Edición:
Primera. Noviembre de 2014
ISBN: 978-84-15295-71-6
© 2014, Miño y Dávila srl / Miño y Dávila editores sl
Armado y composición: Suipacha, Prov. de Buenos Aires, Argentina.
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(C1071AAL), Buenos Aires.
colección
Antropología,
estudios culturales
y relaciones de poder
dirigida por Sergio Caggiano y Fernanda Figurelli
La colección se propone recoger y difundir trabajos que
aporten al vasto campo de estudios del poder desde
la antropología y los estudios culturales. El horizonte
problemático que la orienta se estructura en torno a una
concepción relacional del poder, que lo entiende como
un ejercicio productivo y abierto a la dinámica histórica,
sin formas y contenidos predefinidos. Orientarse por una
concepción relacional conlleva sostener el desafío de
superar la división entre lo macro y lo micro, indagando
cómo las configuraciones de poder se entretejen
dinámicamente desde los intercambios cotidianos. Conlleva
también el interés por múltiples escalas de análisis y por
las complejas conexiones y articulaciones entre ellas,
por el modo en que lo global y lo local se producen a
partir de relaciones sociales concretas. Recogiendo líneas
de indagación de la tradición antropológica y de los
estudios culturales, también ocupa un lugar destacado
dentro del horizonte problemático de esta colección el
análisis de categorías y clasificaciones sociales con las que
organizamos nuestros mundos heterogéneos.
La colección se abre a distintas áreas y tipos de trabajo:
investigaciones empíricas o bibliográficas que revisan
aportes o limitaciones en los estudios del poder y
procuran una mirada original para su comprensión,
que abordan los procesos de producción y reproducción
de diferencias y desigualdades en torno a distintas
dimensiones como clase social, género, etnicidad,
nacionalidad, edad, etc., que indagan las relaciones de
poder involucradas en las categorías de percepción del
mundo o que problematizan las formas de poder ligadas
a las propias prácticas de investigación y formación en
nuestros campos disciplinares, entre otras.
�ndice
9 Introducción
por Silvina Merenson y Débora Betrisey
21 I. Antropologías disidentes
por Eduardo Restrepo
35 II. Mentes indígenas y ecúmene antropológico
por Alcida Rita Ramos
57
III. La creación de espacios para la revilitación
cultural. La investigación antropológica en la
globalización
por June Nash
71
IV. Acerca del posicionamiento: investigación
activista, crítica cultural o activismo crítico
por Laura Kropff
93 V. En busca de la antropología perdida.
Reflexiones sobre una antropología renegada
en Colombia
por Colectivo Estudiantil Rexistiendo
117 VI. Más allá de la violencia: acompañando a las
“pandillas” en dos barrios de Perú
por Matías Viotti Barbalato
137 VII. ¿Quién decide qué investigar? A propósito de las
representaciones sociales sobre las mujeres en
los grupos armados peruanos
por Marta Romero-Delgado
157 VIII. Escuchar en la “intervención”, desoír en la
“investigación”. Notas sobre la implementación
de políticas públicas en una zona rural de
Uruguay
por Silvina Merenson
169 IX. La etnografía en las prácticas empresariales de
licenciamiento ambiental en Brasil
por Deborah Bronz
187 X. Reflexiones sobre la aplicación de la
antropología social en el I+D+i de las empresas
transnacionales: el caso de Fagor Hometek
por Inès Dinant, Begoña Pecharromán Ferrer y
Ana Rodríguez Ruano
207 Acerca de los autores y las autoras
9
Introducción
Silvina Merenson y Débora Betrisey
E
l tí�tulo que hemos dado a esta compilación –Antropo-
logías contemporáneas– puede tomarse como un giño
cómplice hacia la imagen que habitualmente suele aso-
ciarse con el trabajo antropológico: un hombre o una
mujer que solitariamente y en tierras remotas convive por largos
periodos de tiempo con exóticos “nativos” registrando en una li-
breta sus costumbres, creencias y rituales para luego describir
minuciosamente la diversidad de lo humano, siempre apelando
al “relativismo cultural” para batallar contra cualquier forma de
“etnocentrismo”.
Posiblemente algo de este imaginario “aventurero y román-
tico” forme parte del mito fundacional de la disciplina, también
portadora del peso de la empresa colonial. Pero hoy, bastante poco
parecidos a Indiana Jones, los y las antropólogas desarrollamos
nuestra profesión en los más variados ámbitos, espacios y paí�ses
del planeta. Con distintos posicionamientos sociales, culturales y
polí�ticos, hay antropólogos trabajando a miles de kilómetros de
sus hogares y hay quienes lo hacen a unas pocas calles de su es-
critorio; hay quienes hacen trabajo de campo en el seno de comu-
nidades indí�genas, pero también quienes trabajan con miembros
de familias aristocráticas, sectores más empobrecidos o las clases
medias de las más diversas sociedades. Con nuestros enfoques,
técnicas y método, también haciendo uso del género narrativo
que nos identifica –la etnografí�a–, pueden encontrarnos partici-
pando activamente de un ritual religioso, cocinando en una fiesta
10 Silvina Merenson y Débora Betrisey
popular, entrevistando ciudadanos durante un acto electoral, ob-
servando los modos en que las personas emplean determinado
producto que será lanzado al mercado, gestionando proyectos
estatales o dinamizando las actividades de ONGs. En algunos ca-
sos el objetivo podrá ser la producción de textos académicos, en
otros la producción de informes y recomendaciones para la toma
de decisión de empresas y organismos transnacionales, consul-
toras, organizaciones de la sociedad civil y esferas del Estado y,
en otros casos, las múltiples combinaciones de ambas opciones.
Posiblemente no haya ningún otro rasgo tan destacable de
las “antropologí�as contemporáneas” como la heterogeneidad
y amplitud que puede hallarse a la hora de observar su campo
de acción. En los últimos años el proyecto antropológico, sinte-
tizado por Esteban Krotz en “la pregunta por la igualdad en la
diversidad y de la diversidad en la igualdad” (1994: 6) y al que
generalmente buscamos responder a partir de tres acciones:
“mirar, oí�r y escribir” (Cardoso de Oliveira, 2000: 17), ha ganado
terreno, productividad y creatividad más allá de los centros y las
instituciones académicas. Sin embargo, para que ello sea posible,
fueron necesarios una serie de debates que se sucedieron tras
“el regreso a casa” de la disciplina en el contexto postcolonial
(Hymes, 1969). Entre ellos, una perspectiva crí�tica en torno a
la producción del conocimiento antropológico y su papel fren-
te a los problemas del mundo contemporáneo, la distribución
geopolí�tica y asimétrica de la legitimidad del conocimiento y
los posicionamientos ético-polí�ticos del investigador. En lo que
sigue intentaremos reseñar muy brevemente estas discusiones
a los fines de guiar al lector no especializado y de enmarcar los
artí�culos que integran esta compilación, procurando advertir los
diálogos que pueden establecerse entre ellos.
