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De LA CIERVA, Ricardo. (1967) Los Documentos de La Primavera Trágica

estudio
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DE LOS ANTECEDENTES INMEDIATOS
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LOS DOCUMENTOS DE LA PRIMAVERA TRAGICA

colección estudios de historia contempo­


ránea, preparada por la sección de estudios
sobre la guerra de españa, de la secretaría
general técnica del ministerio de informa­
ción y turismo.
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LOS DOCUMENTOS
DE LA PRIMAVERA TRAGICA

ANALISIS DOCUMENTAL
DE LOS ANTECEDENTES INMEDIATOS
DEL 18 DE JULIO DE 1936

INTRODUCCION,
SELECCION
Y NOTAS
DE
Ricardo de la Cierva

SECRETARIA GENERAL TECNICA


Sección de Estudios sobre lo guerra de España
MADRID, 1 967
Imprenta del Ministerio de Información y Turismo. Avenida del Generalísimo, 39. Madrid
Editor: Secretaría General Técnica
Depósito legal: M. 14.710-1966
índice de capítulos

Páginas

Introducción.

Nota preliminar.

Capítulo I LA REPUBLICA DE LOS TRISTES CONVENIOS ... 15


Capítulo II LAS ELECCIONES DE LA GUERRA CIVIL ... 59
Capítulo III LA MARCHA CIEGA DEL FRENTE POPULAR ... 175
Capítulo IV EL COMUNISMO EN ESPAÑA, 1936: ESTRATEGIA,
TACTICA, REALIDAD Y MITO .. 317
Capítulo V LA GUERRA CIVIL EN LAS CORTES Y EN LA CA­
LLE: CALVO SOTELO ... ... 469
Capítulo VI LA RAIZ Y LA CONCIENCIA DE UN MOVIMIENTO
DESCONOCIDO ... 603

Notas documentales y críticas 739

Indice sistemático y documental 751


Para Mercedes
1944 y J966
introducción
>
1966: treinta años del 18 de julio y la incógnita sigue sin despejar. Cen­
tenares de libros y de artículos afluyen regularmente a nuestros archivos,
como si quedase aún todo por decir y todo por investigar en la guerra de
España.

Las causas de este impar milagro bibliográfico son muy complejas: co­
rren desde los aspectos políticos a las intransigencias humanas más empeci­
nadas. Pero quizá una de las más importantes sea pura y simplemente histó­
rica, y es la siguiente:

La inmensa mayoría de los libros sobre la guerra de España arrancan des­


de el mismo 18 de julio. Despachan los años y los meses anteriores a la gue­
rra con unas líneas o unos pocos capítulos intrascendentes. El ejemplo más
claro es la obra de Hugh Thomas, pero se trata de un fenómeno muy gene­
ralizado.

Naturalmente, existen excepciones que revelan una esporádica toma de


conciencia en este problema de enfoque histórico. Gabriel Jackson 1 engloba
en un solo tratamiento histórico a la República y a la guerra. Gerald Bre­
nan 2 es el autor de una de las raras obras consagradas específicamente a los

1 Jackson, G.: The spanish Republic and the Civil War.—Princeton, 1965.
2 Brenan, G.: El laberinto español.—'París, 1962.
antecedentes de la guerra; dentro de esta tendencia podría citarse también a
Buckley ’, Allison Peers 2, Ramos Oliveira 3, Romero Solano 4 y diversos artícu­
los monográficos. Las historias de la República y varias generales (Arrarás,
Madariaga, Vicens-Vives, Seco Serrano) también nos proporcionan un con­
junto de sugerencias históricas y de estructuras provisionales para el estudio
serio de los antecedentes del conflicto.

Sin embargo, todo este montaje es insuficiente. El estudio de la guerra


española ha de abordarse franca, expresa y extensamente desde el 16 de fe­
brero de 1936, y previamente ha de concentrarse en esa fecha, tras el aná­
lisis imprescindible, toda la historia arrastrada de la República española que
acumuló ese día su energía política para verla explotar y expansionarse en
direcciones divergentes e incontrolables.

Por la insuficiente atención que la inmensa mayoría de los autores, in­


cluso los que estudian monográficamente los antecedentes de nuestra gue­
rra, conceden al primer semestre de 1936, queda sin explicación suficiente el
18 de julio. Y faltos de esta piedra angular, los libros sobre la guerra es­
pañola se sumergen en una inextricable maraña de episodios y corrientes,
para terminar, tras un final exhausto, en dejar sobre las raíces del conflicto
el mismo interrogante que describieron afanosamente en el prólogo.

Para empezar a cubrir este vacío histórico, hemos pensado que lo más
urgente era publicar una colección de documentos sobre el período inmedia­
tamente anterior al 18 de julio. La más importante serie documental hasta
ahora producida, la excelente de F. Díaz Plaja, dedica a esos meses decisivos
una atención expresa, pero incompleta; y además, su metodología de yuxta­
posición resulta insuficiente para nuestra finalidad de introducción histórica.

Hemos ampliado notablemente la noción de documento en esta colección.


Incluimos entre ellos a las opiniones contemporáneas e incluso a las primeras
perspectivas historiográficas. El amplio margen que la etimología comunica­
tiva de la palabra «documento» nos permite lo hemos aprovechado al má­
ximo. Conviene establecer con claridad esta noción convencional desde el
principio para obviar posibles quejas de los idólatras de la caligrafía.

También hemos preferido adoptar una metodología suavemente estructural


antes que el simple agregado cronológico de fuentes inconexas. Presentamos
una primera elaboración documental que todavía no es historia, pero que

’ Buckley, H. W.: Life and death of the spanish Republic.—Londres.—1940.


2 Peers, E. Allison: The spanish tragedy 1930-1937.—Londres.—1937.
3 Ramos Oliveira, A.: Historia de España.—Vol. III.—-México, 1952.
4 Romero Solano, L.: Vísperas de la guerra de España.—México.—1947.
sin duda es ya susceptible de valoración histórica. La ilación interna entre
muchos tractos documentales preexistía a nuestra reunión: nos hemos limi­
tado a levantar el polvo que a veces mantenía aislados aparentemente a es­
labones de la misma cadena.

El núcleo analítico de nuestra colección está constituido por los cuatro


capítulos centrales. El primero y el último sirven para conectar directamente
el período con zonas históricas mucho más iluminadas, y por eso la selec­
ción en estos capítulos se ha hecho pensando más en las conexiones que en
el curso de los hechos documentados.

Sin duda habrá algunos puntos objetables en nuestra selección. Toda


antología es discutible. Hemos procurado utilizar todas las fuentes impor­
tantes, sin distinción de procedencias ni de matices. Los textos se dan con
amplitud a veces exagerada, para evitar cualquier tentación de forzamiento
o tergiversación.

Los documentos van enmarcados en comentarios particulares o de serie,


y los capítulos, precedidos de una breve introducción que nos ahorra en este
momento explicaciones más detalladas. La localización de los documentos y
el resto de las notas metodológicas van al fin de la obra.

Al estar la Sección de Estudios sobre la guerra de España integrada por


un equipo universitario de historiadores y expertos en ciencia política, no
hace falta insistir en que la orientación de este libro no es polémica sino
historiográfica. Los documentos se seleccionan por su valor ilustrativo y
fontal, sin tener para nada en cuenta su procedencia ideológica o partidista.
Nunca hemos comprendido por qué bastantes autores excluyen de sus fuen­
tes contemporáneas zonas ideológicas enteras o incluso niveles específicos
de documentación. Ello equivale a amputar a priori la objetividad y el valor
aproximativo del intento. Nosotros hemos mantenido un claro propósito de
universalidad en las fuentes y en los enfoques críticos. Una colección de do­
cumentos, aunque esté concebida estructuralmente, no puede tratar de de­
mostrar ninguna tesis. Eso sí, puede lícitamente trazar líneas maestras de
orientación fáctica. Nuestro único objeto ha sido situarnos firmemente en
los umbrales de la historia de este período importantísimo para España, cuyo
presente y cuyo futuro están incluso hoy tan condicionados por los sucesos
y los cruces de ¡deas de aquella primavera trágica. Y a propósito del nom­
bre, el significado simbólico del período nos ha permitido la licencia histó­
rica de extenderlo por encima de los límites solsticiales.

Probablemente los capítulos III, IV y V sean los que presenten mayores


novedades para el lector no especializado. En el tercero se documenta de
forma más completa que la habitual el movimiento disgregador de la Re-

1 bis
pública que la hizo morir a manos de aquella paranoia colectiva de una
parte de sus masas, bien activadas desde dentro y desde fuera. El capítu­
lo IV prolonga y amplía las directrices de Bolloten sobre «el gran engaño»
de la propaganda comunista en todo el período anterior a la guerra, y trata
de utilizar con sentido histórico y por encima de toda propaganda una
abundante documentación sobre el comunismo español en 1936. Con ello
quedan a la luz aspectos de la actividad de ese partido que han sido cui­
dadosamente velados desde el mismo 18 de julio por una de las cortinas
propagandísticas más cínicas y eficaces de la historia contemporánea. En el
capítulo V se amplían los grandes duelos parlamentarios hasta momentos
poco citados en España en los últimos tiempos, y con ello se enmarca la
gran tragedia mediante la adopción de puntos de vista auténticamente histó­
ricos no demasiado utilizados hasta nuestros días. No hace falta decir que
esta documentación se colecciona con miras a la historia «política». Los as­
pectos económicos, sociales y cotidianos de la época estaban tan tremenda­
mente desenfocados por la hipertrofia de lo político, que la historia de la
primavera trágica ha de ser política por encima de todo.

Un análisis documental se concibe como obra de consulta, y entre sus


características literarias no tienen por qué contarse el sensacionalismo ni la
amenidad. Sin embargo, tenemos conciencia de que bastantes de los docu­
mentos que aquí recogemos van a producir una impresión profunda en nues­
tros lectores. Algunos de ellos son relativamente conocidos, pero van a bri­
llar con luz nueva dentro de su contexto; otros tuvieron carácter restringido I
o reservado, y resucitan aquí del olvido más total. En las instrucciones ge­
nerales a los capítulos y en las particulares a documentos o grupos docu­
mentales —estas últimas, destacadas tipográficamente— subrayamos los as­
pectos más interesantes de esos documentos y esos contextos.

No queremos terminar esta introducción sin afirmar que todos los docu­
mentos y obras citadas en este libro se encuentran, en la versión indicada
en las notas, a plena disposición de nuestros amables lectores.

R. DE LA CIERVA

Madrid, invierno de 1966.

i
nota preliminar
i r—
Este libro es la segunda publicación del programa «Estudios de Historia Contem­
poránea», preparado por esta Sección. La primera publicación ha sido Cien libros
básicos sobre la guerra de España, por R. de la Cierva. Madrid. Publicaciones españo­
las, 1966. La próxima obra programada es Bibliografía general sobre la guerra de Es­
paña y sus antecedentes, cuyo volumen I aparecerá (D. m.) durante 1967.

La Sección de Estudios sobre la guerra de España fue creada a mediados de 1965


en la Secretaría General Técnica del Departamento por iniciativa del Ministro, don
Manuel Fraga Iribarne, cuando era titular de la Secretaría General Técnica don Ga­
briel Cañadas. Esta obra se ha realizado siendo titular don Joaquín Juste, a quien
el autor agradece muy sinceramente el especial interés que ha puesto en ella y las nu­
merosas sugerencias que, sin duda, la han enriquecido.

Diversos miembros de la Sección han colaborado en la obra. Deseo destacar la


ayuda de los señores Nieto, Moreno y Lozano, así como la colaboración de la señorita
María Dolores de la Torre en la selección documental.

Con esta obra, lo mismo que con la anterior, la Sección y la Secretaría General
Técnica no han hecho más que prolongar el esfuerzo editorial que venía realizando en
este tema la Dirección General de Información, cuyo titular es don Carlos Robles P¡-
quer, por medio de sus servicios propios y, sobre todo, mediante la Editora Nacional,
dirigida por don Jesús Unciti.

Los aspectos gráficos de este libro han sido realizados por el Servicio de Publi­
caciones de la Subsecretaría, dirigido por don Rogelio Diez Alonso, en la Imprenta
del Ministerio. Mi agradecimiento a los señores Somavía, Arribas y Hernán, a los
que tanto debe este libro.
í
CAPITULO I
(preliminar)

la república
de los tristes convenios
(1931-1936)
Este capítulo no pretende ser —no puede ser— una antología documental
de la República. Existen muy buenas colecciones de documentos sobre la
República (1) y, lo que es más admirable, existen buenas historias de la Re­
pública. Joaquín Arrarás (2), Antonio Ramos Oliveira (3) y Salvador de Ma-
dariaga (4) son tres focos convergentes con los que puede el historiador
aventurarse, sin demasiado miedo, por la jungla republicana.
Claro que se echa de menos el intento formal de esa convergencia; el muy
estimable ensayo de Gabriel Jackson (5) no suprime esa necesidad; pero acu­
ña, para otros fines, una expresión que va a sernos muy útil: la leyenda negra
de la República española.
Y es que la alegre, la llena de esperanza, la muy celebrada “Niña Bonita”
del 14 de abril nació sin sangre —sin primera sangre— y sin suerte. Ante
su evidente fracaso como fórmula de convivencia nacional, los monárquicos
—y una gran mayoría de las derechas— han acuñado el enorme tópico de
que la República fue per se un experimento imposible. Leyenda negra; temi­
ble injusticia. Porque los grupos no izquierdistas tuvieron muy buena parte
de culpa en la imposibilidad concreta de una República que recogió el Poder
del arroyo, en dura frase de Miguel Maura.
Tampoco los republicanos pueden lanzar la primera piedra. Ellos —y en
ellos englobo a todas las izquierdas, las burguesas y las proletarias, además
de la llamada derecha y el fantasmal centro republicano— consideraron a la
República como su coto cerrado o la utilizaron hasta la misma prostitución
para sus egoístas fines de partido.
Los extremos exagerados del espectro público español en los años treinta
entraron en la República con el deliberado y programado fin de no respetar­
la: las zonas más templadas no tuvieron tiempo de anclarse en un auténtico
ideal de convivencia, perturbadas por los tirones de los dos extremos y por
su propia maraña de particularismos y miopías.
Y ya estamos sobre la misma base de nuestro título. Cada etapa funda­
mental de la República nació de un triste convenio. Triste porque los grupos
que pactaban eran tan heterogéneos que pronunciaban la explosión, y, mu­
chas veces, tan egoístas, que, más que forjar un convenio para el manteni­
miento de la República, pactaban la utilización de la República para sus
propios fines partidistas, cuando no francamente subversivos. La etapa del
Gobierno provisional y el primer bienio nació del primer pacto triste, el pacto
de San Sebastián, con la hibridación imposible Largo-Maura, para no citar

17
más que una contradicción personal. Aquello no podía ser constructivo, y se
sumergió varias veces por partes hasta el naufragio. Triste convenio fue el
de los indecisos católicos de la C. E. D. A. y los aprovechados masones ra­
dicales. Terminó en la ignominia, el estraperlo y la impotencia reaccionaria
más lamentable. El tercer período de la República nació de otro tristísimo
convenio: el pacto del Frente Popular, inspirado parcial, pero decisivamente,
desde el VII Congreso de la Comintem. Fue un convenio que nació muerto:
las consecuencias se van a analizar a fondo en este libro. Y tampoco falta el
convenio trágico para antes de la explosión de julio: en nuestro capítu­
lo IV veremos a José Díaz propugnar, como único camino para su objetivo
de partido único controlado, un nuevo pacto proletario sin izquierdas bur­
guesas.
La agrupación de fuerzas que precedió y siguió al Alzamiento de julio
no puede ya, afortunadamente para España, catalogarse entre los tristes con­
venios de la República. Porque, además, no es un convenio. Es una coinci­
dencia, consciente y subconsciente a la vez, de energías seculares, instinto
de conservación nacional y sentido personal de defensa. Pero todo esto ten­
dremos ocasión de analizarlo detenidamente más adelante.
La tristeza constitutiva de todos los convenios de la República consistía
en la sistemática exclusión de todos los no participantes en ellos. Hasta pudo
decirse que don Manuel Azaña era nada menos que la encamación de la
República española. Así les fue a los dos.
En este capítulo no vamos a ofrecer, por las razones antes aludidas, una
síntesis documental de toda la República. Por el carácter no analítico, sino
preliminar de este capítulo, solamente vamos a reflejar unos cuantos textos I’
que para bastantes españoles y bastantes historiadores están olvidados, se­ ¡I
gún cuál para cuáles. Y que, considerados en conjunto, pueden producir una
muy deseable ambientación.

18
F

I
DOCUMENTO PRELIMINAR

EL PACTO DE SAN SEBASTIAN (6)

Este es el gran pacto de la República, reflejado en la referencia de


El Sol. No necesita ya comentarios: se han hecho todos.
La República de los tristes convenios tuvo bastantes pactos más, aparte
de los fundamentales que señalábamos en la introducción. Para venir al
mundo aún necesitó el pacto secreto del Conde de Romamones con Alcalá
Zamora, en casa del doctor Marañón, pacto que tan vigorosamente denun­
ció Juan de la Cierva en el último Consejo de la Monarquía. Cuando las
personas no están seguras, pactan y pactan. Piensan robustecer su des­
confianza con el barniz jurídico del contrato político. Pero jamás un barniz
puede suplir a una estructura.

San Sebastián, 18 (10 m.).—Ayer, a mediodía, acudieron al hotel de Lon­


dres representantes de los distintos partidos republicanos españoles, y, después
de almorzar, se reunieron en los locales de la Unión Republicana.
La reunión duró desde las cuatro hasta las cinco y media, y se distinguió
por la coincidencia fundamental en las cuestiones autonómicas, electoral y
revolucionaria.
Al terminar, los reunidos se negaron a hacer manifestaciones concretas,
limitándose a referirse a la siguiente

Nota oficiosa.

En el domicilio social de Unión Republicana, y bajo la presidencia de don


Fernando Sasiain, se reunieron esta tarde don Alejandro Lerroux y don Ma­
nuel Azaña, por la Alianza Republicana; don Marcelino Domingo, don Al­
varo de Albornoz y don Angel Galarza, por el partido republicano radical
socialista; don Niceto Alcalá Zamora y don Miguel Maura, por la derecha
liberal republicana; don Manuel Carrasco Formiguera, por la Acción Cata­
lana ; don Matías Mallol Bosch, por la Acción Republicana de Cataluña;
don Jaime Ayguadé, por el Estat Catalá, y don Santiago Casares Quiroga,
por la Federación Republicana Gallega, entidades que, juntamente con el
partido federal español —el cual, en espera de acuerdos de su próximo
Congreso, no puede enviar ninguna delegación—, integran la totalidad de los
elementos republicanos del país.
A esta reunión asistieron también, invitados con carácter personal, don
Felipe Sánchez Román, don Eduardo Ortega y Gasset y don Indalecio Prieto,
no habiendo podido concurrir don Gregorio Marañón, ausente en Francia,
y de quien se leyó una entusiástica carta de adhesión en respuesta a la indi­
cación que con el mismo carácter se le hizo.
Examinada la actual situación política, todos los representantes concu­
rrentes llegaron, en la exposición de sus peculiares puntos de vista, a una
perfecta coincidencia, la cual quedó inequívocamente confirmada en la una­
nimidad con que se tomaron las diversas resoluciones adoptadas.

19
II

La misma absoluta unanimidad hubo al apreciar la conveniencia de ges­


tionar rápidamente y con ahínco la adhesión de las demás organizaciones
políticas y obreras que en el acto previo de hoy no estuvieron representadas
para la finalidad concreta de sumar su poderoso auxilio a la acción que sin
desmayos pretenden emprender conjuntamente las fuerzas adversas al actual
régimen político.

San Sebastián, 18 (9 m.).—A pesar de la reserva guardada por cuantos


asistieron a la reunión de las izquierdas, hemos podido obtener alguna am­
pliación a los puntos de vista recogidos en la nota oficiosa facilitada a la
Prensa.
El problema referente a Cataluña, que es el que más dificultades podía
ofrecer para llegar a un acuerdo unánime, quedó resuelto en el sentido de
que los reunidos aceptaban la presentación a unas Cortes Constituyentes de
un estatuto redactado libremente por Cataluña para regular su vida regional
y sus relaciones con el Estado Español.
Este acuerdo se hizo extensivo a todas aquellas otras regiones que sientan
la necesidad de una vida autónoma.
En relación con este mismo problema, se defendió en la reunión que los
derechos individuales deben ser estatuidos por las Cortes Constituyentes para
que no pueda darse el caso de que la entrada en un régimen democrático
supusiera un retroceso en las libertades públicas.
Tanto para las Cortes Constituyentes como para la votación del estatuto
por las regiones se utilizará el sufragio universal.
Los reunidos se mostraron en absoluto de acuerdo en lo que se refiere a
la acción política solidaria.

DOCUMENTO 1

NICETO ALCALA ZAMORA ENJUICIA LA CONSTITUCION DE SU


REPUBLICA (7)

A Niceto Alcalá Zamora se debe el 14 de abril. Primero, porque su


personalidad católica moderada impulsó a muchas personas de orden a vo­
tar por la República. Y en segundo lugar, por su firmeza en exigir la salida
de Alfonso XIII antes de la puesta del sol. En este importante texto existe
ya una alusión al germen de guerra civil.

Antes ya de ser votada la Constitución de 1931, el propio Jefe del Go­


bierno provisional de la República dimitía, votando en contra del artículo 26
de la Ley Fundamental, y levantaba la bandera de su reforma. Véase cómo se
expresa:

... Este libro ha sido pensado y escrito antes del 34 y, por tanto, del 7 de
abril de 1936... (pág. 10). Ya en la sesión del 11 de octubre de 1931, cuando

20
presentí mi derrota acerca del artículo hoy 26 de la Constitución, anuncié,
condicionada, pero resueltamente, la bandera de reforma que hiciera posible la
convivencia pacífica y justiciera de todos los españoles... (pág. 6). Al lado de
tan inapreciables cualidades, y para hacer peligroso en ocasiones su ejercicio,
las Cortes Constituyentes adolecían de un grave defecto, el mayor, sin duda para
una Asamblea representativa: Que no lo eran, como cabal ni aproximada coin­
cidencia de la estable, verdadera y permanente opinión española... (pág. 14).
Desde mí a la extrema derecha se necesitaban, para que hubiese una re­
presentación fiel de España, cerca de 200 diputados, y había unos 70. Desde
el partido radical inclusive, a la derecha, debieron componer dos tercios de
la Cámara, y sólo formaban, cuando coincidían, una minoría inevitablemente
vencida... (pág. 15).
Las Cortes, que no sabían de su debilidad representativa, quizá en lo
subconsciente la presintieron. Aquello era malo y esto fue peor, ya que un
instinto oscuro, turbio, las llevó a aprovecharse de un predominio pasajero y
ficticio, para extremar la victoria de impulsos y tendencias que corrían el
riesgo de tardar mucho en hallar otra ocasión parecida... (pág. 15).
Es un poco difícil señalar a primera vista y por datos directos cuáles
fueron los criterios que determinaron el carácter de la Constitución. Dejada la
Cámara a su albedrío, así como la Comisión a sus anchas, no fue siquiera
y siempre el parecer de la mayoría de ésta el que con meditación se impuso.
Predominó con frecuencia, ante la discusión y frente a las enmiendas, la
voluntad impresionada y variable de los que, sentados en el banco de la
Comisión, formaban una mayoría accidental, que era minoría absoluta res­
pecto de la total composición de aquélla. Así el azar, ya que no el capricho,
determinó la fortuna de varios preceptos y la frustración de otras iniciativas...
(pág. 41). “De espaldas a la realidad nacional.” Quizá este epígrafe no sea
exacto del todo y peque de inexacto por benévolo. La Constitución se dictó,
efectivamente, o se planeó sin mirar a esa realidad nacional, que era la que
imponía, y logra que prevalezca siempre la norma reflejo de su honda, esencial
e íntima estructura. Se procuró legislar obedeciendo a teorías, sentimientos e
intereses de partido, sin pensar en esa realidad de convivencia patria, sin cui­
darse apenas de que se legislaba para España... (pág. 46).
Pero no fue sólo por imitación de textos o influencias doctrinales del ex­
tranjero. Entró, por mucho, decisivamente, el espíritu sectario que quiso lograr y
consolidar soluciones tendenciosas, imponiendo una fuerza parlamentaria pa­
sajera, y no representativa de la verdadera y total voluntad española... (pág. 49).
¡Y sin embargo se hizo una Constitución que invitaba a la guerra civil, desde
lo dogmático, en que impera la pasión sobre la serenidad justiciera, a lo orgá­
nico, en que la improvisación, el equilibrio inestable, sustituye a la experiencia
y a la construcción sólida de los poderes!... (pág. 50).

21
DOCUMENTO 2

EL DICTAMEN DE SALVADOR DE MADARIAGA (8)

.Ninguna página más famosa, entre las muchas páginas famosas de Ma-
dariaga, que su visión global de la República y de las causas de su fra­
caso. He aquí la versión que poco a poco va imponiéndose como acertada
interpretación histórica de una trayectoria tan difícil.
La historia de la República es en su esencia la de esta lucha interna del
centro para existir y de los extremos para impedirle cobrar masa y momento.
Ganaron los extremos, y España se vio desgarrada por la guerra civil más
desastrosa de su historia. La importancia internacional que llegó a alcanzar y la
intervención activa que en ella tomaron los dos Estados fascistas y el Estado
comunista, han tendido a oscurecer la índole fundamentalmente española de
esta guerra civil. Sus orígenes y aspectos españoles tienen que subrayarse
debidamente para comprender en su verdadero sentido el conflicto español
aun en su carácter, que sin duda también tiene, de episodio de la guerra civil
europea cuyo prólogo vino a ser.
¿Por qué fracasó el centro, no sólo en gobernar, sino hasta en nacer?
Ante todo, por la índole intransigente y absoluta de nuestro carácter. Causa-
raíz de todos los males de España, esta intransigencia determina todo lo que
en nuestra vida pública ocurre, y explica los fracasos periódicos del gobierno
parlamentario y las apariciones periódicas de la dictadura, así como los se­
paratismos regionales y las guerras civiles. Por naturaleza, el español gravita
hacia el extremo de su pensamiento, en contraste con el inglés, que suele que­
darse a la parte de acá de lo que piensa, pues se dice que siempre es peligroso
confiarse con exceso a cosa tan extraña y sutil como el pensar. Y así resulta
que, mientras los ingleses que piensan de modo distinto siguen siempre a la
vista uno de otro y a distancia tal que puedan oírse uno a otro y ver ambos
el lugar donde se han separado y pueden siempre volver a reunirse, los espa­
ñoles que piensan de modo distinto (¿y cuándo no?) se hallan siempre de­
masado lejos unos de otros y tienen que hablarse a voces, y apenas se ven,
con lo que corren el riesgo de interpretarse mal los movimientos e imaginar
que un gesto de aquiescencia es una amenaza y hasta tomar una pluma por un
revólver. Aparte todo otro factor objetivo que las circunstancias puedan
aportar, este factor psicológico permanente tenía, pues, que favorecer a los
extremos en detrimento del centro. Nadie que tenga experiencia directa de las
cosas y gentes de España dejará de apreciar su importancia en la evolución
de los acontecimientos que terminaron con la vida de la República.
Viene después, en orden de importancia, el capítulo, siempre ponderoso en
Esnaña, de las consideraciones personales y, en particular, el antagonismo na­
tural entre los dos hombres llamados a dirigir el centro si hubiera llegado a
constituirse: Azaña y Lerroux. Pertenecían estos dos hombres a dos épocas
diferentes, a dos órdenes distintos del ser. Lerroux, el más viejo, con una di­
ferencia de una generación entera, si no en edad física, al menos en cuanto a
desarrollo político y ámbito mental, era producto típico del siglo xrx. Hijo

22 i
i

L
del pueblo autodidacto, había ido a la política en la juventud y con un tono
francamente revolucionario y demagógico. Al triunfar al fin la causa que ha­
bía encarnado toda su vida, sus días de caudillo popular; sin imperio sobre las
multitudes de Barcelona, sus triunfos de orador anticlerical que incitaba a los
obreros a hacer madres de las monjas, eran cosas del pasado. Pero su nombre
seguía aureolado por aquellas glorias populares de antaño, y su partido radi­
cal había echado hondas raíces en las clases medias y populares de bastantes
ciudades para que el Comité Revolucionario le reservase un puesto en su seno
y en el del Gobierno Provisional más tarde. Lerroux vino a ser la esperanza
de los conservadores que se dieron cuenta de que la República era inevitable,
Pero para la gente nueva, el partido radical y su caudillo sonaban a hueco y se
les sospechaba de adolecer de los peores aspectos que la política presenta
en muchos países democráticos, sobre todo donde, como en España, existe
una vivaz tradición picaresca.
Diferencias de gusto, quizá más todavía que de ética en materia de vida
pública, distanciaban a don Alejandro Lerroux de don Manuel Azaña. Era
Azaña un intelectual altivo y un tanto recluso, de gusto delicado en cosas
éticas y estéticas, que había dedicado su vida entera a cumplir sus obligaciones
de funcionario en el Ministerio de Gracia y Justicia, reservando sus ocios al
cultivo de las letras. Azaña se había educado en el Colegio de El Escorial, con
los frailes agustinos, y graduado en la Universidad de Madrid. Era hombre de
gran distinción intelectual, elevación moral y orgullo; con cierto aspecto fe­
menino en su carácter, al que se debía su excesiva sensibilidad que protegía
con una rudeza y una rugosidad puramente superficiales, amén de rodearse de
una atmósfera algo cerrada y no poco malsana, que solían hacer irrespirable
sus no siempre discretos amigos... Tuvo que actuar de poder moderador im­
provisado don Julián Besteiro, Presidente de las Cortes, y tras breve negocia­
ción, tomó la presidencia del Gobierno Provisional el adalid de los anticlerica­
les, don Manuel Azaña (octubre 13-14, 1931).
Al lado de estas tres lamentables equivocaciones, los demás artículos de la
Constitución apenas tienen más que una importancia histórica y académica.
Inspiraba a los más de entre ellos un espíritu igualitario, generoso y popular;
otros, como los que concernían al divorcio y al matrimonio, aguardaban ya
desde hacía tiempo en la opinión a cristalizar en leyes; otros, como el sufra­
gio femenino, eran experimentos liberales aunque arriesgados; otros, como las
promesas que con todo detalle se hacían a los trabajadores, si bien de buena
intención, iban quizá más allá de lo inmediatamente posible. El 9 de diciem­
bre de 1931 quedó ratificada con el voto final de las Cortes la carta consti­
tucional de la segunda República. Al día siguiente eligieron las Cortes Presi­
dente de la República a don Niceto Alcalá Zamora. Azaña pasó de Presidente
del Gobierno Provisional a Presidente del Consejo de Ministros. La República
zarpó hacia una travesía tempestuosa que fue a parar en la guerra civil.
♦ ♦ ♦

La Constitución nació el 9 de diciembre de 1931 y murió el 18 de julio


de 1936, al quedar suspendida, hasta la independencia de España. En estos

23
I
cuatro años y medio vivió España tres fases distintas de vida pública: a la
izquierda (9 de diciembre de 1931 a 3 de diciembre de 1933), a la derecha
(3 de diciembre de 1933 a 16 de febrero de 1936) y a la izquierda otra vez
(16 de febrero de 1936 a 18 de julio de 1936). Durante el primer período, la iz­
quierda en el Poder tuvo que hacer frente a un alzamiento armado de la dere­
cha (agosto 1932). Durante el segundo período, la derecha en el poder tuvo
que hacer frente a un alzamiento de la izquierda (octubre 1934). Durante el
tercer período, la izquierda en el poder tuvo que hacer frente a un alzamiento
armado de la derecha. La República sucumbió a estas violentas sacudidas.
Lo demás, es retórica.

DOCUMENTO 3

LA NEGATIVEDAD DE LAS DERECHAS (9)

Las derechas españolas se ponen de acuerdo para una postura electoral


común. En realidad existía una gran base para esa coincidencia: la gran
base era nada menos que España, que en su huella histórica —“no tenemos
otra”, decía Menéndez y Pelayo— y en su misma angustiada entidad pre­
sente corría peligro de desintegración.
Esta inmensa raíz comunitaria, suprapartidista, queda vislumbrada por
las derechas en su manifiesto; pero sólo vislumbrada. El programa concreto,
los objetivos, las tendencias, son negativas; el mismo nombre de la coali­
ción es un anti. La victoria que, con plataforma tan escueta, se consiguió,
corresponde no a esa plataforma, sino al íntimo sentido de la Patria que, a
pesar de todas las mezquindades, latía debajo.

Electores de Madrid: Los candidatos designados por las organizaciones


políticas y fuerzas sociales representadas en la coalición antimarxista utilizan
un derecho y, a la vez, cumplen un deber al dirigirse al cuerpo electoral para
solicitar de él su voto y su apoyo.
Innecesario parece que los que abajo firman hagan ante el cuerpo electo­
ral inventario detallado de las razones que justifican la presentación de esta
candidatura y el concurso cumplido y entusiasta que para ella se pide. Bas­
tará con que cada elector mire en su derredor, contemple la situación total
del país y la particular creada a los ciudadanos, cualquiera que sea la clase
a que pertenezcan y la profesión u oficio que ejerzan, por errores, torpezas,
negligencias y acciones conscientes omitidas o realizadas desde las alturas
del Gobierno durante el vergonzoso e inolvidable bienio que acaba de cerrarse,
para que cada cual se convenza de la necesidad de aportar su patriótico
esfuerzo a una obra común, en la que va envuelto, no el alivio pasajero de
una enfermedad, sino la salvación o la muerte de un enfermo, que es nada
menos que España.
La lucha electoral de Madrid no puede ser sino concreción y resumen de
la que hay, a estas horas, planteada en toda la nación: la necesidad de optar

24
entre las dos fuerzas de desigual empuje que entre sí pelean. De un lado, los
que aman a España y anhelan, no ya conservarla, sino restaurarla, así en su
riqueza como en su unidad y en sus más íntimas esencias espirituales; del
otro, los que, diciendo amar a España, han puesto, sin embargo, sus palabras
como sus actos al servicio de la continuada y pertinaz tarea de arruinarla,
fraccionarla y destruirla.
No caprichosamente, sino por obediencia debida a imperativos de la rea­
lidad, se denomina antimarxista esta candidatura, y la coalición de fuerzas
políticas y sociales que la sirve de soporte. Es, en efecto, el marxismo, con
su concepción materialista y anticatólica de la vida y de la sociedad; con
su sectaria hostilidad hacia los grandes valores tradicionales sobre los que
debe descansar un necesario renacimiento del espíritu patriótico; con su
mal disimulado desdén para todo sentimiento genuinamente nacional; con el
desate temerario que ha provocado y conseguido de los odios y envidias con­
naturales en las luchas de clases; con su preocupación ciega de los mal en­
tendidos intereses de uno solo de los factores de la producción; con su des­
precio del valer y de las actividades individuales y su instintivo aborreci­
miento hacia toda jerarquía y hacia toda riqueza; con el antiespañolismo
que, como un exudado nocivo, brota de todo su ideario y de sus actos como
de sus propagandas, y, sobre todo, con la desgraciada, injusta y arbitraria
gestión desarrollada en el ejercicio de una función, más que simplemente co­
laboradora, plenamente directiva, al frente de los negocios públicos, el que
aparece como responsable, destacado y principal, de las vergüenzas y desdi­
chas acumuladas a la hora presente sobre el país, a un tiempo temeroso de
los riesgos del desplome definitivo de muchas esperanzas y aleccionado por
el fracaso de las más torpes y aventuradas experiencias.
Los candidatos de la coalición antimarxista defenderán resueltamente y a
todo trance la necesidad de una inmediata derogación, por la vía que en
cada caso proceda, de los preceptos, tanto constitucionales como legales, ins­
pirados en designios laicos y socializantes, en realidad encaminados a des­
truir así el inmenso patrimonio moral como la ya exhausta riqueza material
de la sociedad española, trabajarán sin descanso para lograr la cancelación
de todas las disposiciones confiscadoras de la propiedad y persecutorias de
las personas, de las Asociaciones y de las creencias religiosas. Y, finalmente,
solicitarán, como prenda de paz, la concesión de una amplia y generosa
amnistía, tan generosa y amplia como la reclamada y obtenida por el socia­
lismo en 1917.
A impedir que la política anticatólica, antieconómica y antinacional, re­
presentada por el socialismo y sus subalternos auxiliares, más o menos des­
cubiertos o subrepticios, prevalezca o siquiera influya predominantemente,
como hasta ahora, en la gobernación del Estado, irán, vigorosa y enérgica­
mente encaminados, todos nuestros esfuerzos. Procedentes los que constitu­
yen la candidatura antimarxista de campos políticos diferentes y aun opuestos,
conservan íntegra su plena libertad para defender en el Parlamento o fuera de
él las soluciones que ante los más palpitantes problemas de la actualidad pre-

25
ll

coniza su respectivo ideario. Pero coinciden en la necesidad inaplazable de este


urgente llamamiento que hacen a todos los españoles: a los indiferentes, para
que dejen de serlo; a los hombres de buena voluntad, para que nos ayuden;
a los adversarios leales, para que nos escuchen y, en definitiva, nos respeten.
Antonio Royo Villanova, José María Gil Robles, Luis Hernando de
Larramendi, Antonio Goicoechea, Juan Ignacio Lúea de Tena, José Calvo So­
telo, Mariano Matesanz, Francisco Javier Jiménez de la Puente (conde de
Santa Engracia), Juan Pujol, José María Valiente, Honorio Riesgo, Rafael
Marín Lázaro, Adolfo Rodríguez-Jurado.

DOCUMENTO 4

LA APARICION DE UN NUEVO TALANTE POLITICO (10)

Se cita mucho el discurso de la Comedia. Pero a esta pieza clave de


José Antonio hay que estudiarla en su ambiente, lejos de aureolas y mi-
tificaciones posteriores. En 1933 casi nadie se dio cuenta de lo que lle­
vaba dentro ese discurso. Años más tarde fue marcado como la aparición
del fascismo en España. Era mucho más. Era la aparición de una forma
nueva de ver las cosas por encima de los partidos; era la primera mani­
festación de una sincera posición centrista, nacional y tradicional; era una
impaciencia joven por romper esterilidades y aportar soluciones; era un
aire nuevo. Era también el fascismo, naturalmente.
Luego vino el truncamiento, la tergiversación y el mito. Hay que
volver a 1933, antes de las elecciones.

Nada de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias, como corresponde


al laconismo militar de nuestro estilo.
Cuando en marzo de 1762 un hombre nefasto, que se llamaba Juan Ja-
cobo Rousseau, publicó El contrato social, dejó de ser la verdad política una
entidad permanente. Antes, en otras épocas más profundas, los Estados, que
eran ejecutores de misiones históricas, tenían inscritas sobre sus frentes, y
aun sobre los astros, la justicia y la verdad. Juan Jacobo Rousseau vino
a decirnos que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de ra­
zón, sino que eran, en cada instante, decisiones de voluntad.
Juan Jacobo Rousseau suponía que el conjunto de los que vivimos un I
pueblo tiene un alma superior, de jerarquía diferente a cada una de nuestras
almas, y que ese “yo” superior está dotado de una voluntad infalible, capaz
de definir en cada instante lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Y como
esa voluntad colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del
sufragio —conjetura de los más que triunfa sobre la de los menos en la adi­
vinación de la voluntad superior—, venía a resultar que el sufragio, esa farsa
de las papeletas entradas en una urna de cristal, tenía la virtud de decirnos en
cada instante si Dios existía o no existía, si la verdad era la verdad o no era

26
la verdad, si la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momen­
to, se suicidase.
Como el Estado liberal fue un servidor de esa doctrina, vino a constituir­
se no ya en el ejecutor resuelto de los destinos patrios, sino en el espectador
de las luchas electorales. Para el Estado liberal sólo era importante que
en las mesas de votación hubiera sentado un determinado número de señores,
que las elecciones empezaran a las ocho y acabaran a las cuatro, que no
se rompieran las urnas..., cuando el ser rotas es el más noble destino de
todas las urnas. Después, a respetar tranquilamente lo que de las urnas sa­
liera, como si a él no le importase nada. Es decir, que los gobernantes libe­
rales no creían ni siquiera en su misión propia, no creían que ellos mismos
estuviesen allí cumpliendo un respetable deber, sino que todo el que pensara
lo contrario y se propusiera asaltar al Estado, por las buenas o por las malas,
tenía igual derecho a decirlo y a intentarlo que los guardianes del Estado
mismo a defenderlo.
De ahí vino el sistema democrático, que es, en primer lugar, el más rui­
noso sistema de derroche de energías. Un hombre dotado para la altísima
función de gobernar, que es tal vez la más noble de las funciones humanas,
tenía que dedicar el 80, el 90 ó el 95 por 100 de su energía a sustanciar
reclamaciones formularias, a hacer propaganda electoral, a dormitar en los
escaños del Congreso, a adular a los electores, a aguantar sus impertinencias,
porque de los electores iba a recibir el Poder; a soportar humillaciones y
vejámenes de los que, precisamente por la función casi divina de gobernar,
estaban llamados a obedecer; y si, de todo eso, le quedaba un sobrante de
algunas horas en la madrugada o de algunos minutos robados a un descanso
intranquilo, en ese mínimo sobrante es cuando el hombre dotado para go­
bernar podía pensar seriamente en las funciones sustantivas del Gobierno.
Vino después la pérdida de la unidad espiritual de los pueblos, porque,
como el sistema funcionaba sobre el logro de las mayorías, todo aquel que
aspiraba a ganar el sistema tenía que procurarse la mayoría de los sufragios.
Y tenía que procurárselos robándolos, si era preciso, a los otros partidos; y
para ello no tenía que vacilar en calumniarlos, en verter sobre ellos las peores
injurias, en faltar deliberadamente a la verdad, en no desperdiciar un solo
resorte de mentira y de envilecimiento. Y así, siendo la fraternidad uno de
los postulados que el Estado liberal nos mostraba en su frontispicio, no hubo
nunca situación de vida colectiva donde los hombres injuriados, enemigos
unos de otros, se sintieran menos hermanos que en la vida turbulenta y des­
agradable del Estado liberal.
Y por último, el Estado liberal vino a deparamos la esclavitud econó­
mica, porque a los obreros, con trágico sarcasmo, se les decía: “Sois libres de
trabajar lo que queráis; nadie puede compeleros a que aceptéis unas y
otras condiciones; ahora bien, como nosotros somos los ricos, os ofrecemos
las condiciones que nos parecen; vosotros, ciudadanos libres, si no queréis;
no estáis obligados a aceptarlas; pero, vosotros, ciudadanos pobres, si no
aceptáis las condiciones que nosotros os imponemos, moriréis de hambre,
rodeados de la máxima dignidad liberal”. Y así veríais cómo en los países

27
donde se ha llegado a tener. Parlamentos más brillantes e instituciones demo­
cráticas más finas, no teníais más que separaros unos cientos de metros de
los barrios lujosos para encontraros con tugurios infectos donde vivían ha­
! cinados los obreros y sus familias, en un límite de decoro casi infrahumano.
Y os encontraríais trabajadores de todos los campos que de sol a sol se doblan
sobre la tierra, abrasadas las costillas, y que ganaban en todo el año, gracias
al libre juego de la economía liberal, setenta u ochenta jornales de tres pesetas.
Por eso tuvo que nacer, y fue justo su nacimiento (nosotros no recatamos
ninguna verdad), el socialismo. Los obreros tuvieron que defenderse contra
aquel sistema, que sólo les daba promesas de derechos, pero no se cuidaba
de proporcionarles una vida justa.
Ahora, que el socialismo, que fue una reacción legítima contra aquella
esclavitud liberal, vino a descarriarse, porque dio, primero, en la interpreta­
ción materialista de la vida y de la historia; segundo, en un sentido de re­
presalia; tercero, en una proclamación del dogma de la lucha de clases.
El socialismo, sobre todo el socialismo que construyeron, impasibles en
la frialdad de sus gabinetes, los apóstoles socialistas, en quienes crejn los
pobres obreros, y que ya nos ha descubierto tal como eran Alfonso García
Valdecasas; el socialismo, así entendido, no ve en la historia sino un juego
de resortes económicos; lo espiritual se suprime; la religión es un opio del
pueblo; la patria es un mito para explotar a los desgraciados. Todo eso dice
el socialismo. No hay más que producción, organización económica. Así es
que los obreros tienen que estrujar bien sus almas para que no quede dentro
de ellas la menor gota de espiritualidad.
No aspira el socialismo a restablecer una justicia social rota por el mal
funcionamiento de los Estados liberales, sino que aspira a la represalia; as­
pira a llegar en la injusticia a tantos grados más allá cuanto más acá llega­
ran en la injusticia los sistemas liberales.
Por último, el socialismo proclama el dogma monstruoso de la lucha de
clases; proclama el dogma de que las luchas entre las clases son indispensa­
bles, y se producen naturalmente en la vida, porque no puede haber nunca
nada que las aplaque. Y el socialismo, que vino a ser crítica justa del libe­
ralismo económico, nos trajo, por otro camino, lo mismo que el liberalismo
económico: la degradación, el odio, la separación, el olvido de todo vínculo
de hermandad y de solidaridad entre los hombres.
Así resulta que cuando nosotros, los hombres de nuestra generación, abri­
mos los ojos nos encontramos con un mundo en ruina moral, un mundo es­
cindido en toda suerte de diferencias; y por lo que nos toca de cerca, nos
encontramos una España en ruina moral, una España dividida por todos los
odios y por todas las pugnas. Y así, nosotros hemos tenido que llorar en el
fondo de nuestra alma cuando recorríamos los pueblos de esta España mara­
villosa; esos pueblos en donde todavía, bajo la capa más humilde, se des­
cubren gentes dotadas de una elegancia rústica que no tiene un gesto exce­
sivo ni una palabra ociosa, gentes que viven sobre una tierra seca en apa­
riencia, con sequedad exterior, pero que nos asombra con la fecundidad que
estalla en el triunfo de los pámpanos y de los trigos. Cuando recorríamos esas

28
tierras y veíamos esas gentes, y las sabíamos torturadas por pequeños caciques,
olvidadas por todos los grupos, divididas, envenenadas por predicaciones tor­
tuosas, teníamos que pensar de todo ese pueblo lo que él mismo cantaba del
Cid al verle errar por campos de Castilla, desterrado de Burgos:
¡Dios, que buen vasallo si oviera buen señor!
Eso vinimos a encontrar nosotros en el movimiento que empieza en este
día: ese legítimo señor de España; pero un señor como el de San Francisco
de Borja, un señor que no se nos muera, y para que no se nos muera ha de
ser un señor que no sea al propio tiempo esclavo de un interés de grupo ni
de un interés de clase.
El movimiento de hoy, que no es de partido, sino que es un movimiento,
casi podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no es de derechas
ni de izquierdas. Porque en el fondo, la derecha es la aspiración a mantener
una organización económica, aunque sea injusta, y la izquierda es, en el
fondo, el deseo de subvertir una organización económica, aunque al subver­
tirla se arrastren muchas cosas buenas. Luego, esto se decora en unos y otros
con una serie de consideraciones espirituales. Sepan todos los que nos escu­
chan de buena fe que esas consideraciones espirituales caben todas en nues­
tro movimiento; pero que nuestro movimiento por nada atará sus destinos
al interés de grupo o al interés de clase que anida bajo la división superficial
de derechas e izquierdas.
La Patria es una unidad total en que se integran todos los individuos y
todas las clases; la patria no puede estar en manos de la clase más fuerte
ni del partido mejor organizado. La Patria es una síntesis trascendente, una
síntesis indivisible, con fines propios que cumplir; y nosotros lo que quere­
mos es que el movimiento de este día y el estado que cree sea el instrumento
eficaz, autoritario, al servicio de una unidad indiscutible, de esa unidad per­
manente, de esa unidad irrevocable que se llama Patria.
Y con eso ya tenemos todo el motor de nuestros actos futuros y de nues­
tra conducta presente, porque nosotros seríamos un partido más si viniéramos
a enunciar un programa de soluciones concretas. Tales programas tienen la
ventaja de que nunca se cumplen. En cambio, cuando se tiene un sentido
permanente ante la Historia y ante la vida, ese propio sentido nos da las so­
luciones ante lo concreto, como el amor nos dice en qué casos debemos reñir
y en qué casos nos debemos abrazar, sin que un verdadero amor tenga hecho
un mínimo programa de abrazos y de riñas.
He aquí lo que exige nuestro sentido total de la Patria y del Estado que
ha de servirla.
Que todos los pueblos de España, por diversos que sean, se sientan ar­
monizados en una irrevocable unidad de destino.
Que desaparezcan los partidos políticos. Nadie ha nacido nunca miembro
de un partido político; en cambio, nacemos todos miembros de una familia;
somos todos vecinos de un Municipio; nos afanamos todos en el ejercicio de
un trabajo. Pues si esas son nuestras unidades naturales, si la familia y el
Municipio y la corporación es en lo que de veras vivimos, ¿para qué necesi-

29
tamos el instrumento intermediario y pernicioso de los partidos políticos, que,
para unirnos en grupos artificiales, empiezan por desunirnos en nuestras reali­
dades auténticas? I
Queremos menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda í
del hombre. Porque sólo se respeta la libertad del hombre cuando se le es­
tima, como nosotros le estimamos, portador de valores eternos; cuando se
le estima envoltura corporal de un alma, que es capaz de condenarse y de
salvarse. Sólo cuando al hombre se le considera así, se puede decir que se
respeta de veras su libertad, y más todavía si esa libertad se conjuga, como
nosotros pretendemos, en un sistema de autoridad, de jerarquía y de orden.
Queremos que todos se sientan miembros de una comunidad seria y comple­
ta; es decir, que las funciones a realizar son muchas; unos con el trabajo
manual, otros con el trabajo del espíritu; algunos con un magisterio de cos­
tumbres y refinamientos. Pero que en una comunidad tal como la que nos­
otros apetecemos, sépase desde ahora, no debe haber convidados ni debe ha­
ber zánganos.
Queremos que no se canten derechos individuales de los que no pueden
cumplirse nunca en casa de los famélicos, sino que se de a todo hombre, a
todo miembro de la comunidad política, por el hecho de serlo, la manera de
ganarse con su trabajo una vida humana, justa y digna.
Queremos que el espíritu religioso, clave de los mejores arcos de nuestra
Historia, sea respetado y amparado como merece, sin que por eso el Estado
se inmiscuya en funciones que no le son propias, ni comparta como lo hacía,
tal vez por otros intereses que los de la verdadera religión, funciones que sí
le corresponde realizar por sí mismo.
Queremos que España recobre resueltamente el sentido universal de su
cultura y de su historia.
Y queremos, por último, que si esto ha de lograrse en algún caso por la
violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque, ¿quién ha dicho
—al hablar de “todo menos la violencia”— que la suprema jerarquía de los
valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando in­
sultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos
obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento
de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de
los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria.
Esto es lo que pensamos nosotros del Estado futuro que hemos de afa­
narnos en edificar.
Pero nuestro movimiento no estaría del todo entendido, si se creyera que
es una manera de pensar tan sólo; no es una manera de pensar, es una ma­
nera de ser. No debemos proponernos sólo la construcción, la arquitectura po­
lítica. Tenemos que adoptar, ante la vida entera, en cada uno de nuestros
actos, una actitud humana, profunda y completa. Esta actitud es el espíritu
de servicio y de sacrificio, en sentido ascético y militar de la vida. Así, pues,
no imagine nadie que aquí se recluta para ofrecer prebendas; no imagine
nadie que aquí nos reunimos para defender privilegios. Yo quisiera que este
micrófono que tengo delante llevara mi voz hasta los últimos rincones de los

30

I
hogares obreros, para decirles: sí, nosotros llevamos corbata; sí, de nosotros
podéis decir que somos señoritos. Pero traemos el espíritu de lucha precisa­
mente por aquello que no nos interesa como señoritos; venimos a luchar
porque a muchos de nuestras clases se les impongan sacrificios duros y justos,
y venimos a luchar porque un Estado totalitario alcance con sus bienes
lo mismo a los poderosos que a los humildes. Y así somos, porque así lo
fueron siempre en la Historia los señoritos de España. Así lograron alcanzar
la jerarquía verdadera de señores, porque en tierras lejanas, y en nuestra Pa­
tria misma, supieron arrostrar la muerte y cargar con las misiones más duras,
por aquellos que precisamente, como a tales señoritos, no les importaba nada.
Yo creo que está alzada la bandera. Ahora vamos a defenderla, alegre­
mente, poéticamente. Porque hay algunos que, frente a la marcha de la revo­
lución, creen que para aunar voluntades conviene ofrecer las soluciones más
tibias, creen que se debe ocultar en la propaganda todo lo que pueda desper­
tar una emoción o señalar una actitud enérgica y extrema. ¡Qué equivoca­
ción! A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del
que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete!
En un movimiento poético, nosotros levantaremos este fervoroso afán de
España; nosotros nos sacrificaremos, nosotros renunciaremos, y de nos­
otros será el triunfo, triunfo que —¿para qué os lo voy a decir?— no
vamos a lograr en las elecciones próximas. En estas elecciones, votad
lo que os parezca menos malo. Pero no saldrá de ahí nuestra España, ni
está ahí nuestro marco. Eso es una atmósfera turbia, ya cansada, como de
taberna al final de una noche crapulosa. No está ahí nuestro sitio. Yo creo, sí,
que soy candidato; pero lo soy sin fe y sin respeto. Y esto lo digo ahora,
cuando ello puede hacer que se me retraigan todos los votos. No me importa
nada. Nosotros no vamos a ir a disputar a los habituales los restos desabri­
dos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transite­
mos, de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara,
arma al brazo, y en lo alto, las estrellas. Que sigan los demás con sus festi­
nes. Nosotros, fuera, en vigilancia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos
el amanecer en la alegría de nuestras entrañas.

DOCUMENTO 5

LARGO CABALLERO SE DEFINE (11)

Estos fragmentos de un discurso que nunca se cita, son fundamenta-


les para comprender la trayectoria política del “Lenin Español”, título,
por cierto, que no se atribuyó a Largo Caballero por los comunistas
de 1936, como se ha repetido mucho, sino ya en 1933, en la Escuela de
Verano socialista de Torrelodones (12).
Parece claro que Largo Caballero hablaba ya francamente en ese
verano de dictadura del proletariado. Pero en este discurso de 1934 está

31
ya formulada toda su demagogia. “ No nos diferenciamos en nada de
los comunistas”; las derechas oían y creían entender. Y entendían: las
palabras significaban, bien claramente, las ideas.

En esta República se prohíben las reuniones a los obreros frecuentemente;


el derecho de asociación es casi nulo; en una palabra, a los tres años de Re­
pública yo declaro que no he visto nunca una situación peor para la clase tra­
bajadora, ni aun en los tiempos heroicos de nuestro partido. Y conviene que
esto lo sepa el pueblo español y que se sepa más allá de las fronteras. En Es­
paña van a ocurrir hechos de tal naturaleza, que es preciso que la clase tra­
bajadora haga unas manifestaciones que justifiquen su actuación en el por­
venir, porque esa actuación corresponderá a la que ahora se sigue con nos­
otros. Es indudable que en un momento determinado el proletariado se pon­
drá, como se dice vulgarmente, en pie, y procederá violentamente contra sus
enemigos. No se diga entonces que somos unos salvajes sin civilizar, porque
de nuestra conducta de entonces responde la conducta de ellos ahora. Y en
aquel momento no les extrañe que los corazones se hayan endurecido, que
se hayan dejado a un lado sentimentalismos inútiles, porque a los que hoy
están viendo morir de hambre a sus hijos, porque se les niega el trabajo, no va a
pedírseles un armisticio cuando la clase obrera esté en el Poder. Así, de una ma­
nera tan absurda y tan estúpida, se nos conduce a una situación como la actual.
... el mismo Marx ha explicado que el “Manifiesto comunista” se llamó
así, y no socialista, para no confundirse con otros partidos de carácter reac­
cionario que en aquel entonces se llamaban también socialistas. Pero coinci­
dimos en la teoría. Además, el Comunismo y el Socialismo son dos etapas
en absoluto diferentes. Después del triunfo de la clase obrera, la primera eta­
pa, la transición del régimen capitalista al colectivista, lo que pudiéramos
llamar dictadura del proletariado, que no tiene más objeto que ir dominando
y destruyendo al capitalismo, eso es el Socialismo. Durante esta primera eta­
pa subsistirá el Estado; no más tiempo. Y con esto salgo al paso de algunos
anarquistas que no han comprendido bien nuestras ideas. Marx declaraba que
el Estado desaparecería al desaparecer el capitalismo. Porque el Estado es
un instrumento de dominio de una clase sobre otra. Y en cuanto no existan
clases, el Estado desaparece y se entra en el período llamado de comunismo.
No nos diferenciamos, como se habrá podido ver, en nada de los comunistas.
Supongo que no nos pedirán que vayamos a especular en estos momentos
teóricamente sobre la mejor organización del régimen comunista. Yo creo,
pues, que debe hacerse la alianza proletaria; pero no para estar en la calle
constantemente, sino para realizar el acto definitivo que dé el triunfo total
a la clase obrera.

Hay que crear un ejército proletario.


Yo recuerdo —añade Largo Caballero— que -en nuestro campo, cuando se
planteó la organización de las milicias socialistas, hubo quien se echó las
manos a la cabeza.

32
¡Fr»ht«fl»i Ü-
J.* ImÍm fet pja. ú¿

rjp‘y.',^Vñrin las fuerzas leales y las Milicias,


que kan defendido heroicamente la
M® CrtH, 14. 1 =• .ww. - c-ro 4^¡a: JAm». r."9 fi?i J República democrática:

Los traidores sublevados son derrotados en toda España


¡Viva h República democrática!
Gloria a ios vencedores: Milicias, soldados y fuerzas leales
los culpables tienen que ser juzgados implacablemente
por medio de juicios aumarisimos popularos
Heroico comportamiento deí pueblo armado en ¡a conquista del
Cuartel de Sa Momíaña de Madrid. Al grito de el fascismo no pa­
sará, eí pueblo clava la bandera de la victoria
—Mt~" .■:-—ijü-!«arniniinww ■■ " " " T • ■ ■ ■ "~±a~agf. ¡. U SCRIViOCN HSCbU 3< MWK3

| LA VICTORIA ÜE ON PUEBLO LA LUCHA heroica »E¡


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El mismo periódico —portavoz del partido comunista español— que
clamaba poco antes por el Gobierno obrero y campesino, por la dicta­
dura del proletariado y por la aniquilación de la República burguesa,
empieza de pronto a dar vivas a la República democrática. Claro que era
una democracia «de nuevo tipo», y todos sabemos ahora cuál es este
tipo. He aquí una de las infinitas concreciones periodísticas del «gran
engaño».
Sin embargo, yo creo que hay que organizar estas milicias. Hay que crear
un ejército revolucionario que poder enfrentar con nuestros enemigos. Y es
preciso organizarlo militarmente, de manera que los hombres que compon­
gan dicha organización hagan promesa de obediencia, porque de esta forma
es como está organizado el ejército enemigo. Yo no tengo escrúpulos en decir
ante vosotros que hay que organizar nuestro ejército. Ya veis lo de El Es
conal. No irán a desfilar con fusiles. Pero están preparados para manejarlos
en cuanto lo estimen conveniente. Los compañeros que se oponen a que nos
militaricemos hacen un servicio al enemigo. Es precisa esa militarización para
defendernos, primero, y luego para conquistar el Poder. Hace poco decía
Gil Robles que el Poder había que conquistarlo, fuese como fuese. Lo mismo
decimos nosotros. También vamos a la conquista del Poder como sea. Y si
requiere esfuerzo, lo realizaremos. Porque sin el Poder es imposib’e hacer
nada. Conste que para mí el Poder no es tener un Gobierno de socialistas y
una mayoría parlamentaria. Si los socialistas gobiernan respetando las ins­
tituciones burguesas, llegará un momento en que tendrán que devolver el
Poder al enemigo.

DOCUMENTO 6

PRIMERAS ESCARAMUZAS EN LA CRISIS DEL SOCIALISMO (13)

Largo Caballero estaba en franco ascenso. 1934 iba a ser un año de


revolución. Muy poco antes del discurso que acabamos de citar había
obtenido una importante victoria sobre las alas derecha y central de su
partido socialista.

Ayer se celebró en el salón-terraza de la Casa del Pueblo la importante re­


unión de la Unión de Grupos Sindicales Socialistas.
A las diez y media de la noche dio comienzo la sesión, bajo la presiden­
cia del representante del Grupo de Albañiles, Gancedo, y actuando de Secre­
tario el representante del Grupo de Oficinas, Liqueta.
El Grupo de Artes Gráficas presenta una proposición previa, manifes­
tando que la Unión de Grupos Sindicales no tiene por qué deliberar sobre
el orden del día que se somete por la Ejecutiva, por no tener ninguna atri­
bución para fijar posiciones políticas, que corresponden únicamente a la Co­
misión ejecutiva del partido socialista.
El de Vidrieros y Fontaneros protesta de la forma en que se ha hecho la
convocatoria, por considerarla antirreglamentaria.
Por la Comisión ejecutiva hace uso de la palabra Alvarez del Vayo, que en
defensa de la posición mayoritaria mantenida por él, Rubiera y Peinado, ma­
nifiesta que “la Ejecutiva de la U. G. S. S. ha estimado necesario convocar este
Pleno extraordinario. Coincidía con la petición de algunos Grupos Socialistas
Sindicales la necesidad que siente esta Ejecutiva de fijar y aclarar la misión

33
3
de la U. G. S. S. Dentro de la Ejecutiva se habían marcado dos criterios anta­
gónicos: uno, mayoritario —que es el que yo represento en este momento—;
un criterio que sujeta estrictamente la función de la U. G. S. S., creada por la
Agrupación Socialista de Madrid, que sujeta esta actuación a seguir las direc­
trices de la Agrupación Socialista Madrileña y a extender estas directrices en
los Grupos Socialistas Sindicales, y otra concepción que parecía adjudicar a
la U. G. S. S. una cierta función aparte, por así decir, neutral, independiente
de las directrices que marcara la Agrupación Socialista de Madrid.
Nosotros hemos creído que era preciso traer estos criterios divergentes a la
Asamblea de los Grupos Socialistas Sindicales y ver si había aquí una ma­
yoría coincidente con el criterio de la Ejecutiva, que sostiene que la misión
exclusiva, la misión predominante de la U. G. S. S. es ser un vehículo de las
directrices y de las orientaciones de la Agrupación Socialista Madrileña en los
distintos Grupos Sindicales, y que no puede ser otra. Este es el criterio que
mantiene el núcleo mayoritario de la Ejecutiva y que somete a vuestra conside­
ración. Deseoso, evidentemente, de oír la opinión de todos en toda su am­
plitud, sin querer imponer criterio ninguno, sino aguardando a ver si este cri­
terio obtiene el asentimiento de la mayoría, y si no, proceder en consecuencia.
Nuevamente protesta el Grupo de Vidrieros, rechazándose su posición por
la mayoría de la Asamblea.
Artes Blancas dirige una pregunta a la Comisión ejecutiva, contestando a
uno y otro Alvarez del Vayo en forma adecuada.
Piedra y Mármol manifiesta que es necesario que la Comisión ejecutiva
proponga una resolución completa y no hable de la forma en que lo ha hecho.
Entonces lee Alvarez del Vayo la siguiente proposición:
La Asamblea extraordinaria de delegados de los grupos que integran esta
Unión de Grupos Sindicales Socialistas acuerda la siguiente proposición:
Que consecuente con sus postulados, y estimando hoy más que nunca im­
prescindible fijar una posición que, por su firmeza, no permita equívoco alguno
y sirva, por tanto, de consigna para la actuación de todos los militantes, declara:
á) Su absoluta identificación con la Agrupación Socialista Madrileña, cuyas
directrices no sólo acata, sino que se compromete a propagar con todo entusias­
mo dentro de las organizaciones sindicales respectivas, contribuyendo así a dar­
les su máxima eficacia.
b) Por la extraordinaria importancia que tiene, y no obstante figurar en­
tre las directrices de la A. S .M. la de procurar la unificación del proletariado,
consignamos como nuestro deber más imperioso de esta hora el de realizar
cuanto esté de nuestra parte por lograr dicha unificación, premisa esencial
de nuestra victoria proletaria.
c) En razón de todo lo que antecede, la U. G. S. S. se congratula de la
actuación meritísima que está realizando en ese sentido el camarada Largo
Caballero.
d) La U. G. S. S. declara que todos sus militantes no obedecerán otras
consignas ni realizarán otras actuaciones que aquellas que emanen de la Co­
misión ejecutiva de la U. G. T. y de la A. S. M. o de las que en cada caso
puedan ser dictadas por la Comisión ejecutiva de la U. G. S. S.

34
El Secretario da lectura al siguiente voto particular de Atalaya:
Aun estando de acuerdo con algún punto de la citada proposición, como
he de explicar al Pleno, con el fin de no dejar nada confuso, entiendo que
lo que procedía al convocar a este Pleno extraordinario era marcar una orien­
tación a los Grupos Sindicales Socialistas, con el fin de que su actuación den­
tro de los Sindicatos correspondientes, y en sus relaciones con los demás
Grupos, tuviera la eficacia para la que fueron creados en su tiempo por la
Agrupación Socialista Madrileña, infiltrando en ellos la savia socialista, según
los acuerdos emanados de los Congresos de nuestro partido.
Como sigo entendiendo que esto no es lo que se hace en la referida propo­
sición, es por lo que se permite proponer al Pleno de delegados rechace la
aludida proposición, por estimar que lo que en ella se hace es marcar más las
diferencias en alguno de nuestro partido, cosa que no creo sea de la compe­
tencia de la U. G. S. S.
Interviene Atalaya para defender su posición, manifestando que en princi­
pio fueron constituidos los Grupos Sindicales Socialistas para que los Sindi­
catos tuvieran un impulso por parte de los elementos afiliados o simpatizantes
a la organización socialista. Pero esta Unión de Grupos no puede aceptar otras
posiciones que no sean las aprobadas por el partido socialista.
Analiza la posición de la mayoría, la que acepta; pero, a pesar de esto,
formula el voto particular.
Seguidamente interviene Alvarez del Yayo, que comienza diciendo:
No podía hacer observaciones al compañero Atalaya antes de oírle. Sólo
tengo que decir a la Asamblea que lo que la Ejecutiva se ha planteado es esto:
la U. G. S. S., ¿va a estar encuadrada en la línea de la Agrupación Madrileña,
sí o no? ¿Es ésa su función? Para precisarlo nosotros formulamos esta propo­
sición, que no difiere en absoluto con lo que anteriormente he manifestado.
Si nosotros tenemos una discrepancia en la Ejecutiva, era un deber de lealtad
y de sentido de la responsabilidad de quienes tienen la dirección de un Or­
ganismo de la importancia de éste, venir a la Asamblea y decir: En la Eje­
cutiva hay dos criterios que se reducen a esto: un criterio que sostiene que la
U. G. S. S. está o debe estar al servicio de una tendencia o interpretación de
los problemas del partido socialista, que es la que representa la Agrupación
de Madrid, y otro que cree que la U. G. S. S. puede adoptar una actitud su­
perior o de neutralidad y ponerse un día al lado de una tendencia y al otro
día al lado de la tendencia contraria. Y para aclarar esto se ha convocado esta
Asamblea. Nosotros decimos por qué hemos venido aquí. Atalaya ha mostrado
su extrañeza porque se hubiera convocado un pleno extraordinario, y nosotros
venimos aquí a justificar la convocatoria del pleno diciendo que era necesario
que se discuta esto y sepamos si tenemos la mayoría total de los grupos a favor
de nuestra posición.
Piedra y Mármol plantea una cuestión de no ha lugar a deliberar, basán­
dose en que la Unión de Grupos Sindicales Socialistas no tiene por qué dar
instrucciones u orientaciones ni a la Agrupación ni al partido socialista. Los

35
i
I Grupos Sindicales son organizaciones auxiliares del partido y, por consi­
guiente, tienen que hacer lo que éste determine.
Califica la posición de la mayoría de la Ejecutiva de Unión de Grupos
de Escisionistas, produciéndose en este momento un revuelo entre los delega­
dos, que piden retire esas manifestaciones. Encuadernadores intervienen mani­
festando que no debe permitirse bajo ningún concepto que se hagan manifesta­
ciones de este tipo.
Rubiera manifiesta que no es pertinente, conveniente ni eficaz el que se
plantee una proposición como la de Piedra y Mármol, porque, en buena nor­
I
ma de discusión, todos los problemas que se traen a deliberación de la Asam­
blea tienen que ser discutidos inmediatamente. El colocarse en la posición de
no discutir, significa un voto de censura para esta Ejecutiva.
Valentín López, por el Vestido y Tocado, manifiesta que la Unión de Gru­
pos no viene a escindir a nadie. Lo que pasa es que no hay una línea clara
marcada por la Ejecutiva del partido socialista; pero es que, además, nos­
otros estamos bajo las órdenes de la Agrupación Socialista Madrileña, y, por
consiguiente, tenemos que aceptar todas las orientaciones y normas que ella
nos dé.
Piedra y Mármol hace nuevamente uso de la palabra para manifestar que
en vez de ocuparse de estas cosas, el Comité debía preocuparse de que hay
conflictos huelguísticos en Madrid y tenía que dar unas normas para luchar
por la consecución de las mejoras de los trabajadores.
Interrumpe un delegado y le responde Vayo adecuadamente. La Asam­
blea increpa al interruptor, que trata de explicar lo que ha dicho.
Después de una breve rectificación de Vicente López, hace uso de la pa­
labra Alvarez del Vayo:
El compañero que ha interrumpido desconoce probablemente —y es la
única observación de tipo personal que me permito hacer— que en todos los
años, desde 1912, en que yo milito en el partido socialista obrero español,
por una convicción absoluta, jamás he reaccionado ante un ataque de tipo
personal. Y ésa ha sido mi fuerza. Y, constantemente, en las reuniones de la
Agrupación, de aquí o de donde fuese, yo he dicho que aunque contra mí se
dirijan todos los ataques que se quiera, yo reduciría siempre la controversia
al terreno de la teoría y de la táctica de la conducta socialista. Y cuando yo
veo al lado de todas las polémicas de tipo personal cierta tendencia a diri­
gir ataques contra mí, afirmo mi convicción de que de lo que ha adolecido
nuestro partido ha sido de querellas de tipo polémico y no de llevar la dis­ I
i
cusión de los problemas específicos y fundamentales del partido.
Si yo he reaccionado de la manera dura en que he reaccionado esta no­
che, no es porque yo considerase el ataque contra mí, y si lo ha habido, lo
desdeño en absoluto, sino porque eran observaciones concretadas sobre cuál
es la actuación de la minoría parlamentaria. Y el hecho de que esta Unión
de Grupos, que yo presido por accidente, la presida el mismo que preside
la minoría parlamentaria, me ha hecho ver claro a dónde iban dirigidos los
ataques. Y por eso, no en defensa de una posición mía, sino de alguien au­
sente, que merece todos los respetos y que es la esencia de la verdad y de la

36
línea justa del partido y que está midiendo los minutos, los segundos, para
que lleguemos al Congreso extraordinario, ordinario o como se llame, para,
por encima de todas esas discusiones personales y por mucho que quieran
embarullar, con toda una fe apasionada en favor de la clase obrera española
y de la revolución proletaria española, que yo siento desde hace años, desde
niño, con una intensidad que nadie me puede superar, llevar allí los pro­
blemas de fondo de nuestro partido.
Decía Rojas: ¿Es que la actitud de la Agrupación puede quizá marcar di­
rectrices que lleven a los afiliados a una actitud de indisciplina en contra de
los acuerdos generales de los Congresos?
¿Está la Agrupación de Madrid en una actitud de perfecta obediencia
con los acuerdos generales de los Congresos del partido? Yo no quiero tra­
tar aquí esta noche de la discusión sobre el problema general del partido.
Nosotros veremos en el Congreso quién estaba dentro no sólo de la justa
posición socialista, sino de la ley socialista, concreta y terminante del partido
socialista obrero español.
¿Qué no debíamos haber venido aquí a traer este problema? Pero ¿qué
concepto se tiene de la responsabilidad de dirección? ¿Por qué estoy yo aquí,
sino como Vicepresidente de la Agrupación Socialista Madrileña y en quien
el camarada Largo Caballero, Presidente de la Agrupación, ha delegado, sino
únicamente en relación con la Agrupación de Madrid, presidiendo la Asam­
blea de la U. G. S. S.? En el momento en que salga la U. G. S. S. del arbitrio
de la Agrupación, ¿qué relación tenemos nosotros con la U. G. S. S. ni por
qué tenéis vosotros al Presidente de la Agrupación como Presidente nato de
vuestros Grupos Sindicales Socialistas? ¿Para que después cada uno tire por
su lado enfrente de la Agrupación?
Yo quiero saber lo que presido y hasta qué punto la mayoría de la
U. G. S. S. está con la Agrupación. Yo no discuto que la U. G. S. S. pueda
tener otra misión independiente; pero, en relación con la Agrupación, no tiene
más que esa misión: la de ser un vehículo en los medios sindicales de las
concepciones de la Agrupación de Madrid. Y si no es eso, vosotros podéis,
por mayoría, modificar su función; pero yo y la Agrupación Socialista, si
vosotros cambiaseis vuestra fisonomía, no veo por qué tendríamos que con­
tinuar unos lazos de conexión que habrían perdido lógicamente toda su razón
de ser.
Puesta a votación la propuesta de no ha lugar a deliberar del Grupo de
Piedra y Mármol, es rechazada por 31 contra nueve.
Ocho de los nueve que han votado en contra intervienen para explicar
el voto. Produciendo continuos incidentes para que no se discutiera la pro­
puesta.
Después de intervenir en contra de la propuesta el Grupo de Postales y de
defenderlo el de Ferroviarios, se aprueba la proposición de la Comisión eje­
cutiva por 28 votos en pro y tres en contra.
A más de la una de la madrugada terminó esta importante reunión, que
ha representado un nuevo triunfo para la tendencia izquierdista del partido so­
cialista.

37
DOCUMENTO 7

PROFECIA Y REVOLUCION (14)

Una de las mejores pruebas de la visión política de José Antonio Pri­


mo de Rivera es la frecuencia en el acierto de sus vaticinios. La revolu­ I
ción de octubre estaba en puertas. Esta es la carta que Primo de Rivera
escribió al General Franco. Se ha meditado poco en la influencia que
esta carta tuvo en la subsiguiente historia de España.

Mi general: Tal vez estos momentos que empleo en escribirle sean la última
oportunidad de comunicación que nos quede, la última oportunidad que me
quede de prestar a España el servicio de escribirle. Por eso no vaciló en apro­
vecharla con todo lo que, en apariencia, pudiera ello tener de osadía. Estoy
seguro de que usted, en la gravedad del instante, mide desde los primeros renglo­
nes el verdadero sentido de mi intención y no tiene que esforzarse para dis­
culpar la libertad que me tomo.
Surgió en mí este propósito, más o menos vago, al hablar con el Ministro
de la Gobernación hace pocos días. Ya conoce usted lo que se prepara: no
un alzamiento tumultuario, callejero, de esos que la Guardia Civil holgada­
mente reprimía, sino un golpe de técnica perfecta, con arreglo a la escuela
de Trotsky, y quién sabe si dirigido por Trotsky mismo (hay no pocos mo­
tivos para suponerle en España). Los alijos de armas han proporcionado dos
cosas: de un lado, la evidencia de que existen verdaderos arsenales; de otro,
la realidad de una cosecha de armas posible. Es decir, que los arsenales si­
guen existiendo. Y compuestos de armas magníficas, muchas de ellas de tipo 1
más perfecto que las del Ejército regular. Y en manos expertas que, proba­ I
blemente, van a obedecer a un mando peritísimo. Todo ello dibujado sobre un
fondo de indisciplina social desbocada (ya conoce usted el desenfreno litera­
rio de los periódicos obreros), de propaganda comunista en los cuarteles y aun
entre la Guardia Civil, y de completa dimisión, por parte del Estado, de
todo serio y profundo sentido de autoridad. (No puede confundirse con la
autoridad esa frívola verborrea del Ministro de la Gobernación y sus tímidas
medidas policíacas, nunca llevadas hasta el final. Parece que el Gobierno
tiene el propósito de no sacar el Ejército a la calle si surge la rebelión.
Cuenta, pues, sólo con la Guardia Civil y con la Guardia de Asalto. Pero,
por excelentes que sean esas fuerzas, están distendidas hasta el límite al tener
que cubrir toda el área de España, en la situación desventajosa del que, por
haber renunciado a la iniciativa, tiene que aguardar a que el enemigo elija
los puntos de ataque. ¿Es mucho pensar que, en un lugar determinado, el
equipo atacante pueda superar en número y armamento a las fuerzas defen­
soras del orden? A mi modo de ver, esto no era ningún disparate. Y, seguro i
de que cumplía con mi deber, fui a ofrecer al Ministro de la Gobernación
nuestros cuadros de muchachos por si, llegado el trance, quería dotarlos de
fusiles (bajo palabra, naturalmente, de inmediata devolución) y emplearlos
como fuerzas auxiliares. El Ministro no sé si llegó siquiera a darse cuenta de

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lo que dije. Estaba optimista como siempre, pero no con el optimismo del
que compara conscientemente las fuerzas y sabe las suyas superiores a las
contrarias, sino con el de quien no se ha detenido en ningún cálculo. Puede
usted creer que cuando le hice acerca del pliego las consideraciones que le
he hecho a usted y algunas más, se le transparentó en la cara la sorpresa de
quien repara en esas cosas por primera vez.
Al acabar la entrevista no se había entibiado mi resolución de salir a la
calle con un fusil a defender a España, pero sí iba ya acompañada de la casi
seguridad de que los que saliéramos íbamos a participar dignamente de una
derrota. Frente a los asaltantes del Estado español, probablemente calculado­
res y diestros, el Estado español, en manos de aficionados, no existe.
Una victoria socialista, ¿puede considerarse como mera peripecia de po­
lítica interior? Sólo una mirada superficial apreciaría la cuestión así. Una
victoria socialista tiene el valor de invasión extranjera, no sólo porque las
esencias del socialismo, de arriba abajo, contradicen el espíritu permanente
de España; no sólo porque la idea de Patria, en régimen socialista, se menos­
precia, sino porque, de modo concreto, el socialismo recibe sus instrucciones
de una Internacional. Toda nación ganada por el socialismo desciende a la
calidad de colonia o de protectorado.
Pero, además, en el peligro inminente hay un elemento decisivo que lo
equipara a una guerra exterior; éste: el alzamiento socialista va a ir acom­
pañado jie la separación, probablemente irremediable, de Cataluña. El Es­
tado español ha entregado a la Generalidad casi todos los elementos de de­
fensa y le ha dejado mano libre para preparar los de ataque. Son conocidas
las concomitancias entre el socialismo y la Generalidad. Así pues, en Cata­
luña la revolución no tendría que adueñarse del Poder; lo tiene ya. Y pien­
sa usarlo, en primer término, para proclamar la independencia de Cataluña.
Irremediablemente, > por lo que voy a decir. Ya sé que, salvo una catástrofe
completa, el Estado español podría recobrar por la fuerza el territorio ca­
talán. Pero aquí viene lo grave: es seguro que la Generalidad, cauta, no se
habrá embarcado en el proyecto de revolución sin previas exploraciones in­
ternacionales. Son conocidas sus concomitancias con cierta potencia próxima.
Pues bien: si se proclama la República independiente de Cataluña, no es
nada inverosímil, sino al contrario, que la nueva República sea reconocida
por alguna potencia. Después de eso, ¿cómo recuperarla? El invadirla se pre­
sentaría ya ante Europa como agresión contra un pueblo que, por acto de
autodeterminación, se habría declarado libre. España tendría frente a sí, no
a Cataluña, sino a toda la anti-España de las potencias europeas.
Todas estas sombrías posibilidades, descarga normal de un momento caó­
tico, deprimente, absurdo, en el que España ha perdido toda noción de des­
tino histórico y toda ilusión por cumplirlo, me han llevado a romper el silen­
cio hacia usted con esta larga carta. De seguro usted se ha planteado temas
de meditación acerca de si los presentes peligros se mueven dentro del ámbito
interior de España o si alcanzan ya la medida de las amenazas externas, en
cuanto comprometen la permanencia de España como unidad. Por si en esa
mediación le fueran útiles mis datos, se los proporciono. Yo, que tengo mi

39
propia idea de lo que España necesita y que tenía mis esperanzas en un pro­
ceso reposado de madurez, ahora, ante lo inaplazable, creo que cumplo con
mi deber sometiéndole estos renglones. Dios quiera que todos acertemos en el
servicio de España.
Le saluda con todo afecto, José Antonio Primo de Rivera.

DOCUMENTO 8

LA CONDENACION DE MADARIAGA (15)

Otra página célebre de Salvador de Madariaga. Su condenación del


octubre rojo está en la misma línea de su análisis general de la República,
antes citado.

Los mineros y demás obreros asturianos trataron de organizar una espe­


cie de comunismo más o menos libertario. Hubo muchas pérdidas materiales
y personales por ambas partes, pues los desórdenes degeneraron en guerra civil.
Las tropas gubernamentales, al mando del General López Ochoa, de añejo abo­
lengo republicano, tuvieron que abrirse paso por la fuerza desde Avilés para
socorrer a la guarnición de Oviedo, estrechamente sitiada por los indomables
mineros. La hermosa ciudad quedó casi destruida por la ferocidad de los com­
bates que en su seno se libraron. Los mineros habían hecho de la Universidad
su almacén de dinamita, y cuando se vieron perdidos pusieron mecha al mons­
truoso polvorín, que destruyó el noble edificio con no pocos de los circundan­
tes. En medio del patio central, único superviviente de aquel caos de ruinas,
el Inquisidor General Valdés, fundador de la Universidad, seguía incólume
en su cuerpo de bronce sobre su silla de bronce. El contraste provocó en Una-
muno una de aquellas frases en que vertía su amargura inconsolable: “Allí
estaba Valdés, advirtiéndonos con el dedo: ’Ya os lo dije yo’.”
No creo que sea útil ni necesario referirse a las llamadas atrocidades. Las
hubo por ambas partes. Ambas partes, los rebeldes y el Gobierno, inundaron
a España y a los demás países con folletos y fotografías para demostrar que
la otra parte lo había hecho peor. Más adelante, al referirme a igual tema en
el cuadro de la guerra civil del año 1936, pondré bien en claro por qué en mi
opinión huelga toda esta discusión tan ociosa como intolerable.
La rebelión de Barcelona fue cosa más compleja y oscura, como suelen ser­
lo los sucesos políticos de Cataluña. Es probable que el doctor Dencás inten­
tase dejar atrás al señor Companys en punto a demagogia; y que el señor Gom-
panys, dándose cuenta de que su historia como catalanista no era de lo más
convincente, se decidió a no dejarse oscurecer por su Consejero de Gobernación.
En una proclama elocuente que lanzó a la multitud desde el balcón de la Ge-
neralitat, afirmó de nuevo la lealtad de Cataluña a la República española,
pero se declaró abiertamente en rebeldía contra la Constitución vigente, cuyo

40
guardián era, con palabras que conviene citar textualmente: “En aquesta hora
solemne, en nom del poblé i del Parlament, el Govern que presideixo assumeix
totes les facultáis del Poder a Catalunya, proclama l’estat Catalá de la Repú­
blica Federal Espanyola i en restablir i fortificar la relació amb els dirigents
de la protesta general contra el feixisme, els invita a establir a Catalunya el
Govern Provisional de la República, que trobará en el nostre poblé catalá el
más generós impuls de fraternitat en el comü anhel d’edificar una República
Federal lliure i magnifica.”
Palabras tan generosas como imprudentes, sobre todo si se tiene en cuenta
que al invitar a los dirigentes de la protesta contra el fascismo a establecer el
Gobierno Provisional de la República en Cataluña, Companys comprometía
gravemente a Azaña, que se encontraba a la sazón en Barcelona y estaba en
completo desacuerdo con la actitud violenta que habían tomado para con la
República sus amigos socialistas y catalanes.
Mandaba la guarnición de Barcelona y todas las tropas de Cataluña el
General Batet, catalán, que al declarar la ley marcial el día anterior había
expresado la esperanza “como catalán, como español y como hombre” de que
no sería necesario hacer uso de las armas. Pero el Gobierno catalán, que se
había hecho fuerte en el edificio de la Generalitat, se negó a todos los reque­
rimientos que se le hicieron para que se rindiera, y durante la noche del 6 al 7
de octubre el General Batet tuvo que dar la orden de atacar el Plalacio. Al alba
todo había terminado y el Gobierno de la Generalitat estaba en la cárcel, con
excepción del doctor Dencás, que había huido por la alcantarilla.
El alzamiento de 1934 fue imperdonable. La decisión presidencial de llamar
al Poder a la C. E. D. A. era inatacable, inevitable y hasta debida desde hacía
ya tiempo. El argumento de que el señor Gil Robles intentaba destruir la Consti­
tución para instaurar el fascismo era a la vez hipócrita y falso. Hipócrita porque
todo el mundo sabía que los socialistas del señor Largo Caballero estaban
arrastrando a los demás a una rebelión contra la Constitución de 1931, sin
consideración alguna para lo que se proponía o no el señor Gil Robles; y, por
otra, a la vista está que el señor Companys y la Generalitat entera violaron
también la Constitución. ¿Con qué fe vamos a aceptar como heroicos defenso­
res de la República de 1931 contra sus enemigos, más o menos ilusorios de la
derecha, a aquellos mismos que para defenderla la destruían? Pero el argumento
era además falso, porque si el señor Gil Robles hubiera tenido la intención de
destruir la Constitución del 31 por la violencia, ¿qué ocasión mejor que la que le
proporcionaron sus adversarios alzándose contra la misma Constitución en
octubre de 1934, precisamente cuando él, desde el Poder, pudo como reacción
haberse declarado en dictadura? El señor Gil Robles, lejos de haber demos­
trado en los hechos apego al fascismo y despego al parlamentarismo, salió de
estas crisis convicto y confeso parlamentario a punto de que cesó de ser, si
jamás lo había sido, persona grata para los fascistas.
En cuanto a los mineros asturianos, su actitud se debió por entero a consi­
deraciones teóricas y doctrinarias que tanto se preocupaban de la Constitución
del 31 como de las coplas de Calaínos. Si los campesinos andaluces, que pade­
cen hambre y sed, se hubieran alzado contra la República, no nos hubiera

41
quedado más remedio que comprender y compadecer. Pero los mineros astu­
rianos eran obreros bien pagados de una industria que por frecuente colusión
entre patronos y obreros venía obligando al Estado a sostenerla a un nivel ar­
tificial y antieconómico que una España bien organizada habrá de revisar.
Finalmente, tampoco se justifica la actitud de los catalanes. A buen seguro
que la política de Madrid careció de sutileza y hasta de sentido común. Nunca
debió haber permitido el señor Samper que los terratenientes catalanes y la
Lliga pusieran al Gobierno de la República y al Tribunal de Garantías Cons­
titucionales en situación de tener que arbitrar e intervenir en un pleito interior
catalán. Pero la Generalitat no debió aun así haber violado la Constitución, tan
sólo porque el Tribunal de Garantías había fallado de acuerdo con las opinio­
nes, e incidentalmente con los intereses de una oposición estrictamente cata­
lana. Es evidente que los jefes de la Generalitat pecaron contra la luz, pues
Azaña puso especial cuidado en explicarles esta situación con la mayor luci­
dez. Por otra parte, como los hechos iban a demostrar, la C. E. D. A. no tenía
intención alguna contra el Estatuto Catalán. El incidente viene, pues, a con­
firmar lo que en estas páginas se viene sosteniendo: que los catalanes son típi­
camente españoles y presentan en forma no menos acusada que los demás es­
pañoles los defectos que nos afligen como entes políticos. Así, por ejemplo, la
derecha catalana, émula como todos los partidos españoles del conde don Ju­
lián, se apresuró a buscar apoyo fuera de Cataluña para vencer a la izquierda
catalana. Y la izquierda catalana, al ver que el sistema funcionaba contra ella,
rompió el sistema. Ambos rasgos caracterizan toda la vida española.
Con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de
autoridad moral para condenar la rebelión de 1936.

DOCUMENTO 9

LA CONTRARREFORMA DERECHISTA (16)

La actuación de las derechas en su bienio se adapta demasiado per­


fectamente al esquema antitético del marxismo. Con el apasionamiento
de quien contempla una tesis propia demostrada, el historiador marxista
Antonio Ramos Oliveira acierta en determinados puntos básicos de su
durísima crítica.

La experiencia de otras naciones y el conocimiento de las clases conser­


vadoras españolas nos consienten inferir que si el socialismo español hubiese
permanecido indiferente ante los cambios políticos del 4 de octubre, la clase
obrera y la República no hubieran tenido que sufrir menos ultrajes que los
que padecieron. Sin revolución, el Gobierno Lerroux-Gil Robles habría aca­
bado amordazando a la prensa de izquierda, cosa que casi consiguió el
Gabinete anterior. Y así en todo lo demás. Si bajo Samper se ejercía una

42
dictadura de la mayoría parlamentaria contra el proletariado y los republi­
canos auténticos, bajo el Gobierno del 4 de octubre esta dictadura se habría
acentuado, o la entrada de la C. E. D. A. hubiera carecido de sentido; y
el inevitable recrudecimiento de la política reaccionaria iniciada en noviem­
bre de 1933 habría colocado a la clase trabajadora y a la República, poco
más o menos, en el mismo estado de opresión y afrenta en que se hallaban
después de sofocado el movimiento revolucionario. Las habría colocado en
el mismo estado de servidumbre, pero sin honor y, probablemente, sin por­
venir.
De no haberse sublevado el proletariado, la represión policíaca hubiera
sido seguramente menos dura, aunque no hay que olvidar que el hecho de
no haberse defendido la socialdemocracia alemana, o el de haberse defen­
dido tarde la socialdemocracia austríaca, no las eximió de rigores policíacos
escalofriantes; y la oligarquía española tenía dadas hartas pruebas de que
para ella la mansedumbre del adversario no constituía atenuante a la hora
del desquite.
La persecución del proletariado, en el aspecto político como en el social,
estaba en el programa del nuevo Gobierno. Sobre las características que tuvo
la represión política, ya hemos dicho lo bastante; menester es añadir ahora
unas líneas acerca de la represión social o económica.
Conocemos la vindicativa repercusión que tuvo en el campo la victoria
electoral del bloque de derechas en noviembre de 1933. Se deshizo toda la
obra de la República en materia agraria, se redujeron los jornales en un
50 por 100, se llevó a las zonas rurales, no sólo la miseria empavorecedora,
sino también la anarquía, por si ya no fuera bastante complicada la situa­
ción de la agricultura. Diríase que no restaba a la reacción precepto por
abolir, ley por desmochar o venganza por satisfacer. Pero en 1935 llegó la
oligarquía en la opresión del campesino a excesos inimaginables. La C. E. D. A.,
ya en el Gobierno, resucitó al señor de horca y cuchillo, a quien, además
de otorgarle poderes monstruosos sobre el paria sin tierra, le preparó un
affaire financiero que hacía del partido agriariocatólico émulo digno del ra­
dical.
El 15 de marzo de 1935 promulgó el Gobierno, por primera vez en la
historia de la agricultura española, una Ley de Arrendamientos rústicos,
que so color de regular esta forma jurídica de la propiedad, vinculó a la
voluntad del gran terrateniente la fijación de la renta, el derecho de prorro­
gar los contratos y la facultad de anularlos. Esta Ley no hizo sino trasladar
al papel el estado de cosas que siempre, antes de la República, existió, sin
legislación que lo confirmara, en el campo español. Mas alentado el propie­
tario por el sentido vindicativo de la disposición y no defendido ahora el
agricultor ni por el Código Civil, el terrorismo económico tomó vuelos in­
creíbles en las regiones de la oligarquía. Aumentaron los desahucios en nú­
mero aterrador, y los pocos arrendamientos a largo plazo que había en las
Castillas, en Extremadura y en Andalucía fueron abolidos. La servidumbre
rústica se amplió a zonas y personas que hasta entonces habían gozado un
ápice de independencia.

43
A continuación, el 1 de agosto hizo pública la oligarquía territorial su
“reforma” agraria. El espíritu de esta ley, y aun la letra, no ocultaban,
naturalmente, su alto grado de consanguinidad con el espíritu y la letra de
la de Arrendamientos rústicos. Introducía en el campo mayores desconciertos
e injusticias que los que ya privaban. Y no es cosa de describir la “reforma”
agraria oligárquica habiendo abocetado la Ley de Arrendamientos y teniendo
en cuenta que sólo alcanzó vida efímera por resultar derrotada la oligarquía
en las elecciones de 1936. Pero tampoco pasaremos por alto algún intere­
sante y significativo aspecto de esta “reforma” agraria.
En páginas anteriores vimos que la ley de amnistía devolvió sus pro­
piedades territoriales a la nobleza expropiada sin indemnización por lo del
10 de agosto de 1932. Mas los latifundistas quisieron lucrarse todavía más
del cambio político, al paso que colocaban sus fincas para lo futuro al
abrigo de toda intromisión republicana, y en la “reforma” agraria de 1 de
agosto de 1935 aparecía incrustado este anhelo de la corrompida nobleza te­
rritorial. Se anulaban formalmente las expropiaciones sin indemnización, pero
no se entregaban las tierras expropiadas a los señores, sino que se las con­
vertía en ocupaciones temporales. El Estado mantenía sobre estas fincas un
número de campesinos y abonaba la renta correspondiente a los propietarios.
¿A partir de cuándo? ¿A partir de la fecha en que entraba en vigor la “reforma”
agraria de la oligarquía? No. La renta la percibían los aristócratas con efecto
retroactivo, es decir, contando desde el instante en que les fueron confiscadas
las tierras. Y la renta se calculaba, no a base del valor de las tierras que
servía a su vez de fundamento para la tributación, sino según tasación pe­
ricial o cómputo de un técnico al servicio de la oligarquía. Se introducían de
esta suerte dos medidas de valor: cuando el Estado tenía que percibir la con­
tribución, la finca valía lo que decía el propietario, y cuando el Estado había
de satisfacer la renta, la finca tenía otro valor, mayor sin duda; el que de­
clarase el perito. La clase territorial confesaba así que venía defraudando al
Erario público durante generaciones, y que no sentía empacho en defraudarle
una vez más.
De añadidura, el Estado indemnizó oportunamente a la nobleza por las
mejoras introducidas en las fincas objeto de expropiación. Puesto que cesaba
la expropiación, los terratenientes estaban obligados a reintegrar al Tesoro
las indemnizaciones. No, decía la “reforma” agraria oligárquica: la aristo­
cracia devolverá las indemnizaciones al cumplirse los nueve años de la ocu­
pación, si el Estado no ha expropiado para entonces las tierras. Pero eso
—ya se decía— en el caso de que la expropiación no se efectuase. La cues­
tión era, para la rapaz clase directora, no correr ningún riesgo. Mas la no­
bleza no tenía inconveniente en que se realizara la expropiación, porque iba
a recibir del Estado sumas superiores al valor de sus fincas, y porque las
iba a recibir al contado, en títulos de la Deuda, al 4 por 100, con libertad
de enajenarlos o hipotecarlos al instante. Y siendo 383,062 hectáreas las ex­
propiadas, con un valor renta anual —al cálculo de 25 pesetas por hectárea
de 9.576,550 pesetas, el valor en venta de estas propiedades, al 4 por 100
excedería los 200 millones de pesetas, capital —probablemente inflado por la

44
tasación pericial— que el Gobierno Lerroux-Gil Robles entregaría, si nada
lo impidiera, a los grandes propietarios absentistas con título nobiliario.
Pero dejemos ahí la “reforma” agraria de la C. E. D. A. para proyectar
la atención sobre otro episodio no distinto en esencia, pincelada final en
el retrato de la oligarquía territorial española.
En el Gabinete del 4 de octubre pasó a regentar el Ministerio de Agri­
cultura un católico, profesor de la Universidad de Sevilla y miembro de
la C. E. D. A., que pronto alcanzaría fama nacional por lo que otros per­
manecen toda su vida ignorados: por su sentido común; un católico y
conservador español con sentido común había de adquirir en seguida rara
notoriedad. Nos referimos al señor Jiménez Fernández. Trató este Ministro
de arrostrar la anarquía campesina, no con violencias, que la acentuarían,
como era costumbre, sino con reformas dirigidas a crear pequeños propie­
tarios, favorecer a los yunteros de Extremadura y aliviar la situación de otras
masas sin tierra. Ni que decir tiene que Jiménez Fernández se concitó inme­
diatamente la aversión del Parlamento. Para la oligarquía era un socialista
embozado, mil veces peor que los “marxistas” confesos, y el epíteto de “bol­
chevique blanco” hizo rápida fortuna en un medio social que vivía en espan­
table alucinación seguido día y noche por trasgos y vestiglos comunistas.
Las laudables intenciones del Ministro de Agricultura, que hasta ese momento
había disfrutado cierta autoridad en el seno de la C. E. D. A., no pudieron,
pues, abrirse paso. Como cuando Canalejas, entendiendo que en España no
se haría nada perdurable mientras no se modificara el régimen de la pro­
piedad agraria, se propuso introducir algunas leves reformas, Jiménez Fer­
nández recibía la repulsa de sus correligionarios. Estériles fueron todos sus
argumentos y admoniciones. De nada sirvió que recordara a aquellos católi­
cos al criterio de la Iglesia en materia social, ni que evocara la figura de
León XIII y su celebrada encíclica. La oligarquía le respondió por labios de
uno de los diputados terratenientes: “Si desea usted quitarnos las tierras con
encíclicas en la mano, terminaremos haciéndonos cismáticos; los socialistas,
al menos, son más francos que usted en su esfuerzo por expropiarnos.”
En el Gobierno de mayo ya no aparecía Jiménez Fernández. La oligar­
quía se había llevado un susto descomunal, y lo apartó como si fuera un após­
tata o un reprobo.

DOCUMENTO 10

EL TRISTE CONVENIO CATOLICO-MASONICO (17)

No fue un pacto formal entre el catolicismo y la masonería, pero la


C. E. D. A. era el partido derechista de los católicos y el partido radical
era la cindadela de la masonería.

45
•Este es el pacto expreso que sella una colaboración iniciada antes,
destinada a vivir en la esterilidad reaccionaria y a morir en el escándalo.

“Actuamos desde el principio dentro del régimen para defender nues­


tros ideales que pueden desenvolverse y perpetuarse en él. Día a día realiza­
mos nuestros programas en la medida de lo posible.” (Gil Robles.)
“Juro ante la tumba de las víctimas de una intentona criminal no rom­
per la colaboración que ha salvado a España y que consolidará la Repú­
blica.” (Lerroux.)
El homenaje provincial a los señores Gil Robles y Casanueva, coincidien­
do con la entrega de la Bandera a la Guardia Civil, había despertado enorme
entusiasmo. Desde hace días todos los coches de línea, autos de turismo y
demás medios de locomoción estaban contratados, teniendo que hacer al­
gunos varios viajes.
A las once de la mañana llegaron a La Serna, lugar indicado para el re­
cibimiento oficial, los Ministros de la Guerra y Gobernación, que venían jun­
tos en el mismo coche, y seguidamente el Jefe del Gobierno y los Ministros
de Justicia, Industria y Obras Públicas.
Después de recibir la bienvenida del Alcalde, señor Iscar, se organizó la
comitiva. A los coches de los Ministros seguía una caravana de más de 50 au­
tomóviles.
La bandera a la Guardia Civil.—En la avenida de Mirat se habían con­
gregado miles de personas, que, no obstante la lluvia, no abandonaron sus
puestos. La presencia del Jefe del Gobierno y de los Ministros fue acogida
con enorme entusiasmo, y las ovaciones, principalmente al señor Gil Robles,
se sucedían sin interrupción.
El Ministro de la Guerra, acompañado del Inspector de la Guardia Civil,
General Cabanellas, y de las autoridades militares de la plaza, pasó revista
a las tropas de la guarnición. El público que presenciaba la revista prorrumpió
en vivas al salvador de España, aplaudiendo sin cesar.
Frente a la tribuna de autoridades se verificó el acto de hacer entrega de
al Bandera, costeada por suscripción entre todos los pueblos de la provincia,
a la Guardia Civil. La madrina, doña Elvira García Isidro, leyó unas cuarti­
llas haciendo resaltar los hechos gloriosos de la Benemérita, y el Coronel
del Cuerpo señor Blanco Orrio pronunció un discurso diciendo que recibía
la enseña de la Patria con gran emoción. Entonó un canto a Salamanca y a
su Universidad. Después, frente a las fuerzas, dirigió una alocución. El públi­
co aplaudió mucho a la Guardia Civil, oyéndose vivas al benemérito Instituto.
Acto seguido se celebró el desfile ante el Jefe del Gobierno y Ministros.
Discursos en el Ayuntamiento. — Más tarde, en el salón de actos del
Ayuntamiento, se entregó a los señores Gil Robles y Casanueva los títulos
de hijos predilectos en virtud de acuerdo adoptado por unanimidad en la se­
sión municipal del 8 de mayo último.
El Alcalde, señor Iscar, al hacer entrega de los pergaminos, pronunció
unas palabras de elogio para los Ministros de la Guerra y Justicia, diciendo
que se trataba de un acto de salmantinismo y no político.

46

1
El señor Gil Robles comenzó diciendo que no creía que nadie interpre­
tara como una forma al nuevo uso de decir que este acto constituía la más hon­
da emoción de su vida. El señor Alcalde ha recordado que a Salamanca debo
mis primeros pasos en la política, y era lógico que uno de los primeros actos
oficiales a que asistiera fuera en Salamanca, y éste es el más agradable, el
que más hondo llega al corazón, porque es de puro salmantinismo. Para mí
lo más agradable es la interpretación de Salamanca, que es la de Castilla,
la de España, y éste es el acto que se está celebrando. Gomo gobernante, lo
pondremos todo al servicio de España entera, por la que estamos dispuestos
a dar toda nuestra sangre, y así servimos del mejor modo a Salamanca.
(Grandes aplausos.)
“Unidos frente a la revolución”, dice Lerroux.—El Jefe del Gobierno
comienza diciendo que más de la mitad de su vida la dedicó a su obra po­
lítica, caracterizada por la rebeldía contra todas las injusticias, y que ahora
le daban ganas de rebelarse a las palabras del Alcalde; pero que acata la
autoridad, no diciendo nada que roce con la política, aunque sí dice que no
dude al interpretar su presencia que lo hace en demostración de un deseo de
unirse a este homenaje. Agrega que al invitarle a venir a Salamanca quiso
adherirse a este justo acto que se celebra, reconociendo con ello los méritos
de los señores Gil Robles y Casanueva, con los que se unió en momentos de
gran dificultad para la Patria. Hemos estado unidos ayer, lo estamos hoy y lo
estaremos mañana, dando la cara frente a la obra revolucionaria, frente a
todo aquello que signifique destrucción, ir contra la libertad o contra la au­
toridad, y si mañana, por azares de la política, nos enfrentáramos, seremos
leales adversarios, pero siempre recordando que estamos dispuestos a servir
con lealtad a la Patria y a la República. (Grandes aplausos.)
A continuación se celebró una recepción oficial y otra popular, que re­
sultaron brillantísimas y que presidió el Jefe del Gobierno, que tenía a su
derecha a los Ministros de la Guerra, Justicia e Industria, y a su izquierda a
los de Gobernación, Obras Públicas y al señor Obispo, doctor Pía. Desfila­
ron miles de personas de todas las clases sociales.
El banquete.—A las dos de la tarde, en los jardines de la Vega, el lugar
más amplio de Salamanca, se celebró el banquete en honor de los señores
Gil Robles y Casanueva. Se congregaron más de 4.000 comensales, entre ellos
muchas señoras, que ovacionaron al señor Lerroux y a los Ministros. La en­
trada del señor Gil Robles fue algo impresionante. Los vítores y aplausos se
sucedían sin interrupción. Presidieron el señor Lerroux, los señores Gil Ro­
bles, Marracó, Pórtela, el Presidente de la Diputación, el Diputado señor Vi­
llalobos, el General Cabanellas, el Diputado señor Castaño, el Comandante
General de la plaza, el Presidente de la Audiencia, el Rector accidental, el
Ingeniero Jefe de Obras Públicas. A la izquierda del señor Lerroux, los se­
ñores Casanueva, Aizpún, Alcalde, señor Iscar; General de la División, Dipu­
tado Cimas Leal; General de la Guardia Civil, Consejero de Estado señor
Laca, Gobernador y Delegado de Hacienda, Fiscal, el Director de Prisiones,
Subsecretario de la Marina Civil. Los miembros del Gobierno que no pudie­
ron asistir a Salamanca manifestaron su adhesión.

