19.
Fonética y Fonología Generales
ISBN: 84-96359-67-0
Ramon Cerdà
Universitat de Barcelona
[email protected]
THESAURUS:
Alófono, consonante, entonación, escritura, fonema, onda, ruido, sílaba, sonido, vocal.
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RESUMEN DEL ARTíCULO
A partir de una introducción general (19.1), el capítulo consta de dos partes, una
dedicada a la fonética y otra a la fonología. La primera se inicia con los aspectos
biológicos que dieron lugar al desarrollo extraordinario de la capacidad comunicativa en el
hombre primitivo por medio de recursos vocales, auditivos y, por supuesto, cerebrales
(19.2). Se describe a continuación la estructura física de los sonidos del habla y su
integración para formar sílabas y unidades gramaticales superiores, mostrando el
aprovechamiento tanto común como dispar que de todo ello hacen las lenguas (19.3).
En la segunda parte se empieza por exponer cuál es el fundamento teórico y el
cometido específico de la fonología tomando como referencia no solo la fonética sino
también la escritura (19.4). A continuación se presentan de forma sumaria y clara algunos
de los principales planteamientos fonológicos que han tenido lugar en la historia más
reciente de la lingüística: el estructuralismo (19.5), el binarismo (19.6), el generativismo
(19.7), la fonología natural (19.8) y la fonología de dependencias como manifestación
más destacada del modelo no lineal (19.9-10).
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ESQUEMA DEL ARTíCULO
19. Fonética y Fonología Generales
19.1. Introducción
19.2. La fonación y sus bases biológicas
19.2.1. Los sonidos del lenguaje
19.2.2. Articulación, propagación y audición
19.2.3. Propiedades físicas del sonido
19.3. Tipos de sonido: vocales y consonantes
19.3.1. Las agrupaciones de sonidos
19.3.2. Las unidades suprasegmentales
19.4. Fonología: el fonema
19.4.1. Fonología y escritura
19.5. La fonología estructural
19.5.1. La conmutación
19.5.2. Fonemas y alófonos
19.5.3. Oposiciones fonológicas y neutralización
19.6. El binarismo
19.7. La fonología generativa
19.7.1. Tipos de reglas
19.8. La fonología natural
19.9. La fonología no lineal
19.10 La fonología de dependencias
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19.1. Introducción
La fonética y la fonología actuales ofrecen una variedad de modelos teóricos sin
duda mayor que cualquiera de los demás componentes de la descripción lingüística.
Algunos de estos modelos hasta recuerdan remotamente los planteamientos de la
prosodia y la morfología clásicas; otros, la mayoría, son tan distintos que requieren una
considerable formación previa para dominar sus técnicas y sus formalismos. Cubrir
siquiera una parte significativa del espacio que ocupan hoy en día ambas disciplinas
exige no solo grandes dosis de esfuerzo y dedicación, sino también, al menos por lo que
respecta a la fonética, una infraestructura tecnológica en constante renovación –parte de
la cual, dicho sea de paso, es también cada vez más asequible.
La razón de todo ello se halla en que las conexiones que entablan ambas disciplinas
no se remiten únicamente a la descripción lingüística como parte de una teoría
gramatical. El tratamiento de las patologías del habla con todas sus modalidades
terapéuticas asociadas; las técnicas para la depuración expresiva y la dicción de
cantantes, locutores, actores y otros profesionales; las innumerables aplicaciones del
análisis y la síntesis de la voz con o sin transferencia textual, o la exploración,
generalmente con fines forenses, de indicios para la identificación individual de la voz…
tales son algunos de los atractivos derivados de la fonética y la fonología actuales.
En este capítulo tratamos de articular de un modo sencillo, ordenado y sobre todo
autocomprensivo –leyendo con atención, claro está– aquellos fundamentos de la fonética
y la fonología que permiten, a nuestro juicio, adquirir una base de conocimiento sólida y
unos pertrechos suficientes para adentrarse sin dificultad en los dominios de la
bibliografía especializada orientada hacia la lingüística en su sentido más acorde con los
planeamientos de este marco documental.
19.2. La fonación y sus bases biológicas
No cabe duda de que el hombre primitivo pudo sobrevivir frente a otras especies
animales y hasta alcanzar con el tiempo una cierta hegemonía sobre ellas gracias al
desarrollo de un poderoso sistema de comunicación. Falto de grandes facultades
biológicas para correr, nadar o volar como la mayoría de sus competidores, y claramente
menguado de recursos sensoriales y fuerza física o de armamentos básicos como
colmillos o garras, alcanzó en cambio habilidades superiores que se manifestaron sobre
todo en la capacidad de comunicarse, así como de construir herramientas. Observamos
en efecto que la mano humana, desprovista de uñas potentes y de gran fuerza frente,
pongamos, a la garra de un león, permite en cambio, gracias a la oposición del dedo
pulgar respecto de los demás dedos, manipular con precisión objetos incluso minúsculos
y componer estructuras de gran complejidad. Obedeciendo a una evolución orgánica
global orquestada, por así decirlo, por el cerebro, lo mismo sucedió con el desarrollo
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espectacular de recursos para la comunicación entre los individuos de cada comunidad.
Examinémoslo algo más de cerca.
Teniendo en cuenta que la comunicación básica en un ámbito primitivo habría de
consistir en señales para cubrir funciones elementales como la caza, la defensa y la
procreación, junto con estipulaciones cada vez más complejas para la cooperación social,
es indudable que el desarrollo de las habilidades comunicativas empezó como un doble
proceso de optimización de recursos biológicos preexistentes y de adaptación a los
requerimientos ambientales. La necesidad de aumentar la capacidad de emitir gruñidos
(significativos, sin duda) como otras especies provocó un reciclaje orgánico que favoreció
la comunicación por el canal vocal-auditivo, es decir, mediante la emisión de sonidos con
las cuerdas vocales y su recepción con el oído. Por un lado, la laringe, que aloja las
cuerdas vocales, se desplazó unos centímetros garganta abajo y se hizo más apta para
emitir vibraciones y cooperar con los órganos bucales (en realidad, este proceso se repite
todavía individualmente cuando los bebés alcanzan unos ocho meses de edad). Por otro
lado, el oído refinó su sensibilidad para distinguir ritmos, cadencias y variaciones en
intensidad, frecuencia y timbre.
Desde luego, la comunicación podía haberse establecido a partir de otras bases
sensoriales, como la vista o el tacto –y acaso el olfato o el gusto–, pero la adopción del
canal vocal-auditivo ofrecía evidentes ventajas, pues permitía, y permite, transmitir
señales a considerable distancia sin necesidad de que los interlocutores se miren, ni se
vean, y sin ocupar las manos en ello, al menos necesariamente. Por ello hubo que
habilitar determinados órganos para que ejecutaran determinadas funciones subsidiarias:
los pulmones debían suministrar una corriente de aire, además de respirar, la lengua
debía moverse de distintas maneras para articular los sonidos, además de saborear y
deglutir los alimentos, los dientes debían cooperar en la realización de ciertos sonidos,
además de morder y masticar, la nariz debía permitir el paso de aire para emitir sonidos
nasales, además de oler y respirar, y así sucesivamente con casi todos los órganos
implicados de algún modo en la pronunciación. Hasta tal punto es así que la lengua ha
sido tradicionalmente considerada como el órgano comunicativo por excelencia, y en
muchos idiomas su nombre, ‘lengua’, se confunde con el de ‘idioma’. Y todo ello sucedió,
repetimos, como un proceso global organizado por un cerebro que, a su vez, experimentó
igualmente un considerable desarrollo.
19.2.1. Los sonidos del lenguaje
Esta conjunción de recursos dio lugar a la emisión de distintos tipos de gritos
capaces de transportar los significados necesarios para permitir y potenciar la vida social
del hombre primitivo. Es razonable pensar que los primeros gritos serían vocálicos, esto
es, producidos con vibraciones de voz, y que, a medida que aumentarían las necesidades
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comunicativas, muy pronto se añadirían a ellos distorsiones, constricciones e
interrupciones más o menos completas y prolongadas, que comprenderían distintos tipos
de lo que conocemos genéricamente por consonantes, junto con chasquidos, silbidos,
gruñidos y otras clases de emisiones. Los límites de este proceso se hallarían en las
posibilidades orgánicas tanto de formar ruidos como de percibirlos en condiciones aptas
para la comunicación. En la figura 1 se muestra el ámbito perceptivo a partir de dos
variables básicas, la intensidad y la frecuencia (dos parámetros que describiremos en
19.2.3).
Figura 1. La denominada curva de Wegel señala las zonas de audibilidad dentro de
coordenadas formadas por la intensidad, medida en decibelios, y la frecuencia, medida en
ciclos por segundo. El área más extensa queda delimitada por encima por el umbral del dolor,
es decir, la intensidad a partir de la cual se percibe dolor, más allá de los 130 decibelios, y por
debajo por el umbral de la audición, que, como se ve, varía considerablemente en función de la
intensidad y la frecuencia. Obsérvese que el espacio donde se materializa el lenguaje hablado
ocupa la zona central, de percepción óptima.
La fonética lingüística, es decir, aplicada a la lingüística, es la ciencia que estudia las
características distintivas de los sonidos producidos por los hablantes como parte
integrante de aquella comunicación oral que está dotada de estructura gramatical. No se
ocupa, por tanto, de aquellos ruidos que pueden emitir los hablantes (risa, bostezos…)
aun cuando también suelen contener indicios significativos sobre el estado de ánimo, el
cansancio, el beneplácito, el desdén… de su emisor. Ni tampoco atiende a la
gesticulación facial (guiñar un ojo, enseñar la lengua, levantar las cejas…), los ademanes
y otros medios que en general visualizan igualmente indicios importantes sobre las
intenciones comunicativas de quien habla.