Durante el proceso de descolonización, la conformación de
nuevos estados nacionales, la intervención de Estados Unidos en
paí�ses latinoamericanos y el sureste asiático (guerra de Vietnam)
o el resurgir de movilizaciones sociales, polí�ticas y civiles, se con-
virtió en tarea prioritaria para los antropólogos que revisaron las
tradiciones teóricas y metodológicas “clásicas” bajo una atenta
mirada crí�tica. Una obra sintetizadora de las inquietudes de ese
momento es la ya citada Reinventing Anthropology (Reinventar
la antropologí�a) publicada por Dell Hymes en 1969. En ella se
destaca, entre otros temas, la importancia de asumir compro-
misos con la realidad social estudiada por el antropólogo, el es-
Introducción 11
tudio antropológico del imperialismo y las “clases altas”, como
así� también la atención a las experiencias surgidas del quehacer
antropológico desde una perspectiva crí�tica y reflexiva. Cuatro
años después Talal Asad (1973) editó en Inglaterra Anthropology
and the Colonial Encounter (La antropologí�a y el encuentro colo-
nial). En ella se cuestiona la complicidad de los antropólogos con
el poder colonial, las implicaciones de la relación de poder entre
el investigador y los “informantes” que atraviesa el proceso de
producción del conocimiento y la perspectiva cultural e histórica
hegemónica de Occidente en la reproducción de las relaciones
estructurales de desigualdad entre el mundo europeo y no eu-
ropeo. En torno de este último punto gira el argumento central
de Orientalism (Orientalismo), de Edward Said (1990) que, como
han señalado Marcus y Fischer (1999) representó una crí�tica
frontal respecto a las modalidades de escritura que Occidente
ha utilizado para representar a sus otros.
Contemporáneas de estas reflexiones, aunque posiblemente
menos divulgadas y conocidas, son las discusiones sobre el co-
lonialismo intelectual de las “ciencias sociales metropolitanas”
impulsadas por Rodolfo Stavenhagen desde México o la “investiga-
ción de acción participativa” propuesta por el sociólogo colombia-
no Orlando Fals Borda. Ambas intervenciones señalaron el rumbo
de un intenso proceso analí�tico respecto de las relaciones entre
“poder y saber”, entre “conocimiento y dominación”, que abarcó en
sus distintas traducciones a las instituciones académicas y el cam-
po intelectual, abriendo importantes grietas en el pensamiento
antropológico hegemónico, caracterizado por su “etnocentrismo
anglocéntrico”, aun en los sectores de antropólogos más progre-
sistas (Naroztky, 2010).
La contextualidad radical (Grossberg, 2009) que es parte de
las propuestas reseñadas hasta aquí�, que excedieron y exceden a
la antropologí�a, apuntan a comprender que todas las categorí�as
y teorí�as sociales han sido elaboradas en contextos históricos es-
pecí�ficos y situados. Ya en los años 1980, el programa del Grupo
de Estudios Subalternos y su llamado a “provincializar Europa”
(Chakrabarty, 2008), es decir a advertir que el pensamiento y la
experiencia de este continente son a la vez fundamentales e in-
adecuados para pensar otros espacios territoriales, polí�ticos, cul-
turales y simbólicos, podrí�a considerarse parte del mismo marco
interpretativo. Vale aclarar que éste no pretende el rechazo de las
categorí�as de las ciencias sociales, sino la introducción dentro del
12 Silvina Merenson y Débora Betrisey
espacio de las historias europeas particulares sedimentadas en
esas categorí�as, “otro pensamiento teórico y normativo consagra-
do en otras prácticas de vida existentes” (Chakrabarty, 2008: 50).
Hoy, los llamados de atención sobre los “etnocentrismos teó-
ricos” y “categoriales” estructuran buena parte de la teorí�a an-
tropológica contemporánea y su distribución en las instituciones
académicas (Grimson, Merenson y Noel, 2011: 18). La distinción
entre antropologí�as “metropolitanas” y “periféricas” (Cardoso de
Oliveira, 1999), que ya no necesariamente obedece a la distinción
geopolí�tica del conocimiento entre “norte” y “sur” (Krotz, 1997),
permitió a otros investigadores como Enrique Dussel (2000),
Aní�bal Quijano (2000), Gustavo Lis Ribeiro (2003) y Arturo Esco-
bar (2003) señalar las desigualdades y las relaciones asimétricas
que se juegan en la producción de lo que es considerado “cono-
cimiento”, con sus consabidas reglas de autoridad y legitimidad
para determinarlo. En este sendero se inscribe la elaboración
conceptual del proyecto de las “antropologí�as del mundo” que
permite a Eduardo Restrepo indagar en lo que aquí� denomina
“antropologí�as subalternizadas”. Este término, “acuñado para
dar cuenta precisamente del hecho de que en cualquier estable-
cimiento antropológico en particular o en el sistema mundo de
la antropologí�a en general encontramos unas tradiciones, auto-
res, formas de argumentación, lenguajes, conceptos, prácticas
que hegemonizan lo que aparece como antropologí�a y, por tanto,
marginan otras modalidades de hacer antropologí�a que pueden
incluso desconocerse como antropológicas”, visibiliza lo que el
autor llama “antropologí�as disidentes”, aquellas que desafí�an el
sentido común disciplinario o lo convenido como “lo propiamente
antropológico” (Restrepo, en este volumen).
La revisión de muchos de los supuestos y postulados que has-
ta el momento han entronizado determinados saberes, episte-
mologí�as y modos de hacer antropologí�a que propone Eduardo
Restrepo, podrí�a considerarse el punto de partida de la apuesta
de Alcida Rita Ramos. Su artí�culo, que sostiene un contrapunto
sumamente sugerente entre los modos de producir conocimiento
indí�gena y antropológico, repasa nociones claves de la epistemo-
logí�a occidental, como “comunidad” y “espí�ritu”. Al demostrar que
“no hay incompatibilidades inexorables entre teorí�as indí�genas y
teorí�as occidentales” (Ramos, en este volumen) la autora critica
la distinción lévi-straussiana –pensamiento salvaje/pensamien-
to domesticado– para proponer una “antropologí�a ecuménica”
Introducción 13
colaborativa, “abierta a todas las voces”, que coloque en un pie
de igualdad intelectual a quienes suelen ser considerados “otros”,
“informantes” o “nativos”.
Difí�cilmente puedan comprenderse las inflexiones teóricas
que mencionamos hasta aquí� sin considerar los debates en torno
al posicionamiento del investigador en el trabajo de campo. En
paí�ses como México, Brasil, Argentina o Perú, existe una estrecha
y larga relación entre la producción teórica de los antropólogos
y el compromiso con las sociedades estudiadas (Jimeno, 2005).
