SEMINARIO MAYOR LOS SAGRADOS CORAZONES
JAIRO ANÍBAL PÉREZ VALLEJO SÍNTESIS DE TEOLOGÍA DOGMÁTICA
IV TEOLOGÍA PBRO. JUAN SEBASTIÁN RIVERA
SACRAMENTOS DE INICIACIÓN CRISTIANA: BAUTISMO Y CONFIRMACIÓN.
1. EL SACRAMENTO DE LA INICIACIÓN CRISTIANA
Bautismo, Confirmación y Eucaristía son el culmen del proceso y, a la vez, encarnan
el sentido y los contenidos del proceso de iniciación o catecumentado. La iniciación cristiana
es para llegar a ser cristianos, esto es, injertarse en el misterio de Cristo muerto y
resucitado, que es acontecimiento salvífico histórico. La iniciación es la primera participación
sacramental en la muerte y resurrección de Cristo. Esto equivale a hacerse miembro del
Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
La Iglesia es el lugar y el ámbito de la iniciación, por eso es un proceso eclesial,
donde la iniciadora es la Iglesia en el ejercicio de su maternidad. La iniciativa y el peso de la
acción son de Dios. Los ritos que forman el catecumenado celebran como don de Dios los
progresos que va haciendo el catecúmeno en todos los sentidos.
La iniciación cristiana es también un proceso personal: se manifiesta en la
importancia que en él tiene la fe, una fe llamada a desarrollarse según ritmos e itinerarios
establecidos hasta culminar en la experiencia personal que hace el iniciado de la muerte y
resurrección de Cristo a través de los sacramentos de iniciación. Al final del proceso será una
criatura nueva.
En la iniciación el primer paso es la evangelización, que tiene como fin la conversión
y la fe. Viene luego la formación en la fe (catequesis). Forman parte del catecumenado los
ejercicios ascéticos y ritos litúrgicos que culminan en los tres sacramentos de la
iniciación. Ella tiene como característica la ley del desarrollo constante y progresivo. El
catecúmeno necesita tiempo para purificar las motivaciones, consolidar la conversión,
madurar la fe, habituarse al estilo de vida cristiana, identificarse con la Iglesia. La iniciación
es el comienzo de la existencia cristiana; abre la puerta a la vida cristiana, es un proceso de
conversión e iniciación permanentes. La verdadera iniciación se dará, a través de la muerte,
con el ingreso en el goce de la vida eterna. Esta perspectiva de la meta final confiere a todo
el proceso una “tensión escatológica”, un vivir el tiempo con la orientación del futuro que
Cristo nos asegura.
La iniciación es un proceso unitario, a pesar de la variedad de elementos, actores y
momentos que intervienen. Los agentes, elementos y etapas están articulados entre sí y todo
el proceso constituye un único acontecimiento. Por eso hablamos del “sacramento de la
iniciación cristiana”. Se realiza principalmente en las acciones sacramentales. La unidad
ritual es reflejo de una unidad teológica. La iniciación será completa cuando se hayan
recorrido estas tres etapas pues éstos se complementan mutuamente.
El orden de sucesión tradicional entre estos sacramentos se asienta en la naturaleza
de cada sacramento y tiene un sentido teológico y normativo. El bautismo y la confirmación
tienden hacia la comunión eucarística. El bautismo marca el momento fundacional. La
confirmación hace avanzar a los bautizados, disponiéndolos para participar en la Eucaristía.
Los fieles renacidos en el bautismo se fortalecen con el sacramento de la confirmación y,
finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna.
2. LA INICIACIÓN CRISTIANA EN EL NUEVO TESTAMENTO
En el NT existe un proceso embrionario de iniciación cristiana. La Iglesia primitiva, en la
Vigilia Pascual, entre el bautismo y la participación de la eucaristía, tenía lugar una segunda
unción de los Recién bautizados, que simbolizaba el don del Espíritu y que es el núcleo
actual de la confirmación. Aquí presentamos los elementos más significativos sobre la
iniciación.
