54 Adicciones Pablo Dragotto Cap Libro Acompanantes
54 Adicciones Pablo Dragotto Cap Libro Acompanantes
Ed
Brujas Cordoba 2012
Adicciones
Pablo Dragotto
OM
Quizás por el hecho de ser el área de confluencia de una praxis (el AT) que me
inició en la clínica y cambió para siempre mi modo de aprehender el
padecimiento humano y, de una problemática en el campo de la salud mental --
las adicciones-- que despertó mi interés desde que era estudiante de psicología
en la Universidad Nacional de Córdoba, a partir de su puesta en cuestión por
docentes que, desde distintas disciplinas y marcos referenciales, supieron dejar
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su huella. Así reconocimos al alcoholismo como principal problema endémico de
salud mental comunitaria, históricamente ignorado por las políticas de salud y
por las prácticas asistenciales (médicas, psicológicas y sociales) en sus factores
causales y en su tratamiento. Enfermedad de la pobreza y la explotación, carente
DD
del glamour para inspirar la reflexión teórica, frustrante para el clínico,
desgastante para el trabajador social, ignorada por la academia, se nos presentaba
como un desafío y una cuenta pendiente de la Universidad Pública para con la
comunidad.
Del estimulante desafío instilado por nuestros docentes en aquellos años jóvenes
LA
OM
Este capítulo reúne algunos trabajos presentados en los últimos años en
congresos y jornadas, alguno de ellos publicados en revistas especializadas, e
intenta una articulación de conceptos que ayuden a entender la particularidad de
la implementación de acompañamientos terapéuticos en el tratamiento de
personas con adicciones.
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Acompañamiento terapéutico y adicciones1
DD
Hace casi cuarenta años aparecía en Argentina un nuevo rol dentro de los
equipos interdisciplinarios de salud mental el cual ha tenido un gran desarrollo
y expansión en su utilización en Iberoamérica: el acompañamiento terapéutico
(AT). En este apartado nos proponemos dar cuenta de algunas vicisitudes del
trabajo de los acompañantes terapéuticos con pacientes adictos, así como
LA
de otro puede llamarse at. Éste es un agente de salud que ha sido capacitado,
entrenado, para ocupar un rol claramente determinado en el tratamiento de
pacientes, crónicos o agudos, integrado a un equipo interdisciplinario y de
acuerdo a las directivas impartidas por quien conduce el tratamiento.
OM
comenzó a experimentar capacitando a personas que, sin ser profesionales,
pudieran acompañar al paciente en su cotidianeidad aportando una escucha
calificada, promoviendo conductas saludables, nuevos hábitos, colaborando a la
socialización, etc. Pero el punto de partida, y la razón más frecuente de la
inclusión de un at en un tratamiento ha sido y sigue siendo, esa vivencia de
insuficiencia de los recursos existentes o de los abordajes tradicionales.
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Sabemos que el acompañante terapéutico trabaja con pacientes “difíciles”,
“críticos” al decir de Santiago Korin, aquellos casos en que el encuadre habitual
ha fracasado. Esta es una de las razones por las que no cualquiera puede ocupar
DD
este rol.
Consideramos que no hay un único lugar posible del at en relación al paciente
adicto. Hay lugares posibles a construir en cada caso singular. El lugar a ocupar
por el at en relación a cada caso no puede determinarse a priori. Las estrategias,
la discusión previa en el equipo, las consignas del terapeuta, los objetivos
LA
Algunos ejemplos
posibilidad cierta del consumo al alcance de la mano, siente la urgencia por consumir
(craving)… Mariano tendrá que hacer algo con eso. Pero ¿qué?
Una at trabaja con Lucía, adolescente de 15 años en tratamiento ambulatorio por abuso
de sustancias. Su intervención comenzó después de una fuga de Lucía de su hogar y de
un intento de suicidio. Están en casa de la paciente haciendo un collage, alegres,
disfrutan de la tarea. Hace poco que se conocen pero Lucía parece disfrutar la compañía
OM
de su at. De repente y sin aviso, Lucía pregunta mirando fijo a los ojos de su acompañante:
“vos tenés pinta de hippie...vos debes haber probado el faso ¿no?...”
La horizontalidad del rol, el semblante de semejante que frecuentan los at,
facilitan muchas cosas, otras se complican…
Otro at, acompaña a Jorge, exitoso empresario adicto a la cocaína y al alcohol, como parte
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de su tratamiento psicoterapéutico. Entre otras actividades, ambos concurren los sábados
por la mañana a un taller de teatro. Uno de esos sábados, el at se encuentra con que Jorge
no estaba en la clase. A pesar de ello decide quedarse y permanece toda la clase esperando
DD
la aparición de Jorge, cosa que nunca sucede. Preocupado y sospechando una recaída de
su paciente, el at sale de la clase pensando en llamar a Jorge o al terapeuta. Al llegar a la
esquina se encuentra al mismísimo Jorge sentado en un café desayunando
tranquilamente, quien, imperturbable, lo saluda y le dice “no entré porque era tarde...
además no había desayunado”
LA
popular) en los ejemplos citados hay una clara puesta en cuestión, en acto, del
lugar del at, de su tolerancia, de su capacidad de respuesta y de su templanza.
