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DOMÍNGUEZ CABALLERO DIEGO Motivo y Sentido de Una Investigación de Lo Panameño

Este documento discute la importancia de investigar lo panameño. El autor argumenta que esta búsqueda no es por simple curiosidad, sino por necesidad de entender la esencia del pueblo panameño y su lugar en el mundo. A pesar de las dificultades que enfrenta Panamá, como su tamaño pequeño e influencias externas, el autor insiste en que la determinación del pueblo panameño de afirmar su identidad a pesar de todo es lo que mejor define lo panameño. El documento concluye señalando la necesidad actual de descubrir

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DOMÍNGUEZ CABALLERO DIEGO Motivo y Sentido de Una Investigación de Lo Panameño

Este documento discute la importancia de investigar lo panameño. El autor argumenta que esta búsqueda no es por simple curiosidad, sino por necesidad de entender la esencia del pueblo panameño y su lugar en el mundo. A pesar de las dificultades que enfrenta Panamá, como su tamaño pequeño e influencias externas, el autor insiste en que la determinación del pueblo panameño de afirmar su identidad a pesar de todo es lo que mejor define lo panameño. El documento concluye señalando la necesidad actual de descubrir

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LATINOAMERICA

CUADERNOS DE CU LTU RA LATINOAM ERICANA

49
DIEGO DOMINGUEZ
CABALLERO
MOTIVO Y SENTIDO
DE UNA INVESTIGACION
DE LO PANAMEÑO

COORDINACION DE HUM ANIDADES


CENTRO DE ESTUDIOS LATINOAM ERICANOS/
Facultad de Filosofía y Letras
UNION DE U N IV ER SID A D ES
DE A M ERIC A LATIN A UNAM
DIEGO DOMINGUEZ
CABALLERO
MOTIVO Y SENTIDO
DE UNA INVESTIGACION
DE LO PANAMEÑO

UNIVERSIDAD NACIO NAL AUTÓNOMA DE M ÉXICO

COORDINACIÓN DE HUM ANIDADES

CENTRO DE ESTUDIOS LATINOAM ERICANOS

Facultad de Filosofía y Letras

UNIÓN DE UNIVERSIDADES D E AMÉRICA LATINA


DIEGO D O M IN G U EZ CABALLERO (1915) filósofo pa­
nameño. Hace sus estudios de filosofía en la Universidad de
Panamá, y los continúa en la Universidad de Chicago en los
Estados Unidos. Posteriormente realiza el doctorado en la
Universidad de Madrid. En 1948 se inicia como catedrático de
la Universidad de Panamá, siendo Decano de la Facultad de
Filosofía, Letras y Educación de la misma Universidad entre
1953 y 1954, para convertirse después en director del Instituto
de Investigaciones Filosóficas.
Su preocupación, como posteriorm ente la de otros filósofos
más jovenes, como Ricaurte Soler, se orienta hacia el estudio
de las ideas filosóficas en Panam á, así como a la enseñanza de
la historia de filosofía en Iberoamérica. En el trabajo que pu­
blicamos se pregunta sobre los motivos y el sentido que tiene
la investigación de lo panameño. Estudio, nos dice, que no es
producto de una simple curiosidad, sino el resultado de una
necesidad. Otros esfuerzos se han hecho en este sentido en la
América Latina, como los de Samuel Ramos en México (Cf.
LA TIN O A M ER IC A , 48), M artínez Estrada en la Argentina
y otros más. Preocupación que surge en Panamá en relación
con los problemas de su independencia y la m anipulación que
sobre ella, realizará el imperialismo de los Estados Unidos
para apropiarse de la zona del Canal. (Cf. Justo Arosemena,
LA TIN O A M ER IC A 56). Se plantea igualmente, el problem a
de la relación que guarda un hombre concreto como el pana­
meño con el Hombre, como expresión de la universalidad del
mismo.

