100% encontró este documento útil (3 votos)
12K vistas251 páginas

Cambiare Tu Vida (Nuevos Comienzos 1) - Alexia Seris-Holaebook

Cargado por

alondra
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
100% encontró este documento útil (3 votos)
12K vistas251 páginas

Cambiare Tu Vida (Nuevos Comienzos 1) - Alexia Seris-Holaebook

Cargado por

alondra
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 251

Contents

PORTADA TEXTO
COPYRIGHT
DEDICATORIA
AGRADECIMIENTOS
PRÓLOGO
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
EPILOGO
NOTA DE LA AUTORA
Cambiaré
Tu
Vida

Alexia Seris
Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin la previa autorización de la
autora.
Todos los derechos reservados.
©Alexia Seris, 2021

Primera edición: Enero de 2021


Diseño de portada y maquetación: Alexia Seris
Imágenes de portada: shutterstock.com
DEDICATORIA

Os dedico esta novela a vosotr@s que estáis, que sois, que os quedáis.
AGRADECIMIENTOS

Como dice el refrán: “Es de bien nacidos, ser agradecidos”.


Quiero darte las gracias lect@r por llegar hasta aquí, por ser, por estar y por quedarte.
Por abrirme las puertas de tu corazón y tu mente y por concederme la alegría de compartir tu
tiempo.
GRACIAS.
PRÓLOGO
En mitad del océano atlántico norte, 1859

Raychel estaba apoyada en la barandilla blanca del barco de vapor que las llevaba a
Inglaterra.
A medida que la costa americana se alejaba más y más, ella sentía que parte de su corazón se
quedaba junto a aquellas personas que la habían apoyado y ayudado más veces de las que podía
recordar.
Había sido terriblemente triste despedirse de los niños del colegio así como de los padres que
eran trabajadores de sus fábricas. Aún sentía ese peso en el corazón.
Pero había llegado la hora, hacía mucho tiempo que ella y su hermana pequeña Casie le habían
prometido a su madre que cuando estuvieran en edad de casarse, irían a Londres y disfrutarían al
menos de una Temporada. Lo había pospuesto todo lo que había podido, pero había llegado la
hora y quería cumplir con la promesa que le había hecho a su madre.
Sonrió con cariño al recordar a su madre.
Según les había contado innumerables veces, había sido el diamante de la temporada cuando
fue presentada, tenía pretendientes por doquier, pero ni uno sólo de ellos le hizo palpitar el
corazón, hasta que en un baile, se había girado y había visto a Howard. Raychel siempre
recordaría cómo se le iluminaban los ojos y como su voz se hacía más dulce cuando hablaba de él.
Su padre, Howard, había viajado a Londres para cerrar unos cuantos acuerdos comerciales y
le habían invitado a un baile de la alta aristocracia. Y según solía decir, había estado
completamente ciego hasta que en la entrada vio a un ángel.
Volvió a sonreír ante el recuerdo.
En ese punto de la historia, su padre solía abrazar a su madre y mantenerla entre sus brazos y
siempre la hacía reír mientras ella se sonrojaba con fuerza.
Luego, entre risas cómplices, ambos recordaban con anhelo y una inmensa ternura, como
Howard le envió una nota para verse en el Museo Británico, Katelinn aceptó y tras un paseo de
varias horas, ambos acordaron escaparse y casarse en Gretna Green, pues aunque Howard tenía
medios económicos y la amaba, jamás sería aceptado por la alta sociedad.
Por aquél entonces, Howard empezaba a destacar en los negocios y se estaba haciendo de oro,
sin embargo, la huida de Katelinn provocó un escándalo en la sociedad inglesa, sus padres, los
vizcondes Brassguell la repudiaron pese a ser su única hija y jamás la perdonaron.
Katelinn siempre hablaba de ellos con tristeza pero con cariño, les había explicado a sus hijas
desde que eran niñas, que fue terriblemente duro alejarse de ellos, pero que hubiera sido
infinitamente peor, no seguir los dictados de su corazón.
Raychel sintió una caricia en su cintura y se giró para mirar a su hermana Casie.
—¿Arrepentida? — le preguntó ella abrazándola.
—No cariño — Raychel le devolvió el abrazo y miró al horizonte — estaba pensando en
mamá y papá — sintió la suave sonrisa de Casie — en las historias que nos contaban sobre su
romance.
—Fueron muy afortunados — su hermana suspiró — ¿crees que nosotras encontraremos
también el amor?
—No lo sé — reconoció Raychel — pero sí sé que en Boston no teníamos opciones — ambas
se miraron a los ojos reconociendo la verdad — salvo Chloe, nadie más que no sea de la familia
tiene interés en nosotras como personas, sólo miran nuestro poder adquisitivo mientras se pelean
como víboras por intentar arrebatarnos lo que es nuestro.
—Voy a echarla de menos — Casie miró al horizonte — le dije que le enviaríamos una carta
en cuanto supiésemos dónde íbamos a alojarnos — obvió el resto del comentario de su heramana.
—Jamás comprendí por qué mamá insistía en que entráramos en la alta sociedad — suspiró
Raychel.
—Porque era su mundo y quería que lo conociésemos — respondió Casie — y porque aunque
sus padres la repudiaran, nosotras seguimos siendo nietas de un vizconde — se encogió de
hombros.
—¿Crees que lo lograremos? — Raychel cerró los ojos e inhaló profundamente el aire marino.
—¿Y eso me lo preguntas tú? — Casie rió alegre y besó la mejilla de su hermana — eres
mujer y has mantenido y aumentado el imperio de papá — la miró fijamente a los ojos — no creo
que no haya nada que no consigas.
Raychel se sintió profundamente consolada por la fe ciega que su hermana tenía en ella.
Lo que le había dicho era cierto, cuando sus padres habían muerto hacía casi ocho años, ella
se había impuesto a las normas sociales, a las juntas directivas y a los prejuicios de la sociedad
bostoniana y al final, consiguió mantenerse como la dueña y señora de las fábricas de su padre.
Lo que nadie sabía era el alto precio que había pagado por ello. No le había contado a nadie
que se había pasado noches aterrorizada mientras recibía con todo el aplomo del que era capaz,
una amenaza tras otra, tampoco había contado que había despilfarrado una pequeña fortuna en
seguridad para proteger a Casie y a ella misma y que había entrenado con maestros de esgrima y
de tiro, iba continuamente armada y a veces la ansiedad le impedía respirar.
No había contado con la ayuda de nadie, el único que podría haberla apoyado era su tío
Michael, hermano de su padre, pero por aquel entonces tenía un problema muy serio con los
opiáceos y el alcohol. También tuvo que cuidarle a él.
Aun así, todos sus esfuerzos no hubiesen servido de nada si su padre no hubiese hecho uso de
todas las leyes habidas y por haber para asegurarse de que Raychel sería su sucesora. Era algo
brutalmente transgresor incluso para él que siempre fue un adelantado a su tiempo.
Suspiró de nuevo mientras se apoyaba un poco en su hermana.
—Les echo tanto de menos — susurró y notó el asentimiento de Casie — vamos a empezar una
nueva vida — murmuró — y no sé cómo enfrentarme a eso.
—Pues como siempre lo hemos hecho — contestó su hermana pequeña — confiando la una en
la otra y en nuestros instintos, no podemos dejar de ser nosotras mismas Raychel.
CAPITULO 1
Londres, 1859 (tres meses después de desembarcar)

Raychel entró en la modista con energía, tal y como acostumbraba a hacerlo todo. Paseó la
mirada por aquellas superficies atestadas de telas y encontró la mirada de una de las costureras.
—¡Dígale a Madame Lefou que venga inmediatamente! — exigió.
—Raychel, por favor — le suplicó su tía que la seguía desde hacía dos calles — no montes un
espectáculo.
—¡Pues que no intenten engañar a mi hermana! — se cruzó los brazos bajo el pecho y esperó.
Un instante después se percató de que había damas en los probadores y a juzgar por los
murmullos, la habían identificado. Maldijo para sus adentros pero se mantuvo firme, bueno, si no
se tenía en cuenta que no dejaba de dar golpecitos en el suelo con el pie.
—¡Ah! Mi querida señorita Beasley — la modista francesa se dirigió a ella con los brazos
estirados.
—¡Alto ahí! — Raychel alzó la mano y la fulminó con la mirada — le debe a mi hermana
cinco vestidos señora — cogió aire — y si cree que porque nos hayamos criado en América no
distinguimos la buena calidad — se acercó a ella — déjeme decirle que se equivoca.
—Bueno yo… es decir…
—¡Déjese de excusas! — exclamó Raychel — le hemos pagado una pequeña fortuna, lo menos
que podía hacer era diseñar unos vestidos decentes — chasqueó los dedos y un par de lacayos
entraron con grandes paquetes en las manos que dejaron caer frente a la modista — quiero los
vestidos nuevos y tal y como mi hermana los pidió, dentro de una semana, o le juro por Dios que
la arruino.
Los lacayos le abrieron la puerta y ella, muy digna salió de allí con la cabeza en alto.
Odiaba Inglaterra. La odiaba con todas sus fuerzas. Todos los ingleses no eran más que una
pandilla de débiles que se agarraban con uñas y dientes a costumbres tan antiguas que tenían hasta
polillas.
Se subió al carruaje ella sola y en cuanto su tía y los lacayos se colocaron en sus respectivos
asientos, dio la orden de que la llevasen de vuelta a casa.
—Raychel cariño…
—No empieces tía — se cruzó de brazos y miró por la ventana — si no fuera por esa estúpida
promesa…
Josephine miró a su sobrina y suspiró. Esa chica tenía una pesada carga sobre los hombros y
así había sido desde que tenía diecisiete años.
Ella había sido el motor de toda la familia. Sin ella, jamás habrían salido adelante y todos
eran conscientes.
Cuando Katelinn y Howard murieron en aquel accidente de tren, toda la familia se sumió en la
más absoluta desesperación, ni siquiera Michael, el hermano pequeño de Howard fue capaz de
ponerse al timón. Fue Raychel la que sin la más mínima sombra de duda se impuso a todas las
normas y continuó con el trabajo de su padre.
Y mientras lo hacía, consolaba a su hermana pequeña y a su tío.
Habían pasado ocho años de aquello y en esos ocho años, ni una sola vez había dudado, jamás
le había temblado el pulso y jamás se quejó. Y no es que no se hicieran todos los esfuerzos para
derribarla, pero su determinación era inquebrantable.
Asumió más responsabilidades de las que le tocaban y lo hizo alzando la cabeza.
Y Josephine se moría de pena cada vez que la miraba, porque la veía tan terriblemente sola
que se le partía el corazón.
Decidió respetar el silencio de ella y así continuaron hasta que llegaron a la fabulosa mansión
que Raychel había rescatado del banco. Se trataba de la mansión en la que su madre se había
criado, al cabo de los años, sus padres, los vizcondes de Brassguell habían muerto sin más
herederos, por lo que la fortuna de la familia y el título volvieron a la Corona, la mansión al no
estar vinculada al título se quedó esperando a que alguien la quisiese, cosa que no ocurrió.
Por esa razón el banco se había quedado con la propiedad, pero cuando las hermanas llegaron
a Londres quisieron visitar la casa donde su madre había crecido y se horrorizaron al descubrir en
el lamentable estado que se encontraba. Raychel no tardó ni dos días en llegar a un acuerdo de
compra venta y después contrató a un equipo de trabajadores para que reparasen los daños y la
convirtiesen en un lugar habitable.
Habían sido los tres meses más horribles de Josephine. Tuvieron que irse a un hotel, que
aunque era de los más elegantes y el que mejor reputación tenía, mucho se temía que el hecho de
haber vivido allí tanto tiempo, haría que las chicas perdiesen oportunidades. Y no se equivocó del
todo. No habían recibido la primera invitación a un baile hasta que se trasladaron a Beasley
House.
Eso había sido la semana pasada, de ahí que Raychel estuviese tan preocupada porque los
vestidos de Casie, su hermana pequeña, no fuesen perfectos.
En cuanto se detuvieron delante de la casa, la joven se bajó sola y caminó hasta la puerta que
se abrió justo antes de que ella llegase al primer escalón.
—Eres muy amable Whiters — le dijo al mayordomo — creo que eres el único inglés que me
gusta.
El hombre, de unos cincuenta años la miró fijamente y aceptó el elogio con la clase que le
correspondía, aunque Josephine estaba segura de que si se permitiera hacerlo, abrazaría a Raychel
y él mismo la protegería del mundo. Era más que evidente que la adoraba, lo mismo ocurría con el
resto del servicio, se desvivían por las chicas, pero con Raychel era diferente.
—¿Te importa repetirme qué tenía que hacer esta tarde? — le preguntó dándole el sombrero y
los guantes a una doncella — gracias Claire.
—Claro que no me importa señorita Beasley — le dijo con suma formalidad — ha recibido la
invitación de la baronesa Wisbey para tomar el té con ella y con algunas de sus amigas.
Raychel se tapó la cara con ambas manos.
—Tengo que ir, ¿verdad? — miró al mayordomo entre los dedos que la miraba con ternura,
adoraba a ese hombre.
—Si quiere usted entrar por la puerta grande de la aristocracia, sí, señorita.
—Cuando tengas un momento, ¿te importa volver a explicarme todo eso de los títulos y de —
hizo un gesto con la mano — bueno, todo?
Whiters se permitió una leve sonrisa.
—Será un placer, ¿le pido algo de té? — ella puso cara de asco — no puede beber licor.
—No, claro que no — abrió los ojos desmesuradamente — ¡no quiera Dios que alguien diga
algo impropio!
La joven se encaminó a su habitación para quitarse los zapatos y gritar un poco por la
frustración. Josephine la seguía, por lo que ninguna se percató de que el mayordomo intentaba
contener una risotada.
Una hora más tarde, Whiters seguía frente a Raychel explicándole cómo funcionaba la
aristocracia así como recordándole cuál era el comportamiento aceptable de una dama en la alta
sociedad.
Raychel sólo quería llorar. Se presionaba las sienes con fuerza mientras el buen hombre hacía
todo lo posible para explicárselo de la forma más sencilla.
—¿Señorita? — le preguntó el mayordomo preocupado.
—Sí, sí — abrió los ojos y le miró — estoy bien — miró el reloj — ¿puedes pedirme el
carruaje? Voy a subir a cambiarme.
—Por supuesto.
—¿Whiters? — el hombre se giró, pues ya estaba casi en la puerta — gracias, por todo lo que
haces y lo que nos enseñas, sé que no es tu trabajo y te prometo que en cuanto encuentre a alguien
a quien no quiera matar, te daré un mes de vacaciones pagadas.
El hombre la miró lleno de afecto. Esas chicas se lo habían ganado en apenas unos minutos.
—Sabe que no necesito nada de eso y que para mí es un placer ayudarlas en todo lo que pueda
— señaló la mesa llena de dulces — además, como es usted tan generosa, jamás podría negarme.
—Eres un buen hombre.
El hombre se azoró y salió lo más rápido posible.
Una hora y media más tarde, Raychel y Casie estaban en la puerta de la baronesa ante un
mayordomo estirado que las miraba por encima del hombro.
—Esperen aquí, iré a ver si milady está disponible.
Ambas asintieron, pero en cuanto se quedaron solas, Raychel empezó a apretar los puños con
fuerza.
—¡Pues claro que está disponible! — siseó al aire — si ella nos ha invitado.
—Cálmate — le dijo Casie — es sólo una formalidad, ya lo sabes — le dedicó una sonrisa
llena de diversión — nadie quiere ofender a la reina del metal.
—Casie… — le advirtió su hermana que más divertida aún, alzó las manos en señal de
rendición.
Un instante después, el mismo mayordomo estirado las indicaba que podían seguirle.
Las llevó hasta unas enormes puertas de roble y las abrió para anunciarlas con gran pompa.
—Parece que sí que estaba — farfulló Raychel a su oído en cuanto pasó y sonrió al ver cómo
el hombre la fulminaba con la mirada.
—¡Queridas mías! — la baronesa era una mujer esbelta y alta con una enorme vitalidad para
tener casi cincuenta años, pensó Raychel — ¡oh! ¡preciosas!
Se acercó a ellas y las cogió de las manos mientras las besaba en la mejilla. Demasiado
personal, pensaron ambas hermanas mirándose de reojo.
—Permitid que os presente a mis amigas, la condesa Lewer, la vizcondesa Bagnall y la
vizcondesa Wakeford — se giró a las mujeres que las observaban con detenimiento — ellas son
Raychel y Cassandra Beasley, las hijas de nuestra magnífica Katelinn Hayton, es decir, las nietas
americanas del vizconde Brassguell.
—¡Oh! — exclamó una de ellas, Raychel creía que era la condesa Lewer — vuestra madre era
un encanto, me alegra ver que ambas habéis heredado su belleza y su porte — les sonrió
amablemente — bienvenidas a Londres.
—¡Tenéis que contarnos todo sobre esas tierras! — exclamó la vizcondesa Bagnall.
Raychel se tensó pero su hermana le pellizcó el brazo y consiguió controlarse, estaba a punto
de decirles a esas momias que era una tierra de salvajes y que ella era la peor de todas. Pero su
hermana tenía razón, debía controlarse.
—Es un placer estar aquí, baronesa, le agradezco en el alma su amable invitación.
—¡Es magnífico! — exclamó la que aún no había dicho nada — ¡apenas tenéis acento! Eso os
vendrá muy bien para conquistar a un marido.
Todas aplaudieron como alcahuetas y Raychel volvió a contar mentalmente hasta veinte para
no decirles lo que pensaba de todas ellas.
Sin embargo —y en contra de lo que las hermanas pensaban— la tarde fue muy agradable y
sacaron muchísima información de aquellas mujeres. Terminaron riendo y diseccionando a los
solteros de Inglaterra, entre todas, no dejaron títere con cabeza.
Raychel y Casie estaban encantadas. Hablar con ellas era como saberlo todo de todos.
—Al que no debéis acercaros es al futuro duque Hawley — les explicó la condesa — sí, todas
sabemos que es el más pícaro y atractivo hombre de Inglaterra, pero creedme queridas, no queréis
salvar a esa familia.
—Sí — convino la baronesa — y el vizconde Wattley va por el mismo camino, salvo que sus
arcas no están vacías, muy llenas tampoco, pero no vacías.
—Muy bien — terció Raychel — ni el duque…
—Hawley — le susurró la vizcondesa Bagnall.
—Gracias — prosiguió — ni el vizconde…
—Wattley — susurró de nuevo.
Raychel se puso de pie y Casie la imitó.
—Les agradezco muchísimo su ayuda — les dedicó una franca sonrisa — todo esto nos está
resultando un poco… abrumador.
—Es normal querida — le dijo la condesa — pero lo dominaréis, estoy segura de que lo
habéis heredado de vuestra madre.
Las chicas sonrieron y la baronesa las acompañó hasta la puerta.
—Disfrutad lo que podáis mientras buscáis un marido y — las miró a los ojos — al contrario
de lo que muchos piensan, yo creo que Katelinn hizo lo que debía, un amor como el de vuestros
padres no se puede ignorar.
Casie suspiró emocionada y Raychel sonrió.
—Usted ama a su marido — le dijo abiertamente, lo que provocó una risa alegre en la dama.
—Sí, no tengo ni idea de por qué, pero le quiero con todo mi corazón — se sonrojó — fui de
las afortunadas.
Más tarde, mientras se preparaban para el primer baile al que las habían invitado, Raychel
pensó que haría caso a la baronesa. Si ella comprendía por qué su madre había hecho lo que había
hecho, ella la respetaría.
***
En otro punto de la ciudad, en un salón de caballeros de larga estirpe, dos hombres bebían una
copa de licor mientras cavilaban en sus propias vidas.
—Anímate — le dijo Leonard a su amigo — esta noche es el baile de los Claybrooke y
vendrán esas americanas.
—Para ti es fácil decirlo — miró a su amigo por encima del vaso y luego bebió — hoy los
abogados me han dicho que si no transfiero diez mil libras en un plazo de dos días, echarán a mi
madre de casa, si mi padre no estuviera a punto de morir, yo mismo le mataría.
Jamás en toda su vida había sentido tanto odio por alguien. Su padre se había pasado la vida
derrochando dinero y malgastando los días perdido en una espesa nube de lujuria, alcohol, juegos
de cartas y depravación.
Sin embargo, no sería él quien pagaría las consecuencias de sus actos porque no le quedaba
mucho tiempo de vida. No, terminarían pagando su mujer y sus hijos.
Y Garrison como cabeza de familia, tendría que asumir un papel para el que no estaba
preparado y sería el que tendría que dar la cara.
Los médicos le habían dicho que su padre no duraría mucho más, un mes quizá y había hecho
todo lo posible por intentar sentirse triste o abatido, pero lo único que había sentido era una gran
sensación de alivio, lo cuál le hacía sentirse culpable, porque si bien nunca tuvo una buena
relación con su padre, seguía tratándose de su progenitor.
Y en el fondo de su alma sabía que esa culpabilidad era la que le impedía ir a ver a su madre y
a sus hermanas, porque ellas sí que lo estaban pasando realmente mal, lloraban cada día según le
contaba el ama de llaves y se desesperaban por no poder acompañar al duque en sus últimos
momentos.
No les había dicho la verdad, nadie más que él la sabía. Para el mundo, su padre se moría de
una infección pulmonar tras coger un fuerte resfriado en una cacería en sus tierras. La realidad era
muy distinta, su padre había contraído una enfermedad que le había vuelto loco y por eso él había
tomado la decisión de encerrarle en una de las cabañas de caza donde permanecía atado a la cama
para la seguridad del médico y las dos enfermeras que cuidaban de él día y noche.
Casi le daban ganas de reír, el todo poderoso duque que jamás había cuidado de nadie, ahora
tenía que ser fuertemente vigilado.
—Pues más a mi favor — le explicó su amigo haciéndole volver de sus oscuros pensamientos
— ven al baile y conquista a una de las americanas, el dinero les sale por las orejas — le dedicó
una brillante sonrisa — según mi madre si la Corona inglesa necesitase dinero, esas chicas serían
el banco — bebió un sorbo — y atiende bien, tienen unas rentas anuales de varios miles.
—¿Quiénes son? — preguntó más cicateado por la curiosidad que por tener interés en las
muchachas. Hacía tiempo que había perdido el interés por todo lo que le rodeaba, lo cual, por
triste que pareciese, también incluía a las mujeres.
—Ni idea, si quieres más datos, tendrás que preguntárselo a mi madre, aunque está bastante
molesta porque dice que nadie lo sabe exactamente.
—Lady Wattley debería trabajar para el departamento de guerra — murmuró Garrison, pero su
amigo le oyó y sonrió. Ambos sabían que tenía razón.
Garrison se quedó pensativo, frunció el ceño y se bebió lo que le quedaba de whisky. Se
alegraba mucho por la buena fortuna de los demás, pero quería algo de esa buena fortuna para él
mismo, no le parecía que fuese tanto pedir.
—¿Qué? — le preguntó Leonard — ¿te animas al baile? — Leonard le miró fijamente —
míralo de esta forma, es una noche libre de esas nuevas y misteriosas responsabilidades que
tienes.
—No tengo nada mejor que hacer — murmuró Garrison malhumorado.
Y así es como unas pocas horas después, ambos caballeros vestidos con sus mejores galas,
entraron por la puerta principal de los condes de Claybrooke.
Leonard con la intención de divertirse y disfrutar, era muy consciente de sus obligaciones
como heredero de su padre, pero con sólo veintisiete años, no creía que tuviera que darse prisa
por hacerse cargo de ellas. Era un caballero disoluto más que dispuesto a disfrutar lo que la vida
le ofreciese, cuando llegase a los treinta, ya se enfrentaría a la vida que sus padres querían para
él, pero mientras tanto, seducir a inocentes damas era su mayor diversión.
No obstante, Garrison acudió al baile para evitar volver a su casa y cometer parricidio.
Cuanto más pensaba en lo que les había hecho su padre, de peor humor se ponía.
***
Raychel y Casie eran la sensación del baile, o al menos, eso era lo que las damas con las que
habían trabado una débil amistad les decían continuamente y ellas eran partidarias de creérselo
dado que sus carnets de baile no tardaron ni diez minutos en estar llenos.
Habían sido previsoras y se habían reservados los valses para descansar de tanta
conversación y de tanto fingir ser quienes no eran.
Al principio habían estado muy tensas y muy, muy nerviosas, pero poco a poco fueron
relajándose, lady Claybrooke, la anfitriona, había sido muy amable con ellas y las había
presentado a todo el mundo, por supuesto también a su tía Josephine, que actuaba como dama de
compañía de las jóvenes, por mucho que a Raychel eso la sacase de sus casillas.
—No te imaginas la energía que tiene ese hombre — bufó Casie al reunirse con su hermana
cerca de la mesa de los refrigerios — desde luego el aspecto exterior no coincide con el interior.
Raychel intentó no reírse.
Miró por encima de su hermana al hombre al que se refería y que acababa de dejarla en su
compañía. Ciertamente por su aspecto parecía un hombre bastante mayor, ya que tenía el pelo
totalmente blanco y señales en la cara de una vida bien vivida, pero ella misma había sido testigo
de que en cuanto la música sonaba, parecía un joven veinte años menor.
—¿Qué tal con… — se mordió el labio inferior — quien fuese? — le preguntó a su hermana
mayor.
—No sabría decirte, me he pasado todo el baile intentando que no me tocase — Casie sonrió
— tenía las manos húmedas y prefiero no pensar en el motivo.
—¡Niñas! — las regañó su tía — tenéis que ser más consideradas, cualquier caballero de la
sala es un hombre a tener en cuenta.
—Ese no — sentenció Raychel — y me da igual lo que digas — le advirtió a su tía — quiero
casarme y lo haré con un hombre con título como quería mi madre, pero no con cualquiera, hay
unos mínimos que tiene que cumplir.
Josephine miró a su sobrina y puso los ojos en blanco. Por supuesto que ella fijaría las
características de su futuro marido, lo que le preocupaba era que con lo resuelta que era, sería
capaz de comprar un título para casarse con el hombre que ella eligiese.
Estaba a punto de decirle algo cuando un intenso murmullo se extendió por el salón, las tres
mujeres se miraron unas a otras sin saber qué pasaba y después giraron las cabezas para mirar en
la misma dirección que los demás, pero no vieron absolutamente nada y como no tenían amistades,
tampoco podían preguntar.
Por lo que decidieron esperar a que alguien tuviese la buena intención de informarlas.
No tuvieron que esperar mucho.
Lady Claybrooke se dirigía hacia ellas con una enorme sonrisa en la cara e iba seguida por
dos caballeros.
Raychel se quedó congelada. No podía apartar la mirada del más alto de los dos, sólo le
sacaba un par de centímetros al otro, pero aun así, ella había perdido la capacidad de respirar. Se
le secó la boca y sintió la imperiosa necesidad de humedecerse los labios.
Era el primer inglés que veía y que cumplía todo lo que ella consideraba apropiado en un
hombre. Alto, con un rostro atractivo y lleno de confianza. Por no mencionar que tenía una sonrisa
que le hacía temblar las rodillas y por lo que podía ver de su físico, estaba más que bien
proporcionado, el elegante traje le sentaba como a un guante y reforzaba ese aura de virilidad que
tenía.
—¡Queridas! — lady Claybrooke estaba extasiada — quiero presentaros personalmente a
Garrison Wheatcraft, lord Eastburne y a Leonard Edgecombe, lord Wattley.
Las damas, recatadamente, les miraron un instante e hicieron unas venias más que formales.
Garrison se acercó a la mujer de los ojos azules, pero lady Claybrooke volvió a intevenir.
—Milord, ella es Raychel Beasley y — señalando a Casie — ella es Cassandra Beasley, son
norteamericanas, hijas de la difunta Katelinn Hayton, por lo tanto, nietas del difunto vizconde
Brassguell.
—Es un inmenso placer conocerlas señoritas — Garrison tomó la mano de la que le habían
dicho que se llamaba Raychel y le besó los nudillos — todo lo que he oído decir de ustedes no
hace justicia a su belleza.
Entrecerró los ojos cuando le pareció ver que esa chica ponía los ojos en blanco, aunque sólo
fue un instante.
—Señorita Beasley — le cogió la mano a Casie y le besó los nudillos — Inglaterra sin duda
alguna ha ganado mucho con ustedes.
Raychel apretó los dientes y le fulminó con la mirada mientras su amigo, el tal Leonard la
besaba a ella.
Leonard se estaba divirtiendo de lo lindo, lo habitual era que las damas casi cayesen
desmayadas ante la presencia de ambos estando juntos, pero era más que evidente que esas dos
chicas no podían estar menos impresionadas. Y él sólo podía alabarlas por ello. Siempre era un
fascinante aliciente encontrarse con un reto.
—Lo que mi torpe amigo quiere decir — intervino atrayendo la mirada de todos — es que son
ustedes mucho más encantadoras de lo que nos habían contado y lamentamos no habernos
presentado antes.
Ambas hermanas sonrieron al vizconde con una sonrisa tan bonita y franca que tanto Garrison
como Leonard se sintieron intimidados. Estaban más que acostumbrados a las sonrisas femeninas
llenas de afectación, a las coquetas, a las invitadoras y a las críticas, pero era la primera vez en
mucho tiempo que alguna mujer les ofrecía una sonrisa sincera y sin ningún subterfugio.
—Quizá — intervino de nuevo lady Claybrooke — caballeros, estarán encantados de sacar a
bailar a estas jóvenes señoritas y mostrarles el verdadero encanto inglés.
—Me temo que ambas tenemos el carnet de baile lleno milady — se excusó Raychel — de lo
contrario, sería un honor — miró desafiante a Garrison y él captó el brillo pícaro de su mirada.
Se sintió fascinado y le tendió la mano.
—Estoy seguro mi querida señorita Beasley, que el caballero con quien tenga apalabrado este
vals, no se molestará lo más mínimo.
Ella apretó de nuevo los dientes cuando él le dirigió la misma mirada llena de intención.
Desafío lanzado y aceptado. Garrison no podía estar más contento consigo mismo.
Cuando ella posó su mano en la suya, se apresuró a colocársela en el codo y la guió hasta la
pista.
—¿Tiene permiso para bailar el vals? — le preguntó colocando su mano en la esbelta cintura
de ella.
—Un poco tarde para la pregunta, ¿no le parece? — se colocó perfectamente y él apreció la
elegancia de sus movimientos.
—Cierto — concedió — dada su gracia, es de imaginar que sí lo tiene.
—Sí, una tal… lady… — frunció el ceño y después los labios — no consigo acordarme,
bueno, el caso es que ella nos dijo que podíamos bailar el vals.
Garrison sonrió y cuando la música comenzó a sonar, la atrajo hacia él y comenzó a girar con
ella.
—Será mejor que mantengamos silencio acerca de lo último que me ha comentado — ella le
miró sin comprender — lady Fowley se sentiría profundamente ofendida y no es una dama a la que
se deba tener como enemiga.
Raychel suspiró.
—En ese caso se lo agradezco — le dijo sinceramente — tengo problemas para recordar
todos los nombres, cuando vinimos no pensamos que tendríamos que conocer a quinientas
personas cada noche.
—Debe ser agotador — se movían por el salón con elegancia y Garrison se sorprendió al
disfrutar de la compañía y de la charla.
—No se hace una idea — suspiró de nuevo, lo que le hizo sonreír.
—Es usted una bailarina fantástica — la hizo girar de nuevo.
—Gracias — se sonrojó y él volvió a sentirse fascinado por ella — nos enseñó mi padre.
—¡Ah! El americano que nos robó uno de nuestros diamantes más brillantes — ella entrecerró
los ojos y se dio cuenta de que había metido la pata.
—Mi padre no robó nada — le espetó dirigiéndole una mirada helada que le provocó un fuerte
tirón en la ingle, Garrison se sentía cada vez más y más atraído por ella — sólo vino a hacer
negocios, le invitaron a un baile, le presentaron a mi madre y se enamoraron.
—¿Con sólo un baile? — le preguntó sin doble intención, ella se encogió de hombros.
—Mi madre solía decir, cuando nos contaba cómo se conocieron, que si es el amor de tu vida,
con un instante basta.
A Raychel le dolía mucho hablar de sus padres, más de lo que nadie se podía imaginar. Para
ella fue como si le arrancasen cada uno de sus miembros, tuvo que endurecerse de la noche a la
mañana y se había quedado sin nadie a quien confesarle sus temores.
Desde que ellos habían muerto, se sentía sola y desvalida.
—Lamento muchísimo su pérdida — le dijo él y aunque no quería, Raychel le miró a los ojos
— no pretendía ofenderla, sólo hacer una broma — la hizo girar de nuevo — le ruego que me
disculpe por mi torpeza, es más que evidente que fueron unos padres maravillosos.
—Los mejores — dijo con la voz rota y tragando con fuerza, después bajó la mirada — sé que
ustedes creen que mi padre no era digno de ella, pero si hubieran tenido la oportunidad de verles
juntos lo comprenderían, mi madre fue feliz todos y cada uno de los días desde que se conocieron.
—No me hace falta verles a ellos — le alzó el rostro con un dedo — lo veo en usted y me
alegro de que tuviesen una vida llena de felicidad — le cogió la mano de nuevo para mantener el
ritmo — aunque lamento que fuese tan corta.
Raychel tragó con fuerza el poderoso nudo de emociones y asintió.
—Gracias — a Garrison el corazón le dio un vuelco al verla tan vulnerable, era más que
evidente que aún sufría por la muerte de sus padres.
Continuaron bailando en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos, Raychel intentaba
controlar su desbocado corazón y para ella estaba claro que era por haber hablado de sus padres y
no porque estuviese en los brazos de ese hombre que despertaba en ella todo tipo de sensaciones
desconocidas.
Garrison no podía recordar cuando había sido la última vez que había disfrutado tanto sólo
bailando y conversando con una mujer. Y tampoco podía imaginar lo que se sentía cuando unos
padres amaban tanto a sus hijos.
***
Cuando el vals terminó, Garrison, mostrando sus mejores modales la llevó de vuelta con su
tía, pero aprovechó la situación para agradecerle el momento tan agradable que habían
compartido.
—¿No tiene usted calor? — le preguntó Raychel mientras se abanicaba con la mano — este
salón está atestado.
—¿Le apetecería un paseo por la terraza? — le preguntó solícito — puedo avisar a Wattley
para que su hermana y él nos acompañen, si le parece bien.
—También habría que avisar a mi tía — él la miró fijamente — es que si no, se preocupa.
Sonrió condescendiente y la guió hasta cerca de las puertas francesas que estaban abiertas de
par en par.
—Quédese aquí — le pidió — volveré con la compañía y yo avisaré a su tía.
—Se lo agradezco.
Garrison le hizo un gesto a Leonard. Era lo bueno de que fuesen tan buenos amigos, se
conocían tan bien que a veces las palabras no eran necesarias. Entonces localizó a la tía de las
chicas y caminó con decisión hasta ella.
—¡Oh querido! — lady Costlee le sonrió — qué alegría verte.
—El placer es todo mío milady — le besó el dorso de la mano y sonrió, después miró a
Josephine — venía a pedirle permiso para que Wattley y yo llevemos a sus encantadoras sobrinas
a pasear por la terraza.
—No estoy muy segura de que sea una buena idea — dijo Josephine, pero la marquesa con la
que había estado hablando le hizo un gesto.
—No tiene de qué preocuparse, lady Claybrooke es muy cuidadosa, en la terraza hay doncellas
y lacayos para evitar situaciones comprometidas.
—En ese caso me imagino que no habrá problema.
—Le garantizo que no tendrán queja alguna — Garrison sonrió — pero la señorita Beasley
tenía mucho calor y me pareció mejor un paseo que un desmayo.
—¡Indudablemente! — exclamó divertida Josephine — Raychel jamás me perdonaría algo así.
Garrison hizo una venia y se fue totalmente intrigado de cómo había deducido esa mujer que él
hablaba de Raychel y no de su hermana pequeña.
Mientras atravesaba de nuevo el salón de baile y tras acortar todos los intentos de sus iguales
por pararle para intercambiar unas palabras, meditó sobre el soplo de aire fresco que suponían
esas dos chicas extranjeras para la mortecina sociedad inglesa.
Ambas eran muy guapas, de eso no cabía duda y muy esbeltas también. Pero Raychel fue la que
llamó su atención, con ese pelo castaño casi rojizo y esos ojos azules que mostraban tantas
emociones, se le había cortado la respiración.
Su hermana era más rubia y tenía ojos azules, pero más oscuros y su rostro estaba lleno de
candidez. Muy guapa, pero demasiado dulce para él.
Sin embargo la mayor… eso era otra cosa. Esa mujer le hacía pensar en camas, sábanas de
seda y pétalos de rosas. Sonrió, estaba seguro de que si ella se enteraba de cuáles eran sus
pensamientos le miraría con esos ojazos azules y diría algo que le dejaría asombrado.
Casi tenía deseos de provocarla. Hacía mucho que nadie le asombraba.
Además había otro detalle que le había llegado muy hondo, se suponían que eran unas
riquísimas herederas, pero ninguna de ellas iba cubierta de joyas ni hacía ostentación de sus
posibilidades. Miró a su alrededor, el resto de las damas, salvo alguna muy rara excepción, iban
cubiertas con sus mejores galas y joyas y él sabía de al menos una condesa —que pese a brillar
por la cantidad indecente de diamantes que llevaba encima— cuya situación económica era
ligeramente mejor que la suya propia.
Llegó donde había dejado a Raychel y se percató de que ella, su hermana y Leonard ya salían a
la terraza, por lo que llamó a un lacayo y le pidió cuatro copas de champán, luego le explicó
dónde estarían y continuó su camino.
—Hace una noche preciosa — suspiró Casie.
—Totalmente de acuerdo — dijo Garrison a sus espaldas, todos se volvieron — su tía nos da
permiso para pasear por la terraza y me he tomado la libertad de pedir un poco de champán.
Raychel agradeció el gesto y cuando el conde llegó a su lado miró al cielo, aunque apenas se
veía estrella alguna.
—No son ustedes como nos habían dicho — comentó a la ligera.
Garrison alzó una ceja mientras Leonard sonreía lleno de diversión y Casie exclamaba
sorprendida.
—¡Raychel! ¡no puedes decir esas cosas!
—No se apure señorita Beasley — la tranquilizó Garrison, después se giró para hablar con la
mayor de las hermanas — y dígame, ¿qué más le han dicho?
Las hermanas se miraron la una a la otra y Casie se encogió de hombros con una expresión que
decía: “tú te lo has buscado, ahora, responde”.
—Estoy casi segura de que son plenamente conscientes de la reputación de ambos.
—Sí — aseguró el conde — ambos estábamos presentes en al menos la mitad de los delitos
que nos asignan — ella le miró entrecerrando los ojos.
—Sí bueno — se encogió de hombros — la sociedad tiende a exagerar cuando comenta las
cualidades de los demás — todos la miraban pidiendo más información y ella a punto estuvo de
bufar, no le gustaba nada ser el centro de atención — el caso es que nos dijeron que ambos son
unos libertinos y en su caso, milord — miró al conde a los ojos — que además está
completamente arruinado.
Casie se tapó la cara con las manos y gimió.
Leonard se echó a reír tan fuerte que varias personas se giraron a mirarles con todo el descaro.
Garrison sonrió, al menos, pensó, había que admirar el valor que esa mujer le echaba a la
vida. Era un hecho de sobras conocido que no tenía ni una sola libra, sin embargo, jamás se lo
habían dicho a la cara, también era cierto que se le consideraba el peor calavera de Londres, cosa
que tampoco le habían dicho a la cara.
—No he querido ofenderles — continuó Raychel al ver que nadie decía nada — es sólo…
bueno, me extrañó que todos nos advirtiesen contra ustedes cuando son unos caballeros tan
educados.
El vizconde seguía riendo mientras que Garrison se cruzó de brazos y se apoyó en la
barandilla.
Estaba a punto de responder cuando el lacayo se acercó con las copas heladas de champán en
una bandeja. Cada uno cogió una y todos las alzaron ligeramente.
—Por los libertinos y la sinceridad — brindó Garrison y sonrió tras la copa al ver el gesto
mortificado de esa mujer.
Preciosa. Era la única palabra que se le ocurría para definirla, absoluta y completamente
preciosa.
No era la mujer más hermosa de Inglaterra, pues había auténticas beldades, pero tenía algo que
la hacía destacar como un faro en mitad de la oscura noche.
Sí, había sido todo un acierto haber hecho caso a Leonard y acudir a ese estúpido baile,
aunque no sería apropiado que pasase más tiempo con esa deliciosa mujer, había sido todo un
placer poder compartir unos momentos con ella.
La conversación se fue relajando hasta que dos caballeros fueron a reclamar los bailes
prometidos a las damas.
CAPITULO 2

Una vez que se quedaron solos en la terraza, Leonard miró a su amigo y sonrió.
—Todo un hallazgo, ¿eh? — le preguntó divertido.
—Sin duda alguna — terminó lo que le quedaba del champán y siguió con la mirada a
Raychel.
Parecía que tenía la espalda tensa y se cogía rígidamente del brazo del joven Whenworthy, el
chico era vivo y espabilado, pero acababa de empezar a frecuentar los salones de baile y era
evidente que tenía que pulirse mucho. Casi le tenía lástima al pobre, estaba convencido de que la
señorita Beasley podría comérselo y vomitarlo en menos de cinco minutos.
Era evidente que esa mujer necesitaba a un hombre que pudiese comprenderla a todos los
niveles y que además de comprensión, era necesario algo que la hiciera girar la cabeza.
Y como si ella hubiese oído sus pensamientos, se giró y le miró por encima del hombro
dedicándole una sonrisa tan brillante como el sol en un día de verano. Él alzó ligeramente la copa
a modo de despedida y durante un segundo, sólo uno, entre ellos hubo una conexión que él no supo
definir con palabras, sólo pudo sentirla en lo más profundo de sus ser y rezaba para que ella
hubiese sentido lo mismo.
No fue hasta mucho después que se dio cuenta de que tanto él como Leonard llevaban más de
una hora allí plantados en silencio observando los diferentes bailes en los que participaban las
americanas.
—La decoración es sublime — le dijo a su amigo que rompió a reír a carcajadas.
—Sí, totalmente.
Ambos sonrieron y fueron a buscar a la anfitriona para despedirse. Ninguno de ellos había
perdido el tiempo en fijarse en la exquisita decoración de aquel inmenso salón que en esos
momentos acogía a la flor y nata de la alta sociedad.
—¿Te apetece una partida de cartas? — le preguntó Garrison a Leonard después de que lady
Claybrooke se mostrase tan encantadora como siempre — no me apetece volver a casa y aquí ya
no tengo nada que hacer.
—Sí, sería una forma magnífica de terminar la noche.
Las hermanas se percataron mucho tiempo después de que los dos réprobos más envidiados de
Londres habían dejado el baile. Desde que se habían separado de ellos en la terraza, habían
recibido decenas de advertencias sobre ellos, todas, por supuesto, para ayudarlas a no dar un mal
pie en sociedad.
Tras escuchar las charlas y comparar notas con su hermana, Raychel había llegado a la
conclusión de que sí, el conde probablemente fuese un calavera y un libertino, pero el resto de los
hombres aspiraban a ser como él. Arruinado y todo.
Y darse cuenta de eso, no hizo más que aumentar su interés por él.
En todas las listas que había escrito sopesando las cualidades del hombre con el que le
gustaría casarse, el dinero no figuraba en ninguna de ellas. Se mordió el labio inferior mientras un
grupo de hombres y mujeres charlaban sobre el último escándalo y ella pensaba en el conde.
El dinero no importaba, pero tampoco quería casarse con un hombre que no fuese razonable o
mínimamente sumiso. Se había prometido a sí misma que jamás renunciaría a ser la digna heredera
de su padre y por mucho que se lo hubiese prometido a su madre, no se casaría con un hombre que
quisiera dominarla y acabar con la posición que tanto le había logrado alcanzar.
Y mucho se temía que el conde, aunque era el varón más excitante que jamás había conocido,
fuese un hombre que se dejase manipular por una mujer.
Miró a su alrededor y se preguntó qué diablos hacía ella allí a esas horas. Al día siguiente
tenía una reunión importante y tras pasar varias horas yendo de un lado a otro, había llegado a la
conclusión de que nadie le despertaba el más mínimo interés.
Sonrió en su interior.
Al menos podía fantasear con un hombre.
Fingió que prestaba atención a los comentarios llenos de veneno de las jóvenes con las que
estaba y dejó que su mente se imaginase cómo sería ser seducida por alguien como el libertino
conde de Eastburn.
***
Raychel se levantó con un terrible dolor de cabeza. Ella no estaba acostumbrada a alternar
hasta elevadas horas de la madrugada.
Desde que se hizo cargo de las empresas de su familia con apenas diecisiete años, se
levantaba al alba y se pasaba horas y horas enterrada entre los libros para poder rebatir todos y
cada uno de los puntos que los administradores iban a presentar contra ella.
Tampoco estaba acostumbrada al ocio de la alta sociedad. Tras estudiar, leer y cuadrar los
números de las fábricas, se reunía con los consejeros y después, en su finca, cabalgaba durante
horas mientras visitaba a los trabajadores de las tierras.
Otras veces, iba al colegio que su padre había creado y jugaba con los niños todo el tiempo
que podía. Sonrió ante el recuerdo, las maestras siempre la regañaban porque les llevaba
caramelos, bollos y varias jarras con chocolate caliente.
Ella sabía que pagaba bien a sus empleados, pero aun así, algunos tenían más problemas de
los que ella podía solucionar y sus hijos pagaban las consecuencias, había una niña en particular
que le destrozaba el corazón. Se llamaba Christine y era preciosa, tenía sólo seis años, su madre
murió en el parto y su padre se gastaba casi todo el sueldo en partidas de cartas, a veces hasta se
olvidaba de ir a recoger a la pequeña.
Un día que fue de visita sin avisar, la vio en el jardín de atrás llorando porque se le habían
roto sus únicos zapatos. Ella había llorado casi tanto como la niña.
Al día siguiente, todos los niños recibieron zapatos y algo de ropa.
Y Raychel había decidido que una parte de los beneficios fuese destinada a asegurarse de que
esos niños comían por lo menos una vez al día. Al principio había sido todo un escándalo y no
tardaron en llegar las amenazas de muerte por parte de aquellos que se veían menospreciados por
una mujer —y para más inri— una mujer de apenas diecinueve años.
Se estremeció al recordar cómo intentaron atacarla una noche tras quedarse cuadrando las
cuentas en la fábrica. Nunca había pasado tanto miedo como aquella noche en esa silenciosa calle
oscura. Tres hombres se abalanzaron sobre ella inmovilizándola y gritándole al oído hasta que la
dejaron aturdida y a su merced.
Fue proverbial que dos hombres pasaran por allí y decidieran ser buenos samaritanos. No sólo
la salvaron y les dieron una paliza a esos tres, sino que la llevaron a su casa y se aseguraron de
que estuviera a salvo.
Al día siguiente, ambos fueron contratados como supervisores en la fábrica principal con el
sueldo más alto que jamás habían cobrado. Jamás olvidaría sus expresiones cuando se presentaron
en su puerta para darle las gracias, habían llevado a sus hijos con ellos. Había resultado que
estaban en aquella zona buscando cualquier tipo de trabajo porque estaban a punto de perder la
casa y llevaban semanas comiendo pan duro.
Se le encogía el corazón al pensar en cuánta gente vivía al límite mientras unos pocos vivían
con todas las comodidades. Por eso había empezado a estudiar las operaciones bursátiles, tenía
cabeza para los números y pensó que sería una forma de aumentar los réditos. Si por ella fuera,
salvaría a todos cuantos pudiese. Ella misma entregaba la mitad de su sueldo mensual para hacer
regalos a sus trabajadores o a los hijos de estos.
No era la primera vez que pagaba el carbón de algún edificio para que todos pudieran dormir
calientes.
Su padre le había enseñado que ser generoso de corazón reportaba más beneficios de los que
se podía imaginar y ella lo había comprobado de primera mano, en alguna ocasión se había
llevado una decepción, pero en la mayoría, recibía cosas tan bonitas como un beso de un niño o
una flor que ella guardaba con mucho mimo entre las páginas de sus libros favoritos por no hablar
de la inquebrantable lealtad de sus padres.
Y sus trabajadores se esforzaban por hacer bien su trabajo y siempre estaban dispuestos a
ayudar en lo que fuera.
Miró el techo de su habitación y suspiró.
Les echaba muchísimo de menos a todos y sentía la imperiosa necesidad de volver a verles
aunque tuviese que atravesar el océano a nado. Ella no estaba hecha para la vida de una
aristócrata.
Sin embargo, si cumplía con los deseos de su madre, eso sería exactamente lo que sería el
resto de su vida.
Se permitió un minuto de autocompasión antes de levantarse y comenzar a ocuparse de sus
asuntos personales, esa mañana tenía una reunión en el banco con el director y odiaba llegar tarde
a los sitios.
Como cada día, las doncellas exclamaron su sorpresa al entrar en su habitación y verla
completamente arreglada y vestida. Con lo único que necesitaba ayuda era con esos complicados
peinados que estaban de moda y que le habían asegurado que le daban un aspecto respetable.
Todos sus vestidos estaban diseñados para que se los pudiese poner ella sola, por lo que se
abrochaban todos por delante. Por no hablar de lo mucho que detestaba sentirse tan inútil que no
pudiese vestirse ella misma.
Bajó al comedor pequeño y sonrió al ver a su hermana ya sentada leyendo el periódico.
—Somos animales de costumbres — le dijo con una sonrisa y sonrió aún más cuando ella la
miró por encima de las hojas impresas.
—Me siento fatal — confesó Casie — sólo puedo beber té — miró a su hermana con ojos
suplicantes — ¿cuánto más va a durar esto?
—Pues si seguimos los deseos de nuestra madre, el resto de nuestra vida — se encogió de
hombros y ocultó una nueva sonrisa cuando su hermana gimió — a no ser claro, que tu futuro
marido te permita llevar otra clase de vida que no tenga nada que ver con bailes hasta el
amanecer, dormir hasta el medio día y pasarse las horas contemplando las paredes.
—Hasta oírtelo decir suena aburrido — suspiró — ¿por qué tuvimos una madre a la que
queríamos tanto que no somos capaces de negarle un deseo?
Raychel rió mientras le servían una taza de café bien cargado y un plato con pan tostado,
huevos revueltos y bacon crujiente.
—Porque somos increíblemente afortunadas — ambas hermanas se miraron y sonrieron al
mismo tiempo — cada día que pasa te pareces más a ella — suspiró Raychel llena de cariño por
su hermana.
Casie se sonrojó y carraspeó para volver a controlar las emociones.
—¿Vas al banco? — le preguntó cambiando de tema.
—Sí, quiero enviar algunos fondos a la fábrica de Boston — le explicó — ayer recibí una nota
que decía que una parte del techo empezaba a tener filtraciones, es mejor que se repare lo antes
posible.
—Muy bien — respondió su hermana — ¿quieres que me ponga al día con la
correspondencia?
—Sí por favor, bien sabe Dios que es la parte que más odio.
Casie se rió divertida mientras Raychel terminaba de comer. Claro que sabía que era lo que
peor dominaba su hermana, es más, estaba convencida de que si por ella fuese, quemaría las
invitaciones y las notas de los nobles sin leerlos.
***
Cuando Raychel llegó al banco le ocurrió como siempre, todos aquellos con los que se cruzó
la miraron por encima del hombro como si no tuviese derecho a estar allí.
Con diecisiete años le había molestado, después aprendió a ignorar las miradas y los
comentarios que se hacían en voz baja. Nunca había hecho alarde de su dinero hasta que en una
ocasión, el nuevo director de una de las entidades con las que trabajaba, la había invitado a
marcharse y a que volviera con un marido del brazo.
Llena de indignación había sacado todo su dinero y había cancelado todas las operaciones, no
tardaron en despedir a ese hombre ni en suplicarle que volviese a ser cliente. Eso había ocurrido
cuando ella tenía veinte años, desde entonces, su nombre era más que conocido en el mundo
financiero.
Sí, seguían mirándola mal y seguían comentando entre dientes cuando pasaba por delante, pero
jamás se habían atrevido a volver a tratarla con semejante desprecio.
El director del banco la esperaba con una sonrisa cordial en los labios. Le gustaba este
hombre, era sincero, directo y muy competente.
—Es un placer volver a verla señorita Beasley — cuando ella alzó la mano, la besó en los
nudillos — ¿le apetece tomar algo?
—No, gracias.
Entró en el sobrio despacho y se sintió satisfecha cuando en apenas quince minutos todo quedó
perfectamente solucionado, hizo el envío de fondos a la fábrica y respondió cortés a las preguntas
que el banquero le hacía. Era agradable poder hablar con alguien como él que entendía lo que ella
hacía y además lo valoraba.
Ser mujer, dueña de varias empresas y manejar más capital y propiedades mayores que las de
algunas coronas, era un camino muy solitario. Y llegar a la elevada edad de veinticinco años aún
sin casar y siendo la cabeza de familia, más solitario aún.
Como siempre, salió del despacho del director del banco con una sonrisa en los labios y con
la seguridad de que cumplirían todas y cada una de sus peticiones, quizá por esa satisfacción que
sentía por sí misma no se percató de que había un hombre al otro lado de la puerta.
—¡Oh! — exclamó cuando casi se choca con él, entonces alzó el rostro y le miró, una brillante
sonrisa se apoderó de su expresión — ¡qué alegría volver a verle milord!
Garrison aún no se había repuesto de la sorpresa que le supuso verla sentada en el despacho
del señor Thombwell.
Parecía una reina, con el grado justo de tensión en su postura, las manos cómodamente sobre el
regazo, sin el más mínimo signo de vergüenza, estrés o nerviosismo. Todo lo contrario más bien. Y
por supuesto estaba preciosa con ese sencillo vestido de día de color crema con adornos azules
que él había estado seguro de que realzaban el increíble color de sus ojos, aunque desde esa
distancia no había podido distinguirlo.
Se había levantado y se acercado a la puerta del despacho en el mismo instante en el que la
observó ponerse en pie y tenderle la mano al director, el cuál, como era lógico, se inclinó para
besarle los nudillos. Garrison comprendió que no se había percatado de lo que era la verdadera
elegancia sensual hasta que la conoció a ella. Por lo que decían los rumores era dueña de un
imperio, algo que él no podía entender ni creerse del todo, pero en ningún momento hacía
ostentación de su elevada posición, sí, no tenía sangre azul, pero tenía tanto dinero que aunque su
sangre fuese de color amarillo, se lo perdonarían.
—Le aseguro, señorita Beasley — respondió tomándole la mano — que el placer es todo mío
— le besó sin dejar de mirarla a los ojos y sonrió al ver que se ruborizaba — ¿me permite decirle
que esta mañana está increíblemente hermosa?
—Creo que ya lo ha dicho milord — sonrió sonrojándose más — ¿eso quiere decir que anoche
mi aspecto no era adecuado? — él sonrió con picardía.
—¡Ah! Buscando elogios — inclinó levemente la cabeza — sabe, mi querida señorita Beasley,
que anoche estaba usted arrebatadora, al igual que sabe, que dejó muchos corazones
completamente desolados.
—Creo milord, que eso es una exageración — bromeó con él — y en caso de ser cierto, usted
no podría saberlo.
—¿No podría? — la miró tan intensamente que ella casi sintió la caricia en su piel — ¿cómo
no podría saberlo, si el mío fue el peor parado de todos?
Y entonces, Garrison escuchó el sonido más maravilloso de todos. Su risa, una risa que era
exactamente como ella, llena de franqueza, sencillez y delicadeza. Y él se quedó total y
completamente enganchado a ese sonido.
—Creo milord — le dijo aún sonriente — que es usted el mayor adulador de Inglaterra,
aunque debo decir que también es una de las personas más interesantes que he tenido el placer de
conocer.
—¿Lo ve? — le preguntó él — los pobres hombres ingleses no tenemos ni la más mínima
oportunidad ante usted — se llevó la mano al pecho en un gesto dramático que la hizo volver a
reír.
—Le agradezco en el alma sus palabras y más aún su intención — le hizo una pequeña
reverencia — desde luego, siempre es un auténtico deleite cruzar unas palabras con usted.
Garrison le cogió la mano de nuevo y le besó los nudillos y maldijo mentalmente una y mil
veces esa estúpida norma de llevar guantes. Quería notar la suavidad de su piel en los labios.
—Espero volver a verla pronto.
Ella hizo una ligera inclinación con la cabeza y se alejó de él, en realidad quería salir
corriendo porque cada vez que él le besaba los nudillos, ella sentía esa caricia en todo el cuerpo,
su sangre hervía en las venas y una sensación tremendamente extraña se apoderaba de su cuerpo y
luego, cuando se alejaba se sentía vacía y más sola que antes.
Volvió la cabeza ligeramente y frunció el ceño.
Garrison había entrado en el despacho del señor Thombwell y parecía que ambos estaban
teniendo una conversación nada agradable. El banquero era un hombre de unos sesenta años con el
pelo casi blanco pero expresión amable, no obstante en esos momentos, su expresión era de
frustración. No dejaba de negar con la cabeza mientras Garrison se paseaba por el despacho como
un león enjaulado.
Seguía siendo absolutamente e imponentemente atractivo y tenía ese aura de sensualidad
masculina que a ella le hacía temblar las rodillas. Tan alto, tan guapo, tan elegante con su traje de
tres piezas y con esos gestos controlados.
Casi se estremeció al imaginar lo que debía sentirse al estar entre esos poderosos brazos, pero
cuando se sorprendió a si misma a punto de suspirar, decidió que debía poner distancia entre
ellos, al menos mientras estuviese en un lugar público con muchos ojos mirándola.
Decidió salir a la calle y le hizo una seña al lacayo que la acompañaba para que siguiera
esperando, ella se entretendría mirando los escaparates de las tiendas que estaban al lado del
banco. Quería seguir hablando con el conde de Eastburn.
Era, sin duda alguna, lo único que despertaba todos sus instintos desde que había llegado a
Inglaterra.
CAPITULO 3

Garrison estaba furioso. Más furioso de lo que había estado en mucho tiempo.
Había acudido al banco con la esperanza de conseguir ampliar el plazo para hacer frente a la
deuda que tenía, de lo contrario, a finales de semana se personarían agentes en su casa y echarían
a su madre y a sus dos hermanas de allí.
Y eso las mataría de vergüenza.
Odiaba a su padre con todas sus fuerzas y sólo deseaba que se muriese lo antes posible para
poder acceder al título y a las posesiones vinculadas. Por desgracia, la casa de Londres no era
algo vinculado al título.
Sabía que el director no era un mal hombre, él sólo hacía lo que tenía que hacer, pero ¡maldita
sea!, él era el futuro duque y estaba atado de pies y manos para proteger a su familia. Y no había
nadie a quien acudir, ya había agotado todas las opciones, pero es que no podía sacarse de la
manga diez mil libras de la noche a la mañana.
En varias partidas de cartas en su club, había conseguido la nada despreciable cantidad de tres
mil, y Leonard le había prestado otras dos mil, pero el director le dijo que eran las diez mil o
nada. Y eso sólo era la punta de iceberg.
Debía encontrar el medio para salvar a su familia de la ruina porque de lo contrario, no sería
él el único que pagase, sus hermanas pequeñas perderían todas las opciones de hacer buenos
matrimonios, lo que era ofensivo para las hijas de un duque.
Odiaba a su padre de una forma visceral.
El único rayo de luz de ese día había sido encontrarse con la deliciosa señorita Beasley.
Salió del banco con el ánimo por los suelos y sin saber dónde ir o qué hacer.
—¡Milord! — Garrison se giró de repente y la miró con una ceja alzada.
—¿Acaso estaba esperándome? — le preguntó bastante nervioso.
—¿Sería inapropiado decir que sí? — le dedicó otra de sus sonrisas y él no pudo menos que
reír.
—Sí, sería del todo inapropiado — le dijo divertido — pero tremendamente estimulante.
Fue delicioso verla bajo ese sol templado de mayo.
Era preciosa, con unos ojos que le hipnotizaban, un rostro lleno de expresión y unos labios que
cada vez le parecían más y más deseables, así como toda ella en realidad.
Y le gustó aún más cuando le vio fruncir el ceño y mirar a su alrededor.
—¿Qué relación deberíamos tener para poder ir a algún sitio tranquilo y tener una
conversación? — le preguntó nerviosa.
A Garrison se le paró el corazón.
La miró de nuevo e intentó ver algún signo de vacilación, o peor aún, de descaro. Algo que le
diese una pista sobre qué era exactamente lo que ella le estaba preguntando. Pero sólo podía ver
esos magníficos ojos azul claro y esa piel nacarada.
—Matrimonio.
—¿Cómo dice? — le preguntó escandalizada.
—Querida mía — le dijo amablemente — para que usted y yo podamos estar a solas en un
sitio cerrado — miró a su alrededor para asegurarse de que no podían oírles, aun así, bajó la voz
— deberíamos estar casados.
—¡Oh! — la vio darse aire en la cara que se le había enrojecido furiosamente y sonrió.
Le encantaba provocarla y coquetear descaradamente con ella para ver todas esas reacciones
que eran sinceras, lo que más odiaba de las damas inglesas era que a veces parecían de cartón.
Incluso en una ocasión le había dicho a una debutante en su primera temporada algo de lo más
escandaloso y lo único que consiguió fue una mirada altanera y un ligerísimo fruncimiento de los
labios, pero tan leve, que de no haber estado mirado, se lo habría perdido.
Para él era todas de cartón.
Pero no ella. La encantadora y deliciosa señorita Beasley era todo lo contrario y despertaba en
él mucho más que una lujuria difícil de controlar.
—Yo… — le cogió la mano cuando empezó a titubear.
—No se aflija, mi querida señorita Beasley — le besó los nudillos enguantados mirándola a
los ojos — no era una proposición — le guiñó un ojo pero ella aún le miraba escandalizada y
maldito fuera si no deseaba escandalizarla aún más — pero si en su residencia tiene personal
discreto, podría pasar a verla esta tarde.
Durante al menos dos minutos enteros Raychel estuvo convencida de que iba a desmayarse,
jamás le había ocurrido nada igual, pero en cuanto él dijo que podría visitarla en su casa, ella notó
que esa sensación que tenía cuando pensaba en él había aumentado y ahora apenas podía pensar.
Él en su casa.
No le entraba suficiente aire en los pulmones. Tenía que ser eso, seguramente había
desarrollado algún tipo de enfermedad pulmonar que iba a matarla en los próximos cinco
segundos aproximadamente pensó, con las mejillas ardiendo y sin poder apartar la vista de él.
—¿Le parecería bien? — Garrison se estaba ahogando en esos ojos.
Al principio le había parecido una completa locura el acercamiento de ella, pero en cuanto
pronunció esas palabras que pretendían ser una burla velada, se dio cuenta de lo mucho que
deseaba tenerla para él solo.
Nunca se había enredado con una joven de buena cuna y aunque la señorita Beasley no entraba
exactamente en esa categoría, sí que le debía un cierto respeto y recato, pero no podía evitarlo,
ella le fundía todo el sentido común. No tenía la más mínima idea de lo que quería hablar con él y
no le importaba lo más mínimo.
Sólo quería estar con ella. A solas.
Ya encontraría él un tema de conversación.
—Sí — pronunció delicadamente pero sin perder el valor.
Y él supo que su presa estaba más que lista para ser cazada.
***
Raychel se había cambiado cuatro veces de vestido y por mucho que le repatease la idea,
apenas había podido comer ante la expectativa de estar a solas con el conde.
Cuando se le ocurrió la idea le pareció un mero ejercicio intelectual. Un hombre lo
suficientemente arrogante y seguro de si mismo como para no tener prejuicios en discutir con ella
sobre un montón de muy variados temas.
El hecho de que fuese endemoniadamente guapo, atractivo y viril, era un añadido. Ella tenía
veinticinco años, pero había perdido la inocencia hacía mucho, no en primera persona, pues jamás
había estado con un hombre, pero sí que había visto más de lo que hubiese querido en las fábricas.
—¿Nerviosa? — Casie entró en su habitación con una enorme sonrisa en los labios — ¡oh!
Estás espléndida — se sentó en la cama de su hermana y la miró — ese color te sienta realmente
bien.
Raychel se miró de nuevo en el espejo. Llevaba un vestido de tarde de color azul grisáceo con
decoraciones plateadas en la falda y el corpiño y con volantes azul cobalto en la parte trasera de
la falda.
Se puso los zapatos mientras intentaba que su corazón no saliese de su cuerpo.
—Así que un futuro duque… — volvió a intentar hablar con ella, aunque sabía que cuando
estaba nerviosa o preocupada, Raychel prefería mantener silencio.
—Casie… — le advirtió — no pienses cosas raras, sólo es una visita intelectual.
—¡Claro que sí! — rió divertida — siempre es mejor que no sepan que están en el punto de
mira — Raychel la fulminó con la mirada.
—No hay ningún punto de mira — farfulló sentándose a su lado — Casie… yo… — cogió aire
y apoyó la cabeza en el hombro de su hermana pequeña — yo sólo… — lo intentó de nuevo, pero
las palabras seguían sin salir.
—Quieres tener un contacto real con el mundo de mamá.
Y entonces, cuando Casie lo dijo en voz alta, ella la miró a los ojos y sonrió.
Por supuesto que sí. Su hermana siempre sabía en lo que pensaba antes que ella misma y
¡Dios! ¡cuánto la quería por ello! Era su hermana, su mejor amiga y el pilar que la mantenía firme
y decidida.
—Te quiero mucho Casie — le dijo en un susurro.
—Y yo te quiero a ti — le cogió de las manos — ¿sabes? Mamá era hija de un vizconde, pero
también era nuestra madre y ella se enamoró de papá — encogió un hombro — ¿por qué no puede
un conde enamorarse de ti?
—Porque soy todo lo que él aborrece.
Y quizá eso lo hacía todo peor. Porque lo había sabido desde el mismo momento en el que sus
miradas se cruzaron. Sí, había tensión, una muy específica, entre ellos. Pero ella siempre supo lo
que él pensaba de su familia y no le importaba, realmente no, porque ella vivía en el mundo real,
no en el mundo lleno de corazones y sonrisas de su hermana.
Llevaba dirigiendo un imperio empresarial casi diez años, sabía cómo funcionaba el mundo y
sabía lo que su padre le había contado en los innumerables días que ella había pasado con él
aprendiendo a dirigir sus negocios.
Su padre siempre decía: “tus abuelos amaban a mamá —su sonrisa siempre se entristecía en
este punto— de verdad que la amaban con todo su corazón —solía encoger un hombro— pero
amaban mucho más y de una forma más intensa su posición en la sociedad londinense, a veces
creo que ni siquiera se daban cuenta de que Londres no es más que una ciudad de un gran
país”.
Y con el tiempo, ella había llegado a comprender.
Cada vez que su madre bailaba con su padre, brillaba, era increíbles verles juntos y cada vez
que una de las muchas cartas que ella les escribía a sus padres eran devueltas, una profunda
tristeza se apoderaba de su mirada durante días. Hasta que un día, su madre dejó de escribir.
Y ella comenzó a hacer preguntas.
No a su madre por supuesto, eso la habría llenado de congoja y no quería eso, pero sí a su
padre, a los abogados y en definitiva, a todo aquél que tenía un ligero conocimiento sobre la
estricta alta sociedad británica.
—Deberías terminar de prepararte — le dijo Casie sonriendo — tu conde llegará en pocos
minutos.
—No es mi conde — protestó.
—Mmmm — la miró entrecerrando los ojos — la dama protesta demasiado.
Salió rápidamente de la habitación y cerró de golpe, aun así, pudo escuchar perfectamente el
potente grito de su hermana mayor: “¡no soy una dama!”.
Cerró los ojos y rezó.
En los últimos meses en América, había empezado a ver un lado de Raychel que no le gustaba
lo más mínimo, por eso la había convencido de que había llegado la hora de partir a Inglaterra a
participar en la temporada social.
A ella le importaba muy poco casarse con un noble o no, sabía que su madre le perdonaría no
cumplir sus deseos, pero no soportaría que Raychel se convirtiera en una extraña para ella. En
América no tenía futuro, todos sabían quienes eran exactamente y nadie veía nada aparte de
cantidades ingentes de dinero.
Por no hablar de que los últimos que se habían acercado a Raychel lo habían hecho sólo para
demostrar que podían domar a la fiera reina del metal. Era terrible que conociesen a su hermana
por ese horroroso apodo. Ella no era una fiera, sólo tenía las cosas muy claras y tenía un profundo
sentido del deber y protegía a su familia a toda costa.
Eso no era malo, porque además, tenía un corazón tan grande como todo el continente
americano. Cuando amaba, lo hacía sin reservas y sin esconderse ni protegerse.
Raychel era la cabeza de familia, absurdamente responsable, decidida, directa, sincera y cabal
y ella era la soñadora romántica e impredecible. Pero por una vez, sólo una, quería que Raychel
hiciese algo impredecible, porque tenía la sensación de que si seguía siendo la mujer perfecta a la
que todos temían o intentaban derribar, alguien terminaría consiguiéndolo.
Y eso la asustaba, la asustaba muchísimo.
***
Cuando Raychel bajó a la sala de visitas a primera hora de la tarde, no había esperado lo que
allí se encontró.
El ambiente era demasiado abrumador y era más que evidente que estaba sobrecargado. La
sala era muy grande, ¡pero por el amor de Dios!, pensó, allí había al menos quince personas. Y
estaba segura de que a todos les había conocido la noche anterior.
—¡Vaya! — exclamó haciendo notar su presencia — qué… inesperado.
—Señorita Beasly — uno de los caballeros con los que había bailado la noche antes se acercó
con paso firme y le cogió la mano, le besó los nudillos y se entretuvo más de la cuenta — cada vez
que la veo está más hermosa — le sonrió y ella sabía que era una sonrisa preparada para seducir,
el problema es que ella era inmune a ese tipo de sonrisas.
—Gracias — le miró a los ojos pero se abstuvo de sonreír como sería lo apropiado, después
le despachó con un gesto y miró al resto de los presentes — si hubiera música, esto podría ser una
fiesta.
—En cuanto usted ha entrado por la puerta, los ángeles han comenzado a cantar — otro se
levantó con demasiado ímpetu y le cogió la mano — ¿no oye la música?
—¡Por Dios! — exclamó una voz grave, Raychel se tensó de la cabeza a los pies — no seas
cursi Happletown.
—Que tú desconozcas cualquier tipo de encanto no es motivo suficiente como para que me
hables en ese tono — el hombre que aún sujetaba la mano de Raychel se enfureció — mi título es
igual de antiguo que el tuyo.
Raychel cerró los ojos y negó con la cabeza. ¿En serio? ¿es que acaso estaban en un concurso
de a ver quién tenía el título más…. Grande? Los hombres eran todos idiotas.
—Y ahora demuestras tu inteligencia — Garrison se acercó y tiró de la mano de Raychel,
después le besó los nudillos sin mirarla a los ojos y se encaró con el otro conde — no pienso
medir mi… — hizo una pausa y sonrió, a Raychel se le escapó todo el aire de los pulmones —
título — lo pronunció con retintín — con el tuyo — entonces tiró de la mano de ella y ahora sí que
la miró a los ojos — lamento el retraso mi querida señorita Beasley — volvió a besarla en los
nudillos y sonrió cuando la vio sonrojarse — ¿vamos?
Y así con esa sencilla pregunta, Raychel sintió que todo su mundo se tambaleaba. Jamás había
sentido nada parecido.
—Por supuesto — sonrió al ver que le había sorprendido — en realidad sólo vine para
decirle a mi tía que usted estaba al llegar para llevarnos a mi hermana y a mí a dar un paseo.
La sonrisa de él se hizo más ancha.
—Pero… — otro de los pretendientes se acercó a ellos — hemos venido a verla, señorita
Beasley — le dijo confuso.
—En ese caso, le aconsejo que me pregunte primero, no soy de las que se quedan en casa
esperando que alguien quiera verlas — le dijo mirándole a los ojos, ese hombre tenía algo que a
ella le ponía la piel de gallina y no en el buen sentido.
Y con esa frase, les dejó a todos con la boca abierta. Garrison incluido. Poco después
empezaron las murmuraciones, pero ella sólo tenía ojos para el conde que aún le sujetaba la mano.
Pocos minutos después, las dos hermanas, una doncella y el conde, salían por la puerta en
dirección al enorme carruaje que les esperaba.
—¿Siempre se desplaza en este armatroste? — le preguntó Raychel.
—Cuando voy a ir a pasear con dos hermanas y su doncella, sí — la ayudó a subir la última y
cuando pasó por su lado le susurró al oído — si quiere pasear a solas, tendrá que ser en algo
más… privado.
Raychel se sonrojó con fuerza y subió torpemente al carruaje. Su hermana le dirigió una
mirada ceñuda, pero ella negó con la cabeza, no iba a hablar del conde con ella y menos aún
delante de terceras personas a la que apenas conocía y en la que no confiaba.
Garrison se subió al pescante y él mismo condujo el carruaje. Todo el mundo creía que lo
hacía para presumir, pues no era fácil manejar un coche tan grande, pero la verdad es que lo hacía
porque no tenía ni una sola libra para pagarle a un chófer.
Arreó a los caballos y estos comenzaron a trotar.
—¿Dónde nos lleva? — le preguntó Casie en un susurro a su hermana — mandó que me
entregaran una nota — se la pasó con disimulo.
Raychel no tardó en abrirla, inexplicablemente tenía el corazón acelerado.
“Mi querida señorita Cassandra (me he tomado la libertad de tutearla), he planeado una
salida con su hermana y la necesito a usted y a una doncella discreta para proteger su honor
ante la sociedad. Le suplico que colabore conmigo.
Atentamente,
A. W.”
Se sorprendió a si misma sonriendo, ella se había inventado lo del paseo y le provocaba una
sensación extraña en el estómago darse cuenta de que el conde había pensado lo mismo que ella.
Le gustaba mucho el hecho de que él no presumiera continuamente del título. La noche anterior
había conocido a decenas de caballeros que cada dos por tres intentaban impresionarla con sus
títulos, el vizconde no se qué, el barón no se cuánto, el marqués de tal… ella había dejado de
prestar atención a los diez segundos de que un enjambre de caballeros la rodease.
Se sentía ridícula siendo el centro de todas esas atenciones.
CAPITULO 4

