VIDAL-NAQUET El Mundo de Homero Caps 1, 2, 7, 9
VIDAL-NAQUET El Mundo de Homero Caps 1, 2, 7, 9
Muchas veces, mi querido Ión, os he tenido envidia a los que sois rapsodas, a
causa de vuestra profesión. Es, en efecto, materia de envidia la ventaja que ofrece
el veros aparecer siempre ricamente vestidos en las más espléndidas fiestas, y al
mismo tiempo el veros precisados a hacer un estudio continuo de una multitud de
excelentes poetas, principalmente de Homero, el más grande y más divino de
todos.
Ión hacía un estudio continuo de Homero, lo cual era una manera de decir que
conocía de memoria los poemas homéricos, La Ilíada y La Odisea. Los había
aprendido al leerlos o al escuchar a otros recitarlos.
Homero no era un rapsoda sino un aedo. El término viene del griego aoidos, que
significa "cantor". Los poemas homéricos fueron compuestos y cantados por aedos que
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Pierre Vidal-Naquet El mundo de Homero
se acompañaban con un pequeño instrumento de cuerdas, la forminge.
¿Cuándo vivió Homero? La opinión general es que La Ilíada y La Odisea datan
de finales del siglo IX a.C. o del siglo VIII, siendo la primera anterior a esta última en
varios decenios. El siglo VIII es un período muy importante en la historia del mundo
griego, y del mundo mediterráneo en general (por ejemplo, Roma fue fundada en 753
a.C.). En esa época se consolida en la Grecia europea, insular y asiática una nueva
forma de vida social: la ciudad. Un grupo de hombres libres dice "nosotros" al hablar
en nombre de todos. Los reyes han desaparecido, o bien tienen una función simbólica.
Las ciudades no son gobernadas por el pueblo sino por grupos de hombres
(relativamente) ricos, poseedores de tierras y de los ingresos provenientes de éstas,
pero que en ocasiones se dedican al gran comercio marítimo.
Cuando leemos La Ilíada o La Odisea, debemos recordar que eran poemas para
ser recitados ante auditorios de hombres ricos y poderosos, capaces de hacer la guerra
y armarse de pies a cabeza, con casco, coraza y grebas, como se advierte en esa
armadura del siglo VIII hallada casi intacta en una tumba en Argos, al norte del
Peloponeso (figura 12). Las ciudades del siglo VIII podían tomar colectivamente
decisiones importantes; por ejemplo, la de enviar emigrantes más allá del mar, al sur
de Italia o a Sicilia, a fundar colonias, es decir, ciudades nuevas, como Cumas, no lejos
de Nápoles, o Siracusa en Sicilia.
Precisamente en una tumba en Ischia, una isla en la bahía de Nápoles, en 1955
apareció un cáliz que databa aproximadamente del 720 a.C. con una inscripción que
constituye la primera alusión escrita a los poemas homéricos. Es lo que se llama un
"objeto parlante": se supone que el cáliz se dirige al bebedor:
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Belerofonte había sido enviado a un rey de Licia (en el Asia Menor) con un mensaje
que contenía "signos de muerte". Hoy hablaríamos de una carta escrita en lenguaje
cifrado que pedía al destinatario que matara al mensajero. Este episodio es muy
revelador de una concepción un poco diabólica de la escritura. Su función no es dejar
constancia escrita de los poemas ni, como se hace a partir del siglo VII, de las leyes,
sino transmitir un mensaje de muerte.
Al principio tanto de La Ilíada como de La Odisea, el poeta se dirige a una
divinidad, la Musa, que todo lo sabe y puede relatar: "Canta, oh diosa, la cólera de
Aquiles hijo de Peleo [...] Dime, oh musa, del héroe ingenioso [Ulises]". Pues bien, las
Musas, hijas de la diosa Memoria, son las depositarias de la poesía. En La Ilíada, el
único héroe capaz de cantar, acompañándose con una cítara, es Aquiles, el héroe por
excelencia, el "mejor de los aqueos". Por el contrario, en La Odisea se multiplican los
aedos. Hay uno entre los feacios, el pueblo navegante que transportará a Ulises hasta
Ítaca. Hay uno en el palacio de Ulises, a quien el héroe le perdona la vida mientras se
venga de los pretendientes. Ulises mismo es un aedo que canta sus viajes. Por último,
entre los seres maléficos que encuentra entre Troya y Feacia, están las Sirenas, que no
son mitad mujeres, mitad peces, sino mitad mujeres, mitad aves (figura 33). Ulises
sabe que, si se deja seducir por ellas, perecerá. Tapona con cera las orejas de sus
camaradas y él mismo se hace atar al mástil de su nave. La poesía, como la escritura,
es peligrosa.
¿Qué cantan las Sirenas? Justamente, la guerra de Troya:
La Odisea contiene, entonces, una suerte de reflexión sobre el oficio del aedo,
sobre la grandeza y los peligros que puede representar.
Los aedos eran capaces de reproducir, con intervalos de algunos años y con
escasas variantes, las epopeyas puramente orales. Se ha observado el mismo fenómeno
en África, Oceanía y en otras sociedades, como la del Kurdistán. Dicho lo cual, es
difícil no relacionar la consolidación de los cantos épicos con el desarrollo de la
escritura alfabética que los griegos tomaron de los fenicios alrededor del 900 a.C.
