retrocesos,
pero cuyo sentido general nos lleva hacia la integración de la raza humana y al reconocimiento
de sus derechos: no es una descripción neutra, objetiva o deliberadamente equilibrada. Se trata
de una toma de posición activa en favor de los derechos humanos. Travieso no es simplemente
un historiador ni un analista: es un militante que trabaja en favor de valores que lo
conmueven.
Cada período histórico aparece sintetizado adecuadamente. En principio, el monoteísmo judío,
que a partir de un Dios universal y único protegía los derechos del hombre concreto. Luego, la
floración sorprendente y excepcional de la democracia griega, que pese a su carácter
minoritario y excluyente, sentó las bases de una forma de organización social de la que somos
tributarios y beneficiarios. Más tarde, el derecho romano, que a través de la sistematización de
la norma jurídica, construyó un instrumento abstracto que se convirtió en la forma más
elevada de protección de los derechos.
Siempre hubo discriminaciones: esclavos, bárbaros, negros, judíos, indios, pobres, hasta la
moderna discriminación ideológica. Pero la resultante del esfuerzo humano en la lucha por la
vigencia real de sus derechos, fue la incorporación de esos sectores al ámbito de respeto y
protección determinado por la ley. El campo abarcado por los derechos humanos incluyó
inicialmente un grupo minoritario de la humanidad. Era casi un privilegio más que separaba a
aquellos cuya vida y libertad estaban aseguradas, de la multitud ignota que no podía hacer
otra cosa que obedecer. Pero poco a poco, el espacio abarcado por los derechos humanos fue
ampliándose, y cada vez más hombres sintieron garantizado el ejercicio de sus potencialidades
fundamentales.
El Cristianismo expresó, por primera vez de manera sistemática, esa visión de la humanidad
como un todo, por encima de clases sociales, razas, culturas y nacionalidades. La elaboración
doctrinario-teológica del derecho natural constituyó un mecanismo fundamental de
aproximación a la defensa integral de la persona humana. El Cristianismo de la primera época,
fuertemente influido por el pensamiento estoico, expresó una visión fraternal cuyo contenido
progresista tuvo carácter trascendente. La posterior Inquisición fue el fruto del riesgo
totalitario que afecta a toda visión dogmática.
La aparición de los estados nacionales produjo simultáneamente un progreso y un retroceso en
este campo. El poder centralizado sustituyó la competencia del noble feudal, señor de horca y
cuchillo; eliminó progresivamente la venganza como forma de justicia por mano propia y fue
generando un poder exterior al de las partes en conflicto. Por esa vía, consolidó la paz. Pero
por el otro lado, avanzó hacia la concentración de un poder monopólico que fue ejercido
arbitrariamente, creando una nueva forma de subordinación que costó mucho superar.
De esa manera, apareció un nuevo enemigo de los derechos humanos que alcanzó su máxima
eficiencia en el siglo XX: el estado centralizado, militarizado y burocrático, que además
incorporó la ideología como elemento cohesionante y movilizador. La vieja visión totalitaria
que Calvino había montado alrededor de la cruz, fue reeditada con precisión científica en base
a mitos tales como la raza, la nación, el estado, el líder o el caudillo. Los derechos humanos
dejaron de tener valor en sociedades donde el hombre extravió su sacralidad esencial.
Este salto atrás aparece registrado, descripto y definido con precisión y énfasis. La visión de los
campos de concentración, de los hornos, de las bombas y de las desapariciones aparece como
un macabro telón de fondo para un proceso reaccionario que maltrató aquella idea de
fraternidad universal que Cristo había simbolizado.
La última parte de la obra está referida a la recuperación de los derechos humanos en el campo
internacional y a la tarea doctrinaria y jurídica ejecutada desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial en adelante. Este último capítulo abre una perspectiva de revalorización que
necesariamente debe pasar del plano técnico-jurídico al ámbito de la vida real, pero que de
cualquier manera implica la restitución de niveles morales superiores.
Por supuesto, la visión referida a lo largo de la obra, culmina con la experiencia nacional. El
análisis de la situación de los derechos humanos en Argentina a partir de un simétrico
desarrollo histórico, pasa fundamentalmente por los tres períodos en que, por razones de
hecho o por influencias ideológicas de signo reaccionario, nuestro país sufrió el detrimento de
las garantías legales que preservan al hombre y sus derechos. Rosas, el fascismo criollo de los
años 30, 40 y 60 y el lapso corrido entre 1976/83 constituyen períodos paradigmáticos en la
caracterización de la vertiente autoritaria que estuvo siempre presente en un país signado por
aquella violencia ancestral de la que hablaba Ricardo Rojas. Por supuesto, la reconquista
democrática y su identificación con los derechos humanos constituye el capítulo –que
deseamos definitivamente final– de una historia cargada de dramatismo, sufrimiento y gloria.
La visión global que nos ofrece esta obra resulta de alto valor, porque permite percibir con
claridad esa relación esencial que, como decimos al comienzo, vincula en un sentido general,
actos aislados que poseen una orientación común y transformadora. La valiosísima bibliografía
de carácter general que de manera nutrida y detallada, fundamenta los conceptos expuestos en
la obra, aportan otra vertiente de conocimiento que redondea una propuesta intelectual de
primer nivel.
Los “Apéndices para el Debate” que completan cada capítulo, merecen una mención especial.
En primer lugar definen un punto de vista original que integra disciplinas intelectuales
diversas para completar una concepción global del tema en discusión. La literatura y el cine se
convierten en instrumentos de comprensión y de definición que completan gráficamente los
conceptos volcados en cada capítulo. Las “Cartas al Autor” agregan una cuota de ingenio y
humor de excelente cuño que permiten concluir cada capítulo con una crítica ingeniosa y
aguda al mismo tiempo.
Ésta es una obra enriquecedora, valiosa por su contenido pero fundamentalmente por el
propósito final que persigue. Se trata, sin duda alguna, de una perspectiva civilizadora en el
más profundo contenido del término. Es decir, se trata de contribuir a que el hombre alcance
para sí y para los demás la dimensión moral para la que fue creado.
Juan Manuel Casella
NOTA PRELIMINAR
El tema que aborda Juan Antonio Travieso tiene entre sus muchos méritos el de su prodigiosa
vitalidad. Parecería que siempre hay un capítulo por abrirse en esta lucha por el
reconocimiento de los derechos humanos, y que si bien se agregan casi a diario nuevos
horrores al inventario de abusos cometidos contra la humanidad, cada injusticia genera una
respuesta. Lenta tal vez, probablemente insuficiente, dicha respuesta puede también rendir sus
frutos generosos.
Los especialistas han debatido y debaten la cuestión del progreso moral en la historia, por eso
conviene apelar al pasado para buscar en cada período cuáles fueron las expresiones de
intolerancia y de violencia, y dentro de ellas, a cuáles se señaló y condenó mientras otras ni
siquiera provocaban reacciones y eran aceptadas como moneda corriente.
Una mirada pesimista sobre los hechos relatados en esta Historia de los derechos humanos y
garantías en la comunidad internacional, podría sugerir que cada avance producido en materia
de derechos humanos, supone la previa existencia de hechos gravísimos: la ausencia del
escándalo, la toma de conciencia y la reacción positiva tiene algo en común con el tejer y
destejer de Penélope en su reino de Itaca. Sobran ejemplos al respecto. Luego de la Primera
Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones intentó crear instrumentos válidos para evitar la
repetición de la contienda, mientras las sociedades centroeuropeas, hasta entonces gobernadas
autoritariamente, se convirtieron en modelo de pluralismo y tolerancia. Sin embargo, una
década después se habían creado las condiciones para que la humanidad se precipitara en una
guerra más despiadada que todas las libradas hasta esa fecha. En su transcurso las violaciones
a los derechos humanos alcanzaron formas sofisticadas y perversas de magnitud nunca vista.
El reacomodamiento del mundo en estos últimos años ha tenido la virtud de poner en
evidencia las nuevas formas de desconocimiento de los derechos humanos, los problemas de
las minorías, el de las mujeres, el de los pueblos cuyos niveles de pobreza aumentan a medida
que crecen las economías de los países más prósperos.
Ese ir y venir de la historia de los derechos humanos se aplica muy dolorosamente al caso
argentino y es motivo de preocupación para quienes –como Juan Antonio Travieso– procuran
instalar el problema en la sociedad con la mayor seriedad y profundidad posible.
En los tiempos de la Revolución de Mayo, los próceres imaginaron que bastaría con
emanciparse de la metrópoli y con introducir formalmente la concepción de los derechos del
hombre y del constitucionalismo, para que se extinguiera el despotismo heredado de España.
Pero la nueva generación política, la de 1837, advirtió con asombro que de la entraña misma de
la tierra podían surgir gobiernos tanto o más despóticos que el de España. Ése era el caso de la
dictadura de Rosas; pero las muestras de intolerancia correspondían incluso a los devotos
defensores del liberalismo en el Plata que no habían vacilado en sacrificar en el curso de sus
luchas a la legalidad encarnada en el gobernador Manuel Dorrego.
La Organización Nacional significó un avance para establecer reglas del juego precisas y evitar
los abusos que se generan desde el poder, pero se sustentó en sistemas electorales viciados,
mientras en la campaña era de rigor el maltrato al poblador rural que José Hernández
denunció en su famoso poema. Luego vendría la represión sistemática de quienes en la
Argentina del 900 reclamaban un reparto más equilibrado de la riqueza nacional. Por fin,
cuando la República había encontrado soluciones políticas de fondo y adoptado el sufragio
universal, el golpe militar de 1930 abrió un capítulo que se prolongaría por cincuenta años
más. El franco retroceso que implicó, llegó a su culminación en la década de 1970 cuando el
método de aniquilar al enemigo mediante la desaparición de personas se convirtió en el estilo
de represión argentino, conocido como tal en el mundo civilizado.
La actual preocupación por instalar el tema de los derechos humanos en la Argentina responde
a esa dramática experiencia y es impulsada por la convicción de que nunca más deben
producirse hechos similares. La creación de cátedras universitarias consagradas a esta materia
forma parte del clima de ideas que acompañó al restablecimiento de la democracia en 1983.
Ella permitió no sólo revisar lo ocurrido y enjuiciar a sus responsables, sino también presentar
abusos que hasta entonces habían permanecido ocultos, por ejemplo, el de la violencia familiar
que afecta al niño y el de la mujer golpeada. Se trata claro está, de abusos viejos como el
mundo, pero que han sido puestos en evidencia gracias a la feliz conjunción de la labor del
feminismo, que ha creado conciencia alrededor del problema de la marginación de la mujer,
con el restablecimiento de la democracia.
Algo se ha hecho y mucho está por hacerse en esta materia. Pero la historia del país sugiere
que tras la fachada igualitaria y democrática de la sociedad subsiste una raíz autoritaria como
una suerte de enfermedad secreta que aflora cada vez que se aflojan los controles morales y
que ello ocurre con sospechosa frecuencia: ese manejo despótico de la cosa pública que se
conoce con el nombre de corrupción, ese sometimiento sin protesta a la orden que se imparte
con prepotencia mientras se desconfía o se hace burla de la invitación a consensuar, a dialogar,
a concertar.
La tentación autoritaria que de manera permanente acecha a la vigencia de los derechos
humanos en la Argentina, invita a reflexionar más profundamente sobre el tema y a hacerlo
teniendo en cuenta una perspectiva histórica. “Las reconstrucciones del historiador son
asimismo excavaciones en el subsuelo histórico”, ha escrito Octavio Paz y esto lleva a la
búsqueda de la parte escondida de la realidad, la que está por debajo de las instituciones. Ella
debe ser iluminada y mostrada a la vista de todos para que deje su condición fantasmal, se
corporice y pueda ser conocida mejor y valorada en su dimensión auténtica.
La idea que la sociedad argentina tiene de sí misma es por demás amable y democrática. Esa
convicción arranca del supuesto de que aquí se daba trato amable al esclavo y se sostiene con
relatos acerca del individualismo altanero del gaucho, los sencillos hábitos de la alta clase
criolla y la facilidad con que el inmigrante se incorporó a la sociedad. Por supuesto, no había
indios y los negros se esfumaron como por encanto, de modo que aquí no hubo ni habrá
problemas raciales. Un cúmulo de testimonios del pasado y de actitudes contemporáneas
desmienten este simpático supuesto y nos muestran desde los orígenes a una sociedad nacida
de la rígida división entre conquistadores y conquistados, criollos y peninsulares, ricos y
pobres, mestizos y blancos. De allí en adelante pueden trazarse múltiples recorridos no
convencionales del pasado argentino que nos explicarán mejor el porqué de la propensión al
autoritarismo, no para solazarse en la visión más realista, sino para encontrar a partir de ella
las claves que permitan consolidar un país más justo, más tolerante, más plural.
Sin duda es a partir de la educación como pueden revertirse la incómoda y oculta raíz a que
aludo. De este modo los logros de la primavera democrática de estos años recientes podrán
afianzarse y renovarse. Si la enseñanza, no sólo la universitaria, sino muy especialmente la
primaria y la secundaria ponen énfasis en estas cuestiones, el camino estará más despejado y la
historia de los derechos humanos en la Argentina tendrá un futuro promisorio. Por eso resulta
encomiable tanto la intención como el desarrollo de este libro que en forma amena y al mismo
tiempo erudita, con propuestas de estudio que dejan amplio espacio para la imaginación, nos
introduce en este gran tema de nuestro tiempo.
María Saenz Quesada
INTRODUCCIÓN
En el tiempo que demore leer estos párrafos pueden pasar cosas muy bellas. Puede uno
disfrutar de un amanecer en Machu Pichu, un atardecer de Buenos Aires, emociones frente al
arte o la cultura. En esos momentos también y desde la comodidad del mejor sillón, hoy se
puede ver el hambre de África, las guerras más monstruosas y computarizadas, un gobierno
acusado de hundir un buque ecologista opuesto a ensayos nucleares en Muroroa, presidentes,
jefes de gobierno y de estado, bloqueados por sus mentiras y odios. Todo al ritmo vertiginoso
de cambios incesantes de ángulos de información.
Todo lo bello y lo monstruoso, casi podemos considerarlo tan lejano, como si no fuera humano.
Todo eso, forma parte de esta historia, primero silenciosa guardada en libros de hojas
amarillentas, luego coreada de voz a voz en plazas y manifestaciones y hoy velozmente en las
cadenas de televisión, en los telefaxes de plurales dudosos, y en los disquetes de computadoras
infalibles, operadas por hombres con máscaras anti-gas.
En este tiempo conviene separar nuestros ojos de la televisión y reflexionar sobre la historia de
los derechos humanos. Será parte de una división inexcusable, que abrirá abanicos de historias
que se están escribiendo. Esa división del mundo de nuestro sillón y el de la realidad, es una
ambivalencia necesaria para llamarse contemporáneo, mediante análisis compartidos de
errores y aciertos comunes; pero obligatorios para que no nos sean indiferentes; nos sacará
brevemente de nuestra insoportable levedad.
¿Por qué una historia de los derechos humanos?
El concepto de los derechos humanos es netamente histórico y cualquier justificación racional
requiere el análisis de la historia. No recurrir a la historia significa hacer estudios parciales,
limitados a lo jurídico, a lo político, social, etc. No recurrir a la historia, también es recurrir a
los viejos esquemas de la ideología del derecho natural actualizado con nueva terminología.
La historia de los derechos humanos, plantea, pues, dos relaciones, la primera con la historia
en sí misma que no significa sólo retroceder hacia el pasado; la segunda el concepto de los
derechos humanos.
La primera relación, la de la historia plantea diversas cuestiones. Esta historia, no ha sido
escrita para condenar ni absolver, no es el tribunal de hoy para juzgar al ayer, aunque es
preciso reconocer que las civilizaciones se califican como tales por el aporte que han producido
a los derechos humanos. Esta historia no es la historia de buenos y malos, separados
arbitrariamente por el autor como único juez sin apelación.
La historia de los derechos humanos, es la historia de la condición humana, la de buenos y
malos conjuntamente integrados. Esta posición nos lleva al plano de la historia y la moral, pues
de la misma forma que deseamos integrar lo bueno y lo malo, es imposible separar la historia
de la moral y de las demás formas de acción pues la vida tiene un planteo solidario.
Casi todos los escritores de las más variadas ideologías, Max Weber, Croce, Ortega y Gasset,
Camus, Trotsky, Gramsci, etc. han planteado la integración o bien la disociación entre moral e
historia. Todos tuvieron necesidad de insertarla, justificarla o en definitiva eliminar la moral de
la historia y crear el fundamento de una nueva moral. Se ha considerado, entonces que la
necesidad histórica no puede sustituir a la moral, y por medio de ese razonamiento se ha
entrado en los métodos del relativismo histórico que han sustentado los experimentos más
sanguinarios de ingeniería social de la historia contemporánea.
Por otra parte, también se ha producido el efecto de condenar todo lo que signifique la
invocación de valores universales. En la política exterior estas acciones se han traducido en la
llamada “realpolitik”, que bajo el pretexto del pragmatismo pretende eliminar la moral.
Algunos gobiernos han sido criticados por el énfasis que han puesto en los derechos humanos
con el cambio que eso significó en la historia. Se ha llegado a decir que la política de derechos
humanos de Carter en los Estados Unidos de América fue irreflexiva y estaba basada en el
acuerdo de Helsinki que obligaba a los signatarios a luchar por los derechos humanos, con la
idea de obligar a la URSS a liberalizar su política interna. Esas manifestaciones se hallan
desvirtuadas por los hechos que luego se produjeron en el área socialista, que significaron una
nueva valoración de los derechos humanos, y por esa razón, todo el mérito de ese proceso no
le corresponde solamente a los disidentes rusos.
Por tanto, no debe temerse a la invocación de valores morales en la historia, en la política y en
todas las actividades humanas, pues la concreción de esos valores cambia el curso de la
historia.
El balance de la historia, es que los hechos no son inevitables, que es posible evitar
consecuencias dañosas e incluso trágicas por medio de la experiencia. El requisito básico es
pensar que todo tiempo futuro será mejor, aunque la historia del siglo XX parece desmentirlo.
La segunda relación, la de los derechos humanos requiere otras precisiones que son
complementarias de las anteriores. Los derechos humanos han adquirido un carácter
dinámico, que se ha extendido especialmente en la última mitad del siglo XX en medio de
grandes contradicciones. Sin embargo, ese concepto, no se presenta tan linealmente al hallarse
entremezclado en la cultura antigua, medieval, moderna y contemporánea. En cada una de
esas etapas, los derechos humanos se fueron incorporando primero en las ideas políticas, luego
se trasladaron al ámbito jurídico y por tanto al sistema normativo del derecho positivo interno,
y por último se extendieron al sistema internacional.
El tránsito de una a otra etapa no fue fruto de una evolución, de un proceso automático ya
determinado, de una herencia; pues los derechos humanos se conquistan dentro de un proceso
múltiple de cambios.
Así que los cambios del sistema económico produjeron el capitalismo y el auge de la burguesía
que impulsó el desarrollo, generalización y universalización de los derechos humanos. Los
cambios en el poder político generaron el estado caracterizado como un poder racional,
centralizado y burocrático sin el cual no hay derechos humanos. También hubo cambios en la
mentalidad impulsados por los humanistas, por la reforma religiosa, por el individualismo, el
racionalismo y la secularización. Estos cambios en el pensamiento operaron también hacia un
cambio en el desarrollo científico que consolidó nuevas ideas sobre la persona, la libertad, la
relación en la sociedad y una nueva concepción del derecho superador de las fronteras de los
estados. Todos esos desarrollos también sirvieron para desmitificar a la ciencia y a los
científicos desalojándolos de las torres de marfil.
Ese proceso ha sido señalado por Bobbio, que ha dicho que los derechos humanos son
derechos históricos que surgen gradualmente de las luchas que el hombre combate por su
emancipación y de las transformaciones de las condiciones de vida que esas luchas producen.
Por tanto, los derechos humanos no son el producto de la naturaleza sino de la civilización
humana que implica ampliación, transformación y cambio.
Un estado que en el orden interno respeta los derechos humanos, no solo se ubica
ideológicamente en una posición determinada, sino que alienta el desarrollo económico y las
inversiones extranjeras. Un estado con medios de defensa eficaces para los derechos humanos,
asegura la vida de sus habitantes, nacionales, extranjeros, residentes, y también asegura que la
inversión sea del origen que fuera, tendrá idéntica protección y medios efectivos para su
respeto. Hay países ampliamente confiables para realizar inversiones bancarias, y su
confiabilidad deriva también del marco de respeto de los derechos humanos. Estas reflexiones
sirven, pues, para asignar a los derechos humanos un sentido estratégico dentro de la
sociedad, instrumentado tácticamente a través de los derechos específicos civiles, económicos,
sociales o culturales. No existe ningún estado, ni político del mundo, sea cual fuera su origen
que desdeñe el sentido estratégico de los derechos humanos. Todos, aún los peores déspotas,
han esgrimido de una forma u otra la bandera de los derechos humanos.
El proceso del desarrollo de los derechos humanos, pues, se ha dirigido desde los derechos de
la libertad, que en los hechos fueron límites al poder del estado por una parte, y creación de
una esfera de poder con respecto a ese mismo estado por la otra parte, por medio de los
derechos políticos con la participación de la soberanía popular, elemento legitimador del
poder. La etapa siguiente fue la de los derechos económicos, sociales y culturales que han
tenido el objetivo de compatibilizar la libertad con igualdad en una integración posible.
Se ha dicho que todo este proceso histórico abarca desde las garantías en el estado a las
garantías contra el estado. Precisamente, ahora las limitaciones de la libertad provienen del
mismo estado que absorbe las libertades y se arroga todas las prerrogativas. Inconscientemente
o no, todos de una manera u otra hemos sido cómplices de esa hipertrofia estatal, pues creímos
en el estado y le dimos poder. El resultado ha sido el genocidio de Hitler, los campos de
concentración de Stalin, los terrorismos estatales. La violación de los derechos humanos
últimamente ha sido producto de la actividad de esos estados elefantiásicos, repletos de
prerrogativas que han desconocido su base ética y se han transformado exclusivamente en
sustento, por la fuerza de estructuras totalitarias.
En consecuencia, todo este proceso se conecta con el desarrollo global de la civilización
humana que comienza construyendo la polis y más de veinte siglos después destruye con sus
manos los muros de Berlín. Esa tarea no ha concluido, quedan innumerables muros invisibles
que hay que derribar.
¿Cuál es la historia de los derechos humanos? ¿Qué hechos la integrarán y cuál es el criterio
clasificador? ¿Una historia oficial de los derechos humanos? Luego de los propósitos, esas
preguntas son inevitables.
Esta historia de los derechos humanos, está escrita por un jurista y no por un historiador, con
los beneficios y perjuicios que eso implica. La historia, pues, responderá a un prejuicio jurídico,
esto es, apuntará especialmente a los hechos y su consolidación normativa, o sea la
positivización.
La historia de los derechos humanos estará integrada por los hechos que consideraremos
constitutivos para el propósito concreto de producir los cambios, materializado en las banderas
y sus resultados normativos.
El criterio clasificador, es el dinámico en un continuo desde el mundo antiguo hasta el siglo XV
y sus escalones, los tiempos modernos, base para la aceleración de los derechos humanos en
los procesos revolucionarios de los siglos XVII y XVII I; el proceso siguiente el de la
desaceleración que se concretó con el retroceso de los derechos humanos, como consecuencia
de la guerra, cuyo punto final dio paso a la internacionalización de hoy y del futuro que viene
y que formará parte de los próximos siglos. Ése ha sido el criterio clasificador, acentuando los
paradigmas de cada época, sus resultados e interpretación de los porqué no se pudo hacer algo
más.
Una historia oficial de los derechos humanos hubiera terminado allí, casi conformándose por
haber llegado a un punto casi impensable hace medio siglo. Pero la historia no ha terminado,
se han abierto nuevos cauces que se van transformando en torbellinos de derechos humanos
inconclusos, sin contar los que vendrán.
Una historia de los derechos humanos internacionales hubiera sido un buen refugio intelectual
para escribir oblicuamente y de alguna manera renegar de la propia realidad. Para evitar ese
atajo, hemos incluido un capítulo argentino.
Como no somos historiadores, sino hurgadores de viejas historias, hemos propuesto algunas
lecturas y textos para discutir; otros libros para seguir leyendo y cine para reflexionar, que
forman parte de un universo personal que deseamos compartir.
Un libro de derechos humanos tiene que tener la posibilidad de que los que consideren que
han sido omitidos, mal interpretados o criticados, tengan un espacio para expresar sus
opiniones. Ésa fue la idea de las cartas al autor, cuya realidad o fantasía depende
exclusivamente del lector.
Momentáneamente dejaremos nuestra televisión para abordar y compartir puertas, caminos y
huellas. Al final volveremos al tráfago inexcusable de la realidad espejada en nuestros sillones.
Lo peor que nos puede pasar es tolerar las injusticias y este libro es un paso para salir y romper
los muros de la indiferencia, base de la violación de los derechos humanos.
CAPÍTULO I
EL MUNDO ANTIGUO HASTA EL SIGLO XV
1. NOCIONES GENERALES
Este período abarca la historia de los derechos humanos desde la antigüedad hasta el siglo XV,
particularizando el análisis de culturas y pueblos que hicieron de la valoración de la dignidad
humana uno de sus más importantes propósitos.
Esa historia, es pues, la historia de una parte de la civilización y abarca la concepción de los
derechos humanos por los hebreos, los griegos, los romanos y el cristianismo por una parte; y
los procesos operados en la Edad Media, en Oriente y Occidente. Esos derechos humanos no
pueden ni deben entenderse como en el presente.
Todos esos procesos históricos dinámicos de creación y de destrucción, avances y retrocesos
los dividiremos hasta la caída de Constantinopla en 1453; o hasta el descubrimiento de
América en 1492. Ambos hechos, marcan el fin de una época; la Edad Media; y el comienzo de
los Tiempos Modernos, con una racionalización de los derechos humanos y una valoración
abstracta y universalista que se extendió hasta nuestros días. Esa división es totalmente
arbitraria, pues no puede admitirse que a partir de un año determinado cambie la valoración
de los derechos humanos. Tampoco podemos ser tan ingenuos y afirmar que las civilizaciones
sólo buscaron la dignidad del ser humano. Casi podemos decir que el propósito ha sido
contrario a esa dignidad y los progresos que se obtuvieron fueron a pesar y muchas veces en
contra de esa pretendida civilización. Nos queda la justificación de que los antiguos tenían
sistemas distintos de valoración, y que todo constituye un tránsito hacia la modernización.
Sabemos que esa afirmación no es del todo verdadera, pero la admitiremos al sólo efecto
didáctico en esta historia de los derechos humanos.
Por lo tanto, los derechos humanos en el mundo antiguo no deben entenderse como en la
actualidad, debido a que éstos se hallan indisolublemente unidos con la autodeterminación de
los pueblos en su faz internacional y con la democracia como sistema político interno. No hay
derechos humanos sin democracia y, por tanto, la existencia de los derechos humanos en el
mundo antiguo se entenderá en forma restringida y como un continuo y esforzado tránsito
dentro del desarrollo del espíritu y la consolidación de la dignidad humana.
2. LOS HEBREOS
La cosmovisión de los hebreos y su religión monoteísta constituyeron un profundo cambio en
las creencias y convicciones del mundo antiguo. El pueblo hebreo sufrió persecuciones y
discriminaciones durante toda la historia hasta el presente. La Ley mosaica con los Diez
Mandamientos, constituye además de preceptos religiosos, un verdadero código de ética y de
comportamiento social, cuyo cumplimiento estricto implica un idéntico cumplimiento de los
derechos humanos. La Biblia tiene un contenido esencialmente humanista dentro de un marco
religioso que se internó en la cultura griega, en la romana y se consolidó finalmente en el
cristianismo. La característica es que los hebreos se dispersaron por el mundo y junto con ellos
las nuevas concepciones del hombre y de Dios. Las enseñanzas de la Biblia no fueron
comprendidas en la época y menos aplicadas en lo que respecta a la condición humana. En el
transcurso de medio milenio, los judíos sufrieron la dominación del imperio persa, con Ciro II;
de Alejandro Magno y del Imperio Romano, sin transar con los conquistadores y manteniendo
firmes los principios de la Biblia, a pesar de que no se cumplían sobre todo en las guerras, pues
la derrota significaba la muerte del enemigo. Algunos autores han llegado a considerar que la
esclavitud de los derrotados era una expresión de magnanimidad.
Los hebreos respetaron en gran parte los derechos de los extranjeros, y la Biblia lo dice en el
Éxodo y en el Levítico en los siguientes pasajes: “Y no angustiareis al extranjero; pues vosotros
sabéis como se halla el alma del extranjero, ya que extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto”;
“Y cuando el extranjero morare contigo en vuestra tierra, no le oprimiréis. Como a un natural
de vosotros tendréis al extranjero que peregrinare entre vosotros y ámalo como a ti mismo;
porque peregrino fuiste en la tierra de Egipto”.
Otro dato que confirma ese trato amigable está acreditado en el hecho que los hebreos se
casaban con mujeres extranjeras. Sin embargo y como fue habitual en los pueblos de la
antigüedad, durante las guerras el trato con el enemigo y con el vencido era inclemente, sin
perjuicio de la invocación a la paz perpetua entre los pueblos preconizada por los profetas, y
sin llegar en ningún caso a la tortura.
Los hebreos sufrieron en carne propia las persecuciones de la historia y las mayores
expresiones de discriminación e intolerancia, en un continuo proceso hacia el genocidio que
concluyó durante la Segunda Guerra Mundial. El 2 de mayo de 1991, el Papa Juan Pablo II dio
a conocer su carta Encíclica “Centesimus Annus”, en la que dice: “Recordamos singularmente
al pueblo hebreo, cuyo terrible destino se ha convertido en símbolo de las aberraciones a las
que puede llegar el hombre cuando se vuelve contra Dios”.
Después de la segunda Guerra Mundial, siguió el compromiso de la paz dentro del estado de
Israel, en el que los hebreos, hallaron su patria; y los palestinos perdieron parte de la suya. La
sociedad en Israel se militarizó, y no pudo ser de otra manera, pues los ataques al estado judío,
apuntaban a su misma existencia, ignorando, que el pueblo judío existe aun sin necesidad de
base territorial, pues es una nación.
Los judíos estrenaron estado, sin poder hacer la fiesta, ya que casi ininterrumpidamente han
tenido que defender disuasiva o agresivamente sus fronteras, cada vez mayores después de
cada ataque.
Todas las guerras encubren grandes violaciones de los derechos humanos, y los judíos
defendiendo a su estado, han cometido lo mismo que acusan a sus enemigos. Mientras tanto,
los palestinos, han utilizado como arma la cobardía del terrorismo y el resultado ha sido que
las poblaciones ajenas al conflicto han sufrido las consecuencias de guerras que en su fuero
íntimo no aprueban.
Cada parte tiene su cuota de razón y Jerusalén es el punto de intersección de las culturas
religiosas más desarrolladas del mundo. Punto de intersección, no debe significar punto de
conflicto, sino punto de ecumenismo. El futuro del mundo tiende hacia un ejercicio tolerante
de la religión del otro, de un ecumenismo activo, pues cada religión es un aspecto diferente de
defensa de los derechos humanos dentro de la conciencia de la humanidad. No solamente
desde el punto de vista de la trascendencia en otro mundo, sino de la convivencia en este
mundo, las religiones y en especial la hebrea tienen todavía mucho que hacer y lo están
haciendo.
Detrás de los muros de Jerusalén, en el muro de los lamentos, ya no quedan más rincones para
llorar. Los hebreos y los palestinos deben encontrar un camino que signifique la tolerancia y la
convivencia mutua. El pueblo hebreo está obligado a demostrar su magnanimidad y su cultura
milenaria; el palestino, simétricamente, debe acreditar que tiene voluntad de paz y que el
estado no es una suma de facciones, como en el Líbano, con la cuota de razón que asiste a cada
parte.
Hay que superar los unilateralismos en esta materia y los derechos humanos, pueden
constituir un punto de síntesis para la solución. Las posiciones van cambiando y la
Organización de Liberación Palestina, ha cambiado por lo menos en sus actitudes. Arafat,
propone que la ONU fiscalice la transición, y muestra una palma de olivo en lugar de una
ametralladora. Los israelíes, como es de suponer, desconfían mientras los dirigentes se hallan
divididos entre negociar o no negociar. Finalmente, a fines del siglo el estado palestino se ha
constituido.
La pregunta es si es posible construir la paz. Los hechos no son alentadores. Además de una
situación cada vez más dura se plantean nuevos hechos. Al momento de escribirse esta obra,
nuestro acercamiento con Israel fue a través de la lectura y del conocimiento intelectual. Más
tarde y antes del recrudecimiento de la violencia, estuvimos en Israel al comienzo del siglo
XXI. Gran parte del tiempo estuvimos en Jerusalén y recorrimos la geografía israelí,
circunstancia que no es dificultosa debido a que la superficie no es extensa. El objetivo era
estudiar el holocausto en el centro de la memoria de ese tema: Yad Vashem que es un museo,
una biblioteca y un repositorio de documentación que sirve para explicar que pasó con el
nazismo. Durante varios días estudiamos todas o gran parte de las situaciones ocurridas antes,
durante y después del advenimiento del Tercer Reich. Analizamos las vidas cotidianas de los
judíos en las ciudades alemanas, su orgullo de pertenecer a esa cultura y el desarrollo que
estaban generando en ella. Pero, más allá de esas ideas sobre las que volveremos (cap. V, parr.
52) rescatamos que desde un hotel cerca de autopistas íbamos caminando a Jerusalén,
disfrutando del fresco de la tarde y de las cúpulas doradas de la Mezquita. Allí observamos un
conglomerado de personas de diversos credos religiosos, turistas, peregrinos todos unidos con
una potencia espiritual que se transmitía. El centro del monoteísmo judío, cristiano e islámico
actuaba como un imán espiritual.
El muro de los lamentos severamente controlado, oración y ametralladoras en una unidad
indisoluble. Mas allá, la Mezquita se levantaba en una parte de esa misma Jerusalén,
compartida con miradas hurañas. Parecía que ese equilibrio iba a durar para siempre.
Pero no fue así. Los ataques suicidas y la guerra de todos contra todos culminó con la
construcción de un muro increíble de 600 km de longitud separando lo inseparable.
Lamentablemente la experiencia del muro de Berlín no fructificó. Ya se sabe qué es lo que pasa
cuando se ejecutan acciones irracionales. Pero lo más delicado es que junto con el muro y sobre
el pretexto de su irracionalidad va creciendo nuevamente el monstruo del antisemitismo.
Muchos pretenden asimilar al pueblo palestino con los judíos de la segunda guerra mundial.
Como dijo Barenboim el antisemitismo no puede derivar de cuestiones históricas, políticas y ni
siquiera filosóficas; el antisemitismo es una enfermedad. Por otra parte Alain Finkielkraut en
su nuevo libro En nombre del Otro comienza con la cita ambigua del escritor francés George
Bernanos “Hitler deshonró al antisemitismo”. Luego analiza a la luz de los hechos recientes la
cuestión Palestina. Según ese autor ahora se presenta un antisemitismo de compasión,
compasión a las víctimas palestinas. (Reportaje a Finfielkraut, La Nación, 4 de enero de 2004).
Ahora hay momentos en que desearíamos volver a Jerusalén. El optimismo del Pesaj nos dice:
El año próximo en Jerusalén.
Las calles de Tel Aviv están atestadas de gente común que no quiere guerras. Las calles de El
Haifa, están pobladas de judíos y de algunos palestinos que comienzan a convivir sobre una
patria común. Gorbachov está diciendo que Europa es una patria común, un hogar común,
¿Por qué Medio Oriente no puede ser el hogar común de israelíes y palestinos hermanados en
una común valoración de los derechos humanos? Todos tienen las respuestas con excepción de
los terroristas.
En la revista National Geographic, vemos una bellísima fotografía de una caravana de camellos
que dan sombra sobre montañas de arena, en un paisaje casi incomprensible en esta época.
Paralelamente, un grupo de jóvenes israelíes, pasan desde Chile a Argentina y contemplan
asombrados el Aconcagua, mientras sus cámaras japonesas registran el momento. Pronto
seguirán a Buenos Aires y luego a las cataratas del Iguazú. Nuestra pregunta quedó flotando
con un interrogante: ¿Cuál será el futuro? Los jóvenes no respondieron mientras quedaba atrás
el Aconcagua, dando sensación que hay alturas inalcanzables.
Meses después desde las alturas de un jet admiramos el Aconcagua, empequeñecido.
Mientras nos alejábamos, comprendimos que hay dos visiones posibles que debemos respetar:
las del sentido común que no deben significar retrocesos. En caso contrario el espejismo nos
confundirá.
Está al alcance de todos un nuevo oasis: respetar los derechos humanos. Los que no comparten
esta propuesta mataron a Rabin, impulsan el terrorismo de cualquier bando y combaten a su
enemigo: la paz.
3. LOS GRIEGOS
Dueños de una concepción completamente nueva, los griegos señalaron la finalidad del
espíritu humano. La diferencia entre los griegos y los demás pueblos ha sido la concepción del
humanismo y la inteligencia racional. Los griegos permitieron escapar de la magia de los
hechiceros, al considerar simplemente que las cosas son lo que son y se valieron de la razón,
que es lo que hace que los hombres se consideren semejantes entre sí. Es decir que sumaron a
los hechos, sus razones, su justificación racional y finalmente agregaron la concepción de la
libertad política.
La libertad política de los griegos no significa autogobierno, sino el hábito de vivir con arreglo
a las leyes de la polis. Ese hecho trascendental, base del estado de derecho democrático, hace
que la arbitrariedad y la falta de libertad le quite al hombre su calidad de tal.
Homero decía: “Zeus despoja al hombre de la mitad de su hombría si llega para él, el día de la
servidumbre”. Esa conciencia de humanidad es la dignidad de ser hombre, fundamento de los
derechos humanos.
Los griegos habitaban en la polis, que además de contenerlos en un espacio físico, los
comprendía en la participación de los asuntos en forma directa a través de la democracia. El
sistema democrático de los griegos carecía de gobierno representativo, pues ellos no delegaban
el poder.
La democracia de los griegos era tan especial, que algunos niegan su existencia. Tanto es así
que las mujeres, los extranjeros residentes y los esclavos, no participaban en la democracia
griega. Sólo participaban los ciudadanos y el requisito para obtener la ciudadanía, era que por
lo menos el padre hubiera sido ciudadano. Por tanto, la participación en la polis no dependía
de la ubicación en un determinado territorio, sino de la pertenencia familiar.
Es evidente que los griegos no adoptaban un criterio estricto para la protección de los derechos
humanos, limitados a la participación en la polis y exentos de los requisitos de la generalidad y
de la universalidad. Pero, de todos modos, sin la unión y descubrimiento de la razón, el
imperio de la ley y la libertad política hubiera sido imposible para el desarrollo y
afianzamiento posterior de los derechos humanos.
Los griegos consideraban bárbaros a los extranjeros, pero este término no tenía el significado
actual, expresando fundamentalmente la no participación en la polis y en la filosofía de vida
que ellos practicaban.
Fustel de Coulanges afirmó que la ciudad trataba bien a los extranjeros y en ciertos casos
velaba por su seguridad, y en ese sentido, Tucídides decía que los atenienses permitían que la
ciudad fuese “común a todas las gentes y naciones”. La protección de los extranjeros se
efectivizaba por medio de una institución análoga al consulado moderno denominada
“proxenia”.
¿Los griegos respetaban los derechos humanos? Es evidente que no lo hacían especialmente
teniendo en cuenta su actividad netamente colonialista y el empleo habitual de la tortura como
método político y judicial. El vencido generalmente era torturado y en las intrigas políticas
también se torturaba, y se extorsionaba considerando a estos métodos legítimos. Hay un caso
de un griego que se había cortado la lengua con sus dientes para no decir nada a pesar de la
tortura. Plutarco, Cicerón y Tertuliano refieren que los griegos también utilizaban la tortura en
el procedimiento judicial, en forma pública. Los litigantes tenían derecho de tortura con sus
propias manos y en algunos casos podían delegar esas acciones.
Aristóteles en la Retórica clasifica a las pruebas y cita entre ellas a las leyes, los testigos, las
convenciones, la tortura... Otra característica curiosa es que los ciudadanos en el marco de los
procesos judiciales podían ofrecer la tortura de los esclavos, considerados como cosas. La
inmunidad del ciudadano, pues, era total, sagrada y sólo podían ser condenados con juicio de
un tribunal. ¿Cuál fue el aporte de la civilización griega a los derechos humanos? Fue la razón
y la libertad política que los estoicos potenciaron con los principios de moral universal y
dignidad humana de Sócrates, Platón y Pitágoras entre otros, que siglos después serían
receptados por los romanos.
Es probable que sea difícil entender los conceptos expuestos, tratándose de expresiones
teóricas, extrañas al presente. Machado decía, que Dios hizo a los griegos para que los
profesores de filosofía puedan seguir comiendo, y quizás la pregunta sea dónde se hallan los
griegos que descubrieron que lo que es, es.
Curiosamente la Grecia de hoy, sólo queda en sus expresiones culturales, con avances y
retrocesos como lo que sucedió durante la revolución de los coroneles del 21 de abril de 1967,
en que se oscureció ese pasado y Grecia pasó a ser país paria, dentro de la Comunidad
Europea. Durante la denominada dictadura de los coroneles, el terror fue moneda corriente y
recién en 1975, se pudo restablecer la democracia, con juicio a los 104 responsables de los que
sólo se condenó a 20 personas, de las que tres fueron condenadas a muerte, pena que
finalmente fue conmutada.
Vemos por televisión a Melina Mercuri, antes actriz y luego Ministra de Cultura. Habla de la
Grecia inmortal y de lo frágil que es la democracia, a la luz de lo sucedido. Sus expresiones,
terminan con un primer plano de una ventana con rejas: allí aún se encuentran los
responsables de quebrar la historia. Los condenados a muerte con su pena conmutada por
prisión perpetua ven pasar los días de su vida.
4. LOS ROMANOS
Se ha dicho que es conveniente no juzgar a la antigüedad en términos modernos y no debe
perderse de vista que el orden romano, estaba fundado sobre la esclavitud, mano de obra
esencial para proveer en esa época el desarrollo económico.
Roma no sólo aportó acueductos y arcos de medio punto, sino dos conceptos: el derecho como
herramienta institucional y un nuevo y extensivo sentido de la civilidad. La civitas romana se
internó en el mundo, en un ámbito político y geográfico universal nunca repetido en la
historia.
¿Los romanos hubieran podido desarrollar su imperio sin la esclavitud? ¿Los romanos
tuvieron alguna institución que significara un embrión de protección de los derechos
humanos?
El gran experimento aún pendiente en la sociedad es el de construir no un imperio, sino una
comunidad basada en la libertad y los derechos humanos, y los romanos se destacaron,
precisamente, por el incumplimiento institucionalizado de los derechos humanos. Desde la
esclavitud, hasta la impunidad de los grupos privilegiados de la sociedad (patricios), pasando
por la inmunidad y discriminación de los plebeyos; el derecho romano; siempre tuvo un
componente de desigualdad sólo disminuido en el ius civile, referido a las relaciones jurídicas
entre personas de análogo status social y político. La excepción que confirma la regla, fue el
derecho de gentes, que sobre la base del derecho natural, agregó una cuota de humanidad.
Los plebeyos pugnaron en la lucha por la igualdad y fueron obteniendo paulatinas conquistas.
La designación de los tribunos, fue una decisiva reforma tendiente a la defensa de las personas
y los intereses de los plebeyos. Los tribunos tenían poder de vetar las leyes que no juzgaban
apropiadas para los plebeyos, que llegaron a utilizar la huelga militar como un recurso para
impulsar los cambios en su situación.
Durante medio siglo, los plebeyos fueron conquistando sus derechos dirigidos hacia la
igualdad con los patricios. Primero reclamaron una ley agraria, que equiparara con los
patricios el reparto de las tierras confiscadas en las guerras. Más tarde, su acción consistió en
obtener la positivización, esto es, leyes escritas de aplicación igual para patricios y plebeyos.
Hacia el año 449 (a J.C.), los plebeyos consiguieron que las normas jurídicas constaran en un
cuerpo unificado: La ley de las Doce Tablas. Luego reclamaron la libertad de matrimonios sin
discriminaciones, y su último paso fue ser admitidos en el Consulado y en el Pontificado, con
lo que obtuvieron igualdad civil, política y religiosa.
En medio de esta lucha secular, el sistema político pasó de la monarquía a la república y de
ésta al imperio. La época de la república, fue la de mayores aportes en cuanto al desarrollo de
los principios de los derechos humanos. Durante el imperio, la voluntad del príncipe fue la
única norma dentro de un estado totalitario, burocrático e hipertrofiado que se fue degradando
en un proceso incesante hacia la decadencia.
Además de esta lucha entre patricios y plebeyos, la estructura familiar romana se caracterizó
por un marcado autoritarismo del “pater familias”, que sumaba a sus funciones de jefe y juez,
la potestad de un derecho de vida y muerte sobre los suyos. Es decir, que la “plena in re
potestas” que configuraba el derecho de esclavitud, en los hechos, se extendía en el ámbito
familiar.
La tortura era admitida e institucionalizada, y se ha dicho que fue el legado más funesto del
derecho romano, al derecho de la Edad Media. Del mismo modo que en Grecia, los ciudadanos
eran inmunes a la tortura. Esa inmunidad se extendió con la ciudadanía entendida como un
privilegio dentro del marcado estatismo a los burócratas y funcionarios del imperio.
El crimen político fue también institucionalizado bajo la expresión “Crimen magestatis”, y a
través de él se instauró en el mundo la doctrina de seguridad del Estado que era la seguridad
del gobierno del príncipe.
La decadencia y caída del imperio romano fue la caída de la república, y fue más lenta de lo
que los romanos la esperaban. Los bárbaros y el orden social de Atila estaban instalados antes
de su llegada.
El aporte de los romanos a los derechos humanos, fue el de la técnica jurídica para su
protección: el derecho morigerado con las reglas estoicas de los griegos bajo los enfoques
pragmáticos de Cicerón, Séneca y Marco Aurelio, que en combinación adecuada sirvieron de
base para la transformación de los conceptos por medio del cristianismo.
En todos los rincones de Europa quedan muchas pruebas de la cultura romana, caracterizada
por obras de faraones al estilo occidental. No quedan vestigios de los hombres y mujeres que
sirvieron de cimientos a esas expresiones máximas de cultura. Es muy difícil estimar el costo
de vidas humanas, para extender una visión especial del mundo y del hombre.
Fellini ha encontrado una buena síntesis de Roma, hoy sin maquillaje. La cámara de cine
muestra a una actriz sueca, bañándose en la Fontana de Trevi, mientras Marcelo Mastroiani
parece preguntarse hacia donde va su vida, y mientras flota en el aire dónde está Roma,
después de Mussolini, más allá de la guerra y ahora en la paz, bajo la forma de la Europa
integrada.
Aún quedan los restos de la Roma imperial, que salió de la pesadilla de la guerra, por medio
del realismo de la paz.
5. EL CRISTIANISMO
La más breve manera de hacer historia del cristianismo contemporáneo es encontrarse con el
Padre Ismael Quiles, sacerdote jesuita, que ha emprendido junto con otros, un diálogo de las
culturas, que es para el espíritu un diálogo con la humanidad, básico para establecer los
derechos humanos.
El padre Quiles, tiene su estudio en Buenos Aires, en el Colegio del Salvador, al lado de un
patio con palmeras y fuente con peces.
El estudio del Padre Quiles es pequeño y tiene imágenes de Buda que conviven con una Virgen
María al estilo japonés. Hay varias tazas de té chinas, algunos objetos irreconocibles para
nuestra cultura, dos cruces, en una repisa un pequeño gong y en las paredes alfombras, no
sabemos de dónde. El estudio tiene algo de templo, algo de oficina, vitrina, taller, oratorio;
muchas cosas en un solo lugar, pero predomina cierto halo que se produce siempre que uno
tiene la sensación de encontrarse con un sabio bueno, hecho que no pasa todos los días.
No es lo mismo un sabio que un gran profesor, –pensamos al estilo discepoliano–, mientras
Quiles insiste en su genealogía dotada de antecedentes fenicios, de resultas de su origen
valenciano.
Hay una especie de Marco Polo contenido, cuando reflexiona si Aristóteles, no ha sido un
dique para el intelecto. Quiles enhebra sus conceptos, y considera que puede dar pereza
recurrir a otro filósofo; en Aristóteles, todo es preciso, casi a medida para que Santo Tomás lo
adaptara para la filosofía católica.
Quiles escucha atentamente a sus interlocutores, y les hace sentir que lo que están diciendo es
una enseñanza magistral. Cuando la conversación gira hacia los derechos humanos, la palidez
se aviva como si se encendiera una chispa que transmite fuerza a su estructura, que
paradojalmente a pesar de ser tan austera, contiene una fuerza indescriptible, casi
sobrenatural. Quiles dice que los derechos humanos requieren deberes humanos, entendidos
estos últimos, no como tradicionalmente, sino que el deber esencial es el de conservarse a sí
mismo, y si te debes conservar a ti mismo, obligatoriamente debes conservar a los demás.
La simplicidad del concepto, nos obligó a reproducirlo en la obra, como homenaje a la
inteligencia. Cuando salimos a la calle, fuera del patio de palmeras y peces, con un libro de
Plotino bajo el brazo, sentimos que ahí estaba la síntesis, mientras Buenos Aires nos envolvía.
A partir de entonces, volvimos a comprender el valor de lo sobrenatural; sin dudas que el
mundo antiguo, dejó de serlo después de cristianismo.
Los principios de igualdad y de fraternidad, preconizados por la doctrina cristiana fueron la
antítesis de la sociedad, como lo era hasta ese entonces. Predicar que no había diferencias entre
amos y esclavos, significaba alterar las reglas de juego, no sólo morales sino también
económicas. La igualdad entre los seres humanos tenía un costo que superaba los principios.
Por eso, la religión cristiana expresó principios que habían sido tímidamente esbozados por la
filosofía griega y las adecuaciones pragmáticas de los estoicos romanos. Puso en los hechos
doctrinas reservadas a cenáculos y propagó universalmente una moral que partía de la
naturaleza divina del ser humano.
La contribución del cristianismo a los derechos humanos, tiene pues, los efectos de una lente
de aumento gigantesca y produjo una transformación que el mundo no ha podido superar
hasta el momento.
Varias causas confluyeron para que la propagación de la religión cristiana se efectuara con
rapidez. Además de los planteos transformadores expuestos, la difusión de la religión se operó
en un momento de amplia extensión de la religión judía y en la dominación romana, o sea, la
existencia de un solo mundo, el romano que se hallaba en plena ebullición dentro del
estatismo, autoritarismo y dictadura totalitaria del imperio.
Las condiciones negativas del imperio fueron positivas para la difusión del cristianismo y la
filosofía griega y las adecuaciones romanas se prestaban para fundamentar las prédicas.
Los abusos, la indefensión y la injusticia de siglos anteriores para con los seres humanos
esclavizados no hallaban una venganza, sino por el contrario, eran un camino para el
perfeccionamiento humano.
La doctrina cristiana era absolutamente universal y sus principios podían ser entendidos con
simpleza en todos los rincones del imperio, sin necesidad de ninguna formación filosófica. La
doctrina expuesta en el Evangelio, era un código de los derechos humanos que los
internacionalizaba y generalizaba sin discriminaciones. Quedaba pendiente la positivización,
ya que los principios morales tenían sanciones trascendentes, esto es, fuera de este mundo.
El cristianismo se extendió geográficamente por todo el mundo, pero también se extendió en
todas las clases sociales. No era la religión de la plebe solamente y en ella participaban también
libertos, aristócratas griegos, romanos, etc.
El progreso del cristianismo fue extraordinario y la fuerza y cantidad de sus fieles hizo que el
emperador Constantino reconociera oficialmente la religión y a partir de allí cesaron las
persecuciones (año 313).
El reconocimiento de la religión cristiana tuvo un mayor efecto debido a que el emperador
Constantino unificó el imperio romano, y por tanto, la religión fue autorizada en toda su
extensión, y los cristianos dejaron de ser discriminados para ejercer cargos.
¿Por qué razón el emperador Constantino encaró estas profundas reformas? Constantino no se
caracterizó por una vida piadosa, pues había ordenado la muerte de su suegro, su cuñado, sus
hijos y su mujer. Hay autores, que consideran que utilizó la religión cristiana para imponerse a
sus competidores. En una primera etapa, consagró el principio de la tolerancia religiosa, que
sería un logro en los siglos siguientes, por medio del Edicto de Milán; y en una segunda etapa,
en el Concilio de Nicea, condenó las herejías adoptando un criterio ortodoxo en la doctrina
cristiana (año 325).
La religión cristiana y Constantino actuaron como un puente entre Oriente y Occidente,
aunque el ejercicio del poder tenía más resabios orientales que occidentales, con una gran
burocracia. Mientras tanto, los bárbaros se iban infiltrando, lenta pero incesantemente en un
imperio que carecía de la fuerza de su origen.
Después de Constantino, los hechos más importantes fueron el establecimiento definitivo del
cristianismo, su adopción como religión del Estado (año 390) y la instalación exitosa de
algunas tribus bárbaras en el imperio. Los perseguidos fueron perseguidores y un nuevo
poder; el del clero, comenzó a hacer sentir su influencia, dentro de una iglesia organizada
administrativamente.
Esos siglos de esfuerzos, persecuciones y establecimiento del cristianismo fueron esenciales
para los derechos humanos en lo que atañe al principio antropológico que hace hermanos a los
hombres por haber sido creados a imagen y semejanza de Dios. Lamentablemente, la
hermandad que la fe obliga a los cristianos, muchas veces fue olvidada y otras más destruida.
Hoy el ecumenismo avanza. Compartimos pan, vino y oraciones en un dinner sabbat en casa
de nuestro amigo el rabino Leon Klenicki. Cerca, en Gramercy Park se percibían los brotes de
la primavera.
6. LOS BÁRBAROS
Generalmente se afirma, que Europa es el producto de la simbiosis de la civilización griega y la
romana, con el pensamiento cristiano. Sin embargo, consideramos que el planteamiento es
incompleto, si no se agrega la germanidad, los bárbaros, que se incorporaron a Europa; más
por la decadencia del imperio romano que por efecto de sus conquistas. Por ese motivo,
Europa es el producto conjunto del helenismo, de la romanidad, del cristianismo y de la
germanidad.
El avance de los bárbaros fue lento e incesante. Los romanos habían estatizado y burocratizado
su imperio, esperando a los bárbaros que tardaron siglos en llegar. Mientras esperaban esa
llegada anunciada y quizás deseada, las costumbres de la república se habían degradado, la
vida pública y privada de los romanos era parasitaria, con ejércitos de burócratas y
funcionarios.
Como hemos visto, las civilizaciones hebrea, griega y especialmente la romana, no se
caracterizaron por el respeto de los derechos. Todo lo contrario; establecieron un sistema
inquisitorial basado en la confesión, que justificaba la tortura como metodología judicial. Es
paradojal, que en las leyes bárbaras de merovingios y carolingios; la tortura; casi había
desaparecido con la caída del imperio romano. Subsistía la tortura para los esclavos, en la Ley
de los Bávaros, la Ley burgunda y la Ley sálica. Quedaban las ordalías, que fueron a menudo
condenadas por el papado como prácticas supersticiosas.
Las ordalías constituían un sistema de pruebas que se ejecutaban por medio del agua o del
fuego. En este último caso, el acusado debía caminar llevando en la mano un hierro candente.
Pasados tres días, según el estado de las quemaduras, el acusado era declarado inocente o
culpable. Otro procedimiento, era el duelo judicial que consistía en un verdadero combate y se
lo denominaba Juicio de Dios, entendiéndose que Dios no podía permitir que el inocente
perdiera el combate.
Durante la época de los bárbaros, que se extendió por varios siglos, tanto éstos como los
romanos, se fueron empapando de mutuas costumbres. Casi podría decirse que bárbaros y
romanos fueron perezosos; los unos para imponerse definitivamente al aprovechar la fertilidad
de los territorios del imperio romano; y los otros acostumbrados a la decadencia, impotentes se
dejaron llevar y se sometieron a la invasión que generalmente fue pacífica, como una frontera
viva que se desplazaba diariamente.
Las tribus bárbaras eran generalmente de origen germánico y las únicas que no respondían a
esas características eran los hunos. Estos últimos, invadieron las Galias y fueron vencidos en la
batalla de los Campos Cataláunicos (451 a J.C.).
Atila también había hecho concesiones con el imperio romano. Fue designado general por el
emperador e incluso recibía un tributo o sueldo, para no invadir o para hacerlo gradualmente,
hecho que no cumplió.
La sociedad germánica tiene aspectos interesantes para la historia de los derechos humanos.
Tenía características especiales, en cuanto al sistema judicial, con una organización familiar de
clanes que institucionalizaba la “vendetta”. Lo más original, era el precio de la sangre, por el
que el autor de un delito podía redimirse pagando a la familia una indemnización, instituto
que subsistió durante la Edad Media denominándose “componenda” o “wehrgeld”. El proceso
tenía los caracteres de una guerra, y este sistema de prueba judicial feudal (ordalías, juicio de
dios y componenda), subsistió hasta el siglo XII y en general consistía en una especie de juego
de estructura binaria: concluía con la victoria o fracaso sin importar la verdad de los hechos.
Foucault, ha considerado que este sistema desapareció a fines del siglo XII y durante el siglo
XIII, produciéndose una transformación de estas prácticas e inventándose nuevas formas de
justicia, de prácticas y procedimientos, a medida que Europa se iba imponiendo sobre el resto
del mundo. Esa transformación, se produjo fundamentalmente en las formas, condiciones y
posibilidades del conocimiento, o sea en el redescubrimiento de una modalidad habitual para
los griegos: la indagación de lo verdadero y de lo falso.
El culpable no era el que resultaba quemado en la ordalía, sino el que había cometido el hecho
punible. Esta explicación, hoy simple, requirió de algunos siglos más para hacerse visible,
como más adelante lo analizaremos. Por eso, estos siglos de barbarie, han sido el pie de la
Edad Media para las primeras señales de los derechos humanos.
7. LA EDAD MEDIA
Un prejuicio habitual, consiste en atribuir a la Edad Media todos los males de la época
contemporánea; mientras hoy, críticas simétricas llevan a la nostalgia de que todo tiempo
pasado fue mejor, y el de la Edad Media, especialmente.
Para los derechos humanos, la cuestión es si se puede considerar algún progreso. Es evidente
que hasta el siglo XVIII , sólo podemos observar procesos embrionarios, sin la existencia del
estado con personas que resolvían sus diferencias entre sí.
El gran cambio, se produjo con la aparición del estado hacia el siglo XVII, que se impuso como
poder exterior para ejercer el poder político y luego el judicial. La génesis de los derechos
humanos de esta época, es la génesis del estado. El ser humano le impuso al Estado con
mayúsculas todas sus potencialidades, le otorgó prerrogativas, lo hizo crecer y multiplicarse en
sus poderes y atribuciones, delegando cada día más funciones; para finalmente quedar
atrapado en la telaraña de su burocracia, a un nivel similar al de la Edad Media con la
diferencia que en esa época no había energía eléctrica para televisores y para picana eléctrica.
Hacia el año 800, Carlomagno fue coronado emperador, de un imperio romano que se hallaba
en decadencia, que se había mudado a Oriente con Constantino y que ahora reunía a los
pueblos de Europa occidental (año 350).
El imperio romano volvió a Roma con Carlomagno. Esa síntesis y procesos de unificación, son
constantemente rescatados y emulados en el siglo XX en los proyectos de la Comunidad
Económica Europea, del Consejo de Europa y de varias instituciones similares. Ahora el
proyecto es parecido al de Carlomagno: unidad en la diversidad.
El imperio estaba dividido en condados y el poder se ejercía por el conde, designado por el
emperador, que centralizaba los poderes civiles, militares y judiciales. La estructura
administrativa, se completaba con duques en las fronteras e inspectores que visitaban con
frecuencia todo el imperio e informaban al Emperador.
El imperio duró poco y hacia mediados del siglo IX, se hallaba dividido en tres reinos. Todos
los intentos de unificación fueron inútiles y prueba de ello, es que recién hacia fines del siglo
XX, Europa está al borde de la unión. Otra causa de la desmembración del imperio de
Carlomagno se produjo por las invasiones bárbaras, con bárbaros romanizados. Es así que
checos, húngaros, sarracenos, normandos, etc., fueron ocupando toda Europa.
Todo este proceso de invasiones, fue motivo de unidad en torno de los condes y duques,
creándose una relación de servidumbre entre éstos y los súbditos que cultivaban la tierra y no
podían defenderse por cuenta propia. El súbdito prestaba juramento de fidelidad al Señor,
antes que al rey, que ejercía un poder directo, e indirectamente respondía ante el Rey.
De esta manera, el Rey perdió autoridad inmediata sobre sus súbditos, e incluso sobre el
mismo señor feudal, denominado así por la relación del titular con el feudo, que había sido
otorgado –a pesar de la disminución de poder–, por el Rey.
Teóricamente, el señor feudal le debía honores y fidelidad al Rey, debía ofrecer servicios
militares y actuar como juez en los litigios. La relación se producía exclusivamente entre el Rey
y el señor feudal, a través de contratos en los que se estipulaban los derechos y obligaciones.
La sociedad estaba absolutamente verticalizada, unida en una cadena cuyos eslabones estaban
a su vez unidos, por relaciones contractuales de subordinación. Ése fue el marco político,
económico y social del feudalismo.
Por lo tanto, la sociedad de la Edad Media se basaba en la desigualdad, esto es, un reducido
grupo de personas se arrogaba todos los derechos y mínimas obligaciones, mientras el resto
estaba sometido a una nueva esclavitud, tanto o más perversa que la anterior, denominada
servidumbre.
Prácticamente, la sociedad estructurada en forma vertical, contaba con tres grupos de
personas: los clérigos que formaban parte de una iglesia cada día más presente y protagónica
en todos los grupos; los señores feudales, condes o duques posteriores a Carlomagno, que
obedecían al rey pero no cumplían sus mandatos, siendo su obligación principal la de combatir
y proteger al resto, con más que dudosos resultados, pues eran más cobardes que valientes; y
finalmente, la clase servil que se encargaba de producir todo lo que los demás consumían.
Ese cuadro de situación, por lo visto, es la antítesis de los derechos humanos y quizás el único
mérito que le podemos atribuir, es el más que grandioso efecto constitutivo de la estructura
estatal, sin la cual no hay monopolio de la justicia, del poder, e incluso el establecimiento de la
sanción, fuera del orden personal del rey o del señor feudal.
8. LA DOCTRINA MUSULMANA Y LOS DERECHOS HUMANOS
A comienzos del siglo VII, empieza a afirmarse una nueva religión que tendrá una importancia
capital en los siglos posteriores y en la actualidad: el islamismo. La religión islámica o
musulmana, se extendió con rapidez por el mundo, especialmente en África y Asia en las
primeras épocas. Posteriormente, entró en Europa y fue la causa de las guerras más
importantes de la Edad Media: Las cruzadas.
La religión musulmana, predicada por Mahoma hacia el año 600 es en general una mezcla
entre la religión judía y la cristiana, con ciertas características que la particularizan de las
demás. La doctrina está expuesta en el Corán, que no sólo es un texto religioso de igual
naturaleza que la Biblia o el Evangelio, sino también un código que contiene la ley civil. Se ha
dicho, que es el libro del Juez y del sacerdote, esto es, combina y rige todos los aspectos de la
vida. La doctrina también se caracteriza por una militancia extrema, con una difusión por la
fuerza más que por el convencimiento, siguiendo las enseñanzas de Mahoma que decía:
“Haced la guerra a los que no crean en Dios ni en su profeta”.
Con la doctrina musulmana y la guerra santa, los árabes y los nuevos adeptos convertidos,
persas, sirios, españoles, griegos, etc., penetraron en África, Asia y Europa.
Las normas religiosas y civiles del Corán, son diametralmente distintas a las habitualmente
conocidas en el mundo occidental. El derecho de propiedad, la consideración acerca del capital
y sus intereses, la situación de la mujer y la concepción de la religión como expresión total de
la vida; hacen que el establecimiento de los derechos humanos se encuentre en una situación
bastante demorada.
Uno de los elementos esenciales de los derechos humanos, es la tolerancia que implica admitir
el derecho, la libertad de los demás para todas las actividades humanas. La doctrina
musulmana, de acuerdo con lo expuesto, no es tolerante y pretende ocupar totalitariamente
todos los aspectos de la vida.
Las luchas religiosas han ocupado gran parte de la Edad Media y reflejaron la no transacción
de los musulmanes con el resto del mundo, en la concepción espiritual y material de la vida. Es
probable que a lo largo de la historia, puedan conocerse ejemplos de las demás religiones
universales que han sido contrarios a la tolerancia y el pluralismo, pero es preciso reconocer
que la doctrina musulmana y sus diferentes variantes, aún en la actualidad permanece en una
posición irreconciliable y en algunos casos discriminatoria con respecto a las otras religiones.
La República Islámica de Irán en la década de los ochenta, acredita lo expuesto sobre la
intolerancia y la militancia irreductible respecto a las demás religiones y sistemas políticos. La
prensa mundial, ha registrado imágenes de mujeres con velos obligatorios que se extienden a
los turistas y visitantes de Irán. Eso ya es muy conocido, implica una discriminación a los
derechos de la mujer universalmente admitidos, pero es la mínima muestra de la intolerancia
del sistema clerical-político establecido.
En el “Mensaje histórico del Imán Jomeini a los peregrinos de Beitola-Haram”, conocido como
la “Carta de la República Islámica”, se coloca a la guerra santa, la Yihad, como el supremo
objetivo y bandera del Islam y entre los principios a observar ordena “apartar el flanco de la
Casa de Dios y del monoteísmo de los politeístas y ateos del imperialismo mundial
encabezados por Norteamérica, el criminal, no siendo negligente demostrar la discrepancia y
odio a los enemigos de Dios y del pueblo”, y promete que el Islam hará caer a las
superpotencias y conquistará una tras otra las trincheras claves del mundo.
Los conceptos expuestos no son objeto de retórica. La República Islámica de Irán, ha puesto en
ejecución esos principios al violar las inmunidades diplomáticas y del local de la embajada de
EE.UU., en la tristemente célebre crisis de los rehenes, condenada por la civilización universal y
rechazada enérgicamente por una decisión de la Corte Internacional de Justicia.
El mundo hobbesiano, ha terminado, aunque Jomeini, pretenda lo contrario. Como es habitual,
la violación de los derechos humanos en lo interno desembocó en la guerra internacional, que
ha significado cientos de miles de muertos para Irán e Irak, con el beneficio de los vendedores
de armas y el perjuicio de ambos pueblos. Las últimas imágenes, ya no registran bombardeos
en Teherán, finalmente, la paz se impuso a pesar de todo.
Las penúltimas imágenes del naufragio, han sido las de las honras fúnebres del Imán Jomeini,
que explican suficientemente que sólo se muere una vez, y que las turbamultas tienen una
extraña forma de expresar su amor, muchas veces por medio de la destrucción de lo que más
quieren. Las honras fúnebres de Jomeini, tumultuosas, destructivas, contracara de la
civilización, pusieron punto final al iniciador del fundamentalismo islámico. ¿El próximo paso,
será el fin de la dictadura de la República Islámica de Irán?
Por tanto, la expresión actual de la doctrina musulmana está lejos, e incluso puede ser
antitética con los derechos humanos en su concepción actual y desde nuestro punto de vista
occidental. Desde luego, que eso no significa desmerecer los aportes realizados a la
civilización, al arte y a las ciencias por parte de los pueblos que adoptaron el Islam. Es
evidente, y eso no es inconciliable, que la filosofía del Islam ha planteado un nuevo esquema
que indirectamente sirvió para el establecimiento de los derechos humanos.
Las Cruzadas, como se ha dicho, fueron la réplica a la guerra santa musulmana y su resultado
político fue que los señores feudales abandonaron sus feudos, afectaron sus finanzas, los
empobrecieron y los colocaron en la situación de tener que abandonar privilegios y derechos a
favor del rey, de sus vasallos y servidores.
Luego de más de diez siglos, algunos extremistas islámicos condenan a muerte y ponen precio
a la cabeza de Salman Rushdie, autor de Los versos satánicos, porque en una obra literaria se
animó a pensar diferente al dogma.
Sin embargo, todos esos enfoques, de corte occidental, pecarán obviamente del peor de los
prejuicios: el maniqueísmo, que hace de la civilización propia la mejor. Por lo tanto, debemos
despojarnos de tales cargas y tener en cuenta que el fundamentalismo islámico no es todo lo
que simplificadamente hemos dicho. Hay que tener en cuenta que los musulmanes, han
integrado la religión a su vida, y eso por supuesto no es criticable. La complicación se produce,
cuando se combina la religión con la política, dentro de una población de más de mil millones
que profesa el islamismo dentro de una concepción dicotómica: armonía religiosa y
desarmonía política.
Nuestro prejuicio pro-occidental, nos hace privilegiar el desarrollo tecnológico y desmerecer,
en cierta forma lo que denominamos el fundamentalismo religioso, que no significa destruir y
aniquilar al enemigo. El mayor conflicto de la civilización, el provocado por Hitler, no fue
precisamente obra del fundamentalismo islámico, sino del nazi. Los pueblos musulmanes han
preferido dedicarse a la trascendencia religiosa antes que a los “chips”.
Lo cierto, pues, que en el siglo XXI, no se podrá prescindir del Islam, teniendo en cuenta que
habrá que realizar los esfuerzos necesarios para comprender el significado verdadero de la
tolerancia islámica. Se ha dicho que en la Córdoba andaluza, los árabes invasores de España,
tuvieron un mejor trato con los “infieles” que el que les propusieron los señores feudales de la
Edad Media.
Es evidente, pues, que hay un velo sobre la historia que debemos empezar a levantar
eliminando nuestros propios prejuicios pro-occidentales que son esencialmente
discriminatorios.
Todo ese proceso de integración, lo debemos emprender sin demoras para hacernos cargo de la
situación política internacional con sus mezclas distintas de religión, petróleo, tecnología,
poder militar y por supuesto esencialmente, derechos humanos.
Es curioso que las democracias liberales no han guerreado frente a frente, en los últimos
cincuenta años, a diferencia de los sistemas no democráticos autoritarios que han buscado la
solución bélica como solución final. Así ha sucedido, por ejemplo, con los gobiernos de Irán e
Irak que se han empeñado en una cruenta guerra con un saldo de millones de muertos. Sin
embargo, el fin de la guerra, recibido con alivio por la comunidad internacional, no fue el final
de la historia.
Mientras se derrumbaba el Muro de Berlín y caían las democracias populares marxistas, nadie
previó que el polvorín del Medio Oriente podía estallar. Francis Fukuyama había escrito que la
historia había terminado y que el capitalismo, finalmente había ganado, con la perspectiva de
unos siglos aburridos y monótonos, toda vez que la confrontación era parte del pasado.
Fukuyama, no prestó atención a las diversas variantes sobre el tema. En primer lugar, el
fundamentalismo islámico, más que una religión es una filosofía que no adhiere a la tolerancia
en términos occidentales. En segundo lugar, que los occidentales, defensores de la paz, habían
suministrado armas a Irán e Irak, en abundancia. El mercado de armas depende de los dólares
que se dispongan para comprarlas, y los irakíes e iraníes tenían divisas para hacerlo, producto
de sus excedentes por exportación de petróleo. En tercer lugar, que los sistemas de algunos
países, al no ser democráticos, carecen de un control del poder suficientemente eficaz como
para superar cualquier desvío que conduzca a aventuras bélicas.
Ese tema ha sido objeto de especial estudio por nuestra parte, al analizar la subjetividad
internacional y la necesidad de proveer a un enfoque político fuera de las entelequias. En ese
sentido, consideramos que la subjetividad internacional, esto es, la posibilidad de reclamar
internacionalmente contra el estado causante de un ilícito internacional, tiene profundos
contactos con la situación del orden democrático y del control popular.
De acuerdo con nuestra posición, las masas humanas que van a ser objeto de las sanciones no
pueden influir sobre sus gobiernos para obligarlos a cumplir con el derecho internacional. Por
tal motivo si no existe un orden democrático y control del poder, las relaciones internacionales
no son predecibles.
Así sucedió, nadie previó que cuando la historia se había dado por terminada, una nueva
historia comenzaría, echando por tierra con ríos de tinta que aún no se habían secado y
confirmando nuestras teorías sobre los aspectos políticos de la subjetividad internacional,
desconocidos por los juristas.
Saddam Hussein, consideró que había llegado el momento de poner en marcha la historia y
con la excusa de la violación de las políticas de precios del petróleo, por parte de Kuwait,
primero invadió el país y luego decidió su anexión. Por otra parte, el país invasor y el invadido
no se destacaban por el respeto de los derechos humanos.
Los países que habían proclamado el fin de la historia quedaron atónitos y se dice que Saddam
Hussein pudo invadir también Arabia Saudita pero no lo hizo por falta de decisión. Los
juristas que repetían sin cesar que la guerra había terminado desempolvaron los libros clásicos
de la guerra justa y el derecho internacional. Inmediatamente, EE.UU. planteó ante el Consejo
de Seguridad de la ONU la cuestión y este órgano condenó la invasión, la anexión y aprobó
una resolución que autorizó el uso limitado de la fuerza para que las tropas iraquíes se
retiraran del territorio adquirido por medio de la conquista.
La situación es que una vez que los EE.UU. desembarcaron miles de soldados y armamentos,
los esfuerzos para una solución pacífica se hicieron cada día más difíciles, no por razón de esa
acción, autorizada por las Naciones Unidas, sino en el marco de la intransigencia iraquí.
La guerra en su primera etapa fue la guerra de los medios, la guerra de la televisión. Allí se
advirtió, la discusión abierta y democrática de EE.UU. y las decisiones autocráticas
fundamentalistas de Irak.
Finalmente la guerra terminó lógicamente con la derrota de Irak y con la muerte de unos pocos
cientos de soldados de la fuerza aliada a EE.UU. contra la de cientos de miles de irakíes. Las
víctimas del conflicto, no fueron sus verdaderos responsables, que como siempre quedarán
impunes, salvo ante el juicio de la historia. Los pueblos nuevamente han sido víctimas de la
falta de control sobre sus gobernantes, que mansamente los llevaron a la muerte anunciada.
Nuestra teoría se ha confirmado en todas sus partes y la subjetividad humana ha cedido en el
caso de los rehenes, denominados “invitados” por los iraquíes. Hemos señalado que “en el
derecho, el legislador busca prevenir la lesión y allí es muy importante verificar quien es el
individuo que resulta víctima de la sanción” y que “las víctimas (los rehenes) son distintos de
los presuntos autores de la lesión” y éstos se hallan vinculados por sentimientos de solidaridad
entre los infractores potenciales y los rehenes. (Derechos Humanos y Derecho Internacional, Juan
Antonio Travieso, Buenos Aires, Heliasta, 1996, pp. 32 a 39). En la crisis de 1998 se produjo la
misma amenaza. Por suerte, esta vez la diplomacia triunfó.
Francis Fukuyama ha recogido velas y actualmente afirma que ha sido mal interpretado, que la
historia no ha terminado, y que desea que no se le achaque todo lo que pase de ahora en
adelante.
Era obvio, que la historia seguía y por tanto discutir o plantear críticas a Fukuyama es inútil,
con el riesgo de perderse la historia que transcurre, muchas veces muy cerca de la histeria.
Sin embargo, en la rectificación de Fukuyama, rescatamos un párrafo que trata sobre la esencia
de toda esta situación, esto es, entre el idealismo, la moral y el pragmatismo en la política
exterior y las relaciones internacionales, y su adhesión por los principios antes que por los
intereses. Fukuyama ha dicho que... “el realismo es cada vez menos útil como guía en muchas
partes del mundo. No podemos evadir cuestiones de democracia y derechos humanos y tratar
a las naciones como si fueran idénticas bolas de billar en un partido de snooker”.
Ahora que estamos de vuelta en paz, después de la guerra, estamos más tranquilos pues
Fukuyama nos autoriza a seguir escribiendo la historia.
¿Cómo es posible que en tan pocos años puedan suceder tantos y tan macabros hechos? A
veces uno tiene la sensación de esa historia en cámara lenta. Pero parece que el vértigo del
zapping se ha adueñado de la historia.
Todo empezó o comenzó a terminar a partir de un vuelo que fue desviado de su ruta. Los
terroristas no se equivocaron, pues no hay mejor arma que aquella que nadie se imagina. Este
relato no es de historia sino de sensaciones.
Una aeronave es para viajar. No es un arma, o mejor dicho no era un arma hasta que pasó lo
que pasó. Todos dijeron que aparentemente una avioneta había chocado contra una de las
torres Gemelas de Nueva York. En la mente de los espectadores de la televisión pasaban las
imágenes de algunas películas que habían desarrollado el tema del cine catástrofe. Esta vez la
catástrofe estaba en vivo y en directo. En nuestra mente ya se veían a los bomberos y
socorristas y se sintió un ligero sentimiento de alivio. La gente se iba a salvar. Esas personas
que hace horas o minutos habían saludado a sus parientes con un Hasta luego y luego
caminado por las calles, iban a llegar inexorablemente a sus casas, a sus afectos y a sus seres
queridos. En las cocinas quedaron las tazas humeantes de un café.
Pero súbitamente un error, una equivocación: esta vez claramente se vio la sombra del avión
sobre el Hudson. ¿Será un error? No parece un error pues el avión vira y da de lleno en una de
las Torres Gemelas. Imposible describir ese momento. Lo que queda vivo es el sabor acre del
polvo, el mismo que percibimos en el ataque a la Embajada de Israel y a la sede de la AMIA
hace pocos años en Buenos Aires.
Pocos momentos después se produce el naufragio de las torres. Caen como dos grandes
transatlánticos y se hunden en el polvo de lo que más adelante será el Ground Zero. Una
especie de Titanic de cemento va cayendo en un bloque y solo se ve la antena de los teléfonos
celulares que estaba en el punto más alto de la torre y ahora tiene altura humana.
Más de tres mil personas han desaparecido. Algunos pudieron llamar a sus seres queridos y
expresaron su miedo, o su seguridad de que no iba a pasar nada. Las tazas de café frío han
quedado en las cocinas vacías.
Los hechos en ese momento tuvieron varias dimensiones: Lo que se vivió en ese avión
rutinario que despegó igual que todos los aviones, lo que se vivió en ese piso donde lo único
que quedó es una imagen borrosa del East River y del Hudson, lo que se vivió en todo el
mundo en vivo y en directo. Pero no fue todo: otro avión que al parecerse dirigía a la Casa
blanca cayó a tierra y quedó guardado el secreto de lo que pasó y además el Pentágono, el
centro de poder militar estadounidense también fue atacado. Eso pasó el 11 de septiembre de
2001.
A partir de allí la represalia, el ojo por ojo. Osama Bin Laden podía ser el autor intelectual o no,
para Estados Unidos de América nada sería igual a partir de ese momento. En los sucesivos
meses una nueva palabra comenzó a ser pronunciada: Ántrax y así como apareció,
desapareció.
El monstruo de la guerra había despertado. Más tarde Estados Unidos declaró la guerra en
Afganistán con una derrota anunciada de un país sumido en la pobreza extrema, luego los
infinitos escarceos diplomáticos de nuevo con Irak y con Sadam Hussein. La cuestión concreta
era si tenía o no armas de destrucción masiva. Concretamente las armas de destrucción masiva
correspondían a una calificación que la ONU se empeñó en determinar concretamente.
Las armas no aparecieron. De nuevo, otra guerra con ocupación por parte de Estados Unidos
de América y algunos aliados del territorio de Irak se presenta con un final abierto. Esta vez
Saddam Hussein huyó pero al poco tiempo fue capturado con amplia cobertura en los medios
de comunicación. Hay ataques a las fuerzas de ocupación y solo el destino sabe como va a
terminar todo. Los derechos humanos ausentes.
Los hechos nos sobrepasan, en la Estación Atocha de Madrid, España, un nuevo ataque deja
como saldo cerca de 200 muertos y heridos. Mientras estallan las bombas, los celulares no
dejan de llamar.
9. LAS CIUDADES Y LA GÉNESIS DE LOS DERECHOS HUMANOS - LOS FUEROS
La relación de los señores y los siervos fue cambiando, como resultado de las Cruzadas, ante el
debilitamiento de los primeros, a favor de cambios que se hallan en la génesis de los derechos
humanos. Un interesante fenómeno que se fue produciendo a partir del siglo V fue el de las
aglomeraciones urbanas, que se desarrollaron durante el imperio romano, fueron destruidas
por las invasiones bárbaras, algunas reconstruidas y otras establecidas a partir de Carlomagno,
con nuevas destrucciones por los normandos y otras tribus bárbaras, y finalmente reducidas o
resguardadas en castillos amurallados.
El señor feudal administraba, cobraba impuestos, impartía justicia y ejercía la totalidad del
poder hasta el siglo XI, en que el desarrollo económico producido por el comercio, actuó
favoreciendo la unidad entre los siervos y villanos, que día a día fueron limitando las
potestades del señor feudal. En una primera época, se formaron ligas tendientes a ese
propósito y especialmente a acordar los derechos del señor feudal y las obligaciones mutuas
por escrito, en convenciones denominadas cartas o fueros. Ese proceso no fue pacífico en todos
los casos y provocó motines y levantamientos sangrientamente reprimidos.
Las ciudades, por uno u otro medio iban obteniendo exenciones de impuestos extraordinarios,
cese de privilegios y establecimiento convencional de obligaciones. El rey de Francia, Luis VII,
en 1155 otorgó fueros a más de trescientas ciudades, en tanto se incentivaba la creación de
ciudades nuevas con el aliciente de mayores privilegios y concesiones, como las que se
otorgaban en las nuevas ciudades reconquistadas a los árabes en España, en las que se
aseguraba la impunidad de los delincuentes.
Éste fue un aspecto del crecimiento de los derechos humanos, o sea el establecimiento de
concesiones y exenciones formulados convencionalmente en los fueros. El otro aspecto fue el
establecimiento de un verdadero autogobierno en las denominadas comunas, municipalidades
o ciudades libres.
Este germen de la autodeterminación, se puso en marcha en Flandes, en algunas ciudades de
Alemania, en el sur de Francia, Italia y España.
La comuna o municipalidad, tenía amplios derechos, monopolizaba la coerción, ejercía la
justicia y deliberaba a través de regidores, alcaldes, alguaciles, etc. y en algunos casos llegó a
establecer relaciones de servidumbre con otras ciudades o personas, adquiriendo las antiguas
prerrogativas del señor feudal.
En España, el sistema de protección de los derechos humanos comenzó con la constitución de
asambleas representativas denominadas Cortes, cuyas funciones eran verdaderas limitaciones
al poder real. Las Cortes, estaban integradas por el clero, los ricohombres, los hidalgos y las
ciudades. En Aragón participaron en el gobierno, y reglaron sus derechos en forma escrita en
el denominado Privilegio General. Según sus normas, el rey no podía fijar impuestos o leyes,
sin consentimiento de las Cortes, que debían convocarse como mínimo cada dos años. En ese
intervalo, quedaba reunida una comisión llamada la Diputación de Aragón cuya función era el
mantenimiento de los fueros.
JUSTICIA DE ARAGÓN Y “GREUGES”
El Fuero Juzgo establecía: “Rey serás si facieres justicia; et si non la facieres, non serás rey”. En
Aragón, Valencia y Cataluña, hay un principio de juridicidad en la institución del Justiciazgo y
en las “greuges” o reclamaciones de agravio, que podían presentarse ante la Corte de Justicia,
aunque fuera contra el rey mismo o sus funcionarios. Ambas instituciones, eran pues, garantías
para la defensa de derechos humanos imperfectos ajustados a la época.
El Justicia de Aragón, ha sido materia de estudios para determinar su origen, discutiéndose si
fue instituido por el Pacto de Sobrarbe en el siglo VIII o bien se trataba de una institución de
origen árabe. En el siglo XII, el Justiciazgo se halla en pleno funcionamiento y llega a ser una
magistratura judicial y política.
El Justicia de Aragón llegó a tener en cierta forma, mayores facultades que el Rey. Sus
funciones se ejercían por medio de dos procedimientos: “la firma de derecho” y el “fuero de
manifestación”. En este caso, se podía reclamar la entrega de cualquier persona que estuviera
presa arbitrariamente. En caso que la justicia no aceptara la entrega del detenido, el Justicia
Mayor podía hacer uso de la fuerza propia y recuperar al detenido, colocándolo en la “cárcel
de los manifestados”, en tanto duraba el proceso. Todavía existe en Zaragoza la cárcel que se
hallaba a la vista del pueblo, y mostraba los resultados de la justicia.
La otra institución, la de los “greuges”, se ha establecido en todos los estados de Aragón
(Cataluña, Valencia y Mallorca). El recurso de los “greuges”, era de tal magnitud que su
excepción era admitida contra decisiones del rey o de sus oficiales y en caso que el rey
suspendiera sus efectos, el Justicia tenía facultades para detener la orden real.
El desarrollo de los derechos en Aragón, alcanzó tal amplitud que en 1549, las Cortes le decían
al rey: “Siempre hemos oído decir que considerada la gran esterilidad de esta tierra y la
pobreza de este reino, si no fuese por sus libertades, las gentes se irían a habitar a otros reinos
y tierras más fructíferas”.
¿Hasta cuando se extendió la aplicación de los recursos del Justicia Mayor de Aragón? Se ha
dicho que perdió prestigio, a partir del reinado de Felipe II, que destruyó la institución al hacer
ahorcar al Justicia Don Juan de Lanuza, por haber dado amparo a Antonio Pérez, ex secretario,
del mismo rey, perseguido por conocer secretos de estado.
FUEROS EN ARAGÓN - CASTILLA - LEÓN Y CUENCA
El fuero de Aragón, institucionalizaba procesos forales de aprehensión, inventario, firma y
manifestación, que según diversos autores brindaba una protección de la libertad y de la
propiedad muy superiores a la Carta Magna. Curiosamente, hay otros autores que remontan el
origen del “Justicia Mayor de Aragón” al cadí de las injusticias, de la Córdoba musulmana.
La institución de los fueros aragoneses, subsistió desde 1123 hasta 1707 en que Felipe V los
suprimió. El sistema de los fueros, consistía en una petición de amparo dirigida al Justicia de
Aragón, bajo cuya dependencia se hallaba la “cárcel de los manifestados”, dependencia en la
que se desarrollaba una verdadera jurisdicción sobre los derechos humanos.
En otros reinos, como en Castilla, las Cortes llegaron a tener atribuciones por medio de las
cuales, éstas debían ser consultadas permanentemente; podían reducir los gastos del rey e
incluso dictaron normas recomendando que los invitados reales debían comer menos. En
Aragón se avanzó un paso más con el establecimiento del Justicia Mayor, que era un
magistrado, con un derecho de amparo sobre las personas, pues podía ejercer su protección
ante violencias ejercidas por cualquier otro magistrado, con facultades para revocar sentencias.
Los fueros establecieron los derechos humanos, siempre con las limitaciones que estamos
exponiendo, de una manera inconcebible para esa época. En los Fueros de León y de Cuenca,
hacia 1188 se había eximido de penas y de indemnizaciones a aquellos que al oponerse al
allanamiento de sus casas matasen a los agresores. El Fuero de León prohibía, específicamente,
la privación de libertad sin orden de juez competente, y otros fueros como el de Aragón
establecían principios de protección de los derechos humanos, anteriores a la Carta Magna de
Juan sin Tierra de 1215.
La diferencia entre el derecho foral español y la Carta Magna inglesa, es que los derechos de
propiedad, de inviolabilidad del domicilio, las garantías procesales y la libertad personal se
establecían para todos los hombres del reino, y no para un grupo de ellos como lo establece la
carta inglesa de 1215. Otra diferencia que se ha marcado es el amparo que se concedía a los
judíos y musulmanes que eran grupos minoritarios.
Todo este proceso constitutivo de los derechos humanos establecido en las culturas hispánica,
francesa y anglosajona, también tuvo el aporte del derecho romano renacido, del derecho
canónico y de los aportes germánicos. La influencia se extendió no sólo al ámbito personal,
sino también a la doctrina constitucional del poder, a la formación de la voluntad popular por
medio de la participación, al ejercicio del autogobierno y, por tanto, a la constitución
fundacional, de los dos ejes que en el futuro serían las bases para los derechos humanos: la
democracia y la autodeterminación.
Mientras se producían estos cambios externos, se iba gestando el concepto del poder estatal,
con monopolio de las sanciones y la existencia del delito como una infracción a ese orden
estatal.
10. EL EMBRIÓN DEL ESTADO EN LA EDAD MEDIA
Como hemos señalado, el sistema de prácticas judiciales sufrió profundos cambios durante los
siglos XII y XIII. Por un lado, los cambios del sistema visigodo, el proceso de renacimiento del
derecho romano, la fuerza del derecho canónico, el derecho de los fueros y todo ello
enmarcado dentro de los retrocesos y contramarchas de las invasiones normandas. Esos
cambios tuvieron lugar en una sociedad feudal, esto es, una sociedad caracterizada por la
concentración de las armas en manos de los más poderosos, que por supuesto, buscaban
impedir su utilización por los más débiles.
Foucault ha dicho que en la sociedad feudal eslabonada, las acciones y litigios judiciales eran la
manera de hacer circular los bienes, y así se comprende que los más poderosos procuraran
controlar los litigios judiciales, impidiendo que se desenvolviesen espontáneamente entre las
personas. Ese hecho implicó la concentración de las armas y del poder judicial en las mismas
manos. Foucault ha expresado, que la idea de la división de los poderes ejecutivo, legislativo y
judicial, es aparentemente antigua en el ámbito del derecho constitucional. Pese a ello, esa idea
recién se institucionalizó en los tiempos modernos con Montesquieu.
El sistema de acumulación de riqueza y poder de las armas, conjuntamente con el ejercicio del
poder judicial en pocas manos se consolidó durante el imperio de Carlomagno con el
renacimiento del derecho romano.
El sistema, a partir de este momento, tendrá los múltiples componentes que hemos señalado y
que iremos describiendo separadamente, sin perjuicio de destacar la acción conjunta de todos
ellos.
Este sistema, siempre siguiendo a Foucault, tiene algunas características generales:
1) La justicia se impone a las personas y éstas de aquí en adelante, pierden el derecho de
resolver sus litigios, y por tanto deben someterse a un poder exterior a ellos que se les impone
como poder judicial y político.
2) Aparece el procurador, representante del soberano, que se hace presente en el litigio en su
condición de doble, de sustituto de la víctima, actuando en nombre de ella. El rey o el señor
feudal, a través de su representante, permiten que el poder político se apodere de los
procedimientos judiciales y se subrogue en los deseos e intereses de la víctima. Este proceso
embrionario, se irá centralizando para constituir el ministerio público.
3) El daño infligido a la víctima es un daño o una ofensa producido por la persona al estado, o
al soberano como representante de ese estado. Eso es una novedad, pues se cambia la vieja
noción de daño por la de infracción, la del acto antijurídico, del delito que más tarde y como
consecuencia de los procesos de imputación permitirá enlazar la pena y la responsabilidad; es
esencial para la determinación de conductas típicas, es decir, descriptas como antecedentes de
sanciones. Esas conductas típicas, son la materia sustancial de la protección de los derechos
humanos.
4) La última característica es la que define Foucault como una invención diabólica, el
descubrimiento e invención más trascendental de esos siglos que subsiste hasta ahora: el
estado. Desde luego que ese estado del siglo XII o XIII, se identifica con el rey o mejor el
soberano, monopoliza la justicia, tiene un representante para ejecutar todo ese proceso y
determina las infracciones, considerándose a éstas como atentados a su persona, a la sociedad,
al estado. Foucault considera, que la creación del estado fue un medio perverso para producir
efectos de multas y confiscaciones, que para las monarquías nacientes fue el mejor recurso para
enriquecerse. Ese mecanismo se fundaba en la justicia, monopolizada por el rey, por lo que
poseía una auto-justificación filosófica, para acrecentar el poder económico y en consecuencia
ejercer el poder político.
La violación de los derechos humanos, en esos siglos giraba en torno de las confiscaciones, esto
es, el soberano gracias al monopolio judicial que detentaba, se adueñaba de los bienes, del
trabajo, de las propiedades, etc., y el que se opusiera a esos propósitos ponía en peligro la vida.
Éste es, en líneas generales, el panorama que debió enfrentar el hombre medieval, que a través
del poder de su imaginación fue conquistando y construyendo con precio de sangre, uno por
uno sus derechos humanos.
11. EL RENACIMIENTO DEL DERECHO ROMANO Y LOS DERECHOS HUMANOS
Durante el estudio de las características generales del sistema embrionario para establecer el
estado; el procedimiento criminal con los propósitos anotados, comenzó con un período
acusatorio, que se caracterizó por la existencia de una tercera persona en el proceso: el juez.
En este proceso, el juez y el soberano son una única y misma persona, pero las pruebas las
aporta la parte perjudicada. Posteriormente, este procedimiento cambia, y el juez ejerce el
monopolio de la acción probatoria realizando él mismo la prueba judicial, en una especie de
encuesta o investigación, denominada procedimiento inquisitorio. Las pruebas son los
instrumentos escritos, el testimonio y especialmente la confesión, prueba superior a las demás,
que justificará en esa época medieval, la tortura como medio de obtenerla.
Con esos antecedentes, en los siglos XI y XII, se produce el renacimiento del derecho romano.
En verdad, el derecho romano en ningún momento había muerto, estaba en vida latente y su
existencia dependía de la recuperación de los instrumentos en los que estaba condensado: el
Corpus Juris, el Digesto, etc. Por tanto, se ha dicho con razón que la Escuela de Bolonia no fue
un renacimiento sino la floración de un viejo árbol vivo.
El derecho romano fue uno de los instrumentos utilizado por los reyes para desarrollar el
proceso expuesto antes, e hizo que el argumento de la autoridad real se hallara justificado por
principios jurídicos que en algunos casos humanizaron la solución.
Algunos autores sostienen que de los textos del Corpus Juris resurgió la tortura como una de
las piezas maestras del sistema inquisitorio, todo eso agravado por el espíritu pragmático de
los glosadores.
La confesión tenía una fuerza probatoria suprema en esta época e incluso se llegó a decir que el
juez no debía descartar la confesión de hechos imposibles, como el adulterio de un impotente,
o la culpabilidad por un homicidio de una persona hallada luego viva.
La tortura era habitual como un medio de obtener la confesión y se ejecutaba a través de
diversas formas: potro, pequeño caballete, pelota, cobertor, prueba de agua (especialmente
para los juicios de brujería).
Todas esas formas eran muy parecidas a las metodologías de la Gestapo o las del Gulag, en
pleno siglo XX. Como en esas metodologías, el efecto psicológico de mostrar las torturas y
explicarlas con detalles previos a su aplicación era un procedimiento habitual. Alfonso el
Sabio, en las Siete Partidas aconsejaba que: “los prudentes antiguos han considerado bueno
atormentar a los hombres para sacar de ellos la verdad” (Partida VII, Tit. 30, “De los
Tormentos”. Destacamos como dato curioso que quedaban eximidos de la tortura los menores
de 14 años, los hidalgos, los profesores de derecho y las mujeres encintas).
En Francia, la tortura se institucionalizó en las Ordenanzas de 1498 y de 1539, a pesar de lo
cual, se produjeron algunas decisiones judiciales en las que se rehusaba tomar en cuenta las
confesiones obtenidas por la tortura.
La humanización de los procesos y las garantías procesales penales, surgieron en los siglos
XVIII y XIX . Hasta ese momento, el derecho natural actuó como gran moderador y protector
del proyecto de los derechos humanos.
12. EL DERECHO CANÓNICO Y LOS DERECHOS HUMANOS
Para analizar la influencia del derecho canónico en los derechos humanos es preciso considerar
la influencia de la Iglesia Católica en la Edad Media. Esa influencia se extendió en una mutua
confusión entre el poder religioso y el secular, y se centralizó en la institución del papado que
ejerció y ejerce el gobierno de la Iglesia.
Como hemos visto, el cristianismo tuvo una considerable influencia en la génesis y
establecimiento de los derechos humanos. En una primera época, esa influencia se limitó al
plano espiritual, pero, una vez terminada la persecución del cristianismo, se comenzó a
organizar el gobierno de la iglesia que se extendió durante casi toda la Edad Media.
El papado tuvo el propósito de establecer su autoridad separadamente de la de los reyes en
una primera etapa, y después de esa independencia, se buscó consolidar la autoridad religiosa
por medio de la autoridad política, esto es, concentrar todos los poderes y ejercer el poder
reinando sobre los reyes.
Estas intenciones chocaron con la de los reyes, que simétricamente tenían intenciones
contrarias, o sea, imponer el poder civil sobre el religioso o bien concentrarlo, por supuesto
sobre su primacía. Esas luchas duraron más de trescientos años, con el marco de los conflictos
universales y los avatares del imperio romano.
Se ha dicho que los emperadores de Constantinopla, mientras estuvieron en poder de Roma,
consideraron al Papa como a un simple funcionario religioso, pero, a medida que el poder de
los emperadores griegos se debilitaba, el Papa se transformaba en el verdadero dueño del
poder en Roma.
Roma no sólo era la capital del imperio, sino también el objetivo estratégico de la iglesia, desde
que San Pedro la estableció cumpliendo con los mandatos de Cristo.
¿Cuál fue la base para la aplicación de esos principios de defensa de la persona humana? El
derecho natural, adaptado con las influencias de los griegos, el pragmatismo romano y las
enseñanzas del Evangelio.
Los fundamentos para sostener el respeto de los derechos humanos fueron, entonces, el
derecho natural adaptado con las influencias de los griegos, el pragmatismo romano y las
enseñanzas del evangelio, todos actuando conjunta y concertadamente.
La culminación de los conflictos tuvo lugar entre el Papa Gregorio VII y el emperador Enrique
IV desde 1076 hasta 1122, en la famosa querella de las investiduras que terminó en la
transacción del Concordato de Worms en el 1084, manteniendo las pretensiones de ambos, con
un paréntesis durante el papado de Inocencio III, (1198-1216) que llegó a deponer a Juan sin
Tierra y colocar en su lugar a Felipe Augusto, hasta que el primero se declaró vasallo del papa
y se obligó a pagarle un tributo anual.
Hacia el 1300, luego del Pontificado de Bonifacio VIII, terminaron las pretensiones de
supremacía temporal de los papas. Prácticamente, la historia de gran parte de la Edad Media,
fue la historia de esas mutuas rivalidades, mientras la iglesia se iba incorporando en la
sociedad a través del clero.
El clero de la Edad Media, conservó y en algunos casos rescató las culturas griega y romana y
dentro de ese cuadro de conflictos de todo orden, moderó de alguna manera las costumbres,
limitó los males de las guerras (tregua de Dios, se prohibía la guerra durante algunos días) y
en muchos, casos actuó como medio de tutela de los derechos de la persona, sin dejar de
olvidar los excesos de la Inquisición.
Se ha dicho con razón que el que se hubiera animado en Atenas, Alejandría o Roma a pedir la
suspensión de la tortura, hubiera sido un revolucionario, o un loco.
¿Qué hubiera pasado en la Edad Media ante el mismo cuestionamiento? La iglesia actuó en el
proceso con funciones moderadoras y a un mismo tiempo, influida por la metodología laica,
fue presa de los excesos de la Inquisición.
Hay dos historias paralelas en el desarrollo del derecho: una de ellas es la del renacimiento o
redescubrimiento del derecho romano con los glosadores y post-glosadores; y la otra, es la del
derecho canónico.
Se hacía necesario en el ámbito de la iglesia encarar una acción decidida y eficaz contra la
criminalidad eclesiástica. Umberto Eco, en su novela El nombre de la rosa, describe con
minuciosidad ese propósito con los mecanismos de la acusación y del proceso inquisitorio que
los canonistas calcaron del proceso secular.
En pleno siglo XIII, los canonistas terminaron su construcción fundamentada en la teoría de las
pruebas, confluyente a la del proceso secular, es decir con la confesión colocada con valor
superlativo, con respecto a las demás pruebas.
Algunos autores coinciden en que la iglesia se dirigía a condenar la tortura, pero la teoría
canónica de las pruebas y la confluencia producida con los criminalistas laicos, en los hechos
tuvo resultados distintos.
Cuando la iglesia ignoró esos principios cometió excesos y utilizó los sistemas y metodologías
del procedimiento secular, que prevaleció en gran medida. Curiosamente, el derecho canónico
penetró con dificultad en las jurisdicciones feudales y más tarde en las forales.
La acción de la iglesia en los derechos humanos en la época escolástica, se refleja en dos
ámbitos: el del derecho natural, y con fundamento en éste la consideración sobre la justicia o
injusticia de las guerras.
Los Padres de la Iglesia consideraban a la ley natural superior a la ley humana, y en el sistema
tomista, la ley, el derecho y la moral permanecen indivisos, criterio que se ha mantenido hasta
la actualidad. Según ese criterio, dominante en la Edad Media, todas aquellas normas tales
como leyes, sentencias judiciales, o decretos, etc., que violaren la ley natural, eran nulas y sin
efecto.
Nussbaum ha estimado que las doctrinas y enseñanzas de Santo Tomás no sólo permanecieron
con autoridad dentro del pensamiento católico, sino que han influido notablemente en autores
no católicos y prácticamente en toda la escuela del derecho natural laico, que se extendió
durante varios siglos y que será objeto de especial mención en las primeras declaraciones de
derechos humanos de la historia.
El segundo ámbito de proyección de la iglesia ha sido el del tema de la llamada guerra justa.
La guerra constituye la máxima violación de los derechos humanos, y generalmente el no
respeto de los derechos humanos en lo interno, ha tenido como consecuencia inevitable la
guerra. San Agustín, San Isidoro y finalmente Santo Tomás se ocuparon de la guerra justa y
esas doctrinas fueron la base doctrinal de las mutuas rivalidades y luchas entre la Iglesia y los
reyes. Según estas doctrinas, que se han mantenido hasta la Carta de las Naciones Unidas de
1945, la guerra puede hacerse con justicia, para satisfacer una ofensa recibida.
El anquilosamiento de esta doctrina, limitada a prevenir la guerra, o someterla a reglas ha
producido las máximas violaciones de los derechos humanos. Casi siempre, se han esgrimido
los argumentos de la guerra justa para legitimar las peores iniquidades de los conflictos
bélicos.
13. LA INQUISICIÓN Y LOS DERECHOS HUMANOS
La Iglesia fue muy celosa en el mantenimiento de sus dogmas y principios, y desde el imperio
romano ya había establecido los Tribunales de la Iglesia, por medio de los cuales los obispos
tenían el poder de juzgar a los miembros del clero y dictar sentencias. Esos tribunales, se
denominaban oficialidades, y eran bastante más moderados que los tribunales civiles en el
procedimiento, al no admitir las ordalías ni el juicio de Dios.
Había un amplio sistema de averiguación, audiencia de testigos y defensa de los acusados,
antes de la sentencia dentro de una jurisdicción exclusivamente aplicable al clero. Esa
jurisdicción era tan moderada en sus procedimientos que hubo muchos laicos que al ser
acusados de delitos, simulaban ser clérigos para evitar los efectos de la jurisdicción civil, y por
tanto evitar también la tortura de costumbre.
En lo espiritual, el clero disponía de la excomunión, por medio de la cual excluía al sancionado
de la comunidad de los fieles y lo privaba de los sacramentos, (comunión, matrimonio, etc.). En
algunos casos, la excomunión se extendía a todo el pueblo y en consecuencia se cerraban las
iglesias y se suspendían todas las ceremonias del culto.
A principios del siglo XIII, la Iglesia tuvo que enfrentarse ante distintos puntos de vista con
respecto al dogma, denominados herejías. Se ha definido la herejía, como un crimen de lesa
majestad divina, que consiste en el rechazo consciente de un dogma, o en la firme adhesión a
una secta, cuyas doctrinas han sido condenadas por la Iglesia, como contrarias a la fe.
Las herejías, muy frecuentes en la Edad Media, tuvieron sus efectos más notables en Francia y
en España. En Francia, la herejía de los albigenses fue la más célebre y dio origen a lo que se
llamó la cruzada de los albigenses, debido a que se la consideraba igual que la de Palestina. El
fanatismo de esa guerra fue escalofriante, y se cuenta que en 1209, la ciudad de Beziers no sólo
fue destruida, sino también exterminados sus habitantes, al punto que en una iglesia
degollaron a siete mil personas.
Esta cruzada tuvo también efectos políticos, pues extendió el poder de los Capetos hasta los
Pirineos, luego que los descendientes de Simón de Montfort vendieron sus derechos al rey de
Francia Luis VIII.
Hasta ese momento, la lucha contra la herejía no tenía un marco institucional. El Concilio de
Tolosa de 1229 procuró ese marco institucional a la lucha, estableciendo a los inquisidores de la
fe, con el objeto de producir en un solo acto la unidad de la fe y del orden social.
La idea de la tolerancia, de la convivencia entre personas de diferentes creencias, era
imposible. Por otra parte, ambas posiciones, la de la iglesia y la de los herejes, eran
mutuamente excluyentes, pues la sociedad medieval sólo admitía ortodoxamente la unidad y
la homogeneidad.
Con anterioridad, la iglesia había tenido conflictos provocados por diferentes herejías durante
el imperio romano, pero curiosamente, no se estableció un sistema institucionalizado para
combatirlos, ni se los acosaba por medio de la tortura. Fue recién en el siglo XIII, en que la
inquisición se extendió por Europa especialmente en Francia y España, y también, aunque no
con tanta intensidad en Italia y Alemania.
La inquisición, cuya denominación completa es “inquisitio haereticae pravitatis”, inquisición
de la perversidad herética, tuvo su máxima expresión en 1252, al dictar el Papa Inocencio IV, la
bula “Ad extirpanda”. En esa bula, se halla claramente expresada la finalidad de la inquisición
y su metodología específica: la tortura.
En aquella época se decía: “la tortura se aplica a los ladrones y a los asesinos ¿Qué son, pues,
los herejes sino ladrones y asesinos de almas?” Eso significó en los hechos, la extensión de la
tortura en forma institucional a los herejes. Hay que tener en cuenta que la tortura era una
práctica corriente contra los delincuentes comunes en las jurisdicciones seculares, por lo que la
Iglesia tomó una institución existente, desarrollada y justificada doctrinalmente con
anterioridad, y la propagó por medio de la inquisición durante trescientos años.
La inquisición se desarrolló con más intensidad en Francia y España, y en cada uno de estos
países tuvo características propias, por la politización y sus objetivos nacionales internos. Sin
embargo, en ambos países, la metodología era similar. Los inquisidores eran los encargados de
realizar las averiguaciones acerca de la fe y creencias. Por medio de procedimientos secretos
podían encarcelar personas por sospechas o denuncias. El acusado carecía de las más
elementales garantías para demostrar su inocencia, no existía careo ni tampoco confrontación,
o procedimiento reglado de averiguación.
No había ningún procedimiento de defensa y se usaba la tortura para obligar a confesar al
acusado. Las torturas que se aplicaban eran hambre, aplastamiento de dedos en un torno u
obligación de beber grandes cantidades de agua. Luego de la confesión, se dictaba la sentencia,
y el hereje que se arrepentía se lo condenaba a prisión perpetua por tiempo determinado. En
caso que el acusado no se arrepintiera o incurriera en nuevas herejías, la condena era la
hoguera, donde lo quemaban vivo. Todas las torturas y ejecución de las penas eran realizadas
por laicos.
Con la inquisición se produjo el renacimiento de la tortura, que si bien no había sido dejada de
lado, no integraba el procedimiento de los bárbaros, que confiaban en los resultados mágicos
de las ordalías o de los juicios de Dios. Sin dudas, este renacimiento en el que tienen mucho
que ver los glosadores y postglosadores que fueron los descubridores del Corpus Juris; pone
en evidencia a la confesión, como la reina de las pruebas. El carácter de la confesión tiene un
principio religioso, pues el objetivo es que el hereje confiese su pecado, transformándose en un
delincuente-pecador sujeto al arrepentimiento. La confesión que se obtenía por medio de la
tortura debía ser ratificada después, pero si no sucedía así, continuaba la tortura, tantas veces
como fuera necesario para obtener ese resultado.
Los excesos de la inquisición en Francia fueron igualados en España. Allí la inquisición fue el
medio más eficaz para asegurar la autoridad y la unidad del reino. A diferencia de Francia, en
que la inquisición cayó en desuso luego de casi un siglo, en España se desarrolló y se
estableció, unido al poder real durante el reinado de los Reyes católicos Isabel y Fernando de
Aragón. Éste, institucionalizó la inquisición denominándola Santo Oficio, monopolizado
exclusivamente por funcionarios designados y procedimientos regulados por el poder civil. En
consecuencia, en España la inquisición fue un medio de acrecentar el poder real, un
instrumento político por medio del cual se eliminaban a todas aquellas personas que eran
obstáculos para los intereses del gobierno.
También los reyes utilizaron la inquisición para perseguir no solamente a los que pensaran
diferente, o no compartieran sus creencias, sino también como medio de persecución contra las
personas de diferentes razas. En 1492, los judíos fueron obligados a abandonar España en el
plazo de seis meses, sin poder llevar sus joyas ni bienes personales.
Los reyes de España, también utilizaron la máscara de la inquisición para acrecentar su fortuna
personal, pues las condenas del Santo Oficio incluían la confiscación de bienes, que por
supuesto, pasaban a las arcas reales. Los extranjeros también eran perseguidos, bajo la excusa
de herejía, mientras que con el escudo de la ortodoxia, la nacionalidad y la unidad española se
cometieron y se justificaron los crímenes más atroces. Puede afirmarse, pues, que la inquisición
en España fue una institución estatal antes que eclesiástica.
Todas las autoridades y magistrados del Santo Oficio eran designados por el rey. El consejo
Supremo era el órgano más importante, y las diligencias judiciales las practicaban los fiscales
que de él dependían. En 1483, al designarse a Tomás de Torquemada, la inquisición tuvo su
período de mayor violencia en el reino de Castilla. Las quejas contra Torquemada eran
frecuentes, y varias veces tuvo que dar explicaciones al Papa por medio de obispos españoles.
Torquemada se transformó con el paso de los siglos en el símbolo y paradigma de la
inquisición.
Hay autores que han justificado la inquisición española, aduciendo que los valores que la
inquisición ha salvado han sido más importantes que las víctimas que causó. Simétricamente,
los filósofos del siglo XVIII, condenaron a la iglesia y a los gobiernos que sostuvieron la
inquisición.
La polémica permanece abierta, pero la tragedia de la inquisición debe analizarse dentro de un
cuadro en que la unanimidad de los hombres de la Edad Media, la consideraban una
institución vital. Por supuesto que los reyes aprovecharon esas creencias para consolidar o
acrecentar su poder, pero el retroceso ha sido la mutua y compartida opinión de que conservar
la fe justificaba todo tipo de excesos. En resumen, la humanidad comenzó a considerar que el
fin justifica todos los medios.
La historia de la civilización tiene caracteres acumulativos, y por ello al cometer un nuevo
exceso, admitir su ejecución, o tolerar injusticias por mínimas que sean, es cometer mayores
injusticias. Esas injusticias y violaciones de los derechos humanos fueron admitidas, toleradas,
encubiertas o ejecutadas por más de trescientos años, y por último ferozmente multiplicadas en
el siglo XX.
14. LA CARTA MAGNA DE 1215. ESTATUTO DE OXFORD. PARLAMENTO Y DERECHOS
HUMANOS
Inglaterra, igual que el resto de Europa, debió soportar las invasiones de los bárbaros. En
primer lugar dos pueblos germánicos, los anglos y los sajones, luego los daneses, y finalmente
los normandos, ocuparon Inglaterra hacia el año 1000. La dinastía normanda fue suplantada
por los Plantagenets: Enrique II, su hijo Ricardo Corazón de León y luego Juan sin Tierra, en el
1200.
En Inglaterra, los principios del control de la autoridad real no eran una novedad, de igual
manera que el sistema parlamentario, y el reconocimiento de garantías. Desde el siglo IX ya
había una Asamblea de notables, la “witagenot”, que centralizaba poderes impositivos, elegía
al rey y ejercía funciones judiciales. Cada una de estas etapas culminaba con un contrato en el
que se hacía constar expresamente los derechos y garantías reconocidas, y entre ellos se
hallaban el Código de Derecho del Rey Alfredo en el siglo IX y la Carta de las Libertades de
Enrique I en el siglo XII.
Los excesos cometidos por los últimos reyes, el sistema de terror que habían instaurado y el
desprecio que el pueblo inglés sentía por Juan sin Tierra, que había sido humillado por el Papa
y aceptado su religión, crearon una situación insostenible de rebelión.
En mayo de 1215, la rebelión de los señores, los llevó a ocupar Londres con el propósito de
obtener garantías y derechos. Finalmente, Juan sin Tierra pactó con los amotinados y juró la
Carta Magna en 1215.
La Carta Magna ha sido calificada como uno de los monumentos jurídicos más importantes
para el establecimiento de los derechos humanos. En sus normas establecía serias limitaciones
al poder real, respecto a los ejes estratégicos de la época: impuestos y límites a la
discrecionalidad del rey.
Se estableció el Gran Consejo del Reino, integrado por arzobispos, obispos, condes y barones,
que se podía convocar con dos días de anticipación. Ese consejo era el que prestaba el
consentimiento para la fijación de nuevos impuestos. La confiscación fue prohibida, y los
oficiales reales debían pagar por los bienes el precio que fijaran sus dueños.
La Carta Magna estableció el principio de que la pena es el resultado de una ley anterior y
fundamentada en base a una sentencia dictada en legal forma. Los hombres libres no podían
ser detenidos sino en cumplimiento de normas y sentencias.
Por medio de las normas de la Carta Magna se consagró la libertad de la Iglesia, la libertad
personal, el derecho de propiedad y las garantías procesales que hemos consignado. Para
asegurar la debida observancia de las obligaciones establecidas se constituyó una especie de
comisión fiscalizadora integrada por veinticinco barones. En caso que se comprobara la
violación por el rey de las obligaciones pactadas, los barones tenían derecho a apoderarse de
bienes de propiedad real, hasta la reparación de los perjuicios mediante sentencia.
Se dice que Juan sin Tierra firmó la Carta Magna como transacción para conservar el poder, y
que en el acto del juramento estaba tan furioso que rechinaba los dientes y revolvía los ojos.
Luego del juramento, su primer preocupación fue consultar al Papa, si el juramento era
obligatorio para él y si podía ser autorizado para no cumplirlo.
Las relaciones entre los barones y los Plantagenets fueron tensas, e incluso hubo nuevos
motines y rebeliones, el último de los cuales finalizó ante la muerte de Juan sin Tierra por una
indigestión de guisantes.
Se ha considerado, justificadamente, que la Carta Magna tuvo la importancia de consignar en
forma expresa un conjunto de principios y normas consuetudinarias que ya se reconocían en
Europa en los siglos XII y XIII. También se ha considerado que las disposiciones eran
concretas, en el característico estilo pragmático inglés y no abstracciones bajo la forma de
principios generales universales. Ése fue el motivo por el cual sus disposiciones se han
mantenido como fundamento del derecho público americano e inglés, esto es, la solución
práctica para el caso concreto.
Algunos autores han observado que en los aspectos de fondo el aporte de la Carta Magna no
fue original, y que sus disposiciones no se extendieron a la generalidad de las personas, pues
se limitó su aplicación a la Corona, la iglesia y los señores feudales. Sin embargo, sus principios
tuvieron como virtud la fácil adecuación a otros tiempos y lugares, en un clasicismo normativo
que excedió el plano de las garantías, y se extendió a las bases del sistema constitucional
moderno, como un símbolo de la supremacía de la ley sobre el poder.
Hay que reconocer que el sistema foral español fue anterior y estableció con más claridad los
límites del poder y las garantías personales. Sin embargo, la Carta Magna, quizás por su mejor
y mayor difusión universal, ha tenido una mayor influencia en la doctrina de los autores. Es
evidente que esa difusión se ha debido al establecimiento de las bases del gobierno
constitucional inglés, que se consolidó con eficacia a diferencia de lo sucedido en España.
Por tal motivo, la Carta Magna debe considerarse conjuntamente con los demás escalones para
el establecimiento del sistema representativo, aunque Margaret Thatcher considere lo
contrario.
Juan sin Tierra fue sucedido por Enrique III que heredó el reino inglés con las tempestades que
sembró su padre, más las que agregó por sus propias debilidades y ambiciones. Enrique III
encarnó el fracaso real: fue vencido por Francia, fracasó en Alemania y sus sueños de poder
internacional lo llevaron a comprometer el patrimonio inglés, celosamente resguardado por el
Consejo Real, que se reunía anualmente, y que comenzó a denominarse parlamento en 1239.
La situación recién estalló en 1258 cuando los señores feudales del parlamento tomaron las
armas y exigieron a Enrique III nuevos derechos en disposiciones que luego integraron los
Estatutos de Oxford. Por esas normas, el Parlamento debía reunirse por lo menos tres veces al
año, y designar quince personas para formar el Consejo del Rey. De hecho, el poder pasó a
manos de los señores feudales, que también se arrogaron el derecho de designar a los
funcionarios claves de la corona, y éstos debían rendir cuentas ante el parlamento al finalizar
sus funciones.
Como era de esperar, Enrique III violó los Estatutos de Oxford y fue tomado prisionero por los
señores feudales encabezados por Simon de Montfort, que convocó de inmediato al
Parlamento. Lo nuevo de esta convocatoria fue que además de los obispos y barones, pasaron a
formar parte del Parlamento dos caballeros por condado, y se invitó al pueblo a designar
diputados que integraron la llamada Cámara de los Comunes, que junto con la Cámara de los
Loores, ya existente, originó lo que hoy conocemos como el Parlamento inglés.
La instalación del Parlamento con integración popular en la Cámara de los Comunes tuvo por
efecto generalizar los derechos humanos, que embrionariamente se habían establecido. Esto
significa que las garantías procesales y libertades comenzaron a extenderse a los demás
estratos de la sociedad de esa época. Por supuesto que esta extensión no se debió a principios o
abstracciones universales; fue una estrategia política de Simón de Montfort, con el objeto de
ampliar su base de poder con la burguesía económicamente poderosa.
El establecimiento de los derechos humanos tiene causas diversas y los factores económicos y
sociales no deben ser desdeñados. Esto es, el ascenso económico y consolidación de una nueva
clase social: la burguesía, que como clase productora de bienes y servicios fue un motor
excepcional para el establecimiento de los principios de la generalidad normativa, primer paso
para la universalidad de la época contemporánea.
Además, tuvo gran influencia que ese proceso se llevara a cabo en Inglaterra, que encabezando
el capitalismo posterior, le agregó, por lo menos para consumo interno, los principios del
gobierno constitucional y los límites del poder, propios de la democracia y del estado de
derecho.
Por tanto, la Carta Magna y sus extensiones hasta llegar al Parlamento representativo, son
hitos que deben analizarse teniendo en cuenta no sólo sus influencias posteriores, sino también
el impacto que esas normas causaron en la época.
La Edad Media, aún conservaba frescos los recuerdos de la invasión bárbara y casi todos los
reyes reconocían ese origen. La esclavitud era una institución aceptada y reconocida que
proveía de mano de obra para la economía; todavía no había empezado con intensidad el
tráfico de negros que se desarrolló luego que los portugueses consiguieron alcanzar el cabo de
Buena Esperanza en África.
La valoración, respeto y consideración del ser humano no era un valor entendido dentro de un
cuadro de guerras feroces y rivalidades que producían los más terribles excesos, casi siempre
justificadas por doctrinarios obsecuentes que se hallaban cerca de los reyes. Todo este
panorama se cierra con las guerras de religión y los efectos de la inquisición, persecución de
herejes y enemigos del poder colocados en una única y común valoración.
Por esos motivos, por la época en que surgieron sus normas y la valoración que el hombre
hacía de sus derechos y de los demás, es que la Carta Magna señaló el fin de una época y el
principio de otra. Los siglos posteriores, los de la Europa de fines del siglo XV, del
renacimiento y de los viajes y descubrimientos, abrieron nuevos flancos a un mismo tiempo en
el plano científico y artístico; todo dentro de una combinación de excesos, destrucciones y
construcciones de nuevos derechos humanos, cada vez extensibles a mayor cantidad de
personas.
En París, en 1991, Margareth Thatcher sonrió misteriosamente ante la bandera tricolor .
15. LOS DERECHOS HUMANOS EN LOS SIGLOS XIV Y XV
Durante los siglos XIV y XV, la guerra de los cien años fue el conflicto europeo más grave,
entre Francia e Inglaterra. La causa que se esgrimió fue la ambición de Enrique III sobre la
corona de Francia, con la clásica rivalidad entre los Capetos y los Plantagenets.
La guerra de los cien años concluyó en 1453 cuando en el mundo se estaban produciendo
cambios profundos en las ciencias y las artes, y se empezaba a develar la geografía con los
descubrimientos.
Mientras tanto, Alemania se había desmembrado en más de cuatrocientos estados,
formalmente unidos pero absolutamente independientes. Los esfuerzos de Rodolfo de
Habsburgo, tendientes a la unificación, recién rindieron sus frutos con Carlos IV, de la casa de
Luxemburgo, al dictar la Bula de Oro en 1356. En esas normas, ya hay un antecedente de
participación, limitada por medio de los electores (tres eclesiásticos y cuatro laicos), que
designaban al emperador, que a su vez era controlado por una dieta; integrada
estamentalmente por los electores, los señores y las ciudades en tres colegios, que
obligatoriamente debía prestar su consentimiento para impuestos, ejércitos y leyes de
cualquier naturaleza. De hecho, la dieta controlaba el poder, y por tanto la situación de
anarquía subsistió.
Lo mismo sucedía en Italia, que luego de la desmembración del imperio de Carlomagno, se
atomizó en diversos estados, reinos y ciudades, tales como el reino de Nápoles, los estados de
la Iglesia, las ciudades de Florencia, Génova, Venecia, etc. En cada uno de esos espacios había
un sistema más o menos representativo, bajo las reglas feudales de la época, observando el
crecimiento paulatino e incesante de la burguesía.
¿Qué sucedía en el resto del mundo? Recordemos que el emperador Teodosio había dividido el
imperio romano en el Imperio de Occidente y el de Oriente en el año 395. Ya hemos analizado
lo que pasó con el imperio de Occidente. Al imperio de Oriente se lo denominó Imperio
Bizantino o Imperio Griego, y subsistió hasta el siglo XV, hasta 1453, en que se produjo la caída
de Constantinopla por obra de los turcos. El imperio de Oriente tuvo emperadores de la talla
de Justiniano que conservó los restos del derecho romano, lo unificó en un corpus básico para
apoyar las construcciones jurídicas, para la protección de los derechos humanos, sin olvidar los
excesos que relatamos.
Los turcos, luego de la caída de Constantinopla intentaron extenderse a Europa, pero fueron
derrotados en Belgrado en 1456, no obstante, continuaron hostigando al conquistar a Hungría
y los Balcanes, y exigieron el pago de tributos y contribuciones.
Todos esos pueblos no han desaparecido; sus rasgos culturales permanecieron al afianzar el
fundamento de lo que más adelante fue Grecia, Bulgaria, y Yugoslavia; con sus componentes
servios, croatas y eslovenos.
Como se advierte, ése era el mundo conflictivo de los siglos XIV y XV, con un cambio esencial
en la composición general. Como es de suponer, los hombres de la época no advirtieron que
terminaba la Edad Media. El hombre del siglo XV advertía que tenía necesidad de revalorar el
pasado, a los griegos y a los romanos; que tenía necesidad de ampliar sus horizontes.
Sin embargo, en materia de derechos humanos todavía no se hallaba consolidado el principio
de la tolerancia religiosa y ello provocó los procesos de la reforma y de la contrarreforma, con
luchas religiosas que traslucían violación de los derechos de pensamiento y conciencia.
El fin de la Edad media tuvo efectos generadores en materia de separación de los poderes,
representación popular, participación política y garantías penales y procesales. Desde luego
que esos principios eran muy limitados; primero reservados a un grupo de la sociedad al
abarcar pequeños sectores de derechos. Eso significa que la desigualdad era la norma de la
Edad Media y la igualdad la excepción. Casi todas las normas obtenidas con grandes esfuerzos
mantenían en forma más o menos expresa el principio de la desigualdad.