Hechos de los Apóstoles describe el crecimiento de la comunidad, testimonia sobre
incorporaciones de miembros a la Iglesia, así como algunos datos sobre el ritual de la
iniciación y unos puntos doctrinales.
a) Hch 2,37-38.40-42.47 (Pentecostés): anuncio de la salvación; acogida de los
oyentes (fe); invitación a la conversión; y bautismo. Resalta el verbo bautizar y la
expresión “bautizar en el nombre de Jesucristo”, que marca la referencia del bautismo
a Cristo.
b) Hch 8,5.12-13.14-18 (Bautismo en Samaría): anuncio del kerigma, aceptación en la
fe, bautismo en el nombre de Jesús, invocación del Espíritu, imposición de manos.
c) Hch 8,27-28.34-39 (Bautismo del eunuco): anuncio de la Buena Noticia de Jesús,
petición de bautismo, profesión de fe y bautismo.
Pablo alude a su bautismo y en sus cartas el bautismo aparece como práctica común
eclesial. Cuando se refiere a él lo hace para resolver problemas particulares o con tono
exhortativo, como recurriendo a una doctrina admitida por todos (lo que da mayor valor a su
testimonio).
a) 1Cor ofrece el testimonio más antiguo sobre la iniciación. El bautismo nos asocia a
la muerte de Cristo y genera una pertenencia a Él. Recurre a la tipología bíblico-
sacramental hablando del paso del mar Rojo como prefiguración del bautismo. Para
invitarles a la unidad, utiliza la imagen del cuerpo: Todos hemos sido bautizados en un
mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo y a todos se nos dio a beber de un solo
Espíritu (cf. 1Cor 12,12-13).
b) Rom 6 es el texto bautismal de mayor densidad teológica. Rom 6 y 7 responden a
esta cuestión: “al cristiano, por estar asegurada su redención en Cristo, ¿le es
indiferente estar en pecado o no?”. El apóstol responde con una doctrina básica
bautismal, conocida por los destinatarios de su carta. La comunión del bautizado con
el misterio de Cristo se realiza por el bautismo, que es “imagen sacramental” de la
muerte de Cristo. Muestra así la base de una ética cristiana cuyo componente, que
más interesa aquí a Pablo, es la muerte al pecado.
Juan: La información sobre la iniciación cristiana que ofrece está tamizada por la
experiencia (catequética, pastoral, sacramental) de varias generaciones cristianas. En el
diálogo con Nicodemo (Jn 3,1-21), Jesús presenta el bautismo como un segundo nacimiento.
Es condición para entrar en el Reino de Dios. En las curaciones del paralítico de Betesda (Jn
5,1-19) (inmersión en el agua) y del ciego de nacimiento (Jn 9,1-38) (bautismo como
iluminación), la catequesis ha visto figuras del bautismo. En textos en que se habla del agua
han visto algunas alusiones al bautismo: (la samaritana (Jn 4,7-15), la fiesta de los
Tabernáculos (Jn 7,37-39) y el agua y sangre que brotaron del costado abierto del
Crucificado (Jn 19, 33-35)). En el Apocalipsis, la visión de “los que están vestidos con
vestiduras blancas.., que vienen de la gran tribulación y han lavado y blanqueado sus mantos
en la sangre del Cordero” (Ap 7,13-14), parece aludir a la relación entre el bautismo y el
misterio de la cruz.
Toda la Primera carta de Pedro es considerada como una homilía bautismal, donde
desde el principio habla del segundo nacimiento (1,3). Concibe el diluvio como figura del
bautismo (3,20-22), del que surge una humanidad purificada interiormente; esta tipología es
referida en la tradición mistagógica cristiana. Puede que el autor juegue también con la idea
del diluvio como figura de la muerte-resurrección de Cristo; en este caso estarían presentes
los tres niveles de la tipología bíblico-sacramental: AT, NT y tiempo eclesial.
