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Me Olvide de Mi Rafael Alcolea Harold

Este documento es un índice de un libro titulado "Me Olvidé de Mí" que consta de 17 capítulos. El índice incluye el título de cada capítulo y la página en la que comienza. El libro trata sobre una mujer que se ha olvidado de su identidad y depende de un hombre del que desconfía.
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Me Olvide de Mi Rafael Alcolea Harold

Este documento es un índice de un libro titulado "Me Olvidé de Mí" que consta de 17 capítulos. El índice incluye el título de cada capítulo y la página en la que comienza. El libro trata sobre una mujer que se ha olvidado de su identidad y depende de un hombre del que desconfía.
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Me Olvidé de mí.

© Rafael Alcolea , 2017

© de la portada, Rafael Alcolea, 2017

Obra registrada en el Registro de la Propiedad Intelectual de Málaga.

Registrada también en SAFE CREATIVE.

Todos los personajes y acontecimientos de este libro son ficticios y cualquier parecido con personajes
reales, vivos o fallecidos, es pura coincidencia.

No se permite reproducir, almacenar en sistemas de recuperación de la información ni transmitir parte alguna de


esta publicación, cualquiera sea el medio empleado: electrónico, mecánico, fotocopia, grabación, etc. sin el permiso
previo del titular de los derechos de propiedad intelectual.

Todos los derechos reservados.


ÍNDICE:

Prólogo_____________________________página 4.
Capítulo 1___________________________página 6.
Capítulo 2___________________________página 29.
Capítulo 3___________________________página 52.
Capítulo 4___________________________página 66.
Capítulo 5___________________________página 75.
Capítulo 6___________________________página 91.
Capítulo 7___________________________página 99.
Capítulo 8___________________________página 115.
Capítulo 9___________________________página 124.
Capítulo 10__________________________página 140.
Capítulo 11__________________________página 168.
Capítulo 12__________________________página 195.
Capítulo 13__________________________página 217.
Capítulo 14__________________________página 235.
Capítulo 15__________________________página 252.
Capítulo 16__________________________página 263.
Capítulo 17__________________________página 276.
Olvidarte de quien eres es como lanzarte al océano y desintegrarte en miles de
microscópicas partículas, es no haber existido, no dejar huella en los demás,
quedarte para lo último cuando ya todos son felices y duermen tranquilos, solo
entonces empiezas tu día, solo que ya es muy tarde para empezar a vivir. Otra hoja

del calendario se marchita, otro poco de ti se desvanece…

Te lamentas, recapacitas y piensas: hoy, de nuevo, me olvidé de mí.


10 Mayo de 2016, miércoles.

Oscuridad, sombras, frío, todo eso me rodea. No sé bien si duermo o estoy soñando.

No sé qué es real o fantasía. Casi no puedo moverme de la cama sin que todo me de
vueltas. Toco mi cabeza con miedo y dolor; sé que estoy gravemente herida.
Desconozco porqué no estoy en un hospital y en cambio, me encuentro en esta
habitación oscura y destartalada. Desconozco quién es él, o quién soy yo. Solo sé lo

que él me dice: que me cuida, que me quiere, que no permitirá que nunca me pase nada.
Está claro que me he olvidado de quién soy, que dependo ciegamente de él, de lo que
me cuente.

Quiero creerle, necesito tranquilizarme, aunque solo puedo hacerlo cuando duermo
bajo el efecto de los medicamentos que él me suministra, que son demasiados y muy a
menudo. Antes de dormirme trato de recordar quién soy, de dónde vengo, por qué estoy
aquí… hasta que empieza a dolerme la cabeza tanto que llego a desmayarme, justo
cuando alguna de las tinieblas que me rodean antes de dormirme, puedan ayudarme a

responder a la pregunta de porqué me olvidé de mí; porqué lo miro y siento que no es


quien dice ser, que no me puedo fiar de él; que no estoy a salvo.
I

10 Marzo de 2016, jueves.

No soy tan feliz como yo creía, o he intentado aparentar serlo con tantas fuerzas
hasta que he logrado engañarme a mí misma. Estoy varada, estancada en una vida que
no es la mía; al menos yo no la ideé así. Me siento atrapada en una inmóvil rutina que
poco a poco corroe todo lo que yo era, mi persona, lo que siempre he sido y que deja

paso a lo que los demás quieren, lo que necesitan, no lo que siento que quiero ser yo.
Sin embargo, he sido capaz de sobrevivir así, de encontrar un ápice de felicidad en las
pequeñas cosas que nadie ve: un beso en la mejilla de mis hijos, una flor nueva que
nace en el jardín, una receta que a todos gusta… solo que llega un momento en que esos
alicientes no llenan el vacío interno que amenaza con destruirte. Me siento como un
producto del despiece; ese que día a día me va sometiendo hasta convertirme en un
amasijo de huesos depositados en un ataúd de piel opaca que es capaz de taparlo todo;
incluso mi verdadero yo.

Tengo dos hijos: Zoe de doce y Adam de nueve. Ellos son parte de los pocos
alicientes que mueven la balanza lejos del abismo. Son el timón, y a su vez, el ancla de
mi vida. El timón porque la dirigen: tienen actividades extraescolares cinco días a la
semana, algún partido los fines de semana, cumpleaños, trabajos, clases particulares…
Y también son mi ancla: son la razón principal por la que no me he separado de Frank.
Puede sonar un poco tópico, pero ellos necesitan a un padre, y por qué no decirlo:
nuestra economía es muy buena a su lado, y aunque tal vez nunca lo he amado en el
sentido romántico de la palabra, si he llegado a quererlo. Me he acostumbrado a
hacerle de costilla. Las rejas se hacen invisibles día a día y la rutina es capaz de

destruir tu esencia, impidiendo que seas quien programaste ser, haciendo que en tu
mente te repitas una y otra vez:

«Hoy, otra vez, me olvidé de mí».

Vuelvo a recriminarme por no haber ejercido mi profesión. Recién terminada la

carrera de profesora en educación primaria me casé, y nunca he necesitado trabajar


gracias al trabajo de Frank, mi marido. Él es economista, además de político. Dirige un
fondo de inversores internacionales en los Estados Unidos con base en Miami. Es muy
bueno en su trabajo y todos le respetan y admiran; es un líder nato. Esto acarrea una
ausencia constante de su persona en casa; pasa poco tiempo con nosotros, aunque así es
casi mejor, la verdad.

Su última locura ha sido presentarse como candidato a la alcaldía de Lighthouse


Point, lo peor: ha ganado… Esto nos resta aún más tiempo con él debido a sus
constantes viajes por uno u otro trabajo. Siendo egoístas, a mí no me preocupa su

ausencia, y además suma más ceros a la economía familiar. Aunque lo parezca, no soy
frívola, su yugo es el que me ha hecho pensar así: casi prefiero no verle.

La convivencia con Frank se ha convertido en algo titánico, siempre está estresado


y discute con todos. Los niños se ponen tensos nada más aparece por la puerta, no saben
cómo actuar para no recibir una reprimenda, en cambio, sonríen de alivio cuando se
marcha de viaje. Ellos no me dicen nada, pero sé que cuando le preguntan cuánto
tiempo estará fuera, en realidad solo quieren saber cuántos días de tranquilidad
tendremos en casa. Tampoco creo que él esté a gusto en casa, cada vez pasa menos
tiempo aquí, sin embargo, parece disfrutar destruyendo la armonía que cultivamos nada

más sale por la puerta. Yo misma me armo de paciencia cuando me entero que pasará
varios días libres en casa o que un día no irá a la oficina porque ya lo tienen todo
controlado y puede trabajar desde su cómodo despacho en el número 2011 de Hilsboro
Beach.

Cuando contemplo todo lo conseguido, lo bonita que es nuestra casa, y lo bien que
vivimos, me aferro a lo positivo para no salir corriendo y comprobar si esta sensación
de ahogo permanente que siento en mis entrañas se debe a su sola presencia o
simplemente a mi clausura vital.

Me miro al espejo y, con poca ropa, no me reconozco.

«¿Quién es esa señora que se me ha metido en el cuerpo haciéndome parecer diez


años más mayor? ¿Alguien puede decirle que deje de comer tanto, que se mueva?»

Como a muchas personas, la ansiedad me produce estrés y la única manera de

paliarlo es comer, comer y comer. En realidad, no como tanto, o eso creo yo. Lo que si
admito es que picoteo muchas veces al día, y todo lo prohibido: chocolates, dulces,
galletitas, comida basura... Tampoco ayuda el no hacer nada de ejercicio.

«¡No tengo tiempo! ¡En serio!»

Sé que suena a excusa barata de una gordita resignada, pero entre el colegio de mis
hijos, las actividades extraescolares, lecciones de música de los niños, arreglar la casa,
cocinar… Además, Frank no quiere que nadie de fuera fisgonee en nuestra intimidad. El
buen señor dice sentirse violado, sucio; que le gusta más como yo hago las cosas: con
cuidado y cariño. Los primeros años me lo tomaba como un halago, ahora, miro atrás y

no creo que pueda haber sido tan rematadamente tonta. Hoy en día comprendo que es
una manera sutil de decirme que soy la esclava perfecta y una manera cruel de
someterme sin que yo me de cuenta. Tener una esposa como yo le sale realmente
rentable. Cierto es que Frank no es tacaño, aunque otras veces sí que lo es. En cosas
inverosímiles decide que hay que ahorrar, en otras, en cambio, tira la casa por la

ventana. Mi marido es un tanto desconcertante, yo siempre pienso que es “bipolar”,


aunque nunca se lo digo. Una vez lo comenté medio en broma y aún recuerdo cómo se
puso.

«¡Qué ciega he estado! ¡Qué inocente era!»

Me siento una idiota, no sé cómo reaccionar cuando me percato de algo así. Quiero
hacerle saber que me he dado cuenta de cómo me trata, que no soy la joven apocada que
puede manipular. Ese es mi gran defecto: nunca he sabido, tal vez culpa de mis
autoritarios padres o de mi intrínseca personalidad, plantarle cara. Me pongo tan

nerviosa que no sé cómo sacarle el tema o echárselo en cara sin enfadarme y perder la
razón. Me encantaría poder decirle las cosas bien dichas, sin que Frank pueda darle la
vuelta a la tortilla o tergiversar mis palabras. Mi marido es un maestro de la palabra, un
manipulador de las intenciones ajenas, capaz de venderte arena en mitad del desierto y
dejar que te vayas tan contento pensando que has conseguido el chollo de tu vida.

Mi rutina se ha convertido en existencia, ya no hago otra cosa que sacarle brillo a


lo cotidiano, solo aprovecho para sonreír cuando tengo un minuto para mí misma, que
no suele ser muy a menudo. El resto del tiempo pienso, como ahora, que estoy
malgastando mi vida de una manera idiota y absurda, como si pensase que detrás de

esta viene otra vida. Actúo como si hubiese una serie ilimitada de repuestos vitales que
yo podré ir desechando o malgastando hasta dar con el adecuado: la vida que siempre
he querido vivir pero que por errores del destino no he tenido.

Cada noche cuando me acuesto pienso que el amanecer me traerá otra vida, otra

realidad que borre de un plumazo la pegajosa sensación de estar corrompiendo un


regalo maravilloso que he dejado a la intemperie durante la noche. Sonrío para mis
adentros y sueño con un amor verdadero que me remueva por dentro hasta que no me
deje respirar. Cuando despierto y tomo conciencia de la realidad, constato que el amor
verdadero no existe, que las personas van y vienen hasta que una se queda, la que
piensas puede ser la más adecuada para este viaje, nunca es la perfecta. Esa que tal vez
conociste una vez y recordarás el resto de tu vida, cuando te vayas a dormir. Esa
persona que te vuelve loca y te desequilibra, que no entiendes, pero que no puedes
dejar de amar. Como un libro raro que no entiendes y sin embargo no puedes dejar de

leerlo, que te engancha. Entonces despierto con ansias de volar y escapar de la


pegajosa realidad que me espera, paciente, como una araña en su tela.

La campaña para ser alcalde de nuestra pequeña localidad: Lighthouse Point ha


sido devastadora. En nuestra ciudad apenas convivimos once mil habitantes. El
ciudadano medio tiene alrededor de los cincuenta, tiene una mujer rubia más joven que
él y dos hijos. Suele ir a jugar al squash y pasea en uno de sus botes un par de veces por
semana, por eso la llaman la pequeña “Palm Beach”. Es un pueblo tranquilo, muy
tranquilo, de clase media alta. Los niños van a una escuela privada donde pasan la

mayor parte del día y las esposas suelen pasar el tiempo de compras en algunas de las
boutiques de la ciudad, o mortificando a sus muchachas en las increíbles casas que
bordean la costa.

Durante la campaña electoral, Frank casi nunca ha estado en casa, siempre

atendiendo decenas de eventos por la ciudad y recuperando el tiempo perdido de su


empresa por las madrugadas. Hubiese sido un alivio no tenerlo por aquí cerca, de no
haber derivado en mí todo el trabajo de niñera, ama de casa, cocinera, chófer,
limpiadora, etc. Ha sido demasiado… en varias ocasiones me he encerrado en el baño
para llorar y respirar hondo. Necesitaba liberar tensión y no pagarlo con los niños, los
pobres siempre actuando de colchón en las crisis de los adultos. Por suerte, ya ha
terminado. De nuevo me engaño pensando que la esclavitud matrimonial, la penitencia
que pago por ser feliz de cara los demás, y a la que estoy sometida por conservar un
cierto estatus social ha concluido. Me creo que de la noche a la mañana todo va a

cambiar. Que Frank va a volverse tan detallista y sumiso como el protagonista de


Cincuenta sombras más oscuras: más guapo, más tierno, y más caballero que la mejor
versión de sí mismo. Obviamente, nada de esto cambiará, y yo ahogo mi desilusión en
la nevera, alguna película romántica de la tele, o un poco de sexo cuando toca: mal y a
destiempo.

Las noches que no ha dormido en casa he llegado a soñar que estaba soltera y no lo
tendría que volver a ver. No obstante, cuando me levantaba por la mañana y abría los
ojos: una bofetada a su olor me devolvía a la realidad.

La regla fundamental sobre la privacidad en el núcleo familiar del hombre más

ocupado del planeta impide que yo reciba ayuda externa, menos aún ahora que tiene una
«imagen pública» según dice él.

Hasta hace poco no me he dado cuenta del nivel de control que tienen Frank sobre
mi vida. Trato de maquillarlo con una capa de cariño o enamoramiento por mí, pero en

realidad he descubierto que le pone enfermo que me divierta sin él, que sea
autosuficiente, que alguien alabe mi trabajo si él no ha tenido nada que ver, que no
dependa de él…

Suele repetir frases como: «Cariño, deja el ordenador que tú de eso no sabes»
cuando le pregunté por la clave del Mac para buscar alguna información sobre “el oso
hormiguero” para la clase de ciencias naturales de Adam, o cuando dice a nuestros
conocidos: «Anna es más de quedarse en casa con los niños viendo una de esas
películas romanticonas o de dibujos que de salir a hacer senderismo o apuntarse al
gimnasio».

Por aquel entonces solía sonreír y bajaba la mirada para no llevarle la contraria,
tonta de mí que debía haberle contestado alguna fresca del tipo: «lo que no me gusta es
ir contigo porque te pones insoportable explicando todas las cosas, pendiente de todos
los mínimos detalles, sin dejarnos disfrutar de la naturaleza y la tranquilidad del
entorno. Por eso prefiero no ir a ninguna de tus excursiones por el campo, descenso de
barrancos, navegar en Kayaks, etc. Prefiero la tranquilidad de mi hogar cuando tú no
estás. Eso hubiese sido cruzar una línea roja de las muchas que Frank establece a
diario. Odia que le deje en evidencia delante de la gente, quedar en una posición
inferior a mí, así que trato de no llevarle la contraria. En alguna ocasión ha sido

violento, yo encima creí que había sido culpa mía. Con los años, pienso que estoy
equivocada y nadie debe poner palabras en tu boca, ni dirigir cada uno de los
movimientos que realizas a diario. Ya he entendido que no soy su marioneta, pero no sé
cómo puedo cortar las cuerdas… Sé que le debo mucho, casi todo lo que tenemos hoy
en día, pero no le debo la esencia de mi persona, mis opiniones, mis sentimientos, mi

tiempo, mi ilusión; mi vida. Siempre le estaré agradecida, y se lo he devuelto con


creces, por haber estado ahí para ayudarme cuando nadie lo estuvo, ni siquiera mis
padres adoptivos… pero ese peaje de agradecimiento inocente, no le da derecho a
extinguir mi voluntad y cambiarla por la suya, a tratarme como otro de los muchos
satélites que giran alrededor suya a diario; con la salvedad de que a mí es el primero
que tiene en su órbita.

Últimamente me siento como una crisálida, aletargada, pero que está a punto de
estallar. Para bien o para mal: no puedo más. Después de pasar doce años dormitando

en nuestro hogar, agradecerle cada segundo de mi vida como si yo no aportase nada en


el matrimonio, como si todo lo que hago es la precio por tener derecho a un plato de
comida y un techo bajo el que cobijarme.

Siento que necesito más, necesito respirar, vivir… no hacerlo con el poco aire que
le sobra y me deja para que vaya sobreviviendo. Sufro por conseguir cada bocanada
nueva, temerosa de no ser merecedora de ella y asfixiarme finalmente. Me siento
constantemente a prueba, como si tuviese que demostrarlo todo, a todas horas para
poder seguir a su lado, para tener derecho a vivir. Un verdadero compañero vital no te
expide recibos sentimentales, ni te chantajea con lo que habéis construido juntos, sin

embargo, él es así. Sé que si trato de despegarme de su lado, me pondrá impedimentos


a cada paso nuevo que trate de alejarnos, o nos separe del concepto posesivo y
destructivo que él tiene de una pareja.

Sonrío al ver el cesto de ropa que debo planchar sus camisas blancas: camisas

blancas azuladas para ir al trabajo, camisas blancas inmaculadas para las entrevistas,
camisas blancas de algodón egipcio para transpirar en los mítines, camisas blancas
nuevas para las misas del domingo, camisas blancas antiarrugas para cuando lleva
americanas y un sinfín de camisetas de deporte que utiliza cuando se va a jugar al fútbol
con sus amigos un par de veces por semana. Tienen un equipo y él es el capitán o el
entrenador, no lo sé muy bien la verdad, solo sé que me deja tranquila un par de noches
a la semana cuando juega con sus amigotes. Cuando regresa yo ya me he acostado, es la
excusa perfecta para no mediar casi palabra con él; porque aunque me vea dormida me
despierta, aunque sea para preguntar: «¿estás dormida?». Me acostaría casi antes que

los niños si pudiese, acabo tan agotada desde las seis y media de la mañana que me
levanto para que todo fluya con normalidad, que a las ocho de la tarde ya veo borroso.
Frank regresa tan tarde esos días porque tras practicar su deporte, suele ir con los
chicos del equipo a tomar algo en la hamburguesería de Barry’s. Alguna vez se me ha
pasado por la cabeza que tal vez tenga una aventura, pero Lighthouse Point es tan
pequeño, que cualquiera los habría visto. Además, habría sido la excusa perfecta para
divorciarme de él y, de paso, desplumarlo.
Ahora que lo pienso, yo no recuerdo la última vez que corrí o hice deporte, tal vez
en el instituto o alguna vez en la universidad cuando me apunté a aquel gimnasio tan

cutre que no te obligaba a pagar la matrícula y practicaba la inconstancia de los


estudiantes universitarios para estar en forma. Por primera vez en tanto tiempo me
arrepiento de no haber continuado practicando algo de deporte. Nunca se me dio mal, y
siempre he corrido a buen ritmo…

«No tienes tiempo, no seas boba» —pienso, como si Frank estuviese a mi lado
para estrangular mis intenciones por mejorar, por avanzar.

Desbarato mis pensamientos cuando le oigo llegar con el coche, acompaño


mentalmente los pasos que va a dar hasta abrir la puerta del garaje. Sin darme cuenta,
casi como si pudiese escanear la casa, repaso todos y cada uno de los puntos críticos
que puedan enfadarle. Nunca se puede controlar todo, la mayoría de las veces se me
escapa algo que le desagrada. Sin embargo hay “clásicos” que sé con toda seguridad
que van a enfadarle:

Las toallas del baño deben estar secas y bien colocadas, no pueden estar puestas

de cualquier manera, deben colocarse como si estuviesen preparadas para el mejor


hotel de cinco estrellas. La cena debe estar lista y recién preparada. Justo para cuando
él llegue, ni antes, ni después, tampoco le gusta verme terminando de preparar la
comida, a menos que él me pida que le prepare algo especial porque lo que yo haya
estado un buen rato preparando no le agrade. Los niños deben estar en sus habitaciones
haciendo los deberes, estudiando o leyendo, nada de usar la Tablet o la videoconsola
durante los días de semana. Las luces del pasillo y del jardín deberán estar apagadas
para no derrochar electricidad, para eso están los temporizadores que las encienden y
apagan estratégicamente para ahorrar. Debe haber cervezas en la nevera, casi más

importantes que la propia comida que vayamos a tomar… y así un largo etcétera que
deja de estrangular la boca de mi estómago cuando creo que todo está controlado y no
podrá liarla por uno u otro motivo, que en definitiva se reducirá a mí: yo tengo la culpa
de todo lo malo de este universo.

Aunque controlar todas estas cosas tan solo son medidas paliativas para tratar de
capear el holocausto, al final se reducen a pequeñas tablitas colocadas en las ventanas
cuando se trata de frenar un huracán.

Entonces, escucho risas en el cuarto de Zoe. La sangre se me hiela y descubro el


primer motivo por el que se va a enfadar. Adam ha debido escabullirse a preguntarle
alguna duda de sus deberes y habrán empezado con las bromas, lo normal entre
hermanos. Sin embargo, tienen todo el día para esos jueguecitos de “ tú la llevas”.
Ahora no es precisamente el momento. Se lo he advertido en muchas ocasiones, pero a
los pobres se les olvida, comprensible. Frank está a punto de entrar, si los escucha

jugando y riendo me culpará de ser una madre irresponsable, me dirá que los consiento
demasiado y que siempre quedo como la buena y él como el malo. Me regañará por no
haberlos escuchado y detener esa situación de descontrol antes de que él llegue a casa,
cansado y con ganas de relajarse, después me criticará por estar gran parte del día
enganchada a la televisión.

«Y un cuerno, ¿las cosas de casa quién las hace entonces? ¿Se hacen solas?»

—¡Chicos, papá acaba de llegar, por favor! ¡Rápido! ¡Adam, vuelve a tu cuarto!
No necesito decir nada más para que mi hijo se teletransporte con sumo cuidado
hasta su habitación. Justo en el instante en que su padre entra, yo salgo a su encuentro

para bloquearle el campo de visión y no lo pille correteando por el pasillo de la planta


superior; además, le encanta que lo reciba como como si la única y verdadera razón de
mi existencia fuese verlo entrar por la puerta. Tal vez debiera ser así en un matrimonio
normal o si estás enamorada… no lo es en mi caso.

«¡Puaj!» —pienso mientras trago saliva para quitarme el mal sabor de boca al
atragantarme con la idea de tenerlo cerca hasta por la mañana, cuando se marche al
trabajo, y vuelva a ser libre.

Es duro pensar esto, pero es así. Es lo que hay. Cuando pienso así, me siento
culpable por que Frank no es malo del todo; más bien es quisquilloso y muy rancio.
Después, cuando llevo cinco minutos con él, Frank se encarga de recordarme por qué
pensaba eso de él, y le digo adiós a los remordimientos por no tener ganas de verlo
cuando regresa del trabajo. Por no quererlo aunque lo haya intentado con todas mis
fuerzas.

—Cariño, ¿qué tal? —Atropello una insegura pregunta al abórdalo y observarlo


parado frente a mí con su maletín de piel en la mano, observándome, como si hubiese
detectado mi nerviosismo por que esta noche nada falle, que todo sea de su agrado.

—Bien… pero, no mejor que tú, claro… —primera puñalada sarcástica— ¿Tú
cómo te crees que me gano la vida…? Llevo un día que tú no podrías no haber hecho la
mitad de lo que yo he hecho —respiro profundamente para evitar que el buen rollo y el
karma positivo queden anulados por sus típicos reproches—, por la mañana en el
ayuntamiento, ¡imagínate! y por la tarde en la empresa; donde hoy ha sido un caos, ¡un
puto caos! Esos idiotas no saben dónde tienen la cara. Son unos cagones, unos

fantasmas, si no estoy yo por ahí, se limitan a descargar porno de sus ordenadores o


darle a “Me gusta” en el Facebook de sus conocidos. Hoy no han ganado un puto euro;
cero. El mercado ha cerrado antes de que yo llegase. No pude localizar a nadie en la
oficina, el teléfono no iba, y nadie se preocupó de llamar a la compañía para que lo
solucionasen, por eso no han comprado cuando debían, y no han vendido las acciones

cuando todo el mundo lo hizo. Tuve que ausentarme por estar en el pleno del
ayuntamiento y no saben hacer una puta mierda sin mí. ¿Los echaría a todos a la calle
por inútiles, pero necesito a ese equipo, no puedo perder el tiempo en formar uno nuevo
siendo alcalde. Así que me tendré que conformar con estos cutres; eso sí, alguno va a
ir a la calle.

Le conozco y sé que viene cabreado. Respiro aliviada porque no los ha pillado y


así, al menos, no la pagará con los niños. Con suerte, solo estará cabreado con sus
trabajadores. Frank no les ha pegado nunca a los chicos, bueno, un azote en el trasero

de vez en cuando, pero solo cuando eran más pequeños; aunque no deja de ser una
persona muy cansina. Es capaz de taladrarte el cerebro, robarte la voluntad hasta que
prefieras suicidarte tú mismo con tal de no escucharle.

—¿Te saco una cerveza? La cena está casi lista. No la he querido terminar de
hacerla para servirla recién hecha —digo atropelladamente, sin dejarle reaccionar—
dame un minuto, la termino, pongo la mesa, y comemos enseguida. Ponte cómodo y te
aviso en unos minutos.
No le dejo responder, le pongo su cerveza favorita bien fría en la mano, para
comprar su silencio y favorecer un clima de paz y armonía. Mira el botellín helado de

cerveza, abre la boca para decir algo, y se da media vuelta, alejándose de la cocina.

—¿Y los niños? ¿No salen a recibir a su padre?

Abro la puerta de la cocina de nuevo, y mientras doblo las servilletas, invento otra
nueva excusa.

—Sí, cariño, es que están estudiando; ya les queda muy poco. Me han preguntado
hace un momento por ti, como ayer y antes de ayer no te vieron…

—Yo trabajo, ¿sabes? —responde con sequedad— soy el que lo paga todo, el que os
lo paga todo...

«No hace falta que nos lo recuerdes a cada instante, idiota, ya lo sabemos» —
pienso, pero no le digo nada por no liarla. Si me atreviese a contestarle algo así, los
niños se irían a la cama sin cenar, a mí me amargaría la noche hasta que me fuese a la
cama llorando, y así podría quedarse él solo cenando y viendo el canal de televisión

que quisiese.

—No te preocupes que ahora mismo los llamo. Querrán saber qué ha hecho hoy su
importante padre, el flamante alcalde de Lighthouse Point —sonrío con una de mis
mejores sonrisas falsas, de esas arrebatadoras y que no parecen falsas, para evitar el
enfrentamiento, aunque siento unas ganas terribles de arrancarle la cabeza. Sé que
enfrentarme a él, no sirve de nada. Después de cientos de peleas, siempre me hace
sentirme mal, y al final se sale con la suya. Es imposible rebatirle nada, es mejor
sobrellevarlo…

Me doy la vuelta y busco el delantal, a su vez pongo el horno a calentar unos minutos

más para que se termine de hacer el pescado.

—¿Qué es ese olor, Anna?

No sé a qué se refiere, así que salgo de la cocina. Supongo que será el olor del
asado, pero cuando llego hasta el salón, huelo a quemado. Entonces, me quedo

paralizada, se me congela la sangre y deseo en ese mismo instante que la tierra se me


trague…

«¡Las camisas!» —pienso para mí. He dejado la plancha puesta y eso significa pena
de muerte para Frank.

Vuelvo a oler para desterrar esa idea de mi cerebro.

«¡No puedo haberme dejado la plancha puesta! Es todo lo que necesita para liarla».

He estado planchando un rato, pero con el nerviosismo de su llegada y que todavía


no estaba lista la cena, decidí dejar de planchar y preparar la cena. En ese instante mi

hijo Adam me preguntó una duda desde su dormitorio, así que me marché y estuve unos
minutos en su habitación. Después, miré el reloj y descubrí que era muy tarde. Bajé a
preparar la cena y olvidé que la plancha estaba sobre la mesa.

Decidí llamarle al móvil, por si esta noche iba a cenar en casa, pero después
recordé la última vez que lo hice: me acusó de controlarle, que daba una imagen muy
débil delante de los trabajadores de su empresa. El hecho de que la esposa del jefe le
llamase para decirle que tirase para casa, suponía un golpe bajo para su hombría
delante de los demás gallitos de corral. Así que al final no le llamé, me puse a preparar

la cena pues sabía que si finalmente aparecía sin avisar, me crucificaría si no había

nada de cena para él. En mitad del dilema existencial de hago la cena para que no me
pille y si no viene la tiro a la basura, se me olvidó desconectar la plancha y
seguramente el calor de la plancha habrá prendido alguna de las camisas apiladas al
lado.

«Dios, no puedo haberle quemado una camisa… será mi fin» —me digo mientras
subo los escalones atropelladamente para apagarla. Cuando entro en la habitación, veo
mi “súper regalo” de aniversario sobre una de las camisas blancas, una de las
“inmaculadas”, para empeorarlo más, es decir, una de sus favoritas.

Corro hacia la mesa de planchar, levanto a la plancha asesina y descubro que no ha


sido un pequeño roce, no, toda la superficie antideslizante de la plancha está ahora
sobre la camisa. Aunque la máquina tienen un sistema de seguridad que la apaga
pasados treinta segundos sin usarse, al haber planchado a máxima potencia durante un
buen rato para que las micro arrugas de su camisa desapareciesen por completo, el

calor residual de la máquina ha sido suficiente para ennegrecer la parte delantera de la


camisa. Incluso descubro horrorizada unos pequeños agujeritos en la tela de algodón
egipcio cuando escucho sus pasos al acercarse. Me va a descubrir y todos los esfuerzos
por preservar la armonía en casa, habrán sido en vano. Calculo los peldaños: tengo
diez segundos, no, nueve, para inventar una excusa y esconder la camisa en algún rincón
de su vestidor, donde ahora no la vea. Ya podré deshacerme de ella mañana cuando
salga de casa. De todas formas, tiene más de cincuenta en su armario, estoy segura de
que no va a notar que falte una.

«Ingenua»

Me cruzo con sus ojos desencajados al revisar la habitación cargada con un aroma a
quemado que evidencia que algo ha pasado ha pasado con la plancha. Respiro aliviada
pues no ha podido verme esconder la camisa en el cajón de mi mesita de noche. No
obstante, me pongo delante y con gran dignidad empiezo a recoger el cable de la

plancha.

—¿Qué ha pasado aquí? ¡Huele a quemado! ¿No hueles tú también…? ¿Estaba la


plancha encendida?

—No. Supongo que no sabes que las planchas modernas tienen un sistema anti-
olvidos que impiden que el electrodoméstico siga calentando si se deja desatendida
sobre cualquier superficie, fuiste tú quién insistió en comprarla. Solamente se ha
recalentado un poco la funda de la tabla de planchar, casi no se nota, ¿ves? —indico
mostrándole la tabla de planchar, para que se quede tranquilo.

Frank, no contento con mi explicación, se dirige hacia mí como un rayo. Su mirada


se dirige hacia la zona que yo trato de tapar: la mesita de noche.

«No ha podido verte, estate tranquila» —trato de tranquilizarme mientras se acerca


hecho un basilisco.

Frank me aparta con un leve manotazo, al darme la vuelta descubro lo que él estaba
viendo desde el lado opuesto de nuestro dormitorio: con las prisas he pillado una de las
mangas de la camisa quemada con el cajón de la mesita de noche. Frank sabe que ahí
guardo mi ropa interior, por lo tanto, una camisa blanca de hombre asomando por allí
no es muy normal.

Trato de advertirle que el pescado ya estará listo, que si no acudo pronto, esta noche
no habrá cena. Entonces me agarra del brazo y de un tironazo, casi sacando el cajón de
la mesita de cuajo, descubre su camisa hecha un ovillo y arrugada sobre mis braguitas y
tangas. Me suelta para poder sacarla. Al extenderla sobre la cama, se distingue

perfectamente la silueta de la plancha en color negruzco sobre la parte delantera de la


camisa, justo en el pecho, donde no puede esconderla debajo de un pantalón por
ejemplo.

Sé lo que viene ahora, reproches, acusaciones desproporcionadas y, a veces, ni


cenaremos. Me llevo las manos a la cabeza y resoplo, no tengo ganas de volver a vivir
esta experiencia. Si por mí fuese, jamás tendríamos discusiones o peleas. Es agotador
empezar a pelear de nuevo. Sencillamente es un desgaste de energía y fuerzas que no me
apetece volver a revivir, tampoco quiero que lo presencien mis hijos otra vez.

—¿Tratabas de ocultármela? ¿Has querido engañarme? ¿De veras piensas que soy

tan idiota? El día que aprendas a ocultarme cosas, corre mucho, porque si te
descubro…

—Frank, no quería que te enfadases, por eso he querido esconderla. Mañana mismo
pensaba comprar otra para reponerla. Sé que es tú dinero, pero qué le hago si soy un
poco despreocupada… Tú día ha sido muy duro, te mereces un descanso, debes
relajarte. Siempre te agobias con estas cosas… Sé que es culpa mía, he sido muy
despistada, no volverá a suceder, lo prometo —me disculpo agachando un poco la
frente, como hago siempre que trato de no disgustarlo. Una muestra de sumisión con la
que no estoy de acuerdo, pero que hago varias veces al día, para evitar enfrentamientos.

—Has sido una irresponsable… para no variar.

Continúo con la cabeza agachada, y siento unas ganas irrefrenables de mandarlo a la


mierda, decirle que es un gilipollas y que es una estupidez de camisa, que tiene decenas
iguales, y que podemos permitirnos comprar una camisa nueva cada día si quiere, sin

que su bolsillo lo note siquiera. Pero no lo hago. Sé que si le provoco y le digo que
podemos comprar una nueva y se acabó el problema, que lo importante es el amor y el
tiempo que le he dedicado a nuestra cena y a preparar su ropa, le puede dar un síncope.

—Ahora, baja mientras yo saludo a estos… ¿No querrás quemar la cena también?

Cuando paso a su lado, camino de la cocina, me agarra del brazo muy fuerte.

—¡Ni se te ocurra volver a engañarme! ¿Me oyes? —amenaza con la mirada fija en
mis ojos. Sé que no bromea, nunca lo hace… su mirada desafiante me produce un
escalofrío, trato de zafarme, pero es mucho más fuerte que yo, así que no me suelta.

—Lo siento, Frank. Precisamente quería evitar esto...

—Pues entonces, ten más cuidado con lo que haces o saldremos todos ardiendo la
próxima vez.

Frank baja y entretiene a los niños con las batallitas de los mercados bursátiles y
cómo ha estado mangoneando a todo el mundo en la oficina y en el ayuntamiento. «El
hombre más ocupado del mundo» —recuerdo.
Me termino la cena sin apenas hablar, me levanto pronto a recoger los escombros de
la prometedora cena en forma de pescado adherido en la bandeja del horno. Frank ha

puesto el fútbol americano, Adam lo ve con él, y Zoe ha subido a terminar de mandar un
WhatsApp a su mejor amiga para ver qué se ponen mañana para ir al instituto, odian ir
iguales, así que, a pesa de comprar la ropa en las mismas tiendas y que sus armarios
sean clónicos, se ponen de acuerdo para no aparecer con el mismo conjunto en el
instituto. Ya es toda una mujercita, se parece mucho a mí, no sé si tanto a su padre…

Todos se acuestan y yo continúo sin saber qué hacer con mi vida. Necesito avanzar ,
desplegar las alas o un cambio radical. Frank me llama desde la cama, «encima tendrá
ganas de sexo». Le hago una mueca de contrariedad, señalando hacia mi vientre, como
si tuviese el periodo. Él resopla y se da la vuelta, apaga la luz, y a los pocos segundos
está roncando. Reconozco que soy la mujer con los periodos menstruales más largos de
toda la especie humana, pero es que desde hace bastante tiempo, ya no me apetece tener
sexo con él. El sexo con Frank siempre ha sido bueno, algo salvaje diría yo, pero
bueno. Ese no es el problema, creo que el problema soy yo, bueno, y él. No es que ya

no me atraiga porque no recuerdo que nunca lo hiciera. Puedo decir que jamás he
sentido ese cosquilleo en la boca del estómago cuando lo he mirado desnudo o cuando
me acaricia, nuestro amor nunca fue así, al menos por mi parte… y sospecho que por su
parte tampoco. Reconozco que Frank vale mucho más que yo. Es atlético y atractivo,
mientras que yo… yo parece que me he comido a mi yo adolescente.

«Cobarde» —pienso cerrando la puerta del dormitorio.

Salgo de la habitación y me dirijo al porche de la casa. Cojo un chal grueso de los


que hemos usado durante el invierno para tumbarnos en el sofá. La noche está
despejada y la luna creciente ilumina los tejados con más intensidad que ayer. Parece

como si los hubiesen lavado o pintado, su color resalta a una hora en la que todo
debería ser gris. El aire fresco me alivia de la rancia pesadez de mi hogar, la mayoría
del tiempo que él está. Miro la silueta de los bajos edificios y casas de estilo moderno
de Lighthouse Point. La repaso mentalmente para descubrir al final que no hay ninguna
construcción nueva. Desde nuestra casa en Hilboro Beach se divisan todos los

dominios del nuevo alcalde: su pueblo. Resulta irónico ver cómo todos los habitantes, o
al menos la gran mayoría, adoran a Frank. Mucho le admiran como un claro ejemplo del
sueño americano: un tipo hecho a sí mismo que comenzó de la nada y hoy en día es un
hombre con poder y dinero; mientras, yo trago con las miserias de su personalidad. Me
revienta cuando alguien me recuerda lo que para mí es una penitencia: ser muy
afortunada al estar al lado de ese hombre tan idolatrado y perfecto. Veo la luz de Zoe
todavía encendida, intuyo que es feliz. Entonces comprendo que tan solo por eso habrá
valido la pena este mercantil matrimonio.

Aunque en muchos momentos me conformo con lo que tengo y sea feliz tan solo con
apreciar lo que me rodea, en el fondo de mi ser sé que no es suficiente. No se puede
respirar dentro de un acuario cuando se ha conocido el mar, tarde o temprano te asfixias
y… o escapas, o te mueres.

Me siento en el helado balancín del porche, doy un respingo al sentir lo frío que
está, y aprovecho Para buscar el cenicero que escondí en algún rincón de difícil acceso,
para tratar de evitar coger un cigarrillo de nuevo. Ya llevo tres meses, me digo a mí
misma que debo resistir, no debo sucumbir al engaño de un placer momentáneo y
esclavista, no puedo caer de nuevo y desandar todo lo recorrido, sería como volver a

tres mese atrás, tantos esfuerzos personales, tanta agonía y ansiedad, borradas de un
plumazo por el humo de un cigarro nuevo recorriendo mi interior.

Aún no sé si mi salud ha mejorado, espero que algo al menos, lo que sí me ha


servido es para engordar, ironías de la vida saludable... Te cuidas y engordas…

Sentada aquí, a solas, mirando hacia el cielo, recuerdo a la gente que ya no está en
mi vida, o que siempre han estados ausentes, a pesar de su presencia o por jamás haber
estado. También pienso en mis padres, no los adoptivos, los verdaderos, los que nunca
llegué a conocer y que siento en el alma como pobres personas que tal vez se vieron
avocados a abandonarme debido a sus circunstancias personales, casi como me pudo
pasar a mí misma. Siento que los quiero aunque no los conozca y deseo en el fondo de
mi ser que en estos instantes estén contemplando estas mismas estrellas que ahora yo
miro, que tal vez estén preguntándose, como yo hago cada día, dónde está nuestra niña,
nuestro precioso bebé. Sé que es del todo injusto no recordar a mis padres adoptivos,

de los que no sé nada desde hace doce años, desde que Zoe nació. No les culpo de
nada, pero les reprocho su intransigencia. Yo no los elegí, fueron ellos los que
quisieron que ella estuviera en sus vidas… nunca me faltó de nada, tal vez algo de más
cariño y comprensión, pero fueron buenos padres que se ocuparon de todo durante los
años que estuve con ellos, hasta la universidad. De repente, en mi mente se cuela, sin
saber por qué, la imagen de mi amiga Meghan. La mejor amiga que tuve en el último
curso de la universidad. Fueron pocos meses, pero fue la persona que mejor me
entendió y con la que más me divertí en los últimos meses antes de graduarnos. Su
pérdida fue horrible, más que si hubiese sido alguien de mi familia. La nuestra fue una

amistad de esa que surge cuando menos lo esperas, pero que sabes que durará para
siempre. Simplemente encajamos. Nos prometimos seguir juntas después de la
universidad. Teníamos tantos planes… incluso pensamos en montar una escuela infantil
para convertirnos en empresarias.

Sin embargo, el día antes de que su cuerpo apareciese tirado en una cuneta cerca del
campus, me confesó que me había ocultado algo y que necesitaba contármelo, un
secreto acerca de nosotras, y me hizo prometerle que no la odiaría cuando me lo dijera,
que nada cambiaría entre nosotras. Yo le aseguré que para mí era como una hermana,
como esa que nunca había tenido, que ella jamás saldría de mi vida aunque me
confesase que era lesbiana y estaba enamorada de mí, ella sonrió tras el teléfono y me
llamó: «loca». Le confesé que yo también tenía un secreto y que necesitaba su ayuda.

Su muerte fue una de esas cosas que te araña por dentro, como si pudiese tocar tu
alma, removerla y que nada dentro de ti volviese a estar en su sitio. Sé que Meghan

tenía tantas ganas de vivir como yo misma, que alguien le había sesgado la vida ese día
y debía pagar por ello; por eso grité, protesté y casi logro que me encierren por histeria
cuando la policía cerró el caso de su muerte. Les hable de lo que mi amiga tenía
intención de contarme, por si era algún asunto turbio y alguien quería hacerle daño. Al
final desistí, pues yo misma tenía mis propios problemas familiares. Así que un día por
otro quise haber visitado a su familia para mostrarle mis condolencias y mi apoyo en su
búsqueda del asesino, pero ya nunca lo hice. No pude. Debí madurar en cinco minutos,
como lo hacen las mujeres que tienen que coger las riendas de su vida a una edad
demasiado temprana.

Nunca volví a poder pensar en ella con detenimiento pues mi propia supervivencia y
la de mi hija tomó las riendas de mi vida. Aquel día deseé haberle confesado que
estaba embarazada, que había sido un accidente tras una fiesta universitaria demasiado
descontrolada, que mis padres no lo comprendían, que me encontraba sola y que al

padre de la criatura que nacería, casi no lo conocía, solo de un par de fiestas de la


universidad.

Mi móvil vibra dentro del pantalón. Lo enciendo y veo un mensaje de WhatsApp de


Susan:

«¿Qué coño haces despierta todavía?»

La casa de Susan está tres casas más abajo, en la acera de enfrente. Ahora es mi
mejor amiga, está un poco loca, pero me alegra los largos días. Sabe que soy muy
metódica y rutinaria, por eso no sabe qué hago en el porche de casa con el frío que hace

a la una de la madrugada.

«Estaba reunida con viejos fantasmas de mi vida. No te preocupes que ya me


duermo» le pongo un emoticono con cara de sueño.

«Vale, fea. Ya me contarás mañana qué coño te pasa...»

«De acuerdo. No es nada, no te preocupes, más de lo mismo…»

Nada más apagar el teléfono suspiro y al levantar la vista siento un escalofrío, como
si alguien me estuviese observando y unos dedos invisibles rozasen mi nuca,
advirtiéndome de algún peligro que escapa a mis sentidos. Miro hacia arriba, a nuestro

dormitorio, y veo que las cortinas se cimbrean hasta que detienen su movimiento de

golpe. No sé por qué Frank me estaba observando, ni siquiera me deja tranquila a estas
horas de la noche, así que me levanto de un salto para meterme en casa y averiguarlo.
Tropiezo y dejo caer el teléfono que se esconde debajo del balancín de madera. Me
agacho, lo recojo y cuando me dispongo a abrir la puerta de casa, no puedo hacerlo.
Está atascada. Empujo cada vez con más fuerza, hasta que el vaho desesperado de mi

boca cubre el cristal de la puerta delantera. Empiezo a agobiarme. Si llamo para que
Frank me abra, lo molestaré y la tendremos gorda. Miro al cristal y me parece ver una
sombra que se aleja del cristal hacia el interior de la casa. Entonces, veo como en el
vaho del cristal aparece una palabra escrita:

«CUIDADO»

Dejo escapar un grito de asombro y me separo. Entonces, la puerta de casa se abre


sola. Corro dentro para tratar de atrapar a quien haya hecho eso, me he llevado un susto
de muerte. Si eso ha sido un jueguecito del celoso de mi marido, para averiguar con

quién chateaba le diré cuatro cosas. Subo rápido las escaleras, cuando entro en el
dormitorio descubro que Frank no ha sido, está roncando, ese ronroneo ensordecedor
tan característico que alcanza cuando está profundamente dormido y que solo conozco
yo, ya que cada noche cuando lo oigo, entiendo que soy libre, que podré descansar
hasta la siguiente mañana. Cierro la ventana, que estaba un poco entreabierta y tal vez
por eso se movían las cortinas. Me siento en la cama sin saber qué diablos ha pasado.
Bajo de nuevo y observo la puerta. Dejo que el vaho de mi boca pinte de nuevo el
cristal, pero no hay rastro de ninguna palabra, ni nada que se le parezca. Me meto en la
cama, pensando que de continuar así voy a volverme loca. No puedo estar

continuamente en tensión para complacer a Frank para evitar una nueva bronca. Este
estado de estrés me llevará a algo peor. Eso fue lo que me dijo la sicóloga que visité el
mes pasado. Debo encontrar algo que me sirva para luchar contra la ansiedad, o mi
cabeza será como una olla a presión sin válvula que terminará explotando. Esta noche
tardaré en dormirme, si acaso lo hago.

II

11 Marzo de 2016, viernes.

Me levanto la primera, a pesar de haber sido la última en irme a dormir. Me ducho y


limpio el espejo que se ha empañado y así poder maquillarme. Hoy es uno de esos días
eternos con miles de cosas por hacer: las actividades de los chicos, los encargos de mi
marido, las tareas de la casa, así que este será el único momento de paz que tendré en
todo el día. Salgo del baño preparada para un día agotador y Frank ya se ha levantado.
Se está vistiendo deprisa y sé que tengo que bajar rápido a poner la cafetera. Ninguno

funcionamos sin un buen café por la mañana, pero él lo lleva peor que yo, ya que al
final de la mañana se habrá tomado tres o cuatro.

Para cuando mi marido y mis hijos bajan, ya he preparado todo el desayuno, he


clasificado la prensa que estaba en la puerta de casa, he preparado las meriendas del
colegio, y he dado de comer a nuestro perro, Buddy, que estaba perdido desde ayer.
Nuestro jardín trasero es grande y, a veces, le gusta esconderse entre los árboles del
fondo, tras la cabaña del jardinero, la única ayuda externa que recibo cada mucho
tiempo cuando las malas hierbas amenazan con acorralarnos desde la parte posterior de
la propiedad.

—Buenos días, cariño. Tienes mala cara. ¿Te acostaste tarde, verdad? —deja caer.

—Gracias, mi amor. Lo sabes perfectamente. ¿No eras tú el que me observaba desde


el dormitorio? —pregunto por si le saco algo.

—Te lo digo muy en serio, me quedé dormido enseguida, no sé a qué hora te

acostaste… Oye, ¿por qué estás tan susceptible? ¡Ah! Ya recuerdo, estás con el
periodo… —sonríe mirando a su café. Siento ganas de estrangularlo.

—¡Papá! No seas machista. La profesora Smith te mandaría al despacho del director


por ese comentario. —Zoe se pone de puntillas y besa a su padre en la mejilla. Frank la
mira de arriba abajo. Sé lo que piensa, su ropa no le gusta. Zoe se está convirtiendo en
toda una mujercita y no le gusta que vaya “provocando” como él dice.

—Zoe, esa profesora se guardaría muy mucho de mandar al despacho del director al
alcalde, ¿no crees?

—Hija, ¿no te parece que esa falda era más larga cuando la compramos? Además,
¿sabes que fuera hace unos diez grados ahora mismo?

—Llevo medias, mamá. No seas mojigata, por favor. Estamos en el siglo veintiuno.
Todas las chicas del insti las llevan.

—Serán las más mayores. Tu madre tiene razón, Zoe. Sube a tu cuarto y cámbiate.
Hace frío y esa ropa no es la más adecuada para esta época del año, ni siquiera para el
verano.
Zoe resopla y da media vuelta, incapaz de rechistar a su padre recién levantado.
Sabe que saldría perdiendo. Yo le he regañado porque conozco a Frank, si no le digo

nada, más tarde me reprochará que yo la dejo hacer lo que quiere y bla, bla, bla, hasta
que termine dándole la razón. A mí, aparte de por que pueda resfriarse, me es
indiferente si lleva minifalda, falda o mallas pegadas.

—¡Ja, já! Niñata, te han pillado.

Zoe se vuelve para pillar a Adam, pero es muy rápido y se escabulle detrás de su
padre.

—Jovencito, tú no te vas a librar. Me ha dicho el sheriff Thomson que te vio ayer


patinando por el camino hacia el viejo puente. Sabes perfectamente que no quiero que
vayas allí.

—Pero papá, solo quería enseñarles nuestra finca.

—¡No es no! ¿Te enteras? Además, a esa hora deberías estar en las clases de piano,
¿no?

—Um, no. Es que ayer faltó la profesora y fuimos allí para aprovechar la tarde —
dice Adam, mientras se mete una gran cucharada de cereales rellenos de chocolate en la
boca para evitar delatarse.

—Si tu madre te llevó en coche, ¿para qué te llevaste el skate? —pregunta Frank
dirigiendo su creciente malaleche a mí.

—Yo…

—No tengo tiempo para excusas tontas de por qué no llevas a nuestros hijos a sus
actividades de por la tarde. Me gustaría seguir esta conversación después, creo que no

vendré a comer. Ya te avisaré, si me da tiempo… prepara algo de todas formas y si no

vengo… échaselo al perro.

Mi marido es incapaz de comer sobras del mediodía, le gusta la comida recién


cocinada. Frank coge una tostada con mantequilla de cacahuete y mordiéndola coge su
maletín, las llaves del coche y cierra de un portazo.

Nos quedamos en silencio. Adam sabe que me la acabo de jugar por él y que su
padre nos ha pillado. Frank no olvida una discusión pendiente así por las buenas. Esta
noche nos toca bronca. Suspiro cansada. Mi marido es un vampiro de energía que se ha
llevado gran parte de la mía, y aún ni siquiera ha empezado el día.

—Mami, lo siento…

—No pasa nada, Adam. Sabía que tu padre se enteraría, siempre lo hace. Si antes
tenía mil ojos y oídos, ahora que es el alcalde no hay chisme o información que se le
escape… —sonrío para quitarle peso al asunto.

—El sheriff es un cotilla… —protesta Adam. Deja el cuenco de cereales y de un


salto baja del taburete para coger su mochila.

Es cierto que su profesora estaba enferma y no tuvo clase. Adam me pidió ir a dar
una vuelta en skate con sus amigos y no pude decirle que no. Me prometió no alejarse.
Ahora sé que no cumplió su palabra del todo. La finca no está lejos, unas cuantas calles
al este de nuestra casa, en dirección al bosque. Frank se pone histérico cuando alguien
merodea por el viejo puente. Estamos de acuerdo que es nuestro y que lleva su apellido
y todo eso, pero llega a ser enfermizo. Está obsesionado con que nadie puede entrar en
su propiedad, por mucho que esté considerado de uso público. Ahora que es el alcalde

ha conseguido que cierren el paso de vehículos no autorizados; es decir, todos los que
no sean el suyo. De este modo, el puente permanece cerrado a la circulación y solo
nosotros podemos acceder a la otra carretera estatal, atravesando la finca. Nadie
protestó porque el puente está en muy malas condiciones, tiene partes oxidadas, pero si
aguanta sin problemas el peso de un vehículo, estoy segura de que soportará el peso de

unos chiquillos patinando un rato.

—No sé por qué papi se enfada tanto si voy por ir allí… por cierto, ya hace bastante
tiempo que no vamos a la casona de la finca, mami.

—Sí, es cierto. Pero es que papá ha estado muy ocupado con lo de la campaña
electoral, el nombramiento del cargo, su otro trabajo y todo eso. En cuanto haga mejor
tiempo iremos allí, por lo menos los domingos. No sabía que te gustase tanto ese lugar,
¿qué es por el bosque?

—Pues Ya no lo sé. Casi no recuerdo cómo es esa casa, ni los bosques.

—No te pierdes nada, hijo. Dentro de la casona huele a polvo, no hay internet y
además, admito que a mí me da escalofríos estar allí rodeada de esos cientos de
árboles altos, de noche es un cague. Nunca me ha gustado pasar la noche allí.

—Es un rollo… —dice Zoe.

—Ante te gustaba, cariño —le digo recogiendo el desayuno de la mesa.

—Sí pero antes no estaba Marc Court… —anuncia Adam dibujando un corazón con
sus manos.

—¡Idiota!

—Creo que tienes que contarme algo de camino al instituto, jovencita… —le
advierto. Se pone colorada y resopla.

—¡Vaya rollo! —dice Zoe resoplando a su plato de cereales. No sé si lo hace por su


desayuno o por tener que aguantar mi interrogatorio sobre el chico que le gusta. Datos

que yo ya sé pues la he visto con él en Instagram y en Snapchat, bajo un perfil falso,


claro. Sí soy de esas malas madres que espían a sus hijos, pero de otra forma no me
enteraría de muchas cosas como que Marc es el único hijo de una acomodada familia
dedicada a la madera, un buen estudiante y alguien con quien dejarías a tu hija paseando
una tarde o divirtiéndose en la bolera.

Al salir de casa me tropiezo con Susan, conduce su coche y se detiene al verme. Va


algo despeinada y con las gafas de sol puestas. Parece que también ha pasado una mala
noche.

—¿Puedes pasarte después por la boutique? Tengo que hablar contigo. Creo que la
gilipollas de Mary me roba —dice mascando chicle y bajándose las gafas por debajo
de los ojos sin pintar.

—No sé, Susan. Hoy tengo el día muy liado —confieso.

—Porfa, tenemos que pillarla. Estoy segura que es ella. He revisado las cuentas y
todos los meses me faltan varios cientos de pavos.

—De acuerdo, te llamo más tarde. Lo intentaré, pero no te aseguro nada —me
excuso ante la idea nada atractiva de tener que ayudarla a solventar una situación tan

comprometida.

—Vale, cielo. Nos vemos después. ¡Adiós, guapo! Cada día estás más alto —dice
guiñándole a Adam.

Adam sonríe y se ruboriza, pero no es capaz de decirle nada. Susan tiene ese efecto
en todo el sector masculino, jóvenes, maduros, niños… es tan directa que los deja sin

palabras. Siempre se queja de que la dejan por sincera, pero es que ser pareja de Susan
debe ser agotador. Ya el ser vecina y amiga suya es un poco difícil, llevadero, pero
complicado a ratos.

—Hasta luego, Susan, y quítate las gafas que no hace tanto sol todavía.

Mis palabras se enmudecen por el ruido del motor de su coche, Susan ya ha


arrancado y no me ha escuchado.

—Mamá, tu amiga está un poco chiflada —dice Adam subiendo al coche— pero me
gusta.

—Sí, hijo, un poco tarada está, pero es buena persona. No olvides que cada uno es
de la forma que es, pero lo importante es cómo se porten contigo. Si te tratan bien, te
quieren o se preocupan por ti. Lo demás son solo extras…

—Ya veo. Como le pasa a Zoe con Marc “besitos” Court…

Zoe se vuelve para darle un coscorrón y la esquiva. El pequeñajo es más rápido y se


ríe divertido porque su hermana ha fallado el golpe.