3
MOTIVO Y SENTIDO DE UNA INVESTIGACION
DE LO PA NAM EÑ O

Diego Domínguez Caballero

La búsqueda de lo panameño no se efectúa por impulso de cu­


riosidad sino de necesidad. Por eso los hallazgos sobre este
particular han de ser de im portancia fundamental para nues­
tro ser como nación.
Nuestro poeta Miró se dolía y lloraba por su patria lejana
desde elegante ciudad europea. Com prendía con maravillosa
intuición poética que había algo en nuestro paisaje y en nues­
tra gente de la cual él se sentía angustiosamente separado: lo
panameño Nosotros nos dolemos y ansiamos encontrar a Pa­
namá, situados en el centro mismo de nuestro territorio. Que­
remos explicitar la intuición de lo panameño, que sería llegar a
la esencia y actitud de nuestro ser. Hay dolor y angustia en
esto de estar tan lejos y tan cerca de nosotros mismos. Es me­
nester que empecemos a caminar hacia nosotros mismos y lle­
guemos a penetrar en nuestra esencia para poder entender, en
forma cabal, cuál ha de ser nuestro puesto y nuestra actitud.
Sentimos ya, desde el punto de partida, una extraña sensa­
ción de ansiedad; nos invade un m alhadado complejo de infe­
rioridad que nos lleva a preguntarnos si vale la pena la búsque­
da y si no terminaremos con un intento de aprisionar la brisa y
recoger la sombra. Y, en este estado de ánimo, nos sentimos
como un país pequeño, con escaso puesto en la historia; que
vegetamos al lado de la gran obra técnica que se levanta en
nuestro suelo; que somos como una hormiga que ha realizado
una labor mínima, que en su insignificancia nada debe pedir y
a la que se mira ocasionalmente como si nada hubiera dado.
Pero es exactamente aquí, en nuestra “ inferioridad” , donde
encuentro el asidero más firme, el motivo mismo de mi preo­
cupación; es aquí donde está la esperanza; en ese darnos cuen­
ta de nuestra miseria.
Un escritor panameño, Joaquín Beleño, lo ha dicho con
toda la fogosidad de su juventud, con desesperación que le ha
impedido poner velos a la verdad. Luego de gritar: “ Es abso­
lutamente necesario que yo sepa quién soy” dirá estas pala­
bras en las cuales se presenta nuestro complejo de inferioridad
irritado hasta límites extremo: “ Lo que más debemos respetar
es el privilegio de haber nacido panameño. No es curioso que
el mundo tenga millones de habitantes y que aquí donde no

5
hay medio millón, yo sea precisamente uno de ellos. No te pa­
rece una honrosa coincidencia que todavía seamos latinos” .
Es en este sentimiento de protesta inútil en donde se nota el
complejo de inferioridad llevado más allá de todo posible lími­
te. Es ese sentimiento de protesta inútil, esta sensación onírica
de grito sin voz, de un ataque sin brazos, de un mirar sin ver, lo
que hay en el fondo del alma panam eña y que lo vemos aflorar
en muchas maneras de actuar y de sentir.
Ningún país está más necesitado de esta labor de encuentro
y de reconocimiento que Panamá. Nuestra independencia de
España, afirmó el visionario Bolívar, es el monumento más
glorioso que pueda presentar a la historia ninguna nación
americana. Años más tarde, antes de nuestra separación de
Colombia, Justo Arosemena, el panameño por excelencia,
afirmaba:
Mirad el mapa, la naturaleza dice que allí comienza otro
país, otra entidad, y la naturaleza no debe contrariar sus pode­
rosas e inescrutables manifestaciones.
Nuestra separación de Colombia se produjo el 3 de noviem­
bre de 1903, sin sangre y sin batalla. Era un acto que teníamos
que justificar ante América y el m undo. Los mártires y las víc­
timas convencen. Nosotros no teníamos ese argumento de la
sangre derram ada y las vidas sacrificadas. Teníamos que justi-
ficar nuestra acción. Y toda justificación lleva en su raíz un
complejo de culpa. ¿De qué fuimos culpables los panameños
en nuestra independencia? ¿Se justifican los ataques de pro­
pios y extraños a nuestros proceres? Nos encontramos en la
peculiar situación de un pueblo que pone en entredicho a los
hombres que le dieron la libertad. Necesitamos afirmar —y
esta afirmación nuestra está avalada en la misma historia —
que nuestro sentimiento de panameñidad es algo que se re­
monta más allá de nuestra separación de Colombia. Antes de
nuestra independencia de España, el 28 de noviembre de 1821.
Se ha insistido mucho por parte de propios y extraños que
no somos realmente una nación; que tenemos influencias y
factores que casi destruyen ese concepto de nacionalidad. Para
que el ser de una comunidad hum ana pueda existir, se ha di­
cho y por pensadores de prestigio, es menester que esta com u­
nidad esté estructurada por un mismo idioma, un mismo terri­
torio, una misma economía y una misma cultura. La ausencia
de cualquiera de estos factores hiere terriblemente la condi­
ción del ser nacional. De acuerdo con esta afirmación los pa­
nameños estaríamos heridos de muerte. Más aún, tenemos in­
crustado en nuestro mismo corazón la espina extranjera con la
que se pretende negar nuestra soberanía, base imprescindible
para la nacionalidad. Los panameños todo lo tenemos en
nuestra contra. Pero, a pesar de este hado adverso, insistimos

