100% encontró este documento útil (1 voto)
148 vistas293 páginas

La Majestad de Los Pueblos en La Nueva G

Cargado por

Jhonny Quintero
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
100% encontró este documento útil (1 voto)
148 vistas293 páginas

La Majestad de Los Pueblos en La Nueva G

Cargado por

Jhonny Quintero
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 293

La majestad de los

pueblos en la Nueva
Granada y Venezuela
(1780-1832)

la majestad(1).indd 3 4/26/10 9:02:10 AM


María Teresa Calderón
Clément Thibaud

La majestad de los
pueblos en la Nueva
Granada y Venezuela
(1780-1832)

la majestad(1).indd 5 4/26/10 9:02:11 AM


© 2010, María Teresa Calderón y Clément Thibaud

© De esta edición:
2010, Universidad Externado de Colombia
Calle 12 No. 1-17 este
Teléfono (571) 3 42 02 88

© 2010, Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A.


Calle 80 No. 9-69
Teléfono (571) 6 39 60 00
Bogotá - Colombia

• Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S. A.


Av. Leandro N. Alem 720 (1001), Buenos Aires
• Santillana Ediciones Generales S. A. de C. V.
Avda. Universidad, 767, Col. del Valle,
México, D.F. C. P. 03100
• Santillana Ediciones Generales, S.L.
Torrelaguna, 60. 28043, Madrid

Rector de la Universidad Externado de Colombia: Fernando Hinestrosa


Directora del Centro de Estudios en Historia: María Teresa Calderón
Coordinadora de Proyectos Editoriales, Centro de Estudios en Historia:
Isabela Restrepo

Obra publicada con el apoyo del Ministerio de Asuntos Exteriores


de Francia —dgcid—
División del Libro y de las Mediatecas y del Servicio de Cooperación y de
Acción Cultural de la Embajada de Francia en Colombia, en el marco de
su Programa de Ayuda a la Publicación (pap)

Imagen de cubierta: ????


Diseño de cubierta: ???

ISBN: 978-958-???-???-?
Impreso en Colombia - Printed in Colombia

Todos los derechos reservados.


Esta publicación no puede ser
reproducida, ni en todo ni en parte,
ni registrada en o transmitida
por un sistema de recuperación
de información, en ninguna forma
ni por ningún medio, sea mecánico,
fotoquímico, electrónico, magnético,
electroóptico, por fotocopia,
o cualquier otro, sin el permiso previo
por escrito de la editorial.

la majestad(1).indd 6 4/26/10 9:02:11 AM


Para Álvaro, Nicolás, Juan Andrés,
Alejandro y Mariana.
Para Anne-Orange, Simón,
Esther y Gaspard.
Sin todos ellos esto no habría tenido sentido.

la majestad(1).indd 7 4/26/10 9:02:11 AM


AGRADECIMIENTOS

Las preocupaciones que animaron la reflexión que recogimos en


este libro surgieron en el curso de las conversaciones que mantu-
vimos entre los años 2002 y 2003 mientras trabajábamos como
investigadores del Instituto Francés de Estudios Andinos en Bogo-
tá. Por lo apasionantes, esas conversaciones se iban haciendo cada
vez más largas. El texto se fue esbozando de manera espontánea,
mientras compartíamos interrogantes y la mutua fascinación por
ese momento crucial de la historia, en el que el desmoronamiento
del Imperio español da paso a la emergencia de repúblicas a am-
bos lados del Atlántico, y durante largas sesiones de búsqueda en
los archivos en Bogotá, no exentas de momentos difíciles asocia-
dos a la situación que vivía entonces Colombia. Puesto que vivía-
mos en países distintos, a partir de 2004 la distancia entre París
y Bogotá planteó un auténtico desafío y por momentos pareció
comprometer la realización de este trabajo. Sin embargo, en nues-
tros encuentros esporádicos descubríamos con sorpresa una gran
coincidencia tanto en los derroteros de aproximación que cada
uno iba recorriendo en solitario como en la interpretación que
íbamos haciendo de la política en esta coyuntura de transición a la
modernidad. Esas concurrencias no nos permitieron desistir. Así,
a pesar del alejamiento, y de las obligaciones profesionales y per-
sonales que cada uno fue adquiriendo, conseguimos llegar hasta
aquí; pero lo hicimos sobre todo gracias al apoyo de un conjunto
de personas que no podemos dejar de mencionar.
François-Xavier Guerra estuvo presente en este proceso de mu-
chas maneras. Su ausencia no ha logrado desdibujarlo. Este diá-
logo, en estricto sentido, es una conversación a tres voces. Hemos
vuelto una y mil veces sobre sus tesis, en ocasiones para disentir

la majestad(1).indd 9 4/26/10 9:02:11 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

de ellas. Nos servimos de sus recomendaciones, de sus orientacio-


nes e intuiciones. No podemos dejar de recordarlo con profunda
gratitud y enorme reconocimiento por el maestro y el extraordina-
rio ser humano que tuvimos la suerte de conocer. Sus alumnos, y
quienes después de él han continuado trabajando desde una pers-
pectiva afín a la suya, han sido una fuente permanente de inter-
cambios intelectuales y sobre todo de amistad. Geneviève Verdo,
Véronique Hebrard, Federica Morelli y Georges Lomné están ahí
para atestiguarlo, pero principalmente Annick Lempérière. Su
confianza y su respaldo han sido determinantes para nosotros. En
su seminario en la Universidad de París I tuvimos la oportunidad
de presentar algunos avances de este libro. Los aportes de todos
los integrantes, y muy particularmente los suyos, nos ayudaron a
precisar las ideas que aquí se recogen. Otro tanto recibimos de
nuestros colegas del Centro de Estudios en Historia de la Universi-
dad Externado de Colombia, Isidro Vanegas, Magali Carillo, Car-
los Villamizar, Arnovy Fajardo, Gilberto Loaiza e Isabela Restrepo.
Las conversaciones permanentes con ellos, tanto en el seno de los
seminarios que anima el CEHIS como las que sostuvimos a lo lar-
go de estos años de manera informal, nos permitieron confron-
tar y afinar nuestro trabajo. Jean Vacher, el director del Instituto
Francés de Estudios Andinos entre noviembre de 1999 y diciem-
bre de 2003, fue sin duda el primer promotor de esta iniciativa.
El IFEA ha continuado apoyando nuestro trabajo hasta hoy. La
Universidad de Nantes, la Universidad de París I-Panthéon Sor-
bonne y la Universidad Externado nos han prestado también un
apoyo institucional invaluable. El doctor Fernando Hinestrosa es
un convencido de la importancia de repensar la historia política
del siglo XIX. Su extraordinaria lucidez y su apuesta incondicional
por el conocimiento permitieron que esta iniciativa se realizara
en el marco de un esfuerzo de investigación silencioso pero de
gran envergadura que él impulsa desde la rectoría del Externado.
La Embajada de Francia en Bogotá contribuyó generosamente a
la traducción de algunos de los materiales originalmente escritos
en francés. Claudia Cadena hizo un trabajo impecable de revisión
de estilo y de edición del libro. Por su parte, José María Portillo
Valdés aceptó nuestra invitación a prologar. Eso nos honra y nos
obliga. A ellos, nuestro sincero agradecimiento.

10

la majestad(1).indd 10 4/26/10 9:02:11 AM


AGR ADECIMIENTOS

Finalmente, a lo largo de estos seis años nuestras familias fue-


ron creciendo en número y edad. En nuestros encuentros ocasio-
nales en Bogotá y París, ellos asumían nuestras ausencias, o en su
defecto acogían con calidez al que llegaba. Álvaro y Anne-Orange,
pero también Nicolás, Juan Andrés, Alejandro, Mariana y Simón
asumieron estos vacíos y estas intrusiones. La llegada de Esther y
Gaspard nos obligó a terminar. La primera versión completa del li-
bro concluyó en octubre de 2007 en París. Este libro está dedicado
a todos ellos, a quienes debemos profunda gratitud.
«Nadie ha escrito nunca a dúo. Se ha podido cantar a dúo, tam-
bién componer música a dúo, y jugar al tenis; pero escribir, no».
Desafiando esta convicción de Marguerite Duras, este texto fue
concebido y escrito a dúo. Imposible precisar la autoría intelectual
de gran parte de las ideas que planteamos aquí. Sobre una intui-
ción o una idea borrosa que alguno de los dos apenas esbozaba,
con frecuencia el otro construía. La redacción de la introducción,
de los capítulos 1, 2 y las conclusiones la hicimos conjuntamente.
Los capítulos 3, 4 y 5 fueron escritos por Clément Thibaud; los
capítulos 7 y 8 por María Teresa Calderón. La revisión de todos
ellos fue un trabajo conjunto, en un juego de lectura y relectura
que con frecuencia implicó cambios profundos sobre las versiones
iniciales de los autores.

María Teresa Calderón


Clément Thibaud

11

la majestad(1).indd 11 4/26/10 9:02:11 AM


CONTENIDO

Agradecimientos ........................................................................... 9

Contenido .....................................................................................13

Introducción ................................................................................17
Tocqueville y las revoluciones hispánicas .............................. 20
La crítica de las teleologías......................................................24
La revolución como desplome y recomposición
del orden simbólico ........................................................... 27

Capítulo 1
Monarquía y majestad en los albores
de la Revolución ......................................................................... 35
¿Qué es la majestad? ............................................................... 35
La legitimidad en el Antiguo Régimen:
¿soberanías encajadas? ...................................................... 38
El fulgor de Dios sobre el orden de los hombres ................ 41
El orden de majestad en la monarquía hispana ................... 49

Capítulo 2
La reincorporación de la majestad
y de la soberanía en los pueblos..............................................57
La «Augusta Proclamación» de Fernando VII
en Santafé y Simití .............................................................. 59
La cabeza de Tiberio en el cuerpo de Júpiter ....................... 67
1810: las Juntas y el estado de necesidad ............................... 70

13

la majestad(1).indd 13 4/26/10 9:02:11 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

El choque entre majestad y soberanía ................................... 75


Sobre la disgregación de la primera independencia ............ 80

Capítulo 3
El federalismo: entre pueblos,
Estados y cuerpo de nación ...................................................... 85
El federalismo antes de la federación .................................... 86
Las juntas de 1810: de la «reversión de la soberanía»
a la revolución del derecho natural................................... 88
El problema de la unidad política.......................................... 94
Los Estados como soberanías suficientes .............................. 97
La independencia de los Estados y la nación ...................... 100
La unión y la libertad.............................................................105
Centralismo y federalismo .....................................................108
Del confederalismo al federalismo: la construcción
de un nuevo horizonte político ........................................115

Capítulo 4
Regalismo, jansenismo y revolución feliz............................119
El jansenismo en el Socorro: una majestad
«desde abajo» .....................................................................124
El pueblo como signo............................................................ 128
Transparencia y representación ............................................132
Los representantes, la ley y Dios ...........................................135
¿Concilio nacional? ................................................................137
Elogio de la intolerancia ........................................................141

Capítulo 5
Guerra y ciudadanía inmediata ............................................ 147
La ciudadanía inmediata .......................................................151
¿Quién es el ciudadano en armas? .......................................161

14

la majestad(1).indd 14 4/26/10 9:02:11 AM


CONTENIDO

Capítulo 6
La desincorporación de la soberanía ...................................169
Monarquía hispana y soberanía ............................................169
Juntas, independencias y derechos de gentes.......................175
La constitucionalización de la soberanía ............................180
El recurso de los Llanos.........................................................186
Soberanía de excepción y desincorporación
de Angostura a Cúcuta......................................................189

Capítulo 7
Un gobierno vacilante, 1826-1831 .........................................195
La República: de vuelta al estado de creación .....................195
Los justos deseos de los pueblos............................................211
«Un gobierno basilante arruina para siempre» ...................215
La vacatio definitiva ...............................................................224

Capítulo 8
1832: la regeneración incierta ............................................. 229
La revolución «en las cosas y las personas» ......................... 229
El triunfo de la libertad sobre el despotismo ...................... 235
Energía en el gobierno ......................................................... 242
La regeneración incierta....................................................... 244

A título de conclusiones ........................................................ 253

Cronología ..................................................................................257

Bibliografía ............................................................................... 283

15

la majestad(1).indd 15 4/26/10 9:02:11 AM


INTRODUCCIÓN

La América es ingobernable; los que han servido a la revolución han


arado en el mar. La única cosa que se puede hacer en América es
emigrar. Estos países caerán infaliblemente en manos de la multitud
desenfrenada para después pasar a las de tiranuelos imperceptibles,
de todos colores y razas, devorados por todos los crímenes y extin-
guidos por la ferocidad. Si fuera posible que una parte del mundo
volviera al caos primitivo, ese sería el último período de la América1.

Una representación ampliamente difundida de la experiencia po-


lítica contemporánea de Hispanoamérica insiste en el fracaso de
la democracia ante el aplazamiento de los anhelos de justicia social
y la persistencia de la violencia. Detrás de esta mirada resuena el
pesimismo bolivariano como una premonición a la que es imposi-
ble sustraerse. Esta percepción desencantada tiene consecuencias
éticas y políticas profundas e inquietantes. La convicción de su
propia imposibilidad erosiona en efecto el funcionamiento de los
sistemas democráticos y por ese camino contribuye a legitimar y a
reproducir múltiples formas de violencia en la región.
La decepción democrática no es desde luego patrimonio exclu-
sivo de las naciones hispanoamericanas, pero en ellas toma ciertas
características. Enfrentada a una visión ideal, y referida a lugares
en los que la verdadera democracia supuestamente habría encon-
trado su plena realización, Estados Unidos o Francia entre otros,
las dificultades de los países hispánicos se amplifican y sus particu-
laridades se interpretan como arcaísmos, rezagos de un tradicio-
nalismo que compromete la construcción de verdaderos Estados
de derecho.
Las ciencias sociales han reforzado esta mirada pesimista. Has-
ta la década de los años ochenta, la historia política tendió a fun-
dar sus descripciones del pasado en un gran relato, con frecuencia
implícito, del Estado-nación burocrático y moderno, genialmente
conceptualizado por Max Weber2. En contravía de su propio pro-

1
Carta de Bolívar a Juan José Flores, Barranquilla, 9 de noviembre de 1830, en Itine-
rario documental de Simón Bolívar, Caracas, Ediciones de la Presidencia, 1970, p. 352.
2
Max Weber, Economía y sociedad, México, FCE, 1964.

17

la majestad(1).indd 17 4/26/10 9:02:11 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

cedimiento, la descripción weberiana del tipo ideal de la potencia


pública fue comprendida como una conceptualización absoluta e
intemporal del Estado. Ésta fue empleada incluso para dar cuenta
de las formaciones políticas antiguas, conduciendo al anacronis-
mo, la confusión entre hechos y valores y la teleología. El empleo
acrítico y ahistórico del concepto de Estado desembocó así en una
historia normativa tanto más problemática cuanto que ella se pro-
ponía como una clave de lectura objetiva y neutral. Para el caso la-
tinoamericano, la transposición de modelos concebidos en Euro-
pa no podía desembocar sino en la constatación de un profundo
fiasco. Desde esta perspectiva no había habido, no había entonces,
ni habría jamás, ciudadanos, repúblicas, democracias, regímenes
representativos ni Estados de derecho desde el río Bravo hasta la
Tierra de Fuego3.
Desde entonces, numerosos trabajos han conseguido poner en
perspectiva histórica este relato absolutizado y ahistórico del Es-
tado, pero uno de sus elementos fundamentales se resiste al cues-
tionamiento: la soberanía. Si existe una historia del Estado, exis-
te una historia de la soberanía. La «potencia absoluta y perpetua
de una república», como la definió Bodino4, no es una entelequia
que pueda escapar del movimiento del tiempo. Es precisamente
sobre este núcleo conceptual que hemos buscado comprender las
dos transformaciones mayores que traen las revoluciones de in-
dependencia en Hispanoamérica: una nueva modalidad de insti-
tucionalización política de la sociedad y la forma republicana de
gobierno. No nos podemos contentar con afirmar que la trans-
formación de la Monarquía española en naciones resultó de una
simple transferencia de la soberanía del rey al pueblo. La hipótesis
que aquí defendemos es la siguiente: las revoluciones hispánicas
no solamente supusieron un cambio de titular de la soberanía,
en una cierta continuidad con las estructuras del Estado —como
lo postuló Tocqueville para la Revolución Francesa—, sino que
además debieron inventar una forma de edificar el sujeto de la
soberanía y una manera inédita de representarlo, esto a partir de

3
Ver Fernando Escalante Gonzalbo, Ciudadanos imaginarios. Memorial de los afanes y
desventuras de la virtud y apología del vicio triunfante en la República mexicana —Tratado
de moral pública—, México, El Colegio de México, 1992.
4
Jean Bodin, Les six livres de la république, Paris, Fayard, 1986 [1576], p. 179.

18

la majestad(1).indd 18 4/26/10 9:02:11 AM


INTRODUCCIÓN

una tradición marcada a la vez por la legitimidad religiosa y por la


noción de incorporación. Pero este cambio de titular de la sobe-
ranía oculta una ruptura quizás más profunda y fundamental que
suele pasar desapercibida. Entre la soberanía del rey, enquistada
en un orden metafísico, constitucional y jurídico que tiene como
función respetar y preservar, y la soberanía de la nación, que se
ha liberado de estos presupuestos, la potencia pública ha variado
en su naturaleza y en su forma. Los desafíos que plantea esta mu-
tación dan cuenta de algunos rasgos políticos de la región: la dis-
gregación, que sin duda amerita una reflexión capaz de poner en
tela de juicio la idea de fragmentación, pero también la dificultad
de abrirle paso a la tolerancia frente a la diversidad de lo social,
entre otros.
El difícil paso de la soberanía real —en un orden de majestad—
a la soberanía republicana no supuso una ruptura brutal desde la
perspectiva de los actores. Ninguno de ellos, ni individuos ni co-
lectivos, preconcibió el plan de semejante mutación. Inicialmente
fue formulada en hojas sueltas o periódicos, y dio lugar a muchos
equívocos. Después se socializa lentamente a través de la prensa,
la guerra y mediante procedimientos de representación popular
como las elecciones o los pronunciamientos, modelando ideas y
figuras políticas muy variadas. En el norte del subcontinente ame-
ricano, sobre los territorios del antiguo virreinato de la Nueva
Granada y la capitanía general de Venezuela que aquí estudiamos,
el período que discurre hasta 1832 se caracteriza por la soberanía
incorporada de los pueblos, con las consiguientes tensiones con la
soberanía abstracta de la nación representada en el Congreso. A
lo largo de la primera independencia, entre 1810 y 1816, el federa-
lismo busca recomponer el orden territorial desde abajo sobre la
trama de la majestad. Ésta resurge después de Ayacucho, cuando
se disuelve la unión colombiana. Las dictaduras del mismo perío-
do y sus manifestaciones paradigmáticas de finales de la década
del veinte pretenden apuntalar el orden en figuras providenciales,
huyendo de la abstracción del constitucionalismo liberal.
En definitiva, el principio de la soberanía del pueblo no nació
armado y su comprensión por parte de los contemporáneos impli-
có un entrecruzamiento con rasgos de la majestad real. La sobe-
ranía de la nación reasumió así, sin saberlo y sin quererlo, legados
del pasado de manera absolutamente inédita. Ahora bien, no esta-

19

la majestad(1).indd 19 4/26/10 9:02:11 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

mos ante una modalidad específica de emergencia de la novedad.


En todos los espacios atlánticos que experimentaron el tránsito
del antiguo al nuevo régimen éste se modela sobre el cimiento an-
terior, que además le sirve de matriz5. En el mundo hispánico, los
referentes del orden mayestático obraron así como vectores de un
cambio al que le imprimieron una impronta propia y decisiva.

TOCQUEVILLE Y LAS REVOLUCIONES HISPÁNICAS

¿Cómo dar cuenta de la rapidez y de las modalidades de disgre-


gación de la monarquía española? ¿Cómo explicar la aparición
precoz de los Estados, de los ciudadanos y de las libertades en
un espacio sometido —según el lugar común de la historiografía
liberal— a la clerocracia y al oscurantismo político y social?6 Las
abdicaciones de Bayona, en efecto, provocaron estos fenómenos,
pero también se inscriben en el contexto de cambios internos en
curso en los diferentes reinos unidos bajo la autoridad de su Ma-
jestad católica. En el dominio hispánico, la relación entre el An-
tiguo Régimen y la Revolución es sin duda más compleja y menos
transitiva que en los casos estadounidense y francés. El rechazo de
la nueva dinastía impuesta por los franceses obliga a los españoles
a inventar nuevas formas políticas capaces de conducir el comba-
te en ausencia del monarca legítimo. El principio de la reversión
de la soberanía al pueblo —es decir, en un primer momento a
las comunidades locales— permite institucionalizar la resistencia
gracias a la creación de un conjunto de juntas locales o provincia-
les. Estas últimas se apropian de las capacidades gubernamentales
necesarias para la dirección de la guerra. En la Península, este
proceso le abrió paso, en forma imprevisible, a la revolución libe-
ral de Cádiz y al derrumbe del absolutismo. En América, a partir
de esta dinámica inaugurada por el «retorno» de la soberanía al
«pueblo», van a emerger y a reformularse viejas tensiones: luchas

5
Sobre el tema de la emergencia de la novedad a partir de un basamento antiguo,
ver las sugestivas ideas de Marcel Gauchet, L’avènement de la démocratie I. La révolution
moderne, Paris, Gallimard, 2007, pp. 73 y ss.
6
Ver al respecto las observaciones de José María Portillo Valdés, Revolución de na-
ción: orígenes de la cultura constitucional en España 1780-1812, Madrid, Centro de Estu-
dios Constitucionales, 2001.

20

la majestad(1).indd 20 4/26/10 9:02:11 AM


INTRODUCCIÓN

entre pueblos, divisiones sociales, «raciales» o «étnicas», enfrenta-


mientos de ideas y problemas económicos7.
En este punto conviene evocar el pensamiento de Alexis de To-
cqueville8. El autor de La democracia en América inspiró, en forma
explícita o implícita, muchos de los trabajos sobre historia colonial
o sobre las primeras décadas republicanas. Esta influencia no está
vinculada a los puntos de vista algo paternalistas y no exentos de
equívocos del pensador liberal sobre las naciones hispanoamerica-
nas, presentados como el dramático reverso del caso virtuoso de la
verdadera América, la del Norte9. Retomando la expresión de Ger-
mán Colmenares a propósito de la obra de José Manuel Restrepo,
se podría decir que, cuando se trata de pensar las relaciones entre

7
Alfonso Zawadsky Colmenares, Las ciudades confederadas del Valle del Cauca en 1811,
Cali, Centro de Estudios Históricos y Sociales, 1996. Las seis ciudades confederadas
del Valle del Cauca, unidas contra su capital, Popayán, reúne ciudades modestas
como Cartago, Caloto, Buga y Anserma. En el caso de la Costa Atlántica, ver la re-
presentación de las ciudades secundarias en la jurisdicción de Santa Marta contra
su capital, y dirigida a la rival Cartagena: «Oficio de los pueblos de la Provincia de
Santa Marta a la Junta de Cartagena», Sitionuevo, 30.VI.1811, en Manuel Ezequiel
Corrales, Documentos para la historia de la provincia de Cartagena de Indias, hoy estado so-
berano de Bolívar en la Unión colombiana, Bogotá, Imprenta de Medardo Rivas, 1883,
I, pp. 259-272. Los ejemplos se pueden multiplicar. La obra de Indalecio Liévano
Aguirre, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, Bogotá, Interme-
dio, 1966, asume que la revolución fue traicionada por las élites federalistas, que
representaban los egoístas intereses oligárquicos y regionales. Fernando Guillén
Martínez insiste fehacientemente en la continuidad entre Colonia y República en
El poder político en Colombia, Bogotá, Punta de Lanza, 1979. En el caso de Venezuela,
el trabajo de Miquel Izard plantea, mutatis mutandis, la misma continuidad en El
miedo a la revolución, la lucha por la libertad en Venezuela (1777-1830), Madrid, Editorial
Tecnos, 1979. En cambio, las obras recientes insisten en la fuerte recomposición de
estos conflictos durante la revolución: Steiner A. Sæther, Identidades e independencia
en Santa Marta y Riohacha, 1750-1850, Bogotá, ICANH, 2005, y Guillermo Sosa, Re-
presentación e independencia, 1810-1816, Bogotá, ICANH, 2006. El conocimiento de las
dinámicas regionales a finales del Antiguo Régimen ha progresado mucho desde
el trabajo pionero de Margarita Garrido, Reclamos y representaciones, variaciones sobre
la política en el Nuevo Reino de Granada, 1770-1815, Bogotá, Colección Bibliográfica,
Banco de la República, 1993. Ver Marta Herrera, Ordenar para controlar. Ordenamien-
to espacial y control político en las llanuras del Caribe y en los Andes centrales. Siglo XVIII,
Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2002, y Renée Soulodre-
La France, Región e imperio. EL Tolima Grande y las reformas borbónicas en el siglo XVIII,
Bogotá, ICANH, 2004.
8
Ejemplos sobre el caso del dominio hispánico se encuentran en Marie-Danielle
Demélas, L’invention politique. Bolivie, Equateur, Pérou au XIXe siècle, Paris, ERC, 1992, y
Carlos Forment, Democracy in Latin America, 1760, Chicago, The University of Chi-
cago Press, 2003.
9
Alexis de Tocqueville, La democracia en América, México, Fondo de Cultura Econó-
mica, 1957 (sobre todo a propósito de México). Ver Marie-Danielle Demélas, op. cit.,
pp. 1-3 (versión en español: Lima, IFEA-IEP, 2003).

21

la majestad(1).indd 21 4/26/10 9:02:11 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

el Antiguo Régimen y la Revolución, Tocqueville representa una


suerte de «prisión historiográfica»10. Según el aristócrata norman-
do, la Revolución Francesa se inscribe en una continuidad con
el absolutismo centralista de los Borbones. Numerosos estudios
sobre la administración colonial, inspirados por la sociología we-
beriana o el paradigma funcionalista de la modernización11, reco-
gen de manera implícita esta tesis. Éstos presentan las reformas
borbónicas como un proceso de racionalización del gobierno, de
centralización administrativa y de afirmación de la potencia rega-
lista del monarca sobre los cuerpos intermediarios. Estos trabajos
han servido para alumbrar los orígenes de las revoluciones his-
pánicas. Al igual que el reino de Luis XIV, su modelo francés, las
cohortes de una burocracia por fin eficaz habrían trabajado obsti-
nadamente para transformar los reinos americanos en «colonias»
o «factorías»12. Este paradigma absolutista del siglo XVII francés ha
sido cuestionado desde hace ya más de dos décadas. Ahora bien,
si el modelo modernizador no fue ni tan estatista, ni tan moderno
ni tan centralizador como lo entendieron Charles Tilly y muchos
otros, hay que sacar iguales conclusiones para los demás campos
historiográficos donde ha servido de modelo13.

10
Germán Colmenares, «La historia de la Revolución por José Manuel Restrepo,
una prisión historiográfica», en La Independencia: ensayos de historia social, Bogotá,
Instituto Colombiano de Historia, 1986, pp. 9-23.
11
Los estudios monográficos sobre las intendencias en América tendieron a adoptar
este esquema interpretativo. Por ejemplo, el trabajo clásico de John Lynch sobre el
Río de la Plata (Spanish Colonial Administration 1782-1810: The Intendant System in the
Viceroyalty of the Rio de la Plata, New York, Greenwood Press, 1958) o la obra de Mark
Burkholder y David Chandler (From Impotence to Authority. The Spanish Crown and the
American Audiencias 1687-1808, Columbia, University of Missouri Press, 1977).
12
«El Rey nuestro señor don Fernando VII, y en su real nombre la Junta Suprema
Central Gubernativa del reino, considerando que los vastos y preciosos dominios
que España posee en las Indias, no son propiamente colonias o factorías como las
de otras naciones, sino una parte esencial e integrante de la monarquía española
[…]», Bando, Junta Central, Sevilla, 22 de enero, 1809.
13
Un balance historiográfico reciente se puede ver en William Beik, «The Abso-
lutism of Louis XIV as Social Collaboration», Past & Present No. 188, 2005, pp.
195-224. Una crítica convincente de la «revolución militar» del siglo XVII francés
y de la ecuación guerra = régimen tributario = Estado moderno, tal como la for-
mularon Charles Tilly y otros, se encuentra en David Parrott, Richelieu’s Army: War,
Government and Society in France, 1624-1642, New York, Cambridge University Press,
2001. Finalmente, para una discusión más global y matizada de esta problemática,
ver Fanny Consandey y Robert Descimon, L’absolutisme en France. Histoire et historio-
graphie, Paris, Le Seuil, 2002.

22

la majestad(1).indd 22 4/26/10 9:02:12 AM


INTRODUCCIÓN

A imagen de la Revolución Francesa, las independencias hispá-


nicas serían desde esta perspectiva la consecuencia y la continua-
ción de esta soberanía administrativa instaurada por los monarcas
borbónicos a partir de los Decretos de Nueva Planta (1707). Una
vez ratificada esta premisa, los caminos entre Francia y el mundo
hispánico divergirían. En el último caso, el perfeccionamiento de
una soberanía absoluta y de un Estado racional por parte de la
República fracasaría y provocaría inestabilidad y fragmentación.
Parece pertinente preguntarse si ese fracaso no es más bien el de
los historiadores, víctimas de un marco interpretativo forjado para
explicar la Revolución y el nacimiento del Estado moderno en
Francia14. El uso de esta conceptualización, implícitamente axio-
lógica, lleva a establecer una relación desencantada de lo que las
revoluciones criollas habrían debido ser y no fueron. No se trata
de negar el genio de Tocqueville, ni de subestimar el alcance de su
obra o el de los otros pensadores liberales del siglo XIX; se trata de
cuestionar y de poner en juego ciertos paradigmas interpretativos
que a nuestro juicio enturbian la comprensión de las revoluciones
en América hispánica. Al hacer esto es posible mostrar, por ejem-
plo, que la primera independencia (1810-1816), en el caso de la
Nueva Granada, no culmina en un proceso de racionalización y
destrucción de los cuerpos intermediarios, sino que, al contrario,
se inscribe en una dinámica de regeneración corporativa que qui-
zás había empezado a prosperar con las reformas borbónicas15.

14
Ver Pablo Fernández Albaladejo, Fragmentos de monarquía, trabajos de historia políti-
ca, Madrid, Alianza Universidad, 1992. Sobre todo el siguiente pasaje que de buen
grado nos apropiamos: «El Estado moderno fue una brillante construcción histo-
riográfica forjada por las necesidades de legitimación de una burguesía europea
no siempre revolucionaria y casi siempre nacionalista. Quienes participaron en ese
diseño interpretaron el orden político antirrevolucionario desde una muy particu-
lar postura, pero ello no afecta en nada al reconocimiento que su aportación me-
rece, algunos de cuyos componentes por otra parte denunciaron ya por entonces
los peligros del presentismo metodológico. Lo que sorprende es que, a pesar de la
ventaja que siempre otorga el tiempo transcurrido, haya todavía hoy [1992] quienes
se empeñen en continuar considerando poco menos que intocables los supuestos
de esa interpretación». Ver, también, «El estado real», pp. 86-100, y el capítulo sobre
la monarquía de los Borbones, pp. 353-454.
15
Antonio Annino y Federica Morelli anotan justamente que el poder de los muni-
cipios no es tanto un legado del Antiguo Régimen como una novedad de la revolu-
ción, derivada de la reversión de la soberanía y de la aplicación de la Constitución
de Cádiz en la mayor parte de los reinos americanos con la creación de un munici-
pio en toda población que pase de 1.000 habitantes. Antonio Annino, «Soberanías
en lucha», en Antonio Annino, Luis Castro Leiva y François-Xavier Guerra (dir.), De

23

la majestad(1).indd 23 4/26/10 9:02:12 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

De hecho, las revoluciones hispánicas ofrecen un punto de vista


excepcional para una historia regresiva y a la vez progresiva de la
política: prolepsis, según la expresión de Quentin Skinner, porque
es tentador comprender los hechos revolucionarios como la ma-
triz de la historia nacional. Historia regresiva, en la medida en
que la disgregación del Imperio español parece revelar el secreto
de su estructura: la crisis de la monarquía se vislumbra como el
momento de la verdad. Esta historia, en la que las palabras y las
cosas cambian de sentido con una profundidad y una rapidez ex-
traordinarias, crea no sólo las categorías del futuro republicano,
sino que también constituye —dimensión que ha sido descuida-
da— un buen observatorio del pasado imperial. En el marco de
las transformaciones que viven, los actores buscan explicitar los
principios sobre los cuales se basa el ordenamiento político que
está desapareciendo ante sus ojos. Esta mirada cruzada sobre el
pasado y el futuro, que a la vez recapitula y prefigura, demanda un
ejercicio de semántica histórica.

L A CRÍTICA DE LAS TELEOLOGÍAS

Las lecturas tradicionales de los primeros momentos del proce-


so independentista en América hispánica consideran la evolución
hacia la emancipación y el régimen republicano como un tema in-
discutible, casi inscrito en la naturaleza de las cosas desde la Con-
quista. Sin embargo, la aparición de los Estados-nación en el espa-
cio hispánico —incluso en España— es una de las consecuencias
de la caída de la monarquía, y no a la inversa, como lo demostró

los imperios a las naciones: Iberoamérica, Zaragoza, IberCaja, 1994, pp. 229-250, e Id.,
«Cádiz y la revolución de los pueblos mexicanos 1812-1821» en Id. (dir.), Historia de
las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 1996,
pp. 178-179; Federica Morelli, Territorio o nazione. Riforma e dissoluzione dello spazio
imperiale in Ecuador, 1765-1830, Soveria Manelli, Rubbetino Editore, 2001, caps. 1
y 2. Ver también, José Carlos Chiaramonte, «Modificaciones del Pacto Imperial»,
en Antonio Annino, Luis Castro Leiva y François-Xavier Guerra (dir.), De los im-
perios…, op. cit., pp. 107-128, sobre todo p. 117: «Paradójicamente, el régimen de
intendencias, que en cuanto instrumento de la política centralizadora borbónica se
presumía como un factor adverso al autogobierno, se constituyó en un estímulo del
mismo, tanto en la primera faz de general colaboración entre ambas partes como
posteriormente al ejercitar sus renovadas fuerzas en confrontaciones con autorida-
des coloniales».

24

la majestad(1).indd 24 4/26/10 9:02:12 AM


INTRODUCCIÓN

François-Xavier Guerra en su clásico Modernidad e independencias16 .


Esta crisis, en efecto, no está ligada originalmente a cambios de
larga duración provocados por la política absolutista de los últi-
mos Borbones o a un cambio social de las élites o de otros gru-
pos sociales o raciales. La invasión napoleónica de la Península
en 1808 y el cambio correlativo de dinastía es lo que precipita el
proceso de disgregación imperial de la que surgen las autonomías
americanas que conducen a las independencias. En esta historia,
los dos pilares de la monarquía hispánica, la Península y las Indias,
se transforman simultáneamente, al tiempo que reformulan en
forma compleja sus vínculos mutuos antes de separarse definitiva-
mente. Mientras los principios de la política moderna encuentran
expresión en los territorios lealistas bajo la Constitución de Cádiz,
en las provincias patriotas éstos se abren paso entre 1808 y 1814 en
diferentes constituciones o reglamentos provisionales.
Las consecuencias historiográficas de esta concepción más ge-
nealógica17 que teleológica de las independencias son cruciales.
En esta perspectiva, la búsqueda de los orígenes —intelectuales,
culturales, sociales, económicos o religiosos— del proceso liberal
e independentista está relativizada a favor de una concepción más
dinámica del advenimiento revolucionario. Éste se piensa como
un hecho o un agenciamiento, en el sentido fuerte del término.
Las revoluciones reinventan sus fuentes. En ningún caso se redu-
cen a la actualización de tendencias de larga duración: cambios
socioeconómicos, aparición de una conciencia nacional, transfor-
mación absolutista del Imperio español o cualquier otra. Los ac-
tores históricos no tienen recuerdos del futuro. Este enfoque es el
único que resulta de las explicaciones finalistas que consideran el
Antiguo Régimen como la antecámara de las revoluciones moder-
nas18. En su última obra, Elías Palti insiste en ese punto cuando

16
François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, Madrid, MAPFRE, 1992.
17
Paul Veyne, «Foucault révolutionne l’histoire», Comment on écrit l’histoire, Paris,
Le Seuil, 1979, pp. 383-429, y Jan Goldstein, Foucault and the Writing of History, Cam-
bridge, Blackwell, 1994. Ver, para una aplicación historiográfica, Sumit Sarkar,
«Une ou plusieurs histoires? Formations identitaires au Bengale à la fin de l’époque
coloniale», Annales HSS No. 60-2, 2005, pp. 293-328, sobre todo p. 295: «Mientras
que los elementos de una genealogía son enlazados en la forma de un relato, este
relato no es definitivamente teleológico: los hechos son erupciones, las consecuen-
cias son locales y radicalmente contingentes».
18
Ver François Furet, Penser la Révolution française, Paris, Gallimard, 1978.

25

la majestad(1).indd 25 4/26/10 9:02:12 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

distingue dos tipos de teleología: una ética, otra histórica19. La pri-


mera atribuye la comprensión de las emancipaciones a un modelo
supuestamente puro del paso del Antiguo Régimen a la moderni-
dad (occidental). Las revoluciones de Estados Unidos y de Francia,
o el paradigma liberal clásico, forman una especie de ideal regu-
lador kantiano o un horizonte conceptual hacia el cual debería
tender el curso de las emancipaciones hispánicas. Esta concepción
se basa en dos errores que apuntan a un lugar común histórico: la
primera equivocación consiste en creer en la existencia de un mo-
delo occidental de modernidad individualista, contractual, liberal
y secular que en el curso de las «revoluciones atlánticas» rompe-
ría del todo con el Antiguo Régimen comunitario, orgánico, au-
toritario y religioso. El segundo error es el que considera que el
curso de la historia persigue la realización de entelequias como
la modernidad. Este equívoco le abre paso a la segunda teleolo-
gía —la historicista—, que propone una filosofía de la historia de
factura idealista. Ésta apuntala tanto el modelo occidental que se
constituye en una suerte de finalidad necesaria de la historia uni-
versal como la idea de desviaciones, extravíos de la vía normal. En
estas condiciones, la historia de América hispana consiste muy a
menudo en un fracaso, teniendo por resultado una historiografía
lacrimosa. Como en la caverna de Platón, los hispanoamericanos
deben contentarse con sombras mientras en el cielo de las Ideas,
más allá del río Bravo o del Atlántico, los verdaderos ciudadanos
saborean en paz el fortificante banquete de una modernidad ple-
namente realizada.
Ahora bien, el rechazo de la teleología relativiza la cuestión de
las causas o de los orígenes de las revoluciones hispánicas, pero
en ningún caso autoriza a eliminar toda relación entre el hecho
y su contexto de emergencia. Los trabajos de la escuela de Cam-
bridge o la obra de Reinhart Koselleck han venido inspirando en
esta perspectiva una fuerte corriente historiográfica, tanto en Es-
paña como en América Latina. Ella ha estimulado el análisis de
los diferentes registros del discurso durante la época de transición
(1750-1850) desde un punto de vista diferente de la historia tra-
dicional de las ideas. Lejos de tratar de identificar las influencias

19
Elías Palti, El Tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado, Buenos Aires, Siglo XXI
Editores, 2007, pp. 21-56.

26

la majestad(1).indd 26 4/26/10 9:02:12 AM


INTRODUCCIÓN

que marcaron la escritura de algunas obras «clásicas», se trata de


destacar los cambios semánticos de algunas nociones clave que
organizan estos lenguajes políticos. Las variaciones en la dispo-
sición del sentido trastornan los horizontes de expectativa de los
actores. Esta escuela permite comprender mejor la forma como
un hecho se «construye construyéndose», y produce la novedad a
partir de un corpus aparentemente cerrado de significados. Con es-
tas premisas es posible plantear que la relación entre la Ilustración
y las revoluciones no fue inmediata. Imposible trazar un vínculo
transitivo entre las ideas del siglo XVIII y las transformaciones po-
líticas posteriores. Asimismo, la crítica del finalismo, inherente en
la historia de las ideas en su forma tradicional, permite mostrar
que la interpretación que hacen los actores de los hechos mezcla,
sin ninguna preocupación por la coherencia, diferentes tradicio-
nes intelectuales: el neoescolasticismo, el regalismo borbónico, el
jansenismo, el republicanismo neoclásico, la Ilustración y el libe-
ralismo, entre otros.
Así, el análisis de los lenguajes políticos se ha vuelto doble. En
primer lugar, se trata de comprender la forma como los actores
históricos construyen sus prácticas inscribiéndolas en las forma-
ciones lingüísticas que dan sentido —y finalidad— a los hechos
que viven. Pero además es posible dar cuenta de la forma como es-
tos mismos actores legitiman —o rechazan— los cambios en cur-
so. Estos dos niveles —prácticas y discursos— forman un circuito
abierto en el que se inscribe la dinámica del devenir histórico.

L A REVOLUCIÓN COMO DESPLOME Y RECOMPOSICIÓN


DEL ORDEN SIMBÓLICO

¿Pero está abierto el circuito hermenéutico? Los enfoques textua-


listas pintan maravillosamente los cambios del imaginario político
durante la revolución, la mezcla creadora de los legados intelec-
tuales, la complejidad de las composiciones de ideas y de valores,
pero es necesario preguntarse si esa descripción aclara el problema
fundamental del cambio histórico. La forma como el imaginario
y los conceptos políticos de los actores cambian en el curso de las
Independencias se empieza a conocer, pero, ¿se ha explicado por
qué se produce esta mutación? En este punto, que reviste enorme

27

la majestad(1).indd 27 4/26/10 9:02:12 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

interés, se impone la pregunta: ¿por qué cambian las cosas? Una


de las soluciones que ofrecen los enfoques del linguistic turn con-
siste en relacionar el cambio histórico con el desplome de los siste-
mas lingüísticos. La mutación se produce cuando una situación de
crisis revela las fallas y los «puntos ciegos»20 de un arreglo discursi-
vo que garantizaba el orden simbólico hasta entonces vigente. En-
tonces se revela la incoherencia constitutiva de un sistema dado de
legitimación, provocando su desaparición y su reemplazo por otro
sistema (cuya incoherencia permanece, por el momento, oculta).
El enfoque que aquí adoptamos retoma lo esencial de las con-
tribuciones de estos trabajos fundamentales. Sin embargo, se aleja
de ellos en un sentido que tiene que ver con las relaciones entre el
discurso y la legitimidad. La teoría del desplome de los lenguajes
políticos por la emergencia de sus «puntos ciegos» peca, a nues-
tro modo de ver, de intelectualismo. La legitimidad no es sólo un
asunto de legitimación. Varios estudios de las décadas del ochenta
y del noventa, que dieron cuenta de las justificaciones simbólicas
de un orden político o social a través del estudio de los escritos,
las fiestas, las ceremonias, los emblemas o los símbolos, se inscri-
bieron en esta perspectiva. Sin embargo, ¿no es otro el problema
central? Es necesario preguntarse por aquello que garantiza la
eficacia de un montaje de legitimidad. ¿Qué es lo que le da a un
conjunto simbólico su efectividad? ¿Qué hace que un discurso, un
juramento, una ceremonia o una ley sean tenidos por justos y ver-
daderos y produzcan efectos de obligación política? No nos parece
que el cálculo instrumental, el interés, la persuasión o la fuerza
resuelvan esta cuestión, sobre todo en un período de revolución,
cuando es preciso sustituir un orden que se desploma.
Hay que llevar el problema, entonces, al terreno de la efectivi-
dad simbólica. En el curso de las revoluciones de independencia,
los actores —individuales y colectivos— buscan reconstruir una
disposición simbólica —y práctica— capaz de sustituir los antiguos
montajes de la legitimidad monárquica. Esto es cierto tanto para
los patriotas como para los realistas, para los centralistas como
para los federalistas. A nuestro entender, la lucha política por re-
fundar el orden sobre bases nuevas se apoya paradójicamente en

20
Ibid., pp. 55 y ss.

28

la majestad(1).indd 28 4/26/10 9:02:13 AM


INTRODUCCIÓN

un consenso general cuyo sentido hemos buscado aclarar. La legi-


timidad en cuanto eficacia simbólica resulta del vínculo entre un
fundamento indiscutible, una evidencia dogmática y una institu-
ción, una convención humana. Se refiere a la metáfora que blinda
la relación entre una verdad indiscutible erigida en absoluto y las
prácticas humanas, contingentes y variables. En estas condiciones,
la dinámica del cambio revolucionario bebe de dos fuentes. En
primer lugar, de un cambio clave en el fundamento del orden. La
antigua estructura de legitimación remitía el orden humano a la
unidad absoluta de Dios, y a través de sus imágenes mediadoras:
la Iglesia, la Corona y el rey, reflejos todos del cuerpo de Cristo.
La religión y el derecho proporcionaban los lenguajes y los proce-
dimientos de institucionalización de este nudo teológico-político.
En un cambio profundo e inusitado, este montaje cede su lugar a
otro. Como imagen de la base indiscutible del orden sublunar, el
pueblo va a sustituir al monarca. En otras palabras, va a ocupar
el lugar del soberano. Al igual que aquél, se reclama super omnia
—por encima de todos, según una de las etimologías de la palabra
«soberanía»—, en la medida en que asegura una mediación entre
los hombres y la base inamovible de la sociedad. Pero este nuevo
basamento adolece de cierta indeterminación: al velarse Dios, la
naturaleza, los derechos del hombre y la historia se disputan como
nuevo fundamento del orden político y social.
Con la transformación revolucionaria, surge entonces una tri-
ple incertidumbre. Un interrogante sobre las fuentes últimas del
orden, un cuestionamiento sobre la definición del soberano y una
inquietud por los procedimientos que aseguren el vínculo entre
las instituciones y los principios de su legitimidad. La primera
independencia neogranadina se caracterizó por un constitucio-
nalismo muy sorprendente. Entre 1811 y 1815 se proclamaron 17
constituciones en las provincias del antiguo virreinato de la Nueva
Granada21. En algunas de ellas —el caso de Cundinamarca— se
alcanzaron a dictar dos entre 1811 y 1812. Ahora bien, si es cierto
que estas constituciones de la primera independencia neograna-

21
Según Rodrigo Llano Isaza, Centralismo y federalismo, Bogotá, Banco de la Re-
pública, 1999, p. 35. Tomamos el dato de este autor, que contabiliza las reformas
constitucionales y las leyes y tratados con carácter constitucional (como el Acta de
Federación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada).

29

la majestad(1).indd 29 4/26/10 9:02:13 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

dina construyen deliberadamente un sujeto artificial de la sobera-


nía, no suprimen toda referencia a ciertas verdades inmutables. La
autoinstitución de la sociedad mediante la representación políti-
ca, asumida y consciente de sí misma, no está, en nuestro parecer, en
el orden del día. A pesar de esto, la política revolucionaria se im-
pone como consecuencia de la erosión del orden simbólico que se
refiere a la trascendencia. El origen, los fines y los modos de repre-
sentación del poder puestos en discusión, sometidos al juicio de la
opinión, hacen que el orden simbólico vacile. La correspondencia
entre las fuentes, las finalidades y la forma de la autoridad política
que existía en el Antiguo Régimen no encuentra una forma de
recomposición en la República. Con el tiempo, esto conducirá a
la separación de estas tres instancias en el Estado liberal clásico22,
pero el desenlace no debe tergiversar nuestra lectura del proceso
revolucionario. Aunque para nosotros la idea de una construcción
de la sociedad mediante el contrato político no plantea dificulta-
des, no sucedía lo mismo con los hombres de principios del siglo
XIX, fueran realistas o patriotas. Para ellos no hay «construcción
de la legitimidad» en sentido estricto, pues equivaldría a aceptar
el aspecto convencional —es decir, precario— de cualquier or-
den. A pesar de la profusión de escritos sobre el pactum societatis
y el pactum subiectionis, independientemente de la vitalidad de las
elecciones y de la intensidad de los debates políticos, nos parece
que ningún régimen puede parecer legítimo a ojos de los contem-
poráneos si se presenta a sí mismo como autorreferido.
La dinámica revolucionaria se basa entonces en una reconfi-
guración interna del orden simbólico. Ésta no sólo se refiere al
contenido explícito de los enunciados políticos o religiosos, sino
que modifica el montaje de la legitimidad: produce la creencia
en una relación regenerada con la base indisponible de las socie-
dades humanas. Pero no nos debemos quedar en esto. Una de la
convicciones —ingenuas— que alimentan este trabajo es que exis-

22
Marcel Gauchet, en su análisis de la obra de Benjamin Constant (La condition
politique, Paris, Gallimard, 2005, plantea que el origen del poder en el Antiguo
Régimen es divino, su ejercicio reposa en el monarca y su finalidad es la salvación
colectiva. Este montaje, cuya coherencia simbólica está asegurada por la religión
católica, se descompone con la República. El liberalismo refiere el origen del poder
al pueblo, renunciando a una finalidad trascendente, al tiempo que lo divide bus-
cando un equilibro que asegure la libertad.

30

la majestad(1).indd 30 4/26/10 9:02:13 AM


INTRODUCCIÓN

te un afuera amenazante para el discurso, para la actividad de sim-


bolización. El desplome de una legitimidad no procede solamente
de una crisis de las modalidades de la creencia o de los paradig-
mas lingüísticos que aseguran la estabilidad semántica del mundo
«tradicional». El carácter práctico de un arreglo simbólico puede
ser neutralizado por elementos de una naturaleza diferente a la
suya. Es la intrusión de aquello que a falta de algo mejor podría-
mos llamar lo real, y su capacidad de desbordar la simbolización
de los actores para confrontarlos con lo inesperado. En las revolu-
ciones, este papel lo desempeña la guerra. Su violencia enfrenta a
los actores al fracaso de sus construcciones desatando dinámicas
de recomposición simbólica que tienden a enmarcarse en una es-
tructura binaria entre amigos y enemigos. En Nueva Granada y
Venezuela esta dinámica se vislumbra desde 1809, cuando se inau-
gura el debate sobre la representación de los americanos en la Jun-
ta Central. Desde el Memorial de agravios de Camilo Torres hasta
los primeros combates entre ciudades y villas que caracterizaron
el año de 1811, la delineación entre amigos y enemigos tiene un
carácter borroso. Pero con las batallas acendradas de 1812 sobre
la antigua capitanía general de Venezuela y en las costas del Ca-
ribe neogranadinas, la violencia irrumpe con toda su fuerza. La
guerra a muerte declarada por Bolívar en 1813 exacerba este pro-
ceso y le da al conflicto un carácter encarnizado. Después de su
regularización, y de la aplicación del derecho de gentes en 1820,
la violencia se limita a un duelo entre ejércitos que no toca menos
decididamente a la población civil. A partir de 1822-23, el teatro
de operaciones se desplaza hacia el sur, fuera de las fronteras de
Colombia, sin que por ello su lógica deje de impactar.
Esta manera de plantear la cuestión de las mutaciones simbóli-
cas en el curso de la revolución permite relativizar el gran relato
liberal, fundador de la comprensión nacionalista de las indepen-
dencias. Según ese relato, estas independencias fueron la conquis-
ta natural de la emancipación de las libertades y de la tolerancia.
Esta mirada contribuyó a apuntalar la visión crítica que se apoyaba
en la decepción resultante de las promesas incumplidas. Quizás
ha llegado el momento de complicar este esquema. Las revolucio-
nes no se pueden reducir al liberalismo. Esto no las despoja de su
carácter radical e innovador. Sus conquistas se apoyaron en otras
referencias. Incluso a veces manifiestan, para gran sorpresa nues-

31

la majestad(1).indd 31 4/26/10 9:02:13 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

tra, hábitos de pensamiento o prácticas sociales opuestas al libe-


ralismo clásico. En este punto hay que retomar la recomendación
de Elías Palti, y deshacer nuestros hábitos analíticos derivados del
paradigma de la revolución individualista de corte protestante. La
ilusión teleológica lleva a creer que todas las ideas y las prácticas
que designamos con el término de modernidad política tuvieron
un desarrollo lineal23. No desconocemos aquí la novedad radical
que acompaña este proceso revolucionario en Nueva Granada y
Venezuela. Queremos insistir en que ella retoma y actualiza de
manera inédita tradiciones intelectuales. La dimensión liberal
de estas revoluciones no se afirma contra el organicismo; por el
contrario, con frecuencia se sirve de él. Ahora bien, este recono-
cimiento no supone volver a las dicotomías que organizan la con-
cepción heroica de la historia democrática24: no implica plantear
la existencia de un antes de tinieblas y un después de progreso.
Los aspectos organicistas, comunitarios o corporativos de estas
revoluciones no fueron menos centrales en la construcción de las
repúblicas independientes que los elementos propiamente libera-
les. Si bien es cierto que los primeros dificultaron el desarrollo
de la revolución de los derechos y les cerraron el camino a ciertas
posibilidades emancipadoras, también lo es que facilitaron otras
conquistas —con profundas consecuencias—. De hecho, para los
protagonistas no hay conciencia de estos cortes conceptuales entre
el liberalismo y el organicismo, entre el individuo y la comunidad.
En su experiencia, estos registros se entrecruzan, al margen de las
líneas de polarización que se irán perfilando después. Ésta es la
otra razón fundamental de las independencias que quisiéramos
explorar, y el deseo no obedece a una simple pasión anticuaria:
este otro relato de la revolución permite restituir la historia de
ciertas características del liberalismo colombiano, sin reducirlas a
anomalías o a desviaciones irracionales.
A riesgo de ser reiterativos, quisiéramos insistir en que al cen-
trar la atención en estos entrecruzamientos no estamos afirmando
que estas revoluciones no hayan sido modernas, tampoco que se
sinteticen en una secularización precaria y dudosa de un pensa-

23
Hans Blumemberg, Die Legitimität der Neuzeit, Frankfurt, Surkhamp, 1966.
24
Elías Palti, El tiempo de la política…, op. cit., cap. 2.

32

la majestad(1).indd 32 4/26/10 9:02:13 AM


INTRODUCCIÓN

miento fundamentalmente religioso, ni que los actores siguieran


siendo prisioneros de una mentalidad tradicional marcada por los
conocimientos de la Iglesia católica25. No subestimamos, tampo-
co, la influencia decisiva de la Ilustración. Buscamos comprender
cómo y por qué sus proposiciones se enlazan con los conceptos más
antiguos para sostener las mutaciones simbólicas del orden socio-
político sin producir rechazo. Las controversias de la revolución
producen una pluralidad de relatos; éstos, a su vez, son interpre-
taciones de los acontecimientos. Si bien es cierto que no todos se
relacionan con el paradigma de la Ilustración o del liberalismo, no
implica que dejen de alentar la dinámica revolucionaria. Tampoco
son construcciones totalitarias del poder, a pesar de su monismo
y de su voluntarismo. Los relatos del derecho civil o canónico, las
narraciones iusnaturalistas de corte religioso o republicanas de la
transformación política nos alejan de la modernidad en cuanto
concepto teleológicamente formado sobre una base liberal, pero
no por ello son menos esenciales para la representación que hacen
los actores de los profundos cambios en curso en esos años.
Finalmente, hemos buscado comprender cómo el edificio anti-
guo de la legitimidad monárquica da paso a nuevas modalidades
de producción del orden. En el corazón de esta mutación se en-
cuentra la transformación de los cimientos simbólicos del Estado.
El cambio de fundamento simbólico del poder da cuenta de la mu-
tación de los lenguajes y de los valores, así como de la aparición de
nuevas prácticas políticas. Para ilustrar esto es necesario precisar,
por una parte, los elementos fundamentales del orden monárqui-
co español que la noción de majestad abarca; por otra se impone
aclarar —y esto plantea un enorme desafío— la manera como los
contemporáneos comprendieron este orden mayestático, señalan-
do los caminos que recorrieron para suplantarlo y más tarde para
sustraerse a él. Éste fue el propósito de este libro. No pretendemos
haber agotado la reflexión, pero sí nos anima la ilusión de estar
planteando nuevos interrogantes y esbozando algunas ideas que
contribuyan a la comprensión de la dimensión de la crisis que en-

25
Nuestra posición ha evolucionado en relación con ciertas formulaciones de Ma-
ría Teresa Calderón y Clément Thibaud, «De la majestad a la soberanía en la Nueva
Granada en tiempos de la Patria Boba», en M. T. Calderón y C. Thibaud (dirs.), Las
revoluciones en el mundo atlántico, Bogotá, Taurus, CEHIS, Fundación Carolina, 2006,
pp. 365-401.

33

la majestad(1).indd 33 4/26/10 9:02:13 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

frentaron los contemporáneos y de la naturaleza de las soluciones


que legaron.
En el primer capítulo proponemos una analítica de la noción
de majestad y rastreamos sus manifestaciones en la Monarquía
hispánica en los albores del siglo XIX. En los capítulos siguientes
exploramos algunos de los conceptos y de las formas políticas que
emergen entre 1808 y 1832 en los actuales territorios de Colom-
bia y Venezuela: la soberanía incorporada de los pueblos (capítulo
segundo), el federalismo (capítulo tercero), el regalismo y el con-
ciliarismo eclesiástico (capítulo cuarto), la ciudadanía inmediata
y la soberanía abstracta (capítulos quinto y sexto), los pronuncia-
mientos de los pueblos y las dictaduras (capítulo séptimo), y, final-
mente, la constitución y la ley (capítulo octavo).

34

la majestad(1).indd 34 4/26/10 9:02:13 AM


CAPÍTULO 1
MONARQUÍA Y MAJESTAD
EN LOS ALBORES DE LA R EVOLUCIÓN

¿QUÉ ES LA MAJESTAD?

El erudito alemán Otto von Gierke fue el primero en señalar, a


fines del siglo XIX, que la soberanía «moderna»26 suponía algo más
que una evolución tranquila a partir de los monumentos jurídicos
medievales, nutridos esencialmente por el ius commune 27. La sobe-
ranía, entendida como un poder absoluto, perpetuo y abstracto,
como una potencia activa e indivisible, disociada del mundo di-
vino28 —la hipótesis de Grocio de un derecho que se sostenía sin
Dios—, es el equivalente conceptual de la noción de individuo
en el orden social. En el espacio ibérico, a pesar de la aparición
temprana de la palabra, se abre paso con dificultad. Hasta 1808,
el ideal de unidad de todos los cristianos bajo el cetro hispánico
dificulta e invisibiliza la constitución de un Leviatán humano.
¿Cómo caracterizar, en forma sumaria, esta disposición del or-
den? Los modernos sostienen que los autores del pasado confun-
dían la soberanía con una noción enigmática: la majestad29. El Dic-

26
Retomamos el uso generalizado de las formulaciones tempranas de la soberanía
que la califican de moderna pero sin absolutizarla, de suerte que defendemos la
idea de que las modalidades que ésta asume tanto en el seno de la monarquía
como en el curso de las revoluciones hispánicas son otras tantas expresiones de la
soberanía moderna.
27
Ver la obra clásica de Otto von Gierke, consultada en su versión española: Teorías
políticas de la Edad Media, edición de Frederic Maitland, Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales, 1995 (traducción al español de la tercera parte de su obra maes-
tra Das Deutsche Genossenschaftrecht, publicada en 1881 bajo el título de Die Staats- und
Korporationslehre des Altertums und des mittelalters und ihre Aufnahme in Deutschland).
28
Gérard Mairet, Le principe de souveraineté. Histoire et fondements du pouvoir moderne,
Paris, Gallimard, 1997, pp. 35 y ss.
29
Así Grocio, De iure belli ac pacis, libro I, caps. 3, 21, como anota Yan Thomas,

35

la majestad(1).indd 35 4/26/10 9:02:13 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

cionario de la lengua castellana de 1739 define la voz soberanía como


una superioridad, una preeminencia. Esta definición resulta muy
reveladora.

Soberanía. s. f., Alteza, y poderío sobre todos. Lat. Celsitudo,


Sublimitas. Suprema potestas. […] Vale también orgullo, soberbia, ó
altivez. Lat. Superbia, Arrogantia, Insolentia. Soberano, na, adj. Lo
que es alto, extremado, y singular. Lat. Sublimis, Excelsis. Supremus.
Mira la nobleza, y antigüedad de su casa [...], la altitud, y inefable
gracia [sic], la soberana hermosura 30.

Si la soberanía «moderna» se basa en la noción de igualdad, si


se trata de un poder que homogeneiza —sujetos y lugares—, la ma-
jestad es en cambio un principio jerárquico de distribución dife-
renciada de prerrogativas y honores, un dispositivo agregativo y
segregativo de cuerpos y territorios articulados según una referen-
cia al más allá divino. Mientras la soberanía es inconmensurable
y superlativa, la majestad es relativa y comparativa, como lo sugie-
re su raíz etimológica 31. Esta última describe bien la articulación
política en un mundo en el que el gobierno de los hombres no es
pensable sino en referencia a un principio antecedente e indisponible
cuyo representante —el papa, el emperador o el rey— gobierna
sobre un conjunto de comunidades a la vez jerarquizadas y libres,
es decir, «perfectas» en lengua escolástica. La noción de majestad es
un recurso precioso para comprender la arquitectura institucio-
nal de los reinos de la Corona de España, en los que este aspecto
agregativo, jerarquizado y religioso no admite duda, aún a finales

«L’institution de la majesté», Revue de synthèse, N° 3-4, 1991, pp. 331-386. Georges


Dumézil, por lo demás, hace esta confesión: «Hay que reconocer que cuando em-
pleamos la palabra “majestad”, no sabemos exactamente lo que decimos y que es
la misma dificultad que tendríamos en definirla lo que constituye para nosotros
el valor expresivo de la palabra», Idées Romaines, Paris, 1969, p. 128. Para seguir la
cristianización de la noción romana de majestad en la Antigüedad tardía, Anne-
Orange Poilpré, Maiestas Domini. Une image de l’Eglise en Occident, Ve-IXe siècles, Paris,
Le Cerf, 2005, cap. 1.
30
Voz «Soberanía», Diccionario de la lengua castellana… Compuesto por la Real Aca-
demia Española, Madrid, Francisco del Hierro, 1739. Vale la pena señalar el hecho
significativo de que la entrada «majestad» no aparece en el Diccionario de la lengua
castellana antes de la edición de 1832, en la que es asimilada a la dignitas.
31
De maior. Ver los sugestivos comentarios de Yan Thomas sobre este tema, loc. cit.,
pp. 381-383.

36

la majestad(1).indd 36 4/26/10 9:02:13 AM


MONARQUÍA Y MAJESTAD EN LOS ALBORES DE LA R EVOLUCIÓN

del siglo XVIII32. Es preciso señalar, sin embargo, que la oposición


soberanía/majestad es más heurística que real. En la práctica, es-
tas nociones se solapan y se cruzan. Bajo el Antiguo Régimen, las
palabras «soberano» y «soberanía» revisten con frecuencia el sen-
tido de majestad, como lo evidencia el Diccionario de autoridades.
Remiten a una preeminencia, a una superioridad, a un prestigio
que se afirma sobre instancias y poderes subordinados sin renun-
ciar a su carácter relativo.
El paso de la majestad a la soberanía no puede ser comprendi-
do en términos evolucionistas. La primera no es la prefiguración
de la segunda, ni la segunda el resultado de la primera. Sin desco-
nocer las posibles formas de transición entre una y otra, queremos
insistir en su diferencia. La absolutización de la majestad en Roma
y su creciente abstracción, su elevación y la inviolabilidad de la
que goza hacia principios de nuestra era, reforzadas en su versión
cristiana, facilitan el paso hacia la idea moderna de soberanía.
La afirmación del poder imperial y posteriormente monárquico
frente al papado constituye el telón de fondo de este deslizamiento
de la preeminencia hacia la idea de una potestad autónoma que
reclama un lugar, una jurisdicción exclusiva, propia de la sobera-
nía; pero esta mutación no implicó una progresión necesaria, una
evolución suave y obligada, y en su naturaleza una y otra describen
dos modalidades de disposición del orden y dos formas de poten-
cia pública claramente diferenciadas.
Los estudios consagrados a los primeros años de las indepen-
dencias hispánicas se contentan con constatar la «indefinición» de
la soberanía durante el período, como si la adopción de esta última
debiera ser el desenlace de un progreso, como si los actores pasaran
de una visión oscura o nebulosa de la soberanía a una concepción
clara y nítida de la misma. Esta transformación es mucho más
compleja. La soberanía «moderna» se encuentra en el horizonte
del reformismo hispánico desde finales del siglo XVII33. En efecto,
orienta el sentido de las reformas que se busca implementar en
América a lo largo del siglo XVIII, pero en ningún momento ella

32
Pablo Fernández Albaladejo, Fragmentos…, op. cit., passim.
33
Jesús Pérez Magallón, Construyendo la modernidad: la cultura española en el tiempo de
los novatores (1675-1725), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
Instituto de la Lengua Española, 2002.

37

la majestad(1).indd 37 4/26/10 9:02:13 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

se afirma contra la majestad. Esto explica por qué en los albores


del siglo XIX la mayor parte de los patriotas obtienen sus catego-
rías de análisis del orden de la majestad. Éste no es solamente un
«modelo» político; se trata de una verdad dogmática, fundada en
Dios, garantizada por los más venerables monumentos jurídicos
y hecha visible por las diversas corporaciones que estructuran la
sociedad34.

L A LEGITIMIDAD EN EL ANTIGUO R ÉGIMEN: ¿SOBERANÍAS ENCAJADAS?

Presumir que las sociedades antiguas no se plantearon el proble-


ma de la legitimidad es una salida perezosa a una problemática
clave. Aceptar de plano, como lo plantea el discurso liberal deci-
monónico en una visión desde afuera, que el Antiguo Régimen se
reducía a un organicismo inconsciente que no requería de un ar-
tificio convencional, plantear que la obediencia estaba dada, que
no requería una elaboración por parte de los actores y apoyarse en
ello para obviar una reflexión es del todo insatisfactorio. Si bien
es cierto que en el Antiguo Régimen el fundamento de la legitimi-
dad no se cuestiona, también lo es que para desplegar su eficacia
ella necesitaba ser representada. Sin pretender agotar el tema, pa-
rece necesario preguntarse de qué manera una imagen de la re-
ferencia absoluta produce efectos políticos y sociales. Enviado por
el virrey Caballero y Góngora a apaciguar las provincias subleva-
das del Nuevo Reino de Granada en 1781, el fraile capuchino Joa-
quín de Finestrad, en el Vasallo instruido, ofrece un acercamiento
a la dogmática católica, sobre la que la monarquía hispana buscó
apuntalar su legitimidad35. La Revuelta de los Comuneros planteó
un auténtico desafío a las autoridades virreinales que intentaban
implementar reformas fiscales dentro del programa ilustrado de
los Borbones. El manuscrito de Finestrad busca reafirmar la auto-
ridad regia. Es un texto fuertemente regalista36 que sin embargo

34
Annick Lempérière, Entre Dieu et le Roi, la République. Mexico, XVIe-XVIIIe siècles, Paris,
Les Belles Lettres, 2005.
35
Joaquín de Finestrad, El vasallo instruido en el estado del Nuevo Reino de Granada
y en sus respectivas obligaciones, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, [1789]
2000.
36
Renán Silva, «La teoría del poder divino de los reyes en el virreinato de Nueva

38

la majestad(1).indd 38 4/26/10 9:02:13 AM


MONARQUÍA Y MAJESTAD EN LOS ALBORES DE LA R EVOLUCIÓN

deja traslucir la vitalidad de una arquitectura mayestática y devela


el nudo teológico al que está referido el orden monárquico37.
A pesar del ideal absolutista y de las tentativas de los Borbones
para llevar a cabo reformas modernizadoras38 del Estado y de la so-
ciedad hispánicas, su impacto sobre las prácticas y los imaginarios
en la Nueva Granada no respondió a las expectativas de Madrid.
La Revuelta de los Comuneros puso de manifiesto el choque de la
ambición imperial y las concepciones políticas y sociales del orden
arraigadas de tiempo atrás. Sus efectos se tradujeron en la reorien-
tación de la tentativa modernizadora, y la renegociación del pacto
entre rey y reino que puso en marcha contribuyó a fortalecer la ju-
risdicción y la autonomía efectiva de las comunidades locales39. La
concentración de amplios poderes jurisdiccionales y de la función
de policía en los cabildos, encargados de asegurar el buen orden y
la salud moral de las ciudades, la naturaleza hereditaria del poder
en su seno y su aptitud para representar al conjunto del territorio
sobre el que poseían jurisdicción, así como su virtual monopolio
de la representación frente al rey, apuntalaron el sistema de go-

Granada», en La Ilustración en el virreinato de la Nueva Granada. Estudios de historia


social, Medellín, La Carreta Histórica, pp. 197-243.
37
La «ambigüedad» que encubre este orden tiene su punto estratégico en la mo-
narquía de derecho divino. Como lo señala Marcel Gauchet, la elección inmediata
del monarca por Dios vela los procesos de autonomización y la secularización del
Estado en curso. Ver Marcel Gauchet, L’avènement de la démocratie 1. La revolution
moderne, Paris, Gallimard, 2007, pp. 70 y ss.
38
Ver el clásico de Mark A. Burkholder y D. S. Chandler, From Impotence to Authori-
ty… op. cit., y la convincente crítica de su enfoque weberiano en el libro de Michel
Bertrand sobre los oficiales de finanzas: Grandeurs et misères de l’office. Les officiers
de finances de Nouvelle-Espagne (XVIIe-XVIIIe siècles), Paris, Publications de la Sorbon-
ne, 1999. La obra de Horst Pietschmann fue seminal. Ver su tesis doctoral, Die
Einführung des Intendanten-systems in Neu-Spanien, Köln, Böhlau-Verlag, 1972, y una
síntesis de sus aportes en «Los principios rectores de la organización estatal en las
Indias», en A. Annino, L. Castro Leiva y F.-X. Guerra (dir.), De los imperios a las nacio-
nes…, pp. 75-103. Para el Nuevo Reino de Granada, ver los trabajos de John Leddy
Phelan, The People and the King: The Comunero Revolution in Colombia, 1781, Madison,
University of Wisconsin Press, 1978, J. R. Fisher, A. J. Kuethe y A. McFarlane (eds.),
Reform and Insurrection in Bourbon New Granada and Peru, Baton Rouge, Louisiana
State University Press, 1990, Margarita Garrido, Reclamos y representaciones… op. cit.,
Anthony McFarlane, Colombia antes de la Independencia, Bogotá, Banco de la Repúbli-
ca/El Áncora, 1997, caps. 7 y 9; Francisco Ortega, «Memoria y crisis: aproximación
a la cultura política de finales del siglo XVIII», Revista de Estudios Colombianos, No.
27-28, 2005, pp. 49-66.
39
Federica Morelli, «La revolución en Quito: el camino hacia el gobierno mixto»,
Revista de Indias, No. 225, LXII, 2002, pp. 335-356. Ver también capítulo 6 de este
libro.

39

la majestad(1).indd 39 4/26/10 9:02:13 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

bierno compartido entre el monarca y ese conjunto jerárquico y


plural de soberanías encajadas, encarnadas en las ciudades, las villas
y los pueblos.
Ahora bien, la noción de «soberanías encajadas» que parece
describir este ordenamiento implica una contradicción en sus tér-
minos. La teoría moderna de la soberanía40 expuesta por los hu-
manistas la entendió como un atributo de la potencia pública que
remitía todos sus actos a un único centro de poder. Bodino des-
cribió por primera vez esta fuerza anónima e indivisible que no
reconoce limitación humana41. La soberanía se detenta o no, ella
no admite distribución ni fragmentación. Se trata de un dato fijo y
permanente, inscrito en un ámbito territorial cerrado. Constituye
el equivalente de la idea moderna de individuo, libre y autónomo.
Al igual que esta idea, resulta de una abstracción que la despoja
de todo atributo singular y de toda corporeidad. Las soberanías
son necesariamente iguales, independientemente de sus caracte-
rísticas concretas de territorio, población o riqueza. Así como el
individuo no conoce grados en su identidad, la soberanía se resis-
te a toda medición o cuantificación; es invariable e insensible al
sustrato real que comprende, de la misma forma que la noción de
individuo permanece inmutable ante los cambios del cuerpo.
Grocio42 pensó las repúblicas soberanas como entidades yux-
tapuestas, ajenas entre sí y necesariamente iguales. Sin embargo,
se refirió, y esto es revelador, a la igualdad de majestad que deten-
taban, proponiendo una sinonimia entre estas voces. Cuando el
Diccionario de autoridades de 1739 refiere la soberanía a una supre-
macía, reproduce esta mezcolanza de conceptos. Las nociones de
soberanía e individuo que se despliegan sobre un mismo horizonte
constituyen, en efecto, el revés del concepto de majestad. Quisiéra-
mos aventurar la idea de que esta confusión refleja una ambigüe-
dad fundamental: si bien la lógica que subtiende estas nociones
es antitética, sus manifestaciones históricas concretas describen
formas de compromiso entre ellas. De esta manera, en el mundo

40
Yan Thomas, op. cit., pp. 335-336.
41
Jean Bodin, Les six livres…, op. cit., sobre todo el libro tercero. Ver los matices que
propone el libro de Kenneth Pennington, The Prince and the Law, 1200-1600, Berke-
ley, Los Angeles, Oxford, University of California Press, 1993, pp. 9-10.
42
Grocio, De iure belli ac pacis, libro I, caps. 3, 21, citado por Yan Thomas en
«L’institution...», loc. cit., p. 336.

40

la majestad(1).indd 40 4/26/10 9:02:13 AM


MONARQUÍA Y MAJESTAD EN LOS ALBORES DE LA R EVOLUCIÓN

hispánico, en los albores del estallido revolucionario, se asiste a la


asociación, para nosotros equívoca, entre formas de heteronomía
religiosa y expresiones de autonomía política; yuxtaposición de
elementos de la majestad y la soberanía que define el alcance y la
naturaleza de esta última e incide de manera muy importante en
la configuración del orden43.
Si bien para nosotros la majestad es un enigma, constituye
sin embargo una clave para aproximarse a la representación y al
equilibrio del mundo anterior a las revoluciones liberales en este
espacio geográfico. Estudiar la noción de majestad abre la posibi-
lidad de pensar lo social sin reducirlo a su expresión mecanicista
y atomista, a la interacción entre sujetos autónomos. Para abordar
lo político propone una perspectiva que no lo reduce a la confron-
tación de intereses, a una ingeniería de la dominación, pensán-
dolo en cambio en términos de legitimidad. Brinda además una
oportunidad para pensar la cultura y lo simbólico no como una
superestructura, reflejo de una causalidad socioeconómica, sino
como una dimensión que estructura la vida humana. Una analí-
tica de la maiestas, pues, resulta clave para el esclarecimiento del
tipo de configuración social y política a la que remite, y contribuye
de manera definitiva a develar su manifestación en la monarquía
hispánica en la crucial coyuntura de 1808, en vísperas de la crisis
que condujo a la disolución del Imperio.

EL FULGOR DE DIOS SOBRE EL ORDEN DE LOS HOMBRES

Los orígenes de la majestad se encuentran en la Roma antigua. Allí


designa una calidad, el estatus de maior. Remite a una jerarquía de
factura muy peculiar: en su expresión primigenia, la maiestas es
un atributo consustancial a la potestad del magistrado, manifiesta
su supremacía, su elevación sobre el conjunto de los gobernados.
No se trata de una delegación divina o humana, sino de una gran-
deza institucional que adquiere su consistencia del orden jurídico
y, a través de ella, fija la potencia de quien la detenta. Sólo en
una expresión más tardía, asociada tanto a una degradación del

43
Para una extraordinaria aproximación a estas «mixturas», ver Marcel Gauchet,
L´avènement de la démocratie I…, op. cit., pp. 70-75.

41

la majestad(1).indd 41 4/26/10 9:02:13 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

poder de los magistrados como a la elevación de las prerrogativas


del pueblo, éste se reclama como su emanación. La majestad del
pueblo asume dos modalidades: la inviolabilidad del tribuno de la
plebe y la supremacía de la civitas o ciudadanía sobre sus compo-
nentes. Esta evolución, que se desarrolla en los dos últimos siglos
de la República, implica una acentuación del movimiento en el
que el carácter comparativo de la majestad tiende a debilitarse y
su carácter abstracto se refuerza44.
A principios del Imperio, Ovidio describió por primera vez el
mito del nacimiento del orden de majestad, y ofreció una clave de
entendimiento de la sociedad romana. En su relato, el paso del
caos originario a la creación se acompaña de la aparición de ele-
mentos diferenciados, articulados naturalmente en una jerarquía.
Del apareamiento legítimo de Rango (Honos) y Reverencia (Reve-
rentia), nace Majestad (Maiestas). Ella ocupa el centro del Olimpo.
Pudor y Temor se sientan a su lado, y «todos los dioses ajustan
su conducta a la suya». Nacida pues del honor y la reverencia, la
majestad asegura el cetro de Júpiter, que es «temido sin recurrir a
la violencia»45. De allí desciende sobre la tierra, donde asegura el
orden mediante el respeto de las distinciones y las preeminencias.
El irrespeto de esta jerarquía natural compromete el orden46 . Esta
representación encuentra posteriormente expresión en el derecho
romano-canónico, y su carácter originariamente jurídico adquie-
re un sentido fuertemente religioso47.
Desde su vértice, la majestad irriga a toda la comunidad polí-
tica. Pero a diferencia de los Estados modernos, ella no homoge-
neiza este sustrato, no lo aplana en un continuo delimitado por
fronteras externas: por el contrario, reconoce sus accidentes, sus
meandros y el entramado complejo de sus comunidades humanas
constituido por la historia. En ese mismo sentido, la majestad no
conoce ni anhela una centralización institucional apoyada en una
distribución funcional de prerrogativas administrativas: se acom-
paña, en cambio, de una multiplicidad de instituciones con juris-
dicciones que se solapan y entrecruzan. La jerarquía de la majestad

44
Yan Thomas, loc. cit.
45
Ibid., v. 27-42.
46
Ovidio, Fasti, 5, v. 18.
47
Ibid., 5, v. 11-50. Seguimos a Yan Thomas, «L’institution...», loc. cit., pp. 381-383.

42

la majestad(1).indd 42 4/26/10 9:02:14 AM


MONARQUÍA Y MAJESTAD EN LOS ALBORES DE LA R EVOLUCIÓN

no es lineal, ni funcional; se despliega en una ramificación blanda


de cuerpos autónomos distribuidos de manera escalonada desde
arriba. La proliferación de conflictos de preeminencia en el Anti-
guo Régimen se desprende de este enjambre de autoridades que
se entrelazan, pero está asociada, sobre todo, al carácter variable
y relativo de la majestad que alimenta una persistente demanda
de reconocimiento y de dignificación. Este movimiento incesante,
sin embargo, permanece soterrado porque la dignidad negociada
mina su lustre y deja ver la faceta convencional que acompaña su
adjudicación, su dimensión artificial. Lo cierto es que la distribu-
ción de prerrogativas y preeminencias, a cambio de lealtad, insti-
tuye y refrenda la desigualdad, principio del orden para los con-
temporáneos. Su contrario, la igualdad, socava la organización de
la sociedad y la sume en la anarquía.
La figura del monarca constituye un punto fijo de anclaje y una
proyección en la trascendencia divina. La majestad real refleja la
majestad infinita de Dios, aunque sólo consigue hacerlo de ma-
nera imperfecta. En la figura del rey se opera la proyección de
la calidad comparativa de la majestad a su carácter superlativo.
Puesta por encima del cuerpo político, a medio camino entre el
mundo sublunar y la trascendencia, la majestad del rey describe
un lugar sagrado de inviolabilidad, un referente a partir del cual
se desprende la gradación de rangos y dignidades. Este espacio sa-
grado encuentra su expresión jurídica en la consagración del cri-
men de lesa majestad48. Todo aquello que disminuya la grandeza
del monarca —las acciones, sin duda, pero también las palabras y
los pensamientos—, se constituye en indicios de traición, sedición
o de mala gestión de la cosa pública. Pero la definición de este
crimen es precaria: remite a aquello que contraviene la majestad
amenazada por sustracción, y no se expresa en una tipología aca-
bada. Esto genera una proliferación de formas de interdicción,
de prohibiciones que rodean el cuidado de este espacio sacro. Si-
guiendo el principio comparativo que la define, el crimen contra
la majestad se caracteriza por su carácter cuantitativo: el sedicioso
no solamente reduce la maiestas del soberano sino que, de manera

48
Finestrad dedica un capítulo entero a la definición y condena de este crimen.
Ibid., cap. IX, pp. 239-264: «Demuestra la enorme gravedad y singularidad de la
ofensa que en sí contiene la Rebelión del año de ochenta y uno».

43

la majestad(1).indd 43 4/26/10 9:02:14 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

más grave, atenta contra Dios y amenaza al cuerpo político como


un todo. Como tentativa de igualación a la imagen de la referencia
divina, la rebelión constituye el equivalente político del deplorable
pecado del orgullo. Como transgresión del principio ordenador
de la desigualdad, aboca el cuerpo político al caos.

La ficción jurídica que asegura unidad y trascendencia

Esta representación del mundo se sustenta en un horizonte que


afirma la perfección de la totalidad y su consecuente preemi-
nencia sobre las partes, a las que reconoce valor como elementos
constitutivos de una ordenación deseada por Dios49. Los cuerpos
menores guardan la estructura de los mayores, reproduciéndola
hacia el interior50. Estos microcosmos se articulan al macrocosmos
que reflejan de manera natural, porque obedecen a una misma
ley natural que los instituye y los rige. La pluralidad aparece en
este sentido como un momento, una instancia intermedia entre
la unidad originaria y la unidad final que se encuentran en Dios.
En palabras de santo Tomás: omnis multitudo derivatur ab uno [et]
ad unum reducitur 51. Esta comprensión federativa de la unidad, que
no compromete la diversidad sino que se construye a partir de
ella, enlazando parcialidades, encuentra expresión en la idea de
la comunidad como un organismo vivo compuesto de miembros
diferenciados, articulados a través de múltiples mediaciones en
una jerarquía armónica. El papa Gregorio VII, a finales del siglo
XI, lo expresó en los siguientes términos: «La Providencia de la ad-
ministración divina instauró grados y órdenes distintos para que,
al manifestar los inferiores respeto a los superiores y los superio-
res afecto a los inferiores, nazca concordia de la diversidad y que
todos los oficios se organicen en una armoniosa composición. El
conjunto (universitas) no subsiste sino a través del ordenamiento
de las diferencias»52.

49
Otto von Gierke, Teorías políticas…, op. cit., pp. 72-74.
50
Aaron Gourevitch, «Macrocosme et microcosme», en Les catégories de la culture
médiévale, Paris, Gallimard, 1983, pp. 47-95.
51
Otto von Gierke, Teorías políticas..., op. cit., p. 75.
52
Carta VI, 35, citada en J. Le Goff y J.-C. Schmitt (dir.), Diccionnaire raisonné de
l’Occident médiéval, Paris, Fayard, 1999, p. 851.

44

la majestad(1).indd 44 4/26/10 9:02:14 AM


MONARQUÍA Y MAJESTAD EN LOS ALBORES DE LA R EVOLUCIÓN

La distribución idónea de las partes dentro de la totalidad ga-


rantiza su coherencia y su preservación. Para los contemporáneos,
esta distribución asegura el orden justo y define la constitución del
cuerpo social. El escalonamiento de los miembros obedece pues a
una lógica de la que dependen la salud y la salvación de la comuni-
dad. La transgresión o el desconocimiento de estas verdades gesta
una monstruosidad:

Unos son sumamente ricos —afirma Finestrad—, otros no


gozan de igual comodidad; éstos logran un honroso patrimonio,
aquéllos una buena parte de abundancia; acá se descubre una
mediana decencia, allá una lastimosa mendicidad, y todos juntos,
sin embargo de representar varios papeles en este palacio de la
naturaleza [...] no dejan de contribuir a la conservación universal
y particular de la naturaleza humana [...] ¿Esta variedad será mo-
tivo para condenar de tirana y cruel a la naturaleza?53

Como expresión de la verdad divina, el Cosmos, la totalidad y


todas sus partes constitutivas, debe escapar de la contingencia y de
la finitud. La extraordinaria penetración del derecho romano en
todo Occidente, tras su redescubrimiento por la Escuela de Bolo-
nia hacia finales del siglo XI, respondió a esta misma aspiración
a la unidad y trascendencia, porque proveía un sistema jurídico
articulado y racional que contenía la idea de una comunidad or-
denada y feliz, desprovista de violencia 54. Su recepción en los rei-
nos de Castilla y Aragón, donde por otra parte parece que nunca
perdió total vigencia, se materializa en las Partidas de Alfonso X el
Sabio, deja una impronta duradera en el derecho consuetudinario

53
Joaquín de Finestrad, El vasallo..., op. cit., pp. 222 y 224.
54
Otto von Gierke, Teorías políticas..., op. cit., muestra cómo sus pilares —el Código
Justiniano, el Digesto, las Institutes, las Novellae— propendían la defensa jurídica
de la vida honesta y segura, iuris praecepta sunt haec: honeste vivere, alterum non laedere,
suum cuique tribuere. Su alcance abarcaba todos los ámbitos de la vida de los hombres
en sociedad: propiedad, herencia, matrimonio, filiación, obligaciones contractua-
les, castigo de los malhechores, etcétera. Mediante las glosas y los comentarios de los
legistas, este legado se revigorizó y se adaptó a una pluralidad de circunstancias, re-
forzando así su carácter casuístico. Su implantación contribuyó decisivamente a desa-
rrollar el derecho canónico, sirvió además para formular un derecho regio e invadió
la esfera del derecho consuetudinario. En un mundo en el que el arte de gobernar
estaba fundamentalmente asociado a la administración de justicia, éste constituyó
el modelo de la formulación de la primera filosofía del derecho y el Estado.