Se trata de saber cuándo quedaron fijados los textos. Muy antiguamente según
algunos eruditos, pero para otros no antes de 560 a.C, cuando Pisístrato, "tirano" —es
decir, gobernante no electo— de Atenas, mandó preparar una edición oficial. Se trata
de dos hipótesis extremas. La única certeza es que estos textos conocieron pocas
variaciones desde que fueron fijados hasta 1488, el año de su primera impresión. Tanto
La Ilíada como La Odisea llevan la impronta de un compositor "monumental", que
sabe lo que va a decir desde el principio hasta el fin. La división en cantos según el
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modelo de las letras del alfabeto, del I al XXIV, sí es tardía. Se remonta a la llamada
época alejandrina, probablemente al siglo III a.C.
¿En qué lengua fueron compuestos? En un idioma en parte artificial basado en
dos dialectos hablados principalmente en el Asia Menor (la Turquía actual), el jónico y
el eolio. Los 26 mil versos siguen una forma llamada "hexámetro dactílico". Cada uno
está compuesto por seis medidas (hex significa "seis" en griego y metron, "medida").
Cada medida está compuesta por una sílaba larga y dos breves (que constituyen un
"dáctilo") o dos largas (un "espondeo"). El acento no es de intensidad como el francés,
sino "tónico" como el español, es decir, musical. Al pronunciar el nombre de Homero,
pasamos de la a sol y nuevamente a la.
Dicho lo cual, ¿qué sucedió entre la época de Pisístrato, hacia 560 a.C, y la
primera edición del texto griego en 1488? Para los griegos, Homero era el poeta por
excelencia, como la Biblia es el libro de los judíos y los cristianos, como el Dante de
La Divina Comedia es el poeta de los italianos de ayer y hoy. Los jóvenes griegos
aprendían a leer con Homero. El texto se presentaba en rollos, llamados en latín
volumina (de donde viene la palabra "volumen"), incómodos de leer. Con frecuencia
se servían de un esclavo. Junto con el Homero-texto existía felizmente el Homero-
figura, el de las vasijas y esculturas.
Los volumina estaban escritos en papiro o en pergamino (piel de carnero curtida
y tratada). Puesto que La Ilíada y La Odisea formaban parte de la cultura básica, desde
muy antiguo se las estudiaba de manera crítica para asegurar que el texto fuera
auténtico. Después de las conquistas de Alejandro (muerto en Babilonia en 323 a.C), el
griego se convirtió en la lengua culta del Mediterráneo y el Oriente. Se crearon
escuelas de eruditos, sobre todo en Alejandría, capital de los soberanos griegos de
Egipto, y en Pérgamo, Asia Menor. Las ediciones preparadas por esos estudiosos no
han llegado hasta nosotros, pero muchas de sus observaciones quedaron registradas en
comentarios más tardíos, entre ellos los de Eustacio, arzobispo de Salónica en el siglo
XII. Allá uno podía estudiar con pasión a Homero sin dejar de ser cristiano. No
sucedía lo mismo en esa época en Occidente.
Ningún rollo de papiro nos ha llegado intacto sino apenas en fragmentos,
algunos de los cuales se remontan al siglo III a.C., hallados en los desiertos de Egipto.
No obstante, una invención crucial permitió salvar una parte de la literatura griega: al
rollo sucede el códice, es decir, el libro encuadernado tal como lo conocemos hoy. A
partir del siglo III de nuestra era, esta invención se extiende por toda la cuenca del
Mediterráneo, unificada por el Imperio Romano.
Ahora bien, nuestros manuscritos más antiguos son muy posteriores, ya que se
remontan al siglo X. Son obra de los talleres del Imperio Bizantino (cuya capital era
Constantinopla, llamada antiguamente Bizancio), es decir, el Imperio Romano de
Oriente que, roído poco a poco por los persas, los árabes y finalmente los turcos, duró
hasta 1453, cuando Constantinopla cayó en manos del sultán turco Mahomet II. Por lo
demás, éste era un gran admirador de Homero, pero se identificaba con los troyanos
más que con los griegos.
¿Qué sucedía en Occidente? Tras la caída del Imperio Romano, el número de
los que sabían leer griego se redujo gradualmente hasta volverse ínfimo, con una
curiosa excepción, la de ciertos monjes irlandeses. Sin embargo, las relaciones con el
Imperio de Oriente no desaparecieron del todo. Es el caso de Venecia, donde siempre
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vivió una comunidad griega. En el siglo XIV, el gran poeta italiano Petrarca poseía un
Homero manuscrito, que, para su gran desesperación, era incapaz de leer. Por el
contrario, dos siglos más tarde, el poeta francés Ronsard escribió: "Quiero leer en tres
días La Ilíada de Homero", se sobreentiende que en griego. Los humanistas, sabios
griegos como Bessarión o florentinos como Marsilio Ficinio, habían conocido la
misma experiencia.
Durante los primeros años de la imprenta, los copistas manuales aún
reproducían los manuscritos griegos. Si a alguno de ustedes le dicen que escribe
"como los ángeles", sepa que no se lo compara con los habitantes de los cielos sino
con el cretense Ángel Vergecio, que para el caso de los manuscritos griegos fue el
copista preferido de Francisco I, coronado rey de Francia en 1515, poco antes de ganar
la batalla de Marignan.
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necrópolis de la Grecia arcaica y clásica. Apenas en el siglo IV antes de nuestra era
reaparecerán en regiones marginales con respecto al mundo de las ciudades griegas los
monumentos fúnebres de enormes dimensiones, como la tumba del rey Mausolo (el
"Mausoleo") en Halicarnaso, Asia Menor, y la necrópolis real de Vergina en
Macedonia.
¿Es ese mundo micénico el que describe Homero? La Troya de Príamo, la Pilos
de Néstor, la Esparta de Menelao, la Micenas de Agamenón, la Ítaca de Ulises,
¿constituyen la realidad del segundo milenio? Los estudiosos no se ponen de acuerdo.