En estos contextos, de importante tradición en lo que se conoce
como “estudios étnicos”, fue Cardoso de Oliveira (2001: 76-77)
quien planteó la figura del antropólogo como ciudadano de paí�-
ses que reproducen mecanismos de dominación y explotación
heredados históricamente, donde el antropólogo “acaba ocu-
pando un sitio en la etnia dominante, cuya postración ética sólo
disminuye cuando actúa –en el mundo académico o fuera de él–
como intérprete y defensor de las minorí�as étnicas”. Se trata de
un trabajo reflexivo que se extiende más allá de la actuación con
las minorí�as étnicas y plantea un análisis sobre las actitudes que
limitan las predisposiciones y capacidades de asumir compromi-
sos con la realidad social estudiada; las contradicciones sobre las
prácticas antropológicas fuera del ámbito académico impulsadas
por determinadas orientaciones metodológicas que suprimen el
tiempo de trabajo de campo; y la relación del antropólogo con los
“otros”, buscando un trabajo más equitativo y colaborativo entre
ambos (Ramos, 2011).
Desde 1980, varios de los rasgos que hasta entonces caracte-
rizaban al rol del antropólogo en el terreno, fueron dejando paso
a la problematización de su persona en el proceso de producción
de conocimiento. El concepto de “reflexividad”, justamente, vino
a señalar “la conciencia del investigador sobre su persona y los
condicionamientos sociales y polí�ticos. Género, edad, pertenencia
étnica, clase social y afiliación polí�tica suelen reconocerse como
parte del proceso de conocimiento vis-a-vis los pobladores” (Gu-
ber, 2001: 48). Esta práctica reflexiva no debe confundirse, como
advierte Naroztky (2010: 247), con la simple superación del po-
sicionamiento social y polí�tico del antropólogo, “para estar por
encima de la miseria del mundo y sus bajezas polí�tica”, sino que
es un aspecto fundamental para sustentar el compromiso ético
y polí�tico de la propia práctica profesional.
14 Silvina Merenson y Débora Betrisey
Si la antropologí�a clásica, aprendida en las enseñanzas teóri-
cas y etnográficas de Alfred Radcliffe-Brown (1975) y Bronislaw
Malinowski (1990) referenciaba al investigador en sus propósitos
cientí�ficos (aquellos que le permití�an recolectar datos para descri-
bir las lógicas de funcionamiento de las sociedades en todas sus
partes desde “el punto de vista del nativo”), los movimientos de
liberación y descolonización, así� como los debates que siguieron
al abordaje etnográfico de las propias sociedades, motorizaron
una serie de reflexiones en torno al compromiso polí�tico y la éti-
ca profesional. El recorrido crí�tico por más de cincuenta años de
trabajo de campo que reseña June Nash en su artí�culo, testimonia
este desplazamiento. La participación activa y el compromiso vo-
luntario en instancias que van desde la integración de tribunales
y comisiones internacionales a las ONGs locales, constituyen para
la autora “una parte tan esencial de la investigación antropológi-
ca, como el trabajo de campo” (Nash, en este volumen). En este
compromiso, basado en un diálogo radicalmente plural e inter-
cultural con nuestros interlocutores, también se juega el futuro
de la antropologí�a, que “no se mide solamente por el éxito de las
construcciones teóricas, sino también por las estrategias para
mantener la variedad y la riqueza que hemos considerado como
algo dado, y por la inclusión de los métodos y los objetivos que
aplicamos a la misma” (Nash, en este volumen).
Como puede derivarse de los artí�culos reunidos en esta compi-
lación, existen diversas formas de concebir y nominar la relación
entre la investigación y los posicionamientos ético-polí�ticos que,
en todos los casos, está í�ntimamente vinculada a los modos de
pensar la disciplina, su enseñanza en las distintas tradiciones e
instituciones académicas y su ejercicio en el marco de sistemas
cientí�ficos particulares. El artí�culo de Laura Kropff explora y da
cuenta de esa heterogeneidad en el contexto particular argentino
que va de las consecuencias de las polí�ticas neoliberales aplicadas
en la década de 1990 y la salida de la crisis de 2001, al proceso
de recuperación en la primera década de este siglo. A partir de
su trabajo de campo en el norte de la Patagonia argentina con
jóvenes mapuche y su experiencia como estudiante en una uni-
versidad del “sur” y como becaria-visitante en una del “norte”,
la autora enhebra la implicación polí�tica del investigador con la
disponibilidad asimétrica de recursos y condiciones económicas
de producción. Al trazar las distinciones entre la “investigación
activista”, la “crí�tica cultural” y el “activismo crí�tico” la autora
Introducción 15
revisita la antigua distinción entre “investigación” e “interven-
ción” para concluir que “muchas de las crí�ticas a la investigación
académica suponen la ficción de que la academia es una entidad
autónoma con respecto a los procesos sociopolí�ticos de los que
forma parte” (Kropff, en este volumen). En este punto, la conclu-
sión de la autora tensa la reseña que ofrece el artí�culo de Colec-
tivo Rexistiendo para el proceso de institucionalización de las
ciencias sociales en Colombia, la marginalización de determina-
das formas de hacer antropologí�a (vinculadas a las demandas y
denuncias de las comunidades indí�genas en este paí�s) y la des-
jerarquización de la relación sujeto/objeto en la producción de
conocimiento. La experiencia de este colectivo en torno a lo que
denominan “investigación comprometida”, que implica “trabajar
en diálogo, colaboración y alianza con aquellas personas que lu-
chan por mejorar sus vidas; encarnando la responsabilidad de
que los resultados de la investigación sean reconocidos por los
sujetos de investigación como propios y valorados en sus propios
términos” (Colectivo Rexistiendo, en este volumen) merece aquí�
algunas explicaciones.
Ya sea de modo implí�cito o explí�cito, los compromisos ético-
polí�ticos con que los antropólogos decidimos trabajar en el cam-
po no pueden sino configurarse en un intercambio heterogéneo
con muchos y distintos actores. Como indica Alcida Rita Ramos
(1994), es habitual que estos compromisos, particularmente
cuando se trata de abordar a los subalternos, se confundan con
su idealización como sujetos puros, en función de alguna noción
de pureza extraí�da de manuales descontextualizados. En reali-
dad, existen distintas concepciones acerca de las relaciones entre
investigación cultural y los posicionamientos del investigador,
pero lo que no debemos perder de vista es que tanto su negación
como su trivialización conducen a mistificaciones asimétricas
en su contenido, igualmente perjudiciales (Grimson, 2011). Por
otra parte, como apunta Pablo Semán, “que existan dominación
y hegemoní�a no quiere decir que el análisis social deba hacerse
exclusivamente desde el lado en que ésta se produce (…) Los focos
subordinados y subalternos no dejan de ser realidades y tampoco
se agotan en la subalternidad” (Semán, 2006: 25). Presentarlos
desde la carencia, subyugados por la pobreza y la miseria, no
solo parcializa una realidad que es mucho más compleja, también
reproduce “una representación que los dominadores tienen de
los dominados (…) en la cual se apoyan para legitimar su domi-
16 Silvina Merenson y Débora Betrisey
nación” (Sigaud, 1995: 174). En este terreno, posiblemente nin-
guna otra disciplina como la antropologí�a social pueda apelar a
herramientas como el relativismo cultural –que no es una licencia
moral, sino una productiva operación metodológica– a la hora de
indagar en las agencias de los actores, evitando así� “efectos de
teorí�a” que incluyen, claro está, a aquellos que se derivan de la
perspectiva “militante”.