6
que es, exactamente, en esta lucha agónica por existir, donde
encontram os la característica más cierta del ser de lo panam e­
ño.
Todo parece llevarnos hacia la disolución, hacia la nada,
hacia el sometimiento. Nuestros propios hermanos de Améri­
ca nos regatean nuestra posición en el concierto de naciones
americanas. Nos hemos encontrado casi solos en momentos
cruciales para nuestro ser nacional. Tenemos tristes y amargas
experiencias sobre el particular. Es mucho lo que ha estado en
contra nuestra. Y, a pesar de todo ello, insistimos de manera
tozuda y terca. Y en esta tozudez y en esta terquedad está
nuestra más firme esperanza. Hemos pasado las pruebas más
terribles que pueblo alguno haya podido sufrir en la historia.
N ada ha logrado convencernos de que no somos. Nosotros so­
mos, lo afirmamos rotundam ente a la faz de América y del
mundo. Somos y queremos afirmar nuestro ser por muy hu­
milde y pobre que sea. Debemos decir nuestra verdad desde
nuestra pequeña plataform a. Y empezamos con la más humil­
de de las confesiones; aunque tenemos la seguridad que nos da
un conocimiento vivencial de que somos, no sabemos quiénes
somos. No hemos llegado a explicitar de m anera rotunda
nuestro ser. Pero estamos dispuestos, con humildad socrática,
a saber de una vez por todas quiénes somos.
¿Se puede hablar de lo panameño? ¿En qué sentido y de qué
m anera se puede hablar de lo panameño? Por el momento, se
afirmará, precisa tener una teoría de lo panameño. Entende­
mos teoría como la explicación racional, como el desfile de
ideas que nos dirá lo que es o pretende ser lo panameño.
Es claro que hay una factum, un hecho, algo dado: afirm a­
mos lo panameño cuando decimos que existe el país llamado
Panam á y unos habitantes que se llaman panameños que tra­
bajan y luchan. Nos referimos entonces al pensamiento sobre
el panameño, al panameño mismo, a la forma de pensar del
panam eño y, en última instancia a la cultura panameña.
Hay un motivo que ha traído el tema y, en forma angustio­
sa, lo ha lanzado entre nosotros, insertándolo de m anera asaz
dolorosa en el corazón mismo de nuestro ser. A más de medio
siglo de vida independiente notam os hoy que tanto en literatu­
ra, como en arte, como en educación, el panameño se busca,
quiere descubrir su autenticidad. A ese periodo de justifica­
ción a que antes nos referíamos sigue un periodo que podría­
mos llamar de afirmación nacional; de un deseo de llegar a lo
radical. ¿Qué es esto de ser panameño? ¿Hay algo que real­
mente tenemos que ser y realizar los seres que existimos en este
trozo de tierra que se extiende desde el Atrato hasta la frontera
de Costa Rica?
Nos damos cuenta de que, para poder ser, es menester pri­

7
mero saber qué es lo que se pretende ser. Es necesario explanar
la esencia de lo panameño. No basta con desear ser, es menes­
ter saber qué es lo que deseamos ser. Y pocos pueblos en la tie­
rra como el nuestro, insistimos, necesitan esa búsqueda de su
autenticidad.