Los tiempos modernos no se limitaron a desarrollar sólo las artes y las ciencias y ampliar el
horizonte humano; sino a extender los derechos y, paradojalmente, también a cometer
violaciones de los derechos humanos cada vez más atroces, con justificaciones cada vez más
sofisticadas y explícitas, como las de Maquiavelo, Bodin y Hobbes.
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR
1. La aceleración de la Historia
Las naciones y los imperios requieren siglos para formarse, crecer y madurar; después, con la misma
lentitud, se disgregan hasta que no queda de esas grandiosas construcciones sino montones de
escombros, estatuas descalabradas y libros despedazados.
El proceso histórico es tan lento. Pero el trabajo subterráneo del tiempo se manifiesta con repentina
violencia y desencadena series de mutaciones que, a la vista de todos, se suceden con impresionante
rapidez. Para la antigüedad fue una terrible sorpresa la noticia del saqueo de Roma por las tropas de
Alarico en 410; hasta entonces sólo unos cuantos se habían dado cuenta de la decadencia del Imperio,
iniciada mucho antes.
La aceleración de la historia se debe, probablemente, a la concatenación silenciosa de fuerzas, a la obra
durante años y años; una circunstancia fortuita las combina y su mezcla provoca cambios y explosiones.
Los cambios que nos asombran son parte de un proceso. Sería presuntuoso tratar de descubrir su
verdadero sentido; no lo es arriesgar algunas conjeturas sobre sus causas inmediatas y su probable
dirección.
Octavio Paz, Diario “La Nación”, 5 de febrero de 1990.
2. Humanitas, Felicitas, Libertas
Humanitas, Felicitas, Libertas: No he inventado estas bellas palabras que aparecen en las monedas de
mi reinado. Cualquier filósofo griego, casi todos los romanos cultivados, se proponen la misma imagen
del mundo. Frente a una ley injusta por demasiado rigurosa, he oído gritar a Trajano que su ejecución ya
no respondía al espíritu de la época.
Yourcenar, Marguerite, “Memorias de Adriano”, Círculo de Lectores, pp. 89-90.
3. Las mujeres en la época de Adriano
La situación de las mujeres se ve determinada por extrañas condiciones: sometidas y protegidas a la
vez, débiles y todopoderosas, son demasiado despreciadas y demasiado respetadas. En este caos de
hábitos contradictorios, lo social se superpone a lo natural y no es fácil distinguirlos. Tan confuso estado
de cosas es más estable de lo que parece; en general, las mujeres son lo que quieren ser; o resisten a
los cambios, o los aplican a los mismos y únicos fines. La libertad de las mujeres de hoy, mayor o por lo
menos más visible que en otros tiempos, no pasa de ser uno de los aspectos de la vida más fácil de las
épocas de prosperidad; los principios, y aún los prejuicios de antaño, no se han visto mayormente
afectados. Sinceros o no, los elogios oficiales y las inscripciones funerarias continúan atribuyendo a
nuestras matronas las mismas virtudes de industriosidad, recato y austeridad que se les exigía bajo la
República. Por lo demás los cambios, reales o supuestos, no han modificado en nada la eterna licencia
de las costumbres de las clases inferiores o la eterna mojigatería burguesa, y sólo el tiempo mostrará si
son perdurables. La debilidad de las mujeres, como la de los esclavos, depende de su condición legal;
su fuerza se desquita en las cosas menudas donde el poder que ejercen es casi ilimitado. Raras veces
he visto casas donde no reinaran las mujeres; con frecuencia he visto reinar también al intendente, al
cocinero o al liberto. En el orden financiero, siguen legalmente sometidas a una forma cualquiera de
tutela, pero en la práctica, en cada tienda de la Suburra la vendedora de aves o la frutera es la que casi
siempre manda en el mostrador. La esposa de Atiano administraba los bienes familiares con admirable
capacidad de hombre de negocios. Las leyes deberían diferir lo menos posible de los usos; he acordado
a la mujer una creciente libertad para administrar su fortuna, testar y heredar. Insistí para que ninguna
doncella sea casada sin su consentimiento: la violación legal es tan repugnante como cualquiera otra. El
matrimonio es la cuestión más importante de su vida: justo es que la resuelvan según su voluntad.
“Memorias de Adriano”, ibídem, pp. 93-94.
4. El futuro del cristianismo
“Debemos tener esto en mente cuando consideramos el futuro del cristianismo a la luz del pasado.
Durante el último medio siglo hubo una rápida e ininterrumpida secularización del Occidente, que casi
ha demolido la idea agustiniana del cristianismo como presencia poderosa, física e institucional en el
mundo. De la ciudad de Dios en la tierra concebida por San Agustín ahora resta poco, excepto muros
que se derrumban y torres caídas, estructuras debilitadas y patriarcados que atraen la atención del
anticuario más que el interés intrínseco. Pero por supuesto el cristianismo no depende de una sola
matriz: de ahí su durabilidad. La idea agustiniana del cristianismo público que lo abarca todo, otrora tan
atractiva, ha cumplido su propósito y se retira, quizá para reaparecer más adelante en diferentes formas.
En cambio, el foco temporal se desplaza hacia el concepto erasmista de la inteligencia cristiana privada
y hacia la importancia que Pelagio atribuía al poder del individuo cristiano para promover un cambio
hacia la virtud. El cristianismo puede penetrar en sociedades nuevas, y la declinación del predominio
occidental le ofrece la oportunidad de abandonar su caparazón europeizado y asumir nuevas
identidades.
Ciertamente, la humanidad sin el cristianismo evoca una perspectiva desalentadora. Como hemos visto,
el prontuario de la humanidad con el cristianismo es bastante lamentable. El dinamismo que él
desencadenó trajo masacres y tortura, intolerancia y orgullo destructivo en enorme escala, pues en el
hombre hay una naturaleza cruel e implacable que a veces se muestra impermeable a las restricciones
y las exhortaciones cristianas. Pero sin estas restricciones, privado de esas exhortaciones, ¿cuánto más
horrorosa habría sido la historia de estos últimos 2.000 años? El cristianismo no ha logrado que el
hombre se sintiera seguro, feliz, o siquiera digno. Pero aporta una esperanza. Es un agente civilizador.
Ayuda a enjaular la bestia. Ofrece fogonazos de libertad real, sugerencias de una existencia serena y
razonable".
Johnson, Paul, “La historia del cristianismo”, Buenos Aires, Vergara, 1989, p. 581.
5. La finalidad del Estado es la libertad
(...) Cuando en 1948, el pueblo judío consolidó un Estado, la minoría se transformó en una nación. Esta
transición se resolvió orgánicamente en distintos niveles. Pero diecinueve años después de los judíos de
Israel se encontraban ante un nuevo desafío: la minoría anterior ejercía súbitamente el control sobre
otra minoría, los palestinos. Hasta hoy, esa segunda transición no pudo ser superada. Agregaría,
incluso, que ni siquiera ha comenzado correctamente. Son hasta hoy muchos los judíos en Israel que no
exhiben un genuino patriotismo, que implicaría la preocupación por todos los seres humanos que
habitan en Israel, sino que, por el contrario, cultivan un nacionalismo infantil. Spinoza enunció una vez la
siguiente definición: “La veradera finalidad del Estado es la libertad”. Me pregunto hasta dónde llegó
Israel con respecto al Estado, por un lado, y hasta dónde con respecto a la libertad, por el otro.
Spinoza habla de la igualdad de los seres humanos; una forma de vida con opresores y oprimidos le es
totalmente ajena. La democracia israelí no ha resuelto aún la pregunta por ese Estado en el que las
minorías son oprimidas y la libertad de todos rige como imperativo supremo. Vivimos en una democracia
ambigua.
(...) Existen, desde luego, críticas legítimas al gobierno israelí, y yo mismo las he formulado
frecuentemente y con vehemencia. Pero esta discusión al servicio del resentimiento antisemita puede
resultar fatal.
El antisemitismo no puede derivarse de cuestiones históricas, políticas, ni siquiera filosóficas. El
antisemitismo es una enfermedad.
Daniel Barenboim, “La Nación”, 26 de diciembre de 2003.
B. LIBROS
Vinculado con este capítulo, recomendamos la lectura de algunos libros que permitirán compartir o no
las opiniones del autor. En todo caso, la selección es sólo discrecional, no pretende abarcar el universo
bibliográfico sobre la materia y sólo constituye un pie a tierra para lectores ávidos o disconformes; La
Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento; Los griegos, H. D. F. Kitto; Historia de Roma: Teodoro Momsen;
Memorias de Adriano: Margarite Yourcenar (Minotauro, 1984); Los clásicos libros de Malet e Isaac,
traducidos al español que han pasado de generación en generación para estudiar la historia de la
civilización y debatir entre padres, hijos y nietos; La ciudad Antigua de Fustel de Coulanges. Todas las
enciclopedias son valiosas y permiten que los ociosos encuentren un canal inigualable para adentrarse
en la historia, en ese paraíso de sus ilustraciones, como solía decir Borges. (Enciclopedia Universal
Ilustrada Espasa Calpe, Madrid, 1921; Gran Enciclopedia del Mundo, Bilbao, 1965; Enciclopedia
Británica, EE.UU., 1973 y sus versiones informáticas; Gran Enciclopedia RIALP GER, Madrid, 1981; La
Grande Enciclopedie, Inventaire des Sciences des Lettres et des Arts; Enciclopaedia of the Social
Sciences, Macmillan, EE.UU., 1959; Enciclopedia de la Cultura Española, Madrid, 1963; Enciclopedia
Italiana, Rizzoli, Milano, 1930).
Recomendamos, además, las Enciclopedias en CD Rom: 40 tomos en una pequeña caja.
C. CINE
El cine es la historia de los próximos siglos. En esta obra se trata de mantener un hilo argumental y
hemos comprobado que es cierto que la realidad supera a la ficción. La historia ha sido muchas veces
una descabellada histeria y las historias del cine son sólo pálidos reflejos de ella. La lista de películas
sería interminable: las de Hollywood, en la primera época del cinemascope; que creyó hallar en la
historia una fuente inagotable de dólares, muchas veces tergiversando hechos en pos de una
producción eficaz. Mucha gente conoció la historia a través de las llamadas superproducciones y
adquirió conocimiento parcial, pero conocimiento al fin de hechos de la cultura universal. Durante la
proyección de Romeo y Julieta, en la escena culminante, escuchamos a un espectador que le decía a
otro que pensaba que Romeo se iba a matar. Shakespeare consiguió su propósito: su obra, finalmente
llegó a todos, en Buenos Aires con un pie entre el siglo XX y el XXI.
Esta lista podrá ser ampliada por los lectores a medida que el cine continúe en esta escala ascendente.
Recomendamos: Jesús de Nazareth, dirigida por Franco Zeffirelli; Jesús de Montreal, dirigida por Denys
Arcand; La Armada Brancaleone, dirigida por Werner Herzog; Las obras de teatro de Shakespeare
dirigidas e interpretadas por Sir Laurence Olivier que también se hallan en video tape; El nombre de la
Rosa dirigida por Jean Jacques Annaud; Roma dirigida por Fellini; Becket de Peter Glenville; Yo, la peor
de todas dirigida por María Luisa Bemberg.
D. CARTA AL AUTOR
En algún lugar de Hungría a orillas del Danubio...
Al autor:
Esta carta es para hacerle saber mi disconformidad con su opinión para con los bárbaros y
especialmente para con el suscripto. Ignoro el resto de la obra, que aunque supiera leer no leería pues
la considera tendenciosa.
En primer lugar reivindico mi título de azote de Dios y reniego de la vieja historia de que por donde
pasaron mis huestes no crecía más la hierba. Me remito a la realidad, y aunque no he podido construir
el imperio bárbaro como me lo propuse, le recuerdo que respeté París, igual que Hitler (eso Ud. no lo
dice).
La historia oficial me ha perjudicado, en especial han deslucido mis acciones algunos aprendices como
Hitler o Rasputín, que no hubieran merecido pertenecer a mis seguidores. Sigo pensando que los
historiadores son sospechosos, y Ud. me parece el más sospechoso de todos, precisamente por
esconderse tras la máscara de los que no lo son.
Me extrañan mucho sus conceptos, pues Ud. y yo somos parientes. Es probable que Ud. no sepa, por
no ser historiador, que mis hermanos al avanzar se confundieron “fraternalmente” con los pueblos
existentes. Esas acciones, han sido designadas como violaciones por la tendenciosa historia oficial,
pero de todos modos, le informo que por sus venas corre un hilo de mi propia sangre, y por eso le
mando esta carta para que supere sus complejos: deje que actúe la fuerza y no el derecho.
ATILA
CAPÍTULO II
LOS TIEMPOS MODERNOS
16. NOCIONES GENERALES
Los tiempos modernos de esta historia de los derechos humanos abarcan el período
comprendido desde el siglo XV hasta el XVIII ; desde la caída de Constantinopla hasta la toma
de la Bastilla, con la Revolución Francesa de 1789.
¿Qué cambió con respecto a los derechos humanos? ¿El hombre común sintió el paso de la
antigüedad a la modernidad?
El hombre común se dio cuenta que algo nuevo estaba pasando cuando comenzó a adquirir
bienes y control económico en las ciudades, y luego conquistó derechos y libertades limitadas.
El estado faraónico de los papas unificado comenzó a resquebrajarse, a atomizarse, y en ese
proceso comenzó a adquirir relevancia la persona individual, el hombre de carne y hueso.
Los tiempos modernos fueron tiempos de cambios profundos para los derechos humanos
desde el punto de vista filosófico, jurídico, político, social, cultural, etc. Filosóficamente, los
derechos humanos pasaron de la metafísica a la realidad, en lo que se ha denominado derecho
natural racionalista, con una nueva religión adoradora de la diosa razón.
Los otros cambios fueron los de la secularización; luego de las luchas religiosas con una
tolerancia lentamente instalada en la sociedad; los cambios de la positivización, con una
pretensión de que los derechos humanos surgieran de declaraciones expresas, como para no
olvidarlos; y finalmente, el cambio sustancial en las garantías penales y procesales.
Además de los cambios de la esfera individual, en esta época nació el estado, recipiente de los
derechos humanos y justificador de su existencia. Ese estado requirió reglas, algunas de las
cuales ya estaban formuladas, pero que significaron en los hechos la conquista de los derechos
del pueblo, esto es la participación individual en el estado por medio de la participación
popular, base de la democracia sin la cual no hay derechos humanos. Todos estos cambios
fueron costosos en sangre y vidas, y de ello se desprende un principio aplicable a todas las
épocas: el tránsito a la modernización siempre es doloroso.
17. EL RENACIMIENTO. LOS DESCUBRIMIENTOS. LA IMPRENTA
El renacimiento, como expresión de proceso de cambios, tuvo una gran influencia para la
historia del desarrollo de los derechos humanos. En primer lugar, todo proceso que se
fundamente en la libertad, obviamente, producirá efectos en los derechos humanos. El
renacimiento significó poner en marcha la libertad que se hallaba adormecida y aprisionada en
la Edad Media, y la revalorización de la cultura griega y romana, que se hallaba lejos en la
historia, y que en la vorágine de las invasiones había quedado reservada a los intelectuales y
monjes.
La mayoría de las obras de Aristóteles se habían perdido en el tráfago de la historia y desde el
primer milenio había comenzado un afán intelectual por revelar lo que había sucedido antes.
Por tanto, la filosofía griega, el derecho romano, los aportes del cristianismo, y sus reflejos
conjuntos y jurídicos comenzaron a producir resultados.
Los resultados también se tradujeron en inventos, producto de la disciplina científica aplicada.
Hubo tres inventos que tuvieron una influencia decisiva en los derechos humanos: la brújula,
la pólvora y la imprenta.
Los descubrimientos geográficos no se hubieran podido concretar sin la brújula, y esos
descubrimientos presentaron la realidad de que en otros continentes había otras personas. ¿Los
indios son iguales a los descubridores? ¿Los indios son esclavos y, por tanto, cosas? ¿El
descubrimiento no significó un concepto eurocéntrico?
La pólvora, esencial en las conquistas posteriores a los descubrimientos, también influyó en los
derechos humanos y generalmente su violación se hizo más atroz con este invento: pocos
hombres con la tecnología de la época podían dominar e imponer por la fuerza de sus
designios. La pólvora cambió las luchas y los resultados de las batallas en suelos europeos y
asiáticos fueron cada vez más costosos en vidas humanas. Lo mismo sucedió con la dinamita
que inventó Alfred Nobel, siglos más tarde.
El tercer invento que tuvo influencia decisiva en el desarrollo de los derechos humanos fue la
imprenta de tipos móviles. Gutenberg tuvo una influencia más decisiva para los derechos
humanos que la Revolución Francesa. Como ha sucedido con la televisión y la computadora,
todos advirtieron que el mundo había dejado de ser como era antes de esos inventos.
18. LAS GUERRAS DE RELIGIÓN Y LOS DERECHOS HUMANOS
El principio de la tolerancia religiosa, esto es, admitir el derecho de los demás a pensar distinto
en materia de fe y ejercer el culto que corresponda a esa fe, ha sido uno de los planos en los
que más se ha luchado.
Hoy en día la lucha por la tolerancia no ha concluido. Hay estados que no admiten religiones y
en algunos casos las persiguen.
Hemos visto el período de la unificación del estado español, durante el reinado de los Reyes
Católicos, en que la religión se utilizó como un medio de concentrar la autoridad y centralizar
el poder dentro de los excesos de la inquisición secularizada. De la misma manera, en la
actualidad hay estados, que han constituido su estructura constitucional sobre la base de
principios islámicos estrictos, dentro de una república clerical, como en el caso de Irán. Por el
contrario, en la ex Unión Soviética y países de la órbita socialista, las iglesias fueron
convertidas en museos, y curiosamente, luego de la perestroika en las manifestaciones
populares de Polonia, Hungría y Checoslovaquia hubo expresiones de religiosidad popular.
Parece que esas luchas religiosas no son viejas, y que no hay nada nuevo bajo el sol de las
intolerancias, desde el siglo XVI al XXI. Veamos, pues, de qué manera la reforma religiosa
influyó sobre los derechos humanos.
La reforma religiosa comenzó en la primera mitad del siglo XVI; casi podemos decir que
estrenó el siglo: en Europa la reforma, y en América los descubrimientos y la violación de los
derechos humanos de los indios.
Lutero en Alemania y Calvino en Francia fueron los más importantes ideólogos que
produjeron la ruptura de la unidad cristiana de Europa Occidental, y el establecimiento de
nuevas iglesias cristianas: luterana, calvinista y anglicana que subsisten en la actualidad.
Se ha dicho que la reforma religiosa ha tenido dos causas: la situación de la iglesia a principios
del siglo XVI y la difusión de la Biblia por medio de la imprenta. La situación de la Iglesia
católica de esa época significó un cambio con respecto a épocas anteriores, pues el papado
mismo y no el clero, estaba corrupto. Muchos autores cuentan los escándalos del Borgia
Alejandro VI; mientras Julio II hacía pintar por Miguel Ángel la Capilla Sixtina y al mismo
tiempo mandaba ejércitos; en general iban acrecentando las posesiones del papado y buscaban
incrementar sus ingresos. Uno de los medios para ese fin era la venta de cargos eclesiásticos,
especialmente en Alemania, a personas que incluso ni hablaban alemán y sólo les interesaba la
religión como fuente de ingresos personales.
La segunda causa fue la difusión de la Biblia como consecuencia de la imprenta. La Biblia se
convirtió en la lectura más popular al hallarse al alcance de todos, junto con los Evangelios. Para
tener una idea, en sólo 20 años se publicaron más de 400 ediciones de la Biblia. Por supuesto,
que se advirtió una dicotomía entre las enseñanzas de la Biblia, los Evangelios; y la realidad de
corrupción, defectos en la cabeza de la Iglesia, venta de cargos, etc.
La primera ruptura a ese estado de cosas fue la expresión de la libertad de pensamiento, esto
es, además de las interpretaciones de los papas, cada uno podía interpretar libremente las
Escrituras según su propia conciencia. Los intentos por transformar las estructuras de la Iglesia
no comenzaron con Lutero y Calvino, sino con anterioridad en los Concilios tratando de hacer
participativo el poder eclesiástico, y en especial tratando que los Papas cambiaran su modo de
vida.
Lutero comenzó su querella de las indulgencias. Las indulgencias eran las facultades por las
cuales los fieles podían redimirse de sus pecados por medio de limosnas. En 1517, Lutero
protestó por la venta de indulgencias, y planteó al Papa quejas con respecto a la organización
de la iglesia y finalmente éste lo excomulgó. Lutero buscó aliados y los encontró rápidamente
con motivo de las secularizaciones, o sea, el pase de los bienes del papado a los señores. La
secularización fue recibida con beneplácito por varios príncipes y reyes que encontraron un
medio apto de enriquecerse más, ahora a costa del papado.
En 1529, el crecimiento de los luteranos, hizo que se los tolerara pero circunscriptos a un
espacio determinado. Algunos príncipes y ciudades protestaron –por eso el nombre de
protestantes– y de ahí en más continuaron con vigor las persecuciones y luchas hasta la Paz de
Augsburgo de 1555, que a pesar de no establecer la libertad religiosa, reconoció la propiedad
definitiva de los bienes secularizados y permitió que los príncipes luteranos o católicos
impusieran la religión a sus súbditos.
¿Avance o retroceso? ¿Una transacción con el poder? En los hechos, permitió establecer un
primer escalón en el panorama de los tiempos modernos.
Calvino, como Lutero, planteó su doctrina reconociendo sólo la autoridad de la Biblia y del
Evangelio. De nacionalidad francesa, debió huir de París, refugiarse en Basilea, y luego en
Ginebra, donde a mediados del 1500 había establecido casi un papado paralelo bajo su propio
poder. Había establecido una especie de liturgia obligatoria, y la religión se inmiscuía en todas
las formas de la vida, vestidos, adornos, etc.
El desarrollo del calvinismo fue amplio, extendiéndose desde Ginebra, a Francia, los Países
Bajos, y Escocia, llegándose a instalar más de dos mil iglesias en Francia para la época de la
muerte de Calvino, ocurrida en 1564.
En Inglaterra, las causas de la reforma fueron distintas a las de Francia y Alemania. La reforma
partió de la voluntad del Rey Enrique VIII, que se hallaba casado con Catalina de Aragón y
deseaba divorciarse para casarse con Ana Bolena. El Papa no aceptó esta posición, y por tanto,
Enrique VIII, en 1534 sancionó el Acta de Supremacía por la que asumía personalmente la
jefatura de la iglesia de Inglaterra. A partir de ese momento, y después de la muerte de
Enrique VIII, la religión de Inglaterra pasó por las conveniencias y presiones de los distintos
reyes; del calvinismo durante Eduardo VI, al catolicismo durante María Tudor y finalmente al
anglicismo durante Isabel, hacia el 1600.
En España, la reforma religiosa no tuvo ningún desarrollo y continuó el Santo Oficio, su
combate contra la herejía desde los Reyes Católicos. La inquisición, bajo la denominación de
Santo Oficio, se consolidó durante el reinado de Carlos V y adquirió mayor vigor durante el de
Felipe II. En 1559, se celebró en Valladolid el Primer Auto de Fe y se quemaron vivas a catorce
personas. De allí en adelante, la práctica de los Autos de Fe, se hizo frecuente en distintas
ciudades de España. Se dice que en Sevilla se quemaron vivas a ochocientas personas, y como
es de suponer, con esa represión, ni el protestantismo ni ninguna otra doctrina similar,
pudieron establecerse en España.
Hasta tal punto llegó esa lucha sin cuartel, que Felipe II prohibió a sus súbditos el estudio en el
extranjero para evitar el ingreso de las nuevas doctrinas. Estos actos se extendieron a todas las
demás razas o creencias. Por ejemplo, a los moros se les prohibió la lengua árabe, sus mujeres
no debían cubrir sus caras e incluso se llegó a prohibir los baños calientes por considerarlos
corruptores. Esta situación y discriminaciones provocaron la insurrección de los moros; que
fueron casi todos exterminados; y los pocos sobrevivientes expulsados de España. Felipe II, al
final de su reinado consolidó la unidad política y religiosa a costa de los derechos humanos.
En Francia, el establecimiento del calvinismo, tuvo lugar en medio de luchas encarnizadas
entre los católicos y los protestantes denominados Hugonotes. Se ha dicho que en esas guerras,
que duraron hasta el 1600, los dos bandos disputaban su inhumanidad. Los protestantes
torturaban a los sacerdotes, saqueaban las iglesias, y destrozaban las imágenes y crucifijos. Los
católicos, por su parte, se comportaban simétricamente. Se cuenta que uno de los combatientes
se vanagloriaba, que los ahorcados señalaban el camino por donde él había pasado.
Todos esos episodios adquirieron la máxima crueldad en la Noche de San Bartolomé, bajo la
consigna de Carlos IX: matar a todos para que nadie quedara vivo para reprochárselo. Si bien
la orden era exterminar a los jefes, pronto el exterminio se extendió a todos, hombres, mujeres
y niños. La matanza duró dos días y se extendió por toda Francia, a pesar de lo cual, los
calvinistas resistieron en La Rochela, y finalmente en 1573 obtuvieron la libertad de conciencia.
De igual manera que en Francia; aunque más tarde; Alemania desarrolló una guerra religiosa
que por su duración ha sido denominada, la Guerra de los Treinta años (1618-1648). Comenzó
como guerra civil entre los checos, partidarios de la reforma contra su príncipe católico; se
extendió luego por toda Alemania, y finalmente comprometió a prácticamente toda Europa.
El tema de la desigualdad en los derechos fue esgrimido como una de las causas de la guerra.
La Paz de Augsburgo, recordemos, había concedido la libertad de cultos a los luteranos, pero
no a los calvinistas, que eran igualmente perseguidos como los católicos.
Fernando II fue el que impulsó esta guerra con el mismo objetivo que había animado a los
reyes de España: unificar el reino por medio de la religión. Para ese propósito, Fernando II,
ordenó el cierre de los templos protestantes, la expulsión de pastores, y dictó un ultimátum
por el que todo aquel que no se convirtiera al catolicismo sería desterrado y confiscados sus
bienes. La misma política aplicó en el Reino de Bohemia, un pueblo que ya había obtenido
cierta libertad de culto, en unas Cartas de Majestad celebradas con el emperador.
A pesar de esa situación, Fernando II ordenó el cierre de templos en Praga, y de allí se
encendió la mecha del conflicto, que se extendió por toda Alemania y fue particularmente
grave para los checos, que se vieron obligados a no hablar su idioma y reducidos a la
servidumbre, prácticamente hasta la primera Guerra Mundial, en que se reconoció la existencia
de Checoslovaquia.
Posteriormente, y como consecuencia de las desavenencias entre Fernando II y Maximiliano de
Baviera, los luteranos y calvinistas pidieron la protección de otros príncipes e intervinieron en
el conflicto el rey de Dinamarca, Suecia, Francia, etc., extendiéndose la guerra por toda Europa.
La Guerra de los Treinta Años concluyó con la Paz de Westfalia, luego de la cual todo fue
distinto, en Alemania y en Europa. Diversos autores señalan este acontecimiento como el
origen de la doctrina estatal, el fin de la cuestión religiosa alemana, su organización política y
la estructuración de la paz europea. Todas estas circunstancias, producidas a mediados del
1600, tuvieron influencias permanentes sobre la racionalización de los derechos naturales, y la
secularización de los derechos, instalados en la sociedad internacional, de allí en adelante con
la más variada justificación doctrinaria y política.
Esta época con sus luces y sombras ha sido mutuamente creativa para el hombre y sus
creencias, dentro de un mundo casi absorbido totalmente por la religión. Jorge Luis Borges,
comentando la época de Lutero y de Calvino, decía que la religión era una pasión, los
campesinos discutían la predestinación y el libre albedrío; y posiblemente en el futuro el
álgebra, el ajedrez o la informática la reemplazarán.
Planteadas las posiciones fundamentales de la reforma, ¿cuál fue la actitud del protestantismo,
del calvinismo y del anglicismo con relación a los derechos humanos? ¿Cuál fue la posición
con respecto a la libertad de conciencia y de culto?
La posición de la reforma religiosa fue igualmente intolerante con respecto a los derechos
humanos, y en especial con la libertad de conciencia y de culto. Todos aquellos que se
animaron a pensar o escribir, negando la divinidad de Cristo, eran condenados a la hoguera, y
el trato era similar con los herejes, para los que Calvino aconsejaba reprimir por medio de la
espada, olvidando toda humanidad en el combate por la gloria de Dios.
En Inglaterra, donde el poder real y el religioso se hallaban unidos, se utilizaba el
anglicanismo, no solo para perseguir a los herejes, sino que igualmente se perseguía a los
protestantes y se los hacía quemar como herejes, mientras que a los católicos se los ahorcaba
también; pero sólo como traidores.
La reforma provocó la contrarreforma católica que se institucionalizó en el Concilio de Trento
(1545-1563); por el que se corrigieron gran parte de los abusos provocados por la corrupción de
la Iglesia, completada por varias disposiciones de los Papas. Además de poner la iglesia orden
en el dogma y la disciplina, se reorganizó la inquisición, que continuó con las prácticas
persecutorias y las sanciones de hoguera para los herejes. También se limitó la libertad de los
fieles, al establecer la Congregación del Índice, que estaba encargada de prohibir los libros que
podían afectar la fe de los creyentes. Entre esos libros estuvieron las enseñanzas de Galileo y
gran parte de los escritos que planteaban la necesidad de la investigación para el conocimiento
científico. Se estaba desarrollando con toda fuerza el burocratismo centralista eclesiástico.
Todo este proceso de la reforma y de la contrarreforma tuvo un trasfondo esencialmente
político que ha sido analizado por los doctrinarios de los tiempos modernos en busca de su
justificación. Es evidente que sus efectos sirvieron para consolidar el estado y la soberanía
popular como fuente legítima del poder, requisitos esenciales para el goce y efectividad de los
derechos humanos.
Hermann Heller, al explicar esta época, considera que en los primeros tiempos de la reforma la
cuestión de la disputa del poder entre el soberano y el pueblo se presenta con un carácter
religioso con los príncipes reclamando para sí el poder de imponer a sus súbditos, la religión,
como un derivado de su soberanía política. Los adversarios de esta posición, tanto católicos
como protestantes, defendieron la libertad de religión sobre la base de la soberanía del pueblo
y la teoría política de la reforma, y de los Papas, apeló a fuentes diversas, pero coincidentes,
para justificar la doctrina del establecimiento contractual de la autoridad del estado.
Tal como lo sostiene Heller, invocando siempre los mismos dogmas por ambas partes, la
cuestión no podía seguir y, por tanto, para fundamentar la soberanía del monarca se hacía
inevitable desplazar al pueblo de toda intervención en la designación del soberano, o bien
encontrar una base política fuera de toda justificación teológica.
Hacia el siglo XXI el Papa Juan Pablo II entró en la Sinagoga de Roma, mientras los creyentes
de todas las religiones se reúnen ecuménicamente: están terminando medio milenio de
desencuentros.
Hacia el siglo XXI, se reúne en Estrasburgo el Parlamento Europeo, en representación del
pueblo de la Comunidad Europea. Cae el telón de los desencuentros nacionales. Por lo menos,
de ciertos desencuentros nacionales, sustituidos por otros, como en la ex Yugoeslavia.
19. MAQUIAVELO Y LOS DERECHOS HUMANOS
El pensamiento político del renacimiento es el pensamiento político de Maquiavelo. Analizar
su obra es analizar un período dinámico de la historia de la civilización, cuyas consecuencias
se extendieron por los siglos venideros.
Hay innumerables estudios sobre Maquiavelo, su vida azarosa, y su más que azarosa relación
con los Borgia, dentro de la particular situación de la República de Florencia, en la época
compartida de Dante, Miguel Ángel y Galileo. Todos los estudios son ambivalentes, pues en la
mayoría de ellos, al criticar a Maquiavelo más se le reconoce su valor desde el punto de vista
político, para la ciencia del estado y especialmente para su establecimiento.
Sin embargo, no hay estudios que contemplen el pensamiento de Maquiavelo y su influencia
sobre los derechos humanos. El punto de ataque fundamental es la teoría de la razón de
estado, explicada por Maquiavelo; sino por primera vez; por lo menos con una claridad que
hace que sea él su principal doctrinario.
La doctrina de la razón de estado, prácticamente es el argumento de esta obra, pues el
principio de que el fin justifica los medios empleados, ha provocado las más extremas
violaciones de los derechos humanos.
¿Cómo es el planteo de esta doctrina? En primer lugar, Maquiavelo comienza por señalar la
diferencia entre moral política y moral corriente, esto es, una suerte de corte, división o
separación cuando se trata de los negocios públicos desempeñados por personas privadas o
como se ha dicho también, vicios públicos o virtudes privadas. ¿Robar para beneficio propio o
de la corona? En segundo lugar, el concepto de suprema necesidad, como causa de
justificación de cualquier acto.
De esta manera, para obtener el bien común o el interés general, no se necesita cumplir con la
palabra empeñada, con las obligaciones que surgen de los tratados, con el respeto a la vida, a la
propiedad, a la libertad. La salud del pueblo es la suprema necesidad y ley; habían dicho los
romanos con anterioridad; por lo que Maquiavelo no tuvo más que desarrollar ese concepto y
adaptarlo a la realidad cotidiana.
Todas esas prácticas, comunes en el renacimiento, se extendieron y ampliaron en la medida en
que el estado fue creciendo en la historia. Cada vez que el estado se hizo más grande, apeló en
mayor medida a la razón de estado, como excepción o como regla de conducta.
Estas acciones han sido desarrolladas en el plano interno y en el internacional. En el plano
interno, casi todos los experimentos de “ingeniería social” de Hitler, Stalin, Pol Pot, etc., han
provocado la muerte de millones de personas. En esos casos, la razón de estado era el supremo
interés del Führer, o los del pueblo proletario. En lo internacional, la razón de estado se
efectivizó por medio de la “realpolitik” cuando los intereses del estado, se hallan por encima
de cualquier consideración que se vincule con los derechos humanos.
De esta manera, los pueblos sufren las consecuencias de guerras con las que no están de
acuerdo, y pagan con sangre por bombas inteligentes que no preguntan. ¿Todos los habitantes
de Bremen eran nazis? ¿Todos los habitantes de Bagdad estaban de acuerdo con Saddam
Hussein? ¿Qué pensaron los habitantes de Kuwait cuando el Emir Ahmed El Sabah, luego de
la invasión de Irak, suspendió su cuota anual de cien ahorcados y se refugió en un hotel de
cinco estrellas?
Maquiavelo vivió entre 1469 y 1527, una época que cabalga entre dos tiempos: las costumbres
medievales y los cambios del renacimiento. Debió haber sido difícil su vida, en esa mezcla de
fuerzas contradictorias; contemplando los efectos de la república florentina; en la que política y
crimen, muchas veces se hallaban confundidos.
Maquiavelo ha tenido sus seguidores de todos los tiempos, en aquellos que admiten la
dicotomía de las imágenes: Hitler acaricia y ama a sus perros, Hitler comete genocidio contra
millones de personas; Stalin besa a un niño, y se sienta en la mesa de Yalta con millones de
muertos rusos.
Hay seguidores de Maquiavelo, en los que separan la moral privada de los vicios públicos,
admitiendo estos últimos siempre y cuando sean moderados. La Dra. Kirckpatrick, criticando
la política norteamericana en Nicaragua, consideró que la política de Somoza era
modernamente corrupta. La razón de estado puede llegar a considerar moderado, a un
gobierno moderadamente torturador.
Hay algunos autores que han centrado las críticas a Maquiavelo por su famoso capítulo
referente a la crueldad, y si es mejor ser amado que temido o viceversa. Los consejos con que
comienza y termina el capítulo son favorables a la clemencia: “todos los príncipes deben desear
ser temidos por clementes y no por crueles” y “tratando siempre de evitar el odio”.
Una gran simplificación, consiste en cargar las culpas de las propias acciones en los demás, y
así ha sucedido con Maquiavelo, que ha sido considerado el enemigo de la moral y el
inspirador de los comportamientos políticos alejados de la ética.
Sin embargo, de la lectura de El Príncipe surgen consejos, –es cierto–, alejados de principios
morales, pero la conclusión evidencia la realidad política y siempre hay un juicio que
dependerá del lector.
Maquiavelo: ¿Culpable o inocente de las violaciones de los derechos humanos después del
siglo XVI ?
20. LOS DERECHOS HUMANOS EN LOS DOCTRINARIOS DE LOS SIGLOS XVI y XVII
Además de Maquiavelo, diversos doctrinarios fueron fundamentando la teoría del estado, los
límites del poder real y, por ende, los derechos humanos. El análisis de sus planteamientos,
para los efectos de esta obra, nos obliga a distinguirlos arbitrariamente en dos grupos: los
doctrinarios del derecho natural con fundamento teológico o racionalista, y los doctrinarios
que centralizaron sus posiciones en la defensa de los derechos de los indios. Este segundo
grupo, por sus características y particularidades, será estudiado en conjunto con los
descubrimientos y su relación con los derechos humanos (ver nº 21). En todos los casos, la
selección es parcial y paradigmática según nuestro criterio discrecional.
FRANCISCO SUÁREZ
La doctrina del derecho natural teológico tuvo en Suárez uno de sus principales expositores.
Nacido en España en 1548, este sacerdote jesuita escribió su obra de ocho tomos titulada
Tratado de las Leyes y de Dios Legislador. Una de sus más importantes consideraciones ha sido el
concepto de la soberanía popular, como base del poder y génesis de la democracia, que en
nuestro criterio es el fundamento de los derechos humanos. Se ha dicho de él que “ha sido el
más escolástico de los escolásticos” y uno de sus méritos más notables ha sido la doctrina
justificativa de la rebelión contra los tiranos, con el argumento de la defensa propia. Suárez,
discípulo de Santo Tomás, ha desarrollado también el concepto del derecho de gentes, en el
que se aplica el derecho natural, con especiales aportes en cuanto a la guerra, dentro de los
requisitos previos a la “guerra justa”. Sus ideas sobre los indios han sido favorables a la
compulsión en caso de resistencia de éstos a la evangelización misionera, por lo que
consideramos negativo su aporte en esta materia. Suárez fue uno de los doctrinarios de la
contrarreforma católica, dentro de la época del Santo Oficio, pero con una influencia innegable
en el desarrollo del pensamiento liberal.
JUAN DE MARIANA
Este sacerdote jesuita nació en España en 1537 y también como Suárez sostuvo que la soberanía
popular debe predominar sobre el príncipe, cuya única causa era servir al pueblo. Sus
doctrinas constan en su obra De Rege et Regis Institutione y se lo ha calificado como el
apologista del tiranicidio, al sostener la necesidad de que el pueblo mate al tirano cuando se
convierta en instrumento de muerte y opresión. Se manifiesta en contra del poder absoluto y
sólo lo justifica con respecto a los esclavos, coherente con el pensamiento aristotélico. El padre
Mariana murió en 1624 y su aporte fundamental ha sido admitir que la privación de la libertad
justifica la sedición y el tiranicidio, concepto de avanzada para esa época.
JUAN BODÍN
Fue un publicista y magistrado francés que nació en 1530 y murió en 1596. Su obra
fundamental ha sido La República. Curiosamente, a pesar de sostener el principio de la
autoridad absoluta, preconizaba la igualdad y la no justificación de la esclavitud. Bodin ha sido
el creador de la doctrina de la soberanía absoluta, que durante años constituyó uno de los
principales obstáculos para la aplicación internacional de las normas de protección de los
derechos humanos. El proceso de internacionalización, esto es, que el derecho internacional se
pueda aplicar sin poder alegar la soberanía nacional, constituye la última etapa de la
consolidación de los derechos humanos. El planteo de considerar a la soberanía; con carácter
absoluto; implica que internamente un Estado pueda violar impunemente los derechos
humanos.
TOMÁS HOBBES
Hobbes nació en Inglaterra en 1587 y se lo ha considerado uno de los doctrinarios políticos más
importantes de ese siglo. Su gran descubrimiento fue el llamado “estado de naturaleza”, en el
que el hombre vive, y sólo puede ser el lobo de los demás. En su obra Leviathan, concibe que
para evitar la violencia, los hombres instituyen el poder por medio del pacto social, por el que
cada uno renuncia a parte de su libertad, a cambio de la seguridad que le ofrece la autoridad
concentrada. Desde el pacto social y continuando las teorías de Bodin, se afirma el principio de
la soberanía absoluta en la que rige la ley de la jungla entre los estados; la anarquía en la que
“no existe propiedad, ni imperio alguno sobre nada, ni distinción entre tuyo y mío: a cada
hombre pertenece aquello de que se puede apoderar...” De ahí a justificar la razón de estado y
todos los atropellos de los derechos humanos, hay solo un paso. Una entidad que tiene ese
comportamiento para el exterior, imaginemos el que tendrá en el plano interno.
Hobbes en El Leviathan escribió:
“El único modo de erigir un poder común capaz de defendernos de la invasión extranjera y las
injurias de unos a otros (asegurando así que, por su propia industria y por los frutos de la
tierra, los hombres puedan alimentarse a sí mismos y vivir en el contento), es conferir todo su
poder y fuerza a un hombre o a una asamblea de hombres que pueda reducir todas sus
voluntades por pluralidad de voces, a una voluntad... Esto es más que consentimiento o
concordia; es una verdadera unidad de todos ellos en una idéntica persona, hecha por pacto de
cada hombre con cada hombre, como si todo hombre dijera a todo hombre: autorizo y
abandono el derecho a gobernarme a mí mismo, a este hombre o a esta asamblea de hombres,
con la condición de que tú dones tu derecho a ello y autorices todas sus acciones de manera
semejante. Hecho esto, la multitud, así unida en una persona se llama república, en latín civitas.
Ésta es la generación de ese gran Leviatán, o más bien por hablar con mayor reverencia, de ese
Dios mortal, a quien debemos bajo el Dios inmortal nuestra paz y defensa...”.
Analicemos si ese gran Leviathan no se encuentra agazapado en todos los discursos de los jefes
de estado y de gobierno, de fines del siglo XX y principios del XXI. Un estado gigantesco y
superpoderoso que regula todos los aspectos de la persona, en lo nacional e internacional.
Otros autores como Locke, Puffendorf y Paine, agregan que “la ley primera y fundamental de
todas las comunidades es la del establecimiento del poder legislativo”, y Paine agrega que “el
Gobierno representativo es libertad”.
Los doctrinarios no se conforman con la existencia de ciertos derechos. Pretenden la
positivización por medio del poder legislativo, representante del pueblo y dotado del
monopolio normativo. Los derechos humanos, por tanto, se establecen en la sociedad por
medio del derecho positivo.
Ése fue el propósito no deliberado, pero coordinado de los doctrinarios hacia el proceso de
positivización, paso previo al de la internacionalización contemporánea.
HUGO GROCIO
La trascendencia de la obra de Hugo Grocio en materia de derechos humanos supera el
resultado de su propia obra, encarnando la vida del intelectual de esa época, sometido a los
azares y humores de los monarcas; pues toda innovación o planteo que alterara de alguna
manera o que significara una limitación al poder absoluto; era subversivo, igual a muerte y en
el mejor de los casos, el destierro, considerado peor que la muerte.
Grocio nació en Delft en 1583 dentro de una familia calvinista. Fue un niño prodigio y a los
quince años era una especie de Mozart del derecho, conocido como “el milagro de Holanda”.
Luego de varias obras de carácter literario y en diversos campos de las humanidades, Grocio,
comenzó su obra jurídica, con sus opiniones favorables a la tolerancia religiosa, y el derecho
internacional en su etapa fundacional con el “De iure Belli ac Pacis”. Alternó su vida de prisión
en prisión, con motivo de sus opiniones en especial religiosas; debido a su protestantismo,
moderación y humanismo. Ha sido considerado el fundador del derecho internacional, aunque
la teoría moderna, coloca a Vitoria en ese carácter, y quizás más correctamente sería
considerarlos co-fundadores de sus principios.
El derecho internacional público para los derechos humanos constituye el aparato ortopédico
para hacer efectiva la protección, más allá de las soberanías nacionales.
El epitafio de su tumba redactado por él mismo sintetiza su vida: Hugo Grocio, prisionero y
exiliado.
SAMUEL PUFFENDORFF
Fue un publicista alemán nacido en 1632 y muerto en 1694, considerado entre los discípulos de
Grocio. En su obra “Derecho Natural y de Gentes”, comienza a señalar la diferencia entre
derecho y teología y consideró que la libertad se halla sujeta a la organización estatal.
Expositor de la doctrina de Grocio, insistió más en los deberes de los hombres que en los
derechos; poniendo las bases del derecho natural racionalista, y acentuando sus planteos sobre
la igualdad y posiciones heterodoxas en materia religiosa. Los Enciclopedistas franceses,
consideraron a Puffendorff como el primer representante de la Ilustración del siglo XVIII y sus
obras fueron la contraposición del positivismo del siglo XVII y XVIII comenzado por Zouch y
Rachel.
LA INFLUENCIA DE LOS DOCTRINARIOS
La nómina de los doctrinarios que influyeron en la consolidación intelectual de los derechos
humanos es larga y polémica. ¿Cómo no mencionar a Baruch Spinoza con su realismo
panteísta y libertad de conciencia? No faltan los que como Bobbio señalan que Locke fue un
pensador liberal pero no democrático, y Rousseau democrático pero no liberal. Fue necesaria la
confluencia de estos dos conceptos, liberalismo y democracia, para que la máquina de los
derechos humanos comenzara a tomar movimiento propio desde John Stuart Mill a mediados
del siglo XIX, cuando ya había corrido mucha agua bajo los puentes con las revoluciones
francesa, norteamericana y sus prolongaciones latinoamericanas.
La influencia de los doctrinarios, pues, fue decisiva. Ellos fueron dando base y texto para los
discursos que se pronunciaron en las barricadas. Los políticos, acostumbrados al fragor de sus
propias batallas, muy pocas veces reconocen el aporte de los intelectuales, que son su
conciencia moral. Dueños de la acción, tratan de adueñarse del pensamiento; desconociendo
que la impronta de la política siempre reconoce derechos de autor conscientes o inconscientes.
La lucha entre los políticos e intelectuales no ha terminado ni terminará. Los ensayos de los
reyes filósofos han sido desastrosos y el mundo de la realidad y de la intelectualidad a veces
luce irreconciliable. El intelectual al lado del político es esencial, pues pone en marcha la ética
en las fronteras de la acción política.
Idi Amín despreciaba a los intelectuales y se vanagloriaba de su pasado de boxeador. A veces,
es cierto, aquello de que los que saben no pueden y los que pueden no saben.
21. DESCUBRIMIENTOS Y DERECHOS HUMANOS: LOS NEGROS Y LOS INDIOS
La Europa del renacimiento tuvo en los descubrimientos una de las maneras más completas
para expresar el proceso de cambios. ¿Por qué el hombre se lanzó a esas aventuras? Los
conocimientos de la época permitieron animarse a conocer lo desconocido; el saber
astronómico de la Edad Media, los mapas, el arte de la navegación y las rutas de comercio
fueron algunas de las causas de los descubrimientos, expediciones y reconocimientos de
América, Asia y África por parte de las potencias europeas del siglo XV. Todas estas acciones
se realizaron sobre el torbellino de historias domésticas, debido a que las potencias que
tuvieron a cargo estas aventuras aún no estaban, o recién estaban, consolidando sus
estructuras internas.
Curiosamente, estas acciones fueron causas de éxitos y de fracasos, acreditados con los
desarrollos posteriores británicos y españoles. Otra cuestión, que no se ha tenido en cuenta, es
que el producto de los viajes permitió interrelaciones culturales: Europa se internó en el
mundo y se abrió a él. También el resto del mundo le demostró a Europa que el destino de la
civilización no era su deber exclusivo, esto es, que no estaba sola en la misión.
Foucault ha considerado otros motivos: “A partir de los siglos XIV y XV aparecen tipos de
indagación que procuran establecer la verdad partiendo de testimonios cuidadosamente
recogidos en dominios tales como la Geografía, la Astronomía, el conocimiento de los climas,
etc. Aparece, en particular, una técnica de viaje, empresa política de ejercicio del poder y
empresa de curiosidad y adquisición de saber que condujo finalmente al descubrimiento de
América. Ese proceso de indagación, de búsqueda del saber, se extiende a todos los sectores de
la ciencia, tales como la Medicina, la Botánica, la Zoología, etc. En esas materias también fue
muy difícil ejercer libertad científica ante la ciencia oficial”.
Analizando todos estos hechos se advierte que quinientos años es poco y nada en una historia
de milenios. El hombre del siglo XV cuando pensaba en el futuro no esgrimía abstracciones;
actuaba por medio de los hombres que estaban a cargo del presente. Por tanto, el medio
milenio transcurrido es una buena ocasión para extraer resultados en el desarrollo de los
derechos humanos.
Es muy posible que el hombre del siglo XV con el bagaje de conocimientos y tecnología de la
época se creyera casi tan omnipotente como el del siglo XXI en el espacio. Un sentimiento de
superioridad, pues, animaría a estos hombres, y sólo lo dejarían de lado por otro de
magnanimidad, hacia seres considerados inferiores y que para colmo no profesaban la religión
oficial.
De este modo, Europa empezó a crecer para afuera, y este proceso dio lugar a la colonización,
que fue violación de derechos humanos. No hay derechos humanos sin dos requisitos:
autodeterminación y democracia; y por tanto, todo este período que aún no está del todo
concluido; fue una enorme lente de aumento de las violaciones de los derechos humanos que
se realizaban en el interior de Europa, en materia de religión, servidumbre feudal, tortura, etc.
En los siglos posteriores, el proceso adquirió caracteres escandalosos, pues mientras en los
territorios metropolitanos se declaraba derechos que medianamente se cumplían, con
expresiones pomposas y apelaciones a Dios o a la Naturaleza; con justificación teológica o
secular; en África, América y Asia se efectuaba una explotación que puede calificarse de
exterminio y genocidio, que no era muy distinto al que se llevaba a cabo en Europa misma.
Generalmente, las historias se refieren sólo a los excesos y violaciones con los indios de
América, y desconocen o eluden lo sucedido en África; fuente de mano de obra barata antes de
la invención de la máquina de vapor; o en Asia en que la diferencia en el trato, fue sólo en el
color de los pueblos esclavizados.
La violación de los derechos humanos de los indios americanos ha sido otro capítulo de las
violaciones de los derechos humanos, que se producían en la otra parte del mundo, en una
especie de prolongación de las violaciones de Europa; que aún mantenía la esclavitud como
una de sus instituciones más apreciadas; mientras nuevas formas de ésta se constituían
durante el feudalismo. Además, el resultado de las batallas perdidas, generalmente significaba
la vida perdida, precedida de torturas, o en los casos de mayor benevolencia, pasar a ser
esclavo del vencedor, “plena in re potestas” de éste.
La situación producida por los descubrimientos era nueva, esto es, no había precedentes de
algo parecido; para los príncipes europeos se estrenaba continente con personas nuevas, sin
pasado en común y sin poder adaptar los conceptos aplicados en ocasión de la guerra contra
los bárbaros o contra los infieles. En cierta forma, había que conciliar esa nueva situación con
los principios tradicionales de la religión y la moral, y por tanto un medio para ese fin fue el de
hallar justificaciones racionales, o sea dar una base o fundamento a ese estado de cosas,
siempre desde el punto de vista eurocéntrico.
Las justificaciones, pues, se dirigieron a dos planos; en primer lugar a dar argumentos para
que la conquista y colonización tuvieran títulos justos; y luego, en base a éstos, extender el
derecho sobre los habitantes del territorio.
Esas justificaciones; sobre las que volveremos más adelante; desconocían la realidad y los
derechos humanos de los habitantes, sobrepasados por los hechos de los conquistadores
españoles, ingleses, franceses, holandeses, etc.
Generalmente, se ha simplificado y se ha puesto énfasis sólo en las acciones violatorias de los
derechos humanos por los españoles, al tener en cuenta que los actos de colonización y
conquista se desarrollaban en la casi totalidad del territorio americano.
La búsqueda de metales preciosos fue el acicate para extender la presencia española y dentro
de ésta, hay dos episodios paradigmáticos: la conquista de México por Hernán Cortés y la del
Perú por Francisco Pizarro. La cultura y civilización de los aztecas e incas había llegado a un
alto grado de desarrollo y de organización. Se dice que las ciudades de América tenían un
desarrollo cultural, social, económico y político comparable a las de Europa.
Hernán Cortés emprendió la conquista de México con treinta y tres años y la terminó en sólo
diez años, en 1522. Al decidir la marcha sobre México, se dice que quemó sus naves, para que
los soldados quitaran de sus mentes la idea de regresar. El emperador Moctezuma, al no poder
detener la conquista, intentó negociar con Cortés que lo hizo prisionero y gobernó en su
nombre provisoriamente. Al año siguiente, y en ausencia de Cortés, se asesinó a gran parte de
los más destacados aztecas con el propósito de robarles el oro y eso provocó una insurrección
general. Cortés volvió, la lucha se propagó con derrotas de los españoles, que recién al año
recuperaron el poder y tomaron prisionero al sucesor de Moctezuma; lo torturaron con
carbones encendidos para que revelara el lugar donde tenía sus tesoros; y finalmente lo
mataron, estableciendo el poder español sobre todo el imperio azteca, de ahí en adelante
denominado Nueva España.
Francisco Pizarro encabezó la conquista de los incas de Perú en 1532, penetró en el corazón del
imperio de Atahualpa que lo recibió amistosamente. Se dice que en esa ocasión, un sacerdote
que acompañaba a Pizarro le mostró la Biblia a Atahualpa diciéndole que debía creer en ella, y
al no estar de acuerdo, mataron a sus acompañantes y lo tomaron prisionero. Atahualpa, en
calidad de rehén, ofreció pagar rescate y los incas entregaron oro; a pesar de lo cual; los
españoles no lo dejaron en libertad y por el contrario lo condenaron a ser quemado, pero al
aceptar el bautismo su pena fue disminuida: se lo estranguló antes de quemarlo vivo.
Los ingleses desarrollaron también una política colonial en América del Norte; por medio de
puritanos que huían de las persecuciones religiosas de Inglaterra del siglo XVII. Primero
fundaron Nueva Inglaterra, y luego, al sur fundaron nuevas colonias en las que establecieron
plantaciones trabajadas por esclavos que habían traído de África. Los colonos ingleses tenían
un profundo sentido de la igualdad, practicada sólo entre ellos y sin extenderla a los indígenas
habitantes, y menos; por supuesto; a los esclavos africanos. Esa política, discriminatoria hacia
los indios y los negros se extendió hasta bien entrado el siglo XX.
Los franceses, también tuvieron actividad durante la colonización de América del Norte,
especialmente en Canadá a la que denominaron al principio, Nueva Francia. Allí habitaban los
pieles rojas y a mediados del siglo XVII, los franceses idearon el sistema de establecer
provincias en lugar de colonias, y en ellas se dice que trataban bien a los indígenas, llegando a
concederles la nacionalidad francesa. Los colonizadores franceses también se establecieron al
sur, trasladándose por el Mississippi, en cuya desembocadura fundaron Nueva Orleáns, punto
de enlace y confrontación con la cultura y las fuerzas españolas e inglesas que veían un
obstáculo a su expansión.
Al mismo tiempo que se producían estas acciones colonizadoras de América, de resultados
negativos para los derechos humanos por parte de españoles, ingleses y franceses; en otras
partes del mundo se cumplía con los mismos propósitos de conquista y de europeización de
Asia y de África, para ampliar el poder de cada uno de los príncipes europeos, por medio del
incremento de recursos económicos o mano de obra barata de los esclavos africanos.
La conquista, colonización y reconocimiento de América, Asia y África soslayó tres cuestiones
fundamentales: la autodeterminación, el comercio de esclavos y la condición de los indios.
Esos tres temas, que eran los más importantes, fueron dejados de lado con el propósito de
consolidar posiciones económicas y obtener recursos, con el máximo beneficio y el mínimo
esfuerzo. Esos tres temas forman el núcleo de esta obra, y en cierta forma se hallan
condicionados o dependientes del principio de autodeterminación, en su doble condición de
gobierno propio y autónomo; que será materia de análisis y cuestionamiento en pleno siglo
XIX y XX.
La trata de negros y la condición de los indios se hallaban mutuamente relacionados, pues
cuando se extendían principios humanitarios a unos, en los hechos eso significaba buscar la
mano de obra en los otros, esto es, humanizar el trato con los indios era aumentar el comercio
de esclavos y viceversa.
El comercio de esclavos en América tuvo un gran desarrollo y subsistió por el término de
cuatrocientos años, costando la vida a millones de seres humanos de África, que en políticas
genocidas fueron trasladados de su hábitat hasta los lugares de trabajo. Ese comercio y trata de
esclavos duró hasta fines del siglo XIX en que se declaró la abolición de la esclavitud (1885).
Las poblaciones africanas, trasladadas por la fuerza, hoy forman con sus descendientes, las
poblaciones de varios estados y aún quedan restos de desigualdad visibles en tratos
discriminatorios.
En Sudáfrica, en pleno siglo XX, una parte minoritaria de la población blanca somete a la
mayoría negra a políticas de “apartheid”, esto es, una discriminación fanática, militante y
normativa; por la que los negros no pueden ni compartir vehículos públicos o lugares de
comida con los blancos.
La condición de los indios provocó otro tipo de análisis, que tendieron hacia la legitimación de
las acciones de descubrimiento y conquista del territorio, y de allí la extensión como anexo de
las poblaciones indígenas existentes.
Es decir, la posesión sobre lo principal, el territorio; daba derecho a ejercer ciertos derechos
sobre lo accesorio; la población indígena existente.
Todos estos argumentos fueron expuestos también para excluir a otros estados y actuar
ejerciendo el monopolio de los nuevos territorios, siempre con respecto a los beneficios y
rentas que se obtuvieran. Todo ese panorama se completaba con dos aspectos más; primero, el
derecho romano que era el aparato jurídico justificativo del derecho sobre las nuevas tierras; y
segundo, la facultad del Papa, para conceder a los reyes esas mismas tierras por medio de
Bulas contradictorias, oscuras y muchas veces opuestas entre sí.
El tema de la condición de los indios y de los territorios estuvo protagonizado por dos tipos de
acciones: doctrinarias académicas y militantes predicadoras.
Las acciones doctrinarias académicas fueron encabezadas por Francisco de Vitoria, un fraile
dominico de la Universidad de Salamanca, que vivió entre el año 1486 y 1546. Vitoria no llegó
a publicar ninguno de sus trabajos, y su doctrina se conoce por los apuntes de clase tomados
por los estudiantes de Salamanca, que más tarde se editaron bajo el título Relectiones que tratan:
“De los indios recientemente descubiertos”; y “Del derecho de guerra entre españoles y
bárbaros”.
Vitoria sostuvo que el emperador no era ni podía ser emperador de todo el mundo, debido a
que no tenía título jurídico y teológico para ese cometido, al negar que el Papa pudiera
conceder tierras ajenas, pues carecía de potestad sobre éstas. Además de estas posiciones
agregó otras más audaces: no se podía invocar el derecho de ocupación por el descubrimiento
y por el título derivado del derecho romano de la ocupación, pues las tierras ya estaban
ocupadas por los indios, que ejercían lícitamente los derechos de soberanía y propiedad.
Finalmente, Vitoria argumentaba que a los indios no se les podía arrebatar sus tierras con la
excusa de que eran infieles o aunque se negaran a ser evangelizados: “Los príncipes cristianos
ni aún mediando la autoridad del Papa, pueden apartar a los bárbaros de los pecados contra la
ley natural y no es su misión el castigarles por ellos”.
Uslar Petri ha considerado que con esta doctrina quedaba imposibilitada toda colonización y
reconocido el derecho de todos los pueblos a permanecer en el goce completo de la soberanía y
el dominio sobre los territorios propios, sin título válido para justificar la dominación
extranjera. En otras palabras, Vitoria sostenía que la fuerza no daba derechos, y lo hacía en una
época en que el derecho se sustentaba en la fuerza.
Vitoria también consideró, siguiendo a Santo Tomás de Aquino, si la guerra de los españoles
contra los indios se trataba o no de una “guerra justa”, argumentando entre otras razones que
puede llegar a admitirse que cualquier interferencia contra la predicación del Evangelio podía
llegar a justificar la guerra.
En plena época del Santo Oficio y de los monarcas absolutos, por el peso de las doctrinas de
Vitoria, es posible admitir esta contradicción con los puntos de vistas generales. Recordemos
también que se ha dicho que en el proceso que se le siguió a Erasmo por herejía, Vitoria, que
era representante de la Inquisición española, lo encontró culpable de veintiún puntos de
herejía.
Por eso, Vitoria debe ser valorado en su época, considerándolo el co-fundador del derecho
internacional; definiéndolo como “el que la razón natural ha establecido entre todas las
naciones” (Se dice que Grocio llegó a conocer las doctrinas de Vitoria).
En la época contemporánea de intervenciones y violaciones de los derechos humanos, dentro
de extremo desarrollo de los medios de comunicación, con tecnologías y burocracias
internacionales; hay que destacar a Vitoria cuya voz solitaria se hizo oír más fuerte, y en gran
medida más audaz, que muchas de las doctrinas que se esgrimen en la Organización de las
Naciones Unidas, en los últimos años.
El segundo tipo de acciones realizadas para mejorar de alguna manera la condición de los
indios es el que hemos denominado acciones militantes predicadoras; encabezadas por el
sevillano Bartolomé de las Casas, fraile dominico que desarrolló una intensa campaña a favor
de los derechos humanos de los indios.
Las Casas tuvo tres etapas en su vida con respecto a la defensa de los indios. En principio, fue
el primer sacerdote ordenado en América en 1510, y escuchó a los dominicos predicar contra
los abusos de la encomienda; institución por la cual los españoles se beneficiaban de los
trabajos de los indios a cambio de su adoctrinamiento en el Evangelio. En esa primera etapa,
Las Casas llegó a ser encomendero, diciendo que se ocupaba de “mandar sus indios de
repartimiento en las minas a sacar oro y hacer sementaras, aprovechándose de ellos cuanto
más podía”. La segunda etapa, la de predicación, comenzó en 1514, consideró que la
encomienda era injusta, renunció a las suyas y partió a España para difundir sus nuevas ideas.
Las Casas siguió las enseñanzas doctrinales de Vitoria; en cuanto a la legitimidad de los títulos
del descubrimiento y ocupación sobre los indios; al cuestionarse: “¿Con qué derecho y
conciencia podían ser despojados de sus estados y señoríos por los españoles? Ni por la
potestad pontificia, ni por la difusión del Evangelio puede privarse a los indios de sus
derechos. Ello no obsta a la misión evangélica, a cambio y en contraprestación de la cual,
España ejerce una suerte de protección espiritual sobre los indios, que no debe significar
mengua de sus derechos, formalizándose esa situación por medio del consentimiento
expresado en un pacto político con éstos”.
Durante esa época puso en práctica alguna de sus teorías con respecto al trato con los indios, y
en 1520, instaló una nueva encomienda en Venezuela, que fracasó al matar los indios a sus
integrantes. Esos hechos fueron causa de su ingreso a la orden dominica y de su retiro por
dieciséis años en Santo Domingo, Guatemala y Nicaragua.
La tercera etapa, fue de prédica y polémica pública y durante ella, Bartolomé de las Casas
volvió a España en 1539, se entrevistó con Carlos V y lo convenció de reunir al Consejo de
Indias y convocar a la Junta de Valladolid en 1542. Allí argumentó; en base a su relato sobre la
Brevísima relación de la destrucción de las Indias; en la que denunciaba los atropellos, abusos y en
lenguaje actual, las violaciones de los derechos humanos cometidas contra los indios.
Hay que tener en cuenta la fortaleza del fraile dominico al escribir en la introducción de su
obra que “éstas son las matanzas y estragos de gentes inocentes y despoblaciones de pueblos,
provincias y reinos” y pasar revista de los hechos de la Isla Española, Jamaica, Cuba,
Nicaragua, Nueva España, Venezuela, Granada, etc., hechos bien conocidos por su presencia
personal en esos lugares.
Aparentemente, Carlos V, aceptó gran parte de estos argumentos y sancionó las denominadas
Leyes Nuevas en 1542, por las que se restringían las encomiendas y la esclavitud de los indios,
y designó a Bartolomé de las Casas como Obispo de Chiapa (Guatemala). No conforme con las
Leyes Nuevas, continuó su prédica y para implantar sus principios, escribió el Confesionario
según el cual los fieles, antes de la confesión, debían suprimir las encomiendas, poner en
libertad a todos los indios bajo esclavitud y devolverles todas los tributos percibidos. Estas
reglas provocaron innumerables quejas de los españoles del obispado, con excomuniones,
disturbios y escándalos con rechazo de sus doctrinas por una junta de México, con el
consiguiente descrédito de Las Casas.
En 1550 tuvo lugar una nueva polémica en el mismo ámbito del consejo de Indias de
Valladolid, entre Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas y quince juristas más, con
el objeto de tratar la cuestión de la condición de los indios. Sepúlveda y otros juristas se
inclinaban por una posición favorable a los derechos del emperador sobre los indios, en contra
de la posición de las Casas. No se sabe si el resultado fue el voto favorable por la posición de
Sepúlveda, o bien dejar en suspenso la resolución definitiva ante el abandono de las
deliberaciones por Carlos V.
Bartolomé de las Casas renunció al obispado de Guatemala y falleció en Madrid en 1566, pero
su prédica continuó hasta la creación del derecho indiano, por la influencia de Juan de
Solórzano Pereira en el siglo XVII, un avance a pesar de todo.
Julio González Campos ha considerado al pensamiento lascasiano como anticolonialista,
fundamentando que los indios no sólo eran hombres libres, sino también iguales a los súbditos
españoles. Por tanto, la influencia de Bartolomé de las Casas para el establecimiento y
efectivización de los derechos romanos ha sido crucial.
¿Qué sucedía en realidad con los indios? ¿Qué pasaba fuera de Salamanca y de la Junta de
Valladolid? ¿Cuáles eran las violaciones concretas de los derechos humanos de indios y
negros? La realidad superaba todas las argumentaciones y justificaciones teóricas del derecho
de los indios como hombres libres e iguales a los españoles, y esas violaciones de los derechos
humanos, cercanas al genocidio, se han extendido más allá de la conquista, y han sobrevivido
en prácticas procedimentales, judiciales y sobre todo psicológicas que se sintetizan en la
eliminación del enemigo.
Ricardo Rodríguez Molas ha efectuado un completo estudio sobre Torturas, suplicios y otras
violencias y en él sustenta la tesis que el ejercicio de las violaciones de los derechos humanos de
los indios ha continuado casi en una línea continua hasta la época contemporánea. Esa opinión
da sustento a nuestra posición, referente a que no hay derechos humanos sin democracia y, por
tanto, hasta que ésta no se halle verdaderamente instalada en la sociedad no se puede hablar
de protección de los derechos humanos.
El autor citado alude a las crónicas de José de Acosta, provincial jesuita, que en De procuranda
Indorum salute (1578); consideró entre otras cosas, que a los indios se le debe poner “freno y
cabestro”, que la servidumbre es el resultado de las “acciones bestiales” de los naturales y de
sus “perdidas costumbres que no obedecen más que el apetito de su vientre o lujuria” y que el
castigo es un buen método para imponer la obediencia: “Aprieta el jumento las quijadas con el
cabestro y el freno, imponle cargos convenientes, echa mano si es preciso al látigo; y si da
coces, no por eso te enfurezcas ni lo abandones... la índole de los bárbaros es servil, y si no se
hace uso del miedo y se les obliga con fuerza como a niños, rehúsan obedecer”. El mismo
cronista Acosta consideró que: “es necesario regir a estas naciones bárbaras, principalmente a
los negros y a los indios... de suerte que con la carga saludable de un trabajo asiduo estén
apartados del ocio y de las licencias de costumbres y con el freno del temor se mantengan
dentro de su deber”.
Además de estas prácticas, Acosta aconsejaba quitar todo vestigio de su anterior cultura,
“hasta que poco a poco vayan borrándose la memoria y gusto de las cosas pasadas”.
Por supuesto, la cultura anterior ni siquiera es reemplazada por otra cultura, pues al plantear
la hipotética alfabetización de los indios se advierten los conflictos, alzamientos y herejías que
puede provocar. Un misionero aconsejó que los “indios permanezcan humildes y sencillos,
pues para las mariposas y mosquitos no hay mayor peligro que el brillo de la vela encendida”.
Casi veinte años después de la muerte de Bartolomé de las Casas; por medio del Concilio
Limense de 1582; se prohibió a los sacerdotes castigar a los indios, y de ahí en adelante, la
facultad punitiva se trasladó al brazo secular. Toda esta acción se extendió durante el siglo XVI
y XVII, incluyéndose aún la práctica de herrar y marcar la cara de los indios como un medio de
acreditar la propiedad, procedimiento frecuentemente utilizado con los esclavos.
Los tormentos y suplicios de los indios fueron en todos los casos atroces y de gran
perversidad. Se cuenta que Irala ordenó cortar los brazos de un indio por cruzar un campo
sembrado; y en otros casos, refiere Rodríguez Molas, que eran frecuentes las mutilaciones
sexuales: “Juan Pérez... cortó lo suyo a un indio cristiano por celos que tuvo de él”.
Los actos de linchamiento de indios, la entrega y suministro de vino envenenado, eran más
que frecuentes y evidenciaban que indios y esclavos tenían un trato idéntico y un régimen
similar: el de las cosas sobre las que se ejerce la plena propiedad (plena in re potestas).
La suma de excesos supera el nivel de cualquiera de las catástrofes naturales; y fueron millones
las víctimas de los trabajos en campos, búsqueda de metales preciosos, minas de cobre, etc.
Hay cálculos inexactos pero estremecedores: en la Isla de Santo Domingo, descubierta por
Colón en 1492, había más de un millón de habitantes, y datos ciertos acreditan que veinte años
después, sólo sobrevivieron trece mil personas. Esta cifra corresponde sólo a Santo Domingo; si
trasladamos esa realidad a las demás colonias; con el resultado se puede inferir que los
terremotos, son más benéficos que el ser humano, y que los asirios, cuando cortaban la lengua
de sus enemigos, eran humanitarios.
Estos actos injustificables de alguna manera habían sido importados de Europa, esto es, el trato
con los indios y esclavos no difería del que se aplicaba a herejes, moros, judíos o vencidos en
cualquiera de las constantes guerras, o a los niños en pleno auge del capitalismo. Además de
estos excesos, la escalada del terror indiano tuvo picos de acciones genocidas, fríamente
planeadas, como el caso de los indios Quilmes.
El genocidio se caracteriza no solamente por la matanza de los miembros de un grupo, sino
por el sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que puedan provocar su
destrucción física, total o parcial. Los indios Quilmes fueron trasladados de los valles
calchaquíes, a la costa del Río de la Plata, donde fueron instalados en una reducción en la que
no tardaron en morir todos. Ése ha constituido uno de los primeros genocidios realizados en el
Río de la Plata, planeado casi como “una solución final” para poner fin a las rebeliones de los
indios, por una causa que no tenía justificación: reclamar lo propio.
El trato de mestizos y negros tuvo características iguales a las de Europa, con el ejercicio de
pleno dominio sobre éstos, considerados cosas. Una práctica frecuente era la de marcar su cara
o cuerpo con hierros al rojo. Algunos juristas sostuvieron que la marca en el rostro no debía ser
autorizada, por ser éste, a imagen y semejanza de Dios; aunque la opinión mayoritaria del
derecho indiano; y en especial Solórzano Pereyra; se inclinaban por el ejercicio irrestricto de
esta facultad, sobre la base del derecho sobre las cosas: “siendo esclavos legítimos el mismo
derecho introdujo la costumbre de poderlos herrar en el cuerpo o en la cara, a voluntad de sus
amos, o ya para castigarlos por sus hechos y excesos, o ya para tenerlos más seguros de que no
huyesen”. Medidas similares utilizaron los nazis en los campos de concentración y los judíos
que sobrevivieron aún tienen las marcas indelebles que acreditan la contabilidad humana que
se practicaba en pleno siglo XX.
A pesar de todo, el trato a los negros fue muy distinto en las colonias de América del Norte, en
las que fueron utilizados salvajemente como mano de obra para encarar la primera etapa del
crecimiento económico previo a la máquina de vapor; y los excesos, discriminaciones y
violaciones de los derechos humanos subsisten hasta el momento aunque de manera atenuada,
esta vez regidas por la mano invisible del mercado, que hace más contratable un blanco que un
negro. Contra esos prejuicios, la sociedad norteamericana actual, que ha sabido superar
Vietnam y Watergate, ha encarado programas de integración que aseguran o procuran
restablecer la igualdad y la justicia.
Desde el punto de vista de su significado el término “indígena” es sinónimo de nativo, nacido
en una tierra o región particular. En el siglo XIX en general la denominación es la de “nativos”.
A partir de 1945, la protección de los indígenas se ha incrementado en la agenda política.
Primero se ratificaron convenciones (Convención 107 de la OIT; Convención 169 de la OIT);
luego la Subconvención de Prevención de la Discriminación y Protección de las Minorías
(Subconvención de la ONU. Human Rights. Reporter, José Martínez Cobo). Se formó un grupo
de trabajo para una Declaración de Derechos de Pueblos Indígenas. Luego han actuado las
Organizaciones no Gubernamentales (Ver Definición de Martínez Cobo E/CN- 4, Sub. 2,
1986/87- Add.4, paras. 378-80).
Lo cierto es que en el siglo XIX los indígenas que no se hallaban organizados en estados
fueron desapareciendo. A pesar de la relevancia moral de los principios de la descolonización
de 1960, ese proceso no acompañó a los pueblos indígenas.
Reisman sostiene que algunas doctrinas como el “uti possidetis juris”, efectivamente precluían
cualquier tipo de reconocimiento del derecho a las tierras históricamente habitadas por los
indios. Las nuevas elites se dividieron el territorio entre ellas como si fueran poderes
imperiales, sin observar ni tener en cuenta los reclamos o intereses de los indígenas.
A pesar que la ONU comenzó a normar sobre el derecho de los pueblos, las elites de esos
mismos Estados establecieron las reglas de juego. Lo más claro es la Resolución 1514 (XV) y la
1541 (XV) acerca de la Garantía de Independencia a los pueblos y Países coloniales de 1960.
Se aseguró el derecho de autodeterminación a todos pero en los hechos hubo una excepción:
los pueblos indígenas que en esa época limitaban su acción a defender el derecho a no ser
discriminados.
Por su parte el término “Derecho de los Indígenas” es reciente, e incluye un extenso sistema de
protección internacional de los Derechos Humanos, con nuevos reclamos hechos por los
sobrevivientes de los pueblos indígenas reclamando la protección de la Comunidad
Internacional. Los indígenas sobrevivieron a las enfermedades, a la explotación económica y en
algunos casos al genocidio. Parecería que ahora han encarado la última fase de su lucha.
En consecuencia y de acuerdo con lo expuesto, el descubrimiento y conquista de América tiene
sus apologistas y jueces más estrictos. Unos y otros esgrimen argumentos después de medio
milenio que asombran por su multiplicidad; que exageran o disminuyen acciones y
consecuencias. Algunos condenan asimétricamente las colonizaciones según sean de América
del Norte o del Sur; de origen británico, francés o española. Otros, realizan análisis
dicotómicos, esto es, separados entre la realidad europea y la americana. Algunos más
consideran esas realidades, pero omiten lo sucedido en África y en Asia.
Todos los puntos de vista tienen sus correspondientes doctrinas que justifican unos y otros
planteamientos. La historia de los derechos humanos no admite posiciones intermedias. Así
como no hay diferencia entre la tortura practicada por un policía amigo, en un país amigo y el
encierro de un disidente en un hospital psiquiátrico; no hay tampoco diferencias que
justifiquen cualquier clase de torturas, sea cual fuera la época o las personas involucradas.
Tampoco es justificativo la medida de la tortura, pues eso lleva directamente a establecer
límites, esta vez cuantitativos.
Por tanto, la violación de los derechos humanos en América no ha sido ni mayor o menor, o
diferente que otras violaciones, de épocas o grupos diversos; simplemente, ha constituido otro
eslabón en la cadena de violaciones de los derechos humanos, que dolorosamente hace que la
humanidad tenga experiencia y memoria.
La historia de la protección de los derechos humanos que vendrá es la nueva historia que
habrá de reemplazar a la de las violaciones; la historia de los objetivos alcanzados, la de los
resultados concretos más allá de las expresiones y declaraciones abstractas; en fin, la historia
del respeto de los derechos humanos.
22. LOS DERECHOS HUMANOS EN LOS SIGLOS XVI Y XVII
Hay un aspecto de los procedimientos judiciales que señala una división entre una época y la
otra. Se trata de la manera en que el juez adquiría la convicción para juzgar. Hemos visto los
cambios que se habían producido en los tiempos modernos; el reclamo por el estado, la
aparición del concepto de infracción, el daño al estado y no a la persona, etc. Todos esos
cambios eran cambios en la concepción del poder político; en esta etapa poder absoluto; que se
reflejaban en los procedimientos. ¿Cómo se convencía un juez? ¿En base a qué fundamentos
dictaba sus sentencias absolutorias o condenatorias?
En esta época había dos maneras de obtener el veredicto. Un sistema, es el llamado de la
íntima convicción; por el cual el juez consulta a su conciencia solamente. Lo que interesa es que
el juez se halle íntimamente convencido de la absolución o condena del imputado. La otra
manera de obtener el veredicto es el sistema de las pruebas legales, en el que la condena o
absolución depende de la existencia de una prueba o la reunión de varias pruebas previamente
establecidas en un código, que también antes ha fijado su valor probatorio.
Antiguamente se decía que esas pruebas debían ser “más claras que el claro día brillante al
mediodía”. Esos dos sistemas hicieron necesaria la confesión, llamada la reina de las pruebas,
con la tortura consiguiente para obtenerla.
Se ha dicho que el sistema de las pruebas legales hizo imposible el desarraigo de la tortura, que
continuaba con sus tres etapas consabidas; la de información, la de mostrar efectos e
instrumentos de tortura y la tercera de la tortura propiamente dicha. Contra esa posición se
alzaron los planteos de Voltaire, Rousseau y Beccaría; bajo las nuevas concepciones políticas de
Montesquieu.
En la Europa del siglo XVI, todavía se hallaban lejos los cambios, y la crueldad era la
contracara del renacimiento que el humanismo, las letras y las ciencias habían producido en la
sociedad. Había, pues, dos tipos de sociedad diferentes; una la del renacimiento y sus luces; la
otra, la de las violaciones extremas y arbitrarias de los derechos humanos, con los sistemas
inquisitoriales puros, a puertas cerradas, sin defensa, con sistema de prueba legales y tortura.
Hay dos códigos que evidencian esas violaciones y las institucionalizan: La Ordenanza de
Bamberg de 1507 y la Ordenanza Carolina de 1532 promulgada por Carlos V. La Ordenanza de
Bamberg estableció en sus normas la tortura, aún en presencia de pruebas suficientes, y
prescribió minuciosamente las metodologías de flagelamientos, atenazamientos o cortes del
tabique nasal.
Se cumplían los pasos legales, que en algunos casos preveían invariablemente que convenía
torturar de manera adecuada. Quedaban exceptuados de la tortura, los sexagenarios, los
menores de catorce años que sin embargo podían recibir castigo de látigo con “moderación” y
las mujeres encintas.
En la Ordenanza Carolina de 1532, aunque también estaba reglamentada la tortura, había
normas que contemplaban una extraña aplicación del principio de defensa, al disponer que
ante la tortura, el juez debía preguntar al acusado si tenía algún hecho que hubiera justificado
su proceder delictivo. De todas maneras, la tortura se entendía en la Ordenanza Carolina como
un medio de gran ventaja, para una mejor solución de los asuntos con una ventaja económica:
su bajo precio operativo.
La reforma religiosa, por su parte, no produjo ningún cambio ni moderación en las prácticas
violatorias de los derechos humanos, limitándose a la libertad de cultos. Algunos autores
observan, que Lutero no trató la tortura, ni se refirió a los excesos que se cometían; cuando el
sistema del libre examen protestante, aplicado al sistema penal, hubiera sido un buen
andamiaje para sostener la íntima convicción y la abolición de la tortura.
Prácticamente, en toda Europa se afianzaron las torturas y otros procedimientos
inquisitoriales. En los Países Bajos, en las Ordenanzas de 1570, se reglamentó el procedimiento
con los excesos habituales y en algunos comentarios atemperados se aconsejó no recurrir a la
tortura, sino solo en caso de faltar otros medios de convicción.
Con respecto a Inglaterra, se ha dicho que el mantenimiento del sistema acusatorio y del juicio
de los acusados por sus iguales, de acuerdo con el sistema feudal, impidió la introducción de la
tortura, sin perjuicio de su aplicación en las persecuciones religiosas. En Italia era
unánimemente admitida la tortura, e incluso Maquiavelo fue una de las víctimas más célebres.
En síntesis, los tiempos modernos no habían llegado a Europa y los antiguos eran antiguos,
por sentirse cómodos con el derecho romano. El humanismo del renacimiento produjo, pues,
las primeras fisuras a estos criterios.
23. LA MONARQUÍA ABSOLUTA. DÉSPOTAS Y DERECHOS HUMANOS
Se ha dicho que Luis XIV organizó el culto de la majestad real, esto es, una serie de ceremonias
que hacían visible el culto que había organizado alrededor suyo. A la mañana, los criados eran
introducidos por series que se llamaban entradas que culminaban con la presencia de más de
cien personas en el cuarto real. Terminado su tocado; sólo frotarse las manos con alcohol;
comenzaba la etiqueta, o sea, la ceremonia de la vestimenta y presentación de las distintas
prendas al rey por parte de personas determinadas: la camisa real sólo podía presentarse por
un hijo del rey o por un príncipe de sangre. La etiqueta de las comidas era también una suma
de ceremonias con pasos establecidos a modo de coreografía.
Ése era el reinado de Luis XIV, el rey sol, la divinidad visible, un semidiós que se había forjado
dentro del estado posterior a Westfalia.
La organización del estado, había hecho ciertos los pronósticos de Hobbes; el pacto social
significaba ceder no parte de las libertades, sino la totalidad de ellas en manos del rey. El final
del feudalismo y la creación del Estado en los hechos pudo hacer creer al pueblo que sólo era
un cambio eficaz de amos más perfeccionados para dominarlos y cobrarles tributos.
La monarquía absoluta se extendió rápidamente en Europa. Hubo algunos intentos como el de
la rebelión de la Fronda en Francia en 1648, en la que el Parlamento de París, pensó que podía
adelantar el reloj de la historia, haciendo la revolución francesa con un siglo de anticipación.
¿Qué pasó en la Fronda? Ese nombre proviene de la honda que usaban los chicos para lanzar
piedras. Ésa fue la consecuencia que tuvo esta rebelión luego de votar una declaración de
veintisiete artículos que condenaba los excesos de Richelieu, las exacciones de Mazarino y las
malversaciones de la época. Según esas normas no se podían establecer impuestos sin
consentimiento del parlamento, no se podía detener a persona alguna por un término mayor
de veinticuatro horas sin interrogarlo y remitirlo a los jueces. Contrariamente a lo que puede
imaginarse estas disposiciones en realidad aumentaban el absolutismo real, pues el Parlamento
de París, designado por el Rey, concentraba las funciones judiciales y no pretendía asumir ni
representar los intereses del pueblo, que permaneció indiferente ante estos hechos, con
excepción de ciertos sectores que aprovecharon el caos, para expresar la disconformidad con
su situación, y algunos otros sectores del poder, que pretendían suplantar el absolutismo de
Mazarino por otro.
La consecuencia de La Fronda fue asegurar el triunfo del absolutismo que se concretó con la
frase de Luis XIV, en 1661: “En adelante, yo seré mi primer ministro”.
El absolutismo de Luis XIV no es novedad y se expresó en todos los aspectos de la vida,
especialmente en el religioso. Como consecuencia de las guerras de la religión, luego de la
reforma, Enrique IV, había establecido el Edicto de Nantes, por el cual se podía ejercer la
libertad de conciencia y de cultos.
Luis XIV, convencido de su rol providencial, decidió revivir el principio de que los súbditos
debían seguir la creencia del rey, y como su creencia era la católica, se impuso la tarea de hacer
reingresar a los protestantes, que en esa fecha eran casi un millón y medio. Las medidas
comenzaron con una suave persecución; se les prohibió desempeñar cargos públicos y ejercer
profesiones liberales, luego se estableció un sistema de pago de primas a los protestantes
convertidos; y a los más reacios, se les obligó a alojar a los soldados, previamente autorizados a
cometer toda clase de excesos.
Con todas estas medidas, los protestantes abjuraron en gran cantidad, y finalmente, Luis XIV,
dictó en 1685, la revocación del Edicto de Nantes; disponiendo la destrucción de todos los
templos protestantes, la expulsión de los pastores, la obligación de la conversión a la religión
católica y la prohibición de emigrar bajo la pena de muerte. Con estas medidas, el absolutismo,
retrocedía en la historia de la tolerancia religiosa y consolidaba su despotismo, dentro de una
política exterior enmarcada en la guerra exterior contra Holanda, España, etc.
Mientras en Francia se afianzó el absolutismo, en Inglaterra, la lucha entre el pueblo y los reyes
produjo el establecimiento definitivo de la monarquía limitada y la soberanía popular, base de
los derechos humanos, y que por su particularismo y resultados normativos en esa materia, lo
trataremos por separado (Ver Nº 24).
Otra de las monarquías absolutas que tuvo influencias decisivas en la historia del siglo XVII, y
épocas posteriores, ha sido en Europa central la de Prusia, a través de tres monarcas absolutos:
Federico Guillermo (1640-1688); Federico Guillermo I; denominado el rey sargento (1713-1740);
y Federico II, el grande (1740-1786).
La dinastía Hohenzollern consolidó militarmente un concepto territorial, hasta la Alemania del
siglo XX. Los tres reyes, cuyas monarquías absolutas se prolongaron más de un siglo, se
hallaron casi en los umbrales de la Revolución Francesa.
Según las Memorias de Voltaire, el rey de Prusia, Federico Guillermo, llamado el rey sargento,
era un “verdadero vándalo que en todo su reinado sólo pensó en amontonar dinero y en
sostener con el menor gasto posible, las mejores tropas de Europa”. Esas tropas constituyeron
el ejército prusiano, cuyos éxitos se llevarían a cabo en la dinastía siguiente, y cuya influencia
de organización militar subsiste hasta el presente.
Dicen que este monarca absoluto puso en práctica esta paradoja: jamás hubo súbditos tan
pobres como los suyos, ni rey tan rico. Entre los sistemas para acrecentar su patrimonio,
además de las guerras, estaba el del cobro de tributos, por medio de recaudadores que a la vez
eran jueces inflexibles que cobraban el doble de la deuda, ante sólo un día de mora. Los
excesos hicieron que Voltaire dijera que: “Turquía es una república en comparación del
despotismo ejercido por Federico Guillermo”.
La relación del rey con su heredero era de un despotismo sicopático: libro que veía en sus
manos, lo arrojaba al fuego; tocaba el príncipe la flauta, le rompía la flauta. El príncipe
heredero era afecto a las letras, a la música y a las artes; y esos gustos chocaron con el
temperamento militarista de su padre, e hizo que resolviera escaparse de su casa en 1730, no
alcanzando su propósito con el resultado de la prisión de éste, el degüello de uno de los
ayudantes del príncipe y finalmente, como cuenta Voltaire, arrojó a puntapiés por la ventana a
la princesa Guillermina. Ésa era, pues, la justicia que el rey sargento aplicaba en su casa, de
modo que no es difícil imaginar los excesos y violaciones que se cometían en esa época en
Prusia.
El príncipe, poco tiempo antes de morir su padre, escribió un libro que se denominó el Anti-
Machiavello, en el que efectuaba una condena de las prácticas inmorales de la política de poder,
en una época en que “alababa sinceramente la moderación, la justicia y le parecía un crimen
cualquier usurpación”. Voltaire se encargó de la corrección del libro y lo mandó a publicar en
Holanda.
Muerto el rey en 1740, asumió Federico II, con un pronóstico de liberalización del gobierno
despótico, teniendo en cuenta los antecedentes de su vida de príncipe heredero. Sin embargo,
Federico II fue quizás más absolutista que su padre, con el agregado que emprendió la guerra
de conquistas en Europa movido según sus propias palabras, por “la ambición, el interés, el
deseo de que se hablase de mí pudieron más, y quedó decidida la guerra”. Esa guerra, de la
que él huyó a doce leguas del combate y permaneció desesperado y oculto hasta la noticia de
la victoria, le procuró la Silesia tras la derrota de María Teresa de Austria.
¿Cómo se podían comprender estas acciones de un rey que había condenado a Maquiavelo?
Voltaire contesta en sus Memorias que una de las características de Federico II era hacer
siempre lo contrario de lo que decía y escribía, en un constante doble discurso.
¿Cómo era el gobierno y las relaciones en el Estado y en la iglesia de Prusia? También Voltaire
contesta que Federico gobernaba la iglesia tan despóticamente como el Estado.
La relación con Voltaire fue en una primera época de admiración y amistad con la colaboración
de éste en la redacción de prosas y en el estilo de poemas del rey déspota con veleidades
literarias y musicales. Más tarde, la relación se fue enfriando, aunque Voltaire permaneció en
Sans Souci, el palacio del rey en Postdam durante años. Finalmente, Voltaire perdió la
confianza de su amigo y protector y cayó en desgracia, por lo que decidió escapar del reino. Se
dice que el rey había dicho que primero se exprime la naranja, luego se bebe el zumo y al final
se tira la cáscara. Voltaire tomó muy en serio la metáfora y dijo: “resolví poner a salvo la
cáscara de la naranja”. Antes de cruzar la frontera, Voltaire fue tomado prisionero y sometido a
mil y una vejaciones hasta su liberación.
Todos estos hechos son suficientemente ilustrativos para acreditar los excesos y violaciones de
los derechos humanos, del rey déspota con piel de poeta, una variedad humana resultado de la
cultura; frecuentemente repetida en el curso de la historia, esto es, el ejercicio del poder por
hombres dotados de sensibilidad artística y refinamiento aprovechado para hacer más atroces
las violaciones de los derechos humanos.
La monarquía absoluta se extendió por toda Europa hasta llegar a Rusia, con el imperio de los
zares, de los Romanoff con Pedro I, a partir de 1682, del que se dice que con el látigo, el hacha y
la horca se propuso el progreso de Rusia.
24. INGLATERRA: EXPERIENCIAS HACIA LA GENERALIZACIÓN DE LOS DERECHOS
HUMANOS
Por medio de la Carta Magna de 1215, un pequeño grupo de señores feudales arrancó
concesiones personales al rey, esto es, los derechos no tenían extensión general. Más que
derechos, eran excepciones para determinadas personas y, por tanto, la extensión limitada
hacía que en materia de derechos humanos, el progreso fuera sólo de carácter nominal.
Sin embargo, a pesar de esa razón, los gobiernos monárquicos absolutos de Inglaterra tuvieron
características especiales para el desarrollo de los derechos humanos; y quizás la diferencia de
este proceso se ha producido por la acción de clases sociales en ascenso como resultado de una
situación económica ventajosa.
Otra de las circunstancias que diferenciaron a Inglaterra del resto de Europa fue la actitud
hacia la libertad de religión, intolerante dentro de monarquías que pasaban de una a otra
religión como de una a otra dinastía o heredero real. La reforma religiosa de Enrique VIII fue
otro de los elementos a considerar, dentro de una marcada tendencia hacia la positivización.
(Ver Juan Antonio Travieso, Derechos Humanos y Derecho Internacional, Buenos Aires, Heliasta,
1996, p. 46 ss.)
En el principio del desarrollo histórico hacia los derechos humanos de Inglaterra había dos
grupos socioeconómicos que se oponían a la tendencia absolutista de los reyes: la nobleza
terrateniente (gentry) por una parte y la burguesía de la ciudad por la otra. Ambos defendieron
sus privilegios (época de Jaboco I –1603-1625– heredero de los Tudor). Bajo el reinado de
Carlos I (1625-1649) se acentúa el antagonismo entre el rey y el Parlamento varias veces
disuelto.
En 1628, el Parlamento exigió garantías para hacer frente a las detenciones arbitrarias y el
establecimiento de nuevos impuestos (Bill of Rights).
La intolerancia religiosa acompañó toda esta época. En los siguientes diez años, Carlos I
disolvió otra vez el Parlamento, para volverlo a convocar en 1640 y de esa manera recaudar
fondos contra los rebeldes escoceses. El Parlamento esta vez exigió el control de gobierno y la
designación de consejeros reales.
A mediados del 1600, se produjo la guerra civil entre el Parlamento (Roundheads) y la Corona,
con causas inmediatas en la sublevación de los católicos irlandeses (Matanza del Ulster).
Escocia intervino y se creó un ejército parlamentario comandado por Oliver Cromwell. Era una
fuerza de choque puritana conocida como los ironsides (costillas de hierro). Luego de varias
victorias derrotó a los escoceses que estaban momentáneamente a favor de la Corona.
En 1649 se ejecutó a Carlos I, quedó abolida la monarquía y el régimen republicano
permaneció once años (1649-1660). Ingredientes religiosos se sumaron a diversos
resentimientos políticos internos. La dictadura de Cromwell tuvo éxito en los conflictos
exteriores de Holanda y España, mientras se consolidó el poder naval inglés luego del Acta de
Navegación de 1651. En 1658 murió Cromwell y le sucedió su hijo Ricardo, que al poco tiempo
debió abandonar el poder.
En 1660, vuelven los Estuardos con el reinado de Carlos II. Nuevamente surgen los conflictos
religiosos, pero esta vez los perseguidores puritanos son los perseguidos. Sigue el tira y afloja
entre la Corona y el Parlamento, en un marco de relaciones tensas. Los católicos fueron
excluidos de todo cargo público (Test Act Bill), como una respuesta a la declaración de
tolerancia del rey.
En 1679 el Parlamento obtuvo el Habeas Corpus Act y los parlamentarios ya se distinguen en
dos partidos. Por un lado los whigs, son burgueses, política y religiosamente liberales,
enemigos de los Estuardos y con tendencias a ampliar los poderes del Parlamento. Por otro
lado, los tories son conservadores, anglicanos, fieles al rey y están enrolados en la tesis del
origen divino del poder real.
Durante sólo tres años (1685-1688), Jacobo II promovió la restauración oficial del catolicismo,
con nuevas disensiones y el rechazo de los whigs.
La concertación de whigs y tories entronizó a Guillermo III de Orange con religión protestante y
Parlamento libre. La consecuencia de esta revolución llamada “gloriosa” fue la alternancia en
el poder acordada entre la nobleza terrateniente y los burgueses ciudadanos. Ese pacto se
ratificó en 1689 con la Declaration of Rights y el Parlamento con poder superior al del rey.
Por medio del Act of Settlement (1700) se reguló la sucesión real, dentro de la Casa de
Hannover. Se unieron Inglaterra y Escocia, y entre 1714 y 1760 reinaron Jorge I y Jorge II, que
construyeron las bases del Parlamentarismo actual. Continuó la alternancia y el Gobierno whig
de Robert Walpole no alteró la política de desarrollo mercantil interno y externo de las
colonias. Hasta aquí, los derechos humanos carecían del requisito de la generalidad,
especialmente el de sufragio.
¿Cuáles fueron los nuevos pasos para la protección de los derechos humanos? El
constitucionalismo de los tiempos modernos estableció una corriente de dos direcciones: por
una parte se establecían derechos que no eran otra cosa que concesiones entre el rey y el
Parlamento; y por la otra esos derechos debían constar por escrito. Sólo faltaban algunos
requisitos, la generalidad y el sufragio para que la estructura fuera de un alto desarrollo
normativo.
La época de Carlos I, caracterizada por la persecución de los puritanos, el cierre por dos veces
del Parlamento en el término de tres años, y los empréstitos forzosos; fue difícil para los
derechos humanos. Carlos I declaró la guerra a Francia, como un medio de obtener la opinión
pública a su favor y debió citar al Parlamento para lograr nuevos recursos. Los representantes
del Parlamento acordaron conceder esos recursos, pero a cambio de la Petición de Derechos;
documento en el que enunciaban los derechos y libertades establecidos desde la Carta Magna y
requerían al Rey que las respetase.
Carlos I, forzado por las circunstancias, aceptó en 1628, pero sólo al año siguiente disolvió el
Parlamento, por protestar ante nuevos impuestos establecidos sin su consentimiento,
acentuándose la tendencia hacia la monarquía absoluta, habitual de la época. Muchas personas
protestaron por esos impuestos requeridos sin las formalidades establecidas desde la Carta
Magna, pero el resultado fue la prisión, la confiscación de bienes y la muerte.
Dentro de este panorama histórico, también se fueron produciendo pasos hacia la
positivización; esto es, la exigencia de hacer constar los derechos y obligaciones por escrito.
Curiosamente, Inglaterra, el país sin constitución escrita, fue el que más contribuyó a este
objetivo. En 1647, el Consejo de Guerra de Cromwell sometió a la Cámara de los Comunes, sin
llegar a obtener sanción ni vigencia, un nuevo instrumento: Agreement of The People. Una de sus
principales normas trató sobre la limitación del parlamento disponiendo: “Los poderes del
parlamento actual y de los representantes del porvenir en esta Nación, están subordinados
exclusivamente a los de sus comitentes y se extienden, sin el consentimiento o el concurso de
persona alguna ni corporación a la legislación, al establecimiento de los empleos y de los
tribunales de justicia, a la declaración de guerra y a la celebración de la paz, negociación de
tratados con las potencias extranjeras y en general a todos los derechos que los comitentes no
se hayan reservado expresa o tácitamente están sometidos, fundada en distinción alguna de
tenencia, propiedad, privilegio, rango, nacimiento o posición”.
El Agreement of the People debía hacerse por escrito y sus normas debían ser sometidas al
sufragio, es decir, que debían recibir la adhesión del pueblo. Según Linares Quintana, los
autores de este instrumento pertenecían al sector de la izquierda, dentro del partido puritano;
eran los independientes; pertenecientes al ejército de Cromwell, y su sistema de organización
religiosa era el congregacionismo, basado en la tolerancia religiosa y en una red de iglesias
ligadas por medio de “covenants”, acuerdos que establecían sus relaciones recíprocas.
Los principios del Agreement of the People influyeron sobre otro instrumento esa época: el
Instrument of Government, de 1653 que obtuvo su promulgación y que según varios autores es la
única constitución escrita que ha tenido Inglaterra.
Cromwell decía que en todo gobierno debe haber algo fundamental, algo como una Carta
Magna que sea permanente e inalterable, y en ese instrumento, los parlamentos no deben
declararse perpetuos y quizás ésa sería una garantía eficaz para prevenir la inestabilidad.
Linares Quintana ha considerado que en el Instrument of Government, verdadera ley
fundamental del Estado inglés, están delimitadas las facultades del Protector, del Consejo de
Estado y del Parlamento y hasta se encuentran algunos de los derechos fundamentales del
Agreement. Este instrumento, según varios autores, constituyó una paradoja en el
comportamiento de Cromwell, alejado de limitaciones y normas, al establecer el gobierno
sujeto a normas, principio que hizo decir que el Instrument of Government, ha sido el prototipo
de la Constitución de los Estados Unidos de América.
Durante el reinado de Carlos II, el Parlamento retomó su intención de contratar con el rey y
especificar sus derechos en la Declaración de Derechos de 1689; que recogía las normas de los
cuerpos normativos anteriores; y en especial establecía que el rey no podía suspender la
aplicación de las leyes, ni crear impuestos, o disponer ejércitos sin consentimiento del
parlamento. En el Parlamento, las elecciones y los debates debían ser libres, y debían reunirse
frecuentemente. La justicia debía ser “pura y clemente” y nadie podía ser molestado por sus
opiniones, estableciéndose la libertad de los cultos protestantes.
25. LOS DOCTRINARIOS CONTRA EL DESPOTISMO
A medida que el despotismo se extendía por Europa, con reyes que no admitían ninguna
limitación a su poder, lentamente, en la doctrina se iban abriendo las compuertas de los
derechos humanos. El despotismo tenía sus bases doctrinarias sólidas, afirmadas por la
práctica de siglos y los intereses de los reyes; pero los excesos y las violaciones de los derechos
humanos hicieron que las fisuras se hicieran cada vez mayores, y finalmente se rompieron
todos los diques en los dos procesos revolucionarios claves a caballo de los siglos XVIII y XIX:
la revolución norteamericana y la revolución francesa.
Los doctrinarios tuvieron una influencia decisiva en esos procesos y en muchos casos, las
discusiones legislativas de esas épocas eran las discusiones de sus teorías. Además de esa
influencia, que podemos denominar continental, por extenderse dentro del continente
europeo, esas doctrinas tuvieron una difusión extracontinental, sirviendo de fundamento para
la mayoría de las revoluciones americanas, en las que las colonias decidieron autodeterminarse
y formaron estados independientes.
En líneas generales, hasta ese momento (siglos XVI y XVII), el despotismo había evolucionado
hacia el despotismo ilustrado; una especie de refinamiento eficaz de las violaciones de los
derechos humanos; que hacía que no sólo se persiguiera a los que profesaban otra religión, o
no creían en ninguna, sino que también la persecución se extendía a los planteamientos
científicos; esto es, había una ciencia oficial en la que, por ejemplo, no era bien vista la teoría de
Newton.
Los doctrinarios fueron elaborando sus ideas políticas, que en contraposición al despotismo,
fue designada liberalismo y por ser sus posiciones paradigmáticas, analizaremos los
planteamientos de Locke, Rousseau, Voltaire, Montesquieu y Kant. Las posiciones de orden
filosófico tuvieron también sus derivaciones económicas doctrinarias y más tarde su aplicación
práctica en la sociedad.
JOHN LOCKE
A fines del 1600, Locke, de nacionalidad inglesa planteó puntos de vista novedosos en su obra
Tratado sobre el Gobierno Civil. Su doctrina tiene dos aspectos contrapuestos: uno doctrinario, al
impugnar las doctrinas de Hobbes; y otro pragmático, al alentar y justificar los movimientos
contra el absolutismo de Jacobo II y Carlos I de Inglaterra.
Como hemos visto, la tesis de Hobbes era la del estado de naturaleza, de la guerra de todos
contra todos, en una ley de la jungla en, la que se conseguía el orden por medio del acuerdo,
para asegurar la paz y la defensa común. (Ver Nº 20).
Locke parte del mismo estado de naturaleza de Hobbes, pero en cambio entiende que la
primera manifestación del estado de naturaleza es el de hacer al hombre libre y esa libertad
persiste en la sociedad civil, a pesar de sus limitaciones por el interés general.
En caso de que el hombre se hallare bajo un régimen de gobierno que limite su libertad y lo
someta a la servidumbre tiene derecho a reaccionar para restablecer sus derechos naturales de
libertad. En el Curso de Derecho Político de Mariano de Vedia y Mitre, se sintetiza muy bien el
planteo de Locke: ¿En qué consiste el gobierno legítimo? En un gobierno que respete los
derechos naturales y que conserve, por lo tanto, en los hombres, su libertad y su vida. Y éste es,
evidentemente, un concepto contrario a todo absolutismo. ¿Qué sucede en caso contrario, en
caso de afectarse los derechos individuales? En esa situación, según las palabras de Locke, los
hombres pueden “apelar al cielo”. ¿Qué significa esa frase? Según el mismo autor citado,
significa, pues, que el pueblo puede cortarle la cabeza a Carlos I, es decir que se justifica el
derecho de insurrección. En ese caso, según Locke, “cuando la insurrección es de todo el
pueblo no es insurrección”.
La posición de Locke con respecto a la esclavitud no es tan definitiva como las anteriores, pues
si bien considera que los hombres están dotados de derechos, por el sólo hecho del nacimiento
y que éstos corresponden a todos por igual desde que nace; legitima la esclavitud como
consecuencia de la guerra y, por tanto, incurre en una importante contradicción.
Las doctrinas de Locke fueron decisivas para la revolución de los Estados Unidos de América
debido a la analogía entre las causas de esa revolución y el conflicto entre Carlos I y el
Parlamento inglés (establecimiento de impuestos sin atribuciones ni consulta en Inglaterra;
impuestos sobre el té sin consulta al pueblo de las colonias).
El pensamiento de Locke aparecerá definitivamente consagrado en las Declaraciones de Derechos
y Bills de Derechos y Garantías, en la culminación del proceso de positivización de los derechos
humanos.
Según Peces Barba, los derechos naturales tienen que ser defendidos por la ley positiva, y ése
fue el aporte decisivo de Locke en el afianzamiento de los derechos humanos.
JUAN JACOBO ROUSSEAU
Nació en Ginebra en 1712 y murió en 1778, fue un filósofo y escritor que caracterizó a toda una
época con doctrinas transformadoras en una extensa obra. Desde el punto de vista político y
social y en el enfoque de los derechos humanos, nos interesa la tesis sobre el Contrato Social,
que en su origen es una prolongación de la teoría de Hobbes sobre el estado de naturaleza, con
variaciones como las que planteara Locke.
En el comienzo del Contrato Social, dentro del espíritu del derecho natural, Rousseau considera
que: “El hombre ha nacido libre y sin embargo vive en todas partes entre cadenas”. Luego
propone un sistema que consiste en “encontrar una forma de asociación que defienda y proteja
con la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado y por la cual cada uno, uniéndose
a todos no obedezca sino a sí mismo y permanezca tan libre como antes. Tal es el problema
fundamental cuya solución da el contrato social”.
Se ha dicho que Rousseau ha sido diferente a Voltaire y Montesquieu debido a su origen, hijo
de un relojero de Ginebra, tuvo una juventud muy penosa que lo impulsó a escribir sus obras
con la intención de cambiar la sociedad. Otra diferencia con Montesquieu es que Rousseau fue
más dinámico y revolucionario, con más esquemas de visionario que de estadista, pues no era
un pensador sistemático. Como Locke, estableció el principio de que todos los hombres son
iguales y libres y que el objeto de la organización social es el de garantizar los derechos,
asegurando que los individuos se conformen al interés de la mayoría, que constituida en el
pueblo, es la única soberana.
Rousseau ha sido el hombre de la libertad e igualdad, y su lucha se dirigió a mantener esos
principios, pues la tendencia innata de los gobiernos es contrariamente dirigida hacia la
destrucción de éstos.
Otro de los aspectos considerados por Rousseau ha sido el de la República, entendida como
“todo Estado regido por leyes bajo cualquiera que sea la forma de administración... todo
gobierno legítimo es republicano... todo gobierno dirigido por la voluntad general que es la
ley”. La ley es producto de la soberanía popular, doctrina, que también Rousseau creó y
desarrolló en una suerte de contradicción, pues consideró al pueblo titular de la soberanía, a
ésta inalienable, indivisible e imprescriptible y finalmente admitió que el titular de esa
soberanía puede ser el gobierno, estableciendo una antinomia entre la soberanía del hombre y
la misma soberanía del gobierno que despoja al hombre de sus derechos naturales.
Vedia y Mitre ha sostenido que esa contradicción es incuestionable y sus efectos se han
reflejado en la historia de la Francia revolucionaria, al investir un gobierno absoluto emanado
de la voluntad del pueblo, para salvarlo. Igualmente, el gobierno de Napoleón, surgido de la
revolución, es un gobierno popular, y se funda en la doctrina de Rousseau contra el poder del
gobierno, engendrando a su vez otros gobiernos similares. ¿Qué decir de Hitler, cuya
legitimidad de origen se halla en la voluntad popular? ¿Cómo armonizar estas doctrinas en los
totalitarismos?
La manera de compatibilizar esta doctrina es mediante la legitimidad democrática, dentro de
la cual la soberanía popular, es tal cuando es producida por la libertad de todos, y empieza por
la libertad crítica de expresión y de participación mediante el sufragio, cumpliendo con
exigencias éticas de base, esto es, el respeto absoluto de la libertad. Estos principios, base de la
legitimidad democrática, como legitimación del derecho y del estado; aún en el presente; son
objeto de discusión, en la lucha por la obtención de la llave de los derechos humanos: la
democracia.
Linares Quintana ha considerado que la doctrina de los derechos humanos debe mucho a la
concepción de los derechos naturales, debido a que frente a la negación totalitaria de los
derechos por el poder estatal este sistema de los derechos naturales se presentó como un dique
contra la omnipotencia de la autoridad.
El establecimiento de la democracia y el concepto de voluntad popular, con sus nuevas
ampliaciones, tiene una deuda con Rousseau, autor combatido por alguna de sus
contradicciones, pero reconocido por cambiar la historia, al punto de poder dividirla antes de
Rousseau y después de él. Si bien sus doctrinas se expresaron en el siglo XVIII, toda la filosofía
estaba encerrada a presión, bastando una gota para que se derramara el vaso y comenzara su
rápida expansión dentro de un proceso de renovación y oxigenación europeo.
VOLTAIRE
La influencia de Voltaire en la protección de los derechos humanos ha sido bastante más
específica en su obra Tratado sobre las Penas, que tuvo gran influencia en las doctrinas de
Beccaría, decisivas para la creación de la ciencia del Derecho Penal.
Voltaire, nacido en Francia en 1694 y muerto en el mismo año que Rousseau en 1778, fue un
escritor, crítico y filósofo que prácticamente encarnó las virtudes y defectos de la Ilustración y
el Enciclopedismo. Parte de su historia, es la misma historia de Federico II, relatada en sus
Memorias.
Hay tres hechos que caracterizan la personalidad de Voltaire en cuanto a su forma de ser y su
particular lucha por los derechos humanos. En primer lugar la influencia que tuvo Voltaire
para el desarrollo de la ciencia en Francia, para la ciencia basada en la razón que tenía mucho
de transgresora.
Voltaire, en sus Memorias, dice que tradujo los trabajos de Newton y los hizo inteligibles, con el
obstáculo de los prejuicios cartesianos que “habían sustituido en Francia a los prejuicios
peripatéticos y estaban entonces arraigados de tal modo que el canciller Aguesseau
consideraba enemigo de la razón y del Estado a quien adoptaba los descubrimientos hechos en
Inglaterra” y llegó a no autorizar la publicación de Los elementos de la Filosofía de Newton. Este
hecho tiene particular relevancia para analizar la situación con respecto a los derechos
humanos, pues si un decreto bastaba para dejar sin difusión y estudio la ley de gravedad, es
fácil imaginar, cómo sería el resto del panorama.
El segundo hecho que caracteriza la vida de Voltaire es la tormentosa relación con Federico II
de Prusia, de la que ambos sacaron sus beneficios: el rey pudo ser el “propietario de Voltaire”
como gustaba ser denominado; y Voltaire pudo aprovechar las delicias agridulces de la vida en
la corte prusiana, demasiado austera para sus gustos.
Más o menos para ese tiempo, Voltaire, irónicamente reconoce la verdad de su nombramiento
en la Academia de Francia: “Me encontraron digno de ser uno de los cuarenta inútiles
miembros de la Academia. Fui nombrado historiógrafo de Francia; el rey me hizo merced de
una plaza de gentilhombres ordinario de cámara. Deduje que para progresar lo más mínimo
era mejor decir cuatro frases a la querida de un rey que escribir cien volúmenes”.
El tercer hecho caracterizador de la personalidad de Voltaire se produjo a su vejez. En 1762, en
Toulouse, se condenó injustamente a la rueda al comerciante hugonote Juan Calas, acusado de
filicidio. La injusticia y arbitrariedad de ese proceso movió a Voltaire a escribir la Defensa de los
Oprimidos, en la que planteó su crítica a los tribunales franceses, a los que acusó de homicidio
judicial. Ese proceso, junto con otros elementos que tendían a la humanización del proceso
penal, fueron la inspiración de la obra de Beccaría.
Voltaire conoció la organización política inglesa y al regresar a Francia, escribió sus Cartas sobre
los Ingleses, en donde decía que el príncipe es poderoso para hacer el bien y tiene las manos
atadas para hacer el mal. En Inglaterra tomó contacto con las teorías de Locke y las expuso,
atacando en cada oportunidad la arbitrariedad, los excesos, y la intolerancia religiosa y la
autoridad del clero.
Se ha dicho que ha sido un combatiente cuya obra fue fundamentalmente la de un demoledor
de espíritu periodístico que hizo campaña por medio de la crónica brillante y mordaz contra la
arbitrariedad, los abusos, las iniquidades judiciales, la tortura, la intolerancia y la religión
cristiana, lo que produjo persecuciones y quema de libros por el verdugo. Crítico de
Montesquieu, su obra sirvió, precisamente, para difundir esas teorías que han servido de
andamiaje para los derechos humanos.
Lo que más fascina de la obra de Voltaire es que no ha pretendido fabricar una imagen, un
prototipo, sino que se reconoce como un hombre de la época con vicios privados y virtudes
públicas, un complejo moral que está en el interior de todos los tiempos, desde el antiguo
Egipto hasta la dictadura de Ceausescu, o la de los jerarcas de cualquier parte que sean, frente
a los cuales Voltaire es un virtuoso que creía que no podía declararse por decreto que la fuerza
de gravedad no existía.
La contribución de Voltaire al desarrollo de los derechos humanos, por tanto, ha sido múltiple
por lo variadas de sus actividades; desde la ciencia física, hasta la política y la literatura; y en
todos los aspectos se refleja el sentido de libertad que lo animaba, plasmado en su influencia
terminante en la Enciclopedia y el positivismo, para superar en los derechos humanos, su base
y explicación iusnaturalista y apurar el proceso de positivización, para producir la protección
efectiva en base a normas.
MONTESQUIEU
Ha sido uno de los precursores de la revolución Francesa, de la que nació un siglo antes, en
1689 y murió en 1755. Es verdad que los hechos históricos se producen con lentitud, se gestan
con esfuerzo, hasta que prenden en la opinión pública. A partir de ese momento se produce la
aceleración de la historia y los procesos no se pueden detener. Así ha sucedido con las
doctrinas de Montesquieu; académicas en un principio y finalmente puestas en la práctica en
las barricadas.
La obra más importante de Montesquieu ha sido Del Espíritu de las Leyes, uno de los pilares
fundamentales para la historia de los derechos humanos. A diferencia de Rousseau,
Montesquieu, tuvo un espíritu realista y, por tanto, sus planteamientos superan la filosofía y
constituyen un esquema práctico para constituir un gobierno que respete los derechos
humanos, a través de la separación de poderes, y con la doctrina más moderna de la época.
Se ha dicho que Montesquieu fulmina el despotismo, y lo fulmina a pesar de actuar en una
sociedad que ha vivido y vivió en esos momentos bajo el despotismo, exaltó la libertad y
sostuvo que todo el problema radica en el ejercicio de esa libertad. Sus propuestas sirvieron de
esquema teórico y contenido doctrinario programático para uno de los hechos claves de la
historia: la revolución francesa.
Su planteo fue diferente al de Hobbes, al considerar que éste atribuye a los hombres la natural
tendencia de subyugarse unos a otros. La idea del imperio y la dominación es tan compleja y
dependiente de tantas otras que no puede ser la primera del hombre. Hobbes se pregunta: “si
la guerra no es el estado natural del hombre, ¿A qué va siempre armado, y porqué usa llaves
para cerrar las puertas? Montesquieu por el contrario agrega otro elemento que Hobbes no
consideró: el proceso de adquisición de conocimientos, que hace que el hombre tenga
diferentes vínculos a los de los animales en la jungla.
Inspirado en Aristóteles, Montesquieu, formula una clasificación propia de las formas de
gobierno: la monarquía, la república y el despotismo. Con respecto al despotismo, lo califica
como gobierno absoluto e irresponsable, no interesando su origen hereditario, dinástico o
popular, en el que un hombre se pone a la cabeza de la voluntad de un pueblo, sin más ley que
su capricho, sin más principio que su voluntad y con una sola finalidad: conservar el gobierno.
En las variantes contemporáneas del despotismo, éste muchas veces se presenta bajo una
forma colectiva, a través del despotismo de un partido único, establecido en la misma
constitución.
La monarquía para Montesquieu consiste en un régimen político en que la voluntad del
príncipe se halla limitada por la ley; y el gobierno republicano, lo define resaltando que el
pueblo es el titular de la soberanía: “Cuando la potestad suprema está asentada en el pueblo en
cuerpo, esa república es una democracia; cuando la potestad está en manos de una parte del
pueblo, la república es una aristocracia”. Esta última es la división del gobierno republicano,
que existe, afirma, “mientras exista la virtud; la monarquía mientras existe el honor, y el
despotismo sólo se sostiene por el miedo”.
Para que haya una república debe haber igualdad, y el pueblo debe ser celoso de sus derechos
para evitar que se deteriore su principio constitutivo, por ejemplo, la pérdida o exageración del
principio de igualdad hace que se quiera hacer todo sin delegación, esto es, deliberar en lugar
de los cuerpos legislativos, ejecutar en lugar de los ejecutivos y juzgar en lugar de los jueces.
Quizás la máxima originalidad de Montesquieu ha sido el principio de la división funcional de
los poderes, es decir, descubrió lo que a nadie antes se le había ocurrido: que no puede haber
libertad si los poderes del gobierno están concentrados en una sola mano.
Este principio, aparentemente tan obvio, no había sido expuesto por nadie y constituye el
fundamento del sistema republicano: “Todo estaría perdido si el mismo hombre o el mismo
cuerpo de los próceres, o de los nobles o del pueblo ejerce estos tres poderes”. Todas esas
facultades no se hallan en una sola persona, sino que se delegan en personas distintas, y en
caso de no hacerlo, en caso de ejercicio conjunto de los atributos del Estado, no puede haber
libertad y se cae en el despotismo.
El pensamiento político de Montesquieu se inspiró en el sistema político inglés, en el que
dentro de una monarquía, la aristocracia tenía derecho de representación en la Cámara de los
Lores, el pueblo en la Cámara de los Comunes y que ha hecho decir a Gladstone, que lo
esencial de ese gobierno es el sistema de pesos y contrapesos, por medio del cual se efectiviza
el control, pues sin control hay corrupción.
Hemos remarcado ese criterio, coordinándolo con el de la legitimidad popular al considerar
que: “Octavio Paz dice que los errores de la voluntad popular son tantos como los de las leyes
de la herencia, y las malas elecciones son imprevisibles como el nacimiento de herederos
tarados. El asunto tiene solución, el remedio lo encuentra en el sistema de balanzas y controles.
La legitimidad de origen adquiere dinamismo en el ejercicio de poderes contrapesados y
sujetos al control” (Juan Antonio Travieso, “El Control Parlamentario” en Régimen de la
Administración Pública, Año 7, Nº 76, 1985). Por tanto, consideramos que no hay derechos
humanos si no hay separación de poderes, o mejor dicho de funciones, porque el poder es
indivisible.
La influencia de las ideas de Montesquieu fue decisiva para la obra de Beccaría, que en materia
de delitos y penas, materializó un cambio que llevaba más de quinientos años de gestación.
El sistema de separación de poderes, pues, ha producido en los derechos humanos un efecto de
dominó, esto es, una vez admitido; generó nuevos derechos, unos sostenidos como premisas
de otros. Sin esa base, la construcción de los derechos humanos se desploma como un castillo
de naipes.
KANT
Aunque fuera de la cronología, debido a que Kant nació en 1724 y murió en 1789;
consideramos que la filosofía kantiana tiene unidad lógica con los planteos que arbitrariamente
hemos elegido, como los más paradigmáticos par la historia de los derechos humanos. Hay
una línea continua entre el pensamiento de Kant y el de Rousseau, en lo referente a la doctrina
del contrato social, con un fuerte acento sobre los aspectos morales, en la doctrina idealista
expuesta en su Proyecto de Paz Perpetua; al denunciar el estado de naturaleza y considerar que
“debe instituirse el estado de paz”. Toda esa doctrina tuvo diversas contradicciones y puntos
de conflicto con Hegel, Clausewitz, Lenin, Mao Tse Tung y Bergson, en pleno siglo XX.
La continuación de la doctrina del estado de naturaleza, la ley de la selva nacional e
internacional ha sido admitir la violación de los derechos humanos y el concepto de
aniquilación en la lucha política. Las sombras de la doctrina del estado de naturaleza todavía
permanecen en la opinión de los autores, algunas veces señalada como principio de relatividad
en Raimond Aron y últimamente en Paul Johnson.
Peces Barba reconoce que los planteos de Kant han sido esenciales para considerar abierto el
concepto de soberanía absoluta y convertir, por tanto, a la persona individual en sujeto de
derecho internacional, proponiendo la existencia de una cierta autoridad supranacional que se
impone a la estatal. Ésa posición se extiende contemporáneamente en las obras de Mortimer
Adler y Jacques Maritain, por las que se considera que la plena protección de los derechos
humanos, sólo se podrá producir cuando exista una autoridad supranacional, producto de un
acuerdo entre los Estados. Esa es la posición de Kant, dentro de un cierto contractualismo, que
según éste supone, “sacrificar como hacen los individuos su libertad salvaje sin freno y
reducirse a públicas leyes coactivas, constituyendo así un Estado de Naciones”: la civitas
gentium.
En este autor se advierte un paso más allá de un proceso que aún no se había afianzado, esto
es, el de la positivización; paso previo al de la internacionalización, surgido con fuerza después
de 1945 y que se consolidará en los últimos años del siglo XX y en el siglo XXI, con igual mérito
de los juristas y publicistas, que de la televisión y la informática.
26. LOS EFECTOS DE LAS DOCTRINAS. SÍNTESIS DE BECCARÍA. EL FINAL DEL
PRINCIPIO
Las doctrinas filosóficas y políticas fueron arietes para derribar los conceptos que se habían
arraigado desde siglos anteriores. Por supuesto, los cambios no se produjeron en forma súbita,
fueron lentos y al producirse nadie percibió que las doctrinas eran su base.
Debajo de los hechos políticos y de las normas que se producían se hallaban todas las doctrinas
por las que se iban consolidando instituciones básicas para la protección de los derechos
humanos.
Así fue, pues, con la estatización del derecho penal, esto es, con la centralización dentro del
estado, de la facultad de establecer las penas, fijadas con anticipación al delito, dentro de un
sistema de protección de la sociedad, previo a la protección de la persona. Ese proceso del cual
se extraen innumerables consecuencias y explicaciones novedosas, le hace decir a Foucault,
que las bases filosóficas apuntadas pertenecen más a Bentham que a Kant; explicación sobre la
cual volveremos al analizar el paso del siglo XVIII al XIX, que en los hechos significó dar un
paso atrás en la doctrina de Montesquieu (Ver Nº 38).
Los efectos señalados significaron la acción conjunta de todos los planteamientos. Jiménez de
Asúa ha considerado que: “La exaltación del derecho natural al rango de ciencia autónoma
proclamada por Hugo Grocio, reproduce y enardece la lucha en pro del derecho penal público.
Hobbes, Spinoza y Locke demuestran que el fin de la pena no puede ser otro que la corrección
o eliminación de los delincuentes y la intimidación de los individuos proclives a la mala
conducta, y la pena se entiende como retribución jurídica por mandato divino”.
Esas posiciones son seguidas por los iluministas alemanes con Puffendorff y Thomasius cuyas
doctrinas tienden a protestar contra los atropellos de la inquisición y también Wolff que
adopta la filosofía iluminista del Estado policía, dentro del Estado prusiano. Jiménez de Asúa
planteó muy bien la situación al considerar que hombres liberales como Goethe votaban en
1783 por la pena de muerte.
En Francia luego de los excesos en los castigos del siglo XVII comenzó una tendencia a discutir
su aplicación, que culminó con los enciclopedistas Diderot, D’Alambert, Montesquieu, Voltaire
y Rousseau.
Mientras la doctrina presionaba en un sentido, los hechos que se producían en Inglaterra, por
ejemplo, indicaban una absoluta disparidad, al punto que había más de trescientas conductas
capaces de llevar a las personas a la horca, Foucault ha dicho que “esto convertía al código, la
ley y el sistema penal inglés del siglo XVIII en uno de los más salvajes y sangrientos que
conoce la historia de la civilización”, que hicieron necesario la reelaboración teórica del
derecho penal.
El establecimiento de la pena de muerte, dentro de una justicia estatizada y centralizada,
genera la necesidad de una estructura de la misma naturaleza para ejecutar las penas.
