Teología de la misión / 31
Dios por la encarnación y divinización de la humanidad por la re-
dención. “Quien se une al Señor, constituye con él un solo Aliento”
(1 Cor 6, 17). La ética del Reino es la “Ley de Cristo” (Gl 6, 2). Y la
Torá de Cristo, el Ungido, que significa “Mesías”, es el propio Jesús,
Dios que salva. Jesucristo, el Mesías-Dios que salva, es también el lu-
gar de la redención. Él es la casa de Dios, el templo nuevo. Su reden-
ción no exige el mérito de sacrificios, lugares sagrados o esfuerzos
personales redentores. Su redención es un don pobre como el pese-
bre y eficaz como la Cruz. La eficacia de la gracia crece con su proxi-
midad a los medios pobres y a los pobres. Esto vale para toda la prác-
tica misionera: De la gracia recibimos y de la gracia participamos.
“Somos siervos inútiles, hicimos tan solo lo que debíamos hacer” (Lc
17, 10). La gracia no sustituye el esfuerzo personal, pero al subordi-
nar el esfuerzo del “hombre hacedor” (homo faber) a la gracia, ésta
rescata la soberanía de Dios y nuestra filiación divina. Todo lo que
realmente vale la pena en la vida rompe con la meritocracia y con el
virtuosismo ético, porque es gracia y revelación de un desplazamien-
to del amor redentor de Dios. La Ley de Cristo, la Torá del Mesías, la
ética del Reino que está en su Testamento, el Nuevo Testamento, es
llevada a las naciones por testigos que en el despojo y la entrega de
su vida experimentan la presencia de su Reino (Lc 24, 48).
En una catequesis que ya sintetiza la misión pre y pos-pas-
cual de la comunidad cristiana y la relación entre el Antiguo y el Nue-
vo Pueblo de Dios el Evangelio de Mateo narra la llegada de magos
del Oriente, en busca del Rey de los Judíos (ver Mt 2, 1-12). Los pa-
ganos encuentran al Hijo de Dios y salvador dirigiéndose hacia los ju-
díos. “La Epifanía muestra que la ‘plenitud’ de los paganos entra a la
familia de los patriarcas y adquiere la dignidad israelita” (Cat.IC,
528). La Iglesia naciente está compuesta por judíos y paganos. La fe
de esta Iglesia, con su naturaleza misionera, no existe sin la fe de Is-
rael, cuyos profetas anunciaron que la gloria de Iahweh será procla-
mada entre todas las naciones: “Todas las naciones traerán a todos sus
hermanos como una ofrenda a Iahweh, montados en caballos (…) y
camellos, llevándoles a mi santo monte, a Jerusalén” (Is 66, 20).
En la catequesis transmitida por Mateo, las religiones son
como estrellas que llevan la humanidad al Mesías de Israel y al Rei-
32 EUGENIA ENDARA OSEJO
no anunciado por él. Esta estrella indica el pasaje por Jerusalén “que
es esclava” (Gl 4, 25). Allá, la estrella desapareció como en todos los
lugares de esclavitud. Las instituciones religiosas y políticas de Jeru-
salén, en la época de Jesús, ya no estuvieron abiertas a la realización
histórica de la memoria mesiánica. Pero, en las escrituras que con-
servaron sin comprenderlas, la estrella continúa brillando y reapa-
rece. Y las escrituras de Israel indican una Nueva Jerusalén, “la Jeru-
salén libre de lo alto”, cuyos hijos e hijas serán numerosos (ver Gl 4,
27). La verdadera Ciudad de Paz (Jerusalén) no es un lugar geográ-
fico; es utópico, es un acontecimiento histórico y escatológico. Es el
acontecimiento que se revela en múltiples acontecimientos que tie-
nen en Belén, en la Ciudad de David, su inicio histórico y núcleo
simbólico.
El Cristo-Mesías, Hijo de Dios, que rompió con las tradi-
ciones obsoletas del Templo y la Torá, frente a la necesidad concre-
ta del pueblo, sólo puede ser comprendido dentro de la historia que
construyó ese Templo y que recibió la Torá como un don de Iahweh.
“Él vino entre los suyos y los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11). El
acontecimiento de Belén muestra la dinámica profética que se rea-
lizará en la misión de Jesús: une a Israel y al mundo pagano en el lu-
gar insignificante que es Belén y en la persona de un niño, literal-
mente sin cuna, lejos de la pompa y del poder de la vieja Jerusalén.
Como en la elección de Israel, en la elección del niño no hay méri-
to, ni prestigio ni grandeza humana. Todo es gracia. En Belén se ini-
cia, en la catequesis de Mateo, la universalidad de un reino nuevo sin
fijación territorial, en el encuentro simbólico de judíos, paganos y
pobres con una verdadera tradición judía.