En rigor, la fonética lingüística se concentra exclusivamente en aquellos sonidos
básicos que se articulan en estratos sucesivos para formar sílabas, palabras, sintagmas y
oraciones y muestra las propiedades fónicas distintivas –atención: sólo las propiedades
fónicas– que se observan en los elementos prototípicos de cada estrato. Veámoslo con
un ejemplo como No ves por dónde sale. Los sonidos básicos, como veremos más
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adelante (19.4.1), pueden representarse mediante secuencias de símbolos de
transcripción fonética que precisan la pronunciación estándar más allá de lo que hace la
ortografía convencional. Toda emisión hablada consta de una secuencia articulada de
sonidos agrupados en sílabas, unas tónicas, o reforzadas por una tensión relativamente
mayor, frente a otras átonas no reforzadas (lo que queda consignado, junto con otras
características pertinentes):
No ves por dónde sale [nó és por ó de sále]
Además de estos sonidos y su tensión relativa, hay que contar con otras
características como la tensión global, para distinguir esta frase de otra como ¡No ves por
dónde sale!, así como la estructura melódica, distinta en ¿No ves por dónde sale? entre
otras posibles propiedades. Nótese que, a su vez, a la fonética tampoco le compete
establecer las propiedades combinatorias que no son estrictamente fónicas de las
palabras y los sintagmas, así como sus respectivos significados. Estas propiedades
pertenecen al dominio de la morfología, la sintaxis, la lexicología y la semántica.
Señalemos, por último, que la fonética lingüística se aplica tradicionalmente sobre
datos comunes a comunidades lingüísticas enteras, sean del tamaño que sean,
definiendo, por ejemplo, la pronunciación modélica de la variante culta de una lengua (a
menudo para la enseñanza a extranjeros o el perfeccionamiento de la dicción entre
locutores, actores, políticos…) o bien estableciendo una caracterización dialectal o
histórica en cualquiera de sus modalidades. En la actualidad, como hemos señalado en
19.1, cada vez más se abre paso hacia la cooperación efectiva con otras disciplinas con
objetivos tales como la curación de trastornos del habla o la identificación de locutores en
cometidos forenses.
19.2.2. Articulación, propagación y audición
Imaginemos ahora un ejemplo cualquiera a partir de una escenificación comunicativa
entre dos personas (figura 2):
Figura 2.
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En ella se distingue el hablante, o emisor, el oyente, o receptor, y un canal
intermedio, generalmente aéreo, por donde se propaga y transmite la emisión. Estos tres
elementos básicos proporcionan tres perspectivas diferentes para el estudio de los
sonidos, cada una de ellas con una metodología y una terminología propias, si bien con
un objetivo común.
Desde la primera perspectiva, los sonidos son el resultado de los movimientos
orgánicos que ejecuta el emisor para producirlos. En el lado opuesto se establece que los
sonidos producen a su vez determinados movimientos igualmente orgánicos en el
sistema auditivo del receptor. Y en el espacio intermedio sabemos que los sonidos se
propagan gracias a los choques que imprimen a las moléculas de aire. Teniendo en
cuenta que los movimientos tanto orgánicos como moleculares guardan una relación
estricta con sus respectivos resultados fónicos, el estudio de estos movimientos da lugar,
por el mismo orden, a tres tipos de fonética: articulatoria, auditiva y acústica.
Figura 3. Esquema representativo de la cavidad supraglótica con las distintas denominaciones
que suelen determinar la identificación articulatoria de los sonidos.
La fonética articulatoria, también denominada genética, ha sido durante muchos
siglos el único punto de referencia que había para caracterizar los sonidos del habla. Los
movimientos labiales, maxilares y hasta cierto punto linguales del emisor constituyen,
efectivamente, una fuente de observación fácilmente asequible capaz incluso de permitir
por sí misma una cierta comprensión de lo que aquél dice. Sin embargo, para obtener
una representación cada vez más precisa, hacia finales del siglo XIX se abrió paso con la
llamada fonética experimental una serie de mecanismos y técnicas de observación que
permitieron definir las características y los complejos procesos de la fonación,
especialmente con la aplicación de los rayos X y sus desarrollos posteriores. Hoy gracias
a la radiografía y a los escáneres es posible observar con gran detalle el proceso
articulatorio –generalmente concentrado en las cavidades supraglóticas, esto es, a partir
de la faringe hacia arriba (figura 3)– y extraer los datos pertinentes tanto secuenciales
como instantáneos, para compararlos con sus respectivos efectos acústicos.
Y así, entre otras muchas posibilidades, cabe extraer, por ejemplo, representaciones
gráficas precisas sobre cualquier dato articulatorio (figura 4).
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Figura 4. Momentos característicos de [p] en sílaba [pá] (ropa), de [n] en sílaba [na] (cena), de
[e] en sílaba [té] (teja) y de [u] en sílaba [kú] (cuna)
La fonética auditiva, genémica o perceptiva, por el contrario, carece de tradición en
lingüística, por la sencilla razón de que las alteraciones orgánicas que se producen en el
aparato auditivo –el tímpano, los huesecillos del oído medio, etc.– son imperceptibles sin
contar con la ayuda de sofisticados sistemas detectores. Sus aplicaciones indirectas –es
decir, a través de la percepción espontánea– son, en cambio, cruciales para todo tipo de
experimentación, ya que el oído constituye en último término el punto de referencia que
valida o no el objeto a experimentar (de ahí que una sordera congénita lleve a la mudez,
pero no viceversa). Su aplicación principal aparece sobre todo en las encuestas a partir
de la perceptibilidad de secuencias, intervalos, contrastes, etc. entre datos.
Finalmente, la fonética acústica se funda en las características físicas de la onda
generada por los impulsos provocados por el emisor. Como la visualización de esta onda
requiere una considerable infraestructura tecnológica, esta modalidad fonética no pudo
desarrollarse hasta la aparición de la fonografía y la oscilografía, procedimientos a los
que han sucedido abundantes desarrollos e innovaciones, en especial la espectrografía.
Por su cómoda disponibilidad, a partir de registros mediante grabadoras portátiles, hoy se
ha convertido en la perspectiva más utilizada en todo tipo de aplicaciones. A ella
dedicamos el próximo apartado.
19.2.3. Propiedades físicas del sonido
Si observamos de nuevo la figura 2, comprobaremos que hemos representado la
emisión de un enunciado por el canal como una onda compleja o, para ser exactos,
compuesta por una serie de ondas simples armónicamente dispuestas. Veámoslo algo
más de cerca.
En su manifestación más simple, la onda se presenta como una sinusoide, esto es,
como la oscilación de un péndulo proyectada sobre un espacio móvil. En la figura 5
podemos observar sus características básicas entre dos coordenadas de amplitud (eje
vertical) y de duración (eje horizontal).
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Figura 5
En I) consta de un solo ciclo y está dotada de una cierta duración y de una cierta
amplitud o intensidad. En II) aparece doblada en su duración. En IIIa) y IIIb) tiene la
misma duración, pero mayor y, respectivamente, menor amplitud. En IVa) y IVb) presenta
una frecuencia doble, ya que en el mismo tiempo presenta dos ciclos en lugar de uno,
sólo que en IVa) mantiene la misma amplitud mientras que en IVb) la amplitud ha
quedado reducida a la mitad. Suponiendo, de un modo puramente ilustrativo y
convencional, que I) representara un sonido de tipo [a], II) sería como [aa], IIIa) como
[¡a!], IIIb) como [a] en voz baja, IVa) y IVb) como [¿a?] y [¿a?] esta última en voz baja
también.
El habla se compone de ondas de este tipo, sólo que en múltiples composiciones de
distintas modalidades armónicas junto con ruidos y silencios. En la figura 6 podemos
observar una sencilla composición a partir de las ondas simples I) y IVb) de más arriba,
que funcionan, respectivamente, como la fundamental y su armónica, es decir, una onda
básica y otra secundaria que guardan entre sí una relación frecuencial estricta, en este
caso de 1 a 2. En la ordenada hemos dispuesto una escala igualmente convencional de
intensidad ±10 y en la abscisa otra escala de nueve intervalos temporales. Las líneas
punteadas representan las ondas simples cuya integración obedece a una suma
algebraica, es decir, entre sumandos positivos o negativos, tal como se indica al margen
para cada intervalo temporal. El resultado es la onda compuesta de trazo continuo.
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Figura 6
La pregunta es ahora: si más arriba hemos convenido que las ondas simples I) y IVb)
equivalen a [a] y [¿a?], ¿a qué equivaldría la onda compuesta resultante? A [e]. Para ser
más exactos, a una vocal de timbre o cualidad diferente. En otras palabras, el perfil de la
onda es lo que proporciona los distintos timbres vocálicos, esto es, la posibilidad de
distinguir entre [a], [e], [i], etcétera. Lo cual significa que los timbres vienen determinados
por distintas composiciones entre una onda fundamental y un conjunto variable de ondas
armónicas.
Hoy día, gracias a técnicas como la espectrografía, podemos visualizar en forma de
manchas estables llamadas formantes las concentraciones de armónicos que
caracterizan las vocales.