Con la dificultad agregada de que son batallas que se juegan en casa ajena; en la
calle, en un bar o en el domicilio del paciente. El at siempre juega de visitante.
Esta característica del rol –su inserción en la vida cotidiana del paciente- es lo que
le permite al at aportar al equipo tratante, información invalorable e inaccesible
por otros medios. No son pocos los casos en los que una semana de trabajo de un
acompañante ha permitido entender aspectos de la conducta de un paciente y de
la dinámica familiar que no habían emergido en mucho tiempo de tratamiento,
dada la particular habilidad de la familia para mostrar una fachada, representar
un guión hermético en cada sesión en el consultorio del terapeuta o en la
institución tratante.
masivas, las crisis familiares y las ansiedades impactan primero en el cuerpo del
acompañante y desencadenan intensas reacciones contratranferenciales. Es por
ello que el at no solo debe capacitarse y entrenarse sino que debe contar con
diversos espacios de esclarecimiento: reuniones de equipo frecuentes,
supervisión externa, terapia personal y formación continua.
Esto le permitirá sostener una tarea y una dirección en sus intervenciones
deslindando las múltiples demandas de las que es objeto en su accionar:
- por parte del equipo, que no pocas veces incorpora un acompañante como
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última carta después de haber fracasado con distintas estrategias (en estos
casos uno podría preguntarse: ¿por qué no habría de fracasar también el
AT?);
- por parte de la familia: que le plantea cosas tales como: “Cuidá que no haga
nada” “que no se drogue” “que no se junte con fulano” “que no vaya a tal lado”;
- y de parte del adicto... la no demanda, el rechazo: “Que hacés acá?” “ Para
que venís?” “No me hace falta” “Sos un espía, un vigilante”.
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Cuando el acompañamiento ha sido indicado por un terapeuta con experiencia
en la utilización de esta recurso, que es claro en la dirección del tratamiento y que
dispone del tiempo necesario para trabajar en equipo, los resultados son de una
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alta eficacia clínica ya que el at cuenta con una guía clara y con luces, faros, anclas
que le permitan internarse en el mar de la cotidianeidad del adicto sin temor a
extraviarse, navegar a la deriva o ahogarse.
LA
Ulises envía tres hombres a explorar el territorio. Al llegar a la playa los emisarios
encuentran a un grupo de hombres y mujeres sonrientes que les dan la
bienvenida y los invitan a sentarse en la arena y comer el fruto del loto. Los
marineros no lo sabían pero aquellos que prueban ese fruto con sabor a miel
pierden todo deseo de regresar a su tierra natal. Lo único que anhelan es ver
hundirse el sol en el mar y a la luna ocupar su lugar en lo alto del cielo,
cómodamente recostados en la playa y comiendo loto por el resto de sus vidas.
Porque el loto colma el cerebro de imágenes coloridas y música dulce. Muy
pronto el mundo real cae en el más profundo de los olvidos. Esos hombres se
hubieran perdido para siempre, pero Ulises los había seguido.
Al verlo llegar, sus tres compañeros lo miraron como se mira a un extraño. Una
mujer se acercó y le ofreció a Ulises una bandeja colmada de frutos relucientes.
Pero éste se hizo a un lado. -¡Vuelvan a los barcos! – gritó, pero sus hombres
sonrieron y comenzaron a mover sus cabezas al ritmo de la música de los
Comedores de Loto. Odiseo se quito su cinturón de cuero. Ató con él a los tres
soñadores y los llevó a la rastra hasta la playa. A pesar de sus gritos de protesta,
los empujó a bordo y ordenó izar las velas. Y no las desató hasta que la seductora
isla de los lotófagos estuvo fuera de la vista y lejos del oído de los infortunados.
Sin pretender poner a nuestro at en tan utópico y peligroso lugar (el del héroe),
creemos que hay algo de su tarea en el acompañamiento a pacientes adictos, que
se expresa en este fragmento de la Odisea. Algo del orden de un cuidar que
implica ser capaz de soportar la negativa del paciente, resistir la tentación del
dejarse llevar y sostener un lugar, un hacer que apuesta a un cambio
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aparentemente imposible.
Dice Giulia Sissa en su excelente texto El placer y el mal. Filosofía de la droga:
“Las drogas son demasiado perfectamente eficaces para nuestra tendencia al placer. No
estamos hechos para todo el goce del que somos capaces”.
Este poder de la droga como elixir, que extraña al sujeto del mundo lo expuso
con claridad Freud en El malestar en la cultura (1930) al postularlo como una de
las “soluciones” para evitar el sufrimiento:
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“El método mas tosco pero también más eficaz,(...) es el químico: la intoxicación.(...) Bien
se sabe que con la ayuda de los “quitapenas” es posible sustraerse en cualquier momento
de la presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio, que ofrece mejores
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condiciones de sensación(...) esta propiedad de los medios embriagadores determina
justamente su carácter peligroso y dañino”.