Victor Hugo ha caracterizado al verdugo: “un asesino oficial, un asesino patentado,
mantenido, pagado, utilizado en ciertos días, que trabaja ante el público, que mata a la luz del
sol, teniendo por arma, el árbol de la justicia”. Como también se ha dicho, ese verdugo es el
que estrangula o corta el cuello y luego palmoteando el hombro de la sociedad le recuerda: yo
trabajo para ti, págame. En definitiva, el verdugo mata las víctimas que la sociedad mata.
Ése era el panorama que se contemplaba, mientras se consumía el viejo derecho penal; cuando
se produjo un hecho que motivó cambios decisivos e inesperados para su autor y para la
sociedad que lo rodeaba.
El hecho decisivo fue la obra de Beccaría con su libro, Dei delitti e delle Pene, publicado en 1764,
un cuarto de siglo antes de la revolución francesa. Los efectos de esta obra también fueron
inesperados para la sociedad y para el autor.
La sociedad nunca pensó que esa pequeña obra, al principio de carácter anónimo, produciría
los cambios que produjo. Para el autor, la obra salió de sus manos, se independizó y casi se
transformó en su enemiga hasta la fecha de su muerte.
Es probable que lo expuesto suene enigmático, y así lo es, porque la personalidad de Beccaría
es un enigma. Es frecuente que al considerar a un doctrinario, un literato, pintor, artista, etc.,
su vida constituye un proceso de ascenso y de consolidación de obras, unas ligadas con otras,
unas antecedentes de otras, dentro de una cronología ascendente.
El caso de Beccaría, sin embargo, es el de un meteoro, esto es, escribe su obra maestra a los
veinticuatro años en pocos meses; se publica en 1764, y a partir de esa fecha, y hasta su muerte,
comienzan una serie de hechos de su vida que configuran la extraña situación del autor, que
escapa al éxito de su obra. Evade el éxito, pues la obra rápidamente se traduce a varios idiomas
y supera la veintena de ediciones, mientras Beccaría abandona su Milán natal sólo por pocos
días rumbo a Francia, vuelve y no sale más.
Puede sacarse como conclusión que Beccaría se hace monje o entra en vida contemplativa, pero
no es así: su planteo es el de una vida gris. Enseña economía y escribe obras sobre ese tema que
han sido contradictoriamente calificadas de geniales y mediocres. Escribe un libro sobre el
estilo literario, que es una obra mediocre.
Toda esta disparidad hace que algunos duden de la autenticidad de la autoría de Beccaría. Sin
embargo, si bien Beccaría tuvo una influencia variada de los iluministas y de los hermanos
Verri, no es posible dudar de la paternidad de su obra. Algunos autores consideran que es
ocioso pedirle más a Beccaría, pues eso significaría como pedirle a Leonardo Da Vinci, que los
aviones que diseñó volaran. ¿Cuál es la explicación de este vacío de la obra?
La mejor manera de explicar el porqué de todos estos enigmas es dentro del plano de los
derechos humanos y su vinculación con la tarea del científico. Galileo debió rectificar sus
acertados planteos científicos, para evitar la condena y quizás la hoguera. Si así sucedió con
Galileo y otros científicos, porqué no ver en Beccaría el mismo miedo. Varias veces, Beccaría
sintió temor de lo que había escrito, y su obra posterior no significó rectificación, sino por el
contrario demostrar al “establishment” milanés que él no era un subversivo ni un francotirador
de la sociedad. Distinto fue el caso de Velazquez, que una vez consolidado en su posición de
burócrata real, dejó de pintar por varios años.
Guillermo Cabanellas en el prólogo al Tratado de los delitos y de las Penas, explica algunas
razones que hacen verosímil este precoz ocaso de Beccaría, al afirmar que su nombre estaba
“unido a la tradición de una familia de recio abolengo... íntimamente arraigado en la historia
de Italia del siglo XIV ” (Editorial Heliasta, Buenos Aires, 1978, p. 18).
En esa época, los Beccaría se hallaban en el bando de los papistas, y ese poder finalizó en 1418,
con la muerte de Lancelote Beccaría y Castellino Beccaría, el primero en la horca, y el segundo
por medio de suplicios.
De esa familia procedía Cesar Bonesana, Marqués de Beccaría, nacido en 1735 o 1738, sometido
a una fuerte disciplina en los primeros años de su vida por medio de un padre rígido que no
dudó en hacerlo encarcelar a los veintidós años ante sus propósitos de casarse con una persona
que no era de su agrado. Dicen que durante ese tiempo de prisión, Beccaría pudo apreciar
personalmente los rigores de la cárcel, e hizo madurar la obra.
¿Cuáles fueron las influencias que tuvo Beccaría para escribir su obra? El mismo autor contesta
en su carta al traductor francés Morellet: “Debo deciros que tuve ante mis ojos, escribiendo, los
ejemplos de Maquiavelo, de Galileo, y de Gianone. He oído el ruido de las cadenas que
sacuden la superstición y el fanatismo, ahogando los gemidos de la verdad... He querido
defender a la humanidad sin hacerme su mártir” ... “Lo debo todo a libros franceses. Ellos
fueron los que desarrollaron en mi espíritu los sentimientos de humanidad” ... “D’Alambert,
Diderot, Helvecio, Buffon, Hume, son nombres ilustres que no se pueden pronunciar sin
conmoverse”; y finalmente reconoce la influencia de Montesquieu y sus Cartas Persas y Del
Espíritu de las Leyes, reconociendo que debe a esta última obra, gran parte de sus ideas.
¿Cómo escribió su obra? La época en que Beccaría escribió es la de la Inquisición, con el
dominio de Austria sobre Milán, con los antecedentes familiares que hemos relatado, de
persecuciones, y revueltas que se pagaban muy caras; con una rigidez paternal que en lo
personal lo llena de vacilaciones, temores y timidez extrema, propia de la clínica mental, al
decir de Cabanellas. Quintiliano Saldaña, estudioso de la obra de Beccaría llega a definirlo
como: “radical de peluca perfumada y guante blanco... aristócrata, tímido y comodón”.
Lombroso, también se ha ensañado con Beccaría al caracterizarlo como “epileptoide, a menudo
alucinado, a menudo pervertido, hasta la locura moral en el sentimiento y hasta el infantilismo
y la imbecilidad en la inteligencia” (citado en la obra de Guillermo Cabanellas).
Es lógico, casi normal que una obra tan pequeña y clara como la de Beccaría despierte estos
sentimientos, de igual manera que la obra de Mozart, pero con la diferencia que éste respondió
a los cánones del genio, que es siempre genio y no a los del meteoro fugaz de Beccaría.
Consideramos que es injusto afirmar frívolamente que Beccaría fue un publicista afortunado y,
por tanto, coincidimos con Cabanellas en que “fue penalista quizás sin él mismo saberlo; fue
revolucionario en contra de su voluntad y de sus ideas; fue innovador, aún cuando en el
ambiente estaban las orientaciones que tuvo el mérito de recoger. No puede pedirse más de un
hombre preso en los receptáculos mentales de un proceso histórico en plena descomposición”.
¿Cuál era el derecho penal antes de la obra de Beccaría? ¿Qué cambios produjo su obra en
materia de derechos humanos? Hemos señalado la situación del proceso penal en la época
medieval y los cambios que se iban produciendo (Ver Nº 22). En la época de la obra de
Beccaría, la monarquía absoluta invadía todos los campos posibles de la penalización mediante
una hipertrofia de normas; subsistían los delitos religiosos, resabios medievales perseguidos
por la jurisdicción eclesiástica o por la secular.
En general, el procedimiento penal era inquisitorial, secreto, con desigualdad entre las partes y
con una carga de presunciones y pruebas legales que permitían probar cualquier acusación. En
todo el proceso, subsistía también la indivisión entre el delito y el pecado, con la confesión
como la reina de las pruebas y prácticamente sin valor, la afirmación de inocencia por parte de
la persona sometida a proceso.
Todo el sistema también se sustentaba sobre la desigualdad, pues los nobles no podían ser
sometidos a procesos, salvo en los delitos de lesa majestad; e incluso tampoco se les podían
imponer penas corporales.
El juez gozaba de una amplia discrecionalidad, no había tipificación de los delitos, esto es, los
delitos no se hallaban definidos legal y precisamente para evitar interpretaciones analógicas; y
tampoco había proporcionalidad entre los delitos y las penas; y en consecuencia se aplicaba la
pena de muerte para todo tipo de delitos, algunos de carácter insignificante en cuanto a los
bienes protegidos y el impacto sobre la sociedad; citándose un caso en pleno siglo XIX, en que
un niño fue condenado a la horca por robar una cuchara (El arte de Matar, Daniel Sueiro,
Madrid, 1968).
La pena era un arma represiva utilizada dentro de una escalada del terror punitivo, en la que
los inocentes no tenían escapatoria. Ése fue, pues, el derecho penal que Beccaría se propuso
transformar, aún a pesar de sí mismo.
Las bases que la obra de Beccaría ha consolidado en materia de derechos humanos, hoy
constan en todos los instrumentos internacionales. En el contenido sustancial de esas normas
internacionales, tales como la Declaración de los Derechos Humanos de 1948, la Convención
Europea de Derechos Humanos o los Pactos de las Naciones Unidas de 1966, están los
derechos humanos y las garantías que Beccaría enunció hacia mediados del 1700.
El mérito de Beccaría ha consistido en sintetizar eficazmente diez principios: 1) Racionalidad:
derivación razonada de la norma; 2) Legalidad del derecho penal: el delito y la determinación
de la pena son fijos y no dependen del arbitrio del juez; 3) Justicia pública, centralizada con un
proceso también de carácter público, sin sistema inquisitivo ni torturas; 4) Igualdad: las penas
deben ser iguales para todas las clases sociales; 5) Desacralización del delito: independencia
del delito del pecado; 6) Moderación de las penas: la eficacia de las penas no depende de la
crueldad; 7) Efectos de disuasión de la pena: hay que convencer a los futuros delincuentes para
que no cometan el delito; 8) Proporcionalidad entre delitos y penas: hay que evitar casos como
el de la condena a la horca de un niño por robar una cuchara; 9) No a la pena de muerte. Éste
es uno de los principales méritos de Beccaría, pues ninguno de los publicistas anteriores había
propuesto la supresión de la pena de muerte; 10) Más vale prevenir que penar.
Entre estos principios, característicos del derecho penal liberal, destacamos el de legalidad, que
es una verdadera conquista de los derechos humanos, pues no hay norma de ese carácter que
no tenga la clásica formulación: “nullum crimen nulla pena sine lege”.
Este principio limita el poder del estado y con ello asegura la libertad de las personas, y fue la
punta de lanza de la burguesía para luchar contra el absolutismo, pues el monarca, según
Roxin, “ya no podía castigar arbitrariamente a todo aquel que no le cayera bien, sino que su
poder quedaba vinculado a la ley penal”.
Este principio también asegura la división de poderes por medio de la jurisdicción, que queda
excluida del gobierno y confiada al Parlamento para la promulgación de la ley penal y al Poder
Judicial para su aplicación.
Todos los gobiernos que violan los derechos humanos concentran en una sola mano todos los
poderes.
Otra importante derivación de este principio es la prohibición de la retroactividad, que de
acuerdo con Roxin, tiene su formulación desde el principio “nullum crimen nulla pena sine
lege”.
La obra de Beccaría tiene interesantes glosas de Benjamín Franklin, de Voltaire y de otros
autores que complementan las observaciones y reafirman los principios expuestos con una
actualidad de los temas planteados que hace su lectura de gran interés. A modo de ejemplo, en
el comentario de Franklin sobre el robo, dice: “Leo en los últimos papeles de Londres que una
mujer está condenada a muerte por haber robado en una tienda catorce chelines... ¿Qué
proporción guarda el daño hecho por robar catorce chelines con el suplicio en la horca?”. Éste
y otros comentarios ilustran cada uno de los diez principios que hemos expuesto con el
dinamismo de una crónica periodística.
La humanización de las leyes se extendió rápidamente en dos direcciones: en la faz legislativa
y en la doctrinaria. En la primera dirección, los principios de Beccaría hallaron recepción en las
normas que ordenó Catalina II de Rusia en 1767, en las de Federico II de Prusia y José II de
Austria, incorporándose en el derecho positivo. En la faz doctrinaria, la renovación continuó
con la obra de John Howard en Inglaterra y la de Marat en Francia, que sirvió de papel de
trabajo para la Asamblea Nacional en plena Revolución Francesa.
Foucault ha hecho nuevas consideraciones sobre Beccaría y los sucesos posteriores, al afirmar
que la transformación del derecho penal y su reelaboración comprendió una nueva definición
del criminal: “el criminal es aquel que damnifica, perturba la sociedad, el criminal es el
enemigo social”.
Ese planteo aparece en los renovadores Beccaría, Bentham, etc., y figura también en Rousseau:
el criminal es aquel que ha roto el pacto social. De esta manera, pues, se va produciendo el
cambio no sólo como consecuencia de las normas jurídicas, sino de profundos cambios en lo
económico-social que hacían tabla rasa con todo.
Parte de ese proceso se expresa mediante las revoluciones de la época; y la otra parte con una
solución diferente a la que se había proyectado antes. Foucault dice que las penas proyectadas
por Beccaría y sus seguidores eran la deportación, trabajos forzados, vergüenza, escándalos
públicos, etc., con objetivos de humillación, que cambian en el siglo XIX por el mecanismo de
prisión que “apenas había sido mencionado por Beccaría”; que “no estaba previsto en el
programa del siglo XVIII ” y que ya no tiene en cuenta la defensa general de la sociedad, pues
ha cambiado el objetivo de la sociedad: control y reforma psicológica y moral.
Todos esos mecanismos abarcan las nociones de peligrosidad y el establecimiento de toda una
red de instituciones de vigilancia y corrección: además del poder judicial aparece una red de
control desestatizado.
Según Foucault, esta nueva forma de penalidad es paralela a la justicia, que ha olvidado la
lección de Beccaría dentro de una sociedad disciplinaria esencial para el desarrollo del
capitalismo, que a partir del siglo XVIII se presenta bajo nuevos aspectos: no se acumula
moneda, sino mercancía en almacenes, que requieren una nueva forma de protección.
Esa sociedad disciplinaria, fuera de los esquemas de Beccaría, ¿es la sociedad rigurosamente
controlada y vigilada por la informática en el siglo XXI? La perfección de los medios
informáticos ha planteado una renovación del concepto de los derechos humanos, dentro de
un capitalismo distinto, que acumula bienes por medio de informaciones en la computadora.
El cambio de una sociedad a otra y la alteración del proyecto de Beccaría ha dado origen a una
sociedad disciplinaria, cuyos efectos se han extendido y acentuado con el tiempo. Quizás ésa
sea otra explicación de los ciclos de la historia, en especial, la de los derechos humanos.
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR
1. El nacimiento del estado
“Después de 1450, la guerra estuvo íntimamente relacionada con ”el nacimiento de la Nación-Estado".
Entre finales del siglo XV y finales del XVII la mayoría de los países europeos fue testigo de una
centralización de la autoridad política y militar, generalmente bajo la figura del monarca (pero en algunos
lugares bajo la del príncipe local o una oligarquía mercantil), acompañada de mayores poderes y de
métodos de imposición fiscal, y llevada a cabo por una maquinaria burocrática mucho más complicada
que la que existía cuando se presumía que los reyes “vivían de lo suyo” y los ejércitos nacionales se
formaban a base de levas feudales.
Varias fueron las causas de esta evolución de la Nación-Estado europea. El cambio económico había
socavado ya buena parte del antiguo orden feudal, y los diferentes grupos sociales tenían que
relacionarse entre sí mediante nuevas formas de contratos y de obligaciones. La Reforma, al dividir la
Cristiandad sobre la base de cuius regio eius religio, es decir, de las preferencias religiosas de los
gobernantes, unieron la autoridad civil y la religiosa y de este modo extendieron el laicismo sobre una
base nacional.
La decadencia del latín y el creciente uso de las lenguas vernáculas por parte de los políticos, los
abogados, los burócratas y los poetas acentuaron esta tendencia laica.
Los mejores medios de comunicación, el más extendido intercambio de artículos, el invento de la
imprenta y los descubrimientos oceánicos hicieron que el hombre tuviese más conocimientos, no sólo
acerca de los otros pueblos, sino también acerca de las diferencias de lenguaje, gustos, hábitos
culturales y religiosos. En tales circunstancias, no es de extrañar que muchos filósofos y otros escritores
de la época sostuviesen que la Nación-Estado era la forma natural y mejor de sociedad cívica, que sus
poderes tenían que ser aumentados y sus intereses defendidos, y que sus gobernantes y gobernados
necesitaban –fuera cual fuere la forma constitucional específica de que disfrutasen– trabajar
armónicamente para el bien común y nacional.
Pero, más que aquellas consideraciones filosóficas y las tendencias sociales de lenta evolución, lo que
ejerció una más continua y apremiante presión en favor de “la construcción de la Nación” fue la guerra y
sus consecuencias. El poder militar permitió a muchas dinastías de Europa mantenerse por encima de
los grandes magnates de sus países y asegurarse la uniformidad y la autoridad políticas (aunque a
menudo con concesiones a la nobleza). Factores militares –o mejor dicho, factores geoestratégicos–
contribuyeron a establecer las fronteras territoriales de estas nuevas Naciones-Estado, mientras que las
frecuentes guerras fomentaron la conciencia nacional, al menos de una manera negativa, al aprender
los ingleses a odiar a los españoles, los suecos a odiar a los daneses y los rebeldes holandeses a odiar
a sus antiguos señores Habsburgo. Por encima de todo, fue la guerra –y en especial las nuevas
técnicas que favorecieron el crecimiento de las tropas de infantería y las costosas fortificaciones de
flotas– lo que impulsó a los Estados beligerantes a gastar más dinero que nunca y a buscar la
compensación en los impuestos. Todas las observaciones sobre el aumento general de los gastos
oficiales, o sobre nuevas organizaciones para la recaudación de los impuestos, o sobre la relación
cambiante entre reyes y Estados en la primera Europa moderna siguen siendo abstractas hasta que se
recuerda la importancia crucial del conflicto militar. En los últimos años de la Inglaterra de Isabel o de la
España de Felipe II, unas tres cuartas partes de todos los gastos oficiales se dedicaban a la guerra o al
pago de deudas contraídas en guerras anteriores. Los esfuerzos militares y navales pueden no haber
sido siempre la raison d’ˆtre de las nuevas Naciones-Estado, pero sí fueron, en todo caso, su más cara y
apremiante actividad".
Kennedy, Paul: “Auge y caída de las grandes potencias”, Barcelona, Plaza y Janés, 1989, pp. 106-107.
2. La transición permanente
De esta nuestra nueva Edad Media se ha dicho que será una época de “transición permanente”, para la
cual habrá que utilizar nuevos métodos de adaptación: el problema no radicará tanto en cómo conservar
científicamente el pasado, sino más bien en elaborar hipótesis sobre la explotación del desorden,
entrando en la lógica de la conflictividad. Nacerá, como está naciendo ya, una cultura de la readaptación
continua, nutrida de utopía. Así es como el hombre medieval inventó la universidad, con la misma
despreocupación con que los clérigos errantes de hoy la están destruyendo, y, ojalá, transformando. La
Edad Media conservó a su modo la herencia del pasado, pero no por hibernación, sino por retraducción
y reutilización continua: fue una inmensa operación de bricolage, en equilibrio entre nostalgia, esperanza
y desesperación.
Bajo su apariencia inmovilista y dogmática, constituyó, paradójicamente, un momento de “revolución
cultural”. Todo el proceso estuvo caracterizado de manera natural por pestilencias y estragos,
intolerancia y muerte. Nadie dice que la nueva Edad Media represente una perspectiva del todo alegre.
Como decían los chinos para maldecir a alguien: “Así vivas en una época interesante”.
Eco, Umberto: “La estrategia de la ilusión”, Buenos Aires, Lumen, 1986, pp. 112-113.
3. Los derechos de las prostitutas
“Precisamente a finales del siglo XII, en París, teólogos, predicadores y juristas agrupados alrededor de
Pierre le Chantre, ponen a punto, como nos dice J. Le Goff ”el aggiornamento doctrinal de la nueva
sociedad fundada en el trabajo". Justifican la remuneración del abogado, del profesor, del mercader.
Uno de estos intelectuales, Thomas de Chabham, canónigo de N“tre-Dame, redacta una “Summa
Confessorum”, una de las primeras en su género. Discute sobre problemas casi no tenidos en cuenta ni
debatidos. Habiendo decidido las prostitutas ofrecer una vidriera a Notre Dame, ¿Se debía aceptar su
limosna? Thomas estima que si ellas entregan su cuerpo por placer y se prostituyen por simple deseo
de placer, entonces no efectúan un trabajo, y su ganancia es también objeto de su libertinaje, de modo
que la ofrenda debe ser rechazada por vergonzosa.
Pero Thomas se refiere al caso de las otras, las más, como él sabe bien, que se venden por necesidad.
Entonces, no cabe la menor duda: “Alquilan su cuerpo y realizan un trabajo”. Siempre atento al valor de
la limosna y, por lo tanto, al beneficio de la canonjía, se fija en la calidad del trabajo efectuado. ¿La
meretrix ha ganado su dinero bien o mal? ¿Ha engañado a su cliente acerca de su belleza gracias a
artificios de vestidos o maquillaje? Si su presentación y su comportamiento han sido conformes a lo que
esperaba el cliente, entonces ella merece su salario.
Nuestro autor somete así la prostitución a las reglas de la moral profesional. Ciertamente, al final de su
razonamiento se refiere a la naturaleza vergonzosa de este trabajo y acaba prudentemente: “Si ellas se
arrepienten pueden quedarse con los beneficios de la prostitución para hacer limosnas...” Pero lo
esencial es que Chabham incluye rotundamente a las prostitutas de París en el grupo de trabajadoras, y
somete el trabajo a una moral".
Rossiaud, Jacques: “La Prostitución en el Medievo”, Barcelona, Ariel, 1986, p. 104.
4. Una propuesta
Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las
calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de
tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas
madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar por su honesto sustento, se ven obligadas a
perder su tiempo en la vagancia, mendigando para sus infantes desvalidos que, apenas crecen, se
hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal...
Por mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y
sopesado maduramente los diversos planes de otros proyectistas, siempre los he encontrado
groseramente equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño recién nacido puede ser mantenido
durante un año solar por la leche materna y poco otro alimento, a lo sumo por un valor o mayor de dos
chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir ciertamente mediante su
legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente al año de edad que yo propongo que nos ocupemos
de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer
de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuirán, por el contrario, a la alimentación y en parte
a la vestimenta, de muchos miles...
Por consiguiente, propondré ahora humildemente mis propias reflexiones, que espero no se prestarán a
la menor objeción.
Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño saludable y
bien criado constituye, al año de edad, el alimento más delicioso, nutritivo y comerciable, ya sea
estofado, asado, al horno o hervido; y yo no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un guisado.
Por lo tanto, propongo humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya
anotados, veinte mil sean reservados para la reproducción; de ellos, sólo una cuarta parte serán
machos, lo que ya es más de lo que permitimos a las ovejas, los vacunos y los puercos. Mi razón
consiste en que esos niños raramente son frutos del matrimonio una circunstancia no muy venerada por
nuestros rústicos: en consecuencia, un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. De manera
que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y
fortuna del reino, aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el
último mes, a fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño hará dos fuentes
en una comida para los amigos, y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá
un plato razonable. Y hervido y sazonado con un poco de pimienta o de sal, resultará muy bueno hasta
el cuarto día, especialmente en invierno.
He calculado que, término medio, un recién nacido pesará doce libras, y en un año solar, si es
tolerablemente criado, alcanzará las veintiocho.
Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será, por lo tanto, muy adecuado para terratenientes,
que como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen acreditar los mejores títulos sobre los
hijos.
“Una modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o
su país y para hacerlos útiles al público”, Jonathan Swift (1729).
B. LIBROS
“De Indis Relenter Inventis”, Francisco de Vittoria, en De Indis et De Jure Belli Relectiones. Ernest Nys.
Ed. y John Bare-Carnegie Ed., 1917; “The Acquisition and Government of Backward Territory” in
International Law, 337-53, Marck F. Lindley, 1926; Atlas Histórico Mundial, Herman Kinder y Werner
Hilgemann, Madrid, 1982. Una obra de dos pequeños tomos infaltable en una biblioteca; Bacon-Ensayos
de Editorial Aguilar, Buenos Aires, Argentina, 1980; Esquema de la Historia, de Johannes Hartmann,
Fabril Editora, Buenos Aires, 1964; “Pasado y Porvenir para el hombre actual”, José Ortega y Gasset,
Revista de Occidente, Madrid, 1974; La Historia como hazaña de la libertad, Benedetto Croce, Fondo de
Cultura Económica, México, 1960; The Miskitos in Nicaragua, Juan E. Méndez, Americas Watch,
1981/1984; Descubrimiento y Conquista de América, Diego Luis Molinari, Eudeba, Buenos Aires, 1983;
Cartas de la Conquista de México, Hernán Cortés, Madrid, 1985; Orígenes de la Nación Española,
Claudio Sánchez Albornoz, Madrid, 1985; Aborigines Today: Land and Justice, Julian Berger, 1988 (Anti
Slavery Society); Land Rights and Indigenous People: The Role of Interamerican Commision on Human
Rights, Shelton H. Davis, 1988; Historia de la esclavitud negra en las Américas y el Caribe, Okon Edet
Uya, Ed. Claridad, Buenos Aires, 1989; Brevísima relación de la Destrucción de los Indios en diez Obras
Completas 29, Bartolomé de las Casas, Ramón Hernández y Lorenzo Galmes, eds., 1992; Amnesty
International. Human Rights Violations Abainst Indigenous Peoples of the Américas, 1992; Treaties and
indigenus people, Ian, Brownlie, Clarendon Press, Oxford, 1992; “Protecting indigenous rights in
international adjudication”, W. Michael Reisman, in American Journal of International Law, April 1995,
Vol. 89, No. 2, pp. 350/365; The Rights of Indigenous Peoples in International Law: Workshop Report,
Ruth Thompson Ed., 1996, University of Saskatchewan. Native Law Centre.
C. CINE
La misión dirigida por Roland Joffe; Aguirre o la Ira de Dios dirigida por Werner Herzog; Caravaggio,
dirigida por Derek Jarman.
También hay numerosos telefilmes: Leonardo Da Vinci; Marco Polo; Colón; etc.
D. CARTA AL AUTOR
Al autor:
No podemos dejar de pasar otro capítulo de su trabajo sin hacer nuestras observaciones, pues conocemos el plan y
los alcances de su obra.
Por lo tanto, en nuestra periódica reunión de evaluación de las nuevas obras que están por editarse, hemos
considerado preferentemente la suya, más que por sus aciertos, por los errores justificados toda vez que Ud., no
es un historiador.
El deber de nuestra sociedad, es advertir a los autores antes que sea tarde.
Una vez publicada la obra, callamos y esperamos la confirmación de nuestros juicios.
Debemos reconocer que su obra abre una polémica, aún viva en el seno de nuestra sociedad. Extrañamente, Ud. ha
tenido algunos (pocos) defensores y una abrumadora mayoría de críticos, que finalmente como en todos los
órganos colegiados, no pudieron ponerse de acuerdo para dictaminar que el fuego se haga cargo de su historia. Le
cuento que su defensor ha sido Macaulay, que integra nuestra sociedad, algo forzadamente, pues ha sido más
político y poeta que historiador, tal es así que su tumba está en Westminster junto a ellos y no con nosotros.
No queremos que Ud. interprete que nuestra sociedad es una organización que carece de uniformidad, pero, para
su conocimiento, estamos obligados a transmitirle nuestras observaciones, sobre las cuales, -por supuesto-, no
hemos llegado a ningún acuerdo:
1. Ud. se deja seducir por el personaje y al pintar héroes y villanos, a todos les deja algo de humanidad. Deje lugar
a la historia verdadera, ¿Porqué no dijo que Maquiavelo escribía pornografía? ¿Porqué no habló de la relación
entre Federico de Prusia y su amigo, ejecutado por el Rey Sargento, su padre?
2. Ud. corre el riesgo de decepcionar a sus lectores, al presentar a los personajes casi como en el cine. Ud. se hace
partícipe de sus facciones y no interpreta sus ficciones. La brevedad de su trabajo deja ideas en suspenso y efectúa
juicios apresurados sobre Paine (¿Porqué informa que frecuentaba las tabernas?); Federico el Grande y Beccaría.
Sólo le faltaría la anéctoda de la esposa de Balzac, infiel en el lecho de su esposo agonizante. No hay ningún
párrafo sobre Toqueville.
3. Su obra tiene un mal estilo periodístico, muy folletinesco, caracteriza sólo “le tout petits faits significatifs”, casi
“dilettanti”, con muchas lagunas sometidas sólo a su voluntad. No entendemos las claves de las lecturas y textos
seleccionados y menos las cartas al autor, fuera de la ortodoxia histórica.
4. Su libro está impregnado de una ideología “soft” , hedonista, con un planteo absurdo de derechos humanos en
los griegos, romanos, la Edad Media, etc. No contempla suficientemente la influencia del derecho natural, no
habla de Rawls, ni del subjetivismo, le falta fundamento filosófico. Ud. dictamina con soberbia sobre hechos
producidos, parece el descubridor de la historia cuando sabe su desenlace.¿Porqué no habla con su compatriota
Félix Luna?
5. En cuanto a su estructura, ha eliminado las notas al pie, las citas de autoridad. En este punto la sociedad ha
discutido y ha señalado ambas posiciones. Unos sostienen que las notas al pie, le dan erudición al libro, le agregan
autoridad. Otros, afirman que son abrojos y le agradecen no haberlas colocado. Hubiera sido una calamidad
insoportable.
6. De su obra a ratos literaria, a ratos histórica o jurídica, podemos concluir que Ud. siente la política más que la
interpreta.
7. Finalmente ¿Porqué reconoce las contradicciones humanas con criterio unilateral? Una vez leída esta carta, le
rogamos la destruya. “La sociedad de los Historiadores muertos” firman: Schiller, Carlyle, Burckhardt,
Mommsen, Taine, Toynbee, Macaulay, Gibbon, Vico, Giannone, Schlozer... siguen las firmas.
CAPÍTULO III
LA ACELERACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS
27. NOCIONES GENERALES
La historia es lenta y los cambios que genera muchas veces no son percibidos por sus
espectadores en sus razones, ni en la línea argumental que la sustenta. Esos juicios no
pertenecen a un historiador, son de un ensayista, esencialmente poeta: Octavio Paz. Sus
reflexiones tienen el mérito de producir otras reflexiones acerca de la aceleración de la historia
y la necesidad historicista, de atribuirle un desarrollo de principios y fines. Sin embargo, es
fácil ceder a la tentación y atribuir a la historia de mediados del 1700 una serie de causas, que
unidas en eslabones parecieran generar consecuencias impensadas.
El fin del siglo XX es una época oportuna para indagar la racionalidad de la historia, viendo a
los pueblos de Europa central y de la Ex Unión Soviética en las calles reclamando libertad y
democracia; derribando el muro de Berlín y todos los muros visibles e invisibles de la
sociedad. Todos tenemos la sensación de ver el fin de una sociedad y el principio de otra,
puntualmente captado por las noticias de la televisión vía satélite, en una especie de gran aldea
universal. Cedemos a la tentación y atribuimos causas y consecuencias, en una especie de
relación de causalidad, aplicada a los hechos sociales en la que se mezcla la apertura de un
negocio de hamburguesas en Moscú, con el fin del monopolio del Partido Comunista de la ex
Unión Soviética.
Sin embargo, la historia es lenta y sus procesos se hallan encerrados a presión, sin poder
predecir cuando estallarán. El estallido es la época de súbitos cambios, pueden llamarse
revoluciones, que tienen la característica de acelerar las definiciones.
Nadie hubiera pensado en 1750 que en algo más de un cuarto de siglo se producirían dos
aceleraciones juntas: la revolución norteamericana y la revolución francesa. De igual manera, a
nadie se le hubiera ocurrido, en la década de 1950, que el marxismo leninismo cayera en
desgracia, y menos en la Unión Soviética. Curiosamente, esos hechos históricos separados por
siglos, mutuamente acelerados tienen un elemento de síntesis en común: los derechos
humanos.
Más allá de las causas y consecuencias, razones y argumentos; hay en los procesos de
aceleración histórica, un cambio que puede significar progreso o atraso en la valoración de los
derechos humanos.
Mediante los efectos organizativos y constitucionales de la revolución norteamericana, o con
los efectos viscerales y demostrativos de la revolución francesa, el resultado más allá del
aumento en el ritmo de los hechos, o en la mayor o menor aceleración; tuvo una consecuencia
esencial: la reelaboración de los derechos humanos y su positivización.
Esos cambios, reflejados en la positivización, no tuvieron una extensión general. Hay dos
capítulos de los derechos humanos que quedaron en blanco: el de los esclavos y el de los
derechos de la mujer. Ambos sectores esenciales, quedaron sin expresión escrita ni realización
práctica, dentro de un eurocentrismo que hacía que los derechos humanos sólo fueran para
Europa, y no para todos; que producía el efecto esquizofrénico de la destrucción de la Bastilla,
y al mismo tiempo el embarque y explotación de los esclavos de África; y el colonialismo y la
explotación de los niños en los nuevos procesos del desarrollo del capitalismo.
No había tecnología para ver lo que sucedía en las noticias de la noche, mientras en EE.UU. se
construían muchas cabañas del tío Tom, y se abusaba de los esclavos e indios. ¿Era una postura
hipócrita que en los hechos significaba contradecir las normas de los derechos humanos?
Es probable que toda la humanidad haya sido cómplice, actor o encubridor en acciones u
omisiones que significaron violaciones de los derechos humanos con justificaciones diversas de
orden político o filosófico. Lo concreto es que ambas revoluciones, la norteamericana y la
francesa, produjeron una aceleración en la concepción de los derechos humanos que salió de
los gabinetes de los doctrinarios y ganó la calle con las limitaciones anotadas.
Las dos revoluciones con sus éxitos y fracasos, y especialmente con los hombres y mujeres que
se hallaron a su cargo, son puntos de inflexión para la consideración actual de los derechos
humanos. Su análisis, pues, tiene la presencia de normas que han superado su mera
formulación y se hallan en proceso hacia la efectiva protección de los derechos humanos, luego
de superar los obstáculos de su aplicación general.
28. LA COLONIZACIÓN INGLESA Y SUS EFECTOS EN LOS DERECHOS HUMANOS
¿Cómo se habían formado las colonias norteamericanas? ¿Cuál fue el impulso colonizador y
bajo qué principios y características se realizó?
El descubrimiento y la colonización inglesa en América del Norte tuvo consecuencias que se
extendieron hasta la independencia, explicaron sus características, y explican gran parte de los
procesos de cambio, modernidad y respeto de los derechos humanos que la individualizan en
la actualidad.
Se ha dicho con razón que la colonización inglesa en América fue distinta, en carácter y
consecuencias, de la de las otras naciones europeas.
En primer lugar, Inglaterra había pasado un tormentoso período que la hacía dueña de una
tradición en materia de derechos humanos y sus garantías (Ver Nº 14 y 24 de esta obra). En
segundo lugar, los ingleses demostraron ser más permeables a los cambios sociales, esto es, el
paso de la población de un sector social a otro se fue produciendo con grandes luchas, pero la
burguesía que se formó admitió el cambio como una forma de la vida y se adaptó al sistema,
reclamando día a día la positivización y la generalización de los derechos humanos. En tercer
lugar, en las colonias siempre existió un espíritu de empresa individual, que sería la base de la
modernización de Europa y de las colonias. Este último argumento tiene excepciones en el caso
del imperio británico en África y en la India, donde no hubo establecimientos coloniales como
en América del Norte.
En Inglaterra se produjo un rápido crecimiento de las clases medias que actuaron como
agentes de un proceso de cambio y modernización, sin admitir el régimen feudal, ni
intolerancias religiosas que costaron un alto precio de vidas humanas. El protestantismo, pues,
actuó como otro elemento de influencia para generar en la clase media, productora de bienes y
de servicios, un espíritu individualista y emprendedor, caracterizado por la creatividad
nacional. Todos esos factores actuaron para hacer diferente la colonización de América del
Norte, desde el mismo momento en que se inició.
Se ha señalado también que la diferencia de la colonización inglesa y de las demás naciones fue
que Inglaterra inició sus empresas colonizadoras como país pobre, que no podía encarar la
acción mediante el centralismo estatal. Se produjo, entonces, un mutuo esquema de
descentralización y desestatización de la colonización, que debió recurrir a la empresa privada
como instrumento de la política nacional británica. Una buena síntesis de las motivaciones
para la conquista ha sido el de considerar en los ingleses colonizadores, una mezcla de
patriotismo, celo religioso protestante, sed de aventuras y codicia.
En general, las ventajas comparativas son obstáculos para el progreso y no impulsan el
desarrollo. En España, el oro y la plata fácil de América, costó caro en la metrópolis, al precio
de conflictos económicos casi insuperables y, además, en materia de derechos humanos,
fortaleció la estructura autoritaria, que instalada en América, no cambió y se hizo más fuerte.
Por el contrario, la colonización inglesa, privatizada, pudo actuar directa y eficazmente en la
construcción de nuevas instituciones ante la ausencia de ellas.
Por tanto, las causas del éxito de la colonización inglesa de EE.UU. han sido fruto del fracaso
de los propósitos iniciales: no hubo oro, ni plata. Las empresas colonizadoras quedaron
libradas a su suerte, y debieron aguzar su imaginación para subsistir y generar la creatividad
nacional que por medio del modernismo, desarrolló el poder de la persona en la creación de la
riqueza.
No es antitética la creación de la riqueza con los derechos humanos, por el contrario, una
mayor riqueza con distribución equitativa asegura los derechos humanos y los hace penetrar
en la sociedad. Eso hace que las sociedades más desarrolladas en lo político, económico y,
social y cultural, sean las que más respetan los derechos humanos.
29. LAS COLONIAS NORTEAMERICANAS
Se ha diferenciado la colonización de Virginia y Maryland con la de Nueva Inglaterra. La
primera de ellas encontró grandes dificultades y las corporaciones de colonos tuvieron más
impulso cuando fracasaron en sus objetivos asociativos, esto es, cuando dejaron que el
individualismo interactuara libremente. Cuando se descubrió que no había oro ni plata, los
colonos se convencieron que debían dedicarse al comercio y lo hicieron con éxito.
En las colonias de Virginia se permitió a los pobladores enviar delegados a la Cámara de
Ciudadanos Libres en 1619, que ha sido el primer cuerpo representativo de América, se
organizó en forma parecida a la Cámara de los Comunes, llegó a reclamar el gobierno local
propio en los primeros pasos del derecho de “self government”, y la corona, a pesar de sus
intenciones contrarias, debió intervenir cada vez menos en el gobierno de Virginia.
La rápida expansión en las tierras inexplotadas y las tareas agrícolas impulsaron a los colonos
a plantear el aumento de la mano de obra, al menor costo posible, por un medio tan antiguo
como el mundo: la esclavitud.
Desde 1619, estaban llegando cargamentos de esclavos africanos, que jurídicamente se fueron
incorporando a las colonias; calificados como bienes raíces. Hacia el 1700, había una cantidad
de diez mil esclavos sobre una población total de más de ochenta mil.
En Maryland la situación era diferente, pues se habían concedido las tierras a católicos y
protestantes que habían emigrado de Inglaterra, se dedicaron a las plantaciones de tabaco, y
llegaron a promulgar un Acta de Tolerancia religiosa; que a pesar de no autorizar la libertad de
cultos, permitía la convivencia entre católicos y protestantes.
La colonización de Nueva Inglaterra fue diferente. En las colonias del Norte, el clima era
extremo y el reflejo con la situación imperante en la metrópolis se hizo más claro. Esas colonias
surgieron exclusivamente como consecuencia de los enfrentamientos religiosos entre católicos
y protestantes de diferentes especies: anglicanos, puritanos, calvinistas, etc.
Un grupo de puritanos fue expulsado de Inglaterra, se refugió en Holanda, y luego de varios
años de permanencia allí; decidió emigrar a América. Ése fue el viaje del Mayflower que tenía
como destino Virginia, pero como consecuencia de las inclemencias del tiempo y de los
deficientes conocimientos marítimos, fue a derivar hacia Cape Cod, y finalmente se estableció
en Plymouth.
Ésa fue una comunidad religiosa que con el tiempo y a pesar de las adversas condiciones
climáticas llegó a constituir un núcleo colonial importante, desde el punto de vista político,
económico y social para los objetivos de la revolución, un siglo y medio después.
Antes de desembarcar en Cape Cod, los peregrinos suscribieron el “Convenio del Mayflower”,
que ha sido calificado como el primer antecedente constitucional, consistente en un acuerdo de
autoadministración, por medio del cual los colonos constituyeron un cuerpo político civil, para
autogobernarse por la voluntad de la mayoría, comprometiéndose a “toda la sumisión y
obediencia debidas” a las “leyes justas e igualitarias”.
Los colonos se instalaron y no todo fue tolerancia religiosa. Hacia fines del 1600 comenzó una
caza de brujas cuyos hechos sobresalientes tuvieron lugar en Salem, localidad situada al norte
de Boston. La intolerancia europea y la histeria se extendieron por Europa y también en
América, aunque en forma moderada en comparación con la primera. Sin embargo, diecinueve
personas murieron en la horca, un anciano fue aplastado y muerto a pedradas e
inexplicablemente, el castigo se extendió a los animales “embrujados”: dos perros fueron
también ahorcados.
Se ha criticado a los puritanos por desarrollar una dicotomía en sus actitudes de tolerancia
para sí mismos y de persecución para todos aquellos que fueran acusados de “brujería”, en
una suerte de inquisición colonial. También se han justificado sus actitudes atribuyendo las
causas de todo este oscuro período, a tensiones provocadas por un acelerado proceso de
cambios en el orden social, económico y político.
Hacia mediados del 1700, el primitivo puritanismo se hallaba en retroceso o mutación, en
asentamientos religiosos heterogéneos de anglicanos, bautistas, etc. Para esa fecha, los valores
de la Ilustración habían entrado, y ejercían una influencia mayor que los valores religiosos de
un primer momento.
Otro de los factores y causas de la revolución norteamericana fue el rápido crecimiento
demográfico y la estructura social de las colonias. La superficie colonizada se triplicó y para
1775, la población ya superaba los dos millones y medio de personas.
La distribución de bienes y la jerarquía social no marcaba las serias discriminaciones de
Europa, a pesar que había una distribución casi feudal; si se toman en cuenta los datos de
Filadelfia, en la que el diez por ciento de los contribuyentes eran dueños del noventa por ciento
de las propiedades. Ése no fue obstáculo para el crecimiento de los sectores medios, formados
por artesanos, agricultores, etc., que creció con prosperidad y se dispuso a defender el libre
desarrollo del futuro, haciendo del proceso de la independencia, un fenómeno único e
irrepetible.
30. LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA
¿Cuáles fueron los hechos que desencadenaron la revolución norteamericana? Históricamente
se han considerado varios antecedentes, causas y efectos del desarrollo posterior, que han
abierto varias polémicas e incluso tratan de explicar la revolución norteamericana, partiendo
de la hipótesis de que no fue una revolución.
La guerra de los siete años había terminado en 1763 y luego de la firma del tratado de paz,
Francia debió cederle a Inglaterra sus territorios norteamericanos hasta el Mississipi. Esa
guerra había costado grandes sumas a Inglaterra y la forma de financiación había sido la de
siempre: impuestos y más impuestos. Los contribuyentes ingleses se hallaban exhaustos en su
capacidad contributiva, pero Jorge III y sus ministros vieron en las colonias norteamericanas
una nueva forma de aumentar recursos sin las consecuencias políticas de la metrópolis.
La guerra de los Siete años concluida en 1763 con la derrota total de Francia, y un desequilibrio
económico y financiero de su triunfador, Inglaterra, ha sido considerada como una de las
causas más destacadas. Como de costumbre, todas las guerras son caras, y la de 1763 no fue
una excepción. Inglaterra se hallaba ante dificultades económicas y decidió que el peso de la
solución no recayera exclusivamente en el contribuyente inglés.
Primero fue la “Sugar Act”, destinada a proteger a los plantadores de las Antillas Británicas en
contra de los de las Antillas francesas y españolas. Esta ley; que concluía con la práctica
tolerada del contrabando; fue muy mal recibida en las colonias, que además debían soportar
parte de los tributos generales, participar y contribuir con los gastos de la defensa militar y
naval.
La gota que colmó el vaso fue el establecimiento de la “Stamp Act” (Ley del Timbre); por
medio de la cual todos los instrumentos para ser válidos en las colonias y en la metrópolis
debían llevar estampado en seco, el sello o timbre de la nación; vendido, como es de suponer,
por Inglaterra que había encontrado en el impuesto de sellos el mejor método de tributación.
La ley estableció que: “en el futuro se deberá emplear papel timbrado, vendido por
establecimientos reconocidos, en todos los documentos, permisos, anuncios, periódicos,
almanaques, naipes, etc.
El impuesto, aunque no era elevado (entre un penique y seis libras como máximo), afectaba un
principio esencial de las colonias: admisión de derechos de aduana, pero negativa a pagar
impuestos interiores, que además no habían sido expresamente autorizados por la población.
El impuesto duró poco, y al año siguiente fue derogado con el triunfo de la posición de las
colonias.
La táctica del Parlamento inglés derivó, pues, a establecer impuestos de Aduana sobre las
mercaderías importadas de Inglaterra: hierro, vidrio, pinturas y té.
Los norteamericanos se organizaron para no comprar esas mercaderías, provocando la
disminución del comercio y más adelante la derogación también de estos impuestos, con
excepción del té. En el fondo, la discusión no era si correspondía o no pagar los impuestos sino
si el Parlamento Inglés podía dictar o no leyes para las colonias.
Los norteamericanos, ya decididos a plantear su neta disconformidad con el impuesto,
decidieron no autorizar a desembarcar el té y el conflicto se inició en el puerto de Boston, en el
que un grupo de colonos disfrazados de pieles rojas, abordó los barcos y arrojó el cargamento
al mar.
Esos hechos comerciales se iban encadenando con otros de diferente naturaleza. En marzo de
1770, en Boston, un grupo de soldados ingleses disparó contra algunas personas, resultando al
final un saldo de cinco muertos: Ésa fue la masacre de Boston.
Antes de la navidad de 1989, en una plaza de Bucarest, un número indeterminado de
manifestantes fueron muertos por fuerzas de seguridad, por expresas órdenes de Ceaucescu,
jefe del Estado de Rumania, que días después fue fusilado, luego de un juicio revolucionario
sumario, sin respeto del debido proceso. No se sabe el número de muertos, pero se supone que
fue de varios miles, quizás más de cinco mil, en unas jornadas de invierno en la Europa
Central. Todo se vio por televisión y porqué no hacer una comparación con los hechos
revolucionarios de la “masacre de Boston”. ¿Fue menos masacre por la cantidad de víctimas?
¿Forma parte de un mismo cuadro de represión de caracteres atemporales? ¿Han cambiado las
metodologías luego de más de doscientos años?
El parlamento y la Corona ingleses no hicieron esperar su respuesta a los hechos de Boston, en
especial al asalto de los barcos cargados de té, y el puerto fue clausurado hasta que la ciudad
pagara los daños y perjuicios. A esta medida se agregaron las llamadas “intolerables Acts”,
que incluían la restricción del gobierno propio de Massachussets, el juzgamiento de los
oficiales británicos en la metrópolis y no en la colonia por delitos allí cometidos, la autorización
a las tropas reales a requisar edificios civiles y utilizarlos como alojamiento, etc.
Esos fueron los hechos determinantes que llevaron a los colonos a la revolución
norteamericana, iniciada en 1778 con influencias variadas de la Ilustración europea y también
de algunos hombres que actuaron como lazos entre los procesos americanos y los de la Europa
de fines del 1700.
En especial dos hombres, que cabalgaron en las revoluciones norteamericana y francesa, dos
exponentes de la época: Paine y Lafayette con rol protagónico para los derechos humanos y su
positivización. (Ver N° 32 y 34).
Al principio, la rebelión no tenía la intención de sublevarse contra Inglaterra y menos
establecer un estado independiente. Sin embargo, en 1776 y luego de la declaración de una de
las colonias (Virginia), el congreso reunido en Filadelfia el 4 de julio de 1776, declaró la
independencia.
Ambos instrumentos, el de Virginia y el de Filadelfia, constituyen puntos de inflexión en
materia de los derechos humanos, pues consolidaron expresamente principios que hasta el
momento, sólo habían sido materia de exposición doctrinal.
¿La revolución norteamericana ha sido una verdadera revolución? Si se entiende el término
revolución como un cambio de estructuras, como una toma del poder violento o un
derrumbamiento del orden social seguido de una transformación del mismo carácter, la
revolución norteamericana, pues, no ha sido una revolución. Sin embargo, los patriotas
norteamericanos, Adams, Jefferson, etc., en mayor o en menor medida, comparaban sus actos
con los de la revolución inglesa de 1688.
John Adams ha expresado que la revolución se hallaba en la mente del pueblo y la mayoría de
los autores ven en el proceso revolucionario, el desarrollo del primer acto de defensa de las
posibilidades de desarrollo de una economía nacional, sin entrar a considerar, si hubo o no un
propósito democratizador, o un proyecto de extender la igualdad a todos los habitantes de las
colonias.
31. LA DECLARACIÓN DE DERECHOS DE VIRGINIA DE 1776
Los estados de Norteamérica, hasta ese momento colonias, fueron dictando sus normas
constitucionales, y desde 1776 hasta 1780, once estados habían establecido sus constituciones,
desarrollando los principios del contrato social, declarando los derechos humanos,
estableciendo la periodicidad de los cargos y la división de los poderes.
Varios autores han considerado que los derechos humanos se basaban en los derechos del
individuo antes de su ingreso en la sociedad políticamente concebida, y por esa razón, no
podían ser violados, ni por el soberano de una mayoría con derecho a voto, ni por los
representantes de un poder gubernamental.
Esa tendencia se dirigió, pues, a efectuar declaraciones de derechos; similares a los Bill of
Rights ingleses; en una doble acción: en las colonias y en la declaración de la Independencia.
La primera lista de derechos fue la “Declaration of Rights” de Virginia del 12 de junio de 1776,
que entre otras normas establecía:
“1. Por naturaleza, todos los hombres son igualmente libres e independientes y tienen ciertos
derechos inherentes a los cuales, cuando ellos forman una sociedad, no pueden, bajo ningún
concepto, suspender ni evitar ceder a la posteridad; estos derechos son, a saber, el disfrutar la
vida y la libertad con los medios para adquirir y poseer propiedades; así como la búsqueda y el
alcance de la felicidad y la seguridad.
“2. Toda la autoridad está basada en el pueblo y, por ende, se deriva de él mismo; tanto es así
que todos los magistrados son administradores y servidores, y en todo tiempo le deben
obediencia.
“3. Que el Gobierno está, o debe estar, instituido para la seguridad, la protección, y el beneficio
común del pueblo, la nación o la comunidad; que de los diferentes modos y formas de
gobierno, la mejor es la que es capaz de producir el mayor grado de seguridad y felicidad, y
que ofrece el mejor resguardo contra el peligro de una mala administración y que, cuando se
encuentre que un Gobierno es inadecuado o que está en contra de estos propósitos, la mayoría
de una comunidad tiene el derecho indubitable, inalienable e inabrogable de reformarlo,
alterarlo, o abolirlo, de la manera que se considere más conveniente al bienestar público”.
El autor de la Declaración de Derechos de Virginia de junio de 1776 fue George Mason y esos
principios se extendieron a la mayoría de las constituciones de los demás estados. En esas
constituciones se utilizó el sistema de preceder las normas, de una declaración de derechos de
los ciudadanos que ningún gobierno podía eliminar arbitrariamente (libertad de prensa,
libertad de palabra, juicios por jurados, etc.).
Hay algunos autores que consideran que en la declaración de derechos no se hace referencia a
la palabra “garantía”, esto es, faltarían los medios de protección para cumplir con el
establecimiento de los derechos y no hacer de éstos letra muerta. Sin embargo, el art. 3º de la
Declaración de Virginia, es suficientemente claro con respecto a la eficacia de los derechos
humanos proclamados. Se advierte también una influencia de la doctrina del derecho natural,
cuya influencia se extendió en el tiempo y en el espacio.
32. LA DECLARACIÓN DE LA INDEPENDENCIA DE LOS EE.UU.
El clima que se vivía en Norteamérica en 1776 era de franca aceleración. Los hombres que
habían participado en los eventos que desembocaron en la revolución, y más tarde en la guerra
contra los ingleses se planteaban una dualidad ideológica. Por una parte, compartían los
sueños de los “whigs” liberales británicos, que habían hecho la revolución de 1688, que habían
conquistado su Bill of Rights, dentro de una sociedad monárquica que no dudó en colgar al
rey. Por otra parte, los colonos norteamericanos habían recibido la influencia de la ilustración.
Esa conjunción de factores generó un fuerte sentimiento democrático que iba más allá del
enunciado y se propuso su realización práctica. Los colonos norteamericanos, difícilmente
hubieran podido ser impermeables a esa filosofía del siglo XVIII, que se caracterizó por colocar
a la persona humana en un rol protagónico, dentro del principio de que todos los seres
humanos eran iguales en sus derechos naturales y que el objetivo de la sociedad, era hacer
posible el más amplio disfrute de los derechos.
Por esos motivos, con esa filosofía y su propósito cristalizador, se planteó la revolución, de
manera diferente a la revolución francesa de 1789 o incluso a la revolución rusa de 1917. La
revolución norteamericana no se propuso derribar el orden social, crear uno nuevo, o cambiar
el sistema establecido. Su propósito fue organizativo, distribuyendo el poder en forma
armónica entre todos los sectores de la sociedad, excepto mujeres, negros e indios con mengua
del principio de la generalidad en el disfrute de los derechos humanos (Ver Nº 76, 77).
Dentro de los procesos revolucionarios hay hombres y mujeres que encarnan los hechos, hasta
tal punto, que es casi imposible escapar a su biografía, pues su historia es la historia. Thomas
Paine encarna uno de esos casos y su vida azarosa es la representación de la puesta en práctica
de las doctrinas que hemos analizado.
Grocio, Voltaire y otros doctrinarios sufrieron la historia y sus vaivenes, quedaron atrapados
en las telarañas de los autócratas, dependiendo de su humor para promover los cambios,
siempre transgresores de la sociedad. Beccaría, tímido, casi pusilánime, no pudo soportar ni un
viaje de turismo, el único de su vida, a París.
A diferencia de los demás doctrinarios, Paine tenía varias características que lo hacen atípico y
representativo, para cabalgar en las revoluciones norteamericana y francesa. En primer lugar
no fue académicamente un doctrinario, no tuvo formación universitaria y, sin embargo, como
autodidacta influyó desde el punto de vista doctrinario. En segundo lugar, ejerció esa
influencia en Norteamérica sin ser norteamericano, hecho que no llamaría la atención, a menos
que tengamos en cuenta que ingleses y norteamericanos se lanzaron a la guerra y Paine estuvo
del lado de los revolucionarios norteamericanos.
¿Cuál es el Paine que interesa para los derechos humanos? Es el que cubre las dos áreas, la de
la acción y la del pensamiento, el que fabrica corsés y bebe copiosamente el “gin mill” en las
tabernas de Londres, el empleado público que plantea reivindicaciones casi sindicales, el
pésimo hombre de negocios, y el que tal vez se halla huyendo de sus acreedores.
Paine también es el amigo de Franklin, quien aconsejó marcharse a América, a Filadelfia en
1774, provisto de cartas de recomendación y, entonces, comenzó la actividad del periodista,
publicista y agitador.
En dos diarios, Paine publicó artículos nada comunes, a favor de la emancipación de la mujer,
la abolición de la esclavitud, el desarrollo de la ciencia y de la técnica, animándose a decir lo
que todos callaban e incluso ni siquiera se plantaban como derechos extensivos a la
generalidad de la población.
En ese clima personal agitado y a su medida, Paine escribió un pequeño folleto de sólo
cuarenta páginas: Common Sense (El sentido común). El libro se imprimió en 1776 y en poco
tiempo llegó a los trescientos mil ejemplares. Es fácil imaginar el éxito de los planteos de Paine
teniendo en cuenta el número de ejemplares, dentro de un ámbito colonial. Ese documento era
un alegato por la revolución norteamericana y por la democracia, cuya lectura significaba,
pues, una forma de adhesión a los principios revolucionarios norteamericanos. Se ha dicho,
por tanto, que Paine no creó el sentimiento de la independencia, pero cristalizó e hizo visible y
militante ese objetivo.
Paine fue designado secretario del Comité de Asuntos Exteriores por los revolucionarios
norteamericanos, pero no era hombre de la burocracia y enseguida comenzó a madurar nuevos
proyectos alejados y cercanos a su actividad reciente: la construcción de un puente metálico en
lo inmediato, y un segundo acto, en la revolución francesa de 1789. Para el segundo acto de la
vida de Paine conviene previamente entrar en la revolución Francesa, pues también la encarnó.
Ahora, volvamos a la Declaración de la Independencia de Norteamérica de 1776.
Paine había expresado el sentimiento de los colonos norteamericanos, que se plasmó en la
Declaración de Derechos de Virginia de junio de 1776. El objetivo posterior fue concretar esos
conceptos dentro del ámbito de todo el estado, y para ello se reunió en Filadelfia el Congreso
Continental, el 2 de julio de 1776, resolviendo en primer lugar que “estos Estados Unidos son,
y por derecho deben ser, estados libres e independientes”. Dos días después se proclamó la
Declaración de la Independencia, documento básico al consagrar la autodeterminación,
presupuesto de los derechos humanos.
La Declaración de la Independencia fue redactada por Thomas Jefferson con la participación
de Benjamín Franklin y John Adams. Los tres hombres representaban al más claro
pensamiento norteamericano.
Jefferson, delegado por Virginia era un hombre de treinta y dos años, arquitecto conceptual,
enemigo de las discusiones, y de las reuniones multitudinarias, afirmándose, por el contrario,
que en la conversación era “rápido, franco, explícito y decidido”, destacándose como el típico
hombre de gabinete (André Maurois). Jefferson, más tarde fue designado presidente de los
EE.UU., desde 1801 hasta 1809.
Franklin, por su parte, era el espíritu de la Ilustración con todas las influencias de la Europa de
esa época, incluso con el espíritu científico que caracterizaba a todos los filósofos. Había
investigado la electricidad con éxito, al mismo tiempo que comentaba los libros de Beccaría.
Franklin puede definirse como un hombre del renacimiento a fines del siglo XVIII , un
Leonardo Da Vinci norteamericano que alternaba sus actividades entre la política, el derecho, y
las ciencias: un clásico a medida del tiempo que vivía.
El tercer redactor, John Adams, fue el segundo Presidente de los EE.UU., desde 1797 hasta
1801, y había tomado parte activa desde la primera hora de los acontecimientos, formando una
especie de segunda línea de constructores de la nación, luego de agotada la etapa de la
agitación revolucionaria.
La Declaración de la Independencia del 4 de julio de 1776 exponía los motivos de la decisión,
justificando la posición en base al incumplimiento reiterado de Inglaterra, con una larga lista
de argumentos que justificaban la ruptura y separación. Todo el contenido sustancial era
precedido por un preámbulo, que superó al texto de la declaración misma, sintetizando “la
esencia de la teoría del gobierno lockeana de derechos naturales”, recurriendo al desarrollo
individual como medio de legitimación del poder político.
La Declaración de la Independencia de los EE.UU., en su preámbulo constituyó uno de los
primeros pasos más efectivos para la historia de los derechos humanos, no solamente por su
valor, de índole programático, sino también porque efectivizó el derecho de
autodeterminación colonial, sustento intelectual para todo el proceso de independencia en
Latinoamérica y el mundo.
El famoso preámbulo expresaba lo siguiente:
“Sostenemos como verdades evidentes que todos los hombres nacen iguales, que están
dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, entre los cuales se cuentan el derecho
a la vida, a la libertad y el alcance de la felicidad; que para asegurar estos derechos, los
hombres instituyen Gobiernos, derivando sus justos poderes del consentimiento de los
gobernados; que cuando una forma de gobierno llega a ser destructora de estos fines, es un
derecho del pueblo cambiarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno, basado en esos
principios y organizando su autoridad en la forma que el pueblo estime como la más
conveniente para obtener su seguridad y felicidad”.
A partir de ese momento, los principios de esta Declaración aparecieron bajo distintas formas y
redacciones en cuerpos normativos constitucionales –incluso el texto forma parte de las
discusiones de la Asamblea de la Revolución Francesa de 1789– antecedente que tuvieron bien
en cuenta los diputados. El texto tiene la convicción de Thomas Paine en la segunda parte de
su protagonismo, y el entusiasmo de Lafayette, joven noble francés, ya general norteamericano
y tribuno de las jornadas francesas, que dieron lugar a la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano de 1789.
Lo que está en discusión es si la Declaración de la Independencia y su preámbulo, expresaron
propósitos democráticos o de reforma social. Willi Paul Adams se inclina por negarlo,
considerando que el objetivo fue la necesidad de justificar la independencia del nuevo estado
ante las potencias europeas, proclamando nuevos principios de poder político. Sin embargo, el
mismo autor reconoce que la admisión de esos valores podía servir de argumento para nuevas
reformas. Otros autores coinciden en esta especie de producto para consumo mundial, a pesar
de que la historia norteamericana sería consecuencia de esos principios, conformando un
marco aplicable al concepto moral en el ejercicio de la política, expresado doscientos años
después con el resultado de los hechos de Watergate.
Luego de 1789, para afirmar el derecho de autodeterminación terminan las declaraciones y
comienzan a tallar los cañones, en la guerra de la independencia entre las colonias
norteamericanas, y los ingleses.
El personaje, hilo conductor de la historia y nexo entre una y otra revolución, fue el Marqués
de Lafayette. André Maurois explicó sus características: noble por nacimiento y por
matrimonio, se ofreció como oficial ante el Congreso de Filadelfia y a los diecinueve años fue
designado general del ejército de los Estados Unidos. Washington y Lafayette “estaban hechos
para comprenderse” dentro de la animosidad francesa contra los ingleses, luego de la guerra
de los Siete años. Hubo un segundo acto en la vida de Lafayette, en su país de origen,
compartiendo las discusiones con otro de sus pares en la nobleza: Mirabeau.
La estrategia de la positivización de los derechos humanos tuvo hombres que actuaron como
nexos, desarrollando las tácticas para su instalación programática; en los comienzos, más
académica que real, al responder a doctrinas filosóficas en boga que cristalizaban en normas
positivas.
Fuera de las declaraciones y del hecho crucial del planteo de la autodeterminación, la igualdad
no se concretó. El principio de “un hombre un voto” era una entelequia, tomando en
consideración la situación de los negros, los indios y las mujeres: los tres sectores
discriminados. Parecía que la declaración de derechos era limitada sólo a los blancos.
Luego de la Declaración de la Independencia, los norteamericanos se plantearon con criterio
práctico la necesidad de constituirse en base a normas, organizarse de acuerdo al derecho, y
para ello un primer escalón de confederación, dentro de una filosofía continental.
El federalismo finalmente se impuso con Hamilton, Madison y Hay y finalmente en 1787,
aprobaron su constitución, minuciosamente preservada del paso del tiempo en el National
Archives de Washington.
Es evidente que hubo consenso programático que hizo decir a uno de los primeros jueces
federales de los EE.UU.: “El hombre necesita un ídolo. Y nuestro ídolo político ha de ser la
Constitución y las leyes”.
Quedaban muchos derechos humanos pendientes, un derecho de sufragio limitado y grandes
desigualdades, que el ejercicio del estado de derecho y de la democracia, base de los derechos
humanos habría de desarrollar con el tiempo.
Hay autores que plantean posiciones contrapuestas con respecto a la Constitución de 1787. Por
una parte, están los autores que sostienen que la Constitución de 1787 fue un instrumento de la
voluntad divina y los ciudadanos semidioses (Adams). Otros comienzan la historia en 1787,
restando importancia a las declaraciones de derechos de 1776 y asignando un rol supremo a la
norma constitucional que establecía un fuerte centralismo en el poder (Bancroft). Esos criterios
fueron criticados por un ala de historiadores que podemos denominar progresistas; para los
que los Padres fundadores no eran patriotas altruistas sino un grupo de plutócratas al servicio
de sus propios intereses, dentro de una verdadera contrarrevolución de la de 1776. Uno de
esos autores, afirma que por medio de la Constitución de 1787, “un puñado de propietarios
conservadores efectuaron un golpe de estado para defender sus propios intereses económicos
y para contener el crecimiento de la democracia popular” (Beard). Más recientemente se han
negado estas posiciones, argumentando que la tesis de Beard es deficiente y sugieren una
nueva posición, más cercana a las primeras, por la que interpreta que la lucha entre federalistas
y antifederalistas fue en realidad una lucha acerca del tipo de democracia de los EE.UU.:
“elitista nacionalmente orientada, o una democracia popular de fundamento local” (Wood).
Coincidimos con otros autores que consideran que hay una versión intermedia en la que la
labor de los Padres Fundadores fue democrática, sin dejar de advertir que esa democracia “no
se aplicó a los negros, ni a las mujeres... Las energías creadoras de los granjeros fueron
prodigadas para varones blancos y no para extender los beneficios de la libertad a negros y
mujeres”. (Charles Sellers y otros).
Luego de más de doscientos años de vigencia no debe olvidarse que la Constitución de 1787 no
era una carta de derechos humanos para negros, mujeres ni indios. En el claroscuro del
National Archives de Washington, celosamente custodiada, reposa el ídolo admirado por
generaciones, quizás descendientes de negros, indios y mujeres discriminados: la Constitución
de los EE.UU. de 1787.
33. LA REVOLUCIÓN FRANCESA DOSCIENTOS A¥OS DESPUÉS
En 1989 se celebró el bicentenario de la Revolución Francesa. La celebración comenzó con una
ceremonia en las afueras del Palacio de Chaillot, donde se leyó el preámbulo de la Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, el documento principal surgido de la
Revolución de 1789. Más tarde, los jefes de estados ricos y pobres celebraban igualitariamente,
la Declaración de los Derechos del Hombre, en la explanada del Trocadero, mientras lazos
azules, rojos y blancos adornaban calles y plazas. Por la noche, en la nueva Ópera de la Bastilla,
en el mismo sitio que el pueblo se apoderó de la prisión de la monarquía, se abrió la función
con el vals del “Fausto” de Gounod. París volvió a ser una fiesta al costo de trescientos diez
millones de dólares.
En 1789 comenzó una nueva época, la contemporánea, en la que se sintetiza la aceleración de la
historia en un torbellino que se extendió por un cuarto de siglo hasta la caída de Napoleón y la
instauración de la Santa Alianza.
Pocos años antes, la revolución norteamericana, había producido su marcha hacia la
autodeterminación y la democracia, ya perfilada en sus líneas generales en la Constitución de
1787. Ahora comenzaba el reguero de pólvora de la Revolución Francesa, con sus efectos de
continuidad y prolongación en el tiempo.
Un pedazo de mampostería del Muro de Berlín en la mano de un berlinés oriental tuvo un
significado más trascendente que cientos de discursos. La fuerza de los hechos hizo que ese
trozo de mampostería fuera algo más que derribar un muro y encendiera la mecha de las
reivindicaciones medio siglo postergadas. Los hombres de la toma de la Bastilla, cárcel de la
monarquía en decadencia y con menos de una decena de presos, es seguro que sintieran lo
mismo que los berlineses orientales, y volvieron a sus casas con una extraña sensación
indescriptible, de los que construyen la historia de los derechos humanos, sin saberlo.
La situación económico-financiera de Francia en 1789 era desastrosa. Dickens la describió con
minuciosidad: “La villa tenía una calle pobre, con su pobre cervecería, pobre tintorería, pobre
taberna y pobres establos donde descansaban los caballos de postas, una fuente pobre y como
era usual, pobres posadas... Todo su pueblo era pobre... los signos manifiestos de lo que
causaba su pobreza no faltaban, los impuestos para el Estado, para la iglesia, para el señor, los
impuestos generales y locales”.
Ése era el aspecto de la Francia de esa época, que incluso se había sacado el sabor amargo de la
derrota con los ingleses en la Guerra de los Siete Años, apoyando financieramente la
revolución norteamericana.
Es muy probable que los factores económicos sean los responsables más directos de las
aceleraciones históricas, pues el hambre no puede esperar la cristalización de las ideas. Algo de
eso sucedía cuando en 1789 el rey convocó a los Estados Generales, no reunidos desde hacía
más de ciento setenta años. La situación al final explotó, esto es, una situación económica
desastrosa, sumado a un nuevo cuadro político, en cuanto a la composición de los Estados
Generales.
Hasta ese momento, los Estados Generales, órgano de naturaleza deliberativa y consultiva del
rey, estaban integrados por representantes del clero, la nobleza y el estado llano. Este último
era mayoritario, no obstante lo cual sólo tenía un voto contra los otros dos estamentos.
Hay una tendencia natural a representar los hechos históricos, y curiosamente, a nadie con
mentalidad de fotógrafo se le ha ocurrido representar el momento de la adopción de la
Declaración de los Derechos del Hombre.
La primera plana fue la de la reunión de la Asamblea Nacional y el juramento de la Cancha de
Pelota. Una imagen vale más que mil palabras, y en ese juramento de los diputados del Estado
Llano se halla el origen de la positivización de los derechos humanos con el pueblo ejerciendo
su mandato y la voz de Mirabeau, el político, diciendo: “Decid al rey que estamos por la
voluntad del pueblo y sólo saldremos por la fuerza de las bayonetas”.
Por tanto, un hecho de naturaleza económica, la miseria y la necesidad de financiamiento por
parte del rey dieron origen al proceso revolucionario francés, unificando toda una serie de
reivindicaciones.
Hay hechos de insólito paralelismo. Al derribarse el muro de Berlín en 1989, lo primero que
hizo el pueblo fue comprar café y bananas, artículos del mercado negro de Berlín Oriental. Por
tanto, las necesidades económicas actúan como precipitantes de los procesos revolucionarios, y
la revolución francesa no fue la excepción.
En la Francia de 1789, el primer acto fue la reunión de la Cancha de Pelota y allí en el tumulto
comenzó a concretarse, a ponerse en blanco y negro, lo que pretendía el pueblo, dentro de una
aceleración de los hechos. Entre mayo y julio se convoca la Asamblea Nacional y se produce la
Toma de la Bastilla, y entre julio y agosto la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano. En cuatro meses había cambiado el curso de la historia.
34. LOS TRES PARADIGMAS DE LOS DERECHOS HUMANOS
Una revolución no está formada por simples hechos encadenados, sino por los hombres a
cargo de ellas, esto es, por los protagonistas que son hacedores de la historia conscientemente.
Ése es el caso de tres hombres que como Jefferson, Hamilton y Franklin, son los paradigmas
para conducir la historia de los derechos humanos: Paine, Lafayette y Mirabeau.
La revolución francesa de 1789 fue el segundo acto de la vida de Paine. Lo dejamos en
momentos que partía de EE.UU., un poco desilusionado de la burocracia por la experiencia en
su cargo de Secretario del Comité de Asuntos Exteriores con que fue recompensado por sus
servicios a la revolución norteamericana y con un proyecto de un puente metálico en su
bolsillo.
En Europa, su propósito fue concretar el puente metálico rechazado en los EE.UU.; puente
novedoso sin puntos de apoyo. En Francia, el puente, siguió la misma mala suerte y tratando
de puentes, Paine fue sin saberlo el puente entre las revoluciones norteamericana y francesa.
En 1789, Paine se hallaba en Francia, y como es de suponer, participó con entusiasmo en la
revolución, con tres hechos destacados. En primer lugar recibió de manos de Lafayette las
llaves de la Bastilla para regalárselas a Washington, historia que continuaremos doscientos
años después. En segundo lugar, participó en la Convención francesa por el departamento de
Pas de Calais, y por último, redactó en 1791 Los Derechos de Hombre, obra de menor difusión
que el Common Sense, pero de igual valor, en respuesta a los argumentos anti revolucionarios
de Edmund Burke.
Los Derechos del Hombre de Paine sirven de introducción para nuestro segundo hombre de la
revolución: Lafayette, uno de los principales redactores de la Declaración de 1789. Al Marqués
de Lafayette, también lo habíamos dejado en la revolución norteamericana con el título de
general a los veinte años; y como dice Paine: Al terminar la guerra, cuando estaba a punto de
partir definitivamente, se presentó Lafayette ante el Congreso y en su afectuosa despedida al
considerar la revolución que había presenciado se expresó con las siguientes palabras: “Ojalá
que este gran monumento levantado a la libertad sirva de lección al opresor y de ejemplo al
oprimido”. Ése es el hombre de acción, que también conoció la disciplina de la discusión de
gabinete en las célebres sesiones de la Asamblea Nacional Francesa de 1789 que sancionó la
Declaración de los derechos del hombre. Lafayette era el prototipo de las dualidades, de origen
noble, no defendió sus propios intereses, sino los del pueblo; de acción, fue eficaz en las
batallas y lúcido en los debates.
El Conde Mirabeau también era de origen noble, su carácter ha sido genialmente descripto por
Ortega y Gasset: “Veamos, veamos qué fue, como máquina psicofísica, como aparato vital este
Mirabeau. Nace en Provenza en 1749. Por ambas alas familiares numerosos dementes su padre
pide una orden de prisión y entra por primera vez en la cárcel. Poco después es liberado.
Retorna a su casa. Es un vendaval de actividad. Su padre le llama ”Monsieur le Comte de
Bourrasque". Se casa, crecen las deudas. Descubre un desliz de su mujer. La perdona. Apretado
por los acreedores, tiene que entrar nuevamente en prisión. Sale de ella en 1774, vuelve a la
cárcel, conquista la benevolencia del gobernador y se hace dueño de la situación. También se
hace dueño de la única mujer que hay en el castillo: la mujer del cantinero. Es trasladado al
Castillo de Goux. Conquista al gobernador y probablemente a su mujer. Publica en Neuchƒtel
el Ensayo sobre el Despotismo, un libro farragoso. Entretanto, le persigue el poder público, su
padre, la familia de su amante. Cada vez su prisión es más prisión. Esta vez la reclusión va a
durar de 1777 a 1780, escribe libros pornográficos. Mirabeau ha conseguido la fama a fuerza de
insensateces. Es una ascensión a la inversa".
Ésta es su nota biográfica, casi telegráfica de acumulación de acciones precipitadas, de vida
intensa de atleta, hasta 1789, casi como una película de cine mudo.
¿Qué sucedió después de 1789 con la vida de Mirabeau? Según Ortega: “La política de
Mirabeau no tiene oscuridad alguna. Como los hechos de todo un siglo se encargaron de
comprobar; fue la obra más clara que se intentó en la Revolución Francesa. Si algo en el mundo
tiene derecho a causar sorpresa y maravilla, es que este hombre, ajeno a las Cancillerías y a la
Administración, ocupado en un tráfago perpetuo de amores turbulentos, de pleitos, de
canalladas, que rueda de prisión en prisión, de deuda en deuda, de fuga en fuga, súbitamente,
con ocasión de los Estados Generales, se convierta en un hombre público, improvise, cabe decir
que en pocas horas, toda una política nueva, que va a ser la política del siglo XIX (la monarquía
constitucional); y esto no vanamente y como un germen, sino íntegramente y en detalle: crea
no sólo los principios, sino los gestos, la terminología, el estilo y la emoción del liberalismo
según el rito del Continente” (Ortega y Gasset, Tríptico).
Curiosamente, ese hombre fue un organizador nato, mediante el cual el desorden de las
barricadas, se transformó en el orden del trabajo parlamentario creador y eficaz. Mirabeau, fue
el político que hizo posible gran parte de los resultados de la Asamblea de 1789.
Los paradigmas de los derechos humanos ahora quedan cristalizados en sus historias. El
vértigo ha cesado, mientras la llave de la Bastilla vuelve a sus dueños al entregarla Bush a
Miterrand, en 1989.
¿Arde París después del verano de 2003?
35. LA DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y DEL CIUDADANO DE 1789
Doscientos años después de proclamada la Declaración de los Derechos del Hombre, todavía
persisten las discusiones, y durante los festejos del bicentenario; la Primer Ministro del Reino
Unido, Margaret Thatcher; consideró que los acontecimientos franceses de 1789 no tuvieron
ninguna proyección universal; que la Declaración de los Derechos del Hombre tampoco fue
patrimonio de la Revolución Francesa, ya que esa noción se hallaba en la Carta Magna inglesa
de 1215, e inclusive estaba en la antigua Grecia, y aún más atrás en el tiempo. El corresponsal
titula sugestivamente su nota: “cortesía británica”. (Diario La Nación, 14/7/1989).
Esta discusión es prolongación de la que sostuvieron hace doscientos años Edmund Burke,
contrario a la declaración y a la Revolución Francesa y Thomas Paine, entusiastamente
favorable, por lo tanto, en esta materia, el debate no ha terminado.
Luego del Juramento de la Cancha de Pelota, se integraron los diputados en la Asamblea
Nacional, que a fines de junio de 1789 asumió el Poder Legislativo, y sobre todo el poder
constituyente, esto es, la facultad de organizar institucionalmente al Estado, facultad
formalmente asumida el 9 de julio de 1789. La resolución fue dictar una constitución precedida
por un preámbulo en el que constarían los derechos del hombre con plena soberanía
legislativa, es decir, sin necesidad de la anuencia del rey para sancionarla.
El primer proyecto de Declaración fue presentado por el Marqués de Lafayette, el 11 de julio
de 1789, demostrando la utilidad de ésta por el efecto recordatorio de sus disposiciones y por
el carácter de “fuente del derecho natural y social”. Lafayette, en sus fundamentos consideró,
que “el mérito de una Declaración de Derechos consiste en la verdad y en la precisión”. Ella
debe decir “lo que todo el mundo sabe y siente”, y luego distribuyó copia de su proyecto en las
comisiones de la Asamblea Nacional. A partir de ese momento, la discusión fue intensa y no
terminó hasta su proclamación.
El proyecto de la Declaración originó varios planteamientos. En primer lugar su ubicación:
antes de la constitución o al final de sus normas.
Mientras tanto, los hechos se aceleraban en las calles de tal manera que la sesión del 15 de julio
debió suspenderse y no se reanudó hasta que el rey en persona se presentó en la sala de
deliberaciones y dio seguridades, afirmando que había dado orden a las tropas de retirarse de
París y Versailles. Luego continuó la sesión con el tratamiento de asuntos urgentes y a los
pocos minutos se levantó.
Hasta el 21 de julio de 1789, no volvió a tratarse la declaración, y en esa sesión el abate Sièyes
presentó su propio proyecto de declaración: “Reconocimiento y Exposición razonada de los
derechos del Hombre y del Ciudadano”. En días subsiguientes, los diputados Mounier y
Servan, presentaron sendos proyectos, mientras que en la sesión del 1º de agosto, se acordaba
el siguiente punto en la orden del día:" ¿Se pondrá o no una Declaración de los Derechos del
Hombre a la cabeza de la Constitución? El entusiasmo por el tema fue evidente: cincuenta y
seis oradores se anotaron para el debate.
Otro de los planteos del debate fue el de la correlatividad entre derechos y deberes. Algunos
diputados observaron que derechos y deberes eran inseparables; admitir a unos significaba
equilibrar con los otros. Puesto a votación, la moción resultó rechazada por 570 votos contra
433 y, por tanto, la declaración sólo sería de derechos y no de deberes del hombre.
En la sesión de ese mismo día se debatió un proyecto de resolución por el que se abolían los
derechos feudales, y luego de una prolongada discusión se aprobó a las 2 de la madrugada del
5 de agosto. Esta resolución, de carácter trascendental, tuvo una influencia estratégica en la
liquidación del feudalismo y el comienzo de los nuevos tiempos. Hubiera sido incompatible
proclamar una Declaración de los Derechos del Hombre de contenido igualitario, y al mismo
tiempo mantener los privilegios del feudalismo basados en la desigualdad. A pesar del
tumulto asambleario, el orden conceptual no estuvo ausente.
A mediados de agosto de 1789, Mirabeau, leyó a la Asamblea Nacional, un documento de
trabajo, en cuya redacción había participado. Durante la sesión del 18 de agosto de 1789, se
planteó la vinculación entre la declaración de derechos en ciernes, y la declaración también de
derechos norteamericana. El diputado Rabaud de Saint-Etierre sostuvo que la declaración
francesa había seguido el ejemplo de la norteamericana, pero “las circunstancias no son las
mismas, América rompía con una metrópoli lejana, era un pueblo nuevo que destruía todo
para renovarlo todo. Sin embargo, hay una circunstancia que nos aproxima a la revolución
americana, y es que nosotros, como los americanos, queremos regenerarnos. La declaración de
derechos es, pues, esencialmente necesaria”.
Sánchez Viamonte ha hecho un aporte indispensable para este debate, al introducir la
diferencia entre “liberty” y “freedom”, esto es, entre la libertad abstracta y la libertad
institucionalizada. Éste es el debate actual de los derechos humanos, el de los derechos
proclamados, de índole programática y los de carácter operativo por medio de las garantías
que los hacen efectivos.
Sánchez Viamonte dice que un ejemplo de lo expuesto está representado por la declaración de
Virginia de 1776, en la que “freedom” está separado de “liberty”, en el caso de la libertad de
prensa (freedom of the press) del art. 12 de dicha declaración. En ese caso, “liberty” es una idea
pura, abstracta, indeterminada, integral; en tanto que “freedom”, no obstante ser una parte de
ella, es un baluarte y el mayor de ellos (Sánchez Viamonte, Los Derechos del Hombre en la
Revolución Francesa).
¿Esta diferencia de palabras es una sutileza? ¿Existe un valor diferente entre ambas? Los
términos de la discusión dependen de la época en que se ubiquen los polemistas, esto es, en
1776, o doscientos años después. Colocados en términos del siglo XVIII son válidos los
extremos propuestos entre “freedom” y “liberty”. Esa discusión también se puede retrotraer a
la Carta Magna de 1215, y en esa época, la diferenciación, es admisible y correcta.
Ése es el punto de vista de la “cortesía británica” de Margaret Thatcher a fines del siglo XX; con
conceptos del siglo XII. Siempre existe el recurso de escapar a la retórica en materia de
derechos humanos, esto es, salir de las declaraciones vacías y entrar concretamente en la
garantía institucionalizada.
Por ese motivo, colocados en 1789, en materia de derechos humanos, debemos tener presente
los objetivos de la Declaración Francesa de 1789: positivización y racionalización. A pesar del
éxito de la organización británica y la revolución norteamericana, la universalización de los
derechos humanos, es decir, su explicación didáctica al mundo se debió a los franceses.
Finalmente, el 27 de agosto de 1789, se aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano integrada por diecisiete artículos y un preámbulo que la coloca bajo los
auspicios del Ser Supremo, representa~do en una alegoría por un triángulo en cuyo centro está
el ojo del Ser Supremo.
El Preámbulo de la Declaración considera que “La ignorancia, el olvido o el menosprecio de los
derechos del hombre son las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de los
gobiernos” y la resolución de exponer en una declaración, “los derechos naturales
inalienables” y sagrados del hombre. Esos derechos naturales, también se hallan consignados
en el art. 2 de la declaración, señalándose que el fin de toda asociación política es la
conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. No se puede negar la
base ius naturalista racionalista expresa de la declaración, respondiendo al espíritu de la época,
e incluso a los antecedentes norteamericanos que se tuvieron en cuenta. Los derechos naturales
también se hallan en el concepto de la libertad, aclarándose que el límite en el ejercicio de los
derechos naturales está en los derechos de los demás miembros de la sociedad.
Desde el artículo 1º hasta el 12 se establecen derechos entremezclados con garantías penales y
procesales y humanización de la pena. Posteriormente, desde el art. 13 hasta el 16, se regula la
coacción de la fuerza pública, su mantenimiento, contribución, control, rendición de cuentas y
la consagración de la separación de poderes como garantía de los derechos humanos. Por
último, se reconoce el derecho de propiedad. La técnica jurídica no fue la mejor, pero
considerando sus principios, el modo y el ambiente en que fue promulgada, no pudo ser mejor
e incluso no difiere en sus aciertos y errores con la técnica de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de las Naciones Unidas de 1948, que para compatibilizar los dos sistemas
políticos en que se hallaba dividido el mundo, es más lo que omite o afirma veladamente, que
lo que ordena terminantemente, siempre en comparación con la Declaración Francesa de 1789.
Como ha dicho Peces Barba, “la presentación inicial de los Derechos fundamentales se hacía ya
como una propuesta válida para todos los hombres, de la que todos eran titulares. Es decir que
nació con la característica de la generalidad. La portada de la Declaración y la mística de la
revolución francesa han sido la igualdad y la libertad y el balance entre los dos principios, sus
pesos y contrapesos será el argumento de toda la política y la doctrina de los años y de los
siglos siguientes”.
Peces Barba también consideró acertadamente que el planteamiento de la igualdad expresado:
“Todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”, no respondía a la
realidad, pues, algunos derechos como el de propiedad –calificado de inviolable y sagrado–
son de imposible contenido igualitario y, por consiguiente, “no todos los hombres pueden ser
titulares del mismo”.
Casi dos siglos después, en los Pactos de las Naciones Unidas de 1966, tomando en
consideración la condición de la propiedad en la ex URSS y sus satélites, ésta no se halla
establecida entre los derechos humanos. En la ex URSS, el principio de la igualdad se declama
pero sucede que en la realidad, los que detentan el poder, llámese “nomenklatura” o
“establishment”, han creado una burocracia de privilegios que ha hecho de la igualdad, letra
muerta. La punta del iceberg ha sido la forma en que vivían los jerarcas de la República
Democrática Alemana y de Rumania. Por debajo de esos funcionarios, había una red de
privilegios que destruían la igualdad. En la Unión Soviética se ha engañado al pueblo con el
slogan que para mantener la igualdad había que sacrificar la libertad y a la inversa. El
resultado ha sido la eliminación de ambos principios y, por tanto, la violación de los derechos
humanos.
El catálogo de los derechos naturales que la Declaración de 1789 especificaba era: la libertad, la
propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión. La seguridad y la resistencia a la
opresión estaban íntimamente vinculados con los hechos que se produjeron después de 1789.
La seguridad se impuso a fuerza de la guillotina y la resistencia a la opresión hizo que los que
pusieron en marcha la máquina de matar, la probaron, como es habitual, en carne propia.
El principio de la soberanía popular consta en el art. 3º y de él se desprende el de la
representatividad, con el mandato popular instrumentado por el sufragio.
En Sudáfrica, doscientos años después de proclamada la Declaración de 1789, fue liberado
Nelson Mandela, luego de más de un cuarto de siglo de prisión por pretender que haya
igualdad con representatividad, expresado universalmente con la frase: un hombre un voto. A
veces parecería que todo cambia, para que nada cambie.
En la Declaración de 1789, la libertad de cada uno se halla condicionado por la libertad de los
demás y limitada sólo por la ley.
El principio de legalidad ya se encontraba en ciernes en la doctrina de la época y en la filosofía
de la Ilustración. La ley es, pues, la que ordena como expresión de la voluntad general, y con
un contenido igualitario que elimina la impunidad. Al suprimirse los derechos feudales se
derrumbó la desigualdad ante la ley, y por tal motivo, ése fue el síntoma más claro del cambio
de la atmósfera de los derechos humanos.
Nadie queda impune y nadie puede ser acusado, ni arrestado o detenido sino en los casos
establecidos por la ley, que no debe fijar penas que excedan la finalidad, se transformen en
castigos y, por supuesto previas al delito. El principio de la legalidad y sus derivaciones,
concluye en la formulación de la presunción de inocencia hasta la declaración de culpabilidad,
completándose los clásicos principios liberales que figuran en todos los códigos del mundo
(arts. 5º a 9º).
Doscientos años después, Alexandr Soljenitsin, en su Archipiélago Gulag, relata los extremos de
los catorce incisos del Código Penal soviético redactados personalmente por Lenin, dentro de
una norma “abanico que cubría toda la existencia del hombre”, y que lo hace concluir que
“quien hizo la ley hizo el delito”. Prácticamente, parecía que la Declaración de 1789, había
quedado sólo en el papel.
Esa situación y otras similares provocan críticas a la Declaración francesa pues se le atribuye
abstracción, o se la define como “un tratado de geometría” (Ortega y Gasset). Sin embargo, la
Declaración de 1789, no se propuso ser un evangelio de los derechos humanos, sólo pretendió
ser una herramienta lo más eficaz posible.
No se puede atribuir la responsabilidad de las violaciones de los derechos humanos a las
normas, y a los que las redactaron. Los culpables de las violaciones de los derechos humanos
son los hombres encargados de su aplicación, y también la sociedad toda, que por acción u
omisión consiente esas violaciones.
La Declaración de 1789 también previó la libertad de expresión y de pensamiento, y su
exteriorización en la libertad de expresión oral, escrita y de imprenta, que se hallan
establecidas con la salvaguarda de la responsabilidad por los abusos en los casos determinados
por la ley (art. 11).
En la actualidad, hacia el siglo XXI, la tecnología pone nuevos caracteres a esas libertades, pues
la televisión vía satélite penetra las fronteras sin necesidad de autorización. Eso significa, pues,
que un muro es sólo un símbolo y la quema de un libro un anacronismo. Todos los días los
alemanes orientales cuando prendían sus televisores veían imágenes de Alemania occidental.
Día a día se iba destruyendo el muro de Berlín. ¿La tecnología pudo más que los ejércitos?
La Declaración de los derechos del Hombre de 1789, también reglamentó el uso de la fuerza
pública, el mantenimiento y contribución común, impuestos, controles, rendición de cuentas y
las garantías de la separación de poderes (arts. 12 a 16).
La Declaración de 1789 fue, pues, un documento no del todo original pero adecuado para
responder a los reclamos de la sociedad estratificada en clases, presionada por la burguesía en
expansión y con múltiples efectos y consecuencias internas y externas en materia de derechos
humanos.
CONSECUENCIAS DE LA DECLARACIÓN DE DERECHOS DE 1789
Las normas constitucionales del siglo XIX y del XX, y quizás también las futuras del siglo XXI,
tienen y tendrán en sus declaraciones de principios o preámbulos, principios generales que
reconocen la paternidad en la Declaración de 1789.
Las normas internacionales contemporáneas han seguido iguales principios casi cristalizados
por la universalidad de sus términos, muy flexibles y aptos para ser adoptados por culturas
políticas diversas. Ése es el producto de la positivización, esto es, hacer constar los principios en
normas expresas, proceso que se completará en los siglos XIX y XX con el establecimiento de
garantías judiciales para los derechos humanos.
El proceso de positivización, ya se había iniciado con la Declaración de Virginia de 1776 (Ver
Nº 31) con un cambio sustancial en la materia. A partir de fines del siglo XVIII, la técnica
jurídica no es la de los Bill of Rights, o sea derechos que se crean y se establecen. Por el
contrario, las Declaraciones, no crean derechos sino que reconocen su existencia con
anterioridad al nacimiento de los seres humanos, dentro de la más ortodoxa doctrina del
derecho natural.
El proceso de positivización fue fundamental para estructurar en cuerpos normativos
expresos, las normas de derechos humanos, etapa previa a la garantía. Peces Barba anota ese
lento proceso hacia la positivización, con antecedentes en el Edicto de Nantes sobre tolerancia
religiosa de 1598 en Francia; las normas de las colonias inglesas en Norteamérica siempre
establecidas bajo la forma de derecho positivo, y las normas británicas: Petition of Rights
(1628), Habeas Corpus Amendment Act (1676) y otras.
Otra de las consecuencias de la Declaración de 1789 se evidencia en el concepto de la igualdad,
que en relación con la propiedad, provoca sus primeras interferencias, pero no las únicas. En
primer lugar, el efecto de promoción de la igualdad que desempeñó la Revolución Francesa no
se conformó con establecerla o instalarla en Francia, sino que se dispuso a exportarla a toda
Europa. Hasta tal punto llegó este criterio, que Napoleón, emperador de Francia, llevaba en su
cabeza la escarapela tricolor con la igualdad como programa.
Sin embargo, ese principio de igualdad no se extendía a las mujeres, a los negros, a los indios y
a todos los marginados de fines del siglo XVIII .
Hay una sensación de invasión de la historia por los hombres de la Revolución Francesa,
similar a la de los bárbaros, con un monopolio de los hechos históricos, limitados
exclusivamente para los seres humanos de sexo masculino y raza blanca. El eurocentrismo
había sido quebrado, al punto que la Revolución Norteamericana rivalizaba con las europeas,
pero no sucedía así con el protagonismo de los hombres. Se cuenta que Voltaire, expresando
una suerte de paternalismo machista, le volvía a redactar los escritos de Leibniz o de Newton,
a algunas de sus amigas, para adaptarlos a su “inferior entendimiento”.
A pesar de todo, después de 1789, nada fue igual que antes, pues se rompieron los diques hacia
el proceso de igualdad entre sexos y razas y se dieron los primeros pasos que se concretarían
más de un siglo y medio después.
También hay que tener en cuenta que la sociedad europea del 1700 había cambiado no sólo
desde el punto de vista cualitativo, sino del cuantitativo: de 118 millones de habitantes en el
1700, había pasado a 140 millones en 1750 y en 1800 ya rondaba por los 200 millones de
habitantes, un poco menos que la actual población de los EE.UU. El factor de aumento de la
población no ha sido suficientemente evaluado en cuanto a su influencia para el desarrollo de
los derechos humanos, dada la influencia económica que tiene en la producción de alimentos,
adelantos médicos, etc. Por ese motivo, habría que destacar también la influencia del
descubrimiento de la vacuna contra la viruela y el impacto que provocó sobre la tasa de
mortalidad y por ende en la consolidación y distribución del poder sobre una mayor cantidad
de personas. Por lo tanto, el aumento de la población generó consecuencias para los derechos
humanos difíciles de evaluar en su totalidad, pero con seguridad que el efecto cascada a nivel
nacional e internacional ha sido intenso, y quizás el verdadero proceso revolucionario fue el
crecimiento de la población.
Una tercera consecuencia es la referente a un principio clave, el de la asociación, que no fue
considerado en la declaración de 1789 y que incluso fue prohibido en Francia, dos años
después de la Declaración (Ley Le Chapellier de 1791). Hay una acción muy clara en la
prohibición del derecho de asociación, luego de la ley citada que suprimió las corporaciones y
los clubes políticos, más tarde continuada con la Constitución de 1795 y ratificada en el Código
Penal Francés de 1802.
Peces Barba señala que en España, “las asociaciones en el siglo XIX son, también vistas con
desconfianza partiendo del principio del estado liberal, influido por Hobbes y por Rousseau,
de que no hay ninguna fuerza intermedia entre el individuo y el Estado”. Ese principio se
aplica también en Gran Bretaña, en las que recién se autorizan las asociaciones a fines del siglo
XIX (Trade Union Act de 1871).
Es evidente que la Declaración de 1789 dejaba varios derechos sin positivizar ni mencionar
como programa, limitándose a dar un marco general que debía ser llenado en el futuro. Así
está sucediendo ahora con derechos humanos, mal llamados de “tercera generación”, como el
derecho humano al ambiente puro e incontaminado de igual jerarquía e importancia, que la
igualdad de 1789.
La cuarta consecuencia es la referente a los derechos humanos y las colonias. Mientras se
declaraban los derechos del hombre en 1789, su ámbito de aplicación con las limitaciones
expuestas, sólo era el de las metrópolis.
González Campos ha considerado que en verdad, la ideología de los derechos humanos
triunfó en el derecho público europeo y se plasmó en diversos cuerpos normativos, “pero los
grandes textos de 1679 y de 1688 en la Gran Bretaña, igual que la Declaración Francesa de 1789,
verán limitado su alcance en el aspecto, en virtud de la distinción entre territorio
”metropolitano" y “territorio colonial”.
De este modo, los grandes textos sobre los derechos humanos sólo fueron aplicables en
Europa. La contradicción es, pues, evidente, pero no fue suficiente para que una parte del
mundo colonial comenzara a señalar el camino de la descolonización y de la
autodeterminación; proceso comenzado en Norteamérica, extendido luego con la
independencia en las colonias de España, y por último a las colonias del continente africano.
Éstas no han sido todas las consecuencias, ni tampoco se han presentado en forma lineal, es
decir, hay una combinación de factores ambivalentes positivos y negativos en materia de
derechos humanos que significan marchas y retrocesos en la consolidación.
En resumen, los dos efectos que actúan como condición indispensable en el proceso de
consolidación de los derechos humanos son el establecimiento de las bases de la democracia y
de la autodeterminación. La igualdad es esencial como requisito de la democracia; la
positivización, por su parte, tiende a su establecimiento formal y a una más ordenada difusión
de los derechos humanos con contenido normativo, o sea, con sanciones para el caso de su
incumplimiento. La autodeterminación, como presupuesto de los derechos humanos, implica
que no es posible sostener los derechos humanos dentro de una sociedad que carece del más
primitivo de los derechos: el de existir como nación independiente y autodeterminada.
Parecería que la historia de la positivización de los derechos humanos se ha presentado de
manera bastante ordenada, estableciendo y declarando derechos de lo general a lo particular,
en un proceso de análisis y síntesis.
En todos los casos, aún en aquellos en que los hombres de la historia actuaron
espasmódicamente y a borbotones, lo hicieron cuando había fundamento para establecer
derechos humanos y garantías. En esta materia es que verdaderamente la historia acredita con
exceso su lentitud y racionalidad.
36. HACIA EL SIGLO XIX. REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN: ÉXITOS Y
FRACASOS EN LOS DERECHOS HUMANOS
En Francia al mismo tiempo que se sancionó la Declaración de 1789, también se proclamó al
rey Luis XVI, Restaurador de la Libertad francesa.
Sin embargo, se había producido la Revolución Francesa y los cambios no se hicieron esperar.
A fines de enero apareció el siguiente decreto: “en todos los casos en que la Ley pronunciare la
pena de muerte contra un acusado, el suplicio será el mismo cualquiera que sea el delito: el
criminal será decapitado y lo será por medio de una máquina”. La igualdad ante la ley se
cumplió estrictamente generando igualdad ante la muerte y con la tecnología de punta de la
época: la guillotina.
A fines de 1791 se constituyó la Asamblea legislativa con nuevos diputados extremistas que
buscaron la exportación de la revolución a toda Europa, comenzando la guerra contra Austria.
Entretanto, se produjo una profunda reorganización con miras a dictar una constitución, la que
se concluyó en 1791 y por la que la monarquía absoluta se transformó en constitucional bajo los
principios de 1789.
A partir de 1792, la Asamblea Legislativa comenzó a ser dominada por posiciones extremistas
y dentro de un caos generalizado los republicanos invadieron las Tullerías y el rey fue
suspendido de sus funciones.
Durante cuatro noches, a partir del 4 de septiembre de 1792, se sucedió el terror con
ejecuciones y represión en los llamados “degüellos de septiembre”, planteándose la división
entre los girondinos y los jacobinos, estos últimos alineados en una política de ejecuciones y
muertes.
A partir de ese momento comienzan a perfilarse Danton, Marat y Robespierre dentro de un
cuadro dividido entre la izquierda, “los montañeses”, cuyos principales representantes eran
los citados; y la derecha, en la que se hallaban los girondinos que habían moderado sus
posiciones iniciales.
La denominación de “derecha” e “izquierda” dependía de la ubicación en los asientos en la
Convención, a uno y otro lado.
La Convención Nacional actuó con rapidez, en septiembre decretó la abolición de la
monarquía y en diciembre comenzó el juzgamiento de Luis XVI, llamado Luis Capeto en el
proceso. Por 387 votos contra 334, se pronunció la pena de muerte del rey y en enero de 1793
fue guillotinado.
¿Había terminado la monarquía con la muerte de Luis XVI? Los hechos de 1793 hicieron que
Victor Hugo lo llamara “el año terrible”, pues los asesinatos se producían diariamente y la
guillotina, que tardó en imponerse desde el punto de vista de máquina de matar, demostró que
los argumentos del Doctor Guillotin eran ciertos: “con esta máquina, puedo haceros saltar la
cabeza en un abrir y cerrar de ojos sin que sufráis el más mínimo dolor”.
Los años del terror parecieron interminables y las conquistas de 1789 fueron reduciéndose a
letra muerta. Se suspendieron las garantías individuales, se establecieron confiscaciones, se
reemplazó el culto católico por el culto a la Razón eliminándose la libertad de cultos, mientras
en el exterior la situación se complicaba y los convencionales extremistas planteaban una
nueva disyuntiva: “Victoria o muerte”.
Robespierre instaló una dictadura con extremas violaciones de los derechos humanos; cayó
Danton, Desmoulins, y todos aquellos que se le opusieron.
Como es regla en la historia, los autores de los excesos caen víctimas de sus propios excesos, y
Robespierre no fue la excepción: fue ejecutado en la guillotina en 1794. El terror de Robespierre
había terminado.
En 1795 se votó una nueva constitución. Se disolvió la Convención Nacional, se cambió el
poder legislativo y se estableció un nuevo Poder ejecutivo: el Directorio.
Los primeros seis años después de la Declaración de los Derechos del Hombre habían sido
muy duros. En lo interno, los derechos humanos no se respetaron y en lo externo, la guerra fue
constante, mientras los realistas subsistían a pesar de haberse ejecutado al rey.
El Directorio permaneció en el poder durante cuatro años, mientras al calor de las victorias de
la guerra iba creciendo Napoleón, que junto con otros revolucionarios efectuó el golpe de
estado del 18 Brumario y dictó una nueva constitución, instalando el Consulado ejercido por
él, Sieyes y Duclos todo había cambiado, incluso el calendario.
En 1799 casi al terminar el siglo, diez años después de la Declaración, todo había cambiado y
cinco años después la monarquía de Luis XVI, se había transformado en el imperio de
Napoleón. En quince años había cambiado el curso de la historia, lentamente postergada, como
una olla a presión.
Se produjo, pues, la aceleración de la historia, con un emperador que fue llamado el
“Robespierre a caballo” y que contradictoriamente instaló el imperio con la escarapela tricolor
de la revolución francesa.
El plan de Napoleón no tuvo resultados en materia de derechos humanos, los franceses
tuvieron un alto costo de vidas humanas en la empresa napoleónica, una combinación
autoritaria con el proyecto revolucionario de 1789.
El plan de Napoleón tuvo su origen en las victorias militares y su fin en las derrotas militares.
La exportación del imperio a toda Europa ha sido un sueño acariciado por Julio César, por
Alejandro y Carlomagno, pero el obstáculo más serio, era que ese imperio francés venía con
ideas que eran contrarias al mismo imperio y a los demás.
Francia era sospechosa pues había derrocado al rey, lo había ejecutado, había impuesto el
Terror y finalmente instalado un imperio con un plebeyo.
Francia había roto las reglas de la monarquía dinástica que sólo admitía el cambio por medio
de la muerte del rey. Toda Europa se hallaba bajo monarcas absolutos que no se sentían a
gusto con Napoleón, no sólo por su persona, sino por la ideología que venía con él, y el
principio de conquista territorial que lo animaba.
Después de seis coaliciones, Francia fue vencida por una alianza entre Inglaterra, Rusia,
Austria y Prusia. Napoleón había sido derrotado. ¿Había terminado el imperio con la derrota
de Napoleón?
Mientras se produjo la restauración de Luis XVIII, en 1814, Napoleón prepara los cien días que
terminan en Waterloo.
Restauración, toma del poder, abdicación y nueva restauración; muchos sucesos para cien días
dentro de la Europa en pleno siglo XIX. Finalmente, el congreso de los vencedores, el Congreso
de Viena de 1815, estableció el nuevo orden internacional y el plan europeo para ese siglo.
Con ligeras variantes se cumplieron los designios de la Paz de Viena, dentro del equilibrio de
fuerzas y sobre todo sin respetar la libre voluntad de los pueblos, ajustándose a los propósitos
y objetivos solidarios de los monarcas absolutos: mantener el poder de sus tronos.
Los principios de legitimidad dinástica se restauraron y para mantenerlos se estableció una
suerte de fuerza de intervención, la Santa Alianza, en contra de los derechos humanos, y en
especial contra Napoleón y a favor del cumplimiento estricto de las obligaciones de Francia del
Tratado de 1814, por el que se establecieron las condiciones de la derrota.
Las cuatro potencias vencedoras integraron una Liga Permanente o Directorio que pronto se
transformó en Pentarquía con la incorporación de Francia restaurada monárquicamente.
La Santa Alianza legitimó el principio de intervención en contra de la autodeterminación y, por
tanto, en violación de los derechos humanos. En cualquier lugar que se presentara la voluntad
popular en contra de los objetivos de la Pentarquía, se debía intervenir para restablecer el
despotismo existente. Una especie de Pacto de Varsovia, modelo 1815, que evitaba como en
Hungría y Checoslovaquia en 1968, la expresión de la voluntad popular.
El equilibrio de las metrópolis no se reflejaba en la situación de las colonias americanas. Las
colonias de Norteamérica, ya estabilizada su revolución, se hallaban en pleno ejercicio del
poder constitucional surgido en 1787 y ya pensaban en lanzarse a conquistas más ambiciosas:
los derechos humanos de los esclavos. Las colonias españolas y francesas, por su parte, vivían
a la distancia los conflictos que se producían en las metrópolis.
Mientras tanto, la fuerza de las ideas de la Ilustración iba penetrando en la burguesía colonial,
y los intelectuales de la época discutían los alcances de la revolución norteamericana y los
principios de la revolución francesa.
La invasión de España por Francia produjo la resistencia del pueblo español en las primeras
acciones de guerrilla del mundo y se expresó la determinación de luchar por la integridad en
los episodios nacionales, genialmente descriptos por Pérez Galdós.
El proceso de emancipación de las colonias españolas en América tuvo múltiples causas, entre
las que se destacan las revoluciones norteamericanas y la francesa dentro de un rápido y
agitado proceso por la autodeterminación, presupuesto de los derechos humanos.
Los resultados fueron diferentes a las revoluciones que sirvieron de fuente, debido a que no se
produjo el cambio que significa asumir la autodeterminación. Octavio Paz ha dicho que “las
revoluciones de Francia y los Estados Unidos fueron la consecuencia de la evolución histórica
de ambas naciones; los movimientos latinoamericanos se limitaron a adoptar doctrinas y
programas ajenos. Subrayó: adoptar y no adaptar”.
Todos esos hechos de independencia se produjeron en un momento de postración del imperio
español y el proceso disgregador de España se agigantó en América en una atomización de
regiones enteras. Como también dice Octavio Paz, “los caudillos inventaron países que no eran
viables ni en lo político, ni en lo económico y que, además carecían de verdadera fisonomía
nacional”.
Por eso se ha dicho con razón que “En América Latina los pueblos conquistaron la
independencia y comenzaron a gobernarse a sí mismos; sin embargo, los revolucionarios no
lograron establecer salvo en el papel, regímenes e instituciones de verdad libres y
democráticos. La revolución norteamericana fundó una nación; la francesa cambió y renovó la
sociedad; las revoluciones de América fracasaron en uno de sus objetivos centrales: la
modernización política, social y económica” (Octavio Paz, Tiempo Nublado).
Esos aspectos de modernización se refieren casi exclusivamente a los planteos que debieron
hacerse en materia de derechos humanos, al predominar el desorden, la tiranía, la violencia y
el despotismo.
Sin embargo, ese planteamiento obliga a repensar a la revolución francesa misma. ¿La
Revolución Francesa fue un éxito o un fracaso en materia de derechos humanos?
Margaret Thatcher ha criticado los efectos de la revolución francesa en ocasión de la
celebración de los doscientos años y ha señalado que fue la Carta Magna inglesa de 1215 la que
estableció el régimen de protección de los derechos humanos.
Esas manifestaciones, calificadas por la prensa como “cortesía británica”, promueven el
planteamiento de las revoluciones inglesas y norteamericanas, versus la francesa, en cuanto a
su eficacia para hacer duraderos y estables los derechos humanos.
Mariano Grondona ha considerado que “tanto la revolución inglesa como la norteamericana
dieron lugar a procesos políticos y económicos de continuidad y desarrollo. Fueron un éxito.
En ambos casos un ‘éxito’ anterior a la Revolución Francesa. Ninguna de ellas cobró tan alto
número de víctimas inocentes”.
Hemos analizado la época del terror con el final protagonizado por Napoleón dentro del
despotismo ilustrado y las guerras, con más de dos millones de franceses muertos.
La historia conflictiva de Francia, luego de la revolución, es una suma de dificultades y
retrocesos, pues, casi hubo un estado de revolución permanente. Mariano Grondona dice que:
“En cuanto a la propia Francia, sus revoluciones siguieron sin detenerse en 1830, 1848 y el
interregno de Luis Napoleón, hasta la calma relativa de la Tercera República, la derrota en la
Segunda Guerra Mundial, Petain y la inestable Cuarta República y la Quinta República de De
Gaulle a partir de 1958" (La Nación, 16/7/1989). Cada una de esas revoluciones, a su vez se
divide en otras revoluciones; la Revolución Francesa fue la revolución de la Asamblea
Legislativa, la de la Convención Constituyente, la de los girondinos, la de los jacobinos, la de
Termidor, la del Directorio, la del Consulado. Cabe preguntarse, pues, si esa chispa de locura
de los franceses ha sido eficaz en materia de los derechos humanos.
Las revoluciones anglosajonas han sido eficientes en materia del establecimiento de los
derechos humanos, pero las revoluciones francesas, dentro de su inestabilidad y la precariedad
de sus instituciones, sometidas a cambios constantes, han expresado la universalidad, esto es,
han expresado el sentir universal de los seres humanos con respecto a los derechos humanos.
La expresión de la universalización se acredita en las constituciones y normas del derecho
positivo, que en sus preámbulos y declaraciones contienen una repetición casi textual de los
documentos de la Revolución Francesa. Las constituciones de las colonias emancipadas de
América española, o las más recientes de los nuevos países descolonizados de África,
contienen de una manera u otra, las normas de la Revolución Francesa que se han cristalizado
más allá de las barreras idiomáticas o culturales.
La Revolución Francesa creó la ideología de los derechos humanos y posteriormente estableció
una cultura de los derechos humanos.
El siglo XIX comenzó con tres revoluciones con efectos diferentes para los derechos humanos:
la revolución francesa, la norteamericana y la de las colonias latinoamericanas. Cada una de
ellas, de alguna manera, ha significado un éxito para los derechos humanos, más allá de su
eficacia o ineficacia para la modernización política, económica o social. Algunas de esas
revoluciones han centrado su acción en la autodeterminación, otras en la democracia, otras en
la extensión de esos principios directrices como bases para la organización de las sociedades.
Las revoluciones han actuado básicamente en los derechos humanos como un marco general y
con avances y retrocesos han ido generando la aplicación concreta para las personas. Todas las
revoluciones no han sido completas e integrales, en unas, el establecimiento de la igualdad fue
parcial al excluir a amplios sectores de la sociedad, en otras, la libertad e igualdad además de
parcial fue espasmódica con aumentos y quitas sucesivas dentro de un plano general de
crecimiento; otras han tenido un efecto didáctico al explicar conceptos abstractos que estaban
en la sensibilidad de todos, pero nadie podía expresar.
Por lo tanto, para los derechos humanos el éxito o el fracaso nunca es absoluto. El fracaso
siempre es experiencia, y el éxito, un peldaño más para adquirir nuevos derechos humanos
más eficaces y extensos.
El objetivo de la aceleración de la historia de los derechos humanos se cumplió; la
positivización de los derechos se produjo. En el futuro de la historia lenta, los nuevos objetivos
planteados fueron la generalización y por último, la internacionalización con medios de
protección eficaces.
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR
1. Acto primero: Obertura
Un pequeño dormitorio en el piso alto de la casa del reverendo Samuel Parris, en Salem,
Massachusetts, en la primavera del año 1692...
... Salem había sido fundada apenas cuarenta años antes. Para el mundo europeo toda la provincia era
una frontera bárbara, habitada por una secta de fanáticos que, a pesar de todo, exportaban productos
en cantidad creciente y de valor en paulatino aumento.
Nadie puede saber realmente cómo eran sus vidas. No tenían novelista y, aunque hubiese habido uno a
mano, no hubieran permitido a nadie leer una novela. Su credo les vedaba toda cosa que se pareciese a
un teatro o “placer vano”. No festejaban la Navidad y un día de descanso sólo significaba que debían
concentrarse aún más en la oración...
... La tragedia de Salem, que está por comenzar en estas páginas, fue el producto de una paradoja. Es
una paradoja en cuyas garras vivimos aún y todavía no hay perspectivas de que descubramos su
resolución. Simplemente era esto: con buenos propósitos, hasta con elevados propósitos, el pueblo de
Salem desarrolló una teocracia, una combinación de estado y poder religioso, cuya función era
mantener unida a la comunidad y evitar cualquier clase de desunión que pudiese exponerla a la
destrucción por obra de enemigos materiales o ideológicos. Fue forjada para un fin necesario y logró
ese fin. Pero toda organización es y debe ser fundada en una idea de exclusión y prohibición, por la
misma razón por la que dos objetos no pueden ocupar el mismo espacio. Evidentemente, llegó un
momento en que las represiones en Nueva Inglaterra fueron más severas de lo que parecían justificar
los peligros contra los que se había organizado ese orden. La “caza de brujas” fue una perversa
manifestación del pánico que se había adueñado de todas las clases cuando el equilibrio empezó a
inclinarse hacia una mayor libertad individual.
Si uno se eleva por encima de aquel despliegue de maldad individual, sólo puede compadecerlos a
todos, así como nosotros seremos compadecidos algún día. Todavía le es imposible al hombre
organizar su vida social sin represiones, y el equilibrio entre orden y libertad aún está por encontrarse.
La “caza de brujas” no fue, sin embargo, una mera represión. Fue también, y con igual importancia, una
oportunidad largamente demorada para que todo aquel inclinado a ello expresase públicamente sus
culpas y pecados cobijándose en acusaciones contra las víctimas.
“Las Brujas de Salem”, Arthur Miller.
2. Calamidad
“Hoy, los horrores del hambre han vuelto; las panaderías han sido asaltadas, el pueblo carece de pan;
precisamente después de una buena cosecha, en plena abundancia, estamos a punto de morir de
hambre. ¿Podemos dudar que estamos rodeados de traidores que tratan de llevarnos a la ruina? ¿Se
debe esta calamidad a la cólera de los enemigos del pueblo, a la codicia de los monopolizadores, a la
deslealtad o ineptitud de los administradores?”.
Jean Paul Marat, “L’Ami du Peuple”, París, septiembre de 1789. Publicado en Diario “Página 12", Argentina,
1989.
3. Danton
... Hay como un soplo de tormenta hasta en los pliegues de su corbata, hasta en las solapas de su traje
escarlata. Ese “rostro del tártaro”, como lo describió un amigo, contribuye a sembrar el terror. Como
Mirabeau, podría decir: “Mi fealdad es también una fuerza.” ¿Acaso no lo llamaban “el Mirabeau de la
canalla”?
La fuerza! Todo en él respiraba fuerza: la frente, la mirada, la corpulencia, ese brazo que parecía de
hierro, esa mano derecha que se tendía violentamente, mientras que apoyaba la otra en el flanco
izquierdo, esa voz estentórea, “órgano fulminante” del que hablaban los periódicos de la época. Lo
llamaban Cíclope, Atlas, Esténtor, Titán y, más frecuentemente, el Hércules de la Revolución. Todos los
gigantes de la mitología clásica.
Ese Hércules tenía sus debilidades. Era voluptuoso y derrochador...
... Finalmente, última y peor debilidad, parece haber sido poco escrupuloso en materia de dinero. No
era, naturalmente venal pero, como desperdiciaba el dinero, lo malgastaba, lo daba, tenía necesidad de
él. Durante mucho tiempo, dudé que todas las acusaciones que se le hicieron a este respecto fuesen
justificadas. Peor he tenido que rendirme ante las revelaciones aportadas por mi colega M. Mathiez
quien, en verdad experimenta por Danton un odio como el de Robespierre. He estudiado muchas veces
ese proceso, y ahora estoy convencido: debió de recibir dinero de muchas manos. Como Mirabeau, él
también decía que, aunque pagado, no se vendía. “Un hombre como yo es impagable”...
La víspera por la noche, Danton fue advertido. Se le ofreció huir al extranjero. Pronunció la célebre
respuesta: “No se lleva a la patria en la suela de los zapatos!” Además, se creía todavía demasiado
fuerte para ser arrestado. “No se atreverán!”, repetía. “Mirad mi cabeza ¿No está bien plantada sobre
mis hombros? ¿Por qué habrían de querer matarme? ¿Para qué? ¿Con qué objeto?” “Cerrados!”,
gritaba Danton, “Cerrados! ¿Cómo? Si no han comenzado todavía! No hemos leído las pruebas! No
se han presentado los testigos!” Ni siquiera se había escuchado a la defensa. Y se los condenó a todos,
gracias a ese golpe traicionero Danton, que adivinaba a Robespierre detrás de Saint-Just que acababa
de encontrar el lazo que los estrangulaba, exclamó “Cobarde asesino!... Infame Robespierre! El
cadalso te reclama! Me seguirás, Robespierre!”
Pese a todo, algunos jurados parecieron vacilar: Danton! El hombre del 10 de agosto! Se les dijo: “Si
Danton no es guillotinado, lo será Robespierre”. Eran todos amigos de Robespierre. Su veredicto llevó a
Danton al cadalso.
El 16 germinal (6 de abril de 1794) la carreta fue a buscar a los condenados. Nunca se había cargado
una hornada semejante: Desmoulins, Fabre d’Englantine, Hérault de Séchelles, Danton y otros once,
todos famosos por distintos motivos en la historia de la Revolución. “Buena cacería”, dijo un gendarme
al verdugo que fue a la Conciergerie a hacer el siniestro corte de cabellos...
... Al descender de la carreta Danton quiso besar a sus amigos. El ayudante del verdugo los separó:
“Imbécil! ¿Impedirás que nuestras cabezas se besen en el cesto?” Seguía siendo el Danton de
siempre.
Fue el último en subir, como Vergniatud. “Su cabeza, a punto de caer”, escribe un testigo, “parecía dictar
leyes”...
Madelin, Luis: “Los hombres de la revolución”, Buenos Aires, Javier Vergara editor, 1989, pp. 141, 142, 156 y
157.
4. La Revolución Francesa y EE.UU.
“Sin duda, fue más positivo el influjo de Francia y su Revolución en la historia de Estados Unidos.
Comenzó con la camaradería creada en los combates de la Guerra norteamericana contra Inglaterra, y
determinó vínculos estrechos entre los antiguos aliados durante los primeros años de la Revolución
Francesa. Siguió, bajo el gobierno de Napoleón, con la compra de Louisiana en 1803, acto en que
Francia vendió una antigua posesión ultramarina a la nueva nación norteamericana. A través de
Louisiana, antes y después de la compra, el Código de Napoleón pudo hacer pie en el continente
americano. Sobre todo, parece que el concepto francés de ‘libertad’, según se proclamó inicialmente en
los ‘Principios del 89’, ha impresionado perdurablemente al pueblo de Estados Unidos”.
“Esa unión efectiva continuó un siglo o más; lo demuestra, durante la década de 1880, el entusiasmo
con que los neoyorquinos saludaron la colocación de la Estatua de la Libertad, a orillas del río Hudson,
sobre la base de un diseño francés. Y es notable cuántos norteamericanos de las décadas de 1920 y
1930 realizaron una peregrinación casi anual a Francia –y sobre todo a París– en cuanto cuna de la
”Libertad" y los Derechos del Hombre. Quizá también se reflejó en la literatura norteamericana
contemporánea, como en la nostalgia sentimental suscitada por París y sus bistrós expresada en
algunas novelas de Hemingway y, en un nivel literario un tanto más bajo, por Elliot Paul en su libro The
Narrow Street, escrito en la década de 1920."
Rude, Georges: “La Revolución Francesa”, Buenos Aires, Vergara, 1989, pp. 258-259.
B. LIBROS
Los libros escritos por los personajes citados en el capítulo y además El Emilio de Rousseau, libro
insoportable, como afirmaba Jorge Luis Borges, pero necesario para captar los desniveles de los
doctrinarios. Con motivo del Bicentenario de la Revolución Francesa, se han impreso varias antologías
de textos que no repetiremos.
Algunas obras clásicas:
C. Crane Brinton, A Decade of Revolution, 1789-99 (1944); F. Furet y D. Richet, The French Revolution
(traducción inglesa, 1970); L. Gershoy, From Despotism to Revolution (1970); L. R. Gottschalk, The Era
of the French Revolution: 1715-1815 (1929); E. J. Hobsbawm, The Age of Revolution: Europe 1789-
1848 (1962); G. Lefebvre, The French Revolution (traducción inglesa, 2 vols., 1963); A. Mathiez, The
French Revolution (traducción inglesa, 1927); R. R. Palmer, The Age of the Democratic Revolution: a
Political History of Europe and America, 1760-1800 (2 vols., Princeton, 1964); J. M. Roberts, The French
Revolution (Oxford, 1978); G. Rudé, Revolutionary Europe, 1783-1815 (1964); A. de Tocqueville, The
Ancien Régime and the French Revolution; Les Temps modernes de G. Zeller, que forma parte de la
Histoire des Relations Internationales, editada por P. Renouvin; Historia de España y de su influencia en
la Historia Universal, Barcelona, 1918-1941 de A. Ballesteros y Beretta.
Las obras de historia son en general de los autores que nacieron apenas después de la Revolución
Francesa como Thomas Carlyle (1795-1881); Macaulay, Michelet y Taine. En literatura, vinculado con
los derechos humanos, todos los que de una forma u otra adhirieron al romanticismo y al idealismo
posterior a la Revolución Francesa: Víctor Hugo en Francia con Notre Dame de París, Los Miserables y
Cromwell; Balzac; Stendhal; en Inglaterra, Dickens con David Copperfield y los Pickwick papers; en
EE.UU., Emerson y Whitman ya en pleno siglo XIX. En Alemania, toda la obra de Goethe es un canto a
la libertad en contra de la injusticia, junto con Schiller. En España el siglo de oro ya había terminado
(1516-1664), Cervantes, su Quijote y sus novelas ejemplares, junto con Lope de Vega, Alarcón y
Quevedo expresiones máximas desarrolladas en un ámbito negativo hacia los derechos humanos, lo
que evidencia la extraña disparidad existente entre arte y libertad, sobre todo teniendo en cuenta que
Cervantes expresa uno de los más profundos sentidos de la libertad. Gran parte del Quijote fue escrito
en la cárcel, ¿Cervantes lo hubiera escrito fuera de ella?
C. CINE
El nacimiento de una nación dirigida por David Ward Griffith; Danton, dirigida por Andrej Wajda y con la
actuación de Gerard Depardieu; La noche de Varennes dirigida por Ettore Scola; Revolución de Hugh
Hudson; Chovans dirigida por Phillipe de Broca; Adiós Bonaparte de Youssef Chahine; Los miserables
de Robert Hossein.
D. CARTA AL AUTOR
Ésta es la copia de la carta que por expresa indicación del que la escribió deberá ser entregada al juez
que interviene en la causa.
Buenos Aires, en el escalón del siglo XXI
Al Autor:
Hace tiempo que estoy pensando en esto. Creo que el derecho internacional y los derechos
humanos no existen por culpa de los profesores. Creo que el derecho existirá una vez que comience la
tarea purificadora con los profesores, para que de una vez por todas terminen los males que hemos
soportado durante años.
Mientras saboreo mi Coca Cola, espero que llegue el Profesor Sánchez Mediocri. He envenenado
el whisky que suele beber y por lo tanto creo que podré finalmente matarlo. No dejaré que la
posteridad me premie con el crimen perfecto, y por tanto, procedo a escribir mi entera confesión al
Juez de la causa.
¿Por qué he llegado a esta determinación?
Hitler decía que cada vez que escuchaba la palabra cultura, instantáneamente sentía ganas de
acariciar la culata de su revólver. Por mi parte, odio a los maestros, desde que he iniciado el colegio,
con seres atrabiliarios de terminología pesada; como “lapicero” y “educando”; de dogmatismo con
tablas de multiplicar perfectas; de hipotenusas que siempre son el resultado del cuadrado de los
catetos y geometrías perfectas -refugio de las más terribles vanidades profesorales.