Figura 7
Así se percibe en la figura 7 contigua, donde se representan idealmente los dos
primeros formantes (F1 y F2), considerados esenciales, de las vocales del español en sus
respectivas frecuencias, muy separados en [i] y muy juntos en [u]. Nótese que el F1,
producido básicamente por la altura de la lengua –la amplitud del canal bucal–, se
encuentra en bajas frecuencias en las vocales cerradas [i], [u], y en alta frecuencia en la
vocal más abierta [a]. A su vez, el F2, que depende de la anterioridad de la lengua, es alto
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en [i] y baja a medida que la lengua se retrasa hacia el velo del paladar hasta [u]
(compárese con las imágenes de [e] y [u] en la figura 4).
En rigor, el número y la disposición de la onda fundamental y las armónicas varían
en función de dos premisas básicas:
1) Las características individuales de la voz de cada hablante, que forman un marco
acústico relativamente estable, y
2) Las características propias de cada emisión fónica, es decir, de cada sonido
emitido.
Dicho de otro modo, en condiciones normales, y de acuerdo con nuestra experiencia
habitual, cuando alguien habla solemos reconocer, por un lado, ciertas constantes en su
cualidad de voz –si no es previamente conocida, al menos se adivinan indicios de sexo,
edad y otras cualidades–, de acuerdo con 1), y, por otro lado, los sonidos que emite
entendiendo lo que dice, según 2). Por eso en la figura 2 de 9.2.2 hemos dibujado una
onda de perfil muy complejo formada por algunas decenas de armónicos.
19.3. Tipos de sonidos: vocales y consonantes
Tal como las hemos descrito hasta aquí, las ondas complejas constituyen el
entramado material básico de la comunicación hablada, lo que corresponde a las vocales.
Esto nos lleva a preguntarnos cuántas vocales existen. No hay un límite teórico, desde
luego, porque cada vez que modificamos levemente la posición de la lengua, los
maxilares o los labios producimos matices vocálicos nuevos. En rigor, el límite lo pone la
percepción, es decir, la capacidad de distinguir entre los matices posibles. Algunas
lenguas tienen muy pocas –el árabe clásico tiene tres– y otras tienen bastantes más,
como el inglés, que alcanza hasta las catorce en algunos dialectos. En cualquier caso,
esto significa que las vocales no pueden por sí solas formar tantas expresiones como las
que requiere la comunicación social entre humanos. Para ello existen las consonantes,
que son, en términos fonéticos, alteraciones vocálicas de distintos tipos.
Podemos, así, imaginar la comunicación oral como una cinta de materia básica
(figura 8), equivalente a las vocales, con distintas anchuras, esto es, con distintos timbres
capaces de concatenarse linealmente (pongamos [aioea…]; ‘vocal’ significa precisamente
que tiene voz, que suena por sí misma).
Figura 8
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Esta cinta aparece, a su vez, alterada de distintas maneras, lo que permite aumentar
muy considerablemente sus posibles apariencias. Se trata de las consonantes, las que no
suenan por sí solas sino que con-suenan e interrumpen total o parcialmente la voz. Las
que interrumpen del todo la secuencia vocal, las consonantes por excelencia, son, en
realidad, silencios absolutos, vacíos sin ningún contenido sonoro, como [p], [t] o [k].
Acústicamente y auditivamente, ¿cómo se distinguen, entonces, entre sí? No por sí
mismas, desde luego, sino por la manera como interrumpen la voz o como la reanudan
una vez acabadas. Es decir, tal como se ve en la figura, las interrupciones de la cinta se
distinguen porque la cortan de distintos modos, del mismo modo que los agujeros de un
queso de gruyère, que no existen en sí mismos pero tienen una extensión y una
apariencia definida gracias a los bordes del propio queso.
Estas alteraciones pueden ser de distintos tipos. En la figura de más arriba podemos
enumerar, de izquierda a derecha, 1) una interrupción rómbica completa –equivalente a
una consonante oclusiva sorda, como [k]–, 2) una interrupción recta e incompleta
ocupada por fragmentos irregulares de voz, técnicamente ruidos –propia de una sibilante
como [s]–, 3) una interrupción doble, porque empieza en ángulo y termina recta –al estilo
de una secuencia de tipo [kt] como en acto–, 4) una breve e incompleta –como [ ] en
cara–, 5) una recta pero cruzada por una franja central de sonoridad –como [d] en modo–
y 6) otra con bordes curvos –como [p] en capa.
En la figura 9 contigua vemos una representación espectrográfica de lo dicho.
Figura 9
Aquí el F2 de [a] aparece alterado hacia frecuencias bajas o más o menos altas en
contacto con las consonantes [p], [t] o [k] precedentes. Estas alteraciones, llamadas
transiciones, son precisamente lo que permite percibir qué consonante se encuentra en el
silencio precedente que, como vacío acústico, es igual para todas las consonantes
oclusivas sordas.
19.3.1. Las agrupaciones de sonidos
La diferencia fundamental que acabamos de establecer entre vocales y consonantes
constituye el entramado fundamental de la voz mediante estructuras formadas siempre
por un núcleo vocálico –una vocal– acompañado, o no, por uno o más elementos
adyacentes que funcionan como márgenes o límites. Se trata de la sílaba, cuya
apariencia, en español, suele adquirir modalidades básicas de tipo:
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1) Vocal sola: [a] (a), [é] (eco), [u] (humor)…
2) Consonante + vocal: [dé] (de), [tú] [ o] (tubo), [ a] [pá] [to] (zapato), [ é] [ra]
(guerra)…
3) Vocal + consonante: [él] (él), [ás] (astro), [ó ] (horma)…
4) Consonante + vocal + consonante: [kón] (con), [sál] (sal), [mír] [los] (mirlos), [sák]
(exacto)…
Además de estas sílabas más simples y frecuentes existen otras más complejas que
obligan a establecer algunas modalidades intermedias entre las vocales y las
consonantes. En efecto, si observamos de nuevo la figura de más arriba podemos
advertir que tanto la cinta como sus alteraciones pueden adquirir una considerable
cantidad de apariencias. Tantas que incluso puede tender a confundirse la diferencia
entre vocal y consonante si, por ejemplo, la cinta se estrecha suficientemente. Por este
motivo, en fonética no se habla solo de vocales y consonantes, sino también de
semiconsonantes y sonantes. Veamos cuáles son sus rasgos a partir del triángulo
vocálico del español (figura 10).
Figura 10. Representación del sistema vocálico del español a partir de los rasgos del modo de
articulación, o de la abertura, y del lugar de articulación. Vemos que hay dos vocales, [i], [u],
articuladas con la lengua alta, que deja una cavidad bucal relativamente estrecha; una vocal
abierta, [a], articulada con la lengua baja, y una cavidad bucal amplia y dos vocales
intermedias, [e], [o]. A su vez, hay dos vocales palatales, [i], [e], articuladas con la lengua
proyectada sobre el prepaladar; dos vocales velares, [u], [o], articuladas con la lengua
proyectada sobre el velo del paladar y una vocal intermedia, [a].
− Las semiconsonantes están asociadas a la distinción entre diptongo y hiato, es decir,
el encuentro de dos vocales consecutivas pronunciadas, respectivamente, como una
sola sílaba o como dos. En español, esta función recae sobre las vocales más
cerradas [i] [u] ya que pueden comportarse como núcleos silábicos si funcionan como
vocales plenas o como semiconsonantes si funcionan en un diptongo como primera o
segunda vocal de apoyo de otra plena. Para comprender este comportamiento
múltiple examinemos distintas opciones contextuales que se presentan a la
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conjunción y (escrita así por pura convención ortográfica): en pan y vino la secuencia
silábica en pronunciación normal es [pá ni í no], donde la conjunción aparece como
núcleo vocálico de la sílaba [ni] y funciona, por tanto, como vocal plena; en pan y
agua la secuencia vocálica [pá njá wa] provoca un diptongo [njá] con la vocal plena
[a] y la conjunción y como vocal de apoyo, esto es, como semiconsonante; en vino y
pan la secuencia silábica [bí noi pán] contiene de nuevo un diptongo [noi] pero ahora
con y como segundo elemento de apoyo de la vocal plena [o]; finalmente, en vino y
agua, y se encuentra en posición intervocálica [bí no yá wa], esto es, entre vocales
plenas y, por tanto, funciona como margen silábico o consonante (y se transcribe
como [y]). A su vez, la diferencia entre diptongo y hiato puede ilustrarse fácilmente
comparando la preposición hacia [á ja], con diptongo y dos sílabas, y la forma verbal
hacía [a í a], con hiato y tres sílabas.
− La sonantes, ciertas consonantes, tradicionalmente llamadas líquidas, tienen la
peculiaridad de que pueden aparecer entre una consonante y una vocal plena sin
provocar margen silábico. En español solo se comportan así [ ] y [l]: [ ] funciona como
consonante, o margen silábico, en cara [ká a] y como sonante en cabra [ká a]; a su
vez, [l] funciona como consonante en cola [kóla] y como sonante en copla [kópla]. Las
demás consonantes del español se comportan siempre como tales, esto es, como
márgenes o límites silábicos.
Todavía aparecen otras modalidades silábicas más infrecuentes, además de las que
hemos visto antes, como se ve en construcción [kons truk jón], afluente [a flwé te], etc.
susceptibles, en ciertos casos, de sufrir alguna variación en determinadas
pronunciaciones dialectales.
19.3.2. Las unidades suprasegmentales
Hasta aquí hemos establecido dos tipos fundamentales de elementos fonéticos –las
vocales y las consonantes– junto con otros intermedios –las semiconsonantes y las
líquidas–, todos ellos dependientes del timbre, es decir, de una combinación variable de
armónicos y de distintas alteraciones. Son los llamados sonidos básicos, fonemas o
segmentos. Pero en 19.2.3 (figura 5) hemos visto que existen también otros parámetros
acústicos: la duración, la intensidad y la frecuencia, las llamadas unidades
suprasegmentales, a pesar de que, en rigor, no se encuentran precisamente sobre los
segmentos sino que se hallan igualmente integradas en el habla.