Las citas precedentes nos llevan a plantear una reflexión sobre ciertas prácticas
frecuentes, especialmente en los tratamientos derivados del modelo de
comunidad terapéutica. Me refiero, por ejemplo, a las salidas de una internación
LA
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aportando un material único para el tratamiento. Además, y por definición, el at
(aunque tenga formación como psicoterapeuta) no debe utilizar herramientas de
tipo interpretativo en su trabajo. Está allí para operar en lo concreto, en lo
cotidiano.
No nos parece que la idoneidad del at dependa de su forma de ser, como
insinuaba Kalina en los inicios al describir las características de personalidad de
aquellos que seleccionaba para sus equipos, demasiado cercanas a un ideal, al
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héroe: un Súper at.4
La eficacia del trabajo del AT con estos pacientes tiene que ver con un saber hacer
en el que pueda distinguir la singularidad de cada sujeto mas allá del diagnóstico
DD
común. La singularidad de los distintos dispositivos y momentos del
tratamiento. La adicción no es un tipo de personalidad ni una estructura; puede
haber adicción en sujetos neuróticos, en sujetos psicóticos, perversos, psicópatas
o borders... Asimismo la situación clínica es radicalmente diferente durante la
desintoxicación, la abstinencia temprana, la abstinencia sostenida o en la recaída.
LA
Cada vez que nos confiemos en nuestro pretendido saber, el adicto se encargará
de derrumbar ese castillo de naipes aún a costa de su propia salud.
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experiencia en la que predominaba una visión romántica de la locura. Algunos
ejemplos son los de Kleber Duarte Barreto y Fabio Araújo, podría incluirse
también a Laing y a otros autores de la antipsiquiatría. Esta visión romántica de
la locura, sin dudas con una fuerte impronta transferencial, conduce las
conceptualizaciones en una dirección, a ciertos recorridos posible, como
delimitando vagamente un sector en el mapa de la clínica: el acompañante que
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acoge, que se deja llevar, la solidaridad con el loco como segregado social,
etcétera.
Ahora bien, cuándo tratamos con adictos graves, las vivencias
contratransferenciales de los acompañantes terapéuticos son muy distintas:
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sensaciones de angustia extrema, intranquilidad, ansiedad, tendencia a
sobreinvolucrarse, impotencia, rabia, entre otras, son la regla más que la
excepción en la tarea cotidiana. No es que estos sentimientos
contratransferenciales no aparezcan trabajando con otros pacientes, sino que en
el trabajo con adictos constituyen un elemento tan frecuente que podemos
LA
pensarlo como parte del campo de trabajo y al cual podemos atribuirle una parte
importante del enorme desgaste que produce en los miembros del equipo
terapéutico. Es sabido que los equipos e instituciones que trabajan en el abordaje
de las adicciones presentan alta incidencia de síndromes de burn out, así como de
actuaciones (actings y pasajes al acto) en los integrantes del mismo.
FI
Podríamos llenar páginas y páginas con las expresiones en tal sentido, vertidas
en el espacio de supervisión por distintos aa.tt. durante el trabajo con pacientes
adictos:
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Basado en la presentación llevada a cabo en la Mesa Redonda “En el campo de la dependencia química”, en el
marco del 2do. Congreso Iberoamericano de Acompañamiento Terapéutico que tuvo lugar en la ciudad de Sao Paulo,
Brasil, el 7 de septiembre de 2006.
OM
respondan más a una lógica de tratamiento que a la mera reacción
contratransferencial. Precisamente porque considero que, en el campo de los
tratamientos de adicciones, no son pocos los dispositivos e intervenciones que
operan a partir de una reacción contratransferencial del terapeuta a una vivencia
invasiva, masiva con la que no se sabe qué hacer. Quien está allí para ayudar se
siente violentado, amenazado, provocado, desafiado, rechazado (muchas veces
lo es de hecho, por los pacientes o familiares). La resistencia no se expresa en una
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detención de las asociaciones de un sujeto que está angustiado por no entender
qué le sucede. La resistencia, aquí, es acto violento de rechazo a cualquier
intervención que intente acotar el goce autodestructivo con la droga. Entonces, el
DD
terapeuta, el acompañante o el operador socioterapéutico6 sienten la violencia de
ese rechazo y reaccionan a su vez. He allí un punto crítico en el proceso y las
consecuencias serán distintas de acuerdo con: (a) el rol específico del miembro
del equipo terapéutico, (b) la capacidad de entender, aceptar y operacionalizar la
vivencia contratransferencial, lo cual está en directa relación con el análisis
LA
personal y la supervisión, (c) el dispositivo en el que está inserto, (d) los recursos
teórico-técnicos con los que cuenta (formación), (e) la sintonía o la discordancia
existentes entre (c) y (d) y, por último, (f) la posibilidad fáctica de trabajar esas
discordancias en el equipo (reuniones de equipo).
