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11b - Comte, A - Curso de Filosofía Positiva. Vol 1 - Lecciones 1º y 2º

Este documento presenta las primeras dos lecciones del Curso de Filosofía Positiva de Auguste Comte. En la primera lección, Comte introduce su visión de la filosofía positiva y explica la ley de los tres estados, que establece que todo conocimiento humano pasa por tres etapas: teológica, metafísica y positiva. También defiende el título de su obra. En la segunda lección, Comte desarrolla más la ley de los tres estados y cómo se ha aplicado al desarrollo del pensamiento humano.

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11b - Comte, A - Curso de Filosofía Positiva. Vol 1 - Lecciones 1º y 2º

Este documento presenta las primeras dos lecciones del Curso de Filosofía Positiva de Auguste Comte. En la primera lección, Comte introduce su visión de la filosofía positiva y explica la ley de los tres estados, que establece que todo conocimiento humano pasa por tres etapas: teológica, metafísica y positiva. También defiende el título de su obra. En la segunda lección, Comte desarrolla más la ley de los tres estados y cómo se ha aplicado al desarrollo del pensamiento humano.

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CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA

LECCIONES PRIMERA Y SEGUNDA


NOTA EDITORIAL

La presente traducción se ha hecho sobre la edición de Édirions Anthropos, 15 rue Racine.


París VI, reimpresión anastáltica, 1968.
El título original de esta obra de Auguste Comte es: Cours de Philosophie Positive. Fue
publicada por vez primera a primeros de julio de 1830 en la Sede de la Sociedad Positivista, 10, rue
Mr. le Princc, París. La primera página dice así: Curso de Filosofía Positiva por Augusto Comte.
Antiguo alumno de la Escuela Politécnica. Profesor encargado de Análisis Transcendental y de
Mecánica Racional en dicha escuela. Tomo primero. Contiene los preliminares generales y la
filosofía matemática. París, Bachelier. Librería para matemáticos, Quai des Augustins, 55. 1830.
Existe la siguiente dedicatoria: «A mi~ ilustres amigos:
El Sr. Barón Fourier, Secretario perpetuo de la Real Academia de las Ciencias.
El Profesor U. M. D. de Blainvillc, miembro de la Real Academia de las Ciencias.
En testimonio de mi respetuoso afecto.
(A. Comte. París, 30 Nov. 1829)»

ADVERTENCIA DEL AUTOR PARA LA PRIMERA EDICIÓN

Este curso, iniciado ¡JOr primera vez en abril de 1826, es el resultado de


todos mis trabajos hechos desde mi salida de la Escuela Politécnica en 1816.
Tras un corto número de sesiones, una grave enfermedad me impidió la
continuación de esta empresa, alentada desde sus comienzos por muy
ilustres personas, entre las que quiero destacar aquí a los Señores Alexandre
de Humboldt, de Blainville, y Poinsot, miembros de la Academia de
Ciencias, que honraron con su presencia la exposición de mis ideas.

21
Fn l'I invierno p.1sado, J partir del 4 de enero de 1829, reemprendí, ya sin
intl'rrupcir'>n, la l'Xposición del curso, esta vez ante un auditorio del que se
han dign.1do formar parte el Señor Fourier, Secretario Perpetuo de la
Academia de Ciencias, los Señores de Blainville, Poinsot y Navier,
miembros de la citada Ac1demia, y los Profesores Broussais, Esquirol,
Binet, etc., a los cuales quiero testimoniar aquí públicamente mi reconoci-
miento por su compremión hacia esta nueva tentativa filosófica.
Asegurado por tan ilu,tres personas Je la utilidad de este curso, he creído
oportuno darle mayor publicidad, y así, exponerlo durante este invierno en
el Ateneo Real de París, donde acaba de iniciarse el 9 de diciembre. El plan
de exposición es el mismo que el presentado el año pasado, si bien,
atendiendo a las necesH.i.tdc·s Je este establecimiento, me he visto obligado
a restringir un tanto su Jc:s.1rrollo.
En la publicación que hoy hago de mis lecciones, se encontrará el curso
completo, tal como h,c expuesto el año anterior.
Para completar esta Ji-. Jg:Kión histórica, debo añadir que algunas de las
ideas íundamentales de: esre cur,o fueron ya anteriormente expuestas en la
prim.:ra parte ele una obra tirniada Sistema de Política Positiva, editada en
mayo de 1822 con un.1 tirad.i de 100 ejemplares, y reeditada en 1824 con una
tirada algo mayor. Debo advenir que esta primera parte aún no ha sido
formalmente publicada v no ha tenido simi una difusión muy limitada entre
los estudiosos y los fÍJó,;otos europeos.
He creído nec.:sario ha..:er esta aclaración, ya que en obras posteriores a la
mía, se hallan expuestas, sin mención alguna de mis investigaciones, algunas
ideas que ofrecen una cicru analogía con parte de las mías, sobre todo en lo
que se refiere a las teoría, sociales.
A menudo nos mul',Lra ia historia del pensar humano, que diversos
pensadores han llegado por separado a conclusiones análogas cuando se
ocupan ele una misma ..:!ase de trabajos. Sin embargo, debo insistir en la
existencia anrerior de esta ühra mía, poco conocida del público, para que no
se suponga que he tomado el germen ele ciertas ideas de obras que, por el
contrario, son más recic:ntes que la mía.
Quiero respünder ahora brevemente a ias muchas personas que me han
pedido aclaraciones relativas al título de este curso.
La expresión "Filoso!i.1 Positiva», que e, constantemente empleada a lo
largo del curso con un.1 :H epción rigurosamente invariable, no he querido
definirla sinu por c'i uso uniforme que siempre hago de ella. La primera
lección en particubr, pued1: ser considerada en su conjunto, como el .,
desarrollo de la definicum exacta de lo que llamo Filosofía Positiva. Sin
embargo, lamento que a falta de otro, me haya visto obligado al uso del
término «filosofía», que ian abusiva como diversamente ha sido empleado-
en la historia, si bien el adjetivo «positiva» que a él se añade y que mediante

22
el cual se modifica su sentido, me parece suficiente para hacer desaparecer
desde un principio todo equívoco esencial, al menos para aquellos que
conocen el valor de este vocablo. Únicamente señalaré que empleo el
término «Filosofía», en el mismo sentido que ha sido utilizado por los
antiguos, y en especial por Aristóteles, esto es, come, designando el sistema
general de los conocimientos humanos.
Al añadir el término «Positiva», indico la manera especial de filosofar,
que consiste en examinar las teorías de cualquier orden, teniendo por objeto
la coordinación de los hechos observados, lo cual constituye el tercero
y último estado de la filosofía general, primitivamente teológica y después
metafísica, tal como explico desde la primera lección.
Hay, sin duda, demasiada analogía entre mi « filosofía Positiva» y lo que
los filósofos ingleses entienden, sobre todo desde Newton, por Filosofía
Natural. Pero, ni esta denominación, ni la de Filosofía de las Ciencias, tal
vez más precisa, me han parecido oportunas, ya que ni la una, ni la otra, se
ocupan aún de todos los órdenes de fenómenos, mientras que la Filosofía
Positiva, que se ocupa del estudio de los fenómenos sociales y de todos los
restantes, designa una manera uniforme de razonar, aplicable a todos los
temas sobre los que se puede ejercitar el espíritu humano. Además, la
expresión Filosofía Natura) es usada en Inglaterra para designar el conjunto
de las ciencias de la observación, consideradas hasta sus más detalladas
especialidades, mientras que por Filosofía Positiva y en relación a las
ciencias positivas, únicamente se entiende el estudio propio de las generali-
dades de las diferentes ciencias, y éstas como sometidas a un método único
y como formando la~ diversas partes de un plan general de investigación. El
término que he estado, pues, obligado a construir, es a la vez más extenso
y más restringido que las denominaciones, por lo demás análogas en lo que
se refiere al carácter fundamental de las ideas, que podrían a primera vista
parecer equivalentes.
--
LECCIÓN PRIMERA

SUMARIO. Exposición de la finalidad de este curso, o consideraciones


generales sobre la naturaleui e importancia de la filosofía positiva.
El objeto de esta primera lección es exponer claramente la finalidad del
curso, es decir, determinar con exactitud el espíritu en el cual serán
consideradas las diversas partes fundamentales de la filosofía natural
indicadas en el programa que les he presentado.'
Para poder formarse una opinión definitiva sobre la naturaleza de este
curso, será necesario que todas sus partes sean plenamente desarrolladas. Es
éste un inconveniente propio de las definiciones que hacen referencia
a amplios sistemas de ideas, cuando éstas preceden a la exposición. Las
generalidades pueden ser consideradas de dos maneras diferentes: o como
introduc-:ión a una doctrina que se va a exponer, o como resumen de una
doctrina ya expuesta; y si bien solamente de esta segunda manera adquieren
todo su valor, no dejan de tener por ello menos importancia bajo la primera
forma, ya que caracterizan desde un principio el tema que se ha de
considerar. La delimitación precisa de nuestras investigaciones, trazada con
toda la rigurosidad posible, es un preliminar particularmente indispensable
en un estudio tan amplio, y hasta ahora tan poco determinado, como este
del que nos vamos a ocupar. Así pues, obedeciendo a esta necesidad lógica,
he creído necesario hacerles, desde este momento, una serie de considera-
ciones fundamentales que han dado origen a este nuevo curso, y que serán
especialmente desarrolladas a continuación con toda la extensión que
reclama la alta importancia de cada una de ellas.

1. Alusión al gran cuadro sinóptico que acompaña la obra.

25
1
i

J. ANTECEDENTES DEL POSITIVISMO: LEY DE LOS TRES ESTADOS'

Para explicar convenientemente la verdadera naturaleza y el carácter


propio de la filosofía positiva, es indispensable, desde un principio, echar
una mirada restrospectiva a la marcha progresista del espíritu humano
considerado en su conjunto, ya que cualquiera de nuestras especulaciones
no puede ser bien comprendida más que a través de su historia.
Así, al estudiar el desarrollo total de la inteligencia humana en sus
diversas esferas de actividad, desde sus orígenes hasta nuestros días, creo
haber descubierto una gran ley fundamental, a la cual está sujeto este
desarrollo con una necesidad invariable y que me parece que puede ser
sólidamente establecida, bien con pruebas racionales que nos proporciona
el conocimiento de nuestra organización, bien con las verificaciones
históricas que resultan de un ,uento examen del pasado. Esta ley consiste en
que cada una de nuestras principales especulaciones, cada rama de nuestros
conocimientos, pasa sucesivamente por tres estados teóricos diferentes: el
estado teológico o ficticio, el estado metafísico o abstracto, y el estado
científico o positivo. En otras palabras, que el espíritu humano, por su
naturaleza, emplea sucesivamente, en cada una de sus investigaciones, tres
métodos de filosofar, cuyos caracteres son esencialmente distintos e,
incluso, radicalmente opuestos: primero, el método teológico; a continua-
ción, el método metafísico; y, por fin, el método positivo. De aquí, tres
clases de filosofías, o de sistemas generales de reflexión sobre el conjunto de
los fenómenos que se excluyen mutuamente: el primero es el punto de
partida necesario Je la inteligencia humana, el tercero su estado fijo
y definitivo, y el segundo está destinado únicamente a servir de transición.
En el esr.ado teológicu, el espíritu humano al dirigir esencialmente sus
investigaciones hacia la naturaleza íntima Je los seres, hacia las causas
primeras y finales Je toJos los efectos que le asombran, en una palabra,
hacia los conocimientos absolutos, se representa los fenómenos como
producidos por la acción directa y continuada de agentes sobrenaturales
más o menos numerosos, cuya arbitraria intervención explica todas las
anomalías aparentes del universo.
En el estado metafísico, que en el fondo no es más que una' simple
modificación del primero, los agentes sobrenaturales son reemplazados por
fuerzas abstractas, verdaderas entidades" (abstracciones personificadas),
inherente, a los diversos seres del mundo, y concebidas como capaces de

2. L1s ">ubdivi-,ione.., h.111 -.,iJü introducidas en Ll obra para unJ mayor comodidad en su
k-crura.
3. En l'I Discuno sobre el t_·spíritu pus1t1vo, o.e. p.íg. 52: «Puede considerarse el estado
metafí-.,ico, como una c5pl·ci.c de L'nÍl'nnedad crónica inherentt' por naturaleza a nuestra evolución
IIH."ntal, individual o colect1\'J., entre L:i infancia y Li v!riiidad. »
4. Entidad: Je ens: ente<i Je íJl:Ón, o, sobre todo, de imaginación.

26
engendrar por sí mismas todos los fenómenos ob,,:rvados, cuya explicación
consiste, así, en asignar a cada uno su entidad correspondiente.
Por fin, en el estado positivo, el espíritu humano, reconociendo la
imposibilidad de obtener nociones absolutas, r,:nuncia a buscar el origen
y el destino del universo y a conocer las causa, mtimas de los fenómenos,
para dedicarse únicamente a descubrir, con e) uso t-ien combinado del
razonamiento y de la observación, sus leyes efectivas, es decir, sus
relaciones invariables de sucesión y de similnud. La explicación de los
hechos, reducida a sus términos reales, no ser:í en adelante .otra cosa que la
coordinación establecida entre los diversos f,ónÓmenns particulares y algu-
nos hechos generales, que las diversas ciencias hJn de limitar al menor
número posible. s
El sistema teológico alcanza su más alta perfección, ccuando substituye el
juego variado de las numerosas divinidades independientes que primitiva-
mente habían sido imaginadas, por la providencía1 ,icción de un ser único.
De la misma manera, la culminación del sistr.?ma metafísico consiste en
concebir en lugar de entidades particulares, unJ sola entidad general, la
naturaleza, aceptada como la fuente única de todos los fenómenos.
Paralelamente, la perfección del sistema positi,.o, hacia la cual tiende,
aunque probablemente no será nunca alcanzad,,, consi,tiría en la represen-
tación de todos los fenómenos observables, corno e.osos particulares de un
solo hecho general, como por ejemplo el d,· b 2,ravit:1.ción universal.
No es éste el momento de demostrar más amdiarnente esta ley funda-
mental del desarrollo del espíritu humano, ni de ded::cir sus más importan-
tes consecuencias. Trataremos de ello con to,h ·. 1 ,,·ner:·,ión conveniente, en
la parte de este curso dedicada al estudio de bs irnrn1enos sociales.
Por el momento, sirvan estas explicaciones parJ Jetcrminar con precisión
el verdadero carácter de la filosotía positiva. ,•:J "po,ición a las otras dos
filosofías que han dominado sucesivamente has;.1 ,·,ws últimos siglos, todo
nuestro sistema intelectual. Sin embargo, par:, ,,,, ,i•:·¡:{, sin demostración
una ley de tal importancia y cuy a, Jp!icacinm •; .•:, ,,rr,entarán frecuente-
mente a lo largo de este curso, señalaré ahor 1 cuáles son los motivos
generales más manifiestos que puedan constatar su exactitud.

5. Regla fundamental: «Tod1. propt)\\LÍÓn que nn l~-. c-:!ncta:-nrnte reducible al simple


enunciado de un hecho, particular o general, no puede tcn,-r ;:rnprn )ent1do rea! o inteligible»
(Discurso sobre el espíritu positwn. n c.. pág. 54).
·· (N. del A.) Aquellas per5ona,;; que deo:;cen aclanr de ;,,,,icdl,uc, ectc tema, pueden consultar
útilmente tres artículos de Consideracwncs filosr5firas wbn· !,H (·,c,n. :~tS y los sabios, que publiqué
en noviembre de 1825 en la revista El prnductor(n,'" 7. 8 y l·JJ. _', \1;h;c todo, la primera parte de
mi Sistema de Política Positiva, dirigida en abrii df 1 R24 1 i:1 -\c:idcmia de Ciencias, donde
presenté por primera vez el descubrimiento de esta. ley .6
6. No confundir con el Sistema de polític.1, poszti,i•a, en..¡. vol11mcne5 (1851-54), lJ ohrita de
1822 titulada: «Plan de trabajos necesarios para reorganizar la socirdad», «Le Producteur»,
publicación semanal dirigida por Sainr~Simon que apareció de 1825 a 1826.

27
En primer lugar, creo que es suficiente la simple enunciación de esta ley
para que su exactitud sea inmediatamente verificada por todos aquellos que
tienen un conocimiento profundo de la historia de las ciencias. Pues no
existe una sola ciencia que haya llegado al estado positivo, que no pueda ser
analizada en su pasado como compues.ta esencialmente de abstracciones
metafísicas, o bien remontándonos más en el tiempo, como dominada por
especulaciones teológicas. Tendremos incluso la oportunidad de ver, por
desgracia, a lo largo de este curso, cómo las ciencias más perfeccionadas
consen·an, aún hoy, algunos rasgcs importantes de estos dos estados
primitivos.
Esta revolución general del espíritu humano puede ser ampliamente
constatada, de una manera sensible, aunque indirecta, al considerar el
desarrollo de la inteligencia individual. El punto de partida, al ser necesaria-
mente el mismo en la educación del individuo y en el de la especie, hace que
las diversas fases principales de la primera deban representar las épocas
fundamentales de la segunda. Así, cada uno de nosotros, al analizar su
propia historia, ¿no recuerda haber sido sucesivamente, en lo que se refiere
a sus nociones más importantes, un teólogo en su infancia, un metafísico en
su juventud y un físico en su madurez? Esta verificación será fácil para todos
aquellos espíritus que sientan al unísono con el nivel de su siglo.
Pero, aparte de la observación directa, general o individual que prueba la
exactitud de esta ley, debo mencionar en esta elemental presentación, cuáles
son las consideraciones teóricas que manifiestan su necesidad.
La más importante de estas consideraciones, extraída de la naturaleza
misma del tema, consiste en la necesidad experimentada en todas las épocas,
de una teoría cualquiera que coordine los hechos, dada la evidente
imposibilidad del espíritu humano de sistematizar una teoría, partiendo de
la simple observación.
Desde Bacon, todos los espíritus serios afirman que no hay más
conocimiento real que aquel que se basa en los hechos observados. Esta
máxima fundamental es evidente, incuestionable si se la aplica como
conviene, para unas mentes maduras como las nuestras. Pero, refiriéndonos
a la formación de nuestros conocimientos, no es menos cierto que el
espíritu humano en el estado primitivo no podía ni debía pensar así, ya que
si bien toda teoría positiva tiene que estar basada necesariamente en la
observación, también es necesaria una teoría cualquiera que coordine esta
observación. Si al contemplar los fenómenos no los relacionáramos de
inmediato con algunos principios, no solamente nos sería imposible
combinar estas observaciones aisladas, y por tanto sacar provecho alguno
de ellas, sino que seríamos incluso enteramente incapaces de retenerlas,
y a buen seguro que los hechos permanecerían desapercibidos ante nuestros
OJOS.