Apenas dos horas más tarde, el carruaje entraba en un camino de tierra que conducía hacia una
pequeña y acogedora cabaña.
Garrison detuvo a los caballos en la puerta, saltó al suelo y se apresuró para abrir la puerta a
las damas.
—¿Dónde estamos? — le preguntó Casie.
—En una de mis propiedades — respondió tendiéndole la mano a Raychel — un lugar discreto
y lejos de los oídos curiosos.
Raychel sonrió.
—He ordenado que nos preparen un picnic — les indicó él — si son tan amables de
seguirme…
Pero mientras hablaba, colocó la mano de Raychel en su codo y la acercó a él.
Comenzaron a caminar por el sendero y apenas unos metros más al sur, había todo un
despliegue de originalidad.
Dos enormes mantas estaban extendidas en el suelo y sobre ellas, platos cubiertos, copas boca
abajo y dos cubiteras de plata con botellas dentro.
Indicó a la doncella un lugar algo más apartado junto a una pareja algo mayor que estaban
sentados en una mesa jugando una partida de ajedrez. No se perdió el brillo en los ojos de la
menor de las mujeres.
—Ellos — señalando al matrimonio — fueron mis cuidadores cuando era niño, tuvieron una
enorme desgracia y perdieron su casa, por eso ahora viven aquí, se encargan de que la cabaña no
se derrumbe.
Casie le alabó el comportamiento tan cristiano, pero Raychel se mantuvo en silencio. Algo
estaba cambiando dentro de ella y no estaba muy segura de sentirse plenamente cómoda al
respecto.
—Bien, asumo que ustedes dos se lo cuentan todo — prosiguió el conde, ambas hermanas
asintieron — mejor, porque si tuviéramos que deshacernos de usted — le dijo a Casie — su
hermana quedaría completamente arruinada y ambos estaríamos ante un cura en menos de dos días.
—¡Qué barbaridad! — exclamó Raychel.
—Puede — él se encogió de hombros — pero a las damas hay que cuidarlas y respetarlas y el
sólo hecho de que estén aquí conmigo, ya les ha puesto una diana en la espalda — las miró a los
ojos — ¿quieren empeorar más la situación?
Las hermanas negaron con la cabeza.
—Bien — les sirvió una copa de vino a cada una — en ese caso, dígame señorita Beasley, ¿de
qué quería hablar conmigo?
Él había hecho todo tipo de conjeturas y no había conseguido sacar nada en claro. Era más que
evidente que todos los solteros de Londres que necesitaban casarse —y no eran pocos— tenían la
intención de seducir a cualquiera de las dos hermanas.
Los rumores decían que ellas querían comprar un marido a cambio de una cantidad indecente
de dinero y que después, volverían a América para seguir enriqueciéndose con el metal.
Evidentemente, ningún caballero que se preciase de querer mantener su libertad se había
quedado apartado. Ese era el sueño de la mayoría de los tiburones que acechaban en los salones
de baile.
—Quiero que me enseñe su mundo.
Y esas palabras eran las últimas que él había imaginado escuchar.
E inexplicablemente, esas palabras parecían una señal para la idea que su amigo Leonard
había plantado en su mente antes del baile y que poco a poco había ido echando raíces.
Observó a Raychel detenidamente.
No era la dama de buena cuna con la que había soñado casarse algún día, pero era preciosa,
tenía un cuerpo estilizado, unos labios más que deseables y una mirada que le provocaba tirones
en la ingle de lo más incómodo si no podía pasar de mirarla, claro. En caso contrario, una de esas
seductoras miradas sería más que bienvenida.
Su educación era lo que más le preocupaba, pues no habían tenido tiempo para charlar lo
suficiente como para hacerse una idea, pero no obstante, tenía que ser inteligente, él no terminaba
de creerse que ella sola manejase su imperio, pero sabía que las americanas tenían un extraño
sentido del orgullo que él no tenía la más mínima intención de comprender.
Seguramente sería su tío quien se encargase de todo, pero ella tenía que ser lo suficientemente
lista como para engañar a todo el mundo. Y bueno, la inteligencia, era inteligencia después de
todo.
Los modales tenían que ser pulidos, pero tampoco desentonaba demasiado ya que se le
permitían esas pequeñas extravagancias al ser extranjera.
Sopesó todas las opciones mientras la miraba fijamente.
Ninguna matrona le permitiría acercarse a su hija, eso lo sabía desde hacía años, la misma
Raychel le había dicho la noche antes que le habían advertido en su contra. Y si no le
consideraban apropiado ni siquiera para alguien rica como Creso pero plebeya… bueno, el tema
no podía estar más claro.
Raychel empezaba a sentirse incómoda. Ese hombre no dejaba de mirarla fijamente sin decir
ni una sola palabra y por un momento pensó que quizá la había malinterpretado, la extraña
sensación que tenía en el estómago empezaba a intensificarse, pero cuando estaba a punto de
decirle algo más, él frunció los labios y cogió aire, de modo que ella simplemente esperó.
—Mi querida Cassandra — dijo el conde — el señor Thronwell — señaló al hombre mayor
— es un excelente jugador de ajedrez y me pareció que usted al menos sentía curiosidad — ella
sonrió con picardía — seguiremos estando a la vista, pero necesitamos hablar completamente a
solas.
—Me gusta usted lord Eastburn — le dijo Casie poniéndose en pie.
Cuando estuvo lo suficientemente lejos, el conde se giró y miró a Raychel.
—Se ha ido demasiado fácilmente, ¿no le parece?
Ella se encogió de hombros y le miró.
—Sé cuidarme sola y ella confía en mi buen juicio.
Ahora era él el que sonreía. Esa mujer pensaba que podría defenderse en caso de que él
decidiera seducirla. Qué interesante, algo imposible por supuesto, pero interesante.
—¿Qué es eso que tenemos que hablar a solas? — le preguntó impaciente.
—Quiero proponerle un trato — ella se enderezó y le prestó toda su atención — ustedes
quieren entrar en mi mundo — Raychel asintió — bien, ¿qué le parece hacerlo como la condesa de
Eastburn y futura duquesa de Hawley?
La joven se atragantó con el vino y comenzó a toser mientras se ponía completamente
colorada. ¡Dios bendito! El aire no le llegaba a los pulmones y juraría que iba a desmayarse.
—¿Se encuentra bien? — Garrison le dio unas palmaditas en la espalda y la sujetó por los
hombros para mirarla a los ojos.
—¿Se ha vuelto loco? — le preguntó con la voz aún ronca por el acceso de tos.
—Puede — se encogió de hombros — mire, voy a serle totalmente franco — ella dejó la copa
de vino y entrelazó los dedos sobre el regazo — sé que poseen una cantidad ingente de dinero y
eso les ha abierto las puertas de par en par de la alta sociedad, pero son quienes son, su madre
deshonró a su familia y a sus creencias al fugarse con un plebeyo — notó como ella se iba
enfureciendo y le cogió las manos entre las suyas — no pretendo faltarle al respeto a su madre,
sólo le expongo los hechos — sus ojos se habían helado y tenía tan tensas las mandíbulas que él
supo que estaba rechinando los dientes — el caso es que es así como lo ve cualquier noble.
—No estoy de acuerdo, hoy había al menos quince hombres en mi casa, no sé muy bien cómo
funciona esto del cortejo inglés, pero estoy segura de que alguno me habría propuesto matrimonio.
—Por supuesto que lo harían, seguramente los quince.
Ella alzó las cejas como diciendo: “¿lo ve?”, el sonrió condescendiente.
—Lo que usted no sabe es que de entre esos quince, no hay ni un sólo caballero al que se le
pueda llamar así, la mayoría tienen tantas deudas de juego que en cualquier momento se
convertirán en un escándalo.
Raychel se ofendió por su insinuación y aunque sabía que bien podría ser cierto, le molestaba
que la considerase tan estúpida como para no darse cuenta de que él era el peor de todos.
—¿Acaso me está diciendo que usted no tiene deudas? — sus ojos se enfriaron aún más y
Garrison notó que se estaba endureciendo — porque anoche le dije claramente que sabía que
estaba arruinado.
Mmm, pensó, le encantaría derretir todo ese hielo. Se centró en la conversación y eliminó las
eróticas imágenes que inundaron su mente.
—Por supuesto que no — le dijo serio — soy muchas cosas, señorita Beasley, pero no soy un
mentiroso, yo tengo más deudas que nadie en Inglaterra — ella alzó las cejas de nuevo y él
prosiguió — pero mis deudas son heredadas por mi padre, no creadas por mí — le aseguró — no
soy un jugador excéntrico y no mantengo a ninguna amante, no soy dado a la bebida y si bien es
cierto que mi aspecto es fuerte, no suelo usar esa violencia contra los indefensos.
—¿Y contra quién la usa? — eso le hizo sonreír de medio lado.
—Practico mucho deporte — le explicó — boxeo, esgrima, natación, equitación — le enumeró
— lo que quiero decirle — prosiguió — es que sí, toda su dote se consumirá en pagar las deudas,
pero usted ganará ser condesa y una futura duquesa y si bien es cierto que yo no estoy nada bien
considerado, mi madre sí que lo está y mi padre también, es un desastre como padre, pero como
duque fue uno excepcional.
—Lo dice en serio… — musitó Raychel.
—Completamente.
***
A Raychel le daba vueltas la cabeza, miró la copa de vino y vio que sólo había bebido un par
de tragos, de modo que no podía ser por eso, tenía que ser sin duda alguna, por el hombre que
estaba frente a ella.
Respiró hondo y miró a su alrededor.
—¿Cuándo quiere que le de una respuesta?
Eso le provocó un escalofrío a él. ¿Acaso ella ambicionaba algo más? Pobre muchacha, de
repente sintió lástima por ella. Estaba convencida de que podría tener un partido mejor que él.
—Mire — le dijo armándose de paciencia — durante los tres próximos días tengo que
ocuparme de varios asuntos extremadamente urgentes, pero dentro de cuatro días iré a visitarla y
daremos un paseo por Hyde Park y seguiremos hablando de todo esto, ¿le parece?
Sólo pudo asentir.
Se sentía extrañamente confusa y agitada, nerviosa y feliz, temerosa y expectante… jamás en
toda su vida se había sentido así.
Entonces el conde se puso en pie y fue a buscar a su hermana para que pudiesen disfrutar del
picnic en una muy agradable conversación.
Y eso fue lo que hicieron durante la siguiente hora, hasta que él miró el reloj y frunció el ceño.
—Debo llevarlas de regreso a su casa antes de que anochezca — las informó — seguramente
querrán tiempo para prepararse para el evento al que estén invitadas esta noche.
—¿Usted también acudirá? — le preguntó Casie adelantándose a su hermana — nosotras
iremos al baile que ofrece la vizcondesa Lyndon.
Garrison tuvo que hacer un enorme esfuerzo para que las emociones que le corroían no le
delatasen, sabía que lo había conseguido cuando ninguna de las hermanas hizo comentario alguno.
—Me temo que su familia y la mía hace tiempo que se enemistaron — les explicó — y como
le dije a su encantadora hermana, estaré muy ocupado los próximos tres días.
—Entiendo — murmuró Raychel — entonces será mejor que nos vayamos.
Todos se pusieron en pie y comenzaron a recoger el picnic que ciertamente estaba delicioso.
El conde había recuperado el control de sí mismo aunque Raychel se había percatado de que algo
le ocurría con la vizcondesa Lyndon, pues por un segundo, su expresión se volvió… furiosa. Pero
duró tan poco que aunque ella hubiese querido comentar algo, no le hubiese dado tiempo.
De nuevo en el carruaje, cómodamente instaladas en los asientos y con el conde manejando las
riendas, Raychel le hizo un gesto a su hermana para que mantuviese silencio. Si bien la doncella
no había dicho ni una palabra, su mirada se había vuelto más afilada y la miraba de reojo. Algo
que no le gustaba ni lo más mínimo.
Una vez que llegaron a Beasley House, Garrison se bajó de un salto y ayudó a bajar a las
damas, se despidió de ellas con una sonrisa cortés y prometiéndole a Raychel que dentro de cuatro
días, volvería para llevarla a pasear por el parque.
—Piense en lo que hemos hablado — le dijo al oído discretamente.
Ella le miró a los ojos y vio todo un mar de emociones ahogándose en ellos.
Esa americana desesperada por tener un título era su única opción de casarse y tener hijos y
por mucho que le molestase la idea de que no fuese de alta cuna, él siempre había querido tener
una familia. Odiaba a su padre con todas sus fuerzas, pero su madre y sus hermanas eran los
pilares de su vida y él las quería con toda su alma.
Muchas veces, antes de comprender el verdadero estado de su propia vida, se había imaginado
a si mismo casándose con una hermosa rosa inglesa, teniendo varios hijos y disfrutando de las
temporadas de sus hermanas siendo ya un hombre totalmente respetable.
Incluso se había fijado en una debutante que era más osada que las demás y no había tenido
reparos en hacerle comprender que accedería a ser la futura duquesa Hawley.
Pero antes de que él decidiese dar el último paso, la locura de su padre se hizo más que
evidente y todo su mundo se tambaleó, tuvo que renunciar a seguir cortejando a la dama que ahora
era la condesa Swafford y ya no se molestaba en despreciarle cuando se cruzaban.
Una vez que todas se metieron en casa, se subió de nuevo al carruaje y se dirigió a la
residencia familiar, allí cambiaría el enorme coche por uno de sus caballos y se dirigiría a uno de
sus clubes de caballeros, había conseguido que el banco le diese otros dos días para encontrar el
dinero cuando mencionó que era conocido de las Beasley.
Se sentía ofendido por el hecho de que el banco le diese crédito por tener contacto con unas
mujeres que no pertenecían a su clase social, pero también aliviado porque aunque le mataría
hacerlo, bien era capaz de pisotear su propio orgullo con tal de salvar a su madre y a sus
hermanas.
Y como se había pasado toda su juventud aprendiendo de los mejores, era más que capaz de
limpiar los bolsillos de aquellos que se creían superiores a él y por un momento lleno de malicia,
deseó que Happletown fuese una de sus víctimas. Tenía serios problemas económicos, pero aún
podría sacarle mil libras por lo menos.
Y el siguiente con el que quería enfrentarse era con el Honorable Arnold Applesby, hijo del
vizconde Thursdale. Él no tenía nada para perder, pero su padre sí que tenía hondos bolsillos y él
les despreciaba lo suficiente como para retarles a una partida de cartas.
***
Dos días más tarde, las hermanas se reían de algún chiste que les había contado uno de los
muchos caballeros que las rodeaba cuando Garrison llegó al baile de la marquesa Hyers.
Él había acudido acompañando a su madre, pues la marquesa y ella eran grandes amigas y su
madre se lo había pedido con los ojos empañados. Había muy pocos eventos a los que ella
quisiera ir y él no se atrevía a dejarla en casa.
Cada salida era un riesgo para ella, porque Garrison sabía que había ciertos miembros de la
sociedad que se morían de ganas de contarle a la duquesa lo depravado que eran padre e hijo.
Y se sorprendió a sí mismo cuando nada más franquear las puertas, su cuello se había estirado
buscando el colorido cabello de la americana y, se sorprendió más aún, cuando sus pies le
llevaron ante el concurrido grupo de dandys.
—Buenas noches — imprimió en su voz todo el tono ducal del que fue capaz y sonrió cuando
varios jóvenes se apartaron, apretó la mano de su madre para que le siguiera y se colocó frente a
Raychel — de haber sabido que estaría aquí, habría llegado antes.
—Lo bueno, milord — respondió ella divertida — es que ya ha llegado.
Le hacía sentir extraño, pero el brillo de desafío que adornaba sus palabras era como un manto
rojo frente a una bestia para él y al igual que el toro, se veía incapaz de ignorarlo.
—Así es — le guiñó un ojo divertido y sonrió cuando se sonrojó — me gustaría presentarle a
mi madre, la duquesa de Hawley — se giró a su madre — mamá, ellas son las señoritas Beasley,
las nietas del vizconde Brassguell.
—Es todo un placer conocerlas — la mujer sonrió llena de encanto — lady Hyers me ha
comentado que estaba pletórica cuando aceptaron ustedes la invitación.
—Le aseguro excelencia, que fue todo un honor — respondió Raychel — su gracia es sin
duda, una mujer a la que hay que conocer.
Lo dijo como un cumplido y todos se lo tomaron como tal expresando la buena disposición de
las jóvenes.
—Además — continuó Raychel — me ha contado algunas cosas de mi madre que desconocía y
eso siempre es de agradecer.
—Es terrible perder a una madre — la duquesa frunció el ceño — pero esa no es una
conversación para una noche de fiesta, ¿no le parece?
—Creo que tiene razón, excelencia.
Garrison observó a la americana y le agradó que tratase con tanto respeto a su madre, hasta
ese mismo instante, no se dio cuenta de que no concluiría el plan de casarse con ella si no trataba
a su madre con el debido respeto.
Raychel había superado la prueba y lo había hecho con nota.
—Permítame decirle excelencia — la joven seguía hablando — que su vestido le sienta a las
mil maravillas — Garrison sonrió al ver a su madre azorada, hacía mucho que no la veía así y se
le calentó un poco el corazón — sin duda alguna, nadie en este salón tiene tanta elegancia como
usted.
—Es muy amable — la mujer se sonrojó y Raychel se sintió cómoda con ella, esa mujer le
hacía pensar en su propia madre y a diferencia de casi todos los aristócratas a los que había
conocido, su mirada aún era limpia y noble.
—Espero — intervino Garrison — que me haya reservado un baile.
Raychel sonrió y él tuvo la sensación de que habían encendido muchas más lámparas de
repente.
—Pues no es el caso milord — sonrió llena de picardía — pero aún no tengo el carnet de
baile lleno.
Él entrecerró los ojos y extendió su mano, cuando ella le entregó el pequeño librito y el lápiz,
hojeó las páginas y los nombres y sonrió al ver que el último vals de la noche lo tenía libre.
Escribió su nombre llenando toda la página y se lo entregó sin dejar de mirarla a los ojos.
Se ató de nuevo la cinta a la muñeca y sonrió.
—Si me disculpan — miró por encima del hombro de la duquesa — me parece que vienen a
buscarme.
Garrison se giró y sonrió lleno de satisfacción al ver a Happletown dirigirse hacia ellos. Él
aún no le había visto.
—Mi querida señorita Beasley — le tendió la mano y después miró a su alrededor, se quedó
helado cuando vio al conde, entrecerró los ojos y le apuntó con el dedo — ¡tú! — entonces se fijó
en la duquesa — da gracias a que su excelencia está delante y te protege — escupió las palabras
con rabia.
—No necesito a mi madre para protegerme de nada — soltó la mano de esta y se cruzó de
brazos en una actitud más que desafiante — si tienes algo que decir, dilo.
Le oyó murmurar una serie de palabras y entonces sonrió con superioridad cuando vio cómo se
rendía.
—Vamos — le dijo a Raychel pero esta le miró con los ojos entrecerrados.
—¿Cómo dice?
—He dicho que vamos — le cogió la mano y empezó a tirar de ella, Raychel se soltó de un
fuerte tirón.
—Me parece que no — Happletown se giró a mirarla con los ojos encendidos, quizá no podía
con Eastburn, pero por Dios que podría con esa americana.
—Me prometiste el baile y hay que mantener las promesas — la miró de arriba abajo y apretó
los dientes.
Raychel se sintió tan ofendida que actuó sin pensar.
Su mano se movió por iniciativa propia y antes de que pudiese detenerse, le había abofeteado
delante de más de veinte personas.
—No vuelva a hablarme en ese tono — le dijo mortalmente seria y fulminándole con la mirada
— y si vuelve a tocarme, le juro por Dios que le arranco el brazo.
Los gritos de sorpresa y las murmuraciones acompañadas de miradas despectivas no tardaron
en incrementar.
Raychel lo veía todo rojo. Estaba más que acostumbrada a tratar con despreciables como el
hombre que tenía ante ella, pero jamás se había sentido tan insultada. Miró a su alrededor y
comprobó que todos y cada uno de ellos pensaba lo mismo que el conde al que acababa de
rechazar. Ella jamás sería parte de ese mundo, no importaba que tuviese más dinero que la mitad
de los invitados juntos. Lo único que importaba era que su padre era un plebeyo.
Llena de ira y frustración se giró a Eastburn y le miró a los ojos con la pregunta impresa en
ellos. Y vio el momento exacto en el que él la comprendió.
—¿Está segura? — le preguntó y ella asintió — bien, como quiera — miró a su madre y le
sonrió — disfruta de este momento mamá.
La duquesa le miró llena de asombro y un extraño sentimiento de orgullo que él no terminaba
de comprender. Y no quería pensar demasiado en ello tampoco.
Era horrible como ese joven había tratado a una dama tan encantadora como la señorita
Beasley y cuando se miraron a los ojos, su corazón se agitó ante la idea de que él hiciese algo
escandaloso y que seguramente sería lo mejor que le habría pasado alguna vez, la determinación
de ella le gustó aún más.
Garrison agarró por la chaqueta al conde Happletown y le enterró el puño disimuladamente en
el estómago, sonrió lleno de arrogancia cuando le oyó exhalar todo el aire de sus pulmones.
Entonces inclinó la cabeza para hablarle al oído.
—Vuelve a hablarle así o a tocarla y las cuatro mil libras que perdiste hace dos noches no
serán nada en comparación de lo que te haré — le sintió estremecerse — te será muy difícil
encontrar una esposa rica con los dos brazos amputados — entonces le miró a los ojos — y alguna
otra parte menos visible de tu anatomía correrá la misma suerte.
Se quedó lívido y Garrison le soltó de golpe, después se giró y cogió la mano de Raychel que
respiraba con fuerza, sus ojos aún llenos de ira y furia helada, parecía una valkirya. Se llevó los
dedos a los labios y la besó, entonces ella le miró a él y la ira desapareció para dar paso a las
dudas.
Pero ahora ya era tarde. Ya no había tiempo ni para dudas ni para detener lo que ambos habían
empezado.
—¿Me acompañas? — la vio asentir levemente y sonrió.
La guió por el salón hasta que se encontraron con la marquesa Hyers, tras susurrarle unas
palabras en el oído, la mujer le miró con los ojos llenos de alegría y eso le conmocionó, sabía que
era la única amiga leal de su madre, pero hasta ese momento no se había dado cuenta de que a él
también le apreciaba.
CAPITULO 5

Raychel había observado a la mujer, cuando se acercaron a ella la vio bajar la mirada hasta
percatarse de que el conde la llevaba de la mano, sus ojos se habían abierto por la sorpresa y
después se llevó una mano a la boca y otra al pecho mientras el conde, con su imponente altura
bajaba la cabeza para poder hablarle al oído.
La marquesa primero había abierto los ojos desmesuradamente y después, contrariamente a lo
que ella pensó que haría, miró al joven llena de regocijo y alegría. Eso era lo que ella no
terminaba de entender, muchos eran los que se habían esforzado para recriminarle las atenciones
que le permitía a Eastburn, pero había algunas damas de mucho peso social, que sonreían
aprobadoras, no le habían dicho nada abiertamente, pero tampoco perdían la oportunidad de
demostrarle que ellas sí que apoyaban a Garrison.
Estaba viviendo esos momentos como si no se tratase de ella misma. Había sido tal la furia y
el desprecio que vio en los ojos del joven conde que algo dentro de ella se rebeló con fuerza.
De repente era como si volviese a tener diecisiete años y todos se pusieran en su contra por
querer seguir los pasos de su padre.
Y se sintió como lo había hecho en aquella ocasión. Con la sangre hirviendo en sus venas y
cada onza de su cuerpo clamando desatar su ira y su venganza contra aquellos que se sentían
superiores a ella.
Las palabras del conde que estaba a su lado se filtraron en su mente: “¿Qué le parece entrar
en la sociedad como condesa de Eastburn y futura duquesa de Hawley?”. Y todo se iluminó de
repente.
Lo haría, por Dios que lo haría. Se casaría con ese hombre al que no conocía y les demostraría
a esos petimetres pomposos y arrogantes que jamás había existido una condesa y futura duquesa
como ella, no importaba que no terminase de comprender exactamente lo que significaban esos
títulos, pero como se llamaba Raychel Beasley que lograría que todos bajasen la mirada al verla.
Entonces le miró y él comprendió y por extraño que pareciese, ella supo que de todos, el
conde de Eastburn sería el único hombre que se creía con sangre azul al que respetaba. Ella tenía
lo que él necesitaba y él le daría lo que necesitaba para humillar a la sociedad inglesa.
Se trataba de un trato comercial, ni más ni menos. Y ella era de las mejores en ese terreno,
sólo se sentía ligeramente inquieta ante la súbita atracción que sintió en cuanto le miró. Si se
casaban, podrían intimar y Dios sabía que ella estaba impaciente por descubrir porqué hombres y
mujeres lo arriesgaban todo por ese tipo de intimidad.
—¡Oh querida! — la marquesa le cogió las manos y sonrió — ¡no sabe la alegría que me
acaba de dar! — miró a Garrison y después de nuevo a ella — será usted una magnífica condesa.
Asintió con soberbia porque ella pensaba lo mismo.
—Haremos el anuncio ahora mismo — le soltó las manos y miró al conde — voy a detener la
música, acompáñame — la miró a ella — no se aleje querida — sonrió y aplaudió feliz — ¡qué
alegría!
Garrison le apretó el codo sutilmente y cuando ella le miró, se agachó para hablarle al oído.
—Bienvenida a tu nueva vida, mi querida condesa — después, lleno de arrogancia, la besó en
la mejilla — ya no hay vuelta atrás.
Y antes de que ella pudiese responder, él se alejó con grandes zancadas mientras ella le
observaba. Puede que esos arrogantes no le tuviesen en gran estima pensó Raychel, pero todos se
apartaban para dejarle pasar.
Sonrió.
Mejor casarse con un semental salvaje que con un potrillo asustado. Puede que no viviera una
legendaria historia de amor como era el deseo de su madre, pero por lo menos había atracción y
respeto por ambas partes. Y tenía entendido que eso era muchísimo más de lo que tenían la
inmensa mayoría de los matrimonios.
En ese momento la música dejó de sonar y se oyó el característico sonido de una cucharilla
golpeando un fino cristal.
La sala enmudeció y todos se giraron hacia la tarima donde lady Hyers les pedía a los
asistentes que le prestasen atención.
El corazón se le disparó en el pecho y comenzaron a temblarle las piernas, pero antes de que
cometiese una estupidez como salir corriendo, la delicada mano de Casie le cogió la suya y
cuando la miró a los ojos, sonrió.
—¿Estás segura? — le susurró al oído — no estás haciendo esto por ese estúpido, ¿verdad?
—No del todo — le dijo con sinceridad — jamás nos aceptarán Casie — murmuró — aunque
nos vistamos con lingotes de oro, jamás nos tendrán en cuenta de verdad.
La mirada de su hermana pequeña se llenó de pesar y tristeza. Ella la abrazó con fuerza.
—Casie, todo está bien — sonrió con picardía — puede que no acepten a Raychel Beasley,
pero aceptarán a la condesa de Eastburn y futura duquesa de Hawley — sus miradas se enlazaron
en un momento único entre hermanas — por Dios que lo harán.
La más joven suspiró pero se mantuvo en silencio. Conocía a la perfección a su hermana y
sabía que esa determinación fue lo que la impulsó a enfrentarse a los administradores de la
empresa de su padre manteniéndose a la cabeza.
Y ahora iba a hacer exactamente lo mismo con la sociedad británica.
Y nadie podría convencerla de lo contrario.
—Señoras y señores — se oyó la voz de la marquesa — es para mí un enorme placer y
privilegio anunciar un compromiso — se oyeron murmullos y silbidos cuando Garrison subió a su
lado — mi querido Eastburn ha hecho una proposición que ha sido aceptada — entonces se giró y
le miró a los ojos — te deseo toda la felicidad del mundo.
Garrison sonrió lleno de cariño por esa mujer.
—Bien, tal y como nuestra encantadora anfitriona ha dicho, acabo de comprometerme en
matrimonio con la que es, sin duda alguna, la sensación de la temporada — entonces clavó sus
ojos en ella — acércate querida — Raychel se sonrojó con fuerza pero caminó firmemente hasta
él, los murmullos aumentaron y las exclamaciones ahogadas de las damas la ofendieron —
efectivamente, la señorita Beasley ha aceptado ser mi esposa.
Se oyeron unos pocos aplausos en mitad del salón y Garrison sonrió al ver a su madre llena de
emoción aplaudiendo con fuerza, después fue seguida por Casie, la hermana de Raychel, después
por algunas de las damas con más peso de la sociedad, incluida lady Fowley, la actual encargada
de aceptar a damas y caballeros en Almack’s. Eso le sorprendió, pero decidió que ya se
cuestionaría los apoyos más tarde.
Poco a poco, los aplausos se extendieron y salvo algunos caballeros —los cuales claramente
habían visto truncados sus planes— todo el mundo terminó elogiando al futuro matrimonio.
El conde cogió las manos de Raychel y le besó los nudillos, después le pasó un brazo por los
hombros y la acercó a él.
—¡Les presento a la próxima condesa de Eastburn y futura duquesa de Hawley! — gritó con
una extraña sensación de orgullo que le sorprendió.
Los vítores, los silbidos y las felicitaciones no tardaron en hacerse esperar y él, en un arrebato
de emoción por la situación, la estrechó entre sus brazos y la besó en los labios.
Y el mundo se detuvo.
***
Ella nunca había sido besada.
Nunca se había permitido ni la más mínima distracción por parte de los muchos caballeros que
la perseguían en América, no porque no sintiese curiosidad o porque no estuviese preparada, sino
porque sabía que si alentaba a alguno, se echarían sobre ella como leones deseando demostrar
quién estaba al mando.
Por no hablar de que todos, absolutamente todos, deseaban ponerse al frente de todas las
empresas de su padre.
Sin embargo en ese segundo que duró el beso con el conde, ni una sola de esas ideas le pasó
por la mente.
Sólo podía sentir un abrumador calor extendiéndose por ella.
Una imperiosa necesidad de hacer algo más, de acercarse más a él y de llegar a alguna parte,
aunque no tenía ni la más mínima idea de a dónde.
Entonces, él rompió el contacto y el mundo se tambaleó bajo sus pies.
—Tendremos un buen matrimonio — le aseguró él y ella tardó en comprender.
Poco después ambos estaban rodeados por cientos de personas que hablaban con ellos y que
les felicitaban, pero Raychel sólo podía pensar en lo extraña que se había sentido cuando él
aseveró que tendrían un bien matrimonio.
Odiaba que los demás supieran algo que ella desconocía.
¿Cómo había podido saberlo sólo con un beso? ¿por qué estaba tan seguro? ¿y por qué se
mostraba tan estúpidamente orgulloso? Los hombres le palmeaban la espalda y él sonreía lleno de
arrogancia.
Era desesperante ver lo satisfecho que se sentía consigo mismo. Y no sabía por qué eso la
molestaba tanto. Ella misma era muy consciente de que sólo les unía un trato comercial, pero por
un momento se sentía como si fuese una novilla a la que le hubiesen echado el lazo en un rodeo.
Y odiaba sentirse así.
Estaba a punto de decir algo al respecto cuando la duquesa, la madre de su futuro marido, se
acercó a ella con una sonrisa tan sincera que se sintió humilde. Y tampoco le gustaba sentirse así.
—¡Oh! — la estrechó entre sus brazos — ¿me permites tutearte? — Raychel asintió con un
gesto — ¡qué alegría me das! De verdad que no te haces una idea — la miró a los ojos — serás
una magnífica condesa y duquesa, pero lo que de verdad me hace feliz es que sé que serás la
mejor esposa del mundo, sé que harás feliz a mi hijo y eso es todo lo que desea una madre —
entonces se sonrojó ligeramente — espero estar a la altura de poder llamarte hija.
—Estoy más que convencida de que así será.
La sonrisa de la duquesa brilló y Raychel supo que aunque tuviese en contra a cada inglés de
ese país, la mujer que aún la tenía entre sus brazos, siempre estaría de su parte. Y eso le gustó.
La duquesa la soltó y abrazó a su hijo.
—No sabes lo feliz que me ha hecho tu decisión — enmarcó su cara con las manos y le miró a
los ojos — serás un buen marido para ella — y él supo que era una advertencia y una petición al
mismo tiempo — me alegro muchísimo por ti.
Él la abrazó con fuerza.
No era apropiado que esos actos de afecto fuesen en público, pero a él hacía mucho tiempo
que eso había dejado de importarle, quería a su madre por encima de cualquier otra persona y
jamás en toda su vida se negaría la oportunidad de demostrárselo.
Casie se acercó a ellos y abrazó a su hermana con fuerza, no hicieron falta palabras entre
ellas, sólo con mirarse a los ojos podían darse discursos enteros.
Pero cuando la pequeña de las hermanas se dirigió al conde, lo hizo con toda la formalidad del
mundo.
—Se lleva usted a la mujer más importante de mi vida — Garrison le prestó toda su atención
— le deseo toda la felicidad del mundo.
La miró a los ojos y comprendió lo que ella quería decir aunque no lo había dicho, en esas
pocas palabras ella le había pedido respeto y protección para su hermana, le había pedido
paciencia y ternura. No estaba seguro de como lo sabía, pero si tuviera una sola libra para
apostar, se lo jugaría todo.
—Se lo prometo — y ella comprendió, se admiró él, la vio exhalar con un profundo alivio y
eso le hizo sentir extrañamente bien.
Poco después empezaron a sonar las primeras notas de un vals y Garrison centró toda su
atención en su novia. Le cogió la mano y le besó los nudillos con galantería.
—¿Me concedes este baile? — ella sonrió tan inocente que el tirón de su ingle aumentó, la
atrajo a sus brazos y la llevó hasta la pista de baile.
Se mantuvieron en silencio durante los primeros acordes, pero él veía la necesidad que tenía
ella de decir algo, lo que fuese, en realidad se había mantenido extrañamente silenciosa desde que
habían hecho público el anuncio y eso no terminaba de convencerle.
—Imagino que tienes cientos de preguntas — le dijo sin perderse una sola expresión.
—Sí — suspiró — pero creo que la única que importa es, ¿por qué?
—Porque tú necesitas mis títulos y sabes que yo necesito tu dinero — se le ensombreció la
mirada y aunque no le gustaba la idea, bien podían aclarar todo el asunto — ambos sabemos que
esto no va de un amor irracional, yo quiero salvar a mi familia de la vergüenza de la bancarrota y
tú quieres demostrarnos a todos que puedes ser quien quieras, ¿me equivoco?
Se sentía como si estuviese al borde de un abismo, ¿tan transparente era que él no había
tardado en calarla?
Negó ligeramente con la cabeza.
—Bien, supongo que ahora llega la pregunta más comprometida — ella abrió los ojos por
completo y durante un segundo, él se quedó sin aire — empezaré yo para que no te sientas tan
intimidada — dijo tras carraspear para recuperar las riendas de la conversación — creo que eres
preciosa y me siento atraído por ti, lo cuál nos vendrá muy bien para engendrar a nuestros hijos —
Raychel abrió los labios y por un momento a él se le vino una imagen concreta de dónde quería
esos labios, volvió a carraspear con fuerza — no te impondré un número específico, pero sería
bueno que fuesen como mínimo dos.
A ella le costaba respirar. Si bien se movía perfectamente compenetrada con él, le costaba
respirar. No obstante, tenía que decir algo, no podía quedarse callada por completo.
—¿Te resulto atractivo? — le preguntó a bocajarro y ella se tropezó.
Afortunadamente él la cogió casi al vuelo y nadie se percató de que de pronto parecía que se
había olvidado de los pasos de baile.
—Vamos Raychel — le susurró al oído disfrutando de provocarla — sí o no, es muy sencillo
— la oyó coger aire profundamente — si la respuesta es que sí, ambos disfrutaremos más de
nuestra relación carnal.
—¡Oh! — exclamó ella.
No sabía por qué, pero se sentía estúpidamente posesivo y orgulloso de ser el que desatara la
pasión que esa americana tenía en el cuerpo. En muchas ocasiones había pensado que las
auténticas damas inglesas no eran capaces de sentir lujuria, deseo y pasión descontrolada. Le
venía bien que Raychel no fuera una auténtica dama.
Estaba más que convencido de que ella satisfaría todos sus instintos básicos y sabía sin duda
alguna, que él satisfaría los de ella.
***
Los días siguientes fueron un caos para las hermanas Beasley. Su casa se llenó de visitas, de
consejos y de invitaciones, montones de invitaciones a todo tipo de fiestas y eventos.
Afortunadamente para Raychel, Garrison iba a verla casi todos los días y cuando veía la cara
de agobio de ella, inventaba alguna excusa o compromiso y las sacaba a ella y a Casie de aquella
casa. Por el contrario, Josephine estaba más que encantada de recibir a toda la nobleza inglesa en
nombre de ellas. Y por las noches, mientras cenaban las tres juntas, su tía les contaba todo tipo de
anécdotas que las hacía reír a carcajadas.
Para las hermanas, los paseos con el conde eran un soplo de aire fresco y estaban realmente
agradecidas. Pero para Garrison era mucho más.
Ahora que toda Inglaterra sabía que estaba prometido con la reina del metal como la llamaban
en los clubes de caballeros, sus deudas se habían quedado congeladas. Nadie le exigía dinero de
forma apremiante y en el banco habían dejado de amenazarle, es más, ahora casi le trataban con
respeto. Muy débilmente, eso sí, pero mucho mejor que el desprecio que mostraban con él hacía
apenas unos días.
Había logrado salvar la residencia familiar del desahucio, dado que en los dos días que el
banco le había dado de plazo, se dedicó a desfalcar a todos esos jóvenes caballeros que
presumían de sus vidas. Sin duda, sería una lección que no tardarían en aprender y él se sentía
como un hermano mayor al ser quien se las enseñara.
En total, jugando a las cartas había conseguido casi quince mil libras, pagó las deudas más
apremiantes, el sueldo de los criados incluidos y con lo que le sobró, les compró un par de
vestidos a su madre y a sus hermanas, vestidos con los que deslumbrarían a la alta sociedad en su
boda.
Se sentía curiosamente bien cuando pensaba en ello. Raychel no era una dama inglesa, carecía
de la sangre noble y de los refinamientos sociales, pero a cambio era una mujer muy despierta,
divertida e inteligente.
Durante los paseos habían conversado acerca de todo tipo de temas y se había sorprendido al
saber que ambas hermanas hablaban varios idiomas además de ser muy aventajadas cada una en
una materia, Raychel tenía una capacidad impresionante con los números y Casie era una
entusiasta del arte.
Se sorprendió a si mismo sonriendo al recordar el paseo de la tarde anterior. Raychel y él
habían terminado discutiendo sobre los últimos movimientos económicos planteados por el
Parlamento, él aún no ocupaba su escaño porque su padre seguía vivo, no obstante, sí que estaba
al corriente de lo que ocurría allí dentro, era parte de su responsabilidad como heredero de un
ducado, pero el hecho de que ella estuviese también al corriente le había parecido bastante…
Le costaba encontrar un adjetivo.
Raychel no era una mujer como las demás y si bien él seguía sintiendo un cada vez mayor
deseo por ella, cuando se paraba a pensar en cómo vivía la vida, él se sentía molesto con ella. Sí,
disfrutaba mucho de sus debates filosóficos y de sus controvertidas opiniones sobre los adelantos
científicos, pero en cuanto tocaban el tema económico, ambos se enfadaban.
Pero claro, como novios que eran, no permanecían mucho tiempo así y rápidamente
encontraban otros temas de conversación más ligeros.
Sin embargo esa mañana, Garrison estaba allí con un propósito, tenía que cerrar algunos temas
con Raychel y quería dejarlo todo atado y bien atado.
Como siempre, llamó a la puerta y sonrió cuando Whiters, el mayordomo de la familia le dejó
pasar. Educadamente le informó de que la familia estaba reunida en la sala de visitas y que de
forma excepcional, estaban solas.
Sonrió. Era más que evidente que el buen hombre estaba cansado de tanta visita.
Caminó con paso firme hasta la salita y entró sin anunciarse, hacía dos días que Raychel le
había concedido ese privilegio aduciendo que era una tontería tanta pompa entre ellos cuando
estaban prometidos y él lo había aceptado de buen grado, al menos cuando entraba y se encontraba
a esos tontos enamorados que aún perseguían a su novia, podía dejarles con la boca abierta
acercándose a ella y rodeándole la cintura para acercarla a él y besarla cariñosamente en la
mejilla.
La primera vez que lo hizo, Raychel enrojeció tan violentamente que él tuvo que reprimir
todos sus instintos para no seguir provocándola. Y para no seguir provocando al resto de los
caballeros que aún la pretendían.
A él ciertamente no le importaba porque las cosas estaban más que claras entre ambos, sin
embargo la tarde anterior, cuando entró, se encontró a un caballero ciertamente mucho más
insistente que el resto y a Raychel propinándole un tortazo de proporciones épicas.
En ningún momento había llegado a pensar que ella miraría a otro hombre, pero ¿qué pasaría
si lo hacía?
Le había dado vueltas al tema en su cabeza durante toda la noche, por eso ese día, en vez de ir
por la tarde como acostumbraba, había decidido ir a verla por la mañana. Cuando antes fijasen
una fecha y antes cerrasen todo lo relativo a la boda, mucho mejor.
Sin embargo todos sus planes se frustraron cuando en la salita sólo se encontraban Josephine,
la tía de las hermanas y Casie.
—¡Oh! ¡qué alegría verle milord! — Josephine había pulido sus modales de forma excelente,
pensó Garrison.
—El placer es todo mío — respondió mirando la estancia.
Era un lugar realmente elegante y refinado, las paredes estaban decoradas con frescos de
escenas bucólicas y los muebles eran de una excelente calidad, así como las tapicerías y las
delicadas cortinas que estaban recogidas con abrazaderas doradas. Una amplia y exhuberante
alfombra persa le daba calidez al conjunto.
—¿Dónde está Raychel? — preguntó a Casie y esta palideció, lo que inmediatamente le puso
nervioso, muy, muy nervioso.
—Tenía asuntos de los que ocuparse — respondió Josephine.
—¿Cómo dice? — se acercó un par de pasos más a la mujer y esta palideció como su sobrina,
el corazón le dio un vuelco en el pecho — ¿dónde está?
—Mire, lord Eastburn — Josephine se puso en pie — mi querida sobrina dirige un
conglomerado de empresas y tiene mucho trabajo, debido a todo lo que ha supuesto el anuncio de
su compromiso con usted, ya no puede dedicarle muchas horas, por lo que todas las mañanas se
encarga de sus propios asuntos.
Le estaban gastando una broma, pensó lúgubremente Garrison. Tenía que ser una broma,
porque él no concebía que aún mantuvieran la mascarada sobre las supuestas ocupaciones de
Raychel.
—Voy a preguntarlo por última vez — le dijo a Casie mirándola a los ojos — ¿dónde está?
Ella se encogió ante su escrutinio pero le mantuvo la mirada y era esa actitud desafiante la que
le ponía nervioso de esas mujeres.
—¡Habla! — le exigió.
Las señoras exclamaron con expresiones ofendidas, pero Casie se puso en pie y le miró a los
ojos.
—Mi hermana — recalcó la palabra hermana — tiene una familia a la que cuidar y proteger y
por mucho que usted sea su prometido, no puede controlar su vida.
—¡Por el amor de Dios! — bramó el conde — ¡exijo saber dónde está!
CAPITULO 6

Garrison Clyford Benjamin Christopher Wheatcraft no estaba acostumbrado a tener que repetir
las cosas y mucho menos a que dos mujeres se enfrentasen a él. Pero lo que realmente le estaba
destrozando los nervios era que su mente se había llenado de imágenes de su prometida en
actitudes muy poco decorosas en lugares que una señorita jamás debería conocer.
Él había acudido a ver a su novia con la intención de dejar zanjados todos los detalles de la
boda, incluido el tema del contrato matrimonial. Y no era capaz de explicar cómo se sentía al
saber que ella no le había estado esperando.
Apretó los dientes y miró de nuevo a la que sería su cuñada.
—Casie, por última vez — apretó el bastón que aún llevaba en la mano — ¿dónde está?
—No pienso decirlo — la terca mujer se cruzó de brazos y le miró desafiante — si mi
hermana quiere contarte lo que hace, es asunto suyo, pero si no te lo ha dicho, tendrá sus motivos y
yo ante todo, le soy leal a ella.
—¿Eres consciente de que seremos familia? — la retó, sus ojos se abrieron.
—Sí, pero en este momento no me cae muy bien milord.
Esa fue la gota que colmó el vaso.
Garrison las miró y comprendió, no sin poco asombro e incredulidad, que esas dos mujeres
eran las únicas de toda Inglaterra que no le temían. Y no le gustó lo más mínimo esa sensación.
—O me decís por las buenas dónde está — les dijo — o cancelo la boda ahora mismo.
Casie ahogó una exclamación y Josephine se tapó la boca.
—Por lo que a mí respecta, mi prometida podría estar haciendo algo comprometido y bien
sabe Dios que necesito vuestro dinero, pero no ofreceré mi apellido a las sobras de otro hombre.
Esta vez las femeninas exclamaciones fueron de auténtico horror.
—No te mereces a mi hermana — Casie le miró llena de desprecio, pero él se encogió de
hombros.
—Es lo que hay.
—Muy bien — terció la joven — cancela la boda — le retó — ambos sabemos que tú
perderías mucho más que ella.
—¿Estás segura? — alzó una ceja y la miró — si el libertino más réprobo de Londres y
además arruinado, cancela la boda con la reina del metal, ¿quién aceptará algo más… digamos
serio, con ella?
Casie explotó. Se acercó a él como una furia y le abofeteó.
—Eres un cabrón — le siseó.
Poco después salió de la salita y tanto su tía como él la oyeron maldecir varias veces mientras
subía por las escaleras en dirección a sus habitaciones.
—Usted no lo haría, ¿verdad? — Josephine era mil veces más manejable que esas dos
insufribles hermanas, él se limitó a alzar una ceja — Casie tiene razón, no se la merece — le dijo
a media voz — no obstante, debe ser Raychel quien tome la decisión sobre su vida — le miró con
desprecio y no poca desilusión — mi sobrina está en Saint Albans — la mujer se alisó la falda —
ahora, fuera de mi casa.
A Garrison le faltó tiempo para subirse en su montura y cabalgar hasta su casa, allí cogería su
carruaje e iría en busca de su prometida y pobre de ella como la pillase haciendo algo indebido.
Se había sentido ingrávido cuando escuchó dónde estaba Raychel.
Saint Albans era el nuevo centro empresarial de Londres, a poco más de tres horas a caballo,
esa zona era de las más peligrosas de Inglaterra, Garrison incluso había oído decir que los
asesinatos y las violaciones estaban a la orden del día y que nadie hacía nada.
Apretó el paso de su caballo sin importarle si atropellaba a alguien por el camino. Se le
estaba helando la sangre en las venas. ¿Qué haría si alguien violaba a Raychel?
Era muy extraño, pensó. Tenía la sangre helada, quizá ese fuese el motivo por el que su
espalda se estaba llenando de sudor frío.
Llegó a sus caballerizas, saltó de la montura y él mismo enganchó los dos caballos que tirarían
del carruaje, se subió al pescante y les atizó con fuerza para que salieran despedidos.
Todo lo que él podía ver era el esbelto cuerpo de Raychel tirado en la calle, en una mala
postura y con evidentes signos de violencia.
El aire no le llegaba a los pulmones.
¿Por qué diablos habría ido allí? Se preguntó jurándose a sí mismo que en cuanto la encontrase
y se asegurase de que seguía intacta, él mismo le daría la paliza de su vida. No sólo era
increíblemente estúpido por su parte aventurarse ella sola en semejante lugar, sino que una futura
condesa no pintaba nada relacionándose con plebeyos.
En cuanto esa palabra llenó su mente, las imágenes pasaron a ser menos violentas y mortales
para Raychel pero mucho más dañinas para él. ¿Y si todo formaba parte de algún tipo de broma
cruel? A fin de cuentas, la madre de ella se había fugado con un americano teniendo la
oportunidad de haberse convertido en marquesa.
¿Quién en su sano juicio haría algo así?
Él sabía de al menos cuatro muchachas a las que sus padres habían casado con apenas
dieciséis años con hombres que les triplicaban la edad, sólo por el hecho de que ellos poseían
fabulosos títulos y bolsillos profundos.
En particular, una amiga de su hermana Grace, se había casado con su marido, un marqués de
casi cincuenta años el mismo día que cumplía los dieciséis. Grace había estado desolada y todo
empeoró más cuando el hombre decidió que su esposa no necesitaba tener amigas que aún eran
niñas irresponsables.
A él le asqueaba la idea de casarse con una niña de esa edad, pero en el caso de Katelinn
Hayton, la madre de su prometida, todo había sido diferente. Por lo que él sabía, ella había
disfrutado de dos temporadas y tenía en la mesa la propuesta de dos condes y un marqués y eso a
la edad de veintidós años, no obstante, la mujer se había fugado con el padre de las chicas y se
habían casado en Gretna Green para después huir a América.
¿Y si sus hijas eran iguales a ella? Él sería el futuro duque a no tardar. ¿Qué pasaba si Raychel
sólo le estaba utilizando?
Una corriente fría le atravesó hasta congelarle los huesos.
Bueno, si ese era el caso, ella no tardaría mucho en darse cuenta de que él no era como el
viejo vizconde Brasguell, Garrison le enseñaría el concepto de lealtad aunque fuese lo último que
hiciese.
***
Raychel estaba fascinada por lo que veía.
Le había costado muchísimo esfuerzo concertar una cita con el propietario de esa fábrica textil
en la que estaba en esos momentos.
Comprendía la terquedad del hombre para vender, ella misma procedía de una familia de
trabajadores con mucha ambición, pero ese hombre ya no podía seguir al frente de la empresa
debido a su débil estado de salud y su avanzada edad, por lo que sus abogados habían averiguado,
había tenido tres hijos, pero ninguno de ellos estaba mínimamente interesado en la fábrica.
A lo largo del paseo por las instalaciones, el señor Fisherman, le había contado que su hijo
mayor trabajaba como secretario de un importante hombre de estado francés mientras que sus dos
hijos más pequeños se habían ido a América para enriquecerse y que ninguno de ellos planeaba
volver a Inglaterra porque todos se habían establecido en sus respectivos hogares.
Sin embargo, y volviendo a la fábrica, Raychel estaba impresionada.
Casi le parecía un milagro que ese hombre no estuviese arruinado. La fábrica era enorme y
tenía más de cuarenta máquinas de vapor que si bien eran impresionantes, no dejaba de ser
tecnología de hacía más de cuarenta años, Raychel podría jurar que el telar frente al que se
encontraban era la primera variación del original inventado por Edmund Cartwright.
También habían visitado la zona de tratamiento de tejidos, donde se recibían los pedidos de
tejidos naturales —esa fábrica sólo se dedicaba al algodón y la lana— y allí, en un espacio
relativamente amplio, unas cincuenta mujeres se dedicaban a separar prácticamente a mano las
impurezas para dejar las fibras listas para el telar.
A ella, que era una entusiasta de las nuevas tecnologías, le parecía muy triste que algunos
hombres se negasen en redondo a aceptar los cambios. Eso sólo traía miseria a sus trabajadores y
a ellos mismos.
No obstante, desde que decidió establecerse en Inglaterra para cumplir con el sueño de su
madre de casarse con un noble, les había pedido a sus abogados que investigasen las fábricas de
los alrededores de Londres.
Sus fábricas americanas funcionaban prácticamente solas bajo la supervisión de su tío Michael
y ella no soportaba el tedio que suponía fingir que llevaba la casa cuando tenía doncellas, lacayos
y demás sirvientes trabajando para ella. El ocio no era algo que le llamara la atención.
Y había sido una gran noticia cuando hacía unas semanas, sus abogados le habían notificado
que esa fábrica de Saint Albans estaba a punto de desaparecer y que sus más de cien empleados
perderían sus trabajos.
Le había costado mucho que el dueño accediese a reunirse con ella, era de los que pensaban
que una mujer no tenía cabeza para los negocios y mucho menos para enfrentarse al reto de llevar
una fábrica. Pero lo había logrado, le había convencido para que accediera a enseñarle la fábrica
y en los primeros quince minutos le había convencido de que sabía exactamente de lo que hablaba,
al hombre casi se le salen los ojos de las cuencas cuando ella le habló de derechos laborales, de
días festivos y de atención médica para los trabajadores.
Pero ahora, tres horas después de conocerle, sabía que le tenía casi en el bote. Y estaba
pletórica por ello.
Por primera vez desde que desembarcaron en Inglaterra, Raychel sentía la emoción de levantar
un negocio desde cero. Ella conocía el mundo del metal, por algo todos la llamaban la reina del
metal, pero ahora que estaba en un nuevo país, quería empezar en una industria que no tuviera
nada que ver y se dijo a si misma que se centraría en la primera oportunidad que se le presentase.
Al parecer, sería la industria textil.
Lo cual era fantástico porque le daba la oportunidad de volver a retarse a si misma, de probar
nuevos límites y de ver hasta donde era capaz de llegar.
Sonrió encantada con su propia vida.
—Tengo entendido que se va a casar usted con el futuro duque de Hawley — Raychel frunció
el ceño, era la primera pregunta personal que el hombre le hacía, no se sentía cómoda, pero
asintió porque no tenía sentido negar algo que había sido portada en los principales periódicos y
revistas del país — ¿y cómo se toma él esa vena plebeya suya?
Raychel estuvo a punto de mentir descaradamente. Y si se estuviese enfrentando a accionistas,
encargados o socios comerciales, lo habría hecho sin dudarlo.
Pero estaba hablando con un hombre al que respetaba, no compartía su idea de negocio, pero
ella respetaba el trabajo.
—Si le soy sincera, no lo sé — se encogió de hombros — aún no estoy muy familiarizada con
la idea de la nobleza sobre las fábricas — le miró fijamente — pero sí sé como soy y lo que
quiero en la vida — se giró para mirar a su alrededor — y quiero esta fábrica, quiero
modernizarla y quiero mejorar las condiciones laborales de los empleados — volvió a mirar al
hombre.
—¿Así que quiere ser la reina del metal en América y la reina del algodón en Inglaterra?
Sonrió. A Raychel le gustaban mucho las personas inteligentes y aprendía todo lo que podía de
la experiencia de los mayores.
—Ser reina es algo bueno — le guiñó un ojo coqueta — aunque sea sólo de materiales de
construcción o de fabricación de ropa.
El hombre se echó a reír como hacía tiempo que no lo hacía.
—Me gusta usted señorita Beasley, me gusta mucho — entonces suspiró y miró hacia el techo
— ¿me permitiría visitar la fábrica de vez en cuando?
Tenía ganas de saltar y reír. ¡Sí! ¡le había convencido! Y se sentía pletórica y muy satisfecha
de sí misma.
—No solo se lo permitiría — le dijo con sinceridad — me gustaría que usted supervisara el
proceso de modernización de las máquinas y los cursos de aprendizaje de los empleados, estoy
segura de que lo disfrutaría mucho.
—A los perros viejos no les gusta aprender trucos nuevos — protestó el hombre, pero sonrió
— bien, imagino que ha traído el contrato de compra venta.
Y así, con esa sencilla declaración, Raychel comprendió lo vacía que se había sentido hasta
ese día.
La expectativa de tener un marido era fantástica porque así cumpliría con los deseos de su
madre, pero ella quería algo más. Y ahora lo tenía.
***
Lo primero que le sorprendió a Garrison al llegar a Saint Albans era que en contra de lo que
pensaba, no era el infierno en la tierra. No había cadáveres en las calles ni se oían gritos
angustiosos.
Más bien todo lo contrario.
Había grandes fábricas de todo tipo y aunque era cierto que olía a componentes químicos y el
aire no era del todo limpio, sí que lo era el aspecto de lo que le rodeaba. Las fábricas tenían
pequeños jardines frente a los edificios y había hombres y mujeres que entraban de forma
ordenada a los distintos edificios.
Las calles estaban perfectamente adoquinadas y había farolas de gas repartidas por doquier.
Garrison frunció el ceño.
¿Se habría equivocado de Saint Albans? Aunque que él supiese, no había otra localidad con el
mismo nombre.
Se bajó del carruaje y se dirigió con paso presto a un grupo de hombres que parecían casi tan
bien vestidos como él mismo. Quizá el cielo le hubiese mandado un regalo y aquellos hombres
fuesen también nobles, aunque deberían ser de la baja nobleza o burgueses, porque él estaba
seguro de conocer a todas las familias importantes.
—Disculpen caballeros — les interpeló con amabilidad — estoy buscando a una persona,
quizá alguno de ustedes podría indicarme cómo proceder.
—Pues dependerá de la persona a la que busque, por supuesto — respondió uno de los
hombres — si es un trabajador, tendría que saber por lo menos en qué tipo de fábrica trabaja —
cuando Garrison negó con la cabeza, el hombre se rascó la barba perfectamente recortada —
¿entonces se trata de un inversor o de un socio?
—Algo por el estilo — murmuró.
—¿Y en qué tipo de fábrica se encuentra? — le preguntó otro de los hombres.
Él pensó rápidamente en una respuesta que claramente desconocía, pero bueno, Raychel era la
reina del metal. Un escalofrío le recorrió al imaginársela como propietaria de otra endemoniada
fábrica metalúrgica.
—Creo que podría estar en una fábrica metalúrgica — les indicó — ¿saben cuántas hay de ese
tipo?
Observó que los tres caballeros se miraban unos a otros mientras pensaban la respuesta, su
impaciencia crecía a pasos agigantados, pero sabía que si les presionaba, no conseguiría una
respuesta que le ayudase realmente a encontrarla.
—Pues si no me equivoco — dijo el primer hombre que había hablado — creo que hay tres en
la zona.
Bueno, tres fábricas no le parecían demasiadas para buscar a su novia, lo que le alimentó las
esperanzas de encontrarla rápido, después la sacaría de allí y tendrían la madre de todas las
discusiones, porque sabía a ciencia cierta que Raychel no aceptaría sus recriminaciones. Si la
dulce Casie le había abofeteado, se imaginaba que la fiera de su hermana mayor, haría algo mucho
más creativo.
Estaba a punto de pedirles las indicaciones para llegar a las fábricas en cuestión, cuando por
el rabillo del ojo divisó un color que desentonaba totalmente con el resto. Todas las personas que
había visto, vestían de colores oscuros y si bien había visto algún cuello alto de color blanco o
crema, las prendas exteriores eran negras, marrones o grises.
Pero al fondo de una de las calles laterales desde su posición, algo se movía en un muy
atractivo color turquesa. Y a punto estuvo de gritar.
¿Pero con qué clase de mujer iba a casarse?
Había que ser muy corta de entendederas para ir vestida de esa forma a un lugar donde
claramente desentonaría.
—Les agradezco su tiempo caballeros — se despidió de los hombres con los que había estado
hablando y se subió al carruaje, lo último que le faltaba sería salir corriendo como un vulgar
ratero al que pillan intentando sisar una cartera.
Azuzó a los caballos y entrecerró los ojos a medida que se acercaban. Pero los abrió
desafiante cuando Raychel escuchó el ruido de los cascos de los caballos sobre los adoquines y le
miró con la boca abierta.
Llegó hasta donde estaba y se enfureció al verla rodeada de al menos cinco hombres, lo único
que la salvó de ponerla sobre sus rodillas en ese mismo instante, era que también había dos
doncellas con ella.
—¡Hola! — le dijo ella claramente nerviosa — ¿qué haces aquí?
Se bajó del pescante de un salto y se acercó al grupo.
—Buenos días señores — les dijo a todos pero sin dejar de mirarla a ella — y buenos días a
ti también.
Raychel se tensó de la cabeza a los pies. De repente tenía el impulso más que urgente de salir
corriendo. Garrison la miraba con los ojos llenos de rabia e ira mal contenida.
—Muy buenos días — le dijo un hombre mayor que se atrevió a tenderle la mano, él se limitó
a mirarle alzando una ceja — ¿quién es usted?
El conde apretó los dientes con fuerza.
—El conde Eastburn y futuro duque de Hawley — dijo remarcando cada una de las palabras.
—¡Oh! — exclamó el hombre que rápidamente dejó caer la mano — es todo un honor
conocerle excelencia, tiene usted una prometida encantadora y muy lista.
No se molestó en contestar, sólo le dirigió una fría mirada que le hizo encogerse.
Raychel se enfureció. Odiaba a los de su clase que se imponían sólo porque tenían un título, en
su opinión, el señor Fisherman, el recién ex dueño de la fábrica textil, tenía mucho más de lo que
sentirse orgulloso que un hombre que solo tenía que mantenerse con vida en medio de cojines de
seda y cuidados.
—Te presento al señor Fisherman — intervino Raychel clavando su helada mirada en él —
acabo de comprarle la fábrica — le anunció con rebeldía.
Si iban a tener una discusión y a juzgar por la expresión de su prometido así iba a ser, más le
valía contárselo todo, así sólo tendría que aguantar sus aires de superioridad una sola vez. La
verdad era que no se sentía capaz de aguantar una charla machista y egocéntrica por parte de él,
pero de tener que pasar por ello, mejor sacarlo todo de un solo golpe.
—¿Cómo has dicho? — la miró tan fijamente que se oyeron algunos carraspeos detrás de ella.
Garrison vio como casi todos los hombres se habían estremecido y las mujeres también, todas
menos la suya. Ella por supuesto que no le tenía el más mínimo miedo ni el más mínimo respeto.
Allí estaba, erguida frente a él con la mirada helada en el rostro y desafiándole en público.
—Milord — intervino el hombre que parecía tener una complexión más fuerte — soy uno de
los abogados de la señorita Beasley — se presentó — quizá deberían tener esta conversación en
un lugar más apropiado — él le fulminó con la mirada y le vio encogerse.
—¿Acaso me está diciendo lo que tengo que hacer? — le preguntó con tal soberbia que
Raychel bufó.
CAPITULO 7

Bueno, había llegado a su límite, pensó la joven llena de ira.


Detestaba a los matones y desde luego no pensaba permitirle a ese conde pomposo que
ofendiese a sus abogados o al encantador señor Fisherman.
De modo que dio un paso al frente y se colocó frente al conde, le miró a los ojos cuando este
se dignó a mirarla y se puso las manos en las caderas.
—Que conste que me importa muy poco montar una escena aquí — siseó y él comprendió que
lo decía totalmente en serio — si quieres que hablemos de esto, vale, pero lo haremos esta tarde
en mi casa y sin tonterías de dominación.
—¿Dominación? — le preguntó arqueando una ceja.
—Sí — respondió desafiante — deja de lanzar esas miradas de superioridad a todo el mundo
y de actuar como si fueses alguna especie de Dios supremo.
—Sube al carruaje — le ordenó cortando su discurso — ahora.
Ella alzó ambas cejas y se cruzó de brazos, después sonrió.
—¿O qué? — le preguntó totalmente enfurecida y ella tendía a ser altamente irónica cuando se
enfadaba.
—No querrás descubrirlo — la cogió del brazo pero ella se soltó de un tirón y un extraño giro.
—Vuelve a tocarme y te rompo el brazo — le amenazó — vete a casa, hablaremos esta tarde
sobre las seis en mi casa siempre y cuando te comportes de una forma mucho más razonable.
—Soy tu marido — le siseó apenas a pocos centímetros de su cara.
—Aún no — le oyó gruñir pero poco le importaba — y si sigues con esta actitud, te prometo
que no lo serás jamás.
Se le paró el corazón. De verdad podía sentir que el estúpido órgano se negaba a seguir
funcionando.
¿Sería capaz de hacer algo así? ¿Acaso no comprendía qué era lo que estaba en juego? Pero
sin embargo y por mucho que le estuviese escociendo la situación, él no podía permitir que ella se
saliese con la suya, ¡por el amor de Dios! ¡sólo era una mujer y él un futuro duque! ¡él era el único
que daba las órdenes!
La cogió del brazo, esta vez con más fuerza y la separó del grupo arrastrándola por la calle.
Cuando estuvo convencido de que si mantenía la voz controlada, no podrían oírle la miró a la
cara.
—¿Quieres romper el compromiso? — gruñó — perfecto, pero entonces ya puedes coger a tu
hermana y a tu tía y volver a América, porque ni tú ni ella encontraréis a un sólo noble que quiera
casarse con vosotras, dejaréis de recibir invitaciones y descubrirás que hay cosas que el dinero no
puede comprar.
—¿Eso crees? — se rió cantarina — qué equivocado estás — le espetó — puede que consigas
cerrarme las puertas de la alta sociedad, pero ¿de verdad eres tan arrogante como para pensar que
eso me afectaría de forma negativa? — volvió a reír — sólo acepté casarme contigo porque era el
deseo de mi madre, pero bien sabe Dios que prefiero traicionar su deseo que encadenarme yo
misma a un hombre tan arcaico y decadente como tú — le espetó — te voy a decir una cosa, don
soy el dueño del mundo, estás arruinado, absoluta y completamente arruinado y será mi dinero, ese
que tanto asco te da porque lo he ganado trabajando, el que te sacará a ti y a tu familia del hoyo en
el que os habéis metido — le golpeó el pecho con un dedo — ¿quieres irte y condenarme a ojos
de la sociedad? Corre, vete… — le desafió — a ver a cuántos convences antes de perderlo todo.
Después de esas duras palabras se cruzó de brazos y le miró a los ojos.
—¿Has terminado? — le dijo Garrison con todo el desprecio que pudo impregnar en sus
palabras, ella asintió — bien, veo que lo único que te importa eres tú misma y esa absurda
necesidad que tienes de hacerte la interesante fingiendo que eres dueña de algo, eres una heredera
sí, pero dinero es lo único que tienes y ya que si seguimos adelante con el compromiso, tú tomarás
tus propias decisiones sin contar conmigo, te notifico desde ahora que yo haré lo mismo.
Cogió aire profundamente y lo exhaló muy despacio.
—Esta tarde no iré a verte — continuó — y no sé si volveré alguna vez, si quieres seguir
adelante con la boda, serás tú la que vendrás a buscarme, pero ten presente una cosa, no estás en
Inglaterra por el deseo de tu madre y no aceptaste casarte conmigo por el desafío de lord
Happletown, dices ser sincera, deberías empezar por sincerarte contigo misma y ahora — inclinó
levemente la cabeza — adiós.
Se dio media vuelta y se dirigió hacia su carruaje. Se subió a él sin mirar atrás y sabiendo que
seguramente había cortado todas las posibilidades de seguir adelante con la boda. La odiaba con
todas sus fuerzas porque si bien él sabía que tenía razón, ella tampoco estaba equivocada. Él tenía
mucho más que ganar con la unión que ella.
No le mintió cuando le dijo que acabaría con todas sus oportunidades de comprar un título,
pero también sabía que ella sería más que capaz de desafiarle cada vez que se encontrasen. Y para
su desgracia, sabía que había un buen número de aristócratas que le abrirían las puertas de par en
par si con ello le ofendían a él.
Su padre había sido un duque excepcional, pero él no había heredado sus dotes políticas.
Él estaba lleno de resentimientos y creía firmemente en las antiguas costumbres, así había sido
criado y así pensaba vivir su vida. Aunque si no se casaba con la rebelde señorita Beasley , su
vida sería muchísimo más incómoda de lo que lo era actualmente.
Azuzó a los caballos y salió de aquel lugar lo más rápido que pudo.
***
Raychel sabía que él le había tirado el guante y que ella lo había recogido, sabía que él
cumpliría su palabra y no iría a verla esa tarde, lo que no sabía era que se sentiría tan abandonada
y desdichada al comprobar, con el paso de las horas, que él efectivamente no acudiría a verla.
Y por supuesto, ella no iría a verle a él.
No es sólo que fuera totalmente inapropiado por muy prometidos que fuesen, es que ella se
sentía dolida y herida en su orgullo. Él la había amenazado y la había despreciado delante de sus
abogados y del señor Fisherman, el cuál, una vez que el conde se fue, la miró desaprobadoramente
y le advirtió que no era un buen comienzo en el matrimonio mostrarse tan obstinada e injusta con
alguien como él.
Había tenido unas ganas casi irrefrenables de encararse con el buen hombre y decirle que ella
ni era obstinada ni era injusta, que el único que se había comportado como un hombre primitivo
era ese conde pomposo y estirado que era incapaz de verla como a una mujer independiente y
capaz.
Y ella sabía que jamás podría ser feliz si se casaba con un hombre que continuamente la
menospreciaba y menoscababa su autoridad. O terminaba por destruirla amoldándola a su estrecha
visión de la vida, o la violencia terminaría siendo el centro de su vida. Y ninguna de esas
opciones le parecía digna de vivir.
Para empeorar la situación, Casie le había contado entre hipidos y sollozos la desagradable
conversación que su tía y ella habían tenido con el conde y también le dijo que después de
acusarla de no estar intacta, su dulce hermana le había abofeteado.
De modo que podía dar por terminado el compromiso, estaba segura de ello.
Y por eso estaba metida en la cama temblando por la ira y la impotencia en vez de estar en el
baile al que las habían invitado esa noche.
Su tía y Casie sí que habían acudido, pero ella se sentía incapaz de ver a nadie aquella noche,
o peor aún, verle a él y que volvieran a discutir.
—No — se dijo a sí misma — lo peor sería que nos encontrásemos y él me despreciara de
nuevo.
Se sentía una completa idiota, porque en lo más profundo de su corazón, había soñado con
darle la noticia de la adquisición de la fábrica y compartir con él todo el proceso de
modernización, no estaban de acuerdo en muchas cosas, pero siempre era más que estimulante
hablar con él. Ella era una entusiasta de las nuevas tecnologías y la investigación y él era un
convencido defensor de los métodos tradicionales.
Durante la semana posterior al compromiso, habían paseado, reído, compartido recuerdos y
habían hablado con más o menos energía sobre sus visiones de la vida. Y ella había adorado cada
minuto con él.
Cada vez que le cogía la mano para ponérsela sobre su codo, ella se estremecía de arriba
abajo. No importaba que ella llevase guantes o que él llevase varias capas de ropa, el calor que
emanaba de él la calentaba hasta el alma. Cuando la miraba de medio lado, con la comisura de sus
labios alzándose en toda su arrogancia, ella tenía que reprimir un profundo suspiro.
Pero lo más inquietante sin duda alguna, habían sido los besos robados. La primera vez que
sus labios se unieron, Raychel estaba segura de que iba a desmayarse. Había sido en la noche que
hicieron público el compromiso y por tonto que pudiera parecer, ella había soñado cada noche
con ese beso. Después, en los días posteriores, Garrison la había besado en momentos robados de
intimidad. Cada uno había sido especial, pero ninguno como el primero y ella sabía que tenía que
haber algo más y se emocionaba como una chiquilla imaginando cuando la besaría de verdad.
Suspiró y dado que estaba sola en su habitación, se permitió reaccionar de verdad, sin
controlar cada uno de sus músculos o cada una de sus expresiones.
Y se descubrió lágrimas saladas y calientes rodando por su rostro quemándole la piel.
No había vuelto a llorar desde el día que enterraron a sus padres y como en aquella ocasión,
lo había hecho a solas en su cama, donde nadie pudiese ver su debilidad.
Habían pasado ocho años. Ocho largos años sin consuelo, sin guía, sin los sabios consejos de
su madre y la tranquila protección de su padre. Les echaba de menos, les echaba muchísimo de
menos.
Se levantó y abrió un cofre de marfil y madera de ébano con precisas y bellas incrustaciones
de oro. Había sido un regalo de un embajador indio en un viaje a América donde había conocido a
su padre y este le había invitado a cenar con la familia. No era pequeño, medía más o menos
treinta de ancho por treinta de largo y tenía una profundidad de unos cincuenta centímetros. Era
más bien, un baúl pequeño.
Casie tenía uno igual.
***
Apretó los dientes y sollozó al comprobar que tenía las manos temblorosas. Sacó con mucho
cuidado el álbum de fotos de su familia. La preciosa encuadernación en cuero rojo y con letras
doradas le agitó cada onza del cuerpo, lo apretó contra su pecho mientras las lágrimas seguían
cayendo.
Recordó emocionada cuando su padre, allá por el año mil ochocientos cuarenta y siete llegó a
casa con tres hombres y un montón de material que según les informó, era una cámara fotográfica y
un estudio portátil de revelado.
Los tres hombres les explicaron que debían permanecer en la misma posición sin moverse
durante más de media hora.
Y ellos, como la familia feliz y muy poco formal que eran, decidieron que en vez de posar de
pie, lo harían en el suelo, todos juntos y riendo.
La primera foto era la más grande de todas. Fue la primera fotografía que les hicieron.
Le temblaron los dedos al pasar por encima de los sonrientes rostros de sus padres. Por
supuesto, había salido movida porque eran incapaces de mantenerse quietos.
Pasó el dedo por el elegante traje de su padre que en esos momentos estaba sin chaqueta y
tenía el chaleco abierto, abrazaba a su madre mientras Casie y ella, que tan sólo eran unas niñas,
estaban recostados sobre ellos. Por aquel entonces ella tenía trece años y su hermana diez.
En la foto no se veía, pero ella recordaba el enorme baúl de madera cubierto con infinidad de
cojines sobre los que todos se apoyaban.
Su madre había sido la mujer más hermosa del mundo, con su pelo largo y ondulado de un
brillante castaño rojizo y esos ojos azules como el mar del norte.
—Os echo tanto de menos — susurró — ojalá pudierais estar aquí, abrazándome, indicándome
el camino correcto.
Pasó la hoja que protegía las fotografías entre sí y suspiró.
Esa había sido idea de Casie y de ella. En la imagen estaban sus padres abrazados y
mirándose con tanto amor en los ojos y en los gestos que su hermana y ella habían suspirado todo
el tiempo.
Katelinn llevaba un vestido de noche de color azul cielo con delicados bordados florales
plateados, no se había puesto los guantes y lucía los zafiros que su marido le había regalado el día
que se casaron en Gretna Green, aunque en la fotografía los colores no se veían, ella lo recordaba
con claridad.
Howard llevaba un traje, tan elegante como siempre pero mostrando cómo era cuando estaba
en casa, no llevaba chaqueta y el chaleco estaba abierto. Su esposa tenía ambas manos apoyadas
en su pecho y sus labios se rozaban.
Habían hecho varias copias de esa fotografía, una en un tamaño enorme que estaba encima de
la chimenea de su casa de Boston en el salón familiar, donde ninguna visita era aceptada si no era
de la familia.
Raychel tenía una copia y Casie tenía otra.
Pasó la hoja y sonrió ante el recuerdo.
Salían ella y Casie, abrazadas y riendo. Eran muy jóvenes o al menos, lo parecían, si no se
equivocaba había sido tomada un año antes de que sus padres muriesen, allá por el año mil
ochocientos cincuenta.
Ella tenía dieciséis años y Casie aún no había cumplido los trece.
Ese había sido un gran día, como lo eran todos en su vida. Su madre les había pedido ayuda
para hacerle una tarta a su padre porque acababa de inaugurar la escuela para los hijos de los
trabajadores de la fábrica y querían hacer algo especial sólo para ellos cuatro.
Con el rostro lleno de lágrimas no pudo evitar sonreír. Habían empezado bien pese a las
protestas de las cocineras, pero al cabo de media hora, las tres estaban llenas de harina y reían
como locas. Cuando habían terminado de reír, habían visto a su padre tras la enorme cámara en el
trípode y agitando enérgicamente el negativo.
En la fotografía se veía la enorme cocina, con la gran mesa central, boles y platos repartidos y
huevos, una botella de leche y un enorme trozo de mantequilla y a ellas tres, sentadas en el banco
riendo felices y llenas de harina de la cabeza a los pies.
Tan felices que el mundo era el lugar más mágico de todos para vivir.
Al final no hicieron la tarta, pero su padre, sin importarle mancharse, las había abrazado a las
tres y las había besado tiernamente. No las regañaron y nadie se enfadó, en su casa nunca se
enfadaba nadie. Sólo había risas, solo había amor.
Más lágrimas cayeron sin control y se las limpió antes de que mojasen las fotografías.
Pasó la hoja y allí estaba una que siempre le había echo temblar de emoción. Casie y ella
estaban sentadas con su padre, una a cada lado y recostadas contra él en el enorme sofá de su
estudio. Los tres estaban dormidos y había varios libros de cuentas y varios lápices en el suelo.
La fotografía la había hecho su madre y ella recordaba perfectamente ese día. Habían ido a
visitar las fábricas al amanecer y se habían pasado horas hablando con trabajadores, encargados y
supervisores. Habían vuelto a casa y su padre las había instado a que escribieran sus impresiones
inmediatamente para no olvidar nada.
Pero era un frío día de invierno y se habían recostado con él en el sofá mientras en la
chimenea crepitaba el fuego. Habían escrito todo lo que habían visto y oído mientras entraban en
calor y su padre respondía a todas y cada una de sus preguntas. Poco a poco se habían quedado
dormidas entre los fuertes y protectores brazos de su padre.
Eso fue apenas tres días antes de la muerte de ellos.
Era la última fotografía de todos juntos.
En las siguientes, sólo salían ella y su hermana. O una de las dos sola.
Pasó la página y se estremeció. La había sacado ella la primera vez que Casie había vuelto a
reír después de perder a sus padres. Había sido un momento muy importante para ella, porque su
hermana pequeña era luz y alegría, pero había tardado casi un año entero en volver a reír y ella
había corrido a por la cámara.
Casie estaba en el suelo, con las faldas del vestido un poco más arriba de los tobillos y su
enorme perro labrador encima de ella lamiéndole la cara mientras ella intentaba quitárselo de
encima y los cuatro pequeños cachorros intentando copiar la conducta de su madre.
Una de las doncellas entró en el comedor, pero Raychel se lo impidió. Su hermana reía y en
ese momento no había nada más importante que eso. Varios miembros del servicio se acercaron y
como ella, disfrutaron de ese sonido que no habían oído en casi un año entero.
Pasó otra hoja y negó con la cabeza pero sonriendo. Era ella, estaba en el gran escritorio de su
padre, dormida entre montones de libros y pliegos de papel.
Había sido una travesura de Casie y se habían reído durante un buen rato. Ella había vuelto de
una reunión especialmente dura con los supervisores de una de las fábricas de aleación y se había
encerrado en el despacho de su padre rodeada de libros buscando información sobre todo lo
relacionado con el metal. Había llenado páginas y páginas de una libreta con todos los datos que
le habían parecido importantes, pero estaba agotada, por aquella época no dormía mucho y no era
raro que se quedase dormida sobre la mesa.
Cuando despertó, Casie le había dejado la foto delante de ella con una nota que decía: “La
prueba de que mi hermana es sólo una mujer. Mi heroína y la persona más importante de mi
vida, pero sólo una mujer. Te quiero.”
Al día siguiente, ambas pasaron el día juntas y ni un sólo minuto, pensaron en las fábricas.
Cerró el álbum y volvió a estrecharlo contra su corazón.
Quizá no debería pedir más de lo que tenía, quizá ella había sido absoluta y completamente
feliz durante diecisiete años y eso era, sin duda alguna, mucho más de lo que podía decir el resto
del mundo. Quizá no tenía derecho a esperar volver a ser feliz, ni tampoco debía soñar con que su
marido, que en sus sueños se parecía extraordinariamente a Garrison, se enamorase de ella y
tuviesen una vida llena de amor, miradas intensas, felicidad conyugal y risas.
Quizá ya había cumplido con su cuota de amor incondicional.
Y quizá, sólo quizá, se había enamorado del conde pomposo y estirado.
CAPITULO 8

