VIOLENCIA PSICOLÓGICA EN PAREJAS JÓVENES
¿UNA REALIDAD SILENCIOSA?
Durante los últimos años, la violencia se ha configurado como una de las principales
problemáticas que enfrenta nuestra sociedad, no sólo debido a la prevalencia de éste
fenómeno también por las consecuencias que trae consigo principalmente a nivel
mental. Ésta gran magnitud conllevó a que la Organización Mundial de la Salud (OMS,
1996) manifieste ser uno de los principales problemas de salud pública, cuya vivencia
es constante en la vida de distintas personas.
Es importante aclarar que la violencia ha estado siempre presente desde la historia de
la humanidad pues considera al sujeto como una persona con instinto violento, un
componente evolutivo, a fin de defenderse de situaciones percibidas como
amenazantes (Arteaga, 2003). Sin embargo, el grado de violencia ha sufrido distintos
cambios a través del tiempo, motivo por el cual es fundamental tomar en cuenta las
influencias culturales. Si bien, éste fenómeno es un rasgo característico en el sujeto,
es la propia cultura, aquella que puede mitigar éste tipo de conflicto (Lewis & Fremow,
2001).
En la actualidad, una de las principales manifestaciones de violencia radica en el tema
de pareja, el estudio de la misma se debe a un incremento de casos principalmente en
edades tempranas. Cabe mencionar que la violencia ejercida en una relación de
pareja afecta principalmente a las mujeres y hasta hace un tiempo atrás no era
visibilizado (Báez et al., 2006).
Datos internacionales reportados por parte del Instituto Nacional de Medicina Legal y
Ciencias Forenses, señalan que durante el año 2015 se registró más de 47 000 casos
de violencia de pareja en Colombia, teniendo cerca del 47% como principal agresor a
su compañero, observándose que la población más afectada y vulnerable son las
mujeres. Así mismo, hace hincapié que del total de víctimas, el 43% corresponden a
personas jóvenes, con edades entre los 20 y 29 años (xxx).
Por otro lado, la encuesta Demográfica y de Salud Familiar (Endes) expone que
durante los últimos años el 68,2% de mujeres en nuestro país, es decir, seis de cada
diez mujeres han sido víctimas de algún tipo de violencia física, sexual o psicológica
por parte de su pareja sentimental, ocupando uno de los lugares más negativos a nivel
Latinoamérica. Si bien, las cifras son alarmantes, es importante enfatizar que en
provincia la prevalencia de violencia puede incluso superar dichos datos (xxxx).
Aunque las investigaciones centran su interés en las acciones violentas hacia la mujer,
en las últimas décadas se ha observado preocupación debido a un incremento de
casos en que el hombre también es víctima de violencia psicológica, registrándose 5
723 personas víctimas de violencia dentro de una relación de pareja, tal y como detalla
el abogado (Mateo, 2018).
Conforme a lo expuesto en párrafos anteriores, se aprecia que el ciclo de violencia
puede surgir durante el noviazgo adolescente, posiblemente estudiantes universitarios
son las principales víctimas de agresiones psicológicas en las relaciones de pareja. Se
comprende entonces que las parejas más jóvenes tienen mayor probabilidad de riesgo
de presentar episodios violentos (Moral & López, 2012).
Cabe mencionar que la violencia psicológica no ha sido estudiada ampliamente en
comparación de otro tipo de violencia como la física o sexual, algunas de las
explicaciones radican en que éste tipo de maltrato es más difícil de observar y evaluar;
por ello es importante considerar distintos factores de riesgo, aquellos que puedan
influir en la formación de una personalidad de tipo violenta, por lo cual resulta
imprescindible tener una clara definición del problema en cuestión (Calvete et al.,
2018). Los estudios realizados por distintos organismos mencionados con anterioridad
dan a conocer que la violencia en las relaciones de pareja no es un problema reciente,
razón por la cual nos lleva a cuestionarnos ¿Qué está ocurriendo en nuestra sociedad
y por qué son cada vez más las parejas jóvenes víctimas de violencia? ¿Quizá son los
jóvenes, aquellas personas que tienen más dificultad para reconocer que son víctimas
de éste tipo de maltrato? (Archer, 2000).
Las relaciones de pareja son diferentes entre una y otra, dado que existen distintos
factores que influyen en el funcionamiento de la misma. La edad, por ejemplo, es uno
de los principales determinantes al momento de hablar de éste tipo de vínculo. Si bien,
las relaciones en pareja jóvenes es una oportunidad de crecimiento, ya que se da paso
del amor incondicionado por parte de las figuras parentales en su infancia a un amor
condicionado que debe ser demostrado con el propósito de cultivar el respeto a las
diferencias entre ambos, no siempre ocurre esto, pues en algunos casos se observa
desvalorización y culpa como principales protagonistas de una violencia psicológica
(González & Santana, 2001).