Daré mi opinión con la mayor claridad posible.
Veamos, por ejemplo, el Cantar de Rolando. No cabe duda de que su autor —
de quien sólo sabemos que tal vez se llamaba Turoldo— creía describir el mundo de
Carlomagno, pero no es así: sus guerreros se parecen a los del mundo feudal y, para
colmo, el poeta deja volar su imaginación.
Sin duda, el Homero autor de La Ilíada, como el de La Odisea, quería
representar una sociedad muy antigua. La gran mayoría de los lugares que menciona se
encuentran en Grecia propiamente dicha o en las islas, incluida Creta, que para él es un
mundo distinto, misterioso. Muchos corresponden a lugares donde los arqueólogos han
encontrado sitios "micénicos". Algunos sostienen que el "catálogo de las naves" en el
canto II de La Ilíada era una suerte de carta geográfica del mundo micénico, lo cual es
muy dudoso. Es notable que la Grecia asiática, la patria de Homero, está prácticamente
ausente de La Ilíada. El valle del Caistro sólo aparece en una magnífica imagen:
Mileto, el valle del Meandro y el monte Mícale, que aparecen desde la ribera de Samos
como el frontón de un templo, están presentes en el canto II de La Ilíada, pero como
un país "de los carios", cuyos guerreros combaten con los troyanos. La isla de Samos
es una mera referencia geográfica, un lugar donde se posa Iris, la mensajera de los
dioses, y donde se pueden vender los prisioneros como esclavos. Esmirna y Quíos
están ausentes de la geografía homérica.
Pero el hecho de que Homero haya querido evocar la Grecia micénica no
significa que la haya descrito. Falta nada menos que la escritura de los escribas y toda
la sociedad que ella implica: una sociedad dominada por el palacio del rey. Por cierto,
Agamenón es el rey de reyes y Ulises es el rey de Ítaca y algunas islas vecinas, pero en
modo alguno son soberanos absolutos. Agamenón no toma decisiones sin reunir la
asamblea de los guerreros y el consejo de los reyes. Tanto Alcínoo, rey de los feacios,
como Príamo convocan a sus aliados. ¿Qué se puede decir del bando aqueo de esta
sociedad? Sólo tenemos el cuadro de un ejército en campaña, lejos de las esposas y los
hijos, como Telémaco, hijo de Ulises, mencionado dos veces en La Ilíada y uno de los
protagonistas de La Odisea. En el bando aqueo hay un solo anciano, Néstor; los
demás, como Peleo, padre de Aquiles, y Laertes, padre de Ulises, están muy lejos. En
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Pierre Vidal-Naquet El mundo de Homero
la época de Homero, hombre de la edad de hierro, un ejército vestido de bronce tendría
un aspecto exótico. Pero era en gran medida un ejército imaginario, tanto como el
muro construido por los aqueos para proteger sus naves, del cual Homero aclara que
desapareció por completo. En cuanto a los campesinos, se los menciona en La Ilíada,
pero solamente en las comparaciones. Nada dice el poema sobre el clima salvo en
algunas comparaciones o, como en el canto XII, en un relato referido a otros tiempos;
en el canto XXI se desborda el río Escamandro, pero no porque llueve sino porque
intenta ahogar a Aquiles. Una vez más, son las comparaciones, no la narración épica,
las que abren una ventana al mundo "real".
No obstante, falta decir que algunos objetos descritos por Homero ya habían
desaparecido, según los arqueólogos, en la época en que compuso sus poemas. El
ejemplo más notable es el casco que el cretense Meriones coloca sobre la cabeza de
Ulises, en el canto X de La Ilíada:
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Pierre Vidal-Naquet El mundo de Homero
La Odisea jamás visitaron.
Para colmo de complicaciones, La Odisea contiene muchos relatos directos de
viajes narrados por el poeta y otros indirectos, cuando un personaje toma la palabra.
Son directos los viajes del mismo Ulises entre la isla de Calipso y la de los feacios, y
entre ésta e Ítaca. También lo es el viaje de su hijo Telémaco de Ítaca a Pilos y
Lacedemonia, así como el regreso a la primera. Es indirecto el relato que hace Ulises
en el palacio de Alcínoo de sus viajes entre Troya y la isla de Calipso. A éstos se
suman el relato de Menelao de su viaje a Egipto, donde el mago Proteo le revela el
paradero de Ulises y conoce también la suerte lamentable de Agamenón, asesinado a
su regreso por su esposa y el amante de ésta, Egisto, así como la de Áyax hijo de
Oileo, arrojado al agua por Poseidón. A todo esto se agregan los relatos, teóricamente
mentirosos, de Ulises convertido en cretense, quien narra a Eumeo, el porquerizo de
Ítaca, sus aventuras en Creta, en la Tróade, en Egipto y Libia, así como en Epiro;
también los relata a Penélope antes de darse a conocer. Por no hablar del mismo
Eumeo, quien tiene sus propias aventuras en las cuales los fenicios cumplen un papel
importante.
Así como no es historiador, Homero tampoco es geógrafo, aunque se han
realizado importantes esfuerzos, tanto en la antigüedad como en nuestros días, para
reconstruir el mundo imaginado por él. La Odisea no abunda en referencias
topográficas. Con todo, sitúa el país de los muertos en el norte, un lugar frío, lo cual es
lo más natural para un autor mediterráneo.
En mi opinión, no se puede explicar La Odisea formulando preguntas de este
género. La verdad es que existe un mundo que, a los ojos de Homero, es real. El signo
que denota su "realidad" es el hecho de que los hombres cultivan la tierra y que ésta
produce trigo para amasar el pan. Sin duda, Ítaca pertenece al mundo de los hombres.
