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¿VIGENCIA DE LA TEORÍA SEXUAL?
Apuntes histórico-críticos
Si la comunidad psicoanalítica se propone discutir sobre sexualidad en
psicoanálisis puedo suponer que este tema merece una puesta al día lo que, para mí, implica
una revisión crítica.
A la luz de las modificaciones que el pensamiento psicoanalítico ha ido sufriendo
a lo largo de su historia (de la mano de numerosos pensadores e investigadores y con el
aporte de otras ciencias o disciplinas), podemos decir que muchas ideas que hoy se manejan
están bastante distanciadas del pensamiento freudiano original. Recordemos, por ejemplo,
la teoría kleiniana de las posiciones, el triple engarce de los registros lacanianos: real,
simbólico e imaginario, el esquema lambda, la función alfa de Bion, el espacio y fenómeno
transicionales de Winnicott, etc, etc... Y, si pensamos en epistemología, cuán lejos estamos
del juramento -que suscribió Freud- de fidelidad al método experimental.
Creo, sin embargo, que hay dos temas, inextricablemente implicados -la teoría
sexual y la teoría de las pulsiones- que se constituyen en "intocables" dentro del corpus
teórico como si representaran la esencia misma del pensar psicoanalítico, la piedra de toque
para todo desarrollo teórico "profundo", la base y fundamento de la naturaleza humana. Las
herencias freudiana, kleiniana y, en buena medida, la lacaniana, llegan a tener tal peso con
relación a estos dos temas que numerosos autores, al presentar material clínico y después de
muy interesantes y profundos comentarios sobre la peripecia de los vínculos y conflictos de
los personajes analizados, parecen verse obligados a reconducir luego sus reflexiones sobre
los parámetros que les impone este conjunto doctrinario sobre sexualidad y adaptar a él sus
observaciones, a través de complicados argumentos metapsicológicos.
Ya en 1888 Freud, en su trabajo Histeria, pensaba, aunque con muchas dudas, en
la etiología sexual de esta afección como una etiología entre otras que consideraba más
posibles: No obstante, se debe admitir que unas constelaciones “funcionales” relativas a la
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vida sexual desempeñan un gran papel en la etiología de la histeria (así como de “todas”
las otras neurosis), y ello a causa de la elevada significatividad psíquica de esta función,
en particular en el sexo femenino (AE, t.I, pág. 56), (subrayado nuestro). Pero, desde 1895
en adelante, esta idea de causalidad sexual se fue afirmando de forma cada vez más rotunda
hasta desarrollarse y formalizarse de modo complejo en la teoría de las pulsiones . Freud
creyó así encontrar en lo sexual un factor que armonizaba de manera notable varios
elementos dispersos en su modo de encarar el problema de la etiología:
a) el haber observado con frecuencia dificultades en la vida sexual de sus
pacientes (especialmente si ese tema era sistemáticamente explorado, no sólo directamente
sino también a través de los contenidos inconcientes). Esta frecuencia aumentaría en
proporción geométrica cuando Freud comenzó a aplicar la definición ampliada de lo sexual
a la arquitectura simbólica de la mente humana (a través de las leyes de condensación y
desplazamiento), como veremos luego.
b) el haber hallado lo que creyó una notable conexión entre el nivel psicológico
(el alma) y el nivel biológico (la función). Esto era de vital importancia para introducir el
universo de lo psíquico dentro de la esfera de las ciencias positivas y sostener así,
sólidamente, al psicoanálisis como CIENCIA de acuerdo a su convicción y juramento.
No sé de un texto expreso de Freud que diga exactamente esto pero me parece
claro que toda su obra está impregnada de dicha idea y, en un escrito tan tardío como la 35°
conferencia (1932), dirá: Opino que el psicoanálisis es incapaz de crear una cosmovisión
particular. No le hace falta; él forma parte de la ciencia y puede adherir a la cosmovisión
científica. Pero ésta apenas merece ese grandilocuente nombre, pues no lo contempla todo,
es demasiado incompleta, no pretende absolutismo ninguno ni formar un sistema (AE, t.