—Anda, tira que ya llegamos tarde.


Durante el resto de la mañana, todo parece ralentizarse para que llegue tarde a todos

lados. Tras varios recados resueltos, gestiones en el banco y una fugaz visita al
dentista, pude pasarme por la tienda de Susan. No obstante, estuve tentada a
presentarme en el ayuntamiento antes: «La señora alcaldesa ha llegado» —pensé,
divertida. Sin embargo, recordé la cara de pocos amigos que Frank pondría y desistí.

De todos modos no es que me hiciese especial ilusión verle.

Mientras camino hacia la tienda de Susan, me llama: no vendrá a comer. Me comenta


de manera escueta que llegará tarde pues tiene entrenamiento con su equipo de fútbol
americano y antes se pasará por el gimnasio para fortalecer su anatomía. Suspiro y
vuelvo los ojos hacia el cielo. No le hace falta mejorar su físico, pero creo que sufre de
vigorexia así que no le digo nada. Sé que hoy, como siempre, me tocará encargarme de
todo. En el fútbol americano la fortaleza es esencial, o al menos eso es lo que suele
argumentar. La verdad es que le encanta que todas las mujeres se vuelvan para mirarlo
de reojo cuando juega al fútbol o se pasea con una camiseta ajustada. Le ocurre todo lo

contrario que a mí… la mujer fofa y tranquila que no para de hacer cosas durante todo
el día, pero que no adelgaza.

Tengo que hacer algo al respecto, pienso al ver los cuerpos perfectos de los
maniquíes en la tienda de Susan, pero siempre hay mil cosas que hacer antes que
dedicarme a mí. Me encantaría ser como Frank; ocupado de sí mismo y de su carrera
profesional, admirado por todos y deseado por todas.

—Buenas, Anna, ya pensaba que no vendrías. La lagarta se ha marchado ya. Resulta


que el otro día tuvo que doblar turno y cubrirme a mí por la mañana, así que ni corta ni
perezosa, hoy mismo me ha pedido que si le podía devolver el favor y dejarla salir

antes a hacer no se qué historia de unas entradas para un concierto.

—¿Por qué piensas que te roba? —digo tirándome en un sofá de terciopelo morado
con incrustaciones de brillantes en metacrilato, dejo caer las bolsas de mis recados a un
lado y estiro las piernas—. No puedes acusar a alguien a la ligera, podría denunciarte

por acoso laboral, y créeme, tú perderías. Sabes que no eres la jefa más políticamente
correcta.

—Que ¿por qué lo pienso…? —exclama levantando los brazos con desesperación
—, muy sencillo: hace unas semanas me enseñó su nuevo carísimo maquillaje, por lo
visto un regalo de cumpleaños de su madre, una señora mayor, pensionista y con una
ridícula pensión. En realidad, ese fue el motivo por el que la contraté: para ayudarla
económicamente. Me dio pena su situación familiar, y ni ahora, ni entonces podría
permitirse un capricho tan caro. Encima que me porté con ella súper bien, me lo paga
así…

—No saques conclusiones antes de tiempo. Un maquillaje no puede llevarte a


sospechar eso, tal vez se lo ha regalado un novio.

—¡Calla, déjame que te cuente! —dice cortándome— resulta que Bill, el de la


tienda de informática de la esquina, me comentó que había conectado un nuevo sistema
de vigilancia en algunos locales en los que habían “faltado” cosas. Se me encendió la
bombilla porque la niñata esta va siempre vestida con ropa cara que no es de mi tienda,
y vuelvo a repetir que no puede permitírselo, lo sé. Así que el otro día le registré el
bolso…

—Que hiciste ¿qué? ¡Estás loca! —exclamo incorporándome del sillón— has

perdido la cabeza, eso no puedes hacerlo, has invadido su intimidad.

—No te preocupes tenía una excusa: le pregunté si tenía un mechero para calentar
unas pegatinas tapa precios que no lograban despegarse y necesitaba pegárselas a unos
vestidos que llegaron mal etiquetados. Así que ella misma me dio permiso para

buscarlo en su bolso… —sonríe de forma maliciosa, excusándose.

—Sí, claro, y eso te dio la libertad de poder hurgar en su bolso. No tienes remedio,
Susan.

—Pues sí. Además es ella la que está haciendo algo malo. No me regañes y vamos
al grano, déjame que te cuente.

Sonrío y me apoyo en el mostrador, tratando de adoptar la misma postura casi


imposible del maniquí que descansa repantingada en el escaparate, la lado de otro con
una postura todavía más difícil de imitar.

—De acuerdo, pero eres tú la que desvaría, si te distraes es tu culpa.

Sonríe con sarcasmo y prosigue casi sin mirarme, concentrada en su relato.

—Dentro del bolso descubrí algo que me dejó muerta: llevaba trescientos dólares en
efectivo. Por si no lo sabes, ella solo cobra seiscientos dólares al mes, y precisamente
ese no era el día de cobrar. Además, pude ver de reojo muchas cosas muy caras en si
interior. Todo esto me dio que pensar, supe que tal vez me estaba robando… así que
Bill me montó un sistema de vigilancia…
—¡No! ¿De veras? ¿Dónde lo tienes? —pregunté intrigada, pues llevaba un montón
de tiempo mirando al techo en busca de un cámara o algo por el estilo y no había

descubierto nada. No pensé que fuese capaz de montar un dispositivo de ese tipo, Susan
pasa de las tecnologías, hasta hace poco apuntaba la contabilidad en una libreta, como
si estuviésemos en los setenta.

—Está ahí —señala a la pequeña cámara del portátil que tiene en la caja del local—

graba tanto lo que pasa detrás del ordenador como lo que pasa delante. Es una pasada,
si alguna vez alguna clienta se pone difícil o tratan de robarme puedo utilizar la
grabación.

—¿Atracarte en Lighthouse Point? Lo dudo…

—Nunca se sabe, querida. El otro día robaron en la gasolinera de las afueras…

— De todas formas, si tu empleada no sabe que está siendo grabada, un juez


desestimará las pruebas, lo sabes, ¿verdad? Además de ser ilegal grabar a
alguien sin su consentimiento, ni a los clientes. Deberías poner algún cartel o

algo.

—¿Y… tú? ¿cómo lo sabes? —pregunta impacientándose.

—He visto muchas series de televisión...

—Mira el video y dime qué ves —Susan se recoge los rizos pelirrojos en una
especie de moño. La tienda tiene colgado el cartel de CERRADO, diez minutos antes
de lo que habitualmente lo hace para estar tranquilas. Susan parece concentrada en el
video y me invita a que le eche un vistazo.
El video comienza mostrando a una esbelta y curvilínea jovencita con gráciles
movimientos entrando en la tienda, sin ningún tipo de escrúpulos o remordimiento se

dirige directa a la zona de la caja registradora, la abre y coge algo del cajón del dinero.
Después se marcha y vuelve a cerrar la tienda. Ni siquiera pestañea o muestra algún
movimiento furtivo de arrepentimiento. Lo hace a sangre fría, como si el acto de coger
algo que no es suyo lo hubiese normalizado hasta el punto de no mostrar duda o
arrepentimiento.

—Esto fue la semana pasada, el sábado para ser más precisos, cuando sabe
perfectamente que no voy a pasarme por aquí. Estoy segura que hizo el cuadre de caja
mal y me robó algo de dinero después del cierre. Y este no es el único video que hay…
¿Qué pensaba que no me daría cuenta que las cuentas no cuadran? Esto no son unos
grandes almacenes, si las clientas se han llevado la mercancía y lo que falta es el
dinero… ella cree que por no registrar el dinero que cobra a las clientas y después lo
roba, no me voy a dar cuenta…

—Pero… no se ve nada. Está todo muy oscuro, ha podido coger cualquier papel o

algo que necesitase. ¿No tienes otro video que se vea mejor? —pegunto acercándome a
la pantalla del ordenador por si puedo ver si lo que guarda en su bolso es dinero.

—¡No seas boba! Me está robando. Ahora que cuando regrese se va a enterar…

—Deberías asegurarte más… Podrías ponerle una trampa. Si cae en ella, entonces
tendrás a tu culpable. Se me está ocurriendo un plan…

—¿A ti? ¿Tú con un plan? —Susan arruga la frente, incrédula ante mi iniciativa en el
asunto. Ella sabe que no suelo meterme en problemas y que incluso a veces, a sabiendas
de que me están engañando, lo dejo pasar con tal de no meterme en líos o discutir. Es
mi condena: no decir las cosas como debo y en el momento adecuado.

—Sí, tengo un plan. ¿No quieres que te ayude? ¿tan extraño te parece? —ahora soy
yo la que arruga la frente.

—Sí, por supuesto que quiero tu ayuda, cielo. Es solo que no creía que estas cosas
se te ocurriesen a ti. Pensaba que te daban algo de cosa.

—Pues sí, la verdad es que no me gustan, pero como sé que no me vas a dejar de dar
el coñazo hasta que te ayude a resolverlo… mejor te ayudo ahora o sé que no vasa a
parar —protesto.

—¿Cuál es le plan? —pregunta una ansiosa Susan, que me toma en serio por primera
vez desde que he entrado en su tienda. Deja a un lado su monólogo y me presta
atención.

—Verás, esta tarde, llegaré a la tienda muy apurada. Te diré en voz alta que me estoy
divorciando y que necesito que me guardes seis mil dólares para que el capullo de mi

marido no los descubra y se largue con el dinero. Los guardarás en un lugar que ella
pueda ver y la cámara pueda captar, de esta forma podrás echarla sin problemas.

—¡Eres increíble, Anna! ¡Buena idea! Y que la gente piense que eres una mosquita
muerta…

—¿Quién piensa eso de mí, la gente o tú? —pregunto algo airada. Me abraza para
que se me pase el enojo, pero no me responde si es ella la que piensa que soy un poco
pánfila. Tal vez tiene razón. Sé que debería ser más decidida y luchar por lo mío y lo
que quiero en la vida. Tomo nota mental para ponerlo en práctica en el futuro y no dejar
pasar mi cambio de actitud como hago siempre.

Susan sonríe y juntas abandonamos la tienda. Tiene que ir a su casa y traerme el


dinero, yo no dispongo de esa cantidad en efectivo. La adrenalina recorre mi cuerpo
por primera vez en… ¿años?

—Susan, ¿qué te parece hacer algo de deporte? —pregunto emocionada. Le he

estado dando vueltas a la cabeza y empiezo a estar decidida.

—¿Quién yo?

—No, yo; bueno, las dos, si tu también quieres. Es que he visto a Christine y me ha
dado mucha envidia el cuerpo que tiene.

—No compares, cariño. La ladrona tiene poco más de la veintena, y nosotras ya


vamos para los cuarenta —dice Susan señalando sus caderas.

—Perdona, habla por ti. Yo tengo treinta y cuatro todavía; pero tienes razón, soy una
tonta. No sé en que estaba pensando… no puedo compararme con esas muchachas

jóvenes y delgadas. —Busco las llaves del coche y miro el reloj, es tardísimo.

—¿Tan pronto te das por vencida? —pregunta divertida.

—¿Qué quieres decir? —Le digo algo desconcertada.

—Solo por que yo te diga que no estamos como una veinteañera, no significa que
abandones tu buen propósito. Me parece una idea genial, ¡me apunto! Haremos deporte
juntas. Saldremos a correr, que es gratis, y ahora está muy de moda, ya me entiendes.
Así podremos ver algunos macizos corriendo en pantalón de chándal o en mayas,
¡todavía mejor! —Susan se relame y vuelve los ojos hacia arriba. Sé que no tiene

remedio.

—De acuerdo entonces, pero yo no tengo nada de ropa de deporte.

—Por eso no hay problema, cariño. Esta tarde, después de coger a la ladrona, ¡nos
vamos de tiendas!

—Si la despides, ¿quién se quedará cubriéndote en la boutique? —pregunté siendo

práctica una vez más.

—Tú no te preocupes, déjalo en mis manos. Ya tengo pensada una sustituta…

Nos despedimos acordando volver a encontrarnos por la tarde. Corro a toda prisa a
casa. Aparco el coche y veo que el coche de Frank no está en el garaje. Respiro
aliviada porque no tenía nada de comida preparada. De haberse presentado, hubiese
tenido problemas seguro. Los niños no han llegado, aún falta una hora. Comen en la
escuela. Me preparo algo rápido y canturreo mientras lo hago, ilusionada y viva por
primera vez en muchísimo tiempo. Enciendo el quipo de música y Ricky Martin inunda

el salón mientras acompaño la melodía con una copa de vino blanco en una mano y la
bandeja con una mega ensalada en la otra. Decido que pasaré de fritos desde este
mismo día y contemplo las vistas del precioso jardín y cómo el sol lo colorea todo a
principios de marzo.

El sol de Miami es más amarillo que el de otras partes del mundo, al menos a mí me
lo parece. Tiende a colorearlo todo de manera brillante y viva. Todo vibra y se
sobrecoge si te detienes a mirarlo. La mayoría de las veces no me fijo en esas cosas, o
no tengo tiempo para hacerlo, sin embargo hoy me doy este pequeño capricho, este
momento a solas, tranquila, mientras hago planes para mejorar mi vida, me alimenta

más que la sabrosa ensalada que me como y baño con pequeños sorbos de vino. Al
fondo del jardín, veo a Buddy repantingado a pleno sol. El animal no me ha escuchado
dentro del salón, de lo contrario lo tendría aquí junto a mi en la mesa, rogándome un
bocado de salmón o atún. El cristal antirrobo que tenemos impide que escuche siquiera
la melodía salsera que balancea mis hombros mientras almuerzo.

Termino de comer y sonrío ante la idea de volver a hacer deporte. Pienso que estoy
loca y que mis articulaciones van a chirriar tanto como las viejas máquinas oxidadas
del desguace del pueblo. Sé que me va a costar mucho, pero si quiero recuperar mi
figura y perder esos malditos doce kilos de los que no me he separado desde que tuve a
Zoe, tendré que hacerlo. Recuerdo que alguien me comentó sobre una aplicación que
sirve para correr y escuchar una playlist de running o algo así, como si supiese lo que
es eso. Cojo el móvil para buscarla y cuando deslizo el dedo para hacerlo, el teléfono
muestra una llamada entrante. Sin llegar a ver quien es, mi dedo se ha deslizado de

manera autómata y la ha respondido.

—¿Sí? ¿Diga?

Tardan unos segundos en responder, cuando ya estoy a punto de volver a preguntar


quién hay al otro lado, Frank responde.

—¿Anna, eso que se escucha de fondo es música? ¿Dónde estás? —cuestiona Frank,
intrigado por si no estoy en casa.

«Mierda» —pienso, he olvidado apagar el equipo. Me atropello para coger el


mando a distancia, le empujo y cae de la mesa. Tengo que gatear para buscarlo y al
levantarme me pego con la mesa. Dejo escapar un grito de dolor y vuelvo a coger el

teléfono.

—¿Estás bien? ¿Qué está pasando? —pregunta mi marido, empezando a enojarse.

—Sí, todo está bien. Es solo que el mando se ha caído y… no podía apagar el
equipo de música.

—¿Estás muy contenta, ¿no? ¿Ha pasado algo de lo que deba enterarme? —pregunta
suspicaz. Con solo unos segundos ya ha detectado que estoy alegre y tengo ilusión por
algo. No puedo admitirlo o hará lo imposible por hacerla desaparecer.

—No, qué va. Es solo que me he preparado la comida y como estaba sola… he
puesto algo de música —sonrío nerviosa.

—Te noto extraña. ¿Qué has hecho esta mañana? —vuelve a preguntar, esto parece
un interrogatorio. Suspiro e invento una versión edulcorada de mis recados matutinos.

Le cuento mi periplo por la ciudad y mi encuentro con Susan, aunque omito lo de la

ayudante ladrona. Finalmente, aunque sé que no debo hacerlo, es como si no pudiese


ocultarle nada o tuviese la necesidad de recibir su aprobación cada vez que hago algo,
le hablo de la idea de salir a hacer deporte y casi siento cómo le cambia la cara al
escucharlo.

—¿Qué vas a hacer qué?

—Hemos pensado hacer algo de running, Frank, salir a correr —sonrío para parecer
divertida y maquillar mi nerviosismo—. Un poquito de deporte, solo para estar más
saludables y activas.

—Puedes dedicarte a limpiar más…

—¿Cómo? —pregunto sin entender o no queriendo entender lo que me acaba de


decir.

—Digo que tal vez tienes demasiado tiempo libre. El que a mí me falta… siempre te
estás quejando de que necesitas ayuda con la casa y los niños… y ahora me sales con

estas… “que quieres hacer deporte, ir a correr”, ¡esto es el colmo! Mira, la idiota de
Susan te está metiendo muchos pajaritos en la cabeza. Deberías ir con otras mujeres
más…

—Frank, no sigas. Susan es mi amiga. Es una buena persona y se preocupa por mí.
Te ruego que no me alejes de ella como haces siempre con todas las amigas que
aparecen en mi vida. Si no te parece buena idea que yo haga algo de deporte, lo
podemos hablar cuando llegues a casa. No quiero que esto sea motivo de otra pelea.

—Es culpa tuya. Siempre me provocas.

—¿Perdona? ¿Ir a correr es provocarte…? De verdad, no sé qué más puedo hacer o


decir para que no haya siempre algo que te siente mal —dejo escapar descorazonada.

Frank nota que me he enfadado y que me ha sentado realmente mal. En vez de


recapacitar y retractarse, comienza a disfrutar sacándome de quicio.

—Si quieres hacer deporte podemos comprar una cinta y haces ejercicio en el
sótano…

—¿Y tú? Tú vas a entrenar varios días a la semana, vas al gimnasio cuando
quieres… —exploto indignada. Me doy cuenta de que ya me ha amargado la ilusión que

he tenido hace unos momentos.

—Perdona, yo trabajo, pago las facturas, recuérdalo. Además soy tu marido y podías
tener un poco de respeto… me debes mucho y lo sabes… aunque parece que lo olvidas
muy pronto.

Ya salió. Nada más ha tenido la oportunidad, me ha restregado por la cara que él es

quien trae el dinero a casa. Es un capullo sin remedio. Le odio cuando se pone así.
Aunque lo peor es que tiene razón… Sé que no va a parar hasta que me olvide de la
idea de hacer deporte. Así que tiro la toalla demasiado pronto.

—Vale, Frank. Ya está. Tú ganas, déjalo ya. ¿Por qué llamabas? —pregunto para
acabar con esta absurda discusión que que me está quemando por dentro.

—¿Necesito un motivo para llamar a mi querida esposa? —pregunta en tono irónico.

«Gilipollas»

—No, pero es raro que con todo lo ocupado que, supuestamente estás, me llames

para discutir sobre tonterías, no sé para qué te digo nada… —respondo con la boca
llena.

—¿Estabas comiendo?

—Sí —respondo tajante.

—¿Un poco tarde, no? —sonríe tras el teléfono. Sé que quiere que le cuelgue para
que pueda venir hasta la casa y montarme un numerito delante de los niños como
aquella vez en la que casi me… levantó la mano. Aquella vez me dijo que si alguna vez
le volvía colgar, no se aguantaría y dejaría ir la mano.

—¡Uhum! Como te he dicho antes, ha sido una mañana estresante y no he parado.

—¡Ja! Me gustaría verte un día en mi pellejo, esto si que es estrés.

Frank continua hablando mientras me levanto de la mesa. Abro la puerta y el perro


me ve aparecer. Se acerca corriendo y le echo en su plato de la comida lo que queda de
mi ensalada, que está casi entera. Frank me ha quitado el apetito. El animal se relame

al oler el salmón y los frutos secos. Al cabo de cinco minutos Frank cuelga con la
alentadora noticia de que hará todo lo posible para estar en casa cuanto antes. Hoy no
tiene entrenamiento y quiere que continuemos con esta conversación sobre la idea de
que yo haga deporte fuera de casa.

«Maldita sea la hora en que le he dicho nada de ir a correr, soy gilipollas» —me
digo a mí misma, arrepentida. A veces pienso que sería más feliz si hiciese como otras
esposas que no les cuentan a sus maridos lo que hacen mientras estos están en el
trabajo. De esta forma me ahorraría muchos problemas, pero algo en mi interior me

impide mentirle, al menos hasta ahora.

Llega la tarde, pero antes me sorprende un tremendo aguacero tropical, que a punto
está de echar por tierra nuestra tarde de chicas. Cuando dejo a mis hijos en sus
actividades extraescolares, me reúno con Susan. Ha traído el dinero, al contemplarlo,
me asaltan las dudas. Ya no soy tan valiente como esta mañana, pero al instante llega
Christine y no puedo echarme atrás. Susan empieza a hablarme y sé que tengo que
seguir adelante.

—Entonces, ¿vas a separarte, Anna? —pregunta en voz alta para que Christine la

escuche. La joven se detiene un instante, levanta la mano para saludar y no interrumpir


nuestra conversación, y se dirige a la trastienda.

—Voy a cambiarme, Susan —dice sin muchas ganas desde el interior. Desaparece
pegada a la pantalla de su móvil.

—De acuerdo cariño —dice sin mirarla, a mí me dedica una mueca burlesca
dirigida a la “ladrona”.

—Pues sí. Ya no aguanto más. Frank está todo el día fuera y… —tengo que contener
la risa nerviosa— voy a separarme o divorciarme, lo que sea, pero no lo aguanto más.

—Pero, cariño… —dice en voz alta— eso te arruinará.

—No te creas —digo también medio a voces— tengo algún dinero ahorrado y
necesito que me hagas un favor, —saco el fajo de billetes justo cuando Christine sale de
la trastienda y esta vez si que nos mira, como hipnotizada —. ¡Necesito que me lo

guardes tú, Susan. No quiero que ese cretino se lo quede. Es lo único que tengo para ir
tirando ahora al principio.

—No te preocupes, lo guardaremos aquí. Ese no le va aponer las manos encima a


los ahorros de mi princesa —Susan se abalanza sobre mí y me abraza de manera
exagerada mientras coge los seis mil dólares.

Christine sale y nos saluda justo cuando ve cómo Susan guarda el dinero en el
pequeño cajón de la caja registradora. Un lugar que se ve desde la cámara del
ordenador. Guarda la llave en un bote lleno de bolígrafos y la saluda.

—¡Buenas Christine! Voy a salir a hacer unas compras con Anna, necesito que

pongas al día las boletas de ventas de esta semana y por favor, cambia el maniquí del
escaparate. Te he dejado el outfit que debes ponerle en el probador. No tardaremos
mucho, ¿de acuerdo?

—No hay problema. Prefiero estar ocupada, sino el tiempo se pasa muy lento.

Salimos de la tienda, cogemos el coche para que nos vea pasar por delante, y Susan
lo aparca en la parte de atrás del edificio. Nos sentamos en una cafetería que hay cerca
de su boutique, desde ahí podemos ver a Christine cerca de la caja.

—Mira con la aplicación del móvil podemos ver lo que está haciendo Christine en
este instante. —Anuncia Susan divertida, y yo me siento emocionada, como si fuésemos
un par de detectives.

Nada más decir esto, se abre una pantalla y podemos ver a Christine que se acerca
sospechosamente al bote de bolígrafos y busca la llave del cajón.

—¡Mírala, va a cogerlo! Anna, eres fantástica, ha picado el anzuelo.

Sonrío pero no puedo dejar de mirar cómo la empleada se ha hecho con la llave y
abre el cajón, rebusca y se hace con los seis mil euros. Lo cierra, y los introduce en el
interior de su pantalón, tal vez, debajo de su ropa interior.

—¡Bingo! ¡pillada! ¡Voy a llamar al sheriff! Esta vez no se escapa. ¡Vamos!

—No, no. Yo no puedo ir. Susan, para mí es muy violento. ¿Y si se vuelve agresiva y
sale corriendo o te golpea? ¡Espera a que llegue la policía! —le aconsejo.
—De acuerdo. Tienes razón, pero es que me hierve la sangre. Si pudiera… le haría
comerse cada uno de los billetes que me ha estado robando.

Esperamos unos quince minutos cuando una patrulla del sheriff aparca delante de la
boutique de Susan. Esta acompaña a los agentes que irrumpen en la tienda y detienen a
Christine. La joven no ha sospechado nada de lo que se le venía encima, pero ahora no
puede negar que le ha robado a Christine porque la policía descubre los seis mil

dólares y tienen la grabación. Uno de los agentes parece sujetar a Susan cuando se
llevan a Christine detenida de la tienda. Abandono la tetería para reunirme con Susan.
Con todo el revuelo que se ha montado, decide que la tienda estará cerrada el resto del
día.

Por lo visto Christine ya tenía antecedentes por robo y otras actividades delictivas.
Una vez más calmadas, Susan y yo nos vamos de compras. Solo tengo media hora para
buscar algo por culpa del revuelo que se ha montado. Tenemos tiempo de entrar a un
par de tiendas de deporte y poco más.

—¿Qué te ocurre, Anna? —Me pregunta Susan al salir de la tienda de deportes… no

te he visto muy entusiasmada.

—Nada. Es que no sé si esto de volver a hacer deporte será una buena idea, no creo
que a Frank le guste…

—¿Ha pasado algo durante el almuerzo? Parecías muy ilusionada, ahora casi no has
mirado el color de las zapatillas que te has llevado, casi te compras otra talla de
camiseta…
—He discutido con Frank —admito— es un poco raro, no quiere que… haga
deporte fuera de casa.

La mandíbula de Susan se desencaja hasta casi poder verle todas las muelas del
juicio. Sus ojos se abren de par en par y no sabe cómo enarbolar todas las palabras que
se le atropellan en la garganta sin herirme. Traga saliva y mastica en su mente algo más
suave que la barbaridad que se le acaba de ocurrir.

—No puedes consentirlo, Anna. Yo estaba como tú, hasta que un día le dejé las
cosas claras a mi ex. No es buen ejemplo porque terminamos, pero hay determinadas
líneas rojas por las que una mujer no puede consentir que su marido sobrepase. Si dejas
que te coma ese terreno, nunca más podrás volver a reclamarlo. No lo permitas… yo no
lo hice con mi ex. El muy gilipollas era un celoso enfermizo, solo estaba a gusto cuando
me dejaba encerrada en casa. Él tampoco salía, por lo que no es que fuese machista en
el sentido de yo sí, pero tú no; aún así, no se consentí. Esos tiempos ya han pasado,
Anna. ¿No vas a dejar de ser una tonta sumisa? ¡Mañana mismo estrenamos estas
zapatillas! Pensaba dejarte sola con esta locura, pero si el idiota de tu marido no está

de acuerdo con la idea de que hagas deporte y salgas de casa, me apunto. No pienso
dejarte sola. Ahora más que nunca tienes que volver a recuperar tu figura y sentirte bien
contigo misma, como estabas antes de los embarazos —asegura, levantando los brazos
para rodearme con ellos.

—Gracias, Susan, pero mi situación es diferente. Tú eres independiente


económicamente, tienes tu trabajo, eres una mujer con mucho carácter y desenvuelta. Yo
no soy así, no me gusta mentirle a Frank. Si algo no soporta son las mentiras, por
pequeñas que seas —saco un pañuelo para secarme las lágrimas. Me da rabia que
Susan me vea así de vulnerable, pero no puedo hacer otra cosa. Soy así: débil, patética,

sin recursos y me siento gorda y asqueada conmigo mismo. Tal vez todo está en mi
cabeza pues, a veces, no me veo tan mal. Sin embargo, no me reconozco cuando me
miro en el espejo, parezco incluso más mayor.

—De eso nada. Yo también soy una cagada y tengo mis miedos internos, sin

embargo, no voy a darles el gusto de que me vean arrastrándome. En la vida hay dos
posiciones: arriba o abajo, no lo olvides. Yo siempre he preferido la de arriba, —se ríe
y me guiña un ojo, tratando de hacerme sonreír— mañana te recojo cuando pase el
autobús a por tus hijos. Tampoco necesitamos correr mucho, solo unos veinte o treinta
minutos; además el mierda de tu marido no se va a enterar, está todo el día trabajando.
Y que sepas que no estás nada mal. Tan solo te hace falta perder cinco o seis kilos y
estarás cañón, ¡que todavía eres un bombón! —dice dándome una palmada en el
trasero.

—Bueno, no sé yo, algo más. Aunque lo de correr no lo veo todavía claro, ya

veremos… muchísimas gracias por todo.

—Gracias a ti, con tu ayuda hemos pillado a esa fulana roba tiendas. Dame un beso y
no te comas más el tarro. ¡Mañana corremos! ¡Mañana nos hacemos runners!

Sonrío y le devuelvo el beso antes de venirme abajo. Me alejo aprisa y camino hasta
llegar al coche, donde me derrumbo y no puedo contener más las lágrimas que escapan
de mis ojos en mitad de la calle. Me siento ridícula, pero no puedo evitarlo. Quiero
desahogarme y no puedo esperar a entrar en el vehículo.
Alguna vez cuando he visto a alguien llorar por la calle me he compadecido de su
malestar, «debe estar pasándolo realmente mal para llorar en plena calle», ahora que

soy yo quien llora ni siquiera tengo fuerzas para compadecerme de mí misma. Seco mis
lágrimas con el pañuelo y me da rabia verme en el reflejo de un escaparate cercano.
Pienso en lo patética que resulto, parezco una niña pequeña. Frank ha sido capaz de
anularme como mujer, peor aún, como persona; solo sirvo de chacha y niñera. Nunca
imaginé mi vida así, es como si viviera mi vida sin mí. Como si hasta hoy no me

hubiese dado cuenta de que me olvidé de mí misma, anteponiendo los deseos y


prioridades de otros, enterrando las propias en lo más profundo de mi ser. Estoy harta
de la situación, y por una vez en doce años, voy a hacer algo por y para mí misma. Él
no No tiene por qué enterarse. De todas formas, si una mujer lo quiere, su marido jamás
se enterará de lo que hace cuando él no está… ¿o no?
III

28 de Marzo de 2016, lunes.

Hoy salgo a correr a las nueve y media; como hago por las mañanas. Llevo el móvil
en una especie de bandolera que rodea mi brazo como si fuese la capitana de algún
equipo, por si Frank necesita localizarme, sonrío al verme. Es curioso con todo lo que
he criticado, en parte por mi falta de fuerza de voluntad, a los que se equipaban con

toda serie de artilugios para simplemente salir a correr, que yo haga lo mismo; ahora
que me miro comprendo que es fácil caer en el mismo error.

Salgo sola, Susan ya no viene conmigo. Solo me acompañó el primer día, y casi tuve
que llevarla al médico después. Según ella, se había partido todos los huesos de las
piernas y necesitaba que la escayolasen. Yo también tengo muchísimas agujetas, tantas
que tengo que disimular al subir por las escaleras cuando me cruzo con alguien. Trato
de andar sin parecer que estuve montando a caballo durante horas. Frank me mira y
sonríe, piensa que no puedo subir las escaleras de casa porque me canso, que mi vida

sedentaria me está pasando factura. «Eso es lo que él quisiera».

Experimento la placentera sensación de que me crea tan débil y desvalida como de


costumbre, pero en realidad sé que me estoy haciendo más fuerte, aunque sea muy poco
a poco. Han pasado quince días desde que empecé correr y estoy satisfecha porque en
estas dos semanas he sido capaz de salir a correr con regularidad y he logrado hacer
algo que escape a sus redes de información, aunque para ello tenga que hacerlo a
espaldas de mis hijos. La experiencia me ha demostrado que, aunque son adorables y
los amo con toda mi alma, a veces son unos bocazas sin remedio y se les ha escapado
algún pequeño secretito que ha derivado en una riña monumental. Susan me ayudó a dar

el primer paso, que no es poco, al menos para una persona tan apocopada como yo.

Después de la primera semana de salir a correr, noté que podía aguantar cada día un
poco mejor los treinta minutos de trote que he fijado como objetivo. Tampoco es que
pueda correr mucho más; no me atrevo a correr más por si alguien pudiese verme y que

llegase a oídos de Frank.

Corro junto a la playa, donde hay unos buenos kilómetros de pista de tierra dura
junto a la ribera de la carretera que discurre bordeando la costa. El sendero se adentra
lo suficiente en la extensa playa como para no ser reconocida desde la carretera por los
vehículos o la gente que frecuenta los establecimientos de la costa. Además, voy
provista de gafas oscuras, recojo mi pelo en una coleta alta que oculto debajo de una
gorra negra Under Armour que Susan me regaló el segundo día que salí a correr sola
por sentirse tan culpable que trató de pedirme perdón de esa manera.

He conseguido descargar una aplicación para el móvil que me dice las calorías que

quemo, la velocidad, el recorrido y otros datos que aún no entiendo. Lo cierto es que
este entrenador virtual me ayuda mucho, además, me va indicando los logros y mejoras
que hago. La valiosa aplicación la guardo en una carpeta dentro de otro menú que no es
el principal, no lo había pensado, pero mi hija me contó que una amiga suya lo hacía en
su Tablet para que su madre no cotillease las fotos con su novio. Mi móvil tiene
contraseña y huella digital, pero no me fio de Frank, es capaz de tener el móvil
pinchado o algo así, con él, siempre es mejor cubrirse las espaldas, nunca se sabe… En
el maletero guardo la muda y las zapatillas que utilizo para ir a hacer running, los
escondo en una mínima bolsa de deporte oculta en el hueco de la rueda de repuesto del

todoterreno. Me he dado cuenta de que cuando me cambio, cosa que siempre hago
dentro del coche, la ropa de deporte huele a goma y caucho, pero es el precio que debo
pagar por mi independencia de treinta minutos dos o tres veces a la semana.

Frank no sospecha nada y, aunque al principio estaba un poco receloso y quería

saber si al final saldría a correr o no, ya se le ha pasado. No muestro interés en seguir


corriendo y estoy segura que piensa que es algo pasajero, un capricho que se me ha
olvidado. «Una manera más de retarme» —como suele reprochar—. Todas las mañanas
me ve salir arreglada para acompañar a los niños al autobús e ir a hacer la compra.
Sabe que después debo regresar, recoger la casa y hacer la comida. Algunas tardes
cuando no está, cocino para el día que me toca salir a correr. Guardo esa comida en los
tuppers que están escondidos en el último cajón del congelador, donde él nunca los
encontrará. Eso me da tiempo para correr con más tranquilidad algunas mañanas, la
mayoría de las veces él ni siquiera viene a comer, pero por si acaso… salir a correr

por la tarde es más arriesgado, pues hay más trasiego de gente que podría verme:
compañeros del trabajo de Frank, gente del ayuntamiento, madres de otros niños del
cole… me siento más tranquila haciéndolo por las mañanas.

Respiro profundamente y la brisa del océano penetra purificando mi interior. La


mañana está fresca y sé que si no empiezo a moverme, pronto tendré frío. Desde donde
estoy recibo una incesante lluvia microscópica de espuma y sal que me activa y
humedece mis cabellos. El océano está algo revuelto, y el viento lleva hasta a mi rostro
la refrescante energía del mar embravecido. Desconozco por qué, pero me siento a
gusto, en comunión con la naturaleza que me rodea. El sol, tímido y asustadizo, trata de

calentarme, pero las inquietas nubes, celosas, corren a interponerse entre nosotros. Me
coloco la gorra, ajusto mis gafas de sol, presiono el botón del teléfono para reproducir
la Playlist de un canal de Youtube que he encontrado.

Mientras corro por la bahía de Lighthouse Point, me siento el ser más libre y

afortunado del mundo. Lo olvido todo cuando empiezo a correr y me aparto de todo lo
superfluo que me cubre, aquí, lejos de todo, vuelvo a ser yo misma. Cerca del mar,
sintiendo la grava bajos mis pies a cada nueva zancada, sin tratar de complacer a unos y
aguantar a otros, solo soy yo. Me concentro en cómo mis zapatillas chocan contra la
arena prensada que cruje bajo mis pies y es como si pudiese ver cómo mis
pensamientos se suceden de manera transparente y ordenada, todo lo contrario a cuando
estoy en casa bajo la inquisidora mirada de Frank. Sacudo la cabeza para mandar su
recuerdo debajo de mis zapatillas de deporte. No quiero que pensar en él, no deseo que
destroce este momento trascendental de comunión conmigo misma y el entorno natural

que me rodea en estos momentos de tranquilidad.

En la distancia, descubro a otro corredor, es un hombre, alto, fuerte y se aproxima a


una buena velocidad. No es muy común ver a corredores a estas horas de la mañana,
sobre todo si son hombres. Aunque pueda parecer un poco machista, siempre que veo
alguno pienso si no tendrá trabajo.... Está más cerca y parece concentrado en su
pulsómetro. Tiene buena planta y su equipación parece buena. Tal vez sea uno de esos
nuevos ricos que han hecho fortuna con alguna APP de internet, últimamente muchos se
están mudando a Miami, y Lighthouse Point es un rincón incomparable para liberar el
estrés de los grandes negocios. En cuestión de segundos ya me he imaginado su

profesión y la mitad de su vida.

«Cuando estoy relajada dejo volar mi imaginación y soy temible» —pienso para mí.
Es muy alto, moreno aunque no porque esté bronceándose, algo que no sería nada
extraño en Florida, pero su tono de piel no es artificial o debido a largas exposiciones

al sol. Es su color natural, porque cuando corre, el viento levanta la parte lateral
externa de su pantalón corto, dejándome ver la parte superior de sus piernas, cerca de
la cintura. Está a menos de veinte metros. Levanta la vista y se da cuenta de que me
aproximo, me mira y sonríe. Unos ojos verdes que parecen absorber el color del agua
del océano que está cerca me atraviesan y remueven algo por dentro, en la boca del
estómago. Por suerte llevo puestas mis gafas de sol. Intento bajar la mirada y continuar
recto, sin darme la vuelta, pero en el último momento, cuando ya nos hemos separado
unos metros, me vuelvo y le miro de nuevo por si ha girado la cabeza. Enseguida me
percato de que él también se ha girado y vuelvo la vista hacia el frente como un rayo,

me pongo colorada de la vergüenza y sonrío a mis adentros. Continúo corriendo un


poco sonriendo bobaliconamente, entonces siento que he pisado un objeto duro, trato de
mirar abajo para esquivarlo, pero ya es demasiado tarde: caigo de bruces en mitad del
camino y siento la tierra que se adhiere en mi boca.

«Menudo trompazo» —pienso. Apoyo los brazos para levantarme muy rápido, o
levitar si pudiese, antes de que el macizo se de cuenta de que me caído por mirarle.
Entonces escucho unos pasos detrás que se apresuran hacia donde me encuentro tirada
en el suelo. «¡Vaya mala suerte tengo!» —podía haber pasado de largo.

—¿Está bien? —Pregunta la voz más profunda y sexy que he escuchado en mi vida.

Debido al ridículo tan atroz que he hecho, deseo que la tierra comience a hundirse y
me trague para no tener que pasar por la vergüenza de mirarle. Entonces me digo que ya
no soy una jovencita de dieciocho años que deba sentir vergüenza por todo, que soy una
señora casada de treinta y cuatro años, y esto no tiene por qué afectarme… no obstante,

lo hace; ¡Dios, ya te digo que me afecta! Cuando me giro, me topo con su poderoso
antebrazo. Solo tengo que agarrarme a él para sentir cómo todo mi cuerpo se eleva
como si yo fuese tan ligera como una pluma. Casi sin moverse me ayuda a levantarme y,
sin dejar de sonreír, se agacha a recoger mi móvil que ha salido despedido unos pasos
más adelante.

—Gracias —respondo mientras me sacudo la arena, el polvo y la poca dignidad que


me queda— no sé qué me ha pasado…

El hombre señala una piedra gris del tamaño de un puño que parece reírse de mí por

pardilla y no haber ido mirando el camino, podía haber respondido si no te hubiese


dado la vuelta para mirarme por detrás y hubieses prestado atención al camino…

—Primera regla del corredor, nunca dejes de mirar al suelo. Este camino es bueno
para correr, pero a veces puedes encontrarte algunos materiales que arrastra el mar o la
gente que pasea y juega con sus perros a lanzarles palos y piedras. Yo mismo me
tropecé ayer con una rama de árbol que no vi, pero que estaba enterrada en la arena.

Se agacha de nuevo, y puedo admirar una inmensa espalda que se pierde en una
cintura estrecha y unas nalgas en las que se podría apoyarme para descansar tras la
carrera. Sonrío ante la idea. Sin embargo cuando trato de andar, una punzada de dolor

me sacude toda la pierna.

—¡Ay!

—¿Qué le ocurre? ¿Le duele?

—Sí, ¡Dios! Duele, creo que es el tobillo.

—Apóyese sobre mi hombro, puedo llevarla hasta ese banco de ahí. —El hombre
me agarra fuertemente por la cintura, yo me dejo rescatar, la verdad, podría haber
recorrido el camino hasta el banco de madera a la pata coja, solo que así es mejor.

—Está de suerte, señorita… —deja una pausa para que le diga mi apellido.

—Señora Tomlinson, pero puede llamarme Anna, me corrijo enseguida.

—Encantado señora Tomlinson-pero-puede-llamarme-Anna. —sonríe— por suerte


para usted soy fisioterapeuta deportivo. Debería echarle un vistazo al pie.

Le miro mientras habla, espero que pueda aliviarme el dolor, pero entonces no
recuerdo si me he depilado, si los calcetines están lo suficientemente limpios, si voy a
ruborizarme cuando me toque con esas manazas los pies, o si podré sostenerle la
mirada a esos ojos verdes.

—No se preocupe. No será nada. En cuanto descanse un poco se me pasará. No


quiero entretenerle…

—Para nada, al contrario. Hasta encontrarme con usted, me aburría un poco la


verdad…

Siento que la sangre se agolpa en mi cara y miro abajo, hacia el tobillo que ya está

al descubierto. Ese atractivo desconocido desliza sus manos debajo de mi calcetín y lo


retira sin que yo sea capaz de protestar. Hay algo en él que me atonta, me adormece
como si perdiese mi propia voluntad. Cuando las yemas de sus dedos comienzan a
hacer presión en mi tobillo, creo que voy a gritar y golpearle. Sin embargo, al poco,

empiezo a notar cierto alivio cuando masajea la zona con movimientos firmes y
expertos.

—Parece que es un pequeño esguince. Voy a darle un masaje para que pueda
apoyarlo sin problemas hasta que regrese a su casa, con el señor Tomlinson, supongo…
—asiento, sin poder pronunciar palabra alguna— si tiene algún vendaje o una
tobillera, debería ponérsela antes de que se le inflame más. En una semana podrá
volver a correr, pero después vuelva a caminar con normalidad y empiece a hacer
ejercicio de nuevo, de lo contrario perderá la forma física.

Me miro y trato de ocultarme bajo la camiseta. Ahora me arrepiento de haber cogido

la talla s, en vez de la m, pero Susan es muy pesada y al final accedí por la más
pequeña.

—Gracias, muy amable, señor… —retiro el pie y busco mi calcetín, ahora lleno de
tierra por culpa de la caída, y me lo pongo con celeridad.

—Yo soy Enzo, bueno realmente me llamo Lorenzo, pero siempre me lo han
acortado así —aparta las manos y se apresura a ayudarme buscando mi zapatilla de
deporte que está tirada debajo del banco.
—Encantada, Enzo. Muchas gracias por tu ayuda. Siento haberte fastidiado tu
entrenamiento. Tengo que marcharme, no tengo mucho tiempo para correr y ya se ha

hecho tarde —digo mirando el reloj— caminaré despacio hasta hasta mi coche.

—Le acompaño —sugiere cuando me levanto del banco.

—No, no es necesario, se lo agradezco, no está muy lejos.

—En ese caso, permítame que insista. No hay mucha gente por aquí a estas horas,

¿sabe? Así que si finalmente no pudiese llegar hasta su coche, no habría nadie para
ayudarla. Me quedo más tranquilo si la veo sentada en su vehículo. Además, recuerde
que yo iba corriendo hacia esa dirección, y así podré continuar con mi carrera.

Me levanto y empiezo a alejarme para que vea que estoy bien, que no me hace falta
un acompañante. Es un perfecto desconocido y por muy atractivo que sea, desconozco
sus intenciones o qué podría hacerme al llegar al coche. Sin embargo, a los pocos
pasos, siento que el pie se me resiente y necesito parar. Mi rostro produce una mueca
de dolor que no deja lugar a dudas.

—Anna, no sea terca. Entiendo que desconfíe de un desconocido, pero no tiene nada
que temer. Trabajo en el gimnasio de Lighthouse Point, puede preguntar allí por mí más
tarde, si no se fía.

—No se preocupe, es solo que no quiero hacerle perder más tiempo, sé lo


importante que es una rutina de entrenamiento para los buenos corredores, y usted lo
parece. No le quiero fastidiar su plan de trabajo de hoy.

—No es molestia —dice meciendo su pelo con los dedos, a modo de peine y me
ofrece su musculado brazo para que me agarre. La camiseta New Balance negra de
tirantes que lleva puesta es bastante holgada, así que puedo ver sus pectorales cuando

caminamos.

Mientras me acompaña despacio hasta alcanzar mi coche, me cuenta que lleva en


Lighthouse Point poco más de un mes. Estoy tentada de decirle que Frank, el nuevo
alcalde, podría ayudarle con todo el papeleo de los servicios administrativos y de

salud de la ciudad. Sé toda la burocracia que hay que formalizar cuando te mudas.
Después lo pienso mejor y decido que no puedo dejar que Frank descubra mi pequeño
secreto: correr. así que sintiéndolo mucho, tendrá que quebrarse la cabeza con el
papeleo.

Enzo se queda a mi lado mientras comprueba que puedo subir al coche. Tal vez he
sido muy confiada dejándole acompañarme, pero resulta vergonzoso decirle de nuevo
que no tiene por qué molestarse. El hecho de que sea tan agradable a la vista, no ayuda
nada a la hora de darle largas para perderle de vista.

—No deje ese pie… deben ponerle un vendaje o debería comprar una tobillera. No

olvide ponerlo en alto, al menos, las próximas veinticuatro horas. —Me recomienda
apoyado en la puerta de mi coche, arrugando la frente a modo de preocupación sincera.
No quiero ni imaginar la cara que Frank pondrá cuando llegue a casa y me vea
repantingada en el sofá, con el pie en alto.

—No se preocupe. Continúe con su carrera, le haré caso, lo prometo… —miento y


arranco el coche.

—Espero volver a verla pronto por aquí con el pie curado. Si nos vemos podría
explicarle algunas técnicas para correr mejor y evitar lesiones. Recuerdo que, al
menos, no debería correr en una semana —se despide y se aleja corriendo, yo le miro

por el espejo retrovisor y me pregunto por dónde está más bueno si por detrás o por
delante. Sacudo la cabeza y subo el volumen de la música. Susan no va a creerme
cuando se lo cuente.

Llego a casa con la ropa de deporte aún puesta. Antes he llamado a casa para

comprobar que Frank sigue en el trabajo, como debería a estas horas de la mañana, y no
va a pillarme. Como no me fio, le llamo al trabajo. Su secretaria me dice que está en
una reunión y aparco en el garaje tranquila. Nada más apoyar el pie en el suelo, siento
un dolor punzante desde el tobillo hasta la espalda. Me agacho y veo que está más
hinchado que antes, y un hematoma comienza a florecer al lado del hueso. Cojeando y
rabiando de dolor entro en la casa y corro a por una de las bolsas de hielo que guardo
en el congelador para los golpes de los chicos. Están muy frías, pero siento el alivio
gélido que adormece la zona. Al cabo de unos minutos, camino a la pata coja para
buscar una pomada que me alivie el dolor y difumine el hematoma. Decido poner la

pierna sobre un cojín un rato porque es la única manera de sentir alivio, en el momento
que bajo la pierna, veo las estrellas; me quedo dormida.

Despierto cuando escucho el ruido de un motor entrando en el garaje. Abro los ojos
y me miro. No puedo creer que aún lleve la ropa de deporte puesta. Miro el reloj y es
más de la una de la tarde. Frank debe haber decidido venir a comer a casa.

«Mal día» —pienso agobiada. Estoy paralizada, pero debo hacer algo rápido o se
va a liar una bronca monumental.
Mi móvil, que descansa al lado, tiene tres llamadas perdidas de Frank. Salto del
sofá olvidando que tengo el pie lesionado y un pequeño grito de dolor se escapa

instantes antes de que el motor del coche se apague. Corro a la pata coja por las
escaleras hacia el dormitorio. Entro y me quito la camiseta y los shorts de deporte.
Abro el cajón de mi mesita de noche y los meto ahí. Me pongo la bata y me tumbo sobre
la cama. Me hago la dormida al tiempo que Frank abre la puerta de nuestro dormitorio
de golpe. Incluso con los ojos cerrados, imagino su cara de incredulidad al verme allí

repantingada a esas horas en las que él me supone cocinando y terminando de poner la


mesa para dos, que la mayoría de las veces es solo para uno. Aguarda unos segundos
por si me despierto, pero resisto, por si se da la vuelta y no me pregunta nada.

—Anna, ¿Anna?, ¡Anna!

—¡Ah! —simulo un pequeño sobresalto sobre la cama— Frank, dime, ¿Has llegado
ya? Pero, ¿qué hora es? —pregunto con la voz pastosa como si realmente hubiese
dormido varia horas.

—¿Qué te ha ocurrido? ¿Por qué no contestas a mis llamadas? ¡Te he dejado mil

mensajes!

Hago como que busco el móvil sobre la cama, y él me lo muestra en su mano. Me


llevo las manos a la cabeza como que lo había olvidado en el sofá, por eso no le he
escuchado.

—Me he torcido el tobillo…

—¿Quéee…? ¿Cómo?
Quiero responderle: «¡Corriendo! Imbécil. Ya que tú no me dejas, aprovecho todas
las mañanas que puedo para correr a escondidas, mientras tú estás en tus trabajos y los

niños en la escuela». Pero sé que eso sería poco menos que firmar mi sentencia de
muerte.

—Me he subido a una silla para sacar alguna ropa de primavera de los chicos, he
calculado mal, y he aterrizado sobre el tobillo derecho que ha pisado un zapato y he

escuchado como un «crack» en la pierna.

—Entonces… ¿no has hecho la comida…?

«Cabrón, podía preguntarme si me he partido el pie o algo» —pienso.

Me mira sin creérselo y noto como su enfado va en aumento.

«Esperaba algo como: “tienes el pie muy hinchado, puedo darte un masaje si
quieres” o “pobrecita mía yo te voy a cuidar…”, no esperaba: “¡por qué cojones no has
hecho la comida a la pata coja al menos!”»

Ridícula y culpable le pregunto si quiere que pida algo de comida mexicana a

domicilio, como hacíamos antes… Bufa y sale de la habitación. Lo escucho coger las
llaves del coche y buscar algo por el salón.

—¡Me voy al trabajo, ya comeré algo allí! ¡Ah! Acuérdate que tienes que llevar a
los niños a sus actividades… si lo sé no vengo, vaya pérdida de tiempo —dice en voz
baja mientras cierra la puerta de un portazo.

«En esto se basa nuestro matrimonio: servilismo. En el momento que no le soy útil,
pasa de mí. Ni siquiera se ha preocupado de mi salud, de ofrecerse a llevarme al
médico…» —pienso, pero no me emociono. Ya he derramado tantas lágrimas que no

me quedan. Era de esperar que reaccionase así. Él nunca demuestra preocupación o

empatía conmigo.

Después de todo, respiro profundamente y sonrío aliviada. Se lo ha tragado…


aunque ha estado muy cerca. La opinión positiva que tengo de mi querido esposo se
eleva aún más, si cabe, tras su nula muestra de interés por mi estado de salud. El muy

cretino ni siquiera se ha ofrecido para llamar a un médico o traerme algo de comida a


la cama. Le ha dado absolutamente igual cómo me encuentre o qué debo hacer para
recuperarme, si como o no, o si debo tomar algún medicamento para calmar el dolor.
Solo me ha recordado que tengo responsabilidades esta tarde y que si soy torpe es mi
problema; el suyo es su trabajo en el ayuntamiento y en su empresa.

A pesar de la bofetada de realidad de pareja que he recibido, estoy bastante


satisfecha, pues no me ha pillado. Levanto el teléfono y le pregunto a uno de los padres
de los compañeros de natación de Adam si podría llevarlo esta tarde. El hombre, muy
amable, accede a llevarlo cuando le cuento mi pequeño accidente doméstico. Después

llamo a la mamá de la mejor amiga de Zoe y le pido el mismo favor para que las lleve a
la escuela de música esta tarde, aunque me tocaba a mí. La mujer accede de buen
agrado también. Al parecer el único cretino del pueblo es mi marido, curiosamente el
que debía cuidarme más que nadie.

Suspiro aliviada por tener de margen hasta las siete que regresen los chicos de sus
actividades. No tengo hambre, solo quiero descansar. Los fármacos que me he tomado
para el dolor me producen algo de somnolencia, así que noto cómo los ojos se me van
cerrando. Necesito descansar durante toda la tarde, si Frank regresa esta noche y no me
ve afanada en la cocina, es capaz de prenderle fuego a la casa conmigo dentro.
IV

3 de Abril de 2016, domingo.

Ha llovido durante toda la noche, y parte de la mañana. Me levanto temprano para


ser un domingo, es el único día que me puedo permitir holgazanear un par de horas en
la cama. Frank ya no está a mi lado. Los domingos se levanta muy pronto para jugar un
partido de futbol americano con sus colegas. Es una liguilla amateur, pero que vive

como si fuese la NFL americana y cada fin de semana fuese la Superbowl y le fuese la
vida en ganar su partido.

Bajo a la cocina y compruebo que mi tobillo ya está casi bien. El hecho de que esté
lloviendo fuera, me hace sentir menos culpable por no haber salido a correr durante
seis días. Es mucho tiempo sin salir a entrenar, pero es mejor ir poco a poco hasta que
la lesión se cure por completo. No quiero que lo avanzado se pierda, así que tal vez
baje al gimnasio que tiene Frank en el sótano y ande un poco en la cinta de correr.

Cada vez que pienso en salir a correr, regresa a mi memoria el agradable recuerdo

del hombre que me encontré el día que me torcí el tobillo. Según Enzo, así se llama
tengo que descansar. Sin embargo, intuyo que si no quiero perder la poca forma física
ganada, no puedo demorar mucho mi regreso a trotar un poco por por lo menos. Es
curioso cómo yo criticaba a esos obsesos del deporte y debido a la libertad que me
proporciona correr, siento que lo necesito, como si fuese un vicio secreto y oculto a
todos los demás, algo que no he compartido con casi nadie, y que es mi secreto. Al
correr he sentido que las endorfinas segregadas por la actividad física, me sientan como
una droga buena que quiero volver a tomar una y otra vez. Reconozco que me estoy
enganchando, solo como válvula de escape a mi vida corriente, corrientísima, un

aliciente a a la tediosa rutina.

Detrás de los posos del café y del desordenado desayuno me espera una legión de
quehaceres domésticos que he ido posponiendo hasta encontrarme mejor. Miro a través
de la ventana y veo la lluvia caer sin cesar. Recuerdo haber leído en varias revistas que

correr bajo la lluvia es tremendamente placentero. Deseo poder salir y comprobarlo,


pero cuando me estoy imaginado la sensación del agua galopando por mis cabellos y
colándose por mi espalada, un ruidito desde la escalera me indica que alguno de los
chicos viene en busca de su desayuno.

—¡Buenos días, mamá!

—¡Buenos días, Adam!

—¿Dónde está papá? ¿Se ha ido? —pregunta somnoliento y restregándose los ojos.
Apenas puede ver, y ya quiere controlar dónde estamos todos; en eso se parece a su

padre.

—Sí, debió salir temprano… —veo su cara de enfado y trato de disimular.

—Me prometió que me llevaría la partido con él, siempre me miente —se queja
apoyándose en la isla de la cocina.

—No seas tan duro con él. Habrá tenido que marcharse para solucionar algo de su
trabajo. Hijo, papá es un hombre muy ocupado —trato de disculparle.

—¡Tonterías! Papá es el alcalde y el colegio nos dicen que el alcalde es el que


manda. A mí me parece un rollazo, nunca está en casa, no juega conmigo. Los otros

padres llevan a mis amigos a partidos, al zoo, a dar una vuelta en bici… y él solo se

preocupa de lo suyo.

Sonrío y me encojo de hombros, sin saber que más decirle. Tiene toda la razón, pero
no voy a ahondar más en su insatisfactoria relación padre-hijo. Le enseño el paquete de
sus cereales favoritos, asiente con la cabeza, y toma asiento y coge el paquete de leche

para verterlo sobre los cereales.