Como forman parte constitutiva de todos los sonidos, su incidencia en el habla es
constante aun cuando su importancia significativa varía de una lengua a otra. Así, todos
los sonidos, aislados o formando sílabas o secuencias más largas, tienen una cierta
duración, pero en español esta duración va automáticamente asociada a la intensidad y a
la frecuencia entonativa, de modo que una sílaba tónica suele ser, en igualdad de
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condiciones textuales, como un tercio más duradera que una sílaba átona, y una sílaba
colocada al final de una cadencia suele ser igualmente más larga que otra idéntica
situada al principio (en seguida definiremos estas nociones nuevas). Puede suceder,
como ocurre en le y lee, que se trate de una o dos sílabas y no, propiamente, de una
oposición entre una [e] breve y una [e] larga. Desde luego, también aumenta la duración
de los sonidos si quien los emite habla más lentamente, por la razón que sea. En cambio,
en latín, finés, húngaro, japonés y muchas otras lenguas existe una oposición entre
vocales breves y vocales largas, de modo que, por ejemplo, el latín m lum [málum],
‘malo’, se distingue de m lum [má:lum], ‘manzana’, y el húngaro kor [kór], ‘edad’, se
distingue de kór [kó:r], ‘enfermedad’.
La intensidad tiene en español fuerza distintiva en la constitución de los timbres
vocálicos y, en un plano superior, en la morfología de la palabra y del enunciado. Como
hemos visto antes (9.2.3 y figura 7), el timbre queda definido por la intensificación en
frecuencias características de ciertos armónicos, los formantes, en detrimento de otros.
En la palabra sirve para distinguir entre sílabas tónicas y átonas, respectivamente, con
una intensidad acústica relativamente mayor y otra relativamente menor. De este modo
se oponen, por ejemplo, secretaria y secretaría; depósito, deposito y depositó y un largo
etcétera. Ciertas partículas como el artículo el/la…, las preposiciones a, de o los clíticos -
me, -lo… son átonos y se apoyan en palabras plenas adyacentes (dímelo). Por el
contrario, las palabras compuestas suelen tener dos o más sílabas tónicas:
históricamente, grecolatino, etcétera. En otras lenguas, en cambio, la intensidad ocupa
automáticamente un lugar fijo en la estructura silábica de la palabra: al principio en finés,
húngaro o checo, en la penúltima sílaba en polaco, o en la última en francés o turco. Por
supuesto también, aumenta igualmente la intensidad de los sonidos cuando se grita;
recuérdese el ejemplo ¡No ves por dónde sale! de 9.2.1 frente a No ves por dónde sale.
La frecuencia, por su parte, interviene en el habla española de distintas maneras. En
el plano más elemental, ya hemos visto que contribuye a conformar los timbres vocálicos
en combinación con la intensidad. Pero también actúa en la enunciación, es decir, en la
emisión completa de un acto de habla. Es lo que se llama altura musical, curva melódica
o entonación, y que permite distinguir, por ejemplo, entre No ves por dónde sale, con una
cadencia final, y ¿No ves por dónde sale? con una anticadencia. El conjunto de
posibilidades significativas y expresivas que abarca la entonación es difícil de determinar
porque está íntimamente ligada a factores no sólo fonológicos, como veremos más
adelante en 19.4.1, sino también pragmáticos y dialectales. En ciertas lenguas puede
funcionar en un plano silábico, llamado tono, lo que permite aumentar el número relativo
de palabras sin aumentar el de sílabas. Tal sucede en chino donde, por ejemplo, la base
silábica ba contiene cuatro palabras diferentes al pronunciarse con tono sostenido [b ]
‘ocho’, ascendente [bá] ‘desarraigar’, descendente [bà] ‘grada’ o ascendente-descendente
16
[b ] ‘sostener’. El canto constituye precisamente un conjunto de entonaciones en
secuencias más o menos reguladas dentro de un ámbito frecuencial típicamente superior
al del habla, como se aprecia para la música en la figura 1 de 19.2.1.
No faltan todavía otras características, como el tempo o velocidad de enunciación,
con el que se obtienen numerosos efectos expresivos en combinación con las demás
características. El conjunto de estos elementos capaces de modular la voz en una gran
variedad de modalidades y objeto de la prosodia tradicional, constituye hoy un complejo
ámbito de estudio repleto de atractivos, dentro de la pragmática, sobre todo si se
relaciona todavía con los llamados actos paralingüísticos (ademanes, expresión facial,
etc.).
19.4. Fonología: el fonema
Si admitimos que la fonética abarca el estudio de todo lo que suena o, en términos
más restrictivos, lo que las personas pueden emitir con la voz, la fonología ofrece dos
acotaciones principales: trabaja sólo con aquellas emisiones que constituyen material
lingüístico y, dentro de este material, sólo se ocupa de aquellos datos que presentan
alternancias significativas entre sí. Veámoslo con un ejemplo. Carlos acaba de
presentarse sin el éxito esperado a un examen y un amigo le pregunta por el resultado.
Examinemos tres respuestas alternativas de Carlos bajo el supuesto de que las tres
contienen el mismo significado:
1) Baja la comisura de los labios y ladea repetidamente la cabeza
2) Dice ¡Pse..!
3) Contesta Regular…
Desde el punto de vista comunicativo –o, si se prefiere, pragmático– el interlocutor
entenderá satisfactoriamente que el resultado ha sido decepcionante aunque sin llegar al
suspenso. No obstante, sólo la tercera respuesta contiene material analizable a base de
sílabas, palabras y, en último término, significados léxicos. Bien, pues, en su sentido más
clásico y escueto, la fonología solo se ocupa del estudio de este último material.
Examinemos la segunda premisa a partir de la respuesta Regular. Se trata, desde
luego, de una secuencia de sonidos que podemos representar en transcripción como una
secuencia de tres sílabas átonas [re] y [ u] y una tercera tónica [lár], es decir, dos sílabas
con intensidad relativamente baja y una con intensidad relativamente alta. En el apartado
anterior (19.3.2) hemos comprobado mediante ejemplos que la intensidad presenta
alternativas en español, en el sentido de que cambiando la intensidad entre las sílabas
podemos cambiar el significado de muchas palabras: trabajo [t a áxo] y trabajó [t a axó],
entre otros muchos ejemplos. Esto significa que, al menos en español, la intensidad es un
dato fonológicamente pertinente.
17
En cambio, frente a lo que ocurre en otras lenguas, la duración aparece como un
dato automáticamente presente en la pronunciación del español, en el sentido de que una
secuencia de sonidos puede emitirse más o menos lentamente sin que por ello se altere
su significado léxico. En otras palabras, si Carlos contesta Regular demorándose en la
emisión o espetando la expresión con gran rapidez, el interlocutor podrá colegir un
determinado estado en el ánimo de Carlos (decepción, fastidio por la pregunta…), pero
desde el punto de vista léxico, o estrictamente lingüístico, Regular seguirá significando
“regular”, ni más ni menos. Esto significa que, al menos en español, la duración no es un
dato pertinente al menos desde el punto de vista fonológico.
Como veremos con más profundidad en 19.5.1, la fonología gira en torno a los
elementos alternativos por excelencia, los llamados fonemas, los que, en el ejemplo de
más arriba, forman una secuencia ordenada que, de momento, representamos a base de
[r], [e], [ ], [u], [l], [a] y [r].
19.4.1. Fonología y escritura
La escritura constituye sin duda uno de los inventos más trascendentales de la
humanidad, el que permite a una sociedad cruzar el umbral de la historia. Desde el punto
de vista que nos interesa existen diversos tipos de escritura, de los que destacaremos
dos: el ideográfico o logográfico, que representa los significados de las palabras (figura
11), y el fonográfico, el que representa los sonidos de las palabras (figuras 12 y 13).
Lógicamente, a la fonología le interesa solo la escritura fonográfica o, mejor dicho
viceversa, la escritura fonográfica constituye la culminación de un portentoso análisis
fonológico iniciado milenios atrás que ha conseguido depurar con un éxito generalmente
óptimo una importante diversidad de problemas que plantea la pronunciación de todas las
lenguas, unas más accesibles que otras a este tipo de análisis. Para hacernos una idea
aproximada de ellos, vale la pena reparar en dos modalidades:
Los silabarios, en los que las letras representan sílabas enteras, esto es,
asociaciones unitarias de vocal y consonante(s) o viceversa. En japonés (figura 11) se
emplean dos tipos de silabario –hiragana (el más frecuente) y katakana– junto con
caracteres logográficos, denominados kanji, tomados de la tradición china.
Los fonemarios o alfabetos, cuyas letras representan separadamente vocales y
consonantes (la modalidad que utilizamos en este mismo texto).
Si nos fijamos bien, veremos que se trata de dos niveles en la resolución del mismo
problema. Supongamos que queremos representar las palabras de una lengua
fonológicamente muy simple formada por las siguientes sílabas:
[pi], [pe], [pa], [po], [pu]
[ti], [te], [ta], [to], [tu]
[ki], [ke], [ka], [ko], [ku]
18
Si optamos por un símbolo que represente globalmente cada sílaba, necesitaremos
15 símbolos o letras, uno distinto para cada grupo. Ahora bien, si distinguimos las vocales
de las consonantes y utilizamos un símbolo para cada una de ellas (como hemos hecho
antes), necesitaremos tan sólo ocho letras distintas, una para las cinco vocales y otra
para las tres consonantes.