La gran mayoría de los estudiosos la identifican con la isla jónica de Thiaki, cuyo
nombre oficial es Ítaca. Allí se encuentra un antiguo culto del héroe Ulises y se ha
descubierto una gruta donde se conservaban numerosos trípodes de bronce. Con todo,
los habitantes de la vecina Cefalenia, que formaba parte del reino homérico de Ulises,
libran una campaña encarnizada para explicar que sólo su isla, por su extensión,
paisajes y belleza, es digna de haber sido la Ítaca de Homero.
Telémaco viaja solamente por un mundo "real". De Ítaca viaja a Pilos, donde
reina el anciano Néstor, y luego a Esparta, donde los reyes son Menelao y la siempre
bella Helena. Durante el viaje de regreso, Menelao y Helena se habían detenido en
Egipto. Es un país "real" porque la tierra produce trigo, pero también un lugar de
magia. Menelao ha obligado a hablar al brujo Proteo, que se había transformado en
foca, y Helena ha traído de allí un medicamento eficaz contra el insomnio. Cuando
Ulises, haciéndose pasar por cretense, relata sus aventuras en Creta, la Tróade, Egipto
y Epiro, se inspira en un mundo "real".
¿Existe en el mundo de los viajes relatados por Ulises a los feacios un poco de
lo que el poeta Jacques Prévert llamaba "atroces grajeas de la realidad"? Troya, el
punto de partida, está concebida como algo "real", así como el pueblo de los ciconios,
en Tracia, con los cuales combate Ulises y donde recoge el vino con el que embriagará
al cíclope. A continuación, Ulises navega a lo largo de la costa oriental de Grecia.
Después de doblar el cabo Malea, en el extremo austral del Peloponeso, lo alcanza una
tempestad y pasa de largo de la isla de Citera. El huracán, que dura diez días, lo arroja
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a un mundo totalmente distinto, el de la fábula, el de la inhumanidad.
El cultivo del trigo es un criterio absoluto. Las otras dos plantas de lo que se ha
dado en llamar la trilogía mediterránea, la viña y el olivo, pueden estar presentes en el
mundo salvaje, pero no el trigo. Al analizar las etapas del viaje se constata que Ulises
conoce personajes por encima, por aparte de la humanidad, y por fuera de la
humanidad viva y mortal.
Aparte de las sirenas y de su canto fatal, del que ya he hablado, Circe y Calipso
son diosas que comparten su lecho con Ulises. Circe es una maga que transforma a los
compañeros de Ulises en cerdos (figura 32). Advertido por el dios Hermes, Ulises
evita esa suerte, recupera a sus camaradas y obtiene de la diosa buenos consejos para
su viaje (figura 31). Calipso le ofrece, aparte de su lecho, lo que podríamos llamar la
naturalización divina. Ulises la rechaza, opta por recuperar a Penélope, por seguir
siendo hombre. Esa elección de humanidad es lo que da sentido a todo el poema. Una
sola de esas divinidades es masculina: Eolo, amo de los vientos, que los encierra en un
odre. Los compañeros de Ulises cometen la imprudencia fatal de abrirlo cuando habían
avistado Ítaca. Eolo está casado. Tiene seis hijos y otras tantas hijas. Cada uno de sus
hijos está casado con una hermana. Entre los hombres, eso se llama incesto, pero nos
encontramos en el mundo de los dioses.
También son inmortales las vacas del Sol, animales divinos que los compañeros
de Ulises descuartizan y cuecen. Pagarán ese crimen con sus vidas, sólo Ulises
sobrevivirá.
Después de la tormenta, Ulises desembarca en el país de los lotófagos, los
comedores de loto. Se trata de un fruto que anula la memoria y el deseo de regresar al
hogar. La memoria es propia del hombre, Ulises no come lotos.
El cíclope Polifemo es un caníbal, devorador de hombres. Come crudos a varios
compañeros de Ulises y sólo lo vence la ebriedad. Sin duda, es un monstruo con un
solo ojo, pero lo más importante es que los cíclopes no conocen ni la agricultura ni la
vida en sociedad. Son criadores nómades, pastores. Los lestrigones también son
caníbales, pescadores que atrapan a los compañeros de Ulises tal como los griegos,
italianos y árabes recogen el atún, entre las mallas de un cerco de redes. Finalmente,
Caribdis y Escila, consideradas desde antiguo representantes del estrecho de Messina
entre Sicilia y Calabria, la puntera de la bota italiana —una aldea calabresa actual se
llama Sicilia—, también son monstruos que devoran hombres cuando se les presenta la
oportunidad.
Aparte de la humanidad están los muertos, a los que llega Ulises luego de
sacrificar una oveja negra. Los muertos no comen pan sino que beben sangre. En ese
país, Ulises habla con Tiresias, quien le anuncia sus viajes futuros; también con la
sombra impalpable de su madre y las de sus camaradas de armas, así como las de
varias mujeres ilustres. Sin duda, es el momento del viaje cuando Ulises está más lejos
de la humanidad, porque es cuando está más lejos de la vida.
Entre los dioses, los monstruos, los muertos y los países de los hombres
"comedores de pan" aparecen personajes intermediarios, los habitantes de la isla de los
feacios. Son hombres, poseen la viña, el olivo y el trigo, pero los dioses frecuentan su
mesa y en otro tiempo han sido vecinos de los cíclopes. Son navegantes profesionales,
pero hacen alarde de desprecio hacia los mercaderes. Viven en fiestas perpetuas como
los pretendientes instalados en el palacio de Ulises en Ítaca.