—No llames a tu padre mentiroso, Adam. Ya sabes lo enojado que se pone cuando
alguien le lleva la contraria, no quiero que se te escape delante de él, ¿vale? —Le
pregunto, pero Adam ya está sumergiendo la cuchara en el bol de cereales y no atiende
a mi ruego.

—Es un mentiroso… —vuelve a decir esta vez en voz baja.

—¡Adam! ¿Qué te acabo de decir? —le reprocho.

—Mamá, papá miente a veces…es verdad. ¿no te has dado cuenta?

—¿Cómo dices? —pregunto sorprendida. Me siento a su lado mientras meto un par


de tostadas integrales en el tostador.

—¡Déjalo, mamá! Tú nunca te enteras de nada.

—Pero bueno… ¿Qué me estás llamando? —sonrío, un poco descolocada.

—¡Mocoso, deja en paz a mamá y no la metas en tus líos! —Dice Zoe a mis
espaldas. Me da un beso en la mejilla y se sienta en el otro taburete alto. Se tambalea
un poco cuando trata de esquivar un tortazo de su hermano y no lo consigue. Así que se
vuelve para devolvérselo.

—¡A ver, chicos, no empecemos! Buenos días, Zoe, ¿has dormido bien?

—Buenas mamá. Sí, muy bien, gracias. No le hagas caso. El enano quiere estar en
todas partes a la vez. No entiende que los mayores también necesitan tener su tiempo…
Podría haber nacido lapa o monito porque todo el día lo quiere pasar pegado a
vosotros.

Adam le saca la lengua y le enseña los cereales masticados que han formado una
pasta color marrón y sonríe ante la cara de asco de su hermana al verlo. Sonrío y meto
unas rebanadas de pan para Zoe. Me gusta contemplarlos, aunque sea mientras se
pelean. Yo no tuve hermanos y siempre me hubiese gustado poder tener alguien con
quien compartir las cosas, aunque fuesen las típicas peleas de hermanos que ahora
mismo vivo a diario. Estoy segura que de mayores las recordarán con cariño.

—Mamá, papá es un mentiroso —repite.

—A ver, y eso ¿Por qué? Si puede saberse —pregunto. Una de las tostadas se ha

quemado un poco, la retiro rápido y le doy la vuelta para untarle mantequilla. Zoe es
muy tiquismiquis para comer, y si descubre que se ha tostado un poco más de la cuenta,
querrá que le prepare otras tostadas nuevas. A mí me da mucha lástima tirar la comida.
Quiero educarlos bien, aunque a nosotros vivamos bien, hay muchas personas en el
mundo que se mueren de hambre. Por eso cada vez que tiro algo de comida al cubo de
la basura, siento un pellizco en la conciencia.

—Sí, porque cuando a veces te dice que se acuesta, se levanta por la noche.
—Bueno cariño, irá al servicio o a la cocina a por agua o comer algo, es normal.
Los mayores nos desvelamos, sobre todo tu padre, con la de cosas que lleva en la

cabeza: sus negocios, el ayuntamiento, la hipoteca, los gastos… un montón de cosas que
pueden preocuparlo durante la noche.

—No, no es eso. No se queda en la casa, se va a la calle. Mamá, hay noches que


papá nos deja durmiendo y no vuelve hasta que pasa mucho rato.

—¿Cómo? No sé de qué hablas, cariño. Yo duermo a su lado y no he notado nunca


nada.

—Pues yo te digo que sí que se marcha. Yo lo he escuchado algunas veces. Se


marcha andando, porque el coche no lo escucho. Tarda en volver, pero me quedo
dormido para cuando regresa. Además, tú te quedas dormida como una marmota, mami,
reconócelo. Eres capaz de dormirte en el salón cuando todos estamos haciendo ruido.

—¡No digas estupideces, niñato! Estás cabreado porque no te ha llevado al partido,


algo perfectamente normal, dado el grado de pesadez que eres capaz de alcanzar —Zoe

agarra las tostadas que le he untado con mantequilla de cacahuete y le da un mordisco.


Ya controla el aparato de dientes, pero hace unos meses fue un suplicio, hasta adelgazó
un par de kilos por la dificultad de comer con el artilugio.

Por suerte, hoy en día, llevar un aparato en los dientes no se ve como algo negativo.
Yo recuerdo cuando era joven que los demás niños se reían de los que llevábamos
aparato. Ahora es todo lo contrario, se ve como algo beneficial para la salud y la
estética.
—También tiene secretos… Tiene una caja con recuerdos que nadie ha visto jamás.

—¿Y tú? ¿tú si la has visto? —pregunta Zoe a punto de hartarse.

—Sí, yo sí la he visto, cuando él no me ve. Un día entré en su cuarto y la cerró


rápidamente… apenas pude ver nada, pero sé que algo esconde ahí.

—Eso no significa nada, cariño. Tal vez eran cosas de mayores, o algo que aún no
entiendes.

—Papá colecciona relojes, tal vez podría ser… —repuso Zoe.

—¡No, no es la caja negra de los relojes, era diferente! Era de color marrón, y ya la
había visto antes…

—¿Y dónde has visto esa caja antes, si puede saberse? —pregunto algo intrigada por
no haber visto una caja marrón entre las cosas de Frank nunca.

—En la vieja casona de la finca, había muchas… de esas…cajas.

Me quedo un poco descolocada por lo que dice mi hijo, pero seguramente serán

cachivaches viejos que Frank lleva a la casona. No le doy importancia al asunto, debo
darme prisa si quiero hacer algo antes de que Frank regrese.

—Veo que estás hecho todo un espía… anda y tómate el desayuno. Ya le diré a tu
padre que tenga cuidado con el pequeño Sherlock Holmes que merodea buscando pistas
para su nuevo caso.

—Sí, eso se le da genial. Cotillearlo todo y después contarlo. Pues como te vea por
mi habitación, te doy un tortazo que te mando a la calle del golpe —advierte Zoe algo
enojada. Se levanta y deja su plato en el fregadero— Bueno yo me voy a estudiar un

poco, esta semana tengo tres exámenes. Así que si quiero poder hacer otra cosa aparte

de estudiar durante la semana, debo adelantar algo hoy.

—No te preocupes el diario azul que escondes está controlado…

—¡Enano! ¿Cómo? ¡Te voy a…! ¡Mamá el niñato este ha estado registrando en mi
cuarto!

—Tranquilos. Zoe, cálmate. ¿No ves que solo quiere chincharte? Adam, si no dejas
de entrar en el cuarto de tu hermana, voy a tener que castigarte y a ella le pondremos un
pestillo para que tenga más intimidad. Ya se está convirtiendo en una mujercita, y tú no
debes enterarte de ciertas cosas. Y tú, Adam, ponte a leer el libro ese que trajiste de la
biblioteca hace algo más de una semana, y que aún no has empezado —mi hijo mira
hacia abajo, murmurando algo que tendrá que ver con la mala suerte que tiene porque su
madre ha recordado lo del libro de lectura. Estaré abajo en el sótano, por si me
necesitáis.

—¿Vas a limpiar?

La pregunta, un eco de lo que diría su padre, me hiere profundamente.

«¿Solo valgo para eso» —pienso.

—No, cariño, voy a andar un poco por la cinta de correr. He estado muchos días con
el pie casi inmovilizado. Necesito ponerlo a punto. Sabes que está lloviendo, así que
emplearé un rato a la rehabilitación de mi pie, caminando sobre la cinta.

Cuando miro de nuevo, Zoe y Adam ya se han marchado de la cocina. Me toca


recoger y decido apurarme para poder correr antes de que Frank regrese. Aunque dijo

que no le importaba que corriese o hiciese deporte en casa, tampoco quiero que me

recrimine que estoy buena para correr, pero no lo estoy para haber ido haciendo las
cosas con más lentitud estos días.

Termino de ducharme y Frank llega a casa, parece de muy buen humor y accede

deprisa al cuarto de baño, buscándome. Me mira de arriba abajo y sonríe de manera


pícara, parece que le gusta lo que ve. Sin hablarme, me quita la toalla de alrededor del
cuerpo y me deja desnuda delante suya. Me contempla y vuelve a sonreír. Se quita la
corbata, se desabrocha el cinturón, sus pantalones caen al suelo y se arranca la camisa.
Un rápido movimiento y sus calzoncillos están en el suelo. Alarga la mano y cierra la
puerta. Supongo que la puerta del dormitorio estará echada… los niños.

—Pero, ¿Qué…? —Trato de balbucear mientras me mete de nuevo en la ducha y me


agarra por la cintura acercándome a su cuerpo. Su miembro está dispuesto y comienza a
besarme con pasión. Frank es un hombre muy atractivo, su cuerpo está esculpido al

milímetro como una escultura griega, si es perfeccionista con todo en la vida, lo es más
aún con su cuerpo. El tiempo me ha hecho aceptar que no estamos la mismo nivel, sin
embargo algo debe ver en mí, que parece conquistarlo. Es un amante formidable y, a
veces, me rindo a su ímpeto, a pesar de todo lo demás, de todo lo malo, de lo que no me
gusta de él y de que sé que tendré que estar atada a él el resto de mi vida, de que no
estoy enamorada, pero en definitiva todos somos animales, tenemos algunas
necesidades básicas, y el sexo es una de ellas. Así que me dejo llevar como si
estuviese apunto de comerme un buen plato de comida.

Hacemos el amor bajo el agua caliente que cae en forma de lluvia durante unos

minutos, los suficientes, tantos que casi no puedo respirar cuando Frank termina de
jadear detrás de mí. Mis pezones se separan del cristal de la mampara contra el que han
estado moviéndose con frenesí hasta que Frank llegaba al orgasmo. Me enjuago y salgo
de la ducha, Frank tiene que ducharse y se queda un poco más tiempo dentro. Salgo

azorada del baño y me visto a toda prisa. Me avergüenza que los niños puedan
sospechar lo que hemos estado haciendo.

—Cariño —susurra Frank desde el baño— esto hay que repetirlo más a menudo.

Sonrío y salgo de la habitación con la bata y el pijama puestos. Hay que preparar la
cena, los chicos deben estar hambrientos. Suspiro mientras bajo las escaleras. Espero
que la demora en las cenas de esta noche no sea motivo para volver a estar de mal
humor, después de todo… ha sido su culpa. Conozco lo suficiente a mi marido… y esta
noche estará muy amable, tanto, que parecerá ser un pésimo actor que está
sobreactuando. Aunque le prefiero así, no es un rol que le pegue. En cierto modo,

cuando mis hijos lo ven así, les divierte. Aunque a mí ya no me engaña, mañana volverá
a ser el mismo cretino que tratará de hacerme la vida imposible a todas horas.
V

6 de Abril de 2016, miércoles.

Lo bueno que tiene cuando amanece el día después de haber padecido unos días de
lluvia es que todo el ambiente está purificado, limpio y dan ganas de observarlo todo
de nuevo, como si el agua pudiese renovar las cosas sencillas que tenemos a nuestro
alrededor y que vemos a diario.

Eso mismo ocurre con la arena de la playa cuando está mojada y empieza a secarse,
parece simular una sinuosa sábana de seda sobre la piel de una mujer. Al contemplar la
arena cálida y húmeda te apetece acariciarla con las yemas de las manos como si fuese
una superficie delicada y petrificada. Sin embargo, sabes que ocurre como con el
corazón de una mujer, solo debes ejercer la presión necesaria al tocarlo, o podrías
resquebrajarlo.

El penetrante olor a tierra mojada siempre me ha transportado a otra época más


primitiva, una en la que se establece una especie de comunión entre mi cuerpo y lo que

me rodea. Me siento plena, capaz de hacer cualquier cosa, tan llena de energía que
respiro profundamente y lleno de energía cada uno de los rincones de mi piel.

Admito que esta mañana me he arreglado un poco más de lo normal, es mi regreso al


sendero por donde corro, pero sobre todo es porque fue aquí dónde me encontré con
Enzo. Decir que no he imaginado más de diez veces durante los últimos días cómo sería
volver a verlo, es engañarme a mí misma. Reconozco que no recuerdo muy bien su
rostro con todo detalle, solo nos hemos visto una vez, pero sus ojos azules y los dedos
largos y proporcionados de sus manos han quedado grabados en mi retina, podría
reconocerlos de inmediato.

El ambiente es más cálido que la semana pasada, algo húmedo y cargado; pronto
llegará el verano. Decido quitarme la camiseta y correr con un top negro para no sudar
demasiado por si me encuentro con Enzo. En realidad no sé si siquiera me toparé con
él, aunque mantengo la esperanza. Cuando empiezo a correr recuerdo esa frase que mi

padre adoptivo solía decirme: «Anna, no te agobies. Si al final no consigues lo que


deseas, lo importante es el recorrido que hayas realizado hasta alcanzar esos sueños».

«¡Qué razón tenía»

Ahora, con el tiempo, me doy cuenta de la verdad que encerraban esas palabras
desechadas por mí como los pañuelos de papel que tiras después de un atracón de
llanto. Por ejemplo cuando sacaba una calificación baja, aquello era para mí el fin del
mundo; el holocausto. Tras la experiencia que me ha dado la vida, sé que eran
necedades de adolescente que jamás llegan a ningún lado, y que como decía ese
bonachón padre que me adoptó: lo importante es disfrutar el camino, ese recorrido que

no te puedes perder hasta alcanzar tus sueños; porque tal vez los sueños a veces son tan
imposibles que la vida pasa a tu lado y ni la ves. Por eso él decía que lo bueno es el
recorrido, las experiencias que vas adquiriendo mientras tratas de alcanzarlos.

A menudo, olvido esta importante enseñanza y me pierdo en los caminos secundarios


que me llevan a conseguir algo, cuando lo importante y en lo que invertimos más tiempo
es en el recorrido. Muchas veces, tras conseguir algo, yo misma me he desilusionado un
poco y me he recriminado por haber perdido tanto tiempo ignorando cosas importantes
que ocurrieron a mi alrededor durante todo ese tiempo, y de las que yo me desentendí
por pensar que la felicidad estaría justo detrás de ese sueño. Que la felicidad era

alcanzar ese objetivo, aunque al final te quedes vacío por todo lo que has ido
desechando por el camino.

Por eso, ahora disfruto con cada zancada que doy, cada pisada en la que siento como
la tierra húmeda se hunde bajo mis zapatillas de deporte y masajea las plantas de mis

pies o después de un rato las martiriza. Cómo las minúsculas gotitas de barro se pegan
a mis calcetines y cómo el sudor que cae por mi frente me recuerda el esfuerzo que
estoy haciendo. Entonces, sonrío y cierro los ojos, consciente del momento y sé que es
en este preciso instante cuando puedo ser feliz, cuando debo saborearlo, es ahora y no
después, cuando piense en las vagas sensaciones de la carrera de hoy, o mire las
calorías quemadas. Es en el camino cuando debo ser feliz, por si al final del trayecto no
te espera lo que tú habías imaginado.

Acabo mi recorrido y no hay rastro de Enzo. Apenas si me cruzo con nadie durante
todo el recorrido, tan solo una pareja de mujeres que pasea criticando a sus maridos.

Hasta que me crucé con ellas, el paraje por donde voy corriendo parece sacado de una
película apocalíptica en la que los zombis pudiesen aparecer por cualquier esquina y
devorarte. He disfrutado mucho porque de este modo nadie me ha visto, y todavía no
me siento cómoda corriendo en mallas si tengo muchos ojos puestos sobre mí.

Todo el día transcurre tranquilo, los chicos tienen actividades, pero tienen con quien
irse. Aprovecho para ordenar la casa y decido ir a dar un paseo con Buddy, sin
embargo, cuando estamos a punto de salir, una pequeña tormenta tropical nos
sorprende, así que volvemos a casa y decido leer mientras contemplo el frustrado
rostro del animal por no poder salir a dar una vuelta.

Había pensado ir hasta la Finca. Es un buen paseo y así podría comprobar que las
historietas imaginativas de Adam acerca de lo que guarda su padre allí son totalmente
infundadas. La imaginación desmedida de mi hijo se debe a las horas que pasa jugando
a videojuegos, incluso sus maestra me comentó una vez que era un niño con percepción

e imaginación superior al resto de los compañeros. Esto no quita que me pique la


curiosidad y me apetezca ir a echar un vistazo, hace bastante tiempo, meses, que no voy
por allí… Aunque no es un lugar muy acogedor, la quietud y la sensación de olvido que
transmite el paraje, siempre me ha gustado. Trato de centrarme en la lectura de Si no te
hubieras ido cuando el teléfono comienza a vibrar y me trae de nuevo al mundo real. Lo
he dejado en mi habitación, como hago siempre que leo. No me gusta tenerlo cerca
porque si lo hago, no leo. La historia del libro es muy interesante y no quiero dejar la
historia de Sara; finalmente me pica la curiosidad y voy a ver quién llama. Tengo dos
llamadas perdidas de Frank. Me deja un escueto mensaje de WhatsApp:

«Tienes que preparar algo para la cena. Después del entrenamiento he invitado a
cenar a los chicos»

Busco un “por favor” o “gracias” en el escueto mensaje, pero tras releerlo tres veces
me doy por vencida y sé que no voy a encontrarlos por ninguna parte.

«¡A la porra el buen Karma, la tarde de lectura mientras escucho llover!» —protesto
en mi interior.

Cierro el libro con enfado, apago la música a regañadientes y me olvido del


momento de disfrute personal.

«¿Una cena esta noche, con sus amigotes? No puedo creerlo» —me repito mientras

le respondo al WhatsApp con un: «vale, cariño. Saldré a comprar algo»

Le hubiese escrito los emoticonos de la calavera y una pistola detrás, pero no tengo
ganas de discusiones. Sé lo que tengo que hacer: ser la chacha. Así que no hay otra,
tengo que salir fuera, aunque esté diluviando. A veces me pregunto si no me observará

por algún lugar y aprovechará cualquier excusa para amargarme la vida.

Me arreglo con desgana pues no tengo ganas de ir conduciendo hasta el centro de la


ciudad con la lluvia, ponerme chorreando, aparcar lejos y tener que sortear las calles
con el carro del supermercado, tener que regresar echa una sopa hasta el
establecimiento, para volver a regresar al coche de nuevo y mancharlo todo de agua y
barro dentro del vehículo.

Pienso en cómo pasearé con soporífero semblante con el carrito por el

supermercado, en qué puedo preparar para cenar y en que tendré que esperar la cola de
las cajas atestadas de gente que no tienen otra cosa que hacer, que ir de compras una
tarde como esta… Todo eso debo hacerlo antes de que los niños regresen de sus
actividades. Empiezo a agobiarme yo misma mientras e pongo algo de maquillaje en la
cara.

El perro me mira con cara de pocos amigos cuando me marcho por la puerta. Le
pongo cara de lástima y le prometo por señas que volveré pronto para sacarlo, me mira
como si quisiese hacerme un corte de manga, resopla y se echa en el suelo.

Salgo a la calle con el coche y ya no llueve, por lo menos no me voy a poner

pingando, aunque todo está húmedo y muy mojado. Mientras conduzco, pienso en qué
puedo prepararles a esos locos del fútbol americano. No es muy común que Frank
invite a nadie a casa, es como su santuario. Tras pasar el día rodeado de tantas
personas, solo quiere estar conmigo y con los niños, pero a veces, le da por ofrecer su

casa y la criada que lleva incorporada, para ahorrarse alguna cena de empresa, o
compromisos sociales. No serán muchos, aunque tampoco me dijo el número de
comensales; tres o cuatro amigos como la última vez, y espero que no acaben muy tarde.
Al día siguiente Frank trabaja y debe madrugar, así que se irán pronto.

Compruebo que las cervezas están bien frías, algo primordial en una reunión de
hombres, y que la carne del asado está en su punto: ni cruda que pueda berrear, ni
chamuscada. También he preparado ensalada de patata, algunos nachos y burritos
mejicanos para que ellos mismos se los vayan haciendo a su gusto. He estado el resto

de la tarde cocinando.

Frank regresa a casa cuando estoy ayudando a Adam a acostarse. Los niños y yo
hemos cenado antes. Les hemos esperado hasta las nueve, pero el partido se habrá
retrasado, como mañana hay colegio, tienen que acostarse. Le doy un beso de buenas
noches cuando me pregunta de golpe:

—Mami, ¿eres feliz?


—¿Puede saberse a qué viene esa pregunta? —Le arropo y le remeto el edredón
debajo del colchó para que dentro de cinco minutos no esté destapado y en mitad de la

noche se ponga a toser.

—No sé, te veo casi siempre triste. Además, cuando viene papá te portas
diferente…

—¿Cómo, diferente?

—Sí, está más nerviosa y te enfadas más pronto con nosotros —dice abriendo bien
los ojos, esperando una respuesta convincente.

—Bueno cariño, eso no significa que no sea feliz. Solo que tu padre es un poco
especial y no quiero estar todo el día de pelea con él. Tal vez me agobio demasiado
para que todo vaya bien y no cometer ningún error, eso hace que en ocasiones lo pague
con vosotros; tenéis que perdonarme, ¿vale? Trataré de evitarlo de ahora en adelante.

—¿Y le quieres? —Vuelve a preguntar. No sé que mosca le ha picado. Debo zanjar


pronto este interrogatorio o Frank empezará a ponerse nervioso abajo, sin saber qué

van a comer sus amigotes.

Me quedo pensando la respuesta unos segundos y se sumerge debajo del edredón,


como si no le hiciese falta respuesta alguna.

—Anda, duérmete, que mañana hay cole y además tienes examen de matemáticas.
¡Qué descanses!

—Tú también mamá. ¡Te quiero!

—¡Lo sé, mi vida! Yo a ti también, ¡mucho!


Mientras ando de puntillas hacia el dormitorio de Zoe para recordarle que a las
nueve y media debe apagar el ordenador y dormirse, pienso en las palabras de mi hijo.

Él intuye que no soy feliz, que cada día es una losa sobre mi cabeza, pero…

«¿Qué puedo hacer? Estoy sola, sola como nunca deseé estar y como creo que no me
merezco...»

No soy mala persona, y no entiendo el por qué tanto mis verdaderos padres, como

mis padres adoptivos me han dado de lado. Los primeros desconozco porqué lo
hicieron. A los segundos no puedo culparlos, fue mi error. Los conocía y sabía cuál era
la línea infranqueable, y la traspasé… No sé si aún tengo una abuela o quizás un
familiar que quiera verme para darme cariño y algo de cobijo…

Sacudo la cabeza y borro las fantasías de niña adoptada, solo los tengo a ellos dos:
mis hijos, y por ellos tengo que seguir luchando como cada puñetero día hago
conviviendo con Frank.

—¡Anna! —Llama Frank desde el salón— ya estamos aquí, ¡tráenos unas cervezas,

anda, guapa!

—¡De acuerdo! —digo llegando a la cocina.

Por un momento pensé que diría: «Cariño, no he podido parar de pensar en ti todo el
día, ¡qué bien huele! ¿Has preparado uno de esos platos mejicanos que tanto me
gustan?»

Sonrío ante la ironía de mis pensamientos y el gran abismo que existe con la cruda
realidad. Me agobio y me resigno en el mismo instante ante mi situación.
Cuando llego al salón, veo tres figuras sentadas en el sofá. Una de ellas es Frank, la
otra es David, de su oficina y la tercera no la reconozco, debe ser alguien nuevo.

—¡Hola! Aquí tenéis —Les saludo y sonrío; como si servirles después del día tan
interminable que he sufrido en mis carnes, fuese lo más maravilloso del mundo.
Aquello por lo que he estado esperando cada minuto del reloj, que me empujaba a
llegar tarde a todos lados y hacer mil cosas a la vez para que todo estuviese a punto.

—¡Hombre, mi mujercita! Gracias, Anna. Te presento a quienes me acompañan:


David, que ya conoces de la oficina y te presento al nuevo del equipo…

La tercera silueta se da la vuelta para saludarme, cuando lo hace, casi dejo caer la
bandeja con las cervezas y el plato de guacamole sobre la alfombra; habiendo
provocado un gran estropicio que me hubiese tocado recoger, tal vez por eso mantengo
firme mi muñeca y controlo mi sorpresa. Me tiemblan las piernas, los vasos tintinean en
la bandeja y no soy capaz de emitir vocablo alguno. El rostro de la persona que se gira
al verme se queda perplejo también, sin embargo, sonríe ante la sorpresa de verme en
esta casa.

—…Este es Enzo… —permanezco en silencio sin poder apartar la mirada— pero


mujer, saluda, no te quedes ahí pasmada… es guapo, pero podías disimular un poco.

David y él ríen al ver mi reacción. Enzo, el atractivo corredor con el que llevo
soñando varios días, el que me ha rescatado varias veces de la asfixiante regularidad
de mi vida, está plantado en mitad del salón y se acerca para darme dos besos en las
mejillas. Le saludo con timidez y deseo marcharme de aquí antes de que pueda dirigirse
a mí o me reconozca. Enzo abre los ojos de par en par al verme tan cerca y, entonces, sé
que me ha reconocido. Solo espero que no le diga a Frank nada acerca de nuestro
encuentro en el paseo mientras corría. De lo contrario, estoy muerta.

—¡Hola! Sí, creo que nos conocemos… —enuncia alegre e ingenuo. A pesar de que
estoy a punto de que mi engaño a Frank sea revelado, no puedo dejar de pensar en otra
cosa que no sean sus ojos del color del cielo uno de esos días en que te alegras de estar
viva, y contemplas maravillada su inmensidad; sabiendo que nunca serás capaz de

toparte con el final.

El silencio inunda la estancia y casi puedo escuchar el sonido de la pelota


atravesando el campo de fútbol americano que están televisando. Frank gira la cabeza
extrañado, como a cámara lenta.

—Enzo, solo lleva aquí unas semanas, es imposible que conozcas a mi esposa.
Anna, Enzo es el nuevo monitor del gimnasio y el tío juega al fútbol de maravilla,
deberías verlo corriendo por el campo.

—Sí, en serio, creo que sí la conozco. Un día nos topamos… ¿corriendo? ¿no? —

pregunta extrañado ante mi cara de póker.

Medito en pocos segundos si debo callarme y dejarlo por mentiroso delante de los
demás, o decir la verdad y apoyar su teoría. Por un lado, me siento alagada que me haya
reconocido con tanta facilidad, eso puede significar que algo de huella le he dejado…
por otra parte, no quiero mirar el rostro de Frank cuando estoy apunto de admitir que le
he mentido. Recuerdo que al principio, cuando nos conocimos, me dejó muy claro que
odiaba la gente que mentía, que lo entendía todo, menos la mentira.
Aún así, mi subconsciente toma vida propia y admite que sí le conozco y noto como
una tormenta eléctrica se cierne sobre la estancia.

—Sí, bueno, yo iba más bien paseando… —admito, llevándome la mano derecha a
la boca para tapármela y no continuar hablando.

—Bueno, difiero un poco. A pesar de que no ibas corriendo a una gran velocidad,
llevabas una buena marcha trotando, lástima lo del tobillo…

Los ojos de Frank se agrandan más y aprieta la mandíbula, eleva una ceja y me mira
inquisitoriamente. Ya no hay escapatoria. Noto cómo el calor de mi vergüenza va
ascendiendo desde el cuello hasta las mejillas. De repente, siento mucho calor y
necesito salir de esa habitación.

—Bueno, eh… gracias, debo volver a la cocina o el asado va a quemarse…

Me retiro sin cruzar mirada con mi marido y huyo hacia la cocina. Necesito respirar,
casi me ahogo.

Al cabo de un par de minutos, Frank entra en la cocina, supuestamente a ayudarme.

—Te lo tenías muy callado, ¿no?

—¿Cómo dices? —Respondo sin siquiera mirarle.

Se acerca a mí y me levanta la cara sujetándome la barbilla con su manaza.

—¿Cómo me contaste que te habías torcido el tobillo… un accidente doméstico? Te


fuiste a correr… ¿Creía que había quedado claro que no te irías por ahí a corretear
como una cualquiera calienta braguetas en mallas ajustadas…?
—¡Ah, eso! No, Frank. Solo fue ese día, una locura de Susan, ya la conoces… me
rogó hasta que tuve que acceder a acompañarla, puede ser muy convincente, créeme…

—¿Por eso me mentiste? ¡Por la zorra de tu amiga! —grita— ¡y lo del esguince


también era mentira…! ¿Cuántas cosas más me ocultas…? ¡Dime! ¿CUÁNTAS?

Frank alza la mano, fuera de sí, justo cuando Enzo entra en la cocina y presencia la
escena. Frank retrocede y me sonríe como si estuviésemos bromeando. Agarra a Enzo

del brazo para llevárselo fuera de la cocina. Enzo me mira extrañado, comprende que
ha metido la pata, su última mirada parece una disculpa.

—Siento que me hayas visto así, tío. No soy violento, en serio —sonríe nervioso—
pero no me gusta que mi esposa me mienta, y ya habíamos hablado de lo del tema de
salir a correr, ¿sabes? Está algo delicada de salud y… bueno, los médicos no le
aconsejan correr por lo del asma.

—Comprendo, pero no es para que te pongas así, tío. No hay nada malo en salir a
hacer lago de deporte, a pesar de su enfermedad… conozco a muchos asmáticos que

pueden hacer algo de deporte moderado. —dice Enzo, pero por su voz parece no creer
un ápice de lo que Frank le cuenta.

Escucho las mentiras que Frank le cuenta a Enzo en el pasillo y siento ganas de salir
ahí y decirle que todo es mentira; que mi marido es un hijo de puta, controlador y
machista que no me deja salir a correr por si algún tipo babea contemplando mis
proporcionadas curvas, que él mismo retroalimenta prohibiéndome salir a hacer
ejercicio para que así nadie puede fijarse en mí. Siento que lo ha vuelto a hacer, acaba
de romper mi castillo de naipes, la nueva ilusión que me había creado para escapar de
sus cadenas de oro. Esas que me atan a él desde hace ya demasiados años. No obstante,
a pesar de la rabia que siento, sé que lo peor vendrá después, cuando nos quedemos a

solas.

Pienso en toda la gente que me conoce en Lighthouse Point y no hay muchas, la


verdad. La mujer del nuevo alcalde es una verdadera desconocida. En la prensa local
me describieron como una honrada ama de casa y madre de familia… haciéndome

sentir un fantasma en un lujoso castillo del que no puede escapar.

—Ya, tal vez me he puesto nervioso, no me gusta que me mientan, no lo soporto. En


mi trabajo la confianza es algo básico, y eso mismo lo traslado a la vida familiar,
¿comprendes?

—Sí, pero no debería preocuparte tanto por eso, Frank, no tiene importancia. Tu
mujer no hacía nada malo, solo estaba estirando las piernas. No hay más —le dice
echándole el brazo por encima para calmarlo.

—Sí, sí, dejémoslo estar y disfrutemos de la cena; aunque para mí, sí tiene

importancia… siento haber perdido los nervios delante de ti.

—De acuerdo, pero creo que no es conmigo con quien debes disculparte… —aclara
Enzo levantando las cejas y señalando hacia la cocina.

Se alejan hasta el salón. Siento un nudo en el estómago que me ahoga y casi no


puedo respirar. Nunca había visto a Frank tan enfadado delante de un desconocido…
me temo lo peor y empiezo a pensar en cuando no estén sus invitados delante, deseo que
esos hombres no se marchen nunca. Me espera una larga madrugada escuchando su
sermón sobre la confianza y las mentiras. Me da tanta pereza que siento ganas de coger
el coche y conducir hasta que se acabe la carretera o amanezca, y se tenga que marchar

al trabajo.

Durante toda la cena, Frank no me dirige la palabra, casi no me mira y yo casi no


pruebo bocado. Solo nosotros tres sabemos lo que ha sucedido, pero en el aire se palpa
que algo no está bien. Los invitados, incómodos, se marchan muy pronto, ni siquiera

terminan de ver el partido, alegan que al día siguiente deben madrugar. Agradecen la
cena que les he preparado y me felicitan porque todo estaba delicioso. Cuando Frank
los despide en la puerta, regresa a la cocina donde yo estoy terminando de cargar el
lavavajillas y me coge del cuello hecho una furia.

—¡Qué sea la última vez que me dejas en ridículo delante de nadie! ¿Entendido? —
grita con los ojos inyectados en sangre. Nunca lo he visto así.

Casi no puedo respirar, mucho menos hablar. Su rostro está amoratado de la rabia.
Trato de balbucear algunas palabras pero de repente siento miedo. Miedo de mi propio
marido, la persona que ha dormido conmigo los últimos doce años, el que se supone

debe protegerte de todo y velar por cuidarte…

—¡Se acabó lo de correr! ¿Me entiendes? Si vuelvo a enterarme de que me


desobedeces… No sé de qué seré capaz… —Grita en mi cara, escupiendo las palabras
y la saliva que cae sobre mi rostro, borrando de un plumazo el poco cariño que pudiera
haberle tenido tras los largos años de matrimonio.

Me dispongo a hablar, pero la tos seca, producida por la falta de aire, me impide
decir nada. Balbuceo y agacho la cabeza para tratar de respirar mejor. Entonces, me
coge del pelo y tira de mí hacia atrás, de golpe. Escucho que algo cruje en mi cuello,
será alguna vértebra cervical que se ha movido a causa del tironazo. Tengo miedo y me

siento una porquería, menos que nada.

—¿Has entendido? ¿No vas a hablar? —no le contesto del pánico y levanta el brazo
dejando caer su mano sobre mi rostro. Todo se vuelve negro y mis párpados casi no
tienen tiempo de cerrarse cuando caigo al suelo del bofetón. Dejo de escuchar por el

oído izquierdo, el pitido que le sigue al dolor es continuo y el mareo que siento al caer
me impide ver su rostro, pero puedo escucharlo por el otro oído.

—¡Eres patética, eres como todas…! ¡Mírate, si hasta te has meado encima! —
sonríe y se marcha al salón.

Me quedo paralizada, en estado de shock, no solo por sus palabras, o la agresión


que acaba de hacerme. Lo que me ha petrificado es su sonrisa al verme en el estado en
que me encontraba, su falta de sentimientos es lo que me aterra. No ha mostrado ningún
arrepentimiento.

No me atrevo a moverme. Al cabo de unos cinco minuto, me levanto poco a poco,


tan lentamente que no me parece que me esté moviendo. No quiero hacer ningún ruido,
deseo ser invisible o desaparecer de aquí. Cuando estoy de pie, giro la cabeza y veo mi
reflejo en el microondas de la cocina. El lado izquierdo de la cara está enrojecido, el
ojo y la oreja empiezan a hincharse… no me atrevo a llorar por si me escucha y
regresa. La vergüenza por si alguien me viese en este estado y el asco que me doy al
comprobar que realmente me he orinado encima por el miedo, me impiden caminar.
Cuando le escucho apagar la televisión e irse al dormitorio, me muevo. Como un
aterrorizado ratoncillo avanzo por la cocina, con miedo de que el gato vuelva a
aparecer. Abro el congelador y busco una de esas bolsas que compré para los golpes de

los chicos. Mientras la busco, rompo a llorar. No entiendo bien qué ha ocurrido, solo sé
que esto es un punto de no retorno en mi relación, en mi vida.

Hasta ahora solo se había atrevido a gritarme, amenazarme o darme un pequeño


empujón, pero lo de esta noche ha superado mis peores temores. Frank siempre ha sido

algo agresivo. Lo es en su vida profesional, en el día a día, así que en casa también lo
es sobre todo en su manera de hablar y sus modales, sin embargo, jamás me había
puesto una mano encima.

Vienen a mi mente tantos testimonios de mujeres maltratadas que acuden a programas


de televisión que me siento algo confusa. Entierro mi rostro entre las manos porque me
da miedo incluso cruzar la puerta de la cocina. Lloro y vierto en mis lágrimas la
desesperación de no poder huir a ningún lugar, de no poder hacer frente a la situación.
Nunca he querido el conflicto, jamás he buscado el enfrentamiento, pero esto ya ha sido
demasiado. Frank ha ido demasiado lejos.

De pronto, noto una mano sobre mi cabeza. Me sobresalto porque pienso que es
Frank, pero entonces noto que es más pequeña y está fría. Esto me asusta aún más y
levanto el rostro. No veo a nadie y me alejo con rapidez. Miro por todas partes y no hay
nadie más. Estoy sola, como siempre. Entonces recuerdo las palabras escritas en el
cristal por la noche como si hubiesen sido un sueño que quise olvidar, y siento un
escalofrío. Me marcho de la cocina temblando. Necesito asearme y descansar, no
pensar en nada, o me volveré loca. Miro hacia atrás para apagar la luz de la cocina y
cuando lo hago, me parece ver el rostro distorsionado de una mujer reflejada en el
cristal de la ventana. Ahogo un grito de miedo y me apresuro a encender el interruptor

de la luz de nuevo. La luz no arroja duda alguna, no hay nadie ni detrás, ni delante del
cristal.

Subo las escaleras hacia mi dormitorio sin hacer ruido, no quiero que los chicos me
vean así. No sabría cómo explicarlo. Por otra parte, no sé qué acaba de pasar en la

cocina. Sé lo que he visto, pero me digo que tal vez sea un mecanismo de defensa para
sobrevivir y no salir despavorida de mi casa, como si hubiese alguien más conmigo.
Entro en el baño, y mientras me refresco el rostro, tengo un presentimiento, aunque
parezca una locura: tal vez no estoy tan sola como creo.
VI

11 de Abril de 2016, lunes.

Existen momentos en la vida de una persona en la que debe elegir qué sendero será
el que dirigirá sus pasos. Instantes de nitidez mental y espiritual que te hacen girar hacia
la derecha o hacia la izquierda, detenerte o avanzar, saltarte al vacío o esconderte para
siempre. Estos últimos cuatro días me han servido para lavar mi vergüenza en casa,

como hacían las mujeres de no hace tanto, y para poner orden en mi cabeza y evitar
volverme loca. Mi situación es bastante complicada, lo he analizado por todos lados,
pero si sé jugar mis cartas, podré seguir con mi vida de una manera medianamente
digna y tranquila.

Mi hija mayor, aún no se cree que uno de los amigos de su padre me golpeó con la
puerta de la nevera cuando buscaba una cerveza. Adam si lo creyó, pues es más
pequeño y como varón, tiene menos intuición que su hermana. A Zoe tuve que
prometerle que su padre no me había pegado. Me siento mal por haberle mentido, pero

no puedo permitir que se enfrente a Frank, ella no. Puedo soportar todo el dolor físico y
mental sobre mi persona, pero no, sobre mis hijos. De contarle la verdad, sé que se
pondrá de mi lado y Frank no se lo perdonará, cargará todos sus enfados contra ella en
vez de contra mí.

Susan me ha llamado varias veces, pero no quería salir de casa, además Frank no
quiere no escuchar su nombre todavía, como si ella fuese la culpable de que yo quiera
vivir la vida como una persona normal, no como una esclava. Un día le cogí el teléfono
y le respondí que estaba enferma y no podíamos quedar, un virus me obligaba a guardar
reposo. Fran envió al chófer del que dispone como alcalde para acercar a los niños a

sus actividades, realizar la compra y varias cosas más. Él tampoco quería que nadie me
viese con un ojo morado. La mujer del alcalde maltratada… ese tipo de escándalos
cuestan alcaldías y puestos de trabajo. Así que se ha preocupado muy mucho de que
nadie sepa nada, ni de que nadie me vea después de haberme maltratado.

Parece arrepentido. Anoche me pidió perdón y entonces jugué mis cartas.

—Si quieres que te perdone, debes prometerme algo…

—Dime, Anna, lo que quieras… —dijo con desesperación— lo siento, tanto. Perdí
los papeles. Sé que no es excusa pero…

—Me dejarás que siga viendo a Susan, es la única amiga que tengo. Segundo, voy a
seguir corriendo…

—¿Cómo? Creí que había quedado…

—Sí, me quedó claro, muy claro. No quieres que haga deporte por la calle de día.

Yo te prometo que correré de noche, o más bien tan temprano que nadie me verá, ni
siquiera tú notarás que falto de tu lado en la cama.

—O si no…

—O si no, le contaré a todo le mundo lo que me hiciste, pondré una denuncia y


acabaré con tu vida política… —mientras le reto, la voz empieza a temblarme, pero lo
controlo mordiéndome el labio inferior. Espero que vuelva a pegarme, así que todo mi
cuerpo se pone en tensión, por si recibo algún golpe.
Frank se queda pensativo y después sonríe. Parece gustarle la nueva Anna.

—¿Crees que me das miedo? ¿Qué estás en posición de chantajearme? ¿Quién te

creería? —mira mi rostro y comprueba que ya no queda rastro del hematoma. Solo yo
sé que el oído sigue doliéndome y escucho un zumbido cuando me tumbo.

—Tal vez a mí nadie… —sonrío y le cojo de la mano para que me acompañe hasta
la cocina— Mira por la ventana y dime qué ves…

Frank parece del todo descolocado. Observa la ventana, pero no ve más allá del
cristal de seguridad.

—Ahora, es de día, y la claridad del exterior no te permite ver fuera al jardín, sin
embargo, de noche, con la luz encendida de la cocina, se nos puede ver muy bien desde
fuera…

Frank ata cabos y mira directamente a la esquina superior de la ventana. La abro, y


descubro la cámara de seguridad del jardín que apunta directamente hacia la cocina.
Frank colocó ese sistema de video vigilancia unos meses atrás para que estuviésemos

más seguros. Pero su sistema se ha vuelto contra él, y la noche que me golpeó grabó
perfectamente la agresión.

Al principio no caí en la cuenta, al igual que no lo hizo él, pues habría borrado las
grabaciones. Sin embargo, el jueves recordé el rostro difuminado de la mujer sobre la
parte superior de la ventana. Me acerqué para comprobar si era una mancha o un borrón
en el cristal que se hubiese reflejado. Comprobé que el cristal estaba limpio. Así que
miré hacia el exterior buscando algo que hubiese podido reflejar lo que a mí me
pareció un rostro de mujer, entonces vi la cámara y sonreí agradecida a esa especie de
reflejo casual por proporcionarme un salvavidas para usar contra Frank.

—Anna, has sido muy astuta… ciertamente no lo esperaba de ti. Me has sorprendido
—vuelve a sonreír de manera socarrona— ¡dame la grabación! —me pide borrando la
sonrisa de suficiencia de su rostro.

—Ya no la tengo. Está guardada en un lugar con instrucciones bien claras… me ha

venido muy bien tu chófer, es muy eficiente haciendo recados.

—¿Cómo? ¿Te estás quedando conmigo? No eres tan lista, no eres capaz ni de…

—Frank, nunca subestimes a una mujer cuando está acorralada. Tal vez a ti te
parezca una idiota sin recursos, pero vuelvo a repetirte que soy una persona muy
capaz…

—Sí, como cuando te encontré hace años en ese motel de mierda…

ignoro el comentario y continúo hablando, pretende achantarme, pero no le dejo que


siga por ahí.

—Frank, te lo digo en serio. Si vuelves a ponerme la mano encima, alguien


publicará ese video y puedes despedirte de todo por lo que has luchado. Se enterarán
en tu partido, en la oposición y todos tus votantes pedirán tu dimisión, aparte, la fiscalía
te acusará por malos tratos, podrías enfrentarte a penas de hasta tres años, perder la
casa y la custodia de tus hijos, tendrías una orden de alejamiento… pero si me das tu
palabra de que jamás volverás a tocarme, te prometo que jamás lo usaré en tu contra.

Mastica un momento todo lo que le he dicho y de lo que me he informado a través de


un bufete de abogados por internet unos instantes.

—Muy bien… como quieras, si ese es el juego que quieres jugar… —sonríe,

acercándose a mí— ¿sabes qué? Descubrir que no eres tan tonta del todo me ha puesto
cachondo.

—No estoy jugando, Frank. No te acerques o…

—¿O qué? ¿Vas a llamar a la policía? ¿Al sheriff que yo pago todos los meses con la

nómina del ayuntamiento? O a nuestro abogado, que también pago yo.

Cojo un cuchillo que está en la encimera de la cocina y le presiono la entrepierna.

—No me obligues a clavártelo…

Frank se separa de mí y con un rápido movimiento me quita el cuchillo, me da la


vuelta y lo coloca sobre mi cuello, demostrando su maestría y superioridad.

—¿Ves qué fácil sería acabar contigo…?

Siento que el corazón me late con mucha rapidez, la yugular palpita ante la presión

del cuchillo sobre mi piel. Vuelvo a sentir pánico y trato de respirar hondo para
recomponerme. Una lágrima escapa rodando por mi mejilla derecha, quiero que se
detenga, pero continúa su camino hasta el suelo. Ahora pienso que he sido una estúpida
al pensar que podría doblegar a Frank. Esto se ha ido de madre, no le reconozco, y
ahora no sé cómo salir de esta situación.

Como si leyese mi pensamiento y se apiadase de mis temblores y mi miedo, me


suelta y tira el cuchillo al suelo. Se aleja y sonríe.
—Mi vida, ¿ves cómo no quiero volver a hacerte daño…? Te-Res-pe-to —dice
separando las sílabas— ¡ah! Si quieres correr de noche, por mí, vale; pero asegúrate

que aprendes algo de defensa personal. No quiero que a esas horas te encuentres con
cualquier desgraciado y el cuerpo de mi preciosa mujercita aparezca tirado en una
cuneta desmembrado. Los niños no lo soportarían.

Se aleja y me lanza un beso envenenado. Aparto la cara con asco y me agarro a la

encimera para evitar caerme al suelo, mi cuerpo se tambalea después de tanta tensión.
Respiro aliviada. Parece que en algo me he salido con la mía. Aunque todavía no sé a
qué precio… Cada día que pasa, estoy más convencida de que Frank es otra persona
diferente a la que conocí, o que tal vez nunca lo he llegado a conocer del todo,
seguramente porque no me ha interesado hacerlo.

La semana transcurre con desconcertante tranquilidad. Frank parece divertido ante


mi reacción a su agresión. Me llama a menudo, a pesar de saber que no quiero hablar
con él. No dormimos en la misma habitación, pero todas las noches me recuerda cuánto

me hecha de menos en la cama y cómo se le está agotando la paciencia. No descanso


bien, tengo pesadillas en las que Frank trata de forzarme o me golpea de nuevo.
Finalmente consigo comprar un pestillo en la ferretería Aguilera y como puedo, lo
coloco en la habitación de invitados. No es lago infalible, pero al menos me siento más
segura. Sé que una noche no despertaré y lo encontraré ahí plantado en silencio,
mirándome mientras duermo.

Frank guarda las distancias. Eso está bien, aunque la situación es muy patética, no sé
cuánto tiempo podremos mantener esta situación. Yo no pienso ceder y sé que él
tampoco lo hará. Debe darse cuenta de que si quiere que nuestro matrimonio vuelva a

ser normal, debe reconsiderar su actitud machista y posesiva hacia mí.

—Mañana salgo de viaje a Boston. Hay una conferencia de alcaldes de mi partido y


estaré fuera tres días —dice mientras se acerca por detrás. Yo estoy removiendo el
salteado de verduras que estoy cocinando. Me pongo tensa, suelto la mano de la sartén

y agarro la espumadera con fuerza por si intenta algo—. No te pongas a la defensiva.


Sabes que tocarte sería lo último que volvería a hacer en esta vida. Quiero que
recapacitemos durante estos días que voy a estar fuera. Anna, —se acerca hasta que
toca mi rostro con sus manos, retiro la cara sin poder evitarlo— lo siento de veras.
Quiero que volvamos a ser los de antes, una familia normal. Solo he cometido un
error… deseo verte durmiendo a mi lado cuando regrese. Tómate este tiempo para
pensar. Haz lo que quieras: corre, descansa, sal con Susan… Te prometo que el Frank
celoso y posesivo ha desaparecido.

—No te creo… ya llevamos juntos muchos años y te conozco. No eres del todo

sincero. Solo quieres quedar bien, que te perdone y poco a poco regresar al infierno en
que me has tenido. Además, me pegaste…

—Lo sé, es difícil perdonar algo así. Solo te pido que no me odies por siempre.
Algún día curaré esa herida con cariño y comprensión, te lo prometo.

Se acerca más a mí y me besa en la frente. No cierro los ojos, no me fio de él, sin
embargo parece sincero y quito uno de los muros que he levantado entre nosotros. Es
cierto que el antiguo Frank jamás me habría dicho esas cosas, ni me habría pedido
perdón.

—Ya veremos, Frank. Estoy confusa y además ya no confío en ti. Siento miedo de

que puedas volver a pegarme. Sabes que no toleraré que me vuelvas a poner la mano
encima, lo sabes, ¿verdad?

—Sí, lo sé. Ya te he dicho que no volverá a ocurrir, ¿no me crees? —dice subiendo
el tono. Sé que su límite de humildad es este, así que no fuerzo la situación más.

—¡Mami! ¿Está lista la cena? —pregunta Zoe masticando chicle y buscando debajo
de las cacerolas.

—Sí, en un minuto, ¿Por qué no vais poniendo la mesa? —le sugiero y remuevo las
verduras que empiezan a asentarse.

—De acuerdo. Papá, me ha dicho Adam que mañana te vas de viaje a Boston…

—Sí, así es. Os vais a librar de mí unos días. ¿Me echarás de menos?

—No seas tonto. Es que necesito que me comprases algo de allí.

—Sí, no hay problema, lo que necesites.

—Vale, pongo la mesa y te lo digo.

—¿No me puedo enterar yo? —pregunto medio mosca. Sé que quiere un móvil nuevo
y seguro que se lo va a pedir a Frank.

—No, mamá. Es un secreto entre padre e hija —sonríe y sale corriendo con el
mantel hacia el salón.

—No le compres un móvil nuevo, por favor. Se está volviendo un poco descuidada y
no le da valor a las cosas.

—Es normal, es joven. Ya es casi una mujercita. Además, su padre es el alcalde,

¿no? ¿No querrás que vaya al instituto con ese ladrillo antiguo?

—Ya es más de lo que yo tuve a su edad…

—Eran otros tiempos, Anna.

—¿Qué insinúas? No hace tanto tiempo de eso. Solo tengo treinta y cuatro años…

—Cierto, el viejales soy yo. —Sonríe y se marcha fuera con los chicos. Estoy segura
de que Zoe le sacará un móvil nuevo.

Cuando Frank es encantador lo es mucho, pero cuando es gilipollas es el peor del


mundo. Por suerte tengo setenta y dos horas para pensar qué hacer con mi vida.
VII

18 de Abril de 2016, lunes.

El autobús recoge a los chicos y tengo esa sensación de felicidad y libertad que
durará hasta que regresen, no porque no quiera que estén conmigo, pero las madres
entenderán lo que digo. Necesito mi espacio, un tiempo en que deje de ser “la mamá

de” o “la mujer de” y sea simplemente Anna.

El día está despejado y por primera vez desde que tuve la pelea con Frank puedo
salir a correr con libertad y a plena luz del día. Los colores de las cosas, los árboles, la
gente, todo me parece que tiene otros colores que no he apreciado cuando he corrido de
noche o muy temprano. Como si les hubiesen pasado un filtro de alguna aplicación de
móvil. Todo parece más brillante, más vibrante. Tal vez sea yo, que miro las cosas sin
el miedo a ser descubierta.

El sol de Miami acaricia mi rostro y subo la música de la playlist. Me apetece

correr más de seis o siete kilómetros, hasta que cuerpo aguante, sonrío. Decido correr
hacia el malecón. Por primera vez lo recorro con la cabeza descubierta, tan solo una
cinta color fucsia sujeta mi pelo y pronto empiezo a sudar. El top negro me sienta mejor
que hace un mes. Estoy más delgada, ahora peso cinco kilos menos, casi por debajo de
los setenta. Estoy tan satisfecha de mí misma que enseguida recorro ocho kilómetros y
casi no noto cansancio. A pesar de encontrarme bien, un kilómetro más tarde, decido
detenerme a beber algo de agua de las botellitas que cuelgan de mi cinturón de runner.
Me llevo una a la boca y está vacía. Pruebo con con la segunda y obtengo el mismo
resultado. Ahora recuerdo que la última vez que salí a correr las gasté y he olvidado
rellenarlas. Busco una fuente donde poder conseguir agua y la veo al fondo, junto a la

playa una ducha.

Me acerco más y compruebo que hay un gran revuelo en la playa, junto a los
acantilados. Está la policía, los guardacostas y el sheriff. Más abajo observo una
ambulancia y el personal sanitario sobre lo que parece un cuerpo tirado en la arena,

inmóvil y bocabajo, se encuentra cerca de los acantilados. Me acerco más para ver
mejor y olvido que estoy allí para llenar la botella de agua. La morbosa curiosidad del
ser humano se apodera de mí, y me hace olvidar la incipiente sed que hace unos
instantes me azotaba.

Me escondo detrás de unas palmeras, no quiero parecer una de esas curiosas cotillas
que pretenden enterarse de todo, aunque en el fondo siento un poco de subidón al estar
ahí escondida, a sabiendas de que desde ahí no voy a poder enterarme de nada. Me fijo
mejor y descubro que parece ser el cuerpo es de una mujer. Su pelo se arremolina cerca
de las olas que lo acarician cada vez que llegan a la orilla. La marea está subiendo, si

no hubiesen descubierto el cadáver, pronto será engullido por el océano. El cuerpo


muestra magulladuras y aparece casi desnudo, tan solo unos jirones de ropas cubren el
amoratado cadáver. Siento pudor por la mujer que ahora está siendo observada por
tantas personas sin que nadie haga nada por cubrirlo, como si la muerta pudiese sentir
vergüenza o alguna. Giran el cuerpo y un par de cangrejos salen despavoridos de una
tremenda herida en el costado. Me tapo la boca para ahogar una arcada. El cuerpo debe
haberse golpeado contra las rocas al caer desde cierta altura. Reprimo otra arcada y me
digo a mí misma que mi morbosa condición ya ha tenido suficiente. Ya me enteraré de
más detalles por alguno de los periodistas que se muestran ansiosos de atravesar el

cordón policial para enviar la última hora a sus noticieros.

Deshago mis pasos para no despertar sospecha en la policía. No sé qué ha pasado,


pero si se trata de un asesinato, podrían pensar que tengo algo que ver…

«¿No dicen que el asesino siempre regresa a la escena del crimen?» —sonrío ante la

descabellada idea. Camino de espaldas y entonces choco con alguien que me tapa la
boca. Ahogo un grito en sus manos, la sangre se me hiela y pienso que tal vez sea el
asesino que estaba, como yo, observando su obra. Pienso en que he sido una idiota y en
que debía haberme alejado de ese lugar en cuanto descubrí la escena del crimen.

—¡Shhh! ¡Cállese o la descubrirán husmeando por aquí! No voy a hacerle daño. Voy
a soltarla, cuando lo haga, no grite o nos pondrá a los dos en un aprieto ¿de acuerdo?

Asiento con la cabeza y poco a poco unos fuertes brazos me liberan. Me doy la
vuelta, y me topo de nuevo con la inmensidad del océano, esta vez, dentro de los ojos

de Enzo.

—Pero… ¿Tú? —pregunto sorprendida.

—¿Anna? —sonríe al reconocerme— ¿Eres tú? Pero… ¿Qué diablos hace aquí? —
pregunta también extrañado. Le miro y veo que lleva la camiseta un poco sudada, ha
estado corriendo, como yo. Solo que él lo lleva con más dignidad, yo estoy chorreando.

—Estaba, esto, eh… corriendo, estaba corriendo, me quedé sin agua…¿y tú?

—Yo también.
—¿Has visto el revuelo que se ha montado…?

—Sí, por lo visto han descubierto el cuerpo de una muchacha, creo que es de aquí,

de Lighthouse Point.

—No puedo creerlo. ¿Sabes quién es? —pregunto angustiada. Espero no conocerla.

—No. No creo que lo sepa ni la policía aún. El cuerpo no lleva documentación,


supongo que tendrán que hacerle la autopsia.

—¿Qué haces por aquí, estabas corriendo? —Le pregunto, mirándolo de reojo.

—Yo iba corriendo por encima de los acantilados y he escuchado a una pareja de
muchachas llorando, estaban muy nerviosas, así que me he acercado por si necesitaban
ayuda. Ellas me han señalado el cuerpo. Ya habían llamado a la policía, pero me he
esperado con ellas para no dejarlas solas hasta que han llegado los agentes. Les han
tomado declaración y ya me marchaba cuando he visto algo merodeando detrás de las
palmeras. No sabía si podía ser…

—¿El asesino? —interrumpo bromeando, algo que llevaba tiempo sin hacer…

Reímos a la vez, y descargamos toda la tensión del momento.