Cuando decimos que no pocas veces las llamadas “intervenciones” son meras
FI
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Posiblemente la vivencia contratransferencial sea similar en los distintos miembros del equipo. Lo que
difiere es lo que cada uno hace con eso. En el caso de los llamados operadores socioterapéuticos,
formados en el modelo de Comunidad Terapéutica para adictos, muchas veces ellos mismos son adictos
que han finalizado un tratamiento de CT, en algunos casos han recibido capacitación técnica en dicho
modelo y son autorizados por los mismos directivos de las instituciones a intervenir como terapeutas. La
lógica implícita y explícita es la homogeneidad del campo (los adictos son todos iguales) y la certeza de
un único camino en la recuperación (lo que es bueno para mi es bueno para todos).
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las dificultades más habituales de ésta práctica.
Existe una tendencia común en los intentos descriptivos por parte de la moderna
neurobiología y de los modelos cognitivo-conductuales o de Comunidad
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Terapéutica para adictos, en el anhelo de conformar un retrato o perfil que
resuma las características más comunes del adicto típico. Un perfil característico
al cual aplicar un tratamiento probadamente eficaz con la menor cantidad de
DD
contraindicaciones que sea posible. Este ideal diagnóstico suele alojar en su
interior la extraña cohabitación de enfoques y objetivos de las ciencias modernas
con prejuicios y clichés sociales y religiosos de todas las épocas. Sin desmerecer
valiosos aportes singulares a la terapéutica de las adicciones realizados por
investigadores, pensadores y terapeutas referenciados en cada una de las
LA
Asimismo debemos decir que más que adicción tendríamos que hablar de
adicciones. Las adicciones son múltiples y muy diversas. Algunas de ellas
tienden a ser negadas socialmente y en los dispositivos de tratamiento. Algunos
ejemplos de adicciones habitualmente subregistradas, lo constituyen el
alcoholismo, la adicción a los psicofármacos, la adicción en la mujer y en los
profesionales de la salud. El estereotipo social del adicto es un adolescente que
consume drogas ilegales. El problema es que la oferta de tratamientos parece
responder más al estereotipo social o al mercado, que a la realidad
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epidemiológica de nuestros países7.
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del adicto. Y cuando al adicto consulta lo que demanda con urgencia suele ser
una solución inmediata , demanda que se sostiene por breves períodos (lo que
algunos llaman “tocar fondo”), pequeñas ventanas situadas entre largos períodos
DD
de consumo incuestionado.
Al respecto dice Héctor López (2003 p.139):
“La dificultad para el establecimiento de la transferencia, se funda precisamente en la
convicción del sujeto adicto a que el analista nada sabe de la experiencia de la droga que
él si conoce, y por lo tanto ¿cómo reconocer al Sujeto Supuesto Saber en el analista si el
LA
que sabe de ese goce es él? Si el analista avala esta falacia suponiéndole al adicto una
experiencia particular de goce, pone en juego su propia resistencia como obstáculo a la
transferencia.”
Surgen aquí algunas preguntas que convocan al posicionamiento ético del
interviniente y cuyas respuestas no serán ajenas al lugar que éste ocupe en el
FI
7
Esa tendencia parece comenzar a modificarse a partir de la realización en los últimos años de estudios
epidemiológicos con cierta periodicidad y metodología común, tanto en cuanto a prevalencia de consumo
de sustancias psicoactivas, como de población en tratamiento. La referencia a los estudios de Hugo
Miguez y del Observatorio Argentino de Drogas (Sedronar) es ineludible. Estos estudios, desde una
perspectiva de salud pública, al articularse con las instancias de planificación permitirían la puesta en
marcha de dispositivos asistenciales más acordes a la realidad sanitaria de cada lugar. Aún estamos lejos
de eso.
Ya no se droga por placer sino para evitar el displacer de la privación. Es por ello
imprescindible que, como acompañantes, podamos aceptar y atender los factores
biológicos que operan en estas patologías (neuroadaptación, craving,
abstinencia), consecuencia de las modificaciones operadas a nivel funcional en el
sistema nervioso, por la presencia continua de la droga. Comprender y aceptar
la incidencia de la droga como operante y modificadora a nivel neurofisiológico
es un ingrediente necesario pero no suficiente para el diseño y puesta en marcha
de un dispositivo asistencial. Necesitamos de la interdisciplina y de la diversidad
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de enfoques y funciones en el abordaje terapéutico de estos pacientes. En la
formación del acompañante terapéutico dispuesto a trabajar con pacientes
adictos es ineludible, asimismo, conocer los aportes de autores como Le
Poulichet (1987), López (2003), Geberovich (1984), Sillitti, Sinatra, Tarrab, Mc
Dougall, Washton, Marlatt y tantos otros que desde distintas vertientes teóricas
han hecho grandes contribuciones para comprender el fenómeno de las
adicciones y su tratamiento posible. No todo se explica por los efectos de la droga
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y, al mismo tiempo, no es sin tener en cuenta los efectos de la droga en ese
organismo y en ese sujeto, que podremos entender algo de los circuitos de goce
y de la problemática de este paciente. En última instancia, el trabajo terapéutico
DD
debería apuntar a que el paciente pueda asumir la responsabilidad subjetiva de
sus actos.
En un trabajo presentado hace unos años, Federico Manson (2006) plantea cinco
posiciones que el at debe sostener trabajando con pacientes toxicómanos:
Ni vigilante, ni cómplice, ni testigo, ni caritativo, debe contribuir a sostener una
legalidad que lo trascienda.