Creí que la enfermedad era cosa de niños y de adolescentes, y pensé que en la universidad
terminaría. Pensé que mis sueños perversos de destrucción magistral serían locuras juveniles por falta
de consejo. Sin embargo, sucedió todo lo contrario. A medida que comencé a transitar por la
universidad, me encontré con profesores de paseo, como las bicicletas; sin rumbo ni plan, erráticos, sin
saber hacia donde van. Me encontré con profesores más dogmáticos que mis peores maestras bigotudas.
Me encontré con profesores que escondían sus propias miserias cotidianas y las transmitían, como si
estuvieran contentos con sus cánceres y SIDA y gozaran contagiando su mediocridad, sus deseos de
figuración, su falta de excelencia, su ignorancia universal. Me encontré con libros farragosos que
hablaban de “enjugar conceptos”, de falacias como “si bien es cierto, no lo es menos” frases que
encierran la verdad encorcetada dentro de inmensos circunloquios.
Siempre me dijeron, que para ser profesor había que escribir libros y sólo encontré apuntes
apresurados, escritos en la turbamulta de subterráneos atestados. Los profesores no me transmitieron
sus utopías, me decían que soñar es malo y peligroso. Me enseñaron a buscar lo superficial, desdeñar
los méritos, criticar al tonto que trabaja, al que habla con sus alumnos, al que investiga. Me enseñaron a
copiarme,el valor de la memoria, me enseñaron a desdeñar el razonamiento por los peligros que trae
aparejado, producto de los conceptos absurdos que ni ellos entendían. Me enseñaron a ser oblicuo en
mis juicios, a no buscar la verdad, excepto en los hielos de un buen whisky. Me inculcaron a buscar el
calor de todas las academias para ocultar los fracasos e inseguridades. Me enseñaron a decir “A”, y
pensar “B”. Me enseñaron a quejarme de todo, a participar de huelgas sin preguntar por su legitimidad,
o a no participar en ellas para no asumir compromisos. Me enseñaron a esconder los méritos de los
demás, no hablar de los trabajos de los demás, a transar con todos los gobiernos por un puesto, si es en
Europa, mejor.
Aprendí con rapidez todo lo que tenía que aprender. Me hice falso, ruin y pechador. Avancé a los
codazos. Todo presagiaba que iba a realizar una gran carrera, hasta que sucedieron ciertos hechos que
cambiarían mi destino.
Primero, ciertos hechos de índole personal que el ámbito de mi privacidad justifica callar. Después
vi en el cine “La sociedad de los poetas muertos. Allí sentí placer insuperable al ver que los libros eran
deshojados de sus ridiculeces. Cuando salí del cine, me pareció que había llegado la hora. Más tarde leí
su libro, del cual no hablaré, pero debo reconocer que encontré un lenguaje nuevo, oxigenado, aunque
todavía le quedan muchos resabios que exigen un urgente tratamiento, (ud. no ha dicho ni una sola
palabra de Toqueville). Finalmente, recibí una misteriosa carta en clave que me advertía de la
”conjunción de desmedida ambición con una reptante obsecuencia, todo sazonado con una sonriente
hipocresía". La carta que me apresuré a destruir, por expreso pedido del remitente, concluía
amargamente con una suma de corrupciones materiales y espirituales: “corrupta administración en una
corrupta sociedad, en un corrupto país... quizás los haya peores”.
Nunca sabré quién me mandó la carta. Ahora suena el portero eléctrico: comienza el principio del
fin de todos los profesores Sánchez Mediocri del mundo.
Juan Hidalgo
CAPÍTULO IV
LA DESACELERACIÓN DE LOS
DERECHOS HUMANOS
37. NOCIONES GENERALES
Durante la aceleración de los derechos humanos se produjeron los tres procesos
revolucionarios del siglo XIX: la revolución norteamericana, la revolución francesa y las
revoluciones emancipadoras de las colonias de América Española. Esos hechos constitutivos
para los derechos humanos se produjeron a caballo del siglo XVIII y del XIX, estrenando el
nuevo siglo.
El balance de los primeros años del siglo, aún a pesar del despotismo ilustrado de Napoleón,
debió ser favorable pues los derechos humanos comenzaron a positivizarse e incluirse en los
textos doctrinarios como principios ya cristalizados en normas jurídicas. Habían dejado de ser
utopías y comenzaban a andar, dentro de una sociedad no acostumbrada a la aceleración de la
historia y menos aún a admitir los cambios.
Parece que es una regla que todo proceso de aceleración de la historia sigue con uno de
desaceleración, o sea un período, durante el cual la sociedad debe hacerse cargo de los cambios
propuestos, ponerlos en práctica y actuar en consecuencia.
Los cambios no fueron gratuitos o providenciales, en Francia tuvo un costo de más de dos
millones de muertos, y por tanto, los políticos, intelectuales y toda la sociedad europea
comenzó un período que se caracterizó por la desaceleración, una especie de proceso de
disminución de los vientos revolucionarios, de recoger velas en los derechos humanos.
La regla está acreditada, pues, que toda acción genera reacciones. Las reacciones fueron
amplias y se escondieron bajo el velo de la paz europea. Una época sin revoluciones que
permitió asegurar la paz con alto costo en los derechos humanos. Volvieron los despotismos
ilustrados y el principio de la legitimidad dinástica fuera de la voluntad popular.
Inglaterra y Estados Unidos de América permanecieron encerrados en sus propios proyectos;
la primera actuando en la medida de sus intereses nacionales, dentro de un amplio desarrollo
económico de la mano del industrialismo y de la máquina de vapor; y Estados Unidos en el
espléndido aislamiento acariciando sus sueños de destino manifiesto.
Este período de desaceleración tiene un principio y un fin. Comienza con la Paz de Viena y
concluye con la Segunda Guerra Mundial, después de casi un siglo y medio. La desaceleración
de los derechos humanos, en su última etapa durante la Segunda Guerra Mundial, ha
significado un retroceso histórico dentro de un agudo proceso de ingeniería social.
El nacionalsocialismo, el fascismo y el marxismo leninismo han constituido doctrinas que en lo
político, en lo económico y social han violado sistemáticamente los derechos humanos y han
transformado en letra muerta todos los avances que se habían logrado.
¿Cuáles fueron las razones de estos procesos? ¿Por qué los seres humanos aceptaron ideas y
doctrinas que significaron muerte y exterminio? ¿Cuántas pruebas hay que soportar por ser
titular de los derechos humanos?
Las violaciones de los derechos humanos en el período de la Segunda Guerra Mundial han
significado una prueba de fuego para el género humano y también han creado la convicción
universal de que sin derechos humanos no hay vida posible.
A partir de la Segunda Guerra Mundial, aún los regímenes más dictatoriales que afirmaban
cumplir con los derechos humanos, en los hechos los violaron sistemáticamente. El estado
nacional dejó de ser confiable y quedó bajo sospecha. La internacionalización de los derechos
humanos fue más que un objetivo, una necesidad postergada.
38. LOS DERECHOS HUMANOS DESPUÉS DE LA PAZ DE VIENA. HACIA LA
GENERALIZACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS
El siglo XIX fue el siglo de la antítesis, esto es, la puesta en práctica de doctrinas contrarias a las
que habían gestado las revoluciones inglesa, norteamericana, francesa y latinoamericanas. A
partir del siglo XIX comienzan a salir del cono de sombras de los libros los hombres y mujeres
protagonistas de la historia, antes envueltos en un halo de litografía antigua y bronce. Ya no
aparecen en estatuas a caballo, ahora empiezan a figurar en fotografías primero borrosas y año
tras año más claras; primero en fotos hoy amarillentas y estáticas y luego animadas en el cine
del siglo XX.
El desarrollo científico fue el “challenge” de esta época, quizás haya sido el objetivo
fundamental que opacó desde un punto de vista los progresos de los derechos humanos a fines
del siglo XVIII y principios del XIX, centrando los esfuerzos para hacer triunfar la ciencia, que
necesitó de la libertad conquistada antes, para cumplir ese propósito.
Louis Henkin considera que en el siglo XIX aparecen como protagonistas el hombre y la psique
humana. En épocas anteriores sólo estaban Dios y el pueblo. En ese siglo XIX, la propia
naturaleza del hombre, sus necesidades de dignidad y realización son las que dictan los
derechos y las libertades.
Hubo fuertes tensiones en esa época. Por una parte, casi a comienzos del siglo XX, se empieza a
admitir que la esclavitud y el comercio internacional de esclavos constituyen delitos. Por la
otra, el Congreso de Viena propicia el retorno del Estado absolutista de carácter universal con
detrimento de los derechos humanos. En países como Estados Unidos, donde se consolidaba el
gobierno representativo y la organización del estado sobre la base del derecho, la esclavitud
sólo termina después de una guerra civil e incluso “la igualdad racial fue frustrada con
verdadera efectividad, muchos fueron los que no conocieron los derechos civiles y políticos y
la libertad económica sólo sirvió para dar paso al trabajo infantil, a la explotación de los
obreros y al abuso de los consumidores”.
En ese sentido, el proceso tiende a la extensión de los derechos humanos como una “propuesta
válida para todos los hombres, de la que todos eran titulares”.
Hasta el siglo XVIII, el objetivo esencial fue la positivización de los derechos, muchos de ellos
establecidos sólo en el plano teórico. El siglo XIX, en cambio, se dirige a que por medio de la
igualdad se tienda a generalizar y extender los derechos a todos. Recordemos que en la Carta
Magna de 1215, un pequeño grupo de señores feudales arrancó concesiones personales al rey.
Pero la antítesis se produce claramente con el derecho de asociación prohibido en Francia,
España e Inglaterra. La generalidad de los derechos no se extiende tampoco a las mujeres, que
no ejercieron el derecho de sufragio hasta el siglo XX (en la Argentina a partir de 1951, Ley
13.010 de 1947).
La historia de los derechos humanos en el siglo XIX plantea diferencias sustanciales con
respecto a la de los siglos anteriores. Hasta ese momento, los progresos en esta materia se
produjeron linealmente, esto es, dentro de unidades territoriales bien diferenciadas del resto
(Francia, Estados Unidos, Inglaterra) y con centralización en las decisiones, o sea, con unidad
en cada avance o retroceso. Esto significa que los derechos humanos se establecían dentro de
una estructura de poder en pugna, pero bien clara en la determinación de sus objetivos y
propósitos.
La Convención Nacional o la Asamblea Constituyente se presentaba con objetivos en materia
de derechos humanos, que a pesar de diferir con el rey, planteaban en forma centralizada sus
pretensiones en derechos humanos, polemizaban, debatían y finalmente el resultado quedaba
consolidado en normas.
En Inglaterra sucedía lo mismo con grupos sociales que iban tomando poder y reivindicaban
objetivos de derechos humanos, obteniendo la sanción de ley tras ley y así iban extendiendo la
generalidad de los derechos.
En Estados Unidos, luego de la Constitución de 1787 el poder se consolidó y el territorio
también se integró por compras a otros Estados (Caso Florida, Luisiana, etc.) o por avance de la
institucionalización en todo el país.
En cada uno de estos ejemplos la estructura estatal estaba presupuesta. Francia ya estaba
constituida política, económica, social y culturalmente; y de igual manera sucedía con
Inglaterra y los Estados Unidos. Esas naciones ya estaban autodeterminadas o bien tenían
estructuras de autodeterminación antes de desarrollar la igualdad y la libertad.
Durante el siglo XIX, hay dos elementos que se presentan e influyen en los derechos humanos.
En primer lugar, como resultado de la cultura, lazos históricos, lengua, religión, tradiciones,
etc., se van consolidando unidades territoriales que pretenden romper los lazos que las
vinculaban con las grandes potencias. Éstas no pueden controlar la situación, largamente
postergada y las nacionalidades comienzan a presionar para autodeterminarse fuera de tutelas
y dominios.
El mapa de Europa con pocos estados se va integrando con nuevos estados, que primero han
sido naciones y luego se han organizado jurídicamente bajo la forma estatal. Es decir, que de
alguna manera, el proceso de emancipación de las colonias latinoamericanas se repitió en el
seno de Europa, retardadamente si tenemos en cuenta que para comienzos del siglo XIX, Italia
y Grecia no existían como estados en el concierto europeo.
Todo este proceso no fue producto de concesiones gratuitas, tuvo un alto costo de vidas
humanas para conquistar el presupuesto de los derechos humanos: la autodeterminación.
El segundo elemento que se presenta en el siglo XIX viene unido con el desarrollo de la ciencia
y la técnica; la industrialización y la aparición de los obreros industriales, dentro de sociedades
estratificadas luego del feudalismo, que empiezan a plantear los derechos humanos de índole
económico-social en la reivindicación de la dignidad del trabajo negándose a considerarlo
mercancía.
Estas dos corrientes, la de la autodeterminación y la de los derechos humanos económicos-
sociales, dentro de nuevas sociedades industriales; son las corrientes que permanecerán
vigentes en el siglo XX, y quizás bajo nuevos caracteres se presentarán también en el siglo XXI
(autodeterminación informática, derechos humanos al medio ambiente, etc.).
39. LA AUTODETERMINACIÓN DE LOS PUEBLOS
La autodeterminación de los pueblos es un presupuesto de los derechos humanos. No hay
derechos humanos sin autodeterminación y tampoco hay derechos humanos si no hay
democracia. Por tanto, el establecimiento de la autodeterminación ha tenido lugar en distintos
ámbitos y épocas y todavía no ha concluido.
Hay dos aspectos para analizar: el desarrollo histórico en general, y en particular, el de la
Europa del siglo XIX. Esos planteos de autodeterminación fueron la base de la Primera y
Segunda Guerra Mundiales y de las reivindicaciones de varios Estados, que sufrieron las
consecuencias del desconocimiento de sus derechos y a fines del siglo XX replantean los
derechos humanos a su propia existencia como Estados independientes, luego de más de
medio siglo de postergaciones (Estonia, Lituania, Armenia), etc.
DESARROLLO HISTÓRICO GENERAL
En la antigüedad la autodeterminación de los pueblos no se respetaba. Este concepto se ha ido
consolidando a partir de 1945, después de la Carta de la ONU.
Una de las características del colonialismo ha sido históricamente la concepción de un mundo
central y otro periférico.
Se cuenta que en 1611, la regente de Francia le expresó al rey de España que las hostilidades
deberían llevarse a cabo en los espacios periféricos “más allá del meridiano de las Azores, en el
occidente y del trópico de Cáncer en el sur... y que en esas zonas, el más fuerte era el Señor ”.
Eso significaba que la guerra debía llevarse a cabo cuanto más lejos de la metrópolis, mejor.
La expansión colonial del sistema de poder y conocimientos europeos, y la concepción de la
guerra en lo posible fuera de sus espacios soberanos, configura un mundo ajeno, fuera de las
fronteras del propio. La similitud con situaciones que se producen en la actualidad es evidente.
Otra de las características sobre las que la doctrina ha prestado poca atención es que los
derechos humanos en Inglaterra y Francia se receptaron en normas sólo aplicables en Europa
(Declaración Francesa de los Derechos del Hombre de 1789; Acta de Habeas Corpus de 1679 y
Bill of Rights de 1689 en Inglaterra). También el acta de Tolerancia de Maryland de 1649, por
ejemplo, permitía la libertad religiosa, pero la limitaba a determinadas personas y espacios.
Hay, pues, una dicotomía entre los territorios metropolitanos y coloniales. En los últimos se
excluye la aplicación normativa de los instrumentos jurídicos citados.
Las críticas al colonialismo no implican sólo la situación de desigualdad que era la base de las
relaciones jurídicas entre colonia y metrópoli. Internacionalmente, el punto de ruptura es la
impugnación del sistema en lo que respecta a la esclavitud, que recién a fines del siglo XIX es
abolida. Sin abolición de la esclavitud no hubiera sido posible la autodeterminación de los
pueblos.
La colonización de África por los Estados europeos muchas veces tuvo la forma jurídica de
acuerdos con los habitantes. Esos acuerdos por los que se sometía la soberanía de la zona, o se
establecían protectorados se fundamentaban en el objetivo de cumplir con la “misión sagrada
de la civilización” entre los “salvajes”.
Hay muchos ejemplos de esas expresiones en la doctrina. Por ejemplo, el art. 38 del hoy
vigente Estatuto de la Corte Internacional de Justicia, que forma parte integrante de la Carta de
la ONU, cuando se refiere a las fuentes del derecho, prescribe: “los principios generales del
derecho reconocidos por las naciones civilizadas”. ¿Qué significa naciones civilizadas? ¿Las
que no lo son, carecen de principios generales de derecho? ¿Quién discrimina entre naciones
civilizadas y no civilizadas?
De la misma manera que América, África quedó fuera de los sistemas de protección del
derecho a la autodeterminación. Siguiendo esa corriente, se hicieron intercambios de zonas de
influencia, cesiones y permutas de territorios sin el consentimiento de los pueblos
involucrados.
En espacios jurídicos determinados hubo algunos progresos en la relación de poder y
conocimiento con respecto a las personas afectadas por el colonialismo en el Acta de Berlín de
1885 y el Acta General de Bruselas de 1890.
Hay que reconocer, sin embargo, que el sistema tenía bases filosóficas claras, sin
ambigüedades ni eufemismos. Maquiavelo decía que “en las colonias no se gasta mucho y con
esos pocos gastos se las gobierna y conserva, y sólo se perjudica a aquellos a quienes se
arrebatan los campos y las casas para darlos a los nuevos habitantes que forman una mínima
parte de aquel Estado”. Maquiavelo también consideraba que “a los hombres hay que
conquistarlos o eliminarlos”.
Las voces que se levantaban contra ese sistema que producía grandes beneficios económicos
eran muy pocas. Bacon reconocía que el colonialismo fue un sistema por el cual el mundo se
internó en los romanos. A este respecto, es fundamental señalar que los romanos generalmente
instalaban las colonias con los mismos derechos que la metrópoli, habida cuenta que en la
mayoría de los casos les concedían el jus civitatis igual que en Roma. Jeremías Bentham, (al que
se le atribuye la denominación de derecho internacional), advirtió sobre las consecuencias
perniciosas del sistema colonial.
Este proceso de la autodeterminación aún no ha concluido, y los aspectos señalados abarcan
los comienzos del mismo. La internacionalización de la autodeterminación se ha positivizado
recién en 1960 (Declaración 1514 de la ONU). En la historia de los derechos humanos, la
autodeterminación es un tema recurrente y aún se desborda hacia fines del siglo XX.
Mientras subsistan pueblos, grupos humanos, tribus, etc., con bases suficientes desde el punto
de vista político, cultural, social, etc., cuyos deseos e intereses sean los de constituir una
entidad propia, permanecerá vigente e inconclusa la historia de la autodeterminación.
AUTODETERMINACIÓN EN LA EUROPA DEL SIGLO XIX
La Paz de Viena de 1815 impuso sus reglas y los principios de intervención en los asuntos
exteriores y de legitimidad dinástica. A pesar de esos propósitos, ya había comenzado en
Europa otra época, que quizás puede remontarse antes de la Revolución Francesa.
Dicen que Luis XIV recibió información sobre la forma de gobernar de los turcos, y al expresar
su admiración por ese sistema sin ningún contralor, uno de sus consejeros le recordó que
frecuentemente, los más altos jerarcas de Turquía terminaban degollados. Éste era el clima en
la época del “Rey Sol”, que nunca hubiera sospechado lo que iba a pasar años después.
A mediados del siglo XIX había pasado el terror en Francia, pero no había concluido la
organización y la marcha hacia ésta fue muy larga; casi puede afirmarse que recién concluyó
en la Quinta República, en 1958.
En casi toda la Europa Occidental de post-Viena parecieron vivirse algunos años de
tranquilidad luego del vendaval napoleónico. ¿Cuál era el panorama en Europa?
La historia se desarrolló en varios escenarios: el escenario francés encendido desde la
Revolución Francesa y con los sucesos de 1830 y de 1848; el de Europa Oriental con el
protagonismo de Turquía que invadía países pero no pretendía cambiar nada de ellos, dentro
del típico orden otomano, instaurado exclusivamente para recaudar tributos; la situación de
los Balcanes; la de Italia y Alemania y las seis guerras que se sucedieron entre 1848 y 1870
hacia la unificación de esos Estados; la expansión británica y su lucha hacia la generalización
de los derechos humanos.
Todos esos escenarios, que no son los únicos, abarcan fundamentalmente el tema de las
nacionalidades enmarcado en el movimiento romántico, que entremezclaba los sentimientos y
la cultura, constituyendo un verdadero espíritu nacional. En todos esos escenarios, el
planteamiento de los derechos humanos era el de la autodeterminación sobre la base de las
nacionalidades, con estructuras ya maduras para constituir Estados.
Francia desarrolló en los demás países de Europa, el principio de las nacionalidades. A medida
que el ejército francés se internaba en Europa, mientras se luchaba se intercambiaban contactos
humanos y se advertían similitudes y diferencias. Los principios equivalentes eran los de
libertad, igualdad y fraternidad y la concreción de ellos, por encima de la lucha contra los
franceses, significaba plantear la lucha contra los dominadores de turno.
Después de la derrota de Napoleón se produjo la restauración, es decir, vuelve la monarquía a
Francia, pero todo no fue igual. La Declaración de los Derechos permaneció y la Constitución
se reformó.
Los primeros años, por el agotamiento de las guerras napoleónicas y por la Paz de Viena,
fueron de relativa tranquilidad nuevamente con los borbones.
Primero reinó Luis XVIII y luego Carlos X. En 1830, durante el reinado de Carlos X, la situación
llevó al rey con sus ministros a ejecutar un golpe de estado dentro de un resurgimiento de la
política absolutista y de opresión a la libertad.
El golpe de estado de Carlos X se efectivizó por medio de unas Ordenanzas, por las cuales
prácticamente se dejaba sin efectos la Constitución vigente. Se suprimió la libertad de prensa,
se disolvió la Cámara de diputados, se modificó el sistema electoral restringiéndolo y
finalmente se convocó a nuevas elecciones.
La respuesta no se hizo esperar, y el pueblo reaccionó violentamente. El 27 de julio de 1830 la
situación era insostenible dentro de un clima de revolución pro-constitucional y en contra del
golpe absolutista de Carlos X. En los primeros días de agosto, el rey abdicó y la Asamblea bajo
la presidencia de Lafayette la rechazó y declaró el trono vacante hecho que produjo la caída de
los borbones y el ascenso del Duque de Orleáns, Luis Felipe I.
La revolución de 1830, con participación múltiple de soldados, estudiantes y algunos obreros,
no fue de Francia exclusivamente, pues se extendió a Bélgica, Portugal, España, Italia,
Alemania y otros países.
Lo que había sucedido es que la Paz de Viena se había impuesto entre los reyes, pero no entre
los pueblos. El tratado internacional que señalaba caprichosamente los límites entre los estados
no podía suplir la voluntad popular. Los reyes ya no podían ejercer el poder autoritariamente,
y en la mayoría de los casos se exigía una base constitucional para el ejercicio del poder. Esto
no significó de hecho la instalación de las monarquías constitucionales, pero en realidad
dejaron de ser indispensables los acuerdos de las cúpulas reinantes, exigiéndose un mínimo de
consenso por parte de los gobernados, esto es, del pueblo.
Al final de 1830, existía la sensación que el mundo europeo no sólo había cambiado por los
nuevos inventos, sino que se había producido una renovación que abría interrogantes para el
futuro, parte de los cuales tendrían respuestas en la revolución de 1848 y la guerra franco-
prusiana de 1870.
A pesar de ese reguero de constituciones que se iban produciendo en el continente europeo, la
realidad era que los derechos humanos no se cumplían. Las constituciones llamadas
“liberales”, como la de España de 1812, establecían derechos humanos que no tenían alcances
generales y aún subsistía y se fomentaba una política de esclavitud y de colonialismo feroz en
el continente africano y en Asia.
Como consecuencia del proceso anotado de las nacionalidades comenzó a cristalizar la
autodeterminación en Europa. Bélgica obtuvo su independencia en 1830, Italia fue uniendo su
rompecabezas disperso y Alemania sobre la base de Prusia consolidó su unidad interna y
produjo a un mismo tiempo el resurgimiento del autoritarismo.
40. LOS DERECHOS HUMANOS A MEDIADOS DEL SIGLO XIX
A mediados del siglo XIX, y como consecuencia de los cambios económicos, políticos y
sociales, la burguesía había adquirido derechos y exigió participación en las decisiones
políticas.
Dentro de una concepción vertical apareció la clase obrera como resultado del industrialismo,
en un panorama de extremas necesidades y de explotación que generaron la explosión de las
cuestiones sociales.
En adelante, los derechos humanos se plantearán como exigencias de toda la sociedad,
produciéndose una suerte de confluencia moderada entre los intereses de la burguesía
ascendente junto con la clase trabajadora, hacia la democratización de los estados dentro del
constitucionalismo social, al mismo tiempo que iban constituyendo unidades nacionales
autodeterminadas.
Desde 1850, en adelante, el panorama europeo tuvo nuevos componentes y protagonistas,
temporariamente detenidos por impulso de la Paz de Viena, pero una vez libre de sus
compromisos, se lanzó hacia otros proyectos.
Los hombres y mujeres de la generación de la Declaración de Derechos de 1789, ya estaban
muertos; la lucha contra la nobleza había terminado, los privilegios feudales habían
desaparecido, y nuevos componentes de la sociedad asumían su protagonismo, dentro de
fuerzas ambivalentes.
Por un lado, los nuevos grupos sociales pugnaban por participar en la nueva realidad y, por
otra parte, impedían hacerlo a las clases sociales que se hallaban en inferioridad de condiciones
con respecto a ellos. Esto es, las burguesías actuaban con los obreros de la misma manera que
la nobleza había actuado con ellas.
A pesar de esta puja, todos los grupos sociales estaban embarcados en el mismo propósito:
consolidar sus estructuras nacionales, autodeterminarse y declarar la independencia dentro de
un sistema lo más democrático y constitucional posible.
Toda esta época de cambios fue muy similar a la de los finales del siglo XX, en la que también
como consecuencia de la ciencia y la tecnología, el mundo se dirigió a una concepción
democrática, dentro de un proceso de aceleración histórica.
El entusiasmo creador que se presentaba hacia mediados del siglo XIX, tenía bases doctrinarias
que un siglo y medio después demostraron su falta de fundamento. El marxismo de mediados
de siglo se presentó como una propuesta válida para solucionar los problemas económicos,
políticos y sociales.
La situación en el Reino Unido era muy diferente, pues, las vicisitudes que el resto de Europa
estaba sufriendo, los británicos ya las habían pasado y se encontraban en un proceso muy
firme hacia la generalización de los derechos humanos.
Este proceso hacia la generalización de las normas de derechos humanos se puede verificar en
la historia del Reino Unido en el período del siglo XV al XIX, que constituye un buen ejemplo
para examinar la extensión gradual de los derechos humanos a toda la sociedad.
La industrialización inglesa de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX produce una
modificación de las estructuras socioeconómicas. La revolución industrial provocó un
incremento de la producción con nuevas concepciones del trabajo justificadas dentro de la ética
calvinista.
El resultado fue, pues, una acumulación de capital que invertido eficazmente fundamentó el
capitalismo con sus filósofos Adam Smith y David Ricardo. Esa situación generó clases
antagónicas: los terratenientes y grandes comerciantes (gentry) y los obreros con jornadas
agotadoras genialmente descriptas por Swift y Dickens. Sólo en el siglo XIX la sociedad va
consolidando un perfil democrático, dentro de una división vertical en clases con un fuerte
proletariado industrial.
El objetivo de la política británica fue establecer sólidamente el sistema parlamentario dentro
de la nueva realidad socioeconómica y producir una adecuada participación política de las
clases sociales dentro del liberalismo económico.
El período conservador de 1815 a 1830 se caracterizó por medidas coyunturales proteccionistas
ante la crisis de superproducción manufacturera. Una legislación ultraconservadora estableció
la restricción de la libertad de imprenta, e incluso de asociación.
El ciclo lo cerró Canning en 1822 con cambios moderados, luego de Palmerston y Peel. Los
whigs buscaron una participación mayor del electorado al incorporar a los empresarios al
sufragio en 1831.
La era victoriana desde 1837 a 1901 fue el período de mayor estabilidad de la Corona. Fueron
los años del auge colonial e interno, articulado y consubstanciado. Son años de luchas para
obtener la representación por el sufragio universal y secreto, inmunidades parlamentarias,
menores jornadas de labor y diversas reivindicaciones populares.
El imperio británico se consolidó con el dominio de la mitad del tonelaje mercantil, seguros,
bancos y actividades financieras que aseguraban la expansión sin riesgos. Carlyle, Dilke y
Kipling fueron los profetas del mesianismo británico, de un mundo “cada día más inglés” y de
la misión británica en el mundo. Ésa fue la época de Disraeli y Gladstone, clausurada en el
siglo XX por Chamberlain.
Otras potencias pugnaban por el predominio y finalmente el pragmatismo británico hacia 1914
completó el imperio en las Colonias, Protectorados y Dominios.
¿Qué sucedía con el régimen electoral interno? ¿El derecho de sufragio se extendía a todos?
Durante el reinado de Victoria se afianzaron las reformas electorales. En primer lugar en 1867
empezaron a votar los obreros especializados y representantes de la pequeña burguesía. En
segundo término, el Estado reconoció a las Asociaciones de Trabajadores (Trade Unions).
Finalmente, en 1884, votaron los propietarios rurales de viviendas. Eso significó políticamente
un incremento de cuatro millones de nuevos electores.
Sociológicamente se produjo una fusión entre liberales y conservadores. Los terratenientes
crearon vínculos de familia con la clase industrial económicamente en ascenso. Cada grupo,
puro en sus comienzos, se permeabilizó en el campo socioeconómico.
Este análisis histórico permite apreciar la diferencia entre las declaraciones teóricas y la
realidad limitativa en el ejercicio de los derechos humanos. En síntesis, la realidad era que a
pesar de existir derechos positivos, no se extendían a toda la sociedad.
Como surge, pues, de este análisis histórico-político británico, el proceso hacia la
generalización de los derechos humanos llevó casi trescientos años.
En realidad el círculo se cerró en 1998 al incorporarse en el sistema jurídico británico la
Convención Europea de Derechos Humanos. (Ver Helen Fenwick, Student Law Review, Spring,
1998, London.)
41. LOS DERECHOS HUMANOS EN LOS DOCTRINARIOS DEL SIGLO XIX
Mientras en Inglaterra se iba consolidando el proceso hacia la generalización de los derechos
humanos, en el resto de Europa se vivían horas decisivas a mediados del siglo XIX.
Las nacionalidades habían prendido con fuerza en el espíritu de italianos, alemanes, belgas,
etc. al punto que en algunos casos habían mutado hacia nacionalismos, que serían las causas
de la Primera y Segunda Guerra Mundial.
El escenario de Europa había cambiado y a partir de allí todo sería diferente a lo anterior, en
cuanto a los derechos humanos y a la sociedad nacional e internacional.
La revolución francesa, la norteamericana, las revoluciones latinoamericanas y la monarquía
constitucional inglesa ya establecida; habían producido un proceso de aceleración de la
historia, generando el liberalismo con sus ideas de libertad individual, participación, estado de
derecho y libertad económica, acompañado todo con un esquema sólido de renovación de la
sociedad.
Esas fuerzas tuvieron su contrapartida en el conservadorismo, que arraigó con fuerza en
Inglaterra y en otros Estados. Uno de sus principales propugnadores fue Edmund Burke, el
mismo que en su momento efectuara una encendida condena de la Revolución Francesa y que
motivara la contestación de Paine en su obra Los Derechos del Hombre.
La ideología conservadora de contenido reaccionario se presentaba con un fuerte autoritarismo
político, dogmatismo filosófico y ortodoxia religiosa, y se estableció con facilidad en Austria,
Prusia y España hacia mediados del siglo XIX. Algunos de los doctrinarios extremos de esta
posición plantearon un estado neofeudal, medieval, corporativo y germánico criticando la
tendencia liberal de las nacionalidades (Von del Marwitz, Novalis); otros se manifestaron
partidarios del legitimismo y de las monarquías divinas en contra de la voluntad popular (De
Bonald y de Maistre).
Contra esa posición se alzó el pensamiento liberal con Jeremías Bentham, Stuart Mill y otros,
que plantearon la concepción liberal desde el punto de vista filosófico y económico (David
Ricardo y Adam Smith).
La iglesia también tomó parte en estos planteos y en 1864 publicó el Syllabus Errorum (sumario
de errores), documento en el que se condenó el liberalismo, la democracia, el conocimiento
científico y sus aspectos vinculados con la investigación, el sindicalismo, el racionalismo y
otras doctrinas liberales. Recién hacia fines del siglo XIX, la encíclica Rerum Novarum enfocó
la gestión social bajo el pontificado de León XIII. (Ver nº 45).
Mientras estas doctrinas ilustraban el pensamiento de la época, Europa se iba formando como
una suma de mosaicos dispersos, sobre la base de las nacionalidades y también con el aporte
filosófico de doctrinas que colocaban en forma extrema a la personalidad nacional, como factor
esencial dentro de políticas de fuerza.
Como es de suponer, se produjo el choque con las pretensiones simétricas de otros estados
dentro de políticas de fuerza y pueblos “superiores” e “inferiores”.
Las mayorías, titulares del sentimiento nacional, se atribuyeron el derecho de persecución y
más tarde la eliminación de las minorías de tipo racial, religioso, idiomáticas, etc. Al principio
surgió la discriminación de las minorías y más tarde comenzó una persecución global, que
prácticamente ha llevado más de un siglo y aún no ha terminado. Ese nacionalismo extremo
hizo también que según sus doctrinarios, fuera necesario ampliar la base territorial del estado
y, por tanto, los estados fuertes se lanzaron a una acción desenfrenada de conquistas
enmarcada en el imperialismo.
Mientras algunos doctrinarios como Kant, Fichte y Schelling establecían las bases del idealismo
filosófico, muy cercano a una doctrina universal actual de los derechos humanos; otros autores
como Hegel, planteaban puntos de vista totalmente diferentes, que sustentaban doctrinas
políticas muy cercanas a la posición de Bodín y Hobbes.
Hegel fue el primero que estableció el análisis y síntesis de las posiciones dialécticas de la
historia, considerando que la sociedad civil era un campo de batalla de todos contra todos en el
que cada uno es para sí su único fin y lo demás no es nada, produciendo –según Heller– el
desarraigo del hombre de sus vínculos familiares.
Hegel también prestó atención a la concentración de capital, a la proletarización y la pobreza,
proponiendo algunas soluciones que podemos denominar con Paul Johnson como de
“ingeniería social”: el imperialismo colonial y el abandono.
El imperialismo colonial fue la política que en realidad los Estados adoptaron; y la segunda
solución fue la que empleó Inglaterra como remedio a la pobreza, no tuvo dudas en
“abandonar a los pobres a su destino dejándolos abandonados a la caridad pública”.
Las concepciones de Hegel, dentro del historicismo, fueron forjando el genio alemán como
culminación de la historia, que con el aporte de Nietzche comenzó a anticipar la llegada del
Superhombre, producida con el advenimiento de Hitler.
De esta manera, las concepciones doctrinarias cristalizaron mediante violaciones extremas de
los derechos humanos, con una base filosófica tan perversa como concreta y enmarcada en un
pregonado racionalismo, que a cambio del protagonismo histórico, dejaba al hombre sin
protección y librado a esas fuerzas controladas por los Superhombres de turno.
Las doctrinas de Hegel llegaron a un punto en que se bifurcaron en dos posiciones: la derecha
y la izquierda hegeliana. El más importante seguidor de Hegel, fue Marx, que a partir de la
dialéctica de la historia planteó una crítica radical de la sociedad con interesantes
observaciones desde el punto de vista de los derechos humanos.
Algunas de las doctrinas expuestas fueron muy eficaces para justificar el fracaso más penoso
de la historia: el imperialismo colonial con su secuela de violaciones de derechos humanos; la
proletarización, con una cuestión social demorada a cambio de fuerza de trabajo en límites de
esclavitud; la persecución de minorías, y por último las dos guerras mundiales.
Hay factores múltiples para el fracaso histórico y parte de la responsabilidad es atribuible a los
totalitarismos: fascismo, nazismo, marxismo y capitalismo sin rostro humano.
Todos esos totalitarismos ensombrecieron el siglo XX. Casi en el final del siglo XX, se está
percibiendo un cambio sustancial en la valoración de los derechos humanos, el final del
fascismo y del nazismo se ha producido con la derrota en la Segunda Guerra Mundial; el final
del marxismo se ha producido con el fracaso de éste para hallar soluciones económicas,
sociales y políticas para la sociedad. También está terminando el “apartheid”, lo que hace decir
a muchos autores que la situación a fines del siglo XX es única en la historia. Es única, por las
expectativas que se presentan para la efectivización de los derechos humanos.
42. LOS OBSTÁCULOS PARA LA GENERALIZACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS
El proceso tendiente a la generalización de los derechos humanos universalmente enfrentó dos
obstáculos claramente diferenciados. El primero a través del pensamiento liberal, que
basándose en la libertad hacía trizas la igualdad. Peces Barba, con cita de Benjamin Constant,
ilustra claramente la situación:
“... en nuestras sociedades actuales, el nacimiento en el país y la madurez de edad no bastan
para conferir a los hombres las cualidades requeridas para el ejercicio de los derechos de
ciudadanía. Aquellos a quienes la indigencia mantiene en una perpetua dependencia y
condena a trabajos diarios no poseen mayor ilustración que los niños acerca de los asuntos
públicos, ni tienen mayor interés que los extranjeros en una prosperidad nacional cuyos
elementos no se conocen y en cuyos beneficios sólo participan indirectamente.
“No quiero cometer ninguna injusticia con la clase trabajadora. Es tan patriota como cualquiera
de las restantes, y a menudo realiza los más heroicos sacrificios siendo su abnegación tanto
más de admirar cuanto que no se ve compensada por la fortuna ni por la gloria. Pero una cosa
es, a mi juicio, el patriotismo por el que se está presto a morir por su país, y otra distinta el
patriotismo por el que se cuidan los propios intereses. Es preciso, pues, además del nacimiento
y de la edad legal, un tercer requisito: el tiempo libre indispensable para ilustrarse y llegar a
poseer rectitud de juicio. Sólo la propiedad asegura el ocio necesario sólo ella capacita al
hombre para el ejercicio de los derechos políticos...”
Marx efectuó una crítica constante de los derechos humanos por su ubicación en la esfera de la
distribución y no de la producción.
La revisión leninista de la teoría marxista señaló con mayor claridad las tensiones entre
libertad e igualdad con la destrucción de ambas en la revolución del proletariado. Peces Barba
también cita el pensamiento de Lenin:
“La revolución proletaria es imposible sin la destrucción violenta de la estructura estatal
burguesa y sin la sustitución por una nueva que, según Engels no es ya un Estado en el sentido
propio del término”.
“El índice necesario, la condición expresa de la dictadura es la represión violenta de los
explotadores como clase y como consecuencia la violación de la democracia, es decir de la
igualdad y de la libertad en relación con esta clase”.
Todos esos viejos monumentos se están derrumbando hacia fines del siglo XX. Las banderas
con los signos del marxismo-leninismo son quemadas, de igual manera que las banderas
norteamericanas se quemaban en otras épocas. Los rumanos exhiben con orgullo su bandera
con un agujero en el medio, donde antes estaba la hoz y el martillo. Se están replanteando los
viejos monumentos que pacientemente construyó el marxismo a lo largo de más de un siglo.
¿Quién hubiera pensado en 1848, en momentos de la Revolución de París y del Manifiesto
Comunista que se pudieran producir cambios tan radicales? ¿Quién pudo prever lo que se
preparaba después de 1850? ¿Quién hubiera pensado que Metternich, el gestor de la Santa
Alianza debió huir después de la Revolución de Viena en 1848?
Todos los cambios sobrevenidos hasta la Primera Guerra Mundial se produjeron dentro de
violaciones de los derechos humanos cada vez más amplias. Las guerras fueron cada vez más
atroces, y las violaciones de los derechos humanos durante sus desarrollos acentuaron la
necesidad de hallar soluciones humanitarias a los excesos, agravados con el desarrollo de la
tecnología bélica. (Guerra de Crimea, Guerra Franco Prusiana).
Las claves estratégicas de finales del siglo XIX para el desarrollo de los derechos humanos
fueron: el colonialismo, la abolición de la esclavitud y la cuestión social.
Las claves estratégicas de principios del siglo XX para el desarrollo de los derechos humanos
fueron: el constitucionalismo, su difusión, y las fuerzas que se le opusieron: el nazismo y el
fascismo.
Todo ese ambiente ambivalente de los derechos humanos se desarrolló dentro de dos guerras
mundiales que costaron a la civilización y al género humano más de sesenta millones de
muertos (ver Capítulo V).
43. EL COLONIALISMO Y LOS DERECHOS HUMANOS
La influencia del colonialismo en la economía se refleja en un informe de un reportero
británico que llegó a decir que un plantador británico de las Antillas, por las importaciones que
consumía, contribuía a la riqueza nacional veinte veces más que un ingles radicado en su país.
Entre 1874 y 1877, Henry M. Stanley atravesó el África Central y luego recorrió el Río Congo.
La proeza consistió también en el descubrimiento de un espacio desconocido por los europeos:
el lago Edward y la cuenca del Congo. Durante mil días, Stanley recorrió y puso en marcha
una cadena de posibilidades, hábilmente explotadas por el Rey Leopoldo II de Bélgica, que
aprovechando que en Europa estaban ocupados en otros problemas, inició la explotación
económica del Congo Belga.
¿Cuáles eran las fronteras de esas regiones? ¿Qué derecho se atribuían para explotar el caucho,
cobre, cobalto, cadmio y otros recursos?
No había ninguna justificación que autorizara a tomar para sí recursos ajenos, excepto las
propias, que eran los intereses de las “naciones civilizadas”. Hay que tener en cuenta también
que los países coloniales, no solamente obtenían beneficios económicos, sino que también
estaban convencidos, quizás sinceramente, que estaban beneficiando a los pueblos y a la
humanidad.
Se dice que las fronteras de cada país eran fijadas por la fatiga del explorador y en ocasiones
los límites entre uno y otro Estado cortaban en dos una misma tribu.
El ejemplo de Leopoldo II y la colonización del Congo es ilustrativo y trasladable a todas las
colonizaciones, que sólo se diferenciaron por los rasgos propios culturales de las potencias, que
imprimían algunos de los rasgos propios y, por tanto, se habla de la colonización inglesa, la
belga o la francesa.
De acuerdo con Leopoldo Sédar Senghor, poeta y publicista senegalés, el colonialismo es un
“proceso de ocupación de un país por extranjeros, los cuales están decididos a hacer de él su
propio país, o bien a mantener simplemente su dominación indefinidamente”; “colonialismo
es pues, la explotación de los pueblos sometidos por parte de los conquistadores”.
El colonialismo se presenta como la contrafigura de la autodeterminación que es el
presupuesto de los derechos humanos (ver Nº 39).
Por tanto, el colonialismo viola los derechos humanos de los habitantes y ha sido uno de los
más escandalosos testimonios de abusos inhumanos durante el siglo XIX, que se estructuró
como una explotación económica rentable.
Se refiere que la escandalosa suma de atrocidades que se cometieron en el Congo Belga llevó a
Leopoldo II a constituir una Comisión investigadora y uno de los cónsules británicos publicó
en 1904 un informe en el que manifestó haber visto a mujeres y niños encadenados dentro de
cobertizos en calidad de rehenes, y de trabajadores africanos azotados en público por el delito
de no producir suficiente caucho, concluyendo que en quince años de colonialismo, el
resultado fue de quince millones de indígenas muertos, por torturas, asesinatos o
enfermedades. En realidad esos informes no difieren de los hechos que actualmente se
producen en Haití o en la Unión Soviética antes de la perestroika.
En la actualidad, el colonialismo ha sido calificado de delito de derecho internacional y la
comunidad internacional se halla interesada en el fin de esta violación de los derechos
humanos.
¿Cuáles fueron las causas de ese cambio de actitud? ¿Por qué los Estados colonizadores
reconocieron la injusta explotación del colonialismo? ¿Cómo se ha podido salir de esa
situación?
Leopoldo Senghor ha considerado los factores por medio de los cuales los pueblos colonizados
han tomado conciencia de su identidad nacional, algunos de los cuales le han sido
absolutamente ajenos, como las dos guerras mundiales.
Por eso un primer factor fue el de la destrucción de las dos guerras, en las que los colonizados
pudieron comprobar que los colonizadores “no eran inmortales”, “que no eran dioses”.
En segundo lugar, los propios vicios de la explotación colonialista: la explotación económica, la
destrucción de las civilizaciones autóctonas, el desprecio hacia lo indígena y desde luego que
los colonizadores no practicaban las virtudes que enseñaban. Senghor concluye: “fue así como
llegamos a tomar conciencia de la necesidad absoluta de recuperar nuestra identidad original,
nuestra civilización original y con ello la recuperación de nuestra dignidad”.
La historia del colonialismo ha sido accidentada y violenta. Las violaciones de los derechos
humanos han sido intensas y prolongadas, pues sólo se acordó sistemas de convivencia para la
explotación entre las grandes potencias como el Congreso de Berlín de 1884 que sólo sirvió
para dividir y racionalizar la explotación.
Por lo visto, la historia de la autodeterminación no fue un camino fácil ni rápido.
Un avance significativo fueron los catorce puntos de Wilson, que en realidad han sido una
expresión de paz universal tendiente a que cada nación pueda “determinar sus propias
ilusiones”. Sobre esa base se fijaron los límites de Europa Central y Oriental.
Finalizada la Primera Guerra Mundial y luego de firmado el armisticio, Wilson viajó a Brest
con un objetivo central: poner en ejecución su punto XIV, que establecía:
“Debe formarse una liga general de naciones bajo principios específicos, a fin de dar garantías
recíprocas respecto a la independencia política y la integridad territorial de todos los países,
grandes y pequeños”.
Luego de la Primera Guerra Mundial, el Pacto de la Sociedad de las Naciones dispuso que “el
bienestar y el desarrollo de esos pueblos coloniales constituyen una misión sagrada de
civilización”. (Pacto Sociedad de las Naciones, art. 22).
Es probable, pues, que en la aplicación del Pacto de la Sociedad de las Naciones primaran
razones de oportunidad política. Los hechos históricos posteriores así lo acreditan (conquista
japonesa de Manchuria, 1931/32; invasión de Etiopía; ataque japonés a China en 1937, etc.).
Remarcamos además que el principio de autodeterminación fue sugestivamente omitido en el
Pacto de la Sociedad de las Naciones.
Lo concreto es, pues, que la autodeterminación de los pueblos no era un principio general del
derecho internacional público. Por eso, Churchill y Roosevelt lo establecieron por un tratado.
El 14 de agosto de 1941, se firmó la “Carta del Atlántico” con objetivos muy similares, en letra
y espíritu, a los Principios de Wilson al expresar: “no aprueban que se realicen modificaciones
territoriales que no estén de acuerdo con los deseos que expresen libremente los pueblos
interesados” (art. 2).
“Respetan el derecho de todos los pueblos a elegir el régimen de gobierno bajo el cual han de
vivir y desean que se restituyan los derechos soberanos y la independencia a los pueblos que
han sido despojados de ellos por la fuerza” (art. 3).
Esas normas, junto con los principios de soberanía e igualdad de la Carta de la ONU, dieron
origen al concepto de “igualdad soberana” (arts. 1, párr. 2 y 2, párr. 1).
En 1960, el rey Balduino saludaba a sus súbditos en un automóvil abierto, cuando un joven
negro le arrebató el sable. Había terminado una época y comenzaba otra con los dolores de
crecimiento que se evidenciaron en los sucesos posteriores a 1960.
Los nuevos instrumentos que integran la Carta Magna de la Descolonización están
constituidos por la declaración por la que se reconoce el derecho de autodeterminación
(Declaración 1514 de 1960 de la ONU) y la declaración que reconoce la soberanía sobre los
recursos naturales de 1962 (Resolución 1903 de 1962 de la ONU), conjuntamente con la Carta
Africana de los Derechos Humanos y de los Pueblos de 1981.
La norma que establece la síntesis de todo este proceso expresa: “La sujeción de pueblos a una
subyugación, dominación y explotación extranjeras constituye una denegación de los derechos
humanos fundamentales, es contraria a la Carta de las Naciones Unidas y compromete la causa
de la paz y de la cooperación mundiales” (art. 1, Declaración 1514-Asamblea de la ONU). Con
esta disposición, se concretó la parte positiva de la autodeterminación en la que el Presidente
Wilson de los Estados Unidos de Norteamérica había tenido mucho que ver.
El resto de la historia del colonialismo, pertenece al ámbito de las historias inconclusas, esto es
las historias que aún no han terminado a pesar de aparentar haber concluido. (Ver Cap. VII).
44. LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD
La esclavitud es una de las mayores violaciones de los derechos humanos. Sin embargo, este
criterio que hoy parece obvio, ha tenido una consideración distinta a través de la historia.
Durante una primera etapa, la esclavitud era una institución común de las sociedades
primitivas y justificada desde el punto de vista filosófico y político (Aristóteles, Platón, etc.).
(Ver Nº 2, 3, 4 y 5). En el transcurso de la segunda etapa, los gobiernos auspiciaron el tráfico de
negros por medio de acuerdos como el “Pacto de Asiento de Negros”, firmado en Utrecht en
1713, por el que España concedió a los súbditos británicos, el monopolio de importar 4.800
esclavos anuales a América por el término de treinta años. En esa época había una demanda
insaciable de esclavos, tanto es así que según informes, en la isla británica de Barbados se
importaron 200.000 esclavos en el período de 1712-1768.
La tercera etapa es la propiamente internacional, pues, por influencia de Inglaterra y desde
1814 en el Tratado de París, se invitó a los demás países a participar en acciones comunes
contra la esclavitud.
En el Congreso de Viena de 1815 se expresó que “consideraban la abolición universal del
tráfico de negros como una medida especialmente digna de atención, conforme al espíritu del
siglo y a los principios generales de sus augustos soberanos”. Esa tendencia continuó en los
congresos de Aix-La Chapelle de 1818 y el de Verona de 1822, y en ambos, Inglaterra propuso
que la trata de negros fuera asimilada a la piratería y se la considerara delito internacional.
Aunque no se adoptó un tratado internacional, la técnica empleada fue la de los acuerdos
bilaterales que Inglaterra celebró con diversos estados (Portugal, 1817; Suecia, 1824; Brasil,
1826; Francia, 1831, etc.). Entre esos acuerdos bilaterales celebrados por Inglaterra se halla el
Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre las Provincias Unidas del Río de la Plata de
1825, en cuyas disposiciones se acordó la represión del trato de negros.
En la cuarta etapa, superados los acuerdos bilaterales, se planteó la necesidad de acuerdos
internacionales y el primer escalón fue el Acta General de Berlín de 1885 en el que se delimitó
el reparto de África remarcando la “misión civilizadora” del hombre blanco, se instaló a
Leopoldo II de Bélgica como soberano del Congo y a un mismo tiempo se estableció el deber
de los firmantes de cooperar para la abolición de la esclavitud en sus posesiones,
protectorados, esferas de influencia y colonias.
En 1890, el Gobierno Belga convocó la Conferencia de Bruselas, en la que se acordó el Acta
General de Bruselas, con varias disposiciones sobre la represión del trato de negros en el país
de origen, en el país de destino y durante el transporte. El acta regulaba con detalle, el derecho
de vista a ejercer sobre los buques sospechosos de tráfico de negros.
Con posterioridad, la Sociedad de las Naciones avanzó un paso más para la abolición de la
esclavitud, y se firmó en Ginebra, la Convención de 1926 sobre la Esclavitud que consolidó las
disposiciones dispersas en un texto unitario.
En el Preámbulo de la Convención de 1926, se hace referencia a los antecedentes que hemos
reseñado y se expresa la intención de “poner término a la trata de esclavos africanos” e
“impedir que el trabajo forzoso se convierta en una condición análoga a la de la esclavitud”.
En la Convención se define la esclavitud como “el estado o condición de un individuo sobre el
cual se ejercitan los atributos del derecho de propiedad o algunos de ellos” (art. 1). Se entiende
por trata de esclavos “todo acto de captura, adquisición o cesión de un individuo para
venderle o cambiarle; todo acto de cesión por venta o cambio de un esclavo, adquirido para
venderle o cambiarle, y en general todo acto de comercio o de transporte de esclavos”. Los
estados Partes se comprometieron a realizar una acción conjunta para reprimir y prevenir la
trata de esclavos y a “procurar de una manera progresiva, y tan pronto como sea posible, la
supresión completa de la esclavitud en todas sus formas” (art. 2).
La esclavitud no sólo se materializaba en la trata de negros, sino también en la trata de blancos
y de coolíes. La trata de blancos se realizaba en el norte de África y del Asia Central mediante
la venta de los europeos que caían en poder de ciertas tribus. Estos procedimientos cesaron con
el proceso colonizador de los Estados europeos y también con la celebración de acuerdos con
los príncipes de Marruecos, Túnez, Argelia y otros estados.
La situación de los “coolíes” era diferente, por tratarse en primer lugar de inmigrantes chinos,
hindúes, cafres, malgaches, y de otras razas de Asia, África y de Oceanía, que eran contratados
y enviados en forma colectiva a Estados Unidos antes de la prohibición producida por los
“chineses cases”. Se les anticipaba el pasaje y se les hacía firmar contratos que configuraban
una explotación inhumana violatoria de los derechos humanos, dentro de una nueva forma de
esclavitud. En los hechos se suprimió la esclavitud y se acentuó la explotación de los indios en
América Latina.
Establecida la ONU se celebró un Protocolo en 1953 para modificar la Convención sobre la
Esclavitud de 1926, reemplazándose las instituciones de esta convención y adaptándola a las
vigentes, esto es la Corte Permanente de Justicia Internacional, por la Corte Internacional de
Justicia"; la “Sociedad de las Naciones, por la Organización de las Naciones Unidas y otras
normas de igual carácter que no alteraron en absoluto el espíritu de 1926.
La evolución histórica culminó con la “Convención suplementaria sobre la abolición de la
esclavitud, la trata de esclavos y las instituciones y prácticas análogas a la esclavitud” de
Ginebra de 1956. En esta última norma entran en consideración los instrumentos de los
derechos humanos recientes, como la Carta de la ONU y la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de 1948, sin dejar de considerar como antecedente a la Convención de 1926
y advirtiendo que la esclavitud, la trata de esclavos y las prácticas análogas “no han sido aún
suprimidas en el mundo.
En la nueva convención se reconoce que el marco de las definiciones de la Convención de 1926
ha quedado estrecho y, por tanto, corresponde una actualización entre la que se encuentra por
ejemplo, “la servidumbre por deudas”, la “servidumbre de la gleba”, o las instalaciones por las
cuales una mujer es prometida o dada en matrimonio a cambio de contraprestaciones y sin
derecho de oposición de ésta, la cesión de la mujer a un tercero, o bien la transmisión por
herencia de la mujer a otra persona (art. 1).
También se norman con más detalle la trata de esclavos y se reprime el acto de transportar
esclavos, y la complicidad, estableciendo entre los estados partes, acciones conjuntas y
solidarias para la coordinación contra el comercio de esclavos e intercambio de informaciones
a tal fin.
Se establece que “el acto de mutilar o de marcar a fuego, o por otro medio a un esclavo o a una
persona de condición servil, ya sea para indicar su condición, para infligirle un castigo o por
cualquier otra razón..., constituirá delito (art. 5).
La convención no autoriza ninguna reserva, por lo que prácticamente la abolición de la
esclavitud ha entrado dentro de las normas denominadas de “ius cogens”, esto es, normas
imperativas de derecho internacional aceptadas y reconocidas por la comunidad internacional
de estados en su conjunto como norma que no admite acuerdo en contrario y, por tanto, todo
tratado internacional que establezca alguna forma de esclavitud, será nulo. (Ver Travieso, Juan
Antonio: Derechos Humanos y Derecho Internacional, Buenos Aires, Heliasta, 1996, pp. 240/251).
Después de más de un siglo de la abolición de la esclavitud, cabe preguntarse si la sociedad
contemporánea no está estableciendo nuevas formas de esclavitud, no sólo por el consumismo,
sino también por los contratos de trabajo que se realizan con inmigrantes ilegales y niños
sometidos a condiciones de trabajo muy similares a la esclavitud.
45. EL TRABAJO Y LOS DERECHOS HUMANOS
La consideración social del trabajo como derecho humano de igual jerarquía que la libertad
personal ha sido desconocida en la antigüedad. La esclavitud y los regímenes subsiguientes,
consideraron el trabajo una mercancía.
En la antigüedad, el trabajo manual era considerado una actividad innoble y la principal fuente
laboral, el principal factor económico para la producción eran los esclavos.
El cristianismo dignificó el trabajo y durante la Edad media se impulsó a las corporaciones de
patrones y obreros en defensa de sus intereses. La revolución francesa con sus planteos
individualistas influyó para que en el trabajo primera la autonomía de la voluntad y la libertad
contractual, posición justa, siempre que las dos partes, obreros y trabajadores, se hallaran en
igualdad de condiciones.
Lo que sucedió fue que ante la inferioridad del trabajador aislado frente al patrón, la relación
se hizo injusta y los trabajadores fueron explotados sin importar si eran menores de edad, o
mujeres en actividades violatorias de los derechos humanos. El trabajo en las minas de hulla en
Inglaterra en pleno siglo XIX, prácticamente constituía un retorno a la esclavitud.
Contra esa situación se produjo una profunda reacción, por medio de los mismos trabajadores,
junto con los proyectos de reformadores políticos y sociales y con la colaboración de la Iglesia
Católica que contribuyó a proponer la dignidad del trabajo y su ubicación dentro de los
derechos humanos.
Los trabajadores han intentado equilibrar las relaciones con los patrones en base a los
principios de igualdad, libertad y dignidad del trabajo en una acción concertada que aún no ha
concluido.
Las concepciones políticas que han influido en el desarrollo de los derechos humanos también
se reflejaron en diferentes ópticas sobre el trabajo. La concepción liberal clásica del trabajo
consistía en considerar el trabajo como una mercancía sujeta a la ley de la oferta y la demanda,
en la que el salario debe responder a las leyes del mercado, pues el trabajador es una máquina
más que requiere ciertos gastos de mantenimiento. En esta concepción extrema el provecho es
el motor esencial del progreso económico, la concurrencia la ley suprema de la economía y la
propiedad privada de los medios de producción establecida como un derecho absoluto sin más
límites que el propósito de lucro.
El marxismo también ha efectuado sus consideraciones sobre el trabajo y ha adoptado una
sobrestimación del trabajo como factor económico. Para esta concepción, el hombre trabaja
para crear valores económicos sin importar su valor social y cultural para la humanidad. La
economía debe ordenarse para asegurar el mayor rendimiento posible de bienes materiales, y
el trabajador es un hombre en el que no importan sus valores religiosos, políticos y sociales; su
único fin es el trabajo desempeñándose como una rueda de un gran engranaje.
Esta concepción no difiere de la de los Tiempos Modernos, en la que Chaplin, sólo atina a apretar
una tuerca de la línea, de montaje y al salir de la línea continúa apretando tuercas imaginarias,
pues su única misión era ésa: apretar tuercas.
La concepción marxista no difiere sustancialmente de la concepción liberal extrema, y ambas
han sido objeto de una seria impugnación por la concepción que denominaremos, social
cristiana.
Para la doctrina social cristiana, el trabajo tiene una triple dimensión como realidad necesaria,
como dimensión personal y como dimensión social. En esta triple esfera, el trabajo es la
expresión de la personalidad del hombre que individualmente desarrolla sus aptitudes
intelectuales, su iniciativa, etc. alejándolo de la despersonalización y la masificación. La
dimensión social es la de la solidaridad, pues el trabajo se extiende a la familia y a toda la
sociedad. El trabajo queda, pues, solidariamente integrado con el capital dentro de la
dimensión de los derechos humanos.
La cuestión social aún no ha sido resuelta, pues, el avance de la ciencia y la tecnología crean
nuevos campos para adecuar los tres aspectos del trabajo dentro de la concepción social
cristiana.
Hoy se presentan nuevos desafíos, la era de la descentralización empresaria de las
multinacionales está terminando. La realidad es una fuerte concentración muy cercana al
feudalismo. Se cuenta que en una fábrica japonesa, el patrón no sólo fija salarios y condiciones
de trabajo, sino también llega a casar a sus obreros, casi como un sacerdote de una nueva
sociedad post industrial.
DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Para llegar a la concepción social cristiana ha sido necesario un gran esfuerzo en el que la
Iglesia Católica ha tenido un rol protagónico replanteando la posición del “Syllabus” y
encarando hacia el siglo XIX, un cambio profundo que significó echar las bases para considerar
al trabajo como derecho humano.
Como consecuencia de la revolución industrial, se produjo una transformación profunda en el
mundo. Los procesos tecnológicos reemplazaron al hombre que se encontró cada vez más
pobre y acosado en una sociedad cada vez más rica. Este proceso fue acompañado por un
derecho de propiedad privada de carácter individualista, absoluto y con la soberanía de los
contratos sustentada en la autonomía de la voluntad.
El mundo creció vertiginosamente, pero generó en su seno una explotación sistemática en
perjuicio del hombre, descalificado como persona y sujeto de derechos.
En el marco del capitalismo puro materialista, los trabajadores se agruparon para la defensa de
sus derechos reivindicando su carácter de personas.
La lucha de clases del marxismo pretendió encontrar la solución, llevando en definitiva a la
dictadura del proletariado. Cada uno de los extremos se disputó la primacía: el capitalismo
hacía más ricos a unos pocos y más pobre a la sociedad en su conjunto; y el marxismo prometía
la solución con negación de la libertad y del espíritu trascendente del hombre. Ambos
sistemas, preocupados en sí mismos olvidaban el factor humano y reducían la individualidad
buscando la uniformidad para llevar a cabo sus propósitos.
Dentro de estos conflictos económicos y sociales actuó la Iglesia Católica mediante su doctrina.
El objetivo fue rehacer todo el mundo desde sus cimientos para transformar lo selvático en
humano.
Ese contenido de racionalidad se expresa en distintas encíclicas y concilios a partir
especialmente de la “Rerum Novarum” del 15 de mayo de 1891.
León XIII, entendió antes del final del siglo XIX el proceso de acumulación de riquezas de unos
pocos y de empobrecimiento de la multitud. Captó dinámicamente la relación entre
empresarios y trabajadores, como cooperadores en una obra común, sin lucha de clases, por
medio de la solidaridad humana. Este concepto lo llevó a expresar que “no puede existir
capital sin trabajo ni trabajo sin capital (Rerum Novarun Nº 15).
Con respecto al salario, León XIII reconoció que la autonomía de la voluntad entre las partes no
justifica salarios reducidos o inexistentes. Por eso afirmó que “sustentar la vida es un deber
común a todos y cada uno” y que “el salario no debe ser insuficiente para la sustentación de un
trabajador debiendo permitir la formación de un pequeño capital (Rerum Novarum Nº 34 y 35).
León XIII calificó a la organización sindical y profesional como un derecho natural: “Proteja el
estado estas asociaciones que en uso de sus derechos forman los ciudadanos...”
El Papa Juan XXIII efectuó un lúcido análisis sobre la Rerum Novarum: “aquellas orientaciones y
aquellas instancias tuvieron tanta importancia, que de ningún modo podrán caer en el olvido.
Se abrió un camino nuevo a la acción de la Iglesia, cuyo pastor supremo, haciendo propias las
dolencias, los gemidos y las aspiraciones de los humildes y los oprimidos, se alzó una vez más
como defensor de sus derechos... Con razón la encíclica ha sido y es reconocida como la carta
magna de la reconstrucción económico social de la época moderna (Mater et Magistra, Nº 1 y 3).
A fines del siglo XIX, la encíclica Rerum Novarum, había significado en los hechos, algo distinto
a lo expresado anteriormente. Había nacido la concepción del derecho humano del trabajo que
significó uno de los cambios más significativos para el siglo XX. (Ver Nº 80).
46. EL FIN DEL SIGLO XIX. EL CONSTITUCIONALISMO. ÉXITOS Y FRACASOS EN LOS
DERECHOS HUMANOS
El final del siglo XIX, para los derechos humanos continuó con la tendencia que hemos
denominado hacia la desaceleración de los derechos humanos. En cierto modo, este proceso
con los excesos del colonialismo y del imperialismo en sus primeras fases, fue un retroceso de
los derechos humanos que a fines del siglo XVIII habían impreso una aceleración de la
historia. Estos hechos confirman, pues, que la historia de los derechos humanos y la historia en
sí no es producto de un determinismo implacable, fruto del cual cada avance se consolida y de
allí se parte hacia nuevos objetivos.
Todo lo contrario, el siglo XIX, demostró el paso incierto y azaroso de la historia, sin libreto,
sólo con una vaga línea argumental.
La situación del mundo a fines del siglo XIX era de consolidación de los cambios que se habían
producido en el siglo XVIII, y en algunos casos, los cambios significaron en materia de
derechos humanos retrotraer los progresos obtenidos.
En los Estados Unidos de América se había producido la Guerra de secesión de 1865 que
produjo nuevas historias inconclusas en lo que respecta a la discriminación racial y al trato
entre blancos y negros.
El imperio alemán, luego de la victoria de Sedán, firmó la paz con Francia en Versailles, en la
Galería de los Espejos, hecho que permanecería imborrable en el recuerdo de los franceses, que
gracias a su alianza con Rusia vieron caer a Bismark, aunque el imperio alemán ya había
crecido de tal manera, que la historia del siglo XX los tendría como protagonistas obligatorios.
Austria y Hungría conservaban dentro de sus territorios distintos grupos nacionales sin
voluntad de integración, y con una fuerte tendencia hacia la atomización como los rumanos,
croatas, eslovacos, etc.
Rusia estaba creciendo como potencia asiática, con presencia en Europa y con una fuerte
tendencia hacia la unificación, con los zares participando en alianzas militares y combatiendo
también con los turcos. Los turcos y su particular forma de dominio generaron la rápida
balcanización de Grecia, Bulgaria, Bosnia, Herzegovina, etc.
Inglaterra, bajo la reina Victoria desarrolló una presencia universal colonial y comenzó a
intervenir activamente en la política europea.
España perdió sus colonias de Cuba y Filipinas y se aprestaba a iniciar el siglo XX, como un
país sin colonias. Portugal, igualmente ya había perdido su colonia de Brasil, y los demás
estados como Suecia, Dinamarca, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, ya habían consolidado
plenamente sus instituciones.
Casi todos los estados europeos se lanzaron a una ocupación total del mundo. Prácticamente a
fines del siglo XIX, ya se puede referir a una mundialización de la política, con intereses
múltiples y con derivaciones en las metrópolis y las colonias desde el punto de vista político y
económico, dentro de una economía también mundial con mercados diversos y complicadas
redes de producción y consumo.
En Asia, Japón, se había convertido en una potencia mundial, luego de producir un cambio en
sus estructuras feudales, prusianización de sus ejércitos, reformas en su burocracia, monarquía
constitucional hereditaria y guerras contra China y Rusia con victorias y aumentos
territoriales.
China sufrió las consecuencias de la política colonialista europea que sembró vientos y cosechó
tempestades, en la revolución de los boxers, que fueron severamente reprimidos por las
grandes potencias europeas, Estados Unidos y Japón.
Ésta es, pues, en una gran síntesis la situación mundial a fines del siglo XIX, diametralmente
diferente y con necesidad de hombres y soluciones distintas para hacerse cargo del argumento
del siglo XX.
Sin embargo, el cuadro de situación no queda completo sin considerar dos aspectos
fundamentales: el movimiento científico e intelectual de fines del siglo XIX y el
constitucionalismo.
Ambos aspectos se hallan íntimamente relacionados con los éxitos y fracasos de los derechos
humanos. A diferencia de los derechos humanos; las artes, la literatura, escultura, pintura,
música, etc. se expresaron de manera espectacular. Fue un extraordinario desarrollo artístico
en el que se destacaron Goethe, Schubert, Shelley, Byron, Dickens, Leopardi, Verdi, Gogol,
Tolstoi, Dostoievski, Poe, etc.
Fueron épocas que se caracterizaron por la falta de libertad y ello no fue obstáculo para el arte,
sino que curiosamente, parecería que fue un aliciente.
Desde otro ángulo, nuevas doctrinas y ciencias hicieron esfuerzos para racionalizar los sucesos:
el positivismo, el evolucionismo, la doctrina hegeliana y sus desprendimientos a derecha e
izquierda, con el marxismo y materialismo histórico de Marx y Engels, el socialismo y sus
múltiples ópticas, científico, utópico, de cátedra, etc.; el pensamiento social cristiano después
de la Encíclica Rerum Novarum, etc. También aparecieron nuevas ciencias, como la sociología
con Max Weber y la psicología con Sigmund Freud, hombre de mediados del siglo XIX (1859-
1939).
La ciencia se desarrolló y creció cualitativa y cuantitativamente en la física con Einstein,
Planck, R”entgen; en la química con Curie, en la medicina, etc. La técnica también creció
prodigiosamente en materia de transportes terrestres, aéreos y marítimos; en las
comunicaciones telegráficas y telefónicas, en la técnica tipográfica y abaratamiento de las
impresiones; en la óptica y fotografía y lamentablemente también en la técnica militar con el
submarino, la ametralladora, el tanque y la dinamita.
Todos esos adelantos produjeron una aceleración científica que no ha cesado; por el contrario,
ha generado nuevos progresos y descubrimientos que paradojalmente producen sentimientos
de terror.
Todos esos desarrollos tuvieron mucho que ver en el siglo XX y tendrán un rol protagónico en
el siglo XXI, pues los medios de comunicación planetarios y la concepción aldeana del mundo,
colaboran para que la opinión pública mundial conozca las violaciones de los derechos
humanos en cualquier lugar y presionan para su cese.
El siglo XIX fue el siglo de consolidación de las conquistas logradas en materia de los derechos
humanos, dentro de un proceso de desaceleración, pero a un mismo tiempo dentro de una
necesidad de positivización de los principios que antes se habían consagrado en declaraciones
de derechos.
El constitucionalismo de Estados Unidos se extendió a otros estados europeos y
latinoamericanos, dentro de los que se ha denominado “la contagiosidad del derecho”.
Paradojalmente, los déspotas ilustrados gestores e ideólogos del Congreso de Viena de 1815,
fueron presa del contagio constitucional, bajo la forma de pactos fundamentales.
En contra de esos planteos, algunos doctrinarios y políticos sostenían como más eficaz el
sistema inglés, sin necesidad de constituciones escritas. Sin embargo, el constitucionalismo se
propagó, adoptando en una primera época la positivización de confederaciones y federaciones
como paso inicial para la consolidación de las nacionalidades, jurídicamente organizadas en
estados.
Una vez iniciado, el constitucionalismo no se ha detenido y aun en los gobiernos totalitarios se
establecieron bases constitucionales para su ejercicio. El tiempo no ha sido obstáculo para ese
proceso, y la perestroika de la ex Unión Soviética hacia el siglo XXI, también se incorpora en
normas dentro de constituciones o pactos fundamentales.
La segunda etapa del constitucionalismo, en el que se positivizaron los derechos humanos, que
en general no se cumplían, fue la del constitucionalismo con estado de derecho, esto es, normas
fundamentales con derechos y deberes recíprocos entre gobernantes y gobernados, con
igualdad en el cumplimiento de éstas.
Establecer el estado de derecho y la democracia ha constituido pasos coordinados; y de allí el
concepto de que no podía concebirse un estado civilizado sin una constitución que lo rigiera.
De ese concepto, se deriva la conocida expresión, que los estados modernos son estados
constitucionales; a la que hoy se agrega, que los estados modernos son constitucionales y
democráticos; y en caso contrario dejan de ser modernos y aún de ser estados.
La positivización de los derechos humanos se fue estableciendo en todos los estados, bajo
normas internas que contenían su efectividad, como un programa más o menos cercano de
cumplirse. Sin embargo, en realidad, no había forma de poder verificar el respeto de los
derechos humanos, no había jurisdicción internacional, no se admitía la posibilidad aunque sea
teórica de que el ser humano tuviera personería para reclamar por violaciones de derechos.
El estado dominado por déspotas se arrogaba el poder soberano para determinar el derecho de
los ciudadanos y extranjeros, a su arbitrio y sin contralor alguno.
La tecnología de la información aún no se había desarrollado y las noticias de los excesos
llegaban tarde para presionar a favor de principios de humanidad. Es decir, que la
constitucionalización llevaba el germen de su propia destrucción, pues la retórica reemplazaba
la vigencia de los derechos humanos y entre otras causas acarreó un proceso simétrico de
desconstitucionalización que comenzó después de la Primera Guerra Mundial y se extendió
hasta mediados del siglo XX.
Los éxitos y fracasos en los derechos humanos, aún en su etapa constitutiva, no fueron
obstáculo para que comenzara a considerarse especialmente la protección de los seres
humanos, dentro de los conflictos armados. La guerra comenzó a entenderse como una de las
más extremas violaciones de los derechos humanos. El derecho humanitario empezó a
producir sus resultados y a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, durante las
Conferencias de Paz de La Haya de 1899 y de 1907, el derecho internacional de la paz se
consideró como un objetivo digno de buscarse.
Todo indicaba que el siglo XX produciría una nueva aceleración en el respeto y efectivización
de los derechos humanos. Nadie hubiera sospechado que el retroceso de los derechos humanos
estaba en la puerta de la historia, y el estado mismo se encargaría de probar su eficacia en la
destrucción.
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE, Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR
1. Modelo internacional para armar después de 1818
“El medio siglo posterior a la batalla de Waterloo se caracterizó por el continuo crecimiento de una
economía internacional, por el aumento productivo en gran escala causado por el desarrollo industrial y
el cambio técnico, por la relativa estabilidad del sistema de grandes potencias y por el estallido de
guerras localizadas y cortas. Además, aunque se había producido cierta modernización del armamento
militar y naval, los progresos dentro de las Fuerzas Armadas eran mucho menos importantes que los
que experimentaban las esferas civiles, sujetas a la Revolución industrial y a la transformación político-
constitucional. La principal beneficiaria de este cambio de medio siglo había sido Gran Bretaña; en
términos de poder productivo y de influencia mundial alcanzó probablemente su cenit a finales de los
años de 1860 (aunque la política del primer Gobierno Gladstone tendió a disimular este hecho). Los
principales perdedores habían sido las sociedades agrícolas y no industrializadas del mundo
extraeuropeo, que no podían resistir los productos industriales ni las incursiones militares de Occidente.
Por la misma razón fundamental, las grandes potencias europeas menos industrializadas –Rusia y el
Imperio austriaco– empezaron a perder su anterior posición y una nación recientemente unificada, Italia,
nunca llegó a colocarse en primera fila.
Así, los principales rasgos del sistema internacional naciente eran ya perceptibles a finales del siglo XIX,
aunque pocos observadores podían reconocerlos plenamente. Por otra parte, la relativamente estable
Pentarquía del sistema de Concierto posterior a 1815 se estaba disolviendo, no sólo porque sus
miembros estaban más deseosos de luchar entre ellos en la década de 1860 que unas pocas décadas
atrás, sino también porque algunos de aquellos Estados eran dos o tres veces más poderosos que los
otros. Y, por otra parte, el propio monopolio europeo de la moderna producción industrial estaba siendo
roto al otro lado del Atlántico. Las máquinas de vapor, los ferrocarriles, la electricidad u otros
instrumentos de modernización podían modernizar a cualquier sociedad que tuviese voluntad y
capacidad para adoptarlos.
La ausencia de grandes conflictos durante el período posterior a 1871 en que Bismarck dominó la
diplomacia europea, pudo sugerir que se había establecido un nuevo equilibrio, después de las fisuras
de las décadas de 1850 y 1860. Sin embargo, fuera del mundo de los ejércitos y las marinas y la
diplomacia, se estaban produciendo progresos industriales y tecnológicos de largo alcance, que
cambiaban el equilibrio económico mundial mucho más deprisa que nunca. Y no pasaría mucho tiempo
antes de que estas alteraciones en la bases productivo-industrial produjeran su impacto sobre la
capacidad militar y la política exterior de las grandes potencias".
Kennedy, Paul: “Auge y caída de las grandes potencias”, Barcelona, Plaza y Janés, 1989, pp. 249/250.
2. Modelo pesimista 1800-1900: ¿Regreso del pasado?
... Gozaba de perfecta salud corporal y paz de espíritu; no sentía la traición o la veleidad de un amigo, ni
el daño de un enemigo oculto o declarado. No tenía ocasión de sobornar, adular o alcahuetear para
conseguir el favor de ningún hombre o de su favorito. No necesitaba protección contra el fraude o la
tiranía; allí ni médico que me destrozara el cuerpo, ni abogado que me arruinara la fortuna; ni delator
que espiara mis palabras y acciones o que a sueldo falsificara acusaciones contra mí; allí ni guasones,
criticones, murmuradores, carteristas, salteadores, robacasas, letrados, celestinas, bufones, tahúres,
políticos, listorros, cascarrabias, pelmazos, argüidores, violadores, asesinos, atracadores y eruditos a la
violeta; ni líderes o militantes de partido o facción; ni fomentadores del vicio por la seducción o el
ejemplo; ni mazmorras, hachas, horcas, postes de flagelación o picotas; ni tenderos o menestrales
sisadores; ni soberbia, vanidad o afectación; ni pisaverdes, matones, borrachos, putas ambulantes, o
sífilis; ni esposas vocingleras, lascivas y costosas; ni pedantes estúpidos y arrogantes; ni compañeros
pesados, avasalladores, pendencieros, bulliciosos, bocazas, hueros, presumidos y blasfemadores; ni
sinvergüenzas salidos del fango por el mérito de sus vicios, o nobles caídos en él a cuenta de sus
virtudes; ni ilustrísimas, músicos, jueces o maestros de danza...
... Se quedó completamente asombrado con el relato que le hice de los acontecimientos de nuestra
historia durante el último siglo y enérgicamente afirmó que se trataba simplemente de un cúmulo de
conspiraciones, rebeliones, asesinatos, matanzas, revoluciones y destierros, con efectos mucho peores
que los que la avaricia, el partidismo, la hipocresía, la deslealtad, la crueldad, la ira, la locura, el odio, la
envidia, la codicia, el rencor y la ambición pudieran producir.
... Has demostrado claramente que la ignorancia, la holgazanería y el vicio son los ingredientes
necesarios para poder ser legislador: que las leyes las explican, interpretan y aplican mejor aquéllos
cuyo interés y aptitudes radican en tergiversarlas, embarullarlas y eludirlas. Advierto en vosotros
algunos trazos de una cierta constitución que originalmente pudo haber sido aceptable, pero que se
encuentran medio borrados, y el resto completamente desdibujados y emborronados por la corrupción.
De todo lo que has dicho no parece que sea necesario ningún talento para la consecución de cargo
alguno entre vosotros, y mucho menos que los hombres se ennoblezcan por su virtud, que los
sacerdotes asciendan por su devoción y erudición, los soldados por su integridad, los parlamentarios por
el amor a la patria y los consejeros por su sabiduría. En cuanto a ti –continuó el Rey–, que has pasado
la mayor parte de tu vida viajando, me inclino a confiar que puedas haber escapado hasta ahora de
muchos vicios de tu país. Pero por lo que colijo de tu propio relato y de las respuestas que con mucho
trabajo he arrancado y desentrañado de ti, no puedo por menos de concluir que la mayoría de tus
paisanos son la más perniciosa ralea de repugnantes sabandijas que la Naturaleza haya jamás
permitido se arrastre sobre la superficie de la tierra"....
Swift, Jonathan: “Viajes de Gulliver”, Buenos Aires, Hyspamerica, 1985, pp. 158/159/339/340.
3. El auge de la ciencia: Platón ha muerto
“La verdadera gloria ha abandonado a la poesía para irse con la ciencia, la filosofía, la acrobacia, la
filantropía, la sociología, etc. Los poetas no valen hoy más que para embolsarse un dinero que no
ganan, puesto que no trabajan, y la mayor parte de ellos –salvo los copleros y algunos otros– no tienen
pizca de talento y, por consiguiente, ninguna disculpa. Mas los que poseen algún don, todavía son más
dañinos, pues si no echan mano al dinero, ni a nada, arman cada uno más ruido que un regimiento, y
nos dejan sordos con aquello de que están malditos. Esa gente no tiene razón de ser ya hoy día. Los
premios que les conceden representan una usurpación a los obreros, a los inventores, a los sabios, a
los filósofos, a los acróbatas, a los filántropos, a los sociólogos, etc. Es menester que los poetas
desaparezcan. Licurgo los expulsó de su república, hay que expulsarlos de la tierra. Si no hacemos eso,
los poetas, que son unos gandules consumados, se erigirán en reyes, y sin hacer nada de provecho,
vivirán a costa de nuestro sudor, nos oprimirán y encima nos tomarán el pelo. En una palabra, hay que
quitarse de encima cuanto antes la tiranía poética.
“Si las repúblicas y los reyes, si las naciones no toman alguna determinación, la casta de los poetas,
harto privilegiada, aumentará en tales proporciones y tan rápidamente, que dentro de poco nadie querrá
ya trabajar, inventar, aprender, discurrir, hacer cosas de peligro, remediar los males de los hombres y
mejorar su suerte.
“Hay que tomar, pues, en seguida una resolución y curarnos de esta plaga poética que consume a la
humanidad”.
Apollinaire, Guillaume: “El Poeta asesinado”, Buenos Aires, Macondo, 1977, pp. 132/134.
4. Así hablaba Marx: proteccionismo y libertad de comercio
a fines del siglo XIX
[...] Bajo el ala del proteccionismo se incubó y desarrolló en Inglaterra, durante el último tercio del siglo
XVIII, este sistema de la gran industria moderna: la producción mediante máquinas impulsadas por el
vapor. Y como si las tarifas protectoras no fueran suficientes, las guerras contra la Revolución francesa
ayudaron a que Inglaterra se asegurase el monopolio de nuevos métodos industriales. Durante más de
veinte años, la flota de guerra inglesa cortó a los competidores industriales de Inglaterra los vínculos con
sus mercados coloniales, al tiempo que los abría compulsivamente para el comercio inglés. Las colonias
sudamericanas, desprendidas de sus metrópolis europeas, la conquista inglesa de las colonias
francesas y holandesas más valiosas, la gradual subyugación de la India, convirtieron a los pobladores
de estos inmensos territorios en consumidores de mercaderías inglesas. Inglaterra complementaba de
tal manera el proteccionismo –que aplicaba en el mercado interno– con la libertad de comercio, que
imponía, donde le resultaba posible hacerlo, a los mercados extranjeros. Gracias a esta feliz
combinación de ambos sistemas, en 1815, al finalizar la guerra, monopolizaba en la práctica el comercio
mundial en las ramas más importantes de la industria [...].
Marx: “Die Neue Zeit”, 1888, pp. 289/290.
B. LIBROS
Entre los históricos: England in the nineteenth century, David Thompson; A history of modern Britain
1815-1981, H. L. Peacock, Heinemann-London, 1982; A map history of the british people, 1700-1970,
Brian Catchpole, Heinemann, London, 1971; Le Traité de Versailles de P. Renouvin. Entre las novelas y
ensayos El fuego de Henri Barbusse; La condición humana de Andre Malraux; Estrella roja sobre China
Edgar Snow; Geopolítica del hambre de Josue de Castro.
C. CINE
Coronel Redl de Istvan Szabo; Vicios públicos, virtudes privadas de Miklos Jancso; La guerra y la paz de
Serguei Bondarchuk; Metropolis de Fritz Lang; El último emperador de Bertolucci.
D. CARTA AL AUTOR
Ginebra, la más propicia a la felicidad. 1990
Ud. me conoce y sabe que no soy muy propenso al agradecimiento. Hace años dije que no era
peronista ni antropófago; tuve libertad de hablar de cualquier tema; pero no comprendo de donde
han sacado mis declaraciones sobre los esclavos, que gracias a su discreción no ha revelado. No
sólo por esa declaración, sino porque creo que la gente se está dando cuenta que mi tío tenía
razón cuando dijo que yo era un haragán, peor que los esclavos después de las doce, porque en la
Argentina, se iban a dormir la siesta y no hacían nada. Peor hubiera sido mi comentario, de que los
esclavos, en la Argentina, eran muy snobs.
Gracias por no publicar, por la autocensura que demuestra su concepto por la estética, pues como
ha dicho Tristán Desmaurans, “history happens” igual que el místico Silesius había declarado que
“Die Rose est ohne warum” ¿Todavía piensa publicar la breve historia? No lo creo necesario.
Jorge Luis Borges
CAPÍTULO V
EL RETROCESO DE LOS DERECHOS HUMANOS
47. NOCIONES GENERALES
En un reportaje periodístico se le preguntó a Paul Johnson: Si el siglo XX ha sido ciertamente el
siglo de los totalitarismos. ¿Qué explica, a su criterio esa difusión del totalitarismo cuando los
dos siglos precedentes habían alentado tantas esperanzas de progreso hacia mayores libertades
individuales y colectivas?
Paul Johnson contestó: “Sin duda, una de las primeras causas fue la Primera Guerra Mundial,
que ha sido una de las peores tragedias de guerra de la historia universal. En verdad, los
valores de libertad de la civilización occidental habían permitido grandes esperanzas a fines
del siglo XIX... La primera Guerra mundial fue, entonces, lo que podríamos llamar el suicidio
de Europa... Esa forma de suicidio europeo es la que abrió paso al totalitarismo, ya sea el
comunismo o el fascismo. (Diario La Nación, 7 de enero de 1990 - Entrevista de Germán Sopeña
a Paul Johnson).
Era obvio que esas esperanzas se frustraran porque el colonialismo y el imperialismo habían
abierto las primeras brechas para los derechos humanos. Las esperanzas del siglo XIX eran
aplicables en sólo una parte del mundo: el “civilizado”.
El progreso y desarrollo era un gran cosmético que, colocado en el cuerpo europeo, daba una
falsa imagen de optimismo con positivización de normas constitucionales que no se cumplían
y crecimiento desmesurado de los estados nacionales, para estar a la medida de los
“superhombres” que se harían cargo del curso de la historia, ya determinada por el éxito
voluntarista.
Se creyó que la línea del progreso científico era prolongable al progreso social, declamado y no
realizado, denunciado por doctrinarios, científicos, y por la Iglesia Católica en la llamada
“cuestión social”.
Octavio Paz ha dicho que muy pocas veces la historia es racional, siempre hay que contar con
un elemento imprevisible y destructor: las pasiones de los hombres, su ambición y su locura.
Estos tres componentes, muy bien dosificados, se presentaron en la historia del retroceso de los
derechos humanos, dentro de una concepción selvática de la relación nacional e internacional.
Todo este período, que se extiende desde comienzos del siglo XX hasta mediados del siglo,
abarca ambas guerras mundiales y el establecimiento, auge y caída de las tres ideologías que
han significado las mayores violaciones de los derechos humanos: el fascismo, el
nacionalsocialismo y el marxismo leninismo.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, sólo sobrevivió el marxismo leninismo y al terminar el
siglo XXI, la historia se ha acelerado hacia la democracia y la verdadera autodeterminación,
que permite que los pueblos recuperen su identidad sólo mantenida a fuerza de una cultura
nacional no sojuzgada (Lituania, Letonia, Estonia, etc.).
El fin del marxismo leninismo no ha sido producto de la casualidad, ni acción del tiempo. Ese
proceso fue el resultado de causas diversas entre las que sobresale la internacionalización de
los derechos humanos dentro de un desarrollo mundial (ver Capítulo VI).
Haciendo un balance de lo que había pasado durante medio siglo, con dos guerras y
experimentos de ingeniería social por ideologías diversas, cualquiera pudo haber dudado del
futuro y no confiar en el hombre ni en el estado, pues, su personificación política había
producido un saldo vergonzoso para la humanidad.
Por tanto, la historia del retroceso de los derechos humanos es historia de responsabilidades y
culpas, con autocrítica, pero sin olvidos.
48. LOS DERECHOS HUMANOS Y LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Generalmente, la violación de los derechos humanos comienza en el interior del estado, y de
allí se extiende al orden internacional, por medio de la máxima violación, que es la guerra. Los
estados europeos, luego de la Paz de Viena de 1815, hallaron un sistema de convivencia que les
permitió soslayar conflictos internacionales globales.
La Paz Armada no pudo superar la guerra franco-prusiana concluida en 1870 y otros conflictos
que a pesar de ser periféricos, no por ello dejaron de ser cruentos. En Asia, Japón estaba
desarrollando su política imperialista, y obtuvo conquistas como Formosa, mientras crecía su
industrialización. El resto del mundo pareció revivir la concepción de guerras periféricas, fuera
de los estados centrales.
Durante los primeros años del siglo XX comenzó la guerra de los Boers, que terminó con el
triunfo de los ingleses que extendieron su dominio en África. Rusia, vencida por los japoneses
en la guerra de 1904-1908, decidió encarar su futura política dentro de Europa central y los
Balcanes, mientras tanto, los alemanes pugnaban por rearmarse, comenzando a desarrollar una
flota naval de envergadura, en la que ya había submarinos de alta tecnología para la época.
Estados Unidos merece una consideración especial, pues hasta el momento, había
permanecido ensimismada en su proyecto nacional, luego de superada la guerra civil de 1865.
EE.UU., a fines del siglo XIX, había combatido con España con motivo de Cuba y Filipinas y
también había desarrollado un comercio internacional intenso que convencía a sus políticos de
no emplear medios directos para ejercer el poder internacional, esto es, utilizar medios
indirectos como los financieros, comerciales, etc., que significaban un cambio en la vieja
estructura de poder de Europa.
Se ha dicho que los norteamericanos en la época de la Primera Guerra Mundial pasaron en
rápido zig-zag de la neutralidad, a la excitación de una cruzada y a la oposición a la misma. Se
ha dicho también, en las corrientes revisionistas de la historia norteamericana, que la
intervención norteamericana se debió a políticas insensatas y sentimentales de equivocados
anglófilos partidarios del presidente Wilson, movidos por la codicia. Otros autores
consideraron que Wilson no tuvo posibilidades de continuar con el relativo aislamiento
norteamericano y la causa que lo obligó a intervenir fue el submarino alemán. Otros
historiadores consideran también que la causa de la intervención en la Primera Guerra debió
justificarse en el interés propio y no en sentimientos de moral y ética internacional.
A pesar de estas opiniones contrapuestas y colocados en la época, hubiera sido muy difícil
convencer a un ciudadano norteamericano acerca del alineamiento de la política europea
dentro de dos grandes alianzas: una la de los dos imperios centroeuropeos de Alemania y
Austro-Hungría; la otra formada por Inglaterra, Francia y Rusia. ¿Cómo hacer entender a los
norteamericanos que los servios ejecutaron al heredero del trono austro-húngaro y que ese acto
conducía a la guerra?
El atentado no fue más que la mecha que enciende el polvorín, pues la guerra aunque no
declarada, ya estaba planteada ante la oposición de las alianzas, los imperialismos y
nacionalismos; todos mezclados en la adecuada proporción para provocar una guerra de
dimensión mundial. Como un engranaje que va acompañando el movimiento de otro y otros,
la guerra fue una consecuencia lógica de las políticas que los estados desarrollaban en lo
interno e internacional.
¿Qué participación tuvieron los pueblos para la determinación de los conflictos? ¿Los
habitantes de cada región pudieron manifestar su oposición o rechazo? No hubo participación
del pueblo en la decisión bélica pero influyó considerablemente el nacionalismo, que como
posición extrema, suponía su triunfo mediante la eliminación del contrario.
Era difícil que subsistieran dos nacionalismos sobre un mismo territorio; y asimismo, los
estados que estaban creciendo, observaban sin disimulo el territorio de sus vecinos como una
extensión natural a sus sueños de grandeza.
Los gobiernos de los estados que intervinieron en el conflicto no se destacaron por la
participación de sus pueblos en las decisiones, pero se debe reconocer que en la mayoría de los
casos, los soberanos interpretaron los sentimientos nacionalistas e imperialistas que se habían
incorporado al sentir nacional y a la cultura de estos pueblos, dentro de una compleja mezcla,
que los agitadores excitaron en provecho de sus propios sueños de poder.
La excepción de este panorama era Inglaterra, que consideraba que participar en la guerra
significaba suspender su desarrollo comercial y en general, el pueblo tenía un margen bastante
amplio de decisión.
Los estados de Europa se lanzaron con excitación nacionalista e imperialista hacia su propio
suicidio sin advertirlo. Las consecuencias estaban fuera de sus cálculos y la guerra se
presentaba como una oportunidad para expresar la voluntad de poder a costa de la sangre y
vidas ajenas. El escenario de la guerra estaba listo y en Sarajevo se inició el drama mientras el
nacionalismo era definido, con razón, como el refugio de los bribones.
49. EL FINAL DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
La guerra puso de manifiesto el impresionante crecimiento del estado moderno y al mismo
tiempo el ejercicio de un poder despótico sobre sus ciudadanos. Al final de la guerra, todos
advirtieron que ya no se podía volver atrás, de la misma manera que al final de Westfalia en
1648, oportunidad en la que fue fácil acordar en forma más o menos duradera un sistema de
convivencia sobre la base de la religión.
De igual modo aunque con más eficacia, la Paz de Viena restableció la aceleración post-
revolucionaria de fines del siglo XVIII . En aquellas circunstancias, los acuerdos fueron más
fáciles, pues en la mesa de conferencias, solo contaban los intereses de los negociadores y no
los intereses de los habitantes de esas regiones.
¿Hubiera sido posible realizar acuerdos a espaldas de los nacionales de cada región después de
la Primera Guerra Mundial?
Hubo dos razones que influyeron en las negociaciones del final de la Primera Guerra. En
primer lugar, que el viejo mundo de la Paz de Viena y del Directorio estaba agotado. Sus
inspiradores habían muerto, el edificio del siglo XIX ya estaba destruido y hubiera caído sin
necesidad de la guerra. En segundo lugar, la caída de los imperios de Guillermo II, de los
Romanov y de los Habsburgo, causó la explosión de los pueblos de Europa central. Se abrió la
caja de Pandora y se despertaron los pueblos que durante milenios habían acumulado
suficiente cultura y materia gris para hacerse cargo de la historia.
Cada uno de los grandes imperios era una síntesis de minorías de diversos orígenes raciales,
nacionales, etc. Esos grupos nacionales constituían minorías, pues, los imperios se sintetizaban
por medio de la dominación de una minoría a las demás. Las minorías consistían en núcleos de
población que por razones de raza, idioma, religión, o de tradiciones fueron privados de
algunos derechos civiles y políticos, o eran perseguidos personal o patrimonialmente por
pertenecer a esos grupos. El régimen de protección de las minorías comenzó con las
Capitulaciones, luego pasó a Turquía y de allí a los Balcanes, por medio de diversos tratados
(Tratado de París de 1856, Tratado de Berlín de 1878, y en los Tratados de Versalles de 1919-
1920).
El final de la guerra y los tratados de paz que lo instrumentaron protegieron a las minorías de
Polonia, Checoslovaquia, Austria, Servia, Croacia, Eslovenia, Rumania, Hungría, Grecia,
Bulgaria, Turquía y Armenia. Ése fue, pues, el gran problema y el principio de solución a las
violaciones seculares de los derechos humanos.
Por medio de los Tratados de Versailles se aseguró la protección de las minorías
reconociéndoles el derecho a la vida, la libertad de cultos, de pensamiento y de reunión, la
enseñanza pública en su propio idioma, la igualdad civil y política, la admisibilidad en los
empleos públicos, el libre ejercicio del comercio, etc. Toda la problemática de las minorías
quedaba en manos de la flamante Sociedad de las Naciones, antecesora de las Naciones
Unidas, y los reclamos de las minorías se dirigían al Consejo de la Organización internacional,
con un procedimiento reglado para los reclamos de discriminaciones, que consistía en
conceder vista del reclamo al estado denunciado y en caso de divergencias, se sometía el caso a
la jurisdicción de la Corte Permanente de Justicia Internacional, antecesora de la actual Corte
Internacional de Justicia.
La cuestión era saber cual sería la actitud con la población. Hubo procedimiento de canjes de
minorías como los instrumentados forzosamente por medio del acuerdo greco-búlgaro de 1919
y el Tratado greco-turco de 1923. En esas oportunidades, incluso bajo la supervisión de la
Sociedad de las Naciones, se efectuaron canjes forzosos de minorías sin que éstas pudieran
expresar su consentimiento con lo dispuesto.
Posteriormente, en el seno de la Sociedad de las Naciones, se creó el Comité de Minorías, cuya
función era examinar los reclamos y que de una manera u otra sobrevivió en la Comisión de
Derechos Humanos de la ONU, pues la cuestión de las minorías es otra historia inconclusa de
los derechos humanos (ver Nº 75).
La Sociedad de las Naciones, como organización internacional, surgió luego del fin de la
Primera Guerra Mundial y su labor en la promoción de los derechos humanos –vista desde la
óptica de la época–, fue bastante eficaz teniendo en cuenta la situación de desaceleración que
se venía arrastrando y el retroceso que se estaba gestando.
No obstante, son justificados los juicios adversos para con la Sociedad de las Naciones,
especialmente con respecto a su falta de solución de los problemas pendientes luego de
Versailles. También por no poner fin a los procedimientos bélicos; teniendo en cuenta que la
organización había establecido una burocratización previa al conflicto, pero no lo ponía fuera
del derecho, esto es, no calificaba a la guerra o a la amenaza de la guerra como actos
antijurídicos. Por último, la tibia condena por la Sociedad de las Naciones de los hechos
violatorios de los derechos humanos que se estaban produciendo en la Rusia marxista
leninista, en la Italia fascista, en la Alemania nazi y el descrédito total, luego de la invasión de
Abisinia por Italia, y la de Manchuria por Japón, con la instalación del gobierno títere a cargo
de Pu-Yin, el último emperador.
Las críticas a la Sociedad de las Naciones pueden ocupar varios volúmenes y los éxitos
generalmente han sido opacados por la falta de respuestas a la crisis internacional. Sin
embargo, la Sociedad de las Naciones actuó de la mejor manera posible, dentro de un mundo
que no estaba viciado por falta de normas, sino por falta de ideas para asumir las diversas
crisis entre las dos guerras.
Los Estados no estaban preparados, no habían establecido un sistema de convivencia que
pudiera establecer una institucionalización de las relaciones internacionales, luego de la
parálisis centenaria posterior a la Paz de Viena.
Los dirigentes políticos no supieron asumir la responsabilidad del progreso científico y
ponerlo al mismo nivel con el progreso en la paz y el respeto de los derechos humanos.
La fuerza inercial de los imperios se prolongó en nuevos emperadores y zares bajo otros
nombres, dotados de igual despotismo y armados con una nueva tecnología para extender sus
totalitarismos con mayor eficacia destructiva, para hacer que el fin justificase los medios
empleados y por tanto ensayar experimentos de ingeniería social práctica, en la que
doctrinarios como Hegel, Marx, Engels, De Maistre y otros eran responsables de lo que iba a
suceder.
El mundo de post-guerra era imperfecto, los tratados de Paz de Versailles eran el punto inicial
de la guerra y efectivamente nadie se había percatado que todo había cambiado.
50. EL CONSTITUCIONALISMO SOCIAL
LA DESCONSTITUCIONALIZACIÓN
En medio de todo el proceso de descomposición de post-guerra, en algunos estados se
ensayaban experimentos político-sociales de estableci~miento de los derechos humanos.
En Alemania se había alcanzado la paz, pero existía la sensación en la población que los que
llevaron la paz eran los mismos que habían creado la república; los mismos que habían
firmado las condiciones injustas de la derrota y el dominio de los partidos políticos,
considerados como causantes de los males políticos, económicos y sociales.
Hacia 1920, Alemania se convirtió en centro mundial de ideas, cultura y arte, aunque ese
proceso no había sido espontáneo, pues venía desde los albores del siglo XIX, paulatinamente
consolidado en las universidades de Heidelberg, Hamburgo y otras.
Paul Johnson ha considerado que de hecho en la Alemania de Weimar había un predominio
cultural modernista, influido por la literatura, la filosofía y el arte “decadente” de occidente:
“Weimar era el gran campo de batalla donde el modernismo y el tradicionalismo luchaban por
la supremacía en Europa y el mundo, porque en Weimar, las instituciones o al menos una
parte de ellas, estaban de parte de lo nuevo”.
La Constitución alemana de Weimar de 1919 contenía institucionalmente ese objetivo de
novedad, expresado en materia de protección a los derechos humanos, especialmente en lo
económico y social. Varios autores han considerado que el tinte de la constitución, influenciada
por el marxismo, fue más hacia lo social que hacia el socialismo, pues éste requería controles
que desnaturalizaban el régimen democrático establecido.
Los principios de que “la propiedad obliga”; y el uso debe ser en beneficio del interés general,
así como que el Estado debe asegurar vivienda digna y mejoramiento de condiciones de
trabajo y de la vida económica, seguros sociales, etc., inauguraron un proceso de
constitucionalismo social, que poniendo el acento en los derechos económicos y sociales marcó,
una etapa de avance en los derechos humanos.
Este proceso se reflejó en varias constituciones como la de México de 1917; la de Dantzig de
1922, la de Polonia de 1921, la de Yugoeslavia de 1921 y la de Austria de 1920, obra de Hans
Kelsen.
Las normas eran perfectas desde el punto de vista constitucional, pero la situación política en
los diversos estados en los que regían era diametralmente opuesta, mientras la situación
económica era de caos.
Las normas requieren una base en lo político económico y social, si los derechos humanos no
están asentados sobre esos fundamentos se transforman en aspiraciones programáticas y
producen frustraciones y violaciones cada día más atroces.
Los derechos humanos constituyen un todo, hecha una concesión en materia política,
económica o social, cae su estructura y se acaban los derechos humanos. No es posible referirse
a estados que moderadamente cumplen con los derechos humanos.
Parte de eso sucedió en la República de Weimar, casi platónica porque los intelectuales la
hicieron a la medida de sus sueños, sin advertir que se estaba preparando la destrucción de
todo y que la paranoia percibía que la República de Weimar y su cultura era producida y
controlada por los judíos.
Es fácil atribuir culpas a un sector de la sociedad, quitárselas al resto y, por tanto, los
intelectuales no supieron detener la paranoia. Los políticos y los demás estados de la
comunidad internacional tampoco vieron que las condiciones de la Paz de Versailles, sus
compensaciones e indemnizaciones de guerra eran otra provocación para contagiar y
aumentar la paranoia y provocar más guerras.
En el mundo reinaba el caos y los planes de Wilson, presidente de EE.UU. en 1917, eran que la
guerra no debía concluir con revanchas de ninguna clase y ningún pueblo debía ser privado de
sus posesiones o castigado por los errores que hubiesen cometido sus autoridades.
Esos propósitos fueron expuestos en los famosos Catorce Puntos de Wilson que constituyen
una síntesis contra las anexiones, indemnizaciones o cualquier otra forma de indemnización
que tuviera el carácter de castigo.
A fines de 1918, el sistema de gobierno alemán fue derrocado por la fuerza: el Emperador fue
obligado a abdicar y un Consejo de Comisionados del Pueblo asumió el poder. La situación en
el interior de Alemania era casi tan complicada como la del exterior, presentándose ante el
pueblo la opción de elegir entre un socialismo extremo de formas más o menos bolcheviques, o
un socialismo moderado que se inclinaba hacia la forma democrática de gobierno.
En los primeros meses de 1919, el gobierno socialista alemán se vio envuelto en luchas
sangrientas con los comunistas de Berlín y en abril de ese año se estableció la República de los
Soviets en Munich que se mantuvo durante un mes. En lo externo, el 28 de junio de 1919, se
firmó el Tratado de Versailles, y el objetivo de los aliados era obtener de Alemania el máximo
pago posible. La República de Weimar había nacido herida de muerte.
Se ha dicho que la República de Weimar atravesó sus primeros años con grandes dificultades.
Además de las consecuencias de la Primera Guerra Mundial con las indemnizaciones
establecidas en el Tratado de Versailles, las dificultades políticas se conjugaron con las
económicas.
En 1918, un dólar se cambiaba por 4 marcos; en 1921 correspondía a 75 marcos; en julio de 1922
a 402; en julio de 1923, a 160.000; en septiembre a 13 millones; en octubre a 242 millones y en
diciembre de 1923; a 4.000 millones de marcos. Se ha referido que para comprar un par de
zapatos, una persona acarreó una carretilla de dinero; los precios variaban por horas, se dislocó
el aparato productivo y se volvió al trueque. Esa situación económica de hiperinflación, era
campo propicio para cualquier aventura.
El proceso de desconstitucionalización fue la expresión del retroceso de los derechos humanos.
Linares Quintana ha señalado como causas de este derrumbe de las constituciones a la
inseguridad de la paz, la crisis de la psicología nacional, la falta de coincidencia entre el
contenido de las constituciones y la realidad política-social, la lucha social, la crisis de los
principios morales, el progreso de la ciencia y la técnica, el colectivismo y la planificación
exagerados, el advenimiento de las masas al poder político y social, el incumplimiento de los
deberes cívicos y el factor económico.
Son muchas causas para no provocar una hecatombe; casi hubiera sido extraño que toda esa
conjunción de factores negativos no provocaran un gigantesco incendio internacional, pues en
síntesis, esas causas internas e internacionales desembocaban en políticas violatorias de los
derechos humanos en lo interno, más tarde extendidas internacionalmente.
En los años próximos a la Primera Guerra Mundial, tres sistemas políticos, económicos,
sociales y culturales se instalaron en el mundo. Los tres sistemas comenzaron a adquirir
movimiento en las tempranas imágenes del cine mudo. Comenzaba la internacionalización y
las máximas violaciones de los derechos humanos. El relativismo moral se internó en la
realidad y los experimentos de ingeniería social fueron frecuentes.
Después del fascismo, del nazismo y del marxismo leninismo quedó la impresión que Atila
había dejado de ser el azote de Dios.
51. EL FASCISMO Y LOS DERECHOS HUMANOS
Todos los inconvenientes de la desconstitucionalización que vivía Europa, por supuesto, se
repitieron en Italia. El debilitamiento de la lira, la carestía de la vida, la desocupación, huelgas,
disturbios, inestabilidad política, partidos políticos que no estaban a la altura de los
acontecimientos, con un régimen parlamentario paralizado, todo ello más 650.000 muertos en
la guerra, era el caldo de cultivo en la Italia prefascista.
Varios autores coinciden que los años 1920-1921 fueron prácticamente de guerra civil con un
socialismo ascendente, que mezclado con elementos anarcosindicalistas con un programa
nacionalista y anticapitalista, resultaron una combinación a la medida de Benito Mussolini, un
ex maestro de origen socialista.
Mussolini resumió todas las críticas al sistema vigente y movilizó hábilmente a las masas,
creando grupos de choque y alentando las soluciones de mano dura, tal como frecuentemente
se ha practicado.
La población dentro del desorden y del caos creyó que todas las culpas recaían en la debilidad
del sistema y no dudaron en apoyar el nuevo proyecto autoritario de Mussolini,
instrumentado alrededor del partido fascista.
En 1922, Mussolini marchó sobre Roma y el rey Víctor Manuel cedió obteniendo el poder el
“Duce”, en principio por medio del Parlamento, esto es, el fascismo tomó el poder por vías
democráticas y confirmó su representatividad con el éxito en las elecciones de 1923.
Durante los tres años siguientes Mussolini fue aumentando la concentración del poder, limitó
sólo su responsabilidad ante el rey, dictó leyes fascistas violatorias de los derechos humanos,
estableció una policía especial y finalmente concluyó su “etapa democrática”, con la
destitución de los ciento veintitrés diputados opositores.
Mussolini no estuvo solo en esta tarea de destrucción del sistema, fue acompañado por los
factores de desorden expuestos, la atomización de los partidos liberales, el hastío de la clase
obrera y la complicidad de la burguesía, que no tuvo dudas en cambiar libertad y derechos
humanos por orden y seguridad.
Generalmente, cuando se analizan estos procesos de violaciones extremas de los derechos
humanos, se suele incurrir en la ligereza de atribuir toda la responsabilidad de lo sucedido al
conductor de los procesos totalitarios, desconociendo que éste ha sido apoyado por gran parte
o la mayoría del pueblo, que acepta y convalida con consenso y votos los excesos del régimen,
provocando en el dictador la realización de más excesos.
Otra de las generalizaciones es la de atribuir legitimidad a estos sistemas, pues han tenido
sustento por vía del sufragio.
La legitimidad del sistema democrático no sólo se adquiere por votos. La legitimidad
democrática requiere, pues, el respeto de los derechos humanos. De no suceder así, el régimen
carece de fundamento sin importar la cantidad de votos que lo sustentan. Esto significa que un
régimen establecido por mayoría de sufragios, que coarte las libertades de opinión, prensa,
expresión, locomoción, etc., que limite o de cualquier modo restrinja los derechos humanos
carece de legitimidad democrática. Eso sucedió con el fascismo y el nazismo, apoyados en
ambos casos por mayoría de votos.
Se ha escrito abundantemente sobre las violaciones de los derechos humanos por parte del
gobierno fascista. Su doctrina adoptó la fraseología del socialismo sobre las bases filosóficas de
Sorel, para el culto a la violencia; de Nietzche, la voluntad de poder; de Maurras, la primacía
del Estado y de Bergson, la jerarquización de los sentidos antes que la razón.
Con esa combinación de bases doctrinarias, en 1932, una enciclopedia francesa solicitó a
Mussolini la definición del fascismo, resultando la siguiente: “El hombre no es nada; el
fascismo se eleva contra la abstracción individual basada sobre fundamentos materiales y
utopías. Fuera del Estado, nada de lo que es humano o espiritual tiene valor”.
El sistema fascista, de orden totalitario, de acuerdo con la definición expuesta, agregó también
el “crimen majestatis”, o sea la ejecución por parte del estado de acciones criminales y
antijurídicas de violación de los derechos humanos, dentro de lo que en la actualidad se
denomina: “terrorismo de Estado”. Además de esta institución que se remontaba al imperio
romano, el fascismo se caracterizó por la hipertrofia de la tortura y el desarrollo del
contraespionaje dentro de una sociedad rigurosamente vigilada.
A medida que el fascismo se instalaba en la sociedad iba absorbiendo más funciones para el
Duce, y restando más para las personas e instituciones democráticas. El poder judicial se
transformó en un tribunal especial, la policía en la O.V.R.A., policía política secreta y hacia 1938,
se eliminaron las elecciones y se designaron los integrantes de la Cámara de los Fascios y de las
Corporaciones. El sistema normativo había sufrido profundos cambios con motivo de la ley
Rocco en cuanto al Código Penal y la “Carta del Trabajo”, que instrumentaba el sistema
corporativo por medio de sindicatos paralelos, obreros y patronales dentro de corporaciones.
La pena de muerte se estableció para los “traidores”, e incluso en el Código Penal Fascista, se
establecía que la defensa del Estado y del régimen fascista tenían un carácter esencial. El
Código Penal, redactado por Rocco hacia 1930, era un verdadero código político aunque se ha
reconocido que curiosamente sobrevivió el principio “nullum crimen, nulla poena sine lege”.
Varios autores distinguen el derecho penal nazi del fascista aunque reconocen que ambos son
contrarios a los principios liberales, especialmente en lo que respecta a la Ley de Defensa del
Estado. Después de 1938, cuando el fascismo une su destino con el del Reich alemán, las leyes
racistas se incorporaron a la legislación italiana produciéndose una simbiosis del orden
jurídico entre ambos regímenes.
La tortura durante el régimen fascista era una metodología habitual, y la O.V.R.A., policía
secreta italiana, “practicaba la tortura en grados posiblemente menos sádicos que la Gestapo,
pero diariamente (Mellor). Cuando los alemanes ocuparon Italia se produjo una especie de
integración de los métodos de tortura, aunque prevaleció la que tenía más tecnología y
experiencia: la Gestapo.
El régimen fascista intentó resucitar el prestigio de la antigua Roma y se lanzó a hacer obras
faraónicas, estadios, rutas, etc., mientras se buscó el aumento de la población estableciendo un
impuesto al celibato y premios a la maternidad.
Internacionalmente, Mussolini reanudó la expansión colonial mediante invasiones en África,
que la Sociedad de las Naciones no supo o no pudo condenar ni hacer cesar, y que
prácticamente dio comienzo a una nueva etapa de conquistas, dentro de un nuevo derecho
internacional que en pocos años estableció la doctrina de la prohibición del uso de la fuerza en
contra de la integridad territorial (Pacto Briand-Kellog 27 de agosto de 1928).
Ese pacto, después de la Segunda Guerra Mundial, fue una de las bases jurídicas esenciales
para la aplicación de las sanciones por los tribunales nacionales e internacionales que se
establecieron. (Tribunales de Nuremberg, Tokio, etc.).
La condena de la guerra como instrumento de la política nacional no fue óbice para que los
totalitarios utilizaran el recurso de la guerra poniendo en marcha violaciones extremas de los
derechos humanos.
El principio del fin de Mussolini se produjo en julio de 1943, en la reunión del Consejo Fascista
con una orden del día que resumía la necesidad de volver al sistema democrático y solicitar al
rey Víctor Manuel que asuma el mando supremo. El Duce, al recibir la orden del día con
diecinueve firmas sobre veintisiete, afirmó: “con esto habéis matado al fascismo”. Más tarde
firmó su foto a una persona y le agregó: “Mussolini difunto”.
52. EL NAZISMO Y LOS DERECHOS HUMANOS
Se decía, en 1989, que el fantasma del racismo estaba libre en Europa, después de las elecciones
de Francia, en las que Jean Marie Le Pen arañó el 14% de los votos. Más tarde, profanación de
tumbas judías en todo el mundo y encuestas europeas, indicaban que un alto porcentaje de
personas siguen siendo racistas con los judíos. Por último, la gota que colma el vaso: en
Budapest al jugar un equipo judío de fútbol, los adversarios gritaban Aushwitz! Aushwitz!
El paradigma de la violación de los derechos humanos ha sido el régimen nacionalsocialista
personificado por Hitler.
La democracia parlamentaria de Weimar había demostrado su fragilidad, atravesando
dificultades de orden político, económico y social. Entre 1919 y 1922 en Alemania hubo casi 400
asesinatos políticos, miseria, agitación nacionalista y un clima político social que no dejaba
dudas del final de la República de Weimar.
La República de Hindenburg trató de apaciguar el clima de caos que se vivía.
En pocos años, luego de una política económica eficaz dirigida por el ministro de finanzas
Schacht, se recuperó la prosperidad económica en medio de la estabilidad política del viejo
mariscal Hindenburg, electo y ejecutor de una política de derecha moderada. Sin embargo, la
situación no significaba eliminar las causas, esto es, aún permanecían en la sociedad políticas
radicalizadas a derecha e izquierda, que incluso habían militarizado sus cuadros.
La internacionalización del mundo se puso de manifiesto con la crisis de 1930, que tuvo origen
en la Bolsa de Nueva York, el 24 de octubre de 1929, el famoso “jueves negro”. De la noche a la
mañana, los ricos se hicieron pobres, la inversión en la bolsa se hizo añicos, y la crisis recesiva
se extendió como un reguero de pólvora. En Alemania, la producción bajó su ritmo, los precios
internacionales cayeron junto con la producción agrícola, mientras aumentaban las quiebras de
las empresas y el número de desocupados (3.000.000 de desocupados en 1931).
En EE.UU. se ensayaron nuevas soluciones para los nuevos problemas, durante la presidencia
de Franklin Delano Roosevelt con el New Deal, ejecutado por gente nueva en la política
norteamericana en un “brain trust”, en el que no faltaban intelectuales izquierdistas, que
aconsejaban la lectura de Marx y no la de Adam Smith. (Roosevelt fue presidente de los EE.UU.
desde 1932-1935; 1936-1940 y un tercer período de 1940-1944).
Es evidente que lo sucedido en la crisis de 1930, en cierta manera coincidía con los pronósticos
de Marx acerca del destino del capitalismo, y es probable que en la primera época, el
presidente víctima de la poliomielitis casi diez años atrás, considerara y pusiera en marcha una
política caracterizada por la intervención estatal en la vida económica, que fue rechazada por
la Suprema Corte de Justicia al principio, aunque finalmente superó la crisis institucional,
ratificando jurídicamente las medidas.
El final de 1930 había sido el fin de las estructuras monetarias internacionales. El Banco de
Inglaterra había abandonado el patrón oro y prácticamente todos los bancos de Europa,
ligados al mercado financiero norteamericano fueron cayendo como piezas de dominó.
La sociedad alemana se halló unánimemente unida en el odio a las potencias monetarias,
responsables de su miseria, imputando también responsabilidad de la situación, al Parlamento,
a los judíos, al capitalismo, y a la democracia.
El partido nazi fue ascendiendo en la preferencia del electorado; de 400.000 votos en 1928, pasó
a 1.500.000 en 1932; a 6.400.000 votos y finalmente a trece millones de votos, transformándose
en el primer partido del Reich.
Hitler comenzó a cambiar su discurso en lo que respecta a la demagogia anticapitalista y
finalmente fue designado canciller por Hindenburg, en enero de 1933. De la mano de la
democracia, con legitimidad derivada del sufragio mayoritario, Hitler asumió el poder en
Alemania.
¿Quién era Adolf Hitler? ¿Cuál era su política? ¿El pueblo alemán fue engañado acerca de sus
intenciones?
Hitler llegó al poder, pues, por vía del sufragio a la edad de cuarenta y cuatro años. Durante la
Primera Guerra Mundial se desempeñó como “oficial instructor”, encargado de efectuar
contra-propaganda anti-bolchevique a los soldados. Había nacido en Austria y llegó a pintar
algunos cuadros, paisajes, que han sido rematados últimamente.
Hitler inició su actividad política dentro de un pequeño partido bávaro de extrema derecha, en
el que rápidamente adquirió el liderazgo y constituyó su equipo con algunos oficiales
retirados, como Goering y Hess y algunos intelectuales como Rosenberg, Goebbels y otros.
Tuvo un sustento ideológico en las doctrinas medievales absolutistas (Bonald, De Maistre),
junto con la voluntad de poder de Nietzche; los fundamentos jurídicos políticos de Carl
Schmitt y la propia concepción de la ingeniería política, cabalgando sobre la demagogia y el
resentimiento provocado por el Tratado de Versailles, que más que un tratado de Paz fue el
tratado que preparó los argumentos de la guerra.
Una cuestión que no se halla suficientemente resuelta y que generalmente la historia soslaya es
acerca de la influencia directa y exclusiva responsabilidad de Hitler en lo que después sucedió.
La historia cae con facilidad en las trampas de la simplificación. Una de ellas es la de creer que
Hitler ha sido producto de la casualidad, un tifón, un terremoto, que se produce cada equis
siglos y que por sus características de imprevisibilidad, cada uno de los protagonistas de la
historia, son sólo instrumentos de esa personalidad paranoica, psicopática, etc., que se impone,
de la misma forma que un fenómeno de la naturaleza. En verdad, el antisemitismo se hallaba
instalado en la sociedad europea, desde hacía siglos, y había recorrido los caminos de la
intolerancia religiosa, con variadas interpretaciones filosóficas y religiosas.
Desde otro punto de vista, se suele asignar exclusiva responsabilidad al pueblo alemán,
ignorando que el antisemitismo tenía carta de ciudadanía en toda Europa. Por ejemplo, en
Inglaterra, en 1753, la resistencia popular obligó a la revocación de una ley aprobada por
mayoría de ambas cámaras, por la que se permitía que los judíos se naturalizaran súbditos
británicos, sin convertirse al cristianismo y tomar los sacramentos.
Otra de las simplificaciones también es cargar a Hitler con la responsabilidad exclusiva e
individual por todo lo que pasó.
¿Hitler personificó las intenciones del pueblo alemán? ¿Hitler fue un instrumento del pueblo
alemán?
Es difícil saberlo, pero al momento de tomar el poder, el pueblo alemán conocía la propuesta
de Hitler expuesta en forma sistemática en su obra máxima: Mein Kampf (Mi lucha). Esa obra
fue escrita en la prisión a la que fue condenado luego del fracaso del “putsch” de Munich, en
1923. Desde 1923 hasta 1932, hubo mucho tiempo para conocer cuales eran los planes, objetivos
y bases de acción de Hitler.
Una postura moderada, desde el punto de vista histórico, no puede dejar de reconocer que la
responsabilidad quedó en cabeza de Hitler, pero corresponde en conjunto al pueblo alemán
que no supo defender y fortalecer a su débil democracia, no supo generar alternativas, se
confundió entre los extremos de izquierda y de derecha, sin dejar de señalar los factores
internacionales que condujeron al ciudadano común alemán a creer de buena fe que Hitler
restablecería el prestigio perdido. Todo ese razonamiento de buena fe, exaltado por la
propaganda, también explotaba el orgullo egocéntrico racial que en el ciudadano común hacía
saltar la valla de los principios éticos al colocar a la raza aria alemana como rectora del
universo.
No hay que dejar de mencionar también a los políticos de la época que no supieron predecir lo
que iba a pasar, toda vez que la política, esencialmente, es el arte de saber con anticipación los
hechos que se avecinan en la madeja de la historia.
La política de Hitler, una vez obtenido el poder por la vía de los sufragios, fue eliminar esa vía
dentro de un clima de terror que se ilustra con el incendio del “Reichstag”, parlamento que ya
sufría un serio cuestionamiento desde la República de Weimar.
La política de Hitler, en sus postulados, fue inmediatamente violatoria de los derechos
humanos, pues al establecer “una sola raza, un solo Estado, un solo jefe”, resumió el
totalitarismo de sus intenciones y adelantó lo que iba a pasar pocos años después.
Esos tres postulados requerían, por supuesto, un espacio donde desarrollarse y de allí el
mesianismo de lanzarse a la conquista del espacio vital para llevar a cabo el proyecto
(lebensraum).
Años antes se había condenado la guerra de agresión y el objetivo nacional de conquista,
aunque en los hechos, la conquista se había transformado en el instrumento más eficaz de la
política nacional.
La Sociedad de las Naciones, como organización internacional, tuvo un mal estreno como
instrumento jurídico a cargo de la solución de los conflictos por medio de la justicia y el
derecho internacional, pues sometía el diferendo al cumplimiento de procedimientos de
conciliación, los que una vez agotados llevaban irremediablemente a la guerra.
Manchuria cayó en manos de los japoneses que instalaron un gobierno títere, que la
comunidad internacional no reconoció; Italia, se lanzó a Etiopía alegando que la iba a liberar
mientras cantaba “facetta nera” en el desfile de la conquista; y Hitler rescató el sentimiento del
pangermanismo y del racismo que se hallaban latentes en la doctrina y filosofía alemana desde
Federico el Grande, hasta Bismark y de allí hasta ese momento crucial.
En agosto de 1934, Hitler acumuló la presidencia y la cancillería de Alemania y con el ejército
de su lado, amplios sectores del pueblo y con el apoyo de los empresarios e industriales, se
lanzó a ejecutar su plan. Generalmente se critica a los políticos, debido a que no cumplen con
sus promesas. Hitler, por el contrario, cumplió con todas las promesas expuestas en su obra de
cabecera y reiterada en discursos y conferencias.
Con el objeto de instalar en Alemania una sola raza, Hitler comenzó a desarrollar su política de
persecución racial, en primer lugar con los judíos, luego con los arios de distinto origen no
alemán y más tarde con los discapacitados, enfermos mentales y portadores de taras
hereditarias.
Lo más monstruoso de ese procedimiento, ya propuesto con anterioridad y apoyado con el
sufragio, es que la metodología empleada en la persecución racial respondía a un monopolio
normativo, por lo que no puede imputarse el exceso de los encargados de cumplir las órdenes,
sino por el contrario, en muchos casos éstos trataban en alguna manera de disminuir los
efectos que normas casuísticas establecían al mínimo detalle.
Por ejemplo, la exclusión de los judíos del ejército, de la enseñanza, de la administración, de las
profesiones liberales, la deportación fueron objeto de una minuciosa legislación en un “corpus
juris” de las violaciones de los derechos humanos, cuyos contenidos didácticos fueron
rápidamente asimilados por la mayoría de las dictaduras de izquierda y de derecha, racistas o
no.