XXII, pág.168). Dos páginas antes decía: En sentido estricto sólo existen dos ciencias: la
psicología, pura y aplicada, y la ciencia natural.
No podemos negar, sin embargo, que la obra freudiana es una de las pioneras en
la fundación de las hoy llamadas ciencias del hombre que reclaman para sí un distinto
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enfoque epistemológico, tema éste que no trata Freud directamente pero que se desprende
de su modo de abordar problemáticas que sobrepasaban ampliamente el marco de una
epistemología positivista. Así lo vemos utilizar modelos dialécticos, estructurales o
genéticos sin traducirse esto en un cambio explícito de sus parámetros epistemológicos que
seguían apoyados en el triple punto de vista tópico, dinámico y económico.
c) un tercer elemento, surgido esta vez de su creación especulativa, vendrá a
armonizar con los otros dos mencionados (como vimos, el primer elemento se refiere a la
observación clínica y el segundo a la posición epistemológica de Freud). Este tercer
elemento consistió en la posibilidad de abstraer de una función y de una conducta ─la
llamada "vida sexual"─ la hipótesis de la existencia de pulsiones de particular cualidad
(sexual), finalidad (conservación de la especie) y principio (placer). A este grupo de
pulsiones lo distinguió del de las de conservación que responden a otra cualidad
(necesidad), finalidad (conservación del individuo) y principio (interés). La pulsión sexual
pasó a ser así el "convidado de piedra" dentro del aparato psíquico convirtiéndose en la
responsable de la generación del conflicto que dará lugar a la neurosis, es decir, en la
responsable de la etiología de las neurosis.
Pero la terquedad de los hechos y las observaciones que Freud -con su honradez
científica característica- acumulaba en su experiencia clínica, mostraba en innúmeras
oportunidades que no era nada claro ese origen universal de la conflictividad neurótica por
acción de las pulsiones sexuales. Claro que si se empezaba a dudar de ese único origen del
conflicto neurótico (como lo hizo Adler con su hipótesis de la voluntad de poder , o Jung,
desexualizando y unificando la libido) amenazaba derrumbarse todo el edificio teórico
construido y se corría el riesgo que el psicoanálisis pasase a ser una disciplina no
científica, una especie de filosofía de la vida o concepción del hombre, sólo una más dentro
de todas las existentes... Y la ciencia positiva es sólo una, no admite la existencia de otra
paralela, bajo pena de abandonar a la divina episteme y caer en la condición de simple
doxa.
Aquel famoso concepto de Freud, que de varias maneras repitió, sobre la
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precariedad de la pura especulación 1 , aparece vedado para él mismo (por la fuerza de su
especulación) aunque tuvo la valentía de decir: La doctrina de las pulsiones es nuestra
mitología, por así decir. Las pulsiones son seres míticos, grandiosos en su indeterminación.
En nuestro trabajo no podemos prescindir ni un instante de ellas, y sin embargo nunca
estamos seguros de verlas con claridad. (1932, 32° conf. , T. XXII, pág. 88).
¿Cómo, entonces, se las arregló Freud con la terquedad de los hechos que
mostraban continuamente conflictos “en apariencia” no sexuales? Ya lo sabemos: definió
"sexual" a su manera y efectuó las siguientes extensiones en dicha definición (no como
recurso, sino que creyó sinceramente que era lo correcto):
1°) SEXO=PLACER. Esta extensión fue necesaria para fundar sólidamente la
vertiente somática de la pulsión (como concepto fronterizo entre lo somático y lo anímico).
Hubo de afirmar, entonces, el carácter sexual del placer de todo órgano, de toda función.