Garrison se paseaba como un león enjaulado por la biblioteca de Hawley House donde vivía
con su madre y sus hermanas.
Había vuelto de Saint Albans el día anterior, pero sólo había sido capaz de gruñirle a su
madre, por lo que decidió que cenaría solo y que se quedaría así hasta que fuese capaz de ver más
allá de la rabia que esa obstinada mujer le había provocado.
Ese día al levantarse descubrió que aún seguía furioso.
—Milord — era el mayordomo de la familia y él ni siquiera le había oído entrar — el
vizconde Wattley está aquí.
Garrison se apretó las sienes con fuerza.
—Hazle pasar.
Sabía que no era una buena idea, pero era el único amigo de verdad que tenía en el mundo y ya
se sentía bastante inútil y solo como para ofender a la única persona que jamás le había juzgado.
—¡Vaya! — exclamó Leonard — veo que tienes un aspecto fantástico — Garrison alzó una
ceja.
—El sarcasmo es la forma menos elegante de inteligencia — protestó pero sólo consiguió que
su amigo soltase una risotada.
—Eres la viva imagen de tu padre — le dijo — y ahora, hablas como él — Leonard agitó la
cabeza — lo cuál es una lástima, porque hasta ahora, creía que tú eras mucho mejor.
—¿Qué quieres? — le preguntó llenándose el vaso de un whisky horriblemente malo.
—He visto a la señorita Beasley en el baile de los Backerfield.
—Imagino que tiene mucho que celebrar — respondió lleno de amargura — ¿te dijo que acaba
de comprar una fábrica textil?
Leonard entrecerró los ojos.
—Casie — dijo — he estado con Casie, que yo sepa, Raychel está en su casa, según su
hermana intentando encontrar la forma de no matarte — el vizconde se cruzó de brazos y se apoyó
en la pared — ¿me cuentas qué ha pasado?
Garrison se dejó caer en la butaca y exhaló con fuerza.
—No tengo ni idea — bebió un enorme trago e hizo una mueca — es horrible — dijo
refiriéndose al licor — fui a verla ayer por la mañana y no estaba, tras varios minutos de tensa
conversación, su tía me dijo que estaba en Saint Albans — le miró a los ojos — ¿te lo puedes
creer? ¡en Saint Albans!
—Sigue — le pidió su amigo sentándose en otra butaca.
—Fui a buscarla, la encontré y discutimos — se encogió de hombros — creo que rompió el
compromiso.
—¿Crees? — Leonard apoyó los codos en las rodillas y entrelazó los dedos — ¿no lo sabes?
Garrison cogió aire profundamente y lo expulsó con fuerza.
—No — dejó el vaso en una mesa a su lado y se frotó los ojos — no tengo ni idea, ni siquiera
recuerdo bien lo que ambos dijimos, sólo sé que me desafió y que me avergonzó delante de varios
caballeros con los que estaba, a saber lo que hacía con ellos.
—Según creo eran sus abogados y también había dos doncellas.
Garrison le miró fijamente.
—¿Y?
—Cómo que ¿y? — le preguntó el vizconde.
—Ambos hemos estado en fiestas de ese tipo — le dijo con los ojos entrecerrados — hombres
y mujeres de varias clases sociales en lugares poco comunes.
—¡Por el amor de Dios! — exclamó el vizconde — estábamos en burdeles Garrison,
¡burdeles! — exclamó — no en fábricas textiles a punto de ser cerradas y que yo recuerde, jamás
hemos estado con doncellas y abogados.
—Los de su clase se juntan — murmuró.
—Eres como una mala copia de tu padre — Garrison le miró furioso, pero Leonard no se
amilanó — ¿sabes? Raychel tiene razón, la nobleza ya no tiene sentido tal y como es, ahora hay
trabajadores con más dinero y propiedades que la mitad de los nobles de Inglaterra.
—No me digas… — farfulló.
—Eres un imbécil — le espetó — te comportas como si fueses superior a ella, cuando sabes
que ella es la única que puede evitar que os echen a todos a la calle, ¿de verdad crees que alguien
te abrirá las puertas de su casa cuando lo único que tengas sea un título obsoleto?
—Bueno, tenía la esperanza de que al menos tú sí que lo hicieses — le respondió resentido.
—Y lo habría hecho sin dudar — se recostó en el respaldo — pero tengo la intención de
casarme con Casie y no creo que ella acepte de buen grado que admita en la que será su casa, al
hombre que ha hecho llorar a su hermana.
—Felicidades — le dijo con rencor.
—Aún no se lo he pedido, Casie es muy joven, acaba de cumplir los veintidós años.
—Mi madre a esa edad ya me tenía a mí y poco después se quedó embarazada de Darlene.
—Tu madre es de otra época, al igual que la mía — le respondió Leonard — Garrison,
reflexiona sobre todo esto o cuando te des cuenta del error que has cometido, será muy tarde.
—¿Qué parte de ha comprado una fábrica no entiendes?
—¿Qué parte de ella es la única que puede salvarte no has entendido tú? — le respondió el
vizconde — mira, sé que te han inculcado las viejas creencias, pero eso es cosa del pasado,
tenemos que adaptarnos a la nueva vida, yo mismo soy socio de varias empresas navieras.
—No es lo mismo — protestó el conde.
—¿No? ¿y eso por qué?
—Porque tú eres un socio capitalista, ella pretende convencerme de que dirige las fábricas, lo
que significa que tendrá que relacionarse con trabajadores y plebeyos y…
—Y eso es horrible claro — el vizconde se puso en pie — ¿sabes? Estás tan lleno de
resentimiento y odio por tu padre, que te estás convirtiendo en alguien peor que él — Garrison le
miró — piensa lo que quieras, pero te guste o no, la ropa elegante que llevan tu madre y tus
hermanas está hecha por trabajadoras, tu casa está limpia gracias al servicio y por si lo has
olvidado, el dinero no crece de los árboles — se colocó los puños de la camisa — lo que te
molesta, viejo amigo, es que tú, el todo poderoso futuro duque de Hawley no es capaz de proveer
a su familia, mientras que Raychel, siendo mujer, es la protectora de su familia y de cientos de
personas que trabajan para ella — soltó una risotada — deberías aprender de ella y sobre todo,
deberías estar muy orgulloso de ella, se hizo cargo de todo con diecisiete años y ahora, ocho años
después, aún sigue haciéndolo sola.
—Eso no es posible, imagino que Casie te ha convencido.
—No ha sido ella — le miró condescendiente — he preguntado y lo he hablado con mis
inversores, uno de ellos estuvo en una cena en América hace dos años y dijo que había vuelto
estando enamorado de ella, él mismo había visto cómo dirigía a decenas de hombres y mujeres.
Garrison se levantó y se sirvió más alcohol.
—Sabes que tengo razón — continuó Leonard — has dejado de estar presionado por las
deudas porque ella es tu prometida, pero si el compromiso se rompe, ¿cuánto crees que tardarán
los acreedores en golpear tu puerta? — se dirigió hacia la puerta — tu padre ha arruinado a la
familia y estás gastando unos fondos que no tienes en cuidar de él cuando él nunca cuidó de ti,
tienes la oportunidad de hacer lo correcto Garrison, olvida ese estúpido orgullo y arregla las
cosas con Raychel, cásate con ella lo antes posible e intenta aprender a vivir en esta nueva época
— le miró por encima del hombro — o lo perderás todo y entonces, de poco te servirán los dos
títulos.
Leonard se fue de allí sabiendo que sus palabras habían afectado a su amigo y rezando con
toda su fe para que se diese cuenta de que realmente había sido bendecido con un toque divino al
ser el elegido por Raychel.
Esa noche, mientras bailaba con Casie, ella le había contado que había respondido por lo
menos a cien preguntas sobre su hermana y que no había sabido qué responder porque ella
tampoco sabía si el compromiso seguía en pie.
Ella no entendía como funcionaba su mundo, pero él sí. Y sabía, con la misma certeza que
tenía sobre que el sol salía por el este, que al día siguiente la horda de solteros que perseguían a
Raychel doblarían sus esfuerzos, así como las tramas para comprometerla lo antes posible.
Era la gallina de los huevos de oro y toda Inglaterra lo sabía.
Lo que muchos no sabían era que el arco de la envidia que la rodeaba estaba más cerca de lo
que creían y captaba a más personas que a las Beasley y a los Wheatcraft.
***
Raychel no se sentía bien. Apenas había dormido y tenía el cuerpo agarrotado porque se había
pasado media noche en la butaca, que si bien era cómoda para un rato, no era un lugar apropiado
para descansar durante varias horas.
Sin embargo la noche anterior había terminado con la autocompasión. Se había concedido a sí
misma una noche para el recuerdo, para sopesar las opciones y para reescribir su propia vida.
Le daría una nueva oportunidad a Garrison, no iba a provocar un encuentro claro, pero haría
de su hermana y de su pretendiente sus aliados, no les iba a contar sus planes, pero seguro que
entre los dos encontrarían la manera de hacerle llegar su ubicación al conde.
Por el momento, lo primero que iba a hacer era salir a montar. Hacía meses que no se subía a
un caballo y estaba harta de lidiar con todas esas estúpidas normas inglesas.
Se puso su traje de montar y se escabulló de su propia habitación, era del todo ridículo, pero
quería estar sola, sentir el aire en la cara y oír tan sólo el choque de los cascos del caballo en el
suelo. No era tan temprano como le hubiese gustado, pero aún faltaban al menos dos horas para
que la alta sociedad comenzase a salir de las camas.
Se preparó ella misma la montura y salió al galope antes de que alguien la encontrase allí.
La casa de su familia estaba en la muy elegante Berkerley Square, apenas a cinco minutos de
distancia de Hyde Park. Era ridículo, llevaba en Inglaterra varios meses y era la primera vez que
iba al parque, sin embargo Garrison le había explicado que había un camino apropiado para
galopar llamado Rotten Row y ella estaba deseando soltar las riendas de su semental.
Entró al trote en el parque y se maravilló de lo realmente bonito que era. Ante ella se
extendían parcelas de césped verde muy cuidado, con centenarios árboles que le daban un aspecto
acogedor y bucólico.
Según tenía entendido, también había un lago enorme llamado Serpentine. Casie sí que había
estado en el parque con el vizconde Wattley, al parecer, la gente se sentaba en los bancos y le
tiraban pan a los patos. Su hermana lo había disfrutado mucho, aunque ella estaba convencida de
que era por la compañía y no por alimentar a esas aves.
De todas formas, eso no era para ella.
Apenas soportaba su vida tal y como era en esos momentos.
No se imaginaba levantándose a las once de la mañana y disfrutando de un desayuno durante
horas, luego hacer visitas o recibirlas y luego almorzar rodeada de extrañas con las que debía
fingir en todo momento, por la tarde más visitas a otras damas o a la modista y por la noche cenas,
galas, veladas musicales y bailes.
Ella era feliz despertándose temprano, saliendo a cabalgar y ocupándose de que todo
funcionase. Le gustaba pasar tiempo con los artistas e inventores y en más de una ocasión había
financiado algún que otro invento, algunos habían sido muy rentables, otros no tanto, pero la
emoción del descubrimiento… eso era impagable.
Para su sorpresa, había un letrero que indicaba el camino Rotten Row, de modo que empezó a
galopar sintiéndose ligeramente menos pesada que en los meses anteriores. Demasiadas normas,
demasiados comportamientos perfectos y demasiado todo…
Cabalgó hasta que sus músculos desentrenados empezaron a protestar, el semental aún no
había alcanzado el punto de cansancio, pero ella ya no podía más. Le temblaban las piernas y le
costaba mantener las riendas con la firmeza necesaria.
—Bueno, mañana volveremos — le dijo al caballo dándole unas palmadas en el cuello.
Salieron del camino al trote con la idea de irse a casa, cuando una voz femenina la llamó. Se
giró y sonrió a la duquesa de Hawley, no es que le apeteciese mucho ver a la madre de Garrison,
pero esa mujer que había sido tan amable con ella, no se merecía un desplante por su parte.
—Muy buenos días excelencia — le dijo cuando se bajó del caballo.
—Lo mismo le digo — le sonrió con afecto — me gustaría presentarle a mis hijas, las
hermanas pequeñas de Garrison.
Una joven se adelantó ligeramente y se presentó como Darlene, Raychel la observó
detenidamente, era muy guapa, tenía el cabello del mismo color rubio oscuro que su hermano, pero
su mirada era limpia y de un intenso color verde con pequeños destellos de un tono más claro.
Después se presentó la otra joven, Grace dijo que se llamaba y Raychel se sintió
inmediatamente unida a ella. Era más rubia que su hermana y tenía los ojos verde oscuro con
motas doradas. Pero lo que le hacía resaltar sobre las demás, era esa sonrisa tan divertida.
—Debo decir que es un placer conocerlas — les dijo Raychel — espero que me perdonen la
impertinencia, aún no estoy muy familiarizada con determinadas costumbres, pero… no las he
visto en los bailes, ¿aún no han empezado la temporada?
Al ver la cara de las chicas, supo que había metido la pata hasta el fondo.
—Lo siento — se disculpó rápidamente.
—No se aflija querida — la duquesa abrazó a las chicas y sonrió — hemos pasado por una
época difícil y estando mi marido tan enfermo… bueno, no queríamos hacer mucho acto de
presencia y tener que cancelar la temporada en caso de que mi esposo… — la miró a los ojos —
ya sabe.
—Lo lamento muchísimo — le dijo Raychel — no sabía que su esposo estuviese enfermo.
—Imagino que Garrison no se lo ha contado — concedió la mujer — es muy suyo en ese tema
— entonces miró a su alrededor y frunció el ceño — es una mañana muy bonita para hablar de
cosas tan serias, ¿no le parece?
Comprendió lo que esa mujer pretendía y aceptó de buen grado.
—¿Saben? — les dijo a las mujeres — iba a volver a casa para guardar mi montura y tomar
una taza de té con un delicioso bizcocho de moras que hace mi cocinera, ¿les apetecería
acompañarme?
La mirada de las jóvenes se iluminó pero ninguna dijo nada hasta que la duquesa sonrió.
—Estaríamos encantadas — le dijo Darlene.
Poco después, las cuatro mujeres se encaminaron hacia Berkerkey Square para tomar un té en
Beasley House.
***
Raychel estaba encantada con las hermanas y la madre de Garrison. Eran unas jóvenes
realmente inteligentes y con unos modales excelentes.
—Por favor — les pidió — comed un poco más de este bizcocho o tendré que llevar a
ensanchar todos mis vestidos.
Las jóvenes se rieron y la duquesa le agradeció el gesto con una ligera inclinación de la
cabeza.
—Me ha sorprendido verlas en el parque excelencia — le dijo a la mujer.
—No suelo frecuentar los salones, sólo en ocasiones especiales y sólo si mi hijo me escolta.
—Debe ser muy duro para usted — miró a las chicas — y para vosotras — cogió aire —
cuando mis padres murieron me sentí perdida y sola mucho tiempo, aunque tenía a mi hermana por
supuesto, no sé qué hubiera hecho sin ella.
—Tengo entendido que les perdió usted muy joven — le dijo Grace.
—Sí, una semana después de mi decimoséptimo cumpleaños.
—¡Por Dios! ¡era una niña! — exclamó la duquesa.
—Bueno — se encogió de hombros — nos toca jugar con las cartas que la vida nos reparte.
—¿Es cierto que dirige usted las empresas de su padre? — Darlene fulminó con la mirada a su
hermana pequeña que era quien había hablado.
—No me importa hablar de ello — le dijo a la mayor — sí, es cierto — bebió otro sorbo de té
— cuando mis padres murieron mi tío, que era muy joven también, no era capaz de atenderlo todo
y no había nadie más — volvió a encogerse de hombros — como seguramente saben, mis abuelos
nos repudiaron a todos, de modo que sólo quedaba yo.
—¿Y no tenía miedo? — insistió la joven.
—Grace, por favor — le pidió la duquesa.
—No se preocupe — intervino Raychel, después miró a la chiquilla — sí, tuve miedo, había
días que podría jurar que no sabía lo que estaba haciendo, pero mi padre me enseñó bien y poco a
poco me fui haciendo con el negocio y tuve la suerte de estar rodeada de trabajadores leales que
me aconsejaron sabiamente.
—¿Usted… — Darlene la miró con sorpresa y ella le hizo un gesto para que siguiera hablando
— tiene relación directa con los trabajadores?
Raychel rió.
—¡Desde luego que sí! — exclamó divertida — no se puede dirigir una fábrica, o tres en mi
caso, sin tener buena relación con las personas que hacen el trabajo — las miró a los ojos — sé
que va en contra de todo lo que se les enseña a ustedes — sonrió — pero somos personas, con
más o menos dinero y propiedades, pero todos somos personas.
—¡Es fascinante! — exclamó Grace.
—Mi padre creó un colegio para los hijos de los trabajadores y desde que les podían dejar
allí con profesoras muy buenas, la producción de las fábricas aumentó — les explicó — no fue
esa su intención, él sólo quería paliar la preocupación que tenían muchos hombres y mujeres
porque no veían a sus hijos en todo el día — se le empañaron ligeramente los ojos — cuando le
preguntaban al respecto solía decir que él también era padre.
—Debió ser un hombre fascinante — intervino la duquesa y a ella se le iluminaron los ojos.
—Lo era, se lo aseguro y mi madre era también una mujer maravillosa — miró a la duquesa a
los ojos — no quiero ofenderla, pero para mi hermana y para mí, fue la mejor madre del mundo.
La duquesa sonrió amable.
—Ojalá mis hijos hablen así de mí algún día — suspiró.
—¡Mamá! — protestó Darlene — sabes que… — pero se calló cuando la duquesa la miró a
los ojos.
—Cariño mío, sé que me queréis, pero cuando no esté, espero que me recordéis con tanto
cariño y amor en la voz como he sentido en las palabras de nuestra querida anfitriona.
Raychel estaba a punto de decir algo más cuando la puerta se abrió de par en par y Casie entró
frotándose los ojos.
—Raychel, me dijo Whiters que estabas… — se quedó muda cuando vio que no estaba sola —
¡oh vaya! Lo siento muchísimo.
—Les presento a mi hermana — dijo Raychel sonriendo — Casie, ella es la duquesa de
Hawley y ellas son las encantadoras Darlene y Grace, hermanas del conde de Eastburn.
—¡Oh! Es todo un placer conocerlas — les dijo Casie sonriendo y sentándose al lado de las
chicas — excelencia, como siempre, un honor volver a verla.
—Su hermana es una anfitriona excelente — le dijo la mujer — pero me alegra que usted
también conozca a mis hijas, imagino que dentro de poco… — miró a Raychel y cuando la vio
morderse el labio y bajar la mirada supo que su hijo había hecho algo que no debía — no importa,
debo decir, mi querida señorita Beasley — le dijo a la mayor de las hermanas — que compartir
este momento ha sido de lo más agradable y emocionante.
La mujer se puso en pie y sus hijas la imitaron.
—¿Sería posible que volvieran ustedes a visitarnos? — les preguntó Casie con una sonrisa —
me encantaría tener amigas más cercanas a mi edad — batió las pestañas y Raychel puso los ojos
en blanco.
La duquesa parece que también se percató de la treta de su hermana pequeña porque la miró
con ternura y sonrió.
—Será un verdadero placer — se giró hacia Raychel y decidió volver a tutearla de forma más
familiar — eres una mujer increíble y me alegro muchísimo de que mi hijo se cruzara contigo —
le cogió la mano y se la apretó delicadamente — creo que es exactamente lo que él necesita y
quizá todo el país, a veces nos olvidamos de que somos las mujeres las únicas que tenemos la
capacidad de obrar el milagro que es la vida y que lo hacemos prácticamente solas y con una
fuerza que supera a la de cualquier hombre.
Raychel jamás podría encontrar la forma apropiada para agradecer las palabras de la duquesa.
Las acompañó a la puerta y se despidió de ellas cuando llegaron a la calle.
Se giró y se encontró a su hermana mirándola con los ojos entrecerrados.
—¿Ayer no sabías si había compromiso y hoy desayunas con su familia? — le preguntó
irónica, Raychel respiró hondo.
—Me las he encontrado en el parque después de ir a cabalgar, son dulces, encantadoras y me
apetecía tomar algo de té con alguien que no me juzgue continuamente — le explicó caminando
hacia el estudio.
—Tú odias el té — protestó Casie, pero cuando la puerta del estudio se cerró, sonrió
abiertamente.
El conde no le caía especialmente bien, pero Leonard le había contado la noche antes muchas
cosas sobre él y estaba inclinada a darle otra oportunidad. La vida de Garrison había sido muy
fría e injusta y nada feliz.
CAPITULO 9

Ocho días.
Habían pasado ocho días desde que habían discutido y no había vuelto a saber nada más de
ella.
Garrison sabía que lo hacía a propósito, que le estaba evitando. Según la información que muy
amablemente le confiaba su amigo, Raychel no había vuelto a acudir a un baile. Mientras su
hermana pequeña y su tía eran las delicias de los mejores salones de Londres, Raychel sólo salía
por las mañanas para hacer algunos recados y visitas.
Y él estaba llegando a su límite.
Había reflexionado mucho acerca de las palabras de unos y de otros y sabía que había obrado
mal al perseguirla hasta Saint Albans y acusarla de tener relaciones ilícitas con esos hombres.
Pero es que al verla allí, tan luminosa y tan llamativa rodeada de desconocidos… algo le recorrió
de la cabeza a los pies y se sintió atacado.
Leonard había insinuado que podrían ser celos, pero él qué sabría. No, no habían sido celos,
había sido más bien… bueno, no sabía lo que podría ser, pero algo que no eran celos le consumió.
El caso es que habían pasado ocho días y él se había cansado de esperar.
Y por ese motivo estaba entrando con paso airado en la Galería Nacional de Arte, bien sabía
Dios que no le interesaba nada de lo expuesto, pero una de las amigas de su madre había
comentado que había ido a visitar a las Beasley y Casie le había informado de que su hermana no
estaba en casa, cuando le preguntó cuándo podría verla, la muchacha le explicó los planes para el
resto de la semana.
Esa mañana iba a ir a visitar la Galería Nacional.
Y él la obligaría a hablarle y solucionarían las cosas entre ellos, porque estaban prometidos y
una novia no desaparecía del entorno del novio sólo por una pequeña riña. Además, él aún tenía
mucho que decir sobre el tema de la fábrica.
A medida que caminaba con paso firme sobre aquellos suelos de mármol que gritaban a los
cuatro vientos sobre opulencia, él sólo tenía la mirada buscando entre los visitantes a la mujer de
cabello castaño con toques rojizos y ojos azul hielo.
Se quedó paralizado.
Sin respiración.
Y con el corazón desbocado.
¡Dios de los cielos! ¡qué bonita estaba!
Allí, a menos de cinco metros de él estaba Raychel vestida con un elegantísimo vestido de día
de color marfil con delicados volantes dorados y una pelliza de piel de marta sobre los hombros.
La estaba viendo de perfil, pues ella estaba admirando un cuadro y él no podía apartar los ojos de
ella.
La había echado de menos. Por mucho que le costase admitirlo —y le estaba costando la
misma vida— la había echado muchísimo de menos.
Se acercó con paso firme y seguro y se quedó a menos de un metro de ella.
—Buenos días.
Ella se giró de golpe y se quedó sorprendida de verle, las pupilas se le dilataron y pudo
apreciar cómo su respiración se alteraba. Y maldito fuera si eso no le hinchó el pecho lleno de
orgullo.
—Buenos días milord — él frunció el ceño al oír el trato formal.
—¿Milord? — le preguntó acercándose dos pasos más a ella.
—Yo… no sé… — bajó la mirada un instante y tragó con fuerza.
—¿Qué es lo que no sabes? — se acercó otro paso más y ya estaban rozándose, era del todo
inapropiado y a él le daba igual.
Raychel le miró con los ojos muy abiertos, le había parecido sentirle pero llevaba toda la
semana teniendo falsos avistamientos que luego le dejaban los ánimos por los suelos, pero cuando
él habló y ella le vio allí, delante de ella y más imponente que nunca… tuvo que recurrir a cada
truco que conocía para no sujetarse a la pared porque le temblaban las piernas.
Y ahora que la estaba rozando, que notaba su aliento en la mejilla… que Dios la perdonase
pero sólo quería lanzarse a sus brazos y besarle hasta perder el sentido. Era humillante lo mucho
que le había echado de menos y lo mucho que necesitaba tenerle a su lado.
Entonces, sintió una lenta caricia en su mano y bajó la mirada, él se la sostenía y con el pulgar
le acariciaba el interior de la muñeca. Se estaba derritiendo allí mismo.
—Dime Raychel — le susurró — ¿qué es lo que no sabes?
Cerró los ojos un instante y tragó con fuerza.
—No sé lo que hay… lo que… el compromiso…
Era injusto por su parte, pero adoraba hacerle perder el control de tal forma que le costase
formular frases, le gustaba en la misma medida que le gustaba provocarla y hacerla enfadar. No
pudo evitar preguntarse si en la cama sería igual y al ver sus ojos encendidos se dio cuenta de que
sí, sería exactamente igual.
—Nuestro compromiso, quieres decir — la miró a los ojos — ¿qué le ocurre? ¿ya has
decidido una fecha para la boda? — le apretó la mano ligeramente — porque para mi mañana no
sería lo bastante rápido.
Ella jadeó y él sonrió ladinamente, estaba a punto de mirar a su alrededor para ver si había
alguien en las inmediaciones, si estaban discretamente solos… iba a besarla hasta que se olvidase
de su nombre, pero justo cuando empezaba a soltarle la mano, oyó que alguien le llamaba.
—¡Garrison! — el conde respiró profundamente y se giró para ver a su hermana más joven
acercarse casi corriendo hasta ellos — ¡qué sorpresa verte! — le dio un rápido abrazo.
—¿Qué hacéis vosotras aquí? — le preguntó y entonces miró sobre su hombro — dime que no
has venido sola.
Grace frunció el ceño y le acusó con el dedo.
—Eres un hombre horrible — le dijo molesta — ¡pues claro que no he venido sola! — hizo un
gesto con las manos — mamá y Darlene también están y yo me he retrasado para apreciar la
belleza de estas obras con la señorita Beasley.
Garrison miró a su prometida y alzó una ceja interrogante.
Sin embargo, fue su hermana quien respondió.
—Nos encontramos con ella la semana pasada, nos invitó a tomar té en su residencia e hicimos
planes para volver a vernos.
—Interesante — Garrison la miró a los ojos y sonrió cuando ella se sonrojó — debo entender
entonces que te gustan mis hermanas — no era una pregunta pero ella asintió con un gesto — eso
es una buena noticia, ya que pronto seremos familia.
Grace lanzó un chillido y él la recriminó su actitud con una mirada severa.
—Ya tienes diecisiete años Grace, deberías controlarte — la sermoneó y se enfureció cuando
ella puso los ojos en blanco.
—Sí, sí, sí — hizo un gesto vago con la mano — soy terrible, pero es que ya empezábamos a
dudar de que siguieseis prometidos.
—Y eso, ¿por qué? — se cruzó de brazos y la miró desafiante.
—¡Garrison! — Grace exhaló con alivio cuando oyeron la voz de la duquesa — es un placer
verte hijo — le tendió las manos y él le besó los nudillos — debo decirte, que nuestra querida
Raychel es como la mejor enciclopedia británica — sonrió llena de cariño — ¡cuántos
conocimientos! — le miró fijamente a los ojos — me llena de orgullo que nos conceda tanto
tiempo, la verdad es que empezábamos a aburrirnos en Londres.
—Madre, ¿habéis traído carruaje o lacayos?
—No hijo, Raychel nos ha pasado a buscar, ¿por qué?
—Porque tengo que hablar urgentemente con mi prometida — la miró a los ojos para
asegurarse de que no le contradecía — y querría hacerlo en un lugar algo más apropiado.
—¡Pero no puedes llevártela! — protestó Darlene y Garrison la fulminó con la mirada.
—¿Cómo dices? — alzó una ceja y la muchacha se encogió ligeramente.
Estaba a punto de decirle algo nada agradable a su hermana cuando notó que alguien le tocaba
el brazo, miró y se sorprendió al ver la elegante mano de Raychel.
—Les prometí que iríamos a comer a Beasley House, por fin han adecuado la zona trasera con
el cenador de hierro forjado y queríamos estrenarlo.
—Comprendo — ella pudo ver que estaba molesto y no quería que volvieran a discutir.
—¿Por qué no te unes a nosotras? — le ofreció con delicadeza — es decir, si no tienes otros
planes, todas estaríamos encantadas de contar con tu compañía y así, Leonard no se sentiría tan
sólo.
La agarró del brazo con fuerza y la separó de su madre y sus hermanas.
—¿Leonard? — le preguntó sintiendo de nuevo que la rabia le consumía.
—Sí — le miró a los ojos y tironeó del brazo hasta que la soltó — mi hermana le invitó a
comer también — entonces respiró profundamente y le miró a los ojos — ven, por favor.
Y quizá fueron esas palabras, o la tímida sonrisa o el hecho de que ella volvía a estar sólo
pendiente de él, pero el caso es que aceptó.
***
Era la primera vez que Garrison veía algo más de la casa que el recibidor y la sala de visitas y
esta última, tenía que decir que apenas la había vislumbrado.
Pero esos jardines eran espectaculares. No tan grandes como los de otras mansiones, él no
creía que superase la media hectárea, pero aun así, eran deliciosamente tranquilos. Jamás había
tenido esa sensación en cualquier otro jardín.
Habitualmente había setos recortados en figuras, lechos de flores agrupados por tipos o
colores, algún que otro pequeño estanque y había visitado alguno que tenía hasta un pequeño
laberinto. Pero los jardines de Beasley House no estaban hechos para deslumbrar a los invitados.
Más bien estaban pensados para la comodidad del visitante, fuera de la casa o no.
El césped se extendía aún joven, había algunos paseos de piedras pulidas que llevaban a una
zona cubierta donde se servían las bebidas, otro sendero a un parador magnífico de piedra blanca
y hierro forjado que con el tiempo sería cubierto por las enredaderas que habían sido plantadas
hacía poco cerca de la construcción.
Otro paseo llevaba hasta un par de bancos de piedra que tenían unas bonitas vistas de un lago
artificial con peces, por lo que les habían explicado las anfitrionas de la casa.
Josephine era una mujer muy agradable, con unos modales excelentes y un tono de voz
conciliador y relajado. Garrison consiguió apartarla ligeramente de Casie y del vizconde.
—Querría disculparme por mi comportamiento del otro día — le dijo y vio como ella sonreía
— sé que no tengo derecho a interferir en la vida de su sobrina.
Ella le puso la mano sobre su antebrazo y le miró a los ojos.
—Pero se asustó, ¿no es así? — se sintió más que tentado a mentir, pero finalmente decidió
que no tenía sentido, esa mujer veía más de lo que decía.
—Sí — bajó la mirada — le pido que me perdone, seguramente su sobrina y yo tengamos
muchas discusiones, sólo puedo prometerle que intentaré no volver a meterlas a ustedes en medio.
—¿Sabe? — le dijo mientras acariciaba los exuberantes pétalos de una flor — yo creo que es
algo bueno que se preocupe tanto por ella, quizá sólo deba pulir el modo en el que lo expresa.
Garrison sabía reconocer cuándo le derrotaban y la tía de Raychel, lo había hecho con mucha
elegancia, eso era indiscutible.
—Y si me permite un consejo — le dijo sin mirarle — hable con Casie, si Raychel tiene algún
tipo de duda, Casie es la forma de eliminar esas dudas.
El conde cortó la flor que la mujer acariciaba y se la colocó tras la oreja, después se inclinó y
le besó los nudillos.
—Es usted maravillosa — la vio ruborizarse y sonrió — gracias.
Josephine carraspeó ligeramente aturdida y entonces para maravillar aún más al conde, llamó
a Leonard para enseñarle algo.
Sí, era una maestra, comprendió Garrison.
Se giró para interceptar a Casie, pero esta le esperaba mirándole fijamente y con los brazos
cruzados, poco quedaba de la dulzura y el encanto que derrochaba con su amigo.
—Bien, ¿qué quería decirme? — le preguntó cuando se acercó, él arqueó una ceja y ella hizo
un gesto con la cabeza señalando a su tía — no es muy sutil.
—O quizá es que usted es muy inteligente — replicó divertido.
—Las palabras vacías no le llevarán lejos.
—Lo siento — le cogió una mano y la colocó sobre la doblez de su propio codo — lamento
mucho el lamentable espectáculo del otro día — la guió hacia la otra parte del jardín — sólo de
pensar que a su hermana puede ocurrirle algo… yo… — tragó con fuerza — creo que no soy
capaz de mantener el comportamiento que debe tener un caballero como yo.
Casie le miró unos segundos y entonces tomó una decisión.
—Mire — le dijo — mi hermana no es como el resto de las mujeres que usted conoce, ella no
se desmaya y no llora, nunca — le dijo seria — cuando mis padres murieron… bueno, ella fue la
única que quedó en pie, ella nos sacó del abismo de la tristeza y la desolación — suspiró — tiene
que dejarla respirar milord, tiene que permitir que sea ella misma, aunque vaya en contra de todos
sus principios.
—No sé si seré capaz de hacer eso — reconoció con sinceridad.
—En ese caso la perderá para siempre — Casie se detuvo y le miró a los ojos — milord,
Raychel no es la típica mujer de la que se consiguen cosas presionando, cuanto más la obligue a ir
en contra de sí misma, más la alejará de usted, hasta que finalmente la pierda para siempre — se
encogió de hombros — no es una percepción, es una realidad — continuó caminando — por
desgracia, Raychel sabe de primera mano lo que es que la usen y la utilicen y que cuando la miran,
sólo ven dinero y poder — volvió a suspirar — ¿qué ve usted cuando la mira?
Él se quedó varios segundos en silencio sopesando la respuesta.
—Veo a una mujer excepcional con una voluntad de acero y una belleza increíble, pero sé que
hay mucho más, es muy generosa y debe tener un gran corazón, mi madre y mis hermanas la
adoran.
Eso sacó una sonrisa a Casie.
—Haga un esfuerzo por conocerla de verdad milord — le dijo seriamente — y si es capaz de
resistirse a la luz que la rodea, aléjese — cogió aire — sé que necesita mucho dinero
desesperadamente, pero trate con mi hermana ese tema y si no la quiere, si no siente nada por ella,
déjela libre, por favor milord, no la persiga si sólo la quiere por el dinero, porque hay un límite a
la hora de romper el corazón de una mujer.
—No puedo alejarme — el conde había sentido algo muy extraño mientras escuchaba a la
joven — no puedo, es…
Casie sopesó las palabras y la expresión del conde y decidió que ya era suficiente presión por
un día.
—Vayamos a tomar un refrigerio — le pidió — y hablaremos de algo que sea menos serio.
Cuando Raychel entró acompañada de la duquesa y las dos hermanas del conde en el jardín,
Garrison ya estaba allí acompañado de su tía, su hermana y el vizconde Wattley. Él se había ido
antes que ellas de la Galería Nacional e iba a caballo y Casie, hábilmente, también se había ido
inmediatamente después del conde.
Todos parecían relajados mientras sujetaban copas con algún tipo de licor en ellas.
Y Raychel se sintió encantada e intimidada a partes iguales. Era como si la casa le
perteneciese, tenía esa pose chulesca y arrogante que ella había empezado a encontrar fascinante.
—¡Raychel! — exclamó Casie — ¡por fin! ¡díselo tú! — le pidió acercándose a ella — tu
prometido no se cree que ambas sabemos disparar.
Ella sonrió tímidamente y miró a Garrison. Se le cortaba la respiración cuando la miraba
como lo hacía en esos instantes, como si no hubiese nadie más con ellos.
—Es cierto, nuestro padre nos enseñó a disparar y a cuidar de nuestras propias armas, cuando
Casie cumplió los doce años, nos regaló a ambas un juego de pistolas.
—No lo dices en serio — replicó mirándola a los ojos, pero ella asintió divertida.
—Son un juego de dos revólveres Smith & Wesson con culatas de nácar, el modelo número
tres — le explicó llena de diversión — las de Casie son de nácar blanco y las mías de nácar
azulado.
—Tenemos que hacer una competición — sugirió Leonard divertido.
—Claro, porque a los londinenses les encantará saber que las americanas se han traído sus
revólveres — protestó Garrison ganándose una mirada reprobadora de todas las damas.
—Las americanas — respondió Raychel — sabemos disparar mejor que cualquier inglés — se
cruzó de brazos y desafió a Garrison — además, yo no he oído a Leonard decir que teníamos que
competir en este preciso instante.
De repente, el ambiente se tensó tanto que todos se sintieron terriblemente incómodos, salvo
Garrison y Raychel que se desafiaban el uno al otro sin dejar de mirarse con los ojos encendidos.
—Señorita Beasley — interrumpió Whiters, todos se giraron a mirarle — si quiere, podemos
empezar a preparar ya la mesa, la comida está casi lista.
—Eso sería fantástico — le dijo con una sonrisa — muchas gracias.
El mayordomo salió del jardín con una sonrisa en los labios.
Entonces Raychel se giró hacia Garrison y le miró fijamente.
—Aún tenemos por lo menos veinte minutos, ¿querrías acompañarme? — le dijo desafiante —
por fin ha llegado el libro del que hablamos.
Él captó la flagrante mentira y sonrió.
—Por supuesto querida.
—¿Y de qué libro se trata? — preguntó el vizconde comenzando a caminar con ellos.
—De uno privado — le respondió Garrison poniéndole una mano en el pecho.
No hizo falta decir nada más. De repente, todas las mujeres fingían estar sumamente
interesadas en los adornos del jardín.
***
Raychel le llevó hasta su biblioteca particular, aquella donde sólo entraba ella y la doncella
que limpiaba, era donde tenía los documentos más confidenciales de las fábricas y también era
donde más a gusto se sentía.
Garrison la siguió admirando la calidad y el buen gusto de las decoraciones de la vivienda.
Claramente había sido reformada hacía poco y le impresionó el buen trabajo de restauración de
las columnas así como las decoraciones al fresco de los techos y algunas de las paredes.
Una vez que llegaron a la estancia elegida por ella, Garrison la dejó pasar primero y en cuanto
entró, cerró la puerta y giró la llave.
Raychel fue a protestar pero antes de que se diese cuenta, Garrison la había cogido entre sus
brazos y le estaba devorando la boca.
—Abrázame — le ordenó y volvió a besarla.
Y sí, tuvo que obedecerle pero más que nada porque le temblaban tanto las piernas que apenas
podía sostenerse en pie.
El conde le mordisqueaba los labios y después se los lamía haciendo que todas las
terminaciones nerviosas de su cuerpo gritasen.
—Abre la boca Raychel — le susurró contra los labios — déjame entrar.
Se dijo a sí misma que no lo hacía por obedecerle, sino porque necesitaba coger más aire, el
caso es que él lo aprovechó e introdujo la lengua dentro de la de ella y comenzó a saborearla.
¡Jesús bendito! A ella nunca, jamás la habían besado de esa forma. Y le costó varios segundos
comprender que su conde la estaba besando de verdad, de esa forma que ella secretamente tanto
había deseado, aun sin saber exactamente cómo era.
Y desde luego nadie le había provocado las miles de descargas que sentía en todo el cuerpo y
cuando pensó que ya no podía arder más, Garrison le puso las manos en el trasero y la pegó a él,
había algo duro entre ellos y supo al instante qué ocurría.
Lo había visto muchas veces en las fábricas y sabía lo que ocurriría a continuación si no le
detenía, pero sinceramente, no tenía ni la más mínima idea de como hacerlo, porque ella misma le
estaba enredando los dedos en el pelo espeso y gemía loca de placer por las miles de sensaciones
que la estaban recorriendo.
Pero él volvió a sorprenderla cuando ambos giraron y la llevó contra la puerta, aplastándola y
sacando todo el aire de sus pulmones. Después le cogió las manos y se las colocó por encima de
la cabeza y se las sujetó por las muñecas con una sola mano.
—Pon una maldita fecha — gruñó mientras con la mano libre comenzaba a subirle las faldas
— y que sea rápido.
Le hundió la lengua de nuevo en la boca mientras le rozaba la piel de los muslos con las uñas y
tironeaba de su ropa interior.
—No podemos — gimió sintiendo que algo la atravesaba.
—Sí que podemos — le gruñó subiendo más la mano entre sus piernas — no muevas las
manos de donde las tienes.
Y ella no se atrevió a hacerlo, no por la orden, sino porque no quería que parase, debía
detenerle, lo sabía, pero no encontraba la forma ni la fuerza de voluntad para hacerlo.
Él comenzó a tirar de los lazos que mantenían su escote y cuando oyó cómo se rasgaba la tela,
ella se cubrió con las manos.
—Raychel… — y sonó como una amenaza que a ella le erizó todo el cuerpo.
—Déjame a mí, no puedes romperme la ropa.
Comenzó a desatar los lazos y ante la ávida mirada de Garrison, quitó uno a uno las presillas
que sujetaban el corpiño de su vestido.
—Ya sé cómo va, pon las manos sobre la cabeza — le ordenó mientras ambas manos se
aplicaban en desnudarla.
Una vez que abrió lo suficiente como para sacarle ambos pechos de la camisola la miró a los
ojos.
—¿Alguna vez… — ella negó con la cabeza y él sonrió — elije una maldita fecha para la
boda — le exigió.
Un segundo después, su boca devoraba con avidez su pecho, una mano le masajeaba el otro y
la otra, le subía de nuevo las faldas.
Raychel se estaba mareando, no pudo mantener las manos sobre la cabeza, se aferró al cuerpo
de Garrison y le clavó las uñas sobre la tela de la chaqueta. Y entonces decidió que ella también
quería explorarle a él, empezó a tironear de la prenda hasta que él gruñó.
—También quiero verte.
Garrison se detuvo en seco y le sujetó las manos.
—Eres mía Raychel, ya no hay vuelta atrás — ella tragó con fuerza — voy a seguir
devorándote y quiero hacerte mil cosas — la vio jadear y se excitó aún más — pero si quieres que
yo me desnude para ti — le lamió los labios — primero te casarás conmigo.
—¿Qué? — le preguntó confusa.
—No te voy a poseer sin casarme contigo — le dijo presionando la mano entre sus piernas —
en cuanto pongas una fecha haré que te corras — ella enrojeció violentamente y él sacó la mano y
la miró — sabes lo que significa esa palabra — la acusó — ¿por qué?
Se alejó un par de pasos de ella y tragó con fuerza. Era lo más erótico que había visto en su
vida. Allí estaba, sonrojada, con los pezones erectos y medio desnuda, totalmente expuesta para
él.
Pero tenía que saberlo porque en esos momentos no era capaz de razonar. Si ella había
compartido su cuerpo con otro… que Dios les amparase a ambos. Ella estaba muerta de vergüenza
e intentaba taparse los pechos con los brazos.
—Garrison — gimió apretando los muslos, él se enfureció aún más.
—Dime por qué sabes lo que significa correrse — le ordenó y ella vio que se estaba jugando
toda su vida en esa respuesta.
—Lo he visto en las fábricas, los hombres — jadeó — ellos dicen a veces esas palabras antes
de que las mujeres griten y después se queden laxas en sus brazos.
—Quien te ha tocado — tenía los puños apretados a los lados de su cuerpo.
—Nadie.
—No eres inocente — volvió a acusarla.
—Pero no porque un hombre me haya tocado — le dijo tapándose el pecho con la tela del
vestido, de repente se sentía sucia y humillada — eres el único que lo ha hecho.
Él la miró con los brazos cruzados y ella ya no pudo soportarlo más.
—No te traje aquí para esto — le dijo abrochándose el vestido lo más rápido que pudo —
sólo quería hablar contigo, quería que hablásemos de la boda, pero no podemos casarnos si cada
vez que hago algo que consideras ofensivo me insultas y me atacas — le temblaban tanto los
dedos que ya iba por el segundo intento de abrocharse los lazos — no confías en mí y no me crees
— le dijo con la voz cortada — y no puedo hacer nada para que cambie eso — le miró a los ojos
— soy quien soy Garrison y no voy a cambiar ni por ti ni por nadie.
—No puedes negarme que te has entregado con absoluta tranquilidad — ella se tapó la boca
con las manos.
—Eres idiota — le dijo tremendamente herida — ¿sabes? Cuando te he visto en el jardín
pensé que habíamos olvidado lo que pasó en Saint Albans y que estabas aquí porque aún querías
casarte conmigo y por un momento, sólo uno, he llegado a creer que tendríamos un matrimonio
muy feliz — estiró la falda y lamentó las arrugas que se veían — pero no me quieres a mí, quieres
a una virgen estúpida e ignorante, sumisa y maleable y a poder ser que caiga rendida a tus pies —
él permaneció impasible y ella se sintió aún peor — salvo lo de virgen, no soy nada de eso —
tragó con fuerza — creo que volveré al jardín, te ruego que te vayas, inventaré algo para explicar
tu repentina ausencia.
Se dio la vuelta, pero en cuanto su mano tocó la llave, Garrison se abalanzó sobre ella
abrazándola con fuerza.
—No te vayas y no me eches — le susurró al oído — por favor, quédate.
—No puedo — gimió ella — no así.
—Es sólo que imaginar que otro te ha tocado… yo… — le sujetó las caderas — volvamos al
punto anterior, cuando nos besábamos y todo iba bien.
—Contigo nunca va bien — le dijo ella — quieres convertirme en alguien que no soy y aunque
no me creas, nunca te he mentido.
Pero él sabía que sus defensas se estaban derrumbando a cada beso que él le daba en la nuca,
le acarició la espalda y después la rodeó con sus brazos apretándola contra él.
—Quiero casarme contigo más de lo que quiero hacer cualquier otra cosa, pero te deseo —
apretó sus caderas contra ella — te deseo más de lo que es razonable, venga Raychel, pon una
fecha para la boda.
Y aunque quiso decir otra cosa, lo que le salió fue:
—Cuatro meses.
CAPITULO 10

Garrison se detuvo en seco y la hizo girar para mirarla a los ojos.


—No lo dices en serio.
—No voy a casarme a las carreras y no voy a dejar a mi hermana sin su primera temporada —
se encogió de hombros y tragó con fuerza.
—No vamos a esperar cuatro malditos meses — gruñó.
Raychel le miró y vio deseo, pero también confusión y algo más que no supo identificar.
Entonces una idea se le cruzó por la mente.
—¿Es por la dote? — le dijo nerviosa — ¿tan urgente es la necesidad económica?
Garrison la miró a los ojos y la recorrió de arriba abajo. ¿Tenía urgente necesidad económica?
Sí, mas bien sí, pero la urgencia más apremiante es la que ella le provocaba. Pero para su
desgracia, había otra cosa que le impedía tardar tanto en celebrar la boda y por mucho que le
enfureciese, supo en ese momento porqué quería casarse lo antes posible.
—Ven — le tendió la mano y cuando ella colocó la suya encima la abrazó con fuerza —
necesito contarte algo y no… no quiero que nadie espere por nosotros.
—De acuerdo — concedió Raychel — voy a terminar de vestirme y le diré a Whiters que se
encargue de todo, podemos quedarnos aquí si quieres.
Él sólo asintió y ella se sintió caer en un pozo sin fondo rodeada de flores, corazones y
unicornios. Y supo, con toda seguridad que ya estaba loca y perdidamente enamorada de él.
Garrison comenzó a abrocharle de nuevo el corpiño del vestido con manos firmes y mirada
concentrada y Raychel se derritió un poco más. Finalmente le hizo las cinco lazadas perfectas y
ella sonrió encantada, sabía que eso significaba que él tenía mucha más experiencia que ella. Pero
en ese momento, cuando la intimidad que compartían era tan abrumadora, lo único que le
importaba era que estaban los dos solos.
—Gracias — le dijo cuando terminó de colocarle el volante de las mangas, él sólo asintió.
Raychel se dirigió a la puerta, giró la llave y tras abrir, salió unos minutos.
Garrison se sentía como si le estuviesen frotando la piel con lana sin peinar. No quería, no
quería hablarle de su padre y desde luego que no quería enfrentarse a la carga que tenía sobre sus
hombros. Pero él era el conde de Eastburn y pronto sería el duque de Hawley y tenía una madre y
dos hermanas a las que quería con toda su alma, a las que tenía que proteger.
Sabía que al casarse con la americana estaba poniendo en sus manos la felicidad de toda su
familia, pero lo que más le preocupaba en esos momentos era que sus instintos más primarios le
decían que si había una mujer peligrosa para él, esa era, sin duda alguna, Raychel Beasley.
Se recostó en el sofá y observó la estancia.
Era un despacho grande, con enormes ventanales y decoración estricta. Oscura madera
contrastaba con la calidez del color de las paredes. Las cortinas eran livianas de un ligero color
verde, a juego, sin duda con la tapicería del sofá en el que él se encontraba y de la alfombra que
cubría casi todo el suelo.
Había libros por todas partes, se acercó a la librería y no le sorprendió encontrar tratados
económicos, de comercio y muchos relativos al metal. Se acercó al enorme escritorio y cogió uno
de los libros que había encima.
Frunció el ceño al comprender que se trataba de un libro sobre el funcionamiento de los
modernos telares de las fábricas textiles. Casi había olvidado ese asunto. También había hojas en
las que Raychel había hecho anotaciones, dejó el libro a un lado y cogió un pliego de papel.
La escritura era pulcra, ordenada y claramente femenina. Había pros y contras de varios
modelos de telar y una estimación de lo que costaba cada uno de los modelos tenidos en cuenta.
Era, se dio cuenta, una mujer ordenada, cabal y muy práctica.
Él mismo jamás había llevado a cabo un análisis tan completo de sus cuentas. Quizá Leonard
tenía razón y podía aprender de ella, por ridícula que fuera la idea.
Cogió otro pliego de papel y resiguió con la punta del dedo la hermosa caligrafía. En este
analizaba la posición de la fábrica que había comprado en relación a los medios de transporte que
pasaban cerca. Se le escapó una sonrisa. Tenía multitud de detalles.
—Les he dicho a todos que te ha surgido algo y que tuviste que irte — le dijo Raychel a su
espalda, después escuchó cómo la llave giraba en la cerradura.
Él se giró con los pliegos de papel en las manos.
—¿Esto lo has hecho tú? — le preguntó y ella asintió — son análisis muy profundos y
detallados.
—Es la única manera que conozco de anticiparme un poco al coste de la producción — se
encogió de hombros — mi padre lo hacía así y bueno, aunque siempre hay imprevistos… es muy
eficaz por lo que he podido comprobar.
—¿Te has decidido ya por un modelo de telar? — miró el primer pliego — veo que has
analizado cuatro.
—Sí, todos son muy buenos — se acercó a él tragando con fuerza — pero esos cuatro son los
mejores.
—¿Y qué les diferencia? — le preguntó con curiosidad — por lo que veo el precio es similar.
—Sí, pero el mantenimiento, la capacidad de producción y la dificultad de uso, es lo que
diferencia unos de otros.
Entonces se acercó y cogió del escritorio otro pliego y se lo entregó.
—Ah, comprendo — leyó con detenimiento — ¿cómo has conseguido todos estos datos?
—Preguntando — se encogió de hombros y él la miró fijamente — soy mecenas y amiga de
varios inventores, hay un hombre de unos cuarenta años que es especialista en maquinaria de todo
tipo, se llama Walter Criane — se frotó las manos — fui a verle y le expliqué lo que necesitaba
saber, él me consiguió todos los datos.
No se atrevía a mirarle por temor a ver a ese hombre arrogante y que creía que podía
dominarla, sin embargo, Garrison la sorprendió al alzarle la cara con un dedo bajo la barbilla.
—¿Fuiste con él? — negó con un gesto — ¡gracias a Dios! — suspiró y volvió a mirarla —
¿confías en ese tal señor Criane?
—Sí, le he asignado un fondo trimestral que le permite llevar a cabo sus investigaciones y
mantener a su familia, tiene un hermano pequeño, una esposa y un hijo que estuvo muy enfermo el
mes pasado, le pagué los mejores cuidados médicos y ahora ya está bien.
—¿Es una forma de asegurarse la lealtad?
—No, para mí no lo es, pero para el resto del mundo sí — se encogió de hombros — aunque
no trabajase para mí, habría cuidado de su hijo igualmente.
—¿Siempre eres tan buena? — ella sonrió.
—Lo intento — le miró a los ojos — la vida de las personas, sea cual sea su estatus social, es
importante, nunca sabes lo que alguien podría conseguir.
—Crees en las personas — afirmó el conde y ella asintió sonriendo.
—Sí — suspiró — sé que no todo el mundo es bueno y que por regla general, las personas
somos egoístas, pero de vez en cuando, ves un acto altruista y yo… bueno, prefiero pensar que aún
quedan buenas personas en el mundo.
Garrison se quedó en silencio mirando de nuevo las hojas de papel que tenía en las manos.
Raychel analizaba, comparaba y elegía la mejor opción. ¿Qué estaba haciendo él con su vida?
¿Qué estaba haciendo con sus propiedades? La agricultura apenas pagaba a los arrendatarios y él
nunca se había dado cuenta de que esos arrendatarios con los que él no compartía ni el aire, eran
los únicos que aún mantenían las propiedades en pie, porque él ya no tenía ni una libra para
hacerlo.
Se sintió mal, físicamente mal.
***
Raychel miraba a Garrison y sentía que el corazón le golpeaba las costillas con fuerza. Se
había quedado muy callado y apenas movía los ojos.
Empezó a ponerse muy nerviosa y se frotó las manos con fuerza.
—¿Quieres que nos sentemos? — le preguntó — le he pedido a Whiters que nos traiga algo de
comer de forma muy discreta.
Él la miró a los ojos y asintió, aún se le veía perdido y confuso.
Una vez que se sentaron, Garrison aún sostenía varios pliegos de papel en las manos.
—¿Me enseñarías? — le pidió y ella sintió como su propio corazón abandonó su cuerpo para
acurrucarse en el regazo del conde.
Le sonrió y asintió. Y esperó.
Al cabo de unos minutos, Garrison parecía que recuperaba el ánimo, dejó los papeles sobre el
sofá y se giró a mirarla.
—Quiero hablarte de mi padre — ella tragó con fuerza — pero, te cuente lo que te cuente,
tienes que entender que lo que hay entre nosotros seguirá — Raychel frunció el ceño y él le pasó
un dedo para estirarlo con mucho cuidado — lo que te dije antes era cierto, quiero casarme
contigo más que cualquier otra cosa en el mundo y sé que tendrás mucho que decir y aunque no te
puedo prometer aceptar tus sugerencias, sí que te prometo intentar pensar en todo lo que me digas,
pero tienes que tener esto muy presente Raychel, te quiero para mí, para ningún otro y si después
de contarte todo acerca de mí decides que no quieres casarte conmigo — se encogió de hombros
— no dudaré en comprometerte para que no tengas más opciones.
Raychel sonrió.
—¿De verdad crees que con amenazas podrías conseguir lo que quieres?
—No te estoy amenazando — le dijo muy serio — es un hecho — le acarició el rostro — te
contaré todo acerca de mí, responderé a todas tus preguntas y nadie, nadie más en el mundo aparte
de ti y de mí, sabrá jamás lo que hablemos aquí — le acarició los labios — pero eres mía Raychel
y serás mi esposa, ya hablaremos más tarde sobre el ridículo plazo que pusiste, sólo quiero que lo
tengas claro, nos casaremos.
—Deberías saber que no reacciono bien a las presiones — le miró a los ojos — y aunque
creas que no, eso es una amenaza y reacciono aún peor a ellas.
—No — repitió y entonces hizo algo que la dejó estupefacta, la cogió con fuerza y la arrastró
a su regazo — no te amenazo, pero te quiero para mí y sé que tú sientes algo por mí, lujuria,
deseo, cariño, ternura… lo que sea — la besó dulcemente en los labios — como mínimo te sientes
atraída hacia mí y hay matrimonios que empiezan con mucho menos — volvió a besarla — soy
como soy, pero sé lo que quiero.
—¿Y yo no tengo nada que decir? — le preguntó rodeándole el cuello con las manos.
—Tienes mucho que decir, siempre y cuando eso que digas se parezca a: lo que desees,
cariño.
Ella sonrió con picardía.
—¿Cariño?
—Sí, me gusta oírte decir mi nombre, pero prefiero que lo jadees cuando te haga llegar al
orgasmo — la apretó contra su erección — y te prometo que lo haré, me esforzaré al máximo para
que nunca jamás estés insatisfecha — le acarició la espalda — pero cuando estemos como ahora,
los dos solos y hablando, quiero que me llames con esos motes cariñosos y que implican una
familiaridad que nunca he tenido con nadie.
—¿Y cómo me llamarás tú a mí? — le preguntó coqueta.
—Para que te des cuenta de que no soy un ególatra autoritario — la besó en los labios — tú
elegirás cómo te llamaré — le puso un dedo en los labios — pero sólo en las situaciones como la
de ahora.
—Creo que empezaré por pedirte que me llames su inteligentísima alteza — bromeó y
Garrison se rió a carcajadas.
—Eres un tormento, ¿lo sabes? — ella asintió — pero eres y serás mi tormento — la estrechó
más contra él — sólo mío y para siempre.
—Muy bien caramelito mío.
Y Garrison volvió a reír como hacía mucho tiempo que no hacía mientras que Raychel sentía
que pese a las órdenes, las exigencias y todo lo demás, ella estaba más que dispuesta a casarse
con ese hombre que la hacía sentir como si fuese la única mujer en el mundo.
La recostó contra él y comenzó a acariciarle la espalda.
—¿Cómo decidiste ponerte al frente de las fábricas? — le preguntó con verdadera curiosidad.
—Porque no había nadie más que lo hiciese — aspiró el aroma de él y por primera vez en
mucho tiempo, volvió a sentirse segura.
—¿Qué hay de tu tío?
—Michael — se acurrucó más contra él — es un buen hombre, pero por aquel entonces tenía
problemas con los opiáceos y el alcohol — cerró los ojos un instante — no podía permitir que mi
familia terminase arruinada.
—¿Y Josephine?
—Ella aún no formaba parte de la familia, se casó con mi tío hace sólo tres años.
—Llevas sola mucho tiempo — la besó en el pelo.
—Sí — confirmó — pero ahora que nos vamos a casar, tendré más hermanas y una nueva
madre y a ti — se incorporó lo suficiente como para poder mirarle a los ojos — cambiaré tu vida
— le dijo poniéndose seria — no soy dócil ni sumisa — le perfiló los labios con la punta de los
dedos — ¿podrás con ello?
—No lo sé — respondió con sinceridad — pero lo que sí sé es que ya has cambiado mi vida
— la besó dulcemente en los labios — y yo pretendo cambiar la tuya.
Y después, se abalanzó sobre ella hasta dejarla tumbada en el sofá mientras le hacía cosquillas
y la besaba descaradamente. Nunca había jugado así con una mujer, pero tenía la sensación de que
con Raychel, podría hacer todo lo que desease.
Quizá, incluso atreverse a ser feliz.
***
No supieron cuánto tiempo estuvieron riendo, pero para ambos, en ese momento, había
cambiado algo y los dos eran conscientes de que era algo que no podrían olvidar jamás.
Estaban a punto de decir algo cuando unos golpes en la puerta les sorprendieron.
Garrison colocó a Raychel en el sofá y él mismo se levantó para abrir la puerta y dejar pasar a
Whiters que sin dejar traslucir lo que pensaba de esa situación, entró empujando una mesa con
ruedas sobre la que había varias bandejas, dos copas y una jarra de agua y otra de vino.
—¿Desean algo más? — les preguntó cuando colocó la mesa rodante al lado del sofá.
—Así está bien — le dijo Raychel — muchas gracias.
—Me he tomado la libertad de darle el resto del día libre al servicio una vez que la comida en
el jardín termine, yo mismo me he incluido.
—Eres el mejor — Raychel sonrió — muchas gracias.
—¿Quieren que les sirva? — volvió a preguntar el hombre.
—No, yo mismo me encargaré — intervino Garrison, después miró a Raychel que asintió con
un gesto.
—Muy bien — tras decir eso se dirigió a la puerta y salió cerrando muy despacio.
Garrison giró la llave y miró a la mujer.
—¿No tiene demasiada libertad? — le preguntó.
—No, Whiters es un hombre excepcional al que respeto y tengo en muy alta estima — le
explicó — esta casa no la lleva el ama de llaves, la lleva él y hace un trabajo espectacular
cuidando de nosotras — entonces miró la comida y sonrió — ven, comamos y me cuentas qué es
eso tan terrible sobre ti que puede hacer que me replantee casarme contigo.
Él sonrió con toda la soberbia del mundo y se sentó a su lado.
—Puedes replanteártelo, por supuesto — sonrió de nuevo — pero no lo conseguirás.
Ahora la que rió fue Raychel.
Agitando la cabeza, la joven comenzó a servirle en un plato algo de todo lo que había en las
fuentes y cuando ambos tuvieron comida suficiente, sirvió las bebidas, después, con el plato en el
regazo, se recostó en el respaldo del sofá y se quedó en silencio para darle la oportunidad al
conde de ordenar sus pensamientos y que le contase eso tan horrible, que si bien no la echaba para
atrás en cuanto a casarse, sí que había despertado toda su curiosidad.
—Mi padre se está muriendo — empezó Garrison sin mirarla — hace años contrajo una
enfermedad que nos ocultó hasta que fue demasiado tarde para ponerle remedio — Raychel se
había quedado a medio camino de meterse en la boca un trozo de panecillo, él le hizo un gesto
para que continuase y se quedó callado esperando.
—Vale, continua — le pidió cuando terminó de masticar.
—Mi madre y mis hermanas no lo saben — confesó — ellas creen que se trata de algo
pulmonar — entonces la miró a los ojos — perdona, se supone que no debo hablar de partes del
cuerpo con una dama.
—No importa — sonrió — estamos solos — cogió otro mini bocadillo de la fuente — sigue.
—El caso es que como te digo es tarde — se encogió de hombros — está encerrado en una
cabaña de caza — se quedó en silencio.
—¿Tiene cuidados médicos? — le preguntó.
—Sí, hay un médico y una enfermera con él — mordió un mini bocadillo — al principio había
dos, pero…. pero ya no pueden hacer nada más por él.
—Comprendo — y cuando él la miró a los ojos, se dio cuenta de que efectivamente
comprendía.
—Según el médico le queda menos de un mes de vida — oyó el jadeo de sorpresa de ella pero
se negó a mirarla, no quería que viese que él sólo sentía alivio.
—Entonces es por eso por lo que no quieres esperar — le dijo y él se mantuvo en silencio —
porque si tu padre muere antes de la boda, tendríamos que esperar… — se quedó un segundo en
silencio — un año, ¿no es cierto?
—Sí — respondió sin mirarla, cogió la copa y se la llevó a los labios.
—En ese caso, deberíamos organizar la boda lo antes posible — le dijo mirándole aunque él
aún se mantenía con la vista fija en el plato.
Se mantuvieron en silencio mientras terminaron de comer y una vez que Raychel depositó el
plato de nuevo en la bandeja, Garrison se enderezó y se atrevió a mirarla.
—Las deudas que tengo son escandalosas — le confesó — mi padre despilfarró toda la
fortuna familiar en juego, mujeres y depravación.
Raychel sopesó qué decir a continuación, la estaba destrozando verle tan sumiso, él no era así
y aunque la hacía hervir de ira, le prefería mil veces siendo arrogante y egocéntrico.
—Mi dote es de treinta mil libras y tengo una renta anual de quince mil — le explicó — ¿es
suficiente?
Sentía asco de sí mismo. Por un momento era como si se estuviese vendiendo por dinero y era
así exactamente, pero él quería que Raychel le viera como un hombre y no como un proyecto
financiero.
—No lo sé — confesó muerto de vergüenza — sé que debo pagar lo antes posible veinte mil
libras para que mi madre y mis hermanas puedan seguir en Londres — se apretó las sienes con
fuerza — Darlene debería estar disfrutando de otra temporada para encontrar un buen marido,
pero no puedo pagársela y Grace debería ser presentada en dos años como mucho — cogió aire y
lo exhaló con fuerza — y eso sólo en Londres, el resto de las propiedades tienen sus propios
problemas, pero hasta que no sea duque no me informarán detalladamente de todo.
Raychel respiró profundamente y se levantó para dirigirse al escritorio, allí cogió su libreta de
cuentas la pluma estilográfica y volvió a sentarse a su lado.
—Bien, comencemos con lo que sí sabemos — le dijo con una sonrisa tranquila — ¿cuánto
necesita Hawley House?
—No quiero que esto sea así — confesó Garrison cerrando los ojos.
—Mira — Raychel lo dejó todo en la mesa al lado del sofá — si vamos a ser un matrimonio,
tenemos que ocuparnos juntos de las cosas — le tocó en el brazo — hablar de dinero y de
solucionar problemas es lo que yo mejor hago — le explicó — sé que para ti es vulgar y
denigrante, pero tienes que hacer el esfuerzo de serenarte, debemos buscar soluciones, no crear
más problemas.
—Debería tratar de esto con tu tío — dijo sin abrir los ojos.
—Mi tío te remitiría a mí — se encogió de hombros cuando por fin él la miró — es un hombre
magnífico, pero los números no son para él, en Boston, es Josephine quien se encarga de todo, ella
maneja el dinero de los dos — vio la pregunta en la mirada de Garrison y sonrió — te lo contaré
más tarde, ahora hagamos esto.
Y así, pasando por encima de la vergüenza y de la impotencia que sentía al mencionar todas y
cada una de las propiedades del ducado así como sus deudas y características, Garrison habló
como jamás lo había hecho con nadie.
A Raychel le daba vueltas la cabeza, jamás se hubiese imaginado que las arcas del ducado
estuviesen tan mal y ni siquiera podía plantear el hecho de deshacerse de algunas, porque como le
había explicado Garrison, no tendría acceso a ellas hasta que él fuese el duque.
—¿Es posible incluir en sociedad a Darlene este año? — le preguntó apuntando unas cuantas
cosas en la libreta.
—No sería prudente — explicó Garrison — la temporada está a punto de acabar.
—Bien, — anotó algo — entonces tendrá que esperar a septiembre, ¿se pueden ofrecer bailes
en… — no sabía muy bien como plantear lo que tenía en mente — voy a hablar con franqueza, no
te ofendas por favor — le pidió humilde — ¿se pueden hacer eventos en Hawley House? — él la
miró a los ojos — es que… tu madre nunca nos invita a su casa y bueno, me he dado cuenta de
algunos detalles sobre sus vestimentas y yo… pensé que a lo mejor, vuestra casa no está… todo lo
espectacular de debiera.
Él sonrió con pesar.
—No está tan mal — le dijo — sí que necesitaría algunas mejoras, pero sigue siendo
perfectamente aceptable.
Raychel apuntó algunas cosas más y tras hacer varios cálculos, se giró y miró al conde.
—¿Estarías dispuesto a pedir un préstamo al banco? — él abrió los ojos y negó con la cabeza.
—Dudo de que me lo concediesen.
—Bueno, si sólo fueses como el conde de Eastburn a lo mejor no — apuntó algunas cosas más
— pero como mi prometido y después de anunciar la boda para dentro de tres semanas — apuntó
algo más — es muy posible que te den una cantidad que nos permita empezar a cambiar las cosas.
—¿Acaso tu nombre es más importante que el mío? — le preguntó ofendido.
—Sí — respondió con sinceridad — en lo referente a entidades bancarias, lamento decirlo,
pero sí — le explicó — sé que te molesta y que incluso te ofende, pero mi familia no tiene ninguna
deuda con nadie, es más, en varias ocasiones le hemos prestado dinero a gente muy influyente, ¿de
verdad tu orgullo vale más que salvar a tu familia?
—¿Y qué hay del título? — le preguntó.
—Eso es cosa tuya, yo ni lo comprendo ni tengo la intención de hacerlo — le miró a los ojos
— era mi madre la que quería que me casara con un noble y te juro que jamás comprendí por qué
— suspiró — me da igual que seas conde, duque o carnicero, yo quiero casarme contigo, no con
un título.
Garrison sonrió y la atrajo a sus brazos para estrecharla contra él.
—Serás una duquesa muy extravagante y excéntrica — le susurró al oído — discutiremos a
menudo y seguramente me odiarás más días de los que sientas algo positivo hacia mí, sabes eso,
¿verdad?
Ella rió cantarina.
—Te vendes fatal — le besó en los labios — no me importa ser duquesa, me importa ser tu
esposa y por mucho que me enfade contigo, sólo te pido que no me pases por encima, que me
tengas en cuenta y que me escuches — enmarcó su rostro con las manos y le miró fijamente — no
dejes de verme, por favor.
CAPITULO 11

Al día siguiente, todo Londres comentaba la nota de prensa que había salido en todos los
periódicos nacionales y locales.
Mientras las damas conversaban entre ellas sobre el inesperado anuncio y los caballeros
hacían lo propio en los clubes, Raychel acompañaba a Garrison al mismo banco en el que se
habían encontrado semanas antes y donde empezaron a conocerse.
—Mi más sinceras felicitaciones — les dijo el director al recibirles — he leído el anuncio
esta mañana.
—Gracias — respondió el conde con seriedad.
Era más que evidente que Garrison estaba sufriendo y aunque Raychel quería abrazarle y
consolarle, no podía evitar disfrutar un poco de la situación. El conde era un hombre grande y
corpulento, con músculos más desarrollados de lo que dictaba la moda y se veía ridículamente
apretado en el despacho del director.
Raychel y él habían acordado la tarde anterior cómo hacer la propuesta al señor Thombwell,
Garrison había protestado alegando que era perfectamente capaz de ocuparse de dichos temas,
pero ella consiguió convencerle de que debido a su trabajo, tenía más experiencia, un punto que él
no podría rebatir. De modo, que le dio unos instantes de calma para que Garrison comenzase a
hablar.
Y se sintió absurdamente orgullosa de él cuando, pese a la incomodidad que sentía, se expresó
con confianza, seguridad y con una lógica absoluta.
—Bien — comenzó el director — si bien es cierto que sus antecedentes no son una buena carta
de recomendación — le dijo al conde — debo decir que siempre he tenido respeto por usted y
dado que según me ha comentado, en breve va a ser el cabeza de familia, me siento
particularmente inclinado a concederle el crédito milord.
El alivio que sintió Garrison no podía ser expresado en palabras. Si bien era cierto que el
matrimonio con Raychel venía bendecido con cantidades ingentes de dinero, la tarde anterior
había comprendido, con ayuda de ella, que eran fondos limitados y que por lo tanto, lo más
aconsejable era pedir el préstamo, el cuál podrían devolver cómodamente en plazos para empezar
a invertir en las propiedades y que estas comenzasen a dar beneficios lo antes posible.
Sus creencias sobre las actividades aceptables de un caballero como él luchaban
encarnizadamente con la lógica de la verdadera situación. No obstante y aunque sentía que él
mismo estaba pisoteando su orgullo, Raychel había tenido razón. La protección y seguridad de su
familia valía más que el resto.
Finalmente, cuando salieron del banco con las bendiciones del director, Raychel se sentía
pletórica y confusa. No sabía por qué motivo el hecho de que Garrison hubiese tenido ese
comportamiento tan elocuente, la hacía sentirse llena de dicha.
—¿Podríamos ir a tomar un té con pastas a una confitería? — le preguntó con una sonrisa —
me gusta pasar tiempo contigo.
Garrison la miró y después desvió la mirada hacia la doncella que les acompañaba y que se
mantenía a una distancia prudencial. Miró al cielo y sonrió.
—Hace suficiente calor como para disfrutar de un helado — le dijo — sé que Gunther’s es la
heladería más famosa, pero yo conozco un local que tienen muy buena calidad y que es más
discreto.
—Me parece perfecto — deslizó la mano en el codo masculino y sonrió — ¿me enseñarás más
rincones ocultos de Londres?
—No creo que fuese muy recomendable que te lleve a rincones oscuros — inclinó la cabeza
para susurrarle al oído — me dan ideas de lo más inapropiadas.
Ella rió cantarina y Garrison sintió que tendrían un matrimonio definitivamente magnífico.
Pasearon por las calles y saludaron a conocidos que les felicitaban por sus próximas nupcias,
Raychel aceptaba de buena gana los consejos de las damas y sonreía sonrojada ante los
comentarios de los caballeros.
Cuando llegaron a la heladería, Raychel se quedó sorprendida. Era un lugar encantador, con un
ambiente cálido y acogedor.
No era muy grande, sólo tenía unas diez mesas. Pero había algo que lo hacía especial.
Las mesas eran de madera y tenían unos manteles de lino en colores pastel. Las sillas estaban
decoradas acorde. Grandes lámparas colgaban de los altos techos e iluminaban correctamente
todo el local.
Había una barra de mármol en el centro de una de las paredes laterales y detrás, una joven muy
hermosa que sonreía al caballero que tenía a su lado.
En ese momento la joven se giró y les vio en la puerta.
—¡Oh milord! — salió de detrás de la barra acompañada por el hombre y ambos se acercaron
con una enorme sonrisa — ¡qué alegría verle! — continuó la mujer — he leído esta mañana sobre
su compromiso, ¿me permite felicitarle y desearle una vida llena de felicidad?
—Muchas gracias Holly — dijo Garrison — te presento a mi prometida, la señorita Raychel
Beasley.
—Es un honor señorita Beasley — le dedicó una franca sonrisa — le extiendo mis
felicitaciones y mis buenos deseos.
—Muy amable — respondió Raychel.
—Milord — el hombre se inclinó levemente en señal de respeto — como siempre, un honor
tenerle aquí.
—Gracias Arthur — le miró a los ojos — ¿va todo bien?
—Sí milord — posó las manos sobre los hombros de su esposa — va todo perfectamente, me
gustaría que me permitiese felicitarle por sus próximas nupcias — entonces se giró hacia Raychel
— tiene mucha suerte señorita, el conde es un gran hombre.
—Lo sé — afirmó ella con convicción.
Garrison carraspeó y rompió la emoción del momento.
—Usted quédese en esa mesa — le dijo Garrison a la doncella que les hacía de carabina
señalando una de las últimas mesas.
La joven Holly les había guiado hasta la parte trasera del local, tras una pesada cortina de
color crema totalmente opaca. Tras ella, había una mesa con patas de hierro forjado y cubierta de
mármol con dos sillas mucho más cómodas que las que había en el resto del local. Y tenían una
lámpara sólo para ellos.
—Tengo su mesa lista como siempre milord — miró al conde a los ojos mientras le preguntaba
— ¿lo de siempre?
—Para mí sí — respondió Garrison cuando traspasaron la cortina — pero mi prometida es la
primera vez que viene, tráele una muestra de sabores para que pueda elegir.
—Será un placer — les dijo la joven cuando tomaron asiento — vuelvo lo antes posible.
Raychel esperó casi un minuto entero antes de que la impaciencia la dominase.
—Bien, ¿me lo cuentas? — le preguntó divertida.
—Es la hija mayor de una de mis institutrices — le explicó Garrison.
—Creo que es la primera vez que te veo tratar a alguien que no sea de la nobleza con tanta
amabilidad.
Él frunció el ceño y la miró a los ojos.
—Esto no puedes decírselo a nadie, ni ella misma lo sabe — Raychel asintió — es hija de mi
padre — susurró — fue… no fue… — desvió la mirada — su madre, la señora Longtrade no…
ella no… se vio obligada — terminó diciendo.
—Vaya — murmuró Raychel.
—Como te dije, mi padre lleva tiempo cometiendo locuras, no todas debido a su enfermedad
— seguía sin mirarla a los ojos y ella comprendió que se sentía avergonzado y responsable de
actos que él no había cometido — hace cinco años, su madre me localizó y me explicó la
situación, ella se había casado con un artesano que la trataba bien, pero el hombre había muerto y
de nuevo se veían solas, Holly tenía dieciocho años por aquél entonces — se encogió de hombros
— cuando la conocí… bueno, se hizo evidente que compartíamos genes, así que les di dinero y me
encargué de que no perdiesen la casa.
Miró a su alrededor y respiró lentamente.
—Se casó hace dos años con el señor Greener, por aquel entonces acababa de conseguir el
alquiler de este local y como regalo de bodas, le di una dote de quinientas libras — se recostó en
la silla — y después compré el local y no les cobro alquiler.
Se atrevió a mirar a su prometida a la cara esperando ver toda clase de negación, pero se
quedó sin aliento cuando esos ojos azules claros le miraron llenos de aceptación, orgullo y una
calidez que no parecía posible en un tono como el que tenían.
—Me parece algo muy encomiable — le dijo sonriendo — nadie lo sabe, ¿verdad? — el
conde negó con la cabeza — gracias por compartirlo conmigo.
—¿Te parece bien?
—No, es algo mejor que bien — extendió su mano y la puso encima de la de él — me parece
correcto — cuando sus miradas se enlazaron suspiró — proteger y cuidar de la familia aunque no
se pueda reconocer, es lo correcto.
***
Dos días más tarde Garrison estaba que no cabía en sí de gozo. No sólo le habían concedido el
préstamo, sino que además, las condiciones financieras eran bastante flexibles.
Cuando volvió de su cita en el banco a la que había acudido solo, se encontró la agradable
sorpresa de encontrarse a las hermanas Beasley en su casa desayunando con su madre y sus
hermanas. Estaba tan feliz y lleno de energía que sin pensar en lo que hacía, se acercó a Raychel y
la besó en los labios.
—Estás preciosa esta mañana — la joven se ruborizó intensamente y él volvió a besarla.
—Garrison — le regañó su madre con tono divertido — ¿podrías comportarte? Por si no te
has dado cuenta, tus hermanas están presentes, así como la hermana de tu prometida.
—Tienes razón madre — se giró a las tres jóvenes que le miraban divertidas aunque un poco
azoradas y endureció la mirada — si un hombre os besa, le retaré a duelo.
El tono de voz era serio y firme pero Raychel empezaba a conocerle y sin poder evitarlo se
echó a reír con ganas.
—¿Te parece divertido? — Garrison se sentó a su lado y la miró a los ojos.
—Me parece encantadoramente primitivo — respondió sonriendo — he decidido que necesito
algunas cosas básicas para la boda y le he pedido ayuda a su excelencia y a tus hermanas, creo
que podría ser muy divertido ir todas juntas de compras.
—Dios nos asista — farfulló Garrison.
Raychel sonrió de nuevo.
—Iremos a los almacenes Wallbone — ante la cara de sorpresa y disgusto de él, ella volvió a
reír — tienen una colección excelente de todo lo que necesito — le informó — y según me han
contado nunca han estado allí.
—Porque no apruebo ese tipo de comercio — le dijo abiertamente el conde.
—Hay muchas cosas que no apruebas — Raychel preparó una tostada con mantequilla — pero
si abrieras un poco más los ojos y la mente, descubrirías todo un mundo lleno de posibilidades —
untó mermelada de moras y se la tendió — ten, la hago yo misma.
—Serás mi tormento, lo sabes y te encanta — protestó sin mucha convicción el conde
aceptando la tostada.
—Totalmente cierto — esperó impaciente a que él la probase y cuando abrió los ojos y la
miró lleno de sorpresa le acarició la mano — el mundo es mucho más grande y espectacular de lo
que crees y también mucho más divertido.
Continuaron desayunando con una alegre charla y se despidieron de muy buen humor. Raychel
estaba exultante de felicidad. Cuando Garrison se comportaba de forma razonable, ella atisbaba lo
que podría ser su vida y eso hacía que su corazón saltara pletórico.
Tal y como Raychel y Casie les habían comentado. Los almacenes Wallbone ya no tenían nada
que ver con ese pequeño comercio que abrió hacía más de cincuenta años. Las hermanas sonrieron
al ver lo abrumadas que se sentían la duquesa y sus hijas.
Las enormes puertas de cristal se abrieron para dar paso a un establecimiento muy grande, con
varios mostradores asistidos por hombres y mujeres que ofrecían todo tipo de elementos. En la
planta principal estaban los textiles de mejor calidad y ante la divertida mirada de las Wheatcraft,
Raychel compró un par de guantes de cabritilla para cada una de ellas.
Al principio la duquesa y sus hijas se negaron, pero era tal el entusiasmo de las hermanas
Beasley que al final se dieron por vencidas. Disfrutaron como niñas pequeñas en la mañana de
navidad mientras elegían telas para cortinas, manteles y algunas chucherías.
Pero cuando realmente se sintieron totalmente seducidas por ese mundo del que lo
desconocían absolutamente todo, fue cuando entraron en la zona de vestir. Tres horas más tarde,
tanto la duquesa como sus hijas habían sido eficazmente seducidas por el lujo y la decadencia de
tener ropa interior nueva y de diseño, zapatos y sombreros nuevos y una colección de varios
vestidos para cada una.
Casie abrazó a su hermana con fuerza y la besó en la mejilla.
—Eres la mejor — le susurró cuando vio como Grace, la hermana más pequeña del conde, se
limpiaba discretamente una lágrima del ojo — cada día que pasa me siento más orgullosa de ti.
Raychel sonrió y le devolvió el abrazo a su hermana.
La duquesa se acercó a ella y le cogió las manos con ternura para apartarla un poco hasta que
se aseguró de que nadie podría escucharla.
—¿Crees que… — las palabras se le quedaron atascadas en la garganta.
—Sí — Raychel sonrió — sí, creo que debe disfrutar y aprovecharse del golpe de buena
suerte — miró a su alrededor — su hijo tiene un instinto nato para hacer dinero, hasta ahora no
había podido desarrollarlo, pero ahora todo es diferente y se puede permitir mimar un poco a su
madre y a sus hermanas.
La duquesa ahogó un sollozo.
—Todo es gracias a ti — susurró compungida.
—Sólo soy un grano de arena, el trabajo más importante lo está haciendo él — sonrió — sólo
disfrute excelencia — la duquesa frunció el ceño.
—Llámame por mi nombre — le pidió — yo me dirijo a ti sin formalismos.
—Cierto — Raychel la cogió del brazo y se dirigió hacia donde estaban las chicas — pero
usted es la duquesa de Hawley y yo solo una plebeya — le guiñó un ojo descarado y se sintió
mejor cuando la vio sonreír.
Cuando dieron por finalizadas las compras, Casie sugirió que fuesen a tomar un helado ya que
el día había resultado ser de lo más caluroso para estar a principios de Junio. Raychel estuvo a
punto de sugerir que fuesen a la encantadora heladería que Garrison le había enseñado pero al
recordar quien era Holly, prefirió mantener silencio. El conde le había dicho que la joven no lo
sabía, pero no le habló de la duquesa y por nada del mundo ella quería ponerla en una difícil
situación.
Sus conocidos empresariales le habían hablado largo y tendido del duque y de sus excesos y
en su opinión, una mujer tan culta, dulce y cariñosa como la duquesa, no se merecía la vida llena
de penurias que había tenido que soportar.
Las tres jóvenes iban con los brazos entrelazados caminando delante de Raychel que iba del
brazo de la duquesa.
—Sus hijas son encantadoras y preciosas — le dijo a la que sería su suegra — ¿puedo hacerle
una pregunta? — la duquesa la miró y sonrió asintiendo — ¿qué planes tiene para ellas?
Lady Hawley miró a sus niñas y suspiró.
—Ojalá lo supiese — le dijo — Darlene fue presentada en sociedad pero sin éxito y al estar
ausente esta temporada no creo que eso cambie, sinceramente, va en contra de todo lo que yo
misma soy, pero ojalá encontrasen a un hombre que las quiera por como son — volvió a suspirar
— me temo que los hombres de nuestra sociedad que aún están solteros son como… — en ese
momento se quedó callada y cerró los ojos un instante — no debería ni siquiera pensar esas cosas.
—Hay más hombres aparte de los nobles — le dijo esperando su reacción.
—Lo sé, pero mi hijo jamás lo permitiría — bajó la mirada — su padre se encargó de meterle
las convencionales ideas en la cabeza a golpes y ahora… — no se atrevía a mirar a la joven — va
a casarse con usted y aun así…
Raychel sonrió con tristeza.
—Sí, admito que es bastante cerrado de mente al respecto y sé que se casa conmigo por mi
dinero y mis contactos financieros — la duquesa enrojeció y ella sintió que le cogía más cariño —
pero quizá poco a poco pueda entender que hay cosas más importantes que aparentar — ahora fue
su turno de suspirar — él quiere mucho a sus hermanas.
—Cierto, pero a veces, querer a alguien no es suficiente.
***
Raychel amaneció como siempre a primera hora de la mañana, se ocupó de sus necesidades y
bajó a desayunar ya lista para enfrentarse a un nuevo día.
No podía negar que los dos días anteriores había disfrutado de pasar unos días dedicados sólo
al placer y relajarse y disfrutar de los placeres de la vida. Pero ya era hora de volver al trabajo.
Como hacía cada mañana, leyó los tres periódicos nacionales y cuando su tía entró en el
comedor, la saludó con una sonrisa.
—¿Qué tal tus dos días libres? — le preguntó.
—Los necesitaba — suspiró Josephine al sentarse a la mesa — no voy a negar que es de lo
más divertido recibir visitas importantes y eludir sus preguntas más comprometidas, pero querida,
te suplico que adelantes la boda con el conde — exhaló dramáticamente haciendo reír a su
sobrina.
—Deseas volver a casa, ¿verdad? — le preguntó cuando dejó de reír.
—Sí, echo de menos a tu tío y echo de menos nuestra vida tranquila.
—Michael llegará la semana que viene para estar en la boda — le dijo — recibí su carta ayer
— su tía asintió — y después podréis volver a casa.
Josephine miró a su sobrina y sintió una oleada de orgullo materno por ella. Dios no les había
bendecido con hijos a Michael y a ella, pero desde el mismo día en que conoció a Raychel y a
Casie, se había sentido íntimamente unida a ellas. Las quería tanto como si fuesen suyas.
—Sí — la miró a los ojos — y después os echaré terriblemente de menos a vosotras.
—Y nosotras a ti — le preparó una tostada a su tía y se la ofreció con una sonrisa — pero
nuestra vida está ahora aquí y la vuestra está en casa, Michael tiene que ser mi hombre de
confianza en Boston.
—Siempre hemos confiado en ti, lo sabes — le dijo Josephine — pero… ¿crees…
Raychel miró a su tía y sonrió con confianza.
—Sí, de eso hace mucho tiempo tía, Michael lo tiene más que superado, además, Phillipe no le
quita ojo de encima y por lo que me cuenta, dirige las fábricas a la perfección — se preparó otra
tostada para ella — no tienes de qué preocuparte, en cuanto vuelvas a casa, todo será perfecto.
Disfrutaron unos minutos del silencio mientras desayunaban hasta que Josephine recordó algo.
—¿Crees que el vizconde le hará una proposición a Casie?
—No lo sé, parece interesado y Casie me ha dicho que ha venido a verla y que la ha llevado a
pasear — encogió un hombro — pero no sé si mi hermana está interesada en él, al menos a largo
plazo.
—Tengo la misma impresión.
Ciertamente Raychel había pensado en ello. Leonard aparentaba ser un buen hombre, muy
atractivo, divertido e inteligente, pero aunque hacía reír a su hermana y esta parecía contenta de
verle y pasar tiempo con él, no sentía que entre ellos surgiese algo especial, al menos, por parte
de su hermana.
Pensó en hablarlo con Garrison, pero Leonard era su mejor amigo y no quería ponerle en esa
situación. De momento sólo tenía conjeturas y elucubraciones, pues el vizconde no había dado a
entender que sintiera preferencia por Casie. Por lo que ella sabía, paseaba con más damas y una
de sus actividades favoritas era ir de visita.
En los bailes jamás bailada dos veces con Casie y aunque siempre charlaba con ella, no daba
el más mínimo indicio de querer algo más.
Mientras se preparaba para acudir a la fábrica textil para supervisar las reformas, sintió que el
corazón le daba un vuelco, sabía que iba en contra de la sociedad y que la última palabra la tenía
Casie, pero si por ella fuese, su hermana aún tendría que gozar de al menos otro año más de
libertad.
Era demasiado joven en su opinión para casarse y dedicarse a formar un hogar.
Frunció el ceño mientras se colocaba el ridículo sombrero que las buenas maneras decían que
tenía que llevar en público y se puso los guantes.
Cuando Whiters abrió la puerta, ambos se sorprendieron de encontrarse a Garrison subiendo
los escalones.
—Buenos días — le dijo con una radiante sonrisa — venía a verte — Raychel sonrió con el
corazón acelerado.
—Tengo que ir a supervisar los progresos de la fábrica — sintió un alivio enorme cuando él
no protestó — ¿querrías venir conmigo?
Garrison seguía opinando que su condesa no debería ser la propietaria de ninguna fábrica y
mucho menos ser ella misma quien se ocupase de supervisar el trabajo, pero el día anterior había
estado analizando todos los libros de cuentas de todas las propiedades y se había sentido hundido
y miserable al comprobar que por más que él intentase cambiar las cosas, todo se derrumbaba a su
paso.
—Me encantaría — le tendió la mano y cuando ella posó la suya encima se sintió
extrañamente aliviado.
—Tenía pensado ir en mi carruaje — le dijo Raychel — pero como es cerrado, no podemos
ir… — se quedó en silencio y él comprendió.
—Podemos llevar una carabina.
Raychel sonrió y cuando se giró, no necesitó decir nada, Whiters asintió con un gesto y se
dirigió hacia el comedor.
—Cada día que pasa estás más hermosa — Garrison le había cogido de la mano y se la había
colocado en su brazo — el color de tus ojos me fascina — murmuró y tras mirar a su alrededor, le
robó un beso en los labios.
—Cualquiera podría vernos — él sonrió ladinamente y le robó otro beso — deberías
comportarte — protestó divertida.
—Mmmm — le robó otro beso y sonrió — o quizá debería comprometerte — le susurró al
oído.
Raychel se ruborizó de la cabeza a los pies y comenzó a ponerse muy, muy nerviosa. Garrison
tenía la capacidad de hacerle sentir mil mariposas en el estómago y que se le aflojasen las
rodillas, por no mencionar lo que le sucedía a su corazón y a sus pulmones.
Tragó con dificultad el nudo de emociones y casi suspiró aliviada cuando Josephine apareció
en la puerta con el sombrero puesto y terminando de ponerse el último guante.
—Le he dejado una nota a Casie para recordarle que no debe pasear sola — sonrió al mirar al
conde — buenos días milord.
—Buenos días señora Beasley — Garrison hizo una reverencia formal y condujo a las mujeres
al carruaje.
CAPITULO 12

