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54 Adicciones Pablo Dragotto Cap Libro Acompanantes

El documento describe la experiencia del autor trabajando con pacientes con adicciones a través del acompañamiento terapéutico. Explica que realizó pasantías en Montreal y la Patagonia para capacitarse en el tratamiento de adicciones. También supervisó acompañantes terapéuticos y enseñó sobre el tema. El acompañamiento terapéutico puede ser una herramienta útil en el tratamiento ambulatorio de pacientes adictos para brindar contención y minimizar la estigmatización.
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54 Adicciones Pablo Dragotto Cap Libro Acompanantes

El documento describe la experiencia del autor trabajando con pacientes con adicciones a través del acompañamiento terapéutico. Explica que realizó pasantías en Montreal y la Patagonia para capacitarse en el tratamiento de adicciones. También supervisó acompañantes terapéuticos y enseñó sobre el tema. El acompañamiento terapéutico puede ser una herramienta útil en el tratamiento ambulatorio de pacientes adictos para brindar contención y minimizar la estigmatización.
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Del libro ACOMPAÑAMNTES Conceptualizaciones y experiencias en AT.

Ed
Brujas Cordoba 2012

Adicciones
Pablo Dragotto

La práctica del acompañamiento terapéutico en el tratamiento de sujetos


afectados por las adicciones ha sido, en los últimos años, un campo de trabajo
central en mi práctica clínica, ya sea desde el lugar de analista, de coordinador o
supervisor de acompañantes y también en mi labor docente.

OM
Quizás por el hecho de ser el área de confluencia de una praxis (el AT) que me
inició en la clínica y cambió para siempre mi modo de aprehender el
padecimiento humano y, de una problemática en el campo de la salud mental --
las adicciones-- que despertó mi interés desde que era estudiante de psicología
en la Universidad Nacional de Córdoba, a partir de su puesta en cuestión por
docentes que, desde distintas disciplinas y marcos referenciales, supieron dejar

.C
su huella. Así reconocimos al alcoholismo como principal problema endémico de
salud mental comunitaria, históricamente ignorado por las políticas de salud y
por las prácticas asistenciales (médicas, psicológicas y sociales) en sus factores
causales y en su tratamiento. Enfermedad de la pobreza y la explotación, carente
DD
del glamour para inspirar la reflexión teórica, frustrante para el clínico,
desgastante para el trabajador social, ignorada por la academia, se nos presentaba
como un desafío y una cuenta pendiente de la Universidad Pública para con la
comunidad.
Del estimulante desafío instilado por nuestros docentes en aquellos años jóvenes
LA

de la facultad, fue surgiendo un interés por aprender y capacitarnos en el


tratamiento de las adicciones que nos llevó a realizar una pasantía de
entrenamiento clínico en la Addictions Unit del Montreal General Hospital, en
los años 1994 y 1995, dirigida por el Dr. Juan Carlos Negrete. Allí pudimos
empaparnos en el tratamiento interdisciplinario, individual y grupal de muchas
FI

personas aquejadas de distintas adicciones (alcoholismo, cocaína, ansiolíticos,


opiáceos, etc.) Al predominante enfoque cognitivo-conductual de muchos
terapeutas, se sumaba el enriquecedor aporte de psicoanalistas como los Dres.
Surkis y Palacios-Boix, en un clima de discusión y diálogo abierto y siempre


centrado en elegir los caminos más convenientes para cada paciente.


Antes de esa experiencia hubo otra no menos significativa: la realización de una
pasantía por hospitales públicos de la Patagonia para conocer el modo de trabajo
de los Grupos Institucionales de Alcoholismo creados por el Dr. Jorge Pellegrini
que me llevó a sorprenderme y conmoverme con el compromiso de los
profesionales, los trabajadores y los pacientes en dar batalla en la recuperación
de la salud a través de procesos grupales que abordaban los aspectos médicos,
psicológicos y sociales de esta enfermedad a pesar de la escasez de recursos
materiales que el Estado disponía a tal fin. Dicha experiencia devino en el trabajo
final para la licenciatura en psicología en el que intentamos comparar el modo de
trabajo de los GIA con el de Alcohólicos Anónimos. Posteriormente, 8 años de
trabajo en una comunidad terapéutica y la práctica clínica de consultorio

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Brujas Cordoba 2012

intentando implementar acompañamientos terapéuticos en el tratamiento de las


adicciones, la supervisión de acompañantes y la formación en psicoanálisis nos
han llevado a ratificar la convicción en que este recurso (el AT) constituye una
herramienta de importancia que, en muchos casos (no en todos), contribuye a la
elaboración y puesta en marcha de dispositivos asistenciales que pueden
maximizar la contención necesaria en el tratamiento ambulatorio de pacientes
adictos, minimizando la estigmatización y el recurso a las internaciones.

OM
Este capítulo reúne algunos trabajos presentados en los últimos años en
congresos y jornadas, alguno de ellos publicados en revistas especializadas, e
intenta una articulación de conceptos que ayuden a entender la particularidad de
la implementación de acompañamientos terapéuticos en el tratamiento de
personas con adicciones.

.C
Acompañamiento terapéutico y adicciones1
DD
Hace casi cuarenta años aparecía en Argentina un nuevo rol dentro de los
equipos interdisciplinarios de salud mental el cual ha tenido un gran desarrollo
y expansión en su utilización en Iberoamérica: el acompañamiento terapéutico
(AT). En este apartado nos proponemos dar cuenta de algunas vicisitudes del
trabajo de los acompañantes terapéuticos con pacientes adictos, así como
LA

formular algunas indicaciones para la inclusión en el tratamiento de estos


pacientes. No podemos extendernos en una reseña histórica o en una descripción
general del rol de at para lo cual remitimos al lector a la bibliografía existente. 1

Comencemos diciendo que no cualquier persona que está en posición de cuidar


FI

de otro puede llamarse at. Éste es un agente de salud que ha sido capacitado,
entrenado, para ocupar un rol claramente determinado en el tratamiento de
pacientes, crónicos o agudos, integrado a un equipo interdisciplinario y de
acuerdo a las directivas impartidas por quien conduce el tratamiento.


Es habitual escuchar que el at cumple una función de contención. Es esta una


palabra de difícil definición en el campo de la salud mental. Uno de esos términos
que de tanto utilizarse van perdiendo precisión y devienen palabras vacías,
ambiguas, confusas: creemos que hablamos de lo mismo y cada quien entiende
algo distinto. Se utiliza la misma palabra para describir la escucha empática del
terapeuta, el abrazo de un familiar y una sala de aislamiento en una clínica
psiquiátrica. Digamos mejor que, si habitualmente se habla de contener en
referencia al trabajo de un at, podemos estar seguros que su inclusión tendrá que
ver con una vivencia de desborde, de insuficiencia de recursos o de

1Basado en el trabajo presentado en el 3er Congreso Argentino y 1er Congreso Iberoamericano de


Acompañamiento Terapéutico, Buenos Aires, 30/11/03 y publicado en revista sudamericana Eradicciones
Nº 7, segundo semestre de 2003.

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desorganización, ya sea que la misma se localice en el paciente, en la familia, en


el equipo o la institución. Esa vivencia, por parte del equipo tratante, de que “no
alcanza” con aumentar el número de sesiones, o la medicación, para contener a
un paciente adicto en crisis o en recaída ha sido determinante en el surgimiento
de este nuevo rol en los equipos de salud. Ha sido así desde los comienzos del
AT, cuando recibió su bautismo por parte de Eduardo Kalina con el nombre de
amigo calificado:2 ante una situación clínica de difícil abordaje (y a partir del
convencimiento de que se podía hacer algo más que recluir al paciente en una
internación prolongada o desentenderse rotulándolo como “intratable”) se

OM
comenzó a experimentar capacitando a personas que, sin ser profesionales,
pudieran acompañar al paciente en su cotidianeidad aportando una escucha
calificada, promoviendo conductas saludables, nuevos hábitos, colaborando a la
socialización, etc. Pero el punto de partida, y la razón más frecuente de la
inclusión de un at en un tratamiento ha sido y sigue siendo, esa vivencia de
insuficiencia de los recursos existentes o de los abordajes tradicionales.

