Sexualidad masculina (Silvia Bleichmar)
Resumen por Lic. Mabel Fernández.
1) Paradojas de la constitución sexual masculina. La dra Bleichmar puede
marcar tres tiempos en la constitución sexual masculina:
1- Un primer tiempo en el cual se instituye la identidad de género; se
marca el “que se es” en el núcleo mismo del yo. Y se instalan los
atributos que la cultura insertara para el sexo masculino con el
polimorfismo perverso que es anterior al reconocimiento de la
diferencia anatómica.
Por el llamado juicio de atribución se le atribuye por similitud por el
cual el niño identifica al yo propio como al del otro. Es una
identificación primaria.
Es una sexualidad llamada pre genital.
Todo esto ocurre al descubrirse la posibilidad del otro como “idéntico
oncológico”.
2- Un segundo tiempo es el de la diferencia anatómica de los sexos.
(que ha sido suficientemente teorizada por el psicoanálisis). Pero el
aceptarse como la mitad de una clase sexual, para el niño varón, su
atributo biológico el pene no es suficiente para constituir la
masculinidad genital y la potencia fálica, la cual se recibe de otro
hombre.
El proceso se desdobla en dos partes: por un lado, recibir a través de
una fantasía de incorporación del adulto-padre la potencia que facilita
su ejercicio, lo cual instaura la angustia homosexual dominante en el
hombre. (Incorporar el pene del padre para instaurar la virilidad). Por
otro lado, la búsqueda en la mirada de la madre que determina
variaciones en torno a la constitución narcisista de la masculinidad.
3- Un tercer tiempo en el cual se definen las llamadas identificaciones
secundarias que hacen los ideales. En el niño varón no se trata ya de
ser hombre, sino de qué clase de hombre se deberá ser. La
prohibición edipica implica que no puede haber subordinación de la
ley ni al deseo incestuoso ni al deseo mortífero.
Respecto a la identificación masculina: ser como el padre (en cuanto sujeto
sexuado) y al mismo tiempo no ser como el padre (en tanto poseedor de la
madre).
Hay una aspiración erótica primaria hacia el padre. Sin embargo, si la
identificación con el padre guarda en su composición un elemento homosexual,
sabemos que no se trata ya de la pasividad originaria, de la seducción pasiva
de los primeros tiempos de la vida. Pasivo y activo ocurren en momentos en los
cuales no adquieren significación sexuada, para el sujeto que esta aun en vías
de constitución. Se trata de inscripciones precoces, como aporte libidinal,
excitante, proporcionado por el padre en los cuidados precoces; inscripciones
que constituyen la base erógena, posteriormente resignificada por las fantasías
de masculinización antes descriptas.
Alrededor de los dos años se produce la identificación de género con
desconocimiento de su función sexual, y antes del reconocimiento de la
diferencia anatómica.
Toda identificación remite a una introyección, a un modo de apropiación
simbólica, a una fantasía sobre lo que el otro es portador. Incorporación
introyectiva que deja a la masculinidad librada para siempre, al fantasma
paradojal de la homosexualidad.
Pasivisado en los primeros tiempos de la vida por la mujer seductora, no puede
acceder a la masculinidad sino a través de la incorporación fantasmatica del
pene masculino del adulto, que brinda su potencia sometiéndolo analmente
para lograr la masculinización.
Para ser hombre, el niño varón se ve confrontado a la profunda contradicción
de incorporar el símbolo de la potencia, otorgado por otro hombre, y al mismo
tiempo de rehusarse a sí mismo el deseo homosexual que la introyección
identificatoria reactiva; para poder establecer relaciones sin sometimiento
masoquista y con posibilidad de transmitir a la generación siguiente una
(biológica o adoptiva) una perspectiva menos cruel de la sexualidad.
La masculinidad no se constituye sino sobre el trasfondo de la homosexualidad,
o, para ser más rigurosos, sobre fantasías que solo podrían ser calificadas por
el yo como homosexuales.
Las consecuencias de la sexualidad ritualizada pueden ser tomadas en cuenta
en relación a los efectos en la constitución psíquica, de prácticas médicas
(quirúrgicas o de otro tipo) que obligan a la intromisión en el cuerpo infantil,
desatan al mismo tiempo síntomas o modos de evolución patológica de la vida
sexual. Sabemos que muchas fijaciones compulsivas (consideradas perversas
por la psicopatología clásica) han tenido origen en situaciones cruentas de la
infancia, efectos de tratamientos médicos dolorosos.
Reubicar en nuestra teoría y en nuestra practica como analistas las fantasías
que el yo considera homosexuales y que en muchos casos representan estas
formas de masculinización, amplían nuestra perspectiva.
Hay un complejo camino que debe recorrer la masculinidad en su constitución.
La autora, entonces insiste con la hipótesis de que la identificación masculina
en términos de sexo (no de genero) se constituye por la introyección
fantasmatica del pene paterno, es decir por la incorporación anal de un objeto
privilegiado que articula al sujeto sometiendo su sexualidad masculina a un
atravesamiento, paradójicamente femenino.
En este sentido, así como es imposible el posicionamiento femenino sin pasar
por el atravesamiento fálico, la masculinidad sería impensable sin brindarse
fantasmaticamente a una iniciación por medio de la cual otro hombre brinda al
niño las condiciones de la masculinidad.
Así, el ritual que consiste en acompañar al adolescente incipiente hasta el
prostíbulo y participar con el de su iniciación sexual, da cuenta tanto de la
angustia homosexual del padre como del modo mediante el cual la orgia de
machos se excita mutuamente en el ejercicio que sintomáticamente anuda la
homosexualidad a su renegación. El preservativo ofrecido por el adulto al niño
se constituye así en representante simbólico de la cesion del falo que deberá
llenarse con la erección anhelada. Prueba de virilidad que convalida la
pertenencia a la orda masculina, que encuentra el placer verdadero en las
palmadas aprobatorias y los abrazos de otros varones.
La iniciación de la sexualidad bajo un modo pasivo, femenino de recepción del
pene de un hombre por parte de otro hombre, es un ritual de acceso a la
masculinidad cuyas formas simbólicas pueden tener modos diversos de
ejercicios, que confirma nuestra hipótesis sobre que la masculinidad atraviesa
la feminidad. La posición de partida de la cría humana, seria pasiva con
respecto al adulto que ejerce, de modo asimétrico, la disparidad de saberes
junto al goce sexual. Esta primera etapa de pasividad marca dos caminos
diferentes para el niño y la niña. El varón deberá pasar de pasivo a activo con
una mujer y eso implicara un cambio tanto de zona como de objeto. El ejercicio
de represión de la pasividad, llevara un enorme esfuerzo que tornara más
marcados los caracteres de una latencia que fue colocada por el psicoanálisis
como universal, pero en la niña es relativa.
El narcicismo que produce placer con la imagen del cuerpo propio, es un
ejercicio de muchos grupos de varones, tanto hetero como homosexuales y
más aún está en la conquista del cuerpo opuesto como en la admiración del
propio (no solo son coquetos los homosexuales sino que usar ginetas,
medallas doradas, botas lustradas, abdominales marcados etc, son modos
típicos de los heteros).
Bleichmar coloca lo que hasta ahora era catalogado como mera “fantasía
homosexual” en un lugar fundamental. Con lo cual muestra que la sexualidad
femenina fue más incomprensible y misteriosa para los autores del principio del
siglo XX y hoy en día (con sus escenarios confusos habitados por sus actores
homosexuales, transexuales) se observa la complejidad de la sexualidad
masculina.
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