FI
Con las cuales coincidimos en términos generales, pero que, en este momento,
quisiéramos detenernos en la particularidad de su formulación: las cuatro
primeras están planteadas en términos negativos, como resistiéndose a una
tentación. Lo cual da cuenta, a nuestro entender, de la poderosa inducción a la
Más arriba evocábamos la escena de la Odisea en la que Ulises debe atar a tres de
sus hombres que habían quedado extasiados en el país de los lotófagos y
arrastrarlos a los barcos haciendo oídos sordos a sus ruegos y lamentos. Traíamos
esa escena como metáfora de situaciones de acompañamiento terapéutico con
adictos en las que el at debe afirmarse en su convicción, en la estrategia
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terapéutica, en el encuadre para sostenerse y sostener a su paciente:
“algo del orden de un cuidar que implica ser capaz de soportar la negativa del paciente,
resistir la tentación de dejarse llevar y sostener un lugar y un hacer que apuesta a un
cambio aparentemente imposible”.
Ahora quisiéramos enfatizar la noción de abstinencia.
Pero no la de abstinencia de sustancias, la cual puede ser necesaria en el
tratamiento pero no forzosa ni forzada.
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Más bien diremos que la abstinencia forzosa está del lado del at, esa que tiene
que ver con los “ni” de los que habla Manson.
Abstinencia de aceptar esos lugares complementarios en la escena propuesta por
DD
el adicto. Resistencia a dejarse llevar a esos lugares que atraen con fuerza. Como
ante el vórtice de un remolino, el at se siente arrastrado a ocuparlos,
justificándose desde el “sentido común” y las vivencias transferenciales:
“Si alguien me preguntara, como se define una personalidad adictiva, pero sin términos
técnicos, le diría, el adicto es un tramposo, alguien que vive haciendo trampa, pero no
para dañar a los otros; es una trampa en la cual él mismo está incluido como protagonista,
como engañado.... En general, culturalmente se los asocia con gente muy revolucionaria,
muy libre pero curiosamente la palabra adicto quiere decir esclavo, porque genera con la
sustancia, una dependencia parecida al estado de desvalimiento, similar a la indefensión
de un bebé. No pueden sin, tampoco pueden con, entonces quedan aprisionados y esclavos
de ese encierro.”
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Es esa dinámica de la relación con los otros a la que nos referíamos más arriba,
un juego de perseguidor y perseguido, de burlador burlado en la que se le va la
vida. Esta dinámica vincular ubica al acompañante, especialmente en los inicios
del acompañamiento, en una situación particularmente difícil de resolver.
Muchas veces se encuentra con el espacio vacante, como un lugar preasignado
por el paciente que suele coincidir con alguna de las alternativas planteadas por
.C
Manson. Es obvio que esto tiene que ver con aspectos transferenciales que, como
tales, están presentes en toda relación. La particularidad en las adicciones es el
modo en el que esto se plantea: más que formulado al modo de pregunta acerca
de qué puede querer de mi ese otro que se acerca como acompañante, lo que el
DD
paciente da a entender son algunas coordenadas, rara vez puestas en palabras,
de que el acompañante es de determinada manera (lo que el paciente le atribuye),
que él (el paciente) ya lo sabe y que, por lo tanto no es necesario hablar de ello.
Ante lo cual el acompañante queda en una posición bastante incómoda,
sintiéndose forzado a ocupar un lugar que no eligió o a aclarar algo por lo cual el
LA
reacciones que en ese caso. Es una certeza acerca de los otros que se oponen a su
goce y el acompañante no está exento de quedar ubicado en esa categoría a priori
y “hasta que se demuestre lo contrario”. Y eso –que se demuestre que el at no viene
a controlarlo y es alguien en quien el paciente puede confiar-- es lo que sucede
hasta el centro de la ciudad y comienzan a caminar por la peatonal, llena de gente a esa
hora. Leandro señala algo en una vidriera, el at mira en esa dirección y hace un
comentario, cuando gira para seguir la conversación Leandro ya no está allí. Simplemente
desapareció. Roberto mira para todos lados, angustiado, comienza a correr de un lado a
otro, pide ayuda a un policía que pasaba por allí… todo es en vano. Abrumado y
decepcionado llama al equipo e informa lo sucedido. El terapeuta intenta tranquilizarlo y
da aviso a la familia.
Los días transcurren sin tener noticias de Leandro. Roberto se siente culpable y
OM
angustiado.
El martes recibe un llamado del terapeuta informándole que Leandro había vuelto a su
casa el día anterior, en buen estado de salud, excepto por las consecuencias de haber
consumido durante el fin de semana: estuvo todo el fin de semana en el Cosquin Rock,
había planificado la “escapada” desde que el equipo y sus padres le prohibieron asistir y
el “no se lo iba a perder”, que le mandaba saludos y le pedía disculpas pero no había
.C
tenido otra opción…
En esta viñeta podemos ver una situación en la que el at es engañado en su buena
fe, por suponer cierta franqueza en el paciente, hasta que se revela la trampa.