El artí�culo de Matí�as Viotti, basado en su trabajo junto a un
grupo de jóvenes en la ciudad de Lima, “denominados por el
discurso hegemónico ‘pandilleros’”, expone todas las tensiones,
avatares y contradicciones que conlleva la opción por una “an-
tropologí�a militante” (Hale, 2006) en un contexto de violencia y
exclusión social. Al abordar las dimensiones socio-polí�ticas de lo
que es considerado “cambio”, el autor muestra la complejidad de
las experiencias de estos jóvenes y los ví�nculos con sus propias
experiencias y expectativas como antropólogo, en el marco del
“derecho a la reparación social después de las heridas de la vio-
lencia polí�tica” (Viotti, en este volumen). Sobre las sedimentacio-
nes de esta última cuestión alerta el artí�culo de Marta Romero, a
partir de lo que sucede con las representaciones de género en el
contexto de la violencia polí�tica en Perú entre 1980 y 2000. Los
modos de pensar, categorizar y definir tanto el conflicto como
a las mujeres que integraron los grupos armados son en este
artí�culo el puntapié de una serie de reflexiones respecto de los
múltiples actores y discursos que intervienen en la conformación
de las agendas de investigación. Qué es “violencia”, quién puede
ser considerado/a “ví�ctima”, quién “terrorista” y cómo en ello se
distribuye una heteronormatividad forjada entre otros actores
por el Estado, los medios de comunicación, los organismos in-
ternacionales y algunas de las intervenciones desde las ciencias
sociales, permite a la autora sugerir la necesidad de vigilar el uso
que se hace de determinados términos, cuando no se consideran
“los procesos históricos, polí�ticos y sociales y los mecanismos de
poder que operan en todo momento” (Romero, en este volumen)
perpetuando las desigualdades.
En un contexto menos extremo, aunque con implicancias se-
mejantes en cuanto al poder y las condiciones de nominación y
clasificación, el artí�culo de Silvina Merenson expone las disputas
y los consensos categoriales que siguió la labor colaborativa desa-
rrollada por un grupo de trabajadores rurales autodenominados
“peludos” y de “profesionales”, en post del diseño y la aplicación
Introducción 17
de una serie de “polí�ticas públicas” impulsadas tras la primera
victoria electoral a nivel nacional de la coalición de izquierda
Frente Amplio en Uruguay. Los modos que asumió la traducción
de dicho proceso en la producción académica que en ese marco
retomó la “cuestión rural” le permiten a la autora formular una
serie de interrogantes relativos a los lenguajes y mecanismos que
validan la distinción entre “investigación” e “intervención”; distin-
ción que, entre otras cuestiones, pierde de vista que las disputas
y consensos provistos por el marco de la intervención, muchas
veces “son parte crucial del proceso que se analiza en libros y
revistas académicas” (Merenson, en este volumen).
Al comienzo de estas páginas decí�amos que la antropologí�a
social ha logrado demostrar su productividad en los más diversos
ámbitos laborales. En el presente, la cada vez menos “academiza-
ción” de la antropologí�a (Stocking, 2002) producto de la presión
de las polí�ticas neoliberales que se ensañan con la educación
pública al imponer medidas que limitan los puestos de trabajo
universitarios, obliga a los antropólogos “académicos”, que casi
siempre se han mantenido distantes de las aplicaciones en con-
textos no académicos de la disciplina, a autodefinirse como un
colectivo unificado que practica una “ciencia” de “interés público”
cuyo valor y validez depende de probar su eficiencia instrumental
en diversos ámbitos sociales. Esto reabre viejas tensiones entre
antropólogos “académicos” y “aplicados”, pero también pone en
evidencia nuevas formas de dominación y poder, donde “con-
ceptos como ‘eficiencia’, ‘productividad’, ‘competitividad’, ‘ges-
tión’, etc., se consideran ahora los más idóneos para orientar la
producción del conocimiento” (Naroztky, 2010: 254). Todos ellos
valores que, sin pretender justificaciones, suelen condicionar y
limitar la capacidad de asumir compromisos éticos y polí�ticos
en nuestra práctica profesional o de desarrollar trabajos de “an-
tropologí�a aplicada”.
Con el nombre de “antropologí�a aplicada”, más allá de las crí�-
ticas que podrí�an caber a esta nominación –¿acaso hay alguna
antropologí�a que no lo sea?–, se buscó identificar el empleo de
las técnicas y el método antropológico en el diagnóstico y la re-
solución de problemas, para diferenciar esta labor del trabajo
realizado por quienes, desde la academia y los centros univer-
sitarios, se dedican a la “ciencia básica”, en pos de la producción
de conocimiento como último objetivo (San Román, 1984). Sin
embargo, está claro que no deberí�a haber una frontera rí�gida
18 Silvina Merenson y Débora Betrisey
o infranqueable entre ambas, tal como proponen varios de los
textos reunidos aquí�. El artí�culo de Deborah Bronz extrema esta
posición y da cuenta de ella a partir de una serie de interrogantes
derivados de su doble condición de experta (de una empresa con-
sultora de licenciamiento ambiental de grandes emprendimientos
industriales) y de alumna (de un programa de posgrado en an-
tropologí�a social) en Rio de Janeiro, Brasil. Los complejos cruces
entre la ética profesional, el contexto de producción de los datos
y los posibles usos de los resultados de la investigación guí�an sus
reflexiones en torno a los alcances y las fronteras de la disciplina.
La autora sugiere entonces que “las cuestiones éticas y polí�ticas
que se le presentan al antropólogo en situaciones de intervención
(…) imposibilitan la reproducción de los modelos canónicos de
observación y descripción etnográfica, e imponen nuevos desa-
fí�os metodológicos” (Bronz, en este volumen). En este sentido,
el artí�culo de Inès Dinant, Begoña Pecharromán y Ana Rodrí�guez
podrí�a pensarse como una respuesta posible a los desafí�os se-
ñalados por Deborah Bronz. En este artí�culo, las autoras ofrecen
una “descripción densa” del proceso de recí�proca adaptación y
negociación con el mundo empresarial a fin de colaborar en las
tareas de innovación y desarrollo de servicios y productos elec-
trodomésticos de una “empresa social” con sede en el Paí�s Vasco
y alcance internacional. La revisión de preconceptos respecto de
lo que es considerado “dato de utilidad”, la adecuación de técnicas
y enfoques de investigación, la flexibilización de los tiempos y la
búsqueda de un “lenguaje común entre las palabras y los núme-
ros” (Inès Dinant et al., en este volumen), entre otras cuestiones,
componen el ejercicio reflexivo de las autoras. En un contexto en
el que las escuelas, institutos y departamentos de antropologí�a,
tanto en Europa como en América Latina, muestran serias defi-
ciencias en la tarea de formar profesionales con competencias
extra-académicas, el “proceso de innovación de la disciplina” que
demandan las autoras, queda planteado.