Al llegar a la fábrica, Garrison frunció el ceño pero se mantuvo en silencio. Ayudó a bajar a
las señoras y rápidamente se colocó al lado de Raychel poniendo su mano en la parte baja de su
espalda. Era un gesto tan íntimo y posesivo que le sorprendió incluso a él, pero no pudo evitarlo
al ver a tantos hombres entrar y salir del edificio.
—Señora — le dijo uno de los capataces — todo va según lo planeado.
—Son magníficas noticias — respondió Raychel — señor Hopkings, le presento a mi
prometido, Garrison Wheatcraft, lord Eastburn.
—Un placer milord — le dijo el buen hombre — y les felicito a ambos por sus nupcias —
entonces se giró para mirar a Josephine — señora Beasley, un placer volver a verla.
Tras unas palabras más de cortesía, el hombre les precedió al interior de la fábrica.
Garrison estaba intentando por todos los medios a su alcance no dejarse llevar por su
educación. Le resultaba inconcebible que tanto Raychel como Josephine se mostrasen tan
amigables y corteses con esos trabajadores tan rudos y llenos de grasa y suciedad. Sin embargo,
su prometida parecía no ver diferencia alguna entre su vestido de seda y los vestidos de las
mujeres con las que se cruzaban.
Pero su paciencia se puso al límite, cuando Raychel se acercó a una de las enormes máquinas
de vapor y comenzó a toquetearlo todo mientras varios trabajadores reían a causa de las bromas
que ella misma hacía.
—Querida — le puso la mano en la cadera y lanzó una mirada desafiante a los hombres —
tengo que hablar contigo.
Casi la arrastró hasta un rincón alejado de los oídos indiscretos.
—No puedes tocar esas máquinas endiabladas ni hablar con esos hombres — le espetó lleno
de ira.
Los ojos azules de Raychel relampaguearon de furia y determinación.
—Me he criado con máquinas endiabladas más grandes que esa y por muy prometida tuya que
sea, no permitiré que me digas con quién debo o no hablar.
—Tienes que… — se quedó callado ante la mirada helada de ella.
—Tengo que ocuparme de mi fábrica y tengo que mantener una relación cordial con aquellos
que la pondrán en marcha y tengo que ganarme su confianza para que no sea necesario estar aquí
día y noche — le golpeó el pecho con un dedo — tu método de vida ya no funciona — le dijo
llena de resentimiento — el mundo está cambiando frente a ti y tienes que adaptarte lo antes
posible o caerás y nos arrastrarás a todos contigo.
—Raychel… — ella se enfureció aún más ante su tono lleno de advertencia.
—Ni Raychel ni nada — bufó — estás arruinado, tu madre y tus hermanas no han disfrutado de
la vida que se merecen, tus propiedades están endeudadas y si no fuese por el crédito que te han
concedido, no tendrías ni un sólo chelín — vio la profunda humillación en los ojos del conde,
pero no pudo refrenarse — yo no te digo cómo tienes que vivir tu vida ni cómo debes comportarte,
te pido que tú no lo hagas conmigo.
Garrison apretó la mandíbula hasta que casi pudo notar como se le astillaban las muelas, pero
soltó el brazo de Raychel como si le diese asco y la miró a los ojos.
Quería decirle un millón de cosas, quería gritarle, besarla y estrecharla entre sus brazos. Pero
no haría nada de eso y no porque ella se lo tomaría como una enorme ofensa, sino porque él se
sentía tan confuso ante su reacción que apenas podía pensar.
—Como quieras — murmuró antes de darse media vuelta y alejarse de ella.
Salió de la fábrica con paso airado, pero una vez que llegó al carruaje no supo qué hacer.
En Saint Albans no había lugares apropiados para un conde ni otros miembros de la nobleza
con los que charlar. Sólo había hombres y mujeres trabajadores entrando y saliendo de las
fábricas. Había una cafetería de esas que se habían puesto tanto de moda, pero a juzgar por la
clientela que entraba y salía, tampoco era un lugar aceptable.
—¿Disfrutando de las vistas? — Garrison se giró hacia la voz y frunció el ceño al ver a su
lado al futuro marqués Woodbridge.
—Qué inesperado placer — el conde le miró a los ojos — ¿qué hace usted aquí?
El heredero era un año menor que él, le miró y sonrió.
—Soy el dueño de varios edificios.
Otro golpe para su orgullo, pensó Garrison. Ser el dueño de edificios donde la burguesía
pudiera ejercer sus trabajos no era tan humillante como ser el dueño de una fábrica. Frunció el
ceño y apretó los puños.
—Y también — el hombre sonrió aún más — el dueño de las fábricas, tengo una maderera a
las afueras de Saint Albans y esa de allí — le señaló un punto lejano — es mi preferida — sonrió
— una fábrica química.
Garrison abrió los ojos como platos y miraba de la fábrica al hombre.
—Pero… — no comprendía nada.
La familia del marqués era de las más adineradas de Inglaterra. Si bien su título no era tan
antiguo como el suyo, sí que tenía bastante lustro.
—Mi padre fue de los primeros en comprender que depender de las fincas y la agricultura era
un pozo con un fondo más cercano de lo que se podría imaginar, empezó a hacerse socio de
compañías navieras y así descubrimos un mundo lleno de posibilidades.
—Mi prometida dice lo mismo — farfulló aún molesto.
—¡Ah sí! La encantadora señorita Raychel Beasley — le palmeó la espalda — es usted un
hombre afortunado, esa mujer tiene una mente brillante por no hablar de su aspecto, es una dama
muy hermosa.
—¿La conoce?
—Para mi desgracia sólo de oídas y por carta, aunque sus abogados y los míos tratan algunos
temas comerciales — se metió las manos en los bolsillos del pantalón — como sabe, no soy muy
dado a las fiestas de la aristocracia.
—¿No va en contra de todo lo que somos? — le preguntó apenas con un hilo de voz.
—Depende de como lo mire — le dijo el hombre — según mi padre, ser nobles es mucho más
que ir impecablemente vestidos, tener modales exquisitos y disponer de todo el dinero y los
privilegios del mundo, también tenemos responsabilidades y obligaciones y debo decir, que opino
como él.
Ambos hombres se quedaron en silencio un momento, sin duda, cada uno pensando en sus
respectivas preocupaciones.
—¿Le gustaría conocer a mi prometida? — le ofreció Garrison y el hombre asintió.
***
Cuando entraron de nuevo en la fábrica, Austin silbó mirándolo todo a su alrededor. La
respuesta tan emocional de un futuro marqués, le provocó una sensación extraña a Garrison.
—¡Cielos santos! — exclamó el joven molestando de nuevo al conde — debe estar usted
tremendamente orgulloso de su prometida.
Garrison hizo un ruido que perfectamente podría pasar por un gruñido y siguió caminando.
Pero se quedó helado al ver a Raychel sentada ante una de las máquinas riendo mientras unos
diez cordones de hilo se entretejían ante sus ojos. No podía creérselo, la futura condesa de
Eastburn y futura duquesa de Hawley estaba ante él riendo sin mesura, con los tobillos al aire y
las manos peligrosamente cerca de ese montón de agujas.
El corazón le dio un vuelco al ver el tamaño y la velocidad con que esas agujas atravesaban
los tejidos.
Se acercó a ella como si fuera un león hambriento y prácticamente la arrastró hasta sus brazos.
Ella gritó por la sorpresa y él se enfureció más aún al oír las risillas traviesas del numeroso grupo
que les observaba sin el más mínimo decoro.
—¡Eres tú! — exclamó Raychel divertida — ¡oh, tienes que probar esta máquina! — le dijo
rodeándole el cuello con los brazos — cuando te sientas y comienza a alcanzar velocidad, te
estremeces de arriba abajo.
Más carcajadas se oyeron de los trabajadores.
—No quiero volver a verte ahí — le susurró al oído, después la miró a los ojos — me he
encontrado con alguien que quiere conocerte.
La ira de Raychel fue sustituida por una galopante curiosidad. Era algo que casi nadie sabía de
ella, tenía que saberlo todo, tener todas las respuestas. Algunos pensaban que era porque al ser
mujer tenía que enfrentarse a un puñado de ególatras varones y aunque ciertamente era así,
realmente lo hacía porque tenía una necesidad primitiva por el conocimiento.
Como aún estaba alzada en el aire y con los fuertes brazos de Garrison rodeándola, se
permitió el lujo de ser un poco traviesa y ante la atenta mirada de todos los presentes, le besó en
los labios.
Garrison la dejó en el suelo despacio y profundamente confuso y compungido. Sólo había sido
un instante, pero en ese instante él sintió toda una vida de anhelos. Cuando ella le había besado fue
como si de repente le golpease el certero disparo de Cupido.
Carraspeó y le cogió de la mano.
—Te presento al honorable Austin Burcham, futuro marqués de Woodbridge.
Raychel le miró un segundo y después sus ojos se abrieron como platos.
—¿El marqués Woodbridge? — preguntó sonriendo — ¡oh! Es un hombre verdaderamente
inteligente.
El joven rió alegre y le besó los nudillos tras hacer una reverencia.
—Habla usted de mi padre — sonrió — yo aún estoy aprendiendo.
Garrison la vio fruncir el ceño y después dar una sonora palmada.
—¡Es cierto! ¡Austin! — exclamó aún más contenta que antes — usted también es muy
inteligente milord — le dijo mirándole a los ojos — debo decir que su sugerencia a la hora de
mezclar el metal fue todo un acierto.
Él volvió a reír encantado.
—En Inglaterra se hace desde hace mucho, pero nuestra industria aún es nueva.
—En América triunfamos gracias a su ayuda — ella le miraba embelesada — es un inesperado
placer haberle conocido — Garrison les observaba con los brazos cruzados — si no me equivoco
hemos recibido una invitación para una velada musical en su casa en… ¿dos semanas?
—Probablemente — confesó el joven — me temo que mientras mi tía se encarga de todas esas
cosas, yo me paso la vida de una fábrica a otra — miró a su alrededor — esta nave es
impresionante, mi padre y yo nos alegramos mucho de que haya venido hasta aquí, con un poco de
suerte, conseguirá usted que el mundo cambie.
—¡Eso espero! — volvió a exclamar ella eufórica — ¿quiere que se la enseñe? — Austin
asintió — aún no está terminada y me temo que hasta dentro de tres o cuatro meses no estará a
pleno rendimiento, pero aun así, espero dejarle totalmente impresionado.
Raychel se cogió del brazo de Austin y entre sonrisas, le guió por la nave mientras que
Garrison les seguía como un perro apaleado que no dejaba de gruñir. Tenía los dientes tan
apretados que sin duda iba a tener dolor de muelas en breve.
Pero al verla agarrada a él, con tanta pasión en sus palabras, tanta felicidad en sus risas, algo
dentro de él se rompió. Llevaba algún tiempo siendo consciente de que casarse con Raychel no
iba a ser nada fácil porque ella no pertenecía a su mundo, pero ahora, acababa de comprender que
él tampoco pertenecía al mundo de ella.
Y cuando por un sólo segundo se paró a pensar que ella sería mil veces más feliz con un
hombre que la comprendiese como el que estaba a su lado y con el que charlaba tan
animadamente, sintió un profundo pesar en el pecho que le dejó casi sin aire en los pulmones.
De repente, el aire era tan espeso que le costaba respirar y aunque iba tras ellos, poco a poco
la distancia había ido creciendo y aunque sentía que todo su ser se convertía en ácido, no se
atrevió a apurar el paso para alcanzarles.
Tan sólo les miraba alejarse.
Solo.
Estaba completamente solo.
Como lo había estado toda su vida.
Y por primera vez desde que era un crío de cinco años, sintió tal pánico que se quedó
completamente inmóvil y aunque tenía los ojos abiertos, no veía absolutamente nada.
Algo le estaba quemando las entrañas y él apenas podía pestañear.
Entonces, sintió la ternura de una mano sobre su mejilla y un cálido aliento muy cerca de sus
labios. Su vista se aclaró y vio ante él a la mujer más hermosa del mundo mirándole fijamente con
esos ojos azules de un tono imposible.
—¿Te encuentras bien? — susurró Raychel — al girarme y no verte, me he preocupado — él
la miraba como si fuese la primera vez que la veía — Garrison… me estás asustando.
—Cásate conmigo — le pidió y ella pestañeó confusa — no dentro de varias semanas, ahora
mismo.
Entonces ella rió y le abrazó con fuerza.
—¡Oh cielo! — le besó en los labios — jamás le daría ese disgusto a mi tía ni a tu madre,
pero te prometo que los días pasarán rápidamente.
***
Garrison no sabía cómo había ocurrido, pero al cabo de cuatro días desde que presentó a
Raychel y al futuro marqués, todos estaban cenando en el fastuoso salón de los Burcham.
Raychel, el marqués y su hijo hablaban sin cesar de los últimos avances tecnológicos, mientras
que sus hermanas, Casie y una prima de Austin charlaban entre ellos con traviesas sonrisas, su
madre hablaba tranquilamente con Josephine y la marquesa.
El único que no hablaba con nadie era él.
La tía de Austin se había excusado de la cena aludiendo a un compromiso de vital importancia.
De modo que allí estaba, en aquel salón profusamente decorado según las últimas tendencias.
Las paredes pintadas de un suave verde musgo resaltaban la elegancia de las molduras de
escayola que enmarcaban obras de arte de valor incalculable. El techo, de un prístino blanco
reflejaba la luz de las cuatro lámparas de gas que iluminaban la estancia.
La mesa y las sillas, según pudo apreciar Garrison, eran de estilo Reina Ana si no se
equivocaba, aunque era más que evidente que eran nuevas. La tapicería, de un excelente terciopelo
verde oscuro equilibraba sin duda alguna, la ostentosa decoración.
Habían disfrutado de una cena de ocho platos y muy a su pesar, todos habían sido
deliciosamente preparados y exquisitamente presentados.
—Sé que ahora deberíamos separarnos — decía el marqués — pero estoy disfrutando tanto de
esta conversación que me sentiría abandonado — les dirigió una sonrisa a los presentes — quizá,
si no es mucho atrevimiento y dado las inusuales temperaturas de las que estamos disfrutando,
podríamos trasladarnos a los jardines.
Todos aplaudieron la idea del marqués, todos menos Garrison que lo único que quería era
meterse en su cama y no volver a salir de ella.
Cuanto más hablaba Raychel con los anfitriones, más cuenta se daba de que ellos no tenían
nada en común.
Se levantó justo antes de que las damas presentes se pusieran en pie y de una forma totalmente
arbitraria, comenzaron a salir del comedor. Garrison sentía que estaba a punto de darle un ataque,
no es que él fuese el más feroz defensor de las reglas de cortesía, pero ¡por el amor de Dios! El
marqués sí que debería obedecer los protocolos de conducta con algo más de rigidez.
Respirando profundamente en un vano intento de calmar su nerviosismo, Garrison fue el último
en salir del comedor, ni siquiera estaba interesado en escuchar las conversaciones, las opiniones
progresistas tanto a nivel científico como político le salían ya por las orejas. No comprendía
como era posible que Woodbridge hablara con semejante falta de lealtad sobre la conducta
apropiada de los de su clase.
Comprendía por qué Raychel quería eliminar todo eso de Inglaterra, pero por Dios que no
lograba comprender cómo podía hacerlo un noble.
Y no es que fuera tan necio como para no entender que el mundo estaba cambiando ante sus
ojos como Raychel le había dicho en más de una ocasión. Sabía que el mundo estaba cambiando y
era muy consciente de que él que representaba todo aquello en lo que creía, sólo tenía esas
creencias para sobrevivir, mientras que su futura esposa que había nacido de un amor ilícito y de
un escándalo, era aceptada por toda la alta sociedad, de un modo distante y circunspecto, pero
aceptada al fin y al cabo y él que era el epítome del caballero de noble cuna, aunque era aceptado,
esa aceptación era aún más cautelosa que la de ella.
Su propia percepción sobre sí mismo había empezado a cambiar, pero aún se veía
sobresaltado a veces por la fuerza de sus prejuicios y de su orgullo de antigua casta. Apenas había
participado en la conversación y nadie se había percatado de ello y le espoleó en su conciencia,
darse cuenta de que tal vez era porque no tenía nada que decir. A fin de cuentas, ¿qué demonios
sabía él sobre maquinaria o sobre avances tecnológicos?
Alzó la vista y no se sorprendió al darse cuenta de que el grupo estaba muy por delante de él
perdiéndose en aquellos jardines de estilo rey Jorge. Se sentía fuera de lugar y acababa de
descubrir que era una sensación que no le agradaba en absoluto.
Percibió un brillo a su izquierda y sin pensarlo mucho, se dirigió hacia allí. Estaban
disfrutando de una excepcional cálida noche de junio, con el cielo despejado aunque sin estrellas
a la vista, pero con una enorme luna llena que iluminaba con fuerza todo aquello que le rodeaba.
Llegó hasta una fuente casi oculta tras algunos arbustos muy bien recortados y sonrió sin ganas
cuando descubrió un gran banco de piedra.
Ese era su destino al parecer. Permanecer siempre solo.
Se dejó caer y se recostó en el respaldo del banco, después observó detenidamente la fuente y
negó con la cabeza al reconocer a la diosa Venus con menos ropa de la que debería llevar.
No lograba comprender qué demonios estaba haciendo él en una cena en la que claramente no
tenía nada que ofrecer. Sus hermanas no le necesitaban, su madre sonreía animada por primera vez
en años y las hermanas Beasley parecían fascinadas por cuanto las rodeaba.
Entrelazó los dedos y apoyó los codos en las rodillas.
¿Cómo había llegado su vida a ser tan vacía?
Cuando era niño tenía grandes sueños, pero mazazo tras mazazo, había comprendido que los
sueños no eran para personas como él.
Se había visto arrastrado a una vida de penurias gracias a la mala cabeza de su padre y ahora,
se veía obligado a luchar para poder mantener la cabeza alta usando una forma de vida que le
habían enseñado a despreciar y que no comprendía del todo.
CAPITULO 13

Se sentía miserable y patético.


Estaba a punto de ponerse en pie para anunciar que se iba cuando unas suaves y delicadas
manos le taparon los ojos. Se tensó de la cabeza a los pies y totalmente dispuesto a enfrentarse a
la dama que se había atrevido a interrumpir su baño de autocompasión.
Pero entonces sintió un cálido aliento cerca de su oído.
—Un chelín por tus pensamientos — después sintió un atrevido beso en el cuello y una caricia
aún más atrevida por sus brazos — o quizá prefieras otro pago.
Raychel apareció ante él como un hada de los bosques.
Estaba preciosa y radiante esa noche.
Llevaba un vestido de color azul oscuro con elegantes bordados plateados. Capas de seda y tul
ofrecían la ilusión de que en vez de caminar, flotaba. El pelo castaño lo tenía recogido en un
elaborado moño en el que destacaban pequeñas perlas plateadas. En el cuello, un sencillo
colgante con un zafiro engarzado en plata. Una pulsera a juego y un pesado anillo en el dedo eran
todas las joyas que llevaba esa noche.
Se había colocado delante de él y le sonreía.
—Estás preciosa esta noche — le dijo él con un susurro.
—Tú estás muy callado — Garrison le cogió de las manos y tiró de ella hasta que la tuvo
sobre su regazo, ella le pasó un brazo por el cuello y con el otro, comenzó a acariciarle el pelo —
¿me vas a decir qué te ocurre?
Por un momento se imaginó mintiéndole y diciéndole cualquier tontería romántica, pero la
miró a los ojos y supo que no podría hacerlo.
—Te llevas muy bien con los Burcham — le dijo y ella frunció el ceño pero asintió — Austin
sin duda alguna es un hombre de recursos — Raychel entrecerró los ojos — y sin duda alguna,
tenéis mucho en común — la sintió tensarse.
—¿Qué insinúas? — le preguntó con una nota de voz dolida.
—No insinúo nada — le dijo mirándola a los ojos — sólo digo lo que veo.
Raychel pareció meditar las palabras durante unos segundos.
—Dime qué te ocurre — le exigió.
—¿Y a ti? — le preguntó furioso.
—¿Cómo dices? — intentó apartarse pero él la atrapó con más fuerza.
—¿Qué eran todas esas risas tontas y esas miradas embelesadas? — la vio enrojecer de furia y
ahogar un gemido — ¿Qué eran todas esas respuestas complacientes? ¿por qué te has vestido así
para venir a verle?
Raychel intentó zafarse de él pero Garrison era mucho más fuerte que ella.
—¡Suéltame! — le gritó mientras le tiraba del pelo — ¡que me sueltes!
Y entonces, Garrison hizo algo que no había hecho en toda su vida.
La besó con tan arrolladora pasión que Raychel se quedó helada, poco después la tumbó sobre
la mullida hierba y sin el más mínimo preámbulo, le subió las faldas con avidez mientras su boca
la devoraba con ansia. Una de sus manos se esforzaba por arrancarle el vestido y al ver que este
no cedía pero sí que bajaba, tiró de él y los dos pechos quedaron al aire.
Preso de la lujuria más intensa que había sentido en toda su vida, se lanzó a besar, lamer,
chupar y morder esos apetitosos pechos con los que había soñado desde que tuvieron aquel
intenso interludio en el estudio de ella.
Deseaba desnudarla y dejarla completamente a su merced. Quería beber su excitación, quería
comerla entera, enterrar su boca entre sus piernas y no parar de torturarla hasta que ella se
olvidase hasta de su nombre, una vez que estuviese laxa, quería apoyarla contra el banco y
poseerla desde atrás, se moría de ganas por enterrar los dedos en ese trasero suyo y moverla a su
antojo hasta que ambos cayesen desfallecidos de placer.
Y en ese momento la miró y vio que ella accedería a todo cuanto él quisiese.
Y esa fue su perdición.
Le amasó los pechos con intensidad hasta que los gemidos de ella se volvieron exigentes,
entonces, mientras le retorcía los pezones hasta que rozaba el dolor, la besaba con urgente
necesidad.
—Garrison — gimió ella — por favor…
—Sí — no sabía lo que le pedía ni a lo que había accedido, sólo sabía que era suya, para
siempre.
Metió una mano bajo las faldas y ascendió sin pudor ninguno hasta el vértice de sus muslos,
cuando encontró la abertura, presionó con un dedo hasta que poco a poco se lo fue introduciendo.
Su boca le devoraba los labios y los pechos continuamente y podía sentir las uñas de ella en su
piel pese a que tenía que atravesar varias capas de ropa.
Cuando pudo meter el dedo casi hasta la base, le presionó el clítoris con la palma de la mano,
Raychel comenzó a retorcerse y a gritar, sus caderas casi se movían solas y él estaba disfrutando
más que en toda su vida.
Y cuando sintió que estaba muy cerca del orgasmo, se detuvo en seco y la miró a los ojos.
—¿Por — se estremeció — por qué — cerró los ojos un instante — paras?
—Porque no voy a desvirgarte en el jardín de ese cretino por el que te sientes tan atraída — le
espetó aún furioso, lo que le sorprendió, porque no había sido consciente de que aún estaba
resentido.
—Garrison por favor — le miró con los ojos demasiado brillantes.
—No — fue tajante — me casaré contigo siendo aún virgen — le robó un beso lleno de rabia
y la sintió sollozar — sé que te gusta y que te atrae — le dijo aún encima de ella — pero eres mía
Raychel, para siempre y que Dios nos perdone a ambos si alguna vez te atreves a ponerme los
cuernos.
Ella le miró horrorizada y comenzó a luchar con él para quitárselo de encima. Garrison
decidió colaborar y se apartó de ella casi de un salto. Raychel no tardó en hacer lo mismo.
Ahogó un suspiró cuando la vio. Estaba espléndida. De pie, frente a él con la luz de la luna
bañándola por completo y tan furiosa que sus ojos brillaban más que los diamantes.
—¿Esa es la opinión que tienes de mí? — le empujó en el pecho con fuerza y se enfureció aún
más cuando no logró moverle — ¿acaso crees que estaré más dispuesta a casarme contigo con
amenazas?
—No te he amenazado, te he explicado que si alguna vez me engañas, tu amante y tú
necesitaréis toda la protección divina y aun así — clavó sus ojos en los de ella — te prometo que
no lograrás escapar de mí.
Raychel se tapó la boca con las manos y le miró como si no pudiese creerse lo que estaba
oyendo, no podía culparla por ello, él tampoco se comprendía a sí mismo.
—Siempre cumplo mi palabra — siseó presa de la humillación.
—Bueno, no resulta nada difícil seducirte — la recorrió con la mirada de arriba abajo —
como puedes comprobar.
El tortazo resonó en todo el jardín.
***
Una semana más tarde Garrison aún no era capaz de comprender por qué había hecho y dicho
aquello.
La imagen de ella vistiéndose a toda prisa mientras se mordía los labios con fuerza para no
derramar las lágrimas que llenaban sus ojos, aún le atormentaba. Después la vio salir corriendo
de allí y no había vuelto a verla.
Había pensado en ir a visitarla, pero ante la airada mirada que su hermana Darlene le acababa
de dirigir, pensó que sería mejor darle unos días más de margen. Al parecer también tenía
problemas con sus hermanas. Respiró profundamente y esperó a que ellas le informasen de cuáles
eran sus quejas.
—Eres un cabrón — le espetó Grace antes de sentarse al lado de Darlene.
Él alzó ambas cejas y las miró fijamente.
—¿Desde cuando hablas como si fueras un marinero? — le preguntó con un tono de voz más
firme de lo que se sentía.
—Desde que te comportas como un salvaje — le dijo su hermana más pequeña
descaradamente — Raychel ha cancelado todas nuestras citas con ella y ni siquiera Casie
responde a nuestros mensajes — golpeó la mesa con furia — ¿qué demonios le has hecho?
No se lo podía creer. ¿Sus hermanas pequeñas y solteras cuestionándole? ¡eso sí que no! Ya
era bastante malo que no pudiese dominar a la mujer con la que tenía que casarse, pero por Dios
que no permitiría que esas jóvenes de alta cuna se comportasen como seductoras paganas.
—¡Ya está bien! — Garrison se alzó y golpeó la mesa aún más fuerte — ¿qué derecho crees
que tienes a preguntarme? — se inclinó hacia ella y se sintió como un cabrón al verla temblar —
que sea la última vez que te atreves a hablarme en ese tono — la señaló con el dedo — y lo que
haga o deje de hacer con ella es cosa mía, cuando tengas edad para casarte, comprenderás que lo
que hará de ti una buena esposa es la sumisión — volvió a golpear la mesa — y ahora, fuera de
aquí — Grace le miró con los ojos llenos de lágrimas y le temblaba la barbilla — no necesitas
comer si tienes la energía suficiente como para retarme.
Se incorporó y se cruzó de brazos mientras su hermana, a la que adoraba, se ponía en pie con
la poca dignidad que le quedaba y salía corriendo del salón llorando.
Él respiraba con dificultad pero a sabiendas de que aún tenía a Darlene con él, se permitió
mirarla fijamente.
—Padre ha hecho un gran trabajo contigo — le dijo impasible y él alzó una ceja arrogante —
eres igual que él — sonrió con pesar — cuando no tienes argumentos recurres a la violencia — le
dijo poniéndose en pie y sin dejar de mirarle — ¿también tienes hijos ilegítimos y el mal francés?
— le preguntó con la voz tan llena de desprecio que que se le cortó la respiración.
—¿Qué sabes tú de eso? — le preguntó incrédulo.
—Lo mismo que sabe toda la alta sociedad — le dijo encogiéndose de hombros — que está
oculto en alguna de sus propiedades esperando la muerte — Garrison descruzó los brazos y se
apoyó en la mesa, todo le daba vueltas — ¿crees que tu vida ha sido mala? — se rió triste — no
tienes ni idea — le escupió — ¿sabes con quién aliviaba padre sus frustraciones? — el conde no
podía respirar — con mamá y con nosotras, lo que le hacía a mamá cada vez que se interponía
entre él y nosotras… — se estremeció con una gesto de asco — eres igual que él, ojalá Raychel te
deje para siempre, ojalá vuelva a Boston con Casie y nunca más puedas acercarte a ella — le
escupió llena de ira — no te la mereces, no eras más que un cerdo ególatra y misógino que se cree
que por tener un rabo entre las piernas…
No supo cómo pasó. Sólo sintió que su mano golpeaba con fuerza la mejilla de Darlene para
que se callara, no soportaba ni una palabra más.
Darlene estaba pálida y le miraba como si no le reconociese. Se llevó su propia mano a la
mejilla que ya empezaba a hincharse y a ponerse roja. Entonces, una sola lágrima cayó por su
perfecto rostro.
—Te odio — susurró — ojalá los dos os muráis lo antes posible.
Ni siquiera pudo mirarla para ver cómo se alejaba de él. Respiraba con mucha dificultad y la
cabeza le daba vueltas.
¿Qué demonios había pasado? ¿cómo era que sus hermanas sabían lo que era el mal francés?
Durante un segundo pensó que Raychel se lo había contado, pero algo dentro de él se rebeló con
furia, no, Raychel era indómita y peligrosa para él, pero jamás traicionaría un secreto entre ellos.
Se dejó caer pesadamente en la silla y apoyó la cabeza en la mesa.
¿Qué había querido decir Darlene con eso de que lo que le hacía su padre a su madre? ¿y qué
les habría hecho a ellas? ¿y por qué él no sabía nada de eso? ¿y cómo había sido capaz de
pegarle? Se miró la mano como si no fuese la suya propia.
Se le había acelerado tanto el corazón que le dolía el pecho. Se le estaba revolviendo el
estómago y ya no estaba seguro de nada.
Toda su vida era una mentira, una puesta en escena que nada tenía que ver con la realidad. Él
siempre había creído que sus padres tenían el típico matrimonio inglés, un matrimonio de
conveniencia pero basado en el respeto y los valores tradicionales. Y ahora, aunque se negaba a
reconocerlo, incluso para él mismo, las ideas que le atacaban con dureza no cumplían ni una cosa
ni la otra.
Su padre había sido el amante más destacado de lady Lyndon. Ella fue la que le dejó al
descubrir la primera marca del mal francés y teniendo en cuenta dónde salían esas primeras
marcas… después le volvió loco poco a poco hasta que él perdió la cabeza por completo.
Elizabeth Lyndon también era indómita y salvaje. Era por todos conocido que su apetito sexual
iba más allá de lo recomendable incluso para un libertino como él. Sus fiestas eran legendarias y
llevaban la extravagancia al límite y sin embargo, aún era aceptada en la buena sociedad.
Ya no comprendía ni su propio mundo.
Y darse cuenta de ello, rompió varios muros dentro de él dejándole vacío y a la deriva.
***
El día anterior a su boda, Garrison aún estaba borracho.
No sabía cómo había conseguido llegar hasta la casa de su mejor amigo Leonard, pero el caso
es que había llegado allí hacía varios días aunque no recordaba cuántos exactamente.
Tenía la cabeza que le iba a estallar.
Y si pudiera moverse, con gusto cogería algo pesado y se lo tiraría a Leonard que en esos
momentos estaba moviéndose por la habitación como un tigre enjaulado mientras hablaba de cosas
sin sentido y no dejaba de gritar.
—Por Dios — suplicó — cállate de una vez.
—¿Qué me calle? — Leonard tiró de las mantas y no se inmutó al verle completamente
desnudo — ¿tienes idea del lío que has montado? — cuando le vio cerrar los ojos le golpeó en la
planta del pie — ¡levántate ahora mismo!
—¿Para qué? — gruñó con la voz pastosa.
—¿Para qué? — repitió asombrado — ¡porque mañana te casas! — vociferó tan fuerte que
Garrison de verdad sintió que le estallaba la cabeza.
—No lo creo.
—Ni yo tampoco, pero toda la familia que les queda a esas chicas está en Londres, tu hermana
Darlene ha desaparecido y tu madre y Grace se niegan a recibir visitas — volvió a golpearle en la
planta del pie — ¡que te levantes!
Garrison decidió hacerle caso con la esperanza de que así se callase. No había oído ni una
sola palabra de lo que Leonard había dicho, pero al incorporarse todo comenzó a darle vueltas y
se desplomó de nuevo en la cama.
—¡Ah no! — gritó el vizconde — de eso nada.
Le cogió por los brazos y le alzó llevándole a rastras hasta el fondo de la habitación donde una
bañera de cobre le esperaba y sin el más mínimo miramiento le dejó caer.
—¡Joder! — exclamó el conde abriendo los ojos mientras resbalaba y no podía salir — ¡está
helada! — bramó.
—¡Eso espero! — le gritó su amigo — ¡por eso la he llenado con hielo!
Garrison de verdad creía que se le abría la cabeza y la piel. Pero por más que intentaba salir,
más se hundía en aquellas aguas heladas.
—¡Sácame de aquí! — le gritó.
—¡No! Despéjate y soluciona todo esto — le empujó aún más dentro del agua — ¡haz las
paces con tu novia y busca a tu hermana!
Tras decir eso Leonard salió de allí con grandes zancadas por lo que no se percató de la
expresión confusa de su amigo.
—¿Qué demonios significa eso? — gritó pero nadie respondió.
Estaba tiritando y seguro que tenía los labios azules, los dedos ciertamente los tenía púrpuras.
Maldijo en todos los idiomas que conocía, pero cuanto más desesperadamente trataba de salir,
más rápido caía de nuevo al fondo de la bañera.
Finalmente, al cabo de unos minutos y cuando ya no sentía los dedos de pies y manos y cuando
la más íntima de las protuberancias de su anatomía se había ocultado por completo, consiguió
estabilizarse medianamente, al menos lo justo para salir de esa dichosa bañera.
Cayó al suelo y gateó hasta la cama.
Las palabras le golpeaban con fuerza en la mente y se sentía exhausto y dolorido.
Más de media hora después, el conde, visiblemente aún algo perjudicado, consiguió bajar las
escaleras cubierto con una bata de terciopelo revestida de seda que había encontrado sobre una
silla.
Cuando entró en el salón de desayuno, Leonard le esperaba con un vaso lleno de algo verde y
con un aspecto horrible.
—Bebe — le tendió el vaso pero cuando quiso negarse, su amigo se lo plantó en la boca — he
dicho que bebas.
Desde luego Garrison no estaba acostumbrado a semejante trato y jamás había visto a su mejor
amigo tan furioso con él.
—¿Se puede saber qué bicho te ha picado? — le preguntó comenzando a beber — qué asco —
se quejó — ¿qué demonios es?
—Un remedio para la borrachera — le dijo el vizconde muy serio — y lo que me ha picado es
que te has presentado en mi casa, borracho como una cuba después de dejar tras de ti todo tipo de
desgracias.
Garrison le miró sin comprender.
—Raychel está desconocida, Casie se niega a hablar conmigo, tu madre y Grace están
recluidas y se niegan a verme y Darlene está desaparecida.
Eso despertó por completo al conde.
—¿Cómo dices? — dejó el vaso con fuerza en la mesa y cerró los ojos ante el doloroso
pinchazo que sintió atravesándole el cráneo — ¿como que Darlene ha desaparecido?
—Lo que oyes — le espetó — al parecer discutiste con ella y le pegaste y varias horas
después, no había rastro de ella en ninguna parte, la he buscado por todo Londres, pero no he dado
con ella y por si fuera poco, ya se ha hecho público — le tendió un periódico que el conde no
tardó en leer.
—¡Por todos los santos! — exclamó furioso — ¿en qué demonios estaba pensando?
—¿Y tú? — le espetó Leonard — ¿qué ocurrió para que lo hayas destrozado todo?
La mente de Garrison se llenó de imágenes y recuerdos y se le revolvió el estómago, un
segundo después corría como alma que lleva el diablo para llegar a tiempo al cuarto de baño.
Tras varios minutos vomitando, aceptó la toalla húmeda que su amigo le tendió y se sujetó la
cabeza con fuerza.
—Tienes que comer algo — le dijo — ¡ah! Tu tío, el arzobispo, ha llegado esta mañana para
celebrar tu boda.
CAPITULO 14

Tres horas había tardado Garrison en parecerse de nuevo al hombre que se suponía que debía
ser. Leonard le había prestado un traje y aunque se sentía pesado y torpe, rechazó la oferta de ir a
caballo o en carruaje. Se merecía sufrir por todo lo que había hecho.
Tenía enormes lagunas en la memoria y no recordaba ni la mitad de lo que Leonard le había
contado, pero para su desgracia, no disponía de tiempo para esperar a recuperarse por completo.
La casa de las Beasley no estaba muy lejos de la de su amigo, quizá a cuatro calles. No serían
más de quince minutos andando y Dios sabía que necesitaba ese tiempo para pensar en lo que iba
a decirle a Raychel.
Se había comportado como un auténtico cabrón con ella.
Y ni siquiera comprendía por qué.
Caminó todo lo firme que pudo en dirección a su casa mientras su mente intentaba dar
respuesta a todas las preguntas que Leonard le había lanzado. Pero ni él mismo comprendía lo que
había ocurrido, simplemente… había pasado.
Y ahora tenía que arreglarlo, porque no se imaginaba una vida sin Raychel a su lado. Y se negó
en redondo a pensar qué era lo que provocaba esa desagradable sensación de dependencia.
Llegó a la imponente puerta y golpeó con brío la aldaba dorada. Cuando Whiters le abrió, le
sonrió como siempre, pero se topó con el helado muro del desprecio.
—Las señoritas no desean recibirle, milord — la última palabra la dijo con tanto desdén que
Garrison abrió los ojos por completo.
—¿No debería preguntarles a ellas primero?
—No.
El hombre empezó a cerrar la puerta y Garrison decidió que ya que iban a condenarle, bien
podía ser por el lote completo.
Empujó la puerta con fuerza arrastrando al buen hombre hasta que este trastabilló y tuvo que
sujetarse para no caer.
Garrison entró como un elefante en una cacharrería, comenzó a gritar el nombre de Raychel y
al cabo de un segundo, su futura cuñada Casie le salió al paso.
—¿Qué haces tú aquí? — le increpó, pero él no estaba para charlas.
—Grítame más tarde, ¿dónde está tu hermana?
—Aquí no — le dijo con frialdad, pero él vio cómo sus ojos se desviaban al piso superior y
fue todo lo que necesitó.
Rodeó a la joven y comenzó a subir las escaleras de dos en dos mientras el mayordomo y
Casie le seguían gritando.
No tenía la más mínima idea de cuál era la puerta de su dormitorio, pero como si ella le
hubiese oído, abrió una puerta en mitad del pasillo y le fulminó con la mirada.
Fue todo lo que necesitó, se abalanzó sobre ella entrando ambos en la habitación y cerró de un
portazo, después giró la llave y se la metió en un bolsillo.
Casie, el mayordomo y más sirvientes golpeaban la puerta con desesperación mientras
gritaban todo tipo de improperios.
—Diles que se vayan Raychel — le pidió Garrison mientras ella le miraba con tanto desprecio
que le estaba helando la sangre en las venas — por favor, por favor Raychel, déjame que te lo
explique.
—Abre la puerta y lárgate — se alejó más de él hasta quedar pegada a la pared.
—¡Vamos a avisar a la policía! — gritó Casie y Garrison sintió verdadero terror.
—Por favor Raychel — le volvió a suplicar — por favor, sólo dame la oportunidad de hablar
y explicártelo, si después quieres que me vaya, jamás volveré a cruzarme en tu camino.
—Jamás me has dado la misma oportunidad a mí — le dijo llena de dolor y resentimiento.
—Tienes razón — dio un paso hacia ella pero cuando la vio pegarse más a la pared se detuvo
— sólo déjame que te lo explique, por favor.
Raychel sentía que todo su mundo se estaba tambaleando. Se sentía herida y humillada y lo
peor de todo era que cuando le había visto con esas ojeras y ese aspecto tan desaliñado, su primer
impulso había sido correr a sus brazos y cuidarle. Y se sentía estúpida por ello.
No quería escucharle, no quería verle y desde luego no quería seguir sintiendo algo por él.
Pero al parecer su estúpido corazón tenía otros planes.
—Abre la puerta — le dijo, Garrison bajó la mirada con aspecto derrotado y el corazón le dio
un vuelco — te escucharé — él la miró a los ojos y en ese momento, algo sucedió entre ellos, algo
para lo que ninguno de ellos estaba preparado.
Garrison cogió la llave y abrió la puerta justo cuando Casie iba a volver a golpear con sus
puños, recibiendo él los golpes en lugar de la madera.
—¡Maldito canalla! — le gritó presa de la ira y siguió golpeándole.
—Casie — Raychel se puso a su lado y le cogió los puños a su hermana, cuando ella la miró,
casi suspiró de alivio — voy a hablar con él y agradecería en el alma poder hacerlo sin más
escenas de histerismo.
—Pero…
—Casie — repitió Raychel — es mi vida, sólo mía — y su hermana comprendió, entonces
miró al mayordomo — Whiters, ¿sería usted tan amable de traerme un vaso de brandy? Creo que
el té sería demasiado liviano — el hombre asintió sin dejar de mirarla con una expresión de
estupor que jamás le había visto — y traiga otra copa al conde.
—No — intervino este — prefiero no consumir más alcohol en los próximos años si puede
ser.
—Como usted desee señorita — dijo Whiters ignorando por completo al conde.
Cuando Whiters se encargó de alejar a todo el servicio, Raychel miró a su hermana.
—Voy a hablar con él a solas, por favor…
—No me parece bien — bufó Casie — es un — Raychel le tapó la boca y sonrió.
Casie asintió con un gesto y le fulminó con la mirada.
—Si le hace algo, yo misma le mataré.
Y Garrison supo que sería más que capaz de hacerlo.
Raychel observó durante casi un minuto entero cómo su hermana pequeña se alejaba de su
habitación y volvía a bajar las escaleras, ella se quedó con una mano sujetando el borde de la
puerta y mirando al vacío.
Su corazón retumbaba en el pecho y había algo que le oprimía los pulmones. Se llevó una
mano al cuello y cerró los ojos.
No estaba preparada para volverse y mirarle. No estaba preparada para seguir sintiendo lo
que sentía por él y no estaba preparada para fingir que cada una de sus palabras no le estaban
rompiendo el corazón.
Pero le había dicho que hablarían y ella jamás había faltado a su palabra.
Respiró profundamente y giró el cuello para destensar los músculos que llevaban doliéndole
los últimos días.
Y entonces, muy despacio, se giró.
***
Y se le cortó el aliento al verle allí.
Su habitación era sencilla y sin grandes ornamentos, ella era mucho más feliz si sus estancias
privadas eran livianas en cuanto a decoración y contaba con espacio suficiente para caminar.
Su cama, el mueble que dominaba la habitación, era un modelo antiguo pero bien restaurado,
de estilo Luis XV, con la madera lacada en blanco y las decoraciones doradas. El cabecero había
sido restaurado y ahora, enmarcado por la madera, había una mullida tela de seda color crema en
la que ella apoyaba la cabeza mientras leía un poco antes de quedarse dormida.
La colcha era de color rosa claro con pequeñas flores blancas bordadas y había multitud de
cojines de varios tamaños y tejidos.
Una mesita a cada lado de la cama con una lámpara, libros y el álbum de fotos de su familia.
Una gruesa alfombra de color malva claro ocupaba el pie de la cama bajo un enorme baúl que
conjuntaba con el resto de los muebles. Madera lacada blanca con decoraciones sobresalientes
doradas.
Las cortinas, de un pesado y opaco terciopelo, tenían una base morada con filigranas de un
rosa intenso y tras ellas, unos delicados visillos de encaje blanco.
Raychel miró a Garrison y era tal el contraste que había entre la feminidad de la decoración y
la intensa masculinidad de él, que sintió que las piernas le flaqueaban.
Se dejó caer en el futón que había al otro lado de la pared y donde ella solía tumbarse a leer o
a pensar y le miró fijamente.
Garrison seguía de pie, frente a ella, con el enorme ventanal a su espalda. Llevaba un traje de
color gris oscuro, una camisa blanca y una corbata negra. Sin adornos y sin encajes. Un estilo
sobrio que sólo ampliaba el efecto que él ya tenía.
Se le secó la boca al contemplarle a contraluz.
Su figura era poderosa y ahora ella sabía exactamente cómo de fuertes eran sus brazos y sus
piernas, sabía cómo era el color de su piel y que olía a una sutil mezcla de menta, humo y luz del
sol con una pizca de sal. Un aroma que siempre vincularía a él y que le hacía perder el control de
todas sus emociones.
Estaba imponente. Alto, con ese cabello castaño oscuro con matices dorados, esos profundos
ojos verdes oscuros casi marrones y esas facciones tan fuertes que demostraban su porte
aristocrático. Era exactamente todo lo que ella consideraba que debía ser un hombre, un seductor.
—Tú dirás — consiguió decir.
—Lo siento — fueron las primeras palabras que se le vinieron a la cabeza — no sé qué fue lo
que me ocurrió ni cómo pude perder así la compostura.
Aunque todo su ser le pedía que se acercase, se mantuvo inmóvil, sabía que si se acercaba, la
tomaría entre sus brazos y haría algo imperdonable. Pero verla le había vuelto loco de necesidad y
sus instintos más básicos y primitivos habían aflorado con fuerza.
Ciertamente era la mujer más hermosa del mundo. El pelo ligeramente suelto, los ojos si bien
hinchados y enrojecidos, aún llenos de vida, los labios carnosos, dulces y seductores. Pero era
todo lo que emanaba de ella lo que le estaba volviendo loco, su pecho subía y bajaba con una
rápida frecuencia, tenía las manos entrelazadas y ese porte que era tan suyo… como si fuese una
reina. Poderosa, leal e inalcanzable.
Fue a decir algo más, pero el mayordomo apareció en el umbral de la puerta con una bandeja
de plata en la que había dos vasos de brandy.
—Gracias Whiters — le dijo Raychel — como el conde no quiere el licor, me lo beberé yo.
El hombre, rápidamente quitó uno de los vasos y la miró a los ojos.
—Le subiré otra copa, esta no es apropiada para usted.
Garrison se sorprendió al sentir que sus labios se estiraban en una sonrisa. Raychel le
despidió con una cálida mirada y cuando volvieron a estar solos, él se centró de nuevo en ella.
—Me porté como un canalla contigo y no se han inventado excusas suficientes que puedan
justificar mi comportamiento.
—¿Eso es lo que harías? — él entrecerró los ojos — ¿inventar excusas?
—No — respondió rápidamente — yo… — cogió aire y lo expulsó lentamente — sólo puedo
decir que me volví loco, loco de atar, tú estabas allí, tan hermosa como una diosa pagana, con
esas sonrisas que desarman a los hombres, con esa pasión desbordante en tus razonamientos que
yo… simplemente no supe como manejarlo.
—¿Entonces es culpa mía? — le preguntó horrorizada.
—Por supuesto que no — fue a dar un paso hacia ella pero se lo pensó mejor — no, toda la
culpa es mía, porque encajas tan bien con Austin y con su padre que no podía asumirlo, no
soportaba que os tocárais así, ni que rieras con él, no soportaba que le mirases ni que tuviérais
algo en común.
—Estabas celoso — le dijo intentando comprender.
—Puede ser — se encogió de hombros — jamás he sentido celos o envidia de alguien, no sé
lo que se siente y no sé como afrontarlo, sólo sé que cuando viniste a mí, yo ya había imaginado
cientos de alternativas y todas y cada una de ellas me destrozaban y me impedían respirar.
Cerró los ojos un instante y respiró hondo.
—No has cometido falta alguna, lo sé — la miró fijamente — pero yo… es que no… sólo de
pensar que otro sería más apropiado para ti… no puedo soportarlo, no puedo.
Raychel dejó su vaso sin beber en el suelo y se puso en pie.
—Me acusaste de ser una fulana — le dijo dolorida.
—Técnicamente no — ella apretó la mandíbula y él alzó ambas manos en señal de rendición
— dije que te sentías atraída por Burcham y que era muy fácil seducirte.
—Es lo mismo.
—No, no lo es — se pasó las manos nervioso por el pelo que ya estaba bastante alborotado —
tienes que reconocer que en cuanto te pongo las manos encima, accedes a todo lo que te exijo —
ella se ruborizó intensamente — nunca me has detenido, nunca me has dicho que no.
—¿Y eso me hace ser una prostituta? — los ojos se le humedecieron — que tú sepas cómo
hacerme desear… — las palabras se le atascaron en la garganta — no quiere decir que cualquier
otro también lo consiga.
—Eso es lo que me hace hervir de furia, que alguna vez le permitas a otro comprobarlo.
—¡Santo Dios! — exclamó horrorizada — tienes una idea absolutamente pérfida de mi.
—¡No! — cerró los ojos y suspiró — no es eso, es que… te deseo tanto y de una forma tan
desesperada que a veces… yo… — volvió a suspirar, pensó que de perdidos al río — no soporto
que alguien más te toque, quiero que me pertenezcas por completo Raychel, quiero tu mente
inquisitiva, tu corazón indómito, tu alma salvaje y tu ardiente y seductor cuerpo. Lo quiero todo —
le explicó — pero también sé quién soy y sé por qué te casas conmigo y me aterra pensar que al
haberte presentado a Burcham, te haya abierto las puertas a la forma matrimonial más normal entre
las clases altas.
—Te refieres al adulterio — él asintió — ¿es así como ves nuestra relación? ¿De verdad estás
esperando a que te engañe? — le vio apretar las mandíbulas pero permanecer impasible — ¿es así
como vivían tus padres?
—Ya te presenté a Holly — le dijo sintiéndose extrañamente expuesto.
—¿Y tu madre? — él la miró sin comprender — ¿ella también tenía amantes?
—No que yo sepa — se encogió de hombros — pero pasaba largas temporadas en una de las
propiedades cerca de la costa — se metió las manos en los bolsillos porque no sabía que hacer
con ellas — de modo que no puedo estar seguro.
***
No sabía qué pensar, qué hacer o cómo reaccionar.
Raychel aún se sentía humillada y muy dolida por la brutal falta de confianza que él tenía con
ella, sin embargo y muy a su pesar, empezaba a comprender el por qué había actuado como lo
había hecho.
—¿Qué esperas, exactamente, de este matrimonio? — cuando le vio abrir los ojos de par en
par se apresuró a continuar — y no estoy diciendo que me vaya a casar contigo, sólo quiero saber.
—No tengo la más mínima idea — respondió con absoluta sinceridad — no sé cómo ser buen
marido y no sé qué esperar de una esposa, tampoco sé cómo conseguirlo yo — agitó la cabeza —
fui criado con brutalidad y crueldad, no conozco otra cosa, no sé cómo pedir lo que quiero si no
es imponiéndome, soy el conde de Eastburn y futuro duque de Hawley, si nuestra querida reina no
hubiese tenido tantos hijos, sería el siguiente en la línea de sucesión al trono, no sé cómo mirar a
alguien y no verle inferior a mí.
Se sorprendió a sí mismo siendo tan sincero, desde luego, mientras caminaba hacia allí, no se
había planteado ni siquiera mínimamente confesar todos y cada uno de sus pecados. Sin embargo,
al hacerlo, se sentía… bien. Casi aliviado.
Y entonces se dio cuenta de que nadie le conocía realmente, ni siquiera su madre o sus
hermanas y desde luego, tampoco Leonard. Y por primera vez en su vida se preguntó y se sintió
casi ansioso, cómo sería que alguien le conociese mejor que él mismo. Obviamente, si esa
persona existía, sin duda alguna, era Raychel Beasley.
—¿Eres un duque real? — le preguntó ella asombrada y él asintió con un gesto — pero…
yo… eso… eso no lo sabía.
—Casi nadie lo sabe — le dijo — en cuanto mi padre accedió al título y comenzó con sus
excentricidades, se llevaron a cabo varias acciones para que en caso de una desgracia, él jamás
accediese al trono — se giró y miró por la ventana — nuestra fortuna familiar era la mayor del
país, los Wheatcraft éramos poderosos e invencibles — se encogió de hombros — la leyenda
familiar dice que a causa de la mezcla de mala sangre en nuestro linaje, nos fuimos volviendo
locos poco a poco y en menos de cien años hemos conseguido lapidar todo lo que teníamos — se
metió las manos en los bolsillos.
En la calle, decenas de personas paseaban tranquilamente, no obstante, la casa estaba en uno
de los barrios más lujosos de Londres. Berkerkey Square era, según su opinión, la zona más
elegante. Mansiones bien construidas de piedra clara, desde el prístino blanco al color arena,
calles espaciosas y de las más limpias de la ciudad.
La zona central era un pequeño parque si se comparaba con Hyde Park, pero más que
suficiente para una corta cabalgada a caballo o para un interesante paseo por los senderos entre
los parterres de flores que desprendían su floral aroma.
Raychel se acercó a él y aunque le picaban las manos con la necesidad de tocarle, abrazarle y
consolarle se mantuvo todo lo serena que pudo, pero se le estaba rompiendo el corazón al verle
allí, tan sólo… tan vulnerable y sobre todo, tan perdido.
—Vivir en Hawley House era una pesadilla — continuó hablando el conde — yo me crié
aparte de mis hermanas y siempre alejado de mi madre, mis tutores, niñeras y demás, nunca
estaban conmigo más de tres o cuatro meses — le estaba costando Dios y ayuda hablar de todo
eso — una vez tuve un amigo — le dijo apretando los puños — era un niño como yo, no más de
seis o siete años, se colaba en la finca y me traía dulces de la tienda de su padre y yo le regalaba
galletas y empanadillas de las cocinas, un día de verano que estábamos jugando dentro del tronco
de un árbol, mi padre nos encontró, estaba con varios amigos suyos y cuando vio a — se quedó en
silencio y después se frotó las sienes — creo que se llamaba Willy, se enfureció tanto que pensé
que iba a matarnos.
No pudo soportarlo más, se acercó a él y colocó sus manos en los hombros, comenzó a
recorrerle el cuerpo hasta que quedó totalmente pegada a él, apoyó su cara contra la chaqueta a su
espalda y metió sus manos en los bolsillos hasta que entrelazó los dedos con los de él.
—Sus amigos cogieron a Willy y él le azotó con el cinturón, cuando intenté interponerme, uno
de ellos — se estremeció — no recuerdo quién, me sujetó mientras le destrozaban la piel con las
hebillas.
Raychel estaba llorando. Pesadas lágrimas caían de sus ojos e hizo todo lo posible por
mantenerse en silencio.
—Su padre vino a pedir explicaciones — soltó una risa llena de rencor — poco después toda
la familia desapareció — apoyó la frente en el cristal — nunca supe lo que ocurrió — tragó con
fuerza — nunca se lo he contado a nadie — le explicó y ella comprendió el valor del regalo que le
había hecho — con esto no quiero que me compadezcas, sólo… no sé lo que quiero, sólo sé que
no puedo perderte, que te quiero en mi vida, yo… me han enseñado con sangre que las clases
inferiores no son personas como yo y sentir lo que siento por ti me confunde y me vuelve loco y no
sé manejarlo, ¿podrás perdonarme alguna vez?
—No puedo olvidar sin más — le dijo intentando que las lágrimas no la ahogasen — sé que
represento todo lo contrario a como te criaron, pero no puedo pasar por lo mismo otra vez, llevo
toda mi vida peleando por mi lugar en el mundo, no quiero un marido con el que también tenga que
pelear a todas horas.
—Entiendo — sonrió con pesar — me siento… vacío — murmuró.
Entonces sacó las manos —las de Raychel y las suyas— de los bolsillos y se giró para mirarla
a la cara, le limpió el rastro de las lágrimas derramadas y la besó en los labios con tanta dulzura
que ella se derritió.
—Te deseo toda la felicidad del mundo — ella abrió los ojos pero le puso un dedo sobre los
labios — mi hermana se ha ido — le dijo a punto de romperse — nadie sabe donde está y tengo
que ir a buscarla, después… — tragó con fuerza — mi familia y yo nos iremos de Inglaterra —
sonrió con pesar — porque no creo que pueda seguir en el mismo país que tú, no sin matar a
alguien — volvió a besarla en los labios — conocerte ha sido lo más cerca que he estado de ser
un ser humano.
La soltó y se giró para encaminarse a la puerta, pero unas temblorosas manos le detuvieron.
—No te he dicho que te vayas — sollozó Raychel, él se giró y la miró lleno de esperanza —
he dicho que no me será fácil perdonarte, no que no vaya a hacerlo, te he dicho que no quiero
pelear con mi marido, no que no quiero que ese marido seas tú.
—¿Aún quieres casarte conmigo? — no pudo ocultar la profunda emoción que le embargó.
—La boda es mañana — dijo ella encogiendo un hombro — ¿has hecho algo para cancelarla?
—He estado borracho e inconsciente desde que… — ella sonrió y le colocó las manos en el
pecho.
—Tendrás que aprender a confiar en mí — le dijo poniéndose de puntillas — y tendrás que
aprender a controlar tu genio, pero sí, aún quiero casarme contigo.
Garrison la estrechó entre sus brazos y apretó hasta que ella se quejó porque le impedía
respirar.
CAPITULO 15

Al día siguiente, justo al amanecer, un lacayo llamó a la puerta principal de las hermanas
Beasley, Whiters, que aún no había despertado del todo, le abrió la puerta y después abrió los
ojos como platos al ver lo que había detrás del joven.
—Son para las señoritas y la señora Beasley — dijo el lacayo apartándose a un lado.
El mayordomo, aún abrumado, abrió la puerta y les dejó pasar.
Un par de horas más tarde, cuando Raychel se despertó, se sorprendió al ver a su hermana
agitándola con fuerza en un claro estado de emoción.
—¿Qué te ocurre? — le preguntó aún dormida.
—Tienes que verlo — le dijo tirando de su mano — ¡vamos!
La obligó a levantarse de la cama y le lanzó una bata, pero no le dio tiempo a ponerse las
zapatillas y descalza, siguió a Casie por las escaleras en dirección a la sala de visitas.
—No creo que estés preparada para esto — le dijo antes de abrir las enormes puertas.
—¡Oh Dios mío!
La sala al completo estaba llena de pétalos de flores que descansaban sobre todos y cada uno
de los muebles y sobre ellos, golondrinas de papel de todos los colores. En cada golondrina, un
pequeño caramelo.
Raychel entró abrumada en la sala y en el centro había tres enormes ramos de flores con los
nombres de Casie, de Josephine y el suyo propio. El de su tía era de jacintos y lirios, el de Casie
de tulipanes, amapolas y margaritas y el suyo tenía veinticinco rosas rojas.
Se sonrojó de la cabeza a los pies y sonrió al mirar a su hermana que estaba riendo como loca
mientras lanzaba los pétalos y las golondrinas por los aires.
—¡Cielo santo! — exclamó una sorprendida Josephine al reunirse con ellas — ¿es que este
hombre no sabe hacer nada discretamente?
Las hermanas se echaron a reír y como si fueran dos niñas pequeñas comenzaron a saltar y a
bailar mientras lanzaban pétalos y golondrinas que caían sobre ellas haciéndolas reír a
carcajadas.
Las tres mujeres estaban disfrutando de un momento único y entre las sombras del vestíbulo,
Garrison sintió que el corazón se le paraba durante varios latidos. Él no era un hombre romántico,
bien sabía Dios que apenas era capaz de comprender los estados de ánimo de una mujer, pero se
había sentido tan desconcertado cuando abandonó esa misma casa la mañana anterior, que tras dar
las órdenes pertinentes para encontrar a Darlene, se había encerrado en su estudio queriendo hacer
un gesto grandioso para Raychel, pero lo único que encontró fueron pliegos de papel, ni tinta ni
una pluma decente, sólo papel.
Y antes de pensar en nada más, sus dedos ya estaban haciendo formas en el papel creando una
golondrina. Una habilidad que había aprendido siendo un niño de la mano de una de los tutores, se
lo enseñó como un medio de calmar la mente y el ímpetu desbocado que tenía siendo niño. Fue un
secreto entre ambos del que su padre jamás fue consciente.
Se acercó sigilosamente a Whiters y le tendió la mano.
—No le diga que estuve aquí.
El hombre aún recelaba de él, era más que evidente y seguramente aún pensaba en
envenenarle, estaba más que convencido de que el mayordomo creía que tenía motivos más que de
sobra. Lo que realmente le sorprendía era que él también era capaz de encontrarlos.
Después salió con paso ligero para ir a su casa y comenzar a prepararse para su boda.
Era una sensación extraña. Esa mañana, al contrario del clima tan cálido y apacible que habían
tenido los días anteriores, caía una finísima lluvia y las calles de Londres parecían más grises e
implacables. Apenas había grandes damas paseando y los carruajes eran todos cerrados.
Se quedó en mitad de la acera observando las penosas diferencias que siempre le habían
inculcado que había entre los de su clase y los de la clase obrera.
Al fondo, había un par de muchachas vestidas como cocineras pero que estaban cogidas del
brazo y reían abiertamente. Estaban empapadas de la cabeza a los pies, sus ropas no eran de
calidad y sin embargo reían sin ningún motivo aparente. En la entrada del parque, una mujer,
anciana a todas luces, vestida de negro completamente y apoyada precariamente sobre una
carretilla, ofrecía ramilletes de violetas a aquellos que se acercaban a ella y lo hacía con una
sonrisa que él juraría que era sincera.
¿Qué motivos tenían esas personas para reír o sonreír de aquella manera?
No recordaba cuándo había sido la última vez que él rió así, si es que lo había hecho alguna
vez antes de conocer a Raychel. Continuó caminando y al salir de Berkerkey Square se adentró en
una de las calles aledañas más comerciales. Pasó frente a una confitería que tenía todas las mesas
ocupadas y vio a jóvenes señoritas riendo tontamente delante de caballeros, entrecerró los ojos,
esas sonrisas no eran como las de las cocineras ni como la de la anciana.
Se metió las manos en los bolsillos y siguió caminando bajó la incesante y fina lluvia, llegaría
a Hawley House calado hasta los huesos, pero pese a la humedad, la temperatura era agradable y
él no tenía prisa.
Era consciente de que su eficaz ayuda de cámara ya le tenía preparado tanto el traje como la
bañera y lo único que tenía que hacer era asegurarse de estar en la iglesia en las próximas dos
horas y aunque tuviese que llegar descalzo y sin vestir, estaría allí para recibir a Raychel.
Sólo con pensar en ella todo su ser se llenaba de una calidez como jamás había sentido. Era
evidente que sentía algo por ella aunque no estaba en modo alguno preparado para detenerse a
pensar en ello. Lo único que jamás había sido una opción era perderla.
Cerró los ojos apenas un segundo al recordar que en medio de su desesperación, incluso había
ideado un plan para secuestrarla y llevarla a Gretna Green. Se juró a si mismo que jamás, nadie, a
parte de su propia conciencia sabrían que esos funestos pensamientos habían tenido lugar alguna
vez.
***
Hawley House era el ejemplo perfecto de locura.
Cuando Garrison entró en su propia casa, atronadores gritos y chillidos femeninos atravesaron
las estancias haciéndole torcer el gesto.
—Milord — le dijo su mayordomo — su madre ha recibido una nota de la señorita Darlene y
creo que no eran buenas noticias.
Asintió con un gesto y se encaminó hacia el dormitorio de su madre, llamó con paciencia y
esperó a que le diesen paso, no obstante, pasados unos minutos nadie abrió la puerta, por lo que él
mismo cogió el pomo y lo giró.
La escena era esperpéntica.
Había ropas, zapatos y demás objetos femeninos repartidos a diestro y siniestro, varias
doncellas, él estaba seguro que eran todas las que trabajaban allí, corrían de un lado a otro con los
brazos llenos de objetos que él no quería relacionar con su madre.
—Madre — vociferó y todo el movimiento se detuvo de golpe.
Las muchachas le miraban como si fuese un fantasma y poco después su madre salió de la
estancia contigua.
—Hijo — se acercó a él con clara expresión de sorpresa — ¿no deberías estar vistiéndote?
—¿Qué ha ocurrido con Darlene? — le preguntó ignorando las palabras de ella.
—Me envió una nota — rebuscó entre los bolsillos ocultos y se la tendió — mi consejo es que
la leas después de la boda, ya no puedes hacer nada para evitarlo.
Garrison sintió que un escalofrío le recorría la espalda.
Abrió la nota con dedos temblorosos y leyó con avidez.
“Mamá, estoy bien.
No podía seguir soportando la actitud hipócrita de tu hijo ni un sólo segundo más. Sé que
no aprobarás mi decisión, pero lo hecho, hecho está.
Voy a vivir mi propia vida, ser mi propia dueña y hacer mis propias elecciones. Nunca he
querido una temporada en Londres y nunca he querido que un hombre al que no conozco puje
por casarse conmigo.
No sé muy bien qué es lo que espero de la vida, pero desde luego sé que no quiero seguir las
arbitrarias e injustas órdenes de tu hijo.
Espero que algún día puedas perdonarme,
Tuya siempre,
Darlene”.
Garrison apretó la mandíbula a la vez que estrechaba con tanta fuerza la nota entre sus dedos
que le extrañaba que no se hubiese deshecho.
Le dedicó una mirada llena de reproche a su madre y esta se encogió bajo su mirada.
—¿Qué demonios estás haciendo con tus cosas? — le preguntó mirando sobre su hombro.
—Vaciando mis habitaciones, por supuesto — respondió más firme de lo que se sentía —
cuando tu condesa te acompañe, querréis que vuestras habitaciones estén listas.
—No vamos a dormir en tu cama — apretó aún más la nota — ni siquiera sé dónde vamos a
vivir.
—Pero… hijo, la futura duquesa tiene que tener las habitaciones ducales — la mujer parpadeó
confusa.
—Mi condesa y yo viviremos donde nosotros decidamos, pero te garantizo madre, que ninguno
de los dos quiere permanecer en este cuarto — le puso la arrugada nota en las manos cuando quiso
responder — que coloquen de nuevo tus pertenencias.
Sin mediar ni una palabra más, Garrison se dirigió hacia su habitación y comprobó que su fe
en su ayuda de cámara estaba justificada. El agua de la bañera estaba humeante y su ropa
perfectamente colocada sobre la cama.
El hombre, silencioso como una estatua, le ayudó a desprenderse de la ropa mojada y le dejó
solo cuando sólo le quedaban los calzoncillos. En cuanto la puerta se cerró tras de él, Garrison se
desnudó por completo y se sumergió en el agua caliente.
Le dolían todos los huesos del cuerpo.
Los días anteriores había abusado tanto del alcohol que no recordaba ni qué había bebido,
después de la depurativa charla y consecuente perdón por parte de Raychel, había vuelto a casa,
se había reunido con varios agentes y había contratado a varios detectives para que buscasen a su
hermana y después, se había puesto en las manos de su ayuda de cámara, pues este tenía unos
remedios fabulosos para superar la resaca.
Al cabo de una hora, había echado hasta el desayuno de recién nacido. Y si bien había perdido
todos los efectos de la borrachera, se había sentido como si le diesen la vuelta a su propia piel.
Se recostó en el borde de la bañera y permitió que las sales reconstituyentes del agua le
relajasen los músculos. Estaba ansioso por casarse con Raychel pero también extremedamente
furioso con su hermana por haberse hecho aquello a sí misma.
Cerró los ojos un instante mientras las hirientes palabras le golpeaban la conciencia una y otra
vez.
Tu hijo… ponía la nota, no mi hermano, o tan siquiera Garrison o a mal dar Eastburn… no.
Darlene había escrito, “tu hijo”. Como si ellos no compartiesen nada en absoluto. Le había
echado totalmente de su vida.
Entendía que esa fuese la forma de referirse al duque, pues él no había sido un padre para
nadie, pero le dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir que su hermana hubiese renegado tan
abierta y cruelmente de él.
Sumergió la cabeza bajo el agua e intentó calmar la mente.
Ya no podía hacer nada por ella. Hacía días que se había ido de casa y aunque enviase a todos
los policías de Londres tras ella, ya sería demasiado tarde. Deseaba que se hubiese ido sola, pero
mucho se temía que debía haber un hombre por medio, Darlene si bien rebelde y segura de sí
misma, jamás habría llevado a cabo algo así. Y sin embargo, rezaba para que sus temores no
fuesen ciertos, aunque tampoco es que importase mucho, al abandonar así su casa, su reputación
había sido destruida y ya no había forma de dar marcha atrás.
Lamentaba profundamente la decisión de su hermana y lamentó aún más no haber sido capaz de
arreglar las cosas con ella, pero es que todo estaba cambiado a demasiada velocidad y en cuestión
de días, él había tenido que renunciar a todas y cada una de sus propias creencias. Y aún se sentía
un poco a la deriva.
Salió a respirar y se encontró a su ayuda de cámara de espaldas a él.
—Milord, se hace tarde.
Le embargaban miles de emociones que le cerraban la garganta. Salió del agua y se colocó una
deshilachada toalla en las caderas para después, secarse enérgicamente el pelo con otra que tenía
aún peor aspecto.
Con la ayuda del hombre, se visitó y se acicaló tal y como correspondía a un caballero de su
clase el día de su boda. Y al observar la caja de nácar forrada de terciopelo rojo en el que se
encontraban los anillos que él y su esposa portarían, todo lo demás se desvaneció de su mente.
—¿Crees que le gustarán? — le preguntó al otro hombre.
Este le miró como si de repente le hubiesen salido cuernos y rabo y él mismo no estaba seguro
de que no fuese así.
Tras un carraspeó, le miró directamente.
—Estoy seguro de que la dama se sentirá honrada de que usted mismo haya elegido las
alianzas.
Frunció el ceño.
—No es eso lo que te he preguntado Standford — el hombre dio un respingo al escuchar su
apellido, él abrió los ojos — ¿acaso creías que no sé cómo te llamas?
—Yo — carraspeó de nuevo y se irguió — soy consciente de las muchas responsabilidades de
su señoría, evidentemente mi nombre no está entre ellas, aunque considero que es un halago,
milord.
—Me has servido fielmente durante doce años — le recordó — y antes de eso, cuidaste de mí
en circunstancias… bueno, ambos sabemos cómo — le puso una mano en el hombro — ¿tan
horrible he sido como persona?
—Por supuesto que no milord, es usted un conde excelente.
—Hablo como Garrison, no como Eastburn.
—No hay diferencia alguna milord — le respondió con rapidez, volvió a carraspear — si me
disculpa la indiscrección, se hace tarde.
Garrison asintió y se puso él mismo el chaqué. Después se miró en el espejo descascarillado y
respiró profundamente.
***
Raychel estaba más nerviosa de lo que había estado en toda su vida. La noche antes, su tía
Josephine había querido hablar con ella sobre lo que ocurriría en la noche de bodas y ella se lo
había impedido.
—No hay necesidad de pasar por esto — le había asegurado — he visto lo que ocurre entre
hombre y mujer en las fábricas — su tía se había llevado las manos a la boca por la sorpresa —
además, he pasado algunos momentos a solas con Garrison y conozco, un poco al menos, la
naturaleza de sus pasiones.
—¡Oh por el amor de Dios! — había exclamado escandalizada su tía — ¿has permitido que…
— se había sonrojado profundamente — que… — cogió aire, cerró los ojos y inspiró de nuevo —
¿has perdido tu virtud?
—No, no hemos llegado tan lejos — le había respondido ella con sinceridad — y es todo lo
que te voy a contar al respecto.
Su tía había salido de su habitación con rapidez y sin duda alguna, censurándole su actitud.
Pero es que ella no podía expresar con palabras lo que sentía cada vez que Garrison entraba en la
misma estancia que ella.
Por extraño que pareciese, era como si perdiese el control de su propio cuerpo para
pertenecerle a él y cuando se besaban… por Dios, ¡si hasta su mismo corazón salía de su cuerpo
para arrojarse a sus brazos!
Sus caricias la enloquecían y la hacían desear cosas que estaba segura que eran ilegales, pero
era su forma de mirarla lo que la hacía sentir extraña y deseosa de más. Cuando la tocaba, siempre
la miraba a los ojos y ella se sentía la única mujer en el mundo. Su mente se llenaba de fantasiosas
ideas acerca de un amor tan intenso y épico como el de sus padres mientras la pasión más
desgarradora le quemaba las entrañas y en el mismo momento en el que perdía el contacto de sus
fuertes y más que capaces manos, siempre tenía que provocarse dolor para no arrojarse a sus pies
y suplicar más.
Era humillante sentirse así, pero también era abrumadoramente consolador. Estaba tan
acostumbrada a hacerse cargo de todo y tomar decisiones por otros que se sentía extrañamente
relajada al ser él quien llevase las riendas en ese aspecto de su vida.
Aun con todo, se sentía nerviosa.
Había buscado libros e información, por muy escandalosa que resultase, pero apenas había
encontrado algunos textos que más que sacarle de dudas, le provocaban miles de preguntas.
Y ahora, mientras se dirigía en su carruaje cerrado hacia su propia boda, todas esas preguntas
le estaban provocando un irritante dolor de cabeza.
—¿Te encuentras bien? — le preguntó Casie que viajaba con ella, al igual que su tía.
—Sí, nerviosa — confesó.
—¿Pero estás segura? — insistió su hermana — porque bien sabe Dios que yo misma llevaré
este carruaje donde quieras si no deseas casarte con él.
—¡No! — le salió con más ímpetu del que pretendía y se sonrojó al ver la pícara expresión de
su hermana y la sonrisa de su tía — es sólo que… van a cambiar muchas cosas.
—¡Ah! — exclamó Casie divertida — y no tienes trescientos informes al respecto de cada
segundo de lo que se supone que será tu vida como una mujer casada.
—No te burles — protestó.
—¿Por qué no habría de hacerlo? — su hermana rió, pero le cogió las manos entre las suyas
— ambas sabemos lo que sientes por él aunque aún no te atrevas a decirlo en voz alta — le
acarició el rostro — pero, pase lo que pase, siempre me tendrás a tu lado — Raychel sintió que se
le hacía un nudo en la garganta — llevas toda la vida cuidando de todo el mundo, ya es hora de
que alguien cuide de ti y si bien no apruebo sus métodos, sé que Garrison lo hará.
—¿Y si… — no fue capaz de terminar la frase.
—Lo hará — le aseguró su hermana — porque si no lo hace, yo misma le perseguiré y le
torturaré por toda la eternidad — se incorporó, ya que estaba frente a ella, para besarla en la
mejilla — te quiero Raychel y siempre, siempre, podrás contar conmigo.
—¡Oh Casie! — la atrajo a sus brazos y apretó con fuerza — yo también te quiero mucho
hermanita y siempre podrás contar conmigo.
Josephine observaba a las jóvenes y sonrió.
Ella misma secundaba todas y cada una de las palabras de las hermanas. Y también compartía
la inquietud de Raychel. Ahora todo sería diferente.
Se había dado cuenta cuando hacía dos días su marido había llegado de América. Sólo habían
pasado separados unos meses, pero era más que evidente que el cambio le había fortalecido
increíblemente. Ya no era un hombre dubitativo ni con tendencia a la debilidad.
Michael ya no era un hombre con tendencia a abusar de medicamentos o alcohol, ahora era un
hombre seguro, al menos más de lo que lo había sido desde que ella le había conocido, también
había… crecido, a falta de una palabra mejor.
La primera noche que se encontraron en su habitación, con meses de separación por el medio,
él la había arrinconado contra la puerta y habían hecho el amor de la forma más salvaje que se
pudiera imaginar. Jamás había sido así con él, de hecho, ella recordaba perfectamente que le había
costado varios meses después de la boda, llegar a sentir el exquisito placer de la unión carnal.
Pero aquella noche… ¡Dios santo! Aún se ruborizaba al recordarlo, en apenas unos pocos minutos
ella había explotado y ninguno de los dos se había quitado la ropa.
Sí, las cosas habían cambiado. Y seguirían cambiado.
Michael le había contado que ahora hacía ejercicio durante varias horas y que había cambiado
su alimentación por completo, le había jurado que le había sido fiel y que estaba ansioso por
volver a estar con ella y en mitad de la noche, se le había declarado de la forma más primitiva que
había encontrado y ella se había vuelto a enamorar de él.
Después, reunidos con Raychel, le había explicado que había llevado a cabo algunos cambios
en las fábricas, siempre respetando los principios establecidos por Howard, su querido hermano y
padre de ella y que los cambios habían sido para bien.
Al principio, había temido la reacción de Raychel, pues se tomaba bastante mal cualquier
interferencia en las fábricas, pero la tensión se evaporó cuando ella, con toda la generosidad de su
corazón, se había levantado impetuosamente para rodear el cuello de su tío y besarle con total
descaro en la mejilla.
—Así se hace — le dijo sonriente — ese es mi tío — había proclamado orgullosa y todos se
habían percatado de cuánto necesitaba Michael esas palabras.
Por supuesto había hecho de todo para que no se le notase, pero si ella antes quería a sus
sobrinas, después de aquel momento, se había declarado totalmente fervorosa sirviente de ellas.
Pues Casie había alabado tanto el nuevo aspecto de su tío que este había terminado sonrojándose
hasta las orejas mientras Josephine les observaba con el corazón latiendo con fuerza.
CAPITULO 16