1.4 Revelación en otras religiones
La comprensión de la “revelación de Dios” como privile-
gio del cristianismo, puede llegar a ser una práctica de exclusión,
semejante a la noción del “pueblo elegido” de Israel. Creyendo, con
Israel, en una peregrinación escatológica de todos los pueblos con
sus religiones al Monte Sión, el reconocimiento de la revelación de
Dios en estos pueblos tiene más probabilidad. Esta probabilidad no
Teología de la misión / 33
es ajena a la normatividad del cristianismo, sino que es inherente a
los imperativos del Evangelio de Jesucristo, que vincula la cuestión
social del reconocimiento de la alteridad estrictamente a la cues-
tión de la ortodoxia y la ética del Reino. En esta ética, pecado sig-
nifica indiferencia ante la explotación y el desprecio del pobre-otro
(ver SUESS).
Desde los orígenes de la humanidad tenemos relatos sobre
un Dios que se reveló en múltiples formas, tanto por la razón como
por la intuición, por fenómenos naturales o históricos, por su pala-
bra dirigida a personas comunes y a profetas, dentro y fuera de Is-
rael (ver Hb 1, 1ss). En una oración de alabanza al Padre, Jesús de
Nazaret agradece el éxito misionero de sus discípulos y confirma la
revelación de Dios a los pobres: “Yo te alabo, oh Padre, Señor del
cielo y la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y entendi-
dos, y las revelaste a los pequeños” (Lc 10, 21; ver Mt 11, 25). Los pe-
queños, los pobres, los crucificados de la historia son portadores de
sabiduría divina y ya recibieron, antes de la llegada de los discípulos
de Jesús, la revelación suficiente para iniciar la construcción del
proyecto de Dios, que es el Reino. Recibieron la revelación, no a cau-
sa de su pertenencia religiosa, sino a causa de su estado social de
“pequeños”. En “la acción del Espíritu Santo”, Jesús invoca a Dios
como Creador del Universo y Padre, y exulta de alegría. Los pobres
viven desde siempre el misterio trinitario en la apertura ante el pro-
yecto de Dios. Las dos afirmaciones universales en este fragmento,
son que Dios es creador del Universo y que su revelación desde los
orígenes de la humanidad fue hecha, no a los “sabios y prudentes”,
sino a los “pequeños”. Jesús de Nazaret no levanta fronteras entre
buenos y malos, entre santos y pecadores, entre judíos ortodoxos y
samaritanos heterodoxos, sino entre el discurso ideológico de las
elites y el habla burda y sufrida de los pequeños (ver Lc 10, 25ss).
Ellos, que viven la locura cotidiana de su pobreza, son más aptos pa-
ra comprender la revelación de Dios en la locura de la Cruz como
verdadera sabiduría. La revelación de su proyecto como Reino de
justicia, arrostra dos dificultades estructurales: el horizonte escato-
lógico y la comprensión analógica de las cosas divinas. Concreta-
mente se puede afirmar lo siguiente:
34 / Paulo Suess
- Desde los orígenes, la mayoría de los pueblos reconoce una
revelación de Dios Creador en sus culturas y religiones. “Dios
proporciona a los hombres, en las cosas creadas, un perma-
nente testimonio de Sí (ver Ro 1, 19s)” (DV 2).
- La tradición no-ideológica de la revelación está garantizada
por las víctimas de la historia. Lo que rompe con la ideología,
que defiende un estatuto social superior como natural, es el
sufrimiento concreto de los pobres.
- La revelación más específica en Jesucristo, vivida en los dife-
rentes cristianismos, es histórica y culturalmente transmitida
y, por tanto, asumida en condiciones de precariedad y ambi-
valencia.
- En la parusía, el Verbo que se hizo carne, será el Verbo (la Pa-
labra) de todas las lenguas. A través de este Verbo Universal,
todas las religiones se comunicarán con Dios en un nuevo
Pentecostés.
- A través de la perspectiva escatológica, la cuestión de la ver-
dad no es dejada de lado, sino colocada en el horizonte del
propio Evangelio, en un lugar y hora desconocidos, “en que
los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y
verdad” (Jn 4, 23). En ese horizonte, el cristianismo no pier-
de el sentido de su singularidad histórica y no cae en la tram-
pa de un exclusivismo a-histórico.
- La revelación del fin de los tiempos puede y debe ser espera-
da como revelación definitiva de los misterios, tanto para los
cristianos como para los seguidores de otras religiones. Para
los cristianos, el sujeto de la parusía tiene uno de los múlti-
ples nombres que la humanidad le dio a Dios, Jesucristo, que
significa Dios Salvador y Mesías.
Jesús de Nazaret eligió a los pequeños-otros como prota-
gonistas de su proyecto, porque ellos son los portadores de la reve-
lación de Dios. En sus discursos fundamentales de la Sinagoga de
Nazaret (Lc 4), de las Bienaventuranzas (Mt 5) y del Juicio Final (Mt
25), Jesús es muy claro. Los primeros y privilegiados destinatarios
de su palabra, los protagonistas y el núcleo central de su proyecto,
que es el Reino, son las víctimas y los desfavorecidos. Pero las vícti-
Teología de la misión / 35
mas no son solamente protagonistas o destinatarios del proyecto de
Dios; son también representantes del proyecto de Dios en el mundo
y, como tales, portadores y mediadores de su revelación y promesa.
