I.S.F.D.
N° 34
PSICOLOGIA DEL DESARROLLO Y EL
APRENDIZAJE I
PROFESOR: MARCELO BIRADOR
Extensión Digital Número 3 Año 2008
EL LUGAR DEL NIÑO Y EL CONCEPTO DE
INFANCIA
Cecilia Satriano
Resumen
En los primeros años de la vida del ser humano se aprende por medio de la
socialización y la culturización, los modos típicos de la supervivencia. Donde se
deben regular las distintas acciones de la vida social, construyendo estrategias de
relación con los otros. Donde se deben internalizar los elementos que configuran
el vínculo entre éste, los otros y la naturaleza. Por esta razón, se plantea analizar
las diferencias existentes del concepto de niño e infancia en distintas épocas, con
el propósito conocer los cambios producidos en la significación parental y social.
El concepto de infancia actual valoriza el período inicial de la vida y representa
una adquisición tardía en la historia de la humanidad. Freud destacó y privilegió el
lugar de la niñez y su correspondencia con la vida adulta, destacando el acceso a
una estructuración de la vida psíquica y su perpetuación a lo largo de toda la vida
de la persona. La niñez fue nombrada, investida, reconocida y hasta idealizada.
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Determinantes históricos del niño. Lugar de la infancia
El concepto de infancia mantienen diferencias de acuerdo sea abordado por la
psicología, historia, la antropología, la sociología, la pedagogía, e incluso la
medicina. De todas estas, la pedagogía fue la única que produjo un discurso de la
infancia, precisamente en el contexto escolar, ámbito donde se promueven los
marcos disciplinares.
A partir de los siglos XV a XVII aparece el concepto de infancia produciendo una
de las transformaciones más profundas de la sociedad occidental. La infancia deja
de ocupar su lugar como residuo de la vida comunitaria e indiferenciado del
mundo adulto.
Phillipe Ariés es quien en 1960 y, desde el ámbito de la historia y la demografía,
afirma que la infancia es una construcción histórica moderna. Destaca que el
“sentimiento de infancia” surge a partir del siglo XV en Europa, debido a las
nuevas formas del tráfico comercial y la producción mercantil. Estos hacen
eclosión finalizando la Edad Media, con una lenta transformación de actitudes,
sentimientos y relaciones frente a la infancia. Esta mutación va a acompañada de
una revolución demográfica de la Europa del siglo XIX.
En esos momentos, se producen cambios en las responsabilidades atribuidas a
los más pequeños, inspirando amor, ternura, preocupación; y necesidad de amor y
educación.
El niño comienza a ser percibido como un ser inacabado y carente, con
necesidades de resguardo y protección. Todos estos deberes tienen como
responsables a la familia.
Anterior a estas transformaciones era muy difícil comprometerse afectivamente
con un niño, porque existía una alta mortalidad infantil. La razón es que era
preferible no comprometerse afectivamente con el niño hasta que hubiera un
mínimo de garantía de sobrevivencia. John Illick comenta que: “en la Edad Media
se ponía el mismo nombre a dos hermanos, que se distinguían después por el
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apelativo de mayor o menor. En los comienzos de la Edad Moderna esta
costumbre había caído en desuso, pero se ponía el nombre de un niño que había
muerto, al niño que había nacido después (1987) 1.
La perspectiva moderna de la niñez produjo un rechazo a la enfermedad infantil y
se comienza a prodigar los cuidados necesarios a los niños enfermos, con lo cual
baja la mortalidad. Cuando la infancia deja de ocupar su lugar como residuo de la
vida comunitaria, empieza a formar parte del cuerpo colectivo. Esta nueva
perspectiva es una construcción social que concibe al niño como un cuerpo sujeto
al poder ajeno a él, que necesita ser educado y que es dependiente de los adultos.
Aparece el amor maternal, sentimiento que normalmente es proyectado en la
actividad docente femenina, signado en gran medida en las funciones de la
maestra y de la madre. Esta condensación marcó uno de los más importantes
indicadores del mecanismo de alianza entre la escuela y la familia modernas.