45

la majestad(1).indd 45 4/26/10 9:02:14 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

y se manifiesta directamente en su aplicación a los casos de vacío


jurídico. Su estructura sirvió de modelo para la recopilación de las
Leyes de Castilla y, posteriormente, para las Leyes de Indias55.
Este legado sirvió además de respuesta a preguntas apremiantes:
¿cómo garantizar la perpetuidad de las comunidades concretas?
¿Cómo proyectarlas más allá de la vida de quienes las componían?
Los legistas, apoyándose en la teoría aristotélica de la eternidad
del mundo, consiguen escapar de la conceptualización dualista de
san Agustín, que defendía la idea del tiempo, portador del estigma
de lo perecedero, y de la eternidad, concebida como «un ahora y
siempre, un sin tiempo»56 . A partir del siglo XII, los escolásticos
desarrollan la idea de una temporalidad que se despliega en tres
niveles: el tempus, el aevum y la aeternitas. La eternidad de Dios no
se cuestiona. El tiempo de los hombres se despoja de su carácter
peyorativo. Y entre uno y otro, como afirma santo Tomás57, se im-
pone el tiempo de los ángeles, de las inteligencias celestiales que,
sin escapar de la creación, se proyectan hasta el fin de los tiempos.
Al igual que los hombres, a quienes se revelan, éstos conocen un
antes y un después, pero gozan de una visión permanente de la
gloria de Dios. Esta idea laicizada encuentra un equivalente en
la figura jurídica de las personas ficticias que se desarrolla a par-
tir del derecho romano de personas58. Por esta vía, gracias a una
maniobra teológica y jurídica, se ofrece una respuesta al afán por
asegurar la trascendencia 59.

55
Ver Alfonso García-Gallo, Los orígenes españoles de las instituciones americanas: es-
tudios de derecho indiano, Madrid, Real Academia de Jurisprudencia y Legislación,
1987, y los trabajos de Francisco Tomás y Valiente, entre otros, Manual de historia
del derecho español, Madrid, Tecnos, 1990. Sobre la penetración del derecho romano
en el derecho español, ver asimismo José Antonio Maravall, «Del régimen feudal
al régimen corporativo en el pensamiento de Alfonso X», en Estudios de historia del
pensamiento español. Edad Media, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1967, pp.
87-140.
56
Ernst H. Kantorowicz, The King’s Two Bodies. A Study in Mediaeval Political Theology,
Princeton, Princeton University Press, 1957 (traducción francesa: Paris, Gallimard,
1989, cap. 6, p. 202).
57
Ibid., p. 205.
58
Apoyados en la lex mortuo, la noción de persona procedente de la tradición es-
toica se proyecta en las corporaciones y contribuye a configurar la idea de persona
jurídica. Ver Bartolomé Clavero, Happy Constitution. Cultura y lengua constitucionales,
Madrid, Editorial Trotta, 1997.
59
Ver Bartolomé Clavero, «Hispanus fiscus, persona ficta: concepción del sujeto polí-
tico en la época barroca», en Bartolomé Clavero Tantas personas como Estados:por una
antropología política de la historia europea, Madrid, Tecnos, 1986, cap. 3.

46

la majestad(1).indd 46 4/26/10 9:02:14 AM


MONARQUÍA Y MAJESTAD EN LOS ALBORES DE LA R EVOLUCIÓN

Al igual que los cuerpos angélicos, las corporaciones se definen


como personas inmateriales que viven en el aevum, de manera que
sin sustraerse al tiempo presente sobre el que despliegan su acti-
vidad, gozan de permanencia. La persona ficticia se define como
una imagen referencial inmortal que, al igual que los ángeles, «[re-
presenta] a la vez la especie y la individuación»60. Bartolo y Baldo
la definen como un «cualquiera universal»61. La contradicción en
los términos resulta muy significativa. Expresa esa tensión que la
atraviesa y la define como individualidad acabada y universalidad
inconmensurable y perfecta. Se trata de una imagen, de una forma
vacía, de una idea perfecta que confiere inmutabilidad e identidad
a los colectivos, a la totalidad y a sus componentes parciales: la Igle-
sia, que pretende encarnar a la humanidad; el Imperio, expresión
secular de la comunidad; el reino, las cortes, las municipalidades,
los gremios y las cofradías, entre otros. Esta forma es la universitas.
El derecho romano solamente reconocía a la persona natural
como sujeto de voluntad. ¿Cómo conferir, en consecuencia, per-
sonalidad a estas corporaciones? ¿Cómo facultar a estos entes abs-
tractos para actuar?
Las corporaciones de derecho medieval son cuerpos impoten-
tes. No pueden obligarse y, en consecuencia, no son responsables;
no pudiendo delinquir o pecar, no son susceptibles de excomunión
ni de decapitación. Para perfeccionarlas es preciso dotarlas de re-
presentantes de carne y hueso que les aseguren capacidad plena
de acción. No se trata desde luego de un mandato, puesto que un
ente abstracto e incapaz no puede delegar. Los legistas apelan a la
figura de una tutoría de origen divino. De allí la fuerza de la refe-
rencia a la figura del vicarius de la Roma Antigua, esclavo que ad-
ministraba el patrimonio en nombre del dominus ausente. El Papa
y los reyes se reclaman vicarios de Cristo sobre la tierra. De esta
forma, los Estados encarnan en el monarca, y Finestrad puede afir-
mar que «La Nación se debe contemplar como un particular»62.
El riesgo siempre latente de ruptura en la continuidad de la
sucesión por la muerte del tutor y la amenaza consecuente de

60
Ibid., p. 220.
61
Baldo, sobre C. VI, 26, n. 2: «est et quaedam persona universalis», citado en ibid.,
nota 73, p. 494.
62
Joaquín de Finestrad, El vasallo..., op. cit., p. 224.

47

la majestad(1).indd 47 4/26/10 9:02:14 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

que sus acciones y compromisos pudieran ser desconocidos por


su sucesor imponían asimismo una exigencia de perpetuidad en
la cabeza. Ahí encuentra su origen la distinción entre la persona
natural y su expresión política: a la persona privada que encabeza
las corporaciones se asocia una personalidad pública: la prime-
ra abraza al individuo mortal, susceptible de errar, de pecar y de
morir; la segunda, en cambio, representa y encarna la universitas.
Este montaje permite que la muerte del rey se sublime y se re-
vierta, que en su dignidad pública éste nunca muera. Esta exigencia
de inmortalidad se refuerza con la convergencia de tres factores: la
consagración de los derechos soberanos en la dinastía y no en la per-
sona real, la paulatina corporativización de la Corona y la perpe-
tuidad de la dignidad monárquica. La noción de majestad, como
dignidad, superioridad y temporalidad condensa estas diferentes
acepciones63.
Por último, el concepto de dignidad, metaforizado en la ima-
gen del ave fénix, especie que se individualiza una sola vez y que
asegura su descendencia autogenerándose a sí misma partir de
sus propias cenizas, sirvió de prototipo para esta corporación im-
perecedera. El papa y el rey no se constituían en corporaciones
unitarias, en representantes únicos de sus especies, sino cuando
se revestían de un carácter inédito, de una condición que hasta
entonces desconocían: la dignidad imperecedera. Ahora bien,
además del carácter perpetuo de la representación que asegura
la plenitud de derechos de las universitas, su esencia unitaria debe
ser representada. Al igual que los cuerpos celestes y que los or-
ganismos vivos, orientados por un único principio, la universitas
sólo admite una voluntad unitaria. Esta exigencia encuentra una
solución óptima en la monarquía como forma de gobierno. Tras-
ladada a las asambleas representativas del reino, la exigencia se
expresa en términos de un unanimismo, afín al derecho germá-
nico, que postulaba la aquiescencia de la minoría a los postulados
de la mayoría por consenso o en su defecto por la fuerza. No se
trata, sin embargo, de un proceso de absolutización del poder.
La ley regia es apenas una extensión de la ley divina y de la ley
natural; escapa pues en su origen de la voluntad del monarca. El

63
Ver Ernst Kantorowicz, The King’s Two Bodies..., op. cit., traducción francesa, cap.
VII, pp. 228-325.

48

la majestad(1).indd 48 4/26/10 9:02:14 AM


MONARQUÍA Y MAJESTAD EN LOS ALBORES DE LA R EVOLUCIÓN

derecho romano, como ratio scripta, encarna un orden perfecto


que no admite la injerencia de los hombres. Este corpus solamente
reconoce la glosa y la interpretación orientadas a desentrañar su
espíritu. De otra parte, la consuetudo manifiesta en su antigüedad
la santificación divina de las conductas humanas. La ley real sólo
se puede concebir como un desarrollo que se apoya en estos dos
fundamentos.
La ficción corporativa es pues el resultado de un proceso de
abstracción que responde a un doble imperativo: la necesidad de
reducir la pluralidad social a una unidad, y la exigencia de trans-
mutar la mortalidad en trascendencia. La reinvención de las co-
munidades a partir de ficciones que las instituyen como sujetos
plenos de derecho implica su des-sustancialización y plantea de
manera muy temprana el problema de la representación. En con-
secuencia, este proceso se acompaña de dos movimientos comple-
mentarios: un momento de abstracción, que permite transmutar
un colectivo en una persona jurídica, y otro de encarnación que lo
dota de una cabeza visible.

EL ORDEN DE MAJESTAD EN LA MONARQUÍA HISPANA

¿Cómo se expresa este orden en el marco de la monarquía hispana


y cuál fue su impacto en las revoluciones y en las repúblicas que
emergen de la disolución del Imperio? La construcción histórica
del Imperio se acompañó de un movimiento de extensión sobre
un espacio territorial extraordinariamente amplio y diverso. La
reconquista proveyó un modelo apoyado en el reconocimiento de
las particularidades de los reinos progresivamente anexados a la
Corona. Esta dinámica de agregación dio lugar a la constitución
de un mosaico de reinos y provincias con sus propias formas de
autoridad, sus corporaciones y sus cuerpos legislativos64.
¿Cómo conciliar esta diversidad con la exigencia de unidad de
la monarquía? ¿Cómo gobernar esta urdimbre de autoridades que
gozan de autonomía y cuyas jurisdicciones se entrecruzan? Estos
interrogantes refuerzan la urgencia de dotar al Imperio de un

64
Ver J. H. Elliott, Empires of the Atlantic World: Britain and Spain in America, 1492-
1830, London, Yale University Press, 2006, pp. 120-130.

49

la majestad(1).indd 49 4/26/10 9:02:14 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

fundamento incuestionable de legitimidad. La realización de la


vocación universalista de la cristiandad y su regeneración moral
son un bastión invaluable en ese propósito. De esta manera, la exi-
gencia de unidad política se yuxtapone y se confunde con la nece-
sidad de asegurar y preservar la unidad religiosa del Imperio. Este
rasgo constituye sin duda una especificidad de la personalidad de
la Corona hispana. El apego a un fundamento trascendente que
orienta la realización de sus metas terrenales, la negativa a aceptar
el corte entre lo divino y lo mundano preserva la imagen del Im-
perio como encarnación de la cristiandad, y dota a sus corporacio-
nes, como manifestaciones del Espíritu Santo, de una existencia
propia, de una vida autónoma y de una misión que escapa de la
soberanía del rey, sin sustraerse a ese designio más amplio que co-
bija a la totalidad de la Iglesia. Finestrad reconoce así dos pilares
interrelacionados en la religión, uno interno y otro externo:

El primero tiene su limitación en el corazón y es materia de


conciencia. El segundo tiene su establecimiento en el público y es
asunto de la autoridad pública. Ambos a dos deben ser compañe-
ros inseparables del cristiano65.

Esta expresión dogmática de legitimidad se refuerza con el ar-


gumento histórico, con el discurso de la tradición que afirma la
unidad de linaje que comparten los reyes visigodos y los reyes de
Castilla y que los hace tributarios del deber de recomponer la uni-
dad perdida de las Españas66 . De esta manera, el imperio histórico
se manifiesta también como realización de un designio divino. La
articulación de lo histórico y lo religioso no encuentra equivalente
en las monarquías inglesa y francesa. Las tesis del carácter particu-
lar del Imperio cobran fuerza en los dominios españoles a partir
de la segunda mitad del siglo XVI. La legitimidad de Felipe II estri-
ba en su supremacía, en el número y extensión de sus coronas y en
la prolongación de sus territorios, sobre los que nunca se pone el
sol. Sin embargo, su preeminencia no se sustrae a su superioridad
moral. Él es rex et sacerdos, garante de la preservación de la verda-

65
Joaquín de Finestrad, El vasallo..., op. cit., p. 116.
66
Así lo dice Vázquez de Menchaca, citado y comentado por Pablo Fernández Al-
baladejo, Fragmentos..., op. cit., pp. 176-181.

50

la majestad(1).indd 50 4/26/10 9:02:14 AM


MONARQUÍA Y MAJESTAD EN LOS ALBORES DE LA R EVOLUCIÓN

dera fe y de los dogmas de Cristo. De esta manera, el argumento


de la fuerza se desdibuja, se supedita a la centralidad de su misión
salvadora, genialmente conceptualizada por la neoescolástica67.
En El vasallo instruido, el argumento se radicaliza. Su autor niega
cualquier fundamentación histórica que amenace con traslucir el
recurso a la fuerza que acompañó la conquista americana. El mo-
narca se perfila como garante de la paz, promotor y salvaguarda
de la religión, defensor acérrimo de la república cristiana frente a
las vejaciones de sus enemigos68.
El soberano español es un rey justiciero, condición que no se
desdibuja con los Borbones sino que se preserva como atributo
distintivo de su autoridad69. Gobernar es en ese sentido, funda-
mentalmente, administrar justicia. Ella define la virtud de los reyes
instituyendo y conservando el equilibrio de la sociedad. Se trata
desde luego de una concepción distributiva de la justicia según la
cual se concede a cada quien lo que le corresponde. Impartir jus-
ticia implica, en consecuencia, obrar sobre los cuerpos de la socie-
dad a través de la economía de la gracia, distribuyendo derechos,
prerrogativas y cargas según el lugar que se ocupa en la sociedad.
Como maxima maiestas, él es el proveedor supremo de gracias, do-
nes, dignidades, bienes y servicios. Así obra como fuente y garante
del flujo incesante de favores que aseguran la lealtad, la fidelidad
y el amor de sus súbditos.

¿Qué gracias —pregunta Finestrad—, qué liberalidades, qué


privilegios, qué inmunidades no ha derramado en estos Reinos,
en estas Provincias? [...] No lo podemos negar; y sin embargo de
esta inmensidad de favores y beneficios ha desmerecido la ternura
y correspondencia de sus vasallos; [...]70

67
Ver Quentin Skinner, The Foundations of Modern Political Thought, Cambridge,
Cambridge University Press, 1978, dos vols. Los autores clásicos son Juan de Ma-
riana, Luis de Molina, Domingo de Soto, Francisco Suárez y Francisco de Vitoria.
Demetrio Ramos, «El Conde de Floridablanca, presidente de la Junta Central Su-
prema y su política unificadora», Homenaje a Jaime Vicens Vives, Barcelona, Universi-
dad de Barcelona, 1967, II, pp. 499-520
68
Joaquín de Finestrad, El vasallo..., op. cit., cap. XIII, pp. 363-406.
69
Ibid., pp. 353-454.
70
Ibid., pp. 255-256.

51

la majestad(1).indd 51 4/26/10 9:02:14 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Este reparto no se sustrae totalmente a la negociación pero atra-


vesado por el tamiz simbólico, sellado por la marca regia, se trans-
muta en designio de la voluntad insondable de Dios y despliega
así toda su fuerza vinculante. La noción de negociación, referida
al ejercicio real del poder71, quizás no es muy afortunada, porque
si bien describe la práctica concreta, la sustrae del horizonte sim-
bólico que le confiere su sentido y la acerca de manera artificial
a un enfoque secularizado de la gestión política de lo social. La
intervención monárquica, la concesión de privilegios o favores, es
una expresión de la función justiciera del monarca español. De
esta manera, el rey suple su precaria fuerza militar72 y el carácter
rutinario del aparato administrativo a través del cual gobierna,
instituyendo y asegurando arreglos de poder que garantizan la
estabilidad y la continuidad del Imperio.
La voluntad real se manifiesta en los intersticios de los ordena-
mientos legales, en los silencios de la ley divina, la ley natural y las
leyes fundamentales de los reinos consagradas por la costumbre.
El monarca completa estos ordenamientos, pero no se sustrae a
ellos ni los contraviene. Esta estrecha relación entre derecho po-
sitivo y religión le impuso, en palabras de Pablo Fernández Alba-
ladejo, una moderación trascendentalista a su aptitud para hacer
la ley, cerrándole el camino hacia un absolutismo completo73. La
libertad del monarca en este contexto es una marca de su elección
divina y la garantía de la justicia de sus decisiones. En consecuen-
cia, ésta no se puede pensar como arbitrariedad porque, en esta
dialéctica entre libertad y obligación moral, la primera es una con-
secuencia de la voluntad divina y obedece a sus designios.

Es verdad —dice Finestrad— que los Reyes son constituidos


por el mismo Dios Pastores de su Pueblo. Reinan en su nombre,
ejercen su Imperio, ejecutan su voluntad suprema; son el órgano

71
Juan Luis Castellano y Jean-Pierre Dedieu (dirs.), Réseaux, familles et pouvoirs dans
le monde ibérique à la fin de l’Ancien Régime, Paris, CNRS, 1998, p. 28.
72
En la Presidencia de Quito, en la Capitanía general de Venezuela y en el Nuevo
Reino estacionan a lo largo del siglo XVIII entre 5.500 y 7.000 soldados profesiona-
les del Ejército de Dotación. ¡La guarnición inglesa apostada en Jamaica cuenta en
la misma época con 15.000 hombres!
73
Pablo Fernández Albaladejo, Fragmentos..., op. cit., p. 77. En Finestrad, este rasgo
es obvio. Si el capuchino subraya el carácter absoluto del monarca, es para afirmar
siempre la sumisión de éste a las leyes divinas y naturales.

52

la majestad(1).indd 52 4/26/10 9:02:14 AM


MONARQUÍA Y MAJESTAD EN LOS ALBORES DE LA R EVOLUCIÓN

de sus juicios, la imagen de su bondad, superiores a los vasallos


pero inferiores a las leyes de quienes el mismo Dios es implacable
vengador74.

La legitimidad del orden monárquico aparece así firmemente


anclada a la referencia absoluta e inviolable: Dios todopoderoso.
Imago Dei, el monarca constituye el lugar sagrado y totémico del
orden visible de los peregrinos, reflejo del principio fundador.
Este vínculo sagrado entre Dios y el soberano, mediatizado por la
imagen y simbolizado por la emblemática —la referencia absoluta
no se deja ver de frente—, asegura la producción de efectos nor-
mativos y garantiza obediencia como manifestación de fidelidad y
amor. En el pueblo no cabe voluntad para la resistencia; es precisa
la subordinación al rey y a sus ministros, que tienen el lugar de
Dios. Cuando ellos hacen feliz al pueblo, son el instrumento de la
bondad eterna; cuando lo hacen gemir bajo la insufrible opresión,
son el azote de las indignaciones divinas75.
Este juego de espejos se reproduce sin cesar: los ministros,
en cuanto «imágenes vivas» del «prototipo», reflejan los «rayos»
de la majestad real76 . Esta condición les asegura «veneración y
obediencia»77. La preservación de la cadena simbólica que asocia
el orden político a Dios a través de imágenes dota a las autoridades
de legitimidad, es decir, del poder de vincular mediante un con-
junto de obligaciones consentidas. Por esta vía, la enunciación de
la verdad toma forma. Todo discurso asociado a la imagen de la
referencia, como lo afirma Pierre Legendre, se reviste del estatuto
de verdad78. De esta manera, se administra con gran celo y cuidado
la marca que autoriza el sello real, emblema incuestionable de la
legitimidad.
En este contexto, para Finestrad la rebelión es el crimen pa-
radigmático, el atentado por excelencia. La necia pretensión de

74
Joaquín de Finestrad, El vasallo..., op. cit., p. 249.
75
Ibid., p. 249.
76
Ibid., p. 188.
77
Ibid.
78
Pierre Legendre, Leçons VII. Désir politique de Dieu: étude sur les montages de l’État et
du droit, Paris, Fayard, 1988; Id., Sur la question dogmatique en Occident, Paris, Fayard,
1999.

53

la majestad(1).indd 53 4/26/10 9:02:14 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

«constituirse semejantes al mismo Dios»79, de igualar a la referen-


cia, quebranta el principio fundador de la sociedad en las esferas
de lo público y lo privado.

[La rebelión] que pervierte y confunde el orden del gobierno


político, y toda la jerarquía de los estados y gremios; que deja a
la justicia embotada y sin uso; las leyes sin obediencia, las virtu-
des sin premio, los delitos sin castigo y sin cobranza ni paga las
acreencias [...]80

Atacar al rey, imagen de Dios sobre la tierra, es atacar a Dios


mismo. Ello compromete la inviolabilidad del poder político, cuya
fuerza procede de su capacidad para ocupar el lugar simbólico
que asegura el cumplimiento de las leyes expresadas por el dere-
cho civil y de las normas que rigen la vida en común, contenidas
en el derecho público. Precisamente por ello, el monje capuchino
condena la revuelta comunera como un sacrilegio. Al atentar con-
tra la imagen de Dios, los amotinados paralizan los efectos nor-
mativos de la ley, privándola de su poder vinculante; en definitiva,
socavan la legitimidad del gobierno. El crimen de lesa majestad
hace tambalear al mundo, lo sume en una confusión, en una in-
diferenciación, que Finestrad expresa con metáforas recurrentes
sobre el incendio, el robo, el pillaje y la disolución. El sacerdote
se lamenta de ese retorno a la animalidad, a la barbarie, pero so-
bre todo a la blasfemia, a la torpe pretensión de los hombres de
ocupar el lugar de la imagen sagrada y abocarse así al incesto y
al parricidio, que amenazan con invertir el principio genealógico
que asegura la continuidad de la humanidad81.
La revuelta del súbdito contra el marco normativo que debe ase-
gurar tanto la pureza y la salvación de su alma, la integridad de su
fuero interno, como su inscripción en un orden justo libremente
consentido, la salvaguarda de su fuero externo, que lo cuida de sus
pasiones brutales y lo preserva en la razón, es literalmente impen-

79
Joaquín de Finestrad, El vasallo..., op. cit., p. 244.
80
Ibid., p. 239.
81
[...] el vergonzoso pecado que no guarda los fueros y reserva tan debida a la con-
junción de la sangre, rompiendo hasta los vínculos más estrechos de la naturaleza:
lo es el incesto. Ver cita de Finestrad, p. 121.

54

la majestad(1).indd 54 4/26/10 9:02:14 AM


MONARQUÍA Y MAJESTAD EN LOS ALBORES DE LA R EVOLUCIÓN

sable, abominable y monstruosa. Para Finestrad, la rebelión no es


tanto la resistencia a un poder injusto como la afrenta irracional
al principio divino que instituye a la sociedad y a los hombres. Sin
fidelidades, sin lealtades, la república se escinde y se propaga la
violencia desenfrenada 82.

¡Qué irreverencias! ¡Qué profanaciones! ¡Qué robos! ¡Qué


injusticias! ¡Qué estupros! ¡Qué inundaciones de sangre! La Re-
belión es causa de tanto infortunio. Los tronos, los imperios, los
cetros y las coronas se hallan autorizados por la Ley de un Dios
hecho hombre83.

En definitiva, el lugar de la referencia religiosa y su proyección


en una praxis pactista, que tenía su centro en el monarca, conjura-
ron la potencialidad de laicización84 que conllevaban las lecturas
medievales del derecho romano, y en ese sentido aseguraron la
permanencia de un orden de majestad en la monarquía ibérica
hasta el estallido revolucionario. El sentido místico de las corpo-
raciones les confirió un valor intrínseco, e hizo de ellas el soporte
necesario del poder real. Cuando Felipe V pretendió uniformizar las
leyes, costumbres y formas de gobierno, se condenó a un vacío de
poder que lo obligó a revertir sus propias disposiciones85. Por el con-
trario, allí donde éstas se despojaron de su carácter sagrado, el
absolutismo tendió a erosionarlas86 al activar la concepción roma-

82
Ver ibid., cap. IX, «Demuestra la enorme gravedad y singularidad de la ofensa
que en sí contiene la Rebelión del año de ochenta y uno», pp. 239-264, aquí pp.
239-240.
83
Ibid., p. 250.
84
La estructura escindida del derecho romano-canónico, que separa sus funda-
mentos de la normatividad práctica, abrió la posibilidad de cuestionar y sustituir
a los primeros sin comprometer la arquitectura de los segundos. En ese sentido,
Pierre Legendre afirma que los orígenes de la secularización deben retrotraerse a
la «revolución de la interpretación» del siglo XII, cuando la ley pierde su carácter
trascendente para constituirse en una disposición susceptible de ser interpretada.
Ver P. Legendre, Sur la question..., op. cit., sobre todo pp. 193-206.
85
Pablo Fernández Albaladejo, Fragmentos..., op. cit., pp. 355 y ss.
86
En contrapunto con esta mirada, ver Alexis de Tocqueville, L’Ancien Régime et la
Révolution, Paris, Folio, 1967 [1856], p. 85: «Une chose surprend au premier abord:
la Révolution, dont l’objet propre était d’abolir partout le reste des institutions du
moyen âge, n’a pas éclaté dans les contrées où ces institutions, mieux conservées,
faisaient le plus sentir au peuple leur gêne et leur rigueur, mais, au contraire, dans
celles où elles les lui faisaient sentir le moins; de telle sorte que leur joug a paru le
plus insupportable là où il était en réalité le moins lourd». Y agrega en la página

55

la majestad(1).indd 55 4/26/10 9:02:15 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

nista que hacía depender su existencia de una decisión del poder


soberano. En América, y más precisamente en la Presidencia de
Quito, Federica Morelli mostró que el debilitamiento de los cuer-
pos intermedios de la sociedad implicó un desplazamiento de sus
funciones hacia las comunidades territoriales de base que vieron
reforzadas sus atribuciones y su jurisdicción. Este fortalecimien-
to de las municipalidades constituye un rasgo que compartió el
Nuevo Reino de Granada, donde el sistema de intendencias nunca
arraigó87.

Los cuerpos morales —afirma de manera muy reveladora Fi-


nestrad— como los físicos se conservan por los mismos medios
que los formaron; y se destruyen por sus contrarios. La unión que
los estableció los conserva y la discordia los destruye. Faltando en
el cuerpo de la República este buen orden, toda la tranquilidad
política y jerárquica se perturba y todos los miembros del Reino
se descoyuntan mediante las facciones, motines y sediciones. La
conservación y felicidad de las naciones pide la recíproca relación
de unos a otros y de todos juntos a la cabeza que los gobierna. De
la mutua correspondencia de los miembros depende la soberanía
de los Príncipes y lo sagrado de la Religión88 .

En los albores de la revolución, la soberanía monárquica per-


manecía enquistada en un orden metafísico. La potencia real sos-
tenía este orden desde adentro, preservando y reproduciendo la
diversidad y la desigualdad sobre la que se levantaba. Los presu-
puestos del orden de majestad definían de esta manera el alcance
y el contenido de la soberanía real.

95: «Quand la noblesse possède non seulement des privilèges, mais des pouvoirs,
quand elle gouverne et administre, ses droits particuliers peuvent être tout à la fois
plus grands et moins aperçus. Dans les temps féodaux, on considérait la nobles-
se à peu près du même œil dont on considère aujourd’hui le gouvernement: on
supportait les charges qu’elle imposait en vue des garanties qu’elle donnait. Les
nobles avaient des privilèges gênants, ils possédaient des droits onéreux; mais ils
assuraient l’ordre public, distribuaient la justice, faisaient exécuter la loi, venaient
au secours du faible, menaient les affaires communes. A mesure que la noblesse ces-
se de faire ces choses, le poids de ses privilèges paraît plus lourd, et leur existence
même finit par ne plus se comprendre».
87
Federica Morelli, Territorio o nación. Reforma y disolución del espacio imperial en Ecua-
dor, 1765-1830, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2005.
88
Joaquín de Finestrad, El vasallo..., op. cit., p. 327.

56

la majestad(1).indd 56 4/26/10 9:02:15 AM


CAPÍTULO 2
L A REINCORPORACIÓN DE LA MAJESTAD
Y DE LA SOBERANÍA EN LOS PUEBLOS

Este complejo montaje será puesto a prueba a partir de 1808. La


invasión francesa a Portugal un año antes lleva a Napoleón a in-
tervenir en la política interior de la monarquía, cuya corona se
disputan Carlos IV y su hijo, Fernando VII. Después del motín de
Aranjuez, Napoleón se ofrece como mediador; los invita a Bayona,
allí los impele a abdicar, y coloca en el trono a su hermano José.
Las provincias españolas no reconocen al nuevo soberano. Des-
provista de cabeza, la comunidad política parece abocada a la des-
integración. Las fuentes dan cuenta reiteradamente del temor que
comparten los actores. La amenaza cobra una doble dimensión:
por una parte, en cuanto a la monarquía hispana, la decapitación
compromete la articulación jerárquica de los cuerpos y las corpo-
raciones, lo que los actores llaman la disolución del Estado; por
otra, en cuanto a cada corporación, la personería corre el riesgo
de desaparecer. La comprensión de la magnitud y de la naturaleza de
la crisis y de las soluciones que los actores proponen para enfren-
tarla se revela así en el marco de la majestad89. En América, donde
la tentativa centralizadora de los Borbones tuvo un carácter más
precario, su influjo es más contundente.
La enseñanza del derecho romano-canónico en los dominios de
la Corona española hasta principios del siglo XIX explica la notable
homogeneidad de vocabulario y de ideas utilizadas por los españo-
les a ambos lados del Atlántico al tratar de resolver el problema de
la representación después del encarcelamiento de Fernando VII

89
Manuel Chust, «Rey, soberanía y nación: las cortes doceañistas hispanas, 1810-
1814», en Manuel Chust e Ivana Frasquet (eds.), La trascendencia del liberalismo docea-
ñista en España y América, Valencia, Biblioteca Valenciana, 2004, pp. 51-75.

57

la majestad(1).indd 57 4/26/10 9:02:15 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

en Valençay. Muchos de los revolucionarios en todas las provin-


cias del Imperio eran abogados y doctores en ambos derechos. El
Corpus Iuris Civilis, el decreto de Graciano, los de Gregorio IX, los
cánones de Inocencio III, figuran entre las obras estudiadas a fon-
do por los juristas criollos y con frecuencia conocidas de memoria.
Éstas habían servido de modelo para las compilaciones españolas.
Después de la expulsión de los jesuitas, Carlos III buscó reformar
la enseñanza del derecho relativizando la importancia del dere-
cho canónico y civil. Se trataba de fortalecer la jurisprudencia y
el conocimiento práctico de la legislación española en detrimento
de los dos derechos antiguos90. Sin embargo, cuando estalla la cri-
sis de 1808, los conocimientos extraídos de los tratados jurídicos
y canónicos constituyen una especie de segunda naturaleza que
emerge con enorme fuerza tanto entre los españoles peninsula-
res como entre los españoles americanos. Muchos de los hombres
que orientarán los acontecimientos revolucionarios en la Nueva
Granada —Camilo Torres, Joaquín Camacho y Frutos Joaquín
Gutiérrez, entre otros— se habían graduado en los dos derechos,
el civil, es decir, el romano, y el canónico91. En Venezuela, Juan
Germán Roscio, el principal redactor de la Declaración de Inde-
pendencia de 1811, era abogado y doctor en los dos derechos, al
igual que otros eminentes patriotas como Miguel José Sanz, Miguel
Peña o Francisco Javier Ustáriz. Nos interesa explorar en lo que sigue
la incidencia de esta cultura pública en los primeros momentos de la
transformación política.

90
Sobre el aspecto propiamente práctico de estas dos materias, con respecto al
Alto Perú, Clément Thibaud, «La academia carolina de Charcas: una “escuela de
dirigentes” para la Independencia (1774-1809)», en Rossana Barragán, Dora Cajías
y Seemín Qayum (eds.), El siglo XIX. Bolivia y la América Latina, La Paz, IFEA-Coordi-
nadora de Historia, 1997, pp. 39-60.
91
Sobre este tema, ver las indicaciones de Renán Silva, Los Ilustrados de la Nueva
Granada, Bogotá, Banco de la República-EAFIT, 2002, passim.

58

la majestad(1).indd 58 4/26/10 9:02:15 AM


L A REINCORPOR ACIÓN DE LA MAJESTAD Y DE LA SOBER ANÍA EN LOS PUEBLOS

L A «AUGUSTA PROCLAMACIÓN» DE FERNANDO VII


EN SANTAFÉ Y SIMITÍ

En junio de 1808 Santafé recibe la noticia de la proclamación de


Fernando VII en el trono de España. El 25 de agosto llega a la
capital del Reino una noticia aún más extraordinaria, la de las
abdicaciones de Bayona. La reacción de las autoridades, en primer
lugar, la del Cabildo de Bogotá, es inmediata92. Es preciso restable-
cer el vínculo imaginario entre la ciudad y el rey depuesto, con el
fin de acabar con la atroz usurpación napoleónica y de restaurar
el orden de los pueblos. El «momento fernandino»93 evidencia un
patriotismo monárquico exaltado94 que se manifiesta en el lengua-
je de la majestad.
La «Relación del juramento a Fernando VII»95 del 11 de sep-
tiembre de 1808 se ofrece como una oportunidad para compren-
der cómo se reconstruye un poder legítimo en el curso de las crí-
ticas circunstancias que enfrenta entonces la monarquía. En ese
momento de orfandad, la soberanía del rey no se expresa como
una autoridad estatal abstracta sino como una presencia encar-
nada por la imagen y el ritual, orientadas directamente a suscitar
las emociones de los súbditos. Pero no debemos equivocarnos: las
ceremonias expresan también la función de la persona real como
forma simbólica que une el cuerpo del reino al cuerpo, institu-
yente y fundador, de Cristo. La jura a Fernando el Deseado ritualiza
a la monarquía como mediación mayestática entre la Providen-

92
Ver un fino análisis de la representación del rey Fernando después del anuncio
de las abdicaciones en Georges Lomné, Le lis et la grenade. Mise en scène et mutation
imaginaire de la souveraineté à Quito et Santafé de Bogotá (1789-1830), Doctorado de la
Universidad de Marne-la-Vallée, 2003, pp. 277-290.
93
Isidro Vanegas, «El vacío de poder» en la Nueva Granada 1808-09», ponencia
presentada en el seminario «En el umbral de las revoluciones hispánicas: el bie-
nio 1808-10», El Colegio de México, abril 10 y 11 de 2008. Ver también Armando
Martínez Garnica, «La reasunción de la soberanía por las juntas de notables en el
Nuevo Reino de Granada», en Manuel Chust (coord.), 1808. La eclosión juntera en el
mundo hispano, México, Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México, 2007,
pp. 286-333.
94
François-Xavier Guerra, op. cit., pp. 115-148.
95
«Relación de lo que executó el Muy Ilustre Cabildo Justicia y Regimiento de la
Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Santafé de Bogotá, Capital del Nuevo Reyno de
Granada, en la Augusta proclamación que hizo del señor Dn Fernando VII, por Rey
de España é Indias, el día 11 de Setiembre de 1808», Archivo Histórico Nacional
(Madrid), Estado, leg. 60A, exp. 4.

59

la majestad(1).indd 59 4/26/10 9:02:15 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

cia y los hombres. Se podría pensar que no hay nada nuevo bajo
el sol, pero en el contexto de las abdicaciones la majestad asume
un sentido inédito y vital. Tradicionalmente, esta ceremonia tenía
lugar con ocasión del ascenso al trono de los monarcas, y su ob-
jetivo era representar la permanencia del Estado de Justicia y el
consentimiento del pueblo a su autoridad96 . El rito respondía a la
necesidad de asegurar simbólicamente la continuidad dinástica.
Implícitamente, introducía también la idea de que una autoridad
no consentida era ilegítima. El juramento a Fernando no admite
duda: José I no es rey de España. Al reafirmar con gran pompa la
lealtad de los pueblos al rey caído, los cabildos y las autoridades
reales, organizadores de las festividades, reconstituyen el orden
simbólico, y con él, la legitimidad de las autoridades. Esta maniobra
busca restaurar «el orden y la majestad97». En esos meses dramáticos
de 1808, la profunda lealtad de las poblaciones hispanoamericanas
resulta tanto de un afecto sincero hacia el nuevo rey, que salvaría a
la monarquía de la usurpación francesa, como de la necesidad de
restablecer el principio instituyente de la sociedad, la forma sim-
bólica de la realeza, es decir, su fundamento de unidad y cohesión.
Precisemos, de paso, que esta devoción monárquica responde a
menudo a un pedido expreso del pueblo y cuenta con su partici-
pación. Los ejemplos abundan. En Caracas, el 15 de julio de 1808,
una conmoción popular obliga a las autoridades afrancesadas a
jurar públicamente su fidelidad a Fernando VII98.

96
Carole Leal Curiel, El discurso de la fidelidad, Caracas, Academia Nacional de la
Historia, 1990.
97
«Relación de lo que executó el Muy Ilustre Cabildo Justicia y Regimiento de la
Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Santafé de Bogotá, Capital del Nuevo Reyno de
Granada, en la Augusta proclamación que hizo del señor Dn Fernando VII, por Rey
de España é Indias, el día 11 de Setiembre de 1808», Archivo Histórico Nacional
(Madrid), en adelante AHN (Madrid), Estado, leg. 60A, exp. 4, s. f. (fol. 4v).
98
Del capitán general Juan de Casas al gobernador de La Habana, marqués de So-
meruelos: «A las tres de la mañana del dia 15 del corriente entro en el Puerto de la
Guayra un Bergantin frances procedente de Bayona, y en el mismo dia suvieron á
esta Capital dos oficiales de su bordo, los quales me entregaron pliegos compre-
hensivos de varios papeles de Madrid, y de Francia, cuyo resumen es que el Sor Dn
Fernando 7° resignó a favor de su Padre: que este Sor nombró por su lugar Tenien-
te General al Sor Duque de Berg y de Cleves que se hallaba en Madrid, y despues
renunció la corona de España y las Indias en el Sor Emperador de los franceses, y
este la transfirió á su hermano el Rey de Napoles […] Apenas se traslucieron en
Caracas estas noticias, se llenó el Pueblo de irritacion, y se empezó una especie de
insurreccion, pidiendo á grandes gritos que se continuase la obediencia al Sor Dn
Fernando 7° y se le proclamase publicamente llevandose por las calles el Pendon Real

60

la majestad(1).indd 60 4/26/10 9:02:15 AM


L A REINCORPOR ACIÓN DE LA MAJESTAD Y DE LA SOBER ANÍA EN LOS PUEBLOS

Es necesario preguntarse entonces por la diferencia entre el


recibimiento de la dinastía napoleónica y el que presidió el acce-
so de los Borbones al trono español en 1700. En América nadie
cuestionó la legitimidad de Felipe V a raíz de la Guerra de Su-
cesión, como lo hizo la Corona de Aragón. En consecuencia, la
divergencia no se debe buscar por el lado del nacionalismo —las
dos nuevas dinastías eran francesas— sino por el de la religión.
Felipe de Anjou era un príncipe católico, destinado a la corona
por testamento, pero sobre todo por la Providencia; José Bonapar-
te, en cambio, era un impío, heredero de una revolución deicida,
que había accedido al poder por la fuerza99. Los periódicos, gace-
tas y hojas sueltas de la Nueva Granada no dejaban de repetirlo.
Esto pone en evidencia el hecho de que las dinámicas de estatiza-
ción borbónicas no habían secularizado el fundamento del orden
simbólico. El absolutismo no había erosionado la tríada «Dios, la
naturaleza y el Reyno» ni el carácter justiciero de la Corona100. En
los albores de la revolución, el nudo teológico-político del orden
monárquico permanecía intacto.
La vacatio regis abre un abismo. Los contemporáneos lo advier-
ten de inmediato. Pasado el primer momento de estupefacción, se
abre una intensa discusión y se multiplican las iniciativas en res-
puesta a los interrogantes que plantea la situación. El rey aparece
en ellas como la piedra angular del orden en varios sentidos. En
primer lugar, como máxima supremacía, su majestad se eleva al
punto que nada ni nadie puede rivalizar con sus decretos (aparte
de Dios, la naturaleza o las constituciones históricas de los reinos
cuyas normas inamovibles debe respetar). Él constituye el princi-
pio de unidad de la sociedad española de ambos mundos. Como
magistrado supremo del reino es también el garante de la jerar-
quía de las corporaciones que ordenan la Corona de Castilla. Fi-
nalmente, como imagen de Dios y rey por su gracia, es el punto de

á consequencia de haberse publicado su exaltacion y de haberse recibido una Real Ce-


dula fecha en 10 de abril para su Proclamacion. Con que se ha hecho, ha entrado el
Pueblo en su tranquilidad y sin ella eran de temer gravisimas consequencias». AHN
(Madrid), Estado, Cuba, leg. 59, A, No. 17.
99
Renán Silva, «La Revolución Francesa en el Papel Periódico de Santafé de Bogo-
tá», Caravelle. Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien, No. 54, 1990, pp. 165-178.
100
Pablo Fernández Albaladejo, «La Monarquía», Actas del Congreso internacional
sobre Carlos III y la Ilustración. Vol. I. El Rey y la Monarquía, Madrid, Ministerio de
Cultura, 1988, pp. 36-37.

61

la majestad(1).indd 61 4/26/10 9:02:15 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

unión del Cielo y la Tierra. El sentido catastrófico de la vacatio regis


consiste justamente en que hace vacilar el orden en todos estos
aspectos. La soberanía indivisible del rey, la jerarquía mayestática
de los cuerpos y comunidades y la unión mística del reino con su
principio instituyente, la religión católica, quedan en suspenso101.
Una idea sencilla estructura toda la Relación: el cuerpo decapi-
tado de la monarquía debe recomponer estas diferentes represen-
taciones de la dignidad real, con el fin de restablecer un orden le-
gítimo. El reino, por su parte, debe reponer el vínculo imaginario
con la persona real, su principio de unidad y de cohesión102.
Un cabildo extraordinario se reúne el 7 de septiembre por orden
del virrey Amar, y el 11 ordena la celebración de la jura. Esta ceremo-
nia reproduce las de juramento de la llegada al trono de un sobera-
no —«magnificencia»103, «solemnidad»104 y «orden y magestad»105 —,
y se inscribe así en el marco de la majestad. En el centro del dispo-
sitivo simbólico se encuentra la imagen del rey. El principio de esta
representación, como lo demuestra Louis Marin en el caso de Luis
XIV106, retoma la teoría de la transubstanciación. A la manera de
una hostia real, el ícono testifica la presencia real del monarca en-
tre sus vasallos, quienes deben inclinarse, llenos «de la fidelidad,
de la ternura, de la alegría, de compasión y del furor107», ante la

101
No podemos dejar de reparar en las tensiones que encuba este orden y en el
hecho de que difícilmente permiten reconocer una complementariedad en sus di-
mensiones. El monarca español participa de atributos de la soberanía, tal como
había sido formulada por Bodino, pero su potestad no marca una ruptura frente al
orden heterónomo. Por el contrario, él asegura una mediación entre el más allá y el
más acá. Ver nuestro análisis más adelante (capítulo 6 de este libro).
102
El mismo análisis es válido en el caso de la capitanía general de Venezuela.
Ver Clément Thibaud, «Salus Populi. Imaginando la reasunción de la soberanía en
Caracas 1808-1810», en Roberto Breña (dir.), En el umbral de las revoluciones hispáni-
cas: el bienio 1808-1809, Madrid-México, El Colegio de México, Centro de Estudios
Políticos y Constitucionales, en prensa.
103
Ibid., fol. 1v.
104
Ibid., fol. 2.
105
Ibid., fol. 4v.
106
Louis Marin, Le portrait du roi, Paris, Editions de Minuit, 1981: «Dès lors, fai-
re le portrait du roi, c’est-à-dire faire une copie du portrait du roi, ce n’est pas
seulement reproduire, multiplier les chaînons de la chaîne mimétique, c’est aussi
célébrer, comme prêtres officiant choisis par le ciel, le rituel du mystère royal de la
transsubstantiation du corps du prince», p. 256. Ver la síntesis de Roger Chartier,
Les origines culturelles de la Révolution française, Paris, Le Seuil, 1991, cap. 6. Para la
América hispana, y Venezuela en particular, Carole Leal Curiel, El discurso…, op.
cit., pp. 126-145.
107
«Relación…», ibid., fol. 2v.

62

la majestad(1).indd 62 4/26/10 9:02:15 AM


L A REINCORPOR ACIÓN DE LA MAJESTAD Y DE LA SOBER ANÍA EN LOS PUEBLOS

verdad de un poder mediador entre Dios y los hombres. La Rela-


ción da cuenta de este reconocimiento:

Parecía que el gozo y el amor les había tiranizado dulcemente no


dexandoles dormir en toda la noche por el ancia de presenciar la
suspirada Real proclamación108 .

Para invocar la presencia del rey se distribuyen y exhiben ante


el pueblo monedas, emblemas, efigies, retratos y medallas. Se ex-
pide la orden de acuñar «monedas de oro y plata», de poner un
retrato del rey en la galería del Ayuntamiento con «las Armas de
la Ciudad, y un Emblema alusivo á la solemnidad del dia»109. En la
víspera del juramento, se le presentan las medallas al virrey, álter
ego del monarca. En esta ceremonia, el Real Pendón tiene un pa-
pel eminente. Debe tener un lugar en el Ayuntamiento (la cabeza
de la provincia), al lado del Retrato Real, después de haber sido
llevado a los lugares simbólicos de la ciudad, expuesto «a la vista
del público» al son de «música marcial»110.
El vínculo imaginario con la autoridad legítima se lleva a cabo
por medio de estas «hostias reales», generosamente distribuidas
entre el público (éste puede apropiárselas). El objetivo de esta li-
turgia colectiva, en forma de misa de sacrificio ritual, es formar un
pueblo-cuerpo, homogéneo, unánime y entusiasta111. El vínculo
vertical con el rey asegura de esta manera las relaciones horizon-
tales entre sus súbditos. Al restablecer la fidelidad al monarca, los
vasallos, iguales en cuanto cristianos e hijos del mismo rey-padre,
restituyen los vínculos que los unen entre sí. Este momento de
fusión y de unanimidad manifiesta inequívocamente el restable-
cimiento del orden: es a la vez el signo y la fuente de su legitimi-
dad. La Relación subraya repetidas veces la participación de todos,
hombres, mujeres y niños de todas las edades y condiciones, en el
juramento de fidelidad a su rey.

108
Ibid., fol. 3V. El subrayado es nuestro.
109
Ibid., fol. 2.
110
Ibid., fol. 2v.
111
«A esta hora se renovó todo el gozo y el entusiasmo popular, al golpe de la
retreta, que con acuerdo del Exmo Señor virey se rompiera al frente de las Reales
insignias el Comandante del Batallon Auxiliar Don Josef Moledo». Ibid., fol. 3.

63

la majestad(1).indd 63 4/26/10 9:02:15 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Como la iluminación de toda la Plaza era magníficamente so-


bervia: como los repiques de todas las campanas habian conmo-
vido la ciudad se aumentaba por instantes no solo de las gentes
del Pueblo, sino tambien de las personas distinguidas de ambos
sexos anhelando por saciar los impulsos de su amorosa curiosidad
en la vista del Real Retrato. […] Desde bien de mañana se bolbió
apresentar en la Plaza el numeroso Pueblo, compuesto de todas
edades, sexos, y condiciones. […] Hasta los niños causaban un
espectáculo tierno y consolador con sus repetidas vivas112.

Indios y mestizos participan de este entusiasmo colectivo, irre-


flexivo.

[…] pero sepan que el Pueblo Americano por cuyas benas circu-
la una pura y caliente sangre Española, que los mestizos entrazados
con la del Pais, y los naturales indígenas todos respiran venganza
[contra Napoleón]113.

Pero esta unanimidad que fusiona e «iguala», que es signo del


restablecimiento de la legitimidad, deja ver otro tipo de orden: al
hacer visible la forma simbólica que estructura los vínculos entre
los súbditos del rey, la ritualización de la fidelidad monárquica
garantiza también la jerarquía de los cuerpos y comunidades, ese
otro aspecto fundamental del Estado. «Todos los cuerpos», dice la
Relación, aclamaron «á una sola voz que no querían reconocer a
otro por su Monarca y soberano»114.
Las ceremonias del 11 de septiembre de 1808 dejan traslucir los
dispositivos de la majestad. La sociedad aparece como un organis-
mo, un cuerpo de cuerpos en el que cada cual tiene su lugar, con
el respeto debido de las preeminencias y distinciones: principio
jerárquico de complementariedad. El siguiente aparte ilustra esta
dimensión.

Que se pace oficio al Exmo Señor Virey para que su Excelencia


disponga los Señores Ministros del Tribunal de la Real Audien-

112
Ibid., fol. 4-6.
113
Ibid., fol. 6v.
114
Ibid., fol. 1.

64

la majestad(1).indd 64 4/26/10 9:02:15 AM


L A REINCORPOR ACIÓN DE LA MAJESTAD Y DE LA SOBER ANÍA EN LOS PUEBLOS

cia que deban concurrir al paceo y proclamación, con respecto


álo que se ha practicado en las anteriores, al M.V.D. y C., álos Pre-
lados Eclesiasticos regulares, al Señor Comandante del Batallon
Auxiliar, al Diputado de Comercio álos dos Colegios, al cuerpo de
Abogados, al de Hacendados, y álos Gremios, para que cada uno
según su honor y facultades disponga las cosas, de modo que el
lucimiento manifieste la asendrada fidelidad de esta Capital, y los
sentimientos de regocijo que anima á cada uno de sus habitantes
[…].115

Por último, las autoridades eminentes como cabeza del cuerpo


representan naturalmente a la colectividad, principio de encarna-
ción de la misma. La Junta extraordinaria del 5 de septiembre de-
bía ser de «la mayor amplitud, representación y conocimientos116 .
El acta registra cuidadosamente los cuerpos e individuos presen-
tes, escogidos por su representatividad, es decir, por su influencia
social117. La ceremonia culmina a las tres de la tarde con el jura-
mento del Ayuntamiento al rey, «a vista del Publico» y sobre los
«santos Evangelios». El regidor más joven entrega el Real Pendón
al de más edad, manifestando la unidad y permanencia del cuer-
po representativo del pueblo que es el Cabildo. También hay que
anotar que el ritual reafirma la legitimidad de las autoridades,
sobre todo la del virrey. Este último había ordenado la reunión
de la «junta extraordinaria» del Ayuntamiento que debía prever
las festividades del juramento118. Al final del ritual, él recibe a un
representante del cuerpo municipal, autorizando la recepción del
emisario de la Junta de Sevilla, el capitán de fragata don Juan de
Sanllorente, como regidor perpetuo de la ciudad119. El boato de la
majestad, desplegado con ocasión de las magníficas ceremonias
de septiembre, manifiesta una sólida fidelidad monárquica y la vi-

115
Ibid., fol. 2.
116
«Acta del 5 de septiembre de 1808», folleto impreso, Archivo Histórico Nacional
(Madrid), Estado, leg. 60A, exp. 3, p. 1.
117
«[…] Reales Tribunales, Cuerpo municipal, venerable Cabildo Eclesiástico, y
demas autoridades civiles, económicas y militares, representantes de la nobleza y
vecindario del Comercio y Agricultura, de las Comunidades Religiosas, carrera lite-
raria, profesion legal y documentacion clásica y constitucional del Estado…», Ibid.,
p. 3.
118
Ibid., p. 1.
119
«Relación…», fol. 5.

65

la majestad(1).indd 65 4/26/10 9:02:15 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

talidad de la concepción teológica-política sobre la que se sostiene


la monarquía.
A pesar de la distancia de la capital, en el ámbito local se cons-
tata el mismo predominio de la majestad como forma simbólica
de la legitimidad. El 29 de agosto de 1808, tras el anuncio de las
abdicaciones de Bayona, un cabildo extraordinario se reúne en
el pueblo de San Antonio de Simití, en la provincia de Cartage-
na de Indias. La usurpación de Napoleón es un sacrilegio contra
«la Sagrada persona de nuestro Augusto Soverano Don Fernando
Septimo de Borbon»120. La población, de manera unánime, jura
lealtad al monarca ardientemente deseado; los habitantes se de-
claran «prontos a sacrificar quanto tenemos, y a derramar hasta la
ultima gota de sangre por confesarnos, y conservarnos Subditos, y
vasallos unicamente de nuestro Augusto Rey»121. Manifestaciones
de alegría colectiva acompañan este acto de obediencia, así como
amenazas contra los «perfidos Franceses», con el apoyo del «brazo
divino del Omnipotente».
El catálogo de los ritos encaminados a recomponer el orden
público pone en evidencia la naturaleza religiosa de la legitimidad
monárquica. Es así como el 30 de agosto se oficia una «Missa de
Rogacion» en honor de «nuestro amo y señor sacramentado», con
presencia del Cabildo «y demas personas de distincion del Pue-
blo». Las autoridades anotan: «quedó manifiesta la Magestad». El
1 de septiembre tiene lugar una misa de rogación al glorioso san
Antonio de Padua, santo de la ciudad, con presencia del Cabildo.
El 3, el mismo programa para Nuestra Señora del Carmen, y al día
siguiente el bando de publicación del juramento a Fernando VII
es proclamado con música. El 7, la igualdad de los vasallos frente
al rey es recordada con el porte de escarapelas encarnadas «con
esta sifra V.F.7° que simboliza Viva Fernando VII», «sin distincion
de personas, calidad, sexos, ni estado», «trayendolas los hombres, y
clerigos en los sombreros, y las mujeres en el brazo izquierdo como
divisa nacional». El 8, una procesión del Real Pendón y del retrato
del rey organizada por el Cabildo recorre toda la ciudad con mú-
sica, despliegue de milicias, vivas, regocijo, colaciones y distribu-

120
Archivo Histórico Nacional (Madrid), Estado, leg. 58A, exp. 4, s. f.
121
Ibid.

66

la majestad(1).indd 66 4/26/10 9:02:15 AM


L A REINCORPOR ACIÓN DE LA MAJESTAD Y DE LA SOBER ANÍA EN LOS PUEBLOS

ción de monedas. Al día siguiente, se pronuncia una misa cantada


para el desafortunado monarca. La saturación del espacio público
y religioso por la imaginería real demuestra en esta forma tanto la
angustia frente a la vacancia real como la vitalidad de la represen-
tación eucarística y corporativa para recomponer el orden.

L A CABEZA DE TIBERIO EN EL CUERPO DE JÚPITER

Algunos meses después llega a América la noticia alentadora de


la creación en Aranjuez de una Junta Central Gubernativa de Es-
paña e Indias el 25 de septiembre de 1808. En enero del año si-
guiente el virrey Antonio Amar y Borbón hace oficiar una misa
de acción de gracias en la Catedral de Bogotá para celebrar su
instalación122. El canónigo José Domingo Duquesne pronuncia el
sermón. El contexto es severo, pero feliz: la monarquía vuelve a
encontrar su cabeza, desaparecida con los hierros de Fernando
VII. El discurso del canónigo demuestra una lealtad entusiasta,
no solamente a la Corona sino también a España. Al contrario de
la Francia de Napoleón, que establece «un nuevo código de impie-
dad» y aspira al imperio universal, las Españas constituyen el mo-
delo del imperio cristiano. Por sí mismas realizaron la profecía de
Malaquías. Gracias a su extensión, cada día se celebra el sacrificio
de Cristo sobre la tierra123.
Sin duda, el uso de la metáfora es lo que más dice sobre la repre-
sentación de este orden político inmerso en lo sagrado religioso.
Duquesne compara a Napoleón con Tiberio, quien aspiró a ser un
dios. El emperador romano habría ordenado cortarle la cabeza a
una estatua de Júpiter para reemplazarla por la suya. A su imagen,

122
Oración pronunciada de orden de el Exmo. Señor virey, y real acuerdo en la solemnidad de
acción de gracias celebrada en esta Iglesia Catedral Metropolitana de Santafé de Bogotá e día
19 de enero de 1809 por la instalación de la Suprema Junta Central de Regencia, Bogotá,
Bruno Espinosa de Monteros, 1809.
123
«Siendo el designio, el de una Monarquía universal, en que aboliendose Leyes,
usos y costumbres, se estableciese un nuevo Codigo de impiedad, y de abomina-
cion, para entregar al hombre al imperio de las pasiones, y sugetar á una razon
debil y oscurecida los inviolables derechos de la fé de nuestro Señor Jesu Christo,
no podía exceptuar una Monarquía que abraza dos Mundos, que comprende dos
hemisferios, y sobre la qual el Sol jamas esconde sus rayos, teniendo la gloria de
verificar en sus inmensos recintos la profecía de Malachias, ofreciendo al Señor en
todo lugar, y en toda hora el adorable sacrificio sobre nuestros altares […]». Ibid.

67

la majestad(1).indd 67 4/26/10 9:02:16 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Bonaparte le había asestado un golpe fatal al Estado124 al decapi-


tar el reino. La armazón simbólica del cuerpo político amenazaba
entonces con desmoronarse. Esta imagen encuentra además reso-
nancias evangélicas. El apóstol Pablo describe la unión de Cristo
con su Iglesia como una alianza entre la cabeza y el cuerpo; las
dimensiones de lo visible y lo invisible impregnan todo su pensa-
miento125. Por analogía, la legitimidad política, revestida de una
dimensión sagrada, se hizo invisible por la decapitación monár-
quica, pero no ha desaparecido: se ha retirado al cuerpo de la
nación, hipóstasis laica de la Iglesia. El signo cierto de este retiro
del principio de legitimidad política es la virtud de fidelidad de
los españoles. Este precepto moral le permite al cuerpo no dar-
se una cabeza sino, más profundamente, volver a encontrar «la
fuerza y el vigor del Estado» para reconstituir, por intermedio de
las Juntas, un poder legítimo y restituirle una cabeza visible a la
comunidad. Duquesne juega con la raíz etimológica de la palabra
estatus, que significa permanecer en pie. El Estado aparece así
como el principio jerárquico que le permite a las corporaciones
permanecer constituidas y articuladas. Aquí tenemos una justifi-
cación religiosa de la eminente dignidad de un pueblo cristiano,
universitas christiana articulada al reino invisible, capaz de reconsti-
tuir el principio de su cohesión. El pensamiento medieval proveía
elementos para asegurar esta recomposición de una cabeza desde
el cuerpo126 . La imagen retórica del canónigo de Bogotá permite
pensar la soberanía del pueblo, respetando todos los criterios del
más impecable catolicismo127. Este tipo de metáfora contribuyó a
legitimar, al igual que los relatos más «modernos», los cambios en
la estructura simbólica del orden. El cuerpo (político) desprovisto

124
Ibid., p. 15.
125
Colosenses 2, 15-18.
126
Sobre el derecho de la colectividad y el alcance de la potestad del pueblo en el
pensamiento medieval, ver Otto von Gierke, Teorías políticas…, op. cit., pp. 150 y ss.
127
La Sagrada Escritura proveía, en efecto, elementos para pensar la autoridad tem-
poral como fruto de un contrato, a semejanza del que fue hecho en Hebrón entre
David y las tribus de Israel: «Entonces se congregó todo Israel en torno a David en
Hebrón, y dijeron: He aquí, hueso tuyo y carne tuya somos. Ya de antes, cuando Saúl
aún era rey, eras tú el que sacabas y el que volvías a traer a Israel. Y el SEÑOR tu Dios
te dijo: “Tú pastorearás a mi pueblo Israel, y serás príncipe sobre mi pueblo Israel.”
Vinieron, pues, todos los ancianos de Israel al rey en Hebrón, y David hizo un pacto
con ellos en Hebrón delante del SEÑOR; luego ungieron a David como rey sobre
Israel, conforme a la palabra del SEÑOR por medio de Samuel». 1 Crón. 11, 1-3.

68

la majestad(1).indd 68 4/26/10 9:02:16 AM


L A REINCORPOR ACIÓN DE LA MAJESTAD Y DE LA SOBER ANÍA EN LOS PUEBLOS

de cabeza puede regenerarse porque se reconoce como una fuen-


te de legitimidad sin pasar por las mediaciones monárquicas.
Poner una cabeza ajena en un cuerpo impecable y católico pa-
rece algo tan monstruoso e irracional como el gesto de Tiberio. El
canónigo señala otro de los sentidos del Estado: la metáfora de la
legitimidad permite llevar a cabo grandes separaciones normati-
vas entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, el bien y el mal, la
razón y la locura. Por esto, en la literatura religiosa128, la disgrega-
ción del Estado despoja a la comunidad política de su fin último,
el bien común, hundiendo a todos los hombres en la confusión, el
furor y la guerra.
El sermón del canónigo da cuenta de la forma como el cuerpo
se corona. Una novedad fundamental se halla en curso. La natu-
raleza de la potestad que las corporaciones reclaman ahora no se
circunscribe a la tutoría del ius commune sino que se trata de una
potestad plena. Esta maniobra describe en ese sentido una suerte
de potenciamiento de su dimensión corporativa: al darse una ca-
beza, estos cuerpos inermes, como consecuencia de la acefalía, se
revisten de una potestad hasta entonces encarnada en el monarca
pero sin renunciar a su pertenencia a una unidad mayor que los
abarque al modo de la majestad129.
Este proceso encuba, sin embargo, tensiones profundas. Por
una parte, plantea un interrogante central por las comunidades
capaces de incorporarse. En Nueva Granada, después de 1810,
las capitales de provincia se reclaman cabeza. Pero provistas de
una potestad plena ellas ya no solamente completan los cuerpos
provinciales, sino que amenazan con dominar despóticamente los
pueblos de sus jurisdicciones a los que no les reconocen represen-
tación política. La alternativa entre autonomía o el sojuzgamiento
que implica depender de un gobierno incorporado se instala en el
centro de las relaciones entre los cuerpos del reino. Y, desde luego,
no es exclusivamente característica del virreinato: el principio de
unidad jerárquica se desploma en toda la monarquía. De esta ma-

128
J. de Finestrad, El vasallo, op. cit., p. 207: «[la Nación] se debe contemplar como
un cuerpo particular que sólo ha de tener una cabeza y, si tuviese más, sería otro
monstruo como la hidra, enseña Tiberio». Sobre este tema, ver Otto von Gierke,
Teorías políticas… op. cit., p. 129, nota 89.
129
Ver supra capítulo 2.

69

la majestad(1).indd 69 4/26/10 9:02:16 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

nera, la incorporación en curso en los primeros años de la crisis


crea una incertidumbre fundamental sobre la forma de unidad de
la comunidad política.
La fuerza del pensamiento corporativo ofreció los elementos
para responder muy rápidamente al desafío que planteaba la ace-
falía monárquica, pero al mismo tiempo legó problemas inéditos a
los años por venir. En el centro de este dilema se expresa una ten-
sión, para nosotros insoluble, entre una potestad que se reclama
plena pero que no renuncia a su carácter agregativo. En este sen-
tido, el sermón de Duquesne prefigura la dinámica política que se
abre paso a partir de 1810.

1810: LAS JUNTAS Y EL ESTADO DE NECESIDAD

Dos años después de las abdicaciones de Bayona, cuando en Ve-


nezuela y la Nueva Granada se constituyeron juntas autónomas de
gobierno, las élites criollas las justificaron en los mismos términos
que en ultramar130. La reversión de la soberanía al pueblo sólo se
proponía conservar localmente «los derechos de Fernando VII»131
para suplir una regencia española que nadie en América había
designado. En nombre de su provincia, el cura de Vituyma, don
Manuel Plata, dio clara cuenta del proceso:

En la época presente han reasumido los Pueblos los derechos


de su libertad, y el amor á su propia conservacion los obliga á cons-
tituirse autoridades que velen sobre ellas. Nuestro amado el Sr. D.
Fernando VII fue arrebatado de su Trono por el tirano de la Euro-
pa que aspira a la monarquía universal. En España no ha quedado
renuevo de su familia, y la Nación trata de sacudir el yugo que la
oprime. Nada podía adelantar en la lucha contra el enemigo, si
primero no se formaba un poder soberano que tomase las riendas
del Gobierno132.

130
Isabela Restrepo Mejía, «La soberanía del “pueblo” durante la época de la Inde-
pendencia, 1810-1815», en Historia Crítica, No. 29, 2005, pp. 101-123.
131
Todas estas juntas, como las de Caracas, Cartagena o Bogotá, se proclamaron,
en efecto, «conservadoras de los derechos de Fernando VII».
132
Apología de la Provincia del Socorro sobre el crimen de cismática que se le imputa por la
erección de obispado, Santafé de Bogotá, Imprenta Real de Don Bruno Espinosa de
los Monteros, 1811, p. 6.

70

la majestad(1).indd 70 4/26/10 9:02:16 AM


L A REINCORPOR ACIÓN DE LA MAJESTAD Y DE LA SOBER ANÍA EN LOS PUEBLOS

La regencia se perfila como un monstruo, tal como el ius com-


mune lo concebía. Se trata de una falsa cabeza porque no participa
del consentimiento de los cuerpos. El poder que pretende ejercer,
en consecuencia, no puede ser sino una expresión inaceptable de
la tiranía, carente de toda legitimidad. La regencia, entonces, re-
dobla la acefalía. Los cuerpos, amenazados por la desintegración
resultante, reasumen su soberanía en un esfuerzo por reinstituirse
y escapar de la anarquía.
No obstante, un hecho fundamental permite comprender la
creación de las juntas de 1810 en la Nueva Granada, en Venezuela
y en las demás provincias: la convicción de que la conquista de la
Península por las armas francesas, después de la invasión a Anda-
lucía, es definitiva. Este contexto bélico marca la reivindicación de
gobierno por parte de las ciudades americanas y supone la apro-
piación de una noción más moderna, claramente «borbónica» de
la soberanía. Solamente entonces, dos años después de haber re-
presentado la legitimidad carismática y religiosa del monarca, y
tras haber reconstituido el orden jerárquico de las corporaciones
del que él era la piedra angular, Venezuela y el Reino reivindican
una plenitudo potestatis, un poder de mando supremo. A continua-
ción desarrollamos el ejemplo de la Nueva Granada, en el entendi-
do de que la situación es comparable en la vecina Capitanía133.
Como se sabe, el acta del Cabildo Extraordinario del 20 de ju-
lio en Santafé, así como la mayor parte de las demás declaraciones
expedidas por las juntas provinciales134, precisa que la soberanía
del pueblo se ejerce en representación del rey:

[…] que protesta no abdicar los derechos imprescriptibles de


la soberanía del pueblo á otra persona que á la de su augusto y
desgraciado monarca don Fernando VII […]135

Esta dimensión de la soberanía parece cercana al despotismo


ministerial de Godoy y al absolutismo borbónico, y por esto pro-

133
Clément Thibaud, «Salus Populi. Imaginando la reasunción de la soberanía en
Caracas 1808-1810», op. cit., y nuestro desarrollo del capítulo 6 de este libro.
134
Ver «Representación», Junta del Socorro, 15.VII.1810, BA, II, p. 519-521, sobre
todo p. 520.
135
«Cabildo extraordinario», 20.VII.1810, BA, II, p. 556.

71

la majestad(1).indd 71 4/26/10 9:02:16 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

voca, de entrada, un cierto malestar entre sus promotores. El esta-


blecimiento de las juntas es en cierta forma una declaración «de
independencia» frente a la España francesa (pero no a la España
a secas y, mucho menos, a la monarquía). Se trata implícitamente
de una segunda declaración de guerra a Francia, con el objeto de
asegurar el primero de los derechos naturales, la «seguridad del
pueblo». El 23 de julio, la Junta Suprema publica un bando en el
que esto aparece justo después de su prioridad fundamental, la
defensa de la religión católica (art. I). El fin del gobierno nuevo es
pues asegurar la tranquilidad pública reprimiendo «todo espíritu
de división», sobre todo contra los españoles europeos (art. III). Es
así como el artículo V del mismo precisa:

Vivirá persuadido el pueblo de que estamos en seguridad y


que no tenemos hostilidad interior ni esterior que nos amenace,
entendiendo que las armas de que podian recelarse estan descar-
gadas sin haber en poder de la tropa otras que las necesarias ó
indispensables para el servicio diario […]136

En el Socorro, algunos días antes, el gobierno nuevo había sido


proclamado para defender al pueblo de las intrigas del corregidor
José Valdés, que lo despreciaba «como á hombres desarmados que
debiamos perecer a balazos137». En forma clásica, la temática de
la soberanía como poder indivisible de coacción aparece ligada
a la necesidad de restablecer el orden público y la unidad de una
sociedad dividida. La preocupación por la defensa de la ciudad, la
protección de las autoridades y el deseo de asegurar la lealtad de
las tropas acuarteladas en la ciudad son las preocupaciones más
urgentes de los nuevos gobiernos138. Éstos deben su existencia a las
circunstancias extraordinarias de la guerra, al temor de una con-
quista inminente, a la amenaza de traición y, sobre todo, al riesgo
de desintegración, a la amenaza de descomposición interior. La
Junta Suprema de Santafé lo afirma con claridad:

136
«Bando», Junta Suprema de Santafé, 23.VII.1810, BA, II, p. 565.
137
«Representación», Junta del Socorro, 15.VII.1810, BA, II, p. 520.
138
«Cabildo extraordinario», 20.VII.1810, BA, II, p. 556. Véase también el «Bando»
de la Junta Suprema de Santafé, 23.VII.1810, BA, II, art. V.

72

la majestad(1).indd 72 4/26/10 9:02:16 AM


L A REINCORPOR ACIÓN DE LA MAJESTAD Y DE LA SOBER ANÍA EN LOS PUEBLOS

Tan sabido es como notorio, que en el conflicto á que se vió úl-


timamente reducida la nacion por la parte del territorio europeo,
y disolucion de la Suprema Junta Central á que se ha sustituido
interinamente el supremo consejo de regencia, todavia el leal y ge-
neroso pueblo del nuevo reyno de Granada no habia variado de
conducta, sometido en todas las cosas á las autoridades del antiguo
gobierno, hasta que noticioso de las novedades ocurridas en la ilus-
tre ciudad de Carácas, Puerto Cabello, Guayana y últimamente en
las de la ciudad de Cartagena, Pamplona y Villa del Socorro, que
conducidos por los mejores principios de equidad y constreñidos de
una necesidad inevitable alteraron el gobierno hasta esta época reci-
bido, y sustituyeron al que mas adecuadamente exigía el imperio de
las circunstancias, no pudo ménos que estremecerse á vista del horri-
ble monstruo de la anarquía y division de las provincias […]139

Esta soberanía, por lo tanto, está respaldada en la idea de una


necesidad inmediata, una situación de excepción: Salus Populi Su-
prema Lex Esto, se atreverá a decir la Junta Suprema de Caracas140. Al
librarse de las leyes positivas para responder a la urgencia del mo-
mento, y apoyándose en el derecho natural —sobre todo en el dere-
cho de gentes141—, las Juntas endosan una soberanía esencialmente
ejecutiva: un derecho de mando destinado a asegurar la seguridad
y la tranquilidad públicas142 y a dirigir las fuerzas armadas.
La Junta del 20 de julio, consciente de fundar un gobierno so-
bre bases opuestas al ideal legalista de la época, se preocupa por
calificar su capacidad como «interina»143. Al leer los numerosos
motivos que llevaron a la creación de la Junta Suprema, se percibe
la molestia de los actores al asumir la supremacía de los Borbones.
Las razones invocadas son, claro está, «las ocurrrencias del día de

139
«Bando», Junta Suprema de Santafé, 23.VII.1810, BA, II, p. 564. El subrayado es
nuestro.
140
Gaceta de Caracas, 27.IV.1810.
141
«… principios constitucionales del derecho de gentes, y leyes fundamentales del
Estado español…», «Bando», Junta Suprema de Santafé, 28.VII.1810, BA, II, p. 564.
142
«Decreto de la Suprema Junta», 12.IX.1810, «La suprema junta gubernativa de
la capital atenta siempre (en medio de los gravísimos cuidados que la rodean) á los
importantes objetos de la pública seguridad y pacífica union de los ciudadanos…»,
BA, II, p. 589.
143
«Cabildo extraordinario», 20.VII.1810, BA, II, p. 556.

73

la majestad(1).indd 73 4/26/10 9:02:16 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

hoy»144, pero se alude a una futura constitución destinada a enmar-


car el poder en las leyes, y la organización de las elecciones para
evitar la transformación de la Junta en tiranía y permitir así el
consentimiento del pueblo a la autoridad. Con su inteligencia, An-
tonio Nariño analizó retrospectivamente ese delicado momento:

Un movimiento simultaneo de todos los individuos de una


provincia, en un mismo tiempo, hacia un mismo punto y con un
mismo objeto, es una cosa puramente abstracta, y en el fondo im-
posible. ¿Qué remedio en tales casos? El que hemos visto prac-
ticado ahora entre nosotros por la verdadera ley de la necesidad;
apropiarse cierto numero de hombres de luces y de crédito una
parte de la soberanía para dar los primeros pasos, y después res-
tituirla al pueblo145.

Pero otro problema crucial aparece entre líneas en el texto


del acta del 20 de julio: el del carácter indiviso de la soberanía
moderna. ¿Cómo sería recibido por las otras ciudades y provin-
cias del reino este derecho de gobierno absoluto, detentado por
el rey y ejercido en su nombre por la Junta Suprema de Santafé?
Los miembros de la Junta anticiparon la respuesta: les propusie-
ron a las otras secciones del virreinato un «sistema federativo».
Esta preocupación por articular un poder unificado, de naturale-
za ejecutiva e incluso militar con la «libertad [e] independencia»
de las provincias se presenta, desde el principio de la revolución,
como un problema insoslayable146 . La proclamación de las Juntas
tanto en Santafé como en las provincias manifiesta, de hecho, la
aparición de soberanías ejecutivas en toda la Nueva Granada. Los
pueblos se coronan, apoderándose de la dimensión moderna de la
soberanía monárquica en nombre del rey caído:

144
La cuestión del florero de Llorente, que había provocado una conmoción popu-
lar contra la población de origen peninsular de la ciudad, y más allá, la sospecha de
traición contra los españoles europeos.
145
Antonio Nariño, «Reflexiones al Manifesto de la Junta Gubernativa de Carta-
gena, sobre el proyecto de establecer el Congreso Supremo en la Villa de Medellin,
comunicado á esta Suprema Provisional», Cartagena, 19.IX.1810, Biblioteca Nacio-
nal de Colombia, Fondo Pineda, No. 166. El subrayado es nuestro.
146
«Cabildo extraordinario», BA, II, p. 556.

74

la majestad(1).indd 74 4/26/10 9:02:16 AM


L A REINCORPOR ACIÓN DE LA MAJESTAD Y DE LA SOBER ANÍA EN LOS PUEBLOS

[…] mientras la misma junta forma la constitución que afian-


ce la felicidad pública, contando con las nobles provincias, á las
que en el instante se les pedirán sus diputados, formando este
cuerpo el reglamento para las elecciones en dichas provincias, y
tanto éste como la Constitución de Gobierno debieran formarse
sobre las bases de libertad, independencia respectiva de ellas, li-
gados únicamente por un sistema federativo, cuya representación
deberá residir en esta capital, para que vele por la seguridad de la
Nueva Granada […]147

La proclamación de las Juntas, tanto en la Nueva Granada como


en Venezuela, abre un momento más propiamente bodiniano, en
el curso del cual los pueblos reasumen la dimensión carismática y
mayestática de la realeza a la que le asocian, bajo el imperio de las
circunstancias de la guerra, una plenitudo potestatis. Ahora bien, la
naturaleza indivisa de este poder plantea tensiones difícilmente
solubles entre los gobiernos «autónomos» de las provincias y los
pueblos. Majestad y soberanía están ahora referidas a estos últi-
mos. La indivisibilidad de ésta y el carácter relativo y agregativo
de aquélla son fuente de tensiones. ¿Cómo conciliar estas nuevas
soberanías absolutas que se multiplican sobre la antigua jurisdic-
ción del virreinato?

EL CHOQUE ENTRE MAJESTAD Y SOBERANÍA

La lógica de este proceso se evidencia con extraordinaria claridad


en el caso de Mompox, en la provincia de Cartagena. La ilegi-
timidad de la regencia despoja a la provincia de su referente de
unidad. La jerarquía de los cuerpos territoriales se desploma y los
pueblos subalternos recobran su autonomía no solamente frente
a la regencia sino frente a Cartagena. José María Gutiérrez así lo
manifiesta en 1810:

No hay que dudarlo, señores, una vez arrebatado de entusias-


mo el pueblo de Mompox con la memorable noticia de la revo-

147
«Bando», Junta Suprema de Santafé, 23.VII.1810, BA, II, p. 564.

75

la majestad(1).indd 75 4/26/10 9:02:16 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

lucion de la capital, y roto sin momento de duda los lazos perju-


diciales que lo ligaban con el Consejo tiránico de Regencia, ha
quedado este pueblo sin otro soberano que él mismo […] El hom-
bre ilustrado de Mompox se mira en este día con cierta especie
de orgullo, libre de toda otra ley que sea la de su conciencia, y
absteniéndose por muchas y muy graves causas de contradecir la
autoridad que reina por la opinión en este ilustre Cuerpo que
sonríe de placer, esperando el feliz momento de consignar sus
preciosos derechos148 .

Un primer momento de este proceso está signado por la ne-


cesidad de dotarse de una cabeza que los habilite políticamente.
Los procesos electivos se ponen en marcha: la reunión de cabildos
extraordinarios o cabildos abiertos y la designación de represen-
tantes por aclamación. De allí resultará una representación co-
legiada: las juntas de gobierno que gozan de legitimidad y que
recomponen el orden.

¿Por qué, pues, han de quedar subsistentes los de los Pueblos


numerosos con sus antiguas Matrices, quando ellos son capaces
de organizarse por si solos, sin dependencia alguna? ¿Qué, los
principios de derecho natural y de gentes, no son comunes a to-
dos? ¿Tiene por ventura el Doctor Torres algun Codigo que los
restrinja á determinados sugetos, y á estos Lugares que solo el an-
tojo de las bárbaras demarcaciones del antiguo Gobierno colocó
en la clase de Matrices?149

La atribución de la potestas a los pueblos produce un choque en-


tre majestad y soberanía. Los patriotas mantienen de la primera el
carácter compuesto e incorporado del conjunto de la comunidad
política, pero a cada cuerpo político del virreinato le confían una
potencia indivisible y necesariamente igual. La unidad que resulta
constituye así una majestad desprovista de jerarquía y una sobera-
nía dividida, es decir, una composición de cuerpos políticos sobe-

148
Texto sin fecha de José María Gutiérrez, en Manuel Ezequiel Corrales, op. cit.
(en adelante, Corrales), I, p. 192.
149
José León Armero (diputado de Sogamoso), «Voto III», 7.XI.1811, No. 2. Sobre la
admisión en el Congreso del Representante de Sogamoso, Santafé de Bogotá, 1811.

76

la majestad(1).indd 76 4/26/10 9:02:16 AM


L A REINCORPOR ACIÓN DE LA MAJESTAD Y DE LA SOBER ANÍA EN LOS PUEBLOS

ranos que, sin embargo, no renuncian a la unidad entre ellos. Este


enfrentamiento entre majestad y soberanía no se les escapa a los
actores que anticipan consecuencias concretas, como lo pone de
presente el diputado Manuel Campos en su defensa del derecho
de Sogamoso a enviar un diputado al congreso del reino, cuando
afirma:

Si se me concede la independencia de Santafé, se ha de conce-


der a los Pueblos de las Provincias, á estas, y á todos los trozos de
la Sociedad que pueden representar por si políticamente, quie-
ro decir, hasta trozos tan pequeños, que su voz tenga proporcion
con la voz de todo el Reyno. La fuerza del raciocinio es igual.
[…] Luego, por el contrario, debo afirmar, que habiendo faltado
Fernando Septimo del Trono, los Pueblos todos reasumieron la
Soberanía: y en esta virtud, España no puede sojuzgar á la Capi-
tal: esta no puede erigirse en Soberana de las Provincias […] ni
las Provincias en Soberanos de todos sus Pueblos, sino de aquellos
que hayan depositado sus derechos en las autoridades que residan
en la Cabeza de Provincia. No es pues, el nombre de cabeza de
Provincia, el que da autoridad para sojuzgar a los Pueblos, sino
la reunión de Pueblos que han sancionado sus gobiernos en la
Cabeza de Provincia150.

Para Campos, el sujeto de la soberanía resulta de una agre-


gación de «trozos de la Sociedad». Su carácter es esencialmente
corpóreo, en ausencia de toda referencia a individuos, y es lógica-
mente compuesto. Sin embargo, la naturaleza de la potencia que
reclama es plena, característica que comparte con la soberanía
moderna. Las contradicciones de Campos señalan la tensión insu-
perable entre majestad y soberanía, referidas ambas al cuerpo del
pueblo. Pero esta yuxtaposición plantea un peligro adicional: una
propensión a la tiranía, una disposición a «sojuzgar a los Pueblos»
subalternos. Esta amenaza es evidente para todos. Las fuentes se-
ñalan la sensibilidad de los actores que denuncian el riesgo de do-
minación, y atestiguan una lectura convergente del momento de

150
Manuel Campos, «Voto I», 5 de enero, 1811, No. 2. Sobre la admisión en el Congreso
del Representante de Sogamoso, Santafé de Bogotá, 1811.

77

la majestad(1).indd 77 4/26/10 9:02:16 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

corte fuertemente republicano151. La autonomización de los cuer-


pos y su necesidad de recomposición, de rearticulación, señala en
consecuencia la necesidad de recurrir a la diplomacia: los pueblos,
las provincias y los estados se disponen a nombrar comisionados
diplomáticos152 que, apoyados en el derecho de gentes, busquen
asociarse mediante la suscripción de tratados.
La Nueva Granada no fue tocqueviliana en su desenlace. La
construcción de un Leviatán que aplanara los cuerpos y le diera
forma a la sociedad de individuos no surgió allí en la transición del
siglo XVIII al XIX. Sin embargo, es posible recuperar la perspectiva
del autor de La democracia en América. Las revoluciones hispánicas,
desde nuestra perspectiva, revigorizaron y quizás completaron un
proceso que las reformas borbónicas habían impulsado: la corpo-
rativización de la sociedad. Con la vacancia de la autoridad le-
gítima, todo estimulaba la disgregación. Los conflictos locales se
redoblaron debido al problema del reconocimiento de la Regencia
y luego de las Cortes de Cádiz. Lino de Pombo así lo reconoce:

Las rivalidades y las pretensiones de localidad eran el motivo


verdadero; las teorías, el disfraz, y el ejemplo de los Estados Uni-
dos del Norte, el talismán de la agitación funesta153.

La desmembración del reino formó un verdadero enredo154.