.C
Sabemos que el acompañante terapéutico trabaja con pacientes “difíciles”,
“críticos” al decir de Santiago Korin, aquellos casos en que el encuadre habitual
ha fracasado. Esta es una de las razones por las que no cualquiera puede ocupar
DD
este rol.
Consideramos que no hay un único lugar posible del at en relación al paciente
adicto. Hay lugares posibles a construir en cada caso singular. El lugar a ocupar
por el at en relación a cada caso no puede determinarse a priori. Las estrategias,
la discusión previa en el equipo, las consignas del terapeuta, los objetivos
LA

planteados constituyen un marco de referencia indispensable, un cauce sugerido


para la acción, pero en el aquí y ahora de cada encuentro con el paciente se
producen efectos y acontecimientos que imponen al at la necesidad de tomar
posición a cada instante en situaciones donde no hay recetas ni consultas
posibles.
FI

Algunos ejemplos


Mariano acompaña a José --adicto a la cocaína- en su primer salida después de un mes de


internación en una Comunidad Terapéutica, caminan por el centro de la ciudad y se
sientan a tomar un café. El at se siente inquieto y se da cuenta que esta sensación tiene
que ver con un nerviosismo disimulado de José, quien ha comenzado ha hablar con
verborragia y mira alrededor, ansioso, como buscando algo o alguien. Al preguntarle si le
pasa algo, José le responde: - “es que esta zona me agita, yo siempre “pegaba” en el
bar de acá al frente...ese que va ahí es el dealer...” El escenario cambió bruscamente,
el paseo se transformó en una situación de riesgo. José está ahora conectado con la

2Ver Kuras, Susana y Resnizky, Silvia: “Acompañantes Terapéuticos y pacientes psicoticos”(1985);


Pulice,Gabriel y Rossi,Gustavo: “Acompañamiento Terapéutico” y Compiladores varios: “Eficacia clinica
del acompañaminto terapéutico”(2002).

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posibilidad cierta del consumo al alcance de la mano, siente la urgencia por consumir
(craving)… Mariano tendrá que hacer algo con eso. Pero ¿qué?

Una at trabaja con Lucía, adolescente de 15 años en tratamiento ambulatorio por abuso
de sustancias. Su intervención comenzó después de una fuga de Lucía de su hogar y de
un intento de suicidio. Están en casa de la paciente haciendo un collage, alegres,
disfrutan de la tarea. Hace poco que se conocen pero Lucía parece disfrutar la compañía

OM
de su at. De repente y sin aviso, Lucía pregunta mirando fijo a los ojos de su acompañante:
“vos tenés pinta de hippie...vos debes haber probado el faso ¿no?...”
La horizontalidad del rol, el semblante de semejante que frecuentan los at,
facilitan muchas cosas, otras se complican…

Otro at, acompaña a Jorge, exitoso empresario adicto a la cocaína y al alcohol, como parte

.C
de su tratamiento psicoterapéutico. Entre otras actividades, ambos concurren los sábados
por la mañana a un taller de teatro. Uno de esos sábados, el at se encuentra con que Jorge
no estaba en la clase. A pesar de ello decide quedarse y permanece toda la clase esperando
DD
la aparición de Jorge, cosa que nunca sucede. Preocupado y sospechando una recaída de
su paciente, el at sale de la clase pensando en llamar a Jorge o al terapeuta. Al llegar a la
esquina se encuentra al mismísimo Jorge sentado en un café desayunando
tranquilamente, quien, imperturbable, lo saluda y le dice “no entré porque era tarde...
además no había desayunado”
LA

Egocentrismo, desprecio por el vinculo, vínculos instrumentales,


“psicopateadas”, poner la angustia en el otro, desafío, craving, compulsión...
Cualquiera sea el termino que utilicemos (de cuño psicoanalítico, psiquiátrico o
FI

popular) en los ejemplos citados hay una clara puesta en cuestión, en acto, del
lugar del at, de su tolerancia, de su capacidad de respuesta y de su templanza.
Con la dificultad agregada de que son batallas que se juegan en casa ajena; en la
calle, en un bar o en el domicilio del paciente. El at siempre juega de visitante.


Esta característica del rol –su inserción en la vida cotidiana del paciente- es lo que
le permite al at aportar al equipo tratante, información invalorable e inaccesible
por otros medios. No son pocos los casos en los que una semana de trabajo de un
acompañante ha permitido entender aspectos de la conducta de un paciente y de
la dinámica familiar que no habían emergido en mucho tiempo de tratamiento,
dada la particular habilidad de la familia para mostrar una fachada, representar
un guión hermético en cada sesión en el consultorio del terapeuta o en la
institución tratante.

Como podemos ver se trata de una tarea exigente y comprometida en la cual el


at esta enteramente involucrado con su historia, con su capacidad de reflexión y
con su cuerpo. Las actuaciones del paciente, las proyecciones e identificaciones

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masivas, las crisis familiares y las ansiedades impactan primero en el cuerpo del
acompañante y desencadenan intensas reacciones contratranferenciales. Es por
ello que el at no solo debe capacitarse y entrenarse sino que debe contar con
diversos espacios de esclarecimiento: reuniones de equipo frecuentes,
supervisión externa, terapia personal y formación continua.
Esto le permitirá sostener una tarea y una dirección en sus intervenciones
deslindando las múltiples demandas de las que es objeto en su accionar:
- por parte del equipo, que no pocas veces incorpora un acompañante como

OM
última carta después de haber fracasado con distintas estrategias (en estos
casos uno podría preguntarse: ¿por qué no habría de fracasar también el
AT?);
- por parte de la familia: que le plantea cosas tales como: “Cuidá que no haga
nada” “que no se drogue” “que no se junte con fulano” “que no vaya a tal lado”;
- y de parte del adicto... la no demanda, el rechazo: “Que hacés acá?” “ Para
que venís?” “No me hace falta” “Sos un espía, un vigilante”.

.C
Cuando el acompañamiento ha sido indicado por un terapeuta con experiencia
en la utilización de esta recurso, que es claro en la dirección del tratamiento y que
dispone del tiempo necesario para trabajar en equipo, los resultados son de una
DD
alta eficacia clínica ya que el at cuenta con una guía clara y con luces, faros, anclas
que le permitan internarse en el mar de la cotidianeidad del adicto sin temor a
extraviarse, navegar a la deriva o ahogarse.
LA

Ulises y los lotófagos.


En la Odisea, el inmortal poema de Homero, hay un pasaje referido a la
experiencia de Ulises con los lotófagos o comedores de loto. Allí se narra cómo
las naves de Ulises, huyendo de unas de sus tantas desventuras y después de
sobrevivir a una tormenta, arriban a una verde y apacible isla.
FI

Ulises envía tres hombres a explorar el territorio. Al llegar a la playa los emisarios
encuentran a un grupo de hombres y mujeres sonrientes que les dan la
bienvenida y los invitan a sentarse en la arena y comer el fruto del loto. Los
marineros no lo sabían pero aquellos que prueban ese fruto con sabor a miel


pierden todo deseo de regresar a su tierra natal. Lo único que anhelan es ver
hundirse el sol en el mar y a la luna ocupar su lugar en lo alto del cielo,
cómodamente recostados en la playa y comiendo loto por el resto de sus vidas.
Porque el loto colma el cerebro de imágenes coloridas y música dulce. Muy
pronto el mundo real cae en el más profundo de los olvidos. Esos hombres se
hubieran perdido para siempre, pero Ulises los había seguido.
Al verlo llegar, sus tres compañeros lo miraron como se mira a un extraño. Una
mujer se acercó y le ofreció a Ulises una bandeja colmada de frutos relucientes.
Pero éste se hizo a un lado. -¡Vuelvan a los barcos! – gritó, pero sus hombres
sonrieron y comenzaron a mover sus cabezas al ritmo de la música de los
Comedores de Loto. Odiseo se quito su cinturón de cuero. Ató con él a los tres
soñadores y los llevó a la rastra hasta la playa. A pesar de sus gritos de protesta,

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los empujó a bordo y ordenó izar las velas. Y no las desató hasta que la seductora
isla de los lotófagos estuvo fuera de la vista y lejos del oído de los infortunados.

Sin pretender poner a nuestro at en tan utópico y peligroso lugar (el del héroe),
creemos que hay algo de su tarea en el acompañamiento a pacientes adictos, que
se expresa en este fragmento de la Odisea. Algo del orden de un cuidar que
implica ser capaz de soportar la negativa del paciente, resistir la tentación del
dejarse llevar y sostener un lugar, un hacer que apuesta a un cambio

OM
aparentemente imposible.
Dice Giulia Sissa en su excelente texto El placer y el mal. Filosofía de la droga:
“Las drogas son demasiado perfectamente eficaces para nuestra tendencia al placer. No
estamos hechos para todo el goce del que somos capaces”.
Este poder de la droga como elixir, que extraña al sujeto del mundo lo expuso
con claridad Freud en El malestar en la cultura (1930) al postularlo como una de
las “soluciones” para evitar el sufrimiento:

.C
“El método mas tosco pero también más eficaz,(...) es el químico: la intoxicación.(...) Bien
se sabe que con la ayuda de los “quitapenas” es posible sustraerse en cualquier momento
de la presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio, que ofrece mejores
DD
condiciones de sensación(...) esta propiedad de los medios embriagadores determina
justamente su carácter peligroso y dañino”.
Las citas precedentes nos llevan a plantear una reflexión sobre ciertas prácticas
frecuentes, especialmente en los tratamientos derivados del modelo de
comunidad terapéutica. Me refiero, por ejemplo, a las salidas de una internación
LA

donde el paciente es acompañado por otro residente de mayor tiempo en


tratamiento que tiene la misión de brindar apoyo, contención e informar a la
comunidad todo lo acontecido en la salida.
Quienes llevamos algún tiempo trabajando en este campo recordaremos más de
un ejemplo en el que tal salida devino abandono del tratamiento (para ambos
FI

pacientes) o recaída conjunta, a veces “blanqueada” al regresar, pero generalmente


oculta. A nuestro entender esto constituye un forzamiento, un exceso de
confianza en la fuerza de la ayuda mutua entre pares. Es poner en riesgo
innecesario a quienes probablemente hayan hecho su mejor esfuerzo para llevar


adelante su tratamiento pero que simplemente conocían demasiado bien los


elixires del loto. Si me siento en peligro, si tengo que esforzarme por no ceder yo
mismo a esa tentación, difícilmente pueda cuidar a otra persona. La situación
planteada seria un ámbito de intervención para un at con capacitación en
tratamiento de las adicciones

Entonces, ¿Cuál es el lugar del at en el tratamiento de una persona que se ha


vuelto adicto a una o mas drogas?
Ese lugar dependerá del tipo y orientación del tratamiento. Esto que parece una
obviedad, no lo es tanto ya que el at, como auxiliar, no dirige el tratamiento.