La situación de carencia y dependencia implicó un sometimiento al mundo del
adulto. Pero también, esta situación de la infancia se trasladó a la producción de
un discurso pedagógico como el expresado por Jean Rousseau en el Emile,
configurando la pedagogía moderna. En este libro, la infancia es una etapa que
antecede a la adultez, el niño es esencialmente carente de razón por lo tanto
factible de educabilidad. Rousseau reivindica el lugar de la infancia y trata de
normatizar su existencia utilizando a la educación como el instrumento que hace
posible esta transición.
El paso del niño a la adultez se va dando de forma natural: de la dependencia a la
autonomía, de la carencia de razón a la razón adulta. El nacimiento del hombre
está signado por la capacidad de aprender. La tabula rasa aquí no es total, no
habrán de imprimirse conocimientos en ella sino a partir de una capacidad natural.
La falta de razón constituye una forma de desamparado y el amparo paterno da
derecho a ser obedecido suponiendo la autoridad adulta. Rousseau planteaba que
el adulto debe otorgar libertades al niño en función del respeto a la naturaleza
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infantil, pero esto es siempre una gracia, una concesión librada a favor de un
correcto desarrollo humano.
La asimetría en la relación niño – adulto acaba en una simetría que disuelve la
etapa infantil. Este autor se esfuerza por presentar modos “naturales” de acción
sobre la infancia, modos que la reconstruyen palmo a palmo al mantener y
conservar el sesgo de la situación heterónoma. Se considera al niño como un ser
amoral, compuesto de pura necesidad y con problemas gregarios, con ausencia
de juicio; por lo tanto debe aprender del adulto.
El niño pasa a convertirse en objeto de estudio y la infancia es dominada por el
medio adulto; cambia su obediencia por protección y educación.
Es a partir de esta dependencia que surge un incontenible deseo epistemológico:
voluntad de saber acerca de las zonas inexpugnables del cuerpo infantil. La
conducta, el pensamiento, el lenguaje, los juegos, la sexualidad deben ser
estudiados a fin de proceder en al educación de los niños de acuerdo a lo que es
propio de la infancia.
Desde la Edad Media a la Modernidad
En la Edad Media no existía la medición cronológica de la vida de cualquier ser
humano. Recién posteriormente la edad pasa a ser una variable entre lo
observable y lo medible, estableciéndose la medias y las medidas estadísticas.
Comienzan a delimitarse los espacios entre lo normal y lo patológico, como así
también entre lo que se consideraba correcto de lo incorrecto respecto al espacio
pedagógico.
Estas consideraciones se extendieron a otros ámbitos como el arte. Recién en el
siglo XVII se representa la infancia en la pintura. Ariès comenta que: “el arte
medieval no conocía la infancia o no trataba de representársela; nos cuesta creer
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que esta ausencia se debiera a la torpeza o a la incapacidad. Cabe más bien
pensar que en la sociedad no había espacio para la infancia” (1987)
En el Renacimiento, la Iglesia empezó a propiciar el reconocimiento del niño,
alentando la lactancia materna como un elemento importante para su
sobreviviencia y la relación afectiva mutua entre madre e hijo.
En ese sentido el arte religioso, a través de la iconografía cristiana tuvo enorme
influencia en los cambios en la relación madre hijo.
Otro factor que contribuyó a la posibilidad de esta nueva figuración de la niñez en
el siglo XIX, fue el avance de la medicina y todo lo relacionado con la prevención
de las enfermedades infecto-contagiosas, que eran las de mayor incidencia en la
mortalidad infantil. Si bien coinciden algunos autores que la niñez es un invento
moderno, discrepan diciendo que es el resultado histórico de un conjunto de
prácticas promovidas desde el estado burgués que a su vez, lo sustentaron.