2.1. El mandato bautismal. Desde los orígenes, según los textos referidos, el
bautismo es el signo peculiar de la agregación a la Iglesia. Todo el que acepta el mensaje de
Cristo y desea pertenecer a la Iglesia es bautizado. ¿Cabe hablar de una orden expresa de
Jesús? Dos textos (Mc 16, 15-16 y Mt 28, 19-20), atribuyen a Jesús una orden expresa.
Estos textos reflejan la convicción de las comunidades de Mc y Mt de que la práctica
bautismal tenía su origen en una orden del Señor. La Iglesia, durante siglos, ha basado la
existencia del bautismo en este mandato de Jesús. Por otra parte, Mt 28,19 es testigo de que
en los años 80-90, en Siria, estaba en uso la fórmula trinitaria. Mc y Mt establecen una
conexión entre proclamación del kerigma, fe y bautismo (Mc) entre enseñanza y bautismo
(Mt), que interesará mucho a los doctores del s. IV.
2.2. “Bautizar en el nombre del Señor Jesús” (cf. Hch 8,16; 19,5; 1Cor 1,13.15; Mt
28,19): Esta expresión afirma la relación que el bautismo guarda con Cristo. Sirvió para
afirmar la novedad del bautismo de Jesús frente a otros bautismos. La preposición en
sugiere que por el bautismo somos transferidos a Cristo, pertenecemos a Él, puestos bajo su
autoridad y protegidos por Él. Sugiere también que el bautizado es introducido en el
acontecimiento salvífico realizado por Dios en él y por él, y asociado a él. “Bautizar en el
nombre del Señor Jesús” es acto de entrega en pertenencia a Cristo. La invocación del
precioso Nombre sobre el bautizado lo declaraba propiedad de aquel cuyo nombre había
sido pronunciado sobre él. Por eso el bautismo es sello: marca de propiedad y garantía de la
protección del Señor a quien servimos.
2.3. “Bautizar con agua-bautizar con Espíritu” (cf. Mc 1,8; Hch 11,16; Jn 1,33;
Hch 1,5): La expresión “bautizar en el Espíritu” es una forma de señalar las diferencias
entre el bautismo de Juan y el de Jesús; sólo éste confiere el Espíritu Santo. Además, el don
del Espíritu por Jesús se concibe a modo de un bautismo. La comunidad primitiva entendió el
bautismo en el Espíritu como bautismo real con agua, que comunica del don del Espíritu, y lo
identificó con el bautismo cristiano. El binomio agua-Espíritu, bautismo de agua-bautismo de
Espíritu, ha de entenderse como semejanza: el agua es signo del Espíritu vivificante. La
inmersión bautismal (bautismo en agua) es bautismo en Espíritu. La acción principal es la del
Espíritu; la del agua es medio para la acción del Espíritu. La expresión bautizar en el Espíritu
significa la conexión entre bautismo cristiano y Espíritu Santo.
El bautismo de Juan y el bautismo cristiano coinciden en su aspecto formal (por
inmersión, necesidad de que intervenga un ministro, una sola vez) y en su significado (signo
de conversión para el perdón de los pecados). Pero la novedad del bautismo cristiano,
afirmada por Juan y por Jesús, está básicamente en la referencia que el bautismo guarda a
la persona de Jesús (bautizar en el nombre del Señor Jesús) y en el don del Espíritu que
confiere. La tradición evangélica resalta el hecho de que Jesús se sometiera al bautismo de
Juan. Son narraciones que quieren significar la proclamación de la misión de Jesús, su
consagración mesiánica, la inauguración oficial de su ministerio y, quizás, un presagio de su
muerte y resurrección. La tradición patrística consideró el bautismo de Jesús como modelo
del bautismo cristiano.