28
Así pues, el espíritu humano, presionado por un lado por la necesidad de
observar para poder obtener teorías reales, y por otro por la necesidad, no
menos imperiosa, de crearse algunas teorías para poder continuar estas
observaciones, se hubiera encontrado desde su nacimiento encerrado en un
círculo vicioso del que no hubiera podido salir nunca, si no hubiera abierto
felizmente, una salida natural por el desarrollo espontáneo de unas
concepciones teológicas, las cuales han dado un punto de conexión a sus
esfuerzos y han ofrecido un programa para su actividad. Independiente-
mente de las profundas consideraciones sociales que aquí se unen, y que no
debo tan siquiera mencionar en este momento, éste es el motivo fundamen-
tal que demuestra la necesidad lógica del carácter puramente teológico de la
filosofía primitiva.
Esta necesidad es aún más manifiesta si observamos la perfecta adecua-
ción de la filosofía teológica, con la naturaleza propia de los problemas a los
que se entrega el espíritu humano durante su infancia. Es curioso ver cómo
las cuestiones más inaccesibles para nuestros medios, tales como la
naturaleza íntima de los seres, el origen y el fin de todos los fenómenos, sean
precisamente las que con más interés se plantea nuestra inteligencia en este
estado primitivo, que a su vez desprecia como indignos de una meditación
seria todos los problemas solubles. Esto tiene una fácil explicación, y es
que sólo la experiencia ha podido mostrarnos cuál es la medida de nuestras
fuerzas; si el hombre no hubiese comenzado por tener una opinión
desmesurada de ellas, nunca hubiera podido adquirir el desarrollo de que
son capaces. Así lo exige nuestra organización. Pero, sea como fuere,
representémonos en la medida de lo posible, esta disposición tan universal
y tan desmesurada, y preguntémonos qué acogida hubiera tenido en aquella
época, suponiéndola formada, la filosofía positiva, cuya mayor ambición es
la de descubrir las leyes de los fenómenos, y cuyo carácter más peculiar
consiste precisamente en considerar prohibitivos para la razón humana
todos estos sublimes misterios de los que la filosofía teológica da razón, con
tan admirable facilidad hasta en sus más mínimos detalles.
Sucede lo mismo si observamos la naturaleza de las cuestiones que
ocupan primitivamente al espíritu humano, desde un punto de vista
práctico. En este aspecto, esta búsqueda presenta al hombre el gran
atractivo de un dominio ilimitado sobre el mundo exterior, considerado
totalmente para nuestro uso, y cuyos fenómenos guardan relaciones
íntimas y continuadas con nuestra existencia. A sí, estas quiméricas esperan-
zas, estas exageradas ideas de la importancia del hombre en el universo que
nacen con la filosofía teológica, y que destruyen sin remedio las primeras
influencias de la filosofía positiva, son, desde sus comienzos, un estimulante
indispensable sin el cual no se podría concebir cómo el espíritu humano se
entregó a tan penosos trabajos.

29
l'

Hoy estamos tan alejados de esta primitiva disposición, al menos en


relación con la mayor parte de los fenómenos, que incluso tenemos
dificultad para representarnos exactamente la necesidad y la fuerza de tales
consideraciones. La razón humana es ya lo suficientemente madura, como
para entregarse a laboriosas búsquedas científicas, sin tener a Li vista ningún
motivo ajeno a la ciencia, que sea capaz de actuar con fuern sobre la
imaginación, como los que se propusieron en su tiempo, por eiemplo, lo,
astrólogos o los alquimistas. Nuestra actividad intelectual está suficiente-
mente motivada con la simple esperanza de descubrir las leyes de los
fenómenos, o con el simple deseo de confirmar o dcsmcnt;r una teorí:L Pen·
no podía suceder así durante la infancia del espíritll humano. Sin la,,
atractivas quimeras de la astrología, sin las enér\;Ícas deceociones de la
alquimia, por ejemplo, ¿de dónde hubiéramos sacado la constancia y el
ardor necesarios para recoger tantas observaciones y exper;encias que han
servido más tarde de fundamento para las primeras teorías positins de una
y otra clase de fenómenos?
·Esta condición de nuestro desarrollo intelecwal fue ,rntida y a hace
tiempo por Kepler en el campo de la astronomía y en nucst:o~ días por
Berthollet en el campo de la química.
Vemos en este conjunto de consideraciones, 9c1e si hen la 1 ilosnfí:i
positiva es el verdadero estado definitivo de la inteligencia huma:u. hacia el
que ésta siempre ha tendido, no es menos cierto que durante ,·ariP, s1¡.do,
esta inteligencia ha tenido que emplear, bien como mé:ndn, bien r,>r:1C'
doctrina provisional, la filosofía teológica; filosofía cuvo carácter es el de
ser espontánea y, por ello, la única posible en lns orígenes, y h única
también que ha podido ofrecer a nuestro espíritu mfanti; un ínu:rés
suficiente. Fácil es comprobar ahora, que para p3,ar (:e esta fi;o,ofía
provisional a la filosofía definitiva, el espíritu humawi ha 1enicn q·:c
adoptar naturalmente como filosofía transitoria los métndm v bs do::trina,
metafísicas. Esta última consideración resulta indispensable rara cc•:n¡:, 1et:lr
la exposición general de la gran ley que he presenta,Jn.
Es fácil concebir, en efecto, qllc nuestro entendimiento, 0!<igado
a progresar con pasos lentos, no podía pasar bruscamente y sin intermedia-
rios, de la filosofía teológica a la filosofía positiva. La teología y la física so:1
tan profundamente incompatibles, tan radicalmente opuestos lns caranen:s
de sus concepciones, que antes de renunciar a unos para cmplcarexclus1va-
mente los otros, la inteligenci¡i. humana ha tenido que servirse di: conccrc1n-
nes intermedias, de un carácter espúreo, propias, por ello mismo, na7:i
preparar gradualmente la transición. Éste es el dcstin0 natura: ,le h;
concepciones metafísicas: no tienen otra utilidad real. Cuando en el e,tud•.,
de los fenómenos se substituye la prevalente acción sobrenatural, por i;i
correspondiente e inseparable entidad, aunque ésta no sea c:mcebidJ ,.,no

30

J
como una emanac1on de la primera, el hombre se habitúa poco a poco
a considerar los hechos en sí mismos, ya que las nociones de estos agentes
metafísicos se convierten gradualmente en algo tan sutil, que quedan
reducidas a ser, para toda mente sensata, los meros nombres abstractos de
los fenómenos. Es imposible imaginar otro procedimiento, mediante el cual
nuestro espíritu hubiera podido pasar de unas concepciones realmente
sobrenaturales, a otras simplemente naturales, es decir, del régimen teológi-
co, al régimen positivo.

II. LA FILOSOFÍA POSITIVA

U na vez establecida la ley general del desarrollo del espíritu humano y sin
entrar en una discusión más especial sobre el tema, lo que quedaría fuera de
lugar en este momento, nos concierne ahora determinar con precisión la
naturaleza propia de la filosofía positiva, lo cual constituye el objeto
esencial de este discurso.
Hemos visto por lo que precede, que el carácter fundamental de la
filosofía positiva consiste en considerar todos los fenómenos como sujetos
a leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento preciso y la posterior
reducción al menor número posible constituyen la finalidad de nuestros
esfuerzos. Consideramos como absolutamente inaccesible y vacía de
sentido la búsqueda de lo que llaman causas, sean éstas primeras o finales. Es
inútil insistir demasiado en un principio que ha llegado a ser familiar para
todos aquellos que tienen un conocimiento algo profundo de las ciencias de
la observación. Todos sabemos que en las explicaciones positivas, incluso
en las más perfectas, no tenemos la más mínima pretensión de exponer
cuáles sean las causas generadoras de los fenómenos, ya que con ello no
conseguiríamos sino retrasar la dificultad, antes al contrario, pretendemos
analiza;- con exactitud las circunstancias de su producción y coordinar unos
fenómenos con otros, mediante relaciones normales de sucesión y de
similitud.
Aclararemos esto con el más admirable de los ejemplos: decimos que los
fenómenos generales del universo son explicados, en la medida en que éstos
puedan serlo, por la ley de la gravitación newtoniana, ya que esta gran teoría
nos muestra toda la inmensa variedad de los hechos astronómicos, como si
fueran uno y el mismo hecho, considerado bajo diversos puntos de vista: la
tendencia constante de atracción entre las moléculas en razón directa de sus
masas y en razón inversa de los cuadrados de sus distancias; aún más: este
hecho general se nos presenta como una simple extensión de un fenómeno
muy familiar para nosotros y por tanto perfectamente conocido, cual es el
de la caída de los cuerpos. En cuanto a determinar en qué consista esta

31
atracc1on y esta gravedad, o cuáles sean sus causas, decimos que son
cuestiones insolubles, que no pertenecen al dominio de la filosofía positiva
y que se las cedemos, con todo derecho, a la imaginación de los teólogos
o a las sutilezas de los metafísicos. La prueba más evidente de la imposibili-
dad de obtener tales soluciones es ver cómo cada vez que se ha intentado
decir algo racional sobre este tema, las más prestigiosas mentes no han
podido sino definir estos dos principios, el uno por el otro, es decir, para la
atracción diciendo que no es otra cosa sino la gravedad universal, y para la
gravedad diciendo que consiste simplemente en la atracción terrestre. Estas
explicaciones que hacen sonreír, cuando con ellas se intenta explicar la r
naturaleza íntima de las cosas y el modo de producción de los fenómenos, 1

son, sin embargo, lo más satisfactorio que podemos obtener, ya que nos
muestran como idénticos dos órdenes de fenómenos que durante mucho i
tiempo fueron considerados como inconexos entre sí. Ningún espíritu
sensato intentaría hoy ir más lejos.
Muchos más ejemplos se podrían citar y muchos han de ser los que a lo
largo de este curso se presentarán, ya que éste es el espíritu que preside hoy
todas las grandes combinaciones intelectuales. U no más añadiré, tomado
de las recientes investigaciones sobre el calor hech;;.s por el Sr. Fourier. En
él se confirman las observaciones generales que acabamos de hacer. Este
trabajo, cuyo carácter filosófico es tan eminentemente positivo, desvela las
leyes más importantes y más precisas de los fenómenos termo lógicos, sin que
por ello el autor se haya empeñado, ni por un solo momento, en averiguar la
naturaleza íntima del calor y sin que haya mencionado, sino para manifestar
su inutilidad, la controversia tan agitada que existe entre los partidarios de la
materia calorífica y los que hacen consistir el calor en las vibraciones de un
éter universal; y sin embargo, las más importantes cuestiones, algunas de ellas
aún no formuladas, son tratadas en esta obra, prueba de que el espíritu
humano, sin entregarse a los problemas inabordables, y limitándose a los
trabajos de índole enteramente positiva, puede encontrar en ellos una materia
inagotable para su más profunda actividad.
Una vez caracterizado el espíritu de la filosofía positiva tan exactamente
como me ha sido posible en esta breve introducción general, y a cuyo
desarrollo completo está destinado el curso entero, debo examinar ahora en
qué momento de su formación se halla hoy este espíritu positivo y qué
queda por hacer para terminar de constituirlo.
En primer lugar hay que considerar que no rodas las diversas ramas de
nuestros conocimientos han recorrido con idéntica rapidez las tres
grandes fases de su desarrollo señaladas en las páginas anteriores, y por
tanto, tampoco "han llegado simultáneamente al estado positivo. Existe
a este respecto un orden invariable y necesario, que han recorrido y que ha
sido obligatorio recorrer en su progresión, nuestras diversas clases de

32
concepciones y cuya consideración exacta es el complemento indispensable
de la ley fundamental enunciada anteriormente. Este orden será el tema
especial de la próxima lección. Por el momento será suficiente saber que este
orden es conforme a la diversa naturaleza de los fenómenos, y que está
determinado por su grado de generalidad, de simplicidad y de independen-
cia recíproca, tres consideraciones que, aunque distintas, concurren a un
mismo fin. Así, los fenómenos astronómicos han sido los primeros en ser
tratados de una manera positiva, ya que son los más generales, los más
simples y los más independientes; a continuación, por las mismas razones,
los fenómenos de la física terrestre propiamente dicha, después los de la
química y por último los fenómenos fisiológicos.
Es imposible precisar el origen exacto de esta revolución, ya que
podemos afirmar que se ha ido realizando paulatinamente, igual que el resto
de los acontecimientos humanos; en este caso particular, se ha ido
cumpliendo a partir de los trabajos de Aristóteles y de la Escuela de
Alejandría, y más tarde con la introducción de las ciencias naturales en la
Europa Occidental por los árabes. Sin embargo, por fijar un momento más
preciso y evitar así las divagaciones, señalaré esa fecha, hace dos siglos, en
que la acción combinada de los preceptos de Bacon, de las teorías de
Descartes y de los descubrimientos de Galileo, hizo que el espíritu de la
filosofía positiva comenzara a pronunciarse en el mundo en clara oposición
al espíritu teológico y metafísico. A partir de este momento, las concepcio-
nes positivas se separaron por completo de la alianza supersticiosa y esco-
lástica que más o menos desvirtuaba el verdadero carácter de todos los
trabajos anteriores.
A partir de esta época memorable, el movimiento ascendente de la
filosofía positiva y el descendente de la filosofía teológica y metafísica han
sido extremadamente notables. Hoy se hallan estos movimientos tan
claramente definidos, que resulta imposible, para cualquier observador
consciente de su época, desconocer el destino final de la inteligencia
humana para los estudios positivos, así como su alejamiento cada vez más
irrevocable de esas vanas doctrinas, de esos métodos provisionales que sólo
podían convenir en su primera infancia. Esta revolución fundamental
tendrá que cumplirse necesariamente en toda su amplitud. Si alguna gran
conquista queda aún por realizar, si alguna parte principal del dominio
intelectual queda aún por absorber, podemos estar seguros de que se han de
cumplir, al igual que se cumplieron todas las otras. Sería evidentemente
contradictorio suponer que el espíritu humano, tan dispuesto a la unidad de
método, conservara indefinidamente, para una sola clase de fenómenos, su
manera primitiva de filosofar, mientras que para el resto adoptara un
camino filosófico de un carácter absolutamente opuesto.
Todo se reduce a una simple cuestión de hecho: la filosofía positiva que

33
en los dos últimos siglos ha tomado gradualmente tanta extensión, ¿abarca
hoy todos los órdenes de fenómenos? Es evidente que no, y por lo tanto
queda aún una gran operación científica que realizar, para dar a la filosofía
positiva ese carácter de universalidad indispensable para su constitución
definitiva.
En efecto, entre las cuatro categorías principales de fenómenos naturales,
los astronómicos, los físicos, los químicos y los fisiológicos, se observa una
laguna esencial relativa a los fenómenos sociales, los cuales, si bien quedan
comprendidos implícitamente en los fenómenos fisiológicos, merecen bien
por su importancia, bien por las dificultades propias de su estudio, formar
una categoría distinta. Este último orden de especulaciones, que hace
referencia a los fenómenos más particulares, a los más complicados y a los
más dependientes del resto, ha debido, por esto sólo, perfeccionarse más
11
lentamente que todos los precedentes, incluso sin tener en cuenta las
especiales dificultades que serán tratadas más adelante. Sea como fuere, es
evidente que no han entrado todavía en el dominio de la filosofía positiva.
Los métodos teológicos y metafísicos, que para el resto de los fenómenos
han sido ya abandonados, ya sea como medio de investigación o solamente
como medio de argumentación, sin embargo, son todavía utilizados
exclusivamente bajo uno y otro aspecto, para todo lo que concierne a los
fenómenos sociales, aunque su insuficiencia a este respecto ha sido ya
plenamente sentida por todas las mentes claras fatigadas de esas vanas
réplicas interminables entre el derecho divino y la soberanía del pueblo.
Ésta es la única, aunque grande laguna que hay que re11enar para acabar de
constituir la filosofía positiva. Ahora que el espíritu humano ha fundado la
física celeste, la física terrestre mecánica o química, la física orgánica, vegetal
o animal, fáltale completar el sistema de las ciencias de la observación
fundando la física social. Ésta es la más grande y la más acuciante necesidad
de nuestra inteligencia; ésta es, me atrevo a decir, la primera finalidad de este
curso, su finalidad especial.
Las especulaciones relativas al estudio de los fenómenos sociales que
intentare presentar, y cuyo germen espero que este discurso deje ya
entrever, no tendrán por objeto dar inmediatamente a la física social el
mismo grado de perfección que ya poseen las restantes partes de la filosofía
natural, lo cual sería evidentemente quimérico, ya que incluso entre e1las
mismas existe una gran desigualdad, por lo demás inevitable. Pero éstas
contribuirán a imprimir a esta última clase de nuestros conocimientos ese
carácter positivo ya alcanzado por todas las otras. Si esta condición se
cumple por fin, el sistema filosófico de los modernos estará definitivamente
fundado, pues todos los fenómenos observables quedarán incluidos en una
de las cinco grandes categorías establecidas de los fenómenos, astronómi-
cos, físicos., químicos, fisiológicos y sociales. Cuando todas nuestras

34
especulaciones hayan llegado a ser homogéneas, la filosofía estará definiti-
vamente constituida en el estado positivo; al no poder ya nunca cambiar de
carácter, sólo le restará desarrollarse indefinidamente mediante las adquisi-
ciones siempre crecientes que rcsultcirán inevitablemente de nuevas obser-
vaciones, o de meditaciones más profundas. Habiendo cidquirido con esto
el carácter de universalidad que cihora le falta, la filosofía positiva llegará
a ser capaz de substituir enteramente, con toda su superioridad natural, a la
filosofía teológica y a la filosofía metafísica, cuya universalidad es hoy su
única propiedad real, pero privadas de este motivo de preferencia, no
tendrán para nuestros sucesores más que una existencia histórica.
Una vez expuesta ya la finalidad de este curso, es fácil comprender su
segundo objetivo, su objeti\·o general, lo que hace de esta exposición un
curso de filosofía positiva, y no sólo un curso de física ,ocia!.
En efecto, la fundación de la física social, completando al fin el sistema de
las ciencias naturales, hace posible, e incluso necesario, poder resumir los
diversos conocimientos adquiridos, llegados ahora a un estado fijo y homo-
géneo, para coordinarlos, presentándolm como ramas diversas de un
tronco único,' en lugar de considerarlos como cuerpos aislados. A este fin,
antes de proceder al estudio de los fenómenos sociales, consideraré
sucesivamente, en el orden enciclopédico anunciado más arriba, las diferen-
tes ciencias positivas ya formadas.
Doy por supuesto que no se va a tratar aquí de una ,erie de cursos
especiales, acerca de cada una de las ramas principales de la fil0sofía natural.
Aparte de la duración materiai de tal empresa, resulta evidente que esta
pretensión sería insostenible por mi parte, y creo poder añadir que por parte
de cualquier otro, en el cstadu actuJ! de nuestra culturz.. Por el contrario, un
curso de la naturaleza de éste exige, para ser convenientementt: entendido,
unos estudios especiales prcvins acerca de lJs diversas ciencias que en él
serán tratadas, ya que éstas serán el objetu de unas reflexiones filosóficas
que, sin esta condición, serán imposibles de juzgar, y difíciles de compren-
der. En una palabra, es un Cursr> de filosofía positzcua y n,, de ciencias
positivas, lo que me propongu hacer. Aquí se trata únÍcJm, rite de
considerar cada ciencia fundamental en sus relaciones con s;stcma
positivo entero, y con el espíritu que las caracteriza, es decir, b,,io el doble
aspecto de sus métodos esenciales y de sus principales resuitados. Frecuen-
temente, incluso, tendré que limitarme a mencionar estm últimos, siguien-
do algunos conocimientos especiales, para tratar de resaltar su importancia.
Para resumir las id,eas relativas a este doble objetivo del curso, debo

7. Alusión probable a la célebre (omparación dl' Dc~cartcs: «Toda Li fiio.,ot'ía e:~ como un
árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la física, y la,; ramas que <;alen de e,tl' tn.H1co son
las otras ciencias que se reducen a tre'> principales, la medicina, la mecánica y la moral,, (De-;cartes,
Príncipes, préface).