Esta compilación reúne diez artí�culos producidos por antro-
pólogas y antropólogos pertenecientes a distintas generaciones,
cuyas formaciones y trayectorias profesionales son sumamente
diversas entre sí� y tienen lugar en campos tan variados como el
académico, el empresarial o el de las organizaciones de la socie-
dad civil. Creemos que en esta heterogeneidad radica una de las
principales contribuciones de este volumen que pretende esta-
blecer una perspectiva crí�tica sobre algunas de las temáticas que
atravesaron a la antropologí�a social en las últimas décadas. Entre
Introducción 19
ellas, como nos propusimos resumir hasta aquí�, las condiciones
que intervienen en la configuración del habitus disciplinar, las
diversas formas de implicación del antropólogo en el trabajo de
campo y la aplicación en el ejercicio de la profesión de las técni-
cas que caracterizan al método antropológico.
Antropologías contemporáneas. Saberes, ejercicios y reflexiones
es el resultado del encuentro y el esfuerzo colectivo de colegas
de tres continentes que, tanto en sus convergencias como en sus
desacuerdos, esperan contribuir con sus preguntas e ideas –sin
“recetas” ni “certezas”– a una serie de debates necesarios para
seguir pensando las sociedades –y la disciplina– que habitamos.
Bibliografí�a
Cardoso de Oliveira, R. (1999) “Periph- tropologí�a Ahora. Debates sobre la
eral Anthropologies versus central alteridad. Buenos Aires, Siglo XXI.
Anthropologies”. Journal of Latin
Grossberg, L. (2009) “El corazón de los
American Anthropology, vol. 4/2,
estudios culturales: contextualidad,
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constructivismo y complejidad”. Ta-
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21
I. Antropologí�as disidentes
Eduardo Restrepo
“Sabemos mucho de las historias oficiales,
pero casi nada de las disidencias”
Lisset Pérez (2010: 407).
Introducción
H
ace un poco más de diez años, antropólogos en diferen-
tes paí�ses empezamos a establecer un diálogo sobre lo
que llamamos “antropologí�as del mundo”. Nos convocó
un malestar compartido ante ciertas prácticas discipli-
narias que invisibilizaban múltiples tradiciones, autores y formas
de hacer antropologí�a. Para dar cuenta de esta asimétrica situa-
ción, nos embarcamos en lecturas inspiradoras de muchos otros
colegas que habí�an escrito sobre esto y, con base en sus aportes,
sugerimos una serie de conceptos y se adelantaron algunos estu-
dios en aras de comprender mejor las caracterí�sticas y efectos de
estas relaciones de poder en y entre las distintas antropologí�as.1
Cabe resaltar que la elaboración conceptual del proyecto de
las antropologí�as del mundo fue el resultado de un intenso de-
bate durante los primeros años entre un grupo de antropólogos
situados en Europa, Estados Unidos y América Latina. Aunque
una parte importante de este debate se realizó a través del correo
electrónico, fueron de gran importancia una serie de reuniones
adelantadas en diferentes lugares (Argentina, Colombia, Estados
Unidos e Italia). Varias publicaciones colectivas o individuales,
entre las que cabe resaltar cinco números de una revista electró-
1. Este artí�culo fue publicado en Cuadernos de Antropología Social (35): 55-69.
Agradecemos a dicha revista poder reproducirlo en esta edición.
22 Eduardo Restrepo
nica y el libro editado por Gustavo Lins Ribeiro y Arturo Escobar,
abordan diferentes aspectos de la conceptualización resultante
del proyecto de las antropologí�as del mundo. También amerita
mencionarse una serie de cursos en pregrado y postgrado dicta-
dos por diferentes participantes del proyecto en universidades
de distintos paí�ses.2
Antropologí�as subalternizadas es una categorí�a elaborada en
el marco del proyecto de antropologí�as del mundo. Con esta no-
ción de antropologí�as subalternizadas se busca conceptualizar
las relaciones de asimetrí�a entre (y al interior) de los diferentes
establecimientos antropológicos en el mundo. La problemática
de la asimetrí�a refiere a que en el campo de la antropologí�a hay
unas tradiciones, conceptos, autores, formas de argumentación,
lenguajes, prácticas, etc., que son visibles y que definen lo que
aparece como la historia o identidad disciplinaria, mientras que
otras modalidades de hacer antropologí�a permanecen como mar-
ginales, si es que aparecen de alguna manera. Para decirlo en otras
palabras: unas antropologí�as aparecen como “la antropologí�a”,
mientras que otras antropologí�as aparecen a lo sumo como notas
a pie de página o inflexiones de “la antropologí�a”.
Esta problemática ha sido abordada por varios colegas en
América Latina, mucho antes de que apareciera el proyecto de
antropologí�as del mundo, sugiriendo la categorí�a de antropologí�as
subalternizadas.3 Hacia los años noventa, el antropólogo brasi-
leño Roberto Cardoso de Oliveira (2007) propuso la distinción
entre antropologí�as metropolitanas o centrales y antropologí�as
periféricas. Las primeras serí�an las antropologí�as originarias,
mientras que las periféricas eran el resultado del trasplante e in-
digenización de aquellas antropologí�as originarias en otros paí�ses
y regiones. Las antropologí�as metropolitanas o centrales aporta-
rí�an una matriz paradigmática que las antropologí�as periféricas
habí�an acentuado de manera singular produciéndose diferentes
estilos de antropologí�as.4 La noción de Cardoso de antropologí�as
2. Para mayor detalle sobre las caracterí�sticas y trayectoria de este proyecto,
puede consultarse la siguiente página de la internet: [www.ram-wan.net].
3. En América Latina, se encuentran como antecedentes importantes las dis-
cusiones sobre el colonialismo intelectual de las “ciencias sociales metro
politanas” que habí�a adelantado Rodolfo Stavenhagen en México o el soció-
logo colombiano Orlando Fals Borda en los años setenta.
4. Otros autores y en diferentes partes del mundo han abordado estas discu-
siones desde la década del setenta. Para una revisión con cierto detalle de
algunos de los más destacados, ver Narotzky (2011).