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Autores posteriores han descrito a Ulises como navegante. Así lo ve Dante en el
infierno y el escritor griego Kazantzakis en su continuación de La Odisea. Desde muy
antiguo, los habitantes griegos o bárbaros de Italia lo convirtieron en uno de sus
héroes. Por ejemplo, cumple un papel muy importante entre los etruscos, habitantes de
lo que hoy llamamos la Toscana. En pocas palabras, se lo considera un intermediario,
y eso es lo que nos transmiten los relatos y leyendas de La Odisea. Ahora bien, el
Ulises de Homero no navega ni explora sino por fuerza de las circunstancias. El
adivino Tiresias le dice en el Infierno que encontrará la muerte —una muerte lejos del
mar, una muerte muy dulce— tras un último viaje, cuando un hombre se cruce con él y
al ver un remo sobre su hombro le pregunte por qué carga una pala para trillar el
grano. Es la señal de que su destino no está ligado al mar sino a la tierra "proveedora
de trigo".
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Pierre Vidal-Naquet El mundo de Homero
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Traducción española de Luis Astrana Marín, Madrid, Aguilar, 16a ed., 1974.
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español decimos los aristócratas], nobleza hereditaria, poseedora de la mayor
parte de la riqueza y todo el poder, tanto en tiempos de paz como de guerra. Abajo
estaban los demás, la multitud no definida por término colectivo alguno. El foso
que separaba a las dos categorías raramente era franqueado, salvo como
consecuencia de accidentes provocados por la guerra y la rapiña.
Cabe agregar que los poemas homéricos nos dan más ejemplos de caída que de
ascenso social. Eumeo, el porquerizo de Ítaca, fue hijo de un rey antes de ser
comprado por Laertes, y el presunto cretense detrás del cual se disimula Ulises, hijo de
un hombre rico y una concubina, conoció sucesivamente la riqueza y la miseria.
Volvamos ahora a La Ilíada, canto I. "Enemigo poderoso es un rey cuando se
enoja con algún inferior", dice el adivino Calcas, especialista en las relaciones entre
los dioses y los hombres. Pide a Aquiles que lo defienda si llegara a provocar la cólera
del rey de reyes Agamenón. En cuanto a los dominantes o, si se quiere, lo más alto de
la gama social, no cabe duda de que son aquellos que Homero llama "los reyes del
linaje de Zeus". Todos tienen una genealogía, que en la mayoría de los casos se
remonta a un dios, más o menos directamente a Zeus, padre de muchos dioses y
diosas. El cíclope Polifemo es hijo de Poseidón, "estremecedor de la Tierra".
Los reyes, tanto Agamenón como Ulises, poseen un arma simbólica, el cetro.
También éste tiene una genealogía. Cuando Agamenón se pone de pie, en el canto II
de La Ilíada,
el cetro
en la diestra empuñaba que Hefesto
labrado había para el padre Zeus,
y Zeus del Olimpo al mensajero
en don se lo otorgó cuando la vida
a Argos quitara. Se le dio Hermes
luego al valiente Pélope, y Atreo
le recibió de Pélope, y Tiestes
de Atreo le heredó; pero vencido
por los Átridas, que cederle tuvo
a Agamenón porque con él rigiera
sus muchas islas y el argivo imperio.
Semejante transmisión del símbolo del poder, que incluye tanto a quien fabricó el
objeto como a aquellos, dioses u hombres, que reinaron con él, es evidentemente
excepcional. Cuando Agamenón se dirige al ejército, habla de sus "semejantes, los
héroes dánaos, servidores de Ares". ¿Se refiere Homero a los meros soldados? Desde
luego que no, y explica por qué en el canto II:
el vulgo
de los soldados yo no contaría,
ni llamarlos podría por sus nombres,
si diez lenguas tuviese con diez bocas,
infatigable voz, de bronce el pecho;
y aunque vosotras, que del alto Zeus
sois hijas, me nombraseis uno a uno
cuantos aqueos a Ilión vinieron.
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La única excepción es un hombre que ya les presenté, en el capítulo III: el
caricaturesco Tersites, del cual no se menciona el nombre de su padre, indicio
característico. ¿Fue intención del poeta salvar del olvido al soldado raso Tersites?
Probablemente quiso reflejar de manera desfavorable la existencia, frente a los aristoi,
de clases sociales menos gloriosas. Uno de los poetas del ciclo, el autor de la
Etiopíada –poema centrado en el personaje de Memnón, hijo de la Aurora y
Pentesilea, reina de las amazonas–, imaginará la muerte de Tersites, derribado de un
solo puñetazo por Aquiles.
El sociólogo francés Marcel Mauss escribió a principios del siglo XX un
célebre ensayo sobre "el obsequio, forma primitiva de trueque". Los poemas
homéricos contienen abundantes ejemplos de intercambio de obsequios. Ya mencioné
el trueque desigual entre Diomedes y Glauco en el canto VI de La Ilíada; en el canto
VII, Héctor ofrece a Áyax una espada y recibe a cambio un tahalí. Los poetas trágicos
darán un giro siniestro a este trueque. Áyax se suicidará con la espada de Héctor; éste
será arrastrado por Aquiles alrededor de Troya mediante el tahalí de aquél. Es un canje
entre enemigos. En el canto XXIV de La Odisea, Ulises visita a su padre Laertes,
mugriento en su huerto, y le dice que ha sido anfitrión del héroe. Le hizo obsequios
suntuosos, como los que ofrece Agamenón a Aquiles en el canto IX de La Ilíada: oro,
plata, vestimentas, mujeres "diestras en labores". Así responde Laertes:
Estos dones se realizan dentro de la categoría de los aristoi. Por ejemplo, Ulises recibe
suntuosos presentes de los feacios, que desde luego no puede retribuir porque ha
llegado desnudo a su isla. No obstante, esos aristoi dadores y recibidores de objetos
caros no constituyen en el imaginario homérico una clase segura de sus derechos y
valores. Se podría decir que lo está en La Ilíada, pero de ninguna manera en La
Odisea. Así, Ulises se asocia con un porquerizo y un boyero contra una "élite" de
saqueadores a los que deberá exterminar.