En este sentido, la modernidad produce un primer movimiento de recorte, de
segregación para restituir la niñez a la sociedad, pero con un nuevo status:
segregación y restitución inseparables en el tiempo. Un ejemplo de esto se
encuentra en la actualidad.
Las prácticas estatales burguesas produjeron las siguientes significaciones: la idea
de inocencia, la idea de docilidad, la idea de latencia o espera.
El opuesto de la figura del niño como consumidor es el niño de la calle, figura que
también tiende a abolir la imagen moderna de la infancia. Si el niño trabaja para un
adulto esta situación también borra la diferencia simbólica entre ambos. La idea de
fragilidad del niño, que operaba como una razón moderna de exclusión de la
infancia del mundo del trabajo, es una producción histórica ya extenuada.
Nuestra época asiste a una variación práctica del estatuto de la niñez; como
cualquier institución social, la infancia también puede alterarse, e incluso
desaparecer. La variación práctica que percibimos está asociada a su vez,
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sufriendo las dos instituciones que fueron las piezas claves de la modernidad: la
escuela y la familia.
Esta variación hunde sus raíces en las numerosas prácticas que produjeron en la
cultura, el vertiginoso desarrollo del consumo y la tecnología.
El cachorro humano que hoy existe está en posición de real rebeldía para aquellas
prácticas y discursos tradicionales. Este carece de significación instituida.
Las prácticas de conservación de los hijos, el higienismo, la filantropía y el control
de la población dieron lugar a la familia burguesa. La escuela y el juzgado de
menores también se ocuparon de los vástagos: la primera, educando la conciencia
del hombre futuro, el segundo promoviendo la figura del padre en el lugar de la
ley, como sostén simbólico de la familia.
Por lo tanto, no hay infancia si no es por la intervención práctica de un numeroso
conjunto de instituciones modernas de resguardo, tutela y asistencia de la niñez.
En consecuencia, cuando estas instituciones tambalean, la producción de la
infancia se ve amenazada.
En los últimos cuatrocientos años, la sociedad moderna ha generado esta
modalidad específica de inversión de sus esfuerzos para formar a las nuevas
generaciones, organizando esos aprendizajes e internalizaciones de un modo
diferente a los anteriores.
La escuela del medioevo incorporaba estudiantes sólo para permitirles conocer el
saber eclesiástico o mercantil. En cambio, la escuela moderna se situó como un
espacio para la infancia.
Este nacimiento de la infancia trajo el alejamiento del niño en relación con la vida
cotidiana de los adultos, siendo la escuela quien contribuye a este alejamiento.
Mientras que para la época clásica, la relación paterna filial suponía solamente
obligaciones por parte de éstos. La época moderna instala la reciprocidad y por
consiguiente los deberes de los padres frente a los hijos. Nuevos problemas
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aparecen en la conjunción de los procesos de escolarización e infantilización tal
como veremos en nuestra práctica institucional.
En este sentido, para Ariés, los conceptos de infancia, familia y escuela
representan procesos paralelos pero enlazados por las relaciones recíprocas que
mantienen entre sí.
La escuela y la familia
A partir del siglo XVII, la escolarización de la infancia implica la infantilización de
una importante fracción de la sociedad europea. La escuela moderna permite la
existencia del actor, del cuerpo infantil y opera a partir de una suerte de violencia,
al dividirlos en edades y estableciendo distintos saberes, experiencias y
aprendizajes para cada uno de estos niveles. La pedagogía se convierte en
subsidiaria de conceptos generales relativos a la niñez y como constructora de
categorías concernientes al alumno. Esto aleja al niño de los adultos y posesiona
a la infancia como un nuevo cuerpo social.
Foucault planteaba que lo que garantiza la permanencia de la niñez en la escuela
es la disciplina. Implica una manipulación del cuerpo infantil que se educa, que
obedece y se le da forma, tratándose de un cuerpo dócil y maleable, permitiendo
un control minucioso del cuerpo del niño, un disciplinamiento. Es así que el
nacimiento del sentimiento de infancia coincide con la multiplicación del los
discursos normativos.