—Bobadas, anda, te acompaño de vuelta hasta la ciudad; no puedo dejar que vayas
sola después de lo que ha pasado.

En otras circunstancias le hubiese dicho que no hacía falta, pero entonces recuerdo
las palabras de Frank: «haz todo lo que te apetezca, disfruta de estos días sin mí…»

—De acuerdo… Enzo, ¿no?


—Sí, Anna. Olvidas muy pronto los nombres… Yo, en cambio, el tuyo lo recuerdo
desde nuestro primer encuentro, cuando te caíste —sonríe.

—Estás de broma, ¿no?… —Me río como una boba. No puedo evitarlo, es tan alto y
atractivo que corta la respiración. Es todo un caballero, parece que venga de una buena
familia que debe haberle educado bien.

—Para nada, no bromeo con ciertas cosas… suelo recordar aquello que no merece

la pena olvidar.

Comenzamos a caminar de regreso a Lighthouse Point, sus largas piernas le permiten


ir siempre un paso por delante de mí, así que cada vez que me retraso, miro de reojo
sus nalgas, tan firmes que siento ganas de tocarlas. Su apolínea espalda sube hasta unos
hombros anchos y poderosos que duplican mi envergadura. Lleva el pelo corto, pero
algo más largo por delante, dejando que algún mechón de su flequillo rubio le dé un
aire juvenil y travieso cuando le cae por la frente. La ceñida camiseta permite que sus
abdominales se reflejen por debajo del tejido transpirable, no tiene mangas, así que sus
colosales bíceps aparecen a cada movimiento que realiza al caminar. Se mueve como

un adolescente, casi como un joven que no se da cuenta que es capaz de hipnotizar a


todas las mujeres que pasan a su alrededor. Es guapo, realmente muy guapo, pero a
medida que hablo más con él su belleza da paso a un atractivo arrebatador que me va
conquistando como cuando era una adolescente. Es como si me pudiese derretir con
cada palabra, cada gesto o sonrisa. Hacía tanto que eso no me pasaba; que la sola
presencia de otra persona sea capaz de abochornarte.

—Durante estos días no he parado de pensar en ti…


Lo suelta sin aviso, sin que pueda prepararme; así que abro mucho los ojos y dejo la
boca entreabierta.

—¿Perdona?

—Quiero decir, —sonríe como si entendiese la idea romántica que «durante estos
días no he dejado de pensar en ti..» significa para mí— lo digo por lo que pasó durante
la cena en tu casa. Creo que metí la pata cuando dije en voz alta que te había visto

corriendo, yo no pretendía…

—No te preocupes, tú no podías imaginar nada —interrumpo y miro hacia la bahía


que tenemos enfrente. Algunas gaviotas revolotean sobre el agua, peleándose por coger
el pez más grande, dejando que todos los demás, que chapotean en la superficie,
escapen para disfrutar de la libertad del mar— Frank es muy bestia a veces, cuando se
le mete algo entre ceja y ceja no da su brazo a torcer, pero no es mala persona. De todas
formas fue una situación un poco violenta, es algo de lo que está arrepentido, y lamento
profundamente que tuvieras que ser testigo de ello.

—Espero que no ocurriese nada cuando nos fuimos…

—No, no, nada, no pasó nada —respondo nerviosa, un poco a la defensiva.

—Perdona mi intromisión, pero no pude quedarme tranquilo y cuando llegué a casa


tuve que regresar de nuevo a la tuya. No sabía qué hacer, me quedé un poco
preocupado. No me gustó mucho la forma en que te miraba… No llamé a la puerta, ni
quise entrar, solo vine a ver si todo iba bien, todo parecía tranquilo, así que…

—¿Nos estabas espiando? —pregunto un poco enfadada, más por la vergüenza de


que pudiese ver cómo Frank me pegase, que por el hecho de volver y preocuparse por
mí.

Me separo un poco de él. Pienso que en realidad casi no le conozco. Solo sé que es
el monitor del gimnasio al que va Frank y que es de Nueva York.

—¡No, para nada. Lo siento! Es una mala costumbre que tengo. Verás, mi madre fue
maltratada por mi padre durante muchos años, y existen ciertos patrones que se

repiten… de manera que cuando me topo con una situación de violencia doméstica sé
recocer cuando algo no va bien.

—¡Mi marido no me maltrata! —estallo sin dejarle que continúe hablando.

No sé porque engaño a la única persona que ha detectado que en nuestra relación


existe un gran problema, pero me siento ridícula y avergonzada porque mi marido me ha
pegado. No quiero que me considere tan débil. Enzo me gusta, y no quiero que conozca
la Anna gris, la que se ahoga en la monotonía, a la que su vida acomodada asfixia
sobremanera y que su marido domina y manipula.

—Ya, ya, por supuesto… no pretendía espiaros, ni esa es mi intención, ni siquiera


mi hobbie; todo lo contrario, por Dios, no soy nada cotilla, pero te escuchaba llorar
desde la calle. Se me partió el alma, quise entrar para preguntarte, pero estaba del todo
fuera de lugar. Al cabo de unos minutos ya parecía todo más tranquilo, así que me
marché para casa. Solo quiero que sepas que si necesitas hablar con alguien o piensas
que podrías estar en peligro, puedes hablar conmigo.

Me detengo. Agacho la cabeza y se me saltan las lágrimas. Enzo, sin mediar palabra,
apoya su brazo en mi hombro. Rompo a llorar y me abrazo a su cintura sin pensarlo. Lo
apartado del lugar y el hecho de que mi marido está fuera, en otra ciudad, me otorgan el

derecho a tomarme la confianza de invadir su espacio físico sin miedo a ninguna


represalia por parte de Frank.

Lloro como una niña pequeña en el hombro de un casi desconocido, pero no puedo
evitarlo. He perdido los papeles. Las normas de educación o civismo lógicas

desaparecen, a Enzo parece no importarle pues apoya su mano sobre mi cabeza y trata
de consolarme susurrándome cerca del oído que todo va salir bien, que no me
preocupe. Dejo de llorar, pero sin embargo, permanecemos en la misma postura:
abrazados durante un par de minutos. Escucho el latido de su corazón y siento que no
quiero despegarme de él; en parte por vergüenza por no saber qué decirle después de
esta situación que ya empieza a ser violenta, y también porque no quiero dejar de sentir
la seguridad de su abrazo.

Al cabo de unos instantes nuestros cuerpos se despegan, y Enzo me pregunta si me


importa acompañarle a su casa, no puedo regresar a casa en ese estado de nervios, allí

podríamos hablar de mi relación con Frank con más tranquilidad. Se lo agradezco, pero
no me parece apropiado. Estoy casada y mi marido está fuera de la ciudad, no está
bonito que alguien me vea entrando en el piso de un hombre soltero, recién llegado a la
ciudad.

—¿Tienes miedo de Frank?

Es una pregunta complicada, y trato de pensar caminando unos pasos por delante de
él.
—Puede decirse que en ciertos momentos… tal vez sí, pero hasta hace relativamente
poco, nunca le había temido en el sentido literal de la palabra. He sabido guardarle las

distancias durante muchos años, sé qué es lo que puede sacarle de quicio. En fin, es una
larga historia.

—¿Subes entonces? Mi apartamento está en ese edificio, en la decimo quinta planta.

—No creo que ha Frank le gustase que subiera a su piso… No me parece correcto.

—No me malinterpretes, Anna. Solo quiero ayudarte, que te desahogues, pero tienes
razón, si Frank es tan celoso… podría enterarse y eso sería fatal para tu relación —
reconoce algo serio.

—No, no puede vernos. Está de viaje…

—¿Entonces, cuál es el problema? ¿Confías en mí…?

No sé por qué, pero hubiese seguido esos ojos azules al fin del mundo si me lo
hubiese pedido en ese momento, aunque estuviese cayendo en una trampa mortal le
digo…

—Sí.

En diez minutos estamos asomados en la terraza de su apartamento. Las vistas son


magníficas, se divisa buena parte de la costa de Lighthouse Point. La propiedad es
modesta, cuenta con dos dormitorios, un salón, un baño y una terraza, pero tiene unas
vistas que ya las querría yo para mi gran casa familiar. Se divisa el infinito océano que
se funde con el cielo y el horizonte, la arena dorada de la playa se refleja en el edificio,
llenándolo todo de una luz cálida y natural. Me encanta ese lugar, parece como si

estuviésemos divisando el océano desde el faro de Lighthouse Point.

Me acompaña dentro y me pide que me ponga cómoda mientras prepara un zumo de


naranja natural. Desde la cocina, me pregunta cosas sobre Frank, su trabajo y cómo es
nuestro matrimonio, si somos de esas parejas tradicionales o si él trata de cortar mis
alas. Sonrío porque me da la sensación de estar en la sala de un sicólogo. Después se

calla, deja de hablar cuando ya es imposible expresarse de manera inteligible por


encima del ruido del exprimidor.

Reviso con la mirada todos los rincones de un salón que me parece demasiado
impersonal para alguien que se ha mudado desde Nueva York. Pocos libros en la
estantería, tan solo una foto colgada sobre el televisor, y unos pocos adornos eclécticos
sobre los muebles de la sala. Da la impresión de que allí no vive nadie, parece sacado
de un catálogo de decoración. Después pienso que tal vez ha alquilado el piso con los
muebles, de ahí que todo parezca sacado de su personalidad. No me lo imagino
comprando esos muebles o colocando los pocos adornos por la casa. En mi divagar por

las esquinas de su salón, reparo en un arma que hay colgada sobre la pared de la
derecha, parece un rifle, debajo de este hay una escopeta de cañones cortos y a su lado
un revolver junto a una pistola. Trago saliva y me levanto del sofá de inmediato.
Demasiadas armas para un entrenador personal. Cuando Enzo entra con dos zumos en
las manos, me sorprende boquiabierta contemplando lo que parece un rincón de los
amigos del rifle.

—Veo que te gustan las armas… —comento nerviosa al ser sorprendida.


—Sí, son mi pasión. Tengo licencia, ¿sabes? —comenta emocionado. Deposita los
zumos en la mesa y se acerca a la pared donde están colgadas las armas. Coge el

revolver y se acerca con él en la mano— ¿Sabes disparar?

—La verdad, no —admito intranquila.

—Es muy fácil. Verás.

Se acerca a mí y deposita el arma en mis manos antes de que me dé tiempo de

protestar. No sé que hacer con ella y vuelvo a sonreír…

«cómo he llegado a tener un arma en mis manos, en el apartamento de un


desconocido que sabe que mi marido no está en la ciudad… soy una idiota, podría ser
un sicópata o algo por el estilo, y yo aquí, engatusada con sus ojos claros… ¡I-dio-ta!»

—No sé si debería… no me gustan las armas.

—No te preocupes, Anna. Debes ver el arma como un instrumento que realiza un fin,
en mi caso no es matar o asesinar a alguien, por supuesto —sonríe— la puedes usar
para mejorar tu puntería, defenderte de alguien o para cazar. ¿No te sentirías más segura

sabiendo usar una de estas armas si alguna vez entrase un ladrón en casa de noche o si
Frank… —no termina la frase y me indica que le siga— ¡subamos arriba, a la azotea
del edificio. Allí no hay nadie y podría enseñarte lo básico.

—No te preocupes, Enzo. No es necesario —insiste mientras coge algo de la cocina:


la bolsa de las municiones para el revolver.

Subimos por unas escaleras que se dejan caer desde el techo de la última planta
hasta que llega al suelo donde nos encontramos. Están algo oxidadas y prefiero no mirar
abajo por si es peor la caída desde lo alto del edificio a recibir un tiro en la cabeza. La

verdad es que este primer encuentro con Enzo, varía bastante de cómo yo lo había

imaginado en varias ocasiones. Me tiembla todo el cuerpo cuando me planta delante de


cuatro latas de refresco, a unos treinta metros, y comienza a explicarme lo que debo
hacer. Se coloca detrás de mí, muy cerca, tanto que escucho su entrecortada respiración
por la emoción que siente al explicarme algo que le gusta. Para mí, lo de menos es
aprender. Me siento tan a gusto a su lado, que podría ver un partido de fútbol americano

entero, a pesar de ser una de las cosas que más detesto en el mundo.

—Lo primero que debes hacer es apuntar hacia las latas en todo momento. No te
preocupes si fallas, la pared está detrás. Para ponerle las balas necesitas acceder al
tambor. Este se abre balanceándolo hacia la izquierda. ¿Ves?

Lo intento un par de veces, con algo de miedo, hasta que cede el tambor y aparece el
hueco para seis balas.

—Como ves, las recámaras están vacías. Antes de introducir las balas, apunta hacia
abajo, e introduce cinco balas, deja una vacía.

Me tiemblan las manos cuando introduzco las frías balas en el tambor. Dejo una
recámara vacía y giro el tambor hasta que esta sube a la parte de arriba.

—Cierra la compuerta de carga, baja el martillo lentamente sobre la recámara vacía


y ya la tienes cargada. Ahora separa los pies a la misma distancia de los hombros.

Enzo introduce su pierna derecha entre las mías y las separa un poco más, para que
adopte la postura adecuada.
—Envuelve el mango del revolver con tu mano derecha, usa la izquierda como
apoyo, colócala debajo de la otra. Endereza los codos —sujeta mis codos con su mano

y los extiende— amartilla el revolver.

—¿Qué es eso? —pregunto nerviosa.

—Debes echar hacia atrás esta palanquita de atrás con el dedo gordo. Ahora mira
por las dos miras, la frontal y la trasera, debes alinearlas para apuntar. Si solo miras

una, el disparo podría subir o bajar, o incluso moverse a la derecha o la izquierda.


¿Estás preparada?

—Creo que sí, pero hará mucho ruido.

—¡Oh te preocupes, los vecinos estás acostumbrados! Ahora coloca el dedo


suavemente sobre el gatillo.

Me tiembla el dedo y Enzo posa su dedo sobre el mío. Pienso que no puede haber
nada más sexy que lo que estamos haciendo en estos momentos y me sonrojo. Enzo no
puede verme porque está detrás

—Lo haremos juntos, ¿vale?

—Sí, de acuerdo.

—¡Ah! No te olvides de respirar. Los novatos contienen el aliento desde que apuntan
hasta que disparan. Agarra el arma con firmeza, Anna, así amortiguarás la mayor parte
de culatazo.

Muy lentamente, nuestros dedos descienden sobre el gatillo hasta que Enzo deja que
sea yo quien detone el arma. Un fuerte estruendo inunda la azotea, un poco de humo sale
del arma y escuchamos que una lata sale despedida contra la pared. «¡Le hemos dado!»

—pienso satisfecha.

—¡Has acertado de lleno! Tienes buena puntería, a la primera, ¡enhorabuena!

—Gracias a ti, eres un buen profesor.

—De eso nada, tienes puntería y has mantenido el arma muy firme, eso es
fundamental, y algo raro en un principiante. ¿Quieres seguir practicando?

—No, gracias. De verdad, se hace un poco tarde y no quisiera llegar a casa má s


tarde que los chicos.

—De acuerdo. Te acompaño.

—No, no hace falta, de verdad, no te preocupes.

—Para mí no es molestia —insiste.

Entonces, sin saber cómo, mi dedo toma vida propia y en un acto reflejo para
rechazar su invitación, vuelvo a accionar el gatillo del arma y disparo una segunda

bala.

Enzo se queda blanco al ver que estaba apuntándole cerca de la pierna. Su rostro se
contrae de dolor y se agacha. Arrojo el arma a un lado y me agacho a ver qué le ha
pasado.

—Anna, esta es la última lección: nunca apuntes a nadie con un arma cargada, a
menos que quieras hacerle daño de veras —sonríe y se baja el pantalón de deporte
hasta las rodillas. Estoy tan preocupada por haberle herido que ni me fijo en su ropa
interior.

La pierna tiene sangre, y el muslo está ensangrentado.

—¡Dios mío! ¿qué te he hecho?

—Enzo mira su pierna y restriega la sangre con su mano para ver la herida con más
claridad.

—Debemos llamar a una ambulancia enseguida… —trato de correr a buscar mi

móvil.

Enzo sonríe y me pide que me calme. Al parecer es solo un rasguño, la bala no ha


entrado en la pierna, pero ha estado cerca.

—No es nada, anda, bajemos para que me pueda curar.

—¿De verdad que no es nada? —pregunto angustiada. Le abrazo aliviada y entonces


nuestros ojos se cruzan un instante, breve, pero intenso. Estamos cerca, tan
peligrosamente cerca que me dejo llevar por el momento de emoción y el alivio de no
haberle disparado de lleno. En vez de apartar mi mirada, Enzo la mantiene, dándome

pie a acercarme un poco más hasta su cara. Huelo el aroma masculino de su colonia,
junto con el de la pólvora quemada, ambos olores me transmiten un deseo desconocido
y terrenal. En vez de apartarme, me acerco y le beso en los labios. Frank no se separa,
ni me aparta. Durante unos instantes siento el calor de su boca, la sed de sus labios
dentro de la mía. Un calor interno al sentirme deseada por él me sube desde las
entrañas y siento que no quiero parar. Nos besamos despacio, saboreando cada
milímetro de nuestras bocas, los besos son tan íntimos, que parecemos ser amantes
experimentados en el cuerpo ajeno, como si ya supiésemos lo que le gusta al otro.

Todo es perfecto pero inmoral… así que al cabo de unos segundos, los suficientes

para que las comisuras de nuestros labios se enrojezcan, nos separamos con la
incertidumbre de no saber si esto se repetirá o no, aunque ambos sabemos que está mal.

Le ayudo a incorporarse, dejo que pase su brazo sobre mi hombro. Ahora es él


quien anda cojeando un poco, pero me indica con la cabeza que no me preocupe, como

él dice: «no es nada».

Bajamos de nuevo a su apartamento, limpio la herida superficial y se tumba en el


sofá.

—Me temo que no voy a poder acompañarte hasta tu casa —sonríe y se ilumina mi
vida de nuevo. De un plumazo sus besos hacen que ya no me conforme más con lo que
tengo, no quiero sobrevivir, vagar sin pena ni gloria por este maravilloso mundo; ahora
quiero vivir, existir a su lado.

A veces lo sabes, otras no. Sin embargo, cuando encuentras a una persona especial,

esa que podría ser la definitiva, la que encaja contigo a la perfección, aquella de la que
no te cansarás cada día, lo sabes. Como yo lo sé en este momento al mirarlo tumbado en
el sofá con su pelo revuelto y muy dolorido aunque no quiera admitirlo delante de mí,
para no perder ese aire de profunda masculinidad que tanto me atrae.

—No te preocupes, vete.

«Casi es mejor así, no sabría de qué hablar con él hasta llegar a mi casa. Mejor
dejarlo estar antes de que empiece a excusarme por haberle besado, y le diga que yo no
hago esas cosas, estoy casada…»

—Mañana vendré a verte, por si necesitas algo.

—No tienes por qué molestarte. Estoy bien. En unas horas se habrá curado la herida.
Es solo un rasguño.

—¿En serio estás bien?

—Sí, ahora mucho mejor que antes…

—No seas irónico.

—Te lo digo en serio, me has cambiado la perspectiva de muchas cosas, yo no…

—Yo tampoco… bueno, siento lo del disparo.

—Yo no lo siento…

—¿Estás de broma?

—Me refiero al beso…

Me ruborizo hasta la punta de las orejas y me despido levantando la mano derecha,

ni siquiera soy capaz de responderle.

—Hasta mañana, entonces —me dirijo hacia la puerta de salida con prisa, estoy tan
avergonzada que podría estallar allí mismo como si fuese un tomate maduro.

—Estaré esperándote —dice guiñándome un ojo.

Cierro la puerta y ahogo un pequeño grito de felicidad mientras espero el ascensor.


Una vez dentro, grito. Ha sido la mañana más emocionante en muchos años.
VIII

19 de Abril de 2016, martes.

Segundo día sin Frank. Está lloviendo y no salgo a correr. Tengo ganas de llamar a
Susan, pero aún no sé qué contarle,

«¿Qué ocurrió realmente ayer? ¿Por qué me siento como una niña pequeña con

zapatos nuevos» —pienso mientras observo la lluvia caer, limpiándolo todo.

Siento que he olvidado, sin darme cuenta, vivir durante todo este tiempo al lado de
Frank. Me ha ocurrido como con tantas otras cosas de la vida que te poseen poco a
poco sin que notes que ya hace tiempo olvidaste respirar a pleno pulmón, que solo
respiras para mantenerte, como si lo hicieses a través de una pequeña abertura dentro
de un ataúd. Hoy, en cambio, parece que respiro desde lo alto de una montaña que se
eleva sobre un verde prado y está bañada por un río que cae hacia un lado desde la
cascada sobre la que me encuentro. Respiro profundamente y noto cómo el aire penetra
por primera vez más hacia el interior, por detrás de mi garganta, como si hubiese estado

aguantando la respiración tanto tiempo que haya olvidado lo que es respirar, lo que es
vivir.

He canturreado bastante mientras les preparaba el desayuno a los chicos, así que
Adam me ha mirado extrañado. Él sabe que cuando su padre está fuera yo me comporto
de una manera diferente, más cómodo, menos estresada y soy más cariñosa, pero lo de
hoy es diferente, se me ve pletórica.

Al cabo de un buen rato deja de llover y aprovecho para sacar al perro. El


cadencioso aguacero que ha caído no arrastra piedras, ni barro, no abre barrancos de
lodo, pero es capaz de humedecerlo todo, despacio, embriagarte con ese olor a tierra

mojada que tanto me gusta y que permite que nuevos sentimientos afloren en mí,
sentimientos buenos y felices, como hacía una eternidad que no sentía. Sensaciones que
germinan como un verde y fresco tapiz de hierba rala y joven, dejando atrás los adustos
solares de tierra del pasado.

En esta ocasión me dirijo hacia donde Lighthouse Point acaba, el puente de la Finca,
nuestra Finca. Aunque sea un lugar exclusivo para Frank, al que le gusta ir solo y pasar
mucho tiempo allí restaurando viejos muebles familiares o que compra durante sus
viajes en mercadillos o anticuarios, hoy me apetece visitarlo. He empezado a dejarme
guiar por el perro, y su olfato lo ha traído hasta parte. Nunca me ha gustado demasiado
ir allí, es un lugar bastante oscuro y algo tétrico. Empezando por el oxidado puente, que
parece que va a ceder a cada paso que das, hasta los altos árboles que se pierden en el
cielo sin dejar que un solo rayo de sol penetre por sus ramas. La umbría parece
rodearlo todo, y si empezase a llover de nuevo, no me mojaría hasta pasados unos

minutos, tal vez por ese motivo decido adentrarme en su espesura con el perro.

Las nubes se mueven deprisa y amenazantes desde el océano. Hay tormenta en alta
mar y pronto llegará a la costa. Sé que a Buddy no le gusta la lluvia cuando paseamos,
así que lleva su chaleco impermeable y no puedo evitar sonreír al verlo, parece un
colegial el primer día de escuela, atento y alerta ante los crujidos del cielo en la
distancia.

Ajusto mi propio abrigo y aligero el paso hacia el puente. Cuando abandono las
casas de la última calle del barrio, veo al señor McCarthy. Joseph es un entrañable
viudo que adora su jardín y que dedica su tiempo al huerto y a dibujar preciosos

cuadros con marinas.

—¡Buenos días, Joseph! —Saludo, sin detenerme. Sé que le gusta hablar mucho y el
cielo no me va a dar mucha tregua antes de descargar el agua acumulada.

—¡Buenas Anna! ¿De paseo?

—Sí, voy a intentar pasear por el bosque, si empieza a llover, allí nos mojaremos
menos —sonrío y me detengo. Se le ilumina la cara al poder conversar conmigo—
espero que nos dé tiempo llegar a la Finca. Ya hace mucho tiempo que no vamos y me
gustaría ver si todo está en orden.

—¿Sí? —pregunta extrañado— creí haber visto a Frank ayer por aquí.

—¿Cómo? No, no es posible. Frank está fuera de la ciudad, en un viaje de negocios.


Hace dos días que se marchó.

—Anna, perdóname, pero estoy casi seguro de haber visto su coche, ese que tanto

me gusta y que siempre le digo que me lo cambie por mi viejo sedán gris.

«El coche que supuestamente se ha llevado hasta el aeropuerto para irse de viaje»

Empiezo a sentirme un poco incómoda. Algunos tachan al señor McCarthy de viejo


cotilla, pero conmigo siempre ha sido sincero y amable.

—Bueno, no sé, ¿está seguro de que fue ayer? Tal vez fuese hace varios días.
Siempre está de aquí para allá con el ayuntamiento y su otro trabajo, tal vez usted…
—Puede ser, hija. No me hagas mucho caso… ya soy un viejo al que todos los días
le parecen igual. Por cierto, tengo unas zanahorias espléndidas en el huerto. A la vuelta,

te tendré preparado un buen manojo para los niños, ¿vale?

Esa es su manera de asegurarse otro rato de charla a mi regreso. En el fondo me


inspira tanta ternura que no puedo negarme.

—De acuerdo, Joseph. Pero si está lloviendo, tendré que pasar corriendo.

Déjemelas en una bolsa colgada sobre el buzón. Los niños se pondrán súper contentos.

—Muy bien, Anna. Ahora, date prisa o vas a acabar como una sopa —dice el
viejecito mirando hacia el cielo que se ha tornado mucho más oscuro tras nuestra breve
conversación.

Atravieso el puente entre leves crujidos y chirridos de metal. Buddy le gruñe al


puente como si fuese un gigante de metal que trata de atacarnos. Compruebo que
atravesar el puente sobre un vehículo podría ser peligroso. Cuando consigo pasarlo,
miro hacia atrás y le saco la lengua, Buddy me mira divertido y vuelve a ladrar a la

estructura. Sonrío y nos adentramos en el bosque. Una vez dentro, comienzan a caer las
primeras gotas de lluvia. Dentro, bajo el cobijo de los espesos árboles y sus pobladas
ramas no nos mojamos. En el interior del bosque es casi de noche. La luz apenas si
penetra a través del follaje. Poco a poco, mis ojos se habitúan a la escasa luz del
entorno natural. Huele a humedad, líquenes y a madera putrefacta. El olor me recuerda a
los bosques milenarios de coníferas que encontraron los primeros colonos al venir a los
Estados Unidos. En Florida es muy raro encontrar un bosque de coníferas de este tipo,
pero un antiguo propietario excéntrico de la Finca repobló toda esta zona con árboles
traídos del oeste. Tras más de doscientos años, estos árboles se reprodujeron y
crecieron y crecieron hasta formar este atípico bosque privado anejo a la Finca que

Frank compró cuando nos vinimos a vivir a Lighthouse Point. Pudo conseguirla por
poco dinero. La gente de la ciudad prefiere propiedades en la costa y no en el interior.
Una propiedad escondida y retirada de todo, rodeada por un bosque y humedales.
Incluso hay gentes del pueblo que aseguran que la propiedad está embrujada y que los
dueños siempre han sido gente desdichada y otros chismes por el estilo. A pesar de que

yo no los creo, al atravesar el camino de tierra, por debajo de las tenebrosas ramas de
los árboles, trato de no pensar en esas leyendas para evitar darme la vuelta.

Observo detrás de cada gigantesco tronco por si atisbo alguna sombra que se mueva.
Desde aquí, no hay mucha distancia hasta la casona de la Finca, un kilómetro y poco
más, pero Buddy no deja de olisquear y seguir el rastro de cualquier animalito del
bosque, se pone alerta a cada paso que damos, lo cuál, altera aún más mis nervios.
Escuchamos los truenos encima de nuestras cabezas y el perro tira con fuerza de la
correa hasta que sale corriendo por el camino que conduce hasta la casona. Lo llamo en

repetidas ocasiones y hace caso omiso. Está aterrado por la tormenta y yo también
empiezo a asustarme por quedarme allí sin él. Si se escapa, mis hijos no me lo
perdonarán jamás. Corro con todas mis fuerzas. Hace un par de meses no habría podido
seguirlo, pero ahora, consigo verlo cerca de la casona, al final del camino. Los
goterones de la lluvia atraviesan el follaje y empiezan a mojarme cuando me planto
delante de la imponente puerta de la casa. Me llevo una sorpresa al observar que está
sorprendentemente abierta. Buddy ha entrado porque descubro un reguero de bolsitas de
plástico para recoger sus necesidades tiradas por la entrada de la casa. Al arrastrar la
correa deben haberse ido saliendo de la cajita que las guarda.

Llamo desde fuera al perro, pero no regresa. Pienso en el azote que le voy a dar en

el trasero cuando regrese y empiezo a sentir verdadero miedo. Desconozco el motivo


por el cuál la puerta de la casona está abierta. Tal vez ha entrado alguien, un ocupa o
alguien que ha creído que la propiedad estaba deshabitada. No puede ser Frank, aunque
el señor McCarthy diga que lo vio ayer, yo sé que está fuera. Además, él jamás dejaría

la puerta abierta. Tiene dentro todas sus antigüedades y cachivaches.

Empujo la puerta y el ruido que hace anuncia mi llegada a varios metros a la


redonda. Dentro está muy oscuro, pero veo los ojos brillantes de Buddy en una esquina,
arañando la puerta de entrada al salón. Busco el interruptor a oscuras, lo acciono y la
luz no se enciende. Los plomos deben haber saltado por la tormenta. Sé que en el salón
hay unas velas en algún cajón, pero no puedo llegar hasta allí a oscuras. Entonces,
recuerdo la aplicación de la linterna de mi móvil. Tras averiguar dónde esta, la
enciendo y Buddy viene hacia mí.

—Has sido muy travieso, Buddy. ¿Qué pasa si te pierdes en este bosque? Adam y

Zoe me odiarán para siempre. —El perro me ladra y mueve el rabo alegre, parece
como si lograse entenderme.

Me envalentono un poco por tener al perro a mi lado, así que avanzo hacia el salón.
Cuando entro en la estancia, todo parece estar en el mismo sitio de siempre. El viejo
sofá con tres dedos de polvo, los paños sobre la mesa y las rancias cortinas. Me dirijo
hacia la cómoda para buscar las velas y escucho un ruido bastante cerca que me
petrifica. Me quedo inmóvil, como si fuese de piedra, por si es imaginación mía.
Entonces, Buddy le gruñe a la cómoda y se le eriza el pelo. Vuelvo a escuchar otro
ruido y me veo reflejada en el espejo de la cómoda. Me fijo bien ya que debido a la

escasa luz no parezco ser yo. Es alguien que se parece a mí, pero está muy borroso y no
puedo reconocerla, trato de acercar el móvil al espejo y veo como la imagen de mujer
que se refleja en el espejo. Me fijo en el difuminado rostro, y cuando empieza a
volverse más nítido miro su boca y al volverse grita:: ¡Huye!

Me alejo de allí despavorida, mientras lo hago, escucho que una puerta se abre
detrás de mí en alguna parte de la casona. No estoy sola y no puedo explicar lo del
espejo, pero sé que si me detengo a pensarlo, no puede pasarme nada bueno. Buddy
ladra y trata de enfrentarse con lo que sea que tenemos detrás nuestra. Yo tengo que tirar
de él con todas mis fuerzas, hasta que comprende, en la entrada de la casa, que una
retirada a tiempo es una victoria.

Salgo de la casa y comienzo a correr. Ahora llueve mucho y apenas me deja ver el
camino de tierra que se ha enfangado. Miro hacia atrás en un instante y me parece ver
una figura oscura apostada en la puerta de la casona, pero no me paro para ver si se

mueve o no. No sé quién es, y tampoco deseo saberlo. Una vez leí que si le ves la cara
a un delincuente, tienes las horas contadas. El corazón me palpita en la garganta, me
arrepiento de haber venido y empiezo a alejarme por el camino.

Cada vez es más difícil avanzar por el denso follaje. Las rocas y los troncos caídos
nos cortan el paso a cada instante. No me atrevo a mirar atrás por si nos está
persiguiendo. De repente, me encuentro atrapada entre un pequeño barranco y unas
grandes rocas, no sé por donde tirar y escucho una respiración entrecortada tras de mí.
No puedo dar la vuelta o me toparé con mi perseguidor y tampoco puedo tirarme por el
barranco. Tras unos interminables segundos, veo una oquedad entre las altas rocas, con

suerte podré esconderme allí, si no quepo, estaré perdida. Desesperada, me introduzco


entre las rocas, hay suficiente espacio para mí, pero Buddy no cabe. Me agacho y le
hago hueco entre mis piernas. Le tapo la boca y le suplico que se calle. Tal vez no nos
vea y continúe ladera abajo.

La figura que aparece ante mí es imponente. Está cubierta con un chubasquero verde
de pies a cabeza, impidiéndome ver quién hay debajo. Por su opulencia puedo decir
que es un hombre. Camina con pasos seguros y lentos. Trata de no hacer ruido al
aproximarse. Necesito cerrar los ojos en un par de ocasiones para no gritar de miedo.
Está claro que me ha visto. No sé qué está haciendo en nuestra casona, pero lo que sea,
quiere mantenerlo en secreto. Si no, no habría corrido detrás de mí. La lluvia no cesa y
cae a borbotones sobre mi cabeza, necesitaría moverme para limpiarme la cara y ver
mejor, pero si lo hago, podrá distinguir mi figura que ahora permanece inmóvil dentro
de las rocas. Los instantes más eternos de mi vida transcurren mientras ese hombre se

acerca hacia donde estamos. Mi perro empieza a inquietarse y aunque trato de retenerlo
y que se calle, cuando él considera que esa figura está demasiado cerca, escapa del
refugio y se abalanza sobre él. Veo como corre hacia el hombre como a cámara lenta,
me escucho gritar y veo como el tipo trata de protegerse, pero una primera dentellada
se clava en su antebrazo, pierde el equilibrio y cae hacia atrás. Esto me proporciona
unos instantes para salir de mi refugio y correr por un lateral de la emboscada natural
donde me he quedado atrapada. Llamo al perro, pero está afanado en el pantalón de la
oscura figura. Al poco, escucho un alarido del animal y veo que le ha dado una patada
en el costado lanzándolo contra una roca. El animal emite un gruñido quedo y
horripilante cuando choca contra la piedra, que me hiela la sangre. Le veo caer entre las

piedras y se queda inmóvil.

Mi cerebro se debate entre ir en busca del perro, que probablemente esté muerto o
malherido o seguir corriendo para escapar de allí y salvar mi propia vida. Empiezo a
llorar ante la imagen del animal tieso y sin darme cuenta aminoro la marcha. Estoy

empezando a bloquearme y las piernas no me responden. El pánico se apodera de mí.


Necesito pensar en algo que me haga reaccionar, pero no puedo. El miedo empieza a
recorrer mi cuerpo como un veneno mortal que paraliza todas mis extremidades. Veo
levantarse al individuo y un relámpago ilumina su antebrazo sangrando y adivino una
mueca de dolor en su boca. La luz es tan fugaz que me impide descubrir quién hay
debajo de la capucha. El terror que siento al pensar en lo que ese tipo podría hacerme
en mitad de la lluvia y en ese recóndito lugar, me hace reaccionar y comienzo a correr
tanto que siento cómo mis músculos se tensan y pequeños aguijonazos de dolor me
recorren todas las piernas. Con mucho esfuerzo, consigo salir de esa ratonera y veo el

sendero de vuelta hasta las últimas urbanizaciones de la ciudad. Una vez me incorporo
al camino, bajo con mayor facilidad y velocidad. No miro atrás, pero espero que en
cualquier momento un brazo tire hacia atrás de mí, me tire al suelo y acabe con mi vida.

Cuando veo el viejo puente oxidado, mis fuerzas están al límite. Me duele el
costado, respiro dando exageradas bocanadas de aire, tal vez esté a punto de sufrir un
infarto o un colapso, mi cerebro me alerta de que debo parar o tal vez será demasiado
tarde. Alcanzo el puente y cuando estoy a punto de cruzarlo todo se nubla delante de mí,
me parece ver a alguien que se acerca alertada por mis gritos de socorro. Las piernas
me fallan, todo se vuelve negro de repente, y escucho como mi cuerpo golpea sobre el

asfalto de la carretera.
IX

22 de Abril de 2016 ,viernes.

Despierto, abro los ojos y observo que estoy viva. Miro el suero y la máquina que
parpadea a mi lado, estoy tumbada en una cama. Huelo el aroma aséptico e inequívoco
que indica que estoy en un hospital. Alguien debió traerme.

No hay nadie conmigo en la habitación, pero distingo el abrigo de Frank medio


tirado sobre el sillón que está al lado de la cama. Trato de levantarme, pero no tengo
fuerzas. No sé bien qué ha pasado. Toco mi cabeza y noto las grapas sobre lo que
parece un bulto y una herida. Debí darme un buen golpe al caer… voy tomando
consciencia de mi cuerpo y el dolor aparece de repente arrasándolo todo; desde las
piernas hasta la cabeza, me duele mucho.

Entra una enfermera de mediana edad. Sonríe al verme despierta y comprueba los
valores del suero.

—Veo que ya se ha despertado, Sra. Tomlinson —dice la sonriente enfermera. Su


uniforme es tan blanco que casi me siento tentada a preguntarle con qué lo lava. Está
algo entradita en carnes, pero se mueve con gracia y soltura por la habitación— avisaré
al señor alcalde. Ha estado a su lado desde que le avisaron de su caída. Tardó un poco
porque estaba de viaje, pero en cuanto se enteró movió cielo y tierra para estar a su
lado. Tiene usted suerte de tener un marido así. El mío creo que tardaría un par de días
en venir a verme, aunque le pillase en la manzana de al lado; todo por librarse de mí
unos días —sonríe— espero que la próxima vez no salga a correr cuando esté
lloviendo; el asfalto es muy peligroso.

—¿Dónde está el perro? —pregunto y al moverme, me siento algo mareada. Trato de

incorporarme y la enfermera me ayuda. Entonces entra Frank, lleva su traje azul marino,
ese que le sienta tan bien, y la enfermera le sonríe haciéndole ojitos, claramente
complacida de ver al apuesto alcalde entrar en la habitación.

—¡Anna! ¡Te has despertado! ¿Estás bien? ¡Por el amor de Dios, nos has dado un

susto de muerte! —Corre a mi lado y se echa en la cama para besarme en la frente.


Coge mi mano y la enfermera entiende que está demás.

—Si me necesita, estaré fuera. Trate de no fatigarla demasiado. Voy a avisar al


neurólogo para que la examine. Ha estado casi tres días inconsciente, recuérdelo.

—¿Y los chicos? —pregunto con un hilo de voz.

—Están bien. Bueno, un poco asustados por ti.

—¿Y el perro?

—No ha aparecido. El señor McCarthy, el sheriff Thomson y alguno de sus hombres

salieron a buscarlo por los alrededores pero no han dado con él. No te preocupes por el
animal ahora, eso es lo de menos. Lo importante es que tú estés bien.

—No puedo, ese animal me ha salvado la vida. Si no fuese por él, ese tipo me
habría cogido…

—¿Cómo, qué tipo? ¿De qué hablas?

—Había alguien en la vieja casona… me persiguió, Frank. Vino a por mí y el perro


me defendió… él lo golpeó y no pude… ayudarle —rompo a llorar y Frank me abraza.

—No te preocupes. Tranquilízate. Ya me contarás lo que ha ocurrido. Avisaré al

Sheriff para que lo busquen… pero dices que la casona estaba abierta… ¿Se puede
saber qué diablos hacías allí? Pensaba que habías salido a correr, iba a regañarte por
no hacerme caso.

—Salí a pasear con Buddy, pero la tormenta nos sorprendió. Quise guarecerme en el

viejo bosque, después pensé que podía ir a la casona y esperar allí hasta que dejase de
llover, al fin y al cabo tenía la llave y estaba más cerca que nuestra casa. Pero cuando
llegué, la puerta estaba abierta. Entré un poco asustada y escuché un ruido —Frank me
mira expectante, con cara de asombro— entonces me asusté de verdad y salí corriendo.
Todo sucedió muy deprisa, no veía con la lluvia y alguien nos persiguió. Supongo que
llegué al puente y alguien me vio. Ese tipo golpeó a Buddy…

—Has tenido suerte, mi vida. No deberías ir hasta allí sola. Te lo he dicho en


muchas ocasiones: no me gusta que salgas sola a determinados lugares y a ciertas horas.
Imagina lo que te hubiese pasado si es tipo te hubiese alcanzado. Debe ser un cazador

furtivo o algún ladrón. Has corrido un riesgo innecesario. Por suerte estás bien… pero
te juro que ese hijo de puta va a pagar por esto…

—He sentido verdadero pánico —confieso, pero no le digo que el señor McCarthy
me contó que lo vio la noche anterior conduciendo hacia la Finca. No entiendo por qué
voy a confiar en un anciano algo demente más que en mi propio esposo, pero me duele
mucho la cabeza y no quiero pensar demasiado. Tengo recuerdos confusos y no me
apetece rememorar esos momentos. Ya lo tendré que hacer cuando llegue el sheriff para
tomarme declaración. De todas formas, sé que no era Frank, él estaba de viaje…
además, ese tipo fue atacado por Buddy y él jamás mordería a Frank, le conoce, es su

dueño—. Estoy agotada, no quiero ver a nadie más, puedes marcharte y tranquilizar a
los chicos, diles que estoy bien, por favor.

—Por supuesto, pero volveré más tarde.

—No te preocupes por mí, solo necesito descansar.

—De acuerdo, cabezota. —Contesta y se levanta rápido. Vuelve a agacharse y besa


mi frente. Cuando está en la puerta de la habitación se gira y me dice: —no te
preocupes vamos a pillar a ese desgraciado, ahora descansa.

Cierro los ojos al escuchar cómo la puerta de la habitación se cierra. Al cabo de


unos minutos siento dolor en la sien, un profundo e insoportable dolor. Me asusto y
llamo al timbre. Aparece mi enfermera y le ruego que me dé algo para apagar la
quemazón que sale de dentro de mi cabeza. Me indica que no puede suministrarme más
medicación que la que ha prescrito el neurólogo. Exijo que lo llame o será la culpable

de que la cabeza me explote. Al cabo de un buen rato, el doctor Barney aparece y me


explica la situación.

—Buenas Anna. ¿Cómo se encuentra? Me ha comentado la enfermera que está muy


molesta.

—Sí, por favor, necesito algo para este dolor de cabeza…

—Acaba de despertar tras estar muchas horas inconscientes. Hemos realizado un


TAC y no hemos detectado ningún otro coágulo más, solo el que estaba en la superficie
del cráneo, se le ha curado y taponado la herida. Es normal que sufra dolores por el
proceso natural de curación de su cabeza. Pero no me atrevo a suministrarle más

calmantes, pues necesito saber si todo va según lo previsto tras la operación. Esos
medicamentos podrían enmascarar algún otro proceso, así que le pido paciencia. No
nos conviene que duerma usted demasiado, algo podría ir mal y no podríamos
detectarlo. Trate de dormirse, Sra. Tomlinson. Descanse.

—Se lo ruego, necesito algo para el dolor o me levantaré y lo buscaré yo misma,


esto es insoportable —amenazo con incorporarme, pero todo me da vueltas y desisto.

—No me obligue a decirle a los celadores que la inmovilicen. Una caída en su


estado puede ser fatal. Debemos observarla. Si todo va bien, en un par de días podría
estar en su casa; pero si por el contrario sufriese otro golpe en la cabeza, podría entrar
en coma irreversible o algo peor…

Las palabras del facultativo surten efecto y no me atrevo a moverme. De igual


manera no hubiese podido en mi estado. Me quedo inmóvil y trato de dormirme. Pienso
en cosas positivas: las tardes con los chicos, correr por la playa para tratar de

relajarme. Cuando parece que el dolor se está desvaneciendo, gracias a mi método de


relajación y también en parte por la bomba que suministra calmantes a mi cuerpo a
través del suero, escucho llamar a la puerta con delicadeza. Pienso en que es el sheriff,
y creo que podría escupirle a la cara ya que no tengo fuerzas para hacer nada más. Sin
embargo, es otra persona, la mejor persona que podría venir a verme después de mis
hijos; y no es Frank precisamente. El hecho de que esté más amable conmigo, no
significa que olvide quien es, lo que es…
—¿Se puede? ¿Cómo estás? —pregunta Enzo desde la puerta. Trae lo que parece un
ramo de flores y viene embutido en una especie de gabardina azul que le da un aire de

galán de película de los años veinte.

—Sí, pasa, trataba de dormirme, pero no puedo. No me dan calmantes —sonrío


levemente.

—Ya me han contado todo… ¡Vaya susto! Incluso sale en las noticias locales. Vine

en cuanto pude, pero estabas en observación y solo dejaban entrar a la familia.


Conociendo a tu marido, ni siquiera le dije que había venido a verte cuando se topó
conmigo en el ascensor.

—Gracias —digo con un hilo de voz.

—Te dejaré las flores aquí, ¿vale?

—Son preciosas, ¿son rosas…? Son mis favoritas.

—Lo cierto es… bueno, no lo sabía, pero por donde suelo correr hay una casa que
parece deshabitada y tiene unos rosales enormes que no parecen estar muy cuidados.

Las rosas trepan por encima de la vaya, así que las he cogido para ti. Siento no haberlas
comprado, pero todavía no sé dónde puede haber una floristería y quería venir a verte
por si te habías despertado.

—Eres muy amable… no tenías que molestarte.

—No es molestia, es un placer. ¡Hace un poco de calor aquí!

Enzo se quita la gabardina y se queda con un fino polo de punto que marca su
musculatura. Lleva unos vaqueros azules ajustados, como los que llevan los jóvenes, le
quedan muy bien, es demasiado atractivo como para pasarlo por alto. Es la primera vez

que no lleva ropa de deporte, así que el cambio me gusta. Se remanga un poco para

colocar las flores en el jarrón de la habitación y entonces veo una especie de vendaje
en su brazo izquierdo.

Todas las alertas se disparan en mi cabeza. De repente, recuerdo el ataque de Buddy


a ese tipo encapuchado que nos perseguía... lo miro de espaldas y su figura me recuerda

al tipo que me persiguió. Ambos tienen la misma estatura y una envergadura parecida.
Empiezo a hacer cábalas sobre este hombre tan perfecto que ha llegado a mi vida de
improviso. Yo que siempre he sido un poco de gafe con los hombres, que nunca he
conseguido quedarme con el príncipe azul… ahora, por sorpresa, aparece este
tremendo hombre y se queda prendado de mí. Algo no me cuadra, empiezo a sospechar
que podría esconder algo, aunque en el fondo de mi alama espero que Enzo no sea
quien trató de darme caza y maltratase a mi perro.

Comienzo a recapacitar acerca de lo que sé de él. Apenas conozco nada acerca de su


vida personal o su pasado. Incluso recuerdo aquel día en que lo encontré cerca del

lugar donde apareció una joven muerta. Rememoro las armas de su casa, la que usó
para enseñarme a disparar… lo observo, y cada vez estoy más segura de estar viendo al
maníaco que me persiguió. El vendaje de su brazo tampoco ayuda, hace que sospeche
más de él. El vendaje en el brazo es grueso y aparatoso, perfectamente podría ser para
curar un mordisco de un perro. Necesito saber qué le ha ocurrido, necesito despejar
esas dudas que me atormentan y me hacen sentirme intranquila, cuando hace un
momento estaba feliz por haberlo visto entrar en mi habitación.
—¿Qué te ha ocurrido en el brazo? —pregunto de manera cortés y aparentemente
desinteresada.

—¡Ah! ¿Esto?… no es nada, un pequeño percance.

Le dedico una media sonrisa. Ha evitado responderme.

—Bueno… resulta que en la casa que creía abandonada, donde cogí las rosas, habita
una gata que acaba de tener crías, al meter la mano por los rosales, pensó que iba a

robarle sus crías o algo así, porque me arañó, me mordió y se encaramó a mi brazo…
no podía deshacerme de ella, finalmente he tenido que vacunarme contra la rabia, nunca
se sabe con los animales callejeros.

La posibilidad de que me esté engañando, me hiela la sangre. De repente lo veo de


manera distinta, ya no me parece tan caballeroso o tan amable. Empiezo a desconfiar de
él, y necesito que se marche.

—Enzo, lo siento, pero el doctor me ha dicho que debo guardar reposo, me he


despertado hace un par de horas y… estoy agotada. Solo necesito dormir un poco, ¿lo

entiendes? Además Frank dijo que tal vez podría volver…

—Por supuesto, Anna. No te preocupes. Me marcho más tranquilo sabiendo que


estás bien y que el golpe en la cabeza se curará. No te agobies por lo de perro, voy a
tratar de encontrarlo…

No logro recordar el momento en que he mencionado la desaparición del perro,


supongo que se habrá enterado por las noticias. Aunque si él lo ha hecho, también debe
haberlo hecho el hombre que me perseguía, y tal vez sea él mismo…
—Ya lo ha comunicado Frank al sheriff y a la perrera. De hecho uno de los agentes
está apostado en los pasillos. Podrías preguntarle por dónde lo están buscando.

—De acuerdo, le preguntaré y echaré un vistazo por el pueblo. Me alegro que estés
bien. Pasaré a verte mañana.

Enzo se agacha y me besa la mano. La caricia lenta y cálida de sus labios me hace
estremecer. Nada que ver con el casto y urgente beso en la frente que me dio mi marido.

—Gracias por venir, ya nos veremos…

Enzo alza la mano y me regala una de esas sonrisas franqueadas por los hoyuelos de
sus mejillas y pienso que él no puede ser un asesino. Ruego para que no lo sea. No
puedo tener tan mala suerte… ¿no?
IX

25 de Abril de 2016, lunes.

Al fin libre. Abandono el hospital por mi propio pie. Las enfermeras querían darme
una silla de ruedas y acompañarme hasta la salida, «de ninguna manera» les dije, entré
inconsciente y en una camilla, así que quiero salir por mi propio pie.

Fuera me esperan Susan, Frank y los chicos. Enzo no ha venido, estaría fuera de
lugar, Frank empezaría a sospechar algo y yo me sentiría incómoda, después de todo, no
sé si es un asesino. En realidad, casi no ha pasado nada entre nosotros, tan solo un
inocente beso… bueno, no tan inocente, pero a estas alturas del juego, un morreo lento
no asusta a nadie, y tal vez haya sido fruto de la casualidad. Mis dudas acerca de si
Enzo es trigo limpio, aún no se han disipado, pero se ha portado muy bien durante estos
días que he estado ingresada. Ha venido a verme todas las noches, cuando Frank
regresaba a casa con los niños, incluso me leyó Orgullo y Prejuicio, una de mis novelas
clásicas favoritas. También ha encontrado a Buddy. Estaba en la perrera municipal.

Como están saturados, ni le habían identificado por el microchip. Estoy casi segura de
que en un par de días más le hubiesen pinchado una inyección para dormirlo. Menos
mal que él se ha preocupado por encontrar al animal, eso juega a su favor… Si fuese un
asesino, Enzo podría haber acabado conmigo cualquiera de las noches que se ha pasado
acompañándome en el hospital.

Por otra parte, no sé si está casado o tiene novia en Nueva York. Solo sé que ha
venido a Lighthouse Point en busca de un trabajo, pero desconozco si tiene alguien allí
esperándole.

Por estos y otros muchos detalles no puedo odiarlo, sino que siento que cada día lo

necesito más, que quiero verlo, escucharlo, sentirlo a mi lado, porque me da


tranquilidad y, a pesar de todas las incertidumbres que lo rodean, me alegra la vida.
Parece que a él le pasa lo mismo, pues cada noche que he pasado encamada, se ha ido
marchando cada día más tarde, hasta que la última noche amaneció en la habitación del

hospital, se marchó cerca de las siete.

Durante sus visitas podría haberlo descubierto cualquiera, Frank si hubiese


regresado para ver qué tal estaba, Susan, cualquier vecino o conocido. Por suerte la
vigilancia policial fue solo para la primera noche. Mi marido ha llamado todas las
noches antes de la cena para quejarse del trabajo que tenía y el desastre que era la casa,
a pesar de haber contado con a una empleada del ayuntamiento para hacer los
quehaceres de casa y no tenía ni que preocuparse por cocinar. Para el personal del
hospital, Enzo era un familiar más, creyeron que era un amigo de la familia y que tal
vez, por lo atractivo que es, fuese gay. Por suerte, ya me han dado el alta y no he tenido

que inventar una excusa para mi marido. El personal del hospital es muy profesional,
hace su trabajo y se marcha, aquí no hay cabida para los chismes, gracias a Dios.

Frank me abraza delante de la gente al salir, el periódico del pueblo está haciendo
fotos. Mi muy solícito marido lleva mis cosas hasta el coche oficial que espera para
llevarnos a casa.

Antes de entrar en el coche, Susan se muestra algo inquieta, le preocupa algo, ya la


conozco.
—¿Qué ocurre, Susan?

—No, no es nada… bueno ya hablaremos —dice tratando de quitarle importancia a

algo. Se toca el pelo con la mano y trata de entrar en el coche.

—Dime, ¿qué ocurre?

—¿Recuerdas la chica que encontraron en la playa, cerca de los acantilados…?

—¿Sí? —pregunto extrañada.

—Era Christine…

Abro los ojos de par en par, sin creérmelo. Yo vi el cadáver cuando me topé con
Enzo. Jamás imaginé que pudiese ser alguien tan cercano.

—¿Tu dependienta? —pregunto sin acabar de creerlo. Tengo que agarrarme al coche
para no caer al suelo.

—Sí, la misma.

—¿Qué le ha ocurrido?

—La policía ha dicho poco… la verdad, pensaba que Frank te lo había contado. La
noticia salió ayer en todos los programas de noticias locales y nacionales. Lighthouse
Point estuvo ayer en boca de todo el mundo.

—¿Qué horror! ¡Pobre familia!

—¡Dímelo a mí, que le puse una denuncia por ladrona! Ni siquiera he llamado para
darles en pésame, aunque sé que debería hacerlo.

—¿Qué le ha pasado? —Pregunto dentro del coche. Susan me indica que los niños
están delante y podrían escucharnos, así que lo deja para más tarde.

Una vez dentro del coche, Frank me dice que tiene una reunión importante y debe

marcharse de viaje, pero que volverá por la noche. Si lo necesito, tengo el chófer a mi
disposición todo el día. Apenas si le escucho, lo único que quiero es llegar a casa.

Durante todo el trayecto de vuelta a casa, las dos guardamos silencio; interrumpido

por los comentarios de Zoe y Adam.

—Mamá la vieja esa que está en casa es una pesadilla…

—¡Enzo! Más respeto. Se dice “anciana” o “la señora” que trabaja en casa estos
días… no seas desconsiderado, esa buena mujer está ayudándonos, así que podrías
mostrar algo de agradecimiento.

—¡Jo, mamá, no nos deja hacer nada, solo los deberes…! ¡Estaba deseando que
volvieses! —Adam sonríe y su pelo rizado se va iluminando por los rayos de sol
intermitentes mientras pasamos por debajo de un puente.

—No sé, no sé. Tal vez deberíamos contratarla para siempre… si estás haciendo los
deberes y recogiéndolo todo…

—¡NO, de eso nada! Además, papá también está harto de la señora. Dice que lo
cambia todo de sitio y que como le toque sus cosas, la despide.

Frank es un maniático del orden y es muy celoso con sus pertenencias. Su armario
vestidor podría aparecer en cualquier revista de decoración o en el escaparate de una
tienda. Coloca todas las camisa por colores y tejido. Los pantalones recorren toda la
gama cromática desde el blanco hasta el negro, las corbatas están expuestas en una

vitrina según la ocasión en las que puedan ser utilizadas. Yo nunca le ordeno sus

armarios. No los limpio, ni los recojo. Él se encarga, es lo único que hace algunos
domingos cuando descansa: ordenar y repasar sus cosas.

Llegamos a casa y el simpático chófer insiste en llevar las maletas dentro de casa.
Saludo a la mujer, Amparito, nacida en Puerto Rico, y me parece muy entrañable, así

que no la incomodo cuando me indica que ella misma colocará las cosas y se encargará
de la ropa sucia. Por mí la dejaría viviendo aquí en casa para ayudarme con todo, pero
Frank se opone, así que decido aprovecharme, al menos, este día. La mujer parece
leerme el pensamiento y me comenta que Frank ya le ha dicho que al estar yo en casa,
no necesitaremos más ayuda. La señora se lamenta pues el trabajo le vendría muy bien,
además reconoce que la casa es muy grande y con dos hijos… Siento ganas de ahogarlo
al escuchar de boca de la señora que ya no me hace falta ayuda. «Frank en estado puro,
tan considerado como siempre».