DD
Retrospectivamente podemos señalar que el at estaba para eso, para que
sucediera lo que sucedió (pero él no lo sabía y de ahí la angustia en el at). Esa
escena que muestra el accionar, las intenciones, el deseo y el modo de vincularse
del paciente, requería del at (parte del equipo, pero en la calle con el paciente)
para jugarse. De ahí que no debamos calificar de fracaso la participación de ese
LA
acompañante con ese paciente. Al contrario, contribuyó a que algo se muestre del
paciente. Algo que el paciente no diría con palabras y que se cuida de mostrar en
el setting institucional. Claro que para que esta mostración no sea una más en una
serie inacabada, que conlleva los riesgos permanentes para la vida del paciente,
tendrá que haber del lado del equipo alguien que pueda interpretar los actings
FI
de manera adecuada.
OM
familiar su presencia es amenazante, inquietante. Su mera presencia genera
incomodidad. Decíamos más arriba que el at juega siempre de visitante.
Siguiendo con esa idea, pensemos ahora lo que sucede en nuestras casas cuando
recibimos visitas. Utilizamos otros lugares, preparamos la casa, ordenamos,
escondemos lo que nos parece feo… Hay “cosas que no se dicen” delante de las
visitas… Al fin y al cabo las visitas vienen por un rato y después se van…
He aquí un visitante que vino para quedarse… y aquí también podemos recordar
o quisiéramos…
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lo que nos sucede cuando las visitas se quedan más tiempo del que esperábamos
psicopáticas.
Sucede que en ocasiones el acompañante empieza a sentir que nadie entiende al
paciente en su desvalimiento. Esta vivencia contratransferencial puede conducir
a actings del at, especialmente cuando se trata de acompañantes noveles o por la
8
Entrecomillados y resaltados del autor citado.
presenció el aislamiento de Josefina y el maltrato del que era objeto por parte del padre.
Poco a poco Josefina le fue contando sus padecimientos, su amor por el novio (preso por
robo) al cual iba a visitar los sábados a la comisaría. Su consumo de cocaína y alcohol
durante el embarazo. Todo esto se trabajaba luego en las reuniones de equipo. Pero luego
la at dejó de asistir a las reuniones y no respondía los llamados del equipo. Cuando regresó,
al cabo de dos semanas, contó que en un encuentro tres semanas atrás Josefina le había
contado que se había estado drogando en una de las salidas a verlo al novio y que estaba
aterrada de lo que su mamá podía hacer si se enteraba. La at no supo que hacer con esa
información (y con la angustia), sintiendo que si contaba el secreto de Josefina,
OM
traicionaba su confianza y al mismo tiempo, sabiendo que esto debía conocerse en el
equipo. Identificada con Josefina desapareció por dos semanas. Cuando volvió al equipo,
trayendo sus informes prolijamente redactados donde constaba la recaída de la paciente,
Josefina ya había abandonado el tratamiento.
La angustia en el acompañante.
.C
Nos referimos a las vivencias contratransferenciales que mencionamos más
arriba. La del espectador que mira al sonámbulo que camina por la cornisa.
Angustia de la que el paciente se desentiende y que es absorbida por el at sin
DD
saber qué hacer con ella. Especialmente porque en muchas ocasiones se trata de
una angustia no percibida por el paciente quien se ha acostumbrado a mediar y
remediar sus sentimientos a través del uso de sustancias que alteran el estado de
ánimo. Otras veces la angustia es percibida, pero su irrupción dolorosa se
encuentra con una carencia para ser simbolizada y, por lo tanto, es rechazada. 9
En otras ocasiones el paciente registra la angustia, intenta hacer algo con ella en
LA
9
Al respecto, ver los desarrollos de Le Poulichet respecto del pharmakón y los mecanismos psíquicos
propuestos por esta autora como principios operantes en las adicciones.
En el trabajo con adicto un primer paso es reconocer que, para el adicto, nuestra
principal herramienta-la palabra- esta devaluada. Nos encontramos ante un
sujeto que goza a través de un objeto que lo calma y lo destruye, que le permiten
cortocircuitar el paso por lo simbólico y, por lo tanto, negar la castración. La
palabra es inconsistente para el adicto, no vale nada, esta impregnada de
falsedad. La palabra empeñada va y viene como esos objetos familiares que,
típicamente, el adicto sustrae para empeñar y así conseguirse el dinero para la
OM
droga... y luego roba para des-empeñar y jura nunca haberlos tocado. Para el la
palabra no vale, ni al decirla ni al escucharla. Al menos en esos periodos de puro
goce que van del “agite” a la búsqueda de droga, de la búsqueda al conseguir,
del conseguir al drogarse, al éxtasis, al bajón y del bajón al dormir. Pura urgencia
corporal, sensorial y motora donde las emociones, los sentimientos, los
recuerdos, la historia se desarticulan del entramado simbólico para flotar en un
éxtasis de pura sensación oceánica, sin tiempo y sin diferencias... Abolición
.C
temporaria de las diferencias inherentes al registro simbólico. Apoyo en una
consistencia imaginaria en la que surge y se refuerza el “somos todos iguales”.
