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AMELIA PODETTI. Ciencia y Politica Aportes para Un Encuadre Del Problema

El documento discute las relaciones entre ciencia y política. Sostiene que la ciencia no es neutral sino que expresa y sirve al proyecto político de la sociedad en la que se produce. La interpretación positivista de la ciencia como conocimiento universal y apolítico es criticada. Se argumenta que desde sus orígenes la ciencia moderna ha sido un instrumento político clave para la construcción del mundo moderno y la dominación imperialista. Galileo se menciona como un ejemplo temprano de cómo la ciencia fue concebida como conocimiento objetivo y superior, aunque influenciado por fact
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AMELIA PODETTI. Ciencia y Politica Aportes para Un Encuadre Del Problema

El documento discute las relaciones entre ciencia y política. Sostiene que la ciencia no es neutral sino que expresa y sirve al proyecto político de la sociedad en la que se produce. La interpretación positivista de la ciencia como conocimiento universal y apolítico es criticada. Se argumenta que desde sus orígenes la ciencia moderna ha sido un instrumento político clave para la construcción del mundo moderno y la dominación imperialista. Galileo se menciona como un ejemplo temprano de cómo la ciencia fue concebida como conocimiento objetivo y superior, aunque influenciado por fact
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Ciencia y política:

aportes para un encuadre del problema

Uno de los fenómenos que revelan la crisis irreversible del proyecto político imperial, es la
conciencia, cada vez más aguda y profunda, en los científicos y técnicos del propio campo
imperialista, acerca de la función política de la ciencia y el científico en la realización y
mantenimiento de ese proyecto.

La bomba atómica, la guerra de Vietnam, la guerra química y bacteriológica, la subordinación de


la ciencia a las exigencias industriales de un consumo irracional, son hechos que golpean la
conciencia científica contemporánea y motivan un cuestionamiento profundo del trabajo
científico y sus efectos políticos.

Entre los muchos síntomas de esta situación es muy ilustrativa la problemática actual de la
epistemología y la historia de la ciencia donde se somete a un serio enjuiciamiento el concepto
positivista de la ciencia y del progreso científico.

Por cierto esta crítica no ha nacido hoy: Marx denunció con claridad en el marco de la sociedad
industrial europea de mediados del siglo XIX el condicionamiento socio-económico de las
ciencias sociales. El análisis marxista del carácter ideológico de la economía política constituye
un modelo y un aporte muy valioso, más allá de las limitaciones que podamos encontrar en
Marx, desde la experiencia histórico-política del tercer mundo.

En nuestro país este proceso se inserta dentro de otra problemática que lo incluye y cuya
historia acompaña todo el desarrollo de la revolución latinoamericana: la denuncia de la
penetración cultural, de la destrucción de nuestra cultura, del establecimiento de un complejo
sistema de dependencia cultural en cuyos marcos se instaura la dependencia científica y
tecnológica.
Desde la perspectiva de las guerras de liberación nacional, de la resistencia contra la
dependencia, del proyecto político del tercer mundo, la cuestión adquiere dimensiones muy
diferentes y mucho más profundos. Sólo pretendemos aportar algunos elementos, desde esta
perspectiva, al análisis del problema.

Ciencia y política

Una sociedad se determina y opera en todos los niveles requeridos para su subsistencia y
desarrollo conforme a un proyecto político fundamental. Este proyecto determina sus fines, sus
valores, su estructura interna, sus relaciones con las otras sociedades, su concepción del
hombre, de la economía, del estado, del poder. Y también su concepción de la naturaleza y de
sus relaciones con ella, así como del conocimiento y de la técnica.

Este planteo funda nuestra afirmación de que el problema de las relaciones entre ciencia y
política no se sitúa solamente en el nivel de la aplicación de la ciencia, es decir de su utilización
para determinados fines, muchas veces no queridos y repudiados a posteriori por los científicos

1
mismos (caso de la bomba atómica o de la guerra química y bacteriológica), y donde la solución
es aparentemente simple: liberar a la ciencia de su servidumbre política o bien ponerla al
servicio de proyectos políticos satisfactorios.

El problema se plantea ya en el lugar de articulación entre la sociedad y la ciencia producida por


esa sociedad para la mejor ejecución de su proyecto político fundamental. Vale decir que la
ciencia es política no extrínsecamente y por el uso político que se hace de ella, sino que lo es ya
porque expresa y sirve en sus categorías, en su manera de recortar y categorizar su objeto, en
sus contenidos, en sus métodos, en el lugar que ocupa dentro del sistema cultural, en la
interpretación que se elabora acerca de ella, en sus fines y en sus aplicaciones, el proyecto
político fundamental de una sociedad determinada. Vale decir que la ciencia hoy vigente, en la
medida que es un producto de la sociedad moderna, está determinada en sus contenidos,
métodos y aplicaciones, por los fines de esa sociedad.

Este planteo del problema contradice una interpretación de la ciencia que, aunque
profundamente cuestionada en el marco de la epistemología, sigue vigente en los medios
científicos y técnicos. Esta interpretación pretende, en primer lugar, que la ciencia –y la ciencia
es, por excelencia, la ciencia físico-matemática-, es un conocimiento universal, necesario,
objetivo, apolítico, valorativamente neutral, independiente de todo influjo o regulación social y
política, todo lo cual niega la relación histórica de la ciencia con un proyecto políticamente
determinado. A esto se vincula, en segundo lugar, la interpretación empirista del método,
igualmente vigente pese a que ha sido siempre cuestionada por los analistas de la ciencia, ya
desde el siglo XVII.

En forma muy esquemática esta interpretación del método científico supone por una parte la
existencia de datos independientes del contexto sociopolítico y por la otra la actividad del
científico que, a partir de la recepción de tales datos, formula y pone a prueba hipótesis,
también en forma absolutamente independiente de toda influencia extra científica.

Este modelo es una interpretación mistificada y empobrecida del verdadero proceso del trabajo
científico porque abstrae al científico y al objeto del marco histórico-político en que ambos
existen y se relacionan, defecto que ha sido denunciado muchas veces, pero que es muy eficaz
para la concepción en su conjunto pues niega de raíz toda posible influencia política en el
descubrimiento y puesta a prueba de las leyes científicas.

Además ésta interpretación sostiene que el conocimiento científico constituye el modelo y el


grado superior del saber, frente al cual los otros saberes –la experiencia individual o colectiva, la
tradición histórica, la cultura popular, el sentido común, la conciencia política- se consideran
inferiores, deficitarios, fragmentarios e irracionales. Se considera a la ciencia como un producto
del ejercicio autónomo de la razón del científico o de la comunidad científica, que libremente
elige sus categorías, sus problemas, decide cómo investigarlos, privilegia unos temas o un
aspecto de la realidad y desdeña o desvaloriza otros.