Mompox declaró su independencia absoluta el 6 de agosto de 1810,
separándose de Cartagena155. Santa Marta, Chocó, Neiva, Mari-

151
Philip Pettit, Republicanism: Theory of Freedom and Government, Oxford, Oxford
University Press, 1997. Pettit propone distinguir entre una libertad que se afirma
contra la interferencia —la libertad liberal— frente a la que lo hace contra la domi-
nación —la libertad republicana—.
152
José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados: orígenes de la nación ar-
gentina (1800-1846), Buenos Aires, Espasa Calpe, 1997; Daniel Gutiérrez Ardila,
Un Nouveau Royaume. Géographie politique, pactisme et diplomatie durant l’interrègne en
Nouvelle-Grenade (1808-1816), tesis doctoral de la Universidad París I, 2008.
153
Carta de Lino de Pombo, citado en Bernardo J. Caycedo, Grandeza y miserias de
dos victorias, Bogotá, 1951, p. 31.
154
Rodrigo Llano Isaza, Centralismo y federalismo, op. cit.
155
Adelaida Sourdis de la Vega, Cartagena de Indias durante la Primera República,
1810-1815, Bogotá, Banco de la República, 1988, p. 29; Aline Helg, Liberty and Equa-
lity in Caribbean Colombia 1770-1835, Columbia, Chapel Hill, The University of Nor-
th Carolina Press, 2004, pp. 121-161; Steiner Saether, Identidades e independencia en
Santa Marta y Riohacha, 1750-1850, op. cit.; Marixa Lasso, «Race War and Nation
in Caribbean Gran Colombia, Cartagena, 1810-1832», en The American Historical

78

la majestad(1).indd 78 4/26/10 9:02:16 AM


L A REINCORPOR ACIÓN DE LA MAJESTAD Y DE LA SOBER ANÍA EN LOS PUEBLOS

quita, Casanare y Tunja siguieron el mismo curso. Incluso Girón,


hoy en Santander, «pretendió establecer un gobierno particular y
constituir [una república miserable]»156 . Pero la disgregación fue
frenada por la reacción de las capitales regionales. Cartagena se
tomó a Mompox, Pamplona a Girón, Tunja a Sogamoso y Honda a
Ambalema157. Esta reconquista de su jurisdicción por las capitales
no fue solamente militar; se acompañó de intensas negociaciones
diplomáticas encaminadas a la firma de verdaderos tratados en-
tre las ciudades «matrices» y las comunidades subalternas158. Con
mucha frecuencia la secesión de los pueblos se inscribía en una
estrategia dirigida a reclamarle a la capital el derecho de repre-
sentación159. Vélez, por ejemplo, contemplaba la opción de escoger
entre mantenerse en la provincia del Socorro, anexarse a Bogotá
o presentarse como corporación autónoma en el Congreso de la
Nueva Granada.
Es preciso insistir, entonces, en que los enfrentamientos mili-
tares que acompañan estos procesos no tienen un carácter desen-
frenado que permita pensarlos como guerras civiles. Estos com-
bates eran más bien limitados, estaban insertos en las lógicas de
negociación que acompañan un proceso efectivo y muy complejo
de recomposición de la unidad de la comunidad política. El carác-
ter retórico de estos embates ––más que guerrero––, lo limitado
de la violencia que despliegan y su inclinación al compromiso los
acercan a lo que se podría conceptualizar en términos de guerras
cívicas160.

Review, No. 111.2, 2006, pp. 336-361.


156
José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, Mede-
llín, Bedout, 1969 [1858], I, p. 142.
157
Rebecca A. Earle, Spain and the Independence of Colombia 1810-1825, Exeter, Uni-
versity of Exeter Press, 2000, pp. 38 y ss.
158
Guillermo Sosa, op. cit., pp. 40-66.
159
Ibid., pp. 40-41.
160
Para mayor detalle, ver supra capítulo 6 de este libro.

79

la majestad(1).indd 79 4/26/10 9:02:16 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

SOBRE LA DISGREGACIÓN DE LA PRIMERA INDEPENDENCIA

La disgregación de la «Patria Boba» legó a la memoria nacional


un relato inaugural negativo161. La disolución de la soberanía du-
rante la primera independencia aparece como el primer acto de
un destino colectivo marcado por divisiones, contradicciones y di-
ficultades insuperables. El período ha sido visto como una especie
de anticipación explicativa de los males del país. Un abrumador
consenso parece reinar en torno a ciertas racionalizaciones del
proceso: si bien todos coinciden en subrayar la complejidad cro-
nológica de los años 1810 a 1816, son pocos los historiadores que
cuestionan su sentido o sus causas. La tesis de la excepcionalidad
prevalece. La espectacular dislocación se deriva de factores inter-
nos, atribuibles a la sociedad y al territorio granadinos. La geogra-
fía montañosa y encerrada, la colonización en forma de ínsulas
humanas, la escasez y el mal estado de las vías de comunicación,
la pobreza del comercio, la fuerza de las identidades regionales y
de las rivalidades locales, las divisiones étnicas y culturales y las
desigualdades sociales debían, fatalmente, hacer estallar el país162.
Y sobre todo los apetitos de una oligarquía egoísta y dividida, así
como la brutalidad de los caudillos regionales, habrían sostenido
un federalismo antinacional. Todo esto puede tener algo de cierto,
pero no lo explica todo. Salvo si se cree en un soso determinismo
sociogeográfico, descalificado desde hace décadas, no es posible
concluir que una nación plural esté destinada a estallar por una
geografía compleja. La comparación se impone. El reconocimien-
to de que procesos semejantes se desarrollaron en todo el espacio
hispánico no permite atribuir entonces la fragmentación a causas
particulares del país.
En 1808, Sevilla tuvo la intención de atacar Granada, que ha-
bía reclamado una junta independiente. En España se pudo esta-
blecer el doble constitucionalismo, el local y el nacional163, pero
las tendencias disgregadoras de los «nacionalismos periféricos»
siguieron siendo profundas y son uno de los platos favoritos de la

161
Armando Martínez Garnica criticó fuertemente esta visión convencional en El
legado de la Patria Boba, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 1998.
162
Indalecio Liévano Aguirre, Los grandes conflictos sociales…, op. cit.
163
José María Portillo Valdés, Crisis atlántica. Autonomía e independencia en la crisis de
la monarquía hispánica, Madrid, Marcial Pons Historia, 2006.

80

la majestad(1).indd 80 4/26/10 9:02:16 AM


L A REINCORPOR ACIÓN DE LA MAJESTAD Y DE LA SOBER ANÍA EN LOS PUEBLOS

historiografía española164. En el curso de la independencia, Vene-


zuela tuvo las mismas angustias que la Nueva Granada165. La presi-
dencia de Quito tampoco estuvo al margen del fenómeno166. A partir
de 1820 se desatan en el Río de la Plata rivalidades tan profundas en-
tre Buenos Aires y las provincias que la nación sólo se unificaría en
1853167. ¿Y qué decir de la Nueva España168, o de los Estados Unidos
de México y su Constitución confederal de 1824169, y sobre todo de
América Central, donde en 1838 las Provincias Unidas ceden el
lugar a una serie de pequeños Estados-Nación, en una fragmenta-
ción soberana que será definitiva?170 Tal como observó Bolívar en
su Carta a un habitante de Jamaica, sólo Chile parece escapar de este
destino, pero esto es sin duda porque sus dimensiones, a principios
del siglo XIX, seguían siendo las de una provincia. Hay entonces
que volver a situar la disgregación granadina en el contexto más
amplio del orden imperial. Así, los elementos del contexto local ya
no aparecen como las causas necesarias y suficientes del proceso,
sino como factores de aceleración o de reducción del ritmo de una
dinámica de orden más general. Desde esta perspectiva, la única
excepcionalidad atribuible a la Nueva Granada fue quizás la rapi-
dez y la profundidad de su desmembramiento.
En cuanto al Imperio, no faltaron las tesis y las explicaciones
para dar cuenta de las modalidades particulares de fragmentación
de la «plurimonarquía española»171. Las élites americanas habrían
compartido una concepción plural de la monarquía que los pe-

164
Ver, por ejemplo, Luis González Antón, España y las Españas, Madrid, Alianza,
1997, y José Álvarez Junco, Mater dolorosa. La historia de España en el siglo XIX, Madrid,
Taurus, 2001.
165
Véronique Hébrard, Le Venezuela indépendant. Une nation par le discours, Paris,
L’Harmattan, 1996, pp. 75-119.
166
Federica Morelli, Territorio o nazione, op. cit.
167
José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados, op. cit.; Geneviève Verdo,
L’indépendance argentine entre cités et nations (1808-1821), Paris, Publications de la Sor-
bonne, 2006.
168
Antonio Annino, «Soberanías en lucha», op. cit., pp. 229-250, e Id., «Cádiz y la
revolución de los pueblos mexicanos 1812-1821», op. cit., pp. 178-179.
169
Alicia Hernández Chávez ofrece un penetrante y reposado análisis del fenóme-
no. Ver «Las tensiones internas del federalismo mexicano», en Alicia Hernández
Chávez (coord.), ¿Hacia un nuevo federalismo?, México, Fondo de Cultura Económi-
ca, Colegio de México, 1996, pp. 15-33.
170
Jordana Dym, From Sovereign Villages to National States: City, State and Federation in
Central America, 1759-1839, Albuquerque, University of New Mexico Press, 2006.
171
Demetrio Ramos, op. cit.

81

la majestad(1).indd 81 4/26/10 9:02:17 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

ninsulares habían abandonado progresivamente bajo la influencia


de la «modernización» centralizadora del despotismo borbónico.
La tesis del retraso americano, basado en la oposición entre una
Península en la que se abría paso el centralismo borbónico, frente
a las Indias que habrían seguido el modelo de los Austrias, tiene
varios inconvenientes. En primer lugar, a la manera de Tocque-
ville, esta mirada asocia el fenómeno a las reformas borbónicas.
De este modo, la fragmentación de la década de 1810 revelaría
retrospectivamente el fracaso del «despotismo» centralizador. El
rechazo del federalismo y la adopción de una concepción unita-
ria de la monarquía española parecen haber estado ligados más
bien al liberalismo de los diputados de Cádiz que a una herencia
borbónica triunfante172. La tesis del retraso americano se asocia
al reconocimiento de la persistencia del organicismo. Desde esta
perspectiva, los pueblos recuperan la soberanía porque confor-
man unidades políticas concretas, reales, en el seno de sociedades
incapaces de acceder al nivel de abstracción que supone el siste-
ma democrático. Por transposición, la fragmentación de las élites
y luego el reino de los caudillos revelan la permanencia, bajo el
oropel del orden constitucional, de una sociedad de Antiguo Ré-
gimen cuyos cuerpos han sido dislocados en fragmentos dispersos
por la revolución. Ésta marcaría el imposible paso de la comuni-
dad orgánica al contractualismo político y al atomismo social. De
esta forma, el camino —cerrado— de una modernidad deseada
pero irrealizable habría hecho ingobernables a los jóvenes esta-
dos. Antonio Annino rectificó esta interpretación asociando la
fragmentación a la reasunción de los municipios de su soberanía y
a la consiguiente condena a la confrontación. Él y Federica Morelli
insisten asimismo en el impacto de la Constitución de Cádiz, cuyo
efecto paradójico habría sido el fortalecimiento del poder local y
la multiplicación de los municipios. La fragmentación sería, desde
esta perspectiva, el resultado inesperado de la crisis de la monar-
quía y no simplemente una herencia de su pasado.
En el marco de esta discusión se podría señalar que las sobera-
nías entran en lucha aun en territorios donde nunca tuvo vigencia
la Constitución de Cádiz. La Nueva Granada y Venezuela, o más

172
José María Portillo Valdés, «La federación negada», en Crisis atlántica, op. cit.,
pp. 29-103.

82

la majestad(1).indd 82 4/26/10 9:02:17 AM


L A REINCORPOR ACIÓN DE LA MAJESTAD Y DE LA SOBER ANÍA EN LOS PUEBLOS

tarde el Río de la Plata, así lo atestiguan. En ese sentido, no se pue-


de desdeñar del todo el argumento de la herencia, de aquello que
hemos llamado la majestad. Ahora bien, es innegable que la mo-
dalidad de reasunción de la soberanía incide de manera decidida
en la disgregación. Sin embargo, es importante insistir en que ésta
no implica la soberanía moderna sin más. Se trata de una potestad
independiente, pero tiene dos propiedades que la distinguen de
aquélla: su carácter incorporado y compuesto. La soberanía de los
cuerpos en 1810 no remite a una potencia abstracta, ni tampoco
ha renunciado a su vocación de articulación a pesar de su reivindi-
cación de independencia.
De tal suerte que lo que reemplazó a la soberanía del rey fue
una compleja coexistencia entre soberanía del pueblo y soberanía
de los pueblos, y un nuevo principio de articulación y de restaura-
ción de la unidad: el federalismo173.

173
No desconocemos, por supuesto, que tuvo un precedente en la revolución nor-
teamericana. Ver capítulo 3 de este libro.

83

la majestad(1).indd 83 4/26/10 9:02:17 AM


CAPÍTULO 3
EL FEDERALISMO: ENTRE PUEBLOS,
ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

[…] seguramente que V. debe de vivir sepultado en algún Manglar aislado


de la comunicación de los hombres y de los papeles públicos, porque no hay
folleto, ni vieja, por rezandera que sea, que no nos tenga molidos los chi-
chones con el sistema federativo: ya no hay compañías de comercio, amista-
des, casamientos, ni puterias; todo es federación de comercio, federación de
hombres, federación de sexos, con bendición de la Iglesia, ó sin ella174.

Esta palabra tiene una verdadera majia: ella calienta las cabezas y exalta
los espíritus con una facilidad asombrosa. No sabremos decir, si esto
dependa de las lisonjeras impresiones que produce la teoría del sistema
representativo bajo la forma federal, ó de la paz y felicidad que disfrutan
nuestros hermanos y vecinos de la América del Norte, ó si de uno y otro.
Lo cierto es, que actualmente se oye la voz de federación como el recurso
único que (dicen) nos puede librar de la guerra civil, de las penurias de
la hacienda pública, y de la deuda domestica y extranjera: que nos puede
producir población, agricultura, comercio y riquezas; y que nos preservará
de necesidades, de disensiones, y hasta de enfermedades175.

Las palabras irónicas de Antonio Nariño y el extracto del periódi-


co oficial de la República de Colombia que aparecen en el epígrafe
subrayan con humor el extraordinario éxito de la idea federativa
en Venezuela y en la Nueva Granada. El federalismo que se im-
pone durante la primera independencia parece sentar un punto
de partida reflexivo casi natural para la mayoría de los actores,
incluso para aquellos que comúnmente incluimos en la etiqueta
de «centralistas».
La preeminencia del federalismo en la Nueva Granada se en-
marca, sin embargo, en dos reveses: el fracaso del primer Con-
greso neogranadino, reunido el 22 de diciembre de 1810, ante la
negativa de Bogotá de acogerse a la Federación en los términos

174
Antonio Nariño, «Al criticón de Calamar», en La Bagatela, No. 16, 20.X.1811.
175
Gaceta de Colombia (en adelante, GC), «Federación », No. 260, 8.X.1826, p. 3

85

la majestad(1).indd 85 4/26/10 9:02:17 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

propuestos por las otras provincias, y la reconquista española lide-


rada por Pablo Morillo desde 1816. La reasunción de la soberanía
por parte de las capitales de provincia y de los pueblos subalternos
suscitó conflictos desde muy temprano. Cartagena se enfrentó a
Mompox por la preeminencia; Popayán, a las ciudades del Valle
del Cauca; Pamplona, a Girón; Bogotá, a Honda y Ambalema. A
partir de 1811, estos enfrentamientos se transforman en guerra
cívicas, modalidades de confrontación armada limitada entre las
ciudades176 . Para evitar la descomposición interior de las provin-
cias históricas o matrices, así como la disgregación de la Nueva
Granada, se reúne un Congreso de las provincias. Otros conflic-
tos menores, como la aceptación o no del pueblo de Sogamoso, y
la determinación del lugar de la capital de la unión, se suman al
difícil problema del estatuto de la provincia principal, Cundina-
marca. El éxito de una unión federativa se ve comprometido. Sólo
algunas provincias, entonces, forman en noviembre de 1811 las
Provincias Unidas de la Nueva Granada. En 1812 se desata la gue-
rra entre Bogotá y la Unión. El desenlace de esta lucha, que dupli-
ca los combates contra los pueblos leales a las cortes de Cádiz, es la
toma de Bogotá en diciembre de 1814 por un acérrimo centralista
al servicio de la Unión: el brigadier Simón Bolívar. La confedera-
ción granadina triunfaba cuando las tropas expedicionarias de
Pablo Morillo inician la reconquista del reino en 1816.

EL FEDERALISMO ANTES DE LA FEDERACIÓN

Ahora bien, a pesar del entusiasmo que suscita la idea federal en


1810, ni la idea ni la cosa eran desconocidas antes de la revolu-
ción. Apasionados por la cultura clásica177, los «ilustrados de Nue-
va Granada» conocen la historia antigua y moderna de los poderes
federativos. En 1811, Miguel de Pombo pasa revista sabiamente a
todas estas formaciones históricas en su introducción a la traduc-
ción de la Constitución americana: confederaciones indígenas de

176
Ver Clément Thibaud, Repúblicas en armas. Los ejércitos bolivarianos en las guerras
de independencia en Venezuela y Colombia, Bogotá, Planeta-IFEA, 2003, cap. IV.
177
Punto desarrollado en todas sus consecuencias por Georges Lomné, Le lis et la
grenade…, op. cit.

86

la majestad(1).indd 86 4/26/10 9:02:17 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

América del Norte, tlaxcaltecos de Cortés, caribes de Venezuela,


araucanos, cantones suizos, Provincias-Unidas de los Países Bajos,
Confederación de Bélgica, Estados Unidos de América178. Este tex-
to retoma el hilo de una prolongada reflexión colectiva de la cual
no se tienen sino vestigios indirectos. Por consiguiente, el Correo
curioso, erudito, económico y mercantil no evoca jamás la cuestión del
federalismo, así como tampoco lo hace el Papel Periódico de Santafé
durante todo el tiempo de su publicación (1791-1797). Solamente
un artículo osa alabar la buena administración de la ciudad de
Nueva York, evocando, apenas, la estructura política de los Esta-
dos Unidos:

Es difícil formar concepto de la multitud y belleza de las pla-


zas. Quince de ellas se apropiaran á los diferentes Estados que
componen la unión; y no sólo tendrán su nombre, sino que servi-
rán para erigir en ellas las esatuas [sic], los obeliscos, ó columnas
que se harán construir para honrar la memoria de sus grandes
hombres179.

En esas condiciones, ¿cómo explicar la erudición federativa de


la que dan testimonio los revolucionarios neogranadinos a partir
del momento en que la crisis de la monarquía libera la expresión
pública de las opiniones? Es que la cuestión había sido largamen-
te debatida en el marco de las sociabilidades intelectuales de las
ciudades. En Santafé, la Tertulia eutropélica de Manuel del Soco-
rro Rodríguez es el teatro de los debates sobre la Independen-
cia americana. Antonio Nariño, el futuro «centralista», traduce la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y anima una
tertulia célebre antes de su encarcelamiento en 1794. Entre sus pa-
peles personales, recogidos para su proceso, figuran unas obras
en francés sobre la Revolución Americana: Abrégé de la Révolution
d’Amérique, Recueil des lois constitutives des États-Unis de l’Amérique, la
historia de William Robertson y un manuscrito atribuido a Pedro

178
Miguel de Pombo, «Discurso preliminar sobre los principios y ventajas del sis-
tema federativo», Constitución de los Estados Unidos de América según se propuso por la
convención tenida en Filadelfia el 17 de septiembre de 1787…, Bogotá, Imprenta Patrió-
tica de D. Nicolás Calvo, 1811. Este texto nos fue amablemente cedido por Isidro
Vanegas en una edición electrónica hecha por Isidro Vanegas Useche, pp. 11 y ss.
179
Papel Periódico de Santafé de Bogotá, 22.V.1795.

87

la majestad(1).indd 87 4/26/10 9:02:17 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Fermín de Vargas titulado Diálogo entre Lord North y un filósofo180.


Nariño decoró su «santuario», donde se reúne su pequeña repúbli-
ca de letras, con estatuas o retratos de Washington y Franklin. Sus
paredes ostentaban máximas de estos pensadores181.
Pedro Fermín de Vargas, uno de los «precursores» neogranadi-
nos, proyecta liberar a los sujetos del rey del despotismo. Los espa-
ñoles europeos y americanos deben construir un régimen de liber-
tad según los ejemplos de «la historia de la revolución del Norte de
América, la de Francia, la de Holanda y de las recientes repúblicas
de Italia»182. Los debates intelectuales de finales del siglo XVIII di-
bujaron, pues, un dispositivo de análisis, a la vez histórico y filosó-
fico, que emerge públicamente entre 1808 y 1809. El tribunal de
la opinión es el primer implicado por este florecimiento. Decenas
de impresos, artículos de periódicos, libelos y hojas sueltas compa-
ran con pasión las federaciones antiguas y las modernas. Pero las
correspondencias privadas, sobre todo, son fundamentales en la
circulación de la información y la cristalización de las posiciones.

L AS JUNTAS DE 1810: DE LA «REVERSIÓN DE LA SOBERANÍA»


A LA REVOLUCIÓN DEL DERECHO NATURAL

La proclamación de las juntas conservadoras de los derechos de


Fernando VII ocurre entre mayo y julio en las principales ciudades
de Nueva Granada. El discurso político del momento está marca-
do por el iusnaturalismo, a la vez clásico y racionalista183, y por
el republicanismo neoclásico184. Muchos conceptos clave —Esta-

180
Rafael Gómez Hoyos, La revolución granadina de 1810. Ideario de una generación y
de una época (1781-1821), Bogotá, Temis, 1962, e Instituto Colombiano de Cultura
Hispánica, 1982, dos v, pp. 221, 296; Renán Silva, Los Ilustrados, op. cit., p. 296.
Para más detalles sobre la mediación francesa en el conocimiento de la revolución
estadounidense, ver, Jaime Urueña, Nariño, Torres y la Revolución francesa, Bogotá,
Ediciones Aurora, 2007, pp. 22-40.
181
Renán Silva, Los Ilustrados…, op. cit., pp. 323 y ss. Jaime Urueña, Nariño, Torres…,
op. cit., pp. 62-63.
182
Pedro Fermín de Vargas, Pensamientos políticos y memorias sobre la población del Nue-
vo Reino de Granada, Bogotá, Banco de la República, 1953, y Rafael Gómez Hoyos,
La revolución granadina…, op. cit., pp. 292-296.
183
José Carlos Chiaramonte, Nación y Estado en Iberoamérica. El lenguaje político en
tiempos de la Independencia, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2004.
184
Georges Lomné, Le lis et la Grenade…, op. cit.

88

la majestad(1).indd 88 4/26/10 9:02:17 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

do, independencia, federación— adquieren en este contexto una


consistencia nueva. El federalismo se impone como una especie
de paradigma aglutinante. Es evidente que esta fuerza se deriva en
gran parte del dispositivo intelectual y político orientado a suplir
la acefalía monárquica.
El retorno de la soberanía a su poseedor originario fue enten-
dido desde el derecho natural católico. Ello le imprime ciertas ca-
racterísticas: por una parte, la reasunción de los atributos reales
supuso el regreso a una naturaleza creada y acabada; por otra, el
nuevo titular del poder, el pueblo, es entendido como un cuerpo
político y no como un conjunto de individuos. En este punto, los
escritos de Miguel de Pombo sobre el federalismo son reveladores.
La «transformación política» supone un retorno a un estado de na-
turaleza en el marco de un relato que se apoya en la Biblia. Su de-
mostración se desarrolla en tres tiempos: primero, el paraíso origi-
nal, donde los hombres viven armoniosamente en la abundancia;
después, la caída, «teatro sangriento de discordia y de maldad: una
guerra secreta fermentando en cada Estado»; finalmente, el nuevo
pacto social, que restablece las «leyes de naturaleza», la «moral in-
dividual» y «pública». Pero este contrato, en vez de asociar a los in-
dividuos, consiste en una estrecha alianza entre «pueblos vecinos».
Pombo establece una especie de estado civil orgánico en el que los
vínculos políticos entre los pueblos manifiestan la expresión natu-
ral de su sociabilidad185. Las premisas de esta construcción suponen
entonces que los sujetos del estado de naturaleza no son personas
naturales, individuos, sino colectivos. Los pueblos, en cuanto cuer-
pos políticos, describen el lugar originario del poder y dan cuenta
naturalmente de su ejercicio.
Así como muchos de sus compatriotas, Pombo enuncia como
axioma la naturalidad de las comunidades políticas en un univer-
so ordenado de manera espontánea. En numerosas reflexiones de
la época, no se trata de realizar el paso del individuo a la sociedad
civil a través del contrato, sino de asociar cuerpos políticos. Esta
agregación asegura potencia y unidad, y no compromete la diver-

185
Misma interpretación en el magnífico preámbulo de la Constitución de An-
tioquia. Constitución del Estado de Antioquia sancionada por los representantes de toda
la provincia y aceptada por el Pueblo el tres de mayo del año de 1812, Santafé de Bogotá,
Imprenta de Bruno Espinosa por D. Nicomedes Lora, 1812.

89

la majestad(1).indd 89 4/26/10 9:02:17 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

sidad. Como lo manifiesta el acta del Cabildo extraordinario de


Bogotá del 20 de julio de 1810, la solución federativa se impone
desde el primer momento como una necesidad lógica y política
entre las provincias.

Formando este cuerpo el reglamento para las elecciones en


dichas provincias; y tanto éste como la constitución de gobierno
deberán formarse sobre las bases de libertad e independencia
respectivas de ellas, ligadas únicamente por un sistema federati-
vo186 .

El predominio de las ideas federativas se basa entonces en la


interpretación que hacen los criollos de la crisis de la monarquía.
La vacatio regis trae consigo el hundimiento simbólico del antiguo
montaje de legitimidad. Ese vacío se ofrece como una oportunidad
para la regeneración iusnaturalista de la monarquía. Los juntistas
del Socorro subrayan de esa manera que la liberación eventual de
Fernando VII no podría justificar el regreso al statu quo ante, es
decir, al «despotismo» ministerial y a la opresión de las libertades
americanas187. La crisis tiene un carácter providencial. Autoriza la
adecuación entre la «voz de la naturaleza»188 y la «libertad civil»189.
De esta armonía son testimonio «el entusiasmo», el «grito» y la
adhesión «espontánea» a los nuevos principios. La unanimidad
del pueblo, representado por los padres de familia reunidos en
las plazas de armas, es un signo cierto del regreso a la verdad del
vínculo político.

[...] y rompiendo el vínculo social fue restituido el pueblo del


Socorro a la plenitud de sus derechos naturales e imprescriptibles
de la libertad, igualdad, seguridad y propiedad, que depositó pro-
visionalmente en el Ilustre Cabildo de esta Villa y de seis ciudada-

186
Citado en Rodrigo Llano Isaza, Centralismo y federalismo (1810-1816), op. cit., p.
62 y comentario.
187
«Acta de independencia del Socorro», 11.VII.1810, en Horacio Rodríguez Plata,
La antigua provincia del Socorro y la Independencia, Bogotá, Publicaciones Editoriales
Bogotá, 1963, pp. 35-38.
188
Miguel de Pombo, op. cit., p. 4.
189
«Memorial del Cabildo al Virrey», Socorro, 6.VII.1810, en Horacio Rodríguez
Plata, Andrés María Rosillo y Meruelo, Bogotá, Editorial Cromos, 1944, p. 170.

90

la majestad(1).indd 90 4/26/10 9:02:17 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

nos beneméritos [...] Es incontestable que a cada pueblo compete


por derecho natural determinar la clase de gobierno que más le
acomode; también lo es que nadie debe oponerse al ejercicio de
este derecho sin violar el más sagrado que es el de la libertad190.

«[El] feliz momento»191 restablece, por otra parte, la corres-


pondencia, comprometida por la «corrupción» del «despotismo»,
entre las libertades individuales y la independencia colectiva. La
regeneración de la ciudad es concebida como la coincidencia en-
tre el modo de composición de la ciudad y su constitución. En
términos aristotélicos, concuerdan la polis y la politeia, o, en el la-
tín de Cicerón, la civitas y el status. Y ahí donde esta convergencia
es (r)establecida, la formación de nuevos Estados es legítima. La
asociación de estos últimos en una federación prolonga el feliz
restablecimiento de los derechos naturales en el estado civil de los
pueblos.
Estas construcciones descansan en una metafísica común en la
que la asociación federativa no se limita a las cuestiones públicas,
sino que constituye una regla del cosmos. A imagen de los revolu-
cionarios americanos192, Pombo funda su pensamiento en una on-
tología aristotélica. El universo compone la unidad a partir de la
diversidad y la ordena en un conjunto de «sistemas» jerarquizados.
Esta progresión ascendente mantiene la integridad de cada grado,
asegurando al mismo tiempo la presencia de las leyes de Dios,
las de la naturaleza y las de los hombres, en cada nivel del Ser. El
conjunto está garantizado por un principio de armonía preesta-
blecido. El concepto de federación describe tanto el «sistema de

190
«Acta de la Constitución del Estado libre e independiente del Socorro», en Ho-
racio Rodríguez Plata, La antigua provincia del Socorro, op. cit., p. 46.
191
Miguel de Pombo, op. cit., p. 7. E incluso en Santa Marta, con ocasión de la
elección de la junta, lo que indica que esa lectura de la reversión de la soberanía se
impone también en el ámbito regentista. «Alocución de uno de los Miembros de la
Junta Gubernativa de Santa Marta, con motivo de la instalación de este Cuerpo»,
14.VIII.1810, en Corrales, op. cit., I, p. 141: «Ciudadanos de Santa Marta! Llegó el
feliz momento en que espira la tiranía y desaparece el despotismo; pero aun uno
puede tener sus cadenas y el otro su espantosa voluntad oculta en los corazones de
algunos malos ciudadanos [...]».
192
Peter Onuf y Nicholas Onuf, «The Compound Republic of America», en Federal
Union, Modern World. The Laws of Nations in an Age of Revolutions 1776-1815, Madison,
Madison House, 1993, cap. 2, particularmente, pp. 54-56. Ver The Federalist Papers,
No. 9 y 51.

91

la majestad(1).indd 91 4/26/10 9:02:17 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

la naturaleza» como las formas políticas regeneradas. Se trata de


una fuerza natural y universal.

En efecto: si contemplamos el orden admirable del Universo,


veremos que la inteligencia suprema ha ligado tan estrechamente
todas las partes de su obra, que no hay alguna que no tenga re-
laciones con todo el sistema. Las mas pequeñas producciones de
la naturaleza, que los hombres que no piensan, juzgan inútiles,
no son granos de polvo sobre la máquina del mundo, sino peque-
ñas ruedas que se unen a otras mas grandes. [...] Si descendemos
después al hombre y contemplamos cada una de sus relaciones,
veremos que en su cuerpo, además de la circulación general cada
parte tiene su circulación particular; que como ser físico, él entra
en la composición del Universo, obedece al movimiento y acción
general, al mismo tiempo que como un ser moral y dotado de
razón, está sujeto a una ley propia y superior que lo distingue del
resto de los animales; que como vasallo o miembro del Estado,
obedece a las leyes que él mismo se ha constituido como miembro
del Soberano, al mismo tiempo que cuida de sus intereses, gobier-
na su casa, y es el jefe de su propia familia; y finalmente si conti-
nuamos el análisis de las relaciones morales y políticas que ligan
y encadenan la gran sociedad del género humano, nos habremos
convencido [de] que las leyes de la federación obran por todas
partes, y que la Constitución política que está fundada sobre estos
principios, es la única que se descubre en el orden y plan general
de la naturaleza. Por eso es, que los pueblos sencillos, y las repú-
blicas nacientes han adoptado la federación […]193

La elección de las metáforas deja ver que, en el espíritu de sus


partidarios, el federalismo ancla el orden político sobre una base
a la vez orgánica y natural. En ello estriba su legitimidad. La amis-
tad federativa de los Estados encuentra así correspondencia en los
lazos fraternales que unen a ciudadanos iguales entre sí.

Pero hallándonos unidos por estrechos vínculos de fraterni-


dad con los ilustres Cabildos de las muy nobles y leales ciudad de

193
Miguel de Pombo, op. cit., p. 10.

92

la majestad(1).indd 92 4/26/10 9:02:17 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

Vélez y villa de San Gil194. O bien: […] las actuales Provincias que
componían todo el Virreinato y que parece aspiran á una verda-
dera fraternidad, y segura unión195.

El sistema confederativo consiste en un juego de escalas y de re-


laciones entre diferentes niveles que encajan: la creación, el cuer-
po de nación, el Estado, el pueblo, la familia y el ciudadano196 . No
solamente articula esos diferentes grados, sino que también hace
circular en medio de ellos, y entre ellos, los lazos y los principios
indiscutibles de la naturaleza. Con audacia incorpora al orden or-
gánico un elemento de igualdad. Este federalismo construye es-
calas diferenciadas de soberanía, pero en cada una de ellas los
sujetos son iguales (ciudadanos, pueblos, Estados y naciones). Cada
grado de esta progresión es de naturaleza diferente, pero su princi-
pio de organización es analógicamente igual a los grados superio-
res e inferiores. Dicha innovación está autorizada por el preceden-
te norteamericano.

Este pueblo está en nuestro mismo continente, es el pueblo


de los Estados Unidos, los cuales según la observación de un fi-
lósofo político de la Europa, del Dr. Price, «son los primeros bajo

194
Acta de independencia, Socorro, 11 de julio de 1810, Horacio Rodríguez Plata,
Andrés María Rosillo y Meruelo, op. cit., p. 179.
195
«Reflexiones al Manifiesto de la Junta de Cartagena, sobre el proyecto de esta-
blecer el Congreso Supremo en la Villa de Medellín, comunicado á esta Suprema
provisional» [1810], Corrales, I, 167.
196
El diputado peruano Ramón Feliu, en las Cortes de Cádiz en 1811, dice lo si-
guiente: «Las naciones diversas, las provincias de una misma nación, los pueblos
de una misma provincia y los individuos de un mismo pueblo, se tienen hoy unos
respeto de otros, como se tienen unos respeto de otros, todos los hombres en el es-
tado natural. En él, cada hombre es soberano de sí mismo; y de la colección de esas
soberanías individuales resulta la soberanía de un pueblo. Entendiendo por esta
soberanía, no la independencia de la legítima autoridad superior, sino una sobera-
nía negativa, y que dice relación solo á otro pueblo igual. De la suma de soberanías
de los pueblos, nace la soberanía de la provincia que componen, entendida esta
soberanía en el mismo sentido: y la suma de soberanías de las provincias constituye
la soberanía de la Nación. Nadie, pues, dirá que un pueblo de una provincia de
España es soberana de otra; nadie dirá que la colección de algunas provincias de
España es soberana de la colección de las restantes. Luego nadie podrá decir que la
colección de algunas provincias de la Monarquía que forman lo que se llama Espa-
ña, es soberana de la colección de las otras provincias de la Monarquía que forman
lo que se llama América». Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias
(25.I.1811), en Manuel Chust, «Rey, soberanía y nación: las Cortes doceañistas his-
panas, 1810-1814», op. cit., pp. 62-63.

93

la majestad(1).indd 93 4/26/10 9:02:17 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

del Cielo, que tienen el honor distinguido de haber establecido


formas de gobierno favorables a la libertad universal»; y a los que
se podrá aplicar algún día con mas razón, lo que se decía de los
judíos: que en ellos todas las familias sobre la tierra han sido ben-
decidas197.

EL PROBLEMA DE LA UNIDAD POLÍTICA

El período que sigue a la proclamación de las juntas finaliza en


una dispersión geográfica de los poderes198. Innumerables ciuda-
des, en virtud del principio de reversión de soberanía, y apoyándo-
se en la autoridad que les confieren sus derechos reencontrados,
proclaman su autogobierno disociándose de sus «provincias ma-
trices». Con la desaparición del principio jerárquico encarnado
en la persona natural del rey, la comprensión iusnaturalista de la
reversión de soberanía, unida a intereses socioeconómicos loca-
les, corroe los lazos entre las provincias y las municipalidades de
la Nueva Granada. Estas últimas son igualadas y enfrentadas. El
Diario Político de Santafé de Camacho y Caldas percibe el proceso y
denuncia sus peligros desde agosto de 1810:

Habitantes del Nuevo Reino de Granada: vosotros vais a dar


en estos escollos si adoptáis medidas parciales, sistemas aislados,
contraídos a vuestros recintos sin consultar el bien general. Vues-
tra independencia será mal segura si el gobierno no se unifor-
ma, si vuestra conducta no rueda sobre unos mismos principios.
Unos lugares quieren que se adopte una constitución, otros otra,
y sin haber precedido una asociación general, cada uno obra por
movimientos disparatados, cediendo a los impulsos que se le im-
primen. […] La división, la rivalidad, ese necio orgullo de ser la
primera, nos precipitará en los males incalculables de una guerra
civil199.

197
Miguel de Pombo, op. cit., p. 6.
198
Además, Rodrigo Llano Isaza, Centralismo…, op. cit. Ver Georges Lomné, «Du
Royaume à la nation: l’invention du territoire colombien», en L’Ordinaire Latinoamé-
ricain, No. 162, 1996, pp. 31-37, e Isabela Restrepo, op. cit., pp. 101-123.
199
«Las organizaciones parciales sólo sirven para producir la discordia», afirman
ellos de nuevo. Diario Político de Santafé de Bogotá, No. 1, 27.VIII.1810. Ver Llano Isaza,

94

la majestad(1).indd 94 4/26/10 9:02:18 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

La historiografía ha descrito este proceso en términos de una


fragmentación que asocia implícitamente las dinámicas de separa-
ción y de agregación territoriales a la idea moderna de soberanía.
Ahora bien, esta descripción, que da cuenta de la dinámica de
desagregación desde afuera, impide la comprensión del universo
mental de los actores. Estos últimos no ignoran la conceptuali-
zación filosófica de la soberanía de Bodino, Hobbes, Pufendorf,
Bossuet y Rousseau, ni su expresión política, que en el Imperio
español había sido desarrollada tempranamente200. La referencia
a una soberanía única e indivisible aparece en numerosos textos.
La Constitución de Antioquia (1812), por ejemplo, estipula en el
artículo 19 de la Declaración de los Derechos del Hombre en So-
ciedad que la encabeza:

La Soberanía reside originaria, y esencialmente, en el Pueblo.


Es una, é indivisible, imprescriptible, é inenajenable201.

Sin embargo, la inquietud general de los contemporáneos fue,


justamente, escapar de la formación de un Leviatán unitario. Es
absurdo reducir las ideas revolucionarias a un modelo de poder
público que los criollos buscaron evitar en su afán por asegurar-
les a las comunidades locales el gozo de sus libertades reencon-
tradas. Para nosotros esta «fragmentación» no deriva de una in-
capacidad o de una impotencia, sino de una elección. La gran
cuestión política era, en efecto, la construcción del Pluribus Unum,
divisa estadounidense recogida en el encabezado de La Bagatela,
que publicaba el «centralista» Antonio Nariño202. Se trata de for-

Centralismo…, op. cit., pp. 65-66.


200
Irónicamente (y sin duda de manera muy significativa), Jean Bodin conside-
ra maiestatem como sinónimo de soberanía: «La soberanía es el poder absoluto y
perpetuo de una República, que los latinos llaman majestatem. [...] El fundamento
principal de toda República». Les six livres de la république, op. cit., pp. 179-180 (la
traducción es nuestra). Sobre la noción de soberanía en la España moderna, ver el
clásico de José Antonio Maravall, La teoría española del Estado en el siglo XVII, Madrid,
Instituto de Estudios Políticos, 1944, cap. 5, e Id., Estado moderno y mentalidad social
(siglos XV a XVII), dos vols., Madrid, Revista de Occidente, 1972. Para una visión críti-
ca, Bartolomé Clavero, «Institución política y derecho: acerca del concepto historio-
gráfico de “Estado moderno”», Revista de Estudios Políticos, 19 (1981), pp. 43-57.
201
Constitución del Estado de Antioquia sancionada por los representantes de toda la provin-
cia y aceptada por el Pueblo el tres de mayo del año de 1812, op. cit.
202
A partir del número 9, el 8.IX.1811.

95

la majestad(1).indd 95 4/26/10 9:02:18 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

jar una unión poderosa preservando la naturaleza política de las


ciudades. Frente a la amenaza exterior, y para disuadir a los ene-
migos, la unión es vital. Pero esta unión debe también preservar
la integridad de las partes gracias a la «composición progresiva
del poder que, partiendo de una célula de base, adiciona nuevos
escalones, sin incriminar lo que se ha hecho anteriormente»203. De
esta manera, conviene pensar en una soberanía a la vez perfecta y
relativa. Perfecta, porque se trata de asegurar la personalidad jurí-
dica de los pueblos y su libertad frente a otras potencias soberanas
en el espacio del derecho internacional público. Relativa, con el
fin de componer las comunidades políticas en un conjunto. Estas
premisas favorecen la confederación a expensas de la federación,
en la medida en que la primera preserva la independencia de las
partes, mientras que la segunda supone una sesión de soberanía
al conjunto que se impone sobre ellas. Así, cuando el Argos ameri-
cano de Cartagena pretende analizar los «principios esenciales del
sistema federativo», propone una paráfrasis de los artículos de la
Confederación de 1781 de los Estados Unidos204, y no una glosa de
la Constitución americana de 1787.
La cultura común ofrecía una solución del problema de la unión.
Ésta había sido adquirida por la mayoría de los escritores públicos
y los personajes políticos de la época de sus estudios filosóficos, ju-
rídicos y religiosos. Así, para pensar la soberanía perfecta y relati-
va del federalismo, son reunidos Aristóteles, el ius civile, el derecho
canónico, el derecho de las corporaciones y el ius gentium. A partir
de esta base, el precedente histórico y práctico de la Revolución
Norteamericana sirve como experiencia histórica comprobada
para apuntalar la reflexión teórica. Si los escritos de los Founding
Fathers constituyen esta referencia central, es también porque ofre-
cen una solución de un problema comparable al que enfrentaban
los criollos205. Los artículos de la Confederación (1777-1781) y de

203
Catherine Larrère, «Libéralisme et républicanisme: y a-t-il une exception
française?», en Stéphane Chauvier (dir.), Libéralisme et républicanisme, Cahiers de Phi-
losophie de l’Université de Caen, No. 34, 2000, p. 138. El autor retoma el análisis que
propone Tocqueville a propósito del municipio americano, en De la Démocratie en
Amérique, Primera parte, capítulo V.
204
Argos americano, 24 de junio de 1811, citado en Llano Isaza, op. cit., pp. 94-95.
205
Javier Ocampo López, La independencia de Estados Unidos de América y su proyec-
ción en Hispanoamérica: el modelo norteamericano y su repercusión en la independencia
de Colombia, Caracas, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1979; Id.,

96

la majestad(1).indd 96 4/26/10 9:02:18 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

la Constitución federal de 1787 indican cómo componer la uni-


dad a partir de cuerpos políticos constituidos. Estos dos textos son
traducidos y comentados con fervor, alimentan el debate político y
sirven de modelo para las nuevas instituciones.
La forma de la unidad plantea tres grandes interrogantes. Por
una parte, entre tantos pretendientes, ¿qué comunidades tienen
derecho al gobierno libre? Por otra, ¿cómo crear vínculos «hori-
zontales» entre esos elementos fundadores del pacto político? Y
finalmente, ¿cómo hacer de esta pluralidad una totalidad sin com-
prometer su diversidad?

LOS ESTADOS COMO SOBERANÍAS SUFICIENTES

El primer interrogante se expresa en términos del «derecho al Es-


tado». Esto exige definir los títulos que habilitan a una comunidad
para constituirse políticamente. El aristotelismo —y la escolásti-
ca— proponen una solución que había sido empleada por los nor-
teamericanos algunos decenios antes. Para los federalistas neogra-
nadinos la soberanía constituye una suficiencia y una perfección
relativa. No todas las asociaciones humanas pueden pretender for-
mar ciudades. Tres condiciones definen el derecho a constituirse
legítimamente en cuerpo político: la existencia de una finalidad
colectiva, formulada en términos de bien, de felicidad y de utili-
dad comunes; una forma de educación (la virtud); y condiciones
materiales suficientes. En otros términos, las causas suficientes de
una comunidad garantizan la perfección de su forma206 . Por esto
se deben entender ciertos elementos concretos que posibilitan la
formación y la permanencia de una sociedad política indepen-
diente: «extensión, población, recursos»207. Desde 1809, en su fa-
mosa Representación del Cabildo de Santafé, Camilo Torres no refiere
la representación política únicamente a la población sino también
a cinco criterios de suficiencia: «población», «extensión de su terri-

«Historia de las ideas federalistas en los orígenes de Colombia», en El federalismo en


Colombia. Pasado y perspectivas, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 1997,
pp. 99-110.
206
Aristóteles, La política, 1325b-1326b. El razonamiento se aplica también a la
naturaleza (Física, 207a).
207
Miguel de Pombo, op. cit., p. 14.

97

la majestad(1).indd 97 4/26/10 9:02:18 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

torio», «riqueza del país», «importancia política que su situación


le dé en el resto de la Nación» e «ilustración de sus moradores»208.
Dos años más tarde, Miguel de Pombo pretende demostrar en tér-
minos semejantes el derecho que tendría la Nueva Granada de
crear un Estado sobre el modelo de los Estados Unidos, comparan-
do punto por punto los elementos de suficiencia con su antecesor,
mezclando las categorías antiguas y las nuevas: «edad», «situación
política», «extensión del territorio y su población», «clima», «ilus-
tración», «carácter y costumbres», «Constitución y leyes», «situa-
ción y recursos». Propone incluso una discusión que, apoyada en
datos, busca cuantificar estos diferentes elementos. Los ejemplos
se multiplican. La «soberanía» de Mompox es defendida por unos
y combatida por otros a partir de argumentos de este tipo:

Entre esas razones contáis, principalmente, la de ser esta Villa


un lugar superior por su población, comodidades y hermosura al
de casi todos los del Reino que se titulan cabezas de Provincia;
la de ser por su localidad la garganta del Reino, una escala del
comercio, abundante de nobleza, de riqueza y de víveres, adorna-
do de bellos edificios, establecimientos piadosos, escuelas para la
educación, colegio universidad, y, sobre todo, el carácter solamen-
te del ejercicio y posesión en que estuvo de aquel título desde el
año de setenta y seis [1776], posesión que perdió temporalmente
por motivos pequeños, y que sería un delirio afirmar que no pue-
de recobrar ahora209.

De la misma manera, la pequeña villa de Sogamoso, en su pre-


tensión de formar «una soberanía» y de enviar un diputado al
Congreso confederativo, defiende su posición a partir de criterios
establecidos por Aristóteles210 como la fertilidad de la tierra, el ac-
ceso al mar, los recursos naturales, la defensa, la situación de la
ciudad principal, el comercio o las capacidades militares:

208
«Representación del Cabildo de Santafé a la Suprema Junta Central de España»,
20.XI.1809, en CC, I, pp. 247-249.
209
José María Gutiérrez, sobre Mompox [1810], Corrales, I, pp. 199-200.
210
Aristóteles, La política, libro VII, cap. 4-12 (1325b-1331a).

98

la majestad(1).indd 98 4/26/10 9:02:18 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

[Emigdio Benítez] acompañando una Acta, y Poder otorgados


por la Junta establecida en Sogamoso, en que le nombra su Re-
presentante Diputado para el Congreso Nacional: y concluyendo
con que las ventajosas proporciones de los veinte y un Pueblos
reunidos al de Sogamoso, su crecida población, que pasa de qua-
renta mil almas, la extensión de su comercio por ser Puerto de las
Provincias del Socorro y los Llanos, y en fin las grandes rentas que
por todas circunstancias ha de producir la nueva Provincia de So-
gamoso, demandaban el sostén de ella, y de su Representante211.

Si una colectividad goza de las condiciones materiales suficien-


tes para permitirles a sus miembros vivir independientemente se-
gún el bien común, entonces puede constituir un Estado. El cri-
terio de la soberanía suficiente —en cuanto potestad plena pero
relativa dada la permanente disposición de la comunidad política
a anexarse a otras comunidades— retoma el lenguaje de la sobera-
nía moderna pero lo articula a la estructura del orden de majestad,
y lo refiere ahora a los pueblos. De esta forma, esa comprensión
de la soberanía orienta el debate en torno al derecho al Estado, y
ofrece un criterio para su realización. Después de estallidos san-
grientos y feroces batallas retóricas, la soberanía vuelve a las divi-
siones jurisdiccionales del Antiguo Régimen: las provincias. Los
pueblos no logran erigirse en Estados «suficientes». Sin embargo,
se rehúsan a perder su personalidad colectiva y a abandonar sus
derechos frente a los «Estados» provinciales. Otra corriente del
pensamiento, la teoría de las corporaciones, llega para apoyar sus
reivindicaciones y sus libertades. Toda la cuestión de las separa-
ciones y de las anexiones de las colectividades a uno u otro Estado
está formulada en los términos del ius civile. Gracias a éste, un pue-
blo que se asocia a un Estado no pierde su personalidad jurídica:
preserva su carácter de cuerpo político y su derecho de represen-
tación por un procurador o un síndico, con ciertos privilegios y
garantías212. Si el derecho de las corporaciones protege la libertad
de la comunidad internamente, el derecho de gentes asegura su
independencia hacia el exterior. En un proceso sorprendente, es

211
Sobre la admisión en el Congreso del Representante de Sogamoso, Santafé de Bogotá,
1810.
212
Guillermo Sosa, op. cit., pp. 41 y ss.

99

la majestad(1).indd 99 4/26/10 9:02:18 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

el derecho internacional de la época, el ius gentium, el que fija los


términos de las anexiones, asociaciones federativas y federaciones
entre los pueblos. Así, mediante un tratado, Santafé anexiona a
Mariquita el 9 de noviembre de 1811, y al Socorro el 18 de marzo
de 1812.
Uno de los principales rasgos del federalismo en la Nueva Gra-
nada tiene que ver con el estatuto de la asociación entre pueblos
y Estados. El derecho internacional es invocado para constituir la
unidad interior de las soberanías suficientes: regula las relaciones
entre pueblos, entre éstos y los Estados, y entre estos últimos en
el marco de la nación213. En esta perspectiva, siguiendo a Daniel
Gutiérrez, se debe releer el estatuto de los representantes de estos
cuerpos políticos como diplomáticos y no como diputados. La su-
ficiencia de la soberanía no es otra cosa que la condición de inde-
pendencia del Estado conformado. Esto explica que las provincias
se apresten a declarar su independencia entre 1811 y 1813. Este giro
ha sido leído tradicionalmente por la historiografía como un punto
de quiebre que señalaría el triunfo precoz de la nación moderna.
Esta lectura plantea problemas. Sin desconocer que algunas voces
reivindicaban una independencia frente a España, el espíritu de
la época era otro. Estas soberanías tienen, en efecto, un carácter
relativo: los cuerpos políticos constituidos, los Estados provincia-
les, no son comunidades cerradas. Son independientes en cuanto
suficientes pero mantienen, tanto hacia adentro como hacia fuera,
una vocación de anexión, de composición. Este rasgo, tan ajeno a
nuestra comprensión de la soberanía nacional, se nos vela.

L A INDEPENDENCIA DE LOS ESTADOS Y LA NACIÓN

En esta discusión, las categorías del ius gentium —tomadas de Gro-


tius, Pufendorf, Wolf y, sobre todo, de Vattel— sirven no solamen-
te para pensar la noción de «Estado independiente» y de «cuerpo
de Nación», sino también para definir las modalidades prácticas

213
La relación entre federalismo y derecho de gentes fue explorada por Patrick
Riley. Ver «The Origins of Federal Theory in International Relations Ideas», Polity,
No. 6-1, 1973, pp. 87-121 y «Three 17th Century German Theorist of Federalism:
Althusius, Hugo and Leibniz», Publius, No. 6-3, 1976, pp. 7-41.

100

la majestad(1).indd 100 4/26/10 9:02:18 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

del pacto federativo. Vattel define con precisión las condiciones


de existencia de la nación: «basta con que sea verdaderamente so-
berana e independiente, es decir, que se gobierne a sí misma, por
su propia autoridad y sus leyes»214. Esta definición republicana se
ajusta a la comprensión de los criollos. En las declaraciones de in-
dependencia y en las constituciones aparecen de un modo muy re-
currente los epítetos «libre[s], soberano[s] e independiente[s]»215.
Con frecuencia la noción de independencia ha sesgado la com-
prensión de la historiografía, que ha tendido a interpretarla en un
sentido exclusivamente anticolonial. La independencia, incluso en
sus aspectos más materiales, era la condición de creación de un
Estado, entendido éste como soberanía suficiente. En ese sentido,
la Gaceta de Caracas, leída en toda la Costa colombiana, precisa el
concepto retomando un artículo de El Español de José María Blan-
co White:

Mas si se considera la independencia al sentido á que natural-


mente la reduce el reconocimiento de Fernando VII que con-
firman los americanos al tiempo de usarla, de ningún modo es
contraria á los intereses de la actual monarquía española. Indepen-
dencia reunida á la obediencia de los lexitimos monarcas de Es-
paña, no puede jamás expresar separación de aquellos dominios.
Independencia, entendida de este modo, es una medida de gobier-
no interior que todos los pueblos de España han tomado según
les han dictado las circunstancias, y que no puede convertirse en
delito por que la tomen los americanos216 .

Esta independencia es el atributo necesario de un Estado cuya


perfección, como lo explica Aristóteles, es relativa y susceptible de
ser completada en un nivel superior217. Hacia el interior, y respecto
al extranjero, tiene sin embargo una dimensión absoluta, en la
medida en que nada ni nadie se impone sobre las leyes del Estado
y su Constitución. Así lo pone de manifiesto la Declaración de in-

214
Emer de Vattel, Le droit des gens, London, 1758, p. 18.
215
«Acta de Independencia de la Provincia de Cartagena en la Nueva Granada»,
11.XI.1811, Corrales, I, p. 356.
216
«Integridad de la monarquía española», Gaceta de Caracas, 16.XI.1810, artículo
de El Español, No. V.
217
Onuf y Onuf, op. cit., p. 41.

101

la majestad(1).indd 101 4/26/10 9:02:18 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

dependencia de Cartagena en 1811. Sin embargo, la «independen-


cia absoluta» no impide la asociación del Estado a un grado supe-
rior de soberanía interna. Las proclamaciones de independencia
provincial constituyen, en efecto, actos de derecho internacional
que facultan a los nuevos Estados a organizar las relaciones políti-
cas218. Se activa así uno de los aspectos de la noción de soberanía
suficiente. Dado su carácter relativo, autoriza la asociación interna
de comunidades independientes en un nivel jerárquico superior.
En esta construcción, la asociación de estos Estados a la nación, y
de ésta a la monarquía española, después del regreso de Fernan-
do, quedaba abierta.
La creación de un gobierno general, nacional o confederal
difiere así de una simple alianza entre potencias extranjeras. En
noviembre de 1811 se reúne nuevamente un Congreso que busca
darle forma a la unión interprovincial, después del fracaso inicial
de diciembre de 1810. A invitación de la Junta Suprema de San-
tafé, siete provincias se habían reunido entonces en Santafé para
formar una unión —Mariquita, Pamplona, Tunja, Santafé, Soco-
rro, Nóvita y Neiva—. Problemas fiscales empujaron a Nóvita y a
Santafé a rechazar el manifiesto federal, y cuando Sogamoso y
Mompox reclamaron su adhesión autónoma, Mariquita, Pamplo-
na y Tunja dieron marcha atrás. Mompox se retiró cuando fue
invadida por Cartagena219.
En esta oportunidad, nuevamente, el Estado de Cundinamarca
se rehúsa a acatar la voluntad de los cincos estados que buscan
(con)federarse: Antioquia, Cartagena, Pamplona, Tunja y Neiva.
El Acta de Federación de las Provincias Unidas de Nueva Granada,
que finalmente se suscribe entre estas últimas el 27 de noviembre,
es un tratado pero no una liga de pueblos extranjeros, como podría
deducirse de su modalidad de constitución. De hecho, la anexión
de simples pueblos a un Estado provincial se realiza apoyándose
en el derecho internacional. La forma del tratado garantiza que el
pueblo incorporado permanece libre, es decir, que preserva una

218
En el caso americano, ver J. G. A. Pocock, «States, Republics and Empires: The
American Founding in Early Modern Perspective», en Terence Ball y J. G. A. Pocock
(eds.), Conceptual Change and the Constitution, Lawrence, The University Press of Kan-
sas, 1988, pp. 55-77.
219
Rodrigo Llano Isaza, Centralismo y federalismo…, op. cit., p. 51.

102

la majestad(1).indd 102 4/26/10 9:02:18 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

independencia relativa en el seno del Estado y que persiste como


cuerpo político o república. El derecho de gentes sirve para articu-
lar las soberanías relativas a los niveles infra-, inter- y supra-estatal.
Ese empleo es frecuente en esta época en el espacio Atlántico,
particularmente en los Estados Unidos. Esta combinación de de-
recho interno y derecho internacional seguramente contribuye a
explicar el uso indiferenciado de los términos «federación» y «con-
federación».
Aquí surge el debate sobre el tamaño ideal del Estado220. Si éste
debe tener una talla mínima para asegurar su independencia ma-
terial, no puede rebasar cierta extensión para evitar el peligro de
corromperse, según una lección clásica, retomada y transmitida
por Montesquieu y Rousseau221. En efecto, «si la república es muy
pequeña, es destruida por sus enemigos. Si es muy grande, ella se
destruye por la corrupción»222. Idealmente, los ciudadanos deben
conocerse y conocer a sus representantes para elegirlos bien, vigi-
larlos y controlarlos. La única forma de preservar la libertad en
una gran nación, como lo había escrito Montesquieu, consiste en
vincular a múltiples comunidades autogobernadas en una gran
«república federativa223». O, para decirlo en los términos de Pom-
bo, «constituir de muchos pequeños Estados, un grande Estado,
de muchas pequeñas repúblicas una gran república; establecer de
muchas sociedades una nueva sociedad»224. Mientras que la orga-
nización en pequeñas repúblicas asegura la libertad interior, la
gran república figura en la «sociedad de las naciones» y garantiza
la independencia exterior frente a la voracidad de las potencias225.
Ahora bien, esta «gran república» es enunciada a partir del ius gen-

220
Discusión comenzada por Aristóteles, La política, 1325b-1327a.
221
Jean-Jacques Rousseau, Du contrat social, libro II, capítulo IX, «Du Peuple (con-
tinuation)».
222
Montesquieu, De l’esprit des lois, libro IX, I-III [1748]. Un eco directo de estas
inquietudes se encuentra en el texto de Fernando Peñalver, Memoria sobre el problema
constitucional venezolano [1811], reproducido en Pensamiento político de la emancipa-
ción, op. cit., t. I, pp. 127-129, sobre todo en los puntos 5 a 9: «La confederación de
muchas repúblicas pequeñas, unidas en un solo Estado para su defensa, forman
una fuerza exterior que las hace respetables a las monarquías más poderosas, y les
da una representación política que no tendrían por sí solas».
223
De l’esprit des lois, IX, I-III.
224
Miguel de Pombo, op. cit., p. 9.
225
John Locke, Two Treatise of Government, Cambridge, Cambridge University Press,
1988, pp. 382-384.

103

la majestad(1).indd 103 4/26/10 9:02:18 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

tium como «el cuerpo de nación». Este último representa la unidad


significativa del derecho internacional, según el cual la confedera-
ción puede por fin figurar entre otras potencias. La confederación
puede ser definida como un Estado compuesto cuya soberanía se
define ante todo por su relación con las otras naciones. De esta
forma, por ejemplo, la Ley fundamental de la unión de los pueblos de
Colombia de 1821 estipula que «Los pueblos de la Nueva Granada y
Venezuela quedan reunidos en un solo cuerpo de nación»226 .
Desde esta perspectiva, la traducción de la Constitución ame-
ricana que reproduce el Aviso al Público a finales de 1810 resulta
muy interesante. La palabra Union en inglés es reemplazada aquí
por «nación»227. Más tarde, el Acta de Federación califica las atri-
buciones del gobierno general como «facultades nacionales». La
independencia de Cundinamarca «centralista» retoma incluso la
formulación de la Declaración americana de julio de 1776 cuando
precisa:

[...] como Estado libre e independiente tiene plena autoridad


de hacer la guerra, concluir la paz, contraer alianzas, establecer
el comercio y hacer todos los otros actos que puedan y tienen de-
recho de hacer los estados independientes228 .

Así como los pueblos no podían transformarse en Estados, el


cuerpo de nación permanece como el atributo de las grandes po-
tencias —la monarquía española («una misma Nación de ambos
continentes»229) o, para el caso, el «gran pueblo de la Nueva Gra-
nada»—. La nación corona así un conjunto de potencias internas

226
Constituciones de Venezuela, Madrid, Ed. Cultura Hispánica, 1975, p. 271. Ver Vé-
ronique Hébrard, «Cités et acteurs municipaux dans la reformation du Venezuela
(1821-1830)», Histoire et sociétés de l’Amérique latine, No. 5, 1997 (http://www.univ-
paris-diderot.fr/hsal/hsal971/vh97-1.html).
227
Se sabe que los redactores de la Constitución evitaron intencionalmente la pa-
labra nación, para respetar el compromiso existente entre federalistas y antifede-
ralistas. Aviso al Público, No. 10, 24.XI.1810 (reproducido en Luis Martínez Delgado
y Sergio Elías Ortiz (comp.), El periodismo en la Nueva Granada 1810-1811, Bogotá,
Academia Colombiana de Historia, 1960, pp. 430 y ss.). La traducción francesa del
mismo documento usa la misma palabra (no por casualidad).
228
«Independencia de Cundinamarca», Constituciones de Colombia [en adelante CC],
edición de Manuel Antonio Pombo y José Joaquín Guerra, Bogotá, Banco Popular,
1986, II, p. 205.
229
Aviso al Público, No. 8, El periodismo en la Nueva Granada, pp. 428 y ss.

104

la majestad(1).indd 104 4/26/10 9:02:18 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

y las coordina en el nivel externo, como bien lo mostró Isabela


Restrepo230. Pero es necesario insistir en que esta comprensión de
la nación tiene pocas resonancias en la nación de ciudadanos. Ella
no se define como una comunidad de pertenencia, no presume
una historia compartida ni implica tampoco un destino común.

L A UNIÓN Y LA LIBERTAD

El Acta de Federación de 1811 no toma la forma de una Constitución,


como fue el caso en Venezuela. De esta manera, la independen-
cia y la autonomía de las provincias se preserva. A los ojos de sus
partidarios, la Confederación implica una estricta división de los
poderes que evita toda forma de concentración del mismo. Así se
asegura fuerza en el gobierno y libertad interior. Convergen aquí
tres dispositivos del equilibrio en los poderes que dejan entrever
influencias a la vez republicanas y liberales. Primero, la Confede-
ración se beneficia de las ventajas del régimen mixto, en el que los
Estados y la Unión constituyen niveles de soberanías concurrentes,
capaces de contenerse mutuamente. Enseguida, la división de las
funciones gubernamentales entre el «gobierno general» y los «go-
biernos de los Estados» fracciona el poder público. Para unos, el
gobierno doméstico de los Estados; para el otro, las atribuciones
de la nación en el orden internacional —comercio exterior, di-
plomacia, guerra y paz, atribuciones militares, vigilancias de las
fronteras, marina, etcétera—.

He aquí una ventaja del sistema federativo, asegura así el Argos


americano. Por lo que se ha expuesto se conocerá fácilmente que
su objeto se reduce a que cada provincia retenga en sí misma la
administración económica, judicial y el poder legislativo en todo
lo que se dirija a su gobierno interior, y al bien de sus pueblos, sin
tener que acudir a otra autoridad para conseguirlo. Pero el mismo
bien general y la utilidad recíproca de cada provincia, exigen que
estas no tengan otras facultades que las dichas y que deleguen al
congreso federal todas las que tienen relación a lo que se llama

230
Isabela Restrepo, «La soberanía del pueblo…», loc. cit., pp. 120-122.

105

la majestad(1).indd 105 4/26/10 9:02:18 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

alto gobierno: de suerte que ningún gobierno provincial podrá


hacer tratados de alianza, de comercio o confederación con las
potencias extranjeras, ni conceder patentes de corso, poner de-
rechos a las importaciones o exportaciones que se hagan de una
provincia a otra o a un país extraño, ni declarar la guerra, o fir-
mar tratados de paz231.

Finalmente, se suma la clásica división de los poderes entre Eje-


cutivo, Legislativo y Judicial232. Su equilibrio parece ser la panacea
para establecer la «gran estructura de libertad»233. Se necesitaría,
por ejemplo, dividir el mando militar, redoblando además bata-
llones profesionales y fuerzas de milicias, distribuyendo estas uni-
dades entre los pueblos con el fin de evitar la afirmación de una
«tiranía militar»234. Esos dispositivos de segmentación y de equili-
brio están destinados a proscribir todo riesgo de corrupción del
poder235. Pero el sistema sólo puede funcionar, en su generalidad,
si ningún Estado es suficientemente fuerte como para oprimir a
los otros. Se necesita que el conjunto forme un concierto equili-
brado, no solamente de derecho sino de hecho. Quizás aún se en-
cuentra en obra uno de los aspectos de la majestad: el manejo de
comunidades concretas, inscritas en un tiempo y lugar, referidas
a características particulares. Si el ius gentium iguala en derecho
las soberanías de los Estados, parece ignorar las diferencias reales
de poder. Es necesario, pues, construir la igualdad práctica para
adecuarla a la igualdad teórica. Para hacer esto hay que dividir las
provincias históricas en unidades equivalentes. Inspirados por los
proyectos de paz perpetua del abate de Saint-Pierre236, los confe-

231
Argos americano, 25.IX.1810.
232
Ibid., «[…] será muy oportuno que los Congresos de los diferentes Estados (por
que yo espero que presto serán elegidos en todo el Continente) procedan delibe-
radamente á la formación de la respectiva constitución de cada uno de ellos, cui-
dando especialmente de la división de los ramos legislativo y ejecutivo, establecidos
sobre el principio de representación, y por cortos periodos. Sólo esta división hará
que los Gobiernos, y en especial el poder ejecutivo, se usurpe gradualmente el ejer-
cicio de la soberanía del pueblo».
233
Gaceta de Caracas, 8.II.1811.
234
Clément Thibaud, Repúblicas…, op. cit., capítulo IV.
235
Federica Morelli, «La revolución en Quito: el camino hacia el gobierno mixto»,
op. cit.
236
Abate de Saint-Pierre, Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, Utrecht,
Antoine Schuten Libraire, 1713. Los confederalistas citan el análisis que dedica

106

la majestad(1).indd 106 4/26/10 9:02:19 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

deralistas quieren crear una docena de Estados equivalentes en


riqueza y población237.

La federación, recuerda el Argos americano, sólo se entiende


entre estados independientes, que se llamen tales, sino en que
realmente lo sean, tanto por sus cualidades morales, población y
recursos pecuniarios como por otras que le proporcionen la liber-
tad de comercio, agricultura e industria. Para que la federación no
sea una victoria de unos estados sobre otros, se necesita el equili-
brio político (así Mariquita no pertenecería a Cundinamarca)238 .

Los centralistas santafereños como Jorge Tadeo Lozano, en su


plan de 1811, defienden la creación de nuevos departamentos que
luego se confederarían. Para ellos la soberanía reposa en la Nueva
Granada como unidad. Si aceptan la idea de una república com-
puesta, rechazan en cambio la preservación de las antiguas juris-
dicciones que asocian a gobiernos oligárquicos:

Las confederaciones en que no se guarda este equilibrio pasan


á un verdadero feudalismo, en el qual el Estado prepotente se hace
tirano de los demás, y estos á su vez tiranizan á los Pueblos que go-
biernan, y los hacen patrimonio de una, ó dos familias poderosas,
que sobre pujan á las demás de su respectivo distrito239.

En términos más generales, la integración de la provincia de San-


tafé en el pacto común se constituyó en la dificultad central de la
primera independencia. Cundinamarca no fundó jamás su resisten-
cia a su integración a las Provincias-Unidas en una oposición al
principio federal. Se trataba más bien de las modalidades de la

el abate de Saint-Pierre al proyecto de Sully, ministro del rey de Francia Enrique


IV (1589-1610). Sully habría deseado crear quince Estados del mismo tamaño en
Europa, con el fin de asegurar un equilibrio entre ellos. Ver Marc Bélissa, Fraternité
universelle et droit international, Paris, Kimé, 1998, p. 43.
237
Guillermo Sosa, Representación e independencia, op. cit., p. 34.
238
Argos americano, 17.VI.1811.
239
«Razón y primeros fundamentos de política que manifiestan que para haber
una verdadera federación en el Nuevo Reyno de Granada, es indispensable que se
organice en Departamentos y que estos no pueden ser más ni menos de quatro», 7
de mayo de 1811, en Documentos importantes sobre las negociaciones que tiene pendientes el
Estado de Cundinamarca para que se divida el Reyno en Departamentos, Santafé de Bogo-
tá, Imprenta Real, por Don Bruno Espinosa de Monteros, 1811, p. 79.

107

la majestad(1).indd 107 4/26/10 9:02:19 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

asociación entre Estados, particularmente, desde el punto de vista


de la fiscalidad. Para ella era imposible aceptar una integración
que significaría una subordinación desastrosa a las otras provin-
cias. Pero, realmente, aunque critiquen la herencia de la majestad
real, tanto a los que se reclaman a sí mismos como centralistas
como a los que se dicen federalistas, les repugna por igual la idea
de una soberanía nacional unitaria, que todos entendían como
una amenaza a las libertades de las provincias.

CENTRALISMO Y FEDERALISMO

En la perspectiva de este primer confederalismo es preciso abor-


dar la crítica centralista. En la medida en que ésta es una reacción
frente al primero, uno y otro se inscriben en el mismo horizonte.
El centralismo fue defendido por algunos ilustrados y por los go-
bernantes bogotanos, y sirvió de base ideológica a la redacción
de dos constituciones de Cundinamarca, una monárquica (1811)
y otra republicana (1812). A partir de octubre 1812, los gobiernos
de Bogotá y de las Provincias-Unidas libran una guerra —entre-
cortada ocasionalmente por treguas y negociaciones— que se ex-
tiende hasta la derrota de la primera a finales de 1814. Repensar la
naturaleza de estos enfrentamientos nos permite situar de nuevo
la dimensión política de este conflicto240. La Bagatela y la Gaceta
Ministerial de Cundinamarca, o El anteojo de larga vista, son las voces
de las ideas antifederativas. Queremos precisar el horizonte críti-
co de este «centralismo»: ¿Se trata de una forma de jacobinismo,
como se ha entendido a menudo?
Una de las ventajas del federalismo consiste en reducir la dis-
tancia entre pueblos y gobiernos. Se realiza así el ideal de una re-
presentación inmediata del pueblo, lo que parece asegurar tanto
la libertad de los ciudadanos como la potencia del poder social,
gracias a la coincidencia transparente entre el titular de la sobe-
ranía y las formas de su ejercicio. El problema de libertad se une
así al del poder: la representación de los intereses locales se asocia
a un gobierno cercano al pueblo. A la manera de Jay, Hamilton y

240
Clément Thibaud, Repúblicas…, op. cit., caps. I-IV.

108

la majestad(1).indd 108 4/26/10 9:02:19 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

Madison, los centralistas neogranadinos cuestionan la representa-


ción en relación con la construcción de un gobierno racional, es
decir, deliberativo. El sistema confederativo somete, en efecto, a
los representantes del pueblo al mandato imperativo, impidiendo
toda discusión real. En el nivel de la generalidad, los diputados no
son sino los portavoces —enviados diplomáticos241 — de sus Esta-
dos respectivos, como bien lo mostró José Carlos Chiaramonte en
el caso del Río de la Plata242. El gobierno general se resume así en
el compromiso y en la negociación entre los intereses particulares
de los Estados. Ahora bien, el ideal de un poder fundado en la
razón y la justicia exige juicios libres, desprovistos de la particula-
ridad y el interés. Una ley justa no puede ser sino el producto de
un debate público en el que prima el interés común. ¿Qué es una
«voluntad general» recortada en trozos? En este orden de ideas, el
centralismo organiza su defensa alrededor de dos ejes. En primer
lugar, la preeminencia de la generalidad sobre la particularidad
implica reconocer la soberanía de un cuerpo desincorporado so-
bre los pueblos243. En segundo lugar, la reafirmación de un gobier-
no representativo —y no inmediato— como única instancia racio-
nal y verdadera. De hecho, Nariño no alaba ni el confederalismo
americano de 1781, ni el jacobinismo francés, ni la centralización
napoleónica, sino la Unión americana de 1787. En el segundo nú-
mero de La Bagatela, afirma:

La Soberanía reside en la masa de los habitantes, que confían


el ejercicio á Agentes cuyo número no es tan considerable que
impida una discusión bien profundizada de las materias que se
ponen en deliberación, no tan pequeño que pueda dar demasia-
da influencia á ninguno de ellos244.

241
Daniel Gutiérrez, «La diplomacia constitutiva en el Nuevo Reino de Granada»,
en Historia Crítica, No. 33, 2007, pp. 38-72.
242
José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados, op. cit.; Id., «La compa-
ración de las independencias ibero y anglo americanas y el caso rioplatense», en
María Teresa Calderón y Clément Thibaud (coord.), Las revoluciones en el mundo at-
lántico, Bogotá, Taurus, Universidad Externado de Colombia, Fundación Carolina,
2006, pp. 121-144.
243
El concepto de desincorporación fue acuñado por Claude Lefort. Ver Le Temps
présent. Ecrits 1945-2005, Paris, Belin, 2007.
244
«Gobierno de los Estados Unidos», en La Bagatela, No. 2, 21.VI.1811.

109

la majestad(1).indd 109 4/26/10 9:02:19 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

El futuro presidente de Cundinamarca critica el confederalis-


mo a partir de una noción de soberanía con una apariencia más
indivisa. Ridiculiza sus grados y la fatal rivalidad de las comunida-
des. Plantea sin descanso la cuestión práctica del Ejecutivo y de la
gobernabilidad. Nariño no critica tanto la inaplicabilidad del mo-
delo norteamericano sino que condena los contrasentidos de sus
adversarios. Los confederalistas de Tunja, a fuerza de insistir sobre
las libertades locales, habrían olvidado que los norteamericanos
habían construido un poder unitario fuerte.

Todo el mundo sabe lo que han hecho Cartagena con Mom-


pox, Tunja con Sogamoso, Pamplona con Girón, y nadie ha habla-
do… pues estos males no es de ahora que los están padeciendo,
sino desde que adoptaron su sistema desorgánico, entendiendo
tan mal el sistema de federación, como otros han entendido el de
la libertad245.

En diciembre de 1812, estando en Cartagena, Bolívar refuerza


estas mismas posiciones en su célebre Memoria dirigida a los ciuda-
danos de la Nueva Granada por un caraqueño.

Pero lo que debilitó más el Gobierno de Venezuela, fue la forma


federal que adoptó, siguiendo para que se rija por sí mismo, rompe
los pactos sociales, y constituye a las naciones en anarquía. Tal era
el verdadero estado de la confederación. Cada provincia se gober-
naba independientemente; y a ejemplo de éstas, cada ciudad pre-
tendía iguales facultades alegando la práctica de aquélla, y la teoría
de que todos los hombres y todos los pueblos, gozan de la prerroga-
tiva de instituir a su antojo el gobierno que les acomode246.

Para Nariño, los neogranadinos estaban entonces condenados


a la creación. No podían imitar la experiencia de los antiguos ni
de los modernos. Así, los centralistas se desprenden de una refle-
xión sobre los derechos naturales para adherirse a una sociología,

245
La Bagatela, No. 38, 12.IV.1812.
246
«Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño»,
Cartagena, 15 de diciembre de 1812, en Cartas del Libertador [CL], Caracas, Banco
de Venezuela, Fundación Vicente Lecuna, 1964-1967, I, pp. 57-66, aquí 65.

110

la majestad(1).indd 110 4/26/10 9:02:19 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

es decir, según la enseñanza de Montesquieu, a las costumbres.


Critican la pretensión de los confederalistas de regenerar los vín-
culos políticos mediante el cambio institucional. La temática de la
virtud se vuelve central. Para los confederalistas ésta estaba asegu-
rada por el restablecimiento de leyes buenas, mientras que la vir-
tud no sería sino el efecto de un complejo proceso de civilización
política. La «reversión de soberanía» no produjo la recomposición
natural del vínculo político sobre el cual se levanta la república
virtuosa, como lo esperaban los confederalistas. Es entonces ne-
cesario construir instituciones fuertes y concentradas, capaces de
resistir la corrupción del pueblo, con el fin de regenerarlo con el
tiempo. Regeneración inmediata para los confederalistas, regene-
ración progresiva para los centralistas: esta ecuación parece resol-
ver la tensión que los separa247. En este contexto, la diferencia con
los Estados Unidos se torna abismal.

Norte América ha estado dos siglos bebiendo la libertad que


nosotros nos queremos beber en un día; cuando aquí era un deli-
to horrendo la palabra libertad, cuando no se atrevían a pronun-
ciarla los mismos que ahora dicen que estamos en el mismo caso
que los norteamericanos… y finalmente cuando aquí no solo se
ignoraban los Derechos del Hombre, sino que era un delito de
lesa majestad horrendo pronunciarlos, allí se conocían, se practi-
caban, y se defendían con la imprenta y con las armas248 .

Sin duda, Nariño comparte menos las convicciones de Robes-


pierre o de Bonaparte que las de Hamilton, Madison o Jay. El so-
berano todopoderoso de uno de sus cuentos filosóficos hace un
llamado a una «República Aristocrática Electiva», comparable a
la interpretación que los Federalist Papers habían hecho de la Cons-
titución de 1787249. El primer «centralismo» se acerca así a un fe-

247
Para comparar con las dos modalidades de regeneración en el caso francés, ver
Mona Ozouf, «La Révolution française et la formation de l’homme nouveau», en
L’homme régénéré. Essais sur la Révolution française, Paris, Gallimard, 1989, pp. 116-
157.
248
La Bagatela, No. 19, 30.XI.1811.
249
La Bagatela, No. 5, 11.VIII.1811. Sobre el carácter aristocrático de la representa-
ción de los Estados Unidos, ver Bernard Manin, Principes du gouvernement représenta-
tif, Paris, Flammarion, 1997, pp. 159-170.

111

la majestad(1).indd 111 4/26/10 9:02:19 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

deralismo inspirado en la segunda Constitución americana, desti-


nado a cimentar la Unión, a concentrar el gobierno y a construir
la nación. Sus temáticas favoritas insisten en las consecuencias de
la multiplicación de los órganos de representación y de gobierno
que acompañan la Confederación, y en sus riesgos: guerra entre
Estados250, ruina financiera, porque hay que pagar numerosos ma-
gistrados y soldados, incompetencia generalizada, en la medida en
que faltan los hombres ilustrados para poblar las múltiples instan-
cias locales del gobierno251. El «centralismo» garantiza el poder del
Ejecutivo en el marco de una guerra que hay que ganar; permite
gobernar un Estado vasto252, privilegia los ejércitos profesionales
contra las milicias; en resumen, se aleja de ciertos dogmas repu-
blicanos, como el equilibrio de los poderes y la elección de las
milicias.
Este primer centralismo se acercaba pues a un federalismo ins-
pirado en la Constitución americana de 1787, destinada a cimen-
tar la Unión y a concentrar el gobierno para conferirle energía.
En este sentido, si se retoman las categorías revolucionarias norte-
americanas, los centralistas criollos estarían cerca de los federalists
y los federalistas neogranadinos lo estarían de los anti-federalists253.
Ahora bien, la amplia aceptación de la idea (con)federal no se pue-
de reducir a una simple transposición de la majestad. La discusión
sobre la naturaleza de cabecera de provincia da cuenta de un des-
plazamiento fundamental entre una concepción mayestática del
orden que todos los actores se aprestan a criticar y una idea que
ha incorporado la noción de igualdad y que se ha revestido de un
carácter más cercano a la noción de soberanía «moderna». Pero
es importante insistir en que esta última no es patrimonio de los
centralistas sino que es ampliamente difundida.
¿Cuáles son los títulos que legitiman el establecimiento de una
cabeza? Este interrogante era clave, porque implica definir el locus
del poder, simbólico y real. La capital, dicen los (con)federalistas
de Cartagena, no puede sostener su pretensión apoyándose en la
voluntad real. La historia, el nominalismo o las características par-

250
Ver Federalist Papers, No. 6-8.
251
Temas corrientes, sobre todo, en La Bagatela, No. 5, 11.VIII. 1811.
252
Ver The Federalist Papers, No. 9, No. 10, No. 14.
253
Y no a los jacobinos, como se entiende comúnmente.

112

la majestad(1).indd 112 4/26/10 9:02:19 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

ticulares, como el tamaño de la población, su comercio, su belleza,


sus luces o las costumbres de sus habitantes254, tampoco la susten-
tan. Para ellos, su condición está garantizada por ser el lugar con-
creto de reunión de la representación política.

El nombre de capital de la ciudad de Santafé, aseguraba la


Junta de Cartagena, no ha consistido en otra atribución que en la
de haber existido en ella, por voluntad de nuestros Soberanos, las
autoridades superiores, á quienes S. S. M. M. tenían confiadas la
administración y alto Gobierno del mismo Reino. En tal atributo
no tenían participación alguna, ni el suelo material de Santafé,
ni sus naturales y habitantes, que se consideraban, respecto de las
mismas autoridades, con todas las relaciones de los otros súbditos
de ellas en las demás Provincias. Siendo, pues, su única dependen-
cia de tales autoridades, extinguidas éstas, se hace incomprensi-
ble por qué principios haya podido imaginarse que sus funciones
quedaron refundidas en el pueblo de Santafé, para que á su título
pudiera considerarse continuado el único concepto que daba á
esta ciudad la denominación de capital255.

Sobre este debate, la mayoría de los autores coinciden en que


la cabeza del reino no constituye la «matriz»256 de las provincias,
como la catedral lo era de las parroquias de su jurisdicción. Nari-
ño, por ejemplo, despliega toda su energía para explicar la ruptu-
ra que significa la adopción de la soberanía popular en la nueva
definición del orden territorial: las capitales no dominan más en
consideración a sus títulos, prestigio o derechos particulares. Lo

254
Contrariamente a lo que pensaban muchos actores en 1810, como José María
Gutiérrez, de Mompox: «Entre esas razones contais, principalmente, la de ser esta
Villa un lugar superior por su población, comodidades y hermosura al de casi to-
dos los del Reino que se titulan cabezas de Provincia; la de ser por su localidad la
garganta del Reino, una escala del comercio, abundante de nobleza, de riqueza y
de víveres, adornado de bellos edificios, establecimientos piadosos, Escuelas para
la educación, Colegio, universidad, y, sobre todo, el carácter solamente del ejerci-
cio y posesión en que estuvo de aquel título desde el año de setenta y seis (1776),
posesión que perdió temporalmente por motivos pequeños, y que seria un delirio
afirmar que no puede recobrar ahora». Ver Corrales, I, pp. 199-200.
255
«Exposición de la Junta de Cartagena de Indias sobre los sucesos de Mompox,
encaminados á formar una Provincia independiente», Cartagena, 4 de diciembre
de 1810, p. 210. La última frase es traducción libre.
256
«Oficio de los militares de Santa Marta», 28 de julio de 1811, Corrales, I, p.
281.

113

la majestad(1).indd 113 4/26/10 9:02:19 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

que las distingue es el hecho de que albergan la sede del Congreso


como representación del «cuerpo de Nación». En su Conversación
familiar entre Patricio y Floro, Patricio le demuestra a Floro que el
lugar del poder no se puede seguir definiendo por «el augusto pri-
vilegio del que gozan las grandes cortes o la sede real»257. Sin em-
bargo, de manera muy reveladora, el traductor de Los derechos del
hombre no consigue romper de golpe con el pasado de la maiestas:
cree todavía que las «dos soberanías» —la majestad de la capital y
la soberanía del Congreso— pueden coexistir:

Patricio: Estoy convencido, mi querido Floro, de que pueden


estar juntas ambas Soberanías por lo distintos de sus atribuciones,
y que ésto le es tan útil a Santafé, como á las demás Provincias,
por que así prosperan con el tiempo, baxo la protección de unos
y otros Representantes.

Y agrega:

También es de advertir, que no hay un lugar en todo el Reyno


que sea mas útil para ellos mismos, como lo es éste por su tempe-
ramento benigno, copia de alimentos, Colegios, Bibliotecas, edi-
ficios, hombres instruidos, armas, tropas, paseos amenos, aguas
salutíferas…258

En este sentido, el «centro-federalismo» del presidente de Cun-


dinamarca no constituye la prefiguración del centralismo boliva-
riano. No hay en su concepción de la capital y de la soberanía
territorial la pretensión de aplanar o de homogeneizar para re-
construir a partir de tábula rasa. De allí su defensa de las cinco
provincias históricas frente a la propuesta de los «federalistas» de
multiplicar las provincias.

257
Anónimo (atribuido a Antonio Nariño), Conversación familiar entre Patricio y Floro
en el Boquerón la tarde del 2 de Setiembre de 1811. Sobre si le conviene á Santafé ser la Ciudad
federal o centro del Congreso federativo, Santafé de Bogotá, Imprenta Patriótica de D.
Nicolás Calvo, 1811.
258
Ibid. El subrayado es nuestro.