Raychel se detuvo en el umbral de la entrada a la iglesia totalmente abrumada. Había


muchísima más gente de lo que ella había imaginado y por un momento, dudó si sería capaz de
llegar hasta el altar.
Su tío Michael que era quien la iba a llevar, le apretó la mano que tenía sobre la doblez de su
codo con cariño y la miró a los ojos.
—Si no estás segura, te llevaré donde quieras — le dijo con esa voz que ahora sonaba tan
cambiada.
—No es por él — le explicó en un susurro — es por… ellos — dijo mirando a los cientos de
ojos que no le quitaban la vista de encima.
—¿Recuerdas lo que tu padre solía decirte? — le preguntó con una sonrisa y ella asintió con
los ojos humedecidos — siempre has sido y siempre serás el orgullo de nuestros corazones
Raychel — ella apretó con fuerza los dientes — sé que nunca me lo has tenido en cuenta, pero
lamento todas y cada una de mis equivocaciones, lamento no haber estado ahí para apoyarte y
lamento no haber muerto yo en lugar de mi hermano.
Raychel le miró con los ojos llenos de lágrimas. Entonces, para desconcierto de todo el
mundo, se giró y le abrazó con fuerza.
—Nunca más vuelvas a decir algo así — le dijo casi sin aliento — jamás, ¿me has oído? — el
hombre la estrechó de nuevo entre sus brazos y asintió con un gesto — siempre te he querido y
respetado y siempre lo haré.
—Nuestra valkirya — le susurró al oído, lo que provocó que sus ojos se humedeciesen más de
lo que le gustaría reconocer.
—Estupendo — protestó ella — ahora me has convertido en una fuente — le miró a los ojos
— ¿estás orgulloso?
Pero Michael, le alzó el velo, le limpió las lágrimas y la besó en la mejilla.
—Todos y cada uno de los días de tu vida he estado profundamente orgulloso de ti.
Raychel le miró y tragó con fuerza, después se tomó unos momentos para recomponerse, se
colocó el velo de nuevo, miró hacia el altar y apoyó la mano en el codo de su tío.
—Me alegro mucho de que seas parte de mi familia — le susurró sin dejar de mirar a Garrison
que se acababa de colocar el final del pasillo — ¿estabas asustado cuando te casaste con
Josephine?
—Entre otras muchas cosas — le confesó.
Ambos rieron y cuando llegaron donde Casie y Josephine estaban, Raychel las miró a ambas
fijamente y aunque no podían verle el rostro, sabían que les había guiñado un ojo.
Michael le cogió la mano y se la puso encima de la del conde, entonces miró a este a los ojos
y murmuró.
—Cuida de ella.
—Siempre — y sonó a promesa, después la miró a ella — pensé que al final tendría que ir a
buscarte — susurró y aunque sabía que no podía verla, pues el velo era terriblemente opaco,
sonrió.
Garrison no se había perdido ni un solo instante de la llegada de Raychel. Estaba espectacular
con un vestido de seda color crema. Tenía decenas de pequeños cristales que capturaban la luz del
sol emitiendo destellos multicolor. También llevaba pequeñas flores bordadas repartidas de forma
aleatoria por el corpiño y la falda y una cantidad ingente de tul, lo que le confería un aspecto
parecido al de esos dulces franceses que se hacían con espuma de leche.
Sonrió para sí mismo. Sí, absolutamente deliciosa. Y él estaba muerto de hambre.
Había observado con el corazón latiendo al doble de su velocidad normal, cómo Raychel se
giraba y abrazaba a su tío después de intercambiar unas cuantas palabras y sintió en el centro de
su ser, la tensión y los nervios de ella. Era evidente que estaba haciendo todo lo posible para
disimularlo, pero la tensión de su espalda y la rigidez de los dedos que sujetaban el enorme ramo
de flores eran indicativos de que no estaba serena en absoluto.
Se había obligado a sí mismo a permanecer impasible cuando lo único que deseaba era
estrecharla entre sus brazos y consolarla, quitarle todos los problemas y miedos que pudiesen
hacerla dudar.
Quería ser el centro de su vida y que ella sólo acudiese a él a buscar consuelo. La quería por
completo y para siempre. Y esos instantes en los que ella caminaba hacia él se le habían hecho
insoportablemente largos.
El mismísimo arzobispo de Canterbury, tío paterno de Garrison, ofició la ceremonia con gran
fervor. Los novios se dijeron los votos el uno al otro y cuando llegó el momento de alzarle el velo,
Garrison contuvo el aliento.
Y después sonrió.
—Puedes besar a la novia — dijo el arzobispo.
Y Garrison se apoderó de sus labios en un beso lleno de intención, de promesas y de una
emoción tan embriagadora que a ella le temblaron las rodillas.
Cuando sus bocas se separaron, Raychel sólo podía oír el rugido de su propia sangre en las
venas.
—Eres mía — le dijo el conde — y yo soy tuyo.
—Sí.
Garrison respiró aliviado. Nunca habían significado tanto dos simples letras.
Aceptaron de buen grado todas y cada una de las felicitaciones que recibieron, le hizo especial
ilusión recibir la bienvenida a la familia de la duquesa y de Grace, la hermana más joven de su
marido. Casie y Jospehine se habían acercado a ella con los ojos húmedos pero con la alegría
impresa en sus rostros. Sin embargo Raychel se tensó cuando la baronesa Wisbey se acercó a
ellos.
—Creo querida — su tono de voz era burlón— que no entendiste lo que te dije acerca de tu
conde — le dijo con una sonrisa — no obstante, si no lo estuviese viendo con mis propios ojos,
no lo creería — la besó en las mejillas y volvió a sonreír — os deseo una feliz y larga vida —
después se giró hacia Garrison y le palmeó cariñosa la mejilla — jamás pensé que te vería frente
al altar.
—Hasta ahora, no había aparecido la mujer adecuada — respondió solemne, Raychel se
sorprendió de la familiaridad que había entre ellos, Garrison le pasó un brazo por los hombros y
la atrajo hasta él — es evidente que la estaba esperando a ella.
La baronesa rió alegre.
—Gracias a Dios que apareció la mujer apropiada para sacarte del mal camino.
Después, despidiéndose de ellos, se giró y se fue para dar paso al resto de los invitados.
Tardaron más de una hora en saludarlos a todos.
—¿Qué relación tienes con la baronesa? — le preguntó Raychel cuando se quedaron solos en
el pasillo de la iglesia.
—Es mi tía materna — respondió con curiosidad — ¿por qué?
—Porque me advirtió que no me acercase a ti — se mordió el labio inferior — creo que dijo
que nadie querría salvar a esa familia.
—Bueno, tenía razón, nadie quería salvar a mi familia — se encogió de hombros — a mi tía
no le gustó que su hermana se quedase con mi padre, creo que nunca se lo ha perdonado, por lo
que sé, llevan sin hablarse varios años.
***
En cuanto salieron de la iglesia, Raychel aún algo conmocionada por el reciente
descubrimiento, una lluvia de pétalos de rosa cayó sobre ellos haciéndoles reír.
Casie se acercó a ellos y muy solemne, abrazó al conde.
—Cuida de ella por favor — le susurró al oído — desde que mis padres murieron, nunca ha
permitido que nadie la cuide.
—Te lo prometo — Garrison la estrechó entre sus brazos — no tienes de qué preocuparte.
No tardaron en subirse al carruaje que les llevaría hasta Hawley House, donde se celebraría el
banquete.
Una vez que se cerró la portezuela, Raychel miró seria a su marido.
—Hay muchas cosas que no sé de ti — le dijo y él frunció el ceño.
—Tenemos toda la vida para conocernos — le cogió las manos y tiró de ella hasta sentarla en
su regazo — ¿estás contenta? — le preguntó antes de besarla en la punta de la nariz, ella asintió
con un gesto — estás deslumbrante — le dijo estrechándola contra él — cuando te vi a contraluz
en la puerta de la iglesia, me pareciste uno de esos pastelitos franceses — ella jadeó cuando notó
que muy hábilmente le estaba desabrochando el vestido.
—¿Qué estás haciendo? — le preguntó nerviosa.
—Tengo hambre — la miró a los ojos y ella ahogó un gemido al ver el deseo descarnado en
esos ojos verdes, él tiró del escote del vestido y sus pechos quedaron al aire — mmmm — se
relamió los labios — voy a devorarte entera.
La colocó de nuevo en el asiento de enfrente y se arrodilló entre sus piernas. Raychel jadeó.
Era tan alto que aún de rodillas, su cabeza quedaba a la altura de sus pechos. Y jadeó aún más
cuando él se abalanzó sobre ella y comenzó a saborear su piel.
—Cremosa nata y cereza — le susurró mientras sus dedos le retorcían deliciosamente las
puntas erectas.
—No tenemos — gimió cuando una mano se coló bajo sus faldas — tiempo.
—Sí que lo tenemos — le lamió los pezones de nuevo — le he dado dos guineas al conductor
para que de un par de vueltas en Hyde Park — ella le miró escandalizada y él se rió — tranquila,
no voy a desvirgarte en un carruaje, pero me resulta imposible no tomar un pequeño bocado de ti.
Le subió las faldas hasta las caderas.
—Sujétalas — le pidió.
—¿Qué vas a hacer? — jadeó nerviosa.
—Comerte — tiró de sus calzones y se los bajó hasta los tobillos.
Después sacó una de las piernas de la prenda y esta quedó tirada en el suelo, con toda la
confianza del mundo, le abrió las piernas y le colocó una mano entre los muslos.
—No deberías — gimió ella — hacer…
—Oh sí que debo — la miró a los ojos — y quiero que me mires mientras lo hago — le abrió
más las piernas — que ganas tenía.
Tras decir eso, metió la cabeza entre sus piernas y Raychel se mordió el puño para no gritar,
se recostó en el respaldo y cerró los ojos.
Todo era demasiado abrumador y demasiado intenso. Garrison la estaba torturando con esa
boca y esos dedos que la acariciaban con descaro. Entonces él hizo algo con su lengua y ella notó
cómo un dedo intentaba penetrarla, se tensó de la cabeza a los pies.
—No — le dijo Garrison — confía en mí, te va a encantar.
—Lo dudo — respondió entre jadeos y le oyó reírse.
—Sí que te va a encantar — le pasó la lengua en su rosada abertura y le acarició la entrada —
quiero penetrarte con la lengua, con los dedos y esta noche con mi polla.
La oyó gritar y volvió a reír.
—Venga — le dijo — ¿no habías visto esto en las fábricas?
—No — gimió retorciéndose — no vi nada de esto — volvió a gemir.
—Entonces tengo mucho que enseñarte — le acarició las piernas — disfruta Raychel, sólo
disfruta.
Volvió a meter la cabeza entre sus piernas y se dedicó en cuerpo y alma a saborearla, aplicó
todos y cada uno de los trucos que había aprendido y cuando la sintió tensarse y gemir
desesperada, le introdujo dos dedos, su cuerpo se apretó con fuerza a ellos y se excitó aún más.
—¡Oh Dios mío! — jadeó Raychel sin aliento.
Garrison se quedó embelesado mirándola. Estaba preciosa y era lo más erótico de su vida.
Recostada de mala manera en el asiento, con los pechos al aire, el vestido enredado en su cintura,
las piernas abiertas y totalmente expuesta. Se metió la mano dentro de los pantalones y se apretó
la base del pene para no eyacular.
Respiró hondo y cuando evitó el orgasmo gimió.
Le acarició las piernas que estaban temblorosas y le besó dulcemente los muslos subiendo por
aquel cuerpo que le provocaba un deseo tan intenso como jamás había sentido. Se tomó su tiempo
con los pechos y cuando ella enredó los dedos en su pelo, sonrió. Alzó la cabeza y la miró a los
ojos.
Esos fascinantes ojos helados ahora turbados por el deseo y llenos de satisfacción. Se sintió
profundamente orgulloso de sí mismo.
—¿Te ha gustado? — le preguntó y sonrió al verla sonrojarse — esta noche será aún mejor —
le acariciaba los pechos con delicadeza y mimo.
—La primera vez duele — le dijo ella — yo no he sentido dolor.
—Eso es cuando entre en ti por completo — le explicó besándole las rosadas cimas de sus
pechos — pero sólo será la primera vez, después no volverá a dolerte — más delicados besos —
y te prometo que me encargaré de que sea lo menos incómodo posible — la besó en los labios
mientras sus manos seguían acariciándola — eres perfecta.
Ella sonrió avergonzada.
La ayudó a vestirse de nuevo y cuando estuvo más o menos presentable, dio una serie de
golpes en la pared del carruaje para indicar al cochero que ya podían ir a casa.
—Me has arruinado el vestido — le dijo deliciosamente sonrojada.
—Y lo he disfrutado enormemente — le dedicó una sonrisa lobuna y ella se tapó la cara con
las manos, él se acercó a ella y se las apartó — te deseo con locura desde que te conocí, me he
comportado más o menos bien siempre que te he tenido a mi alcance, ahora que ya eres mía no
puedo seguir sin tocarte — le explicó — ¿tú no sientes la necesidad de tocarme? — la vio asentir
y suspiró aliviado — puedes tocarme, besarme y hacerme todo lo que quieras siempre que
quieras.
—Eso no sería…
—Eso — la cortó él — es correcto, te lo aseguro y yo deseo que lo hagas.
Después la atrajo a sus brazos, sentándola en su regazo y la estrechó contra él.
—Raychel — ella alzó ligeramente los ojos para mirarle — gracias por casarte conmigo.
Ella sonrió y se recostó contra él.
La sensación de calma y protección que sentía al estar entre sus brazos la hacía sentirse laxa y
descansada por primera vez desde hacía años.
***
Cuando el carruaje se detuvo frente a la puerta principal de la mansión, Raychel miró por la
ventana y se echó a reír.
Sin duda, el amplio despliegue de entusiasmo había sido cosa de su hermana.
De cada ventana colgaban delicadas telas de tul blanco con hiedra y flores enredadas. Iban
desde los pequeños balcones hasta el suelo y en la puerta, más tela con más flores. Y desde la
entrada de la casa hasta donde se detuvo el carruaje, una pesada y larga alfombra de terciopelo
rojo.
Garrison bajó del carruaje y miró su hogar horrorizado.
—¿Qué demonios es todo esto? — le tendió la mano a su esposa y la ayudó a bajar.
—Casie me dijo que quería darnos una sorpresa — le miró sonrojada pero tremendamente
feliz — ¿estás molesto?
El conde lo pensó durante unos segundos.
Claramente atentaba contra todos y cada uno de los principios en los que había sido educado,
sin embargo no podía decir que le molestase, simplemente se sentía sorprendido, muy sorprendido
de hecho, pero al girarse para mirar a su mujer la vio llena de emoción y con un brillo especial en
los ojos.
—¿Te gusta? — le preguntó él rodeándola con los brazos y asintió sonriendo — entonces me
encanta — la besó en los labios.
Su intención había sido la de que fuera un beso breve, pero su cuerpo tenía sus propios planes,
sus brazos la rodearon con fuerza y la pegó a él, hizo el beso más intenso y cuando una de sus
manos estaba a punto de sujetarla del trasero, comenzaron a escuchar silbidos y aplausos.
Detuvo el beso pero siguió mirando a los ojos a su esposa.
—Bienvenida a casa esposa mía — pegó su frente a la de ella — te haré feliz, te lo prometo.
Raychel le rodeó el cuello con las manos y le besó.
—Yo también intentaré hacerte feliz.
Garrison la cogió de la mano y entrelazó sus dedos con los de ella mientras la guiaba por la
verja exterior hacia el camino de pizarra que llevaba hasta los escalones de la entrada principal
donde sus familiares y amigos les esperaban aún aplaudiendo.
Raychel sonrió abiertamente a la duquesa cuando se acercó hasta ella.
—Bienvenida a casa — la estrechó entre sus brazos — espero que todo esté a tu gusto, si no,
puedes hacer todos los cambios que te apetezcan, esta ahora es tu casa querida mía — le susurró
al oído.
—Si hay cambios que hacer, nos divertiremos haciéndolos juntas — la duquesa la abrazó más
fuerte aún y la besó en la mejilla.
El resto de los invitados se agolpaban en el recibidor esperando poder volver a felicitar a la
pareja, cuando Garrison comenzó a agobiarse, le hizo una seña a su madre y a su mayordomo que
rápidamente comenzaron a guiar a todo el mundo hasta el salón de baile donde tendría lugar la
recepción.
Casie se quedó y sonrió a su hermana antes de girarse y dejarles a solas.
—¿Abrumada? — le preguntó el conde.
—Asustada más bien — confesó escondiendo su rostro en el musculoso pecho de él —
prométeme que no echarás ni a tu madre ni a tus hermanas, por favor.
—¿No quieres ser la única señora de la casa? — volvió a preguntar con el ceño fruncido.
—¡Por Dios no! — gimió ella — necesito toda la ayuda que pueda conseguir y si puedo
pedirte otro favor, te lo suplico, soborna, compra y haz lo necesario para que tu madre me enseñe
a ser como ella.
Garrison rió a carcajadas mientras la estrechaba entre sus brazos con fuerza.
—No quiero que seas como mi madre cariño — le alzó el rostro y la besó en la punta de la
nariz — quiero que seas tú misma y que lo disfrutes.
—Pero…
—¿Ahora te entra el miedo? — se burló — cariño, eres la única mujer que conozco que sea
dueña de un negocio internacional y lo estás haciendo perfectamente bien, además, has enderezado
mi ruinosa vida, no creo que necesites el consejo de nadie.
—¿Eres consciente de que te vas a arrepentir de estas palabras? — le preguntó ella divertida.
—Todo merecerá la pena — entonces la alzó contra él y acercó la boca a su oído — y si no, te
lo haré pagar en la cama entre gemidos, gritos y sollozos de placer.
Raychel se ruborizó de la cabeza a los pies y cuando la dejó en el suelo, le dio una atrevida
palmada en el trasero antes de guiarla al salón.
—Vamos a despachar a toda esta gente — le dijo con una mirada llena de picardía.
El salón estaba precioso.
Se habían abierto todas las cortinas y los tímidos rayos de sol entraban iluminando y dando
calidez al enorme espacio.
—¿Cuánta gente cabe aquí? — le preguntó Raychel.
—Creo que está pensado para quinientas personas — le dijo Garrison — pero nunca lo hemos
visto lleno al completo.
La joven americana le miró sorprendida y después volvió a pasear la vista a su alrededor.
En las cinco esquinas del salón había esbeltas y muy altas columnas dóricas de color blanco,
sobre ellas, enormes arreglos florales y todas las preciosas macetas estaban unidas unas a otras
con tela de tul blanco y las mismas plantas y flores enredadas en ellas.
El suelo reflejaba de lo pulido y brillante que estaba. Todo olía a flores y felicidad y no pudo
evitar sentir un aguijonazo de preocupación al pensar en dónde estaría Darlene. Garrison y ella
habían hablado sobre ello y por más que habían preguntado, parecía que se había esfumado en el
aire, uno de los investigadores le dijo a su marido que creía que una doncella ocultaba algo, pero
tras varias horas de interrogatorio, la joven seguía sin decir nada que mereciese la pena.
Al principio no había compartido la conclusión de Garrison de que había un hombre implicado
en la precipitada huida de Darlene, sin embargo, a medida que pasaban las horas y seguían sin
saber de ella, más empezaba a inclinarse a darle la razón y mucho más aún al saber de la
existencia de la nota que Darlene había enviado a su madre.
Su cuñada era una mujer elegante, inteligente y decidida, no obstante, jamás se hubiese
imaginado que hubiese huido de casa.
Apretó los dedos de su marido y este se inclinó para escucharla.
—Siento mucho que Darlene no esté aquí — le dijo con tristeza.
—Fue decisión suya cariño — le acarició el rostro — pero la encontraré, te lo prometo.
—Estoy preocupada por ella — miró a Casie — no puedo imaginar…
—Tu relación con tu hermana no es ni parecida a la mía con Darlene y Grace — le explicó —
mucho me temo que es culpa mía, no he sido el hermano que ellas necesitaban.
Raychel observó a Grace que charlaba animadamente con Casie y apoyó su cabeza en el fuerte
brazo de Garrison.
—Aún hay tiempo — le dijo.
Sin embargo, el conde no respondió.
CAPITULO 17

Mientras los novios se abrían paso entre la gente, los músicos comenzaron a tocar y poco
después, Garrison se colocó delante de Raychel, hizo una exagerada reverencia y le tendió la
mano. Cuando ella posó la suya encima la miró a los ojos.
—¿Me harías el honor de concederme este baile? — le preguntó con un brillo juguetón en la
mirada.
Raychel se sonrojó y torpemente asintió.
Garrison la llevó hasta el centro de la pista de baile y le hizo un gesto a los músicos para que
el vals comenzase a sonar.
Colocó las manos sobre el cuerpo de su esposa y la pegó un poco más de lo que se
consideraba correcto, cuando ella le miró acusadoramente, él le guiñó un ojo descarado y sonrió
mientras la arrastraba por la pista.
Y el mundo desapareció.
Sólo estaban el uno en los brazos del otro al ritmo de la música y perdidos en sus miradas
entrelazadas.
No dijeron una sola palabra, tampoco sonrieron, pero ambos fueron perfectamente conscientes
de que algo estaba cambiando entre ellos. Era como si con cada nota, el uno tomase conciencia
real del otro y por extraño que pareciese, ambos tenían las respiraciones y los erráticos latidos
del corazón acompasados.
Cuando la música dejó de sonar, Garrison mantuvo la postura un segundo, después, se llevó
los nudillos de ella a los labios y se los besó con auténtica adoración.
—Siempre mía — susurró y ella se inclinó levemente ante él.
—Siempre mío — respondió y se le detuvo el corazón al ver el intenso brillo en los ojos de
él.
Pronto se vieron rodeados de más parejas que llenaban la pista de baile mientras los músicos
seguían tocando pieza tras pieza.
Comenzaron la ronda de paseo por el salón mientras comían, bebían y charlaban con los
diversos grupos de invitados.
Horas más tarde, cuando el sol comenzaba a ponerse en el horizonte, Garrison había llegado al
límite de su paciencia.
Nunca había tolerado demasiado bien todas esas reuniones sociales y comprobó con disgusto
que ni siquiera le gustaban en su propia boda. Estaba harto de recibir consejos que no había
pedido de hombres que se creían que tenían el derecho de indicarle el buen camino para un
matrimonio feliz y estaba más harto aún de las indirectas que las matronas le habían hecho
acusándole de elegir a una extranjera por encima de sus nobles y delicadas hijas.
Más de una y dos veces tuvo que morderse la lengua para no preguntarles dónde estaban esas
hijas llenas de virtudes mientras él sólo era un conde calavera y sin un sólo chelín en el bolsillo.
Airado y a punto de echar a todo el mundo de su casa, estaba a punto de dar una muy mala
contestación cuando su madre le cogió del brazo y sonrió.
—Señoras — interrumpió los molestos ladridos de aquellas damas — les ruego que me
disculpen, pero debo tratar un tema importante con mi hijo.
Se lo llevó de aquella zona y cuando llegaron a una de las mesas de refrescos que estaba
totalmente vacía, le miró a los ojos y sonrió.
—Vas a tener que aprender a tener más paciencia — Garrison hizo un mal gesto y ella le
acarició el rostro — vas a ser un buen marido, ¿verdad? — él le prestó toda su atención — estoy
orgullosa de ti hijo mío y quiero seguir estándolo, Raychel es lo mejor que te ha podido pasar y no
sólo por la profundidad de sus bolsillos, sino porque con ella eres tú mismo, sin máscaras y sin
esconderte — se estaba poniendo nervioso ante la vehemencia de las palabras de su madre — y
vas a ser un duque excepcional — tragó con fuerza — sé que no te lo he dicho todo lo que
debería, pero te quiero hijo mío, siempre te he querido y siempre te querré.
—Mamá — le cogió las manos — me estás poniendo nervioso — ella sonrió con tristeza.
—Ten — le entregó una nota doblada y esperó a que la leyese.
Hizo todo lo que estaba en su mano para permanecer inalterable, pero le estaba costando más
de lo que imaginaba. En la nota había sólo tres palabras: “no falta mucho”. Llevaba la firma del
médico que estaba cuidando de su padre en una cabaña de caza situada en un paraje olvidado de
la mano de Dios.
—Mamá — ella le miró estoica y se enderezó.
—Sácame a bailar hijo.
—Por supuesto.
La guió hacia la pista y con toda la elegancia del mundo, le hizo una reverencia, después le
hizo una seña al grupo musical que dejaron de tocar la cuadrilla de inmediato, comenzaron a tocar
un vals y él atrajo a su madre a sus brazos mientras la música les envolvía.
—Estás espectacularmente hermosa esta noche — le dijo con una enorme sonrisa — sin duda
alguna, la dama más hermosa de Inglaterra.
Sonrió al ver como su madre, aún joven para tener un hijo de veintinueve años, se ruborizaba y
no pudo evitar inclinarse para besarla en la mejilla.
—Eres un adulador — le regañó ella llena de ternura — gracias a Dios que ya has sentado la
cabeza y el resto de las matronas ya pueden respirar tranquilas.
Garrison se rió con ganas y la hizo girar innumerables veces entre las risas nerviosas de su
madre.
A un lado de la pista, Raychel les observaba con auténtico deleite.
Le costaba respirar y tenía los ojos demasiado húmedos por la emoción. Ojalá sus padres
pudiesen estar con ella, seguramente su padre la habría sacado a bailar y como siempre, ella
habría terminado sobre sus pies mientras reían sin parar y no seguían ni un sólo movimiento de
forma correcta.
Sus padres habrían adorado a Garrison. Su padre le habría cogido bajo su ala y le habría
enseñado hasta el más mínimo detalle de cómo debía gestionar todos sus fondos, habrían ido a
reuniones de negocios juntos y le habría enseñado los intríngulis de las negociaciones. Su madre,
por otra parte, habría cocinado para él y le presentaría orgullosa a todas sus amistades.
Suspiró cuando Casie la rodeó la cintura con un brazo.
—Yo también les echo de menos — susurró y le tendió un pañuelo discretamente — pero sé
que se sienten muy orgullosos de ti hermanita — cuando Raychel le devolvió el pañuelo, la miró a
los ojos — papá siempre decía que jamás aprobaría a ningún hombre para ti, que eras demasiado
especial — ella asintió llena de congoja ante el recuerdo — pero creo que sí habría aprobado a
Garrison.
—Sí — convino ella — yo también lo creo.
Ambas permanecieron abrazadas mientras Garrison hacía girar una y otra vez a su madre en un
despliegue de elegancia y estilo.
Era como ver a dos obras de arte moverse. Él, tan atractivo, guapo a la manera clásica y con
ese porte lleno de sensualidad guiando los elegantes y suaves movimientos de la duquesa que daba
la impresión de que se deslizaba y flotaba.
En ese preciso instante, Raychel supo que se sentía profundamente orgullosa de él.
***
Cuando el último de los invitados salió de la mansión, Garrison rodeó el esbelto cuerpo de su
esposa y la besó en el cuello.
—Pensé que seríamos nosotros los que tuviésemos que viajar — le dijo Raychel en un
susurro.
—No — la besó de nuevo en el cuello — esta noche quiero que la pases en mi cama, haremos
el viaje mañana o pasado, cuando nos apetezca — le acarició los brazos — no puedo permitirme
un viaje de varias semanas debido a mi situación actual, pero te prometo que en cuanto lo tenga
todo más o menos solucionado, te llevaré donde tú quieras.
Ella se giró entre sus brazos y posó sus manos sobre su pecho.
—No necesito viajar a ninguna parte — le explicó — no soy una damisela frágil y delicada,
para mí el día perfecto es pasarme el día negociando y llegar a casa sabiendo que he ganado.
Él sonrió y la besó en la punta de la nariz.
—Entonces… ¿vamos a… negociar? — se alejó un par de pasos de ella y le tendió la mano
que ella no dudó en coger.
Y en un alarde de arrogancia, la cogió en brazos y subió con ella los dos tramos de escaleras
hasta donde estaba situada su habitación.
—Esto no es necesario — Raychel reía en una extraña mezcla de diversión y nerviosismo.
—Claro que lo es — llegaron hasta su puerta que estaba abierta y la cama preparada para
ellos, entraron, Garrison le dio una patada a la puerta para cerrarla y la llevó a la cama — te
aseguro que es muy necesario.
Raychel se sorprendió cuando él se abalanzó sobre ella y comenzó a besarla con tanta
intensidad que la cabeza comenzó a darle vueltas.
Pronto sintió que las manos de Garrison estaban por todas partes y antes de que se diese
cuenta, el vestido estaba siendo destrozado.
—¡Para! — le gritó y él se detuvo en el acto — ¿tienes que romperme la ropa? — le preguntó
ofendida.
—Sí — tiró de otro trozo de tela y la miró a los ojos — te deseo tanto que o te rompo este
dichoso vestido o no podré controlarme.
Y para su sorpresa, Raychel sonrió, se tumbó en la cama y alzó los brazos sobre su cabeza.
—Si esas son las opciones — le dijo con una mirada traviesa — prosigue.
Garrison soltó una carcajada y le alzó las faldas y le desgarró la ropa interior mientras se
abalanzó de nuevo sobre esa suculenta boca que le volvía completamente loco.
No tardó demasiado en dejarla prácticamente desnuda, sólo llevaba el corpiño forrado de
seda porque el diseño del vestido no permitía llevar camisola y se quedó maravillado. Comenzó a
desenganchar los broches metálicos.
—Para la primera vez te quiero completamente desnuda — le explicó — pero mañana te
poseeré con este artilugio — le lamió los pechos que sobresalían — y nada más que esto.
Raychel se agitó ante la intensidad de su mirada, de sus besos y de sus caricias y cuando
estuvo completamente desnuda gimió.
—Desnúdate — le pidió — nunca he visto a un hombre desnudo y me muero de ganas — rió
cuando le escuchó gruñir.
—Nunca verás a otro hombre desnudo — se tumbó sobre ella y colocó una mano entre sus
piernas en un gesto brutalmente posesivo que la dejó sin respiración — eres mía, todo tu cuerpo
es mío y nunca, jamás, nadie más que yo te verá así.
Lejos de intimidarla, Raychel ronroneó muerta de placer y apretó sus caderas contra la mano
de él que la miró totalmente sorprendido.
—Creo que nos vamos a llevar extremadamente bien — le susurró antes de meterse un pezón
en la boca mientras presionaba la mano contra la entrada de su cuerpo.
Ella no lo soportó más, comenzó a tirar de la ropa de él con gestos desesperados y cuando le
oyó reír tiró más fuerte aún.
—Ansiosa — le dijo entre risas — ¿no se supone que las damas vírgenes le tienen miedo al
sexo? — le preguntó sacándose la camisa por la cabeza porque no tenía paciencia para quitar los
botones.
—Tú has hecho que no tenga miedo — le aclaró llevando sus manos a la cinturilla de sus
pantalones — quiero más de lo que me hiciste en el carruaje.
Él le apartó las manos y se bajó de la cama para quitarse los zapatos y los pantalones, se bajó
los calzoncillos con ellos y sin la más mínima vergüenza se mostró ante ella completamente
erecto.
—¿Esto es lo que quieres? — le preguntó sujetándose la pesada erección.
—Eso no me va a entrar — gimió con los ojos como platos y él volvió a reír.
Jamás se había reído mientras estaba en la cama con una mujer, pero al contrario de lo que se
pudiera pensar, las risas aumentaban su placer y al parecer, también el de su esposa.
Su esposa.
Le encantaba pronunciar esa palabra en su mente. Sabía que era de lo más primitivo e incluso
bárbaro pensar algo así, pero cada vez que la palabra tomaba forma, él sentía una punzada de
posesión sobre ella que le hacía hincharse de orgullo masculino.
Se acercó a ella y tiró de sus piernas hasta que las suaves caderas sobresalieron del colchón,
después le restregó el miembro por los pezones.
—Sí que va a entrar — le dijo con intensidad — y te juro que lo vas a disfrutar.
Después le cogió la mano y se la colocó sobre él.
—Tócame — le exigió y ella obedeció.
Al principio eran delicados movimientos que sentía como si fueran toques de las alas de una
mariposa, pero poco a poco, Raychel fue cogiendo confianza y los movimientos se tornaron más
seguros y firmes, pronto se percató de cuál era la cadencia que le hacía gemir y maldecir y sonreía
llena de picardía al comprender que él también se sentía tan excitado como ella.
—Basta — le apartó la mano con un gesto brusco y la lanzó sobre la cama — voy a comerte en
condiciones — le dijo mientras le abría las piernas por completo.
Y antes de que ella dijese nada, su boca se aplastó contra el tembloroso cuerpo femenino y su
lengua, sin la más mínima consideración, comenzó a hundirse en ella mientras esas poderosas
manos le acariciaban los pezones alternando tirones suaves con otros más fuertes.
Todo lo que él la estaba haciendo la llevaba a una espiral tan profunda de placer que no fue
capaz de controlar ni su propio cuerpo ni sus gemidos o gritos. Hasta que al final, una explosión
de luz, calor y energía la atravesó como un rayo y se quedó gimoteando completamente laxa.
—Magnífica — le susurró Garrison sobre su ombligo, comenzó a reptar por ella besándola
por el camino hasta que notó como algo presionaba su entrada — shhh — le dijo — relájate
cariño — presionó un poco más y se introdujo pocos centímetros.
—¡Dios mío! — gimió ella — no creo que pueda.
—Sí que vas a poder cariño, mírame — ella obedeció y Garrison metió la mano entre ellos
para acariciarla y ayudarla mientras se introducía en ella — eres muy estrecha.
—Lo — jadeó — siento.
—Yo no — la besó en los labios — confía en mí — le pidió — rodéame con los brazos —
cuando ella lo hizo él se clavó un poco más en ella — así cariño, así.
Estaba demasiado tensa, Garrison comenzó a lamerle los pechos y al cabo de pocos segundos
el cuerpo de su esposa comenzó a relajarse, presionó un poco más.
—¿Cuánto queda? — gimió Raychel clavándole las uñas en la espalda.
—Un poco más de la mitad — le susurró al oído — disfruta cariño.
A Raychel le daba vueltas la cabeza, era del todo imposible que entrase todo aquello, ya sentía
los músculos ardiendo por la intrusión y su cuerpo claramente no quería que siguieran
dilantándolo de aquella manera, sin embargo, el placer comenzaba a apoderarse de ella de nuevo
y tuvo la urgente necesidad de empezar a menear las caderas.
Él entró otro poco que la hizo gritar.
—¿Estás bien? — le preguntó preocupado y ella asintió entre gemidos y jadeos, presionó un
poco más — mírame cariño, deja de que vea lo que sientes.
—Lo que siento es que me vas a partir por la mitad — protestó ella y él comenzó a reírse —
¡oh no! ¡no! No hagas eso — jadeó suplicante provocando más risas en él — Garrison por favor.
Cada vez que él se reía, su pesado miembro la penetraba un poco más hasta que se topó con la
barrera de su virginidad. Se obligó a si mismo a respirar profundamente y entonces la besó como
si fuese a morir al día siguiente.
El cuerpo de ella reaccionó aflojándose y cuando la sintió más relajada, presionó con fuerza
las caderas hasta que se introdujo hasta la empuñadura.
Raychel gritó y se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Ya está cariño mío — le dijo quedándose muy quieto — ya no habrá más dolor, te lo
prometo.
Siguió besándola y acariciándola hasta que ella dejó de respirar sollozos y comenzó a relajar
los músculos del cuerpo. Sintió el momento en el que el placer derrotó al dolor y cuando el
delicado cuerpo de ella comenzó a moverse por inercia, él la acompañó en el movimiento.
Estaba tan sumamente excitado que sabía que no duraría nada, pero es que todo estaba
resultando ser mucho más excitante e intenso de lo que jamás se había imaginado.
Introdujo de nuevo la mano entre ellos y le lamió los pechos mientras sus hábiles dedos le
acariciaban ese nudo nervioso que le provocaba tanto placer a ella y a juzgar por cómo se le
arremolinaba su propio placer, debía excitarla rápidamente.
—Garrison — gimoteó mientras le apretaba las uñas contra la piel — oh… esto es… más…
más…
—Sí cariño — obedeció aumentando la potencia de los embistes hasta que ella gritó
arqueando la espalda y él se dejó llevar también.
Cuando consiguió volver a respirar, salió muy lentamente de ella y se dejó caer a su lado,
después la atrajo a sus brazos y la besó en el hombro.
—¿Cómo estás?
Raychel no podía hablar. Lo único que podía hacer era gemir y aun así, a duras penas.
Jamás había sentido algo así.
De modo que se acurrucó contra el poderoso cuerpo de su marido y ronroneó haciéndole
sonreír.
Garrison tiró de la ropa de cama para taparles a ambos y la atrajo aún más hacia él.
—Duerme cariño mío — le dijo al oído.
***
Cuando Raychel abrió los ojos le costó situar dónde estaba, hasta que los fuertes brazos de su
marido la rodearon atrayéndola contra él, entonces sonrió.
—Buenos días — le susurró él al oído — ¿cómo te encuentras?
—Jamás había dormido así de bien — se removió para acercarse a él y jadeó al notar su
erección contra sus nalgas — pero es que… tú no…
—No cuando estás cerca y definitivamente no cuando además estás desnuda — le murmuró
besándole el cuello — ¿estás muy dolorida? — ella asintió y él volvió a besarla — en un rato te
prepararé un baño caliente y te sentirás mejor.
Entonces la hizo girar entre sus brazos y la besó en los labios.
—Siento mucho cómo me comporté en los jardines de los Burcham.
—Eso está olvidado — respondió ella acariciándole el rostro — no le des más vueltas.
—Sé que me has perdonado pero — la besó en los labios y comenzó a acariciarle la cadera
con mimo — no puedo prometer que no volveré a volverme loco de celos ni que seré capaz de
controlar esta parte de mí que aún se comporta como un bárbaro medieval — la besó de nuevo —
pero aun así, lo siento mucho — le acarició suavemente entre los pechos — sólo puedo prometer
que intentaré por todos los medios hacerte feliz y que aunque me enfurezca contigo, tienes mi
permiso para hacerme comprender mi error, aunque sea a golpes.
Y si Raychel había albergado la más mínima duda sobre sus sentimientos por su esposo, en ese
mismo momento todos ellos la golpearon con fuerza.
Sí, Garrison era posesivo, controlador y un ególatra de los pies a la cabeza, seguía pensando
que la nobleza eran los auténticos dueños del mundo y seguía creyendo que tenía el don divino de
pertenecer a una vida llena de privilegios, pero cuando se despojaba de toda esa fachada y dejaba
de fingir, entonces, se mostraba cariñoso, atento, apasionado y seductor. Y ella no podía ni quería
evitar caer en sus redes.
Se besaron lentamente durante varios minutos, sólo por el placer de estar el uno en los brazos
del otro.
Raychel se fijó por primera vez en la habitación en la que estaban. Era muy amplia y al
contrario que la mayoría de las estancias masculinas, no era tan sobria ni oscura como se
esperaba. Las paredes, en su parte inferior tenían paneles de madera oscura, según le parecía eran
de roble, pero en la parte superior estaban pintadas de un delicado color crema con delicadas
filigranas doradas. La enorme cama si bien también era de roble oscuro, las sábanas eran blancas
y la colcha era color arena con bordados arabescos dorados. La tapicería del diván que había
bajo el enorme ventanal era del mismo tejido y las cortinas eran de pesado terciopelo color arena.
—¿Este dormitorio es el tuyo? — le preguntó con genuina curiosidad.
—Sí — la besó en los labios — ¿por qué?
—Porque la decoración es… delicada — le miró con un brillo burlón y él respondió
colocándose sobre ella.
—¿Delicada? — presionó su erección contra su vientre y le amasó un pecho — será para
contrarrestar mi violenta pasión.
Ella se echó a reír y él hizo lo mismo. Al cabo de un minuto, se volvió a tumbar a su espalda y
la estrechó entre sus brazos.
—Es mi habitación desde que nací — le explicó — mi padre se empeñó en que debía estar
casi siempre sumido en las sombras y la oscuridad para que se fortaleciese mi alma — bufó — o
alguna tontería de esa clase — la besó en el hombro desnudo — yo la odiaba con todo mi ser, las
paredes eran de un verde tan oscuro que si el sol no brillaba con fuerza parecía negro — volvió a
besarla, como si ese gesto le diese la confianza para seguir hablando — no tenía permiso para
tener espejos ni lámparas.
—¿Vivías a oscuras? — le preguntó molesta.
—Mi padre creía que si me dejaban mucho tiempo bajo la luz del sol me volvería…
afeminado.
—¡Menuda estupidez! — protestó ella.
—Bueno, nadie ha acusado a mi padre de ser inteligente — volvió a besarla y la acomodó
mejor contra él — en cuanto cumplí los dieciocho, usé mi asignación para cambiar la decoración
de esta estancia, por supuesto, lo hice en uno de esos viajes que hacía mi padre y que duraban
semanas — la acercó más a su cuerpo — mi madre me ayudó y me aconsejó con los colores —
ella le sintió tensarse — hace unos meses cuando encerré a mi padre porque su enfermedad ya era
demasiado evidente, volví a pedir su consejo para iluminar más aún mis habitaciones, ¿te gusta?
Raychel miró a su alrededor y después se giró entre sus brazos.
—Me encanta — le aseguró con una sonrisa — odio las habitaciones oscuras, me provocan
ansiedad y me ponen de mal humor.
—Ahora eres la señora de la casa, puedes modificar todo lo que quieras.
—No — él frunció el ceño ante tan tajante respuesta — hay mucho de lo que ocuparse antes de
gastarse una fortuna en decoración.
—¿Nunca dejas de pensar en los negocios? — le preguntó besándola por toda la cara.
—Intento que cada acto tenga un balance positivo — respondió mientras sentía que ese
pequeño juego era una bendición para su corazón solitario — tenemos que sanear las arcas
familiares lo antes posible y de la forma correcta — él dejó de besarla y la prestó atención, ella le
miró a los ojos — ¿te molesta que me incluya en tus planes?
—No — respondió rápidamente — pero me sorprende — ella frunció el ceño — pensé que te
dedicarías sólo a la fábrica textil y que te desentenderías de todo lo demás.
—¿Es eso lo que quieres? — le preguntó temerosa de la respuesta.
—No — sacudió la cabeza — definitivamente no — la besó en los labios — eres mi condesa
y mi esposa, pero también quiero que seas mi compañera.
Ella se sorprendió y sonrió llena de esperanza.
—Eso es muy progresista por tu parte.
—Raychel, sé que no pensamos lo mismo sobre la forma de ver la vida, pero no soy imbécil,
mientras que mi familia está al borde de la ruina, tú has ampliado el imperio de tu padre y le has
asegurado el futuro a tu hermana, ¿de verdad me consideras tan necio como para no aprovecharme
de tus conocimientos?
Ella se mantuvo en silencio porque no se atrevía a formular en voz alta lo que pensaba. Sí que
le consideraba necio, pero también sabía que era inteligente y que en el tiempo que hacía que se
conocían, por poco que fuese, él se había ido embebiendo de todo lo que les rodeaba.
Tras remolonear un poco más en la cama, Garrison cumplió su palabra y le preparó un baño a
su esposa, al principio parecía todo muy inocente, salvo por el hecho de que ambos estaban
desnudos y en un momento en el que Raychel se despistó, Garrison entró en la bañera con ella
salpicando agua por fuera.
Entre risas, bromas, besos y descaradas caricias, Garrison se ocupó del cuerpo magullado de
su esposa mientras pasaba la mejor mañana de su vida.
CAPITULO 18

Por supuesto no se había olvidado de la nota que el médico de su padre le había hecho llegar
la noche anterior, pero se sentía incapaz de hablar de ello y desde luego, no tenía la menor
intención de hacer o decir nada que pudiese disgustar a su esposa.
Sin embargo, mientras ella aún se estremecía por las oleadas de placer que le había
proporcionado, él comenzó a sentirse más y más culpable, hasta que finalmente Raychel se percató
de que su estado de ánimo se había ensombrecido.
—¿Qué te preocupa? — le preguntó rodeándole con los brazos.
Garrison respiró profundamente y la abrazó con fuerza.
—Hay algo que debo contarte — la besó en la cabeza — ayer recibí una nota que me envió el
médico que cuida a mi padre, ponía que no le quedaba mucho.
—¡Dios santo! — exclamó ella — ¿ha…
—No — se encogió de hombros — no lo sé — confesó — pero ayer fue nuestra boda y no
quería que nada empañase ese momento — la giró para mirarla a los ojos — Dios sabe que
conseguiré que me odies antes o después, quería que al menos tuvieses un buen recuerdo de mí —
se sentía en carne viva — quería que… quería que todo fuese perfecto para ti.
—Garrison…
En el momento más audaz y atrevido de toda su vida, Raychel se colocó a horcajadas sobre él
y le acarició el rostro.
Pensó en decirle mil y una cosas, en explicarle que para ella, el simple hecho de que fuesen
marido y mujer ya era un milagro en sí mismo. Pero al ver la profunda tristeza en sus ojos, no fue
capaz de decirle nada, no sería su intención, pero sabía o al menos, creía saber, que él podría
tomarlo como un reproche y por nada del mundo le haría algo así.
—Gracias — le besó en los labios con dulzura — fue un día mucho más mágico y perfecto de
lo que alguna vez soñé.
Cuando la expresión de Garrison se llenó de alivio a ella se le rompió un poco el corazón. No
terminaba de comprender a su marido y sabía que él no la comprendía a ella, pero con todo, no
podía evitar darse cuenta de que se había enamorado de él con tanta fuerza y tan profundamente
que se sentía dolida y herida por todas aquellas terribles experiencias que Garrison había vivido
antes de conocerla.
—¿Quieres que vayamos a verle? — le preguntó con cautela.
—Si no te importa quedarte algunas horas sola, preferiría ir y ver como va… todo.
—Me gustaría acompañarte y servirte de apoyo — le explicó nerviosa — pero si prefieres
enfrentarte a esto tú solo, lo respetaré — le besó en los labios — solo recuerda, que ya no estás
solo, nunca más, siempre estaré a tu lado.
Sabía que ella esperaba una respuesta, pero no fue capaz de pronunciar las palabras. Un
estremecimiento le recorrió de la cabeza a los pies y sintió que algo dentro de él se rompía y se
asustó profundamente.
—El agua se está enfriando — dijo levantando a Raychel entre sus brazos.
La hizo salir de la enorme bañera y después salió él, se apresuró a coger la toalla más grande
y mullida para secarla y cuando estuvo lista, le colocó otra gran toalla alrededor de su cuerpo y
cogió otra para secarse lo más rápido que pudo.
Después la guió hasta la habitación y abrió un armario donde las doncellas habían colocado su
ropa.
—¿Cuál te gustaría ponerte? — le preguntó sin mirarla.
—Elígelo por mí — le dijo rodeándole la cintura desde atrás, miró por encima de su hombro
— los de la derecha son de paseo de día, los del centro para estar por casa y a la izquierda están
primero los de noche y detrás, los de montar.
Garrison miró aquellas suntuosas telas y por un momento se quedó en blanco, la sentía desnuda
a su espalda entre ellos sólo se interponía una toalla, su suaves pechos apoyados contra su piel y
el fuerte y seguro latir de su corazón esperando a que él tomase una decisión.
—Si me acompañas y por lo que sea pierdo la compostura — empezó a decir.
—No te lo tendré en cuenta e intentaré por todos los medios serte de utilidad.
—Mi padre tiene sífilis — confesó — nadie lo sabe, salvo su amante, por eso le dejó — no se
atrevía a mirarla — se volvió loco en poco tiempo, bueno, más loco de lo que ya estaba.
El corazón le retumbaba en el pecho con fuerza, pero se obligó a respirar lentamente y le
abrazó con más fuerza para que comprendiese que siempre podría contar con ella.
—Ha tenido que ser muy duro pasar por todo esto tú solo — le besó en el centro de la espalda
— tus secretos son mis secretos — le prometió — jamás traicionaré tu confianza.
Garrison tenía el corazón en la garganta. Había sufrido palizas, encierros y castigos crueles,
pero jamás se había sentido tan vulnerable y expuesto como en ese mismo momento en el que su
esposa le abrazaba dándole un consuelo que no sabía que necesitaba y prometiéndole lealtad.
Se sintió humillado y miserable.
Y un millón de cosas más a las que no se atrevía a poner nombre.
No sabía qué decir a eso, no sabía cómo reaccionar y lo peor de todo es que se sentía tan
necesitado de esa lealtad que le dolía. Y le enfurecía al mismo tiempo.
—Saldremos después de desayunar — sentenció — llamaré a una doncella para que te ayude.
Sin decir una palabra más, la dejó allí sola y él se fue a su vestidor a vestirse. Necesitaba
poner espacio entre ellos y ni siquiera comprendía por qué.
***
Mientras un par de doncellas ayudaban a su esposa a vestirse, Garrison se sentó en el sofá de
su vestidor mientras su ayuda de cámara le escogía la ropa.
La cabeza le daba vueltas y se sentía acorralado y no comprendía su confusa forma de
proceder.
Raychel había sido del todo sincera cuando le prometió guardar sus secretos y cuando le
ofreció su compañía.
—Standford — le dijo a su ayuda de cámara — ¿qué opinión tiene el servicio de mi esposa?
—Milady es una dama encantadora milord — le dijo sin mirarle a los ojos.
—Standford por favor — le pidió — necesito la opinión real.
El hombre se giró y por un momento vio al chiquillo atormentado y solo de hacía tantos años.
Y al igual que en aquella época, sintió una tremenda compasión y cariño por él.
—Milord — se acercó y le miró a los ojos — su esposa es una mujer dulce, buena y con un
corazón más grande que Inglaterra — le dijo con una sonrisa, después cogió aire — ayer se
escapó de su propia boda y junto con Whiters, su mayordomo, bajó a las estancias de los criados y
nos trajo tartas, pasteles y los sueldos de todo el año — Garrison se quedó impasible aunque no
sabía cómo reaccionar — nos dejó perfectamente claro que usted lo había decidido así y que ella
quería conocernos en un entorno de alegría.
El hombre se acercó un paso más a él.
—Nuestra condesa es la mujer perfecta para usted, sé que no es de sangre azul y que ni
siquiera es inglesa, pero se metió a todo el servicio en el bolsillo en menos de quince minutos y lo
hizo todo en el nombre de usted, no en el suyo — después suspiró pesadamente — no aspiro a
creerme igual que usted milord, se lo prometo, pero a veces también nos gusta saber que somos
personas.
—Todo lo que me enseñaron es erróneo, ¿verdad? — se puso en pie y le miró a los ojos.
—No soy quien para juzgarlo milord, pero ciertamente no veo la más mínima tara en mi
señora, y menos aún, después de ver cómo reaccionó al baile entre usted y su excelencia — tragó
con fuerza — ella ve más allá del título y mucho más allá de las etiquetas sociales.
Garrison sopesó lo que había oído durante unos segundos y después miró a Standford.
—Vamos a ir a ver a mi padre — le dijo — no sé si aún está vivo.
Observó cómo el rostro del hombre se endurecía y le costó unos instantes recobrar la
compostura, después, le vio asentir, terminó de colocar la ropa y esperó paciente a que él
decidiese empezar a vestirse.
Standford se sentía irascible y furioso. Quería a ese chico como si fuese su propio hijo y
odiaba al duque con toda su alma, si por él fuese, él mismo le habría matado hacía muchos años
sin importarle lo más mínimo lo que le sucediera después, sólo las súplicas de la duquesa y el
grito desesperado de que no abandonase a su hijo fue lo único que le aplacó lo suficiente.
Había visto las terribles marcas del duque cuando se decidía a mostrar quién era el dueño y
señor de todos ellos y aún se estremecía al recordarlo.
Por su parte, Garrison dejó vagar su mente mientras se iba vistiendo poco a poco.
Ya hacía varias semanas que su visión del mundo había empezado a cambiar. No era tan
estúpido como para no ver la verdad subyacente bajo las estrictas directrices en las que había
basado su propia vida. Parte del poder de la nobleza había sido que ellos poseían el dinero y por
lo tanto el poder, pero el mundo estaba cambiando y tenía que adaptarse o perecer con él.
Seguía costándole el hecho de que su esposa fuese tan acaudalada como diestra a la hora de
llevar sus negocios, cuando era un niño, pese a las palizas, su padre había sido el espejo en el que
se miraba, sin embargo, jamás le vio hacer nada de provecho. Nunca se tomó más de medio
segundo a asegurar el futuro de su propia familia, pero Raychel era totalmente diferente, estaba
seguro de que sería más que capaz de pasarse horas y horas leyendo y buscando información para
proteger a aquellos a quienes quería.
Y él envidiaba eso de ella.
Tampoco se había comportado como el hombre que quería ser. Aunque no lo demostrase, él
amaba profundamente a su madre y a sus hermanas y sin embargo, jamás les había dedicado el
tiempo que necesitaban. Nunca las había escuchado y bien sabía Dios que jamás había dedicado ni
un sólo minuto a pensar en qué les depararía el futuro.
Y Darlene se lo había hecho ver de la peor forma posible.
Respiró profundamente mientras se abrochaba el chaleco de seda plateada.
No había más que ver las diferencias entre la relación de Raychel con su hermana y la de él
con las suyas. El día anterior, Grace sólo se acercó a saludar a su esposa, a él ni siquiera le
dedicó una mirada altanera. Sólo unas horas después, le había mirado con tanta frialdad que no
supo cómo reaccionar.
No quería ser el mismo tipo de hombre que era su padre, no quería pasar por la vida sin hacer
nada de provecho y desde luego, no quería dejar a su madre y a sus hermanas en las crueles garras
de la sociedad sin armarlas hasta los dientes.
Y debido a un regalo del destino, Raychel había aparecido en su vida para salvarle en todos
los sentidos. Su increíble fortuna salvaría las arcas familiares, pero sería su espíritu y su fuerza lo
que les salvaría realmente a todos ellos.
***
Cuando Raychel comenzó a bajar las escaleras, Garrison la esperaba ya en el recibidor, se
acercó y le tendió la mano para ayudarle a bajar los últimos escalones.
—Cada día estás más hermosa — la atrajo a sus brazos y la besó en los labios — ten
paciencia conmigo, por favor — le pidió y sintió cómo ella brillaba — todo esto es nuevo para
mí.
—Para mí también — le puso las manos en el pecho — estoy aquí.
Y él asintió antes de volver a besarla. Era cierto, estaba allí con él y si todo salía como él
quería, jamás se alejaría.
Sin soltarla, miró a Standford.
—Estaremos todo el día fuera — le dijo — si hay algún cambio, haré llegar un mensaje.
—Por supuesto milord.
Él mismo les abrió la puerta y tras ayudar a su esposa a ponerse un suave chal sobre los
hombros, la guió hasta la calesa.
Ella le miró emocionada.
—Jamás había subido en una — le dijo con los ojos brillantes — ¿me enseñarías a llevarla?
Él se rió y la abrazó.
—No — la vio fruncir el ceño y la besó en los labios — no necesitas aprender, porque yo te
llevaré donde quieras ir.
Raychel oyó perfectamente el suspiro colectivo de las doncellas que se escondían en los
rincones y por la tensión de su marido, supo que él también lo había oído. Sonrió y le besó ella a
él.
—Eso sería maravilloso.
Ante la incomodidad de Garrison, ella no pudo más que reír.
Poco después, la ayudaba a subir a la calesa y él subía casi de un salto a su lado. Al contrario
que el día anterior, esa mañana había amanecido despejada y con un sol radiante.
Raychel llevaba un liviano vestido de seda de color menta suave con muy pocos adornos y no
se había olvidado de coger su sombrilla a juego. Miró a Garrison y sonrió.
Manejaba las riendas como un experto y sintió una fuerte oleada de orgullo. Iba
impecablemente vestido con su habitual estilo sobrio y elegante.
Pasaron por las calles de Londres sin cruzarse con demasiados conocidos puesto que aún era
muy pronto para que la gente elegante se dedicase a pasear. Permanecieron en silencio hasta que
llegaron a las afueras de la zona elegante.
—¿Te apetece hablar de ello? — le preguntó tímidamente.
—No sé qué más decir al respecto — no la miró para responder, pero ella tenía la sensación
de que sí quería hablar pero quizá no supiese como hacerlo, por lo que se mantuvo en silencio y él
continuó hablando — mi padre no era bueno con nosotros y cuando empecé a comprender la
envergadura de sus acciones, me encontré atado de pies y manos — estaba cada vez más y más
tenso — todo está ligado al ducado y yo aún no soy el duque — se encogió de hombros — de
manera que sólo podía tirar de influencias, pero tampoco tengo tantas.
—Mi padre solía decir que era responsabilidad del cabeza de familia velar por la seguridad
de sus miembros — sentenció Raychel — creo que es tu padre quien debería sentirse afectado, tú
has hecho lo que has podido — él la miró sólo un segundo — casi nadie está al tanto de la
auténtica situación de la familia y ahora que nos hemos casado, podemos empezar a arreglar todo
aquello que sea necesario.
Garrison supo que no hablaba sólo de dinero. Y no estaba seguro de cómo se sentía al
respecto. Toda su vida había ido dando tumbos sabiendo que él sólo era un repuesto para cuando
su padre cayese y tal y como le habían enseñado, creía que cuando le llegase el turno sabría qué
hacer. En el fondo siempre había sabido que eso era pecar de excesiva ingenuidad, pero tampoco
se había permitido pensar demasiado en ello.
—Háblame de tus padres — le pidió a Raychel.
La sintió coger aire profundamente.
—Eran los mejores padres del mundo — suspiró — mi madre era increíblemente dulce y
buena — sonrió — pero sobre todo era muy divertida, bailábamos sin música en el salón de casa,
tendíamos grandes lienzos en el jardín y pintábamos con las manos — volvió a suspirar — pero
sin duda alguna, lo que mejor dominábamos era la cocina — se rió divertida.
—¿No teníais servicio? — preguntó confuso.
—¡Oh sí! ¡y nos odiaban! — rió con más ganas y le miró, rió más fuerte al ver su expresión de
incredulidad — nos empeñábamos en hacer tartas y galletas pero antes de que pudiésemos
mezclar los ingredientes, solíamos terminar llenas de harina.
—¿Tu madre también? — preguntó con curiosidad — según se decía, ella era el epítome de la
elegancia y las buenas maneras.
—Sí, lo sé — suspiró con pesar — pero nadie la conocía — se encogió de hombros — nadie
sabía lo que en realidad anhelaba su corazón — Garrison la miró y vio cómo se le iluminaba la
mirada — salvo mi padre por supuesto, mi madre decía que conocerle y casarse con él fue la
mayor aventura de su vida — se estremeció.
—¿Era un buen hombre?
—Sí — suspiró — besaba el suelo por el que pisaba mi madre — le miró emocionada —
nunca he conocido a nadie que se comportase como él lo hacía, una vez — le explicó — estaba en
mitad de una negociación bastante complicada, pero uno de sus secretarios le avisó de que mi
madre le necesitaba, despachó a todo el mundo y no tardó ni media hora en llegar a casa, los
caballos casi se mueren por el esfuerzo.
—¿Qué le había ocurrido a tu madre?
—Nada serio — se encogió de hombros — nos había llevado a Casie y a mí a ver a nuestra
amiga Chloe Hudson que vivían a pocas calles de distancia, cuando volvíamos a casa, un ratero la
empujó y la lanzó contra una pared, se magulló el hombro y las manos al caer al suelo.
—¿Tu padre se enfadó?
—¡Ya lo creo que sí! — exclamó divertida, pero cuando le miró vio algo en sus ojos que no
supo descifrar — pero no con nosotras ni con mi madre — le aclaró — una vez que tres médicos
le aseguraron que mi madre sólo tenía unos rasguños, corrió hasta la casa de mi amiga y le pegó
una paliza a su padre por no habernos protegido.
—¿Y qué culpa tenía él?
—Se quedó cruzado de brazos mientras mi madre intentaba levantarse — se encogió de
hombros — era un hombre envidioso y por algún motivo odiaba a mi madre.
—¿Tu padre solía pegar a la gente?
—¡Claro que no! — protestó ofendida — sólo se enfurecía así cuando mi madre o nosotras
estábamos implicadas.
—¿Nunca os pegó?
—¿A nosotras? — preguntó confusa, él asintió con la cabeza — ¡Dios santo! ¡no! — le miró
con el corazón acelerado — mi padre no necesitaba alzar la voz o ejercer la fuerza para
imponerse.
—¿Y cómo os castigaba cuando os portábais mal?
—Nunca nos castigaron — confesó — sé que a veces nuestro comportamiento no era el
apropiado, pero jamás nos castigó — encogió los hombros y suspiró — simplemente nos hablaba
sin ocultarnos nada, nos enseñó lo que era ganarse el pan cada día y cómo vivían aquellos que no
eran tan privilegiados como nosotros — miró al horizonte — nos enseñó el valor del dinero y el
valor del honor.
Garrison se quedó en silencio y Raychel se percató de que ya habían llegado a las zonas más
apartadas de Londres, aún no estaban en lo que se conocía como “el campo”, pero tampoco
estaban en la zona urbanizada.
—¿Cómo era tu padre? — se atrevió a preguntar al cabo de unos minutos.
—Un cabrón despiadado — respondió con frialdad.
Jamás le había oído ese tono de voz y jamás había sentido tanto odio en tan pocas palabras.
Raychel jadeó por la sorpresa y aunque tenía cientos de preguntas, decidió que no era el momento
apropiado para hacerlas. Era más que evidente que su esposo necesitaba tiempo para asimilar lo
que fuese que se fuesen a encontrar cuando llegasen a su destino.
CAPITULO 19

La calesa les había guiado por los levemente embarrados caminos desde hacía más de tres
horas y Raychel estaba empezando a impacientarse. Desde que él había dicho aquellas terribles
palabras sobre su padre, no habían vuelto a decir nada más y el silencio no era un medio en el que
ella se sintiese cómoda.
Como si él hubiese oído sus pensamientos, se giró para mirarla.
—Ya no falta mucho — le dijo — mira hacia allí.
Le señaló un punto en el horizonte y ella vio una edificación que si bien no era enorme,
tampoco era pequeña.
—Acabamos de pasar Camberley — siguió informándola — el ducado tiene aquí un coto de
caza y esa es la cabaña — le explicó.
—¿Hace cuanto que tu padre está aquí? — le preguntó sin mirarle.
—Cuatro meses — agitó levemente las riendas y los caballos reaccionaron apresurando el
paso — una noche se presentó en casa, iba totalmente ebrio y parecía que acababan de robarle,
fue entonces cuando vi las marcas que delataban cuál era su enfermedad — la miró de reojo pero
ella permaneció impasible — así que le golpeé y le dejé inconsciente — se encogió de hombros
— después entre Standford y yo le arrastramos hasta un carruaje y le traje aquí, contraté a un
médico que no tiene muy buena reputación y acudió con dos mujeres que aseguraba que eran sus
enfermeras, no hice preguntas.
—¿Has venido a verle alguna vez?
—Sí, pero me quedaba en la puerta y el doctor Hollis me informaba de su estado, le han
estado administrando varias combinaciones de medicinas.
Raychel asimiló aquellas palabras y se obligó a no pensar en lo frías y distantes que eran las
familias inglesas, al menos, las de la alta sociedad. Ella jamás habría escondido a su padre, claro
que él no tendría una enfermedad sexual.
Se atrevió a poner su mano sobre la de él y le miró a los ojos.
—Estoy contigo — le aseguró — y sé que tomarás todas las decisiones correctas.
—Yo no estoy tan seguro.
Cuando llegaron a la puerta de la cabaña que tenía un aspecto desastroso, Garrison detuvo a
los caballos, bajó de un salto y ayudó a su esposa a bajar. El médico y la supuesta enfermera les
esperaban en la puerta. La otra mujer que había llegado con el médico se había ido al cabo de
pocas semanas, Garrison no sabía por qué ni le importaba.
—Es la hora — le dijo fríamente.
Él asintió y entró en la cabaña. Casi suspiró de alivio al ver que estaba perfectamente
ventilada y que no olía a enfermedad.
Se acercó a la habitación donde su padre se encontraba pero al llegar a la puerta perdió el
valor, hasta que una delicada mano femenina se coló en su mano y sintió un ligero apretón.
La puerta estaba abierta y la habitación en penumbra, pero podía ver el bulto del cuerpo de su
padre sobre la desvencijada cama.
Raychel le dio la fuerza necesaria para acercarse aún más.
Su padre jadeaba con mucho esfuerzo y tenía la mirada perdida, permanecía atado tal y como
él mismo había indicado y su piel estaba amoratada.
—Padre — le dijo y apretó los dientes cuando este le miró enloquecido.
—¡Más putas, sí! — tiró de las correas que le sujetaban y miró lascivamente a Raychel —
¡más, sí! ¡más!
Garrison la ocultó tras de él y le fulminó con la mirada. Había empezado a toser con fuerza.
—Eres despreciable — le dijo lleno de rabia — desperdiciaste tu vida y nos condenaste a
todos — sabía que su padre no le estaba prestando atención, jadeaba y susurraba palabras que no
comprendía — ojalá te quemes en el infierno.
Estaba lleno de veneno contra él. Raychel estaba sufriendo muchísimo al escuchar las
dolorosas palabras de Garrison, palabras llenas de vergüenza, dolor, resentimiento y tristeza. Se
obligó a permanecer fuerte para él y le posó las manos en la cintura en un mudo gesto de apoyo,
después le besó en la espalda y apoyó su rostro en ella.
Garrison lo comprendió.
Su esposa estaba con él, apoyándole en silencio. Siendo el puerto seguro en mitad de aquella
tormenta.
—Milord — el médico entró con ellos — lo que le espera ahora es una muerte indigna de un
ser humano — le tendió una jeringa llena de un líquido blanquecino — esto le proporcionará una
muerte rápida e indolora, sé que no ha sido un buen padre, pero este hombre lleva meses sufriendo
más de lo que usted puede imaginar.
Garrison miró al médico y después a su padre y sintió como las manos de su esposa le
rodeaban y se tensaban con más fuerza en torno a él.
—Hágalo — le dijo al médico que pareció aliviado.
Le administró la medicación y los ojos hundidos del duque se cerraron poco a poco, la tensión
de su rostro y de los músculos que se veían al descubierto fue desapareciendo mientras que su
respiración se hacía cada vez más suave hasta que al cabo de tan sólo un minuto, exhaló su último
aliento.
La estancia se quedó en un silencio pesado, lúgubre.
Garrison jamás sería capaz de expresar con palabras lo que sentía al tener a su esposa con él,
sentía que era ella quien le estaba sosteniendo, de no haber estado, no dudaba de que se hubiese
derrumbado.
No sabía cómo sentirse. Se suponía que un hijo debía llorar la muerte de su padre, debía
lamentar todo el tiempo que no habían compartido juntos y recordar con ilusión los momentos
llenos de experiencias entre ellos. Pero no se sentía capaz de hacerlo, él sólo sentía alivio. Un
alivio pesado y brutal que le expandía los pulmones y le calmaba el corazón.
Su padre ciertamente le había servido experiencias, decenas de ellas. Aún recordaba con asco
como con apenas doce años le había llevado a un burdel y cuando la prostituta le dijo que no se le
había levantado, le azotó con el cinturón hasta que se desmayó de dolor. Otra experiencia que ese
hombre que acababa de morir le había proporcionado, fue la de obligarle a beber whisky hasta
que vomitó y después reírse de él, sólo tenía catorce años.
Y de la misma naturaleza tenía decenas de recuerdos.
También le había proporcionado la inestimable experiencia de darle una paliza y dejarle
medio muerto en el jardín delantero de Wheatraft Prior. Aquella noche llovía a cántaros y él cogió
una neumonía que le tuvo en cama con fiebre durante casi dos semanas.
De no haber sido por Standford, habría muerto.
Sí, tenía cientos de experiencias proporcionadas por su padre, pero ninguna de ellas merecía
la pena salvo para rezar que ese desgraciado, se quemase durante toda la eternidad en las llamas
del infierno.
***
—Excelencia — el médico se dirigió a Garrison que tardó en reaccionar — tenga — le
entregó varios pliegos de papel que él miró como si no lo comprendiese.
—Démelos a mí — Raychel salió de detrás de él y tendió una mano, el médico se los dio —
soy su esposa, yo me encargaré de todo, mi marido tiene muchas cosas en las que pensar.
—Tiene razón, excelencia — convino el doctor — le he hecho tres certificados de muerte, si
necesitan alguno más, no dude en mandar recado — le tendió también una tarjeta.
—Acompáñeme — le pidió ella y soltó a su marido para dejarle a solas.
Cuando llegaron a la puerta de la cabaña, Raychel aún se sentía conmocionada por la
situación, no tenía nada que ver con cómo había sido cuando murieron sus padres, ella se había
sumido en el dolor y este la había impulsado a levantarse y pelear, pero su marido simplemente
parecía perdido. Era como si todo el odio que había sentido por su padre le hubiese dado las
fuerzas para seguir con su vida y ahora que el duque había muerto, su esposo no supiera qué hacer.
Pero era más que evidente que su esposo no estaba preparado para hacerse cargo de todo y
sería ella la que tuviese que tomar las riendas de la situación. Era uno de los motivos por los que
se había casado con él, se recordó a si misma. Sabía que Garrison terminaría haciendo lo que
debía, pero aún no estaba listo y ella tendría que ser su apoyo hasta que él se diese cuenta de ello.
—¿Cuánto les debemos? — le preguntó mirándoles a los ojos, después alzó una mano — sé
que no es el momento, pero ustedes han hecho su trabajo.
—Mis honorarios no han sido satisfechos desde hace tiempo, milady.
Ella suspiró y le miró a los ojos.
—Envíe una nota a Hawley House a mi nombre, no al de mi esposo — le advirtió — él tiene
que ocuparse de su familia y no quiero que piense en temas más mundanos.
—Sí excelencia.
—Una vez reciba la nota, en menos de doce horas le satisfaremos sus honorarios.
—Así lo haremos excelencia.
Raychel frunció el ceño al comprobar que aquella extraña pareja ya había empaquetado sus
pertenencias y estas estaban en el carro que había detrás de la cabaña a la espera de ser arrastrado
por dos excelentes caballos de tiro.
Les observó subir al pescante, cubrirse con capas y sombreros y alejarse de allí al trote, no
miraron atrás ni una sola vez.
Se frotó las sienes con fuerza.
En un sólo día había pasado de ser una mujer inocente y dueña de varias fábricas a ser la
esposa de un hombre, perder todo lo que le pertenecía por derecho y convertirse en condesa y
hacía apenas unos instantes, en duquesa.
Miró al cielo y observó con pesar que no había ni una sola nube.
—Mamá — susurró — creo que tenías una fe excesiva en mis capacidades — los ojos se le
humedecieron — soy duquesa, ¿es eso lo que querías?
Se estremeció cuando una suave brisa la rodeó y sonrió porque acababa de imaginarse que esa
brisa le susurraba: no, sólo quiero que seas feliz junto al hombre que amas.
Sabía que era del todo imposible, pero aunque fuese sólo producto de su imaginación, en ese
momento se sentía más confortada y más segura de sí misma. Además, comprendió, ahora no podía
flaquear, porque su esposo la necesitaba más que nunca.
Entró de nuevo en la cabaña y continuó hasta la habitación. Garrison permanecía con la mirada
fija en el cadáver de su padre y no había movido ni un sólo músculo.
Se le rompió el corazón.
Ya no parecía el altivo y arrogante conde, sólo un niño solo y perdido que no comprendía lo
que ocurría a su alrededor.
—Vamos cariño — le rodeó la cintura y se pegó a su espalda — ya no podemos hacer nada
más por él — le susurró — debemos ir a buscar al alguacil para que levante acta y empezar con
los preparativos de su entierro.
—Me gustaría prenderle fuego a todo esto con él dentro — murmuró Garrison y ella le abrazó
más fuerte.
—No podemos hacerlo — le dijo en voz baja — pero una vez que tenga un entierro digno,
podemos quemar todo esto hasta los cimientos si quieres.
Garrison se giró entre sus brazos y la miró a los ojos.
Y las palabras no fueron necesarias, porque en ese mismo instante de comunicación silenciosa,
Garrison fue consciente de que Raychel no era como ninguna otra mujer.
Ninguna dama de la buena sociedad se habría quedado con él, en el más absoluto silencio,
sólo apoyándole con su suave toque mientras que su depravado padre moría presa de una
enfermedad provocada por la promiscuidad en medios poco seguros. No, ninguna mujer se
hubiese quedado a su lado.
Todas habrían salido corriendo, gritando y sintiéndose desgraciadas por ser las herederas de
un hombre corrupto y empobrecido.
Pero su esposa no era así, ella permanecía a su lado, fuerte y segura sin perder la calma, sin
protestar, chillar ni perder la cabeza. Permanecía a su lado, prestándole su fuerza y su coraje para
que él soportase mejor la carga que acababa de caer en su espalda.
—Gracias.
Sólo una palabra, pero miles de sentimientos encerrados en ella. Raychel le abrazó con más
fuerza y le sonrió con cariño.
—Vamos.
Y juntos, con la delicada mano de ella casi oculta por la suya, se dirigieron a la calesa para
poner rumbo al pueblo más cercano y notificar a las autoridades la muerte del duque de Hawley.
***
El juez, el alguacil, así como el médico de la zona, les acompañaron de vuelta a la cabaña y
entraron para verificar la muerte de un hombre al que ninguno de ellos conocía.
Garrison permaneció en el exterior con su esposa a su lado, la cual, aún en silencio, había
colocado su mano sobre su brazo dándole el consuelo que necesitaba.
Observó aquellas tierras que ahora sí le pertenecían por completo y sintió una profunda rabia
apoderándose de él. Eran tierras magníficas pero claramente nadie se había ocupado de cuidarlas,
los árboles habían seguido creciendo, pero el suelo estaba lleno de hojas secas y no había visto ni
un sólo signo de que hubiese animales alrededor.
Se suponía que era un coto de caza, uno de los más grandes y fértiles de esa zona de Inglaterra
y sin embargo tenía un aspecto baldío y mortecino. Quizá al encerrar ahí a su padre todo a su
alrededor se hubiese empapado de las vibraciones de enfermedad y muerte y todo aquello
estuviese condenado a seguir los pasos del anterior duque.
Un escalofrío le recorrió.
Ahora era duque. El todo poderoso duque de Hawley y no tenía la más mínima de idea de
cómo serlo. Miró a su esposa que permanecía imperturbable a su lado, le abrazaba la cintura con
un brazo y tenía la cabeza apoyada en su hombro, pero permanecía en silencio.
No le gustaba en absoluto. Raychel era una fuerza de la naturaleza, nada ni nadie podía
domarla ni dominarla y sin embargo, desde que habían bajado de la calesa, sólo había mostrado
su lado más sumiso y obediente.
—No me gusta tu silencio — le dijo en un tono más acerado de lo que pretendía.
Raychel le miró un instante y volvió a apoyar la cabeza en su hombro.
—No sé qué decirte — suspiró — todo esto — hizo un gesto con la mano que abarcaba todo
lo que les rodeaba — es cómo si la tristeza y el dolor hubiesen consumido toda la belleza de este
lugar.
—Hace años era una de las tierras más fértiles y hermosas — le dijo — ahora no es nada.
—Ahora no es lo que solía ser — le besó en el brazo y volvió a apoyar la cabeza en su
hombro — pero a veces, las flores que crecen en la adversidad son las más hermosas.
Garrison la miró un instante y no pudo más que darle la razón.
—Gracias por todo Raychel.
—Te dije que te cambiaría la vida — le recordó con una sonrisa que él no pudo ver —
también podemos cambiar todo lo que no te agrade.
En ese momento escucharon el murmullo de los hombres que les habían acompañado, era
evidente que ya habían terminado de hacer todo lo que fuese que estaban haciendo. Garrison no
había encontrado la fortaleza suficiente como para volver a entrar en la habitación en la que murió
su padre. Se había despedido de él cuando su esposa salió fuera con el médico y la enfermera,
estaba casi seguro de que había sido para tratar el tema económico y se lo agradeció en el alma
porque no se sentía capaz de encargarse él.
Raychel permanecía a su lado, tocándole y de alguna forma, anclándole a la realidad.Miró de
nuevo al grupo que susurraba quedas palabras mientras se acercaban a la puerta.
Se había formado un terrible revuelo en cuanto él pronunció las palabras que revelaron el
motivo de su presencia en aquella zona, después de caóticas órdenes y de varias misivas enviadas
a muchos destinos. Todos se dirigieron hacia aquel lugar.
El juez, un hombre de cerca de sesenta años, con el pelo blanco y una postura algo encorvada,
fue el primero en salir.
—Lamento su pérdida excelencia — le tendió algunos documentos — tal y como el doctor
Hollis ha certificado, su padre ha muerto de una neumonía muy complicada — le miró a los ojos y
Garrison asintió con un gesto.
—Gracias — le tendió la mano y el hombre se sorprendió.
—Hemos enviado aviso a la Corte y al Parlamento — le informó tras estrecharle brevemente
la mano — ¿ha pensado dónde querrá celebrar el funeral?
Garrison le miró sin parpadear y tras unos pocos segundos asintió.
—Al oeste de esta propiedad hay una capilla y un pequeño cementerio, ¿se podría llevar a
cabo mañana?
—Por supuesto milord.
Si a los presentes les extrañó que Garrison quisiera enterrar a su padre en un cementerio
olvidado desde hacía varias generaciones y de una forma tan apresurada, nadie dijo nada al
respecto.
Tras una conversación tensa e incómoda, se acordaron los pasos a seguir para preparar el
funeral y el entierro al día siguiente.
Raychel, discretamente, le había preguntado al alguacil si había alguna pensión donde se
pudiesen alojar la duquesa viuda y su hija, este le había informado que su hermana, junto a su
marido, eran los dueños de la mejor pensión de la zona y ella reservó todas las habitaciones
disponibles.
Cuando todos se fueron, salvo uno de los ayudantes del alguacil que permanecería allí
asegurándose de que nadie se acercase al cadáver, Garrison permaneció impasible hasta que les
perdieron de vista.
Después, abrazó a su esposa con fuerza.
—Volvamos a casa — le pidió Raychel en un susurro sin dejar de abrazarle — tenemos mucho
que organizar.
—No sé cómo decírselo a mi madre — susurró él conmocionado — ni a Grace — la apretó
con más fuerza — y no sé cómo localizar a Darlene.
Raychel le apretó con más fuerza contra ella.
—Iremos poco a poco — le dijo suavemente — yo estaré contigo, te lo prometo.
Al cabo de unos minutos que él necesitaba para volver a controlar su confusa mente, subieron
a la calesa y se encaminaron de nuevo a Londres.
Durante todo el viaje permanecieron en silencio, cada uno sumido en sus propios
pensamientos.
Tanto la duquesa —ahora viuda— como Grace, se tomaron la noticia con aparente calma y sin
aspavientos. Lo mismo que el servicio de la casa. Lo cual extrañó a Garrison pero sin querer
ahondar más en la herida, lo dejó correr.
Sin embargo, la noticia publicada en los periódicos referente a la muerte del duque de
Hawley, generó un gran revuelo en la sociedad elegante, pero con gran tiento, nadie tuvo el
impulso de acercarse a la casa para dar el pésame.
CAPITULO 20