35
señalar que los dos objetivos, el uno especial, el otro general, que me he
propuesto, aunque son distintos en sí mismos, son necesariamente insepa-
rables. Por una parte, sería imposible concebir un curso de filosofía
positiva, sin la fundación de la física social, ya que carecería este curso de un
elemento esencial, y sólo por eso, sus concepciones carecerían de ese
carácter de generalidad que debe ser su principal atributo y lo que distingue
a nuestro estudio actual, de la serie de los estudios especializados. Por otra
parte, ¿cómo es posible proceder con seguridad al estudio positivo de los
fenómenos sociales, si el espíritu no está previamente preparado con la
consideración profunda de los métodos positivos ya utilizados para los
fenómenos menos complicados, y respaldado además por el conocimiento
de las leyes'principales de los fenómenos anteriores, los cuales influyen de
una manera más o menos directa sobre los hechos sociales?
Es cierto que no todas las ciencias fundamentales inspiran a los espíritus
mediocres el mismo interés, pero para un estudio como el presente, no hay
ninguna que deba ser despreciada. Cuando se las considera de una manera
profunda, todas son equivalentes en importancia, para la consecución del
bienestar de la humanidad. Además, aquellas que a primera vista presentan
unos resultados de escaso interés práctico tienen, por el contrario, un gran
interés, bien por la gran perfección de sus métodos, bien como fundamento
indispensable de las restantes. Sobre este punto, tendré ocaúón de volver
más especialmente en la lección próxima.
Para prevenir, en la medida de lo posible, todas las falsas interpretaciones
que pudieran surgir acerca de la naturaleza de un curso como éste, debo
añadir algunas consideraciones que guardan relación directa con esa
universalidad de conocimien.tos especiales que irreflexivamente algunos
críticos podrían ver como la tendencia de este curso y que es considerada
con justa razón como totalmente contraria al verdadero espíritu de la
filosofía positiva. Estas consideraciones tendrán la ventaja de presentar este
espíritu bajo un nuevo punto de vista que aclarará la noción general.
En las épocas primitivas no existía ninguna división regular de nuestros
trabajos intelectuales; todas las ciencias eran cultivadas simultáneamente
por los mismos espíritus. Este modo de organización de los estudios
humanos, inevitable e incluso indispensable, como más adelante tendremos
ocasión de constatar, cambia poco a poco, a medida que los diversos
conocimientos se desarrollan. Por una ley cuya necesidad es evidente, cada
rama del sistema científico se separa insensiblemente del tronco, cuando ha
crecido lo suficiente como para soportar un estudio separado, es decir,
cuando es capaz por sí sola de ocupar la atención exclusiva de algunas
mentes. A este reparto de estudios se debe, evidentemente, el desarrollo tan
considerable que ha tomado hasta nuestros días cada clase de los conoci-
mientos humanos y que hace manifiesta para los modernos la imposibili-

36
dad de la universalidad de investigaciones especiales, tan fácil y tan común
en los tiempos antiguos. En una palabra, la división del trabajo intelectual,
cada vez más perfeccionado, es uno de los atributos más importantes de la
filosofía positiva.
Pero, aun reconociendo los prodigiosos resultados de esta división, aun
viendo en ella la verdadera base fundamental de la organización general del
mundo del saber, es imposible no constatar los graves inconvenientes que
ésta engendra, debido a la excesiva particularidad de las ideas que ocupan
exclusivamente a cada inteligencia individual. Esta desagradable conse-
cuencia es sin duda inevitable, ya que es inherente al principio mismo de la
división, es decir, de ninguna manera llegaremos a igualar en este aspecto
a los antiguos, para los cuales esta superioridad no se debía sino al escaso
desarrollo de sus conocimientos. Me parece, sin embargo, que podemos
evitar con medios convenientes los más perniciosos efectos de la excesiva
especialización, sin impedir por ello la vivificante influencia de la división
de los estudios. Es urgente ocuparse de ello, porque estos inconvenientes,
que por su naturaleza tienden a acrecentarse sin cesar, empiezan a ser muy
sensibles. Todos estarán de acuerdo en que las divisiones de la filosofía
natural, hechas para una mayor perfección de nuestros trabajos, son en
definitiva artificiales. No olvidemos, sin embargo, que pese a esta opinión,
son raras en el mundo de la ciencia las mentes que abarcan en sus
investigaciones el conjunto de una sola ciencia, la cual, a su vez, no es más
que una parte del gran todo. La mayor parte de los investigadores se ocupan
enteramente en la consideración más o menos extensa de una ciencia
determinada, sin atender demasiado a la relación de estos trabajos particula-
res con el sistema general de los conocimientos positivos. Esforcémonos en
remediar el mal, antes de que sea demasiado grave. Mucho es de temer que el
espíritu humano acabe perdiéndose en los trabajos de detalle. No nos
engañemos, pues es éste el flanco débil por donde los partidarios de la
filosofía teológica y de la filosofía metafísica pueden todavía atacar a la
filosofía positiva con alguna esperanza de éxito.
El verdadero medio de detener la amenaza que pesa sobre el porvenir
intelectual, debida a la excesiva especialización de los estudios individuales,
no podrá ser evidentemente el retorno a la antigua confusión de los
estudios, lo cual no haría sino retrasar la marcha del espíritu humano, y que
por lo demás, hoy sería felizmente imposible. Por el contrario, ese medio
consiste en perfeccionar la división del trabajo intelectual en sí mismo. Sería
suficiente, en efecto, hacer del estudio de las generalidades científicas una
gran especialidad nueva. Que una nueva clase de investigadores, preparados
con una educación conveniente, sin entregarse al estudio perfecto de cada
parte de la filosofía natural, se ocupara únicamente, considerando las
distintas ciencias positivas en su estado actual, de determinar con exactitud

37
el espíritu de cada una de ellas, de descubrir sus relaciones y su coordina-
ción, de resumir si es posible todos sus principios propios, al menor número
de principios comunes, conformándose siempre a las máximas fundamenta-
les del método positivo. Que al mismo tiempo, el resto de los investigado-
res, antes de ocuparse de sus especialidades respectivas, sean educados en el
conjunto de los conocimientos positivos, para aprovechar de inmediato
estas informaciones prestadas por los sabios de las generalidades, y recípro-
camente para rectificar sus resultados. Hacia este estado de cosas se
aproximan día a día los investigadores. Una vez cumplidas estas dos grandes
condiciones, la división del trabajo en las ciencias llegará sin ningún peligro
tan lejos como lo exija el desarrollo de los diversos conocimientos. Con esta
clase especial de investigadores, controlada incesantemente por todas las
otras, y con la función propia y permanente de coordinar cada nuevo
descubrimiento panicular al sistema general, no se podrá temer en
adelante que la excesiva atención prestada a los detalles impida observar el
conjunto. En una palabra, la organización moderna del mundo del saber
estará completamente establecida, y tendrá como finalidad el ir desarrollán-
dose indefinidamente, conservando siempre el mismo carácter.
Formar así, del estudio de las generalidades científicas, una sección
distinta del gran trabajo intelectual, es tanto como extender la aplicación del
mismo principio de división, que ha separado sucesivamente las diversas
especialidades; porque mientras las diferentes ciencias positivas hJn estado
poco desarrolladJs, sus mutuas relaciones no podían tener suficiente
importancia como para dar lugar, al menos de una manera permanente, a un
grupo especial de trabajos; asimismo, la necesidad de este nuevo estudio era
menos urgente. Pé"ro hoy, cada una de las ciencias por separado ha
adquirido tal extemión, que el estudio de sus relaciones mutuas ha dado
lugar a trabajos especializados; así también, este nuevo orden de estudios se
convierte en indispensable para prevenir la dispersión de las especulaciones
humanas. Así concibo el destino de la filosofía positiva en el sistema general
de las ciencias positivas propiamt>nte dichas. Tal es al menos el objetivo de
este curso.

III. CTATRO ,\PLICACJO;\;ES DEL POSITIVIS~10

Una vez determinado, tan exactamente como me ha sido posible, el


espíritu general de la filosofía positiva, debo señalar a continuación, con el
fin de dar una visión más completa, las principales ventajas generales de un
curso como el presente, si se cumplen convenientemente bs condiciones
esenciales relativas al pr0greso del espíritu humano. Reduciré este último
orden de consideraciones, exponiendo cuatro propiedades fundamentales.

38
En primer lugar, el estudio de la filosofía posmva, al considerar los
resultados de la actividad de nuestras facultades intelectuales, nos propor-
ciona el único medio verdadero y racional de hacer evidentes las leyes
lógicas del espíritu humano, las cuales hasta ahora han sido buscadas por
caminos impropios para desvelarlas.
Para explicar convenientemente mi pensamiento a este respecto, citaré un
ejemplo de teoría filosófica, expuesta por el señor de Blainville, en la
espléndida introducción de sus Principios generales de anatomía compara-
da. Consiste en que todo ser activo, y en especial todo ser vivo, puede ser
estudiado en todos sus fenómenos bajo dos aspectos fundamentales, el
aspecto estático y el aspecto dinámico, es decir, como un ser apto para
actuar y como un ser actuando efectivamente. Resulta claro, en efecto, que
todas las consideraciones que se puedan presentar entrarán necesariamente
en uno u otro campo. Apliquemos esta luminosa máxima fundamental al
estudio de las funciones intelectuales.
Si estas funciones se las considera desde el punto de vista estático, su
estudio no puede consistir sino en la determinación de sus condiciones
orgánicas de las cuales depende: así, forman una parte esencial de la
anatomía y de la fisiología. Al considerarlas desde el punto de vista
dinámico, todo se reduce a estudiar la marcha efectiva del espíritu humano
en ejercicio, mediante el examen de los procedimientos empleados en la
obtención de los diversos conocimientos exactos, lo cual constituye, en
esencia, el objetivo general de la filosofía positiva. En una palabra: al
considerar todas las teorías científicas, como grandes hechos lógicos,
solamente con la profunda observación de esos hechos, se puede llegar al
conocimiento de las leyes lógicas.
Éstas dos son las únicas vías generales, complementaria la una de la otra,
por las que se puede llegar a algunas nociones racionales sobre los fe-
nómenos intelectuales. Claramente se ve que de ninguna manera se puede
admitir esa psicología ilusoria, última transformación de la teología, que tan
vanamente se pretende reanimar en nuestros días, y que sin ocuparse ni del
estudio psicológico de nuestros órganos intelectuales, ni de la observación
de los procesos racionales que dirigen nuestras investigaciones científicas,
intenta llegar al descubrimiento de las leyes fundamentales del espíritu
humano, contemplándose a sí mismo, es decir, haciendo completa abstrac-
ción de las causas y de los efectos.
La iilosofía positiva, a partir de Bacon, ha llegado a tener tal preponde-
rancia, y adquiere hoy tan gran ascendiente sobre los espíritus, incluso
sobre los que han permanecido ajenos a su gran desarrollo, que los
metafísicos, ocupados en el estudio de nuestra inteligencia, no han visto
otra manera de frenar la decadencia de su pretendida ciencia, sino empeñán-
dose en presentar sus doctrinas, como si estuvieran fundadas sobre la

39
observación de los hechos. Y así, han imaginado en estos últimos tiempos,
que podían distinguir, por una singular sutileza, dos clases de observación
de igual importancia, la una exterior y la otra interior, estando destinada
esta última únicamente al estudio de los fenómenos intelectuales.No es éste
el lugar de entrar en la discusión de este sofisma fundamental. Me limitaré
sólo a indicar cuál es la prueba fundamental que demuestra que esta
pretendida contemplación directa del espíritu por sí mismo, es puramente
ilusoria.
Hasta hace poco tiempo, se creía haber explicado la visión diciendo que la
acción luminosa de los cuerpos determina, sobre la retina, cuadros repre-
sentativos de las formas y de los colores exteriores. Los fisiólogos han
objetado, con razón, que si las impresiones luminosas actuaban como
imágenes hacía falta otro ojo para contemplarlas. Y ¿acaso no sucede lo
mismo en el caso presente?
Evidentemente, el espíritu humano puede observar directamente todos
los fenómenos, excepto los suyos propios por más empeño que en ello
pusiere. Porque, ¿cómo haría tal observación? Puede admitirse que el
hombre se observe a sí mismo, tratándose de los fenómenos morales, ya que
dada su constitución anatómica, los órganos que son la sede de las pasiones,
son distintos de los destinados a las funciones observadoras. Y aunque cada
uno de nosotros hayamos tenido ocasión de hacer sobre nosotros mismos
tales observaciones, éstas no pueden tener una excesiva importancia
científica, ya que el mejor medio de conocer las pasiones será siempre el de
observarlas fuera de uno mismo, pues todo estado de pasión fuerte,
justamente el que más interesa examinar, es incompatible con el estado de
observación. Pero en relación a los fenómenos intelectuales, tal observación
es por completo imposible de realizar. El individuo pensante no podría
dividirse en dos: el uno razonando y el otro observándose en el razonar. Si
el órgano observador y el observado son el mismo, ¿cómo podría darse la
observación?
Este pretendido método psicológico es radicalmente nulo desde sus
principios. ¡Consideremos a qué resultados tan contradictorios nos condu-
cirá de inmediato! Por un lado, se nos recomienda aislarnos, en la medida de
lo posible, de toda sensación exterior: sobre todo hay que evitar todo
trabajo intelectual, porque, si nos ocupamos, aunque nada más sea de hacer
el más mínimo cálculo, ¿en qué se convertirá la observación interior? Por
otro lado, tras haber alcanzado, a fuerza de precauciones, ese estado
perfecto de sueño intelectual, tendremos que ocuparnos en contemplar las
operaciones que se sucedan en nuestro espíritu, ¡cuando en él, ya no sucede
nada! Nuestros descendientes verán un día tales pretensiones llevadas a la
escena.
Los resultados de tan extraña manera de proceder son perfectamente

40
acordes con sus principios. Hace dos mil años que los metafísicos trabajan
así en la psicología y aún no han llegado a estar de acuerdo sobre una sola
proposición que sea inteligible y sólidamente inmutable. Se encuentran,
incluso hoy, divididos en una multitud de escuelas que disputan entre sí
sobre los primeros elementos de sus doctrinas. La observación interior
engendra casi tantas opiniones divergentes como individuos hay que la
practiquen.
Los auténticos investigadores, los hombres dedicados a los estudios
positivos, todavía están preguntando vanamente a estos psicólogos por un
solo descubrimiento real, grande o pequeño, que se deba a este método tan
alardeado. No hay que insistir en que todos sus trabajos carecen de
resultados que puedan contribuir al progreso general de nuestros conoci-
mientos, con independencia del eminente servicio que han prestado, al
sostener la actividad de nuestra inteligencia en la época en que ésta no tenía
nada más importante en que ocuparse. Pero puede afirmarse, siguiendo al
ilustre filósofo positivo, señor Cuvier, que en los escritos de estos vanos
psicólogos, todo lo que no consiste en metáforas tomadas por razonamien-
tos son verdades que no provienen de su pretendido método, sino que han
sido obtenidas de efectivas observaciones que han sido engendradas a lo
largo del tiempo por el desarrollo de las ciencias. E incluso estas nociones
tan evidentes, proclamadas con tanto énfasis, y que se deben sobre todo a la
infidelidad de estos psicólogos a su pretendido método, se dan la mayoría
de las veces o muy exageradas o muy incompletas, y siempre inferiores a las
observaciones ya hechas sin ostentación por los científicos con los procedi-
mientos que ellos emplean. Cómodo sería citar aquí una serie de ejemplos
ilustradores, si no fuera conceder excesiva importancia a la presente
discusión. Veamos, entre otros, lo que sucede con la teoría de los signos.
Las consideraciones relativas a la ciencia lógica que acabo de indicar son
aún más manifiestas llevadas al arte lógico.
Cuando se trata no sólo de saber qué sea el método positivo, sino de tener
de él un conocimiento bastante claro y profundo para poder usarlo con
eficacia, sólo hay que considerarlo en acción; las diversas aplicaciones ya
verificadas por el espíritu humano será lo que convenga estudiar. En una
palabra, solamente con el examen filosófico de las ciencias es posible llegar
a tal fin. El método no es susceptible de ser estudiado separadamente de los
trabajos a los que se aplica, o al menos es un estudio muerto, incapaz de
fecundar ningún espíritu que a él se dedique. Todo lo que se pueda decir
de real, cuando se le considera en abstracto, se reduce a un cúmulo de ge-
neralidades tan vagas que no podrían tener ninguna influencia sobre el ré-
gimen intelectual. Cuando ha quedado bien establecido, en tesis lógica, que
todos nuestros conocimientos deben estar fundados sobre la observación,
que tenemos que proceder tanto de los hechos a los principios, como de los