El propósito de una sola raza también se pone en acción dentro de una sola cultura. Es posible
referirse a una cultura oficial nazi, en la arquitectura, en la música, en las artes plásticas, en la
literatura, radio y cine; conformes con un modelo nazi, a la usanza de los egipcios, con el
mismo rostro del faraón para representar al estado en tres mil años.
El ejército y las organizaciones intermedias pasaron a ser controladas por el orden jurídico
nazi, se suprimió el Reichstag y se estructuró un sistema de seguridad nacional por medio de
un trípode integrado por la Gestapo, policía secreta, las SS y las SD servicios de seguridad, con
una ordenada metodología de torturas, asesinatos, internaciones en campos de concentración
como paso intermedio antes de la eliminación de los enemigos del régimen, los judíos y
cristianos, dentro de una organizada red de delación, coerción y traición.
Son conocidos los excesos, asesinatos, torturas y exterminio del género humano, sin una
palabra para describir hasta que la encontró: genocidio.
La estructura estatal apoyó con el monopolio de la fuerza, de la legislación y de la jurisdicción
toda la política de genocidio en contra de los más elementales principios de humanidad.
Eso significaba que el Estado como unidad del orden jurídico, como propósito ético, tuvo su
primer gran fracaso en pleno siglo XX, y lo más grave es que ese fracaso se iba extendiendo por
todo el mundo, pues el proyecto del estado nazi constituía un proyecto universal.
Desde 1934 en adelante, las primeras planas de los diarios en todos los idiomas, informaban de
las andanzas de Hitler, sus proyectos y propósitos despertando odios y admiración,
dividiendo a las sociedades en anti-nazis y nazis.
Una cinematografía cada vez más precisa y técnica captaba a Hitler en las grandes
concentraciones populares, organizadas con criterio operístico, y las imágenes del mismo
Hitler, acariciando a un perro de policía alemán y a unos niños en un palacio de los Alpes
alemanes.
El estado alemán, por su parte, era eficaz para procurar al acreedor el cobro de su crédito, pero
no cumplía con el propósito mínimo de proteger los derechos humanos.
La violación de éstos en el orden interno, como es habitual, es la antesala de la guerra
internacional y así sucedió: el 3 de septiembre de 1939, Inglaterra y Francia declararon la
Guerra a Alemania, que ya había tensado el hilo de la paz en la crisis de Austria, la cuestión de
los sudetes en Checoslovaquia, la conferencia de Munich y la invasión de Polonia.
De allí al establecimiento del “nuevo orden nazi” en Europa, había un solo paso y Hitler se
dispuso a darlo, pues ya había probado en el orden jurídico interno, que era posible sostener el
principio “un solo estado, una sola raza, un solo jefe”.
El exterminio de la raza judía es ampliamente conocido, y las víctimas fueron entre 4.200.000 y
4.600.000 muertos, dentro de una acción planeada y sujeta a un programa estricto. Hay una
nota de Goering, en la que ordena el 31 de julio de 1941, que se pongan en práctica “todos los
medios humanos y materiales para la definitiva solución del problema judío en todos los
territorios europeos de influencia alemana”, disponiendo que se debía presentar “pronto un
esquema completo de todas las medidas que piense adoptar para poner fin en breve plazo al
enojoso problema de los judíos en nuestros territorios”.
El casuismo del racismo ocupa varios volúmenes y destacamos las indicaciones de las Leyes de
Nuremberg respecto a los matrimonios permitidos y prohibidos, a los efectos de establecer la
calificación de “sangre alemana”, “judíos de raza” y “bastardo”.
Un aspecto que ha sido poco analizado es el de la formación de las personas que se encargaban
de legislar, de establecer las bases normativas del estado nazi. Es decir, cuando nos referimos
al estado nazi, no estamos tratando el orden jurídico de Atila, o el estatuto de los países
ocupados por Turquía en los Balcanes, esto es, sistemas anárquicos caracterizados por una
absoluta desconsideración de la persona humana, pero carente de base normativa.
En el estado nazi, por el contrario, hubo una burocracia de técnicos que dentro de una
obediencia debida militar acató y sirvió de sustento civil a los planes de exterminio.
En la Alemania nazi se mataba en cumplimiento de órdenes estatales, dentro del marco del
monopolio coercitivo del Estado, mediante leyes que jurisdiccionalmente eran aplicadas por
jueces, dentro de una pirámide normativa en la que el Führer ostentaba la soberanía y el poder
sobre los tribunales en calidad del más alto magistrado del pueblo.
La expresión de este principio era: “Los jueces deben sujetarse a la voluntad del Führer como
representante del derecho superior”, siempre que procedan según las ideas del Führer. Para
ese objeto, había directrices que debía cumplir el jurista nazi: “El estado nacionalsocialista
contempla la vida terrenal del hombre con visión amplia. No se detiene ni ante tradiciones
históricas, ni ante ciertos derechos naturales o derechos humanos... En la vida cotidiana del
Derecho, el auténtico nacionalsocialista deberá limitarse a seguir las directrices del Führer, que
por principio deberán considerarse justas” (Erik Wolf).
Con ese propósito, los juristas jóvenes eran formados en esos principios y, por tanto, el Estado
se había organizado con la usurpación del poder por Hitler, secundado por los burócratas que
disfrutaban de la ideología y del poder.
El derecho penal alemán ha sido justamente calificado por Jiménez de Asúa, dentro del sistema
autoritario procediendo a la destrucción de los principios liberales. El principio “nullum
crimen sine lege” quedó destruido con la ley de 1935 que reformó al Código Penal alemán. Allí
se estableció el principio de la “analogía”, esto es, la facultad que se otorga al juez de aplicar
una figura similar a acciones no definidas ni incriminadas.
La fuente del derecho penal alemán fue el “sano sentimiento del pueblo” y según Jiménez de
Asúa se castigaron los actos preparatorios de la misma manera que la tentativa, se negó toda
diferencia entre autor y cómplice y los juristas nazis dejaron de lado la tipicidad y la
antijuridicidad objetiva para poder perseguir mejor la voluntad delictuosa.
También se establecieron otras medidas penales, tales como la pena de muerte con fines
políticos, en 1933; la esterilización de anormales en ese mismo año y la castración de los
delincuentes.
El Profesor Walther Hofer ha planteado: ¿Cómo ha sido posible que la masa del pueblo alemán
se rindiera al dominio del nacionalsocialismo y se encontrara relativamente a gusto en el Reich
de Hitler? “La principal explicación de esta postura está seguramente en el hecho de que la
gran mayoría del pueblo alemán sólo conocía la fachada brillante del nuevo Reich y se
aprovechaba de alguna manera de sus adquisiciones, ”en el lado que daba el sol".
La secretaria de Hitler relató los últimos momentos en el Bunker de Berlín. El III Reich se
encerró con su amante Eva Braun y ambos se envenenaron. Luego, el chofer y otros
colaboradores incineraron su cuerpo, dejando un marco para muchas incógnitas en el fin del
principio y de la “maldad”, como solía decir Churchill. ¿Muerto Hitler terminó el nazismo?
53. EL MARXISMO-LENINISMO Y LOS DERECHOS HUMANOS:
¿EL FIN DE LA HISTORIA?
El establecimiento del marxismo ha sido un obstáculo para los derechos humanos al oponer
contradictoriamente los principios de la libertad con los de la igualdad. (Ver Nº 42). Las
concepciones de Marx y Engels han tenido una suerte contradictoria y ambivalente. A fines de
1930, los críticos más estrictos del marxismo, no pudieron dejar de reconocer que algo de lo
que había anticipado Marx se estaba cumpliendo, esto es, que el capitalismo tenía en su seno el
germen de su propia destrucción y que los mismos capitalistas se encargarían de fabricar la
soga de su propia horca.
Los resultados de la crisis de 1930 fueron devastadores para todo el mundo que aún no había
aprendido la interdependencia y la internacionalización económica.
Todos esos hechos han quedado atrás en la historia y sesenta años después, Regis Debray titula
un artículo publicado en París: “El capitalismo no tiene rivales”, y mientras Octavio Paz titula
otro en Buenos Aires: “La herencia de 1917 está en liquidación”. Ambos títulos son veraces y lo
más curioso, es que Regis Debray había intervenido años antes en un intento revolucionario
encabezado por el “Che Guevara”, con el propósito de instalar el marxismo leninismo en
Sudamérica.
Es así, pues, que se habla de la historia impredecible, de la aceleración de la historia, de la
ironía de ésta, e incluso del fin de la historia para ilustrar el paso del sistema marxista a uno
nuevo. Quizás sea excesivo calificar a esta época como el fin de la historia del marxismo, pues
este proceso ha tenido una extensión de más de setenta años y de casi un siglo y medio si
comenzamos la cuenta desde 1848, fecha de publicación del Manifiesto Comunista de Marx.
Por tanto, en ese tiempo se cristalizó una gran estructura, que semejante a un iceberg amenazó
a otros sistemas contrapuestos, asomando la punta de los sistemas establecidos en la URSS y
sus satélites más o menos dóciles de las llamadas democracias populares y de otros
experimentos nacionales de marxismo como los de China, Yugoeslavia, etc. La punta de
iceberg, ocultó también lo que se hallaba debajo: extremas violaciones de los derechos
humanos.
Octavio Paz ha señalado que “En febrero de 1917 estalló una revolución democrática en Rusia
y el Zar Nicolás II fue depuesto. En octubre de ese mismo año un grupo de revolucionarios
asaltó el poder y estableció un nuevo gobierno. Su acción estaba inspirada por una versión del
marxismo, que ellos decían, les daba las llaves de la historia. Era la solución definitiva al
desorden económico y social, y consecuentemente de la dominación de las democracias
burguesas y de los rapaces imperialismos. Al mismo tiempo denunciaron a la democracia
política como una máscara que ocultaba la realidad del capitalismo, creador de la miseria, el
desempleo y la guerra” (Diario La Nación, 5/2/1990).
A partir de allí comenzaron las expropiaciones, desaparecieron las clases sociales y apareció la
burocracia comunista y los privilegios de los tecnócratas predilectos del régimen: la
nomenklatura.
Mientras se cambiaba todo, para que todo siguiera igual o peor que durante los zares, comenzó
una represión organizada, legislada, regimentada que en gran parte de sus resultados se
asemeja al nazismo. Octavio Paz, en el ensayo citado, afirma que “La política de represión,
iniciada por Lenin en 1918 con la fundación de la Cheka, se convirtió en institucional y la
Unión Soviética se transformó en un estado político. El terror jacobino duró un poco menos de
dos años (agosto de 1792 a julio de 1794) mientras que el comunista se prolongó más de medio
siglo. Hasta hace unos pocos años, los campos de concentración fueron un rasgo característico
de la sociedad comunista. En ellos murieron millones”.
La historia la hacen los hombres que se hallan a su cargo, y esta parte de la historia de la Cheka
(policía política rusa), de las violaciones de los derechos humanos ejecutadas en forma
sistemática y organizada, estuvo a cargo de Lenin, que luego de la revolución de 1917, se halló
en el Kremlin, fortaleza, iglesia y palacio al mismo tiempo, entronizado como el nuevo zar de
Rusia. Mientras afirmaba que un técnico vale más que veinte comunistas, Lenin comenzó a
construir la estructura del nuevo marxismo, que en la praxis le agregaría su propio nombre.
Una buena forma de saber qué fue lo que pasó con los derechos humanos en la Rusia, bajo la
dictadura del proletariado de Lenin, es leer la obra de Alexandr Soljenitsin, Archipiélago Gulag.
Esta obra ha tenido la fuerza de crear el neologismo de los “gulags”, palabra que sirve para
describir adecuadamente un lugar de violación sistemática de los derechos humanos.
En la obra de Soljenitzin se hace un descarnado análisis de los métodos de tortura, de los
sistemas a través de los cuales se minaba la voluntad de los acusados, de los procedimientos
judiciales transformados en farsas destinadas a condenar sin juicio y sin pruebas a los
enemigos o presuntamente enemigos del régimen.
Todas estas metodologías de tortura del “gulag” son conocidas y la lectura de la obra exime
detallarlas. Hay, sin embargo, algunos detalles que permiten establecer la responsabilidad de
lo ocurrido, sin dejarlo librado sólo a sus ejecutores, mientras el autor intelectual queda
absuelto por la violación de los derechos humanos.
En multitud de casos, las acciones de los torturadores han ocultado a los autores intelectuales
que quedan impunes y algunas veces absueltos como salvadores de la patria, al haber optado
por los fines sin importar a costa de qué medios. Ése es el caso de Lenin, que aún se lo
considera el padre de la URSS y además es el estereotipo del dirigente digno de imitar por sus
sucesores, Stalin, Kruschev, Breznev, etc., que adaptaron los principios de la represión leninista
al progreso de la ciencia y de la tecnología.
Lenin no improvisó la violación de los derechos humanos. Por el contrario, sometió al pueblo
ruso a un sistema juridizado y legitimado para controlar el poder. El instrumento para esos
propósitos se consiguió por medio de sólo uno de los ciento cuarenta y ocho artículos del
Código Penal, que resume todas las violaciones de los derechos humanos. Solyenitsin define a
esa norma como “el artículo cincuenta y ocho grande, potente, abundante, ramificado, variado,
barrelotodo, que abarca el mundo entero no tanto a través de las definiciones de sus puntos
como a través de su interpretación dialéctica y generosa”.
El artículo 58 del Código Penal soviético, pues, estaba redactado en catorce puntos, bajo la
aclaración previa que en la URSS, no existen los delincuentes políticos, sólo los comunes. Los
catorce puntos, redactados al detalle por Lenin personalmente, contenían la definición de las
actividades “contrarrevolucionarias”, la rebelión y la usurpación del poder, cualquier tipo de
ayuda a otras potencias, ayuda a la burguesía internacional, inducir a un estado extranjero a
declarar la guerra a la URSS, espionaje con sus sospechas o relaciones que inducen a sospechar
espionaje; propaganda o agitación tendiente a minar o debilitar el poder soviético, actuación en
organizaciones o en banda para cometer los delitos antes señalados; la no denuncia de los
delitos expuestos, haber servido a la policía secreta del Zar; el sabotaje o la contrarrevolución
económica. Con esta nómina de delitos más la instigación, la complicidad, etc., prácticamente
se cubría toda la existencia del hombre.
Lenin procedió minuciosamente en la redacción de este artículo y sus modificaciones para
adecuarlo a las realidades políticas. En esa tarea no tuvo eufemismos, ni justificaciones. Lenin
personalmente se encargó de ratificar ese juicio, en mayo de 1922, al agregar de su puño y letra
a los seis artículos que prescribían la pena de muerte, otros seis artículos más y el
agravamiento de algunas penas con el destierro al expresar: “En mi opinión puede ampliarse
la aplicación del fusilamiento a todas las actividades mencheviques, social revolucionarias y
similares; se ha de hallar una fórmula que sitúe estos hechos en una relación con ‘la burguesía
internacional’”. Al día siguiente, Lenin amplió los conceptos de su anterior: “como
continuación a nuestra conversación, le envío el borrador de un artículo adicional para el
Código Penal... Espero que pese a las deficiencias del borrador, la idea básica esté clara:
exponer una tesis real (no puramente jurídica) que apoye la entidad y la justificación del terror,
su necesidad y sus límites. El Tribunal no debe eliminar el terror... sino establecerlo y
reglamentarlo por principio, con claridad, sin adornos. La articulación debe ser lo más extensa
posible, pues sólo la conciencia del derecho revolucionaria impone las condiciones para una
más o menos amplia aplicación práctica. Un saludo comunista. Lenin” (Obras Completas, 5º Ed.
Tomo 45, p. 190).
El método que se utilizó para la aplicación a fondo de esos “principios” del autoritarismo
soviético fue el de la analogía, de la misma manera que el nazismo.
De acuerdo con Jiménez de Asúa, se atacó el legalismo que garantizó la libertad individual, al
quebrantar el principio “nullum crimen, nulla poena sine lege”. Con la analogía se atacó la
tipicidad pues el Código Penal ruso declaraba que para ser incriminado no basta que el delito
esté definido en la ley, sino que depende de la peligrosidad del autor, y por último, se aplicó
en gran escala la pena de muerte.
Luego de tres años en el poder, Lenin fue víctima de un atentado ejecutado por una mujer que
le disparó en la calle y quebrantó la salud de éste a pesar de sobrevivir al ataque. Años después
de su muerte, millares de rusos concurren al Kremlin a expresar el respeto ante Lenin, el
pontífice máximo del nuevo marxismo-leninismo, cuyo despotismo lo hace cuasi religioso.
Setenta años después, una grúa levanta una pesada estatua de Lenin de las calles de Rumania.
La estatua está manchada de sangre luego de la revolución y caída de Ceaucescu, mientras la
autora de aquel atentado oculto en los rincones de la historia siente con fanatismo que la
venganza tarde o temprano, llega.
De la misma manera que en el caso de Hitler, cabe preguntarse si las extremas y similares
violaciones de los derechos humanos correspondieron sólo a Lenin, o éste de alguna manera
interpretó los sentimientos de sus compatriotas que deseaban un cambio luego de los zares, o
cambiarlos por otros zares, más o menos atroces.
Es posible que la respuesta coincida con la del nazismo, esto es, que el pueblo apoyó por temor
o por convencimiento al régimen, pero los que se hallaron a cargo del poder, utilizaron el
poder en beneficio propio, como “modus vivendi”, enquistándose en la “nomenklatura”,
ocupando todos los espacios en el partido comunista, en el que no cualquiera se podía
incorporar y en definitiva gozando sensualmente de los atributos y no de las responsabilidades
del poder.
Hay muchos Berias sobreviviendo a decenas de purgas, ejerciendo el poder en las sombras por
medio de las policías secretas, y ocultos en los repliegues de la historia de las violaciones de los
derechos humanos.
La acción de Lenin fue continuada por Stalin, un dictador de características diferentes, hombre
de acción más que de gabinete, que se propuso vencer en la guerra contra los alemanes y
consolidar el poder soviético instalado desde 1917.
Se ha escrito abundantemente sobre Stalin; actuó en Georgia, fue seminarista, deportado por
tres veces a Siberia, fue comisario del pueblo para las nacionalidades y en 1922 se hallaba a
cargo de la Secretaría General del Partido Comunista, órgano central de la estructura política
soviética.
Se ha dicho que su característica fue no ser teórico y actuar como un vulgarizador del
marxismo. Supo sacar provecho de la victoria sobre el Eje y en cierta manera centralizó la
iniciativa política al fin de la guerra materializada en los Acuerdos de Postdam y Yalta.
Durante casi treinta años el Gulag fue constantemente abastecido y los campos de
concentración fueron ocupados por más de diez millones de personas.
El asesinato político y el terror iniciado por Lenin fue técnicamente continuado por Stalin, que
desarrolló una política violatoria de los derechos humanos al nivel del nazismo, dentro de un
culto a la personalidad al que los jerarcas soviéticos suelen ser muy afectos.
Durante casi treinta años, la historia oficial soviética tuvo dos caras, una era la del culto a la
personalidad de Stalin y la real era la de los fracasos en materia agrícola: la del hambre, la del
despilfarro en materia de gastos de defensa, la del Gulag y en definitiva la historia de las
soluciones a largo plazo y no las del presente.
Cada generación fue sacrificada con el sueño de que la próxima iba a cosechar el producto del
esfuerzo; la frustración generalmente se escondió por medio de la propaganda de los viajes
espaciales o del odio a todo lo que viniera del exterior, prohibiéndose la salida del país y, por
tanto, desconociendo lo que se criticaba.
La persecución a los judíos y a las iglesias tuvo períodos de violencia y luego si bien
disminuyeron en intensidad, continuaron en sus efectos manteniéndose la negativa a la
libertad de cultos.
Frente a ese panorama, denunciado universalmente pero en gran parte sometido a los
condicionantes de la mutua destrucción atómica de las superpotencias, hubo voces solitarias
que demostraron al mundo que personalmente se puede hacer mucho por los derechos
humanos.
La acción desarrollada por Soljenitsin y por Sahkarov, desde las antípodas del pensamiento,
esto es desde el cristianismo el primero y desde el liberalismo progresista el segundo, tuvo el
efecto de mil conferencias.
Soljenitsin sufrió en carne propia el Gulag y Sakharov estuvo largo tiempo internado en un
“hospital psiquiátrico”, nueva denominación de las cárceles.
Durante largos años estos dos herederos de Dostoievski y de Turgueniev, no fueron recibidos
por ningún presidente, no fueron nota en ninguna revista, no disfrutaron del halago de la
notoriedad. Contrariamente, estos dos hombres se hallaron solos en sus celdas, torturados pero
sin abdicar de sus principios.
Ambos han testimoniado que la mejor forma de luchar a favor de los derechos humanos es a
través del no compromiso con el régimen, la no aceptación del sistema de falsedades
construido para oprimir al ser humano, no confesar delitos inexistentes para evitar las
consecuencias de torturas y en general resistir en base a principios morales y éticos.
Luego del suicidio de Europa de la Primera Guerra Mundial, el resultado fue el paso a los
totalitarismos: el fascismo, el nazismo y el comunismo. Según Johnson, esos totalitarismos son
totalitarismos de izquierda, herejías del marxismo, unas posiciones más nacionalistas y la otra
más internacionalista en el caso del comunismo.
Frente a esos hechos, ¿Cuál era el marco político del socialismo establecido en la URSS? ¿Los
derechos humanos se hallaban reconocidos en la estructura del Estado? ¿El estado soviético
tenía bases para afirmar el respeto de los derechos humanos, esto es un sistema republicano
con división de poderes para asegurar su ejercicio debido?
La respuesta a esos planteamientos se halla en los fundamentos normativos del Estado
soviético, en las constituciones de 1918, 1924, 1936, 1977 y sus últimas reformas de 1990,
enmarcadas en las políticas de “perestroika” y “glasnost”, que representan un cambio
sustancial.
Prácticamente las constituciones del Estado soviético mantienen los mismos principios
esenciales, extendidos a los estados satélites algunas veces llamados “democracias populares”.
Se establece la dictadura del proletariado en el Estado soviético, que tiene una estructura
centralizada pero federal, dentro de un sistema de soviets elegidos por los ciudadanos, con una
cúpula de un Soviet Supremo y un Consejo de ministros con presencia de las nacionalidades.
Hay que tener presente que la URSS era una federación heterogénea de estados con diferentes
idiomas, culturas, creencias y religiones, centralizados con el predominio de la república rusa.
El partido comunista era hasta 1990, el partido único y junto con el estado funciona con el
principio del “centralismo democrático que se caracteriza por no responder a la estructura
occidental, pues, los poderes no se hallan separados sino que un poder se entremezcla con el
otro. Por ejemplo, el Presidium comparte el Poder Legislativo con el Consejo de Ministros y
queda supeditado al Soviet Supremo, y el Poder Judicial es de orden electivo como los demás
cargos políticos.
La separación de los poderes es una garantía para el respeto de los derechos humanos, pues,
evita la concentración de poderes y, por tanto, es una salvaguardia para evitar que la razón de
estado sea el motor de la sociedad en cuanto a sus alternativas políticas.
La institucionalización del Partido Comunista, dentro de los órganos de la sociedad política,
genera una estructura paralela a la estatal, una “fuerza que guía al Estado” como solía decir
Stalin, y el control de éste significaba de hecho el control del Estado soviético. Generalmente, el
secretario del Partido Comunista centralizaba también la presidencia del Consejo de Ministros.
Todo el sistema, planteado a grandes rasgos, evidencia que los derechos humanos no están
resguardados, a pesar de las manifestaciones de las constituciones, cuya lectura parece indicar
que las garantías son amplias en cuanto al derecho del trabajo, de expresión, de locomoción,
etc. (Ver Constitución soviética de 1977, arts. 33 al 69).
Sin embargo, la constitución oficial es la que corresponde a la estructura de Estado bajo el
“centralismo democrático” y no la del capítulo referente al “Estado y el individuo” que
expresa programáticamente derechos que la realidad ha demostrado que no se cumplen.
Pese a lo expuesto, no hay que dejarse tentar por la negativa extrema e irracional de los
fanatismos. Por eso, como afirma Octavio Paz: “No todo fue negativo: el país se industrializó,
se terminó la colonización de Siberia, se creó una numerosa clase de técnicos y de especialistas,
se edificó una poderosa máquina militar. El régimen se enfrentó a varias crisis sangrientas y
sobrevivió a todas. También sobrevivió a la guerra y su participación fue decisiva en la derrota
de Hitler. Entre las ruinas de 1945 surgió como uno de los vencedores de la contienda. En el
interior consolidó su poder; en el exterior se extendió, tuvo partidarios en todo el mundo y
logró rodearse en Europa de un cinturón de Estados vasallos. En Asia, en África y en Cuba se
establecieron gobiernos prosoviéticos”.
Por supuesto que lo positivo de estos resultados tuvo como sustento la ingeniería social
ejecutada por la violación de los derechos humanos.
54. LAS EXPERIENCIAS DE ESPAÑA Y PORTUGAL
La península ibérica ha sido como una isla dentro de los procesos que Europa vivió para
establecer, consolidar, acelerar y retroceder en materia de derechos humanos.
Desde el descubrimiento de América, en adelante, en las épocas de auge y luego de
decadencia, las ideas de la revolución francesa, del iluminismo, de la revolución
norteamericana y de la inglesa, nunca pudieron afianzarse suficientemente.
España había sorteado las guerras de la religión europeas, pero a un costo de expulsión de
moros, judíos y protestantes y la reforma religiosa prácticamente no tuvo efectos. España se
agotó en el descubrimiento, conquista y colonización de América, pasando a un cono de
sombras dentro de la política europea.
La ocupación por los moros durante ocho siglos produjo un efecto de distanciamiento del resto
de Europa. El proceso de la Inquisición y la guerra de resistencia a la invasión francesa,
mientras se iba quebrando el cuerpo colonial, junto con condiciones culturales y de
temperamento, han hecho de España casi como una isla de Europa, a la que se ha integrado
recién a fines del siglo XX dentro de la Comunidad Económica Europea.
Los derechos humanos en España fueron violados dentro de los procesos históricos comunes
de la monarquía absoluta. En 1931, España produjo una mutación y se convirtió en una
República, manteniendo intactos autonomismos vascos y catalanes, dentro de una situación
económica difícil.
En 1936 triunfa el Frente Popular aunque con menos del cincuenta por ciento de los votos, y
comienzan los desórdenes. En junio de 1936, el inventario de la violencia era: 160 iglesias
incendiadas, 269 asesinatos, 1287 casos de agresión personal, 69 oficinas políticas destruidas,
113 huelgas generales.
Johnson cita a Robles que expresó en las Cortes: “Un país puede vivir bajo una monarquía o
una república, con un sistema parlamentario o un sistema presidencial, pero no puede vivir en
la anarquía”.
Lo que sucedió después es conocido: el ejército se sublevó bajo el mando de Francisco Franco y
comenzó la guerra civil en la que se enfrentaron las clases dirigentes, ejército, clero, grupos
fascistas, republicanos, obreros, campesinos, comunistas, socialistas, comunistas, trotskistas,
sindicatos. Ese enfrentamiento múltiple fue incrementado con la participación internacional de
Alemania, Italia y la URSS, que apoyaron logísticamente a los bandos de su simpatía
ideológica.
Todas las guerras violan los derechos humanos, y ambos bandos en la guerra civil española,
esto es, nacionalistas y republicanos, emplearon ferocidad para hacer una gran tragedia
española.
El resultado: 200.000 muertos en acción, 1.000.000 de lisiados, 130.000 fusilados o asesinados
detrás de las líneas y 20.500.000 exiliados. (Tiempos Modernos, Paul Johnson).
Como es habitual la historia la escriben los que ganan, en historias y sentencias de muerte. Así
sucedió, pues, el régimen de Franco puso en ejecución una represión extrema, aunque sin los
niveles de la de Stalin, que no tiene justificación posible. Los juicios sumarios arrojaban un
saldo de 150 a 250 fusilamientos diarios y algunas cifras de la represión dan cuenta de cerca de
200.000 muertos, casi un cuarto de millón presos, y una gran cantidad de exiliados.
El orden jurídico establecido por Franco fue el llamado “estado nacionalsindicalista”, inspirado
en el fascismo y el nazismo con características propias, de neto raigambre hegeliana, esto es,
con el predominio del Estado por sobre el individuo y sin posibilidad de expresión individual,
libertades personales y respeto de los derechos humanos. El régimen de Franco, subsistió
durante casi medio siglo, quizás como un producto del exceso de violencia que la sociedad
española había absorbido, casi al punto de su desaparición espiritual.
No hay peor enfoque que el maniqueo, el que divide a la historia arbitrariamente entre buenos
y malos, colocándose el historiador en juez y por tanto absolviendo y condenando según sus
preferencias ideológicas. Paul Johnson incurre en ese exceso y produce un juicio de valor que
no compartimos al calificar a Franco como una de las figuras políticas más eficaces del siglo,
dotado de cabeza fría y formidables reservas de coraje y voluntad.
La contabilidad de la represión exime de argumentos y demuestra que eficacia en política es
fundamentalmente salir de la guerra civil con la paz y los derechos humanos.
La historia de España hubiera sido otra si Franco hubiera sido eficaz, eligiendo la vía de la
democracia y los derechos humanos. La prueba más concluyente es que después de Franco,
España entró en Europa y comenzó su etapa de progreso con la democracia. ¿Qué hubiera
pasado en España sin Franco? ¿Qué influencia tuvo Franco en la formación del democrático
rey Juan Carlos?
Cada vez que se ingresa en el Valle de los Caídos, monumento erigido por Franco, el primer
paso, es pisar la tumba de Franco. Los visitantes desconocen que esa ubicación fue ordenada
por el mismo Franco.
En Portugal, la historia fue diferente dentro de la dictadura autoritaria, personalista y
paternalista de Oliveira Salazar que duró desde 1932 hasta 1968. Oliveira Salazar constituyó el
“Estado Novo”, que no tenía nada nuevo por ser una dictadura de estructura corporativa, con
disolución de los partidos políticos, e implantación de la Unión Nacional como partido único.
Oliveira Salazar apoyó a la dictadura franquista con recursos materiales y luego suscribió con
España un pacto de amistad y no agresión. De la misma manera que Franco no participó en la
Segunda Guerra Mundial.
A partir de 1933 se estableció una constitución varias veces reformada que colocaba al Estado
sobre las personas, dentro de un marco de autoridad absoluta.
Los derechos humanos portugueses le deben mucho a la silla hamaca de Oliveira Salazar: La
dictadura terminó cuando éste cayó de ella.
55. EL JAPÓN Y LOS DERECHOS HUMANOS
Parece una paradoja que Japón, uno de los estados vencidos en la Segunda Guerra Mundial,
sea a fines del siglo XX una de las potencias mundiales, en compañía de los también vencidos,
Alemania e Italia.
La guerra para Japón ha sido una consecuencia natural del espíritu imperialista de su cultura,
que intentó por todos los medios extenderse y dominar Asia. El Japón moderno nace en la
denominada Era Meiji, que se extendió desde 1868 hasta 1912 dentro de una política de
eliminación de la estructura feudal, con reformas internas e imperialismo.
En cierta manera, a pesar de los progresos que se producían en Japón, existía un arcaísmo con
un sistema de autoridad y de instituciones muy parecido al egipcio.
Se ha dicho que el Japón no tenía normas penales ni civiles, ni poder judicial, y el sistema
constitucional mantenía una ambigüedad que permitía confirmar la falta de libertad por la
carencia de ley.
Por medio de la religión oficial exteriorizada en el Shinto y el Bushido, se afianzó el
nacionalismo japonés casi al nivel de dogma religioso. La religión oficial crecía junto con el
militarismo clasista de los samuráis que ejercieron gran influencia a fines del siglo XIX y
permanecieron espiritualmente en la conciencia de la elite japonesa.
También a fines del siglo XIX se hicieron experiencias democráticas con sufragio al principio
selectivo y finalmente desde 1925 extensivo a todos los hombres japoneses. A pesar de las
reformas, las fuerzas armadas se hallaban fuera del control político y en algunas
oportunidades sobre los políticos.
En la década de 1920 se desarrolló la participación activa de grupos de personas en sociedades
paramilitares, que asesinaban a sus enemigos en una especie de lucha de todos contra todos,
muy parecida a la de la sociedad alemana nazi, pero descentralizada en cuanto a los grupos de
choque, al ejecutar venganzas políticas y personales, con el renacimiento de los samuráis, a
sueldo de quien los podía pagar.
En esa época la política era una actividad riesgosa y los emperadores de la era Meiji
prácticamente fueron asesinados o conducidos al “hara kiri”, mientras los primeros ministros
sufrían consecuencias similares (seis primeros ministros fueron asesinados y doce ministros
del gabinete sufrieron igual suerte).
Es fácil imaginar que si esto sucedía en la cúpula del poder con impunidad, en el resto de la
sociedad el homicidio era una moneda corriente.
Todas estas violaciones generalizadas de los derechos humanos llevaron a la caída del
gobierno constitucional, al estilo japonés, que ya había extendido su imperialismo por China,
en Formosa y Manchuria hacia 1930 donde se estableció el imperio títere del Manchucuo.
Al producirse la Segunda Guerra Mundial los japoneses se incorporaron al eje Roma-Berlín-
Tokio y se lanzaron, en coincidencia con la utopía fascista y nazi, a conquistar el mundo que
consideraban jurídicamente les pertenecía.
Como es habitual, la farsa de constitución establecida en la era Meiji, el cosmético de sociedad
civilizada que se había establecido y la escenografía del imperio, no fueron suficiente para
sostener el poder, socavado por las repetidas violaciones de los derechos humanos dentro de
un militarismo extremo.
Hay tres imágenes que ilustran ese estado de cosas, esto es la violación de los derechos
humanos en el interior produce la máxima violación en la guerra, que en definitiva es atentado
a la razón y crimen contra la humanidad. El primer hecho: durante la Segunda Guerra
Mundial los noticiarios cinematográficos internacionales muestran cuando los jóvenes
soldados entregaban a sus madres la urna que recogería sus restos. La segunda escena, Iwo
Jima: de sus 12.000 defensores sólo sobrevivieron doce hombres y se dice que el suelo de las
trincheras llegaba a más de setenta grados, por el calor de las bombas. La tercer imagen: la de
Hiroshima y Nagasaki, con su elocuencia dramática obliga a plantear el alto precio que
debieron pagar los japoneses y la humanidad por la violación de los derechos humanos.
La última imagen, la de la superficialidad, es la que atribuye el éxito empresario japonés a la
adopción de un sistema económico, sin destacar el genio de la cultura japonesa. Se dice que
todo se debe a la elaboración eficaz de la última generación en electrónica o en automóviles,
pero pocos conocen que esa cultura tiene otras características: conjuga los sustantivos, como
decía Borges.
56. LOS DERECHOS HUMANOS EN LA CHINA
La historia de la China se halla entremezclada con la del Japón, pero dentro de procesos
profundos de feudalismo enquistado, colonialismo, conquistas e invasiones por estados
extranjeros.
Se ha dicho que el que siembra vientos cosecha tempestades, y los ingleses han acreditado la
verdad del dicho popular. Los ingleses en el siglo XIX, pusieron en vigencia un original
sistema de intercambio comercial: mercaderías a cambio de opio.
La extensión de este sistema de pago creó un nuevo mercado y la población se hizo adicta
dando origen a la Primera Guerra del Opio, de la que resultó triunfante Inglaterra, que luego
del Tratado de Nankim consiguió la cesión de la isla de Hong Kong por China.
Sin embargo, la cuestión quedó irresuelta y luego de nuevas hostilidades de las que Inglaterra
resultó igualmente triunfante y por los Tratados de Tientsin y Pekín obtuvo la Península de
Kowloon (1852 y 1860 respectivamente).
En 1889 y como resultado de la guerra chino japonesa los británicos consolidaron la situación
mediante un contrato de arrendamiento sobre Hong Kong por el término de 99 años (“léase
back”). Lo cierto es que la ocupación británica sigue hasta casi finales del siglo XX, luego de
una breve incursión de los japoneses en la Segunda Guerra mundial.
El caso Hong Kong es indicativo de los excesos de las potencias coloniales y el resentimiento
que generaron en los pueblos de las colonias que prácticamente salieron del poder colonial
para entrar en los experimentos del marxismo-leninismo al estilo chino.
La violación de los derechos humanos fue intensa en el período colonial, pero también lo fue
en la etapa posterior en la que el estado chino se halló frente a bandas feudales de señores de la
guerra que eran dueños de la vida y muerte de las personas que se hallaban en sus dominios.
China participó en la Primera Guerra Mundial, pero no se sentó en la mesa de los vencedores
y, por tanto, no obtuvo la restitución de los territorios arrendados a Alemania.
En 1921, Sun Yat Sen, influenciado por la revolución rusa de 1917 adoptó los tres principios:
nacionalismo, democracia y socialismo, incorporó asesores soviéticos y creó la Academia
militar bajo las direcciones militar y política a cargo de Chiang Kay Chek y Chou En Lai
respectivamente.
En 1925 murió Sun Yat Sen y los nacionalistas comenzaron la revolución nacional bajo el
mando de Chiang Kay Chek, que en 1927 rompió con el comunismo chino y formó un
gobierno militar en Nankim.
Desde ese momento, comenzó la lucha encarnizada entre los nacionalistas y los comunistas
encabezados por Mao Tse-tung, que emprendió la larga marcha de diez mil kilómetros entre
1934 y 1936.
La lucha contra los japoneses suspendió momentáneamente los conflictos, todos unidos frente
al enemigo común hasta 1945. La guerra civil entre los nacionalistas y comunistas fue cruenta y
en su transcurso se produjeron violaciones extremas de los derechos humanos.
En 1949, Mao instaló la República Popular de China y consolidó el poder en todo el territorio
continental con excepción de la isla de Formosa, que fue ocupada por Chiang Kay Chek donde
se instaló China nacionalista.
La dictadura del proletariado ejercida por el marxismo leninismo en la China comunista ha
sido uno de los ejemplos más claros de las violaciones extremas de los derechos humanos.
Los experimentos de traslados de poblaciones, asesinatos, falta de libertades, y en definitiva, la
violación sistemática de los derechos humanos tuvo su culminación durante la época de la
revolución cultural con un saldo indeterminado de muertos, pero con un resultado efectivo de
más de un millón de refugiados. En realidad, el cambio de régimen en los hechos significó sólo
un cambio de amos, o en el lenguaje de Jauretche, cambiaron de collar pero no dejaron de ser
perros.
A fines del siglo XX, el marxismo leninismo chino juega una de sus últimas apuestas, mientras
reprime severamente a una multitud en la Plaza Tiananmen y critican a la perestroika por
generar caos en el mundo socialista. Queda la imagen de un muchacho solo ante una fila
interminable de tanques.
Parecería que existe una dicotomía entre los derechos humanos y la economía. Siempre hemos
sostenido que los derechos humanos constituyen una base indispensable para todo esquema
de desarrollo económico. Sin embargo, el caso de China parecería confirmar, precisamente, la
hipótesis contraria. En los últimos años, además de solucionar la centenaria disputa de Hong
Kong, China ha crecido de manera continua a un promedio del 10% anual del Producto Bruto
Interno dentro de un período de aproximadamente 20 años. Eso significa que un joven de esa
edad se ha encontrado con dos países en un lapso relativamente corto desde el punto de vista
histórico.
El criterio pragmático de los dirigentes chinos se ponía de manifiesto con una frase enigmática:
un país, dos sistemas.
Hace poco nos relataban que en Pekín, en el ámbito histórico de la vieja ciudad imperial, era
imposible sacar una foto sin el telón de fondo de los edificios en construcción.
Así, pues, coexisten exitosamente dos sistemas: el capitalista y el marxista-leninista al estilo
chino. De otra manera, los mismos dirigentes marxistas en el paroxismo de lo empírico
señalaban gráficamente: “no importa que el gato sea blanco o negro, lo que interesa es que caze
ratones”. Está visto que se ha logrado el primer objetivo de carácter económico, pero queda
mucho por hacer para establecer los derechos humanos en China. Hay un buen piso de
marcha, y veremos al final del camino si nuestra aseveración era correcta o no.
57. LAS DEMOCRACIAS POPULARES Y LOS DERECHOS HUMANOS
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la URSS, estableció una red estrecha en Europa
Central. El método establecido para ejercer el poder fue a través de los partidos comunistas
locales que calcaron los sistemas establecidos en la URSS.
La ocupación militar de post-guerra continuó bajo otro signo y, por tanto, la vida de los
polacos, rumanos, búlgaros, yugoslavos o húngaros no tuvo variantes significativas.
Los derechos humanos de los habitantes de Europa central no registraron cambios, las
libertades y garantías a los derechos fueron cercenadas al establecerse las democracias
populares. Bajo esta denominación se catalogaron los regímenes políticos, económicos y
sociales similares a la URSS, con un partido comunista ejerciendo el monopolio del poder y sin
pluralismo ni división de poderes.
La palabra “democrático” fue la máscara y falacia, pues, esos gobiernos no tenían estructuras
ni cercanas a la democracia y, por tanto, no respetaban los derechos humanos.
El partido comunista se impuso en Europa central bajo la fuerza y por medio de la fuerza
procedió a rectificar los límites geográficos, y a distribuir los grupos étnicos, quedando
pendientes sus viejas reivindicaciones de antes de la guerra.
A partir de allí, los partidos comunistas locales establecieron un sistema de estados
dependientes, que incluso debieron cambiar sus estructuras productivas para beneficiar la
división de trabajo socialista, a favor de los intereses de la URSS (caso Checoslovaquia y sus
motores).
Se comenzó a construir un enorme rascacielos sobre un pantano, esto es, se estableció un
sistema dependiente, débil y violatorio de los derechos humanos.
La policía secreta rusa, la “Tcheka”, fue replicada con otras similares como la OZDA yugoslava
o la “Securitate” rumana.
Últimamente, con motivo de la caída de Ceaucescu, se han develado las acciones de la
“Securitate” rumana calificándola como “formación especial programada para matar”. La
Securitate estaba integrada por más de 40.000 hombres que eran minuciosamente entrenados
para eliminar cualquier tipo de disidencia. Esta organización había establecido una red
subterránea eficaz para ejercer una represión despiadada en un verdadero reino del terror. Su
última acción fue reprimir al pueblo rumano en 1989 en Timisoara, hechos sangrientos que
pusieron punto final y quebraron todos los temores del pueblo que se dispuso a terminar con
la dictadura de Ceaucescu.
Luego de la caída del muro de Berlín, también cayeron los telones que ocultaban la realidad
del sistema político de la República Democrática Alemana, es decir, de la Alemania comunista.
En primer lugar, se descubrió que los jerarcas vivían más cerca del lujo occidental que de la
“austeridad” que pregonara el partido comunista; y lo que es más grave, era que vivían de esa
manera sometiendo a escasez al pueblo, en condiciones de vida limitadas al consumo básico.
En segundo lugar, también se supo que la Policía secreta política había establecido una red de
vigilancia estrecha sobre los habitantes.
Se ha comprobado, pues, que las democracias populares no eran democracias ni tampoco
populares. Fundamentalmente, y a pesar de declamar en sus constituciones el respeto por los
derechos humanos, no eran más que estructuras políticas económicas y sociales tendientes a
consolidar y extender el poder de la URSS, hacer de los derechos humanos una utopía y
favorecer a una minoría a expensas del resto de la población. Con bases ideológicas taparon la
olla de las reivindicaciones culturales nacionales creyendo que había marxismo-leninismo para
mil años.
58. LAS EXPERIENCIAS LATINOAMERICANAS
Las experiencias latinoamericanas en materia de derechos humanos abarcan en esta etapa el
proceso por el cual las colonias producen sus revoluciones hacia la autodeterminación, pero no
alcanzan a estructurar un proceso simétrico de modernización de la sociedad.
Desde América Central hacia el Sur, y desde el siglo XIX casi todos los países buscaron y
hallaron sus independencias dentro de historias más o menos sangrientas.
Sin embargo, el cambio de régimen colonial, por uno autodeterminado propio, no fue
suficiente para cambiar la sociedad, esto es instalar la democracia y los derechos humanos
como base de la modernización.
En América Central y en casi toda América, todos esos procesos por los que se cambió todo
para cambiar de dictadura, se agregaron a un proceso de intervenciones extranjeras que
afectaron cualquier proyecto de alterar esos planes.
El despotismo ilustrado de los reyes fue sustituido por otros despotismos igual o peor
ilustrados, ejecutados por caudillos de origen liberal o conservador, igualmente violadores de
los derechos humanos. Los caudillos se cubrían de un ropaje de constitucionalismo retórico,
que recordaban las Reales Cédulas, que “ordenaban pero no mandaban”, que se cumplían,
pero no se obedecían.
Octavio Paz ha señalado que el estado democrático, representativo y republicano es el que
produce la modernización. El estado autoritario, en América Latina, generó un nuevo estado,
que Paz denomina “estado patrimonialista”, en el que se confunden los intereses generales con
los particulares del caudillo de turno. Esto es, siempre según Paz, el nuevo estado
patrimonialista, sin distinción entre lo público y lo privado, es un estado que no es otra cosa
que la prolongación de la familia del presidente, líder, carismático o autócrata paternalista,
regido por la arbitrariedad.
No hay otro medio para alcanzar la modernidad que el estableci~miento de la democracia y su
correlato de los derechos humanos que permiten superar por medio de la división republicana
de los poderes, los abusos de la discrecionalidad y los excesos de la arbitrariedad.
Desde México hasta Argentina y Chile, los latinoamericanos parecería que no han acertado a
encontrar el sistema que permita su desarrollo armónico con respeto de los derechos humanos.
Se han practicado todo tipo de experiencias, por medio de regímenes de la más varias
composición, integrados exclusivamente por militares, mixtos, de tipo cívico militar, sólo con
civiles excluyendo al resto, con civiles de un solo partido, confundiendo la integración
personal con el sistema mismo. Muy pocas veces se ha intentado el establecimiento de la
democracia como sistema político con garantía de los derechos humanos.
También en América Latina se han instalado todos los sistemas que ya estaban permitidos en
Europa, casi en desuso y obsoletos que se implantaron con facilidad, sustentados por doctrinas
de libros viejos de páginas amarillentas y resultó muy difícil no recibir sus influencias.
Además de los factores ideológicos, por igual concentrados a derecha e izquierda, hubo
factores de otra índole, estrictamente económicos, de los que se encaramaron en el poder y
confundieron sus patrimonios con los del Estado, para finalmente incorporar a sus patrimonios
fortunas siderales.
El estado se hizo patrimonial pero concentrando exclusivamente las riquezas del estado en el
patrimonio del dictador. Así sucedió con dinastías como las de los Somoza, los Trujillo y los
Duvalier, extendidas de padres a hijos transmitiendo el poder y los resultados de una eficaz
confusión de los recursos públicos con los privados en beneficio de estos últimos.
Se dice que los Somoza amasaron una fortuna cercana a los 100 millones de dólares y los
Duvalier han llegado a superar los 400 millones de dólares.
Generalmente se ha personalizado en latinoamérica esta costumbre de apropiarse de los
recursos del estado, pero los ejemplos son numerosos en todas las dictaduras; en África
Central, el emperador Bokasa I gastó 20 millones de dólares en su coronación; el sultán de
Brunei tiene una fortuna personal de más de 28.000 millones de dólares y un palacio de 1800
cuartos, y esos excesos no son patrimonio sólo de dictaduras atrasadas en lo cultural, pues han
sido denunciados casos similares en las dictaduras de Europa Central, en Rumania y la
República Democrática Alemana.
Lo mismo sucedía con el viejo emperador del Japón Meiji, que cada noche dejaba caer su
pañuelo en el cuarto de la mujer elegida para compartir el lecho, y cerca del siglo XXI con el ex
hombre fuerte de Panamá, Manuel Noriega, con sus tres barcos sugestivamente denominados
Macho I, Macho II y Macho III.
Recién a fines del siglo XX, parece que América Latina ha decidido ingresar al futuro por
medio de la democracia y los derechos humanos. Prácticamente la totalidad de América Latina
se encuentra transitando la democracia o en camino de ella en una especie de contagio que la
conducirá a la modernización. Quizás ésta sea su última oportunidad. (En 2004, la única
excepción de este proceso es el caso de la República de Cuba).
59. EL FINAL DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. EL PRINCIPIO DE LA
INTERNACIONALIZACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS
Terminada la Segunda Guerra mundial quedaron varias conclusiones de lo sucedido. Algunas
de ellas sirvieron para no incurrir en los mismos errores, otras, por el contrario profundizaron
los mismos errores en diferentes espacios geográficos.
Generalmente, las ideologías suelen considerarse como ropajes, y como éstos cambian por
modas y épocas. Así sucedió con ideologías dejadas de lado por su ineficacia, inoperancia y
especialmente por la violación de los derechos humanos que se instalaron en otras sociedades
que no habían vivido los crímenes de la guerra y desconocido los efectos del gran culpable: el
estado.
La primera consecuencia que se advirtió fue la internacionalización, no en el sentido de
estructurar un orden internacional, sino entendido como una mundialización de los conflictos.
Los horrores de la guerra no sucedieron sólo en Alemania, en Inglaterra o en Hiroshima. Los
bombardeos, destrucción y muerte fueron consideradas como una derrota global de la
civilización capaz de progresar tecnológicamente, pero no para hacerse cargo de esos prodigios
en la paz, respetando los derechos humanos.
La concepción de problemas planetarios comenzó cuando se percibió que los problemas eran
de todos y que los bombardeos que se veían en los noticiarios alemanes e ingleses eran
bombardeos a todo el género humano.
Esa concepción planetaria tendría su aceleración medio siglo después, como consecuencia de la
televización universal con la inmediatez y repercusión instantánea de lo que sucede en
Sudáfrica, Lituania, en una plaza de Argentina o en Bagdad.
La segunda consecuencia fue que en la Segunda Guerra Mundial las víctimas no fueron los
combatientes, pues la lucha se desarrolló en las ciudades. Cada uno de los bandos enemigos
trataba de infligir un daño mayor al otro en sus ciudades y no en los frentes de combate. El
principio de Clausewitz, de quebrar la voluntad del enemigo, se puso de manifiesto con el
bombardeo de ciudades, destrucción total de éstas y muerte de civiles que no participaban en
la lucha. El saldo de muertes civiles superó ampliamente a las militares, y curiosamente la
guerra militar se extendió al campo civil.
Este hecho generalmente ha sido soslayado, tanto es así que en el cine se refleja sólo la lucha de
los frentes de combate, sin que participen los verdaderos protagonistas de la guerra: la
población civil.
Las bombas no diferenciaron entre los que eran o no nazis, entre los que apoyaban la guerra y
los que la combatían; entre los demócratas y los nazis.
Las bombas producían una suerte de uniformidad en la masacre, igualando en la destrucción
como sucedió en Dresde arrojándose 650.000 bombas incendiarias.
Se ha cometido una omisión injustificable al no analizar la situación de los no responsables que
asumen las consecuencias de las guerras, como en el caso de las poblaciones civiles, muy
similar al de los rehenes. ¿Qué sucede con los verdaderos responsables de esos hechos? Se han
intentado diferentes maneras de enfocar este conflicto desde el ángulo jurídico, histórico,
psicológico y político.
Hemos replanteado esta manera de encarar la realidad en forma fraccionada, efectuando una
integración sobre las bases de la situación del orden democrático y el control popular, de la
similitud de los acontecimientos políticos con los de la naturaleza (los pueblos sufren sanciones
por delitos que no han cometido) y la autodeterminación como presupuesto de los derechos
humanos.
Para solucionar este conflicto hay que cambiar la frase “quien puede tiene derechos” por
“quien puede está obligado”. De esta manera, el poder se halla condicionado a la realización
del bien común. (Travieso, Juan Antonio: Derechos Humanos y Derecho Internacional, Buenos
Aires, Heliasta, 1996).
La tercera consecuencia ha impedido que uno de los culpables se evadiera exitosamente del
juicio de la historia. El estado, como sujeto y agente generador de normas jurídicas, pero
también como base ética, ha protagonizado un fracaso estrepitoso. Quizás el fracaso no ha sido
totalmente del estado, pues aún la civilización humana no ha encontrado algo mejor, sino de la
hipertrofia, del Estado con mayúsculas de los regímenes fascista, marxista-leninista y
nacionalsocialista.
Las concepciones que sustentaba el eje Berlín-Roma-Tokio, se basaban en una hipertrofia del
estado que debió absorber al individuo en beneficio del grupo o clase.
En latinoamérica, bajo otras características, el Estado también creció desmesuradamente
transformándose en el “ogro filantrópico” como dice Octavio Paz.
El crecimiento desmesurado del estado en todos los casos se produjo a expensas de las
personas que fueron transfiriendo sus derechos, facilitando que el poder absoluto se lograra
conquistando el poder en el estado.
El Estado con mayúsculas se transformó, pues, en el Estado productor, artista, consumidor,
dueño del mercado, policía gendarme y en definitiva en el estado terrorista.
El paso de una etapa a la otra no se produjo inmediatamente, fue producto de graduales
transformaciones y seducciones, en el que los hombres aportaban los medios y el líder por el
carisma o por el terror aportaba los fines. Como es de suponer, la historia terminó mal, pues el
proyecto tenía como requisito esencial, la violación de los derechos humanos.
La eliminación de la democracia y la instalación de regímenes dictatoriales como el fascismo, el
nazismo o el marxismo leninismo han significado paralelamente la instalación de un Estado
gigante, encargado de todas las funciones dentro de una concepción total.
Simétricamente, en latinoamérica, aunque no se han producido las guerras que asolaron
Europa, el Estado ogro filantrópico ha sido el estado que se encargó de ejecutar las violaciones
más extremas de los derechos humanos civiles, políticos y económicos, sociales y culturales en
un proceso de destrucción total de las estructuras de la sociedad.
En Europa, la estatización tuvo como consecuencia la guerra total; en América, el resultado
fueron pequeñas guerras sumadas a los combates cotidianos por el anacronismo y la
antigüedad que le ganó a la modernización. En ambos casos el precio del fracaso fue la sangre
de hombres, mujeres y niños, porque para obtener la estatización hubo que anularlos y por
tanto violar sus derechos humanos, comenzando por el derecho a la vida.
El final de la Segunda Guerra Mundial dejó un recelo permanente de los hombres en el estado.
En Europa y en el mundo comenzó a detectarse que el terrorismo podía protagonizarse por el
Estado y que en esas funciones su eficacia era ilimitada.
La concepción de derechos humanos que pertenecían a todos comenzó a incorporarse en la
sensibilidad y en la cultura al precio que conocemos. Ninguno de los países derrotados estaba
dispuesto a recorrer el mismo camino, y la experiencia fue útil, pues al final del siglo XX, los
vencidos Alemania, Italia y Japón se han convertido en potencias mundiales de la paz,
respetando los derechos humanos y produciendo desarrollo económico teniendo como base
esos mismos derechos humanos.
El final de la Segunda Guerra Mundial, además, dejó la lección de la necesidad de canalizar el
recelo al Estado a través de estructuras internacionales de protección de los derechos humanos
a nivel internacional por medio de la recién establecida ONU en 1945 y las organizaciones
regionales que estaban en germen en la mente de los políticos estadistas europeos, de los
juristas y diplomáticos americanos y más tarde de los hombres de África.
Lo que pasó no debía pasar, ésa fue la promesa incumplida de los casi dos centenares de
conflictos locales, guerras internacionales limitadas que comenzaron como todas las guerras,
con la violación en el interior de los derechos humanos.
Algunos estados aprendieron la lección y se lanzaron a la protección internacional de los
derechos humanos. Otros, quedaron atrapados en el pasado.
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR
1. De re diplomática
El decano del cuerpo diplomático –sir Jonnes H. Scott, ministro de la Graciosa Majestad Británica–
exprimía sus escrúpulos puritanos en un francés lacio, orquestado de haches aspiradas. Era pequeño y
tripudo, con un vientre jovial y una gran calva de patriarca: Tenía el rostro encendido de bermejo
cándido, y una punta de maliciosa suspicacia en el azul de los ojos, aún matinales de juegos e infancias:
–Inglaterra ha manifestado en diferentes actuaciones el disgusto con que mira el incumplimiento de las
más elementales Leyes de Guerra. Inglaterra no puede asistir indiferente al fusilamiento de prisioneros,
hecho con violación de todas las normas y conciertos entre pueblos civilizados.
La diplomacia latinoamericana concertaba un aprobatorio murmullo, amueblando el silencio cada vez
que humedecía los labios en el refresco de brandy-soda el honorable sir Jonnes H. Scott. El ministro de
España, distraído en un flirt sentimental, paraba los ojos sobre el ministro del Ecuador, doctor Aníbal
Roncali. Un criollo muy cargado de electricidad, rizos prietos, ojos ardientes, figura gentil, con cierta
emoción fina y endrina de sombra chinesca. El ministro de Alemania, von Estrug, cambiaba en voz baja
alguna interminable palabra tudesca con el conde Chrispi, ministro de Austria. El representante de
Francia engallaba la cabeza con falsa atención, media cara en el reflejo del monóculo. Se enjugaba los
labios y proseguía el honorable sir Jonnes:
–Un sentimiento cristiano de solidaridad humana nos ofrece a todos el mismo cáliz para comulgar en
una acción conjunta y recabar el cumplimiento de la legislación internacional al respecto de las vidas y
canje de prisioneros. El gobierno de la república, sin duda, no desoirá las indicaciones del cuerpo
diplomático: el representante de Inglaterra tiene trazada su norma de conducta, pero tiene al mismo
tiempo un particular interés en oír la opinión del cuerpo diplomático: Señores ministros, éste es el objeto
de la reunión. Les presento mis mejores excusas, pero he creído un deber convocarles, como decano.
La diplomacia latinoamericana prolongaba su blando rumor de eses laudatorias, felicitando al
representante de Su Graciosa Majestad Británica. El ministro del Brasil, figura redonda, azabachada,
expresión asiática de mandarín o de bonzo, tomó la palabra, acordando sus sentimientos a los del
honorable sir Jonnes H. Scott. Accionaba levantando los guantes en ovillejo. El barón de Benicarlés
sentía una profunda contrariedad: El revuelo de los guantes amarillos le estorbaba el flirteo: Dejó su
asiento, y con una sonrisa mundana, se acercó al ministro ecuatoriano:
– El colega brasileño se ha venido con unas terribles lubas de canario.
Explicó el primer secretario de la legación francesa, que actuaba de ministro:
– Son crema. El último grito en la corte de Saint James.
El barón de Benicarlés evocó con cierta irónica admiración el recuerdo de don Celes. El ministro del
Ecuador, que se había puesto en pie, agitados los rizos de ébano, hablaba verboso. El barón de
Benicarlés, gran observante del protocolo, tenía una sonrisa de sufrimiento y simpatía ante aquella
gesticulación y aquel raudal de metáforas. El doctor Aníbal Roncali proponía que los diplomáticos
hispano-americanos celebrasen una reunión previa bajo la presidencia del ministro de España: Las
águilas jóvenes que tendían las alas para el heroico vuelo, agrupadas en torno del águila materna. La
diplomacia latinoamericana manifestó su conformidad con murmullos. El barón de Benicarlés se inclinó:
Agradecía el honor en nombre de la Madre Patria. Después, estrechando la mano prieta del
ecuatoriano, entre sus manos de odalista, se explicó dengoso, la cabeza sobre el hombro, un almíbar de
monja la sonrisa, un derretimiento de camastrón la mirada:
– Querido colega, sólo acepto viniendo usted a mi lado como secretario!
El doctor Aníbal Roncali experimentó un vivo deseo de libertarse la mano que insistentemente le retenía
el ministro de España: Se inquietaba con una repugnancia asustadiza y pueril: Recordó de la vieja
pintada que le llamaba desde una esquina, cuando iba al liceo. Aquella vieja terrible, insistente como un
tema de gramática! Y el carcamal, reteniéndole la mano, parecía que fuese a sepultarla en el pecho:
Hablaba ponderativo, extasiando los ojos con un cinismo turbador. El ministro ecuatoriano hizo un
esfuerzo y se soltó:
– Un momento, señor ministro. Tengo que saludar a sir Scott.
El barón de Benicarlés se enderezó, poniéndose el monóculo:
– Me debe usted una palabra, querido colega.
El doctor Aníbal Roncali asintió, agitando los rizos, y se alejó con una extraña sensación en la espalda,
como si oyese el siseo de aquella vieja pintada, cuando iba a las aulas del liceo: Entró en el corro,
donde recibía felicitaciones el evangélico plenipotenciario de Inglaterra. El barón, erguido, sintiéndose el
corsé, ondulando las caderas, se acercó al embajador de Norteamérica. Y el flujo de acciones
extravagantes al núcleo que ofrecía incienso a la diplomacia británica, atrajo al formidable von Estrug,
representante del imperio alemán. Satélite de su órbita era el azafranado conde Chrispi, representante
del imperio austro-húngaro. Habló confidencial el yanqui:
– El honorable sir Jonnes Scott ha expresado elocuentemente los sentimientos humanitarios que
animan al cuerpo diplomático. Indudablemente. ¿Pero puede ser justificativo para intervenir, siquiera
sea aconsejando, en la política interior de la república? La república, sin duda, sufre una profunda
conmoción revolucionaria, y la represión ha de ser concordante. Nosotros presenciamos las
ejecuciones, sentimos el ruido de las descargas, nos tapamos los oídos, cerramos los ojos, hablamos de
aconsejar... Señores, somos demasiado sentimentales. El gobierno del general Banderas, responsable y
con elementos suficientes de juicio, estimará necesario todo el rigor. ¿Puede el cuerpo diplomático
aconsejar en estas circunstancias?
El ministro de Alemania, semita de casta, enriquecido en las regiones bolivianas del caucho, asentía con
impertinencia políglota, en español, en inglés, en tudesco. El conde Chrispi, severo y calvo, también
asentía, rozando con un francés muy puro, su bigote de azafrán. El representante de Su Majestad
Católica fluctuaba. Los tres diplomáticos, el yanqui, el alemán, el austriaco, ensayando el terceto de su
mutua discrepancia, poníanle sobre los hilos de una intriga, experimentaba un dolor sincero,
reconociendo que en aquel mundo, su mundo, todas las cábalas se hacían sin contar con el ministro de
España. El honorable sir Jonnes H. Scott había vuelto a tomar la palabra:
–Séame permitido rogar a mis amables colegas de querer ocupar sus puestos.
Los discretos conciliábulos se dispersaban. Los señores ministros, al sentarse, inclinándose,
hablándose en voz baja, producían un apagado murmullo babélico. Sir Scott, con palabra escrupulosa
de conciencia puritana, volvía a ofrecer el cáliz colmado de sentimientos humanitarios al honorable
cuerpo diplomático. Tras prolija discusión se redactó una nota. La firmaban veintisiete naciones. Fue un
acto trascendental. El suceso, troquelado con el estilo epigráfico y lacónico del cable, rodó por los
grandes periódicos del mundo: Santa Fe de Tierra Firme. El honorable cuerpo diplomático acordó la
presentación de una nota al gobierno de la república. La nota, a la cual se atribuye gran importancia,
aconseja el cierre de los expendios de bebidas y exige el refuerzo de guardias en las legaciones y
bancos extranjeros.
Del Valle Inclán, Ramón: “Tirano banderas”, México, Porrúa, 1977, pp. 111-113.
2. El tratado de Versailles (1919)
Pacto de la Sociedad de las Naciones
Art. 10: Los miembros de la Sociedad se comprometen a respetar y a mantener contra toda agresión
externa la integridad territorial y la independencia política actual de todos los miembros de la Sociedad...
Art. 16: Si un miembro de la Sociedad recurre a la guerra, contrariando los compromisos adoptados... se
considera ipso facto que ha cometido un acto de guerra contra todos los demás miembros de la
Sociedad. Éstos se comprometen a romper inmediatamente toda relación comercial o financiera con él,
a impedir todo vínculo entre sus ciudadanos y los del Estado que ha roto el pacto, y a hacer que cese
toda comunicación financiera, comercial o personal entre los ciudadanos de este Estado y los de todo
otro estado, miembro o no de la Sociedad...
Todo miembro de la Sociedad que se haya hecho culpable de la violación de uno de los compromisos
resultantes del Pacto puede ser excluido de ella. La exclusión es decidida por el voto de todos los
demás miembros de la Sociedad... en el Consejo.
Art. 42: Se prohíbe a Alemania mantener o construir fortificaciones tanto sobre la orilla izquierda del
Rhin como sobre la orilla derecha, al oeste de una línea trazada a 50 km al este de dicho río.
Art. 43: Se prohíbe asimismo, en la zona definida en el artículo 42, mantener o reunir fuerzas armadas,
ya sea con carácter permanente o temporario.
Art. 231: Los gobiernos aliados y asociados declaran, y Alemania reconoce, que Alemania y sus aliados
son responsables, por haberlas causado, de todas las pérdidas y de todos los perjuicios sufridos por los
gobiernos aliados y asociados y sus ciudadanos como consecuencia de la guerra, que les fue impuesta
por la agresión de Alemania y de sus aliados..."
Citado por P. Renouvin, “Le Traité de Versailles”, Flammarion, 1969, p. 125.
3. La Sociedad de las Naciones: ¿Un fracaso?
No sabemos cuáles son los “derechos subjetivos” de las naciones y no tenemos ni barruntos de cómo
sería el “derecho objetivo” que pueda regular sus movimientos. La proliferación de tribunales
internacionales, de órganos de arbitraje entre Estados, que los últimos cincuenta años han presenciado,
contribuye a ocultarnos la indigencia del verdadero derecho internacional que padecemos. No
desestimo, ni mucho menos, la importancia de esas magistraturas. Siempre es importante para el
progreso de una función moral que aparezca materializada en un órgano especial claramente visible.
Pero la importancia de esos tribunales internacionales se ha reducido a eso hasta la fecha. El derecho
que administran es, en lo esencial, el mismo que ya existía antes de su establecimiento. En efecto: si se
pasa revista a las materias juzgadas por esos tribunales, se advierte que son las mismas resueltas
desde antiguo por la diplomacia. No han significado progreso alguno importante en lo que es esencial:
en la creación de un derecho para la peculiar realidad que son las naciones.
Ni era lícito esperar mayor fertilidad en este orden, de una etapa que se inició con el Tratado de
Versailles y con la institución de la Sociedad de Naciones, para referirnos sólo a los dos más grandes y
más recientes cadáveres. Me repugna atraer la atención del lector sobre cosas fallidas, maltrechas o en
ruinas. Pero es indispensable para contribuir un poco a despertar el interés hacia nuevas grandes
empresas, hacia nuevas tareas constructivas y salutíferas. Es preciso que no vuelva a cometerse un
error como fue la creación de la Sociedad de Naciones; se entiende, lo que concretamente fue y
significó esta institución en la hora de su nacimiento. No fue un error cualquiera, como los habituales en
la difícil faena que es la política. Fue un error que reclama el atributo de profundo. Fue un profundo error
histórico. El “espíritu” que impulsó aquella creación, el sistema de ideas filosóficas, históricas,
sociológicas y jurídicas de que emanaron su proyecto y su figura estaba ya históricamente muerto en
aquella fecha, pertenecía al pasado, y lejos de anticipar el futuro era ya arcaico. Y no se diga que es
cosa fácil proclamar esto ahora. Hubo hombres en Europa que ya entonces denunciaron su inevitable
fracaso. Una vez más aconteció lo que es casi normal en la historia, a saber: que fue predicha. Pero una
vez también los políticos no hicieron caso de esos hombres. Eludo precisar a qué gremio pertenecían
los profetas. Baste decir que en la fauna humana representan la especie más opuesta al político.
Siempre será éste quien deba gobernar, y no el profeta; pero importa mucho a los destinos humanos
que el político oiga siempre lo que el profeta grita o insinúa. Todas las grandes épocas de la historia han
nacido de la sutil colaboración entre esos dos tipos de hombre...
... La Sociedad de las Naciones fue un gigantesco aparato jurídico creado para un derecho inexistente.
Su vacío de justicia se llenó fraudulentamente con la sempiterna diplomacia, que al disfrazarse de
derecho contribuyó a la universal desmoralización...
Ortega y Gasset, José: “La rebelión de las masas”, Madrid, Alianza, 1979, pp. 213-215.
4. Mao Tse-Tung
“Poco después de mi llegada conocí a Mao: silueta descarnada, más bien a lo Lincoln; altura superior a
la común entre los chinos; levemente encorvado, con una densa cabellera negra muy crecida y dos
grandes ojos penetrantes, nariz fruncida y pómulos salientes. Tuve la fugaz impresión de un rostro de
intelectual, de gran sagacidad...
Podría escribir un libro nada más que sobre Mao Tse-Tung. A menudo me pasé la noche conversando
con él... Me contó su infancia y su juventud, cómo se hizo militante del Kuomintang y de la Revolución
nacional, por qué se hizo comunista y cómo engrandeció al Ejército Rojo...
Antes que nada; no creáis que Mao Tse-Tung pueda ser el ‘salvador’ de China. Esto es una idiotez.
Nunca habrá un salvador de China. Y, sin embargo, en él se percibe innegablemente cierta fuerza de
destino. No es nada físico ni llamativo, sino una especie de robusta vitalidad elemental. Se percibe que
lo que este hombre tiene de extraordinario proviene de su manera eminente y extraña de sintetizar y
expresar las urgentes necesidades de millones de chinos, y en especial del campesinado... En 1936,
cuando lo conocí, Mao tenía cuarenta y tres años... Me pareció un hombre muy interesante y complejo.
Tenía la sencillez y la naturalidad de un campesino chino, junto con un vivo sentido del humor y una
propensión rústica por la risa. Hablaba con franqueza y vivía con sencillez...
Mao es consumado experto en idioma clásico, lector insaciable de todo tipo de obras, asiduo estudioso
de filosofía e historia, buen orador, hombre dotado de una experiencia excepcional y de un
extraordinario poder de concentración. Escritor competente, es poco cuidadoso en sus costumbres
personales y su apariencia, pero minucioso en el cumplimiento de sus deberes; hombre de infatigable
energía y genial estratego militar y político...
Mao trabajaba de trece a catorce horas diarias, a menudo hasta altas horas de la noche, y
frecuentemente se acostaba a las dos o tres de la mañana. Parece tener una constitución férrea. Según
él, esto se remonta a su juventud, pasada en penosas tareas en la heredad de su padre, y a un período
austero de su vida estudiantil, cuando con algunos compañeros formó una especie de club a la
espartana..."
Snow, Edgar: “Estrella roja sobre China”, Stock, pp. 69-75. Comparar con “Tiempos Modernos” de Paul
Johnson, Buenos Aires, Vergara, 1988, p. 204 y ss.
B. LIBROS
Entre los históricos: England in the twentieth century, David Thompson, Penguin Books 1981; todos los
de The Pelikan History of England; y su bibliografía citada; todas las enciclopedias sobre el nazismo y la
Segunda Guerra Mundial; Histoire de France G. Bertier de Sauvigny, Flammarion, 1988.
Las novelas: La esperanza de Andre Malraux; Por quien doblan las campanas de Ernest Hemingway;
las obras teatrales de Bertolt Brecht, los poemas de Federico García Lorca. Una novela muy interesante
de Marcos Aguinis: La matriz del infierno y ver también El holocausto, Univ. Abierta, Israel.
C. CINE
El gran Dictador de Chaplin, Mefisto de Istvan Szabo; Sin novedad en el frente de Lewis Milestone; La
gran ilusión de Jean Renoir; Crónica de los pobres amantes de Carlo Lizzani; El perro andaluz y La
edad de oro de Luis Buñuel; Ataque de Robert Aldrich; Alejandro Nevski, Ivan el terrible y El acorazado
Potemkin de Sergio Eisenstein; Hiroshima, mon amour de Alain Resnais; Los siete samurais de Akira
Kurosawa; Tiempos modernos de Charles Chaplin y Metropolis de Fritz Lang; La insoportable levedad
del ser de Phillip Kaufman; Gandhi de Richard Attenborough. Existen gran cantidad de testimonios
fílmicos documentales de la época en noticieros alemanes, ingleses, norteamericanos y otros filmes.
D. CARTA AL AUTOR
En algún lugar de la India, 1990.
He visto algunas de las cartas que le han enviado con motivo de su historia de los derechos
humanos. Independientemente de que participe o no de los conceptos que se expresan, veo con
desagrado que casi todas son de crítica por razones de estilo, en la forma o en el fondo.
Mis características personales me impulsan a estar en contra de toda violencia y por eso he
preferido aparecer en su sueño y recordarle que no ha hecho ni una mención a mi acción por el
establecimiento de los derechos humanos en la India. Me resulta desconsolador que Ud. recuerde la
“Larga Marcha” de Mao Tse Tung, marcha guerrera, y no coloque ni una mención a mi “Marcha de la
sal”, a la acción de tejer en lugar de combatir y de sufrir antes que hacer sufrir a otros. Igual ha sucedido
con Camus y Ezra Pound.
Ud. por omisión, Churchill por acción al interpretar mi lucha por la autodeterminación y los derechos
humanos como la acción de un salvaje semidesnudo, han afectado mi sensibilidad pero no cambiaré.
No lo he hecho con Paul Johnson, que me ridiculizó, colocándome como un santón, más preocupado
por ir de cuerpo que de liberar a un pueblo.
En su caso, he preferido aparecer en sus sueños y recordarle mi vida, mis luchas, mi muerte
envuelto en pétalos de rosa y en el calor de mi pueblo hindú.
No me opongo a que publique esta carta, pues es una manera de potenciar la fuerza de los sueños.
Suyo, con afecto. Hasta el próximo sueño.
Mohandas K. Gandhi
CAPÍTULO VI
LA INTERNACIONALIZACIÓN DE
LOS DERECHOS HUMANOS
60. NOCIONES GENERALES
La internacionalización consiste en el proceso que llevan a cabo los estados con miras a
procurar la protección de los derechos humanos fuera de los mismos estados.
El principio general del derecho internacional había sido que no se podía penetrar en las
soberanías de los estados, que ésta era impermeable a las violaciones de los derechos humanos.
Afectar ese principio significaba poner en marcha otros principios que condenaban la
intervención, o sea la injerencia indebida en los asuntos internos o externos de otros estados.
Según estas doctrinas, los demás estados debían contemplar impasibles las violaciones de los
derechos humanos, pues el dogma de la soberanía absoluta les impedía intervenir para
restablecer las condiciones humanas de existencia en cuanto al respeto de los derechos.
El abuso de estas doctrinas y lo que es más grave, sus consecuencias, así como el resultado de
la desconfianza en el estado como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, luego de los
experimentos de ingeniería social y estatal del fascismo, del nazismo y del marxismo
leninismo, han llevado a considerar que la violación de los derechos humanos en cualquier
país no es obstáculo para que el ser humano sea protegido por medio de sistemas
internacionales que reconozcan la subjetividad internacional de la persona humana.
La subjetividad internacional de la persona humana habilita a hombres, mujeres, niños, o
grupos de personas a sentar en el banquillo de los acusados a los estados sin ningún privilegio
y en su caso aplicarles una sanción que puede consistir en una indemnización, en restablecer la
situación igual que antes de la violación, y en muchos otros casos a efectuar las reformas
legislativas que correspondan para no violar los derechos humanos. La característica esencial
es que este juicio y eventual condena se realizan fuera de las estructuras internas del estado,
esto es, ante una jurisdicción internacional que al hallarse fuera del estado garantiza su
efectividad y ecuanimidad con salvaguardia de los derechos humanos.
La protección de los derechos humanos a nivel estatal siempre puede encontrar la excusa de la
razón de estado, o sea que por vía de excepciones se puede alterar, disminuir, o eliminar en los
casos más extremos; el respeto de los derechos humanos. Por tanto, la soberanía es un gran
obstáculo y uno de los objetivos para afirmar que la protección de los derechos humanos ha
sido superar las fronteras nacionales.
Esta forma de encarar la protección de los derechos humanos recién se encuentra en sus
comienzos después de la Segunda Guerra Mundial. La disciplina de los derechos humanos, ha
adquirido independencia científica y se ha separado gradualmente del derecho internacional,
del derecho constitucional y de otras ramas científicas de las que se nutre, constituyéndose con
un objeto y método científicos que justifica su independencia.
Los derechos humanos adquieren efectividad también por el proceso de interdependencia de
los estados, cuya consecuencia es la cooperación internacional. Los estados han advertido que
deben encararse acciones conjuntas en materias estratégicas de los derechos humanos, como ha
sucedido con la abolición de la esclavitud en 1885 (ver Nº 44), la lucha contra los secuestros de
aeronaves y el terrorismo internacional desde 1960 en adelante, la acción intencional contra el
“apartheid”, etc.
El aspecto más crítico de esta acción se produce, pues, al impugnar el concepto clásico de la
soberanía como un poder ilimitado que no admite cortapisas. La herramienta para socavar la
soberanía absoluta en materia de derechos humanos ha sido admitir a la persona individual
como sujeto de derecho internacional, esto es con plena aptitud para adquirir derechos y
responsabilidades internacionales, con plena capacidad para denunciar y accionar contra los
centenarios sujetos del derecho internacional clásico: los estados.
Después de medio siglo de la Carta de la ONU y de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos se están produciendo pasos significativos en los derechos humanos y en los medios
efectivos de protección.
La internacionalización, último período de la historia de los derechos humanos, aún se halla en
pleno desarrollo y es probable que la materia de los derechos humanos internacionalizados
produzca una natural extensión a nuevos campos económicos, sociales y culturales dentro de
sociedades exhaustas por la pobreza y aburridas por los excesos de la abundancia. La
mundialización de la mano de la tecnología encierra desafíos cuyas respuestas aún se hallan
pendientes en la internacionalización de los derechos humanos.
61. LOS DERECHOS HUMANOS EN EL SISTEMA DE LA ONU
ANTECEDENTES
En 1944 se celebraron las reuniones de Dumbarton Oaks entre los representantes de la URSS,
EE.UU., Reino Unido y China. Allí se pactaron varios acuerdos que son la base de las Naciones
Unidas. Desde un primer momento se coincidió en que la nueva organización internacional
tenía como principal finalidad la de “facilitar la solución de los problemas internacionales de
orden económico, social y humanitario y promover el respeto de los derechos humanos”.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre organización internacional se reunió en San
Francisco el 25 de abril de 1945 con representantes de 50 Estados.
Allí, las propuestas en materia de derechos humanos fueron concretas: a) la Carta debía
contener los derechos humanos claramente determinados, b) en la Carta debía constar los
problemas económicos, sociales y culturales, c) había que establecer un organismo que se
encargara de los derechos humanos: la Comisión de Derechos Humanos.
La Carta de la ONU fue firmada el 26 de junio de 1945 en San Francisco y representa un
“patrimonio político y jurídico que no se originó en San Francisco ni fue exclusivamente fruto
de una comunidad de esfuerzo bélico; se trata de valores que hunden sus raíces en la cultura
occidental”.
La Carta de la ONU ha sido el punto de partida del desarrollo del derecho internacional
contemporáneo. Quedaron en el pasado la Sociedad de las Naciones, la Carta del Atlántico de
1941, la Declaración de las Naciones Unidas de 1942 y los demás antecedentes normativos. Las
disposiciones de la Carta constituyen, pues, la primer manifestación concreta de normas
internacionales en materia de derechos humanos.
La Carta de la ONU se refiere a los derechos humanos en siete oportunidades aunque no lo
hace en forma específica. Hay autores que critican esta redacción, muy inclinada a la
generalidad sin determinación específica de los derechos humanos, sin obligación ni sanciones.
62. DECLARACIÓN UNIVERSAL DE DERECHOS HUMANOS
¿Cuáles son los derechos humanos que la ONU y sus miembros deben respetar?
Durante la Conferencia de San Francisco de 1945 los representantes de Cuba, México y Panamá
propusieron sin éxito que se aprobase una declaración de los derechos esenciales del hombre.
En ese sentido, expresando los propósitos de los representantes, el presidente Truman en el
discurso de clausura de la conferencia expresó:
“Tenemos fundados motivos para esperar la elaboración de un código internacional de
derechos aceptable para todas las naciones participantes. Dicho Código de Derechos formará
parte de la vida internacional lo mismo que nuestro propio Bill of Rights forma parte integrante
de nuestra constitución”.
La redacción de ese código internacional de derechos fue uno de los primeros deberes de la
ONU. Esa tarea fue encomendada por el Consejo Económico y Social a su flamante recién
creada Comisión de Derechos Humanos.
El trabajo de la Comisión de Derechos Humanos integrada por 18 miembros duró dos años y
lentamente se fueron conciliando los puntos de vista diferentes de los integrantes del Comité
de Redacción. Se discutieron intensamente las cuestiones acerca del valor jurídico de la
Declaración, de la necesidad de un segundo instrumento, la definición y catálogo de los
derechos humanos, etc.
La Sra. Eleonor Roosevelt, presidenta del Comité de Redacción y representante de Estados
Unidos de Norteamérica, consideró que la Declaración “era ante todo una declaración de
principios básicos para servir de ideal común a todas las naciones y que podía muy bien
convertirse en la Carta Magna de toda la humanidad... Su proclamación por la Asamblea
General tendría una importancia comparable a la proclamación de los Derechos del Hombre
de 1789, a la proclamación de los derechos humanos en la Declaración de la Independencia de
los Estados Unidos de Norteamérica y a otras declaraciones similares hechas en otros países”.
Igualmente, otros autores han coincidido en que “con la Declaración se realizará de hecho la
vieja ilusión del jusnaturalismo racionalista protestante de establecer un catálogo de los
derechos fundamentales”.
El texto finalmente acordado se aprobó el 10 de diciembre de 1948 por 48 votos a favor,
ninguno en contra y 8 abstenciones. La declaración reafirma no sólo los derechos inalienables
de todo ser humano, sino que proclama otros jamás expresados hasta entonces en ningún otro
documento.
63. PACTOS DE DERECHOS HUMANOS DE LA ONU DE 1966
Un paso adelante, o sea un mecanismo para establecer obligaciones jurídicas claramente
definidas, cuyo incumplimiento genera responsabilidad de los Estados fue instrumentado por
los pactos de Derechos Humanos de la ONU de 1966.
Tomando en cuenta las dificultades de la Declaración se encomendó a la Comisión de
Derechos Humanos del Consejo Económico Social la redacción de normas sobre derechos
humanos con estructura de tratado internacional. La tarea de la Comisión de Derechos
Humanos se extendió desde 1948 hasta 1966 para cumplir con ese cometido.
La base de las normas está constituida por el derecho a la autodeterminación. No hay derechos
humanos, ni Estado sin autodeterminación. La autodeterminación es el presupuesto de los
derechos humanos (ver Nº 39).
Una de las primeras cuestiones planteadas fue la de los derechos económicos, sociales y
culturales y los derechos civiles y políticos. ¿Un solo tratado o dos? Es evidente que los
derechos humanos citados se encuentran ligados mutuamente y ello fue fundamento suficiente
para inclinarse por la redacción de un solo tratado con los derechos civiles, políticos,
económicos, sociales y culturales.
A. PACTO INTERNACIONAL DE DERECHOS ECONÓMICOS, SOCIALES
Y CULTURALES DE 1966
Fue aprobado y abierto a la firma, ratificación y adhesión por la Asamblea General de la ONU
en una resolución del 16 de diciembre de 1966 y entró en vigor el 3 de enero de 1976
(Resolución 2200). A fines de 1982, 75 Estados lo habían ratificado, por lo que su universalidad
queda fuera de dudas.
El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, consta de un preámbulo
y 31 artículos. Comparte con el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, normas
similares y en muchos casos idénticos.
El tercer párrafo del Preámbulo se basa en la interpretación de la Declaración Universal
formulada por la Asamblea General en 1950 y 1951. En esas resoluciones interpretativas la
Asamblea estableció que “el goce de las libertades cívicas y políticas y el de los derechos
económicos, sociales y culturales están vinculados entre sí y se condicionan mutuamente...” y
“el hombre privado de los derechos económicos, sociales y culturales no representa esa
persona humana que la Declaración Universal considera como el ideal del hombre libre”.
El tercer párrafo que comentamos expresa:
“Reconociendo que con arreglo a la Declaración Universal de Derechos Humanos no puede
realizarse el ideal del ser humano libre, liberado del temor y de la miseria, a menos que se
creen condiciones que permitan a cada persona gozar de sus derechos económicos, sociales y
culturales, tanto como de sus derechos civiles y políticos”.
En las disposiciones de fondo del Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de
1966, se reconoce el derecho a trabajar; el derecho al goce de condiciones de trabajo equitativas
y satisfactorias; el derecho a fundar sindicatos y a afiliarse a ellos; el derecho a la seguridad
social, incluso al seguro social; el derecho de la familia, las madres, los niños y los adolescentes
a la más amplia protección y asistencia posibles; el derecho a un nivel de vida adecuado; el
derecho al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental; el derecho a la
educación; y el derecho a participar en la vida cultural. El derecho de propiedad no se ha
establecido, a diferencia de la Declaración Universal de 1948.
B. PACTO INTERNACIONAL DE DERECHOS CIVILES
Y POLÍTICOS DE 1966
Este pacto fue aprobado el 16 de diciembre de 1966 y entró en vigor el 23 de marzo de 1976
(Resolución 2200 A).
Consta de un preámbulo y 53 artículos y a fines de 1982, 72 Estados lo habían ratificado.
¿Cuáles son los derechos civiles y políticos establecidos en el Pacto de la ONU de 1966?
• derecho a la igualdad de trato ante los tribunales y demás órganos de administración de
justicia.
• derecho a la seguridad de la persona y a la protección por el Estado contra toda violencia o
daño físico, tanto infligidos por funcionarios del gobierno como por individuos, grupos o
instituciones.
• derechos políticos, en especial los derechos a participar en elecciones, a votar y a ser
candidato, en base al sufragio universal e igual, a tomar parte en el gobierno así como en la
conducción de los asuntos públicos a todo nivel, y a la igualdad de acceso a la administración
pública.
• Otros derechos civiles, en particular: el derecho a la libertad de tránsito y de residencia
dentro de las fronteras del Estado; derecho a salir de cualquier país, incluido el propio, y a
volver al propio país; derecho a la nacionalidad; derecho al matrimonio y a la elección de
cónyuge; derecho a la propiedad individual o en asociación con otros; derecho a la herencia;
derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión; derecho a la libertad de opinión y
expresión; derecho a la libertad de reunión y asociación pacíficas.
El pacto establece un órgano que supervisará las medidas que se fijen de conformidad con sus
normas. Ese órgano es el Comité de Derechos Humanos.
a) Comité de Derechos Humanos
Es el órgano de ejecución y supervisión del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
y del Protocolo facultativo a ese pacto. Está integrado por 18 miembros nacionales de los
Estados Partes que desarrollarán sus tareas imparcialmente. Se eligen por los Estados Partes
del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos en escrutinio secreto. Una vez
designados duran en sus funciones por el término de cuatro años pudiendo ser reelectos (arts.
28 a 34).
El sistema general de funcionamiento del Comité de Derechos Humanos se basa en la
recolección de informes referentes a las medidas adoptadas por los Estados Partes que den
cumplimiento a los derechos reconocidos en el Pacto y a los progresos realizados en el disfrute
de esos derechos (art. 40).
El comité puede requerir en cualquier momento que los Estados remitan los informes
indicados. Esos informes se estudian y luego se transmiten sus contenidos y los comentarios a
los Estados Partes, los que a su vez pueden formular nuevos comentarios.
Estas funciones del Comité de Derechos Humanos se amplían con las restablecidas en el
Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
64. PROTOCOLO FACULTATIVO DEL PACTO INTERNACIONAL
DE DERECHOS CIVILES Y POLÍTICOS
El Protocolo faculta al Comité de Derechos Humanos para recibir y considerar comunicaciones
de individuos que aleguen ser víctimas de violaciones de cualesquiera de los derechos
enunciados en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966.
El Protocolo fue establecido por resolución de la Asamblea General de la ONU y entró en vigor
el 23 de marzo de 1976 (Resolución 2200 A).
65. OTROS SISTEMAS DE PROTECCIÓN EN LA ONU
A. CONVENCIONES MULTILATERALES
Además de las normas generales expuestas, en el marco de la ONU se han redactado
convenciones particulares que establecen sistemas específicos de protección de los derechos
humanos con órganos especiales para supervisar y controlar esas funciones.
La Convención sobre la represión y castigo del delito de genocidio; la Convención
Internacional para la represión y castigo del delito de apartheid; la Convención sobre la
reducción del número de apátridas; la Convención sobre derechos políticos de la mujer, sobre
nacionalidad de la mujer casada y demás normas internacionales referentes al status de la
mujer; las convenciones sobre la trata de personas y la esclavitud y la convención sobre el
derecho internacional de rectificación, son algunas de las normas especiales que se realizaron
en el marco de la ONU con disposiciones específicas sobre derechos humanos.
Esas convenciones, redactadas después de 1945, representan un desarrollo espectacular en
materia de protección de los derechos humanos. Sin embargo, hay una gran distancia entre las
normas y la realidad. Aún existen serias violaciones universales de los derechos humanos y los
sistemas establecidos son insuficientes.
B. CORTE INTERNACIONAL DE JUSTICIA Y DERECHOS HUMANOS
La actividad de la Corte Internacional de Justicia para la protección de los derechos humanos
ha sido intensa. La Corte es el órgano judicial principal de la ONU y funciona según su
Estatuto, que forma parte de la Carta de la ONU. Los miembros de la ONU son miembros al
mismo tiempo del Estatuto.
La Corte Internacional de Justicia está integrada por 15 jueces designados entre personas que
gocen de alta consideración moral y sin tener en cuenta su nacionalidad. Tiene competencia
contenciosa y consultiva, pudiendo en este último caso emitir dictámenes a pedido de la
Asamblea General o del Consejo de Seguridad.
La Corte Internacional de Justicia ha sido designada en varios tratados de derechos humanos
como órgano judicial encargado de solucionar las controversias que se suscitaren en cuanto a
la interpretación, aplicación o cumplimiento de esas normas. Algunos de esos tratados en los
que cualquiera de las partes puede someter la controversia a la Corte son los siguientes: la
Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, del 9 de diciembre de
1948, el Convenio para la represión de la trata de personas y de la explotación de la
prostitución ajena, del 2 de diciembre de 1949; la Convención sobre el Estatuto de Refugiados,
del 28 de julio de 1951, etc.
66. IMPORTANCIA HISTÓRICA DE LA ONU EN LA INTERNACIONALIZACIÓN DE LOS
DERECHOS HUMANOS
Los resultados obtenidos permiten ser optimistas con respecto al futuro de la acción de la ONU
en esta materia.
Se ha llegado a una etapa en el desarrollo de la humanidad en la que los sistemas de protección
de los derechos humanos se hallan fuera y en muchos casos en oposición con las estructuras
estatales internas. Ha pasado mucho tiempo desde los esfuerzos por incorporar al derecho
positivo los derechos humanos y colocarlos al amparo de un Parlamento, luego darles una
jerarquía constitucional con revisión judicial y por último llegar a las garantías internacionales
en la comunidad internacional.
Por tanto, el máximo desarrollo humano en ese panorama expuesto es la Carta de las Naciones
Unidas que significa en esta materia la primera brecha al concepto de la soberanía absoluta.
La Segunda Guerra Mundial fue cruenta y el estado perdió confiabilidad. Por esa causa, en la
ONU la comunidad internacional se ha obligado a prevenir el flagelo de la guerra y poner en
marcha una dinámica concepción de los derechos humanos.
Eso significa que la soberanía estatal ya no es tan impermeable ante la protección de los
derechos humanos. Sin embargo, queda mucho por hacer pues aún subsisten los obstáculos
provocados por la persona humana al negarle acceso directo a la jurisdicción internacional. O
sea, desde el punto de vista teórico la discusión está terminada: la persona tiene subjetividad
internacional. No sucede lo mismo en el plano práctico. Esto es, la persona carece de la
posibilidad de acceder a la protección internacional de sus derechos humanos y la soberanía
estatal continúa siendo la regla. El marco de las Naciones Unidas ha sido, pues, un campo de
acción para el desarrollo de la concepción universal de los derechos humanos y su protección.
En el futuro habrá que desburocratizar y agilizar la ONU y todas las organizaciones
internacionales, pues la etapa fundacional ha concluido y ahora los resultados deben
acelerarse.
67. LOS DERECHOS HUMANOS EN EL SISTEMA COMUNITARIO EUROPEO
A. PROCESO COMUNITARIO EUROPEO Y DERECHOS HUMANOS
El marco regional europeo de protección de los derechos humanos está integrado por la
historia, las ideas de la comunidad y los hombres a su servicio.
La historia es la de la postguerra. Europa estaba destruida, asolada, reducida territorialmente y
convertida en un cementerio industrial. Los tratados de paz establecían límites geográficos
ordenados por los vencedores. Después de la guerra caliente comenzó la guerra fría y en ella
luchaban EE.UU. y la URSS para imponer sus ideologías. Se establecieron regímenes comunistas
en países ocupados por el ejército rojo, y ambas potencias pugnaban por el predominio.
Con propósitos de defensa internacional se firmó en Washington el tratado de la Organización
del Atlántico Norte (OTAN-1949). El bloque soviético, por su parte, firmó con sus aliados el
Pacto de Varsovia con idéntico propósito de defensa en el área socialista. Mientras tanto en
Asia, Mao Tse-tung proclamó la República Popular China y al año siguiente las fuerzas
comunistas de Corea del Norte atacaron a Corea del Sur. (1950)
Eisenhower explicó la situación estratégica diciendo: “De esta manera, en 1949, tanto el Este
como el Oeste consolidaron sus posiciones, frente a frente en una línea que ha permanecido
inalterable hasta el día de hoy.
Además de la situación mundial subsistía el conflicto regional europeo. ¿Cómo salir del odio y
resentimiento de la guerra? El abrazo de Adenauer y De Gaulle fue la respuesta al firmar el
tratado de amistad germano-francés de 1963.
La reconciliación europea tuvo causas materiales y espirituales: distribuir el plan del general
Marshall (expuesto en la Universidad de Harvard en 1947), participar conjuntamente en el
futuro y, por tanto, salir de la guerra.
Fue difícil construir la Europa integrada. Los políticos y doctrinarios europeos eran partidarios
de la idea de “la Europa de las Patrias”, de ideología nacionalista. Es decir, antes que la
integración estaban los estados. La supranacionalidad era una utopía y la integración una
entelequia académica.
Charles de Gaulle sostuvo con firmeza la doctrina de la Europa encerrada, fronteras para
adentro:
“En verdad son los Estados –sin duda muy diferentes entre sí cada uno con su alma, su
historia, su idioma propio, sus desdichas, sus glorias y ambiciones propias– las únicas
entidades con derecho a mandar y con poder para ser obedecidos...
“Es una quimera creer posible construir algo eficaz para la acción, y que sea aprobado por los
pueblos, fuera y por encima de los Estados...
“Resulta muy natural que los Estados de Europa tengan a su disposición organismos
especializados para los problemas que les son comunes, para preparar o, si es necesario, vigilar
sus decisiones; pero estas decisiones les corresponden. No pueden corresponder sino a ellos...”
(Conferencia De Gaulle, 1960).
Los hechos posteriores demostraron el error de esta posición. Es evidente, pues, que la
integración económica facilitó el proceso de la unificación política contra la voluntad de los
hombres. La concepción degaullista de la “Europa de las Patrias” se desbordó por impulso de
las instituciones comunitarias.
El factor socio-cultural fue también fundamental para producir la integración. La comunidad
de valores europeos potenció a las fuerzas políticas, económicas y sociales hacia el objetivo
común de la integración. Ello fue así porque Europa Occidental ha compartido tradiciones
comunes, cultura, consenso en el sistema democrático y una convicción firme sobre los
derechos humanos. En ese sentido, Andre Malraux ha considerado que los valores comunes de
Europa no son el nacionalismo o el espíritu de progreso de los Estados; “los valores están
constituidos por la voluntad de conciencia y la de descubrimiento con el objetivo de hacer
inteligible la confusión del mundo y transmitir sus conocimientos”. Esa voluntad de conciencia
y descubrimiento es concretamente la comunidad de valores, base de la integración (ver
preámbulo de la Convención Europea de Derechos Humanos).
El sentimiento común se ha dirigido, pues, hacia la unificación europea incorporando a las
personas fuera de los Estados nacionales en estructuras políticas, económicas, culturales y
sociales integradas. Había también una doctrina sólida expuesta entre otros por Mazzini,
Gioverti, Balbi, Romagnosi, Briand, Einaudi, etc., quienes anticiparon la concepción de la
unidad europea.
Concretamente, la primera etapa de la integración se organizó por medio de uniones
aduaneras con resultados variados. La unión aduanera entre Francia e Italia fracasó. Bélgica y
Luxemburgo, sin embargo, desde 1921 están vinculadas por una unión económica que fue un
verdadero ensayo del mercado común.
El BENELUX ha sido un hecho fundacional de integración con propósitos federales calificado
como “el banco de pruebas” de la Comunidad Europea. (BENELUX: Bélgica, Holanda y
Luxemburgo, 1948).
En la etapa de postguerra, como ya lo expresamos, la concepción de la unidad europea se
encontraba entre los dos polos del conflicto entre EE.UU. y la URSS. Un factor esencial para
constituir la unidad europea fue la perspectiva política de estadistas de la talla de Schuman y
Monnet en Francia, Bech en Luxemburgo, Adenauer en Alemania, Spaak en Bélgica y De
Gasperi y Sforza en Italia. Esos estadistas, llamados los “padres de Europa”, tenían en claro
que el objetivo de la unidad era no oponerse unos a otros y seguir la corriente del pluralismo
socio-cultural. Un medio óptimo para ese propósito fue el tratado de la Organización Europea
de Cooperación Económica que distribuía los recursos del plan Marshall (OECE: 16/4/1948).
Sobre esas bases, pues, comenzó la tarea con libre competencia económica y con instrumentos
jurídicos adecuados. La OECE estimuló el desarrollo de los intercambios recíprocos de bienes y
servicios y la reducción de tarifas aduaneras. Esta Organización internacional que canalizó la
ayuda económica de la Foreign Assistance Act de EE.UU. tuvo finalidades políticas y
económicas.
Por su parte, los estadistas europeos insistían con sus propuestas. Entre ellos, el ministro
francés Robert Schuman explicó el sentido de la unidad europea diciendo:
“... Queremos la unificación de Europa. Esta idea es la razón de ser del Consejo Europeo.
Lograr la unidad de Europa es nuestra tarea esencial e inmediata. Tal idea directriz no es justa
sino en la medida en que es verificada como válida y aplicable en múltiples aspectos...
“La puesta en común orgánica de nuestros recursos sería... una garantía de prosperidad, de
poderío y de paz.
“Al expresar este punto de vista, mi gobierno no tiene actualmente en vista ninguna estructura
política general, federalista o de otro tipo. Ésta será nuestra preocupación ulterior.
“En este momento, sólo nos corresponde buscar y hallar, de acuerdo con los demás países
europeos, soluciones para los problemas concretos que se plantean en lo inmediato.
“Este procedimiento no implica la creación de un súper estado; se limita a prever ciertas
instituciones particulares en un ámbito delimitado. Ya lo hemos aplicado en nuestro plan de
puesta en común de la producción del carbón y el acero” (Robert Schuman, 1963).
La unidad europea finalmente comenzó a materializarse mediante un plan vinculado con la
producción y la energía: la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA: 20/6/1950).
Otros estadistas como Jean Monnet anunciaban el comienzo de la reconstrucción de Europa,
que culminó con la expresión de Churchill: “La familia europea debe actuar unida bajo la égida
de un único Consejo de Europa”.
Por lo tanto, en el Acuerdo de Londres se estableció el Consejo de Europa. Ese tratado fue
firmado por Bélgica, Dinamarca, Francia, Gran Bretaña, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Noruega,
Países Bajos y Suecia. Más tarde se incorporaron al tratado, Grecia, Turquía e Islandia.
Actualmente el tratado tiene veintiún estados miembros. Su objeto es la unión entre sus
miembros para salvaguardar y aplicar ideales y principios comunes y facilitar el progreso
económico, social, cultural, científico, jurídico y administrativo. La sede está en Estrasburgo
(Francia), representa a cuatrocientos millones de personas y es la mayor organización regional
de Europa. En el Consejo de Europa se discuten cuestiones de interés común y se establecen
acciones conjuntas excepto en asuntos de defensa nacional. (El tratado se firmó el 5/5/1949 y
cada año se celebra el día de Europa en esa fecha).
Desde 1945 hasta el presente en Europa se ha fortalecido el principio de convergencia política
que comprende una estructura democrática de gobierno, una política general globalmente
unificada, y una política económica coordinada.
Para salvaguardar los derechos humanos los miembros del Consejo de Europa firmaron la
Convención Europea de Derechos Humanos. Esa convención surgió después de una
recomendación formulada por la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (firma:
4/11/1959; entrada en vigor el 3/9/1953).
Las diferencias económicas entre el Reino Unido y Francia hicieron que el Consejo de Europa
actuara políticamente como intermediario con la Comunidad Económica Europea en esa
cuestión. Desde el punto de vista económico, la estructura comunitaria europea se ha sostenido
en tres instituciones: la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA), la Comunidad
Europea de Energía Atómica (EURATOM) y la Comunidad Económica Europea (CEE).
Cada una de las tres comunidades tiene su Asamblea y una Corte de Justicia común.
Desde el punto de vista internacional destacamos la supranacionalidad, situada a igual
distancia entre el sistema internacional con el dogma de la soberanía y el federalismo
interestatal. Esto es, los órganos de las comunidades actúan con independencia de los Estados
con competencias especialmente atribuidas. Como afirma Catalano, se puede considerar que
ya está engendrado el embrión de la federación.
Los adelantos en materia económica, política y social, deben considerarse conjuntamente con
los adelantos producidos en derechos humanos. Es un conjunto que no puede considerarse por
separado. ¿Son viables las tres comunidades sin la protección de los derechos humanos? ¿Es
casual que la Convención de derechos humanos preceda a la integración económica?
En consecuencia, la voluntad de los pueblos fue más fuerte que la de los hombres. Así fue
cómo De Gaulle percibió la realidad y se rectificó a tiempo diciendo:
“Por primera vez desde Carlomagno, Europa advierte que debe convertirse en un todo, y lo
hace. Esto ya es cierto desde el punto de vista económico; lo será mañana desde el punto de
vista político, y pasado mañana desde el punto de vista del sentimiento común a todos los
europeos.
“Esto no impedirá que en ella haya franceses, alemanes, e italianos, belgas, holandeses,
luxemburgueses; quizás algún día hasta ingleses...”
El Reino Unido ingresó en la CEE en 1972. Francia, por su parte, dejó atrás su nacionalismo y se
embarcó en el proceso de la integración europea.
B. SITUACIÓN ACTUAL
Recapitulando, una vez establecida la CECA (y gracias a su éxito), a los pocos años estos países
decidieron avanzar e incluir otros sectores de la economía. Es así que en el año 1957 se firma el
Tratado de Roma, por el que se crea la Comunidad Europea de la Energía (EURATOM) y la
Comunidad Económica Europea (CEE), creándose, así, un mercado común.
En 1967 se resuelve fusionar las instituciones de las tres comunidades y establecer una única
Comisión, un único Consejo de Ministros y el Parlamento Europeo.
En 1979 se celebran las primeras elecciones directas para votar representantes en el Parlamento
europeo (hasta ese momento los miembros eran designados por los parlamentos nacionales).
Las elecciones tienen una periodicidad de cinco años.
El siguiente hito lo marca el Tratado de Maastricht, de 1992, que estableció nuevas formas de
cooperación entre los gobiernos de los Estados miembros (defensa, justicia y seguridad
interior). En este instrumento, se crea la Unión Europea (UE), por la cual, los miembros tendrán
que tomar decisiones conjuntas sobre políticas comunes, agricultura, consumo, cultura,
derecho de la competencia, medio ambiente, comercio, energía y transporte.
Si bien los primeros años la política común se basaba en productos específicos como el carbón
y el acero y una política agrícola, con los años fueron añadidos otros rubros, como la
particularización de la política agrícola (alimentos sin modificación genética, de mayor
calidad) y también políticas de medio ambiente. La Unión negocia a su vez acuerdos
comerciales y de ayuda con otros países, como parte de las relaciones con el resto del mundo
dentro de la Política Exterior y de Seguridad Común.
La liberación de las trabas para generar un libre comercio (un “mercado común”) fue
paulatina, en el cual mercancías, servicios, personas y capital pudieran moverse libremente. El
mercado único fue alcanzado el 1992, restando aún el perfeccionamiento de un mercado único
de servicios financieros.
Las consecuencias prácticas fueron vistas durante los años 90, en los que fue posible
desplazarse sin controles de pasaportes y aduaneros en la mayoría de las fronteras internas de
la UE.
En el año 1992, la UE inició el proceso de unión económica y monetaria (UEM), que implicaría
la introducción de una moneda europea única, garantizada por un Banco Central Europeo. El
Euro comenzó a distribuirse el 1 de enero de 2002, reemplazando a las monedas nacionales en
12 de los 15 países de la Unión (Bélgica, Alemania, España, Grecia, Irlanda, Francia, Finlandia,
Portugal, Austria, Países Bajos, Luxemburgo e Italia).
Una constante política de la UE ha sido el incremento de adhesiones. Dinamarca, Irlanda y el
Reino Unido se integraron en 1973, Grecia en 1981 y España y Portugal en 1986. Austria,
Finlandia y Suecia hicieron lo propio en el año 1995. La Unión se prepara ahora para la
adhesión de diez nuevos países, provenientes de Europa Oriental y Meridional: Chipre,
Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia y la República
Checa, prevista para el año 2004. Bulgaria y Rumania esperan lo mismo para los próximos
años y Turquía también es candidata. La visión de una Europa ampliada (“Europe élargie”) a
25 estados determinará, entre otras cosas, la necesidad de crear un sistema fluido de toma de
decisiones. El Tratado de Niza, que entró en vigor el 1 de febrero de 2003, fija nuevas normas
sobre el alcance de las instituciones de la UE y la manera en que deben desempeñarse en el
actual esquema.
68. LA CONVENCIÓN EUROPEA DE DERECHOS HUMANOS. LA CARTA DE LOS
DERECHOS FUNDAMENTALES DE 2000
La Convención Europea de Derechos Humanos llamada “Convención de Roma” firmada el 4
de noviembre de 1950 y entró en vigor el 3 de septiembre de 1953 (luego del depósito de diez
instrumentos de ratificación). Ha sido redactada por el Consejo de Europa y ha constituido el
primer tratado multilateral firmado dentro del sistema establecido por el Consejo de Europa.
La Convención Europea tiene 66 artículos y está dividida en dos títulos o partes. La primera de
ellas la denominaremos “normativa” y contiene los derechos humanos que los Estados se
comprometen a cumplir. La segunda parte, que denominaremos “institucional”, trata de los
órganos encargados del sistema efectivo de protección.
La principal originalidad de la Convención Europea es el acceso de las personas al sistema
internacional de protección de los derechos humanos allí establecidos. El acceso a la
jurisdicción se produce ante una instancia supranacional, en una especie de federación
embrionaria, en el sistema de integración antes expuesto y, por tanto, ante órganos
independientes de los Estados partes. Sin perjuicio de las críticas que se formulen, la
protección internacional de la Convención Europea es el máximo desarrollo normativo
mundial para protección de la persona. El tratado constitutivo ha sido ratificado por los
veintiún Estados miembros del Consejo de Europa.
En la parte denominada “normativa” se ha establecido en principio la protección de doce
derechos. Estos derechos se han ampliado posteriormente mediante ocho protocolos
adicionales.
Los derechos humanos están normados en la Convención, y en ocho protocolos adicionales.
Los derechos establecidos en la Convención Europea son los siguientes: Derecho a la vida;
Prohibición de torturas, penas o tratos crueles inhumanos o degradantes; Prohibición de
esclavitud o servidumbre; Derecho a la libertad y seguridad; Derecho al debido proceso;
Principio nullum crimen sine lege; Derecho al respeto de la vida privada y familiar, domicilio y
correspondencia; Libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; Libertad de expresión;
Libertad de reunión y de asociación; Derecho de casarse; No discriminación de los derechos y
libertades reconocidos, por razones de sexo, raza, idioma, religión, etc.
Las cuestiones no establecidas en la Convención se regulan mediante protocolos adicionales
que deben ser ratificados por un determinado número de estados para su entrada en vigor. Los
protocolos representan un aumento del catálogo de derechos, o sea, un ensanchamiento de
éstos. En los protocolos se regulan los siguientes derechos: Derecho de propiedad, Derecho de
educación, Derecho de sufragio, Prohibición de prisión por deudas, Libertad de tránsito por el
territorio de un Estado y derecho a establecer libremente la residencia, Derecho del ciudadano
a no ser expulsado de su país, Prohibición de expulsiones colectivas de extranjeros y Abolición
de la pena de muerte. (Se encuentra a la firma en el Consejo de Europa desde el 28 de abril de
1983).
Por tanto, y según lo expuesto, la Convención y sus protocolos tratan exclusivamente de los
derechos civiles y políticos.
En cuanto a los derechos económicos y sociales han sido legislados por separado en la Carta
Social Europea cuya aplicación ha generado un importante desarrollo jurisprudencial. (Turín,
26/2/1969).
Se ha expresado reiteradamente que la Unión Europea se basa en cinco valores fundamentales:
la libertad, la democracia, el respeto de los derechos humanos y de las libertades
fundamentales y el Estado de Derecho.
Desde la entrada en vigor del Tratado de la Unión Europea en 1993 y posteriormente el
Tratado de Ámsterdam y el Tratado de Niza se han ido consolidando los propósitos y
principios establecidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, teniendo en cuenta los
nuevos esquemas de la realidad internacional.
El último paso está representado por la Carta de los Derechos Fundamentales promulgada en
diciembre de 2000 que establece los grandes ejes de la materia para el siglo XXI.
Los temas básicos que ha encarado la Unión Europea en este marco son el racismo y la
xenofobia, el asilo y la migración; la trata de seres humanos, e iniciativas en favor de los
derechos humanos en los terceros países. En Rusia se trataron cuestiones relativas a Chechenia
y en los Balcanes occidentales se sincronizó la acción con el tribunal Penal Internacional y se ha
establecido como prioritario un enfoque estratégico de la Iniciativa Europea para la
Democracia y los Derechos Humanos.
Por otra parte, hay una intensa labor en los foros internacionales y regionales. En la ONU, por
ejemplo, en la Comisión de derechos humanos se abordó la situación en los terceros países y
otros temas como los derechos del niño y la mutilación genital femenina. Por supuesto a nivel
regional, se ha continuado la obra a favor de los derechos humanos en el Consejo de Europa,
en especial a través del Convenio europeo de derechos humanos y el Tribunal europeo de
derechos humanos.
Se ha intensificado la lucha por la abolición de la pena de muerte y contra la tortura y otros tratos
o penas crueles, inhumanos o degradantes. Por último, un tema de atención focal son los
derechos económicos, sociales y culturales que acompañan a los derechos civiles y políticos y
ambas categorías se refuerzan mutuamente.
69. EL FUTURO DEL PROCESO COMUNITARIO Y
LOS DERECHOS HUMANOS
El proceso comunitario europeo se realizó a pesar de la confusión moral sufrida por Europa
después de la Segunda Guerra Mundial. Esto es, las pérdidas materiales, la destrucción
sistemática del aparato productivo, las deportaciones de más de treinta millones de europeos,
los asesinatos en masa, etc., fueron insuficientes para esterilizar el dinámico proceso
comunitario. Fue necesario, pues, redescubrir el humanismo europeo, volver a las raíces y
seguir el impulso que universalmente se desarrollaba desde la ONU.
En la Europa de posguerra primero se estableció el mínimo común denominador de los
derechos humanos y de ahí se puso en marcha un proceso de recuperación económica exitoso.
¿Los derechos humanos fueron la causa del desarrollo económico? Los derechos humanos
junto con una concepción sociocultural posibilitaron el desarrollo económico. No hubo
soluciones mágicas; existió una clara voluntad de salir de la guerra afirmando los derechos
humanos.
Ésa es la experiencia que la historia ha registrado. Cuestiones aparentemente desconectadas se
han entremezclado: la protección de los derechos humanos fue la base para consolidar la
estabilidad institucional y afianzar el desarrollo económico.
En resumen, todo este proceso se fundamentó en el desarrollo de tres ideas:
a) el respeto de los derechos humanos como sustento de toda concepción política democrática;
b) el respeto de los derechos humanos, base de la estabilidad política y social, y
c) el respeto de los derechos humanos trasciende el orden jurídico interno e interesa al orden
jurídico internacional.
Al concretar las ideas expuestas con acciones, en el sistema jurídico de protección de los
derechos humanos no se discutió sobre la subjetividad de la persona. En Europa se trató de
hallar un sistema jurídico positivo internacional que asegurara a la persona una protección
supranacional para salvaguardar sus derechos. Con esos propósitos se trató de normar en
forma directamente operativa y no programática los derechos a favor de la persona,
proponiéndose normas que, en lo posible, operaran en el sistema jurídico interno sin necesidad
de transformaciones.
El estado soberano no se consideraba confiable teniendo en cuenta las experiencias de la
Segunda Guerra Mundial. Por eso se produce una sustracción de poderes a los estados. No es
el estado soberano que delega soberanía. Es un nuevo sistema de carácter comunitario que
distribuye competencias y establece una relación directa entre esos nuevos órganos e
individuos. Los órganos comunitarios nacen pues de los estados pero son independientes de
ellos.
En cuanto a los derechos humanos, sus sistemas de protección son de carácter regional. Europa
constituye un efectivo campo de pruebas para esos sistemas. Los estados partes de la
Convención Europea de Derechos Humanos han advertido la necesidad de la protección y a
pesar de los obstáculos existentes (la persona no accede al Tribunal en forma directa), el ámbito
comunitario regional se caracteriza por la protección de los derechos humanos.
La concepción del régimen político democrático dentro de un pluralismo sociocultural y la
protección de los derechos humanos son la base de todo el sistema. Éste es supranacional y se
encuentra encima y fuera de los Estados.
Durante muchos años se discutió si la persona era o no sujeto de derecho. Actualmente, el
tema de debate es el acceso de las personas a sistemas de protección independientes del estado
de su nacionalidad. Todavía se requiere la admisión de la jurisdicción por los estados para
habilitar el acceso al Tribunal Internacional. Sin embargo, desde la instalación de la Corte
Europea de Derechos Humanos, los estados han aceptado su jurisdicción con más frecuencia.
En el ámbito universal, la comunidad europea aún debe demostrar que la concepción de los
derechos humanos no se limita a una integración en materia social, política, cultural,
económica y tecnológica encerrada en sí misma. Esto es, la comunidad europea tiene una
asignatura pendiente con América Latina: el tratamiento de la deuda externa latinoamericana,
política calificada como miserable.
La comunidad Europea producirá en 1992 un nuevo giro en el desarrollo de la política de
integración con una casi total eliminación de barreras económicas, una mayor y más libre
circulación de personas y bienes, que establecerá un espacio común prácticamente sin
fronteras. Es preciso que antes de esa fecha, de inmediato, se produzca también un nuevo giro
con la eliminación del anacrónico proteccionismo agropecuario y en el tratamiento solidario de
la deuda externa latinoamericana. Ésa es la manera más eficaz de abrir las fronteras a integrar
a Europa con el mundo, pues los derechos humanos también se afirman cuando se hace
coincidir la libertad de las personas con la libertad de los mercados especialmente en el rubro
agropecuario que tanto afecta a la economía latinoamericana.
Sin embargo, a pesar del dinamismo expuesto en cuanto a los derechos humanos, se ha
producido una serie de hechos positivos en sí pero de consecuencias aún no suficientemente
esclarecidas.
Europa central ha decidido poner fin a su adhesión al marxismo leninismo y a los postulados
de la URSS. Se han desmantelado los viejos principios del centralismo democrático, el partido
comunista ha dejado de ejercitar el monopolio político, la propiedad privada ha sido
autorizada, han aparecido formas limitadas de libertad de mercados, se han llevado a cabo
elecciones con sufragio libre, han triunfado partidos de centro derecha, se han despertado
viejos nacionalismos y prácticamente toda Europa central, los Balcanes y la ex URSS se hallan
en un estado de ebullición cuyas consecuencias son contradictoriamente expuestas.
Algunos analistas norteamericanos aseguran que el proceso se presenta favorable para la
extensión universal de la democracia y de los derechos humanos. Otros, señalan que hay que
desconfiar de Gorbachov pues éste no ha dejado de asegurar su adhesión incondicional al
marxismo leninismo; que perestroika no significa fin del marxismo-leninismo. Por último,
otros analistas señalan que hoy se está produciendo el fin de la historia, una especie de
síndrome de Moscú que atravesará todos los estados y creará una nueva concepción nada
optimista de la vida.
Helmut Kohl se encuentra en el ojo de la tormenta, pues en Alemania se ha producido la caída
del muro de Berlín, y esa caída arrastró a la República Democrática de Alemania, en estado de
plena desintegración y reunificación. Helmut Kohl ha respondido a los desafíos afirmando que
se debe terminar con la euroesclerosis, y lanzarse a una nueva concepción que marca el
comienzo de la Era de Europa.
¿Qué sucederá cuando Alemania se reunifique? ¿Qué sucederá con los derechos humanos en
los territorios integrados?
Alemania reunificada con su capital en Berlín se hallará ante un nuevo desafío de la historia
del siglo XX. Todo el mundo se halla observando los hechos que concluirán con el
establecimiento de la democracia y los derechos humanos en áreas sensibles del mundo, con
influencias contagiosas en el resto del planeta.
Recorrer Berlín después de la reunificación es extraordinario. El dinamismo que ha adoptado
Alemania, que con gobernantes de diferente signo político, en plena etapa de globalización ha
asumido un compromiso dual: adaptarse a la globalización y reunificarse.
La tarea implica recursos humanos y económicos y muchos esfuerzos, pero lo que era Berlín
Oriental hoy son ruinas con edificios en construcción por todas partes. Lo mismo sucede en
toda Alemania que se levanta con prisa y sin pausa.
70. LOS DERECHOS HUMANOS EN EL SISTEMA INTERAMERICANO
En materia de derechos humanos se está consolidando en el sistema interamericano un proceso
dinámico y generador producido desde la mitad del siglo XX hasta nuestros días.
Ese proceso está sostenido por un trípode que comienza por la Corte de Justicia
Centroamericana de 1907, pasa por la Conferencia de Chapultepec de 1945 y tiene punto final,
o nuevo comienzo, en San José de Costa Rica con la Convención Interamericana de 1969.
Con la mira en ese proceso, centralizaremos nuestro análisis en la República Argentina, que
con sus particularidades e inestabilidad política permitirá verificar las características esenciales
de ese extenso y en muchos casos doloroso tránsito a la madurez.
Por tanto, trataremos desde ese punto de vista las normas que establecen la protección
internacional de los derechos humanos en América.
Con ese propósito previamente corresponde ubicar la realidad en la que operan las normas
jurídicas.
¿Qué es América Latina? ¿Cuáles son sus características, obstáculos y finalidades? ¿Hay
unidad de valores sobre justicia, libertad, igualdad? Octavio Paz ha planteado la situación:
“Desde hace cerca de dos siglos se acumulan los equívocos sobre la realidad histórica de
América Latina. Ni siquiera los nombres que pretenden designarla son exactos: ¿América
Latina, América Hispana, Iberoamérica, Indoamérica?...
“Cada una de estas designaciones deja sin nombrar a una parte de la realidad. Tampoco son
fieles las etiquetas económicas, sociales y políticas. La noción de subdesarrollo, por ejemplo,
puede ser aplicada a la economía y la técnica, no al arte, la literatura, la moral o la política. Más
vaga aún es la expresión ‘tercer mundo’; la denominación no sólo es imprecisa sino engañosa:
¿Qué relación hay entre Argentina y Angola, entre Tailandia y Costa Rica, entre Túnez y
Brasil?”.
Octavio Paz también ha analizado los problemas que se derivan de esa realidad:
“Los problemas de la América Latina, se dice, son los de un continente subdesarrollado. El
término es equívoco: más que una descripción es un juicio. Dice pero no explica. Y dice poco:
¿subdesarrollo en que, por qué y en relación con qué modelo o paradigma? Es un concepto
tecnocrático que desdeña los verdaderos valores de una civilización, la fisonomía y el alma de
cada sociedad. Es un concepto etnocentrista. Esto no significa desconocer los problemas de
nuestros países”.
¿Cuáles son los problemas esenciales de América Latina? Coincidimos también con el
diagnóstico de Octavio Paz: “La dependencia económica, política e intelectual del exterior, las
inicuas desigualdades sociales, la pobreza extrema al lado de la riqueza y el despilfarro, la
ausencia de libertades públicas, la represión, el militarismo, la inestabilidad de las
instituciones, el desorden, la demagogia, las mitomanías, la mentira y sus máscaras, la
corrupción, el arcaísmo de las actitudes morales, el machismo, el retardo en las ciencias y en las
tecnologías, la intolerancia en materia de opiniones, creencias y costumbres”.
América Latina tiene una superficie de 20.000.000 km, más de 300 millones de habitantes y una
difícil situación en lo económico-social.
¿Cuál es el contexto mundial? ¿Qué se puede esperar del futuro? “Los decenios de 1980 y 1990
probablemente serán de profundas transformaciones: cambios en la tecnología...,
transformaciones en materia de energía... modificaciones en los gastos de los consumidores...
cambios en el contexto internacional, especialmente con la creciente competencia de nuevos
países industrializados y por último, evolución de los sistemas financieros y monetarios
internacionales”.
Con lo expuesto: ¿Se puede concebir una sociedad sólo civilizada para consumir y primaria
para producir? ¿Qué cambios se deben operar?
Hay que salir del despotismo, la violencia, la tiranía y el desorden por medio de la democracia.
Sin democracia no hay viabilidad posible, observando pues, que “no se puede tener
democracia si no se tiene una nación y no se puede tener una nación si no se tiene
independencia”. También forma parte esencial de la propuesta de cambio el acuerdo sobre un
sentido unívoco de la democracia y de la protección de los derechos humanos.
El objetivo, pues, es establecer un sentido unívoco de la democracia basado en la común
comprensión de la independencia y autodeterminación como presupuestos de los derechos
humanos.
Hay una amplia red de relaciones entre EE.UU. y los países de América Latina, caracterizadas
por distintas concepciones y ópticas teniendo en cuenta las distintas posiciones del poder
mundial en la actualidad.
En EE.UU. desde el aislacionismo de Jefferson y Washington, se pasó a la doctrina Monroe
(1823) y a la guerra de secesión (1865). Todos son procesos políticos internos, propios de una
nación formada por trece colonias británicas que en 1787 promulgó su Constitución.
Con fundamentos políticos, sociales, históricos y económicos los norteamericanos también
establecieron un sistema de tipo capitalista basado en empresas industriales dotadas de
organización técnica y financiera dentro de una economía de mercado y con una base
institucional estable.
Entre EE.UU. y América Latina hay distintas concepciones políticas, sociales e institucionales.
En ese contexto, la política norteamericana de intervención ha configurado contenidos
hegemónicos con fuertes componentes imperialistas.
Las revoluciones norteamericanas, francesa y las de los estados latinoamericanos produjeron
históricamente resultados diferentes dentro de sociedades diferentes. Se dice que mientras la
primera creó una nación y la francesa renovó la sociedad, las revoluciones de América Latina
fracasaron, por el contrario, en sus objetivos de modernización política, social y económica.
Se conjugaron diversamente las instituciones políticas, sociales, culturales y económicas
produciéndose un mutuo efecto de separación, agravado por diferencias raciales, distancias,
controversias territoriales, localismos; pero la principal causa de desintegración derivó del
régimen internacional y su sistema de poder en el siglo XIX.
Canning le decía a Granville en esa época: “la tarea está cumplida, el clavo está colocado,
América hispana es libre y si nosotros no nos manejamos con torpeza, es inglesa”.
Reemplazando el hegemonismo británico por el de EE.UU., la idea que los separa de América
Latina es el género de relación internacional: ¿Satélites o amigos? Carlos Fuentes ha expresado
–con razón– que el amigo respeta y el satélite engaña.
El sistema interamericano está en crisis. Ha sido impotente en la crisis de Malvinas, no ha dado
respuestas concretas en la crisis de Centroamérica, no ha respondido eficazmente en los
planteos de la deuda externa y ha carecido de voluntad política para encarar
constructivamente las soluciones que el continente necesita urgentemente.