II

La cultura es la objetivación del espíritu. La realidad panam e­


ña es el producto de la actividad del panameño. Un adecuado
estudio de la cultura panameña sería una magnífica forma de
adentrarnos en el conocimiento del alma panameña. ¿Cómo se
caracteriza el hacer del panameño? ¿Cuáles son las influencias
predominantes en ese hacer? ¿Cuáles nuestros problemas fren­
te a los valores?
No creo que el asunto se resuelva o comience a resolverse
planteando el problema de si tenemos o no un pensamiento
panameño; o un arte o una música o cualquier otro afán hu­
mano que se pueda adjetivar como panameño.
Por el momento podemos decir que hay algo que está ahí;
podemos afirmar que hay creación, más o menos precaria,
pero hay una creación; y en ese sentido simplista e ingenuo,
hay un pensamiento, una literatura, un arte o una música pa­
nameña. Pero ¿en qué sentido son panameños? Aquí está el
norte de nuestra preocupación. ¿En qué sentido se puede afir­
mar que algo es panameño como una diferencia específica de
todo lo demás? De momento, ingenuamente, responderíamos:
una cosa es panameña cuando se produce en Panamá. La con­
testación no es la respuesta a una pregunta cuya intención
apunta más alto. Pero reconozcamos que esa respuesta es el
primer sentido que se le da en el lenguaje ordinario: una cosa
es panameña porque se produce en Panamá.
Aclaremos este primer estadio en la reducción: una cosa no
es panameña porque se produzca en Panamá. Tampoco lo será
porque trate temas panameños. Lo es porque participa o reali­
za la esencia panameña. Y, en este sentido, podríam os hasta
llegar a afirmar que muchas cosas que se producen en Panam á
no son panameñas. Y otras que se realizan fuera de nuestro
cielo son panameñas. Lo más panameño es la obra de arte, po­
dría darse en Barcelona o en Florencia: como la poesía de Mi­
ró o una escultura de Arboleda. Y lo menos panameño podría
surgir en la Zona del Canal que es territorio panameño o ir
agazapado en ese sentimentalismo barato de polleras y cuta­
rras que tiende a invadir nuestra literatura y a desfigurar nues­
tro folklore. Temas panameños pueden ser tratados de mane­
ra no panam eña y hasta antipanam eña. Lo antipanam eño se
da, así tiene que ser, en el corazón mismo de nuestra tierra.

8
Panam á sólo será feliz siendo Panamá. No con la imitación
servil de otros modelos, por muy poderosos que sean y por
muy atractivos que nos parezcan. Esa imitación no creará en
nosotros más que complejos que am argarán nuestras vidas y
nos impedirán vivir en forma auténtica. Y con esto no quiero
decir que nos aislemos, lo cual no sólo sería tonto y ridículo
sino imposible. No quiero decir que echemos de lado la cultu­
ra foránea. No se puede ser universal sin primero ser nacional,
pero tam poco se puede ser nacional sin una concepción de lo
universal. Pero hemos de tom ar la cultura y experiencia de
otros y asimilarlas; hacerlas carne de nuestra carne; hueso de
nuestros huesos. De otra m anera la cultura es adorno artifi­
cial, cosa m uerta, flor de trapo. Hablar en forma pedante, ser
una enciclopedia de conocimientos, vestirse en determ inada
forma: esto es lo que van creando esas tristes élites que en vez
de ser motivo de adelanto lo son de estancamiento y obstáculo
insuperable para la marcha de los pueblos hacia su espíritu y
hacia su mismidad. Los hombres que cargan e interpretan la
cultura como adorno y memorización, que suspiran dolorosa­
mente por otras formas de vida, son narcisistas de la especie
más dañina. Si la altura nuestra no consiste más que en esas é-
lites de vida artificial, somos cuervos que nos hemos vestido
con las plumas de pavo real, que en cualquier momento se nos
caen, dejando al descubierto la pobreza y tristeza de nuestro
ser. Luchemos contra los individuos —caricaturas de europeos
o norteam ericanos— contra los integrantes de pequeños círcu­
los e “ intelectualitos” que visitaron un tiempo un país extran­
jero y regresan al istmo para sentir desprecio por él y sus con­
nacionales, y vivir la más absurda y falsa de las vidas.
Es menester estudiar lo extranjero, viajar por países diferen­
tes pero, como observaba Herodoto, para ver cosas, afanán­
donos por saber. Luego, con nuestras observaciones y nuestro
saber, regresar a Panamá para ayudarlo, para comprenderlo
mejor. Tenemos una labor gigante por delante que necesita del
concurso de todos los panam eños de buena voluntad.