Esto servía, además, para la explicación sexual de los síntomas conversivos. No era
suficiente que la conversión fuera un texto, sino que debía ser, además, sexual. El placer se
convierte así en el primum movens, la motivación princeps, el principio del funcionamiento
psíquico cumpliendo así una función de postulado - nítido y simple - como el punto, la
recta, el número o la fuerza para las ciencias duras... Me pregunto qué diría Freud a un
neurofisiólogo actual que le demostrara la existencia de un centro nervioso del placer que
opera en conexión con complejas funciones regulables por la voluntad, en una cierta
relación que, cuanto más aplazables sean éstas, más intensa es dicha conexión, lo que
asegura su mejor y más frecuente cumplimiento 2 ...
Pero se me dirá: el placer está encadenado a la mística del deseo que señala que
1
P or e je m pl o, y a pr opósi t o de la t eor í a d e l a s pul si one s: Es que t al e s i dea s no son el fu ndame nt o de l a
ci e nci a, sobre el cual de sc ansarí a to do; l o es, m ás b ie n, l a sol a obse rvac i ón. N o son el ci m ie nt o si no sól o
el rem at e de l e di fi ci o í nt e gro, y pue den sust i t ui rse y dese ch arse si n pe rju ic i o . ( Int r od. d el na rc. A E,
T. XI V, pá g. 75) , (sub r. nuest r os).
2
De a hí qu e la func ión sexu al , a pl az ab le in def i ni dam e nt e, l l e ve a dscr i pt o e l m a yor m ont o de pl ac er.
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éste no se cancela nunca, no se completa nunca, se propaga indefinidamente a sucesivos
objetos y es pasible de represión continua. Acá la pregunta es: ¿es necesario que ese
misterioso deseo sea de naturaleza sexual e infantil? ¿No habrá otras hipótesis sobre su
naturaleza que se adapten más a esas características que todos reconocemos en el deseo? 3
2°) SEXO=AMOR. Ésta es una de las grandes puertas de entrada de la teoría
sexual en el escenario vincular humano. Si libido y amor son la misma cosa, quedan allí
atados deseo sexual, búsqueda de proximidad ( attachment), continentación (réverie), sostén
mutuo (holding), soporte identificatorio, etc. Y todo vínculo de alguno de estos tipos que
parezca no sexual, podrá igualmente incluirse bajo este rubro con el auxilio de la noción de
"mociones de meta inhibida". Si libido y amor son la misma cosa, está construida la
columna vertebral de los vínculos humanos y podremos deslizarnos sin sobresaltos por los
resbalosos caminos del desarrollo "emocional", de la deprivación "afectiva", de las
aficiones "perversas", del drama "incestuoso" del Edipo, sin nunca perder la brújula de la
etiología sexual.
Pero, en estos temas, el "convidado de piedra" es el odio (y quizás también la
indiferencia). Freud abordó a menudo la problemática del odio y de la ambivalencia amor-
odio pero no explicitó satisfactoriamente su estatuto metapsicológico, vacío que intentó
llenar Klein con el recurso a la pulsión de muerte que, en última instancia, no aclara sino
complica aún más. El asunto desborda los límites de estos apuntes y simplemente me
planteo que sería más claro que sexo (libido) y amor no fueran la misma cosa. Quizás así
podríamos abordar mejor teóricamente temas como el amor sin sexo, el sexo sin amor, el
odio en el sexo y el sexo por odio... y sólo mencionando combinaciones con escasa
ambivalencia 4 .
3
R e cue rdo, por eje m pl o, l a pr oposi ci ón de H ege l, par a qui e n e l de se o bá si co e s e l de seo d e ser
re con oc i do l o qu e nos in tr oduc e en e l va st o mu ndo de l a i den ti da d hum ana, t a nt o a sum i da com o ot orgada .
4
P or supue st o que est o nos c onduc e i ne vi ta bl e me nt e a for m ul ar nos una def i ni ci ón m uc ho m ás re st ri ngi da
de "l o se xua l ", l imi t á ndol o a l a c at e goría de fu nc i ón . An ti qu ísi m a f unci ón que re m i te a l os al bor es de la
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3°) SEXO=IDENTIDAD DE GÉNERO. Esta equiparación ha traído incontables
deslizamientos al confundir estructuras identitarias con atractivos eróticos. Así se considera
como "sexual" lo heterosexual, lo homosexual o lo bisexual (que, en puridad, debería
nombrarse como homogenérico, heterogenérico o bigenérico, respectivamente).