¿Iguales a qué? Iguales entre nosotros. Del mismo palo. Distintos de los “caretas”.
DD
Artilugio que se sostiene durante un tiempo, como armazón que defiende del
vacío existencial. Consistencia armada y reforzada en cada uno de los términos
de la frase: Somos (negación del vacío) - Todos (negación de la singularidad y de
la incompletud) - Iguales (negación de las diferencias).
LA
10
Para un enfoque interesante de los tiempos en el proceso de recuperación del adicto, puede consultarse
los desarrollos (desde el marco conceptual del cognitivismo) de las etapas del cambio de Prochaska y
di Clemente y las técnicas de Entrevista Motivacional de Millner
OM
las largas horas escuchando personas que vienen porque alguien les dijo que
quizás podamos ayudarles en su esfuerzo por dejar su droga.
De las innumerables horas escuchando a acompañantes terapéuticos que trabajan
junto a esas personas, acompañándolos en su cotidianeidad: horas y horas al lado
de jóvenes encerrados en sus cuartos, compartiendo tensos almuerzos familiares
en los que las miradas hieren y las palabras escasean, asistiendo a escenas donde
los reproches abundan, largos viajes en automóvil en los que los silencios pesan
.C
como mantas opresivas en lo hombros y las gargantas. Presenciando rituales
familiares, opacos para sus participantes, en los que pueden leerse los sentidos
de tantas conductas aparentemente insensatas.
DD
Opacidades de las drogas
Quizás comenzaría por allí: diciendo que el campo de los tratamientos de
personas que padecen/gozan/sufren una adicción, es opaco.
Opaco y engañoso. Opaco, engañoso y complejo.
LA
¿Por qué digo que es opaco? Porque no brilla, porque absorbe energía como un
agujero negro, porque no es transparente. La luz no lo atraviesa ni rebota en su
superficie: la luz es absorbida. Hablo de la luz como metáfora, clásica, del
entendimiento, el pensamiento, la razón. Incluyo en esa metáfora al racionalismo
psicoanalítico, el ansia de simbolización que nos caracteriza a los terapeutas de
FI
sus síntomas, aunque los síntomas expresen verdades que rechazamos?-- sino
también los múltiples callejones sin salida en los que nos encontramos en el
tratamiento: las respuestas engañosas no tanto por ocultar una verdad que se
esconde sino por aparecer (las respuestas) como exabrupto, en tanto se
presentan como desprendidas de una trama simbólica–simbolizante y parecen
no remitir a otra cosa. También por lo engañoso del recurso a la droga como causa
y fin en si misma, como dead end, como la burda cosa sustancial que lo explica
todo sin explicar nada y condensa en esa acción de la ingesta todo intento de
despliegue de una conflictiva intrapsíquica y vincular.
11
Basado en los trabajos presentados en el 5º Congreso Internacional de Acompañamiento Terapéutico,
Querétaro, México, Octubre de 2010 y en el 7° Congreso Argentino de Acompañamiento Terapéutico,
Mar del Plata, Argentina, Noviembre de 2010
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En el plano del sujeto, en la consulta, se silencia el lugar de la droga en la
economía pulsional.
En el ámbito familiar, se silencia la función de la droga (y del llamado adicto) en
la economía vincular de la familia.
En el ámbito social, se silencia el peso, el lugar y la función del mercado de la
droga en la economía del mercado mundial.
¿Qué pasaría con la economía si de un día para otro la droga desapareciera?
.C
No son raros los estudios económicos acerca de los costos asociados a las
enfermedades. Entre ellas las adicciones. Cálculos y proyecciones que computan
costos de accidentes, daños económicos, pérdidas, gastos en servicios de salud y
DD
rehabilitación… todos concluyen en lo rentable que es invertir en tratamiento y
prevención. Sin embargo, no accedemos a estudios que ponderen lo que
sucedería si, de un día para otro, desapareciera el mercado de las drogas.
Recientemente se publicó en Addiction, basado en información del UNODC, una
noticia que estimaba que el negocio de las drogas ilegales implica un movimiento
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anual de 1,6 billones de dolares, es decir el equivalente al 2.7% del producto bruto
interno mundial12. Supongamos que de un día para el otro ese circuito
desaparece: no cuesta mucho imaginar una crisis financiera de tal magnitud que
haría tambalear probablemente a todo el sistema económico global.
La legalización del uso y comercialización de sustancias psicoactivas no parecería
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tanto una solución – no creo que la haya – al llamado “problema de las drogas”
sino mas bien un sinceramiento de una dinámica económico-social propia del
sistema imperante y del cual la droga es al mismo tiempo síntoma y paradigma.