114

la majestad(1).indd 114 4/26/10 9:02:19 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

DEL CONFEDERALISMO AL FEDERALISMO:


LA CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO HORIZONTE POLÍTICO

Los años posteriores a 1812 están marcados por la guerra, por


la necesidad de reforzar el poder del Ejecutivo y de coordinar los
esfuerzos militares y fiscales de los Estados. Esto conduce a los con-
federalistas, indefectiblemente, a posiciones cercanas a las de los
centralistas. Después de una tentativa de conciliación, seguida de
la ruptura del Estado de Cundinamarca, el Congreso de las Pro-
vincias-Unidas de Nueva Granada reforma el acta de federación
en un sentido «nacional». Razones militares y financieras explican
una evolución que parece apuntalar las críticas de Nariño o de
Bolívar:

Habiendo manifestado la experiencia el irreparable perjuicio


que en la defensa general ocasiona la falta de unidad de acción y
absoluta necesidad de reducir al mínimum posible la lista de los
gastos civiles, los ramos de Hacienda y de Guerra quedarán única
y exclusivamente sujetos al Gobierno general259.

El Decreto del 21 de octubre de 1814 crea un triunvirato que


alterna con una presidencia de la Unión260. Un año más tarde, el
Cabildo de Santafé señala con ironía esta evolución:

Es verdad que desde el principio de nuestra transformación


política se inclinó Cundinamarca a la centralización, que es el sis-
tema que se está adoptando 261.

Sin abandonar necesariamente la idea de una república com-


puesta, los confederalistas empiezan a matizar los presupuestos
iusnaturalistas y republicanos que habían orientado su pensamien-
to. La experiencia pone en evidencia que el sistema (con)federal
no puede apoyarse en la idea de una armonía preestablecida, ins-

259
«Reforma del Acta federal hecha por el Congreso de las provincias unidas de la
Nueva Granada», 23 de septiembre de 1814, CC, II, 210-211.
260
Congreso de las Provincias Unidas, Bogotá, Biblioteca de la Presidencia de la Re-
pública, 1989, II, pp. 35-42.
261
Cabildo de Santafé al supremo Congreso, 2 de octubre de 1815, citado por Ro-
drigo Llano Isaza, Centralismo…, op. cit., p. 66.

115

la majestad(1).indd 115 4/26/10 9:02:19 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

crita en la naturaleza de las cosas y en el corazón de los hombres.


Esta noción es relativizada en beneficio de una concepción más
voluntarista de la política. La crisis de confianza en los mecanis-
mos naturales que se expresaban en el Estado civil se acompaña
de un cuestionamiento del régimen mixto. En vez de alcanzar un
equilibrio, el entramado de autoridades en distintos niveles para-
liza al gobierno general. Para las Provincias-Unidas, la impoten-
cia política y «la anarquía» parecen ahora más peligrosas que la
tiranía y el despotismo. La reforma del 15 de noviembre de 1815
marca una evolución muy importante hacia la concentración del
poder en el nivel nacional de la Confederación. Por este camino,
asociado al imperativo de asegurar la eficacia de las instituciones,
el personalismo y la concentración del poder en un solo hombre
se abren paso y se tornan legítimos.

[Aunque] la conducta de un solo hombre no sea la mejor, tam-


poco debe creerse que sea evidentemente mala, al paso que la ac-
ción producida por tres voluntades ha de ser casi evidentemente
débil; que la autoridad será tanto más venerada cuanto se haga
más sensible en una persona […]262

Invirtiendo la agenda de los años 1810-1812, la defensa de la


independencia —frente a una España en la que el absolutismo se
ha abierto paso nuevamente— se impone sobre la defensa de las
libertades263.
Finalmente, parece necesario preguntarse por el sentido que
reviste el amplio consenso que concita la idea (con)federal en los
primeros tiempos de la mutación política. Ésta fue casi general,
pues retomaba de la majestad varios elementos necesarios para la
construcción de la legitimidad en el seno de una sociedad católica
piadosa. En primer lugar, refería el poder y las instituciones repu-

262
«Reforma del gobierno general de las Provincias Unidas de la Nueva Granada»,
considerando 5°, CC, II, p. 233.
263
Ver el pasaje siguiente: «[...] que la importancia, la necesidad de esta reforma
es generalmente reconocida y proclamada por el voto público, que en vano serían
los sacrificios de los pueblos, en vano los triunfos debidos, ahora al valor heroico
de nuestros soldados, ahora al favor de la suerte, si a los tenaces y extraordinarios
esfuerzos de la España no oponemos una constante, vigorosa y extraordinaria re-
sistencia». Ibid.

116

la majestad(1).indd 116 4/26/10 9:02:19 AM


EL FEDER ALISMO: ENTRE PUEBLOS , ESTADOS Y CUERPO DE NACIÓN

blicanas al fundamento inmutable de la naturaleza. Después auto-


rizaba la reincorporación ordenada de la majestad del reino en la
de los pueblos. En derecho, la soberanía relativa del federalismo
permitía, en efecto, encajar los diferentes niveles de soberanías
sustanciales —estados provinciales y cuerpo de nación— en un
orden jerárquico que no comprometía la libertad. La pirámide
corporativa aseguraba un conjunto soberano hacia el exterior, ar-
ticulando flexiblemente las libertades y los usos locales hacia el
interior264. Desde el punto de vista social —la historiografía ha
tratado tan prolíficamente este aspecto que ha hecho que se olvi-
den otros—, contribuía a apuntalar el poder de las élites locales.
Finalmente, el federalismo legitimaba una jerarquía que partía de
«abajo», es decir, del pueblo. Así las cosas, fundaba de nuevo, invir-
tiéndolo, el estatus real, supliendo una de las funciones simbólicas
de la monarquía que había quedado vacante después de la crisis
de 1808.
En este sentido, la solución federativa podría ser vista como una
simple transfiguración de la majestad real en la soberanía popular.
Sin embargo, nos hemos esforzado por mostrar los elementos de
novedad, de ruptura, que introducen tanto los (con)federalistas
como los centralistas265. Falta todavía matizar la idea de un fracaso
de la Patria Boba federativa. Su fin se debe a la reconquista violen-
ta de las tropas expedicionarias españolas en 1815 y 1816. Después
de todo, cuando la armada de Morillo asedia a Cartagena, la Nue-
va Granada se convierte en un cuerpo de nación al unir a los Es-
tados soberanos, libres e independientes. Si las Provincias-Unidas
no pudieron resistir la prueba de la guerra, no por ello dejaron de

264
Relacionar con el siguiente fragmento de «A Europe of Composite Monarchies»
(Past & Present, No. 137, 1992, pp. 68-69), artículo de J. H. Elliott: «Si miramos al
carácter general de la Europa moderna temprana, con su profundo respeto por
las estructuras corporativas y por los derechos tradicionales, privilegios y costum-
bres, la unión de provincias entre ellas aeque principaliter parece responder bien a
las necesidades de la época. La forma laxa de esta asociación era en un sentido su
mayor fortaleza. Ella posibilitaba un alto grado de autogobierno local continuo en
una época en la que las monarquías simplemente no estaban en posición de poner
reinos y provincias bajo un control real fuerte. Al mismo tiempo le garantizaba a las
élites provinciales el goce continuo de sus privilegios existentes combinado con los
beneficios potenciales que podrían derivar de su participación en una asociación
más amplia» [trad. MTC].
265
A riesgo de ser reiterativos quisiéramos insistir en que unos y otros comparten
una disposición hacia el igualitarismo —tanto colectivo como individual— y hacia
la abstracción, que, en consecuencia, no es patrimonio de los centralistas.

117

la majestad(1).indd 117 4/26/10 9:02:19 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

ofrecer una lección fascinante: la de un orden a la vez incorpora-


do y compuesto, fundamentado en la soberanía popular. Esta sin-
gular forma política que articula lo que nosotros asociamos con
el organicismo, el voluntarismo y el igualitarismo —tan ajena a
nuestra experiencia democrática—, bien podría describir la pri-
mera expresión de la democracia en la Nueva Granada.

118

la majestad(1).indd 118 4/26/10 9:02:19 AM


CAPÍTULO 4
R EGALISMO, JANSENISMO Y REVOLUCIÓN FELIZ

Durante todo el siglo XVIII, el regalismo marcó las relaciones


entre la monarquía española y la Iglesia266 . El Informe de Melchor
Macanaz en 1713, el Concordato de 1753, el Exequatur de 1762,
la expulsión de los jesuitas en 1767 y las reformas eclesiásticas
de Carlos III impulsaron la creciente intervención del Rey en los
asuntos eclesiásticos267. Como consecuencia de ello, sin duda, las

266
Ver la bien lograda síntesis de Carlos María López-Brea, «Secularización, rega-
lismo y reforma eclesiástica en la España de Carlos III: un estado de la cuestión», en
Espacio, tiempo y forma, Serie IV, t. 12, 1999, pp. 355-371.
267
La bibliografía sobre España en este punto es considerable. Consultamos: Ri-
chard Herr, España y la revolución del siglo XVIII, Madrid, Aguilar [1960], 1988, cap. 2;
Emile Appolis, Les jansénistes espagnols, Burdeos, Sobodi, 1966; Joël Saugnieux, Le
jansénisme espagnol du XVIIIe siècle, ses composants et ses sources, Oviedo, Cátedra Feijóo,
1975; Emilio La Parra López, El primer liberalismo y la Iglesia. Las Cortes de Cádiz, Ali-
cante, Instituto de Estudios Juan Gil-Albert, 1985, sobre todo, pp. 67-138; Antonio
Mestre Sanchis, Apología y crítica en el siglo XVIII, Madrid, Marcial Pons Historia, 2003,
sobre todo «La influencia del pensamiento de Van Espen en la España del siglo
XVIII», pp. 289-319. En cuanto a América: Mario Góngora, Estudios sobre el galicanis-
mo y la «Ilustración católica» en América española, Apartado de la Revista Chilena de His-
toria y Geografía No. 125, Santiago, Universidad de Chile, 1957; Id., Studies in the Co-
lonial History of Spanish America, Cambridge, Cambridge University Press, trad. por
Richard Southern, 1975; José Carlos Chiaramonte, La Ilustración en Río de la Plata.
Cultura eclesiástica y cultura laica durante el Virreinato, Buenos Aires, Punto Sur, 1989;
David Brading, Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867,
México, FCE, 1991, pp. 532 y ss.; Gérard Dufour, «De la Ilustración al Liberalismo:
el clero jansenista», en Joseph Pérez y Armando Alberola (eds.), España y América
entre Ilustración y liberalismo, Madrid/Alicante, Casa de Velázquez/Instituto de Cul-
tura Juan Gil-Albert, 1993; Bernard Plongeron (dir.), Histoire du christianisme. Les
défis de la modernité (1750-1840), tomo X, Paris, Desclée, 1997; Mario Góngora, «La
Ilustración, el despotismo ilustrado y las crisis ideológicas en las colonias», Historia
de las ideas en la América española y otros ensayos, Medellín, Universidad de Antioquia,
2003, pp. 172-189. En cuanto a la Nueva Granada, ver Fernán González, Poderes
enfrentados: Iglesia y Estado en Colombia, Bogotá, Cinep, 1997. La obra antigua del
conservador ultramontano Juan Pablo Restrepo contiene información interesante:
La Iglesia y el Estado en Colombia, Bogotá, Banco Popular, 1987 [1885], dos vols.

119

la majestad(1).indd 119 4/26/10 9:02:20 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

tendencias regalistas y antirromanas de importantes sectores del


clero y de la sociedad española en los albores del siglo XIX eran
fuertes. Con sus diferencias, las tesis galicanas o jansenistas, con-
ciliaristas o episcopalianas, apuntalaban una fuerte oposición a la
autoridad absoluta del Papa. Esta postura, que hacía parte del es-
píritu del tiempo, se inscribía en el movimiento más amplio a favor
de la reforma de la Iglesia que Mario Góngora condensó bajo el
nombre de «Luces católicas», o de «modalidad religiosa de la Ilus-
tración268», para utilizar la denominación que sugiere Marcelin
Défourneaux a propósito del jansenismo269. El siglo XVIII español
no fue entonces una época de tinieblas clericales, como las Luces
francesas y escocesas se empeñaron en difundir por toda Europa,
aunque no fuera tampoco un período de escepticismo, ni de anti-
rreligiosidad, como en otras partes del continente. La monarquía
y amplios sectores de la Iglesia buscaron reformar la religión ca-
tólica para adaptarla al gusto del siglo, sensible al corazón y obse-
sionado con la razón. Polemistas y pensadores fuera de la Iglesia,
pero también dentro de ella, condenaron las formas ritualizadas
de la fe romana, secas y superficiales, así como la interferencia del
nuncio en los asuntos de la Corona.
Este contexto de cuestionamientos favoreció la emergencia de
lo que el historiador Émile Appolis llamó un «tercer partido»270,
que carecía de coherencia sociológica o política. Reunía una coa-
lición heteróclita de pensadores y clérigos, unidos por una fe co-
mún en un catolicismo ilustrado, a la vez enemigo del probabilis-
mo jesuita y de las desviaciones protestantes. Influido por la obra
de san Agustín, el «tercer partido» no conformaba una fuerza
organizada. Acercaba a individuos que compartían una sensibili-
dad común, distante tanto del jansenismo teológico, considerado
herético, como de la infalibilidad que presumía la sede apostólica.
Estos hombres, partidarios de un catolicismo regenerado por la
Ilustración, creían que al apoyar la reforma de la Iglesia y la gra-
dual transformación de sus vínculos con el poder político podrían

268
Carlos María López-Brea, «Secularización, regalismo…», op. cit., p. 368.
269
Marcelin Défourneaux, «Jansénisme et régalisme dans l’Espagne du XVIII siè-
cle», Caravelle, No. 11, 1968, pp. 163-179.
270
Emile Appolis, Entre jansénistes et Zelanti. Le Tiers parti catholique au XVIIIe siècle,
Paris, Picard, 1960.

120

la majestad(1).indd 120 4/26/10 9:02:20 AM


R EGALISMO, JANSENISMO Y REVOLUCIÓN FELIZ

conciliar el sentido crítico del día con una rigurosa ortodoxia ca-
tólica. El Barbadinho en Portugal y el padre Feijóo en España fue-
ron las grandes figuras de esta corriente de pensamiento.
En otro ámbito nacional, la historiografía reciente de la Revo-
lución Francesa se ha interesado en estas corrientes reformistas
antirromanas, y ha explorado sus vínculos con algunos de los re-
ferentes de la «modernidad política»: la nación, los partidos, la
soberanía del pueblo y, por supuesto, la secularización. Trabajos
importantes han realzado la importancia de la crisis jansenista en
el proceso de politización prerrevolucionaria. En Religious Origins
of the French Revolution, Dale Van Kley271 plantea que los conflictos
que desataron las políticas represivas de los Borbones franceses
contra los partidarios de Jansenio constituyeron una fuente clave
del estallido revolucionario en 1789. La obra de Catherine Maire,
De la cause de Dieu à la cause de la Nation, da cuenta de la forma como
esta corriente agustiniana del catolicismo erosionó la legitimidad
monárquica y contribuyó a la aparición de un espacio político de
debate público y a la construcción de una legitimidad referida ya
no a Dios sino a la nación272. Numerosos estudios, además, han
explorado la incidencia de las mutaciones de la esfera religiosa
en las dos revoluciones inglesas del siglo XVII —la de Cromwell y
la Gloriosa Revolución—, y en la de las Trece colonias británicas
de América del Norte273. En lo que se refiere al mundo hispánico
—a pesar de que el relato liberal que asocia la religión y la Iglesia
a la inamovilidad y la tradición, y niega cualquier contribución
de éstas a la revolución no ha perdido su centralidad—, es preci-
so reconocer el aporte de los trabajos sobre España de Emilio La
Parra, Antonio Mestre Sanchís y José María Portillo Valdés, en-
tre otros. José Carlos Chiaramonte, en sus obras pioneras sobre el
Río de la Plata, mostró el aporte de los clérigos a la cultura local
de las Luces, y Renán Silva, en su análisis de la génesis de una
comunidad interpretativa entre los ilustrados granadinos, subra-

271
Dale K. Van Kley, The Religious Origins of the French Revolution: From Calvin to the
Civil Constitution, 1560-1791, New Haven, Yale University Press, 1996.
272
Catherine Maire, De la cause de Dieu à la cause de la Nation. Le jansénisme au XVIIIe
siècle, Paris, Gallimard, 1998.
273
Mencionemos simplemente el libro clásico de Michael Walser, The Revolution of
the Saints, New York, Atheneum, 1968.

121

la majestad(1).indd 121 4/26/10 9:02:20 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

ya la función central de la religión274. Sin embargo, la tesis de la


«modernidad política» como un proceso de secularización que se
afirma contra un catolicismo asimilado a su tradición dogmática
parece dominar amplia y acríticamente. El ciudadano racional, el
debate público, el pluralismo confesional e ideológico y las prácti-
cas políticas asociadas al mismo se imponen frente a la contrarre-
volución romana. En este relato, la ciudad de Dios cede su lugar a
otra secular, la nación. En el curso de la década de 1960, algunos
hispanoamericanistas estadounidenses endurecieron este sistema
de oposiciones binarias con el fin de forjar una clave de lectura
culturalista de la historia de América Latina275. A la inversa del
carácter abierto, tolerante y modernizador de las denominacio-
nes protestantes norteamericanas, las tradiciones autoritarias de
la Iglesia romana habrían impregnado los sistemas políticos y las
sociedades en el mundo hispánico. A pesar de su interés, este en-
foque monolítico resulta simplificador en extremo, pues ignora
la diversidad de experiencias históricas y las tensiones dentro del
catolicismo. Desde esta perspectiva, los efectos «modernizadores»
de ciertas corrientes católicas —a la vez críticas e individualizan-
tes— han permanecido ocultos.
Sin embargo, el problema que queremos abordar no es el de los
orígenes religiosos de las independencias granadina y venezolana.
Al señalar los significados religiosos de la transformación política
no nos proponemos demostrar su carácter «tradicional», «conser-
vador», «reaccionario» o, por el contrario, afirmar su naturaleza
«progresista», «liberal» o «emancipadora». Nos interesa más bien
comprender por qué y de qué manera los conocimientos teológi-

274
De José Carlos Chiaramonte, La Ilustración en Río de la Plata: cultura eclesiástica y
cultura laica en el Virreinato, op. cit. Ver, por ejemplo, el siguiente pasaje (p. 20): «Así
como también podría parecer paradójico advertir que ciertas expresiones de una
mayor libertad y tolerancia, o cierta tendencia igualitaria, que han sido considera-
das efectos de la influencia ilustrada, pueden no ser otra cosa que cambios internos
del mundo católico basados en antiguas tradiciones, derrotadas pero aún vivas».
Renán Silva, Los Ilustrados de la Nueva Granada 1760-1808, op. cit.
275
Glen Dealy, «Prolegomena on the Spanish American Tradition», en Hispanic
American Historical Review, No. 48-1, 1968, pp. 37-58; Id., «The Tradition of Monistic
Democracy in Latin America», en Howard J. Wiarda (ed.), Politics and Social Change
in Latin America: The Distinct Tradition, Amherst, 1974, y especialmente Id., The Public
Man, Amherst, The University of Massachusetts Press, 1977. Para un concepto ante-
rior, de gran fuerza analítica, ver Richard M. Morse, «Toward a Theory of Spanish
American Politics», en Journal of the History of Ideas, vol. 15, 1954, pp. 71-93. Ver el
balance historiográfico de Carlos Forment, Democracy…, op. cit., pp. 26-30.

122

la majestad(1).indd 122 4/26/10 9:02:20 AM


R EGALISMO, JANSENISMO Y REVOLUCIÓN FELIZ

cos y eclesiológicos fueron empleados en la comprensión y en la


profundización de la transformación política que se abre paso a
partir de 1808. Queremos también poner de presente la existen-
cia de corrientes regalistas en la reflexión de los contemporáneos
sobre la Revolución276 . La rica argumentación antirromana, pode-
rosamente reforzada en el curso de los siglos XVII y XVIII, sirvió, en
efecto, para explicar, representar y apuntalar la crisis imperial.
Esta premisa permite revaluar el fracaso de las reformas bor-
bónicas desde la perspectiva de la incidencia del regalismo ecle-
siástico. En los textos escritos en el curso de la Revolución son
citados con frecuencia Fleury, Bossuet, Van Espen, Muratori, Fe-
bronio o Ricci. Estos autores, ya fueran jansenistas, jansenizantes,
o simplemente regalistas o galicanos, compartían su oposición al
ultramontanismo. Sus ideas, a menudo opuestas, contribuyeron,
sin embargo, a la emergencia de una nueva legitimidad. Ellos pro-
pusieron una relación inédita entre la autoridad temporal y la reli-
giosa, reforzando el poder del Rey en detrimento de la del Papa y
Roma. Por su parte, las corrientes conciliares, al afirmar la sobera-
nía de cuerpo, le abren el camino a la soberanía popular, pero no
se ocupan de las relaciones entre poder temporal y poder secular.
Sin quererlo y sin saberlo, unas y otras ayudaron a invertir la rela-
ción entre religión y política, posibilitaron una redefinición de la
naturaleza de esta última, de sus formas de institucionalización y
de realización, y, por ese camino, la aparición de una esfera de ac-
tividad autónoma. El Estado monárquico era el lugar privilegiado
de despliegue de esta esfera de acción.
Estos hombres proveyeron un rico acervo ideológico y un len-
guaje que será retomado por los contemporáneos desde 1808277.
La reversión de la soberanía al pueblo implicaba, en efecto, una
maniobra delicada. En términos análogos a los que propone J. G.
A. Pocock, suponía reemplazar la «autoridad descendiente» del rey
por una forma de «autoridad ascendiente» que procediera del pue-
blo. A imagen del canónigo Duquesne278, se trataba de imaginar

276
Christian Hermann, L’Église d’Espagne sous le patronage royal (1476-1834). Essai
d’ecclésiologie politique, Madrid, Casa de Velázquez, 1988, pp. 129-148.
277
Carlos Forment desarrolló esta idea con brillo en «Becoming a Rational Person:
Anticolonial Movements and the Emergence of the Public», en Democracy…, op. cit.,
cap. IV, pp. 66-95.
278
Ver capítulo 2 de este libro.

123

la majestad(1).indd 123 4/26/10 9:02:20 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

la legitimidad de un poder que procedía del cuerpo y no de la ca-


beza. Suponía invertir las jerarquías tradicionales de la autoridad,
sin abandonar su referencia a un fundamento incuestionable. Las
corrientes antirromanas del catolicismo, que subordinaban la ca-
beza apostólica a la autoridad del cuerpo de la Iglesia, proveyeron
recursos intelectuales y prácticos para este desafío. Mutatis mu-
tandis, la relativización del poder papal a favor de la comunidad
de fieles era comparable a la reasunción de la soberanía por el
pueblo, resultado de la vacatio regis. Por este camino fue posible
refundar la legitimidad política sobre la base de un poder esen-
cialmente popular, manteniendo al mismo tiempo los vínculos
indisolubles entre la ciudad de los hombres y la de Dios279. Ahora
bien, el conciliarismo, el regalismo o el jansenismo no fueron la
causa única o determinante de las revoluciones hispánicas (como
tampoco, por otra parte, lo fue la neoescolástica280), pero las di-
námicas políticas desatadas por estas corrientes contribuyeron a
crear las condiciones para la crisis y a proporcionar herramientas
para enfrentarla.

EL JANSENISMO EN EL SOCORRO: UNA MAJESTAD «DESDE ABAJO»

La disputa que agita al Socorro en 1810 deja ver cómo este acervo
ideológico es sacado del registro de los conflictos entre la Sede
Apostólica y las capitales católicas del continente, Madrid o París,
y les sirve a los actores para pensar una autoridad ascendiente. El
escándalo estalla cuando la revoltosa provincia del Socorro decide
erigirse en obispado, una vez proclamada su junta de gobierno281.

279
Siguiendo a Marcel Gauchet, se puede plantear que la secularización fue en sus
inicios una revolución religiosa que le abre paso a una nueva economía del estar
juntos. La Iglesia inició el proceso de secularización al distinguir los poderes tem-
poral y espiritual. La disociación se profundizó con las guerras de religión durante
el siglo XVI. Ver Marcel Gauchet, «L’État au miroir de la raison d’État: la France
et la Chrétienté», en Raison et déraison d’État, Yves-Charles Zarka (dir.), Paris, PUF,
1994, pp. 196-244.
280
Para una crítica de la tesis neoescolástica, ver Jaime Urueña Cervera, Nariño,
Torres y la Revolución Francesa, op. cit., sobre todo pp. 11-18.
281
El sumario de la controversia fue impreso integralmente en Apología de la Pro-
vincia del Socorro sobre el crimen de cismatica que se le imputa por la erección de obispado,
op. cit. Ver el relato sesgado de Juan Pablo Restrepo, La Iglesia y el Estado…, op. cit.,
pp. 281-283.

124

la majestad(1).indd 124 4/26/10 9:02:20 AM


R EGALISMO, JANSENISMO Y REVOLUCIÓN FELIZ

La determinación plantea un interrogante central sobre la aptitud


del poder temporal para crear sedes episcopales sin consultar al
papado o al rey de España, titular privativo del patronato, según
las Leyes de Indias282. Los gobernadores del arzobispado de Santa-
fé, Duquesne y Pey no albergan dudas al respecto y amenazan con
excomulgar a la provincia por cismática. La disputa que se trenza
por vía impresa se envenena, y cada bando designa a un represen-
tante para defender su causa. Esta controversia deja ver evoluciones
importantes. En primer lugar, la unión de una corriente galicana,
de inspiración jansenista, con el lenguaje de la emancipación cor-
porativa. La afirmación de esta tendencia muestra los progresos
de una secularización paradójica: los mensajes del Cielo ya no pa-
san por el canal jerárquico de Roma y de los obispos sino por el
Pueblo, ahora revestido de un carácter sagrado. Esta transferencia
sacra se acerca a la soberanía moderna en cuanto se afirma como
potestad plena pero acompañada de una afirmación obsesiva de
la unión indestructible de Dios y los pueblos cristianos. Este poder
temporal se reclama, en efecto, como una instancia entre el más
allá y el más acá. La mediación parece plenamente restablecida.
El pueblo aparece aquí como la instancia intermedia que posibilita
la recomposición de la majestad pero desde abajo. En todo caso,
es el origen de un hecho incontestable: la certeza compartida por
los pueblos de que poseen un poder constituyente al menos tan
legítimo como el de sus representantes. En este marco, la provincia
del Socorro busca la sumisión de la autoridad espiritual al poder
secular, según la dinámica propia del galicanismo y el absolutismo.
Pero se trata, de manera más profunda, de identificar al pueblo
con un cuerpo perfecto, imagen de Dios. Éste aparece así como el
fundamento de una autoridad ascendente del cuerpo sobre la ca-
beza, del Socorro sobre Bogotá y, por qué no, del arzobispado sobre
Roma. No es de extrañar, en consecuencia, que el procurador de
la provincia, acusada de cismática, defienda su causa a partir de la
teoría conciliar. La universitas de la comunidad —diferente de la co-
lectividad en cuanto realidad social— tiene el derecho de dotarse
de una representación, en cuanto fragmento e imagen de la Iglesia

282
Recopilación de leyes de los Reynos de las Indias, mandadas imprimir y publicar por la
Magestad catolica del rey don Carlos II. Nuestro señor, Madrid, Por la viuda de D. Joaquín
Ibarra, 1791, Lib. I, Tit. VI, ley i.

125

la majestad(1).indd 125 4/26/10 9:02:20 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

universal. Ahora es la corporación, «con la pluralidad de votos», la


que conduce los destinos de la colectividad, y ya no la cabeza que
impone unitariamente sus designios.
La reconstitución de la majestad por lo «bajo» respondía per-
fectamente a las necesidades políticas de la ausencia real. Este re-
curso, sugerido por las doctrinas conciliares, contribuye a explicar
la extraordinaria facilidad de las provincias hispanas para dotarse
de juntas de autogobierno. Por su parte, las tesis regalistas —a
pesar de su corte absolutista— y el jansenismo permitían justificar
en derecho las nuevas corporaciones de gobierno, sin romper del
todo con los principios de la monarquía, y ofrecían un magnífico
modelo político a las comunidades de base al conjugar la unidad,
la representación, la jerarquía y el acomodo del pueblo a una legi-
timidad religiosa que constituía el horizonte infranqueable de esta
época. En su argumentación, los abogados del Socorro Ignacio de
Herrera y Vergara y Manuel Plata recurren con insistencia a la
obra de Zeger Bernard Van Espen283, canonista jansenista flamen-
co. Los autores galicanos franceses más invocados en este período
fueron Fleury y Bossuet284. Queremos insistir en que la ciencia re-
ligiosa de los siglos XVII y XVIII, sobre todo la teología histórica,
aparece en el momento con más contundencia que los ilustrados
Montesquieu o Rousseau, y su presencia es más significativa que
los ejemplos sacados de las revoluciones Americana y Francesa.
Si estas corrientes religiosas le prestan su lenguaje y sus valores
con tanta constancia al debate político, es porque suministran un
marco de comprensión accesible para las élites letradas del reino y
de la capitanía general.
Por supuesto que no faltaron enemigos, porque, según los dis-
cípulos de las doctrinas ultramontanas, la reconstitución de la ma-
jestad desde «abajo» era, estrictamente hablando, una inversión
del buen juicio y la razón, algo así como si los hijos desearan ser los
padres, y éstos los hijos. El Correo curioso, erudito, económico y mercan-
til evocaba en 1801 esta concepción, la de una autoridad que sólo
puede proceder de la cabeza:

283
Antonio Mestre Sanchis, «La influencia del pensamiento de Van Espen en la
España del siglo XVIII», en op. cit.
284
Ibid.

126

la majestad(1).indd 126 4/26/10 9:02:20 AM


R EGALISMO, JANSENISMO Y REVOLUCIÓN FELIZ

Son datos yá infalibles para vosotros, que Dios participa su po-


dér a unos hombres puestos á la cabeza de otra numerosa multi-
tud de hombres; estos son los Soberanos: y que Dios manda obe-
decerles conforme á la rectitud de una voluntad, que él mismo
inspira; estos son los vasallos285.

Las acusaciones de cisma abundaron y, más generalmente, las


imputaciones de lesa majestad, blasfemia y profanación, o la de-
nuncia de estar creando monstruos, hidras de varios cabezas para
un solo cuerpo286 . En su excomunión de la provincia, los goberna-
dores del arzobispado, Pey y Duquesne, acusan a los regalistas del
Socorro de «trastornar el órden jerárquico» y, en consecuencia, de
tomar el camino de la ruptura luterana.

Alegan para ello los hechos antiguos atribuyendo á los pueblos


mas facultad de la que nunca han tenido, mezclando lo verdadero
con lo falso, y trastornando por su propia autoridad la disciplina
universal de la Iglesia, EXAJERANDO, según la máxima de Lute-
ro, las exacciones o derechos de la Curia Romana y acriminando
sus procedimientos para disponer á los pueblos á SACUDIR la
dependencia de la Silla Apostólica287.

En defensa de la autoridad tradicional de la cabeza, y por ese


camino de sus prerrogativas, los canónigos de Bogotá se vuelven
ultramontanos. No cesan de denunciar la afinidad que tiene con
el jansenismo la defensa que presenta el Socorro. Para los gober-
nadores eclesiásticos del arzobispado de Bogotá, su cariz demo-
crático y la potencia del pueblo sobre la jerarquía eclesiástica por
intermedio de sus representantes constituyen una vergonzosa for-
ma de protestantismo. Estiman las autoridades que las verdades

285
Correo curioso, No. 2, 24.II.1801.
286
Apología…, op. cit., p. 22. A lo que los habitantes del Socorro responden con
humor (p. 23): «El matrimonio que contrae el Obispo con su Iglesia no es mas que
multitudinario: una justa causa obliga muchas veces a trasladarlo a otra parte. […]
Poco tiempo ha vimos al Illmo. Sr. Caballero y Gongora en menos de veinte años
obtener quatro Esposas, a saber: la de Chiapa, la de Yucatan, la de Santafé y la de
Córdova. ¿Y diremos que fue adultero?».
287
«Carta pastoral de los Drs. Don Juan Bautista Pey de Andrade y Don Domingo
Duquesne, gobernadores del arzobispado de Santa Fé en sede vacante, con motivo
del cisma provocado en la Villa del Socorro en asamblea popular», BA, III, pp. 21-26.

127

la majestad(1).indd 127 4/26/10 9:02:20 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

dogmáticas son por naturaleza inaccesibles para los fieles porque


no son de este mundo288. Con una firme seguridad de diagnóstico,
unida a un instinto polémico, los representantes del arzobispado
afirman que las novedades eclesiásticas del Socorro llevan muy se-
guramente a la impiedad francesa, es decir, a la constitución civil
del clero289. Los síndicos de la provincia insultada reaccionan, con
furor, claro está, ante estas «negras injurias»290.
Hay que dar la razón a estos últimos. La erección de un obis-
pado en el Socorro no pone en evidencia un progreso de la secu-
larización. El episodio simplemente expresa un movimiento que
refiere las regalías al pueblo soberano. El vector de la autoridad
deja de ser descendiente y se vuelve ahora ascendiente. ¿Pero po-
día el pueblo transformarse en una majestad sublunar, instancia
sagrada que aseguraba la mediación entre Dios y los hombres?

EL PUEBLO COMO SIGNO

Para concebir y responder a ese temible problema, muchos cléri-


gos patriotas recurrieron a las Sagradas Escrituras. Construyeron
una especie de tipología política derivada de un trabajo de exé-
gesis de la Biblia. Ya no se trataba de mostrar las corresponden-
cias entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, sino de inscribir la
revolución granadina en la historia del cristianismo. Fue así como
la transformación de 1810 dio lugar a una lectura providencial.
Más allá de su significado inmediato, los hechos temporales cons-
tituían los signos de una realidad superior, pues remitían al plan

288
«12° Ninguna junta política de hombres, aunque represente la de una Nacion,
puede por ninguna razon mudar la disciplina de la Iglesia, hollar la autoridad de
los Santos Padres, dar pié á los derechos de los Concilios, trastornar el órden ge-
rárquico, disponer á su arbitrio las elecciones de los Obispos, destruir las Sedes
Episcopales y quitando á la Iglesia la mejor forma de gobierno, introducir la peor».
Ibid., p. 24.
289
«Los impíos y detestables franceses son los primeros autores de esta nueva espe-
cie de cisma. Erijir obispos y proveer las iglesias actualmente ocupadas removiendo
a sus lejitimos Pastores, é imponiéndoles los mas odiosos delitos». Ibid., p. 24.
290
«La pastoral expedida por esta Superior Curia es una dilatada cadena de negras
injurias, con que se tizna la Soberanía del Socorro. En ella se compara su conducta
con la de los impíos y detestables Franceses: se iguala al nuevo Pastor electo con el
primer Pseudo Obispo Alexandro Espilly, y se fulminan las mismas condenaciones
que contiene el Breve Apostólico expedido en 13 de Abril de 1791». Apología de la
Provincia del Socorro, op. cit., pp. 26-27.

128

la majestad(1).indd 128 4/26/10 9:02:20 AM


R EGALISMO, JANSENISMO Y REVOLUCIÓN FELIZ

divino que los suscitaba y los explicaba. Esta representación-signo


constituye una verdadera categoría del pensamiento político crio-
llo, y posibilita una comprensión particular de los procedimientos
de representación política. Las aclamaciones de los primeros ca-
bildos abiertos o extraordinarios no eran solamente una forma de
tomar una decisión colectiva o de designar representantes, sino
un indicio de lo bueno y lo justo. El acuerdo unánime de las volun-
tades revelaba el carácter inspirado de la comunidad. La reversión
de la soberanía en 1810 marcaba el reencuentro de la comunidad
política con su verdadera naturaleza. El momento constituía una
ocasión providencial en la cual el cimiente de la sociedad política
puede ser formulado de nuevo, tal como lo afirma Antonio de Vi-
llavicencio en Cartagena, en 1811:

Este pueblo, que hasta ahora ha sido una masa heterogénea de


nobles, de plebeyos, de hombres orgullosos, engreidos los unos
con su nacimiento, otros con sus grandes riquezas; otros envileci-
dos por los oficios mecánicos, que [en] el régimen colonial eran
mirados con desprecio: este pueblo, digo, va á presentarse en el
teatro del mundo, dirigiendo su suerte y sus destinos, dándose
leyes e instituciones para su felicidad. De este pueblo, vamos á ver
Legisladores, Magistrados y Guerreros y los principios más sanos
de equidad, de justicia, de conservacion y de fraternidad, y las
acciones más gloriosas del valor y de la prudencia, del entusiasmo
y del amor á la Patria […]291

Esta reorganización a fundamentis de la sociedad suponía una


especie de retorno al estado de naturaleza. Éste no era represen-
tado con ayuda de las ficciones del pensamiento político moder-
no, pobladas por individuos solitarios. A la ortodoxia católica le
repugnaban esta clase de operaciones intelectuales, alejadas del
Génesis y empleadas por herejes como Hobbes, Locke o Rousseau.
En cambio, la Biblia y la teología histórica formaban una referen-
cia común, incluso en el seno del pueblo. Por lo tanto, era lógico
utilizar los grandes temas religiosos para imaginar el origen de
los vínculos entre los hombres. Los textos testimonian el recurso

291
Antonio de Villavicencio, Apuntamientos para escribir una ojeada sobre la historia de
la transformacion politica de la Provincia de Cartagena, Corrales, I, 129.

129

la majestad(1).indd 129 4/26/10 9:02:20 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

persistente a dos referencias, una de naturaleza dogmática y otra


de carácter histórico. El Génesis, por una parte, permitía concebir
la creación de la sociedad humana. La historia de la Iglesia primi-
tiva, por otra parte, la de los primeros siglos de la encarnación,
proponía el modelo de la comunidad perfecta. Una y otra hacían
de la revolución una reactualización de los orígenes, un nuevo co-
mienzo. La creación, la encarnación y la revolución se inscribían
de esta manera en un mismo plan providencial. En 1815, Juan Fer-
nández de Sotomayor, diputado de Cartagena y cura de Mompox,
asociaba el absolutismo borbónico con la caída, y la revolución,
con la restauración de un orden de Dios:

Señor, un sentimiento de gratitud al Ser Supremo, es que con-


duce á V.E. en este día al pie de los altares, y el mismo que ha de-
cretado esta grande y augusta solemnidad. El beneficio que moti-
va tanto el reconocimiento es, yo no dudo en decirlo, el primero
en el orden de la naturaleza. El nos ha devuelto ó restituido los
preciosos derechos de nuestra creacion tiranicamente usurpados
mas antes que nuestros ojos se abriesen a la luz. Nosotros habia-
mos nacido al mundo degradados y envilecidos: doble desgracia
escoltaba nuestro nacimiento, hijos de la ira, y de maldición por el
pecado de Adam, infelices y miserables esclavos de una nacion fie-
ra y orgullosa por haber nacido en América; pecado si se me per-
mite decirlo, mas enorme aun é indeleble que el original, puesto
que para el no habia ningun genero de bautismo. Compare pues
ahora V.E. esta feliz restauracion de nuestra naturaleza con aquel
estado de abyeccion y de envilecimiento, y decida entonces si pue-
de presentarse jamas motivo más justo de engrandecer á Dios y de
bendecir sus misericordias. Pero esto no es solo un deber de los
Representantes del Pueblo, lo es tambien de todos nosotros, y de
cada uno en particular. Si: el don y la gracia que hemos recibido
es individual, y tanto interesa á la sociedad entera, como á cada
una de sus partes. Preciosa é inestimable adquisición! Ella nos ha
puesto en pocesion, y goze de las facultades y derechos naturales
del hombre, nos ha hecho dignos del Criador, y en aptitud de co-
rresponder a sus adorables designios292.

292
Sermon que en la solemne festividad del 20 de julio, aniversario de la libertad de la Nue-
va Granada predicó en la Santa-Iglesia metropolitana de Santafé El Ciudadano Dr. Juan

130

la majestad(1).indd 130 4/26/10 9:02:20 AM


R EGALISMO, JANSENISMO Y REVOLUCIÓN FELIZ

La revolución retornaba simbólicamente a los primeros tiem-


pos de la Iglesia en un nuevo bautismo de los pueblos. El «estado
repentino de revolución293» constituía, en el sentido fuerte, una re-
generación inmediata, inesperada, extraordinaria. Capaz de resti-
tuir los cuerpos políticos a su verdadera naturaleza, la nueva fun-
dación borraba las huellas de un absolutismo que había desviado
la monarquía de la voluntad de Dios. Al tomar el lugar del rey, el
pueblo no solamente hacía nacer una autoridad, sino que asegura-
ba, según su ley, la transparencia del cuerpo político con los «ado-
rables designios» divinos. En la controversia sobre la erección del
obispado del Socorro, el procurador de la provincia retomaba la
misma idea. La revolución no era solamente la ocasión de dotarse
de una constitución escrita, sino de restablecer la correspondencia
entre la ley de los hombres y la ley trascendente de la naturaleza.

La Provincia del Socorro presenta un quadro interesante que


no pudo menos que fixar las miradas de su potestad secular: el
Pueblo […] se energizaba por la conservacion de sus derechos
civiles […]294

Los constituyentes criollos trataban entonces de conciliar la


fuente de la ley —heterónoma, trascendente— con su trabajo
legislativo. La religión permitía establecer esta relación entre las
reglas contractuales de los hombres y las normas absolutas del or-
den divino. Este montaje hacía del soberano popular un mediador
entre Dios y los hombres. Su voluntad, que daba origen a la ley, no
era sino un reflejo de la voluntad divina. Pero la dignidad del pue-
blo y su aptitud para ocupar el lugar de vicario de Dios planteaban
inquietudes. Aun hombres ilustrados como Antonio Nariño duda-
ban de ellas. Al optar entre las dos clases de representación electo-
ral, éste descarta la más moderna —un diputado por cada 50.000

Fernandez de Sotomayor, Representante en el Congreso de las Provincias Unidas por la de


Cartagena y en este Obispado Cura Rector y Vicario Juez Eclesiastico de la Ciudad Valerosa
de Mompox, Santafé, Imprenta de C. B. Espinosa, por el C. Nicomedes Lora, año de
1815 [BNC, Fondo Pineda, 181, I].
293
Antonio Nariño, «Consideraciones sobre los inconvenientes de alterar la in-
vocación hecha por la Ciudad de Santafé en 29 de julio del presente año [1810]»,
Cartagena, 19.IX.1810, BNC, Fondo Pineda No. 1666, p. 8.
294
Ibid., p. 25.

131

la majestad(1).indd 131 4/26/10 9:02:20 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

habitantes—, a favor de una forma tradicional —un representante


por cada corporación provincial—, argumentando que una agre-
gación de individuos no es un cuerpo y no tiene jurisdicción295.
Una simple adición de personas no podía ser la fuente sobera-
na de la ley. Además, el pueblo sociológico —la plebe ignorante,
corruptible, cambiante— no podía encarnar razonablemente el
principio último de la autoridad.
El recurso al pueblo se podría calificar como una forma de re-
presentación-signo en el que la elección, la representación y la ju-
risdicción se transforman en instancias, momentos de revelación
de una verdad anterior y trascendente. Este tipo de representación
restablece el vínculo entre un fundamento intangible y las conven-
ciones de los hombres. Describe, así, una legitimidad perfecta.

TRANSPARENCIA Y REPRESENTACIÓN

La representación-signo debía manifestar en forma visible la equi-


valencia entre la comunidad natural y la fuente trascendente de
la ley296 . La manifestación más espectacular de esta transparencia
eran el unanimismo y la espontaneidad. El pueblo debía ser ca-
paz de reconocer de inmediato una evidencia que se impondría a
todos sin artimañas ni intrigas. Se desvalorizaba el momento de
la deliberación reflexiva y contradictoria, porque ésta sólo ponía
de manifiesto las dudas y la vacilación, pero sobre todo porque se
prestaba a la manipulación. La exterioridad y la trascendencia de
la ley en relación con el cuerpo político implicaban, como se ha ve-
nido planteando, que el pueblo, en sentido estricto, no tomaba de-
cisiones: se limitaba a reconocer la acción justa que se debía tomar.

295
Antonio Nariño, «Consideraciones sobre los inconvenientes de alterar la invo-
cación hecha por la Ciudad de Santafé en 29 de julio del presente año [1810]»; «Re-
flexiones al Manifiesto de la Junta Gubernativa de Cartagena, sobre el proyecto de
establecer el Congreso Supremo en la Villa de Medellin, comunica á esta Suprema
Provisional», Cartagena, 19 de septiembre de 1810, pp. 10-11.
296
Un ejemplo entre mil: las seis ciudades confederadas del Valle del Cauca «acor-
daron de común consentimiento y de su libre y espontánea voluntad formalizar un
consejo…», Acta de instalación de la Junta Provisional de Gobierno de las seis ciu-
dades confederadas de Valle del Cauca, en Cali, a 1 de febrero de 1811, en Alfonso
Zawadsky Colmenares, Las ciudades confederadas, op. cit., p. 92. Ver también el pasaje
citado en la nota 38.

132

la majestad(1).indd 132 4/26/10 9:02:20 AM


R EGALISMO, JANSENISMO Y REVOLUCIÓN FELIZ

Así, la idea de voluntad general, o más bien, de «voluntad públi-


ca», adquiere un sentido desconcertante. Con mucha frecuencia
el término no designa el fundamento activo de la soberanía que
surgiría de la voluntaria asociación de los ciudadanos. Para los
contemporáneos, la voluntad general, en cuanto manifestación de
la razón colectiva, está determinada por la voluntad que Dios dio
al hombre para permitirle reconocer sus leyes «espontánea» e «in-
mediatamente».

Es imposible dudar, señores, afirma por ejemplo José María


Salazar, de la voluntad pública declarada por tantos actos, sancio-
nados por este pueblo y solemnemente promulgada. En vosotros
[Cabildo de Mompox] reside el depósito de la autoridad; el nuevo
Gobierno está reconocido, y estos puntos no son susceptibles de
discusión297.

En este sentido, el problema de la formación de la voluntad gene-


ral es reemplazado por su reconocimiento por parte de los ciuda-
danos. La adhesión espontánea e irreflexiva del pueblo demuestra
de esta forma la justicia y la legitimidad de una decisión o de una
elección. Vox populi vox Dei. José María Salazar evoca de nuevo este
instante mágico con ocasión de la revolución de Cartagena:

¿No ha celebrado con demostraciones nada equívocas la revolu-


ción de la capital, á quien de corazon se adhiere? ¿No ha resonado
por todas partes el grito de Independencia, desde aquella noche
gloriosa en que hemos recibido una noticia tan esperada?298

El acuerdo unánime de las almas es el momento constituyen-


te del nuevo poder, su procedimiento de designación y de legiti-
mación, su fuente. La aclamación, los aplausos y gritos colectivos
constituyen su prueba inefable. Ella autentica la verdad política,
así como el sello real adornaba la verdadera palabra pública. Es así
como la mayor parte de las actas oficiales registran minuciosamen-
te las manifestaciones de aprobación de la multitud con un voca-

297
Corrales, I, 197.
298
Ibid., p. 196.

133

la majestad(1).indd 133 4/26/10 9:02:21 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

bulario repetitivo. En agosto de 1810, en la ciudad de Mompox,


alguien observa al reconocer la regencia:

[...] todos gritan y todos buscan con ansia entre la multitud á


sus más tiernos amigos para saludarlos con el ósculo ardiente de
la libertad299.

Las correspondencias evocan la emoción que se apodera de los


actores después de una junta, como cuando Ignacio de Herrera,
en 1811, felicita a la Junta Provisional de las Ciudades Confedera-
das del Valle del Cauca:

Ni el respeto de los Representantes reunidos en el Congreso,


ni la seriedad del Tribunal pudieron contenerme; mis labios pro-
nunciaron en voz alta las siguientes palabras: Mi patria es feliz y
el paso que acaba de dar va a establecer su libertad. Me doy a mí
mismo la enhorabuena; y mañana tomaré la pluma para darla a
mis paisanos300.

En 1812, refiriéndose a Santafé, Manuel Bernardo Álvarez mues-


tra la misma convicción en su crítica al Acta de Federación de la
Provincias Unidas:

[…] se que los recursos provisionales para evitar un mal no


hacen reglas de un gobierno estable, ni constituciones aprobadas
y recibidas por la debida espontaneidad de los pueblos, o indivi-
duos que forman el cuerpo de una sociedad política 301.

Esta transparencia entre ley y comunidad, garantizada por signos


providenciales irrefutables —el unanimismo y la espontaneidad—,
permite reemplazar a las autoridades sin cuestionar su legitimidad.
Pero, además, si la verdad no es de este mundo y es sólo una, en-
tonces los hombres de buena fe no pueden divergir, sólo pueden

299
Pío Castellanos, Diario de la villa de Mompox, 5.VIII.1810, Corrales, I, 187.
300
«El Dr. Ignacio Herrera felicita a la Junta Provisional de Gobierno de las Ciuda-
des amigas del Valle del Cauca», Bogotá, 21.III.1811, en Alfonso Zawadsky Colme-
nares, Las ciudades confederadas, op. cit., p. 127.
301
Manuel Bernardo Álvarez, «Objeciones a la firma del acta de federación, Santa-
fé, 24 de febrero de 1812», Archivo Nariño, III, p. 111.

134

la majestad(1).indd 134 4/26/10 9:02:21 AM


R EGALISMO, JANSENISMO Y REVOLUCIÓN FELIZ

reconocerla. Este monismo político, de inspiración religiosa, se pro-


yectará en los procedimientos de representación política.

LOS REPRESENTANTES, LA LEY Y DIOS

La representación-signo permitía asociar la comunidad política


con una ley heterónoma. Esto tenía importantes consecuencias
en la figura del representante. Al tener que expresar una norma
trascendente, los diputados no podían defender legítimamente los
intereses de una colectividad o de un grupo de personas. Debían
ser los servidores desinteresados de la cosa pública, capaces de
reprimir cualquier ambición inmoral, intriga personal o cálculo
partidario. Eran individuos-cuerpo, enteramente dedicados a la
cosa pública. Los gobernantes debían ser los siervos y no los amos
de la ley. El representante regenerado era a la vez el signo y el fia-
dor de la transparencia entre la comunidad política y su verdad.
Esta idea era desde luego anterior a la Revolución. En 1801, por
ejemplo, aparece en un pasaje del Correo Curioso:

Vuestro Soberáno siempre condecorado con el mejor titulo


de Padre, no extiende sus paternales cuidados á otra cosa, que á
manteneros en la mayor harmonía y felicidad; Su gobierno está
enriquecido con las qualidades mas sobresalientes de la equidad,
y de la justicia: los Ministros, ejecutores de su soberana voluntad,
son los paralelos de las leyes, que no se jactan de mandar, sino de
obedecer los ápices mas pequeños de la legislación. Todos ten-
dreis á este ejemplo la satisfacción de prestar vuestro libre consen-
timiento á cada vez, que la ley os lo intíma su cumplimiento302.

La primera caracterización del vínculo perfecto de la ciudada-


nía lleva en sí su contrario, la conspiración y la traición. Cada vez
que la transparencia se opaca, cada vez que aparece el disenso, los
actores sólo pueden suponer que se trata de una expresión de la
corrupción y el complot. Al permanecer vinculada a una evidencia
sobrehumana, de orden natural o divino, la capacidad de la ley

302
Correo curioso, erudito, económico y mercantil de Santafé de Bogotá, No. 2, 24.II.1801
(edición facsimilar), Bogotá, Biblioteca Nacional-Colcultura, 1993, p. 27.

135

la majestad(1).indd 135 4/26/10 9:02:21 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

para asegurar la obediencia, su aptitud para modelar las conduc-


tas y adecuar las voluntades, está garantizada por la mirada de un
Dios justiciero, capaz de castigar. Este mecanismo explica el lugar
central que se le concede a la religión católica en el trabajo cons-
titucional de los patriotas. La carta política sólo vale si se inscribe
en una naturaleza provista de una finalidad y de unas normas. La
Constitución de Cartagena manifiesta claramente esta determina-
ción de la ley de los hombres por los mandamientos divinos:

No pudiendo haber felicidad sin libertad civil, ni libertad sin


moralidad, ni moralidad sin religión, el Gobierno ha de mirar la
religión como el vínculo más fuerte de la sociedad, su interes más
precioso y la primera ley del Estado, y aplicará grande atención á
sostenerla y hacerla respetar con su ejemplo y con su autoridad303.

Desde luego que en este panorama existen matices. La primera


Constitución de Cundinamarca (1811) o la de Antioquia parecen
más laicas. La primera sólo invoca el «Trono de la Justicia»304; la de
Tunja, en cambio, apela a Dios, creador de los «derechos del hom-
bre en sociedad». A pesar de estas variaciones, la exhortación de
la religión católica constituye un elemento fundamental del orden
constitucional305. Para los constituyentes criollos la única forma
de asegurar la eficacia del mandato de la ley, fuera de cualquier
violencia, es asociándola al castigo divino. En muchas reflexiones
es palpable el temor de que las leyes ya no sean obedecidas. Esta
angustia lleva a recordar que la libertad no es ese libertinaje que
ignora el riesgo de condenación eterna y abre el camino de las
facciones y el egoísmo306 . Camilo Torres, por ejemplo, escribe en
1813 lo siguiente:

303
Título 3, art. 3, Corrales, I, p. 495.
304
CC, I, p. 311.
305
Ver Emilio La Parra López, El primer liberalismo y la Iglesia. Las Cortes de Cádiz,
op. cit., p. 36.
306
Entre muchos ejemplos, Diario político de Santafé de Bogotá, 27.VIII. 1810 (Luis
Martínez Delgado y Sergio Elías Ortiz, El periodismo en la Nueva Granada, 1810-1811,
op. cit., p. 33). O también, «Vosotros habríais visto el valor desanimarse, las costum-
bres degradarse, el amor de la libertad dar lugar al libertinaje; y bien presto no se
habría tenido sino una república lánguida o agitada por sediciones que la habrían
despedazado». Miguel de Pombo, «Discurso preliminar sobre los principios y venta-
jas del sistema federativo», p. 20 de la versión electrónica.

136

la majestad(1).indd 136 4/26/10 9:02:21 AM


R EGALISMO, JANSENISMO Y REVOLUCIÓN FELIZ

La Religion ha sido siempre el principal apoyo de los estados, y


una tan santa, tan pura, y tan verdadera como la Jesu Cristo, que
dichosamente profesan Venezuela y la Nueva Granada, es segura-
mente la mas propia para sus nacientes gobiernos y para la futura
grandeza y prosperidad que les espera. Pues si las costumbres, la
moralidad y las virtudes son y deben ser el preciso cimiento de este
edificio, ella las enseña y las prescribe de un modo que no han po-
dido conocer los Legisladores humanos ni la filosofía del siglo. La
felicidad de esta vida es pasagera, y el hombre debe extender sus
miras á lo eterno. Quando el Gobierno temporal pues, propor-
ciona a los ciudadanos los bienes de que pueden disfrutar en esta
vida, y que les ha concedido el benefico autor de la naturaleza, sin
derecho á ningun hombre ni autoridad sobre la tierra para pri-
varlos de ellos, la religion santa nos encamina á una Patria eterna,
donde las pasiones humanas, la ambicion, el despotismo, el furor
que aquí despedaza á los miseros mortales, ni pueden tener lugar
sino para recibir el justo castigo de los males y las calamidades
que han derramado sobre el genero humano307.

Como fuente trascendente y poder de sanción eterna, la reli-


gión católica garantiza la efectividad del marco jurídico en un mo-
mento en que los gobiernos no tienen todavía la autoridad que los
tiempos acaban por concederle a las cosas que han permanecido.

¿CONCILIO NACIONAL?

En 1813, la cuestión de la convocatoria de un concilio nacional


muestra importantes evoluciones en relación con los primeros
tiempos de la Revolución. Las Cortes de Cádiz habían tenido el
mismo propósito desde su reunión en 1810. Para los revoluciona-
rios gaditanos no sólo había que reformar la Iglesia de España
—pilar central del orden antiguo— sino que era preciso depurar
la religión. La transformación política se hacía, bajo la invocación
de Dios y de la religión católica, la única tolerada. La regeneración
de la Península debía ser también espiritual308. A pesar de las se-

307
Argos de la Nueva Granada, No. 2, 25.XI.1813.
308
Emilio La Parra López, El primer liberalismo y la Iglesia, op. cit., pp. 36 y ss., y 67-138.

137

la majestad(1).indd 137 4/26/10 9:02:21 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

mejanzas entre la Nueva Granada y la situación peninsular, estas


grandes ambiciones no figuran en la solicitud que hace el secreta-
rio del poder Ejecutivo confederal a los gobernadores del arzobis-
pado, en marzo de 1813. En este caso se trata menos de transfor-
mar la Iglesia neogranadina como de llenar los puestos vacantes.
En efecto, en vista de la suspensión del patronato real y de la au-
sencia de relaciones con Roma, ninguna de las sedes episcopales
está ocupada. Numerosas parroquias, asimismo, se encuentran sin
cura. La situación se vuelve crítica cuando en el transcurso de
1813 son declaradas las independencias. Cuando los Estados acce-
den a la esfera del derecho internacional, la cuestión del estable-
cimiento de relaciones con el papado es replanteada con urgencia
renovada. Cundinamarca evoca este angustiante problema en los
considerandos de su Declaración de Independencia:

En atención también al peligro que corre nuestra santa y ado-


rable religión si permanecemos más tiempo en este estado, tan-
to por el riesgo que al finalizarse la conquista de España por los
franceses nos quisieran éstos obligar a reconocer la dependencia
del Rey José Bonaparte, o la de trasladarnos a América al Rey Fer-
nando, imbuido ya en sus máximas, y quizás rodeado de ministros
y tropas francesas, como por la falta bien sensible que en el día
se nota de pastores eclesiásticos, no habiendo quedado en toda
la Nueva Granada un solo Arzobispo o Obispo que pueda ejercer
las funciones de su ministerio, cuya falta nos iría insensiblemente
reduciendo a la nulidad de los ministros que prediquen el Evan-
gelio, administren los Sacramentos y atiendan a la conservación y
aumento de la Religión […]309

Las vacantes eclesiásticas parecen tanto más catastróficas cuanto


que las constituciones neogranadinas requieren una sanción de la
Iglesia oficial y que los combates entre patriotas y realistas adquieren
acentos de guerra religiosa, sobre todo con la declaración de gue-
rra a muerte durante la Campaña Admirable, en junio de 1813310. El
reconocimiento de Roma supondría además que los nuevos Estados

309
«Independencia de Cundinamarca», Bogotá, 16.VII.1813, CC, II, 204.
310
Clément Thibaud, Repúblicas…, op. cit., pp. 236-238.

138

la majestad(1).indd 138 4/26/10 9:02:21 AM


R EGALISMO, JANSENISMO Y REVOLUCIÓN FELIZ

adquirieran la dignidad de soberanías reconocidas por el derecho


de gentes, es decir, que accedieran al estatuto de naciones, como lo
subraya Crisanto Valenzuela para las Provincias Unidas:

[…] porque si ha de ser sumamente grato al pastor de la univer-


sal iglesia, que esta porción de su rebaño le solicite y dirija sus cotos
desde tanta distancia para no descarriarse, también es muy propio
de la religiosidad de la Nueva Granada concebirlos en el espíritu de
la misma iglesia, y muy debido a la dignidad política en que se ha
constituido al presentarlos por el órgano y con el apoyo de la supre-
ma autoridad civil, que haciendo la unidad política del estado se
gloria de afirmarlo en la religión católica, apostólica, romana, que
es y será siempre la de la nacional a que corresponde311.

La convocatoria del gobierno de las Provincias Unidas a un Con-


cilio, dirigida a los gobernadores del arzobispado Pey y Duquesne,
así como al capítulo catedralicio, trasluce una duda. En efecto, el
Congreso negocia con las más altas autoridades eclesiásticas de la
Nueva Granada para determinar la naturaleza de la embajada en-
viada al Papa. Al mismo tiempo reafirma su plena legitimidad para
establecer relaciones directamente con la Sede Apostólica, sin nece-
sidad de pasar por el conducto de la jerarquía eclesiástica. Respecto
de las prerrogativas del gobierno de las Provincias Unidas, esta con-
tradicción revela cierta vacilación en materia religiosa. La evolución
es significativa, pues es señal de que el Socorro ha abandonado las
posiciones jansenistas. En efecto, al responder al rechazo de los go-
bernadores del arzobispado de interceder a favor del Congreso, los
canonistas Juan Marimón y Frutos María Gutiérrez exponen tesis
galicanas presentes en la teología histórica de Fleury y de Rollin:

Por consiguiente, las congregaciones del clero que estas cir-


cunstancias, de necesidades o peligros, no solo no son ilegales,
sino que, sin ser sínodos, ni concilios, se han celebrado muchas
veces. Esta práctica la encontramos desde los tiempos más anti-
guos de la iglesia hasta nuestros días. A la llegada de san Pablo a
Jerusalén se congregó el clero para saludarlo. El clero romano en

311
«Sobre el Concilio o asamblea eclesiástica», Tunja, 24.IV.1813, Congreso de las
Provincias Unidas 1811-1815 op. cit., I, p. 108.

139

la majestad(1).indd 139 4/26/10 9:02:21 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

sede vacante hizo resonar su voz hasta Cartago para recomendar


al de aquella ciudad su iglesia durante la ausencia de san Cipria-
no; y San Agustín tuvo diversas conferencias en que triunfó de los
donatistas y arrianos. El clero galicano celebró por muchos siglos
sus asambleas, que han sido tan respetadas y consideradas en el
orbe católico, y, finalmente, el gran Benedicto XIV, cuyo magiste-
rio es generalmente reconocido, sobre todo en la materia de los
sínodos diocesanos, distingue las reuniones pretersinodales de
los sínodos, como que aquellas son dirigidas a debatir los puntos
y éstos a sancionarlos […]312

Sin embargo, cuando se trata de convocar la asamblea eclesiás-


tica, las autoridades civiles no sacan ninguna conclusión práctica
de este conciliarismo ya de por sí tímido. La autoridad del Papa
y de la jerarquía eclesiástica está plenamente reconocida aquí, a
diferencia de los anteriores intentos socorranos. El poder civil se
autolimita en materia espiritual. De nuevo se afirma la distinción
entre el poder secular y la autoridad religiosa, según una tenden-
cia del regalismo del siglo XVIII. En estas condiciones, el Congreso
comienza a visualizar sus relaciones con la Santa Sede en términos
diplomáticos, más que desde la perspectiva del antiguo patrona-
to (incluso no habiéndose extinguido el deseo de recuperar las
prerrogativas reales). La Iglesia neogranadina ya no se atiene al
restablecimiento de este último. La crisis de 1808 fue, también
ella, una liberación de la pesada tutela monárquica. En 1813, la
controversia sobre el Concilio Nacional revela una concepción
más temporal del poder civil. El gobierno entabla un nuevo tipo
de relación con la religión establecida, marcada por una separa-
ción más clara entre las dos esferas. ¿Se trata por tanto de una se-
cularización? Indiscutiblemente, aunque más valdría evocar aquí
una recomposición de los vínculos entre la mitra y la espada, en
la medida en que la constitución y los fines últimos del cuerpo
político se apoyan en una base espiritual. El cerco religioso del
poder político sigue matizando el liberalismo revolucionario. El
problema de la tolerancia permite abordar en forma distinta este
aspecto fundamental de los nuevos regímenes.

312
Juan Marimón y Frutos Joaquín Gutiérrez, «Informe sobre la asamblea eclesiás-
tica», 25.I.1814, Congreso de las Provincias Unidas 1811-1815, op. cit., p. 133.

140

la majestad(1).indd 140 4/26/10 9:02:21 AM


R EGALISMO, JANSENISMO Y REVOLUCIÓN FELIZ

ELOGIO DE LA INTOLERANCIA

En la Gaceta de Caracas del 19 de febrero de 1811, el irlandés Gui-


llermo Burke hace un elogio de la tolerancia religiosa, en un ata-
que frontal al absolutismo de los Borbones. Comprendió bien,
como otros, que el derrumbe del Imperio y la proclamación de
la soberanía del pueblo erosionarían lentamente a la Iglesia, para
afirmar sobre ella el poder temporal. Su argumentación se basa
en los Evangelios; su espíritu, dice, es la tolerancia. El movimien-
to relativo de los dos poderes produciría la defensa de la toleran-
cia religiosa y, sin duda también, de la tolerancia política. Puesto
que la ciudadanía se convertiría en un signo de pertenencia más
abarcador que el catolicismo —en realidad, se necesitaron varias
décadas para esto—, Burke defiende la tesis de que el Estado, la
república o la confederación debía tolerar en su suelo todas las
creencias. En ese movimiento, la comunidad política se volvía so-
berana y se proclamaba la ultima ratio de las conductas y de los
pensamientos, sin por ello abandonar la idea de una verdad única
y oficial, consustancial a la idea de tolerancia y diferente del relati-
vismo que implica el pluralismo moderno. Lo que pronostica Bur-
ke, cuando anticipadamente reclama los beneficios de una relativa
neutralidad estatal, es en verdad el principio de la disociación en-
tre la Iglesia y el Estado.
En la Nueva Granada este artículo produce vivas reacciones313.
Varios folletos, que terminan acallando el debate, defienden la
tradición hispánica de la intolerancia. Las posiciones de unos y
otros giran en torno a la naturaleza del Estado. ¿Es aconsejable

313
Entre los folletos que se publican en esta ocasión, se encuentran: Apología de la
intolerancia religiosa contra las maximas del irlandes D. Guillermo Burke, Juan Baillio,
1811 (consulta fácil en José Luis Romero y Luis Alberto Romero [comps.], Pensa-
miento político de la emancipación, op. cit., p. 1811, en BA, III, pp. 35-45); Ensayo político
contra las Reflexiones del Señor William Burke, sobre el Tolerantismo, contenidas en la Gazeta
de 19 de febrero último, Caracas, 2 de marzo de 1811, BA, III, pp. 46-61; La intolerancia
politico-religiosa, vindicada, ó refutación del discurso que a favor de la tolerancia religiosa,
publicó D. Guillermo Burke, en la Gazeta de Caracas, del mártes 19 de febrero de 1811, N° 20
por la R.Y.P. Universidad de Caracas, Caracas, 23 de febrero, 1811, BA, III, pp. 61-103;
Diálogo entre un cura y un feligrés del pueblo de Boxacá sobre el párrafo inserto en la Gaceta
de Caracas, t., I, num. 20, sobre la tolerancia, Santafé de Bogotá, Bruno Espinosa de
Monteros, 1811, p. 29; Ensayo político contra las Reflexiones del Señor William Burke,
sobre el Tolerantismo, contenidas en la Gazeta de 19 de febrero último, Caracas, BA, III, pp.
46-61, Caracas, 2 de marzo de 1811; y, después, Francisco Margallo, La serpiente de
Moisés. Contra la tolerancia religiosa, Bogotá, 1826.

141

la majestad(1).indd 141 4/26/10 9:02:21 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

que en un período de ruptura el Estado tome distancia de la re-


ligión para adquirir autonomía, abriéndole paso a la tolerancia
religiosa en vista de la utilidad y felicidad públicas? Éste parece
ser el interrogante central que anima la discusión y que termina
paradójicamente en un auténtico elogio de la intolerancia, elogio
que además parece suscitar amplio consenso.
Un folleto publicado en Bogotá en 1811 pone en escena un diá-
logo entre el cura de Bojacá y uno de sus parroquianos. El prime-
ro le explica al segundo que la tolerancia no sólo es imposible sino
que sería funesta para la sociedad en su conjunto314. La presencia
de una verdad sobre la que no pueden disponer los decretos del
poder temporal restringe la soberanía del pueblo. La reafirma-
ción de la absoluta preeminencia del dogma religioso se acompa-
ña, sin embargo, de temores y angustias. El tejido político es frágil,
está constantemente amenazado por un enemigo con dos caras.
El hereje elogia la mentira contra la verdad del Estado, es decir,
contra la unión de la comunidad visible con los principios invisi-
bles. El perverso, al ignorar la simplicidad de corazón, perturba
el orden mediante un ardid: su conducta aparente se opone a sus
verdaderos pensamientos. Estas dos figuras laicizadas toman la
forma del conspirador y del enemigo, interno o externo. La comu-
nidad dispone de pocos medios para defenderse. Como su fuerza
de cohesión no se apoya —al menos idealmente— en un poder de
coacción, pues ante todo depende de la fe, es frágil ante el peligro.
En esta perspectiva, la intolerancia representa el corolario social
y moral del cuerpo político. Esta pasión es perfectamente positiva
en estos panfletos de 1811, que la reivindican como una especie
de antídoto contra el relativismo315, como la evidencia de un orden
político fundado por una verdad indiscutible, al margen del con-
trato y de la voluntad. Es además perfectamente compatible con
el apoyo a los poderes de las juntas, consideradas éstas como los
instrumentos de la Providencia contra el poder impío y tolerante
de José Bonaparte:

314
Lo que sigue es un análisis del folleto, Diálogo entre un cura y un feligres del pueblo
de Bojacá sobre el párrafo inserto en la Gazeta de Caracas, t. I, núm. 20, sobre la tolerancia,
op. cit.
315
«Cur. La intolerancia theologica tan aborrecida de los libertinos es una de las
notas divinas de la Iglesia Catolica, es una necesaria consecuencia de su veracidad
infalible, es el timbre de su gloria, y de su perpetua estabilidad…». Ibid., p. 6.

142

la majestad(1).indd 142 4/26/10 9:02:21 AM


R EGALISMO, JANSENISMO Y REVOLUCIÓN FELIZ

Fel. Ya sé, que la Religion Católica ha padecido una terrible


persecusión por los Franceses, que estos han reducido á cautivi-
dad á la Caveza visible de la Iglesia, que han asesinado en el altar
a los Ministros de Dios, que han detuido las Ordenes Religiosas,
que han violado las Virgenes de Jesu Cristo, que han robado las
alhajas del Santuaria y que [en] Valladolid quemaron las sagradas
Imágenes del Salvador, ensuciaron las Aras consagradas, y limpia-
ron con los Corporales benditos las inmundicias de sus Cuerpos.
¡Que Sacrilegos! Que violencia no han cometido los defensores
de la tolerancia 316 .

El cura de Bojacá le señala a su feligrés, además, que las nuevas


constituciones profundizarán la lógica de la majestad, que estre-
charán el vínculo entre el cielo y el poder político:

Esta Constitucion jurada por el Estado es conforme a la catoli-


cidad de los Pueblos, los quales quando se dispusieron a sacudir
el yugo de la servidumbre que los tenia oprimidos, tuvieron por
objeto principal de su empresa la defensa de la Religión, por qual
están resueltos a morir, deseando conservarla en toda su pure-
za 317.

Los críticos más acérrimos de la tolerancia, en efecto, ven con


claridad que ésta supone que la auctoritas de la Iglesia se supedite a
la potestas del brazo secular318. En el panfleto Ensayo político contra las
Reflexiones del Señor William Burke 319, su autor acepta los fundamen-
tos contractualistas e individualistas del nuevo pacto social, pero
no puede concebir la política por fuera de un dogma religioso que
le sirva de punto fijo, garantizando «la santidad del juramento,
la garantía de los pactos, el temor de los delitos, la esperanza del
premio, la inviolabilidad del inocente, la obediencia de los magis-
trados». Esta angustia está ligada a la eficacia simbólica del nuevo

316
Ibid., p. 12.
317
Ibid.
318
José María Almarza, Apología de la intolerancia religiosa, Valencia, 1811, BA, t. III,
p. 10.
319
Ensayo político contra las Reflexiones del Señor William Burke, sobre el Tolerantismo,
contenidas en la Gazeta de 19 de febrero último, Caracas, 2 de marzo de 1811, III, pp.
46-61.

143

la majestad(1).indd 143 4/26/10 9:02:21 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Estado. La teología política hispánica, al asegurar el fundamento


divino de la monarquía, en teoría permitía garantizar la obedien-
cia de las personas sin coerción, asegurando la cohesión de los
fueros interior y exterior (público) del cristiano. Bajo el aspecto
de las equivalencias simbólicas, en un complejo juego de imáge-
nes encajadas, se integran todos los niveles de la sociedad política:
atacar al Rey no es sólo cometer un crimen de lesa majestad, es
también atentar contra Dios y, más profundamente, cometer un
suicidio, siendo el hombre imagen de su Creador. Al alejarse de
este montaje poderoso, antiguo y aceptado, los patriotas de la pri-
mera independencia se preguntan cómo el Estado puede llegar
a producir una obediencia de los ciudadanos, sin coerción y sin
cálculo instrumental, desprovista de la sanción de la violencia re-
gularizada y de la lógica del interés320. La función ideal del Estado
es conferirle a la ley capacidad para unir las voluntades mediante
el amor y la razón:

¿Cómo podría subsistir el Estado, combatido libremente por la


bizarria del espiritu humano, y la efervescencia de las pasiones?
¿Cómo podría conservarse la subordinacion social, supuesta la
indiferencia de cultos, si esto se hace borrar el imperio de la ley
sobre nuestros corazones? Ligada a la religion por indisolubles
lazos al órden público, es un arbol inmenso, que texe sus raices
con las instituciones civiles: y si se sostienen, o arrancan es simul-
taneamente321.

La incapacidad, o por lo menos la gran repugnancia de conce-


bir una política secular privada de fundamento, es un rasgo que,
de hecho, comparten todos los actores, ya sean patriotas o realis-
tas, centralistas o federalistas. Para todos ellos, la secularización
del poder político se traduce en un déficit de legitimidad. ¿Cómo
forjar la ciudadanía en estas condiciones, si el aglutinante de la
sociedad es la fuerza o el interés?

320
Razón por la cual, quizás, el mismo Nariño no se atreve a criticar el sistema de
intolerancia religiosa impuesto por la Constitución cundinamarquesa de 1811 (ver
Jaime Urueña, Nariño, Torres y la Revolución francesa, op. cit., p. 54).
321
Ibid., p. 48.

144

la majestad(1).indd 144 4/26/10 9:02:21 AM


R EGALISMO, JANSENISMO Y REVOLUCIÓN FELIZ

La persistencia de la referencia a una verdad absoluta culmina


así en la constitución de una soberanía unitaria y monista de cariz
antiliberal. Lleva sobre todo a una convicción general de que las
comunidades de vida deben decidir su destino en forma unáni-
me, eliminando los enemigos interiores, aquellos cuya conducta
pública no traduce exactamente sus convicciones interiores o que,
incapaces de reconocer la verdad, introducen el disenso fraccio-
nando el cuerpo político. La connotación peyorativa de la noción
de partido a lo largo del período evidencia este imperativo monis-
ta del orden.

145

la majestad(1).indd 145 4/26/10 9:02:22 AM


CAPÍTULO 5
GUERRA Y CIUDADANÍA INMEDIATA

Las constituciones del primer momento del período revoluciona-


rio consagran generalmente tres derechos fundamentales: la segu-
ridad, la libertad y la propiedad. Los dos últimos sirvieron para
abrirle paso a la comunidad liberal del «individualismo posesivo»322,
pero el primero, el derecho a la seguridad, o la ley de conservación,
tendió a modificar las definiciones del pacto en otros sentidos323.
Entre 1810 y 1812, los efectivos militares en la Nueva Grana-
da se multiplican en promedio por dos o tres, dependiendo del
tipo de fuerza y del lugar. Ahora bien, si las milicias son los cuer-
pos predilectos de los gobiernos patriotas, el ejército permanente
también es reforzado de manera significativa. En el curso de es-
tos años, grosso modo, los ejércitos se duplican mientras que las
milicias y las guardias nacionales triplican sus efectivos. Crece el
número de batallones y de plazas. Al alentar esta dinámica, las
guerras de la primera independencia (1810-1816) transforman las
fuerzas armadas en actores centrales del proceso revolucionario.
Por este camino, al tiempo que asumen la defensa de los derechos
fundamentales, el ejército y las milicias permiten figurar al nuevo
sujeto de la soberanía.

322
C. B. Macpherson, The Political Theory of Possessive Individualism: Hobbes to Locke,
Oxford, Oxford University Press, 1962.
323
A partir de 1811, cuando se desata la guerra, éste se impone como un imperativo
al que todo lo demás se supedita. En 1812, cuando peligra la primera confederación
venezolana, el general Miranda encabeza su decreto de leva en masa con la fórmula
Salus populi suprema lex (la salvación del pueblo es la ley suprema). La seguridad, des-
de luego, no es ajena al liberalismo. Constituye el primero de los derechos naturales
que las constituciones liberales garantizan. Sin embargo, las recomposiciones del
pacto obedecieron a las formas de apropiación de ese derecho en estos años, parti-
cularmente bajo la amenaza de la reconquista.

147

la majestad(1).indd 147 4/26/10 9:02:22 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Desde 1810, el constitucionalismo criollo plantea un interro-


gante central sobre el pueblo, su definición, su constitución y sus
modalidades de expresión como nuevo soberano del pacto social.
Esta problemática, conceptualizada por Pierre Rosanvallon en
términos de un quiebre entre lo que él propone denominar «el
pueblo principio» y «el pueblo sociológico»324, no es desde luego
patrimonio de la Nueva Granada. Se trata de una tensión consus-
tancial a la democracia que refiere el fundamento del poder a un
principio difícilmente encarnable. En ese contexto, el pueblo en
armas se ofrece como una extraordinaria solución. Sin embargo,
esta modalidad de figuración de la soberanía sólo goza de plena
legitimidad si consigue vincular el estado militar al estado civil. El
concepto de regeneración permitió tender el puente entre ellos,
articulando ciudadanía y milicia. Los criollos concibieron la re-
generación de las fuerzas armadas como un caso particular de la
regeneración del cuerpo político, propósito que copa el sentido
del momento.
Los proyectos y las reformas militares se basan en un balance
característico del pensamiento ilustrado. El Plan de defensa de la
Junta de Caracas (julio 1810) y las posteriores organizaciones mi-
litares neogranadinas, así como el plan de José de Leiva (1811),
y en menor medida el Reglamento militar de las Provincias Unidas
(1815)325, pregonan que la corrupción de los regimientos colonia-
les proviene de la separación del soldado y la población. Sus auto-
res recorren el espectro de la crítica republicana de los ejércitos

324
Pierre Rosanvallon, Le peuple introuvable, Paris, Gallimard, 1998.
325
Ver, por ejemplo, José Ramón de Leiva, Plan de estudios de la nueva escuela militar,
1.XII.1810, reproducido parcialmente en Camilo Riaño, Historia extensa de Colombia,
t. XVIII – Historia militar, t. 1, 1810-1815, Bogotá, Ediciones Lerner, 1971, pp. 59-61;
Id., «Plan de Defensa del Reino», 1811, en Nelson Leyva ver biblio Medina, General
Josef de Leyva. Fundador de la Escuela Militar de la Nueva Granada, Bogotá, Imprenta
y Publicaciones de las Fuerzas Militares, 1982, pp. 213-214, el «Plan de la fuerza
armada del estado de Cundinamarca», 3.X.1812, en Archivo Nariño, op. cit., t. III,
pp. 373-383 (plan descriptivo), y sobre todo el importante Reglamento Militar de
1815, en Congreso de las Provincias Unidas. 1811-1815, op. cit., II, pp. 166-200, y las
Constituciones de los Estados provinciales (Constitución monárquica de Cundina-
marca (1811), tit. IX, Constitución de la República de Tunja (1811), Sección quinta,
Constitución del estado de Antioquia (1812), tit. VIII, Constitución reformada de
Cundinamarca (1812), tit. VIII, Constitución del estado de Cartagena (1812), tit.
X, etcétera. Ver la bonita tesis de grado de Arnovy Fajardo Barragán, Algo más que
sables y penachos. Militares y sociedad en las provincias del interior de la Nueva Granada
(segunda mitad del siglo XVIII-1819), Tesis de grado en Historia, Universidad Nacional
de Colombia, 2005, cap. II, sección C, pp. 61-68.

148

la majestad(1).indd 148 4/26/10 9:02:22 AM


GUERR A Y CIUDADANÍA INMEDIATA

permanentes. Estos textos recuerdan los reparos de los insurgen-


tes norteamericanos a los standing armies326 . En ellos se denuncia
al ejército absolutista que tiranizaba al pueblo porque obedecía a
una autoridad no consentida. Los soldados profesionales no iden-
tificaban sus intereses con los de los ciudadanos; además, eran
autómatas y obedecían ciegamente a una autoridad corrupta. En
otros términos, los regimientos fijos de la colonia simbolizan una
dominación que no obraba mediada por la ley, sino por la arbitra-
riedad y el capricho. En 1811, Miguel de Pombo, en su prólogo a la
traducción de la Constitución norteamericana, expresa la misma
idea:

[estas] tropas estacionarias, [y] esos costosos establecimientos


militares que […] sirven para corromper la moral, para empobre-
cer y oprimir al ciudadano, para hacer que el magistrado tenga
mas confianza en el temor de las bayonetas que en el respeto que
se debe a las leyes; y últimamente para afirmar el despotismo, por
que el espíritu militar acostumbra a la subordinación pasiva, y
ciega; y el habito de reconocer y respetar a un solo Jefe de ejército,
familiariza con la autoridad de un solo señor de gobierno327.

El Plan de defensa de la Junta de Caracas describe el ejército colo-


nial con palabras similares. Sostiene que se trataba de:

[un] sistema horrible de opresión con que los déspotas de la


Europa arman una parte de los habitantes para tener en cadenas
a la otra, y hace al soldado el satélite de la tiranía y el verdugo de
sus conciudadanos328 .

326
Lawrence Delbert Cress, «Radical Whiggery on the Role of the Military: Ideo-
logical Roots of the American Revolutionary Militia», Journal of the History of Ideas,
No. 40-1, 1979, pp. 43-60.
327
Pombo, op. cit., p. 27.
328
Organización militar para la defensa y seguridad de la Provincia de Caracas propuesta
por la junta de guerra, aprobada y mandada executar por la Suprema Conservadora de los
Derechos del Sr. D. Fernando VII en Venezuela, Caracas, Imprenta de Gallagher y Lame,
1810, en La forja de un ejército, documentos de Historia militar 1810-1814, Caracas, Insti-
tuto Nacional de Hipódromos, 1967, p. 7. Miguel José Sanz privilegia asimismo la
milicia en su periódico El Semanario de Caracas, No. 13, 27.I.1811 y No. 14, 3.II.1811.

149

la majestad(1).indd 149 4/26/10 9:02:22 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Para los patriotas, el ejército permanente simboliza el poder ar-


bitrario: implica una forma perversa de representación. Entregar
la defensa común a un cuerpo particular degenera en despotis-
mo, esencialmente porque el ejército sustituye al pueblo. Como lo
afirma la Sociedad Patriótica de Caracas en octubre de 1811, en
un lenguaje muy rousseauniano, esta delegación no es sino una
forma de alienación:

Nada hay entretanto más opuesto a esta libertad y a esta expre-


sión libre de la voluntad del pueblo que la existencia de una fuer-
za armada que puede ser mandada con arbitrariedad, que puede
ser dirigida por intereses distintos del interés general.

Si la separación entre ejército y población implica una peligro-


sa delegación que puede degenerar en una sustitución despótica,
la solución consiste en establecer una equivalencia entre el ciu-
dadano y el soldado. Esta respuesta al problema del «despotismo
militar» podría conceptualizarse en términos del establecimiento
de una suerte de «democracia inmediata». La expresión de Con-
dorcet 329 describe el tipo de relación que los poderes patriotas bus-
caron instaurar entre las fuerzas armadas –ejército y milicias– y el
conjunto de los ciudadanos. Cabe señalar que la democracia no
era el objetivo de los revolucionarios granadinos. La noción mis-
ma suscitaba sospechas; temor, incluso. Robespierre, el libertinaje
y la impiedad que había conducido al Terror establecían en un
sinnúmero de fuentes una sinonimia entre ésta y el caos. Evocaba
la impiedad y el olvido del Dios verdadero. Esta correspondencia
no reproduce tampoco la «democracia directa» de los hoplitas ate-
nienses. El modelo neoclásico de la libertad de los antiguos no es
la fuente única del proyecto militar patriota que se inscribe tam-
bién en el ámbito del pensamiento militar ilustrado. En realidad,
los proyectos y los textos legislativos proponen una relación inme-
diata entre comunidad política y milicia, articulando así de ma-
nera original los consensos iusnaturalistas con el republicanismo
neoclásico. Los dos fundamentos de las reformas de las fuerzas

329
Condorcet concibió esta noción en otro contexto: Journal de la Société de 1789,
No. 10, 10.VIII.1790, p. 3. Ver Raymonde Monnier, Républicanisme, Patriotisme et Ré-
volution française, Paris, L’Harmattan, 2005, p. 70.