Susan y yo nos dirigimos al jardín, a la mesa donde me gusta tomarme el aperitivo,

cuando tengo tiempo para hacerlo, es decir, dos o tres veces al año, nada más. Nada
más sentarnos, Amparito nos sorprende con unos margaritas. Yo, a pesar de estar
tomando medicación, no me resisto a ser agasajada por un día. Saboreo el cóctel y dejo
que los suaves rayos del sol me peinen la cara. Susan, nada más sentarse, sigue
contándome la historia de Christine.

—Pues verás, resulta que Christine estaba liada con alguien que había conocido por
internet, su novio y ella habían roto hace poco tiempo y parece ser que es de esas
muchachas que no saben estar solas, de las que no dejan que la cama se enfríe. Él la
notaba muy rara y hace poco se lo confesó: estaba conociendo a otro. Él ha declarado

que desconoce el nombre, pero que cree que está casado y es mayor, por lo que pudo
sonsacarle a su ex el día que rompieron. Por lo visto, él ex novio es el primer
sospechoso, aunque tiene una coartada fiable. Estaba trabajando —Susan da un sorbo al
margarita y mira su reloj impaciente— la policía ha revisado el ordenador portátil de
Christine y no han encontrado nada. Dicen que estaba usando una red de internet oscura,

una que no usamos la gente normal, solo los frikis y la gente rara. A saber… yo todavía
no me lo creo. Saben que ha sido un asesinato porque ha sido violada y además
presenta heridas tras haber sido torturada de forma sádica con varias armas blancas. El
cuerpo está muy magullado por los golpes del mar contra los acantilados. El asesino
tiro el cuerpo desde lo alto con la intención de que quedase irreconocible y todos
creyeran que había sido un suicidio en caso de que fuese encontrada.

—Pobre chica… estaba un poco perdida, a saber en qué asunto turbio se habría
metido.

—Si estaba trapicheando con gente chunga, y les robaba como hacía conmigo, esa
gentuza no es como yo, esos no se andan por las ramas, ya me entiendes…

—¿Sabes quién encontró el cuerpo? —le pregunto para averiguar si la versión que
me dio Enzo cuadra.

—Sí, bueno… creo que fue un hombre que no lleva mucho tiempo en el pueblo,
según me han dicho, pero no se sabe quién es…

—Lo conozco…
—¿Cómo? —pregunta extrañada— ¿de qué hablas? Además, tú has estado en el
hospital…

—Es una larga historia… bueno, ¿recuerdas el apuesto corredor que me acompañó
un día hasta el coche porque chocamos y me doblé el tobillo, al principio de salir a
correr?

—Sí, ¿es ese?

—Bueno, no estoy segura… él me dijo que unas jóvenes habían encontrado el


cadáver y que cuando él se topó con ellas, ya habían llamado al sheriff —le confieso—
¿estás segura de que el cadáver lo encontró un hombre?

—Sí, segura. Ya sabes los contactos que tengo en todo el pueblo…

—Entonces no entiendo por qué me ha mentido… esto no me gusta nada.

—¿Has vuelto a verle desde aquel primer encuentro?

—Sí, creí habértelo comentado —sonrío y le doy una gran sorbo al margarita.

—¿Cuenta? Serás… ¡No me habías dicho nada…!

—No es nada, Susan. Solo que nos hemos encontrado un par de ocasiones corriendo
y después hemos hablado.

—Esa cara no es de hablar, ¡cuéntamelo todo o empiezo a gritar!

Le tapo la boca, pues no quiero que arme un escándalo delante de esa señora tan
amable que, según mi marido no necesitamos que se quede para ayudar en casa…
Durante unos minutos le cuento todo lo que sé de Enzo. Le recuerdo que es el monitor
del gimnasio de Frank, que vino una noche a cenar a casa y al final le hablo del beso

que nos dimos, de lo bien que se ha portado conmigo en el hospital y le confieso que

estoy hecha un lío. Susan no puede creérselo. Pensaba que yo era la última persona en
el mundo capaz de serle infiel a su marido.

—Perdona pero yo no le soy infiel, ha sido un beso de nada…

—Anna, no me cuentes milongas. Te gustó, estás emocionada. Se te nota en la

mirada. ¿Qué vas a hacer?

—Cómo que qué voy a hacer… pues nada. Las cosas fluirán como deben hacerlo, yo
seguiré con Frank y ese hombre continuará con su vida. Además tengo muchas dudas
sobre quién es Enzo realmente.

—Bueno, tengo que irme. De hecho, debería haberme largado hace quince minutos.
Lo dejamos aquí, pero a mí no me engañas. En todos los años que llevo conociéndote al
lado de Frank, nunca he visto esa sonrisa de idiota en tu boca, y eso que Frank está
forrado, está buenísimo y tiene pinta de ser un máquina en la cama… Sin embargo, con

este tal Enzo, te noto distinta. ¡Me voy! —Se agacha, me da un beso y me susurra en el
oído que no sea tonta y que me deje llevar, pero que tenga cuidado por si no es trigo
limpio, y que me cubra las espaldas con Frank. Cree que debo hacerlo todo con mucha
cautela, mi marido no es de esos que se engañan fácilmente.

Frank llega con una botella de champagne para celebrar que ya estoy recuperada, y
de nuevo en casa. Me pilla por sorpresa y no tengo muchas ganas de celebrar o seguir
despierta. El resto del día no he hecho mucho, pero desde que la mujer se fue, he tenido
que encargarme de unas pocas cosas, y me han dejado exhausta. Le digo a Frank que me

duele la cabeza, cosa que es cierto, en gran parte por culpa de los tres margaritas
preparados por Amparito. Le comento que tendremos que dejar la botella para otro
momento. Su cara de desilusión y enfado corriente muta al de un ser encantador que me
agarra por la cintura y me dice que no pasa nada, que ya la abriremos. Se acerca más y
me besa. Supuse que echaría sapos y culebras al rechazar su propuesta de cena

romántica, pero se muestra de lo más comprensivo. Empiezo a asustarme y creer que


unos alienígenas me han cambiado a mi esposo durante los días que he estado
convaleciente. No es normal que se tome las cosas tan bien… algo trama.
X

2 de Mayo de 2016 (domingo)

Hoy es le día de la gran carrera de Deerfield Beach, a pocos kilómetros de distancia


de Lighthouse Point. La carrera consiste en recorrer tan solo diez kilómetros, pero es mi
gran primer objetivo, casi nunca he corrido tantos kilómetros seguidos; aún así, es mi
gran reto.

Me he levantado muy temprano y he salido antes de que Frank y los chicos se


despertasen. Frank los va a llevar de pesca, así que yo he aprovechado para hacer mi
primera carrera importante, al menos para mí. Le he dicho que iba de compras a un
Factory muy popular en esa zona. A pesar de que ya no es tan reacio a que haga algo de
deporte, sé que no aprobaría que participase en una carrera oficial. Sin embargo, es
algo que me hace ilusión, quiero medirme con otros corredores para saber qué tal lo
hago. Enzo me dijo por teléfono que estaría allí, pero yo no le dije si podíamos ir
juntos, ya que durante esta semana ha estado trabajando mucho y casi no hemos

hablado. La cosa se está enfriando, tal vez sea mejor así.

Llego a las 9 y encuentro aparcamiento cerca del parque desde el que sale la
carrera. Estoy nerviosa y, aunque sé que no voy a ganar nada, decido recorrer el parque
trotando para calentar un poco. La salida es a las nueve y media. Parece que el día va a
ser caluroso, menos mal que me puse las mallas cortas y una camiseta de tirantes. Saco
mi MP3 y me coloco en la salida. Hay tanta gente, que a pesar de mirar por encima de
los cientos de cabecillas que me rodean por todas partes, no veo a Enzo. Seguramente
estará al principio para salir de los primeros. Si hay alguien capaz de hacer podio, ese
es él. Lo he visto entrenar y es una bala, imposible de alcanzar. Mantengo la esperanza

de poder verlo en la llegada, aunque sea mucho tiempo después de que haya llegado él.

La carrera comienza y me dejo llevar por la multitud que me arrastra entre saludos a
familiares y empujones mezclados con sonrisas nerviosas. Me coloco mis gafas de sol,
ajusto el volumen de la playlist de running y empiezo a acelerar el paso. Sin darme

cuenta recorro los dos primeros kilómetros. Miro el pulsómetro y me doy cuenta de que
he volatilizado mi mejor tiempo. Nunca he ido tan rápido, pero es que los corredores
me empujan con su aliento y miro hacia atrás: veo un enjambre de hombres y mujeres
que me siguen a poca distancia. Sonrío y me digo que no lo estoy haciendo tan mal
después de todo, pero entonces entramos en una pendiente infinita que perdura por casi
otros dos kilómetros más, y es ahí donde muchos hombres empiezan a adelantarme. A
los cinco kilómetros, cuando aún queda la mitad, noto que empieza a faltarme el aire.
Voy demasiado acelerada y necesito respirar cada vez más deprisa, espero no
hiperventilar y empiezo a sugestionarme con que no podré conseguirlo. Suena entonces

mi canción favorita, una de esas que te sube el ánimo cuando ya estabas llegando al
límite de tus fuerzas. Me crezco y empiezo a creer que podré con todo. Empiezo a
tararearla y durante los cuatro minutos que dura me olvido de todo, incluso de que mis
piernas siguen corriendo. Nada me importa salvo el asfalto y mi canción. Una zancada
tras otra me llevan hasta el kilómetro ocho. Comenzamos un descenso pronunciado y en
el lado contrario de la carretera vemos a los que van en la cabeza de la carrera. De
repente lo veo, es Enzo, y va entre el grupito de los cinco primeros. La velocidad del
descenso hace que mis piernas troten casi sin control, debo ir frenando o me cansaré
tanto que será imposible subir la cuesta final. Enzo me ve y me saluda desde el otro
lado, el de los ganadores. Me indica que vaya más despacio para ganar fuerzas y le

sonrío aminorando el ritmo. Al rodear unos árboles , donde comienza la pendiente más
pronunciada, aparece el cartel del kilómetro nueve. He reservado fuerzas, así que al
subir la cuesta, consigo adelantar a varias chicas que han ido delante mía durante toda
la carrera. Me miran con asombro y tratan de acelerar el paso, pero no pueden.

—Pensaba que no me alcanzarías nunca…—dice Enzo con la voz algo entrecortada.

—Pero, ¿Qué haces aquí? Estabas entre los cinco primeros —digo casi sin mirarle.

—Ya, pero he visto que delante tuya solo hay cuatro chicas y he pensado que a ti te
haría más ilusión una medalla que a mí —sonríe y limpia el sudor de su cara con la
mano.

—¡Estás loco! Corre y deja de hablarme o tendré que frenar en seco.

—Haremos una cosa. Yo seré tu liebre…

—¿Cómo?

—¡Tú sígueme lo más rápido que puedas, volveré a tu lado y aceleraré para que
intentes alcanzarme! ¡Solo queda un kilómetro! ¡Puedes conseguirlo!

Sigo corriendo sin contestarle. Voy a desconcentrarme, tropezaré y este será mi fin
como corredora amateur. Trato de alcanzarle, su presencia me inspira y no quiero hacer
el ridículo delante de él, así que aprieto con todas mis ganas. Cada vez que creo que
podría alcanzarle, acelera más y pasamos por delante de dos chicas que nos miran con
asombro. Estoy al borde de mis fuerzas. Casi no puedo más, me duele el costado y creo
que he perdido un riñón en los últimos metros.

—¡Vamos, solo quedan unos metros, acelera, Anna, ya lo tienes!

Siento la sombra de las otras corredoras en mi espalda, me van a adelantar. Trato de


no rendirme, pero estoy al límite de mis fuerzas, no podré continuar muchos más metros
al límite de mis posibilidades, pero entonces, Enzo aminora la carrera y me espera.

—¡Vamos! ¡Confío en ti! —Me grita.

Eso es todo lo que necesito oír de su boca para que una fuerza interior, como un
depósito de combustible nuevo, envíe una energía brutal a mis piernas. Doy tres
grandes zancadas y cruzo la línea de meta. Enzo lo hace a mi lado, cruzamos juntos,
pero no me doy cuenta hasta que frenamos y nos abrazamos.

—¡No te pares de golpe, sigue andando! ¡Ven, cojamos un zumo y agua!

Va en busca de la bebida para reponer líquidos y yo siento que empiezo a marearme


un poco. Un regusto a metal, como si me hubiese mordido el labio y sangrase, inunda mi
boca desde la garganta.

—Dame un poco de agua, la boca me sabe a metal…

—Es normal, no te preocupes. No tienes un derrame interno, ni nada de eso, bueno,


en realidad tienes miles de capilares que han podido estallar por el sobreesfuerzo de la
carrera, pero no te alarmes en unos minutos estarás recuperada.

Me detengo y necesito sentarme. Todo me da vueltas y siento que voy a vomitar.

—Respira hondo, mírame, Anna —Enzo me echa agua por la cabeza y me da un


poco de aire con su mano.

Al cabo de unos minutos siento que el mareo se va pasando.

—Tómate el zumo, tiene azúcar y es importante que repongas lo que has perdido.

—¡Madre mía! ¡Qué mala me he puesto! —digo después de tomarme el zumo de piña
— menos mal que estabas aquí, si no hubiese ido directa a la ambulancia. ¿Es esto
normal?

—Claro que sí. Es tu primera carrera y te has esforzado muchísimo… creo que has
conseguido podio.

—¿El qué?

—Una medalla, creo que has quedado entre las tres primeras…

Una hora después, escucho mi nombre por los altavoces de la organización del
evento. He quedado tercera, medalla de bronce. Todas me miran porque no saben de
dónde he salido. Miran mi ropa buscando al equipo de atletismo al que pertenezco y yo
solo puedo mirar a Enzo que está pletórico y me hace fotos con su móvil. Levanto la

medalla cuando nos hacen la foto de las ganadoras y no olvido por un instante que mi
alegría ha provocado que él llegue décimo, no ha conseguido medalla por ayudarme a
mí. Se ha sacrificado para que yo ganase una medalla, su altruismo me conmueve,
pocos hombres estarían dispuestos a hacer eso por una mujer que ni siquiera es su
pareja. Me emociono al pensarlo y creo que es lo ultimo que necesitaba para
enamorarme de él como una tonta y despejar casi todas las sombras que se ciernen
sobre él. Aún tengo dudas, pero ahora no es momento de que me atormente, es momento
de disfrutar de mi logro.

Me acompaña a mi coche. Nos encontramos cerca del malecón y decidimos ir a

tomar algo. Yo no quiero volver a mi jaula dorada, necesito ser libre por unas horas
más. Enzo dice que le encanta el muelle de Deerfield Beach, lo ha visto en algún folleto
y quiere pasear por allí. Yo acepto encantada, con mi reluciente medalla colgada al
cuello. Me gustaría poder compartirla con mi familia, pero imagino la cara de asco de

Frank y decido guardármela para mí y para Enzo. Es nuestro pequeño logro, nuestro
pequeño secreto.

Pedimos unos tacos mexicanos en un puesto ambulante cerca de la playa, de esos


cuyo olor a especias hace imposible que puedas resistirte y pasar de largo. La brisa
junto al mar es más fuerte y me pongo la chaqueta, siento un poco de fresco y el sol
tiene un brillo plomizo que hace presagiar una probable tormenta en alta mar. Conforme
caminamos por el muelle, divisamos un cenador-mirador del final, unos doscientos
metros mar a dentro, decidimos tomarnos el taco allí, no nos importa las microgotitas
saladas del océano que nos envuelven en una continua y refrescante cortina invisible de

agua salada.

Desde arriba, se divisan a algunos turistas tumbados al sol en las típicas hamacas
azules, con sombrillas del mismo color, ajenos a una pareja que se adentra en el
solitario muelle para ponerse chorreando. Los surfistas esperan ansiosos a que las olas
se levanten lo suficiente como para dejarles disfrutar durante la tarde. Están apostados
sobre sus tablas, peligrosamente cerca de los cimientos del malecón. Sin embargo,
ellos tampoco reparan en una pareja de deportistas chiflados, porque ellos lo están aún
más. Me siento como si fuese invisible en este lugar, nadie me conoce, nadie nos ve…

—No te preocupes por ellos, están acostumbrados a cabalgar las olas y a esquivar

las mortíferas columnas de hormigón que sostienen toda la estructura del muelle. —
Comenta Enzo, que parece adivinar mi preocupación por los jóvenes, mientras retira su
flequillo moreno de la cara.

—Temo que acaben estampados contra esas construcciones. Además, las columnas

están cuajadas de mejillones y erizos que empeorarán aún más el choque. Prefiero no
mirar.

—Mira, ahí está el cenador, tenemos suerte, no hay nadie. Solo para nosotros.

Nos sentamos uno frente al otro, rodeados por el verdoso océano que ruge bajo
nuestros pies y trata de deshacerse de esa construcción humana que se ha adentrado
demasiado en sus dominios. El tejado de la construcción nos cubre de las gotas del
océano que revolotean por todas partes por encima del muelle, pero que logran colarse
por los lados cuando el viento las empuja contra nosotros.

—Nunca he comido en uno de estos sitios —admito, dándole un bocado al taco de


carne.

—No puedo creerlo. ¿Tú eres de Miami? Pareces de fuera… Yo lo tengo más
difícil, en Nueva York…

—Ya, no sé, siempre he visto a las parejas que venían a comer a estos sitios, pero a
Frank no le gustan. No sé, los ve un poco…

—¿De pobres?
—No, no es eso, bueno… él piensa que si tienes dinero para almorzar en un buen
restaurante, por qué lo vas a hacer ahí tirado como si fueses un “homeless”

ensuciándote al comer y cogiendo la comida con las manos.

—Pienso que no hay nada más divertido… ¿Oye? ¿Tu marido es un poco snob, no?

—Sí, un poco, pero yo no pienso igual que él. Esto me encanta, la comida está
deliciosa, este rincón es… mágico.

—¡Como tú! —afirma y me sonrojo al escucharlo. De nuevo vuelve a romper el


muro que hemos levantado estos días con rodeos y excusas. Vuelve a ser como a mí me
gusta, y como en el fondo deseo que sea.

—No deberías…

—Lo sé, y no acostumbro a hacerlo, de veras créeme. No sé qué me ocurre contigo.


Jamás he estado detrás de una mujer casada. Es solo que…

—Me refería a que no deberías decirme esas cosas o no abriré la boca en toda la
comida, me da un poco de vergüenza escuchar esas cosas de tu boca. —Me centro en

mi taco y le doy otro bocado para no seguir hablando.

—Me refiero a eso, eres tan increíble, eres tan sencilla que destacas por encima de
todos los que están a tu alrededor; lo haces de manera inconsciente, sin darte cuenta.
Pero no lo puedes evitar, eres así y tu marido lo sabe, por eso no quiere que te muestres
a los demás. Teme perderte, aunque él no lo valore, o trate de hacerte sentir mal por
ello, eres un diamante, un tesoro y por eso se aferra a ti con todas sus ganas. No quiere
compartirte. Tal vez, si yo tuviese la suerte de que me hubieses elegido para estar a tu
lado, yo haría lo mismo. Quiero que sepas que me estoy jugando mucho al estar aquí
contigo. Por mostrarte mis sentimientos, mucho más de lo que puedas llegar a imaginar.

Sé quién es tu marido… pero no puedo evitar querer estar a tu lado, protegerte…

—Eso es lo que él me dice cuando me pide que me quede en casa, que quiere
protegerme de los demás.

—Con una diferencia, Anna. Yo jamás te golpearía —dice agarrando mi mano.

Cierro los ojos por unos instantes e imagino lo que esas manos podrían hacer sobre mi
piel si no detengo esto, si no dejo de flirtear con él. Siento pena por Frank, no puedo
traicionarle, pero lo nuestro hace mucho que está muerto y enterrado, necesito respirar
de nuevo al lado de un hombre que valore a la compañera que tiene a su lado y que
quiera sentir conmigo de nuevo.

—Parece que tengas miedo del alcalde.

—No es por eso, ni porque pueda pegarme o algo así. Levanta el brazo y muestra su
hiperdesarrollado bíceps, créeme, no es por eso.

—¿Porque tiene al sheriff de su parte? —pregunto, y sus pupilas se agrandan— ¿de


qué huyes Enzo?

—Yo, de nada… más bien qué persigo…

—Si me tiro a la piscina contigo quiero saber si me mantendrás a flote, si puedo


confiar en ti. No quiero que una esposa celosa venga desde Nueva York buscándome.
Quiero saber que puedo confiar en ti, que no eres un... tipo raro de esos… —Enzo
sonríe y después ríe a carcajadas.
—No te preocupes, no vendrá ninguna señora Mancini a darte una patada en el culo.
Estoy libre… y tampoco soy un tipo raro que tenga en la mente alguna perversión rara.

—¿Por qué no te creo del todo cuando lo dices?

Enzo se acerca hasta mí y deja caer su taco sobre la mesa, se echa sobre mi lado y
me besa con pasión. Yo dejo caer mi comida y siento que está saltando sobre la mesa
hasta que se coloca a mi lado, todos estos movimientos los hace sin dejar de besarme.

—¿Me crees ahora?

—Un poco más —sonrío y nos besamos de nuevo.

Nos quedamos un rato más en el cenador, hasta que la temperatura de nuestros


cuerpos es más elevada que la de los bañistas que se tuestan al sol. Decidimos
marcharnos de allí. No me siento del todo tranquila besándonos y acariciándonos a
plena luz del día, en el exterior; alguien podría vernos, a pesar de estar solos, y no
haber nadie en el muelle, nunca se sabe quién puede ver.

Llegamos a su coche y me invita a sentarme, quiere enseñarme una canción. Yo le

recrimino que es un truco muy antiguo decirle a una mujer que quieres enseñarle algo de
tu coche, le advierto que no se va a sobrepasar conmigo en un aparcamiento.

«Aquí no va a ser mi primera vez con él». —Pienso.

—¿Qué extraño, creí haber cerrado el coche con llave?

—¿Está abierto?

—Sí —dice agachado mientras busca algo en la guantera. Respira aliviado al


encontrarlo. Sin embargo, no parece muy tranquilo.

—Se te habrá olvidado cerrarlo, a mí me pasa continuamente. Aunque, mi coche se

cierra solo pasado un minuto, ¿el tuyo, no?

—No. Es más antiguo. Bueno, menos mal que está todo. Debo haber olvidado
cerrarlo. —Busca entre los botones del equipo de música del vehículo y sube el
volumen cuando parece encontrar lo que busca— Esta es la canción que me recuerda a

ti cada vez que la escucho: suena All of me de John Legend.

—También es una de mis favoritas —sonrío y Enzo se acerca para besarme— te dije
que no voy a hacer nada en el asiento de atrás de un coche…—le advierto.

—No pretendo incomodarte, solo quiero besarte mientras escuchamos esta canción.
Te miento si no he pensado alguna vez en besarte mientras la escuchaba.

Sonrío porque a mí me ha pasado lo mismo con él, cuando he escuchado alguna otra
balada. Pasan tres o cuatro minutos y una canción sucede a otra, pierdo la cuenta de
cuánto tiempo pasamos besándonos. Se me ha quedado un brazo dormido, cambio de

postura y observo que algo brilla en la parte del salpicadero que llega hasta la caja de
cambios. Alargo la mano y descubro un pendiente, como esos que llevan las chicas
cuando se hacen un piercing.

—¿Y esto? —Pregunto y lo separo de mí.

—No sé. Será de alguna compañera del gimnasio que haya subido al coche —trata
de cogerlo, pero se lo arrebato.

—De ninguna manera. ¡Seguro que es de tu última conquista, así que voy a
llevármelo! —Bromeo. Lo acerco a la luz para verlo mejor y descubro un aro como

esos que se llevan en la nariz, rodeado por tres corazones pequeños con brillantitos

alrededor. Descubro que no es la primera vez que lo veo.

—¡Déjamelo ver! —insiste Enzo, consiguiendo arrebatármelo cuando me quedo


paralizada mirándolo— pues no sé de quién podrá ser, que yo recuerde nadie con un
piercing en la nariz se ha subido en mi coche.

Empiezo a sentir náuseas, me mareo y quiero salir del coche. Me asfixio. Sé


perfectamente de quién es ese pendiente. Lo conozco porque muchas veces lo he visto
brillar delante mía. Susan y yo hemos comentado lo que parecía en la nariz de su dueña
«un extravagante moco colgante con swarozkis». En estos momentos esos comentarios
jocosos no me hace ninguna gracia. Salgo deprisa del coche, casi sin mirarle, y sin que
le de tiempo a retenerme.

—¿Qué ocurre? ¿No te irás a mosquear porque ha aparecido un pendiente en mi


coche? No tengo ni idea de quién es, ni de cómo ha podido llegar hasta aquí. El coche
es alquilado, tal vez sea del antiguo dueño…

Trato de recomponerme enseguida. El pánico me martillea detrás de la nuca, ¿cómo


he estado tan ciega…?

—Tengo que marcharme —balbuceo— ya es tarde, y todavía falta el camino de


regreso. Enzo, gracias por todo, pero debo irme.

Me giro y no espero a que se despida de mí. Busco las llaves del coche con el
frenesí de una desesperada, de otra posible víctima… Llego al vehículo y no miro
atrás, lo escucho salir de su coche, viene a buscarme. Agarro las llaves y abro el coche.
De un salto me introduzco en el coche y meto las llaves en el contacto para arrancar.

Consigo echar los pestillos justo cuando Enzo llega al vehículo.

—Anna, ¿qué te ocurre? ¡No te enfades! Te prometo que no estoy con otra persona.
En todo caso sería yo el que debería estar celoso, ¡tú eres la que está casada! —
exclama nervioso.

Consigo arrancar y acelero sin mirarle, no puedo volver a mirar sus ojos azules
infinitos, no puedo volver a caer en su trampa mortal, como le sucedió a esa
muchacha… como le ocurrió a… Christine.

He recordado a la dueña de ese pendiente cuando lo he tenido en la mano. A pesar


de estar ensimismada y entregada a Enzo, lo he reconocido. Ella misma nos lo enseñó
la tarde que se lo pusieron, y nos demostró en varias ocasiones cómo se lo ponía y
quitaba en un solo gesto.

La dueña de ese piercing ha aparecido muerta hace unos días, y Enzo estaba cerca

del lugar donde encontraron el cuerpo. Tengo la boca seca y no sé qué hacer. Debo ir a
la policía, debo denunciarle antes de que el asesino venga a por mí.
Conduzco como una autómata sin saber a dónde ir, y no despego los ojos del
retrovisor por si me persigue. Recibo varios mensajes de WhatsApp de su teléfono a

los pocos minutos. También tengo dos llamadas perdidas desde su número. A estas
alturas debe saber que he reconocido el pendiente. Continúo muy nerviosa, no sé qué
hacer. Mi mente se debate entre ir a buscar a la policía nada más llegar a Lighthouse
Point o no decir nada y pensar que las casualidades existen y Enzo tiene un motivo

razonable para tener una prueba de asesinato en su coche. Si él es el asesino de esa


muchacha, tal vez no sea la primera, tal vez haya otras más en Nueva York, y por eso
parece que huye de allí, y nunca quiere contar nada de su vida en la gran manzana. Eso
explica por qué no le gusta la policía… supongo que ese era el motivo.

«Qué necia he sido, ¿cómo un tío como él iba a fijarse si no en mí?» «¿Iba a ser yo
la siguiente?» —pienso y me seco las lágrimas que se amontonan en mis ojos,
impidiéndome ver la carretera con claridad.

Su reacción ante el hallazgo del piercing me pareció tan sincera, y también tal vez

porque estoy enamorada de él, que en el último instante decido pasar de largo de la
comisaría. Aún a sabiendas que no estoy haciendo lo correcto y que tal vez me
arrepienta el resto de mi corta o larga vida.

Debo sopesar las cosas, pensar con claridad y para eso debo estar en casa. Se ha
hecho muy tarde y Frank va a matarme… No puedo llegar con más demora.

Por otra parte, pienso en el hecho de que si declaro que he visto una prueba del
asesinato de Christine en el coche de Enzo, me descubriré ante Frank, que me pedirá
explicaciones acerca de qué diablos hacía yo en el coche de ese tipo a varios
kilómetros de distancia de Lighthouse Point. Aunque hubiese querido declarar, estoy

atrapada, a merced de Enzo. Si se descubre nuestro pequeño escarceo, será el fin de


todo, de mi matrimonio, los niños, todo se irá a la mierda… estoy atrapada en una
verdad que necesita ser destapada, pero que me salpicará tanto si la cuento como si no,
pues si no lo hago, puedo llegar a convertirme en cómplice de asesinato; y si lo cuento,
tal vez el que me asesine sea mi marido.

Cuando llego, está atardeciendo. Dentro de casa ya han encendido las luces y tengo
una extraña sensación de apego con mi hogar. De repente, tengo una imperiosa
necesidad de saber que todo está en orden, que mi vida sigue en su sitio y ningún
sicópata atractivo la ha puesto bocabajo. Ese sentimiento de haber hecho algo malo, de
haberte alejado del camino correcto y que solo con arrepentirte, conseguirás que todo
vuelva a su cauce, que aunque no sea el mejor para tu felicidad, al menos, es el que
conoces.

Aparco fuera, hay sitio en la calle. No quiero hacer demasiado ruido al llegar. La

estrategia es entrar directamente por la puerta trasera hacia la cocina, sin hacer ruido, y
ponerme a hacer la cenar. Para cuando se den cuenta de mi presencia, ya les habré
preparado algo y eso suavizará las cosas con Frank, puedo decirle que ya hace un buen
rato que estoy en casa, pero que estaba preparándoles una cena sorpresa. No colará,
pero me dará tiempo para pensar alguna excusa mejor.

Efectivamente no hay nadie en la planta de abajo. Los chicos estarán escuchando


música o con el ordenador en sus cuartos y Frank estará duchándose, pues se escucha
caer el agua del baño. El pomo de la puerta parece un enemigo irreconciliable y cruje
con la potencia de un altavoz subwoofer de esos que amplifican los sonidos hasta que te

duelen los oídos. Nunca he escuchado que sonase ese pomo, claro que, nunca he
entrado a hurtadillas en mi propia casa. Me dispongo a sacar la lasaña que preparé el
otro día para la cena de hoy y escucho a Zoe canturreando en la ducha. Seguro que se ha
dejado la puerta abierta y todos los vapores están sirviendo de regadío para las
esporas, los mohos y demás seres vivos de nuestra moqueta. Les repito mil veces que

no se dejen la puerta abierta, pero no sirve de nada. Decido abandonar mi escondite e ir


en busca del osado que ha dejado la puerta abierta de par en par. Subo los primeros
escalones y huelo el gel de frambuesas de mi hija. Subo despacio porque no sé dónde
están Adam y Frank. No quiero ser descubierta. La lasaña está haciéndose en el horno-
microondas y todavía puedo usar la coartada de la cena para decir que llevo en casa, al
menos, veinte minutos.

Cuando alcanzo la primera planta y me asomo a ver si encuentro a alguien, descubro


la puerta del cuarto de Adam cerrada, pero unos destellos luminosos que se cuelan por

debajo de la puerta me indican que está jugando con los videojuegos. Miro al otro lado
y descubro una figura pétrea apostada en el quicio de la puerta, pero un poco retirada
para no ser vista desde el interior. No se ha percatado de que estoy allí, tan absorto está
en lo que ve, que no es capaz de verme cuando me aproximo por detrás. Algo me
invade por dentro que necesita salir como un caballo desbocado. Lo que veo no me
gusta, me asquea, veo a un viejo asqueroso espiando a una jovencita mientras se da un
baño. Alargo la mano y cierro la puerta de un portazo, interrumpo el momento justo en
que Zoe sale desnuda de la ducha y él comienza a sonreír de placer. Lo miro a los ojos
y proyecta una sonrisa lasciva y maquiavélica en las sombras de la entreplanta. Parece
otra persona, se sorprende un poco al verme a su lado, pero no intenta excusarse, ni

siquiera pide perdón. Es más, parece divertirle que le haya pillado espiando a Zoe. No
quiero imaginar qué hubiese pasado si me llego a entretener más con Enzo, si no llego a
descubrir el pendiente y no hubiese salido huyendo.

Sin pensármelo le doy una bofetada. Tan sonora y fuerte que le vuelvo la cara.

—¿Quién ha cerrado la puerta de un portazo? ¿Enano, eres tú? —pregunta Zoe desde
la bañera.

Tardo en responder, estoy concentrada en la repulsiva imagen de Frank, apostado en


la baranda, con la mejilla roja y una sonrisa sádica aún colgada de su cara.

—Soy yo, hija. ¡Os he repetido mil veces que cerréis la puerta mientras os ducháis!
—le grito desde fuera, y le indico por señas a Frank que baje al salón.

Mi marido continúa sin hablar, tampoco dice nada cuando le acuso abiertamente de
ser un asqueroso mirón.

—¡Eres un maldito sátiro, hijo de puta! —Le grito— ¿cómo has podido… es Zoe?

—Era inevitable, Anna. Tarde o temprano tenía que suceder… sabes tan bien como
yo que Zoe… no es mi hija.

—¿Te estás escuchando? ¿Has perdido la cabeza? No es tu hija, ¡Pero la has criado
tú, cabrón! ¡Debería ser como si fuese de tu propia sangre! No voy a permitir que la
mires así nunca más, eres un cerdo.

—Haberlo pensado tiempo atrás…


Corro hacia él y cojo lo primero que encuentro para agredirle con ello. Esta vez me
esquiva y me agarra del brazo.

—Ahora tengo que irme a una reunión importante de la compañía, ya hablaremos


más tarde. Por cierto, ¿te lo has pasado bien hoy? Suerte que has vuelto… ¿temprano?
—sonríe alejándose. Comprendo que vuelve a ser el mismo malnacido de siempre, que
los últimos días ha actuado para tenerme contenta y que no me marchase… pero lo de

espiar a Zoe ha sido demasiado. Cuando lo conocí, nunca creí que llegaríamos a esto.
Intuí que no sería fácil, pero que no llegaríamos a esto. Me aferré a una roca en mitad
de los acantilados, sin darme cuenta de que esa roca que me salvaba era aún más
resbaladiza y traicionera que todas las demás que me rodeaban con sus aristas y
puntiagudas protuberancias. En el fondo sabía que Frank evitó que me estrellara en esos
acantilados, pero no evitaría que muriese ahogada.
15 de junio 2003, domingo.

Este año en la universidad ha pasado volando. Solo necesito pasar dos parciales y

seré “MAESTRA” el sueño de mi vida. He conocido a la mejor amiga que cualquiera


podría desear, después de mucho tiempo. La mayoría de las tontitas de la facultad de
educación me aburren. Así que la llegada de Megan, antes de las navidades, fue como
un soplo de aire fresco. De veras pensaba que no me llevaría una sola amiga de verdad

de la universidad, esto fue hasta que la conocí. Todavía no sé bien qué hacía por allí
cuando se ofreció a ayudarme con unos apuntes, un café derramado y una falda
manchada. Creo que me dijo que era becaria en otra facultad, en la de psicología, creo.

Megan y yo nos hicimos uña y carne. Hasta el punto que era la única que sabía todo
los detalles de mi gran error, un embarazo fortuito tras una fiesta de la primavera en el
mes de abril. Estaba tan borracha que no recuerdo casi quién es el padre… un error
para una vida modélica de buena estudiante e hija ejemplar. Me relajé una noche y lo
tendré que pagar… el resto de mi vida, todo tirado por la borda por culpa de un desliz.

Adiós al puesto de maestra en un colegio privado y católico de niñas que mis padres
me habían concertado.

Mis padres adoptivos, conservadores y católicos, pusieron el grito en el cielo


cuando fui a visitarlos el mes pasado y les dije lo que había ocurrido. Siempre se han
mostrado tolerantes, comprensivos con mis problema e inquietudes, pero el embarazo
ha sido diferente… me han ingresado algo de dinero en la cuenta del banco y me han
puesto en la calle. Así de sencillo y desgarrador. Sabía que esa era una de las líneas
rojas que jamás debía cruzar con ellos, pero fue un error, una inconsciencia de
juventud. No sé si el dinero es para abortar o para que vaya tirando hasta el parto.

Al principio pensé que se echarían atrás y que todo le cariño y el amor que nos
tenemos pudiese más que las convicciones religiosas y los corsés más conservadores
de la iglesia católica. Sin embargo, me equivoqué. Desde ese día no han dado señales
de vida. Vuelvo a estar sola, como al principio, como cuando era pequeña.

Estoy embarazada de dos meses, el embarazo va bien y no me he planteado abortar


en ningún momento. Incluso ni cuando el ginecólogo me lo insinuó después de verme
llegar y marcharme sola de la consulta. Acabar con la vida que llevo dentro va en
contra de mis principios, he estudiado muchos años para educar a niños, no para
matarlos. Respeto la postura de tantísimas mujeres que, como yo, son muchas veces
prisioneras de sus circunstancias y no puedan tener una elección personal y libre, como
me ocurre a mí, pero siento que tengo que proteger al ser que está creciendo dentro de
mí; no tiene culpa de mis errores.

En estos momentos, nuestras necesidades están cubiertas por el dinero de mis

padres, eso me da algo de tranquilidad, al menos, hasta que nazca el bebé. Desde que
tengo uso de razón, y más sabiendo que soy adoptada, siempre me he prometido que
jamás abandonaría a un hijo mío, como hizo conmigo mi familia carnal. No sé cuáles
fueron los motivos del abandono, tampoco quiero explicaciones a estas alturas de mi
vida, pero este vacío que tengo desde niña, no se puede llenar nunca, así que mi bebé
tendrá a su madre junto a él. Aunque tenga que gastarme todo el dinero y solicitar las
ayudas estatales para el cuidado del bebé, o necesite ponerme a trabajar de lo que sea.
«Dios aprieta pero no ahoga…» —decía mi madre adoptiva.

Aunque sé que si perdiera lo que llevo dentro, mi vida sería mucho más fácil, pero

no, no puedo hacerlo. Sé que si llevo a cabo el aborto, me arrepentiré el resto de mi


vida. Un precio demasiado caro para estar pagándolo cada mañana cuando me levante y
me mire al espejo.

He tratado de recordar al padre de la futura criatura, pero solo recuerdo que era

rubio, más bien pelirrojo, alto y fuerte, pero también iba muy borracho, casi tanto como
yo. Así que dudo que pueda aparecer como por arte de magia para ayudarme.

Megan me ayudó tanto esos días… me acompañó al ginecólogo, me animó en los


peores momentos, prometió que no me abandonaría. Es cierto que no fue su culpa
desaparecer… ella no lo quiso, le empujaron a ello. No hizo como el resto de personas
que me han abandonado a lo largo de mi vida: mis propios padres biológicos, mi
familia, y mis padres adoptivos. No parecía importarle a nadie, excepto a Megan.

No lo hizo a propósito, ella no me abandonó, se marchó porque un hijo de puta que

se cruzó con ella a las afueras del campus de derecho la asesinó. Ahora lo he
recordado: allí era donde trabajaba. El asesino la violó en un descampado adyacente al
edificio y después la asesinó. Pero antes de partirle el cuello, le fracturó varias
costillas a patadas, le desfiguró el rostro a puñetazos, y cuando aún estaba inconsciente,
creo según el informe policial… le arrancó la lengua de cuajo con unas tenazas, el muy
cabrón pensaría que medio moribunda podría gritar o contar algo más tarde. Ese tipo no
era un violador común, era un sicópata. Se ensañó con ella y el muy mamón se tomó su
tiempo.
Después del fin de semana, uno de los muchos que me pasaba estudiando y que no la
llamaba porque sabía que volvía a su vida rural en un pueblo, a cientos de kilómetros

de la universidad donde había encontrado trabajo, me enteré de que había aparecido su


cuerpo en ese estado.

Ahora me quedan demasiados “y si…” tantos “podría haber…” para martirizarme el


resto de mis días. He estado tan sumida en su pérdida que el dolor no me ha permitido

recordarla tal y como fue ella.

Megan era tan vital, alegre y buena que me sorprendió que apareciese por sorpresa
en mi vida. Me arrepiento de no haber podido ir a su funeral. Su pueblo está a más de
trescientos kilómetros de distancia, y yo no estoy en situación de conducir sola hasta
allí. Frank, ese tipo callado y atractivo que se nos pegó hace unos meses, por marzo, se
ofreció a acompañarme al funeral. No obstante, no pude ir, no tenía fuerzas para
recordarla dentro de un ataúd. Supongo que él sí iría, siempre he pensado que él está
más interesado en ella que en mí. Aunque Megan siempre decía que se notaba que yo le
gustaba, pero que no se atrevía a decirme nada, tal vez por la diferencia de edad.

Desde el funeral parece que se lo ha tragado la tierra. Ha desaparecido como si


nunca hubiese llegado a nuestras vidas. Tal vez el dolor por la pérdida de mi amiga le
haya hecho distanciarse. Esto ratifica mi idea de que en realidad estaba con nosotras
porque quería ligar con ella, y no le culpo; Megan era excepcional.

Recuerdo que la primera vez que nos vimos, estábamos en la cafetería de la facultad,
y él llegó con su cochazo rojo y aparcó delante. Parecía sacado de la película Pretty
Woman. Se quedó un rato mirándonos, entró y nos pagó el desayuno. Se sentó a hablar
con nosotras y nos dijo que había venido a buscar a un tipo que le debía dinero. Frank
es prestamista o algo así. Trabaja con las finanzas; la bolsa, tal vez.

Admito que me gustó un poco, quizás por toda la fachada de broker hecho a sí
mismo, conducir un cochazo y con por sus aires de chico malo. Sin embargo, Megan me
advirtió que tuviese cuidado con él. Había algo de su personalidad que no le gustaba.
Era bastante prepotente e iba un poco de sobrado. Le hice caso porque ella parecía

tener un sexto sentido para eso, yo no.

Desde aquel día, nos topábamos con él en los lugares más variopintos. Al principio,
se hacía el encontradizo, hasta que al final admitió que se lo pasaba fenomenal con
nosotras y nos preguntó si podíamos quedar para tomar café con él de vez en cuando. A
nosotras nos venía muy bien porque siempre era él quien pagaba…

Ahora podría ayudarme con mi “embarazoso problema”, pero el número de teléfono


que nos dio no funciona, cada vez que lo he llamado se escucha una voz grabada que
repite siempre el mismo mensaje: «el usuario está desconectado de nuestra compañía
de teléfonos».

Sé que él tiene bastante dinero, tal vez pudiese prestarme algo… no para abortar,
sino para organizar mejor mi vida. Siento que ando en equilibrio sobre un cable de
acero en medio de un precipicio; el menor despiste, y toda mi vida acabará
estrellándose abajo.

He mirado varios anuncios en el periódico para buscar trabajo este verano de lo que
sea… necesito la pasta para cuando llegue el bebé, si todo va bien, en enero. No
obstante, muchos han declinado mi currículo y estudios por mis circunstancias actuales,
has sido muy educados declinando mi ofrecimiento. Todavía no se nota mucho la
barriga, aunque ya se intuye que algo le ocurre a mi cuerpo. Necesito un lugar donde

poder quedarme con el bebé, una casa donde quedarnos, el bebé precisa un espacio
seguro y confortable, ahora mismo se lo proporciono yo dentro de mi cuerpo, pero en
unos meses todo se volverá más complicado.

Como todavía no me está dando problemas y el embarazo está siendo tranquilo, voy

a terminar los exámenes que me quedan y después ya veré lo que hago con mi vida. Si
no fuese tan práctica, habría dejado los estudios y hubiese tirado por tierra tantos años
de universidad, sacrificios, noches de estudio y el dinero. Algo que tendré que buscar
pronto porque no voy a vivir con lo que me han dejado mis padres adoptivos a cambio
de desentenderse del problema y de salvar su buen nombre familiar. Al abandonarme de
nuevo, me han demostrado que en realidad no me ha querido tanto, o lo han hecho a su
manera, tal vez como una posesión más… pero bueno, estoy bien, dependo de mí misma
y no me puedo venir abajo, aunque en momentos como hoy, cuando me acuerdo tanto de
mi amiga Megan y de lo injusta que es mi vida, solo quiero llorar y llorar hasta

vaciarme por dentro. Hasta quedarme seca y no tener que preocuparme por nada más,
solo cerrar los ojos y dejar que el tiempo haga que todo lo malo desaparezca.
2 de Mayo de 2016, domingo.

Zoe no comprende porqué quiero que duerma esta noche conmigo… sabe que su

padre no está de viaje porque sino se lo habría dicho. Le digo que me da igual que
Frank se enfade. Le recuerdo que ya es casi una mujer y no debe mostrarse desnuda con
tanta naturalidad, ni siquiera, delante de su padre.

Zoe desconozco que Frank no es su verdadero padre. Nunca he tenido el valor de

confesárselo, ni a Frank ha parecido importarle. Nunca hemos hablado del tema, ni


siquiera sé, si él querría que ella lo supiese. Aunque lo que he visto esta noche, esa
mirada de lujuria, me ha hecho cuestionarme si he hecho lo correcto, si no debería
habérselo contado antes.

Mi hija no entiende bien mi actitud. Le aseguro que a la mañana siguiente se lo


explicaré, pero ahora necesito algo de tranquilidad, debemos descansar. El sueño me
está venciendo. Hace un rato he tenido que tomarme un par de pastillas para dormir. A
pesar de estar agotada, la cabeza no para de darle vueltas a todo lo vivido hoy y no

consigo conciliar el sueño. Entre lo de Enzo, que posiblemente sea un asesino, Frank
que ahora parece ser un maldito pederasta, un cabrón que espía a la niña con la que ha
convivido desde que era bebé. Pienso en que debo tranquilizarme o me va a dar algo.

Nuestro dormitorio tiene un sistema de seguridad que, sin ser una habitación del
pánico, permite cerrar la puerta blindada del dormitorio, aislándolo del resto de la
casa; una vez activado solo se puede abrir desde dentro. Existe otra puerta pequeña,
oculta dentro de un armario, que comunica con la habitación de Adam. No la tapiamos
porque de pequeño le daba miedo estar solo y la dejábamos abierta para darle una
vuelta de vez en cuando sin que se despertase. La habitación de Adam también tiene un

pestillo, aunque sé que no se va a enfadar con su propio hijo, sangre de su sangre.


Aunque si viene borracho y cabreado puede pagarla con cualquiera. Así que bloqueo
las puertas de los dormitorios y dejo abierta la que comunica los dos dormitorios.

—Zoe, hija, te lo ruego. Esto es en serio. Si tu padre vuelve durante la noche y te

pide que abras la puerta de tu hermano, no lo hagas…

—¿Por qué mamá? Me estás asustando.

—Verás, tu padre y yo hemos discutido, y debo contarte algo importante, pero lo


dejaremos para mañana, ahora no puedo, lo siento pero no puedo enfrentarme a esto
ahora… —digo en voz baja, medio dormida.

—¿Contarme el qué, mamá, me estás preocupando?

—¿Confías en mí?

—Siiií, claro, mamá —asegura, pero se muestra algo inquieta.

—Pues haz lo que te he dicho. No abras la puerta de tu hermano, la nuestra está


bloqueada y sin el código, que ya he cambiado, no podrás abrirla. Es importante, no
quiero que tu padre la pague con vosotros. Hemos tenido una fuerte discusión, y tu
padre volverá ebrio, así que no abras ninguna de las puertas, ¿De acuerdo?

—De acuerdo, mamá…

—¿Prometido?
—¡Prometido! Promesa de meñique —dice con una sonrisa nerviosa en el rostro.
Levanta su mano derecha y busca con su meñique la mía. Sonreímos y nos dormimos

abrazadas como cuando era más pequeña. La quiero tanto que me duele al pensar que
alguien podría hacerle daño.

Esta noche descubro que los somníferos no te eximen de ensoñar: Aparezco en un


callejón oscuro, uno de esos que delimitaban los edificios de la universidad. Es de

noche y todo está muy negro. Empiezo a andar cada vez más deprisa. Hay coches
aparcados a los lados de la carretera, pero las luces de las farolas están apagadas. La
ampliación urbanística ha llegado a la zona, pero el trazado de luces no parece que
vaya a activarse a la misma velocidad que las nuevas construcciones. El miedo empieza
a rodearme y cuando doblo la esquina descubro otro pasaje interminable, este sí está
iluminado, pero parece más deshabitado y siniestro que el anterior. Escucho algún ruido
al final de la calle, algo cae al suelo y escucho un grito de socorro. Parece como si
alguien se arrastrase al final de la calle y tratase de escapar de la carretera para llegar
a algún seguro. Al principio me quedo paralizada, no sé si huir de la escena o correr en

su auxilio. Tras unos instantes, esos suplicantes ojos se percatan de mi presencia.


Entonces decido ir en su busca y ayudarla.

A pesar de parecer un bulto deforme y desfigurado, reconozco las ropas de Megan,


las mismas que llevaba el día que la asesinaron. Me agacho, pero no puedo tocarla.
Trato de socorrerla, pero continúa arrastrándose. La llamo, grito, hasta que no me
queda voz, pero no me escucha, no puede sentirme… Entonces, escucho uno pasos que
se acercan detrás nuestra, Megan se vuelve hacia mí y con la cara molida a golpes y un
ojo cerrado por las contusiones, me grita:

—¡Huye, Anna, escapa, ahora!

Algo me atraviesa, un frío gélido y maligno que me deja petrificada. La figura de un


hombre embutido en un abrigo largo de corte elegante y negro llega hasta ella: su
asesino.

Trato de moverme para golpearle, ayudarla. Grito Socorro pero nadie viene en mi

ayuda. Está oscuro, hace frío y estamos solas. Siento en mis propias entrañas el pánico
y la desesperanza de mi amiga, el miedo de saber que vas a morir, que dentro de poco
se acaba todo.

El asesino comienza a golpearla de nuevo. Comprendo que va a matarla delante mía,


si no lo detengo. No puedo hacer nada, la impotencia me asfixia y me araño la cara de
desesperación. Vuelvo a mirarla y el cuerpo de Megan no se mueve, descansa sobre el
asfalto, como un viejo envoltorio usado y machacado a la espera de desintegrarse por
el paso del tiempo. A nadie le importa, nadie lo ha visto, solo yo, pero no sirve de

nada. La impotencia me reconcome por dentro. El asesino limpia sus puños cubiertos
de sangre con un pañuelo que saca del bolsillo interior del abrigo. De repente, pienso
en la única manera de poder ayudarla: descubriendo a su asesino.

Por culpa del asco y la impotencia que siento, no puedo moverme. Reúno todas mis
fuerzas y, con gran esfuerzo, consigo despegar las suelas de los zapatos del suelo y
empiezo a caminar. Parece como si lo hiciese a cámara lenta, pero poco a poco me
aproximo hasta el asesino. No siento miedo, solo asco y rabia, mucha rabia. Una cólera
que me lleva a palparme los bolsillos por si la fortuna los hubiese provisto de un arma
blanca o algo con lo que poder acabar con su vida. Cuando llego a su altura y estoy a
punto de ver su rostro, el hombre deja caer su puño sobre mi cara, sin dejarme tiempo

para reaccionar o defenderme. La fuerza brutal con la que me asesta el golpe me lanza
hacia el suelo sin darme la posibilidad de haber visto de quién se trata. Entonces, salta
sobre mí y me tapa la cara con los guantes negros de cuero, al mismo tiempo trata de
asfixiarme con la otra mano. Forcejeo y me resisto durante unos instantes. Trato de
quitarle la mano de mi cuello y rostro, tengo que ver quién es, se lo debo a Megan y a

mí misma si es que también va a matarme. Lo intento por última vez con más ímpetu,
pero es inútil, la fuerza descomunal de ese hombre hace que deje de resistirme.
Comienzo a notar un hormigueo por todo el cuerpo y siento que mi cerebro empieza a
bloquearse y a rendirse. Voy a morir, me falta el aire y empiezo a toser tratando de
conseguir una bocanada de aire.

Me levanto dando un grito, bañada en sudor y Zoe se despierta asustada a mi lado.

—¿Qué pasa, mamá? —pregunta asustada, enciende la luz y me mira con los ojos
muy abiertos.

Tomo aire y reprimo las ganas de llorar delante de Zoe, aunque lo que acabo de ver
ha sido tan real que necesito levantarme e ir al baño para hacerlo allí, a solas, sin
preocuparla.

—Nada, mi vida. Una pesadilla, sigue durmiendo. Necesito ir al baño.

Zoe vuelve a dormirse enseguida. Cuando vuelvo del cuarto de baño, está
plácidamente dormida. Entonces, miro por la ventana y lo veo allí apostado, junto a la
ventana, mirándome. Sonríe. Debe estar borracho porque me hace señales para que le
abra la puerta de casa con una risa payasa y burlona. Con un solo gesto le indico que no
voy a dejarle pasar, y menos, en su estado. No parece enfadarse. Cuando acciono la

persiana automática y empieza a descender, se aproxima al cristal y vuelve a reírse.


Esta vez no se tiene en pie y escucho cómo cae al suelo.

Me desvelo durante una hora o más, a la espera de escucharlo entrar en casa para
liarla. No escucho nada y me debato entre abrir y preguntarle si realmente le ha

ocurrido algo al caer, o dejarlo toda la noche fuera de casa para darle una lección.
Finalmente, el cuerpo me pide que lo deje allí tirado, como a un perro. Después de todo
se lo merece…
XI

Lunes 3 de mayo de 2016

A la mañana siguiente, cuando despierto, encuentro la cama vacía; esperando lo


peor, corro a buscar a Zoe. Cuando llego al otro dormitorio los veo acostados en la
cama, Zoe está junto a su hermano, abrazados y tranquilos. Han pasado una mala noche.
Horrible… Comprendo entonces que debo poner orden en mi vida, y para ello, no debo

tener a los niños cerca. Frank y yo debemos hablar, para eso es mejor que los niños se
mantengan al margen.

Me dirijo a la cocina y no veo a Frank por ninguna parte. Creí que estaría durmiendo
la borrachera fuera, o en el sofá. Llego a la cocina y encuentro una nota de mi marido.

Anna, me voy a Denver por una semana. Tengo un cliente que no podemos perder.
Aprovecharé para ir a una feria de emprendedores en Denver y varios asuntos
relacionados con el ayuntamiento. A la vuelta hablaremos de tu paranoica actitud.

Un beso, Frank.

Decido llamar a Susan, le pregunto si podría llevárselos un par de días, le daré


dinero para que los lleve a un parque de atracciones.

—Cariño, ¿estás bien? Te noto angustiada.

—Sí, es más de lo mismo. La situación con Frank se está haciendo insostenible,


además… —pienso en si contarle lo que he descubierto de Enzo o no, finalmente
decido mantener la boca cerrada, cuantos menos personas lo sepan mejor, no quiero
poner a Susan en peligro—. Necesito… necesito que te quedes con los niños, Susan…

por favor. Debo ordenar mi vida —digo con la voz quebrada por la angustia.

—Sí, por supuesto, cariño. No hay problema. Hago un par de llamadas para
organizarlo todo y me los quedo. Tómate el tiempo necesario… ya sabes que me tienes
para lo que necesites.

—Gracias, Susan. Me salvas la vida, y casi lo digo en sentido literal —sonrío—

necesito aclarar las cosas en mi vida; con los niños delante no puedo. Frank se ha
marchado a un viaje de negocios. Así estaré más tranquila. Tal vez deje la casa, recoja
mis cosas y las de los niños, antes de que regrese… no sé bien qué es lo que voy a
hacer, pero con Zoe y Adam por aquí, no podré pensar…

—Tendré el teléfono encendido.

—De acuerdo. Voy a prepararles la ropa y te los mando.

—Aquí les espero. Un beso, cielo.

—Gracias de nuevo. Te debo una de las gordas.

—¡No seas tonta!

—¡Chicos, ¿dónde estáis? ¡Os vais con Susan!

—Estamos aquí, en la habitación de Adam —escucho una voz desde arriba. Subo y
los encuentro jugando.

—¿Qué bien estáis aquí, no? ¿Os habéis olvidado del cole?
—Mami, sabemos que hoy no vamos al cole, te hemos escuchado hablar con Susan.

—¿Cómo dices, enterado? A ver si al final te voy a mandar al cole de un puntapié en

el culo… —reímos y jugamos a pegarnos con la almohada en la cama.