Para salir de la crisis, un factor esencial será la incorporación de la democracia representativa y
del pluralismo político como base de la estabilidad, de la paz y desarrollo en la región. El factor
básico es afirmar el poder legítimo del pueblo por medio de los derechos humanos, dejar de
mirar para atrás, no endosar culpas y reconocer que en la democracia, el éxito o el fracaso
depende de nosotros mismos.
A. DE CHAPULTEPEC A SAN JOSÉ DE COSTA RICA
Argentina: Neutralidad o guerra
La manera en que Argentina se incorpora al sistema interamericano de protección de los
derechos humanos, tiene relación con los sucesos vinculados en la Segunda Guerra Mundial y
los particulares enfoques internos ante la realidad internacional (Ver Nº 94).
Dentro de una inestabilidad institucional consolidada desde 1930, la Argentina, por diversas
razones no se decidía a declarar la guerra al Eje. Había mucha influencia de la opinión pública
interna dividida en dos bandos, a favor y en contra de los aliados; pero también había intereses
económicos que hacían que la decisión no fuera tan fácil.
Finalmente, mientras el andarivel internacional corría por San Francisco en la ONU, en el
plano americano también se estaba gestando la reunión de una conferencia para decidir qué
iba a pasar después de la guerra. La conferencia se llevó a cabo en Chapultepec del 21 de
febrero al 8 de marzo de 1945, y aunque Argentina no participó, en los hechos adhirió a las
medidas y resoluciones que se adoptaron, especialmente la declaración de guerra a Japón y
Alemania.
El 27 de marzo de 1945 la Argentina declaró la guerra a Japón y Alemania y algunos días
después firmó el acta de Chapultepec que había quedado abierta exclusivamente para su
adhesión (Resolución LIX, Unión Panamericana, firma argentina: 4 de abril de 1945 y Decreto
6.945/45). Pocos días antes se reunía la Conferencia de San Francisco que redactó la Carta de la
Organización de las Naciones Unidas.
Las deliberaciones de Chapultepec en 1945 permitieron solucionar una de las crisis más
profundas del sistema interamericano. Durante las deliberaciones el delegado de Paraguay
solicitó el cambio de lugar de la cuestión argentina: del último, al primer puesto. Esa iniciativa
tuvo sólo el apoyo de Honduras y Nicaragua.
Ecuador propuso una fórmula de conciliación mediante el reconocimiento automático de los
nuevos Gobiernos de América para permitir la participación argentina.
Recordemos que el Gobierno argentino de facto del general Farrell no había sido reconocido
por EE.UU., lo cual provocó una serie de discusiones teóricas acerca de si la aceptación de la
representación del Gobierno en la Conferencia implicaba o no un acto de reconocimiento.
La llamada “fórmula Padilla” (Ezequiel Padilla era ministro de RR.EE. de México) fue aceptada
y consistía en evitar el debate público para facilitar la ulterior adhesión argentina para que
“pueda hallarse en condiciones de expresar su conformidad y adhesión a los principios y
declaraciones que son fruto de la Conferencia de México, los cuales enriquecen el patrimonio
jurídico y político del Continente y engrandecen el derecho público americano al cual, en
tantas ocasiones ha dado la Argentina contribución notable”.
El presidente de Argentina, general Farrell, emitió una proclama al pueblo argentino en la que
justificó su resolución.
En dicha proclama hay una cronología de los hechos y los argumentos por los que se adoptó
esa decisión. Propuso, pues, la aceptación de la resolución de Río de Janeiro, que motivó la
ruptura de relaciones diplomáticas con Alemania y Japón. En el texto de la proclama hay
quejas por “diferentes apreciaciones de factores de orden local que gravitaron sobre la acción
del Gobierno que, tal vez por una visión a la distancia, indujeron a las Naciones Unidas a
mantenerse en una actitud de expectativa con respecto a nuestro país”. Termina con una
sentencia de Nicolás Avellaneda: “Cualesquiera sean nuestras disensiones internas, la
República no tiene sino un honor y un crédito, como sólo tiene un nombre y una bandera entre
los demás pueblos” e invita a “que nada desoriente la inteligencia, ni disminuya la calidad del
sentimiento”.
No es necesario extremar la exégesis, para captar el máximo grado de discusión y esfuerzo que
significó la decisión del gobierno; que parece dirigida a convencer a una opinión pública
adversa, espiritual e ideológicamente dividida y no a incorporarse a una nueva comunidad
internacional (27 de marzo de 1945, luego Decreto 6.945 de 1945).
CHAPULTEPEC EN EL PARLAMENTO ARGENTINO
El 19 de agosto de 1946 se debatió en el Senado Argentino el Acta Final de la Conferencia
Interamericana sobre Problemas de la Guerra y de la Paz firmada en México en 1945. El
proyecto de ley tenía un único artículo por el cual se aprobaba el decreto 6.945 del 27 de marzo
de 1945.
El miembro informante fue el Dr. Diego Luis Molinari quien señaló el carácter complementario
con la Carta de la ONU e insistió sobre la duda reiterada con respecto a esos tratados
internacionales: ¿son lesivos a la soberanía argentina? Con diversas citas del reciente electo
presidente Perón, justificó la posición negativa, agregó argumentos de orden constitucional y
aseguró la compatibilidad de los instrumentos internacionales con Constitución Nacional.
Molinari explicó que el trámite parlamentario tuvo por finalidad la ubicación del decreto
dictado por el Gobierno de facto dentro de un “cauce constitucional”.
Recordó sucesos internacionales que protagonizó como subsecretario de Relaciones Exteriores
de Hipólito Yrigoyen en 1916: el fracaso de la Sociedad de las Naciones, el fracaso del Plan
Briand y la frustración de Wilson. Casi al final volvió al tema: “En cuanto a las Actas de
Chapultepec, todo se expresaba en declaraciones, resoluciones y recomendaciones. No voy a
analizar el valor jurídico de estos términos, pero la verdad es que todo está por hacer; todo está
declarado y todo por hacer. Todavía hoy, a 17 meses, no se sabe cuándo ni cómo se realizará la
conferencia de Bogotá... porque todo está por hacerse”.
Se votó y se aprobó por unanimidad sin referencias a los derechos humanos y a sistemas
internacionales de protección.
La diferencia ideológica también se reflejó en el discurso del canciller Juan Atilio Bramuglia
luego de la aprobación del Acta de Chapultepec por el Senado, que en uno de sus párrafos
expresó: “La Conferencia de México sostuvo también... la protección y derechos
internacionales del hombre, base que sirve para el afianzamiento de la verdadera soberanía, la
que radica fundamental y esencialmente en el individuo como signo incuestionable de la
existencia de los pueblos”.
Pocos días después ingresaron las Actas de Chapultepec y la Carta de la ONU para su
tratamiento en la Cámara de Diputados. El dictamen de mayoría con la firma de Joaquín Díaz
de Vivar, Ernesto Palacio y otros, aconsejó su sanción. El de minoría con firma de Alberto M.
Candioti y Ernesto Sanmartino propuso la aprobación con varias declaraciones interpretativas
sin mencionar la Resolución XL sobre derechos humanos.
Hubo un extenso debate que confirma las diferencias de criterio, con abundantes referencias a
las actitudes de Cordell Hull, Storni, Churchill, Farrell, Roosevelt, etc. También se expusieron
las condiciones impuestas al Gobierno argentino en Chapultepec y la frialdad para con la
delegación argentina en la Conferencia de San Francisco de 1945. Hubo algunas voces
discordante en la Cámara de Diputados en una especie de prolongación del debate entre
aliadófilos y germanófilos, como si la guerra no hubiera concluido, con citas históricas y un
espíritu de confrontación internacional.
Finalmente, la Cámara de Diputados aprobó las Actas de Chapultepec y la Carta de las
Naciones Unidas (leyes 12.837 y 12.838).
Nadie puede negar que el Congreso Nacional actuó como una auténtica caja de resonancia de
la política nacional en materia de relaciones internacionales.
IX CONFERENCIA INTERNACIONAL AMERICANA (Bogotá, 1948)
La VIII Conferencia Internacional Americana resolvió en Lima (1938) la convocatoria de la
próxima Conferencia en la ciudad de Bogotá. Durante la Conferencia de Chapultepec de 1945
se propuso que la IX Conferencia se realizara al año siguiente. Luego de dos aplazamientos
solicitados por el embajador de Colombia al Consejo Directivo de la Unión Panamericana se
decidió su convocatoria para el 30 de marzo de 1948, en la ciudad de Bogotá.
La ciudad de Bogotá (República de Colombia) fue la sede de la IX Conferencia Interamericana
de 1948.
Colombia tiene las características históricas comunes de América Latina. Sobre las bases de la
República de la Gran Colombia, Simón Bolívar fue su primer presidente. De ella se separaron
Venezuela, Ecuador y también Panamá en 1903. Hubo guerras civiles en las que liberales y
conservadores se disputaron el poder. Finalmente, en la década del 50 se aprobó por plebiscito
una enmienda constitucional que regula la participación igualitaria de los partidos políticos
mayoritarios en los cuerpos colegiados y la alternación en el poder.
¿Qué sucedía en 1948? Todo estaba preparado en Bogotá para la reunión de la IX Conferencia
Interamericana. Las deliberaciones se llevarían a cabo en el edificio del Capitolio. En esa época
el Dr. Mariano Ospina Pérez del Partido Conservador se desempeñaba en la Presidencia y los
enfrentamientos y choques armados se producían diariamente.
Las elecciones internas del partido liberal fueron ganadas por Jorge Eliecer Gaitán, mientras los
efectos económicos de la postguerra se hacían sentir en todas las clases sociales. Dentro de un
cuadro de agudas perturbaciones e inestabilidad económica y social, Gaitán hizo graves
denuncias en el Senado contra el presidente Ospina Pérez. Otro elemento de fricción fue la no
designación de Gaitán en la delegación colombiana para la Conferencia americana.
Las personalidades más importantes del ámbito norteamericano concurrieron a la Conferencia,
entre ellas el secretario de Estado norteamericano, que era George C. Marshall. Las
deliberaciones comenzaron el 31 de marzo de 1948.
En la mañana del 9 de abril de 1948 fue asesinado Jorge E. Gaitán y comenzó la escalada del
terror. Miles de personas marcharon al Capitolio y lo ocuparon. Grupos de manifestantes
armados se enfrentaban e incendiaban y destruían edificios públicos.
El asesino de Gaitán fue linchado. La ciudad quedó dividida en trincheras de grupos opuestos,
mientras el ejército y la policía no podían controlar el caos. Al día siguiente se declaró la ley
marcial y el presidente pidió apoyo para el Gobierno constituido. Hubo un cambio de Gabinete
y el 11 de abril de 1948 se hizo el inventario del desastre: 600 muertos.
¿Qué sucedía con la accidentada IX Conferencia? Los delegados resolvieron por unanimidad
no suspenderla. El 14 de abril de 1948 las deliberaciones continuaron en un colegio a 6 km del
centro de Bogotá. En el medio del tiroteo se discutió la Carta de la Organización de los Estados
Americanos.
El gobierno declaró monumento nacional la casa de Agitan. Sus restos fueron sepultados allí
en una fosa cavada en el comedor para evitar nuevos desórdenes. La Conferencia suspendió
las sesiones por duelo. Ése fue el “bogotazo”.
La delegación argentina presidida por el canciller Juan Atilio Bramuglia fijó la posición del
Gobierno en la conferencia (discurso 1/4/48). Fue un análisis realista que acentuó la diferencia
entre los hechos y los programas emprendidos; “acaso por la no madurez de los juicios o por la
morosidad para traducirlos como por la no comprensión del contenido de las sagradas
determinaciones, los resultados en el continente no alcanzaron la línea que ahora buscamos”.
El objetivo de Argentina fue, pues, producir coincidencias políticas y económicas
internacionales después de sufrir un prolongado aislamiento internacional.
ORGANIZACIÓN DE ESTADOS AMERICANOS Y DERECHOS HUMANOS
La Carta de la Organización de los Estados Americanos fue firmada el 2 de mayo de 1948. El
Preámbulo establece que: “el sentido genuino de la solidaridad americana y de la buena
vecindad no puede ser otro que el de coordinar en este continente, dentro del marco de las
instituciones democráticas, un régimen de libertad individual y de justicia social, fundado en
el respeto de los derechos esenciales del Hombre”. También el art. 13º prescribe: “los Estados
Americanos proclaman los derechos fundamentales de la persona humana, sin hacer
discriminaciones de raza, nacionalidad, credo o sexo”.
DECLARACIÓN AMERICANA DE LOS DERECHOS Y DEBERES
DEL HOMBRE DE 1948
Se ha considerado que los antecedentes de la Declaración Americana de los Derechos y
Deberes del Hombre de 1948 son algunas de las resoluciones adoptadas por la VIII Conferencia
Internacional Americana (Lima, Perú, 1938), tales como la concerniente a la “Libre Asociación
y Libertad de Expresión de los obreros, La Declaración de Lima en favor de los Derechos de la
Mujer” y la “Declaración en Defensa de los Derechos Humanos”.
Otros antecedentes se hallan en algunas de las resoluciones de la Conferencia de Chapultepec.
En la Resolución XL titulada “Protección Internacional de los Derechos Esenciales del Hombre”
se consagra la adhesión a los principios del derecho internacional para la salvaguardia de los
derechos humanos, se pronuncia a favor de un sistema de protección internacional y se
encomienda al Comité Jurídico Interamericano la redacción del proyecto.
Ese proyecto preparado por el Comité Jurídico Interamericano no pudo cumplir con la
aspiración de ser adoptado en forma de Convención.
Finalmente, como antecedente de la Declaración, también se incluye el Preámbulo del Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca que en su parte pertinente establece:
“La paz se funda en la justicia y en el orden moral y, por tanto, en el reconocimiento y la
protección internacional de los derechos y libertades de la persona humana” (Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca, Río de Janeiro, 1947).
En la IX Conferencia de Bogotá de 1948 se suscribió la “Declaración Americana de los Derechos
y Deberes del hombre” (Resolución XXX), varios meses antes de la Declaración Universal de la
ONU (10/12/1948). La diferencia esencial entre ambos instrumentos es que la Declaración
Americana incluye también deberes del hombre.
En el capítulo primero se establecen 27 derechos y en el segundo los deberes. Estos últimos son
diez: 1) ante la sociedad, 2) con los hijos y los padres, 3) instrucción, 4) sufragio, 5) obediencia a
la ley, 6) servicio a la comunidad y a la nación, 7) asistencia y seguridad sociales, 8) pago de
impuestos, 9) trabajo y 10) abstención de actividades políticas en países extranjeros.
COMISIÓN INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS
La CIDH fue creada en la V Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores
(Santiago de Chile, 1959), que dispuso: “Crear una Comisión Interamericana de Derechos
Humanos que se compondrá de siete miembros, elegidos a título personal de ternas
presentadas por los Gobiernos por el Consejo de la Organización de los Estados Americanos,
encargada de promover el respeto de tales derechos, la cual será organizada por el mismo
Consejo y tendrá las atribuciones específicas que éste le señale”.
El primer estatuto de la CIDH fue aprobado en 1960 y modificador en la segunda Conferencia
Interamericana de Río de Janeiro (1965).
En la reunión de Buenos Aires (Argentina) se firmó el Protocolo de Reforma de la Carta de la
OEA de 1967 que consolidó las bases orgánicas de la CIDH y dio pie para la redacción de la
Convención Interamericana de Derechos Humanos. La reforma de la Carta de la OEA entró en
vigor en 1970 y estableció la CIDH en calidad de órgano de la OEA (art. 51, inc. e, Carta OEA
reformada).
Las funciones de la CIDH se establecieron en las disposiciones siguientes de la Carta de la OEA:
Habrá una Comisión Interamericana de Derechos Humanos que tendrá como función
principal la de promover la observancia y la defensa de los derechos humanos y de servir
como órgano consultivo de la Organización en esta materia.
Una convención interamericana sobre derechos humanos determinará la estructura,
competencia y procedimiento de dicha Comisión, así como de los otros órganos encargados de
esa materia. (Carta OEA, art. 112).
CONVENCIÓN INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS
(Pacto de San José de Costa Rica)
La CIDH desde su posición de órgano de la OEA y cumpliendo con sus obligaciones
estatutarias propició la reunión de la Conferencia especializada de San José de Costa Rica que
adoptó el texto de la Convención Interamericana de Derechos Humanos, llamada Pacto de San
José de Costa Rica que entró en vigor el 18 de julio de 1978 al depositar Grenada el undécimo
instrumento de ratificación.
La Convención de San José de Costa Rica consta de un preámbulo, 82 artículos y se divide en 3
partes. La primera parte estipula los “Deberes de los Estados y Derechos protegidos”, con la
enumeración de Deberes: Derechos Civiles y Políticos y Derechos Económicos, Sociales y
Culturales; suspensión de garantías y Deberes de las personas. La segunda parte contiene
“medios de la protección” y comprende los órganos: Comisión Interamericana de Derechos
Humanos y Corte Interamericana de Derechos Humanos. La tercera parte contiene
disposiciones Generales y Transitorias: firma, ratificación, reserva, enmienda, protocolo y
denuncia y disposiciones transitorias.
Diversas normas se encuentran moldeadas en la Convención Europea de Derechos Humanos.
Sus antecedentes se remontan también al Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de
1966 y a la Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre de 1948 y por supuesto
a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU de 1948.
La protección de derechos incluye ocho derechos más que en la Convención Europea y sus
protocolos: el derecho a la personalidad jurídica, el derecho a compensación cuando hay un
desvío de justicia, el derecho de información y respuesta, el derecho a un nombre, los derechos
del niño, el derecho a una nacionalidad, el derecho de igualdad ante la ley y el derecho de
asilo.
CRISIS INTERAMERICANA Y APLICACIÓN DEL PACTO
A fines del siglo XX, el producto bruto de la totalidad de los países de América Latina apenas
llega al 70 % del producto bruto de Italia. El producto bruto anual de la Argentina alcanza a
seis días del producto bruto de EE.UU. La situación económica de crisis e inestabilidad
económica generalizada se contradice con la situación política, prácticamente unánime en el
sistema democrático. Parece una paradoja que en la época de los sistemas autoritarios y
dictatoriales se vivía mejor. Como suele decirse, no se votaba o se votaba mal, pero se vivía
bien.
Los datos de la realidad interamericana actual revelan una crisis más profunda que la anterior
a Chapultepec. Las decisiones de derechos humanos sometidos a la Asamblea de la OEA en
muchos casos se politizan. Si los Estados no están dispuestos a apoyar a la CIDH, ésta por
exclusivo voluntarismo no podrá cumplir con los fines de su creación. Asimismo, si los
órganos de la OEA están en crisis será difícil que la CIDH evite esas presiones. Dentro de ese
panorama desalentador, reivindicamos la necesidad de un tratado de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales; de un replanteo del TIAR dado su anacronismo (pese a sus últimas
reformas); de un efectivo tratado de solución de controversias internacionales, y una
consideración conjunta de la lucha contra el narcotráfico. Parte de ese camino se ha comenzado
a transitar.
Es claro que el futuro de la OEA peligra, especialmente teniendo en cuenta su inacción durante
las crisis centroamericanas y la deuda externa latinoamericana con su influencia sobre la
situación económico-social. En efecto, la crisis centroamericana se está solucionando
directamente por los estados y pueblos involucrados que hallaron fórmulas de solución, no
permanentes e integrales, pero que han servido para que el conflicto en Nicaragua, ya
pertenezca a la historia. En cuanto a la deuda externa, parecería que hay que distinguir la
posición de los bancos acreedores y de los estados, que insisten que no controlan a sus bancos.
La declaración de Quito del 9 al 13 de enero de 1984 ha señalado: “América Latina y el Caribe
enfrentan la más grave y profunda crisis económica y social del presente siglo, con rasgos
singulares y sin precedentes”. Entre 1982 y 1983 América Latina transfirió cerca de 80.000
millones de dólares. La deuda externa sigue creciendo y sus servicios de intereses también. La
situación requiere salir de la inercia mental y reconocer que no se limita a pagar o dejar de
pagar. Requiere explorar el abanico de posibilidades que hay entre una y otra posición, sin
olvidar que la deuda externa se debe resolver primero internamente. Esto es, estabilizar el
sistema democrático, asegurar su consolidación y dar fuerza a sus instituciones con capacidad,
honestidad y eficiencia.
En ese marco de dificultades se perciben resultados y cambios importantes. Por un lado, la
ratificación y adhesión de Argentina y varios Estados más al Pacto de San José de Costa Rica,
así como la aceptación de la jurisdicción de la Corte Americana de Derechos Humanos,
representa un progreso sustancial y alentados para el futuro. El restablecimiento de los
gobiernos democráticos en la mayoría de los Estados de América del Sur es un hecho que
genera relaciones internacionales previsibles, coherentes y representativas en un marco de
consenso popular. Por otro lado, se ha producido un cambio sustancial en la posición
norteamericana que ha agregado al esquema “seguridad-desarrollo” el concepto de
“democracia-seguridad-desarrollo” (Ver Protocolo de Cartagena de Indias de Reformas de la
OEA, arts. 1, 2 inc. b; 3 incs. d y k).
Coincidimos, pues, con Gros Espiell en que hay que tener en cuenta la realidad normativa de
hoy representada por el hecho de que la Convención Americana sobre Derechos Humanos está
en vigencia y en plena aplicación y lo que resulta del actual panorama político del continente,
que muestra un firme y pujante proceso de recuperación y avance de la democracia. Sin
democracia no puede concebirse el futuro del Sistema Americano, ni el régimen regional de
promoción y protección de los Derechos Humanos.
Por tanto, la incorporación de las normas de la Convención en los sistemas jurídicos internos es
un paso inicial constitutivo, fundacional para la organización de esquemas económicos y
sociales integrados, para salir de la crisis interamericana y para consolidar una sociedad
política estable, base de la convivencia nacional e internacional. Primer paso no significa único
paso. Hay que salir de las abstracciones y poner manos a la obra para el desarrollo de los
pueblos. Sin desarrollo y solución de la situación económico social, no habrá democracia ni
derechos humanos.
71. LOS DERECHOS HUMANOS EN EL SISTEMA AFRICANO
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
La autodeterminación de los Estados africanos ha hecho posible los avances en materia de
derechos humanos. El proceso operado en África en esta materia es una prueba concreta de
uno de los conceptos básicos de esta obra, o sea, que la autodeterminación de los pueblos es el
presupuesto de los derechos humanos.
La descolonización de África se inició en 1960 y aún no ha terminado. Los esfuerzos del pueblo
africano han sido intensos y dolorosos. Finalizada la Segunda Guerra Mundial los líderes de la
autodeterminación africana se encontraron con múltiples conflictos tales como los
nacionalismos, las etnias, los seiscientos lenguajes africanos, las diferencias religiosas, sociales
y económicas, la discriminación racial, las minorías blancas y la lucha entre las superpotencias.
Los hombres de África habían luchado en la Segunda Guerra Mundial por ideales de libertad,
igualdad y no discriminación de que en sus países no gozaban. Las viejas doctrinas
occidentales sobre los derechos de la persona humana fueron fácilmente incorporadas a la
cultura africana. El pueblo africano ya no iba a admitir discriminaciones como las del Congreso
de Berlín de 1885 con sus retóricas propuestas de abrir a la “civilización” la única parte del
globo donde aquélla no había penetrado. Quedaba definitivamente superado, pues, el reparto
de territorios, influencias e intereses entre los estados del mundo europeo.
El panafricanismo fue uno de los soportes de este explosivo proceso de descolonización y
representa un programa diferente al panamericanismo. En este último proceso las colonias de
América consiguieron su independencia en la primera mitad del siglo XIX casi sin esclavitud
ni discriminación racial. El panafricanismo, por el contrario, ha tenido como objetivo
fundamental la igualdad y por tanto ha luchado contra la esclavitud y la discriminación racial.
Los líderes de África como Senghor de Senegal, Nyerere en Tanganika y Sekou Toure en
Guinea, entre otros, lucharon por la descolonización y en la actualidad continúa la tarea de
organizar la estabilidad política, económica y social. Las potencias coloniales aprovecharon las
ventajas económicas de África sin aportar ningún progreso en materia de cultura política,
económica y social.
Leopold Sengor de Senegal ha sido una figura clave de este proceso. En primer lugar incorporó
el concepto de la “negritud”, que desde el punto de vista cultural tiene la misma importancia
que la descolonización. En efecto, la autodeterminación es autodeterminación cultural. En caso
de no ser así, se produce el neocolonialismo que parte de la premisa de “irse para quedarse”.
Senghor ha expresado que la verdadera independencia es la independencia cultural; “la
cultura está más acá y más allá, por encima y por dentro de todas las actividades humanas”.
El mismo Senghor, en 1950, llamaba la atención a los negociadores de la Convención Europea
sobre la exclusión de los territorios no metropolitanos establecidos en el art. 63. ¿No significaba
declarar sólo los derechos humanos europeos?
Lo concreto es que después de 1945, la Carta de la ONU, la Declaración Universal de Derechos
Humanos de 1948, y la Resolución 1514 de la Asamblea General de la ONU de 1960,
fundamentaron el principio de autodeterminación, que al ponerse en marcha halló al
continente africano librado a su suerte, con una crisis heredada sin culpas propias, y vacío de
aportes.
¿Cómo llenar ese vacío?
El panafricanismo ha intentado llenar ese vacío con el presupuesto de la propia identidad
cultural y por medio de las conferencias internacionales.
La característica de esas conferencias ha sido el tratamiento de proyectos en materia de
derechos humanos. Los resultados han sido recomendaciones en un esquema constitutivo a un
mismo tiempo nacional e internacional. Como sostiene Brownlie, el principio de igualdad
racial y autodeterminación han sido tratados primero sin excluir los demás derechos humanos.
CARTA AFRICANA SOBRE LOS DERECHOS HUMANOS Y DE LOS PUEBLOSi
Desde 1960, en adelante, los africanos actuaron en varios escenarios: los internacionales y los
de sus propios países. Se realizaron diversas conferencias interafricanas (Accra, Addis-Adeba,
i
En adelante denominada La Carta Africana.
El Cairo) y se estableció la Organización de la Unidad Africana (OUA).
Uno de los objetivos fundamentales de los estados africanos fue el establecimiento de una
Carta de derechos humanos que sirviera para consolidar la autodeterminación. La OUA había
sostenido la autodeterminación y no discriminación racial en un marco político caracterizado
por la inestabilidad.
A fines de 1978 se advirtió que debía iniciarse una nueva fase por medio del respeto y
promoción de los derechos humanos. De ese modo, en la Asamblea de Jefes de Estado y de
Gobierno de Monrovia (Liberia) se decidió la preparación de un proyecto de Carta Africana de
Derechos Humanos. Se redactó un proyecto de 64 artículos que fue el documento de trabajo de
la reunión de la Conferencia de Ministros de Justicia de la OUA celebrada en Banjul (Gambia)
en enero de 1981. Ese proyecto fue aprobado y luego adoptado en la sesión ordinaria del
Consejo de Ministros de la OUA celebrada en Nairobi (Kenia) en junio de 1981.
La Carta Africana consta de un preámbulo y 68 artículos. Está dividida en dos partes: la parte I
establece los derechos y deberes y la parte II las medidas de salvaguardia.
En el preámbulo se cita como antecedente la Asamblea de Jefes de Estado y de Gobierno,
Monrovia (Liberia), de 1969, que decidió la preparación de “un proyecto preliminar de una
Carta africana sobre los derechos humanos y de los pueblos que contemple entre otras cosas la
creación de organismos cuya función se promover y proteger los derechos humanos y de los
pueblos”.
El preámbulo menciona como antecedentes la Carta de la OUA, la Carta de la ONU y la
Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
También se reconoce la interdependencia entre la autodeterminación y los derechos humanos.
El extenso preámbulo asimismo estima que “en lo sucesivo es esencial prestar especial
atención al derecho al desarrollo y que los derechos civiles y políticos no pueden ser disociados
de los derechos económicos, sociales y culturales”.
Por otra parte, se reconoce que en África subsiste la falta de independencia y
autodeterminación y en ese sentido se expresa la necesidad de “lograr la total liberación”, y se
señalan los siguientes obstáculos para ese propósito: “colonialismo, neocolonialismo,
segregación racial, sionismo, bases extranjeras y discriminaciones basadas en la raza, el grupo
étnico, el color, el sexo, la lengua, la religión o las opiniones políticas” (Preámbulo, Carta
Africana).
LOS DERECHOS HUMANOS EN ÁFRICA HACIA EL SIGLO XXI
Hay distintos puntos de vista para analizar el establecimiento de los derechos humanos en
África.
En un primer análisis parecen escasos los resultados alcanzados. Desde otro punto de vista hay
que tener en cuenta que los estados africanos sólo se autodeterminan desde 1960. En ese
tiempo los estados africanos han avanzado cualitativamente más que América Latina en igual
período. ¿Cuáles fueron los progresos en materia de derechos humanos en América Latina
entre 1810 y 1835?
Los estados de África han constituido su condición de tales con un pasado de esclavitud y
discriminación racial que América Latina no sufrió intensamente.
Sin embargo, el proceso aún no ha terminado. Algunos autores africanos dicen que “no
quedamos necesariamente exentos de culpa simplemente por no ser ni colonialistas ni
segregacionistas. No basta con liberar a todos los pueblos de todas las formas de dominación
interna y externa. Debe garantizarse la liberación de todos los pueblos y del propio hombre de
todas las restricciones a las que pueden ser sometidos los derechos humanos”.
Sin embargo, aún queda mucho por hacer en África. Se ha iniciado la construcción de nuevos
caminos que exigirán en gran medida, el respeto de los derechos humanos y la consolidación
de sistemas democráticos.
La liberación de Nelson Mandela y su lucha contra el “apartheid” todavía es una historia
inconclusa para Sudáfrica. El establecimiento y reconocimiento internacional de Namibia,
como estado independiente ha sido el fin de una historia y el comienzo de otra hacia el siglo
XXI, que tiene el compromiso de asumir la autodeterminación, presupuesto de los derechos
humanos, y potenciarla mediante el respeto de éstos.
Bertolucci ha pintado el mundo del Magreb en el film Refugio del amor, (Sky sheltering), tomado
de la obra de Bowles, con desiertos aterciopelados y miradas misteriosas de los tuaregs.
Paralelamente a ese sensación de haber saciado la estética, las cadenas internacionales de
televisión muestran caravanas de seres humanos acosados por el hambre, la desnutrición y las
enfermedades en todo el continente africano. Casi los sentimos lejanos, como si estuviéramos
discapacitados para manejar la realidad. Debemos salir de los refugios egoístas, para
integrarnos en la solidaridad con nuestros hermanos africanos que sufren. Será inútil que
apliquen la Carta Africana, si los niños mueren de cólera y el SIDA se apodera del continente.
En África subsisten graves desequilibrios políticos y económico-sociales, todo ello agravado
por la deuda externa africana. El proceso sufre una crisis en la que también se observan
progresos. La Carta Africana sobre los derechos humanos y de los pueblos de 1981 es el primer
resultado concreto. Por tanto, en el futuro habrá que asegurar la garantía internacional eficaz
de los derechos humanos, base para el desarrollo político, económico y social, sin perder de
vista la urgencia del esquema de vida o muerte que se está planteando.
72. LA SÍNTESIS DEL SIGLO XX
El gran avance hacia la extensión de los derechos humanos a todos los hombres es el proceso
de síntesis del siglo XX que consiste en la integración factible del pensamiento del liberalismo
con las concepciones igualitarias.
El proceso de integración expuesto se complementa con el de la internacionalización, tal como
se ha expuesto en esta obra.
Sin embargo, en este siglo se han producido violaciones generalizadas de los derechos
humanos especialmente en los gobiernos totalitarios y en el nacionalsocialismo que concluyó
con la Segunda Guerra Mundial.
Es evidente que el proceso de integración entre el liberalismo, la igualdad en la sociedad
democrática y la internacionalización de los derechos humanos están constituyendo un nuevo
proceso que incluye mayor cantidad de derechos, como los económicos, sociales y culturales e
incluso los ecológicos.
Ese nuevo proceso constitutivo se realiza en una compleja realidad internacional. ¿Cómo se
presenta la realidad internacional?
La realidad internacional estaba representada sumariamente en cinco diálogos: La
confrontación Este-Oeste, en la que Estados Unidos de Norteamérica y la Unión Soviética
luchaban por imponer cada uno su sistema de vida. En ese esquema se hallaba la relación
llamada Norte-Norte, basada en una comunicación fluida de propósitos y principios entre los
países superdesarrollados. Por otra parte, estaba la relación Este-Este, de los países del área
socialista liderada por la Unión Soviética. Desde otro ángulo, se producía el diálogo Norte-Sur,
o las relaciones entre los países ricos y los pobres. Finalmente, el diálogo Sur-Sur, equilibrado
por la pobreza y el subdesarrollo. En todos los casos, los puntos cardinales sólo expresaban
una simplificación excesivamente generalizadora de caracteres de poderío económico, militar,
estratégico, tecnológico, ideológico, etc.
En este análisis hay que considerar el balance de poder, la capacidad militar real en sus
aspectos nucleares, de doctrina, de disuasión, etc. También debe incluir la retención y
expansión del área de influencia de las superpotencias, las percepciones propias y ajenas del
potencial militar, la credibilidad, las circunstancias de proximidad.
Así hubiera terminado el siglo XX, si los hechos de fines de la década de 1990 no confirmaran
que no hay un mapa de la historia que permita determinar con antelación qué va a pasar.
Sucedieron hechos que permiten ser optimistas sobre el curso de la historia del futuro, sin
dejar de reconocer que también se pueden desarrollar nuevos hechos, que también
confirmarán el rumbo errático de todas las historias.
Es probable que el marxismo-leninismo se halle al borde de su desaparición como esquema
válido para encarar la vida, de la manera totalitaria como se lo entiende en la ex URSS. El
monopolio del partido comunista ha desaparecido; la propiedad privada vuelve, la libertad de
cultos comienza a ser efectiva y es probable que en la ex URSS de los próximos años, los
derechos humanos sean una realidad. Los regímenes comunistas, autoritarios o nacionalistas
se hallan en franco retroceso y se está en presencia del final ideológico del gran debate que ha
ocupado casi un siglo.
Aún quedan pendientes de solución los conflictos que los vencedores de las guerras
soslayaron, esto es, los nacionalismos y los fermentos étnicos, que nunca se reflejaron en los
mapas. Todos los habitantes de Europa central y de las repúblicas rusas comienzan a sentirse
sujetos y no objetos y la situación que se presenta con interrogantes: ¿Hacia donde va el
mundo? ¿Cuáles serán sus ejes materiales y espirituales?
Las grandes direcciones del mundo no podrán alterar la tendencia hacia el liberalismo
democrático como sistema de gobierno, que contempla el pleno respeto y efectividad de los
derechos humanos como condición indispensable.
Algunos autores consideran que si bien los conflictos internacionales no concluirán, es
probable que los próximos siglos sean aburridos con respecto a los anteriores, pues, la acción
de poner en marcha nuevamente la historia demandará tiempo y esfuerzos. Otro planteo,
esbozado por Bertrand Russel, cuando ni imaginaba lo que iba a pasar, consistía en la
organización de un orden supranacional con la alianza de los estados más poderosos para
dominar a los más débiles, en un orden mundial, un nuevo orden totalitario. Otras hipótesis
anticipan un mundo de estados ricos para ricos, en los que la búsqueda de dinero sería el único
incentivo, la diversión el único propósito dentro de una tecnología que permitiría trabajar poco
y ganar mucho. Los países pobres continuarían siendo cada día más pobres y la sociedad
internacional sería comunidad vertical dividida por la cantidad de bienes de consumo y de
producción. Estas hipótesis también prevén un nuevo capitalismo de rostro humano.
Los derechos humanos deben actuar, pues, en esa compleja realidad internacional. Por tanto, la
internacionalización es un nuevo proceso de síntesis que acaba de comenzar, en el tiempo de
los derechos humanos.
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR
1. Milan Kundera en dos lecturas
a) El Kitsch Internacional
La fuente del kitsch es el acuerdo categórico con el ser.
¿Pero cuál es la base del ser? ¿Dios? ¿El hombre? ¿La lucha? ¿El amor? ¿El hombre? ¿La mujer?
Las opiniones sobre este tema son diversas y por eso hay también diversos tipos de kitsch: católico,
protestante, judío, comunista, fascista, democrático, feminista, europeo, americano, nacional,
internacional.
Desde la época de la Revolución francesa la mitad de Europa se denomina izquierda mientras la otra
mitad se llama derecha. Es casi imposible definir la una o la otra a partir de algún tipo de principios
teóricos en los que se apoyen. Eso no es nada extraño: los movimientos políticos no se basan en
posiciones racionales, sino en intuiciones, imágenes, palabras, arquetipos, que en conjunto forman tal o
cual kitsh político. La idea de la Gran Marcha, por la que se deja embriagar Franz, es el kitsch político
que une a las personas de izquierdas de todas las épocas y corrientes. La Gran Marcha es ese hermoso
camino hacia adelante, el camino hacia la fraternidad, la igualdad, la justicia, la felicidad y aún más allá,
a través de todos los obstáculos, porque ha de haber obstáculos si la marcha debe ser una Gran
Marcha.
¿Dictadura del proletariado o democracia? ¿Rechazo a la sociedad de consumo o incremento de la
producción? ¿Guillotina o supresión de la pena de muerte? Eso no tiene la menor importancia. Lo que
hace del hombre de izquierdas un hombre de izquierdas no es tal o cual teoría, sino su capacidad de
convertir cualquier teoría en parte del kitsch llamado Gran Marcha hacia adelante.
Kundera, Milan: “La insoportable levedad del ser”, Barcelona, Tusquets, 1985, pp. 262-263.
b) Fotografías de Checoslovaquia. 1968
Todos los anteriores crímenes del imperio ruso tuvieron lugar bajo la cobertura de una discreta sombra.
La deportación de medio millón de lituanos, el asesinato de cientos de miles de polacos, la liquidación
de los tártaros de Crimea, todo eso quedó en la memoria sin documentos fotográficos y, por lo tanto,
como algo indemostrable, de lo que más tarde o más temprano se afirmará que fue mentira. En cambio,
la invasión de Checoslovaquia en 1968 fue fotografiada y filmada por completo y está depositada en los
archivos de todo el mundo.
Los fotógrafos y los cámaras checos se dieron cuenta de que sólo ellos podían hacer lo único que
todavía podía hacerse: conservar para un futuro lejano la imagen de la violencia. Teresa se pasó siete
días enteros en la calle fotografiando a los soldados y oficiales rusos en todas las situaciones que
resultaban comprometedoras para ellos. Los rusos no sabían qué hacer. Habían recibido instrucciones
precisas acerca de cómo debían comportarse cuando alguien les disparase o les tirase piedras, pero
nadie les había dicho qué tenían que hacer cuando alguien les apuntase con el objetivo de una cámara.
Sacó un montón de carretes. La mitad de ellos se los regaló sin revelar a periodistas extranjeros (la
frontera seguía abierta, los periodistas venían al menos por unos días y agradecían cualquier
documento que pudieran conseguir). Muchas de aquellas fotos aparecieron en los más diversos
periódicos extranjeros: había tanques, puños amenazantes, casas semidestruidas, muertos cubiertos
con la ensangrentada bandera roja, blanca y azul, jóvenes que iban en moto a una enloquecida
velocidad alrededor de los tanques y agitaban banderas nacionales con largos mástiles, jovencitas con
faldas increíblemente cortas que provocaban a los pobres soldados rusos, sexualmente hambrientos,
besándose ante sus ojos con viandantes desconocidos. He dicho ya que la invasión rusa no fue sólo
una tragedia sino también una fiesta del odio, llena de una extraña (y ya inexplicable) euforia.
Kundera, Milan. La insoportable levedad del ser, Barcelona, Tusquets, 1985, pp. 74-75.
2. Como ser una gran potencia I
... Los bombarderos cuestan doscientas veces más que en la Segunda Guerra Mundial. Los cazas
cuestan cien veces o más lo que costaban en la Segunda Guerra Mundial. Los portaaviones son veinte
veces más caros y los tanques quince veces más caros que en la Segunda Guerra Mundial. Un
submarino de la clase “Gato” costaba 5.500 dólares por tonelada en la Segunda Guerra Mundial,
comparado con 1,6 millones de dólares por tonelada del “Trident ”...
... Si buena parte de esto se debe al creciente e inevitable perfeccionamiento de las armas –como el
moderno avión de caza, que puede contener 100.000 piezas separadas–, también es causado por la
continua carrera de armamentos en tierra, bajo los océanos, en el aire y en el espacio. Si la más grande
de estas rivalidades es la que existe entre la OTAN y los países del pacto de Varsovia (que gracias a las
dos superpotencias, gastan casi el 80% de las inversiones mundiales en armamento y poseen el 60-
70% de sus aviones y barcos), hay otras carreras significativas de armas –por no hablar de guerras– en
Oriente Medio, África, América Latina y en toda Asia, desde Irán hasta Corea. La consecuencia ha sido
una explosión de los gastos militares en el Tercer mundo, incluso en los regímenes más pobres, y
aumentos en gran escala de las ventas y envíos de armas a estos países; en 1984, las importaciones de
armas por el colosal valor de 35 mil millones de dólares superaron al comercio mundial de cereales (33
mil millones). El año siguiente, vale la pena observarlo también, los gastos militares mundiales
alcanzaron un total de unos 940 mil millones de dólares, bastante más que toda la renta de la mitad más
pobre de la población del planeta. Más aún, aquel gasto en armas se elevaba más de prisa que la
economía mundial y la mayoría de las economías nacionales. Marchaban en cabeza los Estados Unidos
y la URSS, cada uno de los cuales dedicaba más de 250 mil millones de dólares anuales en defensa y
es muy probable que hagan ascender este total a más de 300 mil millones en un futuro próximo. En la
mayoría de los países, los gastos en las Fuerzas Armadas absorbían una proporción cada vez mayor de
los presupuestos oficiales y del PNB, sólo contenidos (con pocas excepciones en cuanto al motivo como
en Japón y Luxemburgo), por debilidades económicas, escasez de moneda fuerte, etc., más que por
una deliberada intención de reducir los gastos en armas. La “militarización” de la economía mundial,
como lo llama en Worldwatch Institute, está ahora avanzando más de prisa de lo que lo ha hecho en una
generación...
... Ser una gran potencia –por definición, un Estado capaz de mantener firme contra cualquier otra
nación– requiere una base económica floreciente. Como dijo List, “la guerra o la mera posibilidad de
guerra hace que el establecimiento de un poder fabril sea requisito indispensable para una nación de
primera categoría”. Sin embargo, yendo a la guerra, o dedicando una gran parte del “poder fabril” de la
nación a gastos en armamentos “improductivos”, se corre el riesgo de erosionar la base económica
nacional, especialmente frente a estados que concentran una parte mayor de su renta a inversión
productiva para el crecimiento a largo plazo...
Kennedy, Paul: “Auge y caída de las grandes potencias”, pp. 542, 543, 657.
3. Cómo ser una gran potencia II
a) Derechos humanos: la idea más magnética
El poderoso impacto del atractivo de los derechos humanos tiene singular importancia para acelerar los
procesos de la desaparición del comunismo. Los derechos humanos son la idea política más magnética
de la etapa contemporánea. Su invocación por Occidente ya ha puesto a todos los regímenes a la
defensiva. Su atractivo responde al surgimiento de masas cada vez más alfabetizadas y políticamente
conscientes, que ya no pueden ser aisladas y adoctrinadas con facilidad. Es probable que los regímenes
poscomunistas autoritarios sean especialmente vulnerables al atractivo de los derechos humanos,
debido a su falta de una ideología amplia, creíble e imperiosa. De tal modo, resultarán porosos en el
plano doctrinario y frágiles en el político.
La invocación de los derechos no sólo ha puesto a la defensiva a los regímenes comunistas existentes,
sino que en la percepción global ha servido para separa al comunismo de la democracia. Al concentrar
la atención global en la negación de la libertad de elección, en la violación de los derechos individuales,
en la falta del imperio de la ley y en el monopolio político, tanto de las comunicaciones de masas como
de la vida económica bajo el comunismo, se ha establecido con mayor claridad la relación entre un
sistema multipartidista, una economía de mercado y una democracia auténtica. El pluralismo es visto
ahora, con amplitud, como el antídoto del totalitarismo.
Zbigniew Brzezinksy: “El gran fracaso”, Buenos Aires, Vergara, 1989, pp. 311-312.
b) Moscú año 2017
En el año 2017, cien años después de la Revolución Bolchevique, el Mausoleo de Lenin, en la anterior
Plaza Roja, ahora rebautizada Plaza de la Libertad, está cubierto de andamios. Los andamios ocultan la
reconstrucción del mausoleo como entrada de un área de estacionamiento subterráneo destinado a
recibir a las masas de turistas que visitan la exposición permanente, recién inaugurada en el Kremlin,
denominada: “Cien Años Derrochados-Cincuenta Millones de Vidas Malgastadas”.
Zbigniew Brzezinksy: “El gran fracaso”, Buenos Aires, Vergara, 1989, p. 297.
4. Cómo hacer la paz: receta de dos siglos
1) “No debe considerarse como válido un tratado de paz que se haga ajustado con la reserva mental de
ciertos motivos capaces de provocar en el porvenir otra guerra”.
2) “No debe el estado contraer deudas que tengan por objeto sostener su política exterior”.
3) “Ningún estado debe inmiscuirse por la fuerza en la Constitución y el gobierno de otro estado”.
4) “Ningún estado que esté en guerra con otro debe permitirse el uso de hostilidades que imposibiliten la
recíproca confianza en la paz futura; tales son por ejemplo el empleo en el Estado enemigo de asesinos,
envenenadores, el quebrantamiento de capitales, la excitación a la traición, etc.,...”
Kant, Emanuel: “La Paz Perpetua”, (1724-1789).
B. LIBROS
Los citados en nuestra obra: Derechos Humanos y Derecho Internacional, Buenos Aires, Editorial
Heliasta, 1990 y los que constan en el Apéndice de esta obra. Dentro de los libros de Derecho
Internacional, la bibliografía es extensa. Nuestro autor predilecto es C. Wilfred Jenks, con El derecho
común de la humanidad y El mundo más allá de la Carta, ambas obras de la Editorial Tecnos, Madrid,
que a pesar de haber sido escritos en la década del setenta, no han perdido actualidad. En la Argentina,
la obra más completa ha sido la de Podestá Costa con la actualización de Ruda. Fuera del panorama de
libros de derecho internacional, hay varios de relaciones internacionales que son útiles para situar al
lector; las citas serían abundantes, y preferimos recomendar los libros más cercanos como por ejemplo
De Chapultepec al Beagle de Juan Archibaldo Lanús, todos los de Octavio Paz; todos los de Ortega y
Gasset; algunos de Jeane Kirkpatrick, Auge y caída de las grandes potencias y El desafío del siglo XXI
de Paul Kennedy (hay una abundante bibliografía actualizada al final del libro), y los que hemos citado
en esta obra.
C. CINE
Hay una serie de películas producidas por la ONU:
Esclavitud del siglo XX - ONU - (1969)
Presenta los hechos principales de carácter étnico y geográfico acerca de Sudáfrica y muestra, a través
de discursos de dirigentes de otros países, especialmente africanos, cómo el carácter especial de la
segregación en Sudáfrica ha llegado a convertirse en una amenaza para la paz del mundo.
Fin de una era - ONU - (1976)
Ilustra la lucha por la libertad de los territorios portugueses en África, el cambio de gobierno en Portugal
y el triunfo de los movimientos de liberación en las antiguas colonias.
Generaciones en Resistencia - ONU - (1979)
Analiza la causa y el desarrollo del nacionalismo negro en la Unión Sudafricana. Trata en detalle los
eventos más importantes acaecidos desde el principio de este siglo, describiendo en forma
conmovedora las discriminaciones y frustraciones que han venido sufriendo sucesivas generaciones de
sudafricanos.
Namibia Libre - ONU - (1978)
La película examina la política represiva del apartheid que divide a la población, y explica luego el
crecimiento del movimiento de liberación SWAPO. Declaraciones de miembros de la organización.
Namibia: Una confianza traicionada - ONU - (1974)
Historia trágica del pueblo de Namibia desde antes de la I guerra mundial como colonia alemana,
pasando por el período del mandato de la Liga de las Naciones hasta el presente. Anexión a Sudáfrica.
Los Palestinos de 1983 - ONU - (1983)
Muestra las condiciones de vida de los palestinos en la diáspora, después de la invasión israelí al Sud
del Líbano relata la experiencia de los sobrevivientes de la masacre de Beirut y se refiere al problema de
los asentamientos judíos en la costa occidental. Los palestinos, jordanos e israelíes expresan sus
puntos de vista sobre esta situación.
El pueblo palestino tiene derechos - ONU - (1979)
Repasa la historia de los acontecimientos que son origen del problema palestino. (Plan de creación de
un estado Árabe y otro Judío).
Rwanda-Acnur - (1982)
Visión de las medidas de urgencia tomadas ante la afluencia de refugiados a Rwanda en octubre de
1982 y la situación en la frontera Uganda-Rwanda.
Santuario: una epopeya africana - ACNUR - (1982)
Filmada en Somalía, Sudán, Tanzania y Zimbabwe, pone el acento en los esfuerzos realizados por los
gobiernos y por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados para encontrar
soluciones duraderas para los refugiados en África.
Secuela - ONU
El Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en
el Cercano Oriente ha realizado un reportaje filmado sobre el problema de los refugiados árabes, visto
desde el Jordán oriental, que cubre el período que va de junio de 1967 a febrero de 1968. La película
incluye secuencias que muestran el éxodo a través del puente Allenby, y las personas desplazadas a
quienes se aloja primero en las escuelas y luego en tiendas de campaña, la ayuda internacional a través
de gobiernos y de organismos voluntarios.
Sudáfrica: Laager - ONU - (1979)
Historia del nacionalismo Afrikaner y su relación con la situación actual de Sudáfrica.
Uhuru... La lucha por la libertad - ONU - (1971)
Labor de las Naciones Unidas y evolución histórica de más de mil millones de personas que habitaban
territorios coloniales y que han obtenido un status legal e independiente en el mundo.
D. CARTA AL AUTOR
Cambridge, winter, 1988
Le escribo esta carta porque sé que Ud. se está cuestionando lo mismo que yo me he estado
cuestionando desde hace años. Ojalá estas líneas le sirvan para compartir algunas ideas sobre las
funciones del jurista internacional.
En primer lugar, los juristas internacionales no son servidores de sus gobiernos sino de la
comunidad internacional. En tal carácter, no son servidores del poder de turno, sino de la justicia.
El deber de los juristas internacionales, aunque se desempeñen para un gobierno determinado, no
es sólo considerar el interés nacional de éste o aquel estado, sino determinar cual es el interés de la
comunidad internacional a largo plazo. Más que cualquier otro, el jurista internacional tiene,
esencialmente una función civilizadora, por medio de la universalización.
En las sociedades nacionales se está produciendo un esfuerzo revolucionario para avanzar desde
el gobierno del estado, al gobierno del pueblo. El cambio no será fácil en la comunidad internacional,
pero será inevitable para sobrevivir y progresar. Allí se producirá el fin de la historia, que no es otra cosa
que el fin de un mundo viejo en el cual el holocausto de las masas y la degradación de los seres
humanos, muchas veces proviene de la actividad del estado. El gran cambio político, pues, comienza y
termina en la mente, en los sentimientos e ideas de cada uno.
El derecho internacional contemporáneo está atrapado en las telarañas del mundo
prerrevolucionario del siglo XVIII, en el mundo de Vattel, en la civilización anterior a la Revolución
Francesa, anterior a Rousseau y Marx. El derecho internacional del viejo régimen está actuando como
gendarme para las emergencias y los gobiernos extienden sus ambiciones fáusticas dentro de la
comunidad internacional, que aparece en el escenario protagónico de la lucha humana por sobrevivir y
progresar.
Dentro de ese panorama, la más alta responsabilidad ahora reposa en los juristas internacionales
para el bien común de sus pueblos. Los juristas internacionales tienen poder dentro del derecho, poder
que es superior al de los estados y sus gobiernos.
La tarea del jurista internacional contemporáneo es liberar a la humanidad en el nombre de la
justicia. Esa tarea es muy similar al amor y trasciende la acción de sus gobiernos y estados.
Espero que esta carta no haya contribuido a aumentar sus contradicciones que son las mías.
Yours sincerely
Phillip Allot
Esta carta contiene párrafos seleccionados y traducidos de “State Responsability and the Unmaking of
International Law”, de Phillip Allot, publicado en la Harvard Law Journal, Vol. 29, Nº 1, Winter, 1988, pp.
24, 25, 26.
CAPÍTULO VII
LOS DERECHOS HUMANOS INCONCLUSOS
73. NOCIONES GENERALES
La historia de los derechos humanos ha sido la del desarrollo de éstos dentro de la
racionalización, la secularización, la positivización, la generalización y finalmente, la
universalización con la herramienta de la internacionalización. Los derechos humanos, pues,
han pasado de una etapa formativa o constitutiva, a otra de tipo estructural interna y de allí se
ha producido su expansión, en el interior de los estados en una primera etapa y después en
todo el mundo.
Esta historia no ha sido lineal, ha seguido los avances y retrocesos de todas las historias, con
las aceleraciones y detenciones habituales, sin que el paso de una etapa a la otra se produjera
mecánicamente. Algunas veces se han avanzado dos etapas a un mismo tiempo y, en otros
casos, se ha retrocedido hasta el desconocimiento de los derechos humanos.
Mientras el mundo se iba transformando, mientras se producía una profunda mutación,
quedaron pendientes los derechos de sectores estratégicos de la sociedad. En algunos casos
permanecieron discriminaciones ancestrales bajo la forma de residuos enquistados, como en el
caso de los indios, los negros, y las mujeres. En otros, surgieron nuevas violaciones de los
derechos humanos, cristalizadas en el interior de la autodeterminación, que justificaron la
afirmación de que la autodeterminación era sólo formal. En otros más, permanecieron métodos
de tradición secular en su perversidad como la pena de muerte, modernizada por la tecnología.
También se está produciendo una nueva forma de encarar la relación de los seres humanos con
la naturaleza, y exigir hacer o dejar de hacer en beneficio de la humanidad, considerada como
un todo e incluso un sujeto de derecho, esto es, un ente con capacidad para adquirir derechos y
contraer obligaciones para con el medio ambiente marino, terrestre, atmosférico, etc. También
se está produciendo en el mundo una nueva concepción del estado, ya no hipertrofiado y con
un espacio cada vez mayor para las individualidades.
Por último, aunque no finalmente ya se están considerando los derechos humanos de la tercera
edad (ancianos) y se comienza a saldar la deuda con los discapacitados (constitución española
de 1978, art. 49 y programa decenio de la ONU para los discapacitados, 1983-1992).
Los seres humanos en los casos de los derechos inconclusos, son considerados incapaces sin
preparación para los derechos humanos. Lo dramático es que las víctimas de los derechos
humanos inconclusos no necesitan esperar ningún tiempo para dejar de ser discriminados, no
son menores de edad y están en plena capacidad. Otros hombres y regímenes han urdido una
trama compacta que los obliga a esperar para disfrutar los derechos humanos de los demás, la
tarea, pues, es la de derribar los muros visibles e invisibles y levantar las barreras que impiden
que los seres humanos sean verdaderamente humanos. Ya es hora de concluir los derechos
humanos pendientes, para encarar otros nuevos.
74. EL COLONIALISMO Y NEOCOLONIALISMO EN EL SIGLO XX
La autodeterminación de los pueblos y la democracia son presupuestos de los derechos
humanos (ver Nº 39 y 43). No hay derechos humanos efectivos si no existe un régimen
democrático dentro de un estado autodeterminado. Este principio no ha sido respetado y en
pleno siglo XX subsisten situaciones cada vez más excepcionales que confirman la existencia
de derechos humanos inconclusos. Hemos seleccionado algunos casos que son paradigmáticos
en esta materia: el caso Hong Kong, el caso Gibraltar y el caso Malvinas.
En Hong Kong hay una historia de violaciones de los derechos humanos conocida, por tanto,
es de interés analizar los sucesos actuales en el proceso de descolonización. (Ver Nº 56).
Hong Kong tiene una superficie de 1062 kilómetros cuadrados, es doce veces menor que las
Islas Malvinas y cuenta con una población de 5.200.000 habitantes. Tiene una sexta parte de la
población total de Argentina, el doble de la población de Uruguay y algo más que la de
Noruega.
Hong Kong se halla ocupada por el Reino Unido desde 1889 como consecuencia de un contrato
de lease-back (arrendamiento) por el término de 99 años.
Desde 1982 los diplomáticos británicos y chinos negociaron una salida a la situación. Los
argumentos de la ex Primer Ministro Thatcher: “La soberanía de Hong Kong no es negociable”,
se fueron morigerando a través del concepto de Deng Yiaoping: “Un país dos Sistemas”.
Hong Kong, en este siglo, se ha desarrollado dentro de un exitoso sistema capitalista, con
inversiones bancarias y financieras internacionales constituyendo un punto de salida y de
contacto de la economía marxista china con el capitalismo occidental.
Los chinos se caracterizaron por un pragmatismo que sólo puede ser superado por los
británicos. Se dice que la frase predilecta de Deng es: “no importa que el gato sea negro o
blanco, lo importante es que cace ratones”.
Animados por ese espíritu pragmático mutuamente compartido se firmó el Tratado Chino-
Británico de 1984, ratificado en 1985. El broche de oro de esta breve historia lo puso la reina
Isabel II que visitó China en octubre de 1986. Quedaron atrás las guerras del opio, los tratados
de Nanking y de Beiging.
Es evidente que los británicos tienen una gran experiencia en la transferencia del ejercicio del
poder, habida cuenta de la descolonización operada en el siglo XX, traducida algunas veces
con la expresión: “irse para quedarse”.
Según el tratado de 1984, la República de China recuperará el ejercicio de la soberanía en Hong
Kong el 1º de julio de 1997.
En cuanto a los derechos humanos, en la Declaración conjunta se establece que los derechos y
libertades, tales como la libertad de expresión, de prensa, de reunión, de asociación, etc., serán
aseguradas por las leyes. Es evidente que el mecanismo básico del tratado: “un país, dos
sistemas” requiere salvaguardias, pero, sin embargo, no se ha establecido un “bill of rights” en
Hong Kong y la administración colonial actual puede limitar las libertades individuales, en el
caso de normas de seguridad interna.
La Declaración conjunta también establece que los Pactos de las Naciones Unidas de Derechos
Civiles y Políticos y de derechos económicos, sociales y culturales, ambos de 1966, serán
aplicables a Hong Kong con reservas por el Reino Unido y permanecerán en vigencia aún
después del 30 de junio de 1997. De lo expuesto surge como elemento novedoso que la
República de China, será internacionalmente responsable por Hong Kong en lo que respecta a
los derechos humanos y, por tanto, según los tratados señalados deberá remitir los informes al
Comité de Derechos Humanos. (Pacto de la ONU de Derechos Civiles y Políticos y Pacto de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales).
El corolario un país, dos sistemas, también tendrá operación en esta materia, esto es, las
normas internacionales de derechos humanos se aplicarán en Hong Kong y no en el resto de
China.
Este tema adquiere relevancia ante la cruenta represión llevada a cabo por el gobierno de la
República de China durante 1989, que ha generado mutuos recelos en los firmantes de la
Declaración Conjunta y que obligan a replantear con firmeza este tema y aun después de 1997
cuando finalice por completo el rol del Reino Unido en Hong Kong.
En consecuencia, Hong Kong es un buen ejemplo de fin del régimen colonial y principio de la
autodeterminación dentro de la República de China y con respeto de los derechos humanos
para el futuro con régimen exclusivo distinto del resto de China. En pleno siglo XXI, ya flamea
la bandera china en Hong Kong, pero la tarea no ha concluido.
Otra historia del neocolonialismo es el caso de Gibraltar. Se ha dicho con razón, que hasta el
final de la Segunda Guerra Mundial nadie pareció reparar en el pueblo gibraltareño. España ha
realizado una obra de esclarecimiento al publicar libros Rojos sobre Gibraltar en 1965 y 1967, y
también ha publicado cuadernos de documentación y bibliografía.
La historia empieza luego del tratado de Utrecht (1713) y concluye por ahora con el
Referéndum y la Constitución de Gibraltar. La base judicial de la ocupación británica fue el
Tratado de Utrecht que establecía limitaciones territoriales, jurídicas, económicas y de
disposición en el futuro. España ha intentado la reconquista por medios diplomáticos sin éxito
hasta la fecha, y el Reino Unido ha avanzado lenta e incesantemente hacia el norte con miras a
aumentar el espacio de la fortaleza del Peñón de Gibraltar.
Como es costumbre, el Reino Unido ha ido cambiando los argumentos que justifican la
ocupación, excediendo las limitaciones del Tratado de Utrecht, único fundamento de la
ocupación británica. El tema se ha internacionalizado desde 1965 y la Asamblea General de la
ONU, ha invitado a los gobiernos del Reino Unido y de España a iniciar conversaciones sobre
la cuestión (Resolución 2070).
De acuerdo con el Libro Rojo de 1967, el “Comité Especial” y la Asamblea General han
recomendado en todas las resoluciones la aplicación del principio de autodeterminación,
excepto en el caso de Gibraltar y en el de las Islas Malvinas, en los que solamente se pide que
se tengan en cuenta los intereses de los habitantes.
El 23 de Mayo de 1969 se sancionó la Constitución de Gibraltar, estableciendo que de llevarse a
cabo la retrocesión de Gibraltar se debería hacer por un acto del Parlamento británico y
teniendo en cuenta los deseos de la población. Queda claro que ese reconocimiento de los
deseos de la población no implica la concesión a los gibraltareños del derecho de
autodeterminación.
La Constitución de Gibraltar de 1969 establece la protección de los derechos y libertades
fundamentales de los individuos (capítulo I, secciones 1 a 17). No hay ninguna mención al
derecho de autodeterminación y las autoridades ejecutivas son designadas por la Reina, quien
le imparte las instrucciones a través del Secretario de Estado del Reino Unido (capítulo II,
sección 18, 19, 20, 21). La Legislatura está integrada por el Gobernador y la Asamblea que sólo
tiene quince miembros, que para ser elegidos deben cumplir con la condición de ser británicos
(british subjet-sección 27). Por supuesto, que el poder legislativo se halla sujeto a la aprobación
de su Majestad o al gobernador designado por ella.
Por tanto, excluida la autodeterminación, es claro que la constitución de Gibraltar de 1969 viola
los derechos humanos, sin perjuicio de considerar que la sola mención del principio, sin
sustento en la realidad, tampoco es suficiente como para generar una situación de respeto a los
derechos humanos.
De este modo, la situación en Gibraltar es la de una colonia en la que a los pobladores se la ha
atribuido un limitadísimo ejercicio de facultades dentro de un gobierno local, que no alcanza a
constituir una democracia en el más tenue de sus significados.
Cabe señalar que el Partido Laborista de Gibraltar y la asociación para la prevención de los
Derechos Civiles, que es el partido gobernante de Gibraltar, han estado estudiando las
propuestas de cambio del estatuto de Gibraltar por el de libre asociación con el Reino Unido.
También, las conversaciones celebradas en febrero de 1985 habilitaron la frontera entre España
y Gibraltar, que había permanecido cerrada durante 15 años.
En cuanto a las conversaciones sobre el futuro de Gibraltar, luego del Acuerdo de Bruselas del
27 de noviembre de 1984, no se han visto progresos. La situación ha llegado a un punto muerto
muy similar a la de las Islas Malvinas, luego de varias Resoluciones de la ONU y de las ruedas
de conversaciones argentino-británicas de Roma y Nueva York de 1977 y posteriores.
El tercer caso que analizaremos es el de las Islas Malvinas, en las que también el Reino Unido
ha actuado contradictoriamente con respecto a su tradición con respecto a los derechos
humanos.
Desde la ocupación ilegal producida en 1833, la situación de las Islas Malvinas, denominadas
Falkland Islands por los ingleses, ha sido la de una colonia con derechos limitados.
La nacionalidad británica con derecho para entrar, salir, y permanecer en el Reino Unido ha
sido un derecho otorgado con cuentagotas y en dosis mínimas, siempre adecuadas a la
cambiante situación colonial. El desarrollo normativo, en materia de normas de nacionalidad
de los habitantes de las Islas Malvinas, hasta la Ley de Nacionalidad de 1983, ha sido violatorio
de los derechos humanos de los isleños, pues hasta ese año, éstos no podían entrar y
permanecer en el Reino Unido sin autorización. De ahí ha surgido la denominación de
“ciudadanos de segunda categoría” para los isleños de Malvinas, llamados “kelpers”, y para
otros residentes de colonias como los asiáticos de Kenia, los habitantes de la colonia de Hong
Kong, etc.
La nueva estrategia del Reino Unido, en su política colonial, ha sido la de sancionar
constituciones en las colonias. Igual ha sucedido con la expansión colonial española,
portuguesa y francesa, hasta que se destapó la olla de la descolonización. Curiosamente, los
británicos que carecen de normas escritas en su metrópolis, han preferido la expansión
constitucional en sus colonias.
La Constitución de Gibraltar y la de Malvinas se inscriben en esta estrategia institucional,
estableciendo un mini-parlamento designado por los habitantes, un concejo, una judicatura,
etc. En todos los casos existe un poder de veto de las autoridades metropolitanas que se ejecuta
en primer lugar a través del gobernador (“civil commisioner”), designado por la Corona, que
recibe instrucciones del Secretario de Estado y comparte el poder con el comandante de las
Fuerzas Armadas. Las Leyes deben contar con el consentimiento del comisionado o del
Secretario de Estado de la metrópolis. El comisionado tiene un gabinete de cartón pues puede
actuar sin asesoramiento o en contra de él, si lo considera correcto.
La nueva Constitución de Malvinas, por tanto, desde el punto de vista de los derechos
humanos, no los respeta, no asegura la autodeterminación de los isleños ni establece un
gobierno de carácter democrático.
La Argentina ha declarado expresamente que la reforma de la Constitución de Malvinas por el
Reino Unido, “invocando indebidamente el principio de autodeterminación... otorgaría a los
habitantes de las islas la posibilidad de prolongar la situación colonial con el expresado motivo
de que son ciudadanos británicos”, dentro de una distorsionada aplicación del principio de
autodeterminación.
La Argentina ha sido coherente en lo que hace al mantenimiento del reclamo de la soberanía
territorial sobre las Islas Malvinas. Sustancialmente, en los distintos gobiernos, de origen
democrático o no, la Argentina ha mantenido vivo un derecho, que se halla ligado
estructuralmente a su existencia. Es muy difícil pensar en la Argentina sin las Islas Malvinas,
pero también es imposible considerar a la Argentina sin derechos humanos. En el tema de los
derechos humanos, la Argentina ha recorrido un camino con obstáculos, retrocesos y
aceleraciones, que la han puesto a prueba como estado y como nación. La historia es muy
reciente y los hechos que se han producido en la Argentina han dejado latente un sentimiento
que asocia los derechos humanos con las Islas Malvinas. Ambas cuestiones se hallan en la
sensibilidad de los argentinos y tienen una marcada influencia en la política nacional y en la
inserción internacional de la Argentina.
La Argentina y el Reino Unido han emprendido una guerra en el Atlántico Sur en 1982, que en
sí misma ha constituido una violación de los derechos humanos. Todas las guerras violan los
derechos humanos, sea cual fuera su origen. La doctrina de la guerra justa ya no está vigente,
pues las consecuencias las sufren las poblaciones ajenas al conflicto y ajenas también a los
gobiernos que las plantean. En esos términos, derechos humanos y Malvinas en el marco del
colonialismo, son los temas más representativos del final del siglo XX en la Argentina, y la
obligación de ambos países es ponerle punto final sin demora. (Ver Capítulo VIII).
Las relaciones diplomáticas y consulares se han restablecido. Las relaciones económicas entre
la Argentina y el Reino Unido son intensas. El futuro es promisorio.
75. LOS DERECHOS HUMANOS DE LAS MINORÍAS RACIALES, ÉTNICAS,
NACIONALES, ETC. REFUGIADOS
Gran parte de la historia ha consistido en la supremacía de un grupo sobre otro. Algunas
veces, la supremacía se ha ejercido como consecuencia de tratados injustos que pusieron fin a
guerras igualmente injustas, establecieron límites según los intereses de los vencedores y
dieron comienzo a un proceso de discriminación, apareciendo minorías con derechos distintos
al resto de la población. Generalmente, las guerras fueron consecuencia o estuvieron
vinculadas a los avatares de las minorías y de alguna manera los regímenes nazi y comunista,
por medio de la fuerza clausuraron las discusiones sobre las minorías, quedando como
cuestiones inconclusas para los siglos venideros.
Paul Johnson, en un reportaje ha expresado que existe en el mundo una amenaza muy
importante producida por las “minorías nacionales y las fronteras endebles en toda Europa,
Rusia incluida. No hay que olvidar que fue siempre el problema de las minorías descontentas
el que provocó las guerras europeas, desde Alsacia y Lorena a Danzig o Moldavia. En cierta
forma, el nazismo intentó resolver esa fragilidad intrínsecamente europea, con la idea de un
imperio controlado por Berlín. El stalinismo hizo lo mismo desde la cortina de hierro hacia el
Este, y lo mantuvo bajo la fuerza hasta que el problema reaparece hoy con vigor inusitado en
las reivindicaciones de lituanos, ucranios, armenios, etc.” (Reportaje La Nación, 7/1/1990).
En Europa occidental, el tema de las minorías nacionales fue absorbido por la creación de la
Comunidad Económica Europea, que estableció reglas de juego, que en los hechos significó
pasar por encima de los mismos estados nacionales y, por tanto, las minorías dejaron de ser
problema.
El tema de las minorías no es exclusivo de Europa central. Adquiere protagonismo en los
últimos años como consecuencia de un proceso mucho más extenso, con la terminación del
monopolio de los partidos comunistas, reaparición de la propiedad privada, etc.
El tema de las minorías y la violación de los derechos humanos, muchas veces se halla
mezclado con colonialismo e intereses variados como el caso de la Isla de Diego García, colonia
británica, que es suficientemente ilustrativo y actual para adquirir conocimiento de la manera
como se ejercen acciones violatorias de los derechos humanos.
Veamos, pues, lo sucedido en la Isla de Diego García. En 1982, la Minority Rights Group,
entidad no oficial presentó un informe a la Cámara de los Lores sobre los sucesos de Diego
García. Los británicos tienen colonias en el Océano Índico y en 1965 crearon el Territorio
Británico del Océano Índico que comprende a varias islas entre las que se encuentra la de
Diego García.
En esa época, el Reino Unido firmó un Tratado de defensa con EE.UU., por supuesto, sin
consulta, ni referéndum a los habitantes.
Una de las condiciones del Pentágono fue la exigencia de que la Isla de Diego García debía
estar desocupada de sus habitantes, llamados “illois”. Los illois eran 1.800 personas, de las que
un 60% eran africanos y 40% hindúes. El “traslado” de los illois a la isla de Mauricio se realizó
con violación de los derechos humanos, de acuerdo con lo que realmente sucedió.
A los “illois” de Diego García que por cualquier motivo se hubieran retirado de la isla, se les
impidió el regreso. A otros “illois” se los condujo a Mauricio con engaños. Luego, a partir de
1973 se extremaron las medidas, se cerró la única explotación comercial de Diego García y
comenzó una suerte de cerco de hambre que obligó a los renuentes al traslado. Los “illois”
instalados en Mauricio por la fuerza y por el hambre, sufrieron como minoría: muchos
murieron y las mujeres y niños terminaron en la prostitución para subsistir. Así se puso en
ejecución el “traslado” de los “illois”.
El caso de los “illois” de Diego García es muy parecido al genocidio realizado con los indios
Quilmes pertenecientes al grupo diaguita-calchaquí que fueron trasladados del norte argentino
a la Costa bonaerense del Río de la Plata. No han quedado vestigios de esa importante
civilización de los Quilmes, y será igual con los isleños de Diego García. A los “illois” se les
quitó el derecho de permanecer en su isla, no se le consultó, ni se los indemnizó. Recién en
1978 se les entregó una pequeña y tardía compensación: 650 libras por adulto y 356 por niño.
Últimamente, el Washington Post y el Sunday Times denunciaron estos excesos y luego los
británicos ofrecieron aumentar las indemnizaciones a cambio de que los “illois” cesaran su
reclamo de volver a Diego García. Hoy los reclamos de los “illois” ascienden a 8 millones de
libras y los británicos aseguran que no pagarán más de 1,5 millones. Todas estas negociaciones
fueron relatados en el Times en 1982, que calificó las acciones realizadas como “inaceptables”,
“vergonzosas” y “deshonestas”. Esa crítica se refleja en las palabras de Lord Brockway de las
que surge que a los “illois” no les respetaron sus derechos humanos por un sólo obstáculo: no
eran blancos.
Por tanto, esta cuestión se inscribe en dos temas esenciales de los derechos humanos: racismo y
genocidio. La autodeterminación es sólo un presupuesto de los derechos humanos, y en el caso
de Diego García hubo genocidio y racismo sin autodeterminación, con violación de los
derechos de la minoría “illois”.
El tema de las minorías, pues, adquiere actualidad y no es obsoleto ni anacrónico. La clave de
esta cuestión está en las normas del Pacto internacional de Derechos Civiles y Políticos de la
ONU de 1966, cuyo texto es el siguiente:
“En los Estados en que existan minorías étnicas, religiosas o lingüísticas, no se negará a las
personas que pertenezcan a dichas minorías el derecho que les corresponde en común con los
demás miembros de su grupo, a tener su propia religión y a emplear su propio idioma”. (art.
27).
El profesor Francesco Capotorti ha elaborado un “Estudio sobre los Derechos de las personas
pertenecientes a minorías étnicas, religiosas o lingüísticas” (Documento E/CN.4 Sub 2/384
Rev 1. Naciones Unidas, Nueva York, 1979).
El concepto de minorías no tiene coincidencias en cuanto a su definición y estos aspectos no
han sido obstáculos para su plena aplicación. Hay diversas convenciones que mencionan a las
minorías, como la convención para la Prevención y Sanción del delito de Genocidio con su
expresión “grupos raciales y étnicos” que figura en la Convención Internacional sobre la
eliminación de todas las formas de discriminación racial". Hay otros acuerdos, como el
Acuerdo entre India y Pakistán o el acuerdo de 1954 sobre Trieste y el tratado austriaco de 1955
que se refiere a las minorías eslovena y croata.
Capotorti ha considerado que: “... En el derecho interno de los Estados se utiliza una
terminología aún más variada para hacer referencia a los grupos de población cuya cultura e
idioma están garantizados por la ley o la constitución. En Bélgica se habla de ”comunidades
culturales", en Rumania se hace referencia a las “nacionalidades cohabitantes”. En otros países
de Europa oriental, el término “nacionalidades” es el único que se utiliza. En otros, por último,
se emplea pura y simplemente el término “minorías”. Puede comprobarse además que en los
casos mencionados no se ha juzgado necesario recurrir a ninguna definición oficial de los
términos utilizados".
De acuerdo con lo expuesto, no interesa la denominación que se emplee. Por ejemplo, la
relación jurídica con los isleños de Malvinas está comprendida dentro de las minorías, de igual
manera que los “illois” de Diego García.
Una segunda cuestión a plantear es la del reconocimiento de las minorías en los sistemas
jurídicos de los estados. Según Capotorti, las soluciones adoptadas se agrupan en cuatro
categorías:
“i) reconocimiento constitucional de la existencia de grupos distintos y del derecho de sus
miembros a disfrutar de un régimen especial, particularmente en lo que respecta al desarrollo
de su cultura y al empleo de su idioma; ii) reconocimiento de ciertas minorías y garantía de los
derechos especiales de sus miembros sobre la base de instrumentos jurídicos internacionales
adecuados; iii) reconocimiento implícito mediante la adopción de leyes o de las medidas
administrativas referentes al desarrollo de la cultura de determinados grupos lingüísticos; iv)
falta de reconocimiento de las minorías en el ordenamiento jurídico interno; esta situación
puede ir acompañada de una actitud política de negación radical de la existencia de tales
grupos, o bien de una actitud oficial de neutralidad, que permita la adopción de medidas de
carácter cultural o lingüístico a escala privada”.
El autor citado considera que se deben complementar las normas internacionales con las
nacionales en una adecuada combinación. Ésa es la solución que Capotorti propone al
expresar:
“Evidentemente, la solución deseable en general sería la de consignar en los textos
constitucionales o en las leyes adecuadas disposiciones que reconociesen de modo explícito el
derecho de las personas pertenecientes a grupos étnicos y lingüísticos a conservar y desarrollar su
cultura y a emplear su propia lengua. En todo caso, hay que subrayar que la aplicación del
artículo 27 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos no puede depender de la
solución adoptada en los sistemas jurídicos internos; éstos tienen que adaptarse a las obligaciones, y
no a la inversa.
El argumento final de Capotorti coincide con la doctrina general de los derechos humanos, en
cuanto a su internacionalización y penetración de sus normas en los sistemas jurídicos
internos.
Superados los aspectos formales, veamos los requisitos sustanciales que las normas deben
observar con respecto a la cuestión de las minorías. En primer lugar hay que tener en cuenta
que la no discriminación es una condición previa y en ese sentido Capotorti al analizar las
experiencias jurídicas ha considerado: “En general se reconoce que la aplicación efectiva del
derecho de las personas pertenecientes a minorías étnicas, religiosas y lingüísticas a disfrutar
de su propia cultura, a profesar y practicar su propia religión y a emplear su propio idioma
requiere como requisito previo indispensable que los principios de igualdad y no
discriminación estén firmemente asentados en la sociedad en que viven esas personas... El
principio rector principal es que no debe colocarse a ningún individuo en situación de
desventaja, por el solo hecho de pertenecer a un determinado grupo étnico, religioso o
lingüístico”.
Otro de los requisitos sustanciales es el referente a las costumbres y tradiciones jurídicas que
también ha sido objeto de análisis por Capotorti:
“... No cabe duda de que una protección eficaz y completa de la cultura de las minorías
requeriría la conservación de sus costumbres y tradiciones jurídicas, que forman parte
integrante de su sistema de vida. Sin embargo, en opinión del Relator Especial está plenamente
justificado el criterio sustentado generalmente de que el mantenimiento de instituciones
jurídicas entre los grupos minoritarios debe estar condicionado por la política legislativa del
Estado”.
El idioma también tiene carácter sustancial en los derechos de las minorías. En ese sentido,
Capotorti ha sostenido: “El problema de la condición jurídica de los idiomas minoritarios es de
gran importancia, principalmente porque condiciona el régimen de uso de esos idiomas en las
relaciones de los miembros de las minorías con las autoridades políticas, en los procedimientos
judiciales y en los actos oficiales. Es difícil aplicar una solución uniforme en esa esfera. Sin
embargo, parece plenamente justificado pensar que en todos los casos en que un idioma
minoritario no tiene carácter jurídico oficial, deben darse a los miembros del grupo lingüístico
minoritario las facilidades necesarias para que no se encuentren en desventaja por el simple
hecho de hablar un idioma distinto del de la mayoría. En los procedimientos judiciales y en las
relaciones con las autoridades, por ejemplo, debe preverse un sistema de traducción con cargo
al Estado”.
Con respecto a las garantías, también coincidimos con el Relator Especial de la Subcomisión de
Prevención de Discriminaciones y Protección de Minorías:
“En el plano nacional, convendría que se adoptaran medidas apropiadas para hacer frente con
eficacia a las violaciones de los derechos concedidos a los miembros de grupos minoritarios ”.
En algunos estados, la ley permite a toda persona que se considere lesionada en sus derechos y
desee formular una reclamación, recurrir a órganos del estado distintos de los tribunales,
generalmente mediante la presentación de una demanda, a fin de obtener reparación. Según
parece, las medidas de carácter administrativo o político como el establecimiento de un
mecanismo de conciliación o de órganos de investigación que incluyan, entre sus miembros a
personas pertenecientes a grupos minoritarios son asimismo procedimientos adecuados. Por
supuesto, deberán tenerse en cuenta las particularidades del ordenamiento jurídico de cada
país.
En consecuencia, y de acuerdo con los antecedentes extranjeros, doctrina y normas
internacionales aplicables, las minorías deben tener sus derechos humanos garantizados y
protegidos. Ése es, pues, el panorama jurídico que dista mucho de ser operativo en la sociedad
internacional.
Vinculado con los derechos de las minorías se hallan también las acciones realizadas en
protección de los refugiados. Se han definido a los refugiados como las personas que se
encuentran fuera del país de su nacionalidad, debido a que tienen temor bien fundado de ser
perseguidas por motivos de raza, nacionalidad u opinión política y por ese temor, no pueden o
no están dispuestas a recurrir a la protección del gobierno de su nacionalidad.
En el marco de la ONU se ha establecido desde 1951 la Oficina del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR) que ha cumplido una acción eficaz en la
protección de los derechos humanos de hombres y mujeres de diferentes nacionalidades y
etnias, que junto con los centenares de conflictos internacionales e internos han sido obligados
a escapar de sus países y recurrir al asilo territorial en otros estados. La acción del ACNUR ha
sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz, pues al sostener los derechos humanos de
millones de personas ha afirmado la paz entre las naciones.
Desde el punto de vista normativo, la Asamblea General de la ONU ha adoptado el Estatuto de
la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados en 1950, la
Convención sobre el Estatuto de los refugiados de 1951 y el Protocolo sobre el Estatuto del
Refugiado de 1966, extendiendo las normas de protección más allá de enero de 1951.
A fines del siglo XX, hay en el mundo 15 millones de refugiados (casi la mitad de la población
de la Argentina). Parece, pues, que el fin de la historia no ha contemplado la solución de este
problema inconcluso.
76. LAS LUCHAS CONTRA LA DISCRIMINACIÓN
LOS DERECHOS HUMANOS DE LOS INDIOS Y DE LOS NEGROS
HACIA EL SIGLO XXI
América se hallaba ocupada por los indios en toda su extensión. La colonización y conquista
española se extendió en general por América del Sur con violaciones de los derechos humanos
(Ver Nº 21). En América del Norte, la actitud de los conquistadores no fue diferente y los
indios tuvieron que asumir que desde la llegada del hombre blanco perderían sus tierras y sus
vidas.
La Constitución norteamericana había establecido la igualdad y los derechos humanos básicos,
pero carecía de la generalidad, esto es, los derechos no se aplicaban a todos por igual. Había un
estatuto para los blancos y otro para los indios y los negros.
Hacia 1831, durante la presidencia de Jackson, comenzó un período de dinámico crecimiento
de los EE.UU., y ese proceso requería de un sustento territorial para hacerse cargo del
desarrollo de los procesos productivos.
La expropiación de tierras a los cherokees fue un primer paso. A pesar de que un tribunal
federal falló a favor de los indios, se hizo caso omiso a la decisión del magistrado y se continuó
con la “conquista del oeste”, corriendo a los indios cada día más al oeste del Mississipi. (Caso
La Nación Cherokee c/ Georgia, 1831; y Worcester c/ Georgia, 1832).
Se cuenta que luego del Acta de Remoción de los Indios de 1830, se trasladó a 16.000 indios y
de ellos murieron 4.000 en el trayecto de 800 kilómetros, de frío y hambre, hecho conocido con
el nombre de: “Sendero de Lágrimas”. En 1839, otras cinco tribus fueron desalojadas luego de
una ley que lo autorizaba, y finalmente, la tribu de los Seminole de Florida, en 1843, fue
prácticamente exterminada en su totalidad.
La remoción por la fuerza incluyó a alrededor de 100.000 indios que fueron desalojados de 100
millones de acres a cambio de 68 millones de dólares y 32 millones de acres en el Oeste, lejos
de sus tierras, y con la promesa de no quitárselas en el futuro, lo que no fue cumplido.
Todos estos sucesos se conocen en la historia norteamericana como “la tragedia india”,
hallándose en pugna una civilización en expansión en pleno siglo XIX, contra culturas
nómades y primitivas. El choque fue inevitable y los blancos compitieron con los indios a cual
era más feroz. Mientras tanto la vida cazadora de los indios había cambiado, pues,
constantemente eran empujados hacia el Oeste o hacia tierras de poco valor con búfalos en vías
de extinción.
En 1885, Gerónimo el último gran cacique, fue capturado y la amenaza de los indios
desapareció, debido en gran parte al proceso de exterminio de años anteriores.
Varios reformistas sociales plantearon la necesidad de solucionar el “problema indio” y en
1887 se dictó el Acta Dawes, que estableció las reservaciones, división en parcelas, y por
supuesto la eliminación de todos los derechos sobre las tierras a sus legítimos dueños. Se dice
que la consecuencia fue que las mejores tierras pasaron a mano de los blancos. Dentro de una
política de excesos, recién en 1934 se derogó el Acta Dawes, por el Acta de Reorganización
India, que llegaba tarde luego de consumada la tragedia india.
Los indios llegaron tarde a la ciudadanía norteamericana, e incluso les fue negado el sufragio,
a pesar de las enmiendas que les aseguraban ese derecho. En la actualidad los indios
norteamericanos, los pocos que quedan, se hallan en reservaciones, la mayoría de ellos sujetos
a marginalidad social.
La discriminación contra los indios también se ha producido en sectores de América Central, y
de Brasil (caso de los indios miskitos y de tribus del Matto Grosso). El cine documental refleja
los efectos de la civilización blanca, la destrucción de la cultura autóctona y la trasculturización
de los grupos indígenas, sometidas a violaciones de los derechos humanos que no adquieren
estado público.
Hay que producir un cambio en los derechos humanos que extienda el proceso de la
generalización de los derechos humanos que aún no ha terminado, y luce inconcluso mientras
las nuevas generaciones de indios perecen. Parecería que los únicos que pueden ser libres son
los alemanes, y que el único muro a derribar fuera el de Berlín.
El otro gran problema pendiente de solución es el de los negros. El tema de los negros tiene
dos acápites: los negros en EE.UU. y los negros en África del Sur.
La discriminación racial en los EE.UU. tiene varias y distintas etapas. Durante la primera, que
se extiende desde antes de 1787 hasta 1807, abarca el período de importación de esclavos del
África, su establecimiento como mano de obra en todo el territorio norteamericano hasta que
se puso fin a la importación. Esta primera etapa coincide con la Declaración de la
Independencia norteamericana y el establecimiento de su Constitución, una de cuyas bases era,
pues, la igualdad de todos los seres humanos. Sin embargo, en la práctica, la desigualdad de
los negros era la norma y la igualdad la excepción.
En 1787, en oportunidad de discutirse la relación entre la cantidad de personas y los diputados
que las representarían, surgió la cuestión de los esclavos, considerados como propiedad; si
habrían de ser considerados como hombres para calcular los puestos de diputados. La
discusión significaba una brecha al concepto de la igualdad y, por último, se concilió al aceptar
que cinco esclavos tendrían el valor de tres hombres libres.
Hacia principios del siglo XIX, aproximadamente un 16 por ciento de la población eran
esclavos y de cada cien norteamericanos, 18 provenían de África. Casi la totalidad de los
esclavos vivían en los estados del Sur, en los que representaban entre un cuarto y un tercio de
la población.
El trato hacia los esclavos ha tenido diferentes apreciaciones en la historia. Hay autores que
han subrayado la brutalidad de la explotación, y otros que han rodeado la vida de los esclavos
dentro de un halo de paternalismo al estilo de Lo que el viento se llevó. Quizás la verdad se
encuentre en el punto medio, pero en el derecho y en los hechos la discriminación racial era
una realidad.
La segunda etapa se extiende desde 1807 hasta la guerra de secesión de 1865, y se caracteriza
por dos hechos: en primer lugar por la acción de distintas personas y entidades en contra de la
esclavitud y en segundo lugar, causas económicas ligadas a la esclavitud que hicieron que el
mapa de los EE.UU. se dividiera entre estados esclavistas y estados libres. La ofensiva contra la
esclavitud como institución comenzó con la acción de los cuáqueros, continuada por personas
que más tarde se agruparon en asociaciones constituyendo un verdadero grupo de presión en
contra de la esclavitud. El segundo aspecto fue el de la utilidad económica de la esclavitud,
mano de obra para apoyar las incipientes actividades agroexportadoras de esa época, en
especial en el algodón.
Hacia 1830, el Parlamento Británico sancionó la abolición de la esclavitud y la división entre
estados libres y estados esclavistas, hizo que se produjeran migraciones, descendiendo la
población en los estados del Sur, que aún mantenía su peso político en el Senado, cuyas
designaciones no se hacían por el número de la población sino por cada estado, con igual
número para cada uno de ellos.
Otra de las estrategias que se puso en práctica para terminar con el “problema negro” fue
devolverlos a África. La cuestión era que se consideraba que al liberar a los esclavos, éstos
podrían incurrir en actos de delincuencia contra los blancos, como los tristemente célebres
sucesos de la República Dominicana de 1790, rebelión de negros que significó la muerte de
gran cantidad de blancos. La solución fue, pues, remitir a los negros establecidos en EE.UU. a
Liberia, África. El traslado, en los hechos, significó la muerte de casi la mitad de los negros
debido a los estragos de la malaria y la fiebre amarilla.
La tercera etapa comenzó hacia 1865, y si bien la esclavitud fue uno de los aspectos relevantes,
su abolición no era uno de los objetivos iniciales de los estados del Norte. Lincoln, en una carta
dirigida al director del New York Tribune, afirmaba que su principal objetivo en la lucha “es
salvar la Unión, y no salvar la esclavitud ni destruirla; si pudiera salvar a la Unión al precio de
no liberar a un solo esclavo, lo haría”, ello sin perjuicio de sus conceptos favorables a la
igualdad racial.
Terminada la guerra, con la victoria del Norte, EE.UU. fue una sola nación y la esclavitud
abolida, agregándose la igualdad mediante las enmiendas 14 y 15 de la Constitución. Sin
embargo, la igualdad política acordada no se ha reflejado en los hechos. Aún después de más
de cien años subsisten diferencias raciales que significan que la igualdad de los derechos
civiles no ha concluido.
La cuarta y última etapa comenzó cien años después del final de la Guerra de Secesión y
adquirió dos variantes. Una de ellas fue la llamada variante separatista del llamado “poder
negro” cuya propuesta era tomar el poder por cualquier medio, en los estados de mayoría
negra. Los líderes de ese movimiento fueron Malcolm X (asesinado en 1965) y Stokely
Carmichael, que sostenían que la revolución no admite ningún tipo de gradualismo. En el otro
extremo, los blancos contestaron con las acciones de Ku-Klux-Klan que continuó con su
política ultrarracista.
Los problemas de los negros en la sociedad norteamericana eran de desigualdad en las
profesiones, desocupación, pobreza, alojamiento; y sus centros de reunión se desarrollaron en
las iglesias de los diferentes cultos (especialmente Bautistas), en las escuelas y en la prensa.
Desde las iglesias, surgió la posición gradualista en la lucha por los derechos y la principal
organización fue la S.C.L.C. (Southern Christian Leadership Conference) encabezada por el
pastor Martin Luther King, que planteó la lucha en base a la no violencia en una combinación
de principios evangélicos y ghandianos.
Luther King planteaba en forma novedosa sus ideas: “doce años he estado preso en las cárceles
de Alabama y Georgia. Dos veces fue dinamitada mi casa. Rara vez pasaba un día sin que mi
familia o yo no recibiéramos amenazas de muerte. Así en un sentido real he sido golpeado por
la desgracia de la persecución”.
Martin Luther King también planteaba la estrategia para solucionar el centenario dilema: “No
habrá una solución duradera del problema racial, en tanto los oprimidos no sean capaces de
amar a sus enemigos. Las tinieblas de la injusticia racial no serán disipadas más que por la luz
de un perdón en el amor”.
Luther King fue asesinado después de recibir el premio Nobel de la Paz, demostrando en carne
propia que los moderados siempre son víctimas, y también que la moderación siempre es
victoria: la fecha de su asesinato, recuerda en EE.UU. el día de los derechos civiles. Cada 4 de
abril, el pueblo norteamericano, reconoce la deuda con la comunidad negra en los derechos
inconclusos hacia la igualdad racial.
Sin embargo, llegar a ese punto no fue fácil. En los años de 1960 se produjo en EE.UU. un
proceso que aún los sociólogos no han podido explicar: desde Berkeley hasta Washington se
extendió la rebelión estudiantil, que produjo una erosión sobre la educación media y superior
norteamericana.
Se ha hecho mención a la ley del efecto involuntario, esto es, el crecimiento y desarrollo de la
educación media y superior norteamericana, actuó a un mismo tiempo con efectos
destructivos, o sea que los buenos deseos naufragaron en el campo del activismo.
En el tema de la discriminación racial con los negros sucedió algo parecido, casi en la misma
época de la radicalización estudiantil, pero respondiendo a causas más profundas: la
segregación, el derecho a voto y la equiparación de los ingresos con los blancos.
El tema de la segregación racial tuvo su definición jurídica en 1954, después de un fallo de la
Corte Suprema que ordenaba que debía producirse la integración de los negros en la educación
pública. Pero allí no terminaba el conflicto, pues a pesar del fallo, la ley no se cumplía y en
algunos estados como en Arkansas, se intentó alterar la decisión y la legislación federal.
Eisenhower contestó con el envío de tropas también federales, recurso al que debió recurrir
también Kennedy en 1962, cuando en la Universidad estatal de Mississipi no se admitió el
ingreso de un estudiante negro. Según Johnson, la política de Kennedy para hacer cumplir la
ley fue utilizar el poder federal, en un marco de confrontación pública, que en el movimiento
de derechos civiles gradualmente se fue radicalizando al expulsar a los liberales blancos.
En 1964, el presidente Lyndon Johnson envió al congreso una ley de Derechos Civiles
calificada de monumental y luego emprendió la segunda etapa contra la discriminación racial,
al extender los derechos electorales a los negros. Sobre casi un cuarenta por ciento de negros en
el estado de Mississipi, sólo el seis por ciento de ellos votaba. Como consecuencia de la
iniciativa de Johnson, en 1970, el porcentaje de votantes blancos y negros se equilibró e incluso
los negros comenzaron a ser electos.
Habían quedado atrás los disturbios de los complicados años sesenta, en los que la explosiva
mezcla de problemas de derechos humanos, durante muchos años fomentados y no
solucionados, produjo un fenómeno casi de violencia en cadena. Cada uno de los grupos,
estudiantes, negros, etc., intentó una solución violenta al conflicto que los convocaba, y la
represión fue brutal, como brutales fueron las acciones de los grupos en pugna. Hubo
incendios y devastaciones en Birmingham, Harlem, Brooklyn, Rochester, Nueva Jersey y otras
ciudades. Finalmente primó la moderación de líderes como Luther King, cuyo sueño se
cumplió parcialmente y hoy es posible ver electo a un alcalde negro en Nueva York y otras
ciudades, e incluso un candidato negro a la presidencia de EE.UU. (Jesse Jackson).
Queda pendiente e inconcluso el tema de la discriminación salarial entre blancos y negros,
incluso entre norteamericanos e hispanos. A medida que las diversas comunidades y minorías
van estableciéndose en EE.UU., van ganando paulatinamente derechos y es posible que en un
plazo breve, la distancia entre blancos y negros y entre norteamericanos y los demás, se hagan
más cortas.
La comunidad norteamericana tiene para con los negros otra deuda grande: la de su música,
medio de expresión que ha roto con el puritanismo, y le ha conferido alegría y cultura. En casi
todos los países del mundo, la negritud, en medio de persecuciones y discriminaciones raciales
sobrevivió demostrando el vigor y fortaleza de su cultura.
En América Latina, generalmente, el tema de la discriminación racial no se presentó de manera
tan persistente como en América del Norte, quizás porque los negros formaron comunidades
casi mayoritarias como por ejemplo en Haití, conservando parte de sus lenguajes africanos
junto con el francés colonial. En otros estados de América del Sur, el problema de la
discriminación se ha presentado con los indios y sus descendientes, en algunos casos
materializado con la prohibición de las expresiones de sus culturas e idiomas. Así ha sucedido
en la Argentina, con el lenguaje guaraní, con el quichua y aymara (últimamente se ha
autorizado su enseñanza en las escuelas de las comunidades indias).
La presencia de los negros en América Latina se produjo también como consecuencia de la
trata de esclavos, mano de obra necesaria para hacer frente a los desafíos y expansión de la
producción y competencia. De igual manera que en EE.UU., los negros formaban parte de la
sociedad colonial, en muchos casos en altos porcentajes de la población. En Argentina se ha
dicho que en el momento de su independencia hacia fines de la década de 1820, los negros y
mulatos, integraban el cuarenta por ciento de la población, mucho más que en los EE.UU. de
fines del siglo XX .
La prueba concluyente de esta afirmación se halla en la Constitución Nacional Argentina que a
mediados del siglo XIX recuerda que en la Argentina “no hay esclavos”; que los que existieran
quedarían libres desde la jura de la Constitución, que una ley especial regirá las
indemnizaciones consecuencia de esa declaración; que los contratos de compraventa de
personas serían reputados crímenes y finalmente que los esclavos que se introdujeran de
cualquier manera en la Argentina, por ese solo hecho se convertirían en libres (art. 15). Es
evidente, pues, que la amplia descripción establecida en la norma explica de por sí que los
derechos humanos de los esclavos de raza negra eran una cuestión de significativa
trascendencia.
Todos estos hechos pertenecen a un pasado mezclado con el presente, dentro de una lucha
contra la discriminación racial por los derechos humanos de los negros. Paralelamente a esta
lucha, hay otra que tiende a la autodeterminación con fuertes componentes de discriminación
racial y de colonialismo, localizada en África, Namibia y Sudáfrica.
El caso Namibia ha concluido en 1990, luego de más de cien años de ocupación colonial
(Conferencia de Berlín de 1884). Las diferentes tribus que la habitaban fueron sometidas a una
dura explotación y la resistencia que opusieron fue tenazmente reprimida. Entre 1904 y 1907
fueron eliminadas 55.000 personas de una tribu de 80.000. Los alemanes llegaron tarde al tren
de la colonización, pero rápidamente se pusieron al día con las políticas usuales. Al fin de la
Primera Guerra Mundial, la ex colonia alemana, pasó con sus instituciones al dominio de
Sudáfrica, que persistió en el mandato a pesar que ésta dispuso su terminación, al considerar
que la ONU no era heredera de la Sociedad de las Naciones, primitiva otorgante de los
derechos de mandato a Sudáfrica.
La acción de la ONU ha sido fructífera en esta materia, pues a partir de 1961 se proclamó el
derecho de África del Sudoeste (Namibia) a ser independiente de Sudáfrica, con decisiones
judiciales y opiniones consultivas respaldatorias por parte del máximo órgano judicial, esto es,
la Corte Internacional de Justicia.
Paralelamente, en la década de 1980, comenzó una ofensiva diplomática internacional, por la
que los estados miembros de la comunidad internacional procedieron a explorar los caminos
de la paz. Hubo una lucha militar intensa con presencia de ejércitos de varios países dentro del
típico conflicto de las superpotencias, con acciones por parte del ejército cubano en Angola y
creación de gobiernos títeres que fracasaron.
A fines de 1988 se resolvió en la ONU el final del conflicto, el retiro de las tropas cubanas y la
tan ansiada independencia de Namibia. Se realizaron elecciones y resultó triunfador el jefe de
la resistencia, Sam Nujoma, que el 21 de marzo de 1990 prestó juramento como el primer
presidente de Namibia ante el Secretario General de la ONU, Pérez de Cuellar.
Había terminado un siglo de dominación colonial y discriminación racial. Namibia iniciaba su
camino con autodeterminación y gobierno democrático, base de los derechos humanos.
El caso Sudáfrica hacia fines del siglo XX da la sensación de derechos humanos inconclusos en
el hombre común de cualquier país. El gobierno de Sudáfrica ha desarrollado un régimen de
discriminación racial absoluta denominada “apartheid”, que constituye una violación extrema
de los derechos humanos. Pequeños detalles ilustran la situación: los baños tienen un cartel
que dice: “solo para europeos” y, por tanto, no es infrecuente ver un negro con portafolios y
traje orinando en la calle. Europeo, en el lenguaje del “apartheid”, significa “blanco”.
Por tanto, Sudáfrica se halla esquizofrénicamente dividida en dos países, el de los negros y el
de los blancos. Cada uno de los países tiene, dentro del mismo estado, sus bares, sus cines, sus
barrios, sus baños. Por supuesto, que un blanco puede utilizar lo que usan los negros pero no a
la inversa. Sudáfrica es un ejemplo vivo de la discriminación racial, tan grave como el nazismo
o el comunismo.
A partir de esos hechos, el drama sudafricano se desarrolló en dos escenarios: el interno y el
internacional. El escenario interno tiene como principal protagonista a Nelson Mandela.
¿Quién es Nelson Mandela? Es un aristócrata de estirpe real africana que ha planteado la lucha
contra la discriminación racial y por la democracia en Sudáfrica. El gobierno minoritario
blanco, durante largos años, ha establecido el estado de emergencia que justifica las
restricciones a la actividad política, presos políticos sin juicio previo, pena de muerte para
disidentes y en definitiva todo un sistema violatorio de los derechos humanos que ha
significado que Sudáfrica se encuentre atrasada más de treinta años en el reloj de la historia.
El presidente de Sudáfrica, Frederik De Klerk, ha reconocido que el “apartheid” ha fracasado y
que su gobierno carece de legitimidad en la población. La discriminación adquiere ribetes
dramáticos en materia de presupuestos educativos. Por ejemplo, los gastos en educación de los
blancos son casi cinco veces mayores que los de los negros, y los de los primeros tampoco son
significativos. Eso ha provocado que tanto blancos como negros se hallen en un gran atraso
cultural, que exacerba las divisiones y hace que los intentos de integración sean más difíciles.
Los blancos han sido alejados de los negros mediante la acción de años, y los negros se han
caracterizado por formar un mosaico de etnias desintegradas. Sobre esta realidad debe actuar
Mandela.
¿Quién es Nelson Mandela? Inició su lucha hace más de treinta años y se recibió de licenciado
en letras y abogado. En 1952, instaló el primer estudio jurídico negro del país, compartiendo
esa profesión con la actividad política iniciada en 1948. Varias veces fue detenido y procesado
y luego de iniciar la lucha armada fue procesado y condenado en 1963.
Durante el juicio, Mandela definió su filosofía de acción: “Luché contra la dominación blanca y
luché contra la dominación negra. He venerado el ideal de una sociedad democrática y libre en
la que todos vivan juntos en armonía. Es un ideal en el que espero vivir y ansío lograr. Pero si
es necesario, también es un ideal por el que estoy preparado para morir”.
Hay un lenguaje común entre Luther King y Mandela. El primero debió morir para ver
iniciado su proyecto, y Mandela debió soportar veintisiete años de cárcel para obligar a
empezar el cambio.
El 12 de febrero de 1990, Mandela fue liberado de su prisión, han comenzado a liberarse a otros
presos políticos, se está planteando el levantamiento del estado de emergencia y se han
suspendido todas las ejecuciones capitales. Mientras las medidas gubernamentales de
liberalización se ponían en práctica, los grupos radicalizados blancos (africaners), plantearon
su repudio a las políticas de De Klerk y alguno de ellos manifestó su intención de “matarlo con
mis propias manos”.
El Arzobispo anglicano de Ciudad del Cabo, Desmond Tutu, Premio Nobel de la Paz en 1984,
ha considerado que Mandela tiene la llave de Sudáfrica para poner en marcha el reloj de la
historia. Mandela dice que los sudafricanos tienen una palabra difícil de traducir en castellano:
“ubuntu”, que significa la esencia del ser humano, esto es que “mi humanidad está encerrada
en la humanidad del otro” y que “cuando el otro se siente disminuido por el trato que le doy,
mi humanidad también se ve menoscabada”. (Diario Clarín, Buenos Aires, 6/2/1990).
Ahora, pues, los sudafricanos blancos tienen una gran oportunidad según Desmond Tutu,
pues “van a convertirse en seres totalmente humanos porque descubrirán que ser humanos,
significa compartir, participar, preocuparse por los demás y ser compasivo”.
El segundo escenario de Sudáfrica es el internacional y se halla comprendido en dos aspectos.
En primer lugar, las masas que han producido una intensa acción de la comunidad
internacional para cambiar esa situación de violación de los derechos humanos y los efectos de
aislamiento de Sudáfrica que la han convertido en paria internacional.
La acción de la comunidad internacional se ha concentrado en el marco de la ONU que ha
establecido normas condenando expresamente el “apartheid” y todo tipo de discriminación
racial en la “Declaración de las Naciones Unidas sobre la eliminación de todas las formas de
discriminación racial” de 1963; en la “Convención Internacional sobre la eliminación de todas
las formas de discriminación Racial” de 1965 y en la “Declaración sobre la Raza y los prejuicios
raciales” de 1978.
Hay una fuerte tendencia en la doctrina internacional a atribuir responsabilidad por cometer
crímenes internacionales, entendidos como violaciones graves y en gran escala de obligaciones
internacionales de importancia esencial para la salvaguardia del ser humano como las que
prohíben la esclavitud, el genocidio o el “apartheid”.
Por tanto, el derecho internacional contemporáneo se halla en condiciones de hacer posible que
la discriminación racial deje de ser una asignatura pendiente para el género humano.
77. HACIA EL FINAL DE LA DISCRIMINACIÓN CONTRA LA MUJER
A fines del siglo XX se está discutiendo si estamos en presencia del fin de la historia. Los
acontecimientos que diariamente se producen, marcan inflexiones, barreras que se abren,
muros que se derrumban. Una especie de terremoto sacude el planeta, y la falta de
explicaciones, provoca a no dar explicaciones, o sea, a anunciar el fin de la historia.
Victoria Ocampo, al citar a Malraux, en una conversación con De Gaulle dijo: “Es cosa extraña
vivir conscientemente el fin de una civilización. No ha sucedido desde el fin de Roma: lo que
ha precedido a la Revolución Francesa y a la Revolución Americana no es el fin de una
civilización. Es sólo el fin de una sociedad”. En este clima de dar razones o negar las últimas
imágenes de un mundo antiguo, o al comienzo de otro, dentro de un nuevo tipo de
civilización, permanece inconclusa la lucha contra la discriminación de la mujer.
Junto con las discriminaciones de los indios, de los negros, etc., la de la mujer ha subsistido
como una especie por debajo de las otras discriminaciones. Cada grupo racial, étnico o
nacional discriminado, curiosamente, extendió la propia discriminación al seno de su grupo,
provocando una discriminación dentro de la discriminación. Lo mismo ha sucedido dentro de
comunidades perseguidas como la de los judíos y cabe preguntarse si en el interior de sus
familias, en plena persecución, no ejercían los hombres discriminación contra las mujeres, en el
culto o en las más mínimas expresiones de la vida doméstica. Una de las grandes revoluciones
espirituales de Jesucristo ha sido su relación con las mujeres, la virgen María, Magdalena y
otras mujeres que se sentaban con él en su mesa, algo absolutamente revolucionario hace dos
mil años y aún hoy en algunos lugares como en Turquía e Irán. Por tanto, hay una historia
oculta, subterránea, una historia secreta de la discriminación contra la mujer que aún no ha
sido revelada.
La historia de la violación de los derechos humanos de las mujeres tiene varios enfoques. El
primer enfoque, el más oficial de todos, es el de la mujer en el poder. El segundo es el referente
a la lucha por la generalidad de los derechos humanos, esto es, la lucha por la extensión del
sufragio, a los grupos más débiles de la sociedad, o sea a las mujeres. El tercer enfoque es el del
acceso de la mujer a las mismas actividades que el hombre, y de allí, pues, que una mujer
puede ser contadora, médica o abogada, pero también puede ser guillotinada. Un cuarto
enfoque es el de los derechos demorados y significa que todo empieza en el sufragio, pero no
termina en él, al existir pendientes gran cantidad de derechos, tales como el divorcio, patria
potestad, nombre, etc. Sin agotar los enfoques, el último es el más trasgresor de todos, y
consiste en la ruptura definitiva de una sociedad sorprendentemente victoriana a fines del
siglo XX.
La síntesis de todos los planteamientos consiste en reiterar que para que haya derechos
humanos debe existir autodeterminación y democracia, presupuestos básicos y compartidos
por hombres y mujeres, a los que se le agrega la acción de la comunidad internacional, que
entiende que no puede haber paz y derechos humanos dentro de una sociedad que discrimina
entre sexos.
El sólo hecho de que existan convenciones internacionales no significa que la discriminación
haya muerto; las convenciones y tratados no cambian el mundo, pero hacen mucho para que
las sociedades y las mujeres de carne y hueso tengan medios de protección jurisdiccional, fuera
de sus propios estados, para demandar la equiparación de derechos con el hombre.
La historia oficial de la lucha contra la discriminación de la mujer se nutre con la presencia de
la mujer en el ejercicio del poder. Desde Cleopatra hasta María Teresa de Austria, pasando por
la Reina Victoria o Catalina de Rusia, la mujer ha ejercido el poder con idéntica y en algunos
casos con mayor eficacia que el hombre. En pleno siglo XX, hacia el siglo XXI, se dice que el
poder tiene cara de mujer, pues en varios estados las mujeres se desempeñan en los cargos más
altos, incluso en sociedades tradicionalmente monopolizadas por el hombre como ha sucedido
en la India y Paquistán, con prejuicios seculares en contra de la mujer.
Hay muchos casos de ejercicio del poder por mujeres: Margareth Thatcher y la Reina Isabel II,
confirman que en Inglaterra desde 1979, las dos caras del estado fueron femeninas; los
parlamentos han tenido a mujeres en sus bancas y en las presidencias de ellos, como los casos
de Nilde Jotti, y de la explosiva creadora del estilo erótico en la política, Llona Staller, la
“Cicciolina”.
Desde otro ángulo, el Parlamento de Europa ha tenido el privilegio de contar a Louise Weiss y
en la Asamblea a Simone Veil y ambas han demostrado gran talento en sus funciones.
Luego del triunfo en las elecciones en Nicaragua de Violeta Chamorro, se ha dicho que le
espera una ardua tarea a la séptima mujer que ejerce el poder político en el mundo. Sus
acompañantes son Vigdis Finnbogadottir, presidente de Islandia, Benazir Bhuto, Presidenta de
Pakistán (derrocada últimamente); Mary Eugenie Charles, primera ministra de la isla de
Dominica; María Liberia Peters, primera ministra de las Antillas Holandesas; Corazón Aquino,
presidenta de Filipinas y Margareth Thatcher. Luego de la renuncia de la “dama de hierro”
británica en 1991, por primera vez en la historia asciende al poder una Primera Ministro en
Francia: la Sra. Edith Cresson, que no es nueva en la política francesa y se la califica como
izquierdista dura y sensual.
En el pasado reciente se hallan los casos de Indira Ghandi, premier de la India asesinada; y
María Estela Martínez de Perón, presidenta de Argentina entre 1974 y 1976.
Hay otras mujeres en cargos importantes, como la Dra. Gro Harlem Brundland, primera
ministro de Noruega y Luiza Erundina, alcalde de San Pablo, la ciudad más poblada de
América del Sur y Ertha Pascal Trouillot, integrante de La Corte Suprema de Haití y a cargo
provisoriamente de la presidencia hasta las elecciones.
Además, están las mujeres cercanas al poder como los casos de Coretta, la viuda de Luther
King o de Winnie Mandela, sin dejar de considerar a las mujeres del entorno del poder como
Chiang Ching, esposa de Mao Tse-tung; Nancy Reagan, Rosalyn Carter y Raysa Gorbachov,
mujeres que comparten o compartieron almohadas y algo más, sin necesitar ser electas en
ninguna elección, excepto la de sus maridos. Las memorias de esas mujeres ilustran la cantidad
de poder que han tenido al aconsejar el nombramiento o destitución de funcionarios,
embajadores, o recurrir a adivinos para aconsejar cursos de acción política.
Todos estos casos no son otra cosa que excepciones, pues si analizamos que las mujeres son la
mitad de la población mundial, ¿cómo es que sólo detentan menos del cinco por ciento del
poder mundial? Curiosamente, los gabinetes de esas importantes mujeres no tienen miembros
femeninos y la cita de estos casos constituyen, probablemente, las excepciones que confirman
la actual discriminación que se traduce en la no participación en los partidos políticos por las
mujeres, a pesar de que éstos pregonan una aparente igualdad para acceder a los cargos
electivos.
El segundo enfoque es el de la generalidad de los derechos humanos, lucha que ha ocupado
siglos, para admitir a todos en los mismos derechos. Desde el feudalismo hasta la Revolución
Francesa y Americana, es evidente que el propósito de la igualdad fue extenderla sólo a los
blancos, siempre que fueran varones.
Durante la Revolución Francesa, Olimpe de Gouges fue guillotinada por orden de Robespierre,
y de allí comenzó a cuestionarse que si la mujer podía ser guillotinada, de la misma manera
debía disfrutar de todos los derechos.
En EE.UU., la condición de la mujer mejoró marginalmente, en medio de las emergencias
bélicas y la prédica de las primeras mujeres como Abigail Adams que comenzó a alegar por la
igualdad en 1776.
En el siglo XIX, el proceso hacia la generalidad tuvo expresiones en diversos países, el primero
de los cuales fue Nueva Zelanda, que concedió el voto a la mujer en 1893, luego Australia en
1902, Finlandia en 1906, Noruega en 1913. Más adelante adoptan el voto de la mujer en el
Reino Unido, Luxemburgo, Austria, Checoslovaquia, Alemania, Polonia, Estados Unidos,
Brasil, Cuba y Argentina, medio siglo después de Nueva Zelandia, mediante la ley 13010 de
1947.
Una de las principales impulsoras del voto de la mujer en Argentina fue Eva Perón, aunque
Victoria Ocampo, considera que lo hizo con propósitos partidarios y no por el derecho de
sufragio de la mujer: “Cuando en esta parte de América, tardíamente, se le otorgó el voto a la
mujer, fue mucho más como una maniobra masculina, como la adhesión a un partido político
que como el resultado de sed reivindicatoria, de sed de justicia, de parte de la mujer (Victoria
Ocampo, Revista Sur, 1970-1971). Sea cual fuere la razón que movió a otorgar el voto a la mujer,
corresponde destacar la fuerte personalidad de Eva Perón, otra de las mujeres que no se sabe si
ejerció o sufrió las consecuencias del poder ¿No llores por mí Argentina?
El tercer enfoque es el del acceso de la mujer a las mismas actividades que el hombre. La
discriminación se expresaba: “no writing, no books”, y el paradigma de la lucha hacia la
equiparación fue Virginia Woolf. En la década de 1930, Virginia Woolf planteaba en sus obras
Un cuarto propio y Tres Guineas, el problema de la discriminación aún sin solución, debiendo
luchar también contra la incomprensión de las mismas mujeres, siendo atacada como feminista
y aún como lesbiana. Recién fue comprendida a fines de 1930 en un artículo de The Times que
consideraba los escritos de Virginia como un desafío al que deben responder todos los
pensadores.
En plena Segunda Guerra Mundial, Virginia debió soportar la intolerancia y la discriminación
y se arrojó a un río de Sussex, cerrando uno de los capítulos más dramáticos de la lucha por la
igualdad de las mujeres. El caso de Emily Dickinson fue similar y sus poemas recién se
publicaron completos cincuenta años después de su muerte.
El cuarto enfoque, esto es el normativo, ha tenido expresiones legislativas en distintos países
demostrando ciertos progresos en la consideración de la igualdad entre los dos sexos. Aunque
se materializó en forma completa, la igualdad entre los sexos ha ido avanzando en los sistemas
jurídico internos, de la mano de la destrucción de las barreras invisibles, que mujeres como
Virginia Woolf iban derribando a costa de sus vidas.
En la Argentina, desde 1926 comenzó un proceso de equiparación de derechos, con la ley de
igualdad civil de la mujer, el seguro obligatorio de la maternidad, y la citada ley del sufragio
de las mujeres de 1947 puesta en ejecución por primera vez en 1951. A partir de esa fecha, las
mujeres estrenaron el derecho del sufragio junto con sus flamantes libretas cívicas en la que se
registraban sus votos.
Desde 1951 hasta 1983, hubo diferentes progresos en materia de derechos de la mujer,
destacando la ley de contrato de trabajo que establece la protección a la remuneración, la
igualdad de éstas con el hombre, la protección de la maternidad y el derecho a licencias
especiales y a optar por seguir trabajando luego del nacimiento de sus hijos, y presunciones en
caso de despido de la mujer embarazada.
Después de 1984, las normas del Pacto de San José de Costa Rica establecen la igualdad y la no
discriminación por razón de sexo, y la convención sobre la eliminación de todas las formas de
discriminación contra la mujer también agrega el principio de igualdad (Ley 23.179). Por otra
parte, en 1991, se han aprobado normas que aseguran una cuota del 30% de participación
femenina en las listas de candidatos a puestos políticos.
El parlamento argentino también aprobó la ley de patria potestad compartida que termina con
el monopolio del padre en la patria potestad, que pasa a ser un derecho de ambos esposos por
igual (Ley 23.264).
En la Ley de Matrimonio civil y Divorcio se establecen algunos objetivos que fueron
largamente sostenidos para hacer equiparar los derechos de hombres y mujeres (Ley 23.515).
Se estableció, pues, que los esposos fijarán de común acuerdo el lugar de residencia de la
familia y que el uso del apellido marital será optativo para la mujer casada, concluyéndose con
una desigualdad secular.
Estos procesos legislativos se hallan dinámicamente en marcha en varios estados y es posible
afirmar que el cambio se está produciendo dentro de un nuevo tipo de sociedad.
Internacionalmente, desde la vieja convención de 1952 sobre los derechos políticos de la mujer,
la ONU ha actuado enérgicamente en pro de la igualdad entre sexos, al establecer el derecho a
elegir y a ser elegidas. Con anterioridad, en el seno de la comunidad interamericana se aprobó
la Convención Interamericana sobre concesión de los derechos políticos a la mujer de 1948, que
establecía que “el derecho al voto y a ser elegido para un cargo nacional no deberá negarse o
restringirse por razones de sexo”.
En 1967, la Asamblea General de la ONU, dio otro paso más adelante con la “Declaración sobre
la eliminación de la discriminación contra la mujer”, estableciendo que cualquier tipo de
discriminación de derechos con el hombre es injusta y es una ofensa a la dignidad humana y
que los sistemas jurídicos internos debían prever el derecho a elegir y a ser elegidas,
paralelamente con igualdad en el derecho civil y patrimonial, matrimonio, derechos sobre los
hijos y todas las normas penales discriminatorias contra la mujer, así como también el combate
contra la trata de mujeres y la prostitución.
Un gran progreso fue el de asegurar a la mujer iguales condiciones de acceso a la docencia,
universidades, programas de estudios, becas, formación profesional, empleo, derecho a igual
remuneración con el hombre e igualdad de trato.
Todas esas disposiciones hallaron nueva expresión en la “Convención sobre la Eliminación de
todas las formas de discriminación contra la mujer” aprobada por la Asamblea General de la
ONU, que además de reiterar los derechos, establece los medios de asegurarlos en el derecho
interno y en el internacional en el Comité para la eliminación de la discriminación contra la
mujer. (Ver Juan Antonio Travieso, Derechos Humanos y Derecho Internacional, Buenos Aires,
Heliasta, 1996, pp. 101, 106, 107).
La lucha contra la discriminación de la mujer continúa dentro de una sociedad que termina. La
nueva sociedad deberá concluir los derechos humanos de la mujer, y si no lo hace, de nueva
sólo tendrá el nombre.
78. LA PENA DE MUERTE
Está probado que objetos aparentemente inocuos pueden ser de alta peligrosidad. Hemos visto
el caso de Oliveira Salazar que murió víctima de su silla, que tiene una historia trivial, salvo
que se le agregue la tecnología.
De aquí entonces que de la mano de Edison y de Westinghouse, esos grandes inventores
agregaron su aporte científico para que la pena de muerte tuviera su “aggiornamento” técnico.
La historia de todos los inventos es circular y no rectilínea. Se dice que la mayoría de los
inventos fueron no queridos o no buscados directamente por sus inventores, que éstos se
encontraron con ellos frecuentemente por casualidad. La casualidad fue en 1888, cuando un
obrero de la Westinghouse tocó un cable y fue carbonizado en el acto. Edison, hábil
empresario, vio el momento para criticar la corriente alterna y afirmar que la mejor electricidad
era la suya. Como una imagen vale más que mil palabras, fabricó una silla a la que ataba gatos,
perros, pollos, etc., y a los que sometía a la corriente de Westinghouse con el resultado
imaginado. El argumento era que lo que le pasaba a los animales podía suceder tarde o
temprano con los seres humanos. Edison no se cansó de exhibir su aparato a comisiones
parlamentarias y a diferentes políticos. Allí se produjo el “eureka”, pues un gobernador vio
que el aporte demostrativo de Edison, podía llegar a tener utilidad.
Los argumentos de Edison eran contundentes: la corriente alterna producía la muerte en el
acto y ya se había producido la muerte de esa manera en el caso del obrero de la
Westinghouse. De allí, pues, se comenzó a experimentar con la tristemente célebre silla
eléctrica que con diversas variantes ha llegado hasta nuestros días. El gobernador había
hallado un método original y efectivo para ejecutar la pena de muerte, sobre todo a un costo
económico: seis mil dólares.
Este hecho es sólo parte de las pequeñas historias de la pena de muerte que cada día cuenta
con un mayor número de sostenedores y detractores.
En Filadelfia, en la exposición instalada desde 1976, para celebrar la Constitución de los EE.UU.
hay una computadora, que con sólo tocar la pantalla del televisor, permite votar a favor o en
contra de la pena de muerte, realizándose inmediatamente las estadísticas sobre porcentajes en
una u otra opción. Al visitar esa exposición votamos en contra de la pena de muerte y luego
surgió que nuestra posición, era coincidente sólo en el 34% de los encuestados. El resto estaba a
favor.
En China, la pena de muerte se ejecuta por tiro de pistola y el condenado debe pagar los treinta
centavos de dólar del costo de la bala.
Nuestra posición contraria a la pena de muerte tiene fundamentos de orden históricos, morales
y jurídicos. La historia de los derechos humanos es en cierta forma la historia contra la pena de
muerte, desde el mundo antiguo hasta la actualidad, pasando por las doctrinas de Beccaría y
los reformadores del siglo XVIII. Babeuf, Voltaire, Tomás Moro, Bentham, Carrara, Ferri,
Lombroso y Camus se han opuesto a la pena de muerte con variados argumentos, en pro de la
abolición de la pena de muerte.
Se han esgrimido razones que permiten sostener que la pena de muerte no ha disminuido los
delitos, que el carácter ejemplarizador no es eficaz, que existe posibilidad de errores judiciales,
que la condena perpetua es pena suficiente para proteger a la sociedad, que es inútil y odiosa.
Por encima de esas razones se halla el principio moral y jurídico que la vida es inviolable.
La jurisprudencia de la Corte Suprema de EE.UU., aunque en líneas generales ha ratificado la
pena de muerte y la ha considerado constitucional, en cierta manera la ha limitado
estableciendo para su aplicación, que debe ser compatible con la enmienda octava de la
constitución que prescribe que las penas no deben ser crueles o inusitadas. La Corte Suprema
de EE.UU., ha declarado que la pena de muerte debe ser proporcional al delito cometido, debe
atender a las circunstancias generales, naturaleza y antecedentes del acusado; si el homicidio
ha sido considerado de naturaleza perversa o atroz y atender a circunstancias atenuantes tales
como la juventud del acusado, sus graves problemas emocionales y familiares y la negligencia,
violencia y carencia de afectos en la vida familiar.
Desde la década de 1970, se está abriendo una brecha en la aplicación de la pena de muerte en
EE.UU., cada caso en que se ejecuta a una persona, todos los diarios del país lo registran y
abren nuevos cauces para la polémica.
Desde el punto de vista internacional, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos
de 1948 se establece que “todo individuo tiene derecho a la vida”, y en el Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos de 1966, se prescribe que el derecho a la vida es inherente a la
persona humana, aunque luego se enumeran condiciones para imponer la pena de muerte, que
de alguna manera la limitan y en algunos casos la prohíben como en el caso de menores de 18
años de edad, o mujeres en estado de gravidez. En la Convención de San José de Costa Rica se
establecen requisitos análogos para la pena de muerte, aunque con algunas limitaciones
sustanciales, especialmente para los estados que hasta el momento no tienen la pena de muerte
en sus legislaciones nacionales. Esos estados, pues, no pueden incorporar la pena de muerte en
el futuro. Todas esas normas son ley para la Argentina, hasta 1991.