I. Antropologí�as Disidentes 23
centrales y periféricas apunta más a diferenciar históricamen-
te la constitución de la antropologí�a como disciplina que a dar
cuenta de unas relaciones de poder estructuradas en un sistema
mundo (a la Walleistein).
Sin duda, el antropólogo latinoamericano que más ha pensa-
do la asimetrí�a entre las antropologí�as existentes en el mundo es
Esteban Krotz. A comienzos de los años noventa, Krotz acuña el
concepto de “antropologí�as del sur” para indicar precisamente
el silenciamiento estructural de algunas antropologí�as no sólo
para los antropólogos y las antropologí�as del norte, sino también
para los propios colegas en el sur (Krotz, 1993, 1996). Además
de esta invisibilidad, las antropologí�as del sur son caracterizadas
porque los estudios antropológicos son realizados en el mismo
paí�s del antropólogo, en unas condiciones de funcionamiento
del sistema universitario muy particulares y ante unas alterida-
des estudiadas que son concebidas como parte de misma nación
(Krotz, 1993: 8-10).5
Krotz (s.f.) plantea que el surgimiento de la antropologí�a en
México debe ser pensado desde un “proceso de difusión” de las
“antropologí�as originarias” o “primeras” que no se puede redu-
cir a imposición e imitación. Por eso considera a la antropologí�a
mexicana como una “antropologí�a segunda”. Así�, las potenciali-
dades epistémicas y polí�ticas de las antropologí�as del sur no se
pueden derivar mecánicamente de su contexto de origen, ya que
el contexto de apropiación las ha transformado de tal forma que
puede llegar a contraponerse a las articulaciones epistémicas y
polí�ticas para y desde las que fue producido.
Como ya fue indicado, antropologí�as subalternizadas es uno
de los conceptos que se propone desde el proyecto de antropolo-
gí�as del mundo. Asociado a otra serie de conceptos, como los de
antropologí�as hegemónicas, sistema mundo de la antropologí�a
y establecimiento antropológico, con antropologí�as subalterni-
zadas se busca hacer una serie de énfasis teóricos que comple-
mentarí�an el de antropologí�as del sur de Krotz y el de estilos
antropológicos de Cardoso de Oliveira. Al pensar en términos de
antropologí�as subalternizadas se está en sintoní�a con la noción
de antropologí�as del sur de Krotz al resaltar la dimensión geopo-
lí�tica y estructural de las relaciones de poder entre los distintos
5. Estas caracterí�sticas apuntan a una situación de co-ciudadaní�a en palabras
de Jimeno (2005) o de una particular posición epistémica y polí�tica frente a
las poblaciones que estudia en palabras de Cardoso ([1993] 2004, 1996).
24 Eduardo Restrepo
establecimientos antropológicos. Para Krotz (s.f.), antropologí�as
del sur no son simplemente las antropologí�as que se producen
en los paí�ses del sur. En algunos paí�ses del norte (por ejemplo,
en Japón) nos encontrarí�amos con un establecimiento y tradicio-
nes antropológicas silenciadas que hacen parte de la caracteri-
zación de las antropologí�as del sur. De la misma manera que en
el norte global se articulan y reproducen ciertos sures así� como
en el sur global se reproducen espacios, poblaciones y prácticas
pertenecientes al norte, se puede heurí�sticamente considerar la
existencia de antropologí�as del sur que coexisten con las antro-
pologí�as del norte tanto en los paí�ses del norte como en los del
sur global (y antropologí�as del norte articuladas en los paí�ses del
sur). De ahí� que Krotz (s.f.) distinga entre “antropologí�as en el
sur” de “antropologí�as del sur”, siendo estas últimas las que son
apropiadas y transformadas en ciertos aspectos significativos de
la “lógica norteña” de las antropologí�as originarias o primeras.
El concepto de antropologí�as subalternizadas fue acuñado
para dar cuenta precisamente del hecho de que en cualquier es-
tablecimiento antropológico en particular o en el sistema mun-
do de la antropologí�a en general encontramos unas tradiciones,
autores, formas de argumentación, lenguajes, conceptos, prácti-
cas que hegemonizan lo que aparece como antropologí�a y, por
tanto, marginan otras modalidades de hacer antropologí�a que
pueden incluso desconocerse como antropológicas. La idea no es
entonces que las antropologí�as de los paí�ses del sur sean simple-
mente subalternizadas en su totalidad versus las antropologí�as
de ciertos paí�ses del norte que serí�an solo hegemónicas. En un
establecimiento antropológico como el colombiano, el mexicano
o el argentino, habrí�a siempre al mismo tiempo antropologí�as
hegemónicas y antropologí�as subalternizadas; así� como en el es-
tablecimiento antropológico como el estadounidense, el británico
o el francés también podemos encontrar una serie de antropo-
logí�as subalternizadas. Esto no niega el hecho que en términos
del sistema mundo de la antropologí�a, establecimientos como el
colombiano tienda a aparecer como subalternizado con respecto
al estadounidense por ejemplo. Ni tampoco desconoce el hecho
de que las antropologí�as hegemónicas articuladas en los estable-
cimientos metropolitanos se amarran por diferentes mecanismos
a las hegemónicas de los establecimientos periféricos.
Como es evidente a esta altura de la argumentación, la noción
de antropologí�as subalternizadas se constituye de manera doble-
mente relacional: al interior de un establecimiento antropológico
I. Antropologí�as Disidentes 25
y con respecto al sistema mundo de la antropologí�a. Supone, por
tanto, la categorí�a de antropologí�as hegemónicas y las de esta-
blecimiento antropológico y sistema mundo de la antropologí�a.
La noción de hegemoní�a la retomamos de cierta lectura gram-
sciana que establece una distinción entre coerción, consenso y
consentimiento.6 Por hegemoní�a no entendemos una simple do-
minación por coerción, es decir, mediante la fuerza. Hegemoní�a
no es imposición mediante coerción, pero tampoco puro conven-
cimiento mediante consensos ideológicos. Los convencimientos
mediante consensos ideológicos suponen una borradura de las
diferencias, subsumiéndose en una particular visión del mundo.
La hegemoní�a, en cambio, es consentimiento como un efecto de
un equilibrio inestable y en permanente disputa que reconfigura
los sujetos y el terreno mismo de lo que se disputa. Por eso la
hegemoní�a apela al sentido común en las múltiples y dispersas
disputas que articula a través de la sociedad civil.
Para el caso de las antropologí�as, por tanto, cuando conside-
ramos a una antropologí�a como hegemónica no estamos pen-
sando en que es aquella que se impone mediante la fuerza, ni
tampoco que necesariamente implica un absoluto y ciego con-
senso. Por el contrario, la noción de antropologí�as hegemónicas
resalta el carácter múltiple, inacabado y multiacentual de las
relaciones de poder que se encuentran en juego en un estableci-
miento antropológico dado así� como en el sistema mundo de la
antropologí�a. Esta noción de antropologí�as hegemónicas, como
vimos, subraya que en su proceso de constitución siempre se
subalternizan otras modalidades de hacer e imaginar la antro-
pologí�a; no niega sino que supone los disensos y un particular
despliegue de las diferencias. Lo que se encuentra en juego con
las antropologí�as hegemónicas es la disputa por la fijación de un
sentido común disciplinario. De ahí� que su pretensión sea la na-
turalización y canonización de su propia contingencia.