41

L..
principios a los hechos, y algunos otros aforismos similares, se conoce el
método con menos claridad que quien de una manera un poco profunda ha
estudiado una sola ciencia positiva, incluso sin intención filosófica. Por
haber desconocido este hecho esencial, nuestros psicólogos se inclinan
a tomar sus sueños por ciencia, creyendo comprender el método positivo,
por haber leído los preceptos de Bacon y el discurso de Descartes.
Ignoro si más adelante será posible hacer a priori un curso sobre el
método, independiente del estudio filosófico de las ciencias, pero estoy
plenamente convencido de que hoy este estudio es irrealizable, ya que los
grandes procesos lógicos no pueden ser explicados todavía con la precisión
suficiente, al separarlos de sus aplicaciones. Me atrevo incluso a añadir que
cuando tal empresa pueda realizarse, lo cual en efecto se puede concebir,
solamente se conseguirá con el estudio de las aplicaciones regulares de los
procedimientos científicos, para llegar a formarse un buen sistema de
hábitos intelectuales, lo que constituye por lo demás el objetivo esencial del
estudio del método. No creo necesario insistir sobre un tema que será
frecuentemente tratado a lo largo de este curso y sobre el que presentaré
nuevas consideraciones en la lección próxima.
Éste debe ser el primer gran resultado de la filosofía positiva: la
manifestación por la experiencia de las leyes que acompañan en su ejecución
a nuestras funciones intelectuales y por consiguiente el conocimiento
preciso de las reglas generales convenientes para proceder con seguridad a la
búsqueda de la verdad.
Una segunda consecuencia no menos importante, y de un mayor interés,
que el establecimiento de la filosofía positiva definida en este discurso está
necesariamente destinada a producir en nuestros días, es la de presidir la
reforma general de nuestro sistema de educación.
Las mentes más clarividentes reconocen ya unánimemente la necesidad
de reemplazar nuestra educación europea, todavía teológica, metafísica
y literaria, por una educación positiva conforme al espíritu de nuestra época
y adaptada a las necesidades de la civilización moderna. Las diversas
tentativas que desde hace un siglo se han multiplicado, en especial en estos
últimos años, para extender y para aumentar la instrucción positiva y a las
cuales los diversos gobiernos europeos siempre han prestado su apoyo,
cuando no han sido ellos los que han tomado la iniciativa, testimonian que
por todas partes se desarrolla el sentimiento espontáneo de esta necesidad.
Pero, y aun secundando con entusiasmo estas útiles empresas, no se debe
olvidar que en el estado actual de nuestras ideas no se puede lograr el
objetivo principal: la regeneración fundamental de la educación general,
porque la excesiva especialidad y el pronunciado aislamiento que caracteri-
zan aún nuestra manera de concebir y de trabajar las ciencias influyen en
gran medida en la manera de exponerlas en la enseñanza. Si alguien

42
hoy quisiera estudiar las principales partes de la filosofía natural, con el fin
de formarse un sistema general de ideas positivas, estaría obligado a estudiar
por separado cada una de ellas, de la misma manera y con la misma
intensidad que si quisiera convertirse en un especialista de la astronomía, de
la química, etc., lo que convierte a este tipo de educación en algo casi
imposible y demasiado imperfecto, incluso para los más dotados y en las
mejores circunstancias. Esta manera de proceder, referida a la educación
general, result:1, pue,, quimérica. Y sin embargo, exige, sin ninguna duda,
un conjunto de concepciones positivas sobre todas las dases de fenómenos
naturales. Este conjunto debe llegar a ser, pese a todo, en una escala más
o menos extensa, la base permanente de t,Jdas las combinaciones pedagógi-
cas, incluso para Lis masas populares. La que debe en fin constituir el
espíritu general de nucstrns descendientes. Para que b filosofía natural
complete la regeneración, ya ran prepaoda de nuestro sistema intelectual,
es indi,pensable que las dift:n·n·,cs ciencias de las que se compone,
presentadas a rodas las mentes como ramas diversa; de un tronco único,
sean reducidas, ante todo, a lo que constituve su espiritu, es decir, a sus
métodlls princip.1l-:, y a sus resultados más importantes. Solamente así, la
enseñanza de las ciencias puede llegar a ser, entre nosotros, la base de una
nueva educacior. general auténticamente racional. El que tras esta instruc-
ción funJament:il vengan los diversos estudios científicos especializados,
correspondieme, a la, distintas educaciones especiales que deben seguir
a esta educac·inn general, es algo de lo que eviderm:mente no se puede
dudar. Pero la consideración <0Sencial que he pretendido señalar aquí
consisce en que todas estas especialidades, acumuladas incluso con grandes
dificuitadcs, resultarían insuficientes para renova:- realmente el sistema de
nuestra educación, si no estuvieran fundadas sobre la base previa de esta
enseñanz.1 general, resultado directo de la filosofía positiva definida en este
discurso.
El e:.rndio especial de las generalidades científicas no <>lo está destinado
a reorganizar la educación, sino que también debe contribuir al progreso
esp_ecial de cada ciencia positiva por separado, lo que comtituye la tercera
propiedad fundamental que me he propuesto señalar.
La, divisiones que establecemos entre la, ciencia,, sin llegar a ser
arbitrarias como algunos creen, sí son e,,encialmeme artificiales. En reali-
dad, ei ubjetiYo de nuestros esfuerzos es uno solo; lo dividimos únicamente
con b intención de evitar dificultades par"; mejor resohc: las.' Sucede más de
una va, que a pesar d.: nuestras d,visioncs clá,ic:is, hay cuestiones
importantes que exigirían una ,omb,nacion de di,rinws puntos de vista

~. S-:gumi.1 rct,;b dd Mctodo de Dt\-_,.:.1ne-,: ,Dividir cada unJ. Je las dificultades que
pos:blL· y ·.1,mo ·,e rcqu:ric~t' para su mejor resolución))
cx.1.mi1«1.St', l'll ta11u-, p;1rt<.:s como tueL¡
(Disrnrso del Método, Bihlioteca de Iniciación Filosólica, Aguilar, 1968, pág. 65).

43

..
i
especializados, lo cual no puede suceder en la constituc1on actual del
mundo del saber, lo que contribuye a dejar ciertos problemas sin solución
durante más tiempo del que sería necesario. Este inconveniente se presenta
sobre todo en los puntos más esenciales de cada una de las ciencias positivas.
Se pueden citar abundantes ejemplos, algunos de los cuales se irán
presentando cuidadosamente según el desarrollo de este curso lo exija.
Podría citar del pasado un ejemplo memorable, al considerar la maravi-
llosa concepción de Descartes respecto a la geometría analítica. Este
descubrimiento fundamental, que cambió la faz de la ciencia matemática
y en el cual hay que ver el verdadero germen de todos los grandes progresos
posteriores, ¿es acaso algo distinto del resultado de un acercamiento entre
dos ciencias concebidas hasta entonces por separado? Pero más definí tí va
será la observación sí la llevamos a problemas aún pendientes.
Me limitaré a escoger, de la química, una doctrina tan importante como la
de las proporciones definidas. Desde luego, la memorable discusión
suscitada en nuestros días, referente al principio fundamental de esta teoría,
no podría ser vista, cualesquiera que sean sus apariencias, como irrevoca-
blemente terminada. No se trata simplemente de una mera cuestión
química. Creo que se puede adelantar que para obtener, a este respecto, una
decisión totalmente definitiva, es decir, para determinar si se debe conside-
rar como ley de la naturaleza el hecho de que las moléculas se combinen
necesariamente en números fijos, será indispensable recurrir al punto de
vista químico y al punto de vista fisiológico. Según la opinión de los más
destacados químicos que han contribuido a la formación de esta teoría, lo
más que se puede decir es que esta combinación molecular se da de una
manera constante en la composición de los cuerpos inorgánicos, pero
también es cierto que no sucede lo mismo en los compuestos orgánicos a los
que parece imposible aplicar este principio. Así pues, antes de erigir esta
teoría en un principio realmente fundamental, ¿ no será conveniente
reflexionar sobre esta gran excepción? ¿Acaso no tendrá este mismo
carácter general, el hecho de que en todos los cuerpos organizados se den
siempre números variables? Sea como fuere, un nuevo orden de considera-
ciones, pertenecientes por igual a la química y a la fisiología, es evidente-
mente necesario, para solucionar de alguna manera este gran problema de la
filosofía natural.
Me parece oportuno señalar aún un segundo ejemplo de la misma
naturaleza, que, aunque refiriéndose a un tema más particular, es mucho
más concluyente para demostrar la importancia especial de la filosofía
positiva en la solución de los problemas que exigen la combinación de varias
ciencias. También lo tomamos de la química. Se trata de determinar la
cuestión, aún indecisa, de sí el nitrógeno ha de ser considerado, en el estado
actual de nuestros conocimientos, como un cuerpo simple o como un

44
cuerpo compuesto. Sabido es que el ilustre Berzelius ha llegado a constras-
tar la opinión de casi todos los químicos actuales, en lo que se refiere a la
simplicidad de este gas, con consideraciones puramente químicas. Pero hay
que señalar en especial, puesto que el mismo Berzelius así lo confiesa, la
gran influencia que en él ha tenido la observación fisiológica según la cual
los animales que se alimentan de materias no nitrogenadas encierran en la
composición de sus tejidos tanto nitrógeno como los animales carnívoros.
Así pues, parece evidente, según esto, que para decidir si el nitrógeno es
o no un cuerpo simple, hay que hacer intervenir a la fisiología y combinar
con las consideraciones químicas propiamente dichas, una serie de nuevas
investigaciones sol;,re la relación que existe entre la composición de los
cuerpos vivos y su modo de alimentación.
Sería superfluo multiplicar los ejemplos sobre estos problemas de
naturaleza mútiple, que sólo se pueden resolver por la íntima combinación
de varias ciencias que hasta hoy se estudian de una manera completamente
independiente. Con los citados es suficiente para resaltar la importancia de
la función que debe cumplir, en el perfeccionamiento de cada ciencia
natural, la filosofía positiva, destinada en primer lugar a organizar de una
manera permanente tales combinaciones, que sin ella no se formarían de la
manera adecuada.
Por último, una cuarta y última propiedad fundamental que debo
destacar desde este mismo momento en la que he llamado filosofía positiva
y que merece, sin duda, una especial atención, ya que es la más importante
en la práctica, es que ella puede ser considerada como la única base sólida de
la reorganización social, que debe terminar con el estado de crisis en que se
encuentran desde hace tiempo las naciones más civilizadas. La última parte
de este curso estará especialmente dedicada a establecer esta proposición,
desarrollándola en toda su amplitud; pero este esquema que intento
presentar aquí carecería de uno de sus elementos característicos si renuncia-
ra a señalar esta consideración tan esencial.
Algunas simples reflexiones serán suficientes para justificar lo que en
principio parece demasiado ambicioso.
No será a los lectores de esta obra a quienes pretenderé demostrar que las
ideas gobiernan y perturban el mundo, o dicho de otra manera, que todo el
mecanismo social reposa finalmente en las ideas. Los lectores saben que la
ingente crisis política y moral de las sociedades actuales se debe en última
instancia a la anarquía intelectual. Nuestro mal más grave consiste en esa
profunda divergencia que actualmente existe entre los espíritus, de todas las
máximas fundamentales, cuya invariabilidad es la condición primera de un
verdadero orden social. Mientras todas las mentes individuales no se
adhieran, con un sentimiento unánime, a un cierto número de ideas
generales, capaces de formar una doctrina social común, es indudable que

45
el estado de las naciones continuará siendo esencialmente revolucionario,
a pesar de todos los paliativos políticos que puedan ser adoptados, los cuales
no come¡;uirán sino instituciones provisionales." Por la misma razón, es
cierto que si estos espíritus son capaces de conseguir esta comunión de
principios, las instituciones convenientes aflorarán, sin dar lugar a ninguna
grave d;storsión, ya que el mayor desorden quedará disipado con este solo
hecho. En esto, pues, debe centrarse la mayor atención de todos aquellos
que sienten la importancia de un estado de cosas verdaderamente normal.
Desde el punto de vista que hemos alcanzado a través de las diversas
consideranones expl1esus en este discurso, nos será fácil caracterizar con
toda cíaríJad y en su µrofundidad el estado presente de las sociedades, y a la
vez, deducir de qué manera se las puede cambiar esencialmente. Ateniéndo-
me a la ley fundamental enunciada al principio de estas páginas, creo poder
resumir exactamente toda, las observaciones relativas a la situación actual
de la sociedJd, diciendo simplemente que el desorden de las inteligencias en
que nos encuntramos se debe, en último análisis, al empleo simultáneo de
las tres filosofías radicalmente incompatibles: la filosofía teológica, la
filosofía metafísica y la filosofía positiva. Resulta evidente que si una
cualqmera de estas tres filosofías obtuviera una preponderancia universal
y completa, habría un orden social determinado, mientras que el mal
consiste ~n ia ausencia de una verdadera organización. La coexistencia de
estas tres filosofías opuestas impide por completo el entendimiento sobre
cualqui,·r punto esencial. Así pues, si esta manera de ver es correcta,
únicamente se tratará de saber cuál de las tres filosofías puede y debe
prevale,er, por ley natural; todo hombre sensato deberá esforzarse en
conscgu Ir el triunfo de esta filosofía, sin tener en cuenta cuáles hayan sido,
antes de un análisis serio de la cuestión, sus opiniones particulares.
Reducidu d problema a estos simples términos, no se puede permanecer
mucho tiempo en la incertidumbre, ya que es evidente por toda clase de
razones, algun,1s de las cuales y de las más importantes ya he señalado en
este discurso, que únicamente la filosofía positiva está llamada a prevalecer
según d curso ordinario de las cosas. Es la única que a lo largo de los siglos
siempre ha estado en constante progreso, mientras que sus antagonistas
están en continua decadencia. Sea esto como fuere, poco importa: el hecho
general es incuestiunable y suficiente. Puede ser deplorado, pero no se le
puede destruir, m por tanto descuidar, sin el riesgo de entregarse a especula-
ciones dusorias. Est:1 revolución general del espíritu humano está hoy casi
enteramente cumplida: sólo resta, como ya he explicado, completar la
filosofía positiva abarcando tambiér: los tenómenos sociales y a continua-
ción resumirla en un solo cuerpo de d·}-:,rinJ homogénea. Cuando este

9. Recuérdese que estas páginas fueron escritas en 1830.

46
doble trabajo esté suficientemente avanzado, el triunfo de la filosofía
positiva se realizará espontáneamente y se restablecerá el orden en la
sociedad. La preferencia tan pronunciada que casi todas las mentes, desde
las más preparadas a las menos dotadas, conceden hoy a los conocimientos
positivos, sobre las especulaciones vagas y rústicas, hace presagiar la
enorme acogida que tendrá esta filosofía, cuando adquiera la única cualidad
que todavía le falta: su carácter de generalidad conveniente.
En resumen, la filosofía teológica y la filosofía metafísica se-disputan hoy
una tarea demasiado superior a las fuerzas de que disponen: reorganizar la
sociedad; únicamente entre ellas subsiste aún la lucha a este respecto. La
filosofía positiva no ha intervenido hasta el momento en la disputa, sino
para criticar a ambas y para desacreditarlas por completo. Coloquémosla al
fin en situación de tomar un papel activo, sin inquietarse por más tiempo de
debates por lo demás inútiles. Al completar la vasta operación intelectual
comenzada por Bacon, Descartes y Galileo, construimos directamente el
sistema de ideas generales que esta filosofía está destinada a hacer prevalecer
indefinidamente en la especie humana, y la crisis revolucionaria que
atormenta a los pueblos civilizados estará terminada.
Éstos son los cuatro puntos de vista principales sobre los que la filosofía
positiva ejerce una sana influencia, y que sirven de complemento esencial
a la definición general que he tratado de exponer.
Antes de terminar, quiero retenerles un instante la atención para aclarar
algunas nociones, que podrán evitar que se forme de antemano una opinión
errónea sobre la naturaleza de este curso.
Cuando he asignado como finalidad de la filosofía positiva el resumir en
un solo cuerpo de doctrina homogénea la totalidad de los conocimientos
adquiridos, relativos a los diferentes órdenes de fenómenos naturales,
quedaba lejos de mi pensamiento el querer proceder al estudio general de
estos fenómenos, considerándolos a todos como efectos diversos de un
principio único; como sujetos a una misma y única ley. Aunque trataré en
especial esta cuestión en la lección próxima, quiero aclararla desde este
momento, para prevenir las observaciones mal fundamentadas que podrían
dirigirme aquellos que por una falsa apreciación clasificaran este curso en-
tre las tentativas de explicación universal, que vemos aparecer día a día por
parte de estudiosos completamente ajenos a los métodos y a los conocimien-
tos científicos. No vamos a hacer aquí algo parecido; el desarrollo de este
curso será la prueba evidente para todos aquellos a quienes estas explicacio-
nes hayan podido dejar aún algunas dudas al respecto.
Estoy perfectamente convencido de que las tentativas de explicación
universal de todos los fenómenos por una ley única, son totalmente
quiméricas, incluso aquellas que han sido intentadas por los científicos más
competentes. Creo que los medios de que dispone el espíritu humano son

47
aún demasiado débiles y el universo demasiado complicado para que esta
perfección científica esté jamás a nuestro alcance; por otra parte, pienso que
se suele formar generalmente una idea demasiado exagerada de las ventajas
que de ella resultarían si es que ésta fuera alcanzable. En cualquier caso me
parece evidente que, visto el estado actual de nuestros conocimientos,
estamos aún demasiado lejos de que tales tentativas puedan ser razonables
antes de un largo período de tiempo, porque si esto fuera posible, no podría
ser de otro modo que coordinando todos los fenómenos naturales a la ley
positiva más general que conociéramos, por ejemplo, la ley de la gravitación
universal, que coordina ya todos los fenómenos astronómicos con una
parte de los de la física terrestre. Laplace ha expuesto una teoría según la
cual los fenómenos químicos serían simples efectos moleculares de la
atracción newtoniana modificada por la figura y la posición mutua de sus
átomos. Pero, aun sin contar con la indeterminación en que quedaría
seguramente esta concepción, debido a la ausencia de datos esenciales
relativos a la constitución interna de los cuerpos, es casi seguro que la
dificultad de aplicarla sería tan grande que obligaría a mantener como
artificial la división hoy existente como natural entre la astronomía y la
química. Por tanto, esta idea de Laplace hay que tomarla como un mero
juego filosófico, incapaz de ejercer ninguna influencia útil para el progreso
de la ciencia química. Más aún, suponiendo como vencida esta enorme
dificultad, no se habría conseguido la unidad científica, ya que habría que
unir a continuación a la misma ley, al conjunto de los fenómenos
fisiológicos, lo cual, por supuesto, no sería la parte más fácil de la tentativa,
y sin embargo la hipótesis que acabamos de ver es, si bien se la considera, la
que más favorece esta unidad tan deseada.
No creo que sean necesarios más detalles para aclarar que el objetivo de
este curso no consiste en absoluto en presentar todos los fenómenos
naturales como idénticos en el fondo, salvo la variedad de sus circunstan-
cias. La filosofía positiva sería más perfecta si esto pudiera ser así. Pero esta
condición no es necesaria, ni para su formación sistemática, ni tan siquiera
para la realización de las grandes y ventajosas consecuencias a las que está
destinada. No hay más unidad indispensable que la unidad de método, la
cual puede y debe existir y se encuentra en su mayor parte establecida. En
cuanto a la doctrina no es necesario que sea única: es suficiente con que sea
homogénea. Así pues, desde el doble punto de vista de la unidad de método
y de la homogeneidad de la doctrina, consideramos en este curso las
diversas clases de teorías positivas. Aunque la tendencia sea la de reducir al
máximo el número de leyes generales necesarias para la explicación positiva
de los fenómenos naturales, lo cual es, en efecto, el objetivo filosófico de la
ciencia, siempre consideraremos como temeraria la aspiración, incluso en
un futuro lejano, de reducirlas exclusivamente a una sola.