150

la majestad(1).indd 150 4/26/10 9:02:22 AM


GUERR A Y CIUDADANÍA INMEDIATA

militares impulsadas por las juntas y los congresos de la primera


independencia, tanto en la Nueva Granada como en Venezuela 330,
consistían en hacer figurar la potencia del nuevo soberano popu-
lar como unidad orgánica y visible frente a las amenazas interiores
y exteriores, en el marco del angustioso vacío de poder resultante
de la crisis de la monarquía, y en la creación de un tipo de relación
inmediata entre el ciudadano en armas y el ciudadano civil, entre
la comunidad militar y el cuerpo político, capaz de asegurar su
plena legitimidad.

L A CIUDADANÍA INMEDIATA

Las primeras constituciones patriotas en la Nueva Granada aluden


a un estado de peligro inminente. La Carta de Cartagena (1812) y la
Constitución provisional de Antioquia (1815), por ejemplo, afirman:

El objeto de la fuerza armada es defender al Estado de todo


el que ataque o amenace su existencia, independencia o tranqui-
lidad; y como este objeto es de un interés general, y a él están
comprometidos todos los ciudadanos por el pacto social, todo
ciudadano es soldado nato de la patria mientras puede serlo, y a
una voz que le dé en sus peligros, debe dejarlo todo para volar a su
defensa 331.

«La amenaza de la existencia» constituye una especie de caso lí-


mite que devela el fundamento intelectual y práctico de la relación
ideal entre ciudadanía y milicia. En estos casos la comunidad se ve
precisada a desplegar sus principios fundamentales de cohesión.
Sin salir del contrato social, los ciudadanos que toman las armas de-
fienden su derecho imprescriptible a la conservación de sus vidas.

330
Ver Clément Thibaud, Repúblicas en armas, op. cit., caps. I-IV, y Arnovy Fajardo,
op. cit., cap. II.
331
Constitución política del Estado de Cartagena de Indias, 1812, tit. X, art. 1. La Cons-
titución provisional de Antioquia (1815) retoma el argumento: «Comprometidos
todos los ciudadanos por el pacto de su asociación a defender y conservar el cuerpo
político de que son partes, entretanto que están capaces de llevar las armas, nadie
puede eximirse del servicio militar en las graves urgencias y cuando peligre su
libertad e independencia», Constitución provisional de la Provincia de Antioquia
revisada en convención de 1811 (1815), tit. X, art. 1.

151

la majestad(1).indd 151 4/26/10 9:02:22 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Una correspondencia inmediata entre pueblo, ejército y patria aflo-


ra entonces. Esta equivalencia revela la existencia de una relación
inmediata y transitiva entre el ciudadano y la patria, entre la ley na-
tural de conservación y la comunidad política, y pone en evidencia
la verdadera naturaleza de los vínculos entre los asociados. La ame-
naza, en efecto, pone a prueba la solidez de las relaciones sociales y,
a una escala superior, la coherencia y la permanencia del Estado. La
situación señala una vuelta al origen del pacto social y, de manera
aún más radical, un retorno al estado de naturaleza. Las relaciones
sociales de tipo contractual ceden el paso a vínculos «naturales»
que se revelan como la base más firme de la colectividad. Por este
camino, los vínculos sociales se transforman en una fratría.
Es interesante notar que los actores llaman ciudadanía al vín-
culo orgánico que se activa con la amenaza militar. Éste no tiene
nada que ver con la ciudadanía de corte liberal asociada a la capa-
cidad política de individuos libres y autónomos. Cuando peligra la
patria, cuando su supervivencia está en entredicho, se visibiliza un
vínculo social que no es de naturaleza liberal. Es un «grito de la
naturaleza» expresándose a través del lema del ciudadano como
«soldado nato de la patria» y también del uso de metáforas que
representan a la sociedad como una colectividad de hermanos (no
de hermanas)332. Las proclamas de leva en masa recurren sistemá-
ticamente a la idea de que el peligro de disolución social exige
activar las relaciones orgánicas de tipo familiar que existen entre
los hombres. El pueblo en armas forma una imagen inmediata e
irreflexiva de la comunidad política bajo la forma del Pueblo Uno,
unidad perfecta que no conoce fisuras, ni pluralidad (ni femini-
dad). Se adivina así una definición de la ciudadanía inmediata.
La regeneración revolucionaria hace del estado civil una pro-
longación del vínculo natural entre los hombres, restaurado. La
leva en masa figura esta utopía. Ahora bien, no es de extrañar que
esta encarnación visible de la unidad popular comportara formas
de exclusión. Algunas permanecen silenciadas (las mujeres); otras
se enuncian bajo la forma del «indiferente» o del traidor. En Vene-
zuela, Francisco de Miranda, en su proclama de leva en masa del
28 de mayo de 1812, denuncia en tono furibundo:

332
Aquí no nos ocuparemos del carácter viril de esta fratría, temática extraordina-
riamente abordada en Jacques Derrida, Politiques de l’amitié, Paris, Galilée, 1994.

152

la majestad(1).indd 152 4/26/10 9:02:22 AM


GUERR A Y CIUDADANÍA INMEDIATA

La Patria conmovida de esta baxa ingratitud, ha llamado algu-


nos centenares de los muchos hijos fieles, que aun le quedan, para
vengar sus ofensas, forzando á los ofensores á ser libres y felices.
Muchos han corrido ya para satisfacer tan bellas intenciones; pero
algunos permanecen tranquilos expectadores de las glorias de
sus hermanos, ó de los reveses de una guerra, que tiene el funesto
caracter de civil. Ciudadanos, esta indolencia es criminal, ella se
resiente de los síntomas de nuestro antiguo sistema, y es menester
desterrarla para siempre de una sociedad de hombres que han
jurado tantas veces ser libres ó morir333.

La Nueva Granada moviliza también a la comunidad para ase-


gurar su defensa de los peligros exteriores, reales o imaginados.
La situación de peligro inminente da lugar a una secuencia polí-
tica que se reproduce con diferencias en la capital y en la mayoría
de las provincias, particularmente en Antioquia, Cartagena y el
Cauca. «El alarma general del pueblo»334 llama, en efecto, a una
forma de representación espontánea de éste que toma la forma
privilegiada de un cabildo abierto. Un poder dictatorial es nom-
brado por la urgencia de restablecer la tranquilidad pública. La
emergencia de esta autoridad se acompaña de la creación de una
instancia de vigilancia encargada de velar por la seguridad públi-
ca. En términos generales, toma la forma de tribunales militares
cuya competencia se amplía para abarcar a toda la población, des-
conociendo todo fuero o privilegio. La ciudadanía inmediata que
acompaña a la dictadura se instala en un orden jerárquico, como
lo atestigua el artículo 12 de la Instrucción para el tribunal de segu-
ridad pública de Bogotá, erigido a finales de septiembre de 1812,
pero no por ello deja de tener profundos efectos igualadores:

Como no haya en la sociedad jerarquía, cuerpo o persona que


esté exenta de cumplir con las obligaciones sagradas de ciudada-
no, ningún fuero, por privilegiado que sea, tendrá lugar en las
causas de esta naturaleza; así estarán sujetas a la jurisdicción de
este tribunal todas las personas de cualquier clase, estado o condi-
ción que fuesen, sin que les valga cualquier otro fuero, observán-

333
La forja…, op. cit., p. 87.
334
«Acta de la Representación Nacional», 11.IX.1812, Archivo Nariño, III, p. 338.

153

la majestad(1).indd 153 4/26/10 9:02:22 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

dose con los eclesiásticos lo prevenido por los cánones y leyes del
caso. La que anima y cría al ciudadano para el bien de la patria,
esa misma debe privarle de los medios y efugios con que pueda
causarle daños de tanta consideración y eludir o retardar el casti-
go, que requiere la vindicta pública, con especiosos arbitrios335.

El conjunto está destinado a restablecer la transparencia del


cuerpo político, purgándolo de los elementos de anarquía. La
energía del gobierno constituye la única garantía de la unidad
restaurada de la colectividad. En 1812 los eventos que presiden
el retorno de Antonio Nariño a la presidencia del Estado de Cun-
dinamarca, y después su aclamación como dictador, ilustran bien
este proceso. Impelido a abandonar la cabeza del Estado, el autor
de La Bagatela invoca en su forzada carta de renuncia al Senado
del 20 de agosto la existencia de partidos y facciones que minan la
ciudad y amenazan con destruirla:

¿Qué es lo que he adelantado? Nada; el descontento sigue, las


corporaciones no quieren reunirse a despachar sus funciones, los
partidos se mantienen vigentes y acalorados a pesar de los conti-
nuos esfuerzos que hago para calmarlos, y el gobierno en su totali-
dad va a disolverse y nos vamos a ver precipitados en una anarquía
espantosa por no aplicar un oportuno remedio a tiempo336 .

A esta situación de caos rampante le sucede un retorno a la


unidad bajo la égida de los militares. En efecto, el ejército se pro-
nuncia inicialmente a favor de Nariño. Manuel Benito de Castro,
presidente del Ejecutivo cundinamarqués, se lo señala al Senado
en los siguientes términos:

Todas las tropas, oficialidad y mucha parte del pueblo han pe-
dido que el señor don Antonio Nariño se restituya a la presidencia
del Estado. Como este sea un asunto del resorte del excelentísi-
mo senado, lo comunico a vuestra excelencia para que haciéndo-
lo convocar llegue a su conocimiento y dicte las providencias del

335
«Instrucción para el tribunal de seguridad pública», Santafé de Bogotá,
25.IX.1812, Archivo Nariño, III, p. 353.
336
«Renuncia de Nariño», 19-20.VIII.1812, Archivo Nariño, III, p. 321.

154

la majestad(1).indd 154 4/26/10 9:02:22 AM


GUERR A Y CIUDADANÍA INMEDIATA

caso […]337. Hallándose el pueblo reunido en masa y los cuerpos


militares sobre las armas clamando a una voz que se restituya el
señor don Antonio Nariño a la presidencia del Estado, este poder
ejecutivo le ha enviado un mensaje para que se presente a él, a fin
de tranquilizar el pueblo y proceder a satisfacer sus deseos […]338

Después, a principios de septiembre de 1812, una «conmoción


popular»339 refrenda esta petición. Finalmente, los padres de fa-
milia, las autoridades y el pueblo, reunidos en «representación
nacional», lo proclaman presidente y lo facultan con plenos po-
deres340. De esta manera, junto a la ciudadanía inmediata que
encarna al Pueblo, emergen los pueblos (el pueblo de Bogotá).
Esta yuxtaposición de sujetos de la soberanía no evidencia tensión
alguna. La situación de peligro inminente justifica este giro. Se
trata de responder a la acefalía de Bogotá en el momento en el
que el tránsfuga Baraya, a la cabeza de las tropas del Congreso,
amenaza al Estado. Durante la reunión popular, las decisiones son
sostenidas por el clamor general de la Asamblea. Esta espontánea
unanimidad constituye la señal que evidencia la escogencia justa y
a la vez asegura su plena legitimidad. El Acta de la Representación
Nacional del 11 de septiembre de 1812 pone en evidencia la forma
como se despliega esta modalidad de representación-signo y su
extraordinaria eficacia:

El señor presidente Castro expuso su dictamen con el texto de


Santo Tomás: Imperium quod sub uno stare potuisset, sub pluribus ruet,
que en semejantes caos debe ponerse el gobierno en una sola per-
sona a fin de que sus providencias tengan toda la energía y pronti-
tud que se requiere. Aplaudieron todos unánimemente este pen-
samiento pidiendo que así se expresase. Últimamente, después
de una detenida conferencia se convino en hacer esta moción:
¿Si suspendida la constitución se entrega el gobierno íntegro del
Estado al señor don Antonio Nariño, atendidas las circunstancias,

337
Manuel Benito de Castro, «Oficio al presidente del senado», Santafé, 10.IX.1812,
Archivo Nariño, III, p. 334.
338
Ibid.
339
«Petición popular para la restitución de Nariño a la presidencia», 10.IX.1812,
Archivo Nariño, III, pp. 334-335.
340
«Acta de la Representación Nacional», 11.IX.1812, Archivo Nariño, III, p. 338.

155

la majestad(1).indd 155 4/26/10 9:02:22 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

el peligro de la patria y la espontánea reclamación y voluntad de


la guarnición y del pueblo? La totalidad de los votos decidió por la
afirmativa, y habiendo traído al electo una diputación que al efec-
to se le envió, le recibió juramento el presidente saliente y lo hizo
en estos términos [...]341

Todos los presentes, sin oposición alguna, están de acuerdo en


restablecer a Nariño en la cabeza del Estado. En el curso de los
acontecimientos, José María Caballero refiere una anécdota reve-
ladora. Algunas semanas después del regreso de Nariño al poder,
el 23 de diciembre de 1812, cerca de tres mil padres de familia se
habrían reunido en la plaza de armas para responder a los pliegos
belicosos del Congreso de las Provincias Unidas. La estructura de
la congregación podría parecer una forma de democracia inme-
diata en el orden militar y de democracia corporativa en el orden
civil342 que permitiría fundar una «dictadura» de corte muy clásica.
Una parte significativa del pueblo se reúne para determinar una
providencia gubernamental, pero con aspectos corporativos, en
la medida en que reúne la sanior pars bajo la forma de delegados
y síndicos de las principales cuerpos de la ciudad, según fórmulas
reglamentadas. En el curso de esta asamblea, Caballero relata el
siguiente acontecimiento:

El señor canónigo doctor don Rafael Lasso, que fue el único


que no quiso votar, se le incitó para que lo hiciera, y no habiendo
obedecido, se le dijo que votara por la afirmativa o negativa o si
no, que desocupara la provincia dentro de veinticuatro horas. In-
mediatamente que oyó el decreto se levantó de la silla y se fue (y
cumplió el salir al tiempo prefijado)343.

La condena y el exilio del canónigo ponen de manifiesto una


suerte de obligación de transparencia entre el individuo y la co-
lectividad, y la imposibilidad absoluta de disentimiento alguno. El

341
Ibid., p. 341.
342
Federica Morelli, «La revolución en Quito: el camino hacia el gobierno mixto»,
loc. cit., pp. 335-356.
343
José María Caballero, Diario de la Patria Boba, Bogotá, Editorial Incunables,
1986, p. 108 (23.XII.1812).

156

la majestad(1).indd 156 4/26/10 9:02:22 AM


GUERR A Y CIUDADANÍA INMEDIATA

hecho de abstenerse, de reservar para su fuero interno un concep-


to referente al cuerpo político, amenaza la fusión de la totalidad
en la unidad política 344.
Fiestas y celebraciones durante tres días cierran este episodio. El
regocijo subsiguiente atestigua el restablecimiento de la felicidad
pública, es decir, el fin de la tiranía y de las facciones. El retorno
a un orden feliz se produce mediante la atribución de facultades
plenas a Nariño, lo que podría parecer paradójico. Sin embargo,
esta dictadura, a la que nos referimos más arriba, aparece como
un momento feliz que posibilita la restauración de la unidad. Ésta
sólo es posible en dos condiciones: por una parte, con la reafirma-
ción —si no práctica, al menos simbólica— de la correspondencia
entre la ciudad y sus defensores bajo una forma de participación
armada.

3º Todo ciudadano desde la edad de 15 hasta 60 años inscri-


birá su nombre en un libro que se mandará aprontar en cada
parroquia, y estará pronto a tomar las armas el día que la patria lo
necesite según la orden que se comunicare por el gobierno345.

Por otra, con la depuración del cuerpo político mediante la


expulsión o la muerte de sus enemigos.

4° Se prohíbe toda conversación o escrito dirigido a fomentar


partidos por el sistema de insurrección de don Antonio Baraya, o
de las cortes y regencia de Cádiz; y a las personas que se les justifi-
care haber contravenido se les desterrará del Estado.
5° A toda persona que por un tribunal creado al efecto se le
comprobare haber estado tramando conspiración contra el go-
bierno por las dos causas referidas en el anterior artículo, se le
impondrá, además de la pena de destierro, la de confiscación de
sus bienes.

344
Agradecemos a Tulio Halperín Donghi sus comentarios en un seminario en
Stanford University. Éstos nos permitieron conceptualizar la relación entre indivi-
duo y totalidad gracias a la noción sartriana de «fusión» (CT). Ver Jean-Paul Sartre,
Critique de la raison dialectique, Paris, Gallimard, 1960, I, pp. 466 y ss.
345
«Acta de la Representación Nacional», 11.IX.1812, Archivo Nariño, II, p. 341.

157

la majestad(1).indd 157 4/26/10 9:02:22 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

6° A toda persona que llegare a poner en ejecución los planes


del artículo anterior se le castigará con pena de la vida.

La ciudadanía inmediata se encarna en la dictadura y autoriza


un poder constituyente que detenta la colectividad inmediata de
los ciudadanos y que el ejército ejerce. Su carácter es permanente.
El imperativo de la seguridad pública crea así una nueva imagen
del cuerpo político que se caracteriza por su unidad perfecta y
aparece refrendada por la equivalencia entre ciudadanía inme-
diata y milicia. El unanimismo de las asambleas sería su correlato.
De hecho, las circunstancias excepcionales del retorno de Nariño
revelan la ciudadanía orgánica que se halla en el fundamento del
pacto cívico: más que una comunidad contractual de individuos
deliberantes, se trata de un cuerpo cerrado de ciudadanos-solda-
dos entregados idealmente, en cuerpo y alma, al Estado. Pero, por
otra parte, esta forma de organicismo permite formas de equiva-
lencia entre sus miembros: los iguala en la virtud. La preocupa-
ción permanente de los ciudadanos por el bien de la patria, su
compromiso cívico pero también su homogeneidad, garantizada
por un poder pleno, ejercido por un solo hombre y la unanimidad
sobre la que se funda su autoridad, desembocan en una igualación
de los miembros de la comunidad política, ajena a la concepción
atomista o individualista del pacto social.
De este marco de referencia se puede inferir que la participa-
ción militar trazaba una frontera moral profunda entre lo justo
y lo injusto, lo bueno y lo malo. Los lazos inmediatos y orgánicos
entre ejército y pueblo definían la línea entre amigos y enemigos,
manera alternativa de dibujar los contornos de la comunidad po-
lítica no como contrato sino como unidad orgánica, como patria.
Si la patria es la vuelta a la naturaleza como creación divina, los
enemigos de la patria son degenerados y desnaturalizados. Un re-
glamento de la Junta de Popayán de 1811 denuncia de manera
reveladora:

El Exercito victorioso que con la punta de la Espada ha traza-


do la linea que debe separar al Ciudadano honrado del perfido
y alevoso traidor, ha desidido tambien al Gobierno tutelar de los
derechos de estos pueblos, para que abriendo las puertas de los
honores publicos á los primeros, las cierre eternamente á los se-

158

la majestad(1).indd 158 4/26/10 9:02:22 AM


GUERR A Y CIUDADANÍA INMEDIATA

gundos, y dexe este exemplo á las generaciones venideras. […]


Los que voluntaria, y culpablemente han tomado las armas para
apoyar y sostener las pretenciones arbitrarias del Tirano, son unos
monstruos dignos de oprobio, y execracion eterna, y reos que no
merecen consideracion delante de la Patria, y de la Ley […] El que
no quiera vivir en sociedad con los habitantes de esta provincia,
por que sus ideas sean contrarias al sistema politico que se acaba
de abrazar, puede hacerlo; y el gobierno le invita á que abandone
el territorio346 .

Ahora es posible retomar el hilo de la ciudadanía inmediata.


La relación transitiva entre el demos y la ciudadanía en armas da
expresión al pueblo en cuanto unidad concreta y visible de una
totalidad coherente. Esta encarnación de la unidad en la milicia
es, a la vez, simultánea y evidente. Desaparece toda mediación po-
lítica que permita señalar, elaborar y expresar la voluntad general
desde una posición de tercería 347. La ciudadanía inmediata anula
la representación y previene así los males del despotismo: la susti-
tución y la alienación. Por otra parte, desplaza la centralidad del
contrato social revelando su artificialidad; más profundamente,
niega toda dimensión reflexiva, deliberativa y, en consecuencia,
temporal de la política; prescinde del debate, de la opinión pú-
blica, del sufragio, del gobierno representativo. Todo desfase del
pueblo consigo mismo, que le permitiría reconocerse en su plu-
ralidad y tomar conciencia de sus intereses, se esfuma. Es más, la
noción de pueblo en armas como pueblo inmediato no sólo repre-
senta una solución del problema ilustrado de la delegación como
usurpación: constituye un contrapeso a la vez simbólico y real a
los complejos sistemas liberales de representación política. La in-
mediatez, la transparencia y la equivalencia entre cuerpo político
y ejército encarnan la preeminencia del todo sobre las partes, dan
consistencia a una comunidad orgánica de hermanos por debajo
de la sociedad contractual. La ciudadanía inmediata proporciona
una base simbólica y sociológica al orden republicano. Al funda-

346
Palacio superior del Gobierno de Popayán, 20.IX.1811, Archivo Restrepo, vol. 6,
fols. 27-28.
347
Pierre Rosanvallon, «Histoire moderne et contemporaine du politique», en
Cours et travaux du Collège de France. Résumés 2004-05, Paris, Collège de France, 2006,
pp. 453-462.

159

la majestad(1).indd 159 4/26/10 9:02:23 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

mentar la unidad indefectible de la comunidad a partir de vín-


culos naturales entre iguales, la ciudadanía inmediata figura al
pueblo elusivo de las constituciones resolviendo la tensión clásica
entre autoridad e igualdad. La fraternidad, la virtud y el «amor
heroyco»348 por la patria son los valores que se imponen. El ejército,
dice un reglamento de las Provincias Unidas de Nueva Granada de
1813, es «la escuela de la virtud armada en defensa de la Patria 349».
Esta problemática recuerda un pasaje del Facundo de Sarmiento:

Cuando la autoridad es sacada de un centro, para fundarla en


otra parte, pasa mucho tiempo antes de echar raíces. El Republica-
no decía el otro día que «la autoridad no es más que un convenio
entre gobernantes y gobernados». […] La autoridad se funda en el
asentamiento indeliberado que una nación da a un hecho permanente.
Donde hay deliberación y voluntad, no hay autoridad350.

El signo inequívoco que señala la vigencia y la potencia de la co-


munidad regenerada de los hermanos —o la patria republicana—
lo constituye el sacrificio de los soldados en el campo de batalla.
En el Discurso de Angostura Bolívar recurre a una florida retórica
cuando en febrero de 1819 declama:

Representaros la historia Militar de Venezuela, seria recorda-


ros la historia del heroicismo Repúblicano entre los Antiguos: se-
ria deciros que Venezuela ha entrado en el gran quadro de los
Sacrificios hechos sobre el gran altar de la Libertad. […] No com-
batiendo por el poder, ni por la fortuna, ni aun por la gloria, sino
tan solo por la libertad, títulos de los Libertadores de la Repúbli-
ca, son sus dignos galardones351.

348
«Decreto del Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada»,
19.III.1815, Archivo Restrepo, vol. 8, fol. 225.
349
«El gobierno general de las Provincias Unidas deseando que en todas ellas sean
uniformes las disposiciones para el alistamiento, formacion, y disciplina de todos
los cuerpos de la Union, ha acordado el siguiente Reglamento ú organizacion militar
para la defensa y seguridad de las Provincias-Unidas de la Nueva Granada», 26.X.1815,
Archivo Restrepo, vol. 8, fol. 236, art. 8.
350
Domingo F. Sarmiento, Facundo o civilización y barbarie, s. l., Biblioteca Ayacucho,
1985 [1845], p. 113.
351
Correo del Orinoco, 19 y 20.II.1819.

160

la majestad(1).indd 160 4/26/10 9:02:23 AM


GUERR A Y CIUDADANÍA INMEDIATA

¿QUIÉN ES EL CIUDADANO EN ARMAS?

Quizás valga la pena señalar que los actores, los redactores de pla-
nes y la oficialidad militar repararon en diversos contextos sobre
esta tensión entre ciudadanía civil —reflexiva e individual— y
ciudadanía militar —inmediata y colectiva—. Por eso los criterios
que calificaban el ejercicio de la ciudadanía política eran a veces
opuestos a los que definían al ciudadano soldado. Como se sabe,
la ciudadanía política retomó los elementos centrales de la defini-
ción de vecindad352; en cambio, el criterio de residencia, el estilo
de vida honrado, el ser cabeza de familia, no eran necesarios para
volverse «ciudadano soldado». Se puede distinguir entonces una
ciudadanía de capacidad, con su alineamiento vecino/ciudadano, y
una ciudadanía de proximidad, con el alineamiento «habitante» o
«hombre»/miliciano/militar. Así las cosas, la milicia no sólo re-
presenta una manera de figurar al pueblo y de trazar los límites
de la comunidad política, sino también una forma alternativa de
construir la tensión entre la definición normativa del ciudadano
y su manifestación sociológica. La milicia asegura esta proximi-
dad, esta equivalencia, esta inmediatez de manera más fácil que
el ejército regular, que demanda un grado de profesionalización
y supone un distanciamiento de los hombres de sus hogares. Esta
ciudadanía miliciana encuentra, por otra parte, una correspon-
dencia perfecta en la soberanía compuesta de los pueblos. En este
sentido, y sin renunciar a la idea de una comunidad orgánica de
iguales, supone un reforzamiento mayor de este andamiaje. La
ciudadanía inmediata del ejército regular se inscribe, en cambio,
en una visión holística de la sociedad.
El Plan de Defensa de la Junta de Caracas (1810) señala la tensión
entre estas dos formas de ciudadanía, mediata una, inmediata la
otra. A primera vista, el Plan afirma la transitividad entre el ciuda-
dano y el soldado mediante la noción de «circulación política». El
ciudadano ingresa al ejército para servir a la patria durante tres
años y luego regresa a su hogar como particular. La «circulación
política» sería sinónimo de servicio militar, de conscripción, única
manera de asociar al ciudadano y al soldado. Pero si el texto se

352
Ver Hilda Sábato (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones: perspecti-
vas históricas sobre América Latina, México, El Colegio de México, 1999.

161

la majestad(1).indd 161 4/26/10 9:02:23 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

lee con más detenimiento, en realidad el Plan propone una inte-


resante distinción entre dos pueblos y dos tipos de regeneración.
El punto de partida de la reflexión es el pueblo, ya regenerado en
sus capacidades. Éste se define en términos de capacidad racional,
moral y económica. Su papel consiste en asegurar la preservación
de la libertad y la propiedad. Sin embargo, a medida que los au-
tores van precisando las medidas técnicas de enganchamiento y
de selección de los futuros soldados, es claro que su relación con
el ciudadano es apenas metafórica. En realidad, nada tienen que
ver. De esta manera, a ese primer pueblo ya regenerado en sus ap-
titudes se agrega un segundo pueblo, el pueblo inmediato de los
«ciudadanos en armas». A este último le corresponde la defensa
de la vida, primera ley de la naturaleza por las armas.
La inmediatez entre patria, ejército y ciudadanía colectiva es-
conde en realidad la existencia de dos Pueblos, dos soberanos de-
finidos de manera distinta. En efecto, el fuero militar protegía a
los vecinos milicianos del alistamiento en el ejército regular. Había
entonces que quintar a los que quedaban. Pero la distinción entre
el pueblo de la capacidad política y el pueblo en armas tiene pro-
longaciones que van más allá del reclutamiento. En primer lugar,
el criterio de vecindad (residencia, propiedad y moralidad) no se
aplica al ciudadano-soldado del ejército regular: se autoriza la leva
de los «vagos y malentretenidos» para completar las filas de los ba-
tallones. Un reglamento neogranadino de 1815 es significativo:

Deben tambien destinarse á los Batallones veteranos los vagos


y mal entretenidos; pero es menester que para evitar errores y
arbitrariedades, se entienden por tales, solo aquellos hombres á
quienes su pobreza y desaplicación los hace servir de una carga
pesada á sus conciudadanos y á la sociedad en general [...] en unos
cuerpos que no han de estar compuestos, sino de ciudadanos hon-
rados, ó capaces de serlo […]353

En segundo lugar entra en juego un criterio de edad. De hecho


y de derecho, muchos soldados son menores de edad: se pueden
enganchar adolescentes de 15 años en adelante. «Todo ciudadano

353
Ver supra nota 28.

162

la majestad(1).indd 162 4/26/10 9:02:23 AM


GUERR A Y CIUDADANÍA INMEDIATA

desde la edad de quince años hasta la de cuarenta y cinco», señala


el artículo 31 de la Constitución de Cundinamarca en 1811, «para
gozar de los derechos de tal, deberá inscribirse en la lista militar
de la nación». Hasta la tercera parte de los efectivos en los ejércitos
patriotas estaba conformada por menores de edad. Había tam-
bién suboficiales y oficiales menores. El hijo de Antonio Nariño,
por ejemplo, llegó al grado de coronel de los ejércitos de Bogotá
a los 18 años.
El estado civil, finalmente, marca otra diferencia. Según mu-
chas constituciones y reglamentos electorales, es preciso ser padre
o cabeza de familia para sufragar (verbigracia, las constituciones
de Cundinamarca —1811 y 1812—, Cartagena —1812— y Mari-
quita —1815—). Los soldados profesionales, idealmente, debían
ser solteros, aunque esta prescripción no tenía carácter obligato-
rio. Lo cierto es que la soltería excluía de facto a casi todos los
soldados de los derechos políticos.
Las fuentes, normativas o no, solapan este sistema de exclusión
recíproca entre ciudadanía política y ciudadanía militar. La de-
nominación de «ciudadanía» para calificarlas a ambas esconde
una profunda diferencia. La ciudadanía militar no corresponde
al fuero de guerra atribuido al ejército como a los milicianos en
campaña, pues éste dificulta el reclutamiento de los vecinos en el
ejército regular; no constituye entonces un privilegio, una inmu-
nidad corporativa típica del Antiguo Régimen. Sin embargo, la
ciudadanía colectiva de los defensores de la comunidad política
no es una forma de participación menor en la vida pública. Se
trata de un dispositivo integrador que permite incluir en la ciu-
dadanía política a los que ésta excluye. Y se puede añadir que si
la ciudadanía inmediata no supone la ciudadanía política, sí la
predispone. Los esclavos en armas que se reclutaron después de
las derrotas de 1814 y 1816, por ejemplo, gozaban de la ciudadanía
inmediata a partir del momento mismo en que integraban las filas
republicanas. La ciudadanía civil que algunos de ellos pudieron
reclamar legalmente después de diez años de servicio activo era
la continuación y la consecuencia obligada de la primera forma
colectiva de ciudadanía de la que habían gozado. En este orden
de consideraciones se entiende por qué el ejército libertador pudo
sustituir legítimamente al pueblo en los Llanos para sufragar en
las elecciones de 1818.

163

la majestad(1).indd 163 4/26/10 9:02:23 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Ahora bien, es preciso señalar las tensiones que existen entre el


ideal de ciudadanía inmediata y su realización concreta. Los acto-
res subrayan, primero, el desfase axiológico entre el pueblo de la
retórica republicana que corre a tomar las armas a la voz de llama-
do de la patria, y los pueblos que en su gran mayoría rechazaban
el servicio militar y el discurso republicano. El Plan de defensa de
la Junta de Caracas anticipaba este disgusto universal y justificaba
así la tradicional quinta:

Sin embargo, estos medios tal vez no serán suficientes, como


por otra parte el Gobierno debe establecer un método fijo y segu-
ro de proveer a la fuerza pública, que ni dependa de la voluntad
precaria del ciudadano, ni de sus vicios, es necesario que se adopte
el que la naturaleza y la justicia han dictado en todos los países li-
bres, esto es, una contribución de hombres que cada distrito debe
hacer, guardando una proporción exacta con su población354.

En septiembre de 1810, Lino de Clemente, secretario de guerra


de la Junta de Caracas, quiso alistar 163 hombres en toda la pro-
vincia de Caracas. Cinco meses después, por la tenaz resistencia
de los pueblos, tan sólo había reclutado 63. Ejemplos como éste
abundan355.
También en el ámbito sociológico y moral se abre una brecha
entre el «soldado nato de la patria», el «republicano» y el vago,
el mal entretenido, el soldado prepotente, el oficial déspota. Una
tensión legible en el voto que formula la misma Junta de Caracas:

¡Ojala que [la circulación política] sea capaz, como lo desea-


mos, de destruir la horrible diferencia que el despotismo había
introducido entre el ciudadano y el soldado; ojala que ella pueda
restituir a éste sus primitivos derechos, perdidos por el abuso que
todos los gobiernos han hecho de su ministerio, y que él no sea
otra cosa que el defensor de la patria, el apoyo de la libertad y el
terror de la ambición!356

354
«Organización militar…», op. cit., p. 11.
355
Carta de Lino de Clemente, Archivo Restrepo, vol. 26, 18.II.1811, fol. 49v-50.
356
Organización militar…, p. 14.

164

la majestad(1).indd 164 4/26/10 9:02:23 AM


GUERR A Y CIUDADANÍA INMEDIATA

Estos contrastes entre la realidad social y el marco normativo


expresan una de las tensiones características de la democracia.
El constitucionalismo, en efecto, define los nuevos sujetos políti-
cos en términos de derechos y deberes, abstrayendo su identidad
concreta: se crea así una brecha entre las ficciones jurídicas y la
sociedad real. Esta precariedad fue denunciada por Edmund Bur-
ke, Joseph de Maistre, Louis de Bonald o Donoso Cortés, autores
todos contrarrevolucionarios. Ellos condenaron el carácter iluso-
rio de los regímenes nuevos y predijeron su consecuente derrum-
bamiento. Algunos positivistas —el venezolano Vallenilla Lanz
entre ellos— retomaron el argumento desde la perspectiva de la
oposición entre las constituciones de papel y el pueblo bárbaro357.
Se les escapaba, sin embargo, que esta tensión definía la dinámica
profunda de todos los regímenes que habían aparecido con la re-
volución de la soberanía popular. En uno y otro caso, ésta asume
modalidades diferenciadas. Para la sociedad revolucionaria, fuer-
temente corporativa, la reintegración de lo social a lo político por
la vía de la ciudadanía implicaba una maniobra de abstracción
redoblada. Suponía desincorporar a los sujetos políticos al tiempo
que los despojaba de sus particularidades. Esta tensión se desplie-
ga en dos direcciones: la ciudadanía mediata, individualizada y
reflexiva consigue escapar de la abstracción radical al articularse
a la vecindad que la había calificado, y define un nuevo horizonte
de acción política que contribuirá de manera muy importante a
erosionar la fuerza de las corporaciones; la ciudadanía inmediata
de la patria en armas, por su parte, se adecuó bien al carácter
orgánico y monista de las corporaciones. Sin embargo, a pesar de
esta correspondencia, su fundamento ético —la virtud manifiesta
del que está dispuesto a entregar la vida por el bien común— no
le permitió arraigar, ni siquiera en el momento más cruento de la
guerra.
Cuando Bolívar decretó la guerra a muerte el 15 de junio de
1813 en Trujillo, activó la ciudadanía inmediata de los americanos
porque la ciudadanía política, fundada en la voluntad y en la ra-
zón, no en la virtud y en la emoción, había sido incapaz de formar
una comunidad potente y viable.

357
Laureano Vallenilla Lanz, Cesarismo democrático: estudio sobre las bases sociológicas
de la Constitución efectiva de Venezuela, Caracas, Monte Ávila, 1990.

165

la majestad(1).indd 165 4/26/10 9:02:23 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Soldados: la suerte ejerce su inconstante imperio sobre el po-


der y la fortuna; pero no sobre el merito y la gloria de los hombres
heroicos que arrastrando los peligros y la muerte, se cubren de
honor, aun cuando sucumben, sin marchitar los laureles que les
ha concedido la victoria. Soldados: el brillo de vuestras armas no
se há eclipsado aun, y aunque se ha desplomado la Republica, vo-
sotros sois vencedores y está sin mancha el esplandor de vuestros
triunfos. Vuestros compañeros no fueron vencidos: ellos murie-
ron en los desgraciados campos de la Puerta y de Aragua, y allí os
dejaron eternos monumentos que os dicen: es mas facil destruir
que vencer á soldados de Venezuela; y vosotros que vivis no los
vindicareis? Si, vengaremos la sangre americana, y volveremos la
libertad á la Republica y al infortunio que es la escuela de los he-
roes, se dará nuevas lecciones de gloria. La constancia, soldados,
ha triunfado siempre: que la constancia sea vuestra guia, como
lo ha sido hasta el presente la victoria. Yo vuelo á dividir con vo-
sotros los peligros, las privaciones que padeceis por la libertad y
la salvacion de vuestros conciudadanos que todos están errantes,
ó jimen esclavos. Acordaos de vuestros padres, hijos, esposos: de
vuestros hogares, del cielo que os vió nacer, del aire que os dió
el aliento, de la patria en fin que os lo ha dado todo; y todo yace
anonadado por vuestros tiranos. Acordaos que sois venezolanos,
caraqueños, republicanos, y constan sublimes títulos, como po-
dreis vivir sin ser libres?... No, no. Libertadores ó la muerte será
vuestra divisa 358 .

Sin embargo, los fracasos militares de las levas populares disi-


paron muy pronto la ilusión de una unidad natural del pueblo en
armas. Las deserciones endémicas, la resistencia de los pueblos al
enganchamiento militar y las derrotas destruyeron la equivalencia
soñada entre pueblo, ejército, ciudadanía, virtud y patria. Mien-
tras avanzaba la reconquista de la Nueva Granada por el cuerpo
expedicionario del general Pablo Morillo, el oficial Andrés Pala-
cios hacía un balance desalentador de la virtud militar:

358
«Proclama de Bolívar a los soldados», Ocaña, 27.X.1814, Archivo Restrepo, rollo
67, fol. 112.

166

la majestad(1).indd 166 4/26/10 9:02:23 AM


GUERR A Y CIUDADANÍA INMEDIATA

Quando he visto desaparecer en dos dias el entusiasmo patrio-


tico que animaba alos pueblos de esta Provincia, desertando del
Exercito cerca de dos mil hombres bien alimentados y socorridos:
quando he palpado que la masa de la Reserva no se ha podido
mover con la celeridad que era necesaria para la destruccion del
enemigo por no estar expedidos los ramos de la Administracion
economica del Exercito que es lo que verdaderamente ha produ-
cido una lentitud; y ultimamente quando llega ami noticia la com-
pleta dispersion del Exercito del General Urdaneta, bien situa-
dos, bien pertrechados, y aterrados solamente por la impavidez
conque marchó á atacarla una partida enemiga de Cazadores; se
apoderan de mi imaginacion las ideas mas tristes de la suerte de
la Republica 359.

Sobre este desencanto se produce un deslizamiento del punto


de equilibrio político, incluso entre los (con)federalistas más radi-
cales: la soberanía se despoja de su carácter compuesto y agrega-
tivo para dar paso a una noción más concentrada de la potencia
y más voluntarista de la autoridad. La necesidad de colmar este
brecha insalvable entre una realidad que se resiste a su expresión
normativa, entre los hombres apegados a sus intereses, sus pasio-
nes y sus temores y el ideal republicano de entrega y sacrificio,
lleva a una solución consensuada: concentrar la autoridad y el po-
der, consagrar su carácter indiviso capaz de imponerse sobre todo.
Esta opción le abre paso al estado de excepción360. La afirmación
de la soberanía en una clave más moderna, es decir, como poten-
cia indivisa, se acompaña del recurso recurrente a la excepcionali-
dad política. La apropiación de una potestad unitaria e ilimitada
parece poner entre paréntesis los presupuestos liberales de la divi-
sión y el equilibrio de los poderes.

359
Carta de Andrés Palacios, Cocuy, 30.XI.1815, Archivo Restrepo, rollo 2, fol. 256.
360
Brian Loveman, The Constitution of Tyranny: Regimes of Exception in Spanish Ameri-
ca, Pittsburgh, Pittsburgh University Press, 1993, pp. 29-45; Marie-Laure Basilien-
Gainche, État de droit et états d’exception. Étude d’une relation dialectique à partir du cons-
titutionnalisme colombien, Tesis de Derecho Público de la Universidad de París III,
2001, pp. 136-172 y 227-242; Clément Thibaud, «En la búsqueda de un punto fijo
para la República. El Cesarismo en Venezuela y Colombia», Revista de Indias, No.
225, 2002, pp. 463-494.

167

la majestad(1).indd 167 4/26/10 9:02:23 AM


CAPÍTULO 6
L A DESINCORPORACIÓN DE LA SOBERANÍA

MONARQUÍA HISPANA Y SOBERANÍA

Aun cuando José Antonio Maravall recordó que la obra de Jean


Bodin había sido mal recibida por la Monarquía, la dinastía de
los Austrias no ignoraba la idea de soberanía absoluta. En cam-
bio, paradójicamente, la obra de Maquiavelo gozaba de una fama
discreta, aunque Ribadeneyra o Mariana la habían condenado pú-
blicamente361. Maravall se refería también a la difícil conciliación
entre el poder absoluto de los reyes y la vocación religiosa de la
Monarquía española: «Era necesario, pues, dramática necesidad
histórica, aceptar aquel poder fuerte, libre, absoluto; en una pa-
labra: la soberanía; pero habrá que lograr mantenerlo armonizado
en un orden superior que salvará la personalidad humana y la
sociedad civil, en sus fines propios»362.
Los autores más importantes de la neoescolástica del Siglo de
Oro concebían la soberanía como un poder unificado, confiado
originalmente por Dios al pueblo; éste, a su turno, delegaba ese
poder en el rey en forma permanente363. Para estos autores —Vi-

361
José Antonio Maravall, La teoría española del Estado en el siglo XVII, Madrid, Institu-
to de Estudios Políticos, 1954, p. 189.
362
Ibid., p. 191.
363
Esta concepción será retomada en los albores de la revolución por los patriotas
neogranadinos. Ver Armando Martínez Garnica, «La resurrección de la soberanía
por las provincias neogranadinas durante la primera república (1810-1815)», en
Germán Cardozo Galué y Arlene Urdaneta Quintero (comps.), Colectivos sociales y
participación popular en la independencia hispanoamericana, Maracaibo, Universidad
del Zulia, 2005, pp. 75-106, e Id., «La reasunción de la soberanía por las juntas de
notables en el Nuevo Reino de Granada», en Manuel Chust (coord.), 1808. La eclo-
sión juntera en el mundo hispano, México, El Colegio de México, Fondo de Cultura
Económica, 2007, pp. 286-288.

169

la majestad(1).indd 169 4/26/10 9:02:23 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

toria, Mariana y Suárez, entre ellos—, sin embargo, esta potestad


temporal, separada de las leyes y costumbres del Reino, tenía lí-
mites divinos y naturales a la vez364. Estos religiosos rechazaban
enfáticamente la razón de Estado, es decir, la idea de una polí-
tica puramente profana. Mariana o Saavedra Fajardo concebían
la majestad real como un «dulcificador del poder absoluto del
monarca»365. Esta definición de la majestad, empero, no da cuenta
de su naturaleza como forma simbólica que estructura el cuerpo
social y dificulta a la vez la comprensión de una soberanía desti-
nada a completar y mantener la estructura mayestática contra los
azares del tiempo.
La historiografía política sobre los siglos XVII y XVIII, fascinada
durante mucho tiempo con el avance supuestamente inexorable
del Estado moderno, afirmaba que la soberanía de derecho di-
vino, si bien había sido acogida por los Austrias, sólo había sido
puesta en práctica por los Borbones. Desde esta perspectiva, tanto
en la Península como en los dominios americanos, la dinastía de
origen francés había modificado la práctica del gobierno en un
sentido absolutista. Esta tesis se apoya en un conjunto muy signi-
ficativo de hechos. Los Decretos de Nueva Planta, dictados por
Felipe V a partir de 1707, introdujeron en la Monarquía el esprit
d’administration. En el curso de la guerra de Sucesión, la Corona
de Aragón, que había optado por el archiduque Carlos, había vis-
to sus fueros disminuidos a favor de la prerrogativa real. A partir
de entonces los administradores reales hablaban de «provincias»
en lugar de «reinos». El segundo de los Decretos de Nueva Planta
preveía incluso uniformar las leyes del Reino siguiendo el modelo
castellano366 . A todo lo largo de sus posesiones, el nieto de Luis
XIV y sus ministros trataron de reforzar la autoridad monárqui-
ca reformando el régimen tributario y militarizando el gobierno.
Nuevas instituciones como la Superintendencia General de Ren-
tas y el establecimiento de intendentes de guerra hacían parte de
este proyecto. La política de los Borbones frente a la Iglesia se

364
Luis Sánchez Agesta, El concepto del Estado en el pensamiento español del siglo XVI,
Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1959, p. 106.
365
José Luis Mirete, «Maquiavelo y la recepción de su teoría del Estado en España
(siglos XVI y XVII)», Anales de Derecho, No. 19, Universidad de Murcia, 2001, p. 139.
366
Citado en ibid., p. 2.

170

la majestad(1).indd 170 4/26/10 9:02:23 AM


L A DESINCORPOR ACIÓN DE LA SOBER ANÍA

proponía también reforzar la prerrogativa del rey367. Mediante las


ordenanzas de 1718 y 1749, el gobierno real buscaba ejercer un
mejor control de los municipios gracias a la supervisión de sus fi-
nanzas. Globalmente, estas reformas encarnaban una concepción
patrimonial de la Monarquía. En varias ocasiones, en el curso del
siglo, la Corona procuró recuperar los derechos reales de los feu-
dos enajenados a la nobleza —con poco éxito, por cierto—. El
esprit d’administration borbónico parece culminar bajo el reinado
de Carlos III. Desde la perspectiva estatista, las reformas carolinas
destinadas a responder a las desastrosas consecuencias de la gue-
rra de los Siete Años (1756-1763) representan un hito crucial en el
avance del Estado moderno. La creación de la Junta de Estado por
Floridablanca en 1787 se concibe como la conclusión de un proce-
so casi secular de concentración del poder y de consolidación de
la prerrogativa real368. El Estado absoluto habría nacido así, bajo la
férula borbónica, con siglo y medio de diferencia en relación con
la obra de Enrique IV, al otro lado de los Pirineos369.
Sin embargo, este cambio de la Monarquía fue menos profun-
do de lo que se pensó durante mucho tiempo. En primer lugar,
porque las instituciones reales no tenían la fuerza suficiente como
para imponerle cambios drásticos a una sociedad estamental, car-
gada de derechos y privilegios. Las provincias de la Corona de
Aragón, por ejemplo, apelaron a sus derechos históricos y lograron
conservar así amplios márgenes de libertad. Desde 1715, Castilla se
resistió incluso a que el Rey la hiciera patrimonio suyo al desplegar
un argumento basado en el espíritu de justicia y la defensa corpo-
rativa 370. Pero, además, el reformismo borbónico estaba limitado
por la naturaleza esencialmente transaccional del poder. Para ser
aplicadas, las decisiones de los concejos madrileños debían pasar
por negociaciones intensas con las autoridades provinciales, que
debían adaptar su contenido a las condiciones locales. Esto supuso
en la práctica la relativización de su alcance. La soberanía del Rey
se revela así como un discurso de autoridad que oculta las prácti-

367
Ver capítulo 4 de este libro: Regalismo, jansenismo y revolución feliz.
368
Ibid., pp. 87-88.
369
Sobre el Estado y los Borbones de Francia, ver Denis Crouzet, Les guerriers de
Dieu. La violence au temps des troubles de religion vers 1525 - vers 1610, Seyssel, Cham-
pvallon, 2005.
370
Ibid., p. 31.

171

la majestad(1).indd 171 4/26/10 9:02:23 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

cas concretas del poder basadas en la negociación y el compromi-


so371. Sin la participación activa de las instituciones y las redes de
poder —objeto de las reformas—, las medidas gubernativas eran
letra muerta. El esprit d’administration, que por otra parte no sus-
tituyó al esprit de justice sino que sólo lo complementó372, tuvo por
ello efectos paradójicos: llegó incluso a reforzar ciertos poderes
intermedios, entre ellos la nobleza373. En las provincias vascas, por
ejemplo, la constitución política de los señoríos fue consolidada
en el curso de la década de 1760 374.
Pero la explicación de los límites del reformismo borbónico a
partir de un catálogo de roces entre el gobierno y la sociedad no
parece satisfactoria. Ratifica en efecto, a contrario, la oposición, en
gran parte imaginaria, entre un Estado moderno en formación y
una sociedad estamental, con sus costumbres, sus fueros y sus cuer-
pos intermedios. Conviene cambiar esta perspectiva. La construc-
ción borbónica de una soberanía a la vez más activa, unificada y
profana no se realiza, a nuestro juicio, contra los fines tradicionales
de la Monarquía, sino a favor de ellos. No se debe comenzar postu-
lando, entonces, la existencia de un poder absoluto, desligado de las
leyes humanas, para luego trazar sus contornos. Dios, la naturaleza
y la justicia no constituyen límites metajurídicos a la autoridad de
los reyes; son, por el contrario, el fin y la condición de su posibili-
dad. A todo lo largo del siglo XVIII, la majestad, es decir, el Cuer-
po de la Monarquía, constituyó la razón de ser de la soberanía.
De ello se derivó justamente la diferencia frente a la monarquía
administrativa a la francesa, y sin duda la ausencia de un Esta-
do que administra la sociedad en nombre de intereses profanos.
La persistencia de la majestad en la Monarquía hispánica acotó
el esprit d’administration dirigido hacia las cosas de este mundo, el
cálculo de los intereses y la política cínica del poder. En el Siglo
de las Luces, indudablemente, el bien, la utilidad y la felicidad

371
Retomamos aquí la noción ampliamente empleada por la historiografía moder-
nista, pero nos permitimos referir al lector al capítulo 1 de este libro: Monarquía
y majestad en los albores de la Revolución. Creemos, en efecto, que la conceptuali-
zación de estas prácticas en términos de negociación no es del todo exacta, justa-
mente porque desconoce la dimensión simbólica que la recubre y que le confiere
su sentido.
372
Pablo Fernández Albaladejo, «La Monarquía», op. cit., 1988, p. 2.
373
Ibid., p. 28.
374
Ibid., p. 86.

172

la majestad(1).indd 172 4/26/10 9:02:24 AM


L A DESINCORPOR ACIÓN DE LA SOBER ANÍA

públicas completaron a la justicia como fin de la colectividad375.


Este cambio de acento, sin embargo, no debe hacernos olvidar que
la potestas sin réplica del rey de España no existía sino al servicio
de Dios y del reino. En otras palabras, la soberanía indivisible de
la cabeza defendía la majestad del cuerpo monárquico contra los
avatares del tiempo376 .
Pablo Fernández Albaladejo377, Antonio Manuel Hespanha 378 o
Bartolomé Clavero proponen una historia de la Monarquía que
relativiza e incluso abandona la idea de un empuje continuo del
Estado. Sus trabajos argumentan que la «concentración» del po-
der en la cumbre de la Monarquía bajo los Borbones, así como su
orientación fiscal y militar, fueron heterogéneas respecto a la cons-
trucción del Estado moderno, racional y secular. A la luz de esto,
parece necesario plantearse si debemos seguir preguntándonos
por el fracaso —o el éxito— de las reformas del siglo XVIII, tanto
en España como en América, en los términos en los que lo hemos
venido haciendo hasta ahora. El problema de esta perspectiva es
que se basa en el criterio de evaluación al que implícitamente se
refiere. Juzgadas con el rasero de un modelo administrativo mo-
derno, las medidas que tomaron los ministros que desfilaron en
el gabinete de una Monarquía debilitada parecen tan irreales en
sus fines como ineficaces en su realización. El camino del Estado
moderno parecía estar cerrado para la Monarquía hispana. Pero
sus gobernantes no quisieron seguir tal camino. Una vez vuelto a
poner en su contexto, el reformismo borbónico evidencia, por el
contrario, la voluntad de construir en forma pragmática un punto
de soberanía efectivo, accionando sobre todo las palancas fisca-
les y militares pero negociando a la vez con los poderes locales,
institucionalizados o informales. El refuerzo de la capacidad eje-
cutiva del gobierno debía basarse en la colaboración de las élites
provinciales mediante una asociación de intereses. No resulta sor-
prendente, entonces, que la política borbónica no sólo no haya
debilitado la estructura corporativa de la sociedad y los poderes

375
Ibid., p. 84.
376
Annick Lempérière, Entre Dieu et le Roi…, op. cit., p. 18.
377
Pablo Fernández Albaladejo, Fragmentos de monarquía..., op. cit.
378
Antonio Manuel Hespanha, As vésperas do Leviathan: instituições e poder político.
Portugal, século XVII, Coimbra, Livraria Almedina, 1994.

173

la majestad(1).indd 173 4/26/10 9:02:24 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

locales que la conformaban, sino que más bien la haya reforzado.


Mediante una especie de contagio de la obediencia, que no era
una reducción a ésta, la soberanía realzaba la majestad. Si se hace
a un lado el paradigma weberiano de la construcción estatal, esto
no tiene nada de paradójico: los gobiernos borbónicos ni podían
ni deseaban destruir los cuerpos intermedios, que eran los únicos
que podían financiar y conducir las reformas que ellos perseguían
en la práctica.
La Nueva Granada ofrece un buen ejemplo de este proceso379.
La creación del Virreinato, primero en 1719 y luego definitiva-
mente en 1739, marca el primer momento de las reformas380. Sin
embargo, fue bajo el reinado de Carlos III cuando el reformismo
estuvo más activo. La historia es bien conocida. En 1778, la visita
del regente Gutiérrez de Piñeres se acompañó de innovaciones fis-
cales relacionadas con el estanco de tabaco y con las alcabalas, que
condujeron a la revuelta de los comuneros del Socorro en 1781381.
Después de este movimiento, muchas medidas fueron mitigadas,
pospuestas o suspendidas. Las intendencias, por ejemplo, jamás
fueron implantadas en el Nuevo Reino. En ese sentido, si bien es
cierto que la «revolución en el gobierno» no respondió a las am-
biciones de los consejos madrileños que buscaban transformar la
provincia y los demás territorios ultramarinos en provechosas co-
lonias, esto no habilita para hablar de un fracaso sin más. Por una
parte, porque su impacto en lo militar, lo fiscal, lo comercial y lo
institucional estuvo lejos de ser desdeñable382; pero además, por-
que, independientemente de la unificación de la autoridad que
supuso la erección de Bogotá en Corte con jurisdicción sobre la
Audiencia de Quito, ello no implicó una ruptura con la «política
tradicional, casuística, y flexible que había caracterizado los reina-
dos de los Austrias anteriores al siglo XVIII»383. En ese sentido, nin-

379
Jeremy Adelman, Sovereignty and Revolution in the Iberian Atlantic, Princeton, Prin-
ceton University Press, 2006, pp. 13-55.
380
Anthony McFarlane, Colombia antes de la Independencia. Economía, sociedad y políti-
ca bajo el dominio Borbón, op. cit., pp. 283-313.
381
John L. Phelan, The People and the King…, op. cit.
382
Anthony McFarlane, op. cit.; Allan J. Kuethe, Reforma militar y sociedad en la Nueva
Granada, 1773-1808, Banco de la República, 1993, pp. 80 y ss.
383
Jaime Jaramillo Uribe, «Entre bambalinas burocráticas de la revolución comu-
nera de 1781», Historia Crítica, No. 6, 1992, pp. 99-105.

174

la majestad(1).indd 174 4/26/10 9:02:24 AM


L A DESINCORPOR ACIÓN DE LA SOBER ANÍA

gún cambio frente a las prácticas anteriores. Luego de un discurso


de firmeza y de llamamiento a la ley única del Rey, la adaptación
casuística a los poderes locales siguió siendo la regla 384. Por ello,
tanto en América como en la Península, las reformas borbónicas
reforzaron las instituciones que las financiaban y dirigían, en par-
ticular los municipios. La soberanía sostenía así a la majestad en
un montaje que nada tenía que ver con la racionalización burocrá-
tica o con la secularización weberianas.

JUNTAS, INDEPENDENCIAS Y DERECHOS DE GENTES

La proclamación de las juntas de 1810, tanto en la Nueva Granada


como en Venezuela, dependió del contexto de la guerra contra
Francia. Enfrentadas a la amenaza de ser sometidas al enemigo
napoleónico que creían había conquistado la Península, estas jun-
tas supremas reasumieron la soberanía usurpada del Rey para pro-
teger temporalmente sus derechos. Las circunstancias dramáticas
del conflicto desembocaron en una revolución feliz. Ésta debía
conducir a la autonomía de las provincias americanas y a la cons-
titucionalización del gobierno en el marco de la Monarquía. El
estado de necesidad justificaba estas innovaciones. Los juntistas,
muchos de ellos abogados en ambos derechos, conocían el adagio
del Decreto de Graciano según el cual Quia enim necessitas no habet
legem, sed ipsa sibi facit legem 385 o, también, la de los Decretales de
Gregorio IX: Quod non est licitum in lege, necessitas facit licitum 386 . El
estado de necesidad era un recurso antiguo y bien conocido del
ius commune para fundamentar decisiones extraordinarias.
El contexto internacional y el modus operandi de su reversión al
pueblo definen así el alcance de la soberanía de las juntas. Esta
última adquirió una connotación ejecutiva e internacional, pues

384
Anthony McFarlane, op. cit., p. 372. Ver la síntesis de Guillermo Céspedes del
Castillo, «América en la Monarquía», en Actas del Congreso Internacional sobre Carlos
III y la Ilustración. Vol. I. El Rey y la Monarquía, Madrid, Ministerio de Cultura, 1988,
pp. 91-193.
385
«Porque la necesidad ignora la ley, mas la hace», C.l.q.1 d.p.c.39.
386
«La necesidad hace lícito lo que la ley hace ilícito», X 5.41.4. Ver Brian Tierney,
«Natural Rights in the Thirteenth Century: A Quaestio of Henry of Ghent», Specu-
lum, No. 67-1, 1992, pp. 58-68.

175

la majestad(1).indd 175 4/26/10 9:02:24 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

se trataba de una potestad para hacer la guerra a Napoleón y a sus


«satélites». Era necesario que las provincias ultramarinas de la Mo-
narquía se apropiaran de las capacidades gubernamentales en el
espacio interestatal para llevar a buen término la resistencia frente
a la opresión francesa. No se trataba solamente de representar la
Majestad, como en 1808, sino de ejercer una soberanía entendida
como un poder activo, coercitivo, detentado sin réplica por un ór-
gano ejecutivo del gobierno.
La primera Junta Suprema de 1810, la de Caracas, ilustra bien
esta reversión de una soberanía ejecutiva e internacional. Allí,
como en otras partes, la conquista de Andalucía fue la mecha que
encendió la pólvora. El 12 o el 14 de abril, según las fuentes, el
bergantín Palomo, procedente de Cádiz, arribó a Puerto Cabello.
La tripulación anunció la derrota de las fuerzas peninsulares, la
disolución de la Junta Central y su reemplazo, el 29 de enero de
1810, por la Regencia. El 17 o el 18, los comisionados de esta últi-
ma, Carlos Montufar, Antonio Villavicencio y José Cos de Iriberriz
llegaron a Caracas al tiempo que se difundía la noticia de estos
acontecimientos. Al día siguiente se reunieron los «Montillas, Bo-
lívares, Sojos y demás de la gavilla» para preparar la erección de
una Junta Suprema de gobierno387. Con el apoyo de las milicias
de pardos de los valles de Aragua aquélla fue proclamada el 19
de abril, un Jueves Santo. La Junta desconoció la autoridad de la
Regencia y se declaró depositaria de la «Suprema Autoridad» en
nombre de Fernando VII388.
Con la conquista de su territorio europeo, la Monarquía había
sido decapitada por segunda vez desde 1808. Las «circunstancias
de la guerra, y de la conquista, y [la] usurpación de las armas
francesas»389, el temor ligado a ellas de una desmembración inte-
rior y de la «fermentación peligrosa en que se hallaba el pueblo con
las novedades esparcidas»390 obligaban a los pueblos «huérfanos»
a declarar una forma de independencia para su «conservación y

387
Seguimos el relato —hostil— de José Domingo Díaz, Recuerdos sobre la rebelión de
Caracas, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1961 [1829], p. 64. Ver Carac-
ciolo Parra-Pérez, Historia de la Primera República de Venezuela, Caracas, Biblioteca
Ayacucho, 1992, p. 197.
388
«Acta del Ayuntamiento de Caracas», 19.IV.1810, BA, II, pp. 391-392.
389
«Acta...», 19.IV.1810, BA, II, p. 391.
390
Ibid.

176

la majestad(1).indd 176 4/26/10 9:02:24 AM


L A DESINCORPOR ACIÓN DE LA SOBER ANÍA

defensa» frente a la España de José I. Solamente en el contexto de


un conflicto perdido, Venezuela se arrogaba el derecho de asumir
la plenitudo potestatis de Fernando VII, dos años después de haber
representado su legitimidad carismática y religiosa y de haber re-
constituido el orden jerárquico de las corporaciones sellado por la
figura del monarca. Esta soberanía, recuperada en y por la guerra,
era ante todo proclamada en el espacio internacional. La Junta
Suprema invocaba los «principios constitucionales del derecho de
gentes»391. La razón de ser de la Junta era resistirse al «poder co-
losal de Francia»392 y a las «pretensiones de las demás naciones de
Europa»393.
En una fecunda paradoja, la Junta de Caracas no llevó a cabo
una simple reversión pactista de la soberanía, aunque el acta del
19 de abril empleó términos de la segunda escolástica y aludió al
constitucionalismo histórico394. Al recurrir a figuras del derecho
natural, en realidad se presentaba a sí misma como un verdadero
poder constituyente. El manifiesto del 20 de abril retomó la distin-
ción de Sieyès entre poder constituyente y poder constituido395: «El
gobierno constituido merece la confianza de sus constituyentes»396 .
En consecuencia, la Junta se atribuyó el derecho de interrumpir,
prolongar o reemplazar a las autoridades políticas, judiciales o mi-
litares, invocando la «voluntad general» del pueblo.
Las diferentes proclamaciones de independencia absoluta, entre
las cuales las más célebres fueron las de Caracas y la de Cartagena
de Indias, fechadas respectivamente el 5 de julio y el 11 de noviem-
bre de 1811, prolongan y sistematizan esta concepción de la sobe-
ranía. Ciertos pasajes de estos documentos repiten, palabra por
palabra, la declaración de Independencia de los Estados Unidos

391
«Bando», Junta Suprema de Santafé, 28.VII.1810, BA, p. 564.
392
«La Suprema Junta Conservadora… a los Cabildos de las capitales de Améri-
ca…», 27.IV.1810, BA, II, p. 408.
393
«Manifiesto de la Suprema Junta de Caracas», 20.IV.1810, BA, II, p. 405.
394
«[…] los derechos de la soberanía, que por el mismo hecho ha recaído en el
pueblo, conforme a los mismos principios de la sabia constitución primitiva de la
España», «Acta», 19.IV.1810, BA, II, p. 391.
395
Emmanuel Sieyès, Qu’est-ce que le tiers-état?, Paris, PUF, 1982 [1789], pp. 67-75,
y Joaquín Varela Suanzes-Carpegna, La teoría del Estado en los orígenes del constitucio-
nalismo hispánico (Las Cortes de Cádiz), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales,
1983, pp. 275-301.
396
«Manifiesto…», 20.IV.1810, BA, II, p. 406.

177

la majestad(1).indd 177 4/26/10 9:02:24 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

del 4 de julio de 1776. Como su parangón del norte, estos textos


criollos reivindican ante todo una soberanía en el espacio inter-
estatal. Mientras que la declaración de Cartagena no detalla sus
nuevas prerrogativas como Estado397, la venezolana reivindica los
atributos soberanos en la esfera internacional refiriéndolos a los
«cuerpos de nación»:

[...] declarar la guerra, hacer la paz, formar alianzas, arreglar


tratados de comercio, límites y navegación, hacer y ejecutar todos
los demás actos que hacen y ejecutan las naciones libres e inde-
pendientes398 .

Estos dos documentos pueden ser interpretados como declara-


ciones de guerra contra la España napoleónica y la Regencia. Por
ello no es sorprendente que recurran al derecho de gentes. En el
espacio interestatal, los sujetos colectivos, portadores de derechos,
son los «pueblos», los «Estados» y las «naciones»399.
Ahora bien, la esfera internacional en la que se enfrentan las
soberanías está referida a un estado de naturaleza. La ruptura de
los vínculos políticos con un poder usurpador (José I) o usurpado
(la Regencia) implica el retorno de un conjunto de derechos im-
prescriptibles e inalienables a la comunidad política. La declara-
ción de la Provincia de Cartagena es explícita en ese sentido:

397
«[…] que como tal Estado libre y absolutamente independiente, puede hacer
todo lo que hacen y pueden hacer las naciones libres e independientes», Acta de
Independencia de la Provincia de Cartagena en la Nueva Granada, 11.XI.1811, en CC, II,
p. 82. Sin duda no es un azar si en la Constitución de la Provincia, promulgada en
1812, la soberanía es definida en los términos del derecho de gentes: «[…] ha cedido
y remitido a la totalidad de su Gobierno general los derechos y facultades propios
y privativos de un solo cuerpo de nación, reservando para sí su libertad política,
independencia y soberanía, en lo que no es de interés común y mira a su propio
gobierno, economía y administración interior, y en todo lo que especial ni general-
mente no ha cedido a la Unión en el tratado federal, consentido y sancionado por la
Convención general del Estado». Constitución de Cartagena, tit. II, art. 2.
398
Acta de Independencia de Venezuela, 5.VII.1811. Este pasaje reproduce casi textual-
mente la fórmula siguiente de la declaración de 1776: «[...] and that as Free and Inde-
pendent States, they have full Power to levy War, conclude Peace, contract Alliances, establish
Commerce, and to do all other Acts and Things which Independent States may of right do».
399
J. G. A. Pocock, «States, Republics and Empires: The American Founding in
Early Modern Perspective», op. cit., pp. 55-77.

178

la majestad(1).indd 178 4/26/10 9:02:24 AM


L A DESINCORPOR ACIÓN DE LA SOBER ANÍA

Agotados ya todos los medios de una decorosa conciliación,


y no teniendo nada que esperar de la nación española, supuesto
que el Gobierno más ilustrado que puede tener desconoce nues-
tros derechos y no corresponde a los fines para que han sido insti-
tuidos los gobiernos, que es el bien y la felicidad de los miembros
de la sociedad civil, el deseo de nuestra propia conservación y de
proveer a nuestra subsistencia política, nos obliga a poner en uso
los derechos imprescriptibles que recobramos con las renuncias
de Bayona, y la facultad que tiene todo pueblo de separarse de un
Gobierno que lo hace desgraciado400.

Sin embargo, desde 1810, la soberanía ejecutiva que reclaman


los nuevos gobiernos parece difícilmente reconciliable con la
salvaguarda de los derechos naturales de los individuos. A ima-
gen de Napoleón o de la Regencia, éstos parecen participar de la
condición de poderes usurpados. Ninguna ley vigente justifica su
formación: ellos concentran el poder en manos de representantes
que no han sido elegidos, y todos ellos pretenden gobernar a las
provincias sin que las ciudades subalternas se hayan pronunciado.
Su legitimidad, en consecuencia, es precaria.
El concepto de usurpación se encuentra en el centro de la ex-
periencia de los actores. Ella sirve para determinar al enemigo. La
Francia revolucionaria había encarnado en varias ocasiones, en
efecto, esta forma de corrupción del poder. En Venezuela, la Gace-
ta de Caracas401, publicada desde octubre en la imprenta incautada
a Miranda en 1806, insiste en que los atentados de Robespierre, el
Terror y luego las maquinaciones de Napoleón contra el pueblo,
los reyes o el papa eran usurpaciones que daban asco402. La Procla-
ma [de la Junta Suprema] a los Habitantes de las Provincias Unidas de
Venezuela se defiende enérgicamente contra esta acusación, preci-
sando los límites temporales y funcionales a la vez de la reversión
de la soberanía:

400
Acta de Independencia de la Provincia de Cartagena, 11.XI.1811, en CC, II, p. 81.
401
«Las dos tiranías», Gaceta de Caracas, No. 17, 30.XII. 1808. Se trata de las del Te-
rror y de Napoleón, caracterizadas por la arbitrariedad, el despotismo y la tiranía.
402
«USURPACIÓN. De los estados del Sumo Pontífice por Bonaparte», ibid., No.
13.XII.1808.

179

la majestad(1).indd 179 4/26/10 9:02:24 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Si la soberania se ha establecido provisionalmente en pocos in-


dividuos, no es para dilatar sobre vosotros una usurpacion insul-
tante, ni una esclavitud vergonzosa; sino por que la urgencia y pre-
cipitacion propias de estos instantes, y la novedad y grandeza de
los objetos así lo han exigido para la seguridad comun. […] Noso-
tros reconocemos y reclamamos altamente los sagrados derechos
de la naturaleza para disponer de nuestra sugecion civil faltando
el centro comun de la autoridad lexitima que nos reunia403.

En Bogotá, donde reina un verdadero temor ante el gobierno


ejecutivo, asociado a la imagen del absolutismo borbónico y a los
abusos de los virreyes, se manifiesta la misma inquietud. En su Ban-
do del 26 de octubre de 1810, la Junta Suprema de Santafé invoca
los «principios de una sana política» para dividir los «poderes»404.
El decreto crea entonces un «Cuerpo ejecutivo» colegiado com-
puesto por tres personas que se deben turnar cada tres meses y cu-
yas prerrogativas tienen límites estrictos. A pesar de la variedad de
fórmulas, la angustia de los patriotas parece ser la misma en todas
partes. La soberanía ha dejado el cuerpo del rey para ser investida
por el pueblo. Sin embargo, esta transferencia supone una ame-
naza a la libertad que procede tanto de la naturaleza unitaria del
poder como del carácter representativo del gobierno. Es urgente,
entonces, inventar principios de división del poder e imaginar ga-
rantías contra cualquier desviación tiránica de la representación.
Los patriotas entendieron que si querían instaurar la libertad e
impedir el despotismo y la usurpación, debían resolver la tensión
entre soberanía y libertad, entre un poder indivisible y los dere-
chos de los ciudadanos.

L A CONSTITUCIONALIZACIÓN DE LA SOBERANÍA

Un poder atribuido a un sujeto abstracto no puede ser usurpado.


Este reconocimiento llevó a los constituyentes franceses de 1791,
y a los diputados de las Cortes extraordinarias de Cádiz en 1812,

403
Gaceta de Caracas, 27.IV.1810, No. 95. El subrayado es nuestro.
404
«Bando», 26.X,1810, CC. I, p. 288.

180

la majestad(1).indd 180 4/26/10 9:02:24 AM


L A DESINCORPOR ACIÓN DE LA SOBER ANÍA

a conferirle la soberanía a la Nación405. Esta maniobra tuvo pro-


fundas consecuencias para la libertad. Por una parte, introdujo
una disociación entre el ejercicio del poder y su origen, cuyo co-
rrelato fue la representación política. Independientemente de las
dificultades que acompañan a esta última406, los contemporáneos
reconocieron en ella una talanquera contra la usurpación del po-
der, en cuanto la potestad gubernamental quedaba reducida a
una atribución temporal. Pero, además, la abstracción aseguraba
la unidad de la soberanía. La nación de ciudadanos transmutaba,
en efecto, la heterogeneidad del pueblo en su realidad concreta,
haciendo de él una unidad, una única voluntad manifiesta en la
ley407. De esta manera, los constituyentes resolvieron la cuadratura
del círculo: imaginaron un poder que, sin renunciar a la potencia

405
La palabra sovereignty no figura en la Constitución estadounidense de 1787.
Una extraordinaria reflexión sobre esta temática, en una perspectiva que se sitúa
en las antípodas de las experiencias francesa de 1791 y gaditana, es la de Hannah
Arendt, Sobre la revolución,Madrid, Alianza Editorial, 2004 [1965], pp. 156 y ss.: «En
este aspecto, la gran innovación política americana —quizás la más importante
a largo plazo— fue la consecuente abolición de la soberanía dentro del cuerpo
político de la república, la idea de que, en la esfera de los asuntos humanos, tira-
nía y soberanía son la misma cosa». La Constitución francesa de 1791 establece en
cambio, en el título III, art. 1: «La soberanía es una, indivisible, inalienable e im-
prescriptible; pertenece a la Nación: ninguna parte del pueblo ni ningún individuo
pueden atribuirse su ejercicio». Y art. 2: «La Nación de la que proceden todos los
poderes, los ejerce por delegación. —La Constitución francesa es representativa;
los representantes son el Cuerpo Legislativo y el rey». La Constitución de Cádiz de
1812 hace lo propio en el título I, cap. 1, art. 3: «La soberanía reside esencialmente
en la Nación, y lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer
leyes fundamentales».
406
Lucien Jaume, Hobbes et l’État représentatif moderne, Paris, PUF, 1986, cap. II, pp.
181 y ss. Guillermo Sosa trata esta problemática en el caso de la Nueva Granada en
Representación e independencia, 1810-1816, op. cit., p. 97.
407
Rousseau había propuesto la fórmula recurriendo a la noción de voluntad gene-
ral: «Por tanto, si eliminamos del pacto social lo que no es esencial, nos encontramos
con que se reduce a los términos siguientes: “Cada uno de nosotros pone en común
su persona y todos su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, reci-
biendo a cada miembro como parte indivisible del todo”. De inmediato este acto de
asociación produce, en lugar de la persona particular de cada contratante, un cuer-
po moral y colectivo compuesto de tantos miembros como votos tiene la asamblea, el
cual recibe por este mismo acto su unidad, su yo común, su vida y su voluntad. Esta
persona pública, que se constituye mediante la unión de todas las restantes, se llama-
ba en otro tiempo Ciudad-Estado, y toma ahora el nombre de república o de cuerpo
político, que sus miembros denominan Estado, cuando es pasivo, soberano cuando
es activo y, al compararlo con sus semejantes. En cuanto a los asociados, toman co-
lectivamente el nombre de pueblo, y se llaman más en concreto ciudadanos, en tanto
son partícipes de la autoridad soberana, y súbditos, en cuanto están sometidos a las
leyes del Estado». Jean-Jacques Rousseau, El contrato social, libro I, cap. VI, «Del pacto
social» (trad. de María José Villaverde, Barcelona, Editorial Tecnos, 1988).

181

la majestad(1).indd 181 4/26/10 9:02:24 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

que se afirmaba en su carácter unitario e indivisible, preservaba la


libertad fundando el Estado sobre una base segura408.
Éste no fue el camino por el que optaron los constituyentes
criollos entre 1811 y 1815. No necesariamente. Por mucho tiempo,
la Nación se había referido a España. La idea confederal, tanto en
Nueva Granada como en Venezuela, desempeñó un papel central
en estos años. A imagen de los artículos de la Confederación de
los Estados Unidos redactados en 1777, esta forma de organizar el
Estado distinguía dos clases de soberanía: la de la Unión tenía un
carácter internacional o interestatal, y se refería a las relaciones
con los demás estados o entre los estados que componían la Con-
federación. Éste es el nivel que los constituyentes criollos designa-
ron con el término «cuerpo de nación». La organización interna
de los poderes —el «gobierno doméstico»— remitía a los estados
provinciales y a sus constituciones. La idea de nación, al comienzo
de la revolución, tendió así a permanecer inscrita en el universo
ideológico del federalismo que le daba sentido. En ese contexto, la
soberanía interna de la república no podía ser imputada a la Na-
ción, pues ésta encarnaba al Estado en sus relaciones con las po-
tencias extranjeras. Pero, además, en la convención de Filadelfia
de 1787, los antifederalistas, opuestos a la Unión federal, habían
exigido que la palabra «Nación» no figurara en la futura Consti-
tución. En el marco confederal, la Nación, unitaria y soberana,
amenazaba las libertades de los estados provinciales. Siguiendo
este derrotero, las constituciones neogranadinas y venezolanas de
la primera independencia coronaron al pueblo, pero la factura
de este último rara vez estuvo en consonancia con su equivalente
francés o gaditano.
La revisión de estos marcos constitucionales resulta muy revela-
dora. Promulgada en 1811, la Constitución monárquica de Cundi-
namarca refiere, por ejemplo, la soberanía a una instancia doble.
Como en la Constitución inglesa, el rey y su representación nacio-
nal la comparten (tit. III, art. 1). Esta última, de manera muy signi-
ficativa, participa además de las jerarquías de la majestad:

408
En el caso de la Revolución Francesa, ver los trabajos de Claude Lefort —ya
citados—, y en el de la Revolución liberal española, el de Joaquín Varela Suanzes-
Carpegna, La teoría del Estado en los orígenes del constitucionalismo hispánico (las Cortes
de Cádiz), op. cit. (sobre todo pp. 189-194).

182

la majestad(1).indd 182 4/26/10 9:02:24 AM


L A DESINCORPOR ACIÓN DE LA SOBER ANÍA

El Rey tiene por su persona y representación el tratamiento de


Majestad; la Representación Nacional unida, el de Alteza Serenísima.
En las materias de oficio, el Presidente tiene el de Excelencia; sus
consejeros, los individuos del Senado y miembros del Legislativo,
Señoria ilustrísima; y los del poder Judicial, Señoría. (tit. IV, art. 18)

La Carta bogotana precisa que «la soberanía reside esencial-


mente en la universalidad de los ciudadanos» (tit. IV, art. 18). Pero
en esta definición prima el lenguaje escolástico. El uso de la idea
de «universalidad» da a entender que la colectividad de los ciu-
dadanos forma un cuerpo, una universitas civitatum. El adverbio
«esencialmente» remite, sin embargo, a la Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano del 26 de agosto de 1789409, y rompe con
el dualismo neoescolástico de una soberanía original del Pueblo
transferida luego al Príncipe.
La segunda Constitución de Cundinamarca sistematiza la refe-
rencia a la Declaración de 1789 mediante los artículos siguientes
de la sección «De los derechos del hombre y sus deberes»:

3. La ley es la voluntad general expresada libre y solemnemen-


te por el pueblo, o por sus representantes.
4. El pueblo es la universalidad de los ciudadanos, y ninguna
parcialidad de gentes puede arrogarse el nombre de pueblo […]
10. La soberanía, residiendo en la universalidad de los ciuda-
danos, es una, indivisible, e inenajenable.
11. Ninguna porción o parcialidad del pueblo puede atribuirse
soberanía.
12. Si algún individuo se quisiese atribuir soberanía, sería un
tirano y se le trataría como tal […]

La influencia del traductor de los Derechos del Hombre, Antonio


Nariño, y el rechazo del confederalismo explican tal vez la relativa
claridad del pensamiento constitucional de Cundinamarca a pro-
pósito de la desincorporación y de la unificación de la soberanía.
Pero ésta no deja de ser la excepción. Al contrario de la capital del

409
«El principio de toda Soberanía reside esencialmente en la nación. Ningún
cuerpo, ningún individuo puede ejercer autoridad alguna que no proceda de ella».
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, artículo 3 (1789).

183

la majestad(1).indd 183 4/26/10 9:02:24 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Reino, la Constitución de Cartagena, promulgada en 1812, sigue a


una declaración de independencia absoluta. En aquélla el cuerpo
político tiene una estructura agregativa. Es, en efecto, la «suma
de los derechos individuales consagrados a la unión» (art. 4). La
soberanía aparece entonces atribuida a una autoridad compuesta
y concreta, como lo expresa con claridad su artículo 10:

Residiendo originalmente todo el poder en los pueblos que com-


ponen el Estado y derivándose de ellos los diversos magistrados y
oficiales del Gobierno, investidos con alguna autoridad, son sus
meros agentes y sustitutos y en todo tiempo les son responsables
de sus operaciones.

La primera Constitución de Antioquia (1812) utiliza la figura


de la «reasunción de la soberanía». Ésta volvería a los «pueblos» de
la «nación», «y entre ellos el de la Provincia de Antioquia»410. Aquí la
base de la soberanía es a la vez concreta y compuesta. La segunda
Constitución del Estado, ya independiente (1815), toma referencias
de la Constitución francesa de 1791 y de la de Cádiz. Proclama la
indivisibilidad de la soberanía popular:

La soberanía reside original y esencialmente en el pueblo. Es


una, indivisible, imprescriptible e inenajenable411.

No obstante, el pueblo aparece constituido por la universali-


dad de los ciudadanos en una fórmula ambigua en la que aquél
conserva una estructura corporativa. La experiencia venezolana
ofrece un panorama semejante. En 1811, los constituyentes no va-
cilan en invocar la figura de la Nación, sin duda porque la Cons-
titución sigue a una declaración formal de independencia. Pero
esta Nación, en el sentido del derecho de gentes, es en realidad
un «cuerpo de nación». Estamos ante una soberanía que se afir-

410
Constitución de Antioquia (1812), Sección Primera. Preliminares. Ver María
Dolores Gómez y Natalia Flórez Mejía, «Análisis comparado de las constituciones
antioqueñas de 1812 y 1815», Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas,
No.105, 2006, pp. 299-321.
411
Constitución de Antioquia (1815), Proclamación de los Derechos del Hombre
en Sociedad, art. 13.

184

la majestad(1).indd 184 4/26/10 9:02:25 AM


L A DESINCORPOR ACIÓN DE LA SOBER ANÍA

ma en el espacio público internacional412, pero no al interior del


Estado. En otras palabras, es el rostro de la soberanía del pueblo
ante las demás potencias. En cuanto a la Constitución interna de
las Provincias Unidas, ésta se basa en el pueblo, y éste a su vez re-
cibe una definición concreta y agregativa, evitando así cualquier
desincorporación:

Art. 143 — Una sociedad de hombres reunidos bajo unas mis-


mas leyes, costumbres y gobierno, forma una soberanía.
Art. 144 — La soberanía de un país o supremo poder de reglar
y dirigir equitativamente los intereses de la comunidad reside,
pues, esencial y originariamente en la masa general de sus habi-
tantes y se ejercita por medio de Apoderados o Representantes de
estos nombrados y establecidos conformes a la Constitución413.

Las constituciones provinciales manifiestan una concepción


comparable del titular de la soberanía. En la de Mérida, de 1811,
se lee:

La Patria no debe entenderse el lugar en que hemos nacido,


sino la Congregacion de hombres que viven bajo un mismo gobierno,
sujetos á las mismas leyes y que siguen los mismos usos y costum-
bres. Cada ciudadano es su parte integrante, y como tal comete
un crimen en considerarse un momento separado de ella414.

Lo cierto es que la desincorporación de la soberanía pasaba


por la imputación del poder a la nación. Este gesto no fue posible

412
«Por ella está encargada de las relaciones extranjeras, de la defensa común y
general de los Estados Confederados, de conservar la paz pública contra las con-
mociones internas o los ataques exteriores, de arreglar el comercio exterior y el
de los Estados entre sí, de levantar y mantener Ejércitos, cuando sean necesarios
para mantener la libertad, integridad, e independencia de la Nación, de construir y
mantener bajeles de guerra, de celebrar y concluir tratados y alianzas con las demás
Naciones, de declararles la guerra y hacer la paz, de imponer las contribuciones
indispensables para estos fines, u otros convenientes a la seguridad, tranquilidad y
felicidad común, con plena y absoluta autoridad para establecer las Leyes generales
de la unión, juzgar y hacer ejecutar cuanto por ellas queda resuelto y determinado»,
Constitución Federal para los Estados de Venezuela (1811).
413
Constitución Federal para los Estados de Venezuela, 21.XII.1811, Sección Prime-
ra, «Soberanía del Pueblo».
414
Constitución de Mérida, 30.VII.1811, cap. XI, art. 12, en BA, III, p. 330. El subra-
yado es nuestro.

185

la majestad(1).indd 185 4/26/10 9:02:25 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

sino con la consolidación de la idea nacional entendida como una


abstracción radical, y ella sólo se abrió camino en los espíritus con
la guerra.

EL RECURSO DE LOS LLANOS415

Los llaneros y el ejército realista vencieron a la «Segunda Repú-


blica» venezolana. Dos años después, en 1816, la Nueva Granada
sucumbe también bajo los golpes del Cuerpo Expedicionario en-
viado por Fernando VII para restablecer en las Indias la Monar-
quía española, que ya se había impuesto de nuevo a los españoles.
La Confederación, a pesar de la resistencia heroica del puerto de
Cartagena, no pudo enfrentarse a los 10.000 soldados del general
Pablo Morillo, que en su mayor parte eran antiguos liberales o
guerrilleros que se habían vuelto molestos en la Península416 . Las
élites patriotas, fuertemente minadas por la violencia de la recon-
quista, se exiliaron en las Antillas.
La derrota obligó al campo patriota a un desplazamiento estra-
tégico hacia los llanos de las cuencas del Orinoco. Desde la des-
embocadura del gran río, hasta el piedemonte andino de la Nueva
Granada, estos espacios constituían entonces un frente de coloni-
zación417. Paradójicamente, sin duda, este repliegue sobre un terri-

415
Jorge I. Domínguez, Insurrection or Loyalty. The Breakdown of the Spanish American
Empire, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1980, pp. 196-198, y Michael
Zeuske, «Regiones, espacios e hinterland en la independencia de Venezuela. Lo
espacial en la política de Simón Bolívar», Revista de las Américas, No. 1, 2003, pp.
39-59 (sobre todo pp. 47-50).
416
Juan Marchena Fernández, «Obedientes al rey, desleales a sus ideas. Las tropas
de la expedición de Morillo para la Reconquista de la Nueva Granada», III Con-
greso sobre las Fuerzas Armadas en Iberoamérica, 14-16 de noviembre de 2005,
Carmona (Andalucía).
417
Miquel Izard, «Ni cuatreros, ni montoneros: Llaneros», Boletín Americanista, No.
31, 1981, pp. 82-142; Id., «Sin domicilio fijo, senda segura, ni destino conocido: los
llaneros del Apure a finales del período colonial», Boletín Americanista, No. 33, 1983,
pp. 13-83; Id., «Sin el menor arraigo ni responsabilidad. Llaneros y ganadería a prin-
cipios del siglo XIX», Boletín Americanista, No. 37, 1987, pp. 109-142; Id., Orejanos, ci-
marrones y arrochelados. Los llaneros del Apure, Barcelona, Sendai, 1988; Jane M. Loy,
«Horsemen of the Tropics: A Comparative View of the Llaneros in the History of
Venezuela and Colombia», Boletín Americanista, No. 31, 1981, pp. 159-171; Id., «Forgot-
ten Comuneros: The 1781 Revolt in the Llanos of Casanare», Hispanic American Histo-
rical Review, No. 61-2, 1981, pp. 235-257; Adelina Rodríguez Mirabal, La formación del
latifundio ganadero, 1750-1800, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1987.