2
Y finalmente se supone que la ciencia –especialmente a partir de los siglos XVI y XVII- progresa
en forma lineal, acumulativa, que cada científico y cada nueva generación continúa el trabajo ya
desarrollado y que en ese proceso se acumula un fondo de verdades y métodos definitivos y
disponibles para los investigadores posteriores.

Todo saber que pretenda poseer objetividad, necesidad, universalidad, verdad, deberá
configurarse como el conocimiento científico así interpretado.

Ésta interpretación de la ciencia no es una elaboración tardía ni una deformación ideológica


propia de las épocas llamadas del imperialismo o del neocolonialismo sino que está presente ya
en el momento en que se constituye la ciencia moderna. Subrayamos este hecho porque en la
gran discusión contemporánea sobre el problema a veces pareciera que la ciencia moderna ha
sido políticamente inocente hasta el siglo XX. Creemos que ella ha sido, desde el siglo XVI, un
instrumento fundamental en la construcción del “mundo moderno”. Y que la interpretación
arriba esbozada es parte de su eficacia política, aunque su subordinación política se haga más
patente y más coactiva en las últimas décadas: no sólo en el frente científico sino en muchos
otros el imperio se ha visto obligado a desenmascarar su naturaleza esencialmente coercitiva y
represiva; y hoy crece o más bien se hace manifiesta la intervención industrial, militar y estatal
en la investigación científica. Justamente esta situación es uno de los acicates de la discusión
contemporánea acerca de la ciencia.

Galileo

La reinterpretación de Galileo, el cuestionamiento de la versión positivista de la ciencia


galileana, constituyen un elemento esencial de esa discusión, en la que no pretendemos entrar
aquí1.

Sin duda hay un Galileo muy distinto del que nos ha transmitido la tradición positivista
dominante hasta el siglo XX. Sólo queremos señalar algunos rasgos de la concepción galileana de
la ciencia, sin discutir si la praxis misma de Galileo confirma o no esa concepción.

Galileo concibe la ciencia físico-matemática por él instaurada como un conocimiento objetivo,


universal, necesario, verdadero, y no ya como un instrumento de trabajo apto para manipular
con determinados fines la naturaleza. La matematización de la naturaleza –componente
fundamental de la nueva física, con el método hipotético-deductivo y el empleo de la
experimentación matemáticamente planificada y puesta a prueba- no es solamente
metodológica, instrumental o hipotética (como lo era para los astrónomos griegos, árabes y
medievales que ya empleaban este recurso).

Galileo afirma, por el contrario, que la verdadera realidad de la naturaleza es su estructura


matemática, de tal modo que la naturaleza que forma parte de nuestra vida biológica o histórica
o que es el suelo de la patria sólo es una apariencia. La verdadera naturaleza es la que Galileo
1
Husserl, que critica profundamente la concepción positivista de la ciencia –ya desde Investigaciones lógicas, 1901-
encuentra el origen moderno de esta concepción en Galileo. Ver: Edmundo Husserl, Die Krisis der Eropäischen
Wissenchaften und die traszendentale Phänomenologie. Den Haag, Martinus Nijhoff, 2 ed., 1962. Trad. Cast. Cap. 1 y
2 ´pr Amelia Podetti, Facultad de Filosofía y nLetras UBA, 1960.

3
describe en fórmulas matemáticas, convirtiéndola en un objeto inerte, profano, meramente
matemático, mensurable, cuantificable. Además, Galileo pretende que ha llegado a esa verdad
por el ejercicio autónomo de su razón, no condicionado por ningún otro saber; que ese
conocimiento es de grado superior y no está influido por ninguna instancia social o política; y
que es el modelo, el arquetipo de todo saber: Galileo mismo sugiere la transferencia de la
metodología y las categorías de la ciencia físico-matemática al estudio de otros ámbitos de la
realidad.

La ciencia así realizada e interpretada constituyó no sólo un producto sino un arma


extremadamente eficiente a varios niveles para la sociedad mercantil-competitiva. Ante todo
porque la dotó de un instrumento que pronto se revelará como muy apto, a través del desarrollo
tecnológico, productivo y bélico que ella posibilitará en grado siempre creciente, para manipular
la naturaleza en vistas a una explotación arbitraria y discrecional, y para dominar y explotar
hombres y pueblos.

En segundo lugar porque al interpretar como conocimiento verdadero y objetivo y como modelo
de todo conocimiento una técnica y una actividad instrumental y utilitaria, se afirma además que
la ciencia puede y debe proveer las pautas para una actividad social racional en todos los
terrenos. Ya inicialmente aparece la propuesta de extender las categorías y el método
“científico”, exitosamente aplicado al estudio de la naturaleza, a la realidad humana, social y
política: una problemática permanente y muy diversamente tratada en la reflexión sobre la
ciencia es precisamente la discusión sobre las diferencias que existen –o no- entre ciencias físico-
matemáticas y ciencias sociales. Pero más allá de esta discusión, más allá del problema que
plantea la transferencia de métodos, como el hipotético-deductivo o la matematización, al
análisis de la realidad social, se trata de ver cómo opera, qué función cumple la extrapolación a
este campo de la interpretación arriba esbozada de la ciencia.

Es una consecuencia necesaria de la concepción en su conjunto que la ciencia cumpla también


con enorme rendimiento la función de arma ideológica: aplicada a la realidad social y política
permitirá presentar como leyes científicas los supuestos, las exigencias y los fines de la sociedad
mercantil-competitiva; y además presentar como anticientífico, vale decir irracional y falso, todo
lo que cuestione el proyecto de esa sociedad.

Hobbes

Hobbes opera como un moderno científico social aplicando a la realidad social el método y la
concepción de Galileo2. Ante el desorden y la inseguridad para la vida y la propiedad generados
en la sociedad inglesa por el proceso de la revolución burguesa y capitalista, Hobbes se pregunta
cómo establecer con certidumbre las causas de esa crisis y elaborar una propuesta racional e
irrefutable para resolverla. ¿Quién se atribuye en el siglo XVII, una vez destronada la religión y la
Iglesia y cuestionado Aristóteles, la autoridad y el prestigio necesarios para fundamentar la

2
Thomas Hobbes, Leviathan, De Cive. Ver C.B. Macpherson, La teoría pol´pitica del individualismo posesivo; de
Hobbes a Locke. Barcelona, Fontanella, 1970.

4
verdad? La ciencia galileana, la joven física matemática, se presenta como la nueva autoridad,
como el conocimiento cierto e irrefutable, objetivo y necesario.