47
El señor Casanueva.—El Presidente de la Diputación ofrece el banquete.
El señor Casanueva dice que, cumpliendo con la hidalguía charra, saluda
cordialmente al Jefe del Gobierno, a los Ministros presentes, autoridades y
demás personalidades. Da las gracias a los organizadores. Si yo no hubiera na­
cido —agrega— en un pueblecito de los arribos del Duero, hubiera deseado
nacer en esta Salamanca tan austera y tan hidalga. Habéis pagado con exceso
la pequeña labor que hemos hecho. Aquí luchamos Gil Robles y yo, y he­
mos triunfado gracias a vosotros. Trabajaremos por España contra todas las
revoluciones, dirigidos por este hombre venerable y batallador de toda su
vida. {Grandes aplausos al señor Lerroux y al orador.)
Gil Robles.—Al levantarse a hablar el señor Gil Robles estalla una ova­
ción imponente del público, puesto en pie. Los jóvenes vitorean sin cesar
al ‘Jefe”.
Queridos amigos —comienza diciendo—: No van a ser muchas las pa­
labras que pronuncie. Algo me cohíbe la significación especial del acto, de
puro salmantinismo, apartado hasta donde sea posible, temo que no lo sea
mucho, de toda significación política. Como vuestro afecto me da absoluta
confianza y plena libertad, no voy a dirigirme hoy a vosotros, sino, en nom­
bre vuestro, al Presidente del Consejo, a los Ministros presentes y a las di­
versas significaciones que tenemos representación en el Gobierno de la Re­
pública.
Los primeros pasos: Hoy, señor Presidente del Consejo, señores del Go­
bierno, amigos todos, se cumplen aproximadamente cuatro años de nuestras
primeras actividades políticas en Salamanca. Permitidme, pues, que dedique
un recuerdo a nuestra actuación, aunque esté presente en todos vosotros.
Comenzamos la lucha en momentos extraordinariamente difíciles para nos­
otros. El cambio de régimen había trastocado las bases del sistema político
y en cierta parte las de la organización social. El empuje pasional que acom­
paña a todo movimiento revolucionario había hecho sufrir nuestras posi­
ciones doctrinales. Pero no por un acierto político nuestro, pues lo que hi­
cimos fue identificarnos con vosotros, con el pueblo salmantino; no empren­
dimos el camino del sentimentalismo fácil, de los tópicos populacheros, de
las promesas mesiánicas, sino que acudimos a vosotros hablándoos el len­
guaje de la verdad y de la claridad, que todos entendían. {Aplausos) No os
presentamos un panorama falaz, anunciando días en que se cumpliría la fe­
licidad de todos, sin el esfuerzo y el sacrificio cotidiano de cada uno de
vosotros. Pusimos por encima de todo a España, y lo que representa nuestro
espíritu, es decir, una creencia, una fe, una tradición y una espiritualidad, y
comprendimos que todo eso podía seguir, desenvolverse, perfeccionarse, com­
pletarse y perpetuarse dentro del régimen que el pueblo había querido darse
y dentro del cual nosotros comenzamos a actuar. {Ovación.)
“Practicamos un sano posibilismo": Estábamos heridos, doloridos, ¡qué
duda cabe! Pero nuestro espíritu dolorido no era espíritu de venganza y de
desquite, sino espíritu de perfección. Era una culpa que teníamos que re­
conocer, una expiación que nos imponíamos. Teníamos la certeza de que al
recoger ese espíritu de dolor, que serviría para purificarnos y dignificarnos,

48
podría llegar un día de mañana, que es ya día de hoy, en que iríamos rea­
lizando una obra positiva, curtidos ya por el sacrificio, con el alma abierta a
todas las colaboraciones dignas, sin renunciar a nuestras posiciones doctri­
nales ni dejar a la puerta ninguno de los puntos de nuestro programa, que
ni está reducido ni maltrecho y que mantenemos íntegramente. Vamos rea­
lizando este programa, en la medida de lo posible, con un sano posibilis­
mo, que combaten quienes mantienen posiciones irreductibles teóricamente,
pero sin hacer nada práctico para convertirlas en realidad. (Ovación y vítores.)
Y cuando llegó la prueba y fue necesario el paso difícil de la oposición a
la colaboración, lo dimos con espíritu amplio y generoso, del que no nos
vanagloriamos, porque es producto del espíritu de Castilla, poco propicio a
las algaradas sentimentales, dado sólo al sentimiento hondo, al sentir ge­
neroso y austero.
Llegado este momento buscamos en el ámbito de la política española
quiénes podrían tener ese mismo espíritu generoso de la colaboración. En­
contramos al señor Lerroux, y la colaboración se produjo, cuajó y está aquí
viva y palpitante. (Grandes aplausos y vivas a Lerroux.)
Una obra patriótica: Estamos reunidos en el Gobierno hombres de sig­
nificaciones ideológicas distintas, de origen político diferente; pero a nadie
se le pidió la renuncia de sus ideales y de sus programas. Si yo se lo hubiera
pedido al señor Lerroux, le hubiera inferido una ofensa; si él me lo hubiera
demandado, hubiera añadido un agravio. Con nuestras respectivas posiciones
nos unimos para salvar lo fundamental de una civilización que se hundía,
para defender una concepción de la vida que desaparecía, para constituir un
fuerte valladar frente a la revolución. Y por eso, dentro del régimen que el
pueblo se dio, por España y para España, nos dimos hombres de varia sig­
nificación un abrazo cordial. (Grandes y prolongados aplausos.)
Y aquí estamos realizando una obra eminentemente patriótica, eminente­
mente nacional; aquí estamos hombres de tan diferente significación, unidos
como nunca, firmes en la colaboración para salvar a España.
“Para salvar lo que no puede morir": Señor Lerroux, frente a intentos de
destrucción, frente a intentos disolventes, frente a extremismos y a posiciones
integrales que se defienden sólo en teoría, sin intentar su eficaz realización
día a día, estamos trabajando juntos, sin abdicar de una sola de nuestras po­
siciones ; y seguiremos trabajando unidos mucho tiempo. Y el día en que la
situación política nos separe, nos separaremos no como enemigos, ni siquiera
como adversarios, sino como amigos fieles que colaboraron a una gran obra.
Por esta colaboración, desde un campo y desde otro se nos moteja al se­
ñor Lerroux y a mí. No calculan los males incalculables que padeceríamos de no
haber surgido esta colaboración. No nos comprenden o nos comprenden dema­
siado, pero por encima de ellos seguiremos con la vista fija en el ideal supremo.
Ese ideal que nos ha congregado aquí y que es la consagración de una
táctica, de una política, de una realidad, de un resultado. (Entusiastas vivas a
Gil Robles}
De política partidista ya hablaremos otro día. Hoy, los hombres que go-

49
Diernan la República hacemos esta afirmación solemne; unidos firmemente
para salvar lo que no puede morir. (La ovación dura largo rato.)
El Jefe del Gobierno.—La estruendosa ovación al Jefe de Acción Popular
se enlaza con la que el público en pie tributa al Jefe del Gobierno.
Cuando no me impusiera hablar la cortesía y la gratitud por la acogida
cordial que me habéis dispensado, me lo impondría otro deber. Querámoslo
o no —agrega—, los actos políticos tienen a veces una trascendencia de la que
no somos responsables, y el silencio podría significar hoy un deseo de rehuir
ante el notario público la adquisición de compromisos. Y yo no rehuyo nada.
Una característica de mi vida política que ha suplido la falta de otras condi­
ciones, ha sido la de la formalidad; formalidad que no es terquedad, sino
producto de haber meditado los actos. Hace muchos años, muchos, que llevo
responsabilidades de dirección; al frente de órganos de opinión, como los
periódicos, o en la dirección de los órganos de pensamiento, que son los par­
tidos y, por último, al frente del Gobierno. Siempre, siempre, he procurado
responder a ese sentido de formalidad.
Me declaran enemigo público: Por eso os digo que mi posición política
actual no ha sido producto de la improvisación de momento, sino que la han
impuesto las circunstancias de acuerdo con los dictados de mi conciencia.
El adoptar esa posición ha sido tanto más fácil para mí desde el momen­
to en que, desde la posición central en que las circunstancias me han colo-
cadc, al tender a un lado y a otro mi mano no he encontrado más manos
amigas que la de la derecha. (Grandes aplausos) Por el lado de la izquierda
los hombres que compartieron conmigo responsabilidades de Poder, me de­
clararon enemigo público. (Aplausos. Voces: “Ellos, ellos".) Enemigo pú­
blico. ¿por qué? ¡Ah! Porque yo era el más viejo de los políticos que habían
actuado en las filas repúblicanas, y yo también he pasado por esa depuración
de dolor de que hablaba mi querido amigo Gil Robles; he pasado por tris­
tezas y me he convencido de errores; he mirado a lo alto, procurando el
cumplimiento de mis ideales, que, una vez triunfante la República, se enca­
minan al bien público por amor a mis semejantes. Yo fui revolucionario. No
he dejado de serlo; pero no soy un revolucionario fanático, atacado de ve­
sania destructora. Instaurada la República, que el país entero consiguió sin
esfuerzo, estableció el imperio de la ley para todos. Desde entonces, establecida
la ley. quien apela a la violencia para instaurar su ideales es un criminal.
(Gran ovación.)
Incompatible don los que apelan a la violencia: Yo no tengo nada que ver,
no puedo estar con los que creen que cuando no están en el Poder, cuando
no gobiernan ellos, si es gobernar lo que ellos hicieron (Aplausos), la ley
no se cumple y existe la tiranía. Cuando yo no estoy en el Poder es que la
voluntad del país así lo ha querido. Yo acato la ley, la respeto, cuando los
que gobiernan la cumplen. Yo no soy incompatible con nadie, ni con las de­
rechas ni con las izquierdas; soy incompatible con los que apelan a la vio­
lencia cuando ellos no gobiernan, para instaurar una tiranía de derechas o
de izquierdas.

50
Y en estas contradiciones de la vida, cuando había triunfado la República
de mis sueños, a la que había consagrado mi vida, llegaba al término de ac­
tuación, viendo que la República se bamboleaba, cosa que no hubiera im­
portado si yo hubiera sucumbido al mismo tiempo debajo de ella y sus
escombros me hubiesen otorgado sepultura gloriosa. Pero es que peligraba
algo más que la República; se hundía la Patria, se hundía todo un patri­
monio espiritual, y para evitarlo, para salvar a la Patria y a la República,
había que llegar a todo linaje de sacrificios. (Grandes aplausos.}
Prejuicio que desaparece: Grande ha sido mi sorpresa al hacer esa labor
tratando con hombres de derecha, acerca de los cuales había tenido yo toda
mi vida el prejuicio de su intransigencia. Mi sorpresa enorme fue que encon­
tré mayores intransigencias en el fanatismo de la izquierda que en el lado de
la derecha. (Ovación.}
Al surgir la coalición con las fuerzas de derecha, no hubo claudicación
por parte de nadie. No tuvo nadie que claudicar, ni el señor Gil Robles, ni
los señores Martínez de Velasco y don Melquíades Alvarez, ni yo tampoco,
Sin abdicar de nuestros programas, recogimos el Poder del arroyo, donde se
hundía entre sangre, fango y lágrimas, que dijo alguien. (Una voz: Un trai­
dor.) Si no lo hubiéramos recogido, nada hubiera perdurado, todo se hu­
biera diseminado. (Gratules aplausos} Así surgió una colaboración digna
de hombres de distinta procedencia, digna sobre todo porque era para el servi­
cio de la Patria. Era ya una colaboración de sentimientos elevados y de hom­
bres de razón, que saben respetar sus ideas respectivas, sin plantear lo que
pueda dividir.
La unión ha servido para cimentar las nuevas instituciones, para salvar
a la sociedad, servir la justicia social y acometer los problemas más abstru-
sos y resolverlos como hemos resuelto ya los que se han planteado.
¿Qué ha tenido que sacrificar de su programa el señor Gil Robles, o qué
he tenido que sacrificar yo? Ni yo le he pedido, ni él me ha pedido nada que
pugne con nuestras conciencias, porque tan dignos somos uno como otro.
El es joven y puede alcanzar niveles más altos; pero en el terreno de la leal­
tad no me dejo tampoco aventajar ni de él.
"Nada de recelos": Lo mismo el señor Gil Robles que yo sabemos cuán­
tos recelos, cuánta mirada torva de amigos y enemigos despierta nuestra co­
laboración. Pero lo que puedo decir es que entre nosotros ha desaparecido
ya Lodo recelo. Vamos unidos a hacer una obra magna en la que la República,
que otros adulteraron, y que no quiero decir deshonraron, porque los que tal
hicieron se encuentran ausentes. (Ovación.} Queremos hacer un país feliz y
sustraerlo a todo aquello que le perjudica. Aquellos tuvieron en sus manos
el hacer lo que ahora estamos haciendo nosotros, y no lo supieron hacer.
(Voces: “\Viva la República de los Caballeros'. \Viva España'”}
A la altura de mis años no tengo otra ambición que la de terminar mi
vida al servicio del ideal que ha triunfado con la República. Yo he de deciros
que prefiero una República gobernada por las derechas a una Monarquía re­
gida por las izquierdas. (Ovación.}

51
'"Ahora y luego"'. Las palabras derechas o izquierdas han perdido en rea­
lidad toda significación después de las perturbaciones políticas. Yo soy hombre
de izquierda; pero antes que nada soy amante de mi patria, y si es necesa­
rio encauzar el progreso de los tiempos con hombres de derecha, que no re­
presentan injusticia social ni reacción, sino espíritu conservador, afirmativo
de las conquistas realizadas, apartado de toda vesania milagrera, lo haré si
es preciso.
Yo os digo, ahora y luego; ahora en el Gobierno y luego en la oposición
dentro del régimen, y si fuera preciso hasta en unas elecciones, mantendría
esta inteligencia de hombres honrados, esta coalición. Ya no me importan
los epitafios. No tengo ambición de pasar a la posterioridad. Lo que me im­
porta más es la realidad del momento, la realidad de los postulados que es
preciso cumplir y que sabremos cumplir.
'"Nadie mejor para consolidar": Quien desde las alturas del Poder ha de ¡
encaminar el panorama político, ha de ver cómo nadie hizo tanto para con­
solidar la República ni nadie podrá ser tan útil para consolidar las institu­
ciones en una España nueva, como esta alianza que hoy gobierna. {Grandes
aplausos.)
No quiero terminar sin decir que he venido a Salamanca deliberadamente
a adherirme a este homenaje. ¿Qué significa este acto? Llamémosle como
queramos, acto de solidaridad ciudadana de esta provincia con sus represen­
tantes, que los han llevado a la República vinculándolos para siempre a ella.
Merecen mis compañeros este homenaje, y estoy aquí con la representación de
Jefe de Gobierno y de Jefe de un partido de historia republicana que nadie
puede discutir.
En el Gobierno y en la oposición: Yo os juro ante la tumba de tantos sol­
dados que dieron sus vidas por la Patria y por la República muriendo como
consecuencia de criminales discordias, sobre la cuna de tanto huérfano que
llora la ausencia del padre que murió en el cumplimiento del deber, yo os
juro sobre el altar sagrado de los muertos de ayer y de los vivos que serán
hombres de mañana, que no abandonaré esta coalición establecida entre los
elementos aquí reunidos, si ellos me siguen prestando esa solidaridad. No
pienso en quedarme solo: hay una muchedumbre de gentes a quienes la Mo­
narquía llamó masa nuestra que ya se suman a la República. Que escoja: o a
la derecha o a la izquierda. Y para terminar quiero dirigir un saludo al Jefe
dei Estado, a la más alta representación de la voluntad nacional, asegurán­
dole lealmente que los aquí reunidos seguiremos sirviendo a su autoridad y a
la República, hoy en el Gobierno y mañana cuando lleguemos a la oposición.
{Grandes y prolongados aplausos acogen las últimas palabras del señor Le-
rroux. El público rodea entusiasmado a los señores Gil Robles y Lerroux,
vitoreándoles e impidiendo tomar los coches. El señor Gil Robles tuvo que
ser defendido para que no le llevaran en hombros.)
Después de esta muestra de entusiasmo, varios Ministros marcharon en
automóvil al emplazamiento de las obras del pantano de La Maya. Allí fue­
ron recibidos con iguales muestras de entusiasmo por el pueblo en masa, pro-

52
cediéndose por el Ministro de Obras Públicas, señor Marracó, a la inaugu­
ración oficial de las obras.
El Presidente del Consejo y los señores Aizpún y Fortela regresaron di­
lectamente a Madrid.

DOCUMENTOS 11 y 12

EL BIENIO TERRIBLE Y EL BIENIO ESTUPIDO (18) (19)

Este es el diagnóstico de José Antonio Primo de Rivera en 1935. El for­


midable alegato del número 1 de “Arriba” es una crítica general de los
dos bienios; la reproducción de la interpelación parlamentaria remacha
su tesis general en el caso concreto del campo. Estos documentos van a
presentar, no lo dudamos, un José Antonio desconocido para muchos.

DOCUMENTO 11 (18)

España se ha perdido a sí misma; ésta es su tragedia. Vive un simulacro


de vida que no conduce a ninguna parte. Dos cosas forman una patria; como
asiento físico, una comunidad humana de existencia; como vínculo espiritual,
un destino común. España carece de las dos cosas. El asiento físico de Es­
paña, de la comunidad de españoles, es absolutamente indefendible. Tenemos un
territorio enorme en el que hay muchísimo por hacer, y, sin embargo, millones
de habitantes viven peor que los cerdos en las cochiqueras. No ya los parados
del todo, esos setecientos mil españoles cuya existencia es un milagro, sino
los pequeños labradores, arrendatarios o propietarios de minifundios, que re­
cogen al año veinte o treinta fanegas de trigo; y los campesinos andaluces,
que cobran al año cien jornales; y los habitantes en los suburbios de la mis­
ma capital, hacinados en casas infectas, en que los más rudimentarios servicios
higiénicos se comparten entre cuarenta familias. Esto, mientras se engordan
armeros, intermediarios, administradores, banqueros, propietarios, rentistas,
consejeros de grandes Empresas v toda esa muchedumbre ociosa que parece
ser el remate de un país apoplético de gran capitalismo, y no la dorada en­
voltura de nuestra pobre, y ancha, y esquilmada España.
Sobre esa base económica está asentado el pueblo español. ¿Y qué misión
colectiva lo mantiene unido? Nadie lo sabe. Por eso, menos cada vez piensa
nadie en remediar su mal remediando a España, sino escaparse del mal co­
mún lo mejor que pueda. Cada clase por su lado, insolidaria con las demás.
Cada región, cada comarca, por su lado. Como en un barco que zozobra, todos
parecen haber oído la voz de: “Sálvese el que pueda.” Cuando lo que hay
que salvar es el barco.
La alegría del 14 de abril no fue la que expresaron los camiones carga­
dos de carne humana y engalanados de rojo. Aquello fue lo de menos y lo de
los menos. La callada alegría del 14 de abril fue la que sintieron en las casas

53
millones de españoles al imaginarse el principio de una nueva ruta abierta
y soleada. Fue una alegría un poco melancólica; no en balde se iban viejos
símbolos que fueron gloriosos en otro tiempo. Pero en compensación, el 14 de
abril anunciaba las dos cosas de las que está huérfana España: un orden so­
cial nuevo hasta el fondo que redimiera a sus gentes sufridas de la miseria
en que se arrastran y un quehacer colectivo: el de levantar el Estado nuevo,
el de acometer la empresa de rehacerse, todos unidos en el mismo afán.
La tremenda responsabilidad de los hombres del 14 de abril estriba en
haber malogrado aquella esperanza colectiva, en haber deformado el sentido
de su revolución. Ahora se pretende enredar a Azaña y Casares Quiroga en
un fangoso proceso sobre si consintieron o no el traslado de armas a Portu­
gal. ¡Qué estupidez! Las derechas, dejadas de la mano de Dios, no ven que
eso equivale a la glorificación de Azaña. Si después de tantas abominacio­
nes contra el bienio resulta que lo único punible fue aquella irregularidad,
¿quién osará, en adelante, vituperarlo? Esos torpes leguleyos de las derechas,
que aún no han visto cómo los procesos políticos de responsabilidades se vuel­
ven siempre contra los acusadores, marchan alegremente contra el zarzal de
la acusación por lo del alijo. Allá ellos. Nuestra acusación contra los hom­
bres del bienio es bien otra: “Tuvisteis a España en vuestras manos entre­
gada durante dos años. La tuvisteis blanda como cera. Pudisteis llevar a cabo
la verdadera revolución española y preferisteis reemplazarla por una política
de secta, de disgregación, de vejaciones inútiles, de exasperación espiritual.
Por culpa vuestra volvió España a manos de las viejas gentes reaccionarias,
deseosas de escamotear la revolución. Eso sí que no se os perdonará.”
¿Alijo de armas? ¡Bah! El capítulo de cargos del bienio terrible es mu­
cho más grave.
Primero. Estatuto de Cataluña. Era urgente retribuir a la Esquerra, por
su ayuda política. Se la retribuyó con un trozo de España. No se dio el Esta­
tuto después de bien asegurada en todo el pueblo español —comprendido el
de Cataluña— una fuerte conciencia de unidad. Se dio aprisa y corriendo, con
criminal largueza, entregándolo todo, incluso los instrumentos para afirmar
en el alma de la infancia catalana una emoción separatista. El Estatuto hizo
posible la rebelión de la Generalidad, frustrada por la cobardía de los rebel­
des. Aquél fue el momento de los fusilamientos por la espalda, y no estas za­
randajas del alijo.
Segundo. Destrucción del Ejército. No se hizo con criterio nacional. No
se comprendió la reforma profunda que el Ejército necesitaba.
Tercero. Ofensa de los sentimientos religiosos. Fue una verdadera com­
placencia en la mortificación. Se llegó a la blasfemia, a la persecución por
profesar ideas religiosas, al apogeo de un anticlericalismo soez, ya barrido
del mundo.
Cuarto. Burla de la Reforma Agraria. Porque la Reforma Agraria no se
hizo. Todo quedó en su promulgación. Para que no faltase la característica
del bienio, se añadió a última hora una norma excepcional, injusta, basada,
no en razones económico-sociales, sino en un impulso de rencor. Pero casi
todo quedó en palabras. Un poco de indisciplina en el campo durante unos

54
meses, y nada más. Después, los campesinos siguieron viviendo su miseria
y el régimen de la tierra casi como estaba.
Quinto. Desquiciamiento económico. La política del bienio no fue, cier­
tamente, una política anticapitalista. Nunca fueron tan mimados los Bancos
y las grandes Empresas. Aumentaron las emisiones de valores públicos, y
con ellas, naturalmente, las personas que viven del cupón sin trabajar. Pero
como esto se combinaba con un desenfreno verbal en sentido demagógico, no
se hizo otra cosa que conservar el sistema capitalista y amedrentarlo al mis­
mo tiempo, es decir, desquiciar lo que había sin reemplazarlo por otra cosa.
De ahí el colapso, con su secuela del aumento terrible en el paro obrero.
Sexto. Política antinacional. En esta acusación se resumen todas. Du­
rante el bienio, España fue la colonia de tres poderes internacionales: la In­
ternacional Socialista, la masonería y el Quai d’Orsay. Herriot vino en per­
sona a inspeccionar su zona de reclutamiento o su camino de paso para las
tropas senegalesas.
Es decir, lo contrario de lo que la revolución prometía. Ni política nacio­
nal, ni política social; un mal Gobierno burgués, cruel y antipático, en medio
de una grillería detestable de falsos energúmenos.
A fines de 1933 salimos del bienio terrible para entrar en el bienio es­
túpido.
Esto sí que ya no conserva ni rastro del propósito revolucionario del 14 de
abril. Ni Reforma Agraria, ni transformación económica, ni remedio al paro
obrero, ni aliento nacional en la política. Chapuzas para remediar algún es­
trago del bienio anterior y pereza. Pereza mortal para dejar que los proble­
mas se corrompan a fuerza de días, hasta que llegue otro problema y los
quite de delante. La revolución del 14 de abril se ha estancado en esto.
¿Política social? Ni pensarlo; menos que nunca; menos que antes del
año 31; hasta los Jurados mixtos se suprimen. Vuelve a hablarse de jornales
de dos pesetas. No hay Reforma Agraria. La Ley de Arrendamientos nace
tan inservible, que al día siguiente de su aprobación sale un proyecto de ley
modificándola. Setecientos mil hombres están en paro forzoso. El Parlamento,
que ni siquiera ha aprobado unos presupuestos para 1935, se concede a sí
mismo vacaciones de Carnaval. Fuera de las vacaciones, sestea.
¿Política nacional? ¿Alrededor de qué? ¿Qué quehacer interesante y ale­
gre se presenta a España? Se empieza a no contar con ella en el mundo.
Italia y Francia arreglan el problema del Mediterráneo en nuestra ausencia.
Sudamérica recibe, como única noticia de España, una pastoral por “radio”
del señor Rocha. Francia, cuya balanza comercial con nosotros ha mejorado
en su favor, todavía nos aprieta las clavijas en el Tratado comercial...
El marxismo, cauto y peligroso, ha logrado salir casi intacto del percan­
ce de octubre. Ahora rehace sus fuerzas y revista sus armamentos. Mientras la
fuerza pública descubre saldos de viejas escopetas y revólveres caducos, na­
die sabe dónde se guardan los arsenales apilados para la revolución de oc­
tubre que no llegaron a salir. Además, el socialismo sabe mover los hilos
de la desesperación proletaria cuando esa desesperación tiene tantos funda­
mentos. Se trabaja por el frente único con comunistas y anarquistas.

55
Mientras tanto, cada día nos sale un curandero para el mal. Gil Robles
sigue pronunciando discursos prometedores, como si no tuviera tres minis­
tros en el Gobierno y la minoría más numerosa en las Cortes. El Bloque Na­
cional luce suntuosamente. Este ya trae palabras nuevas, para que no se diga:
¡habla de unidad de mando, de Estado corporativo y de otras cosas fascistas!
¡En seguida le van a creer! un orden nuevo traído por las ultraderechas, es
decir, por los partidos privilegiados en el orden antiguo. ¡En seguida lo van a
creeer los obreros, los estudiantes y todos los añejamente descontentos con­
tra el caduco tinglado español!
¡Basta de falsificaciones! La tarea española está intacta: la tarea de de­
volver a España un ímpetu nacional auténtico y asentarla sobre un orden
social distinto. Basta de palabrería mal copiada, y vamos a la busca de la
palabra decisiva, de la mágica palabra de resurgimiento. Otra vez hay que
salir contra los que quieren arrancarnos del alma la emoción española y con­
tra los que amparan bajo la bandera del patriotismo la averiada mercancía de
un orden burgués agonizante. ¡Estudiantes de España, obreros de España,
intelectuales de España; otra vez a la tarea! Contra lo uno y contra lo otro,
por la España completa de los mejores días. Por el pan y la gloria. ¡Arriba
España!

DOCUMENTO 12 (19)

Eso hicisteis, e hicisteis otra cosa: hicisteis aquello que da más argumentos
a los enemigos de la Ley Agraria del año 32: la expropiación sin indemniza­
ción de los grandes de España. No todos los grandes de España están tan
faltos de servicios a la Patria, señor Sánchez Albornoz. (El señor Sánchez
Albornoz: “Lo he reconocido.”) Tiene razón el señor Sánchez Albornoz;
pero repare, además, en esto: lo que era preciso haber escudriñado no es la
condición genealógica (El señor Sánchez Albornoz: “Estamos de acuerdo, y
he presentado una enmienda.”), sino la licitud de los títulos, y por eso había
en la ley un precepto que nadie puede reputar de injusto, que era el de los
señoríos jurisdiccionales. Yo celebro que el señor Sánchez Albornoz haya
explicado, mucho mejor que yo, la transmutación que se ha operado con
los señoríos jurisdiccionales. Traía apuntado en mis notas lo necesario para
decirlo. Los señoríos jurisdiccionales, por una obra casi de prestidigitación
jurídica, se transformaron en señoríos treritoriales; es decir, trocaron su na­
turaleza de títulos de Derecho público en títulos de Derecho privado patri­
monial. Naturalmente, esto no era respetable; pero no era respetable en ma­
nos de los grandes de España, como no era respetable en otras manos cua­
lesquiera. En cambio, fuisteis a tomar una designación genealógica y a fi­
jaros en el nombre que tenían derecho a ostentar ciertas familias, e incluis­
teis junto a algunos que tenían viejos señoríos territoriales a algunos de cre­
ación reciente, a algunos que paradógicamente habían sido elevados a la gran­
deza de España precisamente por sus grandes dotes de cultivadores de fincas.

56
No era buena, por esas cosas, la ley del año 32; pero esta que vosotros
(Dirigiéndose a la Comisión) traéis ahora no se ha traído jamás en ningún ré­
gimen; y si queréis repasar en vuestra memoria lo que hizo la Monarquía
francesa restaurada después de la revolución, veréis que no llegó, ni mucho
menos, en sus proyectos reaccionarios, a lo que queréis llegar vosotros ahora,
oorque vosotros queréis borrar todos los efectos de la Reforma Agraria y
queréis establecer la norma fantástica de que se pague el precio exacto de
las tierras, pero con todas esas características; justiprecio en juicio contra­
dictorio, pago al contado, pago en metálico, y si no en metálico, en Deuda
Pública de la corriente, de esta que va ha crear el señor Chapaprieta dentro
de unos días, no ya pagando el valor nominal de las fincas en valor nominal
de títulos, sino al de cotización, lo cual equivale a otro aumento del veinte
por ciento de sobreprecio, aproximadamente, y después con una facultad
de disponer libremente de los títulos que se obtengan. Comprenderéis que así
ts un encanto hacer una ley de Reforma Agraria; en cuanto se compre la to­
talidad del suelo español y se reparta, la ley es una delicia; pero esto ter­
mina en una de estas dos cosas: o la ley de Reforma Agraria, como dije
antes, es una burla que se aplaza por ciento sesenta años, porque se va ha­
ciendo por dosis de cincuenta millones, y entonces no sirve para nada, o de
una vez se compra toda la tierra de España; y como la economía no admite
milagros, el papel, que representa un valor que solamente habéis trasladado
de unas manos a otras, deja de tener valor, a menos que hayáis descubierto
la virtud de hacer con la economía el milagro divino de los panes y de
los peces.
Esto es lo que tenía preparado para dicho en un turno de totalidad a
vuestro proyecto. Vosotros pensadlo. Este proyecto se mantendrá en pie, na­
turalmente, hasta la próxima represalia, hasta el próximo movimiento de re­
presalia. Vosotros, que sois todavía los continuadores de una revolución,
aunque esto vaya sonando cada día un poco más raro, habéis tenido que ha­
cer frente a dos revoluciones, y no más que hoy nos habéis anunciado una
tercera. Cuando está en perspectiva una tercera revolución, ¿creéis que va a
detenerla, que es buena política la vuestra para detenerla haciendo la afir­
mación más terrible de arriscamiento quiritario que ha pasado jamás por
ninguna Cámara del mundo? Hacedlo. Cuando venga la próxima revolución,
ya lo recordaremos todos, y probablemente saldrán perdiendo los que tengan
la culpa y los que no tengan la culpa. (Muy bien.)

57
CAPITULO II

las elecciones
de la guerra civil
i

i
Ya va siendo opinión común entre los historiadores que la guerra de Es­
paña comenzó el 16 de febrero de 1936. Porque a las famosas elecciones
fueron casi todas las minorías dirigentes —lo vamos a ver— sin el menor
ánimo de acatar los resultados. Veremos los testimonios inequívocos de Lar­
go Caballero, Calvo Sotelo, Primo de Rivera y los anarquistas.
Hablamos de las minorías dirigentes. Porque el pueblo, como ha intuido
Madariaga y ya observó José Antonio Primo de Rivera, dio ante las urnas
mayores muestras de madurez de lo que hubiera podido preverse después de
la frenética campaña electoral de sus líderes.
Vamos a analizar, documento a documento, esa campaña. Todos los par­
tidos dejaron sus huellas impresas, que nos permitirán evocar las grandes lí­
neas de aquellos días alucinantes.
Tras la campaña haremos también un breve análisis de la victoria y la
derrota. Y recogeremos algunos testimonios posteriores en los que la pasión,
reactivada por la guerra, todavía no ha empezado a ceder.
Ahora cada vez nos interesan más las elecciones de febrero como fenó­
meno de fondo y cada vez menos como estadística de superficie. A estas al­
turas tiene poco sentido hacer recuento de actas, como, sin excesivo sentido
sociohistórico, quisieron los autores del famoso “Dictamen” de Burgos. Para
el gran estudio, aún por hacer, a pesar de estimables intentos, de aquel mo­
mento clave de nuestra historia, algunos de estos documentos, unos más co­
nocidos que otros, quizá suministren piedras angulares.
Hace treinta años se celebraban así en España las últimas elecciones de
la República.

DOCUMENTO 13

OTRO PRESAGIO (20)

Otras líneas de “Arriba” cuajadas de sentido político, es decir, de intui­


ción política. Cuando el lector las estudie comprenderá que no abrimos el
capítulo con otras palabras de José Antonio Primo de Rivera por moti­
vos ahistóricos.

Azaña volverá a gobernar. Lo traerá a lomos, otra vez, con rugidos revo­
lucionarios, aunque sea alrededor de las urnas, la masa que escuchaba su voz

61
el 20 de octubre. Azaña volverá a tener en sus manos la ocasión cesárea de
realizar, aun contra los gritos de la masa, el destino revolucionario que le ha­
brá elegido dos veces. De nuevo España, ancha y virgen, atemorizada y espe­
ranzada, le pondrá en ocasión de adueñarse de su secreto. Sólo si lo encuen­
tra tendrá un fuerte mensaje que gritar contra el rugido de las masas rojas
que lo habrán encumbrado. Pero Azaña no dará con el secreto: se entregará
a la masa, que hará de él un guiñapo servil, o querrá oponerse a la masa
sin la autoridad de una gran tarea, y entonces la masa lo arrollará y arro-
liará a España.
¿Pesimismo? No. De nosotros depende. De todos nosotros. Contra la anti-
España roja, sólo una gran empresa nacional puede vigorizarnos y unirnos. Una
empresa nacional de todos los españoles. Si no la hallamos — ¡ que sí la hallare­
mos!; nosotros ya sabemos cuál es—, nos veremos todos perdidos. Incluso Aza­
ña, que pasará al recuerdo de nuestros hijos con la maldición de quien destruyó
dos ocasiones culminantes.

DOCU MENTO 14

DISOLUCION Y CONVOCATORIA (21)

Es el momento estelar de Manuel Pórtela Valladares. Presidente del


Consejo no por su fuejrza parlamentaria, que era nula; ni por sus vincula­
ciones masónicas, que con el hundimiento de los radicales estaban muy
devaluadas, sino por la amistad personal y los inescrutables designios
del todavía Presidente Alcalá Zamora, este político gallego, sin partido,
soñaba con ser el fautor de un nuevo centro. Por eso quizá fue el único
español que marchó a las elecciones de febrero con ilusión. Había de
fracasar necesariamente en un empeño imposible, en el que se estrella­
ron hombres de mucha más talla: su propio protector, don Niceto, José
Antonio Primo de Rivera y el mismo Gil Robles. Luego, cuando estalló
la guerra, don iManuel Pórtela anduvo de acá para allá escribiendo car­
tas al General Franco y pronunciando discursos legalistas en las Cortes
de Valencia.
Pero la Historia ya le había dejado. Le rozó con su dedo unos ins­
tantes fríos de enero de 1936, cuando con estos dos Decretos dio, sin
saberlo y sin quererlo, el toque para la guerra civil.

Al regresar el Jefe de Gobierno a la Presidencia, desde el Palacio Nacional,


anunció a los periodistas que el Presidente de la República había firmado el
Decreto de disolución de Cortes.
Se le preguntó si se pasaría inmediatamente comunicación al Presidente de
la Cámara y respondió:
—En seguida la voy a firmar, porque ya está redactada. Ahora, señores, afi­
len los lapiceros y escuchen. Es notorio, es evidente, que no se ha cometido
transgresión constitucional alguna al prorrogar el presupuesto y al suspender de

62
nuevo las sesiones de Cortes. Y no puede establecerse la petición del delito, por­
que a lo más que podía llegarse es a que esto fuera una materia de interpretación,
y si por elegir una u otra solución de las que las leyes ofrecen se incurriese en
responsabilidad criminal, todos los funcionarios, incluso los de Justicia, al ejer­
cer la función de interpretar las leyes quedarían incursos en este delito que se
pretende establecer aquí.
Tal parecer, sólidamente establecido por principios de hermenéutica y de De­
recho político, tiene su abono. El buen sentido de todos los españoles puede
apreciar y a ellos se dirige el Gobierno, para que sean jueces en esta materia.
Y, además, cuenta en su abono con la mayoría de las autoridades y de los sig­
nificados políticos que se han pronunciado, según consta en la Prensa, y según
hizo constar el Presidente de la Cámara, en favor de la interpretación que el
Gobierno ha dado. De modo que no sólo el Gobierno tiene la facultad de in­
terpretar, sino que ha interpretado de acuerdo con todas estas autoridades
que digo.
No tendría, pues, el Gobierno ningún inconveniente en presentarse a la
Diputación permanente primero, y después a las Cortes, para responder de
sus actos, porque cualquiera que sea el apasionamiento político y los humos
que desprende la lucha de los partidos, y que a veces ciega, detrás, en cada
hombre, hay una conciencia y una rectitud que se impondrán al fin y al cabo
para dejar al Gobierno en su sitio y en la posición que mantiene.
Mas ha surgido un hecho que ha obligado al Gobierno a precipitar la
disolución de las Cortes y la convocatoria de nuevas elecciones, y es que sec­
tores de verdadera valía en la vida pública de España han expresado la opi­
nión de que si bien en el fondo no se deduce ilegalidad por la forma en que
ha procedido el Gobierno, estiman que la Diputación permanente no tiene fa­
cultad para examinar la petición de convocatoria de Cortes, la acusación que
contra el Gobierno han dirigido cuarenta y tantos señores diputados. Es de­
cir, que estimando que no hay materia de delito ni fundamento para la acu­
sación, sostiene que la petición acusatoria debe ser tramitada convocando al
Parlamento automáticamente, sin intervención y sin facultad discrecional para
juzgar en la Diputación permanente de las Cortes.
Sería este último extremo una terrible gravedad para la política de Espa­
ña: la Constitución da la facultad de suspender las sesiones al Presidente de
la República y no habla de la Diputación permanente en cuanto a este parti­
cular. La ley orgánica del Tribunal de Garantías atribuye a la Diputación
permanente el dar paso o no a la acusación que formulan cuarenta señores
diputados, o sea la décima parte de la Cámara.
El reglamento del Congreso sitúa en la petición de la décima parte de
la Cámara la facultad de convocar las Cortes mediante una acusación de
delito. De prevalecer este criterio, de sentarse este precedente, el mal humor
de cuarenta diputados bastaría para reunir las Cortes en todo momento, es
decir, que no habría vida política en España. Ya no es el Presidente de la
República quien ha de intervenir para juzgar si deben o no reunirse las Cor­
tes. Ya no es el Congreso, ni siquiera la Diputación permanente que le re­
presenta. Son cuarenta diputados que en un momento de mal humor pueden

63
reunir las Cortes, y ante ellos se ha de inclinar todo el mecanismo de nuestra
política.
En ningún país del mundo existe tal régimen. Y ante el estrago que pro­
duciría que este precedente quedase sentado para el porvenir, el Gobierno,
pensando no en sí, sino siempre, como es su deber, pensando en los que le
sucedan, disuelve las Cortes, y disueltas las Cortes, me parece que la nuez está
vacía, y que no se puede hablar de reunir a unas Cortes que están disueltas.
Este es el significado del decreto de disolución que se ha informado esta ma­
ñana con esta premura, que quiebra y rectifica los proyectos y pensamien­
tos que el Gobierno tenía.
Se le preguntó que cuál sería la fecha de las elecciones.
—El 16 de febrero —respondió—, la primera vuelta; el primero de mar­
zo, la segunda, y el lunes 16 de marzo, la constitución de la nueva Cámara.
También se le preguntó si en virtud de la apertura del período electoral
quedarían levantadas la censura de Prensa y los estados de excepción.
—Hay precedentes de que no es así; pero para poca salud más vale nin­
guna. Desde luego, el Gobierno levantará la censura de Prensa. Dará a us­
tedes todas las facilidades y se entrará en estado de completa normalidad
constitucional.
Otro informador le preguntó si serían repuestos los Ayuntamientos del
14 de abril, y respondió que por la tarde iba a recibir en la Presidencia algu­
nas visitas con las que se ocuparía de la cuestión.
El señor Pórtela subió seguidamente a su despacho para dar cuenta al Go­
bierno, que seguía reunido, de su entrevista con el Presidente de la República.
El Subsecretario de la Presidencia facilitó el texto del decreto de disolución,
que dice así:
“El artículo 81 de la Constitución exige sea motivado el decreto de disolu­
ción de Cortes. Lo fue ya el de las Constituyentes, aun tratándose de Cámara
sin plazo de duración legal, fijado por la convocatoria, o por su propio acuer­
do; con misión esencial ya agotada, y otros encargos concretos y cumplidos.
Precisamente por ello hubo en el decreto de 9 de octubre de 1933 un do­
ble razonamiento: el de fondo, sobre la procedencia de la disolución en sí
misma; y el justificativo de quedar ésta excluida del cómputo y limitaciones
que para cada mandato presidencial fija el expresado artículo 81.
A este criterio acompañó el asentimiento de los partidos, que refrenda­
ron tal decreto y le había precedido el de los que mucho antes demandaban
aquella disolución, expedita en cuanto no comprometía o gastaba prerroga­
tiva muy reducida.
Era necesario, y basta ahora recordar el precedente inmediato de la nueva
y distinta disolución que va a acordarse. Ni el decreto de 1933 fue, ni lo será
el presente, ni necesita o debe serlo, en sus motivos ninguno de disolución,
un índice de reproches contra las Cortes disueltas. El fundamento para que
lo sean está siempre, por motivos en cada caso variables, en la necesidad
mostrada de otra consulta electoral.
Desde que fueron elegidas las Cortes actuales se ha alterado extensa y
profundamente la actitud, composición, significado y relaciones con que se

64
presentaron a la convocatoria de entonces los distintos partidos. Con singu­
laridad tan importante como insólita, el cambio afecta no ya a las fuerzas
extremas, sino también a las de zona intermedia, centro natural de estabili­
dad y apoyo de permanencia.
Reflejo de tales mudanzas ha sido el hecho de que, aun reduciendo consi­
derablemente el quorum reglamentario, exista tibieza, lentitud y dificultad
para legislar aun en materias económicas y financieras, en que la necesidad
apremia y la pasión no ofusca.
Aun cuando hubiera permanecido la Cámara igual a sí misma, sin cam­
bios internos, se habrían producido en la relación ■ representativa con la opi­
nión pública, agitada y variable por múltiples causas.
El mismo criterio de los partidos proclama esa desviación. Si, respecto de
su propia suerte, los más propenden a la natural esperanza, en cuanto a los
otros y a la total resultante de una Cámara nueva, hay esencial coincidencia
en el pronóstico de extensa y honda alteración.
Para medirla con elementos de acertado juicio, han faltado cuantos me­
dios explotadores de la voluntad nacional pueden guiar a los otros poderes del
Estado, y aun sirven a las mayorías parlamentarias de norma que alienta o con­
tiene sus tendencias, según perciban que aún conservan o ya empezaron a per­
der la asistencia o confianza popular que legitima la autoridad renresentativa.
No ha habido elecciones parciales oara diputados, que en todo lugar y
tiempo son signo indicador. No ha habido tampoco elecciones municipa’es,
que en abril de mil novecientos treinta y uno dieron a la República encau-
zamiento y rumbo, y dos años más tarde, aunque en reducida extensión, o de
segundo grado, mostraron expresiva y eficaz advertencia. Por otra parte, actos
de violencia colectiva y prevenciones legales de la autoridad, por aquéllos de­
terminados, han mantenido prolongada la anomalía para la expresión serena
e igualitariamente libre de la opinión pública. Evidente la necesidad de contar
con ésta, así como su alteración, sólo de la consulta popular puede surgir su
fallo. La obra legislativa trascendental, que en todos los órdenes se impone,
requiere, a más de la posibilidad material, harto dudosa hoy, de producirla,
identificación con el deseo conocido del país. El impulso legislador, obede­
ciendo al electoral, siguió decidido de mil novecientos treinta y uno a mil no­
vecientos treinta y tres en una dirección; desde esa última fecha a la actual ha
marchado con parecida decisión en sentido opuesto. La magnitud de la osci­
lación alcanzada aconseja que, vista por la voluntad reflexiva de España la
distancia recorrida y la separación abierta, decida, si quiere mantener un rum­
bo, volver a otro, moderar cualquiera o estabilizar transigiéndolos. Por cuanto
expuesto queda, con cumplimiento de lo preceptuado en el artículo 81 de la
Constitución, en uso de la prerrogativa que me concede, aplicada por primera
vez a Cortes no investidas de potestad constituyente, y de acuerdo con el Con­
sejo de Ministros,
Vengo en decretar lo siguiente:
Artículo único.—Quedan disueltas las primeras Cortes ordinarias de la Re­
pública, y por otro decreto simultáneo se convoca a nuevas elecciones.

65
Dado en Madrid a siete de enero de mil novecientos treinta y seis - Ni-
ccto Alcalá-Zamora y Torres.—El Presidente del Consejo de Ministros, Ma­
nuel Pórtela Valladares.
Disueltas, por otro de esta fecha, las primeras Cortes ordinarias de la Re­
pública, como consecuencia de ello, y de conformidad con lo dispuesto en los
artículos cincuenta y tres y ochenta y uno de la Constitución, y preceptos con­
cordantes de la legislación electoral, a propuesta del Presidente del Consejo
de Ministros, y de acuerdo con el mismo,
Vengo en decretar lo siguiente:
Artículo primero.—Las elecciones generales para diputados a Cortes se ce­
lebrarán en toda España el domingo 16 de febrero. La segunda votación en las
circunscripciones donde hubiere lugar a ella se efectuará dos semanas después,
o sea el domingo primero de marzo.
Artículo segundo.—Las Cortes se reunirán el día dieciséis de marzo de mil
novecientos treinta y seis.
Artículo tercero.—Por los Ministerios de Justicia, Trabajo y Goberna­
ción se dictarán las disposiciones necesarias para el cumplimiento de las leyes
y la garantía más eficaz de los derechos de cada elector y candidato.
Dado en Madrid a siete de enero de mil novecientos treinta y seis.»—Ni-
ceto Alcalá-Zamora y Torres.—El Presidente del Consejo de Ministros, Ma­
nuel Pórtela Valladares.

DOCUMENTO 15

EL MANIFIESTO DEL FRENTE POPULAR (22)

Está por hacer la historia detallada, desapasionada y profunda del


Frente Popular español. Nuestros lectores verán, en el capítulo» IV
de este libro, la fantástica oportunidad que nuestras izquierdas brinda­
ron al comunismo. Verán también que en el VII Congreso de la Ko-
mintem cristalizó la idea dimitroviana del Gobierno de Frente Popular,
aunque bastante desmedrada, al lado del gran objetivo del Frente Unico.
Pero decir que el Frente Popular español fue creado ex nihilo por el
comunismo sería un eco de mala propaganda. El Frente Popular fue un
impulso ofensivo-defensivo de las izquierdas burguesas y proletarias es­
pañolas aterradas por el auge de los fascismos europeos, alarmadas por
la ineptitud peligrosísima de las derechas españolas en su bienio —la
extensión de la idea fascista a esas derechas era injusta, pero no ilógica,
en 1935-1936— y atacadas, eso sí, por una extraña locura desintegradora
que quizá tuviese bastante de importancia, de despecho y de complejo
de inferioridad, pero que en el fondo era la eterna repercusión nada me­
nos que de ese 1789 que nunca se había acabado de hacer en España.
Los antecedentes del Bloque Popular pueden, desde luego, buscarse
en el Vil Congreso de la Komintern, pero sin olvidar su enraizamiento

66
independiente en personalidades tan poco sospechosas de comunismo
como Indalecio Prieto (23) y Manuel Azaña (24).
El manifiesto que aquí reproduzco revela la fragilidad del Bloque;
más bien una coalición oportunista electoral que un verdadero programa
común. Cada grupo se cobija en el Frente Popular para sus propios fines,
si no trataba de dominarlo. Así fue todo.

Los partidos republicanos Izquierda Republicana, Unión Republicana y el


Partido Socialista, en representación del mismo y de la Unión General de
Trabajadores; Federación Nacional de Juventudes Socialistas, Partido Comu­
nista, Partido Sindicalista, Partido Obrero de Unificación Marxista, sin perjui­
cio de dejar a salvo los postulados de sus doctrinas, han llegado a comprome­
ter un plan político común que sirva de fundamento y cartel a la coalición de
sus respectivas fuerzas en la inmediata contienda electoral y de norma de
gobierno que habrán de desarrollar los partidos republicanos de izquierda,
con el apoyo de las fuerzas obreras, en el caso de victoria. Declaran ante la
opinión pública las bases y los límites de su coincidencia política, y además
la ofrecen a la consideración de las restantes organizaciones republicanas y
obreras por si estiman conveniente a los intereses nacionales de la Repú­
blica venir a integrar en tales condiciones el bloque de izquierdas que debe
luchar frente a la reacción en las elecciones generales de diputados a Cortes.

I. Como suplemento indispensable de la paz pública, los partidos coa­


ligados se comprometen:

1. ® A conceder por ley una amplia amnistía de los delitos político-so­


ciales cometidos posteriormente a noviembre de 1933, aunque no hubieran
sido considerados como tales por los Tribunales. Alcanzará también a aque­
llos de igual carácter no comprendidos en la ley de 24 de abril de 1934.
Se revisarán, con arreglo a la ley, las sentencias pronunciadas en aplicación
indebida de la de Vagos, por motivos de carácter político; hasta tanto que se
habiliten las instituciones que en dicha ley se prescriben, se restringirá la
aplicación de las mismas y se impedirá que en lo sucesivo se utilice para
perseguir ideas o actuaciones políticas.
2. ® Los funcionarios y empleados públicos que hayan sido objeto de
suspensión, traslado o separación, acordada sin garantía de expediente o por
motivos de persecución política, serán repuestos en sus destinos.
El Gobierno tomará las medidas necesarias para que sean readmitidos
en sus respectivos puestos los obreros que hubiesen sido despedidos, por sus
ideas o con motivo de huelgas políticas, en todas las Corporaciones públicas,
en las Empresas gestoras de servicios públicos y en todas aquellas en las que
el Estado tenga vínculo directo.
Por lo que se refiere a las Empresas de carácter privado, el Ministerio
de Trabajo adoptará las disposiciones conducentes a la discriminación de
todos los casos de despido que hubieran sido fundados en un motivo político-
social, y que serán sometidos a los Jurados mixtos para que éstos amparen

67
en su derecho, con arreglo a la legislación anterior a noviembre de 1933, a
quienes hubieran sido indebidamente eliminados.
3.° Se promulgará una ley concediendo a las familias de las víctimas pro­
ducidas por hechos revolucionarios o por actos ilegales de la autoridad y la
fuerza pública en la represión, la adecuada reparación del daño inferido a
las personas.
II. En defensa de la libertad y de la justicia, como misión esen­
cial del Estado republicano y de su régimen constitucional, los partidos coa­
ligados:
1. ° Restablecerán el imperio de la Constitución. Serán reclamadas las
transgresiones cometidas contra la ley fundamental. Y la ley Orgánica del
Tribunal de Garantías habrá de ser objeto de reforma, a fin de impedir que
la defensa de la Constitución resulte encomendada a conciencias formadas
en una convicción o en un interés contrarios a la salud del régimen.
2. ° Se procederá a dictar las leyes orgánicas prometidas por la Constitu­
ción, que son necesarias para su normal funcionamiento, y especialmente las
leyes Provincial y Municipal, que deberán inspirarse en el respeto más ri­
guroso a los principios declarados en aquélla. Se procederá por las Cortes
a la reforma de su reglamento, modificando la estructura y funciones de las
Comisiones parlamentarias, a cuyo cargo correrá, con el auxilio de los Orga­
nismos técnicos a ellas incorporados, el trámite formativo de las leyes.
3. ° Se declara en todo su vigor el principio de autoridad; pero se com­
promete su ejercicio sin mengua de las razones de libertad y justicia. Se re­
visará la ley de Orden Público, para que, sin perder nada de su eficacia de­
fensiva, garantice mejor al ciudadano contra la arbitrariedad del Poder,
adoptándose también las medidas necesarias para evitar las prórrogas abusi­
vas de los estados de excepción.
4. ° Se organizará una justicia libre de los viejos motivos de jerarquía so­
cial, privilegio económico y posición política. La justicia, una vez reorgani­
zada, será dotada de las condiciones de independencia que promete la Cons­
titución. Se simplificarán los procedimientos en lo civil; se imorimirá mayor
rapidez al recurso ante los Tribunales contencioso-administrativos, ampliando
su competencia, y se rodeará de mayores garantías al inculpado en lo cri­
minal. Se limitarán los fueros especiales, singularmente el castrense a los
delitos netamente militares. Y se humanizará el régimen de prisiones, abo­
liendo malos tratos e incomunicaciones no decretadas judicialmente.
5. ° Los casos de violencia de los agentes de la fuerza pública, acaecidos
bajo el mando de los Gobiernos reaccionarios, aconsejan llevar a cabo la
investigación de responsabilidades concretas hasta el esclarecimiento de la
culpa individual y su castigo. Se procederá a encuadrar las funciones de cada
instituto dentro de los fines de su respectivo reglamento; serán seleccionados
sus mandos y se sancionará con la separación del servicio a todo agente que
haya incurrido en malos tratos o parcialidad política. El Cuerpo de Vigilan­
cia se reorganizará con funcionarios aptos y de cumplida lealtad al régimen.

68
6.° Se revisarán las normas de disciplina de los funcionarios, establecien­
do sanciones graves para toda negligencia o abuso en favor de intereses po­
líticos o en daño del Tesoro público.
III. Los republicanos no aceptan el principio de la nacionalización
de la tierra y su entrega gratuita a los campesinos, solicitada por los dele­
gados del partido socialista. Consideran convenientes las siguientes medidas,
que proponen la redención del campesino y del cultivador medio y peque­
ño, no sólo por ser obra de la justicia, sino porque constituye la base más firme
de reconstrucción económica nacional:
1.a Como medidas de auxilio al cultivador directo:
Rebaja de impuestos y tributos.
Represión especial de la usura.
Disminución de rentas abusivas.
Intensificación del crédito agrícola.
Revalorización de los productos de la tierra, especialmente del trigo y
demás cereales, adoptando medidas para la eliminación del intermediario y
para evitar la confabulación de los harineros.
Estímulo del comercio de exportación de productos agrícolas.
2.a Como medidas para mejorar las condiciones de la producción agrí-
cola:
Se organizarán enseñanzas agrícolas y se facilitarán auxilios técnicos por
el Estado.
Se trazarán planes de sustitución de cultivos e implantación de otros nue­
vos, con la ayuda técnica y económica de la Administración pública.
Fomento de los pastos, ganadería y repoblación forestal.
Obras hidráulicas y obras de puesta de riego y transformación de terre­
nos para regadío.
Caminos y construcciones rurales.
3? Como medidas para la reforma de la propiedad de la tierra:
Derogarán inmediatamente la vigente ley de Arrendamientos.
Revisarán los desahucios practicados.
Consolidarán en la propiedad, previa liquidación, a los arrendatarios an­
tiguos y pequeños.
Dictarán nueva ley de Arrendamientos que asegure: la estabilidad en la
tierra; la modicidad en la renta, susceptible de revisión; la prohibición del
subarriendo y sus formas encubiertas; la indemnización de mejoras útiles y
necesarias llevadas a cabo por el arrendatario, haciéndose efectiva antes de
que el cultivador abandone el predio, y el acceso a la propiedad de la tierra
que se viniera cultivando durante cierto tiempo.
Estipularán las formas de cooperación y fomentarán las explotaciones co­
lectivas.

$9
Llevarán a cabo una política de asentamiento de familias campesinas, do­
tándolas de los auxilios técnicos y financieros precisos.
Dictarán normas para el rescate de bienes comunales.
Derogarán la ley que acordó la devolución y el pago de las fincas a la
nobleza.
IV. Nuestra industria no se podrá levantar de la depresión en que
se encuentra si no se procede a ordenar todo el complejo sistema de pro­
tecciones que el Estado dispensa según criterio estricto de coordinada su­
bordinación al interés general de la economía.
En su consecuencia, procede:
1. ° Dictar una ley o sistema de leyes que fijen las bases de la protec­
ción a la industria, comprendiendo las arancelarias, exenciones fiscales, mé­
todos de coordinación, regulación de mercados y demás medios de auxilio que
el Estado conceda a interés de la producción nacional. Promover el sanea­
miento financiero de las industrias, a fin de aligerar cargas de especulación
que, gravando su rentabilidad, entorpecen su desenvolvimiento.
2.° Crear instituciones de investigación económica y técnica, donde pue­
da el Estado adquirir elementos para su dirección política y también los em­
presarios para mejor regir sus iniciativas.
3. ° Adoptar aquellas medidas necesarias de especial protección a la pe­
queña industria y al pequeño comercio.'
4. ° Levantar la actividad de nuestras industrias fundamentales, median­
te un plan de obras públicas a que luego se alude, urbanizaciones y sanea­
miento de la población rural, en el que se calcularán de antemano los mate­
riales que se han de consumir y sus precios, a fin de asegurar la rentabilidad
de estas obras.

V. Los republicanos consideran la obra pública no sólo como modo


de realizar los servicios habituales del Estado o como mero método circuns­
tancial e imperfecto de atender al paro, sino como medio potente para en­
cauzar el ahorro hacia las más poderosas fuentes de riqueza y progreso,
desatendidas por la iniciativa de los empresarios:
1. ° Se llevarán a cabo grandes planes de construcciones de viviendas ur­
banas y rurales, servicios cooperativos y comunales, puertos, vías de comu­
nicación, obras de riego e implantación de regadíos y transformación de te­
rrenos.
2. ° Para llevarlas a cabo se procederá a una ordenación legislativa y
administrativa que garantice la utilidad de la obra, su buena administración
y la contribución a la misma de los intereses privados directamente favo­
recidos.
♦ ♦

Los republicanos no aceptan el subsidio de paro solicitado por la repre­


sentación obrera. Entienden que las medidas de política agraria, las que se
han de llevar a cabo en el ramo de la industria, las obras públicas y, en suma,

70
todo el plan de reconstrucción nacional, han de cumplir no sólo su finalidad
propia, sino también el cometido esencial de absorber paro.

VI. La Hacienda y la Banca tienen que estar al servicio del empeño


de reconstrucción nacional, sin desconocer que fuerzas tan sutiles como la
del crédito no se pueden forzar por métodos de coacción ni estimular fuera
del campo seguro de aplicaciones provechosas y empleo remunerador.

No aceptan los partidos republicanos las medidas de nacionalización


de la Banca propuesta por los partidos obreros; conocen, sin embargo, que
nuestro sistema bancario requiere ciertos perfeccionamientos, si ha de cum­
plir la misión que le está encomendada en la reconstrucción económica de
España. Como mera enumeración ejemplar, señalamos las siguientes me­
didas:

1. * Dirigir el Banco de España de modo que cumpla su función de re­


gular el crédito, conforme exija el interés de nuestra economía, perdiendo su
carácter de concurrente de los Bancos y liquidando sus inmovilizaciones.
2.* Someter a la Banca privada a reglas de ordenación que favorezcan
sus líquidos, sobre los principios clásicos que ha puesto de nuevo en relieve
la experiencia de las últimas crisis, a fin de afirmar la garantía de los depo­
sitantes y el servicio de las necesidades financieras de la política de recons­
trucción económica que aquí se promete.
3? Mejorar el funcionamiento de las Cajas de Ahorro, para que cumplan
su papel en la creación de capitales, dictando también aquellas medidas ne­
cesarias para proteger el ahorro privado y de responsabilidad de los promo­
tores y gestores de toda clase de Compañías.

Respecto a la Hacienda, se comprometen a llevar a cabo una reforma


fiscal dirigida a la mayor flexibilidad de los tributos y a la más equitativa
distribución de las cargas públicas, sin acudir al crédito público para finali­
dades de consumo.

l.° Se revisará a fondo la tributación directa, detenida en su desarrollo


normal, reorganizándola sobre bases progresivas.
2.° Se reformará la tributación indirecta buscando la coordinación del
gasto privado con el gravamen del consumo.
3. ° Se perfeccionará la Administración fiscal, para que sirva de instru­
mento eficaz a la nueva política tributaria.

Vn. La República que conciben los partidos republicanos no es una


República dirigida por motivos sociales o económicos de clase, sino un régi-

71
men de libertad democrática, impulsado por razones de interés público y pro­
greso social. Pero precisamente por esa definida razón, la política republi­
cana tiene el deber de elevar las condiciones morales y materiales de los tra­
bajadores hasta el límite máximo que permita el interés general de la pro­
ducción, sin reparar, fuera de este tope, en cuantos sacrificios hayan de im­
ponerse a todos los privilegios sociales y económicos.
No aceptan los partidos republicanos el control obrero solicitado por la
representación del partido socialista. Convienen en:

l.° Restablecer la legislación social en la pureza de sus principios, para


lo cual dictarán las disposiciones necesarias para dejar sin efecto aquellas que
desvirtúen su recto sentido de justicia, revisando las sanciones establecidas
a fin de asegurar el más leal cumplimiento de las leyes sociales.
2. ° Reorganizar la jurisdicción de trabajo en condiciones de independen­
cia, a fin no sólo de que las partes interesadas adquieran conciencia de la im­
parcialidad de sus resoluciones, sino también para que en ningún caso los mo­
tivos de interés general de la producción queden sin la valoración debida.
3. ° Rectificar el proceso de derrumbamiento de los salarios del campo,
verdaderos salarios de hambre, fijando salarios mínimos, a fin de asegurar
a todo trabajador una existencia digna, y creando el delito de envileci­
miento del salario, perseguible de oficio ante los Tribunales.
♦ ♦

Aunque la política de reconstrucción económica debe conducir a la ab­


sorción del paro, es menester, además, organizar, administrativa y técnica­
mente, la lucha, estableciendo los servicios que sean necesarios de estadística, I

clasificación, Oficinas de colocación y Bolsas de Trabajo, preocupándose de


modo especial del paro en la juventud, y sin olvidar tampoco las institucio­
nes de previsión y seguro que, prometidas por la Constitución, deben dis­
ponerse a ensayo sobre bases de tipo social.

♦ *
Los republicanos han de dedicar a la asistencia pública, beneficencia y
sanidad la atención que merecen en todo pueblo civilizado, sin regatear sacri­
ficios. Unificarán, bajo la dirección del Estado, las diversas instituciones de
fundación privada, totalizando sus recursos, sin perjuicio del respeto a la vo­
luntad del finado.

VIII. La República tiene que considerar la enseñanza como atri­


buto indeclinable del Estado, en el superior empeño de conseguir en la suma
de sus ciudadanos el mayor grado de conocimiento y, por consiguiente, el
más amplio nivel moral por encima de razones confesionales y de clase social.

1.® Impulsarán, con el ritmo de los primeros años de la República, la


creación de escuelas de primera enseñanza, estableciendo cantinas, roperos,

72
colonias escolares y demás instituciones complementarias. Se ha de someter
*» la enseñanza privada a vigilancia, en interés de la cultura, análoga a la que
se ejercite cerca de las escuelas públicas.
2.° Crearán las enseñanzas medias y profesionales que sean necesarias
para dar instrucción a todos los ciudadanos en condición de recibir la de es­
tos grados.
3. ° Concentrarán las enseñanzas universitarias y superiores para que pue­
dan ser debidamente servidas.
4. ° Pondrán en ejecución los métodos necesarios para asegurar el acceso
a la enseñanza media y superior a la juventud obrera y, en general, a los es­
tudiantes seleccionados por su capacidad.

Los partidos coligados repondrán en su vigor la legislación autonómica


votada por las Cortes constituyentes y desarrollarán los principios autonó­
micos consignados en la Constitución.
Se orientará la política internacional en un sentido de adhesión a los prin­
cipios y métodos de la Sociedad de Naciones.
Por la Izquierda Republicana, Amos Salvador; por Unión Republicana,
Bernardo Giner; por el Partido Socialista Obrero, Juan Simeón Vidarte y
Manuel Cordero; por la Unión General de Trabajadores, Francisco Largo Ca­
ballero ; por la Federación Nacional de Juventudes Socialistas, José Cazorla;
por el Partido Comunista, Vicente Uribe; por el Partido Sindicalista, Angel
Pestaña; por el Partido Obrero de Unificación Marxista, Juan Andrade.

DOCUMENTO 16

LARGO CABALLERO EN ACCION: EL DISCURSO DE LINARES (25)

Podrían seleccionarse infinidad de discursos de Francisco Largo Ca­


ballero. Sólo podemos dar algunas citas del estupendo demagogo, figura
no demasiado bien estudiada y cuya tragedia personal se entrelaza in­
disolublemente con la de su país y su gente, a quienes creyó y quiso
servir. Aquí le vemos en plena acción y haciendo perfectamente —quizá
demasiado— el juego a sus inspiradores comunistas, a los que, proba­
blemente sin querer, entregó su palabra y sus juventudes, pero nunca
su independencia celtibérica. Los comunistas, que en la tragedia de 1936
jugaron un papel parecido al del coro helénico, acabaron sacándole de
escena.
El canto al marxismo que aquí entona Francisco Largo Caballero
sonaba muy rojo a los oídos de la derecha, poco aptos para distin­
ciones académicas en aquellos días ensordecedores.

Llamarse socialista no significa nada. Para ser socialista hay que serlo
marxista; hay que ser revolucionario.

73
Y la unidad ideológica ha de ser en la mayor puridad de nuestras propias
ideas. Ya sabéis que ahora se habla de teorías revolucionarias y no revoluciona­
rias. Para muchos, eso parece que es una cosa inventada por algunos compa­
ñeros. No es una cosa baladí; no es una cosa pueril. Nosotros tenemos que ir a
las verdaderas fuentes de nuestras ideas y sacar de ellas toda la enseñanza que
sea necesaria para nuestra lucha, y no podemos renunciar, de ninguna manera,
a lo que verdaderamente somos: socialistas. Pero tened presente que hay mu­
cha gente que se llama socialista. ¿No hebéis oído hablar, por ejemplo, de
católicos socialistas? Cuando alguna vez discutís con alguien, no os han di­
cho, para cortar la discusión: ¡ A mí déjeme usted; si yo soy más socialista
que usted! Digo que no basta decir que se es socialista. Nuestro principal maes­
tro, el fundador del socialismo científico, combatía otro socialismo, que era el
socialismo utópico. Y ese fundador del socialismo científico, para diferenciar­
se de los socialistas de entonces, de los socialistas utópicos, tuvo que llamarse
comunista. (¡Muy bien\ Se oyen vivas a Carlos Marx) No consideraría tan ba­
ladí la cuestión cuando no quiso confundirse con otros socialistas de aquella
época y se llamo comunista. Pues se da el caso de que en España los funda­
dores del socialismo eran discípulos de Carlos Marx, y se inspiraban todos en
la crítica del régimen actual, en El capital y en la orientación política, en
El manifiesto comunista; es decir, que para los socialistas españoles, las fuen­
tes de sus ideales están en El capital, en la crítica y en El manifiesto comunista,
en la orientación política. Esta es también la fuente de sus ideales para muchos
trabajadores que tienen otro título que el nuestro, otro nombre, pero que, real­
mente, no les separa de nosotros una gran diferencia. ¡Qué digo, ninguna di­
ferencia !

Lo fundamental: la conquista del Poder no puede hacerse por la democra­


cia burguesa.

En la teoría, se mantiene que la clase trabajadora tiene que apoderarse del


Poder político. Esto no es una cosa inventada hoy; en el programa socialista
de hace muchísimos años está, como primer punto, la conquista del Poder po­
lítico para la clase trabajadora. ¿Y para qué quiere ésta el Poder político?
Nuestros enemigos nos acusan de que, con el Poder político, queremos esta­
blecer la dictadura del proletariado, no para reformar, sino para transformar
el régimen actual. Ya en otra ocasión manifesté que muchas veces, sobre todo
en nuestro país, que más se fija en las palabras que en su sentido, se considera
la conquista del Poder para implantar la dictadura del proletariado como una
aberración y una enfermedad. Incluso hay socialistas que hablan en contra de
todas las dictaduras. (Se oyen gritos de “¡Muera el fascismoV) Y nosotros, I
como socialistas marxistas, discípulos de Marx, tenemos que decir que la so­
ciedad capitalista no se puede transformar por medio de la democracia capi-
ta1ista. ¡Éso es imposible!

74
DOCUMENTO 17

LA C. N. T. DECIDE INTERVENIR (26)

En el mismo número de Claridad en que recogemos el anterior tes­


timonio se proclama la noticia de la decisión intervencionista de la C. N. T.
Este hecho ha sido para muchos historiadores el determinante de la victoria
frente-populista el 16 de febrero. Se comprende el alborozo socialista.

La C. N. T. ante las elecciones. Un acuerdo trascendental.


En prensa ya este número, llega a nosotros la trascendental noticia. La
C. N. T., recogiendo el llamamiento lanzado por el camarada Largo Caba­
llero en el Cine “Europa”, deja en libertad para votar a sus militantes y les
recomienda que, de hacerlo, apoyen la candidatura de izquierdas.
No es preciso que hagamos aquí hincapié para proclamar nuestra inmensa
satisfacción. En cada uno de sus números. Claridad ha puesto todo su em­
peño en acabar con la división existente entre las fuerzas auténticas del pro­
letariado. Nos envanecemos de ello y de la ayuda que en tan fructífera tarea
hayamos podido prestar a la magnífica labor de unificación que realiza nues­
tro camarada Largo Caballero, y cuyos óptimos frutos se están recogiendo ya.
La imposibilidad de retrasar la tirada de este número nos impide comentar
como merece este acontecimiento. Pero sí queremos que desde el primer mo­
mento reciban los camaradas de la C. N. T. nuestra más efusiva felicitación y
nuestra más cordial bienvenida.
¡Salud y adelante, camaradas!

DOCUMENTO 18

LA INDEPENDENCIA ANARQUISTA (27)

La decisión que reflejaba el documento anterior no debió de ser fácil. He


aquí al verdadero anarquismo ibérico, ya después de las elecciones. Cuando
se leen alegatos como el de este editorial de la “iSoli” uno piensa lo bien
que ha cuajado la ideología anarquista en la sociedad celtibérica. Es di­
fícil acumular menos cosas concretas y más fe en el absurdo que en este
documento casi poético a fuer de salvaje.

Lenin no conocía a España. La revolución será libertaria. Lo afirmamos


resueltamente.
Estos días se ha venido repitiendo la frase de Lenin en distintos perió­
dicos marxistas y de izquierda. Lenin dijo en un discurso que la segunda
nación de Europa que utilizaría la dictadura del proletariado sería España.
Lenin hablaba desde un punto puramente subjetivo, global, de los mo­
vimientos obreros del mundo. Hombre inteligente, estaba al aviso de todas

75
aquellas corrientes societarias que se desarrollan en el mundo. Pero Lenin
no conocía ni el estado temperamental de España, ni siquiera el com­
plejo de la nacionalidad, que influye sobre el individuo de una manera fatal
y directa.
Aquí no se admiten dictaduras, ni rojas, ni azules, ni negras. El impe­
rio de la fuerza bruta podrá en ciertos momentos hacer callar la protesta
individual o colectiva; pero de repente surgirá la rebeldía, que cada español
lleva en su pecho, como una fuerza impulsiva que le marca la misma natu­
raleza y el sufrimiento, puesto a prueba, al través de años, de siglos de ti­
ranía y despotismo inmensamente seculares.
Es España el único país donde el anarquismo se levanta como una bella
promesa de prontas realizaciones. La Confederación se presenta a los ojos
de todos los antiautoritarios como el último baluarte que resiste las embes­
tidas de la reacción, como último foco que alumbra y señala el camino de
la libertad de los pueblos.
Los trabajadores españoles tienen por delante el ejemplo y la lección
de los hechos históricos que les han demostrado que las dictaduras, llámense
como se llamen, y tengan el color que tengan, han marcado en el camino
de la emancipación proletaria un sentido de regresión.
Los trabajadores españoles no votarán nunca por la dictadura llamada
del proletariado. No está esto en su programa, ni tampoco en su idiosincra­
sia, ni en su corazón temperamental. Tampoco saldrán a la calle para defen­
der cualquier principio de autoridad, porque en el fondo son enemigos de
ia autoridad, aunque no se llamen anarquistas.
La vida pública de tantos movimientos libertarios como florecieron en
el mundo y constituyeron otras tantas promesas para los trabajadores es­
clavizados, se ha extinguido bajo los zarpazos de la reacción fascista, ex­
tendida sobre la superficie de la tierra, con raros oasis. Los movimientos
organizados han sido reprimidos, y de toda una numerosa actividad revo­
lucionaria no queda más que débiles esfuerzos que se debaten en el caos
de la clandestinidad.
Si España cayera también bajo los golpes implacables del estatutismo
en auge, el cinturón reaccionario se habría cerrado completamente, apri­
sionando al mundo.
Pese a Lenin y a todos sus panegiristas, España va directamente hacia
una revolución de tipo libertario; es decir, de carácter antiautoritario y
estatal.
Misión nuestra es alimentar esta corriente innata en el espíritu de los
explotados españoles.
En esta hora preñada de amenazas es cuando el sentido revolucionario
debe agudizarse, concretarse, no desperdiciando ocasiones que serían por
otros aprovechadas para fines opuestos a la emancipación social.
Gravita sobre nosotros una responsabilidad enorme. Es menester que no
defraudemos las esperanzas depositadas por el proletariado nacional e in­
ternacional en la capacidad y potencia del movimiento español.

7$

J
Nuestra propaganda y actuación agitadora, rica en intensidad y en ma­
tices, no ha llegado todavía a concretarse en realizaciones sociales nuevas. Si
llegáramos aquí a triunfar en el hecho revolucionario, renacerían en todas
partes posibilidades infinitas y se reanimaría la fe en la libertad, tan maltrecha
en estos momentos.
La revolución en España llamaría la atención del mundo hacia formas
de convivencia despreciadas o incomprendidas. Demostraría que la libertad
es posible, que la autoridad no es necesaria, que la dictadura es siempre
perniciosa y que, al margen del control estatal, la ordenación solidaria de
las relaciones humanas alcanzará toda su fuerza y esplendor.
Al compás de estas afirmaciones nuestras, los militantes tenemos la obli­
gación, el deber de intervenir sobre los pensamientos de ciertos trabajadores
que aún creen, de buena fe tal vez, que los pueblos no pueden seguir su
marcha ascendente sin estar sujetos a la férula autoritaria de un Estado cual­
quiera.
No es necesario en España pasar por la experiencia rusa. Los hechos
nos han demostrado que el proletariado de aquella nación está controlado,
dirigido y, por qué no decirlo, tiranizado por un Gobierno dictatorial que
responde a la concepción férrea, esclavizadora del Estado, llámese burgués
o proletario.
Volvemos a repetir que Lenin no conocía ni el temperamento ni la
psicología de las multitudes de España.
La revolución en España será de tipo libertario.
Lo afirmamos resueltamente.

DOCUMENTO 19

DECLARACION ANARQUISTA DE GUERRA (28)

Evidentemente, la noticia de Claridad en el documento 16 era un poco


exagerada. Aquí está la negación anarquista de las elecciones, aunque, a
pesar de ella, muchos anarquistas votaron. Pero ya vemos con qué espí­
ritu; un sector capital del proletariado español tampoco acatará las elec­
ciones.
Después se harían largas disquisiciones, por todos los bandos, sobre
la legalidad de victorias y derrotas. Ante documentos como éste, tales dis­
cusiones no son excesivamente luminosas.

La suerte del pueblo español no la decidirán las urnas.


A medida que nos acercamos al final de la farsa política, se recrudece la
propaganda de los partidos y se multiplican los mítines. Guerra de carteles
y duelo de discursos. Los partidos vuelcan sus cajas y apelan a todos los
recursos del impresionismo en su obra de captación de electores. Si un
“frente” congrega a sus partidarios en seis locales, los del otro “frente” al-

77
quitan diez y los rellenan como pueden. Al final de cuentas, la estupidez
humana da para todo.
Bajo esa inundación de pasquines, discursos vacíos y paradas aparato­
sas, el elector —“el animal incomprensible”, que dijera Mirabeau— se en­
cuentra ante un grave problema de conciencia. ¿Por quién votar? Ni tiempo
se le deja para decidir esta “trascendental” cuestión. Caen sobre él, en alud,
montañas de papel impreso, discursos y promesas, que lo apabullan y le
paralizan la conciencia.
El elector razona siempre con el criterio de los candidatos del partido
preferido. Si pensara con su propia cabeza, si hiciese un esfuerzo por orde­
nar en su mente cuanto se le promete y examinarlo a la luz de la razón
fría y segura, el elector se declararía en huelga permanente, boicotearía a
las urnas y al Estado. A veces cree —se lo hacen creer— que las elecciones
para las que se solicita su concurso revisten excepcional importancia histó­
rica. Tal ocurre ahora en nuestro país. Una muchedumbre desorientada cree
que las elecciones del próximo domingo serán las determinantes del porvenir
inmediato de España.
La suerte del pueblo español no se decidirá en las urnas, sino en la calle.
La calle es lo vivo y palpitante. Conviene deshacer el error de atribuir a
estos episodios pasajeros de la política turnante un valor trascendental y de­
terminativo. Si en Alemania la suerte del proletariado se decidió por medio
de las urnas, ello fue porque falló el empuje varonil para recusar al fas­
cismo en el terreno de los hechos. Fiar la suerte de todo un pueblo en el
resultado de una consulta electoral es el más formidable de los errores. Si
mañana el fascismo, utilizando los poderosos recursos de la burguesía terra­
teniente y financiera, triunfara en una de estas consultas, el deber de cerrarle
el paso no dejaría por eso de ser imperativo. Al contrario, a mayor aumento
de peligro, mayor decisión y coraje tendría que oponer el proletariado.
¿O es que el férreo abrazo de una dictadura fascista perdería su carác­
ter de ofensiva contra la civilización, de acuerdo a que su victoria resultase
o no de una consulta electoral? Nos parece que sobra la respuesta, y si
sobra la respuesta, no es lo importante tender líneas de papeletas, sino opo­
ner fuertes bloques de voluntades estrechamente unidas y compenetradas de
su misión de vanguardia social, a quienes está encomendada la tarea de de­
fender las conquistas del progreso humano y entregarlas, amplificadas, en
herencia a los que nos seguirán en el rudo combate.
La suerte del pueblo español no se decidirá en las urnas. Lo dicen los
discursos de los primates de la política de tumo. Ni siquiera son audaces
para prometer. Azaña nos habla de la conservación de la República. Largo
Caballero exige de los republicanos de izquierda el fiel cumplimiento de lo
pactado. Pero, ¿puede este programa merecer la estimación del proletaria­
do? ¿Es que los intereses de la clase obrera no rebasan el molde estrecho
de la democracia, que sabe ser dura y feroz cuando esta misma clase obrera
a la que se conjura para que la defienda se agita en pro de mejores condi-

73
ciones de vida? ¿Es que esta democracia no pone por encima de todo la
conservación de los derechos del capitalismo?
Y bien, amigos. Aceptemos todo como bueno y supongamos una victo­
ria, legal o ilegal, de la extrema reacción. ¿Iban a ser las “brillantes” iz­
quierdas catalanas y españolas las defensoras de las libertades públicas?
Todos sabemos que no. Ya demostraron en octubre cuánto valen. ¿Sería el
proletariado el llamado a respaldar a esta gente y a imponerlos en la gober­
nación del país? No. El proletariado tiene que vivir vigilante y arma al
brazo, pero para luchar por sus derechos: contra el capitalismo explotador;
contra el Estado parasitario y opresor; contra el oscurantismo religioso; en
una palabra, por ganar para los productores el control de la producción y
el consumo, fundando la sociedad de los libres y de los iguales.
El momento es de prueba, pero de prueba de valor, de organización y
de capacidad. La vaciedad y la intrascendencia de las elecciones se agigantan
cuando se considera que el proletariado puede verse obligado a enfrentarse
con sus adversarios históricos. Entonces se comprende cómo el opio electo­
ral puede malograr una acción decisiva, por el desenfoque de las cuestiones
previas de la resistencia a la reacción, que hay que considerarlas en todos los
casos desde el terreno revolucionario.

DOCUMENTO 20

LARGO CABALLERO EN VALENCIA (29)

Vuelven los tópicos y los tremendismos; es terrible cómo se puede ha­


blar tanto de guerra civil. Pero lo interesante de este discurso es la prueba
¡de la insatisfacción que el manifiesto del Frente Popular producía a sus
firmantes.

Tenemos que unirnos contra la clase burguesa.


Nos dicen —manifiesta Caballero— que hay que defender la Patria, pero
para ello se necesita un proletariado sano. El verdadero patriotismo está en
desarrollar la economía y la industria nacional, no en provecho de una mino­
ría, sino en provecho de la colectividad.
Por encima de críticas y de todo, hemos de unirnos contra la clase reaccio­
naria, y aunque en ciertos momentos nos unamos a otros elementos, sin re­
nunciar a nuestra independencia política, como en las luchas del día 16, que
se presenta en dos frentes; de un lado, la reacción (\Los del straperloX, gritan
del pueblo), cuando yo hablaba de la reacción, los comprendía a todos, contesta
Caballero (Grandes aplausos), y del otro, los que quieren contener a esta reac­
ción.
Comunistas y socialistas, unidos a los republicanos, hemos firmado un pac­
to que no nos satisface, pero, a pesar de ello, hemos de cumplirlo todos, y el
día 16 a votar, pase lo que pase en el acoplamiento de candidatos y vaya quien
vaya en las candidaturas. (Aplausos)

79
Indudablemente, después, hemos de seguir nuestro camino. Pero, ¿qué su­
cedería si triunfasen las derechas? (Una voz’, la revolución.)
Las derechas me acusan de que yo preparo la guerra civil. Yo tengo que de­
cir aquí que cuando yo he dicho que hay que responder con la guerra civil es
contestando a sus amenazas de pasquines y Prensa que dicen que van a exter­
minar el marxismo, y esto será imposible porque nosotros... (La ovación impi­
de oír las últimas frases. Vivas y gritos; el público, puesto en pie y con el puño
en alto, acoge estas palabras}... Todo esto lo hacen para atemorizar a la cla­
se media, presentándonos como salvajes, porque decimos la verdad respondien­
do a esas gentes y les advertimos que no hablamos por hablar, sino que cum­
plimos nuestra palabra. (Ovación.)
En el Parlamento, puestos en jarras, nos decían: ¿Por qué no la hacéis ma­
ñana?, creyendo que era sólo palabrería. Pero hemos demostrado que no so­
mos como ellos; que si se atreven a poner en práctica sus propósitos, les ce­
rraríamos una vez más el paso, puesto que necesitan para sus manejos fascis­
tas a la clase obrera, y ésta, a pesar del soborno, no la conseguirán si algunos
elementos no realizan una doble traición.
Pero si desde las alturas, a pesar de todo, se realizase una nueva traición,
no será al rescate de la República sólo a lo que habrá que ir, sino a algo más.
(Gran ovación.)

DOCUMENTO 21

LA LUNA DE MIEL DE FRANCISCO LARGO CABALLERO (30)

Se ha repetido mucho que el comunismo halagó en esta época a


Largo Caballero. No se trata sólo del comunismo español. Esta carta de
Moscú —aunque esté firmada por españoles— lleva el elogio hasta extre­
mos ridículos. Pero su momento está perfectamente elegido. Y la solución
final es conmovedora, sobre todo vista desde la propaganda del Partido
Comunista posterior al 18 de julio.

Nuestros refugiados en la U. R. S. S. Carta abierta al camarada Francisco


Largo Caballero.
Sabemos, camarada Largo Caballero, que es usted contrario a toda clase
de adhesiones de tipo personal. Pero no perdemos de vista que cuando un
hombre significa, representa una línea política determinada, los que como él
piensan tienen que agruparse en derredor suyo, no por “caudillismo”, sino
porque las normas políticas, cuando son realidades, encarnan siempre en
hombres. Este es el caso de usted y el nuestro. En usted está la representación
más viva y consecuente del movimiento revolucionario proletario español,
dentro de nuestro partido. Usted representa las esencias más gloriosas de los
combates de octubre, que han cambiado el rumbo del proletariado español,
que han levantado una valla infranqueable al fascismo vaticanista y han dado
un ejemplo a los oprimidos del mundo entero, uniendo a los trabajadores de
todas las tendencias. Usted representa la asimilación más certera de las lec-

80
ciones de estas jornadas históricas, con su decisión inconmovible de unir en
un solo haz a todos los trabajadores revolucionarios de España desde la cen­
tral sindical única a un único partido de clase. Representa usted asimismo
la lucha por la unidad de nuestro partido, la verdadera unidad, no la hipó­
crita y fingida, la que nace de la férrea compenetración de todos sus elementos
en los problemas fundamentales y en el cumplimiento estricto de los acuer­
dos que emanen de una dirección democrática y centralizada, cauce de la
voluntad verdadera de las masas y no del ensamblaje artificial con núcleos
de los que ideológicamente estamos tan separados como los oprimidos de
sus opresores.
Luchar contra la línea política de que es usted exponente, es luchar —aun­
que se quiera decir abiertamente— contra la línea de octubre, continuando la
trayectoria Lógica de quienes primero la entorpecieron y luego la torpedearon.
Esto es lo que usted representa para nosotros y para los trabajadores re­
volucionarios de España. Y nosotros, que sólo le seguimos porque pensamos
como usted, queremos que se ventile, y cuanto antes, la lucha, clara y eficaz,
contra los odiosos reformismo y centrismo. No pueden seguir conviviendo
con nosotros quienes, por naturaleza, son impunistas. Los que no son partida­
rios y sí adversarios del esclarecimiento de hechos y la depuración de con­
ductas, los que huyen del ajuste riguroso de cuentas y quieren echar sobre
todo lo ocurrido la tapadera piadosa del “aquí no ha pasado nada”, como
entre buenos compadres, no tienen nada que hacer en un partido que se pre­
cia de revolucionario, que forja sus armas para la batalla, y deben ir a cum­
plir su misión histórica al campo de la burguesía.
Constantemente venimos viendo a estos intrusos de la política de clase
disfrazarse de revolucionarios. La última moda de este disfraz consiste en de­
clararse amigos de la Unión Soviética. Cuando lo dicen, ¿es que han llegado a
convencerse al fin de lo que no supieron ver en la época heroica de la
U. R. S. S.? No. Es que hoy, para ser enemigo de la Unión Soviética, en el
campo obrero, se necesita más valor que para ser su amigo. Los trabajadores
la consideramos como nuestra patria de clase, y quienes la ataquen serán
clasificados como nuestros enemigos. Convencidos centristas y reformistas de
esta verdad ostensible, de esta indiscutible realidad, no combaten abiertamen­
te a la U. R. S. S.: públicamente se pronuncian por ella, aunque en pri­
vado no se cansen de decir —como han dicho algunos caracterizados
líderes— que aquí no hay nada que aprender, y consecuentes con tal criterio,
sin sentir la menor inquietud por lo que atrae y sugestiona hasta a los burgue­
ses sin disfraz, se van a estudiar la futura construcción del socialismo a su
“meca”, a Bélgica, al feudo del “patroncito”, como cariñosamente dicen que
le llaman, según divulgaba uno de sus apologistas.
No más farsas. Hay que hacer comprender a los trabajadores, camarada
Largo Caballero, la verdad. Una verdad muy íntimamente relacionada con
nuestra lucha revolucionaria propia. El ser amigo y partidario de lo que aquí
se hace no es una frase, es una conducta, una posición política. Quienes no
son partidarios de la depuración del partido, quienes consideran poco menos
que un insulto ser llamados bolcheviques y desatentada la aspiración de serlo,

81
6
quienes nada creen tener que aprender en el único país donde se construye
el Socialismo y lo aprenden todo en los países capitalistas, no son revolucio­
narios ni amigos de la U. R. S. S. La Unión Soviética es un régimen para
cuya implantación y para cuya obra constructiva revolucionaria hubo de for­
jarse precisamente un partido limpio de todas las taras y abroquelado contra
todas las claudicaciones que llevan en su sangre los centristas y los reformis­
tas de todos los países. Quien diga que quiere la revolución y que es, por tan­
to partidario de la U. R. S. S. y apetece un régimen semejante, es decir, el ré­
gimen de la dictadura del proletariado, para España, y no se disponga a
crear un instrumento indispensable para la lucha, el partido del proletariado,
un partido de clase sin la menor amarra de colaboración con la burguesía ni
con sus agentes, ni es revolucionario ni amigo auténtico de la U. R. S. S., pues
la revolución, la Unión Soviética y la línea política bolchevique son indivisi­
bles. Esta es la verdad; lo demás, vacua charlatanería.
Tales son las razones a que obedece nuestra solidaridad con usted y que
nos mueven a dirigirle esta carta abierta de adhesión. Para que sepa en todo
momento con quiénes cuenta usted, y en usted, la línea revolucionaria sin
cortapisas, y quiénes estamos dispuestos a seguirle y a apoyarle en la actitud
de integridad revolucionaria adoptada por usted frente a los manejos impu-
nistas que, al parecer, han encontrado eco en la mayoría del Comité Nacional,
actitud en la que le siguen los revolucionarios sinceros y nuestra magnífica
Juventud, y en la que puede estar seguro de que tiene con usted a la masa
del partido, a todo el proletariado revolucionario y a todos los millones de
enemigos del fascismo y de la reacción en nuestro país.
Siempre de la dictadura del protelariado.—Vorochilofgrado, enero de 1936.
Moscú, enero 1936.—Firmado: De Asturias, Ruperto García, Lucio Losa.
Arcadio González, Félix Casero, Luis Camblor, Rodolfo González, Joaquín
García, José González, Nicasio González, Secundino Pozo y Victorino Cua­
drado; de Guipúzcoa, Gerardo Ruiz, Luis Bermejo, Javier Salinas, Pedro Ga-
llástegui, Enrique de Francisco y José Altuna; de Navarra, Benito Mercapide;
de Logroño, Martín Yerro; de Albacete, Antonio Iturrioz; de Valladolid,
Víctor Valseca; de Vizcaya, Tomás Vivanco; de Madrid, José Laín, Adal­
berto Salas, Margarita Nelken y Virgilio Llanos.

DOCUMENTO 22

EL COMUNISMO ANTE LAS ELECCIONES (31)

Aunque José Díaz no escribiera sus dicursos, y menos sus artículos,


he aquí la interesantísima toma de posición del comunismo. Se deja llevar
demasiado Pepe Díaz de su obsesión por la consigna del Frente Unico
y descuida su posterior fundamento de la democracia moderada. Aquí
hasta se permite hablar de Gobierno Obrero y Campesino, cosa que luego
le pesará muchísimo.

82
Pero escrito está, aunque muchos historiadores no lo quieran ver.
Es interesante el grito de “No pasarán”. Meses después se repetiría al­
gunas veces.

El significado de las elecciones del 16 de febrero.


Estamos a las puertas de las elecciones. Todas las masas laboriosas y de­
mocráticas del país están en pie, unidas a la cabeza del proletariado, para dar
la batalla y derrotar a la reacción y abrir amplio cauce al desarrollo ulterior
de la revolución democrático-burguesa. Nuestros enemigos, los enemigos del
pueblo trabajador, también están en pie de guerra, también se unen preten­
diendo alcanzar el triunfo en las urnas para hundir a nuestro país en la bar­
barie fascista.
La lucha está emplazada con absoluta claridad. Fascismo y antifascismo,
revolución o contrarrevolución. Libertad y justicia social y bienestar; es decir,
amplio campo para el desarrollo del movimiento de las masas populares, ani­
quilamiento de los opresores o terror, barbarie, despotismo, salarios de 1,50,
cárceles llenas de trabajadores y fuerzas democráticas; en una palabra, estran-
gulamiento del movimiento emancipador. Por esto cada proletario, cada hom­
bre honrado amante de la democracia y de la libertad, comprende la impor­
tancia histórica de la lucha entablada, y al grito ¡No pasarán! se dispone a
luchar y a vencer.
Destruiremos la revolución, dice la C. E. D. A. y demás reaccionarios. La
cosa es clara. Arrojar al pueblo laborioso, aún más, al hambre más espantosa
y la esclavitud. Pero no será. Todos unidos marcharemos hoy, y marcharemos
mañana, hacia la meta, para cambiar la faz de nuestro país, suprimiendo los
privilegios de los terratenientes, de la Iglesia, de los nobles. Conseguiremos
la libertad para el pueblo, tierra para los campesinos, libertad para Cataluña,
Euzkadi y Galicia; bienestar para los trabajadores en salario, jomada de tra­
bajo, etc. Desarrollaremos las fuerzas del trabajo y de la cultura, que la reac­
ción pretende aplastar desde el altar del oscurantismo jesuíta. Nuestra lucha en
España no tiene ningún parecido con “elecciones de tipo normal’* en los paí­
ses como Inglaterra, Norteamérica, Suiza, etc.
Se ventila mucho más. La movilización de las masas por nuestra parte, su
llamamiento a las urnas en favor del Bloque Popular, tiene más signifi­
cación que el hecho de nombrar a sus representantes. Con los votos en esta
ocasión se va a decidir el futuro, y en qué forma y por qué cauce marchará
el movimiento ascendente de los oprimidos. La reacción llama a las urnas para
anular todo vestigio de libertad y democracia, destruir las organizaciones del
proletariado y de las fuerzas democráticas. No caben términos medios. Ni abs­
tención, como preconizan algunos anarquistas, cometiendo un grave error, sien­
do las elecciones una de las formas de la lucha por la revolución; con abste­
nerse, con aconsejar a los obreros que no voten, tratando de quitar importan­
cia al hecho revolucionario que representa esta lucha, no se hace más que
favorecer los propósitos de la reacción.
La lucha es dura, y todos nos hemos de poner en juego para lograr el triun­
fo del Bloque Popular. Los comunistas estamos orgullosos de haber propugnado

83
y defendido el Bloque Popular, como una de las condiciones necesarias para el
triunfo frente a los enemigos. La unidad antifascista realizada ha levantado
una ola de entusiasmo en todo el país, prenda de victoria y garantía de triunfo.
Todos los antifascistas están en el Bloque Popular. Todas las organizaciones
y las masas no organizadas tienen sus ojos puestos en el Bloque Popular. Una
obligación tenemos que cumplir: asegurarnos que el triunfo próximo, seguro,
no se malogre. El medio es que la unidad hecha no quede rota con las eleccio­
nes. La tarea a cumplir es muy grande y la ejecución del programa obliga a
los antifascistas a permanecer unidos. Esto por una parte. Por otra, sería un
grave error pensar que la reacción se va a conformar con su derrota y no hará
cuanto esté en sus manos para arrebatar al pueblo sus conquistas. Hoy ya ame­
nazan con la guerra civil. Contra ello, las organizaciones del Bloque Popular,
con obreros, campesinos, fuerzas democráticas, dando entrada a los no organi­
zados, la lucha no termina el día 16. Hay que cumplir un programa y entrar a
fondo para quitar a la contrarrevolución su base material. Esta base material,
asiento de privilegios y de zánganos, instrumentos de dominación de las masas
campesinas, es utilizada por la reacción para sus fines contrarrevolucionarios.
Con ello cumpliremos dos fines: dar a los campesinos trabajadores lo que es
suyo, la tierra, y arrebatar de manos de la reacción su más poderoso instrumen­
to : la posesión de la tierra. Expropiar sin indemnización la tierra de los terra­
tenientes, de la Iglesia, entregarla a los campesinos pobres y obreros agrícolas
es el golpe más certero a la reacción.
Hay que asegurarse la completa libertad del pueblo catalán, vasco y gallego.
Las libertades democráticas de las masas laboriosas no pueden estar a merced
de un golpe de las fuerzas contrarrevolucionarias. Estas tienen a su servicio
a las hordas de pistoleros encargados de asesinar trabajadores y de atentar
contra las organizaciones obreras. Hay que disolver las organizaciones monár­
quicas y fascistas. El partido comunista no descansa ni descansará en la lucha
para resolver a fondo los problemas de la revolución democrática. En las elec­
ciones se va a jugar una carta importantísima. Para el triunfo hay que movili­
zar y poner en acción a todos los obreros, los campesinos, a los intelectuales,
a los empleados, funcionarios, etc. A los hombres y a las mujeres. Especial
atención a éstas. La Iglesia y sus servidores no descansan para ganar a las
mujeres a su causa. En esto llevamos retraso. Hay que ganar el tiempo perdido,
organizar rápidamente la distribución de literatura, reuniones y creación de or­
ganizaciones femeninas. ¡ ¡Es más de la mitad del censo, camaradas! !
El partido comunista en las elecciones, en el Parlamento, ante las masas
laboriosas, defenderá y luchará por el programa del Gobierno obrero y cam­
pesino. Difundirá ampliamente sus soluciones, que, realmente, permiten termi­
nar con la reacción y el fascismo. Todo esto será objeto de un próximo ar­
tículo.
Luchemos con fe por el triunfo. En pie por la libertad, por el bienestar,
por la victoria de la revolución democrática y en marcha hacia el socialismo.

84
DOCUMENTO 23

LOS TOPICOS ELECTORALES DEL COMUNISMO (32)

Buen artículo este de Silva, mucho más en la artodoxia del momento


que el anterior de su jefe, José Díaz. ¿Es posible que haya historiadores
serios que no adviertan inmediatamente la superposición —inhábil por parte
de Díaz— de las dos tácticas? Basta con leer nuestros documentos 22 y 23
uno tras otro; la conclusión es obvia.

Ante las elecciones. Hay que preparar y ganar la batalla al fascismo.


En la batalla electoral de febrero van a enfrentarse, no los partidos po­
líticos, sino las dos Españas: la España negra y retrogradé, los esclavizadores
ancestrales del pueblo, que a su paso por el Gobierno de la República revi­
vieron la España inquisitorial, dejando una estela de sangre, dolor y odio,
y las fuerzas de la España progresiva y trabajadora, que produce y crea ri­
queza y cultura. El 16 de febrero van a luchar encarnizadamente frente a
frente, de un lado, los verdugos y hambreadores del pueblo laborioso, los ene­
migos de toda cultura y progreso, los saqueadores del erario público, los de
los negocios escandalosos que sueñan con instaurar el fascismo, que aspiran
a establecer campos de concentración en todas partes y levantar un patíbulo
en cada esquina para los que no piensen como ellos y no se sometan y aca­
ten sin rechistar su política de miseria y opresión; de otro lado, los obreros y
campesinos, los intelectuales que miran de cerca al porvenir, los empleados,
los industriales modestos, los pequeños comerciantes, las masas trabajadoras
todas que ansian un vivir mejor, que anhelan más cultura y libertad.
Por eso, nuestro partido, el partido comunista, que inspira su política
en la realidad y jamás enfoca los problemas desde un punto de vista estrecho
y partidista, sino que tiene siempre en cuenta los intereses de las masas la­
boriosas, propuso a tiempo y reiteró constantemente la necesidad de organi­
zar el Frente Popular Antifascista, que, bajo un programa claro de reali­
zaciones mínimas, agrupará en torno a los partidos y organizaciones obreras a
las masas populares, que fuera desde los partidos proletarios hasta los repu­
blicanos de izquierda para luchar antes, en y después de las elecciones contra
el fascismo. En la tribuna, en la Prensa, por medio de proposiciones con­
cretas, viene nuestro partido desarrollando una gran actividad para consti­
tuir el Bloque Popular Antifascista, siendo el campeón de esta consigna tan
popular como justa y necesaria para dar la batalla al fascismo y aplastarlo.
De ahí el odio con que la Prensa reaccionaria nos distingue (lo cual nos
enorgullece) y las armas innobles con que nos combate. Porque la reacción
vaticano-fascista-monárquica que ha sido invadida por el pánico al compro­
bar con qué ardor acogen las masas la consigna del Frente Popular Antifas­
cista, cómo todo el pueblo trabajador desea su realización, sabe perfectamen­
te que será aplastada por la organización de los antifascistas.
De ahí la insistencia a que no se consultara la opinión electoral y su miedo

85
actual a las elecciones, a las que concede toda la importancia que tienen. De
ahí su actividad para impedir a toda costa que el Frente Antifascista se cons­
tituya, las calumnias que lanza para sembrar la cizaña y la desconfianza
entre las fuerzas que han de integrarlo, al mismo tiempo que realiza los mayo­
res esfuerzos para constituir el bloque contrarrevolucionario. De ahí las an­
danzas de Gil Robles y los que detrás de la cortina le dirigen, sus amos, los
jesuítas, para agrupar a toda la caverna en un solo bloque dirigido por la
C. E. D. A. y que vaya desde los tradicionalistas y alfonsinos, hasta los agra­
rios y radicales “straperlistas”, recogiendo a los melquiadistas, fascistas de
Primo, Lliga Catalana, mauristas, etc.
Mas las maniobras desesperadas de la reacción se estrellarán contra la
voluntad de victoria del pueblo trabajador que los aborrece. En noviembre
del 33 pudieron saiir triunfantes de las urnas gracias a la división del pro­
letariado en primer lugar, gracias a la demagogia desenfrenada que hicieron
alrededor de la política de sus antecesores y al inmenso pucherazo que fue­
ron aquellas elecciones. Pero desde entonces las masas han adquirido en su
propia carne una dolorosa experiencia. Y ésta les enseña que la divisoria de
las fuerzas facilita el triunfo al enemigo, les enseña que las promesas son
mentira y que las pequeñas dádivas cuestan luego más caras.
La experiencia de dos años de dominación del bloque reaccionario es de­
masiado aleccionadora para que todos los antifascistas no se unan, para que
las masas se dejen corromper por ofrecimientos y limosnas. Una política de
expoliación a la pequeña burguesía, de explotación inconcebible y de hambre
para los obreros, de negocios, de mordaza, de sangre, de torturas y persecu­
ción feroz ha abierto los ojos a los trabajadores y al pueblo en general. Por
eso los vaticanistas y sus aliados de todos los matices temen tanto la lucha
electoral. Ellos saben bien que la batalla próxima terminará con una esplén­
dida victoria para los antifascistas.
Su única esperanza era que el Frente Popular no se constituyera, y que
los antifascistas fuéramos divididos a la lucha, produciendo así una desorien­
tación en las masas que ellos tratarían de aprovechar. De ahí que emplazaran
su artillería pesada contra el Frente Popular y en especial contra sus cam­
peones, los comunistas.
Un gran paso se ha dado en la lucha contra el fascismo al llegar a un
acuerdo sobre el programa que ha de enarbolar el Bloque Popular. Pero
esto no es todo. Es preciso articular en todas las ciudades, en todos los pue­
blos, las fuerzas antifascistas, organizar la lucha.
Cierto que el desprestigio de la fauna reaccionaria es inmenso, cierto que
el descontento contra su abominable política abarca a todas las capas de la
población laboriosa, pero este descontento precisa organizarlo para que se
traduzca en una repulsa unánime, contundente, aplastante.
Muchos creen que es suficiente el odio que las masas sienten contra la re­
acción para obtener la victoria. Y tratan de aprovechar el estado de ánimo
de las masas con miras partidistas. No se plantea el problema en toda la
envergadura que tiene. Esto es un gran error. Las masas, que no sólo poseen

86
la experiencia del mando sangriento del equipo radical-cedista, sino de la
etapa anterior, necesitan, quieren, exigen garantías. Y éstas sólo las verán en
la organización del Frente Popular en toda España y en una candidatura sol­
vente, en la que estén representados todos los antifascistas, dispuestos a llevar
a cabo, sin vacilaciones, el programa común.
Hay quien cree que estamos ante un nuevo 12 de abril y con sólo hablar
de rescatar la República, las masas se volcarán en las urnas. Para esta gente
no ha pasado nada en España, ni cuentan para ellos los elementos de que
dispone la reacción. Será bien recordárselo.
La reacción, desorganizada en el 31, es hoy una fuerza organizada que dispo­
ne de medios económicos fabulosos, que cuenta con un aparato electoral per­
feccionado y un mejor aparato caciquil, por medio del cual ejerce una formi­
dable presión en los pueblos, que tiene en sus manos las Comisiones gestoras
instituidas en los Ayuntamientos y Diputaciones durante su mando, que cuen­
ta con el censo electoral adulterado y dispone de un ejército de curas y damas
y señoritas que moviliza para corromper, engañar y coaccionar a las capas
más pobres y atrasadas de la población.
Teniendo esto en cuenta, no podemos fiarlo todo al entusiasmo y al odio
de las masas contra la reacción vaticano-fascista. Al contrario, es preciso mo­
vilizar desde ahora a las masas y organizarías, acentuando su entusiasmo y
creando una moral de victoria.
Frente a la actividad del enemigo, que posee medios poderosos, no pode­
mos esperarlo todo de la espontaneidad. Un frente único de todos los antifas­
cistas, unidos por una plataforma común que satisfaga las reivindicaciones
de las masas laboriosas, una candidatura de prestigio y una organización para
la lucha electoral y extraparlamentaria y la derrota de la reacción está des­
contada, es inevitable por mucha demagogia que derrochen, por muchos chan­
chullos y atropellos que cometan.
La victoria está en nuestras manos. El triunfo está a la puerta. Sólo falta
organizar las fuerzas para la batalla,
José Silva

DOCUMENTO 24

ANALISIS DE LA PROPAGANDA DEL MIEDO (33)

José Antonio Primo de Rivera se separa cada vez más de las derechas.
Aquí atribuye a su propaganda el eco del coco. Desde luego que las iz­
quierdas tampoco le comprendieron. En febrero de 1936 no había tiempo
ya para comprender.

Después de esta experiencia estéril de estos dos años, ¿otra vez se nos con­
voca, como en 1933; otra vez se nos llama para esto, porque viene el lobo,
porque viene el coco? ¿Otra vez, ya ajados por el uso, esos melancólicos
carteles que dicen: “Obrero honrado, obrero consciente” —que era un lengua-

87
je apelillado ya cuando se escribía Juan José—. “Obrero honrado, obrero cons­
ciente, no te dejes engañar por lo que te dicen tus apóstoles”? ¡Como si el
obrero honrado y consciente no supiera que hasta que armó sus fuertes
Sindicatos —donde hubo algún apóstol que quizá medró en política, pero
donde hubo ánimo combatiente y medios numerosos—; que hasta que tuvo
esos Sindicatos y planteó la guerra, los que hoy escriben esos carteles no
se acordaron de que eran obreros honrados y conscientes! Esos carteles,
donde se habla de todo, desde los incendios de Asturias hasta las toneladas
de cemento que pensaba emplear la C. E. D. A. en su plan quinquenal,
pero de donde hay dos cosas totalmente ausentes: primera, la sintaxis; se­
gunda, el sentido espiritual de la vida. Cemento, materiales de construcción,
jornales, eso sí; aquello de antes, como ya os he dicho esta mañana: el
crucifijo en las escuelas, la Patria, la unidad nacional, ni por asomo. A últi­
ma hora parece que se han acordado de que habían quedado fuera de
los programas estos pequeños detalles, y empiezan a salir algunos carteles
que remedian, si no la sintaxis, al menos el descuido. Los carteles del
miedo, los carteles de quienes temen perder lo material, los carteles que no
oponen a un sentido materialista de la existencia un sentido espiritual, na­
cional y cristiano; los carteles que expresan la misma interpretación mate­
rialista del mundo, la interpretación esa que yo me he permitido llamar una
vez el bolchevismo de los privilegiados. Para eso nos convocan; con la in­
vocación de ese miedo, nos llaman y nos dicen: “Que se nos hunde Es­
paña, que se nos hunde la civilización cristiana: venid a salvarla echando
unas papeletas en unas urnas.” Y vosotros, electores de Madrid y de España,
¿vais a tolerar la broma de que cada dos años tengamos que acudir con
una papeletita a salvar a España y la civilización cristiana y occidental? ¿Es
que España y la civilización occidental son cosas tan frágiles que necesiten
cada dos años el parche sucio de la papeleta y del sufragio? Es ya mucha
broma ésta. Para salvar la continuidad de esta España melancólica, alicorta,
triste, que cada dos años necesita un remedio de urgencia, que no cuenten con
nosotros. Por eso estamos solos, porque vemos que hay que hacer otra España,
una España que se escape de la tenaza entre el rencor y el miedo por la única
escapada alta y decente, por arriba, y de ahí por dónde nuestro grito de
“¡Arriba España!” resulta ahora más profético que nunca. Por arriba que­
remos que se escape una España que dé enteras, otra vez, a su pueblo las
tres cosas que pregonamos en nuestro grito: la Patria, el Pan y la Justicia.
Una Patria que nos una en una gran tarea común; tenemos una gran
tarea que realizar: España no se ha justificado nunca sino por el cum­
plimiento de un universal destino, y le toca ahora cumplir éste; el mundo
entero está viviendo los últimos instantes de la agonía del orden capitalista y
liberal; ya no puede más el mundo, porque el orden capitalista liberal ha
roto la armonía entre el hombre y su contorno, entre el hombre y la Patria.
Como liberal, convirtió a cada individuo en el centro del mundo; el indi­
viduo se consideraba exento de todo servicio; consideraba la convivencia
con los demás como teatro de manifestación de su vanidad, de sus ambi­
ciones, de sus extravagancias; cada hombre era insolidario de todos los

88
otros. Como capitalista, fue sustituyendo la propiedad humana, familiar, gre­
mial, municipal, por la absorción de todo el contenido económico, en pro­
vecho de unos grandes aparatos de dominación, de unos grandes aparatos
donde la presencia humana directa está sustituida por la presencia helada,
inhumana, del título escrito, de la acción, de la obligación, de la carta de
crédito. Hemos llegado, al final de esta época liberal capitalista, a no sen
timos ligados por nada en lo alto, por nada en lo bajo; no tenemos ni un
destino ni una Patria común; porque cada cual ve a la Patria desde el
estrecho mirador de su partido; no una sólida convivencia económica, una
manera fuerte de sentirnos sujetos sobre la tierra. Los unos, los más privile­
giados, nos hemos ido quedando en ejercientes de profesiones liberales, pen­
dientes de una clientela movediza que nos encomiende un pleito, o una
operación quirúrgica, o la edificación de una casa; los otros, en esta cosa
tremenda que es ser empleado durante años y años de una oficina, en cuya
suerte, en cuya prosperidad no se participa -directamente; los últimos, en no
tener ni siquiera un empleo liberal, ni siquiera una oficina donde servir,
ni siquiera una tierra un poco suya que regar con el sudor, sino en la situa­
ción desesperante y monstruosa de ser proletarios, es decir, hombres que ya
vendieron su tierra y sus herramientas y su casa, que ya no tienen nada
que vender, y como no tienen nada que vender, han de alquilar por unas
horas las fuerzas de sus propios brazos, han de instalarse, como yo los he
visto, en esas plazas de los pueblos de Andalucía, soportando el sol, a ver
si pasa alguien que los tome por unas horas a cambio de un jornal, como se
toman en los mercados de Abisinia los esclavos y los camellos.
El capitalismo liberal desemboca, necesariamente, en el comunismo. No
hay más que una manera, profunda y sincera, de evitar que el comunismo
llegue: tener el valor de desmontar el capitalismo, desmontarlo por aquellos
mismos a quienes favorece, si es que de veras quieren evitar que la revolu­
ción comunista se lleve por delante los valores religiosos, espirituales y na­
cionales de la tradición. Si lo quieren, que nos ayuden a desmontar el ca­
pitalismo, a implantar el orden nuevo.
Esto no es sólo una tarea económica: esto es una alta tarea moral. Hay
que devolver a los hombres su contenido económico para que vuelvan a
llenarse de sustancia sus unidades morales, su familia, su gremio, su muni­
cipio ; hay que hacer que la vida humana se haga otra vez apretada y segura,
como fue en otros tiempos; y para esta gran tarea económica y moral, para
esta gran tarea, en España estamos en las mejores condiciones. España es la
que menos ha padecido el rigor capitalista; España —¡bendito sea su atra­
so!— es la más atrasada en la gran capitalización; España puede salvarse la
primera de este caos que amenaza al mundo. Y ver que en todos los tiempos
las palabras ordenadoras se pronuncian por una boca nacional. La nación
que da la primera con las palabras de los nuevos tiempos es la que se coloca
a la cabeza del mundo. He aquí por dónde, si queremos, podemos hacer que
a la cabeza del mundo se coloque otra vez nuestra España. ¡Y decidme si
eso no vale más que ganar unas elecciones, que salvarnos momentáneamente
del miedo!