111

No hace mucho tiempo un pensador europeo de prestigio de­


claraba que América no había contribuido en nada a la cultu­
ra universal. ¿Hay pueblos creadores de cultura y pueblos imi­
tadores o repetidores de aquella cultura? La pregunta la ha for­
mulado el mexicano Leopoldo Zea.
En el caso específico nuestro y aunque la pregunta nos desa­
zone un poco: ¿cuál es la aportación panameña a lo universal?
¿Somos única y exclusivamente imitadores o repetidores y no
tenemos creación alguna que presentar? ¿Estamos nosotros en

9
rango de inferioridad no sólo en relación con lo universal sino
en relación con lo americano? Sé que estoy tocando una parte
dolorosa de nuestro ser, pero es menester proseguir para po­
der tam bién por este lado encontrar nuestra seguridad. Ante la
reflexión anterior que ha inquietado nuestro espíritu nos hace­
mos la siguiente observación: ¿se puede importar cultura sin
que exista una elaboración propia? En la misma forma de im­
portar cultura hay cierta elaboración. Hay por lo menos un
factor que nos caracterizará: las cosas que hemos elegido. De
lo que se produce en la cultura universal los panameños elegi­
mos ciertos elementos. Y esta nota de elección será algo que
nos ayudará enormemente en la dilucidación de lo panameño.
Y aquí un trabajo que propongo a nuestros investigadores: lo
que los panameños hemos elegido en la cultura universal. Esto
sería un primer y magnífico paso hacia nuestro conocimiento.
Al final de la reflexión anterior podríam os observar: el pa­
nameño no sólo elige sino trata de producir. Y es ahora, preci­
samente, donde estamos en el momento en que se ha plantea­
do el problem a de lo panameño: nos hemos dado cuenta de
que al producir hemos de hacerlo de una manera panameña.
N o podemos parir el hijo de otro. Tenemos que hacer saltar a
la vida nuestra propia criatura, por muy fea y contrahecha que
de momento nos parezca. Con el correr del tiempo la hallare­
mos hermosa y la amaremos. Será nuestro hijo y con más va­
lor para nosotros que el más hermoso de los hijos del vecino.
Y en este orgullo, bien o mal fundado, estará el principio de
nuestra salvación como pueblo. No hay pueblo, por pobre y
humilde que sea, que esté condenado a la primitividad.
A hora bien, ¿cuál es esta manera panameña? Y aquí está lo
esencial: hemos de descubrir esta manera de la creación,
creando. Se aprende a crear, creando. Se llega a ser creador no
por conocimiento de técnicas sino por actividad real y efecti­
va. Y si hoy surge el problema de lo panameño es porque ya
está surgiendo esta manera. Es porque los panameños senti­
mos los dolores próximos al alum bramiento y nos cercan dos
temores: no saber cómo hacerlo y el gran miedo de producir
algo pobre e indigno.
Resumiendo nuestras reflexiones anteriores: en la cultura
panameña se nos presentan por el momento dos investigacio­
nes por realizar: el estudio de las influencias foráneas, lo que
los panameños hemos escogido como bueno o conveniente en
la gran feria de la cultura universal, y segundo: la originalidad
o la creación panameña. Dos estudios que tienen una estrecha
y evidente relación.
¿Cómo efectuar la búsqueda de lo panameño? Por el m o­
mento podríam os pensar en dos métodos: pretender descubrir
la esencia primero y luego separar en dos grupos lo que se