¿Cómo pudo Galileo aplicar la geometría a la naturaleza y construir así la nueva ciencia? Hobbes
responde: reduciendo la naturaleza a cuerpo y movimiento; y practicando la misma reducción en
su campo, afirma que toda la realidad, sea natural, psíquica o social es, en última instancia
corpórea y que por lo tanto hay un solo principio explicativo de todo lo que ocurre: el
movimiento. Y se propone explicar el hombre, la sociedad, el Estado y las relaciones
internacionales mediante esta transferencia a la realidad social de la categorización mecanicista
con que Galileo interpretó la naturaleza. Ello le permite demostrar científicamente que el
egoísmo, la propia conservación, la búsqueda del lucro, la acumulación ilimitada y continua de
bienes es el móvil esencial de la conducta humana; que ello genera necesariamente la
competencia entre los individuos de tal modo que la guerra de todos contra todos es el estado
natural de los hombres, que la sociedad y el Estado resultan de un pacto efectuado para
salvaguardar el uso y disfrute de los bienes de cada individuo, que ese Estado debe ser absoluto
y coercitivo y que en las relaciones internacionales rige sin trabas la guerra de todos contra
todos y el derecho del más fuerte.

Y de este modo Hobbes traspone el proyecto político de la nueva sociedad inglesa, el programa y
las exigencias del proyecto burgués, capitalista e imperial, su concepción del hombre, de la
sociedad y del Estado, a los términos de un discurso científico, otorgándole así los caracteres de
rigor, certidumbre, validez, universalidad y necesidad que ya han sido adjudicados a la ciencia
físico-matemática en el siglo XVII.

El proyecto y todo lo requerido para su plena y exitosa realización queda consagrado, justificado
e inapelablemente proclamado como universal, necesario y verdadero: todo lo que se le oponga
es irracional.

Extrapolando al orden social y político el modelo construido para las ciencias exactas y naturales,
aplicando un análisis materialista y mecanicista, Hobbes universaliza el modelo de la nueva
sociedad competitiva, basada en la búsqueda del lucro y orientada por un individualismo radical
y un desnudo egoísmo, pues ella resulta del juego de leyes naturales, como se demuestra
científicamente.

Además de ese análisis constituye una secuencia deductiva rigurosamente lógica, un sistema
lógico muy fuerte, cuyas consecuencias son necesarias: se transfiere así al nuevo proyecto la
racionalidad y la necesidad de las relaciones lógicas. La sociedad individualista, mercantil,
competitiva, fundada en el lucro y en la guerra, no sólo universal, sino también racional. Y lo que
de hecho es necesario para realizar exitosamente ese proyecto es hipostasiado como una
necesidad lógica.

En las relaciones internacionales rige el mismo principio, con la misma necesidad y


universalidad: la obtención del lucro, la acumulación continua e ilimitada de bienes: de ahí que
el estado natural de las relaciones entre las naciones sea la guerra de todos contra todos. Pero

5
aquí Hobbes no considera una consecuencia necesaria la celebración de un pacto y la
constitución de un estado análogo: aquí rige eternamente la ley del más fuerte y la fuerza es la
única ley. De este modo Hobbes elabora una justificación muy sólida de los fines de la sociedad
competitiva y de la explotación de unas naciones por otras, justificación más fuerte que la
religión, siempre susceptible de herejía, más fuerte que la filosofía, donde siempre es posible la
contradicción. Las leyes que rigen esa sociedad son naturales, es decir, objetivas, necesarias,
universales, y han sido establecidas científicamente.

Y desde Hobbes hasta la ciencia social contemporánea encontramos una impostación


semejante, aunque las afirmaciones de esa ciencia universal y necesaria se transformen para
adecuarse a las necesidades específicas de las sociedades imperiales en cada momento de su
desarrollo.

Adam Smith

En el siglo XVIII Adam Smith recoge la afirmación de que el egoísmo, la competencia y el lucro 3,
son y deben ser el motor y el objetivo de la actividad social tanto en el plano nacional como en el
plano internacional, pero sostendrá que la consecuencia de esa premisa no es, como pretende
Hobbes, la guerra de todos contra todos, sino la armonía natural entre los distintos intereses.
Adam Smith no vacila en introducir en su análisis científico un deus ex machina para conciliar el
egoísmo y la satisfacción del interés personal con el bien común y la armonía social. Hay, afirma,
una mano invisible, una mano divina, cuya mediación permite que los hombres actuando en
vistas de sus intereses personales, contribuyan aun sin saberlo y sin quererlo, al interés general.
Pero para fundamentar su concepción del equilibrio entre los distintos factores de la realidad
social y económica –la tierra, el capital y el trabajo-, equilibrio que es un orden natural, recurre a
la ley newtoniana de la gravitación.

Adam Smith no hace pues otra cosa que defender el orden natural, cuando proclama el
liberalismo económico, y exige que se dejen operar, libremente y sin ninguna restricción, a las
fuerzas económicas. Y se basa en el mismo orden natural cuando propugna que se otorgue
libertad a las colonias, para luego establecer con las nuevas naciones emergentes tratados de
libre comercio y navegación.

En las relaciones internacionales la mano invisible es una nueva ley científica: la división
internacional del trabajo. Adam Smith funda su célebre alegato en contra del monopolio
comercial4 en las ventajas naturales que todas las naciones obtendrán al dejar actuar libremente
el mercado internacional: ello permitiría un comercio basado en el intercambio, donde cada
nación vendería los artículos cuya producción le resulte más económica y compraría todo
aquello que le resultara más caro producir ella misma. Es decir, Adam Smith funda
científicamente el intercambio desigual.

3
Adan Smith, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. Ver: Joseph A. Schumpeter,
Historia del análisis económico. México. FCE, 1971, p. 177.
4
Adam Smith, op. cit., Libro IV.

6
Es obvio que cuando Adam Smith combate el proteccionismo y el monopolio, tanto en el orden
nacional como en el internacional, recomendando en todos los casos dejar operar el orden de la
libertad natural, presenta los intereses de los industriales ingleses consagrados bajo la forma de
un “orden natural”, científicamente estudiado y que es, como la naturaleza física, universal,
necesario y eterno. Del mismo modo Adam Smith universaliza y eterniza categorías económicas
que sólo expresan un modo de producción histórico y determinado, el modo de producción
capitalista, como Marx ha mostrado exhaustivamente.