Raychel aún permanecía entre los brazos de su marido. Ambos estaban desnudos y con la
respiración agitada.
Tras volver de Camberley, habían notificado el falleciemiento del duque y sin dar muchas
explicaciones, su esposo la había arrastrado hasta su habitación y habían hecho el amor durante
tanto tiempo y de una forma tan primitiva que ella pensó que iba a desmayarse.
Garrison se había comportado de un modo extremadamente posesivo con ella. La había
adorado, o al menos, ella lo había sentido así, pero cada gesto, cada caricia y cada beso habían
gritado posesión y dominación. Y aunque iba contra todo lo que ella misma era, lo había permitido
porque sabía que él necesitaba todo aquello en ese momento y en un secreto rincón de su mente,
ella se había sentido totalmente protegida por él.
—Los próximos días serán un tormento — susurró Garrison en su oído.
—Lo superaremos — le dijo sin volverse.
—No deberías asistir a más veladas durante lo que quede de temporada — la atrajo más cerca
de él — durante al menos tres meses tendríamos que estar totalmente recluidos.
—¿No puedes ocuparte de tus asuntos?
—Sí, pero sólo yo.
—¡Ah! — exclamó ella — ¿y cómo me encargaré de la fábrica?
Le sintió respirar profundamente y la besó en el hombro.
—He dicho que no deberías y que tendríamos, no que vayamos a hacerlo — le aclaró — no
conociste a mi padre y bien sabe Dios que yo le odio — se tensó — le odiaba — se corrigió —
con toda mi alma — volvió a besarla — pero aún me siento furioso cuando te imagino entre todas
aquellas máquinas tan pesadas y peligrosas, no sé si puedo manejar eso.
—No son peligrosas — le dijo, intentó volverse pero él se lo impidió — Garrison, tenemos
que seguir ganando dinero — le explicó — no puedo olvidarme de todo.
—Lo sé — le lamió la piel del cuello — pero lo odio — le clavó los dientes muy suavemente
— si por mí fuese no saldrías jamás de esta cama y nadie te volvería a ver nunca.
Ella sonrió.
—Eres extremadamente posesivo y primitivo — se acurrucó más contra él — enviaré una nota
a mi capataz y no me acercaré a la fábrica textil en una semana, pero ese es todo el tiempo que
puedo permanecer inactiva.
—¿Y durante esa semana te quedarás desnuda en esta cama para que pueda tomarte siempre
que quiera? — le abrió las piernas y acomodó su erección en la entrada de su cuerpo, la sintió
tensarse y gemir y presionó para comenzar a penetrarla — ¿permanecerás a mi absoluta
disposición?
Acarició su cadera desnuda y dirigió la mano a los rizos entre sus piernas para tocarla en ese
nudo nervioso que la excitaba casi al instante, movió la otra mano para masajearle los pechos y
empujó un poco más en su interior.
—¿Te quedarás aquí esperando a que te abra las piernas y te haga mía?
Raychel no podía respirar, ni siquiera podía pensar. Lo único que podía hacer era abrirse más
para él y que terminase de penetrarla, porque esa languidez que estaba demostrando la estaba
volviendo completamente loca de deseo.
—Dime, esposa mía — la penetró del todo cuando la humedad se extendió por su miembro —
dime — le exigió empujando con fuerza — ¿harás todo eso?
Ella cerró los ojos y jadeó.
—No — susurró entre las poderosas embestidas de él.
Garrison sonrió.
Salió de su cuerpo y la tendió boca arriba, se cernió sobre ella y le lamió los pechos con total
descaro, después le metió dos dedos en su estrecha cueva femenina y le mordió un pezón hasta que
gritó, después calmó el dolor con una suave pasada de su lengua.
—Coloca las manos sobre la cabeza y no las muevas — le dijo mientras sus dedos la
penetraban con fuerza — y abre los ojos.
Ella no tardó en complacerle.
—Me vuelves loco y extremadamente posesivo y primitivo — le dijo volviendo a morderle
los pechos — grita Raychel — le exigió — grita mi nombre cuando te corras.
Detuvo las caricias y le abrió las piernas por completo.
—Ábrete para mí — le dijo — ofréceme la entrada de tu cuerpo.
—No sé — jadeó casi sin aire — no sé cómo — se retorció pero él le sujetó las caderas.
—Dame tus manos.
Él, cada vez más excitado, la guió con paciencia y la enseñó cómo quería que lo hiciese. Ella
se moría de vergüenza, estaba completamente ruborizada y no se atrevía a mirarlo y que le
condenasen si eso no le había excitado aún más.
—Eso es — la animó — ábrete más, déjame verte.
—Garrison, por favor.
—No — le dijo — hazlo — podía sentir como el deseo crecía en ella y sonrió como un lobo.
Le pasó un dedo por la húmeda entrada y metió el dedo hasta la base, cuando ella se arqueó, lo
sacó.
—Más — le pidió.
Bajó la cabeza entre sus piernas y pasó su lengua por la entrada.
—Deliciosa — se agarró el miembro con una mano y lo colocó en la entrada.
Raychel jadeaba y recolocaba los dedos continuamente mientras se mordía el labio inferior
con fuerza.
La penetró de una sola estocada y ella gritó.
—Sí — se dejó caer sobre ella — sí — repitió saliendo y entrando con fuerza — te deseo
tanto y de tantas formas que — la sujetó por los hombros clavando sus dedos en la suave piel —
oh sí, alza las caderas a mi encuentro.
Poco a poco la instruyó hasta que ella se rompió. El placer la atravesó con tanta fuerza que les
levantó a ambos y sí, ella gritó su nombre, pero Garrison se había adelantado y le cubrió la boca
con la suya tragándose ese grito desgarrador que le llegó hasta el alma.
Apenas unos segundos después, se vació dentro de ella entre intensos espasmos que le
hicieron gruñir como si fuese un animal salvaje. Y tal y como se sentía cuando la hacía suya, no
estaba seguro de que no fuese exactamente eso.
—¿Siempre es así? — le preguntó ella entre jadeos.
—Jamás ha sido así — la besó en la boca y se meció muy despacio — ¿te he hecho daño?
—No — sonrió y alzó la cabeza para besarle.
***
A la mañana siguiente se llevó a cabo el funeral del duque entre quedos susurros y un silencio
estremecedor.
Casie acompañaba a su hermana y caminaban detrás de Garrison, la duquesa viuda y Grace.
Tras ellas, el resto de la comitiva funeraria que era extraordinariamente simple para ser la
comitiva de un dquue. Delante, un pesado carro con crespones negros tirado por cuatro caballos
negros adornados con plumas de pavo real teñidas de negro.
No había plañideras y tampoco una recua de amigos que lamentasen la muerte de ese hombre.
Todo era tan negro y triste que las hermanas no podían dejar de estremecerse, sin embargo,
ambas se dieron cuenta de que nadie lloraba.
Cuando sus padres habían muerto, todos los trabajadores de las fábricas y todos los amigos de
la familia estaban desgarrados de dolor, las lágrimas habían regado las calles de Boston y todos y
cada uno de los presentes lamentaba en lo más profundo de su corazón, el fallecimiento de
Howard y Katelinn.
Pero ahora, nadie lloraba, nadie sufría. Para horror de las chicas, casi parecía que se extendía
sobre ellos un manto de alivio y paz que las hacía sentirse fuera de lugar.
Raychel le había contado a su hermana el tipo de padre cruel y egoísta que había sido el
duque, pero lo hizo en líneas generales y sin traicionar los secretos de su marido. Casie había
abierto los ojos y se había sentido tan desconcertada como ella. Ninguna de las dos era capaz de
comprender cómo un padre no era capaz de sentir adoración por su heredero y sus hijas.
A cada momento que pasaba, ahora que ambas habían sido aceptadas en la alta sociedad, se
percataban de cómo eran las relaciones entre aquellas personas que se las daban de ser
moralmente superiores. Condenaban a las jóvenes y a sus familias al ostracismo y a la pobreza si
cometían la más ligera indiscrección, pero luego no dudaban en tener multitud de amantes. Se
regodeaban en sus lazos familiares y proclamaban a los cuatro vientos la importancia de la
familia, pero los niños eran criados por los sirvientes y podían pasar semanas sin que los padres
viesen a sus hijos.
Odiaban profundamente a aquellos que consideraban inferiores a ellos sin comprender que
eran esas personas a las que tanto despreciaban, quienes les proporcionaban su privilegiado estilo
de vida.
Las hermanas iban de la mano y con la cabeza gacha sintiendo como todas esas diferencias
entre la alta sociedad y ellas se hacían más y más evidentes.
El funeral fue oficiado por un alto cargo de la iglesia que al parecer era amigo del duque,
aunque Raychel se percató de que en ningún momento, se había dirigido a consolar a la viuda y los
hijos. Y no se atrevió a preguntar por qué el hermano del duque, el arzobispo que les había casado
a ellos no fue quien ofició la boda.
Tras el entierro, Garrison se acercó a ella y la abrazó con fuerza, después la besó en la mejilla
y la mantuvo entre sus brazos unos intensos segundos ignorando por completo las caras de
desagrado de aquellos nobles que habían acudido.
—Nos están mirando — le susurró.
—No me importa — respondió él — necesito sentirte.
Y aunque sabía que no debía alentar ese comportamiento, no pudo evitarlo, le rodeó el cuerpo
con los brazos y le besó en el centro del pecho.
Más susurros llenos de malicia les rodearon y más miradas desaprobadoras les juzgaron, pero
cuando Raychel se atrevió a abrir los ojos, vio a la duquesa viuda mirándoles con una expresión
que no pudo descifrar.
—Sé lo que sentías por él — le dijo a su marido — pero aun así, lamento que tu padre haya
fallecido — le sintió tensarse — y lamento aún más que no fuese el padre que te mereces.
Garrison permaneció abrazado a ella sin saber qué decir o qué hacer. Era la primera vez en su
vida que había pedido abiertamente el consuelo de alguien y no sabía exactamente cómo sentirse
al respecto. Raychel le había dicho que le cambiaría la vida, pero lo que no había sabido
entonces, era cuánto anhelaba él ese cambio.
Era como si toda su vida hubiese vivido en la oscuridad y ahora la poderosa luz del espíritu
de su esposa le bañase por completo y aunque le hacía sentirse bien, también le asustaba, porque
esa luz era tan potente que corría el riesgo de quedarse ciego.
***
Tal y como había predicho Garrison, los días siguientes al funeral fueron caóticos y confusos.
Él salía todas las mañanas para enfrentarse a sus semejantes que le exigían que no demorase el
hacerse cargo de todo lo que su padre había dejado a medias.
Y así fue como el hombre que jamás había tenido un propósito en la vida se encontró con un
escaño en la Cámara de los Lores, infinidad de asuntos más que urgentes y el destino de
centenares de personas en sus manos.
Y no tenía la más mínima idea de qué hacer al respecto.
Su amigo Leonard había acudido presto a estar a su lado y le había servido de ayuda y guía
más de lo que le gustaría reconocer. Con su consejo y siguiendo las indicaciones de su esposa,
habían empezado a evaluar el estado real de todas las propiedades del ducado, así cómo la
situación real de las finanzas. También pidió un exhaustivo inventario de todo lo que poseía.
Quería un recuento de todo, desde propiedades hasta la última servilleta.
Durante tres semanas no hizo otra cosa más que viajar de un lado a otro, reunirse con
caballeros de todo tipo y alimentar el profundo odio que sentía por su padre.
Tenía tierras alquiladas a precios absurdos y otras a precios abusivos, había propiedades que
no habían sido atendidas desde hacía décadas y las cuentas tenían tantos agujeros que ni con todos
los fondos de la Corona podría llenarlos.
Para su disgusto, había comprobado también que todas las joyas de la familia habían sido
sustituidas por cristales que si bien tenían cierta calidad, no eran los diamantes, rubíes, zafiros y
esmeraldas que debían ser.
Cuando llegó a casa aquella noche, se sentía desesperado y abrumado.
Rechazó comer algo y subió directo a su habitación. Sólo quería meterse en una bañera de
agua caliente y sumergirse para no volver a salir. Y sabía que si no estuviese casado con Raychel,
eso sería exactamente lo que haría.
Pero como cada noche, ella le esperaba sentada en el alféizar de la ventana con un delicado
camisón de seda y un libro en las manos. En cuanto abrió la puerta, ella le miró, sonrió, dejó el
libro a un lado y se levantó solícita para ayudarle a quitarse la ropa.
—Estás agotado — le dijo despojándole de la camisa — el baño aún está caliente — le dijo
— la nueva caldera funciona a las mil maravillas.
La abrazó con fuerza.
Mientras él se peleaba con el mundo, ella libraba sus propias batallas dentro de casa.
Había pedido que el mismo grupo de trabajadores que habían remodelado su casa acudieran a
Hawley House para hacer lo mismo.
Para su sorpresa, todo estaba mejor de lo que ella pensaba. Las cañerías habían sido
cambiadas hacía poco tiempo y salvo por el sistema de agua caliente que se estropeaba cada dos
por tres, no necesitaron grandes obras.
Raychel había comprado una caldera nueva, más grande y más eficaz. Había redecorado la
habitación de Grace porque como tal y como le había explicado, una joven de diecisiete años no
puede dormir en un dormitorio infantil. También había cambiado el aspecto de la sala de la
duquesa como regalo para su madre y él se había sentido profundamente orgulloso de ella cuando
su madre le interceptó en el pasillo y se la enseñó llena de ilusión.
Desde que se había puesto al mando, siempre había flores frescas en todas las estancias, el
personal había sido convenientemente redirigido y tenía que admitir que todos los cambios hechos
habían sido para bien. Su madre se había quitado del medio con un profundo alivio y no se
privaba de alabar y lisonjar a Raychel aunque ahora que su esposa le había urgido a prestar más
atención, veía que su madre tenía una mirada distante y triste.
Pero no se atrevía a hablar con ella, porque sabía que no soportaría que le dijese que echaba
de menos a su marido. Y mucho se temía que mientras el odio que él sentía por el difunto duque,
enfriaba sus ánimos, los sentimientos de su madre se caldeaban ante la ausencia. Y eso le
enfurecía más de lo que le gustaba reconocer ante sí mismo.
Y para mayor vegüenza, en esas tres semanas aún no había averiguado nada de Darlene, por lo
que había detenido las investigaciones de los detectives. Poco a poco la culpabilidad que sentía
por haber provocado la huida de su hermana le estaba agujereando el pecho.
Su esposa tiró de sus pantalones sacándole de sus cavilaciones, después le acarició el
miembro que se alzó con sumo interés.
—Primero baño — le susurró — después masaje y luego me contarás que es eso que tanto te
preocupa.
—¿El masaje incluirá que estés completamente desnuda?
Ella le miró con una sonrisa y cogió su virilidad entre las manos.
—Incluirá todo lo que quieras — respondió con una sensualidad que le dejó sin aliento.
Le quitó las botas y le dejó completamente desnudo, después le llevó al baño y él obediente,
se metió en la bañera.
Su esposa cuidaba de él cada día con mimo, ternura y una paciencia infinita. Los primeros días
él se había comportado como si fuese un demente. Estaba furioso y no hacía más que gritar y
protestar, pero ella, con su calidez le había ido despojando de toda esa ira mal enfocada y le había
envuelto en sedosas caricias que le despejaron la mente de odio y le llenaron de deseo.
Le recorría el cuerpo con delicados besos que le calentaban la sangre hasta que su parte más
primitiva se apoderaba de él y entonces, era ella quien disfrutaba de toda la pasión desmedida que
le provocaba.
—Métete conmigo — le pidió y sonrió al ver que ella ya se estaba quitando el camisón — por
esto merece la pena volver a casa.
Raychel sonrió y se metió desnuda con él en la bañera.
Garrison había tejido a su alrededor un complejo laberinto de deseo y pasión que la dejaba al
borde de la inconsciencia cada noche y expectante cada día.
Al principio se había sentido algo insegura, pero su suegra le había asegurado hasta la
saciedad que le cedía su puesto como señora de la casa con total confianza en ella y de hecho,
había sido un gran apoyo para ella. Aunque cuando intentaba hablar de algo más personal para la
duquesa viuda, esta se cerraba de tal modo que ya había dejado de intentarlo.
Cada mañana, cuando Garrison se iba, ellas se juntaban para tomar una taza de té y pastas
mientras planteaban todos los cambios que eran necesario llevar a cabo. Pero siempre dedicaban
unos minutos para hablar de Darlene y de cómo afrontar la decisión que la joven había tomado.
Era de lo único sobre la familia de lo que hablaban.
Ellene, su suegra, estaba profundamente afectada por el hecho de la huida de su hija y cada día
que pasaba se mostraba más y más triste. Grace tampoco lo llevaba mejor. Raychel había hecho
casi de todo para sacarle una sonrisa a su cuñada, pero esta se había retraido en sí misma y apenas
se comunicaba. De hecho, si su madre no se lo ordenaba, ni siquiera bajaba a comer o cenar con
ellas. Y aún no le dirigía la palabra a su hermano, no es que tuviesen muchas oportunidades de
verse, pero cuando lo hacían, Grace bajaba la mirada y se daba media vuelta.
Durante un par de días había considerado la posibilidad de hablarlo con Garrison, pero
finalmente, viendo el agotamiento con el que su marido llegaba a casa cada noche, había decidido
que tendría que encargarse ella misma de la joven. Afortunadamente, tenía a su propia hermana
para ayudarla.
Se acurrucó contra el fuerte pecho de su marido y dejó que la rodease con los brazos.
—Si no fuese por estos momentos — murmuró él en su oído — te juro que me desharía del
título.
—¿Puedes hacerlo? — le preguntó divertida y curiosa — ¿renunciar a ser duque?
—No — gruñó fingiendo estar molesto y eso la hizo reír — deja de reírte — la ordenó
juguetón — tú tampoco puedes dejar de ser duquesa.
—Tu abogado envió hace algunos días los libros de contabilidad — le informó — tengo que
reconocer que es la contabilidad más creativa que he visto en mi vida.
—¡Señor! — suspiró agotado — ¿qué voy a hacer con todos ellos?
Raychel comenzó a acariciarle los brazos que la rodeaban.
—Tienes que escribir cartas — le dijo y sonrió al oírle gruñir — no protestes, sólo tienes que
copiar las que he escrito, tienes que deshacerte de todos los abogados y administradores que
tienes, no hay ni uno sólo que sea medianamente honrado — le informó — y después, deberás
empezar a visitar a los arrendatarios, me he comunicado con alguno y lo están pasando muy mal.
—Que se unan a mi club — respondió desdeñoso — ¿y cuándo tienes tiempo de hacer todo
eso?
Ella rió alegro y se meneó sobre sus piernas.
—Cuando no tengo que satisfacer tus necesidades físicas soy de lo más eficiente — bromeó.
—¿Ah sí? — le preguntó cogiéndole los pechos en las manos y apretándole los pezones —
pues ahora mismo solo estoy interesado en mis necesidades físicas — le mordió el lóbulo de la
oreja — abréte y cabálgame — le pidió excitado.
—Lo pondremos todo perdido — protestó ella.
—Me da igual — respondió apretándole de nuevo los pezones — hazlo.
CAPITULO 21

Cuando Raychel despertó al día siguiente, Garrison ya se había ido y a juzgar por lo frías que
estaban las sábanas, ya hacía algún tiempo.
Se desperezó y suspiró.
Comprendía lo que su marido hacía, pero le resultaba molesto en exceso que tuviese que
encargarse él de todo. Era evidente que no estaba comiendo en condiciones y también que no
dormía suficiente. Había perdido peso y masa muscular y ella cada vez estaba más y más
preocupada por él.
Tras lavarse y vestirse con otro de esos aburridos vestidos negros que estaba obligada a
llevar, bajó a desayunar y sonrió al ver un montón de cartas bajo una rosa roja en la mesita de la
terraza donde le gustaba desayunar a ella. Estando a finales de junio, los días amanecían soleados
y cálidos.
Cogió la flor y tras olerla, volvió a sonreír sintiendo que su corazón se exaltaba al imaginar lo
que significaba que él tuviese esos gestos con ella. Después se sentó y cogió el montón de hojas.
Garrison había copiado todas y cada una de las diez cartas que ella había redactado el día
anterior y también le había escrito una carta a ella.
“Mi querida duquesa:
Jamás dejaré de agradecerle a los dioses cristianos y paganos que te pusiese en mi camino.
Si no fuese por ti, no sería capaz de hacer todo esto.
Y si sigo encontrando las fuerzas necesarias para ocuparme de todos los desastres de mi
familia, es porque sé que al finalizar el día te tendré para mi solo y con tus labios, tus manos y
tu cuerpo, sanarás mi mente y mi cuerpo.
No sé de dónde sacas las fuerzas, pero ruego a Dios que no dejes de estar al timón o todos
nos estrellaremos contra las rocas del destino. Eres el tormento que necesito y anhelo.
Gracias por cambiar mi vida.
Siempre tuyo,
Tu duque.”
Raychel apretó la misiva contra su corazón y sonrió soñadoramente.
No era una declaración de amor, pero ella se sentía como si lo fuese.
Garrison había cambiado mucho en cuanto su forma de pensar y ella sabía que le había
costado más de lo que quería reconocer.
Había hablado con los sirvientes y ella había sido testigo de la humillación que le supuso
comprender que llevaban tiempo sin cobrar que cuando ella les adelantó el sueldo de un año, solo
habían saldado lo que se les debía. Pero aun así se habían quedado con ellos para seguir cuidando
de su madre y sus hermanas y más humillado se sintió aún, cuando todos le agradecieron el tacto y
la elegancia de mandar a su nueva esposa a pagarles los salarios además de compartir su pastel de
bodas con ellos. Ella se había tensado pero Garrison no protestó, ni siquiera habló de ello cuando
estuvieron a solas.
Suspirando enamorada, pidió que le sirvieran el desayuno y mientras esperaba, metió las
cartas en sobres, les puso el sello de su marido y le encargó a un lacayo que las franquease y las
llevase al correo.
Miró hacia el jardín y volvió a suspirar. Grace paseaba por entre los cuidados rosales y
acariciaba las hojas con mimo. Ella sola se encargaba de que todo estuviese lleno de esplendor y
encanto. Pero la veía tan triste y sola que se le rompía el corazón.
Se puso en pie y se apoyó en la balaustrada de piedra que había sido recientemente limpiada a
fondo, por lo que la suave piedra gris perla volvía a mostrar todo su esplendor.
—¡Grace! — la llamó, la joven se giró y la saludó sin mucha energía — ven querida, necesito
comentar unos asuntos contigo.
Hizo como que no había visto el gesto desanimado de ella y esperó paciente.
Cuando su cuñada por fin llegó a la terraza, ella ya se había comido dos tostadas y una taza de
té.
—¿En qué puedo ayudarte? — le preguntó solícita.
—Confío que en cientos de cosas — se puso en pie y se acercó a ella, la rodeó con los brazos
y la besó en la mejilla — ¿sabes algo de Darlene? — la joven apartó la mirada y negó con un
gesto — la encontraremos cariño — le acarició el rostro y sonrió — tienes un don para la
jardinería.
La vio sonrojarse y se llenó de ternura por ella.
Grace era preciosa, tenía el cabello más claro que Garrison y Darlene y unos vivos ojos
azules que en otro tiempo habían estado llenos de gracia y emoción, pero que desde hacía algún
tiempo, sólo mostraban pesar y tristeza.
—Tengo que ocuparme de cientos de asuntos y me temo que no soy capaz de hacerlo sola — le
dijo — pero por ahora, lo más importante es que vaya a supervisar la fábrica textil y quiero que
me acompañes.
—Pero… no puedo salir — le dijo.
—Cielo — enmarcó el joven rostro con sus manos — ambas sabemos que sólo es por
contentar a esa panda de estirados, necesitas salir y que te dé el aire y yo no quiero estar sola toda
la mañana, ven conmigo — le pidió — sólo tienes diecisiete años, el mundo es tuyo.
La vio esforzarse por controlar las emociones y se sintió culpable por ello. Las jóvenes damas
estaban obligadas a ser siempre impasibles y delicadas, frágiles y calladas. Y ella se rebelaba
contra todo eso con todas sus fuerzas.
Grace estaba llena de vida y fuego y ella no estaba dispuesta a permitir que nadie la apagase.
—Coge tu sombrero y los guantes cariño — sonrió — nos vamos a jugar un poco — le guiñó
un ojo divertida y casi suspiró de alivio cuando vio como una pequeña parte de su mirada brillaba
de emoción.
Al cabo de media hora, ambas subían al carruaje sin distintivos que Raychel usaba para
moverse por Londres sin suscitar los comentarios de la alta sociedad que se pasaban el día
vigilándolas.
Casie apareció poco después con el mismo gesto de entusiasmo por abandonar aquella
mansión y las tres se dirigieron hacia Saint Albans, donde la fábrica textil de Raychel ya estaba
empezando a funcionar y para su alegría, la producción, aunque aún muy escasa, era de excelente
calidad y avanzaban más rápido de lo que ella había planificado.
Las hermanas se las arreglaron para obligar a Grace a unirse a la entusiasta conversación y
cuando llegaron a su destino, la joven hasta había sonreído en varias ocasiones.
El chófer las ayudó a bajar y Grace abrió los ojos como platos.
—¿Todo esto es tuyo? — le preguntó sorprendida.
—Nuestro cariño — Raychel le cogió la mano y la guió dentro — somos familia, no lo
olvides, ahora todos pertenecemos a ese grupo de desvergonzados nobles que trabajan para ganar
dinero.
Las hermanas se rieron y ella las miró sin saber muy bien cómo sentirse.
Conocer a las Beasley había sido toda una conmoción para ella y aunque Darlene y ella las
admiraban, a veces se sentían como si no estuviesen a su altura. Nunca habían conocido a damas
como ellas.
Eran atrevidas, decididas, inteligentes y audaces. Justo todo lo contrario de lo que se suponía
que una dama debía ser.
Entraron en la fábrica y rápidamente uno de los capataces se acercó a ellas.
—Bienvenida excelencia — se inclinó formalmente ante Raychel — señoritas — después ante
ellas — no sabíamos que iban a venir.
—Tranquilo Brian — le dijo Raychel — sólo he venido a asegurarme de que estáis bien y que
no hay problemas.
—Todo es perfecto excelencia — le dijo alegre — las costureras quieren crear una estatua
para usted y el resto de los trabajadores, entre los que por supuesto me incluyo, le hemos jurado
lealtad.
Raychel rió con ganas y Casie la imitó.
Entonces Grace abrió la boca cuando su cuñada cogió las manos llenas de grasa y fibras del
hombre y se las apretó con firmeza.
—Sois magníficos — el hombre se ruborizó de la cabeza a los pies — y hacéis un trabajo
increíble — le sonrió y el hombre bajó la mirada — si seguimos trabajando a este ritmo, en un par
de meses empezaremos a ver beneficios.
—Eso esperamos excelencia.
—¿Te importaría acompañarnos hasta la sala de diseño? — el hombre se hinchó como un pavo
y les indicó el camino con un porte orgulloso.
Las guió a través de aquel lugar amplio, ventilado y con una iluminación perfecta mientras
todas aquellas personas que manejaban aquellas enormes máquinas les gritaban saludos y buenos
deseos. El ruido de los telares era ensordecedor y Grace se percató de que todos llevaban los
oídos cubiertos.
El aire olía a una mezcla de tejidos naturales y grasa, sudor y componentes químicos que
penetró profundamente en los sentidos de Grace, pero al contrario de lo que se había imaginado,
no le resultó desagradable.
Al cabo de unos minutos entraron en una amplia sala con enormes mesas y taburetes altos,
donde al menos diez mujeres se inclinaban sobre pliegos de papel y trazaban líneas con más o
menos firmeza. En una pared había trozos de tela, botones, enganches de metal y adornos.
—¡Excelencia! — una mujer de unos cincuenta años se inclinó ante Raychel y sonrió — qué
alegría verla milady.
—Lo mismo digo Rosemary — la mujer se sonrojó — ¿qué tal está tu hija? — Grace observó
como sus ojos brillaban con fuerza.
—Feliz señora y todos profundamente agradecidos con su generosidad.
—No es nada — Raychel sonrió — tuvo una niña, ¿verdad?
—Así es excelencia, es tan bonita como mi pequeña — la mujer estaba claramente orgullosa
— y esperemos que no se ofenda, pero mi hija y mi yerno han decidido llamarla Raychel en honor
a usted.
—¡Oh! — Grace se fijó en que su cuñada se había emocionado de verdad y contuvo el aliento
cuando la vio llevarse las manos al pecho — no sé qué decir — respondió con un hilo de voz —
gracias, muchísimas gracias — cogió las manos de la mujer — me siento profundamente honrada.
—Gracias a usted excelencia, el médico dijo que de no haberla atendido tan rápidamente,
ambas podrían haber muerto.
La expresión de Raychel cambió.
—Rosemary — aún tenía las manos de esa mujer entre las suyas — me alegro de todo corazón
que tu hija y tu nieta estén bien.
—Le prometo que se incorporará al trabajo… — pero se detuvo ante el gesto de Raychel.
—No — sonrió — deja que se recupere, dar a luz es un gran esfuerzo y no hay prisa — la
emoción de la mujer embargó a todas las presentes — no va a perder su trabajo, eso lo sabes.
***
Cuando la emoción impidió a la mujer seguir hablando de su familia, Raychel le pidió que les
enseñara en lo que estaban trabajando en esos momentos y esta obedeció al instante con una
sonrisa agradecida.
Sacó una enorme carpeta con pliegos de papel que tenían pedazos de tela cogidos con alfileres
y los extendió sobre una de las mesas.
—Mire excelencia — le explicó Rosemary — estos diseños son de Laura — señaló a una
joven que debía tener la misma edad que Grace — son para las amas de llaves.
Raychel toco la tela y asintió con un gesto, después miró a la joven.
—Excelente elección — aprobó — ¿te gusta lo que haces? ¿te sientes bien aquí?
—Sí excelencia — respondió la joven asustada — nos tratan muy bien.
—Me alegro — Raychel sonrió y siguió mirando más bocetos.
Sacó un diseño de librea en color azul oscuro con decoraciones plateadas y azul claro.
—Muy elegante — señaló.
Y así, poco a poco todas las mujeres tuvieron su oportunidad de recibir el halago y las
sonrisas de la duquesa.
Casie hizo algunas preguntas y se interesó animada por el proceso que seguían para diseñar
todas las piezas de ropa y por la elección de los tejidos.
Después visitaron la sala de confección donde más de cuarenta mujeres unían las piezas sobre
maniquíes y les colocaban los adornos.
Grace se percató de que de una forma u otra, todos los empleados se dirigían a Raychel y ella
les escuchaba encantada, aceptaba sus conclusiones e incluso se permitía bromear con ellos.
Estaba siendo toda una experiencia para ella.
Poco a poco se dio cuenta de que los prejuicios que tenía para todos aquellos que no formaban
parte de la nobleza se iban disipando de su mente. Y escuchando a Raychel y a Casie, comprendió
que ellas pertenecían a ese mundo pero también al suyo y que en ambos, destacaban con la fuerza
de un tornado.
Continuaron con el recorrido de la fábrica y sonrió encantada cuando una mujer la invitó a
probar los últimos guantes que habían cosido.
Se maravilló por la textura cremosa de la piel y se dejó seducir por la suntuosidad del interior.
—¿Le gustan? — preguntó la mujer y cuando ella asintió, la vio sonreír entusiasmada — ya
tenemos encargos de más de un centenar — les explicó.
Continuaron escuchando atentas cómo algunas mujeres habían sido vestidas con sus creaciones
y enviadas a las tiendas de las modistas para fingir interés por algún elemento para terminar
recomendando la extrema calidad de los productos de la fábrica.
Casie y Raychel rieron alegres mientras les explicaban las tácticas que habían usado y cuando
terminaron las explicaciones, les felicitaron sinceramente por la buena disposición y el
entusiasmo que ponían en el trabajo.
Cuando decidieron ponerle fin a la visita, salieron acompañadas por el mismo capataz que las
recibió que las acompañó al carruaje con una sonrisa satisfecha.
—¡Excelencia! — oyeron el grito masculino y Grace se acercó instintivamente a Raychel.
—¡Señor Burcham! — exclamó esta divertida — ¡qué inesperada sorpresa!
El joven se acercó a ellas y las miró a los ojos, después les hizo una reverencia y sonrió.
—He revisado la documentación que me envió — le dijo Raychel — y acepto las condiciones,
si no me equivoco, tendrá mi respuesta sobre su mesa en estos instantes.
—Nuestro acuerdo será beneficioso para ambos — le cogió la mano y le besó los nudillos —
lamento su pérdida — Raychel sonrió porque era más que evidente que no lo sentía en absoluto.
Pese a las reticencias de Garrison, a ella le gustaba mucho Austin. Era el tipo de caballero que
sabía exactamente cuál era su lugar en el mundo y se sentía tan seguro de sí mismo que le
importaba muy poco lo que opinara el resto del mundo. Era irreverente, divertido e inteligente.
—Permítame presentarle a mi hermana Casie Beasley — señaló a Casie — y a mi cuñada,
lady Grace Wheatcraft.
—Un placer conocerlas a ambas — el hombre se inclinó ante ellas y las besó los nudillos —
soy su más ferviente servidor.
Raychel entrecerró los ojos cuando observó el enérgico rubor de su hermana y el de Grace.
—Lamento mucho la muerte de su padre — le dijo a Grace — no tuve el placer de conocerle.
Ella tenía la garganta seca y no fue capaz de responder.
—Estuvo mucho tiempo enfermo — respondió Raychel — tenía la esperanza de invitarle a
usted y a sus padres a cenar algún día a Hawley House, pero me temo que eso no será posible
durante algún tiempo.
—Lo comprendo, no se aflija — le dijo sonriente — le aseguro, que esperaremos toda la vida
una invitación suya.
Raychel negó con la cabeza divertida y después le miró a los ojos.
—¿También espera usted la invitación de mi esposo? — le preguntó con picardía y vio que él
aceptaba el reto.
—Me temo y sin ánimo de ofender, que su marido no me causa ni la mitad de la buena
impresión que me causa usted.
Grace abrió los ojos como platos al comprender las palabras del hombre y los abrió más aún
cuando escuchó a Raychel reír a carcajadas.
—Le daré sus saludos a mi marido — dijo entre risas.
—Eso espero.
Se despidió de Raychel y de Grace, pero cuando le cogió la mano a Casie, que había
permanecido callada, se demoró un segundo más de la cuenta.
—También estoy ansioso por recibir una invitación suya, señorita Beasley.
—Me temo que eso sería del todo inapropiado — respondió ella sonrojada.
—¡Ah! — exclamó él divertido — ¿y para qué están las reglas si no para romperlas?
Con un par de comentarios más, se alejó de ellas y las tres mujeres subieron al carruaje para
poner rumbo a casa.
Durante el resto del día, Raychel llevó a Grace de un lugar a otro y para desconcierto de la
joven y alegría para ella, poco a poco fue logrando su cooperación y su entusiasmo.
***
Se habían establecido en una curiosa y cómoda rutina pensó Raychel al despertar esa mañana,
como cada día, Garrison ya se había ido y ella aún permanecía en la cama. Nunca había sido de
las que se quedaban remoloneando entre las sábanas, pero claro, hasta ahora, no sabía lo que
suponía estar casada con un hombre de intensos apetitos como su esposo.
Cuando por fin se durmieron la noche anterior, ella juraría que eran pasadas las tres de la
madrugada. La inventiva de su marido para las relaciones íntimas no tenía fin.
Sonrió y desperezándose se puso en pie.
Mientras se lavaba y se vestía, pensó en todas las cosas que tenía que hacer ese día y una vez
que estuvo lista, decidió que debía ponerse en marcha. Le esperaba toda una tediosa mañana de
visitas y charla insustancial, lo único que lo hacía mínimamente agradable, era que tanto su suegra,
como su cuñada y su hermana la acompañarían.
Animada y de buen humor entró en el comedor sólo para descubrir que un lacayo le entregaba
una misiva a la duquesa viuda, esta la leía impaciente y apenas un segundo después se desvanecía.
Raychel lo vio todo a cámara lenta.
Ellene, la duquesa viuda, permanecía de pie frente a las cristaleras que daban a los jardines,
como siempre, irradiaba elegancia, calma y saber estar. A Raychel siempre le había dado la
impresión de que era como un estanque en calma. Entonces el lacayo entró, le entregó la misiva y
salió poco después. Los largos y estilizados dedos de la dama se agitaron nerviosos mientras
rompía el lacre y leía ávidamente, la palidez se apoderó de su rostro y de repente, parecía alguien
muy débil y delicada.
No le gustó en absoluto, pero aunque había empezado a andar hacia ella, su suegra se
desvaneció cayendo al suelo antes de que ella llegase a su lado.
—¡Ayuda! — gritó Raychel desesperada mientras se arrodillaba al lado de su suegra — vamos
Ellene, vamos… — le suplicó.
Tres fornidos lacayos entraron en tropel y siguiendo las indicaciones de Raychel, llevaron a la
duquesa viuda a sus habitaciones, Raychel tuvo la precaución de coger la misiva que había volado
hasta el suelo cuando los delicados dedos dejaron de sostenerla. Les siguió mientras le gritaba a
todos aquellos con los que se cruzaba que corriesen en busca del médico de la familia.
Raychel estaba muerta de preocupación, su querida suegra no abría los ojos y ver a Grace
cogerle la mano con tanta desesperación, no ayudó.
—Mi marido está — Raychel miró el reloj del pasillo — debe estar en el despacho de
nuestros abogados — le dijo a uno de los lacayos — vaya a buscarle y dígale que es urgente que
vuelva a casa.
El hombre salió sin perder tiempo en despedirse apropiadamente y ella se giró para volver a
entrar en la habitación, pero cuando puso una mano en el pomo, se detuvo.
Era más que consciente de que había muchas lagunas en la historia de los Wheatcraft que ella
desconocía, no obstante, pese a la delicada apariencia de la dama, jamás le había dado la
impresión de que fuera delicada y propensa a los desmayos.
Metió la mano en el bolsillo de su falda y cuando sus dedos tocaron el papel, decidió que
debía intervenir. Seguramente todo el mundo se enfurecería con ella por inmiscuírse en los asuntos
de la familia y claramente esto era algo privado. Pero nunca se le había dado bien acatar las
órdenes no verbales de los demás, aunque siendo sincera, tampoco le hacía mucho caso a las
verbales.
Se dirigió hacia sus habitaciones y en cuanto entró, cerró la puerta con llave.
Se sentó nerviosa en la cama y sacó la misiva.
“Mi querida madre,
¡Soy tan feliz! Sé que en la nota anterior te hice daño, pero ahora sé que he tomado la
decisión correcta, esta nota te será entregada una semana después de que me fuese, cuando ya
no se pueda intervenir.
Os dejo sin opciones, soy consciente, pero debía hacerlo.
Para cuando estés leyendo esta carta, ya seré condesa. Exactamente seré la condesa de
Hawthorne.
Lord Hawthorne y yo nos dirigimos a Gretna Green y después nos trasladaremos a sus
dominios para vivir allí como marido y mujer.
Sé que no lo entiendes, pero no quiero seguir en Londres, no quiero seguir viviendo bajo la
sombra de un padre al que desprecio y de un hermano al que detesto.
Quiero ser libre, quiero ser feliz.
Te quiero y siempre te querré, mamá.
Tuya siempre,
Darlene, futura condesa de Hawthorne.”
Raychel tenía el corazón en la garganta.
Sostenía la misiva entre sus temblorosos dedos sin saber qué hacer o qué pensar. Todo era muy
confuso, se suponía que tenían que haber recibido esa carta hacía varias semanas. Es decir, una
semana después de su boda, sin embargo, había pasado más de un mes desde entonces.
No era una experta en la sociedad inglesa, pero hasta ella sabía que huir de casa era ponerse
un cepo al cuello y hacerlo en compañía de un hombre, por importante que fuese su título, era una
desgracia para ella y para su familia.
Se enfureció.
Al huir con ese hombre, del que ella jamás había oído hablar aunque el nombre le resultaba
familiar, Darlene había condenado a su hermana pequeña. Según las estrictas directrices de esas
matronas que gobernaban la sociedad elegante con puño de hierro, había condenado a Grace a no
ser considerada un buen partido para los hombres elegibles.
Gracias a los nobles que les tenían en estima, se había informado de que Darlene había
contraído una persistente gripe y dado el estado de su padre en aquél tiempo, los médicos le
habían recomendado que se fuese a algún lugar cerca del mar, por lo que habían lanzado el rumor
de que la joven no había huído como se publicó en las revistas de cotilleos, sino que en realidad
estaba visitando a unos familiares en un lugar que le permitiese recuperarse por completo.
Habían evitado el escándalo, por el momento al parecer, porque cuando se supiese que la
joven se había casado con ese misterioso conde de Hawthorne, todo se vendría abajo.
A ella todo eso le parecía estúpido, bárbaro y cruel, pero así era como vivían ellos y desde
luego, sabía que Grace sufriría. Esa chiquilla tenía una mirada triste y mucho mayor que su edad
real y pese a todos sus esfuerzos y a los de Casie, ninguna había logrado traspasar los muros tras
los que se protegía.
Volvió a leer la carta y suspiró.
Se había precipitado al mandar llamar a su marido, Garrison estaría a punto de llegar y ella no
tenía tiempo para pensar en cómo manejar aquella situación.
Intentó sopesar las opciones pero se quedaba en blanco.
Su suegra estaba desmayada, su cuñada claramente había cedido al histerismo y su marido, que
Dios les protegiese a todos, con ese carácter explosivo que tenía, sabía Dios cuál sería su
reacción.
Se apretó las sienes con fuerza y suspiró.
—Bien — se dijo a sí misma mientras se ponía en pie — eres buena negociando — se dirigió
al espejo y contempló su reflejo — eres buena tomando decisiones, así que demuestra lo buena
que eres y por el amor de Dios — endureció su mirada — no pierdas los nervios — se dijo a si
misma, pues en los últimos días se había sentido más sensible que de costumbre.
CAPITULO 22

Salió de su habitación mientras guardaba la explosiva misiva en el bolsillo de su falda y como


si se tratase de un general, llamó a Standford, el ayuda de cámara de su esposo, a su doncella y al
jefe de mozos de cuadra. Se reunió con ellos en su sala privada.
Los tres la miraban llenos de aprensión y con claros signos de preocupación en sus rostros,
quiso consolarles, pero sabía que se quedaba sin tiempo.
—No tenemos tiempo que perder — les dijo — Stanford, corra a preparar un baúl de viaje
para mi marido, no sé muy bien qué debe meter porque no estoy segura del destino, pero haga lo
que pueda, quizá muda para una semana.
—Sí, excelencia — Raychel le hizo un gesto para que se quedase.
—Lucy — miró a su doncella — tienes que hacer lo mismo conmigo, mete algo de todo — se
apretó las sienes — sabes mejor que yo lo que hay que hacer — después miró al jefe de mozos —
Roland, ¿verdad? — el hombre asintió — prepare el carruaje para largas distancias y póngale un
tiro que nos permita viajar lo máximo posible antes de tener que cambiar los caballos — les miró
a los ojos — hagánlo lo más rápido que puedan, cuando mi marido llegue no querrá esperar.
—Sí, excelencia.
No sabía si había sido un susurro individual o colectivo, pero le daba igual. Les precedió
saliendo de la salita y se dirigió a las cocinas.
—Mildred — llamó a la cocinera jefe y esta se puso pálida — necesito que prepare una cesta
con todo tipo de viandas frías y varias botellas de agua, lo más rápido que pueda por favor — le
pidió — y llévelo al carruaje de viaje.
—Ahora mismo, excelencia.
Raychel subió los escalones desde el recibidor a la primera planta mientras rezaba para que el
lacayo que había ido a buscar a Garrison no hubiese dado con él a la primera. Necesitaba tiempo
para seguir organizando cosas, necesitaba pensar y necesitaba prepararse para poder manejarlos a
todos.
Apretó los dientes y se cogió las faldas para alzarlas, ¡al cuerno con los buenos modales! ¡no
tenía tiempo!. Subió corriendo los escalones y llegó al ancho pasillo que conducía hasta las
habitaciones de la duquesa viuda.
—¿Algún rastro del duque? — le preguntó al mayordomo que atento a la situación, permanecía
atento vigilando la puerta de entrada desde la balaustrada, este negó con un gesto y ella salió
corriendo de nuevo.
Cuando llegó a la puerta de las habitaciones ducales, se encontró a gran parte del servicio
esperando inquieto ante ellos, las expresiones de sus rostros eran un cúmulo de emociones que
ella no comprendía bien del todo.
—Excelencia — le dijo la doncella personal de Ellene — ¿qué le ocurre a mi señora? Ella
nunca se pone enferma.
A Raychel se le encogió el corazón.
Esa mujer de unos cuarenta años estaba tan preocupada que aunque se esforzaba por no llorar,
era más que evidente que pronto lo haría. Había otras mujeres que la abrazaban y los lacayos que
habían subido a la dama también estaban a su lado.
—Se ha desmayado — les explicó — he mandado llamar al médico y al duque — se acercó y
le cogió las manos a la mujer — la duquesa es una mujer fuerte, se recuperará.
—Excelencia — le dijo uno de los hombres — cualquier cosa que podamos hacer, no dude en
pedirla, nosotros…
Ella le sonrió con cariño.
—Os lo agradezco muchísimo — le puso la mano en el hombro — vamos a vivir unos días
caóticos y muy difíciles y tanto la duquesa como Grace necesitarán todo vuestro apoyo — les
explicó — cuando el duque llegue…
—Lo sabemos excelencia — le dijo una de las mujeres — nos apartaremos hasta que nos
indique lo contrario.
—Mi marido no es un hombre cruel — se vio obligada a defenderle — es sólo que…
—Lo sabemos excelencia, el duque es un buen hombre y nosotros le respetamos — la
interrumpió otro de los lacayos — pero conocemos su carácter y es mejor que se calme antes de
que se tope con alguno de nosotros.
Raychel cerró los ojos un instante y se dio por vencida.
Ella amaba con toda su alma a Garrison, pero él no era el único que había sufrido en los años
pasados. Había tantas heridas sin cerrar, tanto rencor y miedo enconándose en aquellos corazones
que no estaba segura de si alguna vez, ninguno de ellos podría ser realmente feliz.
—En cuanto el médico llegue, que suba de inmediato — les indicó.
Y después, se giró y entró en la habitación de la duquesa viuda.
Casi sollozó de alivio cuando la vio con los ojos abiertos.
Grace seguía a su lado, tumbada en la cama con ella y sollozando mientras su madre intentaba
consolarla, pero sus movimientos eran lentos y ligeramente torpes, nada que ver con la elegancia
que siempre había mostrado.
Observó a Ellene y suspiró. Parecía que de repente había envejecido diez años.
Se acercó a ella despacio y con una sonrisa radiante.
—¿Cómo está? — le puso una mano en la frente se agachó para besarla — me ha dado un buen
susto.
—Querida mía — le respondió la mujer, pero Raychel le puso un dedo en los labios.
—He mandado llamar al médico y a Garrison — la mujer abrió los ojos y se quedó pálida de
nuevo, ella se apresuró a cogerle las manos y se arrodilló a su lado — tranquila, lo sé — la dama
cerró los ojos con pesar — yo tengo la carta — le dijo — haré lo que pueda por calmar a
Garrison, pero si a usted le pasa algo… no creo que ni el ejército de su majestad pueda detenerle.
***
El médico llegó al mismo tiempo que el duque y para desconcierto de todo el mundo, ambos
entraron juntos y claramente exaltados.
Garrison había logrado mantener la calma mientras iban a buscar al médico y se dirigían hacia
su casa, pero en cuanto el carruaje se detuvo, saltó de él y corrió hacia la puerta que se abrió de
par en par un instante antes de que él empezara a subir los escalones.
El mayordomo le hizo una seña y corrió por las escaleras para subir a la primera planta, una
doncella le indicó que debía ir a las habitaciones ducales y se dirigió allí como si le persiguiese
el mismísimo diablo. Ni siquiera llamó, abrió la puerta y entró.
—¿Qué ocurre?
De un solo vistazo había visto a su madre tumbada en la cama, pero consciente, a su hermana
con signos evidentes de haber llorado y a su esposa. Firme como una roca mirándole fijamente a
los ojos. Ella era la calma en mitad de la tormenta.
—Tu madre ha sufrido un desmayo — le explicó acercándose a él — he llamado al médico
pero aún…
—Está subiendo — le interrumpió él, Raychel llegó a su lado y le puso las manos en el pecho,
él se perdió en esos ojos azul hielo.
—Respira — le susurró — te necesito centrado — antes de que él pudiese decir nada, ella
alzó la voz — tu madre necesita tranquilidad y me temo que yo necesito hablar contigo a solas —
le empujó hasta la puerta pero él no se movió — por favor Garrison — le pidió volviendo a
empujarle — no aquí.
El apretó la mandíbula y sopesó las palabras de su esposa. Sabía que estaba perdiendo la
calma, que la ira le estaba dominando, pero lejos de enfadarse, mantenía un tono tranquilo, sedoso
y no dejaba de tocarle. Entrecerró los ojos y la miró, ella le mantuvo la mirada y él comprendió la
muda súplica.
Le temblaban los músculos.
—Por favor — le suplicó en apenas un murmullo — no delante de ellas.
Otra cadena de las que le mantenían preso se rompió.
—Quiero un informe del médico antes de que se vaya — le dijo a nadie en particular y pudo
percibir el ligero alivio de Raychel.
Cuando se giró, se encontró al médico de frente.
—Iré a verle en cuanto tenga un diagnóstico — le dijo con seriedad.
Garrison y Raychel salieron y esta le cogió de la mano con firmeza cuando se detuvo tras oír
cómo se cerraba la puerta de la habitación de su madre.
Tiró de él con suavidad y le guió hasta sus habitaciones.
Entraron y Raychel se aseguró de cerrar tanto la puerta de entrada como la del vestidor que
comunicaba con la otra habitación. Entonces se giró, se apoyó en la puerta y le miró.
—Empieza a hablar — le dijo con un tono de voz helado que la hizo estremecer.
—Tu madre se desmayó — le informó y él hizo un gesto exasperado — hoy le han entregado
una carta — suavizó el tono todo lo que pudo y controló hasta el más mínimo detalle de su
expresión — es de Darlene.
Una violenta ráfaga de ira salió del cuerpo de Garrison y Raychel agradeció estar apoyada en
la puerta, porque no estaba segura de si podría mantenerse en pie.
—Dámela — le exigió.
—Espera — se acercó a él tragando con fuerza y le puso las manos en el pecho — tienes que
calmarte Garrison — la fulminó con la mirada — por favor — le pidió — tu madre no puede
enfrentarse a tu ira descontrolada y Grace tampoco.
—No me digas lo que debo hacer.
—Lo haré siempre que pierdas la calma — le rebatió — sé que estás furioso.
—¡No sabes nada! — le gritó y la sujetó por los hombros — ¡dame la maldita carta!
—No — suave y firme, no tenía ni idea de dónde salía ese aplomo, Garrison también estaba
desconcertado — no — repitió — cálmate y escucha — le enmarcó la cara con las manos y le
miró fijamente — he dado orden de que nos preparen baúles de viaje con ropa para una semana y
el carruaje también está listo — un músculo tembló en su mandíbula — saldremos de inmediato,
pero no antes de que me asegure de que Ellene está bien.
—Es mi madre — pronunció las palabras con rabia.
—Lo sé — el destello de dolor que vio en sus ojos fue lo que le hizo retener su genio, cerró
los ojos y apoyó su frente en la de ella.
—No quería decir…
—Shhh — le tranquilizó — lo sé — repitió.
—Dime dónde está mi hermana.
A Raychel se le rompió el corazón.
Había tanto miedo y tanta súplica en esa sencilla frase que por un momento se le olvidó
respirar. Le abrazó con fuerza y le besó en el hombro. Él se estremeció y ella apretó más los
brazos a su alrededor.
—No sé dónde está — le dijo — pero te ayudaré a encontrarla.
—No tienes que hacerlo, esto es otro de mis errores, es…
—Es familia Garrison — le cortó ella, él se separó para mirarla a los ojos — es familia —
repitió — si Casie estuviese en su lugar, yo te querría a mi lado, siempre te quiero a mi lado — le
miró a los ojos para que él comprendiese la verdad — tú me mantienes firme y serena.
—No te merezco — susurró antes de devorarle la boca con impaciencia, las cadenas ya no le
retenían — pero te necesito.
—Tómame — susurró entre voraces besos.
Y durante unos minutos la besó haciéndola arder.
Poco después, Raychel estaba contra la pared, con las faldas en la cintura, los pechos al
descubierto y su marido profundamente enterrado en su interior.
Le había destrozado el vestido arrancándole los botones y la estaba poseyendo con una
sensualidad y fuerza brutales. Estaba enloquecido y la estaba enloqueciendo a ella.
El encuentro no duró más que pocos minutos pero ambos alcanzaron la cima del placer antes
de deslizarse hasta el suelo de la habitación. Garrison estaba sobre ella, aún vestido por
completo.
—Lo siento — susurró en su oído aún jadeando.
—No tienes por qué — ella le cogió el rostro y le miró a los ojos — prefiero que gestiones tu
ira así que aterrorizando a todo el mundo.
—Te he hecho daño — no sabía si era una pregunta o no, pero respondió de todas formas.
—No — le aseguró besándole en los labios — aunque aún me tiemblan las piernas — sonrió y
sintió una calidez extendiéndose por todo su ser cuando él, aliviado apoyó la cabeza en su
hombro.
***
Diez minutos después, Garrison tenía completamente desnuda a su esposa entre sus brazos. La
había ayudado a levantarse y le había quitado los restos del vestido que él mismo había
desgarrado, la abrazó con fuerza y la besó despacio. Tenía la piel llena de marcas.
Los labios hinchados, la delicada piel de sus pechos arañada por el rastro de barba que esa
mañana no se había afeitado y no se atrevió a comprobar cómo estaba la piel de sus cremosos
muslos y su entrepierna. Se había comportado como un salvaje con ella y aun así, Raychel le
rodeaba con sus brazos y le besaba con auténtica devoción.
Cogiéndola en brazos la llevó hasta la cama y después fue hasta el baño contiguo, mojó una
toalla con agua caliente y con todo el cuidado del mundo, limpió el cuerpo de su esposa de los
restos de su unión.
—¿Te duele? — le pasó con mucho cuidado la toalla entre las piernas.
—No — respondió sincera — ni lo más mínimo.
—No me mientas — Raychel sonrió.
Parecía tan arrepentido y culpable que por un momento pensó en disculparse ella misma, pero
cuando tras limpiarla con delicada concentración, la besó dulcemente, su mente se distrajo por
completo de por qué se había ofrecido como medio para templar su carácter.
—No te miento — le dijo atrayéndole a sus brazos — ha sido intenso e increíblemente
primitivo, pero no me has hecho daño, te lo prometo.
Él cogió aire profundamente y la besó con delicadeza. Después se irguió y la miró a los ojos.
—Dame la carta de mi hermana.
—Está en un bolsillo de mi vestido.
Garrison se levantó, cogió las pesadas faldas y registró hasta dar con lo que buscaba, después
se sentó a su lado en el borde de la cama y pareció pensativo un segundo, después apretó con
fuerza la misiva, se dirigió al otro lado de la cama, se sentó apoyado en el cabecero y la atrajo a
sus brazos hasta sentarla en su regazo.
La rodeó con firmeza el delicado cuerpo con los brazos y la besó en el hombro.
—Léela.
Y Raychel lo hizo. A medida que iba leyendo, las manos de Garrison se apretaban contra su
piel desnuda, pero antes de que llegase a hacerle daño, él aflojaba el agarre.
Cuando terminó de leer, ambos se quedaron en silencio.
Raychel no sabía qué pensar y no sabía qué podría decir o hacer para aliviar la pesada culpa
que su marido tenía en sus hombros. Hacía algunas noches que él le había confesado que la había
abofeteado cuando se enfrentó a él unos días antes de su boda y ella le había escuchado con el
corazón encogido.
Después, él había apoyado la cabeza en su pecho desnudo y mientras la acariciaba con
suavidad, continuó explicándole la desagradable conversación que había tenido con sus hermanas
y aunque ella ya se había percatado, él le confirmó que Grace aún no había vuelto a hablar con él.
—¿Quién es ese conde? — le preguntó con aparente calma — el nombre me suena, pero no sé
de qué.
—Es un conde escocés — le dijo acariciándole la espalda — creo que hace años que no visita
Inglaterra, no sé dónde has podido oír hablar de él.
—¿Le conoces? — le besó en la mandíbula y él la miró sonriendo muy ligeramente.
—No personalmente — le explicó — recibí una nota de condolencia suya cuando mi padre
murió — Raychel notó cómo se enfurecía de nuevo — ¡hay que ser cabrón y malnacido para
enviarme una nota cuando acababa de fugarse con mi hermana!
—Calma — Raychel le besó en los labios — calma — repitió — iremos a su casa y le
pediremos explicaciones y si Darlene no quiere permanecer con él, la traeremos con nosotros.
—No podemos — le dijo furioso — ahora ella le pertenece, no puedo hacer nada.
—Siempre se puede hacer algo — le contradijo ella, Garrison la miró a los ojos — no dejaré
a Darlene en manos de un hombre no que no la cuide como es debido.
El duque la miró de nuevo asombrado y suspiró lleno de alivio.
—Gracias a Dios que estás en mi vida — le dijo antes de besarla — gracias a Dios que
aceptaste casarte conmigo — volvió a besarla — gracias a Dios que te tengo.
Raychel recibió los besos con elevado entusiasmo y no poca sensación de emoción. Poco a
poco, su arrogante e irascible marido se mostraba cada vez más confiado en ella y a veces, cuando
le hablaba con esa pasión contenida y con tanta sinceridad, su corazón volaba hasta el cielo y
suspiraba.
Aún no se había atrevido a decirle que le amaba, sabía que no estaba preparado para oírlo,
pero a medida que pasaban los días, ese sentimiento aumentaba hasta que la cabeza le daba
vueltas y como una jovencita inocente, contaba los minutos que faltaban para que él volviese a
casa con ella.
En las seis semanas que llevaban casados él había cambiado sustancialmente. Seguía siendo
arrogante, estirado y con una elevada confianza en sí mismo, pero también aceptaba sin dudar sus
opiniones y a menudo debatían cuál era la mejor forma de afrontar uno de los muchos frentes que
el ducado tenía abiertos.
Leonard había resultado ser un amigo leal y comprensivo y también ayudaba a Garrison a
aceptar su nueva posición en la sociedad. Debido al luto por la muerte del anterior duque no
podían hacer vida social más allá de recibir una ocasional visita y el hecho de que la temporada
hubiese acabado también ayudaba. Claro que eso sólo las afectaba a ellas, Garrison sí que podía
salir y reunirse con sus semejantes para atender las necesidades del ducado.
No era la primera vez que él agradecía que se hubiesen casado y cada vez, ella se estremecía
de inmenso placer al sentir que la aceptaba pese a que representaba todo aquello que le habían
inculcado que debía despreciar.
Se acurrucó contra su cálido cuerpo y le miró a los ojos.
—En cuanto estemos listos, podremos partir — le recordó.
—¿Quieres que te ayude a vestirte? — el brillo de sus ojos le indicó que si aceptaba, no
saldrían antes de varias horas, negó con la cabeza pero con una brillante sonrisa.
—Ve a ver a tu madre, intenta no alterarte — le advirtió — y deberías intentar hablar con
Grace.
Él bufó y la tumbó de espaldas en la cama y se colocó encima para lamerle descaradamente un
pecho.
—Iré a ver a mi madre — le abrió las piernas y le puso una mano en la entrada de su cuerpo
en un gesto masculinamente posesivo — pero después tendrás que calmarme en el carruaje — le
lamió de nuevo el pecho y ella se estremeció — de Grace me ocuparé cuando volvamos —
comenzó a jugar con la entrada de su cuerpo — me cuesta horrores tener las manos lejos de ti.
—Podemos seguir con esto después — le rodeó el cuello y le besó en la boca.
CAPITULO 23

Una hora más tarde, ambos estaban listos para partir en el recibidor de la mansión. Raychel
recatadamente vestida con uno de esos horribles vestidos negros que las buenas maneras decían
que debía llevar debido al luto, también llevaba los guantes y un pesado velo tapándole la cara
por completo.
Garrison odiaba verlas a todas vestidas de negro. No le parecía bien rendir culto a un hombre
al que todos despreciaban, pero debido a que había prohibido que se tapasen las ventanas y se
pusiesen crespones negros por toda la casa, decidió no presionar más a su madre.
Había hablado con el médico y este le había dicho que su madre estaba sometida a mucha
presión debido a la desaparición de Darlene, pero con descanso y unos pocos cuidados, se
recuperaría por completo. Él se había encerrado para hablar con ella a solas durante casi quince
minutos.
Le había costado Dios y ayuda controlarse para no ponerla más nerviosa y su madre, bendita
fuera, se había esforzado por comprenderle y no provocarle más de la cuenta.
Cuando le dijo que iba a ir a buscar a Darlene, observó como la profunda preocupación la
hacía palidecer, pero él se había sentado a su lado y le cogió las manos para asegurarle que, fuese
cual fuese su situación, si ella quería volver a casa, él la traería. No pretendió mentirle sobre lo
dolido y culpable que se sentía respecto a toda la situación, pero tampoco podía permitir que ella
pensase que le haría algún daño.
Su madre le había deseado suerte y se había despedido de él con un tierno beso en la frente.
—Vamos — cogió a su esposa del codo y la guió hasta el carruaje.
Una vez que se acomodaron en los lujosos y cómodos asientos, abrió la trampilla para hablar
con el cochero.
—A Falstone — le indicó — a Ishbel Castle.
El carruaje emprendió la marcha y Garrison atrajo a su esposa a sus brazos, la sentó en su
regazo y le quitó el pesado velo.
—Odio esta cosa — le dijo frunciendo el ceño y luego miró despectivamente su ropa — y los
malditos vestidos negros — comenzó a desabrocharle la larga hilera de botones — en cuanto pase
el tiempo de rigor, no volverás a vestir estas monstruosidades.
Raychel sonrió y le pasó un brazo por el cuello, puso la otra mano sobre su pecho.
—A diferencia de mí, a ti el negro te sienta de maravilla, aumenta ese aura de viril poder que
emana de ti.
Garrison la miró a los ojos y sonrió. Su esposa se había convertido en una experta a la hora de
hacerle cumplidos que le excitaban sobremanera, pero que sobretodo le llegaban al alma.
Cuando tuvo a la vista parte de su piel desnuda, la besó recatadamente y la estrechó contra él.
Le calmaba al nivel más profundo tenerla entre sus brazos.
—¿Qué podemos esperar de ese conde? — le preguntó Raychel apoyando la cabeza en su
hombro.
—No tengo la menor idea — confesó — no le conozco personalmente como te dije, sólo
conozco su reputación.
Después comenzó a contarle todo lo que sabía de aquel misterioso conde que se había hecho
con el título rodeado de sospechas y rumores sobre la muerte de su padre dado que este había
muerto en extrañas circunstancias, pero como no se pudo demostrar nada, la buena sociedad
decidió tildarle de excéntrico e introvertido pero mantuvo las puertas abiertas por si alguna vez
visitaba Londres.
Raychel le escuchó con atención, pero se abstuvo de comentar nada, sabía que Garrison estaba
pensando lo mismo que ella. Si él había matado a su propio padre, no les extrañaba que hubiese
seducido a la inocente Darlene para huir con ella, pero eso también les provocaba una intensa
preocupación por el bienestar de ella, si ya había matado, quizá no dudase en volver a hacerlo si
consideraba que le provocaba en modo alguno.
Ambos sintieron que la resolución para volver a Inglaterra con Darlene se hacía más intensa.
Durante el largo y agotador viaje, Raychel y Garrison hablaron de muchos y variados temas.
Comentaron las acertadas decisiones de invertir parte del dinero de la dote de ella para aumentar
los ingresos y de esa forma empezar a sanear más profundamente la economía familiar.
A su marido le había costado casi cuatro días tomar una decisión sobre qué hacer con la
cabaña de caza en la que su padre estuvo recluido y murió más tarde, ella no supo qué aconsejarle
en ese momento, pero permaneció a su lado apoyándole sin la más mínima muestra de
desaprobación. Al final, decidió que quemar esa cabaña hasta los cimientos era lo único que se
podía hacer y para su sorpresa, el juez le había dado permiso.
Contemplaron las llamas durante horas hasta que el edificio se derrumbó y los peones
empezaron a apagar el fuego. Una vez que lo extinguieron, dejaron enfriar los restos y aunque
ellos volvieron a Londres, Garrison había dado la orden de retirar todos los escombros con la
intención de levantar un edificio nuevo con el tiempo.
No obstante, un barón de la zona había pedido audiencia con Garrison y le ofreció alquilar la
finca como coto de caza. El duque no tardó ni un minuto en tomar la decisión, le alquiló la finca a
un precio razonable y con evidente alivio se desentendió de todo aquello.
Estaba previsto que el viaje durase varios días, por lo que Garrison le había pedido a su
ayuda de cámara que enviase telegramas a las mejores posadas por las que pasasen para hacer
noche y permitir que los caballos se recuperasen.
Todas las noches cenaban en la habitación de la posada y después hacían el amor
apasionadamente hasta quedarse dormidos. Desayunaban en el comedor privado y emprendían el
viaje de nuevo. A medida que ascendían hasta Escocia, el clima refrescaba y la pacífica campiña
inglesa daba lugar a una vista que claramente era más salvaje.
Las montañas se mostraban imponentes y poderosas, los prados y valles eran de un
espectacular verde esmeralda entremezclado con colores pardos. Los árboles parecían tener miles
de años y los caminos dejaron de ser estables y civilizados.
Pasaron la última noche en una posada que sólo estaba a cuatro horas de Ishbel Castle y tanto
Raychel como Garrison fueron conscientes del grado de nerviosismo y preocupación que se había
apoderado de ellos. El duque pidió que les subieran una bañera, la más grande que tuviesen y que
les sirviesen la cena en la habitación, como siempre hacían.
Una vez que todo estuvo dispuesto, despidió a los sirvientes y la desnudó con movimientos
frenéticos, se arrancó la ropa y ambos se metieron en la bañera entre voraces besos y atrevidas
caricias. Esa noche, Garrison le hizo el amor durante horas hasta que la dejó al borde de la
inconsciencia.
***
Cuando se despertaron, Raychel era muy consciente del cambio en el ánimo de su marido. La
tensión de sus músculos era tan evidente que los otros huéspedes de la posada, así como los
dueños y los sirvientes, no habían cruzado ni una sola palabra con ellos.
El carruaje les esperaba preparado para afrontar la última parte del viaje y aunque Raychel
había hecho todo lo posible para calmar la impetuosidad de su marido, sabía que en cuanto viese
al conde escocés, Garrison iba a perder los papeles.
Pero lo que realmente le preocupaba era cómo se comportaría con su hermana. Había
intentado sacar el tema en más de una ocasión, pero él se cerraba en banda y se negaba a hablar
con ella al respecto, finalmente ella se había hartado y le había provocado hasta que él estalló.
—¡No me obligues a hacerte una promesa que seguramente no pueda cumplir! — le había
gritado — no sé lo que voy a hacer cuando la vea — le explicó paseando por la habitación de la
posada como un león enjaulado — imagino que dependerá de la reacción de ella — la había
mirado a los ojos y por primera vez fue consciente del dolor que él sentía — ha arruinado su vida
y ha puesto a Grace en una situación complicada, no me pidas que mantenga la calma, porque no
estoy seguro de poder hacerlo.
Y ella lo había aceptado en silencio.
Porque por primera vez se había dado cuenta de que llevaba años disimulando ser quien era.
Ahora se pasaba las noches en vela leyendo tratados de comercio y libros y más libros sobre
cómo llevar grandes propiedades. Estaba estudiando inversiones, datos bancarios y linajes
familiares.
Lo había descubierto sin querer, cuando tras consultar con los capataces de la fábrica textil,
estos le hablaron de un inventor que se había pasado por allí. Ni el invento ni el hombre le habían
causado una gran impresión a ella, pero sí que le había dado qué pensar y ella, como mejor
pensaba, era buscando información sumergida entre las páginas de los libros.
Se había levantado al amanecer y se sorprendió de no ver a Garrison a su lado, entonces había
decidido bajar a la biblioteca y le vio tras aquella enorme mesa de caoba que se había instalado
en la biblioteca, rodeado de libros y escribiendo sin parar mientras consultaba datos de un lado y
de otro.
Pensó en entrar y ayudarle, pero al verle tan concentrado se lo pensó mejor. Él sabía que podía
acudir a ella y a muchas otras personas que poco a poco habían ido cambiando de opinión sobre
él, pero quería hacerlo solo. Y ella lo respetaba más de lo que pudiese imaginar.
Se escondió más en las sombras y le observó durante un par de minutos. Después, sigilosa,
volvió a su habitación y se metió en la cama.
Todo aquello le había dado mucho que pensar y aún lo hacía. Por eso, en ese preciso instante,
al verle tan desesperado por alcanzar las respuestas que quería, simplemente se acercó, le rodeó
el cuerpo con los brazos y le besó en la espalda.
—Pase lo que pase te apoyaré — le prometió — yo también estoy preocupada, pero confío en
ti.
A Garrison le costó muchísimo no girarse para besarla y suplicarle ayuda. Ya no se trataba de
que ella no fuese de su misma clase social, era que él no podía competir con ella. Cuando su
esposa se quedó sola, no se derrumbó, se puso al frente de todo y peleó con uñas y dientes hasta
que ganó.
Él se había rendido.
O ni siquiera había luchado, lo que era infinitamente peor.
Había aceptado su vida de complaciente hastío y no se había preocupado por nada ni por
nadie hasta que la locura de su padre se hizo evidente y después, aceptó sin protestar que mientras
su padre estuviese vivo, él tendría que mantenerse al margen. Y todo eso le había llevado hasta el
lugar en el que ahora se encontraba.
Yendo en busca de una de sus hermanas sabiendo que no podría hacer nada por ella.
Había huido. Y de no la pobreza o de una situación difícil. Había huido de él.
Y no sabía cómo enfrentarse a eso.
Sabía que Raychel sólo quería asegurarse de que no terminase volviendo a enfrentarse a ella,
pero sentía las emociones a flor de piel y Dios sabía que jamás había sabido lidiar con ellas.
—Tranquilo — le había susurrado — seguro que ella estará muy nerviosa y asustada.
La puesta en marcha del carruaje hizo que ambos volviesen al presente.
Se miraron y sin palabras, Raychel entrelazó su mano con la de él, se apoyó en su hombro y
permaneció en silencio.
Garrison necesitaba comprender que ella estaba de su lado, sí, le desafiaría, le provocaría y
se enfadaría con él, pero jamás le traicionaría.
Miró a la distancia a través de la ventanilla de cristal del carruaje y admiró el paisaje, ya
llevaban un par de horas en silencio. Según les acababa de informar el cochero, estaban a menos
de dos horas de Ishbel Castle, el hogar ancestral de los Hawthorne.
Raychel le había preguntado discretamente a una de las doncellas de la posada acerca del
conde, pero todo lo que le había sacado a la joven era que era tenebrosamente atractivo, grande
como un vikingo y que todos y cada uno de los aldeanos de Falstone le querían y se sentían
orgullosos de que fuese su señor. Además de ser conde, también era el magistrado local y tenía
fama de justo y equitativo.
Y todo ello envuelto en sonrisas llenas de picardía que ella no había comprendido.
***
—Mira… — Raychel señaló un punto en la lejanía y suspiró — es igual que en los cuentos de
princesas — suspiró — Darlene es la princesa y tiene su propio castillo.
Garrison la miró y entrecerró los ojos.
—Quizá quieras cambiarte con ella — Raychel le miró sorprendida y al ver el fuego de los
celos en su mirada sólo pudo echarse a reír con ganas, lo que le molestó aún más al duque.
—Nunca quise un castillo — le dijo subiéndose en su regazo — de haberlo hecho, me lo
habría comprado — le besó en los labios y sonrió — estoy feliz de ser tu duquesa.
Garrison la abrazó con fuerza y bebió de esa declaración. Ojalá fuese cierto, porque cuanto
más se adentraban en tierras escocesas, más miserable se sentía.
Finalmente entraron en un camino de grava y dos perros enormes se acercaron ladrando y
gruñendo. Parecían más lobos que perros pensaron ambos, mirándolos con asombro por las
ventanillas. Uno era totalmente negro, el otro gris oscuro.
Cuando el carruaje se detuvo delante de la puerta, un hombre enorme se acercó, chasqueó
fuertemente los dedos y los perros —o lobos— se acercaron a él sin dejar de gruñir, pero se
sentaron a su lado.
En ese momento Darlene salió de la puerta principal y se detuvo a dos metros del carruaje,
con la mirada baja, los brazos laxos y las manos entrecruzadas.
Fue más de lo que Garrison pudo soportar.
Abrió la puerta del carruaje y se abalanzó sobre ella atrapándola entre sus brazos.
—Voy a matarte — le susurró al oído — te juro que voy a matarte — pero continuó
abrazándola con fuerza.
—Lo siento mucho — murmuró la joven.
Pero Garrison ni la escuchaba ni la soltaba. Y permaneció con ella entre sus brazos hasta que
Raychel le acarició la espalda.
—Creo que necesita respirar — le susurró al oído.
Entonces la separó de su cuerpo en un ejercicio de fuerza de voluntad y la miró a los ojos. Y
ella comenzó a llorar dejándole completamente descolocado.
—¡Maldita sea! ¡no llores! — volvió a abrazarla con fuerza.
—Suelte a mi esposa, ahora.
El mundo se quedó en silencio. Raychel miró a su alrededor y juraría que hasta los pájaros
habían dejado de piar, entonces miró hacia su derecha y allí, sobre un semental enorme de color
negro, había un hombre que más bien parecía un gigante.
Garrison alzó el rostro y miró al desconocido y todo lo que sentía estalló dentro de él. Empujó
a Darlene contra Raychel y se fue a por el cretino que le había robado a su hermana, le tiró del
caballo y aunque el hombre se levantó con sorprendente agilidad, él ya estaba preparado.
Era un animal. Le sacaba varios centímetros y era más fuerte que él, pero el duque era mucho
más ágil y la única pasión que había tenido era la de boxear y no precisamente en los clubes de
caballeros.
Escucharon los gritos desesperados de las mujeres, los ladridos de los perros y el sonido que
sus puños hacían cuanto golpeaban certeros.
Raychel estaba blanca como el papel. Jamás en toda si vida había visto algo así de salvaje y
primitivo. Y aunque en un principio había pensado que Garrison estaba loco de atar al enfrentarse
a semejante hombre, lo cierto era que no podría decir cuál de los dos ganaría. Su marido
golpeaba, esquivaba, atacaba y se defendía con un soberbio dominio de su cuerpo.
Y ella sólo podía admirar la violenta imagen sintiendo que su libido acababa de hacerla arder.
Darlene parecía estar tan abrumada como ella misma. Ya hacía un rato que habían dejado de
gritar porque nadie las escuchaba.
Entonces seis hombres corrieron hacia ellos y les separaron.
Todo se volvió caos, gritos, insultos y amenazas, pero finalmente el gigante y el duque
comprendieron que no iban a soltarles y que debían terminar la pelea.
Y entonces, Raychel se percató de algo que jamás habría creído posible.
Darlene se acercó al gigante y le tocó el rostro, este inmediatamente se calmó y la miró con
tanta intensidad que ella se sintió invadida por la envidia. Garrison nunca la había mirado así a
ella.
Entonces, el gigante se relajó, los hombres que le sujetaban le soltaron, se recolocó la ropa e
hizo un gesto para que soltaran a Garrison, después le tendió la mano y esperó a que el otro la
aceptase.
—Ewen McCrorey, conde de Hawthorne.
Garrison se soltó con un par de tirones cuando los hombres comenzaron a aflojar el agarre, se
irguió y sin dejar de mirar a ese hombre, dio dos pasos hacia él pero no le estrechó la mano.
—Garrison Wheatcraft, duque de Hawley.
Se miraron a los ojos y Darlene corrió a buscar el apoyo de Raychel, ella la abrazó con fuerza
mientras contenía el aliento. Era como ver a dos perros rabiosos a punto de saltar el uno contra el
otro.
—Bienvenidos a nuestro hogar — dijo el conde algo más relajado, dejó de ofrecerle la mano
— pasen, creo que tenemos mucho de lo que hablar.
Pero Garrison no se movió, sólo siguió mirándole con los ojos llenos de furia y rabia.
—Por favor — Darlene se puso delante de él — por favor.
Él la atrajo de nuevo a sus brazos y cogió aire profundamente.
—Vamos.
Entonces el gigante se giró y miró a Raychel.
—Disculpe todo este espectáculo — la evaluó de una sola mirada.
—Ella es Raychel — dijo Darlene con una sonrisa.
—Es la duquesa de Hawley — la voz grave y profunda del duque era una clara advertencia y
el conde así lo entendió.
—Mis disculpas excelencia — le hizo una reverencia y le ofreció el brazo — ¿me permitiría
mostrarle mi hogar?
Raychel le miró fijamente, después suspiró y sonrió mientras aceptaba el brazo del caballero.
CAPITULO 24