2.4. Se puede reconstruir el orden de la iniciación cristiana, contando con
particularidades rituales fruto de las tradiciones bautismales existentes en las diversas
Iglesias.
a) Todo empieza con el kerigma, el primer anuncio de la Buena Nueva (cf. Hch 2,14-36; 4,8-
12).
b) Los oyentes manifiestan su buena disposición, acogiendo la Palabra en la fe, el
arrepentimiento y la conversión (cf. 1 Cor 15,1ss; Heb 6,1-2; Mt 28,20).
c) El acto bautismal presentaba una cierta estructura ritual (cf. Hch 8,37; Rom 10, 9; 1 Cor
12,3; Flp 2,11). Probablemente se exigía al candidato que expresara su voluntad en forma
de alabanza, o de profesión de fe. El elemento empleado era el agua. La expresión “bautizar
en el nombre de Cristo” puede referirse de alguna manera a la fórmula litúrgica.
d) El gesto de la imposición de manos (Hch 8,17-20 y 19,6) se relaciona con los apóstoles;
las fuentes parecen dar a esta intervención una significación teológica. Se menciona la
oración que precede a este gesto.
e) El ingreso en la Iglesia supone la participación en la vida de la nueva comunidad (cf. Hch
2,41-42; cf. 16,34; Didaché IX,5).
2.6. Expresiones para designar la iniciación en su conjunto o el bautismo:
a) Comunión en la Muerte-Resurrección de Cristo es un resumen de la vida cristiana como
seguimiento de Cristo, considerada la concepción paulina por excelencia (Rom 6, 2-6; Col
2,11-15).
b) Nuevo nacimiento y filiación divina conlleva el comportamiento moral consecuente, se abre
camino en Juan (3,3.5-7), primera de Pedro (1,3.23), y en la literatura paulina (Gál 4,4-7;
Rom 8, 15-16; Tit 3, 5; cf. Ef 1,5).
c) La asociación del baño bautismal con la comunicación del Espíritu Santo se relaciona con
Pentecostés (cf. Hch 2,14-41). En algunos casos, también aparece la efusión del Espíritu en
la imposición de las manos posterior al bautismo (cf. Hch 8,17; 19,6).
d) El bautismo incorpora a la comunidad de salvación. Al gesto de imposición de las manos,
Pablo añade la metáfora del cuerpo: por el bautismo se va constituyendo y edificando el
cuerpo de Cristo (Hch 5,14; 11,24; 9,31).
e) La tendencia a definir el bautismo por el perdón de los pecados como un proceso de
purificación por la metanoia, que desemboca en el perdón de los pecados, aparece al final de
la época apostólica en ámbitos judeo-helenistas (cf Hch 2,38; 22,16; 1 Cor 6,11; Ef 5,26).
3. DIMENSIONES HISTÓRICO-SALVÍFICAS DEL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
3.1. Dimensión Cristológica del Bautismo
La fuerza simbólica del rito bautismal significa y actualiza en todas sus dimensiones la
obra salvífica realizada por Dios en Cristo, quien es el primero y principal referente del
bautismo. El simbolismo del acto central bautismal hace referencia al misterio pascual.
Muerte, sepultura, resurrección, pasando de la muerte (del pecado) a la vida. En el bautismo
morimos y resucitamos con Cristo simbólicamente (Rom 6, Col 2, 12).
Los Santos Padres usan diversas expresiones: participación-comunión, conjunción,
familiaridad, semejanza. Santo Tomás entiende esta experiencia como una incorporación del
creyente a la pasión y muerte de Cristo. “Mediante el bautismo los hombres se insertan en el
misterio pascual de Cristo, mueren con él, son sepultados con él y resucitan con él” (SC 6).
“Los creyentes se unen a Cristo, muerto y glorificado, de una manera misteriosa, pero real”
(LG 7).
3.2. Dimensión eclesiológica del bautismo.
La Iglesia es sujeto integral de la celebración bautismal, en ésta, desde el punto de
vista simbólico, se hace una progresiva entrada en el misterio de la Iglesia y constituye toda
una catequesis de iniciación.
Por el bautismo, la Iglesia Madre alumbra nuevos hijos. Se considera el baptisterio como
seno materno de la Iglesia. La relación Iglesia Madre-bautismo es tema frecuente en la
catequesis patrística e inscripciones de baptisterios. Hijos de la Iglesia se llama a los
bautizados. El bautismo une con Cristo y une a los bautizados entre sí en la Comunión de los
Santos, crea fraternidad (LG32). En el bautismo la incorporación a Cristo y a la Iglesia son
inseparables: en un acto se hace uno miembro de Cristo y de la Iglesia. Pertenecer a la
Iglesia es la forma concreta de pertenecer a Cristo, además ella se edifica en la medida que
celebra.