89
Para esta gran tarea es para lo que hemos vestido este uniforme; para
esta gran tarea os convocamos; para esta gran tarea levantamos nosotros, los
primeros y los únicos, las banderas del frente nacional. No nos han hecho
caso. Lo que se ha formado es otra cosa. ¡Ya os lo han dicho otros! Rai­
mundo Fernández Cuesta, Rafael Sánchez Mazas, Julio Ruiz de Alda, todos
os lo han dicho. No es esto el frente nacional, sino un simulacro. Para
eso no estamos nosotros; para eso no formamos nosotros; contra eso levan­
tamos nuestra candidatura suelta, que puede triunfar si lo queréis; nuestra
candidatura suelta, contra la cual se esgrime ahora un último argumento de
miedo. Se dice: “Estos son, al separarse de los demás, también cómplices
de la revolución.” Primero: ¿de qué revolución? Nosotros no queremos
la revolución marxista, pero sabemos que España necesita la suya. Segundo:
¿quién nos lo dice? Estos enanos de la venta, que ahora hacen a la letra
impresa lanzar baladronadas, ¿pueden decirnos a nosotros que somos cóm­
plices de la revolución, cuando en Asturias, en León y en todas partes nos
hemos lanzado, unos y otros, a detener con nuestros pechos, y no con pala­
bras, la revolución comunista, y hemos perdido a los mejores camaradas
nuestros?
Ahora, mucho “no pasarán”, “Moscú no pasará”, “el separatismo no pa­
sará”. Cuando hubo que decir en la calle que no pasarían, cuando para que
no pasaran tuvieron que encontrarse con pechos humanos, resultó que esos
pechos llevaban siempre flechas rojas bordadas sobre las camisas azules.
Y, por último, ¿qué se creen que es la revolución, qué se creen que es
el comunismo estos que dicen que acudamos todos a votar sus candidaturas
para que el comunismo no pase? ¿Quiénes les han dicho que la revolución
se gana con candidaturas? Aunque triunfaran en España todas las candida­
turas socialistas, vosotros, padres españoles, a cuyas hijas van a decir que
el pudor es un prejuicio burgués; vosotros, militares españoles, a quienes
van a decir que la Patria no existe, que vais a ver a vuestros soldados en
indisciplina; vosotros, religiosos, católicos españoles, que vais a ver con­
vertidas las iglesias en museos de los sin Dios; vosotros, ¿acataríais el
resultado electoral? Pues la Falange tampoco; la Falange no acataría el
resultado electoral. Votad sin temor; no os asustéis de esos augurios. Si el
resultado de los escrutinios es contrario, peligrosamente contrario a los eter­
nos destinos de España, la Falange relegará con sus fuerzas las actas de es­
crutinio al último lugar del menosprecio. Si, después del escrutinio, triunfan­
tes o vencidos, quieren otra vez los enemigos de España, los representantes
de un sentido material que a España contradice, asaltar el Poder, entonces
otra vez la Falange, sin fanfarronadas, pero sin desmayo, estaría en su puesto
como hace dos años, como hace un año, como ayer, como siempre.

90
DOCUMENTO 25

EL MANIFIESTO DEL BLOQUE NACIONAL (34)

Curioso manifiesto electoral en que se propugna la supresión de las elec­


ciones y la instauración de un nebuloso “Nuevo Estado” que difícilmente
entusiasmaría a las masas neutras. Manifiesto en el que se ve la mano de
Calvo Sotelo, con cita a Mella y ataques a Rousseau. Manifiesto en que se
apela al miedo y al negativismo y se defiende el “magnífico esfuerzo de las
clases conservadoras” en su poco magnífico bienio. Poco manifiesto para
tan gran momento.

Un ineludible deber de ciudadanía mueve al Bloque Nacional a buscar


el aliento de la opinión pública con el deseo vivísimo de suscitar en la con­
fiada sociedad española la más exacta visión de los peligros que la rodean
y amenazan.
El magnífico esfuerzo realizado por las clases socialmente conservadoras
del país en 1933 no ha logrado el rendimiento que se esperaba. No es hora
ya de una exégesis retrospectiva, que fácilmente nos permitiría señalar la
evidente frustración de entusiasmos a que dio lugar una reiterada táctica de
regateos y transacciones. Es lo cierto que a la postre hemos de enfrentamos
con el problema vital de España, en toda su crudeza ingente, y quizá en con­
diciones peores que las de 1933. Esta simple consideración delata la insupe­
rable trascendencia de esta hora histórica que vivimos.
Decíamos a raíz de la crisis de abril último: “Algunos soñaron con acer­
car la República a un derechismo auténtico; pero bien acaba de observarse
que la República, si por la izquierda es un horizonte sin límites, es en cam­
bio por la derecha un límite sin horizonte. Porque la República no es una
forma, es una doctrina. Una vieja, caduca y antiespañola doctrina.”
La revolución, añadimos hoy, consustancial con el régimen, que de ella
nació y en ella ha de concluir fatalmente, mostró su contenido antinacional
y virulento en la intentona comunista-separatista de octubre último. Todavía
no están liquidadas ante los Tribunales de Justicia todas las responsabilida­
des dimanantes de aquella efeméride; todavía actúan fiscales y jueces pidien­
do o acordando la disolución de partidos y organizaciones gestoras de la re­
volución, y ya, sin embargo, el Poder se encoge, aterido de debilidad, frente
a ella, abandonando la defensa implacable de los altos intereses nacionales
que le están confiados. La revolución ha triunfado en 1935, logrando uno de
los objetivos que se proponía en 1934, o sea, la eliminación de la C. E. D. A.
de los cuadros ministeriales. Y ha triunfado
...1 en la desarticulación artificiosa de las auténticas fuerzas contrarrevolu­
cionarias que tienen su sede en el Parlamento, etc. A nosotros no nos sor­
prende nada de esto. Lo hemos previsto, aunque no pudimos evitarlo. Otros

i Tachado por la censura.

91
pudieron evitarlo, pero no lo previeron por mantener una tesitura política
notarialmente inoperante.
Hoy, la revolución ruge amenazadora. Tanto más cuanto más insinceras
apariencias de legalidad quiere adoptar. El marxismo francamente revolucio­
nario es menos peligroso que el que se disfraza de comedimiento y democra­
tismo. Aquél pretende arrasar la fortaleza desde fuera; éste, desde dentro:
pero no con furia más leve, ni con potencia destructora menor. Fuera insig­
ne torpeza darle medios para tan criminal designio; mas el Estado consti­
tuido, por sus propias esencias, carece de la energía precisa para preservar­
nos de ese morbo. Por eso el Bloque Nacional llama una vez más la atención
del país sobre la absoluta necesidad de crear un nuevo tipo de Estado, que
por respeto a la libertad humana en su más alta expresión ahogue en ciernes
los conatos de ludibrio y muerte que suponen el separatismo y el marxismo.
El actual Estado, aunque lo simbolizase una Corona, sería impotente, siquiera
pudiese resistir mejor que el Estado republicano, por fuero de los principios
de unidad y continuidad anejos a la Monarquía. El llamamiento periódico a
las urnas nos predestinaría a la disolución, si cada vez que se hace ha de re­
solver el país, en ocho horas de febril tensión electoral, el problema de su
propia existencia, y no meras cuestiones adjetivas o procesales, en las que la
discrepancia tiene menor gravedad, por ser también más ínfima su categoría.
Así, pues, importa muy mucho asegurar a la próxima lucha un rango defi­
nitivo, en el supuesto de que triunfen las derechas; como se lo asignan las
izquierdas en el contrario, con frases de sentido inequívoco y anuncios de
tajante transparencia.
No han faltado ocasiones, en estos últimos tiempos, para una integral ins­
tauración de los principios contrarrevolucionarios. Por desgracia se han des­
aprovechado. Ello ha tenido por causa la fragmentaria contemplación del mo­
mento político, en el que muchos no aciertan a ver otra cosa que contiendas,
si bien agudas, no viscerales. Parte de la opinión pública reacciona con cierta
atonía frente a las eventualidades del futuro próximo español. No se imagina
en todo su crudelísimo alcance las consecuencias que acarrearía un triunfo de
la izquierda extremista. Y no advierte, por tanto, la necesidad absoluta de
evitarlo ahora, y de impedir que la coyuntura se renueve más adelante. Por­
que la contrarrevolución eficaz no se forja en la pelea callejera, sino en la
obra legislativa y gubernamental. Es hora ya de que no levantemos tronos a
las premisas y cadalsos a las conclusiones, como con frase cincelada dijo
Vázquez de Mella. Hay que profesar una honrada consecuencia, repudiando
las causas cuando se repudian los efectos.
El Bloque Nacional ha definido con trazos vigorosos su doctrina. Va tras
un Estado nuevo que sólo lo es la mente de quienes todavía viven la
herrumbre de los principios russonianos. Y que es viejo, bien viejo, feliz­
mente viejo en la historia de España. Ese Estado, respetando todas las per­
sonalidades —en lo individual como en lo territorial—, necesita fuerza sufi­
ciente para enterrar los morbos antinacionales que minan sus esencias y ame­
nazan a la Patria. Ha de ser, por ello, un Estado autoritario, integrador y
corporativo. Porque el desenfreno del partidismo a que todos asistimos con

92

J
repugnancia, jamás producirá órganos de autoridad ni situaciones de prestigio
en la vida de los pueblos. Más de veinte crisis y más de ochenta Ministros
en cuatro años y medio —la cartera de Agricultura ha cambiado en 1935
cinco veces de titular— \ Nin­
gún contraste tan desmoralizador como el que ofrecen de un lado las clases
productoras del país, afanándose en bien de la economía nacional, y de otro,
los partidos políticos entregados a forcejeos aviesos, en busca de precarias po­
sesiones del Poder, no para la realización de grandes ideales patrios, sino
para el reparto de prebendas y la impulsión de aciagas oligarquías.
Por el camino recorrido no se ve la luz. Muy al contrario, todo es pe­
numbra en el horizonte. Y hay que despejarlo con una acción denonada, que
nos garantice un mañana espléndido y riente. El Estado nuevo aniquilará
para siempre viejos mitos y prejuicios insanos, dando a los españoles todos,
paz y orden. Ello exige, por lo pronto, la formación de un amplio frente
contrarrevolucionario, cimentado sobre programa bien preciso y con alcance
más allá del día de las elecciones, a fin de que los elegidos bajo ese signo
prosigan, en el futuro Parlamento, estrechamente hermanados, la realización
integral de ese programa.
Programa que ha de tener como base la sustitución del texto constitucio­
nal de 1931, ya cancelado en su virtualidad jurídica
1 y el des-
castamiento del marxismo, el separatismo y el laicismo de la vida nacional.
Plan también para la actuación, sobre la base de aplicar en su día inexora­
blemente el artículo 81 de la Constitución. Y decisión profunda para que Es­
paña se recobre a sí misma en una acción enérgica, orientada en tomo a su
tradición inmortal.—El Comité del Bloque Nacional. Madrid, 25 de diciem­
bre de 1935.

DOCUMENTO 26

CALVO SOTELO ANTE LAS ELECCIONES (35)


Otro jefe que no cree en las elecciones y que no las va a acatar. Este
es un gran discurso de Calvo Sotelo; tremendamente sincero, apunta los
futuros grandes argumentos del 18 de julio. Invoca claramente al Ejército,
pero al Ejército como prolongación social de la nación. Calvo Sotelo em­
pezaba a trazar su destino. Nadie que lea las palabras finales de este dis­
curso puede negar su patriotismo.
¿Por qué los líderes de izquierda no se atrevían a hablar así de España?

Señoras y señores: Este acto se organizó antes de la firma del decreto


de disolución; pero publicada nuestra esquela mortuoria, cobra un interés
más puntiagudo y estratégico. Porque situado en la etapa preelectoral, debe­
mos aprovecharlo, para dos cosas: rendición de cuentas y renovación de fe,
o, dicho en términos canónicos, renovación de votos.

1 Tachado por la censura.

93
Rendición de cuentas.—Nuestra característica parlamentaria —y he de
hablar elogiosamente sin rebozo, por ser el más humilde de los diputados
homenajeados— ha sido doble: la arrogancia y la videncia, y si queréis, cla-
i ¡videncia. La arrogancia puede exhibir dos estilos: una es apriorística; otra,
a posteriori. La primera prevé; la segunda, no sabiendo prever, busca reme­
dios quizá tardíos. Aquélla se funda en la fe; ésta, en el despecho, y a me­
nudo toma maneras de desplante. Nosotros hemos derrochado la primera. Y
ella nos ha permitido eludir toda suerte de contactos, quizá malsanos y de
concomitancias seguramente nocivas. Ella nos ha preservado de todo acata­
miento a la República, y de reverenciar sus jerarquías, y de convivir con sus
instituciones, y de formar en sus cuadros de mando, y de saludar su enseña
tricolor, secuestradora de la vieja bandera de la Patria que... (Ovación enor­
me. El público, puesto en pie, agita pañuelos y prorrumpe en estentóreos vivas.)
Por eso se nos llamó catastróficos. ¡Injusta diatriba! No queremos, no, la
catástrofe, aunque ella pudiera traer la Monarquía. Porque nuestros ensueños
monárquicos no consentirían que el Trono se cimentase sobre regueros de
sangre y montones de escombros. No. La Monarquía, que volverá a España
cuando Dios lo quiera y nosotros lo consigamos, ha de construirse sobre los
pilares graníticos y solidísimos de un Estado nuevo integrador, autoritario y
corporativo, y sólo entonces, cuando se le pueda ofrecer un solio de gloria y
de grandeza, quisiéramos ver la Corona rematada por la Cruz ciñendo las
sienes de esa augusta matrona que se llama España. (Ovación.)
La revolución es la legalidad republicana.—No somos catastróficos. Porque
aunque se hubiesen seguido nuestros consejos, ¿habría podido sufrir España,
en el peor de los casos, mayores catástrofes que las registradas? No hay para
qué exhumar las habidas en el primer bienio, de negra historia. Pero ¿y en
el segundo? (Aplausos.) Refrenad vuestro entusiasmo para que el hilo del dis­
curso, aunque en parte sea deslavazado, por lo menos no tenga roturas fre­
néticas. Recordad el último bienio, un bienio de tregua, un bienio en el que
se ha apreciado lo más que la República por las buenas puede conceder a la
derecha española. ¿Y qué hay en él? Hay en él, primero, una revolución,
inmensa en su potencia demoledora; después, una contrarrevolución, gigan­
tesca por su esterilidad impunista e inoperante; ahora, una renaciente revolu­
ción, que brama y ruge con insólito desparpajo amenazador. Aquella revolu­
ción se hizo contra la ley; ésta se ampara en la ley y en sus recovecos. Aqué­
lla, destacándose por medio de la violencia, pudo ser sofocada por el Poder.
Esta, por vestirse con el ropaje engañador de la legalidad, no puede ser so­
frenada, por esa misma legalidad. Este es el gran problema. Que la revolución
es la legalidad republicana, y está en el espíritu de sus progenitores, y resplan­
dece en la conducta de sus personificaciones. (Ovación que interrumpe al ora­
dor.) Hemos tenido, además, clarividencia. En el pronóstico y en las pro­
puestas. Acertando en aquél y en éstas. Quizá habríamos preferido lo con­
trario. Porque lo primero es España, suprema musa de nuestros amores. Pero
el caso es que acertamos. ¿Por milagro? ¿Por cualidades excepcionales? No.
Sencillamente porque sabemos ver. En política, sólo sabe ver el que mira
lejos. El que mira de cerca, acaso robustece las dimensiones naturales, pero

94
pierde las espirituales. El que mira a lo lejos pierde las dimensiones materia­
les, pero refuerza las espirituales. En lo físico como en lo político. El que
mira de cerca en lo físico ve el árbol, el hoyo, la planta, el insecto. El que
mira a lo lejos, ve el bosque, el paisaje, la línea lejana del horizonte, la in­
finidad del mar, y esta infinitud lleva su espíritu a Dios, a comprenderlo y
amarlo. (Ovación.) En lo político, mirando dos episodios diarios, se exageran
las dimensiones próximas y materiales :1 fichero, la masa, que se gana
fácilmente y se pierde con presteza, la organización, el Comité—; dimensiones
efímeras, subalternas. Nosotros las hemos desdeñado para cultivar las otras,
las espirituales, que son para nosotros el heroísmo, la rectitud —que es línea
recta—, la integridad ideológica, la intransigencia de principios, el culto a
la tradición y, sobre todo, la posesión arrolladora de la verdad totalitaria, que
nos dice que en esta hora febril y tensa no es posible detenerse en el camino
y hay que despreciar las fórmulas centristas para optar entre comunismo o...
(Nuevas ovaciones que cortan el párrafo.)
En las postrimerías del Parlamento nos han faltado los votos precisos.
Falto de tiempo, no puedo detenerme como quisiera en la comprobación de
ese aserto. Tres botones de muestra atestiguan nuestra clarividencia: presu­
puesto, Cataluña, orden público,.
Presupuestos. En mi primer discurso parlamentario propuse la concesión
de plenos poderes al Gobierno para salvar la situación presupuestaria. El se­
ñor Marracó los rechazó alegando que eran antidemocráticos e innecesarios.
Cuatro meses después, al presentar a la Cámara el presupuesto Samper, éste
declaró que nuestra crisis económica no se puede solucionar sin una dictadura
económica. Dos meses más tarde, Gil Robles ofrece poderes amplísimos al
Gobierno. Marracó los acepta entonces. Se presenta el oportuno proyecto de
ley. Lo impugnan las izquierdas. Se inhibe Gil Robles. Lo abandona Marracó.
Y hasta hoy. En cinco años la República ha tenido un solo presupuesto de
doce meses; cinco prórrogas trimestrales y otras varias semestrales, conclu­
yendo con la última hecha anticonstitucionalmente por Decreto-ley, por los
mismos que al advenir la República me habían condenado como cómplice de
alta traición, entre otras causas, por haber firmado presupuestos por Decreto-
ley, cuando no había Constitución ni Parlamento, cosas que ahora existían
y que... (Ovación.)
Cataluña. El 4 de julio de 1934, en nombre la minoría de Renovación,
me opuse a que se concediese un voto de confianza al Gobierno Samper. Este
había dado sus primeras muestras de criminosa negligencia a la rebeldía abier­
ta de la Generalidad contra la sentencia del Tribunal de Garantías, que anuló
la ley catalana de Cultivos. Ello era notorio; pero nos quedamos solos con los
tradicionalistas. El resto de la Cámara votó la confianza a Samper. Pasan tres
meses, y es el señor Gil Robles el primero en mostrar su disconformidad con
ese Gabinete, acusándolo de no haberse hecho digno ni en la forma, ni el
fondo, ni en la tramitación de la anterior confianza. Cae entonces el Gobierno,
pero mientras tanto la Generalidad pudo, al amparo de un impunismo central
reprensible, preparar libremente su rebeldía de octubre. (Aplausos.)

95
Llega diciembre de 1934. Por nuestra minoría pide Honorio Maura la de­
rogación del Estatuto catalán, escarnecido por los mismos que lo habían ob­
tenido y aplicaban su articulado. Se opone la Cámara y se vota la ley de
2 de enero, transitoria. Esta ley suspende el estatuto en gran parte, pero al
cabo de quince meses, ¿qué vemos? Goicoechea había pedido elocuentemente
el rescate de las facultades de orden público, justicia y enseñanza. No se ha
hecho más que el primero. Las otras dos sagradas funciones siguen en manos
de la Generalidad; ondea nuevamente la bandera separatista en manos de
escolares extremistas, las Juventudes de Estat Catalá actúan impunemente; se
restituyen a pleno vigor la mayor parte de los primitivos traspasos, algunos
con notorio desafuero distributivo respecto del resto de España - me refiero
al de Obras Públicas—, y toda la administración catalana queda en manos de
la Lliga, que si social y económicamente puede parecer conservadora, políti­
camente es todo lo contrario, porque la Esquerra, con menos inteligencia, más
audacia y menor tacto, se limita a desenvolver las conclusiones extremistas
de las premisas que estableció la antigua Lliga regionalista. (Ovación.)
Orden público. El día 6 de noviembre pronuncié un discurso en la Cáma­
ra, señalando las primeras señales de impunismo abúlico en el Gabinete Le-
rroux. Ese discurso concluye con un párrafo que leeré para que los oídos del
delegado de la autoridad no se estremezcan, ya que se trata de página parla­
mentaria consumada. Dice así: “La revolución en España, bien, bien clara­
mente se puede definir: es, sencillamente, el espíritu de las Constituyentes.
¿Qué queda de las Constituyentes? ¡Ah!, queda mucho, señor Lerroux. Que­
da la Constitución. Queda la cúspide del Estado, queda el vértice del Estado,
y yo os digo que si hay cuarenta y nueve diputados que asocien su firma a
la mía, aquí se presentará una proposición para acusar por responsabilidades
políticas y criminales al Jefe del Estado, que ha infringido la Constitución y
ha pisoteado el espíritu representado por esta Cámara.” Esto lo dije el día
6 de noviembre de 1934. Pero entonces, como ahora, en las postrimerías del
Parlamento, nos han faltado los votos precisos. (Ovación.)
La revolución no se bate en las urnas.—Esa incuestionable clarividencia
nos ha dado, señores, una enorme autoridad moral, porque la autoridad mo­
ral se logra no sólo con la honradez en la conducta, sino también con el acier­
to en las previsiones. El país sabe ya a qué atenerse y ha de apreciar el éxito
de nuestras profecías. Ello nos enorgullece y nos da alientos para ir a la
contienda electoral venidera bajo el signo de la unión de las derechas con­
trarrevolucionarias. Queremos esa unión ; la patrocinamos. Pero con dos con­
diciones: primera, que, como ha dicho Pradera, no se limite a las urnas,
según se reclamó en el banquete agrario de anteayer. No. La Revolución no
se bate en las urnas. Esa es una escaramuza. La gran batalla se librará en el
Parlamento, y nosotros tenemos necesidad absoluta de garantizar que toda la
electricidad y las calorías de estas masas convulsas que nos siguen será apro­
vechada hasta el último kilovatio, sin dispersiones que puedan disiparla ni
discordancias que logren enervarla. (Ovación.) Pero también es preciso que
la unión se haga con dignidad para todos. Que se nos respete la fuerza que
equitativa y proporcionalmente nos pertenece, por haberla adquirido a pulso.

96
A-M « • NjjfíC 23 - Precio: 15 cénlimoi
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I» - rn>u*M> M CMM* -*I ■*»— M <r«4 Día *| 1FM4 VMM CMM1A1 —
Mpizlaroa,
Dos meses y medio después de las elecciones de febrero, el diario
del ala extremista del socialismo, «Claridad», roba su «slogan» electoral
a José María Gil Robles. Interesante e inesperado este doble eco cisne-
riano a través de los siglos.
No queremos actas para gobernar, puesto que quedamos extramuros del ré­
gimen ; las queremos para ayudar a que gobiernen bien nuestros hermanos.
No pedimos limosnas; tampoco admitiremos expoliaciones, A cada cual, lo
suyo. Dentro siempre de la gran familia de las derechas. Razón por la cual
sería censurabilísimo que hubiese para nuestras actas regateos y tacañerías,
y prodigalidad y despilfarro para las actas de ciertos grupos centro, que por
sus antecedentes y conducta ninguna garantía seriamente contrarrevolucionaria
pueden ofrecer al país. (Grandes y prolongados aplausos)
Y vamos ahora a la renovación de votos. Si contemplamos de cerca y a
ras de tierra nuestro actual panorama político, ¿qué vemos?: un microcosmo
de fantomas e histriones; picapleitos engolados, ex ministros polizones, razzias
nocturnas de comisiones gestoras, hechas al filo de media noche, como para
aprovechar los últimos minutos del período electoral, cubriendo el máximo
impudor con una brizna de pudor de leguleyo; transformismos y cubileteos
políticos, con cambios frenéticos de improvisado pelaje; corrupción a ojos
vistas de conciencias o de nombres y apellidos sin conciencia, por medio del
favor oficial, ¡oh, manes de Romero Robledo!, auténtica ursulina al lado de
los que ahora dirigen la maniobra electoral; estraperlos de toda categoría;
hiperestesias de todos los poderes, comenzando por el presidencial, en fin, una
estampa de la picaresca, un bajorrelieve de decadencias bizantinas. Pero todo
eso, siendo mucho, no es todo, ni lo principal. Eso es rastro, espuma, secuela.
Pero lo que hay que escrutar es la raíz y el principio. Y éste, contemplando
sintéticamente y desde lo alto nuestra política, es una legalidad republicana
que se derrumba; unas jerarquías republicanas exangües, y un Estado repu­
blicano liberal democrático, en demencial e inconmensurable esterilidad.
La legalidad republicana ha recibido de sus autores arañazos y sofiones.—
Legalidad republicana. Nos ofrece una paradoja verdaderamente singular. Esa
legalidad ha recibido, de sus autores, arañazos y sofiones; de sus víctimas ad-
hesionistas, mimos y carantoñas. Sus progenitores la deshonraron con la ley de
Defensa de la República, la incumplieron manteniendo casi siempre en sus­
penso la Constitución y la agujerean sistemáticamente con esas hiperestesias
a que antes aludía, que antes que nadie denuncié, cuando no me acompañaban
otros que ahora las denuncian acerba e irritada y justamente. (Aplausos) Y ahí
está la paradoja mirífica: entre los progenitores, la conculcación; entre los
adversarios acérrimos, aunque adhesionistas, la obediencia. (Muy bien) Nos­
otros no podemos situarnos en ninguna de esas órbitas. En la primera, porque
aunque repudiamos la Constitución tenemos derecho, puesto que nos obliga
en lo que nos veja e irrita como catódicos y patriotas, a exigir que se cumpla
inexorablemente en lo que es garantía nuestra y traba de los poderes consti­
tuidos. Y en la segunda, porque la obediencia es la contrapartida de la legali­
dad. Y cuando falta la legalidad, en deservicio de la Patria, sobra la obedien­
cia. Y si aquélla falta en las alturas no es que sobre en la obediencia, es que
se impone la desobediencia conforme a nuestra filosofía católica, desde San­
to Tomás hasta el Padre Mariana. (Grandes aplausos)
Prefiero ser militarista a ser masón.—No faltará quien sorprenda en estas
palabras una invocación indirecta a la fuerza. Pues bien, si, la hay. Quiero

97
7
hablar ante vosotros con entera desnudez de espíritu. Yo no adulo nunca a las
masas, pero sería una forma de adulación recatarlas mi pensamiento, por te­
mor a no verlo totalmente compartido. (Muy bien.}
La fuerza es hoy estribillo y palanca del socialismo. Una gran parte del
pueblo español, desdichadamente una grandísima parte, piensa en la fuerza
para implantar una ola de barbarie y anarquía; aludo al proletariado. Su fe
y su ilusión es la fuerza numérica, primero, y la de la dictadura roja, después.
Pues bien; para que la sociedad realice una defensa eficaz, necesita apelar
también a la fuerza. ¿A cuál? A la orgánica; a la fuerza militar, puesta al
servicio del Estado. La fuerza de las armas —ha dicho Ortega y Gasset, y
nadie recusará ese testimonio— no es fuerza bruta, sino fuerza espiritual. Y
aún agrega que el honor de un pueblo está vinculado al de su Ejército. (Muy
bien.) Lo que ocurre es que esta noción ha registrado una profunda evolución.
Cuando las naciones vivían la etapa venturosa de las grandes unanimidades,
el Ejército era un mero complemento herramental para la lucha exterior so­
lamente. Pero hoy, minadas por las grandes discordias —la social, la econó­
mica, la separatista^— necesitan un Estado fuerte, y no existe Estado fuerte sin
Ejército poderoso. Me dirán algunos que soy militarista. No lo soy; pero no
me importa. Prefiero ser militarista a ser masón, a ser marxista, a ser sepa­
ratista e incluso a ser progresista. (Ovación). Dirán otros que hablo en pre-
toriano. No me importa. Prefiero ser pretoriano, con riesgo, de la milicia, a
serlo con sordidez leguleya del Alcubilla. (Ovación.) Hoy el Ejército es base
de sustentación de la Patria. Ha subido de la categoría de brazo ejecutor, cie­
go, sordo y mudo, a la de columna vertebral, sin la cual no se concibe la vida.
Como no se concibiría la de España si el 6 de octubre no la hubiese salvado
un Ejército en que la ponzoña política y masónica no había extinguido del
todo los brotes sobrehumanos del patriotismo y la espiritualidad. (Nueva ova­
ción.) Calderón de la Barca dijo en versos inmortales que “no hubiera capi­
tán, si no hubiera labrador”; hoy habría que rectificar la oración diciendo
“que no habría labrador si no hubiese capitán”. Ni labrador, ni productor, ni
comerciante, ni Estado, ni Iglesia, ni civilización... (Enorme ovación.) Cuando
las hordas rojas del comunismo avanzan, sólo se concibe un freno: la fuerza
del Estado y la transfusión de las virtudes militares —obediencia, disciplina
y jerarquía— a la sociedad misma, para que ellas descasten los fermentos
malsanos que ha sembrado el marxismo. Por eso invoco al Ejército y pido
patriotismo al impulsarlo.
¿Dónde está hoy el Poder civil?—No faltará quien exhume el tópico de
la supremacía del Poder civil. Yo tampoco acepto incondicionalmente esa ve­
jez. Cuando el Ejército era una casta y el Poder civil representaba la unidad
de expresión de una conciencia ciudadana y patriótica, la supremacía del po­
der civil tenía razón de ser. Pero hoy, ¿dónde está el Poder civil? ¿Qué es?
¿Qué hace? Cuando el Poder civil mancha lo que toca y disgrega lo que man­
cha, no se puede hablar de su primacía, ni de su supremacía. El Poder civil
no sabe atajar la campaña escandalosa de calumnias desatadas contra el
Ejército. Contra la colectividad, aunque especiosamente quiera concretarse en
militares aislados. ¿Y qué hace el Poder civil para atajarla? Anunciar la

98
suspensión por ocho días de las garantías constitucionales. O sea, utilizar al
Ejército como cimbel para dar una vuelta más al manubrio electoral, en esta
maniobra de presión a que España asiste con verdadero escándalo. Y de paso,
esta insospechada novedad: que el Ejército, que tiene por misión básica pro­
teger la Constitución para que rija normalmente, trueque ahora su papel activo,
por otro pasivo, pasando a ser protegido por la suspensión de los preceptos
constitucionales. (Ovación.)
Yo os digo que hay que llevar al país voces recias, voces decisivas y ta­
jantes ; y a la par hechos decisivos, tajantes y rotundos. Por eso os hablo
con esta sinceridad. Hoy, el Ejercito es la nación en armas; y la nación, el
Ejército de la Paz. Todos nos hemos honrado vistiendo el uniforme militar.
Para que la supremacía del Poder civil renazca será menester que el Estado
reconstruya todos sus órganos en la paz y en la normalidad. Mientras tanto,
no creo en ella. Ni creo tampoco que cuando un pueblo, como España ahora,
se diluye en el detritus de la ignominia y se entrega a la ulceración de los peo­
res fermentos, pueda ser fórmula eficiente para sanearlo, depurarlo y vivifi­
carlo, la apelación al sufragio inorgánico, tan repleto en sus entrañas de yerros
e imperfecciones. Pretender eso es algo tan absurdo como pretender que un
cadáver sea resucitado por los mismos gusanos que están devorando sus car­
nes. (Ovación.) Las masas que van a acudir al llamamiento electoral están en
gran parte envenenadas por otros gusanos igualmente dañinos. Por eso no pue­
den darnos el remedio. Lo cual no quiere decir que nosotros queremos elimi­
nar o expulsar al pueblo de una intervención política ciudadana. Quien tal
diga nos injuria, nos calumnia. Lo que decimos es que no es posible que el
pueblo viva si cada dos o tres años tiene que ponerse a litigar, en medio de
mil preocupaciones y complicaciones, sin garantía alguna, como ahora sucede,
los principios vitales de ser o no ser. El hombre que está discutiendo diaria­
mente su existencia no puede crear nada. Su vida será un lánguido vegetar.
Los pueblos que cada dos o tres años discuten su existencia, su tradición y sus
instituciones fundamentales, no pueden prosperar. Viven predestinados a la
indigencia. Por eso hemos de procurar a toda costa que estas elecciones sean
las últimas. Lo serán si triunfan las izquierdas —ya lo dicen ellas sin rebozo—.
Pues hagan eso mismo las derechas, hasta que, saneado el ambiente y el sis­
tema, sea factible una nueva apelación al sufragio. (Aplausos.)
Las Cortes próximas serán constituyentes.—Precísase, por ello, desechar
toda política de contemporización, de condescendencia y de lentitud. El Par­
lamento de 1933 fue el Parlamento de la pausa. Al constituirse, se hicieron
planes a base de desarrollarlos en dos años, consumándolos en diciembre
de 1935. He ahí una ofuscación nacida del influjo de las dimensiones reales y
próximas sobre las espirituales, porque en instantes de tan convulsiva evolu­
ción como estos que España vive, no se puede planear a tan larga fecha.
Nosotros queremos, por ello, que suceda al Parlamento de la pausa, el Parla­
mento de la prisa. (Muy bien.) Si triunfan las izquierdas, se la darán ellas;
si triunfamos nosotros, démosnosla también, sin perder un solo día.
¿En qué? ¿Cómo? En primer término, declarando constituyentes las Cor­
tes próximas. Lo serán, sin duda, porque ha muerto ya la Constitución, ase-

99
sinada por sus autores, y no somos nosotros, precisamente sus adversarios, los
llamados a revivirla con un acatamiento que sería absurdo. Por consiguien­
te, las Cortes venideras deberán sustituir totalmente la Constitución, sin su­
jetarse a ninguna rémora. Fijaos bien en esto, que es básico. Si los que
dicen que procede la revisión constitucional han de atenerse al artículo 125,
según el que tal revisión exige, la autodisolución del Parlamento será imposible
iniciarla. Por eso tenemos interés en afirmar el carácter constituyente de esas
futuras Cortes. Que por serlo no tropezarán con freno alguno, ni traba, ni obs­
táculo en los actuales Poderes de la República. {Aplausos.)
A él y por ella.—Y pocas palabras ya, para terminar, pues he agotado
mi tiempo. El intenso dramatismo del momento que estamos viviendo exige
que nos propongamos objetivos apoteósicos, profundos e integrales, no fina­
lidades subalternas y efímeras. Yo he oído con ocasión de este acto, y de al­
guno de los que celebro en provincias, un grito coreado y casi eufónico: “¡Por
él!” (Grandes voces y aplausos. El orador reclama repetidas veces silencio.)
¿Qué se quiere decir con esto? Señores, no empequeñezcamos la magnífica
fuerza que suponen nuestros espíritus coordinados al unísono y sobre todo
el peso de treinta o cuarenta generaciones de héroes y santos cuya obra en­
camamos hoy nosotros. Ese grito es una suprema insignificancia. Es preciso
aclararlo y sustituirlo. Porque, ¿qué se quiere decir con él? Dos interpreta­
ciones caben. Una, ¡por el Gobierno! Otra, ¡por el presidente! Señores,
ninguna de las dos basta para justificar el dramatismo de esta gravísima con­
moción en que todos somos protagonistas. Por el Gobierno. ¿Y qué es eso?
¿Es que todo el fruto de las elecciones de una gigantesca movilización que
debe ser mayoritaria va a ser el nacimiento de un Gobierno que andará ren­
queante por los pasillos de la Cámara, confabulándose con éste o aquel gru-
pito para que, a cambio de una cartera, dé sus diez o veinte votos, y expuesto
a muerte súbita el socaire de cualquier zancadilla parlamentaria, o de la
malevolencia presidencial o de cualquier otro factor parejo que lo derribe,
cortando y rectificando una obra patriótica apenas iniciada, como ahora está
ocurriendo con la obra acertada que el señor Gil Robles estaba realizando en
el ministerio de la Guerra? Yo os digo que eso no merece la pena. Que para
eso no habríamos de ir a las elecciones ni congregar estas imponentes masas
en nuestros campos y en nuestras ciudades. (Aplausos.)
¿Por el Presidente? Tampoco basta esto. Yo os digo que derrocar un
Monarca de ascendencia secular, con jerarquía semidivina y vitalicia y here­
ditaria, puede ser una empresa de titanes, digna de gigantes; pero derrocar
el jefe amovible de un Estado republicano no designado por el pueblo, sino
por una cofradía de cuatrocientos señores (Ovación que interrumpe el ora­
dor.)-, no designado por el pueblo, sino por unos mandatarios a quienes el
pueblo revocó su confianza a los pocos meses, máxime cuando tal destitución
está prevista en la ley constitucional y equivale, por consiguiente, al modesto
ejercicio de una prerrogativa, como pueda serlo el de accionar en juicio ver­
bal o entablar tercería de dominio, puede y debe hacerse, pero tampoco jus­
tifica las magnitudes de multitud que estamos provocando.
Nosotros tenemos que cambiar el “por él” por algo más profundo, más

100
hondo; nosotros debemos decir “por ella”, por España. (Clamorosos apla­
usos.}
Por España. Dulcinea, dulcísima, reina, señora y madre de todos nos­
otros; por España, por ella, a continuar nuestra historia, a liberarla de
las tretas que la combaten, de los traidores que la saquean, del marxismo que
la divide, y del separatismo que la fracciona, y de la masonería que la persigue,
y del laicismo que la emponzoña, y del parlamentarismo inorgánico que la
descuartiza, y de los partidos políticos que la corrompen, y del marasmo eco­
nómico que nos arruina, y de la indisciplina social y política que nos hace.
(Las aclamaciones impiden oír el final de la frase.} ¡ Por ella, por ella, por Es­
paña! (Clamorosa ovación, que dura varios minutos?)
La gente, en pie, agita los pañuelos. El momento es de una emoción in­
tensa.

DOCUMENTO 27

LAS IZQUIERDAS INVOCAN AL EJERCITO (36)

■La invocación militar de Calvo Sotelo en el documento anterior nos


trae a la memoria esta otra invocación comunista. Sin más comentario.

¿Conoce este manifiesto el Ministro de la Guerra? ¿Sabe que los milita­


res monárquicos y fascistas preparan el golpe de Estado?
La U. M. E. (Unión Militar Española) ha dirigido un manifiesto al Ejér­
cito, del que son los siguientes párrafos:

“Vuelven los asesinos de España a verter sangre de hermanos.”


Los asesinos son los obreros y los políticos de izquierda.
“Ellos no tienen patria, porque no tienen madre, y su odio inextinguible
les ha llevado a jurar la destrucción de España.”
La patria del pueblo, la madre del pueblo no es, no puede ser la misma
que la de sus verdugos.
“¡No más sangre! ¡No más crímenes! Se hace precisa la paz, impuesta
por nosotros.”
La paz “impuesta” por ellos, por el terror y los crímenes de los militares
monárquicos y fascistas sublevados.
“¡Caiga quien caiga y cueste lo que cueste, el Ejército vencerá en esta
jornada gloriosa!”
Caiga quien caiga: el régimen republicano y el aplastamiento del pueblo
laborioso.
“Los políticos, cretinos e incapaces en su cobardía, que no supieron evi­
tar este nuevo ataque revolucionario, tienen que marcharse. Los cómplices
y encubridores que no quisieron oponerse a la rebelión, sufrirán la pena que
corresponde a su gran delito.”

101
Hay que dejar paso al general reaccionario que someta al pueblo con le­
giones de espuelas.
“No esperen que el Ejército les deje otra vez sentados en la mesa del
festín, repartiéndose las ganancias del saqueo.”
El Ejército es el árbitro de la política: la voluntad popular no cuenta.
“Hay que exterminar la célula comunista, las milicias socialistas, los
grupos anárquicos, los Comités y la dinamita, las bombas y las pistolas.”
En una palabra: Hay que asesinar al pueblo laborioso.
Y la traca final:
‘¡Ejército de España! ¡Legiones de caballeros españoles: luchad por la
independencia de la Patria y viva EspañaY”
No sabemos si el Ministro de la Guerra habrá tomado ya alguna determi­
nación contra estos preparadores del golpe de Estado.
El documento es una prueba más de las actividades del generalato y ofi­
cialidades monárquicas, que vuelven a agitar el espantajo de la sublevación.
Después de la labor realizada en el Departamento de Guerra por Gil Robles,
alentador de todos estos heroicos espadones, humedecido por las gloriosas lá­
grimas del General Franco en la fecha de su despedida, los jefes fascistas del
Ejército toman esta intolerable actitud insurreccional contra el régimen republi­
cano, contra el pueblo, atrincherados en esos vacuos conceptos de Patria y
España, que son las etiquetas con que quieren avalar la mercancía infame de
la dictadura y la militarada.
La C.E.D.A. y sus gentes, que claman cínicamente por el apartamiento de
las luchas políticas del Ejército, ¿qué dice de esta descarada coacción de los
generales reaccionarios? Junto a las pastorales de los obispos, el sable del ge-
neralazo. La República a mayor gloria de Dios y de los terratenientes. Y, sobre
todo, ¿qué dice el Gobierno? ¿Es que esta gente no merecen las mismas me­
didas aplicadas al monárquico General Fanjul? ¿Es que se puede conspirar
así impunemente contra los intereses del pueblo?
Esos bramidos cuarteleros a las puertas de las elecciones significan una
provocación intolerable. Quiere convertirse el Ejército, una vez más, en tram­
polín para saciar la sed de sangre y las ansias de dominación de una oficiali­
dad monárquica y aristócrata.
La carta del Ejército sublevado estaba por jugar en este pleito de fascistas
sanguinarios contra los trabajadores, la clase media y la intelectualidad
honrada. Ya circula por ahí. Baza de espadas. Tiemblan las estrellas castren­
ses. Los caballeros del 23 de septiembre y del 10 de agosto están trémulos de
caballerosidad.
Lo que necesitamos saber es si el señor Pórtela está decidido a consen­
tir esos “temblores”. Porque el pueblo, desde luego; los soldados del pueblo,
los oficiales que merezcan la confianza del pueblo, no están dispuestos a to­
lerar las aventuras sangrientas de estos generales, ambiciosos de emular a
Goebbels o a Goering.
Las amenazas para falsificar y robar la voluntad del pueblo ya están com­
pletas: las pastorales de los obispos, los millones de Match y el sable de los
generalazos.

102
Pero el proletariado, las masas antifascistas, el día 16, en las urnas, aplas­
tarán todo esto. Y, al día siguiente, donde haga falta, para que nada de esto
levante la cabeza.

DOCUMENTO 28

EL BLOQUE NACIONAL OTRA VEZ (37)

El lector se sorprenderá mucho. El manifiesto del Bloque Nacional ya


estaba dado el día de Navidad. ¿Cómo es posible este nuevo anuncio de la
alianza derechista casi un mes más tarde?
La respuesta es clara. Porque aquel primer Biloque era efímero. Como lo
iba a ser este segundo, desmoronado tras la derrota.

Ayer se concertó entre los jefes de las fuerzas de derechas la Unión Con­
trarrevolucionaria. Con recíprocas y patrióticas avenencias se llega a la alianza
que anhelaban cuantos españoles tienen conciencia del trascendental momen­
to de la Patria. Hay que ir a las urnas con toda la disciplina y todo el entu­
siasmo que España, sangrante aún de las tragedias de la revolución, demanda
de todos sus hijos. El frente de izquierdas es la anti-Patria y a él hay que
oponer las esencias tradicionales de nuestro ser y de nuestra dignidad ante la
Historia.
Anunciamos en nuestro último número que en el presente esperábamos
dar noticia de que se había llegado, por los jefes de derecha, a la concreción
que a ellos compete, de la unidad de acción de todas las fuerzas contrarre­
volucionarias exigida por el rigor militante de esta hora nacional, extraordi­
nariamente decisiva.
No nos hemos equivocado, afortunadamente. Está ultimada la unión de
las derechas. La resonancia con que los ecos de esta noticia, sobremanera
jubilosa, ha de llenar el ámbito de España, tiene carácter de legítima fiesta
nacional. Porque España entera, lo que en España representa la esencia
de este nombre en la Historia, estaba pendiente, con anhelo de sublime espi­
ritualidad, del pacto entre los caudillos de las derechas.
Las masas de derecha habían concertado, por la tácita, la unión inque­
brantable de sus esfuerzos por la batalla común. Esa unión venía impuesta
por las circunstancias tanto como por la suprema y concorde voluntad de
aquellas masas. Al concluir los caudillos el pacto que ayer concertaron,
no han hecho sino cumplir el mandato que de sus huestes recibían de una
manera difusa, pero apremiante, para que la alianza se sellase. A ella se ha
llegado no sin que todos y cada uno de los jefes de los partidos de derecha
deliberen con un sentido tan estricto de su respectiva responsabilidad y de
la que conjuntamente a todos alcanzaba, con tal espíritu de sacrificio de
justas aspiraciones, con tan noble conducta, en fin, que debe a todos ufanar
por igual.

103
La unión de las derechas es el augurio feliz del resultado de una con­
tienda en la que España va a decidir sobre sus destinos como depositaría
de una tradición que es su historia. A la unión de las derechas se ha llegado
a impulsos de una convicción patriótica que estima esta campaña electoral
como una auténtica cruzada de España frente a la revolución. Y los cau­
dillos que así han sabido interpretar un anhelo nacional inequívoco de sus
masas consagran una vez más la legitimidad de sus títulos para acaudillarlas,
porque nunca como ahora —y cuanto mayores sean las renunciaciones per­
sonales y de partido que realizaron, más— será para ellos una ejecutoria
gloriosa concertar ese pacto en que la ciudadanía militante va a vibrar, de
seguro, con todo el entusiasmo que de todos sus hijos pide España.

DOCUMENTO 29

“A B C’ Y GIL ROBLES (38)

El documento anterior tuvo al menos una virtualidad. “A B C” alaba


sin reservas a Gil Robles. Pero el -párrafo del Jefe que se destaca es tam­
bién demasiado nebuloso, demasiado idealista, demasiado negativo. La pro­
paganda del Frente Popular marcaba un camino bien diferente: iba a cosas
concretas, que disimulaban las grandes nieblas de después. ¿No había ob­
jetivos concretos para las derechas en 1936?

El párrafo más clamorosamente ovacionado del discurso de ayer del se-


ñor Gil Robles:
“Por lo mismo que en estas últimas veinticuatro horas los bulos y los in­
fundios esparcidos por aquellos a quienes interesa sembrar el desconcierto
en nuestras filas han querido decir que se han roto los vínculos de los partidos
contrarrevolucionarios, yo quiero hacer una manifestación concreta y tajante:
lejos de haberse debilitado, se ha robustecido esa unión

¿Quiénes entran en el frente contrarrevolucionario? Yo podría definirlo


con una frase muy gráfica, que ya ha llegado a la opinión pública: para mí
comienzan las alianzas contrarrevolucionarias en el límite mismo en que aca­
ban los contubernios revolucionarios; donde ellos concluyen comenzamos nos­
otros, para oponer una barrera infranqueable a la revolución. Ahí entran par­
tidos de derecha, partidos beneméritos que podrán haber tenido con nosotros
diferencias y discrepancias en la lucha de cada día, que podrán haber llegado
en algunos momentos a extremos que yo tengo olvidados por completo. Yo
olvido todo lo que se haya podido hacer o decir en contra nuestra. Son hom­
bres que creen lo que yo creo, que aman lo que yo quiero y que están lu­
chando por España y por Dios, y para mí no hay dificultad ninguna en es­
trecharlos en un abrazo de hermanos.” (Clamorosa ovación.')

104
(Muchas veces hemos tenido que combatir, y siempre con los respetos
que su personalidad merece, al señor Gil Robles. Muchas más le hemos elo'
giado. Pero nunca hemos reproducido unas palabras suyas con mayor emoción
y fervor que las que acabamos de transcribir.)

DOCUMENTO 30

LA IGLESIA HABLA (39)

El Cardenal Gomá vuelve de Roma. Es evidente, tras este documento,


la misma mano que estaba destinada a trazar la famosa Carta Colectiva
de 1937. Pero ahora, en estos momentos que se iban, ¿comprenderían los
católicos un estilo tan numeroso, tan romano, tan incitante a leer entre
líneas? No sé si en enero de 1936 había tiempo de leer entre líneas.
Pero es evidente que 'bastantes católicos votaron al Frente Popular. ¿Lo
prohibía esta Pastoral? Entre líneas, desde luego.

Pastoral del Primado a su regreso de Roma sobre cuestiones de actualidad.


Primacía de los derechos de Dios en la sociedad, unión para su defensa,
sacrificio de todos en aras de estos principios, caridad cristiana, criterio sobre­
natural, oración y penitencia. Respeto a los derechos de la Iglesia, saneamien­
to de la escuela, santidad de la familia, los tres objetivos primordiales. “Nos
hallamos quizá no sólo ante una delicada situación política, sino en uno de
estos recodos imprevistos que ofrece a veces la historia de los pueblos.” Unión
de los católicos “antes que todo”, “sobre todo”, “con todos” y “a toda costa”.
Después de mes y medio de ausencia, Nos hallamos otra vez entre vos­
otros, carísimos diocesanos. Ya lo anhelábamos, porque esta Iglesia de Toledo
es una porción que, por la gracia de Dios y la benevolencia de la Santa Sede,
tenemos señalada a nuestra actividad pastoral, y porque “Dios sabe cuánto
afecto os profesamos en las entrañas de Jesucristo”, en frase del Apóstol.
También vosotros anhelabais el día de nuestra llegada, a juzgar por las ma­
nifestaciones de clamoroso júbilo con que Nos recibisteis a nuestra llegada a
esta ciudad querida.
Es la bondad de la Santidad de Pío XI, bien lo sabéis, y el amor que
a Nos y a esta gloriosa sede profesa y que ha causado nuestra ausencia. A
Roma fuimos, llamados por el Papa, para ser creado Cardenal de la Santa
Iglesia Romana y recibir de sus manos la Sagrada Púrpura; y de la Ciudad
Eterna volvemos investidos ya con la dignidad excelsa de Príncipe de la
Iglesia de Jesucristo. Nos llena de confusión la simple afirmación del hecho.
Un viaje a Roma, para quien sabe entrar en la naturaleza y en la historia
de la Iglesia, y conoce lo que en ella representa el Papa y la gran ciudad,
centro del mundo espiritual, es siempre aleccionador y deja huella profunda
en el alma. No en vano se entra en contacto con el Vicario de Cristo y
sucesor de San Pedro ni se convive con lo más fuerte y entrañable que

105
nuestra religión divina tiene en el orden histórico y social. Pero cuando
se va a Roma por el motivo que allá Nos llevó; para ser encumbrado a lo
que podríamos llamar “plano Papal”; para recibir del Romano Pontífice
el abrazo de la fraternidad más exquisita y encumbrada que hay en el mundo,
y el anillo de esta alianza y solidaridad que une a los miembros del Colegio
Cardenalicio con el Vicario de Cristo y esta púrpura y esta capelo, símbolo
de amor y de sangre, de abnegación y de lucha, y cuando se recibe el título
de una Iglesia de Roma, quedando el Cardenal vinculado de por vida y en­
trando por este hecho en la administración y régimen de la Iglesia universal;
entonces, amadísimos diocesanos, es cuando el alma sufre una conmoción
profunda y la vida se orienta y polariza hacia nuevos destinos, al tiempo
que se levanta en el fondo del espíritu un anhhelo incoercible de ser cada día
mejor y de trabajar con mayor denuedo en la obra de la edificación de la
Iglesia.
Así volvemos a vosotros, carísimos hermanos e hijos nuestros; adornado
por fuera con las preseas de la dignidad a que sin méritos ningunos Nos ha
encumbrado el Papa; lleno el pecho de ardientes deseos de hacer a esta
gloriosa Iglesia de Toledo, y adondequiera Nos llame el Vicario de Cristo,
el máximo bien que podamos. Si esta es la ley de toda la vida sacerdotal,
¿cuánto más lo será la de quien, a más de la dignidad del sacerdocio, tiene
el grado más alto de la jerarquía eclesiástica?
Al rendir nuestro viaje aquí para continuar, a lo menos numéricamente,
la serie de insignes purpurados que han enaltecido nuestra Sede, no podemos
saludaros con otra fórmula que la tan apostólica de San Pablo: “Que la
gracia y la paz vengan sobre vosotros de parte de Dios y de su Hijo Jesu­
cristo.” Evangelizador de la paz y de los bienes que del cielo nos trajo Jesús,
no tenemos saludo más lleno y eficaz, porque lleva consigo el voto de que
logréis todo el bien del cielo y de la tierra.
Con él acompañamos nuestra acción de gracias por las muestras de afec­
to y entusiasmo que hemos recibido de toda la Archidiócesis. Mucha fe queda
todavía en el fondo del alma de nuestro pueblo cuando espontáneamente se
produce en la forma imponente y clamorosa de nuestra entrada en la ciudad.
Toledo supo coronar gloriosamente los votos de adhesión y simpatía que se
Nos dieron en nuestra ruta desde que entramos en España. Nos consuela
sobremanera el hecho de que todas las autoridades se asociaran al grandioso
triduo que Nos rendían clerecía y pueblo. Más allá de las fronteras de nuestra
jurisdicción, de todos los puntos de España y especialmente en los que tocaban
en nuestra ruta de regreso, hemos recibido sañaladísimas pruebas de alta con­
sideración. Agradeciendo a todos estos actos de veneración y pleitesía, que
son de amor a la Iglesia y de veneración a la jerarquía, lo rendimos todo ante
el Supremo Jerarca de la Iglesia, de quien Nos ha venido tanta dignidad.
Grandeza del Papa y devoción que le debemos.—Pero a vosotros, amados
hijos nuestros, os debemos algo más, y queremos aleccionaros haciéndoos par­
tícipes de los sentimientos que en nuestra estancia en Roma han embargado
nuestro espíritu. En Nos ha arraigado la convicción de que nada hay en el
mundo tan fuerte, tan glorioso como nuestra Santa Iglesia Católica: fuerte

106
por el nervio y el ardor espiritual que la sostiene; gloriosa por el esplendor
externo de que se reviste en estos casos excepcionales.
Hemos visto al Papa ;n las imponentes ceremonias de la creación de los
cardenales— en la plenitud de su paternidad suavísima y entre el brillo de
una corte que no cede a ninguna en pompa suave y magnífica. El marco
grandioso de las aulas vaticanas y de la basílica de San Pedro, la presencia de
los altos dignatarios de la nobleza de sangre y de los representantes de los
países católicos de la tierra, dan a aquellas asambleas una magnificencia sin
igual. Pero todo ello no es más que la brillante floración del poder y de la
gloria interna del Pontificado. Ante el Papa se eclipsa toda majestad; llevado
en andas, se destaca su figura sobre las multitudes enardecidas de piadoso en­
tusiasmo ; ante él se inclinan los Príncipes, los nuevos Cardenales le besan
la sandalia; laten de amor reverencial los corazones de todos. Es que en
el Pontífice Romano hay algo divino, especial y excepcionalmente divino. Vi­
cario de Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, continúa, por querer mismo de
Jesús, su personalidad y sus poderes en el mundo, en la medida en que Cristo
se los quiso comunicar y en la que son necesarios para continuar la obra del
Hijo de Dios.
Ante el Papa vienen instintivamente a la memoria aquellas palabras del
Evangelio, cuando Pedro, interrogado por Jesús sobre su persona, le responde:
“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”; y Jesús le dice, a su vez, dando la
fórmula de la grandeza del Papa, de su inconmovilidad y de la de su Iglesia:
“Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. “Tú eres Cristo”.
“Tú eres Pedro”. Hay entre Cristo y Pedro una cierta ecuación. Cristo es
la piedra viva y angular sobre la que descansa el edificio del mundo sobre­
natural; Pedro es la otra piedra, que, fundada por Jesucristo y solidarizada
con El, soporta el peso ingente de dignidad, de poder, de inconmovilidad in­
mortal que se requieren para continuar en el mundo la obra salvadora de
Jesucristo. Inútil fuera buscar en la historia de los siglos una institución uni­
personal de tanto poder y dignidad como la del Papa. Por lo mismo que es
el apoderado de Jesucristo, el Pontífice Romano es cabeza visible de la Igle­
sia, centro y nudo vital de la espléndida Jerarquía católica, Padre universal
en el orden espiritual y soporte de esta magnífica construcción sobrenatural,
la Iglesia, instrumento y medio único de salvación de los hombres, en el
orden temporal y eterno. Porque el Papa es el oráculo de la verdad y de la
justicia, sin las que no se concibe la civilización digna de tal nombre.
Como Nos, venerables hermanos y amados hijos nuestros, hemos sentido
robustecerse nuestra devoción al Papa, así os exhortamos a que le reservéis
lugar de preferencia en vuestro pensamiento y corazón. Amadle y seguidle.
Amadle con amor análogo al que tenéis a Jesucristo, porque el Papa, como
decía el campesino romano, es “Cristo in térra”. Como Jesucristo es Cabeza
invisible de la Iglesia, que la gobierna y rige desde el cielo, así el Papa
es su Cabeza visible, que en nombre del Hijo de Dios la rige. Y seguidle, de
pensamiento y corazón, y obedecedle como se obedece a un padre y a un
maestro, porque Padre y Maestro es de todos; como obedecen las ove-
juelas a su pastor, porque Jesucristo le instituyó Pastor espiritual del mundo:

107
‘‘Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas.” La devoción al Papa fue
siempre nota distintiva del pueblo español: conservemos este blasón, que
lo es de auténtico catolicismo. Desconfiemos del de aquellos que, aun recono­
ciéndole la Primacía que le concedió Jesucristo en orden al magisterio y ré­
gimen de la Iglesia, le regatean algo de lo que no entra en el ámbito estricta­
mente dogmático, aunque se refiera al ordenamiento del pensamiento y de
la vida cristiana.
Amor y obediencia a la Iglesia.—A estos sentimientos de amor y obe­
diencia al Papa quisiéramos se juntara un santo enamoramiento de la Iglesia y
de todas sus cosas. Nos vivimos, durante nuestra estancia en Roma, en medio
del fausto con que la Liturgia y el protocolo de la Curia romana han rodeado
la creación de los Cardenales, horas de meditación y encanto a la vez. Encanto
por lo que veíamos; reflexión y meditación por lo que adivinábamos en el
fondo de tanta grandeza exterior. Ceremonias imponentes; mensajes solemnes
a los nuevos Cardenales; movimiento diplomático; recepciones y agasajos en
las Embajadas de los Estados católicos; desfile de lo más representativo de
la ciudad —que encierra a su vez lo más representativo del mundo en el
orden religioso y político— en las “visitas de calor” que se hacen al Cardenal
nuevo en su domicilio, etc. Todo esto es como el aparato externo con que la
Iglesia, óptima pedagoga, ha rodeado uno de los actos más importantes de su
vida, que es la renovación del Colegio Cardenalicio. Sabe la Iglesia que este
lenguaje de cosas entra en no poco en la formación de las ideas. Esta misma
publicidad, que por la Prensa se ha dado a aquellos actos grandiosos ha sido
como el resonador que ha llevado a todo el mundo la voz de Roma durante
aquellos días. Y el mundo ha podido darse cuenta de que la creación de
los Cardenales tiene capital importancia en la constitución de la Jerarquía
y en el régimen espiritual del mundo.
Pero esto es lo externo, amados diocesanos. Lo que produce esta explo­
sión fastuosa de las solemnidades del culto y del protocolo es la fuerza acé­
rrima que se esconde en el seno de la Iglesia Romana. Son estas tumbas de los
Apóstoles San Pedro y San Pablo, “los grandes luminares de Roma”, como
los llama San León, que con su sangre fundaron aquella Iglesia, cabeza y cen­
tro de las del mundo. Son estos lugares del martirio de los “príncipes de los
Apóstoles”, como los llama la Liturgia; este hoyo que, en San Pedro in Mon-
torio, señala el sitio donde fue plantada la cruz de San Pedro, y esta iglesia
de las “Tres Fuentes”, donde dice la tradición fue decapitado San Pablo. Son
estas basílicas, tan llenas de tradición, en las que se vive el recuerdo de las
primeras generaciones cristianas. Este cúmulo de historia, de tradiciones ve­
nerandas de reliquias, de lugares santificados por las vidas heroicas de los pri­
mitivos tiempos del cristianismo: este coliseo, testigo de la más grande epo­
peya de amor a Dios por sus criaturas» porque es el receptáculo inmenso de la
sangre de millares de mártires cristianos; estas Catacumbas, ciudades subte­
rráneas de héroes de la fe de la que puede decirse que son la tierra en que,
en frase del Evangelio, “fue echada la semilla del trigo para que se consu­
miese y diese la vida” a esta otra ciudad de arriba que a los tres siglos de per­
secución extendía sus magnificencias bajo el sol de la paz y que debía ser el

108
centro de la religión y de la civilización más espléndidas de la historia. Este
es el misterio de la fuerza y de la vitalidad de la Iglesia.
Nos, amados diocesanos, oramos reiteradas veces ante las tumbas de los
Apóstoles y en los lugares santificados por la sangre de los mártires y Nos pa­
recía que se borraban un momento los siglos y Nos encontrábamos en presen­
cia de aquellos hombres gigantes hechos tales por la elección de Jesucristo,
verdaderos atlantes que sostienen sobre sus hombros el edificio inmenso de la
Iglesia, y Nos sentíamos fuertes con su fuerza, activos por el impulso de su
actividad apostólica, inmortales por la participación de su inmortalidad y de
la de la Iglesia que fundaron. Y no Nos extrañaba, ante aquel contacto y aquel
recuerdo, la pujanza y el esplendor actual de la Iglesia, ni el peso de grandeza
de su historia, porque Nos hallábamos en presencia del gran milagro de la in­
tervención personal y directa de Dios, por su Hijo Jesucristo, en la transfor­
mación espiritual del mundo.
Una amable invitación, que jamás agradeceremos bastante, Nos consintió
celebrar de Pontifical en las Catacumbas de Priscila el día de San Silvestre, en
la basílica que este Papa edificó sobre las tumbas de tantos mártires. El lu­
gar lóbrego; las callejas angostas, alumbradas por humildes cabos de vela;
las tumbas, abiertas a lo largo y alto de las paredes, copiosas en número, re­
ducidas de dimensión, porque los mártires eran muchos y era estrecha la ciu­
dad subterránea; los cubículos, lugares de oración, en uno de los cuales se
ofició la “Tercia”, antes de la misa solemne; y luego la basílica, ya a la luz
del sol, sencilla y severa. Mientras atravesábamos las angostas calles revestidos
de pontifical, acompañados de largas filas de clérigos de rito latino y griego,
cantando irreprochablemente las melodías gregorianas y subíamos penosamen­
te a la basílica superior, se Nos antojó que éramos un Pontífice sobreviviente
de entre tantos como dieron allí mismo la vida por Jesucristo, que Dios había
reservado para testigo de aquella vida de dolores y de esta otra de triunfos.
Per angusta ad augusta, Nos decíamos: “Por las estrecheces a las alturas”;
per crucem ad lucenr, por el martirio de la cruz a los esplendores del triun­
fo. Que al fin, V. H. e H. N., Dios ha querido que las grandes cosas se ci­
mentaran sobre los grandes trabajos, y que la más grande de las cosas de la
historia, la Santa Iglesia, tuviera por eje el palo de la Cruz, soporte del más
profundo de los dolores.
Saquemos de aquí, amados diocesanos, una lección de vida cristiana y de
apología. Entremos en este misterio de la verdadera grandeza de la Iglesia:
no es más gloriosa hoy que en los tiempos heroicos, ni lo fue menos entonces
que ahora. “Toda la gloria de la vida del Rey es interior”, diremos con el
salmista. La Iglesia es gloriosa por lo que es; porque es la obra del Hijo de
Dios y el medio de salvación que Dios ha dado al mundo. En las persecucio­
nes y en los triunfos siempre es la misma; en su historia, el dolor y la gloria
forman el claro-oscuro que le dan belleza sin par entre todas las instituciones
humanas. Hijos de ella, gocemos en sus manifestaciones esplendorosas, como
estos días en las magnificencias de las ceremonias pontificias del Vaticano;
pero no nos amilanamos en presencia de la persecución, porque en ésta está
la razón de su gloria externa. Un cardenal es el “cardo”, “quicio” o “gozne”

109
de la Iglesia, que ayuda a sostenerla: es una dignidad abrumadora que lleva
consigo una responsabilidad tremenda; por esto sus vestidos opulentos llevan
la marca de la sangre y del martirio. La púrpura es esto: color de sangre,
símbolo del martirio. Cuando el Papa impone al nuevo Cardenal el capelo,
le dice: “Recibe este capacete encarnado, y sepas que debes defender a la
Iglesia hasta el derramamiento de tu sangre”: Usque ad sanguinis effus-
sionem.
Un amor inextinguible a la Iglesia y una conducta plenamente ajustada a
su doctrina y leyes es lo que hemos de deducir de aquí: ésta es la lección de
vida. La lección de apología aprendámosla en esta misma constitución e his­
toria de la Iglesia, de la que somos hijos. En su misma entraña lleva siempre
el sello de la persecución y del martirio; sus grandezas inenarrables no son
más que la floración natural, dentro del sobrenaturalismo católico, de una
vida macerada por el dolor y el martirio. “Si el grano de trigo no cayere en el
surco de la tierra y no muriese, no dará fruto ; pero lo dará copioso si se corrom­
piere en él”: No temáis por la Iglesia ni por vosotros, hijos de ella. La Iglesia
es inmortal. También lo seremos nosotros siguiendo su ruta.
El Papa Nos habla.—Suelen los Cardenales, antes del Consistorio secreto
en que van a ser creados, visitar al Sumo Pontífice. Es obligada visita de
cortesía, que imponen de consuno la justa correspondencia a la dignidad del
Papa, que se ha fijado benévolamente en el futuro purpurado para encumbrarle
a la más alta dignidad de la Iglesia y le ha llamado a Roma para las suce­
sivas ceremonias de la institución cardenalicia, y un deber de gratitud, porque
la púrpura, aun tratándose de los personajes de más relieve por su dignidad
o por sus méritos, es siempre concesión graciosa del Vicario de Jesucristo.
Elegit quos voluit, podemos decir con el Evangelio, Los veinte Cardenales
recientemente creados lo fueron Ubérrimamente por el Papa. Cualesquiera con­
sideraciones que le hayan movido: el prestigio de las sedes, los méritos o el
valer de los candidatos, lo que llamaríamos escalafón de ascensos, todo deja
íntegra la prerrogativa pontificia de la libertad de elección. Los sentimientos
de la gratitud más profunda jamás cancelarán los deberes del reconocimiento
que se le debe por la colación de tanta dignidad.
Por la misma razón, consumada ya la institución y con ella la gracia de la
elección pontificia, y porque se requiere la licencia papal para dejar la Ciu­
dad Eterna, a la que ha sido incardinado el nuevo Cardenal, se impone otra
visita antes de la salida de Roma. En una y otra la gran bondad del actual
Pontífice Nos retuvo lo bastante para llenar nuestra alma de luz y de con­
suelo.
Una conversación de un Obispo con el Papa es siempre algo grave y
conmovedor a un tiempo. Es cosa grave por la dignidad altísima del interlo­
cutor y porque no llegan a aquellas alturas más que cosas graves, de doctrina,
de régimen, de apostolado, de todo cuanto ataña a la dilatación del reino de
Cristo en su sentido más profundo y en su plano más alto. Es momento con­
movedor, porque el Obispo no ignora que se halla ante el que, en definitiva,
es luz y regla viva, oráculo e intérprete el más autorizado de todos los orácu-

110
los de la Iglesia. El Papa es el Hermano mayor del Obispo; es palabra de
Jesucristo.
Cuando el divino Maestro predecía a Pedro, el primero de los Papas, las
angustias y zozobras del Colegio Apostólico, del que los Obispos son suceso­
res, le decía: “Simón, mira que Satanás os ha demandado para zarandearos
como trigo; mas yo he rogado por ti, para que no falte tu fe; y tú, una vez
convertido, confirma a tus hermanos” (Le. 22, 31, 32). El Obispo, muchas
veces en busca de luz, se asoma al espíritu de quien tiene los poderes, del que
es la luz; necesitado no pocas de apoyo y consuelo, va al Papa, que es el
soporte espiritual del mundo y que tiene siempre palabras eficacísimas de
consuelo para sus hermanos que con El reparten el régimen de la cristiandad.
Nunca como en presencia del Papa se siente la verdad y el sosiego de las pa­
labras de Jesús: Confirma fratres tuos.
En nuestro Papa actual, el gran Pío XI, se añaden a estas consideraciones
de carácter constitucional y dogmático los prestigios incuestionables de su
augusta persona. Aun prescindiendo de sus prerrogativas pontificias, el Papa
actual es un hombre insigne en toda la acepción de esta palabra. Un Obispo
no debe adular jamás, pero debe decir la verdad. Y la verdad es que Pío XI
es un hombre de cultura vastísima, de grandes ideas, de palabra sobria y
precisa, de carácter firmísimo, de iniciativas fecundas, todo ello dentro del
plano sobrenatural que reclaman las funciones de su ministerio altísimo. Y,
sobre todo, suavizado y como coloreado por esta bondad inexhausta, que es
el más bello complemento del carácter y que, si es rara en los grandes hom­
bres, les da su eficacia máxima cuando la poseen. Ahí está la historia de su
Pontificado, que dejará huella profunda en la historia eclesiástica de estos
tiempos, y este momento, de inteligencia y de corazón a la vez, de sus copio­
sos escritos, llenos de luz y de unción: luz que se proyecta hasta las últimas
derivaciones de la doctrina cristiana y unción que, con la suavidad del aceite,
cala hasta lo más profundo de la vida humana, en todos los órdenes. Por
esto la palabra del Papa actual, que cae, pausada y grave, sobre el espíritu
del interlocutor, deja en él profunda, imborrable huella.
Y en las dos audiencias nos habló el Papa, entre otros temas, de dos que
le son carísimos y que en los actuales momentos constituyen su preocupación
más cara: de Acción Católica y de la unión de los católicos.
La Acción Católica.—Se ha dicho que el actual Pontífice pasará a la his­
toria con el nombre de “Papa de la Acción Católica”. Puede que sí: El la
ha definido, la ha organizado maravillosamente y le ha dado un impulso que
la ha centrado en su cauce y la ha hecho avanzar, en la mayoría de las nacio­
nes, con abundante cosecha de frutos de vida cristiana. Si debiéramos definir
en un trazo la política sobrenatural de Pío XI en el gobierno de la Iglesia,
dinamos que se ha propuesto un objetivo: la restauración de todas las cosas
de Cristo; y que ha adoptado y labrado para ello, con amor concienzudo,
un instrumento eficacísimo: la Acción Católica.
Nos dijo de ello en ambas audiencias lo bastante para que viéramos su
pensamiento y lo adoptáramos en nuestra actuación. Nos ponderó los opimos
frutos logrados dondequiera que se implantó. Quiso saber lo que por la Ac-

111
I
ción Católica habíamos hecho. Gracias a Dios pudimos darle datos consola­
dores, especialmente en lo que atañe a la rama de juventudes masculinas, así
como esperanzas muy bien fundadas en lo que atañe a las demás ramas.
Por ello, amados diocesanos, hemos vuelto de Roma con verdadero afán
de intensificar la labor de la Acción Católica en nuestra archidiócesis. Para
ello requerimos en tiempo oportuno la cooperación de todos, sacerdotes y
seglares, a quienes dirigimos desde ahora un llamamiento apremiante.
Voz del Papa es voz de Dios: la hemos oído, apremiante, en contacto
inmediato con El. Incurriríamos en gravísima responsabilidad si por Nos se
perdiera la eficacia del encargo pontificio.
Unión de los católicos.—Las cosas de España, especialmente las atañentes
a la religión y a las que pueden influir en el movimiento religioso, interesan
vivamente al Sumo Pontífice. Era natural que Nos preguntara por ella. En
su solicitud ansiosa pudimos adivinar el amor, verdaderamente de Padre que
proíesa a nuestra nación; no en vano, en documento gravísimo, llamó a Es­
paña su “nación muy querida”; dilectissima nobis...
Para cualquiera que enfoque las cosas de España desde fuera de ella, su
lasgo más saliente es el de la posición de sus fuerzas espirituales, particular­
mente en orden a la religión. Porque la religión, amados diocesanos, será
siempre el nervio vivo de los pueblos y en ella han de refluir y de ella han de
derivar todos los problemas de la vida colectiva. Aunque a un espíritu super­
ficial no lo parezca, será siempre verdad la palabra del filósofo que dijo que
la religión lo mueve todo. En todas las convulsiones de orden político se plan­
tean como consecuencia fatal los más graves problemas de orden religioso,
y los movimientos externos y de masa suelen repercutir en el sagrado fondo
de las conciencias. No son necesarios sutiles razonamientos de orden filosó­
fico cuando son tan elocuentes los hechos de la historia de todos los siglos y
países y cuando en España se está haciendo de ello una dolorosa experiencia.
En reciente campaña de determinado sector político pudo notarse el mes pa­
sado la rara coincidencia de todos sus personajes en un mismo objetivo, rei­
teradamente señalado; el laicismo de la nación y del Estado. Y el laicismo
es la eliminación oficial de la religión en la vida pública.
En este plano elevado, no en el de la actual contienda electoral, que to­
davía no se había entablado, el Papa Nos hizo algunas consideraciones sobre
la necesidad de la unión de los católicos. Jefe del mundo católico, el Papa
vela para que en ningún país del mundo sufran merma los valores del cato­
licismo, para que en todos ellos crezca y florezca la vida católica en todos
los órdenes. Es obvia la consecuencia: si el peligro que la religión pueda su­
frir viene del orden social y público, pública y socialmente debe evitarse
la amenaza de ruina o de simple hostilidad. La forma social y pública de de­
fensa exige la unión previa de cuantos estiman su religión y en el mismo
plano en que se presentó el peligro. Los males se curan con los bienes con­
trarios: Contraria contrariis curantur: un conato o una campaña de pú­
blica irreligión no se contiene más que por el esfuerzo contrario de los defen­
sores de la religión. Si el instrumento forjador de irreligión es el voto de los
laicos o una convergencia de partidos políticos de profesión laica o un Go-

112
bierno laico, no se puede contrarrestar la acometida, en régimen democrático,
sino con la suma de los votos y de los partidos de afirmación religiosa, yendo
a la conquista del poder político para la tutela de los intereses de orden re­
ligioso.
El Papa Nos habló, en tesis, de la necesidad, de los objetivos, de los ca­
racteres de la unión de los católicos. Cuanto a la necesidad, la unión debe
ser “antes que todo’*, “sobre todo”, “con todos”, “a toda costa”.
Los objetivos deben ser principalmente tres, comprensivos de la totalidad
de los aspectos o fases de la contienda político-religiosa: el respeto de los
derechos de la Iglesia, el saneamiento de la escuela, la santidad de la familia.
La unión de los católicos debe ofrecer tres caracteres: debe ser fuerte, ab­
negada, generosa.
¡Hermoso programa, amados diocesanos, para ser desarrollado en un libro
sobre la unión de los católicos! Se han escrito, ya de años, pero especial­
mente en los meses últimos, una interminable serie de artículos sobre este
tema vivo, y una verdad que a todo el mundo se ofrece como cosa clara,
que debe traducirse en un hecho social también claro, no logra más que una
realidad escasa, si no es que los esfuerzos para la unión sean el medio para
conjcer mejor las razones de una desunión irreductible.
Nos, amados hijos nuestros, haciéndonos eco de la voz y de los deseos
del Papa, os hacemos un llamamiento a la unión. Apelamos a vuestra con­
ciencia católica para que, a lo menos, si en el juego de los partidos políticos,
en los que suelen pesar razones de conveniencia, no prevalece la idea y el
deber religioso que los aglutine y los Heve unidos a la defensa de la con­
ciencia católica nacional, sea la conciencia individual, el amor de cada uno
a nuestra religión y a nuestra Iglesia, el que os haga converger en la defensa
del triple objetivo que nos señala el Papa: la defensa de los derechos de la
Iglesia, el saneamiento de la escuela y la santidad de la familia.
Ello debe durar cuanto dure la hostilidad del adversario y debe traducirse
en todas las formas legítimas que adopte en su ataque o en la defensa de prin­
cipios o hechos contrarios a nuestras creencias.
El momento actual.—Esto, que vale para siempre, es decir, para mientras
duren los trabajos de construcción y defensa de esta Ciudad de Dios que es la
Iglesia, tiene en estos días actualidad vivísima. Coincide nuestro regreso
de la Ciudad Eterna con unos momentos graves de la vida nacional. Nos ha­
llamos, quizá, no sólo ante una delicada situación política, sino en uno de
estos recodos imprevistos que ofrece a veces la historia de los pueblos: ni
sabemos lo que vendrá a la otra parte. Casi un lustro de régimen nuevo no
ha establecido la nave del Estado. Ni hemos logrado la paz de los espíritus,
don magnífico de Dios a los pueblos, necesaria para todo avance eficaz. La
convocatoria de unas elecciones generales ha agudizado la inquietud.
Aunque como ciudadano y Obispo pudiésemos intervenir, proyectando la
luz de los principios cristianos sobre el campo social y político en que tan
encontrados intereses se agitan, no lo juzgamos prudente dada la hipertensión
del momento. Sólo queremos justificar la exhortación que sigue, indicando
la íntima trabazón que hay entre las cosas de la Iglesia y las de la “Ciudad”,

113
8
‘civitas”, ligadas, por su misma naturaleza, por principios de orden moral,
que entran de lleno en el campo del magisterio de la Iglesia.
Religión y patria son solidarias, amados diocesanos; también lo son sus
amores. En el fondo del amor de patria, cuando es sincero y total, late siem­
pre el amor a la religión de la patria misma, porque la religión es el origen
más íntimo y eficaz del amor de patria. Como la religión es protestación de fe,
esperanza y caridad hacia Dios, así lo es de amor a la patria, dice Santo
Tomás. Nuestro Papa Pío XI eleva a la categoría de caridad, virtud esencial­
mente religiosa, el amor que tenemos a nuestra patria y a nuestro pueblo.
(Pío XI, Ubi arcano.)
Por esto, por amor de patria y de religión, de la que Dios nos ha hecho
ministro, y porque España, nuestra patria, y el catolicismo, nuestra religión,
están tan profundamente compenetrados en la historia y en la vida de nues­
tro pueblo, Nos atrevemos a pronunciar unas palabras de luz y de paz en
estas horas de agitación política.
En la actitud política que adoptéis, amados diocesanos, no olvidéis, ni
ahora ni nunca, que vuestro primer deber es salvaguardar los derechos de
Dios en la sociedad. La Iglesia nada tiene que oponer a la diversidad de par­
tidos políticos, que no son más que la proyección social organizada de los
diversos criterios sobre la forma de procurar el mayor bien a la patria. En
un régimen democrático, la aportación de ideologías diversas puede ayudar
a la comprensión y solución de los problemas vitales del país. Queda, pues,
libre el ciudadano de dar su nombre a cualquiera de los partidos políticos
cuyo programa no sea contrario a las doctrinas de la Iglesia sobre la so­
ciedad y la religión. Pero esta libertad tiene su límite, no es absoluta; su
tope, que la cohíbe moralmente, son los derechos de Dios y los intereses de
su religión, que por su naturaleza están fuera y más altos que toda política.
“Los bienes espirituales —dice León XIII en Sapientia christianae— tienen
preferencia sobre los temporales; los deberes para con Dios son más sa­
grados que nuestras obligaciones para con nuestros semejantes; los derechos
del hombre no pasan jamás delante de los derechos de Dios.” Ni el interés
puramente político, añadimos, podrá jamás ser preferido al interés religioso.
Esta posición moral del hombre político con respecto a los derechos de
Dios lleva consigo la exigencia de la unión de todos, cualquiera que sea el
color político que los distinga, en orden a la defensa de Dios, que peligra en
la sociedad. “Todos los partidos —sigue el mismo León XIII— deben en­
tenderse para rodear a la religión del mismo respeto y garantizarla contra
todo ataque. Además, en la política, inseparable de las leyes morales y de
los deberes religiosos, debe procurarse, ante todo y sobre todo, servir con
ía mayor eficacia posible a los intereses del catolicismo. Desde el momento
en que se les vea amenazados, debe cesar toda discordia entre los católicos,
a fin de que, unidos en los mismos pensamientos y propósitos, vayan al so­
corro de la religión, bien supremo al que debe referirse todo lo demás.”
Fijaos bien: “Todo lo demás”. Dios ha puesto en nuestro corazón una
gradación de amor: el amor más alto y más profundo a un tiempo es el
que debemos a Dios y su religión santísima: “Amarás a tu Dios sobre todas

114
las cosas, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas...” Por
lo mismo, ninguno de los humanos amores, a nosotros mismos, a la familia,
a la patria, sea la que fuere y concíbase como se quiera, podrá jamás impor­
tar el sacrificio del más universal, profundo y necesario de los amores, que
es el que nos impone el primer mandamiento. De esta ley de la vida cristiana
no puede exceptuarse, en ningún caso ni por ningún motivo, la actividad po­
lítica del hombre. Lo contrario sería una prevaricación y como una apostasía
práctica.
En estos períodos de agitación política es cuando sufre mayor daño la
mutua caridad. No se ciñe la discordancia al puro orden de las ideas, sino
que se apela a todo procedimiento para inferir daño al adversario. El perió­
dico, la tribuna, la calle, hasta el santuario de la familia, son el teatro de la­
mentables discordias. Se exagera, se falsea, se calumnia; la estridencia re­
emplaza a la armonía social. Nos, amados diocesanos, os recordamos en es­
tos momentos la doctrina y el deber de la caridad: “Tened los mismos pen­
samientos, el mismo amor, iguales sentimientos” (Philip., 2,2), en cuanto
atañe al bien de la religión y a los bienes fundamentales de la patria. Nos
obliga la virtud de la caridad y el bien inapreciable de la paz ciudadana. Evi­
tad toda violencia. Respetad la libertad de quienes no piensen igual que vos­
otros. Pensad, con el Apóstol, que cada cual tiene su conciencia que le juzgue
y que no debemos juzgar al prójimo según la nuestra.
Sobrenaturalizad siempre vuestro criterio, hasta el político, levantando to­
das las cosas al plano de Dios. “Hacedlo todo en el nombre de nuestro se­
ñor Jesucristo”, os diré con el Apóstol. Nos tenemos la seguridad, amados
hijos nuestros, de que en nuestra patria, dada la densidad del pensamiento
cristiano, no deberíamos temer por Jesucristo, en las horas graves de la vida
social, si en El y por El obraran todos cuantos creen en El.
Orad, amadísimos diocesanos, en estos momentos que pueden ser decisi­
vos para los intereses de Dios y de la patria. Rogad a Dios que toque el co­
razón de cuantos hayan de influir en el régimen de nuestro pueblo, y pedidle
que nos libre del azote de una situación política sectaria. Dios es providentí­
simo: ha demostrado serlo especialmente —hasta extraordinariamente— de
nuestra querida patria. “A su misericordia debemos el habernos salvado de
la ruina” (Thren. 3, 22). Esto debe darnos inextinguible confianza en su bon­
dad y poder. No olvidéis que también Dios tiene su política sobre las nacio­
nes ; pidámosle que dirija la política humana según la suya. Sólo El salva
o hunde a los pueblos, castigando sus prevaricaciones o dándoles el premio
que merece por sus virtudes.
Nos creemos, amados hijos —tenemos pruebas para ello—, en la santa
violencia que hace a Dios la penitencia de las almas puras. ¡Religiosos y reli­
giosas! ¡Sacerdotes! Un pequeño sacrificio, la unión de nuestras tribulacio­
nes al sacrificio de la misa de estos días podrán más ante Dios que todos los
esfuerzos de cuantos no estén con El o trabajen contra El.
Tales son los conceptos de esta exhortación final: primacía de los derechos
de Dios en la sociedad; unión para su defensa; sacrificio de todo en amor

115
en aras del que es el Amor de los amores; caridad cristiana; criterio sobre­
natural; oración y penitencia.
Pudiéramos, sin faltar a las conveniencias de nuestro deber pastoral, ser
más detallados y precisos, acomodando nuestras instrucciones a las circuns­
tancias del momento. No lo necesitáis. No os faltarán personas sabias y pru­
dentes que os aleccionen y dirijan en vuestras dudas. Preferimos indicaros
los principios de la política y de la vida cristiana, que no envejece jamás.
Pasará la conmoción del momento. Después de la batalla, la victoria. ¿Qué
victoria? ¿De quién? Dios dirá. El, que en frase enérgica de la Escritura,
“se burla”, “se mofa” de sus enemigos: Irridebit... subsannabit eos, hu­
millará a los adversarios de su religión y de sus cosas, si quiere. Entonces,
sus amigos, los que hayamos trabajado por su honor y por su triunfo en la
sociedad, tendremos el triple deber de darle gracias, de ser buenos y de se­
guir trabajando en la edificación de la Ciudad de Dios, que es su Iglesia. Si
no quiere, si está en lo inescrutable de sus juicios que siga la ruda prueba o se
agudice aún, démosle gracias también, adorando sus designios, porque tene­
mos la seguridad, es palabra del Apóstol, de que con la prueba nos dará fuer­
zas para que podamos soportarla; seamos mejores asimismo, enmendando
pasados yerros y aprendiendo lecciones que no debíamos haber olvidado; y
sigamos con renovado denuedo en la edificación de su casa en el mundo.
\Sursum\t amados diocesanos: “Arriba los corazones”. Pongamos nuestros
pensamientos en el cielo: Allá tenemos nuestros destinos; allá no llega
la conmoción de las cosas humanas. Pero pensemos que al cielo se va por
el buen uso de las cosas de la tierra, según conciencia. Nuestro Dios y nues­
tra conciencia, fundada en Dios, debe ser el principio y el fin de nuestros
actos. Que ninguno de ellos, en ningún orden, salga fuera de la línea que
nos lleva a Dios.
Pensemos también en la patria, en nuestra España, cuyo amor debe venir
después del de Dios y de sus cosas en la escala de nuestros amores. Por Dios
y por España. Dios y la patria, ya os lo hemos dicho, están profundamente
uníaos. Lo han estado en nuestra España desde que de ella tomó posesión
Jesucristo, que es nuestro Dios. No cejemos en nuestro empeño de restaurar
en nuestra patria todas las cosas de Jesucristo.
Se ha realizado un esfuerzo colosal para separarnos de El. Todavía están
ahí, en nuestros Códigos, las leyes derogatorias de los derechos de Jesucristo
en nuestra España. “Las cosas claman a su señor”, se dice en moral para sig­
nificar el vínculo jurídico que las une a su dueño. Señor y dueño nuestro, con
señorío de corazón y de siglos, es Nuestro Señor Jesucristo. Que España le
sea devuelta y pueda abrazarse libremente, públicamente, a su Cruz. Que ella
extienda otra vez sus brazos sobre nuestras escuelas, nuestras familias y
nuestros muertos.
Con pena de nuestro corazón, como el Apóstol, vemos que esta Cruz
tiene entre nosotros muchos enemigos. Inimicos crucis Christi. Más que
enemistad de alma y odio de corazón es, en la inmensa mayoría de los casos,
exigencia de un programa, desvío por conveniencia política, inconsciencia de
almas gregarias. La generación actual de españoles está aún cortada de

116

s !
cantera cristiana, y no puede renegar de su origen sino poniendo en sus labios
fórmulas de una ideología exótica que no comprende. Contra los esfuerzos de
nuestros adversarios, trabajemos por reavivar en el espíritu español nuestra
vieja fe.
Para ello volvamos los ojos a Roma: es el centro de nuestra fe. Allá
brilla el faro orientador de las almas. De allá venimos, amados diocesanos,
henchida el alma, más que nunca, de esperanzas en nuestros destinos. La
santidad de Pío XI bendecía, a nuestro ruego, a Nos y a los nuestros, según
nuestras intenciones. Los nuestros, más que nadie, sois vosotros; nuestra in­
tención es de haceros cada día más profundamente cristianos. Que la gracia
de Nuestro Señor Jesucristo sea con vuestras almas para que viváis siempre
de El y con El.
Y que sea prenda y augurio de esta gracia nuestra bendición, que os
damos desde este palacio arzobispal en el nombre del Padre, y del Hijo y del
Espíritu Santo.
Toledo, 24 de enero de 1936.
ISIDRO, Cardenal Gomá y Tomás, Arzobispo de Toledo.

DOCUMENTOS 31 y 32

LA CONCIENCIA DEL COMUNISMO EN LAS DERECHAS (40) (41)

El peligro comunista no era solamente el “coco”, como quería Primo


de Rivera. Eso sí, era un extraordinario material de propaganda que la
derecha no desaprovechó. He aquí dos testimonios de ABC, que a la luz
de la historia no son simple propaganda, sino auténtica toma de conciencia.

DOCUMENTO 31 (40)

El comunismo a la vista.
Las noticias que se van conociendo acerca de los trámites para lograr el
maridaje de socialistas, sindicalistas, anarquistas, comunistas. Azaña, Martí­
nez Barrios y Sánchez Román indican que la tónica de esa mezcolanza elec­
toral, con vistas a la gobernación de España, la da el comunismo.
Faltos de fuerzas propias, los jefes de la izquierda republicana han de en­
tregarse a las masas, cuya representación ostenta en el Comité Largo Caba­
llero. Azaña, Martínez Barrios y Sánchez Román no pueden afrontar lo que
les ordenen sus superiores en organizaciones políticas. De modo que, pese
a su indiscutible superioridad intelectual, su situación se limita a escuchar y
obedecer, si no quieren adoptar otra más gallarda y digna: negarse a ser
cómplices.
Largo Caballero ha derivado francamente hacia el sovietismo, y la divi­
sión del partido socialista (Besteiro y Prieto de un lado, y de otro los franca­
mente revolucionarios) le favorece, porque es ley general que las muchedum-

117
bres engañadas sigan al que les ofrece, en menos plazo, mayor cantidad de
fáciles alucinaciones.
La posición de Largo Caballero, lanzado de nuevo a la violencia, es refor­
zada y alentada por los otros partidos obreristas, que nunca han ocultado su
programa demoledor. Comunistas, anarquistas y sindicalistas sirven de can­
tárida para que no cese el furor antilegal de Largo Caballero y también para
sostener en sus grupos la esperanza de ocupar el Poder.
Aparte de ello, Largo Caballero y sus colaboradores sirven las consignas
de Moscú para producir en Francia y en España convulsiones graves. El dia­
rio Ya recordaba anoche esas consignas de la III Internacional. Es Moscú
—dice— de hecho el inspirador e inductor de la alianza que ahora se con­
cierta, con el propósito acordado, caso de que con ella se obtenga el triunfo
electoral, de que sean los republicanos quienes tiendan el puente levadizo que
permita la entrada en la cindadela.
Existe un documento que debieran conocerlo los aliados republicanos, para
que supieran cuán escrupulosamente se ha fabricado el cepo en el que van a
caer: este documento es de la composición del Comité ejecutivo de la III In­
ternacional (Komintern).
Este organismo ha sido elegido el 20 del pasado agosto al final del Con­
greso Internacional celebrado en Moscú. En él figuran Stalin, Dimitroff, cua­
tro representantes de Francia y tres de España.
Las instrucciones dadas a los delegados de estos dos países constan de
ocho capítulos.
El más esencial se refiere a la constitución de los frentes comunes elec­
torales.
Alvarez del Vayo, que se hallaba por los días del Congreso Internacional
en Rusia, ha dicho en un reciente mitin celebrado en Málaga lo que debe
ser la alianza con los republicanos:

“Una etapa intermedia de labor común, en la que los republicanos di­


suelvan los focos fascistas y depuren los Institutos armados, para que luego
los socialistas instauren la dictadura del proletariado.”
Corrobora esa información las palabras del dirigente comunista José Díaz,
publicadas anoche en el Heraldo. Léanse sus frases:

“El partido comunista, inmediatamente después de octubre, ha propuesto


la unión de todos los antifascistas. No obstante diferencias ideológicas y de
objetivos, hay establecido en toda España un verdadero Frente Popular, que
ahora, con motivo de las elecciones, cristaliza claramente.
Estamos en el camino de la unión. Se realizan serios progresos. La C. G.-
T. U. ha ingresado en la U. G. T., dando un importantísimo paso para la
unidad sindical en España. Estimamos necesario una relación fraternal con
los camaradas de la C. N. T. La unidad de acción entre nuestro partido
comunista y el partido socialista va también en progreso creciente. El partido
comunista está orgulloso de ser el artífice de esta unidad. Cientos de Comités
de Enlace, de Alianzas Obreras y Campesinas hay en toda España hoy.”

118
Como se ve, el nombre que va a llevar el contubernio es el mismo que
tiene en Francia: Frente Popular. Actualmente la política de los países se
juega, en la parte de izquierdas, obedeciendo la dirección de Rusia.
Todavía están a tiempo los señores Azaña, Sánchez Román y Martínez
Barrios; mediten si no sirven más que para formar con sus espaldas el puente
—la etapa intermedia— que necesitan los revolucionarios para que les sea
cómodo el asalto y la destrucción del Estado.

DOCUMENTO 32 (41)

Alta traición.—Delito de alta tradición es el que se comete contra la Patria


El que contribuye a que se la derrote, a que se la arruine, a que caiga en ma­
nos extranjeras, comete ese delito de alta traición, que es uno de los más
execrables. No hace falta que el país se encuentre en casus belli: la gue­
rra también tiene sus fases de aparente paz, en que el enemigo emplea medios
subrepticios de captación o de ingerencia en la política para torcerla con­
forme a sus designios o para crear un caos revolucionario que debilite al
Estado, a quien se dará el golpe de gracia cuado no pueda defenderse. De­
lito de alta traición es aliarse con poderes extranjeros pretextando defender
ideas contrarias a las de otros grupos nacionales. Delito de alta traición es
aceptar dinero y jefes de allende las fronteras y ser esclavo, cipayo, espía,
cómplice y mano ejecutora de gente exótica y de planes desmembradores.
Moscú está dirigiendo a los extremistas españoles (españoles de nacimien­
to, no de sentimiento). Los “camaradas” del Komintem envían las consignas,
los fondos y las instrucciones tácticas. Aquí los serviles al sovietismo ruso
las ponen en práctica sin discutirlas, aunque significan el finís Hispaniae,
la caída sin remedio en la barbarie y la secesión.
Los periódicos que vigilan la actividad de la dictadura rusa publican los
planes y los mandatos de este Komintem para los agentes de España. He aquí
lo que el diario alemán Die Warheit insertó el 29 de diciembre pasado:
“Ordenes enviadas por los jefes de la III Internacional Comunista a sus
delegados en España, el 16 de noviembre:

1. ° Llegar a la unión sindical con las organizaciones socialistas, ya que


la práctica ha demostrado que éstas, una vez obtenido el triunfo, son fácil­
mente desbordables.
2. ° Vencer todos los escrúpulos de los afiliados para lograr una inteli­
gencia electoral con los republicanos de izquierda.
3. ° Imponer condiciones postelectorales para facilitar un rápido triunfo
de la causa comunista mediante el dominio total del Poder, al que se debe
llegar por todos los medios.
4.° Cesar, durante el período electoral, en los ataques y campañas vio­
lentas contra la pequeña burguesía, para evitar recelos de los republicanos, y
extremar las violencias contra la Iglesia católica, los partidos y los hombres

119
I

de derechas, valiéndose, siempre que sea posible, de los periódicos republi­


canos de la propia burguesía que acceden fácilmente a este género de cam­
pañas en todos los países en que se les propone.
5. ° Vigilar las combinaciones electorales para evitar filtraciones que pu­
dieran ser peligrosas para la causa, manteniendo en los Comités la necesidad
de que los afiliados comunistas aparezcan con su significación.
6. ° Mantener en constante agitación las zonas fabriles y las organizacio­
nes campesinas.”

Compruébese lo que está sucediendo en España con las instrucciones de


la III Internacional: todos sus puntos se están cumpliendo y forman la base
de la campaña electoral revolucionaria. El comunismo, derrotado sucesiva­
mente en Austria, en Bulgaria, en Italia, en Alemania, en Hungría, en Portugal
y ahora en el Brasil, pretende triunfar en España. Los esfuerzos del marxis­
mo y sus cómplices tienden a eso.
Quien proteja ese movimiento antiespañol, quien se ponga a las órdenes
del comunismo ruso, comete uno de los delitos más execrables: el de alta
traición.

DOCUMENTOS 33 y 34

EL TEMA IZQUIERDISTA EN LA PROPAGANDA DE “EL DEBA­


TE” (42) (43)

El Debate hace un interesante análisis de la crisis socialista, en el que


bastantes puntos son discutibles; pero está muy bien visto el “atractivo
extremista” que ejerce Largo Caballero sobre sus masas. El editorial ci­
tado como nuestro documento 34 es otro interesante análisis, esta vez so­
bre los “especuladores de la guerra civil”. Revela El Debate que, en efecto,
las izquierdas hablaban en 1936 mucho más de la guerra civil que las
derechas. Muy aleccionador como síntoma.

DOCUMENTO 33 (42)

Disidentes, pero unidos.—-Largo Caballero, jefe único; táctica, la más


extrema; polémicas entre Claridad y El Socialista y al propio tiempo unión
electoral.
* *

Los socialistas andan a la greña con motivo de las disensiones internas


del partido. Estas han llegado al límite más alto con la dimisión que de su
cargo en la Comisión ejecutiva ha tenido que presentar Largo Caballero. La
Comisión ejecutiva es el organismo rector del partido socialista, y Largo Ca-

120
ballero ha tenido que dejar la presidencia por representar una posición abier­
tamente opuesta, por su extremismo, a la mantenida por los restantes miem­
bros de la ejecutiva.
Los partidos de Largo Caballero —la mayoría inmensa del socialismo,
según parece— consideran esa dimisión obligada como un “golpe de Estado
dentro del partido” y han declarado la guerra a los reformistas y centristas, a
los que tienen por enemigos del socialismo. Esta actitud de enemiga y los
dicterios con que la matizan se dirigen, asimismo, contra El Socialista.
En resumen, para la inmensa mayoría del partido socialista no hay más que
un caudillo: Largo Caballero; sólo hay una táctica: la de mayor extremismo;
sólo hay un periódico que los interpreta fielmente: Claridad.
Veamos confirmados estos tres puntos con las mismas palabras de los
marxistas.

Largo Caballero, único jefe

Los socialistas presos en la cárcel de Madrid han dirigido una carta de


adhesión a Largo Caballero con motivo de la mentada dimisión. He aquí unos
párrafos:
“A usted se le ha eliminado porque simboliza, no sólo para los socialistas,
sino para la inmensa mayoría del proletariado, la posición revolucionaria y
marxista, el espíritu del movimiento de octubre, los ideales de unidad prole­
taria y de lucha antifascista, que, cada día más, gana el ánimo de nuestra
clase.”
A su vez, los presos en Burgos escriben en otra carta semejante:
‘‘Una cosa es evidente: Caballero se ve obligado a dimitir la presidencia
por un voto del Comité Nacional, voto que es una infracción manifiesta a
los Estatutos del partido, voto que obliga a dimitir a Caballero, cuya posi­
ción política es defendida por la inmensa mayoría de los afiliados al partido
y aclamada en todas partes por la generosidad de la clase obrera.”
Y más adelante añaden:
“...Caballero, el hombre que mejor encarna el sentir del partido...”
Las adhesiones a Largo Caballero llenan las ocho páginas del último
número de Claridad. De manera que bien puede suscribirse la siguiente afir­
mación de este semanario:
“La masa del partido se pronuncia por inmensa mayoría al lado de lo
que simboliza Largo Caballero.”

Táctica: la más extremista

Veamos cómo las masas del socialismo se manifiestan adheridas a la po­


sición extremista de Largo Caballero enfrente de los grupos del socialismo
más moderado tácticamente. Sólo unas cuantas citas de las más expresivas.

121
Dicen los presos de Astorga:
“Reclamamos una política... de depuración del partido. Nos declaramos
contra el reformismo y el centrismo.”
Los presos de Pamplona piden:
“¡Dimisión de los directivos del golpe de Estado!
¡Viva el socialismo revolucionario!
¡Viva el partido socialista depurado!”
Los presos de Alicante dicen:
“... Esperando con ansia el momento de reintegrarnos a los puestos de
honor en las filas del ejército de los trabajadores, libres de toda contamina­
ción oportunista-reformista.”
Los jóvenes socialistas murcianos son aún más expresivos:
“... Nos situamos abiertamente en aquella línea marxista-leninista que
han proclamado los Organismos superiores de las Juventudes Socialistas de
España, con la conformidad absoluta de nuestro gran camarada Largo Ca­
ballero.”
Y todavía añaden:
“Estamos contra toda forma de confusionismo democrático y contra el
contubernio centro-reformista que personifican los Besteiro, los Saborit y los
Prieto.”
El Socialista recibe todas estas manifestaciones a favor de Largo. Pero
deja en “maravilloso mutismo”, según testimonio de Claridad.
“... Los centenares de cartas y despachos que él y los rectores de la Ejecu­
tiva reciben de toda España, de tan fervorosa adhesión a Largo Caballero como
enérgica repulsa a los que contra él y su posición se ha perpetrado.”
El Socialista salió únicamente de su mutismo para decir que los socialistas
valencianos se habían adherido a la Ejecutiva del partido frente a Largo Ca­
ballero. Pero ahora resulta que los valencianos dicen nada menos que ésto:
“...Nos adherimos a la actitud del compañero Francisco Largo Caballero,
por lo que expresa en el movimiento obrero y su significación de combate a to­
das las desviaciones reformistas y pequeñoburguesas, instándole a continuar
por el mismo camino frente a los traidores de las enseñanzas de octubre.”

“Claridad” contra “El Socialista”

En el socialismo se ven, pues, dos grupos perfectamente enfrentados. El


que sigue a Largo Caballero, apoyado por Claridad, reclama para sí el dictado
de marxista “puro”. Los demás son los centristas, reformistas u oportunistas,
cuyo portavoz es El Socialista.

122
Las dos tendencias combaten con encarnizamiento más o menos solapado.
He aquí cómo se queja Claridad’.
“Por si el acuerdo público del Comité Nacional, equiparándonos con Demo­
cracia e invitándonos a la suspensión y la desconsiderada aplicación de la par­
te secreta del acuerdo por parte de la Gráfica Socialista, fueran pequeños in­
dicios de cómo se ansia dejar sin voz pública al socialismo marxista —es decir,
la casi totalidad del partido—, vamos recogiendo otros síntomas probatorios de
que existe una conjura —de hecho, al menos— para inutilizarnos.”
En otra parte afirma:
“... Los centristas consecuentes e inconscientes —que de todo hay— creen
haber dado con la piedra filosofal para aplastarnos, agitando una mendaz
consigna. Consiste ésta en amalgamar entre las masas, con histriónico patetis­
mo, el espectro de los presos, la amnistía, la sacrosanta unidad y la necesidad
de no distraer ahora esfuerzos por las exigencias inexcusables de la tarea elec­
toral.”
Para Claridad se ha llegado a una “situación insostenible”. Y dice:
“Lo que no tiene nombre, lo asombroso, es esta actitud de silencio adoptada
por los restos de las autoridades supremas del partido. Y por su órgano en
la Prensa.”
Se queja Claridad de la sistemática ocultación de las adhesiones a Largo
Caballero que viene realizando El Socialista, y pregunta:
“¿Quién reconocería en ese rasgo lamentable al magnífico órgano revolu­
cionario de 1933 y 1934?”

DOCUMENTO 34 (43)

Tan resueltos como los malhechores.