Por tanto, hay normas internacionales con respecto a la pena de muerte, con desarrollos que
empiezan a extender ese concepto limitacionista. La Comisión Interamericana de Derechos
Humanos ha considerado que los miembros de la OEA reconocen una norma imperativa de
derecho internacional general que prohíbe la ejecución de niños menores de edad. (Caso James
Terry Roach y Jay Pinkerton, ver Juan Antonio Travieso, Derechos Humanos. Fuentes e
Instrumentos Internacionales, Buenos Aires, Heliasta, 1996, pp. 356 ss.).
El mapa de la pena de muerte cada día tiene menos estados, pues la pena de muerte se halla en
contra de la verdadera civilización.
Por encima de los desarrollos tecnológicos que nos pueden asombrar, el verdadero desarrollo y
pertenencia al primer mundo es el de comprender la dignidad del valor de la vida humana.
Éste es un tema inconcluso dentro de un debate milenario que es hora que termine.
79. TECNOLOGÍA Y DERECHOS HUMANOS
Los resultados de la tecnología son los que más traslucen la sensación de que lo actual no es
permanente, que los adelantos de hoy mañana son obsoletos. Así ha sucedido con la tecnología
nuclear y con la tecnología informática. Ambas han marcado al siglo XX e influido sobre los
procesos internacionales en las nuevas guerras, los nuevos procesos de producción y en los
derechos humanos.
DERECHOS HUMANOS EN LA ERA NUCLEAR
En el año 1945 se produjeron dos hechos que marcarían con un sello indeleble todo un siglo:
por una parte, la puesta en marcha de la Organización de Naciones Unidas y, por la otra, el
comienzo de la era nuclear.
En 1942, en la Universidad de Chicago, el científico italiano Enrico Fermi hizo funcionar el
primer reactor nuclear experimental que con una reacción controlada produjo energía. En el
desarrollo de esos procesos tecnológicos la energía nuclear ha sido cuestionada.
Los planteos más comunes a la energía nuclear se refieren al riesgo de desaparición del
hombre de la tierra en caso de guerra nuclear. Se dice que en la actualidad existen cerca de
40.000 ojivas nucleares con una potencia explosiva equivalente a un millón de bombas como la
de Hiroshima. Es decir, más de tres toneladas de TNT por cada ser humano.
Se ha dicho también que la explosión de un megatón de potencia en una ciudad de unos cuatro
millones de habitantes (Detroit o Leningrado) mataría inmediatamente a unas 500.000
personas y causaría heridas a otras 600.000. La zona de destrucción de edificios superaría los
300 km®MDSU¯2®MDNM¯. Las quemaduras y las lesiones producidas por la radiación serían
enormes". Esas catástrofes se podrían producir en pocos minutos mediante la acción de
proyectiles balísticos certeros.
Hubo intentos de control internacional de la proliferación nuclear como el plan Acheson-
Lilienthal-Baruch de 1946 que no llegó a aprobarse frustrándose sus objetivos. En 1953
Eisenhower presentó a la Asamblea General de la ONU un plan para una organización
internacional de energía atómica afirmando que sería “un banco de material de fisión...” para
“servir a las investigaciones pacíficas de la humanidad”, con resultados aplicados a las
“necesidades de la agricultura, la medicina y de otras actividades pacíficas” y para el
abastecimiento de “abundante energía eléctrica a las zonas subdesarrolladas”. El resultado fue
el establecimiento en 1955 de la Agencia Internacional de Energía Atómica.
En el marco regional de la Comunidad Económica Europea en 1957 se firmó el tratado del
Euratom que establece la Comunidad Europea de Energía Atómica con distintos organismos
de investigación.
Toda esta acción se la conoce con el nombre genérico de “Átomos para la paz”, sin control
internacional de la energía nuclear ni de los armamentos nucleares.
El desarrollo de la tecnología nuclear ha abierto campos controvertidos en la defensa del
medio ambiente, dentro del ámbito de la relación de los derechos humanos y la ecología. Sin
embargo, hay otros escenarios en los que se impugna los resultados de la energía nuclear,
especialmente en lo referente a los riesgos de los actos de terrorismo nuclear y las serias
restricciones a los derechos humanos que significa la producción de plutonio. Fábricas
rigurosamente controladas, empleados examinados minuciosamente en sus antecedentes,
restricciones en el acceso y transporte de materiales radioactivos producen el temor de que se
están estableciendo nuevas y más sutiles formas de intimidación y de limitación de los
derechos humanos (ver Juan Antonio Travieso, Derechos Humanos y Terrorismo Nuclear. Tesis
Doctoral inédita, Facultad de Derecho, Univ. Buenos Aires, Argentina, 1983). Por tanto, el
campo de la energía nuclear se halla abierto y aún pendiente de una regulación que asegure los
derechos humanos y al mismo tiempo garantice la explotación nuclear sin riesgos.
DERECHOS HUMANOS E INFORMÁTICA
La venta de computadoras y de accesorios en EE.UU. casi ha superado la venta de
hamburguesas. ¿Quién puede imaginar que en su bolsillo entra toda la Biblioteca del Congreso
de Washington?
Como consecuencia de la informática el conocimiento científico mundial se duplica cada 20
meses. Por tanto, la influencia de la informática nos obliga a plantear los temas que se vinculan
con los derechos humanos.
Los derechos humanos y la informática se instalaron en la sociedad después de la Segunda
Guerra Mundial. La carta de la ONU, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la
informática han tenido origen en la misma época. Los primeros experimentos científicos de
Norbert Wiener, el padre de la “cibernética”, datan de 1940 y estuvieron vinculados al esfuerzo
bélico norteamericano (corrección del disparo en aeronaves y reglas de cálculo matemático
veloz para la primera bomba atómica).
Estamos lejos de admitir beneficios derivados de la guerra, sin embargo, el desarrollo
internacional de los derechos humanos y el embrión de la informática se han producido en una
misma etapa histórica crucial. Los derechos humanos se establecieron en el derecho positivo,
como técnica de un estado autodeterminado, en una sociedad democrática. La informática, por
su parte, se desarrolló dentro de la guerra y tomó auge, como es de imaginar, en la paz. La
influencia de ambas disciplinas es, pues, esencial y, por tanto, los derechos humanos y la
informática en simbiosis configuran el perfil del siglo XX.
Desde la aparición de la informática se tiene la sensación de vivir en una sociedad
rigurosamente vigilada. La impersonalidad y eficiencia del computador afecta e invade la
privacidad. Los datos personales de los habitantes se hallan registrados y sistematizados de tal
manera que se puede realizar un catálogo de sus creencias, gustos y opiniones.
Desde otro punto de vista, los datos personales pueden contener “información sensible”, o sea
información personalísima referida a cuestiones pertenecientes a la intimidad, hábitos
sexuales, participación política, religiosa, sindical, etcétera.
Con este panorama es imposible referirse al derecho a la privacidad como el “derecho a ser
dejado solo”, tal como la jurisprudencia norteamericana lo delineó en un principio. En la
efectiva protección de esa parcela de intimidad, que excede los límites del individualismo, se
halla la relación dinámica y generadora con las normas de los derechos humanos.
Los cambios tecnológicos generan cambios normativos. La transformación que la informática
provocó en la sociedad ha tenido influencia en el cambio del concepto de privacidad y en una
directa aplicación a los principios de la sociedad democrática en las normas de protección de
los derechos humanos, acortando la distancia entre la tecnología y el derecho.
La privacidad es ahora redefinida en un nuevo contexto, el de la protección de los datos
personales que va más allá de la protección de la vida privada al extender su acción a
creencias, actitudes, hábitos, etc. La privacidad ya no se define como el derecho a ser dejado
solo, principio que ha quedado reservado al pasado.
En la democracia es donde únicamente se advierte la íntima relación entre protección de datos
personales, derecho a la información y confidencialidad. Es decir que la protección de los datos
personales, presupone información y acceso a los archivos. En esos términos, el objeto de la
sociedad democrática no consiste solamente en que sus regulaciones de protección de datos
personales aseguren la confidencialidad. El objeto es también asegurar la diseminación del
conocimiento a los individuos en los procesos decisorios. La libertad de información es un
complemento indispensable de la protección de datos personales.
En la protección de datos personales, en la esfera individual de la relación social, se ha
producido una afirmación de la subjetividad a través de la democracia indispensablemente
dotada de derechos humanos y, por último, se ha avanzado más allá a las violaciones de la
privacidad por las computadoras, para establecer un derecho a la autodeterminación personal de
la información.
Se ha producido, pues, un proceso calcado al del estado. Esa autodeterminación significa en
este contexto, el “derecho fundamental al libre desarrollo de la personalidad” y “la
competencia de cada individuo de disponer principalmente sobre la revelación y el uso de sus
datos personales” que constituyen un bien jurídico informático.
La informática ha sistematizado y acreditado el mosaico de los componentes
interdisciplinarios de los derechos humanos. Se ha comprobado que existen campos científicos
comunes que pueden explorarse con los mismos puntos de vista, sin dejar de percibir la lucha
constante entre poder y saber.
Por lo tanto, la historia no ha terminado, pero la sociedad está cambiando por la tecnología. La
sociedad del siglo XX está terminando. El fin de la historia es el relevo de una sociedad por
otra. ¿Una sociedad informatizada enlazada por Internet?
80. LOS DERECHOS HUMANOS ECONÓMICOS, SOCIALES
Y CULTURALES
La historia de los derechos humanos ha sido y es la historia del desarrollo de todos los
derechos, esto es, los derechos civiles y políticos junto con los económicos, sociales y culturales.
Cuando se discutieron, en 1966, los Pactos de Derechos Humanos de la ONU, se afirmó que
debían constituir un solo tratado, debido a que formaban un todo integral. Sin embargo, al
final, resultaron dos tratados, optándose por cortar con una tangente los campos de los
derechos humanos civiles, los económicos, sociales y culturales. No hay razones válidas que
justifiquen esta división artificial, aunque diversos autores y estados afirmaron que los
derechos civiles y políticos tienen una suerte de prioridad en la sociedad.
De alguna manera, se consideró que los derechos económicos, sociales y culturales constituían
metas o programas que no todos los estados podían hacer efectivos. Todos los estados estaban
de acuerdo en salarios dignos, en condiciones estables para asegurar la dignidad del trabajo,
pero no todos los estados se hallaban operativamente listos para asegurar esos derechos.
La acción en esta materia ha tenido por escenario a todo el mundo y dentro de él, la Iglesia
Católica, ha tenido un protagonismo crucial. (Ver Nº 45).
Por otra parte, en el plano de la cultura, la comunidad internacional está haciéndose cargo de
las obligaciones de compartir y preservar para las generaciones venideras el patrimonio
cultural y natural de la humanidad.
A. LA DOCTRINA ECONÓMICA SOCIAL DE LA IGLESIA
HACIA EL SIGLO XXI
La iglesia participa en la crítica del orden económico social como “competencia indiscutible...
en aquella parte del orden social en que éste se acerca y aún llega a tocar el campo moral...”
(Pío XII, Radiomensaje por el cincuentenario de la “Rerum Novarum” - 1/6/48).
Justifica su misión en “las exigencias del vivir diario de los hombres, no sólo en cuanto al
sustento a las condiciones de vida, sino en cuanto a la prosperidad y a la cultura en sus
múltiples aspectos y al ritmo de las diversas épocas” (Juan XXIII, “Mater et Magistra” Nº 1).
La presencia de la Iglesia en la construcción de un mundo basado en la moral y la ética
trascendente se basa en la preocupación en el hombre como “sujeto, fundamento y el fin de la
vida social” (Pío XII, Radiomensaje Navidad 1944). Ese concepto lleva a afirmar que la doctrina
social sirve para “salvaguardar la dignidad de la persona como principio y fin de la relación
entre los hombres” (Pío XII, 11/4/1956).
Juan Pablo II ha expresado que “todas las sociedades humanas nacionales o internacionales
serán juzgadas por la aportación que hayan dado al desarrollo del hombre y al respeto de sus
derechos fundamentales”.
DESARROLLOS DOCTRINARIOS
Es evidente que la religión cristiana ha aportado las bases para encarar cualquier enfoque
social. Desde el Evangelio, desde Jesús ha comenzado una concepción realmente social, una
doctrina social que ha sido expresada por los Padres de la Iglesia culminando en Santo Tomás
de Aquino, con el concepto del destino universal de los bienes.
En los últimos cien años se ha producido un desarrollo doctrinario especialmente en base a la
“Carta Magna de la Reconstrucción económico social de la época moderna” como se denominó
a la encíclica Rerum Novarum (1891) de León XIII (1878-1903), por la que se acentúa la
preeminencia de lo social, sobre lo individual abriéndose un nuevo camino.
En 1931, Pío XI reiteró la dignidad humana del trabajador y la negativa a considerar el trabajo
como una mercancía. “No hay nadie que desconozca que los pueblos no han labrado su
fortuna ni han subido desde la pobreza y carencia a la cumbre de la riqueza, sino por medio
del inmenso trabajo acumulado por todos los ciudadanos” (Quadragesimo Anno Nº 21).
De igual forma que León XIII, afirmó Pío XI que es completamente falso atribuir solo al capital
o solo al trabajo lo que ha resultado de la eficaz colaboración de ambos, y es totalmente injusto
que el uno o el otro, desconociendo la eficacia de la otra parte, se alce con todo el fruto
(Quadragesimo Anno Nº 2). A las pretensiones injustas de capital y trabajo se las soluciona
mediante el principio directivo de la justa distribución conforme con el bien común y la justicia
social.
Pío XI (1922-1939) en la “Quadragesimo Anno” (1931), pues, amplía conceptos e ideas
prosiguiendo con el espíritu de integrar lo económico con lo social, tarea que Pío XII continuó,
reafirmando a sus predecesores.
Durante el breve pontificado de Juan XXIII (1958-1963), la doctrina de la Iglesia adquirió
caracteres aún más nítidos con las encíclicas “Mater et Magistra” (1961) y “Pacem in Terris”
(1963), que con la convocatoria del Concilio Vaticano II constituyeron los resultados más
brillantes de su empeño. Este Pontífice, un año antes de su muerte expresaba: “Deber de todo
hombre, deber urgente es considerar lo superfluo con la medida de la necesidad del otro y
cuidar bien de que la administración y distribución de los bienes creados sea hecha en
provecho de todos”.
Desde 1962 hasta 1965 el concilio deliberó y concluyó bajo el reinado de Pablo VI. Entre los
diversos documentos aprobados se destaca la Constitución Pastoral Gaudium et Spes.
Pablo VI (1963-1978) en su encíclica “Populorum Progressio” amplió lo anteriormente expuesto
y agregó: “Todos los demás derechos sean los que sean, comprendidos en ellos los de
propiedad y comercio libre a ellos están subordinados: no deben estorbar, antes al contrario
facilitar su realización y es un deber social grave y urgente, hacerlos volver a su finalidad
primera”.
Juan Pablo II, en su encíclica Redemptor Hominis (4/3/1979), sintetizó los principios
sustentados por sus predecesores. Advirtió dramáticamente sobre el futuro del hombre que
“vive cada vez más en el miedo”. Propuso la búsqueda de innovaciones audaces y creadoras
en base al principio de la solidaridad en el “orden de una más amplia y más inmediata
repartición de las riquezas y de los controles sobre las mismas para que los pueblos en vías de
desarrollo económico puedan no sólo colmar sus exigencias esenciales, sino también avanzar
gradual y eficazmente”. Asimismo, en Nueva York desarrolló su misión pastoral cuando
advirtió que: “No está bien que el nivel de vida de los países ricos se haya de mantener a base
de apropiarse de gran parte de las reservas de energía y materias primas destinadas a toda la
humanidad”.
La acción de Juan Pablo II con miras a integrar lo económico y social continuó con sus
Encíclicas “Laborem Exercens” (1981) y “Centesimus Annus” (1991).
Juan Pablo II planteó el conflicto entre trabajo y capital en la actualidad. Consideró que lo
esencial es la prioridad del trabajo dentro de un marco ético. Con respecto al salario no solo
debe atenderse a la sustentación del obrero y la familia, sino también a la situación de la
empresa y las necesidades del bien común. En ese sentido, “la cuantía del salario debe
atemperarse al bien público económico”.
En la Encíclica se tratan los problemas económicos sociales de la técnica, entendida como un
conjunto de instrumentos de los que el hombre se vale en su trabajo. El desarrollo de la
tecnología de los microprocesadores, de la informática y de la telemática, dan un nuevo
aspecto a la cuestión obrera. La técnica como aliada o adversaria del hombre genera una “carga
particular de contenidos y tensiones de carácter ético y ético social”. Sin embargo, a pesar de la
fuerza de estos mensajes, en la gente común existe la sensación de que se burocratiza el poder
eclesial y eso se traduce en que algunos buscan en las sectas, lo que no encuentran en la iglesia
tradicional.
Sin desconocer la realidad y la falta de superación de la antinomia capital-trabajo por medio de
los sistemas políticos y económicos actuales, coincidimos que la cuestión se supera mediante la
primacía de la dimensión subjetiva de trabajo.
Es menester, pues, la positivización de los derechos subjetivos de trabajo en el orden nacional e
internacional. En este último aspecto, la Organización Internacional del Trabajo como
organismo especializado de la ONU, cumple una tarea eficaz.
El trabajo, así considerado, no solo es un deber social sino que representa una fuente de
derechos que debe ser entendido dentro del contexto más amplio de los derechos humanos. El
respeto de los derechos humanos, incluidos los del trabajo, constituyen una responsabilidad
esencial del Estado, y es “la condición fundamental para la paz del mundo contemporáneo”.
En los aspectos económicos y sociales, también se destaca la labor desarrollada en la “Segunda
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano” en la Ciudad de Medellin, Colombia y
la “Tercera Conferencia General” del mismo Episcopado, celebrado en Puebla, México en 1979.
Las conclusiones sobre la acción de la doctrina social de la Iglesia para la consolidación de
nuevos conceptos en lo económico y social, y su influencia sobre los derechos humanos son
elocuentes para tener presente todo lo que falta hacer en esta materia.
HOMBRE DE LA DÉCADA Y HOMBRE DEL SIGLO: REALIDAD Y SUEÑO
Mijail Gorbachov ha obtenido el Premio Nobel de La Paz y ha sido designado como el hombre
de la década, esto es, el hombre que ha iniciado un proceso de cambios profundos en Europa
Oriental. Eso consiste en encarnar en una persona todo lo bueno o lo malo de un período
determinado.
La Europa de post-guerra ha tenido como hombres de la década a aquellos que han formado o
cambiado la concepción anterior. ¿Podemos considerar que Stalin ha sido el hombre de la
década de mil novecientos cincuenta? ¿Reagan pudo haber sido el hombre de la década de los
ochenta? ¿Qué hay que hacer para ser el hombre de la década? ¿Lanzar la perestroika y el
glasnost, el cambio de un sistema agotado por la fuerza de la economía de panes y cañones?
¿Profundizar un proceso de renovación y acelerar el curso de la historia que luce injustamente
detenida? ¿Derribar los ídolos que han fallado en sus predicciones con un capitalismo que
vende hamburguesas en Moscú?
Es evidente que el marxismo se halla como un curandero que no encuentra remedios para el
tercer mundo, para el segundo, ni para el primero, para ninguno ni para sí mismo, mientras
recrudecía la represión en los países bálticos.
¿Qué hay que hacer, pues, para ser el hombre de la década? ¿Hay que acertar en lo que la
sociedad quiere, interpretando sus planes de vida en lo moral y material? ¿Puede seguir el
Gulag mientras la televisión se filtra por todas partes? ¿Podrán continuar las iglesias como
museos?
Hay muchas preguntas pendientes. El auténtico hombre de la década y del siglo está visible, al
alcance de la mano, más allá de toda política. Hasta el momento está fuera de la
espectacularidad, del Soviet Supremo y del Congreso de los Estados Unidos. Está lejos de las
plazas, llenándolas: allí está el hombre del siglo, mientras el pueblo sale a manifestar por la
libertad, él se arrodilla y reza.
El siglo no se hace en las barricadas, se construye con objetivos operativos de paz, con viajes de
contactos humanos, que son puntos de partida para hacer el camino del milenio.
El siglo también se construye en las plazas unidas por el amor y no por el terror y los fusiles de
la Plaza China. También se construye reunido con Lech Walesa, Reagan, Gorvachov, Bush,
Clinton y Yeltsin para evitar los extremos y asegurar el éxito de la moderación, que siempre es
una segunda victoria. El éxito de la democracia, de la libertad de los derechos humanos, es
pues el éxito de la moderación.
Los que predican un sistema distinto son artífices de la guerra y de todos los extremismos.
Nadie va a recordar a los Kadafis del odio, a los Komeinis del fanatismo. Nadie va a recordar a
los represores de Riga.
A la vuelta de los años se recuerdan los moderados que repudian el lenguaje de la violencia y
exaltan el de la tolerancia. ¿La perestroika y el glasnost no es un principio de moderación en
un sistema inmoderado?
Hay un hombre que queda oculto en la gloria temporaria de los ídolos mientras medita si es
preferible ser hombre de la década o el más simple hacedor de paz del siglo.
Mientras muchos se arrepienten de haberle otorgado el premio Nobel de la Paz a Gorbachov,
nuestro hombre de blanco, desciende del avión y sueña que besa el suelo de Moscú y el de
Cuba: un sueño hecho realidad, con una Iglesia que necesita de un fuerte protagonismo en los
derechos humanos hacia el siglo XXI. Más cerca de la acción concreta terrenal, más lejos de la
centralización burocrática que algunos señalan.
B. LA ACCIÓN DE LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES
Las organizaciones internacionales son entidades que la comunidad internacional ha
establecido para realizar en conjunto acciones que los estados separadamente no pueden
realizar. En el plano económico social, se destacan la Organización Internacional del Trabajo
(OIT) y el Consejo Económico Social, ambos actuando en el marco de la ONU.
La OIT se estableció en 1919, en la Conferencia de Paz posterior a la Primera Guerra Mundial,
como una institución vinculada a la Sociedad de las Naciones y luego de 1946 pasó a formar
parte de la ONU como uno de sus organismos especializados. La OIT no sufrió el desgaste de la
Sociedad de las Naciones y sobrevivió a la entidad a la que se hallaba vinculada.
¿Cuáles fueron las razones que hicieron que la Sociedad de las Naciones tuviera un fracaso tan
espectacular, y cuáles las del éxito de la OIT? Wilfred Jenks, uno de los presidentes de la OIT,
desde 1970, expresó que en el año 1919 sólo se encontraban en vigencia dos convenciones
internacionales generales relativas a asuntos laborales, a saber, la Convención de 1906 sobre el
trabajo nocturno y la convención también de 1906 sobre el fósforo blanco, ambas no habían
sido ratificadas por ningún país de Europa Occidental o Central. Casi medio siglo después ya
se habían ratificado más de tres mil convenciones internacionales del trabajo.
La OIT ganó su lugar regulando aspectos que hasta el momento no eran objeto de las normas y
en especial, contemplando aspectos económicos y sociales concretos que producían efectos
tangibles en las condiciones de los trabajadores y en la mejor relación entre el capital y el
trabajo. Es evidente que la OIT llenó un vacío que recién se estaba llenando con la doctrina
económica social de la iglesia, en el sentido de considerar a la fuerza del trabajo como un factor
que hace a la dignidad de los seres humanos, esto es considerado como un derecho humano.
La novedad también consistió en que el desarrollo normativo no fue producto de un esfuerzo
unilateral, sino que, por el contrario, en la OIT, los resultados se obtuvieron por medio del
esfuerzo conjunto y solidario de los trabajadores, de los empleadores y de los estados, gozando
cada uno de ellos de un idéntico “status”. En la década del 1920, esos procedimientos eran
profundamente revolucionarios, pues el hecho de sentar en una misma mesa de negociaciones
a los factores de la producción, empleadores y trabajadores, junto con los estados, era una
innovación, que iba en dirección a los derechos humanos.
Jenks ha evaluado la tarea de la OIT y en sus aspectos normativos ha considerado que igual
que en el derecho romano, el derecho del trabajo, por obra de la OIT, ha consolidado un Codex,
un Digesto y unas Institutas. El codex, si bien no es un código en sentido técnico, a través de
las convenciones ratificadas internacionalmente, ha constituido una verdadera formulación
lógica, ordenada y sistemática de los principios de la justicia social. El corpus juris del trabajo
también tiene su digesto, sustentado en antecedentes jurisprudenciales de la Corte
Internacional de Justicia, que a través de decisiones vinculadas con el derecho del trabajo, ha
demostrado que a pesar de no ser fuentes del derecho, son medios auxiliares idóneos para
determinar las reglas de derecho (Estatuto Corte Internacional de Justicia, art. 38, y decisiones
sobre competencia de la OIT y memorándum de la OIT como por ejemplo el efectuado en
ocasión de la solicitud de Opinión consultiva en materia de Reservas a la Convención sobre
Genocidio-1951). Las Institutas consisten en la bibliografía que se ha generado paralela y
anteriormente al desarrollo y establecimiento de cada nueva institución.
La OIT se lanza al siglo XXI con nuevos requerimientos. No sólo se halla en juego la
desocupación, el pleno empleo, las condiciones de trabajo, el crecimiento sino también las
nuevas características de la producción, esto es la informatización, el manejo de sustancias
peligrosas, nuevas formas de gestión, acuerdos entre empresas, globalización de producción,
etc. La OIT ha demostrado que una organización internacional puede superar la historia de
fracasos, sobre la base de la realización de objetivos concretos para la sociedad.
La otra organización internacional que ha colaborado con nuevas formas de plantear los
derechos humanos ha sido el Consejo Económico Social, organización especializada que
también funciona dentro de la ONU (ECOSOC). Cuando se estableció la ONU, se coincidió en
que las causas de las guerras no eran políticas, sino económicas. En el preámbulo de la Carta
de la ONU, pues, se propone como objetivo para evitar las guerras, el de promover el progreso
social y elevar el nivel de vida, empleando un mecanismo para promover el progreso
económico y social. La herramienta para ese propósito ha sido el ECOSOC, en lo que se refiere a
la formulación de los objetivos políticos internacionales de la materia. Si bien la acción concreta
en materia económica social en el marco de la ONU ha sido desempeñada especialmente por
los organismos especializados, el ECOSOC, ha centralizado toda la acción en materia de los
derechos humanos, especialmente en lo que respecta a hacer recomendaciones para promover
el respeto de los derechos humanos y a la efectividad de esos derechos (Carta de la ONU , art.
62, inc. 2).
En ejercicio de esas funciones, el ECOSOC, ejerce una suerte de supervisión en el Comité de
Derechos Humanos, a través de las observaciones generales que éste debe presentarle
anualmente en ejecución de lo establecido en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos de 1966.
La actividad del Ecosoc ha tenido sus éxitos y críticas. Por una parte, se ha destacado la acción
para la promoción de los derechos humanos y también la promoción de objetivos concretos
para ayudar a estados pobres.
Muchas veces, la burocratización de la organización hizo naufragar las mejores intenciones y
recursos. Generalmente, los organismos especializados han sido más eficaces para realizar los
objetivos en materia económica social, es probable porque su organización se halla más
enfocada a la realización de esos propósitos y la política internacional no llegó a confundir el
debate acerca de las necesidades humanas y la lucha por hacer predominar un punto de vista y
un particular ejercicio del poder.
Los estados han planteado conflictos que han respondido a necesidades de política interna y
han desperdiciado estos foros para desarrollar nuevas bases económicas sociales para procurar
el desarrollo armónico de la comunidad internacional, principal factor para evitar las guerras.
Las críticas también han sido duras y se ha imputado a los órganos y organismos de la ONU
que velan por los derechos humanos que permanecieron en silencio cuando murieron tres
millones de camboyanos, durante el gobierno de Pol Pot, cuando un cuarto de millón de
ugandeses moría en manos de Idi Amin, cuando millones de soviéticos morían por el
dogmatismo de la ideocracia soviética y por las balas de la KGB de Stalin, mientras Shakarov
estaba confinado en Gorki, mientras Rostropovich escondía a Soljenitsin, mientras los
disidentes soviéticos no eran recibidos por nadie.
En todas esas ocasiones, la ONU demostraba claramente que no puede haber una organización
perfecta dentro de un mundo esencialmente imperfecto. Sin embargo, todos esos hechos son
señales claras para encarar el cambio que no puede demorar más.
C. LOS DERECHOS HUMANOS AL PATRIMONIO CULTURAL Y NATURAL DE LA HUMANIDAD
Lo económico y social se complementa con lo cultural y desde que la historia comenzó a
escribirse, o mejor a dibujarse, la cultura se presenta como el derecho humano, más humano y
a la vez más inconcluso de todos.
Borges ha dicho que “en una cueva cuyo nombre será Altamira, una mano sin cara dibuja el
lomo de un bisonte”. Ese hombre, sin proponérselo, comenzó a escribir la historia.
El hombre, desde el comienzo de los tiempos, trató de dejar su huella en el ambiente. La
memoria de sus distintos pasos resuena en el tiempo. La ciencia y el método lo transformaron
en amo y señor de la naturaleza. Pero en la actualidad ese mismo hombre, advierte que Bacon
tenía razón cuando decía que no se puede triunfar sobre la naturaleza sino obedeciéndola. Los
problemas de erosión y degradación del suelo por residuos y otras causas, desaparición de
especies animales y vegetales, contaminación de las aguas, de la tierra, del aire y de los mares
indican que el triunfo logrado puede trocarse en derrota.
También el hombre ha creado una cultura, un arte y civilizaciones cuyas distintas
manifestaciones se extienden por el orbe. Todos esos esfuerzos realizados para la cultura se
inscriben en el desarrollo universal de la humanidad. No pertenece a unos pocos sino que la
humanidad en su conjunto está interesada en preservar esa cultura.
Hay un creciente interés en preservar el patrimonio mundial, cultural y natural fuera de los
conceptos cerrados de las fronteras geográficas.
Una de las primeras acciones tendientes al rescate de ese espíritu fue realizada en el “Alto
Egipto y Sudán con el objeto de salvar los monumentos de Nubia que constituyó la mayor
operación de salvamento arqueológico de todos los tiempos”.
En 1972, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el medio ambiente, se advirtió la
necesidad urgente de preservar el entorno natural. Todos los pueblos han manifestado la
voluntad de mantener su identidad cultural. Con ese propósito se ha sostenido que: “Los
monumentos, patrimonio legado por el espíritu creador de sus antepasados y el patrimonio
natural en que han florecido sus civilizaciones constituyen la expresión más concreta, y a
menudo la más alta de esa identidad cultural”. Es evidente que cada estado debe mantener esa
identidad cultural, pero los demás son responsables colectivamente de su preservación.
Esos principios y acciones fueron los que motivaron que en la Conferencia General de la
UNESCO de 1972 se suscribiera la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial
Cultural y Natural, la que entró en vigor en 1975. Por ese tratado a pedido de los estados
donde están localizados los bienes culturales o naturales que se desean preservar, y con la
decisión de un Comité Internacional, se incluyen esas manifestaciones del hombre y de su
entorno en una lista del Patrimonio Mundial. Mediante la creación de un Fondo del
Patrimonio Mundial, financiado por los aportes de los estados miembros y de contribuciones
voluntarias, se realiza asistencia técnica y ayuda con el objeto de mantener incólume ese
Patrimonio Mundial. En esa lista ya se encuentran más de cincuenta inscripciones desde las
Pirámides de Egipto hasta el Parque Nacional de Yellowstone, las Islas Galápagos de Ecuador,
Versalles, la Ciudad Vieja de Dubrovnik, (últimamente hubo acciones de guerra en el conflicto
yugoslavo de 1991), a las grutas con las pinturas rupestres de Vézeres y Valcamónica y los
Glaciares de Calafate, Argentina. De esta forma, se comprende el arte como lo concibiera
Bacon: el hombre añadido a la naturaleza.
También figura en la lista un monumento del siglo XX: Auschwitz-Birkenau, como exponente
y para recuerdo de las futuras generaciones de los crímenes contra la humanidad, como un
monumento para recordar los derechos humanos.
Cada estado parte se obliga a proteger esos bienes que hacen a su identidad cultural con el
objeto de transferirlo a las generaciones del porvenir. Esperemos que no sea ésta una simple
transmisión porque la cultura no se hereda, se conquista (André Malraux).
Por lo tanto, hay un nuevo tiempo en el que comienzan a efectivizarse nuevos derechos
humanos al patrimonio cultural y natural de la humanidad. Es como si cada ser humano, por
el hecho de serlo, tuviera un título de crédito contra toda la humanidad para hacer posible la
transmisión a toda la humanidad.
81. LOS DERECHOS HUMANOS Y EL MEDIO AMBIENTE
La regla de la historia es su falta de reglas, la indeterminación hace que no se conozca el final.
Sin embargo, durante su desarrollo, contrariar los derechos humanos significa alterar su curso
con daños para el hombre. La dirección general, pues, debe respetar lo humano del hombre, y
el respeto por esa parte humana exige el respeto por la naturaleza.
Una fábrica de productos químicos puede ser más mortal que un campo de concentración nazi,
una fuga de un reactor nuclear puede producir perjuicios y muertes igual que las peores
guerras; sin que la culpa sea un factor determinante para atribuirles responsabilidad, pues las
actividades son lícitas.
Por tanto, una nueva forma de matar y de violar los derechos humanos es destruir el medio
ambiente y plantear un conflicto absurdo: el hombre contra la naturaleza.
Hay un antagonismo que se refleja en la acción del hombre al degradar y contrariar la
naturaleza. El enunciado filosófico de Hobbes tiene un sentido ambivalente: el hombre es el
lobo del hombre, pero desde otro punto de vista, ¿el lobo se comporta como el hombre
respecto a sus congéneres y a su hábitat?
Se ha dicho que el arte consiste en agregar el hombre a la naturaleza. Colocarlos en oposición
es destruir al hombre y a la naturaleza. André Malraux, en ocasión de inaugurar las obras de
restauración del Partenon colocó a los hombres y a la naturaleza en su punto justo: “La noche
griega descubre una vez más, por encima de nosotros las constelaciones que miraban al vigía
de Argos cuando esperaba la señal de la caída del Troya, a Sófocles cuando iba a escribir
Antígona y a Pericles cuando el tumulto del Partenon había enmudecido”.
El encantamiento del discurso se ha quebrado y la Acrópolis está en peligro por la
contaminación atmosférica. ¿Hemos alterado las reglas de la naturaleza? ¿Qué le diremos a las
generaciones venideras a la hora de rendir cuentas?
La contaminación del aire, de los mares y espacios terrestres sometidos o no a la jurisdicción
nacional plantean responsabilidades y obligaciones de rendir cuentas al futuro sin beneficio de
inventarlo. Ahora se plantan los problemas del efecto invernadero (“green house effect”), la
deforestación, el agujero de ozono, los clorofluorcarbonos, la explosión demográfica, la
desertización y las alteraciones climáticas de la industrialización, todos con efectos sobre los
derechos humanos.
En la Carta a la Conferencia Internacional de las Naciones Unidas sobre el Ambiente de 1972,
se advirtió que: “el hombre sabe con certeza que el progreso científico y técnico, pese a sus
aspectos prometedores para la promoción de todos los pueblos, lleva en sí, como toda obra
humana su fuerte carga de ambivalencia para el bien y para el mal. Se trata sobre todo de la
aplicación que de sus descubrimientos haga la inteligencia con fines destructivos; es el caso de
las armas atómicas, químicas y bacteriológicas, grandes o pequeñas respecto de las cuales la
conciencia moral no siente sino horror”.
La comunidad internacional ha comenzado a tomar conciencia de los problemas de la
contaminación del agua, de la contaminación atmosférica, de los productos químicos, de los
residuos, del ruido, etc. y ha comenzado a establecer políticas para la conservación de la
naturaleza y los recursos naturales, buscando también el rescate del paisaje.
El instrumento ha sido la acción nacional y la cooperación internacional. En el primer aspecto,
ya se pueden pescar salmones en el Támesis. En el plano internacional, el accidente de la
central nuclear de Chernobil, el desastre de Bhopal, la fuga de sustancias químicas de Seveso,
el derrame de petróleo del “Amoco Cádiz”, han servido para acelerar los planteos de
cooperación internacional.
Luego del Convenio de Helsinki de 1974 para la protección del ambiente marino en la zona del
Mar Báltico, del Convenio para la prevención de la contaminación marina por buques y
aeronaves de Oslo de 1972, y del Convenio de París de 1974, y del Convenio de Barcelona de
1976 para el Mar Mediterráneo; se está produciendo un cambio sustancial en el tratamiento del
tema. Tanto es así que hay partidos políticos denominados “verdes”, que plantean la acción
política desde el ángulo ecológico, esto es, su propuesta colectiva es asegurar los derechos
humanos para preservar la naturaleza. Desde hace pocos años, los grupos ecologistas ya tienen
representación parlamentaria y esbozan un nuevo componente en la acción política. (En el
Parlamento Europeo, en 1989, los verdes ganaron 39 de las 518 bancas en juego).
Se está produciendo, pues, una lucha entre el hombre y la naturaleza y se pretende que el
triunfo del hombre no sea una derrota de la humanidad, y que la ética prevalezca sobre la
técnica.
En el marco internacional se hace evidente, pues, esa preocupación atento a las normas
internacionales sobre prevención de la contaminación contenidas en la Convención del Mar de
Jamaica de 1982, Convenciones de la Antártida sobre recursos vivos y naturales, y la actividad
de las Naciones Unidas y sus organismos tendientes a compatibilizar el desarrollo con el
respeto al medio ambiente, cuya conservación es también un capítulo de los derechos
humanos.
Mientras se va desarrollando la acción internacional, sutilmente crece el tema en los estados.
Lo que hacia 1970 era la manifestación de elites inconformistas de intelectuales, en la
actualidad ha crecido hasta transformarse en una de las causas con mayor apoyo en los
distintos estratos de la población.
Encuestas norteamericanas señalan que el 84% de la población consideran a la contaminación
como un problema de primer orden y el 71% está dispuesto a abrir sus bolsillos soportando
mayores cargas fiscales para mejorar el medio ambiente. Se ha dicho que la preservación del
medio ambiente es un tema tan importante como la lucha contra las drogas o el aborto, y la
revista Times titula en tapa: “1990 Earth Day”.
En todo el mundo ha comenzado a celebrarse el 22 de abril el día de la Tierra, de la madre
tierra y millones de hombres de todos los estados han unificado sus objetivos en una
concepción más humana. En Nueva York se ha encendido la más potente lámpara alimentada
con energía no contaminante y en todo el planeta se han realizado actos conmemorativos que
indican que algo nuevo está pasando.
Hay autores que consideran que hay una trilogía de ciencia, tecnología y producción; los dos
primeros factores se hallan en los países superdesarrollados para lo cual, una eficaz política de
privatizaciones habilitará una infraestructura económica y social apta para establecer
industrias sucias, mientras se cultivará el jardín del superdesarrollo.
Se ha dicho que el capitalismo, tal como se presenta a finales del siglo XX, no tiene rivales, con
un comunismo en franca retirada por no decir derrota. Sin embargo, los enemigos del
capitalismo son de su propia fabricación, esto es el deterioro de la biósfera, el crecimiento
desmesurado de las ciudades a escalas urbanas contaminantes con una sensación de progreso
ilimitado. Quizás se está produciendo un cambio de la valoración ideológica y como la
humanidad no quiere saltos al vacío, se está preparando para un cambio histórico que puede
significar la cooperación individual conjunta con la internacional, en la defensa del medio
ambiente como derecho humano.
82. LOS DERECHOS HUMANOS AL DESARROLLO
Mientras los ecologistas critican al desarrollo, muchos países lo desean y consideran que es un
derecho llegar a él. Se ha criticado a los movimientos ecologistas porque plantean sus
requerimientos desde sus países desarrollados y proponen mejorar el medio ambiente sobre la
base de que los países en desarrollo se transformen en los jardines pulmones de los países
industrializados. Esto significa que los que han llegado tarde al desarrollo, serán meros
espectadores del progreso tecnológico de los demás y el Matto Grosso, las selvas ecuatoriales,
las sabanas latinoamericanas asiáticas o africanas, que no conocen qué es el desarrollo, jamás
sabrán de él. En otros casos, se plantea la disyuntiva de cambiar la deuda externa por el
compromiso de no polucionar, esto es, de no desarrollarse.
Era usual en la década de 1960, que en cada oportunidad del nacimiento de un nuevo estado
como producto de la descolonización, el tema de la autodeterminación, los derechos humanos
y el derecho al desarrollo, tuvieron un tratamiento conjunto. En diciembre de 1962, la
Asamblea General de la ONU declaró en una resolución que hay un derecho a la soberanía
permanente sobre los recursos naturales. Este concepto se hallaba cercano al proceso de
colonialismo y evidenciaba los sentimientos de los pueblos recientemente autodeterminados
para hacerse cargo de sus recursos naturales, una base segura para considerarlos como
estados.
Sin embargo, la preservación de los recursos naturales no producía de por sí el desarrollo
económico, y por tanto, nuevamente la Asamblea General de la ONU, en diciembre de 1986
examinó la cuestión del derecho al desarrollo, considerando que la paz y la seguridad
internacionales son básicos para su establecimiento, sobre la base de la efectividad de los
instrumentos de protección de los derechos humanos. La gran definición de esta resolución fue
que “el derecho al desarrollo es un derecho humano inalienable”; que “la persona humana es
el sujeto central del desarrollo y debe ser el participante activo y el beneficiario del derecho al
desarrollo”, y que “todos los derechos humanos y las libertades fundamentales son indivisibles
e interdependientes”. El desarrollo económico no se produce con resoluciones de la ONU, pero
un paso para su establecimiento es la conciencia internacional de la vinculación del desarrollo
y derechos humanos.
No hay posibilidad de que haya derechos humanos estables, si no hay desarrollo económico.
Los derechos humanos a morirse de hambre son, pues, la dinamita de todos los conflictos
internacionales: el desarrollo es el nombre de la paz. Los derechos humanos son integrales,
civiles, políticos, económicos, sociales y culturales. La violación de cualquiera de ellos, produce
el derrumbe de los demás.
83. LOS DERECHOS HUMANOS Y LA TORTURA
La historia de los derechos humanos es la historia de la lucha contra la tortura. A través de la
historia, los sistemas de diversos perfiles ideológicos, fascistas, marxistas, autócratas de
variada composición, nazis, etc. han utilizado la tortura y la razón de estado como
metodología habitual. En realidad, todos esos sistemas colocaban al estado como finalidad
suprema, y el logro de los objetivos no podía ser limitado por más o menos derechos humanos.
El razonamiento ha sido apoyado en la mayoría de los casos por la población, que ha
justificado el principio de que el fin justifica los medios. De esa manera, el enemigo en la
sociedad debía ser destruido para construir otra sociedad.
La falacia de esos métodos ha sido puesta al descubierto, se han desenmascarado los procesos
de violación de los derechos humanos de Stalin, de Ceaucescu, Pinochet, etc. y se ha
contradicho que el fin no justifica los medios.
Con la lucha contra la tortura ha sucedido como con los demás derechos, esto es, han
progresado desde la positivización, la racionalización de su condena, la generalización de no
torturar a nadie y, por último, el proceso vivo de la internacionalización.
La tortura comenzó a ser considerada como delito en los sistemas jurídicos internos, y de allí al
sistema internacional el camino fue rápido. En diciembre de 1975, la Asamblea General de la
ONU, aprobó la Declaración sobre la protección de todas las personas contra la Tortura y Otros
Tratos o penas crueles inhumanas o degradantes, considerando que la tortura era una “ofensa
a la dignidad humana” y estableciendo algunos lineamientos para que los estados pusieran en
marcha la condena efectiva de la tortura. Paralelamente, se encomendó a la Comisión de
Derechos Humanos que estudiara la cuestión con miras a una convención internacional, a la
que finalmente se llegó en 1985.
La Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes
fue abierta para la firma en febrero de 1985 y en base a sus normas, los estados han comenzado
a producir un cambio efectivo para erradicar la tortura. En la convención se obliga a los
estados a impedir la tortura en la jurisdicción interna, se establece la extradición de los
torturadores en una suerte de jurisdicción penal universal y se asegura a las víctimas el
derecho a compensación y rehabilitación. En la Argentina se ha establecido que la pena para el
torturador, será igual que la del homicida.
Recién ha comenzado el final de la tortura. Hay mucho que hacer para eliminarla, para
concluir en el pleno respeto de los derechos humanos.
84. LOS DERECHOS HUMANOS A LA VIDA Y A LA MUERTE
No hay verdadera historia, sino hay cambio en los escenarios de discusión de los conflictos. Es
probable que luego de la derrota de Napoleón, se tuviera la certeza de una historia en cámara
lenta. Los hechos se producían en procesos de décadas y de una a otra, no había cambiado
nada, ni siquiera las caras de los que ejercían el poder empeñados en mantener más de lo
mismo, como los faraones egipcios.
Por eso la sensación de la verdadera historia la tiene el hombre y la mujer contemporáneos,
que súbitamente se ven arrastrados en una manifestación por la perestroika, en un homenaje y
desagravio a la Madre Tierra, en una marcha a favor o en contra del aborto o a favor o en
contra del derecho a morir bien.
Hay un protagonismo que los políticos no prestan atención, y que se evidencia por lo general
en nuevos escenarios de conflictos que deben atender. Los casos límites en estos aspectos son el
aborto y el derecho a morir.
El aborto ha provocado en Europa una corriente que últimamente ha tenido una disminución
de intensidad debido al consumo de píldoras anticonceptivas. En febrero de 1975, la Corte
Suprema de Alemania Federal, había autorizado la interrupción del embarazo durante las
primeras doce semanas de la concepción. Se plantearon otras demandas tendientes a que el
derecho al aborto se pudiera ejercer después de las doce semanas de concepción, alegando que
no autorizar el aborto significaba una interferencia en la privacidad de los demandantes,
debido a que debían abstenerse de relaciones sexuales, usar anticonceptivos o permitir el
nacimiento de hijos no deseados. La posición opuesta considera que el aborto significa la
muerte, pues la existencia de la persona comienza por la concepción.
En EE.UU., el tema tiene una trascendencia fundamental y es objeto de debate en varios
escenarios; en la Corte Suprema y en las Legislaturas de los Estados integrantes de la Unión. El
debate aún no ha terminado y quizás en ningún momento se ha escuchado a los protagonistas
para que la discusión sea racional.
Victoria Ocampo ha expresado que lo que concierne vitalmente a la mujer, a su cuerpo, ha de
depender principalmente de ella, la protagonista; después de la mujer, hay que atender a la
pareja, después la ciencia médica y la Iglesia para aquellas que rigen su conducta de acuerdo
con dogmas religiosos. En todos los casos se debe preservar como valor fundamental la vida,
respetando ese orden de prioridades con control médico y según las convicciones ético-
religiosas.
Es probable que el planteo suene abstracto y, por tanto, veamos un caso concreto. Supongamos
una madre tuberculosa terminal casada con un sifilítico avanzado. Su primer hijo nace ciego, el
segundo nace muerto, el tercero sordomudo, y está embarazada de un cuarto. La solución:
aborto. Ha muerto, pues, Beethoven. Esos fueron los antecedentes familiares del músico, y
entonces el conflicto adquiere dramaticidad.
El derecho a la muerte es la contracara del aborto, y ha despertado también un encendido
debate, en especial después del caso de Karen Quinlan, en el que sus parientes intentaron con
éxito que la desconectaran de los aparatos que artificialmente la conservaban con vida.
Finalmente el Tribunal autorizó la desconexión y, a pesar de ello, la joven vivió varios años
más.
En otro caso, la enferma estaba en estado desesperante, en coma y sin posibilidades de
sobrevivir conectada a medios mecánicos que la mantenían con vida. El hijo de la enferma
decidió desconectarla, y curiosamente ésta reaccionó. La enferma se llama Marguerite Duras y
hace poco ha presentado un nuevo libro: La Pluie d’Eté.
Todas esas cuestiones han abierto discusiones de orden científico: ¿Cuándo se produce la
muerte? ¿La no existencia de actividad cerebral significa la muerte, desde el punto de vista
clínico? El debate, en esta materia, va orientándose hacia el derecho a la desconexión, que no
significa eutanasia.
Estos aspectos de los derechos están configurando nuevos enfoques para los derechos
humanos, con la decisión y elección de los protagonistas. Durante la Revolución Francesa, el
establecimiento de los derechos tenía un contenido, ciertamente abstracto. En la actualidad, los
derechos humanos, se presentan de manera concreta, en cada uno de los aspectos de la vida.
85. LOS DERECHOS HUMANOS Y LA GUERRA INTERNACIONAL
Los escenarios, métodos e instrumentos de la guerra también han cambiado. Un caza F-15 a
12.000 metros de altura. Sale disparado un misil. El objetivo a 500 km de altura es un satélite.
Cesan las señales en la sala de computadores. Impacto y exclamaciones: éxito completo. Los
científicos explican: precisión como la de los Pershings, Cruisers o SS-20; puede hacer blanco
en el Obelisco de Buenos Aires con exactitud: son las llamadas “armas inteligentes”.
En el Consejo Nacional de Seguridad suspiraron aliviados mientras pensaban en la misión
secreta Atlantis de 1.100 millones de dólares. En lo inmediato, la negociación igualmente
secreta de los diplomáticos. Las posiciones discutibles, complicadas y globales. En otro tablero,
Karpov suspendió el partido de ajedrez, en un final de piezas distintas e igualmente efectivas.
Los discursos informaron antagonismos y contradicciones bajo un signo u otro, mientras que el
ejercicio de funciones militares por los jefes de estado o de gobierno son universalmente
protagónicos e individuales.
El Presidente Reagan propuso la Iniciativa de Defensa Estratégica: un escudo espacial y un
territorio invulnerable. Quizás también un nuevo modelo de crecimiento y desarrollo
tecnológico y más puestos de trabajo.
Moscú hablaba de pacifismo y carrera armamentista. ¿Está lejos la coexistencia pacífica? En las
Naciones Unidas, los memoriosos recuerdan a Kruschev golpeando la mesa con un zapato en
la mano. El antiguo diario hoy inexistente, Pravda conoce las emociones que encierran las
palabras, y de la ficción nació la “guerra de las galaxias”.
El programa, sus réplicas y dúplicas. Los gobiernos con protagonismo personal en actividades
militares. El poder interpretando intereses nacionales. Poder político en relación con las
Fuerzas Armadas. Algunos se preguntan si las masas conocen los riesgos y cual es su
participación en las decisiones.
Los demás países están más o menos expectantes. Observan, adhieren o no se alinean.
Comparten o no valores culturales en diversos espacios geográficos. Las amenazas son
bilaterales y los efectos universales.
Todos están preparados y dispuestos para simétricos golpes de gracia. El debate trata de
imponer una forma de vida sobre la otra. ¿La guerra continuación de la política? ¿La paz
estado normal de las naciones? Ése es, pues, el debate planteado para el futuro.
La guerra como fenómeno de patología social y factor de transformación política puede ser
considerada desde el punto de vista histórico, político, económico, militar, sociológico y
jurídico.
Se la ha definido como una lucha armada entre estados, que tiene por objeto hacer prevalecer
un punto de vista político utilizando medios reglamentados por el derecho internacional.
El elemento básico de la guerra es la lucha armada entre estados. Como la afirmara el Tribunal
Permanente de Arbitraje: “la guerra es un hecho internacional o más exactamente interestatal”.
A diferencia de la guerra civil implica una lucha de fuerzas públicas y en consecuencia aparece
como una relación de estado a estado.
Juan Jacobo Rousseau en El Contrato Social, (1762) expresaba: “La guerra no es una relación de
hombre a hombre, sino una relación de estado a estado en la que los particulares sólo son
enemigos accidentales no como hombres sino como ciudadanos, no como miembros de la
patria sino como defensores suyos”. La misma idea era desarrollada por Portalis y Talleyrand
en la Memoria a Napoleón en 1806.
En la guerra se han utilizado medios reglamentados por el derecho internacional, y eso ha
producido la aplicación de normas jurídicas por los estados en lucha (estados beligerantes) y
por los terceros estados (estados neutrales).
La guerra tiende a hacer prevalecer un punto de vista político o más exactamente un punto de
vista nacional. En este punto se ve en la guerra “el recurso a la fuerza material con objeto de
modificar el orden de competencias gubernamentales en la sociedad internacional”. (George
Scelle, 1938).
Alberdi sostenía en El crimen de la Guerra que: “La guerra moderna tiene lugar entre un estado
y un estado, no entre los individuos. Pero como los estados no obran en la guerra ni en la paz
sino por el órgano de sus gobiernos, se puede decir que la guerra tiene lugar entre gobierno y
gobierno, entre poder y poder, entre soberano y soberano; es la lucha armada de dos gobiernos
obrando cada uno en nombre de su estado respectivo”.
Alberdi también admitió como única causa de la guerra justa la que repele un ataque exterior.
“La guerra –dice– no puede tener más que un fundamento legítimo, y es el derecho de
defender la propia existencia” y también agrega: “La guerra empieza a ser un crimen desde
que su empleo excede la necesidad estricta de salvar la propia existencia. No es un derecho
sino como defensa”.
Con conceptos parecidos, la Carta de las Naciones Unidas establece que los miembros de la
organización se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad
territorial o la independencia política de cualquier Estado o en cualquier otra forma
incompatible con los propósitos y principios de las Naciones Unidas (art. 2, inc. 4 de la Carta
de las Naciones Unidas). No obstante lo expuesto y en la línea argumental expuesta, se
dispone que ninguna disposición de la carta menoscabará el derecho inmanente de legítima
defensa. (Art. 51 Carta de la ONU).
Ése es el concepto de la guerra: carácter interestatal, sólo legitimado en carácter de “derecho
inmanente” en el caso de legítima defensa.
Sin embargo, queda en una zona gris el concepto de la legítima defensa y la proporcionalidad
de los medios empleados para la defensa. Las poblaciones civiles permanecen inermes
sufriendo las consecuencias de guerras emprendidas por gobiernos, que no las representan,
incluso en regímenes democráticos. La relación entre el poder de decisión y el de deliberación,
cada día se hace más distante.
Los pueblos que sufren en carne propia los efectos de las guerras no pueden evitarlas. En ese
contexto, se hace más necesario el redescubrimiento del derecho internacional como
instrumento de la justicia para la solución de controversias en el marco de las organizaciones
internacionales.
En la ONU se designó a 1986 como el Año Internacional de la Paz, mientras casi cincuenta
países estaban en guerra, con un total de más de cinco millones de muertos. Solamente en
Camboya, hubo un saldo entre uno y dos millones de muertos.
En los últimos veinte años, en África, hubo cerca de diez guerras con planteos internacionales
agravados por rivalidades tribales y étnicas. El Sahara Occidental, Marruecos, Chad, Sudan,
Etiopía, Uganda, Angola, y Sudáfrica fueron teatro de operaciones bélicas en gran escala. En
medio Oriente, el conflicto irresuelto del Líbano continúa y la guerra Irán-Irak parece haber
entrado en un camino de solución, sin perjuicio de continuar las acciones de las minorías
étnicas como la de los Kurdos. En Israel aún no terminado el conflicto con los palestinos, sin
perjuicio de las dosis de razón que asiste a cada parte.
En Asia Meridional y Oriental, en la India continúan conflictos separatistas en el Punjab. En
Afganistán, a mediados de febrero de 1989 se retiró el último soldado ruso en un regreso sin
gloria a su patria, con un saldo de doscientos mil muertos. El abanico de conflictos se cierra
con Tailandia, Malasia, Birmania, Corea y Filipinas. En plena Europa, y la ex Yugoslavia está
perturbada en un conflicto bélico que hace recordar a la Primera Guerra Mundial.
La intervención internacional en guerras civiles ha desdibujado la separación antes expuesta,
entre los conflictos internos e internacionales.
La situación internacional descripta configura una paradoja: más derecho internacional, más
guerras. La proliferación de la guerra internacional exige, pues su replanteo académico con el
fin de aliviar sus efectos. Nos encontramos ante una situación similar a la de la época de la
Revolución Francesa: se hablaba de libertad, igualdad y fraternidad en Europa, mientras se
comerciaba con esclavos de África.
Mientras tanto, el jurista internacional utiliza sus conocimientos para justificar
académicamente el accionar bélico de sus gobiernos. Parece que el jurista internacional tiene
dos versiones de la realidad: la académica para afuera y la académica para adentro. Para
afuera, se pregona un internacionalismo idealista. Para adentro, se esgrimen las doctrinas más
absurdas para justificar lo injustificable.
La guerra es un holocausto y, esa situación, obliga a repensar la idea de la finalidad del
hombre, sin dejar de percibir la realidad. Hay que hacer un examen de la guerra con una
actitud mental absolutamente nueva, que ponga el acento en la libertad con justicia y en el
derecho internacional como base de la convivencia en paz. Los medios de destrucción masiva
que no hacen distinción entre combatientes y poblaciones civiles hacen necesario una
reorientación de esta cuestión, haciendo prevalecer al derecho que es la fuerza de los débiles.
Las guerras son, pues, las máximas violaciones de los derechos humanos y constituyen el
aspecto más inconcluso del desarrollo humano. Es probable que en el análisis de las guerras y
sus costos humanos y económicos, se advierta la sensación de fragilidad y de algo que está sin
terminar: la construcción de la paz, base de los derechos humanos.
Ahora sólo nos queda pedir a Dios que la guerra no nos sea indiferente.
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR
1. Las sociedades postcoloniales
a) Indios
Un suceso resonante que se produjo en Colombia en 1972 ilustra de manera dramática la
cuasilegitimidad de que goza el genocidio en la mente popular y, de paso, la brecha que separa a los
indios del resto de la sociedad. En una comarca apartada de los llanos, dieciséis indios fueron
asesinados a sangre fría por un grupo de mestizos. Detenidos y juzgados por el tribunal de Villavicencio,
los acusados confesaron que los indios eran para ellos “animales molestos” y que desconocían que
estaba prohibido matarlos. La absolución de los acusados provocó un gran escándalo y un nuevo
proceso. Sea como fuere, los términos empleados por los acusados al calificar a los indios de
“irracionales” y a sí mismos de “civilizados”, dotados de razón, es una prueba elocuente de la condición
del aborigen.
b) Negros
El negro, descendiente de esclavos, despreciado y ridiculizado por el folklore brasileño, ocupa en el
Brasil contemporáneo el fondo de la escala social. El racismo como referencia legitimadora es tabú
desde la abolición de la esclavitud, la ideología nacional predominante es la de la “democracia racial”,
pero la discriminación es evidente y se confunde con las distinciones de clase. Es natural que los pobres
sean negros mientras que los ricos son blancos. Razas y clases se superponen. Uno de los escasos
diputados negros en el parlamento de Brasilia se preguntaba hace algunos años dónde estaban “los
senadores y los diputados negros, los ministros negros, los oficiales superiores y los jueces de origen
africano”. Cien años después de la “Abolición”, la igualdad racial dista de ser una realidad. Los dichos
populares expresan con elocuencia la humillación permanente del pueblo negro. Se dice que “el lugar
del negro es la cocina”, y en los barrios residenciales se lo obliga a entrar por la puerta de servicio; “el
blanco que corre es un atleta, el negro que corre es un ladrón”. El requisito de “buena presencia” para
aspirar a determinados trabajos no es sino un eufemismo hipócrita para indicar que el puesto está
reservado a los blancos.
c) Mestizos
América Latina es evidentemente un continente mestizo, y aunque los historiadores y los exégetas de la
colonización ibérica han hecho hincapié en la ausencia de prejuicios raciales de los colonizadores
españoles y portugueses, no se debe creer por ello que la frecuencia de relaciones sexuales o uniones
entre las razas bastó para eliminar los tabiques entre las jerarquías étnicas... la necesidad, va
acompañada de un “sistema de discriminación legal” (Magnus M”rner) que da lugar a una “sociedad de
castas”. Las colonias españolas y portuguesas de América son verdaderas “pigmentocracias”, donde la
jerarquía de cada uno depende de sus componentes étnicos. Entre los indios y los negros existían
castas de sangre mixta, cuya identidad estaba codificada en un centenar de categorías jerárquicas
oficiales y en las cuales el componente indígena valía siempre un poco más que el negro. Sea como
fuere, en distintos lugares y épocas los no blancos tienen prohibido el acceso a la mayoría de los
puestos de prestigio y autoridad, en especial al sacerdocio. Se les prohíbe portar armas y usar ciertos
artículos de indumentaria reservados a los amos españoles. También se les impide el uso de caballos,
molinos y toda la tecnología de punta de la época. Esa discriminación puntillosa, a la cual la burguesía
criolla parecía estar tan aferrada, quedó suprimida en las colonias españolas durante la independencia y
mucho antes que la esclavitud en Brasil...
Rouquié, Alain: Textos seleccionados de “Extremo Occidente - Introducción a América Latina”, Buenos Aires,
Emecé, pp. 81-86.
2. Derechos humanos y libertad religiosa
a) Primera Encíclica de Juan Pablo II (1979)
... No de puede, menos de recordar aquí, con estima y profunda esperanza para el futuro, el magnífico
esfuerzo llevado a cabo para dar vida a la Organización de las Naciones Unidas un esfuerzo que tiende
a definir y establecer los derechos objetivos e inviolables del hombre, obligándose recíprocamente los
Estados miembros a una observancia rigurosa de los mismos. Este empeño ha sido aceptado y
ratificado por casi todos los Estados de nuestro tiempo y esto debería constituir una garantía para que
los derechos del hombre lleguen a ser en todo el mundo, principio fundamental del esfuerzo por el bien
del hombre...
... En definitiva, la paz se reduce al respecto de los derechos inviolables del hombre, –"opus iustitiae
pax"–, mientras la guerra nace de la violación de estos derechos y lleva consigo aún más graves
violaciones de los mismos.
La Declaración de estos derechos, junto con la institución de la Organización de las Naciones Unidas,
no tenía ciertamente solo el fin de separarse de las horribles experiencias de la última guerra mundial,
sino el de crear una base para una continua revisión de los programas, de los sistemas, de los
regímenes, y precisamente desde este único punto de vista fundamental que es el bien del hombre –
digamos de la persona en la comunidad– y que como factor fundamental del bien común debe constituir
el criterio esencial de todos los programas, sistemas, regímenes. En caso contrario, la vida humana,
incluso en tiempo de paz, está condenada a distintos sufrimientos y al mismo tiempo, junto con ellos se
desarrollan varias formas de dominio totalitario, neocolonialismo, imperialismo, que amenazan también
la convivencia entre las naciones. En verdad, es un hecho significativo y confirmado repetidas veces por
las experiencias de la historia, cómo la violación de los derechos del hombre va acompañada de la
violación de los derechos de la nación, con la que el hombre está unido por vínculos orgánicos como a
una familia más grande...
... El deber fundamental del poder es la solicitud por el bien común de la sociedad; de aquí derivan sus
derechos fundamentales. Precisamente en nombre de estas premisas concernientes al orden ético
objetivo, los derechos del poder no pueden ser entendidos de otro modo más que en base al respeto de
los derechos objetivos e inviolables del hombre. El bien común al que la autoridad sirve en el Estado se
realiza plenamente sólo cuando todos los ciudadanos están seguros de sus derechos...
... Es así como el principio de los derechos del hombre toca profundamente el sector de la justicia social
y se convierte en medida para su verificación fundamental en la vida de los organismos políticos.
Entre estos derechos se incluye, y justamente, el derecho a la libertad religiosa junto al derecho de la
libertad de conciencia.
(Redemptor Hominis, Nº 17, 1979).
b) Diez años después: Libertad religiosa
PRAGA (AICA)." El nuevo gobierno checoslovaco de coalición (que rompió el monopolio del poder
comunista) aseguró que será garantizada la plena libertad religiosa, serán abiertos los seminarios,
restablecidas las órdenes religiosas y financiadas las iniciativas de la Iglesia.
Karel Hais, responsable del nuevo Departamento Iglesia, del gobierno, dijo que fue abolida “toda clase
de vigilancia” sobre los sacerdotes. “El nuevo gobierno está muy interesado en el renacimiento de la
vida religiosa –subrayó– y se estudiará los modos para reponer la enseñanza religiosa en las escuelas”.
La Nación, 10/2/90.
3. El derecho a morir
a) Diario Clarín, 24 de mayo, 1990.
Hizo una presentación a los Tribunales de Nevada, en EE.UU.
Pide permiso para morir un joven que vive conectado al respirador artificial
Un hombre de 31 años paralizado del cuello para abajo desde los 11, pide la muerte, y su padre
adoptivo se opone. Los litigios por casos similares o aun más complejos, se acumulan en los tribunales
estadounidenses.
Kenneth Bergstedt acaba de solicitar permiso para morir, y el caso legal emergente es la pesadilla de
todo juez.
Bergstedt no tiene demasiada vida que defender. En 1970 cuando tenía once años y nadaba en una
pileta de Indiana una joven que se zambullía le cayó desde el trampolín: le cortó la médula espinal a la
altura justa como para dejarlo paralizado del cuello para abajo. Respira con aparatos, mira televisión,
lee, escribe poesía, juega con una computadora que teclea con la boca y ve llegar el momento en que
se quedará totalmente solo.
La madre adoptiva de Bergstedt murió de cáncer en 1978, de modo que al chico le queda como toda
familia su padre adoptivo. Es un trabajador metalúrgico de 65, jubilado, que perdió una pierna en un
accidente laboral. Este lisiado se transformó en los músculos de alguien infinitamente más lisiado que él:
Kenneth Bergstedt es dependiente a un extremo tan humillante como no se lo imagina ninguna persona
normal, salvo que sea médico o pariente de un cuadripléjico.
– Petición
El hijo acaba de presentar una petición ante los tribunales de Nevada: que le desconecten los sistemas
de soporte vital, básicamente el respirador artificial que reemplaza a su diafragma y músculos
intercostales, inertes desde el accidente porque la conexión con el sistema nervioso central quedó
cortada. El padre se niega.
Kenneth Bergstedt dice que no tiene ninguna expectativa de mejoría, vive con constantes temores de
sufrir aún más, y no soporta la idea de quedarse solo entre extraños cuando su padre adoptivo muera.
Sufre de un terror típico de quienes viven atados a un respirador: la obsesión de que la máquina se
descomponga.
Más allá de lo que decida la ley de Nevada, la Suprema Corte de los Estados Unidos está manejando
casos aún más complejos, como el de Nancy Cruzan. A los 25 años, esta muchacha sufrió un accidente
del tránsito y los daños cerebrales fueron tan profundos como para dejarla en estado vegetativo: nunca
recuperó el conocimiento, y es alimentada artificialmente mediante un tubo.
– Negativa
A diferencia de Bergstedt padre, que se niega a dejar que se cumpla la voluntad de muerte de un hijo,
los padres de Nancy Cruzan quieren retirar el tubo alimentador, pero el hospital se negó. Un tribunal
común de Missouri apoyó la moción paternal, alegando que Nancy Cruzan podía vivir 30 años más sin
cambios, y que sus antecedentes permitían suponer que la chica se habría negado. Pero la Suprema
Corte del estado alegó que no existía manera de probar cuál habría sido la voluntad de la chica
descerebrada. Ahora la decisión la tiene la Suprema Corte Federal.
Mantener viva a Nancy Cruzan cuesta 150.000 dólares por año, el precio de dos autotransplantes de
médula.
Que la eutanasia se practica en todo el mundo es una realidad poco rebatible. Hace dos semanas, el
director de Salud del Uruguay denunció que se trataba de un procedimiento tan común como la vista
gorda que se le hace.
Pero la legalización de la eutanasia abre puertas temibles: ¿Quién decide que tal paciente vive o muere,
y sobre qué bases?
Daniel E. Arias
b) Casos que fueron polémicos
No es la primera vez que se plantea una batalla legal en los Estados Unidos o en otros países por el
derecho de los propios pacientes o de los familiares a suspender los tratamientos médicos y elegir “una
muerte digna”.
– El 21 de mayo de 1976, por disposición de sus padres y la autorización de la Justicia, se le
desconectó a Karen Ann Quinlan el respirador artificial y se le suspendieron los medicamentos, aunque
no se le quitó el tubo de alimentación. La joven, que había caído en coma profundo por causas no
establecidas, siguió viviendo diez años más, hasta que en junio de 1985 murió de neumonía.
– En abril de 1986, la Corte de Apelaciones de California determinó que no era lícito que a Elizabeth
Bouvia, de 23 años y con los brazos y las piernas paralizados por una lesión cerebral, se la obligara a
alimentarse artificialmente. La mujer, que era alimentada contra su voluntad había exigido su derecho a
morir “dignamente”.
– En enero de 1987, otra solicitud parecida fue aceptada por un juez del estado de Colorado para un
paciente con parálisis total. El magistrado ordenó a un hospital que interrumpiera la alimentación
artificial de Héctor Rodas.
– En agosto de ese mismo año, un médico de la ciudad alemana de Baviera fue autorizado por un
tribunal local a suministrar a una joven de 27 años, que sufría de parálisis total del cuerpo, un veneno
mortal, como le había pedido.
– En septiembre de 1989, el juez Edward Johnson, del estado de Atlanta, dispuso que Larry James
Mcaffe, con todo el cuerpo paralizado e incapaz de respirar por su cuenta, fuera autorizado a detener el
pulmón artificial donde aquel se encontraba.
– En junio de 1990, la jueza del estado de Michigan, Alice Gilbert, prohibió el uso de la “máquina del
suicidio” que había inventado el doctor Jack Kevorkian, por encontrarla “contraria a la práctica médica
en estos casos”.
Diario Clarín, 26 de julio de 1990.
– En marzo de 1998, tapa de todos los diarios del mundo: un español parapléjico se envenenó delante
de una videocámara.
4. Tecnología, política y derechos humanos
– ¿Qué influencia han tenido en el siglo los avances técnicos sobre el comportamiento político? Pienso,
por ejemplo, en la influencia de las comunicaciones –radio y televisión– en el colapso del Este por la
evidencia de la brecha de desarrollo con el Occidente.
– En el muy largo plazo es indudable que la política está más influida por los científicos y sus
descubrimientos que por los generales o los hombres políticos. Pensemos, simplemente, en lo que
significó gente como Galileo o Darwin o Einstein para orientar los rumbos de la humanidad a largo plazo.
Pero en lo inmediato, estas influencias pueden ser menos evidentes. Sin embargo, es cierto que los
grandes avances técnicos de los últimos años del siglo XX parecen incrementar la influencia del avance
tecnológico de Occidente sobre la evolución política de todo el planeta. La revolución electrónica y de
las comunicaciones genera expectativas de pautas de vida que, invariablemente, toman como patrón lo
que es propio de las sociedades occidentales avanzadas. Es una de las razones principales por las
cuales el socialismo está muerto actualmente.
El avance tecnológico ha disminuido sensiblemente, además, la importancia de las fronteras nacionales.
Y no sólo por sus efectos benéficos, sino también por las consecuencias negativas del desarrollo
técnico: la contaminación y el deterioro del medio ambiente que se transforman en un problema
supranacional, como en el caso de las lluvias ácidas o las consecuencias de un accidente como el de
Chernobyl sobre la agricultura en Italia o en Noruega.
Por esta razón, creo que los avances obtenidos en la Comunidad Europea son el embrión de lo que
puede ser algún día, seguramente en el próximo siglo, una forma de integración mundial. Creo, eso sí,
que la velocidad de los acontecimientos que pueden producirse en la década del ‘90 será un verdadero
anticipo de lo que puede ser el siglo XXI.
La revolución científica de los ‘80 y los ‘90 nos promete así una segunda oportunidad de mejoramiento,
comparable a la que muchos imaginaban a fines del siglo XIX y deja atrás el temor que produjo; en la
mitad del siglo XX, el descubrimiento tecnológico del arma nuclear. Esta segunda oportunidad me hace
ver con esperanza lo que queda del siglo y el que vendrá.
Paul Johnson: Entrevista de German Sopeña en “La Nación”, 7 de enero de 1990.
5. La protección de datos personales: historias y dilemas
por: Juan Antonio TRAVIESO
Las historias siempre se repiten y los dilemas siempre son recurrentes. Veamos las historias cotidianas:
Suena el teléfono mientras se estaba bañando y es posible que se trate de un llamado que no admite
demora. Sale del baño dejando un reguero de gotas de agua. Sigue sonando el teléfono que pareciera
anunciar una urgencia impostergable. Luego de un resbalón, finalmente, atiende el teléfono. La sorpresa
no puede ser mayor: Una voz metálica y automática le ofrece un nuevo y conveniente plan de
vacaciones de invierno en la Antártida. Más tarde, lo previsible y casi en una mágica invocación, le
atribuye la culpa al mensajero y no al mensaje, mientras las gotas de agua siguen deslizándose por el
piso y por el teléfono colgado. Vuelve el silencio y surge la pregunta ineludible: ¿Dónde obtuvieron mi
número de teléfono?
Ésa es una parte de la historia. La otra, la más dramática se presenta cuando se manipula la
información llamada sensible, relacionada con datos médicos, políticos, ideológicos, sexuales, etc.
Por tanto, las preguntas acerca de la obtención del número de teléfono o con la difusión de la
información sensible que desencadenan estas historias cotidianas contienen el dilema de los datos
personales en la sociedad global de la información.
I. La Protección de datos personales en la Argentina
En la Argentina se ha establecido la protección de datos personales en tres escalones. Un primer
escalón está en la Constitución reformada en 1994 con la acción de habeas data (CN art. 43). Por medio
de la norma citada se establece que toda persona podrá interponer acción para tomar conocimiento de
los datos a ella referidos y de su finalidad que consten en registros o bancos de datos públicos o
privados destinados a proveer informes. Un segundo escalón está representado por la acción del
Congreso de la Nación que por medio de una ley nacional ha desarrollado los alcances de la disposición
constitucional aprobando la Ley 25326 en el año 2000. Por otra parte, el Poder Ejecutivo ha cumplido
con su obligación por medio de un Decreto que ha reglamentado la norma citada (Decreto 1558/01) y
también por otro Decreto, que designó al Director Nacional de Protección de Datos personales que es el
órgano de control de la ley, único en América Latina. Sobre esos escalones, construidos en algo más de
cinco años, se articula la actividad jurisdiccional con reciente y abundante jurisprudencia, por la que
además el Poder Judicial aplica los principios de protección de datos personales de manera eficaz,
desde la Corte Suprema de Justicia hasta los demás tribunales inferiores. En las provincias argentinas
se está produciendo un desarrollo similar.
De esta manera desde el poder constituyente, pasando por el Poder Legislativo, el Poder Ejecutivo y el
Judicial, se verifica la fortaleza de este proceso de cambio que significó en la Argentina concretar la
protección de datos personales como una convicción cristalizada, sedimentada, dinámica y compartida
en el estado de derecho.
II. Introducción al dilema
Las historias cotidianas son parte de la realidad, pero no toda la realidad. Los que atienden teléfonos
que suenan a horarios y en situaciones inoportunas, provenientes de empresas o personas a las que no
suministraron sus números, también tienen obsesiones que vinculan el presente y con el pasado.
Por eso, en pleno siglo XXI, con la globalización imperante, no debemos centralizar nuestro enfoque
sólo en historias cotidianas o el futuro. El punto es hacer pie en el pasado, sobre viejas historias que nos
llevan a los dilemas. Viejas historias que se inician en 1902 al comenzar una amistad, extrañamente
relacionadas con la actualidad. En ese marco quedará el dilema ético, muy lejos del ejemplo del teléfono
y que tiene como eje central a Max Brod, que traicionó la confianza, la intimidad y los datos personales
como más adelante veremos.
III. La globalización de la protección de datos personales
No es novedad que estamos en plena globalización y que los datos personales pasan de un continente
a otro con un solo ‘Enter’ de la computadora. El problema es que tipo de protección podemos y
debemos suministrar a las personas. La Constitución y las normas en la Argentina confieren un marco
eficaz para esa protección. Pero el mundo no se reduce a nuestro país y las fronteras son porosas. En
esta materia, en el tiempo de la interdependencia de los Estados que acentúa la autonomía para
proveer un marco general y universal de protección, se han dictado en la Unión Europea normas que
aseguran dos grandes esquemas con la protección equivalente y la protección adecuada. El
razonamiento, de manera simplificada, se expresa así: “Te mando los datos si eres confiable en el
estándar de protección de datos personales”. (Directiva 95/46/CE).
La Argentina ha demostrado que no cesa de trabajar aún en el marco de su situación actual y hace
pocos días ha obtenido el dictamen técnico que le permite ser calificada como país adecuado en el nivel
de protección de datos personales. Después de Canadá, nuestro país está a punto de convertirse en el
séptimo país del mundo en materia de protección de datos personales.
En estos días se informa que la Argentina está en los últimos lugares del ranking de competitividad. Sin
embargo, no todo es negativo: La Unión Europea ha resuelto fundadamente que la Argentina reúne, en
principio, las condiciones para asegurar un nivel adecuado de protección de datos personales. En otras
palabras significa que los estados de dicha unión confían en la Argentina a la hora de remitir datos
personales, y nos encontramos bajo el paraguas de una común protección de los derechos de las
personas en el nivel de dicho bloque. Cabe preguntarse si no se trata de un acontecimiento
sobresaliente que señala la punta del iceberg para la recuperación argentina.
Ese reconocimiento de carácter técnico ha sido el resultado de la acción conjunta de la inteligencia
argentina, encarnada en nuestros constituyentes de 1994, nuestros criticados legisladores y nuestro
Poder Ejecutivo a lo largo de gobiernos de diverso color político. Éste es un buen ejemplo para
desmentir que no podemos generar políticas de estado. Lo cierto es que podemos hacerlo y lo hemos
hecho.
La síntesis es que tenemos toda la arquitectura, y el hardware para dotar a nuestros habilitantes de una
defensa eficaz, para establecer una ciudadanía con una protección adecuada de sus datos personales.
Ahora es la etapa de generar el software, la letra chica favorable a las personas.
IV. Conclusiones
Por lo visto, hay un escenario nacional e internacional que se va consolidando también en el marco
institucional de la protección de datos personales. Estamos asistiendo al surgimiento de un nuevo
concepto, que implica que la libertad se defiende con el habeas corpus, la mayor parte de los derechos
con el amparo y se produce una natural extensión, específicamente respecto a los datos personales con
el habeas data que permite exigir la supresión, rectificación, confidencialidad o actualización de los
datos, y a título preventivo, proveer a la defensa mediante un órgano creado al efecto que consiste en la
Dirección Nacional de Protección de Datos Personales.
En lo internacional se advierte para los Estados la obligatoriedad de la protección de los datos en un
nivel transversal a cuya generación y efectivización estamos asistiendo, como obligados y protagonistas,
en una suerte de ingeniería popperiana, ya que mientras el avión vuela, se va construyendo.
Pero volvamos a los dilemas recurrentes del siglo pasado como lo prometimos al principio. Mientras
enunciamos la protección de datos personales como un objetivo estratégico que une lo económico con
los derechos humanos, recordemos a Max Brod, aquella persona que por incumplir el deseo del amigo
en su testamento, afectó los derechos a la intimidad y datos personales, violó la confianza. Hizo mal,
para hacer bien.
¿Quién tiene la calidad ética suficiente para juzgar si es más valiosa la obra de Kafka o su voluntad de
destruirla? Y en nuestro caso ¿Es más valiosa también la obra, o los datos personales y la intimidad?
Un litigio entre dos objetos culturales que hoy nos permite leer a Kafka. Un dilema que nos permitiría
defender con igual ímpetu la voluntad de Kafka de mantener su intimidad y destruir su obra, y la
voluntad equivalente de Max Brod de no hacerlo para bien de la humanidad.
Publicado en “La Nación”, 19 de noviembre de 2002.
B. LIBROS
Además de los citados en la obra en los demás capítulos hay algunos libros que destacamos; A Map
History of the Modern World de Brian Catchpole, (London, 1980) un delicioso volumen que combina la
historia con la geografía, dinamizando el conocimiento y, sobre todo, los resultados que han tenido lugar
como consecuencia de las políticas emprendidas por los Estados, todos los ensayos de Octavio Paz o
de Vargas Llosa; los de Popper; Aron, Kissinger, Las memorias y autobiografías de los protagonistas,
las de De Gaulle por ejemplo. Hay numerosas novelas: Asedio Preventivo de Heinrich B”ll, las de Milan
Kundera, las de Cortázar. La nueva temática que se presenta, plantea nuevos conflictos humanos que
los autores del siglo XXI, recién ahora están viviendo. Uno de los autores más adelantados en el planteo
de los nuevos conflictos es Umberto Eco, en obras como La estrategia de la Ilusión y en las amenas
notas que suele escribir para el diario La Nación de los días domingo (ejemplo: Autoerotismo informático
y fax ocupado). Por supuesto, en la materia netamente histórica, el libro de Paul Johnson, Tiempos
Modernos, tiene la virtud de abrir nuevos cauces para los hechos históricos, cuya interpretación se
puede o no compartir, pero siempre en esa ambivalente actitud no hay lugar para la indiferencia.
También hay enciclopedias como Crónica del Siglo XX de Plaza y Janés, Barcelona, 1986; Les clés de
l’histoire contemporaine 1789 a nos jours, Robert Laffont, París, 1988. Recomendamos ver los Informes
sobre desarrollo Humano, PNUD, 1997 y siguientes.
C. CINE
En los temas de este capítulo, el cine va adelante al analizar las cuestiones que forman parte de la vida
y superan cualquier planteo académico. Entre las numerosas películas que hemos visto, nuestra
sensibilidad se ha visto desbordada en: Grito de Libertad de Richard Attenborough; Mississippi en
llamas de Alan Parker; Brasil de Gillian; 1984 de Michael Anderson; Missing de Costa Gavras; Silkwood
de M. Nichols: Un hombre de multitud de Elia Kazan; La última ribera de S. Kramer; Danza con lobos de
Kevin Costner, El Francotirador de Michael Cimino, El beso de la mujer araña, de Héctor Babenco, El
sacrificio de A. Tarkovski; Salam Bombay! de Mira Nair; Beirut, últimas escenas de familia de Jennifer
Fox; Las alas del deseo de Win Wenders; Cosecha de odio de Euzhan Palcy; Esposas y concubinas de
Zhang Yimou y la siempre clásica: Sin novedad en el frente, dirigida por Lewis Milestone.
D. CARTA AL AUTOR
Desde una cárcel de EE.UU.
Al autor:
El tiempo de cárcel es oportuno para analizar las publicaciones sobre diversos temas. Me he
encontrado con su libro que contiene inexactitudes y deformaciones para con la raza negra. Como no
ignoro que Ud. volverá sobre el tema en otros capítulos de su libro tendencioso, me apresuro a contarle
la verdad antes que otros le digan lo que pasó.
A fines de marzo de 1968 compré en Alabama un fusil Remington 243. El 4 de abril de 1968, me
instalé en el motel Alabama, habitación 306. Esperé pacientemente y, al final apareció Luther King,
saludando a otros negros. Le aseguro que me temblaba el pulso de indignación. Me sobrepuse, pensé
en el perjuicio que sufrimos por él, y no dudé en apretar el gatillo.
Después de matarlo, y mientras conducía mi Mustang blanco, escuch por la radio que los negros,
como de costumbre, habían comenzado una semana de horror en EE.UU. Tardaron dos meses en
encontrarme y tuve muchos compatriotas que me felicitaron, pues yo había hecho lo que los demás no
se animaron. Reconozco que odio a los negros y también lo odio a Ud. En mi propio país han colocado
a Martin Luther King a la misma altura que Washington y Lincoln. El día del nacimiento de King es
feriado nacional. Es increíble, a veces me hubiera gustado haber nacido cinco siglos antes.
Lo único que le digo es que cada 4 de abril, duermo todo el día
God bless you, A pesar de sus errores, Ud es blanco.
James Earl Ray
CAPÍTULO VIII
LOS DERECHOS HUMANOS EN LA ARGENTINA
86. NOCIONES GENERALES
Los hechos que hemos seleccionado como paradigmas de los derechos humanos en el orden
universal se han reflejado en las historias domésticas de cada uno de los estados de la
comunidad internacional. Nadie ha podido soslayar las influencias y consecuencias de la
Revolución norteamericana, de la Revolución Francesa, de la Revolución Rusa, de Napoleón, la
Santa Alianza, el desarrollo del capitalismo o de la perestroika.
El mundo es cada día más una pequeña aldea planetaria y hay una especie de juego de
dominó, se producen hechos en cualquier lugar y de allí se encadenan otros casi infinitamente.
El mundo es una pequeña aldea en ambos sentidos, esto es, recibe influencias diversas y al
mismo tiempo interactúa con experiencias propias.
Paralelamente a la historia universal, hay otras historias mutuamente constructivas en materia
de los derechos humanos.
Junto con la historia universal de los derechos humanos y los sucesos globales, se han ido
produciendo pequeños y grandes adelantos a nivel interno, pequeñas y grandes luchas en los
sistemas jurídicos internos, especialmente en la etapa de la positivización.
Antes de la actual etapa de internacionalización, el paso fue la positivización, o sea, la
adopción doméstica de principios universales a menudo dotados de una gran abstracción. La
historia universal ha devorado las historias nacionales y, por tanto, hoy se le atribuye más
influencia a la revolución francesa que, por vía de ejemplo, a los procesos de positivización de
normas de derechos humanos en Filipinas, en Paraguay o Argentina. Parecería que las
historias de cada país son sub-historias dependientes subordinadas, y que en el plano interno
sólo han jugado los principios generales universales en versión local.
Sin embargo, ha sucedido lo contrario. ¿Quién puede atribuir a Ghandi un proyecto similar al
de la Revolución Francesa? ¿La doctrina de no violencia es producto de alguna tesis sustentada
universalmente?
La indeterminación de la historia hace, pues, que los resultados de cada proceso
frecuentemente se liberen de sus autores y las prácticas nacionales se transforman entonces en
universales, debido a que finalmente siempre son producto de la cultura de la humanidad.
Este criterio hace que sea imposible concebir a un norteamericano protestar hilando su propia
ropa, o marchando a buscar sal. Pero, igualmente, hace que sea viable que los norteamericanos
adopten la no violencia como método de acción política contra la discriminación, como lo hizo
Martin Luther King.
La conclusión es que hay historias internas que han significado puntos de inflexión en cada
país para el establecimiento de los derechos humanos. Un estado que respete los derechos
humanos es un estado que culturalmente ha pasado la prueba de fuego para su trascendencia.
Por lo tanto, los estados han recibido influencias universales, pero también han aportado su
cuota por el establecimiento y desarrollo de los derechos humanos. La internacionalización de
los derechos humanos no se hubiera producido si no hubiese existido una base nacional que le
diera sustento cultural.
La Argentina, pues, como país que ha surgido de la descolonización del siglo XIX, tiene hechos
concretos que la hacen partícipe también de la base cultural nacional para el establecimiento de
los derechos humanos en el siglo XXI. Todos esos hechos han significado sacrificios y
esfuerzos, dentro de las características generales de latinoamérica (ver Nº 70). Porque ésta es
una breve historia de los derechos humanos de la Argentina señalaremos los hechos, a modo
de un gran resumen, que a nuestro criterio han sido claves para su puesta en marcha.
La generalización de las historias universales produce cierta sensación de impunidad en los
autores, pues los particularismos tocan la piel sensible de hechos propios, que a veces tardan
mucho tiempo en cicatrizar. Por otra parte, en las historias nacionales se corre el riesgo de
enfoques ideológicos y de falta de neutralidad imposible de evitar. En las historias nacionales
locales, también se corre el riesgo de ahondar las divisiones, de colocar a unos enfrente de
otros y más que soluciones y sistemas, aportar nuevos problemas a los problemas. Hay certeza
también que ciertos hechos pequeños serán agrandados por el autor y otros grandes se
empequeñecerán, y por tanto, cada uno se irá colocando como juez de los hechos, y llevará al
historiador al tribunal, en la seguridad de que es un cadalso.
Por encima de todos esos riesgos prometidos existe la certeza de las simplificaciones y, por
tanto, el objetivo que proponemos es delinear un mapa señalando los grandes pasos que
comunican los espacios entre sí y con el mundo. Ese mapa tendrá seguras omisiones y acentos
que pueden o no compartirse desde 1810 hasta el siglo XXI, dentro de un nuevo enfoque del
conocimiento que se tiene de la historia, sobre la base de pensar que la Argentina no es el
ombligo del universo, ni el fin del mundo, al Sur.
87. LOS ESCENARIOS POLÍTICOS DE ARGENTINA: 1810-1833
Desde el momento que Argentina comienza a ser Argentina se plantean los dos escenarios
históricos constantes para los derechos humanos: el liberalismo y las fuerzas contrarias a él,
hasta los más extremos nacionalismos.
Las primeras épocas de 1810 enfrentaron un conflicto similar al de los jacobinos y montañeses
de la Revolución Francesa. En todas las historias, siempre hay dos velocidades para atacar los
problemas, la de los paralíticos que no desean ningún cambio y la de los epilépticos, que no
conciben cambio alguno que no sea por vía del cataclismo.
Sobre las bases de la estructura colonial española, con todas sus virtudes y defectos, los
gobiernos propios autodeterminados comenzaron a reconocer los derechos humanos a partir
de 1810.
Hay gran cantidad de evidencias de ese propósito, y es imposible pasar revista de todas las
realizaciones, aunque entre ellas destacamos el Decreto del Primer Triunvirato del 26 de
octubre de 1811, que referido a la libertad de imprenta afirmaba que: “Tan natural como el
pensamiento le es al hombre la facultad de comunicar sus ideas”. Al mes siguiente, en el
decreto sobre seguridad individual se establecía que “Todo ciudadano tiene un derecho
sagrado a la protección de su vida y de su honor, de su libertad y de sus propiedades”.
El grado de abstracción de estas declaraciones era el mismo que el de la Declaración de
Derechos del Hombre de Francia, pues el trato con los demás componentes de la sociedad,
indios, negros, mulatos, mestizos o gauchos, distaba de ser juridizado, esto es sometido a
normas y de acuerdo con criterios de igualdad. (Ver Nº 21).
Durante el período que se extiende desde 1810 hasta Rosas, se va consolidando la división
vertical entre criollos de primera y de segunda y la división horizontal entre derecha e
izquierda, todo ello matizado con los medios habituales de ejercer el poder de las decisiones a
través de la tortura por el cepo y otros medios. (Ver Torturas, suplicios y otras violencias, Ricardo
Rodríguez Molas, Todo es Historia, mayo de 1988, Nº 192, Buenos Aires).
La derecha eran los caudillos y la izquierda eran en general los porteños de Buenos Aires, que
además eran unitarios, y mutuamente los dos grupos encerraban en sí mismos contradicciones
diversas.
Los años que siguieron a la Revolución de Mayo tuvieron dos notas características: por una
parte, la lucha contra los españoles para consolidar la independencia y, por la otra, una vez
lograda ésta, la lucha por imponer el poder personal por parte de los criollos
autodeterminados.
El período de anarquía no se diferenció del que sufrió Inglaterra en su etapa fundacional y que
le llevó cerca de cuatrocientos años, no se diferenció del de Francia, que desde la Revolución
Francesa en adelante supo lo que era el péndulo no entre personas sino entre sistemas
contrapuestos: república, monarquía, imperio, república y vuelta a empezar.
En Argentina se fue consolidando una mentalidad del poder, ejercido desde cúpulas y en
coincidencia entre los dos grupos en pugna, pues éstos en ningún caso se plantearon objetivos
de derechos humanos que no pasaran más allá de las formulaciones abstractas, en la
grandilocuencia de declaraciones y normas para que, en definitiva, y en la primera posta, al
cambiar caballos, cambiaban normas que no se cumplían y que en los hechos era como escribir
con la mano y borrar con el codo.
La historia de Argentina no fue una historia rosa, de igual forma que todas las historias, y sus
protagonistas, con sus aciertos y errores consolidaron los elementos básicos para constituir el
estado nacional: población, territorio, gobierno propio e independencia.
Sin embargo, en todo momento, el plan fue contrapuesto y no se produjo la solución del
conflicto hasta después de 1860. Esa solución fue costosa como la norteamericana, aunque
menos drástica que la primera. Ambas fueron guerras civiles que desgarraron al estado y lo
pusieron en riesgo de supervivencia.
Argentina entre 1835 y 1853 paradójicamente consolidó el poder de Rosas en lo interno y, por
otro, lado fue creando una especie de cultura del destierro en Chile y Uruguay.
88. LOS DERECHOS HUMANOS Y ROSAS
En 1989, pocos años antes de clausurar el siglo, el gobierno argentino ha decidido repatriar los
restos de Juan Manuel de Rosas. Las fotografías de ese día tienen escenarios capitalinos
vestidos de a caballo: una especie de carrera de sortijas en la Avenida 9 de julio, la más ancha
del mundo. Los chicos que sostenían banderitas no sabían quién había sido Rosas, qué había
hecho a favor de la Argentina, ni cuáles fueron sus sueños para el país. Los hombres de a
caballo pusieron las mejores cintas celestes y blancas para adornar lo que consideraban un
festejo, mientras gran parte de la población meditaba sobre las consecuencias de la vuelta de
Rosas, como si un fantasma hubiera llegado de vuelta de Inglaterra.
La Argentina está acostumbrada a exilios y retornos. Casi toda la historia es una serie
continuada de exilios y de críticas en las historias oficiales, que dejan de serlo a veces antes de
que amarilleen sus hojas.
Hay una vertiente sentimental que hace que los exilios tengan una carga negativa y los
retornos, aunque sean de sólo cien días, son positivos. También está el hecho de la muerte y su
carga trágica, que con el retorno hace menor la tragedia.
La Argentina ha desarrollado una historia del exilio y casi es posible seguir la historia de los
derechos humanos a través de los destierros cotidianos de unos y otros. Desde Mariano
Moreno y su último viaje al exilio, parecería que se confirma la tesis de Foucault, de que
siempre la máxima pena fue el destierro.
La suerte de los exilios no tuvo réprobos ni elegidos y estableció que todos por igual, sean de la
vertiente ideológica que fueran, terminarían sus días fuera del país. Hay toda una cultura de
extramuros, incluso en el tango que exalta nostalgias de los que se fueron a París, extrañando a
la lejana Buenos Aires, como en el Exilio de Gardel.
San Martín fue una especie de exiliado y es probable que desde Bruselas o Roma, extrañara al
no se qué de la Argentina. Igual que Alberdi, Sarmiento o incluso Ricardo Rojas con un
destierro dentro de la patria, en la lejana Ushuaia, punto más austral del mundo. Gardel ha
quedado congelado en el avión en llamas de Medellín y Borges también se ha autoexiliado en
su muerte, al disponer su reposo en Ginebra.
Los destierros tienen retornos que han sido frecuentes, casi cotidianos en la Argentina.
Asumiendo los riesgos de la brevedad por la simplificación, Rosas ejerció el poder sin respetar
los derechos humanos, de acuerdo con el “standard” de la época, que por supuesto no es el
actual. A mediados del siglo XIX, no puede afirmarse que en las naciones “civilizadas”, lo
normal era el respeto por los derechos humanos. Inglaterra, Francia, los dispersos reinos de
Alemania, Austria-Hungría, etc., no se destacaron por los derechos humanos, y plantearon el
desarrollo económico sin medir las consecuencias sociales. En EE.UU. la discriminación de
negros e indios era moneda corriente, y recién hacia fines del siglo XIX se llegó a abolir la
esclavitud (Ver Nº 40, 44, 75, 76).
Para pintar la época, un personaje: José María Paz. Representa la época y en su persona resume
lo argentino desde la otra vereda de Rosas. Paz era un hombre que en los momentos de su
máximo poder se cruzó en su camino con una boleadora que lo llevó a la prisión por el término
de ocho años sin proceso, ni leyes que lo justificaran, salvo los caprichos del mandamás o del
Restaurador de las Leyes, como le gustaba a Rosas que lo llamaran. La prisión de Paz lo hace
un paradigma en la resistencia contra Rosas: una prisión total que hizo que su casamiento se
celebrara en el calabozo. Desde ese mismo calabozo, Paz refiere las torturas y “el infernal ruido
que hacían los golpes del látigo, y... la algazara de los ejecutores”.
Era un tiempo de salvajes de todos los colores, desde el rojo punzó al celeste unitario. Todos
compartían un sentimiento mutuo de que el adversario era enemigo y los resentimientos
recíprocos iban creando una cadena de acciones y reacciones, venganzas de familia
prolongadas de generación en generación. Cuando hoy se habla de libanización se puede
entender lo que pasaba en la Argentina de esa época.
Entretanto, la pretendida restauración de las leyes era una anomia de éstas, y la arbitrariedad
era cosa de todos los días. Hay abundante bibliografía de todos los extremos desde Sarmiento
hasta Julio Irazusta, desde Romero hasta Fermín Chávez, que aseguran desde arcos ideológicos
diversos, que los argentinos no tenían seguridad en su vida, propiedad ni futuro.
Sin embargo, el tiempo borra muchas cicatrices, y Rosas volvió a la Argentina: ¿Un regreso sin
gloria?
89. EL DESTIERRO, CASEROS. LA CONSTITUCIÓN DE 1853/1860.
EL RETORNO
Los dictadores caen por su propia voluntad. Rosas colaboró mucho en su caída, pues Urquiza
tuvo mucho que ver con él, pero tanto va el cántaro a la fuente, que se rompe. Al final, los
opositores eran más que los rosistas, y el elemento cuantitativo jugó en contra, o en el mismo
lenguaje de Rosas, se le dio vuelta la taba y la suerte terminó.
Un balance de tiempo siempre es útil: ocupar casi un cuarto de siglo de la historia es
demasiado, para violar derechos; aunque suele ser poco para construir la sociedad.
A veces los dictadores caen por su propia voluntad, producto de los años, no de gobierno, sino
de vida. Otras veces instrumentos insólitos acompañan las historias menudas: una silla puso
punto final a una dictadura y unas boleadoras pusieron fuera del destino, al que pudo generar
el día después de Rosas. Esos medios hoy parecen ingenuos, la tecnología no cree en la fuerza
del tiempo y confía más en la dinamita de los terroristas.
Rosas emprendió el destierro hacia el Reino Unido, con el que pocos años antes había estado
en guerra, y cambió de escenario: la campiña inglesa, una pequeña chacra, con pocas visitas.
Alberdi lo visitó y comienza el relato con una deliciosa expresión: “Anoche conocí a Rosas”.
Alberdi fue para protestar por la típica metodología de procesar al vencido, “sin
discernimiento y derecho”, reconociendo que se sentía menos receloso hacia Rosas por “su
actitud respetuosa a la nación y a su gobierno nacional”.
Alberdi efectuó cinco entrevistas ilustres: San Martín, Napoleón III, Pío IX, la reina Victoria y
Rosas. En épocas de corrupción es buena la afirmación de Rosas referida por Alberdi que “no
había sacado plata de Buenos Aires”. Según Alberdi, en época de procesos sumarios, las
ejecuciones, pueden considerarse hechos políticos dentro de la guerra civil.
Luego de la caída de Rosas surgió el interrogante de todos los ascensos al poder: ¿Qué hacer?
Alberdi se había preocupado del qué hacer, y de acuerdo con la filosofía de la época había
formulado su propuesta en “Las Bases”, que tenían como capítulo esencial la declaración de
derechos y garantías, de lo que iba a ser la Constitución de 1853.
Allí estaba todo previsto para la Argentina en un plan aún vigente: la manera de insertarse en
el mundo, la política de población, la organización del territorio, el establecimiento del
gobierno propio, enmarcado en objetivos sociales, políticos y económicos, dentro de la
autodeterminación. El planteo previo de la Constitución parecería recordar que para cumplir
con todos los objetivos propuestos, previamente había que cumplir con una base de derechos y
garantías.
Desde el punto de vista jurídico se estaba produciendo la positivización interna, respondiendo
a objetivos propios, pero también respondiendo a la ola constitucionalista que recorría el
mundo entero de un extremo a otro. Se ponía en marcha, institucionalmente, el estado
argentino.
Todas las revoluciones devoran a sus hijos. Caseros, la reorganización nacional y los años
posteriores a 1853, fueron años de un desdoblamiento nacional, esto es dos gobiernos para dos
países, uno de ellos el de la Provincia de Buenos Aires, siempre resistente a la integración y, el
otro, el del resto del país siempre favorable de alguna manera a la integración y al federalismo.
Cada gobierno acreditaba sus embajadores y es lógico suponer la confusión de los extranjeros
ante esta dualidad. Cada gobierno, asimismo, tenía su parlamento, uno en Entre Ríos y otro en
Buenos Aires, que competían en su actividad legisferante duplicada.
Algún día debía terminar y Pavón puso el punto final con el predominio de Bartolomé Mitre,
que supo ejercer el poder dentro de una situación de disgregación nacional. Mitre encaró el
futuro antes que el canibalismo político se apoderara de todo.
Durante la época posterior a Pavón, y hasta la guerra con Paraguay, Mitre desarrolló una
actitud contraria a la que sus seguidores pretendían. En lugar de producir la secesión que
hubiera sellado el destino de una Argentina pobre y otra rica, puso en marcha una acción dura
y eficaz para producir la integración nacional.
Casi podría compararse a Mitre con Bismark en esa etapa, pues se propuso integrar a la nación
a toda costa, y la fuerza fue uno de los principales argumentos empleados. La fuerza era la
misma que empleaban ambos bandos en pugna, no había buenos ni malos en esa historia de
desencuentros. Se colocaba el fin antes que los medios, con intervenciones provinciales que
más que actos jurídicos institucionales, eran patentes de libre saqueo. Ése fue el panorama que
se vivió, prolongación de la guerra civil, con características similares a la norteamericana, sin el
elemento romántico de la abolición de la esclavitud, que cien años después, aún permanece
inconcluso en el plano de la integración racial.
La Argentina, pues, comenzó a armar sus instituciones y del marco del desorden entró
lentamente en la estructura de un estado en formación, con una justicia con tribunales más o
menos orgánicos, con un parlamento elegido en forma no democrática, y con atisbos de
régimen republicano.
Mitre pudo hacer lo mismo que Rosas, esto es, permanecer en el poder por años y no producir
cambio alguno. Tenía poder suficiente para asumir la quietud de las siestas provincianas de los
poderosos mandamás latinoamericanos, mezcla de paternalismo y dureza. Sin embargo, Mitre
eligió la parte más complicada de la historia, que es la de ser protagonista, la de asumir costos
políticos e históricos. La historia universal tiene hombres de esa estirpe, con sus virtudes y
defectos, que ante el desafío obran con respuestas precisas.
Los De Gaulle, los Adenauer, los Sarmiento, que no tuvieron miedo de que sus generaciones
los tuvieran por locos, pues trabajaban para otra época. ¿Qué decir del abrazo de De Gaulle y
Adenauer por el que terminaba la guerra en Europa? ¿Qué decir, pues, de Mitre, que pudiendo
elegir la comodidad de la componenda optó por el camino de la construcción.
¿Qué decir de Mitre en la Guerra del Paraguay? ¿Hubo un pacto con los brasileños para
desgajar Paraguay? ¿El Mariscal Solano López había invadido Argentina? ¿La no declaración
de Guerra al Paraguay de hecho significaba la guerra contra Brasil? Hay muchos interrogantes,
pues el costo de la guerra contra Paraguay fue alto, como el de todas las guerras, agravado por
el conflicto entre pueblos que tienen más puntos de unión que de ruptura.
Mientras la Constitución de 1853/1860 hacía sus primeros pasos, pronto la guerra contra
Paraguay colocó toda la fuerza dedicada a ese único propósito y no a la institucionalización. Se
producía una vez más, el cumplimiento de aquel corolario, que dice que la violación de los
derechos humanos en lo interno, precede a la guerra internacional.
La guerra internacional, pues, ocupó largos años de Argentina y al final, ya no se sabía porqué
luchar.
Sarmiento, presidente después de Mitre, se encontró con las consecuencias de la guerra. Había
perdido un hijo en la guerra y no estaba dispuesto a perder el futuro. Era más importante
hacer cosas en Argentina que hacer la guerra, aún con éxito.
La guerra, al final, terminó como todas las guerras, y todavía resuena el equívoco sentido de
que la victoria no da derechos. La guerra terminó y Argentina fue victoriosa en el plano
territorial, pero no en el material. Faltaba todo para establecer la república moderna, eficiente y
ordenada, tal como lo había soñado Sarmiento, el “loco” Sarmiento, cuando recorría el mundo
y sacaba apuntes de cómo adaptar esto o aquello de Francia o EE.UU., para Argentina. Como
un mensaje póstumo, Sarmiento, también murió en una suerte de exilio, precisamente en
Asunción del Paraguay, el mismo país que en la guerra le había arrebatado un hijo.
El destino del exilio también lo afectó a Sarmiento, un “loco” genial que al fin de cuentas se
encontró con el mismo fin que Rosas, que no fue loco ni genial para Argentina.
Los retornos borran las huellas del pasado y a través del vidrio oscuro del tiempo las siluetas
de las acciones se desdibujan, y lo bueno parece no tan bueno, y lo malo no tan malo.
90. LA CRISIS DE 1890 Y LA SALIDA DE LA CRISIS
Después de Sarmiento, Avellaneda continuó con la institucionalización de la Argentina. Una
de las frases predilectas de Avellaneda era que “nada hay superior a la Nación que la Nación
misma”, y con base en esa frase, muchas veces, se colocó a los hombres atrás de los intereses de
la nación, cuando la nación es la suma de las personas, y el estado es, como afirmaba Malraux,
la inteligencia de la nación personificada. La frase, bien lograda y ejecutada por Avellaneda,
luego se gastó, al ser esgrimida como argumento y entrar en la grandilocuencia de medio siglo
después.
La Argentina se iba institucionalizando, pero no encontraba su camino. En 1890, la crisis se
presentó con toda su fuerza, y se hizo necesario que alguien asumiera el temporal de los
intereses encontrados: del sálvese quien pueda de la inflación y deflación, de los ricos de un
día para otro y de la especulación, muchas veces en contra de la Argentina.
Se ha dicho que una nación es el lugar donde se nace, con indiscutibles raíces, y también que
un país no es sólo un paisaje. Hubo muchos argentinos que consideraron a la Argentina como
parte de un paisaje, prólogo de otros paisajes más gratificantes, como los de París, Londres, o
Ginebra. Otros argentinos, como Pellegrini, asumieron los riesgos del futuro y encararon un
duro programa de rápida institucionalización y estabilización.
La democracia de la Argentina en esa época era inexistente, y la democratización no era un
objetivo de la clase dirigente. El objetivo fue mejorar las finanzas y estabilizar la economía con
un plan económico durísimo, que no debía estar sujeto a ninguna limitación. En esa época se
sancionó una ley de residencia por la que se expulsaba a todos los extranjeros que fueran
obstáculos de ese proceso. Había detenciones arbitrarias, y aplicación también arbitraria de la
ley de residencia, que contrariamente a su nombre, destruía el derecho a residir.
La Argentina estrenó el siglo XX con la continuación del estado de sitio, y las arbitrariedades
estaban a la orden del día, en Buenos Aires y en el interior, agravándose en muchos casos la
ferocidad con la distancia.
El plan económico debía tener éxito a toda costa y los que se le opusieran, de alguna manera,
se oponían a la Argentina misma.
Los obreros de aquella época intentaban defenderse con un derecho de huelga, apenas
esbozado, con componentes socialistas y anarquistas. La actitud de los obreros, radicalizada,
era contestada por otros grupos igualmente radicalizados que estaban cerca del poder y que a
la sombra oficial, producían enfrentamientos entre conservadores, por una parte, y obreros
primitivamente sindicalizados, fuertemente socialistas y libertarios.
Hay que tener en cuenta que los conservadores eran conservadores con muy poco liberalismo
en sus estructuras, y los grupos obreros radicalizados, también tenían fuertes componentes
anarquistas.
Toda esa época respondía a la ola de Europa: de la Europa de la revuelta de París de mediados
de siglo, la Europa contestataria de fines de siglo, que también hacía una crítica al maquinismo,
mezclando propuestas políticas ultras, con justas reivindicaciones: respeto de la jornada de
trabajo, pago en moneda y no en especie, etc.
Todos los planteos, reactualizaban si realmente había algo superior a la nación que la nación
misma, y aunque algunos veían que algo no estaba andando bien, eligieron el principio de que
el fin justifica los medios, fomentando una cultura cómplice que no reaccionaba o lo hacía
tarde y mal.
Mientras sucedía todo eso, la exportación crecía pero la democracia no existía; y los
componentes mínimamente liberales de las clases dirigentes, pronosticaban que todo estaba
por cambiar.
También en la Argentina, había nuevos participantes: inmigrantes europeos. Con ellos, el
conservadorismo, utilizaba una política francamente represiva; pero respondiendo a sus
componentes, liberales y a una estrategia eficaz, planteaba una ley de educación pública,
gratuita y laica, que como el Caballo de Troya, tarde o temprano produciría, lógicamente el
cambio.
Es probable que la llamada “Generación del 80", previera lo que iba a pasar; y eso ha hecho,
que a esa generación se la conozca más por sus realizaciones, que por los excesos con que se
justificaban, diciendo que no había nada superior a la nación, que la nación misma.
91. LA PAZ Y ADMINISTRACIÓN
La política argentina tuvo en Roca uno de sus más paradigmáticos exponentes. A diferencia de
Paine, jamás se le hubiera ocurrido construir un puente colgante, ni participar del calor
exaltado de Lafayette o del disturbio creador de Mirabeau. Cuando Roca se refería a la paz y
administración era, por supuesto, a su exclusiva medida y óptica, de la misma manera que la
“pax romana”, era paz, siempre y cuando su protagonismo pasara por ese escenario.
En los años noventa, previos al final del siglo XIX, la Argentina también conservó su clásica
dicotomía, con nuevos componentes de la acción. Comienzan a aparecer grupos de izquierda,
que llegan a celebrar el 1º de mayo por primera vez. Por otra parte, la juventud aparece
reclamando un espacio político, con una mezcla de romanticismo y activismo muy propio de la
época. Lo nuevo era la participación de sectores sociales que consideraban la política como
algo ajeno, nuevos integrantes de clases medias y algunos sectores de clases altas, que
consideraban que no se podía seguir sin representatividad popular y con corrupción. El
régimen se hallaba desprestigiado y la paz y administración era anomia y corrupción durante
Juárez Celman, con la sombra de Roca, el gran elector que vio a su delfín fuera de cauce.
Roca había visto fracasar su proyecto de controlar a Juárez Celman y los nuevos protagonistas
sociales veían la inminencia de los cambios. Roca, cultivaba el principio de que los enemigos
de mis enemigos son mis propios amigos, y por tanto, la revolución de 1890, se desarrolló sin
poder concebir que éste careciera de información o posibilidad de cortarla de raíz a su estilo.
La revolución de 1890 tuvo nuevos componentes sociales, un nuevo escenario más urbano y
objetivos claros en cuanto a los derechos humanos y la organización del estado. La revolución
de 1890 fracasó y el movimiento fue sofocado, pero a partir de allí, los grupos derrotados no
cejarían en su empeño para obtener el establecimiento del principio de la soberanía popular.
Comenzó en la Argentina la organización de los partidos políticos de una manera más
orgánica y alejada de las estructuras del poder militar. Era esencial para establecer el principio
de la soberanía popular que la base fueran los partidos políticos. Ya existía el Partido
Autonomista Nacional, la Unión Cívica ya había dado sus primeros pasos y la Unión Cívica
Radical nacía como partido político.
El crecimiento de los partidos no fue trivial, pues, los partidos que no detentaban el poder
debieron luchar por obtener transparencia en las elecciones y en especial el principio “un
hombre, un voto”. Ese principio, que parece hoy tan natural, a fines del siglo XX se negaba en
Sudáfrica, y a fines del siglo XIX, era la base de las luchas políticas.
El objetivo estratégico de los partidos que no se hallaban en el ejercicio del poder era el
establecimiento de la representatividad popular con transparencia. Por el contrario, el de los
que ejercían el poder era continuar con su ejercicio y los manipuleos de política criolla.
Entretanto, y prácticamente hasta después de 1910, Roca fue por acción o por omisión uno de
los principales protagonistas, ejerciendo el poder directamente o por medio de presiones o
intermediarios.
La historia argentina, como casi todas las historias, tiene grandes desencuentros, y Roca es uno
de ellos, de la misma manera que Jackson en EE.UU. Ambos, Jackson y Roca, tuvieron mucho
que ver no sólo en la gran política, sino en las políticas, consideradas pequeñas en la época, con
respecto a los indios. Uno y otro emplearon soluciones más o menos drásticas y sangrientas,
que aún hoy tienen sus apologistas y detractores. Algunos autores como Lugones consideran
que Roca hizo lo que debía hacer con los indios, que estaban maloneando y se debía cortar por
lo sano. Otros autores condenan la acción del Roca militar, en contra de los indios,
salvajemente masacrados.
Lugones no pudo terminar su historia de Roca. ¿Se suicidó porque estaba harto de falsificar los
hechos? ¿En la soledad de su cuarto del recreo del Tigre habrá considerado que los ídolos
tienen pies de barro? Luna terminó la historia de Roca, que lo desnuda en la fragilidad humana
comprendiendo que el hilo argumental corría por otro lado, de la misma manera que Lugones
no hubiera hablado de los indios cuando le explicaba a Roca los bajorrelieves del Arco de
Triunfo, en L’Etoile, en un París de fin de siglo con la lámpara eléctrica ya inventada y el
Pensador de Rodín ya esculpido.
Fuera de las culpas de unos u otros, sistema fácil para escapar al bulto, es evidente que además
de los hechos expuestos, suficientes para un juicio negativo, Roca actuó como un tapón para el
ejercicio de la voluntad popular a través del voto. Es el clásico principio de que la gente no está
preparada, que no es el momento oportuno y que con los años los derechos se irán
estableciendo gradualmente. Mientras tanto, el tiempo pasa, y los poderosos monopolizan el
poder y se hacen más poderosos, los débiles más débiles y el voto cuanto más tarde mejor.
No vamos a negar que esta historia tiene dos problemas fundamentales. Uno de ellos, que
como todas las historias resalta aspectos interesadamente y deja otros librados al lector. El
segundo problema es su brevedad, que no deja que los propios protagonistas esbocen sus
defensas, haciendo del tribunal de la historia, un fusilamiento.
Por tal motivo hay que salir al rescate de Roca en tres grandes realizaciones base del progreso
y de los derechos humanos: la ley de educación pública, gratuita y laica; la ley de matrimonio
civil y la integración territorial de la Argentina, sin derramamientos de sangre.
El mundo no se reforma con leyes, pero la influencia de las leyes de Educación y de
Matrimonio civil tuvieron un efecto táctico, dentro de la estrategia general para el
establecimiento de la democracia y los derechos humanos. El otro vértice de este triángulo que
sirvió de base a la incipiente democracia fue haber logrado la integración territorial de la
Argentina, sin conflictos. La solución de los conflictos limítrofes con Chile, con Paraguay, y con
Brasil convencen que el proyecto de Roca no fue sólo un proyecto personal.
Tiene razón Félix Luna al salir al rescate de este hombre, paradigma de una época
contradictoria, con flancos para la crítica y flancos para la justificación quedando siempre la
idea que pudo hacer lo mismo, de mejor manera para el país y en menos tiempo, asegurando
los derechos humanos.
92. LA SOBERANÍA POPULAR. YRIGOYEN
La época de Roca fue época de revoluciones. No había, prácticamente joven, que no hubiera
participado por lo menos en una de ellas. Las revoluciones producían muertos y presos, que
pendularmente eran sometidos a leyes de amnistía. Las leyes de perdón transformaban a los
revolucionarios presos en redimidos y volvían a conspirar en una suerte de constante vuelta,
sin que los que podían hacerlo se decidieran a cortar el nudo gordiano: el voto y la soberanía
popular.
Finalmente, bajo la presidencia de Roque Sáenz Peña, recién en 1912, se aprobó la ley de
elecciones, con voto universal, obligatorio y secreto. Roque Sáenz Peña representaba al espíritu
de la época. Había luchado en la guerra entre Chile y Perú a favor de Perú en 1879, y también
había participado en la primera reunión de Washington en 1889, en los principios de la pugna
contra el panamericanismo protagónico de EE.UU. Se dice que durante las deliberaciones,
Roque Sáenz Peña y Quintana se paseaban por Washington mientras sesionaba la conferencia,
en repudio hacia los EE.UU.
La primera elección la ganó el candidato de la Unión Cívica Radical, Hipólito Yrigoyen junto
con Pelagio Luna, designados por el voto popular para el período 1916-1922. Los primeros dos
años de presidencia abarcaron los dos últimos años de la Primera Guerra Mundial, en los que
la Argentina planteó su neutralidad.
Durante esa época también se llevó a cabo la revolución rusa y la abdicación del Kaiser
Guillermo II luego de la derrota en la guerra. Fue una época caracterizada por la catarata
ininterrumpida desencadenante de hechos, casi similares a los de fines del siglo XX, aunque
distintos; unos eran hechos de una historia que empezaba, diferentes de los de fines del siglo
XX que parecen señalar el fin de una historia de caracteres trágicos. (Ver Introducción de esta
obra).
Yrigoyen tuvo a su cargo lo más duro de todos los gobiernos: la transición de un régimen a
otro. Tenía con los integrantes de los gobiernos anteriores, diferencias y similitudes, aunque
pertenecía a la misma clase social. Era diferente porque su base era esencialmente popular, era
representativo y había surgido por la voluntad popular. Era similar, en sus notas criollas de
caudillo, dotado de un extraño universalismo, con una heterodoxia de principios filosóficos de
Krause, con cierto misticismo personal. A diferencia de los demás caudillos, no gustaba de las
grandes reuniones, no era buen orador y redactaba de una manera que aún hoy despierta
curiosidad, debido a un estilo, que no se sabe si era deliberadamente oscuro o pretendía dejar
puntos suspensivos en las palabras. Además de la transición de un sistema a otro, de un
sistema autocrático a uno representativo y democrático, Yrigoyen debió enfrentar situaciones
internacionales atípicas para la Argentina. En esa lucha, las definiciones fueron categóricas:
“Los hombres son sagrados para los hombres y los pueblos sagrados para los pueblos”, síntesis
de derechos humanos difícil de superar.
Yrigoyen buscó el poder, pero a diferencia de otros políticos, su base estaba esencialmente en
la gente, pues protagonizaba algo distinto, en especial la aplicación del principio del mandato
representativo y la preocupación por lo económico social. Yrigoyen no era considerado distinto
a la gente que lo votó. Sus votantes lo consideraban un igual, y sus seguidores dentro de la
mejor tradición latinoamericana hicieron de sus medias palabras signos inescrutables de
talento político.
Parte de la sociedad argentina consideró que había ingresado en la política una nueva clase de
hombres, “la chusma”, que en sus connotaciones discriminatorias planteaba dos mundos
distintos, casi irreconciliables.
Desde 1916 hasta 1929, los gobiernos que se sucedieron constitucionalmente fueron del mismo
signo político y produjeron un cambio sustancial cualitativo en los hábitos políticos argentinos
de fines del siglo XIX.
Yrigoyen concluyó su mandato con el crecimiento de la clase trabajadora y una nueva
conciencia de su existencia y derechos. Ese crecimiento, pues, se reflejó en intentos de
promoción para el establecimiento de una legislación laboral que por falta de mayorías
parlamentarias no pudo concretarse del todo.
Por otra parte, los obreros comenzaron a tomar conciencia de su poder e hicieron huelgas para
reclamar mejoras, dentro de un clima en el que no faltaron aportes anarquistas. El resultado
fue la llamada Semana Trágica, en 1919, con choques sangrientos con la policía y el ejército.
Más adelante se produjo una huelga portuaria que obligó a deportar a sus organizadores.
Pocos años antes, el impulso democratizador pasó por los claustros, y a través de la Reforma
Universitaria de 1918 produjo un cambio inusitado en las relaciones entre alumnos y
profesores, al establecer un ámbito inédito de cogobierno entre los miembros de la comunidad
universitaria.
Yrigoyen produjo el cambio necesario para establecer los derechos humanos en la Argentina,
esto es, puso en marcha un gobierno democrático, el primero de la historia.
Siempre las transiciones se pagan caras y el gobierno de Yrigoyen, cuyo objetivo estratégico era
“un hombre, un voto”, no pudo consolidar la situación económica social necesaria para afirmar
la democracia. Su sucesor, Marcelo T. de Alvear, tuvo a su cargo el proceso de modernización
dentro de la democracia establecida por Yrigoyen. El primero tuvo que pagar el precio de las
transiciones, y el segundo, una vez establecida la democracia, pasó a recorrer los caminos
necesarios del progreso.
La Argentina de los años veinte, dentro del primer cuarto del siglo XX, se caracterizó por un
progreso extraordinario en materia económica. Había democracia con crecimiento económico.
Según algunos autores parecía que nunca se iba a detener el progreso y Argentina estaba
cumpliendo el sueño de grandeza que durante años se había pregonado.
93. LA RUPTURA DE LA LEGITIMIDAD
Terminado el gobierno de Alvear fue reelecto Yrigoyen dentro de una Argentina distinta a la
de principios de siglo, en un mundo diferente. Para afirmar la democracia establecida era
necesario provocar el cambio económico y continuar el desarrollo, esto es, seguir el impulso de
Alvear.
Yrigoyen tenía 77 años con otros objetivos y velocidades distintas a las de Alvear y con otra
realidad internacional. La crisis económica internacional golpeó fuerte en Argentina, mientras
la clásica división por sectores, derecha e izquierda, o más precisamente ultra derecha y
sectores democráticos se hacía cada día más patente.
Soplaban vientos de fascismo, de nazismo y de corporativismo. En todo el mundo se veían
noticiarios que mostraban a Hitler y Mussolini recibiendo el apoyo popular, mientras
circulaban los ecos de la ineficiencia de la clase dirigente, su falta de interpretación de lo que
quería el pueblo y en algunos casos su indiferencia, dentro de sospechas no probadas de
corrupción. Era difícil ver al presidente Yrigoyen, de vida austera, y según algunos cronistas
de la época, para solicitar audiencia, había que hablar con un lustrabotas.
La falta de alternativas, la propaganda, y la falta de espíritu democrático, hicieron que los
rumores, los microclimas, los chismes fueran entrando en círculos cada día más amplios.
Todos los días se contaban los hechos más disparatados y absurdos sobre la forma cerrada y
personal de gobierno de Yrigoyen. Diariamente se hacía referencia a rasputines de palacio,
monjes negros, que presumiblemente tenían los controles de la voluntad del presidente y, por
tanto, de todo el gobierno.
Mientras sucedía todo eso, en el ejército también se formaban dos bandos y uno de ellos
planteaba como solución la de cortar por lo sano, esto es, producir un golpe militar. Hay dos
detalles que hay que tener en cuenta en todo este proceso: uno de ellos ha sido la
simplificación de responsabilizar sólo a los militares por la ruptura del orden constitucional; y
el otro detalle consiste en afirmar que en 1930, todo estaba en orden, que el gobierno era
excelente, y las críticas tendenciosas producto de una absoluta falta de difusión de los logros
del gobierno.
Junto con los militares había civiles que participaban de la ruptura del orden constitucional, y
en el bando contrario había también civiles que no defendían a la democracia sino sólo su
propio bolsillo y conveniencias, ganadas al calor del oficialismo. Era necesario producir
cambios, y el gobierno no los hizo. Los militares creyeron que ellos podían acelerar esos
cambios, eliminando la democracia, forma de gobierno obstaculizadora para, según ellos,
tomar decisiones y actuar con rapidez.
Junto con los civiles, auténticamente democráticos, había un nuevo grupo social, que al calor
de los favoritismos, había crecido y en alguna medida ejercían el poder provocando excesos,
que fomentaban las críticas al sistema y no a las personas.
El resultado fue que a partir de 1930, por errores de todos, por error de la sociedad en su
conjunto, aunque con responsabilidades de cúpula agravadas, se cortó de raíz la democracia
argentina y se perdió la gran oportunidad de hacer de Argentina un gran país en lo político,
económico y social. Se desaprovecharon las ventajas comparativas de Argentina, y se
emprendió un viaje sin retorno, dejándose llevar por el vértigo de las revoluciones que sólo
tienen de revoluciones el nombre, y cuyo objetivo no es otro que detener reaccionariamente
todos los cambios y producir la marcha atrás, hacia la anti-historia.