3.3. Efectos del bautismo:
Además de la configuración con Cristo y la pertenencia a la Iglesia; la gracia bautismal se
manifiesta en otros dones de vida sobrenatural (cf. CIC 1266).
3.3.1. Perdón de los pecados
La eficacia del bautismo en orden a destruir en nosotros el pecado es un elemento básico de
la teología bautismal. Responde a una convicción profunda. En su formulación
aparentemente negativa, se presenta como sinónimo de redención (cf. Ef 1,7; Col 1,14). La
conexión entre bautismo y perdón de los pecados estaba presente en el bautismo de Juan:
era un gesto de conversión personal para la purificación de los pecados (cf. Mc 1,4-5; Lc
3,3). Esta conexión es clara desde el principio en el bautismo cristiano. Al caracterizarlo con
el simbolismo del fuego (os bautizará en Espíritu Santo y fuego: Mt 3,11; Lc 3,16), el Bautista
le está atribuyendo este efecto de la purificación de los pecados.
La atribución de la purificación de los pecados al bautismo es una pieza maestra de la
teología y catequesis bautismales de la época patrística. La formularon los símbolos:
“Confesamos un solo bautismo para el perdón de los pecados”. El simbolismo del agua
como elemento purificador les sirve de punto de partida para ahondar en la purificación del
alma como efecto del bautismo. Paulatinamente, se hace una mejor comprensión, afirmando
que se borran todos los pecados, sea cual fuere su número, género y gravedad; se emplean
adjetivos y adverbios que subrayan la radicalidad de esta acción del sacramento (total,
enteramente, radicalmente, etc.). Se afirma que desaparecen las huellas y las cicatrices de
los pecados; se compara la inocencia del bautizado con la de un niño recién nacido. Se
apoyan estas convicciones en el simbolismo de la inmersión del sujeto en el agua o del horno
en el mar Rojo) y en la aplicación al bautismo de ciertos textos como Sal 50,9; Is 1,18; 4,4;
Zac 3,1-10.
Encuentran la raíz de esta eficacia purificadora del bautismo en el misterio de la muerte
redentora de Cristo, que actúa en el sacramento. Lo cual no obsta para que atribuyan
también este efecto sacramental a la intervención de Espíritu Santo (muchas veces, a partir
de sus símbolos: agua y fuego) y a “la potencia de la invocación de la Trinidad adorable”
(Orígenes). El progreso de la ciencia moral permitía precisar que el efecto del sacramento
alcanza no sólo a todo el sentido de culpa (reatus culpae), sino también a todo el peso de la
pena (reatus poenae), tanto eterna como temporal, de suerte que el bautizado queda exento
de la obligación de satisfacer por los pecados perdonados en el bautismo.
Somos justificados por medio del bautismo. La justificación es la obra más excelente del
amor de Dios. Es la acción misericordiosa y gratuita de Dios, que borra nuestros pecados, y
nos hace justos y santos en todo nuestro ser. Somos justificados por medio de la gracia del
Espíritu Santo, que la Pasión de Cristo nos ha merecido y se nos ha dado en el Bautismo.
Con la justificación comienza la libre respuesta del hombre, esto es, la fe en Cristo y la
colaboración con la gracia del Espíritu Santo (CEC, 1987-1995).
3.3.2. Nuevo nacimiento, filiación divina, divinización:
Jesús habla a Nicodemo (cf. Jn 3,3-7) de la necesidad de nacer de nuevo para entrar en el
reino de Dios. El bautismo, eliminado el pecado, infunde un principio de vida nueva; es la
Puerta de la Vida. Los bautizados, nacidos de Dios, tienen derecho a llamarse hijos de Dios,
e incluso a reivindicar una cierta divinización (cf. Jn 5,1-2). Rom 8,23 habla de “adopción
filial”, que puede traducirse por el término filiación (divina). La filiación divina llevó a los
Padres a afirmar la divinización del cristiano por el bautismo. El bautizado, al participar de la
filiación natural de Cristo, participa de la plenitud de la divinidad que reside en Él. Pero el Hijo
posee la divinidad por naturaleza; el bautizado, por gracia (pero divinización real).