El anuncio de la guerra civil viene siendo un motivo de especulación po­
lítica. Donde hay especulación hay negocio. El anuncio de la contienda intes­
tina podría ser un buen negocio para unos; la contienda misma sería un ne­
gocio para otros; quien nada habría de ganar con ella sería el país, es decir,
la mayoría de los españoles, es decir, España.
Con la guerra civil especulan los que, invocándola, quieren formar un par­
tido que no han podido constituir y que no podrían constituir de otra manera.
Es infinitamente probable que tampoco así habrán de lograrlo; mas la segu­
ridad del fracaso no les retrae de la especulación.
Con la guerra civil especulan singularmente los directores revolucionarios
de las masas obreras: “Si ganan las derechas, decía el domingo el señor Lar­
go Caballero en Alicante, al día siguiente tendremos que ir a la guerra civil
declarada.” Y un periódico del conglomerado revolucionario gritaba ayer
aparatosamente desde la primera página: “Si las derechas triunfaran en las
elecciones, al día siguiente desencadenarían la guerra civil en España.” Y no

123
son una casualidad, ni una excepción, ni un caso aislado tales amenazas y ma­
los augurios. Son la cantilena de todos los días. Tienen, naturalmente, una
explicación.
Los jefes revolucionarios de las masas obreras han prometido a éstas toda
suerte de prosperidades y bienandanzas. Fijaron la fecha de la realización
de las promesas. La fecha llegó con el triunfo de la revolución y con la subida
de los directores revolucionarios al Poder. Y las promesas no pudieron ser
cumplidas, en parte porque hay problemas que nunca podrán resolverse del
todo, en parte porque se había hecho creer a mucha gente que el éxito de la
revolución consistía en el bienestar personal y particularísimo de cada uno de
los revolucionarios, en parte por incapacidad de los jefes. Pero como la for­
tuna política de estos jefes se asienta y se funda en la tensión constante de
las masas que acaudillan, como esta fortuna política se juega principalmente
en las jornadas electorales, tienen, por la fuerza misma de las cosas y por
propio interés, que seguir prometiendo, que seguir amenazando y que seguir
echando a otros la culpa de sus fracasos. Es para ellos una cuestión de vida
o muerte.
Las frases que hemos transcrito tienen el mismo tono, el mismo corte y
el mismo sentido que las que se escribían y pronunciaban en los meses que
precedieron a octubre de 1934. Ni son capaces de inventar nada nuevo ni les
son menester nuevas invenciones para enardecer y precipitar en la ruina a
gentes crédulas y simples, que se dejan fácilmente convencer y dirigir. Ahora
como entonces fracasaría rotundamente todo intento revolucionario; ahora más
que entonces, porque nunca estuvieron tan bien apercibidos con un octubre
de 1934 y porque ahora habría mucha gente más a la que no cogerían de
sorpresa. Pero los jefes de la revolución no desmayan, porque ellos nada pier­
den. No hacen ahora más que repetir las palabras que pronunciaban hace año
y medio; como consecuencia de aquellas propagandas y de aquellas excitacio­
nes al asesinato y el pillaje, perecieron muchas personas inocentes y honra­
das, muchos agentes de la autoridad y muchos obreros engañados. Pero se
salvaron los directores, unos porque pusieron tierra de por medio y otros por
benevolencia de los que los juzgaron. Seguros de la impunidad, conscientes de
que nada aventuran en la revuelta, obligados por la impaciencia de las masas
que han venido engañando durante varios años y cogidos en el engranaje de
su incapacidad política, ¿qué otro recurso les queda o qué otra cosa pueden
hacer más que repetir lo dicho en otras ocasiones, con perjuicio para los de­
más, pero con suerte para ellos?
No se detienen porque la realidad los contradiga. Pretendieron justificar la
revolución de octubre con la afirmación de que la C. E. D. A. en el Poder se
dedicaría a una persecución exterminadora de los obreros. Hoy sabe todo el
mundo que la C. E. D. A. no participaba en el Poder para eso, sino para rea­
lizar un vasto programa social, que dejó, en efecto, iniciado y que realizó
hasta donde la dejaron y pudo. Ese “desencadenamiento de la guerra civil”
que los revolucionarios atribuyen ahora a la C. E. D. A. para el día siguiente
del triunfo tiene el mismo fundamento de verdad, o sea es igualmente mentira.
La realización del programa social de la C. E. D. A. beneficiaría a los traba-

124
jadores, pero menoscabaría la fortuna política de los jefes revolucionarios. Tal
es el secreto de que éstos calumnien, amenacen y mientan.
Para explicar la solidez de la jerárquica democracia inglesa se dice que en
aquel país “las personas honradas son tan resueltas como los malhechores’’.
El juego de los que viven a costa de las amenazas revolucionarias y de la
guerra civil terminará ciertamente el día en que las personas honradas de este
país nuestro se decidan a poner en defensa de la verdad y de la justicia el
mismo ahínco y la misma intrepidez que los profesionales de la revolución
dedican al desorden. Y creemos fundadamente que ese día ya ha llegado,
porque no han pasado en balde cinco años de constante y agotadora inesta­
bilidad. Los especuladores de la guerra civil continuarán repitiendo los mis­
mos trucos, pero engañarán cada día a menos gente. El día 16 de febrero lo
verán.

DOCUMENTO 35

EL MANIFIESTO DE RENOVACION ESPAÑOLA (44)

Nuevo manifiesto para las nubes que revela la fragilidad del Bloque
Nacional, cuya disolución está ya decretada para el día siguiente a la
“Victoria”. Los objetivos señalados son inconcretos y formalistas. ¿Qué
quería renovar Renovación Española? ¿Había meditado en la trascen­
dencia de propugnar, como solución única, “ un Estado autoritario y cor­
porativo”?

En la víspera de la contienda electoral, Renovación Española dirige un


manifiesto a la opinión pública, exhortando a todos los españoles a cumplir
con su deber de católicos, de patriotas y de ciudadanos.
Las fuerzas contrarrevolucionarias continúan su campaña electoral en me­
dio del mayor entusiasmo. En los mítines que se celebran en toda España,
las multitudes acogen a los candidatos derechistas con encendidas manifesta­
ciones del fervor patriótico que les anima. Retirada de candidatos para que
las candidaturas de derechas obtengan las máximas asistencias. Medidas de
la Dirección General de Seguridad en Madrid y de los Gobernadores Civi­
les en toda España. Otras informaciones del curso de la contienda planteada.
Un manifiesto de Renovación Española a la opinión pública. Se nos ruega
la publicación del siguiente manifiesto:
Españoles: En la víspera de la gran contienda electoral señalada para el
día 16, Renovación Española dirige a toda España, y de modo singular a
los ciudadanos que comparten o simpatizan con sus ideales, estas breves pa-
labras de aliento y optimismo.
Renovación Española aporta a 1la inminente jornada todos sus arrestos y
entusiasmos. No se los inspira el sistema parlamentario, y menos aún, natu-

125
raímente, el régimen constituido, del que lealmente disiente, por estimarlo in­
compatible con el bien de España. No lucha, por tanto, para servir un es­
tímulo meramente partidista. Lucha, única y exclusivamente, para servir a
España, manteniendo erguidos los principios señeros de la gran tradición pa­
tria bajo los dos colores de nuestra inmortal enseña. Por eso ha aceptado Re­
novación los más grandes sacrificios. La candidatura antirrevolucionaria es
en muchas provincias deficiente o insuficiente, al no conceder representación
alguna al sector monárquico, cuya pujanza se acrecienta de día en día, mer­
ced en gran parte a las torpezas republicanas. A pesar de ello, y acallando
quejas fundadas en extremo, Renovación ha sellado su unión con las demás
fuerzas afines. Es que se trata de librar una ingente batalla. Y como los que
después de ella han de asumir misión dirigente, y ojalá que decisiva, reca­
ban para sí, con la plena responsabilidad, los mayores medios, Renovación
ha tenido que truncar en muchos casos nobilísimas aspiraciones apoyadas
sobre legítimos intereses preexistentes. Esa generosidad no pide gratitud, pero
sí pública divulgación.
Renovación Española no se preocupa ya tanto de la jornada electoral,
como de las jornadas postelectorales. Da por evidente el triunfo de las huestes
antirrevolucionarias en casi todas las provincias españolas. Estima que aún
habría sido más vigoroso ese triunfo si no hubiese mediado en la pugna,
con sentido antidemocrático sin precedentes y procedimientos políticos de des­
cocado desenfreno, un supuesto centrismo creado únicamente para desarticu­
lar las fuerzas de la contrarrevolución. Aun así, ésta batirá a la revolución
abiertamente el día 16 en más de 45 provincias. Pero la gravedad de la situa­
ción no concluye, sino que se acentúa en ese instante.
Libres de todo compromiso desde el día 16, por haberlo querido así or­
ganizaciones de mayor preponderancia, adversas a toda suerte de conexiones
postelectorales, queremos decir reciamente al país nuestro firmísimo propó­
sito de hacer fecunda la victoria del día 16, ayudando con todo fervor a los
que desde el Poder tomen a su cargo la tarea de administrarla, mientras la
realicen con ímpetu. Lo que España no toleraría, y nosotros no consentire­
mos en cuanto de nosotros dependa, es que se repita la historia. Pudo so­
brevenir después de un luminoso 19 de noviembre un trágico 6 de octubre.
Este 16 de febrero —reproducción en grande, a no dudarlo, del 19 de no­
viembre—requiere y tendrá mejor herencia. Porque debe poner punto final
a las amarguras e incertidumbres dominantes en el ámbito nacional, barrien­
do para siempre el fantasma de la revolución. De otro modo no merecerían
la pena, ni la convulsión suscitada en el país, ni las aportaciones reunidas,
ni tanta ni tan febril tensión, ni el heroísmo que por doquier se ofrenda en
holocausto de España.
Renovación Española exigirá en el nuevo Parlamento que los resulta­
dos de la lucha electoral se reflejen inmediatamente en la gobernación del
país. No es posible, en efecto, consentir una vez más su escamoteo o me­
nosprecio por medio de componendas encaminadas al secuestro de la autén­
tica voluntad nacional. Así pues, Renovación Española obstruccionaría la
vida del Parlamento si se intentase reanudar ese vicioso estilo, que prosperó

126
durante el último bienio, porque quienes podían no se decidieron a cortarlo
de raíz.
Renovación Española procurará que se adopten sin pérdida de tiempo
fórmulas jurídicas eficientes para situar extramuros de la legalidad al so­
cialismo revolucionario y al separatismo antiespañol; y en tal sentido pro­
pondrá que los diputados electos formulen una solemne y expresa manifes­
tación de amor a España y de respeto a su intangible unidad antes de pose­
sionarse de su investidura, incompatible en puridad con toda reserva mental
acerca de este concepto básico de orden patrio.
Renovación Española gestionará igualmente aquellos módulos legislati­
vos que permitan facilitar y apresurar la sustitución total de la Constitución
de 1931, tan reiteradamente infringida por sus progenitores y portavoces,
como desprovista de autoridad moral desde que el propio señor Presidente
de la República, al margen de su artículo 125, inició personalmente el pro­
ceso de revisión. Al obrar así, Renovación se limitará, en puridad, a velar
por la consumación de un objetivo común a todas las derechas, aunque no
aparezca articulado programáticamente en forma documentaría.
Renovación Española presentará en la primera sesión hábil de las Cortes
sendas proposiciones tendentes, en primer término, a censurar el uso que de
sus facultades realizó el Presidente de la República, conforme al artículo 81
de la Constitución, y subsidiariamente, para el caso de que esa iniciativa
no prosperase, a declarar que el Jefe del Estado ha agotado ya la prerroga­
tiva disolutoria de que habla dicho precepto, no pudiendo ejercerla, por
tanto, contra el futuro Parlamento.
Y, en fin, Renovación Española aplicará el esfuerzo de sus propagandas
y campañas, sean o no parlamentarias, a imbuir en el país la convicción de
que esta contienda, en sus vuelos y alcance, tiene que ser la última por mu­
cho tiempo, lo que supone estructurar un nuevo Estado de bases corporati­
vas y autoritarias. En noviembre de 1933, con ocasión de la anterior, estuvo
en peligro la vida de España. Nuevamente lo está en las elecciones del día 16,
ya que en ellas —aunque la hipótesis sea absurda— triunfaría, caso de que
fuesen batidas las derechas, el comunismo que se encubre bajo la postiza
faramalla del denominado Frente Popular. Y no es posible, no, renovar pe­
riódicamente estas peripecias. Ningún pueblo somete al veredicto de un su­
fragio envenenado por la pasión su propia existencia o la de sus esencias
más vitales. El sufragio universal inorgánico o desaparece dando paso al cor­
porativo y aun, a veces, al restringido, o delimita su propio ámbito, dejan­
do intacta una profunda zona de grandes principios indiscutibles. En Fran­
cia, por ministerio de una ley constitucional, no puede revisar el régimen re­
publicano. En Bélgica o Inglaterra no pone jamás en litigio la Corona, la
libertad de conciencia, la legalidad democrática. En Rusia, en la medida mí­
nima en que se aplica, respeta apriorísticamente los dogmas marxistas. Sólo
así son morigerables, y ello, fragmentariamente, los riesgos de un sistema
que confiere absurdamente a la brutalidad del número las altas calidades de
la justicia. España debe acabar con el mito del sufragio inorgánico. De no
hacerlo cuanto antes revivirá en cada elección la fiebre demoledora que aho-

127
ra padecemos, y será completamente imposible construir una Patria mejor.
Porque sólo trabajan y producen aquellos pueblos que han resuelto el pro­
blema de su estabilidad substantiva. Esto es, hoy por hoy, lo que con mayor
urgencia necesita España.
A lograrlo contribuirá Renovación Española con ej mayor brío, secun­
dando resueltamente, desde luego, toda política coherente que persiga la re­
constitución económica de España, la difusión del bienestar, la minoración
del paro forzoso y reclamando el puesto de vanguardia en la lucha por una
nueva Constitución que dote a España de Estado eficiente y respete las esen­
cias imprescriptibles de nuestra tradición católica.
¡ Españoles! A las urnas todos. A cumplir todos con nuestro deber. de
católicos fervientes, de patriotas viriles y de ciudadanos conscientes.
¡Viva España! ¡Viva España! ¡Viva España!'—Madrid, 15 de febrero
de 1936.—Renovación Española.

DOCUMENTO 36

LA REVOLUCION MARXISTA Y LA REVOLUCION NACIONAL (45)

Nuevos presagios de José Antonio, que ni siquiera teme a los núme­


ros. Nuevo cúmulo de aciertos que cada vez menos pueden ya ser ca­
sualidades.

—La Falange aún no ha adoptado una actitud definitiva ante las pró­
ximas elecciones. Desde luego, no se alineará en ninguna alianza que se cons­
tituya con un sentido de “unión de derechas”. La Falange no es un partido
de derechas, como tampoco lo es de izquierdas. Entiende que estos valores
de derechas e izquierdas están caducados, por descansar sobre concepciones
laterales, incompletas, de lo que es España. España es, para nosotros, la
“unidad de destino” que diferencia en lo universal a un grupo de pueblos.
Las izquierdas, al entregarlo todo a decisiones de voluntad, niegan la per­
manencia inconmovible de esa unidad de destino, superior a todas las deci­
siones; así, bajo el signo de las izquierdas, el Estado no encuentra justi­
ficación para cerrar el paso, aun contra la voluntad de los demás, a las
corrientes separatistas, que son la negación de España, y al comunismo, que
es la negación de toda una manera occidental, espiritual, cristiana de enten­
der el mundo. Las derechas, por el contrario, desconocen que un pueblo es
también una comunidad material de existencia, en la que nadie puede consi­
derarse exento de participar, por duros que sean, en los sacrificios comunes.
Nosotros entendemos que lo nacional y lo social han de integrarse en una
síntesis superior que para nosotros cuaja en la fórmula nacionalsindicalista.
Con este sentido integrador hemos propugnado un frente nacional. Y no
entraremos en coalición alguna que nos exija el apartamiento de nuestra
doctrina.

128
—¿Qué número de diputados fascistas cree usted que irá a la futura Cá­
mara?
—Supongo que querrá usted decir “nacionalsindicalistas”. No puedo con­
testarle. No existiendo en España la representación proporcional, no es po­
sible predecir nada, mientras no se sepa cómo quedarán constituidas las can­
didaturas.
—¿Triunfarán las derechas?
—Creo que no.
—¿Cuál cree usted que será la composición del nuevo Parlamento?
—Me entregaré, como pasatiempo, al papel de adivinador. He aquí un
cálculo en el que, por tratarse de un pasatiempo, prescindo de la posibilidad
de alguna participación nuestra: nacionalistas regionales (más o menos de­
clarados), 60; centro, 100; derechas, 140; izquierdas, 170.
—Si lograra usted el triunfo, ¿qué política desarrollaría?
—El triunfo electoral próximo de mi partido es una hipótesis absurda.
Cuando la Falange triunfe, desarrollará una política acorde con el sentido
de mi primera respuesta, tal como está sistemáticamente formulada en los
veintisiete puntos de su programa.
—¿Qué sucesos políticos prevé usted para el año próximo?
—Este: las izquierdas burguesas volverán a gobernar, sostenidas en equi­
librio dificilísimo entre la tolerancia del centro y el apremio de las masas
subversivas. Si los gobernantes —Azaña, por ejemplo— tuvieran el inmenso
acierto de encontrar una política nacional que les asegurara la sustitución de
tan precarios apoyos por otros fuertes y duraderos, acaso gozara España
horas fecundas. Si —como es más probable— no tienen ese acierto, la suerte
de España se decidirá entre la revolución marxista y la revolución nacional.

DOCUMENTO 37

DESPUES DE LA VICTORIA (46)

Las izquierdas están impacientes. Pero su negativismo aflora en el


mismo momento de la victoria. Quieren el Poder. Pero no va a ser
el 14 de abril. “Con el Poder en las manos, el pueblo no va a tener que
pedir nada.” Trágica equivocación. Tendría que pedir armas el 19 de
julio. Ese pueblo, claro. Porque había otro, y quizá otros.

Se publican en otro lugar de este número diversas comunicaciones que


suscriben aislada y conjuntamente los partidos que integran el Frente Po­
pular. En ellas se encarece algo que, por estar en la medula de la forma­
ción política del proletariado, no necesita reiteración: serenidad y disciplina.
El domingo se obtuvo la victoria, y tras ella el Frente Popular logra el
Poder. Nadie ni nada puede interponerse ya ante el terminante y abruma­
dor mandato del pueblo. Nadie —de ello estamos seguros— se interpondrá.

129
Legítima y justificada la ansiedad por hacer efectivos, con rapidez y de una
manera absoluta, los anhelos en los que ciframos nuestro triunfo, el apresu­
ramiento no puede significar atropello. Es éste el momento en el que se
hace preciso un alarde mayor de serenidad. No se trata ahora, como ocurrió
el 14 de abril, de cambiar apresuradamente los nombres de las calles y de­
rribar unas cuantas estatuas. No se trata tampoco de que la victoria estalle
solamente en unos gritos jubilosos y en manifestaciones llenas de ruido. Evi­
temos, como primera medida, que el candor nos haga delirar de nuevo. Evi­
temos también que gentes interesadas en fomentar una provocación, que ellas
suponen que podría favorecerles ahora, logren su propósito. Nada sería más
nocivo a los propósitos de todos que resucitar algo que estaba muerto.
El 16 de febrero no es el 14 de abril. Conviene mucho persuadirlos de
la gigantesca diferenciación que hay en las dos fechas. En abril saltamos so­
bre un enemigo que estaba muerto. Entonces luchamos contra fantasmas y
pudimos permitirnos toda clase de ingenuidades. El infantilismo popu­
lar produjo el embobamiento callejero. Ahora no podemos caer en él.
El 16 de febrero no es el 14 de abril. Conviene mucho persuadirnos de
difícil y duro, que durante dos años y medio ha dejado al país en carne viva.
Entre una y otra fecha hay una experiencia que a republicanos y socialistas
nos ha tocado hacer a costa de numerosos sacrificios. Cada cual tiene sobre
sí las huellas dramáticas de esta experiencia. Convertirla ahora en gritos es
tanto como darle una interpretación a todas luces perniciosa. Estamos en
plena lucha, en lo más álgido y serio de la pelea. Nuestra victoria nos faci­
lita esta batalla y pone en nuestras manos la seguridad de acabarla con la
derrota absoluta de nuestros enemigos. Y es a esto, concreta y terminante­
mente a esto, a lo que hemos de dedicar todo nuestro esfuerzo. Mañana, pa­
sado, en esa misma semana, desde luego, comenzará la tarea. Las palabras
que anoche pronunciara el señor Pórtela son bastante expresivas a este res­
pecto. Pero a ellas hemos de agregar nosotros muy pocas. Las suficientes
para decir que urgentemente debe entregarse el Poder al Frente Popular.
De todo el clamor del país, de toda la ansiedad que ahora estremece a repu­
blicanos y socialistas para demandar con apremio aquellas aspiraciones más
fundamentales, sólo queremos recoger una: la entrega del Poder. Es al Fren­
te Popular a quien corresponde libertar a nuestros presos. Ya ayer han co­
menzado a abrirse las cárceles y a salir de ellas nuestros camaradas. El
pueblo ahora debe pedir una sola cosa: el Poder. Es suyo. Lo ha conquista­
do y nadie puede oponerse a que vaya a sus manos. Con el Poder en las
manos ya no tendrá que pedir nada.

DOCUMENTO 38

PRIMO DE RIVERA ANALIZA LAS ELECCIONES (47)

“Aquí está Azaña”. Vaticinio cumplido. José Antonio no discute el


resultado. Y concede a Azaña un margen de confianza. Y ¡habla de re-

130
volución nacional, pero concede a Azaña la posibilidad de hacerla. ¿Por
qué no se revisan ciertos tópicos?

Sucedió lo que tenía que suceder. Las derechas —Acción Popular sobre
todo— cubrieron las paredes de toda España con millones de carteles horri­
bles. Convendría que los técnicos de la C. E. D. A. pensaran si ese alarde
fanfarrón de dinero no le habrá ganado la antipatía de algunos millares de
electores; es decir, si la fatuidad publicitaria no habrá sido contraprodu­
cente. De todas maneras, nadie ha disentido de este parecer: la propaganda
de las derechas ha sido un total desacierto. Al menos, en 1933 se invocaron
valores nacionales y religiosos; ahora, todo ha sido materialismo: llamadas
al egoísmo asustadizo de los pudientes y cucamonas —en falsete— al “obre­
ro honrado”. Un desastre. Las izquierdas no trataron de competir con aquel
frenético lujo. Su austeridad propagandista acabó por resultar simpática, aun
para los más alejados de los partidos de izquierdas. Así llegó la fecha de las
elecciones. La Prensa de derechas redobló la baladronada. Acción Popular,
en una última muestra del delirio, cubrió toda una fachada de la Puerta del
Sol con el famoso biombo que tardaremos en olvidar. El aplastamiento de
las izquierdas era seguro. Y, en efecto, ganaron las elecciones.
Hay que reconocer que, pese a todos sus grandes defectos, el sufragio
universal ha dado esta vez considerables señales de tino y justicia: -por lo
pronto, ha desautorizado de manera terminante la insufrible vacuidad del
bienio estúpido; después ha raído del mapa político al descalificado partido
radical; en el país vasco ha puesto freno al nacionalismo, que es, como se
sabe, un intento de reintegro a la precultura primitiva; ha señalado la pre­
ferencia, en general, por los partidos y los hombres menos frenéticos, y, por
último, ha deparado el triunfo a uno de los bandos en tan prudente dosis,
que ninguna mitad de España puede considerarse que ha aplastado a la
otra mitad. Lástima, y grande, que el resultado de las elecciones en Cataluña
anuncie la vuelta posible al camino de la desmembración. Esta sí que es
la verdadera zozobra de las presentes fechas. Ahí está el punto por donde,
en breve, puede volver a ensombrecerse España.
Pero hablemos de lo de ahora. Con un brío que también sirve de con­
traste a la flojedad observada por las derechas, en 1933, las izquierdas han
reclamado la entrega del Gobierno. Y a estas horas está en el Poder un
Ministerio presidido por el señor Azaña. He aquí la “segunda ocasión” de
este gobernante, anunciada en el artículo que Arriba publicó acerca de él
a raíz de su discurso del Campo de Comillas. Grave ocasión, y peligrosa.
Pero llena de sabroso peligro de lo que puede dar resultados felices. Por
de pronto hay que señalar esto: el triste pantano cedorradical del último bie­
nio no permitía alimentar a nadie la más leve esperanza, ni el menor interés,
ni el más ligero gusto por la participación; aquello era como una muerte len­
ta y estúpida. Esto de ahora es peligroso, pero está tenso y vivo; puede aca­
bar en catástrofe, pero puede acabar en acierto. Aquí se juega una partida
arriesgada y emocionante; allí estaba todo perdido de antemano.

131
Azaña vive su segunda ocasión. Menos fresca que el 14 de abril, le rodea,
sin embargo, una caudalosa esperanza popular. Por otra parte, le cercan dos
terribles riesgos: el separatismo y el marxismo. La operación infinitamente
delicada que Azaña tiene que realizar es esta: ganarse una ancha base na­
cional, no separatista ni marxista, que le permita en un instante emancipar­
se de los que hoy, apoyándole, le mediatizan. Es decir, convertirse del cau­
dillo de una facción, injusta como todas las facciones, en el Jefe del Go­
bierno de España. Esto no quiere decir —¡Dios me libre!— que se convierta
en un gobernante conservador: España tiene su revolución pendiente y hay
que llevarla a cabo. Pero hay que llevarla a cabo —aquí está el punto decisi­
vo— con el alma ofrecida por entero al destino total de España, no al rencor
de ninguna bandería. Si las condiciones de Azaña, que tantas veces antes de
ahora hemos calificado de excepcionales, saben dibujar así las características
de su Gobierno, quizá le aguarde un puesto envidiable en la historia de nues­
tros días. Si Azaña cede a la presión de los mil pequeños energúmenos que le
pondrán cerco; si renueva las persecuciones antiguas; si un día destituye a un
juez municipal por conservar un retrato de la Infanta Isabel, y otro día tras­
lada a un comandante porque su mujer es devota; si volvemos a aquella fie­
bre, a aquel desasosiego, a aquel avispero de 1931 a 1933, la nueva ocasión
de Azaña se habrá perdido ya sin remedio.
Nosotros asistimos a esta experiencia sin la más mínima falta de sereni­
dad. Nuestra posición en la lucha electoral nos da motivos para felicitarnos
una y mil veces. Nos hemos salvado a cuerpo limpio del derrumbamiento del
barracón derechista. Hemos ido solos a la lucha. Ya se sabe que en régimen
electoral mayoritario sólo hay puesto para dos candidaturas; la tercera tiene
por inevitable destino el ser laminada. No aspirábamos, pues, y varias veces
lo dijimos, a ganar puestos, sino a señalar nuestra posición una vez más. Las
derechas casi amenazaron de excomunión a quien nos votara. Por otra parte,
acudieron a los más sucios ardides; repitieron hasta última hora que nos re­
tirábamos; nos quitaron votos en los escrutinios, hechos sin interventores
nuestros..., todo lo que se quiera. Con ello, el interés de las elecciones no
hace para nosotros más que aumentar: no nos ha votado ni una sola persona
que no estuviera absolutamente identificada con la Falange; y aun así, he­
mos tenido en las nueve circunscripciones donde hemos luchado más de cin­
cuenta mil votos oficiales. Dado que dos terceras partes de nuestros adictos
no tienen voto aún, esto quiere decir que la Falange, en dos años de vida,
contra viento y marea, cuenta en nueve provincias con un núcleo incondi­
cional de ciento cincuenta mil personas. ¿Podrían muchos partidos decir otro
tanto?
Con todo, lo de los votos es para nosotros lo de menos. Lo importante es
esto: España ya no puede eludir el cumplimiento de su revolución nacional.
¿La hará Azaña? ¡Ah, si la hiciera!... Y si no la hace, si se echan encima el
furor marxista, desbordando a Azaña o la recaída en la esterilidad derechoide,
entonces ya no habrá más que una solución: la nuestra. Habrá sonado, re­
donda, gloriosa, madura, la hora de la Falange nacionalsindicalista.

132
DOCUMENTOS 39 y 40

DOS MOVIMIENTOS DE “EL DEBATE” (48) (49)

En el primero de estos dos documentos El Debate todavía se la­


menta y, aunque dice que no, minimiza la victoria —reconocida— de las
izquierdas. En el segundo —obra del ex comunista y converso Oscar Pé­
rez Solís— se apuntan las verdaderas causas de la derrota: la falta de
atención de las derechas a ¡la justicia social. Vox clamantis in deserto. En
cualquier caso, estos dos documentos son una buena prueba de que el gran
periódico tenía muy claras sus bases teóricas. Lástima que las fuerzas po­
líticas por él representadas no supieran o o no
no pudieran edificar sobre
cimientos tan prometedores.

DOCUMENTO 39 (48)

La única política prudente.


Ahí está la verdad de la reciente liza electoral de España, proclamada por
la incontestable elocuencia de los números. Con las cifras oficiales, con las que
han servido a las Juntas del Censo para proclamar los diputados triunfantes
en cada provincia, resulta que el Bloque antirrevolucionario ha obtenido algo
más de 200.000 (doscientos mil) votos sobre el llamado Frente Popular.
Para un conjunto de nueve millones de votos, la diferencia entre los que ob­
tienen derechas e izquierdas sólo se puede contar por millares. ¡Una unidad
en medida mil veces menor que la utilizada para cifrar el censo total español!
Así está España; ahí la tenéis partida en dos mitades, con triste exactitud
casi matemática.
Las consecuencias que se deducen de los resultados electorales, al compa­
rarlos con esta real división de nuestra España, son dos: la primera nos habla
de la justicia y la técnica vigentes para las elecciones. La otra, de importancia
muy superior, marca el camino lógico, acaso único, hacia el porvenir político
de nuestra Patria.
“Votos son triunfos”, dícese como proverbio vulgar de inconcusa verdad
Y no lo es. “Diputados son triunfos”, es lo cierto; distribución estratégica de
éstos, premio a las mayorías, técnica de coaliciones, ley Electoral: de todo eso
resulta el éxito. Así el Frente Popular, con 4.356.559 votos, tiene ya 256 dipu­
tados, y sus rivales, con más de cinco millones de votos, alcanzan sólo 197.
Cada diputado del Frente Popular representa 17.000 (diecisiete mil) vo­
tos, y en injusto cambio, para lograr un diputado de derechas o centro hay que
acumular 25.000 (veinticinco mil) votantes.
No pretendemos con estas demostraciones de obvia equidad desvirtuar el
sentido izquierdista, desde luego exagerado, que han tenido los comicios del
día 16, ni debilitar la ya irremediable expresión política consumada. Quere­
mos hoy decir a los que por convicción o tolerancia admiten la simplista fór­
mula única del sufragio universal —“un hombre, un voto”— que sean conse-

133
cuentes y concluyan en esta otra: “la misma cantidad de votos, igual número
de diputados”. Y eso se obliga con la representación proporcional. La pedi­
mos bajo la Monarquía; la instamos en 1931; insistimos durante el bienio
constituyente; reclamamos de los Gobiernos de centro-derecha... Antes, aho­
ra y siempre la hemos defendido. Y quiera Dios que las cifras de hoy abran los
ojos a ciegos.
Pero con ser tan importante este problema de justicia electoral, no es hoy
el de más interés para España. Lo urgente, lo que es preciso decidir en las
horas que corren es cuál debe ser, cuál va a ser el porvenir político del país.
¿Por qué caminos la prudencia política de los partidos y de sus jefes pueden
conducir sin daño grave la vida pública de esta España partida en dos mitades?
No pretendemos lograr que reflexionen los extremistas; sí esperamos que
los jefes y los núcleos situados en los bordes contiguos de los dos bloques,
en las márgenes centrales de las dos mitades, piensen en la necesidad de un
respeto mutuo y en la conveniencia de una inteligente y prudentísima com­
prensión. Decir que va en ello la estabilidad del régimen, es muy poco. ¡Nos
va en ello la propia existencia de la sociedad española como pueblo de civi­
lización occidental!
Entre esas zonas políticas, que aunque marginales las de la derecha cu­
bren la mayor parte del área de ésta, queda terreno de posible inteligencia.
Hay un postulado previo e indeclinable en todo país civilizado —el orden pú­
blico interno—s en el que es obligado coincidir; existe un programa de re­
formas reales en el que se puede colaborar; alientan anhelos de reconstruc­
ción económica nacional, aun a costa de grandes sacrificios, hacia los cuales
se puede opinar concordes.'
Habrá, desde luego, divergencias insalvables en la valoración de rumbos
de espíritu. El mutuo respeto y la libertad concorde deben imponerse a todos.
Ante la imposibilidad moral de unificar en días o en meses una España
partida por desdicha en dos, la obra prudente y patriótica, la sola posible en
corto plazo a que los hechos acelerándose inexorables obligan, es suprimir por
entero las aristas de los bordes centrales de los dos bloques políticos y acor­
darlos después en lo que, como mínimas condiciones de supervivencia, exi­
ge la otra España occidental, europea y civilizada. Con una política así orien­
tada podrán pesar en días venideros las hondas reservas que la sociedad es­
pañola aún conserva y abrir vereda al país hacia días menos críticos, heral­
dos de mejores destinos.

DOCUMENTO 40 (49)

Interpretación de la derrota.
Si no queremos esconder la cabeza debajo del ala, si hemos de hablar
valientemente, sin eufemismos, hay que reconocer en toda su magnitud —que
no es pequeña— la derrota sufrida por la derechas españolas en las eleccio­
nes del domingo último. ¿Cuáles han sido las causas de esa derrota, que al-

134
gunos, tildados de “pesimistas sistemáticos”, veíamos venir entre el estrépito
artificial de espectaculares entusiastas?
Las causas son varias y diversas. Sólo hay una, la más principal de todas
y a la que hay que someter la mayor parte de las demás, de la que apenas
se habla nada y, sin embargo, es preciso hablar mucho y claro. Los dimes y
diretes, ya iniciados y que pronto menudearán, sobre errores de táctica po­
lítica pueden escamotear, y no debe ser así la más fundamental interpreta­
ción de la derrota. Digámoslo pronto: se han perdido las elecciones porque
no se ha querido —no es que no se haya podido, sino que no se ha querido—■
desarrollar sinceramente, netamente, honradamente, abnegadamente —¡y qué de
adverbios concordantes se podrían aplicar al caso!— una política estatal que,
por justiciera, generosa y cristiana, ganase corazones y conciencias en esa
gran masa de trabajadores, y una parte de la clase media y casi todo el pro­
letariado, que, como ahora se ha visto, vuelve la espalda a las derechas.
Sería injusto desconocer la rectitud y la decisión con que han procurado
tiaer esa política social, desde el Gobierno, las fuerzas políticamente organi­
zadas en la derecha, que durante dos años han participado en la dirección de
los poderes públicos o influido en ella. Pero dígase lealmente que esas fuerzas
han tenido muchas más resistencias que apoyos para desenvolver aquella po­
lítica. ¡Qué de sarcasmos, qué de invectivas, qué de agravios han llovido entre
quienes, en el campo de las derechas, hemos sostenido la necesidad de aco­
meter briosas y profundas reformas en la organización y el modo de decir
de la sociedad española! Algunos, descorazonados o cohibidos —se nos tra­
ta de demagogos y hasta de socialistas encubiertos—, hemos tenido que apa­
gar la pluma y callar, porque prevalecía un antimarxismo palabrero, mucho
más político que social, lleno de flatulencias retóricas, que pretendían desban­
car al marxismo con meras fórmulas políticas, siendo así que el marxismo
sólo puede quebrantársele al arrebatarle, con hechos, no con palabrería vana,
todo lo que de justo y posible contiene para mejorar y engrandecer la vida de
los trabajadores.
Y es la sociedad, no un partido político —mero intermediario y ejecutor de
los fines de aquélla— quien ha de vencer de ese modo al marxismo. Pero si
incluso a ese partido se le desacata, pasiva y activamente, en su política social,
y se le coacciona para que no la lleve adelante, y lo que él hace —tímida­
mente a veces— desde la Gaceta se contradice y desvirtúa en la realidad so­
cial, y se interpreta un triunfo de derechas como una coyuntura de desquite
y de represalias, y se le quiere convertir en rodrigón de una sola clase social,
debiéndolo ser de todas y, sobre todo, de las más necesitadas de bienestar y
cariño, ¿cómo sorprenderse de que los triunfos políticos más resonantes —tal
el de 1933— sean efímeros y no tarden en ser reemplazados por la derrota?
Numéricamente, jamás las derechas, en tanto no ganan para sí la totalidad
de la clase media y una parte del proletariado, conseguirán prevalecer, como
no sea transitoria, precaria, y acaso peligrosamente a la postre, en la marcha
de la vida nacional. Ahora se habla del voto de los sindicalistas y de la abs­
tención de demasiadas gentes de orden. Ambos hechos son exactos; pero el
primero habría tenido mucho menos eficacia si una acertada política social de

135
las derechas hubiese impedido la deserción casi en masa de millares de tra­
bajadores que no son esencialmente revolucionarios, y el segundo índice
de lo que aún hay por hacer para que muchos que se llaman cristianos lo
sean, porque faltar a los deberes de la ciudadanía es síntoma de mala o en­
deble conciencia cristiana, hubiera sido compensado con creces de haber lle­
gado las derechas a estas elecciones con más contenido social que oriflamas
políticas. Que hoy no es la política a secas lo que manda, sino la política en
cuestión sirve a fines de justicia social, cumplidos más que pregonados.
Oscar Pérez Solís

DOCUMENTO 41

“A B C” CONTRA LA REPUBLICA (50)

A B C denuncia el monopolio de la República que se atribuyen las


izquierdas revolucionarias. Con toda justicia, el gran periódico monárquico
condena el exclusivismo de esos grupos, a la vez que, con notable visión
política, defiende a quienes, dentro de la República, tienen de ella un
concepto mucho más abierto.

“¡Hemos rescatado nuestra República! ¡Esto es la República de abril!,


gritan desde ayer los que se consideran vencedores en la batalla electoral, en
la que, digan lo que digan, no han obtenido aún mayoría comprobada. Y no
hay duda. Esto es la República, la de abril y la de todas las fechas; que las
fechas pueden cambiar el ritmo y algunos accidentes o aspectos, pero nunca
la entraña y el ser de la República. Esto es la República, esencialmente re­
volucionaria, como para desengaño de accidentalistas y acomodaticios, la de­
finen el señor Azaña y otros prohombres del republicanismo y del marxismo,
los que en el Poder y fuera del Poder le marcan el rumbo y la rescatan de la
casual influencia o de las infortunadas tentativas de los que no la sienten así,
como es y como tiene que ser. Esto es una coalición de partidos neta y doc­
trinalmente revolucionarios que pretenden ocupar el Poder con un pacto pú­
blico de acción revolucionaria, precursora de avances más decisivos; porque
el programa —y en él se consigna explícitamente— sólo es una tregua para
que los republicanos seudoburgueses que van al Gobierno paguen el tributo
que deben por la conquista y hagan desde el Poder la parte de la revolución a
que se han comprometido. Esto es la revolución abierta en 1931, y que, como
todas las revoluciones, sigue su marcha más o menos impetuosa y ha de se­
guirla mientras no encuentre la reacción verdadera y eficaz, de soluciones ra­
dicales, sin fórmulas de transigencia y de acomodamiento.
Ahí están los elementos genuinamente revolucionarios del pacto de San
Sebastián; los que en las Cortes Constituyentes impusieron la Constitución
revolucionaria; en fin, los que en octubre quisieron revolucionariamente ins-

136
taurar el régimen soviético y despedazar a España en repúblicas demagógicas.
Ahí están los socialistas, los comunistas, los sindicalistas, los anarquistas, los
separatistas, los perseguidores de la religión; pero ahora vienen en avalancha,
con una fuerza electoral inesperada, con un crecimiento cuyas causas —res­
ponsabilidades de abandono, lenidad y torpeza— no es muy necesario ni opor­
tuno exponer por el momento. Los partidos de la revolución social son los
dominadores de la alianza que con apremios de violencia se aproximan al Po­
der. Todo es de ellos, todo lo ponen ellos, y los demás han ido de prestado a
la contienda electoral; de prestado tienen la representación parlamentaria y de
prestado estarán en el Poder, si lo consiguen, sometidos a la férula marxista.
Y esto es la República.

DOCUMENTOS 42 y 43

“ABC” Y LA DESORIENTACION DE LAS DERECHAS (51) (52)

El primer artículo de Alcalá Galiano es un buen exponente de la des­


bandada derechista tras la derrota. La desmoralización de las derechas ya
no se contendría hasta las tremendas sacudidas de julio. Claro que entonces
ya no eran esas derechas.
El segundo artículo es de Ramiro de Maeztu. Habla de la lección no
aprendida del 16 de febrero. Es un análisis rápido, pero va al fondo del
asunto.

DOCUMENTO 42 (51)

Saber perder.
¡Triste espectáculo el que a la hora presente están dando ciertos sectores
sociales de derechas! En vísperas de las elecciones todo era jactancia, aplomo,
seguridad en el “triunfo arrollador” y desdén hacia los que manifestaban el
menor escepticismo respecto a la definitiva victoria de la táctica. Hoy los
mismos que se negaban a atender cualquier advertencia leal son los que en el
estupor de la derrota se revuelven airados contra los demás, en lugar de con­
fesar su error. ¡Ellos no tienen la culpa del fracaso de la coalición derechista!
La tienen —¡claro!— en primer lugar los monárquicos, por atreverse a con­
firmar aspiraciones de representación parlamentaria. Y después de éstos la
C. N. T., y el mal tiempo que desanimó mucho a la gente a cumplir con su
deber y hasta el gato de Ossorio, el cual, según parece, va a encumbrarse mu­
cho, como su amo, con el triunfo izquierdista. Pero lo inadmisible es que un
jefe que no se equivoca nunca se haya podido equivocar.
No se me diga ahora que hago leña del árbol caído, ni suponga nadie que
voy a ufanarme de haber acertado otra vez en mis vaticinios. Eso sería cri­
minal, tratándose en estos momentos de la existencia misma de España. Al
contrario, mi deseo fervoroso en bien de nuestra patria es que quienes se cre­
yeron infalibles e invencibles en vísperas de la lucha electoral no den ahora el

137
triste espectáculo de su abatimiento, de su desesperación y de su pánico. Por­
que en la vida, como en el deporte y en el juego, hay que saber perder. Y nada
desmoraliza tanto a las huestes afines como recoger y propagar ridiculamente
cuantos bulos, rumores alarmantes y noticias catastróficas hacen circular los
agitadores revolucionarios para desconcertarnos. Harán bien, pues, los “de­
rrotistas” y los noticieros fúnebres en ponerle un freno a sus apocalípticos au­
gurios, que sólo contribuyen al desconcierto general y al triunfo progresivo del
adversario. Ya los hechos y los acontecimientos tienen bastante trascendencia,
en sí, para que no ennegrezcamos más el horizonte que el anuncio de próxi­
mos desastres. La situación de España es indiscutiblemente grave, pero no es
aún desesperada. La revolución ha dado un gran avance, pero tampoco ha
arrollado a las derechas, ni lo conseguirá si éstas saben mantenerse firmes en
sus posiciones. En el futuro Parlamento las mismas derechas tendrán una ñu­
tí ida representación que no existía cuando las Cortes Constituyentes. El jefe
del Gobierno ha confirmado por la radio que respetará dentro de la ley a
todos los ciudadanos, sin desencadenar de nuevo persecuciones. Justo es reco­
nocer también que su invocación a la concordia nacional ha causado excelente
efecto en el país. No se pierda, pues, anticipadamente la serenidad porque,
además, ningún ejército se ha reorganizado nunca con la desbandada, ni tam­
poco se salva un buque en la tormenta si empieza por arrojarse al agua la
tripulación.
Alvaro Alcalá Galiano

DOCUMENTO 43 (52)

La lección del 16.


¡Curiosa criatura el hombre! Mientras creían en la victoria los candida­
tos y los partidos de derecha no pensaban más que en sí mismos. En cuanto
ha empezado a perfilarse el triunfo electoral de las izquierdas, unos y otros
han alzado los ojos al conjunto de la situación. Ni los candidatos vencedores
se muestran jubilosos, ni los vencidos tristes por su derrota personal. Unos y
otros elevan sus miradas a lo que a todos preocupa, porque la victoria de
las izquierdas, aun incierta o precaria, es más importante, hasta para su pro­
pio porvenir personal, que la posesión o la privación del acta.
Lo mismo se ha de decir de los partidos. Es muy sensible que los monár-
micos, por ejemplo, no hayan realizado la aspiración de venir a las Cortes
con setenta u ochenta Diputados, pero ahora se ve claro, con meridiana cla­
ridad, que es mucho más sensible que no haya traído mayoría el conjunto de
las derechas y el centro. También para la C. E. D. A. era más importante
la victoria de los partidos afines, de todos los partidos capaces de oponerse
a la revolución, que el suyo propio. Hace ya meses que un periodista de buen
ojo, don Raimundo García, venía comparando la posición de la Confedera­
ción Española de Derechas Autónomas en el anterior bienio a la de una fa­
chada sostenida por un arbotante, que era el partido radical. Desmoronado
el arbotante, la fachada no podría sostenerse.

138
Era preferible a cada uno de los partidos de derecha el triunfo total de las
derechas que el del propio partido. Con el triunfo de todos se salvaba la
causa de todos; con el propio partido se hundía la causa común, aunque
el partido obtuviese ventajas. Esto ha sido verdad todo el tiempo. Era evi­
dente desde hace años. Pero la naturaleza humana es de tal índole, que no
suele verlo, sino cuando la experiencia se lo enseña.
La razón que a la experiencia se anticipa no funciona sino en individuos
de escasos apetitos, a los que se suele desdeñar por idealistas. En general, los
apetitos y las ambiciones anublan la visión de esta evidencia y no se ve lo
que no quiere verse.
Con ello ya se indica que hay excepciones. Las hay de las dos especies
antagónicas. Hay gentes constituidas de tal modo que ni aun en medio de la
común tristeza pueden poner el pensamiento más que en el contratiempo o en
el éxito personal. Pero éstas son naturalezas excepcionalmente egoístas o
egotistas. Hay también excepciones de la índole contraria, hombres que nada
han hecho por destacar su propio derecho, cuando no se creía más que en
la victoria, a fin de mostrar que lo importante para ellas era el triunfo común,
y no el provecho personal, y ello hasta en el caso de que su propio sacrificio
fuera injusto y aun perjudicial a causa de todos.
Pero lo normal no es que las gentes se hayan mostrado igualmente abnega­
das o egoístas ante la perspectiva del éxito que ante la realidad del fracaso,
sino que se han conducido como egoístas ante la probabilidad del éxito y
como abnegadas después ante el fracaso. Esta es observación que cualquiera
ha podido hacer en estos días, y que revela un hecho de que nadie tiene que
avergonzarse, porque ya los latinos decían que ningún mortal puede ser sabio
a todas horas (nenio mortalium ómnibus horis sapit). Los partidos de dere­
cha se daban cuenta clara con sólido fundamento de que sus fuerzas venían
aumentando y no calcularon el efecto que en el conjunto de la situación oca­
sionaría el desplome de los partidos de centro. Por ejemplo, al deshacerse en
Valencia la organización de don Sigfrido Blasco, sus antiguas huestes votaron
a la izquierda y la hicieron triunfar. Por no contar con ello se estaban repar-
t endo las derechas la piel del oso antes de cazarlo.
Convenía esclarecer este punto, porque es un hecho que las derechas se
han mostrado en estas elecciones más potentes que nunca. Su pecado ha con­
sistido en no fijarse en el conjunto de la situación. Pero éste ya es pecado an­
tiguo. Es raro el espíritu que se da cuenta clara de que los bienes privados
dependen del bien público. Los regímenes consolidados son, naturalmente, los
únicos deseables, pero tienen la desventaja de acostumbrar a las gentes a pen­
sar que no tienen que preocuparse más que de sus intereses privados, y que del
bien público ya se cuida el Gobierno. En realidad, no hay ningún régimen
que se baste a velar por sí mismo si no hay ciudadanos que velen por él, ni
tampoco ninguno que pueda tomarse vacaciones y vivir sin continua vigilan­
cia. Ser es defenderse.
Como el desplome de los partidos del centro no se ha efectuado únicamen­
te por sí mismo, sino que ha sido, en parte, el resultado de una maniobra de
izquierdas, tenemos que reconocer que el enemigo nos ha vencido en vigilan-

139
cia, aunque, por otra parte, ese desplome era inevitable, y, en última instancia,
si es que hay otra instancia, nos favorecerá. No podemos acusarnos de no ha­
ber cuidado de la higuera, aunque sí de haber atendido cada uno demasiado ex­
clusivamente a la rama que le correspondía. Ha habido ciertamente falta de vi­
sión, y “cuando falta la pasión perece el pueblo”, dice El libro de los proverbios.
Pero la gente no está convencida de que “mejor es la sabiduría que armas de
guerra”, aunque no tardará en enterarse de este otro dicho del Eclesiastés:
“El corazón del sabio está en su derecha y el del necio en su izquierda”.
Hace ya varios años que el articulista proclamó en estas columnas “el
quinto voto” de no hacer ni decir cosa alguna contra los demás partidos de
derecha. Ello no significa que esté siempre de acuerdo con la táctica que se
siga, pero todo el que haya pensado sobre el arte o la ciencia de la guerra
habrá llegado a la conclusión de que antes le conviene a un ejército obedecer
las órdenes de su Estado Mayor, aunque las crea equivocadas, que desobede­
cerlas. Porque si la táctica es errónea, la experiencia hará rectificarla. La ex­
periencia suele ser maestra costosa, pero es más costoso todavía disolverse
y abandonar el campo al enemigo.
“Perdiendo se aprende”, suelen decir los jugadores. No cabe duda de que
hay que montar mejor la vigilancia, enterarse más al detalle de lo que se
trama en la otra acera y no olvidarse nunca de mirar el conjunto. Esta es la
lección que del 16 de febrero se desprende. Otras vendrán luego. De esperar
es que alguna podamos dar nosotros.
Ramiro de Maeztu

DOCUMENTOS 44 y 45

PROTESTAS CONTEMPORANEAS A LAS ELECCIONES (53) (54)


Se ha dicho (55) que las derechas y el centro acogieron su derrota elec­
toral sin muchas protestas y sin presunciones de invalidez. Si bien la acep­
tación de la derrota fue corriente, no faltan protestas —y ruidosas— sobre
el manejo de actas.
Claro que estas protestas no eran tanto contra la legitimidad del Gobierno
del Frente Popular como contra sus métodos. Pero merece la pena regis­
trarlas. La protesta de palabra y de obra contenida en el documento 45
es muy sintomática. El abandono del salón de sesiones por las minorías
ipopular-agraria, monárquica y tradicionalista, ¿no es una protesta explícita
y resonante? Es ejemplar, vista ya desde la Historia, 'la actitud del ex
ministro Ventosa, que pone, en su intervención, como siempre, la nota
del equilibrio, la sensatez, la comprensión y el saber político más depu­
rado. Pero todo era inútil en aquel ambiente sólo apto para todos los ex­
tremismos y todas las demagogias.

DOCUMENTO 44 (53)

La minoría tradicionalista denuncia a la opinión pública la comisión de


actas y subraya la inutilidad de cualquier esfuerzo por vía parlamentaria. Los
trabajos de la comisión de actas. Una nota de la minoría tradicionalista.

140
La minoría tradicionalista se reunió ayer, presidida por el señor Lamamié
de Clairac, y como resultado de su deliberación entregó a la Prensa la siguiente
nota oficiosa:

‘*La minoría parlamentaria tradicionalista ha examinado, con toda sere­


nidad, la situación creada por los acontecimientos que ayer tuvieron lugar en
el seno de la Comisión de Actas, y cuya gravedad sintomática es inútil tratar
de disimular. El propósito de la mayoría, de anular las actas de Cuenca y
Granada, en virtud de una decisión tomada con anterioridad a la discusión y
examen de los expedientes en el seno de la Comisión, sin escuchar a los po­
I nentes respectivos, en el mismo día en que se aprobaron las de Cáceres, que
constituyen un caso insólito, reconocido así en declaraciones públicas por el
propio Presidente de la Cámara, señor Martínez Barrio, y planteando la cues­
tión a base de cambios y compensaciones entre unas y otras circunscripciones,
constituye un atropello sin precedentes, que convierte una cuestión, exclusiva­
mente jurídica, como la de la revisión de los mandatos electorales, que por
eso ha estado antes atribuida al Tribunal Supremo, en un asunto político, en
el que va a sacarse la conclusión de que, para obtener la representación par­
lamentaria, no bastan los votos de los electores, sino que, además, es necesario
el beneplácito de la mayoría electa de la Cámara.
Esto, unido a lo que se hizo por las fuerzas políticas del Frente Popular,
al abandonarles el Poder el señor Pórtela, en los días 16 al 23 de febrero,
y de lo que han resultado actas, como las citadas de Cáceres, las de La Coruña
y otras muchas, darían a la mayoría y al Parlamento una fisonomía que ni
respondería al resultado que arrojaron las urnas, ni podría pretender im­
poner a nombre de él una autoridad y un rumbo a los destinos públicos. Para
dejar al descubierto el criterio sin precedentes con que se realiza el dictamen
de las actas, basta considerar que jamás se hizo la anulación global de éstas,
por convicciones morales, sino las de actas de escrutinio concretas, corres­
pondientes a colegios en los que se hubieran conseguido comprobar {regula­
ridades importantes. Con atenerse a este procedimiento, bastaría para demos­
trar la improcedencia de las que se pretenden con motivaciones reales de baja
índole personal; pues, o se trata de dar satisfacción a algún conspicuo derro­
tado, o de eliminar a diputados de categoría de la oposición.
La minoría tradicionalista, a la que importa registrar estos hechos como
sintomáticos, no está dispuesta a persistir en la insinceridad que supondría
permanecer en una comisión de estudio si, en realidad, no se lleva a cabo el
que los expedientes exijan. Pero, sobre todo, se cree obligada a llamar la
atención de la opinión pública sobre la forma como se está constituyendo el
Parlamento y los síntomas de la actuación de su mayoría para que nadie se
engañe sobre la eficacia que pueda alcanzar la nuestra en aquél y para que
las auténticas fuerzas de reacción y resistencia nacionales no descansen ni un
día más en la falsa confianza de lo que nosotros podamos alcanzar por vías
parlamentarias y de esta pretendida legalidad.
Al contrario, que vean todos que la persistencia en este error en circuns­
tancias como las actuales es de acción revolucionaria tenaz y sin paridad con

141
ninguna otra, no podría conducir a otra cosa que a allanar el camino de
quienes, después de haber dispuesto a su gusto el campo de la lucha parla­
mentaria y reducir el enemigo a proporciones tales que no sea jamás un pe­
ligro para su desenvolvimiento y pueda, en cambio, con su permanencia allí
dar apariencias de victoria a los simples desmanes de una mayoría forjada
como queda dicho, aspiran a aletargar hasta un momento en que el mal sea
irremediable a quienes saben que abiertamente no podrían vencer.”

DOCUMENTO 45 (54)

Leído el dictamen de la Comisión de actas y calidades proponiendo la


anulación de las elecciones verificadas en la circunscripción de Granada y
que, con arreglo a la ley, se proceda a nuevas elecciones, y abierta la discu­
sión sobre él, dijo
El señor Presidente'. El señor Jiménez Fernández tiene la palabra en
contra.
El señor Jiménez Fernández'. Señores Diputados; pensaba que, según el
orden seguido en la Comisión, iban a ser debatidas primero las actas relati­
vas a la provincia de Cáceres. Es igual, la cuestión que me toca plantear lo
mismo puede hacerse en aquella ocasión que en la de las actas de Granada.
En nombre de la minoría Popular Agraria me interesa, pues, formular deter­
minadas declaraciones hechas ya en el seno de la Comisión de actas por sus
representantes y reiteradas aquí en forma sucinta ante la Cámara y ante
el país.
Es indudable, señores Diputados, que no hemos tenido la fortuna de con­
vencer a los representantes de la mayoría en la Comisión de actas sobre la
necesidad de fijar un criterio objetivo y único aplicable a los distintos casos
que el examen de las protestas de actas pudiera presentar. Se ha preferido,
por el contrario, examinar separadamente cada caso, y ello, a nuestro enten­
der, origina notoria desigualdad y daña, no ya el legítimo deseo de las mino­
rías que se estiman perjudicadas, sino, lo que es muchísimo peor, el prestigio
del mismo Parlamento, al cual no puede ser indiferente una Comisión ba­
sada en un criterio jurídico o la nacida de imponer criterios partidistas, irri­
tantes por lo que tienen de desigualdad y peligro por el camino que inician
de sustituir la aceptación de los resultados electorales por una clara alteración
parcial de los mismos. Por eso, si se hubiera puesto a discusión el dictamen
sobre las elecciones de Cáceres hubiéramos hecho constar cómo la aceptación
del mismo por nuestra parte, supone la demostración de la mejor voluntad,
porque la declaración de su validez suponía prescindir de nuestra convicción
real, por la alegada razón procesal de la retirada de protesta incapaz de ener­
var la condenación merecida en la proclamación convalidada. A nuestro mo­
desto entender no hay derecho a cerrar los ojos a la realidad, y por esas
razones de tipo procesal dejar de ver los documentos notariales presentados,
que implican el hecho de que, merced a determinadas fraudulentas sustitucio-

142
nes, una mayoría de 6.000 votos que existía a favor de los candidatos hoy
derrotados, se transformó en una mayoría de 2.000 votos a favor de los que
hoy vienen proclamados. Pues bien; con ese criterio, que en Cáceres se sentó
en la Comisión, acudimos nosotros a examinar el caso que hoy se nos pre­
senta, y nos ocurrió que lo grave de aquel criterio, de conjugar caprichosa­
mente los motivos de convicción moral con las razones procesales, se vio
acentuado porque el criterio allí sentado se abandonaba cuando nos favorecía
a nosotros, como ocurría en el caso de Granada. Y es indudable, por tanto,
que nosotros no podemos dejar de consignar aquí nuestras posiciones acerca
de esta cuestión.
Conste que nuestra minoría no tiene inconveniente en aceptar un solo
criterio admisible, el que prefiera la mayoría; legalista o de convicción mo­
ral ; de dureza, declarando la nulidad de ciertas actas, o de templanza, limi­
tándonos a sancionar defectos parciales, sin llegar a aquella declaración grave.
Pero, por el contrario, plantear la discusión con criterios partidistas, distintos
en cada caso, no nos parece justo ni conveniente para el prestigio del Parla­
mento, ni útil, porque no acertaría a conmover las anunciadas preconcebidas
resoluciones, ni finalmente oportuno por el retraso que ello traería a la, por
la mayoría anhelada, constitución del Parlamento. Y ante esa incongruencia de
actitudes que implicaría el triunfo de un criterio político en el examen y valida­
ción de los mandatos electorales, la confianza de la minoría Popular Agraria en
la ecuanimidad de la Cámara está a punto de quebrantarse e incluso de des­
aparecer.
Pensamos que el voto de las Cortes va a ocasionar una tendencia que, de
prosperar, representaría la sustitución de la voluntad popular, base de un ré­
gimen democrático, por el imperio absoluto de una mayoría discutible, esen­
cia de los regímenes totalitarios. No queremos compartir, ni siquiera con la
apariencia de una colaboración que no sería otra cosa que una posición pro­
testaría estéril, la responsabilidad en el resultado de la composición de un
Parlamento que, si se apartase de la inequívoca expresión de la voluntad na­
cional, podría convertir, a los ojos de la gente, en organismo faccioso lo que la
Constitución y el país quieren que sea la más pura expresión de la democracia.
(Rumores.) (El señor Gómez-Hidalgo: ¿Quién ha dictado a S. S. esas cuar­
tillas?) Las he escrito yo. Esa pregunta la puede dirigir quien no me oyó en
la Comisión de actas, porque allí dije lo mismo que estoy repitiendo aquí.
(Muy bien. Rumores en la mayoría.) Hay que enterarse antes de hablar. (El
señor Gómez-Hidalgo pronuncia palabras que no se perciben.) De eso habría
mucho que hablar también. (El señor Gómez-Hidalgo: Cuando quiera su se­
ñoría.) Libre tenéis el camino. Constituid el Parlamento como os plazca. (Fuer­
tes rumores y protestas. Varios señores Diputadps pronuncian palabras que
no se perciben claramente.)
El señor Presidente: Ruego a los señores Diputados de la mayoría ten­
gan la bondad de dejar al orador, señor Jiménez Fernández, expresar con cla­
ridad el pensamiento de su grupo parlamentario.
El señor Jiménez Fernández: Libre tenéis el camino. Constituid el Par­
lamento como os plazca; no ya con nuestros discursos o con nuestros votos,

143
pero ni siquiera con nuestra presencia, seremos un obstáculo a la libertad y
a la rapidez de vuestras deliberaciones. De lo que hagáis dependerá que el
Parlamento sea el conjunto armónico de posiciones contrapuestas, pero enca­
minadas al bien de la Nación y de la República en un juego normal de hones­
ta convivencia, o el imperio de una voluntad mayoritaria nutrida de esencias
dictatoriales. Al retirarnos en esta solemne ocasión, en espera de vuestros ac­
tos, dejamos en vuestras manos, señores de la mayoría, la suerte del sistema
parlamentario. No tengo más que decir. {Muy bien. Aplausos. Fuertes pro­
testas en los bancos de la mayoría. Varios señores Diputados de ésta dan
vivas a la República. La minoría Popular Agraria, abandonando sus esca­
ños, se retira del salón de sesiones.)
El señor Goicoechea: Pido la palabra.
Un señor Diputado'. ¿Va a hablar de Cuenca?
El señor Goicoechea: Voy a hablar de España. {Grandes rumores)
El señor Presidente: ¡Orden, señores Diputados! ¿Ha pedido la palabra el
señor Goicoechea para consumir un turno con referencia al dictamen leído?
El señor Goicoechea: Para pronunciar, si el señor Presidente y la Cámara
me lo permiten, muy pocas palabras. La fórmula la dejo a la libre elección
de S. S.
El señor Presidente: Para consumir un turno en contra del dictamen leído,
va a hacer uso de la palabra el señor Goicoechea.
El señor Goicoechea: Espero que la Cámara me permita pronuncie, al
corroborar la declaración leída por el representante de la minoría Popular
Agraria, muy pocas palabras. Como de costumbre, pienso hablar con el mar-
yor respeto para el derecho y para la opinión ajenos, pero en este caso el
derecho está limitado no sólo por un mandato de mi conciencia, sino por una
obligación de decoro ciudadano y nacional que he de procurar cumplir.
Nosotros suscribimos letra por letra y palabra por palabra la declaración
leída por el señor Jiménez Fernández. {El señor Gomariz: ¿Hasta en lo de la
República?—El señor Suárez de Tangil: Lo de la República se queda para
vosotros.—Varios señores Diputados: ¡A mucha honra!) Los señores que me
interrumpen me harán el honor de reconocer que yo no he hablado ni de
República ni de Monarquía. {Un señor Diputado: Pero el señor Jiménez
Fernández, sí.) Y ya que me lo recordáis, quiero aprovechar la ocasión para
rendir de nuevo un holocausto a mis convicciones y proclamar mi fidelidad
perpetua a ella. {Un señor Diputado: ¡Ocho gatos!—El señor Fuentes Pila:
Que pase lista, por si acaso.—El señor Suárez de Tangil: Pocos, pero bue­
nos. {Rumores.) Es evidente, señores Diputados, que en nuestro ánimo pesan,
para aconsejarnos la retirada de este salón, las consideraciones fundamentales
a que ha obedecido para esta decisión la minoría Popular Agraria; pero yo
os engañaría si no proclamara que concedo a todos los atropellos, a todas las
violaciones de Derecho que habéis cometido en estos problemas de las actas
{Protestas.), un valor sintomático. ¿Qué vale ni qué representa nuestras actas
ni nuestra investidura frente a la situación dramática, trágica {Un señor Di­
putado: Para vosotros), en que se encuentra a la hora presente España {Fuer­
tes rumores y protestas. El señor Presidente reclama orden.) en plena anar-

144
quía, con un Gobierno que se reconoce a sí propio incapaz para mantener
la obediencia de quienes siguen los impulsos de una repugnante dictadura
roja? (Grandes protestas.}
El señor Presidente: Señor Goicoechea, yo ruego a S. S. que en la defensa
que está haciendo del pensamiento contrario al dictamen de la Comisión no
involucre otras cuestiones que no son del lugar ni del momento. Lo habrá
oportuno para que S. S., frente al Gobierno responsable puede hacer todas
aquellas críticas que en tal momento deban y puedan asimismo ser contesta­
das. No aproveche S. S., experto parlamentario, una ocasión que no es del
caso para decir lo que no tiene relación con el asunto que estamos discu­
tiendo. (Muy bien.}
El señor Goicoechea: Es evidente, señor Presidente y señores Diputados,
que las palabras que estoy pronunciando, que representan la motivación de
una actitud, no guardan una conexión directa con el dictamen que se discute;
pero yo esperaba de la galantería del señor Presidente de la Cámara y de la
amplitud que ha sido siempre habitual respecto de las opiniones de los grupos
parlamentarios de oposición, que se me hubiera permitido lo que es elemen­
tal: que se me reconozca el derecho a razonar mi actitud.
El señor Presidente: Porque quiero conservar a S. S. la integridad de su
derecho, procuro que no se extralimite.
El señor Goicoechea: No tenga cuidado el señor Presidente, que ya voy a
pronunciar muy breves palabras. Ya he dicho que esta actitud nuestra res­
ponde al convencimiento honrado de que en este Parlamento es imposible
la convivencia entre el Gobierno, la mayoría y las oposiciones. (Grandes ru­
mores y protestas. El señor Presidente reclama ordené Pero se engañaría
quien creyera que nuestra actitud y la retirada de este salón responde a iner­
cia ni a acobardamiento. (Nuevos rumores.} Sabemos lo que representamos en
España... (Varios señores Diputados: Nada, nada.—Otro señor Diputado: El
pucherazo electoral.) Sabemos que representamos... (Varios señores Diputados
pronuncian palabras que no permiten oír al orador.} lo mejor de nuestra na­
ción... (Un señor Diputado: Lo mejor, no; lo peor, lo más indigno de la na­
ción.) (Aplausos en la mayoría.} Yo no tengo necesidad alguna de descender a
esta discusión con S. S. (Nuevas protestas.} (El señor Presidente reclama or­
den.} Sobre la pertinencia y la cortesía de los calificativos que ha empleado y
de los juicios que ha emitido. (El señor Marco Miranda: Cuando se habla
con nosotros se asciende, no se desciende.) (Rumores. El señor Presidente re­
clama nuevamente orden.}
Dentro de lo lícito trabajaremos porque los anhelos de la España del por­
venir prevalezcan; nosotros sabemos bien que defender nuestras vidas, nues­
tras haciendas y nuestro honor es sólo un derecho (Rumores.}; pero defender
a España constituye el más sagrado, el más ineludible y estrecho de todos
nuestros deberes. (Protestas y rumores. Acto seguido se retira del salón la
minoría de Renovación Española.}
El señor Presidente: Señores Diputados, la ausencia de las representacio­
nes de las minorías de Acción Popular y de Renovación Española y el hecho
consecuente de que el debate sobre el dictamen que está a discusión corra

145
10
casi exclusivamente a cargo de los grupos de la mayoría, me obliga a signi­
ficaros la necesidad de que las representaciones de esos grupos, cuando lo dis­
cutan, lo hagan con aquel acento elevado, con aquel alto propósito de que
el país, que es en definitiva quien nos juzga, pueda apreciar en su volumen
mayor y en sus menores detalles lo ocurrido esta tarde en la Cámara.
Yo lamento que nos priven de su colaboración momentáneamente las repre­
sentaciones de esos grupos, y espero y deseo que esa ausencia no sea definitiva;
por el contrario, que en plazo breve se reintegren a la obra parlamentaria,
porque ésta es fundamentalmente una obra de colaboración y de convivencia,
donde el monólogo siempre es perjudicial y el diálogo altamente beneficioso
a los intereses del país.
Voy a conceder la palabra a los señores que la han solicitado para dis­
cutir el dictamen leído. Háganlo como si tuvieran enfrente a sus contricantes,
porque si físicamente no los tienen, el país necesita de los mayores esclare­
cimientos, para que la actitud de la mayoría sea rubricada con el aplauso
general de la opinión. {Aplausos en la mayoría.}
Tiene la palabra el señor Gomariz.
El señor Lamamié de Clairac: Señor Presidente, pido la palabra.
El señor Presidente'. Perdone el señor Lamamié. Ahora va a hablar el
señor Gomariz, en nombre de la Comisión.
El señor Lamamié de Clairac: Comprenderá S. S. que si quiero justificar
precisamente nuestra actitud de inhibición en el debate, y no me lo permi­
te S. S.» he de ausentarme sin hacerlo.
El señor Presidente: Puede usar S. S. de la palabra.
El señor Lamamié de Clairac: La declaración de indudable importancia
que se ha hecho esta tarde, en representación de la minoría Popular agraria,
y las palabras pronunciadas después por el jefe de la minoría de Renovación
Española, no permiten que la tradicionalista, que yo represento, permanezca
callada en estos momentos.
Quizá nosotros no hubiéramos sido ■—no lo hemos sido, desde luego—,
aunque en el caso nos hubiésemos visto, iniciadores de una resolución de
esta índole, pero no podemos sustraernos tampoco a la consideración de las
razones que abonan una retirada del Parlamento en estos momentos, porque
es lo cierto que en los dictámenes de actas que aquí se han ido leyendo y apro­
bando por la Cámara han ido sucediéndose diversos criterios, por virtud de
los cuales se han aplicado unas normas de juzgar en unos casos, y otras dis­
tintas en otros. Sobre la mesa de la Cámara están hoy dictámenes como los
relativos a las actas de Cáceres y a las de Granada, y ya se hacía resaltar aquí
cuán distintos criterios se observaban en ellos.
Y no es eso sólo. Nosotros no podemos sustraernos a la consideración de
aquello que está siendo un anuncio de lo que ha de ser la conducta de la
mayoría, que ha tenido repercusiones como la nota facilitada ayer por el
propio Presidente de la Comisión, señor Prieto, nota que o no quiere decir
nada, o vale tanto como expresar de antemano que a determinados criterios
preconcebidos, él no podría prestar ni su firma ni su aprobación, y como,
por otra parte, vemos que el Gobierno, desde los primeros momentos, ha

146
rehuido ciertas discusiones —no voy a entrar en este tema, señor Presiden­
te—, y que aun en el momento actual, cuando viene a presidir un criterio
político la discusión de actas, no toma las riendas de esa mayoría para diri­
girla, para encauzarla, para encaminarla, tenemos que pensar que en la dis­
cusión de todas estas actas no va a haber garantías para nosotros.
Poco nos importaría la cuestión de las actas; es verdad que de esta discu­
sión puede derivarse una viciosa constitución de la Cámara, un falseamiento
de los resultados electorales, que no parece sino que necesitan el refrendo, la
simpatía y la aprobación de los que os sentáis ahí para que sea reconocido
aquello que ha sido la voluntad y la expresión del sentir de los electores;
no obstante esto, el resultado de esta discusión sobre las actas nos interesa­
ría poco. Lo que sí nos interesa es la actitud en que venís, nos interesa lo
que suceda como síntoma de lo que va a ocurrir al debatirse una legislación
para aprobar la cual vais a echar el peso de vuestros votos; legislación
que rebasará el programa del Frente Popular y que va a encontrar, induda­
blemente, vuestro asentimiento, sin que nuestras protestas ni nuestros discursos
sirvan absolutamente para nada.
Convencidos de esto, nosotros, que hemos estado siempre frente al régi­
men parlamentario, como lo estuvimos frente a la Monarquía liberal y par­
lamentaria, como lo estamos frente a la República democrática; nosotros, que
no venimos al Parlamento por gusto, sino que venimos, sencillamente, porque
es el único medio de actuar que nos dais, y si nos obligáis a venir a este
juego parlamentario ha de ser a base de que se observen las leyes de él;
nosotros, cuando vemos que no hay posibilidad de discusión ni de actuar en
el Parlamento, tenemos que decir que aquí no hay nada que hacer.
Nos quedará siempre —¿cómo no?— todo lo que son nuestros ideales,
nuestra historia de cien años, aquellos medios lícitos que nosotros podamos
poner en práctica para hacer que la nación (Rumores. El señor Presidente
reclama orden.') reaccione contra este estado de cosas, al cual vosotros la
queréis someter.
Y nada más, señores Diputados. Los que conocen mis actuaciones en otras
Cortes saben que no soy yo ni avaro de aquellas exhibiciones en las que pue­
de hablarse en el Parlamento, ni tampoco, de tal manera, en mi expresión,
ni duro, ni estridente, que trate de provocar reacciones pasionales en ninguno
de los bancos de esta Cámara. Pero quede, sí, perfectamente claro lo que es
nuestro pensamiento; quede perfectamente claro lo que es nuestra conducta
Nosotros seguiremos fieles a nuestros ideales; nosotros seguiremos fieles a
todo lo que es una ejecutoria de una conducta, con toda la limpieza que tiene
esa misma conducta, porque no nos alcanza nada de lo que haya sucedido en
un siglo de gobierno, precisamente porque hemos estado proscritos siempre
de él. Aquí hay socialistas y republicanos que constituían oposición en los
tiempos de la Monarquía y saben que siempre estábamos nosotros en los
bancos de aquella oposición y que siempre nosotros estábamos —nosotros
claro está, que no yo, que no era Diputado; pero aquellos que representaban
a nuestra minoría—; nosotros estábamos siempre al lado de las diversas mi-

147
norias que tenían que defender sus derechos salvaguardados por un Regla­
mento y amparadas por una Presidencia. ¡Ah! Pero si lo que vosotros vais
a hacer ahora es algo que implica un desconocimiento de esos derechos y de
lo que pudiera ser la esperanza de actuación de estas minorías, nosotros
tenemos que marcharnos, como se han marchado estos compañeros, siempre
con la vista puesta en España, siempre con nuestros ideales, siempre con nues­
tra conducta, de la que no tenemos que renegar absolutamente nada. Y nada
más. {Rumores. Se retira del salón la minoría tradicional}sta. El señor Ven­
tosa pide la palabra.)
El señor Presidente: Obliga la necesidad a que tramitemos el incidente po­
lítico, planteado por la representación parlamentaria de Acción Popular, an­
tes de entrar en la discusión del dictamen. Consecuentemente con ello, voy a
conceder la palabra al señor Ventosa.
El señor Ventosa: Señores Diputados, con motivo de la discusión de actas
se ha planteado un grave problema político que me obliga, en representación
de la minoría regionalista, a definir claramente, para que no haya equívocos
de ninguna clase, cuál es nuestra actitud ante el problema planteado.
Hace algunos días, junto con otros representantes de diversas minorías
parlamentarias, tuve el honor de visitar al señor Presidente del Consejo para
exponerle cuáles eran nuestros recelos y cuáles nuestros deseos en orden a
la discusión de actas. Recelos de que pudiera la discusión inspirarse y pre­
dominar en ella un criterio movido más por la pasión política que por una
directriz estrictamente jurídica y de igualdad al juzgar las diversas actas. Lo
que ha ocurrido después creo yo que ha puesto de manifiesto que ni el temor
era injustificado ni la petición redundante. Por las manifestaciones que he­
mos podido oír de lo ocurrido en el seno de la Comisión de actas, por la
misma nota facilitada por el Presidente de esta Comisión, señor Prieto, al di­
mitir de su cargo, se evidencia que la discusión de esas actas no ha discurri­
do de una manera perfectamente normal, ni las perspectivas existentes res­
pecto á las resoluciones que hayan de adoptarse nos dan la plena garantía
de que se ha de respetar aquel criterio jurídico y de estricta igualdad entre
los diversos sectores de la Cámara.
Creo inútil encarecer la enorme importancia del problema de la escrupu­
losidad absoluta en la discusión de actas. Sería una redundancia decir que
constituye la base misma y la esencia del régimen parlamentario, y que, sin
este criterio de escrupulosidad absoluta, no podrá subsistir, porque su falta
representaría el ataque más grave que pudiera hacerse a la voluntad popular
tal como se hubiera manifestado en las urnas. Aquí resulta más grave toda­
vía, porque una absurda ley Electoral —absurda, a mi juicio— provoca como
resultado el dividir a todos los españoles en dos bloques contrapuestos, alen­
tados por un espíritu de guerra civil y con el ánimo abierto a la pasión y,
por consiguiente, si en este ambiente y con este espíritu hemos de proceder al
examen de las actas, evidentemente es de temer que el impulso de la pasión
pueda prevalecer sobre los dictados de la razón, que obligan a dar a cada
uno lo que sea justo.
El señor Azaña, Presidente del Consejo de Ministros, poco tiempo después

148
de haberse hecho cargo del Gobierno, pronunciaba ante el micrófono, dirigién­
dose a todo el país, unas nobles palabras de paz y de invitación a la convi­
vencia. Dentro de mi modestia, con una resonancia, como corresponde a ella,
mucho menor, en un acto público y en un ambiente ciertamente poco propicio
a las palabras que pronunciara, algunos días después hube de manifestar que,
a mi juicio, la base misma de la normalidad de la política española consistía
en que se pudiera establecer un régimen y un ambiente de convivencia entre
todos nosotros; que teníamos que acostumbrarnos a saber ganar y a saber
perder, y que los que habíamos perdido teníamos que reconocer al Gobierno
representante de los triunfantes el derecho y el deber de gobernar y que tenía­
mos que aportarle nuestro concurso para todo aquello que redundara en ser­
vicio del interés general de España; pero esta colaboración evidentemente exi­
ge que se respeten los intereses de todos y los derechos de todos, y estos inte­
reses y estos derechos pueden ser agraviados y lesionados por ataques violen­
tos fuera de este recinto y pueden ser desconocidos y agraviados con resolu­
ciones que vengan a consagrar el predominio de un partido o que obedezcan
a los dictados de una pasión política. Por ello me asocié a la gestión de las
otras minorías reclamando estas garantías, que estimo condición indispensable
para la subsistencia de un régimen democrático. Tal como están hoy las cosas,
ya veis el resultado: abstenidas, retiradas de este salón minorías que pueden
representar ideologías totalmente contrapuestas a las vuestras, pero que evi­
dentemente representan una masa importantísima y respetable de opinión es­
pañola, que se sentirá, juntamente con ellas, agraviada y lesionada. Yo os llamo
a todos vosotros la atención para que pueda serviros de norma en las resolu­
ciones que vais a adoptar, cuando vais a adoptarlas ahora sin contradicción
de ninguna clase.
¿Cuál va a ser nuestra actitud ante el problema planteado en el Parla­
mento? Nosotros no hemos de retirarnos de aquí, que hemos recibido nues­
tras actas y creemos que ellas nos obligan a defender todo aquello que
nuestros electores creyeron que nosotros habíamos de representar en el
Parlamento; pero nosotros, ante el problema planteado aquí, no podemos
participar en la discusión de las actas; no queremos compartir ninguna res­
ponsabilidad en los acuerdos que se tomen. Por consiguiente, nosotros deja­
mos íntegra esta responsabilidad a la mayoría para que, con sus votos, decida
con plena conciencia de aquella responsabilidad que contrae. Y yo me atrevo
todavía a pensar que pesará en su ánimo la idea de que unas cuantas actas
más o el dar satisfacción a una aspiración, o a una pasión, o a una convic­
ción de partido, no puede ser una compensación adecuada y suficiente para
agraviar más aún a masas enormes de opinión española y para ahondar más
aún el abismo que separa a los españoles y para encender el fuego de guerra
civil que les consume. Por eso nosotros, sentado este criterio, seguiremos aquí,
pero hemos de decir desde ahora que no participaremos ni con nuestra voz
ni con nuestros votos en la discusión de ninguno de los dictámenes de actas.
La constitución del Parlamento será plena e íntegramente de la responsa­
bilidad de la mayoría; en ella no queremos nosotros parte de ninguna clase.
{Aplausos. El señor Cid pide la palabra}

149
El señor Presidente'. El señor Prieto está en el uso de la palabra.
El señor Prieto'. La alusión que me ha hecho el señor Lamamié de Clai­
rac, y que he visto reiterada últimamente en las palabras del señor Ventosa,
obligan a esta intervención mía, que será brevísima y que ha de servir para
negar validez a la interpretación que el señor Lamamié de Clairac ha dado
en cuanto a las causas de mi dimisión del cargo de Presidente de la Comi­
sión de Actas, porque nada autorizaba al señor Lamamié de Clairac, ni nada
autoriza a nadie a interpretar en la forma que lo ha hecho un texto que está
suficientemente claro, y es, a saber:
Que mi conformidad es absoluta, total y terminante respecto a cuantos dic­
támenes sobre actas figuran en el Orden del día que llevan mi firma y al servi­
cio de cuya defensa estoy aquí. En cuanto a advertir en mi actitud y en la nota
en que quise expresarlas otras proporciones que la de una posible discrepan­
cia con miembros de la mayoría, que yo no podía liquidar correctamente ocu­
pando la presidencia de la Comisión, la exageración interpretativa resulta
evidentísima.
He de consignar que esa actitud mía no supone la más mínima descon­
fianza en la rectitud ni en la probidad de la administración de sus juicios, no
sólo de mis compañeros de minoría socialista, miembros de dicha Comisión,
sino de todos los demás representantes de la mayoría, Todo queda limitado
a la posibilidad de una discrepancia que yo no podía ventilar adecuadamente
desde la cabecera del banco de la Comisión. Después de esto, debo llamar
la atención de los señores Diputados sobre el caso insólito aquí presenciado,
y al cual ha puesto un comentario injusto, a mi juicio, el señor Ventosa.
La Cámara iba a examinar un dictamen que lleva mi firma, y con mi firma
mi adscripción, y con mi adscripción mi convencimiento de que deben ser
anuladas las actas de Granada, y sin que haya resolución de la Cámara, sin
que haya acuerdo de ésta, las minorías principalmente interesadas en la pro­
puesta formulada por la mayoría de la Comisión, propuesta que perjudica
sus intereses, se retiran de aquí.
Lo lógico era, señor Ventosa, que permaneciesen entre nosotros para exa­
minar a la luz del día, ante la Cámara y de cara al país entero, las razones que
se atribuyan y la sinrazón que nos adjudican por proponer la nulidad de esas
actas. (Muy bien. Aplausos) Y luego de dar a la Cámara y al país la sen­
sación del supuesto atropello, cabría una actitud como la que han tomado,
aunque ella sea insólita en representaciones que se tiñen con el calificativo
de conservadoras. Pero, sin entrar siquiera en el examen del problema, reti­
rarse, eso, con todo respeto para los ausentes, equivale a declarar que no se
puede afrontar públicamente la discusión de estas actas. (Grandes aplausos)
Es cómodo el procedimiento, señor Ventosa —y no extremo mi argumen­
tación porque me doy cuenta del comedimiento que me impone la ausencia
de los sectores que acaban de abandonar esos bancos—; es muy cómodo el
procedimiento de que, cuando se va a discutir un dictamen y cuando se van
a examinar públicamente los motivos en que la mayoría de la Comisión de
actas fundamenta su propuesta de nulidad, se hurte el cuerpo al debate y se
tome actitud tan extrema como la que se ha adoptado. Y yo digo —sin en-

150
trar, puesto que no me incumbe, en el examen a fondo— que actitud tan
absurda, tan plenamente absurda como la adoptada hoy, sin esperar al exa­
men del caso, sin aguardar su resolución, no puede tener más que una ex­
plicación: o que quieren alentar un complot existente... (Grandes aplausos
que impiden oír las palabras del orador), o que quieren inducir a él. La ga­
llardía de tal actitud, si obedece a esos móviles, no hemos de examinarla en
estos momentos. Pero podían parangonarse actitudes. Nosotros desde esos ban­
cos dijimos un día que íbamos a hacer la revolución. La hicimos con for­
tuna o sin ella; lo que no hemos hecho es pronunciar palabras por las que
no se arrostra la responsabilidad directa de un movimiento subversivo, sino
que constituyen a lo sumo una cobarde inducción. (Aplausos.)

DOCUMENTOS 46, 47 y 48

EL “DICTAMEN SOBRE ILEGITIMIDAD...” (56) (57) (58)

En otra obra (59) hemos enjuiciado el valor documental e histórico del


“Dictamen”. Aquí nos limitamos a citar algunos de sus documentos relacio­
nados con las elcciones. Herbert R. Southworth coteja (60) algunos datos
del Dictamen con el Diario de Sesiones. De su cotejo —incompleto, quere­
mos pensar que indeliberadamente— parecen deducirse inconsecuencias del do­
cumento de Burgos. Hemos elegido para su cita in extenso un caso en que
no hay la menor discrepancia entre ambos documentos; el estudio de las
elecciones de Cáceres, que hemos visto analizar, de acuerdo con lo que des­
pués afirmaría el Dictamen, a una persona tan poco sospechosa de apasio­
namiento como el señor Jiménez Fernández.
Pero que conste que no deseamos ponemos en el plano polémico de
Southworth. A estas alturas, el recuento de votos no tiene demasiada impor­
tancia. Aducimos estos documentos como reflejo de tendencias en 1936 y
1939, no en 1966. Estamos convencidos de que la victoria del Frente Popular
fue estrecha y discutible. Y desbordada muy pronto, como veremos en
el siguiente capítulo.
El documento sobre intervención masónica en las elecciones lo recoge­
remos a título anecdótico. Refleja un estado de ambiente en 1939, más que
un elemento determinante en 1936.

DOCUMENTO 46 (56)

I. Las elecciones del 16 de febrero de 1936. Análisis de su preparación y de


sus resultados.
Constituido el -Frente Popular por diversos partidos que, en su mayoría,
preconizan la “acción directa”, y enarbolada por los mismos la bandera de la
revolución asturiana de octubre de 1934, nada tiene de extraño que al convo­
carse las elecciones de febrero de 1936 concertaran los aludidos elementos un

151
proceso de dualismo, por virtud del cual se utilizarían los cauces democráticos
del sufragio universal, pero al propio tiempo los métodos radicales de la ac­
ción directa, que habrían de exteriorizarse en un ambiente de provocación que
retrajese de las urnas a numerosas personas del orden, singularmente mujeres
y ancianos; y, en definitiva, en el asalto al Poder, realizado con la antelación
suficiente para lograr, con el fraude y el amaño, la mayoría que el cuerpo
electoral les negase.
Planeado así el ataque, se cursaron a todas las regiones las consignas
oportunas recalcando en ellas la necesidad de que, antes del escrutinio general,
estuviesen los elementos directivos apoderados de los órganos públicos.
Parecía lógico y de elemental imparcialidad, que habiendo sido el Gobier­
no Pórtela el que convocó y presidió las elecciones del 16 de febrero, conti­
nuase éste en el Poder para la celebración del escrutinio, e incluso de la se­
gunda vuelta; y que una vez comprobado el triunfo se entregasen los destinos
de la nación al bando que hubiera resultado favorecido con la mayoría de su­
fragios.
Ejemplo francés que no pueden recusar nuestras izquierdas.—No debe ser
recusable a este propósito, para las izquierdas españolas, el testimonio de la
democracia francesa, el cual es tanto más aplicable al caso de que se trata,
cuanto que se dio con una gran coincidencia de fechas. Celebradas en Francia
las elecciones generales el 26 de abril del mismo año, con segunda vuelta el
3 de mayo siguiente, y a pesar de haber obtenido mayoría no discutida los
partidos del Frente Popular, el Gobierno Blum no se constituyó hasta el día 4
de junio del citado año.

II. El asalto al Poder.

Mas la conducta de los revolucionarios de nuestro país fue bien diferente.


En una ejecución exacta del plan trazado, y tan pronto como al anochecer del
día 16 de febrero se empezaron a conocer los datos de la votación en diversas
capitales de primer orden —que por el indicado ambiente de terrorismo y por
disponer en sus censos de grandes masas obreras, daban el triunfo al Frente
Popular—, y a pesar de que simultáneamente comunicaba la radio, por nota
oficiosa del Gobierno, el victorioso resultado de las candidaturas derechistas
y de centro en numerosas provincias (entre otras, Salamanca, Toledo, Grana­
da, León, Falencia, Soria, Cuenca, Burgos, Navarra, Ciudad Real, Baleares,
I^a Coruña, Albacete, Zamora, Cáceres, Logroño, Segovia, Guadalajara, Ala­
va, Santander, Avila y Valladolid), es lo cierto que, sin pérdida de tiempo,
comenzaron a realizarse toda clase de coacciones y amenazas sobre el Jefe
del Estado y del Gobierno, encontrando especialmente en el ánimo, por lo
menos claudicante y medroso del segundo, el mejor aliado para la rápida rea­
lización de tan funestos designios; y así, tres días después, el 19 de febrero
—víspera del escrutinio general— se encargaba del Poder un Gobierno del
“Frente Popular”, presidido por Azaña.
Se falsifican las actas.—Inmediatamente que ello se supo, sin esperar a la
transmisión normal de poderes, procedieron los dirigentes revolucionarios en

152
todas las provincias a apoderarse —en algunos casos con grandes violencias—
de los edificios y de los cargos públicos, para adueñarse y operar impunemente
sobre la documentación electoral. Y así, en no pocas de las citadas provin­
cias, aprovechando la madrugada del 19 al 20, se abrieron los sobres que con­
tenían las actas de votación y se sustituyeron éstas por otras falsas, en número
bastante para trasladar a las candidaturas de izquierdas el triunfo que habían
logrado las derechas. Casos típicos de este fraude electoral son las elecciones
de Cáceres y La Coruña, en cuyas dos provincias consiguió el Frente Popular
con dichas falsificaciones doce actas de diputados que legalmente no le per­
tenecían.
En el expediente que instruye esta Comisión existen las más amplias prue­
bas documentales, que no pueden ser recusadas por los elementos adversos,
teniendo en cuenta:
d) Que la falsedad se acredita con dictámenes de peritos calígrafos que
intervinieron en las diversas actuaciones procesales.
b) Que muchas de dichas actas falsas, correspondiendo a pueblos muy
distantes entre sí, aparecen no obstante, escritas por una misma mano.
c) Que las actas auténticas de votación archivadas, por ministerio de la
ley, en las Juntas Municipales del Censo evidencian la falsía de las escrutadas;
y sin que las izquierdas puedan rechazar esta prueba documental, porque en
las aludidas actas originales están las firmas de los interventores y apodera­
dos de los candidatos del “Frente Popular”.
En la ciudad de Málaga, tras las elecciones del 16 de febrero, en que hu­
bieron de permanecer cerrados infinidad de colegios electorales, tuvieron que
retirarse los candidatos de derechas, por peligrar su seguridad personal; y así
resultaron actas de distrito que votaron absolutamente unánimes a los candi­
datos de izquierdas, porcentaje inverosímil que sólo pudo producirse como
consecuencia de la forzada inhibición de sus adversarios, Todo ello dio por
resultado que la candidatura contrarrevolucionaria quedase en esta provincia
hasta sin la representación de las minorías.
En las circunscripciones de Pontevedra y Lugo se cometieron asimismo nú-
merosos delitos electorales reflejados en amplia documentación que compren­
de, desde las actas falsificadas, como las famosas del distrito de Lalín, en la
primera de dichas provincias, y las de Chantada y Vivero, en la segunda, hasta
la significativa redacción del acta de la sesión de la Junta Provincial de Ponte­
vedra, que consigna que varias veces hubo que suspender hasta el día siguiente
el acto del escrutinio general, para dedicar la fuerza pública a reprimir los
desórdenes en las calles.
Anulación caprichosa de las elecciones.—En otras provincias, como Gra­
nada y Cuenca, no pudieron dichos elementos evitar que el día del escrutinio
general se hiciera la proclamación de diputados en forma legal, que dio el ple­
no triunfo a las derechas; y así la Junta Provincial del Censo de Granada
proclamó diez diputados de derechas y tres de izquierdas, y la de Cuenca
por los cuatro puestos de mayoría y los de minoría, seis diputados perte­
necientes todos a la coalición de derechas.

153
Pero la dictadura, que con ficción de legalidad parlamentaria, actuaba en
el edificio del Congreso, acordó, sin justificación alguna, y previa la corres­
pondiente campaña de escándalo, anular las elecciones en dichas provincias,
para celebrarlas de nuevo bajo el signo de la violencia.
De esta forma ilícita perdieron también los partidos antirrevolucionarios
sólo en dichas dos provincias dieciséis actas de diputados; siendo notable ad­
vertir que los autores de los hechos que se dejan denunciados incidían frecuen­
temente en contradicción con sus propios actos; y así, al convocar nuevas
elecciones en la provincia de Cuenca, se señaló (Decreto publicado en la Ga­
ceta de Madrid del 9 de abril) el día 3 de mayo para la elección y el 17 del
mismo mes para verificar la segunda vuelta, si hubiere necesidad de ella. No
obstante esto, al hacerse pública la iniciativa de incluir en la candidatura de
derechas el nombre del fundador de la Falange, don José Antonio Primo de
Rivera, el Gobierno, por conducto del Ministro de Justicia, conminó secre­
tamente al Presidente de la Junta Provincial del Censo de Cuenca para que
ésta adoptase el acuerdo, a todas luces ilegal, de considerar la elección del 3 de
mayo como segunda vuelta de la del 16 de febrero, a fin de privar así a dicho
candidato de toda intervención en la lucha; a pesar de lo cual obtuvo éste
votación bastante para ser proclamado diputado, si bien un nuevo y definitivo
amaño se le dejó sin representación parlamentaria. En el expediente de la Co­
misión que dictamina este testimonio del que el Ministro hizo la expresada
gestión acerca de la Junta Provincial, la cual, a pesar de lo publicado en la
Gaceta, se convirtió, por mayoría de votos de sus componentes, en dócil ins­
trumento de la arbitrariedad ministerial.
Conviene destacar entre los elementos probatorios las certificaciones de la
Junta Provincial del Censo de Granada y las actas de votación correspondien­
tes a las primeras elecciones de dicha provincia, documentos que constituyen
prueba contra las izquierdas, porque aparecen todas las actas firmadas por los
interventores y candidatos del “Frente Popular” sin consignar protesta alguna.
Las escasas que luego se formularon, además de estar carentes de prueba, no
podían afectar al resultado de la elección.
La Comisión de Actas del Congreso emitió dictamen proponiendo tam­
bién la anulación de las elecciones celebradas en Orense, pero ante el escán­
dalo y el descrédito que suponía expulsar de las Cortes al Jefe de la oposición
parlamentaria, señor Calvo Sotelo, Diputado electo para aquella provincia, se
acordó en una sesión, a altas horas de la madrugada, retirar dicho dictamen,
y. sin estudio ni confrontación de datos, diversos Vocales de la Comisión pro­
pusieron eliminar de la candidatura contrarrevolucionaria a dos diputados
para dar sus puestos a dos candidatos del Frente Popular que habían sido
derrotados por notable diferencia de votos; y así se aprobó acto continuo y
con toda arbitrariedad por la llamada Cámara de Diputados.
Otra modalidad del falseamiento electoral.—ten. las actas de Burgos y Sa­
lamanca el atentado a la voluntad popular se realizó mediante otra habilidad
no menos llamativa. Triunfantes las candidaturas de derechas por gran ma­
yoría, se reconoció por las Cortes la validez de dichas elecciones, pero se
buscó en una supuesta incapacidad legal prevista en el número 2.° del artícu-

154
lo 7 de la Ley Electoral el pretexto para privar de representación parlamen­
taria a cuatro diputados de derechas.
Existe abundante prueba documental acreditativa de que en los casos alu­
didos no concurrió dicha causa de incapacidad; y es interesante agregar que
la eliminación de tales diputados tuvo —como en los casos anteriores— doble
eficacia, porque, lejos de cumplir lo dispuesto en el artículo 22 del Regla­
mento del Congreso, que ordena convocar nuevas elecciones para cubrir las
vacantes de los incapaces, se corrieron las escalas, es decir, se otorgaron las
actas a los candidatos no derechistas, que habían sido derrotados.
La forma en que se constituyó la representación parlamentaria de la pro­
vincia de Soria es elocuentísima prueba del ambiente producido en el país
por consecuencia de los desmanes que autorizaba a la sazón el Gobierno.
Ciertamente este caso, más que un argumento de ley positiva, es un dato de
aspecto moral, no menos interesante para formar convicción plena. Nos refe­
rimos al hecho acreditado de que en las elecciones de dicha provincia, cele­
bradas el 16 de febrero, no triunfó ningún candidato de izquierdas, pero re­
petida la elección, por no haber alcanzado quorum en la primera vuelta,
bastó que en el intermedio subiera al Poder el Gobierno Azaña y se formase
el ambiente aludido, para que los candidatos de derechas, triunfantes la vez
anterior, resultaran derrotados.
Ese mismo ambiente de coacción motivó también la retirada para la se­
gunda vuelta de los candidatos de derechas que en la primera figuraban con
mayoría en diversas provincias, entre ellas en la de Guipúzcoa.
La superchería electoral de la provincia de Valencia merece también par­
ticular mención, aunque por hallarse todavía esta provincia bajo la domina­
ción marxista no han podido reunirse documentos electorales originales. Pero
la amplia prueba realizada en el expediente, con elementos documentales y tes­
timonios de la mayor solvencia moral, y el público conocimiento de notorie­
dad de cuanto allí ocurrió, llevan a la convicción de que en Valencia se apo­
deró el Frente Popular de muchas actas de diputados obtenidas legalmente por
los candidatos de derechas.
El amaño del censo valenciano metódicamente falseado en sus rectificacio­
nes periódicas, siempre en favor de las izquierdas, y los habilidosos nombra­
mientos del Presidente Adjunto de las mesas en personas de las mismas ten­
dencias, son hechos acreditados por la fe de los mismos funcionarios adminis­
trativos que hubieron de intervenir en la formación de aquel censo.
Es notorio que durante la elección, bandas de pistoleros y rondas de vo­
tantes extremistas adueñadas de las calles impidieron la votación de muchas
personas de orden, apalearon a otros, obligaron a interventores o apoderados
a abandonar los colegios de bastantes secciones y rompieron muchas urnas de
aquellas en que suponían triunfarían las derechas por haber obtenido en pre­
cedentes elecciones el 80 por 100 de los sufragios.
También fue cumplida en la provincia la consigna de apoderarse de los
edificios oficiales antes de que tuviera lugar el escrutinio general, y así fue
asaltado el Gobierno Civil por un señor Cano Coloma, después premiado por
tal hecho con el nombramiento de alcalde. Ya en posesión las izquierdas de

155
todos los resortes necesarios para lograr el fin apetecido, llegóse al escrutinio
general, que tuvo carácter formulario ante el influjo de presiones de toda clase,
cual lo evidencia ser su duración de poco más de una hora, extremo éste ab­
solutamente demostrado.
Posteriormente, el Parlamento ratificó aquella fórmula, desatendiendo la
justa petición de los candidatos de derechas para que se practicara un escru­
tinio verdadero a base de las certificaciones remitidas a la Junta Central del
Censo, según dispone la Ley.
Prueba inequívoca del triunfo obtenido por las derechas se halla en el he­
cho de que, a pesar de todo lo expuesto, el candidato de la C. E. D. A., se­
ñor García Guijarro, tuvo que ser proclamado por el primer puesto de la
mayoría, siguiéndole en los inmediatos otros dos candidatos de derechas; y
es sabido que éstas votaban con gran uniformidad toda su candidatura.
En una palabra, todos los amaños realizados privaron de diez actas a las
derechas valencianas, que, si no hubieran mediado los acontecimientos aludi­
dos, habrían triunfado por las mayorías.
En el territorio actualmente dominado por el Gobierno del Frente Popu­
lar existen asimismo circunscripciones en que se cometieron fraudes electo­
rales análogos a los mencionados, cuya investigación, por imposibilidad del
momento, se realizará más adelante, y seguramente permitirá acreditar otros
muchos atentados a la pureza del sufragio.
En otro orden de cosas, no menos interesante a los fines que se persiguen,
bueno será recordar que a raíz de celebradas las elecciones de España en el
año 1936 se publicaron en la prensa nacional, sin haber sido objeto de rectifi­
cación contraria —lo cual supone que fueron aceptados unánimemente—, los
siguientes datos acreditativos de que en las elecciones del 16 de febrero las can­
didaturas de coalición contrarrevolucionaria obtuvieron, en la totalidad del te­
rritorio nacional, la cifra global de votos 4.910.818 sufragios, contra 4.497.696
votos correspondientes a los partidos del Frente Popular. Estos datos fueron
publicados también en periódicos extranjeros.
Trascendencia del fraude electoral.—Por consecuencia de cuanto queda ex­
puesto puede afirmarse que se privó ilícitamente a los partidos de coalición
antirrevolucionaria de numerosas actas de diputados, que fueron a engrosar
las huestes parlamentarias del Frente Popular; resultando así doblemente
eficaz la superchería, ya que, al pasar la representación de un bando a otro,
el desnivel que se produjo en las votaciones no fue, en muchos casos, igual al
número de las aludidas actas, sino equivalente al duplo de las mismas.
Aun dejando reducida el área del fraude electoral a aquellas circunscrip­
ciones respecto a las cuales existe amplia prueba documental que sirve de
apoyo para el convencimiento de que se falseó el sufragio excluyendo de la
Cámara a personas que legalmente habían sido elegidas y ocupando escaños
en el Congreso individuos que no habían salido triunfantes en las urnas, es
evidente que los casos aludidos representan por lo menos cincuenta actas de
diputados; quedando fuera de este cómputo aquellos otros casos de falsea­
miento electoral correspondientes a las provincias aún dominadas por los
marxistas, en que la Comisión no ha podido investigar todavía.

156
Estas cincuenta actas adjudicadas por la falsificación o la arbitrariedad a
quienes legítimamente no les correspondían, fueron arrebatadas por el “Fren­
te Popular” para lograr la mayoría parlamentaria, que en buena lid no había
podido conquistar.
Basta un mero cotejo de la cifra total de parlamentarios pertenecientes a
los partidos del “Frente Popular” con la cifra de la mitad más uno de los
miembros de la Cámara para comprobar la conclusión que se deja apuntada.
De las listas oficiales de diputados resultan inscritos en los partidos del
Frente Popular 279 diputados, y restando de esa cifra dichas 50 actas, resultan
229 diputados, los cuales no alcanzan la mitad más uno de la Cámara, que
es de 237 diputados.
Pero el mejor medio de comprobar la trascendencia de este fraude electoral
consiste en el examen de las votaciones verificadas en dichas Cortes. Un detenido
estudio de las mismas permite afirmar que el Gobierno pudo ganar la casi
totalidad de dichas votaciones merced a la eficacia de esas actas ilegales. Más
aún: el Diario de Sesiones pregona cómo el Gobierno del Frente Popular,
a pesar de disponer de dichas cincuenta actas ilegales, padeció, en la mayor
parte de los debates parlamentarios, la angustia de tener muy tasados los
votos, hasta el punto de lograr quorum sólo con los sufragios estrictamente
indispensables para obtenerlos, y aun en algunas ocasiones teniendo que ape­
lar al recurso reglamentario de considerar como votantes a los quince dipu­
tados de la oposición que los hubieren pedido, ya que los votos de la mayo­
ría ni siquiera alcanzaron la cifra exigida para el quorum.
En el Diario de Sesiones del Congreso de 3 de abril de 1936, página 234,
aparece la primera votación de confianza al Gobierno del “Frente Popular”
que puso término al debate político. Votaron a favor de aquél 181 diputados;
en contra, 88. De no haber dispuesto el Gobierno de las actas ilegales habría
perdido la votación en el expresado día, motivando su caída repercusión deci­
siva en el mecanismo constitucional y parlamentario, cuya importancia his­
tórica no es necesario encarecer.
En el Diario de Sesiones del 7 de abril del mismo año, páginas 268 y si­
guientes, aparece la votación más esencial que tuvo lugar en las Cortes, cual
fue la que llevó aneja la destitución del Presidente de la República. Votaron
a favor de esa destitución 238 diputados; y en contra, 5. ¿Se logró el quo­
rum exigido por el texto constitucional? En otro lugar de este Dictamen se
expresa el criterio de que la destitución del Presidente debió verificarse me­
diante aplicación del artículo 82 de la Constitución. En este supuesto resulta
evidente que el quorum no se logró, ya que las tres quintas partes del Con­
greso representan 284 diputados, número superior a los 238 votantes. Mas en
la hipótesis de que el artículo constitucional aplicable fuera el 81, resultaría
logrado por una superación de 8 votos; y ello en el supuesto de que la mayo­
ría absoluta de la Cámara sea computable por el número de diputados en ejer­
cicio, pues considerada por el número de diputados proclamables, sólo ha­
bría existido un voto de exceso.
Véase, pues, la trascendencia decisiva de las actas ilegítimas en este punto,
que a su vez se refleja en la vida pública del país, pues no cabe olvidar que

157
al Presidente de la República corresponde la facultad de designar Jefe del Go­
bierno. Es decir, que si en la ocasión referida no dispone el “Frente Popular”
de aquellas cincuenta actas ilegales, no hubiera podido deponer al Presiden­
te. Más aún: ni siquiera precisa invocar la cifra de cincuenta actas. Hubiera
bastado un fraude electoral de una docena de actas para que hubiera ocurrido
el desenlace adverso para el “Frente Popular” que se deja apuntado.
Idéntica influencia tuvieron las actas ilegítimas en las votaciones que se
produjeron en la Cámara referentes a la aprobación, tanto de las actas de Gra­
nada como de Cuenca, cuando, por consecuencia de la caprichosa anulación
de las primeras elecciones, se repitieron éstas en dichas dos provincias. En
los Diarios de Sesiones del 22 de mayo y 2 de junio de 1936, páginas 840, 31
39 y 44, constan las votaciones recaídas en diversos votos particulares formu­
lados sobre dichas elecciones por miembros de minorías de derechas. Vota­
ron en favor del criterio del “Frente Popular” 124, 149, 124 y 113 diputados,
y en contra, 58, 66, 49 y 28, respectivamente. Con claridad se percibe la tras­
cendencia de las actas ilegales en esas votaciones, pues aun descontadas las
diez correspondientes a Granada (en su caso) y las seis de Cuenca, siempre
se advierte que en todas las votaciones las cincuenta actas ilegítimas fueron
decisivas.
El proyecto de la ley de aplicación de la amnistía motivó también diver­
sas votaciones que aparecen en los Diarios de Sesiones de 26 de junio y 3 de
juiio, páginas 23, 5, 12 y 17. Basta la mera confrontación de las cifras que allí
constan para dejar comprobada la trascendencia del fraude electoral.
Otro asunto de gran importancia que también motivó la correspondiente
votación fue el relativo a la aprobación de un ley que derogaba la de Re­
forma Agraria de primero de agosto de 1935 y restablecía la de 15 de sep­
tiembre de 1932. En la página 33 del Diario de Sesiones de 11 de junio de 1936
aparece la votación recaída, y de ella resulta que habiéndose pedido quorum
votaron a favor 201 diputados. ¿Se consiguió el quorum? Entendemos que se
impone la contestación negativa, teniendo en cuenta que el texto de la que se
llamó Ley de Reforma Agraria, de 15 de septiembre de 1932, contenía diver­
sos preceptos que autorizaban la expropiación sin indemnización; y sabido
es que el artículo 44 de la Constitución exige que, para que ello pueda reali­
zarse, lo autorice una ley aprobada por los votos de la mayoría absoluta de
las Cortes. Resulta, pues, que la ley votada eu 11 de junio de 1936 fue in­
constitucional, ya que la mayoría absoluta de diputados estaba constituida
por 233 y sólo la aprobaron 201.
Pero aun en la hipótesis —que sentamos únicamente a los efectos del ra­
zonamiento— de que sólo fuera necesario para aquella ley quorum de 200 di­
putados, cual si se tratase de una votación ordinaria, siempre quedaría eviden­
ciado que dicho quorum sólo se logró por un voto de mayoría, o por 16 si
se computan tales las firmas de los diputados que lo solicitaron. Es decir,
que en la aprobación de ley de tanta trascendencia, puesto que afecta a una
de las fases más esenciales de la economía del país, fue tan decisiva la influen­
cia de las actas ilegales, como que bastaron 16 de éstas para que el Gobierno
lograra mayoría.