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Tiene una ubicación privilegiada, cercana al paciente en su vida cotidiana.3 Pasa


largas horas con el paciente, conoce su casa, quizás lo vea dormir, quizás vele su
sueño. Han ido juntos a caminar, a bares, a boliches, a plazas. Tal vez hayan
transpirado la camiseta juntos jugando al fútbol. Ha sentido en su cuerpo el
impacto de una decisión familiar o de la irrupción de la urgencia por consumir
la droga. Pero el at no dirige el tratamiento sino que sigue consignas y se
subordina a la estrategia del terapeuta. Comunica lo que observa, lo que escucha
y su propio accionar. Confía lo que experimenta contratransferencialmente

OM
aportando un material único para el tratamiento. Además, y por definición, el at
(aunque tenga formación como psicoterapeuta) no debe utilizar herramientas de
tipo interpretativo en su trabajo. Está allí para operar en lo concreto, en lo
cotidiano.
No nos parece que la idoneidad del at dependa de su forma de ser, como
insinuaba Kalina en los inicios al describir las características de personalidad de
aquellos que seleccionaba para sus equipos, demasiado cercanas a un ideal, al

.C
héroe: un Súper at.4
La eficacia del trabajo del AT con estos pacientes tiene que ver con un saber hacer
en el que pueda distinguir la singularidad de cada sujeto mas allá del diagnóstico
DD
común. La singularidad de los distintos dispositivos y momentos del
tratamiento. La adicción no es un tipo de personalidad ni una estructura; puede
haber adicción en sujetos neuróticos, en sujetos psicóticos, perversos, psicópatas
o borders... Asimismo la situación clínica es radicalmente diferente durante la
desintoxicación, la abstinencia temprana, la abstinencia sostenida o en la recaída.
LA

En el reconocimiento de la especificidad del momento de nuestra inclusión, de la


singularidad de cada ser humano con quien trabajamos, de nuestros límites y la
necesidad de trabajar junto a otros, están las claves para la adecuación de nuestra
intervención. Muchas veces es necesario apelar a distintos saberes y experiencias.
Desde la coherencia de la formación teórico-técnica de cada uno, el trabajo con
FI

adictos requiere no solo de la multidisciplina sino de lo transteórico.


Aceptar que el recurso que mejor manejamos (la palabra) esta devaluado para
ese sujeto. Que va a haber acción. Y que tendremos que actuar para que no nos
haga actuar.


Cada vez que nos confiemos en nuestro pretendido saber, el adicto se encargará
de derrumbar ese castillo de naipes aún a costa de su propia salud.
-------- **** ----------

3Etimológicamente la palabra acompañar deriva del latín CUMPANNIS,COMPAÑERO; derivado de


PANIS= Pan: accion de comer de un mismo pan.
4
“…tenía que evitar el “cliniquismo” (…) mal tradicional de los pacientes psiquiátricos, y los adictos
jóvenes no eran confiables para salir solos a la calle… por lo tato requerían de intermediadotes entres
sus vínculos simbióticos con otros adictos y la droga, y su vuelta a la “calle”. Eran necesarios “amigos
calificados”. Tenían que ser jóvenes vitales, fuertes, con cualidades especiales en cuanto a ingeniosidad,
lealtad, tener una sólida convicción anti-drogas y fundamentalmente creatividad para lograr ser objetos
deseables o pasibles de identificaciones positivas.” Kalina E (1991) A modo de prólogo. El acompañante
terapéutico: breve historia y fundamentos. En: Kuras de Mauer S y Resnizky S (1991) Acompañantes
terapéuticos y pacientes psicóticos. Ed Trieb. Buenos Aires.

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Transferencia, adicciones y acompañamiento terapéutico. La


demanda asordinada.5

Diversos autores en el campo de la salud mental en general y del


acompañamiento terapéutico en particular se han referido al modo en que sus
experiencias en el trabajo con pacientes psicóticos han influido en su propia
apreciación de la locura. Específicamente se refieren a una etapa de su

OM
experiencia en la que predominaba una visión romántica de la locura. Algunos
ejemplos son los de Kleber Duarte Barreto y Fabio Araújo, podría incluirse
también a Laing y a otros autores de la antipsiquiatría. Esta visión romántica de
la locura, sin dudas con una fuerte impronta transferencial, conduce las
conceptualizaciones en una dirección, a ciertos recorridos posible, como
delimitando vagamente un sector en el mapa de la clínica: el acompañante que

.C
acoge, que se deja llevar, la solidaridad con el loco como segregado social,
etcétera.
Ahora bien, cuándo tratamos con adictos graves, las vivencias
contratransferenciales de los acompañantes terapéuticos son muy distintas:
DD
sensaciones de angustia extrema, intranquilidad, ansiedad, tendencia a
sobreinvolucrarse, impotencia, rabia, entre otras, son la regla más que la
excepción en la tarea cotidiana. No es que estos sentimientos
contratransferenciales no aparezcan trabajando con otros pacientes, sino que en
el trabajo con adictos constituyen un elemento tan frecuente que podemos
LA

pensarlo como parte del campo de trabajo y al cual podemos atribuirle una parte
importante del enorme desgaste que produce en los miembros del equipo
terapéutico. Es sabido que los equipos e instituciones que trabajan en el abordaje
de las adicciones presentan alta incidencia de síndromes de burn out, así como de
actuaciones (actings y pasajes al acto) en los integrantes del mismo.
FI

Podríamos llenar páginas y páginas con las expresiones en tal sentido, vertidas
en el espacio de supervisión por distintos aa.tt. durante el trabajo con pacientes
adictos:


-- Siento que soy el espectador del espectáculo de la autodestrucción…


--Tenía terror de lo que (el paciente) pudiera hacer esa noche... si yo (el at) no
estaba ahí.
--¡Qué desesperación! Ella ahí adentro y yo sin poder entrar.... ¿estará viva?
--¡El equipo me va a matar! ¿Cómo se me pudo escapar?... ¿Qué hago? ¿Llamo a
la policía? ¿Llamo al psiquiatra? ¿Lo dejo? ¡¡Lo dejo!! (¿Quién deja a quién?)
-- Tenía ganas de agarrarlo del cuello, zamarrearlo y gritarle “¿No ves que te estás
matando?”

5
Basado en la presentación llevada a cabo en la Mesa Redonda “En el campo de la dependencia química”, en el
marco del 2do. Congreso Iberoamericano de Acompañamiento Terapéutico que tuvo lugar en la ciudad de Sao Paulo,
Brasil, el 7 de septiembre de 2006.