Figura 11. Texto chino escrito en logogramas generalmente compuestos de radicales básicos
acompañados de otros que funcionan como morfemas derivativos. La asignación de
significados exige un esfuerzo memorístico muy superior al que requiere el aprendizaje del
conjunto, muchísimo más simple, de símbolos fonográficos.
Figura 12. texto japonés donde se combina el silabario katakana (los símbolos más sencillos)
con los logogramas kanji (los símbolos más complejos).
Figura 13. Texto coreano escrito en hangul, con representación de fonemas aislados
agrupados en sílabas.
Figura 14. Texto escrito en árabe también con representación de fonemas aislados.
19
Pero no se trata de una mera cuestión de economía de letras. Lo importante, como
hemos precisado en 19.3 y en las figura 8 y 9, es que las consonantes son, por sí
mismas, interrupciones vocálicas y en especial las oclusivas sordas, vacíos acústicos
absolutos. De ahí que identificarlas por sí mismas supone un extraordinario logro de
abstracción y, en consecuencia, un refinamiento superior en el análisis fonológico llevado
a cabo por muy antiguos ancestros.
Es esencial, finalmente, no confundir la pronunciación de una lengua con su
escritura. La pronunciación forma parte de la estructura viva de la propia lengua y varía
en el tiempo, en el espacio y en todos los estratos sociales y culturales en los que se
inserta. Varía, para ser precisos, de un hablante a otro, y aún en un mismo hablante a lo
largo de su vida. La escritura, en cambio, no forma parte integral de la lengua que
representa. Es un mero código convencional instituido por alguna autoridad y, como tal,
no varía por sí mismo, como la lengua, a menos que la autoridad lo modifique. Si no se
hace así, lo más lógico es que se vaya quebrando la correlación entre las letras y los
sonidos y aparezcan letras sin sonido, como en español <h> (hola / ola); letras con
sonidos diferentes, como <c> (cocina), o letras distintas para un mismo sonido, como <b>
y <v> (víbora). En inglés, por ejemplo, esta distorsión es tan grande que su ortografía
requiere un esfuerzo memorístico casi equivalente al aprendizaje de otra lengua. Y por
razones de interés generalmente político, a veces se ha tomado la decisión de cambiar
un código ortográfico por otro; por ejemplo, cuando en la década de los veinte del siglo
pasado en Turquía el alfabeto árabe fue sustituido por una adaptación del latino sin que
por ello la lengua afectada, el turco, sufriera el menor cambio.
19.5. La fonología estructural
Puede decirse que la moderna fonología nace en el Congreso de Lingüistas
celebrado en La Haya en 1929 de la mano de Nikolai S. Trubetskoy (1890-1938),
lingüista de origen ruso que había fundado con otros insignes colegas el Círculo
Lingüístico de Praga. Diez años más tarde se publican sus Principios de fonología, el
tratado de referencia al que se han remitido durante décadas todos los fonólogos tanto
para aplicar sus reglas como para matizarlas e incluso proponer modelos alternativos.
Sin duda lo más característico de la escuela estructuralista es que las lenguas
constituyen estructuras o sistemas donde los elementos se definen por sus relaciones
mutuas. No hay elemento funcional que no forme parte de un sistema, y de tal modo es
así que su propia entidad deriva estrictamente de esa relación. En otras palabras, como
veremos después, no existen sistemas de un solo elemento o no existen elementos que
no presenten al menos otro elemento alternativo. Los elementos fonológicos –al menos
los más básicos, como veremos en seguida– no sólo no constituyen ninguna excepción a
este principio, sino que componen precisamente el ámbito teórico y metodológico más
20
emblemático del estructuralismo, la referencia para los demás subsistemas –morfológico,
sintáctico y léxico– de la lengua.
19.5.1. La conmutación
Si la determinación fundamental de las unidades fonológicas depende de sus
relaciones mutuas, la conmutación, o permutación entre elementos, constituye la prueba
definitiva de que dos o más elementos tienen entidad como unidades fonológicas. Esto
es, si la permutación entre dos o más elementos dentro de un contexto adecuado es
capaz de cambiar el significado de cada resultado es que los elementos en cuestión son
funcionales.
Veámoslo con un ejemplo. Si en un contexto cualquiera como carta [kárta]
permutamos –conmutamos, para decirlo en términos estructuralistas– un fragmento
cualquiera de él, digamos [kár], por otro fragmento, digamos [bén], y el resultado venta
significa algo diferente de carta, como es el caso, podemos concluir que [kár] y [bén] son
unidades funcionales de la fonología del español. Y si continuamos la permutación hasta
alcanzar los elementos fónicos más pequeños posible, formando lo que se conoce por
pares mínimos:
1) [kárta] / [márta] marta
2) [kárta] / [kórta] corta
3) [kárta] / [kásta] casta
4) [kárta] / [kárga] carga
5) [kárta] / [kárto] carto
se advierte que /k/, /m/, /a/, /o/, /r/, /s/, /t/ y /g/ son elementos funcionales mínimos, son
fonemas del español, motivo por el cual los estructuralistas los escriben entre barras
oblicuas y no entre corchetes, como hemos venido haciendo hasta ahora.
Examinemos ahora un ejemplo opuesto. Piénsese, por ejemplo, en la letra <u>, que
sólo existe –esto es, tiene sonido [u]– cuando puede alternar con otra vocal, como en
bulo / bolo o en mulo / malo o en fuel / fiel. Según esta conmutación, es indiscutible que
/u/ es un fonema del español, junto con /o/, /a/ e /i/. Pero en cambio no es fonema cuando
forma parte del dígrafo <qu>, porque en este contexto carece de alternativas (no existe ni
es posible algo así como *qi o *aqa) y por tanto en él no funciona como vocal, ni siquiera
tiene sonido propio.
Este razonamiento fundamental del estructuralismo requiere todavía una última
precisión. Y es que la conmutación no siempre da lugar a expresiones o palabras
existentes. En este caso hemos de distinguir al menos dos posibilidades. Veámoslo a
partir de la expresión carta que hemos utilizado más arriba. Por un lado, la expresión
resultante de la conmutación de [a] final con cualquier otra vocal da lugar a [kárti], [kárte],
[kárto] y [kártu] y ninguno de estos resultados aparece como palabra propia en el
diccionario convencional del español. Sin embargo, todas estas secuencias existen en
21
expresiones más extensas, como, por ejemplo, en cartilla, cartera, cartón o cartulario
(hago abstracción ahora de si son sílabas tónicas o átonas). A estas expresiones que
casualmente no existen como palabras propias en el diccionario pero son
estructuralmente aceptables se las denomina expresiones potenciales y se consideran,
para el análisis fonológico, tan aptas como las expresiones reales.
Por el contrario, si conmutamos la misma [a] final con una consonante, pongamos
[p], [m] o [l], las expresiones resultantes, [kártp], [kártm], [kártl], no sólo no existen en
ningún diccionario del español como *cartp, *cartm o *cartl, sino que resultan
estructuralmente imposibles, pues violan la reglas de composición silábica que hemos
visto en 19.3.1. La pregunta es: ¿quiere esto decir entonces que [p], [m] y [l] no son
fonemas en español? Sí lo son, porque más arriba lo hemos comprobado para /m/, y es
fácil comprobarlo para /p/ –entre carta y carpa–, para /m/ –entre carta y karma– y para /l/
–entre carta y Carla–. Esta diferencia de comportamiento tan radical se explica
sencillamente porque las vocales y las consonantes forman grupos, técnicamente
paradigmas, disjuntos con un comportamiento –técnicamente, una distribución– dispar ya
que constituyen, respectivamente, los núcleos y los márgenes de las sílabas (más
adelante, en 19.10, lo veremos con gran precisión).
19.5.2. Fonemas y alófonos
Ocurre también que la pronunciación de los fonemas puede variar
considerablemente según el entorno secuencial en que aparecen. Estas variaciones, que
son puramente automáticas, se tienen especialmente en cuenta cuando contienen
cambios de rasgos que son distintivos entre otros fonemas o, por razones prácticas,
cuando se enseña la lengua a hablantes de otras lenguas que no presentan las mismas
características. Veámoslo con algunos ejemplos.
Figura 15. Esquemas articulatorios de los alófonos oclusivos (arriba) y aproximantes (abajo) de
/b/, /d/ y /g/ en español. Contra lo que dice la descripción clásica, hay que tomar los segundos
como básicos, pues los primeros se obtienen mecánicamente por mera asimilación contextual.
22
En español los fonemas /b/, /d/ y /g/ se pronuncian como consonantes oclusivas
después de pausa y detrás de fonema nasal (en rigor, archifonema, como veremos en
seguida), y como consonantes aproximantes en el resto de posiciones. Es decir, en
posición inicial de emisión –cuando se empieza a hablar después de un silencio– y
después de [m], [n]… se pronuncian cerrando completamente el paso del aire, mientras
que en las demás situaciones se pronuncian sin cerrar este paso (figura 15). Para ser
más precisos, en posición inicial absoluta suelen pronunciarse como oclusivas –[b], [d],
[g]–, pero también pueden pronunciarse como aproximantes –[ ], [ ], [ ]–; a su vez, /d/ se
pronuncia también oclusiva detrás de /l/ (en realidad, detrás de /L/, como veremos luego
también). Aparecen, entonces, dos niveles de abstracción: uno fonológico, el de los
fonemas –que se transcriben entre barras– y otro fonético, el de sus variantes de
pronunciación, denominadas alófonos –que se transcriben entre corchetes–.