Positivismo

En el siglo XIX –el orden burgués, capitalista e imperial ya institucionalizado y respetable-, las
ciencias sociales elaborarán una nueva justificación de ese orden y su política, dándole carácter
“científico” a la idea europea del progreso. Ya en Descartes y en Bacon se encuentran los
primeros elementos de esta idea ligada al desarrollo de las nuevas estructuras sociales y
económicas que afirman su superioridad histórica frente al orden feudal –bárbaro- y frente a las
sociedades no europeas conquistadas y sojuzgadas y al mismo tiempo categorizadas como
bárbaras. La idea de progreso alcanza sus formulaciones clásicas en el siglo XVIII, en la
Ilustración, en Hegel y en Marx. Pero en el siglo XIX la nueva ciencia social positivista la funda
científicamente aplicando la ley biológica de la evolución y elaborando una teoría del progreso
lineal y automático: la humanidad atraviesa a lo largo de su historia una serie de etapas, todas
orientadas hacia el logro histórico de su forma más perfecta, el orden burgués, capitalista,
industrial e imperial, que resulta así ser el eje de la historia humana, la meta hacia la cual
hombres y pueblos tienden aun sin saberlo ni quererlo. Todo proyecto que pretenda enfrentar o
cuestionar el avance del sistema capitalista industrial sólo es explicable como emergente de
sociedades que se encuentran en etapas anteriores o aún arcaicas de la evolución, que todavía
coexisten en el planeta con la etapa superior.

Esta justificación implícita de la expansión imperial es apuntalada con otra teoría: el racismo
científico que permite sostener en forma irrefutable el privilegio de la raza blanca y su carga:
llevar la civilización a las áreas atrasadas y bárbaras del planeta.

Otra justificación más brutal pero también científica será el darwinismo social, esto es la teoría
que afirma la supervivencia del más apto en la lucha por su vida, tanto en el plano individual
como internacional5.

Progreso y política

La teoría europea del progreso –que identifica el progreso con el sistema capitalista imperial y
considera etapas atrasadas a las sociedades no capitalistas- 6, enmascara el orden institucional
donde las sociedades “avanzadas” y “atrasadas” no sólo son contemporáneas sino integrantes
de un mismo sistema, cuya dinámica genera, en forma simultánea e interrelacionada, el
progreso en unas y el atraso, la deformación y el empobrecimiento en las otras 7.

5
Herbert Spencer, Synthetic Philosophy; Augusto Comte, Cours de philophie positive.
6
No casualmente se las llama “precapitalistas” aunque sean contemporáneas de las capitalistas.

7
Un efecto subsidiario de esta concepción es obturar la posibilidad de un análisis capaz de
respetar y recoger la especificidad de las sociedades del tercer mundo y de las revoluciones que
estas sociedades producen: la revolución burguesa y su programa es el modelo de toda
revolución y las revoluciones del tercer mundo son categorizadas por los científicos sociales
contemporáneos, como ecos, copias, reflejos o realizaciones tardías en la periferia de la
revolución burguesa8.

La eficacia política de esta concepción es muy grande, por ello sin duda es uno de los elementos
más difíciles de desmontar en el conjunto de matrices ideológicas del imperio y penetra, bajo
formas diferentes, el pensamiento contemporáneo. Pese a la crisis del positivismo, a la crisis de
las ciencias sociales, este modelo sigue plenamente vigente en la sociología, en la teoría
económica, en las ciencias históricas.

La crisis del proyecto imperial europeo ha generado un cuestionamiento muy profundo de esta
teoría que alcanza también, como ya señalamos, a la interpretación positivista de la ciencia, pero
aún los críticos más agudos y más desesperanzados de la idea de progreso siguen condicionados
por ella en algunos aspectos de sus análisis o aún en la metodología con la cual trabajan 9.

La ciencia en los países dependientes

En los países dependientes quizás es más claro el condicionamiento e instrumentación política


de la ciencia, pero el análisis de esta situación y de la compleja estructura montada para su
funcionamiento es arduo, pues se liga, por una parte, con la dependencia económica, productiva
y tecnológica, y por la otra, con la dependencia cultural y la colonización pedagógica. Requiere,
pues, una investigación cuidadosa que recoja y continúe el trabajo ya realizado en este terreno.
Aquí solo pretendemos señalar algunos elementos del problema.
7
Entre otros, Gunder Frank, Capitalismo y subdesarrollo en América Latina, Buenos Aires, Signos, 1970, y Darcy
Ribeiro, La civilización occidental y nosotros, Buenos Aires, Ceal, 1969.
8
Es, a nuestro juicio, el caso de Peter Worsley –El tercer mundo; una nueva fuerza vital en los asuntos
internacionales, México, Siglo XXI editores, 1966, 3 ed., 1972-, quien analiza las revoluciones de Asia y África y no
incluye en su obra a América Latina, con criterios y categorías extraídos de una interpretación de la revolución
burguesa: señala como uno de los grandes logros alcanzados en países asiáticos y africanos la “modernización” (lo
que equivale además a occidentalización), sin advertir que en muchos casos esa modernización no es síntoma de
una revolución tercermundista triunfante sino de una nueva forma o etapa del imperialismo. Otro caso es Eric
Hobsawn –Rebeldes primitivos: estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX,
Barcelona, Ariel, 1968-, que establece una clara y tajante división entre revoluciones modernas, esto es burguesas y
rebeliones primitivas, esto es precapitalistas. Si un movimiento social no presenta ciertos rasgos “modernos” que
son extraídos de la revolución burguesa, tanto inglesa como francesa, es una rebelión primitiva. Para Hobswan el
peronismo, por ejemplo, es una revolución primitiva montada sobre un incipiente movimiento sindical, esto es
moderno: podemos “encontrar movimientos modernos que dan lugar a otros más primitivos, como en Argentina,
donde un pequeño movimiento obrero de masas falto de ideología (salvo una conciencia de clase elemental) y
unido por su lealtad a un caudillo demagógico o su recuerdo” (Epílogo II).
9
Levi –Straus, por ejemplo, critica la idea europea de progreso y denuncia el etnocentrismo y el carácter
imperialista de esa concepción. Pero incurre en el mismo etnocentrismo que denuncia cuando funda la etnología
como “ciencia”, asumiendo en todas sus partes la concepción positivista de ciencia con los rasgos que hemos
señalado -objetividad, necesidad, universalidad, neutralidad- e imponiendo a otras sociedades, que constituyen el
objeto de estudio de la etnología, esta ciencia que según el mismo LS señala, es parte y producto de una sociedad
particular (Desarrollamos este análisis en La antropología estructural de Lévi-Strauss y el tercer mundo, publicado en
Antropología del tercer mundo, N 2, mayo de 1960).