En este sentido, la pedagogía va a ser la disciplina que va a categorizar la infancia
por medio del discurso pedagógico. Esta perspectiva de infancia reaparecer en la
época del auge de la cultura escrita y es la escuela como institución social la que
reconquista sus derechos y se difunde a partir del siglo XII.
La escuela como institución social, es la que se instala para cumplir una de las
formas de la sociabilización. Razón por la cual la pedagogía es la que instala un
discurso acerca del niño.
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La Revolución Industrial produjo una creciente demanda de operarios, técnicos y
profesionales para atender y perfeccionar la maquinaria que incrementaría la
producción. Esto suscitó la necesidad de educar y capacitar a niños y jóvenes, con
vistas a un futuro productivo.
Para algunos autores, la relación escuela-familia representa el encierro del cuerpo
infantil en esta institución, la cual surge concurrentemente con el sentimiento
moderno de infancia.
Los niños que quedan por fuera de los espacios institucionalizados socialmente
(familia y escuela) pasan a conformar el ámbito de la minoridad, tales como: 1) los
hijos naturales y de prostitutas, 2) los de madres solteras, 3) los hijos menores, 4)
las hijas mujeres, 5) los huérfanos, 6) los defectuosos, 7) los deficientes mentales
y 8) los “engendros”.
La operación que transfiere la educación familiar a la escolarización más masiva,
sucede porque no alcanza la acción del padre para educar correctamente a los
hijos.
Se incorpora el conocimiento científico, expresado en los especialistas-docentes y
sus métodos racionales, actuando ordenadamente sobre la niñez.
Esto representa el traspaso de lo privado (la educación infantil) a la esfera pública,
contrato tácito entre los padres y los maestros que permite la universalización de
la educación.
El docente es el portador de saberes que basa su mando y autoridad en una
legitimidad, basada en sus conocimientos. Los docentes son quienes determinan
que alumnos son buenos y cuáles malos.
La pedagogía es el campo disciplinar que caracteriza a la infancia. La acción del
niño será juzgada y corregida en relación con los instrumentos teóricos
construidos para intervenir en ella.
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El lugar de la infancia en la actualidad.
El consumo generalizado produce un tipo de subjetividad que hace difícil el
establecimiento de la diferencia simbólica entre adultos y niños. El acceso
indiferenciado a la información y al consumo mediático distinguen cada vez menos
las clases de edad.
En la actualidad, tanto este concepto de infancia como el discurso pedagógico han
declinado. Se asiste a una decadencia de la pedagogía moderna: el fin de la
infancia caracterizada por el quiebre del modelo de dependencia y heteronomía
respecto del adulto.
Si bien el docente continúa siendo un componente central en el funcionamiento
escolar. La diferencia radica en que el docente se encuentra bajo sospecha,
deslegitimado como “el que ocupa el lugar del saber”. Ya no existen los malos
alumnos sino que las patologías son trasladadas a las instituciones y/o docentes.
Ya no hay un método incuestionable para la enseñanza, sino métodos que
conviven y divergen.
En estas épocas, el conocer no se hallan únicamente en el ámbito escolar; la
escuela ya no es el notable ámbito de transmisión de conocimientos. El lugar del
docente como lugar exclusivo del saber se pone en cuestión por varias razones,
algunas son técnicas como la aparición de los medios electrónicos de
comunicación. Otros son procesos que apuntan al interior del gremio y las políticas
de educación.
El discurso pedagógico indica al maestro que debe aceptar y comprender la
existencia de una multiplicidad de opciones culturales. Esto resiente la posición de
autoridad y referente del saber.
Entonces el modelo de dependencia y heteronomía respecto al adulto está
quebrado. El niño se convierte en un ser independiente y con sus propias reglas,
negando los límites y normas sociales. Por otro lado, plantear qué es ser niño
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actualmente, remite a su significación en los distintos momentos de la historia y a
las generaciones que lo preceden.