Probablemente la legalización atenuaría los “efectos secundarios” que hoy
12
Addiction, 107, 456–458 (2012)
(Žižek S, 2009) pp. 204-209). Los marines, además, publicaron esas fotografías en
las redes sociales de Internet; al comentarlo, Žižek va más allá del escándalo
suscitado o de la burda y previsible explicación de las autoridades
norteamericanas nominando dichas acciones como excepciones. Por el contrario,
afirma que dicho fenómeno muestra algo de lo real de la violencia inherente al
sistema capitalista norteamericano. Relacionándolo con los ritos de iniciación
para el ingreso a sociedades cerradas, tan comunes en EE.UU., Žižek afirma:
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obvia es que, en Abu Ghraib los rituales no eran el precio que debían pagar
los prisioneros para ser aceptados como uno del clan, al contrario, era la
misma marca de su exclusión. (…) Abu Grahib no era un caso de arrogancia
estadounidense ante personas del tercer mundo: al ser sometidos a
torturas humillantes, los prisioneros iraquíes fueron de hecho iniciados en
la cultura americana. Se les dio a probar su reverso obsceno, que conforma
el suplemento necesario para los valores públicos de la dignidad personal,
.C
la democracia y la libertad. Bush estaba equivocado, pues lo que
obtenemos cuando vemos las fotos de los prisioneros iraquíes humillados
es precisamente una percepción directa de los valores estadounidenses,
del autentico núcleo de goce obsceno que sustenta el modo de vida
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estadounidense.”13
13
Evocando la película Algunos hombres buenos, Žižek menciona la referencia al “código
rojo”… una regla no escrita de la comunidad militar que autoriza una paliza clandestina
nocturna de un compañero que haya transgredido las normas éticas de los marines”(…) “a
diferencia de la ley escrita y explicita, este código obsceno del superyó es oral. Mientras que la
ley explicita esta sostenida por el padre muerto en cuanto autoridad simbólica, el código no
escrito se sostiene gracias al suplemento espectral del nombre del padre, el obsceno espectro
del “padre primordial” freudiano.
es objeto por parte de la familia del paciente. Lo cual tampoco es tarea sencilla
para el analista o terapeuta, quien debe disponer de un tiempo adicional para
escuchar al acompañante, reunirse con él, leer sus informes: eso lleva tiempo y
dedicación.
¿Qué le aporta al analista la inclusión de un at?
En primer lugar la tranquilidad de que hay alguien más que verá al paciente
desde la última sesión y antes de la próxima. En segundo lugar, el acceso a
información calificada del día a día de la vida del paciente, de su dinámica
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familiar. El at ofrece contención por la presencia efectiva de un representante del
tratamiento en la vida cotidiana del paciente: el paciente puede esperar porque
sabe que el acompañante vendrá a verlo. Asimismo, posibilita que se lleven a
cabo actividades que de otra manera nunca se realizarían ya sea por inercia del
paciente o por boicot familiar.
Por último pero no menos importante, no son pocas las veces en que el
acompañamiento terapéutico sostiene el lugar del analista y la continuidad del
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tratamiento. Ante ausencias del analista, vacilaciones de la transferencia, ataques
al encuadre por parte del paciente o de la familia.
Esto es importante de la noción de dispositivo: las jerarquías formales del equipo
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no implican, más allá de los roles diferenciados, relaciones unidireccionales
jerarquizadas sino una multiplicidad de lugares, funciones e intervenciones
posibles que contribuyen a sostener la red terapéutica disponible para el paciente.
tiempo el ofrecimiento consiste en posibilitar que cada sujeto pueda, a lo largo de una cura, ni más
ni menos que volver a decidir acerca de su goce”
Cuando Ulises (en la escena que evocábamos más arriba) busca a sus hombres y
los arranca de ese lugar (comparable al de la droga) aún contra la voluntad de
sus amigos, Ulises actúa, pero es un acto calculado. Produce un corte. Él conocía
a sus hombres y sabía que de alguna manera esos no eran ellos, que estaban
encantados. Eso le incumbe al at que trabaja con adictos. No en el sentido de
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rescatar al adicto de la droga, posición peligrosa y que fácilmente puede conducir
al fanatismo rehabilitador (un nuevo amo o un profesor). Por el contrario,
enmarcado en la estrategia terapéutica planteada por el analista, intentará
generar algún corte con la situación de encantamiento de la droga. Quienes
trabajan con adictos conocen la ambivalencia de la relación del sujeto con su
droga: el adicto ama y odia a su droga. La ama con locura cuando la busca
desesperadamente, cuando nada más importa. La odia cuando es consciente de
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su propia esclavitud, de su dependencia. Son momentos de crisis. A veces un
instante, a veces días enteros.
El at con experiencia y capacitación en el tratamiento de adictos podrá leer esas
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crisis y actuar subrayando, acentuando, aquello que emerge como un
cuestionamiento del ciclo repetitivo de la necesidad/satisfacción/goce con la
droga. Recordando situaciones pasadas. Trayendo al Dr. Jekill cuando aparece
Mr. Hyde… Recordando a Hyde cuando Jekill se siente seguro de su autocontrol.
Pero esto dependerá del dispositivo operando allí. De la articulación dialéctica y
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dialógica de las distintas instancias del dispositivo: lugar del analista, indicación
del AT, el lugar del coordinador del AT, la experiencia del at como analizante,
las reuniones de equipo, la escritura de informes, la comunicación continua.
Todo aquello que debe articularse en un dispositivo de AT
Lo vincular, lo cotidiano y el trabajo en equipo constituyen elementos
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