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--Me conmueve la fragilidad que percibo detrás de esa apariencia de “no me


importa nada”

Considero que estas vivencias de los acompañantes responden a características


propias de la adicción como patología que afecta al sujeto, como modo de
vinculación del sujeto adicto con los otros y como fenómeno social. Intentaremos
en este apartado puntuar algunos aspectos del trabajo de AT en el tratamiento de
pacientes adictos que nos permitan esbozar modos de intervenir que, a su vez,

OM
respondan más a una lógica de tratamiento que a la mera reacción
contratransferencial. Precisamente porque considero que, en el campo de los
tratamientos de adicciones, no son pocos los dispositivos e intervenciones que
operan a partir de una reacción contratransferencial del terapeuta a una vivencia
invasiva, masiva con la que no se sabe qué hacer. Quien está allí para ayudar se
siente violentado, amenazado, provocado, desafiado, rechazado (muchas veces
lo es de hecho, por los pacientes o familiares). La resistencia no se expresa en una

.C
detención de las asociaciones de un sujeto que está angustiado por no entender
qué le sucede. La resistencia, aquí, es acto violento de rechazo a cualquier
intervención que intente acotar el goce autodestructivo con la droga. Entonces, el
DD
terapeuta, el acompañante o el operador socioterapéutico6 sienten la violencia de
ese rechazo y reaccionan a su vez. He allí un punto crítico en el proceso y las
consecuencias serán distintas de acuerdo con: (a) el rol específico del miembro
del equipo terapéutico, (b) la capacidad de entender, aceptar y operacionalizar la
vivencia contratransferencial, lo cual está en directa relación con el análisis
LA

personal y la supervisión, (c) el dispositivo en el que está inserto, (d) los recursos
teórico-técnicos con los que cuenta (formación), (e) la sintonía o la discordancia
existentes entre (c) y (d) y, por último, (f) la posibilidad fáctica de trabajar esas
discordancias en el equipo (reuniones de equipo).
Cuando decimos que no pocas veces las llamadas “intervenciones” son meras
FI

reacciones contratransferenciales nos referimos a que en ese punto crítico del


proceso, se responde con una acción que niega o reniega de la vivencia
contratransferencial, en lugar de tomarla como emergente del proceso
terapéutico, problematizarla, trabajarla y decidir una intervención que no


reniegue de la misma. Algunos ejemplos de aquellas pseudointervenciones


pueden ser el adoptar actitudes desafiantes o temerarias como reacción a temores
del propio terapeuta, el empecinamiento terapéutico en el método o técnica
propios como único válido para todos los pacientes, la racionalización de miedos
e intervenciones, la fuga hacia una alianza con la familia del paciente, la
segregación y aislamiento del paciente como distinto y peligroso, reproduciendo

6
Posiblemente la vivencia contratransferencial sea similar en los distintos miembros del equipo. Lo que
difiere es lo que cada uno hace con eso. En el caso de los llamados operadores socioterapéuticos,
formados en el modelo de Comunidad Terapéutica para adictos, muchas veces ellos mismos son adictos
que han finalizado un tratamiento de CT, en algunos casos han recibido capacitación técnica en dicho
modelo y son autorizados por los mismos directivos de las instituciones a intervenir como terapeutas. La
lógica implícita y explícita es la homogeneidad del campo (los adictos son todos iguales) y la certeza de
un único camino en la recuperación (lo que es bueno para mi es bueno para todos).

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la lógica del “Ellos vs. Nosotros” y la sobreinvolucración por identificación con


aspectos del paciente, entre otros.

Quisiera ahora puntuar algunas características frecuentes del modo de


presentación de los adictos al tratamiento, la incidencia que estas características
tienen en lo que hace al trabajo del acompañante terapéutico cuando se lo incluye
en el dispositivo terapéutico y, a partir de allí, proponer algunos modos de
intervenir que se adecuen a la singularidad de cada paciente, teniendo en cuenta

OM
las dificultades más habituales de ésta práctica.

Sujetos, adicciones, dispositivos. ¿Viste el típico adicto? …nada que ver.

Existe una tendencia común en los intentos descriptivos por parte de la moderna
neurobiología y de los modelos cognitivo-conductuales o de Comunidad

.C
Terapéutica para adictos, en el anhelo de conformar un retrato o perfil que
resuma las características más comunes del adicto típico. Un perfil característico
al cual aplicar un tratamiento probadamente eficaz con la menor cantidad de
DD
contraindicaciones que sea posible. Este ideal diagnóstico suele alojar en su
interior la extraña cohabitación de enfoques y objetivos de las ciencias modernas
con prejuicios y clichés sociales y religiosos de todas las épocas. Sin desmerecer
valiosos aportes singulares a la terapéutica de las adicciones realizados por
investigadores, pensadores y terapeutas referenciados en cada una de las
LA

disciplinas mencionadas anteriormente, los intentos de describir un perfil típico


del adicto, o una personalidad adictiva han producido más un identikit que una
descripción diagnóstica.

No hay un paciente adicto típico para el cual establecer un modo único de


FI

tratamiento y, por lo tanto, un único modo y lugar del AT.


Principalmente porque la adicción no constituye un diagnóstico de estructura o
de personalidad. Es un fenómeno que se agrega a la personalidad del paciente e
imprime modalidades de satisfacción singulares. La diversidad de su modo de


presentación, la variación de las mismas año a año de acuerdo a los cambios


sociales y a la disponibilidad de sustancias psicoactivas, se evidencia, también,
en los diversos nombres que se proponen para estas presentaciones clínicas que
no siempre pueden llamarse síntomas. Patologías de borde, impulsiones,
patologías del acto y del consumo, trastornos por uso de sustancias, son algunas
de las denominaciones que estas modalidades de presentación clínica han
recibido. Más allá de las diferentes vertientes disciplinarias o teóricas, podemos
coincidir en algunas características de presentación de estos pacientes: la
tendencia a la acción en desmedro de la planificación de la acción, la
desvalorización de la palabra, la intolerancia a la frustración, la escasa o nula
conciencia de enfermedad, el predominio del proceso primario sobre el
secundario, entre otras.

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Asimismo debemos decir que más que adicción tendríamos que hablar de
adicciones. Las adicciones son múltiples y muy diversas. Algunas de ellas
tienden a ser negadas socialmente y en los dispositivos de tratamiento. Algunos
ejemplos de adicciones habitualmente subregistradas, lo constituyen el
alcoholismo, la adicción a los psicofármacos, la adicción en la mujer y en los
profesionales de la salud. El estereotipo social del adicto es un adolescente que
consume drogas ilegales. El problema es que la oferta de tratamientos parece
responder más al estereotipo social o al mercado, que a la realidad

OM
epidemiológica de nuestros países7.

Pero principalmente no hay un paciente adicto típico porque en la mayoría de las


consultas y psicoanalíticamente hablando, no podemos decir que nos
encontremos con un paciente, en sentido estricto. No hay paciente en el sentido
de un sujeto que demanda a alguien a quien le supone un saber acerca de su
síntoma. El pedido de tratamiento suele ser planteado por familiares o allegados

.C
del adicto. Y cuando al adicto consulta lo que demanda con urgencia suele ser
una solución inmediata , demanda que se sostiene por breves períodos (lo que
algunos llaman “tocar fondo”), pequeñas ventanas situadas entre largos períodos
DD
de consumo incuestionado.
Al respecto dice Héctor López (2003 p.139):
“La dificultad para el establecimiento de la transferencia, se funda precisamente en la
convicción del sujeto adicto a que el analista nada sabe de la experiencia de la droga que
él si conoce, y por lo tanto ¿cómo reconocer al Sujeto Supuesto Saber en el analista si el
LA

que sabe de ese goce es él? Si el analista avala esta falacia suponiéndole al adicto una
experiencia particular de goce, pone en juego su propia resistencia como obstáculo a la
transferencia.”
Surgen aquí algunas preguntas que convocan al posicionamiento ético del
interviniente y cuyas respuestas no serán ajenas al lugar que éste ocupe en el
FI

dispositivo singular y en el sistema de salud.


¿Cómo asistir al que no solicita y/o no acepta ser asistido? ¿Es esto lícito? ¿Cuál
es el límite ético en el que nuestra participación se legitima?


Construir un paciente: de la necesidad a la demanda y de la acción a la palabra


y el acto.

La adicción instalada retrotrae al sujeto al plano de la necesidad. La experiencia


del adicto comienza por la experimentación con las sustancias, el placer del uso
de la droga pero esto, más tarde o más temprano, comienza a ser una necesidad.

7
Esa tendencia parece comenzar a modificarse a partir de la realización en los últimos años de estudios
epidemiológicos con cierta periodicidad y metodología común, tanto en cuanto a prevalencia de consumo
de sustancias psicoactivas, como de población en tratamiento. La referencia a los estudios de Hugo
Miguez y del Observatorio Argentino de Drogas (Sedronar) es ineludible. Estos estudios, desde una
perspectiva de salud pública, al articularse con las instancias de planificación permitirían la puesta en
marcha de dispositivos asistenciales más acordes a la realidad sanitaria de cada lugar. Aún estamos lejos
de eso.

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Ya no se droga por placer sino para evitar el displacer de la privación. Es por ello
imprescindible que, como acompañantes, podamos aceptar y atender los factores
biológicos que operan en estas patologías (neuroadaptación, craving,
abstinencia), consecuencia de las modificaciones operadas a nivel funcional en el
sistema nervioso, por la presencia continua de la droga. Comprender y aceptar
la incidencia de la droga como operante y modificadora a nivel neurofisiológico
es un ingrediente necesario pero no suficiente para el diseño y puesta en marcha
de un dispositivo asistencial. Necesitamos de la interdisciplina y de la diversidad

OM
de enfoques y funciones en el abordaje terapéutico de estos pacientes. En la
formación del acompañante terapéutico dispuesto a trabajar con pacientes
adictos es ineludible, asimismo, conocer los aportes de autores como Le
Poulichet (1987), López (2003), Geberovich (1984), Sillitti, Sinatra, Tarrab, Mc
Dougall, Washton, Marlatt y tantos otros que desde distintas vertientes teóricas
han hecho grandes contribuciones para comprender el fenómeno de las
adicciones y su tratamiento posible. No todo se explica por los efectos de la droga

.C
y, al mismo tiempo, no es sin tener en cuenta los efectos de la droga en ese
organismo y en ese sujeto, que podremos entender algo de los circuitos de goce
y de la problemática de este paciente. En última instancia, el trabajo terapéutico
DD
debería apuntar a que el paciente pueda asumir la responsabilidad subjetiva de
sus actos.