La sociedad humana define de mil maneras (y con mil variaciones según tiempo
y lugar) la diferencia masculino/femenino 5 . Esta influencia cultural tiene tanta fuerza en la
conformación de la identidad de las personas que puede ponerse en desacuerdo con el
género biológico y dar lugar, por ejemplo, a la (mal llamada) homosexualidad. Ésta no es,
pues, una desviación (perversión) primaria del atractivo sexual hacia un objeto del mismo
género sino que, como la observación en niños y adolescentes lo muestra claramente, lo
primario es la adopción de una identidad cultural no acorde con la biológica. Luego (o
simultáneamente) vendrá la selección de los objetos eróticos, en concordancia con esa
identidad asumida. Muy a menudo la clínica muestra que esta adaptación no es nada sencilla
y conlleva un largo y conflictivo proceso.
4°) SEXO=PERFIL DE CARÁCTER. En su artículo Carácter y erotismo anal
(1908, A.E. Vol. 9, p. 151-158), Freud nos dice: ...es posible indicar una fórmula respecto
de la formación del carácter definitivo a partir de las pulsiones constitutivas: los rasgos
de carácter que permanecen son continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias,
sublimaciones de ellas, o bien formaciones reactivas contra ellas.
Como vemos, Freud ata aquí constelaciones de carácter a la sensibilidad erótica
de zonas corporales que luego servirán de soporte a la descripción de fases del desarrollo
llamado psicosexual. Estas fases no son un observable sino que surgieron luego de un
laborioso y extensísimo trabajo de elaboración teórica que llevó casi veinte años (1905 fase
fi l oge ni a y que , en el cu rso de l a evol uc i ón, ha ven id o a si t uar se e n u na c om pl ej a e ncr uc ij a da l o que l a ha
con ver t id o e n una de l a s f unc io nes m ás re gl am e nt ad as por l a soc i eda d h um ana .
5
S i hubi er a p uest o "f em e ni no/ m asc ul i no" ya se rí a u na c i er ta t ra sgre si ón a l a r egl a gra m at ica l que seña l a
que e l gé ne ro m ascul i no debe a nt e ce der y pr edom i na r sobr e el fe m eni no (! ).
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genital, 1913 fase anal, 1915 fase oral, 1923 fase fálica). Esta enorme extensión del
concepto de sexualidad abarca, pues:
las pautas del desarrollo psíquico global del ser humano (que pasa a
llamarse desarrollo “psicosexual”). Recordemos, por ejemplo, la pulsión
epistemofílica (apoyada en el impulso voyerista) como eje del desarrollo intelectual.
Y también a lo sexual como soporte del desarrollo de la función simbólica o
semiótica (Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas 1910, A.E., T.11, p.
143).
los perfiles de carácter adscriptos a esas fases (perfiles “orales”,
“anales”, “fálicos”) en donde el factor sexual pasa a definir identidades tanto
normales como patológicas (los ahora llamados trastornos de la personalidad ).
La comunidad psicoanalítica actual no toma al pie de la letra estas aseveraciones
de Freud sino más bien hace un uso metafórico de ellas, pero yo no veo que les haga una
crítica más severa como para desecharlas definitivamente como corresponde a todo
conocimiento científico ya perimido. En ese sentido se conduce como los exégetas de la
Biblia que toman la historia de Adán y Eva, por ejemplo, no en su interpretación literal, lo
que a esta altura de nuestro conocimiento sería un absurdo, sino como un mensaje críptico y
simple que nos envía Dios para que lo entiendan las almas sencillas y lo interpreten las
almas sofisticadas 6 .