El bautismo se define como lavado de restauración y renovación. Fruto de la transformación
bautismal emerge el hombre nuevo, quien puede vivir en novedad de vida y de Espíritu. La
renovación afecta al hombre en su ser más profundo. El bautismo realiza la elevación del
orden natural al orden sobrenatural, a una condición superior. El autor de esta nueva
creación es el Creador de la primera o la Trinidad o, sobre todo, el Espíritu Santo.
3.4. Sello y Carácter
Un efecto especial del bautismo que es necesario reflexionar de modo independiente
es el carácter. El bautismo aparece vinculado a expresiones que indican que el bautizado
queda como marcado por una impronta. Esta conexión cristalizó en la doctrina del carácter
sacramental. En Gen 4,15 y Ez 9,4 la metáfora de la impronta o marca tiene dos sentidos:
garantía de la protección divina y signo de pertenencia al pueblo de la Alianza. En el NT el
verbo sellar/marcar aparece en contexto bautismal en 2Cor 1,22. La doctrina posterior de un
carácter indeleble impreso en el alma busca el fundamento en esos textos.
La Tradición habla de sello (sphragis), convirtiéndolo en un nombre del bautismo. En
la patrística la expresión se refiere al bautismo en su conjunto. Se distingue en el bautismo
entre la realidad, indestructible, de la acción de Dios y los efectos de gracia, que pueden
frustrarse. La marca divina es también signo de elección y de pertenencia, garantía de la
protección de Dios y manifestación de la irreiterabilidad del bautismo. En estos términos
estamos ante una doctrina común, universal y constante.
San Agustín distingue dos efectos del bautismo: 1) animación plena por el Espíritu, la
gracia: efecto que puede perderse; 2) consagración a Dios e incorporación a la Iglesia: efecto
duradero. A este efecto lo llamó carácter.
En la Edad Media empezaron a emplear el término carácter como una señal espiritual
(personal e individual) indeleblemente impresa en el alma por el sacramento. Para santo
Tomás, el carácter es signo de la gracia, título exigitivo para recibir o recuperar la gracia
bautismal. Es a la vez signo distintivo y configurativo y es la causa de la irreiterabilidad del
bautismo.
4. EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN
La confirmación es sacramento verdadero y propio. La conciencia de su
sacramentalidad fue madurando en la Iglesia paso a paso. Las Iglesias donde existían ritos
posbautismales relacionados con el Espíritu Santo resaltan la virtualidad específica de éstos
respecto al bautismo: comunican el Espíritu Santo. Se relaciona la imposición de las manos
posbautismal con la imposición de manos de los apóstoles y se percibe en el ritual de
iniciación la existencia de dos núcleos litúrgicos distintos, celebrados en lugares distintos
(baptisterio y lugar de la asamblea).
Cipriano habla de dos sacramentos: baño bautismal e imposición de la mano.
Occidente, que separa estos sacramentos, designa con el término “confirmación” ese
núcleo ritual para distinguirlo del bautismo. Se menciona la confirmación junto al bautismo y
la Eucaristía. Aparece la analogía entre bendición del Crisma y consagración del pan y el
vino. Afirmar la sacramentalidad de la confirmación significa reconocer que, gracias a ella,
acontece algo nuevo, en el orden de la gracia, y que se da una nueva comunicación
sacramental de la gracia salvífica distinta de la dada en el bautismo. Nunca se ha
considerado este sacramento necesario para la salvación escatológica, pero su recepción es
necesaria para la plenitud de la gracia bautismal (CEC 1285) y para asegurar, con el
bautismo y la Eucaristía, las estructuras básicas que constituyen el ser cristiano: es esencial
para la iniciación cristiana plena.