Algunas dificultades habituales


LA

En un trabajo presentado hace unos años, Federico Manson (2006) plantea cinco
posiciones que el at debe sostener trabajando con pacientes toxicómanos:
Ni vigilante, ni cómplice, ni testigo, ni caritativo, debe contribuir a sostener una
legalidad que lo trascienda.
FI

Con las cuales coincidimos en términos generales, pero que, en este momento,
quisiéramos detenernos en la particularidad de su formulación: las cuatro
primeras están planteadas en términos negativos, como resistiéndose a una
tentación. Lo cual da cuenta, a nuestro entender, de la poderosa inducción a la


actuación que los adictos generan sobre los acompañantes.


Estos pacientes caminan al borde de la cornisa como si no pasara nada, como si
nada pudiera pasarles, generando un dramático llamado al Otro para que actúe
y aparezca completo, sin fallas y con diversos ropajes imaginarios: el
Perseguidor, el Salvador, el Cagador, el Gozador.
Una mecánica de repetición infinita. Un péndulo que va y viene, va y viene, viene
y va, del lugar del despojo recogido por el Otro al otro extremo del drogón, loco,
gozante de la breve omnipotencia en la que ese Otro queda burlado, engañado,
jodido. Extremos breves del vaivén, puntos de detención y de tensión extremas.
El instante del no movimiento. Estasis y éxtasis. El mundo se para cuando me
drogo. El mundo se frena cuando me hacen cagar. Pero el vaivén no se detiene.
Va y viene, va y vuelve. Y en esa ida y vuelta pendular pasa por la línea de

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cocaína, la inyección, las pastillas... Movimiento pendular al cual nos


habituamos, como pasa con el tic-tac del reloj, hasta que dejamos de escucharlo.

Más arriba evocábamos la escena de la Odisea en la que Ulises debe atar a tres de
sus hombres que habían quedado extasiados en el país de los lotófagos y
arrastrarlos a los barcos haciendo oídos sordos a sus ruegos y lamentos. Traíamos
esa escena como metáfora de situaciones de acompañamiento terapéutico con
adictos en las que el at debe afirmarse en su convicción, en la estrategia

OM
terapéutica, en el encuadre para sostenerse y sostener a su paciente:
“algo del orden de un cuidar que implica ser capaz de soportar la negativa del paciente,
resistir la tentación de dejarse llevar y sostener un lugar y un hacer que apuesta a un
cambio aparentemente imposible”.
Ahora quisiéramos enfatizar la noción de abstinencia.
Pero no la de abstinencia de sustancias, la cual puede ser necesaria en el
tratamiento pero no forzosa ni forzada.

.C
Más bien diremos que la abstinencia forzosa está del lado del at, esa que tiene
que ver con los “ni” de los que habla Manson.
Abstinencia de aceptar esos lugares complementarios en la escena propuesta por
DD
el adicto. Resistencia a dejarse llevar a esos lugares que atraen con fuerza. Como
ante el vórtice de un remolino, el at se siente arrastrado a ocuparlos,
justificándose desde el “sentido común” y las vivencias transferenciales:

El rechazo inicial (at como vigilante o como “careta”)


LA

Para el adicto, a priori, el at pertenece al mundo de los caretas: los que no se


drogan, los que están del otro lado de los “locos” (la cofradía los iluminados
unidos e igualados imaginariamente por el consumo de drogas). Uniones
ilusorias en las que las diferencias son borradas por una identificación
imaginaria. En consecuencia, la inclusión del at tiene algo de imposición para el
FI

adicto. Alguien que viene a controlarlo, a vigilarlo y acusarlo ante el equipo o la


familia.
Aquí cobra especial importancia la referencia de Manson a “contribuir a sostener
una legalidad que lo trascienda”, es decir una apelación a un orden simbólico


consistente, articulado en torno al equipo, la estrategia terapéutica y los roles en


el equipo, que permita al acompañante sostenerse en su función y tarea, más allá
de los embates que intenten desalentarlo. Para ello, resulta crucial que la
consistencia del equipo responda fácticamente en las situaciones de urgencia y
se vehiculize en los necesarios espacios y tiempos de las reuniones de equipo.
Sólo así, los distintos integrantes del equipo constituirán un grupo operativo
(Pichon Riviere) donde la mutua representación interna y la tarea común sienten
las bases de una confianza indispensable para sostenerse en el trabajo terapéutico
con el adicto en su cotidianeidad.

El juego de los engaños.


En una entrevista realizada en el año 2002, Susana Kuras de Mauer dice:

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“Si alguien me preguntara, como se define una personalidad adictiva, pero sin términos
técnicos, le diría, el adicto es un tramposo, alguien que vive haciendo trampa, pero no
para dañar a los otros; es una trampa en la cual él mismo está incluido como protagonista,
como engañado.... En general, culturalmente se los asocia con gente muy revolucionaria,
muy libre pero curiosamente la palabra adicto quiere decir esclavo, porque genera con la
sustancia, una dependencia parecida al estado de desvalimiento, similar a la indefensión
de un bebé. No pueden sin, tampoco pueden con, entonces quedan aprisionados y esclavos
de ese encierro.”

OM
Es esa dinámica de la relación con los otros a la que nos referíamos más arriba,
un juego de perseguidor y perseguido, de burlador burlado en la que se le va la
vida. Esta dinámica vincular ubica al acompañante, especialmente en los inicios
del acompañamiento, en una situación particularmente difícil de resolver.
Muchas veces se encuentra con el espacio vacante, como un lugar preasignado
por el paciente que suele coincidir con alguna de las alternativas planteadas por

.C
Manson. Es obvio que esto tiene que ver con aspectos transferenciales que, como
tales, están presentes en toda relación. La particularidad en las adicciones es el
modo en el que esto se plantea: más que formulado al modo de pregunta acerca
de qué puede querer de mi ese otro que se acerca como acompañante, lo que el
DD
paciente da a entender son algunas coordenadas, rara vez puestas en palabras,
de que el acompañante es de determinada manera (lo que el paciente le atribuye),
que él (el paciente) ya lo sabe y que, por lo tanto no es necesario hablar de ello.
Ante lo cual el acompañante queda en una posición bastante incómoda,
sintiéndose forzado a ocupar un lugar que no eligió o a aclarar algo por lo cual el
LA

paciente no le pide explicaciones. Lo que queremos expresar es que no es algo


del orden del malentendido o de la decepción: el paciente parece no esperar de,
ni demandar nada al acompañante: él sabe que el acompañante viene a
controlarlo, no necesita pruebas ni aclaraciones al respecto. Esta certeza no es del
mismo orden que la que se presenta en la paranoia, ni genera las mismas
FI

reacciones que en ese caso. Es una certeza acerca de los otros que se oponen a su
goce y el acompañante no está exento de quedar ubicado en esa categoría a priori
y “hasta que se demuestre lo contrario”. Y eso –que se demuestre que el at no viene
a controlarlo y es alguien en quien el paciente puede confiar-- es lo que sucede


cuando el acompañante logra “sobrevivir” a los primeros encuentros, los cuales


pueden definirse como verdaderas pruebas a superar.
Roberto experimentado at, es convocado por el equipo de una comunidad terapéutica para
acompañar a Leandro, un paciente de 17 años que asiste al tratamiento ambulatorio por
su consumo problemático de marihuana y cocaína. El equipo está preocupado por las
conductas de riesgo en las que incurre, con severas intoxicaciones durante las cuales
desaparece de su casa durante varios días y en las que ha tenido algunos accidentes. Han
pensado en indicar la internación por algunos días pero optan por incorporar un at. En
la entrevista de presentación Leandro se muestra de lo más amable y dispuesto a ser
acompañado por Roberto, quien es presentado también a la familia de Leandro. Ese mismo
día (viernes) tiene lugar la primer salida juntos (hasta ese momento Leandro solo podía
salir acompañado de sus padres, por indicación del tratamiento). Toman un ómnibus

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hasta el centro de la ciudad y comienzan a caminar por la peatonal, llena de gente a esa
hora. Leandro señala algo en una vidriera, el at mira en esa dirección y hace un
comentario, cuando gira para seguir la conversación Leandro ya no está allí. Simplemente
desapareció. Roberto mira para todos lados, angustiado, comienza a correr de un lado a
otro, pide ayuda a un policía que pasaba por allí… todo es en vano. Abrumado y
decepcionado llama al equipo e informa lo sucedido. El terapeuta intenta tranquilizarlo y
da aviso a la familia.
Los días transcurren sin tener noticias de Leandro. Roberto se siente culpable y