Por otra parte, en esta sociedad en parte imaginaria hay otra circulación de
bienes aparte de los presentes. Existe el comercio: en La Ilíada, la isla de Lemnos
exporta vinos para consumo de los guerreros aqueos, y es un lugar de compra y venta
de esclavos, sobre todo prisioneros de guerra. Allí fue vendido Licaón, hijo de Príamo,
y rescatado para su desgracia por sus familiares. En La Odisea aparecen especialistas
en comercio: los fenicios y también los "tafios", habitantes de un lugar ignoto. ¿Se
honra a los comerciantes? De ninguna manera. La paradoja aparece en la isla de los
feacios, donde sólo hablan los aristócratas. Estos tienen nombres significativos, que los
sitúan en la clase de armadores o técnicos de la navegación. En cambio, las alusiones a
los comerciantes son casi obscenas. Así, en el canto VIII, Euríalo ("Hombre-del-
ancho-mar") se dirige así a Ulises, cuya identidad real aún desconoce:
mal vestido
de una túnica sucia y remendada;
con recosidas grebas de baqueta,
atadas a las piernas, por reparo
de rasguños de espinos; con sus guantes
para evitar las zarzas, y cubierta
la afligida cabeza con un gorro
hecho de piel de cabra.
Semejante miseria entristece a Ulises: "Tu porte y talla majestuosa a voces dicen que
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no son de un esclavo, sino propias de un poderoso príncipe". Más le extraña
comprobar que el noble anciano trabaja: el trabajo no es una virtud real en el mundo
homérico y la vejez es el tiempo del reposo.
Pues bien, ¿quién representa a las clases más bajas? ¿Los esclavos? Pero los
hay de diversas clases. El "divinal porquerizo" Eumeo es hijo de un rey y posee un
esclavo. Acerca de Euriclea, la esclava nodriza que reconoce a Ulises, se dice en el
canto I que Laertes la compró cuando era joven, pero jamás hizo el amor con ella, "por
temer la cólera de su esposa". En un mundo como el de Homero, eso es hacer gala de
gran moderación. Por otra parte, el porquerizo Eumeo y el boyero Filecio recibirán su
libertad: pasarán a ser parte de la familia, casi en el sentido más estrecho del término.
Leemos en el canto XXI:
Os prometo
daros mujer, riqueza y a la mía
próximas, buenas casas, y trataros
como amigos y hermanos de Telémaco.
En el canto XI, en la morada de los muertos, Ulises habla con el alma de Aquiles y le
dice: "Ahora que estás aquí, mandas las almas con soberana fuerza. No te quejes, pues,
de haber muerto". La respuesta de Aquiles es célebre:
Ay, no procures
respondió, de mi muerte consolarme.
Desearía más labrar la tierra
al servicio de un pobre, sin recursos,
que mandar en las almas de los muertos.
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Según Eurímaco, para un hombre del pueblo es mejor trabajar que mendigar. Por otra
parte, en el canto XVIII, no se habla de un mendigo entre los pretendientes sino de
dos: junto con Ulises disfrazado, está el que llaman Iro porque les sirve de mensajero,
así como Iris lo es de los dioses. Ulises dice que hay lugar para dos mendigos, pero Iro
no lo cree y desafía al rey disfrazado. Naturalmente, Ulises lo vence de manera
aplastante, aunque se contiene: no mata al mendigo verdadero. Constatemos que, como
en Troya, Ulises conoce los dos extremos de la escala social novelesca, es rey y
mendigo.
Falta mencionar una categoría social cuya situación es ambigua: los artesanos.
Se ha dicho que fueron los héroes de la cultura griega, pero héroes secretos. Pocas
realizaciones de esa civilización no están relacionadas con el artesanado. Aedos,
médicos, escultores, pintores, músicos, todos son artesanos, pero no se los honra como
tales. Se admira la obra, no al autor. ¿En qué medida confirman esta paradoja los
poemas homéricos? En La Ilíada hay algunos nombres indicadores de oficios. Así, en
el canto V, Meriones mata a Fereclo, portador de gloria, hijo de Tectón [el Carpintero],
"nacido de un artífice famoso, Harmónides [el Ajustador] llamado [...] y fabricaba él
por su mano, con destreza suma, cuantas máquinas el arte admira". La protección de
Palas Atenea, diosa de los artesanos, no era suficiente.
Aquí y allá aparecen imágenes evocadoras de los oficios (figuras 8 y 9), por
ejemplo, el del carpintero. Así, en el canto XV:
Comparación singular por cuanto no hay una similitud evidente entre el equilibrio del
frente de batalla y el de una balanza. ¡Pero Homero era el mejor intérprete de la
realidad de su tiempo!
El único artesano verdadero de La Ilíada, herrero y fabricante de autómatas,
trípodes con ruedas capaces de desplazarse por su cuenta, "entrar en el regio salón en
que se juntan los eternos dioses y volver otra vez adonde estaban", es el dios cojo,
Hefesto. En el canto XVIII forja esa obra de arte que es el escudo de Aquiles. Su
presencia en La Odisea es menos destacada. Cuando Menelao, en el canto IV, cambia
el caballo que Telémaco se niega a recibir, el más precioso de sus tesoros, elige "una
cratera primorosa, toda de plata, con el borde de oro finísimo cercado; obra admirable
del experto Hefesto", y aclara inmediatamente que la ha recibido del rey fenicio de
Sidón.