8
Las ciencias físico-matemáticas o, en general, ligadas a la producción de tecnología, en cuanto
expresión e instrumento del proyecto político imperial en su configuración misma, operan por su
sola presencia como uno de los factores de la penetración ideológica. Pero el imperio se da,
además, una política específica: toda la organización de la ciencia y la investigación es
cuidadosamente conducida, restringida y controlada para que sirva a los fines e intereses del
imperio y de sus socios vernáculos. No queremos desarrollar aquí esta problemática: los propios
científicos e investigadores argentinos están denunciando el sistema con la autoridad de su
propia experiencia profesional y político-científica y a ellos nos remitimos 10. Oscar Varsavsky,

Alberdi

En cuando a las ciencias sociales es ya muy claro para nosotros el funcionamiento político de la
objetividad, universalidad, necesidad y neutralidad de las leyes científicas. Alberdi –el teórico
más lúcido y profundo de la dependencia- se funda en la ley científica del progreso para afirmar
la superioridad de la Europa civilizada, la inferioridad de América –Sud América- y la necesidad
de que América se europeíce para civilizarse. Y mostrando que la división internacional del
trabajo se funda en leyes científicas, afirma que América no debe copiar a Europa sino
complementarse con ella, es decir estructurarse como una dependencia complementaria de la
Europa civilizada.
10
Así Oscar Varsavsky, en Ciencia, política y cientificismo, Buenos Aires, Ceal, 1969, efectúa un agudo análisis crítico
de la naturaleza y funciones del trabajo científico y de su enseñanza en nuestro país. Pero concluye llamando a los
científicos a hacer la “revolución científica” que debe preceder a la revolución política, es decir sólo propone
substituir el cientificismo colonial por un cientificismo revolucionario. En sus trabajos posteriores Varsavsky elabora
un planteo más político del problema. Ver Ciencia y estilos de desarrollo, en Ciencia Nueva, N° 13, nov. 1971 y Hacia
una política científica nacional, Buenos Aires, Periferia, 1972.
También Rolando García denuncia especialmente el montaje de una estructura de investigación muy sofisticada en
la Facultad de Ciencias Exactas en el decenio 1956-66, subvencionada –y desde luego orientada- por capitales
extranjeros. Ver Universidad y frustración, entrevista, Ciencia Nueva, N° 13, noviembre de 1971 y también Ciencia,
política y concepción del mundo, Ciencia Nueva, N° 14, enero 1972.
Es interesante también la polémica entre epistemólogos y científicos sobre el problema del condicionamiento
político e ideológico de la ciencia. Ver p. ej., Gregorio Klimowsky, Ciencia e ideología, reportaje de Ciencia Nueva, N°
10, mayo de 1971; Thomas Moro Simpson, Irracionalidad, ideología y objetividad, Ciencia Nueva, N° 14, enero 1972;
Jorge Schvarzer, La ideología de un científico puro, Ciencia Nueva, N° 15, marzo 1972. Otro hecho vinculado a la
problemática: una mesa redonda integrada por Mariano Castex, Eduardo De Robertis, Jorge Sábato, José Manuel
Olavarría y Rolando García, discutió ¿Qué posibilidades tiene el desarrollo científico en la Argentina de hoy? Héctor
Abrales sintetiza el panorama en lo que se refiere a procedencia y formación de los científicos argentinos como
también de los mecanismos montados para sujetarlos a un determinado engranaje científico y tecnológico, ver
Situación del investigador científico en la Argentina, Envido, N° 2, noviembre de 1970.
En el volumen Vietnam, laboratorio para el genocidio de Ciencia Nueva, 1972, Daniel Goldstein afirma que el interés
de un análisis sobre la complicidad de los científicos norteamericanos con el genocidio de Vietnam alcanza también
a los científicos de los países capitalistas dependientes, pues la explicitación de las concretas relaciones entre
ciencia y guerra servirá para aventar definitivamente hasta las cenizas de una ilusión: “La gran mayoría de los
científicos argentinos creímos que éramos libres intelectualmente, que investigábamos lo que se nos antojaba, que
por el mero expediente de publicar nuestros trabajos en revistas especializadas de libre difusión y rehuir contratos
donde se hablara de secreto militar, salvaguardábamos nuestra condición neutral de profesionales de la ciencia y
nos colocábamos por encima del bien y del mal… En suma, nos habían condicionado para creernos superhombres,
seres diferentes del resto de la humanidad, poseedores de la verdad, y lo que es aún mucho más grave, una gran
soberbia nos hizo suponer que la inteligencia y el talento científico nos eximían automáticamente de los tribunales
humanos, que un premio Nobel o una teoría genial constituían un salvoconducto eterno, natural y completo” (p.8).
Es muy ilustrativo el trabajo de Francisco Rossi (h) sobre la investigación agropecuaria publicado en este número de
Hechos e Ideas.

9
Alberti aduce que si es legítimo considerar a una sociedad como un cuerpo orgánico cuya
estructura y funciones son análogas a las de los cuerpos naturales –según sostiene la ciencia
social positivista-, igualmente lo será considerar el conjunto de las naciones como un cuerpo
único, cuyos órganos son las naciones consideradas separadamente. La misma ley biológica que
ha servido a los sociólogos para explicar, por la ley natural de la evolución, la creación,
estructura y funciones del ente vital llamado sociedad, ¿por qué no servirá también para explicar
esa entidad de la misma casta, que se puede denominar la sociedad de las naciones?

Esta aplicación de la biología a la sociología internacional permite explicar la división


internacional del trabajo: la condición vital de ese gran organismo de las sociedades o mundo
internacional será, como en la composición de todo ente orgánico, la separación de sus partes
para trabajos o funciones especiales, y la dependencia mutua, para el cambio recíproco de los
productos. Pues “no hay organización, sino embrión, masa informe, cuando no hay separación
de partes entre las que pertenecen a un conjunto por la especialidad y diversidad de sus
funciones; ni la hay tampoco cuando no hay dependencia mutua de esas partes para el cambio
del producto de su labor respectiva en la obra de su vida común”.

Esta ley de organización determina cuál es el grado de dependencia o independencia de cada


estado nacional respecto de los otros y respecto del organismo entero llamado mundo civilizado.
La independencia total de una sociedad es una amputación hecho al mundo social, pues matar
un órgano es dañar a todo el organismo. Por otra parte la dependencia total es igualmente
funesta para el organismo internacional porque es la destrucción del separatismo o la división
del trabajo que permite multiplicar las especies de productos.

Así pues el destino agroexportador de América del Sur, con todo lo que implica en cuanto a
comercio, población y capitales, así como la división internacional del trabajo en que ella se
inscribe son casos de la ley natural que rige a un organismo también natural: el mundo
civilizado; por ello es inútil, además de “absurdo” y “funesto”, pretender transgredirlo 11.