5°) SEXO=SUBLIMACIÓN. La acuñación del concepto de sublimación dio a
Freud una llave maestra para abrir la puerta de conexión entre la sexualidad y toda otra
actividad gratificante. ¿Cómo llegó Freud a concebir este proceso? Pues bien, lo hizo de la
mano de la fina observación de las cadenas simbólicas, de las operaciones de condensación
y desplazamiento, de los movimientos metáforo-metonímicos a través de los puentes
tendidos por la contigüidad o la semejanza de sentidos. Esta enorme contribución freudiana
a la comprensión no sólo de los modos de operar de la mente sino de la comunicación
humana en general, abrió una amplia avenida para el desarrollo de nuevas ideas y para la
6
R ec ue rdo aqu í un c om ent a ri o de un ni ño de 8 años, conf undi do en tr e su cl a se de r el i gi ón y su c l ase de
ci e nci a : no e nt i endo, ¿ve ni mos de l mo no o de Ad án y Eva?
7
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conexión con otras ciencias del hombre como la semiótica, la antropología, la historia, la
sociología... Con este poderoso instrumento en su mano era fácil demostrar, a partir de
cualquier punto de una cadena simbólica, la conexión de ese elemento con algún otro de
contenido sexual. Toda actividad (meta) gratificante podía, pues, ser vinculada a algo
sexual, máxime usando "sexual" en su definición ampliada.
Acá el problema consiste en creer que tal proceso de sublimación
unidireccional existe. Con esto, queremos decir lo siguiente:
Dentro de la red de conexiones simbólicas (semióticas) entre diversos elementos
(que operan en códigos de palabras, de imágenes, de actos o sus mezclas) se produce un
continuo movimiento que lleva a resaltar, eclipsar, trastocar, matizar, etc. cualquiera de
ellos, por el concurso de los restantes. Poner un "ancla" 7 en un único tipo de elementos es
un procedimiento válido y necesario para ordenar el conjunto, pero es preciso no olvidar
que es un procedimiento arbitrario.
Los datos pueden ser ordenados también con otras "anclas" lo que enriquece la
visión de conjunto y ayuda a pensar otras constelaciones estructurales, ocultas por el uso
del "ancla" única. Si Freud se jugó al ancla única y absoluta de lo "sexual" podemos pensar
que fue porque no llegó a ver el problema, al permanecer adherido a su modelo causalista
lineal, como ya dijimos.
Eso no obstó para que, sin proponérselo, abriera la posibilidad de uso de otras
"anclas". 8 Pero, en otro texto de la misma época y a través del "análisis de lo profundo" 9 ,
Freud se interna dramáticamente en una especulación sobre la fantasía "erótica" de un niño
7
Al e st i lo de l "a nc l a" que ut i l i za n l os ec onom i st a s pa ra de scr i bi r l as re la c io nes ent re l os va l ore s
ec onóm i c os: se fi ja ar bi t ra ri am e nte uno d e e ll os ( P. B.I , dó la r, etc. ) p uest o que t odos t i ene n un va l or
re l at i vo co n r espe cto a l os ot ros y no hay ni nguno de v al or a bsol ut o.
8
C om o puede ve rse e n "I nt rod ucc i ón de l na rc isi sm o" donde a bre y p la nt ea de sde di ve rsos á ngul os lo s
eno rm es t e m as de la r el a ci ón YO - OTR O y de l a c onst ruc ci ón i de nt i fi c at or ia de l suj e t o (c l ar o que ba j o el
al a d el par l i bi do de l yo - l i bi do de obj e to ).
9
E l "H om bre de lo s l obos" ( 1914, AE, T. XV II , p. 47) .
8
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de 18 meses. ¿Es ésta, acaso, la única - unidireccional - explicación de la problemática del
hombre de los lobos? ¿No habrá otros subrayados del material - no sexuales, quizás de
estructuras de vínculos o de sostenes mutuos - que nos den otras visiones del caso?
Opino que deberíamos pensar, más bien, en un movimiento multidireccional
donde no sólo lo sexual se traslade a lo no-sexual sino también lo no-sexual se traslade a lo
sexual (o a otras cosas). Afirmar que es sólo unidireccional entra, para mí, en el orden de la
creencia.