OM
angustiado.
El martes recibe un llamado del terapeuta informándole que Leandro había vuelto a su
casa el día anterior, en buen estado de salud, excepto por las consecuencias de haber
consumido durante el fin de semana: estuvo todo el fin de semana en el Cosquin Rock,
había planificado la “escapada” desde que el equipo y sus padres le prohibieron asistir y
el “no se lo iba a perder”, que le mandaba saludos y le pedía disculpas pero no había

.C
tenido otra opción…
En esta viñeta podemos ver una situación en la que el at es engañado en su buena
fe, por suponer cierta franqueza en el paciente, hasta que se revela la trampa.
DD
Retrospectivamente podemos señalar que el at estaba para eso, para que
sucediera lo que sucedió (pero él no lo sabía y de ahí la angustia en el at). Esa
escena que muestra el accionar, las intenciones, el deseo y el modo de vincularse
del paciente, requería del at (parte del equipo, pero en la calle con el paciente)
para jugarse. De ahí que no debamos calificar de fracaso la participación de ese
LA

acompañante con ese paciente. Al contrario, contribuyó a que algo se muestre del
paciente. Algo que el paciente no diría con palabras y que se cuida de mostrar en
el setting institucional. Claro que para que esta mostración no sea una más en una
serie inacabada, que conlleva los riesgos permanentes para la vida del paciente,
tendrá que haber del lado del equipo alguien que pueda interpretar los actings
FI

de manera adecuada.

Las demandas familiares: corregir al incorregible.




La familia del adicto se niega a aceptar la enfermedad y a reconocer que esa


enfermedad les atañe. Niegan su responsabilidad y tratan al paciente como a un
descarriado al que hay que encarrilar. En ese contexto el at es conminado a
controlar al paciente y cuando este recae, el acompañante suele ser descalificado
en su desempeño profesional.
En el trabajo citado anteriormente, Manson desarrolla la posición de No
Cómplice para el at y allí se refiere (utilizando conceptos desarrollados por
Kalina) a la dinámica familiar:
“… la complicidad no debe ser ni con el paciente ni con su familia… el at no deberá hacer
“pactos perversos” ni con unos ni con otros, en el sentido de mantener oculta o al
margen la información que necesaria e imprescindiblemente deberá transmitir tanto al
resto del equipo como a quien dirige el tratamiento… Asimismo deberá tener cuidado de

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verse implicado ni ubicado en el lugar de cómplice de los “pactos criminosos” que de


manera conciente o inconsciente la familia organiza respecto del paciente: ese pacto a
través del cual se arma en torno del paciente un “cerco de goma” que lo reenvía una y
otra vez al centro de la escena que lo remite inevitablemente a la búsqueda del “objeto
droga” y a los efectos de goce que produce en él.”8
La inmersión del acompañante en el medio familiar lo hace testigo directo de
interacciones, mensajes, descalificaciones, modos vinculares, que constituyen la
vida cotidiana de esa familia y ese paciente. Como agente externo de ese sistema

OM
familiar su presencia es amenazante, inquietante. Su mera presencia genera
incomodidad. Decíamos más arriba que el at juega siempre de visitante.
Siguiendo con esa idea, pensemos ahora lo que sucede en nuestras casas cuando
recibimos visitas. Utilizamos otros lugares, preparamos la casa, ordenamos,
escondemos lo que nos parece feo… Hay “cosas que no se dicen” delante de las
visitas… Al fin y al cabo las visitas vienen por un rato y después se van…
He aquí un visitante que vino para quedarse… y aquí también podemos recordar

o quisiéramos…
.C
lo que nos sucede cuando las visitas se quedan más tiempo del que esperábamos

Aclaremos que la incomodidad es tanto para la familia (que no puede seguir


DD
mostrando “su mejor cara”) como para el at, enfrentado a episodios que lo
sorprenden, testigo directo de los modos vinculares que sostienen la enfermedad
y que a él (como elemento externo al sistema) le resultan tan chocantes como
sencillos de identificar y eventualmente cambiar. No siempre el at puede darse
cuenta que lo que a él le resulta obvio puede resultar invisible (por habitual) e
LA

impensable su modificación para los integrantes de la familia.


Estas circunstancias y la dificultad de su manejo, en ocasiones conducen a la
siguiente complicación:

La sobreinvolucración: identificación con el paciente, secretos y alianzas


FI

psicopáticas.
Sucede que en ocasiones el acompañante empieza a sentir que nadie entiende al
paciente en su desvalimiento. Esta vivencia contratransferencial puede conducir
a actings del at, especialmente cuando se trata de acompañantes noveles o por la


falta de un espacio de análisis, de supervisión o de reuniones de equipo. A modo


de ejemplo podemos recordar un caso clínico:
Se trata de Josefina, una paciente adolescente, adicta a la cocaína, embarazada de seis
meses quien estaba en tratamiento en una comunidad terapéutica con modalidad de
Hospital de Día. Llegó al tratamiento traída por su madre quien permanentemente le
recordaba lo mala persona que era y, desde sus convicciones religiosas, la amenazaba con
el infierno. En la institución Josefina no hablaba con nadie, rechazaba todo intento de
acercamiento tanto de las personas del equipo como de los otros pacientes. Se incluyó una
acompañante terapéutica para intentar que se vincule con Josefina, primero en la
institución, luego en su casa a donde iba dos veces por semana. Al principio la rechazó
como a todos. Pero luego fue aceptando su presencia. En las visitas a la casa, la a.t.

8
Entrecomillados y resaltados del autor citado.

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presenció el aislamiento de Josefina y el maltrato del que era objeto por parte del padre.
Poco a poco Josefina le fue contando sus padecimientos, su amor por el novio (preso por
robo) al cual iba a visitar los sábados a la comisaría. Su consumo de cocaína y alcohol
durante el embarazo. Todo esto se trabajaba luego en las reuniones de equipo. Pero luego
la at dejó de asistir a las reuniones y no respondía los llamados del equipo. Cuando regresó,
al cabo de dos semanas, contó que en un encuentro tres semanas atrás Josefina le había
contado que se había estado drogando en una de las salidas a verlo al novio y que estaba
aterrada de lo que su mamá podía hacer si se enteraba. La at no supo que hacer con esa
información (y con la angustia), sintiendo que si contaba el secreto de Josefina,

OM
traicionaba su confianza y al mismo tiempo, sabiendo que esto debía conocerse en el
equipo. Identificada con Josefina desapareció por dos semanas. Cuando volvió al equipo,
trayendo sus informes prolijamente redactados donde constaba la recaída de la paciente,
Josefina ya había abandonado el tratamiento.

La angustia en el acompañante.

.C
Nos referimos a las vivencias contratransferenciales que mencionamos más
arriba. La del espectador que mira al sonámbulo que camina por la cornisa.
Angustia de la que el paciente se desentiende y que es absorbida por el at sin
DD
saber qué hacer con ella. Especialmente porque en muchas ocasiones se trata de
una angustia no percibida por el paciente quien se ha acostumbrado a mediar y
remediar sus sentimientos a través del uso de sustancias que alteran el estado de
ánimo. Otras veces la angustia es percibida, pero su irrupción dolorosa se
encuentra con una carencia para ser simbolizada y, por lo tanto, es rechazada. 9
En otras ocasiones el paciente registra la angustia, intenta hacer algo con ella en
LA

el sentido de convertirla en un sufrimiento simbolizable (Kovadloff, 2002), pero


recibe de su medio familiar mensajes descalificadores o denegatorios que lo
hacen desistir de su intento. En cada una de esas situaciones es posible que el at
sienta un monto de angustia o ansiedad desbordantes, al mismo tiempo que la
FI

dificultad para remitir esa angustia a vivencias concretas o circunstancias que la


expliquen, o explicaciones que permitan entenderla. Es entonces cuando se
presenta la disyuntiva entre decir y hacer, como una disociación operante en sus
decisiones, como una falsa opción. Es indispensable que el acompañante hable,
diga, en los espacios dispuestos a tal fin. Con el paciente será una palabra que


contenga sin negar, que contribuya a posponer la acción y tolerar la espera y el


paso por la angustia; paso necesario en la recuperación. Con el equipo no callar
informaciones por irrelevantes que le parezcan o aún sintiendo el temor de
haberse equivocado y que esto se sepa. En su análisis para deslindar su
transferencia y poder desenredarse de esa trama. En la supervisión para explorar
alternativas a sus intervenciones.

Actuar o no actuar, esa es la cuestión...

9
Al respecto, ver los desarrollos de Le Poulichet respecto del pharmakón y los mecanismos psíquicos
propuestos por esta autora como principios operantes en las adicciones.