Ingenieros

Pero mientras Alberdi instrumenta la ciencia para fundamentar su programa de


complementación dependiente, después del 80, ya instaurado ese programa en el régimen
roquista, será necesario que la ciencia social oculte y enmascare la dependencia, pues este
ocultamiento constituirá uno de los mecanismos claves del sistema de colonización cultural.

Ingenieros retomará las ideas fundamentales de Sarmiento y Alberdi para interpretar la realidad
latinoamericana y las relaciones entre América y Europa; retomará, por ejemplo, la antinomia

11
Juan Bautista Alberdi, Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina; Estudios
económicos; El crimen de la guerra. Alberdi es también –paradojalmente- uno de los primeros hombres que plantea
en nuestro país la problemática de una cultura nacional y habla incluso de la necesidad de respetar el genio
americano frente a las manías extranjerizantes (Fragmento preliminar, Idas para presidir la confección de un curso
de filosofía contemporánea). Creemos que esta paradoja resulta de cómo se refracta en la conciencia de los
pensadores argentinos la contradicción fundamental de nuestra historia: cuando la nación, el pueblo en lucha por la
libertad nacional, irrumpen en el primer plano de la vida nacional, su presencia se impone incluso a los pensadores
liberales. Ver nuestro trabajo El pensamiento de la revolución latinoamericana que aparecerá en breve.

10
civilización-barbarie. El proceso de las guerras nacionales desde Artigas hasta el Paraguay es
explicado por Ingenieros como una lucha de la barbarie indígena contra la civilización
europeizante, del pasado colonial y bárbaro contra el porvenir argentino y civilizador, del
crepúsculo feudal contra la cultura moderna12.

Pero encuadrará este esquema básico de manera diferente: si bien tanto Sarmiento como
Alberdi marcaron rumbos fecundos en sus estudios sobre la evolución hispanoamericana, su
trabajo carecía de rigor científico. Ingenieros se propone subsanar esa deficiencia creando una
sociología científica capaz de establecer en forma irrefutable las leyes necesarias de la evolución.
Para ello toma del positivismo el dogma acerca del carácter “natural” de la realidad social, su
modelo de naturaleza y su interpretación de la ciencia. La sociedad y su evolución son para
Ingenieros objetos de estudio científico y sus leyes deben buscarse con los mismos métodos de
las otras ciencias naturales, pues los hechos sociológicos son en última instancia de la misma
naturaleza que los hechos biológicos: constituyen un conjunto de fenómenos encadenados por
inevitables relaciones de causalidad y no por finalidades independientes de la vida social. Cada
hecho tiene factores determinantes que no podrían haber dejado de producirlo, y, a su vez,
determina inevitablemente otros hechos sociales.

La teoría científica de la evolución social a través de distintas etapas donde las sociedades
industriales europeas constituyen la etapa superior es lo que permite afirmar que civilizarse
consistirá en europeizarse y que europeización significa civilización. Una de las leyes científicas
que rigen la evolución social es la lucha por la vida y el triunfo de los mejor adaptados.

La selección natural favorece a las sociedades mejor adaptadas, ellas sobreviven en la lucha por
la vida y necesariamente derrotan a las menos adaptadas; y esta afirmación fundamenta a su
vez el racismo científico: los mejor adaptados constituyen la raza blanca que es por ende la raza
superior; la superioridad de la raza blanca es un hecho aceptado hasta por los que niegan la
existencia de la lucha de razas, según Ingenieros. La selección natural, inviolable a la larga para el
hombre como para las demás especies, tiende a extinguir las razas de color, toda vez que se
encuentran frente a frente con la blanca en las regiones habitables por ésta. Con estos
elementos se puede afirmar con fundamento científico que el triunfo de las sociedades más
avanzadas en la evolución social es inevitable y necesario, ninguna sociedad civilizada ha sido
nunca vencida por otras que lo fueran menos. Ingenieros subraya con mucha frecuencia una
característica para él esencial de este proceso evolutivo: su desarrollo no depende de la
voluntad de los hombres, de los partidos o de los pueblos que no podrían detenerlo aunque se
lo propusieran: la europeización es un hecho inevitable en las zonas templadas, habitables por la
raza blanca, que se produciría aunque todos los hispanoamericanos pretendieran impedirlo.

La necesidad de este proceso duplica la irracionalidad de todas las tentativas para enfrentarlo
que no sólo resultan anacrónicas, sino también inútiles.

12
José Ingenieros, Sociología argentina; Evolución de las ideas argentinas.

11
Ingenieros, sin embargo, se empeña en fomentar no ya la complementación con Europa, sino la
copia, la imitación de sus instituciones y de su cultura, que permitirán la penetración cultural y
por lo tanto el mantenimiento y la consolidación de la dependencia.

La justificación o el ocultamiento de la dependencia, la falsificación del proceso histórico, la


categorización de grandes etapas de nuestra guerra de liberación nacional como rebeliones
primitivas, bárbaras, anacrónicas, la implantación en la conciencia latinoamericana del complejo
de inferioridad irremediable: éstos son algunos de los servicios políticos de las ciencias sociales
en los países dependientes. Bajo formas diversas –modernizadas-, este mismo bagaje conceptual
se encuentra en las ciencias sociales contemporáneas, cuyo análisis ha sido y sigue siendo
realizado por muchos sociólogos latinoamericanos, especialmente a partir del fracaso de la
Alianza para el Progreso13.

Ciencia, progreso y política

La ciencia es pues un instrumento y una actividad de manipulación de la realidad, subordinada a


través de complejas mediaciones al proyecto político de la sociedad que la produce; es, pues, un
instrumento al servicio de esa sociedad y sus proyectos; tiene una función social y política a la
que está subordinada y que determina, directa o indirectamente, el trabajo científico. Esto no
necesariamente ocurre desde afuera, mediante la compulsión institucional o financiera o los
mecanismos de prestigio, sino desde la conciencia misma de los investigadores, formados para
constituir los cuadros científicos y técnicos de esa sociedad. La represión, la coacción
institucional y social, la alineación del trabajo científico en el mercado de las becas, el prestigio y
el curriculum, son formas coyunturales de coerción externamente ejercida por una sociedad;
pero la coacción verdaderamente eficaz es la que procede de la propia conciencia del científico.
Es posible incluso salvaguardar un margen de libertad y creatividad para el científico, pues su
trabajo será orientado por las categorías y objetivos sociales perfectamente internalizados a
través del proceso educativo.

La ciencia y la técnica de una sociedad fundada en el egoísmo, la búsqueda del lucro, la


competencia y la explotación, permeada en todos sus intersticios por las relaciones de mercado,
son necesariamente instrumentos de la política más apta para la realización de esos fines y
consecuentemente un arma de la guerra que continúa esa política, un arma finalmente de la
guerra que los imperios han sostenido y sostienen contra los pueblos del tercer mundo.