Examinemos todo esto a partir de los siguientes ejemplos comparativos:
Fonema /b/
− Posición inicial absoluta, alófono oclusivo [b]: bueno [bwéno], ven [bén]…
− Posición posnasal, alófono oclusivo [b]: cambio [kámbjo], un vaso [um báso],
enviar [embjár]…
− Resto de posiciones, alófono aproximante [ ]: lo bueno [lo wéno], el vaso [el
áso], árbol [ár ol], hablar [a lár]…
Fonema /d/
− Posición inicial absoluta, alófono oclusivo [d]: dime [díme], delante [delá te]…
− Posición posnasal, alófono oclusivo [d]: cuando [kwá do], un diez [u djé ]…
− Posición poslateral, alófono oclusivo [d]: aldea [a déa], el diez [e djé ]…
− Resto de posiciones, alófono aproximante [ ]: los dedos [los é os], verde
[bér e], adrede [a ré e]...
Fonema /g/
− Posición inicial absoluta, alófono oclusivo [g]: ganamos [ganámos], gol [gól]…
− Posición posnasal, alófono oclusivo [g]: mango [má go], un gol [u gol]…
− Resto de posiciones, alófono aproximante [ ]: lago [lá o], dos goles [dós óles],
lograr [lo rár]…
De lo que acabamos de decir se desprende que los alófonos no son conmutables
entre sí. En efecto, nunca podremos formar pares mínimos entre ellos, pues si
pretendemos permutar, por ejemplo, [b] y [ ] –pongamos en lobo *[lóbo] / [ló o], samba
[sámba] / *[sám a], etc.–, sólo comprobaremos que nunca se produce un cambio de
significado en la expresión resultante y que una de las pronunciaciones, señalada antes
con asterisco, es anómala. Más aún, a primera vista advertiremos que esta situación es
aparentemente idéntica a la que hemos visto en el apartado anterior cuando hemos
23
pretendido conmutar vocales con consonantes. Hay, sin embargo, dos diferencias
fundamentales. La más importante es que, al contrario de lo que sucede entre vocales y
consonantes, los alófonos de un mismo fonema no pertenecen a paradigmas
distribucionales distintos, sino iguales, en el sentido de que ambos tienen un
comportamiento idéntico –de núcleo o de margen– en la estructura silábica. Y, en
segundo lugar, se advierte que son meras variantes fonéticas de un mismo fonema no
solo por su similitud fónica, sino porque, como hemos visto, no son recíprocamente
conmutables.
Entonces, si queremos conmutar entre sí alófonos de fonemas distintos se
producirán expresiones al menos potencialmente distintas siempre y cuando,
lógicamente, los alófonos conmutados aparezcan en sus respectivos contextos
secuenciales. Así, la conmutación entre [ ], [ ] y [ ] en posición intervocálica producirá
pares mínimos reales o potenciales: lobo [ló o], lodo [ló o], logo [ló o] –lo que en
transcripción fonológica se transcribe como /lóbo/, /lódo/ y /lógo/ porque en la
identificación de fonemas suele priorizarse la grafía latina frente a otras alternativas.
Queda todavía un importante dato con respecto al comportamiento de los alófonos.
Y es que en ciertos contextos pueden hallarse en lo que se conoce por distribución libre,
es decir, en la posibilidad de aparecer uno u otro (teóricamente otros más, incluso) sin
incurrir ni en expresiones nuevas –como es preceptivo entre alófonos– ni en
pronunciaciones anómalas. Hemos aludido a ello más arriba con respecto a la posición
inicial absoluta de /b/, /d/ y /g/, donde lo más frecuente es que aparezca el respectivo
alófono oclusivo, sin descartar que lo haga el aproximante. Así, no se descarta que, en
buena pronunciación española, los ejemplos de más arriba se realicen como bueno
[ wéno], ven [ én]…; dime [ íme], delante [ elá te]…, o ganamos [ anámos], gol [ ól]…
19.5.3. Oposiciones fonológicas y neutralización
En 9.5.1 hemos tenido ocasión de comprobar que la identidad de los fonemas se
establece por medio de la conmutación, esto es, que los fonemas se definen por su
capacidad de oponerse entre sí dentro de sus respectivos paradigmas. Existen, no
obstante, distintos tipos de oposiciones fonológicas, entre los que destacan el de las
oposiciones continuas y el de las oposiciones neutralizables. En el primer caso, dos o
más fonemas se oponen continuamente si son constantemente conmutables o, dicho de
otro modo, si pueden permutarse en todos los contextos posibles ofreciendo, claro está,
siempre pares mínimos reales o potenciales. Tal sucede, por ejemplo, entre /e/, /a/ y /o/
en español –explórese, si no, con tantos ejemplos como se quiera.
Una oposición neutralizable se da entre dos o más fonemas que se oponen en
ciertos contextos pero dejan de oponerse en otros. Este fenómeno, conocido por
neutralización, obedece a un esquema como sigue:
24
1) [ a ], [ b ]… + X / a /, / b /…
[a]
[b] /A/
2) [ a ], [ b ]… + Y
[c]
[a]=[b]
En él dos o más sonidos cualesquiera –[ a ], [ b ]…– asociados a unas condiciones
contextuales X (posición inicial, intervocálica, sílaba tónica, etc.) son conmutables entre sí
y, en consecuencia, dan lugar a otros tantos fonemas, /a/, /b/… Al mismo tiempo, estos
mismos sonidos, asociados a otras condiciones contextuales Y no son conmutables,
dejan de oponerse, y como resultado aparece uno de ellos [ a ] o [ b ], un tercero [ c ] o
una situación de variación libre en la que tanto da que aparezca [ a ] o [ b ]. Desde el
punto de vista estructuralista, el resultado fonológico de este segundo caso se denomina
archifonema y se transcribe en mayúsculas entre barras.
Veámoslo con unos ejemplos. Los sonidos nasales del español [m], [n] y [ ] son
fonemas porque resultan mutuamente conmutables al menos en posición medial
intervocálica, como lo demuestran pares mínimos como cama [káma], cana [kána] y caña
[ká a]. En este caso, la transcripción fonológica será, respectivamente, /káma/, /kána/,
/ká a/. Pero en posición implosiva ante otra consonante la conmutación desaparece, en
el sentido de que si se permutan entre sí dejan de aparecer expresiones nuevas. Se trata
de una neutralización en un solo elemento abstracto, el archifonema /N/, cuyo único
rasgo importante es la nasalidad; el otro rasgo importante, el del lugar de articulación,
viene automáticamente impuesto por la consonante siguiente en un proceso denominado
asimilación. Así se observa, en efecto:
1) Ante consonante bilabial [m]: campo [kámpo] /káNpo/; envío [embío] /eNbío/, un
beso [um béso] /uN béso/
2) Ante consonante labiodental [ ]: infiel [i fjél] /iNfiél/, un farol [u faról] /uN faról/
3) Ante consonante dental [ ]: antes [á tes] /áNtes/, donde [dó de] /dóNde/, un tilo
[u tílo] /uN tílo/
4) Ante consonante interdental (en español castellano) [n ]: encía [en ía] /eN ía/, un
zapato [un apáto] /uN apáto/
5) Ante consonante alveolar [n]: ensayo [ensáyo] /eNsáyo/, un siete [un sjéte] /uN
siéte/
6) Ante consonante palatal [ ]: ancho [á co] /áNco/, un choque [u cóke] /uN cóke/
7) Ante consonante velar [ ]: anguila [a gíla] /aNgíla/, monje [mó xe] /móNxe/, un
jeque [u xéke] /uN xéke/
25
Como puede comprobarse, en español castellano existen hasta siete variantes
fonéticas nasales en función de la consonante que sigue. Si las permutamos entre sí
veremos que nunca forman expresiones nuevas; tan sólo pronunciaciones anómalas. Y
como no son conmutables, aparecen automáticamente en su contexto respectivo y tienen
en común el rasgo de nasalidad hay que concluir que se trata precisamente de alófonos
del archifonema /N/, tres de ellos (en 1, 4 y 6) fonéticamente coincidentes con los
fonemas y cuatro distintos.
Con ello tenemos ilustrado el esquema de la neutralización de más arriba, excepto
para la variación libre. Podemos ejemplificarla a partir de los sonidos llamados vibrantes
[ ] y [r] producidos, respectivamente, por un brevísimo contacto del ápice de la lengua en
el alvéolo superior o por más de un contacto (raramente más de tres). En posición
intervocálica son conmutables: moro [mó o] / morro [móro]; cero [ é o], cerro [ éro]… y,
en consecuencia, son fonemas, / /, /r/. En los demás contextos en que pueden aparecer,
sin embargo, dejan de ser conmutables. Veámoslo:
1) Posición inicial, sólo aparece [r]: rojo *[ óxo] [róxo] /Róxo/
2) Posición implosiva ante consonante, pueden aparecer los dos: carne [ká ne]
[kárne] /káRne/; horno [ó no] [órno] /óRno/…
3) Posición explosiva tras consonante homosilábica, sólo aparece [ ]: tres [t és]
*[trés] /tRés/, sobre [só e] *[só re] /sóbRe/...
4) Posición explosiva tras consonante heterosilábica, sólo aparece [r]: sonrisa
*[son ísa] [sonrísa] /soNRísa/…
5) Posición final de palabra, pueden aparecer los dos: mar [má ] [már] /máR/; humor
[umó ] [umór] /umóR/…
Digamos ante todo que ninguno de estos cinco contextos permite la conmutación
entre [ ] y [r] y dan lugar, por tanto, a su neutralización en el archifonema /R/. Luego en 1
y 4 sólo aparece [r], mientras que en 3 sólo aparece [ ], lo que se denomina distribución
defectiva. A su vez, en 2 y 5 se encuentran en variación libre –son conmutables sin
producir cambios de expresión ni pronunciaciones anómalas–, como hemos visto en el
apartado anterior a propósito de las consonantes oclusivas y aproximantes.