De acuerdo a Álvarez (2009) la violencia psicológica en la pareja se caracteriza por un
estilo de comunicación destinado a la humillación, intimidación, dominación,
desacreditación y comportamientos celotípicos; aparece principalmente ante
situaciones de conflictos, no obstante, puede apreciarse también de manera sutil en
las muestras de cariño y momentos aparentemente graciosos.
Escoto et al. (2007) señala que la violencia psicológica tiene mayor predominancia
dentro de las relaciones de pareja, observándose a través de conductas como
descalificación y control sobre alguno de ellos. Éste tipo de abuso ha comenzado a
tener una atención reciente, y es importante su estudio debido a la naturalización que
genera entre la pareja. Los jóvenes deben promover patrones que permitan establecer
vínculos y relaciones sanas, por ello, en líneas siguientes se presenta algunas
variables que guardan relación con dicho tema de estudio, a fin de analizarlas, así
como, dar a conocer el impacto que tiene ésta problemática en la víctima.
De ésta manera, teniendo en cuento lo descrito en párrafos anteriores, estudios
internacionales y nacionales sostienen la prevalencia de violencia de tipo psicológica
sobre otras manifestaciones en un promedio de 80% en jóvenes. Indicando que, la
presencia de diferencias de género es considerada como una de las principales
causas de éste comportamiento agresivo (Moral et al., 2011).
Conforme a lo descrito por el autor, mi postura respecto a lo mencionado es a favor,
dado que, es muy común observar una relación asimétrica entre las parejas, que se
caracterizan principalmente por el poder – sumisión, y que por lo general es la figura
masculina, aquella que intenta mantener o alcanzar dicho control, propiciando que su
pareja sea desvalorizada, manteniendo una autopercepción empobrecida.
Lo expuesto es respaldado por Matud (2017) quien afirma que los estereotipos
fomentan diferencias entre hombres y mujeres, asociando al género femenino la
delicadeza y ternura, mientras que a los hombres la fuerza e independencia,
planteando que éstas características son normales y permiten una buena relación
social. Por ello, muchas personas se esfuerzan para cumplir con los atributos
deseados y evitar de ésta manera el rechazo o exclusión de la sociedad. Y aunque en
las últimas décadas se han mostrado cambios que eviten la presencia de conductas
limitadas, aún se sigue apreciando desigualdades entre ambos géneros, aquello que
constituye y mantiene la violencia no sólo física, también psicológica.
Éste tipo de diferencias, se encuentran aún presente y resistente al cambio, debido a
ello, todavía se sigue observando que las agresiones físicas y psicológicas son
consideradas un acto normal y justificado. Y en relación a actitudes conservadoras,
éstas fomentan la desigualdad convirtiendo a los hombres en personas más
propensas a usar la violencia psicológica dentro de sus relaciones de pareja a fin de
mantener el control, poder – sumisión, quedando demostrado de ésta forma que
aquellos sujetos con una percepción de rol de género tradicional presentan actitudes
positivas hacia la violencia, en contraste, con aquellas que muestran actitudes de
género igualitario (Peters, 2008).
Por otro lado, (Ferrer & Bosch, 2005) afirma que es erróneo pensar que éste tipo de
violencia aparece recién durante la etapa conyugal, pues los comportamientos
destinados a herir la dignidad se producen de manera progresiva, principalmente
durante la formalización de la pareja. Y aunque alteran la salud mental del sujeto aún
existen muchas barreras para su identificación principalmente en los más jóvenes.
Me encuentro a favor de lo que el autor menciona, puesto que el ciclo de violencia no
aparece de manera abrupta, pudiéndose observar al inicio o consolidación de la
relación. Aun así, muchos jóvenes minimizan éste tipo de comportamiento, ya que
brindan mayor importancia al aspecto romántico, por lo que idealizan a su pareja,
aceptando éstas acciones agresivas como un estado normal.
Carrascosa et al. (2016) permite respaldar lo expuesto ya que señala que una de las
principales dificultades en parejas jóvenes radica en saber reconocer adecuadamente
las características que guardan relación con un daño psicológico, dado que, por lo
general no valoran objetivamente la situación de pareja y muestran inconvenientes
para sostener una adecuada retroalimentación a la misma. Ante ello, investigaciones
como las de Galicia et al. (2013) describen estadísticamente que cerca del 25% de las
personas víctimas de éste tipo de violencia mantienen una falsa creencia de un amor
romántico, en dónde la dependencia emocional y los celos son percibido como
elementos normales en una relación amorosa.