Los pobres-otros, como protagonistas y mediadores del
Reino, son universales, más allá de sus particularidades étnicas, na-
cionales o culturales. Existe un vínculo entre verdad y pobreza. “La
pobreza es la verdadera aparición divina de la verdad” (RATZIN-
GER, p. 116), sobre todo la pobreza en su aspecto concreto de los
pobres. En ellos, que son lugar de la epifanía y revelación de Dios, la
Iglesia reconoce “la imagen de su Fundador pobre y sufrido” (LG
8c) y, en ellos, el propio Cristo clama en voz alta (ver LG 22a). En las
Conclusiones de Puebla, los grupos sufridos y reveladores de Cris-
to son nombrados a partir del mundo real de hoy (ver Puebla 31ss).
La continuidad de la revelación está en las siempre nuevas
experiencias contextuales e históricas de la humanidad, con el Ver-
bo Creador que sigue siendo relevante no sólo por su encarnación,
sino también antes y después de ésta y, no sólo para los Israelitas o
los cristianos, sino también para los que están fuera de Israel o fue-
ra de la Iglesia Católica. Samaritanos, centuriones y extranjeros,
hoy, tienen otros nombres. A partir de la voluntad salvadora de
Dios, se debe pensar en los caminos propuestos por las religiones
como caminos que permiten un acceso interino a la salvación. An-
te el Reino de Dios, todas las religiones son mediaciones interinas.
En las condiciones histórico-culturales, lo absoluto y definitivo es
siempre experimentado en su relatividad cultural y carácter provi-
sional temporal.
A la reserva escatológica corresponde la reserva salvífica
de Dios, que se dirige libremente y por múltiples caminos a toda
la humanidad, sin perder el papel salvador de Israel o de la Iglesia.
La sucesión apostólica es un ordenamiento ordenador normativo
interno de la Iglesia Católica, no un instrumento que despoja a
Dios de la posibilidad de usar otros caminos de salvación. Desde
los orígenes de la humanidad hasta nuestros días, Dios tiene cami-
nos de comunicación salvífica, además de cualquier Iglesia o reli-
gión. También para la Iglesia, la verdad es un horizonte, no una
posesión (ver DV 8b).
36 / Paulo Suess
Escuchando a Dios, todos somos eternos aprendices. Nece-
sitamos aprender a creer en la soberanía de Dios, salvador de la hu-
manidad, radicalmente encarnado en la realidad histórica y, al mis-
mo tiempo, radicalmente trascendental, más acá y más allá de todas
las contingencias culturales, religiosas y geográficas. Podemos ale-
grarnos por la mediación salvífica que Jesús de Nazaret atribuyó a los
pobres-otros. Al oír siempre de nuevo la voz de Dios en su raciona-
lidad salvífica única y, al mismo tiempo, en la multiplicidad de los
ecos en las religiones, seguimos siendo aprendices en la reciprocidad
de escuchar la Palabra y recibirla. Cuando nos asalta la voluntad de
arrancar toda cizaña de la historia, el Evangelio nos recuerda el ho-
rizonte escatológico de la cosecha. Fuimos enviados no para levantar
muros, sino para abrir puertas, como el carpintero de Nazaret.
1.5 Resumen, palabras clave, preguntas
Desde sus orígenes, el cristianismo enfatizó elementos de ruptura y
continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamentos. La Alianza de
Iahweh con Israel nunca fue abolida. Israel hace parte del anuncio
misionero de la Iglesia, de su liturgia y teología, de su historia de sal-
vación y también de su historia de iniquidad. Los cristianos hereda-
ron de Israel el monoteísmo, el empeño por la identidad, la institu-
ción de la profecía, la superación de la territorialidad como premi-
sa de la universalidad.
La relación entre la misión en el Antiguo y Nuevo Testamentos es la
relación entre llamado y envío. Israel abre a las naciones la perspec-
tiva de participar en la peregrinación escatológica al Monte Sión.
La práctica misionera de Jesús era una práctica dirigida a Israel.
Para los pobres, el mensaje del Reino, que es mensaje de justicia y
misericordia, es la buena nueva. Ellos nada tienen que temer de la
justicia de Dios. Para las autoridades religiosas de Israel, la lógica del
Reino cuestiona la lógica y la práctica del Templo. Éste perdió su sig-
nificado salvífico; a partir de la purificación del Templo, las autori-
dades religiosas de Israel planean su muerte.
La resistencia contra el Evangelio de Jesús de Nazaret y el atraso de
la parusía marcan el inicio de la misión pos-pascual a las naciones,