Resumiendo, / / y /r/ son fonemas en posición intervocálica dentro de palabra (cero
/ é o/, cerro / éro/) y meros alófonos –ahora [ ] y [r]– del archifonema /R/ en las demás
posiciones.
19.6. El binarismo
Propuesto sobre todo en la obra Fundamentals of language durante la década de los
cincuenta del pasado siglo, en colaboración con Morris Halle, por Roman Jakobson
(1896-1982), colega de N. S. Trubetskoy, ruso como él y cofundador del Círculo
26
Lingüístico de Praga, el binarismo introduce una importante serie de novedades teóricas
y metodológicas.
Ante todo, gracias a los avances de la exploración acústica, propiciados por nuevas
tecnologías y el establecimiento de correlaciones básicas con los datos articulatorios, la
fonología se fundamenta en los rasgos físicos de las ondas a partir del análisis
espectrográfico (cuyas representaciones esquemáticas hemos visto en las figuras 7 y 9).
Este análisis queda además distribuido en oposiciones binarias, esto es, en la
contraposición positiva o negativa de un solo rasgo, lo que convierte las distinciones
aplicadas a un conjunto pertinente de rasgos no solo en un procedimiento riguroso sino
también universal. Se supera así el inmanentismo –rasgo característico de la fonología
estructuralista, por el que se entiende, en aplicación rigurosa del principio de la
conmutación, que las oposiciones fonológicas sólo son válidas dentro de cada lengua– y
se propugna una visión universal, una de cuyas primeras versiones contenía las
siguientes doce oposiciones binarias:
Rasgos de sonoridad
1) Vocálico / no vocálico
2) Consonántico / no consonántico
3) Nasal / oral
4) Denso / difuso
5) Continuo / interrupto
6) Estridente / mate
7) Bloqueado / no bloqueado
8) Sonoro / sordo
9) Tenso / flojo
Rasgos de tonalidad
10) Grave / agudo
11) Bemolizado / no bemolizado
12) Sostenido / no sostenido
Atendiendo a la terminología, cada emparejamiento opone un rasgo a su contrario o
a su ausencia, de modo que, pongamos, ‘oral’ significa ‘no nasal’ de un modo análogo a
como ‘denso’ (producido por la concentración del formantes en las frecuencias medias)
se opone a ‘difuso’ (ausencia de formantes en las frecuencias medias). En algunos casos
(con el tiempo, más de las que se señalan aquí), una primitiva oposición se ha
desdoblado en dos –por ejemplo en 1 y 2 o en 11 y 12– a partir tanto de análisis más
rigurosos como de la incorporación de datos inéditos procedentes de distintas lenguas.
A pesar de tratarse de un método controvertido tanto en su fundamento como en
multitud de detalles, el binarismo ha favorecido una serie de cambios muy comunes en
los enfoques más modernos de la fonología. Entre ellos cabe destacar el de considerar
27
de un modo preciso los fonemas como agrupaciones –técnicamente, matrices– de rasgos
distintivos, de modo que, por ejemplo, la diferencia entre vocales, consonantes, sonantes
–[ ], [l]– y semiconsonantes –[j], [w]– puede establecerse con precisión a partir tan solo
de las dos primeras oposiciones:
vocales consonantes sonantes semiconsonantes
1) vocal / no vocal + – + –
2) cons. / no consonante – + + –
19.7. La fonología generativa
La noción de ‘generación’, proveniente de la matemática, equivale a lo que en
química sería ‘sintesis’ por oposición a ‘análisis’. Su objetivo más genuino consiste en
proponer una inversión en la gramática tradicional, típicamente analítica, por cuanto
identifica los elementos mínimos que componen oraciones ya formadas –lo que hace el
oyente ante un enunciado–, y aduce el aspecto contrario, el del hablante, estableciendo
cómo se componen oraciones y enunciados a partir de los elementos mínimos.
A través de los distintos modelos suscitados por Noam Chomsky (1928) entre 1959 y
la actualidad –generativismo, gramática generativo-transformacional, modelo estándar,
de rección y ligamiento, etc.– existe una propuesta fonológica más o menos persistente o,
mejor, ortodoxa a partir de la obra The sound pattern of English que publicó en 1968 junto
con Morris Halle (que había colaborado asimismo en Fundamentals of language con R.
Jakobson).
La principal característica de la propuesta reside sin duda en la inclusión estricta de
la fonología en el conjunto de una descripción lingüística cuyo núcleo se encuentra en el
componente sintáctico. Con ello, la descripción fonológica adquiere un papel similar al de
la morfología clásica, aun cuando aquí funciona dentro de un esquema rigurosamente
formalizado y totalmente explícito. Ahora no se trabaja con fonemas abstractos y
estructuras silábicas potenciales, sino con secuencias o cadenas fonológicas
subyacentes de raíces y desinencias –morfemas en general– procedentes de la
descripción sintáctica sobre las que se aplican reglas que dilucidan las posibles
alternancias contextuales para ser debidamente pronunciadas (o escritas) en su
apariencia final.
19.7.1. Tipos de reglas
El fundamento de la gramática generativa –y, por tanto, también de la fonología– se
encuentra en la ‘regla de reescritura’ cuyo formato general es como sigue:
A B / X __ Y
28
donde un elemento, simple o complejo, A adquiere rasgos de otro elemento B o bien
se transforma en otro elemento B, igualmente simple o complejo, en el contexto señalado
por __ y delimitado por los elementos, simples o compuestos, X e Y.
De este modo, la asimilación de las nasales que hemos visto en 19.5.3 se presenta
por medio de la regla
+ consonante
labial
labial
[+ nasal]→ coronal ____
coronal
anterior
anterior
en la que se establece que toda consonante nasal (con el rasgo [+nasal]) adquiere los
mismos rasgos articulatorios de la consonante que le sigue; formalmente, en todo
contexto donde vaya seguida de una consonante, [+consonante], caracterizada por los
rasgos [labial], [coronal] o [anterior] habrá de tomar estos rasgos. Las letras griegas
simbolizan cualquiera de los valores positivo o negativo (algo así como [±labial], etc.) del
rasgo al que acompañan de modo que su coincidencia significa que la nasal debe adquirir
el mismo valor positivo o negativo de bilabialidad de la consonante siguiente, lo que
equivale a decir que si esta consonante es +bilabial, -coronal, +anterior –por ejemplo, [p]
o [b]– ella debe adoptar los mismos rasgos y convertirse también en +bilabial, -coronal,
+anterior, [m]: en paz [em pá ], envidia [embídja], etcétera. Si el valor de un rasgo es fijo,
positivo o negativo, se indica mediante el símbolo precedente <+> o < >, y si los valores
deben ser contrarios, indistintamente de que sean positivos o negativos, se indica
mediante una letra griega simple y la misma letra precedida del símbolo menos, < > /
< >.
Otra característica esencial de la fonología generativa, derivada de la distinción entre
diferentes tipos de estructuras (profunda, transformacional, superficial), consiste en que
no se funda, al menos necesariamente, en la noción de fonema, sino en la de rasgo
constitutivo. Lo más próximo a un fonema es una matriz, un haz o un conjunto de rasgos
convencionalmente delimitada mediante corchetes. No existe óbice para postular
entidades abstractas, como hemos visto en la regla de más arriba, donde [+nasal] no se
refiere a ningún fonema en particular sino a cualquiera que presente ese rasgo en
concomitancia o no con otros, y donde [ labial, coronal, anterior] es una matriz
potencial que en la parte contextual de la regla se asocia a una consonante, cualquiera
también (y puede no existir una consonante [+consonante, +labial, +coronal, +anterior]).
Esto permite postular entidades que pueden coincidir más o menos con los fonemas
del modelo estructuralista o incluso con entidades más abstractas –algo así como los
archifonemas que hemos visto en 19.5.3, si bien en un ámbito morfológico–. Si
comparamos la estructura de dos verbos aparentemente análogos como votar [botár] y
29
volar [bolár], veremos que no presentan las mismas desinencias a partir de sus
respectivas raíces [bot-] y [bol-] puesto que al incorporarles desinencias de tipo [-o], [-as]
se generan las secuencias [bóto], [bótas] y [bólo], [bólas], que son correctas para voto,
votas pero no para *volo, *volas, puesto que deben ser vuelo, vuelas. Para solventar este
problema existen diversas fórmulas, todas ellas ensayadas en distintas variantes
generativas.
La más simple consiste en establecer una distinción entre los fonemas [o] del radical
de votar y volar (tal como ya ocurriera en el latín originario entre [ ] larga y [ ] breve,
respectivamente). Así, puede distinguirse entre /o/ para votar [botár] y, pongamos, /O/
para volar [bOlár]. Entonces esta /O/ subyacente se somete a una regla morfológica de
transformación:
- silábico + silábico _______
[O]→ + alto − alto
- anterior + anterior + acento
según la cual en posición tónica, [+acento], se disocia en la semiconsonante [w] –definida
por la matriz [-silábico, +alto, -anterior]– y la vocal [e] –definida por la matriz [+silábico, -
alto, +anterior]– para formar el diptongo [wé]. Ahora bien, si esta regla se asocia a otra,
igualmente de gran cobertura morfológica en español, según la cual la secuencia [wé] se
convierte en [o] cuando aparece en contexto átono, algo así como
+ silábico _______
[we]→ − alto
- anterior − acento
con un resultado de /o/ según la matriz [+silábico, -alto, -anterior], no solo pueden
generarse tanto las formas con [wé] como las formas con [o] para el verbo volar, sino
también las del verbo votar sin necesidad de postular el elemento /O/, es decir, sin
incrementar el inventario de unidades fonemáticas básicas:
votar /bot-/ vola /bwel-/
voto /bót+o/ vuelo /bwél+o/
votas /bót+as/ vuelas /bwél+as/
votamos /bot+ámos/ volamos /bol+ámos/
etc.