Hay unidad y coordinación de los tres sacramentos de iniciación: En la relación
bautismo-confirmación el vocabulario utilizado expresa la idea de perfección y complemento
indicando que el segundo es robustecimiento, ratificación, perfeccionamiento y complemento
del bautismo. Lo mismo con las imágenes y analogías: la confirmación es al bautismo lo que
el crecimiento es al nacimiento. La confirmación significa edad adulta, madurez. Es el
sacramento de la plenitud de gracia.
4.1. Dimensión cristológica
La confirmación tiene su raíz en el misterio de Cristo. Es sacramento de la Pascua. Es
memorial del misterio de Cristo como indican los símbolos de la unción y la signación. En la
confirmación la configuración y participación en las unciones de Cristo es para la misión.
La confirmación es acontecimiento salvífico, que actualiza el misterio redentor de
Cristo y permite una comunión-participación más plena en ese misterio: sobre todo en el
misterio pascual. La imagen de Cristo impresa en el bautismo se enriquece: refuerza los
trazos, perfecciona los rasgos, mejora la semejanza. Occidente ha concretado esta idea en el
concepto de carácter indeleble impreso en el alma por la confirmación.
4.2. Dimensión Pneumatológica
Sacramento del don del Espíritu Santo: La tradición llama a la confirmación
“sacramento del Espíritu Santo”. Al igual que en el bautismo se da también una comunicación
del Espíritu Santo. La diversidad entre ambas comunicaciones se explica desde la variedad
de funciones y formas de acción del Espíritu en el proceso salvífico y en el misterio de Cristo.
“El sello del don del Espíritu Santo”: A partir de textos de los Hechos (Hch 8,17-20
y 19,6) que hablan de comunicación del Espíritu a bautizados por la imposición de manos de
los apóstoles, la tradición habla de una nueva comunicación del Espíritu Santo en los ritos
posbautismales. La oración que se intercala entre la imposición de las manos y la unción
es una invocación para que a los bautizados los colme del Espíritu Santo.
La separación de bautismo y confirmación en Occidente hace profundizar el
significado de sus ritos para atribuirles la comunicación del Espíritu. Así aparece en
oraciones que acompañan a la unción, a la imposición de mano y a la consagración del
crisma. La tradición oriental y occidental relaciona la unción crismal con la unción de Jesús
por el Espíritu después de su bautismo. Otra corriente vincula el don del Espíritu dado en la
confirmación con el misterio de Pentecostés.
Lo específico del don del Espíritu en la confirmación: Los testimonios permiten
hablar de una nueva comunicación del Espíritu Santo en la confirmación que es plenificación
del bautismo y confiere la plenitud del Espíritu Santo. Las expresiones bíblico-patrísticas
(derramar, efusión, llenar) sugieren la abundancia del Espíritu y su acción en el sacramento.
La tradición occidental afirma que en la confirmación se confieren los siete dones del Espíritu
Santo, idea que permanece en la liturgia actual (cf. RC 51).
“Si un cristiano está en peligro de muerte, cualquier presbítero debe darle la
Confirmación. En efecto, la Iglesia quiere que ninguno de sus hijos, incluso en la más tierna
edad, salga de este mundo sin haber sido perfeccionado por el Espíritu Santo con el don de
la plenitud de Cristo” (CIC 1314).
La confirmación “perfecciona el sacerdocio común de los fieles recibido en el
bautismo”. La unción crismal es una nueva consagración sacerdotal del bautizado. En su
nueva condición de miembro ungido, participa más plenamente de la misión sacerdotal de la
Iglesia, que es el cuerpo sacerdotal de Cristo.