Es común que la pareja desconozca ser víctima de agresiones psicológicas, pues
justifican cualquier tipo de conducta, y es sólo a través del tiempo que puede
observarse las consecuencias de la misma conforme a su frecuencia e intensidad,
como, por ejemplo, depresión y ansiedad. Es imprescindible mencionar que la principal
dinámica del abusador psicológico tiene por objetivo dominar, manipula y
responsabilizar a su pareja de los problemas ocurridos dentro de la relación, se
presenta como una forma sutil, sin embargo, progresivamente es intermitente (Ry,
2008).
Siguiendo ésta misma línea, Investigadores como Koss y Harvey (1991) sostienen la
importancia que tiene cómo la persona percibe el evento violento, ya que, no sólo las
características de éste incidente determinan la severidad y aceptación de dicho
episodio, también la percepción que se tiene. En ocasiones, el sujeto puede llegar a
aceptar y evaluar la existencia de un problema, sin embargo, la dimensión, el miedo a
la opinión de los demás son algunos de los factores que repercuten en la manera de
cómo afrontarla.
Bajo la perspectiva de Moral et al. (2011) sostiene que la violencia psicológica en
parejas jóvenes se encuentra determinado por distintos factores que parten desde el
ámbito familiar, recursos personales y el contexto social. Sin embargo, cuando el ser
humano cuenta con herramientas necesarias éstas permiten y facilitan el
empoderamiento, y aunque esto reduce la probabilidad de aparición de violencia
psicológica, dicho autor considera que esto es una fuente que propicia la presencia de
conflictos.
Desde mi punto de vista, me encuentro en contra de lo expuesto en el párrafo anterior,
ya que el uso adecuado de la información y la presencia de recursos no debe ser
interpretado como fuente que propicie conductas violentas, por el contario, debe tener
por objetivo la psicoeducación para que así hombres y mujeres tengan en
conocimiento las distintas manifestaciones de violencia, sus características y
consecuencias que permita la detección oportuna de ésta problemática.
Ante ello y tomando como referencia la teoría psicosocial, Díaz y Martínez (2001)
señala la importancia que tiene la estructura familiar, ya que, la escasez de recursos
económicos dentro de la familia puede incrementar la probabilidad de aparición de
violencia. Del mismo modo, si dicho sistema se caracteriza por falta de cohesión y
adaptabilidad entre sus integrantes, se observará con frecuencia dificultades para
manejar situaciones de conflicto, dado que el canal de comunicación no será asertivo.
Se ha encontrado evidencias también acerca de las uniones familiares, éstas actúan
como factor protector, ya que los índices de violencia psicológica son menores
conforme la unión de pareja incrementa con el tiempo, puesto que se presenta mayor
compromiso con objetivo de satisfacer las necesidades de ambos (Krug et al., 2003).
Desde el ámbito personal resalta la importancia que tiene, que el sujeto cuente con
recursos propios, debido a que, la aparición de violencia ocurre cuando se observan
situaciones de vulnerabilidad. Por ejemplo, la dependencia emocional, es un factor de
riesgo para que la persona experimente violencia psicológica, por ello cuando la
persona tiene, reconoce y maneja adecuadamente sus recursos, no significa que no
se presente la violencia, por el contario, tiene conocimiento para identificarla y pedir
ayuda de ser necesario (Moral & López, 2012).
Mientras que, Moreno (1999) destaca la relevancia de los recursos sociales, aquello
que debe ser equitativo, ya que el incremento de éstos recursos en las mujeres
supone una amenaza para el orden patriarcal, por lo que el varón puede sentirse
amenazado si percibe que su pareja tiene mayores herramientas y desencadenar la
violencia como una forma de restaurar el sistema tradicional.
Pradras y Perles (2012) enfatiza también lo importante que es el contexto donde la
pareja se desenvuelve, ya que, se ha observado que el riesgo de presencia de
violencia psicológica en la pareja es mayor en barrios con niveles altos de pobreza y
delincuencia, pues existe aceptación social sobre éste fenómeno como medio para
resolver los problemas. Aunado a ello, se describe que las características estructurales
en estos sectores no permiten los los vínculos sociales entre los integrantes de éstas
comunidades haciéndose notorio la incidencia de violencia en barrios con menores
recursos.
Lo descrito con anterioridad, permite respaldar la idea de que los recursos personales
y sociales sí permiten minimizar la presencia de violencia, sin embargo, es
imprescindible resaltar que dichos recursos deben ser equilibrados en ambos, y ser
utilizados de la mejor manera posible ya que son considerados factores protectores,
pues evita la aparición de episodios violentos (Rodríguez et al., 2009).
Como se apreció, si la diferencia de recursos entre ambos es notoria, posiblemente si
se presente comportamientos violentos a fin de tener el control y poder no sólo sobre
la situación, también frente a la persona. De ello radica la importancia que tiene saber
utilizar éstas herramientas como medio eficaz para erradicar la conducta problemática
(Sepúlveda, 2005).