Les preparo todo y ni siquiera protestan. Saben que algo no va bien. Estoy segura
que hace tiempo que sabían que algo parecido podía ocurrir. Ahora podré centrarme en
una estrategia. Les acompaño unas casas más abajo hasta la de Susan. Le doy unas

pequeñas indicaciones y nos abrazamos. Regreso a casa pensando que Susan es ahora
mi mejor amiga, una gran persona, a pesar de lo que Frank diga de ella.

Debo organizarlo todo muy bien. Si Frank descubre que voy a dejarlo, no sé de lo
que es capaz. Enciendo mi móvil, por si Frank me ha dejado algún mensaje, y descubro
que tengo más de diez llamadas perdidas desde el número de Enzo. Entonces, lo
recuerdo de golpe:

«¡Dios mío! Es un asesino…»

Vuelvo a sentirme insegura. Frank no está en casa, los niños se van a marchar, estoy

completamente sola.

«¿Y si los ha visto marcharse?»

Escucho a mis hijos calle abajo, montándose en el coche de Susan. Irán a comprar
cosas para su viaje. Al recordar a Enzo, agradezco aún más que se los haya llevado. No
quiero ni pensar qué podría pasar si ese asesino se hubiese pasado por aquí, con ellos
dentro. Aunque haya cometido la locura de enamorarme de un perfecto desconocido, si
es culpable, deberá pagar por ello. No pienso exponer a mis hijos a mis errores.
Después de un rato mareando el desayuno, pienso en la pobre Christine. Al
recordarla a ella, también aparecen los fantasmas de mi amiga Megan y su asesino.

Debo hacer justicia, al menos con Christine. Si la familia de Megan hubiese podido dar
con alguien que tuviese una pista sobre el animal que asesinó a Megan lo hubiesen
agradecido. Tengo que hacer justicia, hacerlo por mi amiga. Debo llamar a la policía.

—Buenos días, oficina del sheriff…

Cuelgo antes de que puedan rastrear la llamada. No quiero que el sheriff Thomson
meta las narices entre lo que haya habido entre Enzo y yo. Iría corriendo a avisar al
alcalde, y Frank lo sabría todo antes de que pudiesen pillarlo. No sé que pasaría entre
ellos. Frank es muy temperamental y Enzo… tal vez sea un asesino, la cosa acabaría
muy mal. Sería ponerlo todo en peligro innecesariamente. Decido llamar a Miami, a los
federales, ellos sabrán manejar mejor este asunto.

—Buenos días, FBI de Miami…

—Buenas, me llamo Anna Evans —utilizo mi apellido de soltera para

desvincularme de Frank— y quiero denunciar al asesino de la joven que encontraron en


Lighthouse Point. Sé quién la ha matado.

—Disculpe, no se retire…

He hecho lo correcto, pero no entiendo por qué me siento tan mal. Era demasiado
bonito para mí, demasiado ideal para un ama de casa cuya vida es un círculo vicioso de
rutina, peleas y desplantes.
«¿Por qué no le conocería antes? ¿Por qué es un asesino? No puedo tener tan mala
suerte…»

Me hago esas preguntas varias veces al día. De haberlo conocido antes, mucho
antes de que me uniese a Frank y si no fuese un asesino, ahora no estaría en esta
situación. Hubiese puesto mi mano en el fuego por Enzo, nunca pensé que fuese mala
persona. Cuando nos mirábamos sentía que lo había encontrado: ese príncipe azul,

noble, bueno y con el que deseaba pasar el resto de mi vida.

«¿Debí haber roto antes con todo, como hacen otras? ¿Debo probar ahora a ser
feliz?»

Tal vez deba esperar a marcharme cuando Frank haya regresado de su viaje. Poner
las cartas sobre la mesa, dejarle claro que no nuestro no lleva a ninguna parte. Yo no le
sirvo de nada, solo de doncella y ama de cría… Él es un hombre atractivo,
independiente y muy rico, puede tener a quien quiera a su lado…

«¿Por qué se conforma conmigo? Tal vez me quiera… Entonces, ¿por qué no lo

demuestra y me hace la vida un poquito más fácil?»

Mis sentimientos por Enzo no hacen otra cosa que agravar la situación, poner de
manifiesto que mi vida está vacía como una jaula de oro repleta de aire y desolación. A
pesar de haberle delatado, de haber hecho lo correcto, me siento fatal.

«¿Qué esperaba, ser la mujer de un asesino?» —Sonrío ante la descabellada idea y


decido darme un baño.

Tras el relajante baño, lavarme el pelo y aplicarme todas las cremas que había
olvidado tener, me voy al jardín con Buddy. Me siento en el banco y cojo papel y lápiz
para escribir una lista de pros y contras para tomar la que es la segunda decisión más

importante de toda mi vida: dejarle.

Toc, toc.

Llaman a la puerta.

Acudo rápido a ver quién es, miro la pantalla del video portero y el corazón me late

deprisa, a la vez que el alma se me cae a los pies…

Enzo está en la puerta de casa.

Me quedo muy quieta para ver si así se marcha. Trato de buscar algo con lo que
poder defenderme. Vuelve a insistir, y busco el móvil para llamar a la policía.

—¡Anna, puedo explicártelo todo! ¡Ábreme y déjame que pase! Sé que tu marido
está de viaje. Estás sola, tenemos que hablar…

Descuelgo el video portero.

—¡Márchate, Enzo! Te he delatado, he llamado a la policía y ahora mismo te estarán


buscando… Vi el pendiente de Christine en tu coche… —se lleva las manos a la cabeza
atando cabos. Entonces, parece que saca algo de su bolsillo y me lo enseña.

—Si no me crees a mí, tal vez puedas creer esto.

Me enseña algo a través del video portero. No sé cómo reaccionar al principio, pero
después, desarmada, le abro la puerta.
11 de Agosto de 2003, lunes.

—Es una niña —dice la ginecóloga emocionada. Por lo visto ella no ha podido tener
más que varones, cuatro, creo que me ha dicho—. Su esposo se pondrá muy contento
cuando le dé la noticia, las niñas suelen ser más cariñosas con los padres. Aunque con
el tiempo le traerá más quebraderos de cabeza.

—Sí… supongo.

—No la veo muy convencida, Anna —pregunta, bajando sus gafas para poder verme
mejor el rostro—. Eres muy joven, pero ya verás como cuando nazca vas a darle un
nuevo sentido a tu vida. Te preguntarás cómo has podido vivir todo este tiempo sin ella.
Es algo que no se puede describir, créeme.

—No, no hay ningún problema con el bebé. Quiero tenerlo, estoy muy contenta.
Gracias.

—Pues cualquiera lo diría chiquilla, parece que vienes al matadero. ¿Es por el
padre de la criatura? No te preocupes, algunos hombres prefieren esperar fuera… son
un poco más reticentes a mezclarse con las cosas de las mujeres… ya me entiendes,
más antiguos. De todas formas, el tuyo es muy atractivo… —sonríe de manera
cómplice.

—Sí, ya, bueno… ¿está todo bien?

—Sí, todo perfecto. Nos vemos el mes que viene.


Me da un trozo de papel para limpiarme el líquido pegajoso de la ecografía y
comienza a escribir en su ordenador. Miro por la ventana y me pregunto cómo el

sendero de mi vida se ha desviado tanto a como lo había planeado.

Una lágrima rodea mi mejilla, la borro de mi rostro antes de que la ve la doctora.


Bajo la vista y contemplo mi vientre, sonrío, espero que cuando Zoe nazca, todo cambie
para mejor. La doctora tiene razón, debo sentirme afortunada de que Frank me haya

encontrado, que se haya apiadado de mí. Él me respeta, a pesar de que aún no es mi


marido. Lo dejó bien claro. Se haría cargo de todo, pero debo casarme con él…

«¿Qué otra cosa puedo hacer?» —pienso esperanzada.


3 de julio de 2003, jueves.

Hace mucho calor, el motel está completo. Hace unas semanas que vine a vivir aquí,

cuando Megan… El dueño me ha ofrecido trabajar por las noches. Es un trabajo fácil y
me permite tener una habitación gratis. Casi siempre hago el turno de noche, pero no me
importa porque la noche es más fresca que el día, bueno, si fresco podemos decir unos
veintinueve grados. Esta semana, el motel está casi vacío, salvo por algunas parejas

que vienen muy tarde y se marchan antes de que amanezca, una vez sale el sol el amor
se les evapora. Es curioso, pero toda esta gente, la gente que llega de noche y se marcha
adentrándose de nuevo en la oscuridad, tienen el mismo velo triste en el fondo de sus
ojos. Lo reconozco, porque cuando los miro me veo reflejada.

No quiero pensar qué va a ser de mí. El dinero que me enviaron mis padres
adoptivos ya se está esfumando. Los médicos y las revisiones son muy caras, necesito
ahorrar si quiero estar asistida hasta el parto. Debería dejar algo de dinero para cuando
nazca la niña.

«pobre criatura» pienso en voz alta, acariciando mi barriguita. Aún no se nota casi
nada, para alguien que no conozca mi cuerpo, podría no estar ni embarazada, pero para
mí, que siempre he estado delgada, noto que he aumentado dos tallas.

Me miro al espejo desgastado de la habitación 343 del motel y veo cómo me estoy
transformando en otra persona: una madre. Si lo pienso demasiado, empiezo a sentir un
poco de vértigo, debe ser la ansiedad. Necesito relajarme y tratar de pensar en cosas
positivas. Al menos he encontrado un trabajo temporal. Me repito a cada instante que
puedo hacerlo, que no voy a ser como mis dos madres: jamás la voy a abandonar. Voy a
quererla por encima de todo y los sacrificios que tenga que superar y los obstáculos que

deba rodear serán minúsculos comparados con todo el amor que le voy a dar.

Suena el timbre de la recepción del motel. Mis preocupaciones se escapan por la


ventana que está abierta de par en par para que corra algo de brisa. El ventilador
remueve el calor de una esquina a otra de la recepción, pero no refresca el ambiente.

Probablemente, a eso de las cinco o las seis de la madrugada, cuando los mosquitos se
hayan aburrido de picarme, y la mayoría de las luces de los edificios de enfrente se
hayan apagado, la temperatura descienda cuatro o cinco grados; sin embrago, cuando el
sol aparezca a las ocho, subirá otro otra vez de golpe.

Levanto la mirada y al verlo lejos del campus tardo en reaccionar unos segundos.
Tiene mala cara, pero está muy apuesto. Me sonríe y se apoya en el mostrador.

—De manera que aquí es donde has acabado…

—¡Frank! Pero, ¿qué haces aquí? Bueno, supongo que quieres una habitación. —Me

levanto a darle dos besos y buscar el libro de registros. Cuando lo hago, me mira y le
veo sonreír.

—¿De cuánto estás?

De manera inconsciente me llevo la mano a mi vientre. Agacho la mirada un poco


ruborizada y respondo casi sin voz. No puedo evitar sentir vergüenza.

—Estoy de trece semanas.

—Casi no se te nota. ¿Qué diablos estás haciendo aquí?


—Trabajar —cierro el libro de un carpetazo y lo vuelvo a guardar. Me siento de
nuevo. No le ofrezco nada para tomar porque no estoy en mi casa, es mi trabajo. De

todas formas solo podría haberle ofrecido un poco de agua. Le miro desde abajo del
mostrador y compruebo lo que los estudiantes universitarios debían sentir cuando se
paseaba por el campus con nosotras: Frank tiene la capacidad de hacerte sentir tan
pequeño que es capaz de reducirte a cenizas con su sola presencia.

—Eso ya lo veo, preciosa. ¿Y tus padres lo saben? ¿Saben que trabajas en este
tugurio rodeada de prostitutas, camellos y proxenetas?

—No lo saben, pero dudo que les importe… me echaron cuando se enteraron de que
estaba embarazada.

—¿Cómo? ¿Qué clase de padres hacen eso? —pregunta apoyándose en el mostrador


por completo, acercándose a mí.

—Unos padres que no son los tuyos y han jugado a serlo durante un tiempo. Al final
resultaron ser de ese tipo de personas que cuando la cosa se complica, ya no quieren

seguir jugando. De todas formas, ya soy mayor de edad, y si quieren pueden


desentenderse de mí.

—No te mereces algo así, tú no.

—Pues ya ves, a todos puede pasarnos… he tenido que sobrevivir —digo mirando a
mi alrededor.

—No habrás hecho una locura…

—No. Si te refieres a si me he prostituido o he jugueteado con las drogas, la


respuesta es un no rotundo. Soy joven, pero no soy gilipollas. Llevo un ser vivo dentro

de mí, no quiero que le ocurra nada malo.

Sonríe de nuevo, y me fijo en cómo su mandíbula se tensa cuando lo hace, un gesto


que lo vuelve muy atractivo, lo sabe, y lo repite con frecuencia.

—Me alegra oírlo.

—Pero háblame de ti. ¿Qué se supone que haces aquí, Frank? Si no recuerdo mal, te

largaste tras la muerte de Megan… podías haber ido al entierro al menos; sobre todo
después de todo el tiempo que te pegaste yendo detrás de ella.

—No iba a por ella… eras tú quien me interesaba.

Me quedo cortada y no sé qué contestar. Suena el teléfono. Respondo, y es uno de


los huéspedes, se queja porque el agua de la ducha sale fría. Le respondo que el
encargado lo solucionará por la mañana. El hombre se vuelve muy agresivo por el
teléfono. Llegando a insultarme y a intimidarme. Frank coge el teléfono y lo pone en su
sitio:

—Mira, maldito cabrón. La muchacha te ha dicho que no puede hacer nada hasta
mañana. Te duchas con agua fría que estamos a casi treinta grados, te refrescas y te
callas, porque como vaya allí, te voy a meter la regadera de la ducha por el culo.

Se escucha un silencio al otro lado y el cliente cuelga.

—¿Estás loco? ¡Es un buen cliente! Viaja por toda la costa vendiendo productos de
limpieza, suele hospedarse aquí; es de los pocos fijos. Acabas de hacernos perder a
uno de los mejores clientes. Mañana Andy, el dueño, me matará.
—Ese tío es un mierda. Había que ponerlo en su sitio…

Sonrío por primera vez y le guiño un ojo de manera cómplice. Yo hubiese hecho lo

mismo. Siempre puedo decir que era un cliente loco quien le gritó y pedirle disculpas
mañana. En el fondo me ha gustado la manera en que me ha defendido. Si tuviese una
familia, una pareja, siempre habría alguien que podría defenderme en situaciones como
esta.

—¿Te enteraste que han cerrado el caso de Megan?

—No, no sabía nada. ¿Cómo pueden cerrarlo tan pronto? —pregunto incómoda. No
me gusta hablar de Meg como un caso de asesinato más. De hecho, no me gusta hablar
de su asesinato.

—Bueno, no está cerrado del todo, pero ya no van a seguir buscando al asesino. Por
lo visto, están saturados y como la familia de Megan no era de por aquí y no viene a
darles la tabarra, los nuevos casos pasan a tener más prioridad…

—¿Quieres decir que con el tiempo lo olvidarán, que será un número más de las

personas asesinadas o desaparecidas de este año?

—Exacto. Es triste, pero es así… creo que deberíamos pasar página.

De repente, un cuadro con el mapa de Lighthouse Point se cae al suelo, el cristal del
cuadro se estrella por el golpe y los cristales caen por todas partes.

—¡Dios! ¡Qué susto!

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?


Miro atrás y veo el cuadro hecho añicos. Me levanto, busco un recogedor. Frank
trata de entrar y le indico que se espere detrás. A mi jefe no le gusta que nadie acceda a

la zona detrás del mostrador de recepción. Un escalofrío recorre mi espalda cuando


contemplo el mapa roto de nuestro pueblo, justo en el momento en que Frank me estaba
pidiendo que la olvidara.

—Ten cuidado, podrías cortarte —le miro y sonrío

—Estoy embarazada, no inútil…

Tardo unos instantes en recogerlo todo y me prometo a mí misma que jamás olvidaré
a mi amiga muerta.

—Ya está. Ese cuadro siempre se mueve cuando hay corriente, cualquier día tenía
que caerse.

—Solo que esta noche no hace nada de brisa… Podrías haberte cortado. —Frank
mira alrededor y pone cara de disgusto— esto no parece que esté muy arreglado, no
parece muy seguro trabajar aquí.

—¿Por qué has venido? Estoy trabajando, esto no es la universidad. Esto es la vida
real, Frank. Si has venido a restregarme mi miserable vida puedes largarte por donde
has venido. Estoy segura de que has averiguado dónde estoy trabajando solo para
burlarte de mí.

—¿Eso crees, de veras? —pregunta con sarcasmo.

—Sí, tendrás mucho dinero de tus préstamos y chanchullos, pero yo debo sudar cada
hora, minuto o segundo que paso en este puesto. Me gustaría conservarlo, es lo único
que tengo.

—Hasta ahora… he venido a hacerte una propuesta…

—¿Vas a darme trabajo? —pregunto divertida.

—No, vas a casarte conmigo.

Dejo escapar una sonrisilla nerviosa. No puedo evitar hacerlo en toda su cara. Esta
claro que me quiere tomar el pelo.

—¿Te parece gracioso? En tu situación no deberías rechazar una proposición como


esta.

—¿Me estás pidiendo matrimonio en serio?

—Sí, algo así.

—¿Por qué?

Traga saliva y mastica cada una de sus palabras antes de dejarlas escapar a lo loco
de su boca.

—Porque me gustas desde el primer día que te vi en el campus… despiertas en mí


un sentimiento nuevo, algo que no he sentido por ninguna otra. Tengo la necesidad de
protegerte… quiero estar a tu lado para ayudarte.

—Yo pensé que quien te gustaba era Megan…

—No, tontita, eras tú. Eres poco observadora, ¿no?

—Tal vez, seguramente. Megan me lo refirió en un par de ocasiones. Solo que no le


hice caso.
—Megan estaba atenta a ese tipo de cosas…

—También me dijo que no me convenías… —abro la botella de agua y bebo un

sorbo— ¿Quieres tomar algo? Tenemos una máquina de refrescos y chocolatinas al final
del pasillo.

Es lo mínimo y lo único que puedo hacer, invitar al hombre que me está pidiendo
matrimonio a unos snacks de máquina.

—No, gracias. Quiero que me respondas… ahora.

—Frank, no te sientas mal, pero yo no he pensado jamás en casarme tan joven, y


menos contigo. Apenas te conozco y ya creí que habías salido de mi vida. Reconozco
que hubo un momento que me acordé de ti para pedirte dinero, eres prestamista, ¿no?
Pero de ahí a casarnos… No digo que no me sienta alagada, eres un hombre muy
atractivo y quién sabe si en otras circunstancias...

—Debes decidirlo ahora. No quiero verte sola más. Pienso respetarte, por eso no te
preocupes. Pero me siento muy mal viéndote ahí sentada como una ex-toxicómana o

prostituta que ya no encuentra trabajo de lo suyo porque es muy mayor. Tu bebé no se


merece esto…

Ha sabido tocar las teclas precisas, mi punto débil: el bebé.

—Por supuesto que no se lo merece, pero no pienso irme contigo porque sientas
pena por mí, te lo aseguro. Tengo algo de dignidad todavía, poca, pero aún no estoy tan
desesperada.

—Te hablo de estar juntos. Podré ayudarte con los gastos y estoy dispuesto a darle
los apellidos. Si tú no quieres, jamás se enterará de que no soy su verdadero padre.

Mírate, Anna, ¿quieres que la historia de tu vida se repita con este bebé? ¿quieres que

dentro de unos meses, cuando no puedas continuar criándolo, te sientas obligada


abandonarlo para que tenga algo mejor, como hicieron contigo?

Todos los recuerdos de mi infancia regresan de golpe. Recuerdo cómo odiaba la


soledad. Siempre la he odiado desde que deambulaba de orfanato en orfanato. No me

gusta sentirme alejada de todos, quiero estar con más gente. Sentir que alguien se
preocupa por mí, un hogar… un lugar al que regresar. Sé que en mi situación es lo que
me espera: criar sola al bebé, hacer lo indecible para procurarnos lo más básico, pasar
miserias; en cambio, Frank tiene una posición económica holgada. Por alguna razón se
ha encaprichado de mí o le he despertado cierta lástima. Frank es un hombre muy
atractivo, si es bueno conmigo, a poco que haga podrá tenerme aunque no sea mi tipo y
sea un poco más mayor que yo. Mi poca experiencia en el amor me ha demostrado que
el amor es algo muy idealizado, que solo sale bien en las novelas y las películas. La
vida real es más complicada, contiene millones de matices que hacen que una pareja

pueda surgir a partir de las necesidades de dos personas, dependiendo de si lo que


busca cada una de las personas está en esa relación.

Una punzada de dolor atraviesa mi corazón, me recorre por todo el vientre y casi
dejo escapar una lágrima. Tiene razón, pero duele, duele muchísimo reconocer que
estás sola, tan sola que en cualquier instante puedas mandarlo todo a la mierda. Agacho
la mirada. Frank me coge por la barbilla y levanta mi rostro, bañado por las primeras
lágrimas. Acaricia mi mejilla para limpiarlas y se agacha para hablarme más cerca.
—No te pido que sea algo inmediato. Solo quiero que no esperes hasta que sea
demasiado tarde. ¿Quieres que tu bebe pase por lo que tu has pasado de casa en casa de

acogida hasta que unos desagradecidos padres adoptivos como los tuyos decidan
ponerla de patitas en la calle? Anna soy tu última oportunidad para llevar una buena
vida, no lo estropees. ¡Piénsatelo! —se acerca y me rodea con sus brazos. Su perfume
masculino y caro me acaricia. Le miro a los ojos color miel y parecen tan sinceros, tan
conmovidos por mi situación que me desarman. Me besa en la mejilla y se separa de

mí.

—Frank, ahora mismo me dejas descolocada… te prometo que voy a pensarlo.

—De acuerdo. No te arrepentirás. Voy a cuidar de los dos. Haces lo correcto.


Mañana paso a recoger tus cosas y te vienes a vivir conmigo.

Se da la vuelta y levanta la mano detrás de la cristalera del motel. Me quedo


paralizada. Frank ya ha tomado una decisión final por los dos. No me levanto para
protestar y asiento con la cabeza mirando a mi vientre. Suspiro y cierro los ojos.

«Será lo mejor, vida mía. Él nos cuidará…»

Cuando ya se ha marchado, lloro sobre la mesa de la recepción. Entonces siento


como si una mano me meciese el pelo y me acariciase. Como hacía mi madre adoptiva
cuando me preocupaba algo. Me giro y no hay nadie. Me levanto para mirar por encima
del mostrador, por si acaso hubiese regresado Frank sin haberlo visto, no veo a nadie y
un escalofrío recorre mi cuerpo. Miro a través de los cristales y lo veo arrancando su
deportivo en el parking de enfrente.
«Él no ha sido, pero yo he sentido algo» —pienso en voz alta.

Dejo de mirar a través del cristal y observo algo que se mueve en el reflejo de los

cristales, algo detrás de mí. Me fijo y veo una figura femenina que se esconde en la
oscuridad, hasta que finalmente desaparece. Me giro deprisa y no veo a nadie. Estoy
paralizada, una lágrima brota de mis ojos y rompo a llorar de miedo. Me acurruco en la
silla y descuelgo el teléfono para llamar a mi jefe. Necesito marcharme de allí, necesito

descansar. Estoy temblando cuando Andy llega a la recepción. Me pregunta si estoy


bien y me invento que unos muchachos han intentado robar. Me marcho a mi habitación
sin darle más explicaciones. Cuando cierro la puerta, me dirijo al cajón de la mesita de
noche y agarro una de las últimas fotos que tengo junto a mi amiga. La reconozco y dejo
escapar una risa nerviosa. Era ella, estoy segura. La sombra que ha estado a mi lado, la
que me ha acariciado el pelo mientras lloraba era ella, mi mejor amiga, era Megan.
3 de Mayo de 2016, lunes.

Dejo la puerta entreabierta y con la cadena de seguridad puesta. A pesar de lo que

me ha enseñado, no me fío.

—¿No vas a dejarme pasar, Anna? —pregunta a través de la rendija que le he


abierto— ¿Sigues sin fiarte de mí?

—Lo siento, Frank no está y no debería hablar contigo… ni siquiera sé si lo que me


has enseñado es original o…

Me acerca su móvil a través de la puerta. Parece que alguien me llama por mi


nombre desde el teléfono. Cierro la puerta y me quedo con el móvil de Enzo dentro de
casa.

—¿Sí, dígame?

—Buenas señora Tomlinson, le habla el subinspector del FBI Stefan Southam,


comprendo que esté asustada, pero puede fiarse del inspector Mancini, Enzo es de los

buenos. Verá… —sigue dándome datos de Enzo hasta que logra convencerme de que
Enzo es de los buenos. Respiro aliviada al escucharlo.

Llaman al timbre de casa. Abro la puerta y le dejo pasar. Mientras, continúo


hablando con el agente del FBI.

—El inspector Mancini está investigando la muerte de varias jóvenes por toda la
costa este, desde Nueva York hasta Miami. Al parecer ha descubierto usted una de las
pruebas del último caso en su coche —suspira— no voy a entrar en qué estaban
haciendo en el coche o por qué llegó usted a descubrir la prueba que debería haber

estado bajo custodia —habla más fuerte para que Enzo lo escuche— lo que sí puedo

asegurarle es que si el agente Mancini ha querido revelarle su identidad secreta,


poniendo en peligro la investigación, es porque usted le importa, de lo contrario
hubiésemos enviado una patrulla y le hubiésemos hecho jurar que no puede desvelar
ninguna información que le haya sido revelada de manera fortuita o consentida. Ahora,
por favor, páseme a al inspector.

—Enzo, espero que esto sirva de algo, porque si después de tanto tiempo tratando de
pillar a ese cab… —Enzo tapa el auricular y se aleja hacia el salón para evitar que yo
escuche como su jefe le regaña.

Me dirijo hacia la cocina. Estaba a punto de desayunar, y el café va a enfriarse.


Estoy nerviosa y me siento ridícula. He denunciado a un agente del FBI como presunto
asesino sicópata de Christine. No tengo remedio. Deben estar todos partiéndose de risa
con mi historia. Le doy un sorbo al café y cuando levanto la mirada, allí está él; con sus
ojos color cielo que me atraviesan. Con solo mirarle sabe que me siento como una

verdadera idiota. Él sonríe satisfecho por haber logrado derribar el muro que nos
separaba.

—Estaba desayunando. Frank se ha ido de viaje… los niños están en el colegio,


bueno, Susan se los ha llevado a pasar unos días con ella, la cosa no anda muy bien con
Frank... ¿Quieres un café? —pregunto nerviosa.

—Supongo que unas disculpas y un par de tostadas estarían bien, ¿no? —dice
acercándose y dejando su placa, la pistola y las llaves de su coche encima de la isla de
la cocina— no sabes lo bien que sienta no tener que seguir ocultándote quién soy. He
querido decírtelo en varias ocasiones pero no podía…

—¿Qué me disculpe? ¿Yo? Serás… en todo caso deberías haber sido tú el que me
pidiera disculpas. He hecho el ridículo, he quedado como una tonta ante todo el FBI.
Además, me has dado un susto de muerte. Creí que me había enamo… besado, besado,
con un asesino, quiero decir.

Enzo sonríe y se acerca aún más. Sus manos están cerca de mi taza del café.

—De acuerdo touché. Estamos en tablas. Quedamos en paz. Espero que comprendas
que no podía contarte nada. Puedo poner la misión en peligro y queremos coger a ese
tipo…

—De acuerdo. Los dos tenemos que pedir disculpas, pero quiero que sepas que lo
tuyo es mucho peor. Anda, vamos al jardín y tomemos el desayuno. Tienes mucho que
explicarme.

—Te contaré hasta donde pueda, debes entenderlo. No quiero que existan secretos

entre nosotros, pero hay barreras que no se pueden derribar… todavía. —Me guiña el
ojo y me coge la mano. Siento que voy a tirar la taza del café y me voy a encaramar a su
cuello. Me retiro y voy a buscar la cafetera y otra taza para Enzo— lo tuyo con Frank ,
¿cómo está?

—¿A qué te refieres…?

—¿A qué crees? Pues si crees que lo vuestro tiene futuro, si te has planteado otra
cosa que no sea estar a sus pies durante el resto de tu vida.
Lo miro algo molesta. Sé que tiene razón, pero me fastidia que me haya conocido
siendo una persona tan sumisa. El pulso se me acelera cuando leo entre líneas que tal

vez tenga un verdadero interés por mí.

—No sé. Ahora mismo la situación es complicada. Parece que soy una mujer difícil,
creo…

—Tú no eres difícil o fácil, lo son nuestras circunstancias… no, nosotros.

—Parece como si fuese en una montaña rusa en la que ya he subido muchas veces.
Conozco los sobresaltos, las caídas y todas las curvas, solo que ahora veo algo
diferente al final de las vías, y ahora solo quiero que la atracción se detenga para
descubrir qué es lo que me aguarda al final.

—¿ Y tú, qué piensas hacer? —pregunto preparando la bandeja para salir al salón.

—Bueno, todo depende. Llevo mucho tiempo en este caso, supongo que podré
volver a retomar mi vida en Nueva York…

—¿Nueva York? —pregunto sorprendida.

—Sí, llevo mucho tiempo, años, siguiendo a este hijo de puta… tanto que ya no
recuerdo lo que es tener una vida propia.

Salimos al jardín. Una vez allí, lo observo y recuerdo la primera vez que lo vi. Enzo
era un tío bueno más que corría por el malecón. Después, la segunda vez que nos vimos,
cuando vino a casa, fue con Frank, como su preparador físico, y ahora descubro que es
agente del FBI que busca a un asesino múltiple en Lighthouse Point.

—¿Tienes...?
—¡No! —sonríe— no estoy casado, ni tengo pareja, tampoco he tenido tiempo para
hijos… este trabajo es asfixiante. Es lo malo de obsesionarte con el trabajo. Lo cierto

es que ahora me estoy dando cuenta que estoy un poco cansado de andar de acá para
allá. Si logramos coger a ese asesino, me he prometido vivir la vida con más sosiego.

—¿Este caso es algo personal, Enzo?

Piensa un momento la respuesta y al final asiente.

—Una persona que conocí, una compañera que estudió conmigo cuando íbamos al
instituto fue una de sus primeras víctimas, por eso me asignaron el caso; pero el cabrón
es muy listo y escurridizo. Nos ha estado toreando estos últimos diez años. Yo tenía
veintisiete cuando me asignaron el caso.

—Entiendo —digo bebiendo un poco de café— ¿Tenéis algún sospechoso?

—Vas al grano, ¿eh? —sonríe y coge mi mano. Yo la dejo quieta, encantada de que
nuestra piel esté en contacto. Siento cada pliegue de sus grandes dedos, cada arruga de
la palma de su mano cuando roza la piel del interior de la mía. Ciento de

neurotransmisores se activan en mi cerebro. El corazón me late más deprisa y tengo que


esforzarme para concentrarme en la conversación—. Sí, tenemos un sospechoso, o
sospechosa… pero no te puedo decir más, compréndelo. Si te he dicho cuál es mi
verdadero trabajo es para que no estropees la investigación y…

Retiro la mano de golpe al escuchar que solo se ha sincerado conmigo para que no
sea un estorbo. Es neoyorquino, cuando acabe la investigación regresará a su vida,
cómo he sido tan estúpida.
—No te preocupes. No me interesa nada tu trabajo —respondo— bueno, un poco sí;
por la pobre Christine y su familia… casi prefiero al musculitos sin cerebro de antes, al

menos era más delicado diciendo las cosas —le recrimino.

—…Y también te lo he contado porque… me gustas. Me gustas mucho, como hace


años que no me atrae una mujer —dice sonrojándose, casi costándole hablar. Traga
saliva al decirlo y se vuelve todavía más encantador.

—Eso se lo dirás a todas las mujeres de la gran manzana…

—Te aseguro que no, dentro de ti —dice poniendo su mano sobre mi pecho— sabes
que no es verdad. Intuyes que mis sentimientos son verdaderos, que siento algo fuerte
por ti. Ni yo mismo sé qué diablos hago poniendo en peligro toda la operativa de un
caso de tantos años porque me he encaprichado de ti, porque he pensado en ti más que
en el resto de cosas que me rodean, créeme, cuando dedicas diez años de tu vida a algo,
sacrificas tener una pareja, tener hijos y toda la parafernalia de una familia porque el
sentimiento de querer hacer justicia está por encima de todo. Por eso, que tú me hagas
olvidar de donde vengo, a dónde voy y quién soy… para mí significa mucho.

—Bueno —ahora soy yo la que se ruboriza— yo…

—Me estoy enamorando de ti, Anna —me interrumpe y se acerca hasta mí. Nuestros
rostros están a pocos centímetros, escasos milímetros más bien. Deseo que me bese y
no puedo evitar mirarle los labios; tan carnosos y sensuales que los besaría hasta
enrojecerlos. Él hace una mueca y sonríe, entonces nos besamos con pasión.

La taza del café cae de la mesa al césped y Enzo me coge por las nalgas, me levanta
de la silla. Por unos instantes quedo suspendida en el aire, y necesito agarrarme con las
piernas a algo, así que rodeo su cintura con mis piernas para no caer de espaldas.

Seguimos besándonos con la pasión de quienes se han encontrado y ya habían creído


haberse perdido para siempre.

Abro los ojo y lo descubro mirándome y sonriendo. Un pellizco salta en mi interior y


actúa como un resorte nuevo y desconocido que provoca que mis pulmones se

enanchen, como si ya no cogiese más aire dentro. Como si ese momento fuese el
primero, en mucho tiempo, en sentir algo parecido a la felicidad.

Subimos a la habitación besándonos con pasión y desvistiéndonos con ferocidad.


Las prendas caen por las escaleras al igual que en esas películas eróticas para mujeres.
El tiempo parece detenerse y todo es perfecto, lo que desde joven siempre quise vivir,
pero que nunca experimenté; solo que ahora me está ocurriendo de verdad.

Una vez dentro de la habitación, contemplo el torso desnudo de Enzo. Había intuido
lo fuerte que está a través de su ajustada ropa de entrenamiento, pero verlo sin camiseta
es demasiado. A pesar de que Frank es muy atlético y fuerte, Enzo juega en otra liga. Es

simplemente perfecto. Su pecho es ancho, robusto y bien formado. En medio de sus


pectorales se arremolinan unos sensuales vellos que, nada más verlos, hacen que sienta
la necesidad de acariciarlos. Su vientre está tallado como si cada pliegue de sus
abdominales las hubiese esculpido un experto escultor italiano. Empieza a desnudarme
poco a poco, deteniéndose en besar partes de mi cuerpo que nadie jamás ha besado.
Después me besa apasionadamente, cuando nuestras bocas se despegan de nuevo, ya
está dentro de mí. Dejo escapar un gemido de placer. Lo miro, lo remiro y no puedo
creer que estemos haciendo el amor. No sé adónde me llevará esta locura. Aparto mi
pelo a un lado y me olvido del sufrimiento y del no ser amada como yo siempre había

querido. Enzo se detiene, se regodea en mí, llegando a olvidarse de darse placer a él


mismo. Enzo es muy distinto a Frank, que es mucho más impulsivo, rápido, y solo
quiere satisfacerse a él mismo.

Cuando acabamos, sigo arremolinando mis dedos en los caracolillos de su pecho.

No tiene casi vello en el cuerpo, por eso, los del pecho me llaman mucho la atención.
Es tan guapo, tan rubio, tan perfecto, que cuando abro los ojos tras cerrarlos varias
veces, me parece haber hecho el amor con un ángel.

Dormimos un rato y nos despertamos al mediodía. El brillante sol nos refleja porque
incide en algo que brilla de manera cegadora desde una esquina de la habitación.

—¡No me fastidies! ¿Qué es eso de las esquina? —Pregunta Enzo. Se levanta con las
sábanas enrolladas alrededor de la cintura— No será una cámara…

—Pues sí —respondo divertida.

—¿Cómo? ¿Lo sabías… cómo no me dijiste nada?

—Cuando hemos subido estábamos tan atareados, que no quise romper el momento
hablando del sistema de vigilancia de la casa. —Respondo sin cubrirme.

—¡Tu marido podría habernos visto, Anna!

—No lo creo, está desconectada, lleva muchos averiada.

—No sé, tendré que llevármela para que la revisen… ¿tienes un destornillador de
punta de estrella?
—Sí, pero mañana deberás ponerla de nuevo. Frank sospecharía. Él sabe que yo no
sé cómo se desconecta eso —le digo mientras trato de que se olvide de la cámara y

que vuelva a la cama.

Había imaginado que después de hacer el amor, nos daríamos una ducha los dos para
después comer algo juntos. En vez de eso, Enzo se ha puesto los pantalones, su
camiseta, y está a punto de marcharse con la cámara en la mano.

—Luego te llamo. Esto es importante, si tu marido nos descubre…

—No te preocupes, Frank ladra mucho pero luego no es nadie.

—Por si acaso. Necesito tiempo para ver qué ha grabado esta cámara en las últimas
horas. No te preocupes. El modelo parece antiguo, así que las imágenes se descargarán
en un circuito interno, no es de las que envía imágenes en tiempo real —comenta, un
poco más aliviado.

Enzo me besa y me deja con un palmo de narices sobre la cama deshecha. Después
de un rato, el silencio me invade y recuerdo mis obligaciones. Ahora sí o sí, debo

hablar con Frank. Le diré que lo nuestro no tiene futuro, que me deje volar…

Por supuesto, no pienso hablarle de que hay una tercera persona, intuyo cómo
reaccionaría. Lo mejor será plantearle el asunto de manera sencilla. Él puede quedarse
con lo que quiera, menos con los niños y el perro. Me reciclaré, enviaré currículos a
todas las escuelas de Miami si hace falta, trabajaré de lo que sea. Sé que va a ser
difícil, pero no puedo pasar el resto de mi vida con un yugo y una mordaza. Asfixiada
por el miedo y la incertidumbre. Aunque lo de Enzo no nos lleve a nada, como
seguramente será, no me echaré atrás. Este es el último empujón que me faltaba para
decidirme. Doy gracias por que haya llegado a mi vida para ayudarme a tomar esta

determinación. Quiero vivir; pero para eso no puedo estar debajo de la sombra de
ningún hombre.
XII

4 mayo de 2016, martes.

Frank llamó anoche. Se disculpó y me hizo una pregunta que me dejó con la mosca
detrás de la oreja.

—Anna, una pregunta… ¿Se ha ido la luz en casa o algo…?

—No, que yo sepa, ¿por qué?

—Bueno, verás…eh… me llamaron ayer del sistema de alarmas mientras estaba en


una reunión. No pude contestarles, pero por la noche traté de acceder al sistema de la
alarma desde mi ordenador, pero no pude ver nada…

—¿Te refieres a si las cámaras de video con las que nos vigilas cuando estás fueran
funcionan? —pregunto de manera irónica.

—Ja, ja —ríe— ¿Qué has hecho con el sistema cariño, lo has desactivado? —Su
tono de voz cambia ligeramente y se hace más sibilino, más mordaz.

—No, Frank. Simplemente Adam estaba jugando en el jardín con su pelota y golpeó
en una de las columnas de la terraza, un pedazo de ladrillo se desprendió y reveló una
pequeña cámara, minúscula, del tamaño de un mechero. La recogí del suelo y comprobé
que se había partido. Después recordé la que había en nuestro dormitorio y decidí
quitarla, es realmente fácil si usas el destornillador adecuado…

—Seguramente por eso todo el sistema está bloqueado. Siento deciros que ahora
estáis desprotegidos. La alarma no funciona. Ya lo arreglaré cuando regrese. ¡Sois un
desastre!

—¡No cambies de tema! ¿Por qué nos has estado espiando, Frank? —pregunto

enfadada.

—Yo no os espío, os protejo.

—Sí, y de camino sabes todo lo que hacemos mientras tú no estás. Me parece el


colmo, Frank. Cuando regreses tenemos que hablar —digo enfadada y cuelgo sin

dejarle responder, algo que sé que le revienta.

A última hora del lunes regresó Enzo. Me comenta que esa cámara era parte de un
entramado de cámaras que se usan para espiar y vigilar la casa desde cualquier punto
del planeta. Tan sencillo como autenticarse en un sistema y todas las cámaras a tiempo
real aparecen en tu ordenador. Por suerte, al desactivar una de ellas, las otras se
bloquean y no emiten señal. Un compañero del FBI accedió a esa cuenta y la bloqueó,
borrando las imágenes de ese día con Enzo. Juntos recorremos la casa y encontramos

una treintena de cámaras estratégicamente escondidas. Enzo tiene que usar un


sofisticado aparato con sensores para averiguar su localización. Por lo visto, emiten
una onda de frecuencia que la detecta el aparatito que ha traído.

Me siento ultrajada, vigilada, casi violada. Todos estos años espiada en mi propio
domicilio, una cárcel de oro controlada por mi marido hasta en la distancia, la de veces
que debe haberse reído al verme recogerlo todo rápido para que estuviese recogido
antes de su regreso a casa.
Llamo a los chicos. Tanto tiempo libre me aburre. Están pasándoselo genial con
Susan en el parque de atracciones, al menos ellos disfrutan un poco. Le cuento lo del

sistema de vigilancia y Susan no se sorprende. Me comenta que es perfectamente


comprensible que una persona tan controladora como Frank, no se iría de vaya de casa
tantos días sin poder informarse de lo que su esposa hace en su ausencia. Durante todo
este tiempo ha estado tranquilo porque lo único que yo hacía cuando él se marchaba era
comer, ver películas, limpiar y cuidar de los niños.

Enzo me envía un mensaje y me comenta que está ocupado en el trabajo y que no


podrá venir a verme hoy. A eso de las seis y media decido salir a correr. Esta vez desde
casa. No hay nadie que me pueda controlar, nadie que me domine o critique por lo que
haga.

Salgo a la calle, hace fresco. La brisa me anima a empezar a correr. La música


acaricia mis músculos y empiezo a aumentar la marcha. Voy mirando las casas del
vecindario y empiezo a pensar dónde viviremos. Me conformo con alguno de los
pequeños estudios que veo en los edificios cercanos al paseo marítimo. Solo

necesitamos tres habitaciones, nada parecido a la mansión que tenemos. Así no tendré
que emplear tanto tiempo en limpiar. Además si consigo un trabajo, no tendré tiempo
para hacerlo todo tan bien, ni tantas veces—me encojo de hombros y sonrío—.
Cualquiera que me vea pensará que estoy loca, pero me siento tan feliz imaginándome
una vida nueva, por sencilla que sea, lejos del cretino de Frank… que no puedo evitar
sonreír de felicidad. Es tal la losa que llevo sobre mis espaldas cuando está cerca, que
no puedo explicar lo ligera que me siento cuando se aleja. Creo que puedo flotar, las
cosas tienen menos importancia, o la importancia que realmente deberían tener, todo me
sale mejor y la ansiedad por comer desaparece.

Regreso tras correr varios kilómetros, satisfecha y más cansada. Me doy una ducha y
preparo cena para uno. Preparar cena para uno cuando eres madre de familia, es como
un placer extra. No tienes que estar pendiente de hacer cantidades industriales de
comida, si está muy hecha o cruda, si a uno le gusta una cosa u otra, no tienes que

contentar a los demás, solo debes centrarte en lo que te gusta a ti, y lo mejor: tardas
pocos minutos en hacerlo, y una eternidad en comértelo si te te da la gana.

Me siento delante del televisor a ver una de mis películas favoritas: Brokeback
Mountain; he podido verla más de diez veces. A pesar de que es una película sobre el
amor imposible entre dos cowboys. Tiene algo que me atrapa: la fotografía, la música,
y la interpretación de los actores. Llego a sentir el sufrimiento de los protagonistas, el
agónico saber que jamás podrán ser felices por imposiciones sociales o prejuicios de
los demás y de ellos mismos. Quizás como me pasó a mí al desechar la idea de ser
madre soltera y casarme con Frank, por miedo a quedarme sola, por no ser criticada y

apartada de la sociedad… debería, al igual que los protagonistas de la película, haber


luchado contra los convencionalismos y haber sido yo misma. No debería haber vivido
una mentira durante tanto tiempo, un tiempo que ya no volverá, y que no me será
devuelto. Por esto no quiero ser como los protagonistas de la película, no quiero acabar
mis días agonizando y suplicando por tener cinco minutos de felicidad, quiero ser feliz
ya, desde hoy mismo. Si me equivoco o lo paso mal será mi decisión, pero no haré lo
que los demás piensen que es mejor para mí nunca más.
Debo haberme quedado dormida cuando escucho ruido de cristales al romperse en la
cocina. Buddy lo escucha y se levanta del sofá ladrando. Corre hacia la cocina y yo

tardo un poco en reaccionar: hay alguien dentro de casa.

Recuerdo las palabras de Frank en mi cabeza: «ahora no tenéis sistema de alarma,


estáis desprotegidos…»
14 de mayo de 2003, miércoles.

Megan camina por el campus decidida. La brisa peina hacia atrás sus cabellos que

se balancean con la fuerza de su determinación. Ha dejado su carpeta en el coche. Hoy


va a contarle su secreto a Anna. Ella no sospecha nada, pero no puede aguantarse más.
Tiene que hablar con ella y dejar a un lado su cobardía. Alguien se acerca y se cruza en
su camino.

—¡Buenas, pero si es mi chica favorita! ¿Dónde vas, parece que tengas prisa? —
pregunta Frank, apoyado en la esquina de uno de los edificios de la universidad.

—¡Ah, hola! —saluda Megan sin mucho ánimo. Realmente tiene mucha prisa y no le
apetece detenerse a hablar con este payaso— Sí, la verdad es que tengo un poco de
prisa.

Frank le corta el paso y le coge la mano.

—¿Por qué no te tomas algo conmigo? Los demás podrán esperar.

Megan lo mira de arriba abajo. Es muy atractivo, pero no es su tipo, parece un


fantasma, y odia a los fanfarrones; Además ella pensaba que iba detrás de Anna.

—Lo siento, Frank. En otro momento tal vez. Ahora no puedo entretenerme. Gracias
por la invitación.

—No seas estrecha, Megan. Los dos sabemos lo que hiciste en aquella fiesta, unos
años atrás, con aquellos tres tíos… Todavía lo recuerdan.

Megan se detiene en seco y se queda blanca. No entiende cómo ese cretino sabe el
más vergonzoso secreto de su pasada vida universitaria. Traga saliva y se aparta el

flequillo que el viento le ha puesto sobre la frente.

—¡Vete a la mierda, tío! Ni en un millón de años me acostaría contigo.

—No seas hipócrita, Megan. Todo el mundo sabe lo que te va…

Megan le da una bofetada, él se ríe, y cuando va a volver a darle otra, Frank le


agarra la mano con fuerza, llegando a doblársela.

—¡Suéltame capullo o empiezo a gritar aquí mismo! He quedado con Anna y ya voy
tarde. ¡Piérdete del mapa y déjame en paz.

—No me toques las pelotas, Megan… Si quieres puedo llamar a otros amigos y lo
pasamos bien, sé que eso te pone.

—Yo también voy a llamar a una amiga… Anna, voy a contarle que has intentado
liarte conmigo, y como te he rechazado, estás en un plan insoportable. Si alguna vez
pensaste liarte con ella, la llevas clara. Escúchame bien: Anna no va a estar contigo
nunca. Así que date la vuelta y regresa por donde has venido, imbécil.

Frank se pone rojo por la vergüenza o por pura rabia. Trata de deshacer el entuerto y
agarra a Megan del brazo. Esta lo interpreta como un ataque y lo araña en la cara para
defenderse. Frank se cubre con los brazos, y comienza a alejarse de ellas. Megan ha
empezado a pedir auxilio a grito pelado.

—¡Estás loca, tía! ¡Estás como una puta regadera! ¡Ve a mirártelo! —grita Frank en
la distancia.

Megan respira aliviada al doblar la esquina.


«¿Qué ha sido esto? ¿Qué significa este momento surrealista» —se pregunta Megan.
Está segura de que ese imbécil no las molestará más.

Debe contárselo a Anna. Ella es demasiado confiada y buena. Debe ponerla sobre
aviso de lo cabrón que es Frank. El muy idiota quería acostarse con ella y después con
Anna. Va listo si cree que no se lo contará cuando la vea. Si embargo, debe verla antes
para contarle algo más importante, algo más fundamental para sus vidas que el mierda

ese. Algo que cambiará sus vidas para siempre, y las convertirá en algo mejor que su
amistad. Megan acelera el paso pues se está haciendo de noche. Si no se da prisa,
pronto, todos esos edificios se quedarán solitarios y siente un escalofrío al imaginarlo.
Megan no es miedica, pero tampoco le gustaba tener que llevarse algún sobresalto
extra.

Cuando lleva cinco minutos caminando y está cerca de la residencia de estudiantes,


comienza a escuchar unos pasos que caminan a cierta distancia detrás de ella. Cuando
se detiene, estos también lo hacen, si emprende la marcha, comienza a escucharlos;
alguien la sigue, pero cada vez que se da la vuelta no ve nadie. Empieza a

sugestionarse, pero no quiere empezar a correr; no hasta que esté más cerca de la
civilización. A esas horas nada bueno puede querer alguien que le siga. Busca en su
bolso el rociador de pimienta antivioladores y al cabo de unos metros, comienza a
correr. Los pasos que van tras ella también aceleran. Megan dobla de repente, y trata de
esconderse detrás de unos bidones de basura en un solitario callejón. Alguien pasa por
delante del callejón. Es una figura masculina. Megan aguanta la respiración hasta que
los pasos se alejan.
Cuando está dispuesta a salir de su escondite porque cree que se ha marchado, esa
persona regresa.

«¡Mierda, no lo he despistado, ¿ahora qué?» —piense angustiada.


4 de mayo de 2016, martes.

Corro hacia el pasillo que lleva hasta la cocina. Cuando llego allí, descubro a

Buddy encerrado detrás de la puerta, ladrando como un poseso. El animal va cojeando,


alguien le ha golpeado una pata. Entre los dientes lleva un trozo de tela oscura. Abro un
cajón de la cocina y cojo el cuchillo más grande que encuentro. Saco fuerzas de donde
creí que no había, pero quienquiera que sea se va a llevar una cuchillada de veinte

centímetros. Me arrincono en una esquina esperando que mi atacante aparezca. Echo la


mano al bolsillo y compruebo que me he dejado el móvil encima de la mesa. Aquí no
hay teléfono fijo, así que no puedo llamar a nadie. Buddy ladra a la puerta que lleva a
los dormitorios. Si es un ladrón irá allí en busca de la caja fuerte, joyas o dinero.
Desde donde estoy podría escapar a la calle. Observo el cristal de la puerta exterior de
la cocina y está rota. Alguien se ha cortado bastante con el cristal al tratar de abrir la
puerta. Las gotas de sangre están repelladas sobre el cristal.

Nerviosa y cuchillo en mano decido adentrarme en la vivienda. Necesito llamar por

teléfono. Me arrastro por el suelo por el camino de vuelta al salón como si fuese un
soldado mal entrenado, necesito llegar hasta mi móvil. El intruso debió verme dormida
desde el jardín, por eso no se molesta en buscarme, creerá que sigo allí. Escucho jaleo
en la planta de arriba. Lo está revolviendo todo. Se me ocurren mil y una cosas que no
debería romper en los dormitorios, puedo darle algo de dinero, sin embargo, no sé la
contraseña de la caja fuerte, y lo último que debo hacer es enfrentarme con un tipo que
está robando en mi casa. No obstante, un desconocido sentimiento de reclamar lo que es
mío, quiere empujarme a que suba arriba y le haga frente. Finalmente, decido que lo
mejor es pedir ayuda.

Por fin llego hasta el teléfono móvil y marco el número de Enzo. Espero unos tonos y

me salta el contestador.

—¡Dios no puedo tener tan mala suerte! ¡Vamos, Enzo, responde! No me hagas esto
ahora.

Vuelvo a marcar y al sexto tono, vuelve a saltar el contestador. Esta vez le dejo un

mensaje:

«Enzo, hay alguien en mi casa. No sé si es un ladrón, un asesino o qué coño busca,


pero estoy muy asustada. Voy a llamar a la policía. Te he llamado dos veces y no puedo
entretenerme más, el tipo está arriba, en los dormitorios, registrándolo todo. Voy a
llamar a la policía.»

Me dispongo a marcar el número de la policía y una voz grave, detrás de mí, me


grita que suelte el móvil.

—¡Suelta el puto teléfono! ¿Quién coño eres? —pregunta a gritos.

—Yo… vivo aquí.

—Muy bien, señora vivo aquí, ¿me puede decir su nombre?

—No puedo hablar, pero finalmente lo hago. Me, me llamo Susan —le dio el primer
nombre que vienen a mi mente— ¿y usted?

—Como comprenderá no pienso decírselo. ¿Dónde está su marido?

—Eh, está en, ha salido a tirar la basura, pero enseguida vuelve. Si quiere puedo
darle algunas joyas que tengo en el dormitorio antes de que regrese —Digo para

entretenerlo. He escondido el cuchillo detrás del pantalón del pijama.

—¡No me mienta! Sé que él no está. Falta uno de los coches. Sepa usted que no
quiero hacerle daño, puede soltar lo que esconde detrás, si lo hace, nadie resultará
herido. He venido a buscar algo, pero me parece que aquí no está.

—Si quiere dinero, puedo darle la tarjeta…

—No, no quiero su puto dinero, necesito algo de su marido… pero me temo que aquí
no está ¿tienen otra propiedad?

No sé para qué diablo quiere saber eso, pero al final le confieso la existencia de La
Finca. Me pregunta dónde está, y se lo indico. En ese momento, entra en escena Buddy
que se le abalanza para morderle. El ladrón empieza a golpear al animal en el vientre.
Buddy chilla y yo me lanzo sobre él con el cuchillo. El asaltante me ve y lo esquiva, me
lo quita, forcejeamos y me hace un corte en la mano. Al ver la sangre, ambos soltamos
el cuchillo. El hombre sale corriendo, parece arrepentido de haberme herido, Buddy

corre detrás. La desesperación en sus ojos me conmueve porque parece huir


arrepentido por lo que ha hecho. Miro el corte y veo que no es muy profundo, pero
sangra mucho por ser un bastante limpio. Ha debido de seccionar alguna pequeña vena
de la mano. Abro y cierro la mano y veo que todos los dedos se mueven, parece que no
me ha cortado ningún tendón. Las gotas de sangre caen al suelo y escucho la puerta del
jardín cerrarse de un portazo, parece que ha huido corriendo calle abajo. Cojo un trapo
de la cocina y lo envuelvo en mi mano para cortar la hemorragia.

Suena el móvil y veo que es Enzo. Rompo a llorar y casi no entiende lo que le digo.
Solamente entiende ladrón en casa y ha huido corriendo.

—Voy para allá. Escúchame. Tu dormitorio es una habitación segura, ¿verdad?

Enciérrate allí hasta que yo llegue. Podría volver.

—Sí, pero, ¿y el perro? ¿qué va a pasar con él?

—No te preocupes por animal ahora, Anna, por el amor de Dios, ponte a salvo, ve a
tu habitación. Estoy ahí en diez minutos.

—De acuerdo —respondo entre sollozos. Ese tío ha podido matarme.

Corro escaleras arriba, sintiéndome tan culpable por dejar solo a Buddy, él que ha
dado, de nuevo, su vida por defenderme… Una vez en la puerta del dormitorio me doy
la vuelta arrepentida, no puedo dejarle solo, vuelvo a bajar los escalones de dos en
dos. Entro en la cocina y allí está Buddy malherido y magullado. Lo recojo y subo a
duras penas con él por las escaleras. No creí jamás que un Beagle pudiese pesar
tanto… Me encierro y me tumbo sobre la cama con el animal que respira de manera
entrecortada, parece dolorido, pero no sangra por ninguna parte, al menos que yo lo

vea.

Permanezco junto al animal durante unos veinte minutos, los más largos que recuerdo
en mi vida. Pienso en llamar a los chicos y me alegro de que no estuviesen en casa. No
sé qué hubiese ocurrido con ellos dentro. Sacudo el pensamiento macabro de ese
asaltante atacando a mis hijos y abro la puerta del dormitorio. Cuando veo a Enzo con
cara de preocupación me tiro a sus brazos.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —pregunta mirándome de arriba abajo.


—Solo ha sido un corte en la mano. Ya casi ha parado de sangrar…

Me mira la mano y me abraza, besándome en la frente.

—Me he llevado un susto de muerte. ¿Sabes quién era? ¿Te ha atacado Frank?

—No, no, jamás había visto a ese tipo. Ese hombre no es de por aquí. Buscaba algo
de Frank. Ha estado rebuscando por los dormitorios y se ha marchado al no encontrar
lo que buscaba.