158
También merece destacarse la votación de la ley que restableció la primi­
tiva de Jurados Mixtos de 27 de noviembre de 1931. En ella se obtuvo el
quorum mediante el voto de 204 diputados; con lo cual queda acreditada la
repercusión decisiva de las actas ilegales.
De igual manera es digna de mención la ley que crea un tribunal especial
para exigir responsabilidades a los magistrados, jueces y fiscales. En otro lu­
gar de este Dictamen se comenta su gravedad. Para aprobarla se logró el
quorum mediante el voto de 202 diputados. Es innecesario repetir las razones
anteriormente apuntadas.
Prescindimos, en honor a la brevedad, de detallar otra serie de votaciones
de leyes sobre materias tan importantes como intervención en los cambios, mo­
dificaciones tributarias, desahucios de fincas rústicas, incompatibilidades, nom­
bramientos de justicia municipal, bienes comunales y privación de beneficios
a Generales, Jefes y Oficiales del Ejército, cuyas respectivas votaciones cons­
tan en los Diarios de Sesiones de 18 y 28 de abril, 22 y 28 de mayo, 25 y 30
de junio y 7 de julio de 1936. En todas ellas basta una sencilla operación arit­
mética para comprobar la influencia decisiva en las actas defraudadas.
Infracción del artículo 52 de la Constitución.—Con los delitos electorales
y actos parlamentarios anteriormente expuestos se cometió grave infracción
del artículo 52 de la Constitución, que textualmente dice: “El Congreso de
los Diputados se compone de los representantes elegidos por sufragio uni­
versal, igual, directo y secreto.”

TIL El Parlamento de 1936 fue inconstitucional y faccioso.

El Parlamento de 1936 no se compuso, por lo que respecta a numerosas


circunscripciones, de los representantes que habían sido elegidos por el sufragio
popular. Esta conculcación del citado precepto constitucional es tanto más im­
portante si se considera que dicho artículo es la piedra angular de todo el edi­
ficio de la Constitución de la segunda República española, pues organizados
en la misma todos los poderes a base del sufragio universal y de la soberanía
emanada del pueblo representada por los Diputados a Cortes, es visto que se
atacó en su raíz todo el sistema jurídico-político de la Nación.
Obsérvese también que el artículo 52 está redactado en términos que no
permiten interpretaciones sutiles. Dicho artículo se refiere, no a los diputados
que integran una mayoría, sino a la totalidad de los que componen el Con­
greso, y desde el momento en que éste se constituye excluyendo de su seno a nu­
merosos diputados elegidos por la Nación, sustituidos por personas que no te­
nían la condición legal de elegidos, la inconstitucionalidad del organismo así
reunido es indiscutible.
Tienen los firmantes del Dictamen el firme convencimiento de que los he­
chos enunciados afectaron a los límites de la mayoría de aquellas Cortes; pero
aun en la hipótesis de que así no hubiera ocurrido, la infracción del citado
precepto constitucional fue de todas formas evidente; las minorías en un Con­
greso son tan esenciales como las mayorías, pues no se concibe régimen parla-

159
mentario sin la eficacia de una oposición; aparte que la carta sustantiva de
la República está concebida, teóricamente, no para servir de garantía a un
grupo mayoritario de españoles, sino para asegurar la igualdad de todos ante
la Ley: así lo proclama imperativamente su artículo 2.° y lo demuestra la re­
dacción de los artículos 25, 29 y 31, entre otros, relativos a las garantías indi-
dividuales y políticas.
De otra parte también quedaba infringido el reglamento del Congreso, que
está basado en el sistema de representación proporcional de los grupos polí­
ticos, que desaparecía al no incluir en los cómputos de la misma las actas le­
gítimas arrebatadas.
Creen, por tanto, los firmantes del presente Dictamen, que fue inconstitu­
cional y faccioso el Parlamento que se reunió en España en 1936 y, en su con­
secuencia, ilegítimos los gobiernos que de él nacieron.

DOCUMENTO 47 (57)

Las elecciones de Cáceres.—En la certificación del acta de la sesión de la


Junta Provincial del Censo de Cáceres, que a continuación se inserta —sólo
en los extremos interesantes a este respecto—, está la huella de las falseda­
des, toda vez que se mencionan los sobres electorales que aparecieron abier­
tos al tiempo de verificarse dicho escrutinio. Innecesario parece decir que
esos sobres se abrieron para sacar los documentos auténticos y sustituirlos
por los falsos. He aquí el texto de dicha certificación.
“Hay un sello que dice: Junta Provincial del Censo Electoral.—Cáceres.—
Don Luis Villegas y Bermúdez de Castro, Licenciado en Derecho, Secretario
de la Excma. Diputación y de la Junta Provincial del Censo Electoral de la
provincia de Cáceres.—Certifico: Que entre las actas que se custodian en la
Secretaría de mi cargo existe una que, copiada a la letra, es como sigue: ’Acta
de escrutinio general de las elecciones de Diputados a Cortes.—En la ciudad
de Cáceres, a 20 de febrero de 1936, siendo las diez de la mañana, se reunió
en la Sala de la Audiencia la Junta Provincial del Censo Electoral bajo la pre­
sidencia del ilustrísimo señor Presidente de la Audiencia, don Angel Avila,
concurriendo los Vocales... (aquí continúa el acta relacionando los Vocales
que constituyeron la Junta; los candidatos asistentes, etc. A continuación se
inserta la relación de votos que se escrutaron a cada candidato y los nombres
de los que se proclamaron Diputados electos; y continúa el acta en los siguien­
tes términos:)... protestas formuladas por los candidatos.—Al dar co­
mienzo el acto, el candidato don Víctor José Berjano Gómez formula protesta
con respecto a la designación de don José Herrera Quiroga para actuar ante
la Junta Provincial del Censo con el carácter de Secretario accidental, por en­
tender que dicho señor no es el llamado a sustituir reglamentariamente al Se­
cretario en propiedad en sus ausencias y enfermedades... (A continuación, y des­
pués de acordar la Junta admitir al ejercicio de sus funciones al dicho señor
Herrera Quiroga, viene la relación de las protestas y se reproducen literalmente

160
CUADRO DEMOSTRATIVO DEL FALSEAMIENTO ELECTORAL EN
LA PROVINCIA DE CACERES

Votos Votos
Votos falsos escru­ auténticos Votación
Nombre de los candidatos escrutados no escru­ verdadera
tados tados

José Giral Pereira................... 96.516 5.655 1.833 94.694


Fulgencio Diez Pastor 97.282 5.655 1.819 93.446
Luis Martínez Carbajal 97.275 5.645 1.819 93.449
Faustino Valentín Torrejón ... 96.692 5.649 1.821 92.864
Luis Romero Solano .............. 96.418 5.278 1.820 92.960
Rafael Bermudo Arduras ... 96.314 5.422 1.815 92.707
Higinio Felipe Granado 96.227 5.643 1.817 92.401
Teodoro Pascual Cordero .. 95.662 214 5.199 100.647
Víctor José Berjano 95.450 214 5.197 100.433
Adolfo .Rodríguez Jurado .. 95.440 217 5.192 100.415
Eduardo Silva Gregorio ... . 94.925 215 5.221 99.931
Luis María Narváez............ 94.780 214 5.180 99.746
Honorio Maura Gamazo ... . 90.782 213 4.948 95.517
Francisco Javier Morata ... . 88.064 202 . 5.159 93.021

las relativas a los sobres que aparecieron abiertos y que son los siguientes:)...
alcuescar: Pliegos dirigidos al señor Presidente, el que da cuenta a la Junta
adviniéndola de no venir cerrados. Protesta el señor Berjano, que indica no
deben escrutar. Este candidato presenta certificaciones de escrutinio que no
coinciden con las certificaciones de las actas de votación. Contraprotesta del se­
ñor Valentín, en el sentido de que no deben ser admitidas tales certificaciones
de escrutinio, toda vez que existen documentos auténticos, como son las copias
de las actas de votación, y que el hecho de que los sobres vengan dirigidos al
Préndente puede ser causa de un error material e involuntario de las respectivas
mesas electorales.—alia: Distrito primero.—Sección primera.—Sección segun­
da.—La Presidencia da asimismo cuenta de no venir los sobres de las respec­
tivas secciones cerrados. El señor Berjano consigna la misma protesta que en
el anterior y contrapropuesta del señor Valentín en el mismo sentido. Sometido
el asunto a la consideración de la Junta, acuerda, con el voto en contra del se­
ñor Presidente y del Vocal señor Aranguren, no escrutar el certificado de es­
crutinio que presenta el señor Berjano, contradictorio del remitido a la Junta
Provincial del Censo.—ceclavin: Los sobres de sus secciones no aparecen ce­
rrados, protestando de ello el señor Pascual Cordero, que manifiesta no deben
escrutarse los documentos electorales, y ser contradictorios éstos con las certi­
ficaciones de escrutinio que tal candidato posee. Contraprotesta del señor Va­
lentín por entender que los documentos electorales son auténticos.—mohedas:
Protesta del señor Berjano por no venir los sobres cerrados, y, en consecuencia,
no deben ser escrutados los votos de los candidatos.—montehermoso : Sec­
ciones primera y segunda del distrito segundo.—Las mismas protestas y con­
traprotestas por no venir los sobres de las respectivas secciones cerrados.—san-
tibañez el bajo : Secciones primera y segunda. Por no venir cerrados los pliegos,

161
11
CUADROS COMPARATIVOS REFERENTES A LA ELECCION EN CACER ES

A) Candidatos que se proclamaron Diputados por consecuencia de las falsificaciones.

Votos
Nombre de los candidatos escrutados

José Giral Pereira.................. 98.516


Fulgencio Diez Pastor........ 97.282
Luis Martínez Carbajal ... . 97.275
Faustino Valentín Torrejón . 96.692 del “Frente Popular (Total, 7).
Luis Romero Solano............. 96.418
Rafael Bermudo Arduras .. 96.314
Higinio Felipe Granados ... 96.227
Teodoro Pascual Cordero ... 95.662 de la Coalición de derechas (To­
Víctor José Berjano ................ 95.450 tal, 2).

B) Candidatos que se debieron proclamar Diputados según la votación verdadera.

Votos
Nombre de los candidatos auténticos

Teodoro Pascual Cordero ... . 100.647


Víctor José Berjano................... 100.433
Adolfo Rodríguez Jurado ... . 100.415 de la Coalición de derechas (To­
Eduardo Silva Gregorio............. 99.931 tal, 6).
Luis María Narváez................... 99.746
Honorio Maura Gamazo 95.517
José Giral Pereira ............... 94.694
Luis Martínez Carbajal ... . 93.449 del “Frente Popular” (Total, 3).
Fulgencio Diez Pastor ... . 93.446

protestan los señores Berjano y P. Cordero.—torre de don miguel: El señor


Presidente hace constar que el sobre no viene cerrado, y que sólo se acompaña
certificación de escrutinio. El señor Berjano protesta, presentando certificación
contradictoria, por lo que no se escrutan las dos secciones de este pueblo...’*
(Esta acta del escrutinio general aparece firmada por el Presidente de la
Audiencia, don Angel Avila, por los Vocales de la Junta y por el que actuó
de Secretario, que firmó en la siguiente forma: “El Secretario accidental, José
H. Quiroga.” La precedente certificación, que se deja copiada en los extremos
que interesan, está autorizada en Cáceres, a 4 de octubre de mil novecientos
treinta y siete, por don Luis Villegas, con el visto bueno de don Antonio Silva,
ambos rubricados. Hay otro sello que dice: “Junta Provincial del Censo Elec­
toral. Cáceres.)
Interesante declaración del Secretario destituido en Cáceres.—El Secretario
de la Junta Provincial del Censo de Cáceres no quiso prestarse al falsea­
miento electoral y, en su consecuencia, fue destituido para que en su lugar
pudiese actuar el día del escrutinio general un esbirro del Frente Popular.
Así resulta de la siguiente certificación:

162
“Don Juan Mayoral Acebes, etc. ... Certifico: Que en dicha causa (se re­
fiere a la causa número 45 de 1937, de la que es Secretario) existen las decla­
raciones, documentos y diligencias que se citarán y que, copiados a la letra di­
cen: ’...s) Declaración del Secretario de la Junta Provincial del Censo, don
jluis Villegas (folios 14 v. y 15). En Cáceres, a 23 de diciembre de 1936, com­
parece el señor anotado al margen, quien, advertido iba a prestar declaración,
prometió ser veraz en sus manifestaciones, y preguntado por las generales de
la Ley, dijo llamarse como queda dicho, mayor de edad, viudo, natural de
Valencia de Alcántara, vecino de esta ciudad y Secretario de la Diputación
Provincial. Preguntado: Si en la noche del 19 al 20 de febrero último hubo
alguna reunión en el Gobierno Civil, qué personas la formaban y qué fines per­
seguían, dijo: Que la expresada noche fue llamado a eso de las tres horas para
que acudiera al Gobierno Civil, por haber sido llamado por el Gobernador;
que al llegar al edificio del Gobierno y cruzar los pasillos vio en ellos a va­
rias personas, entre las que recuerda a don Indalecio Valiente, Telesforo Díaz
Muñoz, Luis Martínez Carbajal, Jacinto Herrero (?), y al entrar en el despa­
cho del Gobernador le indicó éste que el objeto de la llamada era para que
diera posesión al nuevo Presidente de la Diputación Provincial, por haber sido
destituido el anterior, don José Bulnes. Y al efecto le presentó a don Santiago
Sánchez Moras, a quien el declarante no conocía y al cual veía por primera
vez; pasaron al despacho contiguo al del señor Gobernador, y allí vio y le fue
presentado don Faustino Valentín, candidato a Diputado a Cortes, y poco des­
pués entró el ex Presidente de la Diputación, don José Bulnes, en presencia del
cual y del señor Sánchez Mora se hizo el acta de toma de posesión del nuevo
Presidente. Que al llegar al expresado Gobierno Civil y entrar al despacho del
Gobernador se encontró con que éste era don Juan Guillén. Preguntado: Si
además de las personas que cita anteriormente, al entrar en el Gobierno Civil
vio posteriormente algunas más, dijo: Que en distintas ocasiones, durante el
tiempo que permaneció allí, vio a José Herrera Quiroga, Antonio Fernández
Serrano y al Oficial de Seguridad don Pedro Sánchez.—Preguntado manifieste
si sabe el objeto que llevaban dichos señores a estar esa noche en el Gobierno
Civil, dijo: Que era la substracción de la documentación electoral; dice que
no puede asegurar que todas las personas que se encontraban allí, y que eran
más que las citadas, pero cuyos nombres no recuerda, llevaran la finalidad a
que se refiere la pregunta, aunque supone que sí, por los indicios que pudo
recoger durante el tiempo que permaneció en el Gobierno Civil; solamente
puede hacer afirmaciones categóricas respecto a las personas que intervinieron
en los hechos que a requerimiento del Juzgado va a referir: Después de dar
posesión al nuevo Presidente de la Diputación Provincial, y levantada el acta
correspondiente, en cuyo acto intervinieron los señores que queda dicho, se
retiró el señor Bulnes y, al quedarse solo en el despacho con el señor Sánchez
Mora, éste le requirió, invocando su carácter de Presidente de la Diputación
Provincial, para que le entregara la documentación electoral, que debía obrar
sus efectos al día siguiente en el acto del escrutinio general para las elecciones
de Diputados a Cortes. A lo cual se negó terminantemente el declarante; insis­
tió el Presidente, diciendo que eso era un acto que no tenía importancia alguna,

163
que nadie lo sabría y que no había de envolver responsabilidad alguna para
el que dice. Este insistió también terminantemente en su negativa y, en vista
de ello, fue llamado al despacho el señor Valentín, el cual trató de convencer al
que declara de que debía acceder a las pretensiones del señor Sánchez Mora,
empleando para ello distintos argumentos, entre otros, el de que el declarante
no tendría responsabilidad alguna porque obraba en virtud de obediencia de­
bida, que, además, el hecho no sería por nadie conocido, que él traía a Cáce-
res la misión especial del Gobierno de la República de sacar triunfante la can­
didatura de izquierdas en el acto del escrutinio, cualquiera que fuera el proce­
dimiento que para ello tuviera que emplear, pues la documentación que había
llegado a la Junta Provincial del Censo había sido amañada por las derechas y
había que destruir esta labor. Que el Gobernador Civil estaba detenido en el
mismo Gobierno, que el señor Gil Robles había huido de Madrid; a pesar de
todas estas manifestaciones el declarante insistió en su negativa, y dijo termi­
nantemente que él cumpliría con su deber en todo momento, y que no llevaba
veinticuatro años de probidad profesional para perderla en una noche, pues
bastaba para ello a impedirlo el concepto que tiene de su responsabilidad moral,
aun cuando le asegurasen que estaba libre de cualquiera otra; entonces el se­
ñor Valentín le indicó su propósito o resolución de destituirle del cargo de Se­
cretario de la Diputación, diciendo el declarante que sólo así entregaría la do­
cumentación, puesto que cesaba en sus funciones. Acto seguido le entregaron
unos oficios en que se le suspendía del cargo, manifestándole que el nuevo
Secretario era don José Herrera Quiroga, quien se presentó ipso facto, levan­
tándose el acta correspondiente. Y haciendo entrega de las llaves del arca de la
Diputación en donde estaba guardada la documentación, manifestando antes
que la otra llave del arca estaba en poder del señor Depositario de Fondos,
pues el que declara, temiendo un asalto de las izquierdas para sustraer la do­
cumentación, había adoptado la precaución de cerrar ésta en la caja de cauda­
les de la Diputación la tarde anterior, pidiendo este favor al señor Depositario,
en cuyo poder quedó la otra llave, lo cual tenía por objeto demostrar que du­
rante el tiempo que la documentación estuvo bajo la custodia del Secretario
de la Diputación no había sufrido alteración alguna, en previsión de que ésta
se hubiera hecho antes de llegar a la Junta en algún otro lugar. Acto seguido
abandonó el local del Gobierno Civil, debiendo advertir que la entrega de las
llaves se la hizo al Depositario de la Diputación, que había sido llamado, y en
i
presencia del señor Presidente de la Diputación y del Secretario accidentalmen­
te nombrado. Al salir, y llegado que hubo al portal del edificio, vio subir las
escaleras de la Diputación, que está situada en el piso principal del mismo, a
los señores siguientes: Sánchez Mora, Quiroga, el Teniente de Asalto don Pe­
dro Sánchez y otros que no recuerda. Preguntado: Si tiene alguna cosa más
que manifestar, dijo que no. Y se dio por terminada esta declaración, la que
leída por el interesado, la encontró conforme, firmándola con el señor Juez y
Secretario que certifico.—Isidro Navarro, Luis Villegas, Martín Curiel. Todos
rubricados... Y para que conste y curso Auditoría de la Región, expido el pre­
sente testimonio, con el visto bueno de S. S., firmado por mí, el Secretario, en
Cáceres, a siete de enero de mil novecientos treinta y nueve, Tercer Año Triun-

164
fal.—Juan Mayoral Acebes.—Rubricado.—Visto bueno, el Teniente Coronel,
Juez Instructor, Alba.—Hay un sello que dice: Juzgado Militar. Cáceres.”
Dictamen pericial acreditativo de la falsificación de las actas de Cáceres.
En la certificación expedida por don Juan Mayoral Acebes, Secretario de la
causa número 45 de 1937, consta testimoniada, entre otros particulares de la
misma, la diligencia de dictamen pericial, la cual literalmente dice así:

dictamen pericial (Folio 463): En Cáceres, a 3 de agosto de 1937, ante el


señor Juez y de mí, el Secretario, comparecen los peritos don José Bueno
Paz, Licenciado en Ciencias Históricas del Cuerpo Facultativo de Archivos Bi­
bliotecarios y Arqueólogos, y don Fernando Marcos Calleja, Archivero de la
Diputación Provincial, los cuales, requeridos por el señor Juez, prometen cum­
plir bien y fielmente su cometido, que según exposición que les hace el señor
Juez, consiste en dictaminar acerca de la falsificación o veracidad de las actas
que obran en este sumario, referente a las elecciones para Diputados a Cortes
del 16 de febrero de 1936. Enterados los señores Peritos de su misión, se
trasladaron en su primera comparecencia ante este Juzgado, que fue el 5 de
julio, a la Prisión de esta plaza, y a presencia de todos se hizo escribir a
los procesados todo lo que obra unido a los folios 361 a 453. A partir de
esta fecha, diariamente han venido trabajando en este Juzgado los Peritos
mencionados hasta dictaminar, dictamen que es el siguiente: Que hechas las
pruebas pertinentes de la escritura de las actas de la presente causa, llegan
a la conclusión de que las actas falsificadas son las de los folios 78, 80, 86,
88, 90, 92, 94, 97, 100, 102, 455, 457, 459 y 461. Entre estas actas pueden
distinguirse como escritas por una misma persona la de los folios 78 y 82.
La de los folios 88, 90, 92 y 455. Las de los folios 94 y 461. La de los fo­
lios 100, 457 y 459. De estas actas estaban escritas por procesados en este
sumario la de los folios 88, 90, 92 y 455, que lo han sido por José Herrera
Quiroga; la de los folios 94 y 461, que lo han sido por Leopoldo Sánchez
Galindo, y la del folio 97, que lo ha sido por Santiago Sánchez Mora. Luego,
pueden consignarse algunas actas dudosas, duda ésta nacida de la cotejación
de la letra indubitada y dubitada; se saca la consecuencia de que el acta
del folio 86 con todo género de posibilidades pertenece al procesado Am-
brona Guerrero. La del folio 80, a Herrera Quiroga. Las actas de los fo­
lios 78, 82, 100, 102, 457 y 459 no son atribuibles a determinada persona. Y
se da por terminado este informe, que firman los Peritos con el señor Juez
y Secretario, que certifico.—Isidro Navarro, Marcos Calleja, José Bueno Paz,
Martín Curiel Mechan.—Todos rubricados.
Otro dictamen pericial sobre falsificadores. — Don José Bueno Paz, del
Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, y don Fer­
nando Marcos Calleja, Licenciado en Filosofía y Letras y Archivero-Biblio­
tecario de la Excma. Diputación Provincial de Cáceres. En virtud del oficio
número 14 y 15 y nota adjunta, enviados por el Presidente de la Junta Pro­
vincial del Censo de esta provincia, emitimos el siguiente:
Informe sobre los documentos que se detallan:

165
1. ° Certificado de escrutinio correspondiente al pueblo de Torre de Don
Miguel. Distrito único. Sección primera.
2. ° Copia del acta de votación correspondiente al pueblo de Torre de
Don Miguel. Distrito único. Sección primera.
3.° Certificado de escrutinio correspondiente al pueblo de Torre de Don
Miguel. Distrito único. Sección segunda.
4. ° Copia del acta de votación correspondiente al pueblo de Alia, Dis­
trito primero. Sección segunda.
Documento núm. 1. Este certificado, entre otros motivos, está falsifi­
cado por:
a) Estar escrito por la misma persona que quien hizo las copias del acta
de votación señaladas con los folios número 94 y 461 del expediente que
por falsificación de actas se sigue en el Juzgado Militar número 1 de esta
capital y que se consideran falsas en el certificado que los Archiveros que
suscriben emitieron y consta en el predicho expediente al folio 463.
b) Pertenecer a la misma mano que la COPIA DEL ACTA DE VO­
TACION de Alía, Distrito primero, sección segunda, que como más abajo
se dice, está falsificada.
c) Ser del mismo Distrito y sección que el documento número 2 de este
informe que se considera como no falsificado.
Documento núm. 2. No hay motivos para considerarlo como falso, por
no existir elementos de juicio probatorios; desde luego, no ha sido escrito
por ninguna de las personas que hicieron los documentos que se consideran
como falsos en el certificado pericial a que hemos hecho referencia, ni tam­
poco de aquellos otros a quienes se hicieron pruebas y que constan en el re­
ferido expediente judicial.
Documento núm. 3. Con los elementos de juicio de que se puede dis­
poner hasta la fecha, si bien hay indicios de falsificación, no puede afirmar­
se categóricamente que esté falsificado. (Serían necesarias nuevas pruebas que
invertirían bastante tiempo.)
Documento núm. 4. Está falsificado, según se desprende de las siguien­
tes razones:
á) Pertenecer a la misma mano que hizo las COPLAS de las actas de
votación señaladas con los folios 94 y 461 del expediente judicial.
b) Tener todas las firmas hechas por la misma persona.
Como advertencia final hay que añadir que el documento señalado con
el número 2, en la nota que se adjunta a los oficios, y que se dice es certifica­
do, no existe en los fondos del Archivo sino una copia del acta de votación
correspondiente al mismo pueblo, distrito y sección pedida, siendo de esta
última de la que se informa.
Cacares, 9 de enero de 1939.—III Año Triunfal.
José Bueno Paz.—Marcos Calleja.—Ambos rubricados.—Hay un sello en
tinta azul que dice: “Junta Provincial del Cénso Electoral. Cáceres”

166

=
El caso electoral de Cáceres.—En la Junta Central del Censo existe ine­
quívoca prueba del fraude cometido: lo informan sus funcionarios técni­
cos. Véase.
“El escrutinio celebrado por la Junta Provincial del Censo de esta cir­
cunscripción arroja el siguiente resultado:

Votos

Don José Giral Pereira 98.516


Don Fulgencio Díaz Pastor 97.282
Don Luis Martínez Carvajal 97.275
Don Faustino Valentín Torrejón ... 96.692
Don Luis Romero Solana 96.418
Don Rafael Bermudo Ardura 96.314
Don Higinio Felipe Granado 96.227
Don Teodoro Pascual Cordero 95.662
Don Víctor José Berjano Gómez ... 95.450
Don Adolfo Rodríguez Jurado ... . 95.440
Don Eduardo Silva Gregorio 94.925
Don Luis María Narváez y Ulloa ... 94.780
Don Honorio Maura y Gamazo ... 90.782
Don Francisco Javier Morata 88.064

Con arreglo a este escrutinio triunfa, pues, en Cáceres la candidatura del


Frente Popular, y es, sin embargo, absolutamente inexacto el resultado, de­
bido a que, según está acreditado documentalmente, las actas que se escru­
taron en la Junta Provincial de Cáceres no fueron las auténticas.
Es un caso muy semejante al de la provincia de La Coruña de sustitución
y falsificación de actas, lo cual queda plenamente demostrado, de una parte
por las copiosísimas actas notariales de presencia presentadas por los candi­
datos de derecha, y de otra, por el resultado que arroja la documentación
auténtica que obra en la Junta Central del Censo.
Constituido el Gobierno Azaña antes de la celebración del escrutinio ge­
neral, se hace cargo violentamente del Gobierno Civil de la provincia de Cá­
celes un dirigente socialista que, como queda acreditado por la documenta­
ción antes aludida, en la madrugada del 19 al 20 de febrero entrega las llaves
de la caja en que figuraban las actas auténticas a un sustituto del verdadero
Secretario, nombrado por él, y a partir de este momento se improvisan las
actas necesarias para alterar el resultado de las elecciones, que había sido
favorable a las derechas. Prueba de esto es la misma acta de escrutinio ge­
neral de la Junta Provincial de Cáceres, firmada no solamente por los com­
ponentes de la misma, sino también por los Interventores de los diversos
partidos, y en la que se consigna que aparecieron abiertos en el acto del
escrutinio los sobres correspondientes a las actas en que más claramente
se advierte luego la falsificación referente a los pueblos de Alpuerta, Alía,

167
Ceclavín, Moheda, Montehermoso, Aceituna, Santibáñez del Bajo y Torre
de Don Miguel.
En las actas correspondientes a estas Secciones aparecen en numerosos
casos todos los candidatos de izquierdas con cifras iguales y elevadísimas
de votaciones, y los de derechas con cifras iguales y mínimas, cuando no
se omiten totalmente sus votaciones. Faltan en muchas de esas actas las
firmas de los Interventores de los partidos de izquierdas. Actas de diversas
secciones de un mismo pueblo, y a veces de pueblos diferentes, aparecen
escritas con idéntica letra y tinta, y, sin embargo, todas estas actas se escrutan
en la Junta Provincial sin tener en cuenta las certificaciones presentadas por
los candidatos derechistas y expedidas por las mesas respectivas, en las que
figuraban los votos realmente obtenidos. Así ocurre, por ejemplo, con varios
distritos del pueblo de Torre de Don Miguel y del de Alía.
En la documentación presentada al Congreso por algunos candidatos se
acredita también que, ordenada por el Presidente de la' Junta Central del
Censo al de la Provincial de Cáceres, mediante dos telegramas oficiales, la
entrega al señor Rodríguez Jurado de los testimonios notariales o certificación
de los documentos electorales que sirvieron de base para la proclamación de
Diputados, solicitados por aquel candidato, se negó el Presidente de la Junta
Provincial a enviarlos, pretextando no haber sido entregada aún la documen­
tación por el Secretario interino de la Junta al Secretario propietario. Este
extremo aparece probado por los telegramas que en dichos documentos
obran.
Como puede verse, la falsificación fue total. Bastaría el hecho de apare­
cer abiertos los sobres correspondientes a las actas de numerosas secciones
para deducir que se abrieron con una intención de falsificación, y si a ello
se agrega que las actas correspondientes a estos sobres son aquellas en que,
en contra de los certificados del escrutinio autorizados por las Mesas res­
pectivas, se atribuye a las derechas votación insignificante o nula, y a las
izquierdas, por el contrario, votación que alcanza en algunos momentos el
1 98 por 100 de los votos emitidos, dicha deducción habrá de transformarse
en certeza, tanto más clara y firme si se tiene en cuenta la negativa de la
Junta Provincial a proporcionar la documentación que podrá demos­
trar la falsificación realizada. Pero no es esto sólo; como las secciones
enviaron la documentación auténtica en cumplimiento de lo dispuesto por
la Ley electoral, no solamente a la Junta Provincial, sino también a la Junta
Central del Censo, es en ésta donde obran los documentos originales, de cuyo
cómputo únicamente puede deducirse el resultado exacto de la elecciones ce­
lebradas el 16 de febrero en aquella provincia. Y hecho este cómputo, el re­
sultado que se obtiene es el siguiente:

168
Señores:
Giral 95.224
Diez Pastor ... . 93.976
Martínez Calvajal 93.899
Izquierdas
Valentín 93.394
Romero Solano ... 93.440
Bermudo 93.237
Pascual Cordero ... . 100.961
Berjano 100.761
Rodríguez Jurado ... 100.745
Silva 100.248 Derechas
Narváez 100.065
Maura (don Honorio) 95.836
Morata 93.333

Debieron, por tanto, ser proclamados Diputados todos los candidatos


de la Coalición de Derechas, a excepción del señor Morata, por las mayorías,
y por las minorías, los señores Giral, Diez Pastor y Martínez Carvajal, o
sea, seis contra tres, y como lo fueron dos por siete, respectivamente, se pri­
vó indebidamente de cuatro actas a la Coalición de Derechas, siguiendo el
mismo procedimiento empleado en relación con las actas de la provincia de
La Coruña, de sustitución de las verdaderas por las falsas con anterioridad
a la celebración del escrutinio provincial.”
(Consta el informe en los folios 1.285 y 86 del expediente.)

DOCUMENTO 48 (58)

La masonería actuante en las elecciones de 1936. — “AL.*. G. *.


D. *. G. *. A.*. D. *. U. *. — Reservada a los VVen.*. MMaest.*. de
los TT11. *.— S. *. F.:. U. *.— Queridos VVen.*. Teniendo en cuen­
ta la influencia moral que en los destinos de nuestro país puede tener
el resultado de las próximas elecciones y con el fin de conocer en todo mo­
mento y aun poder prestarles un apoyo moral, tanto a los QQ. *. HH. *. como
a las personas afines a nuestros credos; este Sob. *. Con. *. de Gob. *. ha
estimado la conveniencia de que cada Tall. *. de nuestra Obediencia comu­
nique a esta Secretaría a la mayor brevedad, el candidato o candidatos HH. *.
que se presenten por el distrito de los Wall. *. a que corresponda el Tall. *.
informante, a qué partido está afiliado y afianzamiento moral que encuentra
entre los HH. *. de una y otra Obediencia.—Esperando de vuestro celo mas. *.
os serviréis darnos las noticias que se os interesan, recibid VVen. *. MMaest. *.
el triple abr. *. Frat. *. y ósculo de paz que por nuestro conducto os envía Sob. *.
Con. *. de Gob. *.—el Gr. *. Secre. *. Gen. *. Alvaro Salvat.—Rubricado.—Hay
un sello que dice: Gran Logia Española.—Gran Secretaría.”

169
“Madrid, 6 de marzo de 1936.—Mi querido amigo y h.'. González: Hoy
por fin me dispongo a escribir a Vd., contestando a su cariñosa carta del 12 de
enero, si bien es verdad que durante ese tiempo le he enviado dos esquelas:
una con mi hermana y otra no recuerdo con quién, aparte de mandarle razón
en cartas enviadas a nuestro querido amigo Castro y Alarcón. Y ya hoy lo
hago a Vd. directamente, tanto por la satisfacción que con ello experimento,
como para darle cuenta de cosas. Ante todo mi deseo de que Vd. y los suyos
estén buenos y participarle que por casa todos seguimos bien. Y luego, en­
viarle a usted mi felicitación más cordial y entusiasta por el triunfo del ppdo.
día 16, que yo considero como una nueva era de justicia, por la que marcha­
mos ya a pasos agigantados hacia la meta de los ideales de redención y eman­
cipación humanas.—Me eximo en esta carta de darle a Vd. detalles de la lu­
cha y estado de la opinión popular, ya que supongo conocerá V. la larga,
¡larguísima! carta que envié a nuestro querido amigo Castro sobre estos
asuntos y habrán Vds. apreciado por ella toda la importancia de este movi­
miento emancipador del proletariado. En cuanto a mí, aparte del entusiasmo
que esto me produce y que ya hago constar en carta citada, y tener el con­
vencimiento de que se acerca precipitadamente la hora de la justicia, con Aza-
ña, sin Azaña, de todos modos; y por eso mismo quizá, sin que ello sea abdi­
car de mis antiguos y arraigados ideales, creo es llegada la hora de una acción
práctica para que el poder público vaya a manos de los trabajadores y a ello tien­
den mis esfuerzos, que no por modestos, insignificantes, son menos sinceros y en­
tusiastas. La masa sigue lo mismo de entusiasmada y decidida. Mañana, domin­
go, se celebrará en la Plaza de Toros el acto en honor de la mujer de izquierda
y que prometer ser cosa extremadamente lucida. Pese a las medidas coercitivas
que el Gobierno pone de manera más o menos velada, se respira un ambiente
de libertad impuesto por el pueblo, que esta vez no quiere repetir la candi­
dez del 14 de abril. En fin, para qué voy a repetirle lo que usted conocerá
por la Prensa y lo que ya digo en mi carta a Castro.—No tendré que decir a
usted la dolorosa, la penosísima impresión que me produjo conocer el falleci­
miento de nuestro querido Bartolo, pues aunque era cosa que todos esperába­
mos, la realidad es siempre algo desagradable. Por cierto que me ha desagra­
dado no recibir de usted noticias directas de ese fallecimiento, que conocí,
primero, por su telegrama a la Gr. *. Log. •. y a la mañana siguiente, por la
visita de Angel a su paso para ésa. He sentido tanto más ese fallecimiento,
porque ahora abrigaba la esperanza de ir a ésa, poder abrazarle por última
vez, pero la fatalidad me ha privado de ese placer.—A Tall.*. envío mi pé­
same y una esquela para Pepa, significándole la parte sincera que tomo en su
duelo.—En la noche del jueves inmediata al fallecimiento hice yo en la Man­
tua un recuerdo de él y se acordó constara en el acta el sentimiento del Tall.’
tributar en su memoria una trp. •. bat. •. de duelo y enviar a Perseverancia una
plan. •. de pésame, que yo redacté, pero que anoche supe no había sido en­
viada aún por el Secretario, que me ofreció hacerlo seguidamente.—El sob. •.
Con. •. en su última ten. •. acordó celebrar una tend. •. fúnebre en memoria
de Bartolo, a la que, como es consiguiente, pienso y quiero asistir.—En este mo­
mento llega a ésta de regreso Angel, que me trae los recuerdos y las noticias

170
vuestras. Me alegra saber que Tall. •. marcha muy bien y felicito a Vd. por ello.
En cuanto a los que me pregunta usted de la Gr. •. Log. *. en realidad en el
seno del Sob. *. Con.-, no existe nada que denote divergencia alguna. Hay,
sí, disparidad de criterio entre el Gr. •. Secr. •. Gatell. •. y el Conserje, Liza-
rregue, que da lugar por ello a la anormalidad en la correspondencia. Por lo
demás, aun con la falta de constancia de algunos, las cosas marchan bien.
Además, las relaciones con el Gr.-. Or.*. cada día son más cordiales. Ahora
ha sido elegido Director de la Marina Civil Gr.•. Maes. •. del Consejo Fe­
deral Sin.’, del Gr.-. Oriente, H.-. Rizo, persona muy cariñosa y cordial y
ello ha producido entre todos los HH.-. gran alegría.—'Respecto a mi posible
ida a ésa, para ser repuesto e indemnizado de los perjuicios sufridos, que no
llegará a indemnizarme de todos por mucho que me dieran, estoy pendiente
para ello de que sea designado el Director de Marruecos y Colonias, cargo aun
vacante, lo mismo que el del Alto Comisario.—He visto a Martínez Barrios,
al que he entregado una nota pedida por él, con expresión de los cuatro re-
presaliados que habernos de esa Junta, a saber: Aurelio Moreno, mi hijo y
yo, aquí, y ahí, Juanito Montecatine. Tan pronto esto se resuelva emprenderé
la marcha a ésa, pero con el propósito de regresar otra vez a Madrid, donde
espero colocarme en algo que me permita vegetar, pero más que ello me preo­
cupa el porvenir de mis hijos, que ahí nada pueden esperar, ya que el limitado
horizonte de Marruecos no permite pensar en nada.—Aparte de esto, se es
más útil a la causa en estos medios en que se desenvuelve con más libertad
y más eficacia.—Hice entrega oportunamente del pliego al Presidente de la
Liga de la Defensa de los Derechos del Hombre, que la acogió con toda
simpatía, diciendo tenían pendientes de entrega de un millón de firmas. Ha­
blamos de la posibilidad de organizar las secciones de la Liga, y de este
asunto, cuando yo vaya, hablaré con usted detenidamente, así como de otros
no menos importantes, entre ellos de la organización “Amigos de la Unión
Soviética”.—Firmado: Guillermo Vázquez.—Rubricado.
(Son, las transcritas, copias fehacientes de documentos recuperados por la
Delegación del Estado en Salamanca.)

DOCUMENTO 49

EL PRESIDENTE DE LA REPUBLICA OPINA SOBRE LAS


ELECCIONES (61)

Se ha discutido mucho este alegato de don Niceto. Se ha dicho que el


Presidente depuesto por aquellas Cortes no podía hablar bien de las elec­
ciones que las formaron.
•Esto equivale a invalidar todos los testimonios contemporáneos no es­
trictamente neutrales. Se olvida que Alcalá Zamora era profundamente
hostil a la mayoría de las anteriores Cortes vencida en febrero. Las iz­
quierdas nunca rechazarían su testimonio si hubiese sido favorable; véase

171
el entusiasmo con que acogieron el del gran amigo don Niceto, el ex­
presidente Pórtela.
Todo esto devuelve a este testimonio un peso que jamás debió perder.

...Las primeras siete semanas del Frente Popular fueron las últimas de
mi presidencia, desde el 19 de febrero al 7 de abril de 1936, con el Ministerio
de Azaña. Durante cierto período, uno de los Poderes del Estado, el que yo
ejercía, escapaba todavía al Frente Popular. Durante los seis días que suce­
dieron y que precedieron a la guerra civil, la ola de anarquía ya no encontró
obstáculo. La táctica del Frente Popular se desdobló. En las Cortes se atrevió
a todo; en el Gobierno, quedaba débil, pero provocadora.
El Frente Popular se adueñó del Poder el 16 de febrero gracias a un mé­
todo electoral tan absurdo como injusto y que concedió a la mayoría relativa,
aunque sea una minoría absoluta, una prima extraordinaria. De este modo
hubo circunscripción en que el Frente Popular con 30.000 votos de menos que
la oposición, pudo, sin embargo, conseguir diez puestos en cada trece, sin
que en ningún sitio hubiese rebasado en 2 por 100 al adversario más cercano.
Este caso paradójico fue bastante frecuente.
Al principio se creyó que el Frente Popular resultaba vencido. Pero cinco
horas después de la llegada de los primeros resultados, se comprendió que
las masas anarquistas, tan numerosas y que hasta entonces se habían mante­
nido fuera de los escrutinios, habían votado compactas. Querían mostrar su
potencia, reclamar el precio de su ayuda: la paz, y tal vez, la misma existen­
cia de la Patria.
A pesar de los refuerzos sindicalistas, el Frente Popular obtenía solamente
un poco más, muy poco, de 200 actas, en un Parlamento de 473 diputados.
Resultó la minoría más importante, pero la mayoría absoluta se le escapaba.
Sin embargo, logró conquistarla consumiendo dos etapas a toda velocidad,
violando todos los escrúpulos de legalidad y de conciencia.
Primera etapa: Desde el día 7 de febrero, incluso desde la noche del 16, el
<
Frente Popular, sin esperar el fin del recuento del escrutinio y la proclama­
ción de los resultados, la que debería haber tenido lugar ante las Juntas Pro­
vinciales del Censo en el jueves 20, desencadenó en la calle la ofensiva del
desorden, reclamó el Poder por medio de la violencia. Crisis: algunos Go­
bernadores Civiles dimitieron. A instigación de dirigentes irresponsables, Ja
muchedumbre se apoderó de los documentos electorales: en muchas locali­
dades los resultados pudieron ser falsificados.
Segunda etapa: Conquistada la mayoría de este modo, fue fácil ha­
cerla aplastante. Reforzada con una extraña alianza con los reaccionarios vas­
cos, el Frente Popular eligió la Comisión de validez de las actas parlamenta­
■ rias, la que procedió de una manera arbitraria. Se anularon todas las actas
de ciertas provincias donde la oposición resultó victoriosa; se proclamaron
diputados a candidatos amigos vencidos. Se expulsaron de las Cortes a varios
diputados de las minorías. No se trataba solamente de una ciega pasión sec­
taria; hacer de la Cámara una convención, aplastar a la oposición y sujetar
el grupo menos exaltado del Frente Popular. Desde el momento en que la

172
mayoría de izquierdas pudiera prescindir de él, este grupo no era sino el ju­
guete de las peores locuras.
Fue así que las Cortes prepararon dos golpes de estado parlamentarios. Con
el primero, se declararon a sí mismas indisolubles durante la duración del
mandato presidencial. Con el segundo, me revocaron. El último obstáculo es­
taba descartado en el camino de la anarquía y de todas las violencias de la
guerra civil.

DOCUMENTO 50

EPILOGO PARA CONFIRMAR UN TITULO (62)

Antonio Ramos Oliveira cierra este capítulo con unas afirmaciones que
confirman nuestro título. En varios de nuestros documentos ha quedado
bien claro que el “concepto extremado de la legalidad” no embargaba
tanto a las izquierdas como cree Antonio Ramos Oliveira; no las em-
bargaba nada en absoluto.

Si las elecciones de noviembre de 1933 tuvieron efecto en una at-


mósfera de guerra civil, las de febrero de 1936 fueron la guerra civil
misma. Las fuerzas políticas más considerables de la nación se agru­
paron en dos bloques irreconciliables de parejo volumen. La propa­
ganda electoral, tumultuosa y violenta, sobrepasó en incidentes a toda la
experiencia anterior de igual linaje. Estaba de manifiesto que a ambos bandos
se les alcanzaba sin asomo de duda el carácter decisivo de la prueba, con la
ligera diferencia de que para las izquierdas, siempre embargadas por un con­
cepto extremado de la legalidad, los resultados electorales iban a decidir so­
bre la existencia de la República, y para las derechas, habituadas a entender
la legalidad como expresión de poder económico y social más que como
concepto jurídico inmanente, y menos seguras de la victoria, las elecciones de
febrero no dirían la última palabra en el gran pleito histórico. Esto era cierto,
sobre todo, por lo que concierne al partido de la aristocracia y a los carlistas,
que acudían a la contienda en compañía de la C. E. D. A. y la Lliga de Ca­
taluña. A estas fuerzas, el fallo de las urnas, si les era adverso, no las ligaba,
en su propia conciencia, a someterse. Al triunfo de la democracia, por muy
fundado que estuviera en derecho, oponían el derecho a la rebelión.
La victoria del Frente Popular colmó los deseos de las izquierdas y me­
joró las esperanzas de los escépticos. Los partidos democráticos consiguie­
ron 266 puestos en la nueva Cámara, el bloque reaccionario, 153, y el centro,
incluidos los nacionalistas vascos, 54. Por primera vez, los comunistas, que
en los parlamentos de la República habían tenido un solo diputado, adqui­
rieron cierta importancia con 15. El numeroso contingente radical de las

173
Cortes anteriores quedó aniquilado, y sus ocho representantes, afrentados por
la exigüidad de su grupo, acabaron confundiéndose pudorosamente con los 25
centristas que sacó Pórtela Valladares. El núcleo más fuerte en la Cámara
sería la C. E. D. A., con 96 diputados, seguida del socialista, con 87. Y la
izquierda republicana de Azaña, destruida en las pasadas elecciones de no­
viembre, renacía con vigor insospechado con 81 legisladores.

174
CAPITULO III

la marcha ciega
del frente popular
!
En este capítulo no se va a tratar expresamente de la intervención comu­
nista en la vida política española dentro del período que documentamos. Esa
intervención se estudiará en el capítulo siguiente.
Iniciamos el capítulo con documentos sobre actuación del Gobierno y co­
mentarios posteriores de personalidades de republicanismo acrisolado. Intro­
ducimos a continuación al socialismo: en la crisis, la extremización y el fra­
caso del socialismo está quizá la clave más decisiva de la descomposición de
la República. Los documentos anarquistas cierran la documentación de las
izquierdas; vienen inmediatamente después algunos documentos falangistas.
Las derechas no acaban de salir de su desconcierto durante todo el período
del Frente Popular. El análisis de la trayectoria de los dos periódicos dere­
chistas más importantes no resulta demasiado alentador. Observan con recelo
y sin demasiada visión política los movimientos de lo que ya es el enemigo.
Su actitud sigue siendo defensiva e inconcreta.
El testimonio de diversos intelectuales importantes se recoge después. Y
el capítulo se cierra con la diagnosis de los historiadores, tras el ataque de
los grupos que se sublevaron contra el Frente Popular.
Esos historiadores sacan algunas conclusiones del período. Este no es un
libro de síntesis histórica, sino todo lo más de sugerencia. Y la sugerencia que
brota de todo este capítulo es ese terrible factor sociológico y político que
ya está acuñado en muchas historias con el nombre de descomposición de la
República.

DOCUMENTO 51

CASARES QUIROGA DESBORDADO (63)

Don Santiago Casares Quiroga, oligarca en Galicia, soñador de autono­


mías utópicas, enemigo de Calvo Sotelo en la arena parlamentaria, no era
el hombre que España necesitaba en la primavera trágica. Sus altibajos
de ánimo han sido atribuidos por algunos historiadores a una tuberculosis
incipiente. Su insensatez orgullosa quedó bien de manifiesto con su fa­
moso chiste del 17 de julio. “Ellos se levantan, yo me voy a acostar.”
El hombre del gran chiste es el autor del discurso que reflejamos en
este documento. Difícilmente podrá encontrarse en toda aquella insensata
literatura parlamentaria un alegato más imprudente. En el fondo revela

177
12
una tremenda impotencia; en la forma, es agresivo, obra de unos nervios
deshechos, símbolo de aquel desbordamiento del poder por la calle que
ya estaba consumado a mitad de mayo.
Reproducimos los titulares y el texto. La fuente de donde los toma­
i
mos es muy significativa: el diario comunista Mundo Obrero.

La sesión de Cortes de esta tarde. El señor Casares Quiroga dice: “Ha


i terminado el período de defensa de la República y hay que empezar con el
ataqué”. “Mi espíritu republicano se encrespa y se irrita al ver que en las
últimas covachuelas de organismos del Estado hay funcionarios que boico­
tean a la República”. “Cuando se trata de un movimiento fascista, de atacar
a la República democrática y las conquistas que hemos logrado junto al pro­
letariado, entonces el Gobierno es beligerante.”

(Sesión del día 19 de mayo de 1936.)

A las cuatro y media comienza la sesión.


Preside el señor Martínez Barrio.
Hay gran animación en tribunas y escaños. En el banco azul, todo el Go­
bierno, y a su cabecera, el señor Casares Quiroga.
El señor Trabal da lectura al acta de la sesión anterior, que es aprobada.
Se aprueban varios proyectos de ley pendientes de votación definitiva.
Se da lectura al despacho ordinario.
Seguidamente hace uso de la palabra el Jefe del Gobierno.
El señor Casares Quiroga comienza diciendo que se presenta a la Cá­
mara abrumado bajo el peso de una gran responsabilidad: la de sustituir en
la cabecera del banco azul a una figura de las dotes personales y de hombre
de Estado del que ha salido de este puesto para ocupar otro más alto de la
República. Dice a continuación que esta diferencia podrá salvarla únicamente
con su entusiasmo e ímpetu en la representación, no ya de la fuerza, sino
también del espíritu que anima al Frente Popular. Advierte que por ser este
Gobierno encarnación del propio Frente Popular, puede afirmarse que en él
están representadas todas las fuerzas que lo integran, aunque circunstancias
que no conviene examinar en estos momentos impiden que estén materialmente
representados algunos sectores políticos.
Señala la ampliación que ha tenido el Gobierno con un representante de
la Esquerra Republicana de Cataluña. De esta manera, añade el señor Casa­
res Quiroga, en este banco se sientan hombres de los partidos republicanos que
integran el Frente Popular.
Dedica luego un saludo a los Ministros que, a pesar de la cuesta arriba do-
lorosa que supone gobernar en estos instantes, han continuado en el Gobierno,
y saluda también cordialmente a los que han seguido colaborando, no desde
el mismo Gabinete, sino desde los escaños parlamentarios.
Ahora debía, después de esta presentación obligada a la Cámara, exponer
el programa del Gobierno; pero en realidad el programa de este Gobierno es
el programa del Gobierno anterior, que empieza aquí señalando al banco

178
azul— y termina en la última representación de los grupos políticos del pro­
pio Frente Popular.
Puesto que existe una diferencia notable y desventajosa entre el anterior
Jefe de Gobierno y yo, la única compensación que cabe es impulsar ese pro­
grama con una mayor velocidad de ritmo, con mayor energía, con la colabora­
ción de las masas populares.
Continúa el señor Casares: Se venía diciendo que a la República se la
respeta o se la teme, y que ha llegado el momento de poner esto en práctica.
Se observa que hay gentes que no respetan a la República, y por tanto, hay
que hacerles que la teman. Ha terminado el período de defensa de la Repú­
blica y hay que empezar ya con el ataque. Mi espíritu republicano se encrespa
y se irrita al ver que en las últimas covachuelas de organismos del Estado
hay funcionarios que boicotean a la República. Igualmente me siento irritado
al ver que cuando se coge a un enemigo de la República y se le entrega a los
tribunales, éstos declaran la inculpabilidad del acusado.
Los esfuerzos de los republicanos y de las masas populares son esteriliza­
dos por los de aquellos que tratan de combatir y boicotear a la República.
El Gobierno tomará posición para impedir tales desvirtuaciones del régimen.
Hace tres años, en las Cortes Constituyentes, una voz elocuente, saludada
por los aplausos fervorosos de todos los diputados, decía: “Ladran, pero ca­
balgamos”. Ahora digo yo: “Continúan ladrando, e incluso tratan de morder;
peio cabalgamos e incluso a galope y aun sobre ellos”.
Hace algún tiempo yo dije que no estaba dispuesto a tolerar una guerra
civil. Pues bien; cuando se trata de un movimiento fascista —digo fascista
sin determinar esta o aquella organización, pues todos sabemos qué es el fas­
cismo y cuáles son las organizaciones fascistas—, cuando se trata de atacar
a la República democrática y las conquistas que hemos logrado junto al pro­
letariado, entonces el Gobierno es beligerante. (Grandes aplausos.}
(Continúa la sesión.}
Impresión política.
i En el momento de escribir estas líneas, el señor Casares Quiroga se dispone
a hacer su declaración ministerial.
I Una gran animación en la Cámara demuestra que, por todas las partes,
se esperan sus palabras con evidente interés. Sobre todo después de algunos
acontecimientos acaecidos estos últimos días, por encima de los cuales ha lan­
zado su velo piadoso la censura.
¿Será un debate extenso? En este aspecto creemos no equivocarnos al ma­
nifestar que no. Sin embargo, nuestra minoría ha designado un orador pre­
visto a todas las contingencias. Predominan dos criterios: una tendencia a
cerrar la intervención del Gobierno con los votos; otra, a ratificar con mani­
festaciones de los representantes del Bloque que triture definitivamente a la
reacción. Como los cauces parlamentarios son tan amplios, no podemos ase­
gurar firmemente cómo ha de producirse el debate. Sea como sea, lo cierto
es que de él saldrá fortalecido el Bloque Popular.

179
Gil Robles y Calvo Sotelo se hallan en el hemiciclo. Al pronunciar el señor
Maitínez Barrio las palabras de protocolo: “El Presidente del Consejo tiene
la palabra”, se disponen a escuchar a éste. Su gesto se arruga al decir el señor
Casares Quiroga que el Bloque Popular comienza en la cabecera del banco azul
y termina en el último banco de sus minorías parlamentarias.
Por las trazas que el discurso lleva, esperamos que responderá a las ne­
cesidades del momento. Conforme hemos aseverado estos días. Mal rato para
la reacción y peores consecuencias para el futuro.
Y ahora, a esperar el final del debate.

DOCUMENTOS 52 y 53

LAS PRIMERAS MEDIDAS LEGISLATIVAS (64) (65)

•El Frente Popular comenzó a gobernar bajo el signo de la impaciencia.


Luego, cuando se agotaron los proyectos fáciles, la insatisfacción se con­
virtió en desbordamiento sin más objetivos que la destrucción total de
todo. Estos son los primeros Decretos con un ingenuo aire de promesa
cumplida y de revancha lograda.

DOCUMENTO 52 (64)

A propuesta del Presidente del Consejo de Ministros, formulada con su­


jeción a lo prevenido en los artículos 62 y 80 de la Constitución, y por acuer­
do unánime del Gobierno, vengo en autorizarle para presentar a la Diputación
permanente de las Cortes un proyecto de Decreto-ley de amnistía para los
penados y encausados por los delitos políticos y sociales, incluyendo en ella
a los concejales de los Ayuntamientos del País Vasco condenados por sen­
tencia firme.
Dado en Madrid, a 21 de febrero de 1936.—Niceto Alcalá Zamora y Torres.
Proyecto de Decreto-ley.—Siendo inequívoca la significación del resultado
de las elecciones de Diputados a Cortes en cuanto a la concesión de una am­
nistía por delitos políticos y sociales, en favor de la cual se ha pronunciado
la mayoría del cuerpo electoral, y tratándose de una medida de pacificación
conveniente al bien público y a la tranquilidad de la vida nacional, en que
están interesados por igual todos los sectores políticos, el Gobierno somete
a la aprobación de la Diputación Permanente de las Cortes el siguiente De­
creto-ley :
Artículo único.—Se concede amnistía a los penados y encausados por de­
litos políticos y sociales.
Se incluye en esta amnistía a los concejales de los Ayuntamientos del
País Vasco condenados por sentencia firme.

180
El Gobierno dará cuenta a las Cortes del uso de la presente autorización.
Madrid, 21 de febrero de 1936.—El Presidente del Consejo de Ministros, Ma­
nuel Azaña.

DOCUMENTO 53 (65)

La situación creada por la ley de 12 de abril de 1935, todavía vigente, no


permite reanudar por disposiciones del Gobierno el funcionamiento del régi­
men autonómico de Cataluña. Es, por otra parte, evidente la necesidad de ir
encauzando con disposiciones legales los resultados del sufragio en aquella
región, decididamente favorable al restablecimiento de la normalidad esta­
tutaria, hoy en suspenso.
Para ese fin, de acuerdo con el Consejo de Ministros, a propuesta de su
Presidente, y previa aprobación de la Diputación Permanente de las Cortes,
vengo en disponer lo siguiente:
Artículo único.—Se autoriza al Parlamento catalán para reanudar sus se­
siones al efecto de designar el Gobierno de la Generalidad.
Dado en Madrid, a 26 de febrero de 1936.—Niceto Alcalá Zamora y To­
rres.—El Presidente del Consejo de Ministros, Manuel Azaña.

DOCUMENTO 54

AZAÑA Y LA DESINTEGRACION (66)

Aquí está Azaña. El hombre indiscutible de la República, que muy


pronto se verá expulsado del poder hacia arriba, hacia la olímpica im­
potencia de la magistratura suprema, excelente observatorio inoperante
que, personalmente, le entusiasmaba.
Azaña presidió por dos veces la desintegración de la República, des­
pués de haber contribuido más que nadie a ponerla en marcha (a las dos
cosas, a la República y a la desintegración). El texto que reproducimos,
tomado de esas admirables confesiones que se llaman La Velada en Be-
nicarló, se refiere a las últimas etapas de la desintegración consumada por
esas mismas fuerzas del Frente Popular que ahora, en la primavera de 1936,
empiezan a estallar bajo su mando teórico. Los actores son los mismos.
Leídas para la primavera trágica, estas palabras, algo posteriores, tienen
un claro sabor a anticipación cinematográfica.

Pastrana

Las ambiciones, divergencias, rivalidades, conflictos e indisciplina que te­


nían atascado al Frente Popular, lejos de suspenderse durante la guerra, se
han centuplicado. Todo el mundo ha creído que merced a la guerra obten­
dría por acción directa lo que no hubiera obtenido normalmente de los go-

181
bremos. La granada se ha roto en mil pedazos, precisamente por donde
estaban marcadas las fisuras. El caso de Cataluña es uno más en el panorama
general. Así, la rebelión militar produjo, quedándose el Estado inerme, el
alzamiento y el desorden de que ustedes hablan; efecto fácil de prever y
que había sido previsto y advertido. Si la rebelión militar hubiese durado
ocho días, los resultados de su vencimiento habrían sido exclusivamente po­
líticos, la República se habría afianzado. Las obras sociales que inevitable­
mente habían de cumplirse, las hubiera hecho el Estado. La rebelión, al to­
mar la forma crónica de guerra civil, ha dado tiempo y aliento para el
embate proletario, en todas sus formas, en las que son justas y razonables
y en las que son desatinadas y perniciosas. Un fenómeno análogo se dibuja
ya localmente en el campo de la República y por iguales principios de mecá­
nica social: a la Generalidad, insubordinada contra el Gobierno, se le insu­
bordinan las sindicales, la tienen sumergida y obediente. Al borde se forma
una reacción: hay barruntos de revuelta entre las fuerzas de orden público
contra los sindicatos; esta vez, con la simpatía general de las gentes pacíficas.

BARCALA

A pesar de tantos errores, que no disculpo, esta guerra demuestra una vez
más la comunidad de intereses de todos los españoles y reforzará el senti­
miento de solidaridad nacional.

Garcés
¿Dónde está la solidaridad nacional? No se ha visto por parte alguna.
La casa comenzó a arder por el tejado, y los vecinos, en lugar de acudir todos
a apagar el fuego, se han dedicado a saquearse los unos a los otros y a lle­
varse cada cual lo que podía. Una de las cosas más miserables de estos su­
cesos ha sido la disociación general, el asalto al Estado, y la disputa por
sus despojos. Clase contra clase, partido contra partido, región contra región,
regiones contra el Estado. El cabilismo racial de los hispanos ha estallado
con más fuerza que la rebelión misma, con tanta fuerza que, durante mu­
chos meses, no los ha dejado tener miedo de los rebeldes y se han empleado
en saciar ansias reprimidas. Un instinto de rapacidad egoísta se ha sublevado,
agarrando lo que tenía más a mano, si representaba o prometía algún valor,
económico o político o simplemente de ostentación y aparato. Las patrullas
que abren un piso y se llevan los muebles no son de distinta calaña que los
secuestradores de empresas o incautadores de teatros y cines o usurpadores
de funciones del Estado. Apetito rapaz, guarnecido a veces de la irritante pe­
tulancia de creerse en posesión de mejores luces, de mayor pericia, o de mé­
ritos hasta ahora desconocidos. Cada cual ha querido llevarse la mayor par­
te del queso, de un queso que tiene entre sus dientes el zorro enemigo. Cuan­
do empezó la guerra, cada ciudad, cada provincia quiso hacer su guerra par­
ticular. Barcelona quiso conquistar las Baleares y Aragón, para formar con la
gloria de la conquista, como si operase sobre territorio extranjero, la gran
Cataluña. Vasconia quería conquistar Navarra, Oviedo y León; Málaga y Al-

182
mería quisieron conquistar Granada; Valencia, Teruel; Cartagena, Córdoba.
Y así otros. Los Diputados iban al Ministerio de la Guerra a pedir un avión
para su distrito, “que estaba muy abandonado”, como antes pedían una esta­
feta o una escuela. ¡Y, a veces, se lo daban! En el fondo, provincialismo fa­
tuo, ignorancia, frivolidad de la mente española, sin excluir en ciertos casos
doblez, codicia, deslealtad, cobarde altanería delante del Estado inerme, in­
consciencia, traición. La Generalidad se ha alzado con todo. El improvisado
Gobierno vasco hace política internacional. En Valencia, comistrajos y en­
juagues de todos conocidos, partearon un gobiernito. En Aragón surge otro,
y en Santander, con Ministro de Asuntos Exteriores y todo... ¡Pues si es en el
Ejército! Nadie quería rehacerlo, excepto unas cuantas personas, que no fue­
ron oídas. Cada partido, cada provincia, cada sindical, ha querido tener su
ejército. En las columnas de combatientes, los batallones de un grupo no
congeniaban con los de otro, se hacían daño, se arrebataban los víveres, las
municiones... Tenían tan poco conocimiento, que cuando se habló de organi­
zar un ejército lo rechazaron, porque sería “el ejército de la contrarrevolución”.
¡Ya se repartían la piel del oso! Cruel destino: los mismos piden ahora a gri­
tos un ejército. Cada cual ha pensado en su salvación propia sin considerar la
obra común. Preferencias políticas y de afecto estuvieron mermando los recur­
sos de Madrid para volcarlos sobre Oviedo, cuando el engreimiento de los afi­
cionados les hacía decir, y tal vez creer, que Oviedo caía en cuarenta y ocho
horas. En Valencia, todos los pueblos armados montaban grandes guardias,
entorpecían el tránsito, consumían paellas, pero los hombres con fusil no iban
al frente cuando estaba a quinientos kilómetros. Se reservaban para defender
su tierra. Los catalanes, en Aragón, han hecho estragos. Peticiones de Aragón
han llegado al Gobierno para que se lleve de allí las columnas catalanas. He
oído decir, a uno de los improvisados representantes aragoneses, que no estaba
dispuesto a consentir que Aragón fuese “presa de guerra”. Una imposición de
la escuadra determinó el abandono de la loca empresa sobre Mallorca, aban­
dono que no había podido conseguirse con órdenes ni razones. En los talleres,
incluso en los de guerra, predomina el espíritu sindical. Prieto ha hecho pú­
blico que, mientras en Madrid no había aviones de caza, los obreros del taller
de reparación de los Alcázares se negaban a prolongar la jornada y a trabajar
los domingos. En Cartagena, después de los bombardeos, los obreros abando­
nan el trabajo y la ciudad en hora temprana para esquivar el peligro. Después
del cañoneo sobre Elizalde, en Barcelona, no quieren trabajar de noche. Va­
lencia estuvo a punto de recibir a tiros al Gobierno, cuando se fue de Madrid.
Les molestaba su presencia porque temían que atrajese los bombardeos. Hasta
entonces no habían sentido la guerra. (Reciben mal a los refugiados porque con­
sumen víveres. No piensan que están en pie gracias a Madrid. En fin, un lazo
de unión de todos, resultado de la lucha por la causa común, no ha podido
establecerse.

183
DOCUMENTO 55

UN MINISTRO DE NEGRIN (67)

No son los jefes de derecha los únicos que atacan al Frente Popular por
su débil flanco del orden público. La cita que damos a continuación, con
su presagio adicional, no es de Calvo Sotelo: es de quien, tras el 18 de ju­
lio, será Ministro con el Gobierno Negrín: don Manuel Irujo.

‘Sin novedad en el frente.” Esta es la contestación del Ministro de la Go­


bernación cuando habla del orden público. Recuerda la conocida obra. Que en
Madrid, Extremadura, Andalucía, Levante, se quemen iglesias, conventos, fá­
bricas, almacenes, casinos, casas particulares, archivos del Juzgado, del Regis­
tro ; que se hace salir desnudas a las religiosas y se las somete al trato que no
se da a las mujerzuelas profesionales; que después de deshonrar a las hijas y
a las esposas son paseadas en pica las cabezas de sus maridos y padres por opo­
nerse al “regocijo”; que las gentes arriendan hoteles de invierno en los pue­
blos del Bidasoa, en la costa guipuzcoana y en las montañas laburdinas hu­
yendo de la “alegría” de sus tierras; que se asaltan y ocupan fincas por Alcal­
des, asociaciones o bandas de pistoleros; que se asesina a la Guardia Civil,
haciendo “picadillo” de sus restos exánimes...
“No hay novedad en el frente. Pero, ¿puede vivirse así? ¿Es todo esto to­
lerable? El estampido se ’masca’. Lo exige el ambiente. Y no tardando.”

DOCUMENTO 56

UN POLITICO DE LA MONARQUIA Y LA REPUBLICA (68)

Don Angel Ossorio y Gallardo tampoco pasará a la Historia como una


figura demasiado brillante. Pero siempre fue un hombre de orden, y su ata­
que contra el Gobierno en pleno junio no puede ser excluido de esta lista
testimonial. Durante la guerra fue Embajador de la República en Buenos
Aires.

El Frente Popular, visto por Ossorio y Gallardo

Artículo publicado en La Vanguardia, de Barcelona, reproducido en El


Pueblo Vasco del 23 de junio de 1936:
... ¿Qué viento de locura ataca a los hombres en cuanto se posesionan del
Poder? ¿Será verdad que, como decía Tirso de Molina, “no hay hombre cuer­
do a caballo”? Lo digo porque estamos presenciando cosas que sólo en la pa­
tología mental pueden hallar explicación.
A estas horas —hablemos claro, aunque nos duela—, ni el Gobierno, ni el
Parlamento, ni el Frente Popular significan en España nada. No mandan ellos.

184
Mandan los inspiradores de huelgas inconcebibles; los asesinos a sueldo y los
que pagan el sueldo a los asesinos; los mozallones que saquean los automó­
viles en las carreteras; los que tienen la pistola como razonamiento...
¿Hay alguien contento, o siquiera conforme, con tal estado de cosas? Na­
die. Ninguno sabe lo que va a pasar aquí, ni presume quién sacará el fruto de
la anárquica siembra.

DOCUMENTO 57

EL TESTIMONIO DE UNA MUJER (69)

Interesante figura la diputado radical Clara Campoamor, tardía visión


española de las “sufragettes” y político radical a quien, sobre todo por las
mujeres españolas, se atribuyó el impulso para la legislación sobre el di­
vorcio. Durante la guerra es una de las escasas representantes de la ten­
dencia neutralista. He aquí diversos testimonios suyos, todos ellos muy
claros.

“E1 Gobierno republicano (primeros del 36) no tiene ya poder” (70).


El Frente Popular, “imposible armonía” (71).
“Madrid vivió, desde mediados de mayo al comienzo de la guerra civil,
una situación caótica” (72).
“Los partidos republicanos que llegan al poder como resultado del triunfo
electoral, aun cuando estaban en minoría dentro del ’cartel* de izquierdas, ago­
taron sus fuerzas y su crédito moral en dos tareas ingratas. Consistió una en
hacer concesiones a los extremistas que desde el 16 de febrero festejaban su
trunfo con incendios, huelgas e ilegalidades, como si tuviesen que luchar con­
tra un Gobierno enemigo. El otro objetivo de los vencedores fue llegar en
seguida a los puestos superiores del Estado, rompiendo toda regla y desha­
ciendo, sin la menor preocupación de honradez política, los principios de con­
tinuidad que un régimen naciente debe conservar si aspira a durar (73).

DOCUMENTO 58

DEPONE EL EX EMPERADOR DEL PARALELO (74)

El jefe político de Clara Campoamor, don Alejandro Lerroux García, es


una figura original a quien se conoce por sus excesos juveniles, por su ro­
manticismo republicano y por los afanes —en argot— de algunos correligio-

185
i

narios que, como se dijo, “se llevaban hasta la moqueta de los ministerios”.
Pero su estudio político está aún por hacer. Quizá para ese estudio pueda
aprovecharse este testimonio.

Lo que iba a ocurrir en España lo preveíamos todos. O los comunistas y


sus consortes, o las fuerzas conservadoras del país tenían que lanzarse muy
pronto a una iniciativa. La tensión no podía sostenerse ni dilatarse más.
Como usted recordará, desde el amañado triunfo electoral, en febrero, del
Frente Popular venían ocurriendo en España las más escandalosas violencias
criminales. Quedaban impunes. En Madrid se asesinó y se incendió sin que el
Gobierno adoptase medidas de represión o siquiera de precaución. Por delante
de mi casa desfilaron en dos ocasiones entierros acompañados de comitiva po­
pular, que pasaba con uniformes, símbolos, banderas rojas, puños en alto y,
algunos, pidiendo a voces mi cabeza, que yo me cuidaba de no poner de ma­
nifiesto, porque ya el ejercicio de las más sencillas y elementales libertades em­
pezaba a parecer provocación.
Me visitaban los amigos, alarmados. Creían necesario que me ausentase
una temporada o que me preparase un buen escondite en Madrid. Hubo uno
que en su inexperiencia lo tenía organizado, y preparado un traje de eclesiás­
tico para disfrazarme a mí... ¡Excelente amigo! ¿Qué habrá sido de él?
No me intimidaban. Yo creía necesario permanecer en mi puesto mientras
se esgrimiera la amenaza de que el Parlamento iba a tomar el acuerdo de exi­
girme responsabilidades como Jefe del Gobierno que ordenó la represión de
los sucesos de octubre de 1934, porque afrontar la acusación y asumir la res­
ponsabilidad era mi deber y mi honor. Y en mi puesto me mantuve, con la
esperanza, además, de que el calor del verano obligase a la suspensión de se­
siones de Cortes y a mí me permitiese emprender mi proyectado viaje.
Durante los meses de mayo a julio señalé entre las visitas que me favore­
cieron, las de amigos militares y paisanos que, aun hablándome en términos
vagos, a mí me pareció que practicaban exploraciones y sondeos para cono­
cer mi actitud ante los anuncios alarmantes. Y, aproximadamente en los mis­
mos términos, yo declaraba que me había comprometido conmigo mismo a no
conspirar mientras existiese la República, pero añadía invariablemente que si
el comunismo y sus cómplices se lanzaban a la calle, los que en nombre de la
Patria y la República salieran a hacerles frente podrían contar incondicional­
mente conmigo. Testigos de lo que aquí afirmo hay algunos vivos, porque otros
han perecido fusilados o asesinados.
El día 13 de julio se conoció la noticia tremenda del asesinato de Calvo
Sotelo, un hombre honrado, un noble carácter y una elevada inteligencia, cuyo
delito consistía en no pensar lo mismo que sus adversarios y en defender va­
lientemente sus ideas. Al día siguiente recibí el aviso de lo que se decía que
preparaba el ejército. No lo creía; no creía que después del horrendo crimen,
perpetrado con conocimiento del Gobierno, se tomase tal resolución sin que
yo, que había sido varios meses Ministro de la Guerra, la conociese más que
por un aviso confidencial de un hombre civil.

186
El día 17, durante la mañana, recibí, entre otras visitas, la del mismo amigo
que me dio el primer aviso el 14, y me lo confirmó... Mas en trance de perdi­
ción su causa, prefieren que se hunda la obra de veinte siglos de civilización,
de trabajo, de ciencia y de arte; y que no teniendo el heroísmo de perecer con
ella, ni grandeza de alma para afrontar su responsabilidad, antes de ponerse
cobardemente en fuga, roban con toda impunidad las arcas del tesoro nacional,
saquean el particular hasta donde pueden y dejan tras de sí, pasto para la
hoguera y carne para los cañones, el rebaño miserable en sangría suelta.
Y contra esto, ¿no hay otro remedio que el famoso de “echar un velo so­
bre la estatua de la Libertad” y proclamar y aceptar la Dictadura?
Medio siglo, más de medio siglo, consagrado al culto de un mismo ideal...
Más de una vez jugarse la vida en su defensa y muchas la libertad... ¿He de
renunciar a ese culto?... No creo que a la famosa esfinge de Tebas se le hu­
biese formulado interrogación más dolorosa y trágica. Es la que surgía con
signos de fuego en ese mundo de sombras en que me sumergió la crisis espi­
ritual de que antes le hablo.

DOCUMENTO 59

EL SOCIALISMO Y LA DICTADURA DEL PROLETARIADO (75)

En este primer documento socialista del capítulo están implicadas todas


las tensiones que sacudieron al gran partido y a todo el país. Claridad de­
fiende, naturalmente, la dictadura del proletariado como objetivo socialista,
y revela las discordias internas que muy pronto veremos aflorar más dura­
mente.

La colaboración ministerial socialista y la dictadura del proletariado.


Ayer comentábamos cómo entiende el Comité nacional del partido socia­
lista la democracia obrera, según la flamante alocución que ha dirigido a las
Secciones, y cómo la practica el doble de ese Comité nacional o sea, la Comisión
ejecutiva. Mientras los dos Organismos no pongan de acuerdo sus palabras con
sus hechos o se nos demuestre con datos, y no con vituperios o con salidas
por la tangente, que nuestra historia de la dictadura de la Comisión ejecutiva
sobre el partido socialista es inexacta, mantenemos lo dicho, y pasamos a otro
asunto que está implícito en otro pasaje del documento del Comité nacional,
aunque no haya tenido la gallardía de defenderlo abiertamente. Nos referimos
a la colaboración ministerial socialista.
Su tesis es la siguiente: en España hay una República democrática; el sos­
tén de esa República es el Frente Popular; el sostén principal del Frente Po­
pular es el partido socialista; pero la hora no es del socialismo, sino de la de­
mocracia ; lo dice Dimitrof, y punto redondo; luego si no ha sonado la hora
para el socialismo, el partido que lo representa debe mantener su unidad para
servir al Frente Popular y a la República, y como el tema que más le divide es

187
el de la colaboración ministerial, lógicamente deben deponer sus discrepancias
los que no quieren prejuzgar ese problema hasta que sea debatido y resuelto
en un Congreso socialista, rindiéndose desde ahora a los que desean una co­
laboración inmediata, autorizada por la minoría parlamentaria y la Comisión
ejecutiva y, en caso de disparidad, por el Comité nacional.
En suma: República es igual a Frente Popular; Frente Popular, igual a
unidad del partido socialista; unidad del partido socialista, igual a colabora­
ción inmediata. O lo que es lo mismo: se trata de escamotear el problema al
Congreso socialista. Pues si no se tratara de eso y la colaboración fuera ur­
gente, ¿por qué se ha aplazado el Congreso? No se ha dado una explicación
convincente, ni podrá darse, porque lo único que convence es la verdad, y ésta
se oculta.
Se ha alegado —y no es la primera vez— una explicación para niños: su­
cesos misteriosos que sólo conocen los directivos del partido —hombres de ge­
nial intuición—, truculencias subterráneas que urde la reacción. Es el viejo
ardid del coco, bien conocido de las niñeras. Pero aunque así fuera, ¿se nos
quiere explicar por qué arte de magia los socialistas iban a combatir ese peli­
gro desde el Gobierno mejor que los republicanos? La fuerza del Estado, esté
sólo en manos republicanas o compartida por los socialistas, es la misma. Y
la fuerza de que dispone la clase obrera, al margen del Estado, lo mismo la
pondrá al servicio del Gobierno cuando sea preciso, sea éste puramente re­
publicano o republicanosocialista, como así se la ofreció en la mañana del
18 de mayo con motivo de los sucesos militares de Alcalá.
La única verdad es que los que han aplazado el Congreso socialista temían
una resolución desfavorable a sus planes colaboracionistas, bien sea porque el
partido en pleno se pronunciara contra toda colaboración o bien porque la
condicionara de tal modo que hiciera imposible la forma incondicional —ni en
el programa ni en la constitución del Gobierno— en que algunos están dispues­
tos a aceptarla. Nosotros no prejuzgamos lo que el Congreso en su día decida,
y acataremos sus acuerdos, aunque disintamos en cuanto a su acierto; pero
afirmamos y afirmaremos reiteradamente que sólo el Congreso es quien debe
resolver tan delicado problema y no los otros órganos del partido, porque no
hay ningún acuerdo de los Congresos anteriores que a ello les autorice, como
decía erróneamente Prieto en su nota al declinar la formación de Gobierno.
En este punto de la colaboración el compañero Fernando de los Ríos, en
unas declaraciones suyas que ha publicado El Socialista de hoy, incurre en al­
gunas inexactitudes que conviene rectificar. En primer término, Largo Caba­
llero no dimitió la presidencia de la Comisión ejecutiva por ninguna discre­
pancia teórica, sino por una discrepancia en la interpretación de los estatutos
del partido en cuanto a las relaciones entre la Comisión ejecutiva y la minoría
parlamentaria. En segundo término, la dictadura del proletariado es una cues­
tión de principio que no condena al partido socialista, como él se figura, a una
política del todo o nada.
¡Cuidado con las interpretaciones erróneas! Sencillamente, la adopción de
ese principio significa el convencimiento de que el socialismo no se podrá im­
plantar por la vía democrático-burguesa, como creen Fernando de los Ríos y

188
otros que ponen su fe en una política de reformas graduales, en una revolución
continua del Derecho, a pesar de las catástrofes que esa política ha acarreado
a grandes partidos socialistas de Europa, como el italiano, el alemán y el aus­
tríaco, y de la esterilidad a que se han visto condenados otros, como el inglés,
el belga y el español en el primer bienio de la República.
Esto no quiere decir que la adscripción de un partido al principio de la
dictadura del proletariado le obligue a no aceptar más que un Gobierno tota­
litario, y para ejercer esa dictadura, en todas las circunstancias posibles. Aquí
también se equivoca el compañero De los Ríos. Los bolcheviques rusos habían
incluido en su programa la dictadura del proletariado, y, sin embargo, en 1905
estaban dispuestos a colaborar con los partidos de la pequeña burguesía, de
haber triunfado la revolución, como lo estaban hoy también, en principio, en
algunos países europeos, no obstante conservar en sus programas esa forma
de gobierno. Si en 1931 los socialistas españoles hubieran tenido en su pro­
grama la dictadura del proletariado, es evidente que hubieran colaborado asi­
mismo con los republicanos, porque las circunstancias y las exigencias de cier­
tos auxiliares en la preparación revolucionaria así lo imponían.
Pero ésta es la diferencia, y sobre ella llamamos la atención de Femando
de los Ríos y de cuantos se imaginan, con él, que el partido socialista, si
adopta como forma transitoria de gobierno la dictadura del proletariado,
se habrá metido en un callejón sin salida: si en 1931 los socialistas espa­
ñoles hubieran creído en la necesidad de la dictadura del proletariado, su
colaboración entonces hubiera sido, por lo menos en el propósito, muy dis­
tinta. En vez de orientarla a la consolidación de la democracia burguesa,
como entonces se hizo, con daño para esa democracia misma, se hubiera
encaminado en una dirección revolucionaria cuyo límite trasciende necesa­
riamente de la forma del régimen vigente, hubieran intentado —por lo me­
nos intentado— transformar la revolución democrática en revolución socia­
lista.
Se dirá: los republicanos no lo hubieran aceptado. Es lo más probable.
Pero entonces no hubiera habido más que dos soluciones: que se hubieran
ido del Gobierno los socialistas y los republicanos y que los que quedaran
en el Poder, bajo su propia y exclusiva responsabilidad, hubieran goberna­
do con el apoyo parlamentario de los que se marchaban.
Es exactamente la situación de hoy. Y no es otra cosa lo que divide a
unos socialistas y otros. Unos quieren colaborar con los republicanos por­
que creen en la eficacia de la democracia burguesa y esperan o eternizarla
o superarla gradualmente. Otros no aceptan esa forma de colaboración, que
consideran utópica y fatalmente abocada al fascismo, y si no excluyen en
absoluto toda posibilidad de colaboración, entienden que ésta no debe ser
meramente democrático-burguesa, sino orientada en un sentido socialmente
revolucionario que conduzca a la implantación de la forma transitoria de
gobierno necesaria para echar los cimientos de un régimen socialista. ¿Ad­
mitirían los republicanos este tipo de colaboración? He ahí todo el proble­
ma. Pero si no lo admiten, no hay otra solución que un Gobierno republi-

189
cano o socialista homogéneos. En todo caso —insistimos—, sea una u otra
la forma de colaboración, o ninguna, sólo un Congreso socialista podrá de­
cidirlo.

DOCUMENTO 60

EL MANIFIESTO DEL SOCIALISMO REVOLUCIONARIO (76)

Marxismo puro el de este manifiesto. Identidad completa de teoría y


métodos con el comunismo. Para acentuar aún más esta identidad ahí queda
el suelto que Claridad publica en primera página sobre la unificación so­
cialista-comunista, y que también reproducimos. En el manifiesto pueden
verse, junto a garrafales faltas de perspectiva, como la pretendida permanen­
cia de la gran crisis económica, considerables aciertos intuitivos, como algunos
comentarios al fascismo.

Un documento trascendental. Proyecto de reforma del programa del Par­


tido Socialista Obrero Español.
Llamamos la atención de nuestros lectores sobre el magnífico documento
que a continuación publicamos en toda su integridad, presentado a la Asam­
blea de la Agrupación Socialista Madrileña por su nuevo Comité, como pro­
yecto de reforma del programa de nuestro partido a discutir en el próximo
Congreso Nacional del mismo, y que de prevalecer en él elevaría al socia­
lismo español al más alto nivel doctrinal y táctico que jamás haya alcanzado
ningún otro partido socialista en el mundo.

CONSIDERACIONES GENERALES
En vista de los cambios profundos que se han operado de unos años a
esta parte en la estructura económica de casi todos los países y en muchos
ae sus Estados, junto a las mutaciones, también extraordinarnas, que en el
orden social y político ha experimentado España por consecuencia de la ins­
tauración de la República en 1931 y de sus vicisitudes posteriores, es nece­
sario modificar el programa del Partido Socialista Obrero, tanto en sus prin­
cipios o fundamentos teóricos como en los métodos adecuados para rea­
lizarlos.
En el cuarto considerando del viejo programa se dice “que la necesidad,
la razón y la justicia exigen que la desigualdad y el antagonismo entre una
y otra clase desaparezcan, reformando o destruyendo el estado social que
los produce”. Hay que eliminar la ilusión de que la revolución proletaria
socialista, o sea la transformación de la propiedad individual o corporativa
de los instrumentos de trabajo en propiedad común de la sociedad entera
y la consiguiente abolición de todas las clases, fundiéndolas así en una sola
comunidad de trabajadores, podrá realizarse reformando el estado social vi­
gente. No queda otro recurso que destruirlo de raíz.

190
i
i
La ilusión de reformismo, la esperanza de que la sociedad capitalista pue­
da transformarse en sociedad socialista por medio de reformas graduales,
tuve su explicación, ya que no su justificación, en el período de ascenso y
auge del capitalismo y, sobre todo, en su fase imperialista, cuando los enormes
beneficios obtenidos de la explotación de países coloniales y semicoloniales per­
mitieron al proletariado arrancar a la clase dominante crecientes ventajas econó­
micas y, en general, más favorables condiciones de vida, que la hicieron creer
en la posibilidad de que la clase obrera consolidara sus posiciones conquistadas,
las mejorara constantemente y, a la postre, desplazara de las suyas a la bur­
guesía, dentro y en virtud de la propia legalidad burguesa.
Hoy esa ilusión aparece como completamente quimérica. El capitalismo
está ya en su curva descendente. De la etapa expansiva ha pasado a la res­
trictiva o defensiva, principalmente por obra de dos causas. Una es la pro­
gresiva industrialización de los países coloniales y semicoloniales, que ha re­
ducido en ellos la importación de manufacturas elaboradas en el extranjero,
paralizando de este modo una porción considerable de la economía de los
países capitalistas más desarrollados y creándoles un paro obrero permanente,
irremediable dentro del capitalismo.
La otra causa es el progreso tecnológico, que, de una parte, elimina la
mano de obra, sustituyéndola por las máquinas, y acrecienta en proporciones
gigantescas el número de trabajadores en paro forzoso, y de otra, crea una so­
breproducción al mismo tiempo que se disminuye, por efecto del paro, la
capacidad de consumo en el mundo entero, lo que determina, a su vez, un
envilecimiento de los precios, la quiebra de numerosas empresas capitalistas
y otro incremento correlativo de obreros sin trabajo. La crisis económica ac­
tual ya no es cíclica o pasajera, como las anteriores, sino que se presenta
con caracteres de permanencia, y ni siquiera con tendencia a estabilizarse,
antes bien a agravarse de día en día.
Esta crisis no tiene más que dos salidas: una, antinatural, antihistórica
y transitoria: el fascismo, y otra, natural, histórica y definitiva: el socialismo.
El fascismo, en esencia, es la supresión de la democracia burguesa para des­
pojar más cómodamente a la clase obrera de las mejoras materiales y de las
libertades políticas y sindicales que dentro de esa democracia había conquis­
tado, o sea, para someterla de nuevo a las condiciones de esclavitud en que
había vivido en épocas precapitalistas.
El fascismo representa un retroceso de siglos en la historia humana. Es
la dictadura, ya desenmascarada de toda forma parlamentaria y democrática,
dei alto capitalismo para cubrir sus pérdidas y evitar la quiebra final a costa
exclusivamente de la esclavización de la clase obrera. Es la respuesta brutal,
ya inequívoca, de la burguesía a los cándidos que esperaban la transforma­
ción radical de la sociedad mediante reformas paulatinas. En el fascismo no
hay reformas ni libertades. No hay más que jomadas, todo lo altas, y sala­
rios, todo lo bajos que convengan a la clase capitalista; sólo pobreza o mi­
seria. Ningún derecho; sólo obligaciones. Ninguna libertad; sólo despotismo
político y social.
Por otro lado, el fascismo lleva indefectiblemente a la guerra, para evitar

191
O aplazar la revolución social interna con la esperanza de una victoria exte­
rior que distraiga de su malestar al proletariado nativo y que al mismo tiem­
po desplace sobre el proletariado de la nación vencida parte de la servidum­
bre que gravita sobre el de la propia. La guerra fascista es una necesidad
económica y política por la cual una burguesía, después de haber esclavizado
a la clase obrera de su país y cuando ésta está llegando al límite de su resis­
tencia, trata de transferir a los trabajadores de otros países las cargas y
pérdidas de su capital en bancarrota.
La otra salida a la presente crisis económica es el socialismo revolucio-
naíio. La democracia burguesa ha cumplido ya su misión histórica en unos
países, y donde no la ha cumplido aún será difícil que, por sí sola, pueda
hacer frente a las fuerzas capitalistas que procuran aniquilarla y sustituirla
con un estado totalitario fascista. La única clase que puede impedir el fas­
cismo es el proletariado; pero allí donde se plantee la lucha —y de hecho,
de un modo actual o latente, está planteada en todos los países—, el pro­
letariado no debe conformarse con defender a la democracia burguesa, sino
procurar, por todos los medios, la conquista del poder político, para realizar
desde él su propia revolución socialista y la democracia integral o humana:
una democracia sin clases.
En el período de transición de la sociedad capitalista a la socialista, la
forma de gobierno será la dictadura del proletariado, con objeto de reprimir
toda resistencia de la clase explotadora, impedir todo intento de restauración
del capitalismo privado y destruir toda la infraestructura y superestructura
de la actual organización social.
Dictadura no quiere decir, necesariamente, como muchos la entienden,
arbitrariedad y violencia sin ley. Del mismo modo que la democracia bur­
guesa es una dictadura legal de la burguesía contra las otras clases, antes
contra la aristocracia y ahora contra el proletariado, así también la democra­
cia obrera será una dictadura legal del proletariado contra los restos de la
aristocracia y contra la burguesía. Es decir, que aun tratándose de una dicta­
dura, será la democracia más extensa y perfecta que haya habido jamás en
la Historia, porque en ella será soberana, por primera vez, la clase más nu­
merosa, la clase obrera, y porque en ella también los derechos de los traba­
jadores no serán meramente formales, como en la democracia burguesa, sino
que el Estado proletario pondrá a su disposición los medios materiales de
realizarlos: edificios donde reunirse y asociarse para fines políticos y cultu­
rales ; periódicos y cuantos recursos sirvan a la difusión del pensamiento,
independencia económica para elegir libremente y revocar en cualquier mo­
mento todos los cargos públicos, desde el Jefe del Estado hasta los funciona­
rios, los jueces, los oficiales del ejército, etc.
La igualdad de razas, de sexos, de religión y de nacionalidades será ab­
soluta. A las colonias y a cualquier provincia o región se les reconocerá
el derecho de su autodeterminación política, incluso hasta la independencia.
Insensiblemente, la dictadura del proletariado o democracia obrera se con­
vertirá en una democracia integral o sin clases, de la cual habrá desaparecido
gradualmente el Estado coactivo. El órgano de esta dictadura será el partido

192
socialista, y la ejercerá en el período de transición de una sociedad a otra, y
mientras la amenaza de los Estados capitalistas circundantes hagan necesaria
la existencia de un fuerte Estado proletario.
Ante la eventualidad de una dictadura del proletariado, en países como
España suelen hacerse dos objeciones principales: una, que la clase obrera
no está culturalmente preparada para gobernar, y otra, que el atraso del ca­
pitalismo español no favorece el tránsito a un régimen socialista.
En cuanto a la primera objeción, hay que declarar que el proletariado
español no está, en efecto, preparado para resolver desde el Gobierno los
problemas del capitalismo sin nacionalizarlo previamente, entre otras razones,
porque esos problemas, y, sobre todo, el del paro, no tienen solución dentro
dei régimen económico actual; la verdad es que los partidos burgueses tam­
poco están más preparados que el socialista, como lo acreditan sus fracasos
en el mundo entero.
Pero si se trata de organizar y dirigir un Estado obrero y una economía
colectivizada, el proletariado se preparará, si no estuviera preparado ya,
con la misma eficiencia, por lo menos, con que la burguesía ejerció el poder
al derrocar a la aristocracia, pues otra cosa sería suponer que la historia hu­
mana se detiene con el imperio de la clase burguesa, y que de ahí no se
puede pasar. Lo cual es suponer un absurdo.
En cuanto a la segunda objeción, es cierto que el atraso del capitalismo
español hará más difícil que en los países económicamente más avanzados
su conversión en un sistema socialista; pero hay que tener en cuenta dos
circunstancias: una, que la crisis permanente del capitalismo mundial hace
ya imposible que el español alcance, dentro de los límites de la empresa pri­
vada, las formas más altas y pujantes de la economía capitalista; el capita­
lismo se detendrá y decaerá en España si un Estado socialista no tom<* en
sus manos los instrumentos de producción y cambio y los desarrolla inten­
samente como propiedad colectiva, racionalizando al máximo la explotación
industrial y agrícola del país. El atraso capitalista de España exige precisa­
mente una solución socialista —y no hay otra— para impedir el estanca­
miento y decadencia de la economía nacional.
La otra circunstancia es la debilidad política de la pequeña burguesía
como resultado de que el capitalismo esté pasando en España de una eco­
nomía feudal a las formas más complejas del capital financiero. El órgano
natural de la revolución democráticoburguesa es la pequeña burguesía; pero
cuando no tiene fuerza propia o está mal organizada políticamente, su
debilidad se traduce en impotencia para destruir las oligarquías históricas,
la gran propiedad territorial, el poder económico de la Iglesia, la burocracia,
la oficialidad del ejército, la policía, la magistratura y todas las superviven­
cias del antiguo Estado monárquico.
En estas supervivencias, junto al resentimiento y a la medrosidad de un
semiproletariado sin conciencia de clase y de una clase media a punto de
proletarizarse, se incuba el fascismo. Por tanto, una democracia burguesa
sin arraigo, sin propias formaciones sociales de lucha y defensa, está más
expuesta que ninguna otra a los embates fascistas y más necesitada de trans-

193
13
formarse rápidamente en una democracia obrera para evitar el esclaviza-
miento del proletariado y el sacrificio de la pequeña burguesía, legalmente
y por razón de Estado, al capital financiero, y ésta es otra de las finalidades
del fascismo. Por dondequiera que se le mire, el atraso del capitalismo es­
pañol hace más imperiosa e inaplazable que en otros países la conquista del
Poder político por el proletariado y la implantación de su dictadura demo­
crática.
Para ello es imprescindible la unidad inmediata de todas las acciones re­
volucionarias mediante la fusión política y sindical de todos los grupos obre­
ros, y la ruptura completa del partido socialista con toda tendencia refor­
mista o centrista: la primera, porque paraliza la acción revolucionaria del
proletariado con ilusiones de una transformación gradual y legal de la so­
ciedad, y la segunda, porque le hace olvidar su propia revolución social, su­
giriéndole que ni él ni el capitalismo nacional están preparados para ella y
que debe resignarse a apoyar indefinidamente a la democracia burguesa.
Finalmente, conviene suprimir del viejo programa la idea imposible de
que la clase trabajadora percibirá “el producto total de su trabajo”, porque
de él han de salir necesariamente los gastos de sostenimiento del Estado
obiero en su período de transición, y el costo y amortización de los instru­
mentos de producción, transporte y cambio, y toda la organización de la
vida cultural, sanitaria, etc., de la nueva sociedad.
Por todos estos motivos, considerando:
Que esta sociedad es injusta, porque divide a sus miembros en dos clases
desiguales y antagónicas: una, la burguesía, que, poseyendo los instrumen­
tos de trabajo, es la clase dominante;
Que la sujeción económica del proletariado es la causa primera de la es­
clavitud en todas sus formas: la miseria social, el envilecimiento intelectual
y la dependencia política;
Que los privilegios de la burguesía están garantizados por el Poder polí­
tico, del cual se vale para dominar al proletariado;
Que la necesidad, la razón y la justicia exigen que la desigualdad y el
antagonismo entre una clase y otra desaparezcan, destruyendo el estado so­
cial que los produce;
Que esto no puede conseguirse sino transformando la propiedad individual
o corporativa de los instrumentos de trabajo en propiedad común de la so­
ciedad entera;
Que la poderosa palanca con que el proletariado ha de destruir los obs­
táculos que a la transformación de la propiedad se oponen ha de ser el Po­
der político, del cual se vale la burguesía para impedir la reinvindicación de
nuestros derechos.
El Partido Socialista declara que tiene por aspiración inmediata:
l.° La conquista del Poder político por la clase trabajadora y por cuales­
quiera medios que sean posibles.

194
2. u La transformación de la propiedad individual o corporativa de los
instrumentos de trabajo en propiedad colectiva, social o común.
En el período de transición de la sociedad capitalista a la socialista, la
forma de gobierno será la dictadura del proletariado, organizada como demo­
cracia obrera.
Entendemos por instrumentos de trabajo la tierra, las minas, los trans­
portes, las fábricas, máquinas, el capital-moneda, los Bancos, las grandes or­
ganizaciones capitalistas (sindicatos, trusts, cartels, etc.).
3. ° La organización de la sociedad sobre la base de la federación eco­
nómica, el usufructo de los instrumentos de trabajo por las colectividades
obreras, garantizando a todos sus miembros la satisfacción de sus necesidades
en relación con los medios de que la sociedad disponga, y la enseñanza ge­
neral científica y especial de cada profesión a los individuos de uno u otro sexo.
En suma: el ideal del Partido Socialista Obrero es la completa emancipa­
ción de la clase trabajadora ; es decir, la abolición de todas las clases socia­
les y su conversión en una sola de trabajadores libres, iguales, cultos y útiles
a la sociedad.
El Partido Socialista Obrero considera necesario para realizar su aspi­
ración obtener las siguientes medidas políticas y económicas:

POLITICAS
Libertad de Prensa. Derecho de manifestación, de petición, de reunión y
de asociación. Derecho de coligación.
Confederación de las nacionalidades ibéricas, incluyendo el actual Pro­
tectorado de Marruecos, y reconocimiento de su derecho a la autodetermina­
ción política en todo instante, incluso a la independencia. Supresión de la
lengua oficial, obligatoria, del Estado, e igualdad de derechos de todas las
lenguas que se hablen dentro de la Confederación ibérica.
Seguridad individual. Inviolabilidad de la correspondencia y del domicilio.
Imposibilidad de suspender las garantías constitucionales.
Sufragio universal para ambos sexos a los veintiún años y con sólo seis
meses de vecindad, garantizando el secreto del voto, haciendo desaparecer
las trabas que se oponen a la presentación de candidatos, convirtiendo en
servicio oficial y gratuito la fe notarial.
Retribución de todos los cargos electivos.
Supresión de las Diputaciones Provinciales.
Supresión de los ejércitos permanentes y armamento general del pueblo.
Derecho exclusivo de las personas de condición civil para desempeñar los
catgos de ministros.
Prohibición de ocupar cargos civiles y electivos a los militares.
Supresión del presupuesto al clero, confiscación de todos sus bienes y di­
solución de todas las órdenes religiosas.
Justicia gratuita. Jurado para toda clase de delitos. Abolición de la pena
de muerte. Inamovilidad de los funcionarios judiciales, mientras no se llegue
al nombramiento de los magistrados por elección.

195
Revisión del Código de justicia militar. Actuación de la justicia militar
sólo en tiempo de guerra y para los delitos militares cometidos por militares.
Responsabilidad criminal efectiva de los patronos por incumplimiento de
la legislación social.
Enseñanza gratuita, técnica y laica en todos sus grados.

ECONOMICAS
Jornada legal máxima de cuarenta horas semanales de trabajo para los
adultos. Prohibición del trabajo a los menores de dieciséis años y reducción
de la jornada de trabajo a seis horas para los de dieciséis a dieciocho años.
Descanso de dos días por semana y vacaciones anuales pagadas de tres se­
manas.
Salario mínimo legal. Salario igual para los obreros de uno u otro sexo.
Prohibición del trabajo de las mujeres en las labores que les sean nocivas,
físicas o moralmente.
Inspección del trabajo, por intervención en las Sociedades obreras, me­
diante delegados retribuidos por el Estado.
Establecimiento del seguro obligatorio contra los accidentes del trabajo, en­
fermedades, invalidez, vejez y paro forzoso.
Leyes relativas a la higiene y seguridad en el trabajo.
Leyes de protección a la infancia.
Reforma total del sistema penitenciario y reglamentación del trabajo en
las prisiones.
Abolición del trabajo a domicilio. Reforma de las leyes de inquilinato y
desahucio. Casas para obreros.
Control obrero en todos los establecimientos de la industria y el comercio.

FINANCIERAS
Nacionalización de toda la Banca. Abolición de todos los impuestos indi­
rectos. Impuesto progresivo sobre las rentas y beneficios mayores de 6.000 pe­
setas. Tributación de las tierras y solares, no por lo que producen, sino por
lo que deben producir. Abolición de la Deuda pública. Nacionalización de las
minas, aguas, arsenales, medios de transporte y la tierra, salvo la que los
pequeños propietarios cultivan por sí o por su familia. Reversión de todos
Jos monopolios al Estado.

PROGRAMA MUNICIPAL
Salario mínimo y jornada máxima para todos los obreros y empleados del
Municipio, fijos y eventuales.
Abolición de los impuestos indirectos. Impuestos sobre el aumento del
valor debido a la urbanización.
Autonomía integral políticoadministrativa. Lavaderos y baños públicos gra­
tuitos. Cantinas, colonias y roperos escolares.
Asistencia médica y servicio farmacéutico gratuitos.

196
Albergue y alimentación a obreros transeúntes. Casas para ancianos e in­
válidos, con la obligación de establecer en ellas todo lo necesario para la edu­
cación profesional de los inválidos. Casas de Maternidad para los hijos de los
obreros durante las horas de trabajo.
Creación de Casas del Pueblo.
Municipalización de los servicios.
Todas y cada una de las medidas enumeradas representan conquistas par­
ciales, paliativos que nos vayan capacitando para realizar nuestro objetivo fun­
damental: la conquista del Poder político y la conversión de la propiedad
en colectiva y común.
♦ ♦ ♦

Proposición sobre unificación de un partido de clases.


El Comité de la Agrupación Madrileña ha sometido a la Asamblea la si­
guiente proposición, para, en su caso, presentarla al Congreso del partido:
Haciéndose intérprete de la gran corriente de opinión existente en la masa
trabajadora española en pro de la unificación política del proletariado, la
Agrupación Socialista Madrileña, considerándola ella misma condición esen­
cial para el triunfo de nuestra causa común, propone al Congreso:
La Comisión Ejecutiva concertará con el partido comunista, con el que
ya hay iniciadas conversaciones al efecto, la unificación de ambos partidos en
uno solo de clase sobre la base de los respectivos programas. Hecha esta uni­
ficación, se procurará hacerla extensiva a los demás partidos obreros.

DOCUMENTO 61

LAS MILICIAS EXTREMISTAS (77)


Llamamiento socialista a la constitución de milicias. Y llamamiento con­
junto : reproducido en Claridad, tomado de “El obrero de la tierra” y di­
rigido a todas las fuerzas campesinas y obreras sin distinción de partido.
Clara y expresa desobediencia al Gobierno. Se quiere formar en cada pueblo
“un centenar de milicianos armados”.
“Milicias del pueblo". “Urge formarlas hasta en la última aldea de España".
Queremos reiterar a todos nuestros camaradas socialistas, comunistas y
sindicalistas la necesidad, imprescindible y urgente, de constituir en todas
partes, conjuntamente y a cara descubierta, las milicias del pueblo. Todas las
conquistas que va obteniendo la clase trabajadora peligran en tanto que ella
no tenga una fuerza propia que las respalde. Volvamos la vista a la historia
de España. Cuando los liberales impusieron a los reyes absolutos la Consti­
tución, tuvieron que crear el cuerpo de milicianos nacionales. Por una ra­
zón sencilla, que hoy vuelve a planteársenos. Los profesionales de la milicia
—o sea la oficialidad del Ejército— eran entonces, como lo son ahora, opues­
tos a las ansias populares y defensores de las castas privilegiadas. Los profe­
sionales de la ley —jueces, magistrados, fiscales— servían entonces celosa-

197
mente a la iglesia y a la aristocracia feudal, y son hoy guardianes implaca­
bles de los privilegios de la burguesía terrateniente y del capitalismo finan­
ciero. Los profesionales del orden público —policías, cuerpos armados— da­
ban entonces dentelladas a los audaces revolucionarios que gritaban ¡Viva la
libertad y abajo la Inquisición!, y hoy se echan el fusil a la cara o preparan
las esposas en cuanto divisan un carnet sindical o escuchan las notas de La
Internacional. Los técnicos siguen —ahora como entonces— sirviendo a los
poderosos y saboteando todo lo que redunda en beneficio de los humildes.
Hasta el desecho de la burocracia, los secretarios del pueblo, ponen la zan­
cadilla a cuanto significa ventajas de la clase trabajadora.
En estas condiciones, la consigna del Gobierno, o sea el desarme de todos
los ciudadanos, constituye una burla. En realidad, eso equivale a entregarnos
inermes a nuestros enemigos. Primero: porque la Guardia Civil, que durante
dos años ha venido desarmándonos a nosotros, deja intactos los arsenales que
poseen los elementos fascistas —y al hablar de fascistas nos referimos lo mis­
mo a los de Falange que a los de la C. E. D. A.— De sobra sabemos que son
los cedistas y demás terratenientes quienes pagan a las centurias de Falange. De
modo, pues, que tenemos frente a nosotros, armados hasta los dientes, a
todos los señores de la tierra, a sus lacayos directos, a sus matones a sueldo,
a la clerigalla trabucaire y, respaldando a todas esas fuerzas enemigas, a la
Guardia Civil, a los jueces de la burguesía, a los técnicos desleales y a los
chupatintas taimados.
Sólo si nos ven fuertes y resueltos nos respetarán. Sólo si devolvemos gol­
pe por golpe dejarán de asesinarnos. Sólo si ven en cada pueblo un centenar
de milicianos valientes y bien disciplinados, y si este centenar forma herman­
dad con los de los pueblos vecinos, y los milicianos de todos los partidos de
una provincia se mantienen en contacto, dispuestos a concentrarse rápidamente
en lugar donde nuestros camaradas estén en peligro, sólo entonces, repetimos,
podremos considerar aseguradas nuestras conquistas. No basta tomar la tierra.
Hay que estar dispuestos a defenderla. No es suficiente dominar un Ayunta­
miento. Hay que hacerlo respetar. Para ello, precisamos contar con fuerza
propia. Esa fuerza debe estar bien organizada; disponer de elementos, obe­
decer a una disciplina y a mandos responsables.
¿Hubieran podido los propietarios de las fincas “Dehesilla” y “El Sotillo”,
talar y descuajar el arbolado de las mismas, para que el Instituto de Reforma
Agraria se encontrase con una ruina, si los camaradas de Canillas hubiesen
dispuesto de una fuerza capaz de plantarse allí, para impedir la destrucción
y meter en la cárcel a los señoritos? ¿Tolerarían los camaradas de Paracue­
llos que los caciques desfilen provocadores con sus escopetas y sus pistolas?
¿Habría sido posible que los agentes provocadores promoviesen incendios
que no tienen ninguna finalidad revolucionaria? ¿Se atreverían los jueces de
la burguesía a la descarada parcialidad de que vienen dando pruebas en
sus actuaciones y en sus sentencias? ¿Habrían los fascistas asesinado a nues­
tros camaradas en Escalona, en Logroño, en Pamplona, en Onteniente y en
tantos lugares más? ¿Tendríamos que vivir sobresaltados ante la amenaza
semanal de un levantamiento? ¿Camparían los pistoleros de Primo de Rivera

198
y de Ruiz de Alda por sus respetos, atentando contra las figuras más pres­
tigiosas del socialismo?
Las milicias del pueblo son las que han de hacer el desarme a fondo de
los enemigos del proletariado y de la República. Ellas suplirán los fallos de
los resortes del Estado que se hallan en manos de la burguesía latifundista y
dei capitalismo financiero. Protegerán nuestras conquistas y serán la base
de nuevos avances.
¿Que cómo se forman las milicias? ¡Formándolas! Primero, se encuadra
el personal con camaradas enérgicos y bien probados. Después se arbitran ele­
mentos. ¿Por qué no han de colaborar en la tarea los Ayuntamientos y las
Comisiones gestoras? En último caso, hágase firme presión sobre los organis­
mos provinciales y nacionales de nuestro partido y de nuestros Sindicatos. Y
sobre el Gobierno ¿por qué no? En el asunto de las milicias, como en de la
amnistía, como en el de la Reforma Agraria, acabará por inclinarse ante el
certero instinto de las masas proletarias y campesinas. Sabe perfectamente el
señor Azaña que las notas del Ministro del Ejército, las seguridades del Mi­
nistro de la Gobernación y el llevarse la mano al corazón de los jefes supre­
mos de las fuerzas que garantizan el orden público son pura literatura. La
República no tiene más defensa real que el pueblo, los obreros organizados
de la ciudad y de la tierra. Y a ese pueblo hay que organizarlo militarmente.
Formando, o ayudando a que se formen las milicias del pueblo.