El año 1930 fue nefasto para los derechos humanos que se habían conseguido hasta el
momento, en especial, el derecho de votar. A partir de ese momento, la historia de la Argentina
y de la violación de los derechos humanos siguieron un mismo rumbo, para concretarse al final
como está escrito: la guerra interna preludio de la guerra internacional, las violaciones de
derechos humanos en lo interno, antesala de las violaciones de derechos humanos en la guerra
internacional.
Desde 1930 hasta 1982, año de los episodios de las Malvinas, había pasado medio siglo de
desencuentros y finalmente se cumplió, lo que todos sabían que iba a suceder.
La revolución de 1930 guarda fotos amarillentas que muestran a algunos civiles festejando
jubilosamente el fin de la “pesadilla radical”, el fin de la democracia. Recorrer esas fotos tiene
el mismo valor patético de los pasajeros de los trenes a los campos de concentración, felices
porque salían del infierno. Esas fotos son iguales a las de los boxeadores, que cuando más le
pegan, sonríen con una mueca más de dolor que de placer.
Esas fotos fueron las primeras imágenes del naufragio: La Argentina había cancelado su
pasaporte al mundo de la libertad y del progreso; la Argentina se hundía como el Titanic, con
todas sus luces encendidas.
94. LA ARGENTINA Y LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL.
LA CRISIS INTERAMERICANA
Mientras en el mundo las relaciones internacionales producían la desaceleración y el retroceso
de la historia; en la Argentina también se producían los retrocesos de las propias historias.
Está fresco el recuerdo de aquel inmigrante que orgulloso obtuvo su carta de ciudadanía y el
día de las elecciones, después de 1930, muy vestido a lo dominguero de esos años se presentó
en el comicio para estrenar democracia y libreta de enrolamiento. Con cierta emoción entró al
cuarto oscuro, llevaba en su bolsillo la boleta por la que iba a votar, para no equivocarse, pues
leía con gran dificultad. Después de tomar el sobre, sintió que una voz salía de adentro de un
ropero, instándole a tomar la boleta de la derecha, mientras el cañón de un revólver indicaba
donde se hallaba la derecha. Una vez que salió del cuarto oscuro, se presentó ante las
autoridades del comicio para quejarse, mientras un hombre con aspecto de matón, le entregó
su flamante libreta con las clásicas palabras: “ya votó” y un sello que acreditaba que así había
sucedido. A empujones, un policía lo sacó del lugar, mientras los integrantes de la mesa
electoral se quejaban de esos inmigrantes ignorantes que no sabían cómo se votaba en
Argentina.
Está fresco el recuerdo de las fotos de los caudillos de la provincia de Buenos Aires, orgullosos
ante una montaña de libretas de enrolamiento. El gobierno de turno había hecho una parodia
de democracia, en la que sólo los muertos expresaban su voluntad.
Mientras sucedía esto, en América y en el mundo estaba produciéndose un cambio que por
supuesto repercutió en una crisis interamericana que se extiende hasta el presente, con
recíprocas influencias, caracterizadas fundamentalmente en la falta de democracia.
Los fundamentos de la crisis interamericana tienen antecedentes históricos recientes
vinculados con el desarrollo de la protección internacional de los derechos humanos en
América. Argentina es parte esencial de esos hechos constructivos (Ver nº 70).
En Argentina la inestabilidad política posterior a 1930 es causa de un rumbo errático que se
agudizó durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Por diversos factores se reiteró la
división ideológica de la sociedad como en la Primera Guerra. En esa época, en Argentina, la
legitimidad del poder y la coherencia política fueron suficientes para mantener y defender la
neutralidad.
Entre 1939 y 1943, de facto o ilegítimamente, en Argentina se suceden las presidencias de
Castillo, Rawson y Ramírez (junio de 1943). EE.UU. presionaba a través del secretario Hull,
para la ruptura de relaciones diplomáticas con el Eje (Berlín, Roma, Tokio). Sin definiciones se
convoca al Sr. Armour, embajador de EE.UU. en Buenos Aires, con el objeto de replantear las
relaciones con Argentina.
El ministro de RR.EE. de Argentina, Alte. Storni, en nota dirigida al secretario Hull complica la
cuestión, agudizada con la reacción de éste último (5/8/1943). El general Alberto Gilbert
sucede a Storni, pero la situación no tiene variantes hasta fines de ese año, persistiendo la
división ideológica entre aliadófilos y germanófilos.
En diciembre de 1943 y ante la presunción de la intervención argentina en el derrocamiento del
Gobierno pro aliado boliviano, los hechos se aceleran.
Finalmente, el 26 de enero de 1944, la Argentina rompió relaciones diplomáticas con Alemania
y Japón. Fue el último país de América Latina que lo hizo, en un marco de rivalidades
ideológicas y presiones exteriores.
Estos hechos, pues, reconocen causas internas y externas. Las primeras provienen de las
características del Gobierno argentino de esa época, sin legitimidad, de facto, dependiente de
grupos que detentaban el poder, y sujeto a influencias diferentes.
Las causas externas, según algunos autores, se fundamentan entre otras en la aquiescencia
británica con la neutralidad argentina. Existen informes del embajador norteamericano en
Argentina, Sr. Armour, que ratifican esa opinión. Hay que tener en cuenta también que en
agosto de 1944, el gobierno militar argentino firmó el mayor convenio de venta de carnes de
toda la historia: 1.500.000 toneladas. Cordell Hull insistía ante los británicos para que éstos
presionaran sobre Argentina, para que declarara la guerra. Estos últimos decidieron no
presionar, pues dependían del abastecimiento de carnes argentinas en la guerra. Petersen cita
un ilustrativo editorial del Manchester Guardian: “El tipo argentino de fascismo nos gusta tan
poco como al Sr. Cordell Hull, pero nosotros también preferimos la carne vacuna argentina a la
carne de cerdo norteamericana” (Churchill- 30 de septiembre de 1944).
Poco tiempo después, el primer ministro Churchill en la Cámara de los Comunes al referirse a
la Argentina destacó que ésta había optado para “coquetear con el mal, y no sólo con el mal
sino con el lado del perdedor”.
El último convenio de venta de carnes a los británicos vencía el 30 de octubre de 1944 y el
resultado de la guerra se inclinaba favorablemente a los aliados. El círculo se cerraba y motivó
la iniciativa diplomática argentina, calificada como “contragolpe bien concebido a un sector
inesperado”: la solicitud de convocatoria de una reunión de ministros de Relaciones Exteriores
a la Junta de Gobierno de la Unión Panamericana con el objeto de tratar las desinteligencias
entre Argentina y los demás Estados americanos".
La acción se desarrolló a partir de entonces en dos escenarios: Chapultepec y San Francisco.
El sucesor de Cordell Hull en la Secretaría de Estado norteamericana fue Edward Stettinius.
Éste y el subsecretario para Asuntos Americanos, Nelson Rockefeller, no tenían criterio
formado sobre qué hacer ante la solicitud argentina. Según Petersen, la solución fue tratar el
problema argentino sin permitir que sus delegados lo llevaran al ámbito de una conferencia en
pleno. Con el apoyo de dirigentes latinoamericanos, pues, se fue gestando la reunión de la
Conferencia. El 8 de enero de 1945 se fijó el programa, sin considerarse la cuestión planteada
por Argentina. La Conferencia discutiría sólo sobre los problemas de la guerra y la paz. Por
tanto, Argentina fue excluida de las deliberaciones y sus representantes abandonaron las
sesiones de la Unión Panamericana.
La Conferencia se realizó en Chapultepec (México) del 21 de febrero al 8 de marzo de 1945, y
aunque la Argentina no participó, se dice que hubo un “entendimiento secreto” entre los
gobiernos argentino y norteamericano consistente en la aceptación argentina de las medidas
que se acordaran (Ver nº 70).
95. LOS DERECHOS HUMANOS Y PERÓN
El número tres se repite en la historia: por tres veces San Pedro negó a Cristo, que también
resucitó al tercer día. Se dice popularmente que la tercera vez es la última y también que no
hay dos sin tres. Así pasó con Juan Domingo Perón, que ocupó tres veces la presidencia de
Argentina, en una época ambivalente para los derechos humanos, pues se produjeron grandes
progresos en la materia, pero al mismo tiempo, se acentuaron contradicciones que estaban en
germen y que los gobiernos desde 1930 en adelante habían profundizado.
Antes de Perón parecía que a nadie le había interesado mayormente los derechos sociales.
Yrigoyen había planteado varias leyes que no pudieron aprobarse por falta de mayorías
parlamentarias, y antes Joaquín V. González, el riojano de Mis Montañas, había propuesto un
código del trabajo. También la realidad había cambiado, pues las industrias generaron un
nuevo tipo de trabajador, distinto al trabajador rural que mayoritariamente integraba el país.
Otro hecho destacable es que a partir de 1930 el espacio de lo estatal fue creciendo
gradualmente al principio y sin interrupciones después, ocupando grandes sectores,
produciendo por tanto una confusión entre lo público y lo privado, casi como en la época de
Rosas. La Argentina no tenía industrias y el estado debía ser motor para generar el proceso de
industrialización que requería la sociedad y el mundo. Junto a las fábricas fue creciendo una
nueva clase de obreros, la mayoría de los cuales sólo conocía el ámbito cerrado de sus
provincias y de pronto se encontró que en la capital, en Buenos Aires, podía encontrar su
futuro. Carecían de leyes protectoras de sus derechos, y en la mayoría de los casos carecían
también de medios de subsistencia. Algunos de ellos no sabían que era el agua caliente, ni los
cepillos de dientes. Perón se encontró con esa realidad, con un estado acumulador de riquezas
y se planteó su rápida distribución. Es rigurosamente cierto, que Perón generó un proceso de
redistribución de la riqueza, que pasó de unas manos a otras con rapidez, y en pocos años se
montó una infraestructura sindical que le sirvió de apoyatura política.
Bajo los principios de soberanía política, independencia económica y justicia social, se fue
estatizando cada día más la sociedad, al punto que lo público y lo privado se hallaba en una
zona gris, mientras se nacionalizaba el Banco Central se adquirían los ferrocarriles y el censo
arrojó que la población de Argentina era de algo más de dieciséis millones de habitantes.
El advenimiento de Perón a la política argentina reconoce múltiples razones de índole política,
económica, social, psicológica y emocional. Perón reunía toda la capacidad de los criollos, toda
su viveza, tal como lo relatara Sarmiento de Facundo Quiroga, que conocía de memoria la
psicología del gaucho. Perón sumaba esas condiciones a una sólida preparación militar y
quizás una cierta admiración a Mussolini, antecedente que compartía con gran parte de los
argentinos.
Desde el punto de vista de los derechos humanos, el gobierno de Perón fue adquiriendo día a
día un mayor personalismo con ciertos toques de demagogia populista, con grandes
concentraciones que a la usanza de Italia, Alemania o Rusia, servían para que el líder
carismático efectuara mensajes que la masa adquiría como verdades incontestables.
Lo cierto fue que Perón descubrió que la justicia social era una asignatura pendiente de la
Argentina y decidió monopolizar esa bandera políticamente.
De nuevo se constituyeron dos bandos en la sociedad: los trabajadores representados por
Perón que gustaba que lo llamaran el primero de ellos, y por otra parte, los que estaban en
contra de ese proyecto, en especial los estudiantes y los miembros de los demás partidos, que
en realidad carecían de un proyecto que contemplara la justicia social. Los partidos políticos
argentinos, luego de Perón, debieron actualizar sus plataformas para contemplar la justicia
social, pero ya era tarde, pues esa bandera era de Perón.
El gobierno de Perón fue un gobierno caracterizado por la difusión organizada desde el
Estado, con slogans que contraponían en forma deformada, antítesis irreconciliables que
hacían que estar en contra de Perón, podía significar que se estaba en contra de la patria.
Braden o Perón, Alpargatas si, libros no; una consigna era continuada con otra y el país se
convirtió en una gran empresa redistribuidora, sin establecer las bases para hacerse cargo del
futuro. Los intelectuales tuvieron su cuota de responsabilidad, pues ignoraron desde sus
castillos de marfil que la justicia social era una parte de los derechos humanos.
¿Perón creía en la justicia social? ¿Perón utilizó la justicia social para su política
exclusivamente? Hay muchas respuestas, pues a partir de 1945, la sociedad muy proclive a las
divisiones, nuevamente se dividió en peronistas y antiperonistas.
Según Johnson, a mediados de 1951, la economía argentina se hallaba descalabrada, la fiesta
terminaba y la distribución debía también terminar. Pocos años antes se había nacionalizado
las telecomunicaciones, el gas, la electricidad, el transporte aéreo, la siderurgia, los seguros,
mientras el Estado, también se dedicaba a monopolizar las exportaciones a través de un
organismo de exportación. Una vez que el estado comienza a crecer, es como un cáncer,
imposible o muy difícil de extirpar, pues nuevos agentes se encapsulan para su protección:
intereses económicos de proveedores, empresarios oficiales y empleados públicos.
La fiesta había terminado y había que cambiar el eje de la política. Perón, sin reservas
económicas y con inflación, comenzó un período de excesos durante el cual la democracia sólo
se reservaba para el aspecto formal de votar en las elecciones. Perón era una formidable
máquina electoral, y de la misma manera que en Alemania, el pueblo apoyaba sus
requerimientos.
Comenzó una persecución feroz, sistema de delaciones, torturas, (que en realidad habían
continuado desde la época de la colonia), destrucción de la Corte Suprema de Justicia, incendio
de dos iglesias joyas, de la arquitectura colonial, incendio del Jockey Club y destrucción de su
biblioteca considerada en el mundo entero. Prácticamente, la sociedad argentina se enfrentó y
se polarizó en dos tendencias: peronistas vs. antiperonistas, y unos y otros, se consideraban
enemigos a muerte.
A partir de ese momento, todo lo que se diga en un sentido o en otro, puede calificarse y
rotularse como peronista o antiperonista. Los peronistas conservan su carácter emocional,
popular, con raigambre nacional; los antiperonistas, también conservan los mismos rasgos. Lo
más dramático fue que la sociedad no planteó alternativas para hallar una salida a la crisis.
Permitir el rescate de lo positivo que Perón había planteado en materia de justicia social,
replantear la presencia omnipotente del estado, racionalizar los gastos públicos, liberalizar la
mordaza periodística dentro de un régimen de libertad. En esa época, quizás la síntesis de esos
propósitos era también la consigna: “ni vencedores, ni vencidos, que a poco demostró que era
sólo eso: una consigna”.
Lo más grave fue que los gobiernos que se sucedieron, en mayor o en menor medida, no
solucionaron los problemas de fondo, no redimensionaron el estado, no atendieron a las
prioridades en materia de educación, salud, justicia y seguridad con justicia y eso le hizo
reconocer irónicamente a Perón, que el gobierno suyo había sido malo, pero los que lo
continuaron fueron peores.
Perón ha sido un verdadero paradigma de la verdadera Argentina, con virtudes, errores,
capacidades excepcionales que hacen que en el exterior siempre se destaquen los argentinos
individualmente y con esa falta de solidaridad organizativa y de unidad, que hace que todo
sea difícil, cuando no imposible.
Un medio fácil sería hacer como Lugones aunque menos trágicamente, pues esta etapa de la
historia de los derechos humanos fue el comienzo de tolerar injusticias y por ese camino,
cometerlas. Lugones no pudo terminar la historia de Roca, y la historia de Perón no terminó.
Desde su caída por la revolución, se agudizaron las contradicciones, y el pueblo o gran parte
de él, se mantuvo fiel al liderazgo que había protagonizado. Desde 1955 se profundizaron las
divisiones, y se acentuaron los nuevos caminos que el mismo Perón no negaba, que la violencia
de arriba provoca la violencia de abajo.
A partir de allí, quizás coincidiendo con una ola universal de violencia, Argentina comenzó a
vivir nuevos episodios a los que no se hallaba acostumbrada. Había violencia protagonizada
por el estado, por los particulares y prácticamente toda la sociedad se embarcó en un clima en
el que la mera discusión de ideas colocaba dos bandos de enemigos en los que uno debía
eliminar al otro.
En ese marco se gestó el regreso de Perón, varias veces frustrado, pero al final se ubicó en una
casa de las afueras de Buenos Aires, con el delirio y apoyo de parte del pueblo que no había
olvidado lo bueno y había olvidado lo malo de su gobierno, por medio de la acción de los
gobiernos posteriores.
Todas las violencias son negativas para la sociedad, no existe progreso por medio de la
violencia, por la muerte y destrucción como lo querían Sorel y Lenin. La Argentina entró
rápidamente en la violencia y jóvenes, especialmente de clases medias y altas, plantearon la
reforma de la sociedad por la boca de sus fusiles.
La violencia de los montoneros, del Ejército Revolucionario del Pueblo, de grupos trotskistas y
fundamentalistas de uno y otro signo, enlutaron a la Argentina, que bañada en sangre de unos
y otros, parecía un campo de batalla. Eran frecuentes los atentados a miembros de las fuerzas
armadas, de la policía, y las pruebas de fuego que consistían en obtener la pistola
reglamentaria de un policía, sin importar a qué costo.
La misma violencia, rápidamente engendró sus apologistas y organizadores, dentro del estado
y fuera de él, con grupos paramilitares y parapoliciales, que agudizaban la contradicción de un
estado, que sólo funcionaba en sus aspectos formales.
En tanto, la lucha por el poder, era un capítulo de la violencia en el que triunfaba el más
violento, el que controlaba los pasillos del poder, los rasputines y monjes negros, llegaron a ser
dueños de la república.
96. LA ARGENTINA Y LA REALIDAD INTERNACIONAL.
DESPUÉS DE 1945
¿Cuáles son los datos de la realidad argentina después de 1945? ¿Cómo se produce su
inserción en Latinoamérica y el mundo?
En primer lugar, el factor geográfico en la Argentina identifica un país de amplia superficie
con miles de kilómetros de litoral marítimo y límites fluviales y orográficos extensos, que se
ligan estrechamente con el factor demográfico. Una desigual distribución de la población
genera centros de alta densidad, contrapuestos a superficies casi deshabitadas.
El conflicto y la realidad internacional tienen su reflejo en la situación argentina y
latinoamericana. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, ese conflicto ha tenido distintos picos
de intensidad en los que cada potencia ha retenido, expandido o perdido áreas de influencia.
En esa época, los análisis políticos y estratégicos de EE.UU. verificaban la Europa destruida de
la postguerra y el incesante avance de la URSS en esa zona. La lucha entre Mao Tse Tung y
Chiang-Kai-Shek se presentaba indefinida, mientras América Latina era secundaria en los
intereses estratégicos. La principal preocupación de EE.UU. era no afectar ese eje subalterno de
prioridades para no alterar sus relaciones esenciales.
Un capítulo de esa historia es la venta de armas a América Latina con sus crónicos
inconvenientes. Ciertos grupos políticos norteamericanos proponían la estandarización de
armas y equipos militares, posición ésta que fracasó por el rechazo de algunos parlamentarios.
Esos fueron los albores de la Doctrina de Seguridad Continental, cuyo principal resorte era el
Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca.
Después de 1951, muchos países de América Latina tomaron parte en el diseño del Plan
Maestro de Defensa del Hemisferio Norteamericano. La herramienta era la Junta
Interamericana de Defensa que, planificando, privilegiaba el eje EE.UU.-Brasil en la seguridad
continental.
Los sistemas de solución de controversias y seguridad colectiva, establecidos en la Carta de las
Naciones Unidas, en la mayoría de los casos dieron respuestas retóricas a problemas concretos.
Es evidente que el Consejo de Seguridad ha demostrado una creciente insuficiencia y las
Naciones Unidas no han cumplido con las aspiraciones de sus fundadores.
Éstos y otros elementos inconvenientes determinaron que entre 1949 y 1955 se suscribieran
varios tratados de Seguridad Colectiva: la Organización del Tratado del Atlántico Norte
(OTAN-1949); el ANZUS en el Pacífico (1951); el SEATO en el Sudeste asiático (1954); el Pacto de
Bagdad, luego CENTO (1955) y por último, el 23 de octubre de 1954, se dispone la
remilitarización de Alemania y su adhesión a la OTAN.
El bloque bajo la hegemonía de la URSS replicó a la OTAN con el Tratado de Amistad,
Cooperación y Ayuda, conocido como Pacto de Varsovia, prorrogado recientemente por veinte
años más, y actualmente sobrellevando una de sus crisis más profundas, la de su desaparición.
A partir de 1955, con bloques bien definidos, EE.UU. comienza a valorar la cooperación militar
con América Latina. Los instrumentos jurídicos fueron los acuerdos bilaterales suscriptos por
casi todos los gobiernos latinoamericanos, con excepción de México y Argentina.
Desde 1958 cambia la concepción estratégica de seguridad de EE.UU. Varios hechos influyeron
en ese cambio. Anotamos las guerras revolucionarias de Ho-chi-Minh y Giap; y en América
Latina, la revolución cubana de Fidel Castro.
Esas características especiales de orden táctico son las que impulsan a EE.UU. a cambiar la
doctrina de seguridad y durante la presidencia de Kennedy se concibe la integración de
seguridad interna y desarrollo; de contrainsurgencia y acción cívica.
La organización militar, según EE.UU., se fundamenta sobre la base de unidades dotadas de
gran movilidad con equipo bélico liviano. Intelectualmente se basa en el enfoque global de
situaciones diametralmente distintas, dadas sus propias notas geográficas, económicas,
históricas y esencialmente culturales.
Hubo algunas propuestas de EE.UU.: creación de una fuerza interamericana de paz, dar
impulso a la OEA y dentro de ella establecer como órgano a la Junta Interamericana de
Defensa. Todas esas ideas estaban vinculadas con el eje seguridad-desarrollo y también se
establecían diferencias entre gobiernos autoritarios y totalitarios.
La defensa nacional, fundamentada en una doctrina extranjera, se dirigía a la seguridad
interna de los países de América Latina. Lejos de buscar en la legitimidad democrática el
camino para cimentar la seguridad del estado, se intentó la falacia de colocar el orden por
encima de los demás bienes públicos. En muchos casos, la seguridad nacional era sólo la del
gobierno de turno y no la del estado.
Las finalidades sociales, políticas y culturales, etc. del estado se subordinaban a los intereses
del gobierno, que en los errores de su ejercicio ilícito sólo generaba divisiones feudales
antitéticas y antinómicas en la sociedad, y aparecieron extremismos de distinto signo. La
concepción militar estratégica continental de EE.UU. se estructuró mediante la acción
diplomática, en la Junta Interamericana de Defensa, en el TIAR y en la OEA.
La Argentina fue evitando las presiones hasta fines de 1966, en que con la Ley 16.970, dictada
bajo el Gobierno de facto del General Onganía, se puso en acción la llamada doctrina de la
seguridad y desarrollo.
Barreras y componentes ideológicos de subversión, guerrilla y terrorismo, crearon un ambiente
enrarecido, en el que la defensa exterior se subordinaba exclusivamente a los intereses de la
potencia hegemónica de la región y en los del Gobierno de turno.
En un marco de confusión generalizado, el estado y el gobierno se confundieron, en beneficio
de este último, con el lógico debilitamiento de las fuerzas de la sociedad.
Por tanto, la situación nacional e internacional tendieron de varias maneras a hacer de los
derechos humanos el sector más olvidado, el punto menos exigido por la sociedad para
posibilitar los cambios.
Desde allí en adelante, los grupos que ocuparon el poder y los que pugnaron para ocuparlo
hicieron todo lo posible para destruirse mutuamente, los unos imponiendo un programa en el
que sólo creían en los beneficios personales que obtenían; los otros en un proyecto igualmente
alejado de la realidad y también con una confusión entre el patrimonio de la organización
delictiva y el de sus integrantes, esto es, se utilizaba el secuestro y la extorsión como arma
política, y luego los ingresos de esas actividades se utilizaban en provecho propio de las
cúpulas dirigentes: una especie de privatización del extremismo.
Llegó un momento que el caos se había adueñado de la Argentina. Perón que había utilizado a
los grupos de ultraizquierda, partidarios de la lucha armada, debió tomar distancia de ellos,
dentro de un estado de salud que se agravaba día a día ignorándose quién ejercía el poder
desde las sombras. Perón murió y lo sucedió su esposa, la vicepresidente, María Estela
Martínez de Perón, bautizada “Isabel”, por el mismo Perón.
Desde el poder se estableció una caza de brujas, aún no dilucidada totalmente, con grupos
parapoliciales y paramilitares que ajustaban cuentas en raídos sangrientos, que a su vez
producían acciones de respuesta en los grupos atacados.
Todos los días se producían atentados con bombas, colocadas en cualquier lugar, lo que
producía la sensación de inseguridad absoluta.
El estado argentino se hallaba al borde del abismo y la sociedad en lugar de optar por las
soluciones institucionales, se dejó llevar por la salida habitual: el golpe de estado.
Otro nuevo régimen militar se había adueñado del poder, repitiendo el ciclo iniciado en 1930,
continuado en 1943, 1955, 1962 y 1966.
Arturo Frondizi y Arturo Illia habían conocido el golpe de estado que producía la crisis de la
legitimidad y lo que es más grave, el pueblo permanecía indiferente considerando que todo lo
que pasaba, sucedía en otra parte y no en su país. Años después, todos se lamentaban del
golpe al presidente Illia, modelo de honestidad y de respeto por los derechos humanos.
Sin embargo, el mundo había cambiado, pues desde 1945, en pleno ámbito de las Naciones
Unidas, el tema de los derechos humanos, y su internacionalización calaron hondo y a partir
de allí también la tecnología jugó su rol protagónico.
En la década de los sesenta, la televisión comenzó a entrar en todas las casas y por más que se
insistía en aplicar cosméticos a la realidad, ésta se presentó tal cual era, primero en tiempo
diferido y más adelante en tiempo real.
La imagen de un solitario estudiante parando a toda una columna de tanques en la plaza de
Tiananmen ha tenido más efecto que cien tratados de derechos humanos. La televisión en
argentina comenzó a desnudar la realidad.
97. LA ARGENTINA ENTRE 1976 Y 1983
Quedó demostrado que los experimentos ordenancistas fracasaron entre 1930 y 1983. A
medida que nuevos golpes militares se iban agregando, se iban profundizando los signos de la
decadencia argentina, caracterizada por inestabilidad política y estancamiento económico. La
sociedad civil prestó apoyo a los experimentos militares, quizás porque la educación siempre
insistió en las soluciones de mano fuerte.
El último proceso militar, el que abarca el período desde 1976 hasta 1983, fue el que más
agudizó la crisis entre la sociedad y el estado. A diferencia de los golpes anteriores, ni siquiera
intentó denominarse revolución prefiriendo ser un proceso, cuyos ingredientes fueron la
economía y la represión.
Las Fuerzas Armadas de la Argentina pretendieron recrear el estado con un papel protagónico,
que en los hechos ya estaba en marcha desde 1930. Los nuevos datos de la realidad fueron la
violencia interior y la guerra exterior. A diferencia de los demás, el último proceso fue,
precisamente, el más militar de todos.
El proceso de reorganización nacional trató de hallar nuevos objetivos, se redujo la sociedad, se
desarmaron las instituciones políticas e incluso las corporativas. Se llegó al límite, que un
novillo valía menos que un par de zapatos y los obreros redujeron su participación del 54% del
PBI en 1974 al 30% en 1976. Los mismos empresarios que colaboraron en la campaña
desestabilizadora de Isabel Perón fueron las primeras víctimas; dentro de un proceso militar
que en una crisis secular, se presentaba limitado a la disciplina, sin encontrar la salida en un
país cada día más achicado.
La violencia encarada por el proceso militar se caracterizó por excesos de todo orden en un
marco generalizado de violación de los derechos humanos, junto con corrupción en las cúpulas
del poder.
La violación de los derechos humanos de los militares era contestada por otras violaciones
igualmente perversas por parte de los grupos subversivos que se proponían en algunos casos,
adquirir el carácter de comunidad beligerante con control de territorios, como el caso de la
Provincia de Tucumán, cuyas primeras operaciones de represión comenzaron durante el
gobierno constitucional de Isabel Perón.
En marzo de 1981, el General Videla fue reemplazado por el General Viola, que decía que no
estaba para liquidar el proceso sino para continuarlo. Entretanto, el General Galtieri preparaba
el golpe en el golpe, asegurando que el error era que los procesos militares concluían en
elecciones.
¿Qué sucedía con la oposición a este proyecto? Hacia fines de 1970, la clase política se agrupó
coincidiendo objetivos en la denominada “Hora del pueblo”, que rubricó sus principios con el
abrazo de Perón y Balbín, jefe de la Unión Cívica Radical y principal adversario político de
Perón. En la época del proceso, los partidos políticos argentinos se agruparon en la
Multipartidaria, al coincidir en sus objetivos el radicalismo, el justicialismo, desarrollismo,
intransigentes y demócratas cristianos. La muerte de Balbín luego de la convocatoria, significó
un retroceso para ese proyecto, aunque la democracia como sistema en esa época carecía de
fuerza convocante.
Mientras tanto, el poder militar se hallaba en una crisis propia dentro de la crisis económica,
con precariedad en sus reacciones políticas e incluso contradictorio en sus propios recambios.
El argumento de la lucha contra la guerrilla y la subversión también había perdido fuerza,
pues el combate había terminado. El general Viola sufrió una extraña enfermedad que produjo
su retiro al Hospital militar Central y de allí a su casa, mientras que el poder militar se
centralizaba en el General Galtieri. Para esa época, ya habían comenzado a corroerse los
cimientos del proceso, que incluso en su interior no conseguía consensos para la toma de
decisiones.
¿Qué pasaba con los derechos humanos? Los derechos humanos no se respetaban en la
Argentina e internacionalmente, el ejemplo más notorio de esos incumplimientos estaba
representado por la Argentina, que combatía con la subversión marxista, pero al mismo
tiempo paradojalmente, no dudaba en desbloquear la venta de trigo a la Unión Soviética,
dentro de un pragmatismo insólito.
Varias personalidades del mundo de la cultura efectuaban denuncias sobre los sucesos de la
Argentina, centros de detención clandestinos, desaparición de personas, incluso de personas
que estaban fuera de la lucha contra la subversión, establecimientos de zonas libres para que
las fuerzas militares o policiales pudieron actuar sin limitaciones, torturas y vejámenes,
saqueos y botines de guerra, ejecuciones sumarias sin el más mínimo procedimiento para
tiempo de guerra.
La gran mayoría del pueblo argentino vivía el Campeonato Mundial de Fútbol de l978 y
desconocía lo que estaba pasando, mientras iban creciendo los rumores, muchas veces
confirmados de excesos, muertos y crímenes.
Un toque de atención se produjo cuando el gobierno autorizó a la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos para que realizara una inspección en la Argentina y, una larga fila de
damnificados se presentó a denunciar la desaparición de personas y otros delitos.
El gobierno militar había planteado la situación como un combate sin limitaciones, como un
objetivo a cumplir, produciendo en los cuadros militares, órdenes incontrarrestables que
colocaban al objetor en situación de traición a la patria.
El 30 de marzo de 1982 se reprimió duramente una manifestación de la Confederación General
de Trabajadores y el 2 de abril, se desencadenó la cuestión Malvinas, un tema muy sensible
para el trajinado espíritu de los argentinos. De la noche a la mañana, los mismos policías que
habían reprimido la manifestación eran aplaudidos por una nueva manifestación de apoyo al
secular conflicto con los ingleses por las Islas Malvinas.
En breve tiempo, los militares, luego de la ocupación militar de Malvinas, recuperaron el poder
político, involucrando a la clase política en la reivindicación. Era imposible ceder a la
racionalidad, todo aquel que no apoyara esas acciones, era un traidor a la patria.
Los hechos que sucedieron luego del 14 de junio, de la derrota argentina, eran lógicos, pero
nadie los quiso admitir, y el derrumbe de los militares se agudizó mezclado con el fracaso
económico, la descomposición del poder, la feudalización, la no inserción internacional, causas
que pueden resumirse, en falta de legitimidad y violación de los derechos humanos.
La fragmentación en sectores antagónicos precede a la desintegración, al abandono de los
intereses nacionales y a la indefensión. El ejemplo del Líbano es elocuente, con división de
grupos separados por intolerancia religiosa, más el componente de la situación palestino-
israelí, todo ello con la cuota de razón que fundamenta las aspiraciones de cada parte.
Los sucesos de Argentina son conocidos por todos y con razón algunos se preguntan: ¿Cuál
hubiera sido el resultado encarando el conflicto con un razonable equilibrio de fines y medios,
asegurando el principio de conservación del estado y limitándolo por el de la integridad
humana?
98. LA DEMOCRACIA Y LOS DERECHOS HUMANOS
EN LA ARGENTINA
En poco menos de ocho años, la Argentina había pasado por la violencia interna y la guerra
internacional. Nadie se imaginaba en 1976 lo que iba a pasar, los ejercicios de oscurecimientos
en época de la guerra de Malvinas, una guerra asumida parcialmente por el país,
esquizofrénicamente dividido entre los que combatían y los que la perdían en los cines del
centro de Buenos Aires, viendo cómo los ingleses ganaban las olimpíadas en “Carrozas de
Fuego”.
Después de la derrota, el reconocimiento de la voluntad vencida, y el retorno de los soldados
ocultándolos de la opinión pública, que rápidamente cayó del triunfalismo de pocos días atrás
para enfrascarse en un derrotismo igualmente trágico. Muchos soldados conscriptos habían
sido hechos prisioneros por los ingleses en Malvinas y reconocían el “fair play” inglés en los
buques en los que se encontraban detenidos, mientras atesoraban algunas cucharas y objetos
con la leyenda “Falkland Islands”. Todavía no lograban entender cómo llegaron al aeropuerto
de Río Gallegos y de allí a un lugar desconocido, que extrañamente sentían más argentino que
el obelisco de Buenos Aires.
Después de la derrota, la llegada a Montevideo y luego el regreso con gloria a la Argentina,
aunque ocultamente, como si hubiera sido una vergüenza obedecer órdenes y cumplir con el
deber, aún con muchos porqué en el espíritu.
Cuando llegaron, inexplicablemente volvieron a sus cuarteles y ya habían perdido todos los
recuerdos de las Malvinas. En los bolsillos de los combatientes ya no quedaba nada y muchos
de ellos decidieron borrar esa parte de la historia personal. Otros pagaron con su vida y
quedaron hermanados argentinos y británicos, en un combate que meses atrás era imposible.
La Argentina ha sido coherente en lo que hace al reclamo de la soberanía territorial sobre las
Islas Malvinas. En los diversos gobiernos, militares o no, democráticos o de facto, se ha
mantenido vivo el derecho, casi visceralmente unido. Es muy difícil considerar a la Argentina
sin las Islas Malvinas, pero también es muy difícil asociar a la Argentina sin derechos
humanos.
En los derechos humanos se ha recorrido un camino con obstáculos que ha puesto a la
Argentina a prueba como estado y como nación. La historia es muy reciente y los hechos han
dejado un sentimiento que liga los derechos humanos con las Malvinas. (Hay denuncias de
posible fusilamiento de soldados argentinos).
Ambos temas están insertos en la sensibilidad de los argentinos, tuvieron intervención militar
calificada contradictoriamente y tienen una marcada influencia en la política nacional e
internacional de Argentina. En esos términos, derechos humanos y Malvinas son los temas
más representativos de la historia argentina de los últimos veinte años, temas que
ineludiblemente habrá que solucionar.
En 1983 la Argentina volvió a la democracia con entusiasmo y eligió presidente a Raúl
Alfonsín, que supo protagonizar los propósitos de cambio dentro de un pacto con todos los
sectores de la sociedad. Alfonsín puso en marcha a la democracia, que en los hechos nadie
había conocido. Como todas las transiciones, le tocó la parte más áspera, cuando todo está por
hacer. Alfonsín concretó el principio desactivador de la violencia por medio de la legitimidad,
generó tendencias antiautoritarias en el movimiento obrero que por primera vez votó
libremente para elegir a sus dirigentes. La política dejó de ser un espacio mínimo y amplios
sectores se integraron dentro de una participación, en el que la crítica actuó con plena libertad.
Alfonsín se lanzó también a plantear la recomposición de los valores éticos con respecto a la
cuestión de la lucha antisubversiva, generando racionalidad en la relación muy deteriorada
entre civiles y militares con una solución que debía pasar por la justicia.
Con respecto a los derechos humanos, Alfonsín en 1983 y 1984, empleó la moderación al no
dejarse llevar por las opiniones de sectores que proponían fusilar a los militares, que colocaban
a las Fuerzas Armadas culpándolas de todo lo que había pasado, sin diferenciar a la institución
de los hombres que la componían.
Muchas personas que habían apoyado al proceso militar, súbitamente hacían propuestas que
significaban alterar el estado de derecho, al no comprender que los militares se habían retirado
del poder, luego del desastre económico y del episodio Malvinas, por su propia voluntad.
Curiosamente, los mismos que exigían mano fuerte en la época de la violencia terrorista eran
los que pedían que colgaran cabezas de militares en la Plaza de Mayo.
Alfonsín supo actuar moderadamente ante esas tensiones por medio de las instituciones, y el
tema de los derechos humanos tuvo su solución posible dentro de los poderes del Estado, esto
es, dentro de propuestas del Poder ejecutivo, apoyadas por un Parlamento minoritario y con
un Poder Judicial independiente. (Ver Nº 98 y 99).
En 1983, la demanda de la sociedad argentina era recomponer el estado para hacer posible la
democracia. El pueblo y la opinión pública en esa época no planteaba requerimientos
económico-sociales, no requería un estado de dimensión diferente. El tema del gasto público y
el de las privatizaciones no estaba visiblemente en el tapete.
Alfonsín actuaba en los conflictos políticos dentro de paros generales con el derecho de huelga
sin limitaciones, con militares con reducción y reasignación de funciones al borde del golpe de
estado, con el tema de los derechos humanos y la inserción internacional de Argentina.
Tuvo oportunidad de hacer una democracia con sustento económico social, pero como en el
ajedrez, sólo podía hacer una movida por vez, y eligió lo posible y aquello para lo que lo
habían elegido: producir la transición de un gobierno autoritario a uno democrático.
Cuando se espera poco de los gobernantes, lo mínimo que hagan los hace pasar a la historia.
Pero cuando se espera mucho, lo que se haga siempre es mínimo, porque hay un factor de
frustración de expectativas. La Argentina de 1983 tenía muchas expectativas, y volvió a dejarse
llevar por las emociones, supeditando a líderes carismáticos, soluciones que le pertenecen
personalmente y le son indelegables.
Alfonsín no pudo terminar su mandato y debió entregar anticipadamente el poder a su sucesor
en el gobierno, electo democráticamente, Carlos Saúl Menem. La entrega anticipada tiene como
causa directa la hiperinflación y la falta de control del gobierno de Alfonsín de las variables
económicas, en lo que algo tenía que ver el futuro gobierno.
En su discurso de despedida, Alfonsín afirmó que quedaban muchas acciones pendientes que
no supo, o no pudo hacer. Menem, en su discurso en el Parlamento, encarnando un nuevo tipo
de gobernante de América Latina, dentro de una uniformidad de políticas en el continente,
propuso que Argentina volviera a levantarse y andar.
Nuevas expectativas se han puesto en marcha, pero ahora, con conflictos ya despejados desde
1983, el establecimiento de la democracia y de los derechos humanos se halla ligado a la
estabilidad económica social. Nuevos planteos y discusiones, el tema de la corrupción y la
credibilidad ocupan a los dirigentes políticos en un debate entre economía de mercado y
economía de bienestar.
Para consolidar lo realizado y hacer el progreso, la Argentina debe continuar la lucha por los
derechos humanos. No hacerlo significa el mayor de los fracasos.
99. LOS RESULTADOS CONCRETOS PARA LOS
DERECHOS HUMANOS
La historia de los derechos humanos en la Argentina plantea desde nuestro punto de vista
otros escenarios. Los resultados concretos en la materia, dentro de las acciones del Parlamento,
muchas de ellas por iniciativa del Poder Ejecutivo establecido en 1983 y del Poder Judicial,
analizando previamente cómo se establecieron las normas fundamentales.
A. PACTO DE SAN JOSÉ DE COSTA RICA EN
EL PARLAMENTO ARGENTINO (1984)
El Parlamento de la República Argentina sancionó el proyecto de ley del Poder Ejecutivo por el
que se aprobó la Convención Americana sobre Derechos Humanos, llamada Pacto de San José
de Costa Rica y reconoció la competencia de la Comisión y de la Corte Americana de Derechos
Humanos.
La decisión legislativa ha sido de superlativa trascendencia para la Argentina y su vinculación
exterior. En primer término, es destacable que la unanimidad del mosaico pluripartidista del
país haya sostenido la necesidad de insertarse en la comunidad internacional sobre la base del
respeto de los derechos humanos. Por otra parte, es necesario comprender que el tema es
esencialmente internacional y contrario a esquemas cerrados, inaceptables por su anacronismo.
En tercer lugar, paradójicamente, confiere un fundamento sólido al afianzamiento de la
soberanía nacional porque se ha afirmado que para que ésta sea respetada, debe ser respetable.
La Argentina ha ingresado, pues, en las últimas décadas del siglo relacionada con América y el
mundo por medio del respeto de los derechos humanos, incorporando una adecuada
racionalidad no exenta de idealismo y de connotaciones éticas. La recepción legislativa puede
asimilarse a la promulgación de la Constitución Nacional de 1953, por su importancia vital
para el pleno, autónomo y exclusivo ejercicio de competencias. Es así que la Argentina en 1983
por medio del sufragio instaló el Gobierno legítimo con mandato básico de asegurar la
protección de los derechos humanos.
Los instrumentos internacionales ratificados por la Argentina aseguran los derechos humanos
en situaciones normales y de guerra o emergencia pública. Los estados partes de esos tratados
no sólo cumplen con una finalidad ética, sino que también se insertan en la comunidad
internacional como acreedores al respeto de su soberanía. En las democracias dotadas de
autoridad, los planteos de Boddin y Hobbes se cuestionan, y los estados aseguran su
independencia mediante el respeto de la persona humana.
La Convención de San José de Costa Rica de 1969 ingresó al Parlamento Argentino en 1984 por
medio de un proyecto de ley precedido de un mensaje del Poder Ejecutivo. Entre otras
cuestiones en el mensaje se señala:
“La Argentina tiene una deuda con la comunidad internacional en materia de derechos
humanos”.
En el mensaje del Poder Ejecutivo se reconocen como antecedentes la Declaración Universal de
Derechos Humanos, la Constitución Argentina de 1853 y la legislación nacional vigente.
El debate parlamentario se inició en la Cámara de Diputados y el miembro informante fue el
Dr. Federico Storani. El legislador expresó que el proyecto de ley recibió el acuerdo unánime
de los integrantes de las comisiones de Relaciones Exteriores y Culto, de Asuntos
Constitucionales y de Legislación General, todas integradas pluralmente por miembros de
diferentes partidos políticos.
El diputado Storani hizo referencia, como antecedentes, a la Ley 12.837 de 1946 por la que se
aprobaron las Actas de Chapultepec.
De la misma manera que en ocasión de debatirse las Actas de Chapultepec, en el debate sobre
el Pacto de San José de Costa Rica, surgió nuevamente la cuestión de la soberanía. Al respecto,
el miembro informante expresó lo siguiente:
“Hemos dicho hasta el cansancio –y lo sostenemos– que para nosotros el concepto de soberanía
tiene un carácter integral que reconoce en primer lugar, que la fuente legítima de poder está
constituida por la voluntad soberana del pueblo y que cuando ella es desconocida el concepto
integral de soberanía cede irremediablemente.
“... La violación de los derechos humanos no reconoce fronteras: debe ser denunciada en cada
lugar que se practique cualquiera sea su ideología, característica u orientación y es obligación
de todos los hombres que quieran establecer un régimen que preserve la integridad de la
persona humana y el respeto al conjunto de sus derechos, hacerla en cualquier lugar donde se
produzca”.
La ratificación del Pacto también se debatió en la Cámara de Senadores de la República
Argentina (1/3/1984). El miembro informante fue el Dr. Amoedo quien consideró que la
aprobación del proyecto significaba “restablecer con seguridad jurídica los derechos humanos,
en los últimos años tantas veces conculcados en la parte sur del territorio americano”.
En otra parte de su discurso el Dr. Amoedo expresó:
“Hace menos de cuarenta y ocho horas que el señor canciller expuso ante el foro internacional
de la Conferencia de Derechos Humanos de Ginebra la posición de nuestro gobierno sobre la
materia que nos ocupa, determinada por la solidaridad inquebrantable del pueblo argentino y
de los bloques políticos que constituyen el Congreso argentino. No se trata de una posición
circunstancial sino del regreso sin limitaciones a la vieja tradición argentina, que convirtió a la
República en un exponente de la cultura continental y de respeto irrestricto de los derechos
que hacen a la personalidad humana”.
En el debate participó también el senador De la Rúa, quien dijo: “La historia de la lucha por los
derechos de la persona es tan larga como la de la humanidad. Se inscribe en el marco de un
proceso de internacionalización de los derechos fundamentales, presente en la histórica
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de la Revolución Francesa; en
nuestra Constitución, en 1853; en la época contemporánea, en la Declaración Americana de los
Derechos y Deberes del Hombre de la Organización de Estados Americanos, del 2 de mayo de
1948 y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de las Naciones Unidas, del 10
de diciembre de 1948".
La ley finalmente fue sancionada el 1º de marzo de 1984 y luego de cumplir con todos los
pasos del proceso legislativo se encuentra en plena vigencia en la República Argentina.
B. ARGENTINA Y LA CONVENCIÓN INTERAMERICANA
DE DERECHOS HUMANOS
La Argentina en 1984 ha aprobado la Convención Interamericana de Derechos Humanos de
1969, también llamada “Pacto de San José de Costa Rica”, la ha ratificado y ha manifestado su
intención de obligarse por esas normas internacionales. A la vez ha aceptado la competencia de
los dos órganos de la Convención: La Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la
Corte Interamericana de Derechos Humanos (arts. 45 y 62 de la Convención -Adla, XLIV-B ,
1250- Ley 23.054).
Ha cumplido, pues, con todos los trámites nacionales e internacionales para incorporar las
normas de la Convención en el sistema jurídico argentino. Por tanto, cualquier persona –
natural o jurídica, nacional o extranjera, residente o no– sujeta a la jurisdicción argentina puede
promover demanda contra el Estado argentino, cumpliendo con los requisitos de la
Convención. En otras palabras, en la Argentina cualquier persona física o jurídica tiene un
recurso supranacional cuando considere que se han violado sus derechos humanos. Agotados
los recursos nacionales internos puede denunciar al Estado argentino ante la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos y llegar por vía de recurso hasta el órgano judicial de la
Convención, que es la Corte Interamericana de Derechos Humanos con sede en San José de
Costa Rica.
C. PARLAMENTO ARGENTINO Y DERECHOS HUMANOS
El Parlamento Argentino al asumir sus funciones de representación, legislación, tribuna y caja
de resonancia de la política nacional, ha sancionado normas sin precedentes en la historia
nacional. Puede decirse, que desde 1983 la Argentina tiene medios de protección de los
derechos humanos al más alto nivel mundial.
Destacamos las siguientes normas:
1. Ley 23.040 de 1983 - Rescatando el principio de que la amnistía es una potestad que
pertenece al Congreso Nacional, de acuerdo con diversos fallos de la Justicia Nacional y
cumpliendo imperativos éticos se propuso la derogación de la Ley 22.924, llamada de “auto-
amnistía”. Por este camino y a un mismo tiempo se afirmó el Poder Judicial y se consolidó el
principio de la responsabilidad individual en las Fuerzas Armadas, sin que toda la institución
militar asuma globalmente las injustas e ilegales iniciativas de las cúpulas.
2. Ley 23.077 de 1984 - Por esta norma se establecen severas penas para aquellos que burlando
la soberanía popular, destruyan el orden constitucional. Se ha constatado que la quiebra
constitucional es el antecedente obligado de las violaciones de los derechos humanos, el
desprestigio internacional, la transferencia de recursos económicos en perjuicio de los sectores
más necesitados de la población, el beneficio de grupos privilegiados y el atraso social y
cultural.
Para reprimir esas conductas se ha tipificado el delito de “atentados al orden constitucional y a
la vida democrática”, figura delictiva que agrava otros delitos y que llega a establecer penas
hasta un máximo de ocho a veinticinco años de prisión. Aquellos que consintieran ese delito
continuando en sus funciones, o de cualquier otra forma colaborando a través de funciones en
cualquiera de los tres poderes del estado nacional, serán reprimidos con las penas establecidas
para los traidores a la patria. Mientras dura la interrupción de la vigencia del orden
constitucional, queda suspendida toda prescripción de la acción penal.
La misma ley establece como causa de justificación y de inimputabilidad a aquel que “causare
un mal como un medio necesario, razonable e idóneo para resistir a la implantación o el
mantenimiento de un poder público ajeno a los previstos en la Constitución Nacional o alguna
de sus medidas”. Esta figura corresponde a la clásica figura de resistencia a la opresión.
3. Ley 23.097 de 1984 - La Asamblea de 1813 hizo quemar los instrumentos de tortura. Sin
embargo, la realidad sólo se hizo efectiva ciento setenta años después con la sanción de esta
ley. Por estas normas se consideran torturas a los sufrimientos psíquicos y la pena para el
torturador es la del homicida: de 8 a 25 años de prisión.
4. Ley 23.090 de 1984 - El habeas corpus como remedio judicial para proteger la libertad
personal, se ha sometido al cumplimiento de reglas destinadas a agilizar los procedimientos de
la justicia. El objeto esencial es el de dejar claramente expresado que sólo mediante orden
escrita de autoridad competente, puede limitarse la libertad personal.
Incluso se ha llegado a establecer el control de razonabilidad durante la vigencia del estado de
sitio. De esta manera, aun en las situaciones excepcionales, la libertad personal queda
garantizada y protegida de manera adecuada y eficaz.
5. Ley 23.042 de 1984 - Derogadas las competencias exclusivamente militares y según
jurisprudencia y doctrina clásica de la Corte Suprema de la Nación, terminada la situación
excepcional que dio lugar a la intervención de los tribunales castrenses, las personas
condenadas por ellos deben ser juzgadas por los jueces ordinarios. En ese orden de ideas se
estableció un sistema para posibilitar tal impugnación.
6. Ley 23.050 de 1984 - El sistema de detención preventivo estableció una desnaturalización del
principio de inocencia y de la prohibición de someter al reo a restricciones de seguridad. El
hecho es que había más personas en calidad de procesados que en el de condenados. En
consecuencia se concedió la excarcelación de los procesados por penas inferiores a ocho años
de prisión, o el cumplimiento de los máximos legales en concepto de prisión preventiva. Entre
otros casos se concede la excarcelación para el caso en que la pena privativa de la libertad
solicitada por el agente fiscal corresponda a condenas de ejecución condicional.
7. Ley 23.057 de 1984 - Se ha producido una profunda modificación del Código Penal. La
condena condicional de los delincuentes primarios con penas menores de tres años, por medio
de la reforma, habilita para dejarla en suspenso. De hecho, el cumplimiento de esas penas
producía inconvenientes derivados del cumplimiento de penas cortas y sus funciones de
prevención general.
Con respecto a la reincidencia, se afirmó el concepto de su permanencia en el Código Penal,
pero sólo fundada en la demostración de la insuficiencia de la pena aplicada para cumplir su
fin de prevención especial.
8. Ley 23.049 de 1984 - El parlamento argentino también reformó el Código de Justicia Militar.
Hasta ese momento, existía un sistema de juzgamiento sólo militar por delitos comunes o actos
de servicio. Era un fuero militar personal que afectaba al art. 16 de la Constitución. Para
restablecer el principio de igualdad ante la ley, se agregó la apelación ante los tribunales
civiles, ante la Cámara Federal. Debe tenerse presente que se imputa responsabilidad a
personas y no a la institución militar en su conjunto. También hay que percibir que la
responsabilidad por violación de los derechos humanos nunca se había extendido a cúpulas
gobernantes. Cabe agregar que los imputados gozaron del más absoluto y completo derecho
de defensa.
No existen antecedentes de estos procedimientos en la legislación comparada. Habría similitud
con el sistema de Grecia llevado a cabo por el Gobierno democrático de 1975. En ese país, el 15
de enero de 1975 el Parlamento griego sancionó una ley por al cual se estableció el proceso por
alta traición e insurrección a un grupo de personas involucradas en el golpe de Estado de 1967.
El 5 de marzo de 1975, el mismo Parlamento dicta una ley de aceleración de los procesos. La
Cámara de Apelaciones de Atenas acusa a 104 personas más y finalmente, entre agosto y
septiembre de 1975, es decir a un plazo máximo de nueve meses, la justicia dictó sentencias
condenatorias a 20 personas (a tres de las cuales, condenadas a muerte, se les conmutó la pena
por prisión perpetua). Cabe agregar que por tortura fueron condenadas 16 personas.
En la Argentina, con un propósito parecido al reseñado, el Presidente de la Nación instruyó a
los fiscales generales la aceleración de las causas judiciales, que a la sazón ya llevaban más de
dos años de duración. Las instrucciones de ninguna manera afectaron las facultades del Poder
Judicial y de los particulares damnificados, cuya presencia se solicitó por los medios de
comunicación social con las más amplias garantías procesales. Finalmente se sancionó la ley
23.521 de 1987 que reformó el sistema de esta ley manteniendo el principio de la obediencia
debida.
9. Ley 23.054 - Pacto de San José de Costa Rica: nos remitimos a lo expuesto en este capítulo, y
en el capítulo VI, nº 70.
10. El parlamento argentino ha ratificado el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
de 1966 y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966 y
también el Protocolo Facultativo al Pacto de Derechos Civiles y Políticos. También se ha
ratificado la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la
mujer, contra la tortura y otros tratados internacionales de protección de los derechos
humanos.
D. PODER JUDICIAL Y DERECHOS HUMANOS
El Poder Judicial de la Argentina ha aportado su esfuerzo para el establecimiento de los
derechos humanos. En épocas difíciles, la Corte Suprema de Justicia ha realizado acciones
positivas (ver Adolfo R. Gabrielli: La Corte Suprema de Justicia y la Opinión Pública 1976-1983,
Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1986). Después de la reforma del Código de Justicia Militar (Ley
23.049), la Cámara Federal en lo Criminal y Correccional ha juzgado a los ex comandantes que
detentaron el poder entre 1976 y 1983. Según las características de este juicio –calificado como
histórico–, consideramos de interés realizar algunas precisiones. La sentencia del juicio a los
ex-comandantes ha generado opiniones diversas en la Argentina. Por una parte, están los
disconformes que consideran que la condena no ha sido suficientemente severa en la
valoración de los delitos. Por otra parte, hay otros disconformes que consideran que el juicio y
condena son excesivos. También se juzgó y condenó a Firmenich y toda la cúpula subversiva.
Fuera de estas valoraciones, es evidente que estos juicios han señalado el fin de una etapa
histórica y el comienzo de una nueva. La nueva etapa, la de la superación requiere algunas
reflexiones para poder recorrer los nuevos caminos.
Se ha dicho que la democracia no es suficientemente fuerte, que se necesita una mano dura
para dar seguridad a las personas, que la democracia está desarmada.
En América Latina reconocemos eternos problemas. El de la seguridad nacional, el de la
guerrilla, el del terrorismo de distinto signo, el de unitarios y federales, de militares y civiles,
de patriotas y apátridas. La cuestión fundamental es salir del círculo vicioso de los problemas y
cuestionamientos. Las naciones se hacen con sistemas y no con problemas.
Estos conceptos habían sido anticipados por la Conferencia Episcopal Argentina que había
expresado:
“La alteración del orden social así como un concepto equivocado de la seguridad personal o
social, han llevado a muchas conciencias a tolerar y aun a aceptar la violación de elementales
derechos del hombre creado a imagen y semejanza de Dios y redimido por Cristo, así como ha
llevado también a admitir la licitud del asesinato del enemigo, la tortura moral y física, la
privación ilegítima de la libertad o la eliminación de todos aquellos de los que pudiera
presumirse que son agresores de la seguridad personal y colectiva. Para superar esta dificultad
hay un solo principio liberador, la plena vigencia de la ley justa y un solo camino, la unidad
plena y sin disfraz. Cuando se viven circunstancias excepcionales y de extraordinario peligro
para el ser nacional, estas leyes podrán ser también excepcionales; pero ha de procederse
siempre en el marco de la ley y bajo su amparo para una legítima represión, la cual no es otra
cosa, cuando así se la practica, que una forma del ejercicio de la justicia”. (Conferencia
Episcopal Argentina, 14 de diciembre de 1979).
Los juicios siempre producen en los espectadores la sensación de que los juzgados fueron
injustamente condenados, o que la pena aplicada ha sido en extremo débil, ante las conductas
realizadas. Lo importante es que el proceso se llevó a cabo dentro del marco de una legislación
aprobada por el Parlamento, precisamente en el que el oficialismo no tuvo mayoría legislativa,
por lo que hay que reconocer que desde el punto de vista formal el juicio ha sido inobjetable,
tal como lo ha considerado la Suprema Corte de Justicia, sin que ello no signifique que carece
en absoluto de connotaciones políticas.
Con el cumplimiento estricto de los requisitos constitucionales de defensa en juicio y de
respeto de los derechos humanos de los acusados, por encima de su resultado, era
absolutamente necesario llevar a cabo el debate sobre este tema en la Argentina, que aún no ha
concluido, luego del indulto que ha resuelto y ejecutado el Presidente Menem, dentro de sus
facultades constitucionales y fuera del mandato popular.
E. CONSTITUCIÓN DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
Y DERECHOS HUMANOS
Como hemos visto, mientras el mundo se iba transformando y se producía una profunda
mutación, producto de la globalización, aún quedan pendientes los derechos de sectores
estratégicos de la sociedad: los excluidos y discriminados.
Mientras tanto, como también hemos analizado, la historia de los derechos humanos se
presenta como la del desarrollo de éstos dentro de las etapas de la racionalización,
secularización, positivización, generalización y finalmente, la internacionalización. Esta última
etapa se presenta con una innovadora serie de contratos sociales universales que se están
escribiendo en las distintas geografías internacionales comenzando por la Conferencia de
Viena de 1993, la del medio ambiente de Río, la de Copenhague sobre Desarrollo Social, la del
Cairo sobre Hábitat Humano, la de Beijing sobre la mujer, etc. Hay que reconocer que aunque
los tratados y conferencias no cambian el mundo, hacen mucho para que las sociedades
comiencen a delinear sus nuevos contratos sociales consolidando un nuevo enfoque. Con este
telón de fondo se producen las reformas de la Constitución Argentina de 1994 y la sanción de
la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires en 1996.
Buenos Aires, la Reina del Plata, Capital Federal de la República Argentina después de la
reforma Constitucional de 1994 ha pasado a ser una ciudad autónoma. Tiene una población de
más de 3 millones representando el 10% del país, el tercer presupuesto y casi la cuarta parta
del PBI. Todos los días entran en la ciudad aproximadamente 7 millones de personas. En
síntesis: todos los días hay horas que en la Ciudad de Buenos Aires se halla la tercera parte de
la población argentina. Dentro de esas especiales características se presentan sus carencias y
logros en materia institucional (Justicia y Policía vs. Derechos Humanos).
Lo cierto es, pues, que la ciudad se presenta con una nueva estructura jurídica institucional
dentro del panorama del federalismo argentino. Tomando en consideración el cambio
estructural que ha significado para la Ciudad de Buenos Aires su establecimiento como
Ciudad Autónoma a partir de la sanción de la Constitución Argentina de 1994, es de interés
destacar algunos aspectos que surgen después de la sanción de su propia Constitución o
Estatuto, en especial en lo que se refiere a los derechos humanos. Ahora, la ciudad va
completando sus instituciones: ha designado a su Jefe de Gobierno y también ha designado su
Legislatura.
En el breve tiempo de vida se han comenzado a delinear acciones que significan operar dentro
del marco de las normas constitucionales, las normas federales a las que se debe sujetar su
ordenamiento y las propias de la Ciudad Autónoma. Se ha diseñada un proyecto de la ciudad
basado en los derechos humanos para integrar un mínimo común denominador de calidad
urbana. (Leopoldo Portnoy, Encrucijadas UBA, agosto 1995. Ver Juan Antonio Travieso, Revista
Jurídica del Centro de Estudiantes, noviembre 1997, febrero de 1998).
100. LA NUEVA HISTORIA: VOLVER A CREER
BASES PARA VOLVER A CREER
De una manera u otra, siempre al principio o al final hay una historia. En las historias siempre
hay relatos y dentro de ellos hay sectores más o menos ocultos que hacen a la historia más o
menos oficial. Es casi como una conspiración en la que todos, incluso los testigos, acuerdan que
la versión oficial debe ser como debe ser y no como es, con la intención secreta o confesa de no
mover la historia de lugar. En todas las historias también se corre el riesgo de ahondar las
divisiones, de colocar a unos enfrente de otros, y más que soluciones y sistemas, aportar
nuevos problemas a los problemas.
Se dice que “la historia en la Argentina ha sido más una cuestión de fe que de verdad, más una
teología que un relato” ... y por eso también “no afligen demasiado las violaciones a la justicia,
las corrupciones del poder, las impunidades de la policía” y si sucediera algo parecido, no hay
que creerlo. (Tomás Eloy Martínez, El espejo de Blanca Nieves, página 12, 28 de febrero de 1993.)
La reforma de la Constitución Argentina de 1994 ha significado un paso adelante en la
consolidación de los derechos humanos. Todas las historias de los estados comienzan o deben
comenzar con la Constitución. El Reino Unido de Gran Bretaña es la excepción que confirma la
regla, pues a pesar de no tener una constitución escrita es antecedente de todas las
constituciones escritas, desde la Carta Magna de 1215 en adelante. Estados Unidos de América
tardó pocos años en establecer su Constitución, aunque quedaron asignaturas pendientes que
se saldaron con la Guerra de Secesión. La Argentina demoró casi medio siglo en salir de la
anarquía y producir su institucionalización.
La Constitución de 1853-60, hoy llamada histórica, significó el primer paso para el proyecto de
la Nación. Curiosamente, la Argentina es un estado que se ha proyectado con detalle, como
una gran obra de ingeniería institucional. La Constitución abrió camino para la segunda etapa
que fue la incorporación de la inmigración que se adhirió al país y a su futuro como esas
enamoradas del muro en las casas centenarias. La inmigración en la Argentina fue la síntesis
de un rápido proceso de los que se enamoraron de la Nación, que se adhirieron a ella y
ligándose se argentinizaron cortando amarras con sus países de origen.
Las generaciones de extranjeros que llegaron a la Argentina para radicarse, ratificaron sus
raíces, y al mismo tiempo exigieron a cambio la educación que sirvió para ejecutar el gran paso
de la democratización de principios del siglo XX, sintetizado con la expresión: Un hombre un
voto.
Así fue creciendo una nación que llegó a estar entre las primeras del mundo. Las industrias
crecían, el pueblo se educaba y se destacaba en ese plano mientras lentamente se iban
delineando las instituciones democráticas.
Pero las historias, lamentablemente no son rectilíneas, junto con los grandes procesos de
avances, se producen los retrocesos, como el que significó la revolución de 1930, que nada
tenía de revolución y mucho de restauración al siglo XIX .
Es un experimento de sufrimiento casi lindando con la patología, el de comparar unos con
otros procesos revolucionarios. La Revolución de 1930 fue un retroceso, un apagón para la
república. Comparémosla con la de Chiapas al final del siglo XX, que reclama una flor para
apoyar la sed de justicia, libertad y democracia.
En la Argentina, durante años se acribillaron las ideas y se desarrolló el esquema amigo-
enemigo. Cada paso era cambiar de dictadura, cada vez peor, con intervalos democráticos muy
breves aunque ricos en realizaciones y progresos. Cada nueva dictadura crecía sobre las raíces
de la anterior e iba aumentando la presión sobre el pueblo. Torturas, eliminación de derechos y
garantías, suspensión de la constitución, muy liberal para algunos y muy encorcetada para
otros, con experimentos variados para constituir siempre un nuevo subterfugio al respeto de
los derechos humanos.
Pasemos a la Europa de 1945. La guerra había terminado y los europeos se dieron cuenta de
que la mejor solución para cerrar las heridas de la guerra era, precisamente, no cerrarlas e
insistir en los derechos humanos para que no se repitiera lo que había sucedido con el nazismo
y el holocausto. Sobre una base de sesenta millones de muertos se construyó un sistema cuyo
cimiento fueron los derechos humanos y las garantías.
En la Argentina, las modas siempre llegan tarde y en grupos que detentaban el poder por
medio del golpe de estado, se efectuaban experimentos fascistas y nazis que lentamente
formaba una sociedad de ultras de un lado y del otro.
A partir de 1946, Juan Domingo Perón ocupó el centro del poder en la Argentina, llegando a
ocupar la Presidencia de la Nación en tres oportunidades. En 1949, se produjo la clásica
tentación política de la reelección. La Constitución de 1853-60 no lo permitía, pero la Reforma
Constitucional de 1949 la habilitó en el marco de grandes críticas y aplausos, típica reacción
argentina: conforma a los amigos y hace enemigos a los que se oponen.
Sin dudas, Perón es un paradigma de la Argentina con sus virtudes y defectos, que supo
aprovechar las asignaturas pendientes en lo económico social, de la mano de superávits
presupuestarios, fruto de la posguerra. Allí empezó también el ogro filantrópico con el
crecimiento de un estado desmesurado, fomentado por todos en una fiesta interminable que a
la larga terminaría. El exceso de la fiesta interminable fue contestado con otro exceso hacia
fines del siglo XX: el redimensionamiento y ajuste del estado que algunos interpretan como la
destrucción del mismo Estado en cuanto a sus finalidades esenciales.
Hacia mediados del siglo, el escenario de la realidad argentina estaba poblado por los que
daban la vida por Perón y los que también la daban por eliminarlo. También comenzó un
proceso en que se hicieron laxos los controles institucionales, con un Congreso fiel al Poder
Ejecutivo que no controlaba al poder y un poder que no se hacía cargo de las transformaciones
que ocurrían en la Argentina y en el mundo.
¿Qué pasó con los derechos humanos en esa época? Hubo denuncias de torturas y sistemas de
delaciones institucionalizadas que se expresaban por una oposición acallada y muchas veces
encarcelada. Sin embargo, con perspectiva, las violaciones de los derechos humanos de esa
época parecen simples excesos comparados con lo que iba a pasar en la historia futura.
Lo más grave constituyó, sin dudas, la merma de las garantías ante la falta de sistemas
institucionales de control: Poder Legislativo hegemónico, Justicia dependiente, medios de
prensa amordazados.
En 1955 se retornó a las prácticas del golpe de estado y gobierno de facto. La Revolución
autodenominada Libertadora pretendió cambiar hacia un sistema de libertad que en su
concepto se basaba casi exclusivamente en la proscripción de gran parte del pueblo. Lo grave
es que el principal escenario de la libertad y emancipación de la Argentina, la Plaza de mayo,
registró un bombardeo a civiles, del que aún quedan el recuerdo de los muertos y las esquirlas
en las paredes como testigos. Esos hechos dramáticamente precursores, vistos con perspectiva
histórica, transforman en cotidianas las escenas de la Plaza de Timisora o de Tiananmen en
Rumania y China respectivamente, medio siglo después.
No hay dudas que la historia argentina de los derechos humanos producía un sesgo
monumental al quebrar una forma habitual de solución de conflictos institucionales,
generalmente reservados a grupos militares o con poca participación de civiles, excepto en la
Revolución de 1890.
La ineficacia en materia política, institucional y económica de la Revolución Libertadora hizo
que a medida que pasaba el tiempo, el mito de Perón se agigantara, no por sus aciertos, sino
precisamente por los errores de los gobiernos posteriores. Todo ello rodeado de un halo de
misterio con cadáveres errantes, exilios y retornos de vivos o muertos, costumbre muy
afincada en la historia como lo revelan los casos del General Lavalle, Rosas, San Martín y el de
Eva Perón.
Es verdad que los cadáveres no soportan el nomadismo. Así sucedió con San Martín, Rosas y
Evita, y ha sucedido con el Che Guevara que ha encontrado su cadáver. Sin saberlo, la
Argentina creó el sistema de los desaparecidos, haciendo desaparecer primero los cadáveres.
La desaparición de las personas vivas empezó con la desaparición de los muertos, de los
cadáveres y el caso de Eva Perón es el mejor ejemplo: “Cada vez que en este país hay un
cadáver, la historia se vuelve loca” (Tomás Eloy Martínez: Santa Evita de Sudamericana. Ver
comentario de Vargas Llosa en La Nación, 28 de enero de 1996).
En 1957, bajo el gobierno de facto, hubo otra reforma constitucional cuyo único saldo fue el
artículo 14 bis que representa el gran proyecto irresuelto en lo económico social de la
Argentina de los sesenta e incluso de la actualidad de cara al siglo XXI.
Hubo varios intentos de retorno a la democracia y a la república. Frondizi en 1958, derrocado
por un golpe de estado, intentó la actualización de la Argentina, pero sobre la base de un pacto
que frustró especialmente a los intelectuales que esperaban mucho de él. Mientras tanto ya se
empezaba a ver el rostro de la violencia que ensombrecía a la República.
En 1966, Illia generó dentro de un gobierno sin legitimidad completa una novedad
institucional: aplicación amplia e integral de la Constitución en su modelo histórico de 1853-60
con la adecuación parcial de 1957. La sociedad y los militares tampoco lo dejaron y
comenzaron a repetirse los experimentos militares o cívicos militares.
Luego de dictaduras de variadas características aunque uniformes con uniformes, en cuanto a
su ineficiencia y accionar ilegítimo se produjo lo que gran parte de la población esperaba con
ansiedad: el regreso de Perón en 1974, de nuevo como Presidente de la Nación. Se había
concluido un ciclo de contradicciones y como en los juegos, la historia volvía a empezar luego
de un cuarto de siglo de marchas y contramarchas. La esperanza pudo más que la realidad.
En esta síntesis, finalmente llegamos al llamado Proceso de Reorganización Nacional
Argentino de 1976 que significó en los hechos, la última y más cruel aventura militar de la
Argentina en la que por supuesto hubo civiles que lo sustentaron y le dieron fundamento
ideológico variado.
El llamado Proceso de Reorganización Nacional no era nada de lo que pretendía ser con su
denominación grandilocuente. Además, con el propósito de mejorar la economía la arruinó con
inflación, desinversión y deuda externa creciente invertida en gastos superfluos.
Hasta aquí hubiera sido un clásico golpe de estado al estilo latinoamericano con alteración de
siestas y proyectos megalómanos siempre fracasados por la falta de representación popular.
Pero el Proceso fue más allá. Bajo el pretexto de luchar contra la subversión, pretendió
monopolizar el conflicto bipolar Este-Oeste, en el marco de una lucha para la que, según sus
mentores, el mundo estaba en manos de la Argentina que debía luchar con sus métodos contra
la “agresión marxista”.
Los liberales tradicionales reclamaban libertad de los precios del mercados y no la libertad de
los presos de las cárceles. La síntesis es dramática: “Nos preocupábamos por la caída del dólar
y no pensábamos en nuestros hermanos que caían de los aviones en el Río de la Plata y en el
mar”. Eso sucedía diariamente y los que lo hicieron, tardíamente, se arrepienten alegando
órdenes incontrarrestables.
Siempre la visión esquizofrénica ha rondado en muchos argentinos que han pretendido
monopolizar esa forma de encarar el futuro. Los que no compartían esa visión eran enemigos
de la Patria, escrita con mayúsculas. Por eso mientras todo pasaba, mientras se cometían las
más atroces violaciones de los derechos humanos, la justicia cumplía su papel formal. Para el
cobro de una deuda había que asegurar el derecho de defensa, pero se podía ejecutar a una
persona con la sola condición de que no compartiera lo que era la verdad única para el
régimen de turno. Nadie se salvaba, e incluso los que exiliaban quedaban sometidos a un
sistema que les hacía perder la nacionalidad argentina. Se cobraba una deuda pero no se hacía
lugar a un hábeas corpus.
Las consecuencias se hacen sentir hoy cuando un argentino muestra su pasaporte e
inmediatamente hay un halo de sospecha que tardará mucho tiempo en cambiar.
Así comenzó un terrorífico y siniestro plan de exterminio, o aniquilamiento traducido en el
principio de que el fin justifica los medios que fue el único resultado visible del mencionado
proceso. Ese plan está comprobado metodológicamente en el libro Nunca Más escrito por la
CONADEP con una crónica real de lo que sucedió (Consejo Nacional sobre Desaparición de
Personas).
En la Argentina se inventó una nueva forma de actividad delictiva dentro del terrorismo de
estado: “la desaparición de personas”, cuyos antecedentes habían empezado antes con la
desaparición de cadáveres como el de Eva Perón. Rápidamente el ejemplo se extendió y el
paradigma de las dictaduras último modelo resulta ser actualmente la desaparición de
personas.
El objetivo consiste en robar a los familiares el más íntimo derecho a homenajear a las
personas, más allá de considerar sus aciertos o errores. Se priva a las personas del derecho a
llorar, los dictadores monopolizan la tristeza en un solo bando, con sepulcros innominados,
sólo reservados a burocracias de cementerios rigurosamente vigilados, secretos. Luego de la
desaparición de personas, el objeto fue la desaparición de la documentación que la prolija
burocracia produce para que una persona se transforme en dos letras: NN.
El estado, síntesis de la actividad del hombre en sociedad, se transformó en el creador del
terrorismo que generando violencia produjo en reacción cuotas igualmente irracionales de
violencia. La desaparición de personas se transformó en un hecho habitual. Todos aquellos que
disentían con el gobierno debían poner distancias con el país o bien sufrir las consecuencias de
persecuciones que llegaban a la desaparición. Se desarrolló todo un sistema clandestino para
soportar esa ideología cuyo lema fundamental era suprimir al adversario, considerado como
enemigo.
Por otro lado, hubo sectores que bajo diferentes ideologías, fomentaban acciones simétricas.
Era una lucha de todos contra todos. Durante plena dictadura militar se presentó la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos que recibió denuncias. Los que no querían ver la
realidad vieron largas filas de familiares de desaparecidos que se aprestaban a formular sus
denuncias.
Como si eso fuera poco, la dictadura militar, en 1982 planteó la guerra internacional contra el
Reino Unido de Gran Bretaña, usurpando con violencia un planteo secular y legítimo de la
Argentina para la recuperación de la integridad territorial de las Islas Malvinas. El resultado
fue la muerte de soldados, algunos de los cuales quedaron como crudo y elocuente testimonio
en las Islas Malvinas.
A partir de allí comenzó la retirada de la dictadura militar, dentro de un verdadero proceso de
desprestigio y la revitalización de la democracia como sistema de gobierno.
A fines de 1983 el pueblo recuperó la democracia y el gobierno democrático entre sus primeros
actos de gobierno se planteó la instalación de los derechos humanos, no sólo en el sistema
jurídico interno, sino como verdaderas garantías subsidiarias internacionales para defensa de
la persona humana. Lo que era imposible hacía pocos meses se hizo realidad.
La última dictadura militar fue juzgada en audiencias públicas en el marco de un proceso con
garantías de defensa en juicio. El estado de derecho era coherente con sus fines. No se aplicó el
principio “ninguna libertad para los enemigos de la libertad”. Todo lo contrario, hubo un juicio
con pruebas y defensas.
La Argentina empezaba su camino con verdad y justicia. Tiempo después las máximas
autoridades del Ejercito argentino y de los grupos extremistas reconocieron la responsabilidad
admitiendo que la tragedia argentina que comenzó mucho antes, pudo ser evitada con
racionalidad y por supuesto con democracia y estado de derecho. Día a día se revelaron los
hechos, se despejó la bruma y lo que se suponía se confesó y reconoció.
Las promesas sobre derechos humanos se cumplieron una a una y se fueron ratificando los
tratados internacionales de la materia. Lo que sucedió, nunca más podía suceder y eran
necesarios los reaseguros para ese propósito. El pueblo aceptó y celebró esas acciones y el
Poder Judicial comenzó a aplicar los tratados internacionales de Derechos Humanos.
Por supuesto que no todo fue ni es fácil. Los juicios a los comandantes de la dictadura militar
se fueron esterilizando por medio de la obediencia debida, un marco discutible dentro de una
opción política que significó costos igualmente políticos.
Pero a veces la vida es irrefrenable. Hay misterios y las sociedades que llegan a la verdad,
muchas veces son las que retroceden ante sus magnitudes. La impunidad es grave porque
genera una catarata de descreimiento de la sociedad en la justicia. En medio de un fin de año,
los ex-comandantes condenados fueron indultados en una medida presidencial ampliamente
discutida. (Informe del Comité de Derechos Humanos reuniones 1389/90/91 de marzo de
1995).
A partir de ese momento, muchos pensaron que sea lo que fuera, al final siempre hay un
indulto a mano con la siempre alegada finalidad de la pacificación, olvidando que la paz es
producto de la verdad con justicia en el marco de la reconciliación.
Éstos fueron algunos hechos dentro de una síntesis arbitraria de irrespetuosa brevedad.
Por último, o bien como nuevo principio, se sancionó la reforma de la Constitución Argentina
en 1994. (Ver Juan Antonio Travieso, Los Derechos Humanos en la Constitución de la República
Argentina, EUDEBA, 1996). Dada la experiencia argentina y por las condiciones políticas en las
que se gestó, se consideró que la reforma sólo sería cosmética, limitada exclusivamente para
habilitar la reelección presidencial. Curiosamente, ese propósito de permanencia y continuidad
es una tentación que los gobernantes suelen transitar en el ámbito de los pasillos del poder.
Así sucedió, pero además sin espectacularidad se procedió a hacer una reforma criticada y
elogiada, que quedó ensamblada en la ingeniería constitucional especialmente en lo referente a
la relación entre el derecho internacional de los derechos humanos y el derecho interno, que ya
se había diseñado en la jurisprudencia.
PARA VOLVER A CREER: JUSTICIA Y DERECHOS HUMANOS
EN LA ARGENTINA
Una buena manera de sintetizar los derechos humanos consiste en insistir nuevamente en un
breve análisis histórico referente a la Argentina. Recordemos la justicia durante la época
colonial con las apelaciones en Charcas, prácticamente al borde de la imposibilidad con una
carrera de abogado que también se llevaba a cabo en Charcas y con unión entre la justicia civil
y eclesiástica. La síntesis era elocuente: una justicia en carreta.
Después de la independencia, la justicia se halló a merced de la seguridad del gobierno de
turno. No está de más recordar las memorias de prisión del General Paz, que incluso debió
casarse en prisión. Es la época de la anarquía, que insumió a la Argentina prácticamente medio
siglo. Se ha analizado en este libro ese proceso y se afirma que la Argentina no se modernizó lo
deseable porque no se adecuaron las instituciones a lo nuevo. En los hechos, la Argentina, en lo
que respecta a la justicia y la seguridad, continuaba siendo colonia.
La nueva etapa es la de la Organización nacional que se presenta con una versión dual. Por
una parte, la Constitución formal de 1853-60 y, por la otra, el Martín Fierro que refleja dos
sociedades. La de Alberdi y Sarmiento y la de los miserables que no alcanzan ni siquiera la
jerarquía de los del Primer Mundo de Víctor Hugo.
En la Constitución se establecía que Dios es la fuente de toda razón y justicia y el objetivo de
afianzar la justicia desde el umbral de la organización nacional en cumplimiento de pactos
preexistentes. Se han discutido los perfiles de la institucionalización norteamericana y la
Argentina y con razón se ha dicho que la norteamericana respondía a una modernización de la
sociedad y la argentina a un sueño que empezaba de cero, desde un proyecto en una carta de
navegación que es la constitución que se fue estableciendo dentro de un plan. Se establecieron
lentamente las instituciones y todo lo que se estaba construyendo en medio siglo se derrumbó
en 1930 que se dio legitimidad a los gobiernos de facto, un retroceso para la justicia en pos de
la seguridad. La historia de encuentros y desencuentros de los años cuarenta, de los cincuenta,
del eterno vaivén que colocaba en forma maniquea a los héroes y villanos de acuerdo al que
triunfaba con la fuerza. La víctima siempre fue la Justicia a favor, por supuesto de la seguridad
que se fue instalando en al Argentina como una metodología de violencia institucional.
Llegamos a la última dictadura militar, la que completó un proceso de violencia y violación de
los derechos humanos a escalas nunca conocidas en la Argentina y en el Mundo.
En esa dictadura militar incluso se presentan las curiosidades: No hay registro lingüístico que
determine la palabra “desaparecido” en calidad de sustantivo. No existe palabra similar en
inglés. La palabra “missing ” significa ausente o perdido, es un significado distinto de
desaparecido. Con más o menos palabras o sin ellas, lo cierto es que se estableció una
metodología de la desaparición forzada de personas.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos ha considerado que la desaparición de
personas no sólo constituye una violación múltiple y continuada de numerosos derechos
reconocidos en la Convención y que los Estados Partes están obligados a respetar y garantizar,
sino que además significa una ruptura radical de ese tratado, en cuanto implica el craso
abandono de los valores que emanan de la dignidad humana y de los principios que más
profundamente fundamenten el sistema interamericano y la misma Convención. (Caso
Manfredo Velasques).
No se puede negar que desde que se instaló la democracia, la justicia ha sufrido un serio
desprestigio, y las encuestas revelan que el criterio de la ciudadanía es muy escéptico en
cuanto al desempeño de los jueces, sin perjuicio de las excepciones que nos obligan a no
generalizar. Recordemos, sin dramatizar, que “una sociedad que olvida la dignidad de sus
jueces y unos jueces que olvidan en qué consiste esa dignidad está a las puertas del infierno”
(Peces Barba, Gregorio. Sobre los Jueces, ABC, 24 de marzo de 1993).
Al instalarse la democracia en 1983, se integró la Corte Suprema con cinco juristas
independientes. Posteriormente se amplió el número de jueces y, a partir de ese momento, se
ha producido un lento pero incesante descreimiento en la Corte Suprema y los demás
tribunales inferiores. Se insiste en las dudas sobre el desempeño y los logros obtenidos en
fallos memorables aparecen deslucidos ante el proceso de desprestigio que día a día verifican
las encuestas de opinión. En realidad se ha profundizado un proceso de deterioro que en la
actualidad aflora y que se verifica no sólo en la Argentina sino en gran cantidad de estados de
la comunidad internacional. Sin embargo, a pesar de ese enfoque general y universal, hay
algunos hechos locales que han contribuido a afectar más al Poder Judicial: la ampliación del
número de jueces, el indulto a los Comandantes del último proceso militar, la hipertrofia del
poder ejecutivo a costa de los poderes provinciales y los demás poderes legislativo y judicial.
Éstos son datos de la realidad que pueden ser discutidos en cuanto a su mayor o menor
intensidad, pero no en cuanto a su realidad.
En ese contexto los derechos humanos se verifican en la sociedad no solo admitidos por la
jurisprudencia, por la legislación y al doctrina, sino también en tratados jerarquizados
constitucionalmente a partir de la reforma Constitucional de 1994. A partir de ese momento
estamos viviendo escenas de la vida posmoderna porque se presenta en algunos casos la
llamada violencia de la Impunidad y de la inseguridad, mientras los profetas del odio afirman,
equivocadamente, que la nave ya naufragó y pretenden colocar a la sociedad ante el falso
dilema de cambiar libertad por seguridad en un ámbito distrópico opuesto y antitético a las
utopías.
Por eso tiene razón Benedetti cuando decía que con esa soberbia que caracteriza a los
intelectuales, que cuando pensamos que conocíamos todas las respuestas, cambiaron las
preguntas. La pregunta es si las utopías en definitiva serán reemplazadas por las distropías. La
cuestión es, pues, si los derechos humanos instrumentados con justicia en un marco de
seguridad constituyen un paradigma o un simple espejismo.
Hay fundamentos para ser optimistas en el futuro. Se conocen los problemas y hay soluciones
en marcha, por medio de la legislación más que demorada dispuesta por la Constitución
reformada (Ley de Ética Pública, Consejo de la magistratura, Ministerio Público, etc.). Pero más
allá de las normas hay una nueva atmósfera que se respira en la Argentina y en el mundo que
se dirige a la transparencia y honestidad en un nuevo modelo.
VOLVER A CREER: EL FIN DE LA HISTORIA DE LOS DERECHOS HUMANOS
Esta historia de los derechos humanos ha terminado y los riesgos que prometimos se han
cumplido. Luego de leer estas páginas habrá posiciones encontradas, pues, nuestro objetivo no
ha sido la neutralidad debido a que el mismo título es adoptar una posición.
El objetivo ha sido que el final de esta historia sea el principio de las discusiones y debates. No
queremos la neutralidad del lector y quizás en muchos pasajes lo hemos provocado
intencionalmente para que tome partido y ambos nos dejemos llevar por la emoción de la
razón y la autocrítica.
Las historias siempre terminan en historias personales, historias particulares, historias propias,
como la de Argentina en la que hemos actuado como cronistas-protagonistas y sentimos el
efecto de un “replay”, con responsabilidades a las que no debemos rehuir.
Las historias particulares, las historias privadas comienzan a partir de ahora, cuando el lector
abandone el libro y termine el monólogo obligado del autor, que no es otra cosa que un
hurgador de viejos desvanes y ladrón de pequeñas historias que forman la gran historia.
La historia privada comienza, pues, con la acción individual de cada uno de los lectores, para
que terminen las discriminaciones, las desigualdades, las injusticias, porque quien tolera todas
esas violaciones de los derechos humanos, viola los derechos propios y de los demás.
Como todo monólogo, el libro termina con consejos que uno transmite a los demás, quizás
porque internamente no se halla muy seguro de ellos, en una especie de arena movediza de
ideas, al ser devorado por ellas sin prestar atención a lo que sucede alrededor. Proponemos,
pues, poner en acción todo aquello que ha tenido éxito y desechar los caminos de la
intolerancia que fundamentalmente significan no tolerarse a sí mismo.
Hay un espíritu necesario en todas estas acciones que debemos realizar en conjunto y que se
concreta en establecer y hacer efectiva la paz. Para ese propósito, la paz interior y exterior se
establece sobre la reconciliación solidaria, que significa reconocer errores, asumirlos y tender
puentes y manos a todos. La reconciliación en los derechos humanos es esencial: el olvido es
fatal y el recuerdo pertenece a la historia. Una reconciliación que exige verdad y justicia base
del arrepentimiento, fundamento del perdón con memoria. De esa forma el laboratorio de la
historia es un capítulo de la moral.
Hay una generalizada creencia, que la democracia es olvido e impunidad y ese sentimiento es
la base de la corrupción que significa destrucción y desintegración.
La Argentina necesita volver a creer en sus dirigentes y tener fe en su gente. El pueblo de la
Argentina es básicamente honesto, pero necesita y lo está pidiendo a gritos que se haga justicia
y que el gobierno se identifique con la ética. Sólo por este camino se transita hacia la
reconciliación con derechos humanos para el futuro.
VOLVER A CREER DE NUEVO
En cada nueva edición de este libro nos planteamos el optimismo de volver a creer. A partir de
fines de 2001 y principios de 2002, se nos ha presentado una situación nueva. Siempre vivimos
en los límites, pero esta vez franqueamos los extremos del caos, que pocas veces en siglos
suelen presentarse.
La Argentina en pocos días vivió la renuncia de un presidente, asunción de otro, y renuncia
posterior. Gente en las calles. El salón Blanco de la Casa de Gobierno y una nueva asunción de
un presidente que tomó un desafío histórico.
Los bancos cerrados, nuevas palabras “corralito”, “corralón”, pesificación, devaluación. Un
peso igual a un dólar dejó de ser la consigna económica y toda la sociedad comenzó a vivir un
torbellino en el que todo se impugnó. La síntesis la puso la movilización popular con una
expresión que reflejaba ese estado de ánimo: “Que se vayan todos los políticos”.
La eterna tentación siempre es culpar a los demás. Es muy cómodo atribuir responsabilidades
externas. Si no existieran los chivos emisarios, hay que crearlos. Toda la sociedad se hallaba en
asambleas populares y todo estaba en discusión, mientras cientos de argentinos emigraban
hacia otros destinos en el medio de una tristeza inocultable.
Todo estaba destruido o a punto de estarlo. La educación y la cultura, el sistema bancario y
financiero, el ánimo y los sentimientos. La celeste y blanca lucía raída y descolorida. De la
noche a la mañana se puso en blanco y negro lo que estaba latente. El maquillaje cayó
abruptamente y todo quedó en la discusión.
Por supuesto los derechos humanos sufrieron un fuerte retroceso. Más allá de las razones y
fundamentos que pueden justificar una devaluación, que en los hechos ya se había instalado,
lo cierto es que todos iban a los bancos y no podían retirar sus fondos. Cuando relatamos esa
situación a personas de otros países, en especial europeos, no entienden y solicitan precisiones,
les parece que se trata de sucesos imposibles, fruto de la imaginación o de una novela. Pero los
sucesos dieron vuelta el mundo en las cadenas de televisión.
Los derechos económicos y sociales quedaron muy relegados, teniendo en cuenta altos índices
de desocupación y se produjo una alarmante caída del producto bruto interno de la Argentina.
En poco tiempo el sueño de vivir como en los países desarrollados adquiría una realidad que
se veía en directo con masas de personas hurgando los tachos de basura.
¿Por qué pasó todo lo relatado? ¿Cuáles fueron las causas? Éste no es un libro para abordar
esas respuestas, pese a que el impacto sobre los derechos humanos ha sido y es espectacular.
Ensayar diferentes respuestas es oficio de los retóricos, pero en nuestra materia, la sensibilidad
domina cualquier tipo de cuestionamiento. Pueden existir razones económicas de diferente
origen, evolución, causas y consecuencias. Podemos también decir que se estaba produciendo
una profecía autocumplida que empezamos a ensayar a partir de la última dictadura militar.
Lo que no es posible entender que otros países que pasaron por etapas parecidas, a la hora de
organizar, pusieron toda su energía para hacerlo, mientras la Argentina se deslizaba a los
últimos lugares en el ranking de la competitividad y de la corrupción, que ha invadido todo el
cuerpo social.
El tema recurrente tiene una estrecha relación con los derechos humanos, pues no existe
posibilidad de un orden estable en un estado de derecho sin juicio y castigo a los culpables, con
un manto de responsabilidad que se extienda a toda la sociedad. Max Weber vio con claridad
al delinear la ética de la responsabilidad, que parte de la lucha contra la corrupción y la
impunidad.
Iniciamos el primer quinquenio del siglo XXI con nuevos objetivos y propósitos para volver a
creer.
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR
1. El gaucho Martín Fierro
a) Poemas seleccionados:
El anda siempre juyendo,
Siempre pobre y perseguido.
No tiene cueva ni nido
Como si juera maldito-
Porque el ser gaucho... barajo
El ser gaucho es un delito.
Su casa es el pajonal,
Su guarida es el desierto-
Y si de hambre medio muerto
Le echa el lazo a algún mamón,
Lo persiguen como a pleito,
Porque es un “gaucho ladrón”.
El nada gana en la paz
Y es el primero en la guerra-
No lo perdonan si yerra,
Que no saben perdonar-
Porque el gaucho en esta tierra
Sólo sirve pa votar.
Si uno aguanta, es gaucho bruto-
Si no aguanta, es gaucho malo-
Déle azote, déle palo,
Porque es lo que él necesita!-
De todo el que nació gaucho
Ésta es la suerte maldita.
Vamos suerte -vamos juntos
Dende que juntos nacimos-
Y ya que juntos vivimos
Sin podernos dividir-
Yo abriré con mi cuchillo
El camino pa seguir.
Hernández, José: “Martín Fierro” (Poemas seleccionados).
b) Martín Fierro según Unamuno:
Martín Fierro es un pobre gaucho, para quien quema su frente el sol; al calor de su fogón, al arrimo de
su china. Pero como el ser gaucho es delito, compartió la desgraciada suerte del pueblo generoso e
infeliz a que pertenecía.
En Martín Fierro se compenetran y como que se funden íntimamente el elemento épico y el lírico; diríase
que el alma briosa del gaucho es como una emanación del alma de la Pampa, inmensa, escueta,
tendida al sol, bajo el cielo infinito, abierta al aire libre de Dios.
Martín Fierro es de todo lo hispanoamericano que conozco lo más hondamente español. Me recuerda a
las veces nuestros pujantes y bravíos romances populares.
Unamuno, Miguel: “El Gaucho Martín Fierro”, Buenos Aires, Americalee, 1967, pp. 28/32/39.
2. La historia verdadera
a) La historia inédita:
En gran parte nuestra historia verídica está inédita, pero en parte está escrita y no sabemos leerla. Está
escrita en El Matadero, en Martín Fierro, en Amalia, en las Memorias de Paz, en veinte obras que
leemos como los Viajes de Gulliver, en todo lo que escribió Sarmiento, que leemos como prosa bien
hecha. Lo mal escrito no lo leemos y a lo bien escrito no le buscamos el sentido. También escribieron
buena historia Mitre, López, Echeverría, Alberdi, Saldías, Bilbao, Ramos Mejía, J. A. García, J. V.
González y Groussac, y no la entendemos. Nos ufanamos leyéndola, como el niño que termina de
aprender a leer y lee en voz alta, y ni él ni los padres entienden otra cosa sino que eso que dice
corresponde a eso que está escrito.
Esa lectura sin inteligencia de nuestra historia es la misma con que leemos la historia universal, y la
cultura, la santidad y el heroísmo, por lo que no pasan de ser patrañas ridículas y sin sentido. La frase
de que nos bastamos a nosotros mismos es una declaración de malos lectores. No hay incredulidad
más bruta y sólida que la del creyente que comulga con piedras de molino.
Ningún libro se ha leído peor que Facundo, Martín Fierro, Amalia y Una Excursión a los Indios
Ranqueles, las cuatro obras históricas por excelencia, y además las cuatro mejor escritas en el siglo
pasado. Hasta pudo suponerse, en el resurgimiento económico del país, que aquellas exposiciones
profundas o radiografías del esqueleto y de los órganos vegetativos, se refirieran a un estado de cosas
superado, a un desarreglo circunstancial que la creación de órganos de regulación institucional había
corregido. Lo mismo había pasado con el aniquilamiento del indio. Todavía muchos leen Facundo y
Martín Fierro sin miedo, como cuentos pintorescos y divertidos.
Nuestra realidad de cosas, de funciones y de fines no ha sido inventariada ni sobre ella se ha detenido
nadie a meditar. Prueba de esto es que somos un país sin inventarios, con pocas estadísticas y con
ningún archivo. Nuestra historia está inédita y la escrita la leen los analfabetos, los que todavía no han
sobrepasado el grado de lectura de las letras, las sílabas, las palabras y la oraciones.
Martínez Estrada, Ezequiel: “Sarmiento”, Buenos Aires, Sudamericana, 1969, pp. 108-110.
b) Balance de 80 años:
... En ochenta años se constituyeron y organizaron universidades, academias y sociedades científicas
que estimularon la investigación y el saber. El país ha tenido filósofos profundos como José Ingenieros,
Alejandro Korn y Francisco Romero; investigadores científicos como Florentino Ameghino, Miguel Lillo y
Bernardo Houssay; pintores y escultores ilustres como Martín Malharro, Rogelio Irurtia, Lino Spilimbergo
y Miguel Victorica; escritores insignes como Leopoldo Lugones, Roberto Payró, Enrique Banchs,
Ezequiel Martínez Estrada y Jorge Luis Borges. En el seno de una sociedad heterogénea y entre el
fragor de la lucha entre los opuestos, se hace poco a poco una Argentina que busca su ordenamiento
económico-social y una fisonomía que exprese su espíritu.
Romero, José Luis: “Breve Historia de Argentina”, Buenos Aires, Editorial Abril, 1984, p. 137.
3. La decisión de Sofi
– Usted hablaba antes de Hobbes, hagamos un poco de historia: en el ‘76 la mayoría de la sociedad
pensaba que había que aceptar algunos deslices para reprimir al terrorismo. ¿Usted compartía esa
visión?
– No. No lo aceptaba, pero estaba un poco en la posición de ahora: preguntándome desde una posición
de observador. Más bien lo que hizo la gente fue no mirar, no enterarse. Y otros decían “Yo no estoy de
acuerdo”, pero dejaban hacer. Hubo un gran cinismo colectivo. A mí me secuestraron unas horas en el
‘77, un grupo de las Tres A. En ese episodio me di cuenta de que los tipos estaban terriblemente
resentidos contra la sociedad que a la vez defendían. Los estaban usando.
– Digamos que lo de “nadie sabía” era una ficción. Tal vez haya que decir: “Nadie quería saber”.
– Sí, es cierto. El trabajo sucio lo hacía alguien.
– ¿Y por qué usted no quería saber?
– ¿Cómo?
– ¿Por qué usted no quería saber?
– Era una situación, un dilema...
– ¿O... sabía?
– No, no, yo no sabía, concretamente.
– Grondona...
– El grado de detalle que vino después no lo sabía. Yo sabía que había líneas duras y líneas blandas
dentro del Ejército. Videla no era línea dura.
– Coincidía en eso con el Partido Comunista...
– ¿Ellos dicen lo mismo?
– Ellos dijeron lo mismo.
– Es que era así, yo lo vivía así. Videla, Viola, la gente moderada.
– Usted decía que la gente no quería saber. ¿Por qué usted no quería saber?
– Yo tenía la sensación de guerra civil: mataban de los dos lados. Lo que debe haber pasado en la
España del ‘36; supongo que usted y yo, finalmente, estaríamos en trincheras opuestas.
– Seguramente.
– Lo horrible es cuando no hay más que trincheras. Hasta el ‘77, ‘78 hubo consenso para la represión
militar. Después, ni yo ni mucha de la gente tuvo consenso para lo que venía.
– ¿Cuánto tiempo estuvo secuestrado?
– Unas diez horas.
– ¿Cómo fue?
– Yo estaba con mi mujer. Era un domingo. Nos pusieron capuchas y nos llevaron a un lugar. Acababan
de morir los palotinos, no sé si recuerda.
– Fue poco antes del asesinato de Angelelli.
– Claro. El grupo que me secuestró se atribuyó la muerte de los palotinos y me pidió dos cosas: primero
que contara el episodio, era como un show-off; y segundo me pidieron que viera a los obispos y les
dijera de parte de ellos que si ellos no limpiaban a los curas tercermundistas, iban a seguir pasando
cosas como lo de los palotinos.
– ¿Y lo hizo?
– Sí. Cuando salí de ahí hablé con la prensa, y luego lo vi a Pío Laghi y a monseñor Tortolo y les conté.
– ¿Y cuál fue la reacción de los obispos?
– Muy preocupados.
– En el momento del secuestro, ¿tuvo miedo que lo torturaran?
– Yo lo veía más como un secuestro, que iban a pedirme algo.
– ¿Usted estuvo de acuerdo con la ley de obediencia debida?
– No, me parecieron mamarrachos jurídicos.
– ¿Qué hubiera hecho?
– Nunca tuve una opinión categórica sobre el tema.
– ¿Cree que es éste el momento para dar el indulto?
– Yo más bien me opuse. En algún momento en la Argentina habrá que empezar a tener ley. Tampoco
me ha gustado que las Fuerzas Armadas no hayan hecho hincapié en que también Firmenich va a ser
indultado.
– Bueno, es un canje.
– Claro, es un canje.
– ¿Por qué a lo largo de la dictadura nunca dijo todo esto frente a una cámara?
– Yo lo dije. Lo que pasa es que no hice campaña. Reconozco que no tengo una pasión por el tema.
– ¿Por qué?
– Es un tema muy desgarrante.
– Desgarrante suena también a importante. Quizás habría que haber hecho campaña sobre el tema.
– Bueno, yo no me considero una persona con todas las respuestas. Yo tengo una actitud de
aprendizaje en la vida. Yo no estoy totalmente convencido de lo que digo. El final del programa también
fue una pregunta.
– Sin hacer una lista demasiado larga, digamos que usted está de acuerdo con que el Estado defienda
la vida de los habitantes.
– Por supuesto.
– ¿Por qué entonces no hacer campaña cuando el Estado reprime indiscriminadamente? ¿Por qué no
salir a defender las vidas de los demás?
– Yo tenía mucha menos prensa que ahora.
– ¿Se imaginó alguna vez, después de su secuestro, que podía volver a encontrarse con sus
secuestradores por la calle? ¿Ahora, por ejemplo?
– Sí, porque fue a cara descubierta. Pero nunca más me molestaron.
Diario “Página 12". Parte del reportaje al Dr. Mariano Grondona por Jorge Lanata. Día domingo 14 de octubre
de 1990. (El título es el mismo del reportaje).
4. Ricardo Rojas: consejos modelo 1909-2009
El momento aconseja con urgencia imprimir a nuestra educación un carácter nacionalista por medio de
la historia y las humanidades. El cosmopolitismo en los hombres y las ideas, la disolución de viejos
núcleos morales, la indiferencia para con los negocios públicos, el olvido creciente de las tradiciones, la
corrupción popular del idioma, el desconocimiento de nuestro propio territorio, la falta de solidaridad
nacional, el ansia de la riqueza sin escrúpulos, el culto de las jerarquías más innobles, el desdén por las
altas empresas, la falta de pasión en las luchas, la venalidad del sufragio, la superstición por los
nombres exóticos, el individualismo demoledor, el desprecio por los ideales ajenos, la constante
simulación y la ironía canalla –cuanto define la época actual–, comprueban la necesidad de una
reacción poderosa en favor de la conciencia nacional y de las disciplinas civiles.
Rojas, Ricardo: “La Restauración Nacionalista”, Buenos Aires, Peña Lillo, 1971, p. 84.
B. LIBROS
Las ideas para discutir señalan el conflicto que se presenta en los libros que han interpretado el sentir
argentino. El Memorial de la Patria, dirigido por Félix Luna, la revista Todo es Historia, también dirigida
por Félix Luna son medios seguros para hallar una base de contenido pluralista en la historia. La
Academia de la Historia también ha efectuado publicaciones importantes. Últimamente, los estudiosos
extranjeros han escrito algunos libros más cercanos a la temática de este libro, Argentina, 1516, 1987
de David Rock, Alianza Editorial, 1989; el criticado Diccionario Histórico Argentino de Ine S. Wright y
Lisa Nekhom, Emecé, 1990; Fuerzas Hegemónicas y Partidos Políticos, de Félix Luna, Editorial
Sudamericana; otros libros de memorias como el Descubrimiento del mundo de Alicia Jurado, Emecé,
1989, los libros de Rouquieu, los excelentes y discutibles libros de Marcelo Sánchez Sorondo.
También los libros-resúmenes: la Breve Historia de la Argentina de José Luis Romero, y la versión
desde la otra vereda, la también Breve Historia de la Argentina de Julio Irazusta. Últimamente se ha
publicado un interesante estudio del Peronismo: Le Peronisme Histoire de l’exil et du retour, Ed.
Sorbonna, Gerard Guillermin, París, 1989. Entre las enciclopedias y diccionarios: Gran Enciclopedia
Argentina, Buenos Aires, Edir, 1958; Diccionario Histórico Argentino, Buenos Aires, 1953; Nuevo
Diccionario Biográfico Argentino, Buenos Aires, 1968; Diccionario de Argentinismos Diego Abad de
Santillan, Buenos Aires, TEA, 1976.
Hay dos libros que recomendamos: a) La Argentina y sus grandezas, escrito por Blasco Ibáñez en 1910
en una edición refinada; b) Argentina: Guía Pirelli 1990 una verdadera joya para conocer la geografía y
parte de la historia argentina.
C. CINE
El cine argentino tiene un contenido documental en materias muy vinculadas con la temática de esta
obra. Hay dos etapas bien diferenciadas: antes de 1983 y después de 1983. La temática anterior a
1983, es en muchos casos de tipo histórica e ideológica y servirá para enfocar una actitud rebelde para
encontrar algunos hilos para la historia de desencuentros. El cine posterior a 1983, contempla de
diversas maneras lo que pasó en el gobierno militar entre 1976 y 1982.
Entre las más representativas del período anterior a 1933, destacamos: Los Isleños, de Hugo del Carril;
La Hora de los Hornos y La Patagonia Rebelde de Solanas; posterior a 1983 destacamos: La Historia
Oficial de Luis Puenzo; La República Perdida I y II, Vanoli; Asesinato en el Senado de la Nación de
Jusid; Gerónima de Raúl Toso; El exilio de Gardel y Sur de Solanas; Los chicos de la guerra de Bebe
Kamin; Sofía de Alejandro Doria; La noche de los lápices de H. Olivera; Ojos azules de Reinhard Haarf;
La deuda interna de Pereyra y Después de la Tormenta de Tristán Bauer; Un lugar en el mundo de
Aristarain; Martín Hache y Tango Feroz.
D. CARTA AL AUTOR
En Buenos Aires al final del siglo XX
Su capítulo sobre los derechos humanos en la Argentina nos obliga a escribirle. Nuestra
pertenencia al grupo de sabihondos y suicidas argentinos nos obliga hacerle saber que la Argentina no
tuvo nada que ver en nuestras decisiones.
Antes de mandarle esta carta hemos discutido mucho. Somos argentinos aún después de la muerte
y es bien sabido que dos argentinos, son tres opiniones y que al argentino, hay que comprarlo por lo que
vale y no por lo que cree que vale.
Cada uno ha planteado su discurso. Alem ha sido el más romántico y fogoso; Lugones algo
rimbombante, insiste en plantear cada día nuevas hipótesis sobre la no terminación de la historia de
Roca; Alfonsina se emociona escuchando a Mercedes Sosa y todos siempre insisten en sus recuerdos
de Buenos Aires, mezclando cuentos con verdades. Finalmente, hemos decidido enviarle esta carta,
porque creemos en el futuro y el presente de la Argentina, sin mufas, “pálidas”, ni “malas ondas”. Con
realismo y humildad.
Es verdad que extrañamos a la Argentina en la que soñamos, escribimos y luchamos. Desde aquí,
los problemas no son tan insolubles como parecen a primera vista.
Quizás lo fundamental es sentarnos todos juntos como en esta mesa y discutir como lo hacemos,
con Leandro, Leopoldo, Alfonsina y otros más que no desean ser nombrados. Nosotros tenemos más
derechos que todos Uds. para ser optimistas, aunque ahora falten condiciones en lo económico y social,
aunque se corte la luz y el agua, aunque parezca que ha llegado el fin de todo. Acuérdense que ser
argentinos es más que un trabajo y que todo se hace con esfuerzo, pasión y ética. Vivir en un país no es
sólo participar en la alegría del banquete, sino también en el torbellino de la tormenta de la adversidad
poniendo espalda con espalda, lágrima con lágrima.
No queremos ser magistrales. Hay que sentir lo más simple: las tardecitas de Buenos Aires, el
fresco de Rosario junto al Paraná; los amaneceres de Mendoza; los colores del norte esencial. Tampoco
desdeñen las siestas de Nueva Orleans; las brumas de París o los atardeceres de Florencia y los de
Nueva York con el puente de Brooklyn de fondo. Junten a Mozart y a Piazzola; a Don Bosco y la
Mignon, en ese cambalache irreverente, tan difícil para ser definitivamente piantados como somos.
Ahora es el mejor momento para no limitar nuestros sentimientos, ahora que la Argentina comienza a
atravesar un nuevo camino con derechos humanos.
Se enfría el café y gira la cuchara.
Argentinos. No dejen de anotarse en todas las utopías. ¿Por qué no escuchar el Himno Nacional en
la versión de Charly García? ¿Por qué no salir a festejar embriagado en la celeste y blanca?
En un cafetín de Buenos Aires, con sabihondos y suicidas:
Leandro N. Alem; Leopoldo Lugones; Aristóbulo del Valle; Alfonsina Storni; Roberto Arlt; Marechal...
Siguen las firmas...
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
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Caracas, junio-setiembre-de 1968, pp. 197/224); Gutiérrez, Carlos José: La Corte de Justicia Centro
Americana (Reserva del Colegio de Abogados, San José de Costa Rica, nº 45/48, 1949, pp. 261-76,
297-315, 361-367, 378-408), Hernández, Rubén y Trejos, Gerardo: La Tutela de los Derechos Humanos
(Costa Rica, Ediciones Juricentro S.A., 1977); Hubner Gallo, Jorge L.: Panorama de los derechos
humanos (Santiago de Chile, Andrés Bello, 1973); Jaguaribe, Helio: Crisis y Alternativa en América
Latina: Reforma o Revolución (Buenos Aires, 1972); Lauiña, Félix: Sistemas Internacionales de Protección
de los Derechos Humanos (Buenos Aires, Depalma, 1987); Medina Quiroga, Cecilia: The Battle of
Human Rights. Gross, Systematic Violations and the Inter-American System (Netherlands Institute of
Social and Economica Law Research (NISER) Utrecht University, the Netherlands, Martinus Nijhoff,
Holanda, 1988); Meron, Thedor: Human Rights in Time of Peace and in Time of Armed Strife: Selected
Problems (pp. 1-21); Nieto Navia, Rafael: La jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos (Revista IIDH. Vol. 1, Nº 1, 1985. San José (C.R.): Instituto Interamericano de Derechos
Humanos); OEA: Inter-American Yearbook on Human Rights/Anuario Interamericano de
Derechos Humanos (Tomo I, 1985, Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Washington
DC, USA, 1987); Padilla, Miguel M.: Lecciones sobre derechos humanos y garantías (Buenos Aires,
Abeledo-Perrot, 1986, Tomo I); Ramella, Pablo A.: Los derechos humanos (Buenos Aires, Depalma,
1980); Ricord, Humberto E.: Los Derechos Humanos y la OEA (México, 1970, p. 105); Schriber: The
Interamerican Commission on Human Rights (1970); Sepúlveda, César: Derecho Internacional (México,
Editorial Porrúa, 1984, pp. 503/522), El Panorama de los Derechos Humanos en la América Latina.
Actualidad y Perspectiva (Boletín Mejicano de Derecho Comparado, nº 45, 1982, pp. 1053/1061), La
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Boletín Mexicano de Derecho Comparado, Nº 14,
México, enero-abril, 1982), Posibilidad y conveniencia de elaborar un Protocolo Adicional sobre derechos
económicos, sociales y culturales, anexo a la Convención de San José de 1969 (Anuario Jurídico, México,
XII, pp. 283-292, 1985); Sohn Louis, B. y Buergenthal, Thomas: International Protection of Human
Rights, Indianápolis, 1973; Travieso, Juan Antonio: Emergencia y Derechos Humanos (El Derecho,
1984, pp. 108/855). La Recepción de la Convención Americana de De-
rechos Humanos en el Sistema Jurídico Argentino (La Ley, 1987), Cuestiones de Procedimiento en la
Convención Americana de Derechos Humanos (La Ley, 1988); Uribe Vargas, D.: Los Derechos humanos y
el Sistema Interamericano (Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1972); Vargas Carreño, Edmundo:
La práctica de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Instituto Interamericano de Derechos
Humanos, Curso Interdisciplinario de Derechos Humanos, San José, 26 agosto-6 setiembre de 1985,
37 pp.); Vasak, Karel: La Commission Interaméricaine des Droits de L’Homme (1968), Les Dimensions
Internationales des Droits de L’Homme (París, UNESCO , 1978); Revistas, leyes, organismos
internacionales, anuarios y publicaciones especializadas: Anuario Jurídico de la UNAM (México),
Boletín Mexicano de Derecho Comparado del Instituto de Investigaciones Jurídicas (México), Revista Mundo
Nuevo (Universidad Simón Bolivar), Revista del Instituto Interamericano de Derechos Humanos (San
José de Costa Rica), Anuario Jurídico Interamericano (Washington, OEA ), Anuario de Derechos
Humanos (Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Washington), Anuario del Instituto
Hispano Luso Americano de Derecho Internacional, Revista de Información Legislativa (Brasilia); Argentina:
el gobierno democrático y los derechos humanos (Buenos Aires, 1985); Argentina-Leyes. Derechos
Humanos: Ley 23.054 y normas complementarias, Buenos Aires, Congreso de la Nación, 1985.
Para información sobre bibliografía dirigirse a: OEA (Organización de Estados Americanos)
Comisión Interamericana de Derechos Humanos
Organización de Estados Americanos
Washington, D.C. 20006, U.S.A.
En Argentina
Centro de Información de la OEA
Junín 1940, Planta Baja
1113 Buenos Aires
Argentina
C. LOS DERECHOS HUMANOS EN EL SISTEMA
EUROPEO COMUNITARIO
Collected Texts (14th edition, September 1979); Booklet on the European Convention on Human Rights;
Human Rights in International Law: Basic texts (doc. H (79) 4); Explanatory reports on the Second to Fifth
Protocols to the European Convention for the Protection of Human Rights and Fundamental Freedoms (doc.
H(71) 11); Europoean Agreement relating to Persons Participating in Proceedings of the European
Commission and Court of Human Rights, Strasbourg, May 1969; European Agreement relating to Persons
Participating in Proceedings of the European Commission and Court of Human Rights - Report of the
Committee of Exports on Human Rights - Report of the Committee of Experts on Human Rights to the
Committee of Ministers (doc. H (69) 15).
Para información sobre bibliografía dirigirse a:
Consejo de Europa
Council of Europe
Directorate of Press and Information
67006 - Cedex - Strasbourg
France
D. OTRAS PUBLICACIONES DEL AUTOR
1 - Publicaciones
“La Conferencia de Viena sobre Derecho de los Tratados” (Revista Jurídica La Ley, 1970, Bs. As.,
Argentina), “Bases y Realizaciones para una política de integración de los transportes
latinoamericanos” (Revista Jurídica La Ley, 1972, Bs. As., Argentina), “El patrimonio Común de la
Humanidad en el Nuevo Orden Internacional” (Revista del Colegio de Abogados de Buenos Aires, Tomo
XLI, Nº 2, 1981), “Lenguaje y Derecho en los espacios marítimos” (Revista Jurídica Jurisprudencia
Argentina, Nº 5287, Año 1982, Buenos Aires), “Hacia un horizonte de 200 millas. Notas sobre la zona
económica exclusiva en los espacios marítimos.” (Revista del Colegio de Abogados de Buenos Aires,
Tomo XLII, Nº 1, Año 1983), “La soberanía marítima argentina” (Revista Jurídica La Ley, 31 de
octubre de 1983), “El régimen Jurídico de los hidrocarburos en la plataforma continental argentina”
(Revista Lecciones y Ensayos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos
Aires, 1983), “Emergencia y Derechos Humanos” (Revista Jurídica El Derecho, Nº 5971, 1984),
“Terrorismo y Derecho Internacional” (Revista Jurídica Jurisprudencia Argentina, Nº 5338, 9 de mayo
de 1984), “La Defensa Nacional” (Revista Jurídica La Ley, mayo de 1985, Nº 13 y 14), “Democracia
con Poder” (Revista Jurídica La Ley, Nº 154, agosto de 1985), “El Control Parlamentario” (Régimen de
la Administración Pública, 1985, Nº 76), “La Nacionalidad y el Derecho Internacional” (Jurisprudencia
Argentina, Nº 5444, enero, 1986), “Discursos de la Nacionalidad, Pasado, Presente y Futuro para
Argentina en Malvinas” (Edición Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales, Seminario
Permanente), “La recepción de la Convención Americana de Derechos Humanos en el sistema
jurídico argentino” (La Ley, 5 de junio de 1987), “Cuestiones de Procedimiento en la Convención
Americana de Derechos Humanos” (La Ley, noviembre de 1987). “Los Derechos Humanos en las
Islas Malvinas”, Cari, 1989; “Los Derechos Humanos en las colonias británicas”, La Ley, julio 1992;
“Los Derechos Humanos del niño”, El Derecho, 1992; “La soberanía al comienzo del siglo XXI ”, J.A.,
1992; “La noción de soberanía en los sectores polares, Antártida, espacio exterior y fondos
marítimos y oceánicos” Pnud/Cari, 1992.
2 - Libros
Derechos Humanos y Derecho Internacional, Buenos Aires, Editorial Heliasta, 1996.
Derechos Humanos. Fuentes e Instrumentos Internacionales, Buenos Aires, Editorial Heliasta, 1996.
Los Derechos Humanos en la Constitución de la República Argentina, Buenos Aires, Eudeba, 1996.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos, Buenos Aires, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1996.
El Código de Derecho Internacional, Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1998.
ÍNDICE
Prólogo a la segunda edición
Prólogo a la tercera edición
Presentación
Nota preliminar
Introducción
CAPÍTULO I
EL MUNDO ANTIGUO HASTA EL SIGLO XV
1. Nociones generales
2. Los hebreos
3. Los griegos
4. Los romanos
5. El Cristianismo
6. Los bárbaros
7. La Edad Media
8. La doctrina musulmana y los derechos humanos
9. Las ciudades y la génesis de los Derechos Humanos - Los fueros
10. El embrión del Estado en la Edad Media
11. El renacimiento del derecho romano y los Derechos Humanos
12. El derecho canónico y los Derechos Humanos
13. La inquisición y los Derechos Humanos
14. La Carta Magna de 1215. Estatuto de Oxford. Parlamento y Derechos Humanos
15. Los Derechos Humanos en los siglos XIV y XV
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR 70
1. La aceleración de la historia
2. Humanitas, Felicitas, Libertas
3. Las mujeres en la época de Adriano
4. El futuro del cristianismo
4. La finalidad del Estado es la libertad
B. LIBROS
C. CINE
D. CARTA AL AUTOR
CAPÍTULO II
LOS TIEMPOS MODERNOS
16. Nociones generales
17. El Renacimiento. Los descubrimientos. La imprenta
18. Las Guerras de religión y derechos humanos
19. Maquiavelo y los derechos humanos
20. Los derechos humanos en los doctrinarios de los siglos XVI-XVII
21. Descubrimientos y derechos humanos: Los negros y los indios
22. Los derechos humanos en los siglos XVI y XVII
23. La monarquía absoluta. Déspotas y derechos humanos
24. Inglaterra: experiencias hacia la generalización de los derechos humanos
25. Los doctrinarios contra el Despotismo
26. Los efectos de las doctrinas. Síntesis de Beccaría. El final del principio
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR
1. El nacimiento del estado
2. La transición permanente
3. Los derechos de las prostitutas
4. Una propuesta
B. LIBROS
C. CINE
D. CARTA AL AUTOR
CAPÍTULO III
LA ACELERACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS
27. Nociones generales
28. La colonización inglesa y sus efectos en los derechos humanos
29. Las colonias norteamericanas
30. La Revolución Norteamericana
31. La Declaración de Derechos de Virgina de 1776
32. La Declaración de la Independencia de los EE.UU.
33. La Revolución Francesa doscientos años después
34. Los tres paradigmas de los Derechos Humanos
35. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789
36. Hacia el siglo XIX. Revolución y Contrarrevolución. Éxitos y fracasos en los Derechos Humanos
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR
1. Acto Primero: Obertura
2. Calamidad
3. Danton
4. La Revolución Francesa y EE.UU.
B. LIBROS
C. CINE
D. CARTA AL AUTOR
CAPÍTULO IV
LA DESACELERACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS
37. Nociones generales
38. Los Derechos Humanos después de la paz de Viena. Hacia la generalización de los Derechos
Humanos
39. La autodeterminación de los pueblos
40. Los Derechos Humanos a mediados del siglo XIX
41. Los Derechos Humanos en los doctrinarios del siglo XIX
42. Los obstáculos para la generalización de los Derechos Humanos
43. El colonialismo y los Derechos Humanos
44. La abolición de la esclavitud
45. El trabajo y los Derechos Humanos
46. El fin del siglo XIX. El constitucionalismo. Éxitos y fracasos en los Derechos Humanos
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR
1. Modelo internacional para armar después de 1818
2. Modelo pesimista: 1800-1900: ¿Regreso del pasado?
3. El auge de la ciencia: Platón ha muerto
4. Así hablaba Marx: proteccionismo y libertad de comercio a fines del siglo XIX
B. LIBROS
C. CINE
D. CARTA AL AUTOR
CAPÍTULO V
EL RETROCESO DE LOS DERECHOS HUMANOS
47. Nociones generales
48. Los Derechos Humanos y la Primera Guerra Mundial
49. El final de la Primera Guerra Mundial
50. El constitucionalismo social. La desconstitucionalización
51. El fascismo y los Derechos Humanos
52. El nazismo y los Derechos Humanos
53. El marxismo-leninismo y los Derechos Humanos: ¿El fin de la historia?
54. Las experiencias de España y Portugal
55. El Japón y los Derechos Humanos
56. Los Derechos Humanos en la China
57. Las democracias populares y los Derechos Humanos
58. Las experiencias latinoamericanas
59. El final de la Segunda Guerra Mundial. El principio de la internacionalización de los Derechos
Humanos
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR
1. De re diplomática
2. El tratado de Versailles (1919)
3. La Sociedad de las Naciones: ¿Un fracaso?
4. Mao Tse-Tung
B. LIBROS
C. CINE
D. CARTA AL AUTOR
CAPÍTULO VI
LA INTERNACIONALIZACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS
60. Nociones generales
61. Los Derechos Humanos en el sistema de la ONU
62. Declaración Universal de Derechos Humanos
63. Pactos de Derechos Humanos de la ONU de 1966
64. Protocolo facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
65. Otros sistemas de protección en la ONU
66. Importancia histórica de la ONU en la internacionalización de los Derechos Humanos
67. Los Derechos Humanos en el sistema comunitario europeo
68. La Convención Europea de Derechos Humanos. La Carta de los Derechos Fundamentales de 2000
69. El futuro del proceso comunitario y los Derechos Humanos
70. Los Derechos Humanos en el sistema interamericano
71. Los Derechos Humanos en el sistema africano
72. La síntesis del siglo XX
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR
1. Milan Kundera en dos lecturas
2. Como ser una gran potencia I
3. Como ser una gran potencia II
4. Como hacer la paz: receta de dos siglos
B. LIBROS
C. CINE
D. CARTA AL AUTOR
CAPÍTULO VII
LOS DERECHOS HUMANOS INCONCLUSOS
73. Nociones generales
74. El colonialismo y neocolonialismo en el siglo XX
75. Los Derechos Humanos de las minorías raciales, étnicas, nacionales, etc. Refugiados
76. Las luchas contra la discriminación. Los Derechos Humanos de los indios y de los negros hacia el
siglo XXI
77. Hacia el final de la discriminación contra la mujer
78. La pena de muerte
79. Tecnología y Derechos Humanos
80. Los Derechos Humanos económicos, sociales y culturales
81. Los Derechos Humanos y el medio ambiente
82. Los Derechos Humanos al desarrollo
83. Los Derechos Humanos y la tortura
84. Los Derechos Humanos a la vida y a la muerte
85. Los Derechos Humanos y la guerra internacional
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR
1. Las sociedades postcoloniales
2. Derechos Humanos y libertad religiosa
3. El derecho a morir
4. Tecnología, política y Derechos Humanos
5. La protección de datos personales: historias y dilemas
B. LIBROS
C. CINE
D. CARTA AL AUTOR
CAPÍTULO VIII
LOS DERECHOS HUMANOS EN LA ARGENTINA
86. Nociones generales
87. Los escenarios políticos de Argentina: 1810-1833
88. Los Derechos Humanos y Rosas
89. El destierro, Caseros. La Constitución de 1853/1860. El retorno
90. La crisis de 1890 y la salida de la crisis
91. La paz y administración
92. La soberanía popular. Yrigoyen
93. La ruptura de la legitimidad
94. La Argentina y la Segunda Guerra Mundial. La crisis interamericana
95. Los Derechos Humanos y Perón
96. La Argentina y la realidad internacional después de 1945
97. La Argentina entre 1976 y 1983
98. La democracia y los Derechos Humanos en la Argentina
99. Los resultados concretos para los Derechos Humanos
100. La nueva historia: volver a creer
APÉNDICE PARA DEBATE, LECTURA, CINE Y CARTA
A. LECTURAS COMPARTIDAS PARA DEBATIR
1. El gaucho Martín Fierro
2. La historia verdadera
3. La decisión de Sofi
4. Ricardo Rojas: consejos modelo 1909-2009
B. LIBROS
C. CINE
D. CARTA AL AUTOR
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
A. Los Derechos Humanos en el sistema de la ONU
B. Los Derechos Humanos en el sistema interamericano
C. Los Derechos Humanos en el sistema europeo comunitario
D. Otras publicaciones del autor