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En el trabajo con adicto un primer paso es reconocer que, para el adicto, nuestra
principal herramienta-la palabra- esta devaluada. Nos encontramos ante un
sujeto que goza a través de un objeto que lo calma y lo destruye, que le permiten
cortocircuitar el paso por lo simbólico y, por lo tanto, negar la castración. La
palabra es inconsistente para el adicto, no vale nada, esta impregnada de
falsedad. La palabra empeñada va y viene como esos objetos familiares que,
típicamente, el adicto sustrae para empeñar y así conseguirse el dinero para la

OM
droga... y luego roba para des-empeñar y jura nunca haberlos tocado. Para el la
palabra no vale, ni al decirla ni al escucharla. Al menos en esos periodos de puro
goce que van del “agite” a la búsqueda de droga, de la búsqueda al conseguir,
del conseguir al drogarse, al éxtasis, al bajón y del bajón al dormir. Pura urgencia
corporal, sensorial y motora donde las emociones, los sentimientos, los
recuerdos, la historia se desarticulan del entramado simbólico para flotar en un
éxtasis de pura sensación oceánica, sin tiempo y sin diferencias... Abolición

.C
temporaria de las diferencias inherentes al registro simbólico. Apoyo en una
consistencia imaginaria en la que surge y se refuerza el “somos todos iguales”.
¿Iguales a qué? Iguales entre nosotros. Del mismo palo. Distintos de los “caretas”.
DD
Artilugio que se sostiene durante un tiempo, como armazón que defiende del
vacío existencial. Consistencia armada y reforzada en cada uno de los términos
de la frase: Somos (negación del vacío) - Todos (negación de la singularidad y de
la incompletud) - Iguales (negación de las diferencias).
LA

Entonces como acompañantes nos preguntamos ¿Cuándo y cómo intervenir?


Como sabemos, no hay recetas mágicas ni intervenciones generalizables, pero
puede haber sentido de la oportunidad. Por ejemplo, si decimos que hay
períodos de negación y períodos de “tocar fondo”10, podremos intervenir
durante esos breves intersticios en los que aparece una falta, en que algo no cierra
FI

y entra en crisis. Ventanas que se abren brevemente antes de volver a cerrarse.


Allí puede surgir un pedido de ayuda y entonces puede entrar un terapeuta y
eventualmente un acompañante. El trabajo de éste puede ser de gran utilidad
para el adicto en tratamiento en la medida en que el at posea una adecuada


formación en relación a las adicciones y que el equipo funcione como tal.


El asunto sería que, aún cuando sea necesario actuar (como acto, como acción)
con celeridad – porque estemos ante una urgencia- nos abstengamos de dar por
anulada la subjetividad y la responsabilidad de ese sujeto. Escurrirnos de quedar
atrapados en ese lugar del Otro gozador (gozante o gozado según el extremo del
vaivén) en el que el adicto, sin saberlo, nos ubicará. De ello dependerá que
nuestros actos terapéuticos promuevan el anudamiento simbólico, el paso por la
palabra y que no queden como pura acción arbitraria.

10
Para un enfoque interesante de los tiempos en el proceso de recuperación del adicto, puede consultarse
los desarrollos (desde el marco conceptual del cognitivismo) de las etapas del cambio de Prochaska y
di Clemente y las técnicas de Entrevista Motivacional de Millner

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------- **** -------

Dispositivos de AT en el tratamiento psicoanalítico de las adicciones11

Las reflexiones que expongo a continuación surgieron de una pregunta:


¿Qué me gustaría transmitir de lo que experimento cotidianamente en mi trabajo
en el consultorio y en la coordinación de dispositivos asistenciales con AT? De

OM
las largas horas escuchando personas que vienen porque alguien les dijo que
quizás podamos ayudarles en su esfuerzo por dejar su droga.
De las innumerables horas escuchando a acompañantes terapéuticos que trabajan
junto a esas personas, acompañándolos en su cotidianeidad: horas y horas al lado
de jóvenes encerrados en sus cuartos, compartiendo tensos almuerzos familiares
en los que las miradas hieren y las palabras escasean, asistiendo a escenas donde
los reproches abundan, largos viajes en automóvil en los que los silencios pesan

.C
como mantas opresivas en lo hombros y las gargantas. Presenciando rituales
familiares, opacos para sus participantes, en los que pueden leerse los sentidos
de tantas conductas aparentemente insensatas.
DD
Opacidades de las drogas
Quizás comenzaría por allí: diciendo que el campo de los tratamientos de
personas que padecen/gozan/sufren una adicción, es opaco.
Opaco y engañoso. Opaco, engañoso y complejo.
LA

¿Por qué digo que es opaco? Porque no brilla, porque absorbe energía como un
agujero negro, porque no es transparente. La luz no lo atraviesa ni rebota en su
superficie: la luz es absorbida. Hablo de la luz como metáfora, clásica, del
entendimiento, el pensamiento, la razón. Incluyo en esa metáfora al racionalismo
psicoanalítico, el ansia de simbolización que nos caracteriza a los terapeutas de
FI

cuño psicoanalítico. A todo eso es opaco el tratamiento de un adicto.


¿Por qué digo que es engañoso? Porque la dimensión del engaño es una constante
al trabajar con personas enredadas en la trama de una adicción. Pero no solo la
remanida referencia a los adictos como mentirosos --¿Quién no lo es respecto de


sus síntomas, aunque los síntomas expresen verdades que rechazamos?-- sino
también los múltiples callejones sin salida en los que nos encontramos en el
tratamiento: las respuestas engañosas no tanto por ocultar una verdad que se
esconde sino por aparecer (las respuestas) como exabrupto, en tanto se
presentan como desprendidas de una trama simbólica–simbolizante y parecen
no remitir a otra cosa. También por lo engañoso del recurso a la droga como causa
y fin en si misma, como dead end, como la burda cosa sustancial que lo explica
todo sin explicar nada y condensa en esa acción de la ingesta todo intento de
despliegue de una conflictiva intrapsíquica y vincular.

11
Basado en los trabajos presentados en el 5º Congreso Internacional de Acompañamiento Terapéutico,
Querétaro, México, Octubre de 2010 y en el 7° Congreso Argentino de Acompañamiento Terapéutico,
Mar del Plata, Argentina, Noviembre de 2010

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Lo opaco y lo engañoso operan de un modo que niega la complejidad de la


problemática.
Curiosamente el tratamiento mediático de la problemática de las drogas y las
adicciones, no es muy distinto de lo que se escucha en los consultorios, al menos
en sus formulaciones iniciales: afirmaciones taxativas y terminantes respecto de
lo que debería hacerse, de las causas, los motivos y los procedimientos necesarios
para terminar con el así llamado “flagelo” de la droga.
Por ejemplo: se silencia el lugar de la droga en la economía.

OM
En el plano del sujeto, en la consulta, se silencia el lugar de la droga en la
economía pulsional.
En el ámbito familiar, se silencia la función de la droga (y del llamado adicto) en
la economía vincular de la familia.
En el ámbito social, se silencia el peso, el lugar y la función del mercado de la
droga en la economía del mercado mundial.
¿Qué pasaría con la economía si de un día para otro la droga desapareciera?

.C
No son raros los estudios económicos acerca de los costos asociados a las
enfermedades. Entre ellas las adicciones. Cálculos y proyecciones que computan
costos de accidentes, daños económicos, pérdidas, gastos en servicios de salud y
DD
rehabilitación… todos concluyen en lo rentable que es invertir en tratamiento y
prevención. Sin embargo, no accedemos a estudios que ponderen lo que
sucedería si, de un día para otro, desapareciera el mercado de las drogas.
Recientemente se publicó en Addiction, basado en información del UNODC, una
noticia que estimaba que el negocio de las drogas ilegales implica un movimiento
LA

anual de 1,6 billones de dolares, es decir el equivalente al 2.7% del producto bruto
interno mundial12. Supongamos que de un día para el otro ese circuito
desaparece: no cuesta mucho imaginar una crisis financiera de tal magnitud que
haría tambalear probablemente a todo el sistema económico global.
La legalización del uso y comercialización de sustancias psicoactivas no parecería
FI

tanto una solución – no creo que la haya – al llamado “problema de las drogas”
sino mas bien un sinceramiento de una dinámica económico-social propia del
sistema imperante y del cual la droga es al mismo tiempo síntoma y paradigma.
Probablemente la legalización atenuaría los “efectos secundarios” que hoy


observamos en términos de criminalidad, cartelización, corrupción entre otros.