En La Odisea, la importancia que se atribuye a los artesanos es aún más
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paradójica. Acusado por el pretendiente Antínoo de llevar al palacio un mendigo más,
Eumeo responda (canto XVII):
Y, sin embargo, el mendigo cuya presencia deplora Antínoo no es otro que Ulises. Por
cierto que el héroe no es un trabajador manual, pero, hombre de multiforme ingenio,
posee todas las destrezas de éstos. Con sus manos ha construido a partir de un tronco
de olivo la cama que será la señal de su reconocimiento por Penélope. Cuando
Eurímaco le ofrece trabajo, responde que sabe hacer de todo. Y en el canto IX, al saltar
el ojo único del cíclope, trabaja "como cuando la viga de una nave taladra un
carpintero" (figura 34). Y:
**
Literalmente los "demiurgos", los que trabajan para el pueblo.
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Leí el prefacio [los Prolegómenos] de Wolf a La Ilíada; no carece de interés. Tal vez
sea una buena idea y un esfuerzo honroso; pero, ¿por qué es necesario que esta gente,
para disimular la debilidad de su argumento, se permita devastar los jardines más fértiles
del reino estético y los transforme en un terreno pelado?
Ahora bien, si Homero era el bardo primitivo de los griegos, cada pueblo tenía derecho
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a su propio Homero. Por ejemplo, en Francia se redescubrieron los cantares de gesta
de la Edad Media, y Víctor Hugo supo inspirarse en ellos. En Gran Bretaña, un
falsificador de nombre MacPherson fabricó con piezas sueltas un presunto bardo
bretón llamado Ossian, y los poemas "traducidos" de éste conocieron gran éxito en
toda Europa, hasta rivalizar precisamente con los homéricos. El joven Bonaparte, por
ejemplo, rendía un verdadero culto a Ossian. La búsqueda afanosa de una poesía de los
orígenes se extendió por toda Europa. Richard Wagner mezcló una canción de gesta
del siglo XIII, el Cantar de los nibelungos, con una serie de poemas de origen
escandinavo para escribir y poner música al Anillo de los nibelungos, resucitando así a
Homero y la tragedia griega para hacer de ellos la epopeya de los orígenes germánicos.
En la misma época, el finlandés Lönnrot recogió en los campos de su país una
serie de poemas orales y a partir de ellos fabricó una epopeya de dioses y hombres: el
Kalevala. En Rusia se realizó una investigación análoga a partir de poesías de la
tradición oral: los Byline.
Pero apenas en el siglo XX se descubrió, si no la clave, al menos una clave para
el estudio de los poemas homéricos como poesías orales. Un hecho siempre llama la
atención a los lectores de Homero. El poeta no se limita a nombrar a los personajes –
Héctor, Néstor, Aquiles, Ulises– sino que los acompaña con una serie de epítetos
constantemente repetidos: Héctor de casco refulgente, Néstor el anciano conductor de
carros, el divino Aquiles de pies veloces, Ulises fecundo en ardides. Lo mismo sucede
con los dioses: Zeus es largovidente o de voz tonante, Atenea tiene ojos de lechuza,
Hefesto es el ilustre cojo y Calipso la más divina. A veces se repiten versos y hasta
grupos de versos, y aparece entre los eruditos la tentación de declararlos
"interpolados". Algunos estudiosos han eliminado miles de versos, sobre todo por
repetitivos. Hoy a este estilo se lo llama "formulario". El descubridor del secreto fue
un estudioso norteamericano, muerto muy joven, que escribía en francés y se llamaba
Milman Parry.
Epítetos y fórmulas tienen una función precisa: dar un descanso al aedo durante
el recitado, que adquiere así un carácter automático, y reservarle una serie de "pausas"
que le permiten extender o abreviar el poema a voluntad. Se ha constatado que en los
papiros la mayoría de los versos suplementarios con relación a la tradición manuscrita
son versos que figuran en el texto homérico. Ahora bien, Milman Parry, acompañado
por su amigo Albert Lord, tuvo la rara ocasión de verificar experimentalmente en los
Balcanes la hipótesis que había formulado a partir del texto de Homero.
Kosovo es una llanura habitada principalmente por albaneses, pero que cumple
un papel importante en el imaginario del pueblo serbio, como se pudo verificar en la
primavera de 1999. En esa llanura, un ejército de cristianos serbios y albaneses
comandado por el príncipe serbio Lázaro enfrentó en 1389 a un ejército turco otomano
al mando del sultán Murad, en el llamado "Campo de los Mirlos". Los dos jefes
murieron, pero los turcos resultaron vencedores. Esa batalla dio lugar a una tradición
épica. En los cafés de la región de Novi Pazar, bardos serbios recitaban millares de
versos y conocían de memoria monumentales epopeyas sobre las batallas entre serbios
y otomanos, en particular la del "Campo de los Mirlos". Esos poetas eran analfabetos.
Uno de ellos, oh maravilla, era ciego. Además, cuando se les enseñaba a leer, perdían
sus facultades poéticas. Albert Lord registró las epopeyas serbias –las había también
albanesas– y verificó que, pasados algunos meses o incluso años, las modificaciones
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introducidas por los aedos no eran importantes. Las analogías con los poemas
homéricos parecían decisivas. Por consiguiente, se podía conjeturar que antes de la
consolidación por escrito de las dos epopeyas atribuidas a Homero, uno o
probablemente dos poetas geniales habían dotado a La Ilíada y La Odisea de una
estructura monumental.