48
He intentado en este discurso determinar, tan exactamente como me ha
sido posible, el objetivo, el espíritu y la influencia de la filosofía positiva. He
señalado también la meta hacia la que han tendido y tenderán mis estudios,
ya sea en este curso, ya sea en cualquier otra ocasión. Nadie está tan
profundamente convencido como yo de la insuficiencia de mis fuerzas
intelectuales, aunque éstas fuesen muy superiores a su valor real, para dar
respuesta a una tarea tan amplia y tan elevada. Pero lo que no puede hacer ni
una sola inteligencia, ni en una sola vida, puede ser claramente propuesto
por una sola persona. Ésta es toda mi ambición.
Una vez expuesto el verdadero objetivo de este curso, es decir, una vez
fijado el punto de vista bajo el que consideraré las distintas partes de la
filosofía natural, completaré en la próxima lección estos prolegómenos
generales, pasando a la exposición del plan, es decir, a la determinación del
orden enciclopédico que se debe establecer entre las diversas clases de
fenómenos naturales, y por consiguiente entre las ciencias positivas corres-
pondientes.
.

'
'

LECCIÓN SEGUNDA

SUMARIO. Exposición del plan de este curso, o consideraciones generales


sobre la jerarquía de las ciencias positivas.

Una vez caracterizadas tan exactamente como me ha sido posible en la


lección anterior las consideraciones que han de presentarse en este curso
acerca de las principales partes de la filosofía natural, hay que determinar
ahora el plan a seguir: la clasificación racional más conveniente que se deba
establecer entre las diferentes ciencias positivas fundamentales, para des-
pués estudiarlas sucesivamente desde el punto de vista que hayamos fijado.
Este segundo tema es indispensable para terminar de conocer el verdadero
espíritu de este curso.

l. PRINCIPIOS DE UNA CLASIFlCACIÓN POS!TIV A DE LAS CIENCIAS

Es de suponer que no voy a tratar de hacer la crítica, por desgracia


demasiado fácil, de las numerosas clasificaciones que desde hace dos siglos
se vienen proponiendo, realizadas todas por el sistema general de los
conocimientos humanos, considerado en toda su extensmn. Hoy estamos
plenamente convencidos de que todas las escalas enciclopedicas construi-
das, como las de Bacon y d' Alembert, que siguen una dístmc1on cualquiera
de las diversas facultades del espíritu humano, son, de por s1, radicalmente
erróneas e incluso tienen más de sutil que de real, ya que nuestro
entendimiento en cada una de sus actividades emplea simultáneamente
todas sus facultades principales. En cuanto al resto de las clasificaciones

51
propuestas, es suficiente observar que las diversas discusiones suscitadas al
respecto han tenido por resultado definitivo el mostrar, en cada una,
algunos errores fundamentales, de tal manera que ninguna ha podido
obtener el asentimiento unánime y que existen, al respecto, casi tantas
opiniones como individuos hay que las defienden. Estas diversas tentativas
han estado en general tan mal concebidas, que involuntariamente han
provocado en la mayor parte de las mentes serias una prevención desfavora-
ble hacia toda empresa de este género.
Sin detenernos en un hecho tan evidente, más interesante resulta
investigar sus causas. Así se puede explicar fácilmente la radical imperfec-
ción de estas tentativas enciclopédicas que con tanta frecuencia se han
renovado hasta el momento. No es necesario hacer observar que el
descrédito general en el que han caído los estudios de este tipo es debido a la
poca solidez de las primeras realizaciones, cuyas clasificaciones han sido
pensadas a menudo por inteligencias casi completamente ajenas al conoci-
miento de los objetos que habían de clasificar. Sin hacer hincapié en esta
consideración personal, existe otra más importante basada en la naturaleza
misma del tema, y que muestra claramente por qué no ha sido posible hasta
el momento llegar a una concepción enciclopédica verdaderamente satisfac-
toria. Se trata del defecto de la homogeneidad que siempre ha existido, hasta
estos últimos tiempos, entre las distintas partes del sistema intelectual, unas
llegadas ya al estado positivo, otras enclavadas aún en el estado teológico
o metafísico. En un estado de cosas tan incoherente resulta evidentemente
imposible establecer ninguna clasificación racional. ¿Cómo es posible
disponer de un sistema único con concepciones tan profundamente contra-
dictorias? Contra esta dificultad, todos los clasificadores han chocado, sin
que ninguno haya podido superarla. Sin embargo, para cualquiera que
conozca la auténtica situación del espíritu humano, le resultará evidente que
tal empresa era prematura y que no podrá ser realizada con éxito nada más
que cuando nuestras principales concepciones hayan llegado al estado
positivo.
Esta condición fundamental, que hoy ya se puede ver cumplida, según
quedó dicho en la lección anterior, permite que se proceda a una disposición
verdaderamente racional y permanente de un sistema cuyas partes son
finalmente homogéneas.
Por otra parte, la teoría general de las clasificaciones, establecidas en estos
últimos tiempos por los trabajos filosóficos de los botánicos y de los
zoólogos, permite augurar un éxito real en un trabajo semejante, ofrecién-
donos una guía cierta con el verdadero principio fundamental del arte de
clasificar que hasta ahora no había sido concebido con claridad. Este
principio es una consecuencia necesaria de la aplicación directa del método
positivo a la cuestión misma de las clasificaciones, la cual, como cual-

52
quier otra, debe ser tratada por observación, en lugar de ser resuelta
con consideraciones a priori. Consiste en que la clasificación debe salir
del estudio mismo de los objetos que se han de clasificar y debe ser de-
terminada, por las afinidades reales y la coordinación natural de ellos, de
tal manera que esta clasificación sea en sí misma la expresión del hecho más
general, manifestada por la comparación profunda de los objetos que
abarca.
Aplicando esta regla fundamental al caso nuestro, procederemos a la
clasificación de las ciencias positivas, siguiendo la dependencia mutua qúe
efectivamente se da entre ellas. Y esta dependencia, para ser real, no puede
resultar más que de la que existe entre los fenómenos correspondientes.
Pero antes de proceder, con tal espíritu de observación, a esta importante
operación enciclopédica, es indispensable, para no perdernos en un trabajo
tan extenso, delimitar, con mayor precisión que la que hasta ahora hemos
empleado, el tema de la clasificación propuesta.
Todos los trabajos humanos son o de especulación o de acción. Así pues,
la división más general de nuestros conocimientos reales consiste en
distinguirlos en teóricos y en prácticos. Si consideramos esta primera
división, resulta evidente que sólo de los conocimientos teóricos deberemos
ocuparnos en un curso de la naturaleza del presente, ya que no se trata en
absoluto de observar el sistema entero de las concepciones humanas, sino
únicamente de aquellas concepciones fundamentales acerca de los diversos
órdenes de fenómenos que proporcionan una base sólida a todas nuestras
restantes combinaciones, sean éstas cuales fueren, y que a su vez no están
basadas en ningún sistema intelectual antecedente. Así pues, para este
trabajo, únicamente la especulación es la que debemos considerar y la
aplicación sólo por lo que puede tener de esclarecedora respecto a la
primera. Seguramente, es esto lo que entendía Bacon, aunque imperfecta-
mente, por filosofía primera, cuando afirma que ésta es algo que debe
extraerse del conjunto de las ciencias y que tan diversa como extrañamente
ha sido interpretada por los metafísicos que se propusieron comentar su
pensamiento.
Sin duda, cuando se contempla el conjunto <le trabajos de toda índole
realizado por la especie humana, debe interpretarse el estudio de la
naturaleza como algo destinado a proporcionar la verdadera base racional
de la acción del hombre sobre ella, ya que el conocimiento de las leyes de los
fenómenos, cuyo resultado constante es el de hacérnoslos prever, puede
conducirnos a modificarlos en nuestro provecho. Nuestros medios natura-
les y directos <le obrar sobre los cuerpos que nos rodean son extremada-
mente débiles y completamente desproporcionados para nuestras necesida-
des. Siempre que se ha realizado alguna acción importante, ha sido debido
únicamente a que el conocimiento de las leyes naturales nos ha permitido

53
introducir, entre las determinadas circunstancias que concurren al cumpli-
miento de los diversos fenómenos, algunos elementos modificadores que,
aunque débiles en sí mismos, son suficientes en algunos casos para hacer
variar en provecho nuestro los resultados definitivos del conjunto de las
causas exteriores. En resumen: la ciencia, para prever; la pre-visión, para
·obrar: ésta es la fórmula más simple, que expresa de una manera exacta la
relación general de la ciencia y el arte tomando estas dos expresiones en su
total acepción. 1º
Pero, a pesar de la importancia capital de esta relación que nunca debe ser
olvidada, sería formarse de las ciencias una idea demasiado imperfecta d
concebirlas únicamente como base de las artes, lo cual es demasi1do
frecuente en nuestros días. Cualesquiera que sean los inmensos servic:im
prestados a la industria por las teorías científicas, si bien, como dice Bacon,
la potencia ha de ser necesariamente proporcionada al conocim1enro, 11 no
debemos olvidar que las ciencias tienen ante todo un destino m,Ís ele,adc,
cual es el de satisfacer el deseo fundamental que manifiesta nuestra
inteligencia de conocer las leyes de los fenómenos. Para darse CL1enta dt: lo
profundo e imperativo que es este deseo, sería suficiente considerar por un
momento los efectos fisiológicos del asombro, 12 y pensar que b más terrible
sensación que podemos experimentar es la que se produce siempre que un
fenómeno parece contradecir las leyes naturales que nos son familiares. Este
deseo de disponer los hechos en un orden que podamos concebir con
facilidad (lo cual es el objeto propio de todas las teorías cientíÍicas_) es tan
inherente a nuestra organización, que si no acertamos a satisfacerlo con
concepciones positivas, recaeremos inevitablemente en las explicaciones
teológicas y metafísicas a las cuales ese deseo dio origen, comu ya he
expuesto en la lección anterior.
Debo señalar expresamente, desde este momento, una consideración que
se repetirá frecuentemente a lo largo del curso, con el fin de ver h necesid,lJ
de prevenirse contra la excesiva influencia de las costumbres actuales, que
tienden a impedir la formación de ideas justas y nobles Jcerca de' la
importancia y el destino de las ciencias. Si la potencia preponderante de
nuestra organización no llegara a corregir, aunque fuera involuntariamente,
en el espíritu de los sabios, lo que a este respecto existe de incompiew
y estrecho en la tendencia general de nuestra época, la intdigencia humana,
limitada a no ocuparse más que de las tareas susceptibles de una utilidad
práctica inmediata, se encontrará, como ha señalado justamente Condorccr,

10. En el Discurso, o.e., pág. 60: «El verdadero espíritu pv"itivo com,i~re, ..,uGrt todo, en ver
para prever, en estudiar lo qut' t"•,, para deducir lo que será, :,,egún el dogma general Je- la
invariabilidad de las leves naturaie~».
11. Bacon:" Tantu~ possimus, quantum scimus». «Sáentia et potentia, in unum coincid1mr".
12. Alusión probable a la palabra de Aristóteles: «El asombro es el comienzo de la ciencia".

54
completamente detenida en su progreso, incluso en esas aplicaciones a las
que hubiera sacrificado imprudentemente, los trabajos puramente especu-
lativos; pues las aplicaciones más importantes se derivan de teorías
formadas con una mera intención científica y las cuales, frecuentemente,
han sido estudiadas durante muchos siglos sin producir ningún resultado
práctico. Se puede citar un ejemplo notable sacado de las excelentes
especulaciones de los geómetras griegos, acerca de las secciones cónicas,
que tras una larga serie de generaciones han servido, al determinar la
renovación de la astronomía, para conducir finalmente el arte de la
navegación al grado de perfección que ha alcanzado en estos últimos tiempos,
el cual no hubiera sido logrado sin los trabajos puramente teóricos de
Arquímedes y de A polonio; Condorcet ha dicho con razón a este respecto:
«El marino que se salva del naufragio, gracias a una exacta observación de la
longitud, debe la vida a una teoría imaginada dos mil años antes por hombres
de ingenio que trataban simples especulaciones geométricas.»"
Resulta evidente que una vez concebido, de una manera general, el
estudio de la naturaleza como base racional para la acción sobre ella, el
espíritu humano debe proceder a los trabajos teóricos haciendo completa
abstracción de cualquier consideración práctica; nuestros medios para
descubrir la verdad son tan débiles, que si no los concentramos exclusiva-
mente para este fin, y si al buscar la verdad, nos imponemos al mismo
tiempo la condición ajena de encontrar en ella una utilidad práctica
inmediata, nos será casi imposible alcanzarla.
Sea como fuere, es cierto que el conjunto de nuestros conocimientos
sobre la naturaleza, y el de los procedimientos que de ellos deducimos para
modificarla en nuestro beneficio, constituyen dos sistemas esencialmente
distintos en sí mismos que hay que concebirlos y elaborarlos por separado.
Por otra parte, siendo el primer sistema la base del segundo, es evidente que
en un estudio metódico sea aquél quien deba ser considerado en primer
lugar, incluso aunque se propusiera abarcar la totalidad de los conocimien-
tos humanos tanto de aplicación como de especulación. Este sistema
teórico, me parece que debe constituir hoy el tema de un curso racional de
filosofía positiva: al menos, así lo concibo. Sin duda sería posible imaginar
un curso más amplio que tratara a la vez de las generalidades teóricas y de las
generalidades prácticas. Pero no creo que tal empresa, aparte de su gran
extensión, pudiera ser tratada convenientemente en el estado actual de la
inteligencia humana. Me parece, en efecto, que para ello se exige previamen-
te un trabajo más importante y de una naturaleza muy particular, que aún
no ha sido hecho, cual es el de formar, siguiendo las teorías científicas
13. Comte cita de memoria. El texto exacto dice: « ••• Una teoría que, por una cadena de
verdades, se remonta a descubrimientos hechos en la escuela de Platón, y que durante veinte
siglos han sido enteramente inútiles» (Tableau, IX' época, final. Condorcet).

55
propiamente dichas, unas concepciones especiales destinadas a servir de
base directa a los procedimientos generales de la práctica.
En el grado de desarrollo alcanzado por nuestra inteligencia, las ciencias
no se aplican inmediatamente a las artes, al menos en los casos más
perfeccionados; existe, entre estos dos órdenes de ideas, un orden interme-
dio que, aún mal determinado en su carácter filosófico, resulta más evidente
cuando se considera la clase social que de él se ocupa. Entre los investigado-
res propiamente dichos, y los directores efectivos de los trabajos de
producción, comienza a formarse en nuestros días una clase intermedia, la
de los ingenieros, cuya especial misión es la de organizar las relaciones entre
la teoría y la práctica. Sin ocuparse de hacer progresar los conocimientos
científicos esta clase los considera en su estado presente para deducir de
ellos las aplicaciones industriales de que son susceptibles. Tal es, al menos,
la tendencia natural de las cosas, si bien existe aún al respecto demasiada
confusión. El cuerpo de doctrina propio para esta nueva clase y que debe
consistir en la teoría sobre las diferentes artes, podría, sin duda, dar Jugar
a consideraciones filosóficas de gran interés y de una importancia real. Pero
un trabajo que abarcara estas nuevas teorías y aquellas otras basadas en las
ciencias propiamente dichas, sería hoy un trabajo prematuro, pues estas
doctrinas intermedias entre la teoría pura y la práctica directa, no están aún
formadas: no existen hasta el momento más qve algunos elementos
imperfectos relativos a las ciencias y a las artes más avanzadas y que
permiten únicamente concebir la naturaleza y la posibilidad de tales
trabajos para el conjunto de las operaciones humanas. Así se debe entender
la teoría de Monge, por citar aquí el ejemplo más importante, el cual afirma
que la geometría descriptiva no es otra cosa sino una teoría general de las
artes de la construcción. A medida que el desarrollo natural de este curso lo
permita, pondré empeño en indicar sucesivamente el corto número de ideas
análogas ya formadas y de resaltar su importancia. Por el momento es
evidente que concepciones tan incompletas no deben entrar como parte
esencial en un curso de filosofía positiva, que no debe abarcar, en la medida
de lo posible, más que las doctrinas con carácter fijo y claramente
determinado.
Fácilmente se puede imaginar la dificultad de construir estas doctrinas
intermedias que acabo de indicar, si consideramos que cada arte depende no
solamente de una determinada ciencia, sino de varias a la vez, de tal manera
que las artes más importantes están auxiliadas directamente por casi todas
las ciencias principales. Así, la verdadera teoría sobre la agricultura, por
ceñirme al caso más esencial, exige una íntima combinación de conocimien-
tos fisiológicos, químicos, físicos e incluso astronómicos y matemáticos;
igual sucede con las bellas artes. Según esta consideración, se comprende
fácilmente por qué estas teorías no se han podido aún formar, ya que

56

J
r
,,1

suponen el previo desarrollo de todas las ciencias fundamentales. Esto


constituye un nuevo motivo de renunciar a este orden de ideas, en un curso
de filosofía positiva, pues, lejos de contribuir a la formación sistemática de
esta filosofía, las teorías generales apropiadas a las principales artes deben
por el contrario ser razonablemente una de las consecuencias más útiles de
su construcción.
Resumiendo, en este curso hay que considerar únicamente las teorías
científicas y no sus aplicaciones. Ahora bien, antes de proceder a la
clasificación metódica de sus diferentes partes, fáltame exponer, respecto
a las ciencias propiamente dichas, una distinción importante que acabará de
delimitar netamente el tema propio del estudio que nos estamos propo-
niendo.
Hay que distinguir, en relación a todos los órdenes de fenómenos, dos
clases de ciencias naturales: unas abstractas, generales, que tienen por
objeto el descubrimiento de las leyes que rigen las diversas clases de
fenómenos, considerando todos los casos que se puedan imaginar; las otras,
concretas, particulares, descriptivas, y a las que algunas veces se las llama
ciencias naturales propiamente dichas, que consisten en la aplicación de
estas leyes a la historia efectiva de los diferentes seres existentes. Las
primeras son, pues, fundamentales; únicamente sobre ellas tratarán los
estudios de este curso. Las otras, cualquiera que fuere su importancia, no
son en realidad más que secundarias y no deben, por consiguiente, formar
parte de un trabajo de por sí demasiado extenso y que nos obliga a limitarlo
al máximo.
La distinción precedente no puede ofrecer ninguna obscuridad a las
mentes que tengan algún conocimiento especial de las distintas ciencias
positivas, ya que esta distinción es más o menos equivalente a la que se
enuncia en casi todos los tratados científicos al comparar la física dogmática
con la historia natural propiamente dicha. Unos ejemplos serán suficientes
para esclarecer esta división, cuya importancia no es aún lo suficientemente
apreciada.
Se podrá apreciar claramente, al comparar por un lado la fisiología
general, y por otro la zoología y la botánica propiamente dichas. Son, por
supuesto, dos trabajos de un carácter distinto el estudiar en general las leyes
de la vida, o el determinar el modo de existencia de cada ser vivo en
particular. Este segundo estudio está basado necesariamente en el primero.
Sucede lo mismo con la química en su relación con la mineralogía. La
primera es evidentemente la base racional de la segunda. En la química se
consideran todas Lis combinaciones posibles de las moléculas y en todas las
circunstancias imaginables. En mineralogía se consideran únicamente
aquellas combinaciones existentes en la constitución real del globo terrestre
y bajo la influencia de las únicas circunstancias que le son propias. Lo