Insisto, no creo que haya solución porque el lugar de las drogas en nuestras
sociedades excede su ubicación como “problema”, no estamos hablando de un
cuerpo extraño que podría/debería ser removido. Las drogas y el uso de drogas
muestran mejor que cualquier otra cosa aquello de lo cual forman parte: lo real
de los modos de satisfacción y de las dinámicas vinculares inherentes al sistema
económico social imperante en nuestras sociedades.
Permítanme hacer un pequeño desvío para comentar el análisis que hace Slavoj
Žižek del fenómeno de las fotografías de marines estadounidenses en la cárcel de
Abu Ghraib quienes, en el año 2003, se retrataron sonrientes junto a prisioneros
maniatados, vendados en sus ojos, a los cuales habían torturado previamente

12
Addiction, 107, 456–458 (2012)

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Del libro ACOMPAÑAMNTES Conceptualizaciones y experiencias en AT. Ed
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(Žižek S, 2009) pp. 204-209). Los marines, además, publicaron esas fotografías en
las redes sociales de Internet; al comentarlo, Žižek va más allá del escándalo
suscitado o de la burda y previsible explicación de las autoridades
norteamericanas nominando dichas acciones como excepciones. Por el contrario,
afirma que dicho fenómeno muestra algo de lo real de la violencia inherente al
sistema capitalista norteamericano. Relacionándolo con los ritos de iniciación
para el ingreso a sociedades cerradas, tan comunes en EE.UU., Žižek afirma:

“(es) el reverso obsceno de la cultura popular de ese país (...) la diferencia

OM
obvia es que, en Abu Ghraib los rituales no eran el precio que debían pagar
los prisioneros para ser aceptados como uno del clan, al contrario, era la
misma marca de su exclusión. (…) Abu Grahib no era un caso de arrogancia
estadounidense ante personas del tercer mundo: al ser sometidos a
torturas humillantes, los prisioneros iraquíes fueron de hecho iniciados en
la cultura americana. Se les dio a probar su reverso obsceno, que conforma
el suplemento necesario para los valores públicos de la dignidad personal,

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la democracia y la libertad. Bush estaba equivocado, pues lo que
obtenemos cuando vemos las fotos de los prisioneros iraquíes humillados
es precisamente una percepción directa de los valores estadounidenses,
del autentico núcleo de goce obsceno que sustenta el modo de vida
DD
estadounidense.”13

Pienso que de alguna manera la proliferación de las adicciones en estos tiempos


responden al fenómeno descripto por Zizek, al mostrar el núcleo de goce
obsceno, paradigmático, de la etapa actual del sistema económico imperante en
LA

nuestras sociedades de consumo.

Articulación del acompañamiento terapéutico en el tratamiento de las


adicciones.
FI

Ya hemos comentado que no es sencillo el trabajo del at con pacientes adictos.


Entre otros motivos por la intensidad y las características de las vivencias
contratransferenciales que se presentan frecuentemente y por la inducción a la


acción de la que es objeto el at.


Si se pretende que un dispositivo asistencial con acompañamiento terapéutico
opere adecuadamente es necesario, en primer lugar, que el analista o terapeuta
sostenga con claridad el lugar del at desde la indicación y desde la
disponibilidad para escuchar al at ante las frecuentes descalificaciones de las que

13
Evocando la película Algunos hombres buenos, Žižek menciona la referencia al “código
rojo”… una regla no escrita de la comunidad militar que autoriza una paliza clandestina
nocturna de un compañero que haya transgredido las normas éticas de los marines”(…) “a
diferencia de la ley escrita y explicita, este código obsceno del superyó es oral. Mientras que la
ley explicita esta sostenida por el padre muerto en cuanto autoridad simbólica, el código no
escrito se sostiene gracias al suplemento espectral del nombre del padre, el obsceno espectro
del “padre primordial” freudiano.

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es objeto por parte de la familia del paciente. Lo cual tampoco es tarea sencilla
para el analista o terapeuta, quien debe disponer de un tiempo adicional para
escuchar al acompañante, reunirse con él, leer sus informes: eso lleva tiempo y
dedicación.
¿Qué le aporta al analista la inclusión de un at?
En primer lugar la tranquilidad de que hay alguien más que verá al paciente
desde la última sesión y antes de la próxima. En segundo lugar, el acceso a
información calificada del día a día de la vida del paciente, de su dinámica

OM
familiar. El at ofrece contención por la presencia efectiva de un representante del
tratamiento en la vida cotidiana del paciente: el paciente puede esperar porque
sabe que el acompañante vendrá a verlo. Asimismo, posibilita que se lleven a
cabo actividades que de otra manera nunca se realizarían ya sea por inercia del
paciente o por boicot familiar.
Por último pero no menos importante, no son pocas las veces en que el
acompañamiento terapéutico sostiene el lugar del analista y la continuidad del

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tratamiento. Ante ausencias del analista, vacilaciones de la transferencia, ataques
al encuadre por parte del paciente o de la familia.
Esto es importante de la noción de dispositivo: las jerarquías formales del equipo
DD
no implican, más allá de los roles diferenciados, relaciones unidireccionales
jerarquizadas sino una multiplicidad de lugares, funciones e intervenciones
posibles que contribuyen a sostener la red terapéutica disponible para el paciente.

Dice Alicia Donghi:


“No se trata de técnicas, se trata de una posición ética. Quizás para el psicoanálisis de nuestro
LA

tiempo el ofrecimiento consiste en posibilitar que cada sujeto pueda, a lo largo de una cura, ni más
ni menos que volver a decidir acerca de su goce”

El dispositivo que se pondrá a operar en un tratamiento dependerá de la


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situación singular de cada paciente, de la evaluación clínica del equipo y de la


estrategia de abordaje que se decida. El tratamiento con acompañamiento
terapéutico es en si mismo un dispositivo que tiene efectos aún antes que el at
haga nada. La mera indicación de AT comienza a generar efectos en el paciente
y en su entorno. A veces esos efectos son del orden de un apaciguamiento de la


ansiedad, o de la hostilidad. Otras veces produce sentimientos persecutorios en


el paciente o en sus familiares.
El campo se complejiza.
Esto es crucial en relación al tratamiento psicoanalítico de personas aquejadas de
una adicción. Allí donde la respuesta demandada suele ser la urgente exigencia
de que un cambio se produzca.
El psicoanálisis tuvo que cambiar para tratar adictos. Tuvo que cambiar para
tratar aquello que en algún momento fue tildado de inanalizable.
Si esperamos un sujeto que se pregunte por su síntoma y le suponga un saber al
analista que se articule en una demanda de análisis… podemos esperar sentados.
Si hablamos de adicciones, más que preguntas acerca del sentido del síntoma,

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encontramos certeza. Certeza de la droga. Del efecto de la droga. De la necesidad


de consumirla.

Cuando Ulises (en la escena que evocábamos más arriba) busca a sus hombres y
los arranca de ese lugar (comparable al de la droga) aún contra la voluntad de
sus amigos, Ulises actúa, pero es un acto calculado. Produce un corte. Él conocía
a sus hombres y sabía que de alguna manera esos no eran ellos, que estaban
encantados. Eso le incumbe al at que trabaja con adictos. No en el sentido de

OM
rescatar al adicto de la droga, posición peligrosa y que fácilmente puede conducir
al fanatismo rehabilitador (un nuevo amo o un profesor). Por el contrario,
enmarcado en la estrategia terapéutica planteada por el analista, intentará
generar algún corte con la situación de encantamiento de la droga. Quienes
trabajan con adictos conocen la ambivalencia de la relación del sujeto con su
droga: el adicto ama y odia a su droga. La ama con locura cuando la busca
desesperadamente, cuando nada más importa. La odia cuando es consciente de

.C
su propia esclavitud, de su dependencia. Son momentos de crisis. A veces un
instante, a veces días enteros.
El at con experiencia y capacitación en el tratamiento de adictos podrá leer esas
DD
crisis y actuar subrayando, acentuando, aquello que emerge como un
cuestionamiento del ciclo repetitivo de la necesidad/satisfacción/goce con la
droga. Recordando situaciones pasadas. Trayendo al Dr. Jekill cuando aparece
Mr. Hyde… Recordando a Hyde cuando Jekill se siente seguro de su autocontrol.
Pero esto dependerá del dispositivo operando allí. De la articulación dialéctica y
LA

dialógica de las distintas instancias del dispositivo: lugar del analista, indicación
del AT, el lugar del coordinador del AT, la experiencia del at como analizante,
las reuniones de equipo, la escritura de informes, la comunicación continua.
Todo aquello que debe articularse en un dispositivo de AT
Lo vincular, lo cotidiano y el trabajo en equipo constituyen elementos
FI

definitorios de este campo. Lo vincular, en tanto es solo en el vinculo y por el


vinculo que nuestras intervenciones podrán ser efectivas. Lo cotidiano es el
ámbito de nuestro trabajo. Allí, el at se inserta al modo de una cuña en lo
alienante de lo social y de la familia. Resaltemos ahora lo fundamental del trabajo


en equipo, que implica la renuncia a la omnipotencia imaginaria del profesional


solitario: Allí donde se multiplican las miradas, las escuchas y las situaciones en
las que el tratamiento está presente para el paciente.
De allí que el dispositivo necesita de la reunión. Re-unión de equipo. De lo
disperso, de lo fragmentario, de lo parcial. No para lograr una nueva totalización
o unificación, sino para intentar el armado de un mosaico que a partir de la
diversidad y la diferencia de las miradas y las escuchas de los miembros del
equipo pueda apostar y sostener la emergencia de un lugar subjetivo para el
paciente en su cotidianeidad.

Bibliografía

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