10
aviene o no se aviene con el concepto de lo panameño; otro
método sería descubrir, en lo concreto, los fenómenos y de es­
tos fenómenos adentrarnos en la realidad. Sería conveniente
utilizar el último de los consejos. Partir de la cosa, de lo dado,
para luego por medio de la reducción, llegar a la esencia. A d­
vertimos que nosotros hemos intentado únicamente el primer
asedio. Convenimos en que hay algo paradójico en esta acti­
tud: queremos saber qué es lo panam eño pero afirmamos te­
ner ya algo panameño de que partir. Y no puede ser de otra
manera porque, aclaremos: en lo panameño dado hay lo que
no es panam eño, o sea, lo que tenemos de común con los otros
pueblos del orbe. Esto es lo que tenemos que reducir para lle­
gar a la esencia y encontrar lo que tenemos de peculiar: en esta
peculiaridad nuestra, la esencia, encontraremos nuestro repo­
so o nuestra desesperación. Es en lo concreto panameño don­
de centraremos la esencia. No tenemos por qué andarnos por
las ramas fabricando un andamiaje conceptual ni tenemos por
qué esquivar nuestro espíritu y nuestra pasión en una solución
de tipo cientificista o meramente intelectualista. Tenemos lo
que nos es dado en nuestra inmediatez y evitar ese afán de fa­
bricar teorías sin base en la realidad o tom ar como realidad lo
puramente estadístico y de tipo cientificista. Hemos de recu­
rrir a nuestra realidad cotidiana y circundante; lo que encon­
tram os al pasar la mirada por el escenario panameño: el cono­
cimiento del historiador, del psicólogo, del sociólogo o de
cualquier otro científico que nos estudie pero, junto con ello,
el alma en bruto de nuestro pueblo. Todo eso que se nos plan­
ta delante cuando decimos Panamá. Es aquí, a mi parecer,
donde han fallado no sólo las teorías sino las pretendidas solu­
ciones a nuestros problemas: ellas no han partido de nuestra
realidad, de lo que somos.
Definir es siempre limitar. Y sólo es posible señalar límites
cuando se tiene un conocimiento adecuado del terreno que se
pisa. La investigación que intentam os no intentará tanto def i-
nir cuanto mostrar. T omar lo vivencial en su aspecto más puro
e intentar su descripción. Lo panameño no es algo hecho de
una vez por todas como un objeto real. Lo panameño es algo
que deviene, que está en el proceso de hacerse.
El ser de un pueblo se estructura en lo natural y en lo cultu­
ral. Lo natural se refiere a todo lo físico, a la región natural
vista en sus diversos aspectos y tratada por las distintas cien­
cias naturales. Lo cultural se refiere al hacer del hombre pana­
meño en cuanto es miembro del grupo que habita esa región
natural.
Nuestro territorio ofrece una muy especial situación geo­
gráfica. El ser lugar de tránsito y el hecho de que estemos cru­
zados por el canal ha incidido en la manera misma del pensa­
miento.
11
Podemos hablar en nuestro pueblo de una falta de identidad
humana. Es posible distinguir, por el momento, tres psicolo­
gías: la del interiorano, la del hombre de la ciudad y la del des­
cendiente de antillanos que nosotros llamamos criollos. Junto
a lo anterior es menester observar la variada y no muy sana in­
migración que hemos sufrido. Nuestro país se caracteriza no
sólo por la heterogeneidad sino por la escasez del número de
sus habitantes. Nuestras más ricas regiones están aisladas por
falta de comunicación. El interior y las ciudades terminales
han creado dos ritmos vitales, dos expresiones psicológicas en
Panamá. Cruzar el canal, rum bo a nuestro interior, es entrar
en otro mundo: sentir de manera distinta. La soledad campesi­
na y la vorágine urbana se incrustan en tiempos y espacios di­
ferentes. El interiorano es un hombre cerrado en sí mismo. El
panam eño de las ciudades es el caso del típico extrovertido
que cuenta a los vientos la historia de su vida. Por otro lado,
en las ciudades terminales, es necesario distinguir dos mundos
espirituales distintos: el panameño y el criollo-panameño y es­
tos dos están más separados el uno del otro, a pesar de su con­
vivencia, que el panameño de la ciudad y el panameño del inte­
rior. Son dos extraños; cada uno aislado en una esfera en cuya
superficie rebota todo intento de contacto y comprensión.
Cada uno de estos tres afirma el ser panameño en una distinta
dimensión e intención. Es menester, no hay duda, anular las
diferencias mediante el cultivo de las virtudes activas de cada
uno de los grupos en mención y su adaptación a las exigencias de
una cultura nacional.
Resumiendo nuestro pensamiento anterior: se pueden com­
prender las modalidades de un hombre o de un pueblo por
aquello que le hace falta. A los panameños nos falta la con­
ciencia de un gran esfuerzo para ser, espiritualmente, lo que
debemos ser. Estoy convencido de que el meditar sobre lo pa­
nameño ha de transformarnos y salvarnos.