57
que muestra con toda claridad la diferencia entre el punto de vista químico
y el punto de vista mineralógico, aunque las dos ciencias se ocupen de los
mismos objetos: la mayor parte de los hechos tratados en la primera no
tienen más que una existencia artificial, de tal manera que un cuerpo como el
cloro o el potasio podrá tener gran importancia en la química por la
extensión y la energía de sus afinidades, mientras que en mineralogía
carecerá por completo de importancia, y recíprocamente, un compuesto
como el granito o el cuarzo, sobre los que tratan la mayor parte de las
consideraciones mineralógicas, no ofrecerá para la química más que un
interés mediocre.
Lo que hace aún más patente la necesidad lógica de esta distinción
fundamental entre las dos grandes secciones de la filosofía natural, es que no
solamente cada sección de la física concreta supone el estudio previo de la
sección correspondiente de la física abstracta, sino que exige, incluso, el
conocimiento de las leyes generales relativas a toda clase de fenómenos. Por
ejemplo, no sólo el estudio especializado de la tierra, considerada desde
todos los puntos de vista que pueda presentar, exige el previo conocimiento
de la física y de la química, sino que ni siquiera podría ser bien realizado sin
introducir, por un lado, los conocimientos astronómicos, y por otro, los
conocimientos fisiológicos; de forma que el sistema entero de las ciencias es
necesario para este estudio. Sucede lo mismo con todas y cada una de las
ciencias naturales propiamente dichas. Precisamente por este motivo, la
física concreta ha hecho tan escasos progresos reales, ya que no se la ha
podido estudiar de una manera verdaderamente racional, más que a conti-
nuación de la física abstracta, y cuando todas las ramas principales de ésta ya
han tomado un carácter definitivo, lo cual ha sucedido únicamente en
nuestros días. Hasta ahora, no se ha podido más que recoger materiales, más
o menos incoherentes al respecto, los cuales son aún muy incompletos. Los
hechos conocidos no podrán ser coordinados de manera que formen
verdaderas teorías especializadas, de los diferentes seres del universo, más
que cuando esa distinción fundamental señalada más arriba sea profunda-
mente sentida y regularmente organizada y cuando los sabios entregados al
estudio de las ciencias naturales propiamente dichas hayan reconocido la
necesidad de fundamentar sus investigaciones sobre un conocimiento
profundo de todas las ciencias fundamentales, condición que hoy aún está
muy lejos de verse cumplida.
El examen de esta condición confirma claramente por qué debemos en
este curso de filosofía positiva reducir nuestras consideraciones al estudio
de las ciencias generales, sin abarcar al mismo tiempo las descriptivas
o particulares. Se ve así aparecer una nueva característica esencial de este
estudio propio de las generalidades de la física abstracta: el de propor-
cionar la base racional de una física concreta verdaderamente sistemática.

58
En el estado actual de la inteligencia humana, se da una especie de
contradicción en pretender reunir en un solo y único curso las dos clases de
ciencias. Se puede decir además que cuando la física concreta haya
alcanzado el grado de perfección de la física abstracta y cuando, por
consiguiente, sea posible en un curso dé filosofía positiva abarcar a la vez la
una v la otra, será necesario incluso comenzar por la sección abstracta, que
seguirá siendo la base invariable de la otra. Resulta claro, por lo demás, que
el estudio de las generalidades de las ciencias fundamentales es lo suficiente-
mente amplio en sí mismo, como para que sea preciso limitar en la medida
de lo posible todas las consideraciones que no sean indispensables; por
tanto, aquellas relativas a las ciencias secundarias serán siempre, suceda lo
que suceda, de un género distinto. La filosofía de las ciencias fundamenta-
les, presentando un sistema de especulaciones positivas acerca de todos los
órdenes de conocimientos reales, es suficiente en sí misma para constituir la
filosofía primera que buscaba Bacon y que, estando destinada a servir de
base permanente a codas las especulaciones humanas, debe de ser cuidado-
samente reducida a la más simple expresión.
No creo necesario insistir más, en este momento, en una discusión en la
que tendré demasiadas ocasiones de insistir a Jo largo del curso. La
explicación precedente es lo bastante amplia como para motivar la manera
en que he delimitado el tema general de nuestras consideraciones.
Como re,,dtado de todo lo que se ha expuesto en esta lección vemos:
1) que la ciencia humana se compone en su conjunto de conocimientos
e5peculativos y de conocimientos de aplicación, y únicamente de los pri-
meros nos debemos ocupar aquí; 2) que los conocimientos teóricos o cien-
cia, propiamente dichas se dividen en ciencias generales y ciencias particula-
res, y sólo del primer orden nos ocuparemos aquí y nos limitaremos ala física
abstracta, cualquiera que fuere el interés que ofrezca la física concreta.
Una vez delimitado el objeto de este curso, resultará fácil proceder a una
clasificación racional auténticamente satisfactoria de las ciencias fundamen-
tales, lo que constituye el problema enciclopédico, objeto especial de esta
lección.
Ante todo hay que reconocer que, por muy natural que pueda ser una
clasificación, siempre encerrará necesariamente alguna cosa, si no arbitra-
ria, al menos artificial, de manera que presenten una verdadera imperfección.
En efecto, el objetivo principal que hay que considerar en todo trabajo
enciclopédico es el de disponer las ciencias en un orden, cuya sucesión
natural siga a su dependencia mutua, de tal manera que se las pueda exponer
sucesivamente sin caer nunca en el menor círculo vicioso. Por tanto, es una
condición que me parece imposible cumplir de una manera completamen-
te rigurosa. Permítaseme dar alguna explicación al respecto, ya que la
considero importante para caracterizar la auténtica dificultad de la investi-

59
gación que nos ocupa actualmente. Esta consideración, además, me dará la
oportunidad de establecer, en relación a la exposición de nuestros conoci-
mientos, un principio general del que más tarde presentaré frecuentes
aplicaciones.
Toda ciencia puede ser expuesta siguiendo dos vías radicalmente distin-
tas: la vía histórica y la vía dogmática. Otra posible vía sería el resultado de la
combinación de éstas.
Por el primer procedimiento se exponen sucesivamente los conocimien-
tos en el mismo orden natural en que el espíritu humano los ha obtenido
y adoptando, en la medida de lo posible, los mismos caminos.
Por el segundo, se presenta el sistema de las ideas tal como hoy podría ser
concebido por un solo espíritu, el cual, situado en un punto de vista
conveniente y provisto de los conocimientos suficientes, se ocuparía de
rehacer la ciencia en su conjunto.
El primer modo, evidentemente, es el punto de partida obligado del
estudio de toda ciencia naciente, pues presenta la propiedad de no exigir
para la exposición de los conocimientos ningún nuevo trabajo distinto del
de su formación, reduciéndose toda la didáctica a estudiar sucesivamente,
en su orden cronológico, las diversas obras originales que han contribuido
al progreso de esta ciencia.
El modo dogmático, que supone, por el contrario, que todos esos
trabajos particulares han sido refundidos en un sistema general, para ser
presentados siguiendo un orden lógico más natural, no es aplicable más que
a una ciencia que haya llegado a un alto grado de desarrollo. Pero a medida
que la ciencia hace progresos, el orden histórico de exposición se hace cada
vez más impracticable, debido al excesivo número de capítulos intermedios
que sería necesario conocer; mientras que el orden dogmático se hace cada
vez más posible e incluso necesario, debido a que las nuevas concepciones
permiten presentar los descubrimientos anteriores desde un punto de vista
más directo.
Así, por ejemplo, la educación de un geómetra en la Antigüedad consistía
simplemente en el estudio sucesivo del escaso número de tratados originales
escritos hasta entonces acerca de las diferentes partes de la geometría, que se
reducían esencialmente a los tratados de Arquímedes y de A polonio; por el
contrario, un geómetra moderno ha terminado su educación sin haber leído
una sola obra original, excepto las relativas a los descubrimientos más
recientes que sólo de esta manera se pueden conocer.
La tendencia constante del espíritu humano, en lo que a la exposición de
los conocimientos se refiere, es pues la de substituir cada vez más el orden
histórico por el orden dogmático, que es el único conveniente en el estado
perfeccionado de nuestra inteligencia.
El problema general de la educación intelectual consiste en hacer llegar en

60

j
poco tiempo a una sola mente, a menudo mediocre, al mismo grado de
desarrollo que ha sido alcanzado, a lo largo de mucho tiempo, por un gran
número de inteligencias superiores dedicadas durante toda su vida y con
todas sus fuerzas al estudio de un mismo tema. Resulta evidente, según esto,
aunque sea infinitamente más fácil y más corto aprender que inventar, sería
ciertamente imposible alcanzar el objetivo propuesto, si se quisiera obligar
a cada inteligencia individual a pasar sucesivamente por las mismas etapas
intermedias que ha debido seguir necesariamente el genio colectivo de la
especie humana. De aquí se deduce la indispensable necesidad del orden
dogmático y sobre todo hoy, en lo que se refiere a las ciencias más
avanzadas, cuyo modo ordinario de exposición no ofrece casi ningún dato
sobre la historia efectiva de sus aspectos más concretos.
Hay que añadir, sin embargo, para evitar toda exageración, que cualquier
modo real de exposición consiste inevitablemente en una cierta combina-
ción del orden dogmático con el orden histórico, siendo el primero quien
debe dominar constantemente. El orden dogmático, en efecto, no puede ser
seguido de una manera muy rigurosa, puesto que si este orden exige una
nueva elaboración de los conocimientos adquiridos, no es aplicable en cada
época de la ciencia a las partes formadas recientemente, cuyo estudio
reclama un orden esencialmente histórico y no presenta, por lo demás, en
estos casos, los inconvenientes principales por los que se le rechaza en
general.
La única imperfección fundamental que se podría reprochar al orden
dogmático es la de ignorar cómo se han formado los diversos conocimien-
tos humanos, lo cual, aunque distinto de la adquisición de estos conoci-
mientos, es en sí de más alto interés para todo espíritu filosófico. Esta
consideración tendría a mi manera de ver demasiado peso, si realmente
fuera un motivo en favor del orden histórico. Pero es bastante claro que no
hay más que una relación aparente entre estudiar una ciencia siguiendo el
llamado orden histórico y conocer la historia efectiva de esta ciencia.
En efecto, no solamente las diversas partes de la ciencia separadas en el
orden dogmático no se han desarrollado, simultáneamente y bajo una
mutua interdependencia, lo cual haría preferir el orden histórico, sino que,
considerando en su conjunto el desarrollo efectivo del espíritu humano, se
ve que las diferentes ciencias de hecho se han perfeccionado al mismo
tiempo y mutuamente; se ve asimismo que los progresos de las ciencias y los
de las artes" han dependido unos de otros por innumerables influencias
recíprocas, y además todos han estado estrechamente unidos al desarrollo
general de la sociedad humana. Esta amplia interrelación es tan real, que
a veces para conocer la generación efectiva de una teoría científica, el

14. Ciencias y Artes significan aquí, ciencias reóric.1'> y ciencias aplicada\.

61
espíritu se ve obligado a considerar el perfeccionamiento de algún arte que
no tenga con ella ninguna relación racional, o incluso algún progreso
particular en la organización social sin el cual este descubrimiento no
hubiera podido producirse. Veremos más adelante numerosos ejemplos.
Resulta, pues, que no se puede conocer la verdadera historia de cada ciencia,
es decir, la formación real de los descubrimientos de los cuales se compone,
sino estudiando de manera general y directa la historia de la humanidad. Por
ello, todos los documentos recogidos hasta ahora sobre la historia de las
matemáticas, de la astronomía, de la medicina, etc., etc., por muy valiosos
que sean, no pueden ser tenidos más que como materiales.
El pretendido orden histórico de exposición, aunque pudiese ser seguido
rigurosamente para los detalles de cada ciencia en particular, sería hipotéti-
co y abstracto en su aspecto más importante, es decir, al considerar el
desarrollo de esta ciencia como algo aislado. Lejos de aclarar la verda-
dera historia de la ciencia, lo que haría sería concebir una opinión muy
falsa.
Estamos plenamente convencidos de que el conocimiento de la historia
de las ciencias es de la mayor importancia. Pienso, incluso, que no se conoce
completamente una ciencia mientras no se conozca su historia. Pero este
estudio hay que concebirlo como algo enteramente separado del estudio
propio y dogmático de la ciencia, sin el cual esta historia no sería inteligible.
Consideraremos, pues, con mucho cuidado la historia real de las ciencias
fundamentales que van a ser objeto de nuestras meditaciones, pero
únicamente en la última parte de este curso, la relativa al estudio de los
fenómenos sociales, será donde se tratará el desarrollo general de la
humanidad, del cual la historia de las ciencias constituye la parte más
importante, por más que hasta ahora sea la parte más olvidada. En el estudio
de cada ciencia, las consideraciones históricas incidentes tendrán un
carácter netamente distinto, de manera que no alteren la naturaleza propia
de nuestro trabajo principal.
La discusión anterior, que se ampliará más adelante, tiende a precisar de
antemano, presrntándolo bajo un nuevo punto de vista, el auténtico
espíritu de este curso. Pero sobre todo se pretende con ello determinar
exactamente las condiciones que han de imponerse y que deben cumplirse
en la construcción de una escala enciclopédica de las diversas ciencias
fundamentales.
Se ve, en efecto, que por muy perfecta que pueda suponerse esta
clasificación, nunca podrá estar conforme con la marcha histórica de las
ciencias. En cualquier caso, no se podrá evitar por completo el presentar
como anterior una determinada ciencia, que sin embargo, en algunos
aspectos particulares más o menos importantes, se apoyará en nociones de
otra ciencia clasificada en un escalón posterior. Hay que procurar única-

62
r
'
mente que este inconveniente no afecte a las concepciones características de
cada ciencia, ya que entonces la clasificación sería viciosa.
Así, por ejemplo, me parece incuestionable que en el sistema general de
las ciencias, la astronomía deba colocarse antes que la física propiamente
dicha, y sin embargo, muchas partes de ella, sobre todo la óptica, son
indispensables para la exposición completa de la primera.
Tales defectos secundarios, que son estrictamente inevitables, no preva-
lecerán contra una clasificación que cumpla convenientemente las condicio-
nes principales. Estos defectos atañen más a lo que de artificial haya en
nuestra división del trabajo intelectual.
Sin embargo, aunque según las explicaciones precedentes no debamos
tomar el orden histórico como base de nuestra clasificación, no hay que
olvidar que es una propiedad esencial de la escala enciclopédica que voy
a proponer, su conformidad general con el conjunto de la historia científica;
en este sentido, a pesar de la simultaneidad real y continua del desarrollo de
las diferentes ciencias, aquellas que serán clasificadas entre las primeras
serán, en efecto, más antiguas y estarán más desarrolladas que las presenta-
das en los últimos lugares. Así debe suceder si tomamos como principio de
clasificación el encadenamiento lógico y natural de las diversas ciencias,
siendo el punto de partida de la especie, el mismo que el del individuo.
Para determinar con toda la precisión posible la dificultad exacta del
problema enciclopédico que hemos de resolver, creo útil introducir una
consideración matemática, muy sencilla, que resumirá el conjunto de razo-
namientos expuestos hasta aquí en esta lección. Veamos en qué consiste.
Nos proponemos clasificar las ciencias fundamentales. Pronto veremos
que, bien considerado, no es posible distinguir menos de seis; gran parte de
científicos admitirían incluso un número mayor. Aceptado esto, se sabe que
seis objetos implican 720 combinaciones diferentes. Las ciencias fundamen-
tales podrían dar lugar a 720 clasificaciones distintas, entre las cuales se trata
de escoger la clasificación, necesariamente única, que satisfaga al máximo
las principales condiciones del problema. Vemos que a pesar del gran
número de escalas enciclopédicas, sucesivamente propuestas hasta el
presente, la discusión afecta a un escaso número de disposiciones posibles,
y sin embargo, puedo asegurar, sin ninguna exageración, que examinando
cada una de estas 720 clasificaciones, no habría una sola que no tuviera
grandes razones en su favor; pues al observar las diversas disposiciones que
han sido propuestas, se observan entre ellas las más extremas diferencias:
ciencias que han sido colocadas por unos a la cabeza del sistema filosófico,
han sido colocadas por otros en la extremidad opuesta, y viceversa. Así
pues, la dificultad exacta de la cuestión que nos proponemos consiste en
escoger un único orden verdaderamente racional entre el gran número de
sistemas posibles.