Establecimientos antropológicos y sistema mundo de la
antropologí�a
A lo largo de la argumentación he referido sin mayor elabo-
ración los conceptos de establecimiento antropológico y sistema
mundo de la antropologí�a. Lo de establecimiento antropológico
6. Para una ampliación de esta distinción ver Grossberg (2004).
26 Eduardo Restrepo
tiene mucho más fuerza en inglés: anthropological establishment.
Se puede partir por afirmar que con este concepto queremos
resaltar la dimensión institucionalizada y espacializada de la
empresa antropológica. Ninguna antropologí�a existe en el va-
cí�o, como algunos epistemólogos de las idealidades disciplina-
rias parecen suponer. Las antropologí�as realmente existentes,
al igual que los cuerpos y subjetividades de quienes aparecen
como antropólogos, suponen unos particulares ensamblajes de
relaciones institucionalizadas. Estos ensamblajes se articulan en
diferentes escalas: la formación del estado-nación es una de las es-
calas históricamente más relevantes, pero también se encuentran
ensamblajes mas locales hasta los más regionales o el planetario.
De particular relevancia para los ensamblajes antropológi-
cos es la escala del Estado-nación que ha troquelado histórica-
mente agendas diferenciales tanto como condiciones de ejerci-
cio en sus particulares inscripciones de los proyectos polí�ticos
de imaginación e intervención de la nación y sus otros (Segato,
2007). Lo que Cardoso de Oliveira denominaba estilo de las an-
tropologí�as periféricas (o lo que, siguiendo al primero Teresa
Caldeira –2007– denomina antropologí�as con acento), serí�a la
constatación empí�rica de unas inflexiones en la práctica antro-
pológica que gravitan, con mayor o menor fuerza, en torno a las
formaciones del Estado-nación. Ahora bien, las relaciones entre
esta escala del Estado-nación y otras posibles escalas de los es-
tablecimientos antropológicos no son generalizables ya que en
algunos establecimientos antropológicos de Estado-nación pue-
den ser muy fuertes o virtualmente inexistentes las influencias
de establecimientos locales, como las de establecimientos supra
Estado-nacionales.
Con el concepto de sistema mundo de la antropologí�a se
enfatiza una aproximación inspirada en la noción de sistema
mundo de Wallerstein, donde las categorí�as de centro y perife-
ria son pensadas de manera estructural. A diferencia de Cardo-
so de Oliveira, que utiliza los conceptos de centro y periferia de
forma descriptiva para distinguir históricamente entre las an-
tropologí�as originarias de las que se constituyen después por su
influencia, cuando se piensa en sistema mundo de la antropologí�a
los conceptos de centro y periferia suponen que son mutuamente
constituidos en una estructura global de asimetrí�as. En términos
del sistema mundo de la antropologí�a, algunas de estas antropo-
logí�as ocupan un lugar periférico mientras que otras se sitúan en
I. Antropologí�as Disidentes 27
los centros. Estas diferentes posiciones estructurales ponen en
evidencia la geopolí�tica del conocimiento que configura el campo
de la antropologí�a a escala global.7
Desplazamientos
Antes de pasar a la discusión de la categorí�a de antropologí�as
disidentes, se hace pertinente evidenciar un par de planteamien-
tos estrechamente relacionados que se han mantenido implí�citos
hasta ahora y que fueron cruciales en el proyecto de antropologí�as
del mundo. Con el antropólogo haitiano Michel-Rolph Trouillot
([2003] 2010) consideramos que hay que realizar un desplaza-
miento analí�tico de las estrategias definicionales que pretenden
otorgar una identidad normativa y trascendente a la antropo-
logí�a hacia una estrategia historizadora y etnográfica de lo que
han sido efectivamente las antropologí�as realmente existentes.
La antropologí�a es, como bien lo subraya Trouillot ([2003] 2010:
1), lo que los antropólogos hacen. Lo que se hace a nombre de
la antropologí�a y por quienes aparecen como antropólogos (a
los ojos de sus colegas como de “la sociedad” en su conjunto) en
contextos institucionales concretos es lo que constituirí�a la an-
tropologí�a. Pensar en prácticas situadas como criterio para de-
finir lo antropológico, antes que en identidades trascendentales
(garantizadas por la comunalidad de un “objeto”, por los anclajes
de unos “héroes culturales” o por la especificidad supuesta de
una metodologí�a), no es tan sencillo como uno supondrí�a. Un jo-
ven y efusivo colega, que en otros ámbitos de su práctica antro-
pológica parece ser competente, al escuchar este planteamiento
ha respondido burlonamente que de ello se deriva que comprar
ví�veres en el supermercado es antropologí�a porque él hace eso
todas las semanas… Otro colega con mucho más recorrido y con
interesantes trabajos sobre la historia de la antropologí�a en el
7. Para una ampliación de esta categorí�a de sistema mundo de la antropologí�a,
además de la introducción al libro colectivo de Antropologías del mundo por
Ribeiro y Escobar (2008), puede consultarse el texto de Kuwayama (2004).
Ahora bien, esta noción de sistema mundo de la antropologí�a se puede ras-
trear hasta comienzos de los años ochenta. En la introducción de Gerholm y
Hannerz (1982), de la revista Ethnos, se sugerí�a un enfoque sistémico de las
relaciones de desigualdad entre las antropologí�as metropolitanas y periféricas,
además de ofrecer una serie de cuestionamientos sobre las relaciones de
poder en la denominada “antropologí�a internacional” y las inscripciones
nacionales de la antropologí�a.
28 Eduardo Restrepo
paí�s, mostraba su incomodidad frente al planteamiento con el
argumento que no estaba dispuesto a aceptar que todo lo que
los antropólogos hicieran como antropologí�a debí�a ser conside-
rado como tal.
Ante estas posiciones, no deja de sorprenderme cuán fácilmen-
te lo que hemos aprendido en un poco más de un siglo de labor
antropológica institucionalizada y que solemos aplicar con gran
fluidez en el análisis de los más disimiles problemas y contex-
tos socio-culturales, súbitamente desaparece cuando volvemos
nuestra mirada hacia la antropologí�a. Pareciera que nos cuesta
más que de costumbre que antropologicemos lo que aparece ante
nuestros ojos como antropologí�a. Nuestras propias prácticas dis-
ciplinarias se constituyen en un punto ciego que solo podemos
imaginar apelando a identidades esenciales, a normativas e idea-
les definiciones que nos permiten dormir bien por las noches.