Si es así, si la ciencia y la técnica están subordinadas al proyecto político fundamental que


determina el sentido y la naturaleza de todas las actividades sociales, si están en cada caso
condicionadas por un proyecto político particular e histórico, pareciera correcto concluir
negando la universalidad del conocimiento científico y por lo tanto todo progreso científico y
tecnológico. Esta conclusión relativista debería también llevarnos a plantear la exigencia de que

13
Los sociólogos latinoamericanos a que antes aludíamos han criticado ampliamente estas teorías. P. ej. Darcy
Ribeiro en Las Américas y la civilización. En Buenos Aires esta crítica ha sido efectuada, entre otros, por los
sociólogos de la “Cátedras nacionales”.

12
cada sociedad produzca todo el conocimiento y todo el equipamiento técnico desde cero: habría
que reinventar cada vez el fuego, la rueda, el alfabeto.

Es frecuente que en el fragor de la polémica se cuestione la exigencia de desmitificar la ciencia y


el trabajo científico con este tipo de argumentos; y se aluda también al peligro de cosas tales
como una “ciencia proletaria” o una “física germana”. Objeciones de este tipo muchas veces sólo
expresan el reflejo liberal contra toda exigencia de un servicio social del saber y la técnica, pero
es necesario subrayar que aquí no se sostiene una posición relativista ni se cuestiona la realidad
del progreso: sólo se cuestiona una determinada concepción del progreso.

El progreso no consiste en un desarrollo de la “humanidad” lineal, mecánico, uniforme, no es un


crecimiento o acumulación cuantitativa, realizado por hombres abstractos, siempre del mismo
modo; sino que es dialéctico, consiste en un proceso discontinuo y contradictorio donde hay
avances y retrocesos, fracturas, rupturas, etapas negativas, realizado no por hombres
abstractos sino por pueblos concretos que mantienen determinadas relaciones con otros
pueblos y que actúan en el proceso histórico conforme a modalidades propias. Esta
interpretación no niega la universalidad sino que la hace posible: una verdadera universalidad,
concreta y efectiva, no meramente nominal, o consistente en la expansión universal de una
sociedad particular, sino una universalidad real, síntesis de las particularidades históricas de los
pueblos que tienden a la integración no como mezcla, uniformidad amorfa o insectificación, sino
como síntesis de las diferencias. PROGRESO Y UNIVERSALISMO

Por otra parte creemos que el progreso no está determinado por el desarrollo científico-
tecnológico o por el desarrollo económico; hay distintas líneas de acumulación de conocimientos
y experiencias: una técnico-científico-económica, otra espiritual, otra política. Y la única que
permite valorar positiva o negativamente el proceso en su conjunto o una etapa particular es el
progreso político, vale decir, el crecimiento de la conciencia y del poder político de los pueblos:
la historia de la humanidad es la historia de la lucha de los pueblos contra los imperialismos .
En muchos de sus últimos documentos el General Perón14 señala que el gran progreso científico
y tecnológico del capitalismo es negativo e inaceptable en la medida en que se ha basado en la
explotación de los pueblos; ese progreso científico y tecnológico, en cuanto determinado por el
proyecto político de la sociedad mercantil-competitiva, basado en el egoísmo, orientado a la
búsqueda del lucro sin límites, obtenido mediante la competencia sin cuartel, proyecto que
necesariamente conduce a la expansión y a la dominación de otros pueblos, así como el saqueo
y exterminio de la naturaleza, ha llevado a la humanidad a una situación de deterioro biológico,
social y político tal que parece embarcada en la vía de un suicidio colectivo.
14
El General Perón se refiere a estos problemas –la ciencia y la técnica y su función, las relaciones del hombre con la
naturaleza, el carácter y el sentido del progreso- en La hora de los pueblos y en casi todos sus documentos desde el
Mensaje ecuménico publicado en este número de Hechos e Ideas; el Reportaje en Primera Plana, 30-5-72; Mensaje
al primer Congreso de Unidad Latinoamericana, Las Bases, 4-8-72; Mensaje a los argentinos y demás
latinoamericanos, Las Bases, 17-8-72; mensaje a los sacerdotes del Tercer Mundo, Primera Plana, 15-8-72;
Conferencia de prensa de San Sebastián, 5-9-73; reportaje en Mayoría, 28-1-73; Discurso en la CGT, 30-7-73;
Discurso a los gobernadores, 2-8-73; Discurso ante el Congreso del Partido Justicialista, 19-8-73. Esta problemática
está siempre presente en el pensamiento de Perón y aflora en muchos discursos, específicamente en el Discurso
pronunciado al inaugurar los cursos de la Universidad Obrera Nacional y en el Mensaje a la juventud del año 2000.

13
Por otra parte, esas distintas líneas de acumulación de conocimientos y experiencias no se
desarrollan autónomamente sino determinadas por la situación histórica concreta, por el marco
histórico-social de un pueblo: es falsa la pretendida historia lineal, autónoma y acumulativa de la
ciencia y la técnica, pues el proceso histórico de desarrollo de la ciencia y la técnica está
modulado por su inserción en la realidad política concreta. Hay sí un progreso científico-
tecnológico, pero no lineal, uniforme y autónomo, sino orientado y determinado por el proyecto
político que recoge la tradición disponible y la transforma, reelabora y orienta conforme a sus
objetivos. CIENCIA Y POLITICA. SÍNTESIS

Es frecuente que se cuestione desde muchos ángulos el esquema lineal y acumulativo del
positivismo y se advierta que el progreso es la resultante de un proceso histórico contradictorio,
diferenciado por los marcos de cada sociedad, y configurado por una sucesión ininterrumpida de
enfrentamientos antagónicos, pero se sigue sosteniendo la misma concepción en lo que se
refiere a la historia de la ciencia y la técnica: esto constituye el rasgo más indeleble, más difícil
de cuestionar en todas las tentativas de elaborar una nueva concepción del proceso histórico a
la luz de la gran experiencia política de la descolonización contemporánea 15.

La ciencia y la situación del mundo

En modo alguno pretendemos negar que la ciencia, aun condicionada histórica y políticamente,
descubra ciertas regularidades en el comportamiento de la naturaleza, ciertas modalidades
propias de toda realidad social, sólo señalamos que el descubrimiento y específica formulación
de tales regularidades determinadas dependen del proyecto político que establece el tipo de
relaciones y fines sociales, el tipo de relación que se quiere mantener con la naturaleza.