DOCUMENTO 62

EL MANIFIESTO DE MAYO (78)


El socialismo revolucionario ha aceptado —ya lo vimos— la teoría y la
táctica del comunismo. En este manifiesto acepta también su lenguaje.
Claridad ya no es más que una sucursal de Mundo Obrero.
Manifiesto de las organizaciones obreras de Madrid con motivo del Pri­
mero de Mayo.
La Agrupación Socialista Madrileña, el Radio Comunista de Madrid, la
Junta administrativa de la Casa del Pueblo y el Comité de unificación juvenil
lanzan él siguiente manifiesto a la clase trabajadora madrileña con motivo del
próximo Primero de Mayo:
Camaradas: Celebra este año el proletariado madrileño su Primero de
Mayo complacido de su triunfo sobre la reacción, alerta a los peligros que
todavía se ciernen sobre él, firmemente resuelto a no ceder ni una sola pulga­
da de lo logrado y a proseguir su marcha segura hacia la realización del so­
cialismo.
Junto a la satisfacción por el triunfo del 16 de febrero, la de ver cada vez
más cerca la hora de la unificación proletaria. Unidas las Juventudes; en
identificación creciente la tendencia socialista de izquierda con el partido co­
munista; votada por la asamblea de la Agrupación Socialista Madrileña la

199
unidad de los dos partidos, y con la voluntad inquebrantable de ambos de
hacer cuanto esté de su parte por conseguir, en el terreno sindical, una inte­
ligencia parecida con los camaradas de la C. N. T., ponemos al frente de nues­
tras consignas, en la fecha tradicional y memorable, nuestro llamamiento su­
premo a cada obrero de Madrid para que contribuya a estrechar las filas de
la victoria.
La agravación de la situación internacional exige la intensificación de la
lucha contra el fascismo y la guerra.
El fascismo es en el interior el terror desencadenado contra su principal
adversario, el proletariado irreductible; es el asesinato de Matteotti; los cam­
pos de concentración en Alemania y la retención en la cárcel de Moabit, sin
motivo ni proceso, en cínico desafío de la conciencia y del clamor interna­
cional, del camarada Thaelmann; es la militarada de Tokio, con un grupo
de oficiales erigidos en asesinos de los Ministros moderados; es, en nuestro
propio país, la represión asturiana y el pistolerismo señoritil queriendo hacerse
dueño de la calle. En el exterior es la guerra, el aniquilamiento de Abisinia, las
constantes agresiones del hitlerismo a la ley internacional, los preparativos
de ataque contra el único Estado proletario, propulsor máximo de la política
de paz.
¡En pie, pues, contra el fascismo y la guerra, por la defensa de la
U. R. S. S., por la unidad de acción de las dos Internacionales en contra de
la guerra!
Porque se aborde cuanto antes, y con la resolución y amplitud que la ur­
gencia del caso requiere, el problema del paro obrero; que si bien, según
nuestras convicciones, no ha de encontrar jamás solución satisfactoria dentro
del régimen capitalista, es susceptible con medidas adecuadas, en primer tér­
mino el subsidio al paro, y si la decisión no falla, de ser, por lo menos, ali­
viado y reducido a su menor volumen posible.
Por la jornada de cuarenta horas, establecida en forma que no se traduzca
en un nuevo aumento del número de parados y sin que afecte desfavorable­
mente a los actuales salarios.
Por la nacionalización de la tierra, la banca, los transportes y los mono­
polios.
Porque sean castigados los responsables de la represión de octubre, in­
ductores y ejecutores, e indemnizadas y auxiliadas sus víctimas y familiares,
con los cuales no sólo la clase obrera, sino toda la democracia republicana,
tiene contraída la inmensa deuda de gratitud de haber librado a España del
fascismo, haciendo posible el gran resurgimiento ciudadano del 16 de febrero.
Por la extensión de los beneficios de la amnistía a los presos comunes,
víctimas en muchos casos de la persecución política, sin pérdida de tiempo,
mediante el otorgamiento de los correspondientes indultos.
Por la normalización inmediata de las relaciones diplomáticas con la
U R. S. S.
Por una reforma a fondo del Ejército, la Magistratura y la burocracia,
doblemente necesaria tras los acontecimientos recientes, y cuya omisión equi­
valdría a dejar la República a merced de sus enemigos.

200
Por la rápida realización del programa del Frente Popular.
En torno de estas consignas, dad, camaradas de Madrid, al manifestaros
el Primero de Mayo, una vez más, la sensación inequívoca de vuestro entu­
siasmo, de vuestra disciplina y vuestra fuerza.
Madrid, 24 de abril de 1936.—Agrupación Socialista Madrileña.—Radio
Comunista de Madrid.—Junta administrativa de la Casa del Pueblo.—Comité
de Unificación de Juventudes.

DOCUMENTO 63

EL SOCIALISMO REVOLUCIONARIO MIRA A LA U. R. S. S. (79)

Para insistir más aún en su hermandad con el comunismo, el órgano del


socialismo revolucionario español se hace eco de los llamamientos de los
“Amigos de la Unión Soviética”. El llamamiento es primoroso. Es la cumbre
de toda la incontenible inundación de propaganda prosoviética, por los he­
chos que supone ya como probados.

Los delegados obreros españoles a las fiestas del Primero de Mayo de


la U. R. S. S.
La Delegación Obrera organizada por la Asociación de Amigos de la Unión
Soviética adquiere este año mayores proporciones que nunca. La invitación di­
rigida a los trabajadores españoles, en nombre de los Sindicatos soviéticos, para
que envíen sus delegados a la U. R. S. S. , el próximo mayo, ha despertado
un amplísimo movimiento de simpatía e interés, expresándose en el nombra­
miento de numerosos delegados obreros que, en representación de sus Sindica­
tos, compañeros de trabajo o barriadas irán a la Unión Soviética a saludar
a sus hermanos de clase.
Trabajadores de todas las tendencias y de todas las regiones de España
marcharán a la U. R. S. S. a informarse de cómo viven y cómo trabajan los
obreros y campesinos rusos; estudiarán sobre el propio terreno la situación del
país del segundo plan quinquenal en la actual etapa de la edificación socialis­
ta ; tendrán ocasión de conocer cuál es el verdadero significado del Ejército
Rojo de los obreros y campesinos. Podrán apreciar la existencia de una de­
mocracia de trabajadores que no tiene igual en el mundo.
Serán los delegados obreros españoles los encargados de ejercer, en nombre
de lodos sus compañeros, la función de controladores respecto a si en la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas se está edificando el Socialismo. Este sig-
nilicado dan a las Delegaciones obreras los trabajadores rusos, demostrando
con ello el fuerte sentido intemacionalista del país soviético, y que los delega­
dos comprobarán en multitud de casos durante el tiempo de su viaje.
Cuando tantos peligros acechan a la Unión Soviética, los miles de obreros
que han tomado y toman parte en las asambleas que han elegido y eligen dele­
gados a la U. R. S. S., los miles de hombres y mujeres, trabajadores y campesi-

201
nos, que han contribuido con sus aportaciones al envío de los delegados, han
manifestado con esos actos su interés y simpatía por la U. R. S. S., que al re­
greso de los delegados, cuando éstos informen ante sus Sindicatos, barriadas,
o en sus fábricas de las magníficas condiciones de vida que disfrutan los obre­
ros y campesinos de aquel gran país, se afirmarán fuertemente.
Ningún hombre pregresivo y liberal, ningún trabajador, debe dejar de inte­
resarse por la Delegación que irá el próximo mayo a la U. R. S. S. Nadie puede
estar al margen de lo que se está realizando en la Unión Soviética, y nada de
mayor garantía para cuantos quieran saber la verdad de lo que allí pasa, que
los informes que traigan los delegados obreros, elegidos libremente por sus
compañeros de Sindicato de trabajo o por sus vecinos de barriada; designa­
dos con las mismas garantías democráticas, sin distinción de ideologías o credo
político.
Para informes, dirigirse: Amigos de la Unión Soviética, Flor Baja, 5.
Madrid.

DOCUMENTO 64

LA REVOLUCION VIGILA A FRANCO (80)

Muy curioso este documento: los jefes socialistas no estaban desprovistos


de intuición. 'Documento interesante porque en él Claridad se ufana del
calificativo de “roja” atribuido a la gran parada del 'Primero de Mayo.
Más tarde dejó de gustarle ese apelativo.

Crónica del Puerto de la Cruz. Las actividades en Canarias del General


Franco.
El día primero de mayo los trabajadores del Puerto de la Cruz se vieron
sorprendidos con la presencia de algunos militares en las ventanas y azoteas
de un edificio destinado a colegio religioso propiedad de las monjas llamadas
Madres de la Pureza, sito en el lugar más estratégico de la población.
Todos los vecinos de las casas colindantes pudieron comprobar que en una
de las azoteas de dicha casa —una de las más elevadas del pueblo, y desde la
que se domina todo el casco y parte del campo— se hallaban emplazadas dos
ametralladoras y dos cajas, al parecer, de granadas de mano. El número de
soldados se elevaba a 35 ó 45, al mando de un alférez, dos sargentos, seis ca­
bos y un corneta.
Dicha fuerza llegó a este pueblo, en dos camiones y un autobús, a las cuatro
y media de la mañana; es decir, cuando aún era de noche.
Como quiera que estuvieron llamando a tales horas en la puerta del refe­
rirlo colegio y nadie les respondía, se acercaron al Banco, propiedad de don
Tomás M. Reid, donde también se halla establecido el Consulado británico,
que linda con aquel edificio, y el que mandaba las fuerzas se dirigió al guardián
de esta entidad, expresándose en los siguientes términos:

202
Tenemos orden de pernoctar en el “colegio de las religiosas”, sin dejarnos
ver de nadie del pueblo; pero es el caso de que nadie nos responde y ya todo
el mundo nos está viendo. Por tanto, es necesario que entremos ahí mientras
tanto. (En este momento recibió aviso de que ya estaban abiertas las puertas
de la otra casa solicitada y a la que venían destinados.)
Enterada la primera Autoridad local de lo que queda relatado, puso el hecho
en conocimiento del Gobernador civil de la provincia, haciéndole saber el lugar
estratégico donde los militares se habían emplazado, pues la manifestación de
los campesinos tendría que pasar de un momento a otro, irremisiblemente, a la
altura de las ametralladoras, pudiendo surgir cualquier incidente irreparable. El
Gobernador se mostró extrañado, pues no tenía conocimiento de tal asunto, y,
a su vez, se dirigió al Ministro de la Gobernación. Según noticias que hemos ad­
quirido, que nos merecen entero crédito, ninguna Autoridad había ordenado se
tomaran tales medidas. Es decir, sí había una, y ésta era el General Franco, Co­
mandante Militar de las islas Canarias.
Según noticias, que también nos merecen entero crédito, el Gobernador Ci­
vil se puso al habla con los Comandantes de la Guardia Civil y de Asalto, los
cuales se pusieron a la disposición de aquella Autoridad para personarse en el
Puerto de la Cruz con sus respectivas fuerzas, al objeto de desalojar y retirar
por todos los medios necesarios a las fuerzas del ejército. Y en este momento se
presentó al Gobernador el General Franco, quien, muy quejoso, le dijo por qué
no se había dirigido a él para retirar las fuerzas del ejército del Puerto de la
Cruz y no al Ministro de la Gobernación. El Gobernador le contestó enérgica­
mente y en forma adecuada. '
Las tropas fueron retiradas, abandonando el pueblo a las doce del día, dan­
do lugar con ello a que los elementos reaccionarios de la localidad se reintegra­
ran a sus respectivas guaridas, pues envalentonados con la presencia de las fuer­
zas del ejército se habían lanzado a la calle en plan provocativo.
El hecho que acaba de relatarse tuvo una extraordinaria repercusión en toda
la isla. Su explicación es la siguiente:
Siempre, salvo excepcionales circunstancias de todos conocidas, el Primero
de Mayo se celebró en el Puerto de la Cruz con gran esplendor y entusiasmo.
Fue el primer pueblo de la isla donde se inició y organizó el socialismo cuando
aun en los demás, y aun en la misma capital, la organización proletaria era algo
utópico y en mantillas. Y este año, como homenaje a su perseverancia y a la
ruta que se ha trazado, sabiendo dar en todo momento y en todas las situacio­
nes, por muy adversas que hayan sido, el pecho frente a la reacción y frente a
las persecuciones de algunos gobernantes, se había anunciado una gran “parada
roja”, a la que acudirían todas las fuerzas obreras de la provincia.
¿Qué intentaba el General Franco? ¿Atemorizar al pueblo para que se abs­
tuviera de concurrir a la manifestación, o provocarlo para proceder en conse­
cuencia? No hay que olvidar que todos los trabajadores organizados de la isla
se encontraban dicho día en el Puerto de la Cruz. Tampoco hay que olvidar que
nunca, por tal fecha, han ocurrido incidentes de ninguna clase; antes al con-

203
trario, siempre se ha celebrado el Primero de Mayo con el debido orden y tran­
quilidad.
Todos los Ayuntamientos de la isla han pedido la destitución del Coman­
dante militar de las islas Canarias, General Franco, como así también el tras­
lado de la villa de la Orotava de todos los militares que a su vez son patronos.

DOCUMENTO 65

PROPAGANDA EN LOS TITULARES (81)

Mientras en los titulares ruge la propaganda —la famosa identificación


de fascismo y democracia cristiana, tan cara a las izquierdas—, el texto
de la C. E. D. A. se reproduce íntegro en Claridad. Todavía no estaban
del todo perdidas las formas.

Para tapar a sus cómplices, Gil Robles intenta presentar como persecucio­
nes las provoocaiones de los fascistas.
La minoría de la C. E. D. A. ha facilitado la siguiente nota:
Para el día 26 del actual están convocadas las elecciones de compromisarios
que, en unión de los diputados que integran las actuales Cortes, van a elegir
nuevo Presidente de la República. Para definir su posición frente a un aconte­
cimiento de tal magnitud, necesita la Confederación Española de Derechas
Autónomas examinar el panorama político y analizar las circunstancias en que
va a celebrarse la elección. Subsisten íntegramente el espíritu de violencia y las
normas de arbitrariedad que obligaron a la C. E. D. A. a decidir su absten­
ción en las al fin no celebradas elecciones municipales. Continúan las Comi­
siones gestoras gubernativas, suplantadoras de los Ayuntamientos de elección
popular ordenados reponer por el actual Gobierno. Siguen practicándose de­
tenciones, encarcelamientos y deportaciones sin mandato judicial y sin otro
motivo que la intervención activa en la política de las derechas. Son diarios los
atentados contra la vida y contra la propiedad de nuestros afiliados, que se ven
obligados a huir en masa de los pueblos. No hay día en que no se registren in­
cendios, saqueos, atentados y asaltos que traen como única consecuencia, en
la mayoría de los casos, sanciones gubernativas o leyes de excepción contra las
víctimas. En una palabra: a pesar de estar en pleno período electoral, la per­
secución contra nuestras fuerzas y la arbitrariedad gubernativa han alcanzado
extremos tales que, no ya la libertad del sufragio, sino los más elementales de­
rechos naturales del hombre, no tienen, en regiones enteras, la más pequeña
garantía. x
Ir a las elecciones en circunstancias tales equivaldría a reconocer como le­
gítima y normal una consulta al pueblo que no va a ser más que una ficción,
y exponer inútilmente a nuestros afiliados a persecuciones y represalias. Por
otra parte, ya los grupos integrantes del Frente Popular anuncian sin rebozo

204
que van a la designación, no de un magistrado imparcial, que esté por encima
de las luchas y grupos políticos, sino de un Presidente de partido que sea, des­
de el primer instante, la negación de la esencia del Poder moderador. Quede,
pues, para esos grupos la íntegra responsabilidad de una elección que, por sus
antecedentes, sus circunstancias y sus consecuencias, va a ser la condenación
de la esencia misma de una República democrática.
La Confederación Española de Derechas Autónomas no tomará parte di­
recta ni indirecta en la elección de compromisarios, declarando su total absten­
ción en la contienda, que nace ya con todos los caracteres de ilegitimidad.

DOCUMENTO 66

LOS HOMBRES DEL SOCIALISMO VISTOS POR UN HISTORIADOR


DE IZQUIERDA (82)

Pierre Broué, historiador universitario de izquierdas, enjuicia a los hom­


bres del socialismo. Su diagnóstico sobre el “Lenin español” es perfecto.
Entre los dos comentarios está todo el drama del socialismo visto por un
historiador intuitivo y sincero, aunque sólo sea un principiante.

Las tierras de Alcalá Zamora fueron ocupadas en abril, lo mismo que las
del duque de Alburquerque. Los campesinos se instalaron en las tierras de los
grandes propietarios y comenzaron a cultivarlas por cuenta propia. Muy a
menudo se produjeron incidentes sangrientos entre campesinos y guardias ci­
viles. El más grave fue el de Yeste, cerca de Alicante, donde la Guardia Civil
intervino y detuvo a seis campesinos que habían comenzado a talar los árbo­
les de las propiedades señoriales. Exasperados, los campesinos de Yeste, ar­
mados de horquillas, garrotes y piedras, atacaron a los guardias que se llevaban
a sus camaradas. Las descargas de fusil con que les respondieron mataron a
18 campesinos.
De tal modo, la ciudad y el campo se vieron envueltos en una atmósfera
de violencia: casi por doquier se señalaron incendios de iglesias y de conven­
tos, después de manifestaciones callejeras o de rumores de “conjuración” de
los monjes. No cabía la menor duda: el orden establecido y la propiedad es­
taban amenazados.

El papel de Largo Caballero

Cada vez más, Largo Caballero se manifestó como el hombre de la revo­


lución que iba en ascenso. Desde el 6 de abril, tenía su periódico, Claridad,
peiiódico de la tarde, brillantemente redactado por un excelente equipo de jó­
venes intelectuales. Tenía sus tropas de choque, las Juventudes socialistas. El
1 de mayo, en ocasión del gran desfile obrero, que Claridad llamó el desfile

205
del “gran ejército de los trabajadores en su marcha hacia adelante, hacia la
cumbre cercana del Poder”, las Juventudes Socialistas uniformadas, con el puño
levantado, gritaron las consignas de un “gobierno obrero” y de un “ejército
rojo”. Caballero multiplicó las insinuaciones a la C. N. T. y tomó la palabra
en Zaragoza en un gran mitin en ocasión de su congreso. Claridad mantuvo
el fervor revolucionario de sus partidarios, predijo el triunfo ineluctable y pró­
ximo del socialismo. En cada discurso, en cada artículo, Largo Caballero re­ I
petía machaconamente la misma afirmación: “la revolución que queremos sólo
puede hacerse con la violencia... Para establecer el socialismo en España, hay
que triunfar sobre la clase capitalista y establecer nuestro poder...” Se declaró
en favor de la “dictadura del proletariado” que, a su juicio, habría de ejercerse
no por intermedio de los soviets —cualquiera que sea el nombre que se les dé—,
sino por y a través del partido socialista. El y sus partidarios aguardaban a
que los republicanos diesen pruebas de su incapacidad para resolver los pro­
blemas de España, para tomar el Poder. Pero ¿cómo lo habrían de tomar?
Esto es lo que no está muy claro. El 14 de junio, en Oviedo, invitó a los
republicanos a irse para “dejar el lugar a la clase obrera”, pero parecía inima­
ginable que el Presidente Azaña pudiese confiarle un día la dirección del
Gobierno. Quería instaurar la dictadura del proletariado por el partido so­
cialista, pero era Prieto el que dominaba el ejecutivo del partido: ¿cómo
esperaba Largo Caballero realizar la toma del Poder por el proletariado a
través de un partido cuyo aparato no dominaba? Muchos historiadores se
han mostrado severos con él: Gerald Brenan dijo que era un “social-demó-
crata que jugaba a la revolución”. Salvador de Madariaga considera que
fue el miedo que provocó la violencia de sus partidarios lo que hizo posible
el nacimiento del fascismo. Al afirmar tan a menudo que los trabajadores
no debían moderar su acción revolucionaria por temor a un golpe de Estado
militar, muchos le han atribuido el pensamiento a posteriori de que sólo
tal golpe de Estado, al obligar al Gobierno a armar a los trabajadores, le
abriría el camino del Poder...
En todo caso, en junio, ante la inminencia del pronunciamiento militar, le
pidió a Azaña que armara a los trabajadores: lo que es prueba, sin duda,
de su buena fe, pero también de una determinada ingenuidad. Lenin, el Le-
nin ruso, no hubiese hecho, por lo menos en las mismas formas, lo que se le
ocurrió al “Lenin español”.

Los esfuerzos de Prieto


Fue su rival socialista, Prieto, el que lanzó contra Largo Caballero las
acusaciones más graves. Para él, huelgas, manifestaciones, desórdenes, reivin­
dicaciones excesivas, constituían un “revolucionarismo infantil” que le hacía el
juego al fascismo al espantar a las clases medias. Las predicciones de los in­
telectuales de Claridad, las manifestaciones de las juventudes uniformadas, las
resoluciones inflamadas en favor de un “gobierno obrero” y de un “ejército
rojo” no tuvieron otro resultado que el de agravar el miedo de los poseedores
y de los bien intencionados cuya imaginación, en cuanto se hablaba de re-

206
volución, se llenaba de imágenes apasionadas, sugeridas por dieciocho años
de propaganda anticomunista, acerca del terror de las checas, de los bolche­
viques con el cuchillo entre los dientes, de las matanzas y de las hambres que
fueron lo que tocó en suerte a la Rusia de 1917. Según Prieto, este miedo los
llevaría a la desesperación y se arrojarían en brazos de los generales.
Mientras que el primero de mayo, en Madrid, Largo Caballero jugaba a
jefe de la revolución, Prieto pronunciaba en Cuenca un resonante discurso.
A la anarquía generadora del fascismo que, según él, estaba a punto de
preparar su rival, opuso lo que llamaba la “revolución constructiva”. La pri­
mera tarea razonable y posible a sus ojos era la constitución de un gobierno
de coalición: al lado de los republicanos, los socialistas tendrían como misión
“hacer indestructible el poder de las clases laboriosas”. Se necesitaba una re­
forma agraria profunda y bien organizada, acompañada de un plan de riego
de los campos y de una industrialización, posible solamente en un marco
capitalista, que permitiese absorber el excedente de las poblaciones rurales.
Por eso, los trabajadores no debían plantear demandas que fuesen susceptibles
de quebrantar a una economía capitalista incapaz de satisfacerlas. En el me­
jor de los casos, si llegasen inclusive a vencer la inevitable reacción armada
de la oligarquía, finalmente no alcanzarían más que a “socializar la miseria”.
Hipótesis menos verosímil, por lo demás, a ojos de Prieto, que la otra: un
golpe de Estado militar preventivo que se esforzaba por evitar. El jefe so­
cialista indicó cómo las cualidades que poseía harían del general Franco el
jefe idóneo de tal movimiento, e incitó a los trabajadores a que se abstuvieran
de todo lo que pudiese provocarlo.
El discurso de Cuenca era indiscutiblemente un programa gubernamental.
El Sol, periódico republicano burgués, lo proclamó verdadero hombre de Es­
tado y comparó a Prieto con Aristide Briand, socialista que, como él, se había
vuelto “realista”. Pero este programa de reformas regresivas y prudentes en
el marco del capitalismo encontró poco eco en las masas a las que la fiebre
revolucionaria empujaba día tras día a nuevas acciones.

DOCUMENTO 67

JOAQUIN ARRARAS ANALIZA EL DESLIZAMIENTO SOCIALISTA (83)

Con ese su estilo sereno, depurado por años de meditación y consulta


de fuentes, Arrarás contempla la evolución revolucionaria del socialismo.
Este es un punto en el que empieza a haber identidad de criterios entre
todos los historiadores responsables.

Las divergencias entre los grupos socialistas de Prieto y Largo Caballe­


ro, que ya eran hondas antes de constituirse el Frente Popular, se hacían a
cada momento más profundas. Prieto, aferrado a su tesis evolucionista o re­
formista, defendía la coalición de socialistas y republicanos, declarándose

207
opuesto a las pretensiones del grupo de Largo Caballero, impaciente por ins­
taurar el Estado socialista con la dictadura del proletariado. “Con la teoría de
Prieto, escribe Largo Caballero en Mis recuerdos, al partido socialista, en la
vida política española no le quedaba otro papel que desempeñar que el de
mozo de estoques de Azaña.” Además, dice también Largo Caballero, “para
mí, Indalecio Prieto nunca ha sido socialista, hablando con toda propiedad, ni
por sus ideas ni por sus actos”. La discusión desciende del terreno oratorio para
plantearse en las elecciones de cargos directivos para los Comités o Juntas del
paitido y de la Unión General de Trabajadores.
La disputa se desarrolla bajo una misma bandera, “la revolución de octubre”,
que los dos grupos tremolan, definidora de su integridad revolucionaria. Prieto
acude a esperar a González Peña a su salida del penal de Burgos, pues lo
considera adscrito a su bando, y teniendo a su lado al “héroe máximo de la
insurrección asturiana”, se siente amparado contra sus contrarios cuando éstos
le motejan de tibio o claudicante. Además, González Peña se había declarado
responsable de la insurrección ante los jueces y fue condenado a muerte, mien­
tras que Largo Caballero, que se confesó ignorante de todo lo sucedido y ajeno
a los sucesos, quedó en libertad. Prieto, con una hábil maniobra, secundado
por el Secretario de la agrupación madrileña, Lamoneda, propone a González
Pena para presidente del partido socialista, puesto vacante por dimisión de
Laigo Caballero antes de la huelga de octubre.
Al restablecerse las garantías se eligió una nueva Ejecutiva, y también en
esta ocasión la habilidad de Prieto, secundado por El Socialista, dio resultado,
pues triunfó González Peña como presidente y salió derrotado Largo Ca­
ballero.
La pugna entre los dos grupos empezó a adquirir caracteres violentos des­
pués de las elecciones. El semanario Claridad, que orientaba Luis Araquistáin
y patrocinaba la jefatura de Largo Caballero, cada vez actuaba con mayor
encono contra los planes reformistas de Prieto. Pedía que fuese en Madrid
el próximo Congreso del partido, con plenas garantías para depurar conductas.
El Socialista había propuesto Oviedo, zona sometida a la influencia de Gon­
zález Peña, como sede del Congreso, a lo cual Claridad se oponía porque de­
seaba ver “a los héroes de Asturias sin empresarios capaces de convertir la
magnífica epopeya asturiana y su glorioso ejército en decoración escénica y
en instrumento de una pequeña intriga de partido para mantenerse histriónica-
mente en unos mandos que la masa obrera ha conferido a otros hombres”.
Triunfó el criterio de Prieto, y el Comité Nacional decidió convocar in­
mediatamente (9 de marzo) el XIV Congreso Nacional del Partido Socialista
en Sama de Langreo, para esclarecer hechos “que quienes estábamos al frente
del partido no podemos diferir bajo ningún pretexto”.
No obstante estas apariencias de predominio, el poder de Prieto se resque­
brajaba y disminuía a ojos vistas, pues las masas, y en especial la juventud,
se iba con Largo Caballero, que aspiraba a la conquista total del Estado me­
diante la unificación de los trabajadores en un solo partido de clase. Así lo
demostraba la elección del nuevo Comité de la Agrupación Socialista Madrileña
(8 de marzo). Resultó triunfante la candidatura de Largo Caballero, encabezada

208
poi éste, con 1.554 votos, mientras la candidatura de González Peña sólo ob­
tenía 478.
Apenas tomó posesión la nueva Junta se apresuró a proponer que el Con­
greso del partido se celebrara en Madrid, y acordó redactar un proyecto “para
la unificación del proletariado en un solo partido de clases”. Casi a la vez, el
Comité Central del partido comunista se había dirigido a la Comisión Ejecutiva
del partido socialista (7 de marzo) proponiéndole “fortalecer las relaciones or­
gánicas entre los dos partidos a través de Comités permanentes y la constitu­
ción de un partido único del proletariado, el partido “marxista leninista” diri­
gente de la revolución; reconocimiento de la necesidad del derrocamiento de
la dominación de la burguesía “y la instauración de la dictadura del proleta­
riado en la forma de soviets”.
El Comité Central del partido comunista presentaba a la vez su programa
de Gobierno, dentro de las siguientes líneas: “Expropiación de tierras, sin in­
demnización ; nacionalización de las grandes industrias, Bancos y ferrocarriles;
liberación de los pueblos oprimidos —Cataluña, Vasconia, Galicia y Marrue­
cos—; supresión de la Guardia Civil y de Asalto; armamento general de obre­
ros y campesinos; creación del ejército rojo; alianza fraternal con la Unión
Soviética.”
Hechos que se producían a diario demostraban que el proyecto de unifi­
cación avanzaba, sin que ello significara disposición de Largo Caballero para
aceptar como supremo y absoluto el mandato de Moscú. Apenas posesionado
de la presidencia de la Agrupación Socialista Madrileña, dispuso la redacción de
unas bases de programa político para ser examinado en el Congreso del
partido. En sustancia, estaban inspiradas, casi calcadas en las del Comité Central
del partido comunista. Como aspiración primordial e inmediata figuraba: “La
conquista del Poder público para la clase trabajadora por cualesquiera medios
que sea posible.” “Nosotros —expuso ante la asamblea de la Agrupación Largo
Caballero— declaramos en nuestro programa que queremos la socialización de
los medios de producción y de cambio mediante la conquista del Poder, hacien­
do la declaración terminante de que entre el régimen capitalista y el socialista
habrá un período de transición que es la dictadura del proletariado. Y esto no
es nuevo. Lo que ocurre es que hasta aquí al partido le ha dado vergüenza de­
cirlo, y es preciso que al proletariado se le diga la verdad.”
Los comunistas ensalzaban la buena disposición de Largo Caballero, del
que Margarita Nelken, recién llegada de la U. R. S. S., en un mitin celebrado
en el Cinema “Europa” (25 de marzo) contaba cuán estimado era en Rusia.
“Allí se exhibe y prodiga su retrato y se admira su labor”. “Basta este solo
hecho para que todo trabajador revolucionario y marxista sienta absoluta con­
fianza hacia este camarada. Cuando tal cosa sucede, es porque en Rusia se
sabe que Largo Caballero está en la verdadera línea revolucionaria. Y todo
aquel que se oponga a ella es contrarrevolucionario.”
Los ataques contra los socialistas reformistas aumentaban en violencia. El
intento de la Comisión Ejecutiva —“de la que es verbo, pluma y motor Prie­
to”— por republicanizar el socialismo lo califica Claridad (27 de marzo) de

209
14
“monstruosa regresión”, y llama a los componentes de la Comisión “puñado
de traidores, horros de toda preparación marxista”.
La actitud de los sindicalistas era cerrada a todo pacto. “Lenin —escribía
Solidaridad Obrera— no conocía ni el estado temperamental de España, ni
siquiera el complejo de nacionalidad, que influye sobre el individuo de una
manera fatal y directa. Aquí no se admite dictadura roja, ni azul, ni negra.
El imperio de la fuerza bruta podrá en cierto modo hacer callar la protesta
individual y colectiva; pero de repente surgirá la rebeldía que lleva en su pecho.
No es necesario que España pase por la experiencia rusa. La revolución de
España será de tipo libertario; lo afirmamos resueltamente.” Sobre el mismo
asunto, Solidaridad Obrera insistía (14 de abril) que resultaban muy confusas
la invitaciones a una unidad “que nunca se sabe cómo será estructurada y
que frecuentemente se orienta por el camino de la absorción”. “Mientras en lu­
gar de Largo Caballero no hable la U. G. T., exponiendo claramente su pen­
samiento, nada de lo que digan los personajes socialistas tendrá importancia
paia la Confederación.”
Con esto, la unidad proletaria quedaba reducida a un sueño. “El sectarismo,
el viejo sectarismo, que tantas heridas ha abierto en la clase obrera, la impe­
día”, comentaba Mundo Obrero (22 de abril).
La abstención de los sindicalistas no era obstáculo para que el grupo mar­
xista continuara sus trabajos con vistas al Gobierno de la dictadura del pro­
letariado. La Agrupación Socialista Madrileña celebró asamblea (18 de abril)
para discutir el proyecto de programa político sobre “La conquista del Poder
político por la clase trabajadora”. Besteiro preguntó: “¿Estamos en las mis­
mas condiciones en que se encontraba Rusia en 1917? Creo que no. Se puede
decir que caminamos sin rumbo y sin norte.” Sin embargo, Largo Caballero
afirmó que la inmensa mayoría de los trabajadores “se ha convencido de que
en una república burguesa no podrán encontrar solución a sus problemas.”
“No hay otro camino que el de la dictadura. Además, entendemos que el nue­
vo régimen no podrá implantarse pacíficamente, sino que habrá de hacerse por
la violencia.” El programa aprobado por la asamblea socialista recogía las
aspiraciones más radicales del extremismo.

DOCUMENTO 68

LA DOBLE GUERRA CIVIL DE MADARIAGA (84)

Tras dos historiadores de tendencias opuestas, uno que pretende estar en


©1 centro. Con textos suficientemente amplios para que no pueda decirse
que tergiversamos citas. Es difícil no coincidir con bastantes de los puntos
de vista que expone aquí el profesor de Oxford.

El señor Largo Caballero tuvo que echarse a buscar otro capellán, y


encontró a dos, aunque uno le salió herético. Eran estos dos nuevos inte-

210
lectuales de cámara, don Luis Araquistáin y don Julio Alvarez del Vayo, dis­
tintos en que el centro de gravedad del primero estaba en el cerebro, y el del
segundo en el corazón. El señor Araquistáin era socialista en el sentido oc­
cidental de la palabra, mientras que el señor Vayo, aunque con etiqueta
socialista también, era un adepto del comunismo moscovita. Bajo la influen­
cia de sus dos nuevos capellanes, el señor Largo Caballero perdió la cabeza
y llegó a creer a los que le decían que estaba predestinado a ser el Lenin
español. “La consigna de este calificativo venía de (Moscú*’, escribe don Luis
Araquistáin. El señor Largo Caballero iba predicando a las masas españolas
el socialismo inmediato y arrojando a los cuatro vientos no ya la República,
sino la libertad. “¿Libertad para qué?” —preguntaba en sus discursos—. La
multitud, mesiánica como española y siempre ansiosa de atajos, le oía con
entusiasmo. Subía rápidamente la fiebre de la nación. Tumultos, ocupaciones
de heredades agrícolas, de casas, de fábricas, vinieron a ser el desorden del
día. Asustado, el señor Pórtela dimitió (19 de febrero de 1936) y el señor
Alcalá Zamora confió la presidencia a Azaña.
En aquel momento Azaña debió haber contado con el apoyo político de
todos los partidos sin excepción que habían constituido el Frente Popular,
y si el pacto electoral del Frente Popular hubiera sido sincero por parte de
ciertos socialistas y de los comunistas, como lo había sido por parte de Aza­
ña, se habría formado en febrero un gabinete con representación completa
de todos sus componentes. Pero lo que ocurrió fue que Azaña tuvo que
contentarse con un Gobierno de amigos personales y políticos sin un solo
socialista para compartir con él el poder y la responsabilidad. Así quedó
puesto en evidencia para todos los que tenían ojos para ver y juicio libre
paia pensar que el Frente Popular había sido una encerrona para Azaña,
a favor de cuya inmensa popularidad entonces los partidos revolucionarios
se habían apoderado de los resortes del poder en los oscuros recovecos de la
máquina política nacional, al par que rehuían el poder a la luz clara de las
alturas ministeriales y parlamentarias.
Continuó el señor Largo Caballero su fogosa propaganda abogando por
la dictadura del proletariado, como si el Presidente del Consejo, en vez de
ser Azaña, hubiera sido el propio señor Gil Robles. En contraste que las
circunstancias tenían que hacer humillante para la izquierda, el señor Gil
Robles publicaba en nombre de su partido una declaración inclinándose ante
la voluntad del país, pidiendo igual trato para todos los partidos y ofreciendo
el apoyo del suyo para mantener el orden público. Azaña se dirigió a la na­
ción por la radio con palabras de alto sentido político (20 de febrero). Su
programa era: ni represalias ni persecuciones, libertad, prosperidad y justicia
para todos. A toda prisa se decretó y aplicó una amplia amnistía. Salieron
de las cárceles miles de presos... y aumentaron en proporción aterradora los
desordenes y las violencias, volviendo a elevarse llamaradas y humaredas de
iglesias y conventos hacia el cielo azul, lo único que permanecía sereno en el
paisaje español. Continuaron los tumultos en el campo, las invasiones de
granjas y heredades, la destrucción del ganado, los incendios de cosechas. For­
zando las etapas legales, Azaña instaló en tierra propia 75.000 campesinos de

211
Extremadura. Con todo continuaban los desórdenes y en el país pululaban
agentes revolucionarios a quienes interesaba mucho menos la reforma agraria
que la revolución. Huelgas por doquier, asesinatos de personajes políticos de
importancia local, cuyo origen, ya de izquierda, ya de derecha, delataba el
color político de la víctima; a veces atentados contra una figura nacional. En
marzo de 1936 escapó con vida, de milagro, el señor Jiménez de Asúa, juris­
consulto socialista, presidente de la comisión que había preparado la Consti­
tución de 1931. Unos días más tarde, el doctor Alfredo Martínez, liberal de­
mócrata (miembro por tanto de un partido que todo el mundo en España
hasta 1931 había considerado como progresivo y democrático), ex Ministro
del señor Pórtela, murió asesinado. Sobre su lecho de muerte hizo un ruego
patético: que no se investigase la causa de su muerte, puesto que el castigo
no haría más que aumentar la inquietud en el país. Una organización de iz­
quierda obrera se incautó del Palacio de Gandía en Madrid por la fuerza, izan­
do sobre él la bandera roja. Había entrado el país en una fase francamente re­
volucionaria. Ni la vida ni la propiedad contaba con seguridad alguna. Es
sencillamente ridículo explicar todo esto con las consabidas variaciones sobre
el tema del “feudalismo” y otras ingenuidades que abarrotan las páginas de
los numerosos libros consagrados a España en aquel entonces. No era sólo
el dueño de miles de hectáreas concedidas a sus antepasados por el rey don
Fulano el Olvidado, quien veía invadida su casa y desjarretado su ganado
sobre los campos donde las llamas devoraban sus cosechas. Era el modesto
médico o abogado de Madrid con un hotelito de cuatro habitaciones y media
y un jardín de tres pañuelos, cuya casa ocupaban obreros del campo ni faltos
de techo ni faltos de comida, alegando su derecho a hacer la cosecha de su
trigo, diez hombres para hacer la labor de uno, y a quedarse en la casa hasta
que la hubieran terminado. Era el jardinero de la colonia de casas baratas
que venía a conminar a la muchacha que regaba los cuatro rosales del jardín
a que se abstuviese de hacer trabajo que pertenecía a los jardineros sindicados;
era la intentona de prohibir a los dueños de automóviles que los condujeran
ellos mismos, obligándoles a tomar un conductor sindicado; era la huelga de
albañiles en Madrid con una serie de demandas absurdas con evidente objeto
de mantener abierta y supurando la herida del desorden, y el empleo de la
bomba y del revólver por los obreros contrarios al laudo contra los obreros
que lo habían aceptado... Y entre tanto, en medio de todo este caos que se
iba agravando y acelerando de por sí, eran las Cortes entregándose a la tra­
gicomedia política más increíble que la imaginación más loca pudo entonces
haber concebido: la deposición del Presidente de la República.
El señor Alcalá Zamora había hecho todo lo posible por evitar la disolu­
ción de las Cortes, y con pleno derecho. Es evidente que la disolución del
parlamento es una medida que sólo debe adoptarse bajo la presión de cir­
cunstancias anormales e imperiosas. Pero, además de esta razón general de
buen sentido, había una entonces especial y grave para no disolver las Cortes
elegidas en 1933, a saber que en este caso hubieran sido las segundas Cortes
que el Presidente disolvía en el mismo período de su mandato, lo que, según
los términos del artículo 81 de la Constitución, arrastraba las dos consecuen-

212
cias siguientes: 1) No podría volver a disolver las Cortes, cualesquiera que
fuesen las circunstancias, mientras fuera Presidente de la República; 2) En
eu caso de segunda disolución, el primer acto de las nuevas Cortes será exa­
minar y resolver sobre la necesidad del decreto de disolución de las anteriores.
El voto desfavorable de la mayoría absoluta de las Cortes llevará anejo la
destitución del presidente.
Pues bien, este parlamento que debía su existencia al decreto presidencial,
decreto que había transformado una mayoría de derechas en una mayoría
de izquierdas y que, al menos a ojos de la izquierda, había probado que la
nación había cambiado de opinión radicalmente y que, por tanto, las Cor­
tes anteriores no la representaban ya cuando el Presidente las había disuelto,
este parlamento declaró oficialmente por 238 contra 5 (la derecha se abstuvo)
que la disolución no había sido necesaria. Esto es, no vaciló en demostrar
ante el mundo que la República española era incapaz de conservar su primer
Presidente en el poder durante más de la mitad de su mandato constitucional,
y a fin de satisfacer su espíritu vengativo (aunque no está claro de qué se ven­
gaba) dio al mundo el ejemplo más escandaloso de falta de lógica que en
la historia de una nación libre cabe observar.
Este hecho singular, mancha indeleble en la historia del Frente Popular,
era uno de los movimientos tácticos en la guerra civil que ya entonces era
notoria dentro del partido socialista. El principal promotor de la proposición
parlamentaria, que tenía por objeto destituir a don Niceto Alcalá Zamora, era
don Indalecio Prieto, prohombre socialista en estrecho contacto con Azaña.
El duelo entre don Indalecio Prieto y don Francisco Largo Caballero se había
agudizado, viniendo a constituir uno de los factores de mayor importancia en
la política española. Cada uno de estos dos jefes socialistas preconizaba una
cura distinta para la infiltración del virus comunista, enfermedad que enton­
ces amenazaba a su partido. Alvarez del Vayo, el principal agente comunista
dentro del partido socialista, juntamente con Codovilla, alias Medina, agente
del Comintern en España, había conseguido unificar a las juventudes comu­
nistas con las socialistas, dos organizaciones marxistas constituidas a imagen
y semejanza del fascismo, sin exceptuar lo de las camisas (azules con corbata
roja los comunistas, rojas con corbata roja los socialistas). El señor Largo
Caballero se disponía a hacer frente al peligro comunista adelantándose a él.
Era su finalidad una especie de comunismo nacional independiente de Moscú,
pero que fuese para España dentro de España lo que el bolchevismo era para
Rusia dentro de Rusia. Como prólogo para su acción, abogaba por la dicta­
dura del proletariado. El señor Prieto, por otra parte, había vuelto de París (don­
de se había refugiado después de los sucesos de 1934) convertido a la política
del Frente Popular. Aspiraba a dirigir como Presidente del Consejo un equipo
de todos los partidos del Frente Popular, incluso los comunistas. Su plan era
elevar a Azaña a la presidencia de la República e iniciar bajo su propia di­
rección como Presidente del Consejo una etapa de seis años de política de
izquierda activa, vigorosa, pero sin violencia ni desorden. El plan era exce­
lente, tanto desde el punto de vista de su finalidad y métodos, como desde el
de los hombres para realizarlo, pues Azaña y Prieto constituían un equipo

213
perfecto cuyas cualidades y defectos se completaban de un modo feliz, y eran
ambos demócratas sinceros que ansiaban el bien de la República. Si hubiesen
logrado salirse con la suya en esta ocasión, es muy posible que Azaña y Prieto
hubiesen evitado a España la guerra civil.
La circunstancia que hizo inevitable la Guerra Civil en España fue la gue­
rra civil dentro del partido socialista. Nada de exageración. El señor Largo
Caballero y su grupo habían fundado un periódico, Claridad, que dirigía don
Luis Araquistáin. El grupo Prieto tenía vara alta en El Socialista, el periódico
oficial del -partido, que dirigía un socialista vasco, Zugazagoitia, hombre es­
trecho y fanático, como suele ocurrir con los vascos. Las luchas polémicas entre
estos dos hermanos enemigos de la prensa socialista llegaron a ser uno de los
rasgos típicos de la política de aquellos días. “¿De dónde viene el dinero?”
—preguntaba a diario El Socialista, que vivía de los fondos del partido. Y
la pregunta, siempre repetida y nunca contestada, iba enconando cada vez
más la controversia. Pero no pararon las cosas en luchas de pluma y tinta.
El 10 de mayo de 1936 fue elegido Azaña Presidente de la República. La
elección tuvo lugar en el Palacio de Cristal del Retiro, único edificio bastante
vasto para dar cabida a los 911 electores. Los señores Araquistáin y Zuga­
zagoitia se encontraron en los pasillos, o más bien chocaron violentamente y,
de no haberlos separado los amigos, el socialismo hubiera causado al socia­
lismo una o quizá dos pérdidas sensibles aquel día.
Entretanto el señor Prieto se encontraba con dificultades no menores por
pane de los secuaces del señor Largo Caballero al intentar exponer ante el
pueblo soberano su tesis favorable a un Frente Popular. No era cosa fácil, y
en particular, en un mitin celebrado en Egea de los Caballeros, sus correligio­
narios enemigos correspondieron a sus argumentos con abundante sopa de
arroyo. En compañía del señor González Peña, el mismo que había dirigido
la revuelta de Asturias en 1934, por lo que había sido condenado a muerte
(y amnistiado) —inmejorables credenciales para un socialista en aquel enton­
ces—, llegó don Indalecio Prieto en mayo a explicar su tesis, ante numeroso
y ardiente auditorio, en Ecija. Obsérvese bien, ante un auditorio socialista.
Nada de fascistas en Ecija. Nada de clericales. Nada de burgueses, ya de la
derecha, ya de la izquierda. Nada de comunistas. Nada de anarco-sindicalistas.
En Ecija no había más que socialistas puros, del propio partido al que per­
tenecía el señor Prieto. Y ahora escuchemos al propio interesado describir
la recepción de que fue objeto por parte de sus correligionarios:

“\En Ecija ni a González Peña, que volvía del presidio, ni a Belarmino


Tomás, ni a mí que regresábamos de la expatriación, se nos permitió hablar.
De Ecija fuimos expulsados a tiros por nuestros propios correligionarios, tres
diputados socialistas. Poco más tarde entraban en aquella ciudad, sin hacer
un solo disparo, los facciosos, a cuya acción vengativa se debe el fusilamiento
del policía sevillano Sáez y del jefe de la Guardia Municipal de Carmona,
quienes, revólver en mano, de pie en los estribos del automóvil y cubriendo
con su cuerpo las ventanillas del coche, lograron abrirme paso hacia la carre
tera de Córdoba, mientras muchachos de la “motorizada”, respaldados contra

214
los muros de la Plaza de Toros, protegían mi retirada con el fuego de sus
pistolas ametralladoras.”
¿Qué crimen había cometido don Indalecio Prieto que así lo perseguían
a tiros los socialistas de Ecija? Pedir al pueblo se aviniera a un Gobierno
de Frente Popular tres meses después de que el susodicho pueblo se había
pronunciado en las elecciones por los candidatos del Frente Popular. Pero
como don Francisco Largo Caballero no quería hablar de Frente Popular, es­
taba dividido el partido socialista en prietistas y caballeristas, exactamente
como lo había estado el liberal bajo la monarquía en garci-prietistas y roma-
nonístas, sólo que los monárquicos no andaban a tiros unos con otros.
Este era el estado de España en mayo de 1936. No se trataba de un choque
entre la derecha y la izquierda, no se trataba de una sublevación de ese “feuda­
lismo” tan caro a los adolescentes de todas edades y naciones que, armados de
máquinas de escribir, invadieron a España en 1936 para no ver en ella más
que lo que ya traían en sus ojos ingenuos e ignorantes. Fue, sobre todo, aquello
una aventura de Largo Caballero y de su fracción revolucionaria dentro del
paitido socialista, en violenta oposición con la voluntad nacional expresada en
las elecciones del 16 de febrero y en contra también de la actitud evolucio­
nista, leal de la República y constitucional de todos, dirigentes del régimen,
desde Indalecio Prieto hasta Gil Robles, ambos inclusive, en violenta oposi­
ción también contra una parte considerable de su propio partido al que a
tiros de revólver se le negaba la palabra en los comicios. Este y no el artifi­
cial pintado por la pasión, la ignorancia o el prejuicio, es el verdadero cuadro
de aquellos días.
¿Cómo extrañarse de que creciera el fascismo? No se arguya que la vio­
lencia socialista se debió a la violencia fascista, pues aun dejando aparte que
una democracia socialista pudo haber tenido a raya la violencia, fascista o de
quienquiera que fuese, sin salirse ni un ápice de la ley, no era contra los fas­
cistas contra quien tiraban los amigos del señor Largo Caballero en Ecija,
sino contra sus correligionarios socialistas, culpables por todo crimen de
aspirar a un Gobierno de Frente Popular. Mucha tinta se ha vertido discutien­
do si cuando se sublevaron los militares en julio del 36 se estaba preparando
o no un alzamiento de extrema izquierda. El señor Largo Caballero no ocul­
tó jamás su intención sobre este punto. Siempre fue su propósito llevar a Es­
paña a una dictadura del proletariado. Ya por el camino de la violencia, la
nación, en cuyo seno una masa considerable tiende siempre a ceder a esta
tentación, se fue dejando contagiar por la violencia. Así convenía perfectamente
a los fascistas, adeptos de la violencia, que también proclamaban su fe en la
fuerza. Iban cayendo hombres, ya de la derecha, ya de la izquierda, hoy heridos,
mañana muertos. Ardían iglesias y conventos. Un magistrado que había con­
denado a treinta años de presidio (poca cosa en un país de amnistías) a un fas­
cista por haber asesinado a un vendedor de periódicos socialista, cayó muerto
de un tiro en las calles de Madrid el 13 de abril. El 14, durante una procesión
cívica para celebrar el aniversario de la República, fue muerto de un tiro so­
cialista un Teniente de la Guardia Civil. Los fascistas hicieron de sus funera­
les manifestación de contraprotesta, haciéndola pasar por el centro de la ciudad.

215
en contra de las órdenes del Gobierno, y pronto el sepelio se transformó en
batalla, durante la cual se distinguió, por su valor y energía en atacar a los
fascistas, un Teniente de Guardias de Asalto , de tendencias comunistas, que
se llamaba Castillo. Su nombre volverá a figurar en los anales de este año
aciago.
La reacción de estos sucesos por parte de la derecha antirrepublicana se
manifestó de tres maneras. Hubo combates callejeros por los motivos más ni­
mios, en los que la agresión partía tan pronto de tirios como de troyanos; en
las Cortes, el señor Calvo Sotelo, ex ministro monárquico que, aun sin ser
miembro oficial del partido fascista, era su portavoz en el parlamento, dirigió
la palabra al país en términos de violencia y protesta. Finalmente, maduraba
la conspiración. Pero en su deseo de justificar su propia rebeldía, la extrema
izquierda se ha complacido desde entonces en involucrar aspectos de esta
reacción de la derecha que conviene guardar separados. Ya está claro por lo
que precede, y lo ha de estar más todavía, que el grupo Gil Robles no tenía
nada que ver con el giro violento que los sucesos venían tomando. La C. E.
D. A., atacada en el campo democrático ¡lecciones, debates parlamentarios,
mayorías, crisis ministeriales—, podía defenderse perfectamente confiando en
no hacer mal papel, ya que de cuando en cuando sus adversarios cometerían
bastantes errores para que el cuerpo electoral la llevase al poder. En mi opi­
nión, la C. E. D. A. tenía razón en confiar así en el sistema parlamentario,
pues, como lo probaron las dos elecciones de la República, contaba en el país
con una fuerza muy cercana al 50 por 100 de la opinión. Pero que, tuviesen o
no tuviesen razón, las derechas que dirigía el señor Gil Robles estaban dema­
siado poseídas de esta confianza en sí mismas para desear subvertir el régi­
men republicano parlamentario, si bien no faltaban en sus filas gentes sueltas
cuya confusión de pensamiento y motivos les llevaba a colaborar con los fas­
cistas.

DOCUMENTOS 69 y 70

LAS TENSIONES DEL SOCIALISMO (85) (86)

Como un eco de las palabras de Madariaga —un eco anticipado y tor­


mentoso— estas dos páginas de Claridad revelan que la crisis del socialismo
no es una simple discusión teórica. Triunfó la tendencia revolucionaria, como
ya se sabe. Triunfó, por anticipado, la guerra civil.

DOCUMENTO 69 (85)

¡La organización política, a la zaga de la sindical! La ejecutiva de la


U. G. T. enarbola la bandera de la unidad obrera, abandonada por la eje­
cutiva del partido socialista.
Un admirable documento de respuesta crítica ante la suicida actitud de
los “dirigentes” del partido. La adhesión del partido comunista.—El Frente

216
no es eterno, pese a los coalicionistas a ultranza.—Los socialistas republicani-
zantes.
Tal vez sea esta la última ocasión en que nos ocupamos in extenso, de la
que, contra toda moral socialista, sigue llamándose Comisión Ejecutiva Nacio­
nal del Partido. Ni la despreocupación con que se produce merece el honor
de detenida crítica, ni lo exiguo del ámbito en que sus decisiones influyen pue­
de ser ya motivo de preocupación para los marxistas. El grupito centrorrefor-
I mista tiene sus días contados como fuerza en influencia en el seno del partido.
Perdurará en él, con posibilidades de mando, lo que media entre mañana mis­
mo —si conserva un resto de decoro—, y, a lo sumo, el Congreso del Partido,
en que será ignominiosamente desplazado por su insólita contumacia en tratar
de desviar el socialismo del cauce netamente revolucionario que los militantes
quieren trazarse.
En nuestro último número denunciamos a esa sombra de Ejecutiva como
al enemigo más acerbo de la unificación del proletariado. Imputación tan
grave había de mantenerse sobre pruebas irrecusables. En efecto: era la pro­
pia ejecutiva fantasma la que nos las suministraba. Recordemos los hechos, re­
produciendo —según nuestra costumbre— sus propios textos, para que no se
nos venga con interpretaciones.

La U. G. T. invita a constituir un Organismo de Enlace


Recientemente —el día 6—, la Ejecutiva de la U. G. T. lanzó la iniciativa
de constituir un organismo de enlace de las diversas organizaciones proletarias
adheridas al frente de izquierdas, con el designio de vigilar e impulsar el des­
envolvimiento natural del pacto base y fin del frente. La iniciativa despertó
un gran entusiasmo entre todos los elementos aludidos, no sólo por ver en
ello una verdadera garantía de ejecución de los compromisos de aquel acuerdo,
sino por considerarlo como un magnífico ensayo práctico de Frente Obrero.
Que los trabajadores miran siempre mucho más allá de lo que algunos creen,
incluso ciertos de sus líderes.
Dijo en tal fecha la Ejecutiva de la U. G. T., dirigiéndose a los partidos
socialista y comunista y a la Federación de Juventudes Socialistas:

“Estimados compañeros:
La Comisión Ejecutiva de esta Unión General de Trabajadores, en su re­
unión del día de ayer, ha discurrido acerca de la conveniencia de constituir
un organismo de enlace compuesto por dos representaciones de cada uno de
los grupos obreros que han formado el Frente Popular de izquierdas en las
últimas elecciones, a fin de unificar la acción de todos, a los efectos del cum­
plimiento del programa electoral.
Convencida la Ejecutiva de la necesidad de este organismo, ha acordado
dirigirse a vosotros y a los partidos socialista y comunista, rogándoos desig­
néis dos compañeros, comunicándonos los nombres de los designados, si es
que estáis de acuerdo con nuestro punto de vista respecto del particular.

217
Cordialmente vuestros, y de la causa obrera. Por la Comisión Ejecutiva, el
Secretario General, Francisco Largo Caballero.”
Ante la que Claridad llama “bochornosa respuesta” de la Ejecutiva del partido, Largo
Caballero replica:
Estimados compañeros: La Comisión Ejecutiva de la Unión General de
Ti abajadores de España, en sesión de hoy, ha examinado vuestra carta con­
testando a la suya del 6.
Ha observado la representación de este Organismo nacional la falta de
congruencia entre lo que decís y el problema planteado con su propuesta de
una acción conjunta de todos los sectores obreros firmantes del programa del
Frente Popular a los efectos de su más rápido cumplimiento. Más que un
razonamiento frente a lo que os proponemos, exteriorizáis resentimientos por
hechos en cuyo origen y desarrollo la Unión General de Trabajadores no ha
tenido intervención alguna, y, por tanto, lo considera impertinente al caso.
Además nos extraña que la representación del partido socialista obrero es­
pañol recurra a pretextos de esa naturaleza para negarse a cooperar con los
demás trabajadores organizados a una acción que tienda a hacer eficaz el
triunfo logrado el 16 de febrero. Nos interesa hacer constar que ni el espíritu
ni la letra de nuestra proposición tiende a mermar en lo más mínimo la auto­
nomía de ninguna de las minorías o grupos parlamentarios del Frente Popular,
los cuales, en todo caso, pueden tomar acuerdos que consideren convenientes
con su exclusiva responsabilidad; pero esto no impide el que los partidos y
entidades obreras firmantes del programa vigilen e influyan, desde el mitin, la
manifestación pública, la Prensa, etc., al objeto de que el Gobierno cumpla
el compromiso contraído en la última lucha electoral. A esta obligación no ha
renunciado, ni renunciará, la Unión General de Trabajadores de España.
Rechazamos en absoluto la aseveración de que el repetido programa, así
como la forma en que el Gobierno lo aplique, debe ser misión exclusiva de
la representación parlamentaria. Las entidades obreras que como tales fir­
mal en el pacto no sólo tienen, a nuestro juicio, el derecho, sino el deber, de
vigilar e influir sobre el momento y modo de cumplirlo. Otra cosa sería de­
sertar de la obligación impuesta por la representación que ostentan de la clase
trabajadora. Que esto debe ser así lo demuestra el hecho de que, gracias a
la actuación común de los trabajadores, han podido ser resueltos importantes
aspectos del programa antes de la reunión de las Cortes. Este deber no lo
abandonará la Unión General de Trabajadores, y suponemos que nadie pre­
tenderá exigírselo.
Además, existen en el compromiso varias cuestiones que caen fuera de la
órbita parlamentaria y que han de ser resueltas por la intervención directa y
exclusiva de las organizaciones obreras.
Por todo lo dicho, comprenderéis que la representación de este organismo
obrero nacional, lamentando vuestra negativa a intervenir en una acción con­
junta del proletariado, a los efectos dichos, procurará la unión con todos los
demás trabajadores que estén conformes con su criterio, para seguir traba­
jando en pro de que rápidamente sean una realidad todas las condiciones del
pacto firmado.

218
En cuanto a que el Frente Popular subsista para las próximas luchas elec­
torales, en lo que a la Unión General de Trabajadores se refiere, entendemos,
dado el carácter de variedad de aspectos que esas luchas han de tener en
las diferentes localidades de España, que no pueden adherirse, sin que por ello
dejen de hacerse las coaliciones necesarias con otros partidos políticos afines.
Cordialmente vuestras y de la causa obrera, por la Comisión Ejecutiva:
el Secretario General, Francisco Largo Caballero (firmado).

El partido comunista acepta la iniciativa

Y, por su parte, el partido comunista, atento a las realidades de la hora


y al sentido revolucionario y clasista de sus postulados, acepta de plano la
sugestión de la U. G. T., contestando al requerimiento con la siguiente carta,
que debería llenar de rubor a la Ejecutiva del partido socialista, si ésta fuera
susceptible de reacciones pudorosas después de todo lo sucedido:
Comisión Ejecutiva de la Unión General de Trabajadores.
Madrid.
Estimados camaradas:
Obra en nuestro poder la vuestra, fecha 6 del corriente, relacionada con
la resolución de esa Comisión Ejecutiva sobre la conveniencia de constituir
un Organismo de enlace entre los partidos y organizaciones obreras que com­
ponen el Frente Popular, a fin de unificar y coordinar su acción.
En contestación a la vuestra, nos es grato comunicaros que este C. C. está
plenamente identificado con la apreciación y opinión de esa Comisión Eje­
cutiva sobre el particular, y ha designado a los camaradas José Díaz y Vi­
cente Uribe para que representen a nuestro partido en el mencionado Orga­
nismo de enlace.
Recibid, camaradas, cordiales saludos comunistas. Por el Comité Central
del Partido Comunista de España.—Secretario General, José Díaz (firmado).
Pese a quien pese, pues, el proletariado englobado en el frente de izquier­
das contará con un organismo de enlace para la mejor vigilancia y cumpli­
miento del compromiso pactado con la pequeña burguesía republicana, or­
ganismo en el que nosotros vemos el germen, inmensamente prometedor para
el porvenir, de un Frente Obrero, real y activo, para cuantas acciones polí­
ticas se deparen, ya que la ausencia de la Ejecutiva del partido socialista
nada significa, dados el fervor marxista que impera en las filas y la presencia
en el frente —animándolo y plasmando en realidades los anhelos genera­
les— de la U. G. T., a la que todos los socialistas pertenecemos.

La Ejecutiva pone en trance de ruina al partido.

Ahora bien; el hecho de que en realidad no perjudique en nada a la con­


secución práctica de la unidad de acción del proletariado el boicot que la
Ejecutiva del partido socialista hace a toda iniciativa en tal sentido, no exime

219
a aquélla de responsabilidad, sino que, al contrario, la centuplica, aunque no
sea más que por la triste consideración de que el poderoso instrumento revo­
lucionario que el partido fue hasta octubre, se neutraliza en sus manos en for­
ma tal que hoy tienen que ser los organismos sindicales quienes recojan la
bandera para que el socialismo español no esté ya ausente de la revolución,
a renglón seguido de haber sido su alma. Medítese en lo que esto significa, en
la catástrofe que desde el punto de vista revolucionario habría acaecido ya en
España si no fuera porque la confianza que el sector marxista inspira en las
filas del partido impide la desbandada, y porque el gran organismo sindical
que es la U. G. T. está tan formidablemente saturado de socialismo revolucio­
nario y de voluntad de acción, que puede suplir automáticamente la deserción
de las oficialmente Autoridades supremas del partido sin que el movimiento
ascensional del proletariado revolucionario sufra el más mínimo detrimento.
Pero, claro está, semejante trastueque de actitudes y posiciones no podrá subsis­
tir indefinidamente sin quebranto grave. Resulta tan monstruoso lo que sucede,
que no es aventurado lanzar este dramático vaticinio: o el partido socialista se
sacude, como sea y rápidamente, la dirección contrarrevolucionaria que hoy
figura oficialmente a su frente, o desaparece como instrumento político de
vanguardia del proletariado revolucionario. Es decir, muere, vacío de sentido,
en un plazo muy breve.

El socialismo republicanizante

Ante la admirable iniciativa de consolidación práctica del Frente Obrero


propuesta por la Ejecutiva de la U. G. T.» ¿qué únicas preocupaciones laten
en la carta de la Ejecutiva? Reducir la acción a las tareas parlamentarias y
prolongar indefinidamente el frente con los republicanos. En una palabra: eter­
nizar el bloque de la pequeña burguesía con el proletariado, y que éste sirva de
sustentáculo a aquélla en las tareas democráticoburguesas, que son su lógico
campo de experimentación. Y dadas las aprensiones que los ejecutivos fantas­
magóricos sienten ante otros sectores del proletariado, lisa y llanamente, re­
sucitar la vieja conjunción republicanosocialista, la coalición de 1931 si se
quiere, a beneficio exclusivo del republicanismo. Es decir: republicanizar el
partido, arrancarle la médula revolucionaria de clase.
¿Por qué tan monstruosa regresión? ¿Es que constituyen la Ejecutiva Na­
cional un puñado de traidores al servicio del republicanismo? En manera algu­
na. Con toda claridad lo diríamos, cumpliendo un deber, si lo creyéramos. Sim­
plemente porque están usufructuando esos puestos —con plena indignidad—
un grupito de hombres horros de toda preparación marxista y carentes de fe
en los destinos de su clase.

^Claridad diario?

Cuando iniciamos la publicación de Claridad nos señalamos dos objetivos


fundamentales: poner el marxismo en el seno del partido socialista y coadyu-

220
var a la unificación de la clase trabajadora. Eran aquellos momentos de tre­
menda confusión en el socialismo, del que se adueñaban por instante reformistas
y centristas, utilizando sin ningún escrúpulo las facilidades que para sus turbios
manejos encontraban en las dramáticas circunstancias que pesaban sobre el
paitido.
Claridad —lo proclamamos con orgullo— deshizo la doble maniobra de
reformistas y centristas. Los primeros quedaron literalmente aniquilados en el
choque con nuestra firme dialéctica revolucionaria. Los segundos, resisten aún,
en parte, encaramados sin derecho en ciertos puestos de mando, mas de tal
modo rotos que bien puede decirse sin jactancias que sus días están contados.
El éxito más halagüeño ha coronado nuestros esfuerzos, y nadie creemos pue­
da íildarnos de ilusos al afirmar rotundamente que está plenamente conquis­
tado uno de nuestros dos objetivos: la imposición del marxismo en el seno
del partido socialista obrero español. En su primer Congreso, próximo ya a
celebrarse, será una realidad públicamente consagrada por la inmensa mayoría
de ios militantes.
El favor que una amplísima zona de proletariado revolucionario nos ha
dispensado desde nuestra aparición, y lo urgente y magno del segundo empeño
que acariciamos —la unificación efectiva de la clase trabajadora— nos viene
impulsando desde hace tiempo a ampliar nuestro campo de acción, saliéndonos
dei siempre estrecho marco que un semanario resulta, por mucha que sea la
autoridad que sus lectores le concedan. El propio éxito alcanzado y la gran­
diosidad de la tarea a que queremos consagrarnos nos lanza a más ambi­
ciosas empresas. De aquí que estemos realizando cuantos esfuerzos están a
nuestro alcance para transformar Claridad de semanario en diario, con el pro­
pósito de dedicarnos fundamentalmente a impulsar el magnífico designio uni-
ficador que late en la clase trabajadora española, hasta que logremos articu­
larla en una sola sindical, en un solo partido de clase y en una sola juventud
revolucionaria.
¿Lograremos dar cima inmediata a nuestros deseos?
Muy pronto lo sabrán nuestros lectores.

DOCUMENTO 70 (86)

De cara al proletariado. Que los trabajadores de toda España nos juzguen


a todos y sancionen a quienes deban sancionar.
Ante la indecente campaña que, iniciada por el Socialista —y con violencia
sin precedentes en la prensa española—, se desencadenó contra Claridad, exi­
giéndonos —lo que no se ha exigido ni al más inmundo libelo— que diésemos
a la publicidad todas las particularidades económicas que han hecho posible
la transformación de Claridad en diario, dijimos en nuestro número del día 14
de mayo y repetimos en alguno posterior:
"... puede, pues, venir a comprobar cuanto hemos dicho, sobre nuestros
libros, el Director de El Socialista, acompañado, si quiere, de Indalecio Prieto,
tan experto en pilotear diarios de éxito, aunque sea al margen de las preocu-

221
paciones de la clase. Ahora bien: si no lo hicieran y no rectificaran la vil
insidia, tendremos perfecto derecho a decir desde nuestras columnas que
cuanto sobre el particular se ha insinuado en El Socialista es una cana­
llada.”
Como ni Prieto ni Zugazagoitia han aceptado la invitación, y, en cam­
bio, continúan desarrollando la misma vil campaña en El Socialista, y de
rechazo en algunos periódicos burgueses dirigidos por asalariados de El Li­
beral, de Bilbao, es obvio repetir, una vez más, el concepto que tan justifi­
cadamente nos merecen.
En el mismo número se requirió al Director de El Socialista en los si­
guientes términos:
“La prueba documental de todo esto no vamos a ponerla a disposición
del primer zascandil que quiera investigar en nuestras intimidades. Pero sí
lo está, por una sola vez, a disposición del Director de El Socialista, con
el que estuvimos trabajando hasta el momento mismo de aparecer Claridad
vanos de quienes son sus redactores, que desean le formulemos categórica­
mente la pregunta de si cree capaces a cuantos con él convivieron, mientras
las diferencias ideológicas no hicieron imposible la convivencia, de incurrir
en la vileza de trabajar en un periódico que no sea tan honesto en lo financiero
como haya podido serlo El Socialista en sus tiempos heroicos.”
Como el Director de El Socialista no ha contestado al requerimiento y sí,
en cambio, ha intensificado la nauseabunda campaña de desprestigio de Cla­
ridad, en la que se envuelve a cuantos en este diario trabajan, excusamos
estampar el juicio que a aquellos compañeros merece la conducta de Zuga­
zagoitia y de los que le inspiran y alientan.
Finalmente, en la polémica que —embarcando a Política en la innoble
faena de secundar las inmundicias de El Socialista— Isaac Abeytua ha sus­
citado entre nosotros, hicimos esta afirmación rotunda el pasado día 10:
”... el poquísimo dinero que ha puesto en movimiento a Claridad diario
viene exclusivamente, ¡exclusivamente!, de manos obreras y socialistas, como
consta donde debe constar y saben quienes deben saberlo.”
A pesar de la nobleza con que —contrariamente a toda costumbre esta­
blecida sobre el particular en la prensa— hemos puesto a disposición de
nuestros enemigos los justificantes de nuestra conducta, la campaña sigue
con rencor inigualado en los anales del periodismo español, llegándose a
publicar caricaturas como esta de hoy, que reproducimos de El Socialista,
que marca un jalón de infamia difícilmente superable.
La reacción que semejantes ataques producen entre los sectores de opi­
nión que ven en Claridad un auténtico periódico obrero revolucionario y el
más firme paladín de la causa de la unificación, en el ideal revolucionario,
de la clase trabajadora —verdadero móvil de la inicua campaña que contra
nosotros se hace—, no puede menos de enorgullecemos; compensándonos,
con creces, de las villanías de que somos honroso blanco. A diario recibimos
conmovedoras cartas de adhesión de entidades y militantes obreros que pro­
testan contra semejantes campañas. De ellas entresacamos hoy la siguiente,

222
en que se nos brinda una iniciativa que nos place mucho recoger, precisa­
mente por arrancar de las sanas filas del movimiento obrero, incorruptible
ante las solicitaciones canallescas de nuestros detractores.
Dice así la carta en cuestión:
•‘Sevilla, 14 de junio de 1936.
Redacción de Claridad.
Estimados camaradas: Profundamente indignados por la campaña infame
que se hace contra el periódico, sin que haya remitido a pesar de vuestra \
aclaración del origen de él, os proponemos, a título de sugerencia, y os ro­
gamos encarecidamente, aceptéis hacer que la Agrupación Socialista de Ma-
dria nombre una Comisión de su seno que investigue y haga público todo
lo relacionado con el periódico. Esto puede hacerse a título de que quienes
lo redactan son afiliados a esa Agrupación.
Saludos proletarios. F. Rodríguez y A. Rivera, afiliados a la J. S.
Claridad acepta con complacencia esta iniciativa de sus lectores, pero am­
pliándola con el fin de que el proletariado español entero sea fiscal y fe­
datario de su pulquérrima conducta.
Para ello pedimos el nombramiento de una Comisión que inquiera, con
absoluta libertad, en nuestros libros —con cuantas ampliaciones de infor­
mación estime necesarias— el origen e inversión del dinero con que Claridad
se ha fundado y desenvuelto.
La Comisión estará compuesta por un miembro de cada una de las si­
guientes organizaciones:
Ejecutiva Nacional del partido socialista.
Ejecutiva Nacional de la U. G. T.
Ejecutiva Nacional de la Federación de Juventudes Socialistas.
Comité de la Agrupación Socialista Madrileña.
A esta Comisión se agregará, como experto en contabilidad, y espe­
cialmente de periódicos, el Administrador de El Socialista.
También sería nuestro mayor deseo que la representación de la Ejecutiva
Nacional del partido recayese precisamente en Indalecio Prieto.
El dictamen será hecho público en Claridad y donde corresponda.
Hoy mismo nos dirigimos a las entidades referidas en solicitud de que
inmediatamente procedan a nombrar su representación para la Comisión de
encuesta sobre Claridad.

DOCUMENTOS 71, 72, 73, 74 y 75

LAS DERECHAS OBSERVAN LA CRISIS SOCIALISTA (87) (88) (89) (90)


(91)
Como el explorador aterrado contempla la lucha entre dos fieras, las
derechas españolas, privadas de toda iniciativa por su desconcierto y su
falta de pulso político, observan, entre el temor y la esperanza, las dente­
lladas mutuas del socialismo. Este es un tema favorito de la prensa de-

223
rechista de la época. Los textos de A B C y El Debate son muy revela­
dores. El documento 75 (91) ofrece un interesante contraste: la misma
crisis vista por Claridad.

DOCUMENTO 71 (87)

Escisión en el partido socialista


El Socialista publicó ayer un artículo, del que reproducimos los siguientes
párrafos:
“La Comisión ejecutiva del partido ha hecho pública su resolución de con­
vocar inmediatamente a Congreso ordinario.
Cumple la Ejecutiva, de ese modo, una obligación reglamentaria, ya diferi­
da mucho tiempo por causas ajenas a su voluntad; pero cumple, sobre todo,
un deber moral. Urge mucho, en efecto, que el partido —el partido, no las
camarillas erigidas, no se sabe con qué derecho, en voceros suyos— discuta
sus problemas, y los resuelva. A todos debe interesarnos por igual poner en
orden nuestras cuestiones, harto desordenadas al presente. Ponerlas en orden
es aclararlas, examinarlas y dictar fallo sobre ellas. Sólo el Congreso —y
nadie más que el Congreso— tiene facultades para esa tarea. Pretender que los
problemas del partido se resuelvan de otra manera —si alguien lo preten­
de— sería tanto como dar de lado a lo que es tradición indeclinable del
partido y para todos de acatamiento indispensable..., aunque un poco olvi­
dada. Sería inútil que tratáramos de ocultarlo; la unidad del partido está
quebrantada, y su disciplina, medio rota.
Sin que nos asuste un régimen de libre discusión —jamás ha sido secreta
la vida de nuestro partido—, nos duele y nos indigna que se entreguen a la
voracidad del comentario libre y malicioso cuestiones que los militantes del
partido no han tratado aún, con lo cual ocurre que se invierte totalmente
lo que debe ser norma de conducta, no ya en el partido socialista, sino en
cualquiera que vele por su propio nombre. Cuanto más graves sean los pro­
blemas que el partido necesite afrontar, con mayores garantías, con mayor
subordinación a la disciplina, debe estudiarlos y darles solución. La disciplina,
entre nosotros, se impone de abajo arriba, no al revés. Por eso es el Con­
greso —y nadie más que el Congreso— quien debe y puede trazar los rumbos
que el partido haya de seguir.
Con daño para todos —y sin beneficio para nadie— se han desencajado,
hasta llevarlas a punto de violencia, las querellas internas del partido. No
entramos ahora a examinar la calidad y el alcance de esas querellas. Incu­
rriríamos, si lo hiciéramos, en contradicción con lo que estimamos deber nues­
tro en cuanto órgano oficial del partido. Las valoramos sin pedir plaza de
beligerantes. Lo que no valoramos son ciertas agresiones que, por su tono,
merecerían una réplica a la cual renunciamos de modo terminante. No por
respeto a los agresores, sino por respeto al partido y a lo que nuestro diario
representa. Nuestra respuesta ha sido y será siempre la misma: cuando se
trate de resolver problemas de partido, el Congreso. Y cuando se trate de

224
juzgar conductas, las agrupaciones. ¿Es de ahora el rigor con que nuestro
partido ha sancionado las flaquezas o las deslealtades —si las hubo— de los
militantes? Pues a esa tradición, gracias a la cual adquirimos fortaleza moral,
nos atenemos inexorablemente. Salirse de ella es, sencillamente, salirse del
partido. ”

DOCUMENTO 72 (88)

Las discordias socialistas. Ayer cambiaron impresiones en la Cámara los


elementos que siguen al señor Largo Caballero.
Fue tema general de comentarios en la Cámara la fase virulenta actual
del pleito socialista. Se daba por descontado ayer que el señor Prieto ha lo­
grado una nueva victoria sobre el sector extremista que dirige el señor Largo
Caballero, y se aseguraba que a estos éxitos seguirán otros, incluso el de un
acuerdo de los organismos directivos del partido en el sentido de considerar
conveniente la colaboración con un Gobierno republicano.
Se insistía en que el señor Prieto cuenta para sus planes con 47 diputados
socialistas: es decir, con la mayoría dentro del grupo.
El señor Largo Caballero se reunió en una de las secciones de la Cámara
con los señores Araquistáin, Llopis, De Francisco y otros Diputados que le
siguen, seguramente para tratar del pleito del partido y adoptar resoluciones,
que no pudo conocer la prensa porque los reunidos se encerraron en una
gran reserva.

Un manifiesto del Comité nacional del partido


A última hora de la tarde se supo en el Congreso que el Comité nacional
del partido socialista había lanzado un manifiesto para recomendar a las or­
ganizaciones la más estricta disciplina y la mayor serenidad, con el fin de que
pueda cumplirse el programa del actual Gobierno.

El manifiesto, que fue entregado a los periodistas por el señor Vidarte,


dice así:
“El Comité nacional, forzado por la gravedad de las circunstancias inter­
nas del partido, juzga su deber indeclinable dirigirse a todas las secciones exi­
giéndoles una participación inmediata y urgente en la empresa de restaurar
la unidad y la disciplina, virtudes tradicionales del partido, hoy, por desgracia,
muy quebrantadas, y sin las cuales la existencia de nuestra tradicional frater­
nidad sería imposible.
Los antecedentes de la situación son bien conocidos, y ello nos ahorra la
amargura de repasarlos. Ofrecen un matiz hiriente, personal, que cuidaremos
aparezca totalmente eliminado de nuestros propósitos, y un aspecto esen-
cialísimo, que importa más a la táctica que a la doctrina.

225
15
Nos referimos a la responsabilidad del partido frente a los acontecimientos
nacionales e internacionales. La doctrina es inmanente y persiste invariable en
nuestros acuerdos y conductas. El partido, por sus órganos directivos, rechaza
y considera inoperante toda crítica en torno a la doctrina. Pero la táctica
es hija rigurosa de la realidad, y, por tanto, como la realidad, flexible. Las
posiciones del partido en el momento presente están condicionadas, en abso­
luto, por la realidad española, que influye en ellas y es influida a su vez.
Pensando en ello, el Comité nacional hace preceptos del instante, a los
que las secciones deberán acomodar su conducta, el mantenimiento de la uni­
dad, la unidad a toda costa y el apoyo ferviente a la política del Frente Po­
pular, cuyo propulsor más considerable es el partido socialista obrero. No
se olvide que esta política ha sido elaborada con muy profundo sentido de la
realidad. Su fracaso nos enfrentaría con una serie de azares de difícil previsión.
Cualquiera que fuere la capacidad del partido para asumir los peores destinos,
no depende menos la suerte de la República de esta capacidad que de la fuer­
za conjugada de sus poderosos enemigos. Y si se añade que la razón de ser
de esta capacidad —la unidad del partido— está sometida a veniales desinte­
graciones, no es mucho que el Comité nacional, al preocuparse por la suerte de
la República y de la política regentadora del Frente Popular, las haga de­
pender de nuestra propia unidad orgánica.
Es preciso pensar con ahínco en esto: el Frente Popular no nos perte­
nece enteramente. Ni siquiera a España. Constituye en la hora internacional
una acción ofensiva y defensiva de la democracia europea contra el fascismo.
La opción no es entre capitalismo y socialismo, sino, como ha definido Di-
mitrof, entre fascismo y democracia. En este momento histórico, Europa nos
mira con esperanza.
Desde las cárceles y los campos de concentración, los camaradas extranjeros
perseguidos por el fascismo proyectan sus miradas ilusionadas hacia nosotros,
que hemos sabido cortar en seco la expansión de la violencia organizada.
Rusia, especialmente, ve en España el último estribo que la democracia posee
para aguantar las presiones del fascismo centroeuropeo. Y estimula la con­
solidación de la política del Frente Popular, porque una revolución democrá­
tica es, en tanto no se logre una revolución socialista, la única resistencia de
que dispone el proletariado para garantizar su porvenir. De donde la quiebra
de la unidad socialista atraería el desbaratamiento del Frente Popular y, con
él, un quebranto de la lucha antifascista internacional.
Al ratificar su anterior acuerdo sobre mantenimiento de alianzas obreras
el Comité nacional adscribe sus deseos a los más fervientemente formulados
en pro de la convivencia cordial entre todas las tendencias clasistas del movi­
miento sindical, premisa indispensable de una coordinación de esfuerzos hacia
comunes objetivos anticapitalistas. Sin vulnerar nuestro orden de ideas, sin
acrecer el volumen externo de las secciones sindicales a costa de la cohesión
interna de principios y de disciplina orgánica, es necesario asociar al movi­
miento obrero a los fines de la revolución socialista. Los militantes del partido
socialista, militantes también —y muy entusiastas— de nuestra gloriosa Unión

226
General de Trabajadores, sabrán en el seno de ella acrecer las posibilidades de
unificación proletaria.
Las alianzas y la unidad del partido afectan al problema de la democra­
cia interna. Cuando se habla de dictadura del proletariado se origina a veces
una confusión lamentable, que quiere pasar por disentimiento doctrinal. Es
evidente que un poder revolucionario triunfante ha de actuar dictatorialmente.
Pero esto no implica que la dictadura del partido sea al mismo tiempo dicta­
dura sobre el partido. El Comité nacional advierte a las Secciones la diferen­
cia, puesto que en pura doctrina socialista la democracia interna lo es
toao, y cualquier desviación o menosprecio de este precepto merecerá ser con­
siderado como ilícito.
El Comité nacional mira con especial simpatía la acción de las Juventudes.
En tesis deben formar las vanguardias de la revolución. Pero se asiste al fe­
nómeno singular de que en esas Juventudes hay quien cuida más de la teoría
que de la acción. Las Juventudes tienen una misión: brindarle músculos jó­
venes al movimiento socialista, no poner vetos ni corregir la velocidad del
partido, que obedece a leyes de denso contenido. La autonomía excesiva que
se han reservado las Juventudes puede obrar como corrosivo de la unidad, y
por eso cumple a las secciones examinar cordialmente la situación y referirla
a la totalidad del problema táctico.
Correspondiendo al interés que los asuntos de España despiertan en el pro­
letariado europeo, el Comité nacional preconiza una política exterior más ac­
tiva. A tal fin, es factible, dentro de nuestra posición en la II Internacional,
buscar el acercamiento de ésta a la tercera.
Lo mismo que nuestras presuntas diferencias internas se reducen a pro­
blemas tácticos, las discrepancias entre las dos Internacionales son más de
forma que de fondo. Y al par que Moscú adosa su política a la imperiosa
realidad, el espacio que lo separa de la II Internacional va siendo menor y
pareciendo una simple solución de continuidad. Esto explica la ayuda apa­
sionada de los comunistas al éxito del Frente Popular en España y Francia.
El Comité nacional confía que sobre estos esquemas se produzca el par­
tido. Otra cosa sería perder la línea y comprometer la revolución, una de cu­
yas etapas nos hallamos viviendo.
El verbalismo revolucionario no es, ni mucho menos, la revolución; pero
puede ser la contrarrevolución si anticipa hechos de irremediable impruden­
cia, el peor de los cuales, camaradas de toda España, es el de la división del
partido.
¡Viva el partido socialista unido!—El Comité nacional.”

DOCUMENTO 73 (89)

La discordia entre las dos tendencias del partido socialista

Continúa, en tono cada vez más agresivo, la polémica entre los dos perió­
dicos, que, mientras se disputan la representación y la dirección del partido,

227
nos muestran interioridades que en otras circunstancias servirían para que
mucha gente del estado llano pusiera un poco de atención antes de conti­
nuar la marcha en el camino por que se les lleva. Que les llevan, según el pro­
pio Socialista, los que no toman en cuenta la sangre que se derrama, no siendo
la suya, los “bachilleres de una revolución que cuando se produzca nuevamente
les encontrará camino de la oficina o quién sabe si en Hollywood haciendo pe­
lículas, que es por donde se endereza ahora alguna vocación dramática sin
madureza ni gracia, quizá por exceso de pedantería”.
Pero El Socialista, recordando los trabajos y las dificultades con que tro­
pezaba Pablo Iglesias para hacer su semanario, su diario más tarde, vuelve
sobre un punto al que ya apunta desde hace días. ¿De dónde sale el dinero
para hacer Claridad*? “Cualquiera que sea su origen —y en nuestra buena
intención llegamos hasta lo inverosímil, esto es, a suponer que lo aportan
de su peculio personal quienes más ventajas se prometen de la empresa—, lo
cierto es que el tal diario no tiene nada de nuevo.” De cualquier modo, a
El Socialista no le importa mucho, ni sabe ni quiere saber la procedencia de
ese dinero. A todo lo más que llega es a insinuar “que no es la primera vez
que nuestros adversarios han puesto sus más eficaces recursos para destrozar
la unidad socialista”. Lo que significa, valga por lo que valga, que supone
posible que por dinero se prestan a esa maniobra sus adversarios dentro
del socialismo y que hasta los disgustos que le proporcionan Largo Caballero
y sus amigos son maniobras fascistas.
A estas insinuaciones, ciertamente venenosas, responde Claridad enérgi­
camente, calificándolas de “sucia diversión estratégica”. Pero cuando explica
cómo nació y cómo vive, tampoco deja de mostrarnos curiosas particularida­
des. Los empleados de administración y talleres renunciaron a la totalidad
de ios derechos que, reconocidos por los Jurados mixtos, tenían contra la So­
ciedad propietaria de la imprenta y que habían de pesar sobre Claridad y
los redactores al 50 por 100 de esos derechos. Esto por lo pasado. Después,
todo el mundo se ha sacrificado reduciendo sus haberes en los talleres al
mínimo legal; en la administración, a un 50 por 100 de lo que percibían de
la empresa cuando la controlaban capitalistas, y supeditándose en la Redac­
ción a una modestísima escala de sueldos, que va desde los mínimos legales...”
Salvo que los empleados y obreros deben recordar aquellos versos humo­
rísticos, según los cuales “mejor están en Bombay”; o sea, que “el odiado
I régimen capitalista” les pagaba mejor cuando controlaba esa empresa; lo
demás tiene poco interés en las explicaciones que Claridad da sobre su modo
de vivir. Explicaciones que terminan con esta andanada:
“Puede, pues, venir a comprobar cuanto hemos dicho sobre nuestros
libros el director de El Socialista, acompañado, si quiere, de Indalecio Prieto,
tan experto en pilotear diarios de éxito, aunque sea al margen de las preocu­
paciones de la clase. Ahora bien: si no lo hicieran y no rectificaran la vil
insidia, tendremos perfecto derecho a decir desde nuestras columnas que
cuanto sobre el particular se ha insinuado en El Socialista es una canallada”.

228
DOCUMENTO 74 (90)

Las discordias entre los partidos marxistas se manifestaron el domingo


en diversos mítines celebrados en provincias. El señor Prieto dice en Bilbao
que es un error la dictadura dentro del partido socialista. La C. N. T. en
Sevilla, contra las milicias socialistas, tacha de cobardes a los dirigentes de
Asturias. El señor Largo Caballero afirma en Cádiz que hay que perfeccionar
la táctica de octubre. Los anarquistas en Málaga tratan de fascistas a los
socialistas. El señor Prieto en un discurso dice que la mayoría parlamentaria
y el Gobierno simbolizan el triunfo de Asturias.
Bilbao, 25, 10 mañana.—En la mañana del domingo se celebró en Bilbao
un acto socialista de homenaje al Círculo Femenino de aquella capital. To­
maron parte en el mismo los diputados socialistas señores González Peña
y Prieto.
El señor González Peña comenzó su discurso diciendo que los revolu­
cionarios asturianos pueden emplazar a todo el mundo a que se les demuestre
que se salieron de su papel revolucionario.
En Asturias —dijo— ejecutamos el movimiento que previamente estaba
aprobado. Hace sucinta historia de cómo se desarrolló aquella revolución
y tiene frases duras para la que llama “bárbara represión”. Hablando del
pleito socialista dijo que es de temer que quienes en estos momentos no
saben usar de las circunstancias malogren lo que no debiera malograrse. Yo
siempre he sido partidario —añadió— de que en cada momento se empleen
las armas oportunas. Si hoy podemos hacer desde la Gaceta lo que ayer pu­
dimos hacer con los fusiles, ¿por qué no vamos a hacerlo? Que nadie venga
a darnos más vigor revolucionario que el que tiene el partido.
Seguidamente hizo uso de la palabra don Indalecio Prieto. Después de
saludar a las representaciones que asisten al acto, dice que ve los destinos
de España lleno de preocupación.
Habla del problema interno del partido socialista, diciendo que le re-
pugna el régimen dictatorial permanente dentro del partido socialista.
Respecto al Estatuto vasco dice que será ley dentro de pocas semanas.
Se declara profundamente autonomista. Pero hubimos de estar —añade— di­
vorciados del primer intento autonomista, aquel del Estatuto de Estella,
por la consideración de que nosotros, que habíamos hecho una disposición
para asegurar los derechos individuales de los españoles, y singularmente
entre ellos la libertad religiosa, no podíamos asociarnos a la empresa que
tenía un designio bien marcado en su texto, texto en el que se aprobó so­
meter al país vasco a la influencia vaticana, cercenando así su propia voluntad.
Pasa el orador seguidamente a tratar del momento presente por que atra­
viesa España. Dice que éstas son horas de preocupación, son momentos en
que el agitador ha de ceder totalmente su puesto al hombre moderado. Afirma
que los destinos de España penden de una incógnita.
Dedica su atención a la revolución de Asturias, diciendo que hay que
denominarla así: “Revolución de Asturias.” Porque obligados los demás —aña­
de— a hacer igualmente la revolución con la misma intensidad que nuestros

229
camaradas de Asturias, nuestro papel resultó tan secundario que no se puede
decir la revolución de España, sino la revolución de Asturias. Seguramente
porque sólo en Asturias supieron cumplir íntegramente su deber.
Dice que el acto de 16 de febrero fue el triunfo de la revolución y la
condenación de la represión. “Tanto esta mayoría —añade— parlamentaria
de ahora y el Gobierno que rige los destinos de la nación, como el anterior,
simbolizan el triunfo de Asturias; simbolizan la victoria de Asturias.”
Habla luego de cómo se debe administrar la victoria. “No se puede ad­
ministrar la victoria —dice— con manifestaciones delirantes, llamando así
a las gentes que viviendo fuera de la realidad, cuando no se les puede inculcar
que se abstengan de sus gritos y de la algazara de sus cortejos espectaculares,
quieren acreditar ante sí mismos el desfallecimiento, la debilidad de que
dieron pruebas en octubre cabe atribuirlo a un romanticismo alocado que
nos puede conducir a la ruina.”
Al tratar del mejoramiento de la economía dice que cuando las aspiraciones
del proletariado en la consecución de mejoras desbordan la capacidad de la
economía capitalista, esas aspiraciones están condenadas al fracaso, y en vez
de servir para aumentar la capacidad de compra de los obreros, se produce
la contracción, y de la contracción, a veces, el colapso.
Y al referirse al momento psicológico actual, termina el señor Prieto su
discurso diciendo que estos momentos pueden ser aprovechados para realizar
una tarea; pero no olvidando que no está en las manos de un hombre la
salvación de España.
Añade el orador, al aludir a ciertos elementos socialistas, que si hu­
biera una lucha dentro de este partido significaría un quebranto para el Frente
Popular, el cual es indispensable como elemento defensivo. “En cuanto se
quebrante —dice—, en cuanto se melle esa arma, en cuanto comience la
disgregación, la reacción procurará hacer más profunda la grieta y aprove­
chará ese quebranto.”
Los oradores fueron muy aplaudidos, siendo saludados con el puño en
alto y con los gritos de “U. H. P.”

La C. N. T. combate duramente a las milicias marxistas y tacha de co­


bardes a los dirigentes de Asturias.

Sevilla, 25, 10 mañana.—En la plaza de toros se celebró el mitin-concen­


tración de la C. N. T. de la región andaluza. Llegaron camiones con obreros
de toda la región con banderas rojas y negras. Uno de estos vehículos, que
venía de Linares, volcó. Resultaron heridos sus ocupantes, uno de ellos grave
Presidió el Secretario de la Federación local, Carlos Zinmermann, y ha­
blaron : Falomir, de Madrid; Torres, de Valencia; Montseny, catalán, y Gar­
cía Oliver, del Comité central.
Todos dieron a conocer los acuerdos del Congreso de Zaragoza; comba­
tieron los saludos marxistas del puño cerrado y las milicias uniformadas, y
afirmaron que los anarquistas no han desertado de su puesto, y que los tra-

230
bajadores acabarán con los falsos directores que en Asturias, y cuando la
revolución, se escondieron debajo de la cama para no aparecer responsables.
Elogiaron el comunismo libertario.

Largo Caballero afirma en Cádiz que hay que perfeccionar la táctica de


octubre.

Cádiz, 25, 3 tarde.—A las once de la mañana del domingo se celebró en


la plaza de toros el acto organizado por la Federación de Artes Gráficas.
Asistieron unas 7.000 personas, viéndose muchos uniformes de varios colores.
Cada agrupación obrera acudió con su respectiva bandera.
La llegada de los oradores fue saludada con vítores y puños en alto. Pre­
sidió Mariano Cancelo, que en brevísimas palabras explicó la significación
del acto, haciendo una exaltación de la figura de Largo Caballero.
Vicente Ballester, de la C. N. T.» ataca al fascismo y dedica casi todo su
discurso a señalar la necesidad de ir a la unificación de las fuerzas proleta­
rias como primer paso para conseguir el triunfo de la revolución.
Al llegar a la tribuna el señor Largo Caballero es ovacionado.
Después de dedicar a todos un saludo en nombre de la U. G. T., afirma
la existencia de la lucha de clases, y añade que ésta no ha sido, como se dice,
motivada por las predicaciones de los trabajadores, sino que es consecuencia
del régimen en que vivimos. Niega ciertas afirmaciones de que la República
esté en peligro de fracasar por las continuadas reclamaciones y peticiones
obreras, diciendo que siempre es preferible esta República al fascismo. Agre­
ga que el fascismo se encuentra incrustado en todas las instituciones de la
República: en el Ejército, en la Magistratura, en la fuerza pública, en todo.
Por esto es por lo que hay que republicanizar esas instituciones. “Si eso se
hace —añade—, los obreros estarán al lado del Gobierno.”
Desmintió igualmente que sea la clase trabajadora la que boicotea econó­
micamente a la República, acusando de ello, por el contrario, a los elementos
capitalistas, que obstaculizan la producción. Habla de campañas insidiosas
que contra la clase obrera española están haciéndose en el extranjero, que
motiva el que elementos de otros países lleguen al nuestro para comprobar
lo que se afirma en esas campañas.
Nosotros —declara— queremos vivir dentro de la legalidad. Después de
esta afirmación se pregunta qué instituciones del Estado hay que se muevan
dentro de esa legalidad. Lamentándose de que casi todos los gobernadores de
provincia se muestren siempre en contra de los obreros.
Se extiende en consideraciones, primero, para propugnar la alianza y,
después, por la unificación de la clase proletaria. Con esa alianza, bien en­
cauzada y una disciplina férrea que los enemigos no puedan romper, el triun­
fo del proletariado es seguro. No duda el orador de la desaparición del Estado
burgués, ya que siendo éste una organización de represión contra una clase
determinada, cuando ésta triunfe, el Estado, queriendo o sin querer, desapa­
recerá.

231
Expone que la dictadura del proletariado no es opresión contra el mismo
proletariado, sino contra la clase capitalista.
Afirma que en lo sucesivo hay que perfeccionar la táctica de octubre. Se
ocupa de la situación del revolucionario brasileño Prestes, preso y condenado
en su país...

DOCUMENTO 75 (91)

¿Adónde se lleva al socialismo? Las sensacionales declaraciones de In­


dalecio Prieto.
En nuestro número de ayer adelantábamos el extracto, que la Agencia
Fabra nos retransmitía, de las declaraciones que Indalecio Prieto ha hecho
al enviado especial de L’Intransigeant, de París. Por su contenido, no vaci­
lamos en calificarlas de sensacionales y en dedicarles un breve comentario
en consonancia con su gravedad insólita, reservándonos volver sobre el tema
al conocerlas en su integridad.
Hoy ha llegado a ¡Madrid el ejemplar del gran diario de París corrobo­
rando, notablemente agravada, la realidad del texto que nos adelantó la Agen­
cia Fabra. De tal trascendencia nos parece el caso, que no vacilamos en tra­
ducirlo en toda su extensión, con el fin de que los militantes del socialismo
español conozcan en su integridad este texto singular que ha de arrojar raudales
de luz sobre el desánimo que a su partido intentan imprimir —contra la voluntad
reiterada de las masas— quienes hoy por hoy aún lo dirigen oficialmente.
Madrid, 11 de abril.—Don Indalecio Prieto es el autor de la moción que
tendía a la destitución del Presidente Alcalá Zamora, votada por las Cortes.
Es quien hizo caer al primer magistrado de la República. Tiene el aspecto
físico del luchador: anchos hombros, facciones populares, voz potente. Tal
es el tribuno que los mineros socialistas de Bilbao han enviado a las Cortes.
Largo Caballero es el jefe de la izquierda del partido socialista. Prieto
—“Don Inda”, como le llaman familiarmente en España— comparte con el
señor Besteiro la dirección del ala derecha del partido.
Mientras que Largo Caballero es adversario de la participación, Prieto es
uno de los más fervorosos defensores del proyecto de colaboración de los
socialistas en el Gobierno.
Este hombre, cordial y acogedor, vive en los bulevares, en un piso pequeño
situado encima de la redacción del diario socialista. Su estudio es cómodo y
claro. En los anaqueles de una biblioteca vemos La vida de Trotski y todas
las obras de Lenin. Uno de los jefes del Frente Popular es el promotor de
lo que las derechas han llamado “golpe de Estado”.

No habrá escisión en el partido socialista español

Nos disponemos a hacerle unas cuantas preguntas, pero el señor Prieto


sale a nuestro encuentro. Sabe que hemos leído la prensa y que, recién im­
preso, El Debate, órgano del señor Gil Robles, le alude esta mañana como
futuro Presidente del Consejo, en el caso en que el señor Azaña aceptara la

232
Presidencia de la República. El señor Prieto está algo enfadado con Francia,
en la que ha residido largamente después de su huida de España a bordo
de una barca de pescadores a raíz de la revolución.
—¿Por qué en Francia —es él quien pregunta— tratan ustedes las cosas
de España con la misma fantasía que las noticias de China / Vivimos puerta
con puerta y parecen ustedes ignorar todo lo que ocurre en nuestro país. Nos
decretan ustedes comunistas, sin querer admitir siquiera que el individualismo
español no podría ajustarse a los métodos de Moscú. Estudian ustedes con
atención los problemas de la Europa central y desconocen lo que sucede en
casa de sus vecinos.
Pero don Indalecio Prieto, después de este preámbulo, accede a contestar
a mis preguntas.
—¿Cree usted en una participación próxima del partido socialista en el
Poder?
—ES INEVITABLE, PERO NO SE PRODUCIRA SINO CUANDO
HAYA SIDO ACORDADA POR LA IZQUIERDA DEL PARTIDO; ES
DECIR, CUANDO LARGO CABALLERO HAYA ADMITIDO SU NE­
CESIDAD.
En una sola frase, el señor Prieto acaba de reducir a la nada la campaña
de disgregación emprendida por la oposición. No habría escisión en el partido
socialista español. Mientras que el domingo último Largo Caballero, jefe
mayoritario, pero extremista, suaviza el tono de su discurso, los representantes
de las derechas de este mismo partido daban garantías ciertas de unidad.
—¿Cree usted que el resultado de las elecciones francesas pueda tener
una repercusión en la política interior de España?
No hay duda de que si una mayoría de izquierda se manifestase en
Francia el 26 de abril, y si un Gobierno del Frente Popular tomara el Poder,
este acontecimiento tendría una repercusión inmediata en España.
—¿Podemos deducir de esto que una victoria de las izquierdas en Fran­
cia apresuraría la participación socialista en España?

Un candidato único, bandera de la Unión de Izquierdas

Llegamos con esto a una cuestión más precisa y más delicada. Pregun­
tamos al autor de la destitución del señor Alcalá Zamora quién podría ser
su sucesor. El señor Prieto no elude la pregunta indiscreta. Contesta con una
rotundidad que da a sus declaraciones una importancia considerable:
—LA REPUBLICA ESPAÑOLA NECESITA UN JEFE QUE LA CO­
LOQUE A SALVO DE LAS CONVULSIONES, SIEMPRE POSIBLES, Y
DE LA DEBILIDAD DE ALGUNOS. VALGA LO QUE VALIERE EL
PAPA, LA IGLESIA ES SOLIDA. FRANCIA, REPUBLICA SENTADA
Y EQUILIBRADA, PUEDE PERMITIRSE TENER A SU FRENTE A UNA
PERSONALIDAD MAS REPRESENTATIVA QUE ACTUANTE. PARA
NOSOTROS, ESA HORA NO HA LLEGADO TODAVIA. El acuerdo de
los partidos que componen el Frente Popular debe hacerse prontamente sobre

233
un hombre, sobre un candidato único, verdadera bandera de la unión de iz­
quierdas, en torno a cuyo nombre se harán las elecciones de Compromisarios;
! elecciones que habrán de sancionar, el 26 de abril próximo, una confirmación
acentuada del resultado de las recientes elecciones a Cortes.

Una lista
i
—¿Y quién habría de ser ese hombre?
—EL NUEVO PRESIDENTE DE LA REPUBLICA, QUE SERA DE­
SIGNADO EL 10 DE MAYO, NO PODRA, EN OPINION MIA, SER ES­
COGIDO SINO ENTRE LAS SEIS PERSONALIDADES SIGUIENTES:
EL SEÑOR AZAÑA, EL SEÑOR SANCHEZ ROMAN (independiente), DON
ALVARO DE ALBORNOZ (radical socialista), EL SEÑOR BESTEIRO (so­
cialista), DON FERNANDO DE LOS RIOS (socialista) Y EL SEÑOR MAR­
TINEZ BARRIO (Unión Republicana), ACTUAL PRESIDENTE INTERINO.

Un nombre
Aquí terminan las declaraciones de don Indalecio Prieto. Nos bastaba que
hubiera citado en primer lugar el nombre del señor Azaña, según lo había
hecho ya también el señor Companys, Presidente de la Generalidad de Ca­
taluña.
La elevación del señor Azaña a la magistratira suprema señalaría el adve­
nimiento definitivo del Frente Popular en España. Daría el Poder al mejor
hombre de Gobierno español, pues no hay que desconocer cuán precarios son
los cuadros políticos de aquende el Pirineo.

Una sola dificultad, pero de gran importancia


Sin embargo, al ser designado el señor Azaña privaría a su partido de
un jefe, y es la única dificultad, aunque de importancia, que parece facilitar
la elección de otra personalidad. No obstante, no olvidemos que un técnico,
para quien los pasillos de las Cortes no tienen secretos, me decía esta mañana:
—Para que el Presidente de la República tenga autoridad y que las li­
bertades conquistadas estén seguras, ¿no sería mejor todavía quitar un jefe a su
partido?
i, Irán las derechas a la lucha?
Así, poco a poco, va abriéndose camino la idea de que el actual Presi­
dente del Consejo sería el gran favorito de la competición presidencial. Se
afirma que si el Frente consigue designar rápidamente a un candidato único,
y si ese candidato es conocido antes de las elecciones de Compromisarios, es
prooable que las derechas no vayan siquiera a la lucha electoral.
Todo esto ocurre en el marco fervoroso de los oficios de Semana Santa,
a los que acude todo Madrid para rezar y también para contemplar las man­
tillas tradicionales que las más hermosas muchachas de la capital lucen en
esta ocasión.—Jean Antoine.

234
DOCUMENTOS 76, 77, 78 y 79

INDALECIO PRIETO EN LA ENCRUCIJADA DE ESPAÑA (92) (93)


(94) (95)

Indalecio Prieto fue una gran esperanza en la primavera trágica. Una


de las pocas esperanzas fundadas de España, y, tras el eclipse de Azaña, la
única esperanza de la República.
La esperanza culminó en el célebre discurso de Cuenca. Los comenta­
rios de Claridad deshicieron muchas ilusiones. Por eso Prieto, hombre de
partido al fin, hombre de compromiso que se ve desbordado por un extre­
mismo del que, sin embargo, no está muy lejos ni en el tiempo ni en el co­
razón, tiene que abandonar. El discurso es importante, a pesar de sus
latiguillos de ingenua demagogia y a pesar de sus simplistas soluciones
económicas. Pero en él se habla apasionadamente de España y se deja un
portillo abierto a la concordia. Menguada, aunque positiva, era la esperanza.
Pero con esa pequeña esperanza se desvaneció al nacer.
Es el triunfo definitivo del ala izquierda socialista. Prieto ya no se re­
pondría nunca. Su gestión en la guerra fue también desbordada por un
enemigo mucho más hábil: el comunismo, que acabó con él. Pero la vir­
tualidad nacional de Prieto terminó casi el día que comenzaba: bajo el
fantástico sol de Cuenca el 1 de mayo de 1936.
En el último documento de esta sección, Arrarás lo explica todo. Tam­
bién él ha intuido la esperanza y la desilusión.

DOCUMENTO 76 (92)

Frente Popular

INDALECIO PRIETO PRONUNCIA EN CUENCA UN IMPORTANTE


DISCURSO
El mitin
Cuenca.—Después de la manifestación que recorrió varias calles con mo­
tivo de la fiesta del Primero de Mayo, se celebró en el Teatro Cervantes, a las
nueve de la mañana, un acto en el que intervino don Indalecio Prieto.
Presidió don Jerónimo Bugeda, que hizo la presentación de los oradores.
Dijo que el Ministro de Agricultura, señor Ruiz Funes, no había podido acu­
dir para participar en el acto por obligaciones del Gobierno.
Habló después el señor Serrano Batanero, que tuvo palabras de elogio
para el pueblo de Cuenca y defendió los postulados del Frente Popular.
En los mismos términos se expresó el señor González López.

Discurso de Indalecio Prieto


Al levantarse a hablar don Indalecio Prieto es acogido con una gran
ovación.