63
II. CLASIFICACIÓN DE LAS SEIS CIENCIAS FUNDAMENTALES

Abordando ya de una manera directa este gran problema, recordemos que


para llegar a una clasificación natural y positiva de las ciencias fundamenta-
les, debemos buscar su principio en la comparación de los diversos órdenes
de fenómenos, lo cuales tienen unas leyes cuyo descubrimiento constituye 1
1
el objeto de estas ciencias. Lo que queremos determinar es la dependencia
real de los distintos estudios científicos. Ahora bien, esta dependencia no 1 i
puede resultar más que de la correspondiente de sus fenómenos. 1

Al considerar, desde este punto de vista, todos los fenómenos observa-


bles, veremos que es posible clasificarlos en un pequeño número de
categorías naturales, dispuestas de tal manera que el estudio racional de cada
una de ellas está basado en un conocimiento de las leyes principales de la
categoría precedente, la que a su vez se convierte en fundamentó del estudio
de la siguiente. Este orden está determinado por el grado de simplicidad,
o lo que es lo mismo, por el grado de generalidad de los fenómenos, de
donde resulta _su dependencia sucesiva, y en consecuencia, la facilidad más
o menos grande de su estudio.
Parece claro a priori que los fenómenos más simples, los que son menos
complicados que los otros, son a su vez los más generales; porque lo que se
observa en el mayor número de casos, está por esto mismo muy alejado de
las circunstancias propias de cada caso aislado. Hay que comenzar, pues,
por el estudio de los fenómenos más generales o más simples, procediendo
sucesivamente después hasta llegar a los fenómenos más particulares o más
complicados, si queremos concebir la filosofía natural de una manera
verdaderamente metódica, pues este orden de generalidad o de simplicidad
que determina necesariamente el encadenamiento racional de las diversas
ciencias fundamentales por la dependencia sucesiva de sus fenómenos, fija
también su grado de facilidad.
Aún debo añadir una consideración auxiliar, ya que converge con todas
las precedentes, y es que los fenómenos más generales o más simples, siendo
necesariamente los más ajenos al hombre, deben por esta razón ser
estudiados con una disposición de espíritu más tranquila, más racional, lo
cual constituye un nuevo motivo para que las ciencias correspondientes se
desarrollen más rápidamente.
Habiendo ya indicado cuál es la regla fundamental que debe presidir la
clasificación de las ciencias, pasaré inmediatamente a la construcción de la
escala enciclopédica, según la cual el plan de este curso será determinado,
y que cada cual podrá fácilmente apreciar con la ayuda de todas las
consideraciones anteriores.
Una primera mirada al conjunto de los fenómenos naturales nos lleva
a dividirlos según el principio que acabamos de establecer, en dos grandes

64
'grupos: el primero comprende todos los fenómenos de los cuerpos brutos,
· y el segundo, todos los de los cuerpos organizados.
Estos últimos son evidentemente más complicados y más particulares
que los otros; dependen de los primeros, quienes por el contrario no
~ dependen en absoluto de éstos. De aquí la necesidad de no estudiar los
.~ fenómenos fisiológicos más que después de los de los cuerpos inorgánicos.
1 De cualquier manera que se expliquen las diferencias de estas dos clases de
seres, siempre será cierto que en los cuerpos vivos se observan todos los
fenómenos, ya sean mecánicos o químicos, que se observan en los cuerpos
brutos, pero añadiendo un orden muy especial de fenómenos, los llamados
vitales, que son los que atañen a su organización. No se trata de analizar
aquí si estas dos clases de cuerpos son o no son de la misma naturaleza,
problema insoluble demasiado agitado en nuestros días, por lo que queda
de influencia de las costumbres teológicas y metafísicas; tal problema no
afecta a la filosofía positiva, que hace profesión de ignorar por completo la
naturaleza interna de cualquier cuerpo. Pero es indispensable considerar
a los cuerpos brutos y a los cuerpos vivos como algo de naturaleza
diferente, para reconocer la necesidad de la separación de sus estudios. Sin
duda, las ideas no están aún suficientemente claras sobre la manera de
concebir los fenómenos de los cuerpos vivos. Pero, cualquiera que sea el
partido que se tome al respecto, como consecuencia de los recientes
progresos de la filosofía natural, la clasificación que establezcamos no ha de
verse en ningún caso afectada. En efecto, acéptese, si se quiere, que los
fenómenos fisiológicos son simples fenómenos mecánicos, eléctricos o quí-
micos, modificados por la estructura y la composición de los cuerpos
organizados: nuestra división seguiría vigente, porque siempre será cierto,
incluso aceptando esta hipótesis, que los fenómenos generales deben
estudiarse antes de proceder al examen de las modificaciones especiales que
se manifiestan en algunos seres del universo, como consecuencia de una
disposición particular de sus moléculas. Así, la división que hoy está basada
en la diversidad de las leyes, así lo aceptan la mayor parte de los
investigadores, deberá mantenerse indefinidamente a causa de la subordina-
ción de los fenómenos y como consecuencia de sus estudios, aunque alguna
vez pudiera establecerse un cierto acercamiento entre las dos clases de
cuerpos.
Pero no es éste el momento de desarrollar en sus diversas partes esencia-
les la comparación general entre cuerpos brutos y cuerpos vivos, lo cual
será el tema especial de la sección fisiológica de este curso. Baste, por ahora,
haber reconocido la necesidad lógica de separar la ciencia relativa a los
primeros y la relativa a los segundos, y de no proceder al estudio de la fí-
sica orgánica sino tras haber establecido las leyes generales de la física
inorgánica.

65
Pasemos ahora a la determinación de la subdivisión principal de que es
susceptible, según la misma regla, cada una de estas dos grandes mitades de
la filosofía natural. Para la física inorgánica, vemos en primer lugar,
conforme siempre al orden de generalidad y de dependencia de los
fenómenos, que ha de ser dividida en dos secciones distintas, según se
consideren los fenómenos generales del universo, o aquellos que se
presentan en los cuerpos terrestres. De aquí, la física celeste o astronomía,
ya sea geométrica, ya sea mecánica, y la física terrestre. La necesidad de esta
división es exactamente igual a la an'terior.
La filosofía natural debe comenzar con el estudio de los fenómenos
astronómicos, que son los más generales, los más simples, los más
abstractos de todos, ya que las leyes a que están sujetos influyen sobre las de
los otros fenómenos, de las cuales, éstas al contrario son completamente
independientes. En todos los fenómenos de la física terrestre se observan,
en primer lugar, los efectos generales de la gravitación universal, además de
otros que les son propios y que modifican los primeros. Se deduce que
cuando se analiza el fenómeno terrestre más simple, no sólo un fenómeno
químico, sino incluso simplemente mecánico, lo vemos más compuesto que
el fenómeno celeste más complicado. Así, por ejemplo, el simple movi-
miento de un cuerpo pesado, incluso aunque no se trate de un sólido,
presenta, cuando se tienen en c:uenta todas las circunstancias determinantes,
un tema de investigación más complicado que cualquier problema astronó-
mico por muy difícil que éste sea. Semejante consideración muestra
claramente la necesidad de separar la física celeste de la física terrestre y de
no proceder al estudio de la segunda sino tras haber estudiado la primera,
que es su base racional.
La física terrestre, a su vez, se subdivide según el mismo principio en dos
partes tnuy distintas, según se traten los cuerpos desde el punto de vista
mecánico o desde el punto de vista químico. De aquí, física propiamente
dicha y química. Esta última, para ser considerada de una manera metódica,
supone el previo conocimiento de la otra, pues todos los fenómenos 1

químicos son más complicados que los fenómenos físicos. Dependen de •


1
éstos y no influyen sobre ellos. Todo el mundo sabe que una acción química
está somentida en primer lugar a la influencia del peso, del calor, de la
electricidad, etc., y presenta además alguna cosa propia que modifica la
acción de los agentes precedentes. Esta consideración, que demuestra
claramente que la química sigue a la física, la presenta además como una
ciencia distinta. Pues cualquier opinión que se adopte respecto a las
afinidades químicas, y aunque no se viera en ellas más que modificaciones
de la gravitación general producida por la figura y por la disposición mutua
de sus átomos, seguiría siendo incuestionable que la nécesidad de con-
siderar estas condiciones especiales, no permitirían tratar a la quí-

66
mica como un simple apéndice de la física. Se estará obligado en cualquier
caso, aunque nada más sea por la facilidad de su estudio, a mantener la
división y la dependencia que se observa hoy referente a la· heterogenei-
dad de los fenómenos.
Ésta es, pues, la distribución racional de las principales partes de la ciencia
general de los cuerpos brutos. U na división análoga se establece en la ciencia
general de los cuerpos organizados.
Todos los seres vivos presentan dos órdenes de fenómenos esencialmente
distintos, los relativos al individuo y los que conciernen a la especie, sobre
todo cuando ésta es sociable. Esta distinción es fundamental, sobre todo
respecto al hombre. El último orden de fenómenos es evidentemente
más complicado y más particular que el primero; depende de éste sin influir
en él. De aquí, dos grandes apartados en la física orgánica: la fisiología
propiamente dicha y la física social que está basada en la primera."
En todos los fenómenos sociales se observa en primer lugar la influencia
de las leyes fisiológicas del individuo y alguna otra cosa: particular que
modifica los efectos y que afecta a la acción de unos individuos sobre otros,
especialmente complicada en la especie humana debido a la acción de una
generación sobre la siguiente. Es cierto que para estudiar, como es debido,
los fenómenos sociales, hay que partir de un profundo conocimiento de las
leyes relativas a la vida individual. Por otro lado, esta subordinación
necesaria entre los dos estudios no implica, como algunos fisiólogos de
primer orden han creído, que la física social sea un simple apéndice de la
fisiología. Aunque los fenómenos sean ciertamente homogéneos, no son
idénticos, y la separación de las dos ciencias es de una importancia capital.
Pues sería imposible hacer el estudio colectivo de la especie como una
simple deducción del estudio del individuo, ya que las condiciones sociales
que modifican la acción de las leyes fisiológicas son precisamente su
consideración más esencial. Así, la física social debe basarse en un cuerpo de
observaciones directas que le sea propio, siempre considerando como
conviene su íntima relación con la fisiología propiamente dicha.
Fácilmente se podría establecer una simetría entre la división de la física
orgánica y esta últimamente expuesta para la física inorgánica: la distinción
vulgar de la fisiología propiamente dicha en vegetal y animal. Sería fácil, en
efecto, relacionar esta subdivisión con el principio de clasificación que
estamos siguiendo, ya que los fenómenos de la vida animal se presentan, en
general, como más complicados y m_ás especiales que los de la vida vegetal.
Pero la investigación de esta simetría concreta entrañaría algo de pueril, si
ignorara o exagerara las analogías reales o las diferencias efectivas de los

15. El término Sociología ha sido introducido por Comte hacia el final de su curso (Lec-
ción XLVII, 1838).

67
fenómenos. Así pues, es cierto que la distinción entre fisiología vegetal
y fisiología animal, que tiene gran importancia en la que he llamado física
concreta, carece en absoluto de importancia para la física abstracta, la única
que aquí se considera. El conocimiento de las leyes generales de la vida, que
debe ser, según creo, el verdadero objeto de la fisiología, exige la considera-
ción simultánea de toda la serie orgánica sin distinguir entre vegetal
y animal, distinción que, por lo demás, va desapareciendo día a día,
a medida que los fenómenos se estudian de una manera más profunda.
Insistimos, pues, en no considerar más que una sola división de la física
orgánica, aunque hayamos establecido dos en la física inorgánica.
Resulta de esta discusión que la filosofía positiva está dividida en cinco
ciencias fundamentales, cuya sucesión viene determinada por una subordi-
nación necesaria e invariable, basada, independientemente de toda opinión
hipotética, en la simple comparación de los fenómenos correspondientes;
éstas son: la astronomía, la física, la química, la fisiología y la física social."
La primera considera los fenómenos más generales, más simples, más
abstractos y más alejados de la humanidad; influye sobre todas las otras
y no es influenciada por las demás. Los fenómenos considerados por la
última son, por el contrario, los más particulares, los más complicados, los
más concretos y los más directos para el hombre; depende más o menos de
todas las precedentes, sin ejercer sobre ellas ninguna influencia. Entre estos
dos extremos, los grados de especialidad, de complicación y de personali-
dad de los fenómenos aumentan gradualmente, de la misma manera que su
dependencia es sucesiva. Ésta es la íntima relación que la observación
filosófica, convenientemente empleada, y no las vanas distinciones arbitra-
rias, establece entre las diversas ciencias fundamentales. Éste debe ser el
plan del curso.
No he podido ofrecer aquí la exposición de las consideraciones principa-
les sobre las que reposa esta clasificación. Para comprenderla del todo, será
necesario, tras haberla visto de una manera general, examinarla con respecto
a cada ciencia fundamental por separado. Esto será lo que haremos
cuidadosamente al comenzar el estudio especial de cada parte de este curso.
La construcción de esta escala enciclopédica, tomada sucesivamente a partir
de cada una de las cinco grandes ciencias, le hará adquirir exactitud y sobre
todo hará más evidente su solidez. Estas ventajas se harán además más
patentes, cuando veamos la distribución interna de cada ciencia, según el
mismo principio, lo que presentará todo el sistema de los conocimientos
humanos descompuesto hasta en sus detalles secundarios, siguiendo
siempre una consideración única: la del grado de abstracción más o menos
16. No son cinco ciencias, sino seis, ya que hay que añadir las matemáticas. Comte las añade
al final de esta lección. Más adelante aún añadirá una séptima ciencia, la moral. A su muerte,
preparaba dos volúmenes sobre la Moral Positiva.

68
grande de las concepciones correspondientes. Pero este trabajo, aparte de
que nos llevaría demasiado lejos, estaría fuera de lugar en esta lección, en la
que nuestro espíritu debe mantenerse en el nivel más general de la filosofía
positiva.

III. CUATRO APLICACIONES DE LA CLASIFICACIÓN DE LAS CIENCIAS

Para apreciar tan completamente como sea posible la importancia de esta


jerarquía de las ciencias, de la cual haré continuas aplicaciones a lo largo del
curso, voy a señalar inmediatamente sus propiedades generales más esen-
ciales.
Hay que señalar, como una verificación muy decisiva de la exactitud de
esta clasificación, su conformidad esencial, con la coordinación, en cierta
manera espontánea, que implícitamente se halla admitida por los científicos
dedicados al estudio de las diferentes p.artes de la filosofía natural.
Es una condición, normalmente descuidada por los constructores de
escalas enciclopédicas, la de presentar como diferentes las ciencias que a lo
largo del tiempo el espíritu humano ha tratado, sin un empeño premedita-
do, separadamente, y la de establecer entré ellas una subordinación que sea
conforme a las relaciones positivas que manifiesta su desarrollo cotidiano.
Este acuerdo, sin embargo, es el índice más seguro de una buena clasifica-
_ción, puesto que las divisiones surgidas espontáneamente, en el sistema
científico, han sido determinadas por el sentimiento, largo tiempo manifes-
tado, de las auténticas necesidades del espíritu humano, sin que se hayan
perdido en generalidades viciosas.
Pero, aunque la clasificación aquí propuesta cumpliese enteramente esta
condición, lo cual sería superfluo de demostrar, no se debería concluir que
las normas, establecidas a través de la experiencia por los hombres de
ciencia, harían inútil el trabajo enciclopédico que acabamos de realizar.
Estas normas únicamente dieron una posibilidad a esta operación, que por
lo demás presenta la diferencia fundamental de ser una especulación racio-
nal y no una clasificación meramente empírica. Además es necesario que esta
clasificación sea concebida y sobre todo seguida con toda precisión y que su
importancia sea convenientemente apreciada; será suficiente para conven-
cerse, el considerar las graves infracciones que se cometen todos los días
contra esta ley enciclopédica con gran perjuicio para el espíritu humano.
Un segundo carácter, muy esencial, de nuestra clasificación es el estar
conforme con el orden efectivo del desarrollo de la filosofía natural. Es así
como se verifica todo lo que se sabe de la historia de las ciencias, en especial
en estos dos últimos siglos, en los que podemos seguir su marcha con más
exactitud.

69
Se comprende, en efecto que el estudio racional de cada ciencia funda-
mental, por exigir el conocimiento previo de rodas aquellas que la preceden
en nuestra jerarquía enciclopédica, no ha podido hacer progresos reales
y tomar su auténtico carácter más que tras el gran desarrollo de las ciencias
anteriores, que tratan de fenómenos más generales, más abstractos, menos
complicados e independientes de todos los otros. Así es como esta
progresión, aunque simulcánea, ha tenido lugar.
Esta consideración me parece tan importante, que creo que sin ella no es
posible comprender la historia del espíritu humano. La ley general que
domina esta historia, y que he expuesto en la lección anterior, no puede
entenderse bien si no se la combina en la práctica con la fórmula
enciclopédica que acabamos de establecer. Siguiendo el orden enunciado en
esta fórmula es como las teorías humanas han alcanzado sucesivamente el
estado teológico en primer lugar, luego el metafísico y por último el estado
positivo. Si no se tiene en cuenta en el uso la ley de esta progresión necesaria,
se caerá a menudo en dificultades que parecerán insuperables, ya que resulta
evidente que el estado teológico o el metafísico de ciertas teorías fundamen-
tales han coincidido temporalmente e incluso aún coinciden con el estado
positivo de aquellas que son anteriores en nuestro sistema enciclopédico, lo
cual produce en la verificación de la ley general una obscuridad que sólo se
puede disipar con la clasificación precedente.
En tercer lugar, esta clasificación ofrece la destacada propiedad de señalar
la perfección exacta de las diferentes ciencias, la cual consiste esencialmente
en el grado de precisión de los conocimientos y su coordinación, más
o menos íntima.
Fácil es comprender que, según los fenómenos son más generales, más
simples y más abstractos, menos dependen de los otros y más precisos son
los conocimientos que a ellos se refieren, a la par que su coordinación puede
. ser más completa. Así, los fenómenos orgánicos implican un estudio a la vez
menos exacto y menos sistemático que los fenómenos de los cuerpos
brutos. De igual manera, en la física inorgánica, los fenómenos celestes,
vista su gran generalidad y su independencia con respecto a los otros, han
dado lugar a una ciencia mucho más precisa y mucho más coherente que la
de los fenómenos terrestres.
Esta observación, tan singular en el estudio efectivo de las ciencias y que
a menudo ha creado esperanzas quiméricas o injustas comparaciones, se
halla completamente explicada con el orden enciclopédico que he estableci-
do. Tendré ocasión, naturalmente, de darle toda la extensión que merece en
la lección próxima, al mostrar que la posibilidad de aplicar al estudio de los
diversos fenómenos, el análisis matemático, el cual es el medio más seguro
de proporcionar a este estudio el más alto grado posible de precisión y de
coordinación, se encuentra exactamente determinado por el lugar que