Ese conocimiento no es necesariamente falso: es parcial y condicionado por la óptica de la


sociedad que lo produce y lo instrumenta. Lo que sí cuestionamos es la falsa universalización de
un saber parcial, condicionado y fragmentario, presentándolo como expresión de la verdadera y
objetiva estructura de la realidad natural y social. Y creemos que se deben señalar los efectos
deformantes e incluso destructivos de una ciencia y una técnica impulsadas por el afán
incontrolado de lucro y cuyo desarrollo se funda en una explotación arbitraria e incontrolada de
la naturaleza que ha llevado a una situación muy grave y profundamente acusadora para esa
sociedad: la destrucción irreversible de los marcos mismos de la vida 16.

La humanidad se encuentra ante la crisis más grave de su historia: lo que está hoy en juego es la
supervivencia de los hombres. Nos encontramos ante una naturaleza devastada por el hombre,
depredador del suelo que lo sustenta, “estamos quedándonos sin tierra para convertirla en
basurales, estamos quedándonos sin ríos porque son cloacas; estamos quedándonos sin mares,
15
Es el ,caso de Darcy Ribeiro que critica con mucha profesionalidad la teoría del progreso instrumentada por la
sociología imperial para explicar el subdesarrollo y desmonta muchos tabúes durante largo tiempo inatacables,
como la superioridad de la colonización sajona sobre la hispánica, denuncia falacias y distorsiones en el análisis de la
historia y de la relación entre Europa y el tercer mundo, planteando un enfoque que cambia el eje de la historia
moderna, no puede, sin embargo, zafarse del concepto positivista de progreso: su motor lo constituyen “las
revoluciones tecnológicas”. Darcy Ribeiro afirma, incluso, como Ingenieros, que nunca una sociedad técnicamente
más avanzada ha sido derrotada por una más atrasada.
16
En este análisis seguimos el contenido de los últimos documentos del General Perón antes citados.

14
porque los están cubriendo de una capa de aceite, han destruido los bosques y estamos
sintiendo el enrarecimiento oxigenal de la atmósfera… Vamos hacia un mundo sin tierra, sin
agua, sin oxígeno”. La gravedad de la situación se aprecia con sólo “contemplar lo que está
ocurriendo en el mundo presente con los recursos naturales que la tierra ofrece, destruidos en
los continentes y en los mares por una tecnología desaprensiva que contamina y destruye sin
piedad ni previsión los recursos vitales”.

Pero hay algo aún más grave: el progreso técnico y científico de los últimos siglos ha gravitado
exclusivamente sobre el trabajo y las espaldas de los pueblos “que han vivido y sacrificados y
miserables en un sistema que impone el sacrificio de los pueblos para el avance científico y
técnico de la humanidad”. Las grandes potencias imperiales se han desarrollado explotando el
trabajo y saqueando las riquezas de los pueblos dominados; su gran crecimiento que los ha
llevado al superdesarrollo actual sólo ha sido posible sobre la base del saqueo, el pillaje y la
explotación del tercer mundo.

Pero los pueblos del tercer mundo no están dispuestos a seguir sosteniendo con su miseria y su
sacrificio el sistema irracional y bárbaro que ha llevado a la humanidad al peligro de su extinción.

La resolución de esta gravísima situación sólo puede resultar pues de una política internacional
donde los pueblos del tercer mundo tengan una participación efectiva, pues es necesario
revertir la marcha del proceso y poner la ciencia y la técnica al servicio de un proyecto político
capaz de cambiar las relaciones entre los hombres y de los hombres con la naturaleza.

Pues es indispensable encuadrar estos problemas –como todos los que emergen de las
deficiencias y errores del proyecto imperial modero-, en el marco de una solución de conjunto
que abarque la totalidad de la problemática y ataque su verdadero y último fundamento. De lo
contrario nos exponemos a caer en la tentación de adoptar soluciones parciales que, en última
instancia, significan para los pueblos del tercer mundo, renunciar a desarrollos fundamentales
de la ciencia y la técnica contemporáneas mediante los cuales justamente los imperios
aumentan su propio poder y acrecientan la brecha que los separa de los países del tercer
mundo. Podríamos, por ejemplo, aceptar la recomendación unilateralmente dirigida al tercer
mundo de no desarrollar las industrias nucleares por el alto índice de contaminación que ellas
generan, como propone el investigador Gorfman 17, probablemente convencido de la corrección
de su propuesta; él mismo afirma el carácter subversivo de la ecología, fundamento de esa
recomendación. Pero el problema reside justamente en que ninguna ciencia, tampoco la
ecología, puede impulsar una verdadera revolución planetaria como la que se requiere para
resolver el destino de vida o muerte de la humanidad. Sólo es verdaderamente subversiva la
acción de los pueblos y su guerra secular contra la concepción imperial de la vida humana. Si la
ciencia y la técnica modernas resultan finalmente armas de los imperios en su lucha contra los
pueblos, debemos apropiarnos de esa arma, como de toda otra que nos sea posible y utilizarla
conforme a nuestro proyecto político y a nuestros objetivos, el proceso mismo de apropiación y

17
Ver Ciencia Nueva, N° 22.

15
utilización de la ciencia y la técnica conforme a nuestros fines –y no a las decisiones imperiales-,
las transformará.

Son los pueblos del tercer mundo quienes pueden resolver este problema en su conjunto. Son
ellos quienes luchan hoy, bajo formas diversas, con características propias, adecuadas a la
tradición y a la idiosincrasia de cada pueblo, enriquecidas con la experiencia de la historia de su
propia guerra por la liberación nacional, para instaurar una nueva forma de relaciones entre los
hombres basadas en la solidaridad y no en el egoísmo y la competencia; en la justicia y no en el
lucro, y cuyo fundamento y objetivo más profundo es la socialización del hombre, la socialización
de la conciencia y de la vida humanas, lo que permitirá hacer efectivas la socialización de la
riqueza, del saber y de la técnica.

La ciencia y la técnica son –y siempre han sido y deben ser-, expresión e instrumento de un
proyecto político. Se trata pues hoy para nosotros de hacerlas servir al proyecto de liberación y
reconstrucción de la patria, al proyecto de construcción de una sociedad –y de un mundo-,
basados en solidaridad y en la justicia y ya no en el lucro y la explotación.

Este es el desafío que afrontan hoy los científicos y técnicos que se incorporan a la gran
revolución contemporánea liderada por los pueblos del tercer mundo y para ello es necesario
transformar cualitativamente las categorías y los métodos científicos, reelaborar la concepción
de la naturaleza y de nuestras relaciones con ella, replantear el lugar de la ciencia en el conjunto
de las actividades y productos sociales y transformar profundamente la función del científico.

16

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