*********
Bastan estas cinco extensiones que aplica Freud al concepto de sexualidad para
que, prácticamente, todo comportamiento, toda acción 1 0 humana pueda ser referida, en
último término, a lo sexual. Presentadas las cosas de este modo, parece evidente que la
explicación etiológica sexual se diluye de tal forma que se vuelve inoperante. Se asemeja al
recurso a Dios como primera causa. Así todo puede ser explicado y nuestra angustia de
ignorancia, de falencia, (¿de castración?) puede ser atemperada.
Y, ya que mencionamos la castración, el lector se preguntará qué estatuto, que no
sea sexual, le otorgamos. Pues bien, como igualmente ocurre con otros conceptos fuertes
del psicoanálisis (incesto, parricidio, seducción, escena primaria, etc.) podemos decir que
están acuñados con la impronta de lo sexual, porque así los concibió Freud. Pero su uso
habitual (en un 99%) es marcadamente metafórico y, en puridad, estos conceptos refieren no
a lo que directamente significan sino a otra multitud de cosas que debemos deducir, a veces
muy trabajosamente, del contexto en que son usados. Ya Freud alertó sobre estos
deslizamientos y trató de ponerles algún coto subrayando, por ejemplo, que "castración" no
podía ser usado como sinónimo de "separación" ni de "pérdida"( Inhibición, síntoma y
10
La p ropi a e st ruc t ura de acc i ón d e l a pul si ón que desc ri be F r eud ( f ue nt e - m et a - obje t o ) se c orr esp onde
punt o por punt o con la est r uct ur a de acc i ón de l a ora ci ón se gún l a g ra má t i ca m oder na ( ac to r - act i v i dad -
obj et o ) de ri va da a su ve z de l a a nt i gua di vi si ón: suj et o - ve rbo - predi c ado .
9
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angustia, AE, t. XX, p. 123).
Se podría suponer que, a través de estas observaciones críticas, estoy reduciendo
casi a cero la importancia del tema sexual. Lejos de mí tal suposición. Creo firmemente que
su importancia no se ve en absoluto menoscabada si simplemente lo cambiamos del lugar de
causa (etiología) en que Freud lo coloca y lo ponemos en un lugar diferente. Ya señalé
antes (nota 4) la rigurosa reglamentación de la función sexual en todas las sociedades
humanas pero esto no es porque su naturaleza sexual esté operando como causa de
dificultades en el seno de dichas sociedades, sino que es debido a las consecuencias de su
ejercicio. Consecuencias en el establecimiento de vínculos afectivos estables (pareja,
familia, etc.); consecuencias en la descendencia (en el ordenamiento de los vínculos de
sangre y de alianza, en la organización de linajes, en la instauración de pilares de
identidad); consecuencias en la justicia humana (delitos sexuales de todo tipo: violación,
abuso, perversiones dañinas,etc.).
Pero ese nuevo lugar, ya no de causa sino de articulación de variados elementos,
sólo es posible si reducimos el concepto de "sexual" deshaciendo las mencionadas
ecuaciones de extensión del término. Esto permite el libre juego interactivo de dichos
elementos y enriquece notablemente nuestras posibilidades de interpretación y de
teorización.
De hecho, este modo de proceder lo vemos de continuo en el análisis de
materiales clínicos de numerosos autores - como dijimos en pág. 1 - pero muy pocas veces
pasa a reflejarse en los cambios teóricos que implican. Es cierto que estos cambios no son
pequeños (por ejemplo: abolición de la teoría de las pulsiones, supresión del punto de vista
económico, modificación de la unicausalidad lineal, multiplicación de las motivaciones
humanas con restricción del alcance de lo sexual, cambio sustancial de las fases
“psicosexuales” del desarrollo infantil y de la noción de sexualidad infantil, etc.) pero no
los considero en absoluto esenciales para el ejercicio de nuestro oficio... No son el cimiento
sino el remate del edificio íntegro, y pueden sustituirse y desecharse sin perjuicio (ibídem).