IV

Estas observaciones acerca de lo panam eño no son definitivas;


no pretenden entrometerse dogmáticamente en la discusión de
nuestras cuestiones nacionales. Quieren, más bien, servir al
planeamiento de la discusión; como motivo de reflexión y es­
tudio; como ayuda al proceso dialéctico al cual se debe some­
ter el tema panameño.
Sólo hemos indicado el motivo y sentido que debe guiar la
investigación de lo panameño. Hemos presentado lo panam e­
ño como problema. Hemos ensayado intensificar una preocu­
pación por lo nuestro. Y esa preocupación por lo nuestro po­
demos tenerla no im porta cuál sea el bando político en que

12
cada uno se encuentra colocado por sus convicciones o sus
conveniencias.
N osotros comprendemos que hay que luchar por un m un­
do. Son exactamente los nacionalismos exagerados los que
han sido causa im portante de las guerras. Pensar en términos
de mi mundo —el mundo nacional como única realidad y único
objetivo a perseguir— y el otro mundo —el mundo de lo ex­
tranjero, que no debe preocuparnos—. Pero, a la vez, para for­
mar un m undo es menester que cada uno sepa cuál es su lugar
y posición. Y esto es lo que los panameños, quizás con más ur­
gencias que otros grupos, necesitamos saber: cuál es nuestro
lugar y nuestra posición. Cuál es nuestro espíritu y nuestra his­
toria. Hasta que no lo sepamos andaremos de uno a otro lado
azorados; cargando complejos; ocupando falsas posiciones.
Careciendo de personalidad. Por ello y de acuerdo con las re­
flexiones anteriores lo panameño, por el momento, es esto:
búsqueda de la autenticidad que es objetiva en una labor de
encuentro y reconocimiento. Cuando nos conozcamos a noso­
tros mismos podremos contribuir a la gran obra de unificación
mundial. El conocimiento de nuestras debilidades será el co­
mienzo de nuestra fortaleza. El conocimiento de nuestras posi­
bilidades, el renacer de nuestra esperanza y nuestra confianza.
Ha comenzado a preocuparnos cierta conciencia de lo pro­
pio, cierto sentido de lo nacional. En nuestros días y por mu­
chos caminos -la música, las artes plásticas, la novela, el cuen­
to, la poesía y los ensayos y también la economía y la políti­
ca— se intenta concretar una intuición de la vida panam eña
actual. Preocupa hoy a todo el país y hay nuevas actitudes en
este sentido tanto en la manera de apreciar la vida económica
como la vida espiritual. Afirmo decididamente pues que hay
en nuestro país una gran necesidad de vocaciones raizales que
es menester ayudar y alentar. Son ellas las que expresarán y
forjarán lo panameño.
Hay que partir, lo hemos dicho más de una vez, del hombre
panameño, hay que descubrir el m odo esencial de ese hombre,
sus formas espirituales cubiertas de sentido original, sus incli­
naciones y sus aptitudes y su vocación histórica. No es fácil,
por cierto, esta tarea en un país joven, casi niño, de población
heterogénea y de hogares sin uniformidad de creencias y cos­
tumbres como el nuestro. La escuela y aquí incluyo la univer­
sidad, ha de cumplir una profunda tarea de nacionalización.
Hay que hacer de nuestros niños y nuestros adolescentes, pa­
nameños. Las nuevas generaciones han de ser identificadas
dentro de un ideal nacional. Ya lo hemos explicado: ni una
imitación servil de lo extranjero ni un nacionalismo exagerado
y ridículo. Somos hombres con un sello nacional, pero con un
poder de comunicación universal. A medida que el hom bre se

13
eleva en los dominios de la cultura siente una marcada tenden­
cia a alcanzar el espíritu del hombre universal pero dentro de
él vibra el ser nacional. Nuestra educación debe propender en
los individuos y en la sociedad al desarrollo y afirmación de
una cultura panameña que no puede ser sino cultura universal
con acento propio, con matices típicos, con expresiones de
nuestra alma nacional. Esta orientación preparará en los jóve­
nes la capacidad de crear desde la circunstancia panameña y
de reconocer lo panameño en los productos del espíritu nacio­
nal: nuestro arte y nuestro pensamiento.
Sólo así encontraremos serenidad. Decíamos en un trabajo
nuestro acerca de una Universidad Panameña:

Es menester una investigación en la esencia de lo panameño.