4.3. Confirmación y plenitud escatológica: La unción crismal refuerza la orientación
escatológica que recibe la vida del cristiano en el bautismo y que la Eucaristía alimenta. En la
confirmación este aspecto tiene relieve especial. Hch 2,17-21 relaciona el don del Espíritu
con los últimos días; y muchos textos del NT hablan Espíritu Santo, es impreso en el alma
como protección para el último día (cf. Ef 4,30). En los libros litúrgicos se pide que en virtud
de este sacramento permanezcan los bienes recibidos en el bautismo hasta su fructificación
plena en la otra vida: consideran el don del Espíritu como prenda de la consumación final. La
impronta estampada con la unción crismal por el Espíritu Santo se convierte en signo de
reconocimiento y de protección.
4.4. Dimensión Eclesiológica:
Confirmación y comunidad mesiánica. La confirmación, como toda acción litúrgico-
sacramental, es “celebración de la Iglesia”; pertenece a todo el Cuerpo de la Iglesia, influye
en él y lo manifiesta” (SC 26). El sujeto integral de la misma es la comunidad, presidida por el
obispo (cf. RC 3-8). Es, a este nivel, una de las principales manifestaciones de la Iglesia (cf
SC 40). La celebración es acontecimiento eclesial: es autorrealización de la Iglesia como
organismo de salvación animado por la presencia y acción del Espíritu. La Iglesia se
construye, crece y estructura cuando sus miembros, por la confirmación, se integran más
plenamente en ella (LG 11; RC 7)
El obispo es el ministro originario de este sacramento. Él es signo de la comunión
eclesial en la Iglesia diocesana y con la Iglesia universal. La recepción del Espíritu Santo por
el ministerio del obispo manifiesta el vínculo estrecho que une a los confirmados a la Iglesia
(cf. RC 7; CIC 1313).
Como mayor de edad en la comunidad cristiana, el confirmado asume el compromiso de
colaborar en el crecimiento de la Iglesia. El sacramento le capacita también para participar
pública y oficialmente en las tareas propias de la Iglesia.
Fortalecimiento para la misión. La confirmación, por el Espíritu, capacita para
participar en la vida y edificación de la comunidad. La razón de esta habilitación está en la
mayor configuración con Cristo y mayor vinculación con la Iglesia que conlleva este
sacramento, que nos hace partícipes de la unción que Cristo y la Iglesia recibieron para el
cumplimiento de su misión. La variedad de funciones atribuidas al confirmado caben bajo el
denominador común de servicio. El confirmado sirve desde su nueva situación eclesial. La
crismación es como una consagración. Capacita para representar y actuar en nombre de la
Iglesia misionera y apostólica. La tarea a la que es llamado es comunitaria, obra de todo el
pueblo de Dios.
La tradición ha reunido las funciones para las que capacita la confirmación según el
esquema de las tres funciones mesiánicas: profética, sacerdotal y regia.
4.5. La gracia de la confirmación: La confirmación confirma, acrecienta y perfecciona
los efectos del bautismo. La confirmación robustece las estructuras y los dones (gracia)
del bautismo. “Sin la confirmación la iniciación cristiana queda incompleta” (CIC 1306). La
gracia de este sacramento ayuda al confirmado a hacer la experiencia personal y a profun-
dizar en la salvación dada por el bautismo. La gracia bautismal es germinal y tiene vocación
de crecimiento. Su proceso exige prolongarse y desarrollarse mediante nuevas ayudas; la
primera ayuda es la confirmación. La confirmación es el “sacramento de la madurez cristiana”
sabiendo que la gracia bautismal es una gracia de elección gratuita e inmerecida que no
necesita una “ratificación” para hacerse efectiva.
Carácter de la Confirmación. Trento declaró que la confirmación, como el bautismo y el
orden, “imprime un carácter en el alma, es decir, una señal espiritual e indeleble, por cuya
razón no se puede reiterar” (DS 1609; cf. 1767). El carácter de la confirmación remite al
carácter del bautismo. La relación y la diferencia que existe entre ambos caracteres es una
cuestión que los teólogos debaten con diferencia de opiniones.
Bibliografía:
Catecismo de la Iglesia Católica.
Concilio Vaticano II.
Codina Víctor SJ, El mundo de los sacramentos.
Diocesis de Plascencia, Bautismo y Confirmación – Escuela de Agentes de Pastoral.