¿Cuáles eran los rasgos particulares de esos genios? No los busquemos en algún
supuesto secreto del espíritu griego. Si existió ese espíritu, nadie contribuyó más que
"Homero" a forjarlo, y el poeta trágico Esquilo en el siglo V a.C. no se equivocó al
decir que se limitaban a recoger migajas del gran festín de Homero. Pero se puede ser
más preciso. Un estudio atento del poema le reveló a Adam Parry, hijo de Milman, que
un personaje como Aquiles, el héroe principal de La Ilíada, usaba un lenguaje propio.
Utiliza el lenguaje de las fórmulas, pero con variaciones propias. Dicho de otra
manera, los materiales pertenecen al acervo del repertorio épico, pero la combinación
es única.
Es Aquiles, no Agamenón ni Áyax, quien formula en La Ilíada la pregunta
decisiva, la única que no tiene respuesta. No tiene querella con los troyanos: "¿Por qué
los argivos deben hacer la guerra a los troyanos?" Pregunta terrible, que tiñe todo el
poema de una melancolía esencial, y hay en ello algo singular o, en todo caso, raro. Su
adversario Héctor también tiene un lenguaje particular. Quién otro podría dirigirse así
a su esposa Andrómaca:
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chipriotas, que relata la guerra de Troya desde los orígenes, es decir, desde el juicio de
París, al cual La Ilíada hace apenas una breve alusión, hasta la entrega a Aquiles de la
cautiva Briseida, que se convierte en su favorita (figura 22). El rapto de Briseida por
Agamenón provoca la cólera de Aquiles y el comienzo de La Ilíada.
Desgraciadamente, no queda casi nada de esos Cantares chipriotas (Chipre es la isla
de Afrodita), pero gran parte de la obra de Eurípides se inspira en esa epopeya perdida.
Tampoco nos queda gran cosa de esos poemas continuadores de La Ilíada y La Odisea
que no conocemos sino por alusiones, resúmenes e ilustraciones. Por ejemplo, una
epopeya relata el fin de Ulises, muerto por Telégono, un hijo que tuvo con Circe.
También nos ha llegado el texto de una Continuación de Homero escrito en
hexámetros dactílicos por Quinto de Esmirna, quien vivió durante el Bajo Imperio
Romano. Evidentemente es un ejercicio escolar, pero tiene el mérito de relatar
leyendas que de otro modo no conoceríamos bien.
La auténtica "continuación de Homero" no está ahí. Se encuentra en millares de
vasijas corintias, áticas o del sur de Italia que representan escenas de los poemas. Se
encuentra en la literatura griega de las épocas clásica y helenística. Un historiador
como Heródoto, en el siglo V antes de nuestra era, es calificado de "muy homérico" y
desde las primeras líneas de sus Historias alude al rapto de Helena por Paris. En Roma,
en el siglo III a.C., Livio Andrónico tradujo La Odisea, y así Homero empezó a hablar
en latín. ¿Qué es La Eneida, poema en el cual Virgilio, contemporáneo de Augusto, da
forma a la "leyenda troyana" según la cual Roma fue fundada por un descendiente de
Eneas, sino una pequeña Odisea seguida de una pequeña Ilíada? Otros textos vuelven
a escribir La Ilíada y reconstruyen el calendario de los sucesos, como la Efemérides de
la guerra de Troya, o relatan la caída de la ciudad, como lo hace también La Eneida.
Gracias a esos textos se conocerán las aventuras de Aquiles y Ulises en la Edad Media
occidental. En el siglo XIII, Benoit de Sainte-Maure escribe un Román de Troie, que a
su vez será traducido al griego. ¿Y qué viene después? A principios del siglo XIV,
Dante, a pesar de que no ha leído a Homero porque no sabe griego, lo trata de "poeta
soberano" al conocerlo armado de una espada en el "Limbo", donde residen los
paganos virtuosos que no han conocido a Cristo; así lo relata en el canto IV del
"Infierno", a donde lo ha guiado Virgilio. En el canto XXVI del mismo poema relata
su encuentro con Ulises y Diomedes, los dos héroes asociados en el canto X de La
Ilíada. Ulises narra la continuación de sus aventuras después de su regreso a Ítaca. A
la inversa, en el siglo XVII, Fenelon, arzobispo de Cambrai, escribe para su discípulo,
el duque de Borgoña, nieto y presunto heredero de Luis XIV, Las aventuras de
Telémaco, en el que retrata una ciudad ideal. Otras obras son Andrómaca, de Racine,
en el siglo XVII, y "El ciego", de Chénier, en el XVIII.
En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, Jean Giraudoux pone en escena La
guerre de Troie n’aura pas lieu, en tanto la pacifista Simone Weil escribe en 1937:
"No reanudemos la guerra de Troya". En cuanto a La Odisea, sirve de marco en 1922 a
la colosal novela de James Joyce, Ulises.
En el siglo XX existió un infierno moderno llamado Auschwitz; un aedo de ese
infierno, el italiano Primo Levi, quien luego sería un escritor célebre, trató de enseñar
el canto de Ulises (el de Dante) a un camarada francés. Mucho después de la guerra,
un escritor angloantillano, Derek Walcott, recibió en 1992 el Premio Nobel por su
poema Omeros, que transforma a los personajes de Homero en pescadores de las islas
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del Caribe, que hablan un inglés teñido de creole y francés. Estos pocos ejemplos
revelan la lista enorme de preguntas que los siglos posteriores plantearon a Homero y
que le seguimos planteando en nuestros días.
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