En nuestras aspiraciones y deseos, en nuestra personalidad.
No dejar que un sentimentalismo tropical ponga cortina de
humo a nuestras fallas y defectos. Conocernos y adquirir no­
ciones de nosotros mismos es nuestra tarea más urgente.
Com prendernos y desde esa comprensión emprender el cami­
no de nuestro mejoramiento.

Sólo siendo verdaderos y reales panameños podremos aspi­


rar a ser hombres internacionales. De otra manera seriamos
—y jam ás como en nuestro caso el peligro es más inm inente—
absorbidos por cualquier gran nación o potencia. Seamos per­
sonas no adornadas femenilmente con culturas extranjeras
sino poseedores de un arma que ayude a destruir nuestros pre­
juicios, a afirm ar nuestros valores, a conocer nuestro espíritu y
nuestra alma. Y en este particular no debemos sentirnos pesi­
mistas.

14
Siendo director general de Publicaciones José D á valos
se ter minó de im pr im ir en los tallere s de Im p renta M ad ero . S. A .,
A ven a 102, M éxico 13, D. F. en septiembre de 1979.
Se tiraron 10, 000 ejem plares.
TOMO IV:
31. John L. Phelan, EL ORIGEN DE LA IDEA DE AM ERICA. 32. José Gaos, ¿FILO ­
SO FIA "A M E R IC A "? 33. Ezequiel Martínez Estrada, LA LITERATURA Y LA FOR­
MACION DE LA CONCIENCIA NACIONAL. 34. José Carlos Mariátegui, ¿EXISTE
UN PENSAM IEN TO H ISPANO AM ERICANO ? 35. João Cruz Costa, EL PEN SA ­
MIENTO BRASILEÑO . 36. Simón Rodríguez, D EFEN SA DE BOLIVAR (fragmento).
37. María Elena Rodríguez de Magis, LATINOAMERICA EN LA CONCIENCIA A R ­
GENTINA. 38. Antonio Caso, M EXICO Y S U S PRO BLEM A S. 39. Augusto Roa
Bastos, IMAGEN Y PER SPEC TIVA S DE LA NARRATIVA LATINOAMERICANA
ACTUAL. 40. Bernardo Monteagudo, ENSAYO SO B R E LA NECESIDAD DE UNA
FEDERACION G EN ERA L ENTRE LOS ESTADO S H ISPANO AM ERICANOS.

TOMO V:
41. José Figueres, LA A M ERIC A DE HOY. 42. Juan Bautista Alberdi, SO B R E LA
CONVENIENCIA DE UN CONGRESO G EN ERA L AM ERICANO. 43. Guillermo
Francovich, SO B R E EL PO RVENIR DE LA CULTURA BOLIVIANA. 44. Diego Por­
tales, CARTAS SO B R E CHILE. 45. Frank Tannenbaum, ESTAD O S UNIDOS Y
AM ERIC A LATINA. 46. Alcides Arguedas, PUEBLO ENFERM O (fragmento). 47.
Harold Eugene Davis, LA HISTORIA DE LAS ID EA S EN LATINOAMERICA. 48.
Samuel Ramos, EL P ER FIL DEL H O M BRE Y LA C ULTURA EN MEXICO (fragmen­
to).

REC TO R
Dr. Guillermo Soberón Acevedo
S E C R E T A R IO G E N E R A L A C A D E M IC O
Dr. Fernando Pérez Correa
S E C R E T A R IO G E N E R A L A D M IN IS T R A T IV O
Ing. Gerardo Ferrando Bravo
D IR EC T O R FA C U LT A D DE F IL O S O F IA Y LE T R A S
Dr. Abelardo Villegas
C EN T RO DE E S T U D IO S L A T IN O A M E R IC A N O S
Dr. Leopoldo Zea.
C O O R D IN A D O R DE H U M A N ID A D E S
Dr. Leonel Pereznieto Castro
C EN T RO DE E S T U D IO S S O B R E LA U N IV E R S ID A D
Lic. Elena Jeannetti Dávila
UN IO N DE U N IV E R S ID A D E S DE A M E R IC A LA TIN A
Dr. Efrén C. del Pozo.

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