186

la majestad(1).indd 186 4/26/10 9:02:25 AM


L A DESINCORPOR ACIÓN DE LA SOBER ANÍA

torio llano y las formas de lucha que allí se forjaron aseguraron el


avance de la soberanía y de su equivalente, la individuación social.
A causa de su débil nivel de institucionalización y de las dificulta-
des de comunicación con las zonas pobladas de las cordilleras y
las cadenas costeras, los Llanos eran propicios para albergar una
resistencia de nuevo corte. Grupos republicanos se esparcieron
por el monte y las zonas agrestes de paso. Adoptaron una organi-
zación irregular y la guerra de hostigamiento. En sí misma, la gue-
rrilla no era una novedad: tanto los ejércitos realistas al mando del
asturiano José Tomás Boves como las tropas patriotas del Oriente
venezolano dirigidas por Mariño habían adoptado esta estrategia
desde 1813. Muchos irregulares habían servido en ambos bandos
pero, contrariamente a sus antecesoras, las guerrillas que surgie-
ron a raíz del desastre de 1814 carecían desde el primer momen-
to de cualquier centro de mando. Estos centenares de hombres,
procedentes de diversos rincones de Venezuela y de la Nueva Gra-
nada, representaban lo que quedaba del campo independentista.
Estas columnas en harapos no sólo defendían la república; eran
la república en armas. Fueron, por esta razón, la prefiguración
sociológica de la República de Colombia.
Sin embargo, a principios del siglo XIX nada parecía transfor-
mar a la guerrilla en un factor de cambio. Al no estar unidas a
un ejército en campaña, las unidades irregulares conservaban un
fuerte carácter comunitario. En el curso de la guerra de Indepen-
dencia en la Península, el apego al lugar y a sus valores tradiciona-
les explicó la formación de grupos irregulares en las provincias418.
Pero la resistencia patriota de los llanos no tuvo este aspecto or-
gánico, aun cuando algunos episodios reflejaban el arraigo del
reflejo de incorporación419. Aquí, por el contrario, sobre este espa-
cio precariamente institucionalizado, todo conspiraba a favor de
la desincorporación. La guerra irregular construyó una relación

418
John L. Tone, La guerrilla española y la derrota de Napoleón, Madrid, Alianza Edito-
rial, 1999. Vittorio Scotti Douglas, «La guérilla espagnole contre l’armée napoléo-
nienne», Annales historiques de la Révolution française, No. 336, 2004, pp. 91-105.
419
Con ocasión de la junta de San Diego de Cabrutica, por ejemplo, los grupos ar-
mados del Oriente institucionalizaron su asociación bajo la forma de un gobierno
municipal. BA, V, 423-425, y Las Fuerzas Armadas de Venezuela en el siglo XIX. Textos
para su estudio, Caracas, 1963-1969, II, pp. 160-164. Ver José de Austria, Bosquejo
de Historia Militar de Venezuela, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1960
[1855], I, pp. 423-425.

187

la majestad(1).indd 187 4/26/10 9:02:25 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

inédita con el espacio: la estrategia patriótica supuso un incesante


desplazamiento de destacamentos. Las guerrillas eludían el orden
incorporado de las ciudades, pueblos, sitios y lugares, y de la so-
ciedad corporativa en general. Sobre el vacío institucional, la so-
beranía unitaria se despliega así contra la majestad: la naturaleza
se impone sobre la historia. Páez escribió que «los bosques, las
montañas y los Llanos [de Venezuela invitaban] al hombre a la
libertad, las alturas y las planicies [los recibían] en su seno para
protegerlos de la superioridad numérica del enemigo»420. A los lla-
neros les dijo un día:

Vosotros sois invencibles: vuestros caballos, vuestras lanzas y


estos desiertos, os libran de la tiranía. Vosotros sereis indepen-
dientes á despecho del imperio español421.

Al igual que Páez, Bolívar asociaba la energía patriótica a las


cualidades concretas del espacio.

En Colombia, como en España, el territorio presenta en todas


partes defensas naturales, y con sobrada razon el Libertador decia
mas tarde al Congreso de Bolivia «que la naturaleza salvaje de
este continente (la América) expela por sí sola el orden monárqui-
co: los desiertos convidan á la independencia»422.

Estas metáforas podrían parecer retóricas. A partir de 1816,


los republicanos, sin embargo, se refugian en los márgenes terri-
toriales donde se recompone la resistencia patriótica. Sobre este
espacio vacío, donde la historia y las leyes tienen poco arraigo, las
urgencias de la guerra se ofrecen como condición de posibilidad
para el despliegue de una soberanía desincorporada, una potes-
tad unitaria y abstracta.

420
Ibid.
421
«A los habitantes del Llano», El Sombrero, 17 de febrero, 1818, OL, XV, 579.
422
José Antonio Páez, Autobiografía del general José Antonio Páez, New York, Impr. de
Halle y Breen, 1867, dos vols.

188

la majestad(1).indd 188 4/26/10 9:02:25 AM


L A DESINCORPOR ACIÓN DE LA SOBER ANÍA

SOBERANÍA DE EXCEPCIÓN Y DESINCORPORACIÓN


DE A NGOSTURA A CÚCUTA

La confrontación de dos ejércitos fuera de los marcos espaciales


y sociales tradicionales incitó al estado mayor libertador a levan-
tar un nuevo tipo de relación entre la población, el territorio y
la administración. Toda legitimidad anterior, toda legislación o
constitución, quedó suspendida. Este poder que emerge en el con-
texto de una situación excepcional hace tábula rasa del pasado;
soslaya toda limitación corporativa para aparecer solo e indivisible
e incluso para revestir con frecuencia una dimensión absoluta423.
La soberanía tiene un carácter excepcional porque se impone en
situaciones críticas pero, también, fundamentalmente, porque se
ejerce recurriendo a la figura de la excepcionalidad política. De
ahí se deriva el recurso persistente a facultades extraordinarias
como forma de ejercicio del poder. Pero la soberanía unitaria apa-
rece asociada a formas de autoritarismo y de abuso. Por eso, los
republicanos buscan crear instituciones capaces de enmarcar la
autoridad legitimándola, sin reducir su potencia. Desde octubre
de 1817, Bolívar suple el vacío de legitimidad y de constitucionali-
dad mediante la creación de un «Consejo provisional de Estado»
en Angostura. En su discurso de instalación, el Libertador reco-
noce que la nueva institución suplanta la ausencia de toda legali-
dad introduciendo una instancia política sobre la violencia de la
guerra a muerte.

[…] He visto a mi patria sin Constitución, sin leyes, sin tribuna-


les, regida por el solo arbitrio de los mandatarios, sin más guías que
sus banderas, sin más principios que la destrucción de los tiranos, y
sin más sistema que el de la independencia y de la libertad424.

El Consejo se reviste de algunas de las funciones de los estados


soberanos en la esfera del derecho internacional de la época: en-
vío y recepción de agentes diplomáticos, negociación de acuerdos
comerciales y relaciones con otras potencias para la compra de

423
El «Discurso ante el Congreso de Angostura» (15.II.1819) dice: «una República
indivisible y central» y «una República sola e indivisible».
424
CC, III, p. 15.

189

la majestad(1).indd 189 4/26/10 9:02:25 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

armas. Dos años más tarde, el 17 de diciembre de 1819, se aprueba


la Ley Fundamental de la República de Colombia. Este texto no
escapa de la yuxtaposición de concepciones de la soberanía que
caracteriza el momento revolucionario. Una soberanía compuesta
y agregativa, ligada a la noción de dignidad, se deja traslucir. Los
pueblos de la Nueva Granada «se sujetan» a una cabeza encarnada
por el Soberano Congreso de Venezuela. La Unión aparece como
el «más alto grado de poder y prosperidad» para «hacer respetar su
soberanía»425. Sin embargo, la definición territorial y administrati-
va de la República de Colombia evidencia una inflexión hacia una
concepción de la soberanía unitaria e indivisa. Lejos de remitir a
los tradicionales espacios jurisdiccionales, la extensión de la Repú-
blica se define en términos cuantitativos (115.000 leguas cuadra-
das). Siguiendo el léxico centralista de la Revolución Francesa, esa
república se divide en tres departamentos.
Algunos meses más tarde, el 25 y 26 de noviembre 1820, se
firman en Trujillo —donde se había decretado la «guerra a muer-
te»— un armisticio de seis meses y un tratado de regularización
de la guerra. El primer pacto inscribe la guerra de Independencia
en la esfera del derecho internacional entre naciones (o ius pu-
blicum europæum); el segundo, en el tradicional ius gentium. Este
decisivo viraje político respondía, finalmente, a la pregunta plan-
teada por Bolívar en su decreto de 1813. ¿Era la revolución una
rebelión de lesa majestad, como sostenían los ejércitos del rey, o
una guerra de independencia nacional? En el primer caso, los pa-
triotas debían ser considerados traidores por la justicia real; en el
segundo, eran enemigos extranjeros, protegidos por el derecho
de gentes. Habiendo prevalecido hasta el momento la primera in-
terpretación, los bandos se habían tratado mutuamente de bandi-
dos. El Correo del Orinoco tildaba a Morillo de «cabecilla»426, y éste
consideraba los campamentos de los patriotas como «rochelas».
Al poner fin a la «guerra a muerte», los beligerantes pasaron del
dominio de la guerra discriminatoria al de la guerra clásica entre
Estados. Paradójicamente, el armisticio y el tratado de regulariza-
ción implicaban una nueva declaración de guerra en el espacio

425
«Ley fundamental de la república de Colombia», considerandos 1° y 2°, CC, III,
p. 38.
426
Correo del Orinoco, No. 2, 4.VII.1818.

190

la majestad(1).indd 190 4/26/10 9:02:25 AM


L A DESINCORPOR ACIÓN DE LA SOBER ANÍA

del derecho público internacional. El retorno a la regulación ju-


rídica de los combates presumía la soberanía de Colombia como
Estado427. La aplicabilidad de las reglas internacionales ocasionó
la derrota política de los españoles al admitir que el conflicto en-
frentaba a dos Estados con capacidad de declarar la guerra y de
hacer la paz. A escala internacional, estos tratados perfeccionan el
proceso interno que había conducido a la aparición de una forma
indivisa de soberanía asociada a los imperativos de la guerra. El
derecho internacional público, una novedad de la era de las nacio-
nes, planteaba la igualdad de soberanía entre estados nacionales,
independientemente de su tamaño, su población, su riqueza y su
historia. En Trujillo, los Estados que consignan estos acuerdos lo
hacen lejos del ámbito de la majestad. En su texto no hay rastro de
preeminencias ni de jerarquías. Estamos ante Estados que se afir-
man como iguales en el ámbito internacional, sin que para enton-
ces esto supusiera un reconocimiento formal de la independencia
colombiana por parte de la Corona española.
Un año después, la Constitución de 1821 marca una ruptura pro-
funda con el pasado cuando afirma que «la soberanía reside esen-
cialmente en la nación» (tit. 1, art. 2). Contrariamente a las constitu-
ciones de la primera independencia, los constituyentes de Cúcuta
derivan todo el poder de un lugar vacío y abstracto, con el fin
de evitar toda forma de usurpación o de alienación del mismo.
Sin pronunciar el nombre, levantan de esta manera una soberanía
unitaria y abstracta que se ejerce sobre una república dividida en
departamentos, provincias, cantones y parroquias. Esta solución se
abre paso después de largos y penosos debates en la asamblea428.
A pesar del eclipse originado en las circunstancias y justificado
por las lecciones del pasado, la idea federal permanecía viva en
la Nueva Granada. Reaparecería naturalmente cuando se discu-
tiera la posibilidad de darle a Colombia una nueva carta constitu-

427
Idea ya contenida en la representación del procurador Andrés Level de Goda al
rey Fernando VII, Caracas, 5 de septiembre, 1819, en «Memorias de Andrés Level
de Goda, a sus hijos», Boletín de la Academia Nacional de la Historia, No. 21, 1938, p.
199. En el bando patriota, ver Juan García del Río, Meditaciones colombianas, Bogotá,
Editorial Incunables, 1985 [1829], p. 56 («Consideraciones sobre la marcha de la
República de Colombia hasta mediados de 1828», 24.VIII.1829).
428
Congreso de Cúcuta. Libro de actas, Roberto Cortázar y Luis Augusto Cuervo
(comps.), Bogotá, Imprenta Nacional, 1923.

191

la majestad(1).indd 191 4/26/10 9:02:25 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

cional. Esto fue particularmente evidente porque los debates en


Cúcuta se organizaron justamente alrededor de la forma del Esta-
do. Desde el punto de vista moral, el federalismo gozaba de gran
prestigio. Para la mayoría de los espíritus —aun los centralistas—
éste definía la forma de gobierno más perfecta. En 1821 Nariño
afirma que la federación debía ser el fin de toda política civiliza-
da. Su apuesta se resume en «centralisacion actual, federalismo
futuro»429. Vicente Azuero, por su parte, afirma: «No nos presente-
mos, pues, al mundo como ignorantes y poco civilizados; adopte-
mos una constitución que no nos deshonre en nuestro siglo»430. En
este contexto, los argumentos tradicionales reaparecen. A juicio
de Antonio María Briceño, las tensiones ligadas al principio de
la soberanía del pueblo y al gobierno representativo las resuelve
la armonía preestablecida sobre la que se funda el federalismo431.
Manuel Baños llega a afirmar incluso que el federalismo tiene un
aspecto providencial432. Azuero sostiene que esta forma de gobier-
no es la única capaz de evitar el despotismo inherente al «centra-
lismo exterminador» de Francia433. El diputado Campos insiste en
ésta como en una talanquera contra el retorno de la monarquía,
gracias al equilibrio que aseguran sus formas mixtas (a su parecer,
la representación y la administración centralizadas son imposibles
en un territorio vasto como el de Colombia). José Ignacio Márquez
argumenta que el ideal de proximidad entre gobernantes y go-
bernados «en una democracia» debe respetarse y que esto sólo es
posible por la vía federal434. El diputado J. Francisco Pereira critica
la abstracción y la generalidad que supone un régimen centrali-
zado:

querer que exista esta República una e indivisible en una ex-


tensión de ciento quince mil leguas cuadradas, es querer que ten-
ga realidad la quimera de la fábula435.

429
«Oficio que el General de Division Antonio Nariño paso al Soberano Congre-
so», 1821, Archivo Restrepo, vol. 15, 1819-1821, fol. 206.
430
«Acta del 21 de mayo», en Congreso de Cúcuta, op. cit., p. 53.
431
Ibid., p. 44.
432
Ibid., p. 45.
433
Ibid., p. 48.
434
Ibid., p. 47.
435
Ibid., p. 51.

192

la majestad(1).indd 192 4/26/10 9:02:25 AM


L A DESINCORPOR ACIÓN DE LA SOBER ANÍA

Sin embargo, dos tipos de argumentos se aducen en contra de


la implantación de un sistema federal. El primero es de carácter
histórico: el fracaso del federalismo de las primeras independen-
cias en Venezuela y Nueva Granada; el segundo obedece a los im-
perativos del momento: la guerra exige una potestad unitaria y
coercitiva, y, en consecuencia, demanda un gobierno concentra-
do. El «cuerpo de nación», es decir, la soberanía internacional de
Colombia, debe imponerse a los enemigos en una «unión para de-
fendernos, y unión para representarnos», como lo señala el dipu-
tado Francisco José Otero436 . En un giro inesperado, el argumento
de la soberanía internacional, después de haber sido uno de los
argumentos fuertes del federalismo, favorece ahora al centralis-
mo. Para los constituyentes, este cuerpo de nación ha mutado en
su naturaleza. Ya no remite a una soberanía compuesta que man-
tiene una disposición a la agregación. A pesar de que el ideal de
una confederación hispanoamericana o continental orbita en la
mente de los hombres, ahora ésta parece más distante. El fracaso
del Congreso Anfictiónico en Panamá no suscitará mayor inquie-
tud entre los contemporáneos.
Después de Cúcuta, la doctrina centralista, entendida como
una concesión a las circunstancias presentes, se impone. Ella con-
sigue articular las ideas republicanas en su órbita. En un despla-
zamiento vertiginoso, el régimen pretende apoyarse sobre «princi-
pios […] inmutables» derivados del derecho natural. A nombre de
este fundamento absoluto, la Gaceta de Colombia, periódico oficial
de la República, se atreve a criticar el modelo político de la re-
pública del norte. Como consecuencia de esta segmentación de
los poderes, los Estados Unidos habrían mostrado sus debilidades
durante la guerra contra el Reino Unido en 1812437. Al tiempo, el
pensamiento del presidente Washington en 1796 se recupera para
apuntalar las tesis oficiales438. El «sistema de concentración» triun-
fa. La cultura de la generalidad parece asegurar así la unidad en

436
Ibid., p. 43.
437
GC, No. 58-3, 24.XI.1822: las dificultades de los norteamericanos se produje-
ron «no por que les faltasen recursos, ni amor a la patria, ni valor, sino por que el
sistema federal produce naturalmente debilidad en la accion del gobierno». Ver
también GC, No. 276, 28.I.1827, p. 4.
438
GC, No. 62, 22.XII.1822.

193

la majestad(1).indd 193 4/26/10 9:02:25 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

el marco de una estabilidad y un progreso, contra los intereses


mezquinos de las localidades y de las «oligarquías»:

La república de Colombia se ha elevado al mas alto grado de


libertad, y ha avanzado mas en la carrera de su gobierno propio,
que ninguna otra de las secciones libres del nuevo continente, y
debe esperarse que sus miembros, por negligencia, por influjo de
pasiones de propio interés, ó por inconstancia, no corran el azar
de una caída ignominiosa. Aun en el antiguo mundo, una de las
mayores objeciones contra los gobiernos libres ha sido siempre la
tendencia a la inestabilidad, y vacilación, y esto puede evitarse tan
solo por una adhesión inflexible a los principios fundamentales
establecidos, y la estrecha observancia de la constitución y de las
leyes439.

439
No. 119, 25.I.1824, p. 4.

194

la majestad(1).indd 194 4/26/10 9:02:25 AM


CAPÍTULO 7
UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

A finales de 1824, la batalla de Ayacucho señala el fin del momen-


to militar de las independencias. Sin embargo, contrariamente a
las expectativas de los actores que creían que se abría un período
de consolidación de la libertad y del orden anhelado hacía tanto
tiempo, sobre el territorio colombiano se inaugura una etapa de
enorme inestabilidad. Desde 1826, al tiempo que se revelan las
grietas del proyecto centralizador de Bolívar, crecen los reclamos
de reforma. Bajo el ímpetu de estas reivindicaciones se socava la
constitucionalidad; se abre paso la convocatoria a una convención
constituyente que se reunirá en Ocaña, en 1828, en contravía con
los preceptos de la Carta de 1821, que había diferido expresamen-
te toda reforma de su letra hasta 1831. Su fracaso inaugura una
espiral de tentativas constitucionalistas y de deslizamientos autori-
tarios que profundizan la desmembración colombiana.

L A R EPÚBLICA: DE VUELTA AL ESTADO DE CREACIÓN

Desde el primer semestre de 1826, a medida que cede el movi-


miento militar de fondo, viejos y nuevos actores se incorporan a la
escena política. En las filas militares, pero también en los cabildos,
la legitimidad del gobierno y del orden constitucional vigente es
cuestionada.
El general José Antonio Páez, en respuesta al acta de la muni-
cipalidad que días antes lo había encargado de la comandancia
general de Venezuela, de la dirección de la guerra y de todas las
demás atribuciones necesarias para asegurar la tranquilidad in-

195

la majestad(1).indd 195 4/26/10 9:02:25 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

terior del país y su defensa exterior440, denuncia en su proclama


desde el cuartel general de Valencia, el 3 de mayo de 1826441, el
carácter fraccionario del gobierno de Bogotá. Las disposiciones
gubernamentales son motivadas por quienes «nada han sacrifica-
do en las aras de la patria». Apátridas orientan, en consecuencia,
los mandatos de un gobierno incapaz de velar por el bien público.
Impelido por las amenazas y los desórdenes interiores y exteriores
que a su parecer se ciernen sobre la República, asume entonces
la autoridad que le impone «la Opinión»442, comprometiéndose a
garantizar, con la fuerza de las armas, el ejercicio de la soberanía
de los pueblos443. En los días subsiguientes, las municipalidades de
Caracas y Valencia lo proclaman jefe civil y militar de Venezuela,
con independencia del gobierno de Bogotá444. Iusnaturalismo y re-
publicanismo concurren para legitimar estos levantamientos, en
una clave semejante a aquella que animó los procesos de reasun-
ción de la soberanía durante la primera independencia.
Esta coyuntura le da expresión a la tensión entre la soberanía
unitaria y abstracta del pueblo, representada en el Congreso, y
la soberanía compuesta de los pueblos que se manifiesta en estos
pronunciamientos. Enfrentado a la primera, que lo ha llamado a
juicio y lo ha suspendido de su cargo de comandante general de
la provincia, Páez se inclina por la soberanía del pueblo de Valen-
cia, contando con la fuerza militar de los llaneros, que potencian
la legitimidad del clamor popular. Esta activación de la legitimi-
dad desde la comunidad local evidencia una revitalización de los
cuerpos políticos. Un proceso de reincorporación de la sobera-

440
«Acta de la municipalidad de Valencia», 30.IV.1826, Santander y los sucesos po-
líticos de Venezuela, Luis Horacio López Domínguez (comp.), Bogotá, Fundación
Francisco de Paula Santander-Presidencia de la República, 1988, pp. 41-43.
441
AGN, Sección República, Historia, t. 1, fol. 338r.
442
AGN, Sección República, Historia, t. 1, fol. 338r. La mayúscula es del original.
443
La crisis de 1826 y los sucesos de Venezuela revisten enorme complejidad. Aquí
nos limitamos a reconstruir el relato que los contemporáneos hacen en el primer
momento del estallido de la misma. Sin embargo, a medida que la crisis se pro-
fundiza, se despliega en una pluralidad de significados que van desde la tesis del
complot, la defensa sagrada de la seguridad, las tensiones «históricas» entre las sec-
ciones de Colombia y las denuncias de amiguismo y de faccionalismo, entre otros.
Para una comprensión cabal del problema, ver Santander y los sucesos políticos de Ve-
nezuela, op. cit., t. 1 y 2.
444
Memoria del Secretario del Interior José Manuel Restrepo, año de 1827, en
Administraciones de Santander, 1826-1827, Luis Horacio López Domínguez (comp.),
Bogotá, Fundación Francisco de Paula Santander, 1990, t. 2, p. 234.

196

la majestad(1).indd 196 4/26/10 9:02:25 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

nía se encuentra en curso. El pueblo se impone como un nivel


de legitimidad contundente, capaz de cuestionar la legitimidad
del gobierno de Bogotá y del Congreso Nacional. Este proceso de
reincorporación participa de una disposición agregativa. Caracas
secunda el movimiento de Valencia y proclama su derecho sobe-
rano a autogobernarse. Sin embargo, este movimiento evidencia
el impacto igualador de la soberanía consagrada en Cúcuta. La
composición del poder de «los pueblos» no se acompaña ahora de
una inquietud por la jerarquía. Caracas acompasa el movimiento
de Valencia sin proclamar su preeminencia histórica sobre ella.
Este proceso no compromete tampoco la integridad de la nación
colombiana que uno y otro afirman respetar, y el reconocimiento
de la autoridad del Libertador, que invocan como árbitro. Colom-
bia se vislumbra así como el marco dentro del cual se trenzan los
pactos de composición entre los pueblos, apoyándose aun en el
derecho de gentes. Estamos ante una nación que compone su so-
beranía interna a partir del ius gentium. En mayo de 1826, cuando
Caracas se une al movimiento, envía comisionados a Valencia que
son recibidos como diplomáticos. La municipalidad se reúne para
reconocer las credenciales y los poderes de los señores José Núñez
Cáceres y Pedro Pablo Díaz, y solamente entonces los invita a to-
mar parte en sus deliberaciones445.
Estos pronunciamientos tienen equivalentes en los departamen-
tos del sur. En agosto, en el Callao, y pocos días después en Quito,
el batallón Buenos Aires se subleva. En el transcurso de la revuel-
ta, el grito de los insurrectos que vitorean al emperador Simón I
se transforma en vivas a Fernando VII446 . ¿Cómo dar cuenta de
este giro? ¿Evidencia de una modernidad precariamente asenta-
da, como ha tendido a verlo la historiografía tradicional o, quizás,
como lo denunciarán republicanos exaltados, prueba irrefutable
del vuelco del Libertador, que habría traicionado la causa revolu-
cionaria, embriagado por la ambición personal?447

445
«Acta de la municipalidad de Valencia», 11.V.1826, Sucesos de Venezuela, op. cit.,
No. 25, pp. 83-85.
446
AGN, Sección República, Historia, t. 1, fol. 504r.
447
Esta mirada aparece lindamente expresada en la carta de José María Córdoba
al Libertador del 22 de septiembre de 1829. AGN, Sección República, Historia, t.1,
C.1, fols. 133r-140r.

197

la majestad(1).indd 197 4/26/10 9:02:25 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

La figura del caudillo suplanta a la del monarca, pero no sub-


vierte sus atributos: se calca sobre ellos. Al igual que el soberano
desaparecido, Bolívar es uno y único. A pesar de que no participa
de una condición sobrenatural, su preeminencia no conoce equi-
valente en este bajo mundo. Su superioridad es radical. La gloria
y las hazañas libertarias lo impulsan a una altura desde la que
sólo se manifiestan las verdades inmutables que remiten al más
allá. Su autoridad parece así garantizada por Dios. Al igual que el
soberano de derecho divino448, su presencia le confiere un punto
de anclaje al orden mundano, sustrayéndolo del cuestionamiento
que embarga a los mortales, de sus juicios, siempre precarios y
cambiantes. Elevar al Libertador al lugar del monarca, consagrar-
lo emperador, en un movimiento que recuerda a Bonaparte, no
constituye pues un deslizamiento que subvierte el proyecto repu-
blicano, atribuible a la veleidad y la ambición personal, sino que
evidencia esta dimensión de su autoridad que irá aflorando a lo
largo de la crisis.
Los sucesos subsiguientes en Venezuela, el sur de Colombia y el
Perú atestiguan la erosión del halo carismático que hasta entonces
había envuelto a la autoridad del Libertador y que –apuntalado
en la eficacia administrativa de Santander y en el imaginario que
hacía de él la encarnación de la legalidad– había mantenido la
autoridad del gobierno al margen de todo cuestionamiento. La
extraordinaria fusión que se había operado en la dupla Bolívar/
Santander entre la soberanía absoluta del caudillo, revestida de
un halo religioso que obraba como fundamento indiscutible, y
los artificios de la política moderna, la ley y la constitucionalidad,
custodiadas por Santander, esa prodigiosa síntesis de carisma y
racionalidad sobre la que se fundaba la legitimidad del gobierno
se irá agrietando. En el proceso, las tensiones que encubría irán
aflorando. La crisis estará marcada, en consecuencia, por el des-
doblamiento de este montaje. El registro de la soberanía, de la
potencia pública entendida como derecho de mando sin réplica,
del voluntarismo más radical, encontrará una expresión liminal

448
Gauchet propone una contraposición extraordinariamente esclarecedora entre
la monarquía sagrada y la monarquía de derecho divino en los mismos términos
que retomamos aquí. Ver Marcel Gauchet, L’avènement de la démocratie I. La révolu-
tion moderne, op. cit. (particularmente, el capítulo 3); «Le surgissement de l’État et
l’éloignement du divin», pp. 59-75.

198

la majestad(1).indd 198 4/26/10 9:02:26 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

en las coyunturas dictatoriales, mientras que las libertades indivi-


duales y la noción de un poder dividido buscarán abrirse paso en
las coyunturas constitucionalistas de 1828 y de 1830.
A partir de julio de 1826, en sentido inverso al movimiento de
Valencia y Caracas, los cabildos de los departamentos del sur em-
piezan a manifestarse a favor del movimiento monárquico y de
la Constitución boliviana. Unos y otros, sin embargo, comparten
la reivindicación de anticipar la Gran Convención a cargo de la
reforma de la Constitución449. Hasta entonces, la Carta de 1821
preservaba plena vigencia. Pero a finales de agosto, Guayaquil,
«con todas sus autoridades y corporaciones al frente»450, resuel-
ve «por un acto primitivo»451 de su soberanía concederle faculta-
des extraordinarias al Libertador, le encomienda la salvación de
la patria e invita a los demás departamentos de la República a
abrazar su partido. En consecuencia, el pueblo soberano acuerda
facultar a Bolívar para convocar a la Gran Convención, al tiempo
que decide no alterar el orden y la vigencia de las leyes hasta que
éste regrese a Colombia y se ponga al frente de la dictadura452. En
las semanas que siguen, el movimiento será secundado por Quito,
Panamá, Cartagena y Maracaibo453. Estos pronunciamientos des-
criben un movimiento en dos tiempos que incorpora la afirma-
ción de su unidad interior y la determinación de su forma de arti-
culación, de agregación a una totalidad mayor. La lógica interna
de este proceso reproduce el movimiento de Venezuela de unos
meses antes: formas de soberanía compuesta, reincorporadas en
el ámbito local, se articulan buscando encarnar en la cabeza del
cuerpo político, ahora coronada por Bolívar.

449
Los pronunciamientos se sucedieron en las capitales de los departamentos del
sur de Colombia: primero en Guayaquil, el 6 de julio, y luego el 28 de agosto de
1826; en Quito, el 14 de julio, y en Cuenca, el 31 del mismo mes. Ver José Manuel
Restrepo, Historia de la Revolución…, op. cit., t. V, pp. 283-285 y 288.
450
La Convención de Ocaña, 1828, Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier Caicedo, Bogo-
tá, Fundación Francisco de Paula Santander, 1993, t. 1, No. 4, pp. 119-121.
451
Ibid.
452
La Convención de Ocaña..., op. cit., t. 1, No. 6, pp. 129-133.
453
Referencias a las actas subsiguientes de Quito (6 de septiembre de 1826), Pana-
má (13 del mismo mes), Cartagena y Maracaibo (celebradas en octubre del mismo
año) se pueden encontrar en José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución…, op.
cit., t. V, pp. 288-290.

199

la majestad(1).indd 199 4/26/10 9:02:26 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

En todos estos pronunciamientos, el temor a la desintegración


se inscribe ahora en el marco de la experiencia reciente. La memo-
ria de la larga guerra, con su carga de sacrificios y frustraciones,
constituye su resorte inmediato. Impelidos por la ley de la necesi-
dad y el derecho inalienable a la seguridad, aquéllos se vislumbran
como una obligación que no admite vacilación y a la vez como un
mecanismo orientado a exorcizar el peligro, como una forma de
recomposición de la unidad al nivel simbólico. Con estos pronun-
ciamientos, las comunidades de base reafirman su unidad y a su
vez ratifican la confianza en sus autoridades, capaces de salvarlas
de riesgos y amenazas. De esta manera se recompone el orden. En
su informe al Secretario del Interior sobre los sucesos en Venezue-
la y en el sur, el intendente del Magdalena, Juan de Dios Amador,
afirma con elocuencia:

Yo tengo el placer de hacerlo de un modo satisfactorio para mi


por q. si en medio de mil males yo tomé las riendas del Gobierno
contaba con la docilidad de este Pueblo: en el momento calmó la
agitación: consignó su confianza en sus Magistrados: creyó que
ellos eran suficientes á tomar el partido que despejace el orizonte
obscuro q. estaba ante sus ojos y lo salvase de los riesgos que lo
amenazaban, sin tener que presentar un acto que pudiese origi-
nar un desorden. En la convocatoria, en la reunion y en la con-
ferencia, no se vio mas que disputarse la moderacion y el deceo
de presentar un arbitrio en circunstancia amenasa (roto) ran, y
cuando todo fué concluido el placer, la paz y la armonia se vio
marcada en los concurrentes454.

Esta dinámica señala el movimiento a partir del cual se va pro-


fundizando la crisis. El cuestionamiento al gobierno y a la Consti-
tución de 1821 pone en evidencia la inestabilidad del orden políti-
co, desprovisto de un absoluto que lo apuntale. Sin la mística que
proveía la guerra, la política tiende a reducirse a su triste dimen-
sión mundana. Este desencanto pone en evidencia el alejamiento
de Dios. A pesar de sus vaivenes, un proceso de secularización se
encuentra en curso. Las fuentes evidencian una angustia acusada

454
AGN, Sección República, Historia, t. 1, C. 2, fols. 504-508.

200

la majestad(1).indd 200 4/26/10 9:02:26 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

entre los actores que se empeñan en recomponer un orden perfec-


tamente monolítico. Esta fuerza reiterativa del monismo obedece
al afán por restaurar la mediación entre el cielo y la tierra. Podría-
mos pensar que el imperativo unanimista se refuerza a medida
que se relaja el nudo teológico político sobre el que se levantaba el
orden, y que la disociación entre el más acá y el más allá avanza.
La noticia de estos pronunciamientos aviva la amenaza de anar-
quía y disolución entre los pueblos, todavía asechados por el temor
de una invasión española que comprometería los triunfos de la re-
volución. Éstos reclaman su derecho a instituirse. Una cadena de
pronunciamientos que recuerda la secuencia juntista de la primera
independencia se precipita. Ella evidencia la imposibilidad de los
actores de asir la mutabilidad y el cambio, su apego a una visión
unanimista y monolítica del orden y su consecuente incapacidad de
incorporar la heterogeneidad. Aterrados por la precariedad de un
orden que se deja cuestionar, que está sujeto a la variabilidad de
los juicios nunca completos de los hombres455, los pueblos buscan
reconstituir su unidad primigenia. En el fondo del contrato social,
siempre susceptible de revocarse, aparece la dimensión irrefutable
del pueblo como una realidad orgánica. Esta dinámica recuerda
las dos manifestaciones de la ciudadanía descritas más arriba456: la
mediata, que resulta del contrato, y la inmediata, que procede de
la naturaleza.
En noviembre de 1826, una asamblea popular reunida en Ca-
racas con el fin de considerar la crisis general del gobierno de la
República señala su profundo alcance. La negativa de los departa-
mentos a reconocer las disposiciones del gobierno de Colombia se-
ñala para los asistentes la disolución inminente del pacto social:

El pacto social de Colombia se hallaba disuelto por la separa-


cion de nueve departamentos [es] necesario atarlo con una nueva
forma, invitando por conclusión al pueblo a constituirse […]457

455
Hannah Arendt propone una reflexión muy sugestiva sobre esta problemática
del orden apuntalado en un absoluto. Ver Hannah Arendt, Sobre la revolución, op.
cit., cap. 4., Fundación I: Constitutio Libertatis, pp. 142-184.
456
Ver capítulo 5 de este libro: Guerra y ciudadanía inmediata.
457
AGN, Sección República, Historia, t. 5, fols. 781r-785r. «Acta celebrada por la
Asamblea Popular de Caracas presidida por el Excmo. Sr. general en gefe JOSE
ANTONIO PAEZ, gefe civil y militar» (Caracas, en la Imprenta de Valentín Espinal,

201

la majestad(1).indd 201 4/26/10 9:02:26 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Se trata, claro está, de una invitación a constituirse en sentido


absoluto458. Implica refundar la unidad política y la ordenación
social, es decir, definir un principio institutivo, acordar una forma
de gobierno y, más radicalmente, darle vida a un nuevo Estado,
fundar una unidad política original. En la era liberal, este acto
fundacional se identifica también con la promulgación de una
constitución escrita, de una normatividad legal positiva que surge
del poder constituyente de los pueblos y cuyo sentido y finalidad
deben orientarse a la consagración y preservación de las libertades
individuales. Resulta muy interesante la forma como se entrecru-
zan estos dos registros entre los asistentes al convento de San Fran-
cisco. Siguiendo el artículo 16 de la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano, Mariano Echezuría, por ejemplo, afirma
que un gobierno sin división de poderes carece de constitución.
Colombia, en consecuencia, se halla desprovista de ella:

[...] no habiendo actualmente en la República un gobierno co-


lectivo, ó compuesto de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial,
puesto que las cámaras estaban en receso, y probablemente no
se reunirian en el período constitucional [...] debian constituirse
estos pueblos [...]459

Y añade:

[...] creia inconveniente que los departamentos en que está di-


vidida hoy la antigua Venezuela, formasen un solo estado, ó dos
cuando mas460.

Constituirse no tiene pues únicamente la dimensión ideal del


constitucionalismo moderno; no supone tan sólo dotar al Estado
de una modalidad de organización del poder, sino que reviste un
sentido concreto, remite a la creación de entidades políticas. La
Constitución, en esta perspectiva, es el Estado. Cuando la Consti-
tución de 1821 pierde su vigencia, Colombia deja de existir. Una

año de 1826), precedida por una carta de José Sardá al Secretario del Interior.
458
Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, Madrid, Alianza, 1992, pp. 29-45.
459
AGN, Sección República, Historia, t. 5, fols. 781r-785r.
460
Ibid.

202

la majestad(1).indd 202 4/26/10 9:02:26 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

Constitución nueva implica el surgimiento, tal como Mariano


Echezuría lo propone, de uno o varios estados nuevos. Por lo de-
más, la adopción del sistema federal exige repensar la relación de
Caracas con los demás pueblos de la antigua Venezuela y con la
Gran Convención. La junta acuerda entonces convocar asambleas
primarias para la elección de diputados a un congreso constitu-
yente de Venezuela.
La noticia del movimiento de Caracas desata una nueva ola de
pronunciamientos locales sobre el territorio de la antigua Capi-
tanía General. Los mecanismos de escenificación y refrendación
de la unidad en este nivel se ponen en marcha una vez más: los
cabildos asumen con naturalidad la representación de los pueblos
y refrendan la confianza en sus autoridades, al tiempo que adhie-
ren al acta del 7 de noviembre461. Pero el mecanismo pronto revela
sus insuficiencias. El 21 de ese mismo mes, en Puerto Cabello, un
pronunciamiento militar, seguido de un acta de la municipalidad,
proclama obediencia al Código Fundamental de 1821 y a las le-
yes, dando así inicio a la contrarrevolución462. Angostura lo sigue:
en los primeros días de diciembre, mediante pronunciamientos
militares y civiles, proclama fidelidad a la Constitución de Cúcu-
ta, bajo la protección del Libertador463. Mantecal, Guasdualito y
Achaguas adhieren, así como las parroquias de Bancolargo y Apu-
rito464. La presencia de Bolívar en Venezuela en enero de 1827 ase-
gura temporalmente la unidad de la República y la vigencia de la
Constitución.
Entre tanto, la tercera división auxiliar del ejército libertador,
acuartelada en Perú, donde había sido proclamada la Constitución
boliviana a principios de diciembre de 1826, se subleva y depone
a sus jefes. En Guayaquil, donde desembarca en abril de 1827, la
división reitera su disposición a defender la libertad —una liber-
tad que remite a la conciencia, articulada a la opinión— 465. Contra

461
En Valencia se celebró el 7 de noviembre de 1826, y en Cumaná el 26 siguiente.
José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución…, op. cit., t. V, pp. 329-333.
462
Ibid.
463
Ibid., 4 de diciembre de 1826.
464
Ibid., Mantecal, Guasdualito y Achaguas en el Apure (18 de diciembre de
1826).
465
Lucien Jaume, La Liberté et la loi. Les origines philosophiques du libéralisme, Paris,
Fayard, 2000.

203

la majestad(1).indd 203 4/26/10 9:02:26 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

el proyecto dictatorial bolivariano y en contra de la fascinación


de los pueblos frente a unas autoridades que el Ejecutivo había
nombrado y que gobernaban en ejercicio de facultades extraor-
dinarias, el batallón reivindica su soberanía representada en los
cabildos. Ésta es la única autoridad que reconoce.

Guayaquil por su propia conciencia y la opinion general, estaba


oprimida en su opinion, cuando necesitaba pronunciarla en todo
el lleno de los deberes. La 3a. division aucsiliar del Perú ha tocado
sus playas, para romperle las cadenas; pero las autoridades que
ejercian el mando facinaban al pueblo con ideas absolutamente
contrarias á la libertad del proyecto [...] la división no conoce otra
autoridad en estos departamentos que sus cabildos [...]466

El pronunciamiento es seguido a los pocos días por un acta


de la municipalidad que reproduce el argumento de la inadecua-
ción de la Constitución467 manifiesto en los pronunciamientos de
Valencia y de Guayaquil el año anterior. En esta ocasión se aduce
un argumento de corte liberal: el ilustre Cabildo, «representan-
te natural del pueblo», afirma haberse visto obligado a reunirse
porque «Autoridades nombradas por el ejecutivo de Colombia
ejercían facultades inconstitucionales [...] vejaban y oprimían las
libertades públicas»468. Las libertades como expresión de derechos
naturales inalienables señalan el límite infranqueable al ejercicio
del poder legítimo. Junto a esta variación en el argumento aparece
otro muy revelador. Los cabildantes afirman que las autoridades
han desamparado a la capital y que el pueblo ha quedado acéfalo.
En consecuencia, «convencida de que la salvacion de la pátria es
la primera de las leyes»469, la corporación afirma su derecho a com-
pletarse, dándose una cabeza.
Este cruce de argumentos, esta yuxtaposición de motivos, pro-
ponen una clave que puede explicar la dinámica política en curso.
La legitimidad del poder solamente se plantea como problema ra-
dical cuando la política se despoja de toda referencia indisponible

466
AGN, Sección República, Historia, t. 5, fols. 14v y 15r.
467
AGN, Sección República, Historia, t. 1, fols. 154 y ss.
468
Ibid.
469
Ibid.

204

la majestad(1).indd 204 4/26/10 9:02:26 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

y se insinúa como un dominio inmanente, como una esfera en


la que los hombres se encuentran librados a ellos mismos470. Sólo
entonces, cuando el orden jurídico-político se concibe como obra
humana, emergen interrogantes en torno a la fundamentación
del poder, de la ley y, en consecuencia, de la obediencia. La sobe-
ranía encarnada en un hombre, antropomorfizada en el monarca,
afirmaba la verdad. Este atributo aseguraba la obediencia: una vez
pronunciada la autoridad, fuente de ley y de justicia, ella se impo-
nía por su propia luz. Pero en la era liberal esta construcción se
desmorona. La libertad de juzgar, el prodigioso poder de la opi-
nión, del que participan todos los hombres, llega a tocar al poder,
cuya legitimidad cuestiona471. Esta experiencia de la libertad aboca
a la pluralidad, a la mutabilidad y a la contingencia. Para los con-
temporáneos, fuertemente imbuidos de un imaginario monista de
raigambre religiosa que detrás de la aparente diversidad del mun-
do reconoce un único principio rector, reflejo del principio consti-
tutivo del universo, testimonio de la anterioridad y supremacía de
Dios sobre todas las cosas, que encontraban en él su fuente y finali-
dad, esta vivencia aparece asociada a una pérdida de la referencia
integradora representada en la cabeza, y provoca una reversión de
la soberanía. Al igual que los pronunciamientos anteriores, las no-
ticias del levantamiento de la tercera división desatan una nueva
avalancha de pronunciamientos: amenazados por la anarquía, los
cantones de la provincia reasumen su soberanía, derecho deriva-
do de la facultad inalienable que los asiste para garantizar su segu-
ridad y tranquilidad, y, en una dinámica orientada a reconstruir la
unidad desde abajo, se unen al acta de Guayaquil472.
Ante el vacío de poder, la municipalidad afirma la soberanía
del pueblo y al mismo tiempo se reconoce como su representan-
te natural. Convocado a asamblea parroquial, el pueblo emerge
entonces como público reunido en ejercicio de su función sobe-
rana:

470
Sobre la política moderna como política inmanente, ver Norbert Lechner, Los
patios interiores de la democracia. Subjetividad y política, México, FCE, 1995.
471
La verdad soberana, en palabras de Lucien Jaume, es irrecusable. Sobre esto, ver
La Liberté et la loi. Les origines philosophiques…, op. cit., p. 74, y L’Individu effacé ou le
paradoxe du libéralisme français, Paris, Fayard, 1997, cap. III, pp. 170 y ss.
472
José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución…, op. cit., t. VI, pp. 33-37.

205

la majestad(1).indd 205 4/26/10 9:02:26 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

En seguida la corporacion, deseando seguir la marcha de los


gobiernos libres, consultó al mismo pueblo, qué persona consi-
deraba idónea para ejercer las funciones de la administracion
departamental, en los ramos político, y militar y por un acto acla-
matorio, repetido y uniforme se pronunció el pueblo por el ilus-
trisimo Sr. gran mariscal D. José de Lamar, fundando la eleccion
en las virtudes, crédito, y origen del espresado señor. En su conse-
cuencia, el cuerpo municipal, lo eligió por tal gefe de la adminis-
tracion política y militar de todo el departamento [...]473

No obstante, la elección popular borra toda expresión de he-


terogeneidad. La pluralidad social, en efecto, se transmuta a tra-
vés de ella en una unidad perfecta. El presupuesto encubierto de
esta alquimia es la unanimidad de la voz pública. Este precepto
no es nuevo, desde luego. El imperativo ético de la política, su
obligación de realizar principios que se tenían por verdades inspi-
radas por Dios, constituía una vieja exigencia de la política. Ahora
aparece reforzada por el imperio de lo público y la realización de
la virtud que lo acompaña. Al manifestarse, el pueblo reunido se
inclina natural y unánimemente por la probidad. Esta modalidad
de representación-signo conserva plena vigencia474. La elección
toma así la forma de un acto que no puede ser sino «aclamatorio,
repetido y uniforme»475, y por el cual la autoridad recae necesaria
y naturalmente en la dignidad manifiesta. Mediante su elección/
aclamación, el pueblo se da una cabeza virtuosa que lo completa
y lo redime del peligro de desintegración. Así, este mecanismo
articula elementos de distintas tradiciones intelectuales. La mani-
festación de una voluntad heterónoma se vislumbra en la dimen-
sión de revelación que tiene el acto de la elección unánime. Aquí
aparece articulado a presupuestos iusnaturalistas y a elementos del
republicanismo neoclásico.
La vitalidad del derecho medieval de las corporaciones no ad-
mite duda. El texto del acta de Guayaquil es muy ilustrativo en este
sentido:

473
AGN, Sección República, Historia, t. 1, fols. 154 y ss.
474
Ver el capítulo 4 de este libro, Regalismo, jansenismo y revolución feliz. Éste
analiza esta forma de representación, en el caso de la primera independencia.
475
Ibid.

206

la majestad(1).indd 206 4/26/10 9:02:26 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

1°. Que una sociedad no puede ecsistir acéfala, sin que el ór-
den público peligre inmediatamente.
2°. Que en las críticas circunstancias actuales es indispensable
la respetabilidad y crédito de las autoridades, reuniendo el amor
y confianza de los pueblos.
3°. Que el de Guayaquil unánime, y aclamatoriamente la ha
propuesto la ilustre municipalidad para el ejercicio de las funcio-
nes administrativas, políticas y militares al Sr. gran mariscal D.
José de Lamar476 .

El movimiento de Guayaquil se define como una afirmación de


la libertad. El origen militar del pronunciamiento, en consecuen-
cia, amenaza su legitimidad. Es pues preciso reafirmar que el po-
der de la fuerza se supedita y pliega en todo momento a la autori-
dad de los cabildos; que se circunscribe a la tutela de las libertades
públicas consagradas por aquéllos. Este orden, que no persigue la
potencia, el brillo del Estado ni su gloria, sino la libertad477 asocia-
da a la protección de los ciudadanos contra los abusos del poder
público, parece describir el telos de la constitución liberal. El acta
militar del 16 de abril que inaugura el movimiento, suscrita por el
comandante general, Juan de Elizalde, dice así:

Hé considerado que jamás ejercería la influencia del empleo


de que estoy encargado, de un modo mejor, ni mas digno de un
pueblo libre, que cuando hiciese conocer á la fuerza armada, que
su formidable poder lo ha recibido para indemnizar las libertades
públicas [...]478

Y agrega:

En este conflicto ha sido preciso hacer un esfuerzo en aucsilio


de su opinion oprimida, y la fuerza armada de la guarnicion se
ha prestado gustosa á este saludable objeto. Guayaquil es libre. El
Ilustre Cuerpo Municipal, que tiene una parte de su representa-
cion, deve inmediatamente escuchar sus votos, para que en nin-

476
AGN, Sección República, Historia, t. 1, fol. 158r.
477
Montesquieu, De l’esprit des lois, lib. XI, cap. 5 y 7.
478
AGN, Sección República, Historia, t. 1, fol. 158r.

207

la majestad(1).indd 207 4/26/10 9:02:26 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

gun tiempo, se diga que la transformacion se ha hecho por solo el


impulso de la fuerza. Desde este momento la fuerza publica solo
se reconoce con actividad para cumplir las ordenes que reciva de
las autoridades que se constituyan popularmente479.

Esta correspondencia entre poder civil y militar marca la es-


tructura general de éste y de todos los pronunciamientos. En cada
lugar, cabildo y milicia se pronuncian a una sola voz: el prime-
ro le da expresión a la voluntad del pueblo; la segunda refrenda,
mediante la fuerza, la expresión de sus libertades. Sin embargo,
esta concomitancia no implica una secuencia cronológica. Con
frecuencia el momento civil sucede al militar, regularizando un
primer paso de dudosa legitimidad. El 6 de abril de 1827, desde el
cuartel general de Montecristi, en comunicación al jefe superior
general de brigada, José Gabriel Pérez, el jefe de la división insu-
rrecta afirma:

[…] la division no conoce otra autoridad en estos departamen-


tos que sus cabildos: como colombianos han elegido estos depar-
tamentos para ecsistir, y como soldados de la libertad han logra-
do sostenerlos en aptitud que puedan manifestar francamente su
opinion á la faz del mundo entero480.

El movimiento de Guayaquil se proclama como uno de lucha


de la libertad contra la tiranía, ahora encarnada en Bolívar. Esta
referencia a la independencia refuerza su sentido y lo reviste de un
potencial extraordinario. Elizalde no duda en advertirlo:

En esta provincia ha tenido la Division la acojida que debe su-


poner V. S. la misma que tendrá en esa capital, y en todos los pue-
blos de Colombia: recuerdo á V. S. la suerte de Iturbide, é igual-
mente por q. los colombianos que componen esta division hace
mucho tiempo que han jurado ser libres ó no ecsistir: recuerde V.
S. tambien cuan descabellado era para los mandatarios españoles
nuestra pretencion de ser libres; mas ella se ha realizado. Quie-
ra Dios que jamas se diga que un colombiano ha traicionado su

479
AGN, Sección República, Historia, t. 5, fols. 14v y 15r.
480
AGN, Sección República, Historia, t. 1, fol. 158r.

208

la majestad(1).indd 208 4/26/10 9:02:26 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

patria; y así es que, espera esta division ver llegar muy pronto el
dia, no solamente en que nos consolidemos, sino en el que S. E.
el Libertador, apareciendo el modelo de los mejores ciudadanos,
mediante el paso indicado, sea la gloria eterna de Colombia481.

La libertad, eje de la reivindicación que organiza el levanta-


miento y que le confiere su legitimidad, aparece como un anhelo
colectivo, una fuerza irrefrenable, un propósito impostergable se-
llado por los sacrificios pasados y por venir.

Conosemos la uniformidad de vuestros sentimientos con los


nuestros. Sostengamos pues á una la causa mas justa, noble, y glo-
riosa que puede jamas interesar á un ciudadano, la de la Libertad.
No se manche de ningun modo la dignidad, y decoro de la Repu-
blica con el borron feisimo de la Dictadura, que si abominable,
é ignominiosa en si, es enteramente opuesta á la sabia, y liberal
Constitucion que nos rije. Colombianos! Unamos estrechamen-
te en intenciones y esfuerzos, por la Salud de la Patria, fuera de
nosotros el interes particular, y todo espiritu de partido. Nuestro
mote sea siempre Congreso, Constitucion. Asi se perpetuará nues-
tra gloria, y habremos desempeñado cumplidamente nuestros
mas sagrados derechos [...]482

Pero detrás de estas afirmaciones de adhesión a un liberalis-


mo que no parece admitir duda —la aserción de un Estado de
derecho en contraposición a un Estado de fuerza, la referencia al
Congreso, y a través de él a la doctrina de la división de poderes, y
al gobierno representativo, así como la insistencia en la Constitu-
ción que alberga el ideal de un sistema de garantías de la libertad
individual— aparecen indicios que señalan la persistencia de una
libertad de corte más republicano483. Y ésta se corresponde con
una concepción orgánica de la comunidad política. En efecto, en

481
AGN, Sección República, Historia, t. 1, fol. 158v.
482
AGN, Sección República, Historia, t. 5, C 1, fol. 4.
483
Alfredo Cruz Prados, «Republicanismo y democracia liberal: dos conceptos
de participación», Anuario filosófico, No. XXXVI/1, 2003, pp. 83-109; Jean-Fabien
Spitz, La liberté politique. Essai de généalogie conceptuelle, Paris, Presses Universitaires
de France, 1995; Quentin Skinner, Liberty Before Liberalism, Cambridge, Cambridge
University Press, 1998.

209

la majestad(1).indd 209 4/26/10 9:02:26 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

su comunicación al Secretario del Interior, cuando le remite copia


del acta del 16 de abril de 1827, la municipalidad afirma:

De éste modo Sr. Ministro, los mismos ajentes del govierno no


contentos con alarmar las costumbres publicas, ejercen vejaciones
sobre estos pueblos, los han degradado, hasta hacerlos el blanco
dela ira entre los propios, y del desprecio, y abyeccion entre los
estraños. Esta cadena de males cada dia robustecia sus eslabones,
y el pueblo de Guayaquil se creyó eternamente reducido ala con-
dicion de las antiguas provincias romanas. La Municipalidad, Sr.
Ministro, nada pondera, nada dise respecto delos insultos efecti-
vos que aquejan á este pueblo. La miseria á que sele ha constitui-
do, es uno de sus menores males; sino lo huviesen hecho insopor-
table otros actos repetidos, que le afrentaban con la esclavitud a
que se le habia degradado484.

Pocos días después, cuando eleva su acta, Guayaquil insiste de


nuevo en que su pronunciamiento fue motivado por la desidia y el
descuido de las autoridades, que la habían degradado al estado de
esclavitud; se queja de que éstas se hubieran rehusado a protegerla
política y militarmente en el momento del levantamiento de la ter-
cera división en Perú, el 26 de enero anterior. Ante la inminencia
de la invasión, denuncia las execraciones y persecuciones de las
autoridades, que finalmente abandonaron la capital485. Esclavitud
y degradación. Esta contraposición sirve para apuntalar una idea
de libertad próxima a la de libertad civil del ideal clásico de civitas
libera 486 . Aquí aparece además apoyando un proyecto independen-
tista, dándole sentido, de la misma manera que este ideal había
servido a la independencia de las Trece colonias de América del
Norte487. La libertad del cuerpo político se vislumbra por analogía

484
AGN, Sección República, Historia. t. 5, fols. 18-22. Comunicación de la Munici-
palidad de Guayaquil al Secretario del Interior, en la que se envía copia del acta del
16 de abril de 1827 y se justifica dicha acción.
485
AGN, Sección República, Historia, t. 5, fols. 18-22. Comunicación de la Munici-
palidad de Guayaquil al Secretario del Interior, en la que se envía copia del acta del
16 de abril de 1827 y se justifica dicha acción. Ver en particular fol. 19 v: «Un pueblo
esclavo solo cree ganar para sus amos».
486
Quentin Skinner, Liberty Before Liberalism, op. cit.
487
Ibid. Tesis que tiene su origen en el derecho y la moral romanos, y que fue
readoptada por el republicanismo durante el Renacimiento, particularmente por

210

la majestad(1).indd 210 4/26/10 9:02:26 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

con el cuerpo natural como manifestación de la autonomía, de la


capacidad de obrar sin sujeción a la voluntad de otro488. Cuando las
autoridades se separan de la voluntad de los pueblos, cuando éstos
no prestan su consentimiento a la elaboración de las leyes que ri-
gen sus movimientos, caen indefectiblemente en la esclavitud. En
esta construcción, tan ajena al liberalismo decimonónico, libertad
civil y obligación política no son antitéticas sino coincidentes.

LOS JUSTOS DESEOS DE LOS PUEBLOS

El 25 de julio de 1827, Guayaquil, siguiendo el camino que unos


meses antes había trazado Valencia, se proclama partidaria de un
gobierno federal sin renunciar a su pertenencia a la nación co-
lombiana489. Para entonces se vislumbra ya la unidad de los de-
partamentos del sur. Dos argumentos se esgrimen para apunta-
lar estas determinaciones: la negativa del gobierno a responder a
sus demandas, en particular, la persistente reivindicación de una
reforma de la Constitución y la escasa legitimidad del Congreso
nacional, en el que los departamentos de la antigua Venezuela
y los distritos del sur estarían subrepresentados. El constituyente
de 1821 le había conferido un carácter transitorio a la Carta: su
artículo 191 estipulaba que debía ser revisada una vez liberado el
territorio y «después que una práctica de diez o más años» pusie-
ra en evidencia sus inconvenientes y ventajas. En consecuencia,
convocar a la Convención encargada de examinar o reformar el
marco constitucional de Colombia, antes de 1831, era inconstitu-
cional490. Su anticipación anima un profundo debate en torno a la

Maquiavelo y los partidarios de Cromwell en Inglaterra. Más tarde serviría para


justificar la independencia de las colonias inglesas.
488
Ibid., pp. 33 y ss. «Toda persona que depende de la voluntad o “buena voluntad”
de otro se encuentra en un estado de obnoxius, expuesto perpetuamente al sufri-
miento y al castigo, viviendo como subordinados. Salustio señala que vivir en esa
condición es vivir privado de libertad civil. Séneca define la esclavitud en términos
semejantes: estado en el que los cuerpos de personas son obnoxia, se encuentran a
merced de sus maestros, a quienes están atribuidos. Tácito emplea el mismo con-
cepto para referirse a quienes viven a merced de otros, dependientes, habiendo
renunciado a su libertad».
489
AGN, Sección República, Historia, t. 5, fol. 193r. Acta de la Municipalidad de
Guayaquil, 25 de julio de 1827.
490
«Artículo 191. Cuando ya libre toda o la mayor parte de aquel territorio de la Re-

211

la majestad(1).indd 211 4/26/10 9:02:26 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

aptitud del constituyente para autolimitarse y, consecuentemente,


sobre la legitimidad de una constitución resultante de un poder
convocado en contravía de las disposiciones constitucionales vi-
gentes. Algunas provincias denuncian la ilegitimidad de la que
participaría un texto cuyo trámite estaría viciado en su origen:

Sean cuales fueren las miras de los que anhelan reformas pre-
maturas de la Constitucion, Boyacá jamas secundará un procedi-
miento que daría un golpe funesto á la estabilidad de la Republica,
que quitaría el caracter de sagrado é inviolable á cualquier codigo
constitucional, y que haría créer que los Colombianos tenian una
versatilidad pueril que los pondría en la incapacidad de consti-
tuirse con solidez. Si algunas municipalidades y autoridades en
otros departamentos han creido tener facultades para proclamar
la dictadura y provocar la reunion de una asamblea general que
reforme desde luego la constitucion, apesar de no haber llegado
el periodo que ella señala, las del departamento de mi mando al
paso que ven en la constitucion los medios de ensanchar en casos
urjentes los limites de poder, sin debilitar la sancion popular, sin
hacer dormir las leyes, y sin recurrir á un remedio que sepulto la
libertad de Roma, conocen que no teniendo otras atribuciones
que las que les dan las leyes, no han recibido para esto mision al-
guna del pueblo, que un tal acto sería atentatorio contra el funda-
mento mismo de su autoridad y de su representacion, y que jamas
podria ser el orijen de un poder lejitimo […]491

El debate no sólo tiene como eje el reconocimiento del princi-


pio democrático que hace del pueblo el sujeto del poder constitu-
yente, sino que le da una expresión particular a la tensión entre
el pueblo-principio y el pueblo-real492. En efecto, no se trata úni-
camente de preguntarse por el alcance del principio que refiere

pública que hoy está bajo el poder español, pueda concurrir con sus representantes
a perfeccionar el edificio de su felicidad, y después que una práctica de diez o más
años haya descubierto todos los inconvenientes o ventajas de la presente Constitu-
ción, se convocará por el Congreso una gran Convención de Colombia autorizada
para examinarla o reformarla en su totalidad». Ver Manuel Antonio Pombo y José
Joaquín Guerra, Constituciones de Colombia, op. cit., t. III, pp. 65-104.
491
AGN, Sección República, Historia, t. 5, fol. 852.
492
Pierre Rosanvallon, Le peuple introuvable…, op. cit., pp. 35 y ss.

212

la majestad(1).indd 212 4/26/10 9:02:26 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

la soberanía al pueblo, por su aptitud para colocarse antes y por


encima de cualquier disposición legal o constitucional que supon-
ga una limitación a su potencia, sino que plantea un interrogante
radical por el pueblo en cuanto sujeto político y por su represen-
tación. La soberanía popular describe una potencia que no ad-
mite una articulación directa a lo social. Desde esta perspectiva,
los pronunciamientos de «los pueblos» se denuncian. Se afirma
que discurren al margen de la legalidad y que adolecen de una
incapacidad para representar la verdadera opinión del Pueblo. En
sus consideraciones al Congreso para objetar el proyecto de ley
que convocaba a la convención constituyente en agosto de 1827,
Santander afirma:

Allí se asegura que la opinión pública se ha dividido sobre la conve-


niencia de las actuales instituciones, y se han emitido votos por su reforma.
¿En dónde se ha pulsado la opinión pública? Esas actas ilegales y
tumultuarias cuyo origen nadie desconoce, esos periódicos que
han dictado el odio y las personalidades, esas asonadas de que la
milicia ha dado repetidos ejemplos, permítame el congreso decir
que son fuentes turbias en las cuales no se puede tomar la verda-
dera opinión nacional de un pueblo […]493

Finalmente, el Congreso reconoce en la voluntad de los pue-


blos la expresión de la voluntad popular, y proclama la doctrina
que hace del Pueblo el sujeto del poder constituyente, reconocien-
do su potestad constitutiva como un derecho inalienable. De esta
manera, lo coloca antes y por encima de todo precepto constitu-
cional, y le abre paso a la Constituyente. Por este camino, todas
las atribuciones y poderes quedan sujetos a él. Pero al tiempo que
reconoce este precepto fundamental de la doctrina democrática,
reafirma la tesis de la representación de su soberanía, que había
consagrado en la Carta de 1821, y refiere, una vez más, la formula-
ción de la Constitución por venir a un cuerpo constituyente. Así,
la tensión entre los pueblos y el Pueblo se traslada a las elecciones
de los diputados que debían concurrir a Ocaña, y a la naturaleza
de la representación que ella debía instaurar.

493
La Convención de Ocaña..., op. cit., t. 1, No. 22, p. 198 (las cursivas son del origi-
nal).

213

la majestad(1).indd 213 4/26/10 9:02:27 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Enfrentada a la exigencia de realizar la unidad, la Convención


deja ver los límites del dispositivo que busca que el Pueblo figure
como Uno mediante la abstracción ciudadana. Para los contem-
poráneos, la igualdad de los hombres no está referida únicamente
a sus derechos sino también a sus opiniones. Al sustancializar la
igualdad por esta vía, la suerte de la constituyente instalada en
Ocaña el 9 de abril de 1828 queda comprometida, y el camino
al liberalismo se cierra. Escindida entre facciones, atrapada entre
denuncias de elecciones fraudulentas, el 11 de junio de ese mismo
año se suspenden las sesiones. El objetivo de conferirle a la Repú-
blica un nuevo marco constitucional no se ha realizado. De esta
manera, la secuencia de pronunciamientos que proponía reinsti-
tuir a las comunidades de base y refundar la unidad política, esta
dinámica que se ofrecía como una federación entre comunidades
territoriales igualadas494, apoyadas en el derecho de gentes, fue
suspendiendo gradualmente la vigencia de todo marco constitu-
cional sobre el territorio nacional.

Dura cosa es decirlo; pero nos hallamos en la necesidad de


manifestar que la constitucion de 1821 es abiertamente desobe-
decida en muchas partes del país, irrespetada en otras, y mirada
con indiferencia y atacada descaradamente casi en todas [...] No
es probable que un gobierno, como sucede desgraciadamente con
el nuestro, cuyos actos no tienen fuerza en una muy considerable
y la mas importante seccion de la República, cuya autoridad es
desconocida en otras, y cuya ecsistencia depende acaso, mas de
la debilidad y division de los que se le oponen, que de su propia
fuerza, continúe por mas tiempo, bajo cualquiera respecto: ni es
del interes de aquellos para cuya seguridad personal se estableció,
que esto suceda cuando ya ha dejado de ser adecuada al fin para
que se instituyen todos los gobiernos. En cualquier sistema es ne-
cesario, al menos, que los poderes del gobierno delegados por el
pueblo, tengan una fuerza moral que hagan respetar sus ordenes,
y una fuerza fisica que las haga obedecer. Si asi no fuere, falta el
fin para que se establecieron, y el depósito que el pueblo hace de

494
Marie-Danielle Demeélas-Bohy, «Pactismo y constitucionalismo en los Andes»,
en Antonio Aninno, Luis Castro Leyva y François-Xavier Guerra (comps.), De los
Imperios a las naciones…, pp. 495-510.

214

la majestad(1).indd 214 4/26/10 9:02:27 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

sus naturales derechos para obtener ciertos goces, es innecesario


y mas que inútil495.

Finalmente, sobre el vacío constitucional que surge con el fra-


caso de la Convención de Ocaña, la dictadura se abre paso.

«UN GOBIERNO BASILANTE ARRUINA PARA SIEMPRE»496

El 13 de junio de 1828, Bogotá se pronuncia desconociendo los


actos de la Convención497, de la que dos días antes se había levan-
tado un conjunto de diputados alegando que su permanencia en
ella se ofrecía como un medio para el triunfo de las intrigas y ma-
quinaciones de las facciones que habitaban en su seno. Apelando
al Libertador como único medio capaz de evitar la guerra civil y
los horrores de la anarquía, toma «sobre sí la salvación de la pa-
tria, la custodia de su gloria y de su unión, creando una autoridad
que aniquile la anarquía y le asegure la dicha, independencia y
libertad»498. Al igual que en ocasiones anteriores, este movimiento
desata una oleada de pronunciamientos orientados a reconstituir
la unidad. Pero ahora, inaugurando un movimiento pendular que
marca el período 1826-1831, el fracaso de la tentativa de recompo-
sición del orden desde abajo orienta el propósito de realizarlo des-
de arriba mediante el reconocimiento unánime del Libertador,
padre y salvador de la patria.
El ritmo de esta secuencia está marcado por la estructura terri-
torial de la República. El acta de Bogotá resuena en las capitales
de departamento, desde donde se invoca a cantones y parroquias
a manifestar su adhesión al caudillo499. En ocasiones, los pronun-

495
AGN, Sección República, Historia, t. 5, fols. 116r., El Constitucional, No. 143.
496
«Representación de los Havitantes de la provincia del Chimborazo», AGN, Sec-
ción República, Historia, t. 5, fol. 306r.
497
La Convención de Ocaña…, op. cit., t. 2, pp. 283-286.
498
Ibid, La Convención de Ocaña…, op. cit., t. 3, pp. 5-6. «El Libertador aprueba el
acta de Bogotá», en Gaceta de Colombia, No. 353, Bogotá, 1828 (22/6).
499
La secuencia de actas a favor de la dictadura de Bolívar no deja dudas. El Soco-
rro se pronuncia el 17 de junio de 1828, Chiquinquirá el 18, el cantón de Tocaima
ese mismo día, seguido por sus parroquias de Viotá el 20 de junio y San José de
Nilo el 22; Piedecuesta el 21, Guateque el 22, Cartagena el 23, Bucaramanga el 24,
Mariquita el 25, Guaduas el 26, Riohacha el 30; Marinilla y Mérida el 1 de julio, An-

215

la majestad(1).indd 215 4/26/10 9:02:27 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

ciamientos se originan en la milicia, pero pronto se extienden a las


autoridades civiles y desde allí se proyectan sobre su jurisdicción:

Haviendo recibido el pronunciamiento solemne hecho en la


Capital de Bogotá á trece de Junio del presente año la mandó pu-
blicar en diez del corriente con el aparato necesario concurrien-
do a dicha publicacion el Escuadron de Caballeria de Milicias de
esta Villa, el Piquete de Ynfanteria aucsiliar que recide en ella,
y la mayor parte o casi toda de los Vecinos de ambos secsos en
donde manifestaron todos á una voz con repetidos vivas y aclama-
ciones adherirse en todas sus partes al espresado pronunciamien-
to de la Capital. No obstante esta publica y jeneral demostracion
del Vecindario; y considerando el mismo Jefe que para resolver
debidamente sobre el pronunciamiento de esta Villa, era precisa
y necesaria la concurrencia de los SS. Curas, Alcaldes, y demas
personas visibles de las siete Parroquias comprensivas á ella: man-
do convocarlas publicando y circulando la Proclama, y auto que
copiados á la letra, son del tenor siguiente [...] Atended pues á la
Crisis presente, y depositad vuestra confianza en el Anjel tutelar
SIMON BOLIVAR 500.

Como en un juego de dominó, los pronunciamientos de los


pueblos responden al acta originaria, y con frecuencia mantienen
su estructura 501. A diferencia de los pronunciamientos de Vene-
zuela de 1826, esta secuencia conserva elementos de la jerarquía
histórica entre pueblos y lugares. Sin que estos pronunciamien-
tos se acompañen de modalidades explícitas de afirmación de la
preeminencia, una especie de pirámide corporativa se visibiliza.
Conformándose a la declaratoria de la cabecera inmediatamente
superior, reflejo a su vez de la de la capital, los pueblos desconocen
las resoluciones de Ocaña, viciadas por «las sugestiones del espí-
ritu de partido»502; en consecuencia, revocan los poderes de sus

tioquia el 3, Panamá el 5, Barinas el 6, Pasto el 7, Guayaquil el 12, Ibarra el 13, y así


sucesivamente (La Convención de Ocaña, op. cit., t. 3, pp. 9-18, 23-36, 39-44 y 47-60).
500
AGN, Sección República, Historia, t. 5, fol. 348. Acta de Otavalo, 13 de julio de 1828.
501
Ver, por ejemplo, las actas de Bogotá, Tunja, Mariquita y el Socorro, entre otros,
en La Convención de Ocaña…, op. cit., t. 3.
502
Ibid., t. 3, pp. 3-4. Noticia sobre el acta del 13 de junio de 1828, Gaceta de Colom-
bia, No. 352, Bogotá, 1828 (19/6).

216

la majestad(1).indd 216 4/26/10 9:02:27 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

representantes en la Convención, denunciando en algunos casos


el origen fraudulento de su elección503, y recubren al Libertador de
todas las facultades por tiempo indefinido504:

[...] impuestos en el pronunciamiento solemne hecho en la Ciu-


dad de Bogotá Capital de la República, en 13 de Junio, y allandose
este acto por el mas asertado, y capas para la Felicidad de Colom-
bia, una aclamacion que tanto deciaba este pueblo por la Justicia
á nuestro Libertador Precidente, á quien le deve toda la Republi-
ca su existencia politica, en alta voz dijimos 1° Que aprovamos
la acta echa en Bogotá, y que protestamos no obedeser, y que de
ningun modo obedeseremos qualesquiera Autos, y reformas que
emanen de la Convencion reunida en Ocaña, como que no son ni
pueden ser le exprecion de la voluntad general. 2a Que por ello
rebocamos los poderes á los Diputados por la provincia de Tunja
en la Convencion reunida en Ocaña que jusgamos ilegitima, y cu-
yos diputados deben retirarse inmediatamente de aquel cuerpo.
3a Que el Libertador Presidente se encargue exclusivamente del
mando Supremo de la Republica con plenitud de facultades que
por nuestra parte le consedemos en todos los ramos, los que orga-
nisara del modo que jusgé mas combeniente para curar los males
que interiormente aquejan la Republica Conservar la union, ase-
gurar la independencia, y restablecer el credito exterior, cuya Au-
toridad exersera hasta que estime oportuno convocar la Nacion
en su representación505.

Bolívar, revestido de un carácter excepcional, propone una for-


ma de realización del imperativo unanimista. El Libertador es uno
y único. Entre él y su pueblo obra un misterio semejante al que
media entre Dios y el suyo. Los pueblos se declaran dispuestos a
sacrificar sus intereses y a verter su sangre por él, porque la sangre

503
Ibid., t. 3, pp. 283-286. El «Acta de Pronunciamiento de Bogotá que desconoce la
Convención de Ocaña», y pp. 17-18, «Acta de la Municipalidad de Piedecuesta».
504
Sobre la dictadura y su expresión clásica, además de Carl Schmitt, La dictature,
Paris, Seuil, 2000, reviste enorme interés Mario Turchetti, Tyrannie et tyrannicide de
l’Antiquité à nos jours, Paris, Presses Universitaires de France, 2001, dos t.
505
AGN, Sección República, Historia, t. 1, fols. 770 y ss. Las parroquias de Macanal,
San Fernando y Chinavita acogen la decisión de la cabecera de cantón.

217

la majestad(1).indd 217 4/26/10 9:02:27 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

y la vida del Libertador son las suyas506 . De esta manera, ellos viven
en él, y en su inmortalidad se realizan la perennidad y trascen-
dencia de Colombia. La fuerza de esta identificación refunde la
pluralidad social transformándola en una unidad que se expresa
en él. Así, la ecuación pueblos/Pueblo se realiza en el caudillo y la
soberanía de aquéllos se manifiesta en la voluntad de éste.
Ahora bien, el halo trascendente que lo rodea participa de una
ambigüedad fundamental. El intendente de Guayaquil le da una
extraordinaria expresión a esta idea en su carta de septiembre del
26, dirigida a José Hilario López, cuando afirma:

[…] El genio inmortal á quien hemos proclamado por DIC-


TADOR tiene en si un valor inmenso que VS. conoce, y que yo
no puedo osadamte. describir sin quedar deslumbrado, y absorto
conciderandolo. El Sol en el centro del uniberso, el Chimborazo
alla en elevacion celeste, y el firmamto. bordando las obras de la
Naturaleza, son menos ficicamente que SIMON BOLIVAR en las
Sociedades de los mortales507.

A pesar de su elevación, Mosquera refiere la autoridad del Li-


bertador a la sociedad de los mortales. Él no recompone la jerar-
quía del Ser. Su presencia ya no asegura una mediación entre el
más acá y el más allá. Su potestad es ilimitada porque la salvaguar-
da de la comunidad, del orden y de la paz define su competencia.
Su lugar y la naturaleza del poder que detenta describen una supe-
rioridad indiscutible, pero aparecen referidos al orden mundano
que debe asegurar y perpetuar508.
En esta simbiosis entre pueblos y caudillo, el estado de excep-
ción509 política asume ciertos rasgos. Los pueblos, fundamento de
legitimidad del poder, dan su consentimiento unánime a la sus-
pensión de las leyes y a la instauración de facultades extraordina-

506
AGN, Sección República, Historia, t. 1, fol. 956. El Rejenerador de Boyacá, No. 7,
Tunja 17/10/1830.
507
AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, t. 92., fol. 140r.
Comunicación del intendente de Guayaquil, Tomás Cipriano de Mosquera, a José
Hilario López, en septiembre de 1826.
508
Marcel Gauchet, L’avènement de la démocratie, op. cit.
509
Giorgio Agamben, Homo sacer. Il potere sovrano e la nuda vita, Torino, Einaudi,
1995; Mario Turchetti, Tyrannie et tyrannicide…, op. cit., t. I, pp. 129-163.

218

la majestad(1).indd 218 4/26/10 9:02:27 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

rias. Este estado de excepción negociado, transigido, se presenta


como una medida transitoria encaminada a crear condiciones
para la reunión de un poder constituyente que decida el futuro de
la República —en este sentido, retoma atributos de la dictadura
conciliar romana—, pero en todo caso supeditado a la decisión
del caudillo. Él decide su extensión y le da su contenido. Pacto por
el que los pueblos renuncian a su soberanía en favor de una auto-
ridad absoluta encargada de asegurar su salvación por el tiempo
que demande la realización de este propósito fundante.

[...] siendo el Exmo Señor Libertador Presidente Simón Bo-


lívar la única autoridad suprema legal que ha quedado aunque
como tal puede declararse con facultades extraordinarias, y sus-
pender el Espiritu de las Leyes, sin embargo conociendo que S.E.
quiere obrar por el unanime Consentimiento de los Pueblos es
la absoluta [ilegible] de las subscritas autorizalo plenamente en
todos los ramos de Administracion con todas las facultades que le
competen para que pueda salbar la Republica de los peligros que
la amenasan, y tranquilisada combocar el cuerpo soberano de la
nacion para que decida de su futuro sistema de gobierno510.

Sin embargo, a partir de octubre aparecen las primeras expre-


siones de resistencia. La división constitucional del Cauca, al man-
do del general José María Obando, se levanta en defensa de la
libertad, reclamando la restauración del régimen constitucional y
de las leyes511. La reacción coincide en mucho con el movimiento de
Guayaquil del año anterior.
El triunfo de la división, en el contexto de la profunda desigual-
dad de las fuerzas en contienda, le confiere un aura providencial
al movimiento:

Proclama. El Jefe a la Divicion Constitucional del Cauca. Com-


pañeros. La mas noble resolucion os hizo tomar las armas, y po-
neros en campaña. La santidad de vuestra causa os hizo triunfar.
Inferiores en numero; pero mayores en opinion justicia y audacia;

510
AGN, Sección República, Historia, t. 2, C. 3, fols. 720 y ss. Acta de la Ciudad de
San Gerónimo de Nóvita, agosto 17 de 1828.
511
Obando se levanta el 12 de octubre de 1828.

219

la majestad(1).indd 219 4/26/10 9:02:27 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

muy mal armados pero resueltos á morir; he aqui los elementos


con que vencieron trescientos libres, á ochocientos miserables es-
clabos512.

Reunida la municipalidad y convocado el pleno del pueblo, éste


readopta la Constitución de Cúcuta y afirma su derecho a armarse
contra la autoridad ilegítima:

Los pueblos que pierden las garantias por medios violentos,


tienen el incuestionable derecho de recobrarlas por los mismos
medios: tal es el estado en que se hallan los del Cauca. La insu-
rreccion es Santa cuando tiene por objeto volver al goce de los
principios sociales que algun despota ha querido desconocer por
sus propios fines; y esta es la revolucion firme y simultanea que
han tomado los hombres de todo este distrito que tengo el honor
de mandar. La guerra es el mal mas grande, es verdad; pero ella es
el arca en que se salvan los Estados oprimidos: un grito la ha pro-
clamado antes que vivir los que lo han dado agoviados bajo de un
yugo mas insoportable que el que sacudió la america del Sur513.

Este movimiento señala los límites del carisma del héroe para
borrar la mancha de ilegitimidad que pesa sobre su gobierno. En
septiembre de 1829 514, el general José María Córdoba encabeza el
levantamiento en Antioquia. La defensa de la libertad, propósito
que sella el largo y penoso proceso independentista, alimenta la
revuelta en el curso de la cual Córdoba muere515. Desde Venezue-
la, los generales Páez y Mariño dirigen a su vez levantamientos
contra el gobierno. Denuncian también los conatos monarquistas
bolivarianos y reivindican una vez más la creación de un Estado
que reúna las provincias de la antigua Capitanía General de Ve-
nezuela. En enero de 1830 se instala el Congreso Admirable516, en
un esfuerzo por refundar la República y darle un marco constitu-

512
AGN, Sección República, Historia, t. 2, C. 2, fol. 359. Popayán, 17 de noviembre
de 1828.
513
AGN, Sección República, Historia, t. 2, C. 3, fols. 725-726. Carta de Obando a
Bolívar, Campo de la Libertad, 14 de octubre de 1828.
514
Levantamiento del 8 de septiembre de 1829.
515
Córdoba muere en El Santuario el 27 de septiembre de 1829.
516
Enero 2 de 1830.

220

la majestad(1).indd 220 4/26/10 9:02:27 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

cional que concite apoyo. Apenas dieciocho días después, ante ese
Congreso, Bolívar anuncia su renuncia irrevocable. Desde octubre
del año anterior, Quibdó había prefigurado la suerte de la Cons-
tituyente:

[…] que el poder absoluto del general Bolívar era el oprovio


de los pueblos, y el orijen de sus desgracias, y miserias, que este
hombre ingrato á la confianza jenerosa de sus conciudadanos, los
tiraniza con el poder despotico que usurpó, estableciendo sobre
vaces durables la acsecrable monarquía cubierta con el velo de
gobierno republicano, y ultimamente que ningun bien debe es-
perarse de las deliberaciones del proximo congreso, por que este
cuerpo formado en la mayor parte á voluntad del tirano y abra-
zando la mayoria con arreglos á sus instituciones, no puede pro-
ducir otra cosa que tirania y degradacion para los pueblos517.

Nacido de una autoridad viciada, el Congreso participa irreme-


diablemente de su ilegitimidad. Pero, además, al resquebrajarse la
referencia simbólica del orden, la comunidad queda desprovista
de un referente capaz de acotar la conflictividad social518. El debili-
tamiento de este registro simbólico se acompaña de una hipertro-
fia del imaginario. Las relaciones duales –la fascinación y el odio,
la amistad y la enemistad– irán copando poco a poco las represen-
taciones de lo social y radicalizando las contraposiciones políticas.
El gobierno del presidente Joaquín Mosquera queda atrapado en
esta lógica. Para finales del año, el tono del debate político está
irremisiblemente permeado por ella:

Colombia ha sido atacada de una fiebre putrida, del liberal


mortifero veneno, se trabaja con calmantes, y aguas de viejas, se
mudan sabanas con frecuencia, pero estos humores corrompidos
quedan, ellos labran la ruina á este gran cuerpo in vanum labora-
verunt. [...] Podrá haber tranquilidad, sin uniformarse la opinion
sana de los pueblos habitados por los perturbadores Marquez,

517
AGN, Sección República, Historia, t. 3, fol. 23. Acta de Quibdó, 2 de octubre de
1829.
518
Pierre Beckouche, «Le symbolique. Une approche lacanienne pour les sciences
sociales», Le Débat, No. 126, 2003, pp. 174-191.

221

la majestad(1).indd 221 4/26/10 9:02:27 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Soto, Azueros, Gomez Plata, Arrublas, Montoyas, Barrigas, Gaita-


nes, i su perversa madre, i mil mas que han llevado al presipicio
la nacion? [...]
Sesarán los males del Sur teniendo en su centro los aléves Lo-
pes, i Obando el Patiano? Gozarán de tranquilidad Tunja, i Vélez,
teniendo los Banegas i Flores individuos bien conocidos de los
pueblos como perturbadores del orden social? [...] No está hu-
meando la sangre de los infelices labradores, artesanos, i hombres
pacificos que han sido inmolados sobre las aras de la ambicion,
por sostener la faccion liberticida contra sus sencillos sentimien-
tos? Como responderán á Dios, i á la Nacion de estos tan enormes
crimenes consumados, por adquirir empleos, por sostener los que
ya poseían, y por hacer fortuna particular sobre las ruinas de la
nacion?519

Entre tanto, la inestabilidad activa los pronunciamientos de los


pueblos. A partir de enero, Maracaibo520 y otros pueblos del Zulia
se pronuncian a favor de la unión con Venezuela. El 4 de abril de
1830, el Casanare los sigue, afirmando su separación del gobier-
no de Bogotá, y poniéndose bajo la protección del general José
Antonio Páez. La Independencia, sostiene, fue una lucha por la
libertad y por el establecimiento de un gobierno liberal. La ame-
naza de ruina en que la tiranía del gobierno de Bogotá la tiene,
la impulsa a obrar en consecuencia. El Acta de Pore denuncia de
esta manera la ilegitimidad del gobierno, marca no ya de su origen
sino de su incapacidad para realizar las funciones para las cuales
había sido instituido.