Independientemente de que nos guste o no, de que deberí�a
ser así� o no deberí�a serlo, de que incluso nos demos cuenta de
ello, en las narrativas mí�ticas que a menudo reproducimos las an-
tropologí�as realmente existentes no todas han estado felizmente
atadas a un objeto (la cultura o la alteridad radical de occiden-
te), no todas se definen por un encuadre metodológico (como la
etnografí�a) ni responden de la misma manera a ciertos héroes
culturales (Lévi-Strauss, Boas, Geertz…). A mí� no me gusta, por
ejemplo, que en Colombia se considere que la arqueologí�a es
una rama de la antropologí�a, y puedo hasta ofrecer una serie de
argumentos para sustentar por qué no deberí�a ser considerada
como antropologí�a,8 pero es un hecho que en el establecimiento
antropológico colombiano la arqueologí�a hace parte de las prác-
ticas de los antropólogos como tales y, por tanto, de lo que cons-
tituye la antropologí�a en ese contexto. En otros establecimientos
(en la gran mayorí�a, por lo demás), la arqueologí�a no hace par-
te de las prácticas de los antropólogos pues se ha establecido
institucional y disciplinariamente una distinción entre ambas.
8. Honestamente pienso que en el establecimiento colombiano ganarí�amos un
montón si rompemos con la inercia del modelo boasiano que nos ha impli-
cado un maridaje a la fuerza con la arqueologí�a, pero escapa a los propósitos
de este trabajo presentar tal argumentación. Baste con decir que si bien uno
podrí�a estar de acuerdo con el conocido planteamiento de que la arqueolo-
gí�a es antropologí�a o no es nada, de esto no se deriva que la antropologí�a
tenga que pasar por la arqueologí�a ni, mucho menos, que en la formación de
un antropólogo sea necesario asumir la arqueologí�a como un componente
pedagógica y teóricamente necesario de la antropologí�a.
I. Antropologí�as Disidentes 29
En el caso contrario, a mí� me puede gustar mucho y considerar
que la antropologí�a debería estar definida por el estudio de las
sociedades indí�genas (o por la pregunta por la diferencia, el des-
centramiento del etnocentrismo o por la aproximación etnográfi-
ca a las preguntas, pongan lo que les provoque), pero histórica y
etnográficamente los antropólogos y las antropologí�as realmente
existentes no se circunscriben necesariamente a mis deseos o a
las definiciones normalizantes que me interpelan.
No se puede confundir el plano del deber ser o mi propia
concepción normativa (que seguramente podré autorizar con los
héroes culturales de rigor) con lo que hace en nombre de la an-
tropologí�a una gente que se imagina y son imaginados por otros
como antropólogos. No confundir el plano de lo que se hace, con
el de lo que se piensa que se hace y el de lo que se deberí�a hacer…
¿no es esa una de las enseñanzas que aplicamos cuando aborda-
mos otros asuntos del mundo? ¿No hemos argumentado hasta
el cansancio en los más diversos estudios que cualquier práctica
es contextual y situada, independientemente de que los sujetos
la consideren una identidad transcendente?
Ahora bien, afirmar que la antropologí�a es lo que los antro
pólogos hacen en cuanto tales no es una clausura a disputar lo
que la antropologí�a deberí�a ser. No me anima el relativismo de
que cualquier cosa que se haga como antropologí�a es igualmente
relevante epistémica ni polí�ticamente. Pero no puedo confundir
el plano ontológico con el polí�tico o el epistémico. El deber ser
es del plano de la disputa polí�tica y epistémica, que sin lugar a
dudas constituye lo que somos, pero que no podemos confundir
con todo lo que somos como antropólogos en diferentes estable-
cimientos antropológicos.
Además del cuestionamiento a una concepción esencialista y
normativa de la antropologí�a, este desplazamiento analí�tico ha-
cia las prácticas tiene el efecto de la pluralización en la concep-
tualización de la disciplina antropológica. En sentido estricto no
se podrí�a hablar adecuadamente de la antropologí�a en singular,
sino de antropologí�as en plural. Más que un simple gesto gra-
matical, hablar de antropologí�as en vez que de antropologí�a es
una indicación de que los cerramientos que hacen aparecer a la
antropologí�a como una unicidad deben ser considerados en sus
efectos obliterantes de otras prácticas.
30 Eduardo Restrepo
Antropologí�as disidentes
El reciente artí�culo de la antropóloga colombiana Andrea Lis-
set Pérez analiza ciertos momentos de la historia de la antropo-
logí�a en Colombia a partir de tres grandes disidencias. Además
de sus contribuciones con el análisis empí�rico, ella propone la
comprensión de las disidencias como los “caminos diferenciados”
que suponen un cuestionamiento de la ortodoxia antropológica:
“(…) enfatizo en lo que denominé como ‘disidencias’, entendi
das como caminos diferenciados de hacer antropologí�a que en
su época cuestionaron la ortodoxia de la disciplina (…)” (Pérez,
2010: 402). Para ella, estas disidencias pueden aparecer como
resistencias o desobediencias situadas a la ortodoxia: “(…) pode-
mos entender las disidencias en la antropologí�a como formas de
resistencias y desobediencias a la ortodoxia, siempre relativas y
dependientes de los lugares donde se sitúe el sujeto, de su locus
de enunciación (…)” (Pérez, 2010: 411).
Finalmente, ella subraya que las disidencias en antropologí�a
se asocian con cuestionamientos del orden social y normativo,
por lo cual son a menudo objeto de borramiento de la memoria
canónica disciplinaria:
(…) las disidencias cuestionan los órdenes sociales, las reglas y
las legalidades establecidas, y aunque por momentos aparezcan
con fuerza en los escenarios sociales de disputa (…), estas pers-
pectivas tienden a ser minimizadas y excluidas de la memoria y
de la tradición del pensamiento antropológico. Es el precio histó-
rico que se paga por salir de lo considerado como “conveniente”.
(Pérez, 2010: 412).
Como lo indicaba en el pasaje que utilicé de epí�grafe de este
artí�culo, las disidencias son a menudo arrojadas al olvido o a su
incomprensión. El argumento sobre las antropologí�as disidentes
que estoy elaborando acá se encuentra muy cerca de estos plan-
teamientos de Lisset Pérez, por lo que considero su artí�culo como
un importante mojón en esta conceptualización.
Con el concepto de antropologí�as disidentes, que se encuentra
aún en proceso de gestación, busco afinar el análisis sobre una
dimensión de las relaciones de poder en el campo antropológico
que, si bien es sugerida por las anteriores conceptualizaciones
crí�ticas, todaví�a requiere de mayor elaboración. Lo primero que
me gustarí�a subrayar es que el concepto de las antropologí�as di-
sidentes no pretende reemplazar las anteriores elaboraciones,