Al cabo de cinco días, Garrison y Raychel se despedían de una llorosa Darlene que parecía
renuente a separarse de ellos.
El conde, le colocó las manos sobre los hombros y le hizo un gesto a uno de sus sirvientes que
se adelantó corriendo con una pesada cesta en las manos.
—Son unas viandas para el camino — les informó Ewen — mientras permanezcáis en
Escocia, podréis parar donde deseéis y todo correrá por mi cuenta.
—Puedo permitirme darle alojamiento a mi esposa, escocés — respondió Garrison con
altivez.
—Lo sé — el conde no parecía ofendido en absoluto — pero es mi forma de dar las gracias.
Garrison besó a Darlene en la mejilla y la miró a los ojos.
—Siempre — la joven se secó las mejillas y asintió — siempre Darlene, no lo olvides.
Raychel tiró de la manga de su marido y cuando se subieron al carruaje, observó como
Darlene escondía el rostro en el amplio pecho del conde escocés que la rodeaba de forma
protectora con los brazos.
Garrison permanecía mirando al frente, negándose a mirar a su hermana por última vez y
Raychel no sabía cómo reaccionar ante eso.
En ese viaje había descubierto muchas cosas, no todas malas y no todas buenas. Pero lo hecho,
hecho estaba y ya no podía dar marcha atrás. Observó a su marido y se le encogió el corazón al
comprobar que mientras ella ardía por acercarse a él y tocarle en busca de consuelo, él
permanecía rígido, alejado de ella y sin mirarla.
Sí, había aprendido muchas cosas.
Hicieron todo el camino en silencio, como se habían despedido de Darlene y Ewen nada más
desayunar, no harían parada en la última posada en la que estuvieron, continuarían el viaje para
volver a Inglaterra lo más rápido posible.
Raychel se sentía agotada y aunque no tenía claro por qué, ya que en el castillo la habían
tratado como a una auténtica reina, terminó cediendo al impulso de recostarse contra la pared del
carruaje y cerró los ojos. Quizá si se quedase dormida, no le resultaría todo tan triste.
Garrison no se atrevía a mirar a su esposa.
Ella, una leona entre gatitos, jamás se había rendido con nada, ni siquiera con él, aunque no
era capaz de comprender por qué.
Había dejado a Darlene en Escocia, en el castillo de su marido.
¡Cómo odiaba esas palabras!
Se recostó en el asiento y cuando se percató de la tranquila respiración de Raychel, la atrajo a
sus brazos con cuidado y la apoyó contra su pecho. Llevaba varios días más pálida de lo normal y
había perdido el apetito, su piel parecía más delicada y había perdido mucha energía.
Le acarició el pelo.
No le extrañaba. Aún se sentía un imbécil por haberse liado a puñetazos con el conde, abrió y
cerró los puños, tenía los nudillos destrozados, ese maldito escocés tenía la cabeza dura como una
piedra y había aguantado todos y cada uno de los golpes y también le había dado unos cuantos lo
bastante certeros como para que le costase respirar.
Sin embargo, tras hablar con él y con su hermana, había tomado la única decisión que podía
tomar. El lugar de Darlene estaba al lado de su esposo, lo mismo que el de Raychel estaba a su
lado.
Estaba realmente preocupado por ella, pero en los días que habían pasado en el castillo
apenas habían podido hablar a solas, se despertaba tarde y apenas la había visto. Él había estado
reunido con el conde, habían redactado los contratos matrimoniales y este le había enseñado sus
extensas tierras. Cuando llegaba por la noche a su alcoba, Raychel dormía profundamente.
Habían coincidido en alguna comida, pero ella se mostraba esquiva y apenas tocaba la
comida.
Respiró profundamente y la besó en el pelo.
Si fuera un hombre mejor la dejaría marchar, pensó, pero no era un buen hombre. Jamás le
permitiría dejarle, no sabía cómo había sucedido ni qué lo había provocado, pero amaba a
Raychel con toda la fuerza de su alma, por oscura que esta fuera. La quería tanto y tan
intensamente que se pasaba el día controlando sus reacciones con ella.
No se permitía mirarla con anhelo, ni con la intensidad de un hombre enamorado. No se
permitía tocarla cuando necesitaba consuelo y se había prohibido a si mismo pedirle ayuda en la
cantidad de cosas que estaba investigando. Y no lo había hecho porque sabía que ella no le amaba
a él y ya era bastante malo suponerlo, como para poder soportar oírlo de sus labios.
Le dolía la cabeza.
Últimamente le dolía muy a menudo, lo cuál era lógico ya que apenas dormía y consumía
ingentes cantidades de café y té negro. Se pasaba las noches haciéndole el amor y cuando ella se
quedaba dormida y casi inconsciente, él se levantaba y se metía en la biblioteca para estudiar
sobre economía, producción, inversiones y gestión de bienes.
Se había reunido con abogados, banqueros, asesores y todo tipo de hombres bien preparados,
sólo para descubrir que su esposa lo hacía mejor que todos ellos. Pero no podía pedirle ayuda a
ella, Raychel pensaba que no se interesaba por hacer dinero porque se consideraba por encima de
todos ellos y él prefería que le considerase un snob antes que un estúpido.
De modo que compraba libros de forma compulsiva, leía, estudiaba y se reunía con otros
hombres a los que les sonsacaba información tan hábilmente como podía.
Lo único que le compensaba todo ese esfuerzo era que había hecho una inversión muy
prudente, pero le había salido bien, el mismo día que Raychel le hizo volver a casa al recibir la
carta de Darlene, el director del banco le estaba enseñando que había conseguido un beneficio de
casi el cuarenta por ciento del dinero que había invertido.
Y le había felicitado y él se había sentido extrañamente orgulloso de sí mismo. Pero claro,
sólo fue un rayo de luz en mitad de la oscuridad.
Recostó la cabeza y suspiró.
Le quedaba mucho por hacer y lograr antes de enseñárselo a Raychel y que ella viese que no
era un inútil, sí, lo había sido durante treinta años, pero eso ya se había terminado. No obstante
tenía que lograr algo más antes de mostrárselo todo y tener una oportunidad de que ella albergase
algún tipo de cálido sentimiento por él.
***
En cuanto entraron por las puertas de Hawley House, la duquesa viuda se abalanzó sobre ellos
claramente nerviosa, pero todo se quedó en una extraña calma cuando no vio a Darlene.
Raychel, que tenía un aspecto débil, la guió hacia la salita de la familia y mandó llamar a
Grace. Garrison pidió el té y algo de comida que su esposa pudiese tolerar, algo le había sentado
mal y había vomitado un par de veces desde que se había levantado esa mañana.
Ellene, cada vez más nerviosa, intentó apaciguar sus nervios. Grace se sentó a su lado y la
abrazó.
—Darlene está bien madre — le dijo Garrison — te lo prometo.
—¿Por qué no la has dejado volver? — le preguntó Grace acusadora.
—Porque su lugar está allí ahora — intervino Raychel — cariño — sonrió a su joven cuñada
— está casada con un hombre que es conde y vive en un castillo — le dijo emocionada pese a su
debilitado estado, llevaba varias horas sintiendo unos terribles calambres en el estómago.
—¿De verdad? — preguntó la joven emocionada.
—Pero…¿es feliz? — preguntó Ellene y su voz estaba cargada de dolor y preocupación.
—Lo es madre — Garrison se acercó a ella en el sofá y le cogió las manos — jamás la
hubiese dejado allí si ella no me lo hubiese pedido — su madre abrió los ojos — obviamente aún
tiene que acostumbrarse a la vida de casada, condesa y señora de un castillo señorial — sonrió
para darle confianza a sus palabras — pero está bien y me he asegurado que comprenda que
siempre, siempre esta será su casa, sea condesa o costurera.
Ellene miró a su hijo con tanto orgullo que se removió en el asiento.
—Gracias hijo mío — le besó en la mejilla y entonces, prestó toda su atención a su nuera a la
que acababa de ver estremecerse — hija, ¿qué te ocurre?
Se levantó rápidamente y le puso una mano en la frente.
—No estás bien querida — miró a su hijo — será mejor que la lleves a la cama, parece a
punto de desplomarse.
—He comido algo en mal estado — le dijo Raychel con un hilo de voz — me duele el
estómago, quizá puedan prepararme alguna infusión que me calme.
—Por supuesto que sí cariño — la duquesa viuda se agachó y la besó en la mejilla —
llamaremos al médico.
Garrison la cogió en brazos y se sorprendió por lo poco que pesaba. Su esposa había perdido
peso y él no se había dado ni cuenta. La llevó escaleras arriba y con todo el cuidado del mundo la
metió en la cama, la despojó de la ropa con cuidado y descubrió que bajo aquellas pesadas telas,
Raychel estaba sudando.
—No volverás a ponerte estos vestidos — le dijo con la voz seca — me da igual lo que
opinen los demás — le pasó la mano por la frente y se asustó al comprobar que la tenía fría —
voy a lavarte y te pondré un camisón limpio.
Se dirigió al pasillo y bramó para que alguien le llevase una palangana o un cubo. Al cabo de
apenas un minuto, una doncella llevaba ambas cosas.
—Yo atenderé a mi esposa — le dijo secamente — que el doctor venga lo antes posible.
Llenó la palangana de agua caliente, le echó unas gotas de jabón y cogió una de las esponjosas
toallas nuevas. Después se dirigió al cuarto y se arrodilló al lado de su esposa.
—¿Por qué no me has dicho que estabas así de mal? — le preguntó claramente preocupado.
—Ha empeorado de repente — respondió entre jadeos — quería volver a casa.
—Cariño…
Pero ella cerró los ojos y se retorció. Debía estar sufriendo un dolor terrible y a él se le estaba
helando la sangre en las venas.
Con todo el cariño del mundo, mojó la toalla y limpió el sudor del cuerpo de su mujer,
después le puso un suave camisón de fino algodón y llevó la palangana y la toalla al baño. Volvió
a su lado y se sentó al borde de la cama cogiéndole una mano entre las suyas.
Y esperó.
Pero una hora más tarde el médico aún no había llegado y él estaba empezando a perder la
paciencia.
Por fin golpearon a la puerta y cuando dio paso, su madre entró con una taza en las manos.
—Ten hijo, que beba esto, le calmará el dolor — Ellene miró a su nuera muy preocupada —
¿está embarazada? — le preguntó antes de darle la taza.
—No que yo sepa — respondió, entonces miró la taza con desconfianza — ¿eso podría
hacerle daño al bebé en caso de que lo estuviera?
—No querido, sólo es valeriana — le aseguró.
—¿Dónde demonios está el médico? — gruñó Garrison.
—No puede venir, han ido a buscar a otro — respondió su madre — pero sí que ha venido un
hombre para hablar contigo, dice que es urgente.
—Por mí como si…
—Garrison — el susurro apenas audible de Raychel le heló el corazón, él dejó la taza y la
miró a los ojos, le brillaban demasiado — ve — le dijo — atiende los negocios — jadeaba
mucho y hablaba despacio — es importante, yo estaré bien.
—Raychel…
Pero ella le acarició el rostro y sonrió.
—Sólo es una intoxicación — le dijo — y no, no creo que esté embarazada — sonrió con
pesar — ve y atiende a ese caballero.
Ante la insistencia de ella, Garrison se dejó convencer aunque prometió que volvería lo antes
posible.
Su madre le aseguró que se quedaría con ella y que le daría de beber la infusión.
Intranquilo y nervioso, bajó las escaleras, pero cuando vio a uno de los abogados, supo que
las malas noticias no habían hecho más que empezar.
Raychel se tomó la infusión y al cabo de pocos minutos se sintió mejor, por lo que Ellene
rápidamente, pidió unos huevos revueltos y una tostada que le sirvieron casi al instante.
Con toda la paciencia del mundo ayudó a su nuera a comer, cada vez más preocupada por ella.
—Mi madre también me daba huevos y tostadas — bromeó Raychel — debe ser cosa de
madres.
La duquesa viuda sonrió, la besó en la frente y la dejó dormir. Ya tenía los ojos cerrados.
***
Dos horas más tarde, Garrison se subía por las paredes. Nadie había conseguido encontrar a
un médico mínimamente cualificado y el abogado le urgía a partir de inmediato a York.
Todo era de lo más inoportuno.
Subió a ver a Raychel y sorprendido, se la encontró recostada en la cama comiendo una
tostada y bebiendo té.
—¿Estás mejor? — le preguntó.
Aún seguía pálida y ojerosa.
—Sí, aún débil — admitió — pero mejor — sonrió — le he dicho a Ellene y a Grace que
acudan a la velada musical de los Eldridge, yo ya me estoy recuperando.
—Aún están de duelo.
—Sí, pero los Eldridge son parientes lejanos y sólo es una tranquila velada musical, ni
siquiera habrá invitados — le informó.
Garrison asintió con un gesto y se sentó a su lado.
—Debo partir de inmediato a York — le dijo muy serio — he hecho una serie de inversiones
allí, pero algo ha ido mal y ahora requieren mi presencia.
Raychel sintió un fuerte calambre, pero se mantuvo todo lo impasible que pudo.
—Vete tranquilo — le dijo con una sonrisa — yo estaré bien y cuando vuelvas, podrás
contarme todo sobre esas inversiones.
—Raychel — se acercó a ella y la besó en los labios — volveré lo antes que pueda, si hay
cualquier cosa que necesites, envía a alguien a la oficina de telégrafos.
—Garrison — le sujetó la cara y le besó en los labios — ten cuidado, por favor.
El duque apretó los labios con fuerza y asintió. Salió de la habitación dando grandes zancadas
antes de que perdiese el valor y mandase todas las inversiones a tomar viento fresco. Pero sabía
que por mucho que lo desease, no podía hacerlo, porque su esposa confiaba en él y él quería
demostrarle que con ella a su lado, podría lograr cualquier cosa.
Sin embargo, llamó a una doncella. Cuando ella se acercó la colocó al lado de la puerta de su
habitación.
—Que no salga de aquí hasta que vuelva — le ordenó.
Si Raychel no se encontrase tan mal, habría protestado enérgicamente, pero lamentablemente
para ella, apenas podía pensar con el intenso malestar que la dominaba de nuevo. Cada vez estaba
más asustada. La joven se recostó y gimió. Los dolores volvían y se le había metido en la cabeza
que no iba a pasar de esa noche. Pensó en dejarle una nota a su marido pero no sabía qué ponerle,
no podía decirle por carta que le quería y mucho menos después de haberse ido de casa sin la
supervisión de nadie.
Porque tenía claro que si le iba a ocurrir algo malo, no quería que le sucediese en aquella
casa. Bastantes cosas horribles debían haber visto esas paredes.
Se incorporó a duras penas y con la ayuda de su doncella se puso el vestido más sencillo que
tenía, después pidió que le preparasen el carruaje. Su suegra y su cuñada, tras mucho discutir con
ella, por fin habían aceptado la invitación en casa de sus parientes.
La doncella le había dicho varias veces que no era una buena idea, pero ella quería estar con
su hermana, necesitaba a Casie y no podía explicarle a nadie el por qué, porque nadie lo
comprendería.
Aunque Casie ahora vivía con ellos porque una señorita soltera no podía vivir sola, esta se iba
a Beasley House todos los días y no volvía a la mansión ducal hasta la hora de la cena.
Cuando más de media hora más tarde, subió los escalones de Beasley House, prácticamente
cayó en brazos de Whiters y perdió el conocimiento.
Horas más tarde, Raychel abrió los ojos y se encontró con la preocupada mirada de su
hermana. Intentó sonreír pero se sentía demasiado débil y dolorida como para fingir.
—El médico va a entrar ahora — le dijo Casie con los ojos llenos de lágrimas — lleva horas
aquí esperando a que despiertes — le acarició el rostro — he enviado una nota a Hawley House
para decirles que estás aquí y que te necesito unos cuantos días, después ya pensaremos en algo
más.
Por eso había acudido a casa, pensó dolorida. Porque su hermana siempre la comprendía y
siempre sabía qué era lo que estaba pensando. Gimió cuando otro calambre la atravesó.
El médico pasó en ese momento y aunque pidió que le dejasen a solas con la paciente, Casie le
dejó perfectamente claro, en un colorido lenguaje que el buen hombre jamás había escuchado
antes, que si quería que saliese de la habitación tendría que hacerlo con los pies por delante.
El hombre se ruborizó ante semejantes formas, pero Raychel emitió un quejido y decidió que
era mejor ignorar a una joven tan escandalosa.
Le hizo varias preguntas a la mujer mientras le hacía un reconocimiento, pero todo quedó claro
cuando al retirar las sábanas, descubrieron sangre en ellas.
Y entonces el mundo se volvió loco. Casie gritó desesperada, Raychel volvió a desmayarse y
durante más de tres horas, el buen doctor, ayudado por Whiters, atendió a la joven haciendo uso de
todos los medios médicos que conocía.
Se había quedado blanco al conocer la identidad de la joven, pero ante la gravedad que
presentaba no dudó en que debía atenderla lo antes posible. Cuando al final salió de Beasley
House, el sol comenzaba a teñir el horizonte en coloridos tonos anaranjados.
Casie se quedó al lado de su hermana y esperó casi un día entero a que despertase. Habían
recibido visitas y notas que Casie había hecho lo posible por desalentar gracias a los titánicos
esfuerzos de Whiters, pero sabía que sólo era un respiro, que pronto alguien avisaría al duque y
entonces ya no podría seguir ocultándola.
CAPITULO 25

Tal y como Casie había predicho, la duquesa viuda, después de aceptar de muy mala gana las
reiteradas negativas de que le había dado, mandó un aviso a Garrison y mientras tanto, envió a
Leonard a derribar las defensas de la americana.
Y por eso Leonard estaba en la puerta de Beasley House con un pie entre la hoja y el marco
para impedir que esta se cerrase.
—Casie, venga abre — le dijo irritado — ¿qué le pasa a tu hermana?
—Eso no es asunto tuyo — empujaba la puerta con todas sus fuerzas — déjalo Leonard.
—Se trata de la vida de mi mejor amigo, no voy a dejarlo.
—Exacto, se trata de la vida de Garrison y Raychel, son ellos los que tienen que arreglarlo, tú
aquí no pintas nada.
—Déjame entrar — le pidió por última vez.
Y entonces hizo algo que Casie jamás pensó que hiciese. La miró a los ojos fijamente y ella
leyó con claridad sus intenciones.
—O abres la puerta y me dejas pasar para que hable con Raychel, o atente a las consecuencias
— la amenazó.
—Es excelencia para ti — respondió dolida y furiosa — y no me amenaces Leonard, no tienes
con qué.
—¿Qué no? — apretó la mandíbula — te arrastraré por el fango querida si tengo que hacerlo
— Casie abrió los ojos de par en par y le miró como si no le conociese — se trata de Garrison —
le explicó — no sabes lo duro que ha trabajado para salir adelante.
—¿Él? — preguntó Casie al borde de las lágrimas — ¿él ha trabajado duro? ¿cuánto? ¿un par
de meses?
Abrió la puerta y le golpeó con fuerza en el pecho, la sorpresa del gesto le hizo retroceder
sobre los escalones.
—¡Mi hermana lleva años trabajando mil veces más duramente que él! — vociferó mientras
cogía un jarrón y se lo tiraba a la cabeza — ¡años! Y tu estúpido amigo se esfuerza un par de
meses en levantar su patrimonio con el dinero de mi familia, ¿y te atreves a venir aquí a darme
órdenes?
—Casie no hagas esto — le imploró cuando se percató de que la calle estaba llena de gente
mirándoles.
—¡Diles lo que te apetezca maldito cretino! — le gritó lanzándole otro jarrón — y si el
palurdo de tu amigo quiere ver a su esposa, ¡que venga él mismo a buscarla!
Cerró la puerta de un golpe seco y se apoyó contra ella, después se deslizó al suelo y lloró
desconsolada, Whiters estaba horrorizado, había intentado calmar a la impulsiva joven lo mejor
que había podido, pero no pudo con ella, era tal la furia que la dominaba que les había dejado a
todos completamente en blanco.
—Casie — la joven alzó la vista y vio a su hermana, pálida y débil sujetándose a la barandilla
con la ayuda de un par de doncellas — ¿qué pasa?
Se sorbió las lágrimas y se secó la cara con las manos, después se puso en pie y la miró a los
ojos.
—Nada de lo que tengas que preocuparte — subió las escaleras y la abrazó con ternura —
tienes que volver a la cama cariño — la guió despacio de vuelta a la habitación — no deberías
haberte levantado.
—Casie… ¿qué has hecho? — le preguntó con la preocupación tiñéndole la voz.
—Confiar en quien no debía — respondió con un susurro.
Y entonces, como siempre había ocurrido entre ellas, Casie miró a su hermana y Raychel
comprendió. Abrió los ojos desmesuradamente y se abrazaron con fuerza al final de las escaleras.
Después, en silencio, caminaron hasta la habitación de Raychel y ambas se tumbaron en la cama.
—Voy a volver a Boston — le dijo Casie en un susurro — lo siento mucho Raychel.
—No eres la responsable de nada de esto — la rodeó con los brazos y la besó en el pelo.
—Tu duque vendrá a por ti.
—Sé que lo hará.
Permanecieron juntas y en silencio el resto del día y para su gran alivio, se terminaron las
solicitudes de visita, las notas y todo tipo de comunicación.
Raychel sabía que no tenía mucho tiempo, habían pasado cuatro días desde que llegó a
Beasley House, imaginaba que habrían retrasado el aviso a Garrison todo lo que pudieron, pero
después de la pelea pública de Casie con el vizconde, sabía que tendría dos días más como
máximo.
No tenía ni la más mínima idea de cómo se había descontrolado todo de esa forma.
Hacía una semana ella estaba bien, cansada y con poco apetito pero bien. Después, el largo
viaje hasta Escocia, las emociones de reecontrarse con Darlene y volver de nuevo a casa. Si
Casie no estuviese con ella se habría reído de pensar algo así.
¿Casa? ¿dónde estaba realmente su casa? Ya no lo sabía. Estaba confusa, dolorida, débil y
cansada. El láudano que le daban le atontaba la mente y se sentía tan culpable que a veces se
quedaba sin aire y no podía respirar.
Cerró los ojos y pensó en su madre.
Nunca comprendió por qué Katelinn quería que se casasen con un noble y ahora ya no
importaba. Ella era duquesa y su hermana estaba condenada al ostracismo social.
No había querido responder cuando Casie le dijo que volvería a Boston porque no sabía qué
decir, pero sí que sabía que en Inglaterra jamás encontraría un marido apropiado y mucho menos
uno de la aristocracia, pero si volvía a América tendría otra oportunidad, tenía dinero más que de
sobra para mantenerse rodeada de lujos toda su vida.
Casie se recompondría, era más fuerte de lo que la gente pensaba.
Pero ella la echaría terriblemente de menos todos los días. No podía volver con ella, porque
aunque quería a su hermana con todo su corazón, también amaba a Garrison y aunque sabía que
tenían que arreglar las cosas entre ellos, no se veía capaz de dejarle o de separarse de él.
Ya había perdido demasiado en la vida y no estaba dispuesta a perderle a él.
***
Exactamente al amanecer del segundo día, Garrison llamó a la puerta de Beasley House.
Pero al contrario de lo que había ocurrido con todos los demás, a él le dejaron pasar y le
notificaron que su esposa bajaría lo antes posible.
Entró en la sala de la familia y esperó como un león enjaulado hasta que Raychel apareció en
la puerta.
Ninguno de ellos estaba preparado para ver al otro.
Garrison parecía que había atravesado el canal de la Mancha a nado, tenía la ropa arrugada y
mojada, barba de varios días, iba sin corbata y tenía las botas sucias y ella había perdido mucho
peso, los huesos de la clavícula se le marcaban con descaro pese a la tupida tela del camisón que
llevaba, tenía ojeras y había algo en su postura que la hacía parecer más pequeña y débil. Y para
Garrison, ella siempre había sido enorme, fuerte y magnífica.
—¿Por qué estás aquí? — le preguntó el duque furioso.
—Quería estar con mi hermana — respondió en un susurro — ¿por qué no podía venir?
—¡Porque estabas enferma! — gritó acercándose a ella amenazadoramente — ¡porque cuando
me fui, pensé que jamás volvería a verte!
—No creo que sea necesario gritar — Raychel se dirigió hacia el sofá pero su marido se lo
impidió.
—Vas a volver a casa — le ordenó — y desde ahora, tu hermana tiene prohibida la entrada en
cualquiera de mis propiedades.
Raychel se quedó blanca como el papel.
—No hagas eso — le pidió — te lo suplico Garrison, no lo hagas, voy a volver contigo, pero
no me alejes de mi hermana, por favor, por favor.
—Ya está hecho — la miró con tanto desprecio que ella se encogió — te ha ocultado de mí y
discutió como una verdulera con mi mejor amigo.
—Tú no estabas aquí, no sabes lo que él…
—¡Me da igual! — bramó sujetándola por los hombros — ¿no lo entiendes? ¡me da igual! Y
ahora, vámonos a casa.
—Tengo que cambiarme — le dijo — no puedo salir en camisón.
—Por mí como si vas desnuda — tiró de ella hacia la puerta — no vas a estar ni un segundo
más aquí.
Cuando salieron se encontraron a Casie en el recibidor con los ojos llenos de lágrimas, no se
atrevía ni a moverse y cuando Raychel hizo el ademán de acercarse a ella, Garrison se interpuso.
—Eres tan miserable como tu madre — le escupió lleno de odio.
La bofetada se oyó en toda la casa, pero para sorpresa de todos, no la dio Casie sino Raychel
que se había soltado de un tirón y se había interpuesto entre ellos.
—Puede que la ley de este país me obligue a obedecerte — le dijo con rabia y con una helada
mirada — pero jamás en toda tu vida vuelvas a hablarle así a mi hermana ni a mencionar a mi
madre.
—No me provoques — gruñó el duque.
—¿O qué? — le retó ella — ¿me pegarás como a Darlene? — se rió descarada — iré a tu casa
pero lo haré con mis condiciones, no con las tuyas — le puso un dedo en el pecho — mi hermana
sale hoy de viaje, así que vamos a subir, a vestirnos y voy a acompañarla hasta el barco y después
iré a Hawley House para acatar tus órdenes.
—No irás con ella.
—¿Te apuestas algo? — volvió a provocarle — puedes encerrarme, golpearme y humillarme y
yo me levantaré cada vez hasta que consiga alejarme de ti aunque sea lo último que haga en mi
vida.
—¡No Raychel! — Casie no lo soportó más — por favor… no — abrazó a su hermana — no
cariño — la besó en la mejilla mientras ella seguía fulminando a su marido con la mirada —
escúchame, tienes una oportunidad, aprovéchala — le dijo — te quiero Raychel, pero ya no
puedes seguir renunciando a todo por mí, tu vida está aquí.
A Garrison se le rompió el corazón al verlas. Raychel abrazaba tan fuerte a su hermana que
tenía los nudillos blancos y la estaba escuchando sollozar. Él nunca la había visto llorar.
Había vuelto de York como un demente al leer las notas que su madre y Leonard le habían
enviado. Se había vuelto literalmente loco.
Y ahora, al verlas allí abrazadas y llorando desconsoladas, se dio cuenta de que tenía que
haber algo que se le hubiese escapado o que los demás no hubiesen comprendido, porque su
esposa en ningún momento le dijo que no fuese a ir con él.
Había llegado allí dispuesto incluso a usar la fuerza para obligarla, pero no había sido
necesario porque ella le aseguró desde el primer momento que volvería con él a casa.
No comprendía nada de lo que estaba ocurriendo. Se había pasado días enteros de intensas
negociaciones, de reunión tras reunión para cerrar un trato comercial del que ella se sintiese
orgullosa y sin embargo había recibido la noticia de que ella le había abandonado.
Se había levantado de la mesa en cuanto le entregaron el telegrama y no había parado desde
entonces.
Se pasó las manos por el pelo lleno de frustración mientras los sirvientes le miraban con asco
sin ocultarse lo más mínimo y las hermanas permanecían llorando.
Cerró los ojos un instante e intentó pensar en qué podría haber ocurrido.
Raychel le había acompañado a Escocia sin rechistar, en el mismo momento que recibieron la
carta de Darlene lo había dispuesto todo para que pudiesen partir en cuanto él llegase, le había
apoyado, había hablado con él y le había consolado.
Respiró hondo y miró de nuevo a su esposa y a su cuñada y comprendió que jamás tendría un
matrimonio de verdad con su mujer si no arreglaba las cosas de inmediato. No tenía ni la más
mínima idea de qué era lo que había ocurrido, pero no estaba dispuesto a seguir siendo un inútil
que aceptaba las cosas sin más, si iba a perder a su esposa no sería por no haberlo intentado todo.
—Raychel — la llamó.
—Ya te he oído — dijo ella llorando — pero me estoy despidiendo de mi hermana.
—No tienes que hacerlo — ella le fulminó con la mirada — no tiene que irse y no tiene
prohibida la entrada en nuestras propiedades — alzó las manos cuando al intentar acercarse,
Raychel ocultó más a Casie — lo siento mucho — la miró a los ojos — por todo, me volví loco,
pensé que… lo siento.
Durante varios segundos todo permaneció en silencio, sólo se oía el tic tac del enorme reloj
del salón y los sollozos de Casie.
—Por favor — habló todo lo calmadamente que pudo — ¿podemos hablar en el salón?
Raychel le miraba desconfiada y sin dejar de abrazar y proteger a su hermana se encaminaron
al salón y Garrison supo, sin lugar a dudas, que acababa de perder todos los puntos que Raychel le
había concedido.
Las vio sentarse en el sofá y él se sentó en la butaca más lejana, se moría de ganas por
abrazarla, pero sabía que si lo hacía en ese momento, ellas se lo tomarían como otro ataque, por
lo que se recostó en el respaldo y esperó a que ambas mujeres dejasen de resollar.
Al cabo de quince minutos, ambas le miraban a los ojos.
—Pensé que ibas a abandonarme — le dijo Garrison — Leonard me dijo que te estabas
ocultando aquí y que por más que intentó razonar con Casie, ella no atendió a razones.
—Leonard es imbécil — sentenció Raychel — y un mentiroso — escupió con resquemor —
¿te dijo también que golpeó la puerta como un salvaje y que amenazó a mi hermana? — él la miró
con los ojos muy abiertos y negó con la cabeza — es un cabrón malnacido que…
—No — Casie le tapó la boca — no.
El duque vio como su esposa se rebelaba ante la negativa de su hermana, no obstante, la
obedeció.
—No voy a perdonarle jamás — y Garrison supo que era cierto, pasase lo que pasase entre
ellos, Raychel acababa de decretar que antes de volver a relacionarse con Leonard, le mataría.
—Mi madre tampoco pudo cruzar la puerta — la pregunta quedó implícita.
—¿Tanto te cuesta comprender que quería estar con mi hermana? — le preguntó Raychel
enfureciéndose — estaba enferma Garrison y sola, porque aunque seas mi marido, me dejas sola y
me apartas de todo.
—Eso no es…
—¿A no? — le cortó — tu madre no se fijó en mi estado hasta que le aseguraste que Darlene
estaba bien y Grace ni siquiera podía mirarme — le espetó — y tú te fuiste a York y me dejaste
enferma — apretó la mandíbula con fuerza — quería estar con mi hermana, es la única familia que
me queda después de que mi tía volviese a Boston tras la boda — le explicó como si fuese un niño
pequeño — ¿tanto os cuesta entender que quisiera estar aquí? ¿qué derecho tiene tu familia a
exigirle nada a mi hermana? Vinieron aquí exigiendo y dando órdenes — Garrison abrió la boca
pero la cerró cuando ella le dedicó una de sus heladas miradas — esta es la casa de mi hermana
no la tuya.
—Mi madre estaba preocupada — le dijo con calma — y me fui a York porque tú me lo
pediste.
—Mi hermana también también estaba preocupada — le miró furiosa — nunca dijiste que
estarías tanto tiempo fuera y no me contaste lo que fuiste a hacer allí.
Le costó, pero lo comprendió. Todos habían perdido los papeles al creer que ahora que
Raychel era su esposa, podían manejar a Casie. Y él lo había empeorado todo.
—¿Por qué no quisiste recibir a nadie? — le preguntó con cautela.
—Porque estaba enferma y débil, porque apenas me tenía en pie y porque no dejaba de
vomitar a causa del láudano que me dio el doctor — le miró fijamente — ¿acaso tú bajarías a
tomar el té tranquilamente en esas condiciones?
Tenía que darle la razón. Negó con la cabeza.
—Pero no dejaban de insistir y amenazar y decir que iban a avisarte y que tú lo solucionarías
todo — se percató de que Casie se había quedado en silencio y no decía nada, sólo permanecía
apoyada en el hombro de Raychel — eres mi marido, no mi dueño.
—Casie, ¿estás bien? — la joven le miró solo un segundo y después ocultó el rostro contra su
hermana, el duque se exasperó — ¡vosotras también tenéis que poner de vuestra parte!
—¿Por qué tenemos que hacerlo? — arqueó las cejas ante la respuesta de su esposa — eres
como ellos, haces una pregunta y exiges una respuesta y si no bailamos al son que tú marcas te
enfadas — le dijo airada — lo que le pase a mi hermana no es de tu maldita incumbencia — le
espetó — y si no le apetece responder no lo hará y si a mi no me apetece ver a nadie, tampoco lo
haré — entrecerró los ojos — ni ahora, ni nunca.
***
Garrison se pasó las manos por el pelo alborotando aún más el desaliñado aspecto que tenía e
hizo todo lo que pudo para poner las cosas en perspectiva.
Era evidente que Raychel no pensaba dejarle y también que quizá nunca serían capaces de
verla como a uno de los suyos, porque cuando hacía algo que les contrariaban tiraban de rango
social para someter y a una fuerza de la naturaleza como su esposa, el rango social le importaba
más bien poco.
Suspiró y se dejó caer contra el respaldo.
—Has dicho que Casie salía hoy de viaje — aún tenía los ojos cerrados — ¿dónde va?
—A Boston.
Abrió de golpe los ojos y las miró, arqueó las cejas y esperó a que le diesen más
explicaciones.
—No somos imbéciles — continuó Raychel — sabemos lo que significa que un vizconde te
diga a gritos en la puerta de tu casa que te arrastrará por el fango — el duque se quedó helado —
en el mismo momento que empezó a golpear la puerta, todas las opciones de Casie salieron
volando, si se queda aquí sólo recibirá desprecio y desdén y ella no se lo merece.
No. No se lo merecía reflexionó el duque. Casie era una joven dulce y cariñosa y
extremadamente leal a su hermana y precisamente había sido esa lealtad la que la había
condenado.
Se enfureció porque había muchas cosas que no le habían dicho. Leonard nunca mencionó que
hubiese actuado de esa forma ni que hubiese amenazado a las hermanas. Le dijo a Casie que la
arrastraría por el fango, le parecía algo tan impropio de él… ¿a qué se referiría? ¿qué tenía
Leonard contra Casie? Siempre le había dado la impresión de que su amigo estaba prendado de
ella, incluso le había mencionado que tenía la intención de hacerla su esposa. ¿Qué habría pasado
entre ellos?
—No tienes por qué irte Casie — apoyó los codos en las rodillas y la miró, ella le devolvió la
mirada de soslayo — nuestros mundos son totalmente opuestos el uno del otro y vamos a tener
muchas rencillas de este tipo — les explicó — hablaré con Leonard y lo arreglaréis — alzó una
mano para detener la enérgica respuesta de su esposa — y si no lo arregláis no pasa nada, pero
Casie, ahora eres la hermana de una duquesa y de un duque y te juro que haré todo lo que esté en
mi mano para que todo esto no sea más que una excentricidad.
Se estaba desesperando y todos lo sabían y el motivo de tal desesperación es que había
comprendido que si Casie volvía a Boston, Raychel no tardaría en seguirla porque se quedaría sin
su principal apoyo. Habían estado juntas toda la vida y solas desde hacía ocho años, en el peor
momento de sus vidas sólo se habían tenido la una a la otra y ninguna de ellas renunciaría jamás a
ello.
Y si era sincero, totalmente sincero, él no quería que su cuñada se fuese. Jamás había tenido
una familia de las de verdad, de las que importaban y sabía que la única oportunidad de recuperar
a la suya, era tener como ejemplo diario a esas mujeres.
Se había abierto una brecha enorme entre su esposa, su madre y hermana y ahora, empezaba a
comprender que si Casie se iba y Raychel se quedaba sola en Londres, esa brecha sería cada vez
más grande y profunda hasta que les consumiese a todos.
No. La única forma de arreglarlo todo era que Casie se quedase con ellos y aunque no sabía
cómo, tenía que lograr que su familia lo comprendiese.
—No te vayas Casie — insistió — no solo porque si lo haces destrozarás a Raychel, sino
porque yo tampoco quiero que lo hagas — Raychel le miró con los ojos entrecerrados — lo
arreglaré, te lo prometo, pero no te vayas.
Permanecieron en silencio varios minutos hasta que finalmente Raychel sintió un escalofrío y
les informó de que iba a ir a vestirse y que después volvería a Hawley House con su marido.
Mientras subía las escaleras iba pensando en que Garrison había cambiado, ya no era el snob
intransigente que había sido cuando le conoció y aunque la molestase profundamente, tenía que
estar de acuerdo en que ellas habían puesto muy poco de su parte.
Realmente las relaciones familiares eran demasiado complicadas y más si tenían que
entenderse todos bajo el mismo techo con formas de pensar tan dispares y complejas.
Se lavó y se puso un vestido con la ayuda de la doncella, aún estaba algo dolorida y aún se
cansaba con facilidad, pero ya estaba bastante recuperada y al menos se sentía con la fuerza
suficiente como para enfrentarse a su marido. Sólo rezaba para no perder el valor de hacerlo,
porque no tenía duda alguna de que si eso ocurría, él no tardaría en pasarle por encima.
Cuando bajó de nuevo al vestíbulo, se sorprendió al encontrarse a su hermana totalmente
vestida para partir también. Abrió los ojos y ella hizo un leve gesto hacia Garrison y Raychel
volvió a enamorarse de él. No sabía lo que habían hablado mientras ella no estaba, pero Casie
había dejado de llorar y al parecer iba a acompañarles a Hawley House.
Garrison, como siempre, la esperaba al final de las escaleras y le tendió la mano para
ayudarla a bajar los últimos escalones, la recorrió de arriba abajo con la mirada y aunque sintió el
deseo que ese escrutinio despertaba en ella, también sintió una punzada en el vientre.
—Has perdido mucho peso — le susurró al oído cuando llegó a su lado — ¿de verdad estás
bien?
—Aún débil, pero me recuperaré, de verdad — le aseguró.
Poco después, los tres se subían en el carruaje de las Beasley y ponían rumbo a Hawley
House.
CAPITULO 26

Nada más entrar en su casa, Garrison ordenó que se mandase llamar tanto a su madre como a
su hermana y que fuesen conducidas al salón de visitas, después le dijo a su mayordomo que si
alguien iba de visita, les dijese que nadie de la familia se encontraba en casa.
Le esperaba una dura batalla y tendría que ir escaramuza por escaramuza. Primero su madre y
sus hermana y después, Leonard.
Raychel y Casie estaban sentadas en un pequeño sofá de dos plazas que había a la izquierda de
la puerta y Garrison las observó. Siempre que estaban juntas, la una se apoyaba en la otra. Intentó
hacer memoria pero casi estaba dispuesto a jurar que sus hermanas jamás habían tenido esa
postura.
Él sabía que se querían y a él también. Pero, ¿alguna vez se habían apoyado unos a otros?
Ellene y Grace aparecieron en el umbral y esperaron a que él les diese paso. A punto estuvo
de bufar, estaba claro que todos habían acudido con las armas en alto.
—¿Nos has mandado llamar? — preguntó fría su madre y él arqueó una ceja.
—Déjate de ceremonias madre, ambos sabemos que nunca te he dado órdenes — la fulminó
con la mirada — vamos a hablar y a llegar a un acuerdo, ¿me he explicado?
Todas las mujeres asintieron y él se preparó para la guerra.
—Madre, Grace — empezó — en la nota se os olvidó mencionar que habíais exigido a Casie
que enviara a mi esposa de vuelta.
—Su lugar está aquí — comenzó su madre, pero él alzó una mano y la mandó callar.
—Su lugar está donde ella decida — la miró a los ojos — es mi esposa, pero también es
hermana y protectora, sé que padre te encerraba en casa durante días, yo jamás le haré eso a
Raychel — su madre se envaró — y tú nunca has sido sumisa madre — se acercó a ella y le cogió
las manos ya que aún no se habían sentado — no la separaré de su hermana como padre hizo
contigo y con Marianne.
Vio como el rostro de su madre se endurecía cuando había mencionado a la baronesa y sintió
verdadera lástima por ellas.
—Madre — la atrajo a sus brazos — siento mucho no haber intercedido y haberlo arreglado.
—No era tu labor — respondió la duquesa viuda.
—No, pero sí la tuya — la miró de nuevo a los ojos — lamento todo lo que padre te hizo, pero
yo no soy como él y para mí, la felicidad empieza con mi esposa y Casie, es un punto prioritario
en la felicidad de ella — soltó a su madre — mi esposa no está retenida en casa, nunca lo ha
estado y nunca lo estará, si quiere ir a pasar unos días con su hermana es libre de hacerlo y no
tiene que pedirme permiso para ello.
—Pero eso no es… — era evidente que Ellene estaba desconcertada y asustada.
—Eso es como son las cosas madre — aseveró Garrison — estabas confundida, jamás pensó
en dejarme, sólo quería estar con su familia, quería que su hermana la cuidase y la confortase.
La duquesa miró a su nuera y la vio allí sentada, tan demacrada y cansada pero sin dejar de
aferrar con fuerza las manos de su hermana y aunque se la veía debilitada, su actitud era de lo más
protectora con ella.
—¿No ibas a dejar a mi hijo? — le preguntó aún desconcertada.
—No — respondió serena — sólo quería estar con Casie, aquí aún no me siento de la familia.
—Pero te hemos tratado bien — Ellene se dejó caer en una butaca frente a ellas y las miró aún
más confusa.
—Sí, pero también me mantenéis aparte — le explicó — siempre has sido buena y cariñosa
conmigo y cuando te hablé de mi madre pensé que habíamos conectado, pero es evidente que sólo
era una impresión, nunca hablamos de nada personal, estaba enferma y tenía miedo — suspiró —
mi hermana nunca se separó de mi hasta que pude levantarme de la cama, con ella siempre me
siento más fuerte.
Ellene se las quedó mirando durante varios segundos mientras en su mente se abrían los
recuerdos de cómo era cuando era pequeña y Marianne y ella aún vivían juntas. Parecía que
habían pasado siglos desde eso. Y entonces recordó el miedo irracional que la atravesó cuando
descubrió que su nuera se había ido aprovechando que ella y Grace habían salido.
Y por un momento lo vio todo rojo, temía que Garrison volviese y se enfureciese y lo pagase
con ella, miró a su hija y vio que ambas estaban pensando en lo mismo. Le tendió la mano y
cuando Grace la cogió, la hizo sentarse a su lado.
—La primera vez que fui a ver a mi hermana después de casarme — les explicó — mi marido
volvió a casa antes que yo — Grace apoyó la cabeza en su hombro — cuando volví estaba
enloquecido y borracho y fue la primera vez que me pegó y que me… — la vergüenza le tiñó el
rostro y se estremeció, los recuerdos aún la asustaban y no se atrevía a mirar a nadie — me dejé
llevar por el pánico — continuó hablando — Darlene enfermó en una ocasión — le acarició el
rostro a su hija — me quedé a dormir con ella para estar pendiente y en mitad de la noche — tragó
con fuerza — mi esposo me cogió y…
Se quedó en silencio cuando sintió que cuatro manos le apretaban las rodillas. Sus ojos se
llenaron de lágrimas al ver a las hermanas Beasley en el suelo frente a ella y con la determinación
en sus rostros.
—Lo sentimos — le dijeron al unísono.
—No lo sabía Ellene — le dijo Raychel — de haberlo sabido jamás me hubiese ido así, me
sentí atrapada y tenía miedo y pensé que no podría volver a ver a Casie y actué mal y sé que
después todo se descontroló, pero lo siento, lo siento mucho.
—Excelencia — dijo Casie con la voz entrecortada — yo también lo siento, debí dejarla pasar
pero es que pensé que iba a llevarse a mi hermana y yo… vinieron cuatro lacayos con usted, le
pido perdón, excelencia.
Garrison aún no podía pensar con claridad. ¿El cabrón de su padre le había pegado a su
madre? Y le había hecho cosas peores por lo que había dado a entender. A él le había molido a
palos, pero jamás pensó que se hubiese comportado de igual forma con su madre.
Como deseó que aún siguiese vivo, le mataría con sus propias manos. Cerró los puños con
fuerza hasta que los nudillos se le pusieron blancos y después se sintió humilde al ver a Raychel y
a Casie de rodillas, consolando a su madre y sin sentir la más mínima vergüenza por pedir perdón.
—Creo que yo también debería disculparme — murmuró Grace — yo… creí que estabas
provocando a mi hermano sólo para enfurecerle.
—Nunca fue mi intención — reconoció Raychel — soy como soy, rebelde según vuestras
formas de pensar y soy tenaz y cabezota y terca y tengo mil defectos — les aseguró — pero soy
leal a los que quiero y siempre cumplo mi palabra, prometí ante Dios que siempre estaría al lado
de mi esposo y que le respetaría y le acompañaría toda mi vida y eso no ha cambiado — suspiró
— Garrison siempre será el único hombre de mi vida al que le mostraré mi más fiel lealtad.
El duque sintió como una poderosa ola de amor le atravesaba. Amaba a su esposa con todo su
ser y hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que todos la necesitaban.
Necesitaban la fuerza de ella para hacer salir la suya propia, habían pasado aterrorizados toda su
vida y sintiéndose inferiores por las acciones de su padre, pero Raychel les estaba demostrando
que era posible querer a más de una persona y que se podía ser leal a varias sin perderse en el
camino.
La cogió de los hombros y la levantó del suelo, después la miró a los ojos.
—Gracias por ser mi esposa — la besó en los labios — gracias por no rendirte.
Raychel se estremeció de la cabeza a los pies, entre ella y su marido, en ese momento estaba
ocurriendo algo importante, uno de esos raros destellos en los que se siente que tu vida está a
punto de cambiar para siempre.
Le acarició el rostro y le besó.
—Nunca.
Garrison sonrió y volvió a besarla, después con una exagerada ceremonia, levantó a Casie del
suelo y la estrechó entre sus brazos con fuerza.
—No te vayas Casie — le dijo con vehemencia — quédate con nosotros, ¿no ves cuánto te
necesitamos? — ella le miró con los ojos muy abiertos — ¿no ves lo mucho que anhelamos que
alguien nos quiera como tú quieres a tu hermana?
—Eres un desgraciado — le dijo antes de abrazarle con fuerza.
Raychel sonrió. Su marido era muy listo. Si había algo a lo que Casie no podía resistirse era a
la familia. Y aunque no apreciaba el sutil chantaje, en este caso sí lo hacía porque eso significaba
que su hermana se quedaría con ella y que aunque las cosas mejorasen con los Wheatcraft, ella en
el fondo siempre sería una Beasley y necesitaba a su hermana para no olvidarlo.
***
Se acordó que Casie se quedase unos días con ellos en Hawley House sin huir a Beasley
House en cuanto se levantaba y aunque al principio todo era muy forzado, poco a poco las cosas
se fueron suavizando. Tanto Raychel como Casie se pasaban horas y horas hablando con la
duquesa viuda y con Grace.
Garrison había hablado con su cuñada a solas y había descubierto lo que les había enfrentado
a Leonard y a ella, no con palabras explícitas por supuesto, pero sí que había entendido esa furia
femenina que sólo provocaba un despecho.
Lo único que aún le tenía preocupado era que Raychel no dejaba que la tocase con demasiada
intimidad, sí, permitía que la besara y que la abrazara, pero cuando intentaba algo más, ella se
tensaba y le rechazaba. Había intentado hablarlo con ella pero nunca llegaban a un acuerdo, ella
decía que aún se sentía débil, pero se negaba a que el médico de la familia la reconociese.
No obstante, ese día mientras se encargaba de las cuentas de la casa ducal, recibió una nota de
Leonard y se dijo que ya no podía retrasarlo más. Guardó los libros en la estantería y se cambió
de ropa.
Una hora más tarde atravesaba el umbral de Edgecombe House.
—Me alegra verte — le dijo el vizconde cuando le recibió en su estudio.
—Lo mismo digo — tomó asiento y se preparó para una conversación difícil — Raychel y
Casie están en casa — comenzó, su amigo se tensó — me costó convencer a mi cuñada de que no
regresara a Boston.
—¿Raychel la acompañaría?
—Te equivocaste — se envaró — nunca pensó en dejarme.
—Te han contado un cuento.
—No — dijo Garrison — te dejaste llevar por lo que pasó entre Casie y tú.
—No sabes de lo que hablas.
—Sí lo sé — arqueó una ceja — me he metido en muchas camas a las que no tendría que haber
tenido acceso como para ignorar ese tipo de furia femenina — Leonard soltó un bufido — la
deshonraste y luego la dejaste — le acusó — y ahora, como me pasó a mí antes que a ti, no ves
más allá de la ira.
—¡Yo no la forcé a nada! — bramó enfurecido — se entregó de muy buena gana, te lo aseguro.
Garrison frunció el ceño y esperó a que su amigo se calmase.
—Le pedí que se casara conmigo — Leonard se levantó y se puso una copa de brandy, le
ofreció la licorera a su amigo pero este negó con la cabeza — y me dijo que no estaba lista para
ser vizcondesa — gruñó y dejó la botella con un pesado ruido.
—Y tiene razón — le dijo Garrison — no está lista — Leonard le fulminó con la mirada —
sabes que tengo razón.
—Raychel es duquesa.
—Cierto — concedió — pero lleva ocho años haciéndose cargo de todo ella sola, lo único
que ha hecho Casie, es ver a su hermana protegerles a todos y apoyarla incondicionalmente, pero
no tiene ni idea de cómo llevar grandes propiedades ni de como gestionar nada porque nadie se lo
ha enseñado.
Garrison le miró fijamente.
—He conseguido que Raychel no se oponga a que entres en mi casa, pero se niega a volver a
tener trato contigo y Casie… — le miró a los ojos — no te acerques a ella amigo.
—¿Ahora eres su protector? — le preguntó burlón.
—Sí — asintió levantándose — les he dejado claro a ambas que no exigiré tu honor a cambio
del agravio y que seguimos siendo amigos, pero mantente alejado de ellas, porque no perderé a
Raychel — tragó con fuerza — ni siquiera por ti.
—Vaya — Leonard se dejó caer en su sillón — así que ahora has descubierto como ser todo
un hombre de honor.
—Por favor — le pidió — déjalo estar, no hagas o digas algo que ambos podamos lamentar.
—Yo ya lo lamento — le miró a los ojos — fuera de mi casa.
—Leonard.
—¡He dicho que fuera de mi casa! — lanzó el vaso contra la pared y se incorporó de un salto
— ¡largo! ¡no eres más que un hipócrita! Has hecho de todo para conseguir a Raychel pero que
Dios me perdone por hacer lo mismo con su hermana.
Garrison miró a su mejor amigo en el mundo y se puso de pie, se abrochó la chaqueta despacio
y se colocó los puños de la camisa.
—No Leonard, no hice de todo para conseguirla y no me acosté con ella hasta nuestra noche de
bodas — le miró fijamente — le robé un par de besos y alguna caricia algo más atrevida, pero no
la desnudé hasta que legalmente era mía.
Se dio media vuelta y abrió la puerta del estudio y salió de allí cerrando detrás de él.
Oyó el golpe de algo pesado contra la madera cuando apenas había dado un par de pasos
alejándose de allí.
Reprimió el impulso de frotarse las sienes con fuerza.
Estaba cansado, agotado en realidad. Ya no tenía la energía suficiente como para ir de un lado
al otro, ahora que había aceptado el peso de la responsabilidad que le correspondía, sentía que
apenas tenía la fuerza necesaria para soportarlo todo.
Alzó el rostro y cuando el mayordomo de Leonard le entregó su sombrero y su bastón, respiró
profundamente. No podía rendirse, su esposa le había entregado las riendas de su herencia y él no
podía decepcionarla, tendría que encontrar la forma de hacerse cargo de todo y de proteger a su
familia.
Era evidente que lo había hecho de pena hasta el momento y ya era hora de que se pusiese al
cargo de todo lo que dependía de él.
Caminó hasta el despacho de sus abogados y sonrió con cinismo cuando le dijeron que le
verían de inmediato, siempre había sido el único heredero de un ducado, pero jamás había tenido
dinero. Podía tener todos los títulos del mundo que si no los acompañaban una cantidad ingente de
monedas, le trataban como a don nadie.
Era la primera vez que visitaba a los abogados de la familia, hasta el momento siempre se
había comunicado con ellos a través de misivas por eso quizá le sorprendió el aspecto de los dos
hombres que le recibieron.
Uno de ellos aparentaba tener unos diez años más que él y el otro debía de ser de su misma
edad.
—¿Ustedes eran los abogados de mi padre? — les preguntó entrando en el despacho que una
mujer le había indicado.
—Así es excelencia — respondió el mayor de ellos — soy el hijo de Bearman y él es el hijo
de Parson.
El duque recordó la cartel de la entrada, Bearman & Parson abogados. Puede que el mayor
hubiese tratado con su padre, pero el más joven no le había visto jamás, estaba más que seguro de
ello. Aun así, se sentó en una de las sillas y les miró a los ojos, cuando ellos corrieron a sentarse
en sus respectivos asientos, el duque se abrió los botones de la chaqueta.
—Quiero rescindir el contrato de mi familia con ustedes.
Los hombres se quedaron pálidos por un momento, pero se recuperaron rápido.
—¿Hemos hecho algo que le desagrade? Porque hasta ahora, seguíamos las órdenes de su
padre, el duque.
Garrison se sintió asqueado y entonces, sin saber cómo, comprendió que todos aquellos que
fingían ayudarle, no dejaban de recordarle que su padre era el duque. Pero no era cierto, su padre
había muerto hacía dos meses y él era el único que estaba al timón de un barco que hacía aguas y
que no tenía sistema de propulsión desde mucho antes que eso.
—Exijo todos los documentos que tengan en su poder sobre mi familia — les miró fijamente
— todos.
—Podríamos tardar horas en recopilarlo todo — le dijo el mayor de ellos — será mejor que
venga a buscarlos quizá en un par de días.
—Por supuesto — Garrison se levantó — o me los darán de inmediato sin omitir nada porque
de lo contrario les arruinaré — el más joven le retó con la mirada — miren, si he aprendido algo
de mi esposa es que es necesario recordar al resto del mundo de vez en cuando, quién es el dueño
de todo y en este caso, soy yo.
—¡No puede hacer nada! — espetó el joven.
—¿No? — Garrison se rió descaradamente — bien, veremos qué opina el fiscal general de
ello.
Se asomó a la ventana y silbó para que su cochero cumpliese lo acordado minutos antes de que
él entrase en el edificio, después se giró y se apoyó descaradamente contra la pared.
—Si alguno de ustedes da un paso, acabarán en la horca.
—No hemos hecho nada malo y no puede condenarnos así como así.
—Sí que puedo y sí que lo han hecho — les miró lleno de ira — han estado robando a mi
padre durante años y a saber qué más han hecho — alzó una mano para hacerles callar — y antes
de que lo nieguen, tengo los pagarás que hicieron efectivos en el Banco Nacional.
CAPITULO 27

Le volvía a doler la cabeza pensó Garrison cuando vio cómo varios hombres de Bow Street
seguidos por uno de los fiscales entraban en el despacho de los abogados.
Se habían personado allí bastante más rápido de lo que él contaba, lo cuál era bueno, supuso.
Y ahora estaba observando impasible como ante la atenta mirada del fiscal, los agentes abrían
todos los cajones y leían los nombres de sus clientes, cuando se topaban con algo relacionado con
él, sacaban la carpeta y la ponían sobre el enorme escritorio de caoba.
Más de dos horas después, sobre dicho escritorio había cerca de quince carpetas.
—Tenga — el fiscal le entregó un documento en el que se recogía que él mismo se llevaría
todos los archivos de su familia y se rescindía el contrato con ese despacho de abogados — le
aconsejo que se busque a un experto en el tema, no podemos estar seguro de si lo tenemos todo.
—La mayor experta es mi esposa — el fiscal le miró y después sonrió.
—¡Ah sí! Su excelencia — esperó a que el duque firmase y recogió el documento — una mujer
excepcional.
Inclinó la cabeza a modo de despedida y de aceptación por las palabras de ese hombre y
después, mirando severamente a los abogados, le hizo un gesto a su lacayo para que cogiese todo
el material que los agentes habían reunido para él.
Lo llevaron todo al carruaje y después pusieron rumbo a Hawley House. Ya estaban a finales
de Julio y el ambiente era asfixiante en la ciudad. La mayoría de las familias de alta cuna se
habían trasladado ya a sus casas campestres hacía varias semanas.
Pero él no podía llevarles a Wheatcraft Prior.
Cerró los ojos y se recostó mientras recorrían despacio las casi vacías calles de la ciudad.
Recordó la residencia ancestral de su familia.
Habían vivido allí hacía muchos años y no habían vuelto desde hacía más de una década. La
mansión campestre era una construcción magnífica desde el punto de vista arquitectónico. Una de
las más grandes de Inglaterra.
Por lo que él podía recordar tenía tres plantas, un edificio central y un ala a cada lado. La
entrada era un enorme pórtico que se había restaurado de la antigua abadía del siglo doce. El
recibidor era el más grande en el que él había estado, con impresionantes suelos de mármol
italiano color arena con una enorme estrella de los vientos en mármol oscuro, rodeando a la
estrella, varios círculos y rodeando a estos, dos aros de mármol rojizo.
Una enorme escalinata a cada lado del recibidor conducía a las respectivas alas. Los
escalones, también de mármol italiano estaban bordeados por una intrincada y elegante
balaustrada de hierro forjado con detalles florales, todo ello coronado con una impresionante
barandilla de roble claro pulido que reflejaba los rayos de sol que entraban por la cúpula
acristalada del techo.
Diez columnas revestidas de mármol oscuro se repartían por la estancia de forma elegante.
Enormes cristaleras permitían la luz del sol de verano iluminando aquella enorme estancia.
En el ala este estaban las habitaciones de la familia, de cuando generaciones atrás, la familia
tenía numerosos miembros. Al menos había quince habitaciones, eso en el primer piso, en el
segundo piso estaban las salas de costura, de planchado y las habitaciones de los sirvientes de
alto rango. En el ala contraria se encontraban las habitaciones para invitados, había otras tantas.
En el segundo piso, las habitaciones de los sirvientes de rango inferior.
Las cocinas se encontraban en el ala oeste en la planta baja y estaban formadas por dos
enormes estancias con varios hornos y despensas. Él no había pasado mucho tiempo allí, así que
desconocía qué había exactamente.
En la planta baja del ala este estaba el salón de baile que era aún más grande que el de
Hawley House en Londres y la sala de música.
Al fondo del edificio central se encontraba el comedor familiar con cabida para cien personas
y la biblioteca.
Se había construido un edificio anexo cuando él era un niño pequeño que se conectó a la parte
trasera de la sala de música, se trataba de un comedor formal para las grandes fiestas que allí se
celebraban a menudo.
Tenían unas caballerizas con espacio para unos cuarenta caballos y un garaje anexo para la
infinidad de carruajes que acudían allí.
Había enormes jardines rodeando la propiedad, columpios que colgaban de árboles
centenarios y un estanque de proporciones excéntricas donde él y sus hermanas se habían bañado
en las calurosas noches de verano.
Al sur de la propiedad había un río que proporcionaba riego para las extensas praderas de
cultivo.
O al menos, así había sido hacía más de veinte años. Hacía tanto que no iba por allí que no
sabía en qué condiciones se encontraba actualmente la propiedad.
Volvió de sus recuerdos cuando el carruaje en el que viajaba se detenía frente a su casa en la
ciudad.
Salió y ayudó al lacayo a transportar todas las carpetas y documentos que habían sacado del
despacho de abogados, los llevaron hasta su estudio personal y una vez allí dentro se sentó tras el
escritorio y exhaló despacio.
Estaba cansado.
Miró el atestado despacho y cerró los ojos un instante.
Se había casado hacía pocos meses y su vida no tenía nada que ver con lo que se había
imaginado que sería su matrimonio algunos años atrás, cuando no tenía ni idea de la situación real
del ducado.
Seguía preocupado por su esposa y la distancia que había puesto entre ellos y la charla con
Leonard le había dejado muy mal sabor de boca. Respiró profundamente y volvió a mirar las
carpetas con la documentación de su familia.
No sabía por dónde empezar, él nunca había examinado documentos legales. Estaba
aprendiendo a marchas forzadas sobre comercio, inversiones y producción. ¿Cómo demonios iba
a hacer frente a todo lo que tenía delante?
Y encima hacía un calor de mil demonios pese a que ya estaban a principios de octubre.
Se puso en pie, se quitó la chaqueta y el chaleco y se quedó en mangas de camisa que se
enrrolló por encima del codo, después abrió el enorme ventanal de la estancia y descorrió las
cortinas.
Cuando miró de nuevo la pila de carpetas, su ánimo bajó aún más.
***
Agitó la cabeza con rabia y salió del estudio, se encaminó hacia las escaleras y subió para ir
en busca de su esposa.
Ya era hora de pedir ayuda.
Sin embargo, tras buscarla por toda la primera planta y no dar con ella, paró a una de las
doncellas y le preguntó por Raychel, la joven le aseguró que no sabía dónde estaba pero que le
preguntaría al mayordomo.
Volvió con el ánimo por los suelos a su estudio y suspiró cuando se dejó caer sobre la silla de
cuero detrás del imponente escritorio.
Y allí se quedó de brazos cruzados mientras esperaba a que su mujer fuese con él y le aclarase
las ideas. Sólo esperaba que no se hubiese ido a ver la dichosa fábrica de Saint Albans.
Al cabo de unos minutos, el mayordomo le indicó que su esposa había sido invitada por unas
damas para ir a tomar un almuerzo rápido y que había indicado que volvería a media tarde
después de hacer unos cuantos recados.
Garrison miró al hombre como si le hubiese dicho que había un cocodrilo en mitad del
estudio.
—¿Quién la invitó a almorzar?
—Creo que fue la baronesa Wisbey — le indicó el mayordomo — su excelencia me dijo que
no tardaría.
—Ya, pero yo no puedo esperar — se puso en pie y miró al hombre — ¿qué carruaje se llevó?
—La calesa excelencia, con dos lacayos, la señorita Grace y la señorita Casie iban con ella.
—De acuerdo, que preparen mi semental.
—Por supuesto.
Lo que menos le apetecía a Garrison era ir en busca de su esposa porque se sentía el hombre
más inútil y torpe del mundo, pero había descubierto por las malas que hacerse cargo de algo que
no comprendía, era una soberana estupidez y una enorme pérdida de tiempo. Y él no podía seguir
perdiendo el tiempo.
Cogió la chaqueta y subió a cambiarse los pantalones para ponerse unos de montar, también
aprovechó para limpiarse el sudor de la piel.
Quince minutos más tarde, salía a lomos de su semental camino de casa de sus tíos maternos,
una casa en la que jamás había puesto un pie en toda su vida.
Casi tenía ganas de reír, desde que conocía a su esposa había hecho miles de cosas que jamás
pensó que haría.
Al llegar a la mansión de los Wisbey, desmontó y él mismo llevó a su caballo por el callejón
lateral hasta las caballerizas de su tío. Los mozos de cuadra se quedaron lívidos al verle entrar y
se apresuraron a cogerle las riendas.
Después, caminó hacia la puerta de entrada y tocó la aldaba con fuerza, en cuanto el
mayordomo le abrió, le tendió una tarjeta y esperó.
—Sígame excelencia — le indicó el hombre — su esposa, su hermana y su cuñada están en el
jardín almorzando con los señores.
Atravesó la cálida residencia y se sorprendió al ver un enorme lienzo de su tía cuando era
mucho más joven al lado de su propia madre. Ambas eran unas adolescentes y estaban sentadas en
un sofá de estilo muy antiguo con un par de perros pequeños a sus pies.
Se sintió extraño al estar allí, él nunca había intercedido entre su madre y su tía y si bien
conocía a sus tíos, su relación no pasaba de ser meramente cordial.
Pero lo que le sorprendió no fue la relación que le unía con los propietarios, sino que aquella
residencia parecía un hogar, uno de verdad. No tenía el aura de elegancia imperturbable de otras
mansiones de la aristocracia.
Cuando llegó al jardín, se armó un pequeño revuelo al anunciarle.
Raychel fue la primera en levantarse y acudir a su lado, le tendió las manos que él se apresuró
a coger y besar la punta de los dedos.
—¿Ha ocurrido algo? — le preguntó con esos increíbles ojazos azules llenos de preocupación.
—Nada grave — le susurró mientras se adelantaba para saludar a sus tíos — lord Wisbey —
le tendió la mano y el hombre no tardó en estrecharla — lady Wisbey — miró a su tía y ella
frunció el ceño.
—¿Incluso en mi propia casa me vas a tratar con tanta frialdad? — le preguntó acercándose a
él.
—Formalidad y respeto, no frialdad — respondió sonriendo.
—Soy tu tía muchacho — puso la mejilla para recibir un beso de él y luego le miró sonriente
— eso está mejor — enlazó su brazo con el de su sobrino — ¿has venido a comprobar que no
corrompo a tu esposa?
Él se rió y la besó de nuevo en la mejilla.
—No — saludó con un guiño a su hermana y a Casie — señoritas — ambas le miraron, Grace
aún no le había perdonado, pero al menos había dejado de fulminarle con la mirada — sé que
jamás dirías nada malo de tu hermana.
Tomó asiento donde su tía le indicó y aceptó con un gesto el cubierto que le pusieron delante.
—Y bien — comenzó su tío — ¿qué ha pasado para que honres nuestra casa?
Miró a los asistentes y vio que en todos ellos había un deje de preocupación que le
sorprendió.
—Algo de lo más burgués — respondió divertido, entonces cogió la mano de su esposa que
estaba sentada a su lado — echaba de menos a mi mujer.
Raychel enrojeció como las amapolas mientras que Grace y Casie sonreían con picardía.
Su tía le miró entrecerrando los ojos, pero casi de inmediato hizo un gesto para que le
sirviesen de comer.
Poco a poco la charla se fue relajando hasta que al cabo de varios minutos estaban envueltos
de una muy agradable charla.
Garrison intentó recordar cuándo había sido la última vez que había comido rodeado de
personas en un ambiente tan relajado y cordial. No podía recordarlo.
Tras el almuerzo, Marianne, su tía, indicó que quería enseñarles a las damas su nuevo
invernadero, lo que le dejó a solas con su tío.
El barón Alfred Joseph Wisbey era un hombre alto, inteligente y cabal. Se había enamorado de
su esposa al poco de conocerla y no tardó ni dos meses en pedir su mano, por lo que él sabía,
vivían felices desde hacía más de veinte años.
No se dedicaba a la política pero era más que evidente que tenía alguna fuente de ingresos,
pues la elegancia y la opulencia se respiraba en el aire.
—Puede preguntar lo que desee, excelencia — le dijo su tío, él le miró con la pregunta
impresa en los ojos — lleva mirándome los últimos minutos.
Respiró profundamente.
—¿Podemos saltarnos las formalidades? — su tío asintió con un gesto.
Pero tardó varios minutos más en hablar.
¿Podría hacerlo? ¿se atrevería a preguntarle a su tío cómo manejaba él sus asuntos? Entonces
le miró de nuevo y sintió el fuerte deseo de tirarse del pelo.
Se le veía tan relajado, tranquilo y seguro de sí mismo que él, pese a ser un duque, se sentía
muy inferior a él.
—Hoy he cancelado el contrato con Bearman & Parson — le informó, su tío frunció el ceño —
¿les conoces?
—No personalmente, pero tengo entendido que no son los más adecuados — Garrison frunció
el ceño — no sé nada concreto — prosiguió el barón — pero no son los mejores — bebió un
sorbo de limonada — yo creía que trabajarías con los mejores.
—Era cosa de mi padre — respondió él y se recostó en el respaldo — necesito asesoramiento
legal y no sé a quién acudir.
El barón se frotó la mandíbula.
—No sabía que Raychel y tú teníais vidas separadas — Garrison arqueó ambas cejas — ella
trabaja con Leaman & Brooks — le informó — son los mejores abogados del país, yo también
trabajo con ellos.
Garrison se sintió estúpido.
Pues claro que su esposa trabajaba con los mejores abogados. El único que no se enteraba de
cómo iba todo era él.
***
—¿Sabes? — le preguntó el barón levantando la mano para que les trajesen los licores —
siempre pensé que tu padre no estaba bien preparado para ser duque.
—Esa no es la opinión generalizada — aceptó el brandy.
—Bueno, socialmente era un hombre muy capacitado — bebió un sorbo de su copa — pero en
cuanto a los negocios… era otra cosa — le miró a los ojos — supe de varias inversiones que
fueron un desastre.
Garrison se rió con pesar.
—Todo el ducado es un desastre — dejó el vaso sin probar el licor y se frotó las sienes —
casarme con Raychel ha tapado los agujeros más urgentes, pero no creo que pueda salvar todas las
propiedades.
El barón le miró y sopesó su respuesta.
—Deshazte de ellas — le dijo como si nada — hace mucho que acepté que el viejo modo de
vida ya no era válido en esta época — bebió otro sorbo — vivimos un tiempo totalmente diferente
a las viejas creencias, mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre tenían como objetivo en la vida
aumentar la propiedad sobre las tierras, no importaba que no valiesen para nada, lo que les
importaba era tenerlas.
—¿No seguiste sus pasos?
—No, cuando mi padre murió me senté con los administradores y durante meses me empapé de
las características de todas mis tierras — se encogió de hombros — un mes más tarde vendí la
mitad y tuve la osadía de explotar los recursos mineros de varias fincas que no servían para otra
cosa — le explicó — soy propietario de un par de minas pequeñas de oro, una de cobre bastante
grande y una aún más rentable de estaño.
—No tengo ni idea sobre minas — resopló el duque.
—Ni yo cuando me metí en todo eso — sonrió el barón — pero me rodeé de buenas personas
y aprendí con ellas — siguió explicándole — también empecé a invertir en fábricas y en
fundaciones e incluso me hice con varias acciones de las dos principales empresas ferroviarias —
sonrió al ver la expresión de su sobrino — he podido darle a mi esposa una buena vida, la que
ella se merece.
Garrison se apoyó en la mesa y le miró.
—Tu esposa — le dijo el barón — tiene una mente ágil para los negocios y para detectar a los
que intentan aprovecharse, ¿por qué no le pides ayuda a ella?
—Porque ya cree que soy bastante inútil — respondió con un murmullo, su tío frunció el ceño.
—Me parece que no conoces mucho a tu esposa si crees que piensa eso de ti — se puso en pie
y le hizo un gesto para que le acompañase — ven, demos un paseo.
Le guió camino del invernadero y le concedió un par de minutos para que se serenase.
—Raychel es una mujer muy cabal y es un placer hablar con ella sobre negocios, tiene una
cabeza firme sobre los hombros — le dijo — según ella, tú eres aún más hábil — observó el ceño
fruncido del hombre que caminaba a su lado — dice que tú solo te has hecho cargo de todo lo que
tu padre destrozó.
Le hizo un gesto para que observase a las cuatro mujeres caminando dentro de un edificio de
cristal.
—Tu padre no era un buen hombre — le dijo — su única meta en la vida era hacer daño, por
desgracia, las que peor lo pasaron fueron tu madre y tus hermanas, pero no fueron las únicas —
Garrison prestó atención — mi Marianne sufrió mucho tras la boda de tus padres — sacudió la
cabeza — no te dejes llevar por las enseñanzas de un hombre que sólo vivía por y para él — miró
a las cuatro mujeres — has encontrado a una mujer entre un millón, una mujer que está deseando
ser tu compañera en la vida — se giró para mirarle a los ojos — y eso, mi querido duque, es lo
que nos hace mirar al pasado y saber que lo hemos hecho bien — sonrió — mi Marianne me
vuelve loco todos los días y bien sabe Dios que algún día he fantaseado con estrangularla —
carraspeó — pero la vida no hubiese merecido la pena sin ella a mi lado.
Garrison pensó en las palabras de su tío mientras cabalgaba en su semental al lado de la
calesa donde su esposa, su cuñada y su hermana volvían a casa.
Tenía la cabeza más despejada y se sentía incluso algo más aliviado.
No compartía la opinión que según le había dicho el barón, su esposa tenía de él, pero
tampoco podía negar que tenerla como compañera en la vida sería toda una aventura.
Cuando llegaron a Hawley House, desmontó y ayudó a las damas a bajar, después les indicó a
las más jóvenes que se adelantaran y guió a su esposa hasta el estudio en el que solía trabajar.
Ambos entraron y Garrison cerró la puerta tras él, Raychel se giró y le miró a los ojos.
—Necesito ayuda — le dijo con sinceridad — he despedido a los abogados de mi padre y me
he traído todo lo que el fiscal y los agentes de Bow Street encontraron en su despacho, pero no sé
ni por dónde empezar ni a quién acudir.
Raychel le miró un instante y comprendió.
—Por eso fuiste a buscarme a casa de tus tíos — le dijo acercándose un poco, él asintió con
un gesto — deberías llevarlo todo a Leaman & Brooks, son los mejores.
—Eso me ha dicho Wisbey.
—Hay algo más que te preocupa — le dijo con una sonrisa — ¿qué pasa?
—¿Y si no soy capaz de levantar todo esto? — le preguntó apoyándose en la puerta y cruzando
los brazos bajo el pecho.
—No debes pensar así — se acercó más y le cogió las manos entre las de ella — sí que eres
capaz de levantarlo todo — le dijo con confianza — cada día que pasa te enfrentas a más cosas y
superas otras.
—Necesito más dinero — le dijo.
Raychel le miró a los ojos y respiró hondo.
—No has usado ni la dote ni el dinero que deposité en tu cuenta — él arqueó una ceja y ella le
respondió con una sonrisa — úsalo, sé que no es todo lo que necesitas, pero es un comienzo.
Le besó en la mejilla y estaba dispuesta a hacer algo más cuando la imagen de ella misma
postrada en la cama y sangrando le llenó la mente. Se separó de él rápidamente e intentó controlar
su respiración.
—Tengo que hablar con Casie de algunas cosas — hizo un gesto para que la dejase salir.
Garrison la miró un instante y enseguida se apartó para dejarla pasar, pero cuando ella abrió la
puerta, la sujetó del brazo y la miró a los ojos.
—Te echo de menos — le dijo anhelante — ¿por qué no bajas cuando acabes con Casie y
aliviamos tensiones? — le pasó la mano por la espalda y la apoyó en la curva de su trasero, pero
Raychel dio un respingo y apartó la mano.
—No creo que pueda — musitó — ahora tengo mucho trabajo y casi nada de tiempo libre.
Y tras decir eso, salió corriendo.
Garrison la miró y cerró la puerta, después se sentó tras el escritorio y escribió una carta para
el despacho de abogados que su tío y Raychel le habían recomendado, después entrelazó los
dedos y se quedó pensativo.
Quizá Raychel tenía razón y tenía tanto trabajo que estaba agotada. Por no hablar de que él aún
no creía que se hubiese recuperado de la tormenta emocional que habían vivido cuando estuvo
enferma, desde que había vuelto a casa todo era diferente.
Habían dormido juntos sí, pero eso era todo.
Cuando él subía a la habitación, Raychel siempre estaba profundamente dormida y cuando
intentaba acercarse a ella durante el día, siempre surgía algo que la alejaba de él.
Por un momento se preguntó si estaría embarazada, quizá el miedo a dañar al bebé la hacía
huir de él, pero desechó la idea. Si su esposa estuviese en cinta, se lo habría dicho.
Sin embargo, la preocupación por ella aumentaba.
Recordó que había estado pensando en Wheatcraft Prior mientras volvía en el carruaje de
vuelta a casa esa misma mañana y entonces lo vio todo claro.
Eso era lo que tenía que hacer.
Restaurar la mansión familiar y sacar a Raychel de Londres.
Allí, toda la familia podría disfrutar de la paz y la tranquilidad de la Navidad, le escribiría
una carta a Darlene y a su marido y les invitaría también. Le gustaría pulir asperezas con el conde
escocés.
Sonrió y se dispuso a pedir las explicaciones pertinentes respecto a Wheatcraft Prior.
CAPITULO 28