Y agrego un fragmento de una carta de Freud a sus discípulos, en sus últimos
años:
10
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Ustedes me vaticinaron que, después de mí, mis errores corrían el riesgo de ser
adorados como santas reliquias... Por el contrario, yo creo que mis sucesores se
apresurarán a demoler todo lo que no está perfectamente fundamentado en lo que dejo
detrás de mí.
Temo que, también acá, como en tantas ocasiones y como cualquier ser humano,
Freud termine equivocándose pues ya se cumple un siglo y aún no se percibe tal demolición
sino más bien la adoración de santas reliquias.
Y, a propósito de estas dos últimas citas, quiero destacar dos grandes cualidades
de Freud: la de maestro y la de iconoclasta.
Como maestro, supo mostrar generosamente todo su pensamiento, en el acierto
y en el error, e incluso se prestó él mismo como sujeto de investigación (sus sueños, sus
síntomas).
Como iconoclasta, él sí se apresuró a demoler dogmas, ídolos y lo no
fundamentado de la ciencia de su época. Quiero destacar ahora ese modelo que nos legó. 1 1
No es sólo el espíritu crítico el que anima al iconoclasta sino el deseo de
construir sobre bases más sólidas el conocimiento. Pienso que, con el paso del tiempo, el
corpus teórico psicoanalítico más ortodoxo ha sufrido un desgaste y necesita un recambio.
Que no nos confundan las sofisticaciones y exquisiteces teóricas disfrazadas de profundas,
puestas allí para no cambiar los postulados fundamentales (como los exégetas bíblicos).
La teoría sexual tal como la desarrolló Freud debe ser sustancialmente
modificada y otras teorizaciones nuevas deben articularse con ella como ya lo insinuamos a
lo largo de todo el artículo contraponiendo a la explicación etiológica sexual los puntos de
vista relacionados con la peripecia identitaria y vincular humana; contraponiendo a la
noción de pulsión la noción de función (me refiero a la articulación de importantísimas y
básicas funciones como la propia sexual, la función semiótica, la función de apego o
attachment, etc.). Injusto sería decir que Freud no atendió estos enormes temas, pero nunca
alcanzaron en su obra la preponderancia de fundamento.
Estas modificaciones permitirían además la apertura del pensamiento
11
R e cor dem os el br indi s que J. E. R odó pone en boc a del m ae st ro Gorgi as: “ por aqué l que m e ve nza –c on
honor- e n v osot ros” .
11
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psicoanalítico a otras corrientes psicológicas, psicoterapéuticas, psiquiátricas,
neuropsicológicas e incluso neurobiológicas, extremo muy difícil en este momento por el
choque con posturas ideológicas que impiden la profundización del diálogo y la búsqueda y
hallazgo de terrenos comunes y acuerdos imprescindibles para tender a la convergencia y
articulación de las ciencias del “alma” (también llamada “psique” o “persona”).
Creo que ya largamente ha caducado el tiempo de defensa a ultranza de la
identidad y la originalidad del aporte psicoanalítico, tan necesario en la primera época para
preservar su novedosa contribución a las ciencias del hombre, pues este aporte está
claramente consolidado.
Hoy día, el riesgo de la pérdida de este aporte no proviene del afuera, es decir
por el hecho de ser el psicoanálisis incomprendido e ignorado por la comunidad científica
como antaño.
Proviene del propio seno de buena parte de la comunidad psicoanalítica que,
continuando en la defensa ilusoria de su especificidad (como lo es la defensa de la teoría
sexual tal cual la formuló Freud) obstaculiza el camino a los nuevos aportes de otras
ciencias y a la integración del psicoanálisis con ellas.
Que no nos confundan los importantísimos aportes del psicoanálisis al
conocimiento de los seres humanos (sea, p. ej., el aporte a la sutileza de los modos de
operar de la mente así como a la complejidad de las interacciones vinculares) y nos hagan
perder de vista el grueso espesor de nuestra ignorancia en ese mismo terreno y la perentoria
necesidad de alimentarnos de otros aportes, propios y ajenos, so pena de morir de inanición.
Alberto Weigle
Montevideo, abril de 2002
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