—¿No ha robado las joyas, ni el dinero?

—No. Solo buscaba algo de Frank… se fue corriendo hacia La Finca, Me preguntó
si teníamos otra propiedad…

—¡Quédate aquí! Debo detener a ese capullo… Por cierto, ¿cómo está el perro?

—Parece más tranquilo, he llamado al veterinario para que lo vea. El doctor Souza
tiene guardia las veinticuatro horas. No vayas solo, Enzo.

—Anna, este es mi trabajo. No te preocupes, ese gilipollas deseará no haber nacido

cuando lo encuentre.

—Enzo, ese hombre tiene el brazo herido, se cortó al romper el cristal de la


puerta… ¿Dónde vas? Está muy oscuro, es de noche, no verás nada.

—No te preocupes. Llamaré a la central y vendrán refuerzos. Si hace falta pediré un


helicóptero.

—De todos modos ese tipo no parecía tan peligroso —Enzo me mira desconcertado
—, quiero decir que parecía arrepentido de haberme herido, forcejeamos por culpa del
perro que se puso nervioso. Me repitió en varias ocasiones que no quería hacerme

daño. Creo que pensaba que no había nadie en casa y por eso entró.

—Anna eres demasiado buena persona. Si alguien irrumpe en tu hogar durante la


noche y te agrede, no debes sentir lástima por él.

—No lo entiendes, parecía angustiado, y al mirarlo me dio la sensación de poder


conocerlo de algo… cuando hablamos tuve la corazonada de que no me mentía.

—Ahora debo marcharme., más tarde te llamo.

Cuando Enzo está saliendo de casa, una pareja de agentes del FBI de la división de
criminalística llegan para recoger muestras de la sangre del asaltante. Me parece un
despliegue demasiado exagerado para un intento de robo en un domicilio cualquiera,
bueno es la casa del alcalde, pero él ni siquiera está aquí. Enzo los saluda y me dice
que estoy bien protegida con ellos.

Los agentes son muy profesionales y correctos. Les cuento de nuevo cómo ha sido
todo, y se llevan unas muestras de sangre del cristal y de la puerta, también recogen

muestras del suelo. Para descartar cuál es la sangre del asaltante y cuál la mía propia.

Cuando están terminando de recopilar las muestras en el dormitorio, llega el doctor


Souza, el veterinario. Lo saludo a un lado, en otra habitación, e inspecciona a Buddy,
finalmente determina que debe llevárselo a la clínica para explorarlo mejor. Según me
cuenta, parece que tiene una patita rota y debe hacer unas placas para descartar que
haya dañado algún órgano interno. Acordamos que yo iré mañana a verlo a la clínica.
No puedo irme de casa todavía, los agentes aún no han terminado. La policía decide
cerrar la puerta rota con unos tablones que yo tenía en el jardín, para evitar que nadie
pueda entrar, o si lo intenta, que haga un ruido tan atroz que despierte a todo el

vecindario.

—¿Quiere que la llevemos a un hotel? —pregunta el más bajo de ellos.

—No se preocupe. Lorenzo, el agente Mancini, me ha dicho que puedo quedarme


aquí. De todas formas la habitación de matrimonio está blindada.

—De acuerdo, como quiera. Es usted muy valiente. La mayoría de las personas no
podrían dormir aquí solos, después de lo que ha pasado esta noche.

Me despido de ellos, y nada más abandonan la casa, me arrepiento de no haberme


ido a un hotel. Cada esquina me parece una amenaza y cada rincón un lugar donde
alguien podría esconderse para atacarme. Me voy al dormitorio y veo un poco la
televisión. Me he tomado un tranquilizante para dormir, no me me hace falta, porque
estoy tan agotada que me duermo hasta que el teléfono me despierta a eso de las cinco y
media de la mañana.

—Anna, ¿cómo estás? Me han dicho los compañeros que te quedabas ahí, ¿sigues en
tu casa?

—Sí, sí, estoy bien. Me he quedado dormida.

—Hemos pillado al cabrón. Lo hemos encerrado y a las ocho empezará el


interrogatorio. Ya te contare lo que buscaba este tipo en tu casa, no tardará en cantar.

—¿Dónde lo habéis cogido?

—Estaba en La Finca. Dentro de la casa. Por lo visto, tu marido había puesto


algunos cepos cerca de la chimenea y en otras partes de la casa. Como entró a oscuras y

deprisa, no los vio, y cuando llegamos estaba chillando de dolor porque un pie se le

quedó atrapado dentro de uno.

Dejo escapar un grito de incredulidad.

—¿Qué hubiese pasado si los niños o yo hubiésemos ido a la Finca? Frank es


imbécil. ¿Por qué habrá puesto eso allí?

—Solo puedo decirte que si colocas uno de esos es porque no quieres que nadie
entre en tu casa. No sé en qué anda metido tu marido, pero vamos a averiguarlo.

—Tal vez sea por lo que me ocurrió aquel día con el tipo que estaba en la finca…

—Puede ser. Bueno, ya hablamos.

Me quedo recapacitando sobre lo que Enzo me ha contado. Parece que cada día que
pasa conozco menos a Frank. Si ese hombre estaba buscando algo y creyó que se
encontraba en la finca, al haberlo atrapado, todavía no lo ha encontrado. Empiezo a
pensar que Frank oculta algo en la casa de La Finca. Tendré que ir a averiguarlo yo

misma. El sueño me vence de nuevo y me duermo cerca de que el sol abandone su


letargo nocturno.
5 mayo de 2016, miércoles.

Tras una hora de interrogatorio, el detenido no parece decir nada coherente. Solo se

lamenta por lo que ha hecho y culpa de todo a “él” sin decir claramente a quién se
refiere.

—Dígame, Stephan Sullivan, ¿cuál es el verdadero motivo para que irrumpiera en


casa de la señora Tomlinson? Sepa que mi paciencia tiene un límite… sé que estaba

buscando algo en su casa, algo de su marido… verá, si tiene algo contra el Sr.
Tomlinson y quiere que le ayudemos, deberá hablar.

—¿Qué sabe usted de ese animal?

—Usted no es el que pregunta, Stephan. ¡Cuéntenos qué tiene usted en contra de


Frank Tomlinson! —Grita Enzo, apretando los puños, está apunto de perder la
paciencia.

Traga saliva y mira a los lados. Está acorralado, pero no se decide a hablar, parece

tener miedo, algo lo bloquea… finalmente, haciendo un gran esfuerzo, habla.

—Verá. Hace años, trece años. Mi hermana fue asesinada…

Enzo levanta la ceja y con un gesto le indica a su compañero que traiga los
expedientes antiguos.

—¿Quién era su hermana? Dígame su nombre, por favor.

—Megan Sullivan. Asesinada en la universidad de Miami el 14 de Mayo de 2003.

Enzo levanta la vista, lo mira, ese hombre tiene un gran sufrimiento interior. Durante
todos estos años, su conciencia no ha descansado, ahora lo comprende todo.

—La señorita Sullivan fue brutalmente asesinada y violada en los aparcamientos de

la universidad. Su cuerpo fue arrojado en una cuneta a unos cien metros de distancia de
donde fue asesinada —informa uno de los agentes del FBI que está en la sala. El aire
está manido por el olor al sudor de Stephan y el vendaje chapucero que le han hecho en
una enfermería de camino a las oficinas del FBI.

—Sé que ese hijo de puta la mató —asegura Stephan con rabia.

—¿Cómo está usted tan seguro? —Pregunta Enzo, inclinándose hacia él,
presionándole, sintiendo que está apunto de encontrar algo crucial para su
investigación.

—Por esto… —deja un trozo de papel sobre la mesa— puede leerlo en voz alta si
quiere.

Enzo coge el arrugado y translúcido papel, tan gastado por los bordes que parece
que pudiera desintegrarse nada más tocarlo. El papel manuscrito está firmado por

Frank:

Querida Megan,

Espero que tu rechazo del otro día sea debido a tu gran amistad con ella, pero no
olvides que ella es aún una niñata comparada contigo. Tú eres toda una mujer,
alguien que podría disfrutar con todo lo que tengo para darte. Sé que en el fondo
sientes algo por mí. Si no te atreves a que nos vean juntos, te propongo que nos
veamos en el parking oeste de la facultad de derecho el domingo, cuando no haya
nadie que pueda sorprendernos. De igual manera, si vienes a la cita y escucho de tu
boca que no te gusto, que no me deseas, os dejaré en paz a las dos.

Tuyo,

Frank.

—Es obvio que Frank quería quedar con ella en el lugar donde fue encontrado su
cuerpo, aunque eso no prueba nada, habían quedado para el domingo, y eso ocurrió un

viernes, aunque podría ser un buen indicio. Tal vez Megan solía pasar por esa zona del
campus. ¿Dónde encontró esta carta, Stephan? —pregunta el otro agente del FBI.

—Estaba entre sus cosas. En una de sus chaquetas vaqueras. Doblado muchas veces.
Un año después de su muerte, justo cuando íbamos a donar toda su ropa a la
beneficencia, verán ustedes, no van a creer estas cosas…

—Continúe, por favor no se hace una idea de las cosas que he tenido que llegar a
creer por mi trabajo —le anima Enzo.

—Fue algo muy extraño. Cuando tenía la chaqueta en la mano para meterla en el

saco de plástico para entregar en la parroquia, sentí un calambre al tocarla y tuve que
soltar la chaqueta de golpe. Pensé que me había pinchado con la cremallera o un botón.
La recogí del suelo y cuando fui a introducirla dentro, de nuevo, volví a sentir otro
calambrazo. Esta vez, la chaqueta cayó del revés y vi un bultito en el interior del
bolsillo. Pensé que sería un pin o algo que cortaba, que eso sería con lo que me había
pinchado. Decidí retirarlo para que nadie se hiciese daño al manipular la ropa usada.
Entonces descubrí un papel, la carta, sentí un escalofrío. Me pareció como si ella me
hubiese empujado a descubrirla, no sé, pensarán que es una tontería, pero a mí no.

—Señor Sullivan. Hay muchas casualidades que tachamos de eso, de simples

coincidencias, pero que en realidad no tienen explicación. Tal vez sea uno de esos
momentos “extraños” que todos hemos vivido alguna vez en la vida cuando se trata de
nuestros seres queridos… sin embargo, debe quedarse con el hecho de haber
encontrado una buena pista.

—Desde ese momento, he pasado más de diez años buscando a ese tal Frank, al
cabrón que acabó con la vida de Megan —se frota los ojos tan rojos que parece que
está a punto de llorar.

—¿Por qué no avisó a la policía?

—Para qué, ¿han hecho algo en todo este tiempo? Su caso está cerrado y archivado,
aunque insistan en que sigue abierto. Todos sabemos lo que ocurre con los casos de
asesinato después de seis meses. Si la casualidad de que otro caso puede reabrirlos es
una suerte, sino seguirán olvidados en los archivos de alguna comisaría, perdidos para

todos, menos para sus seres queridos. A Megan solo le quedo yo, ¿sabe? Mi padre
falleció antes de que desapareciese. Sin embargo, mi madre murió con esa pena en su
corazón. Le prometí que encontraría al hijo de puta que mató a nuestra niña.

—Bueno, y… ¿qué le llevó a la casa de los Tomlinson después de tanto tiempo?

—Durante una década he buscado, seguido y perseguido a todos los “Franks” de la


facultad de derecho y demás facultades cercanas de la universidad de Miami. ¿Sabe
cuántos jodidos Frank había por esas fechas en el campus?
Enzo guarda silencio como muestra de respeto por ese pobre hombre que debe haber
perdido todo en la vida solo por encontrar al asesino de su hermana, por vengarla. Se

encoge de hombros.

—Ciento cuarenta y tres jodidos Frank en esa época. Los he investigado, seguido,
interrogado, acosado, a todos y cada uno de esos ciento cuarenta y tres tipos. Pero todo
fue en vano. Solo al final de mi búsqueda, me tope con una antigua amiga de Megan que

trabajaba de camarera por la zona donde buscaba a uno de esos tipos, al preguntar por
ese Frank y enseñarle una foto, ella la reconoció. Estuvimos hablando de lo que
recordaba y fue cuando me dijo que Anna se había casado con otro tipo llamado Frank
que era amigo de las dos. Un tipo mayor, forrado, y que las llevaba a dar vueltas en su
coche en aquella época. Por lo visto, se les pegó unos meses antes de la muerte de
Megan. Después me contó que en la actualidad era el alcalde de Lighthouse Point y vine
a buscarlo.

—¿No cree que se ha pasado, amigo? Ha agredido a Anna, la amiga de su hermana,


tal vez su mejor amiga.

Stephan empieza a llorar. Lo hace desconsoladamente. Enzo decide que es mejor


dejarlo solo. Siempre le causa cierta tristeza y un poco de vergüenza contemplar cómo
otro hombre llora delante de él. Esa pérdida de papeles le parece un poco patética,
pero necesaria para desahogar la pena de dentro, para vaciarse y empezar de nuevo.
Comprende que necesita estar solo y se marchan.

—¿Qué opinas, Randy?

—No sé, algo no me encaja. Creo que sabe algo más pero no quiere contarlo.
—Tampoco nos ha dicho qué buscaba en La Finca…

—Yo creo que lo buscaba a él, para cargárselo. Por eso no fue a por la señora

Tomlinson —dice Randy, bebiendo un sorbo de su café frío— la pista es muy buena,
Enzo. Podríamos llevársela al juez…

—Cautela, Randy, cautela… es el alcalde de Lighthouse Point, no quiero cagarla de


nuevo.

—Como tú digas. Eres el jefe. Pienso que ese tipo fue a la Finca buscando lo mismo
que nosotros…

—¿Te refieres a la vez que casi te cargas al perro de los Tomlinson y dejaste a la
Anna herida? —pregunta de manera irónica y le quita el café que se bebe de un sorbo.

—¡Eres un cabrón! No lo hubieses hecho mejor que yo —aclara, Randy.

—Anda, ¡cállate! Que casi acabas con Anna y eso no te lo hubiese perdonado nunca,
por muy colegas que seamos —dice Enzo.

—Todavía me duele la mandíbula del puñetazo que me diste, cabrón —sonríe.

Los dos están hablando cuando llega Aniko Smith del laboratorio con unos papeles
en la mano.

—Siento interrumpir lo que parecen comentarios muy profesionales y algo


machistas. No me interesa de lo que estéis hablando, pero los resultados del laboratorio
están listos. El análisis del ADN concuerda con la identidad del sujeto. —Abre el
dosier para que lo lean y ella se lo interpreta— la sangre encontrada en la puerta de la
cocina es del señor Sullivan. Eso no es lo que me ha llamado la atención. Miren de
quién es el otro análisis de sangre, el que recogimos del suelo de la cocina…

Enzo lee el informe y se lleva la mano a la boca tapando su asombro. Tiene que

apoyarse en la mesa para asimilar la información.

—No puede ser. Debe haber un error, debe haber habido transferencia en las
pruebas. Estamos hablando de un porcentaje muy alto, solo sería posible si…

—No hay lugar a dudas, Mancini. La otra sangre es de una mujer, no ve la diferencia

en el análisis de ADN en el encabezamiento del análisis. La primera muestra


corresponde a un varón y la segunda a una mujer.

—Entonces, ¿Qué significa esto? —pregunta Enzo en voz alta.

—Pues… que creo que tienes que volver a interrogar al sospechoso —determina
Aniko marchándose.
XIII

5 de Mayo de 2016, miércoles. (La Finca)

El interés de ese hombre por encontrar algo relacionado con Frank en la Finca, ,
junto con el otro asaltante que encontré husmeando en la casa unas semanas atrás,

además del hecho de que Frank haya puesto cepos en el suelo por si alguien entra allí,
sin consultármelo, no hacen más que incrementar mi curiosidad y mi interés por saber
qué se esconde allí.

Es demasiada casualidad. Todo apunta a que Frank está metido en algo turbio. No sé
si está relacionado con drogas o algo peor... Cojo mi bolso bandolera y dentro meto un
cuchillo bien grande y una linterna. Esta vez no me van a pillar por sorpresa.

Recorro el camino desde el puente de hierro hasta que me adentro en el bosque


mientras hablo con el veterinario. Por lo visto, Buddy tenía un pequeño hematoma

interno producido por el golpe, le ha sido cauterizado, y en un día podemos ir a


recogerlo. Son buenas noticias. Mi pobre perro está sufriendo todos mis sobresaltos.
Miro a mi lado y me alegro no tenerlo a mi lado, siempre que ocurre algo, se lleva la
peor parte.

Ya en la puerta de la casona, miro el móvil extrañada, compruebo los WhatsApp,


SMS, y demás aplicaciones por las que Frank me suele contactar. Desde nuestra última
conversación sobre las cámaras, no ha vuelto a llamarme.
«Mejor así»—pienso para mí.

La puerta está entornada. Habrá sido forzada por ese tipo y la policía la ha dejado

casi cerrada y con un ridículo precinto de: “Manténgase fuera investigación del FBI”
como si cualquiera que ronde por allí, fuese a respetar una ridícula banda de plástico.
La aparto y entro. Descubro enseguida la sangre de ese hombre en una esquina junto a la
entrada del salón. Saco la linterna porque no quiero llevarme una dolorosa sorpresa,

con la otra mano agarro e cuchillo, por si las moscas. Supongo que Enzo y el FBI
habrán limpiado la casa de cepos cuando estuvieron aquí, pero por si acaso, debo
mantenerme alerta.

Camino despacio. Siento que el corazón me late a mil por hora. Lo último que quiero
es descubrir a un socio enfadado o un narcotraficante recogiendo su alijo dentro de la
casona. Sigo caminando y cuando ya he atravesado el casillo que lleva al salón, veo
una sombra que se adentra en la otra estancia más grande. Al verla, me llevo un
sobresalto y salto al lado contrario. El cuchillo cae al suelo y escucho el ruido
chirriante y mortal de unas fauces metálicas cerrándose en torno al arma blanca.

«Ha estado cerca…» —respiro aliviada.

Entonces, la sombra, esa que creí pertenecer a alguien que estaba allí. Continúa
avanzando por la pared sur del salón, pero nadie camina delante de ella. Miro hacia la
ventana por si es algo que se mueve en el exterior, la sombra de un árbol o algo que
proyecte su sombra hacia el interior de la habitación, sin embargo, no hay nada. Cierro
los ojos y los abro de nuevo, esperando comprobar que haya desaparecido, pero la veo
de manera difusa avanzando como si recorriese un camino, aparentemente libre de
cepos. En vez de sentir miedo ante esta experiencia fuera de lo común, siento una paz y
una tranquilidad que me sorprenden. Esa es la misma sensación que he tenido en las

otras ocasiones en que, a pesar de no poder explicar lo sucedido o de poder asegurar


que fuese real, he sentido que estaba cerca para ayudarme, así que la sigo, como un
penitente que camina detrás de la imagen de un santo. Cuando llega a la esquina de la
chimenea, se detiene y parece como si se girase para comprobar que la estoy siguiendo,
entonces, desaparece.

Desconozco porqué ha desaparecido en este preciso lugar de la casa, tan sucio y


común como otro cualquiera de la vieja casona. Necesito sentarme y respirar
profundamente para asimilar lo que he visto, para no empezar a cuestionarme si me
estoy volviendo loca. Sentada en el suelo de madera, agacho la cabeza y la introduzco
entre mis manos para relajarme. Es entonces, cuando observando el suelo, descubro que
las vetas de la madera de esa esquina van en dirección vertical en vez de en sentido
horizontal; como el resto del suelo de la estancia. Una apreciación que jamás hubiese
percibido de no ser por que algo me ha hecho detenerme aquí. Observo la misma

esquina, y detecto que por ahí el suelo está ligeramente más levantado. Lo empujo por
si cede o es una tabla que está suelta, y aparece en el lateral una arandela metálica
como las usadas en las trampillas.

«¡Bingo! Aquí hay algo» —pienso feliz por mi hallazgo. Tal vez aquí es donde está
escondido lo que todos buscan.

Lo que quiera que sea, es un secreto de Frank, o tal vez, ni él mismo sepa que existe
algo debajo del suelo. Toco la arandela y me da mala espina. Casi siento ganas de
retirarla por miedo a lo que me aguarde detrás. Levanto la portezuela y un olor a rancia
humedad me echa para atrás, hace que me lleve la mano a la boca para aguantar una

arcada.

Unos escalones de piedra conducen hacia abajo. Sorprendida observo una empinada
escalera de piedra que se introduce en el interior de la tierra y me aleja de lo que, hasta
ahora, he creído que era la única planta baja de la casa. Ese sótano está oculto bajo un

terreno anexo a la casona, pero no debajo mismo de esta. Es por eso que jamás lo
habría descubierto, ni jamás he detectado un sonido hueco debajo del suelo. Frank
nunca se ha prodigado en invitarnos para permanecer más de un par de horas en la
casona, su casona, como yo siempre la he llamado; ahora lo entiendo.

Me asomo desde el penúltimo escalón. Al alumbrar con la linterna, descubro lo que


parece una camilla de quirófano. Perpleja, ilumino con el haz de luz a una mesa con
instrumental quirúrgico y unas correas para atar a los pacientes cuando no colaboran.
Comienzo a caminar por en medio de la oscuridad, con miedo a tropezar con algo, o no

estar sola. Agarro el cuchillo por si algo me sorprende. Ilumino al suelo, que parece ser
de terracota, por miedo a pisar un cepo o algo peor. No sé qué diablos hace ese
quirófano de campaña debajo de la vieja casa.

Abro bien los ojos y me acerco a innumerables vitrinas con objetos variopintos.
Tras observarlas un rato, casi sin reaccionar, por lo meticulosa colocación de los
objetos, consigo centrarme y puedo leer:

Melanie Oak, Nevada, 13 de Noviembre 2005.


Dentro hay un casco de moto y en una cajita, un mechón de pelo dorado. Miro otra y
descubro que hay otro nombre de otra mujer:

Eve McDermot, Washington, 6 de Febrero de 2007.

No sé de qué va todo esto. No sé si son recuerdos de antiguas exnovias o qué


diablos significa esa pulcra vitrina en mitad de tanta oscuridad. Los recuerdos parecen
estar expuestos en un museo, como si de verdaderas obras de arte se tratasen.

Tras observarlas unos instantes, comprendo algo, eso no son recuerdos de antiguas
novias…

Busco la fecha de muerte de Megan sin saber muy bien por qué, tengo una dolorosa
corazonada. Entonces, dejo caer la linterna al descubrir una vitrina un poco más abajo
con su nombre y la fecha de su muerte.

Megan Sullivan, Miami, 14 de Mayo de 2003.

Dentro, contemplo su jersey naranja, su favorito, el que yo le regalé porque le había


encantado cuando me vio uno parecido puesto; junto a este descubro lo que parece otro

macabro trofeo: un mechón de su pelo rizado. Siento una arcada, pero esta vez no puedo
reprimirla. Vomito en mis pies, justo a tiempo para retirarlos. Siento que me mareo. No
entiendo nada.

Descubrir ese lugar, sin jamás haberlo sospechado, me deja mal, muy mal. Todo me
da vueltas y necesito salir del lugar. Me siento culpable por no haberlo descubierto
nunca, por no saber que debajo de nuestros pies tenía las respuestas a tantas
preguntas…
Hecho un ultimo vistazo mientras me marcho y descubro más de una veintena de
vitrinas, además de numerosas armas y objetos de tortura colgados en la pared de

enfrente.

«¿Qué significa esto? ¿He estado casada con un asesino múltiple, un psicópata?» —
Tengo que agarrarme a los escalones porque las piernas me pesan y todo empieza a
darme vueltas.

—Pobre Megan, mi pobre Megan, ¿Por qué? ¿Por qué has hecho esto, hijo de puta?
—grito de pura rabia, pero también para liberar el miedo.

«¿Hemos estado en peligro toda nuestra vida? ¿Quién es ese animal?»

Rompo a llorar al recordar la mirada de sádico asqueroso el día que lo descubrí


mirando a Zoe en el baño— mi niña, mi pobre niña… a merced de ese, ese… asesino.

«¿Cómo he estado tan ciega, cómo? Tanto tiempo… Seguramente haya sido porque
no he querido ni mirarle, no lo he querido y me he centrado en mis hijos, ignorándolo
siempre que he podido, tan aliviada cuando estaba lejos de casa.»

Siento asco y vergüenza por haberlo dejado dormir a mi lado tantas noches…
incluso estaría pensando en cómo matarlas cuando parecía que estaba dormido a mi
lado en la cama. Grito de nuevo de pura rabia y frustración. Entonces, empiezo a llorar
hasta que no queda dentro nada, hasta que me quedo vacía de rabia, de pena y de mí.

De repente, suena el móvil. Solo tengo una rayita de cobertura. Decido continuar la
subida de los escalones y salir de este horripilante lugar. Una vez arriba, tengo más
cobertura.
—¿Sí? —pregunto sin mirar quién llama, sin casi estar preparada para emitir
sonidos, mucho menos palabras u oraciones.

—Anna, ¿dónde estás? —pregunta Enzo, parece preocupado— Ha ocurrido algo,


debo contarte una cosa muy importante. Debes venir para la oficina del sheriff. ¡De
inmediato!

—Yo, yo también debo contarte algo… importante… —digo medio mareada—

deberíais venir… a la Finca. He encontrado…

—¿Qué ocurre, Anna? —pregunta Enzo angustiado al oírme balbucear.

—Las he encontrado…

—¿El qué has encontrado, Anna? ¿Qué te ocurre? ¿Dónde estás?

—Las ha matado él, Enzo… él, tienes que… venir…

—Anna, escúchame, ¿dónde estás? Voy enseguida, solo dime ¿dónde estás?

— Mi marido ha matado a todas esas mujeres… él la mató…

—¿De qué hablas Anna?

—Él la mató, Enzo, él mato a Megan, el hijo de puta la mató… he visto su jersey
guardado en ese sótano, el que yo le regalé…

—¿En qué sótano? Anna, escúchame, tranquilízate y dime dónde estás.

—…en …la casona de… Finca.

—No te muevas, vamos para allá. ¡Aguanta, Anna! ¿Anna? ¿Estás ahí?
No tardaran mucho en llegar, pero prefiero esperar fuera para despejarme. He

sufrido un desvanecimiento, pero al respirar debajo de los altos árboles me voy


recuperando. Los miro ahora y parece que quieran protegerme, pero, sin embargo,
habrán sido testigos de muchas de las atrocidades que haya querido llevar a cabo
Frank, amparado por el secretismo del bosque centenario.

Lloro para que cuando Enzo llegue aquí no me vea en este estado. Va a pensar que
soy una idiota, una boba que jamás sospechó nada, que no intuyó que convivía con un
sicópata, tal vez lo sea.

«¿Cuántas vitrinas había, veinte, treinta… más?» —sacudo la cabeza para no


pensarlo más. Siento tanta pena por dentro, por esas mujeres, sus maridos, sus hijos, y
amigos, que creo que voy a romperme por dentro. Cuánta maldad en una persona, y sin
embargo, cómo no lo he visto venir, cómo no he sospechado nada… No puedo
asimilarlo, ni siquiera se me había pasado por la cabeza, en la vida hubiese dicho que
Frank es... un monstruo. Lo que acabo de ver parece uno de esos macabros capítulos de

series policíacas de la NBC. Me cuesta creer que pueda tener algo que ver con mi vida,
con mi realidad.

Seguro que la gente murmurará y dirán que cómo fue que no me di cuenta. Incluso
algunos malpensados pensarán que yo he colaborado con él, al menos en cierto modo.
Estoy destrozada, como si mi alma hubiese abandonado mi cuerpo del espanto, por no
poder soportar mirarme.

«¿Por qué nunca me hizo daño a mí? ¿Por qué no trató de matarme a mí también
Como ha hecho con todas esas mujeres…? ¿Qué hubiese pasado si Enzo no llega a
entrar en mi vida? Si hubiese descubierto esto yo sola… tal vez ahora estaría en una

vitrina más».

Me estremezco con los abominables pensamientos que vienen a mi cabeza. No


entiendo cómo ha podido escucharme hablar tantas veces del asesino de Megan y las
veces que le he mostrado mi más profundo deseo de que detuviesen al cabrón que la

había matado… y lo he tenido siempre a mi lado. Jamás se inmutó, o se puso nervioso


por creer que yo supiese la verdad. En vez de eso, me contaba historias sobre la policía
y me decía que tenía todo su apoyo y dinero para colaborar en la investigación policial
para pillar a su asesino.

«¿No es mezquino? ¡Qué sangre más fría! ¿Cómo ha podido disimular tantos años
delante de mí? Cómo no he visto que era él quien la había matado y violado.

Vuelvo a sentir otra arcada al recordarlo haciendo el amor conmigo. Vomito hasta
que no queda nada en mi estómago. Me da repelús nada más pensarlo. Empiezo a
divagar acerca de si no me merezco yo también estar fuera de este mundo, si tal vez

debería desaparecer… pero entonces, pienso en mis pequeños y comprendo que no les
puedo hacer eso. Pobre Adam. Ese monstruo sí que es su padre. Debo protegerle y
cuidarle para que no se identifique con su padre, que no se avergüence de ser su hijo.

«Pero, ¿Cómo le explicas a tu hijo de nueve años que su padre, a quien idolatra y
quiere, es un asesino-psicópata?»

Escucho los coches de policía en la distancia, las sirenas resuenan en el bosque sin
saber bien de dónde proceden, el eco por el que fluye el sonido de los coches rebota en
los centenarios troncos multiplicando las sirenas por doquier. Veo los reflejos de las
luces azules y rojas en el camino que viene hasta la casona. Antes pensaba que ese

bosque era un tanto inquietante, y sin embargo, lo amaba como se ama la belleza
imponente que nos demuestra lo pequeños que somos en comparación con otros seres
vivos que llevan mucho más tiempo que nosotros sobre la tierra. Ahora odio este lugar,
me asquea y quiero salir corriendo de aquí, olvidarlo todo, quemarlo, arrasarlo para
que nunca nadie pueda volver a esconderse entre sus sombras para llevar a cabo las

atrocidades que Frank ha cometido.

—Ahora podrás descansar en paz, amiga —digo en voz alta, cuando me levanto del
suelo— te lo prometo. Vamos a atrapar a tu asesino, aunque sea lo último que haga, te
lo debo.

Una repentina brisa de aire parece traerme su perfume, sí, ese tan peculiar con olor a
cítricos que tanto le gustaba a Megan. Siento una extraña sensación, como si no
estuviese sola. Una especie de bruma me envuelve por delante, como si una presencia
me abrazase. En lugar de salir corriendo, miro hacia el frente y abro los brazos para

recibir lo que quiera que sea eso. Entiendo que es Megan, su alma o lo que quiera que
sea ahora, ha venido a despedirse de mí. Después, la sensación desaparece como vino,
con otra ráfaga de viento que se aleja antes de que Enzo y sus hombres invadan la
trascendencia de ese momento íntimo entre dos amigas que se despiden para siempre.
Enzo corre hacia mí, me abraza y me besa. Los presentes miran a otro lado para
darnos un poco de intimidad, a estas alturas ya habrá deducido que entre nosotros hay

algo más que una relación profesional.

—¿Qué ha sucedido Anna? —pregunta angustiado y mirándome de arriba abajo,


como si me faltase alguna parte del cuerpo— ¿estás bien?

—No sé cómo estoy, cómo me mantengo en pie —ahogo un atisbo de llanto y

prosigo— Vine a buscar respuestas… no me quedaba claro porqué ese tipo tenía interés
en la Finca… y vaya si las he encontrado… —rompo a llorar y Enzo les indica a sus
compañeros que entren en la casona. Varios agentes del FBI, algunos con perros
rastreadores, se introducen en la casona.

—Tranquilízate. Lo has hecho muy bien. Llevo detrás de ese cabrón mucho tiempo…

Miró a sus ojos azules y lo veo emocionarse.

—¿Cómo mucho tiempo? ¿Sospechabas de Frank? —pregunto asombrada,

separándome de él.

—Sí. Bueno, no podía decirte nada… yo…

—¿Has dejado que ese sicópata durmiese conmigo todo este tiempo y con mis hijos,
aún a sabiendas que estábamos en peligro? ¿Desde cuándo lo sabías? ¿Por eso te
acercaste a mí? ¡Já! Ahora encaja todo. —Le aparto de un empujón y me seco las
lágrimas.

—No lo entiendes Anna. Estaba en mitad de una investigación…


—¡Claro, solo éramos un número más para el FBI!

—No seas injusta. He hecho todo lo posible para que…

—Para colgarte una medalla y volver triunfal a Nueva York, ¿no? Ahí la tienes, ahí
tienes tu caso, tu asesino, hoy eres el agente estrella. Cuando la prensa se entere será un
héroe y a nosotros... a nosotros nos destrozarán la vida —grito entre lágrimas. Trata de
acercarse, pero me alejo y lo aparto. Veo que necesita el contacto físico, abrazarme

para tranquilizarme, pero estoy fuera de mí.

—¡Anna! Frank ha matado a muchas mujeres durante estos últimos años, entre ellas a
mi mejor amiga… durante todo este tiempo lo he seguido por todos las ciudades y
estados donde ha matado a alguna chica. Siempre detrás, siempre un paso por delante
nuestra, nunca habíamos estado tan cerca… Hace relativamente poco descubrimos que
el cabrón llevaba una doble vida aquí en Lighthouse Point, como un ciudadano
honorable y bien considerado. Se nos ha escapado muchas veces y nunca habíamos
encontrado las pruebas que lo incriminasen directamente, hasta hoy, tú has resuelto el
caso. Tú eres quien ha hecho justicia a todas esas mujeres. Así se sabrá…

Permanezco en silencio porque son tantas las burradas que le diría, que temo que
tras decirlas sea demasiado tarde. Al final, exploto.

—¿Tu mejor amiga? ¿Se te olvida que una de mis mejores amigas también fue
asesinada por mi marido? ¡mi propio marido! No puedo ni decirlo en voz alta sin que
me revienten los oídos.

—Tenemos que hablar de esto con tranquilidad, por eso te llamé antes, por favor,
acompáñame al coche de la policía.

Enzo adelanta el paso hasta una de las patrullas. Le sigo más bien por inercia, que

por ganas. Dentro hay alguien, parece un hombre detenido.

—No será…

—No, no te preocupes, no es Frank. En cuanto procesemos las pruebas, el juez


podrá darnos la orden de detención, mientras tanto, hay algo que deberías saber, Anna.

No creo que sea el mejor momento, pero es necesario que escuches lo que este hombre
va a contarte.

Enzo abre la puerta y aparece ante mí el asaltante que trató de robar en casa, aquel
que buscaba “algo” de mi marido. Me quedo desconcertada y no puedo hablar.

—Puedo soltarlo y quitarle las esposas, si tú das tu consentimiento.

Asiento con la cabeza, incapaz de hablar, no entiendo nada, no sé quién es este tipo,
ni qué tiene que contarme.

—Verás, Anna —empieza Enzo apoyado en el vehículo mientras quita las esposas al

hombre— la noche que Stephan Sullivan irrumpió en tu casa estaba buscando alguna
prueba irrefutable de que tu marido era el asesino de su hermana.

—Lo siento —digo apesadumbrada, ese pobre hombre debe ser otra víctima
colateral de la maldad de Frank—, no sabía que su hermana también ha sido….

Stephan me mira pero no dice nada, casi no es capaz de levantar la vista del suelo.

—Anna, su hermana murió el catorce de mayo de 2003…


Abro bien los ojos al escuchar la fecha que tengo grabada a fuego, solo entonces,
reconozco a Megan en sus ojos, por eso me resultó familiar la noche que entró en mi

casa, por eso buscaba entre las cosas de mi marido… él ya sospechaba de Frank. Ese
hombre debe ser el hermano de Megan…

Salto a sus brazos llorando y le pido perdón más de diez veces. Él no reacciona y se
queda quieto, cortado, como uno de los troncos que nos rodean. Finalmente me rodea

con sus brazos y empieza a llorar también.

Cuando conseguimos calmarnos, lo miro y reconozco a mi amiga en la viveza de su


pelo y su manera de mover la boca cuando al fin decide hablar.

—No sabía que eras el hermano de Megan. ¿Por qué no me lo dijiste? Te hubiese
dejado entrar…

—Estaba desesperado, después de tanto tiempo siguiéndole la pista a ese tal Frank
de la universidad, di con tu marido. Creía que no había nadie en casa y… no quise
hacerte daño, lo siento, de verdad. —Me mira de arriba abajo, absorto, como si viese

a un fantasma. Está consternado.

—Yo no sabía nada hasta hace un par de horas. Se lo juro. De haber sabido que
Frank había matado a Megan, lo habría denunciado hace tiempo; créame. Jamás
sospeché nada. He sido una tonta…

—No te culpes, Anna —dice Enzo, apoyando su mano en mi hombro—, los asesinos
como tu marido son magos de la mentira. Son muy difíciles de detectar incluso por
profesionales, imagina lo que son capaces de hacer manipulando a personas normales y
corrientes. Estoy casi seguro de que Frank sufre un trastorno de identidad disociativo.
Los asesinos en serie tienen impulsos sádicos cuando son capaces de anular la

capacidad de sentir empatía por el sufrimiento de otros. Cuando adoptan esta


personalidad son capaces de hacer uso de la lujuria, o la tortura para obtener placer
con la mutilación de la víctima o placer sexual matándolas poco a poco, durante un
prolongado periodo de tiempo.

—Aún así, sigo sin entenderlo. ¿Cómo puede ser tan diferente conmigo y con los
chicos? No es el marido más amable del mundo, pero queda lejos de ser un asesino.
Nunca les ha puesto la mano encima a ellos.

—Debe existir algún vínculo entre vosotros que consigue anular su personalidad
sicópata. Por así decirlo, tú haces que la fiera que lleva dentro se adormezca. Esto no
significa que al cabo de un tiempo, su personalidad sádica no prevalezca sobre la parte
más tranquila y necesite huir de aquí para dar rienda suelta a sus impulsos asesinos,
lejos de vosotros.

—Entonces, podríamos decir que está enfermo, ¿no?

—En cierto modo, sí. Solo que esta enfermedad mental es demasiado peligrosa
como para que permanezca en libertad. Incluso tras años de tratamiento, estas personas
no llegan a rehabilitarse nunca. Al contrario, el permanecer encerrados hace que la
personalidad sicópata se vengue una vez son puestos en libertad. Pero, eso no es todo
lo que queríamos contarte, Anna.

—¿Aún hay más? —pregunto y me apoyo en el coche.


—Sí —responde Stephan. Le hace una señal a Enzo para que sea él quien hable.

—Anna, ¿recuerdas que Stephan se cortó con el cristal de la puerta de tu casa la

noche que entró?

—Sí —respondo extrañada.

—Tú también te hiciste un corte y tu sangre cayó al suelo. Así que los compañeros
de la policía forense procesaron tu sangre por separado para distinguir una de la otra o

por si hubiese habido alguien más involucrado en el asalto. En realidad estábamos


buscando sangre de Frank, no sabíamos si Stephan podía ser un cómplice de los
asesinatos de tu marido. Es muy difícil llevar a cabo tantos asesinatos sin haber sido
cogido en un error durante tanto tiempo. Teníamos dudas razonables de que tal vez no
actuase solo. Al procesar ambas muestras de sangre… veras, hemos encontrado algo
que debes saber…

—¿El qué?

—Bien, hemos detectado que vuestras sangres coinciden en un 99,1 %...

—¿Qué quiere decir eso? —pregunto mirando a ambos a los ojos.

—Eso quiere decir que sin lugar a dudas somos hermanos, Anna. —Anuncia
Stephan.

Dejo escapar un suspiro de asombro. Casi empiezo a reír. No puedo creerlo…

—Pero, ¿cómo?

—Verás, Megan y yo tuvimos una hermana, una hermana de madre, pero no de


padre… ¿Comprendes?

Necesito sentarme en el asiento del coche patrulla que tenía la puerta abierta. Enzo

corre a traerme algo de agua y me quedo a solas con Stephan.

—Ahora lo entiendo, Anna. Megan me dijo que creía haber encontrado a nuestra
hermana en la universidad, donde ella trabajaba. Yo no le hice mucho caso porque ya
había intentado buscarte en otras ocasiones sin mucha suerte, la verdad. Pero, después

de todo lo que ha pasado, estoy seguro que dio contigo y buscaba la forma y el momento
adecuado de poder contártelo.

Las lágrimas caen por mis mejillas. Entierro el rostro entre mis manos y me cuesta
respirar. Megan, mi Megan, la mejor y única amiga que hice en la universidad, la que
fue asesinada hace más de doce años a manos de mi marido sicópata… es mi hermana.

Comienzo a llorar y Stephan se calla, espera a que me desahogue.

Recapacito y pienso en que Megan es parte de mi verdadera familia, aquella que me


abandonó cuando era un bebé, la que he buscado durante toda mi vida… Todo esto es

demasiado para digerirlo en un instante. Necesito respirar pero no puedo, una losa de
varias toneladas me oprime el pecho y siento que un ataque de ansiedad se apodera de
mí.

—Respira con clama, Anna. Toma, bebe un poco de agua —Stephan me hace aire
con algo que ha cogido del coche.

Enzo vuelve a acercarse al verme pálida y me retira el pelo. Vierte un poco de agua
en su mano y me refresca la nuca.
—Señor, lo tenemos. Ese tipo tiene una buena colección ahí abajo. Podemos…

Enzo levanta el puño en advertencia de partirle la cara si no se calla de inmediato y

deja de seguir relatando los macabros hallazgos delante de los hermanos de uand e las
víctimas y la madre del hijo de ese asesino.

—Lo siento. Solo…

—No pasa nada. Necesito llevar a Anna a un hospital. ¿Puedes hacerte cargo de

todo?

—Sí, señor, por supuesto.

—¿Seguro?

—Sí, seguro. Vaya tranquilo.

Stephan y Enzo me suben al coche, estoy mareada. Cuando el coche de policía


arranca, nos alejamos de esta pesadilla. Las sombras de los árboles parecen despedirse
cuando se reflejan en el cristal del vehículo. Apoyo la cabeza contra la ventanilla y
siento como las fuerzas me abandonan, me estoy desmayando.

—¡Anna! ¿Anna?
6 mayo 2016, jueves.

Despierto y me encuentro en la habitación de un hospital. Tengo puesto un suero,

pero puedo moverme bien. En el sillón, sentada leyendo una revista, encuentro a Susan.
Al escucharme moverme la deja a un lado y se levanta con una media sonrisa. Sus ojos
se empañan nada más encontrarse con los míos. Estoy segura de que ya lo sabe todo.
Nos conocemos muy bien y esa es su mirada solidaria. Me toca la frente y agarra mi

mano.

—¿Cómo te encuentras, cariño?

—No lo sé, la verdad. ¿Qué me ha pasado? Me siento un poco débil.

—Es normal, cielo, te has desmayado. No te preocupes y descansa.

—¿Y los niños? —los recuerdo súbitamente y trato de incorporarme. Todo me da


vueltas y tengo que echarme de nuevo.

—No te preocupes. Están fuera en la cafetería del hospital. Están con… este

hombre, sí…tu hermano —abre bien los ojos y sonríe.

—Stephan, creo.

—Sí, eso, Stephan. Oye es bastante atractivo, ¿no? —sonríe y me guiña el ojo
derecho. Es incorregible, solo Susan es capaz de pensar en algo así en estos momentos,
aunque sé que lo hace para levantarme el ánimo.

Sonrío y me da un golpe de tos. Me da un poco de agua. Tras beber, le pido ver a los
niños.
—¿Lo sabes? —pregunto avergonzada.

—¡Shh! No te preocupes por nada, mi niña. Tú no tienes nada que ver con ese

indeseable. Hay una orden de búsqueda y captura sobre él en todos los estados. Su
rostro ha salido en todas las noticias. Es un escándalo, sobre todo porque como era el
alcalde de Lighthouse Point, todos los medios sensacionalistas han seguido la noticia.
No saben cómo se ha filtrado la noticia tan pronto, debe haber un topo dentro de la

policía. Fran ha debido enterarse de que lo buscan porque en mitad de su viaje de


negocios dijo a los otros empresarios que volvía a Lighthouse Point, sin embargo, ha
desaparecido.

—¡Ha desaparecido! Entonces, no lo han cogido todavía…

—No, pero no te preocupes; será cuestión de horas que den con él. Aquí estás a
salvo.

—¿Por qué dices que estoy a salvo? ¿Creen que quiera ir a por mí?

—No, para nada, Anna, es una forma de hablar. Probablemente, ese malnacido

estará corriendo como un perro con el rabo entre las patas a esconderse debajo de la
montaña más grande que encuentre si sabe bien todo lo que se le viene encima. Ahora
relájate. Voy a avisar a la enfermera.

Respiro aliviada y suspiro por que lo encuentren pronto. Esa abominación debe
desaparecer de nuestras vidas, cuanto antes.

Al cabo de un rato, cuando el médico y la enfermera me han visitado. Stephan entra


en la habitación, me comenta que los chicos han ido a comprarme algo junto a Susan.
—¿Podemos hablar, Anna?

—Por supuesto. Siéntate. Todavía no puedo creer que…

—Que seamos hermanos. Yo tampoco. Parece aunque la muerte de Megan ha sido la


mayor desgracia que ha sufrido esta familia, nos ha servido para encontrarnos.

—Nunca sospeché que pudiese ser mi hermana. Tal vez ella sí lo sabía…

—Sí, sí que lo sabía. Nuestra madre nos los dijo —traga saliva y me mira a los ojos

fijamente—. Un día, mientras veíamos las noticias, apareciste en la televisión de


repente. Mamá nos llamó a los dos y corrimos a ver qué pasaba. Ahí estabas tú, siendo
felicitada por las excelentes calificaciones junto al rector de la universidad. Madre
solo tuvo que verte una vez, leyó tu nombre y el apellido Evans para saber que eras su
hija, la que dio en adopción. El tiempo pasó y cuando mamá empeoró, Megan se puso
manos a la obra y decidió encontrarte, ella trabajaba en la universidad y estabais
relativamente cerca. Ya había habido otras ocasiones, otras “Anna” a las que habíamos
seguido la pista, pero esta vez creyó estar en lo cierto. Cuando te conoció, me llamó

varias veces para insistirme en que esta vez no se había equivocado, que tú eras nuestra
hermana. Yo no la creí, no tenía ganas de historias de hermanos perdidos. Tras el
asesinato de Megan, no tuve ganas de remover el pasado. Tampoco estaba seguro de
nada, enterré todas las pretensiones de encontrarte. Solo quería encontrarlo a él, a su
asesino. De haber sabido que si te hubiese encontrado a ti, también lo hubiese
localizado a él, lo habría hecho hace mucho tiempo atrás. Sin embargo, La muerte de
Megan me hizo desviarme del camino, incluso me afectó en mi matrimonio, solo quería
encontrar a su asesino y vengarla. Nuestros caminos estaban destinados a volver a
encontrarse, Anna.

—Por eso Megan y yo conectamos tan pronto, por eso parecía conocerme de toda la

vida. Si me lo hubiese dicho… no habría estado todos estos años pensando que me
abandonaron y no quisieron saber nunca más de mí. Es muy triste crecer sola. A pesar
de que mi familia adoptiva me crio en un ambiente bueno y familiar, siempre tuve esa
espinita de conocer a mi familia…

—Me temo que solo me tienes a mí… y yo a ti. Nuestra madre falleció al poco
tiempo de enterarnos de la muerte de Megan, hace trece años. Falleció sumida en una
tristeza que dolía contemplar: el asesinato de Megan y tu abandono no hicieron más que
agravar su enfermedad.

—¿Y mi padre…?

—También ha fallecido. Cuando nuestra madre se enteró de que había muerto. Sintió
una gran pena, ya que él siempre fue su verdadero amor. Cuando tu padre, Paul,
falleció, nuestra madre, Catherine, se atrevió a contarnos que tú existías. Por lo visto,

nuestra madre era vecina de Paul, un apuesto y alto marino rubio que pasaba largas
temporadas sirviendo en el mar. Una temporada que mi padre estaba de viaje para
visitar a un familiar enfermo en el norte, Catherine y Paul vivieron un breve romance.
Según sus palabras textuales la primera y única vez que amó a un hombre en esta vida,
aunque no fuese a mi padre, puedo llegar a comprenderlo. Al cabo de unos meses, mi
madre cayó en la cuenta de que estaba embarazada. No podía ser de mi padre porque
ellos ya hacían vidas separadas. Lo suyo había sido un matrimonio de conveniencia y
no se amaban. Sin embargo, había que guardar las apariencias. Mamá nos contó que
naciste el bebé más rubio y con los ojos más verdes que había visto en su vida.
Catherine era morena y mi padre tenía el pelo negro, la piel oscura y los ojos marrones.

Además, esos hoyuelos que tienes en los carrillos eran herencia de tu padre. Nada más
que mi padre te vio al nacer, lo comprendió todo, eras el vivo reflejo de Paul; así que
le obligó a deshacerse de ti o no volvería a vernos a nosotros en su vida y todos se
enterarían de que era una adúltera. Tuvo que abandonarte para poder estar con
nosotros…

—La pobre se vio empujada a abandonarme.

—Ciertamente. Nos dijo, con lágrimas en los ojos, que fue la decisión más terrible
que tomó en toda su vida. Te aseguro que se acordó de ti todos y cada uno de los días
de su vida. Nunca dejó de quererte, ni de pensarte. Cuando mi padre murió en un
accidente de coche, mamá quiso que te encontrásemos. Ya sabía que estaba enferma, yo
tenía unos veintidós años, cáncer, sabía que el proceso de la enfermedad sería lento
pero mortal. —Se limpia las lágrimas con la manga y continúa. Pienso en todo lo que
debe haber sufrido ese hombre—, en poco tiempo me quedé solo. Mi mujer se alejó de

mí al año siguiente de la muerte de Megan y de mamá. No la culpo, yo solo sobrevivía,


vagaba en este mundo como un alma en pena del trabajo a casa y de casa a buscar pistas
sobre el asesino de Megan. Fueron tiempos muy difíciles que trato de no recordar.

—Qué historia más triste —comento en voz alta. Me doy cuenta de que todos
llevamos nuestra penitencia por dentro.

—Sí, ya ves, la vida… Megan trató de encontrarte antes de dejarnos, quería que los
tres estuviésemos juntos, al menos, que mamá pudiese verlo. Era su ilusión volver a
verte y decirte que madre jamás te hubiese dejado de no haber sido por las
circunstancias de la época —suspira y se revuelve ese pelo que tanto me recuerda a

Megan, mi hermana…—, al final fue Megan quien nos abandonó primero, ese hijo de
puta nos la arrebató y fastidió el sueño de nuestra madre. El único consuelo es que al
menos, te conoció, y pudo disfrutar algunos meses contigo.

Pienso en las palabras de Stephan por unos instantes y el odio que siento por Frank

aumenta aún más, cuando ya creía que no podía odiarse más a una persona.

—Doy gracias a que no dejases de buscar a su asesino, yo podría haber estado


viviendo toda mi vida con ese animal, sin saber que fue él quien la asesinó… —digo
con toda la rabia que puedo contener— ¿Cómo supiste que era él?

—Encontré una carta de Frank citándose con Megan en una vieja cazadora, un año
después de su muerte —se humedece los labios y continúa con su relato algo más
cómodo— sabía que ponía «Frank», el tipo con quien se había citado era un Frank, solo
debía averiguar cuál de los muchos que había en esa época en la universidad de Miami
era el tipo que se había reunido con ella el día que la mataron.

Me mira y ve que estoy llorando de nuevo, no puedo soportar tanta maldad.

—No te mortifiques más, Anna, no es culpa tuya. Te lo digo de corazón. No debes


culparte por las acciones de un loco. Solo espero que lo encuentren pronto y esta
pesadilla acabe —dice con aspecto agotado— no he podido retomar mi vida desde que
perdí a Megan. Necesito vivir mi propia historia, conocer a alguien, ver una película el
sábado por la noche, dar un paseo sin pensar todo el tiempo en lo que le pasó a Megan;
siento que si no desconecto, voy a volverme loco.
—Lo entiendo, Stephan, has tenido que cargar tú solo con toda esa enorme carga
durante todo este tiempo. No quiero ni imaginarlo… —digo emocionada. Agarro su

mano y el la coge con fuerza. Lanza una media sonrisa, todavía algo indeciso al
tocarme. Yo la aprieto con fuerza, animándole a que lo haga, somos hermanos,
hermanos…

Escucho las risas y el jaleo de mis hijos por el pasillo. Susan trata de que guarden

silencio, pues están en un hospital, pero no hay manera. Están deseando verme.

—¡Mami! ¿Qué te ha pasado? —pregunta Adam con un oso de peluche entre las
manos. El animal es casi más grande que él y se agita con grandes vaivenes a mi
encuentro—. Eso te pasa por tanto correr —me regaña el pobre, si el supiera…— no te
podemos dejar sola… Mientras tú la liabas, nosotros hemos estado en un parque de
atracciones chulísimo, mucho más peligroso que lo que tú has hecho y mira, mira,
mami, de una pieza.

—¡Enano, no la agobies! No ves que mamá está todavía mala —argumenta Zoe que
se agacha para abrazarme.

—Hija, me alegra saber que lo habéis pasado bien —sonrío y oculto mis lágrimas en
su pelo cuando la beso. Al menos ellos han estado ajenos a todo lo que ha ocurrido.
Temo el momento en el que tenga que contarles lo sucedido. No sé cómo puedo decirles
lo que Frank es en realidad.

—Mamá, lo sé todo —susurra Zoe en mi oído. Parece como si me hubiese leído la


mente—, Susan me lo ha contado todo. No te preocupes. Soy fuerte y tú debes serlo
también por el pequeñajo. Tenemos que ayudarle a superar esto. Adam aún nada, cree
que todo este revuelo se debe al ladrón que intentó entrar en casa —me guiña y
acaricia mi temblorosa barbilla para demostrarme que todo está bien. Creo que voy a

llorar de alegría por tener una hija tan madura. Ya nada volverá a ser igual, pero Zoe
me da una lección con su entereza. Soy consciente que este es uno de esos momentos de
no retorno en nuestras vidas, como cuando te detectan una enfermedad, decides
divorciarte o pasa algo que remueve los cimientos de tu vida. Necesitamos estar juntos
en esto, necesitan a su madre más fuerte que nunca.

—Gracias, hija. Muchísimas gracias, no sabes cuanto… —respondo enjugando mis


lágrimas— cariño, me habéis hecho llorar con este oso tan… ¡grande! Soy una
sensiblera. Muchas gracias.

—Te lo dije, sabía que este le gustaría, Susan —hace una mueca de “ya te lo dije” y
de dirige a mí: —¿Cuándo nos vamos de aquí, mami? Tengo ganas de ir a casa. Jugar
con mis cosas y eso. Ya hace muchos días que no estoy allí. ¿Y Buddy, quién lo está
cuidando, papá?

Escucho nombrarlo y vuelvo a sentir tal asco que no puedo argumentar palabras.

Pobre, chiquillo. No puedo enfrentarme a esto, no sé cuando, pero ahora mismo no.

—Enano, papá está de viaje todavía —miente Zoe, apoyando las manos en los
hombros de su hermano.

—Cariño, está noche la pasaré aquí en observación. Así que os quedaréis con Susan
un día más.

—Si puedo hacer algo… puedo ayudar en lo que necesitéis —sugiere Stephan. Esta
vez parece que la tristeza que velaba su mirada ha desaparecido. Mira a los chicos con
el brillo y la ternura de un tío que ha visto por primera vez a sus sobrinos y quiere

servir de ayuda. Pienso en el hecho de que nosotros somos la única familia que le
queda y él también es la nuestra hace que todo fluya de manera más natural, casi con la
necesidad de recuperar el tiempo perdido desde hoy mismo.

—Stephan, si usted quiere, puede quedarse en mi casa. Hay sitio de sobra, y así

puede ponerse al día con los chicos.

—Sí, porfa, mami deja que se quede el tío Stephan con nosotros.

—Pero bueno, ¿cómo sabes tú eso?

—Escuché hablar a Susan y al tío. Ya sabes que no se me escapa ninguna. La verdad,


no me enteré muy bien, pero sí sé que es tu hermano. De la familia que no conocías,
mami, ¿no estás contenta?

—Sí, hijo, mucho —sonrío aguantando las lágrimas— mucho…

—Anna, me temo que debemos marcharnos, el horario de visitas ha terminado. Enzo

me dijo que se pasaría después, ya me entiendes… él se quedará esta noche aquí.