235
Paisaje caciquil de Paredes

En las palabras que han servido de comienzo a este acto hacía el camarada
Bugeda la presentación del auditorio a los oradores, cambiando así la cos­
tumbre frecuentemente innecesaria de hacer la presentación de los oradores
públicos. Esas palabras del camarada Bugeda me han servido de lección. Pero
antes de entrar en este local, antes de llegar a la ciudad, cuando caminábamos
desde Tarancón y aquí aún no nos había contagiado la ola de entusiasmo que
constituís vosotros, y del cual son expresión constante vuestros vítores y vues­
tras salvas de aplausos, antes de eso, con aquella avidez propia de los hombres
de ciudad que sorben mejor que nadie los encantos del paisaje campesino,
vo conversaba en el coche con el camarada Bugeda.
Alguien pedía detalles de la estructura social de esta provincia. Cuando
sosteníamos esta conversación, a la izquierda del camino apareció la silueta
de un pueblo en medio de tierras de labrantío. Mi curiosidad me empujó a
preguntar cómo se llamaba aquel pueblo. Paredes, me dijo Bugeda. Y en­
tonces me refirió cómo todas las tierras del Concejo, incluso las sagradas del
cementerio, casas, campos, árboles, matas, espigas, todo, hasta la tierra de
las tumbas, era de un solo hombre. Y ante esta visión medieval, mi alma se
estremeció. Allí era todo de un hombre. ¿Vive ese hombre en el pueblo?
¿Coopera al trabajo de los vecinos? ¿Funde el sudor de su frente con el
sudor de esos hombres que vemos ahora desperdigados por las tierras, que
detienen su labor, que nos miran curiosos, y que algunas veces nos saludan
con el puño cerrado en alto? No. El señor no vive en el pueblo. ¿Lo fre­
cuenta? ¡Ah! ¡Sería mejor que no lo visitara! Viene de cuando en cuando
con una escolta de vicio constituida por mujeres que (para defenderse de la mi­
seria venden placeres y fingen amor. Cuando el señor llega, las puertas de los
hogares honestos de Paredes se cierran, las ventanas se tapian, porque aquellas
desgraciadas mujeres forasteras, a impulsos de caprichos degenerados, discurren
embriagadas por las calles. Y estos escándalos los produce un hombre que,
acaso se titula católico y para mayor escarnio se llama cristiano. (Ovación.')
¿Qué mejor pintura que ésta para mostrar una provincia? Claro que todo
Cuenca no es Paredes, pero ya es bastante baldón que Cuenca soporte Pare­
des. Pues bien, camaradas y amigos que me escucháis: la supervivencia de
un régimen como ese que os acabo de describir en cuatro pinceladas, trans­
mitiéndoos torpemente la impresión que yo he recibido con el relato, debe
aunar todos nuestros esfuerzos en pro de su destrucción. Además de ese bo­
ceto, en el cual los colores alegres del campo en primavera parecen tener el
fondo obscuro de lo trágico, para advertir lo que Cuenca supone políticamente,
había otro detalle, del cual, con agudeza, os han hablado tanto Serrano Bata­
nero como Emilio González López: que sólo por un sentido de menospre­
cio, por un concepto de sumisión, por el convencimiento de la existencia
de una esclavitud, puede explicarse el hecho de que los partidos de la derecha
española hayan buscado esta circunscripción electoral como albergue para
símbolos políticos que la voluntad del pueblo español desestimó en la úl­
tima campaña electoral.

236
Lo que buscaban las derechas con la candidatura del General Franco

Merece la pena, luego de haber remarcado ese sentido de menosprecio para


Cuenca que los elementos directores de los partidos derechistas acusan con la
inclusión en su candidatura de los nombres del General Franco y del señor
Primo de Rivera, consagrar unos minutos de atención a este curioso fenómeno
político. Ha desaparecido de la candidatura de Cuenca el nombre del General
Franco. Yo me felicito sinceramente de esta desaparición. He leído en la pren­
sa manifestaciones de este General, según las cuales su nombre se incluyó
en la candidatura de derechas por Cuenca en contra de su voluntad, sin su
autorización. No tengo por qué poner en duda la sinceridad de esta aclaración.
Aunque he de decir también, no pudiendo recatar la sinceridad mía, que hu­
biese preferido que esa rectificación del General Franco se hubiera producido
con anterioridad al justo acuerdo de la Junta Provincial del Censo que le
eliminó de la candidatura.
No he de decir ni media palabra en menoscabo de la figura de este jefe
militar. Le he conocido de cerca cuando era comandante. Le he visto luchar
en Africa, y para mí el General Franco, que entonces peleaba en la Legión
a las órdenes del hoy también General Millán Astray, llega a la fórmula su-
prema del valor; es hombre sereno en la lucha. Tengo que rendir este ho­
menaje a la verdad. Ahora bien, no podemos negar, cualquiera que sea nues­
tra representación política y nuestra proximidad al Gobierno —y no lo podemos
negar, porque al negarlo, sobre incurrir en falsedad, no haríamos sino paten­
tizar que no nos manifestábamos honradamente—, que entre los elementos mi­
litares, en proporción bastante considerable, existe fermento de subversión,
deseo de alzarse contra el régimen republicano, no tanto, seguramente, por
lo que supone su presente realidad, sino por lo que el Frente Popular, predo­
minando en la política de la nación, represente como esperanza para un fu­
turo próximo.
El General Franco, por su juventud, por sus dotes, por la red de sus
amistades en el Ejército, es hombre que en un momento dado puede acau­
dillar, con el máximo de probabilidades, todas las que se deriven de su
prestigio personal, un movimiento de este género.
No me atrevo a atribuir al General Franco propósitos de tal naturaleza.
Acepto íntegra su declaración de apartamiento de la política. ¡Ah! pero lo que
yo no puedo negar es que los elementos que, con autorización o sin autori­
zación suya, pretendieron incluirle en la candidatura de Cuenca, buscaban su
exaltación política, en forma de que, investido de la inmunidad parlamenta­
ria, pudiera, interpretando así los designios de sus patrocinadores, ser el cau­
dillo de una subversión militar. Si esto es así, y su evidencia resulta mayor
después de la declaración de Franco, ¿qué valor tienen las protestas de le­
galidad que constantemente vienen formulando, cuando menos en el Parla­
mento, las fuerzas de derechas? Si esas fuerzas de derechas, en vez de reñir
la batalla en el terreno limpio de las ideas, buscan cobardemente un caudillo
militar que provoque una subversión y que se ponga al frente de ella, ¿qué
valor atribuir a esas manifestaciones de los “líderes” de las fuerzas de dere-

237
chas? ¿No pierden, en realidad, toda virtud sus palabras, cuando éstas no
resisten el primer choque con los hechos dimanados de su conducta? ¿Qué se
buscaba aquí a través de una provincia cuya ciudadanía se supone reducida
por el sometimiento de la masa general de los electores a las personas que
mantienen un régimen caciquil? Se buscaba la investidura parlamentaria para
un caudillo militar.
El problema tiene, a mi juicio, una gravedad extraordinaria en las cir­
cunstancias presentes, y por eso paro la atención en él; aunque también de
importancia, juzgo muy secundario el hecho de haber sido incluido en las
mismas condiciones en la candidatura por Cuenca el señor Primo de Rivera.
Pero también esto merece nuestro comentario. Porque los partidos de derecha
han sacrificado a sus propios candidatos, los que lucharon en la elección del
16 de febrero, y que, con uno u otro carácter, tienen aquí determinadas vincu­
laciones, para incluir a otros candidatos extraños a sus organizaciones y cuyo
único título político es el caudillaje de una formación consagrada exclusiva­
mente a la violencia. ¿Cómo compaginan los directores de la derecha sus afir­
maciones constantes de acatamiento respetuoso a la legalidad con el hecho de
abrir de par en par las puertas de sus candidaturas a quien si tiene alguna
significación es exclusivamente la de la violencia?
Os agradezco mucho el silencio con que acogéis mis manifestaciones y me
complace infinitamente más que las expresiones calurosas de entusiasmo que
podrían desviar vuestra atención.
Es exacto que, dados los términos en que se ha planteado aquí la lucha,
ésta desborda los contornos de un combate político local. El combate tiene
significación más extensa: tiene significación nacional. Quizá por eso haya­
mos venido a hablar.
Habiendo advertido toda la exaltación de vuestros espíritus apenas entré
en las calles de esta ciudad histórica, establezco para conmigo mismo un de­
ber al que no quisiera faltar, aunque ello contraríe mi temperamento y sea
refractario a la peculiaridad de mi oratoria. Este deber consiste en no aumen­
tar vuestra exaltación. Oídme, pues, unas cuantas palabras que deseo aparez­
can a flor de labios con el perfume de la serenidad.

La España que amamos y la España que odiamos


Os han explicado quienes hablaron antes lo que significa en la política
española el Frente Popular; lo han explicado magníficamente. La insistencia
por mi parte sobre ese tema la considero ociosa porque no añadiría a las elo­
cuentes manifestaciones de González López y de Serrano Batanero nada, ab­
solutamente nada. Mas ellos me perdonarán que, cual suele ser en mí cos­
tumbre, recoja jirones de sus discursos para prender en ellos algunas conside­
raciones mías. Se nos acusa a quienes constituimos el Frente Popular de que
personificamos la antipatria, que odiamos todo lo español, y se nos dice
que, si no lo odiamos, cuando menos tenemos para ello, por estar em­
bebidos en ideales de tipo universal, desdén y desprecio. Yo os digo que no
es cierto. A medida que la vida pasa por mí, yo, aunque intemacionalista,
me siento cada vez más profundamente español, siento a España dentro de mi

238
corazón y la llevo hasta en el tuétano mismo de mis huesos. Todas mis luchas,
todos mis ardores, todos mis entusiasmos, todas mis energías derrochadas
con prodigalidad que ha quebrantado mi salud las he consagrado a España.
No pongo por encima de ese amor sino otro amor más sagrado: el de la
justicia. No estaría con España si España cometiera en el orden internacio­
nal una injusticia. Si la injusticia fuera para mí patente, de la misma ma­
nera que por ella se sacrifica el afecto de un ser querido, sacrificaría yo
también mi devoción a España ante el deber imperativo de rendirme a la
justicia. Ese sentimiento ha invadido siempre mi alma desde que tengo uso
de razón. {Aplausos.}
Os ruego que no aplaudáis y que me dejéis sostener una comunicación
lo más íntima posible con vosotros.
Nadie de los que constituyen el Frente Popular, absolutamente nadie —y
me arrogo ahora la representación, lo mismo de los republicanos que pue­
dan estar a nuestra derecha que de los comunistas que, más o menos efectiva­
mente, estén a nuestra izquierda—, reniega, ni nadie tiene por qué renegar
de ella. No; lo que hacemos cuantos constituimos esas agrupaciones
políticas es renegar de una España como la simbolizada en Paredes. A esa
la odiamos. Contra esa luchamos. Pero, ¿para qué? Para hacer una España
libre, donde no pueda haber señoritos crapulosos que con el esfuerzo del
trabajo de honrados campesinos invadan de vicio un pueblo honesto y tra­
bajador. (Muy bien. Gran ovación.)
¿Está España con ellos? ¡Ah! ¿Es que no son españoles los que labran
la tierra, los que horadan las minas, los que queman su piel al pie de la
fogata de los grandes hornos? ¿Es que esos hombres que padecen no sólo
la tiranía económica, producto fatal del actual sistema capitalista, sino que
además, sienten herida su sensibilidad por la injusticia constante y por la
ofensa del espectáculo orgiástico, no son España? Pues por ellos luchamos.
Son los más en número, los más desventurados, los sedientos de justicia, los
necesitados de educación, incluso de hombría, porque el hombre no lo es
completo cuando no ha llegado a refinar su espíritu por los métodos excel­
sos de la educación, Cuando se le niegan todas las posibilidades de edu­
carse, de levantar dentro de la masa corpórea la estatua magnífica de un
espíritu cultivado, no es hombre, y mucho menos puede ser ciudadano.
Y al pretender nosotros en esta cruzada, de la cual es un episodio este acto
magnífico de Cuenca, completar la hombría de los españoles para que sean
ciudadanos de España y no esclavos sometidos a una taifa cerril, nosotros
queremos multiplicar la capacidad espiritual de la nación, porque al levan­
tar al ciudadano español levantamos a España, y al levantar a España hace­
mos patria. Así, conquenses, os habla quien se siente cada vez más español y
que, unido por vínculos que no se romperán más que por la muerte, si es
verdad que la muerte los rompe, a sus hermanos de España, quiere verlos li­
bres y dignos. (Ovación.)
Queremos hacer a España, no destruirla; queremos construirla. Recuer­
do a este respecto que una vez en tierra reseca de Extremadura, mientras
buscaba en el manantial de mi cordialidad expresiones que rompieran la frial-

239
dad del rito ceremonioso de la colocación de la primera piedra del pantano
de Cíjara, que puede convertir, y convertirá, a aquellas tierras, también esce­
narios de esclavitud, como las vuestras, en un vergel en cuya contemplación
no se recrea sólo la vista por sugestiones de la belleza del paisaje, sino tam­
bién el alma al saber que aquellas ‘legiones de hombres, hoy miserables y
harapientos, que llevan en el rostro las huellas de un hambre para ellos
eterna, les es posible vivir del esfuerzo de su trabajo, sí, pero también con
la satisfacción enorme de trabajar para sí y de que nadie —no hay título de
superioridad humana que lo legitime— se ponga sobre ellos para aprove­
charse de su esfuerzo y disfrutarlo placenteramente en tanto que ellos gimen.

En pie para la conquista de España, duyo actual panorama es catastrófico


Yo dije entonces —y perdonadme este recuerdo— en aquella tierra de
donde salieron en gran número los hombres que en una de las más bellas
aventuras históricas atravesaron el océano hasta topar con las ignoradas fie­
ras de América, que nosotros, los españoles, teníamos aún una conquista
que lograr; que ya no cumplía a España ir surcando mares en busca de
tierras desconocidas, al encuentro de razas a las cuales sojuzgar; que no te­
níamos que poner el ímpetu desbordante del genio español al servicio de las
armas en la conquista de países extranjeros; pero que teníamos una con­
quista a realizar. ¿Cuál? Conquistar a España, conquistarnos a nosotros mis­
mos, hacer de esta tierra desventurada un suelo fecundo donde los espa­
ñoles puedan vivir concluyendo para siempre con el espectro del hambre,
que es más dantesco cuando aparece a las puertas del hogar para ensañarse
en infelices criaturas que al nacer miran al cielo desesperadas, porque el cielo,
que creen monopolizar media docena de explotadores, no les brinda susten­
tos ni esperanza. (Grandes aplausos.}
Y estamos, ciudadanos de Cuenca que me oís, en pie para la posible
conquista de España. No sería totalmente sincero con vosotros, cual lo quie­
ro ser, si no os descubriera a pecho abierto mis preocupaciones. ¿Seremos
capaces de ello? Esta es la pregunta que tortura mi espíritu. ¿Seremos ca­
paces de ello? He ahí una interrogante de cuyos signos ortográficos pende
dramático enigma. ¿Seremos capaces de ello? Vamos a reflexionar descu­
briéndonos con absoluta integridad mi pensamiento, exponiéndoos el fun­
damento de mis dudas. ¿Seremos capaces de ello?
España está enteramente por hacer. Os lo dice un hombre que, unas ve­
ces por afición, otras en cumplimiento de deberes oficiales, ha recorrido casi
todo su territorio. Así he podido ver de cerca hasta dónde llega, en grado
verdaderamente inverosímil para el siglo que corre, la tragedia de España,
una tragedia que tiene remedio, un drama que tiene solución. Los hombres
que aquí han venido en busca de un refugio electoral con la escolta de que
antes os hablé, y respecto a cuyos perfiles no he de dar nuevos trazos, son
la representación más genuina de un período en el que ha culminado la des­
trucción de España, ahora al borde de la ruina. España atraviesa en estos
instantes dificultades enormes, de las mayores que se le han presentado a lo
largo de su vida. Sin entrar en investigaciones de un pretérito lejano, que­

240
■J
■ ‘ I A Pf PIHll ICA » 'if-AÑOLA
=

Estamos en un momento de reivindicación azañista. Nada tenemos


que oponer a que se apliquen enfoques objetivos a las figuras históricas.
Pero cuando un político ha sido también escritor, existe un grave peli­
gro de involucrar el plano teórico y el plano fáctico: esto es lo que hacen
algunos nuevos incondicionales de aquel escritor admirable, de aquel
político tan interesante y tan nefasto que fue don Manuel Azaña.
Estas líneas fueron escritas ya en guerra, como «La velada en
Benicarló». Pero expresan muy bien la actitud que adoptó el segundo
Presidente de la República casi desde el mismo momento en que fue
catapultado hacia arriba desde su segundo período como gobernante
efectivo.
riendo solamente evocar la historia de España en aquella parte que hemos
vivido los hombres de esta generación, no hay hipérbole alguna al afirmar
que los españoles de hoy no hemos sido testigos jamás, ¡jamás!, de un pa­
norama tan trágico, de un desquiciamiento como el que España ofrece en
estos instantes. Quebrantadísimo su crédito exterior (que habrá de resta­
blecerse breve e imperiosamente con el sacrificio que sea, atribuyendo to­
talmente ese sacrificio a las clases capitalistas), España, en el extranjero,
por el atasco enorme que sufre el Centro de Contratación de Moneda, es
hoy un país sobre el cual se ha colgado el cartel de insolvente. Eso exige un
remedio inmediato, enérgico, eficaz, con sacrificio para la nación, pero ha­
ciéndolo gravitar exclusiva o preponderantísimamente sobre las clases capi­
talistas, que son los principales, si no los únicos, responsables de este de­
sastre, al cual se ha ido por medio de la gestión catastrófica de unos gober­
nantes que eran expresión de sus deseos, de su voluntad y de sus intereses.
No es justo que la masa del pueblo español vaya a pagar el resultado —re­
pito el calificativo—, el resultado catastrófico de una gestión realizada por
los representantes que en el Poder público han tenido las clases capitalistas.

La reforma agraria. El hombre convertido en bestia


Sobre ese problema, verdaderamente angustioso y cuya resolución es ur­
gentísima, amontónanse en España otros problemas graves, pero todos ellos
relativamente de fácil solución. Vamos a enumerar algunos: Está actual­
mente realizándose por parte del Gobierno, con ímpetu que merece aplauso,
la reforma agraria. Todo el pueblo español, incluso el de aquellas zonas cuya
característica más acusada es la industria, ha de poner su mirada con ansie­
dad en la marcha que esa reforma lleve. Pero la reforma agraria no puede
descansar exclusivamente en esas plausibles modificaciones de la legislación
que tiende a acabar con un deseo de propiedad que crearon los romanos y
que es incompatible no ya con las apetencias justas del proletariado, sino
también con todas las exigencias de los tiempos que corremos. Ahora bien;
el cumplimiento de esa reforma, acaso el que asegura su éxito de modo in­
conmovible, está en la intensificación de las obras hidráulicas, en la conver­
sión en regadío de enormes zonas del agro español, que suspiran sedientas
por el agua que corre a perderse en el mar, entonando cánticos de desespera­
ción al ver que se la desdeña dejándola correr infecunda.
Hay que ir a la realización de obras hidráulicas con una intensidad gran­
de, incluso buscando para ello soluciones económicas que se salgan de los
cauces estrechos y mezquinos del presupuesto estatal. Porque es un absurdo
que teniendo como tenemos extensas zonas regables y disponiendo como
disponemos de inmensos caudales de agua, nuestra producción agrícola se
consiga mediante un descomunal esfuerzo, trabajando los hombres sobre la
tierra de sol a sol, yendo a los surcos cuando aún no se han roto todavía las
sombras de la noche y volviendo a casa cuando ya el camino está a oscuras.
Todo su esfuerzo y la esclavitud de salarios envilecidos a que se condena a
millares de españoles puede trocarse con el regadío en un esfuerzo infini­
tamente menor.

241
16
El hombre ha venido a la vida como una bestia. Se nos han dado diver­
sos puntos de vista religiosos, pero todos con razón, que el hombre es algo
superior al animal, que el hombre tiene, sí, la obligación de trabajar, pero
también el derecho al placer, el derecho al descanso. Y el hombre que está
encorvado sobre la tierra de sol a sol no es un hombre, no vive como tal.
Ese hombre a quien se condena a trabajo tan bárbaro ha sido convertido
por la sociedad en una bestia. Y por razón del actual régimen económico
es tratado con menos consideración que una bestia, porque el patrono, cuan­
do se le muere una cabeza de ganado siente un tirón de su bolsillo al sacar
las monedas con que ha de reemplazarla en la feria, pero cuando se muere
un jornalero no siente tirones ni en su corazón ni en su bolsillo. (Una gran
ovación cprta el párrafo.)
De esa esclavitud del trabajo que gravita de modo tan terrible en nues­
tros campesinos, España puede fácilmente —doy su justo valor al adversa­
rio— redimirle. Puede hacerlo, luego debe hacerlo mediante un esfuerzo eco­
nómico incomparablemente inferior a aquel que, por ejemplo, hemos de­
rrochado en la aventura insensata de Marruecos. El Estado puede redimir
de su esclavitud al campesino español.
¿Qué valor tiene ante las trágicas realidades que ofrecen vuestra propia
tierra, ésta que circundan los cerros, que amurallan la ciudad en Cuenca,
esa misma, qué valor tiene ya, como leyenda romántica, el que antes de ex­
pirar el siglo xix las Cortes Españolas abolieran la esclavitud de los negros
en las que eran nuestras colonias? ¿Por qué no ir a la abolición de la escla­
vitud de los blancos de España, a quienes en la tierra de esa meseta se con­
dena, lo mismo en el orden del trabajo rudo que en el de su dignidad personal,
como se condenaba a los negros? ¡Paredes! ¡Paredes! ¡Paredes!... (For­
midable ovación.)
No somos, pues, la antipatria; somos la patria con devoción enorme
para las esencias de la patria misma. Hay que levantar el nivel de vida de los
españoles. Mientras el trigo se agusana hay españoles que no comen pan.
Yo considero fundamental el problema de la tierra en España. Somos hoy
tributarios de países extranjeros por productos agrícolas en proporción ver­
daderamente insólita. Con unas cuantas anualidades, no pocas, del volumen
de dinero, sangre de nuestra sangre, que sale de España para pagar produc­
tos agrícolas extranjeros, nosotros los podríamos obtener aquí, en nuestro sue­
lo, con nuestros brazos y convirtiendo zonas agrícolas que hoy tienen todos
los caracteres de una esclavitud a un trabajo digno, que por lo llevadero no

I extenúe, y al cual se une no como a sufrir una pena fruto de una maldición,
sino alegremente, pensando que las generaciones venideras podrán disfrutar
plenamente del resultado de un esfuerzo que nosotros estamos obligados a
realizar. (Aplausos.)
Lo he comentado otra vez, lo he comentado en un mitin reciente, cuan­
! do yo he oído la voz del señor Gil Robles... (Fuertes rumores.) Ya os he
dicho, por el estado de ánimo en que os halláis, que no he de pronunciar palabra
alguna que en el orden personal signifique para vosotros una excitación.

242
Oídme en silencio y os lo agradeceré más, por muy fervorosas que sean
vuestras interrupciones.
He oído recientemente al señor Gil Robles apuntar la solución a
uno de los aspectos del vastísimo problema económico español diciendo que
su solución puede y debe estar en el elemento del mercado interior. Es de­
cir, que el español consuma más productos propios, para atenuar así la cri­
sis que sufren determinados ramos de la producción, algunos de los cuales,
por vivir vosotros esta crisis, no es necesario citar. Pues bien; no basta la
teoría. Ya he dicho antes cuán fácilmente las palabras se estrellan, se hacen
añicos, se pulverizan al chocar contra la roca de los hechos. Un hombre que
acaba de salir del Gobierno, que ha gobernado, que cuando no ha goberna­
do directamente ha controlado el Gobierno, y desde el que se ha convertido,
se ha amparado, se ha protegido, se ha inducido a la baja de los salarios
lanzando a multitudes de obreros del campo, igualmente de Extremadura
y Andalucía, al hambre, negándoles retribución decorosa de su trabajo,
¿cómo puede pedir que se fomente el consumo de los productos españoles?
Para eso es elemental aumentar la capacidad adquisitiva del español, darle
más medios de compra. ¿Pero no suena a sarcasmo que quien ha reducido los
jornales a una peseta y a menos de una peseta diga a esos proletarios, a los
cuales han empujado a la miseria, que coman más pan, que consuman más
carne, que renueven con más frecuencia sus trajes y su calzado? ¡Qué ironía
o qué ignorancia revelan tales palabras!
Hay que levantar el nivel de vida de los españoles. ¿Cómo es posible?
De una sola manera. Mientras no llegue el día en que cada cual reciba sin
la menor merma el producto íntegro de su trabajo, el único camino posible
en el régimen actual es la elevación de los salarios, el aumento de jornales.
Entonces, cuando uno tenga, porque lo cobre al fin de la semana, de la quin­
cena o del mes más dinero, podrá comprar más. Ningún proletario, en las
necesidades vertiginosamente crecientes del presupuesto familiar, puede ha­
cerse la ilusión del ahorro quitando el pedazo de pan, el trozo de carne, el
sorbo de leche al hijo famélico que lo reclama por haber nacido a la vida.
Sólo por la elevación de los salarios se puede hacer frente, en cierto aspecto,
a la crisis industrial y agrícola española.
Vosotros, que si algo preferentemente representáis es la agricultura, ¿os
podéis explicar el fenómeno monstruoso —ese es el calificativo y no puedo
suplirlo con otro— de que mientras el trigo se agusana, se pudre en silos y
paneras, millones de españoles apenas coman pan porque no tienen unas mi­
serables monedas de cobre para adquirirlo? ¿Qué sistema de vida en éste?
¿En qué moral puede descansar el fenómeno monstruoso —quiero grabar
el adjetivo en vuestra mente— de que sobre el trigo, se pudra el trigo y mi­
llones de españoles, de esta patria nuestra, apenas coman pan por carecer
de medios para adquirirlo? ¡Y que en las tribunas de oropel, desde las que
se expande la palabra de los líderes de derechas, se diga que hay que consu­
mir más para sacar del marasmo a ésta o a otra rama de la riqueza, mien­
tras a través de la Guardia Civil y de los caciques y de patronos sin concien­
cia, cuyas almas no han estado jamás ungidas por las doctrinas de Cristo, se

243
empuje a los obreros al hambre, colmando su miseria con ultrajes, escu­
piéndoselos en el rostro, diciéndoles sarcásticamente: “¡Andad, id y que os
dé trabajo la República!” (Ovación.')

La válvula de la emigración está cerrada

¿Me perdonáis diez minutos más? (Voces: ¡Y diez horas!) España ha


tenido hasta ahora una válvula, una salida para su hambre secular. Esa vál­
vula era la emigración. En estas tierras tan del cogollo de España, tan en el
centro de nuestra Península, acaso no se conozca el fenómeno en sus justas
proporciones; pero quienes somos del litoral tenemos motivos para conocerlo
mejor que vosotros. Antes, los puertos, singularmente los del litoral cantá­
brico, veían llenarse los transatlánticos con miles y miles de hombres que
faltos de trabajo en España, sin recursos para sus necesidades, iban en busca
de él a tierras de América.
Allí, batiéndose frecuentemente con climas inhóspitos, un porcentaje con­
siderable de los españoles expulsados de su patria —expulsados, ésta es la
palabra— iba a endurecer el suelo de América con los huesos de sus cadá­
veres. Otros, los menos, después de bregas dramáticas, se hacían un hueco
en la organización mercantil de esos países y reunían pequeñas y grandes
fortunas.
Otros, por el tirón materno de la tierra que los vio nacer, sólo aspiraban,
a costa de sus esfuerzos, a ahorrar unos cuantos pesos para volver a Galicia,
a Asturias, a la Montaña, a hacerse una casita que sirviera de albergue a su
vejez con una familia casi siempre tardíamente concebida. Pero eso concluyó.
Existe en el mundo, a consecuencia de los estertores agónicos que está dando
el régimen capitalista, una crisis inmensa, y los hombres sin trabajo se cuen­
tan por cifras que, a pesar de su realidad incontestable, nos parecen fabulo­
sas. Hoy, quien carezca de sustento en España no puede marchar, ha de
quedarse aquí. Más aún: de aquellos millones de españoles desparramados
por los continentes de la otra orilla del Atlántico muchos vuelven a sus vie­
jos hogares no con el sosiego relativo de traer en sus bolsos, o en sus fajas,
o en cheques contra los Bancos peninsulares cantidades más o menos creci­
das de dinero que supusiesen para ellos la esperanza de una vejez a cubierto
de la miseria; ahora vuelven con el billete de caridad expedido por nuestros
Consulados a buscar aquí, en su tierra, en su patria, que tiene la obligación
de recogerlos, un sustento que se les niega en países extraños —-aunque la
extranjería quede debilitada por la comunidad del idioma—, países encerra­
dos todos ellos, a virtud de los estertores del régimen capitalista, en un bár­
baro nacionalismo. Ello aumenta en proporciones terribles el problema del
paro obrero en España. Ya no son sólo los obreros que a consecuencia de la
especialísima estructura de nuestra agricultura (estructura que sólo será va­
riada por el fomento de regadíos) quedan parados largas temporadas cuan­
do se suspenden las faenas agrícolas intensas, parados sin jornales, sin base
de sustento, esperando que al cabo de unos meses vuelvan a ser ocupados sus
brazos; ahora hay que contar también como parados con los españoles que

244
retoman y que no pueden aportar, como aportaban antes a España, el impor­
te de los ahorros logrados en América.
El número de parados en España aumenta con la cifra, verdaderamente
terrible, de los inmigrantes, de los que vuelven del extranjero. Esto agrava
el mal. Además, en la atonía industrial, que conviene sacudir inmediatamente
si no se quiere ir en fecha próxima a una gran catástrofe, las fábricas redu­
cen sus turnos semanales de trabajo, y los obreros que ganaban seis jornales
devengan a la semana, cuando más, dos o tres. Y otros, en cifras espantosas,
no ganan ninguno. Todos estos sumandos, más los de la minería, dan al paro
de España proporciones que resultan inadmisibles en un país donde está
todo por hacer. Porque la crisis industrial tiene explicación sencilla como
resultado de las convulsiones que el mundo sufre en los países saturados
industrialmente, como consecuencia del crecimiento artificial que la industria
experimentó por las necesidades bélicas durante la Gran Guerra, más indus­
tria que aquella que normalmente necesitan; pero en España, con ferroca­
rriles destartalados, bajo la amenaza próxima de que el Estado se haga cargo
de ellos cuando resulten inservibles por no renovarse el material fijo ni el
material móvil; con una cantidad de pantanos en proyecto o en marcha lenta,
que permitirán no sólo el uso científico y de sentido común del agro, sino, ade­
más, una producción eléctrica inmensa que contribuya a ahorrar el esfuerzo
manual de los trabajadores españoles; cuando un país se encuentra virgen,
como España; cuando un país se halla por hacer, acusa una incapacidad te­
rrible en los gobernantes, y —oídmelo bien, pues yo no vengo a adular a
nadie— en los gobernados, que estemos sufriendo, en las proporciones que
la padecemos, la crisis enorme de trabajo que en la actualidad pesa, con peso
agobiador, sobre los hombros de nuestra España.
Eso tiene, si no en todo en gran parte, remedio, y el remedio está en las
manos de gobernantes y gobernados; que no es lícito exigirlo todo a los go­
bernantes. El gobernante es, por lo común —salvo aquellos excepcionalísi-
mos que aparecen nimbados por la aureola de la Historia, y que lo son en
número muy reducido—, un hombre débil, entregado al oleaje de las pasio­
nes populares, y muchas veces sin fortaleza para empuñar firmemente la caña
del timón y conducir la nave al puerto de salvación. (Muy bien.)

La disciplina, elemento social indispensable


\
Estas reflexiones que os someto no han querido ser por deliberado pro­
pósito mío, como vais viendo, una arenga electoral, aunque también sé ha­
cerlas.
Trabajadores y ciudadanos de Cuenca: la disciplina es un elemento abso­
luto, totalmente indispensable en la sociedad moderna. España pudo triunfar,
llenando páginas de la Historia universal, cuando el valor individual tema
alto precio. Hoy las complejidades de la vida moderna exigen el esfuerzo
en común. En el énfasis natural, profundamente humano —sobre todo si
las circunstancias nos colocan en puestos destacados, donde el fulgor del en­
tusiasmo de las multitudes suele desvanecer las mentes más serenas—, suele

245
pasar inadvertido para nosotros que cuando la vinculación ordenada se rom­
pe en el seno de las colectividades, se va al fracaso.
Ved, pues, ahí la serie de preocupaciones que quedaban colgadas de los
signos interrogantes de aquella pregunta tan machaconamente formulada por
mí. ¿Seremos capaces de ello? ¿Seremos capaces de construir España? Ten­
go mis dudas; mas estas dudas no llegan, aun siendo algunas de ellas muy
profundas, a anular la claridad de mi optimismo. Podemos ser capaces. Yp,
observador —no imparcial ni sereno, porque no puedo serlo, sino apasio­
nado-— de la vida política de mi país, me explico perfectamente, aunque no
los justifique, los espasmos de la violencia a que se han podido entregar
desde el triunfo del Frente Popular sectores o grupos del proletariado. Eso
tiene una explicación, y en la explicación brota, como brota el agua del ma­
nantial, la responsabilidad de las clases directoras españolas. Ha habido ex­
cesos, ha habido desmanes. No cumple a hombre de mi formación ni de mi
experiencia alentarlos. No lo hago. Me lo explico simplemente, y digo que
la responsabilidad surge de las provocaciones constantes e hirientes de quie­
nes no quieren someterse a la voluntad popular tan limpiamente manifestada
en los comicios el 16 de febrero. El desmán, el exceso popular está explicado
por el ejemplo de arriba.
Nosotros, en octubre de 1934, hicimos una revolución. Sabíamos —¡cómo
no íbamos a saberlo!— que rompíamos los cordones que circundan la lega­
lidad, y sabíamos que jurídicamente la acción de los Tribunales podía des­
cargar implacablemente su rigor si nos acompañaba el fracaso, que ese es el
riesgo de todas las revoluciones, porque quienes vayan a ellas solamente im­
buidos por la ceguera del éxito seguro, ¡ah!, esos no son verdaderos revo­
lucionarios, sino, a lo sumo, unos inconscientes. El revolucionario ha de sa­
ber que si delante de él está el éxito, acaso no haya de disfrutarlo personal­
mente, ni siquiera sus coetáneos, los hombres de su generación, sino las
generaciones que vengan detrás, estos muchachos que vemos aquí vestidos
con camisas rojas (señalando a los jóvenes que ocupan las primeras filas de
butacas), y si no, esos crios que están sentados tras ellos y que me miran
atónitos.
Sabíamos que tras el fracaso venía una responsabilidad, una culpa, y
para quienes no pudieran eludirlo, un castigo. La sociedad, el régimen, el Es­
tado, el Gobierno, aparte, naturalmente, de inspirar sus fallos y decisiones
en un sentido de clemencia cuando el riesgo de la revolución hubiese pasado,
tenía sus órganos para la represión, los Tribunales y sus normas, las leyes.
¡ Ah!, pero lo que no resulta lícito es, prescindiendo de los Tribunales y ce­
rrando los ojos ante la Ley, imponer castigos que ni los Tribunales pueden
dictar ni las Leyes establecen. Cuando España, y singularmente la clase
obrera, pese a todos los esfuerzos para mantenerlo en silencio, ha llegado
a saber que en ciertos establecimientos religiosos de Asturias, donde antes
no sonaban más que preces femeninas invocando a Dios, estas preces se con­
virtieron en ayes de hombres lastimados con bárbara crueldad, descoyunta­
dos en potros de tormento, con astillas metidas entre las uñas de los pies,
haciéndoles vivir días enteros en charcos de agua casi helada, y cuando se

246
ha sabido, además, que fuerzas al servicio del Gobierno han atravesado a
bayonetazos a ancianos inermes, a hombres indefensos, a niños inocentes, a
mujeres débiles, cuando el propio Estado da lecciones de esa naturaleza,
cuando, saltando por encima de la Ley busca en el tormento su defensa; en
los fusilamientos sin proceso, su sostenimiento, y en los martirios, la razón
de su vida, ¿qué extraño es que después gentes con el alma herida por tanta
vileza se entreguen al desmán y sacien de cuando en cuando su furor en una
venganza, pensando en aquellos hermanos suyos de Asturias a los que sin
piedad... (Gran ovación y vivas a Asturias.)
¡Viva Asturias, sí! (Se reproducen las ovaciones y los vivas.) ¡Viva As­
turias, porque ella simboliza el sacrificio! ¡Viva Asturias, porque ella sim­
boliza el valor! ¡Viva Asturias, que lo oigan bien, porque ella significa el
verdadero patriotismo! (Formidable ovación.)
Os digo que esa es la explicación de los desmanes que están ocurriendo
en España. Y añado que no los justifico, que no los aplaudo, que no los
aliento. Esto no quiere decir que yo pretenda debilitar la tensión revoluciona­
ria de las masas populares, y singularmente de la clase obrera. Cuando des­
aparezca esa tensión revolucionaria estaremos definitivamente vencidos, nos
pisotearán y nos humillarán, y es posible que nuevos conventos de las Ado-
ratrices, como el de Oviedo, se conviertan en lugares de torturas. ¡Y eso,
no; eso, no! ¡Eso, no! (Ovación.)

El desmán, elemento de colaboración con el fascismo

Si mi voz se oye fuera de aquí, diré para vosotros y para quienes estan­
do fuera de aquí reciban el eco palpitante de mis palabras: ¡Basta ya!
¡Basta, basta! ¿Sabéis por qué? Porque en esos desmanes, cuya explicación
os he dado, no veo signo alguno de fortaleza revolucionaria. Si lo viera, qui­
zá lo exaltase. No; no. Un país —conste que mido bien mis palabras—
puede soportar la convulsión de una revolución verdadera. Tras ella, si el
fracaso surge, el régimen contra el cual se ha combatido, que, al fin y al
cabo, es un sistema, defectuoso o no, se fortalece si quienes están al frente
del Gobierno, despojándose del hábito ancestral de la crueldad saben re­
primirlo dentro de los estrictos límites jurídicos y con humanitaria bene­
volencia.
Si la revolución se corona con el éxito, acaso un régimen mejor, más
justo, más igualitario, más humano, se implante en seguida, anulando la len­
titud del esfuerzo evolutivo, que a veces camina demasiado despacio. La con­
vulsión de una revolución, con un resultado u otro, la puede soportar un
país; lo que no puede soportar un país es la sangría constante del desorden
público sin finalidad revolucionaria inmediata; lo que no soporta una na­
ción es el desgaste de su Poder público y de su propia vitalidad económica,
manteniendo el desasosiego, la zozobra y la intranquilidad. Podrán decir es­
píritus simples que este desasosiego, esta zozobra, esta intranquilidad la pa­
decen sólo las clases dominantes. Eso, a mi juicio, constituye un error. De
ese desasosiego, de esa zozobra y de esa intranquilidad no tarda en sufrir

247
los efectos perniciosos la propia clase trabajadora en virtud de trastornos y
posibles colapsos de la economía, porque la economía tiene un sistema a
cuya transformación aspiramos, pero que mientras subsista hemos de ate­
nernos a sus desventajas, y entre ellas figura la de reflejar dolorosamente
sobre los trabajadores la alarma, el desasosiego y la intranquilidad de las
clases dominantes.
Lo que procede hacer es ir inteligentemente a la destrucción de los privi­
legios, a derruir la cimentación en que esos privilegios descansan; pero ello
no se consigue con excesos aislados, esporádicos, que dejan por toda huella
del esfuerzo popular unas imágenes chamuscadas, unos altares quemados o
unas puertas de templos ennegrecidos por las llamas. Yo os digo que eso no
es revolución. {Muy bien.) Y agrego que si una organización verdaderamente
revolucionaria, inteligentemente revolucionaria, no capta tantas energías mal
gastadas, dominándolas, encauzándolas fecundamente, emplearlas como aho­
ra equivale a colaborar con el fascismo. Porque el fascismo necesita de tal
ambiente; el fascismo, aparte todos los núcleos alocados que puedan ser
sus agentes ejecutores sin detenerse siquiera ante la vileza de la alevosía, no
es nada por sí si no se le suman otras zonas más vastas del país, entre las
cuales pueden figurar las propias clases medias, la pequeña burguesía, que,
viéndose atemorizada a diario y sin descubrir en el horizonte una solución
salvadora, pudiera sumarse al fascismo.
Ese ambiente es, repito, el que necesita el fascismo para florecer.
Oid esta voz mía que, cuando menos, tiene el mérito de responder a una
profunda convicción: Aunémonos todos, conscientemente; no nos entregue­
mos cada cual al espasmo que nos dicte nuestro temperamento, buscando
en el desmán la expansión de un espíritu revolucionario, que sólo puede ser
fecundo por la trabazón de la solidaridad y bajo una dirección inteligente,
acomodada cada hora a las realidades del país. No se diga que no hay ver­
dadero ímpetu revolucionario; no se diga, desacreditando a la democracia,
que el desorden infecundo es únicamente posible cuando en las alturas del
Poder hay un Gobierno democrático, porque entonces los hechos estarán di­
ciendo que sólo la democracia consiente los desmanes y que únicamente el
látigo de la dictadura resulta capaz de impedirlos. Sed conscientes, refrenad
vuestro ímpetu. ¿Para perderlo? No, para mantenerlo acrecido en lo más
recóndito del alma y hacerlo fecundo cuando el momento sea decisivo, con
ciencia plenamente revolucionaria; porque de otro modo, amigos y com­
pañeros, si el desmán y el desorden se convierten en sistema perenne, por
ahí no se va al socialismo, por ahí no se va tampoco a la consolidación de
una República democrática, que yo creo nos interesa conservar. Ni se va a la
consolidación de la democracia, ni se va al socialismo, ni se va al comunis­
mo ; se va a una anarquía desesperada, que ni siquiera está dentro del ideal
libertario; se va a un desorden económico que puede acabar con el país.
Nosotros tenemos que ofrecer al régimen nuevo que implante la justicia so­
cial, no un país en ruinas, sino una España floreciente y vivificada por nues­
tro amor. {Prolongada ovación.)

24»
DOCUMENTO 77 (93)

En torno de un discurso. Consejos equivocados y peligrosos.


El discurso de Indalecio Prieto en Cuenca ha tenido lo que se dice una
buena Prensa. Lo han elogiado desde los periódicos republicanos de izquier­
da hasta los monárquicos y monarquizantes. A juicio de unos habló en pa­
triota; al de otros, en hombre de Gobierno. Ya se sabe lo que estos dos con­
ceptos significan. Quieren decir que quien así habla supedita, por lo menos
de momento, las realidades de la lucha de clases y los intereses de la clase
obrera al llamado “interés nacional”. Este ha sido siempre el lenguaje de
los representantes de las clases privilegiadas en todos sus matices y grada­
ciones, que son infinitos, y si un socialista usa la misma fraseología, es natu­
ral que los órganos de esas clases entonen en su loor los ditirambos más
flamantes.
El orador declaró —y no es la primera vez— que siente por España un
afecto profundo y que a ella ha consagrado sus entusiasmos, sus energías
y hasta su salud. Bien. ¿Pero qué es España? No es un ente abstracto o me-
tafísico, no es una Dulcinea embellecida por la quijotesca ilusión amorosa,
no es un ser indivisible ni inmutable que hay que querer o dejar de querer
en su integridad, como a un ser humano. España es lo que son todas las
naciones y todas las sociedades de alguna pervivencia histórica: un sistema
de relaciones económicas, de formas de la propiedad, vinculadas en las co­
sas y determinando en los individuos, según las posean o no, los nexos de
dominio y sujeción en que viven y luchan mutuamente. Los grupos de in­
dividuos constituyen las clases de los dominadores y de los dominados. Es­
paña es una sociedad de clases antagónicas que combaten entre sí desde el
origen mismo de su historia, las unas por mantener su poderío económico y
político y las otras por librarse de ese imperio.
Todos los españoles no pueden querer la misma España. Lo contrario
es una idea que sólo cabe en el cerebro de ciertos liberales utópicos y tras­
nochados y de ciertos nacionalistas, ahora denominados fascistas, que con
el pretexto de defender la nación, la patria, la raza, el interés común o como
se quiera decir, sólo procuran perpetuar los privilegios de la clase capita­
lista y la explotación de la trabajadora.
Los monárquicos se derriten de amor por la España feudal que existió
durante siglos y comenzó a derrumbarse el 14 de abril de 1931, y no otra;
todas las demás Españas posibles son para ellos la antipatria y el antifeu­
dalismo. Los republicanos de izquierda quisieran una España próspera, cul­
ta, liberal, sin jornales de hambre, sin analfabetos, pero también sin que
desaparezcan los fundamentos actuales de su constitución social, es decir,
conservando el régimen de propiedad privada.
Sólo los socialistas aspiran a transformar estos fundamentos, convenci­
dos de que en este régimen ni se eliminará la injusticia, porque está indi­
solublemente unida a la existencia de las clases; ni España será próspera,
ni culta, ni grande espiritual y materialmente, porque el capitalismo español,
por su propia naturaleza tardía y por los obstáculos que de añadidura opone

249
i

a su desarrollo la crisis insoluble del capitalismo universal, no puede ya


I llegar aquí a la plenitud que había alcanzado en las potencias económicas de
primer orden.
De ahí el error de Prieto, no sólo como socialista, sino también como
republicano, al querer lo que de hecho pide: una paz social, una suspen­
sión de la lucha de clases, para que España se rehaga como nación y re­
suelva sus problemas más apremiantes; que eso viene a solicitar cuando
censura lo que él llama desmanes y desórdenes. No queramos engañarnos.
Si los desmanes fueran sólo los que él menciona, las quemas de iglesias y
conventos, nadie, con sentido común, le contradirá; pero no parece vero­
símil que sean los incendios de hace dos meses los que le han conmovido
en la fecha de su discurso.
La verdad es otra, aunque se tenga el escrúpulo de no llamarla por su
nombre. La verdad es que lo que inquieta es una agudización de la lucha
de clases, las huelgas, las incautaciones. ¿Que esto ocurre con más frecuen­
cia e intensidad en la República que en la Monarquía y bajo Gobiernos re­
publicanos de izquierda más que bajo Gobiernos fascistas? ¡Es natural! La
clase obrera quiere la República democrática —ya lo predijo Engels— no
por sus virtudes intrínsecas, no como un ideal de gobierno, sino porque den­
tro de ese régimen la lucha de clases, sofocada bajo los regímenes despóti­
cos, encuentra una mayor libertad de acción y movimiento para lograr sus
reivindicaciones inmediatas y mediatas. Si no fuera por eso, ¿para qué quie­
ren los trabajadores la República y la democracia? Creer que la lucha de
clases debe cesar para que la democracia y la República existan, no solamente
es no darse cuenta de las fuerzas que mueven la Historia. Es poner el carro
delante del caballo.
Pero el mayor error, si explicable en un republicano, inconcebible en un
socialista, es pensar que una suspensión de la lucha de clases puede hacer
el milagro de resolver ningún problema nacional. Se dice que la lucha de
clases —o sea, “los desórdenes”— fomenta el fascismo; eso dicen también,
con otras palabras, las derechas: la lucha de clases reclama un Gobierno de
I
fuerza que la estrangule. Pero quienes esto dicen se olvidan de que, preci­
samente por haberse amortiguado la lucha de clases durante el primer bie­
nio de la República, se pudieron reorganizar rápidamente las derechas, alen­
tadas además por el descontento que aquella política produjo en amplios
sectores de la clase obrera. El fascismo nace y crece a la vera de un prole­
tariado pasivo, iluso e impotente, y no al contrario.
La España que quiere el proletariado es precisamente la única que puede
dar solución a sus problemas nacionales, la única que puede salvarse como
unidad económica y cultural. Todas las otras Españas son antinacionales,
porque, aunque pretendan defender el “interés nacional”, sólo quieren per­
petuar los privilegios de unas minorías a costa del resto de la nación. La
España que anhela la clase trabajadora es la única verdaderamente nacional
y la única también que puede salvarse y engrandecerse.
Por eso, en vez de pedir al proletariado que renuncie a su lucha histó­
rica, aunque sea momentáneamente, en aras de un falso interés nacional, y

250
que colabore socialmente y desde el Gobierno en una política de clases que
no remediaría nada y que llevaría a los partidos obreros a un fracaso tras
el cual no hay más que el fascismo en el Poder, lo prudente es aconsejarle
todo lo contrario para que, fuertemente unida entre sí toda la clase traba­
jadora y vigorizada por la diaria lucha política y social, cuando llegue el mo­
mento de la gran crisis inevitable salve a la República del peligro fascista
y salve también de una miseria secular a su España, que es la del noventa
y nueve por ciento de los españoles.

DOCUMENTO 78 (94)

Prieto explica su negativa. Coincide con el Presidente; sería con gusto


Jefe del Gobierno, pero un sector del socialismo entorpecería su labor.
A las cuatro de la tarde llegó al Congreso el señor Prieto. Interrogado
por los periodistas, dijo:
—Nada, señores, que me han retratado, me he gastado unas cuantas pe­
setas en taxi y aquí estoy reducido otra vez a lo que era antes.
Un informador le preguntó si creía que hoy habría Gobierno, y el señor
Prieto contestó:
—Creo que el que vaya ahora a Palacio formará Gobierno, y que será
uno de Izquierda Republicana. A mi juicio, lo que ha querido el Presidente ha
sido hacer unos tanteos para demostrar que no le mueve ningún ánimo par­
tidista ; pero en definitiva será uno de Izquierda Republicana quien presida
el Gobierno.
Luego facilitó la siguiente nota:
“Los motivos por los cuales he rehusado el honrosísimo encargo que
me ha conferido el señor Presidente de la República, no obstante hallarme
identificado en absoluto con su idea de formar un Gobierno en el que es­
tuvieran representadas agrupaciones del Frente Popular que hasta ahora no
han figurado en él, son los siguientes:
Tan ardua misión sólo habría podido yo intentarla mediante el asenti­
miento del partido socialista, y aunque el acuerdo desfavorable a la parti­
cipación ministerial que esta mañana tomó la minoría parlamentaria no cie­
rra el cauce a la colaboración ministerial, porque, conforme a normas aún
vigentes establecidas por nuestro último Congreso, el problema habrían de
resolverlo conjuntamente la minoría y la Comisión Ejecutiva, y en último
término, caso de discrepancias, el Comité Nacional, me ha parecido pru­
dente adelantar mi negativa en vez de acudir a ese expediente, evitando así
toda nueva pugna entre nosotros.
De imperar en este instante la solidaridad y armonía, que fue tradicional
en nuestra organización, no habría habido de mi parte reparos en provocar
la apertura de ese trámite; pero, dadas las circunstancias actuales y ante la

151
certeza de que si se me autorizaba a formar Gobierno ello podría servir
para aumentar enconos, pues los disconformes no se allanarían al acuerdo,
aun adoptándole órganos legítimos del partido, sino que lo utilizarían para
incrementar campañas disociadoras, me he visto en el trance de no acceder
al requerimiento cariñoso del Presidente de la República, movido yo por el
afán de no avivar disensiones, respecto de las cuales sería pueril el disimu­
lo, puesto que muchos se complacen en proclamarlas a gritos.
Sintiéndome muy atraído hacia la aceptación del encargo, porque la mag­
i nitud de la obra a realizar reclama el esfuerzo de todos y las dificultades
que la obra entraña exigen no acuciamientos irresponsables desde fuera,
sino cooperación responsable desde dentro, un deber superior al que se de­
riva de estas consideraciones me ha impedido aceptar el encargo, y ese de­
ber primordial es el de no ahondar divisiones dañosas para el partido so­
cialista y, en consecuencia, para el Frente Popular.
Los obstáculos, verdaderamente extraordinarios, con que, a vista de las
circunstancias referidas, tropezaría cualquier socialista para la empresa de
presidir un Gobierno, acrecerían mucho tratándose de mí, por la animosidad
que ahora, a efectos públicos, carece de trascendencia, pero que la tendría
considerable si yo ocupara la jefatura del Gobierno, ya que entonces se tra­
duciría en entorpecimientos a la gestión ministerial y en quebranto del Frente
Popular, cuya integridad es indispensable mantener a toda costa.”

DOCUMENTO 79 (95)

Con el discurso pronunciado en Cuenca el 2 de mayo, Indalecio Prieto


se separa abiertamente de sus correligionarios partidarios de la acción vio­
lenta para instaurar la dictadura del proletariado. Muchos españoles que no
saben en quién poner sus esperanzas creen descubrir en el líder socialista
al jefe con capacidad y energía para enfrentarse con la anarquía y salvar el
terrible trance por que atraviesa la política española.
Empieza a hablarse de un Gobierno presidido por Prieto. Estallará en­
tonces la escisión del partido socialista, pues ni la Agrupación madrileña y
las que la secundan, ni la U. G. T.» bajo la influencia de Largo Caballero,
permitirán tal determinación. Significará también la ruptura del Frente Po­
pular. Y en este caso, ¿dónde encontrará Prieto los diputados que nece­
sita para constituir una mayoría parlamentaria?
Manuel Aznar, cronista de Heraldo de Aragón en Madrid, escribe (29 de
mayo): “Hoy ha empezado a cotizarse la inminencia de un Gobierno pre­
sidido por Indalecio Prieto. Y se daban nombres probables. Prieto, sin em­
bargo, no tendría mayoría parlamentaria si no le votaban la confianza los
Diputados de la C. E. D. A. ¿Podrían los amigos de Gil Robles abrir cré­
dito al Gabinete presidido por el Diputado bilbaíno? Pero, sobre todo, ¿pue­
de Prieto gobernar en estos momentos apoyado por los votos de la
C. E. D. A.? Y como la gente es tan amiga de barajar posibilidades, de

252
urdir cábalas y comentarios, ya comenzaba a dibujar un Gobierno de con­
centración republicana bajo el mando y caudillaje de Prieto, sin demasiadas
trabas legalistas y sin excesivos ringorrangos jurídicos. Va cundiendo en el
campo republicano entre los característicamente denominados hombres del
14 de abril la convicción de que esto no puede seguir y de que así no se
puede continuar un día más. Desde la derecha del 14 de abril hasta el pro­
pio Prieto, pasando por las zonas izquierdistas, la desolación, amargura, eno­
jo y protesta contra lo que está sucediendo son de una perfecta evidencia.”
La información respondía a hechos reales. Era efectiva la existencia de
partidarios de un Gobierno Prieto como última tentativa para salvar la si­
tuación, tanto en los partidos republicanos de izquierda como en el centrista
y agrario, y aun en la misma C. E. D. A. En ésta, las consultas realizadas
daban como probable que no menos de cuarenta diputados estarían dispues­
tos a sostener con sus votos a un Gobierno presidido por Prieto, con el fin
de dar la batalla a la coalición de Largo Caballero y los comunistas. Luis
Lucia figuraría al frente de este grupo discrepante, que, sin renunciar a la
ideología y al programa de la C. E. D. A., entendía que la gravedad del
momento exigía remedios excepcionales, uno de los cuales pudiera ser la cons­
titución de un Gobierno compuesto por representantes de todos los partidos dis­
puestos a dar la batalla para salvar a España de la anarquía. El grupo de dipu­
tados cedistas que aceptaban esta posibilidad supo que una fracción de parla­
mentarios socialistas sustentaba el mismo criterio. Decididos a conocer si era
factible un entendimiento, pidieron al abogado del Estado y economista José
Larraz que, dada su amistad con su compañero de profesión Jerónimo Bugeda,
diputado adicto a Prieto, examinaran las condiciones y límites de esta colabo­
ración. Entablaron conversaciones los dos abogados, y para mejor puntualizar
los extremos de un hipotético pacto, Larraz se entrevistó con Prieto el 14 de
mayo en el domicilio del líder socialista. Informado de lo que se preparaba,
Gil Robles no dio su conformidad, y con su negativa puso fin a las negó-’
daciones, si bien la idea de un Gobierno Prieto continuó alentando en se­
manas sucesivas.

No hay otra solución que un Gobierno Prieto con poderes excepcionales.


El rumor se propaga y el comentario está en todas las bocas. La última es­
peranza de la República se llama Prieto. La crisis se producirá con la lec­
tura de la declaración de un grupo de socialistas reformistas, de censura para
el Gobierno. “Otros Diputados —escribe Manuel Aznar en Heraldo de Ara­
gón (29 de junio)—, que ni siquiera pertenecen a los partidos integrantes del
Frente Popular —es decir, cedistas, agrarios, centristas—, procuran añadir sus
votos, porque Prieto representa hoy las esperanzas de todos los espantados
por la posibilidad de una España catastrófica”. Si se produce la escisión en
el socialismo, Prieto cuenta con la mayoría de Diputados. El Comité Ejecuti­
vo del partido aprobará la participación de los socialistas en el Gobierno en
contra la U. G. T., que considerará roto el pacto electoral si se intenta dar

253
entrada en el Gobierno a elementos no republicanos. “Solo un Congreso del
partido socialista —escribe Claridad (20 de junio )— puede resolver sobre la
colaboración; lo que tiene más cuerpo —en el ámbito parlamentario— es aque­
llo que más graves consecuencias podría acarrear en el Frente Popular: un
Gabinete Prieto.”
El Socialista se limita a desmentir la veracidad de los rumores: “No con
sideramos necesaria ni conveniente la crisis.”
“No creo que haya nadie —responde Prieto desde El Liberal, de Bilbao
(26 de junio)— tan insensato como para desear el ejercicio del Poder públi­
co en España en las circunstancias presentes, harto difíciles. Puedo tranqui­
lizar a los envidiosos, que se crisparían al verme ascender a él. Llevo con­
migo la triple tragedia de no tener fe religiosa, ni vanidad, ni ambición.
Falto de estímulos tan poderosos, los incentivos que me ofrecería el Poder
son demasiado puros para que lleguen a agitar pasionalmente mi espíritu.”
No obstante esta actitud negativa, la cotización de un Gobierno Prieto
sigue en auge. “Prieto es, a nuestro juicio —según La Libertad (29 de ju­
nio)—, el valor bajo cuyo signo izquierdista, con hombres capaces, estén
donde estén, puede formar un Gobierno republicano-socialista que encauce
y resuelva los problemas nacionales. Esperamos que la perspicacia y el amor
al pueblo y a la República del señor Azaña encauce en este sentido la solu­
ción de la próxima crisis.”
El Socialista (3 de julio) reconoce que se ha producido en la calle “un
estado de ánimo que para entendernos fácilmente llamaremos de mesianis-
mo histérico, porque ha disminuido la confianza en el Gobierno”. Nadie
está satisfecho. La preocupación es la musa inspiradora de los que gobier­
nan —escribe Ahora (11 de julio)—. No puede estar satisfecho el Parlamen­
to —dice—, pues toda la legislación que ha votado tiene un carácter adje­
tivo y negativo: la alegría del Frente Popular se ha evaporado; los socialis­
tas riñen entre sí; la C. N. T. choca con la U. G. T.; las divisiones de los
republicanos son patentes. En cuanto a la opinión general, vive inquieta y en
constante nerviosismo ante el cúmulo de conflictos.
Hay que buscar el remedio. Y el “mesianismo histérico” ha puesto su
esperanza en Prieto. El cabo ardiendo a que se agarraban los náufragos de
la República española.

DOCUMENTOS 80 y 81

LA SOLDADURA DEL SOCIALISMO (96) (97)

Fracasado el ascenso de Prieto, el ala derecha socialista se somete, y


el partido pone francamente proa a la revolución. Por eso estos dos docu­
mentos que cierran nuestra visión de la marcha socialista, estos dos docu­
mentos de vísperas trágicas están tomados de El Socialista. Ya estamos en
julio.

254
DOCUMENTO 80 (96)

Partido Socialista Obrero. Manifiesto de la Ejecutiva.

Por la disciplina

Posesionados de sus cargos los camaradas elegidos recientemente para


cubrir las vacantes producidas en la Comisión Ejecutiva, se siente ésta en la
plenitud de su derecho para dirigirse, como lo hace, a las Agrupaciones y
militantes que integran el partido socialista, recabando de todos ellos la más
estricta obediencia a las normas de disciplina que hicieron de nuestro par­
tido una fuerza política ejemplar hasta que la siembra imprudente de discor­
dias, mal fundadas en interpretaciones doctrinales y tácticas, que tienen,
cuando existen, su momento y lugar de discusión adecuados, vino a quebran­
tarla. Mide exactamente la Comisión Ejecutiva su responsabilidad en la
ocasión presente. Conoce bien el valor moral de los votos emitidos por los
afiliados y acepta serenamente los deberes que le corresponden, entre los
cuales considera el de cumplimiento más urgente restablecer la disciplina,
maltratada por quienes no aprendieron o han olvidado el modo de respetar­
la. Dentro de ella tienen perfecta cabida y lícita expresión todas las opinio­
nes. Fuera de ella, ningún derecho le puede ser reconocido a nadie sin que
implícitamente nos avengamos a contemplar cómo se derrumban los soste­
nes morales de nuestra organización, sin los cuales —la experiencia nos lo
dice— se destruyen también los cimientos de su fortaleza. En la estimación
socialista siempre ha contado más la calidad que la cantidad. No es que des­
deñemos el número. Nuestra labor de proselitismo tiende, naturalmente, a
sumar unidades. Pero jamás sacrificaremos la calidad a la cantidad. Un parti­
do de grandes cifras, pero carente de la austera disciplina de que siempre hi­
cimos culto, nunca será el partido de nuestros afanes. Serenamente van estas
palabras al encuentro de la conciencia de los socialistas todos. Serenamente
también advierte la Comisión Ejecutiva que la disciplina, mientras le esté en­
comendada su guarda, es intangible. Observándola pulcramente en la parte
que le toca, espera dar ejemplo a quienes lo necesiten. Cuando el ejemplo
falle y la llamada cordial no rinda fruto, la Comisión Ejecutiva, cumpliendo
deberes inexorables, no por penosos menos imperativos, acudirá al ejercicio
de sus facultades estatutarias, que no son letra muerta ni se escribieron por
pura diversión. Con ello cree interpretar fielmente el mandato que acaba de
conferirle el voto de los militantes del partido.

Frente a todo intento

Sin entrar en el examen detallado de la situación política, la Ejecutiva


considera indispensable una declaración terminante en tomo a ciertas eventua­
lidades, presuntas o reales, que se anuncian verdaderamente. Todo intento de
retroceso en la política republicana nos encontrará en guardia cerrada para

255
hacerle frente, tanto más si se trata de un ensayo fascista, con el cual no ha­
bríamos de transigir. Radicalmente distintas las circunstancias políticas, a cu­
bierto hoy de que los poderes constitucionales incurran en complicidades pa­
rejas a las de entonces, la actitud del partido socialista es, en lo fundamental,
exactamente la misma que en otoño de 1934. Contra el fascismo, toda nues­
I tra capacidad combativa se pondrá en juego. Nadie nos pida tolerancias —que
no caben— ni blanduras frente a un ensayo semejante. Nuestra posición fren­
te al fascismo es una posición de guerra continuada. Para evitar, primero, que
prospere el intento, y para combatirlo por la fuerza si el intento llegara a vías
de realización. Ni contribuiremos a que la revolución democrática fracase por
nuestra culpa, ni hemos hecho voto de resignación ante la amenaza de quie­
nes quieren acogotarla por la violencia. Si las querellas políticas han de diri­
mirse por la dialéctica de la inteligencia, la inteligencia y la razón serán nues­
tras armas. Si se nos invita a combates, la violencia será nuestro sistema. Lo
que nadie puede esperar es que nos avengamos a contemplar impasibles o
desmayados cómo los vencidos de febrero siegan en flor nuestra victoria. La
ganamos para hacerla fructificar, no para dejárnosla arrancar de entre las ma­
nos. Tan resuelta es esa actitud, que nuestras palabras tienen, en cierto modo,
el valor de un aviso. Mañana mismo que surgiera la coyuntura, nuestra voz
se alzaría para pedir al proletariado que se pusiera en pie de guerra.

Robustecimiento del Frente Popular

No hay, por hoy, otra política que el Frente Popular. Contribuir a que­
brantarlo es trabajar, a sabiendas o inconscientemente, en beneficio del ad­
versario. Robustecerlo es, por el contrario, una necesidad vital, a cuyo servi­
cio nos ponemos sin reservas; pero robustecerlo es darle el dinamismo que
hoy le falla. Mentiríamos si no apuntáramos este reparo. Si el Frente Popular
ha de hacer honor a su formación y a sus propósitos, necesita recobrar un im­
pulso que hoy aparece adormecido. Justamente por lo mesurado del progra­
ma suscrito por los partidos que integran el Frente Popular, ese programa
debe llevarse a la práctica con un ritmo aceleradísimo. De la prisa que se
ponga para ello —y hasta hoy no se ha puesto— depende que el Frente Popu­
lar justifique su existencia, y también de la energía que se ponga —la echa­
mos en falta— para la republicanización del Estado. Mientras el mecanismo del
Estado no responda de modo regular y seguro a la inspiración republicana,
la República seguirá siendo prisionera de sus propias debilidades y tendrán
interés muy relativo cuantos programas quieran trazarse. El que hoy está des­
arrollando el Gobierno no es más que un esbozo de la política que el Frente
Popular puede y debe realizar. Desde ese punto de vista lo juzgamos. Y si
pedimos ritmo acelerado en su cumplimiento, no sólo porque las circunstan­
cias políticas y sociales de España lo reclaman de manera apremiante, sino
porque nada se opone —y todo lo aconseja— a que el Frente Popular, reali­
zada su misión inicial, se entregue a empresas de mayor volumen, afrontando
resueltamente los grandes problemas nacionales, que en el programa actual
del Frente Popular han sido soslayados o, cuando menos, eludidos en su en­

256
traña social. Para una política de esa clase ofrece el partido socialista todo
su apoyo. Lo ofrece pensando en los intereses de la clase obrera —primeros
en su estimación— y en los generales del país, que sólo se salvarán en la me­
dida que coincidan con una política de principios auténticamente revolucio­
narios.
Por la Comisión Ejecutiva: Ramón Lamoneda, secretario; Ramón Gon­
zález Peña, presidente.

DOCUMENTO 81 (97)

Contra los intentos reaccionarios. Una importante nota de las Organiza­


ciones y partidos obreros.
Conocidos los propósitos de los elementos reaccionarios enemigos de la
República y del proletariado, las Organizaciones políticas y sindicales, repre­
sentadas por los firmantes, se han reunido y han establecido una coincidencia
absoluta y unánime en ofrecer al Gobierno el concurso y el apoyo de las ma­
sas que les son afectas para todo cuanto signifique defensa del régimen y re­
sistencia contra los intentos que puedan hacerse frente a él.
Esta coincidencia no es solamente circunstancial; por el contrario, se pro­
pone subsistir con carácter permanente mientras las circunstancias lo aconse­
jen, para fortalecer el Frente Popular y para dar cumplimiento a los designios
de la clase trabajadora, puestos en peligro por los enemigos de ella y de la
República.
Por la U. G. T., Manuel Lois.—Por la Federación Nacional de Juventudes
Socialistas, Santiago Carrillo.—Por la Casa del Puebdo, Edmundo Domínguez.
Por el partido socialista, Jiménez Asúa,—Por el partido comunista, José Díaz.

Los miembros de la Comisión Ejecutiva de nuestro partido que se en­


contraban en Madrid se reunieron ayer por la mañana y decidieron convocar
urgentemente a los que estaban ausentes. A primera hora de la tarde se reci­
bía en las oficinas del partido la notificación que hacía la Federación Nacio­
nal de Juventudes Socialistas, transmitida por el compañero Santiago Carrillo,
haciendo saber que la referida entidad juvenil se ofrecía a la Comisión Eje­
cutiva, atendiendo a las circunstancias actuales, para todo aquello que fuera
útil a la defensa de los intereses de la clase trabajadora. Horas más tarde vi­
sitaban a nuestros camaradas los compañeros José Díaz y Vicente Uribe, por
el partido comunista, que manifestaron sus deseos de celebrar una reunión
con los dirigentes de los partidos y organizaciones obreras, al objeto de con­
certar una acción común que hiciera frente a las posibles agresiones fascistas
y fortaleciera la política del Frente Popular.
A las ocho de la noche, después de la reunión de la Comisión Ejecutiva,
quedaban reunidos los compañeros Manuel Lois, por la U. G. T.; Eduardo

257
17
Domínguez, por la Junta Administrativa de la Casa del Pueblo; Carrillo y Ca-
zorla, por la Federación Nacional de Juventudes Socialistas; José Díaz y Vi­
cente Uribe, por el partido comunista, y Jiménez Asúa, Lamoneda, Vidarte,
Cruz Salido, Prieto, De Gracia, Albar y Bugeda, por el partido socialista.
Todos los reunidos expusieron su opinión sobre el tema que los congre­
gaba, y coincidiendo en la apreciación de las actuales circunstancias, así como
en la intervención que corresponde llevar a cabo en la defensa del proletariado
y de la República, convinieron en facilitar la nota que más arriba destacamos.
También se acordó que un representante de cada una de las entidades que
habían concurrido visitara al Presidente del Consejo de Ministros para trasla­
darle estas decisiones.
A las doce de la noche se entrevistaron en el Ministerio de la Guerra con
el Presidente del Consejo, las representaciones de los partidos socialista y co­
munista, Unión General de Trabajadores, Federación de Juventudes Socia­
listas y Junta Administrativa de la Casa del Pueblo. Representaban al partido
socialista Prieto y Vidarte; al partido comunista, Vicente Uribe; a la Unión
General de Trabajadores, Manuel Lois; a la Federación de Juventudes Socia­
listas, Carrio, y a la Junta Administrativa de la Casa del Pueblo, Edmundo
Domínguez.
Prieto expuso al señor Casares Quiroga el objeto de la visita, diciendo
que los Comités de las organizaciones mencionadas habían celebrado una re­
unión, en la cual tal era la coincidencia del criterio de todos, que bastaron
muy breves minutos para adoptar las resoluciones que habían de ser toma­
das, una de las cuales era la de testimoniar directamente al Presidente del
Consejo, como lo hacían en esta entrevista, que las referidas colectividades
políticas y sindicales ofrecían, desde luego, su concurso al Gobierno de la
República para la defensa del régimen en el caso de que éste se vea atacado
mediante un movimiento subversivo, consignando que este concurso no ha de
limitarse a una simple manifestación verbal, por muy fervorosa que fuese, sino
a dar la plena garantía de que las masas obreras encuadradas en las entidades
cuyas representaciones visitaban al Presidente del Consejo estaban resueltas
a sumarse a los elementos armados del Gobierno para combatir cualquier sub­
versión. A este efecto se deponían instantánea y totalmente cuantas diferencias
puedan existir en el seno de las colectividades referidas, pudiendo tener el
Gobierno la seguridad de que todas ellas, formando un haz apretado, se dis­
pondrían a luchar con la intensidad que fuese necesaria en pro del manteni­
miento del régimen republicano.
El señor Casares Quiroga contestó que agradecía muchísimo este ofre­
cimiento ; pero que no le sorprendía, pues en todo instante estuvo seguro de
que si llegaba cualquier peligro los partidos y organizaciones obreras que le
visitaban se hallarían prestos a cooperar a la defensa de un régimen por cuya
instauración pelearon.
La entrevista, que fue muy afectuosa, terminó reiterando: los comisionados,
su ofrecimiento, y el Presidente del Consejo, la expresión de su gratitud.

258
DOCUMENTO 82

LOS ANARQUISTAS EN SU ELEMENTO (98)


En un ambiente de desintegración, el anarquismo está en su elemento.
Empezamos la cita de los documentos anarquistas por este delirante artículo
en que se dan mueras al Estado con citas evangélicas. En el concierto de locu­
ras de la primavera trágica, la habitual locura anarquista casi no des­
entona : San Pablo queda propuesto como modelo de anarquistas.

Azaña, la ley y nosotros... “Mas ahora estamos libres de la ley, habiendo


muerto a aquella en la cual estábamos detenidos, para que sirvamos en no­
vedad de espíritu y no en vejez de letra.”
“¿Qué, pues, diremos? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Empero,
yo no conocí el pecado sino por la ley: porque tampoco conociera la concu­
piscencia si la ley no dijera: no codiciarás.”
“Mas el pecado, tomando ocasión, obró en mí por el mandamiento toda
concupiscencia: porque sin la ley el pecado “está” muerto en mí.”
“Así que yo, sin ley, vivía por algún tiempo; mas venido el mandamien­
to, el pecado revivió y yo morí.”
(Epístola de San Pablo. Capítulo 7, Vols. (sic) 6, 7. 8 y 9.)
¿Izquierdas? ¿Derechas? ¡Qué más da! Dicen que a Cristo lo crucifi­
caron entre dos ladrones. Derechas o zurdas no les interesa otra cosa que la
ley; cada una la suya, pero en el centro, siempre el pueblo crucificado...
Azaña dijo que el que saliera de la ley se encontraría con él; otro tanto
decían Antonio Maura, Dato, Primo, Maura II y Gilito. Eso lo dicen todos;
lo repiten hasta la saciedad; pero, ¿en qué consiste que el único que de
verdad topa con las leyes es el proletariado? No exponemos esta vez doc­
trinas de teóricos socialistas, marxistas o anarquistas; es un santo el que dice
lo que son las leyes; los cuatro versículos transcritos encierran gran sustancia
anarquista; el tal santo debió ser un gran libertario; examinadlo detenida­
mente; ved en esos pensamientos un verdadero fondo anárquico...
Nosotros no podemos acatar las leyes; nos las imponen por la fuerza;
si acatáramos las leyes sería tanto como acatar el Estado.
El Estado fabrica las leyes, y éstas son las que sostienen a aquél.
Por eso todos los que representan el Estado no dicen claramente que res­
peten o acaten al Estado, sino a las leyes. Corolario: A un Gobierno que es
antipático a todo el país nunca lo queman vivo, aunque se cisque en todo
un pueblo, porque las leyes le ponen a salvo del mal humor del pueblo.
¡Leyes! ¡Estado! ¡Qué asco!
Azaña dijo no ha mucho que no sería el mismo. Pronto lo veremos.
Nosotros hemos atacado a Azaña y a Gilito cuando estaban en el Poder;
cuando están caídos, les recordamos sus hazañas, pero no nos ensañamos con
ellos, porque es tarde ya para reparar el daño que hayan podido realizar;
mas ahora no quiero desaprovechar esta ocasión para recordar algunos frag­
mentos de las diatribas lanzadas contra Azaña por periodistas de “abolengo”
cuando ya le creían para siempre muerto.

259
“...y empieza a regirse no por las normas ordinarias a que ajusta su
proceder todo el mundo, sino por el capricho que, viniendo de los dioses,
puede ser respetable, en los seres de carne y hueso, una evasión viva. Es la
lógica de los tiranos.
“¿Quién no recuerda los traspiés y los fracasos de Azaña en el Poder?
Lo trágico de este hombre es que, en general, ha guiado sus pasos de gober­
nante por las más nobles intenciones. Redujo a cañonazos la intentona re­
volucionaria del Llobregat, porque le asustaba el desorden, que es el enemi­
go del progreso moral, y sofocó la rebelión del 10 de agosto, apurando la
serenidad, etc.
“Embarcó a los amotinados del “Bata”, y dispuso que todo el señorío mo­
nárquico, más o menos comprometido en el alzamiento del 10 de agosto, in­
vernase en Villa Cisneros.
“Luego se produjo lo de Casas Viejas, que ha sido una de las jornadas
más ignominiosas del régimen, y el descrédito de Azaña, como gobernante,
quedó sellado con una rúbrica de sangre.
“¿Qué va a hacer Azaña?, se preguntaba todo el mundo. Yo creí que pe­
diría asilo a la literatura esperando mejores tiempos.
“Si, contra toda justicia, se gritó en España ¡Maura, no!, ofendiendo a un
hombre de alta alcurnia espiritual, a quien la patria echa de menos en estas
horas aciagas, ¿qué no diríamos de Azaña, que diese la medida de nuestra
reprobación y nuestro desprecio a su conducta?”
(Manuel Bueno, en ABC del 22 de octubre de 1934.)
Hay mucho más; acaso otro día desenterremos alguno más de estos re­
cuerdos; para ellos dicen muy poco; ha sido su juego de siempre: unos a
otros se tiran la pelota sin miramientos de ningún género, porque, aunque
pierdan, les es indiferente: invariablemente, paga el pueblo. ¿Qué diferen­
cia puede haber para nosotros entre Casas Viejas y Asturias, si unos y otros
son carne de nuestra carne? Ellos se solazan afrentándose mutuamente con
estas cosas, pero sin sentirlas lo más mínimo; con ello creen inflamar nues­
tro sentimiento íntimo para despertar en nosotros la aversión hacia éste
o aquél; no, los detestamos a todos, los aborrecemos...
Porque el proletariado es utilizado por ellos de pantalla; nada se ha he­
cho por él que partiera de la buena voluntad de los políticos; las escasas
ventajas de que hoy gozamos cuestan al proletariado un inmenso chorro de
sangre y lágrimas; los políticos no hacen sino ceder, cuando ya no pueden
menos, a las reiteradas pretensiones, a los imponentes empujes de los traba­
jadores ; por táctica más que por sentimiento; es muy fácil engañar al pue­
blo: una pequeña concesión y un montón de promesas bastan para calmar
impaciencias y asegurarse el modus vivendi por una temporada..., y el mundo
sigue dando vueltas.
Nosotros estamos situados en el lugar que nos corresponde; y si hubiera
un poco más de comprensión por parte de muchos trabajadores, llegaríamos
antes al final de nuestro camino: a la emancipación total; pero observo con
dolor profundo que nos es más difícil vencer la ignorancia de una parte del
proletariado que la malicia de los políticos; para el trabajador consciente

260
no debe, no puede haber más que dos caminos: o con la burguesía o frente
a ella; si opta por lo primero es que consiente ser esclavo, en no ser nada;
pero si se coloca en su puesto, en el nuestro, vendrá con nosotros por el ca­
mino de la revolución, que es el más recto y en el que no caben engaños.
Pensadlo bien.
Máximo Sirio

DOCUMENTO 83

LA VISION ANARQUISTA DE LA PRIMAVERA TRAGICA (99)

En varias ocasiones hemos escrito que la mera existencia de un inte­


lectual anarquista nos parece contradictoria. Sin embargo, los hay, y
J. Peirats es uno de ellos. He aquí cómo recuerda el historiador anar­
quista la trayectoria histórica de la primavera. Su síntesis es de un sim­
plismo cínico y aterrador: insinúa que la España levantada en julio había
programado la muerte de Calvo Sotelo.
A partir de la disolución del Parlamento, las ultraderechas se libraron a
la provocación sistemática. ¿Para caldear el ambiente y crear las condicio­
nes psicológicas propicias al golpe militar? A veces estas provocaciones te­
nían viso de ensayo general en vísperas de la representación oficial.
Los cavernosos rumores de los cuarteles sobresaltaron a la C. N. T. el
14 de febrero, fecha en que lanzaba un manifiesto profético:
“Día por día va tomando mayores proporciones la sospecha de que ele­
mentos derechistas están dispuestos a provocar una militarada... Marruecos
parece el foco mayor y epicentro de la conjura. La acción insurreccional está
supeditada al resultado de las elecciones. El plan teórico y preventivo lo
pondrán en práctica si el triunfo electoral lo consiguen las izquierdas. Nos­
otros, que no defendemos la República, pero que combatiremos sin tregua
al fascismo, pondremos a contribución todas las fuerzas para derrotar a los
verdugos históricos del proletariado.”
El 18 de marzo, ante nuevas insistencias de estos rumores, el Ministro
de la Guerra, General Masquelet, se indignaba en una nota:
“Han llegado a conocimiento del Ministro de la Guerra ciertos rumores
que, al parecer, circulan insistentemente cerca del estado de ánimo de la ofi­
cialidad y clases del Ejército. Estos rumores que, desde luego, se pueden ca­
lificar de falsos y desprovistos de todo fundamento, tienden, sin duda, a au­
mentar la inquietud pública, a sembrar animosidades contra las clases mili­
tares y a socavar, si no a destruir, la disciplina, base fundamental del Ejér­
cito.”
La C. N. T. celebraba su Congreso nacional extraordinario el primero
de mayo en Zaragoza. Los resultados más interesantes son: la solución
definitiva del pleito escisionista; la autocrítica de los recientes movimientos
revolucionarios propios; la programación del comunismo libertario; las pro-

261

>
posiciones de alianza revolucionaria a la U. G. T. Los aspectos más impor­
tantes de esta última resolución son los siguientes:
“Primero.—La U. G. T., al afirmar el pacto de alianza revolucionaria,
reconoce implícitamente el fracaso del sistema de colaboración política y
parlamentaria. Como consecuencia lógica de este reconocimiento dejará de
prestar toda clase de colaboración política y parlamentaria al actual régimen
imperante.
Segundo.—Para que sea una realidad efectiva la revolución social hay que
destruir completamente el régimen político y social que regula la vida del
país.
Tercero.—La nueva regularización de convivencia, nacida del hecho revolu­
cionario, será determinada por la libre elección de los trabajadores reunidos
libremente.
Una vez más, esta invitación quedaría incontestada.
Los acontecimientos se precipitaban. El terrorismo falangista (“dialéctica
de las pistolas”) se acentúa. Escapan de justeza a las balas Jiménez de
Asúa, Largo Caballero, Eduardo Ortega y Gasset. Con este apuntar a la
“cabeza”, ¿se quiere provocar la revancha en un “pez gordo” de la dere­
cha? Un día es asesinado el teniente de guardias de Asalto José del Cas­
tillo. Tres días después los compañeros de Cuerpo del asesinado se vengan
en el líder del Bloque Nacional de Derechas (Calvo Sotelo), que se ha de­
clarado fascista en pleno Parlamento. ¿Es el factor psicológico que se bus­
caba? La insurrección militar ya tendrá su bandera, su protomártir, su mística.

DOCUMENTO 84

LA PREPARACION DEL CONGRESO ANARCOSINDICALISTA DE


ZARAGOZA (100)

Este revelador documento publicado por Peirats, que damos aquí en


versión retraducida y con supresión de párrafos intermedios, es tremen­
damente sugeridor. Aquí hay un perfecto programa anarquista que mere­
ció las entusiásticas aprobaciones de aquel Congreso de dementes. Pero
lo realmente trágico es la exactitud de la estupenda frase de Thomas
que cierra la cita. Tras este alegato salvaje, en el que se adivina la mano
i del errático doctor Isaac Puente (¿por qué hay tantos médicos entre los
“intelectuales” del anarquismo?), parecen bizantinas todas las discusio­
nes sobre documentos subversivos anteriores al 18 de julio. Sobre la au­
tenticidad del actual no cabe duda alguna. Ha sido publicado por los
propios correligionarios del autor, por los mismos que, en miles de po­
blaciones españolas, cumplieron sus esquizofrénicas consignas.

Al final de la etapa violenta de la revolución se declarará abolida la pro­


piedad privada, el Estado, el principio de autoridad y, en consecuencia, las

262
clases que dividen a los hombres entre explotados y explotadores, opresores
y oprimidos. Una vez que se socialice la riqueza, los productores ya libres
recibirán el encargo de administrar directamente la producción y el con­
sumo. Después de instaurar en cada localidad la comuna libertaria, pondre­
mos en pie el nuevo mecanismo social. Los productores decidirán libremente
la forma en que quieran organizarse. La comuna libre se apoderará de la
propiedad que era anteriormente de la burguesía: comida, vestido, instrumentos
de trabajo, materias primas, etc. Todo esto pasará a los productores, de forma
que ellos administrarán directamente esos bienes para beneficio de la comu­
nidad. Las comunas suministrarán el máximo de comodidades para cada ha­
bitante, asegurarán la asistencia a los enfermos y la educación a los jóvenes;
todos los hombres hábiles se preocuparán de llevar a cabo sus tareas vo­
luntarias en favor de la comunidad de acuerdo con su fuerza y habilidad.
Todas estas funciones no tendrán carácter ejecutivo ni burocrático. Aparte
de los que desempeñen funciones técnicas, el resto desempeñará sus tareas
como productores, reuniéndose en sesión al fin del día para discutir las cues­
tiones de detalle que no requieren la aprobación de las asambleas comunales.
Cualquier período constructivo demanda un sacrificio.
La base de la administración serían las comunas autónomas, aunque se
federarían regional y nacionalmente. “El derecho de autonomía no excluirá
el deber de llegar a convenios de conveniencias colectivas.”
Un grupo de pequeños pueblos puede unirse en una comuna única. La
asociación de productores industriales y agrícolas en cada comuna (como el
Consejo de Estadística) se federaría nacionalmente; el intercambio de bienes
entre comunas estaría a cargo de diversas asociaciones profesionales y de
otro tipo. En cuanto a la familia, la revolución no operaría violentamente
contra ella en principio, pero tendría que desaparecer el trato diferente social
o profesional de las mujeres. “La comunidad libertaria proclama el amor
libre sin más regulación que la voluntad del hombre y la mujer, garanti­
zándose la salvaguardia de la comunidad en los niños.” Al mismo tiempo,
y mediante una buena educación sexual que comenzará en la escuela, se
debería inculcar la selección eugenésica, de forma que los seres humanos en
adelante se formasen conscientemente en orden a producir niños sanos y her­
mosos.
“Sobre los problemas de índole moral que el amor puede traer a la so­
ciedad de la comunidad libertaria, la comunidad y la libertad tienen sola­
mente dos caminos abiertos: la ausencia. Para muchas enfermedades se re­
comienda un cambio de aires. Para la enfermedad del amor se recomienda
un cambio de comuna. La religión, esa manifestación puramente subjetiva,
será reconocida mientras quede en el santuario de la conciencia individual,
pero en ningún caso será permitida como una manifestación pública o una
coacción moral o intelectual.”
El analfabetismo será atacado enérgicamente. Se restaurará la cultura
para aquellos que han sido desposeídos de ella. Se creará una Federación
Nacional de Educación, cuya misión será educar una nueva humanidad en
la libertad, la ciencia y la igualdad social.

263
Todo tipo de premio y castigo será eliminado. El cine, la radio, las mi­
siones culturales serán excelente y efectiva ayuda para una rápida transfor­
mación intelectual y moral de las generaciones actuales. El acceso a las artes
y a las ciencias será gratuito.
No habrá distinción entre trabajador intelectual y manual: todo el mun­
do será las dos cosas. “La misma evolución es una línea continua, aunque
a veces no sea recta; el individuo tendrá siempre aspiraciones: hacerlo me­
jor que sus padres, que sus contemporáneos. Todas estas ansiedades de crea­
ción artística, científica y literaria no estarán del todo fuera de lugar en la
sociedad libre, que las cultivará; habrá días de recreo general, ciertas horas
al día para visita a exposiciones, teatros y cines. Mientras la revolución so­
cial no haya triunfado intemacionalmente será necesario difundir, defender
la revolución.”
Un ejército permanente será un peligro. El pueblo armado será la mejor
garantía contra la restauración de la vieja sociedad.
La importancia de este documento radica en el hecho que dos meses
después los principios aquí proclamados se estaban llevando a la práctica
en varios miles de localidades españolas. (Conclusión de Hugh Thomas.)

DOCUMENTOS 85 y 86

LA ONDA EXPANSIVA Y ROMPEDORA DEL ANARCOSINDICALIS­


MO (101) (102)

Dos documentos anarquistas definitivos, de mayo y junio. En el pri­


mero, la C. N. T. propone un pacto revolucionario a la U. G. T.; en el
segundo, la destrucción del Frente Popular se hace postulado de com­
bate. El desbordamiento de la República está consumado: las profecías
de la desintegración se han cumplido.

DOCUMENTO 85 (101)

La segunda gran jornada del histórico Congreso de la C. N. T. De la


unidad confederal a la alianza revolucionaria. El Congreso, en su sesión de
ayer tarde, resuelve proponer a la U. G. T. un pacto revolucionario que,
facilitando la unidad de lucha, dé la victoria al proletariado.
Dictamen aprobado por el Congreso de la C. N. T. sobre alianzas revo­
lucionarias.

Al Congreso

Desde el asalto al Poder por el General Primo de Rivera, el proletariado


español vive en latente inquietud revolucionaria. Durante el período dicta-

264
torial fueron innumerables los incidentes de revuelta del pueblo, determi­
nando que las altas esferas políticas del país se preocupasen por canalizar
el sentimiento revolucionario de los trabajadores por los senderos confor­
mistas revolucionarios de la democracia, lo que fue posible al conseguir que
organismos obreros ugetistas se enrolasen en la convocatoria de elecciones,
que determinó el triunfo político de la República.
Al derrumbamiento de la Monarquía, la U. G. T. y el partido que le sirve de
orientador han sido fieles servidores de la democracia republicana, pudiendo
constatar por propia experiencia la inutilidad de la colaboración política y par­
lamentaria. Merced a esta colaboración, el proletariado en general, al sentirse di­
vidido, perdió parte del valor revolucionario que en otros momentos le caracte­
rizó. El hecho de Asturias demuestra que, recobrado ese sentido de su propio
valor revolucionario, el proletariado es algo imposible de hundir en el fracaso.
Analizado, pues, todo el período revolucionario que ha vivido y está vivien­
do España, esta Ponencia ve la ineludible necesidad de unificar, en el hecho re­
volucionario, a las dos organizaciones: Unión General de Trabajadores y Confe­
deración Nacional del Trabajo.
Por lo expuesto, recogiendo el sentir de los acuerdos generales de los Sindi­
catos afectos a la Confederación, hemos acordado someter al Congreso el siguien­
te dictamen:
Considerando que es ferviente deseo de las clases obreras españolas el de­
rrocamiento político y social existente, y considerando que la U. G. T. y C. N. T.
aglutinan y controlan en su seno a la totalidad de los trabajadores organizados
en España, esta Ponencia entiende:
Que la Confederación Nacional del Trabajo de España debe dirigirse oficial
y públicamente a la U. G. T., emplazándola para la aceptación de un pacto
revolucionario, bajo las siguientes bases fundamentales:
Primero.—-La U. G. T., al afirmar el pacto de alianza revolucionaria, reconoce
explícitamente el fracaso del sistema de colaboración política y parlamentaria.
Como consecuencia lógica de dicho reconocimiento dejará de prestar toda clase
de colaboración al actual régimen imperante.
Segundo.—Para que sea una realidad efectiva la revolución social hay que
destruir completamente el régimen político y social que regula la vida del país.
Tercero.—La nueva regulación de convivencia, nacida del hecho revolucio­
nario, será determinada por la libre elección de los trabajadores, reunidos libre­
mente.
Cuarto.—-Para la defensa del nuevo régimen social es imprescindible la uni­
dad de acción, prescindiendo del interés particular de cada tendencia. Solamente
defendiendo el conjunto será posible la defensa de la revolución de los ataques
del capitalismo nacional y extranjero.
Quinto.—La aprobación del presente dictamen significa que el Comité Na­
cional queda implícitamente encargado, si la U. G. T. acepta el pacto de entrar
en relación con la misma, con objeto de regularizar la buena marcha del pacto,
ateniéndose a los acuerdos arriba expresados y a los ya existentes en el seno de
la C. N. T. en materia revolucionaria.

265
í
'■

iI Artículo adicional.—Estas bases representan el sentido mayoritario de la


C. N. T., y tienen un carácter provisional, y deberán servir para que pueda te­
ner lugar una entente con la U. G. T., cuando este organismo, reunido en Con­
greso Nacional de Sindicatos, formule por su parte las bases que crea conve­
niente para la realización obrera revolucionaria. Al efecto, se nombrarán dos
Comités Nacionales de enlace, los cuales, procurando concretar los puntos
de vista de ambas centrales sindicales, elaborarán una Ponencia de conjunto
que será sometida a la discusión y referéndum de los Sindicatos de ambas
centrales.
El resultado de este referéndum será aceptado como acuerdo definitivo,
siempre que sea la expresión de la mayoría representada, por lo menos, por
el 75 por 100 de votos de ambas centrales sindicales.
Por tanto, todas las relaciones que se entablen en el sentido serán re­
frendadas por los organismos sindicales.

Los ponentes

San Felíu de Guixols, Francisco Iglesias; Construcción de Barcelona,


F. Roca; Gastronómica de Valencia, José Pros; Industrias varias de Alcoy,
Enrique Vañó; Metal de Santander, Gregorio Gómez; Construcción de San
Sebastián, Aniceto Galluráldez; Metalúrgicos de La Felguera, Eladio Fanjul;
Construcción de Madrid, Cipriano Mera; Construcción de Sevilla, Juan Arcas;
Subsección Madrid, Norte, Jaime Escalé; Oficios Varios de Santa Cruz de
Tenerife, José Talavera; Carga y Descarga de Santa Cruz de Tenerife, Ho­
racio Paz Martín; Oficios Varios de Formentera, Angel Palorn; Mineros de
Louzabe, Enrique Fernández; Panaderos de La Coruña, Juan Hermida; Me­
talurgia de Zaragoza, Emilio Lapiedra; Madera de Granada, Evaristo Torral-
ba; Ferroviarios Norte Zaragoza, Antonio Bello.—Zaragoza, 7 de mayo de
1936.

DOCUMENTO 86 (102)

¡¡Ha llegado la hora de definirse!! ¡O por el Frente Popular, o por la


alianza revolucionaria entre los trabajadores, que el proletariado reclama im­
perativamente! Empiezan los procedimientos políticos de siempre. Cruzada anti-
confederal del izquierdismo.
Súbitamente, el Gobierno ha desatado una acción represiva contra la C. N. T.
El telégrafo trae la noticia de la clausura de los Sindicatos de la Confederación
en Madrid y de la detención de numerosos militantes y obreros. Al mismo tiem­
po, en Zaragoza se procede a la detención de los componentes del Comité Na­
cional.
Hace unos días. Casares Quiroga, en el acto de presentación del Gobierno
ante las Cortes, aseguró que éste sería beligerante ante el fascismo. Nosotros
nos permitimos poner en duda aquellas afirmaciones. Y es que tenemos un

266
caudal propio de conocimientos, recogidos de la diaria experiencia. Los he­
chos no han tardado en darnos la razón. El Gobierno es beligerante... frente a
la C. N. T. Y no se cae en la cuenta que perseguir a la C. N. T., debilitar sus
organismos sindicales es hacer el juego al fascismo, facilitar su victoria.
En un Estado dirigido por los hombres del Frente Popular que inscribieron
en su programa de gobierno el respeto y la defensa de las libertades públicas,
el proletariado no puede declararse en huelga. Las huelgas se consideran atenta­
dos a la República. El proletariado reclama más pan, más justicia, y una hoja
casi ministerial como “La Publicat” se permite lanzar los siguientes exabruptos:
“La República ha de defenderse, y el encargado de su defensa es el Go­
bierno que la representa. Si el extremismo obrero se propone destruirla, cabe
tratarlo como enemigo del régimen, porque mientras no haya realizado todas
las reformas de carácter social que tiene en su programa, nadie puede entorpe­
cer su acción, y mucho menos los que contribuyeron a darle el Poder. Si el ex­
tremismo marxista, o el anarquismo organizado, dieron sus votos con reservas,
que se desengañen, que con la táctica que han emprendido no hacen más que
preparar la derrota.”
“La Humanitat” concuerda con estas palabras. El Gobierno de Cataluña ha
hecho declaraciones que han tenido la virtud de tranquilizar a la caverna, pero
que han puesto sobre aviso al proletariado.
Hay huelgas en España. Esto es natural y lógico. Si se quiere dar a las elec­
ciones pasadas un sentido de avance; si se interpreta que el pueblo se ha liber­
tado a través de ellas del bienio sangriento —y esto se proclama todos los
días—, ¿por qué esa sorpresa ante la agitación de las masas? Estas quieren me­
jorar. Y han confiado en que podrían hacerlo a través del respeto a las liber­
tades públicas, fundamento del programa del Frente Popular.
Pero ahora ocurre que el fenómeno normal de las huelgas —tanto más nor­
mal después de un período de contención violenta— que se han producido, se
producen y se producirán mientras exista el capitalismo, se considera como un
ataque directo a la República. Y ésta se prepara para la defensa, organiza la
ofensiva contra la C. N. T., algunos días después de declarar solemnemente su
beligerancia contra el fascismo.
¿Qué ocurre? El fascismo, intranquilizado por la actividad proletaria, echa
al vuelo las campanas de la alarma. Es natural que así sea, porque la beligeran­
cia obrera va directamente contra las cajas del capitalismo y contra el espíritu
de reacción. La Prensa de derechas eleva su grito al cielo. Nada tendría esto de
particular si no viéramos cómo la alarma circula de las esferas capitalistas y
reaccionarias al oficialismo izquierdista. Y que, bajo la presión del temor, o del
odio, movilizan el aparato de represión. Resulta, pues, que las inquietudes del
capital encuentran en las esferas oficiales inmediatas resonancia, no así las ra­
zones del proletariado, que suenan como campana de palo. De ahí que las dere­
chas gobiernen indirectamente, a través de un Frente que va en camino de ser
impopular.
Todo esto lo teníamos, por viejo, olvidado. Sabíamos que el espíritu de re­
novación del proletariado no compagina con los intereses de una República
que aspira a conservarse y a conservar las instituciones fundamentales que la

267
modulan. Comprobamos, una vez más, que las izquierdas no han aprendido
nada. Que, al entrar en guerra con el proletariado, al entretener y debilitar la
fuerza de sus organizaciones, favorecen enormemente al fascismo, que acecha
el momento oportuno.
Y no es que nosotros seamos amigos de la huelga por la huelga. Recorriendo
la colección de nuestro diario pueden apreciarse nuestros continuos llama­
mientos a una mejor administración de nuestras fuerzas que evite las dilapida­
ciones inútiles de energías, en pro de los supremos movimientos para los que
tiene que organizarse el proletariado. Empero, en perfecta justicia, los traba­
jadores son muy dueños de plantear movimientos reivindicativos, y este derecho
sólo puede serles negado procediendo al estilo fascista.
En toda esta oleada de incitaciones al Gobierno que parten de la Prensa iz­
quierdista, nos interesa particularmente reparar en la posición de los dos dia­
rios socialistas. La publicación oficial del partido sigue quejándose de lo que
califica de intento de absorción realizado por la C. N. T. en Madrid. Aparte de
que esta crítica no hace más que alentar al Gobierno en sus propósitos perse­
cutorios, en la misma proporción en que contribuye a aumentar su alarma, ol­
vida el colega que es el menos indicado para hablar de esta manera.
En más de una ocasión ha sostenido un criterio de unificación como con­
trapeso a la corriente aliancista. De unificación de todo el proletariado en las
filas de la U. G. T., bajo su bandera idealista y con sus técnicas de lucha. Es
decir, absorción lisa y llana. ¿Quiere El Socialista que transcribamos textual­
mente?
Claridad se refiere también a las huelgas —tema obligado en estos días—
y por acometer contra la táctica equivocada de la C. N. T. olvida que la inmensa
mayoría de éstas son movimientos colectivos de la U. G. T. y de la C. N. T., a
las que debe, por tanto, solidaridad. ¿No reconoce, acaso, que son hijas de un
estado pasional de la multitud? ¿Pues entonces? Mal viene este comentario,
poco cordial, sobre todo cuando acaban de ocurrir hechos de cuya magnitud ha­
blaremos oportunamente, que obligan a plantear seriamente el problema de la
definición: o por el Frente Popular o por la alianza C. N. T.-U. G. T., que
el proletariado reclama imperativamente.
Creemos que lo que verdaderamente perjudica los propósitos de alianza es
empeñarse en una solidaridad imposible, cada día más difícil, con las fuerzas
gubernamentales, en lugar de enfilar la proa abiertamente hacia la inteligencia
con la Confederación. Estas críticas son totalmente inoportunas, sobre todo
cuando se hacen desde Madrid, en momentos en que se clausuran los Sindicatos
de la C. N. T. Son injustas, además, puesto que se dice en ellas que la actitud
del Poder es benéfica para nuestra central. Lo que tendría que hacer Claridad
es protestar contra los excesos autoritarios. En el peor de los casos, callar.

Terminemos afirmando que lo menos que puede hacer un Gobierno que se


vanagloria de proceder de los medios populares es, si no se siente con fuerzas
para anticiparse a las demandas obreras, legítimas en todos los casos, absoluta-

268
mente populares, respetar los movimientos que se producen como resultado de
un malestar que nadie puede negar, que está a la vista de todos. No se olvide
que el proletariado español ocupa uno de los últimos puestos en cuanto a re­
tribución y condiciones de vida en el concierto internacional.

DOCUMENTOS 87, 88, 89 y 90

JOSE ANTONIO PRIMO DE RIVERA ANALIZA EL FRENTE POPU­


LAR (103) (104) (105) (106)

En el primero de estos documentos, José Antonio Primo de Rivera


protesta ante el separatismo rampante entre la indiferencia nacional. En
el segundo analiza a fondo las pobres realizaciones del Gobierno del
Frente Popular. En el tercero da consignas para las elecciones munici­
pales, y en el cuarto comenta la triste liquidación del Bloque Nacional
de derechas. Es una de las pocas cabezas claras que quedan en la pri­
mavera trágica.

DOCUMENTO 87 (103)

Más grave que todo lo que está aconteciendo en estos días es la marcha
vertiginosa de los partidos separatistas catalanes hacia el recobro de su ab­
soluto predominio y, quizá más grave que eso, la indiferencia española ante
el fenómeno.
No es que parezca como si no se hubiera producido el 6 de octubre; es
que parece —y es— que ha triunfado el 6 de octubre. Aquel 6 de octubre
en que se gritó: “¡Catalanes, a las armas!” contra España.
Los mismos nombres en el Poder. Y aclamaciones frenéticas por las ca­
lles para quienes simbolizan la muerte de oficiales y soldados que salie­
ron a las calles de Barcelona en defensa de la unidad.
En el frenesí de la multitud, apiñada en torno a Companys, ni un “¡Viva
España!” se ha escapado. Todo ha sido vivas a Cataluña y a la República,
proferidos con el designio patente de eludir la pronunciación del odiado
nombre de España. De igual manera se eludirá el pronunciarlo en la forma­
ción de la infancia catalana, ya en camino de ser entregada por entero a ma­
nos separatistas. Ni siquiera se guardará para España un silencio de extran­
jería, sino que se empleará el más cauto rencor en extirpar del alma de los
niños eso que llaman los separatistas el asimilismo español.
Sean cuales sean los requerimientos de la hora, no neguemos ni un ins­
tante de desvelo a esta terrible inminencia de Cataluña.
De la tierra española de Cataluña, que por nada, cueste lo que cueste,
nos avendremos a perder.

269
DOCUMENTO 88 (104)

La voz del jefe desde el calabozo: “\No desmayéis\ Sabed que en sus
focos antiguos la Falange se mantiene firme a la intemperie, y que en estas
horas de abatimiento colectivo ella rehabilita, con su coraje combatiente, el
aecoro nacional de los españoles.”
Como anunció la Falange antes de las elecciones, la lucha ya no está
planteada entre derechas e izquierdas turnantes. Derechas e izquierdas son
valores incompletos y estériles; las derechas, a fuerza de querer ignorar la
apremiante angustia económica planteada por los tiempos, acaban de pri­
var de calor humano a sus invocaciones religiosas y patrióticas; las izquier­
das, a fuerza de cerrar las almas populares hacia lo espiritual y nacional,
acaban por degradar la lucha económica a un encarnizamiento de fieras. Hoy
están frente a frente dos concepciones totales del mundo; cualquiera que
venza interrumpirá definitivamente el turno acostumbrado; o vence la con­
cepción espiritual, occidental, cristiana, española de la existencia, con cuan­
to supone de servicio y sacrificio, pero con todo lo que contiene de dignidad
individual y de decoro patrio, o vence la concepción materialista rusa de la
existencia, que, sobre someter a los españoles al yugo feroz de un ejército
rojo y de una implacable policía, disgregará a España en repúblicas locales
—Cataluña, Vasconia, Galicia— mediatizadas por Rusia.
Rusia, a través del partido comunista, que rige con sus consignas y con
su oro, ha sido la verdadera promotora del Frente Popular español. Rusia
ha ganado las elecciones. Sus diputados son sólo quince, pero los gritos, los
saludos, las manifestaciones callejeras, los colores y distintivos predominan­
tes son típicamente comunistas. Y el comunismo manda en la calle; en estos
días, los grupos comunistas de acción han incendiado en España centenares
de casas, fábricas e iglesias; han asesinado a mansalva, han destruido y
nombrado autoridades..., sin que a los pobres pequeños burgueses, que se
imaginan ser ministros, les haya cabido más recurso que disimular esos des­
manes bajo la censura de la Prensa.

El Gobierno pequeño-burgués no ha hecho más que capitular en el mes


escaso que lleva de vida. He aquí el breve saldo de su labor:
1. ° Amnistía.—Quizá fuera conveniente. Era, desde luego, justa para los
dirigidos y alucinados, sobre todo desde que los cabecillas habían logrado
la impunidad. Pero el Gobierno no ha podido darla a su tiempo, por sus trá­
mites, sino de cualquier manera, forzando los resortes y, sobre todo, cuando
ya las turbas, en muchos sitios, se la habían tomado por su mano.
2.° El Estatuto.—También aprisa y corriendo. Completado el acuerdo de
la Comisión Permanente con la sentencia presurosamente dictada por el dó­
cil Tribunal de Garantías, Azaña quiere comprar a precio de la unidad de
España la asistencia de los catalanes contra los marxistas. Pero a la hora del
triunfo marxista, si llega, se encontrará con que Cataluña, así como Galicia,

270
Vasconia y Valencia —las cuatro regiones, nótese la casualidad, donde el so­
cialismo es menos fuerte—, se separan de la quema nacional, para consti­
tuirse en Estados nacionalistas aparte. Ello será la desaparición de España
y la muerte, por aislamiento, de sus tierras interiores.
3.° Ayuntamientos y Diputaciones.—No han sido repuestos los del 12 de
abril, sino nombrados libremente: en los más de los sitios, los que han que­
rido designar comunistas y socialistas. Es decir, que en el día de hoy, una
parte grandísima de las autoridades locales, con el poder que ejercen sobre
la fuerza pública, se pondrían en contra del Estado si los comunistas lo qui­
sieran asaltar.
4. ° Despido de obreros.—Miles y miles de obreros legítimamente colo­
cados, según el orden jurídico nacional, han sido puestos en la calle para que
los sustituyan los que, con arreglo a las leyes republicanas, del primer bie­
nio, perdieron sus puestos en octubre de 1934. A éstos, además, hay que
indemnizarlos como si hubieran sido víctimas de despido injusto. Quebra­
rán con ello numerosas empresas y aumentará el paro.
5. ° Vejaciones.—'Mientras tanto, el Gobierno, reincidiendo con torpeza
increíble en los usos de la anterior etapa de Azaña, gasta la Policía en llevar
la zozobra a las casas de los que supone políticamente desafectos: registros,
intervención de correspondencia, detenciones arbitrarias se multiplican. Hay
quien lleva más de quince días incomunicado en los sótanos espeluznantes
de la Dirección General de Seguridad, comparables con las prisiones de la
Edad Media.
6. ° Desastre económico.—En vez de buscar, a tono con los tiempos, una
dirección estatal, integradora de la economía, con respeto a la iniciativa in­
dividual en la base, se está protegiendo la dirección gran capitalista por arri­
ba, mientras se alienta por abajo la perturbación socializadora y burocrática
que los marxistas manejan. Es decir, en vez de sustituir un sistema econó­
mico —el capitalista— por otro igualmente completo, se está conservando
arriscadamente el capitalismo, pero metiéndole chinas en los engranajes.
7. ° Desorden público.—Pese a la censura, nadie ignora ya lo que ha pa­
sado en Alicante, en Granada, en Toledo, en Cádiz, en Vallecas, en el mis­
mo corazón de Madrid, a un paso del Ministerio de la Gobernación. Muchos
cientos de miles de españoles han visto las llamas de los incendios. Cientos de
familias llevan luto por los asesinados. Y hasta en uniformes militares per­
dura la huella de ultrajes públicos; innumerables pueblos y ciudades de Es­
paña, incomunicados, han sido presa de pillaje en estos días.
¿Qué harán ante esto los españoles? ¿Esperar cobardemente a que des­
aparezca España? ¿Confiar en la intervención extranjera? ¡Nada de eso!
Para evitar esta última disolución en la vergüenza tiene montadas sus guar­
dias, firme como nunca, Falange Española de las J. O. N. S.
Mientras tantas hinchadas apariencias se hundieron al primer golpe de
adversidad, la Falange, sin dinero y perseguida, es la única que mantiene su
alegre fe en un resurgimiento de España y su duro frente contra asesinatos
y tropelías. Más que nadie, vayan estas palabras a vosotros, camaradas de

271
todos los rincones de España, cercados por el silencio de la Prensa interve­
nida, acometidos por la ferocidad de los bárbaros vencedores, vejados por la
injusticia de grotescos gobernadores y alcaldes. ¡No desmayéis! Sabed que
en sus focos antiguos la Falange se mantiene firme a la intemperie —¿qué
más da que le clausuren los centros?—, y que en estas horas de abatimien­
to colectivo ella rehabilita, con su coraje combatiente, el decoro nacional de
los españoles.
En la propaganda electoral se dijo que la Falange no aceptaría, aunque
pareciera sancionarlo el sufragio, el triunfo de lo que representa la destruc­
ción de España. Ahora que eso ha triunfado, ahora que está el Poder en
las manos ineptas de unos cuantos enfermos, capaces, por rencor, de entre­
gar la Patria entera a la disolución y a las llamas, la Falange cumple su pro­
mesa y os convoca a todos —estudiantes, intelectuales, obreros, militares, es­
pañoles— para una empresa peligrosa y gozosa de reconquista. ¡Arriba Es­
paña! Por Falange Española de las J. O. N. S.—El Jefe Nacional, José An­
tonio Primo de Rivera.