Unos días más tarde recibió las respuestas que buscaba sobre la finca familiar, por desgracia,
no eran buenas noticias.
El administrador de la propiedad le envió una carta en el que le explicaba que dicha mansión
no había sido debidamente cuidada en los últimos veinte años y que su padre, el anterior duque, la
había usado para menesteres poco cívicos.
Frunció el ceño al leer esa parte, pero como no le ofrecía más datos, decidió que le
preguntaría en otra ocasión.
Tal y como Garrison le había pedido, había ido con un par de arquitectos para revisar la
mansión y que le hicieran un informe sobre los daños más urgentes a reparar. Se le cayó el alma a
los pies cuando leyó la conclusión del informe.
Inhabitable.
Según los arquitectos, la cúpula de cristal se había derrumbado, había daños estructurales en
algunas de las columnas del edificio central y había al menos veinte habitaciones que habría que
destrozar y volver a construir. También explicaba en pocas palabras que la segunda planta había
perdido parte del tejado.
Soltó la extensa carta en el escritorio y suspiró.
Reconstruir esa mansión se había convertido en una especie de reto para él, era como si al
hacerlo y entregársela a su esposa le estuviese haciendo el mejor regalo de todos. Podría
demostrarle de una vez que él merecía la pena y que no se había equivocado al casarse con él.
Cogió la carta de nuevo y leyó la astronómica cifra que los arquitectos decían que costaría
rehabilitar toda la mansión.
La cifra escrita hacía que le diese vueltas la cabeza. Si juntaba las tres dotes, la de Raychel, la
de Casie y la de Grace, además de todos los beneficios de todas sus inversiones así como hasta el
último penique de los beneficios de las fábricas, no paliaría las deudas por completo.
Era una barbaridad.
Imposible.
Una locura.
Pero… Garrison se frotó el pelo con fuerza.
Sería una forma majestuosa de demostrarle a su esposa lo mucho que la amaba.
Tras hablar con el mayordomo para saber dónde se encontraba Raychel, descubrió que estaría
fuera hasta la hora de la cena. Sonrió satisfecho.
Se sentó tras el escritorio y comenzó a escribir las cartas pertinentes.
No obstante, no las enviaría hasta que Raychel le diese el parabien, le había prometido que no
tocaría el dinero sin hablarlo con ella y quería cumplir su palabra.
De modo que le escribió una nota y se la dejó sobre su tocador personal, cuando volviese de
sus visitas iría a cambiarse para la cena y entonces la vería.
Y por primera vez en varias semanas, se sintió relajado.
Sin embargo, contra todo lo que pensaba Garrison, su esposa entró en su despacho dos horas
después agitando la nota que él le había escrito.
—¡No! — gritó Raychel perdiendo los papeles por completo — no salvaré tu estúpido ducado
a costa de la vida de mis trabajadores.
—Tu dinero es mío por ley — le dijo Garrison furioso, al verla tan enfadada con él su mal
carácter se encendió pronto — puedo cogerlo y hacer lo que quiera con él.
Raychel hervía de ira y no se veía capaz de controlarse, pero lo peor era lo mucho que le dolía
el corazón.
—Escúchame Garrison — respiró hondo — quinientas quince familias viven gracias a mis
fábricas, si desvío tanto dinero para el ducado, tendré que recortar puestos de trabajo y beneficios
sociales.
—No te pido eso, te pido…
—¡Sí! — le cortó — ¡eso es lo que me estás pidiendo! Esas familias también tienen niños y lo
único que les diferencia de ti y de mí es que nacieron en la familia equivocada.
—¡Les diferencia mucho más que eso!
Raychel gritó con todas sus fuerzas presa de la desesperación y entonces en un rápido
movimiento cogió el abrecartas de su marido y le cortó en el brazo, la tela se rasgó y rápidamente
la sangre comenzó a extenderse.
—¡Te has vuelto loca! — gritó el duque quitándole el abrecartas.
—¡No! ¡mira! — le señaló el brazo herido — tu sangre es igual de roja que la de ellos.
—Raychel — le advirtió perdiendo la paciencia — no te he pedido permiso, no tengo que
hacerlo, sólo te lo he dicho para honrar la promesa que te hice, mañana sacaré todo el dinero y
pagaré las deudas para mantener Wheatcraft Prior.
Se le rompió el corazón. En ese mismo momento Raychel hasta pudo oír el agudo grito de
dolor.
Se enderezó, tragó con fuerza y cuadró los hombros, miró a su marido a los ojos con tanta furia
que Garrison sintió que la temperatura del estudio había bajado varios grados.
Era lo último que ella se esperaba de él. Llevaba semanas lidiando con su caótica mente,
sintiéndose débil, frustrada y furiosa con todo y con todos y había sujetado su carácter con
correas, había fingido atender todos sus deberes con una sonrisa, pero esto era demasiado.
No podía sacrificar toda su vida para que su marido se sintiese más privilegiado aún. No
renunciaría a ellos, no renunciaría a su negocio, sus fábricas eran como sus hijos.
El corazón se le detuvo durante un latido y se le cortó la respiración.
—Muy bien — aceptó — no puedo impedir que vacíes las cuentas bancarias ya que se rigen
por las leyes inglesas — Garrison se mantuvo firme aunque se le encendieron todas las alarmas —
pero — alzó un dedo arrogantemente — no tienes potestad sobre mis bienes en América, esta
misma tarde le regalaré las empresas a mis tíos Michael y Josephine y reduciré tanto mi parte de
los beneficios que no merecerá la pena ni pagar los gastos bancarios.
—Raychel — no sabía si rogaba o exigía.
—No, ya está todo dicho — le miró de una forma tan fría que se le paró el corazón —
pretendes mantener con vida un lugar en el que sólo conociste la desdicha a cambio de dejar que
muchas familias mueran de hambre y no puedo hacer que cambies de idea — se encogió de
hombros — pero por Dios que haré todo lo que esté en mi mano para proteger a los que queden —
se giró y cuando llegó a la puerta le miró por encima de su hombro — sabía que era un error
casarme contigo y ahora otros pagarán mis errores de juicio.
Tras decir esas funestas palabras salió del estudio y ni siquiera dio un portazo que a Garrison
le diese la oportunidad de ir tras ella. De modo que se quedó allí, de pie, temblando de ira,
mientras sentía que algo se había roto de forma irreparable entre ellos.
Raychel le consideraba un error de juicio.
Cada vez que recordaba esas palabras sentía un profundo dolor en el pecho y un vacío tan
grande que le costaba respirar.
Llevaban casados apenas cuatro meses, un tiempo en el que habían cambiado tantas cosas que
apenas había asimilado la mitad de los cambios, sólo cuatro meses y él ya tenía la seguridad de
que jamás podría recuperar a su esposa, se sentía confuso y furioso. Y dolido. Las últimas
palabras de ella casi le habían aniquilado. La frialdad con la que se dirigía a él y la templanza con
la que hablaba le heló hasta el alma.
Entendía lo que ella le decía, pero es que no se había parado a pensar en lo que suponía
Wheatcraft Prior para la familia. Era la residencia de campo de los Wheatcraft desde hacía más
de quinientos años, no podía desentenderse de ella así como así y sí, había sido una absoluta
decepción descubrir que antes de poder meter un sólo chelín en la reconstrucción, debía hacer
frente a la hipoteca del inmueble. Y era consciente de que era una cantidad inmoral de dinero,
pero ellos eran millonarios, tenían ese dinero y más.
Las empresas del padre de su esposa seguirían dando altos beneficios durante muchos años, no
sabía por qué le tenía ese apego al dinero cuando era más que evidente que ella también disfrutaba
de los privilegios de ser rica.
Él no tenía la culpa de que esas pobres gentes tuvieran que buscarse la vida en otra parte. Era
a él a quien le correspondía mantener el patrimonio de la familia en un estado decente.
Se miró el brazo herido sin creerse aún que ella fuese capaz de apuñalarle. Bueno, el corte no
era profundo, pero le había destrozado su camisa y le dolía el brazo. Él jamás habría podido
hacerle algo así a ella.
No sabía cómo iban a poder seguir viviendo juntos después de semejante discusión.
***
En cuanto Casie entró en la salita, Raychel se lanzó para abrazarla con fuerza y Casie se dio
cuenta de que de nuevo, su hermana mayor estaba llorando. Ella jamás la había visto llorar antes
de que se casase con Garrison, ni siquiera cuando murieron sus padres. Pero desde la boda, las
lágrimas aparecían demasiado a menudo en los ojos de su hermana.
—Raychel, me estás asustando.
—Lo siento — se discupó.
Casie se enfureció casi inmediatamente, ¿qué demonios le había pasado a su hermana? Desde
que su marido se había ido a York y ella había sufrido… estaba distinta, casi siempre triste y ya
no peleaba, sólo meditaba y se escondía en aquella horrible casa familiar que a ella le provocaba
escalofríos.
Sabía que no tenía derecho a meterse en el matrimonio de su hermana, pero se esperaba un
poco más de comprensión por parte del duque para con su esposa, sobre todo después de lo que
había ocurrido.
—Raychel cariño…
En el mismo momento que esas palabras fueron pronunciadas, el duque y el vizconde entraban
por la puerta principal, ya que en vista de la pelea con su mujer, el duque había decidido ir a
buscar a su mejor amigo y tener un poco de tiempo para él haciendo algo que le relajara en vez de
seguir presionado por su situación financiera, el ducado seguiría siendo un desastre al día
siguiente.
Garrison le preguntó al mayordomo dónde se encontraba su duquesa y el hombre le informó de
que estaba en la salita de visitas con su hermana.
Ambos hombres se dirigieron allí tras dejar sus sombreros, guantes y bastones. Al acercarse
vieron que la puerta estaba entreabierta, pero fue el femenino sollozo quedo lo que les hizo
quedarse como estatuas de pie mirándose el uno al otro.
—No lo soporto — gimió Raychel — va a destruirlo todo — Casie la abrazaba intentando
consolarla — medio millón de libras Casie — volvió a sollozar — y todo para salvar una finca
que debería arder hasta los cimientos.
—No digas eso, es importante para él.
—¡Y eso es lo que no entiendo! — sollozó de nuevo — su padre hacía allí orgías, fue donde
enfermó y donde él, su madre y sus hermanas sólo conocieron desprecio y dolor, ¿por qué tiene
que salvarlo?
Garrison no se atrevía ni a respirar. ¿Cómo sabía su esposa todo eso? Él mismo lo había
descubierto hacía poco.
Raychel había descubierto todo eso leyendo los papeles que su marido había traído del
despacho de abogados y que aún seguían en el estudio de él. Varias horas después de la pelea,
había ido a buscarle queriendo arreglar las cosas, pero se había topado con una de las carpetas
abiertas y había empezado a leer. Y toda la ira y la rabia que sentía se adueñó de ella con más
ímpetu.
—Porque él es el duque — respondió Casie con tranquilidad.
—Esa mansión lleva abandonada muchos años, no es de ahora, ¿qué pasa con la
responsabilidad de los duques anteriores? — le preguntó desesperada — ¿por qué los
trabajadores tienen que pagar el egoísmo y la inutilidad de unos duques que no tienen honor?
—¡Raychel! — la reprendió su hermana — estás hablando de la familia de tu marido, muestra
respeto.
—¿Y dónde está el respeto que me debe él a mí? — abrazó de nuevo a Casie y se echó a
llorar.
—Shhh, seguro que podéis arreglarlo — murmuró con más firmeza de la que sentía.
Durante un par de minutos todo lo que se oía el desconsolado llanto de Raychel. Garrison
sentía que se le estaba partiendo el alma y ni siquiera podía pedir el apoyo de su mejor amigo
porque la vergüenza que le dominaba le estaba destrozando.
—¿Tú me vas a querer siempre, verdad Casie? — la voz rota y estrangulada de Raychel les
destrozó el alma.
—Claro que sí — la abrazó con más fuerza — sabes que eres la persona más importante de mi
vida y que te quiero con todo mi corazón, siempre será así.
—Te quiero mucho Casie y yo… si he cometido errores o te he echo daño… yo…
—Shhh — la ira de la joven aumentó — nunca has cometido un error y sé que todo lo que has
hecho, lo has hecho por mí y siempre te estaré agradecida por ello — la separó para mirarla a los
ojos — jamás me has hecho daño Raychel, vamos, la dos sabemos que eres incapaz de dañar a
una mosca, aunque se te hinche tanto la vena del cuello que todos salgamos corriendo.
Eso la hizo sonreír y quiso aún más a su hermana por ello. Siempre lograba hacerla sonreír,
por mal que estuviesen las cosas, la pequeña Casie siempre le mostraba lo mejor de la vida.
—Voy a entregarle las empresas a Michael y a Josephine y a reducir nuestros beneficios — le
dijo retorciéndose los dedos de las manos — nos vamos a quedar sin una libra — entonces la
miró a los ojos — ¿entiendes por qué tengo que hacerlo?
—No puedo creer que me preguntes eso… — Casie la miró a los ojos.
Garrison se tensó esperando impaciente la respuesta de su cuñada, quizá ella fuese capaz de
hacerle comprender a Raychel que era él el que estaba haciendo lo correcto, que sólo tenían que
buscar la forma de que las pérdidas no fuesen tan desastrosas.
—Claro que te entiendo — le dijo y él se quedó con la boca abierta — son demasiadas
familias las que dependen de las empresas para vivir, si nosotras perdemos elegantes vestidos de
seda o no podemos comer con cucharas de plata no pasa nada, pero ellos no tienen otra
oportunidad — se tapó la boca con las manos — ¿y los niños? ¿qué va a pasar con ellos? — le
preguntó llena de preocupación.
—No lo sé Casie — respondió Raychel totalmente hundida — no sé qué puedo hacer para
salvarles — miró a su hermana — por eso te pedí que vinieras, yo… — más lágrimas salieron
silenciosas de sus ojos — le voy a pedir a Michael que venda la casa de papá y mamá — Casie
lanzó un grito de sorpresa — que saquen todo lo que puedan — se retorció las manos hasta
hacerse daño — es la única solución que veo para mantener el colegio abierto.
No se atrevía a mirar a su hermana.
—Yo… lo siento… siento mucho haberme equivocado de marido — sollozó muerta de dolor
— lamento haberme casado y habernos puesto a todos en esta situación.
—¡Oh Raychel! — Casie la estrechó lo más fuerte que pudo entre sus brazos — no tienes la
culpa de haberte enamorado de un hombre que no te merece — la besó en la mejilla — haz lo que
tengas que hacer cariño, yo siempre, siempre, siempre te apoyaré y lo haré totalmente convencida
de que tomas la mejor decisión — le rompía el corazón ver a su hermana tan destrozada — no hay
nadie como tú Raychel y jamás me he sentido tan orgullosa como ahora de ser tu hermana.
Garrison había oído suficiente.
Salió de aquella casa con el corazón en la garganta y los puños apretados, ni siquiera se
acordó de coger el bastón y el sombrero, sólo necesitaba salir de allí, alejarse lo más rápido
posible y si Dios estaba de su parte, encontrar una muerte rápida.
No había palabras para describir cómo se sentía en esos momentos.
Leonard le siguió pero al cabo de unos minutos le perdió entre el gentío y se quedó parado en
la acera. Quería hablar con Garrison sobre lo que había oído pero estaba claro que él no quería
hablar con nadie y por otra parte, no se atrevía a volver a la casa, ¿cómo iba a enfrentarse a las
hermanas ahora? No podía decirles que sabía lo que ocurría y tampoco podía tratarlas como si no
supiese nada.
Se enfureció con Garrison, debería haber hablado con él, ponerle sobre aviso o darle alguna
maldita pista de en qué demonios estaba pensando.
Miró de nuevo hacia la casa ducal y exhaló despacio, bastantes problemas tenía él ya con las
dichosas hermanas como para interceder por su amigo.
Y luego, en un pensamiento de lo más egoísta, pensó que quizá, si ambas volvían a América,
ellos podrían volver a la vida que tenían antes.
Hacía meses que no veía a Garrison, desde que se había casado había dejado de acudir a las
fiestas privadas y a los clubes que antes frecuentaban juntos. Se metió las manos en los bolsillos y
comenzó a caminar.
Esas americanas sólo les habían traído problemas.
***
Casie se quedó con ella hasta una hora pasada la cena, pero Raychel, sabiendo lo tarde que
era, le pidió que volviese a su casa, prometiéndole que volvería a estar bien.
Hacía un par de semanas que Casie había vuelto a vivir en Beasley House, como aún pretendía
irse a Boston y ya era un hecho que estaba arruinada a ojos de la sociedad, no merecía la pena
convivir con la familia de su cuñado.
—Te quiero hermanita — le dijo cuando la acompañó a la puerta.
—Todo saldrá bien, ya lo verás — Casie abrazó a su hermana y rezó para que tuviese razón.
Raychel la observó subir al carruaje y la despidió con la mano, en cuanto la espesa niebla le
impidió seguir viéndola, se dio media vuelta y subió a sus habitaciones.
Allí se encontró con una de las doncellas que se había llevado con ella desde Beasley House,
la pidió que la acompañase y la muchacha accedió de inmediato.
—Dígame milady — le dijo cerrando la puerta después de que la señora se lo pidiese.
—¿Tienes familia? — la joven se sorprendió por la familiaridad de la pregunta y torpemente
tomó asiento cuando Raychel así se lo indicó.
—No milady, mis padres murieron hace un par de años y era hija única.
—¿Te gustaría ver mundo? — sonrió al ver la cara de espanto de la doncella — voy a volver a
América y me gustaría que vinieses conmigo.
—¡Oh milady! ¡eso es un honor! — la joven se entusiasmó.
—Por supuesto yo correré con todos los gastos, pero deberías saber que mi intención es no
volver a Inglaterra — la joven abrió la boca por la sorpresa pero se abstuvo de hacer comentarios
— por eso tienes que tomar una decisión y te pediría, aún sabiendo que es injusto, que lo hagas lo
antes posible, ya que planeo irme dentro de unas pocas horas con la intención de llegar al puerto a
primera hora de la mañana y así embarcar en el primer navío que salga hacia allí.
—La acompañaré encantada milady — la muchacha sonrió y se puso en pie.
—Bien, otra cosa más, no le digas a nadie dónde nos dirigimos y procura tener tu equipaje lo
antes posible, si tienes que dejar algo, no te preocupes, en Boston compraremos todo lo necesario.
Raychel cerró la puerta tras la doncella cuando se fue y ella misma comenzó a preparar un
baúl de viaje. Estaba harta del luto sopesó, le parecía tremendamente hipócrita tener que llevar
luto por un hombre al que despreciaba con todo su ser y en un acto totalmente rebelde, dejó en el
armario todos los vestidos negros y sacó los más sencillos pero elegantes y coloridos, los dobló
con esmero y mientras se afanaba en prepararse, dejó que su mente se llenara de recuerdos e
imágenes sobre Garrison.
Iba a echarle terriblemente de menos porque para su desgracia, se había enamorado de él de
forma irrevocable, pero tenía que poner tierra de por medio, o en su caso, agua. No podía seguir
al lado de un hombre que le tenía tan poco respeto a la vida a no ser que fuese la suya propia.
No. De ninguna manera iba a poder convivir con alguien que continuamente la infravaloraba y
hacía todo lo posible para pasarle por encima.
Tragó con fuerza y se dirigió al joyero, lo abrió y contuvo el aliento. Allí, majestuoso, se
mostraba el colgante que Garrison le había regalado en su viaje de novios, no era el diamante más
grande o hermoso del mundo, pero para ella, no había otro con su valor. Sin embargo, sabía que si
se lo llevaba, tarde o temprano se volvería loca.
Durante apenas un segundo sopesó la idea de escribirle una nota para despedirse, pero sabía
que eso sólo complicaría más las cosas y además, no estaba segura de qué debía decirle.
Miró a su alrededor y suspiró.
En esa habitación había descubierto la sensualidad, la ternura más íntima y el más abrasador
de los deseos, sobre varios muebles había sido hábilmente iniciada en el mundo carnal guiada por
el hombre más fascinante de mundo. No solo debía dejar atrás aquellos muebles que ambos habían
elegido juntos en aquel pueblecito costero al que se habían escapado a finales de agosto cuando el
calor hacía insoportable quedarse en Londres, o aquellos cojines que habían comprado en una
pequeña tienda donde una mujer y su hija pequeña los bordaban a mano con esmero y mucho
cariño, o aquellos lazos de seda que sujetaban las cortinas y que la imaginación de Garrison había
hecho de ellas una deliciosa prisión para sus sentidos.
Volvió a tragar con fuerza.
Debía dejar todos sus recuerdos y su corazón. Allí mismo, en el mismo lugar donde todo
empezó y acabó.
CAPITULO 29

Garrison estuvo exactamente cinco horas sentado en uno de los cómodos sofás de su club, le
habían servido una muy generosa copa del mejor whisky escocés y desde entonces, no dejaba de
menear el vaso de vez en cuando mientras miraba el líquido ambarino como si este tuviese todas
las respuestas de su confusa mente.
Varios conocidos se habían acercado a él para charlar, pero les había desalentado con miradas
frías y calculadoras. No quería hablar con nadie, sólo quería estar solo.
Se sentía furioso, pero sobre todo se sentía estúpido. Cuando se enfrentaba a Raychel nunca
decía lo que debía y por mucho que él lo intentaba, terminaban saliendo a relucir todas aquellas
viejas creencias que a ella la descontrolaban y a él le hacían parecer un palurdo petimetre con
menos inteligencia que una rata.
—Eres la misma imagen del tedio — Austin Burcham se sentó a su lado y sonrió cuando el
duque le miró con frialdad — tráigame un whisky que no sea igual que el suyo — le dijo al lacayo
que se acercó a tomarle nota, después le miró a los ojos — debe ser horrible si aún no lo has
probado.
—¿Qué quieres? — le preguntó a bocajarro y el hombre volvió a sonreír, le encontraba de lo
más irritante — porque está claro que no comprendes que quiero estar solo.
—No digas tonterías — le respondió con diversión — claro que lo he comprendido, lo que
ocurre, es que al contrario del resto de la aristocracia, a mí no me das ningún miedo — aceptó la
copa y la agradeció, después volvió a mirar al duque — por fin ha llegado mi nueva máquina para
mi empresa química.
Lo último que necesitaba era que el heredero de un marquesado le recordase lo estúpido que
era. Y tampoco quería escuchar las lisonjas que él siempre tenía para Raychel.
—Yo no soy mi esposa — le dijo con desdén — poco me importa.
Austin se rió abiertamente y el duque le fulminó con la mirada.
—No te pongas así, ambos sabemos que sí que te importa, aunque sientas la absurda necesidad
de negarlo — bebió un sorbo y continuó hablando — bien, el caso es que quería comentar algo
con tu esposa y paré en tu casa.
—¿A estas horas?— miró el reloj, era casi medianoche — ¿tampoco puedes discernir cuándo
es apropiado visitar a la esposa de otro hombre?
—¡Ah! Pues sí que desconocía que había un horario más apropiado que otro — le dijo en tono
burlón — sé que os acostáis tarde — le guiñó un ojo y sonrió — pero cuando llamé, vuestro
mayordomo me dijo que su excelencia se había ido — volvió a mojarse los labios con el licor —
le pregunté que en qué fiesta estaba y me dijo que no estaba seguro ya que se había llevado un
baúl de viaje, pero que el duque se encontraba aquí — alzó el vaso en su dirección — y por eso
estoy aquí.
—No dices más que tonterías — dejó su propia bebida sobre la mesa que tenía enfrente — mi
esposa no se ha ido a ningún sitio.
Austin se encogió de hombros.
—No es eso lo que me dijo tu jefe de cuadra, cuando le desperté, me dijo que la señora se
había llevado a una doncella, a dos lacayos y el carruaje de los viajes largos.
Garrison fue a protestar, pero Austin se puso en pie y dejó su vaso al lado de el del duque.
—Bien, creo que he terminado — le guiñó un ojo descarado — si mi información no es
errónea, debe ir camino del puerto — tiró de las mangas de la chaqueta y clavó sus ojos en el
duque — de nada.
Acto seguido salió de allí con una inesperada sensación de alivio.
Garrison era muy diferente de él, pero le caía bien, por extraño que pareciese y bueno, si tenía
que ser sincero con él mismo, prefería tener a los Wheatcraft de su parte. Y no sólo por los
negocios que compartía con ellos.
El duque se quedó mirando al vacío exactamente el tiempo que le llevó a Austin salir del club.
Acto seguido se dirigió a los establos, tiró de las riendas de su montura y emprendió el galope
hacia su casa. Si lo que le había dicho ese estirado de Austin era cierto y su esposa no estaba en
casa, que Dios le ayudase, porque ahora sí que iban a discutir y a lo grande.
El pulso se le había disparado al escuchar las palabras del futuro marqués y su mente se llenó
de imágenes crueles en las que su esposa le abandonaba y él se quedaba toda la eternidad
esperándola y sufriendo por ella. Y maldito fuera si lo permitía.
Cabalgó como alma que lleva el diablo y casi saltó de la silla en cuanto refrenó al caballo
frente a su puerta. Subió las escaleras corriendo y cuando estaba a punto de llamar, la puerta se
abrió.
—Excelencia — el mayordomo le miró con aire culpable — milady se fue hará unas dos horas
y media, se llevó con ella a la muchacha que vino de Beasley House y ambas llevaban un baúl de
viaje, la señora pidió el carruaje de viaje y solicitó a dos de los lacayos para que las llevasen.
—¿Hacia donde? — preguntó exasperado.
—Creo que en dirección al puerto excelencia, la muchacha le pidió al ama de llaves su
remedio para el mareo.
—¿Le tienen ustedes cariño a la señora y a la muchacha? — preguntó el duque, el hombre
asintió con la cabeza — pues vayan despidiéndose de ellas porque seguramente las estrangule a
las dos.
—Sí excelencia — pero Garrison ya se había ido y no observó como el hombre sonreía.
El duque cabalgó como si le persiguiesen las hordas del infierno mientras maldecía una y mil
veces a su obstinada y caprichosa esposa. Tenía cosas mejores que hacer que perseguirla por
Londres en mitad de la noche y desde luego, cuando consiguiese ponerle las manos encima, se lo
iba a dejar muy claro.
***
Raychel y la doncella iban dormidas en el interior del carruaje, sólo se despertaron cuando un
chasquido precedió a un potente grito y acto seguido el carruaje se detuvo.
Ambas se miraron completamente asustadas y pensando en lo mismo, iba a atracarlas.
Sin embargo, cuando la portezuela se abrió y el enfurecido rostro del duque se asomó, el
miedo de la duquesa se amplió hasta límites insospechados.
—Tú — le dijo a la doncella — fuera — se apartó para que la joven saliese — y si valoras tu
vida, te aconsejo que te reunas con los lacayos a varios metros de aquí.
La joven temblorosa y mortalmente asustada, asintió y echó a correr en dirección a los
hombres.
Garrison subió al carruaje y se sentó frente a su esposa, después cerró la puerta con un golpe
seco.
—¿Dónde demonios te crees que ibas? — le espetó.
—Lejos de ti — respondió con la voz temblorosa.
—Hay que ser estúpida para embarcarse en esta charada a estas horas de la noche poniéndote
a ti y a los sirvientes en peligro.
—Ni soy estúpida, ni corremos peligro — sacó de debajo de su asiento la caja con las dos
pistolas.
Y la ira del duque aumentó.
—Claro y ¿pensabas pedirles tiempo a los atracadores para cargarlas?
—Ya están cargadas — respondió altivamente.
Garrison apretó las mandíbulas y enrojeció de furia, pero hizo todo lo que pudo para calmarse
porque era más que evidente que Raychel no estaba bien. Tenía los ojos hinchados, el pulso le
latía acelerado y aún tenía esas marcas bajo los ojos que a la mortecina luz del candil, eran mucho
más oscuras.
Su esposa no estaba bien desde hacía algún tiempo y por mucho que le había preguntado, se
había negado a hablarlo con él.
—¿Por qué ibas a abandonarme? — le preguntó — ¿es por el viaje a York? — ella abrió los
ojos y le miró — no sé qué piensas que ocurrió allí, pero te juro que te fui fiel — se aflojó el nudo
de la corbata — desde que volví estás furiosa continuamente, no me dejas tocarte y estás distinta
— los ojos de ella se llenaron de lágrimas pero permaneció en silencio — tienes que decirme lo
que te ocurre.
—No me ocurre nada — respondió con la voz entrecortada — esto no es por irte a York, esto
es porque quieres destrozar todo lo que me ha costado tanto trabajo levantar.
—¿Tanto te cuesta comprender que quiera salvar la hacienda familiar para nuestros futuros
hijos?
—Sí — le miró fijamente mientras intentaba, sin éxito alguno, no estremecerse — sí, ¿por qué
quieres conservar un lugar tan horrible? Allí no fuiste feliz, sólo hay recuerdos de depravación y
violencia, ¿de verdad quieres conservarlo?
—¿Cómo demonios lo sabes? — le preguntó exasperado — y tú reconstruiste Beasley House
prácticamente desde los cimientos.
—Leí los documentos de los abogados — le espetó — y sí, reconstruí Beasley House porque
era una conexión con mi madre — le explicó impaciente — y porque ella siempre hablaba con
mucho cariño de su vida antes de conocer a mi padre, es cierto que cuando se escapó para casarse
con él la repudiaron, pero hasta ese instante, ella fue feliz allí y mis abuelos no la odiaban tanto
puesto que conservaron su habitación tal cual y no se deshicieron de ninguna de sus pertenencias
— se limpió una traicionera lágrima — mi hermana y yo hemos podido conectar de nuevo con
nuestra madre a la que echamos de menos cada hora de cada día, pero tú no tienes ni un sólo buen
recuerdo de Wheatraft Prior.
—Eso es cierto — confesó — pero tenía la intención de eliminar todos los antiguos recuerdos
y ocultarlos tras una capa infinita de inmensa alegría — se encogió de hombros — me he
imaginado cientos de veces cabalgando por sus praderas con mis hijos entre mis brazos y contigo
a mi lado, en verano, todos juntos nos bañaríamos en el estanque y enseñaríamos a nadar a
nuestros pequeños y alguna noche, tú y yo nos escaparíamos y haríamos el amor bajo la luna — se
frotó el pelo con desesperación — me imaginaba a pequeños niños y niñas tan rebeldes, indómitos
y perfectos como tú corriendo por esos pasillos llenos de historia y creando la suya propia — la
miró derrotado — por eso tenía tanto empeño en reconstruirla.
—¿Y no podías explicármelo así? — le preguntó aún dolida.
—¿Cuándo? — rebatió el duque — ¡si en cuanto mencioné la posibilidad te pusiste como una
fiera y me apuñalaste! — la miró resentido.
—¡Tú dijiste que los trabajadores no eran como nosotros! — gritó ofendida y sintiéndose
culpable por haberle atacado.
—¡Porque no lo son! ¡maldita sea! No lo son, puedes gritar hasta quedarte afónica, pero ellos
jamás llegarán a importarme tanto como tú, ¿no lo entiendes? ¿cómo quieres que piense en su
bienestar por encima del tuyo? — ella abrió la boca pero no fue capaz de responder — ¡no!
¡jamás lo haré! Y si me consideras un bárbaro por ello, que así sea — le dio algo de tiempo para
que respondiese, pero ella parecía incapaz de decir algo — cuando tú tengas todo aquello que
desees o que seas capaz de soñar, entonces y sólo — recalcó — entonces, me plantearé destinar
algunas de mis energías en buscar ayudarles un poco más, pero ahora no es el momento.
—¿Y cuándo lo será? — preguntó sintiendo un nudo enorme de emociones en la garganta.
—No lo sé — la miró algo más tranquilo y se encogió de hombros — no sé cuando haré todo
lo que tengo que hacer porque me paso el día pensando en ti y todo esto — les señaló a ambos con
una mano — todo, es culpa tuya — ella abrió los ojos escandalizada y ofendida — mi vida antes
de conocerte era aburrida, desesperante y sin emoción alguna, pero entonces llegaste tú, toda llena
de vida, con ese cabello de mil tonalidades, con esa boca tan deseable, ese cuerpo de diosa
pagana y esa mirada helada y lo cambiaste todo — la acusó — cambiaste mi vida — ella le
miraba totalmente asombrada — me vas a obligar a decirlo, ¿verdad? — rió ásperamente —
entraste en mi vida como un huracán e hiciste que me enamorara de ti hasta el punto de que me
cuesta respirar cuando no estás — la fulminó con la mirada de nuevo — así que no sé cuando será
el momento de preocuparme por los demás, porque de momento, todo en lo que puedo pensar eres
tú.
Raychel se quedó lívida como el papel y sin hablar.
Jamás en toda su vida se había imaginado que su marido pudiese ser un hombre tan sumamente
romántico, muy dramático también, pero ¡por Dios! Había sido la declaración más hermosa que
jamás hubiese escuchado y había leído un buen número de novelas en su vida.
Tras apenas un instante, su corazón se descontroló por completo y le miró fijamente.
—¿Me amas? — le preguntó tímidamente.
—Más de lo que es recomendable a juzgar por tu necesidad de abandonarme continuamente —
ella enrojeció de vergüenza — cada vez que hago o digo algo que no te gusta, te alejas de mí —
cerró los ojos un instante y después la miró fijamente — ¿soy un marido tan horrible? ¿tan poco
sientes por mí que no dudas en dejarme? — se le estaba rompiendo el corazón.
Hasta que no pronunció esas palabras no se dio cuenta de lo mucho que necesitaba una
respuesta. Ya no lo soportaba más. Su esposa le estaba hiriendo más de lo que jamás lo había
hecho nadie y ya no le quedaban casi fuerzas para seguir así.
Se frotó la nuca con fuerza y respiró profundamente.
—Si de verdad deseas abandonarme, no te lo voy a impedir — le dijo con la voz ronca — no
quiero retenerte a mi lado si eso te hace infeliz — no la miraba a los ojos y ella se estaba
rompiendo con sus palabras — yo… imagino que aprenderé a vivir sin ti, de algún modo
conseguiré sobrevivir — se encogió de hombros — sólo dime que es lo que he hecho de forma tan
terrible que no he conseguido que sientas nada por mí — suspiró agotado — dices que no te
molestó que me fuese a York, pero cuando volví estabas con tu hermana y allí llevabas varios días
y desde entonces… ni siquiera me permites besarte — tragó con fuerza — dime, ¿tan mal te he
tratado?
—No — susurró apenas sin voz y él asintió sin ganas.
—Comprendo — Dios… casi podía notar cómo se le rompía el corazón — en ese caso, pediré
el divorcio y cuando sea efectivo te mandaré los papeles para que puedas rehacer tu vida — alzó
los ojos y se sintió peor aún cuando la vio llorando sin hacer el más mínimo ruido — eres el gran
amor de mi vida y lamento más de lo que puedo expresar no haber conseguido que me quisieras
aunque sólo fuese un poco — se obligó a cogerle las manos y le besó los nudillos — ojalá
encuentres a alguien que te haga feliz Raychel.
Abrió la portezuela del carruaje sintiendo que dejaba con ella todo lo bueno que alguna vez
hubiese habido en él. Nunca se había sentido tan mal en toda su vida. Jamás se había sentido tan
vacío y tan miserable pero no podía obligarla a estar con él. Al dejar salir todo lo que sentía,
también había descubierto que si ella no podía amarle, prefería estar solo. Y que por mucho que le
doliese —y le estaba destrozando— lo que más quería en la vida era que ella fuese feliz, aunque
fuese al otro lado del océano.
Se bajó del carruaje y agachó la cabeza. Le estaba costando la misma vida alejarse de ella y
darle la libertad que era evidente que deseaba y se preguntó qué era eso tan malo que tenía que no
podía mantener a su esposa a su lado.
—Perdí a nuestro hijo.
Se le paró el corazón y no podía respirar.
Garrison se giró y la miró. Estaba deshecha en lágrimas y se convulsionaba con fuerza y él se
sintió incapaz de hacer nada, ni siquiera podía pestañear.
Entonces Raychel le miró con esos ojos helados.
—El día que te fuiste a York — le dijo en un murmullo — aquella tarde empecé a encontrarme
mal y cuando logré que me dejárais sola me fui con mi hermana porque creía que algo malo me
ocurría y quería despedirme de ella, hacía apenas una semana que había empezado a sospechar
que podía estar embarazada — cerró los ojos y empezó a retorcer la tela de la falda — por la
noche… empecé a sangrar y sentí el peor dolor de toda mi vida, mucho peor que cuando llegamos
de Escocia, Whiters llamó a un médico y nadie se enteró de lo que ocurrió — comenzó a hipar —
pasé varios días en cama y después… sólo quería morir.
El duque se quedó absolutamente inmóvil tal y como estaba, al menos exteriormente. En su
interior algo crecía dentro de él pero no era capaz de comprender lo que era. Casi no era capaz de
asimilar el hecho de que Raychel hubiese estado embarazada, él no se había dado cuenta.
—Cuando volviste… aún me sentía débil y no podía dejar de llorar, no quería que supieses
nada o que llegases a sospecharlo porque me sentía culpable y no hubiese soportado que tú
también me culpases — retorció aún más la tela entre sus dedos.
—¿Tan inhumano crees que soy? ¿de verdad pensaste que iba a culparte? — le preguntó herido
— ¿por eso estás furiosa conmigo? ¿por que no me dí cuenta del embarazo?
—No… no es eso… yo… — sollozó de una forma tan triste que él se sintió aún peor — ¿no lo
entiendes? — le miró completamente destrozada y sin vida en esos ojos tan helados — no pude
salvar a nuestro hijo, fue todo culpa mía y no sabía cómo enfrentarme a ti y entonces empezaste
con toda esta locura de destruir mis fábricas, ellas son lo único que — sollozó de nuevo — que…
no puedo perderlas.
Garrison la miraba y le destrozaba pensar en cómo habían llegado a ese punto. No era capaz
de comprenderlo.
—Jamás te hubiese culpado — le dijo — y lamento no haberme dado cuenta de que estabas
embarazada y de que estabas mal — respiró profundamente — pero ya no puedo hacer nada, todo
eso ocurrió hace meses — alzó el rostro al cielo y decidió arrancarse él mismo el corazón —
vuelve a América e intenta ser feliz amor mío, no restauraré Wheatcraft Prior — le prometió.
Total, pensó, ¿para qué iba a querer ahora esa mansión? Todos sus sueños se basaban en que
ella estuviese con él, pero ahora, después de todo lo que la había hecho sufrir… no, por primera
vez en su vida pensaría en alguien aparte de él mismo. Raychel volvería a su hogar y allí podría
ser feliz, allí podría tener la vida que quería, para la que tanto había trabajado, allí… podría
olvidarle.
Apenas dio un paso adelante, notó que Raychel le sujetaba por el hombro.
—¿Me vas a dejar? — le preguntó rota de dolor y en un estado de completa vulnerabilidad.
—Eres tú la que me deja vida mía — se giró y le acarició el rostro — ojalá pudiese ser el
hombre que tú quieres, pero no quiero seguir haciéndote daño y no quiero que sigas sufriendo por
mi causa — le limpió las lágrimas y tragó con fuerza, entonces se le llenaron los ojos de lágrimas
a él — no sabía lo mucho que te amaba y lo mucho que amaba a nuestro hijo aun sin saber que
existía hasta este mismo instante — la estrechó entre sus brazos por última vez — no quiero ser el
responsable de tu desdicha, no podría soportarlo y es más que evidente que lo que sea que sientes
por mí, si es que sientes algo, no es lo que una esposa debería sentir por su marido — la besó en
la cabeza — esto es lo más difícil que jamás he hecho.
—Pero yo… — él le puso un dedo en los labios y se limpió las lágrimas de los ojos.
—Adiós amor mío, ojalá a partir de ahora sólo encuentres la más pura felicidad, no te mereces
nada menos.
Entonces la soltó y comenzó a alejarse de allí, ni siquiera se acordó de que había llegado a
caballo. Sólo quería separarse de ella lo antes posible mientras sentía que la vida ya no merecía
la pena. Había creído que sabía lo que era el dolor.
Qué ingenuo había sido.
No tenía ni la más mínima idea.
Y sin embargo, tenía la sensación de que a partir de ese instante no iba a conocer otra cosa
aparte de un dolor insoportable.
Tragó con fuerza y se obligó a si mismo a seguir caminando, tenía la cabeza gacha y sólo veía
la punta de sus pies. Entonces sintió un fuerte golpe en el pecho y alzó la mirada.
Un poderoso rayo le atravesó.
Raychel estaba frente a él y seguía siendo una diosa entre mortales, tan hermosa, tan
inalcanzable, tan llena de vida como no lo había estado en el último mes.
—Yo también te quiero — le espetó — me casé contigo porque ya estaba locamente
enamorada de ti y sí, me he comportado como una estúpida y timorata y cien mil cosas más, pero
tenía miedo y yo jamás he sentido miedo — volvió a golpearle en el pecho con fuerza — y me
aterra pensar que no me quieres y que me consideras un ser inferior y que el hecho de no haber
podido… — se limpió una lágrima con rabia — creí que me culparías y que me odiarías por no
haber podido salvar a nuestro hijo — le golpeó de nuevo — y si das un paso más sin mi, te juro
por lo que más quieras que aunque me cueste la vida te odiaré y después haré…
Se detuvo de golpe cuando Garrison la besó con intensa ferocidad.
—Haré — volvió a hablar cuando él se apartó pero al hacerlo, volvió a besarla.
Y así siguió un rato. La estrechó entre sus brazos y la devoró como llevaba semanas deseando
hacer, poco a poco bajó las manos hasta sus nalgas y la apretó contra su dura erección mientras su
lengua saboreaba todos y cada uno de los rincones de su boca.
—Te quiero más que a mi vida — la besó de nuevo — y puedes hacerme lo que quieras
siempre que quieras.
—Garrison — Raychel le rodeó el cuello con los brazos y escondió la cara en su pecho — lo
siento, siento no haber confiado en ti y en nuestro matrimonio y lamento mucho no haber sido
capaz de salvar a nuestro hijo.
—Cariño — le apartó el pelo de la cara — yo también siento no haberte demostrado lo mucho
que te quiero, pero aprenderé a hacerlo, te lo prometo y no te culpo, a veces simplemente pasa —
la besó en los labios — quizá nuestro hijo no estaba preparado aún — le acarició los labios —
quizá sólo estaba esperando a que ambos nos diésemos cuenta de lo que sentíamos.
—¿Me perdonas? — le preguntó ella nerviosa.
—¿Y tú a mí? — la abrazó de nuevo con fuerza — no creo que tenga nada que perdonarte
amor mío.
CAPITULO 30

Aquel día al amanecer, por primera vez en mucho tiempo, Raychel se despertó y su marido
estaba a su lado.
Al ver que abría los ojos, la rodeó con los brazos y la atrajo hasta él.
—Cuéntamelo — le pidió — por favor, ¿cuándo supiste que estabas embarazada?
—No lo sabía con seguridad — ocultó el rostro pero Garrison la hizo mirarle a los ojos —
nunca he sido muy regular en mis ciclos — le explicó y después suspiró — sólo sabía que llevaba
sin sangrar más tiempo que nunca y entonces empecé a ilusionarme.
—Nunca hemos hablado de ello — la interrumpió él — siempre di por hecho que tendríamos
hijos — la miró y la besó en los labios con delicadeza — ¿quieres tener hijos conmigo? — le
preguntó.
—Sí — le devolvió el beso — no sé cómo me sentía, sólo… sólo no quería dejarme llevar
por la ilusión y luego descubrir que fue una falsa alarma, pero luego pasó… y…
—Fue por el viaje a Escocia, ¿verdad?
Ella se estremeció, le había dado muchas vueltas al asunto y aunque odiaba pensarlo, no podía
evitar estar ligeramente resentida con Darlene por haber confiado la carta a una doncella tan torpe
como para entregarla varias semanas más tarde de lo que habían acordado.
Estaba segura de que si hubiesen hecho ese viaje varias semanas antes, ella ahora aún seguiría
embarazada de su hijo y tener esos pensamientos le destrozaban el corazón. Porque ella quería a
Darlene y le deseaba la mayor de las felicidades, sin embargo, echaba de menos al hijo que ahora
jamás conocería.
—No lo sé — los ojos se le llenaron de lágrimas que Garrison le limpió con lentas caricias —
no lo sé — repitió.
El duque apretó las mandíbulas mientras le dedicaba a su esposa, a su corazón y al amor de su
vida, las caricias que tan negligentemente le había negado.
Él, tan seguro como había estado de que ella lo que necesitaba era una gran casa, no se había
dado cuenta de que lo único que anhelaba su mujer eran estos momentos con él. Momentos que no
se habían permitido porque estaba demasiado ocupado juzgando y sancionando a los demás en vez
de ver sus propios fallos.
Sí, se había sentido culpable por no poder levantar el ducado y ahora que tenía a Raychel entre
sus brazos pero que había estado muy cerca de perderla, ahora que sabía que había perdido a su
hijo nonato, se daba cuenta de que su mayor fracaso había sido no ser el marido que su esposa
merecía, el padre que su hijo necesitaba que fuera.
Miró los helados ojos de Raychel y como siempre le ocurría se quedó maravillado ante la
calidez que tenían.
—Te amo más que a nada en mi vida — le dijo sobre sus labios.
Quería decirle cientos de frases románticas que la hiciesen suspirar, jurarle que jamás
volvería a fallar y que nunca volvería a dudar de ella o de ellos como matrimonio, quería hacer
grandes gestos y gritar desde las almenas de un castillo que su esposa era la mujer más
maravillosa del mundo.
Pero no fue capaz de hacerlo, sólo la atrajo a sus brazos y la besó con dulzura y delicadeza
mientras le acariciaba el pelo y agradecía silenciosamente a Dios que la hubiese puesto en su
camino.
—¿Te ha visto un médico desde que pasó? — le preguntó con el mayor tiento que pudo.
—No lo he creído necesario — respondió Raychel abrumada por la ternura de su voz y sus
caricias.
—Quiero que te vea el mejor médico de Londres y — le pasó la punta de los dedos por la
clavícula — quiero que comas más y que te recuperes y que…
La besó en la frente.
—Quiero que estés siempre a mi lado.
Ella apenas podía respirar, tenía un enorme nudo en la garganta que le impedía pronunciar
palabra alguna.
—Garrison yo… — le miró a los ojos — lo siento.
—Shhhh no cariño mío — la abrazó con más firmeza — no hay nada que sentir, no hay nada
por lo que debas sentirte culpable — la besó en los labios — sólo tienes que descansar,
recuperarte y volver a estar llena de energía — entrelazó sus dedos con los de ella — sólo
importa que estés aquí, conmigo.
Raychel suspiró y alzó sus manos unidas para besarle en los nudillos.
—Respecto a Wheatcraft Prior…
—No, tenías razón — sonrió ligeramente — como siempre — giró sus manos unidas y la besó
en la muñeca — voy a derribarla y construiremos nuestra propia casa cuando podamos, no hay
prisa.
—Pero todo lo que querías, todo lo que soñabas…
—Todo lo que quería y con lo que soñaba eres tú — la abrazó y la besó en la cabeza, envolvía
el femenino cuerpo con el de él — tú eres la razón de mi vida, nada más importa.
El corazón le latía tan deprisa que pensaba que se le iba a salir del pecho. Sonrió llena de
esperanza y permitió que el calor del cuerpo de su marido penetrase en los huesos de su cuerpo,
huesos que habían permanecido helados desde que supo que estaba perdiendo a su hijo.
El sol entraba tímido por las cortinas que habían dejado abiertas.
Cuando llegaron al amanecer, Garrison la llevó en brazos hasta la cama, le quitó la ropa y él
mismo le preparó un baño caliente, después se había metido con ella y durante mucho tiempo
estuvieron en la bañera simplemente sintiéndose el uno al otro.
Jamás habían compartido un momento como ese.
La pasión entre ellos era desgarradora e intensa, pero ahora que ambos habían confesado sus
sentimientos y sus miedos más oscuros, los lazos que les unían se habían fortalecido hasta límites
insospechados.
Era evidente que ya nada era igual y por lo tanto ellos mismos debían reajustar sus instintos y
sus emociones.
Pero Raychel era feliz, por primera vez en mucho tiempo, era realmente feliz y sobre todo,
había dejado de estar asustada.
***
Garrison le prodigó mil caricias a su esposa y mil besos delicados y llenos de sentimiento y
cuando finalmente ella volvió a dormirse, él salió de la habitación dispuesto a no volver a
provocar una desgracia como la que habían vivido.
Envió un mensaje urgente a Beasley House para que Casie llegase cuanto antes y mandó llamar
a su madre y a su hermana, pero dio órdenes estrictas de que no quería ver a ninguna de las tres
hasta que no estuviesen todas disponibles. No podría decir las palabras en voz alta más de una
vez.
Se sentó tras su escritorio y empezó a redactar una carta a su hermana Darlene.
Las cosas tenían que cambiar y cambiarían.
Raychel le había dicho en una ocasión que le cambiaría la vida y él más que nunca estaba
dispuesto a cambiar la de toda su familia, porque su esposa necesitaba y anhelaba volver a sentir
esos vínculos fuertes entre ellos y por Dios que él se los daría.
Un par de horas más tarde, una de las doncellas le informó de que Raychel aún dormía y de
que la duquesa viuda, Grace y Casie estaban esperando a ser recibidas.
Cogió aire profundamente, exhaló despacio y les pidió que entraran.
—Tomad asiento — les dijo con la voz algo ronca.
Una vez que todas se sentaron frente al escritorio de su despacho, él se sentó en su sillón de
piel y las miró a los ojos.
—Lo que os voy a decir, lo diré sólo una vez y no permitiré que me interrumpáis hasta que
acabe de hablar.
Vio como Casie se revolvía en la silla pero aceptó, su madre y su hermana le miraban
desconfiados.
—Lo primero es deciros que voy a derribar Wheatcraft Prior — ante las expresiones de su
madre y su hermana, él alzó una ceja e inmediatamente enmudecieron — construiré una casa para
la familia cuando pueda y cuando sea apropiado que lo haga.
Cogió varios documentos de su mesa y los repartió.
—Estas son vuestras dotes — les dijo a Casie y a Grace — la tuya — explicó mirando a su
cuñada — es la que te proporcionó tu padre, no la he tocado — la joven asintió con un gesto — y
esto — les repartió una lista a cada una — es una cuenta de gastos de las viviendas y las
propiedades — las miró a los ojos — se han terminado los secretos, el anterior duque nos dejó en
la más absoluta bancarrota y con el esfuerzo conjunto y el dinero de mi esposa estoy haciendo
todo lo que puedo para salvar el ducado.
Casie le miró a los ojos y ocultó una sonrisa.
—Bien, ahora hablemos de mi duquesa — las tres mujeres se tensaron — si alguna de
vosotras o quien sea, vuelve a provocarle la más mínima molestia, esa persona, sea quien sea
repito — entrelazó los dedos y se apoyó en el escritorio — será expulsado del ducado y de todas
mis propiedades — alzó un dedo cuando su madre fue a protestar — no, las quejas, las histerias y
los prejuicios se han acabado — les advirtió — hemos sufrido una terrible pérdida que mi esposa
aún no ha podido superar, si alguien le provoca el más mínimo malestar, me desharé de esa
persona.
Observó que su cuñada cerraba los ojos y se estremecía, al parecer ella sí que estaba al tanto
de lo que había ocurrido.
—Esto es para vosotras — les dijo a su madre y a su hermana — si Raychel se quiere ir a
Beasley House, a América o a la India, todo lo que vosotras diréis será: buen viaje, te echaremos
de menos — alzó una ceja en un gesto totalmente arrogante — ¿os ha quedado claro?
Ambas mujeres se miraron la una a la otra y asintieron temblorosas.
—Se han terminado los miedos por épocas pasadas y se han terminado los actos irracionales
— les dijo, esta vez incluyendo también a Casie — me da igual lo que os pase o lo que creéis que
pasa — les advirtió — mi esposa tiene que recuperarse y lo hará al abrigo de la familia, ¿me he
explicado con claridad?
Todas asintieron y él les hizo un gesto para que se levantasen y se fuesen del estudio, cosa que
las tres mujeres hicieron sin pensarlo, primero salió Casie, después Grace y cuando fue el turno
de Ellene, dudó y finalmente se giró hacia su hijo.
—¿Qué le ha pasado a Raychel? — le preguntó.
—No es de tu incumbencia — le espetó — si mi esposa quiere compartirlo, ella es la única
que puede hablar sobre ello — su madre le miró con los ojos más abiertos de lo habitual — te lo
digo en serio madre, mi matrimonio no es como lo fue el tuyo, Raychel no eres tú y yo no soy mi
padre, se acabaron las tonterías.
Ellene tragó con fuerza y asintió con un gesto.
Minutos más tarde, cuando se aseguró de que no quedaba nadie en el pasillo, Garrison se
levantó pero se encontró con la mirada helada de su esposa.
—¿Las has regañado a todas? — le preguntó entrando en el despacho y cerrando la puerta tras
ella.
—Sí — admitió — y a ti te hago otra advertencia — ella le miró subiendo ambas cejas — se
han acabado las carreras a media noche y las escapadas ¿me has oído?
—O si no, ¿qué? — le desafió abiertamente.
Por un momento él pensó que le había oído y volvía a estar enfadada, pero advirtió el brillo
pícaro de sus ojos y sonrió.
—O si no, excelencia — se acercó a ella y la atrajo a sus brazos — me veré en la obligación
de atarla a la cama — acercó sus labios a su oreja — lo cual creo recordar, que nos fascinó a
ambos — después le lamió el lóbulo y la sintió tensarse, se separó para mirarla a la cara — no te
estoy presionando — le dijo — pero cuando estés lista, te agradecería que me lo hicieses saber.
Raychel le rodeó el cuello con las manos y le besó en los labios.
—Me gusta cuando te pones al mando de todo.
—Y más que te va a gustar — se separó de ella y le dio una suave palmada en el trasero — y
ahora, si ya estás descansada, siéntate y ayúdame.
Ella ahora sí que le miró asombrada.
—¿Acaso te crees que voy a llevar yo sólo el ducado y tu dichosa fábrica? — arqueó una ceja
y se sintió como un dios entre mortales cuando ella brilló de emoción — ten — le tendió un
cuaderno y una pluma estilográfica — empieza a tomar notas y a hacer cálculos.
Raychel se sentía como una niña la mañana de Navidad.
Cualquier otra mujer pensaría que ese no era trabajo para ella, pero ella no era así. Era feliz
haciendo listas, cálculos y proyectos. Pero se sintió más feliz aún al comprobar que se sentía
totalmente realizada al hacer todo eso al lado de su marido.
Ahora sí se sentía como su esposa, su compañera y su confidente.
***
Casi un año más tarde, apenas unos días después de que toda la alta sociedad volviese a la
ciudad y la Cámara de los Lores comenzase a estar en sesión, cientos de invitaciones fueron
repartidas por toda la ciudad y para regocijo de los Hawley, todas fueron aceptadas.
Raychel estaba exultante y fascinada. Había asistido a los bailes a los que había sido invitada
y si bien sí que le resultaron relativamente agradables, no era nada comparado con ser ella la
anfitriona.
Tenía una extraña sensación en el estómago al estar en la puerta, con Garrison a su lado,
momentos antes de que se diese la orden de abrir las puertas de Hawley House y empezar a
recibir a los invitados.
—¿Estás lista? — Garrison le cogió la mano y se la llevó a los labios — estás arrebatadora
amor mío.
Raychel se sonrojó y se puso de puntillas para darle un cálido beso en los labios.
—Te quiero — le susurró y él deslizó su otra mano por la espalda hasta posarla
descaradamente sobre su trasero.
—Yo también te quiero.
En ese momento, el duque y la duquesa de Hawley dieron la orden de que las puertas fuesen
abiertas y ambos se posicionaron de una forma absolutamente correcta y socialmente aceptable.
Y los invitados comenzaron a subir las escaleras de la entrada a la mansión y a saludarles con
respeto y alegría.
Los duques intercambiaron saludos y cortesías con más de trescientas personas, el único
momento tenso del principio del baile, fue cuando Leonard apareció con sus padres.
Raychel mantuvo una actitud altiva y distante con los tres y Garrison le mostró su apoyo,
dejando perfectamente claro que la única señora que él respetaba era su esposa.
Una vez que las puertas se cerraron tras la última pareja que llegó, Garrison escoltó a su
esposa hasta el centro de la pista de baile e hizo un gesto, la orquesta comenzó a tocar un vals y el
duque tras hacer una reverencia a su esposa, le cogió con elegancia y comenzó a dar girar con ella
al son de la música.
—Empezamos con un baile — le dijo el duque — y míranos, bailando de nuevo.
—En realidad, excelencia — le miró divertida a los ojos — empezamos con una presentación.
—No, yo ya sabía que eras mía — la besó en los labios para escándalo de los presentes —
Raychel.
—¿Sí? — le miró totalmente embelesada por él.
—Gracias por cambiar mi vida.
Ella sonrió como sólo ella sabía hacerlo, procurando a su helada mirada un fuego que les
calentó a ambos. Garrison la acercó más a él y mientras la música flotaba a su alrededor, ambos
se olvidaron de todo lo demás.
Un par de horas más tarde, los condes de Hamley, así como su único hijo varón, el vizconde
Wattley fueron invitados a visitar la biblioteca, una vez que los tres entraron, se encontraron a
Raychel cómodamente sentada en una de las butacas.
—Tomen asiento.
Todos se tensaron pero obedecieron.
Raychel les tendió tres documentos y les dio unos minutos para que los leyesen. Observó las
distintas reacciones y se preparó para hacer lo que mejor sabía hacer: negociar.
—Como pueden ver, he comprado todas las deudas del vizconde — le dirigió una mirada
helada — las condiciones son las mismas que pactó con el banco, salvo un apartado nuevo —
miró a los tres — si oigo el más mínimo rumor sobre mi hermana — ahora sí que le miró a él
solamente — acabaré contigo Leonard.
Él se tensó pero antes de que ninguno de ellos pudiese hablar, ella alzó la mano.
—Te abrimos las puertas de nuestra casa — le dijo con tanta decepción en la voz, que la
condesa se estremeció — y nos lo pagaste con traición — les entregó otra hoja — sé cuál es el
trato que tenías con lady Lyndon — el conde y el vizconde se enderezaron y clavaron sus ojos en
ella — lo que hagas con ella es sólo asunto tuyo — le espetó — pero jamás vuelvas a jugar con la
vida de mi hermana.
—Excelencia — intervino la condesa — me temo que no la entiendo… si mi hijo ha hecho…
—Su hijo — la cortó mirándola friamente — le contará los detalles si lo cree oportuno, lo
único que yo les voy a decir es esto, soy la duquesa de Hawley, tengo más dinero que la mitad de
los invitados juntos y ahora tengo tantos apoyos en la alta sociedad que nadie podrá conmigo —
clavó su mirada en el conde — ustedes no tienen tantas influencias y a juzgar por eso — hizo un
gesto hacia los papeles que todos sostenían — tampoco tienen mucho dinero — les vio enrojecer
— la relación que tengan con mi marido es cosa de él, pero no vuelvan a acercarse a mi hermana
jamás y Leonard — le miró — si algún día quieres casarte y seguir con la herencia familiar, te
aconsejo que te olvides hasta de su nombre, ¿me has entendido?
Los hombres la miraban llenos de rabia y la mujer parecía que estaba a punto de desmayarse,
pero los tres asintieron con un gesto.
—Bien — Raychel se puso en pie — disfruten de la fiesta señores.
Con paso firme se dirigió a la puerta y salió dejándola abierta de par en par, se sintió tentada a
quedarse escuchando pero finalmente decidió que no merecía la pena. Ella había terminado con
esa familia.
Cuando se alejó varios metros se topó con la elegante figura de su esposo, Garrison estaba
apoyado contra la pared, tenía las manos metidas en los bolsillos y los tobillos cruzados.
—Debería haber estado contigo — le dijo.
—Ya lo hablamos — se acercó a él y colocó sus manos en el amplio pecho — tenía que
hacerlo yo — Garrison la miró y comprendió lo que quería decir — tu relación con ellos es
demasiado personal — prosiguió antes de alzarse para besarle en los labios — pero si quieres
consolarles, creo que aún necesitarán varios minutos para reponerse.
—No — le rodeó la cintura con las manos y la acercó a él — lo que Leonard ha hecho ha sido
una vil traición, jamás pensé que de todas las damas, fuese a enredarse con la amante de mi padre,
después de todo lo que le conté y de todo lo que nos hizo… — apretó la mandíbula — pero lo que
jamás le perdonaré fue que le hiciese daño a Casie.
—Ya no tenemos que preocuparnos por eso — apoyó la cabeza contra el cuerpo de su marido
— ahora sólo tenemos que vigilar que tu madre no se peleé con su hermana — suspiró.
—Siempre podríamos cobrar entrada para verlas — bromeó Garrison — todo el mundo sabe
que andamos escasos de fondos.
Raychel se rió con ganas y le besó en los labios.
—Te quiero Garrison — le dijo como lo que era, una mujer totalmente enamorada.
—¿Sabes? — el duque la besó de nuevo — tu madre tenía razón — ella arqueó una ceja y le
miró — si es la adecuada, con un instante basta.
EPÍLOGO

—¡Pero será posible! — Garrison subió las escaleras a toda prisa mientras juraba y maldecía
en varios idiomas.
Llevaban días esperando el momento oportuno y la primera vez que sale de su casa para
reunirse con los encargados de las dos fábricas de las que eran dueños, después de todo lo que
habían tenido que pelear… ¡sólo había estado fuera ocho horas!
Y en esas ocho horas estaba cambiando toda su vida. Aún le recorrían la columna helados
escalofríos del terror más absoluto, había empezado a sentirlos desde que leyó la nota en la que le
pedían que volviese a casa de forma urgente.
Cuando llegó a la puerta de sus habitaciones las abrió de par en par y por un momento se
quedó lívido ante la escena.
—¿Pero es que no puedes ser una mujer normal y dar a luz como todo el mundo? — gruñó
mientras se acercaba.
A medida que se quitaba la chaqueta y el chaleco se fijó sólo un instante, eso sí, que Casie y su
madre le miraban con los ojos muy abiertos.
Se arremangó las mangas de la camisa y se sentó tras la espalda de su mujer con las piernas
muy abiertas, la apoyó contra su pecho y la besó en el pelo.
—¿Y cuándo diablos he hecho yo algo normal? — respondió jadeando Raychel mientras le
clavaba las uñas en los musculosos muslos.
—En eso tienes razón — entrelazó las manos con las de ella y la besó en el cuello — venga
cariño — la animó — puedes hacerlo.
—Garrison — intervino su madre — de verdad que esto no es…
—Calla — le dijo el duque — es mi hijo o mi hija quien está naciendo y mi mujer la que se
encuentra en esta situación.
—Empuje excelencia — el médico que estaba entre las piernas de la duquesa dio la orden y
todos se callaron.
Raychel gritó desesperada mientras hacía lo que le pedía el médico mientras mentalmente
fantaseaba con cortarle a su marido una parte de su anatomía.
—Si no fuese tan fascinante — murmuró con el rostro lleno de lágrimas.
Garrison la oyó y sonrió, desde que había empezado a sentir las primeras contracciones le
había amenazado innumerables veces con cortarle el miembro, pero después se arrepentía y le
decía que no podría hacerlo porque le resultaba fascinante.
Ella sí que era fascinante.
—Vamos cariño — volvió a animarla — vamos.
—¿Quieres hacerlo tú? — le gritó desesperada y empujó de nuevo — ¡me niego a tener más
hijos! — vociferó.
El duque estaba cada día más enamorado de su esposa. Adoraba cada aspecto de ella y cada
onza de ese carácter endemoniado que desde hacía casi cuatro años le volvía completamente loco.
—Excelencia — intervino el médico — empuje más fuerte, ya veo la cabeza.
—¡Menos mal! — gimió Raychel.
Apoyándose en el fuerte cuerpo de su marido, cogió aire y empujó con todas sus fuerzas.
Tras un desgarrador grito de ella, al cabo de pocos segundos, se oyó un chasquido y un berrido
infantil sesgó el ambiente cargándolo con las esperanzas de toda la familia.
Una enfermera corrió a coger al bebé mientras el médico se ocupaba del cordón umbilical,
después se lo llevó hasta el baño donde lo tenían todo preparado, le limpió con cuidado y le
envolvió en una suave manta forrada de seda que Casie había comprado, por supuesto de un
delicado color amarillo suave porque no sabían si sería niño o niña.
La mujer volvía encantada con el bebé entre sus brazos cuando oyó otro desgarrador grito de
la duquesa.
—¡Un último esfuerzo excelencia! — gritó el médico.
—No, no puedo más — sollozó Raychel que estaba agotada.
—Querida — le dijo el médico — está saliendo otra cabeza, por favor, aguante.
Garrison se envaró y apretó más fuerte las manos de su esposa.
—¿Cómo que otra cabeza? — gritó Raychel gimiendo — ¿cuántas cabezas tienen los niños?
Esta vez Garrison sí que se rió y se ganó que su esposa le clavase las uñas con fuerza, cortó la
carcajada y la besó con cariño.
—Parece que son gemelos, excelencia — susurró el médico que aún no se había acostumbrado
al carácter de la duquesa, ella le fulminó con la mirada.
—Vamos amor mío — le dijo al oído — después te daré un masaje.
—¡Fueron tus malditos masajes los que me pusieron en esta situación! — gritó mientras
empujaba con las últimas fuerzas que le quedaban.
Nadie osó reírse.
Casie corrió a coger al primer bebé para que la enfermera se ocupase del segundo.
Raychel cayó casi inconsciente contra el pecho de su marido y con la mirada llena de lágrimas
gimió.
—Ya no quedan más, ¿verdad?
Garrison rió y el médico le dedicó una severa mirada.
—No excelencia — la consoló con un tono de voz cálido — lo ha hecho de maravilla, ahora
me ocuparé de usted.
—¿Ves? — le susurró Raychel a su marido, este la miró lleno de un amor como jamás había
sentido — te dije que te cambiaría la vida.
El duque la besó en la cabeza y sonrió.
—Y doy gracias a Dios cada día por ello.
Después, mientras la enfermera se llevaba a su segundo bebé al baño para limpiarle, él abrazó
a su esposa y le susurró al oído lo mucho que la amaba y lo honrado que se sentía por ser el
elegido de una mujer tan excepcional como ella.
Mientras el médico se ocupaba de cortar la hemorragia de su esposa, Garrison rezó con
renovado fervor para que todo saliese bien, nunca lo había hablado con nadie, pero se moría de
miedo al pensar en las cientos de cosas que les sucedían a las mujeres al dar a luz o pocos días
después.
En cuanto la enfermera volvió, Ellene, la duquesa viuda, corrió a coger al bebé entre sus
brazos y sonrió.
Dos doncellas que habían estado pendientes de su señora todo el tiempo, ayudaron a la
enfermera a cambiar las sábanas una vez que el médico terminó con Raychel y Garrison la cogió
en brazos.
Una vez que la cama estuvo de nuevo seca y limpia, el duque la tumbó con extremo cuidado y
cogiendo un paño húmedo que le tendía una de las doncellas, le limpió el rostro a su esposa.
—Quiero a mis bebés — susurró Raychel.
Tanto Ellene como Casie se apresuraron a ponérselos en el regazo y Garrison le ofreció todo
su apoyo, su esposa estaba muy débil.
—Enhorabuena excelencia — dijo el médico — tienen ustedes un hijo y una hija perfectos.
Raychel sonrió y besó las tiernas cabecitas de sus hijos y después se echó a llorar
desconsolada mientras hacía acopio de las pocas fuerzas que le quedaban para abrazarles con
sumo cuidado.
—Os quiero mucho — les dijo entre sollozos — mucho más de lo que pensaba.
Los corazones de los presentes se encogieron ante las sentidas palabras.
—Mira cariño — le dijo a su marido — ellos sí que nos han cambiado la vida — el duque
tenía los ojos húmedos y el corazón errático — tienes que ponerles un nombre.
—Sebastian Howard Garrison y Alyana Katelinn Cassandra.
—No — protestó Raychel — también tienen que tener los nombres de Ellene, Grace y
Darlene.
—Cariño — la duquesa viuda se acercó a ella y le acarició la frente — creo que son unos
nombres perfectos — la besó en el pelo húmedo — yo soy su abuela, no hay honor mayor que ese,
tesoro mío — volvió a sonreír — y en cuanto a mis niñas, estoy segura de que no las importa.
Garrison le agradeció a su madre el gesto con una sonrisa y ella le miró llena de orgullo.
Pocos minutos después, la niñera que habían contratado se llevó a los bebés con ayuda de
Casie y de la duquesa viuda y Garrison se tumbó al lado de su esposa y la abrazó con delicadeza.
—Gracias — le susurró al oído, ella sonrió casi dormida — descansa mi vida — la besó en el
pelo — yo velaré tu sueño.
***
Quince días más tarde, Grace, Darlene y su marido entraban en la mansión ducal seguidos por
su hija pequeña que tenía casi un año y medio e iba en brazos de su niñera y apenas un instante
después, eran conducidos hacia la salita de la duquesa donde Raychel descansaba plácidamente
con las dos pequeñas cunas cerca de ella, Garrison estaba a su lado y Casie y Ellene bordaban
cada una en un sillón mientras no perdían de vista a los bebés.
—Felicidades Raychel — dijo Darlene nada más cruzar las puertas.
—¡Oh qué maravillosa sorpresa! — se puso de pie con cierta dificultad y se acercó para
abrazarles a ambos — por favor, disculpad — se limpió las mejillas — no hago más que llorar.
Darlene que ya era toda una experta en el tema, la abrazó con cariño.
—No te preocupes, se te pasará.
—Bienvenido de nuevo — Garrison le estrechó la mano al conde de Hawthorne y sonrió —
¿qué tal el viaje?
—Largo — murmuró el hombre — felicidades.
—Gracias.
En ese momento, Raychel se percató de que una mujer había entrado detrás de ellos y llevaba
a una niña pequeña en sus brazos.
—¡Oh! — se acercó con los brazos estirados — mi pequeña Jocelyn — dijo sollozando.
La niña sonrió y extendió sus bracitos.
—Pero mírate — le dijo la duquesa — eres mucho más bonita de lo que tu madre me cuenta en
las cartas y por Dios — volvió a limpiarse los ojos — ¡cuánto has crecido! — la besó en la
mejilla y se la llevó a la duquesa viuda.
Pronto todos los mimos fueron para la pequeña que se deshacía en sonrisas y dulces gorgoteos
para delicia de los presentes.
Raychel se sentó en el sofá aún algo dolorida y observó la escena que tenía ante ella.
Habían pasado casi cuatro años desde que nerviosa, emprendió el viaje desde Boston hacia
Inglaterra. Habían vivido situaciones terribles y otras llenas de angustia, se habían dejado llevar
por el miedo y habían cometido errores. Pero finalmente, habían sido capaces de perdonar y de
sobreponerse, de aprender, de aceptar las cosas buenas y apartarse de las malas y ahora, varios
años después de casarse con el amor de su vida, Raychel podía disfrutar de una vida mucho más
idílica de lo que alguna vez se había atrevido a soñar.
Garrison y ella trabajaban día a día como auténticos compañeros y cada día más enamorados,
les había llevado algo de tiempo superar las pérdidas y perdonarse el uno al otro, así como
perdonar a los que les rodeaban, pero lo habían logrado y ahora sabía que eran realmente felices.
Suspirando sonrió cuando la pequeña se impacientó y su abuela la dejó ir.
Jocelyn estaba en el suelo, Grace y Casie se habían sentado a su alrededor y Ellene disfrutaba
de las atenciones de su hija Darlene y del conde escocés. Y Garrison, su marido, cerca de las
cunas de sus hijos, les miraba a todos lleno de confianza y felicidad.
Se le hinchó el corazón de pura dicha y se limpió una traicionera lágrima de los ojos, después
alzó la mirada al techo y susurró.
—Gracias por obligarme a hacerte esa promesa mamá y, gracias por una vida llena de
privilegios, papá.

FIN
NOTA DE LA AUTORA

Lo primero, quiero decirte que espero que hayas disfrutado de la lectura.


Lo segundo, que espero haber podido cumplir con las expectativas y conseguir explicar la
complejidad de las emociones que a veces nos dominan de tal forma que nos cuesta pensar antes
de actuar.
Y por último, me gustaría decirte que es un placer compartir mi trabajo contigo.

Como ya sabes, puedes seguirme en las redes sociales: Facebook, Twitter e Instagram.
Además de en mi página oficial: www.alexiaseris.com.
Donde encontrarás relatos, novedades y bueno, de todo un poco.
Besos,
Alexia Seris.

También podría gustarte