En este sentido, el psicoanálisis plantea que la constitución subjetiva se produce a
partir del otro, y cuando se produce su separación lo deja ligado para siempre a
una estructura significante. Esta estructura está formada por lógicas de
representaciones y significantes paternos que anteceden al niño y le dan
ubicuidad a partir de su nominación. Lo primero que tiene un niño es un nombre
nominado por otro. En el niño neurótico el síntoma es el vehículo indisoluble de los
fantasmas de los padres, en donde se juegan identificaciones y modalidades de su
sexualidad. El niño es un objeto ligado a la estructura del deseo y de los
fantasmas de la función paterna y materna. El deseo inconsciente de los padres
es mediatizado a través del lenguaje, por lo dicho o no dicho de un discurso, y se
inscribe en el inconsciente del niño produciendo su efecto en el síntoma. Es lo que
determina el lugar del niño en el discurso familiar.
Las concepciones de la infancia actualmente, están delimitadas por una línea
demarcatoria que pone en tela de juicio un futuro de integración. Narodowski las
define como: la “infancia hiperrealizada” y la “infancia desrealizada” (Narodowski,
1999).
La primera es una infancia de la realidad virtual, con un acceso tecnológico que
permite una satisfacción inmediata de los requerimientos de información,
comunicación y demás. Niños que se preparan para proyectarse en el futuro, en
donde esta instancia ya no le es desconocida. Con inserción institucional y el
respaldo que esto implica. Una infancia contextuada y condicionada que tiende
permanentemente a cubrir las faltas más elementales.
La “infancia desrealizada” muestra la otra cara de lo social, en donde viven
parados en el hoy, con incertidumbre de sobrevivencia del mañana. Niños sin
referentes ni solvencia afectiva que les permita imaginarse en un futuro. Excluidos
institucionalmente. En general, a este grupo pertenecen los niños en contextos de
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pobreza, que se caracterizan por padecer precarizaciones subjetivas. Estas
carencias también se dan a nivel de lo próximo al niño como es la familia.
Muchas de estos grupos abandonan el compromiso de funcionar como referente
identitario e identificatorio y transfieren su responsabilidad en la educación y la
salud. Por esta razón, la intervención clínica debe orientarse a darle un lugar
simbólico al niño. Tal estrategia permite no culpabilizar a los padres de las
consecuencias en sus hijos, sino ubicarlos en su función.
Dolto plantea que: "Nuestros niños son portadores de nuestro pasivo, de la
dinámica no resuelta, de todo aquello que hemos vivido y rechazado" (1986) 4 Si
se considera que las funciones parentales se despliegan e inciden en la
constitución subjetiva, tanto en las historias particulares y cómo se combinan, bien
podrían convertirse en una hipótesis de investigación.La idea sería si estas
funciones han tenido cambios a lo largo de los años.
Bibliografía
• Ariès, P. El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Taurus. Madrid, 1987.
• Ariès, P. La infancia. Revista de Educación, Nro. 254, 1993.
• Cristina Corea, Ignacio Lewkowicz: “¿Se acabó la infancia?. Ensayo sobre la
destitución de la niñez”. Editorial Lumen/Humanitas, Buenos Aires, Argentina.
• Gélis, Jacques "La individualización del niño" en Aries P. Y Duby, G. Historia de
la vida privada ,Taurus, Barcelona, 1984, Tomo 4.
• Illick, J.E. La crianza de los niños en Inglaterra y América del Norte en el siglo
XVII. En Historia de la infancia, capítulo 7. Pág. 371. Alianza. Madrid. 1987.
1 Illick, J.E. La crianza de los niños en Inglaterra y América del Norte en el siglo
XVII. En Historia de la infancia. Madrid. Alianza, 1987.
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2 Philippe Ariès (1987): El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Taurus
.Madrid.
4 Dolto, F. (1986). La Dificultad de vivir, Tomo 2 Psicoanálisis/Sociedad. Cap. "Los
derechos del niño" 1era. Edición 1982 Edit. Gedisa, Bs As.
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