Que el gobierno de Bogotá, de quien ha dependido, no la ha


reputado sino como una colonia y peor que lo hacia la España á las
que tenia en America, pues aquella por interes de sacar mas jugo
cultivaba la viña, recomendando a sus madatar. el mayor esmero
en este trabajo, en tanto que el Gobierno de Bogotá despues de
que para su creacion importó el sacrificio de millares de victimas
casanareñas, vea esta con el mayor desprecio enviandole Gober-

519
AGN, Sección República, Historia, t. 1, C. 3, fol. 946. El Rejenerador de Boyacá,
Tunja, 3 de octubre de 1830.
520
Pronunciamiento del 16 de enero de 1830.

222

la majestad(1).indd 222 4/26/10 9:02:27 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

nadores que no vajan de la Serrania, que no vicitan los Pueblos ó


Cantones, y que por el mismo hecho ignoran las necesidades de
ellas […]521

En mayo de 1830, al mismo tiempo que se instala el Congreso


de Valencia, Quito se pronuncia a favor de la constitución del Sur
en un nuevo Estado, proclama como jefe supremo del mismo al
general Juan José Flores e invita a los pueblos del departamento
a «uniformar sus sentimientos» con el suyo522. Apenas dos meses
después, en el contexto de una estabilidad endeble manifiesta en
las dificultades que experimenta el gobierno para hacer jurar la
Constitución, el batallón Callao se declara en rebelión contra el
gobierno y le abre paso de nuevo a la excepcionalidad política. El
2 de septiembre, Bogotá se pronuncia a favor de Bolívar y declara
al general Rafael Urdaneta encargado del poder ejecutivo hasta
el regreso del Libertador. Los pueblos entonces se levantan, pro-
nunciándose en su favor523. Los argumentos se repiten: las autori-
dades nombradas por el Congreso han desaparecido, la nación
ha quedado acéfala, la heterogeneidad amenaza con sumirla en
una guerra intestina 524. En consecuencia, los pueblos reasumen el
pleno de su «soberanía, expontanea y libremente». La prudencia
recomienda adherir al pronunciamiento originario, sin que ello
suponga un reconocimiento de la aptitud de Bogotá de darle un
gobierno a la República. Los pueblos acogen el gobierno proviso-
rio del general Urdaneta hasta el regreso del Libertador. En los
límites de la República, la refrendación del pacto se acompaña,
como en otros momentos, de movimientos oscilantes: Riohacha 525,

521
AGN, Sección República, Historia, t. 1, C. 3, fol. 906-907.
522
AGN, Sección República, Historia, t. 5, fol. 548. Acta de Otavalo, 23 de mayo de
1830.
523
Cronológicamente, los pronunciamientos a favor de Bolívar y Urdaneta en la
Nueva Granada, en septiembre de 1830, se pueden seguir de la siguiente manera:
Bogotá, el 2; Cartagena, el 3; Mompós y Cali, el 9; Honda, el 10; Mariquita, el 19.
En Santa Marta y Ciénaga ocurren el 10 y 11 de octubre. Ver Gustavo Arboleda, His-
toria contemporánea de Colombia. Desde la disolución de la antigua república de ese nombre
hasta la época presente, segunda ed., Bogotá, Banco Central Hipotecario, 1990, t. I,
pp. 64-69 y 75-76.
524
AGN, Sección República, Historia, t. 1, C. 3, fol. 947.
525
Ver información sobre el pronunciamiento de Riohacha del 3 de octubre de
1830 y sobre la reacción enviada a ésta por el gobierno de Cartagena en José Ma-
nuel Restrepo, Historia de la Revolución…, op. cit., t. I, p. 409.

223

la majestad(1).indd 223 4/26/10 9:02:27 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

renuente a apoyar la dictadura, reclama su adhesión a Venezuela;


Pasto, Chocó y Popayán buscan adherir a Ecuador526; Panamá, en
cambio, declara su reintegración a la República, al igual que Paya,
Pamplona y Pisba, disociándose con ello del Casanare. El movi-
miento, desde luego, no es unívoco. Los estados de Venezuela y
Ecuador manifiestan dinámicas afines527: en uno y otro lugar rei-
vindican su adhesión al gobierno de la Nueva Granada.

L A VACATIO DEFINITIVA

El 17 de diciembre de 1830, en Santa Marta, muere Bolívar. Con


la difusión de la noticia, las bases de apoyo al general Urdaneta
se van resquebrajando. Desde el Cauca, los generales José Hilario
López y José María Obando encabezan una reacción legitimista
que se extiende rápidamente: en los primeros meses del 31, Luque
y Carmona la llevan al Magdalena; Salvador Córdoba a Antioquia,
el general Antonio Obando a Ibagué y Ambalema, el coronel José
María Barriga a Honda, el coronel Juan José Neira a Ubaté y el
general Juan Nepomuceno Moreno a Boyacá. Una vez más, los
pueblos denuncian la ilegitimidad del gobierno, conquistado por
la fuerza, sin su consentimiento528. La desintegración de la Repú-
blica y el desmembramiento del Estado de Nueva Granada, que
había establecido el Congreso de 1830, constituyen el resorte que
pone en marcha los levantamientos529. Las provincias reafirman

526
AGN, Sección República, Historia, t. 1, fol. 85 r.
527
AGN, Sección República, Historia, t. 1, C. 3, fol. 885-888. Actas de las municipalida-
des de las provincias de Barcelona (Barcelona y Aragua), Isla Margarita (Asunción) y
Cumaná (Cumaná y Maturín) desconociendo el gobierno de Venezuela, su Constitu-
ción y sus leyes, y proclamando la integridad de Colombia en torno a la Constitución
de Cúcuta.
528
AGN, Sección República, Historia, t. 1, fol. 15 v. Acta de la capital del departa-
mento del 26 de abril de 1831.
529
«1° Que la Republica de Colombia se ha dividido de hecho por su libre y espon-
tanea voluntad en tres estados independientes: que el de Venezuela, y el del Ecuador
se han constituido legalmente por medio de su Representacion Nacional, y disfruten
con plenitud de las ventajas, y garantias que les ofrecen su Constitucion y sus leyes.
»2° Que el gobierno de la Nueva Granada establecido por el Congreso jeneral del
año de 1830 fué atacado y destruido por una faccion á mano armada apostada en
el ominoso Batallon Callao.
»3° Que desde aquella infausta epoca empezó á despedazarse el Estado Granadino,
separandose en primer lugar todo el Departamento del Cauca que no quiso suje-

224

la majestad(1).indd 224 4/26/10 9:02:27 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

de nuevo su soberanía en la perspectiva de reinstituir la República


como totalidad. Ése es su sentido profundo. La idea aparece de
manera reiterativa en los pronunciamientos. Se trata de «unifor-
mar de manera franca y amistosa» las opiniones entre los cantones
de las provincias y de éstas entre sí, buscando su consonancia, «sin
perjuicio de los intereses locales»530. De esta manera, se revela la
naturaleza del pacto constitutivo del Estado como un pacto agre-
gativo entre comunidades territoriales, sujeto a la uniformidad de
la opinión. Éstas se anexan para realizar la unidad y el unanimis-
mo, y se segregan cuando se instala entre ellas la heterogeneidad
y el disenso. La fragmentación política 531 se revela así como una
ilusión que encubre la plasticidad y extraordinaria versatilidad de
este proceso de rearticulación del poder que acompaña el empeño
de recomponer la unidad para regenerar la República. La amistad
y la «buena inteligencia» entre las provincias constituyen, por lo
demás, el fundamento de un gobierno nacional legítimo532. Entre
los hombres, la amistad funda la seguridad que garantiza el dis-
frute de sus derechos fundamentales.
El triunfo de las fuerzas legitimistas en abril de 1831 se reivin-
dica como una realización del «partido liberal»533, lo que resulta

tarse al gobierno intruso, sosteniendo la segregacion de dicho Departamento las


tropas regladas de él, al mando de los Señores Generales José María Obando, é Ila-
rio Lopes; que igual suerte han seguido las Provincias de Neiva y Mariquita del De-
partamento de Cundinamarca ; las de Cartagena y Santamarta del Departamento
del Magdalena, la de Casanare del de Boyacá, y aun los Pueblos mas inmediatos ála
capital, como los del Canton de Ubaté, y el de Fusagasuga, y Caqueza, que iguales
aunque desgraciados esfuerzos ha hecho la [ilegible].
» °
4 Que los Estados de Venezuela y el Ecuador aprueban, protejen y auxilian la em-
preza de dichos Pueblos para restablecer su gobierno lejitimo.
» °
5 Que ya se hace indispensable acabar de uniformar los movimientos para hacer
conocer al gobierno ecsistente, su obstinada temeridad en quererse sostener contra
la voluntad bien pronunciada de toda la Nacion, y cortar por este medio el progreso
de la guerra civil, y la efucion de la preciosa sangre Granadina». AGN, Sección Repú-
blica, Historia, t. 3, fol. 481. Acta de la Villa de Zipaquirá de 14 de abril de 1831.
530
AGN, Sección República, Historia, t. 1, C. 1, fol. 247.
531
Esta temática reviste enorme interés. La tesis de la fragmentación del poder po-
lítico se ha constituido, en efecto, en una de las explicaciones de la violencia política
más ampliamente aceptadas en Colombia. Sin embargo, en el caso del período que
comprende esta investigación, parece necesario matizarla a la luz de las dinámicas
de rearticulación del territorio en curso. Ver Marco Palacios y Frank Safford, Colom-
bia: Fragmented Land, Divided Society, New York, Oxford University Press, 2002.
532
AGN, Sección República, Historia, t. 1, C. 1, fol. 118 r. El acta del cantón de Rio-
negro de abril de 1831 es muy elocuente en este sentido.
533
Javier Fernández Sebastián (dir.), Diccionario político y social del mundo iberoameri-
cano. Conceptos políticos en la era de las revoluciones, 1750-1850, vol. I, Madrid, Centro

225

la majestad(1).indd 225 4/26/10 9:02:27 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

muy sugestivo. Parecería posible reconocer, detrás de esta formu-


lación, una resignificación positiva de la noción de «partido» que
hasta ahora mantenía una connotación fuertemente peyorativa.
Entendida como la fracción que escindía el cuerpo político, el par-
tido sólo expresaba el disenso, y con él, el riesgo de corrupción.
Esta singular reivindicación podría expresar un debilitamiento
del unanimismo. Sin embargo, desde finales de 1831, y durante los
primeros meses de 1832, estas referencias coexisten con una afir-
mación muy importante del monismo. Ella se expresa en términos
de un afán por homogeneizar la opinión, expulsando, confinando
y borrando de la Lista Militar, purificando, en palabras de los pro-
pios liberales, «los empleos depositados en manos impuras»534. El
momento se acompaña de una profundización del sentido de per-
tenencia asociado a la Nueva Granada. El carácter extranjerizante
de la dictadura de Urdaneta es denunciado. Esta redefinición de
la comunidad de identidad prefigura la disolución de la unión
colombiana, que se profundizará en el marco de la Convención
Granadina.
De manera muy reveladora, en mayo de 1831, el diccionario
político de los urdanetistas, aparecido en la prensa, da expresión
a este imaginario antagónico, al tiempo que expresa la idea de
que los granadinos pueden —deben, incluso— gobernarse a sí
mismos en el marco de una república independiente:

LIBERAL. Sustantivo masculino. Lo mismo que asesino, y que


demagogo sin diferencia ninguna.
ASESINO. S. m. Sinónimo de demagogo en todas sus acepciones.
DEMAGOGO. El que quiere que el magistrado supremo de
su patria, sea, el que elijieron sus legitimos representantes, y no
el que puso un batallon sublevado, despues de haber destruido á
balazos el gobierno nacional.
DEMAGOGO. El jóven atolondrado que desea que el gobier-
no de Colombia sea republicano, sin atender á las meditaciones de
hombres sapientisimos que tienen determinado lo contrario; y

de Estudios Políticos y Constitucionales, 2009. Ver, particularmente, María Teresa


Calderón y Carlos Villamizar, voz liberal/liberalismo en Nueva Granada.
534
Correspondencia dirigida al General Santander, Roberto Cortázar (comp.), Bogotá,
Presidencia de la República, 1964-1970, doce vols.

226

la majestad(1).indd 226 4/26/10 9:02:27 AM


UN GOBIERNO VACILANTE, 1826-1831

que se halla, ademas, tan inficionado del veneno del error que se
atreve á sostener que la democracia moderna es practicable y útil,
llevando sus ilusiones hasta el extremo de ser un ideologista.
DEMAGOGO. El hombre vano, insolente y atrevido que creé
que los granadinos se pueden gobernar a sí mismos sin que sea
necesario que vengan de mas allá del Tachira, de Irlanda, o de
Italia, á labrar su felicidad y á enseñarlos á ser dichosos.
DEMAGOGO. El que lleva desconfianza hasta el grado de no
estar satisfecho de cer los negocios de su pais en manos de los
que meditaron en monarquia, que tenian «las relaciones estrange-
ras comprometidas», para el coronamiento de cierto personage, y
que escribian cartas á generales republicanos seduciendolos para
el plan consabido535.

La crisis entre 1826 y 1831 devela una dimensión central para


comprender la política de la época. La exigencia de verdad, de
inmutabilidad y de trascendencia que atraviesa la representación
del orden instala a los contemporáneos en una situación de frus-
tración permanente. Ante la imposibilidad de atribuir al orden
vigente una fuente absoluta, se abre paso un círculo vicioso que
erosiona todas las soluciones que imaginan para construirlo, ya
sea desde arriba, a partir de la figura del dictador o del héroe, o
desde abajo, a partir de cuerpos constituyentes. Ambos caminos
comprometen una refusión de las formas de legitimidad weberia-
nas. En el primer caso, la legitimidad tradicional de los pueblos
apuntala el carisma de los caudillos que suspenden la legalidad
en el ejercicio de su poder. Los momentos constituyentes, por su
parte, buscan afianzar la legitimidad racional, abriéndose paso a
partir de la autoridad tradicional de los pueblos —la Convención
de Ocaña, por ejemplo, pudo llevarse a cabo a partir del recono-
cimiento de los pronunciamientos de los pueblos por parte del
Congreso. Supuso, en ese sentido, una suerte de constitucionali-
zación de los mismos—. Pero en la medida en que estos dos cami-
nos y las figuras políticas que con ellos iban tomando forma eran
incapaces de realizar la unidad perfecta, se abocaban al fracaso.
Este movimiento se acompaña de una oscilación entre formas de

535
AGN, Sección República, Historia, t. 1, C. 1, fol. 18r. El Constitucional antioqueño
(Rionegro, Imprenta de Manuel Antonio Balcázar), No. 5, 15 de mayo de 1831.

227

la majestad(1).indd 227 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

desincorporación y de reincorporación. El momento inaugural de


la crisis evidencia, en efecto, la precariedad de la desincorpora-
ción que atribuye la soberanía a la nación y su representación en
el Congreso. Ella desata un proceso vigoroso de reincorporación,
inicialmente en los pueblos que copan la esfera pública con sus
pronunciamientos, y posteriormente en la cabeza de un cuerpo
político reconstituido con la proclamación de la dictadura boli-
variana en 1828 y su reincidencia en 1830. Sin embargo, tras la
muerte del Libertador, esta última se despoja de toda legitimidad.
Titularidad y ejercicio del poder se confunden, y la concentración
de poderes en manos de Urdaneta aparece como una forma de
despotismo inadmisible. Se abre paso así a una nueva tentativa de
desincorporación en la que la soberanía aparece referida una vez
más al Pueblo, entendido como un conjunto de ciudadanos, y en
la que el poder se vislumbra como un lugar vacío. En este contexto
se produce la reunión de la Convención Granadina, que busca,
una vez más, asentar el orden y darle un marco constitucional a la
República.

228

la majestad(1).indd 228 4/26/10 9:02:28 AM


CAPÍTULO 8
1832: LA REGENERACIÓN INCIERTA

L A REVOLUCIÓN «EN LAS COSAS Y LAS PERSONAS» 536

Fatigados por último los pueblos y ejemplarizados por la con-


ducta de Popayán, a quien nunca pudo rendir el sátrapa, comen-
zaron a buscar los medios de sacudir un yugo todavía más ignomi-
nioso y pesado que aquel con el cual nos ultrajaron los españoles.
La provincia de Neiva obligó por su parte a cantar la libertad al
coronel Joaquín Posada, que con una columna de 450 hombres
veteranos marchaba por esa villa con el destino de atacar a los
generales Obando y López, mientras que Muquirza lo hacía por
el Valle, según las instrucciones de Urdaneta.
En estos mismos momentos nos pronunciamos nosotros en la
villa de Ubaté con una fuerza de milicias que pudimos compro-
meter, y levantamos una guerrilla que jamás lograron batir, aun
cuando en diferentes ocasiones nos cercaron perfectamente. Se
cortó toda correspondencia y logramos apoderarnos de Zipaqui-
rá, desde donde se intimó la rendición a la capital con 500 hom-
bres bien armados, porque se llegó el caso en que los verdaderos
republicanos tomásemos las armas y abriésemos una enérgica
campaña en defensa de nuestros derechos. A este tiempo se revo-
lucionó la provincia de Mariquita, y fue tomado el punto de Hon-
da sin dificultad alguna. La provincia de Antioquia fue libertada
en los mismos instantes por el benemérito Salvador Córdoba, her-
mano del bizarro general José María, de este apellido. Iguales mo-

536
CDGS , C. 4242, Francisco Soto, San José de Cúcuta, julio 2 de 1831, vol. XII, pp.
150-155.

229

la majestad(1).indd 229 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

vimientos y en las mismas horas se hicieron en el departamento


del Magdalena, acaudillados, como se debe saber, por el famoso
general Luque, el cual volvió caras y apoderándose de la revolu-
ción, la capitaneó con suceso para vindicar su reputación perdida
y muy bien perdida.
Con semejante tormenta le quedó a Urdaneta apenas tiempo
bastante para pensar en una transacción que le prolongase una
vida que por ningún título se debía conservar. Pero mientras que
esto sucedía, el célebre general Moreno, a la cabeza de una divi-
sión de Casanare, penetró en la provincia de Tunja, derrotó al
tirano de aquellos pueblos (general Justo Briceño) y aseguró para
siempre la libertad de todo ese departamento. Entonces Urdane-
ta, atolondrado con la multitud de golpes que diariamente recibía
en sus estados (porque la batalla del Cauca ganada en Palmira
por los generales Obando y López y la de Cerinza por Moreno,
eran dos punzones que habían taladrado su corazón), resolvió
entregar la capital y lo verificó en efecto reconociendo la legiti-
midad del gobierno en las personas que lo presiden y la santidad
de las instituciones que él mismo había hollado ocho meses antes
(roto) restaurada la causa sagrada de los pueblos, y por primera
vez disfruta la Nueva Granada de sus derechos con un conoci-
miento pleno de sus verdaderos enemigos537.

En junio de 1831, Domingo Ciprián Cuenca le escribe en estos


términos al general Francisco de Paula Santander, exilado en Eu-
ropa desde 1828. En su relato, un movimiento simultáneo de los
pueblos, dispuestos naturalmente a la libertad, habría conminado
a los hombres a capitanear una prodigiosa revolución que se ha-
bría desarrollado simultáneamente en toda la República durante
los primeros meses de 1831. El Hacha, Santa Marta, Cartagena,
Neiva, Ubaté, Mariquita, Antioquia, Casanare y el Cauca habrían
participado de esta fuerza irrefrenable, de este impulso inconteni-
ble que habría conseguido desterrar el despotismo y restaurar el
gobierno legítimo y, con él, la libertad. Vicente Azuero no duda

537
CDGS , C. 1681, Domingo Ciprián Cuenca, Bogotá, junio 19 de 1831, vol. V, pp.
184-189.

230

la majestad(1).indd 230 4/26/10 9:02:28 AM


1832: LA REGENER ACIÓN INCIERTA

en advertir que el entusiasmo de los pueblos en estos meses había


sido más general y extraordinario que en el año de 1819 538.
Desde diciembre de 1830, al tiempo que se difunde la noticia
de la muerte del Libertador, se socavan las fuerzas que habían lle-
vado al general Rafael Urdaneta a la dictadura y que le servían de
apoyo. Desde Antioquia, en enero de 1831, Juan Manuel Arrubla
relata un levantamiento encabezado por Salvador Córdoba, acom-
pañado de unos pocos hombres.

Salvador Córdoba se había insurreccionado con ocho o diez


hombres más. Este necio hombre después de un paso tan loco se
mantuvo en las inmediaciones de Barbosa y se ha dejado sorpren-
der, y lo han traído preso a Medellín. Cogieron también su cartera
con su correspondencia [...] por la que han resultado cómplices
una porción de gentes de alguna importancia [...] Todos temen
por la vida de éstos, pero las circunstancias no están para matar a
nadie y yo creo que no morirán539.

Tras la caída de Urdaneta, desde finales de abril de 1831, en re-


latos como el de Cuenca, estos brotes, tímidos e inciertos, adquie-
ren un significado nuevo en términos de una gloriosa revolución
en la que participan todos los pueblos y que promete finalmente
sellar los propósitos que movieron a los hombres a la independen-
cia veintidós años atrás540. Esta reconstrucción de la lucha de la
libertad contra la tiranía, para la que aparecen dispuestos espon-
táneamente los pueblos, copa las representaciones a medida que
ceden el temor y la desconfianza de los primeros levantamientos.
En estos relatos, el triunfo de la libertad se proclama ahora defi-
nitivo. Para los contemporáneos, la revolución solamente triunfa
plenamente en 1832. Los estallidos de 1810 y 1819 no habían sido
conclusivos. La libertad se perfila así como un propósito esquivo
para la joven república, pero, con el paso del tiempo, entrando
en la madurez, ella parece mejor dispuesta. Detrás de esta idea
de la comunidad como un cuerpo sujeto al ciclo inefable del na-

538
CDGS ,
C. 178, Vicente Azuero, Bogotá, junio 14 de 1831, vol. I, p. 346.
539
CDGS ,
C. 148, Juan Manuel Arrubla, Antioquia, enero 12 de 1831, vol. I, p. 260.
540
CDGS , C. 2810, Juan Nepomuceno Moreno, Bogotá, febrero 21 de 1832, vol. VIII,
pp. 267-269.

231

la majestad(1).indd 231 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

cimiento, la madurez y la decrepitud, se vislumbra una vez más


la vigencia del organicismo. Ahora bien, este tono entusiasta que
acompaña los primeros levantamientos cede rápidamente y en su
lugar se instala, una vez más, una profunda incertidumbre. Los
términos del Convenio de Apulo541 —y en particular la disposición
del general Domingo Caicedo, presidente interino del gobierno
restaurado en ausencia de Joaquín Mosquera, que estipulaba el
reconocimiento de las propiedades, los honores, empleos, vidas
y grados militares concedidos durante los nueve meses de la dic-
tadura a colaboradores y partidarios de Urdaneta— producen in-
dignación. La permanencia de los urdanetistas en el gobierno sus-
cita además profunda desconfianza. La aquiescencia de Caicedo a
posesionarse ante el Consejo de Estado nombrado por el dictador
compromete la legitimidad de su gobierno en el origen. En mayo
se manifiestan ya los primeros temores. Santander se perfila desde
entonces como el hombre capaz de consolidar la restauración de
la República sobre bases incuestionables. En las distintas provin-
cias y lugares de la Nueva Granada, sus partidarios denuncian la
inconstitucionalidad de la capitulación, y señalan la deshonra de
quienes la suscribieron y los peligros que como resultado de ella se
ciernen sobre la libertad. Todos claman al unísono por su regreso.

541
El Convenio de Apulo fue suscrito el 28 de abril de 1831 entre Juan García del
Río, José María del Castillo y el general Florencio Jiménez, de parte del gobierno de
Rafael Urdaneta, y el general José Hilario López, el coronel Joaquín Posada Gutié-
rrez y Pedro Mosquera, por parte de Domingo Caicedo, proclamado vicepresidente
encargado del Poder Ejecutivo por decreto dado el 14 de abril anterior. Joaquín
Posada Gutiérrez refiere que el acuerdo buscaba que tanto Caicedo como Urdaneta
usaran «su influencia personal, y de cuantos medios les sugieran su patriotismo y
luces, para que se transijan amigablemente las diferencias existentes en los depar-
tamentos del Centro, y se reintegren bajo la obediencia de un solo Gobierno, que
refunda todos los partidos, calme los ánimos y mantenga el orden y la tranquilidad,
hasta llegar a la época deseada de la reunión de una convención, que constituya
los mencionados departamentos, les dé magistrados, y arregle sus relaciones ulte-
riores con las otras secciones de la República de Colombia». Para cumplir con este
propósito, se acordó eterno olvido de lo pasado y moderación en la referencia a los
sucesos anteriores. También se garantizaron las propiedades, garantías individua-
les, lo mismo que los grados y ascensos militares conferidos por ambos lados. Como
forma de garantía, tanto las tropas de Urdaneta como de Caicedo seguirían bajo el
mando de sus jefes y organizadas hasta jurar obediencia al gobierno que fuese esta-
blecido, el cual tenía facultad de decidir qué hacer con ellas. Ver José Manuel Res-
trepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, Medellín, Bedout, 1969,
tomo VI, cap. XIX, y Joaquín Posada Gutiérrez, Memorias histórico-políticas, Medellín,
Bedout, 1971, tomo II, cap. 40.

232

la majestad(1).indd 232 4/26/10 9:02:28 AM


1832: LA REGENER ACIÓN INCIERTA

Vicente Azuero no duda en advertir los peligros inminentes que


se avizoran:

El convenio de Apulo y mas que todo la imbecilidad de Cai-


cedo, su decidido empeño en amparar y aún recompensar a los
enemigos de la patria, ha frustrado en una gran parte esta her-
mosa transformación, que en manos menos torpes debiera tener
resultados tanto o más brillantes que la del año 19 [...] Esta ciu-
dad está plagada de casi todos los caudillos de la infame jornada
del Santuario, y de mil traidores no sólo naturales, sino también
venezolanos y extranjeros. Cuantos esfuerzos hemos hecho con
Caicedo para que eche a estos malvados y tome unas medidas de
justicia y seguridad han sido completamente infructuosos542.

Estos señalamientos, que se refuerzan en el segundo semestre


del año, amenazan con desatar una crisis de legitimidad que daría
al traste con el gobierno recién establecido. La dinámica recuer-
da el proceso que se había activado con los pronunciamientos de
Valencia y Caracas en 1826. Como una caja de Pandora, el pri-
mer cuestionamiento a la legitimidad del gobierno había desata-
do entonces una cascada de pronunciamientos a cuyo ritmo se
habían ido erosionando la legitimidad del gobierno y, después de
él, todos los arreglos institucionales que se habían ido abriendo
paso en la vana tentativa de restaurar el orden. En esta ocasión, la
«desopinión» del vicepresidente Caicedo resulta particularmente
inquietante porque, para los contemporáneos, su patriotismo no
había sido amaestrado en la adversidad. Su autoridad no consigue
siquiera apuntalarse en su virtud comprobada. La vitalidad del re-
publicanismo clásico no admite duda. Así las cosas, los correspon-
sales advierten el inminente riesgo de desobediencia que se cierne
sobre el gobierno, y el caos y la anarquía consiguientes543.
Una vez más, el proceso amenaza con extenderse a todo el te-
rritorio. La desintegración de la Nueva Granada, iniciada con la
segregación del Cauca y Casanare en el momento del triunfo de
Urdaneta, se vive como evidencia irrefutable de este proceso, y los

542
CDGS ,
C. 178, Vicente Azuero, Bogotá, junio 14 de 1831, vol. I, p. 346.
543
CDGS ,
C. 4243, Francisco Soto, San José de Cúcuta, agosto 5 de 1831, vol. XII, pp.
156 y 157.

233

la majestad(1).indd 233 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

contemporáneos se apresuran a denunciar la disolución inminen-


te del cuerpo político, ya mutilado. En agosto de 1831, Francisco
Soto señala:

Pisamos sobre un volcán y no hay un conductor que merez-


ca la confianza general. La anarquía o la disolución de la Nueva
Granada nos amenazan muy de cerca […] La disolución es inmi-
nente, o está ya principiada, porque ni el Cauca ni Casanare han
sido reintegrados a la Nueva Granada, y esta tierra flanqueada
por nordeste y sur, con vecinos vencedores que conocen tanto las
ventajas de aquellos dos trozos de nuestro territorio, no será un
estado que podrá alternar con los de Venezuela y el Ecuador. Es
posible que otras provincias, si continúa aquella mala situación
del país, intenten locamente separarse […]544

En este contexto, se produce el nombramiento del general


José María Obando a la Secretaría de Guerra y Marina. La noti-
cia reaviva el entusiasmo general. De manera muy sugestiva, Soto
señala que solamente entonces, gracias a la revolución operada
«en las cosas y las personas», la patria y la libertad se encuentran
afianzadas545. Esta referencia desvela el sentido que encierra para
los contemporáneos la ruptura revolucionaria que celebran. La
implantación definitiva de la libertad no implica únicamente un
cambio de magistrados. La deposición de Urdaneta y su reempla-
zo por Caicedo no es suficiente, como lo afirma expresamente el
joven publicista. La revolución se materializa en los hombres y en
sus prácticas. Soto no duda en afirmar que aquélla implica el ejer-
cicio de la justicia y la libertad. De esta manera, la emergencia del
hombre justo y libre que encarna Obando parecería describir esta
novedad radical.
El 20 de octubre se reúne la convención constituyente, contem-
plada en las Capitulaciones de Apulo, para darle un nuevo marco
constitucional a la República. En enero de 1832 había trazado ya
las líneas de la nueva carta política. Sin embargo, en lo que para los
implicados supuso una violación a los acuerdos consignados en

544
CDGS , C. 4243, Francisco Soto, San José de Cúcuta, agosto 5 de 1831, vol. XII, pp.
155-158.
545
CDGS, C. 4242, Francisco Soto, San José de Cúcuta, julio 2 de 1831, vol. XII, p. 152.

234

la majestad(1).indd 234 4/26/10 9:02:28 AM


1832: LA REGENER ACIÓN INCIERTA

Apulo, ella decreta, en sesión secreta, medidas de seguridad: el ge-


neral Obando es autorizado a expulsar, confinar y borrar de la Lis-
ta Militar. El 31 de diciembre han sido borrados todos los militares
que habían cooperado con el derrumbe del gobierno legítimo y el
sostén de Urdaneta. Su número pasa de trescientos. En los meses
siguientes, la purga se extiende a los empleados civiles. La medida,
en palabras de los contemporáneos, busca «purificar» el gobierno.
Estos desarrollos parecen develar otra dimensión de la revolución
en curso: la mutación en las personas y en sus prácticas no parece
referida únicamente a la emergencia de un nuevo hombre, justo y
libre, sino también a la remoción, a la sustitución física de quienes
se apartan, con sus acciones o sus ideas, del consenso imperante.
Se trata, en consecuencia, de llevar la unanimidad a la práctica, a
lo concreto. La homogeneización del cuerpo político, inicialmen-
te circunscrita al ejército, pronto se extiende a todas las instancias
de poder y autoridad en la sociedad. De esta manera, se pone en
evidencia la profunda imbricación de un Estado en construcción
que apenas consigue tomar distancia frente a lo social.

EL TRIUNFO DE LA LIBERTAD SOBRE EL DESPOTISMO

Pero, además, la purga plantea interrogantes sobre la libertad que


se proclama. ¿Cuál es su naturaleza y su extensión? ¿Cuáles los
presupuestos de este orden que sólo se concibe en un registro uni-
tario? Y más radicalmente, ¿cómo concilian los contemporáneos
libertad y unanimismo?
Junto a la presencia de alguna referencia a la libertad en térmi-
nos de fuero, en la que resuena su comprensión como un privilegio
nacido de una concesión, aparece la idea de la libertad como un
derecho natural inherente a los hombres, a su vida y su propiedad.
Esta libertad, que se afirma contra el poder tiránico, parece típica-
mente «liberal». En ella se adivina una comprensión de la misma
como un derecho anterior a la pertenencia de los hombres a la
comunidad política. Semejante libertad necesita ser garantizada
mediante una contención efectiva del poder que tiende natural-
mente a desbordarse, tornándose tiránico. Su correlato necesario:
la concepción garantista de la ley. Esta última tiene como función
asegurar el usufructo de la libertad, entendido como poder de

235

la majestad(1).indd 235 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

los hombres sobre sus acciones y como disposición a disfrutar del


resultado de su trabajo, arte e industria. El Concejo Municipal de
Villa de Purificación expresa esta noción de manera muy ilustrati-
va en su carta a Santander:

Cuando éste [el gobierno legítimo], atendiendo al clamor de


los pueblos, ha tenido a bien invocar a V. E. como el genio tutelar
de los derechos sociales, estos, ciencias, artes, comercio, agricul-
tura, empresa y todos los bienes que el sol del mundo moral, la
divina libertad reparte sobre la tierra, juzgó el concejo perdidos
con V. E.546

Pero, sin duda, el registro preponderante, aquel que aparece de


manera más generalizada en las fuentes, es aquel que refiere la li-
bertad a lo público. Desde esta perspectiva, la libertad surge como
correlato de la participación. Ella describe, en consecuencia, un
estado de autogobierno del pueblo. Se trata de la afirmación de
un poder colectivo frente a la autoridad. La política no reposa en
la confirmación de los derechos privados de los individuos fren-
te a la voluntad general, sino en la afirmación de los derechos
públicos frente al gobierno. Se trata, en definitiva, de la demo-
cracia, a la que los contemporáneos le incorporan los correctivos
que aseguran el potenciamiento del espíritu público y el triunfo
de la razón. Semejante libertad, institucionalizada en una demo-
cracia representativa, debería garantizar, gracias a la selección de
los más sabios y virtuosos, el bien común y, con él, la felicidad de
la patria. Aquél constituye el único objeto del gobierno y define su
criterio de legitimidad. Esta libertad de corte republicano se com-
bina con su expresión liberal —normativa— sin que las tensiones
entre una y otra parezcan manifiestas para los contemporáneos547.
En una clave ilustrada, la contracara de esta libertad pública es la
propensión natural del poder a la corrupción, a la desviación y la
tiranía. La temática aparece para conferirle su plena significación
al momento. Los sucesos de Venezuela de 1826 se inscriben así en

546
CDGS , C. 2921, Concejo Municipal, 1832 (?), Villa de Purificación, vol. VIII, p.
467.
547
Sobre la noción de libertad, el trabajo de Jean-Fabien Spitz, La liberté politique,
op. cit., reviste gran interés.

236

la majestad(1).indd 236 4/26/10 9:02:28 AM


1832: LA REGENER ACIÓN INCIERTA

un continuo de degeneración y de oprobio. La Monarquía borbó-


nica, Bolívar, Urdaneta después de él, y tras ellos sus discípulos,
profundizaron esta cadena de degradación en la que cada etapa,
cada momento, supuso la superación del que lo antecedía. Una
vez más, Francisco Soto resulta particularmente elocuente cuando
afirma:

Sírvase decir que ni la invasión de Morillo causó tantos males


al país, y a mí en particular, como la dictadura de B. y la usur-
pación de Urdaneta. Los españoles han sido incomparablemente
excedidos por nuestros tiranos548 .

En este orden de consideraciones, el deslizamiento a la tiranía


que se habría operado desde 1826 no solamente habría disuelto
los principios políticos consagrados en la Constitución de 1821,
sino que habría comprometido moralmente a los hombres. El ti-
rano encarna esta perversión moral y física 549. Domingo Ciprián
Cuenca lo subraya con ese talento polémico que parece caracteri-
zar el período:

Urdaneta sabe tiranizar un pueblo y del vigor y energía con que


hace cumplir sus providencias —[...] la muerte, la deportación, la
confiscación, la proscripción y las cárceles, son palabras para él
que, pronunciadas con todo el eco aterrado de un tirano, propor-
cionan en su interior una satisfacción más completa que la que le
resulta a un hábil y acertado médico cuando ha logrado contener
con sus aplicaciones los efectos de una fiebre que aproximaba al
sepulcro a un pueblo entero. Se le conocía a este antropófago de
los granadinos el deseo con que cuidaba de convertir este país en
un explayado cementerio550.

Su legado inefable es justamente la extensión de la corrupción


y la inmoralidad, tal como Francisco Montoya se anticipa a anun-
ciarle a Santander:

548
CDGS, C. 4242, Francisco Soto, San José de Cúcuta, julio 2 de 1831, vol. XII, p. 154.
549
Mario Turchetti, Tyrannie et tyrannicide…, op. cit., I, pp. 51-70.
550
CDGS, C. 1681, Domingo Ciprián Cuenca, Bogotá, junio 19 de 1831, vol. V, p. 185.

237

la majestad(1).indd 237 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Usted encontrará mil dificultades para reorganizar este pue-


blo despedazado, pero su triunfo será muy grande y su gloria será
mayor, ya no encontrará usted un pueblo dócil y obediente a la ley
y a sus magistrados, sino un pueblo sin moral, las rentas aniquila-
das y trozos de un ejército corrompido y deliberante; aspiraciones
de dominación aún en la clase baja del ejército; una intolerancia
escandalosa en muchos civiles que se consideran jefes de partido;
la nación dividida en bandos y todos intolerantes, pero todos lo
proclaman a usted y si usted viene, salva y vuelve a organizar esta
Colombia y destruye la anarquía, la intolerancia, los odios y las
venganzas que nos dejó por legado don Simón en los funestos
años de tiranía; usted será el benefactor de esta tierra 551.

En esta perspectiva, para los contemporáneos, el espíritu moral


del pueblo está directamente asociado a su Constitución política.
Esta noción, central en la Antigüedad, había sido retomada por
los ilustrados. Aquí aparece en el centro de la representación del
caos y la anarquía. El restablecimiento de la libertad implica la re-
generación moral de los hombres. De esta manera, la libertad, con
su pluralidad de acentos, aparece fundada en una ética. La virtud
de los hombres, su generosa aptitud para supeditar su interés en
aras del bien común, aseguran la armonía y la concordia, obran-
do como un impedimento eficaz contra todo desbordamiento del
poder. Esta temática, de fuerte arraigo republicano, aparece como
fundamento del ejercicio de la libertad. Ahora bien, esta visión
dualista de la política no es desde luego patrimonio del republi-
canismo. El liberalismo la comparte también, pero mientras éste
propone contener el poder mediante su división, alejándose del
registro unitario de la soberanía, el republicanismo afirma esta
potencia del Estado asentándola en la virtud de sus miembros552.
Este relato es de enorme interés porque, a pesar del vigor del
unanimismo, la degradación moral parece desvelar un proceso
silencioso de secularización. Aunque la Providencia no ha desa-
parecido del imaginario de algunos hombres que encuentran en

551
CDGS ,
C. 2772, Francisco Montoya, Bogotá, marzo 7 de 1832, vol. VIII, p. 217.
552
John Pocock, The Machiavellian Moment. Florentine Thought and the Atlantic Tradi-
tion, Princeton, Princeton University Press, 1975; Martin Van Gelderen y Quentin
Skinner, Republicanism, A Shared European Heritage, Cambridge, Cambridge Univer-
sity Press, 2002.

238

la majestad(1).indd 238 4/26/10 9:02:28 AM


1832: LA REGENER ACIÓN INCIERTA

ella la fuente de la historia, para muchos esta degeneración es el


resultado de un complot urdido y puesto en marcha por los hom-
bres. Aparece así referida a la voluntad y a la acción consciente
de unos pocos que es preciso señalar. Estos perversos, obrando
conscientemente, habrían maquinado la degradación moral del
cuerpo político. Bolívar, encubierto en propósitos loables, habría
urdido el pérfido plan de esclavizar los pueblos:

Habíase creído restablecido el imperio de la libertad en mayo


de ahora un año, cuando por virtud de los cubiletes del difunto ti-
rano, se retiró éste a Cartagena dejando la dirección de la repúbli-
ca en poder de los magistrados que su congreso admirable había
electo, pero dejando al propio tiempo amontonado el combusti-
ble que con la noticia de su llegada al puerto, debía ser encendida
por una mano atrevida. De esta manera fue como apoyados en el
primer pretexto que se les presentó dieron el grito de alarma los
facciosos; arrebataron y enrolaron en sus filas a ciertos perversos
que tenían algún favor de los tribunales y a algunos pocos incau-
tos; intimaron al gobierno legítimo y lograron al fin destruirlo en
el infausto agosto pasado553.

El tirano, expresión paradigmática de la perfidia y la maldad,


aparece así apoyado en perversos que comparten sus miras, o en
incautos a quienes consigue arrastrar. Junto a esta concepción de
la tiranía como degradación política y moral, detrás de la que re-
suenan los escritos de la literatura clásica —Cicerón, Tito Livio,
Salustio, Tácito y Plutarco—, aparece su articulación a la noción
de «capricho y venalidad»554. Esta última remite a un registro de
naturaleza ilustrada. La visión de la soberanía, tal como había sido
apropiada en el XVIII, describe un poder absoluto desligado de
cualquier pacto u obligación. En ella, el rey es fuente de todo el
poder secular, y su voluntad, origen de todas las leyes positivas.
En esta perspectiva se establece una sinonimia entre tiranía y ab-
solutismo. Los partidarios del despotismo son denunciados como
éforos del absolutismo555. Bolívar y Urdaneta desconocen la volun-

553
CDGS, C. 1681, Domingo Ciprián Cuenca, Bogotá, junio 19 de 1831, vol. V, p. 185.
554
CDGS ,C. 1304, J. M. Cancino, Bogotá, febrero 15 de 1832, vol. IV, p. 263.
555
CDGS, C. 1681, Domingo Ciprián Cuenca, Bogotá, junio 19 de 1831, vol. V, p. 188.

239

la majestad(1).indd 239 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

tad general. Al igual que el soberano absoluto, detentan un po-


der arbitrario que invade y socava las libertades públicas. Su ley,
como manifestación de un voluntarismo puro, no puede ser sino
el resultado del capricho. Se adivina, una vez más, una concepción
iusnaturalista del derecho que refiere la ley a la razón y la sustrae
de la voluntad.
Para enero de 1832, los lineamientos de la nueva carta políti-
ca parecen perfilarse. Vicente Azuero le escribe a Santander ce-
lebrando el fortalecimiento de los poderes electoral, legislativo y
ejecutivo, y el regreso al régimen municipal556 . La nueva Constitu-
ción se ofrece así como una síntesis entre libertad y poder. Junto a
la afirmación del Legislativo —espacio de la libertad— se impone
el fortalecimiento del Ejecutivo, al que se le concede la libre facul-
tad de remover a sus agentes ineptos o negligentes, y la de adoptar
providencias prontas y eficaces, con acuerdo de un Consejo de
Estado, en casos de grave peligro. Al mismo tiempo se refuerza
el fundamento popular de ambos poderes. El retorno al régimen
municipal permite que esta profundización de la democracia sea
relegitimada por la tradición. La jurisdicción electoral se levanta,
en efecto, sobre el poder de las asambleas parroquiales y de los
consejos cantonales o los concejos municipales. El sistema se des-
envuelve en estos dos niveles. Sufragantes parroquiales concurren
a la elección de un consejo electoral cantonal que surge de una
lista remitida por el concejo municipal. Estos últimos eligen a los
miembros de las cámaras de provincia, a los representantes a la
Cámara y al Senado, así como al presidente y vicepresidente de
la República. La elección de estos últimos es perfeccionada en el
Congreso, que se encarga de revisar si algún candidato alcanza
la mayoría absoluta de votos557. De esta manera, al incidir en la
conformación de todas las corporaciones de elección popular, la
instancia municipal refuerza su poder político. La novedad radical
que introduce la Constitución del 32, en relación con sus anteceso-
ras, la Constitución de Cúcuta y la de 1830 558, es pues que la instan-

556
CDGS , C. 180, Vicente Azuero, Bogotá, enero 7 de 1832, vol. I, p. 354.
557
Ley electoral de 2 de abril de 1832. Codificación Nacional, tomo IV, pp. 417-430.
558
Tanto en la Constitución de Cúcuta como en la de 1830, el proceso electoral
contemplaba dos instancias: la parroquial, que elegía a los electores cantonales, y
la provincial, que agrupaba al conjunto de electores cantonales en el ámbito de la
provincia. Esta última era la que llevaba a cabo las elecciones de representantes,

240

la majestad(1).indd 240 4/26/10 9:02:28 AM


1832: LA REGENER ACIÓN INCIERTA

cia determinante en el proceso electoral pasa del nivel provincial


al nivel municipal. En 1832 se constitucionaliza así el poder de los
pueblos. Las dos fuentes de legitimidad que habían mantenido
desgarrada la República hasta entonces, se articulan: los pueblos
se refunden entonces en el Pueblo. Este proceso marca un punto
de quiebre fundamental en la política.
A partir de este momento, las corporaciones territoriales se re-
pliegan, se despojan de su condición de actor político central. Las
dinámicas de politización pasan desde ahora por nuevas líneas de
polarización que enfrentan fundamentalmente a facciones políti-
cas. Éstas no son, sin embargo, una novedad del momento. La afir-
mación de la legitimidad constitucional a partir de 1832 se hace
a costa de la legitimidad tradicional de los pueblos, que pierden
su personalidad. En este proceso, las facciones que se incubaban
en las corporaciones, y que las atravesaban, se visibilizan. Estos
alinderamientos habían permanecido acallados en la primera eta-
pa de la revolución, supeditados a la urgencia de fabricación de
un consenso unánime. La guerra, con su carga de violencia y el
proceso de desincorporación que la acompañó, los habría silencia-
do hasta 1824. Nuevamente aplazados por el unanimismo de los
pronunciamientos que arrasaron con todas las formas de autori-
dad en la fase de disolución colombiana, emergen ahora con gran
fuerza. Sin embargo, esto no les asegura legitimidad. En 1832, los
«partidos» no consiguen deshacerse de la connotación peyorativa
que habían tenido hasta entonces. Estas «facciones», «fracciones»
o «partidos» nada tienen que ver con la noción moderna de los
mismos: no remiten siquiera remotamente a organizaciones en-
cargadas de movilizar la opinión y de tramitar demandas sociales
en lo político. Se trata simplemente de aquello que compromete
la Unidad. Son la manifestación de una forma de heterogeneidad
que socava el orden. El imperativo de recomponer el Uno explica
la virulencia de la confrontación que libran.

senadores, presidente y vicepresidente. Ver Manuel Antonio Pombo y José Joaquín


Guerra, Constituciones de Colombia, op. cit., t. III, pp. 70-75, 83-85, 197-199 y 209.

241

la majestad(1).indd 241 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

ENERGÍA EN EL GOBIERNO

La profunda desconfianza que suscitan las Capitulaciones de Apu-


lo obedece a la percepción que comparten los contemporáneos en
el sentido de que se trata de un intento peligroso de levantar el or-
den sobre la heterogeneidad559. En este contexto, la prudencia y la
energía se reclaman como los atributos del Estado. En consecuen-
cia, parece necesario preguntarse: ¿qué entienden los contempo-
ráneos por energía en el poder y, sobre todo, cómo se manifiesta
en términos de prácticas de acción y de decisión política?
En agosto de 1831, la fractura del cuerpo político está dada por
la contraposición entre partidarios del gobierno de Urdaneta y sus
opositores. Para los legitimistas, ésta adquiere un nuevo significa-
do en términos de una confrontación entre amigos y enemigos de
la libertad. Pero la heterogeneidad que compromete el orden no
se manifiesta únicamente en esa forma. La figura de Caicedo aviva
el faccionalismo. En su correspondencia a Santander, Francisco
Soto da cuenta de este proceso de alinderamiento político y de la
lógica que a su parecer la sustenta:

Desgraciadamente el benéfico D. Caicedo ha concitado contra


sí el partido que él denomina de los exaltados, y no podrá ser muy
querido por el de los juiciosos. Aquellos exigen medidas enérgi-
cas, como la expulsión de los de la división Callao rendidos en
Bogotá, la separación de los empleados bolivianos o urdanetistas;
y aún el castigo de algunos criminales que pudieran alegar en su
favor los tratados de Apulo. Y los llamados juiciosos, como que
sólo están por el sol que nace y no por el que se pone, no serán
capaces nunca de sostener al magistrado que si ahora protege su
seguridad, alguna vez careciera de fuerzas para garantizarlos de
toda persecución o comprometimiento560.

«Exaltados» y «juiciosos». La contraposición parecería implicar


un componente de gradualidad, al modo de aquella que enfrenta
a «radicales» y «moderados». Sin embargo, Soto no duda en adver-
tir que los exaltados son los partidarios de la purga. De manera

559
CDGS , C. 2021, Florentino González, Valencia, junio 8 de 1831, vol. VI, p. 171.
560
CDGS, C. 4243, Francisco Soto, San José de Cúcuta, agosto 5 de 1831, vol. XII, p. 156.

242

la majestad(1).indd 242 4/26/10 9:02:28 AM


1832: LA REGENER ACIÓN INCIERTA

muy interesante, ésta parece ampliar su objetivo a medida que se


profundiza. Ahora tiene en la mira a los militares que sostenían
la dictadura de Urdaneta, contra quienes había sido concebida,
pero se ha ido ampliando para incluir a los empleados bolivianos y
urdanetistas, colocados de manera muy sintomática en relación de
continuidad con los anteriores, e incluso a algunos criminales que
se podrían beneficiar con las disposiciones del Convenio de Apu-
lo. Esta dinámica parece desvelar la lógica que sostiene la purga
como procedimiento de acción política: a medida que ella se afir-
ma, recrea su propio objeto. Se acompaña, en consecuencia, de
una redefinición constante de la enemistad sobre la que obra. Su
correlato necesario son la sospecha y la vigilancia, instituidas en
prácticas corrientes de acción política. Por su parte, los «juiciosos»
no expresan una ponderación ideológica. Describen más bien el
calificativo que se confiere a quienes cambian de bando con los
vaivenes políticos. Los actores se realinderan detrás de las auto-
ridades con enorme naturalidad, sin duda porque su seguridad
depende de ello. Este dispositivo se revela así como un mecanis-
mo privilegiado para la recomposición de la unidad. Sin embargo,
permanece soterrado porque carece de grandeza y dignidad. Los
sustantivos fijan en el discurso alineaciones porosas y cambiantes
que dan cuenta de prácticas políticas regularizadas, compartidas
por todos los actores, orientadas a recomponer la unidad del cuer-
po político.
Estos vínculos políticos se manifiestan generalmente en térmi-
nos de amistad y enemistad. No se debe ver en esto una prefi-
guración de categorías schmittianas561. Ellas no obedecen a una
alinderación consustancial a la política, resultante de la compe-
tencia por acceder a los espacios de poder; remiten más bien a una
comprensión del cuerpo político como una comunidad de amigos.
Para los actores, la amistad y sus atributos, el amor desinteresado,
la generosidad y la confianza, cimientan la armonía y la concordia
que aseguran la tranquilidad pública. Estas virtudes, reforzadas
por las teologales, sirven para apuntalar la ciudadanía política.
La amistad aparece de esta manera como una suerte de zócalo
sustancial sobre el que se asienta el contrato social. Los intercam-

561
Carl Schmitt, El concepto de lo político, Madrid, Alianza, 1991, pp. 58-66.

243

la majestad(1).indd 243 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

bios de favores que la activan y la sostienen, esa reciprocidad que


reproduce una asimetría entre el que da y el que acepta y devuelve
ampliado el favor recibido, se revelan como un mecanismo privi-
legiado para asegurar la estabilidad y la permanencia del vínculo
que debe unir a los hombres562. Pero la amistad ideal no admite
cálculo instrumental. Los amigos se dan libre y desinteresadamen-
te, no esperan ni reclaman nada. Esta espiral dadivosa encuentra
una equivalencia en la gracia de Dios. En el discurso, las mutacio-
nes de bandos políticos no encuentran una clara inscripción, sin
duda porque dejan traslucir una sombra de interés y de cálculo.
Sin embargo, cuando la heterogeneidad se instala en el cuerpo
político, la amistad instrumental y la reciprocidad negociada y exi-
gible que la acompañan permiten recomponer las opiniones y, por
ese camino, restaurar la unidad. Pero en lo simbólico, la amistad
adquiere un significado nuevo en términos de su expresión ideal.
De esta manera, se sustancializa, borrando cualquier mancha que
la comprometa. Podría parecer que esta volatilidad de la amistad
que se redefine con cada cambio de poder, con cada coyuntura
política, comprometiera su naturaleza, pero los contemporáneos
continúan enunciando el vínculo en sus términos. La philia aris-
totélica obra así como un manto de pudor que encubre la expre-
sión instrumental de la política con la que los actores parecen
ampliamente familiarizados pero, que, careciendo de grandeza y
dignidad, permanece soterrada. Pasados los tiempos heroicos de
la primera independencia y de la guerra, es indiscutible que el
desencanto de la política se asoma. En el marco de la Convención
Granadina, los contemporáneos se lamentan abiertamente de la
extensión de prácticas políticas cínicas563.

L A REGENERACIÓN INCIERTA

En noviembre de 1831, al tiempo que la Convención expide el de-


creto de rehabilitación a favor de los mártires de la libertad y que

562
Bartolomé Clavero, Antidora, Antropología católica de la economía moderna, Milano,
Giuffre Editore, 1991; Nathalie Zemon Davis, The Gift in Sixteenth-Century France,
Madison, University of Wisconsin Press, 2000.
563
CDGS , C. 152, Juan Manuel Arrubla, Bogotá, enero 7 de 1832, vol. I, p. 272.

244

la majestad(1).indd 244 4/26/10 9:02:28 AM


1832: LA REGENER ACIÓN INCIERTA

declara oficialmente que las provincias del centro de Colombia


forman un Estado con el nombre de Nueva Granada, crecen los
temores de guerra exterior con Ecuador, temores que se irán agu-
dizando en los meses siguientes564. En este contexto, se abre paso
la idea de que la Convención debe garantizar el nombramiento de
las dos primeras magistraturas del Estado. La presidencia recae en
Santander. Su elección articula una expresión efectiva de la opi-
nión, sin sustraerse a la dimensión de revelación de la elección/
aclamación del primer momento de la independencia a la que nos
referimos más arriba. La voluntad de los diputados, que refrenda
el voto espontáneo y unánime de los pueblos, pone en evidencia
una verdad innegable, inscrita en el orden de la naturaleza. El 9
de marzo, en el pliego que remite a Santander notificándole su
elección como presidente de la Nueva Granada, el general José
María Obando, vicepresidente encargado del poder Ejecutivo, ex-
presa de manera muy elocuente esta refusión:

Al terminar mis funciones, yo no podia hacerlo con un acto


mas solemne. El voto enérjico i simultáneo de los pueblos, ha sido
colmado victoriosamente por sus representantes. VE., el hombre
de las leyes, el de la patria, el de la libertad, colocado en la prime-
ra majistratura, —en el corazón de cada granadino, será la éjide
tutelar de las instituciones— el protector de las garantías. Tran-
quilidad i órden renacerán: despotismo, guerra i ambiciones no
profanarán de hoy mas el suelo de los triunfos. ¡Tanta confianza
inspira VE., que amaestrado en los reveces, como en el bufete,
reune cuanto es preciso para la felicidad pública!
¡Quiera VE. pisar prontamente las riberas de su patria i venir
á alborozar á sus compatriotas! Yo lo ruego á VE. á nombre de
la libertad: VE. jamas ha desoido este grito; por él ha sufrido ig-
nominiosa ausencia; por él tornará triunfante para no separarse
jamas565.

564
CDGS ,
C. 4842, Alejandro Vélez, Bogotá, marzo 12 de 1832, vol. XIV, p. 22.
565
Gaceta de la Nueva Granada, Bogotá, Impreso por J. A. Cualla, No. 21, Bogotá,
domingo 11 de marzo de 1832. De la parte oficial. «Presidente de la Nueva Grana-
da», Biblioteca Nacional de Colombia, Rollo MF 28. Va del No. 1, Bogotá, domingo
1 de enero de 1832, hasta el No. 66, Bogotá, domingo 30 de diciembre de 1832.

245

la majestad(1).indd 245 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

El proceso se acompaña de una restauración de la imagen del


prócer. Las representaciones articulan registros procedentes de
distintas tradiciones intelectuales. En ocasiones, la vida de San-
tander se revela como una manifestación de la gracia. La Provi-
dencia lo habría librado de la tiranía para asegurar gracias a él el
triunfo de la libertad en la Nueva Granada 566 . Elegido a la primera
magistratura del Estado, colocado a la cabeza de los asuntos públi-
cos567, los pueblos y los hombres elevan sus plegarias al cielo para
que asegure su pronto regreso y para que Dios le conceda acierto
en sus providencias568. Las referencias sagradas son enormemen-
te ricas. Santander aparece entonces como Moisés, orientando la
marcha de su pueblo hacia Tierra Santa:

[...] el concejo municipal, párroco y vecinos de esta villa miran


a V.E. el hombre de la ley, el terror de la tiranía y el defensor de
las libertades públicas, y la historia de la Nueva Granada contará
con noble orgullo entre sus fastos a V.E. como el héroe que a be-
neficio de las aguas del océano se libró de la horrible ejecución
del decreto del Faraón colombiano569.

Se le venera, y su espera recuerda la del Mesías:

Además es tan ciega la veneración que tiene para los partidos


de este suelo un concepto de usted que todos los que han visto
su carta original han creído que ella sola terminaría cualquier
cuestión que fuera incitada a favor del anseatismo. A usted se le
espera. Su prestigio se ha multiplicado, se le cree necesario para
la prosperidad del país. Tal pensamiento es general. Haga usted,
pues, mi querido general el último sacrificio que exige de usted su
patria, la súplica de sus amigos verdaderos y la opinión nacional.
Usted siempre será sostenido, yo con todos mis esfuerzos siempre

566
CDGS ,
C. 3050, Antonio Obando, Bogotá, enero 18 de 1832, vol. IX, p. 145.
567
CDGS ,
C. 2386, Elie Mathieu, Santa Marta, febrero 2 de 1831, vol. VII, p. 238.
568
CDGS , C. 4859, Estanislao Vergara, Hacienda del Oratorio, octubre de 1832, vol.
XIV, p. 35.
569
CDGS , C. 2914, Concejo municipal, párroco y vecinos del cantón, Moniquirá,
septiembre 2 de 1832, vol. VIII, p. 460.

246

la majestad(1).indd 246 4/26/10 9:02:28 AM


1832: LA REGENER ACIÓN INCIERTA

seré de usted, porque usted ha probado que es un cordial amante


de la libertad y de los principios570.

Al igual que Jesucristo, su restauración se proclama como una


resurrección:

Porque usted es un hombre que resucitó, no al tercer día, sino al


cabo de nueve meses. Nadie creía, señor general, que usted escapa-
se de las garras del gran sacrificador ni de su astuto carcelero571.

Junto a este registro, aparece la imagen del héroe clásico, con


frecuencia bajo la metáfora del piloto diestro572 encargado de sal-
var la nave del naufragio573. Participa de la gloria del héroe574 a la
que lo elevan sus hazañas, pero sobre todo su virtud amaestrada
en el infortunio575. En él, la resignación576 se asocia a la firmeza; la
virtud, la sabiduría y la prudencia 577, a las luces y la experiencia 578.
De esta manera, virtudes republicanas, teologales e ilustradas con-
vergen para potenciar su calidad moral. Su autoridad no se funda
en la fuerza, sino en la confianza que asegura la obediencia con-
sentida de los hombres.

Los verdaderos patriotas, los amantes de la libertad, los que


desean que esta nación se engrandezca y prospere, todos anhelan
por veros ocupando el puesto que con tanto acierto os han seña-
lado los pueblos, por medio de sus escogidos. Os cupo en otro
tiempo la gloria de plantear aquellas instituciones, que durante
vuestra administración hicieron la felicidad de Colombia, y se juz-

570
CDGS ,
C. 2132, Tomás de Herrera, Panamá, febrero 19 de 1832, vol. VI, p. 349.
571
CDGS ,
C. 4249, Francisco Soto, Bogotá, marzo 1 de 1832, vol. XII, p. 180.
572
CDGS , C. 2915, Jefe político y Concejo, Charalá, septiembre 12 de 1832, vol. VIII,
p. 462.
573
CDGS , C. 2442, G. Montebrune, Bogotá, marzo 10 de 1832, vol. VII, p. 316.
574
CDGS , C. 2919, Concejo municipal de Tunja, Tunja, octubre 20 de 1832, vol. VIII,
p. 465.
575
CDGS , C. 2914, Concejo municipal, párroco y vecinos del cantón, Moniquirá,
septiembre 2 de 1832, vol. VIII, p. 460.
576
CDGS , C. 4895, Ramón Villoria, Neiva, agosto 29 de 1832, vol. XIV, p. 75.
577
CDGS , C. 2914, Concejo municipal, párroco y vecinos del cantón, op. cit., vol.
VIII, p. 460.
578
CDGS , C. 2913, Concejo municipal, San Gil, agosto 27 de 1832, vol. VIII, p. 459.

247

la majestad(1).indd 247 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

ga con sobrada razón que las que acaban de sancionarse no harán


todo el bien que se han prometido los legisladores si no sois vos
quien las ejecuta. Tánta es la confianza que vuestros conciudada-
nos han fincado siempre en vuestro saber, en vuestra experiencia,
en vuestras virtudes y en vuestro patriotismo579.

En estos registros, la imagen de Santander es la del depositario


de los derechos de los hombres. Este recurso recuerda la antro-
pomorfización de la soberanía en el Libertador; ahora se ofrece
como un mecanismo para escapar de la abstracción de la ley y la
Constitución. Santander tutela los derechos de los hombres, los
defiende frente a cualquier intromisión. Este entrecruzamiento
de registros asegura la recomposición del montaje de legitimidad
que había permitido apuntalar el orden durante la fase militar de
la independencia en la dupla Bolívar/Santander, pero invirtiendo
su sentido. Si el carisma del caudillo aseguraba entonces un «pun-
to fijo» para el orden, sin renunciar a la soberanía popular, uno y
otra convergen ahora en Santander. Revestido de un aura trascen-
dente, «El hombre de las leyes» tutela los derechos fundamentales.
La racionalidad se afirma así sobre el carisma, sin renunciar a ese
reflejo que asegura su elevación. Esta refusión de formas de legiti-
midad potencia su sentido.
Para algunos, el Presidente realiza el ideal monista. Su sola pre-
sencia refunde los partidos y restablece la confianza universal580.
Sin embargo, como ya lo señalamos, bajo esta visión se agazapa
una inquietud. La política se asoma como un campo autónomo,
disociado de las certidumbres que proveía el más allá. Un ámbito
en el que parece difícil sustraerse a la pluralidad y a la heteroge-
neidad. Los contemporáneos denuncian entonces el carácter in-
cierto de la regeneración:

579
CDGS, C.
2371, José Ignacio de Márquez, Bogotá, marzo 12 de 1832, vol. VII, p. 223.
580
«[…] me complace es que los partidos se han acordado con franqueza y buena
fe: aquellos que no gustaban las opiniones de usted y que se mostraban en contra
suya en el tiempo de Bolívar, están ahora convencidos de que deben tenderle a us-
ted los brazos. En fin, yo creo poder afirmar por todo lo que veo, que no tendrá un
solo enemigo en Colombia y sí muchos amigos». CDGS, C. 2386, Elie Mathieu, Santa
Marta, febrero 2 de 1831, vol. VII, p. 238.

248

la majestad(1).indd 248 4/26/10 9:02:28 AM


1832: LA REGENER ACIÓN INCIERTA

[…] me anticipo a felicitarlo como nos hemos felicitado recí-


procamente todos los que independientes de las consideraciones
particulares, juzgamos a usted el único capaz de salvar el país que,
aunque libre de la funesta dominación que legalizó tantos escán-
dalos, tiene aún muchos vínculos de heterogénea naturaleza para
fracasar […] había tomado por temperamento más seguro conde-
narme a un embrutecimiento y abnegación política a que me con-
dujo mi radicalismo, porque la desconfianza, hija del temor de la
desobediencia, infectó el carácter franco de muchos que con otra
firmeza hubieran hecho bastante a la causa entonces, sin sacrifi-
cio mayor de ellos y en ahorro de la mitad de lo que ha costado
después, no el triunfo de los principios sino su primera campaña;
es decir la caída del poder militar, que es lo que hasta el presente
tenemos de positivo, pues no basta el que nada veamos que se
oponga a dichos principios, sino que se acierte a fijarlos y que se
extirpen radicalmente las gangrenosas impresiones de aquel mal
cuyos restos se dejan bien sentir aún [...] Hay varios elementos
heterogéneos que debemos graduar como el germen de otros tan-
tos combustibles funestos, capaces de combinarse para causar un
trastorno o de producirlo por sí solo [...] vuele usted, mi amigo,
a ponerse al frente de los destinos de la N.G. insultada por el sur
y resentida interiormente por alguna desarmonía de ideas y por
algunos caprichos que pueden embarazar su consolidación581.

Atrapados entre el ideal monista y la imposibilidad de recupe-


rar la heteronomía que lo hacía posible, los contemporáneos le
dan forma a un «liberalismo monista». Las distintas corrientes de
pensamiento que concurrieron a modelar el liberalismo582 imagi-
naron instituciones políticas que le dieron expresión a la libertad
de los hombres. Esta noción aparece en el centro de las represen-
taciones políticas en la Nueva Granada. Ella alienta la lucha de
los revolucionarios desde 1810. Sin embargo, desde muy temprano
aparece entrecruzada con una noción de libertad de otra factura.
Como lo señalamos más arriba, una libertad referida a la comu-
nidad, que entraña incluso un borramiento del individuo, estruc-

581
CDGS , C. 4637, Francisco Troncoso Martínez, Bogotá, enero 14 de 1832, vol. XIII,
pp. 211 y ss.
582
Lucien Jaume, La Liberté et la loi. Les origines philosophiques…, op. cit., pp. 9-35.

249

la majestad(1).indd 249 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

tura también el pensamiento político de la época. Esta yuxtaposi-


ción de concepciones alternativas de la libertad, por momentos no
parece plantear tensiones; por el contrario, parecen desplegarse
en perfecta armonía, contrariamente a la experiencia histórica
angloamericana. El liberalismo monista que así se adivina articu-
la derechos individuales, contractualismo, equilibrio de poderes y
fiscalización con derechos colectivos, una imagen orgánica de la
sociedad, la virtud como mecanismo de contención del poder, el
unanimismo y la intolerancia. Esta construcción encubre las ten-
siones que la subtienden y que en el recorrido de este libro se ha
buscado explicitar. En ocasiones, su vertiente «liberal» —en un
sentido normativo— se refuerza en detrimento de sus manifesta-
ciones de corte más republicano. En otras, la dinámica se invierte
y son justamente estos últimos elementos los que se afirman, pero
sin que los demás desaparezcan.
Estas variaciones obedecen a coyunturas políticas precisas. La
expresión liberal (normativa) se adecúa bien a la oposición. Des-
pués de 1827, cuando Bolívar asegura temporalmente la unidad
de la República de Colombia mediante el reconocimiento de Páez,
Santander se vuelca a la oposición política recurriendo a temáti-
cas típicas del liberalismo. En el exilio, cuando conoce y frecuenta
a Bentham y Constant, refuerza su postura. Sin embargo, desde la
guerra en los Llanos en 1816, hasta esta fecha, había mantenido
un apego a la ciudadanía inmediata, a la exigencia de la virtud y
a la fuerza del gobierno centralista que había defendido con ve-
hemencia 583. Desde 1832, restablecido en el gobierno, reivindica
el carácter exaltado que a su parecer debería tener el liberalismo.
Bajo el sugerente título Moderación, El Cachaco, promovido por él
y sus más estrechos colaboradores y amigos políticos, le da expre-
sión a esta reivindicación, que fue reproducida ampliamente por
la prensa liberal en las provincias:

Nosotros [decía el artículo] nunca hemos afectado modera-


cion cuando hemos hablado de los remedios politicos y morales
de que ha necesitado la sociedad granadina. La extensión hasta
donde nos hemos propuesto llevar nuestros remedios siempre ha

583
Clément Thibaud, «En la búsqueda de un punto fijo para la República. Cesaris-
mo en Venezuela y Colombia, 1810-1830», op. cit.

250

la majestad(1).indd 250 4/26/10 9:02:28 AM


1832: LA REGENER ACIÓN INCIERTA

sido, y es proporcional á la opinión que tenemos de los males que


nos han aquejado y quejan á la necesidad y prontitud del remedio,
porque, como dice muy bien un escritor europeo quien que está
enfermo se contenta con una curacion moderada? Quien que mira
ardiendo un edificio pide agua con moderacion para apagar el
fuego [...]?584

La vertiente «republicana» de este liberalismo se potencia, en


consecuencia, desde el poder, cuando es preciso afirmar la sobera-
nía del Estado y la disposición de servicios y entrega de los ciuda-
danos. Ella aparece con rasgos más marcados en el momento de la
guerra, cuando se instauran las dictaduras y, nuevamente, desde
1831, cuando se restablece el gobierno legítimo. En lo filosófico
podría caber la duda sobre la naturaleza de este liberalismo. Pero
para los contemporáneos no admite duda. El liberalismo que rei-
vindican se refiere de manera muy general a la noción de libertad,
independientemente de sus matices. Esto explica la extensión de
la noción y también, sin duda, su vaciamiento ideológico. El sus-
tantivo liberal, en efecto, emerge muy temprano en la Nueva Gra-
nada como un equivalente de la idea de patriota 585. La lucha por la
libertad y el anhelo que comparten los hombres de fundar un go-
bierno a partir de ella son un propósito ampliamente compartido
desde 1810. Esta definición mínima de liberalismo es la que apare-
ce en los textos durante todo el período. Incluso hacia finales de la
década de 1840 —y esto es muy revelador—, cuando los partidos
políticos se confieren estatutos, José Eusebio Caro, reconocido en
la historiografía tradicional como fundador del Partido Conserva-
dor, se lamentará de que la denominación de «liberal» le hubiera
sido arrebatada. Sus palabras son muy elocuentes:

Los actos eran detestables. Los nombres eran atractivos. El


partido rojo, faccioso y salvaje, se ha llamado demócrata, liberal,
progresista 586 .

584
El Cachaco de Bogotá, No. 2, 26.V.1833.
585
Javier Fernández Sebastián (dir.), Diccionario político y social…, op. cit.
586
José Eusebio Caro, Escritos histórico-políticos de José Eusebio Caro, Bogotá, Fondo
Cultural Cafetero, 1981, p. 188.

251

la majestad(1).indd 251 4/26/10 9:02:28 AM


A TÍTULO DE CONCLUSIONES

Tout le coeur de la question politique réside donc dans l’interprétation de ce


vide et de ce surplus. La critique disqualifiante de la démocratie n’a cessé
de ramener le rien constitutif du peuple politique au trop-plein des masses
avides ou de la populace ignorante. L’interprétation de la démocratie
proposée par Claude Lefort donne à ce vide son caractère structural. Mais
cette théorie du vide se laisse elle-même interpréter de deux façons. Selon la
première, il est l’anarchie, l’absence de légitimité du pouvoir, constitutive
de l’espace même de la politique. Selon la seconde, il est le produit de la
désincorporation du double corps –humain et divin– du roi. La démocra-
tie commencerait avec le meurtre du roi, c’est-à-dire avec un effondrement
du symbolique, producteur d’un social désincorporé. Et ce lien originaire
entraînerait une tentation originaire de constitution imaginaire d’un corps
glorieux du peuple, héritier de la transcendance du corps immortel du roi et
principe de tous les totalitarismes. A cette interprétation, on opposera que le
double corps du peuple n’est pas une conséquence moderne d’un sacrifice du
corps souverain mais une donnée constitutive de la politique. C’est d’abord
le peuple, et non le roi, qui a un double corps. Et cette dualité n’est rien
d’autre que le supplément vide par lequel la politique existe, en supplément
à tout compte social et en exception à toutes les logiques de domination 587.

Quisimos escribir una historia de la revolución que cuestionara


algunos de los presupuestos del gran relato de la Modernidad, en
particular, la naturalización de la nación como nuevo sujeto de la

587
Jacques Rancière, Aux bords du politique, Paris, Gallimard, 1998, pp. 235-236.
«Todo el meollo de la cuestión política reside entonces en la interpretación de este
vacío y de este excedente. La crítica descalificadora de la democracia no ha dejado
de llevar la nada constitutiva del pueblo político al excedente de las masas ávidas o
del populacho ignorante. La interpretación de la democracia propuesta por Claude
Lefort le da a este vacío su carácter estructural. Pero esta teoría del vacío, se deja
interpretar de dos maneras. Según la primera, se trata de la anarquía, la ausencia
de legitimidad del poder, que constituye el espacio mismo de la política. Según
la segunda, es el producto de la desincorporación del doble cuerpo —humano y
divino— del rey. La democracia comenzaría con la muerte del rey, es decir, con
un desmoronamiento de lo simbólico, productor de una sociedad desincorporada.
Y este vínculo original ocasionaría una tentación original de un cuerpo glorioso
del pueblo, heredero de la trascendencia del cuerpo inmortal del rey y principio
de todos los totalitarismos. A esta interpretación opondré que el doble cuerpo del
pueblo no es una consecuencia moderna del sacrificio del cuerpo soberano sino
una base constitutiva de la política. Es primero el pueblo, y no el rey, el que tiene un
doble cuerpo. Y esta dualidad no es otra que el suplemento vacío por el cual existe
la política, como suplemento social, en resumidas cuentas, y como excepción de
todas las lógicas de dominación».

253

la majestad(1).indd 253 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

soberanía y la comprensión de la legitimidad como una construc-


ción, un artificio de la sociedad obrando sobre sí misma. Esta du-
pla, soberanía nacional y legitimidad autoinstituida, se despliega
en un abanico de procesos: la secularización, la racionalización,
la abstracción creciente, el contractualismo, el constitucionalismo,
el liberalismo y el republicanismo, entre muchos otros. A nuestro
parecer, su expresión acabada se adecúa con dificultad a la expe-
riencia de los actores, tal como ella se adivina en las fuentes del
período revolucionario, entre 1810 y 1832, en la Nueva Granada
y Venezuela. Este marco analítico, que proclama el éxito de la re-
volución, sin más, fuerza la voz de los contemporáneos, distorsio-
nándola. Desde otra orilla, los relatos que marcan el énfasis en su
fracaso, desconociendo su papel transformador y la emergencia
de formas democráticas, resultan igualmente insatisfactorios. Su
énfasis en la tradición, el organicismo, el holismo y la religión los
hace soslayar toda novedad.
Entre estas aproximaciones, una fecunda corriente historio-
gráfica ha venido señalando los compromisos que acompañaron
la transición del Antiguo Régimen a las repúblicas en el espacio
Atlántico. Este libro comparte su mirada; de ahí que busque ras-
trear los procesos creativos de apropiación de la modernidad en
el entendido de que éstos se forjaron sobre el basamento de una
cultura política anterior que contribuyó de manera muy impor-
tante a modelarlos. Desde esta perspectiva, sus autores quisimos
desestabilizar la dialéctica tradición/modernidad, continuidad/
ruptura.
No pretendemos haber conseguido sustraernos plenamente a
estas dicotomías. Aspiramos, sin embargo, a aportar ciertos ele-
mentos y conceptos para pensar la historia sin anticipaciones ni
proyecciones del futuro sobre el presente, como tampoco del pasa-
do sobre la actualidad revolucionaria. Hemos buscado restituir la
mirada de los actores para acercarnos a la forma como se plantea-
ron los problemas y a las soluciones que apostaron a los desafíos
que trajeron consigo la acefalía y la revolución. Esta aproximación,
atenta a los hombres, sus representaciones, sus lenguajes y sus
prácticas, se ofrece como una trama para hacer una historia de lo
político en el cruce entre lo cultural y lo social. La preocupación
por el orden que copa las inquietudes y los anhelos de los hombres
en estos primeros tiempos de la Independencia nos sirvió de hilo

254

la majestad(1).indd 254 4/26/10 9:02:28 AM


A TÍTULO DE CONCLUSIONES

conductor. La mutación del orden simbólico —del montaje de le-


gitimidad sobre el que se levanta el orden— encontró expresiones
en los ámbitos de la política y la cultura por las que nos interesa-
mos. Estos últimos no se pueden supeditar a lo socioeconómico;
por el contrario, están atravesados por lógicas propias y describen
dimensiones autónomas de la realidad. La revolución refuerza esta
perspectiva. Ella pone de manifiesto el papel central de lo político.
Lo social amerita un trabajo de reflexión y de reconstrucción his-
tórica que aquí no aparece. Nosotros nos limitamos a escuchar la
voz de las élites menores, a rastrear los lenguajes de algunos acto-
res colectivos e individuales —masculinos todos–—, dando cuen-
ta de sus prácticas políticas. Un segundo nivel de lectura nos llevó
a tomar distancia de la experiencia de los contemporáneos para
desentrañar la forma como se expresan las tensiones estructurantes
de la política democrática en su etapa de nacimiento. Nos inte-
resamos por la escisión del sujeto entre hombre y ciudadano, la
tensión entre pueblo sociológico y pueblo principio588, la contrapo-
sición entre una concepción organicista de lo social, fuertemente
monista, y la reemergencia persistente de la pluralidad, potenciada
por el liberalismo y su énfasis en el individuo y su libertad.
Este libro no quiso hacerle eco al discurso del fracaso, pero
tampoco buscó proporcionar una visión bucólica y acrítica de la
revolución. Sus autores nos esforzamos por dar cuenta de las for-
mas políticas que fueron emergiendo a lo largo del proceso que
discurre entre el estallido revolucionario en 1810 y su consolida-
ción en 1832, señalando su dimensión emancipadora pero también
sus límites. Las nociones de ciudadanía inmediata o de soberanía
incorporada que proponemos y la descripción de un liberalismo
monista de la que también nos ocupamos no pueden ser pensadas
como simple continuidad, como remanentes del pasado. Sin em-
bargo, es innegable que estas construcciones dificultaron el paso
a una sociedad pluralista. Nos cuidamos de evitar este tipo de jui-
cios, que se apoyan en categorías ahistóricas, pero desde una pers-
pectiva ética y política no pudimos dejar de subrayarlos aquí.

588
Pierre Rosanvallon, Le peuple introuvable, op. cit.

255

la majestad(1).indd 255 4/26/10 9:02:28 AM


CRONOLOGÍA

1808

España peninsular
Marzo. Invasión de España.
Marzo 17. El motín de Aranjuez obliga al Príncipe de la Paz —Go-
doy— a renunciar.
Marzo 18. Abdicación de Carlos IV a favor de su hijo Fernando VII.
Mayo 2. Sublevación en Madrid contra Murat y la ocupación fran-
cesa.
Mayo 5-6. En Bayona, Napoleón obtiene las abdicaciones de Car-
los IV y de Fernando VII.
Mayo 10. Se designa para el trono vacante a José, hermano del
Emperador francés.
Mayo y junio. Sublevación de la población y formación de juntas
de gobierno en las grandes ciudades.
Julio 21. Castaños derrota al ejército de Dupont en Bailén.
Septiembre 25. Formación de una Junta Central de gobierno del
Reino en Aranjuez, y luego en noviembre en Sevilla.
Noviembre 8. Llegada de Napoleón a España.
Diciembre 4. Madrid se entrega a los franceses.

Capitanía General de Venezuela


Verano. llegan las noticias de la doble abdicación de Bayona y de
la invasión de la Península.
Julio 15. Llegada a Caracas del comisionado de Napoleón, el te-
niente Pierre de Lamanon. Motín popular contra la dominación
francesa. Ceremonia de jura a Fernando VII.

257

la majestad(1).indd 257 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Julio 26. El capitán general Casas convoca una Junta de gobierno «a


imitación de la suprema de gobierno de Sevilla». Ella no se reúne.
Agosto 5. Llegada del comisionado por la Junta de Sevilla José Me-
léndez Bruna. La capitanía general reconoce la tutela de la Junta
andaluza.
Noviembre. «Conjura de los Mantuanos»

Virreinato de la Nueva Granada


Septiembre 3. Diputación en Santa Fe de José Pando y Sanlloren-
te, comisionado de la Junta de Sevilla.
Septiembre 11. Santa Fe jura obediencia a la Junta Central de Se-
villa.

1809

España peninsular
Enero 22. Promulgación del decreto que proclama la igualdad
política entre la España peninsular y América. Convocación para
elegir diputados americanos en la Junta Central de Sevilla.
Noviembre 19. Soult vence el ejército de la Junta en Talavera.
Invierno 1808-1809. Elecciones a la Junta Central.

Audiencia de Quito
Agosto 10. Formación de la junta de gobierno en Quito.
Diciembre. Disolución por la fuerza de la Junta formada en Quito.

Capitanía General de Venezuela


Enero 23. Reconocimiento de la Junta Central.
Mayo. Vicente Emparan, capitán general.

Virreinato de la Nueva Granada


Septiembre 16. Elección del mariscal Antonio Narváez como dipu-
tado de la Nueva Granada a la Junta de España.

258

la majestad(1).indd 258 4/26/10 9:02:28 AM


CRONOLOGÍA

1810

España peninsular
Enero a febrero. Conquista de Andalucía por los franceses. Miem-
bros de la Junta Central se trasladan a Cádiz.
Enero 14. Convocatoria a cortes generales. Se reitera la igualdad
entre las dos partes del Imperio.
Enero 27. El Consulado de Cádiz pone bajo tutela a los restos de
la Junta Central.
Enero 29. Creación del Consejo de Regencia.
Septiembre 24. Reunión de las Cortes Generales Extraordinarias
en la isla de León. Proclamación de la soberanía de la Nación y del
carácter constituyente de las Cortes.

Capitanía General de Venezuela


Abril 17 o 18. En Caracas se recibe la noticia de que las tropas
napoleónicas han invadido Andalucía y la Junta Central ha sido
disuelta.
Abril 19. Proclamación de una Junta de gobierno en Caracas.
Abril 25. Formación de un gobierno provisional de 25 miembros.
Junio 10. Publicación del primer reglamento electoral redactado
por Juan Germán Roscio con motivo de las elecciones de los dipu-
tados al Congreso constitucional
Junio 22. Instauración de un Tribunal de la Seguridad Pública.
Agosto a enero de 1811. Elecciones de los diputados al Congreso,
con excepción de las regiones de Coro, Maracaibo y Guayana, fie-
les a la Regencia.
Octubre 22. Sublevación en Caracas.
Noviembre 7. Comienzo de la campaña de Coro a las órdenes del
marqués de Toro.
Diciembre 25. Caracas rechaza el reconocimiento de los represen-
tantes de las Cortes.

Virreinato de la Nueva Granada


Mayo 10. Creación de una Junta en Cartagena de Indias.
Mayo 22. En Cartagena son depuestas las autoridades reales.
Julio 3. Cali crea su Junta.

259

la majestad(1).indd 259 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Julio 4. Pamplona crea su Junta.


Julio 9. Socorro crea su Junta.
Julio 20. Proclamación de la Junta Conservadora de los derechos
de Fernando VII en Santa Fe.
Julio 26. La Junta de Santa Fe desconoce el gobierno peninsular
de la Regencia.
Agosto 15. Leyes constitucionales del Socorro.
Diciembre 22. La Junta de Santa Fe reúne su propio Congreso de
las provincias.

1811

Capitanía General de Venezuela


y Provincias Unidas de Venezuela
Marzo 2. Sesión de apertura del primer Congreso Constitucional
de Venezuela, reuniendo 31 diputados de siete provincias.
Marzo 5. Formación de un gobierno colegial de tres miembros, de
un consejo consultivo en reemplazo de la junta de abril de 1810 y
de un tribunal supremo (7 de marzo).
Abril 3. Campaña de Guayana. Combate de Soledad cerca de An-
gostura entre patriotas y realistas.
Abril 8. Campaña de Guayana. Los patriotas son rechazados en
Barrancas.
Julio 1. Publicación de la declaración de Los derechos del pueblo.
Julio 5. Declaración de Independencia de Venezuela.
Julio 11. Sublevaciones en Valencia a favor de la Regencia. El 13 de
agosto Miranda las reprime.
Diciembre 21. Aprobación de la Constitución Federal de las Pro-
vincias Unidas de Venezuela.

Virreinato de la Nueva Granada


y Provincias Unidas de la Nueva Granada
Febrero 1. Creación de las ciudades confederadas del Valle del
Cauca.
Marzo 28. Antonio Baraya derrota al realista Miguel Tacón en la
Batalla del Bajo Palacé.