Todo ello pone de relieve que las reglas de un modelo generativo no solo guardan
una cohesión rigurosa entre sí, sino también un orden relativo crucial para los resultados
así como para la transparencia y la elegancia de su formalismo.
30
19.8. La fonología natural
Se trata en rigor de una importante disidencia teórica en el seno del generativismo
durante la década de los pasados setenta y ochenta promovida sobre todo por J. B.
Hooper y T. Vennemann. Los partidarios de lo que dio en llamarse fonología generativa
natural tenían en común el rechazo a toda suerte de postulación de elementos
subyacentes o abstractos, que, según ellos, carecen de réplica fónica, no suenan de
ningún modo, y ni siquiera existen en la conciencia de los hablantes. A partir de este
principio común hubo, sin embargo, propuestas más o menos discrepantes que han
alcanzado con el tiempo una fortuna diversa.
Una de ellas aboga por que la representación subyacente de un morfema coincida
con cualquiera de sus variantes o alomorfos. Así, para la representación del radical de los
verbos con /o/ (entre ellos votar y volar, vistos en 19.7.2) hay que optar entre /o/ y /we/,
evitando en todo caso la postulación de elementos subyacentes sin materialización. Del
mismo modo, para la representación del morfema de plural en español hay que optar
entre /-s/ (hombre-s), /-es/ (mujer-es) o /-Ø/ (lunes- ).
Otra propuesta más radical consiste en presentar todas las variantes alofónicas o
alomórficas en su forma plena, tal como se ofrecen por ejemplo en un diccionario
convencional. Más aún, llevando este principio hasta sus últimas consecuencias, se trata
de presentar los datos fonológicos dentro de palabras enteras, tal como las conocen los
hablantes, con lo que debe evitarse el tratamiento independiente de morfemas o fonemas
aislados. Con ello, la formación de plural en español se formulará a la antigua
estableciendo (más o menos) que se añade /-s/ si el singular acaba en vocal átona o en
/é/ tónica; /-es/ si el singular acaba en consonante o en vocal tónica que no sea /é/, y no
se añade nada, /-Ø/, si el singular acaba en /s/. Esta solución ofrece, según sus adeptos,
la ventaja añadida de que el orden de aplicación de las reglas deja de ser relevante y
hasta crucial.
No faltan tampoco propuestas con determinados tipos de compromiso entre los
datos abstractos y concretos. Aun así, los partidarios de la fonología natural vienen a
coincidir también en la necesidad de distinguir la descripción morfológica –con morfemas,
dotados de significado– de la estrictamente fonológica –con fonemas, sin significado.
19.9. La fonología no lineal
El panorama que acabamos de describir dista mucho de lo que ha deparado en
realidad la fonología, sobre todo a partir del último tercio del siglo pasado. Ha habido
múltiples planteamientos muy variados en interés teórico y en aplicabilidad, a veces poco
acordes con el predicamento o la fortuna que han merecido entre los especialistas. Entre
los más clásicos no puede omitirse al menos la fonología diacrónica del francés André
Martinet, el análisis prosódico del británico John R. Firth, las propuestas diasistemáticas
31
del lituano-polaco Uriel Weinreich o la teoría estratificacional de los norteamericanos M.
S. Lamb y H. A. Gleason. Otros modelos más recientes abarcan distintas modalidades
fonológicas como la fonología métrica, de dos niveles, de la especificación reducida,
multidimensional, autosegmental y léxica, entre muchas otras, además de la de
dependencias, que esbozaremos en el próximo apartado.
Entre todos los modelos sin duda vale la pena destacar una interesante tendencia en
cierto modo inspirada en el principio del isomorfismo, esbozado por uno de los más
eximios, y desaprovechados, lingüistas del siglo XX, el danés Louis T. Hjelmslev,
fundador de una teoría gramatical denominada glosemática. Este principio, inicialmente
postulado para los planos de la expresión y del contenido –fonología y morfología,
respectivamente–, establece que existe una analogía estructural entre todos los niveles
descriptivos de la lengua, en el sentido de que en un nivel dado ciertos elementos
simples se agrupan de un modo análogo para dar lugar a elementos más complejos, los
cuales a su vez se agrupan de un modo igualmente análogo para dar lugar a otros
elementos más complejos…Y viceversa, todo elemento complejo es susceptible de ser
analizado y descompuesto en sus componentes más simples.
Este principio, que encontramos esbozado o aplicado, por lo común sin referencia a
Hjelmslev, en la gramática generativa y en especial en la sintaxis de X con barras ( X ), ha
sido adoptado también por la llamada fonología no lineal, la cual no es más que un
modelo teórico que parte del supuesto de que las estructuras fonológicas no son lineales,
secuencias de elementos puramente consecutivos, sino estructuras bidimensionales,
como los sintagmas o las oraciones, es decir, con relaciones no solo de hermana,
horizontales (B-C), sino también de madre-hija, verticales (A-B, A-C):
19.10. La fonología de dependencias
Una de las aplicaciones más consecuentes del principio del isomorfismo se
encuentra en la llamada fonología de dependencias, fundamentada sobre todo a partir de
la obra Phonological structure and the history of English que J. M. Anderson y C. Jones
publicaron en 1977.
El nombre de dependencias deriva también de otro modelo estructural inspirado en
la glosemática según el cual entre dos elementos o categorías cualesquiera caben tres
posibles tipos de relación: 1) de independencia, cuando la presencia de uno no
presupone la presencia de otro; 2) de dependencia unilateral, cuando la presencia de uno
32
exige la de otro pero no viceversa, y 3) de interdependencia, cuando dos o más
elementos se exigen mutuamente.
Con fundamentos teóricos tan básicos se elabora una descripción formalizada de los
segmentos fonemáticos y sus agrupaciones a partir de elementos extremadamente
simples capaz de describir con gran sencillez y naturalidad no sólo estructuras complejas,
sino también procesos evolutivos de cualquier lengua. Para ello se sirve de distintos
símbolos y operadores. Examinemos entre los primeros el llamado gesto categorial y el
gesto articulatorio. El primero está constituido por los componentes básicos |V|, ‘vocal’, y
|C|, ‘consonante’, representantes, respectivamente, de la máxima vocalidad o abertura y
de la máxima consonanticidad u obstrucción. Estos componentes abstractos permiten
definir del siguiente modo todas las clases fonemáticas mediante distintos conectores de
dependencia –coma, punto y coma, dos puntos, respectivamente, independencia,
dependencia unilateral e interdependencia–, entre dos extremos de vocalidad y
consonanticidad:
− {|V|} vocales
− {|V;V,C|} líquidas
− {|V;C|} nasales
− {|V:C;V|} fricativas sonoras
− {|V:C|} fricativas sordas
− {|C;V|} oclusivas sonoras
− {|C|} oclusivas sordas
A su vez, el gesto articulatorio contiene los datos que determinan el lugar de
articulación de los elementos de nuevo a partir de componentes básicos tales como |i|,
palatalidad, |a| abertura y centralidad, y |u|, redondeamiento labial. Comparemos a este
propósito el triángulo vocálico de la figura 10 (19.3.1) y su disposición a partir de
parámetros como el modo y el lugar de articulación con la siguiente definición a partir de
este modelo:
(Nótese que al definir /e/ y /o/ como combinaciones independientes de |i|, |u| y |a|, sus
fórmulas podían haberse escrito en orden inverso.) De este modo, la regla que hemos
33
visto en 19.7.1 para la monoptongación de /we/ en /o/ en la fonología de dependencias se
formula así:
% %
$# !"#
$!"#
precisando que el doble gesto categorial (el diptongo) se simplifica a uno solo por la mera
eliminación del componente de palatalidad |i|.
Donde la fonología de dependencias cobra mayor relevancia es sin duda en la
presentación regulada de estructuras fonemáticas como el pie, la sílaba, la palabra o el
enunciado. Para la sílaba prototípica se establece una estructura más o menos compleja
a partir de una cumbre de sonoridad, representada por una vocal o similar, que desciende
paulatinamente hasta distintos niveles de consonanticidad. La estructura completa ofrece
la siguiente forma:
&'( )*+)-,
)+. )+/0+1 243 5)
67+89( 1+: 89:;+)
? DE=FB ?4? DG@CB4B ?F<A@CB <>= ?4<A@CB ?4H>=FB ?4?4H>@CB4B
Los paréntesis indican el carácter más o menos opcional de los elementos que
comprenden. De este modo, N1, que aparece sin paréntesis en el centro del núcleo, es el
único elemento de aparición obligatoria y su lugar solo puede ser ocupado por un
elemento |V|. Los demás con un solo paréntesis aparecen facultativamente detrás de N1 y
los que tienen dos paréntesis dependen a su vez de la aparición previa de los que tienen
solo uno. De este modo, pues, la sílaba, que establece una escala de sonoridad, se
compone de dos partes iniciales, un ataque, facultativo, y una rima, obligatoria. Ésta
comprende un núcleo igualmente obligatorio y una coda, facultativa. Podemos ilustrar el
conjunto a partir del análisis silábico de una forma como incruento :
34
Como puede apreciarse, se trata de un modelo sumamente atractivo, de tan preciso
y elegante desde el punto de vista formal.
35
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