—Sí, no hay problema, estoy bien. No sé cómo voy a agradecerte todo lo que estás
haciendo por mí, Susan.

—No seas tonta, ¿has visto la espalda que tiene tu nuevo hermano? Esta noche
pienso acostar a los niños pronto… —sonríe y cierra la puerta con una mirada
cómplice.
XIV

7 Mayo 2016, viernes.

Enzo entra triunfal en la habitación, tanto que me llevo un buen susto. Se acerca y me
besa en los labios.

—¡Lo han pillado! ¡Lo han cogido! ¡Han capturado a Frank! Ya no tendrás que

preocuparte por ese monstruo. ¡Lo hemos logrado! Le caerá cadena perpetua o pena de
muerte.

—Pero, ¿Qué hora es?

—Son las 7:30 Anna, has dormido toda la noche del tirón. He salido a desayunar
algo en la cafetería del hospital. No quise despertarte, la medicación te ha hecho efecto
y has dormido como un bebé. Tenías agotamiento y estrés por eso te suministraron algo
para dormir.

—¿Has pasado toda la noche en ese sofá?

—¿Lo dudabas? ¿Acaso es la primer vez? —responde de manera pícara y vuelve a


besarme. Ha pasado toda la noche al teléfono siguiendo el desarrollo de los
acontecimientos, deseando que llegase el momento de contarme la gran noticia. Un peso
titánico se despoja de mis hombros. Incluso cierto miedo desaparece de un plumazo.

—¿Dónde? ¿Doónde lo han cogido?

—En el aeropuerto de Atlanta, trataba de huir a Asia. En estos momentos estará


llegando a Washington, a la central del FBI. ¡Se ha acabado! Anna, se ha acabado. Por
fin eres libre, y todas esas muchachas y sus familias podrán descansar.

—¿Cuántas había…? —trago saliva— Ha cuántas ha matado…

—¿Qué más da eso ahora, Anna?

—Necesito saberlo, necesito conocer la clase de monstruo que ha dormido cada


noche a mi lado —siento un escalofrío al recordarlo, Enzo lo nota, y me abraza.

—No debes preocuparte más por él. Sé que es difícil, te costará asimilar las cosas.

Poco a poco , Anna. Poco a poco. Yo te ayudaré a salir de aquí.

Un cielo gris, casi negro, se cierne sobre nosotros. Los casos que Enzo ha estado
investigando son lo que lo unían a Lighthouse Point. Ahora con todo resuelto, él deberá
regresar a su vida normal en Nueva York. Trago saliva de nuevo, sintiendo como mi voz
escala por una yerma garganta hasta que consigue realizar la temida pregunta:

—¿Cuándo te marchas…?

Enzo se queda callado y se separa un palmo de mi cara. Mira hacia abajo y se


encoje de hombros inconscientemente.

—No lo sé… Anna, yo…

—No digas nada. Solo quiero saber cuantos días tengo para olvidarme de quererte,
cuantos atardeceres nos quedan para desenamorarme.

No dice nada. Agarra mi barbilla y se acerca para darme un beso, entonces la


enfermera llama a la habitación y nos separamos.

—Buenas, Anna. ¿Qué tal ha pasado la noche? Tengo entendido que ha dormido
como un bebé —mira cómplice a Enzo, que sonríe con esa media sonrisa que nos

derrite a todas, incluida la enfermera—, el doctor dice que puede marcharse en cuanto

tome el desayuno. Le damos el alta.

—Gracias —digo con poco ánimo.

—Parece que no se lo ha tomado bien, ¿no? La mayoría de los enfermos están locos
por salir por la puerta. Usted en cambio, no parece muy animada. Seguro que en casa la

cuidarán mejor, ¿verdad? —le dice a Enzo guiñándole de forma picarona.

Él sonríe, siguiéndole el juego. A mí no me hace gracia porque es mentira. Enzo no


va a cuidarme porque se tiene que marchar. Abro la taquilla en la que encuentro mi
ropa, me dirijo al baño sin dirigirle una palabra. Me desabotono el pijama y me pongo
el sujetador. Encuentro unas braguitas en la bolsa de aseo y entra Enzo.

Su cara es de arrepentimiento y a la misma vez de deseo al verme medio desnuda. Se


acerca despacio, como pidiendo permiso. Yo hago como que no lo he visto y lo ignoro
hasta que besa el hombro y me agarra por la cintura.

«¿Por qué tengo que derretirme de esta manera con él? Vale que es casi perfecto,
todo un caballero, pero se va, me abandona…»

—Anna, yo…

—No lo estropees, Enzo. Está bien así. Cállate y bésame —le susurro. Él obedece
sin problema y me besa con la pasión de los amantes que se despiden, a sabiendas de
que sus destinos estarán separados, tal vez, para siempre.
Abandonamos el hospital camino de casa. Deseo cambiarme de ropa y coger algunas
cosas para mí y para los chicos. Enzo me ha propuesto pasar un par de días lejos de

Lighthouse Point. Dice que debemos hablar y aclarar las cosas. Bromea acerca de
cuánto tiempo se tarda en avión desde Nueva York hasta Miami. Yo sonrío, pero quiero
llorar porque por una vez que la vida es amable conmigo, la maldita distancia me lo
arrebata. Yo estoy segura de que como dice alguna canción: «…la distancia es el
olvido…».

Pienso en mi hijo y sé que no puedo hacerle pasar por un desarraigo tan grande. Ya
será un problema convivir en Lighthouse Point con el estigma que nos ha dejado su
padre… algo que no sé cómo les afectará a ellos, ni a la gente que nos rodea. Jamás un
escándalo a nivel nacional siquiera les ha rozado. Tal vez lo mejor sería irse sin mirar
atrás, empezar de nuevo en otra ciudad…

«¡Nueva York, tal vez?» —Sacudo la cabeza para quitármelo del pensamiento.

Elegir esa opción sería remar a mi corriente, no sería velar por su bienestar o lo que
más les conviene a ellos, aunque no puedo cometer el mismo error de nuevo, si yo estoy

bien, ellos estarán bien.

De todas formas, aquí tienen su escuela, su instituto, sus amigos, no puedo


despojarlos de todo lo que conocen para emprender una aventura romanticona de
película de sobremesa. Eso no me funcionará a mí. Sencillamente sé que no va a
funcionar. Enzo es un hombre de acción. Acostumbrado a vivir solo, salvo por las
noches que alguna lo habrá acompañado en la cama, es comprensible que un hombre
como él no pase muchas noches solo. No solo por su indudable atractivo, también
porque es cariñoso, atento, buena persona, con todos los matices que ese calificativo
conlleva.

Entramos en casa y, de repente, me parece un lugar extraño, un santuario profanado.


Reconozco mis cosas, pero no el lugar, no es el mismo ambiente, no percibo la
sensación de seguridad y protección que mi propio hogar debería proporcionarme.

El perro ladra desde el jardín y me despierta del letargo de estar viviendo una vida

que no es la mía. Abro la puerta y sale a recibirme como loco. Por suerte, el veterinario
tenía las llaves de casa y vino a dejarlo. He leído una nota en la entrada de casa,
indicando que le había dejado agua y comida en el dispensador automático, sin
embargo, está sucio. Echo un vistazo detrás y encuentro macizos de flores deshojados,
macetas tiradas en los rincones, tierra y alguna bolsa de plástico descuartizada por sus
dientes. El aspecto del jardín es deplorable, pero no puedo regañarle. Ha sido un héroe
defendiéndome. Salta a mis brazos y empieza a limpiarme la cara con sus lametones,
sonrío por primera vez desde que he entrado a nuestro hogar. Le doy un hueso de piel
de vacuno para que se entretenga royendo y entro a casa de nuevo. No quiere que me

marche y me mira con recelo, sé que en cuanto acabe el hueso atacará otra maceta.
Espero poder sacarlo de paseo, antes de que eso ocurra.

—Anna debo marcharme enseguida. Me necesitan en la oficina del sheriff.

—¿Qué sucede?

—No sé, no me han dado detalles. Solo que necesitan mi presencia urgentemente.
Tiene que ver con el caso. Necesitan que verifique unos datos antes del interrogatorio
de Frank. Si necesitas cualquier cosa, llámame ¿Estarás bien?
—Claro, claro, ve. No les hagas esperar. Yo tengo que coger las cosas de los chicos
y debo recoger las cosas que Buddy ha destrozado en el jardín. ¿Nos lo podríamos

llevar? —Pregunto de la manera más adorable que recuerdo.

—De acuerdo, claro, por supuesto. Animalito, debe estar harto de estar solo —se
acerca y me da un beso fugaz, antes de que se separe, siento que quiero más. Me pierdo
por un instante el azul de sus ojos y le digo un “adiós” que no creo que haya escuchado.

Respiro profundamente y dejo escapar el aire junto con todo el peso que cargaba
sobre mis hombros. Me preparo un té y subo al dormitorio de los chicos. Recojo su
ropa y algunos juegos de la videoconsola, el cargador de la Tablet y un tubo de pasta de
dientes. Cuando entro en mi habitación siento un escalofrío. Miro a la cama de reojo y
no quiero ni imaginarme con ese criminal allí. Cuando lo recuerdo encima de mí, siento
ganas de darme una ducha con lejía pura para borrar cualquier atisbo de sus manos
sobre mi piel. No sé lo que se siente tras sufrir una violación, pero ahora mismo me
siento como si me hubiesen violado durante doce años.

Busco la maleta en el vestidor y veo allí plantadas todas sus americanas, sus

pantalones y su colección de zapatos italianos. Cierro la puerta para no tener que


verlos, como si él pudiese verme a través de sus pertenencias. Escojo la ropa que me
llevaré a la escapada con Enzo. Decido llevar el conjunto de ropa interior que me puse
la primera vez que hicimos el amor:

«Este será para la primera y la última vez… soy romántica, lo sé…» —pienso en
voz alta. Aunque no tengo muchos ánimos de escapada romántica, pienso que va a ser la
última vez que vamos a estar juntos en mucho tiempo, sino la última, para animarme.
Una vez en el baño, me doy una ducha con agua bien caliente durante bastante rato.
El vapor lo inunda todo y el agua cayendo fuerte sobre mi cuerpo insonoriza mis

pensamientos y me aísla de todo. Solo somos mi cuerpo y mi mente que se ponen al día
y vuelven a coordinarse para no perder la razón.

Salgo de la ducha con la toalla enrollada alrededor y abro la puerta para que el
vapor vaya saliendo poco a poco del baño. Necesito maquillarme y peinarme, con todo

empañado es imposible. Poco a poco el espejo comienza a desempañarse. Me agacho


en busca del secador y cuando me levanto, me parece ver una sombra que va tomando
forma en el cristal. Agito la mano sobre la superficie del cristal para verlo mejor y dejo
escapar un grito de terror al verlo: Frank está ahí, apoyado en el quicio de la puerta.
Sostiene algo en su mano y sonríe, a pesar de tener la cara magullada y una gran brecha
en la ceja derecha.

—Pensabas que podrías escapar de mí, putita. Eres como todas, como todas…

Se abalanza sobre mí por detrás sin darme tiempo a reaccionar. Estoy petrificada,
soy como una estatua de sal. Entonces me agarra por detrás y me empuja contra el filo

del lavabo. El tremendo golpe hace que lo vea todo negro. Escucho como la porcelana
blanca del lavabo se rompe tras el choque contra mi cabeza. Me agarra del pelo y
vuelve a lanzarme con furia contra el lavabo.

Después, todo se vuelve negro y silencioso a mi alrededor, parece que mi cuerpo


inerte cae, pero ya no siento nada.

Se ha acabado todo.
—Buenas, chicos —Enzo entra saludando a sus compañeros de la oficina del FBI

triunfal, está contento porque todo ha salido bien.

Todos lo observan asombrados, como si viesen a un fantasma o algo parecido. Enzo


los mira y sonríe, no sabe qué está pasando.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo te has enterado?

—He recibido vuestra llamada, ¿qué es lo que quiere el juez? ¿Qué pruebas son las
que debo reconocer?

—¿De qué coño hablas? —pregunta su compañero— yo te hablo de ese hijo de


puta…

—¿De quién?

—De Frank Sullivan. El cabrón se escapó de camino a Washington. No se han dado


cuenta hasta ahora porque estaba dormido en el vehículo policial, parecía que iba todo
el camino tumbado en el asiento. Por lo visto, el muy cabrón les dio el cambiazo y a

quien llevaban en el coche era a un agente del FBI que había matado. Como han
conducido durante toda la noche no se han dado cuenta hasta hace un rato.

—¡Mierda! ¡Joder! ¡Hay que ser gilipollas! —se lleva las manos a la cabeza al
recordar algo— ¡Anna! ¡Va a ir a por Anna! Ese hijo de perra va a por ella. Por eso
alguien me ha llamado para venir aquí. Era Frank, el hijo de perra tenía que distraerme
para quedarse con ella a solas.
XV

14 de mayo de 2003

—¿Por qué huyes de mí, Megan? —pregunta Frank, plantado frente a ella, cortándole
el paso— ¿No leíste mi nota? Pasado mañana tenemos una cita…

Megan no sabe de qué va Frank, pero no le gusta el cariz que está tomando la

situación. Quiere marcharse de allí. No hay nadie a su alrededor, no podría pedir


auxilio. Solo están: ella, Frank y su deportivo, cualquier chica con poca inteligencia ya
se habría bajado las bragas nada más verlo subido a ese flamante carro, pero Megan
era diferente. La vida le había hecho sufrir demasiado como para dejarse engatusar por
las artimañas baratas de un charlatán. Un bocazas que quería entremeterse en la bonita
amistad que había surgido entre ella y Anna. No había querido confesarle a Anna que
eran hermanas hasta saber que su amistad sería más fuerte que el sentimiento de traición
por parte de su familia. Sabía que su amistad era muy fuerte y podrían superarlo.
Después la llevaría a conocer a Stephan y a su madre, la pobre había sufrido tanto

guardando ese terrible secreto, que le había suplicado que la encontrase. Eso había
hecho, pero llevaba varios meses tratando de decírselo. A pesar de haberse ganado su
confianza, y que la amistad que había surgido entre ambas era muy bonita, temía
perderla si le contaba la verdad. Ahora que se había decidido, entraba en escena este
galán cutre para estropearlo todo.

—Frank, si quieres podemos vernos el domingo —miente para que la deje tranquila
— pero ahora tengo mucha prisa, lo siento.
—Sube —invita con una sonrisa de cordero degollado que le repugna— puedo
acercarte, si tienes tanta prisa… tardarás diez minutos andando en llegar a la

civilización.

Megan se lo piensa, sabe que puede manejar a los bocazas como Frank, no podrá
hacerle nada, además si lo engatusa hasta llegar a la residencia de Anna, no habrá nada
que temer.

—Subo, pero no te creas que va a pasar nada… —advierte decidida. Le empuja y se


coloca al lado del coche.

Una vez dentro del coche, él se pone cómodo y enciende la radio antes de arrancar.

—Parece que al final te has decidido… creía que tardarías más… me alegra que
seas una chica lista y te quieras probar lo que es un hombre de verdad —dice
aproximándose a Megan. El olor de su colonia apestosa y barata le hacen abrir la
ventanilla— si tienes calor, yo puedo apagarlo —dice tocándose la entrepierna.

—Mira, gil… Frank, te he dicho que tengo prisa. No quiero nada contigo, así que

córtate un poquito.

—¿Ahora vuelves a ir de dura? Me gusta…

—Vamos a ver, imbécil. Le has hecho creer a mi amiga Anna que te gusta, y no sé
cómo lo has hecho, pero a ella estás empezando a gustarle también —Frank sonríe con
aires de suficiencia— pero a mí no. Así que no va a pasar nada , ni conmigo, ni con
ella, ¿entiendes? No va a salir con un cabrón que se folla a todo lo que lleva falda
como tú. No le vas a llenar la cabeza de pajaritos, te la vas a tirar y le vas a dejar
tirada con el corazón destrozado. Conozco a los idiotas como tú…

Megan intenta abrir la puerta del coche para salir corriendo, si lo hace rápido, no

podrá atraparla.

—¿Te han follado muchas veces y te han dejado tirada?

Megan no se controla y le da una bofetada en la cara. Frank se queda sorprendido y


su semblante serio da paso a una carcajada.

—¿Me encanta! Eres guerrera… eso siempre da mucho juego…

—Parece que no quieres enterarte. Tío, pasa de nosotras, ¿vale? Hay muchas
universitarias que mojarían las bragas al verte aparecer con tu cochazo y tu colonia
apestosa esa. Nosotras no.

—¿Tú que eres su madre?

—No, idiota, soy su… amiga. Abre la puta puerta de una vez.

—¿No serás lesbiana? Ah… Eso es, te gustan los chochitos prietos… —levanta la

mano y le acaricia la pierna. Megan le da un manotazo, empuja la puerta del copiloto,


pero el seguro está echado.

—¡Abre la puerta, ya! —él sonríe y Megan empieza a sentir un poco de


intranquilidad. Sabe que tiene un espray de pimienta antivioladores en el bolso. Mira a
través de la ventana y descubre que no hay un alma en cientos de metros alrededor.
Están completamente solos.

—¿Y si no quiero…? Me había hecho otra idea, pensaba que nuestra primera cita
sería más jugosa —sonríe al verla que empieza a ponerse nerviosa.

—¿Abres o qué, capullo? —Pregunta asustada. Al verlo que no se mueve, abre el

bolso y lo rocía con el spray. Frank grita y ríe a la vez. Ella lo mira extrañada, ese tipo
está loco de remate. Trata de aprovechar el momento de confusión para girar la llave en
el contacto y poder abrir la puerta.

Cuando está a punto de coger las llaves, siente que Frank la agarra y le clava una

navaja en la muñeca. La joven chilla de puro dolor y el pánico se apodera de ella.


Frank se limpia el spray con la manga de la camisa, y casi sin ver, la golpea en la cara.
Se abalanza sobre ella y empieza a propinarle puñetazos en el rostro y el pecho. Un
aluvión de golpes cae sobre Megan. Como si Frank estuviese poseído, ríe y la golpea al
mismo tiempo. Al poco, su cuerpo no ofrece resistencia y queda inerte sobre el sillón
del copiloto.

Frank regresa a su asiento. Se limpia los restos del spray y arranca el motor para
subir la ventanilla de Megan. La sangre ha salpicado el cristal delantero, el techo, el
salpicadero y las alfombrillas. Cuando está a punto de poner el coche en marcha, suena

su teléfono móvil. No reconoce el número, pero contesta.

—¿Sí? ¿Dígame?

—Hola, ¿Frank? Soy Anna, ¿te acuerdas de mí? —sonríe.

—Sí, por supuesto. La dulce Anna… cómo no. —Mira al cuerpo de Megan que yace
inmóvil en el asiento de al lado, le gira el rostro desfigurado para que no lo mire
mientras habla con Anna.
—No sé, verás, me preguntaba si te apetecería ir a dar una vuelta esta noche o algo
—Frank escucha una risilla nerviosa detrás del teléfono.

—Anna, ¿has tomado algo? —pregunta divertido.

—No, que va… bueno unos chicos que estaban en la uni y me han dado un poco de
tabaco de ese…

—¿Estás fumada? Anna eso está mal —ríe.

—¡Ya! Eso digo yo. Como se entere Megan me va a matar. Espero que se me pase
cuando la vea.

—Seguro… no te preocupes —De repente, Megan empieza a moverse en el asiento y


parece que va a despertar. Abre un ojo y Frank le tapa la boca para que no pueda pedir
auxilio, — bueno Anna, esta noche no es buena idea, ando algo liado con algo que me
va a tener entretenido bastante rato… —la mirada desencajada de Megan al comprobar
que está hablando con su hermana, le hace sentir más placer mientras aprieta su boca
para asfixiarla.

—Perdona, no tendrás una cita… bueno, déjalo, he sido una tonta…

—No, Anna, no estoy con nadie. Son cosas del curro. ¿Vale? De hecho estoy
saliendo de viaje para la costa oeste en este momento. Prefiero conducir de noche. Te
llamo cuando regrese ¿vale? —Frank forcejea con la cara de Megan que no para de
moverse. La golpea de nuevo y le tapa la boca fuertemente para asfixiarla. Megan deja
caer dos lágrimas cuando comprende que no puede pedirle auxilio a Anna.

—De acuerdo, pero yo no tengo un teléfono de esos que tú tienes.


—No te preocupes, encanto. Yo sabré cómo poder encontrarte. Nos vemos entonces.

—Muy bien. Eh, gracias, ya nos veremos por ahí. Voy a comer algo a ver si se me

pasa esto, ja, ja, adiós.

—¡Adiós, mi dulce Anna.

Frank aplica la fuerza de sus dos manos. Megan no puede luchar más y se rinde. Su
cuerpo deja de respirar y muere asfixiada entre espasmos. Frank la mira y acaricia su

pelo.

—Megan, te dije que esta noche tenía otros planes más jugosos para nosotros.
Duérmete un rato. Cuando lleguemos te aviso.
13 de mayo 2016, jueves.

Despierto desorientada, como los últimos días que recuerdo de vida… solo

recuerdo estos últimos días. Desconozco el lugar en el que me encuentro y quien soy.
Estoy enferma, no sé bien qué significa, pero la herida de mi cabeza no debe tener
buena pinta. No salgo de esta habitación y tomo medicamentos para recuperarme.
Supongo que es lo que debo hacer. Fuera intuyo la vida, el sol, los campos… dentro

solo hay sombras, vagas elucubraciones que intentan rescatarme del olvido. Solo existe
un faro, una boya a la que agarrarme y no volverme loca: él.

Dice llamarse Sam, pero en varias ocasiones lo he llamado por ese nombre y no ha
respondido de inmediato. También dice ser mi marido, eso es bueno, supongo, aunque
no lo recuerdo, pero sé que la palabra implica protección y amor. Miro su pelo canoso,
su rostro anguloso y atractivo y me digo que tal vez he podido estar enamorada de él,
pero no lo recuerdo. Me ha dicho que no tenemos hijos, tampoco hay otros familiares
que puedan venir a visitarme. Mis padres murieron en un accidente aéreo. Mi vida

parece muy triste, una verdadera mierda, prefiero dormir.

Al menos estoy viva, o eso dice Sam. Me detectaron un tumor en el cerebro hace
unos meses, nadie se atrevía a intervenirlo y extirparlo por la zona en la estaba ubicada,
pero Sam no se detuvo ante la opinión de los médicos, hasta que encontró una clínica
que quisiera curarme. Sin embargo, una vez extraído el tumor, la cosa se complicó y
tras la operación comencé a perder la memoria. Al principio poco a poco, pero después
la perdí por completo. Según él, la zona donde estaba alojado era donde se alojaban
mis recuerdos; a pesar de esto, puedo hacer cosas, sin saber cómo ni cuándo las
aprendí. Todas las acciones motoras e involuntarias no han sufrido daño alguno, solo

mis recuerdos.

Sam me ha salvado la vida. Tuvo que sacarme de ese hospital y traerme a casa
porque veía que poco a poco me moría. Mi marido es enfermero, por eso entiende tanto
de los medicamentos que debo tomar, como curarme las heridas y estar atento a todo lo

relacionado con mi salud.

Hoy parece que me duele menos la cabeza. Los dos primeros días que recuerdo,
fueron insoportables, parecía como si me hubiesen dado un hachazo en mitad de la
cabeza. No soportaba el dolor despierta, así que Sam me dormía y usaba una bomba de
morfina para que pudiera soportarlo. Estos últimos días no he sentido ese dolor tan
insoportable, aunque no he estado despierta mucho tiempo tampoco.

Lo veo entrar y me incorporo. No sé si en el hospital hicieron bien o mal, pero al


tocar la herida de la cabeza, aún me duele, los puntos están frescos y siento escalofríos
por la fiebre que viene y va, al igual que él, que regresa con más y más fármacos y algo

de comida. No sé bien cuánto tiempo llevo en esta situación, pero empiezo a pensar que
tal vez deberíamos regresar a un hospital. Él se limita a sonreír y tocar mi frente con la
palma de su mano. Por la familiaridad con que me toca y se acerca, parece que
realmente sea mi marido, pero podría ser cualquiera… estoy a su merced; necesito
recuperar la memoria, necesito tener mis recuerdos para saber que todo está bien.

—Debería ir a un hospital, ¿no crees? —digo palpando la herida de la cabeza, que


hoy parece un poco menos hinchada— tal vez ellos puedan hacerme recuperar la
memoria.

—Tonterías… no voy a permitir que esos asesinos vuelvan a ponerte una mano
encima. Además, Anna, te he explicado que va a ser muy difícil que recuperes tus
recuerdos. Tal vez algunos, con el tiempo, pero la operación…

—Tal vez debería salir a tomar el sol, parece que hay agua cerca, escucho los patos

y el agua correr. Un poco de sol vendría bien para mi recuperación.

—Más adelante. Cuando te baje la fiebre. Aún estás muy débil. Pero, ¿Por qué
insistes tanto? ¿Has recordado algo, cariño? —pregunta acercándose a la cama. Los
músculos de sus brazos se tensan al lado de mi cuerpo. Descubro arañazos alrededor de
sus muñecas y algunos hematomas en los antebrazos.

—No. No recuerdo nada. ¿Por qué tienes esas heridas en los brazos?

—Tuvimos que huir. Ese sitio era como una secta. Si no llegamos a marcharnos, esos
curanderos de poca monta te hubiesen matado. Aquí estás a salvo. Ya verás como poco

a poco recuperas la memoria… Da gracias de que me tienes a mí. Yo seré tu memoria,


puedo cubrir todas las lagunas oscuras que tienes en tu cabeza.

—Y qué pasa si lo que tengo es un océano, un inmenso océano negro que no me


permita recordar nada… ¿me llevarás entonces al hospital? —pregunto frustrada. Toco
las sábanas y las aparto con enfado. No entiendo cómo han podido hacerme esto. Según
me ha dicho Sam los ha denunciado. Pronto podré tener la ayuda médica en casa.

—Ya veremos, cielo. Ahora descansa. ¿Te has tomado la medicación?


—Sí —respondo con desgana, dándome la vuelta en la cama.

—No te enfades conmigo, Anna. Es para que recuperes la memoria, si quieres la

tomas, y si no, no la tomes. Yo te seguiré cuidando y queriendo. No me importa que no


recuerdes nada.

—¿No te importa si no te recuerdo, si te quiero, si soy feliz contigo? ¿Si hemos


tenido hijos o no?

—No vuelvas con esas, Anna. Llevo varios días recordándote que no hemos tenido
hijos. Desgraciadamente tú no has podido tenerlos, pero a mí no me importa, te quiero
solo a ti. Además, los críos solo traen complicaciones y distanciamiento. Así estamos
mejor… —Sam se aleja de la habitación. Se lleva la bandeja del desayudo y cierra la
puerta, con llave, como siempre.

El primer día no me fijaba en esos detalles, el dolor me hacía sufrir demasiado


como para fijarme, pero a medida que voy estando más consciente, me doy cuenta de
cosas como esa o como que las ventanas está tapiadas con listones de madera. No me

parece muy normal estar aquí encerrada como si fuese una prisionera, o mi enfermedad
fuese contagiosa. Sam dice que las pusieron porque estamos rehabilitando la fachada,
pero entre eso, la puerta del dormitorio cerrada con llave y que no responde a veces
por su nombre, estoy empezando a sospechar que soy una especie de enferma peligrosa,
que intentan retener aquí dentro contra su voluntad. Tal vez sea eso, tal vez soy una loca
peligrosa y el pobre Sam es el enfermero que cuida de mí lo mejor que puede. Sin
embargo, siempre que cierro los ojos y los vuelvo a abrir, parece como si me faltase
algo, como si tuviese unos niños que me llaman en sueños. Tal vez sean recuerdos, o tal
vez alucinaciones de enferma moribunda, no sé, pero siempre que le saco el tema se
exaspera.

Le escucho bajar hasta la planta de abajo. Supongo que ahí estará la cocina donde
prepara la comida y el salón desde donde se escucha un televisor. Hace calor, y la
habitación no está ventilada. Quisiera poder levantarme y mirarme en el espejo del
tocador, pero Sam dice que aún es pronto para que pueda mirarme, que podría

empeorar mi recuperación, que podría ser un shock, por eso ha tapado el enorme espejo
de la habitación con una sábana vieja. Lo que no sabe es que me muero de ganas por
verme, no recuerdo como soy.

«¿Existe algo más denigrante que no acordarse de cómo es uno mismo?» —pienso en
que me he olvidado de mí.

Las lágrimas brotan de mis ojos al darme cuenta que me olvidé de mí. No sé quién
soy, de dónde vengo y si podré salir alguna vez viva de esta habitación. Desearía poder
bajarme de la cama e ir hasta la ventana y mirar entre las rendijas cuando el sol está
alto, ver lo que me rodea, dónde estoy. Sin embargo no tengo muchas fuerzas, puedo

mover las piernas con mucha dificultad. Al menos hoy las muevo, hace unos días,
cuando desperté, mi cuerpo era una escultura inmóvil e inerte que no respondía a nada.

Cada vez que se marcha yo muevo los brazos y piernas, trato de recuperar fuerzas
para poder moverme por la habitación. Tal vez más tarde pueda hacerlo, porque ahora
el sueño y las drogas que atontan mi dolor y mis sentidos están haciendo efecto.
Finalmente, me duermo y empiezo a soñar con una mujer con el pelo rizado y moreno,
me abraza, me pide que la siga y después desaparecemos.
XVI

14 de mayo 2016, sábado.

Enzo recorre la estancia dando vueltas, nervioso. Sabe que ha pasado demasiado
tiempo desde que Frank se llevó a Anna. Han perdido un tiempo valioso y fundamental
para encontrarla, todo por culpa de los entresijos de los abogados de Frank Sullivan

que no han permitido acceder al listado de propiedades y empresas del alcalde de


Lighthouse Point.

—Enzo, ¡la tenemos. Ha llegado la orden del juez, tenemos vía libre, podemos
investigarlo todo.

Enzo coge el listado de propiedades de Frank y las revisa minuciosamente. El


bastardo tiene una veintena de inmuebles entre oficinas, casas, y apartamentos
repartidos en siete estados diferentes.

—Búscame en la base de datos las propiedades más antiguas —pide Enzo a su

compañero. Se acaricia la frente con la palma de la mano como cuando está muy
nervioso. Frank sabe qué día es hoy: el aniversario de la muerte de Megan, la hermana
de Anna, tal vez ese hijo de puta quiera celebrar el aniversario con otra nueva muerte.
Sabe que Anna lo ha traicionado, cualquier atisbo de clemencia que pudiese sentir
hacia ella ha desaparecido. Enzo conoce a los asesinos como Frank, sabe que se les
acaba el tiempo.

—Las propiedades más antiguas son: La casa de Lighthouse Point, La Finca y una
vieja casa rural en los Everglades, solo se puede acceder a ella en lancha o barco
pequeño. No existen carreteras hasta allí.

—¿Es la más antigua?

—Sí, pertenece a la herencia original que el señor Sullivan heredó de su familia,


junto con las propiedades de Lighthouse Point.

—¡Tiene que ser esa! Se la ha llevado allí. Es la que está más cerca y tiene un

acceso más difícil.

—Podríamos acceder por la 869 hasta Coral Springs y acceder desde allí con las
lanchas de la patrulla costera; o coger un helicóptero, lo cual sería más rápido…

—Y ruidoso ¿Quieres que ese capullo la mate antes de que lleguemos? Hay que
llegar allí de manera rápida y silenciosa. Si intuye que lo tenemos acorralado, la
matará. Hay que prepararlo todo, nos largamos ya.

—¿Y los permisos para la operación? —Enzo mira a su compañero con cara de
pocos amigos, recoge todos los papeles de la mesa y descuelga el teléfono para

prepararlo todo.
14 de Mayo de 2016, sábado.

Me despierto con frío en mitad de la noche. Al puerta de la habitación está abierta.

Escucho el rumor del agua por debajo de la cama, los sapos y las ranas croan sin cesar
y los diminutos insectos acuáticos sacuden sus patas haciendo ese ruido repetitivo y
característico que no te deja dormir. Distingo una figura sentada en un sillón bebiendo
algo de una botella. Me observa tranquilo, paciente. La luz de la luna entra a través de

las rendijas iluminando su figura a rayas, uno de los haces de luz, le da directamente en
los ojos. Me miran fijamente, tanto, que los cierro enseguida. Un escalofrío recorre mi
cuerpo sin saber por qué. De su mirada se ha borrado toda la ternura incondicional de
días atrás, ahora parece otra persona diferente.

Escucho cómo se levanta y se acerca hasta mí. Se sienta a mi lado y acaricia mi


rostro. Sus dedos son tan fríos como el agua que discurre por debajo de la casa, su
helor penetra por debajo de mi piel y me hace estremecer. Entonces, abro los ojos.

—¿No puedes dormir? —pregunta simulando un rictus amable de nuevo.

—Sí, es solo que el ruido de los animalitos me ha despertado. Tampoco ha ayudado


encontrarte ahí, medio a oscuras observándome —trato de sonreír.

—No te preocupes. Voy a darte algo para que estés relajada. Debes tomártelas todas.
Es muy importante que descanses. Ya verás como vas a dormir un largo y placentero
sueño… —sonríe de medio lado y arquea al ceja izquierda, no sé por qué pero me
parece familiar esa mueca. Saca un pañuelito meticulosamente doblado con cuatro
pastillas, como si ya lo tuviese preparado antes de que le dijese que no podía dormir
bien.

Me acerca un vaso de agua y se espera hasta que, una a una, me trague todas las

pastillas.

—Ahora, verás como descansas. Yo voy a dormir un poco, pero dentro de un rato
volveré para ver si estás tranquila —me acaricia la frente y la besa— verás como todo
sale bien, mi vida.

Sonrío y me doy la vuelta. Nada más escucho la puerta cerrarse, escupo tres de las
pastillas en mi mano. Por suerte solo eran cuatro, de haber sido más, no me habrían
cabido tres debajo de la lengua. Las escondo debajo de la almohada y lo escucho bajar
las escaleras. Está en el salón.

Me destapo y busco las zapatillas para bajar de la cama. No hay ninguna, así que
tengo que saltar al tosco suelo frío de madera. Huele a humedad y rancio en este
dormitorio, como si hubiese estado cerrado mucho tiempo. Comienzo a caminar
despacio, con torpeza, pero las piernas me responden. Quiero llegar hasta el espejo,

quiero saber cómo soy, quién soy. Necesito verme, sea cual sea mi aspecto. Si soy una
monstruosidad, quiero vivir con ello, pero la incertidumbre de mi propia apariencia
física me quema.

Llego hasta la cómoda muy despacio, tampoco quiero hacer ningún ruido para que
Sam no me escuche. Tiro de la sábana y cae al suelo. Entonces, algo se sacude dentro
de mi cabeza. Es tanta la información que ofrece el reflejo magullado de mi verdadero
rostro en esa superficie plateada, que necesito agarrarme al mueble para no caer.
Aparto la mirada y descubro que no soy tan monstruosa como yo creía, de hecho, sigo
siendo la misma, solo que con arañazos y heridas en la frente. De golpe, lo he
recordado TODO.

Comienzo a llorar y la presión en el pecho se hace insoportable, mi respiración se


entrecorta y el pánico empieza a adueñarse de mí. Mi cerebro me bombardea con la
imágenes de lo vivido en los últimos días en esta casa y con recuerdos de mi verdadera

vida, la que Frank trata de arrebatarme. El momento en que Frank me ataca se solapa
con el siguiente recuerdo despertando en la cama con mi adorable esposo Sam, al cuál
no recordaba, y que ahora sé que son la misma persona. El sicópata se mueve abajo, lo
escucho buscar algo en la planta inferior. Apenas puedo respirar, me faltan las fuerzas,
sé que si me descubre va a ser mi fin.

Las ventanas están tapiadas, la puerta cerrada, y fuera un sicópata que ha matado a
innumerables víctimas. Cierro las ojos deseando que al abrirlos haya perdido la
memoria de nuevo, en cambio, al abrirlos, veo el reflejo de otra mujer en el espejo.
Poco a poco se va haciendo más nítido, me susurra algo que no entiendo, cuando se

hace más claro descubro que es Megan, mi amiga, mi hermana.

Me hace una señal con el dedo para que permanezca callada, me señala la cama y
junta sus manos al lado del rostro, indicándome que me meta en la cama. Necesito
ahogar más de un grito convulso que nace de mi interior para mantener la calma.

«No, no me estoy volviendo loca. Sé quién soy y lo que veo. Recuerdo la pastilla
que me he tomado antes, ¿acaso me hace ver alucinaciones?» —repito para mí mientras
me dirijo hasta la cama. Entonces el reflejo de Megan en el espejo desaparece.
A la mañana siguiente, las voz que Frank gritando me despierta de golpe. Salto en la

cama, aunque trato de controlar el sobresalto inicial. Me quedé dormida repitiéndome


mil veces que debía continuar como si no supiese quien soy, como si todavía no
recordase nada.

—¿No has podido aguantarte, eh? Tenías que levantarte y mirarte en el espejo,

¿verdad? —ruge de rabia.

Miro a la cómoda y descubro la sábana en el suelo. Trato de inventar alguna excusa


como que he estado durmiendo todo el tiempo, y que la sábana se habrá caído sola al
suelo. Seguramente eso lo enfurecería aún más. Sé cómo es Frank y seguro que puso
alguna pinza o algo por detrás, para que precisamente no pudiese deslizarse solo.

—Lo siento… Sam. Esta mañana sentí la necesidad de verme —digo con un hilo de
voz— ahora que me he visto, estoy más tranquila, al menos no tengo la cara tan
destrozada y la herida parece que está curándose.

Recuerdo los golpes de mi cráneo contra el lavabo y siento una punzada aguda de
dolor, recuerdo cómo se me nubló la vista con la sangre que caía a borbotones por
encima de mis cejas. Es un animal y yo soy su presa.

—¿Por qué piensas eso?

—Al contarme lo de la operación, como no recuerdo nada, pensé que tal vez había
tenido un accidente de coche y no querías que yo viese mi rostro desfigurado —
respondo palpando mi cara, como si fuese la primera vez que la reconociese— no está
mal. No es un rostro muy bello, pero normal.

—¿Has recordado algo al verte? —pregunta acercándose lentamente.

—No, no, qué va… no recuerdo nada —miento— traté de reconocerme en la imagen
que vi, pero mi reflejo en el espejo me resultó tan extraño como tú el primer día que te
vi en esta habitación.

Se acuesta a mi lado y saca un cuchillo del bolsillo. Yo doy un respingo y me aparto

de él con disimulo. Frank saca una manzana de la otra mano y me lo muestra.

¿Quieres un poco?

—No gracias.

Empieza a pelar la fruta y sonríe maliciosamente.

—Digo yo, que para no recordar nada, te has dado un buen susto al ver el cuchillo
—me mira fijamente escudriñando cualquier resquicio de duda. Yo le mantengo la
mirada, pero no puedo soportarla más, la desvío y entiende entonces que puedo
recordarlo, que le tengo miedo y sé que clase de monstruo es. Comprendo que no hay

escapatoria, va a matarme. Es él o yo. Tengo que sobrevivir por mis hijos…

Agarro el cuchillo que ha dejado sobre la cama y se lo clavo en una pierna antes de
que pueda reaccionar. Salto de la cama y me dirijo hacia la salida de la habitación.
Frank, en vez de gritar por el apuñalamiento, ríe en voz alta, tanto, que sus carcajadas
llegan a paralizarme. En la puerta me vuelvo hacia atrás y lo veo sangrando y riendo,
pero continúa comiéndose la manzana.

—Mi pequeña Anna. ¡Ay! Anna, Anna. Quién me diría que tú ibas a ser la más
valiente. Yo que me apiadé de ti aquel día en el motel. Debería haberte matado a ti a tu

bebé cuando aún lo llevabas en el vientre. Yo que te he dado una vida y un hogar…

Sabíamos que no podría resultar, que al final nos la jugarías. Eres una zorra ramera
como todas las demás y vamos a tener que enviarte con ellas. —Se levanta de la cama
muy rápido y corre hacia mí.

Una vez he cruzado la puerta, esta se cierra de golpe tras de mí, justo en el momento

en que Frank la alcanza. La aporrea y grita sin comprender qué ha pasado. Noto esa
presencia de nuevo, algo me ha ayudado, y sé quién puede ser… Me arrastro como
puedo, casi saltando los escalones de dos en dos y llego al salón. Corro hacia la puerta
de salida, sin apena fijarme en la decoración austera y pobre de la estancia. Parece una
de esas cabañas viejas de pescadores. Giro el pomo de la puerta y se abre. Respiro
aliviada, pero antes de salir, escucho como la puerta del dormitorio se ha hecho añicos,
Frank ha conseguido salir.

Una vez fuera, el sol de la mañana ciega mis ojos acostumbrados demasiado tiempo
a la penumbra de esa habitación, impidiéndome ver por dónde camino. Miro abajo y

veo una especie de camino de madera que discurre sobre el agua y llega hasta una
especie de embarcadero, tal vez allí encuentre algo para escapar de este lugar. Corro
todo lo que puedo y compruebo que los músculos entrenados de mis piernas responden
y parecen funcionar de nuevo. Enseguida llego al embarcadero y descubro una lancha.
Subo hasta ella y no encuentro las llaves. Miro por todas partes y no hay rastro de ellas.
Empiezo a entrar en pánico. Tengo que salir de este lugar de inmediato.

Los pasos a la carrera de Frank hacen crujir el camino que conduce hasta donde me
encuentro. Acorralada, me mira triunfal con las llaves de la lancha en la mano.

—Probrecita, ¿dónde ibas, cariño? A follarte al policía con el que me engañabas

cada vez que me iba de casa —dice con una voz que no reconozco— creías que no me
enteraría, que habíais apagado todas las cámaras… ¿Pensabas que tú, una pobre
desgraciada podría deshacerse de mí? ¿Te crees más lista que yo? Durante todos estos
años he escapado de todos los que me han perseguido y he acabado con todas las que

como tú han suplicado clemencia por su vida. Al final, todas sois iguales…

—No pienso suplicarte, no voy a tener miedo nunca más —respondo como si una
fuerza interior se apoderase de mí, y no fuese yo quien le habla.

—¿Ahora te pones valiente? —pregunta, mientras se acerca hacia mí con una


especie de cadena brillante que saca del bolsillo.

—¿Cómo pudiste matarlas a todas…? ¡Eres un monstruo! ¿Qué pensará tu hijo de ti?
—Le pregunto desesperada, vacila un momento al recordar a Adam, como si fuese lo
único que pudiese detenerlo. Necesito tiempo…— ¿Tienes idea de lo que tendrá que

soportar en la escuela y a lo largo de su vida? Todo por tu culpa, porque eres un


asesino sin escrúpulos. Si me matas, ninguno de los dos estaremos ahí para ayudarle
con sus problemas…

Sacude la cabeza como para quitarse una idea de encima. Vuelve a sonreír de
manera maliciosa.

—No me importa. Además, no creas que podrán cogerme, iré a buscarlo. Podrá
empezar una nueva vida conmigo. Le ensañaré lo que son las mujeres en realidad.
Ya está demasiado cerca. Mi única salida es tirarme a las oscuras aguas.
Curiosamente no siento miedo, solo deseo que todo acabe de una vez, es él o yo. En la

distancia, creo escuchar embarcaciones aproximándose. Frank levanta la vista cuando


está a punto de poner el pie en la lancha porque también las ha oído. Aprovecho esta
distracción para agacharme, cuando lo hago, descubro un remo justo a la altura de mis
manos, lo cojo fuertemente y, sin darle tiempo a reaccionar, le golpeo en la cara con
toda mi rabia. Frank no espera ese golpe, y le pilla del todo desprevenido. Se escucha

un ruido seco en mitad de su rostro, debo haberle partido la nariz o haberle vaciado un
ojo, casi no grita cuando cae al agua de espaldas.

Frank bambolea la lancha al caer y yo caigo de bruces al suelo de la embarcación,


por suerte no caigo al agua. El ruido de las lanchas es más fuerte, alguien se acerca. Me
levanto para pedir auxilio y los brazos de Frank, que ha debido bucear malherido por
debajo de la lancha, me agarran del cuello con la cadena. La presión que siento en la
garganta es descomunal, siento rápidamente la falta de aire en mis pulmones. Forcejeo
con él, pero al final tengo que tirarme al agua para intentar escapar.

—¡Anna! ¡Anna! —escucho debajo del agua mientras trato de subir a la superficie—
reconozco la voz de Enzo. Me ha encontrado. Desesperada, luchando por mi vida, trato
de levantar un brazo para que vea dónde me encuentro. Frank tira fuertemente de mí
hacia abajo. Quiere ahogarme. No le importa morir él también en su intento por hacer
que yo no sobreviva.

—¡Ahí! ¡Cerca de la lancha se mueve algo! —señala uno de los agentes del FBI.

Enzo salta al agua desde la barcaza de la policía y llega nadando hasta donde nos
encontramos justo en el momento en que no puedo aguantar más sin respirar y comienzo
a tragar agua, Debe haber golpeado a Frank, porque me libera y logro subir a la

superficie. Tomo una gran bocanada de aire que me devuelve a la vida. Una arcada me
hace vomitar parte del agua que he tragado. Siento que voy a desmayarme, pero
entonces, el remo pasa flotando junto a mí y consigo asirme a él.

Enzo sale a la superficie y me busca, consigue verme, pero algo lo agarra por detrás.

Frank, con la cara desfigurada y llena de sangre y cieno, grita como un poseso para
ahogar a Enzo. Los dos se sumergen en el agua cuando alguien consigue subirme desde
la barcaza de la policía.

—¡Enzo! —logro decir en voz baja, dejándome caer sobre la cubierta de la barcaza
sin fuerzas.

Solo consigo ver un torbellino negruzco de burbujas. Cuando Enzo vuelve a subir a
la superficie tiene un cuchillo en la mano, pero Frank es fuerte y trata de arrebatárselo.
En mitad de la lucha, algo pasa junto a la embarcación del FBI es grande, marrón,
deberá medir entre dos y tres metros. Avanza de manera veloz e inexpugnable, como un

comensal no invitado que se presenta a un banquete a última hora.

—¡Un caimán! —Le grita un compañero a Enzo, pero él está demasiado ocupado
forcejeando con Frank y tratando de librase de su abrazo y de ser ahogado.

Desde la barca, contemplo como el descomunal reptil avanza derecho a Enzo, que se
encuentra frente a frente en su trayectoria, va a comérselo. Cierro los ojos para evitar
ver la carnicería. Tiemblo de miedo y me muerdo el labio.
En el último momento, Enzo ve lo que se les vienen encima, suelta el cuchillo y
finalmente lo coge un Frank triunfal que trata de asestarle una puñalada en el corazón.

Al aflojar su abrazo y bajar la guardia para coger el cuchillo, Enzo consigue apartarse
de Frank y de la trayectoria del caimán. Unas feroces mandíbulas se ciernen sobre
Frank, que mira aterrorizado por primera vez a un verdugo. Le lanza la misma mirada
que tantas otras pobres víctimas le lanzaron cuando él fue su impasible verdugo. El
animal destroza su cuerpo y lo parte en dos trozos, llevándose uno de ellos en la boca.

La cantidad de sangre que inunda el embarcadero hace que en las orillas cercanas, más
caimanes se unan al festín.

Enzo, malherido y sangrando, nada como puede hasta el bote que continúa amarrado
en el embarcadero. En el último instante, cuando su pie deja de tocar el agua, el morro
de un caimán pasa rozando la superficie del agua donde su cuerpo acababa de estar.

—¡Enzo! —grito desde la barcaza, pero nadie responde— ¡Tenemos que acercarnos!
—grito desesperada.

—Los agentes del FBI comienzan a descargar sus armas contra el agua y todos los

caimanes. Los animales huyen del lugar dejando despojos y trozos de la ropa de Frank
flotando en el agua. Uno de ellos es abatido, y nada malherido cerca de la barcaza. Un
agente vuelve a dispararle y entonces su cuerpo se hunde hasta el fondo.

Nos acercamos hasta la lancha, parece que no se mueve nada dentro, me asomo y
descubro a Enzo herido, pero que sonríe al vernos.

—¡Enzo! —salto como puedo a su lado y abro su camisa para ver la herida.
—¡Déjeme ver! —dice un agente del FBI. Me hace a un lado y observa el color
pálido del rostro de Enzo. Ha perdido mucha sangre. Consigue limpiarle la herida con

una botella de agua y le aplica una toalla para taponarla —creo que ha tenido suerte, si
no es muy profunda no habrá llegado al pulmón, por suerte ha sido entre la clavícula y
el hombro.

—Anna, ¿estás bien? —pregunta medio moribundo.

—Sí, sí, estoy bien, gracias a ti. Pensé que te perdía… —digo entre sollozos.

—¡Yo también! —exclama sonriendo. Va a perder el conocimiento, pero me agarra


la mano, y antes de cerrar los ojos puedo leer en sus labios «te quiero».

—Y yo —le digo, aunque ya no me escucha.

—¡Rápido tenemos que llevarlo al hospital! Usted tampoco tiene buena pinta Anna.
Deberán echarle un ojo a las heridas del cuello y la cabeza.

Asiento, pero sin separarme de Enzo. Trasladan su cuerpo a la lancha y en veinte


minutos estamos en el hospital. Allí nos separan, tienen que meterlo en quirófano para

ver el alcance de la herida. Mientras me están chequeando a mí, solo le pido una cosa a
Megan, a Dios o lo que quiera que sea que me ha estado ayudando durante este tiempo:
que Enzo sobreviva.
XVII

18 de Mayo 2016, miércoles.

La vida a veces puede ser una mierda, otras veces una gran mierda y en contadas
ocasiones, puede la mayor de las putadas.

He tenido que contarle a Adam lo que su padre había hecho, por encima, claro, sin
darle detalle y que ha fallecido en un accidente en un barco. No le he dicho nada de que
a mí también ha intentado matarme. No vale la pena hacerle más daño ahora. Pero sí es
necesario que lo sepa, que la herida empiece a curar desde hoy mismo. Tarde o
temprano va a enterarse y prefiero que lo haga de mi boca, que de algún chiquillo en el
colegio.

Mirar su rostro desencajado, bañado por las lágrimas mientras se lo contaba ha sido
el momento más difícil de toda mi vida, mucho más que el miedo o los golpes que he

tenido que soportar de Frank a lo largo de mi vida. Zoe está con él terminando de
recoger las cosas. Nos marchamos. No podríamos vivir aquí aunque quisiésemos.
Todas las propiedades de Frank serán puestas a la venta para pagar a las familias de las
víctimas, todas menos una, la casa de Lighthouse Point, que estaba a nombre de Adam,
fue una donación en vida, por lo tanto, no pueden tocarla. Sin embargo, hemos decidido
venderla y marcharnos a otra parte, empezar de nuevo. Demasiados recuerdos sombríos
nos rondarían en este pueblo y esta casa.

Los asesinatos de Frank han sido usados por los medios para bombardear los
noticieros durante los últimos días. Esta difusión internacional del caso ha hecho que
esta mañana recibiese una llamada.

—Sí, ¿dígame? —respondo en mi móvil— le advierto que si es para dar una


entrevista, pierde usted el tiempo.

—No, disculpa, ¿Hola, Anna? Soy yo, mamá.

Dejo escapar un suspiro al escuchar la voz de mi madre adoptiva al otro lado del

teléfono. Después de trece años se digna a llamarme.

—Sí…

—Lo siento muchísimo, Anna. Yo… —comienza a llorar a través del teléfono.
Siento ganas de colgar, me parece patética, pero no soy una persona rencorosa, así que
espero a que se desahogue— sé que lo he hecho muy mal… todo por lo que has tenido
que pasar ha sido culpa nuestra, nosotros debimos… bueno tu padre ya no está, falleció
el año pasado con la única pena de no poder despedirse de su pequeña.

—Así lo quisisteis vosotros… —dejo caer.

—Lo sé, y me arrepiento, Dios, sí que me arrepiento, pero tu embarazo fue algo muy
duro para nosotros…

—Más duro fue para mí tener que sobrevivir después, Clara.

—Lo sé… si hubiese alguna posibilidad de vernos… necesito hablar contigo, quiero
ayudarte.

Deseo gritarle que no, que se vaya a la mierda. No necesito su caridad o lástima. No
la quiero en mi vida, ahora tengo a Stephan, a mis hijos y a Enzo… no necesito a nadie

más. Entonces, contemplo el retrato de mis niños en una de las cajas de las mudanzas

mientras la escucho, y entiendo que envejecer y vivir la vida solo es muy duro,
terriblemente desolador, así que hago de tripas corazón y le digo que tal vez en el
futuro, cuando nos instalemos, podremos vernos.

—Bueno, ya veremos, Clara. Ahora necesitamos tiempo para instalarnos y cuando

todo esto se calme un poco… ya se verá, ¿de acuerdo?

La mujer sonríe sollozando al otro lado del teléfono.

—Por supuesto, lo entiendo, cuando tú quieras. Muchas gracias por esta


oportunidad, sé que no la merezco. Estoy deseando conocer a tus hijos, Anna. Si
necesitáis cualquier cosa… podéis venir a casa hasta que encontréis algún lugar donde
quedaros. Esta casa también es tuya, tu padre hizo testamento y te dejó su parte.

—No se preocupe, Clara. Ya tenemos donde ir. Ya hablamos en otro momento.

—Sí, sí, por supuesto. Un abrazo grande, Anna.

Cuelgo y miro hacia el cielo. Tal vez sea Megan que me transmite su paciencia y
ternura desde arriba. Todos nos merecemos una segunda oportunidad y, al fin y al cabo,
esa mujer me crio hasta que fui a la universidad. Sin quererlo, aún la quiero, a pesar de
todo lo que me ha hecho.

Escucho a Stephan y Susan reír mientras ayudan a cargar cosas en el camión de la


mudanza. Sonrío al pensar en lo bien que se llevan y si no tendremos una boda antes de
que acabe el año. Salgo y allí lo encuentro, sentado en una tumbona del jardín en la
entrada de casa, con su brazo en cabestrillo. Lo observo y sigo sin creerme que los
príncipes valientes existen y que el mío estaba escondido en algún barrio de Nueva

York, esperando a que yo necesitase ser rescatada. Se vuelve hacia mí y sonríe. Su


sonrisa es tan clara, tan limpia y bonita que deseo saltar en sus brazos y comérmelo a
besos. El cabestrillo le da un aire de soldado herido en acto de servicio que me inspira
aún más ternura y deseo.

—¿Estás seguro de que nos vayamos contigo a Nueva York, Enzo?

—¿Estás tú segura de querer aguantarme por las mañanas?

Hago como que dudo y me agarra por la cintura, sentándome en su regazo.

—No sé como va a salir esto…

—¿Cómo?

—Que sí, tonta… va salir bien.

—Podemos probar, ¿no? —pregunto sonriendo.

—¿Cómo probar? Señorita, le advierto que yo no soy un polvo de una noche —


sonríe al mirar todo el porche lleno de cajas y muebles para la mudanza.

—Y yo le advierto que todo esto no va a caber en su apartamento de Brooklyn.

—Ya buscaremos algún lugar donde meternos todos, ¿no? Mientras, conozco un buen
guardamuebles en los muelles. —Me mira y me besa con ternura— Anna, si te hubiese
perdido… —dice emocionado.

Yo no puedo ver sus ojos color agua llenos de lágrimas sin emocionarme también.
Los cierro con mis besos, para que deje de emocionarse.

—¿Y yo, qué hubiese hecho yo si no hubiese decidido salir a correr aquel día en el

que te encontré? ¿Qué sería de mi vida sin ti en estos momento?

—Tendríamos que habernos encontrado tarde o temprano…

—¿Eso crees?

—Sí. Si hemos sido capaces de encontrarnos bajo estas circunstancias, lo habríamos

hecho de cualquier otra forma.

—¿Crees en el destino? —pregunto ensimismada en su mirada, mientras acaricio su


pelo.

—No, creo en otra fuerza más poderosa…

—Sí, ¿en qué?

—Creo en ti, Anna Sullivan… por el resto de mi vida.


Querido lector, muchas gracias por leer esta historia que ha sido escrita con todo el
cariño y el esfuerzo del mundo. Deseo que hayas disfrutado con la lectura, de ser así,

me encantaría que pudieses dejar un comentario en Amazon para que el resto de


lectores puedan guiarse por tu experiencia con esta historia y la descubran de tu mano.

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