260

la majestad(1).indd 260 4/26/10 9:02:28 AM


CRONOLOGÍA

Abril 1. El estado de Cundinamarca elige como presidente a Jorge


Tadeo Lozano.
Abril 4. Expedición de la Constitución monárquica de Cundina-
marca.
Junio 14. Antonio Nariño lanza su periódico La Bagatela.
Septiembre 19. Jorge Tadeo Lozano es depuesto. Nariño asume la
presidencia de Cundinamarca.
Octubre. Reunión de un nuevo Congreso de las Provincias Unidas
de Nueva Granada.
Noviembre 11. Cartagena declara su independencia de España.
Noviembre 27. Las provincias de Antioquia, Cartagena, Pamplo-
na, Neiva y Tunja se unen en las Provincias Unidas de Nueva Gra-
nada mediante un tratado.

Presidencia de Quito
Abril. Formación de una segunda junta de gobierno en Quito.

1812

España peninsular
Marzo 19. Las Cortes, reunidas en Cádiz, promulgan la Constitu-
ción española.

Venezuela
Febrero 15. Fin de las sesiones del Congreso en Caracas.
Marzo 1. Instalación del Congreso en Valencia, proclamada capi-
tal federal.
Marzo 22. Los patriotas sitian Angostura.
Marzo 25. Miranda asume la dictadura.
Marzo 26. Terremoto en Venezuela. Los realistas repelen a sus si-
tiadores en Angostura. Derrota patriota en Sorondo.
Abril 3. Instalación del gobierno patriota en Valencia.
Abril 4. Facultades extraordinarias al poder Ejecutivo.
Abril 6. Fin de las sesiones del Congreso en Valencia.
Abril 7. El ejército realista al mando del general Domingo de Mon-
teverde toma Barquisimeto.

261

la majestad(1).indd 261 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Abril 26. Antes de dispersarse, el Congreso elige a Miranda gene-


ralísimo de los ejércitos.
Abril 27. El gobierno patriota se instala en La Victoria.
Mayo 1. Miranda deja Caracas para enfrentar a Monteverde.
Junio. Sublevación de los valles de Barlovento.
Junio 19. Proclamación de la Ley marcial.
Junio 30. Sublevación de la guarnición de Puerto Cabello a favor
de los realistas.
Julio 5. Caída de Puerto Cabello.
Julio 25. Capitulación de San Mateo entre Miranda y Montever-
de.
Julio 30. Entrada de Monteverde a Caracas, de nuevo capital de
la Capitanía general. Instauración de un gobierno realista hasta
agosto de 1813.

Nueva Granada
Enero-agosto. Desavenencias entre Cundinamarca y las Provincias
Unidas. Éstas forman un gobierno bajo la dirección de Camilo
Torres
Abril. Derrotas patriotas en el sur, que debe ser abandonado.
Mayo 25. Defección del general Baraya, quien estaba al servicio de
Cundinamarca; pasa al bando de las Provincias Unidas.
Julio 1. El general realista Juan Sámano toma Popayán.
Julio 18. Toma de Cali por los realistas.
Septiembre 26. Reunión del Congreso de las Provincias Unidas de
Nueva Granada en Villa de Leiva.
Octubre 22. Separación definitiva de Cundinamarca frente a las
Provincias Unidas.
Noviembre 25. Las Provincias Unidas le declaran la guerra a Cun-
dinamarca
Diciembre 2. Nariño es derrotado por las Provincias Unidas en
Ventaquemada.
.Diciembre 15. «Manifiesto de Cartagena» por Simón Bolívar con-
tra el federalismo, las milicias, etcétera.
Finales de diciembre. Asedio de Santa Fe por parte de las tropas
de las Provincias Unidas.

262

la majestad(1).indd 262 4/26/10 9:02:28 AM


CRONOLOGÍA

1813

España peninsular
Junio 21. Triunfo de las tropas angloespañolas en Vitoria. Los
franceses inician su retirada de España.

Capitanía General de Venezuela


y Provincias Unidas de Venezuela
Marzo 30. Bolívar es autorizado por el Congreso de la Unión para
continuar sus operaciones en Venezuela, pero no más allá de La
Grita.
Mayo 23. Bolívar en Mérida.
Junio 15. Decreto de guerra a muerte en Trujillo.
Agosto 4. Capitulación de los ejércitos realistas en Valencia.
Diciembre 5. Triunfo patriota en Araure.

Nueva Granada
Enero 6. Pierre Labatut ocupa Santa Marta.
Enero 9. Nariño derrota a las Provincias Unidas en el ataque a
Santa Fe.
Marzo 5. Labatut es expulsado de Santa Marta.
Marzo 30. Acuerdos entre Cundinamarca y las Provincias Unidas
ponen fin a la guerra.
Abril 7. Bolívar comienza su Campaña Admirable con las tropas
del Reino.
Julio 16. Cundinamarca declara su independencia absoluta.
Julio. Comienzo de la campaña de Nariño contra los realistas de
Popayán y de Pasto.
Julio. Dictadura de Juan del Corral en Antioquia.
Agosto 11. Antioquia declara su independencia absoluta.
Agosto. Popayán es tomada por los realistas.
Octubre 12. Partidas realistas atacan los Valles de Cúcuta y derro-
tan a Francisco de Paula Santander.
Diciembre 30. José María Cabal vence al español Juan Sámano en
la batalla del Alto Palacé.

263

la majestad(1).indd 263 4/26/10 9:02:28 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

1814

España peninsular
Marzo 24. Vuelta en España de Fernando VII, «el Deseado».
Abril 22. Moción de 69 diputados, los «Persas», que proponen la
abrogación de la Constitución de Cádiz y la vuelta a las Cortes
tradicionales.
Abril 30. Fin de la guerra entre España y Francia.
Mayo 4. Fernando VII deroga la Constitución de Cádiz.
Mayo 10. Detención de los dirigentes liberales en Madrid.
Agosto. Inicio de los preparativos para la expedición destinada a
los territorios americanos.

Venezuela
Junio 14. El caudillo realista Boves derrota los patriotas en La
Puerta.
Julio 7. Emigración republicana hacia las provincias orientales.
Diciembre 5. Desastre de Urica.
Diciembre 11. Derrota patriota en Maturín que dispersa los últi-
mos restos de los ejércitos republicanos.

Nueva Granada
Enero 15. Victoria patriota de Nariño sobre Sámano en Calibío,
en el Sur. Cali y Popayán son retomadas.
Abril 28. Victoria de Nariño en Juanambú sobre los realistas.
Mayo 4. Combate de Cebollas en el Sur.
Mayo 9. Nariño triunfa en Tacines.
Mayo 11. Nariño es derrotado por los realistas en Pasto.
Septiembre 23. Reforma del Acta de Federación de las Provincias
Unidas. Creación del triunvirato.
Septiembre 29. Las Provincias Unidas declaran de nuevo la guerra
a Cundinamarca.
Diciembre 12. Las tropas de las Provincias Unidas, al mando de
Bolívar, toman Santa Fe.

264

la majestad(1).indd 264 4/26/10 9:02:29 AM


CRONOLOGÍA

1815

Capitanía General de Venezuela


Enero. Restablecimiento del régimen monárquico en Venezuela
(salvo en algunas zonas circunscritas al Oriente, donde empiezan
a obrar las partidas patriotas).
Abril. Llegada a Caracas del general Pablo Morillo al mando del
Cuerpo Expedicionario español.
Septiembre 6. Bolívar publica Carta a un habitante de Jamaica.
Octubre 31. El caudillo patriota José Antonio Páez participa en la
victoria de Joaquín Ricaurte sobre el realista Calzada en Chire.
Diciembre 16. Victoria de Páez sobre Francisco López en la Mata
de la Miel. Constitución del Ejército de Apure.

Provincias Unidas de la Nueva Granada


Enero 12. El gobierno de las Provincias Unidas se traslada a Santa
Fe.
Julio 15. Batalla del Río Palo. Los realistas son contenidos en el
Sur.
Julio 23. El general Pablo Morillo, jefe del Cuerpo Expedicionario
español, desembarca en Santa Marta; allí se une a los realistas.
Septiembre 22-Diciembre 6. Sitio de Cartagena por las tropas rea-
listas.

1816

Venezuela
Mayo 3. Expedición de reconquista de Bolívar apoyada por el pre-
sidente Pétion de Haití. Fracaso.
Mayo 7. Una asamblea de notables reconoce a Bolívar como Jefe
Supremo de la República en Villa del Norte, isla Margarita.
Noviembre 31. Segunda expedición de Bolívar desde Haití.

Provincias Unidas de la Nueva Granada


Febrero 21-22. Batalla de Cachirí.

265

la majestad(1).indd 265 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Abril 28. El cuerpo expedicionario de Morillo retoma la Nueva


Granada.
Mayo 3. El presidente Fernández de la Madrid abandona Bogotá
por Popayán.
Mayo 5. Santander y Serviez huyen de Bogotá hacia Casanare.
Mayo 6. Pablo Morillo entra en Bogotá.
Junio 5. Empiezan los fusilamientos de dirigentes patriotas en
Santa Fe.
Junio 29. Batalla de la Cuchilla del Tambo. Victoria total de los
españoles en el Sur.
Julio 10. Acción de La Plata. Destruido el último grupo republica-
no en la Nueva Granada.

1817

Venezuela
Julio 17. Los ejércitos realistas abandonan Angostura y Guayana
la Vieja.
Agosto 8. El Congreso de Cariaco hace de Asunción (Isla de Mar-
garita) la capital provisoria de Venezuela.
Octubre 30. Creación de un Consejo de Estado provisional en An-
gostura.
Noviembre 5. Creación de un Consejo de Gobierno.

Nueva Granada
Marzo. Las guerrillas llaneras liberan Casanare.
Noviembre. Resistencia en la Nueva Granada. Se crean guerrillas
en el Socorro, Tunja, y en zonas cercanas a Santa Fe.

1818

Venezuela
Enero 30. Bolívar y Páez unen sus ejércitos.
Febrero 12. Primer encuentro entre las fuerzas de Morillo y las de
Bolívar.

266

la majestad(1).indd 266 4/26/10 9:02:29 AM


CRONOLOGÍA

Junio. Bolívar se establece en Angostura.


Agosto 15. Bolívar anuncia en Angostura su intención de atacar la
Nueva Granada.
Octubre 1. Bolívar anuncia la convocación de un Congreso cons-
titucional.
Octubre 17. Angostura, capital provisional.

Nueva Granada
Agosto. Envío del general Santander al Casanare para organizar
las tropas patriotas.
Diciembre 18. Acta de Pore mediante la cual se declara capital de
la Nueva Granada y adhiere provisionalmente a Venezuela.

1819

Venezuela
Febrero 15-Enero 19, 1820. Congreso de Angostura. Discurso de
Angostura pronunciado por Simón Bolívar.
Mayo. Preparación de la campaña de Boyacá.
Febrero. Facultades extraordinarias a Bolívar.
Mayo 23. Comienzo de la campaña para liberar la Nueva Granada.

Nueva Granada
Inicios del año. Expedición realista a los Llanos con el fin de pre-
venir la invasión patriota a la Nueva Granada.
Julio 25. Batalla del Pantano de Vargas.
Agosto 7. Victoria patriota de Boyacá.
Agosto 10. Bolívar entra en Santa Fe.
Septiembre. Columnas del Ejército Libertador se dirigen a varios
puntos de la Nueva Granada: Antioquia, el Socorro, Tunja y el
Valle del Cauca son liberados, y amenazados Popayán, Cartagena
y Santa Marta.
Febrero 15. Inauguración del Congreso de Angostura. Discurso
de Angostura (Bolívar).

267

la majestad(1).indd 267 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Colombia
Diciembre 17. El Congreso de Angostura promulga la Ley Funda-
mental, que crea la República de Colombia. La integran los de-
partamentos de Quito, Venezuela y Cundinamarca. La Villa del
Rosario de Cúcuta es designada como capital provisional.

1820

España peninsular
Enero 1. Pronunciamiento de Riego y Quintana a favor de la Cons-
titución de Cádiz. Principio de la insurrección liberal.
Marzo 7. Fernando VII acepta la Constitución y nombra un gobier-
no liberal.
Julio 9. Reunión de las Cortes.
Agosto 31. Riego entra en Madrid.

Colombia
Enero 11. Decreto de manumisión de los esclavos.
Enero 20. Decreto de convocación a las elecciones para el Congre-
so de Cúcuta.
Febrero 27. Apertura en Bogotá de la asamblea encargada de rati-
ficar las decisiones tomadas en Angostura.
Junio 6. Morillo pide la publicación de la Constitución de Cádiz.
Noviembre 25. Se firma en Trujillo armisticio de seis meses entre
los republicanos y los realistas.
Noviembre 26. Tratado de Regularización de la Guerra.
Noviembre 27. Encuentro de Bolívar y Morillo en Santa Ana (Ve-
nezuela). Morillo deja el mando a cargo de Miguel de la Torre.

1821

Colombia
Junio 24. Victoria decisiva de los patriotas en Carabobo. Libera-
ción cuasi completa de Venezuela.

268

la majestad(1).indd 268 4/26/10 9:02:29 AM


CRONOLOGÍA

Julio 12. Ley fundamental de la Unión de los Pueblos de Colombia


bajo un sistema centralista.
Julio 21. Ley de manumisión de los esclavos.
Julio 31. Fin de las sesiones del Congreso de Angostura.
Agosto 30. El Congreso general de Colombia vota la Constitución
de Cúcuta.
Septiembre. El Congreso de Cúcuta nombra a Bolívar presidente
de la República de Colombia.
Octubre 11. El Congreso constituyente de Colombia hace de Bo-
gotá su capital.
Octubre 14. Fin de las sesiones del Congreso de Cúcuta.

1822

Colombia
Abril 7. Batalla de Bomboná abre la ruta hacia el Sur al Ejército
Libertador.
Mayo 24. Batalla de Pichincha, que asegura la independencia de
la Presidencia de Quito.
Julio 11. La provincia de Guayaquil es incorporada a la República
de Colombia.

1823

España peninsular
Marzo 26. Los liberales trasladan a Fernando VII a Sevilla.
Abril 7. Invasión francesa de los Cien Mil Hijos de San Luis, bajo
el mando del duque de Angulema.
Junio 11. Los liberales suspenden temporalmente a Fernando VII
del gobierno y lo trasladan a Cádiz.
Octubre 1. Restablecimiento del absolutismo. Fernando VII des-
truye la legislación de los años 1820-1823.

269

la majestad(1).indd 269 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

1824

Perú
Diciembre 9. Batalla de Ayacucho. Derrota del último ejército es-
pañol en América.

1825

Colombia
Enero 1. Se reúne por primera vez en pleno el Congreso de la Re-
pública de Colombia.
Enero 2. Gran Bretaña reconoce la independencia de Colombia.
Abril 18. Firma de un tratado de amistad y comercio entre Gran
Bretaña y Colombia.

1826

Colombia. Nueva Granada


Marzo 15. Una vez el Congreso revisa los escrutinios electorales,
Bolívar y Santander son reelegidos presidente y vicepresidente.
Marzo 30. Páez es acusado formalmente en el Senado por abuso de
autoridad. Se le suspende de sus facultades y es llamado a Bogotá.
Junio 1. En Bogotá se conocen las noticias del alzamiento de
Páez.
Junio 9. Reunión de un Consejo Extraordinario en Bogotá para
definir la postura del gobierno frente al alzamiento de Venezuela;
se opta por la vía persuasiva.
Junio 22 a julio 15. Reunión del Congreso Anfictiónico en Panamá.
Julio 8. Decreto del gobierno declara ilegal el alzamiento de Ve-
nezuela.
Noviembre 14. Bolívar llega a Bogotá.
Noviembre 23. Bolívar se posesiona en el poder Ejecutivo con fa-
cultades extraordinarias.
Noviembre 25. El Libertador sale de Bogotá hacia Venezuela por
la vía de Tunja.

270

la majestad(1).indd 270 4/26/10 9:02:29 AM


CRONOLOGÍA

Colombia, Venezuela
Abril 27. Reunión de la municipalidad de Valencia en apoyo a
Páez.
Abril 30. Motín en Valencia que proclama a Páez jefe de Venezue-
la, Zulia y Orinoco.
Junio 26. Reunión en Valencia de diputados de esta ciudad, Cara-
cas y demás de Venezuela y el Apure. Se promulga un acta justifi-
cando la insurrección y solicitando la reunión de una convención
que revise la Constitución de 1821.
Agosto 8. Pronunciamientos de Puerto Cabello y Caracas a favor
de un sistema federal.
Noviembre 21. Pronunciamiento de Puerto Cabello en defensa de
la Constitución y la ley; desconoce a Páez.
Diciembre 16. Bolívar llega a Maracaibo y se hacen preparativos
militares en el Zulia.
Diciembre 18. Contrarrevolución en Apure y adhesión al gobierno.

Colombia, Ecuador
Julio 6. Acta de Guayaquil proclama la monarquía y la Constitu-
ción Boliviana.
Julio 14. Adhesión de Quito al acta de Guayaquil del 6 de julio.
Julio 16. Los electores de Lima sancionan la Constitución bolivia-
na y declaran a Bolívar presidente vitalicio.
Agosto 28. Pronunciamiento de Guayaquil otorga facultades dic-
tatoriales al Libertador y se adhiere a la Constitución boliviana.

1827

Colombia, Nueva Granada


Marzo 15. el gobierno en Bogotá envía un oficio a los sublevados
de la III División aprobando su acción.
Mayo 2. Por motivos relacionados con el quórum, el Congreso se
instala en Tunja. Ese mismo día se dirigen a Bogotá a sesionar.
Junio 6. Se discute en Bogotá si se acepta o no la renuncia del Li-
bertador. Luego de una acalorada sesión, se decide no aceptarla,
como tampoco la de Santander.

271

la majestad(1).indd 271 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Agosto 7. El Congreso convoca a la Gran Convención de Ocaña


para el 2 de marzo de 1828.
Septiembre 10. Bolívar llega a Bogotá y se posesiona como presi-
dente.

Colombia, Venezuela
Enero 1. Bolívar expide un decreto que brinda garantías a los alza-
dos de Venezuela. Páez se somete y reconoce al Libertador.
Enero 4. Bolívar y Páez se reúnen en Venezuela.

Colombia, Ecuador
Abril (comienzos de mes). Desembarco de la III División en varios
puntos de la costa ecuatoriana.
Abril 16. La III División ocupa Guayaquil y sus autoridades legíti-
mas son depuestas.
Julio 25. Pronunciamiento de Guayaquil por la federación. Fin de
la sublevación de la III División.
Septiembre 25. La municipalidad de Guayaquil vuelve al orden
constitucional.

1828

Colombia, Nueva Granada


Marzo 2. No se instala la Convención en Ocaña por falta de di-
putados. Los presentes califican las elecciones y anulan varias de
ellas (éstas corresponden a diputados a favor de Bolívar).
Marzo 13. Bolívar asume facultades extraordinarias para toda la
República, excepto Ocaña.
Abril 1. El general José Padilla es arrestado en Cartagena luego de
haber estado en Ocaña y de haber intentado sublevar a Cartagena.
El Libertador se encuentra en Bucaramanga.
Abril 9. Con 67 diputados, la Convención de Ocaña se instala ofi-
cialmente.
Junio 2. Los partidarios de Bolívar deciden separarse de la Con-
vención.
Junio 10. Retirada de 21 diputados de Ocaña.

272

la majestad(1).indd 272 4/26/10 9:02:29 AM


CRONOLOGÍA

Junio 11. Se declara la suspensión de las sesiones de la Convención


por la retirada de los diputados y la falta de quórum. Poco después
la Convención se disuelve.
Junio 13. Pronunciamiento de Bogotá desconociendo los actos de
la Convención e invistiendo a Bolívar con plenitud de facultades
hasta la convocatoria de una representación nacional.
Junio 16. Bolívar recibe en el Socorro las noticias sobre la disolu-
ción de la Convención y el acta de Bogotá del 13 de junio pasado.
Aprueba de inmediato el acta de Bogotá y se dirige a la capital.
Agosto 27. Bolívar asume la dictadura a través de la expedición de
un decreto orgánico.
Septiembre 25. Atentado contra la vida de Bolívar en Bogotá.
Septiembre 26. Bolívar asume de inmediato, en pleno, las faculta-
des extraordinarias conferidas por los pueblos. Se suceden arres-
tos y juicios sumarios para reprimir a los conspiradores.
Septiembre 30. Primeros fusilamientos de los implicados en el
complot del 25 de septiembre.
Octubre 2. Es fusilado el general Padilla por su papel en la conspi-
ración contra Bolívar.
Octubre 12. Insurrección de José María Obando y José Hilario
López en Popayán contra la dictadura de Bolívar y a favor de la
Constitución de Cúcuta.
Noviembre 7. El general Santander y otros son condenados a
muerte por el Complot de Septiembre. Se les conmutan las penas.
Santander es condenado al destierro y degradación.
Noviembre 12. Triunfo de Obando y López en la acción de La
Ladera.
Diciembre 14. El Consejo de Ministros, encargado de la adminis-
tración mientras Bolívar se dirige al Sur, hace la convocatoria para
un Congreso Constituyente que debe reunirse el 2 de enero de
1830 en Bogotá.
Diciembre 27. Acciones del general José María Córdoba en Popa-
yán para contener a Obando y a José Hilario López.

Colombia, Ecuador
Noviembre 22. La armada peruana ataca y bloquea a Guayaquil.
Inicio de la guerra contra Perú.

273

la majestad(1).indd 273 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

1829

Colombia, Nueva Granada


Enero 26. Bolívar expide una amnistía para terminar con el alza-
miento de Obando y López. Se pacifica el Patía.
Febrero 10. Las tropas del general Córdoba salen de Popayán hacia
Pasto, precedidas de la comisión de paz para pacificar la región.
Junio 30. Se reúne en Bogotá una junta de notables, civiles, mi-
litares y eclesiásticos para formar opinión pública a favor de la
monarquía.
Julio. Santander es enviado de Cartagena a Puerto Cabello.
Julio 1. Elecciones de diputados para el Congreso Constituyente
de 1830.
Septiembre 3. Gestiones del Consejo de Ministros y de diplomáti-
cos extranjeros sobre el establecimiento de la monarquía en Co-
lombia.
Septiembre 8. El general José María Córdoba se subleva contra
Bolívar en Rio Negro (Antioquia).
Septiembre 19. El general Córdoba ocupa Medellín.
Noviembre 22. Bolívar rechaza el proyecto de monarquía en Co-
lombia.

Colombia, Venezuela
Noviembre 24 a 26. Venezuela se separa de la Gran Colombia.

Colombia, Ecuador
Enero 19. Guayaquil es ocupada por los peruanos.
Febrero 12-13. Triunfo colombiano en Saraguro contra los peruanos.
Febrero 27. Triunfo colombiano en el Portete de Tarqui; los perua-
nos se retiran en desbandada.
Febrero 28. Convenio de Girón entre colombianos y peruanos.
Julio 21. Luego de algunos acuerdos, las tropas colombianas en-
tran a Guayaquil.
Septiembre 22. El Tratado de Guayaquil asegura la paz entre pe-
ruanos y colombianos.
Septiembre 27. Envío de una expedición al mando del general
Daniel O’Leary contra Córdoba.

274

la majestad(1).indd 274 4/26/10 9:02:29 AM


CRONOLOGÍA

Octubre 17. Acción de El Santuario, donde es derrotado y muerto


el general José María Córdoba.

1830

Nueva Granada
Enero 2. Instalación del Congreso Admirable en Bogotá.
Enero 20. Bolívar renuncia irrevocablemente a la presidencia de
Colombia ante el Congreso Admirable.
Abril 29. Promulgación de la Constitución de 1830.
Mayo 4. Elección de Joaquín Mosquera y Domingo Caicedo como
presidente y vicepresidente de Colombia.
Mayo 8. Bolívar parte de Bogotá hacia la Costa Atlántica para no
volver jamás.
Mayo 11. Clausura del Congreso Admirable.
Junio 4. Asesinato del mariscal Sucre en Berruecos, antes de llegar
a Pasto.
Julio 16. Pronunciamiento en Panamá contra el gobierno de Bogotá.
Agosto 10-12. Alzamiento del Batallón Callao en su marcha hacia
Tunja desde Bogotá; contramarchan a la capital.
Agosto 15. Los rebeldes llegan a la hacienda Techo exigiendo la
rendición incondicional de Bogotá. Se inician negociaciones con
el gobierno. Éstas resultan infructuosas.
Agosto 18. Sublevación en el Socorro en apoyo al Batallón Callao.
Agosto 27. Batalla del Santuario. Las tropas del gobierno son de-
rrotadas por los rebeldes. Bogotá capitula.
Septiembre 2. Pronunciamiento de Bogotá a favor de Bolívar. De-
claran a Rafael Urdaneta encargado del poder hasta el regreso del
Libertador. Pronunciamiento en Cartagena al mando del general
Mariano Montilla. El prefecto de Cartagena, Juan de Francisco,
encabeza el 3 de septiembre una reunión en la que se firma un
acta llamando a Bolívar al gobierno.
Septiembre 4. Joaquín Mosquera y Domingo Caicedo renuncian
a sus cargos.
Septiembre 17. Julián Santamaría y Vicente Gutiérrez de Piñeres lle-
gan a Cartagena para informar a Bolívar de los sucesos en la capital
y llamarlo al gobierno. El Libertador acepta el 18 del mismo mes.

275

la majestad(1).indd 275 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Septiembre 20. Cartagena reconoce el gobierno de Bogotá en ma-


nos de Urdaneta.
Septiembre 21. Convocatoria a una asamblea de diputados del
Cauca para definir la adhesión a Bogotá.
Septiembre 25. Reunión en Antioquia de una asamblea para defi-
nir su adhesión o no al gobierno de Urdaneta.
Octubre. Panamá declara su independencia de Colombia.
Octubre 10-11. Pronunciamientos en Santa Marta y Ciénaga a fa-
vor de Bolívar.
Noviembre 11. Se instala en Buga la Asamblea del Cauca.
Noviembre 22. Junta de militares en Popayán. Desconocen el go-
bierno de Urdaneta. José María Obando y José Hilario López en-
cabezan la reacción.
Diciembre 11. Panamá se somete nominalmente al gobierno de
Urdaneta.
Diciembre 17. Bolívar muere en Santa Marta.
Diciembre 23. Pronunciamiento de Cali a favor de Urdaneta y de-
signación de la ciudad como nueva capital del Cauca.

Venezuela
Enero 13. Páez se posesiona como jefe de Venezuela, separada de
Colombia.
Abril 4. Alzamiento en Pore (Casanare) a favor de la unión con
Venezuela.
Abril 18. Reunión de comisionados de Colombia y Venezuela para
evitar la disolución de la República. No llegan a ningún acuerdo.
Mayo 6. Instalación del Congreso de Valencia, Venezuela.
Julio 27. Venezuela rechaza la propuesta de anexión de Casanare.
Octubre 3. Riohacha decide unirse a Venezuela.

Ecuador
Abril 27. El general Juan José Flores consigue en Ecuador que Pas-
to se una a ese país.
Mayo 5. Ecuador aprueba la adhesión de Pasto.
Mayo 29. José María Obando ocupa Pasto para evitar que se una
a Ecuador.
Julio 30. Convocatoria a una Asamblea Constituyente de Ecuador.

276

la majestad(1).indd 276 4/26/10 9:02:29 AM


CRONOLOGÍA

Noviembre 3. Adhesión de Pasto a Ecuador.


Noviembre 29-30. Reuniones en Popayán para definir la adhesión
de Pasto a Ecuador.
Diciembre 1. Se suscribe en Popayán acta de adhesión de Pasto a
Ecuador.

1831

Nueva Granada
Enero 9. Se difunde en Bogotá la noticia de la muerte del Liber-
tador.
Enero 20. Se reúnen en Bogotá notables de diversas tendencias
políticas para definir la posición del gobierno ante la muerte de
Bolívar. Se acuerda convocar un congreso de diputados de las pro-
vincias del centro en Villa de Leiva.
Febrero 9. Obando y López ocupan Palmira.
Febrero 10. Combate en la llanura del Papayal. Los dictatoriales
son derrotados por Obando.
Febrero 13. Se decreta la convocatoria a la asamblea de diputados.
Ésta habría de reunirse en Villa de Leiva el 15 de junio. En el Valle
del Cauca, Obando ocupa Cali y los dictatoriales se dispersan.
Marzo 6. Alzamiento del general José Ignacio Luque contra los
dictatoriales de Cartagena.
Marzo 14. Salvador Córdoba, junto con otros prisioneros, huyen
en Nare (Antioquia) e inician la reacción legitimista en ese terri-
torio.
Abril 1. Los legitimistas de Antioquia derrotan a los dictatoriales
en Yolombó.
Abril 4. El general Luque sitia Cartagena. El general Antonio
Obando, al mando de una guerrilla, toma Ibagué y Ambalema. El
coronel José María Barriga ocupa Honda.
Abril 14. Los legitimistas triunfan en Abejorral (Antioquia). Do-
mingo Caicedo reasume el poder Ejecutivo en Purificación (Ma-
riquita).
Abril 15. Urdaneta asume el mando de las tropas y sale de Bogotá
para facilitar un acuerdo con jefes legitimistas.
Abril 18. Los legitimistas de Antioquia ocupan Medellín.

277

la majestad(1).indd 277 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Abril 23. Firma del tratado del Pie de la Popa en Cartagena, que
capitula ante los legitimistas. El general Juan Nepomuceno Mo-
reno cruza el páramo de Pisba desde Casanare y llega a Cerinza
para enfrentar a los dictatoriales.
Abril 26. Las tropas legitimistas de Luque entran a Cartagena.
Triunfo del general Moreno contra los dictatoriales en Boyacá.
Abril 28. Convenio de las Juntas de Apulo. Urdaneta deja el go-
bierno en manos de Caicedo.
Abril 30. Urdaneta renuncia y el Consejo de Estado designa a Cai-
cedo en el poder Ejecutivo.
Mayo 3. Caicedo se posesiona en Bogotá.
Mayo 7. Se expiden la convocatoria y el reglamento de elecciones
para la Convención Granadina.
Junio 3. El general Moreno convoca a una junta en Bogotá en la
que se trata de presionar a Caicedo para perseguir a los bolivia-
nos.
Junio 7. Decreto de rehabilitación de Santander.
Julio 8. Juan Eligio Alzuru reúne en Panamá las corporaciones y
padres de familia para desconocer al gobierno central.
Julio 9. Alzuru es nombrado jefe militar y se proclama la indepen-
dencia del Istmo.
Julio 14. El coronel Tomás Herrera sale de Cartagena hacia Pana-
má para someterla al gobierno legítimo.
Agosto 25. Herrera ocupa Panamá. Derrota de Alzuru.
Octubre 15-16. Pronunciamientos en Citará y Quibdó en el Chocó
a favor de la Nueva Granada.
Octubre 20. Instalación de la Convención Granadina con 60 di-
putados.
Noviembre 9. Rehabilitación de la memoria del general Padilla y
de la persona del general Santander.
Noviembre 10. Se decide que el nombre de la nueva república será
la Nueva Granada.

Ecuador
Noviembre 7. Ecuador declara oficialmente la incorporación del
Cauca.

278

la majestad(1).indd 278 4/26/10 9:02:29 AM


CRONOLOGÍA

1831

Estado de la Nueva Granada


Diciembre 3. Se aprueba la Ley de Medidas de Seguridad, que
autoriza al Ejecutivo expulsar o confinar a los partidarios del go-
bierno de Urdaneta, y a borrar de la Lista Militar a los oficiales
comprometidos.
Diciembre 21. Casanare se adhiere a la Nueva Granada; el general
Moreno es elegido diputado a la Convención Granadina.

1832

Estado de la Nueva Granada


Enero 10. El general José Hilario López busca la unión del Cauca
con la Nueva Granada.
Febrero 7. Acta de Popayán afirma su incorporación a la Nueva
Granada.
Febrero 14. Tropas ecuatorianas ocupan Pasto para impedir su
unión a la Nueva Granada.
Febrero 19. Domingo Caicedo renuncia de su posición de encar-
gado del poder Ejecutivo.
Febrero 22. José María Obando es elegido vicepresidente de la
Nueva Granada.
Febrero 29. La Constitución redactada por la Convención Grana-
dina es sancionada.
Marzo 9. Elección de presidente (general Francisco de Paula San-
tander) y vicepresidente (José Ignacio de Márquez) de la Repúbli-
ca para el período 1833-1837.
Marzo 18. Decreto de amnistía para el retorno de los granadinos
confinados o desterrados por motivos políticos.
Marzo 27. Decreto sobre procedimiento en los casos de delitos por
conspiración: se aprueban la pena de muerte, la expatriación o la
prisión.
Abril 1. Se clausuran las sesiones de la Convención Granadina.
Abril 19. Ley que reconoce a Venezuela y a Ecuador como Estados
independientes.

279

la majestad(1).indd 279 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Mayo 30. Conatos de rebelión en La Ciénaga y proyectos federalis-


tas en Cartagena.
Junio-agosto. Negociaciones entre los comisionados granadinos y
ecuatorianos para resolver lo concerniente al Cauca.
Junio. José María Obando, al frente de las tropas granadinas,
avanza hacia Pasto.
Julio 16. El general Santander llega a Santa Marta procedente de
Nueva York.
Julio 26. Santander se encuentra en Cartagena.
Agosto 1. Elecciones en las provincias para presidente y vicepresi-
dente de la República.
Septiembre 15. Las cámaras provinciales se reúnen por primera
vez en Nueva Granada.
Septiembre 22. Obando ocupa Pasto ante la retirada de los ecua-
torianos.
Septiembre 25. Ecuador aprueba el inicio de negociaciones entre
su gobierno y el de la Nueva Granada para un acuerdo de paz.
Octubre 4. Santander llega a Bogotá.
Octubre 7. Santander se posesiona como presidente de la Nueva
Granada.
Octubre 9. Armisticio entre Ecuador y Nueva Granada.
Octubre 12. Ecuador reconoce a Nueva Granada y Venezuela.
Diciembre 8. Tratado de Pasto pone fin a la guerra entre Nueva
Granada y Ecuador: resuelve la cuestión del Cauca a favor de la
primera.
Diciembre 29. Santander ratifica provisionalmente el Tratado de
Pasto.

1833

Estado de la Nueva Granada


Enero 22. Presuntos conspiradores son fusilados en Mompós y
Santa Marta.
Marzo 5. Instalación del Congreso ordinario.
Marzo 8. Se examinan en el Congreso los resultados de las eleccio-
nes provinciales para presidente y vicepresidente. Se confirma la
elección del general Santander como presidente.

280

la majestad(1).indd 280 4/26/10 9:02:29 AM


CRONOLOGÍA

Marzo 9. Elección de Joaquín Mosquera como vicepresidente de


la República.
Abril 1. Posesión de Santander para el cuatrienio 1833-1837.
Abril 2. Instalación del Consejo de Estado.

281

la majestad(1).indd 281 4/26/10 9:02:29 AM


BIBLIOGRAFÍA

Fuentes

Archivo General de la Nación, Bogotá


Sección República, Historia, t. 1; t. 2; t. 3; t. 5.
Archivo Restrepo, Fondo I, vol. 2; vol. 6; vol. 8; vol. 15; vol. 26; vol. 67.

Archivo Histórico Nacional (Madrid)


Estado, leg. 58A, exp. 4, s. f.
Estado, Cuba, leg. 59, A, No. 17.
Estado, leg. 60A, exp. 3 y 4.

Fuentes impresas

Prensa
Argos americano
Argos de la Nueva Granada
Aviso al Público
Correo curioso, erudito, económico y mercantil de Santafé de Bogotá
Correo del Orinoco
Diario Político de Santafé de Bogotá
El Cachaco de Bogotá
El Constitucional antioqueño
El Rejenerador de Boyacá
El Semanario de Caracas
Gaceta de Caracas

283

la majestad(1).indd 283 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Gaceta de Colombia
Gaceta de la Nueva Granada
La Bagatela
Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá
The Federalist Papers

Otras fuentes impresas


Administraciones de Santander 1826-1827, Luis Horacio López Do-
mínguez (comp.), Bogotá, Fundación Francisco de Paula San-
tander, 1990.
Apología de la Provincia del Socorro sobre el crimen de cismatica que se le
imputa por la erección de obispado, Santafé de Bogotá, Imprenta
Real de don Bruno Espinosa de los Monteros, 1811.
Archivo Nariño, Bogotá, Fundación para la Conmemoración del Bi-
centenario del Natalicio y el Sesquicentenario de la Muerte del
General Francisco de Paula Santander, 1990, seis vols.
Aristóteles, La política.
Austria, José de, Bosquejo de Historia Militar de Venezuela, Caracas,
Academia Nacional de la Historia, 1960 [1855].
Blanco José Félix y Azpurúa, Ramón (ed.), Documentos para la historia
de la vida pública del Libertador, Caracas, 1875-1877, catorce vol.
Caballero, José María, Diario de la Patria Boba, Bogotá, Editorial
Incunables, 1986.
Caro, José Eusebio, Escritos histórico-políticos de José Eusebio Caro, Bo-
gotá, Fondo Cultural Cafetero, 1981.
Cartas del Libertador, Vicente Lecuna (ed.), Caracas, Banco de Ve-
nezuela, Fundación Vicente Lecuna, 1964-1967.
Congreso de Cúcuta. Libro de actas, Roberto Cortázar, Luis Augusto
Cuervo (comp.), Bogotá, Imprenta Nacional, 1923.
Congreso de las Provincias Unidas, 1811-1815, Bogotá, Biblioteca de
la Presidencia de la República, 1989, dos vols.
Constitución del Estado de Antioquia sancionada por los representantes
de toda la provincia y aceptada por el Pueblo el tres de mayo del año de
1812, Santafé de Bogotá, Imprenta de Bruno Espinosa por D.
Nicomedes Lora, 1812.
Constituciones de Venezuela, Madrid, Ed. Cultura Hispánica, 1975.
Conversación familiar entre Patricio y Floro en el Boquerón la tarde del 2
de Setiembre de 1811. Sobre si le conviene á Santafé ser la Ciudad fede-

284

la majestad(1).indd 284 4/26/10 9:02:29 AM


BIBLIOGR AFÍA

ral o centro del Congreso federativo, Santafé de Bogotá, Imprenta


Patriótica de D. Nicolás Calvo, 1811.
Correspondencia dirigida al General Santander, Roberto Cortázar (comp.),
Bogotá, Presidencia de la República, 1964-1970, doce vols.
Diálogo entre un cura y un feligrés del pueblo de Boxacá sobre el párrafo
inserto en la Gaceta de Caracas, t., I, num. 20, sobre la tolerancia,
Santafé de Bogotá, Bruno Espinosa de Monteros, 1811.
Diccionario de la lengua castellana… Compuesto por la Real Academia
Española, Madrid, Francisco del Hierro, 1739.
Documentos importantes sobre las negociaciones que tiene pendientes el Es-
tado de Cundinamarca para que se divida el Reyno en Departamentos,
Santafé de Bogotá, Imprenta Real, por Don Bruno Espinosa de
Monteros, 1811.
Ezequiel Corrales, Manuel, Documentos para la historia de la provincia
de Cartagena de Indias, hoy estado soberano de Bolívar en la Unión co-
lombiana, Bogotá, Imprenta de Medardo Rivas, 1883, dos vols.
Finestrad, Joaquín de, El vasallo instruido en el estado del Nuevo Reino
de Granada y en sus respectivas obligaciones, Bogotá, Universidad
Nacional de Colombia, 2000 [1789].
García del Río, Juan, Meditaciones colombianas, Bogotá, Editorial
Incunables, 1985 [1829].
Itinerario documental de Simón Bolívar, Caracas, Ediciones de la Pre-
sidencia, 1970.
La Convención de Ocaña 1828, Vicky Pineda, Alicia Epps, Javier Cai-
cedo (comp.), Bogotá, Fundación Francisco de Paula Santan-
der, 1993, tres vols.
La forja de un ejército, documentos de Historia militar 1810-1814, Cara-
cas, Instituto Nacional de Hipódromos, 1967.
Las Fuerzas Armadas de Venezuela en el siglo XIX. Textos para su estudio,
Caracas, Presidencia de la República, 1963-1969, once vols. des-
de 1810 hasta 1858.
Leiva, José Ramón de, «Plan de Defensa del Reino», 1811, en Nel-
son Leyva Medina, General Josef de Leyva. Fundador de la Escuela
Militar de la Nueva Granada, Bogotá, Imprenta y Publicaciones
de las Fuerzas Militares, 1982, pp. 213-214.
Locke, John, Two Treatises of Government, Cambridge, Cambridge
University Press, 1988.
Margallo, Francisco, La serpiente de Moisés. Contra la tolerancia reli-
giosa, Bogotá, 1826.

285

la majestad(1).indd 285 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Martínez Delgado, Luis y Sergio Elías Ortiz (comp.), El periodismo


en la Nueva Granada 1810-1811, Bogotá, Academia Colombiana
de Historia, 1960.
«Memorias de Andrés Level de Goda, a sus hijos», Boletín de la Aca-
demia Nacional de la Historia, No. 21, 1938.
Montesquieu, De l’esprit des lois [1748].
N° 2. Sobre la admisión en el Congreso del Representante de Sogamoso,
Santafé de Bogotá, 1811.
Nariño, Antonio, «Consideraciones sobre los inconvenientes de
alterar la invocación hecha por la Ciudad de Santafé en 29 de
julio del presente año [1810]», Cartagena, 19.IX.1810, Biblioteca
Nacional de Colombia, Fondo Pineda No. 1666.
Nariño, Antonio, «Reflexiones al Manifesto de la Junta Guberna-
tiva de Cartagena, sobre el proyecto de establecer el Congreso
Supremo en la Villa de Medellin, comunicado á esta Suprema
Provisional», Cartagena, 19.IX.1810, Biblioteca Nacional de Co-
lombia, Fondo Pineda, No. 166.
Oración pronunciada de orden de el Exmo. Señor virey, y real acuerdo en
la solemnidad de acción de gracias celebrada en esta Iglesia Catedral
Metropolitana de Santafé de Bogotá e día 19 de enero de 1809 por la
instalación de la Suprema Junta Central de Regencia, Bogotá, Bruno
Espinosa de Monteros, 1809.
Páez, José Antonio, Autobiografía del general José Antonio Páez, New
York, Impr. de Halle y Breen, 1867, dos vols.
Pombo, Manuel Antonio y José Joaquín Guerra (ed.), Constituciones
de Colombia, Bogotá, Biblioteca Banco Popular, 1986.
Pombo, Miguel de, «Discurso preliminar sobre los principios y
ventajas del sistema federativo», Constitución de los Estados Unidos
de América según se propuso por la convención tenida en Filadelfia
el 17 de septiembre de 1787…, Bogotá, Imprenta Patriótica de D.
Nicolás Calvo, 1811.
Recopilación de leyes de los Reynos de las Indias, mandadas imprimir y
publicar por la Magestad catolica del rey don Carlos II. Nuestro señor,
Madrid, Por la viuda de D. Joaquín Ibarra, 1791.
Restrepo, José Manuel, Historia de la Revolución de la República de
Colombia, Medellín, Bedout, 1969 [1858].
Restrepo, Juan Pablo, La Iglesia y el Estado en Colombia, Bogotá, Ban-
co Popular, 1987 [1885], dos vols.

286

la majestad(1).indd 286 4/26/10 9:02:29 AM


BIBLIOGR AFÍA

Romero, José Luis y Luis Alberto Romero (comps.), Pensamiento


político de la emancipación, s. 1., Biblioteca Ayacucho, 1985.
Rousseau, Jean-Jacques, Du contrat social.
Saint-Pierre, Abate de, Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe,
Utrecht, Antoine Schuten Libraire, 1713.
Santander y los sucesos políticos de Venezuela, Luis Horacio López Do-
mínguez (comp.), Bogotá, Fundación Francisco de Paula San-
tander-Presidencia de la República, 1988.
Sarmiento, Domingo F., Facundo o civilización y barbarie, s. l., Biblio-
teca Ayacucho, 1985 [1845].
Sermon que en la solemne festividad del 20 de julio, aniversario de la li-
bertad de la Nueva Granada predicó en la Santa-Iglesia metropolitana
de Santafé El Ciudadano Dr. Juan Fernandez de Sotomayor, Represen-
tante en el Congreso de las Provincias Unidas por la de Cartagena y
en este Obispado Cura Rector y Vicario Juez Eclesiastico de la Ciudad
Valerosa de Mompox, Santafé, Imprenta de C. B. Espinosa, por el
C. Nicomedes Lora, año de 1815.
Sobre la admisión en el Congreso del Representante de Sogamoso, Santafé
de Bogotá, 1810.
Vargas, Pedro Fermín de, Pensamientos políticos y memorias sobre la
población del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Banco de la Repú-
blica, 1953.
Vattel, Emer de, Le droit des gens, London, 1758.
Zawadsky Colmenares, Alfonso, Las ciudades confederadas del Valle
del Cauca en 1811, Cali, Centro de Estudios Históricos y Sociales,
1996.

Estudios citados
Adelman, Jeremy, Sovereignty and Revolution in the Iberian Atlantic,
Princeton, Princeton University Press, 2006, pp. 13-55.
Agamben, Giorgio, Homo sacer. Il potere sovrano e la nuda vita, Tori-
no, Einaudi, 1995.
Álvarez Junco, José, Mater dolorosa. La historia de España en el siglo
XIX, Madrid, Taurus, 2001.
Annino, Antonio, «Cádiz y la revolución de los pueblos mexicanos
1812-1821», en Antonio Annino, (dir.), Historia de las elecciones
en Iberoamérica, siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica,
1996, pp. 178-179.

287

la majestad(1).indd 287 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Annino, Antonio, «Soberanías en lucha», en Antonio Annino, Luis


Castro Leiva y François-Xavier Guerra (dir.), De los imperios a las
naciones: Iberoamérica, Zaragoza, IberCaja, 1994, pp. 229-250
Appolis, Emile, Entre jansénistes et Zelanti. Le Tiers parti catholique au
XVIIIe siècle, Paris, Picard, 1960.
Appolis, Emile, Les jansénistes espagnols, Burdeos, Sobodi, 1966.
Arboleda, Gustavo, Historia contemporánea de Colombia. Desde la di-
solución de la antigua república de ese nombre hasta la época presente,
segunda ed., Bogotá, Banco Central Hipotecario, 1990.
Arendt, Hannah, Sobre la revolución, Madrid, Alianza Editorial,
2004 [1965].
Basilien-Gainche, Marie-Laure, État de droit et états d’exception. Étude
d’une relation dialectique à partir du constitutionnalisme colombien,
Tesis de Derecho Público de la Universidad de París III, 2001.
Beckouche, Pierre, «Le symbolique. Une approche lacanienne
pour les sciences sociales», Le Débat, No. 126, 2003, pp. 174-
191.
Beik, William, «The Absolutism of Louis XIV as Social Collabora-
tion», Past & Present, No. 188, 2005, pp. 195-224.
Bélissa, Marc, Fraternité universelle et droit international, Paris, Kimé,
1998.
Bertrand, Michel, Grandeurs et misères de l’office. Les officiers de finan-
ces de Nouvelle-Espagne (XVIIe-XVIIIe siècles), Paris, Publications de la
Sorbonne, 1999.
Blumemberg, Hans, Die Legitimität der Neuzeit, Frankfurt,
Surkhamp, 1966.
Bodin, Jean, Les six livres de la république, Paris, Fayard, 1986
[1576].
Brading, David, Orbe indiano. De la monarquía católica a la república
criolla, 1492-1867, México, FCE, 1991.
Burkholder, Mark y David Chandler, From Impotence to Authority.
The Spanish Crown and the American Audiencias, 1687-1808, Co-
lumbia, University of Missouri Press, 1977.
Calderón, María Teresa y Clément Thibaud, «De la majestad a la
soberanía en la Nueva Granada en tiempos de la Patria Boba»,
en M. T. Calderón y C. Thibaud (dirs.), Las revoluciones en el
mundo atlántico, Bogotá, Taurus, CEHIS, Fundación Carolina,
2006, pp. 365-401.

288

la majestad(1).indd 288 4/26/10 9:02:29 AM


BIBLIOGR AFÍA

Castellano, Juan Luis y Jean-Pierre Dedieu (dirs.), Réseaux, familles


et pouvoirs dans le monde ibérique à la fin de l’Ancien Régime, Paris,
CNRS, 1998.
Caycedo, Bernardo J., Grandeza y miserias de dos victorias, Bogotá,
1951.
Céspedes del Castillo, Guillermo, «América en la Monarquía», en
Actas del Congreso Internacional sobre Carlos III y la Ilustración. Vol
I. El Rey y la Monarquía, Madrid, Ministerio de Cultura, 1988,
pp. 91-193.
Chartier, Roger, Les origines culturelles de la Révolution française, Pa-
ris, Le Seuil, 1991.
Chiaramonte, José Carlos, La Ilustración en Río de la Plata. Cultura
eclesiástica y cultura laica durante el Virreinato, Buenos Aires, Pun-
to Sur, 1989.
Chiaramonte, José Carlos, «Modificaciones del Pacto Imperial»,
en Antonio Annino, Luis Castro Leiva y François-Xavier Gue-
rra (dir.), De los imperios a las naciones: Iberoamérica, Zaragoza,
IberCaja, 1994, pp. 107-128.
Chiaramonte, José Carlos, Ciudades, provincias, Estados: orígenes
de la nación argentina (1800-1846), Buenos Aires, Espasa Calpe,
1997.
Chiaramonte, José Carlos, Nación y Estado en Iberoamérica. El lengua-
je político en tiempos de la Independencia, Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 2004.
Chiaramonte, José Carlos, «La comparación de las independen-
cias ibero y anglo americanas y el caso rioplatense», en María
Teresa Calderón y Clément Thibaud (coord.), Las revoluciones en
el mundo atlántico, Bogotá, Taurus, Universidad Externado de
Colombia, Fundación Carolina, 2006.
Chust, Manuel, «Rey, soberanía y nación: las cortes doceañistas
hispanas, 1810-1814», en Manuel Chust e Ivana Frasquet (eds.),
La trascendencia del liberalismo doceañista en España y América, Va-
lencia, Biblioteca Valenciana, 2004, pp. 51-75.
Clavero, Bartolomé, «Institución política y derecho: acerca del
concepto historiográfico de Estado moderno», Revista de Estu-
dios Políticos, 19 (1981), pp. 43-57.
Clavero, Bartolomé, «Hispanus fiscus, persona ficta: concepción del
sujeto político en la época barroca», en Bartolomé Clavero Tan-

289

la majestad(1).indd 289 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

tas personas como Estados: por una antropología política de la historia


europea, Madrid, Tecnos, 1986.
Clavero, Bartolomé, Antidora, Antropología católica de la economía mo-
derna, Milano, Giuffre Editore, 1991.
Clavero, Bartolomé, Happy Constitution. Cultura y lengua constitucio-
nales, Madrid, Editorial Trotta, 1997.
Colmenares, Germán, «La historia de la Revolución por José Ma-
nuel Restrepo, una prisión historiográfica», en La Independen-
cia: ensayos de historia social, Bogotá, Instituto Colombiano de
Historia, 1986, pp. 9-23.
Cosandey, Fanny y Robert Descimon, L’absolutisme en France. His-
toire et historiographie, Paris, Le Seuil, 2002.
Crouzet, Denis, Les guerriers de Dieu. La violence au temps des troubles
de religion vers 1525 - vers 1610, Seyssel, Champvallon, 2005.
Cruz Prados, Alfredo, «Republicanismo y democracia liberal: dos
conceptos de participación», Anuario filosófico, No. XXXVI/1,
2003, pp. 83-109.
Davis, Nathalie Zemon, The Gift in Sixteenth-Century France, Madi-
son, University of Wisconsin Press, 2000.
Dealy, Glen, «Prolegomena on the Spanish American Tradition»,
en Hispanic American Historical Review, No. 48-1, 1968, pp. 37-
58.
Dealy, Glen, «The Tradition of Monistic Democracy in Latin Ame-
rica», en Howard J. Wiarda (ed.), Politics and Social Change in
Latin America: The Distinct Tradition, Amherst, 1974.
Dealy, Glen, The Public Man, Amherst, The University of Massachu-
setts Press, 1977.
Défourneaux, Marcelin, «Jansénisme et régalisme dans l‘Espagne
du XVIII siècle», Caravelle, No. 11, 1968, pp. 163-179.
Delbert Cress, Lawrence, «Radical Whiggery on the Role of the
Military: Ideological Roots of the American Revolutionary Mili-
tia», Journal of the History of Ideas, No. 40-1, 1979, pp. 43-60.
Demélas, Marie-Danielle, L’invention politique. Bolivie, Equateur, Pé-
rou au XIXe siècle, Paris, ERC, 1992.
Demélas-Bohy, Marie-Danielle, «Pactismo y constitucionalismo en
los Andes», en Antonio Aninno, Luis Castro Leyva y François-
Xavier Guerra (comps.), De los Imperios a las naciones: Iberoaméri-
ca, Zaragoza, Ibercaja, 1992, pp. 495-510.
Derrida, Jacques, Politiques de l’amitié, Paris, Galilée, 1994.

290

la majestad(1).indd 290 4/26/10 9:02:29 AM


BIBLIOGR AFÍA

Domínguez, Jorge I., Insurrection or Loyalty. The Breakdown of the


Spanish American Empire, Cambridge, Mass., Harvard University
Press, 1980.
Dufour, Gérard, «De la Ilustración al Liberalismo: el clero jan-
senista», en Joseph Pérez y Armando Alberola (eds.), España y
América entre Ilustración y liberalismo, Madrid/Alicante, Casa de
Velázquez/Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1993.
Dumézil, Georges, Idées Romaines, Paris, Gallimard, 1969.
Dym, Jordana, From Sovereign Villages to National States: City, State
and Federation in Central America, 1759-1839, Albuquerque, Uni-
versity of New Mexico Press, 2006.
Earle, Rebecca, Spain and the Independence of Colombia 1810-1825,
Exeter, University of Exeter Press, 2000.
Elliott, John H., «A Europe of Composite Monarchies», Past & Pre-
sent, No. 137, 1992, pp. 48-71.
Elliott, John H., Empires of the Atlantic World: Britain and Spain in
America, 1492-1830, London, Yale University Press, 2006.
Escalante Gonzalbo, Fernando, Ciudadanos imaginarios. Memorial
de los afanes y desventuras de la virtud y apología del vicio triunfante
en la República mexicana —Tratado de moral pública—, México, El
Colegio de México, 1992.
Fajardo Barragán, Arnovy, Algo más que sables y penachos. Militares y
sociedad en las provincias del interior de la Nueva Granada (segunda
mitad del siglo XVIII-1819), Tesis de grado en Historia, Universi-
dad Nacional de Colombia, 2005.
Fernández Albaladejo, Pablo, «La Monarquía», Actas del Congreso
internacional sobre Carlos III y la Ilustración. Vol. I. El Rey y la Mo-
narquía, Madrid, Ministerio de Cultura, 1988, pp. 36-37.
Fernández Albaladejo, Pablo, Fragmentos de monarquía, trabajos de
historia política, Madrid, Alianza Universidad, 1992.
Fernández Sebastián, Javier (dir.), Diccionario político y social del
mundo iberoamericano. Conceptos políticos en la era de las revolucio-
nes, 1750-1850, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Consti-
tucionales, 2009.
Fisher, John, A. J. Kuethe, y A. McFarlane (eds.), Reform and Insu-
rrection in Bourbon New Granada and Peru, Baton Rouge, Louisia-
na State University Press, 1990.
Forment, Carlos, Democracy in Latin America, 1760, Chicago, The
University of Chicago Press, 2003.

291

la majestad(1).indd 291 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Furet, François, Penser la Révolution française, Paris, Gallimard,


1978.
García-Gallo, Alfonso, Los orígenes españoles de las instituciones ame-
ricanas: estudios de derecho indiano, Madrid, Real Academia de
Jurisprudencia y Legislación, 1987.
Garrido, Margarita, Reclamos y representaciones, variaciones sobre la
política en el Nuevo Reino de Granada, 1770-1815, Bogotá, Colec-
ción Bibliográfica, Banco de la República, 1993.
Gauchet, Marcel, «L‘État au miroir de la raison d‘État: la France
et la Chrétienté», en Raison et déraison d’État, Yves-Charles Zarka
(dir.), Paris, PUF, 1994, pp. 196-244.
Gauchet, Marcel, L’avènement de la démocratie 1. La revolution moder-
ne, Paris, Gallimard, 2007.
Gauchet, Marcel, La condition politique, Paris, Gallimard, 2005.
Gierke, Otto von, Teorías políticas de la Edad Media, edición de Fre-
deric Maitland, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales,
1995.
Goldstein, Jan, Foucault and the Writing of History, Cambridge, Blac-
kwell, 1994.
Gómez Hoyos, Rafael, La revolución granadina de 1810. Ideario de
una generación y de una época (1781-1821), Bogotá, Temis, 1962, e
Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1982, dos vols.
Gómez, María Dolores y Natalia Flórez Mejía, «Análisis compara-
do de las Constituciones antioqueñas de 1812 y 1815», Revista
de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, No. 105, 2006, pp.
299-321.
Góngora, Mario, «La Ilustración, el despotismo ilustrado y las cri-
sis ideológicas en las colonias», Historia de las ideas en la Améri-
ca española y otros ensayos, Medellín, Universidad de Antioquia,
2003, pp. 172-189.
Góngora, Mario, Estudios sobre el galicanismo y la «Ilustración católica»
en América española, Apartado de la Revista Chilena de Historia y
Geografía n° 125, Santiago, Universidad de Chile, 1957.
Góngora, Mario, Studies in the Colonial History of Spanish America,
Cambridge, Cambridge University Press, trad. por Richard
Southern, 1975.
González, Fernán, Poderes enfrentados: Iglesia y Estado en Colombia,
Bogotá, Cinep, 1997.

292

la majestad(1).indd 292 4/26/10 9:02:29 AM


BIBLIOGR AFÍA

González Antón, Luis, España y las Españas, Madrid, Alianza,


1997.
Gourevitch, Aaron, Les catégories de la culture médiévale, Paris, Galli-
mard, 1983.
Guerra, François-Xavier, Modernidad e independencias, Madrid, MA-
PFRE, 1992.
Guillén Martínez, Fernando, El poder político en Colombia, Bogotá,
Punta de Lanza, 1979.
Gutiérrez Ardila, Daniel, Un Nouveau Royaume. Géographie politique,
pactisme et diplomatie durant l’interrègne en Nouvelle-Grenade (1808-
1816), tesis doctoral de la Universidad París I, 2008.
Gutiérrez, Daniel, «La diplomacia constitutiva en el Nuevo Reino
de Granada», Historia Crítica, No. 33, 2007, pp. 38-72.
Hébrard, Véronique, «Cités et acteurs municipaux dans la refor-
mation du Venezuela (1821-1830)», Histoire et sociétés de l’Amérique
latine, No. 5, 1997 (http://www.univ-paris-diderot.fr/hsal/
hsal971/vh97-1.html).
Hébrard, Véronique, Le Venezuela indépendant. Une nation par le dis-
cours (1808-1830), Paris, L’Harmattan, Coll. Recherches et Do-
cuments/Amériques latines, 1996.
Helg, Aline, Liberty and Equality in Caribbean Colombia 1770-1835,
Columbia, Chapel Hill, The University of North Carolina Press,
2004
Hermann, Christian, L’Église d’Espagne sous le patronage royal (1476-
1834). Essai d’ecclésiologie politique, Madrid, Casa de Velázquez,
1988.
Hernández Chávez, Alicia, «Las tensiones internas del federalis-
mo mexicano», en Alicia Hernández Chávez (coord.), ¿Hacia un
nuevo federalismo?, México, Fondo de Cultura Económica, Cole-
gio de México, 1996, pp. 15-33.
Herr, Richard, España y la revolución del siglo XVIII, Madrid, Aguilar
[1960], 1988.
Herrera, Marta, Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y con-
trol político en las llanuras del Caribe y en los Andes centrales. Siglo
XVIII, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia,
2002.
Hespanha, Antonio Manuel, As vésperas do Leviathan: instituições e
poder político. Portugal, século XVII, Coimbra, Livraria Almedina,
1994.

293

la majestad(1).indd 293 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Izard, Miquel, «Ni cuatreros, ni montoneros: Llaneros», Boletín


Americanista, No. 31, 1981, pp. 82-142.
Izard, Miquel, «Sin domicilio fijo, senda segura, ni destino conoci-
do: los llaneros del Apure a finales del período colonial», Boletín
Americanista, No. 33, 1983, pp. 13-83.
Izard, Miquel, «Sin el menor arraigo ni responsabilidad. Llaneros
y ganadería a principios del siglo XIX», Boletín Americanista, No.
37, 1987, pp. 109-142.
Izard, Miquel, El miedo a la revolución, la lucha por la libertad en Vene-
zuela (1777-1830), Madrid, Editorial Tecnos, 1979.
Izard, Miquel, Orejanos, cimarrones y arrochelados. Los llaneros del
Apure, Barcelona, Sendai, 1988.
Jaramillo Uribe, Jaime, «Entre bambalinas burocráticas de la revolu-
ción comunera de 1781», Historia Crítica, No. 6, 1992, pp. 99-105.
Jaume, Lucien, Hobbes et l’État représentatif moderne, Paris, PUF,
1986.
Jaume, Lucien, L’Individu effacé ou le paradoxe du libéralisme français,
Paris, Fayard, 1997.
Jaume, Lucien, La Liberté et la loi. Les origines philosophiques du libé-
ralisme, Paris, Fayard, 2000.
Kantorowicz, Ernst H., The King’s Two Bodies. A Study in Mediaeval
Political Theology, Princeton, Princeton University Press, 1957.
Kuethe, Allan J., Reforma militar y sociedad en la Nueva Granada,
1773-1808, Bogotá, Banco de la República, 1993.
La Parra López, Emilio, El primer liberalismo y la Iglesia. Las Cortes de
Cádiz, Alicante, Instituto de Estudios Juan Gil-Albert, 1985.
Larrère, Catherine, «Libéralisme et républicanisme: y a-t-il une
exception française?», Stéphane Chauvier (dir.), Libéralisme et
républicanisme, Cahiers de Philosophie de l’Université de Caen, No.
34, 2000, pp. 127-146.
Lasso, Marixa, «Race War and Nation in Caribbean Gran Co-
lombia, Cartagena, 1810-1832», American Historical Review, No.
111.2, 2006, pp. 336-361.
Le Goff, Jacques y J.-C. Schmitt (dir.), Diccionnaire raisonné de
l’Occident médiéval, Paris, Fayard, 1999.
Leal Curiel, Carole, El discurso de la fidelidad, Caracas, Academia
Nacional de la Historia, 1990.
Lechner, Norbert, Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y
política, México, FCE, 1995.

294

la majestad(1).indd 294 4/26/10 9:02:29 AM


BIBLIOGR AFÍA

Lefort, Claude, Le Temps présent. Ecrits 1945-2005, Paris, Belin, 2007.


Legendre, Pierre, Leçons VII. Désir politique de Dieu: étude sur les mon-
tages de l’État et du droit, Paris, Fayard, 1988.
Legendre, Pierre, Sur la question dogmatique en Occident, Paris, Fa-
yard, 1999.
Lempérière, Annick, Entre Dieu et le Roi, la République. Mexico, xvie-
XVIIIe siècles, Paris, Les Belles Lettres, 2005.
Liévano Aguirre, Indalecio, Los grandes conflictos sociales y económi-
cos de nuestra historia, Bogotá, Intermedio, 1966.
Llano Isaza, Rodrigo, Centralismo y federalismo, Bogotá, Banco de la
República-El Áncora, 1999.
Lomné, Georges, «Du Royaume à la nation: l‘invention du terri-
toire colombien», en L’Ordinaire Latinoaméricain, No. 162, 1996,
pp. 31-37.
Lomné, Georges, Le lis et la grenade. Mise en scène et mutation ima-
ginaire de la souveraineté à Quito et Santafé de Bogotá (1789-1830),
Doctorado de la Universidad de Marne-la-Vallée, 2003.
López-Brea, Carlos María, «Secularización, regalismo y reforma
eclesiástica en la España de Carlos III: un estado de la cues-
tión», Espacio, tiempo y forma, Serie IV, t. 12, 1999, pp. 355-371.
Loveman, Brian, The Constitution of Tyranny: Regimes of Exception in
Spanish America, Pittsburgh, Pittsburgh University Press, 1993.
Loy, Jane M., «Forgotten Comuneros: The 1781 Revolt in the Lla-
nos of Casanare», Hispanic American Historical Review, No. 61-2,
1981, pp. 235-257.
Loy, Jane M., «Horsemen of the Tropics: A Comparative View of
the Llaneros in the History of Venezuela and Colombia», Boletín
Americanista, No. 31, 1981, pp. 159-171.
Lynch, John, Spanish Colonial Administration 1782-1810: The In-
tendant System in the Viceroyalty of the Rio de la Plata, New York,
Greenwood Press, 1958.
Macpherson, C. B., The Political Theory of Possessive Individualism:
Hobbes to Locke, Oxford, Oxford University Press, 1962.
Maire, Catherine, De la cause de Dieu à la cause de la Nation. Le jansé-
nisme au XVIIIe siècle, Paris, Gallimard, 1998.
Mairet, Gérard, Le principe de souveraineté. Histoire et fondements du
pouvoir moderne, Paris, Gallimard, 1997.
Manin, Bernard, Principes du gouvernement représentatif, Paris, Fla-
mmarion, 1997.

295

la majestad(1).indd 295 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Maravall, José Antonio, «Del régimen feudal al régimen corpo-


rativo en el pensamiento de Alfonso X», en Estudios de historia
del pensamiento español. Edad Media, Madrid, Ediciones Cultura
Hispánica, 1967, pp. 87-140.
Maravall, José Antonio, Estado moderno y mentalidad social (siglos XV a
XVII), dos vols, Madrid, Revista de Occidente, 1972.
Maravall, José Antonio, La teoría española del Estado en el siglo XVII,
Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1944.
Marchena Fernández, Juan, «Obedientes al rey, desleales a sus
ideas. Las tropas de la expedición de Morillo para la Recon-
quista de la Nueva Granada», ponencia oral, III Congreso so-
bre las Fuerzas Armadas en Iberoamérica, 14-16 de noviembre,
2005, Carmona (Andalucía).
Marin, Louis, Le portrait du roi, Paris, Editions de Minuit, 1981.
Martínez Delgado, Luis y Sergio Elías Ortiz (comp.), El periodismo
en la Nueva Granada 1810-1811, Bogotá, Academia Colombiana
de Historia, 1960
Martínez Garnica, Armando, «La reasunción de la soberanía por
las juntas de notables en el Nuevo Reino de Granada», en Ma-
nuel Chust (coord.), 1808. La eclosión juntera en el mundo hispano,
México, El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica,
2007, pp. 286-288.
Martínez Garnica, Armando, «La reasunción de la soberanía por
las juntas de notables en el Nuevo Reino de Granada», en Ma-
nuel Chust (coord.), La eclosión juntera en el mundo hispano, Méxi-
co, Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México, 2007,
pp. 286-333.
Martínez Garnica, Armando, «La resurrección de la soberanía
por las provincias neogranadinas durante la primera repúbli-
ca (1810-1815)», en Germán Cardozo Galué y Arlene Urdaneta
Quintero (comps.), Colectivos sociales y participación popular en la
independencia hispanoamericana, Maracaibo, Universidad del Zu-
lia, 2005, pp. 75-106.
Martínez Garnica, Armando, El legado de la Patria Boba, Bucara-
manga, Universidad Industrial de Santander, 1998.
McFarlane, Anthony, Colombia antes de la Independencia. Economía,
sociedad y política bajo el dominio Borbón, Bogotá, Banco de la Re-
pública/El Áncora Editores, 1997.

296

la majestad(1).indd 296 4/26/10 9:02:29 AM


BIBLIOGR AFÍA

McFarlane, Anthony, «La construcción del orden político: la “Pri-


mera República” en la Nueva Granada, 1810-1815», Historia y
Sociedad, No. 8, 2002, pp. 47-82.
Mestre Sanchis, Antonio, Apología y crítica en el siglo XVIII, Madrid,
Marcial Pons Historia, 2003.
Mirete, José Luis, «Maquiavelo y la recepción de su teoría del Es-
tado en España (siglos XVI y XVII)», Anales de Derecho, No. 19,
Universidad de Murcia, 2001, p. 139.
Monnier, Raymonde, Républicanisme, Patriotisme et Révolution
française, Paris, L’Harmattan, 2005.
Morelli, Federica, «La revolución en Quito: el camino hacia el go-
bierno mixto», Revista de Indias, No. 225, LXII, 2002, pp. 335-
356.
Morelli, Federica, Territorio o nación. Reforma y disolución del espacio
imperial en Ecuador, 1765-1830, Madrid, Centro de Estudios Polí-
ticos y Constitucionales, 2005.
Morelli, Federica, Territorio o nazione. Riforma e dissoluzione dello spa-
zio imperiale in Ecuador, 1765-1830, Soveria Manelli, Rubbetino
Editore, 2001.
Morse, Richard M., «Toward a Theory of Spanish American Poli-
tics», en Journal of the History of Ideas, vol. 15, 1954, pp. 71-93.
Ocampo López, Javier, «Historia de las ideas federalistas en los oríge-
nes de Colombia», El federalismo en Colombia. Pasado y perspectivas,
Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 1997, pp. 99-110.
Ocampo López, Javier, El proceso ideológico de la emancipación en Co-
lombia, Bogotá, Planeta, 1999.
Ocampo López, Javier, La independencia de Estados Unidos de Amé-
rica y su proyección en Hispanoamérica: el modelo norteamericano y
su repercusión en la independencia de Colombia, Caracas, Instituto
Panamericano de Geografía e Historia, 1979.
Onuf, Peter y Nicholas Onuf, Federal Union, Modern World. The Laws
of Nations in an Age of Revolutions 1776-1815, Madison, Madison
House, 1993.
Ortega, Francisco, «Memoria y crisis: aproximación a la cultura
política de finales del siglo XVIII», Revista de Estudios Colombia-
nos, No. 27-28, 2005, pp. 49-66.
Ozouf, Mona, «La Révolution française et la formation de l‘homme
nouveau», en L’homme régénéré. Essais sur la Révolution française,
Paris, Gallimard, 1989, pp. 116-157.

297

la majestad(1).indd 297 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Palacios, Marco y Frank Safford, Colombia: Fragmented Land, Divi-


ded Society, New York, Oxford University Press, 2002.
Palti, Elías, El Tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado, Buenos
Aires, Siglo XXI Editores, 2007.
Parra-Pérez, Caracciolo, Historia de la Primera República de Venezue-
la, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1992.
Parrott, David, Richelieu’s Army: War, Government and Society in Fran-
ce, 1624-1642, New York, Cambridge University Press, 2001.
Pennington, Kenneth, The Prince and the Law, 1200-1600, Berkeley,
Los Angeles, Oxford, University of California Press, 1993.
Pérez Magallón, Jesús, Construyendo la modernidad: la cultura espa-
ñola en el tiempo de los novatores (1675-1725), Madrid, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de la Lengua
Española, 2002.
Pettit, Philip, Republicanism: Theory of Freedom and Government,
Oxford, Oxford University Press, 1997.
Phelan, John Leddy, The People and the King: The Comunero Revolu-
tion in Colombia, 1781, Madison, University of Wisconsin Press,
1978.
Pietschmann, Horst, «Los principios rectores de la organización
estatal en las Indias», en A. Annino, L. Castro Leiva y F.-X. Gue-
rra (dir.), De los imperios a las naciones: Iberoamérica, Zaragoza,
IberCaja, 1994, pp. 75-103.
Pietschmann, Horst, Die Einführung des Intendanten-systems in Neu-
Spanien, Köln, Böhlau-Verlag, 1972.
Plongeron, Bernard (dir.), Histoire du christianisme. Les défis de la
modernité (1750-1840), tomo X, Paris, Desclée, 1997.
Pocock, J. G. A., «States, Republics and Empires: The American
Founding in Early Modern Perspective», en Terence Ball y J. G.
A. Pocock (eds.), Conceptual Change and the Constitution, Lawren-
ce, The University Press of Kansas, 1988, pp. 55-77.
Pocock, John, The Machiavellian Moment. Florentine Thought and the
Atlantic Tradition, Princeton, Princeton University Press, 1975.
Poilpré, Anne-Orange, Maiestas Domini. Une image de l’Eglise en Oc-
cident, Ve-IXe siècles, Paris, Le Cerf, 2005.
Portillo Valdés, José María, Crisis atlántica. Autonomía e indepen-
dencia en la crisis de la monarquía hispánica, Madrid, Fundación
Carolina/Centro de Estudios Hispánicos e Iberoamericanos/
Marcial Pons, 2006.

298

la majestad(1).indd 298 4/26/10 9:02:29 AM


BIBLIOGR AFÍA

Portillo Valdés, José María, Revolución de nación: orígenes de la cul-


tura constitucional en España 1780-1812, Madrid, Centro de Estu-
dios Constitucionales, 2001.
Posada Gutiérrez, Joaquín, Memorias histórico-políticas, Medellín,
Bedout, 1971.
Ramos, Demetrio, «El Conde de Floridablanca, presidente de la
Junta Central Suprema y su política unificadora», Homenaje a
Jaime Vicens Vives, Barcelona, Universidad de Barcelona, 1967,
II, pp. 499-520.
Rancière, Jacques, Aux bords du politique, Paris, Gallimard, 1998.
Restrepo Mejía, Isabela, «La soberanía del “pueblo” durante la
época de la independencia, 1810-1815», en Historia Crítica, No.
29, 2005, pp. 101-123.
Riaño, Camilo, Historia extensa de Colombia, t. XVIII – Historia militar,
t. 1, 1810-1815, Bogotá, Ediciones Lerner, 1971
Riley, Patrick, «The Origins of Federal Theory in International
Relations Ideas», Polity, No. 6-1, 1973, pp. 87-121.
Riley, Patrick, «Three 17th Century German Theorist of Federalism:
Althusius, Hugo and Leibniz», Publius, No. 6-3, 1976, pp. 7-41.
Rodríguez Mirabal, Adelina, La formación del latifundio ganadero,
1750-1800, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1987.
Rodríguez Plata, Horacio, Andrés María Rosillo y Meruelo, Bogotá,
Editorial Cromos, 1944.
Rodríguez Plata, Horacio, La antigua provincia del Socorro y la Inde-
pendencia, Bogotá, Publicaciones Editoriales Bogotá, 1963.
Rosanvallon, Pierre, «Histoire moderne et contemporaine du poli-
tique», en Cours et travaux du Collège de France. Résumés 2004-05,
Paris, Collège de France, 2006, pp. 453-462.
Rosanvallon, Pierre, Le peuple introuvable, Paris, Gallimard, 1998.
Sábato, Hilda (coord.), Ciudadanía política y formación de las nacio-
nes: perspectivas históricas sobre América Latina, México, El Colegio
de México, 1999.
Sæther, Steiner A., Identidades e independencia en Santa Marta y Rio-
hacha, 1750-1850, Bogotá, ICANH, 2005.
Sánchez Agesta, Luis, El concepto del Estado en el pensamiento español
del siglo XVI, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1959.
Sarkar, Sumit, «Une ou plusieurs histoires? Formations identitai-
res au Bengale à la fin de l‘époque coloniale», Annales HSS No.
60-2, 2005, pp. 293-328.

299

la majestad(1).indd 299 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

Sartre, Jean-Paul, Critique de la raison dialectique, Paris, Gallimard,


1960, dos vols.
Saugnieux, Joël, Le jansénisme espagnol du XVIIIe siècle, ses composants
et ses sources, Oviedo, Cátedra Feijóo, 1975.
Schmitt, Carl, El concepto de lo político, Madrid, Alianza, 1991.
Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, Madrid, Alianza, 1992.
Schmitt, Carl, La dictature, Paris, Seuil, 2000
Scotti Douglas, Vittorio, «La guérilla espagnole contre l‘armée na-
poléonienne», Annales historiques de la Révolution française, No.
336, 2004, pp. 91-105.
Sieyès, Emmanuel, Qu’est-ce que le tiers-état?, Paris, PUF, 1982
[1789].
Silva, Renán, «La Revolución Francesa en el Papel Periódico de
Santafé de Bogotá», Caravelle. Cahiers du monde hispanique et luso-
brésilien, No. 54, 1990, pp. 165-178.
Silva, Renán, «La teoría del poder divino de los reyes en el virrei-
nato de Nueva Granada», en La Ilustración en el virreinato de la
Nueva Granada. Estudios de historia social, Medellín, La Carreta
Histórica, pp. 197-243.
Silva, Renán, Los Ilustrados de la Nueva Granada, Bogotá, Banco de
la República-EAFIT, 2002.
Skinner, Quentin, Liberty Before Liberalism, Cambridge, Cambridge
University Press, 1998.
Skinner, Quentin, The Foundations of Modern Political Thought, Cam-
bridge, Cambridge University Press, 1978, dos vols.
Sosa, Guillermo, Representación e independencia 1810-1816, Bogotá,
ICANH, 2006.
Soulodre-La France, Renée, Región e imperio. EL Tolima Grande y las
reformas borbónicas en el siglo XVIII, Bogotá, ICANH, 2004.
Sourdis de la Vega, Adelaida, Cartagena de Indias durante la Primera
República, 1810-1815, Bogotá, Banco de la República, 1988.
Spitz, Jean-Fabien, La liberté politique. Essai de généalogie conceptuelle,
Paris, Presses Universitaires de France, 1995.
Thibaud, Clément, «En la búsqueda de un punto fijo para la Repú-
blica. El Cesarismo en Venezuela y Colombia», Revista de Indias,
No. 225, 2002, pp. 463-494.
Thibaud, Clément, «La academia carolina de Charcas: una “es-
cuela de dirigentes” para la Independencia (1774-1809)», en
Rossana Barragán, Dora Cajías, Seemín Qayum (eds.), El siglo

300

la majestad(1).indd 300 4/26/10 9:02:29 AM


BIBLIOGR AFÍA

XIX. Bolivia y la América Latina, La Paz, IFEA-Coordinadora de


Historia, 1997, pp. 39-60.
Thibaud, Clément, «Salus Populi. Imaginando la reasunción de la
soberanía en Caracas 1808-1810», en Roberto Breña (dir.), En el
umbral de las revoluciones hispánicas: el bienio 1808-1809, Madrid-
México, El Colegio de México, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, en prensa.
Thibaud, Clément, Repúblicas en armas. Los ejércitos bolivarianos en
las guerras de independencia en Venezuela y Colombia, Bogotá, Pla-
neta-IFEA, 2003.
Thomas, Yan, «L’institution de la majesté», Revue de synthèse, No.
3-4, 1991, pp. 331-386.
Tierney, Brian, «Natural Rights in the Thirteenth Century: A Quaes-
tio of Henry of Ghent», Speculum, No. 67-1, 1992, pp. 58-68.
Tocqueville, Alexis de, L’Ancien Régime et la Révolution, Paris, Folio,
1967 [1856].
Tocqueville, Alexis de, La democracia en América, México, Fondo de
Cultura Económica, 1957.
Tomás y Valiente, Francisco, Manual de historia del derecho español,
Madrid, Tecnos, 1990.
Tone, John L., La guerrilla española y la derrota de Napoleón, Madrid,
Alianza Editorial, 1999.
Turchetti, Mario, Tyrannie et tyrannicide de l’Antiquité à nos jours, Pa-
ris, Presses Universitaires de France, 2001.
Urueña Cervera, Jaime, Bolívar Republicano, Bogotá, Ediciones Au-
rora, 2004.
Urueña, Jaime, Nariño, Torres y la Revolución Francesa, Bogotá, Edi-
ciones Aurora, 2007.
Vallenilla Lanz, Laureano, Cesarismo democrático: estudio sobre las
bases sociológicas de la Constitución efectiva de Venezuela, Caracas,
Monte Ávila, 1990.
Van Gelderen, Martin y Quentin Skinner, Republicanism, A Sha-
red European Heritage, Cambridge, Cambridge University Press,
2002.
Van Kley, Dale K., The Religious Origins of the French Revolution: From
Calvin to the Civil Constitution, 1560-1791, New Haven, Yale Uni-
versity Press, 1996.
Vanegas, Isidro, «El vacío de poder» en la Nueva Granada 1808-
09», ponencia presentada en el seminario «En el umbral de

301

la majestad(1).indd 301 4/26/10 9:02:29 AM


L A MAJESTAD DE LOS PUEBLOS EN LA NUEVA GR ANADA Y VENEZUELA (1780-1832)

las revoluciones hispánicas: el bienio 1808-10», El Colegio de


México, abril 10 y 11 de 2008
Varela Suanzes-Carpegna, Joaquín, La teoría del Estado en los oríge-
nes del constitucionalismo hispánico (Las Cortes de Cádiz), Madrid,
Centro de Estudios Constitucionales, 1983.
Verdo, Geneviève, L’indépendance argentine entre cités et nations (1808-
1821), Paris, Publications de la Sorbonne, 2006.
Veyne, Paul, «Foucault révolutionne l‘histoire», Comment on écrit
l’histoire, Paris, Le Seuil, 1979, pp. 383-429.
Walser, Michael, The Revolution of the Saints, New York, Athenaeum,
1968.
Weber, Max, Economía y sociedad, México, FCE, 1964.
Zeuske, Michael, «Regiones, espacios e hinterland en la indepen-
dencia de Venezuela. Lo espacial en la política de Simón Bolí-
var», Revista de las Américas, No. 1, 2003, pp. 39-59.

302

la majestad(1).indd 302 4/26/10 9:02:29 AM


Las guerras cívicas venezolanas y colombianas (1812-1815)
Riohach Margarita
Santa a Atlántico
Coro
Mar Marta La Asunción
Maracaibo

la majestad(1).indd 303
1810-11
Caribe Cartagena
de Indias 1812 Valencia Cumaná Trinidad (G. B.)
Magdalena Caracas Barcelona
181 Barquisimeto
1812
Panamá Zulia Trujillo Venezuela
Angostura
Mérida Barinas
Istmo
San Orinoco
Apure Fernando

Medellín
T unja
1812 Boyacá
Pacífico Cali

Bogotá
1812-1813
Combates Combates
patriotas- entre
realistes patriotas
Popayán
Zona realista
Cauca
Zonas patriotas federalistas
Pasto
Zona patriota centralista
Límites de Estado
Guayaquil Límites de departemento
Q uit Zona de montaña
Guayaquil Ecuador Cabecera de departamento
Azuay Ciudad importante

Istmo : nombre de departamento


Margarita : provincia

300 km

4/26/10 9:02:30 AM
Colombia durante el interregno (1810-1816)

Riohacha
Santa Marta
Mar Caribe
Barranquilla
Ciénaga Maracaibo
200 km
Carthagène Valledupar
-des-Indes
Turbaco
Lago de
Maracaibo

Mompox

M
a
g Ocaña
d Cúcuta
al
e San Cristóbal
n

Ll
a Pamplon
A
tr
at
o Santa Fé de San Gil
C
a
u
Antioquia
Medellín
Socorro
aTame

Pacífico
n
c Pore
a Sogamoso
Quibdó Villa de Tunja
Leiva

V a lle
del
Honda

Bogotá
Meta
os
Ibagué
C auca
Tuluá
Buenaventura
Buga

Cali
Ciudades principales
Neiva

Popayán Ciudades segundarias

Límite approx. de
departamiento (1828)

Tumaco Pasto
Barbacoas

la majestad(1).indd 304 4/26/10 9:02:31 AM


Venezuela (límites administrativos de 1828)

Península de Paraguaná Bonaire

la majestad(1).indd 305
Curazao (P.-B.) Mar Caribe
(P.-B.)

Golfo de Isla de
Riohach Margarita
Maracaibo Coro
a
Casigua Pedregal Riocaribe
>
Puerto
San Luis La Guaira
Cabello
Güiria Trinidad
Maracaibo
(G. B.)
San Felipe Maracay Caracas Cumaná Golfo de
Caucagua Barcelona Paria
Bobare Tuy
Valencia
Villa de Cura Maturín
Nirgua
Barquisimet San Rafael Caicara
Lagune de Carora Hortis
Maracaibo o Santa Rosa
Quibor Chaguaramas
San
T rujillo Carlos
Calabozo Orituco

Carache El Pao
Villa de Ospinos
Santa Clara Guayana la Vieja
Mérida Guanare San Fernando de
Cúcuta Portuguesa San Gerónimo Cachicamo Angostura
Tucupido del Guayabal Upatá
Apure Orinoco
P amplona Santa Ana Pedraza Mijagual San Tupuquen
Achaguas Fernando Altagracia
Barinas Caicara del
Arauca Orinoco

La
Concepción

Guasdualito
Emigración patriota
de la Nueva Granada Meta
(VI-1816) Betoyes Relieves
Cuiloto

Chire

200 km

4/26/10 9:02:31 AM

También podría gustarte