70
ocupan estos fenómenos en mi escala enciclopédica. No quiero pasar
adelante sin prevenir al lector contra un error muy grave, que no por tosco
es menos frecuente. Consiste en confundir el grado de precisión de nuestros
diferentes conocimientos con su grado de certeza, de donde resulta el
peligroso prejuicio de que siendo el primero muy desigual, deba suceder lo
mismo con el segundo. Así, se habla todavía hoy, aunque cada vez con
menos frecuencia, de la desigual certeza de las diversas ciencias, lo que
conduce a desalentar el estudio de aquellas que son más difíciles. Sin
embargo, está bien claro que la precisión y la certeza son dos cualidades
muy diferentes. U na proposición completamente absurda puede ser extre-
madamente precisa, como por ejt>mplo decir que la suma de los ángulos de
un triángulo es igual a tres rectos. Y una proposición muy cierta puede ser
de una precisión mediocre, como por ejemplo cuando se afirma que todo
hombre morirá. Si según esta explicación, las diversas ciencias deben
presentar una precisión muy desigual, no sucede en absoluto lo mismo con
su certeza. Cada una puede ofrecer resultados tan ciertos como los de las
restantes, siempre que sepa sacar sus conclusiones con el grado de precisión
que implican los fenómenos correspondientes, condición que no siempre es
fácil de cumplir. En una ciencia cualquiera, todo aquello que es simplemen-
te conjetura, no es sino más o menos probable, y no es precisamente esto lo
que compone su dominio esencial; todo aquello que es positivo, es decir,
basado en hechos bien constatados, es cierto: no hay posibilidad de
distinción a este respecto.
Por último, la propiedad más interesante de nuestra fórmula enciclopédi-
ca, debido a su importancia y a la cantidad de sus aplicaciones inmediatas, es
la de determinar directamente el auténtico plan general de una educación
científica, enteramente racional, lo cual se aplica prácticamente con la
simple ejecución de la fórmula.
Parece evidente, en efecto, que ames de empezar el estudio metódico de
alguna de las ciencias fundamentales, hay que estar preparado mediante el
estudio de aquellas otras que traten de los fenómenos anteriores en nuestra
escala enciclopédica, ya que éstos influyen siempre de una manera decisiva
sobre aquellos otros de los que nos proponemos conocer sus leyes. Esta
consideración es tan notable, que a pesar de su enorme importancia
práctica, no creo tener que insistir, en este momento, sobre un principio que
más adelante surgirá al tratar de cada ciencia fundamental. Me limitaré
únicamente a señalar que si es aplicable a la educación general, también lo
es, en particular, a la educación especializada de los hombres de ciencia.
Así, los físicos que no han estudiado previamente la astronomía, aunque
nada más fuere de una manera general; los químicos que antes de ocuparse
de su ciencia propia, no han estudiado previamente la astronomía y des-
pués la física; los fisiólogos que no se han preparado para sus trabajos

71
especializados con un estudio preliminar de la astronomía, de la física y de la
química, carecen de las condiciones fundamentales para su desarrollo
intelectual. Más evidente aún resulta para aquellos que quieren ocuparse del
estudio positivo de los fenómenos sociales sin haber adquirido previamente
un conocimiento general de la astronomía, de la física, de la química y de la
fisiología.
Como tales condiciones son raramente cumplidas en nuestros días,
y como ninguna institución regular está organizada para cumplirlas,
podemos asegurar que no existe aún para los hombres de ciencia una
educación verdaderamente racional. ·Esta consideración me parece tan
importante, que no dudo en abribuir a este vicio de nuestras educaciones
actuales el estado de imperfección extrema en que vemos aún las ciencias
más difíciles, estado auténticamente inferior al que sería necesario, para la
naturaleza más complicada de los fenómenos correspondientes."
En relación a la educación general, esta condición es aún más necesaria.
La creo tan indispensable, que veo la enseñanza científica como algo
incapaz de realizar los resultados generales más esenciales, que debería
producir en la sociedad, para la renovación del sistema intelectual, si estas
distintas partes principales de la filosofía natural, no son estudiadas en un
orden conveniente. No olvidemos que en casi todas las mentes, incluso _en
las más distinguidas, las ideas permanecen normalmente encadenadas
siguiendo el orden de su adquisición primera; por consiguiente, es un mal
irremediable el de no haber comenzado por donde se debía. En cada siglo,
no se han dado sino unos escasos pensadores capaces de hacer en su
madurez una auténtica «tabula rasa», para reconstruir por completo el
sistema entero de sus ideas adquiridas. Éste es el caso de Bacon, Descartes
y Leibniz.
La importancia de nuestra ley enciclopédica, por servir de base a la
educación científica, no puede ser convenientemente apreciada más que al
considerarla en relación al método, en lugar de considerarla únicamente,
como acabamos de hacerlo, con respecto a la doctrina.
Desde este nuevo punto de vista, la ejecución conveniente del plan
general de estudios que hemos determinado debe dar como resultado
necesario el procurarnos un conocimiento perfecto del método positivo,
que de ninguna otra manera podría ser obtenido.
En efecto, los fenómenos naturales se han clasificado de tal manera, que
aquellos que son realmente homogéneos están siempre comprendidos en un
mismo estudio, mientras que los que pertenecen a estudios diferentes,

17. Comte escribía a un «proletario positivista)): «Felicítese de no haber estudiado b


gramática, ni tan siquiera, así lo espero, la lógica.» Esto le ha evitado, añade, «esas viciada~
costumbres de la educación clásica, esa peligrosa habilidad de expresar aquello que no se siente, lo
cual es lo único que resulta de la educación actual».

72

l
r
son efectivamente heterogéneos, de donde resulta que el método positivo
general será constantemente modificado, de una manera uniforme, durante
el transcurso de una misma ciencia fundamental, y experimentará sin cesar
modificaciones diferentes y cada vez más complejas, al pasar de una ciencia
a otra. Tendremos así la certeza de considerarlo en todas las variedades
reales de que es susceptible, lo que no hubiera podido suceder si hubiéra-
mos adoptado una fórmula enciclopédica que no cumpliera con las
condiciones esenciales.
Esta nueva consideración es de una importancia capital, porque si, como
hemos visto en la última lección, resulta imposible conocer el método
positivo, cuando se le quiere estudiar separado de su uso, hoy hay que
añadir que no se puede formar de él una idea clara y exacta sino estudiando
sucesivamente y en el orden conveniente su aplicación a todas las distintas
clases de fenómeos naturales. Una sola ciencia no sería suficiente para
alcanzar este fin, aunque fuera escogida lo más juiciosamente posible, pues
sin bien el método es esencialmente idéntico para todas, sin embargo cada
ciencia desarrolla en especial alguno de sus procedimientos característicos,
cuya influencia, poco destacada en las otras ciencias, quedaría inadvertida.
Así, por ejemplo, para algunas partes de la filosofía será la observación
propiamente dicha, para otras, la experiencia o alguna clase de experiencias,
lo que constituirá el principal medio de exploración. Igualmente, un
determinado precepto general que forma parte integrante del método, fue
proporcionado primitivamente por una determinada ciencia, y aunque éste
haya podido ser utilizado por las otras, será en su fuente donde habrá que
estudiarlo para conocerlo mejor; por ejemplo, la teoría de las clasifica-
ciones.
Limitándose al estudio de una ciencia única, sin duda habría que escoger
la más perfecta, para tener un conocimiento más profundo del método
positivo. Ahora bien, siendo la más perfecta al mismo tiempo la más simple,
no se tendría del método más que un conocimiento muy incompleto, ya que
no se considerarían aquellas modificaciones esenciales que son necesarias
para adaptarse a los fenómenos más complicados. Cada ciencia fundamen-
tal tiene, pues, a este respecto unas ventajas que le son propias, lo que
prueba claramente la necesidad de considerarlas todas, so pena de formarse
unas concepciones demasiado estrechas y unos hábitos insuficientes. Como
habrá de repetirse a menudo esta consideración a lo largo del curso, inútil es
desarrollarla con más amplitud en este momento.
Sin embargo, hablando siempre del método, debo aún insistir en la
necesidad de no estudiar sólo filosóficamente las diversas ciencias funda-
mentales, sino de estudiarlas siguiendo el orden enciclopédico establecido
en esta lección. ¿Qué puede producir de racional un espíritu, a menos
que disponga de una gran superioridad natural, dedicado al estudio de

73
los fenómenos más complicados, sin haber conocido previamente, median-
te el examen de los fenómenos más simples, qué sea una ley, qué el observar,
qué una concepción positiva, qué incluso un razonamiento continuado?
:f.ste es, sin embargo, aún hoy, el camino ordinario de nuestros jóvenes
fisiólogos, que abordan de inmediato el estudio de los cuerpos vivos sin
tener más preparación que el estudio preliminar de una o dos lenguas
muertas, y no teniendo, a lo sumo, más que un conocimiento superficial de
la física y de la química, un conocimiento casi nulo del método, ya que no se
ha podido aprender de una manera racional, ni considerado el verdadero
punto de partida de la filosofía natural. Se puede imaginar cuán importante
sea reformar un plan de estudios tan viciado. Por lo mismo, y respecto a los
fenómenos sociales, que son aún más complicados, ¿no será un gran paso
por parte de las sociedades modernas, para volver a un estado verdadera-
mente normal, el haber reconocido la necesidad lógica de no proceder al
estudio de estos fenómenos, más que después de haber recorrido todo el
camino intelectual, mediante el profundo examen filosófico de todos los
fenómenos anteriores? Se puede afirmar con precisión que ésta es la
principal dificultad, ya que pocas mentes quedan hoy que no estén
convencidas de que los fenómenos sociales hay que estudiarlos según el
método positivo. Únicamente para aquellos que se ocupan, y que no saben
ni pueden saber exactamente en qué consiste este método, por no haberlo
visto en sus aplicaciones anteriores, esta máxima ha permanecido estéril
hasta el presente, para la renovación de sus teorías sociales que aún no han
salido del estado teológico o del estado metafísico, pese a los esfuerzos de
estos pretendidos reformadores positivos. Estas consideraciones serán
desarrolladas más adelante. Únicamente me limito aquí a indicarlas, para
hacer apreciar todo el alcance de la concepción enciclopédica que he
expuesto en esta lección.
Éstos son, pues, los cuatro puntos de vista principales que hacen resaltar
la importancia general de la clasificación racional y positiva, establecida más
arriba para las ciencias fundamentales.
Con el fin de completar la exposición general del plan de este curso,
fáltame considerar ahora una laguna inmensa y capital, de la que he
renunciado expresamente en mi fórmula enciclopédica, y que el lector
sin duda ya habrá observado. En efecto, en el sistema científico expues-
to no hemos tocado en absoluto el rango debido a las ciencias mate-
máticas.
El motivo de esta omisión voluntaria está en la importancia misma de .i:sta
ciencia, tan amplia y tan fundamental. La próxima lección estará entera-
mente consagrada a la determinación exacta de su verdadero carácter
general, y por consiguiente a la fijación concreta de su rango enciclopédico.
Pero para no dejar incompleto el gran cuadro que he intentado presentar en

¡
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r

esta lección, debo indicar someramente y con anticipación los resultados


generales del examen que realizaremos en la próxima lección.
En el estado actual del desarrollo de nuestros conocimientos positivos,
me parece que es interesante ver las matemáticas menos como una parte
consituyente de la filosofía natural propiamente dicha, que como la
verdadera base fundamental de toda esta filosofía, por lo menos después de
Descartes y Newton, aunque hablando exactamente sea lo uno y lo otro.
Hoy, en efecto, la ciencia matemática es bastante menos importante por los
conocimientos muy reales y muy valiosos que la componen directamente,
que como instrumento muy poderoso que puede emplear el espíritu
humano en la investigación de las leyes de los fenómenos naturales.
En una concepción, perfectamente clara y rigurosamente exacta al
respecto, veremos que las matemáticas se deben dividir en dos grandes
ciencias cuyos caracteres son esencialmente distintos: la matemática abs-
tracta o cálculo, tomando esta palabra en su más amplia extensión, y las
matemáticas concretas, que se componen, por un lado, de la geometría
general y, por otro, de la mecánica racional. La parte concreta está
necesariamente basada en la parte abstracta y, a su vez, llega a ser la base
directa de la filosofía natural, al considerar en la medida de lo posible todos
los fenómenos del universo como geométricos y mecánicos.
La parte abstracta es la única puramente instrumental, no siendo otra
cosa sino una gran extensión admirable de la lógica natural en un cierto
orden de deducciones." La geometría y la mecánica deben considerarse, por
el contrario, como verdaderas ciencias naturales, basadas como las restantes
en la observación, aunque, por la extrema simplicidad de sus fenómenos,
implican un grado infinitamente más perfecto de sistematización, lo cual ha
hecho desconocer algunas veces el carácter experimental de sus primeros
principios. Pero estas dos ciencias físicas tienen de particular que en el
estado actual del espíritu humano son y serán siempre empleadas como
método más que como doctrina.
Es, pues, evidente que al colocar las ciencias matemáticas a la cabeza de la
filosofía positiva, no hacemos más que extender la aplicación de este mismo
principio de clasificación, basado en la dependencia sucesiva de las ciencias
como resultado del grado de abstracción de sus fenómenos respectivos, que
nos ha proporcionado la serie enciclopédica establecida en esta lección. No
hacemos sino restituir a esta serie su verdadero primer término, cuya
importancia propia exigía un examen especial más desarrollado. Se ve, en
efecto, que los fenómenos geométricos y mecánicos son, entre todos, los

18. Es una lástima que Comte no hap analizado más profundamente esta lógica natural (¿se
reduce al principio de identidad?) y esta deducción (¿difiere algo del silogismo?). Tal vez temía
caer en los errores de la antigua lógica, la cual él ha borrado de la lista de las ciencias
fundamentales.

75
más generales, los más simples, los más abstractos, los más irreducibles y los
más independientes con respecto a los demás, de los cuales son por el
contrario su base. Paralelamente se concibe que su estudio sea un preliminar
indispensable al de todos los otros órdenes de fenómenos. Las matemáticas
son las que deben constituir el verdadero punto de partida de toda
educación científica y racional, ya sea general o especializada, lo cual explica
el uso universal que tiene esta ciencia desde hace tiempo, aunque antigua-
mente su uso no tuviera otra razón de ser que su primacía en el tiempo.
Debo limitarme ahora a señalar muy rápidamente estas diversas considera-
ciones, que han de ser el objeto principal de la lección siguiente.
Hemos determinado exactamente en esta lección, no según vanas
especulaciones arbitrarias, sino considerando el tema como un auténtico
problema filosófico, el plan racional que ha de guiarnos constantemente en
el estudio de la filosofía positiva. Así resulta: la matemática, la astronomía,
la física, la química, la fisiología y la física social, ésta es la fórmula
enciclopédica, que entre el gran número posible de clasificaciones de las seis
ciencias fundamentales, es la única lógicamente conforme con la jerarquía
natural e invariable de los fenómenos. No quiero insistir más en la
importancia de este resultado, que el lector debe ir haciendo familiar, para
aplicarlo continuamente a lo largo del curso.
La consecuencia final de esta lección, expresada de la manera más sencilla,
consiste en la explicación y justificación del gran cuadro sinóptico colocado
al principio de la obra [ ver páginas 77, 78 y 79], y en la construcción del cual
me he esforzado en seguir tan rigurosamente como me ha sido posible, para
la distribución interior de cada ciencia fundamental, el mismo principio de
clasificación que acaba de proporcionarnos la serie general de las ciencias.
CUADRO SINÓ~TICO DEL CONJUNTO DEL CUR-
SO DE FILOSOFIA POSITIVA DE AUGUSTO COM-
TE, antiguo alumno de la Escuela Politécnica 1

PRELIMINARES GENERALES (2):


1. Exposición del objetivo de este curso, o consideraciones generales sobre la
naturaleza e importancia de la filosofía positiva (1)
2. Exposición del plan de este curso, o consideraciones generales sobre la jerarquía
de las ciencias positivas (1)

MATEMÁTICAS (16):
Consideraciones filosóficas acerca del conjunto de la ciencia matemática (1)
Consideraciones generales acerca de:
• cálculo (6)
1. Visión general del análisis matemático (1)
2. Cálculo de las funciones directas ( 1)
3. Cálculo de las funciones inversas (2)
4. Cálculo de las variaciones ( 1)
5. Cálculo de las diferencias finitas (1)
• geometría (5):
1. Visión general de la geometría (1)
2. La geometría de los antiguos (1)
3. Concepción fundamental de la geometría analítica (1)
4. Estudio general de las líneas (1)
5. Estudio general de las superficies (1)
• mecánica racional (4):
l. Principios fundamentales de la mecánica (1)
2. Visión general de la estática (1)
3. Visión general de la dinámica (1)
4. Teoremas generales de mecánica (1)

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CIENCIAS DE LOS CUERPOS BRUTOS:
ASTRONOMÍA (9):
Consideraciones filosóficas acerca de la ciencia astronómica ( 1)
Consideraciones generales acerca de:
• astronomía geométrica (4):
1. Exposición general de los métodos de observación (1)
2. Estudio de los fenómenos geométricos de los cuerpos celestes (1)
3. Teoría del movimiento terrestre (1)
4. Leyes de Kepler (1)
• astronomía mecánica (3):
1. Ley de la gravitación universal (1)
2. Apreciación filosófica de esta ley (1)
3. Explicación de los fenómenos celestes por esta ley (1)
Consideraciones acerca de la cosmogonía positiva (1)

FíSICA (9):
Consideraciones filosóficas acerca del conjunto de la física (1)
Consideraciones generales acerca de:
• barología (1)
• termología (2):
1. Estudio experimental de los fenómenos caloríficos (1)
2. Teoría matemática de estos fenómenos (1)
• acústica ( 1)
• óptica (2)
• electrología (2)

QUfMICA (6):
Consideraciones generales acerca de la química (1)
Consideraciones generales acerca de:
• química inorgánica (3)
1. Cuadro general de la química inorgánica (1)
2. Doctrina de las proporciones definidas (1)
3. Teoría electro-química (1)
• química orgánica (2)

CIENCIAS DE LOS CUERPOS ORGANIZADOS:


FISIOLOGÍA (12):
Consideraciones filosóficas acerca del conjunto de la ciencia fisiológica (1)
Consideraciones generales acerca de:
• estructura y composición de los cuerpos vivos (1)
• clasificación de los cuerpos vivos ( 1)
• fisiología vegetal (2)
• fisiología animal (3)
• fisiología intelectual y afectiva (4):
1. Examen de las antiguas teorías (2)
2. Exposición de las teorías positivas (2)

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FISICA SOCIAL (15):
Introducción (2):
1. Consideraciones generales acerca de la necesidad y la oportunidad de la física
social (1)
2. Examen de las principales tentativas realizadas hasta hoy para iniciarla (1)
Método (3):
1. Caracteres del método positivo aplicado al estudio de los fenómenos sociales (2)
2. Relaciones de la física social con las otras ramas de la filosofía natural (1)
Ciencia (10):
1. Consideraciones acerca de la estructura general de las sociedades humanas (1)
2. Ley natural fundamental del desarrollo de la especie humana considerada en su
conjunto (1)
3. Estudio histórico sobre la marcha de la civilización:
• época teológica:
- Fetichismo (1)
- Politeísmo (1)
- Monoteísmo (1)
• época metafísica (2)
• época positiva (3)

RESUMEN GENERAL Y CONCLUSIÓN (3):


1. Resumen del método positivo
2. Resumen de la doctrina positiva
3. Futuro de la filosofía positiva

'"Este cuadro corresponde al Curso oral, dado en 72 lecciones, y no al Curso escrito,


que consta de 60. Las cifras entre paréntesis indican el número de lecciones.

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