DOCUMENTO 89 (105)

Falange Española de las J. O. N. S. y las elecciones.


De acuerdo con el parecer unánime de la Junta política, reunida en Va-
lladolid el día 3 del corriente, la Jefatura Nacional de la Falange Española
de las J. O. N. S. hace públicas las siguientes resoluciones:
Primera.—La Falange Española de las J. O. N. S., dispuesta a seguir
ganando todas las posiciones, aun aquellas fundadas en un sistema político
distinto del que ella defiende, acudirá a la lucha preparatoria de las elec­
ciones municipales tan pronto como éstas sean convocadas.
Segunda.—En esa lucha, la Falange no se considerará afín a ningún par­
tido de derechas ni de izquierdas, por entender que unos y otros descansan
sobre visiones incompletas de la vida española, opuestas al sentido total e
integrador de España que informa el pensamiento de la Falange.
Tercera.—Se reitera a todos los militantes la consigna de expresarse en
todos sus actos y palabras, tanto en lo público como en lo privado, con su­
jeción estricta a la unidad de pensamiento, de disciplina y de conducta que
exige el sentido de nuestro Movimiento, y de abstenerse de toda iniciativa
no consultada con la Jefatura Nacional que pueda dar pábulo a interpreta­
ciones políticas confusas.
Madrid, 6 de marzo de 1935.—El Jefe Nacional.
¡Arriba España!

272
DOCUMENTO 90 (106)

El Bloque se liquida.—Sentimos comunicar a nuestros lectores que la for­


nida masa de cemento presentada al mundo hace meses, con el sonoro nom­
bre de Bloque Nacional, empieza a presentar impresionantes resquebraja­
duras.
Todos recuerdan cómo nació el Bloque Nacional: unas declaracio-
nes en A B C del señor Calvo Sotelo dieron al aire su opinión, acorde con
la de Spengler, de que la hora en que vivimos no es para hombres como
el señor Gil Robles, sino que es “la hora de los Césares”. Modestamente,
el señor Calvo Sotelo parecía ofrecerse a asumir el papel de César. Al ser­
vicio de tal propósito redactó una recia pieza literaria, llamada manifiesto,
donde embutió considerables reservas de esa prosa alada con que acostum­
bra producirse. En seguida comenzó a recoger firmas para el monumento.
Su primer propósito fue obtener, sencillamente, las de cuantos encarnaban
toda tendencia aprovechable en sentido nacional. Pero éste tropezaba, natu­
ralmente, con el obstáculo de que si entre los hombres de esas tendencias
había alguna que otra aspiración común (al menos de palabra), muchos dis­
crepaban en otras cosas profundas; por ejemplo, en la manera de entender
la justicia social. Como era de prever, las firmas del manifiesto quedaron
reducidas a las de las figuras relevantes en dos partidos de ultraderecha y a
las de unas cuantas personas de esas que no faltan en ninguno de los sitios
donde se firma, sea la petición del premio Nobel para algún ilustre compa­
triota, sea la convocatoria a un banquete en honor del señor Salazar Alonso.
El único efecto del nacimiento del Bloque fue complicar hasta el jeroglí­
fico la filiación política de algunas estimables personas. Antes, por ejemplo,
un afiliado a Renovación Española era, además, miembro de la T. Y. R. E.
(Tradicionalistas y Renovación Española); pero en los últimos tiempos agre­
gaba a esas dos filiaciones la filiación al Bloque Nacional. Con lo cual el
Bloque, a pesar de su imponente denominación, se limitaba a ser un modo de
decir, ya que sus masas estaban alistadas en grupos previamente existentes
y dotados de disciplina propia.
En el fondo, el Bloque quedó reducido a una incómoda invasión, por par­
te del señor Calvo Sotelo, de las jefaturas desempeñadas por dos personas
tan irreprochablemente prudentes y correctas como el señor Goicoechea y el
Conde de Rodezno. Singularmente por la proximidad, el primero era quien
con más elegante discreción soportaba los empellones del impaciente ex des­
terrado de París. Pero si el señor Goicoechea no era capaz de provocar des­
agradablemente una cuestión de límites, en las filas de Renovación Española,
especialmente en su juventud, la tirantez ha llegado a términos de rompi­
miento. En una palabra: la juventud de Renovación Española se ha decla­
rado incompatible con el señor Calvo Sotelo, en parte por razones de in­
superable antipatía personal, en parte por tener noticias que de allende las fron­
teras ha venido en contra del señor Calvo Sotelo una terminante desauto­
rización.

273
is
¿No han notado los lectores cómo en el último mitin celebrado por el
Bloque en Sevilla —tan cacareado por dos o tres periódicos— no ha toma­
do parte ningún orador de Renovación Española?
I
DOCUMENTOS 91, 92, 93, 94 y 95

LAS DERECHAS, A LA DERIVA: ABC (107) (108) (109) (110) (111)

A B C suministra buenos ejemplos de da terrible atonía que se había aba­


tido sobre las derechas españolas. Los documentos que presentamos son
una aceptable muestra. No queremos insistir en el doloroso diagnóstico que
ya establecimos en los capítulos anteriores; basta con la lectura de estos
documentos para comprobar la dispersión, la falta de camino, el nega-
tivismo que los derrotados de febrero arrastraron por toda la primavera.

DOCUMENTO 91 (107)

La batalla a los pequeños propietarios. En el período de captación de vo­


tos, preliminar de las elecciones, los oradores marxistas se esforzaron en con­
vencer a los pequeños propietarios —agrícolas, industriales y comerciantes—
de que nada tenían que temer del triunfo del marxismo, porque éste sólo
atacaba al gran capitalismo, representado por la Banca, las industrias pesa­
das y los terratenientes. Desde los gerifaltes hasta los más humildes glosado­
res, en todos los mítines se desarrolló ahincadamente el tema, preparado y
amplificado para que cayesen en sus redes los millares de votos de los que
en su dialéctica llaman despectivamente “pequeños burgueses”.
Apenas han transcurrido dos meses desde que el Frente Popular ocupa los
puestos de mando y ya ha comenzado la batalla a esos pequeños propietarios,
adulados cuando tenían en su mano el voto, quizá decisivo. En el campo
no se han hecho distingos entre terratenientes y labradores modestos. Unos
y otros son víctimas de multas, alojados forzosos. En la ciudad tampoco
se ha separado al gran industrial del humilde, ni a la entidad mercantil po­
derosa del comerciante que sostiene a duras penas un negocio precario. El
decreto de readmisión de huelguistas alcanzó a ambos grupos, como les al­
canzarán los aumentos contributivos que se dibujan en los propósitos del
Ministro de Hacienda.
En Madrid se ha confirmado la política marxista de suprimir el pequeño
propietario con lo ocurrido en la huelga de taxistas. La tendencia del actual
Municipio socialista y de la Casa del Pueblo es ir a un monopolio que elimi­
ne a los mil quinientos dueños de automóviles que honrada y lícitamente se
ganan la vida explotando su propio trabajo y el instrumento de esa labor,
conseguido con privaciones y cuidado con afán de progresar.
Es preciso que todos los taxis estén en una sola mano, y que esa mano
sea marxista. Es preciso que el pequeño propietario, el individuo libre, pierda
su independencia y se transforme en un asalariado a las órdenes de un Co­
mité...

274
Ningún pequeño propietario debe sobrevivir a la oleada marxista, por­
que el conjunto de ellos forma en la opinión liberal y piensa y procede por
su cuenta. Y eso es incompatible con la tiranía de los dictadores del prole­
tariado.
Ya ven los “pequeños burgueses” en lo que se convierten los halagos del
marxismo y sus promesas, apenas el marxismo puede presentarse como en
realidad es.

DOCUMENTO 92 (108)

Primero de mayo. Tal como se instituyó la fiesta de l.° de mayo, así


ha procurado siempure mantenerla y fomentarla el marxismo: como alarde cre­
ciente de poder, movilización amenazadora, instrumento de la lucha de cla­
ses, adiestramiento y estímulo del proletariado para la rebelión; y así con­
tinúa celebrándose, sin perder su significación a través de los años y acen­
tuándola donde se le consiente. No se concibe que con tal carácter pueda
encontrar la indiferencia de las clases agredidas.
Lea usted mañana ABC (*). En la mayor parte del mundo se le opone la
repulsión que merece: no consigue suspender los servicios públicos, ni para­
lizar la vida, ni alterar sino escasamente las tareas normales del trabajo; y
en algunos países se reduce a las inofensivas celebraciones de estricta lega­
lidad, mítines, jiras, exhibición de emblemas y difusión de literatura conme­
morativa.
En España, el primer pacto de la revolución, el de San Sebastián, trajo
la primera claudicación burguesa. Desde 1931, el l.° de mayo es aquí fiesta
oficial, consagrada y patrocinada por el Poder público. La fuerza coactiva
del Estado impone la huelga con una extensión que de otro modo no lo­
grarían darle sus partidarios y suspende la vida social en términos de pri­
vación y angustia que, como siempre, afectan sobre todo a la clase prole­
taria. Este año la fiesta viene precedida y acompañada de muchas celebracio­
nes más jubilosas, de avances y triunfos que el segundo pacto de la revolu­
ción facilita pródigamente al marxismo. Así, los órganos marxistas cantan la
fecha como una apoteosis de la victoria revolucionaria. “Afirmación de do­
minio y emplazamiento de conquista ante el futuro” es para “El Socialista”.
Y, más ingenuo, el periódico de Largo Caballero dice que “es inútil conte­
ner el proceso revolucionario con promesas legales que se cumplirán o no,
y que, después de tantos desengaños, es forzoso oír con escepticismo; y que
es más prudente y racional permitir que la revolución siga su espontaneidad
biológica y que la ley se limite a encauzarla y legitimarla.” El plan, el que
ha comenzado a la vista de España y el que va a seguir, consiste en “que el
hecho social preceda a la ley”. Primero se hace y luego se legaliza. Refren­
dar las operaciones de la calle es el papel reservado por el marxismo a los
Gobiernos.
(•) Frase que, como ei bien sabido, cubría, a la vez que destacaba, un fragmento
suprimido por la censura, j

275
Transcurrió la jornada con todo su natural colorido de vociferaciones, vi­
vas, mueras, rótulos y canciones de guerra, pero sin desórdenes materiales.
Era la consigna que interesaba para el acto de ayer, y se cumplió. Los
que, por temerlo todo, se tranquilizan fácilmente cuando se les deja un res­
piro, ya conocen el plan dispuesto para que siga su curso “la espontaneidad
biológica de la revolución”.

DOCUMENTO 93 (109)

Los viajantes de la revolución. Deliberadamente nos habíamos abstenido


de comentar la visita de unos escritores franceses, de más o menos relieve,
los señores Malraux, Cassou y Lenormand, que repentinamente lo han ad­
quirido extraordinario a los ojos de nuestros izquierdistas, entre los que, si
no se encuentran muchos lectores del Mercure de France, son mayoría los
que están dispuestos a encandilarse ante cualquier viajante de la revolución.
Pero el silencio que impone la cortesía, la convicción, gustosamente servida
por nuestra parte, de que la hospitalidad obliga mucho, no se justifican desde
el momento en que los viajeros aludidos, en un acto celebrado en el Ateneo,
se han calificado a sí mismos no como visitantes u observadores, sino como
beligerantes, como litigantes en un pleito que divide a la opinión española.
Así, desligados de esas consideraciones, podemos decir que resulta humi­
llante que estos señores nos consideren a todos, comenzando por los que an­
teanoche les oían, gente tan inferior que puede ser manejada con los tópi­
cos más sobados y trasnochados del izquierdismo, sin que para hacernos en­
trar en el juego de la política comunista valga la pena de exprimir un poco
más las ideas, de cribarlas y despojarlas de una retórica propia para las puer­
tas de las barracas, en la feria de los ingenuos. Si, según Malraux, la cultura
y los intelectuales viven y florecen como en su elemento en la Rusia soviéti­
ca, alguna consideración deben merecer Spengler y Wells, que han coinci­
dido en señalar la hostilidad y el desdén de los marxistas contra los inte­
lectuales, acerca de cuya vida en Rusia dejó el segundo en alguno de sus
libros un cuadro desolador. Menosprecio de que son ejemplo, entre nosotros,
las alusiones desdeñosas o burlonas que en Claridad, en El Socialista y en
otros periódicos de la misma tendencia se han dedicado a Ortega y Gasset,
a Unamuno y a otros pensadores y ensayistas cuando, si no dejaron de ser­
vir a los revolucionarios, se detuvieron, presas del vértigo, en el camino que
éstos siguen. Si para Cassou creación es sinónimo de revolución, para pensa­
dores de gran fuste sólo por la evolución mejoran su condición de vida las so­
ciedades, mientras las revoluciones no han creado nunca nada duradero,
porque se puede destruir la espiga, pero no variar el curso de su madurez.
Y si estos agitadores del pensamiento y de la conciencia consideran útil para
Francia y Rusia que España se ponga a su servicio, a través del Frente Po­
pular, no faltarán españoles *que no se sientan con vocación para la vida
colonial que se les propone. Aunque se les propon^ con el puño en alto,
cerrado y amenazador, “como señal simbólica de fraternidad’.

276

i
DOCUMENTO 94 (110)

E1 debate de ayer. Los proyectos discutidos y aprobados ayer por la Cá­


mara descubren uno de los aspectos más graves de la situación económica
y financiera del país. El conjunto pavoroso de esta, situación, bastante visi­
ble y conocida, ha quedado más de manifiesto en los discursos de los se­
ñores Ventosa y Calvo Sotelo. El de este último es más enérgico, más claro
y más preciso en la exposición de causas y responsabilidades, proceso y con­
dena de una política desastrosa, y va íntegro en otro lugar para que la opi­
nión pública se penetre bien de la crisis a que nos ha conducido el régimen.
Los proyectos no sirven para nada; son, a lo sumo, un paliativo momen­
táneo, apartan una dificultad apremiante, pero no tocan el fondo del proble­
ma del cambio y aun pueden añadirle gravedad. Se autoriza el recargo de
tarifas de algunas importaciones, con lo que se restringe y a la vez se enca­
rece la importación; se importará menos, pero más caro, y costarán más
divisas las mercancías recargadas. Cualquier ataque a la importación reper­
cute siempre con alguna merma en la exportación, y harto disminuida se
halla ya ésta en razón de su coste por la elevación de salarios y reducción
de jornadas. Otra medida que aprobó ayer la Cámara es la salida de oro:
la continuación de las remesas, que suman ya una cantidad considerable. Todo
el oro de que hasta hoy se ha desprendido el Banco representa una dismi­
nución igual de la cobertura del billete, sobre la que le ha producido el au­
mento no menos considerable de la circulación. Y no hay que decir cómo
repercuten estas operaciones en la estimación de la peseta y en los movi­
mientos del cambio.
Lea usted ABC (*). La causa del derrumbamiento económico y financiero
estriba en la quiebra del principio de autoridad y en la ausencia del Estado.
“El Estado —palabras textuales del señor Calvo Sotelo— se halla ausente
de sus principales funciones, degradado por la suplantación que de sus pro­
pias esencias realizan elementos ajenos a su organización”... “Sois parásitos
de la anarquía; no la podéis contener porque es vuestro sustento y vivís de
ella”... Sólo pueden salvar a España los que estén en disposición de matar
la anarquía.

DOCUMENTO 95 (111)

Los renegados de la República. No lograrán atención de nadie, ni respe­


to, ni curiosidad, los republicanos que maldicen de la República porque no
es como la quisieran. Y si los renegados de la República son renegados de
la Monarquía, menos. La República es como tiene que ser: abominable para
nosotros; pero no puede ser de otra manera; y, en España sobre todo, no
hay otra. En esto, en la condición revolucionaria de la República, suscribi-

(*) Cfr. nota de la página 275.

277
i

mos como siempre la tesis izquierdista. Y aquí, por motivos locales, esa con­
dición es de fatalidad y perpetuidad revolucionaria. Pero, a la vez, los repu­
blicanos difamadores de su obra tampoco aciertan a convencer a nadie de
su sinceridad; son inseguros y volubles. Al señor Alcalá Zamora, por ejem­
plo, se le ha visto alzar y plegar alternativamente la bandera revisionista; al­
zarla saliéndose del Poder, antes de que la Constitución se hubiese promul­
gado, para organizar un partido y conquistar posición de más influjo; ple­
garla para presidir el régimen y administrar la Constitución repudiada con
las izquierdas que no le habían hecho caso; levantarla nuevamente con las
Cortes del 33, que le permitían el ejercicio del poder personal; plegarla de
nuevo para disolver aquellas Cortes que se le volvían indóciles, e izarla otra
vez, ya destituido, con la pretensión de reintegrarse a la actividad política.
Con él y sin él, con unos o con otros, danzando a izquierda y a derecha por
todos los vericuetos, don Miguel Maura es también de los que alternan, se­
gún la ocasión, en la diatriba contra la República. Contra *‘esta República”,
dicen. Contra la única, ciertamente tan frágil y movediza como la ven; pero
única, sin enmienda ni desviación posible.
El señor Maura está publicando unos artículos que en su parte crítica de­
jan poco que apetecer a los que, por causas ajenas a nuestra voluntad, no
podemos completar el vituperio. Dice, en suma, que por donde ha ido y por
donde va la República es insostenible. Que se han equivocado él y todos los
fundadores, y no en cosa liviana. Se han equivocado nada menos que en la
construcción; y no dice, pero se debe recordar, que no fue por falta de
avisos y pregones. Cabe la duda de que pueda pasar como equivocación el
pacto de San Sebastián; y en todo caso es una equivocación de las que inha­
bilitan a los que la confiesan. Ya no tienen derecho a construir ni a recons­
truir nada. La construcción de la República, por socialistas, comunistas, sin­
dicalistas y separatistas, fue como tenía que ser, y sin ellos no se hubiera
construido de ningún modo; ni hubiera sobrevivido sin los que le han re­
cobrado el ser natural que tiene desde febrero. La República, poseída por las
masas en que se apoya, es la revolución en la Gaceta, con añadidura en la
calle si la Gaceta se queda corta. La República, interceptada por intrusos,
es como en octubre de 1934: la unánime revolución de las masas desposeídas.
Siempre la revolución.
La República nació de la protesta contra una dictadura que ya no existía
y que no dejó ningún rastro de odiosidad. El señor Maura propone, como
remedio del desastre republicano, una dictadura republicana que prescinda de
los únicos elementos en que la República se apoya y con los que habría de
luchar enconadamente desde el primer instante. ¿Y con qué recursos? ¿Qué
confianza puede merecer el republicanismo dictatorial a un país que ha expe­
rimentado el republicanismo seudoconstitucional? La opción que el país tiene
planteada no la resuelve el arbitrio del señor Maura.
Esa dictadura de no se sabe quiénes no es la fórmula eficaz ni la garantía
de la contrarrevolución.

278
DOCUMENTOS 96, 97, 98, 99

LAS DERECHAS, A LA DERIVA: “EL DEBATE” (112) (113) (114) (115)

Es evidente que El Debate estaba más próximo a la República que


el gran periódico monárquico. Pero en la pimavera de 1936 el desbor­
damiento es común y no respeta matices. El Debate observa al enemigo
y se consuela con sus divisiones. Triste consuelo, y engañoso, como en
seguida iba a verse. Pero no puede desconocerse la sabiduría política y,
en ocasiones, incluso la intuición que aflora en varios puntos de los
textos siguientes.

DOCUMENTO 96 (112)

Crímenes del impunismo.


Tres hombres cayeron ayer tarde en las calles de Madrid víctimas del pis­
tolerismo. Las agresiones de esta naturaleza han aumentado pavorosamente
en los últimos tiempos y de un modo particular las agresiones contra la fuer­
za pública. Son harto elocuentes a este propósito los datos de los ocho últi­
mos días.
Estamos sufriendo las consecuencias, las terribles consecuencias del im­
punismo. El Poder público ha dejado de aplicar la ley a criminales y asesinos,
y éstos, asegurada la impunidad, pueden dedicarse con todo cinismo a la tarea
de asesinar a los enemigos políticos o a los agentes de la autoridad.
No importa caer en manos de la justicia. Quedará sin aplicarse. Lo saben
bien esos atracadores y pistoleros, trágicos protagonistas de los sucesos ha­
bidos durante estos meses. Criminales y policías en pie de igualdad conver­
tirán en realidad trágica el juego infantil de guardias y ladrones. Las pistolas
son las que dirimen en la calle la cuestión; lo demás, las condenas que los
Tribunales imponen, o no se cumplen o pronto se espera verlas caducadas.
Falta la seguridad de la pena y su ejemplaridad, por tanto. Y es mucha la
tranquilidad que ello proporciona a los profesionales del crimen.
Síntoma clarísimo de anarquía. Si en policías y guardias no se ve a los
agentes del Poder público, sino tan sólo a hombres armados, a unos adversa­
rios, en definitiva, la autoridad lleva mucho perdido. El criminal no reconoce
ya la existencia de un poder superior, combate de igual a igual, asesina cuando
puede y no habrá entonces pistolas suficientes para cortar esa criminalidad
desbordada. Con otra consecuencia terrible, que al sentirse desamparados por
el Poder los agentes de la autoridad obrarán por su cuenta y razón, aplica­
rán la justicia directamente y los males se agravarán día por día. ¡Cuánto da
que meditar el proceder de ese guardia que mató en un hospital de Valencia
al asesino de su hermano!
El impunismo es una feroz plaga que venimos padeciendo desde hace unos
años. La fomenta ese anacrónico concepto liberal de la justicia, que se deja
ganar por un morboso sentimentalismo o por una falsa compasión. Conducta
que entraña una terminante defección de la autoridad. Se deserta del cumpli-

279
miento de un deber que exige que la sociedad sea defendida. Esta no exigirá
nunca cuentas de los castigos, de las ejecuciones realizadas con estricta suje­
ción a la ley. Las exigirá, por el contrario, y muy severamente, de esos in­
dultos y perdones injustamente otorgados, porque en ellos va el germen de
nuevos crímenes. Por no aplicar a tiempo y con severidad la ley a unos pocos
desalmados se da lugar a que sean muchas las víctimas entre las personas hon­
radas y observadoras de sus obligaciones. Resulta realmente incomprensible
que surjan escrúpulos ante la sentencia de muerte de un asesino confeso, con­
victo, defendido, juzgado y condenado con todas las garantías procesales, y
no se sienta la menor intranquilidad al ver cómo cae cada día una víctima
de su deber. Esos héroes anónimos que son el conserje de un establecimiento,
el encargado de una fábrica, el cobrador de un Banco, el factor de una esta­
ción, el guardia o el agente de Policía. Todos esos que vienen sucumbiendo
bajo la metralla de los asesinos en el puesto que la sociedad les señalara.
Se ha llegado a extremos inexplicables en el fomento de esta plaga del im-
punismo. No bastando el criterio de benevolencia que el Tribunal Supremo
adopta frente a las penas de muerte, se han desoído las decisiones de aquél,
favorables a la aplicación. Sentimental, pero funesto y sensible. La pena de
muerte la siguen aplicando los pistoleros en las personas honradas.
Y esta debilidad del Poder se conoce, cunde el ejemplo y la esperanza de
la impunidad. Más aún. Se promete con esa amnistía que preparan las iz­
quierdas en el caso de salir victoriosas. La pena ha dejado de serlo. Todos los
criminales se las prometen felices ante cualquier evento. Y mientras tanto,
España se convierte en una selva. Se va a la caza del hombre sin el menor
escrúpulo. El pistolerismo añade víctimas y víctimas a las que ya tiene logra­
das entre los cumplidores de su deber. Y en el horizonte la promesa de una
amnistía que ha de aplicarse a toda clase de delitos. Hay el deber inexcusable
de impedir que esa promesa llegue a ser realidad. Lo exige la salud de España.

DOCUMENTO 97 (113)

Lo que este programa significa.


...“Nosotros, ha dicho Largo Caballero, declaramos en ese programa que
el proletariado quiere la socialización de los medios de producción y de cam­
bio ante la conquista del Poder, haciendo la declaración terminante de que
entre el régimen capitalista y el socialista habrá un período de transición que
será la dictadura del proletariado y esto no es nuevo, no lo hemos inventado
nosotros ahora. Lo que ocurre es que hasta aquí al partido le ha dado ver­
güenza decirlo y es preciso que al proletariado se le diga la verdad.”
Por eso, ya que no por la intención, hay que felicitarse por la franqueza
con que se declaran los propósitos mantenidos por el socialismo que Largo
Caballero acaudilla. Podrán así conocerlos quienes todavía se resisten a valo­
rar como es debido los afanes decididamente violentos de un gran sector del
socialismo. Se pretende situar al partido socialista en la zona de mayor extre­
mismo, frente a todo cuanto significa el orden político hoy establecido; fren­
te a la estructura nacional que hoy vive; contra el orden social instaurado.

280
Para llegar a su utópica meta, los corifeos de la reforma quieren que sea pro­
grama del partido la conquista del Poder “por cualesquiera medios que sea
posible”, con el fin de implantar “la dictadura del proletariado hasta destruir
toda la actual organización social”.
Lo grave de estos propósitos estriba en que se mantienen cuando una si­
tuación política favorable ofrece la coyuntura de una participación guberna­
mental ; cuando sería posible una obra de gobierno con ánimo de procurar
la evolución de la organización social presente hacia las aspiraciones socialis­
tas. Nada de esto se quiere. Por el contrario, se “proclama la necesidad de
que el partido rompa completamente con toda tendencia reformista o cen­
trista”...
El deseo de hacer doctrina oficial del partido estas aspiraciones extremas
ha de restarle fuerza al socialismo porque necesariamente han de serle retira­
dos muchos apoyos que se le presentarían desde aquellos sectores que aspiran
a la transformación evolutiva o a una mayor justicia dentro del orden presente.
Pero al mismo tiempo, esta posición le hace más temible porque el partido
socialista se lanza ya decididamente por el camino de la insurrección, de la
violencia y de la guerra civil. En buena lógica política resulta incomprensible
que semejantes propósitos de destrucción de un régimen político y social pue­
dan ser defendidos con la aquiescencia, o con la tolerancia cuando menos, de
quienes se consideran sus defensores...
Cierto que el orden social y económico presente está necesitado de muy
hondas reformas. Las deseamos vivamente. Las pedimos con insistencia. Las
consideramos de urgente necesidad porque la injusticia social señorea inicua­
mente. Pero la injusticia no hallará remedio con esa utópica socialización
realizada mediante una dictadura que tiene ya precedentes horriblemente san­
grientos. Medios tan inicuos no puede justificarlos ningún fin, por santo y
noble que sea.
La Agrupación socialista madrileña ha marcado con su propuesta una fe­
cha dolorosa en la vida de nuestro país. Significa ese proyecto una afirmación
de guerra que si, para mal de España, triunfase, nos traería las mismas mise­
rias que Rusia ha padecido y contempla. Y si, por el contrario, la nación no
se resigna a morir, veremos repetida toda una historia triste de luchas intes­
tinas que nos han hecho perder muchos puestos en el concierto de las nacio­
nes. Por eso la salvación de España exige un esfuerzo denodado y común de
cuantos deseen librarla de la desolación y la ruina.

DOCUMENTO 98 (114)

No creen en los jefes socialistas “Solidaridad Obrera" contesta con un “no”


rotundo al llamamiento de Largo Caballero.
Barcelona, 15.—La C. N. T. ha contestado desde Solidaridad Obrera al
requerimiento que le hizo Largo Caballero desde Claridad. Y la contestación
es un no rotundo y categórico. Los anarquistas no creen nada en lo que digan

281
los jefes del socialismo. En último caso, se pondrían al habla con las organiza­
ciones socialistas. Y hace notar que, mientras en la C. N. T. hablan los Con­
gresos de trabajadores, en la U. G. T. hablan los jefes que son las cabezas vi­
sibles que piensan por todos. Destaca que el socialismo carece de unidad de
criterio y tienen tantas tendencias contradictorias como líderes destacados.
“Largo Caballero —dice—, al hablar de unidad sindical, persigue un propó­
sito absorcionista, cosa muy distinta de la alianza revolucionaria simple y
llana. No vale jugar —añade— con una unidad que se sabe imposible, y en
! cuyo fracaso se busca el fracaso de una alianza que no se desea.”
La C. N. T. se niega, pues, a la alianza que propone Largo Caballero.
Exige previamente la ruptura con el Frente Popular y con el Gobierno burgués,
y pide sean los mismos afiliados socialistas quienes directamente, por sí, sin el
caudillaje de los jefes, decidan la importancia y extensión de la alianza.
Parece, pues, clara y terminante la actitud de la C. N. T. Cierto es que no
son muy de fiar ni la C. N. T. ni Solidaridad Obrera, como lo demuestra el
hecho de que en las últimas elecciones, mientras a diario se publicaban ar­
tículos y notas abstencionistas, anatematizando a los anarquistas que acudiesen
a las urnas, se ordenaba bajo cuerda en las fábricas y talleres votar a la Es­
querra y sus aliados.
Pero cualquier cosa que sea lo que en definitiva se haga, no cabe negar
la fuerza de las razones que alegan hoy los anarquistas y el peligro inminente
que corre la C. N. T. de ser absorbida sin contemplaciones, tan pronto como
triunfase el intento de Largo Caballero.
Esta actitud de los anarcosindicalistas constituye una contrariedad para
los líderes socialistas, que además no pueden tener muy segura la cohesión de
los comunistas.
Por nuestra parte tenemos referencias fidedignas, que nos permiten asegu­
rar que en Moscú no toman demasiado en serio a Largo Caballero ni a los
dirigentes del comunismo español. De uno y de otros se tiene allí el más la­
mentable concepto, acrecentado por el espectáculo de todas esas discrepancias
y antagonismos que reinan en el partido socialista, y por no conseguir a
ningún trance la unidad sindical, que se considera imprescindible para el éxito
de la intentona revolucionaria en la calle.
En el mes de mayo la C. N. T. se reunirá, probablemente en Madrid, para
tratar de sus relaciones con los socialistas. Indudablemente habrá de pesar no
poco el acuerdo negativo de la regional catalana. Los anarquistas han de cons­
tituir un escollo no pequeño para la labor de conjunto que pretenden llevar
a cabo los socialistas de Largo Caballero. En realidad, son incompatibles. El
reciente conflicto metalúrgico ha puesto de manifiesto en unos y en otros re­
celos y falta de armonía y el miedo que mutuamente sentían de verse traicio­
nados. En ocasiones, los socialistas investigaban, recelosos de que la C. N. T.
pudiese reunirse con los patronos y llegar a un acuerdo a espaldas de la
U. G. T. Y en tal estado de ánimo no es posible hacer una huelga y mucho
menos una revolución. Aunque ésta sea factible aprovechando audazmente la
corriente democrática favorable.
Angulo

282
DOCUMENTO 99 (115)

La C. N. T.» en contra de Largo Caballero.—“No permitiremos que el ala


izquierda del socialismo acapare el esfuerzo de la clase trabajadora.”
Barcelona, 24.—Solidaridad Obrera de hoy publica un violento artículo
contra los acuerdos tomados por la Agrupación socialista de Madrid. El ar­
tículo se titula; “La dictadura por el partido socialista”. Dice que Largo Ca­
ballero quiere parodiar el papel histórico de Lenin. Su actual lenguaje es el
de un dictador en ciernes. No es admisible que el ala bolchevique del socialis­
mo pretenda acaparar el esfuerzo de la clase trabajadora. Es infantil supo­
ner que los que no estemos de acuerdo vayamos a cruzamos de brazos. Los
socialistas quieren que nos demos un abrazo de hermanos y que al día si­
guiente de habernos impuesto en la calle, dejando jirones de nuestras carnes
en la lucha, nos supeditemos por entero a su voluntad y capricho. La C. N. T.
y los anarquistas tienen más derecho que los socialistas e imponer su primacía
y su tutelaje. Medite el socialismo la inoportunidad de sus consignas. Largo
Caballero no es quién para estrangular la revolución.

Manifiesto de la C. N. T. de Oviedo.

Oviedo, 25.—La C. N. T. de La Felguera ha publicado un manifiesto en el


que quiere fijar una línea netamente revolucionaria y constructiva, en la que
entre la U. G. T., sobre la base de que se fijen en el programa objetivos insu­
rreccionales al margen de toda rémora política. Por ello entiende la C. N. T.
que los obreros de la U. G. T. han de cambiar de táctica alejándose de todo
compromiso político. En el Congreso de l.° de mayo hablarán del paro obrero,
aunque sólo sea para aminorarlo, y que para resolverlo totalmente necesitan
implantar el comunismo libertario. Terminan diciendo que esperan ha de
ser éste el último Congreso de esta índole que se celebre en un régimen ca­
pitalista.

DOCUMENTO 100, 101, 102, 103

LOS INTELECTUALES ANTE LA DESCOMPOSICION DE LA REPU­


BLICA (116) (117) (118) (119)

Manuel García Morente, el clarísimo comentarista de Kant, aplica su


perspicuidad a la diagnosis de la República. La cita de Pío Baroja es clá­
sica: atribuye el hundimiento a la pedantería personal. Los dos comentarios
de Unamuno son amargos y certeros. Hemos prescindido de otras citas y de
otros intelectuales cuya condena sería aún más obvia. Creemos muy su­
ficientes estas cuatro referencias.

283
DOCUMENTO 100 (116)

I García Morente

i i Los últimos restos de esperanza desvanecíanse en el pueblo español. José


Ortega y Gasset se retiró por completo a la vida privada. El país abandonaba
la ilusión —en verdad nunca muy profunda— que le había empujado a acep­
tar la República. La juventud universitaria —republicana en 1930— comenzó
también a desilusionarse y a engrosar las filas de nuevas organizaciones más
prometedoras. Aconteció un hecho sencillísimo: los españoles, que habían
aceptado la República por nacionalismo, abandonaban la República por na­
cionalismo también, al ver que la República trabajaba sistemáticamente por
destruir la nacionalidad española.

DOCUMENTO 101 (117)

Pío Baroja

Cualquiera que observa la vida española podrá ver que los actuales desas­
tres que se han abatido sobre el país tienen origen en ciertos tipos ambiciosos:
oradores, profesores y periodistas mediocres, que, aprovechándose del ambien­
te, han acarreado, en colaboración con una ilusa porción del pueblo, un mo­
vimiento que no han sido capaces de dirigir y que se les ha escapado de las
manos. En cinco años de gobierno republicano todos estos vanos e ineptos
pedantes han estado jugueteando con España hasta que la han arrojado en su
presente tristísima condición. Y el hecho más curioso es que esta gente estú­
pida, cobarde e insensata ha decidido que no tiene la menor responsabilidad
en estos sucesos. Como el español cree en palabras y frases huecas y se le ha
dicho que sus jefes republicanos y socialistas han sido inmaculados, ha empe­
zado a preguntarse quién puede ser entonces responsable del presente desastre.
Ya los está encontrando. Siempre, sin embargo, hace excepciones en las exalta­
das figuras de sus jefes, y éstos permanecen, para algunos pocos estúpidos, en
el panteón de los héroes.

DOCUMENTO 102 (118)

Unamuño (I)

Comentario. Ensayo de revolución.


No sé si para apartarme de la actualidad o para encontrar lo eterno de
ella por otro camino dejé la Prensa del día y me puse a leer las Migajas filo­
sóficas, del gran sentidor danés Soren Kierkegaard. Y, de pronto, me hirió
esta frase, al parecer enigmática: “la novedad del día es el principio de la
eternidad”. Y a mí, acostumbrado más aún que a su danés a su íntimo len-

284
guaje espiritual kierkegaardiano, se me presentó al punto todo lo que aquel
torturado y torturante espíritu quiso decir con ello.
La novedad del día es lo verdaderamente nuevo de un día; el hecho de
que abre una nueva vida que arraiga en lo eterno; una nueva vida de un
hombre o de un pueblo; una verdadera revolución. Que siendo verdadera, es
una renovación. Porque revolverse —y menos revolcarse— no es, sin más, re­
novarse. Cabe renovarse quedándose muy quieto y sosegado. Las mudas, por
ejemplo, no se hacen con desuellos. La serpiente no se quita la vieja piel mien­
tras no tiene la otra, la renovada, por debajo. Que se hiciera de otro modo
tendría recaídas y correría grave riesgo. Y así un pueblo. Al que se supone
muchas veces que ha cambiado por dentro y no hubo cambio.
“Renovarse o morir”, se ha dicho. Pero renovarse es, en cierto modo, re­
crearse, volverse a crear. Y no es poco renovar, recrear, crear un pueblo. ¡El
placer de crear! Sí, el placer de crear, pero no se crea con revoluciones. A lo
más, son éstas las que hacen —y deshacen— a los hombres que creen hacerlas
I y dirigirlas, y no ellas a éstos. Los hombres, ¡si lograran comprender el tor­
bellino que les arrastra! ¡Si lograran comprender la novedad del día —que
suele etiquetarse con una fecha—, adivinando en ella el principio de eternidad,
la renovación histórica! Así dicen que Goethe adivinó en la batalla de Valmy
un mundo nuevo. Lo que, seguramente, ni vislumbró el general que mandaba
la batalla. Que no quien realiza un hecho prevé su alcance. Ni ve en la nove­
dad eternidad, ni en el día ve principio.
Y ahora, una anécdota. Uno de mis buenos amigos, Diputado que fue con­
migo en las Constituyentes y habitante en una provincia cercana fue, no hace
mucho, a Madrid, y al visitar a su jefe político se lo encontró muy preocu­
pado con el estado de la cosa pública (traducción de República), y en el curso
de la conversación le dijo, por vía de adhesión y de alabanza: “pero bueno;
en buenas manos está el pandero”. El cual replicó: “¿Pero es que hay pan­
dero?. Y yo, de haber estado presente, habría añadido: “¿Pero es que hay
manos?” (Mejor que la metáfora del pandero sería la de un torno de alfarero
y arcilla para un botijo).
Y tengo que volver a lo de la teatralidad, la representación, y no presenta­
ción, de lo que se llama ahora aquí la revolución. Revolución que revuelve
muy poco, pero no renueva casi nada. En su aspecto teatral ofrece escenas
perdidas sumamente típicas. Hace unos días hubo aquí, en Salamanca, un es­
pectáculo bochornoso de una Sala de Audiencia cercada por una turba de ener­
gúmenos dementes que querían linchar a los magistrados, jueces y abogados.
Una turba pequeña de chiquillos —hasta niños, a los que se les hacía esgri­
mir el puño— y de tiorras desgreñadas, desdentadas, desaseadas, brujas jubi­
ladas y una con un cartel que decía: “¡Viva el amor libre!” Y un saco.
Que no era, ¡claro!, del que se le libertó al amor. Y toda esta grotesca mas­
carada, reto a la decencia pública, protegida por la autoridad. La fuerza públi­
ca, ordenada a no intervenir si no después de... agresión consumada. Método
de orillar conflictos que no tiene desperdicio.
Toda esta selvática representación revolucionaria está acabando de podrir,
hasta derretirlos y pulverizarlos, a los famosos burgos podridos. Se les sacó de

285
su costumbre para no darles otra. Y la famosa icvolución está arrojando a las
ciudades la podredumbre que ya no cabe en los burgos y que se maja con la
podredumbre urbana, sobre todo con la arrabalera. Y andan, no ya revolvién­
dose, sino revolcándose, hombres que viven sin consigo mismos. A la vez que
se apresta a defenderse la burguesía proletaria, o proletariado burgués, a que
no la den un revolcón.
Crear —o re-crear— un pueblo, hacerlo, renovarlo —como quien hace una
ánfora o toca el pandero—; ¡pues ahí es nada la cosa! ¡La cosa pública!
¡Menudo ensayo! Y a empezar por una novedad del día, de tal o cual fecha
o con un código de papel —como el “galápago” de que aquí os hablaba hace
poco— y como principio de eternidad, o sea de historia. ¡Ah, no, no! Aquella
muda no fue muda de verdad. Debajo de la vieja piel no estaba formada la
nueva, y no se puede acabar de formar con escaras a la vista. No; no empezó
una nueva vida pública en aquella fecha mítica. Ni la renovación de los teji­
dos, y de los de las entrañas menos, va a eso que llaman ritmo acelerado. No
se hace crecer una planta a tirones. Sístole y diástole tiene el corazón; sueño
y vela el ánimo; trabajo y descanso el cuerpo. He oído decir que España ha
cambiado radicalmente desde hace cuatro o cinco años. ¡Embuste! Por debajo
de las túrdigas de la vieja piel no hay en gran parte todavía más que carne
viva o cicatrices sanguinolentas. Y es completa carencia de sentido histórico
—o acaso frivolidad— asegurar que tal o cual cosa no puede ya volver. Las
recaídas —como los que J. B. Vico llamó “recursos” (en italiano “ricorsi”)—
pueden siempre volver. ¡Pues no faltaba más! Ni las revoluciones, ni los re­
volcones, ni las renovaciones, ni las restauraciones dependen de la voluntad
de crear a un hombre. ¿Un poeta de pueblos? ¡Terrible vocación! Y, sobre
todo, ¡ojo con los ensayos! Que están bien para el teatro, a telón corrido. Se
ensaya la representación de una muerte escénica, de chancitas, y suele muy
bien suceder que cuando en la comedia —o farsa—, a telón alzado, toca re­
presentarla, la representación se atasca. “A ver hasta dónde se puede llegar”
es peligroso lema de ensayos. “Ni una coma más, ni un punto más”, se dice,
y como es tan fácil resbalarse en puntos y comas, se va uno en puntos sus­
pensivos. Pues, ¿quién pone puertas al campo? Y esto en un país y una tem­
porada en que no se saben ni paz ni justicia; en que no se goza sabor ni de
una ni de otra; en que saben tan mal que no cabe sabotearlas. Y estamos
hasta la coronilla de ensayos de revolución. Que se va en probaturas. ¡Pobre
Niña! Miguel de Unamuno.
P. D.—Apenas acabo este comentario me envía Marañón su nuevo libro,
El conde-duque de Olivares (la pasión de mandar), y antes de ponerme a leer­
lo me ha herido —es mi modo— la expresión “pasión de mandar”, que he de
relacionar con otras tres, “el placer de mandar”, “el placer de crear” y “la
pasión de crear”. Y queda la pasión de entender.

286
DOCUMENTO 103 (119)

Unamuno (11)
Comentario. Justicia y bienestar.
Antes, y como para hacer boca —mejor, oído— vaya un racimito, a modo
de pequeños botones de muestra, de frutos de la tan cacareada revolución.
Pasa por la plaza una muchachita acompañada de su familia, cuando un
zángano mocetón se divierte en hacerle una mamola. El familiar se vuelve a
reprenderle; el mocetón se insolenta y el otro arrecia en la reprensión. Y en­
tonces, ante el grupo de curiosos que se arremolinan, ¿qué se le ocurre al zán­
gano? Pues ponerse a gritar: “¡Fascista!, ¡fascista!” Y esto basta para que
el reprensor tenga que escabullirse, no fuera que le aporrearan los bárbaros.
Otro día, en un rincón de una calle, sorprende un guardia municipal a
otro mozallón haciendo necesidades; se le acerca, no a multarle, según pi­
den las Ordenanzas, no, sino a llamarle la atención, y el necesitado, al verle
venir se yergue y le espeta un “que soy del Frente Popular!”
Otra vez un matrimonio joven, en jira de turismo, entra en una iglesia,
sin gente entonces, y a poco, husmeando no se sabe qué, entran tres chiquillos
como de diez a doce años y exclama uno alzando el puño: “¡Maldito sea
Dios!”, y el otro “Hay que darle unas hostias”. Y como estos tres sucesos,
recogidos aquí, muchos más de la misma laya.
Y no se hable de ideología, que no hay tal. No es sino barbarie, zafiedad,
soecidad, malos instintos y, lo que es —para mí, al menos— peor, estupidez,
estupidez, estupidez. De ignorancia no se hable. He tenido ocasión de hablar
con pobres chicos que se dicen revolucionarios, marxistas, comunistas, lo que
sea, y cuando, cogidos uno a uno, fuera del rebaño, les he reprochado, han
acabado por decirme: “Tiene usted razón, don Miguel; pero, ¿qué quiere
usted que hagamos?” Daba pena oírles en confesión. Pero luego se tragan
un papel antihigiénico en que sacian sus groseros apetitos y ganas ciertos pe­
queños burgueses que se las dan de bolcheviques y de lo que hacen servil
ganapanería populachera. Tragaldabas que reservan ruedas de molino sovié­
tico para hacer comulgar con ellas a los papanatas que les leen. ¿Papanatas?
Otra cosa. Que así como se leen los clandestinos libritos pornográficos para
excitarse estímulos carnales, así se leen esas soflamas para excitarse otros ins­
tintos. La doctrina es lo de menos.
Esto, en los bajos fondos. ¿Y más arriba? Recuerdo que después de que
aquellas Constituyentes, de nefasta memoria —Dios nos perdone—, votaron
—el que esto escribe no lo votó ni asistió a aquellas sesiones— aquel artícu­
lo 26, en que se incluyó mucho evidentemente injusto, como se lo reprochara
yo a uno de los prohombres revolucionarios, hubo de decirme: “Sí, es injus­
ta ; pero aquí no se trata de justicia, sino de política.” Y me dio a entender
que cierta injusta medida persecutoria se daba para proteger a los perseguidos
contra otras persecuciones populares en caso de no tomar la medida. Que es
como si un Tribunal de justicia dijese: “Le hemos condenado a muerte, por­
que si no, la turba le saca de la cárcel y le lincha.” Curioso argumento que
no deja de aplicarse.

287
La política no puede confundirse con la justicia. Es la razón de Estado; la
tiranía, mucho peor cuando es lo que llaman democrática que cuando es regia
o imperial. Y tampoco debe confundirse con la economía, o sea con el bien­
estar. Celebraba el prohombre una comida con otros hombres de pro, y como
se hablara de la ruina de la economía nacional, de cómo se iba a arruinar al
país con ciertas medidas, hubo de decir aquél que la política no debía guiarse
por postulados económicos y que un pueblo no ha de arredrarse de una polí­
tica de nivelación social porque ello le empobrezca y arruine. Y dos de los
amigos —y consejeros— del prohombre salieron diciéndose uno a otro: “¡Nos
equivocamos!” Y tanto como se equivocaron. Equivocación que empiezan
muchos a reconocer.
Cada vez que oigo que hay que republicanizar algo me pongo a temblar,
esperando alguna estupidez inmensa. No injusticia, no, sino estupidez. Alguna
estupidez auténtica, y esencial, y sustancial, y posterior al 14 de abril. Porque
el 14 de abril no lo produjeron semejantes estupideces. Entonces, los más de
los que votaron la República ni sabían lo que es ella ni sabían lo que iba a ser
“esta” República. ¡Que si lo hubiesen sabido...!
Iba a terminar estas notas al vuelo diciendo algo del propuesto Gobierno
nacional republicano. Pero no puedo hacerlo. Y no puedo hacerlo porque em­
piezo a no saber ya qué es eso de nacional, y cuanto más tratan de explicár­
melo menos lo sé. Y en cuanto a lo de republicano, hace ya cinco años que
cada vez sé menos lo que quiere decir. Antes sabía que no sabía yo qué quiere
decir eso; pero ahora sé más, y es que tampoco lo saben los que más de ello
hablan. Y como no sé qué pueda ser eso de Gobierno nacional republicano,
me abstengo de opinar sobre él. Miguel de Unamuno.

DOCUMENTO 104

LAS ACUSACIONES DEL DICTAMEN DE BURGOS CONTRA EL GO­


BIERNO DEL FRENTE POPULAR (120)
Ya he citado aquí el Dictamen e incluso he estudiado en otra obra su
autenticidad y validez. Recojo aquí las acusaciones que se refieren al pe­
ríodo de gobierno del Frente Popular. Vuelvo a insistir en que no me in­
teresa el valor polémico de sus alegatos, muchos de los cuales lo poseen
sin duda y con vigencia actual. Pero efl peso y la significación histórica del
documento no pueden ponerse en duda. Aunque algunas acusaciones con­
cretas —como el desembarco de armas soviéticas en marzo de 1936—
mezclen datos de propaganda bélica con estrictos testimonios históricos.
Pero el Dictamen no es más cronológico, sino la revolución de un estado
de conciencia basado —eso sí— en otros muchos hechos irrefutables.
Destitución del Presidente de la República. Su repercusión en la ilegiti­
midad de los Gobiernos.
Se planteó este asunto por las minorías socialistas y comunistas, que> el
3 de abril de 1936 presentaron una proposición así redactada: “1^ dipu-
Los z,;i

288
Lados que suscriben ruegan al Congreso se sirva declarar que, siendo la di­
solución de Cortes acordada por Decreto de 7 de enero del corriente año, la
segunda que se ha decretado durante el actual mando presidencial, procede, con
arreglo a lo dispuesto en el artículo 81 de la Constitución, examinar y resol­
ver sobre la necesidad del referido Decreto, examen y resolución que conforme
a lo también establecido en dicho artículo han de constituir el primer acto de
estas Cortes, procediendo, por consiguiente, a anunciar hoy el planteamiento
del asunto, para que pueda ser acordado dentro de las condiciones estableci­
das en el artículo 106 del Reglamento de la Cámara.”
Dejando aparte lo referente a la más reglamentaria tramitación de la pro­
puesta transcrita —sobre lo que no faltó en el Parlamento quien llamara la
atención, defendiendo procedimiento distinto del que fue seguido— en el fon­
do del asunto a debatir resaltaban dos puntos esenciales: uno, decidir si la
disolución de las Cortes, acordada por Decreto de 7 de enero, era o no la
primera o la segunda a los efectos del cómputo del artículo 81; otro, si en el
supuesto de ser la segunda, las nuevas Cortes se pronunciaban contra la ne-
cesidad del Decreto de disolución de las anteriores.
Respecto del primer problema, la Cámara se hallaba ante los textos de dos
Decretos de disolución de Cortes, uno, el de las Cortes Constituyentes refren­
dado por el señor Martínez Barrio, entonces Jefe del Gobierno, y después
Presidente de las Cortes de 1936, y otro de las Cortes ordinarias refrendado
por el señor Pórtela Valladares en 1936.
En dichos Decretos no se computaba, a efectos del artículo 81 de la Ley
fundamental, la primera disolución llevada a cabo por el Presidente de la
República, atendido el carácter extraordinario de las llamadas Cortes Consti­
tuyentes. Tanto el Presidente como quienes refrendaron sus Decretos, habían
afirmado pública y oficialmente su opinión, y según ella no era aplicable el
artículo 81 en su último párrafo. Contraria a tal criterio era la proposición
socialista que pedía al Congreso declarase que la disolución de 1936 era la
segunda del período presidencial, procediendo, en consecuencia, resolver sobre
la necesidad de tal Decreto. El voto desfavorable a dicha necesidad llevaba
aneja la destitución del Presidente.
¿Quién podía y debía decidir sobre la primera cuestión planteada? Si la
Cámara se pronunciaba en contra de lo afirmado en los Decretos, su facul­
tad decisiva se sobreponía a la del Jefe del Estado y del Gobierno respon­
sable. No hay precepto constitucional que concretamente le atribuya prerro­
gativa semejante, y no faltaron quienes en los debates parlamentarios —esti­
mándolo así, y para no actuar el Congreso en Convención— señalaran que
Jas mismas Cortes podían arbitrar el medio para que órgano distinto de los
que estaban en litigio hiciera tal declaración, pues no parecía lógico que de­
cidiera una de las partes en conflicto.
La Cámara se arrogó esta potestad y al decir inapelablemente que la diso­
lución era la segunda, dejó abierto el camino más fácil para llegar a la meta
de eliminar el Presidente conforme al artículo 81 con menor quorum para
la validez del acuerdo, que por el procedimiento del artículo 82 y sin el riesgo
de que las Cortes quedaran disueltas en el caso de que la Asamblea de Dipu-

289
19
tados y Compromisarios votara contra la iniciativa y destitución como prevé
el último párrafo del artículo 82.
En lo relativo al segundo problema, necesidad del Decreto, la discusión
puso de relieve cómo en las consultas del Presidente de la República, los re­
presentantes de los partidos extremistas aconsejaron la disolución; y cómo
singularmente el jefe del partido de Izquierda Republicana, Azaña, decía el
20 de octubre de 1935: “la convocatoria electoral es la directriz de Izquierda
Republicana. Nuestra abstención es total e irrevocable a todas las formacio­
nes ministeriales de cualquier clase que puedan formarse con anterioridad a
la convocatoria de elecciones. Por tanto, que se calmen un poco los impa­
cientes de buena voluntad que cada vez que surge una de estas crisis se pre­
guntan dónde están las izquierdas. Las izquierdas se reducen a dar un con­
sejo: elecciones”.

La preferencia dada al artículo 81 de la Constitución, omitiendo delibe­


radamente para destituir al Presidente la aplicación del 82, más adecuado
y constitucional, violencia jurídica que se explica por la comodidad de ser la
cifra de votos en favor de aquella proposición solamente 238, muy inferior
a la.de 284 que exigía el artículo 82.
El Congreso de los Diputados se sobrepuso al Presidente de la República
y a los Gobiernos que publicaron los Decretos de disolución de Cortes con
evidente mediatización del Poder moderador y alejamiento del ejercicio del
Poder de la persona que no resultaba grata al Frente Popular.
Los partidos de izquierda se contradijeron absolutamente, ya que, con­
sultados en la última crisis, emitieron opinión favorable a la disolución de
las Cortes y después la expresaron contraria y la mantuvieron al votar la pro­
posición.
Los mismos gobernantes, al discutirse la redacción del Decreto que disol­
vió y convocó las Cortes en 1933 y al facilitar luego la votación de la pro­
puesta socialista en 1936, incidieron en contradictoria apreciación de un mis­
mo hecho.
Y, en fin, se utilizó el Decreto de disolución para subir al Poder, y una
vez adueñados de éste se le consideró innecesario.
Esta falta de necesidad llevaba en sí el reconocimiento de que las Cor­
tes de 1933, en que eran mayoría las derechas, debieran haber continuado
funcionando, ya que si se creía que no representaban al país, su disolución
era procedente, y si lo representaban debían subsistir.
La elección de nuevo Presidente hízose tras una serie de arbitrariedades,
abusos y atropellos del verdadero sufragio. Abuso fue el modo como actuó
una Comisión de Actas —de la que se vieron obligados a retirarse los par­
tidos de derechas—, cuyo Presidente socialista llegó a dimitir, y una Junta
de Diputados en que predominaba la mayoría del Frente Popular. Atropello
fue modificar para las elecciones de Compromisarios y en pleno período elec­
toral la exigencia del quorum para la validez de la primera vuelta, no cier-

290
tamente por el Congreso, sino por la Diputación Permanente, procedimiento
censurable y en cuyas elecciones, que por la abstención de los partidos de
derecha y a pesar de exigir el Frente Popular de sus adeptos acudieran a las
urnas, sólo votó un tercio del cuerpo electoral. Arbitrariedad fue la previa
destitución presidencial, obtenida por abusos de poder de la Cámara, que no
contaba con los votos precisos para aplicar el artículo pertinente de la Cons­
titución.
¿Qué legitimidad puede atribuirse a Gobiernos que han nacido en tales
condiciones?

Amnistía. Su espíritu. Extensión que se le dio

Instalado en el Poder el 19 de febrero el Gobierno del Frente Popular,


no obstante las declaraciones hechas en la radio por su Presidente, haciendo
caso omiso del artículo 102 de la Constitución, que prescribe: “Las amnis­
tías sólo podrán ser acordadas por el Parlamento”, sin esperar la reunión de
éste y a pesar de que el cincuenta y tres por ciento de los electores votan­
tes lo habían hecho en contra del programa del Frente Popular, que sólo
obtuvo el cuarenta y siete por ciento en la lucha electoral, acudió a la Dipu­
tación Permanente de las Cortes y en medio de violencia moral, utilizando
el espíritu clemente ya puesto en práctica por anteriores Gobiernos, otorgó
por Decreto-Ley de 21 de febrero amnistía a los penados y encausados por
delitos políticos y sociales, incluyendo en ella a los Concejales vascos: am­
nistía que no podía arrancar de “ser inequívoca la significación del resultado
electoral” en cuanto a la medida otorgada y a la amplitud de su aplicación,
no pudiendo por esto último conducir “a la tranquilidad de la vida nacional
en que evidentemente debían estar por igual interesados todos los sectores
políticos”, ya que a su amparo y por haberse realizado en medio de una
subversión político-social fueron libertados delincuentes que para la mayoría
de los españoles lo eran de delitos comunes o de alta traición. Recuérdense
entre éstos los casos de Pérez Farrás, traidor a España y verdadero asesino
de un jefe militar que cumplía su deber; González Peña, cabecilla de la revo­
lución asturiana y saqueador del Banco de España; García Oliver, delin­
cuente común y notable ex presidiario, después por sarcasmo Ministro de
Justicia en el Gobierno del Frente Popular, y otros muchos que se omiten
por no hacer demasiado enojosa la referencia.
Espíritu de amnistía que, en otro orden de cosas, tuvo alcance insospe­
chado aun para los que asintieron más o menos voluntariamente a su apro­
bación, ya que se le dio amplio efecto retroactivo, pues en 28 de febrero
del 36 se decretó por el Gobierno el sobreseimiento en Correos y Telégrafos
de todos los expedientes sin resolución firme instruidos por hechos ocurri­
dos desde el primero de enero de 1934.

291
I

Se obliga a los patronos a readmitir a los asesinos de sus familiares

El 29 de febrero de 1936 se publicó un Decreto de gravedad suma, que


inmediatamente produjo en la opinión pública grande alarma y harto senti­
miento de protesta, pues obligó a todas las entidades patronales a readmitir
cuantos obreros, empleados o agentes hubieren despedido por sus ideas o
huelgas políticas a partir de 1 de enero de 1934, debiendo restablecer las
plantillas vigentes el 4 de octubre del citado año. Dicho Decreto creaba co­
misiones que actuarían con toda urgencia para decidir, las cuales habían de
señalar la indemnización que hubiere de darse por los patronos a los obreros re­
admitidos, la que en ningún caso podría ser inferior a 39 jornales ni superior a
seis meses de salario. Todo ello sin tener en cuenta que había existido ruptura
voluntaria del contrato de trabajo y que los patronos estaban amparados ini­
cialmente por la Ley de 1931. Además, por otro Decreto de 30 de abril, y para
el caso de que los patronos se negasen a readmitir obreros conforme a lo re­
suelto por las Comisiones especiales citadas, se facultaba para la imposición
de multas comprendidas entre 25 y 100 pesetas por obrero y día de retraso en
la admisión, sin que contra dichas multas se diera recurso alguno, extremo
éste perfectamente inconstitucional.
Las citadas disposiciones motivaron casos de verdadera indignación para
toda conciencia honrada, debiendo mencionarse entre éstos el del Bar To­
ledo, sito en la plaza de Zocodover, de dicha capital, pues se quería obligar
a la viuda del dueño del citado establecimiento a readmitir en éste a uno de
los asesinos de su marido; ocurriendo situaciones análogas con diversos fa­
bricantes de Barcelona, entre los cuales se recuerda en estos momentos el del
señor Vilá.
En 16 de marzo se restablecen por aplicación de la amnistía las asocia­
ciones disueltas o suspendidas y en todo su vigor el Decreto de 25 de mayo
de 1931, sobre censo electoral social, anulándose el de 10 de junio de 1935;
medidas que evidentemente favorecían a elementos y organizaciones sindi­
cales que integraban el Frente Popular y la actuación de las cuales tuvieron
después muy generalizada consecuencia en virtud de múltiples disposiciones
legales, cual entre otras la que instituyó los Tribunales Populares.

Se rompe de nuevo la unidad de la Patria

Habían producido en toda España, singularmente por lo que afectaba a


Cataluña, dolorosa impresión los sucesos de octubre de 1934. Pues bien, con
fecha 24 de febrero, el Gobierno del Frente Popular deroga el Decreto de
1 de noviembre de 1934 y restituye en sus funciones al Patronato de la Uni­
versidad de Barcelona, e igualmente reintegra en sus facultades al Parla­
mento Catalán al efecto de designar el Gobierno de la Generalidad; y por
Decreto-Ley de 26 de febrero —a pesar de existir la Ley de 2 de enero de
1935, y a partir del Decreto de 4 de marzo derogando el 21 de febrero de
1935— se disuelve la Comisión creada por éste y se restablece la Comisión

292
Mixta de Traspaso de Servicios a Cataluña, que actuó a raíz de la aprobación
del Estatuto Catalán en 1932.

Destrucción de la Economía Agraria. Expropiaciones anticonstitucionales. Rui­


na del campo sin beneficio para nadie. Anulación de sentencias firmes.

En materia agraria las disposiciones fundamentales que se dictaron fueron


las siguientes: Decreto de 28 de febrero de 1936 sobre desahucios; Decretos
de 3 y 20 de marzo sobre ocupaciones temporales de fincas rústicas; Ley de
12 de junio sobre desahucios, en la que entre otros extremos se autorizaba
la revisión de juicios terminados por sentencia firme y con lanzamiento de
las fincas desde 1 de julio de 1934, incluso para los arrendatarios o aparce­
ros que a partir de esta fecha hubieran abandonado la posesión y cultivo de
las fincas sin sujeción a procedimientos judiciales; y por último, la Ley de
18 de junio de 1936, que derogó la de 1 de agosto del 35 restableciendo la
vigencia de la de 15 de septiembre del 32 y dando eficacia de Ley a varios
artículos del Decreto ya citado de 20 de marzo.
Ningún reparo tienen que oponer los firmantes de este Dictamen a cual­
quier política social, que, inspirada en móviles de justicia, se traduzca en me­
didas de necesaria protección a las clases humildes; pero examinadas en
conjunto dichas disposiciones agrarias, tenemos el deber de consignar:
Que contenían preceptos anticonstitucionales, como los relativos a las
expropiaciones sin indemnización.
Que incidían en flagrantes contradicciones como las que se daban entre
las aparentes garantías consignadas en la primera Ley de Reforma Agraria
y lo dispuesto en los Decretos de marzo de 1936 que ponían las tierras, sin
respeto a las aludidas garantías, a disposición de las llamadas Casas del Pue­
blo, por medio de asentamientos provisionales de tipo socializante que no
creaban patrimonio a favor de los humildes y sólo servían para dilapidar
fondos del Estado, en explotaciones colectivistas, a las que se llevaron gen­
tes que nunca habían sido campesinos, y cuyo fracaso pudo demostrarse con
todo género de documentos y cifras.
Que imponían la anulación de sentencias firmes, violando la autoridad de
la cosa juzgada.
Con todo ello se produjo grave quebranto de elementales principios de
derecho y la desvalorización de la riqueza rústica del país, sin beneficio para
nadie; con la consiguiente destrucción de la economía agraria, aumentada
aquélla por el ambiente de franca anarquía que a la sazón imperaba en el
campo.
Un Decreto de 16 de marzo de 1936 derogó el de 27 de septiembre de 1934
referente al Patronato Gestor de la incautación de bienes de la Compañía de
Jesús restableciendo los Decretos de 23 de enero y 1 de julio de 1932, con
orden de revisar todos los expedientes de devolución que hubiesen sido infor­
mados favorablemente por el Patronato que se suspendió.

293
Se retorna a las arbitrariedades de los Jurados Mixtos

En materia social, la Ley de 30 de mayo de 1936 derogó la de 16 de


junio de 1935 y disposiciones complementarias; restableciendo la de 27 de
noviembre del 31, referente a Jurados Mixtos de Trabajo, anulando las ac­
tuaciones que se hubieren realizado ante los Jurados Mixtos en que no hu­
biera recaído fallo, reponiéndolas al estado de citación para juicio y dispo­
niendo el cese de los funcionarios de las carreras judicial y fiscal que hubie­
ren obtenido el nombramiento de Presidente de Jurados al amparo de la Ley
de 1935. En consecuencia quedaron derogados Decretos de 1 de noviembre
de 1934 sobre rescisión de contratos de trabajo con motivo de huelga, de
20 de diciembre sobre despido y readmisión, de 21 de marzo del 35 sobre de­
manda ante Jurados Mixtos y los de 10 de enero del 34 y 24 de mayo del 35,
sobre incompatibilidades en el ejercicio de los cargos de Presidente y Secre­
tario de Jurados Mixtos, el Decreto de 29 de agosto de 1935, texto refun­
dido de la legislación de Jurados Mixtos, en cumplimiento de la Ley de
16 de junio, y, en fin, el Decreto de 11 de noviembre del 35 sobre procedi­
mientos.
Por consecuencia de estas disposiciones, se privó a los Jurados Mixtos de
estar presididos por Magistrados y Jueces y se volvió al sistema implantado
en el año 1931 por el Gobierno de izquierdas, en el que la presidencia de
dichos organismos, con voto dirimente en asuntos que muchas veces afectaban
a la esencia de la economía del país y al patrimonio de los españoles, se con­
fiaba a quienes debían, prácticamente en la generalidad de los casos, sus car­
gos al libre arbitrio ministerial y podían ser instrumento de la pasión política
de aquellos que no otorgaban respeto al adversario y se inspiraban en el prin­
cipio de la lucha de clases.
En una palabra, lo tan brevísimamente apuntado prueba cómo, incluso sin
esperar a la actuación normal del Parlamento, sin respeto para lo que en ejer­
cicio de su soberanía había realizado el Congreso anterior, con menosprecio
de decisiones de los órganos judiciales que actuaban conforme a la Ley, con
olvido de lo que era indiscutible sentimiento nacional de robustecer patriótica­
mente el Estado español, único admitido como soberano por la Constitución
de 1931, con abandono de los principios de disciplina social y administrativa,
se quiso borrar del derecho en vigor toda obra de los poderes públicos en
1934 y 1935, y anular los efectos ya producidos en derecho, en cuanto no en­
cajaban en los deseos de los refuerzos extremistas que las izquierdas republi­
canas recibieron al formar el llamado Frente Popular.

El Poder judicial, coaccionado.—Exigencia de responsabilidad a Jueces y Ma­


gistrados por Tribunales que integran las asociaciones sindicales

Ya en el primer bienio, cuando gobernaron a España los propios elemen­


tos que después integraron el Frente Popular, hicieron patente su menosprecio
para los funcionarios judiciales. Recuérdese aquella suspensión de los Jueces de
Madrid y Barcelona señores Amado y Fuentes, decretada por el Ministerio de

294
la Gobernación al socaire de la Ley de Defensa de la República. Recuérdese
también aquellas jubilaciones famosas decretadas por Albornoz, de multitud de
dignos funcionarios, con pretextos tan absurdos cual es el de tener alguno
un hijo sacerdote o jesuita.
Mas ya en el Poder el Frente Popular había de significar en mayor grado
el propósito coaccionador que lo caracterizó. Apenas instaurado y bajo apa­
riencia de disconformidad con el modo de actuar de algunos dignos funciona­
rios, rompióse la inamovilidad, decretándose su traslado. Son notorios, entre
otros, el caso del Presidente de la Audiencia Provincial de Madrid, excelentí­
simo señor don Angel de Aldecoa —después vilmente asesinado—, y el del
abogado fiscal de la propia Audiencia, don Federico Martínez Acacio, a quie­
nes se trasladó so pretexto de su actuación débil en cierto proceso donde fue­
ron absueltos elementos de derechas; y viene también a la memoria el caso
de la Sección Segunda de la Audiencia de Madrid, a quien se instruyó expe­
diente porque en una de sus sentencias tuvo la justicia (entonces acto de va­
lor) de declarar que el grito de ¡Viva España! no podía considerarse delictivo.
Pero precisaba, sin duda, mayor aherrojamiento de la Administración de
Justicia; y para ello realizándolo en quien visiblemente la representaba, no
obstante hallarse provisto el cargo de Presidente del Tribunal Supremo, en
cumplimiento de preceptos constitucionales (Art. 96 de la del 31) que deter­
minaban ser su duración diez años, se decidió jubilarlo, para lo cual el Go­
bierno Azaña logró de su Parlamento una Ley, que, sin embargo de haber
quedado pendiente de aprobación definitiva cuando se suspendieron las sesio­
nes con motivo del asesinato del señor Calvo Sotelo, fue puesta en vigor por
Decreto del 18 de agosto.
Y por una Ley de 13 de julio de 1936 se modificó la de 1932 sobre nom­
bramiento del Presidente del Tribunal Supremo, estableciendo una Asamblea
constituida por electores que la mayor parte dependían del arbitrio guberna­
mental ; es decir, que las ligeras garantías de independencia contenidas en la
de 1932 fueron así anuladas.
Mas sin duda no parecía bastante cuanto va expuesto para encadenar a
los miembros de la Administración de Justicia, ya que en otra Ley del 13 de
junio de 1936 se dispuso que para exigir la responsabilidad civil y criminal
a los Magistrados, Jueces y Fiscales se constituyere un Tribunal de doce ju­
rados, de los cuales seis habían de ser elegidos en la lista de Presidentes de
las asociaciones comprendidas en el censo electoral social.
Integrado ese censo por entidades, en su mayoría obreras, y en gran parte
con marcado matiz político social, púsose así en sus manos el honor y aun
la vida de aquellos funcionarios, que habían juzgado en no pocos casos a quie­
nes después se convertían en sus juzgadores.

Un breve resumen estadístico de los hechos.

Si las violaciones de la Constitución fueran poco para juzgar al Gobierno


del Frente Popular como un Poder anticonstitucional, bastaría recordar que

295
durante el primer semestre de la actuación de ese Gobierno se movieron con
escandalosa impunidad los activistas de dicha fracción política, cometiendo
desmanes, que una y otra vez fueron denunciados al Poder público en el Par­
lamento, ante la regocijada complacencia de la mayoría y la pasividad puni­
ble del Gobierno. Bueno será recordar {Diario de Sesiones de Cortes, núme­
ro 17, sesión del 15 de abril de 1936, página 324, y Diario número 25, se­
sión del 6 de mayo, página 621) las intervenciones del malogrado jefe de la
oposición, señor Calvo Sotelo, poco después asesinado. En esas dos interven­
ciones parlamentarias, este Diputado pudo concretar sus denuncias en las si­
guientes cifras:

Resumen de los sucesos acaecidos en España desde el 16 de febrero de 1936


al 2 de abril del mismo año:

Asaltos y destrozos

De centros políticos 58
De establecimientos públicos y privados 72
De domicilios particulares 33
De iglesias 36

Total 199

Incendios

De centros políticos 12
De establecimientos 45
De domicilios particulares 15
De iglesias (destruidas, 56) 106

Total 178

Otros excesos

Huelgas generales 11
Motines 169
Tiroteos 39
Agresiones 85
Atracos 24
Heridos 345
Muertos 74

296
Resumen de los sucesos acaecidos en España desde el 1 de abril de 1936
al 4 de mayo del mismo año:

Muertos 47
Heridos 216
Huelgas 38
Bombas y petardos 53
Incendios (en su mayoría de iglesias) 52
Atracos, atentados, saqueos, etc 99

Prensa democrática extranjera condena la anarquía.


Entre los diversos textos de prensa democrática extranjera condenatorios
de la anarquía española que pudieran citarse, merece especial mención un ar­
tículo publicado en el periódico francés L’Ere Nouvelle en los mismos días en
que tales denuncias fueron hechas ante el Parlamento español.
El artículo decía así: “Desde el día primero de marzo, en todo el país (se
refiere a España) reina el desorden. Y ¡qué desorden! En casi todos los gran­
des centros los elementos de extrema izquierda han emprendido una campaña
de violencia que toda democracia debe condenar. Es singularmente paradójico
reprochar a los regímenes de dictadura el uso de la fuerza y proceder exacta­
mente como ellos cuando la ocasión se presenta. Nadie ignora que los atenta­
dos se suceden en ciertas ciudades desde hace un mes. Y se conocen al detalle,
a pesar de la censura de Madrid, los odiosos actos cometidos contra muchas
Sociedades representativas de doctrinas opuestas a las del nuevo régimen. Es­
tos mismos excesos prueban que el Gobierno de Madrid está siendo desbor­
dado por sus aliados de extrema izquierda. Y todos los demócratas que entre
nosotros han aplaudido el nacimiento de la República española y sus peque­
ños esfuerzos, se inquietan hoy al verla deslizarse en una pendiente tan peli­
grosa. El peligro para una doctrina no está solamente en los partidos de la
reacción. Aquel que constituyen los partidos revolucionarios no es menos
grave para ella. Habiendo dado jaque a uno, España parece incapaz de re­
accionar contra el otro.”

El Gobierno se declara beligerante.

Como prueba de la dirección y complacencia del Frente Popular en tales


atropellos, deben recordarse las palabras pronunciadas por el Diputado Alva-
rez del Vayo, miembro de la minoría socialista (que forma parte del Gobier­
no del Frente Popular), en un mitin celebrado a mediados de marzo de 1936
en Barcelona: “los incendios producidos así en La Nación como en las igle­
sias de San Luis y de San Ignacio fueron debidos a que el pueblo de Madrid
quería hacer una protesta ante el ritmo lento con que el Gobierno desarrolla
el programa del Frente Popular...
En la sesión del Parlamento del 19 de mayo de 1936 (Diario número 29,
página 693), el entonces Jefe del Gobierno, señor Casares Quiroga, pronunció

297
un discurso en el que sostuvo lo siguiente: “yo decía, señores Diputados, hace
una semana, ocupando el puesto de Ministro de la Gobernación, que no es­
taba en aquel cargo dispuesto a tolerar una guerra civil en España. Lo reitero
ahora, pero digo que cuando se trata de implantar en España un sistema que
va contra la República democrática y contra todas aquellas conquistas que
hemos realizado en compañía del proletariado, ¡ah!, yo no sé si permanecer
al margen de esas luchas y os manifiesto, señores del Frente Popular, que con­
tra el fascismo el Gobierno es beligerante”.
La subversión, en su origen, corresponde a quienes desde el 19 de febrero
de 1936 dirigieron la política española. Fueron ellos y sus inspiradores y
alentadores los que se mantuvieron en manifiesta rebeldía frente a la Consti-
tuación y a las leyes de la República, incitando y tolerando el desorden y el
crimen.
Las reiteradas y documentadas denuncias y reclamaciones que, sobre el
estado de desorden y anarquía plantearon ante los poderes gubernamentales
del Frente Popular, un día y otro, los jefes de las oposiciones, demuestran que
los elementos contrarrevolucionarios españoles acudían con insistencia agota­
dora a los procedimientos legales, antes de que el Ejército pusiera su acción al
servicio de los legítimos intereses nacionales.
Conviene recordar, en este aspecto, que el mismo Diputado señor Calvo
Sotelo (sesión del 15 de abril de 1936) dijo, refiriéndose al Gobierno: “¡Ah!,
pero si el Gobierno muestra flaqueza, si vacila, si se produce con indecisiones
que permitan suponer la posibilidad de que en la fortaleza del Estado se en­
trometen de una manera tortuosa los que la quieren arrasar, nosotros tenemos
que levantarnos aquí, a gritar que estamos dispuestos a oponernos por todos
los medios, diciendo que el ejemplo de exterminio, de trágica destrucción que
las clases sociales, conservadoras y burguesas de Rusia vivieron, no se repetirá
en España, porque ahora mismo, si tal ocurriese, nos moveríamos a impulsos
de un espíritu de defensa que a todos llevará al heroísmo, porque antes que el
terror rojo... (Fuertes rumores.)”. Y en esa misma sesión, otros jefes de minoría
advirtieron al Gobierno idénticas posiciones, según consta en el referido
Diario.
Otra evidente demostración de que el Gobierno del Frente Popular ani­
maba con su conducta el estado de indisciplina social y de que por otro lado
no le faltaron altas y autorizadas advertencias, que a la par demuestran la leal
y disciplinada conducta de las jerarquías del Ejército que así agotaron todos
los medios legales para evitar la lucha civil, la tenemos en la carta que el
23 de junio de 1936 dirigió al entonces Presidente del Consejo de Ministros,
señor Casares Quiroga, el Comandante Militar de las Islas Canarias, excelen­
tísimo señor don Francisco Franco, hoy Jefe del Estado español. En dicha
carta, mesurada y patriótica, denuncia al Poder Público las arbitrariedades y
ofensas que se cometen contra el glorioso Ejército español en las personas
y jerarquías de sus Jefes y Oficiales, y en ella, seria y dignamente, advierte
al Gobierno “el peligro que encierra este estado de conciencia colectivo en los
momentos en que se unen las inquietudes profesionales con aquellas otras de
todo buen español ante los graves problemas de la Patria .

298
Tanto el malogrado señor Calvo Sotelo al formular ante el Parlamento sus
categóricas denuncias, como el General Franco al solicitar, en forma correcta,
noble y mesurada, de los Poderes públicos que pusieran coto a tanto desafue­
ro, mostraban darse cuenta clara de una serie de hechos, entonces en el mis­
terio, pero hoy esclarecidos y probados de un modo concluyente en documen­
tos oficiales. Es, a saber: que los crímenes, incendios de iglesias y atentados
contra las personas y las propiedades cometidos en España a partir del 19 de
febrero de 1936, constituían el resultado premeditado y sistemáticamente per­
seguido de la acción directa y la intervención de una potencia extranjera que
con la ayuda y la obediencia ciega de los elementos del Frente Popular, apo­
derados del mando, resueltamente ordenaba, cómodamente preparaba y en
toda su plenitud iba a desencadenar muy pronto en nuestro país una verda­
dera y sangrienta revolución social.
Del contenido de diferentes documentos insertos en apéndices de este
Dictamen, pero en especial del informe presentado ante el Comité de No In­
tervención por el Gobierno portugués, aparece claro:
1. ° Que el 27 de febrero de 1936, es decir, a los ocho días de subir al Po­
der el Frente Popular, el Komintern, de Moscú, decretaba la inmediata ejecu­
ción de un plan revolucionario español y su financiamiento, mediante la in­
versión de sumas fabulosas.
2. ° Que el 16 de mayo siguiente, representantes autorizados de la U.R.S.S.
se reunían en Valencia en la Casa del Pueblo con representantes también
autorizados de la III Internacional y adoptaban el acuerdo siguiente: “En­
cargar a uno de los sectores de Madrid, designado con el número 25, de eli­
minar a las personalidades políticas y militares destinadas a jugar un papel
interesante en la contrarrevolución.”
3. ° Que a los mismos efectos, Rusia, en donde desde largo tiempo existía,
en un museo de Moscú, una sala especial dedicada a la futura revolución co­
munista española, y que tenía creada en España una vasta organización, abun­
dantemente provista de medios de propaganda y de acción, había enviado a
España dos técnicos, que son, al mismo tiempo, revolucionarios conocidos:
Bela Kun y Zosowiski, con el encargo de realizar inmediatamente los objetivos
siguientes, que coinciden en sus finalidades y carácter con lo hecho en Astu­
rias en 1934:

a) Obligar al -Presidente de la República a renunciar a su cargo.


b) Establecer un Gobierno dictatorial obrero y campesino.
c) Proceder a la confiscación de tierras y nacionalización de Bancos, mi­
nas, fábricas y ferrocarriles.
d) Exterminar a los pequeños burgueses.
e) Establecer un régimen general de terror.
f) Crear milicias obreras.
J?) Destruir las iglesias y conventos.
/i) Suprimir la prensa burguesa.
í) Crear el Ejército rojo español.
/) Provocar una guerra con Portugal a título de experiencia revolucionaria.

299
4.° Que grandes cantidades de armas rusas comenzaron a entrar en Es­
paña desembarcadas en marzo en Sevilla por el barco soviético Neva, y en
Algeciras, en la misma época, por el barco, también soviético, Jerek, siendo
este material distribuido por los elementos comunistas en Cádiz, Sevilla, Ba­
dajoz, Córdoba, Cáceres y Jaca.
Desde aquella fecha apareció clara la verdad, hoy evidente, de la afirma­
ción de Oliveira Salazar: “La guerra civil española es una lucha internacional
sobre un campo de batalla nacional.” Esa guerra estaba en realidad en mar­
cha, introduciendo sus sangrientos estragos no desde julio, sino desde febrero
de 1936, y el gran acierto del Movimiento Nacional es haberlo comprendido
así y haber anticipado, en beneficio de España y de la civilización, el momento
cumbre de la definitiva batalla.
Todos los atropellos cometidos contra la libertad electoral en el nacimien­
to del Gobierno y de las Cortes del Frente Popular; todos los atentados sub­
siguientes contra la vida de las personas, la libertad y la propiedad de los par­
ticulares ; todas las conclusiones contra las supremas y primarias garantías
jurídicas que la Constitución otorgaba permiten afirmar que en España, des­
de febrero de 1936, se vivía en un estado de sedición gubernativa, ya que el
Gobierno, lejos de coartar y reprimir tales excesos, encajados como figura de
delito en el artículo 245 de la Ley Penal, los estimulaba y los amparaba, con
infracción notoria del artículo 364 de la propia Ley que clarísimamente de­
termina incurría en responsabilidad criminal.

DOCUMENTOS 105, 106, 107 y 108

CUATRO HISTORIADORES (121) (122) (123) (124)

Es inútil que demos aquí un resumen de las cuatro síntesis. Por la iz­
quierda hablan Ramos Oliveira y Gerald Brenan. Por los vencedores en
la guerra, Diego Sevilla Andrés. Desde fuera, Gabriel Jackson, notoria­
mente inclinado a la República de antes y después del 18 de julio. Es
muy interesante comprobar que los tres historiadores favorables a la
República enjuician muy duramente la actuación del Gobierno tras las
elecciones de febrero. A pesar de que se mueven dentro de los tópicos ha­
bituales, algunas de sus conclusiones son asombrosamente exactas. El error
histórico más notable en da dogmática, aunque interesante exposición de
Ramos Oliveira es la consideración del Frente Popular como alianza per­
manente interna de las izquierdas españolas. Olvida la parte esencial que
en la gestación del Frente corresponde a las directrices de la Comintem,
como probamos en el capítulo IV. Gerald Brenan, con su habitual des­
cuido a la hora de las pruebas, habla de negociaciones con Hitler antes
del 18 de julio y afirma que el capitán Condés y su cuadrilla de asesinos
oficiales eran “socialistas disfrazados de policías”. Pero es muy certera
su visión de Largo Caballero, exaltado y desbordado.

300
DOCUMENTO 105 (121)

La oligarquía, evidentemente, acusaba innegable desconcierto, sin duda


como efecto de la descarga popular de octubre, que impuso al partido más nu­
i
meroso de la reacción tiento y cautela. Pero si Acción Popular había apren­
dido, al parecer, a moderar sus impaciencias políticas, se negaba a descubrir las
enseñanzas sociales que se desprendían de la situación en 1935. Impotentes
los conservadores para anular en la política al proletariado, se holgaban en
exasperarlo. Cada ley era una nueva vuelta al tornillo de la opresión econó­
mica ; y la guerra civil, que se hubiera podido contener o aplazar o, tal vez,
evitar, con unas cuantas reformas oportunas y una política de magnanimidad,
avanzaba, en virtud de esa bárbara y ciega obstinación, con paso inexorable
y siniestro; y con la guerra civil, la revolución, en la que pudieran perderlo
todo quienes no se doblaban a ceder algo.
En esa tesitura, no ablandada ni por la más sombría perspectiva, el par­
lamento de mayoría oligárquica y el Gabinete radicalcedista tenía empanta­
nada a la nación. El déficit presupuestario tornaba a ser el de la Monarquía
y el de la Dictadura: 1.000 millones de pesetas; y los genuinos capitalistas,
los burgueses, contemplaban con alarma el hundimiento de la economía in­
dustrial y mercantil, corolario, en parte, de la desastrada administración, en
parte, de la rebaja general de salarios en el campo, y en parte, de la mengua
del crédito español en el mundo.
Los industriales y comerciantes, aconsejados por Cambó, diputaron nece­
sario un cambio de política económica, que no podía llevarse a cabo sin ex­
pulsar a los agrarios del Gobierno. El Presidente de la República, en busca
ahora de la clase media, de un centro político equilibrador, no desoyó, a buen
seguro, los lamentos y sugestiones de la burguesía industrial y mercantil, ni
persistió en ignorar la ingobernabilidad de las Cortes agrario-aristocráticas.
La situación política surgida en noviembre de 1933 tocaba a su fin. Y en sep­
tiembre, Alcalá Zamora entregaba el Poder a don Joaquín Chapaprieta, hom­
bre de negocios y aliado en este caso de los Diputados de la Lliga y de cuantos
capitalistas resentían el egoísmo, la irresponsabilidad y la ignorancia de los
terratenientes.
El Gobierno Chapaprieta tuvo corta vida. Las Cortes le eran adversas, y
esa enemistad se trocó en horror hacia el nuevo Presidente del Consejo luego
que la mayoría parlamentaria le oyó decir que se proponía nivelar el presu­
puesto y que para ello exigiría sacrificios pecuniarios a todos los españoles,
sin distinción de clases. La oligarquía apenas tuvo objeción que hacer mientras
se redujeron empleos y se disminuyeron los sueldos de los funcionarios; pero
cuando supo que se aumentaba el impuesto de derechos reales, o tributo so­
bre la transmisión de herencias, y que se creaba una nueva exacción sobre la
propiedad territorial, prefirió arrostrar las asechanzas de otra crisis de Go­
bierno.
La decisión de la oligarquía confirmaba una vez más su contumaz propen­
sión a suicidarse. El partido radical, herido mortalmente por los escándalos
financieros, estaba moral y políticamente desahuciado en el Parlamento y en

301
el país. La C. E. D. A. no obtendría el Poder de manos de un Presidente que
tan caro había pagado el darle acceso al Gobierno. Por consecuencia, con
aquellas Cortes no había ya Ministerio posible y menos aún probabilidad de
que se gobernara con mesura y decencia; y la disolución auguraba para los
conservadores el riesgo casi seguro de una próxima y temible derrota electoral.

El Frente Popular.

El fin del Gobierno Chapaprieta decidió al Jefe del Estado a sancionar la


formación de un Gabinete sin Ministros de la C. E. D. A., a disolver la Cá­
mara y a intentar artificiosamente la gestación de un partido de clase media
que fuera el centro de gravedad en las futuras Cortes. El hombre encargado
de crear ese partido, presidir el nuevo Gobierno y hacer las elecciones era
don Manuel Pórtela Valladares.
Creía el Presidente de la República que desde el Poder, manipulando con
destreza, a la antigua, la máquina electoral, podría alumbrarse obrepticiamen­
te, si no el movimiento mesocrático, oxígeno de una democracia parlamentaria,
al menos la organización que hiciera sus veces en las Cortes. En efecto, to­
das las vicisitudes del régimen provenían, en principio, de la falta de clase
media; pero erraba don Niceto ahora en la elección de procedimiento —el
único que podía ocurrírsele a un político del antiguo régimen— para fundar
un partido de centro, como había errado antes impidiendo, en lo mucho que
de él dependió, que surgiera una nueva clase social en el campo o que el pro­
letariado agrícola disfrutase aquel nivel de vida que le predispusiera a soste­
ner la República con el entusiasmo con que se defiende lo propio. La equi­
vocación del Jefe del Estado había sido la de casi todos los republicanos
a la derecha de Azaña: querían gozar de la libertad y la democracia sin pasar
por las molestias de la revolución y sin destruir los fundamentos sociales del
absolutismo; temblaban ante la propiedad, temían alarmar a los ricos y les
urgió deshacerse de los socialistas, ignorantes, quizá, de que quebraban el eje
de la República, por cuanto los socialistas se conducían en el Gobierno como
si fueran la clase media que la República necesitaba y España no tenía.
En el decurso de 1935 se había ido abriendo paso la idea de un pronto
cambio de política, el que ahora fraguaba en la disolución de las Cortes. De
un lado, la torpeza reaccionaria, y de otro, la flexibilidad de los republicanos,
estimularon a Alcalá Zamora a propiciar la rehabilitación política de los par­
tidos republicanos. Estos partidos retiraron los notas de octubre, por las cua­
les, como se recordará, rompieron con el Presidente de la República; con­
denaron o censuraron la insurrección popular, y se reconciliaron con las ins­
tituciones. Con semejante retractación facilitaban el libre juego de los poderes
del Estado, es decir, se situaban de nuevo en condiciones de gobernar en la
etapa presidencial de don Niceto. La rectificación republicana tal vez fuera
necesaria para rescatar la República, y podía tenerse por táctica prudente si
respondía a una política elevada y no denunciaba olvido de lo que el régimen
debía al sacrificio del proletariado. Que la República estaba, milagrosamen-

302
te, ante su última oportunidad debía ser evidente para todos. La consterna­
ción de la oligarquía ante la disolución del Parlamento presagiaba el triunfo
de las izquierdas en las próximas elecciones, convocadas para febrero de 1936.
El optimismo del proletariado proclamaba su seguridad en la victoria. Pero
más allá de la verosímil o probable derrota electoral de la reacción comen­
zaban las tinieblas.
La clase trabajadora se había radicalizado como consecuencia de la opre­
sión económica, la persecución política y el fiasco de la colaboración socia­
lista en el Gobierno. Las masas socialistas, en particular la pujante y nume­
rosísima juventud, arrollaban a sus cuadros directores y se mostraban resuel­
tas a no aceptar, dentro del partido, otra cabeza que aquella que aprobase
su entusiasmo revolucionario. La República liberal y parlamentaria tenía ya
pocos secuaces, incluso entre los republicanos que seguían a Azaña. Se reco­
nocía y confesaba que el régimen había pecado de debilidad con sus enemi­
gos y se propugnaba, para cuando se recuperase la República, un sistema
de excepción, dinámico, corto en palabras y largo en obras. Pero, de otra
parte, el sesgo cada día más agrio de la lucha de clases intimidaba a los líde­
res republicanos, comenzando por Azaña.
La conveniencia de estudiar en un solo capítulo la figura de Azaña me
obligó a burlar la cronología de los acontecimientos y me exonera ahora de
recordar en detalle el drama íntimo y público del más eminente político de la
República. En 1935 se dirigió Azaña a la opinión con frecuencia natural en
quien era todavía, o pasaba por seguirlo siendo, el verbo de la democracia
española. Levantó tribuna en varias capitales, siempre ante inmensas multitu­
des republicanas y obreras. En la primavera habló en Valencia, en el verano
en Bilbao, en el otoño en Madrid. Pero Azaña era ya un estadista exhausto
y vencido, sin solución para el magno problema que se le planteaba ahora,
que era, en sustancia, el mismo de 1931, pero mucho más apremiante. El
cálido contacto con las muchedumbres galvanizaba sus energías de orador,
mas no podía hacer del escritor un hombre de acción. El estado de ánimo
de Azaña era el que él mismo atribuía en su discurso de Valencia a otros re­
publicanos: “Y es que yo advierto en algunas zonas del republicanismo es­
pañol un desmayo tal de la voluntad, un encogimiento tal de carácter, que se
dejan impresionar por las propagandas de sus enemigos y a fuerza de leer
las procacidades y disparates que escriben contra nosotros, están sobrecogidos
de espanto.” Nadie, sin embargo, más sobrecogido de espanto que Azaña,
quien en igual oración anunciaba cuánto había cambiado en tan poco tiempo.
La colaboración de socialistas y republicanos en el Poder había sido para
Azaña un dogma, en primer lugar porque tenía por cierto que, libre de las
responsabilidades del Poder, el proletariado crearía enormes dificultades a
los Gabinetes republicanos, y luego porque, según él, jamás podría practi­
carse una política nacional sin la presencia de la clase trabajadora en el Go­
bierno. Prefirió Azaña siempre, por tanto, no gobernar a separarse de los so­
cialistas, y cayó en 1933 por ser consecuente con su pensamiento y sana doc­
trina. Mas oigámosle ahora: “Izquierda republicana afirma que esta obra,
concertada, articulada y con el apoyo ofrecido solemnemente por todos, debe

303
ser realizada desde el Poder por un Gobierno estrictamente republicano, ne­
tamente republicano.” Tampoco quería ya Azaña alarmar a las clases pro­
pietarias, ni se notaba con bríos para resistir, como en otros días, las aco­
metidas de la plutocracia, la crítica de los republicanos asustadizos, desorien­
tados o corrompidos y el descontento de sus amigos. La nueva política
republicana de izquierda confirmaba, evidentemente, el encogimiento de ca­
rácter y el desmayo de la voluntad de los mejores republicanos. La clase me­
dia filosófica se mostraba menos audaz o más tímida aún que en los pri­
meros años de la República; se conformaba con menos que entonces; se
hallaba menos resuelta que nunca a poner mano en la reforma de la nación.
La hostilidad de los reaccionarios, las turbulencias de octubre y el nuevo ra­
dicalismo del proletariado la habían atemorizado.
Pero nada justifica, si no es el hundimiento de su moral política, que Aza­
ña preconizara, contra su propia razón, un Gobierno sin socialistas, que en
las circunstancias previsibles estaría falto de autoridad, exento de vigor y,
probablemente, no sobrado de competencia. Y como la exclusión del prole­
tariado de la responsabilidad del Gobierno se originaba en el anhelo repu­
blicano de no soliviantar a las oligarquías, la sospecha de que no harían nada
de provecho en el Poder afirmaba a las masas obreras del socialismo, pro­
fundamente defraudadas ya, en su inclinación a desear, por su parte, un mi­
nisterio netamente socialista, una dictadura de clase. Ambas posiciones eran
perniciosas, porque suponían la agudización de la desavenencia entre el pro­
letariado y la clase media, cuando se necesitaban mutuamente estas clases so­
ciales para consumar una revolución de interés común antioligárquico y para
conservar la República.
No es que los socialistas quisieran resucitar la colaboración en el Poder.
La nueva táctica de los republicanos de izquierda no contrariaba a ningún
socialista. La coyuntura ministerial del primer bienio se daba por bien di­
suelta. Tendíase, por amor propio mal aconsejado, a delimitar las responsa­
bilidades en el próximo experimento republicano. Y el socialismo, dividido
en cuanto al carácter que debía tener la revolución, para unos dictatorial y
profunda, para otros, parlamentaria y mesurada, se mostraba unánime, o poco
menos, en la repulsa a compartir los quebrantos y afanes del Gobierno.
El inexcusable deber de libertar a los 25.000 presos políticos que queda­
ban en cárceles y presidios, entre ellos los condenados por la huelga cam­
pesina de junio de 1934, hacían imperiosos para las izquierdas, ante las elec­
ciones, la inteligencia y el acuerdo. Expirando el año nació el Frente Popular,
sólidamente cimentado por esa necesidad de obtener o promulgar la ansia­
da amnistía y reparar las injusticias de menos aplazable cancelación. Cons­
tituyeron la alianza los republicanos de izquierda, los que seguían a Mar­
tínez Barrio, la Esquerra catalana y los partidos obreros, exceptuados los anar­
quistas y anarcosindicalistas. El pacto electoral dilataba la colaboración más
allá del previsto triunfo de las urnas y establecía las reformas que los re­
publicanos se comprometían a implantar con el apoyo parlamentario del pro­
letariado. Esta parte del programa se acreditó de litigiosa y fue convenida con
escaso entusiasmo por ambos lados. Los socialistas propusieron la nacionali-

304
zación de la tierra y la Banca, el control obrero en la industria y la funda­
ción de un seguro o subsidio para los parados; en realidad, los puntos con
que fueron en octubre a la insurrección. Tales sugestiones, que expuestas o
presentadas menos doctrinariamente eran las únicas acertadas para reducir a
la oligarquía agrariofinanciera, no obtuvieron el asentimiento de los republi­
canos. A lo último, el programa de Gobierno del Frente Popular comprendió
el restablecimiento del imperio de la Constitución, la reorganización e inde­
pendencia de la Justicia, la protección de los braceros y pequeños agriculto­
res, el asentamiento de familias campesinas, la reorganización de la indus­
tria, la protección de las pequeñas industrias y el comercio, un plan de obras
públicas, otro de construcción de viviendas, la puesta del Erario y la Banca
al servicio de la reconstrucción nacional, equitativa distribución de los im­
puestos, y, para terminar, un régimen de libertad y democracia. Todo era am­
biguo aquí; cada partida tenía el aire de un vago efugio. Y el hecho de que
al cabo de centuria y media de guerra civil, la democracia española no se
hubiera puesto aún de acuerdo en que para salvarse y salvar a España había
que hacer cuatro cosas, nada más que cuatro, de igual interés para cada una
de las víctimas de la oligarquía, movía a reflexiones desesperanzadoras. El
extremo capital era la forma de Gobierno. Lo primero que se necesitaba para
nacionalizar, o simplemente para gobernar, era un Estado, pero tan ofuscada
aparecía la democracia al filo de su ruina o de su salvación, que insistía en
realizar la reforma nacional en régimen de libertad política, inconsciente de
lo avanzada que iba la guerra civil. Con el compromiso de gobernar en ré­
gimen de libertad el Frente Popular condenaba a la República a la impoten­
cia en la futura situación e introducía así el factor de disolución que faltaba
para que el régimen, reconquistado, fuera absolutamente ingobernable.

No de ahora, claro es, sino desde que fracasó la reforma nacional por la
senda parlamentaria, el equilibrio legalitario estaba roto, y el cauce consti­
tucional, rebasado. Para las izquierdas, otra vez, la cuestión no era ley o no
ley, sino vida o no vida. La democracia había ido a esas elecciones, como
casi siempre en España, en condiciones desventajosísimas, oriundas de su
propia inconsciencia: al votar nadie dudó que si triunfaba la reacción
desaparecería la República y sería sustituida por una dictadura militar o fas­
cista, pero tampoco dudó nadie que la victoria de la democracia no entra­
ñaba la muerte de la oligarquía, conclusión que se desprendía del Gobierno
y el programa de Gobierno que el Frente Popular reservaba a la nación. En
efecto, el nuevo Gobierno nacía para regir a España con sujeción estricta a
la Constitución y al Parlamento. Su política la acababa de diseñar Azaña:
paz y concordia. No cabía terapéutica menos adecuada a aquella eruptiva
situación. En régimen de libertad, la paz era imposible; en cualquier caso era
funesta la concordia para la democracia. Ni la oligarquía debió haber sido
implacable en la etapa de su dominación ni la República podía dar señales
de debilidad en 1936. Si la política terrorista de las derechas resultó perni-

305
20
ciosa para ellas y para España, tan perniciosa sería para los partidos demo­
cráticos y para la nación una política de complacencias y compromisos. En
el interés general de España, y en el particular de cada bando, estaba que
la política conservadora se distinguiese por su generosidad hacia los de abajo
y que la política republicana se caracterizara por su rigor con los de arriba,
especialmente en el plano económico. Pero, como vimos, los republicanos
se condujeron con la magnanimidad y la prudencia que correspondía a un
Gobierno conservador, y las derechas actuaron con la severidad y el im­
pulso destructivo que cuadraban a un Gobierno de izquierda. Uno y otro
hemisferio social realizaron la política más opuesta a su deber y al sosiego
y la prosperidad de España.
Con la paz y la concordia, Azaña recomendaba calma y moderación. Pero
el pueblo no podía esperar, aunque hubiera querido. La amnistía, por ejem­
plo, tenía que salir de las Cortes; mas funcionarios benévolos, republicanos
o simplemente asustados, abrían ya en algunas ciudades las puertas de las
prisiones. La Constitución era un traje que se le había quedado corto a la
democracia española. ¡Había crecido tanto en dos años! Y Azaña no podía
crecer más. Hubo, pues, de promulgar la amnistía antes de que se reunieran
los Diputados.
Crucificado en la tabla de la ley constitucional, el Gobierno de la Repú­
blica reconquistada asistió en seguida a otras saturnales de la libertad. Los
campesinos recomenzaban por su cuenta la revolución agraria. En Andalucía,
en Extremadura y en algunas zonas de Castilla se incautaban de tierras y fin­
cas, impelidos por la necesidad más que por un claro propósito revolucio­
nario. Los choques entre el pueblo y la Guardia Civil, con la habitual des­
ventaja para la gente de blusa, se multiplicaban, y se reproducían los Casas
Viejas y los Castilblanco con magnitud desconocida en el primer bienio.
En las ciudades ardían otra vez conventos e iglesias, se propagaban las
huelgas violentas y se acometían a tiros las facciones políticas, a veces dentro
de un mismo partido o en el seno de la clase trabajadora.
Las Cortes, desde que comenzaron a funcionar, asfixiaban al Gobierno
y actuaban de caja de resonancia de la guerra civil, pues devolvían a la na­
ción, centuplicada, su propia turbulencia. Los Diputados se injuriaban y agre­
dían de obra; cada sesión era un tumulto continuo; y como casi todos los
representantes, cabales representantes, de la nación iban armados, podía te­
merse cualquier tarde una catástrofe. En vista de la frecuencia con que se
exhibían o insinuaban las armas de fuego, se adoptó la denigrante precau­
ción de cachear a los legisladores a la entrada. Superfluo es anotar que la exal­
tación de los espíritus condenaba al Parlamento a esterilidad absoluta, y, no
obstante, al Parlamento le estaban confiadas las insuficientes reformas y me­
didas de Gobierno comprendidas en el programa del Frente Popular.
Por el resto, la honda conmoción que acompañaba al triunfo del Frente
Popular proclamaba que se estaba ya en la guerra civil y que las izquierdas
no sabían o no podían salir ni sacar a España de aquella tremenda encruci­
jada. La situación se agravó a partir de mayo, por haber Azaña trocado la
jefatura del Gobierno por la presidencia de la República. El 7 de abril se

306
habían pronunciado los Diputados contra la necesidad de haber disuelto el
Jefe del Estado las Cortes anteriores, una maniobra política que entrañaba,
según el artículo 81 de la Constitución, el cese de Alcalá Zamora. El 10 de
mayo fue elevado Azaña a la cima del régimen, y no sólo por los votos de
los partidos del Frente Popular, sino también con los de algunos componentes
del bloque antimarxista, aunque la C. E. D. A. se abstuvo. El 12 de mayo
formaba Casares Quiroga un Gobierno de republicanos de izquierda y ami-
gos de Martínez Barrio. En su hora más crítica, la República tenía su Go­
bierno más débil. Don Santiago Casares Quiroga era un político bien inten­
cionado y hombre de convicciones, pero muy inferior a la situación. Prieto
no llegó a formar Gobierno por prohibírselo su propio partido. Largo Caba­
llero arrastraba —si no era arrastrado por ella— a la mayoría del movi­
miento socialista. Estimulado por la juventud socialista, ya ganada por el
ideario comunista, y sacado de la realidad por un grupo de intelectuales de
su tendencia, se proponía depurar al partido socialista de elementos “cen­
tristas” y “derechistas” —esto es, cambiar de caballo en medio de la co­
rriente—; y desde las columnas de Claridad se infundía al proletariado un
optimismo revolucionario injustificado y temerario. Todo ello hacía imposi­
ble la formación de un Gobierno de mayor autoridad.
Mas nada de eso puede apartarnos de la conclusión de que dado el sis­
tema de Gobierno, propio de una nación en calma, que privaba en plena guerra
civil, el estadista más insigne —extraiga el lector de la historia el nombre
que más le agrade— hubiera conducido a España, con ese sistema, a la ca­
tástrofe.

DOCUMENTO 106 (122)

El dirigente de la otra tendencia entre los socialistas era, naturalmente,


Largo Caballero. Su reciente encarcelamiento le había hecho disponer de
tiempo, que había empleado en leer, al parecer por primera vez, a la edad de
sesenta y siete años, las obras de Marx y Lenin. Entonces, como él mismo
dijo: “de pronto vi las cosas tal como son realmente”. La no muy heroica par­
ticipación que había tenido en el Alzamiento de 1934 y el completo fracaso
de las operaciones que había dirigido habían disminuido muy poco su popu­
laridad. Las masas socialistas necesitaban un jefe, y Largo Caballero, con su
fuerte personalidad, con sus cincuenta años de trabajo en el engranaje del par­
tido, con su estricta integridad personal (nadie podía olvidar que Prieto se
había convertido en un hombre rico), era el hombre hecho a medida para tal
papel. Así, pocos meses antes de las elecciones, los comunistas lo ensalzaron
hasta el punto de aparecer en Pravda un artículo saludándolo y aclamándolo
como al Lenin español. En ese momento, los socialistas de todo el mundo
sintieron que una nueva estrella se elevaba en España.
Los meses de abril, mayo y junio vieron, en consecuencia, el declinar de
Azaña y el ensalzamiento de Largo Caballero, el hombre que representaba una
nueva España. El partido socialista, la querella entre prietistas, que deseaban

307
la colaboración con los republicanos, y caballeristas, que deseaban suplantar­
los, era cada vez más fuerte. En una gira de propaganda por todo el país que
hizo Prieto aquel verano, junto con González Peña y Belarmino Tomás, fue­
ron recibidos por las Juventudes Socialistas con silbidos e insultos, y en Cuen­
ca y en Ecija pudieron apenas escapar sanos y salvos, a pesar de ser Tomás
y Peña los héroes del alzamiento de Oviedo, que habían sido condenados a
muerte por los Tribunales militares y que habían escapado por milagro al
piquete de ejecución. Mientras tanto, los falangistas de Sevilla promovían tu­
multos y aporreaban a los dirigentes de la C. E. D. A. Iba siendo una práctica
en la política española la de reservar los más rudos ataques, no para los ene­
migos abiertamente declarados, sino para aquellos grupos considerados como
tibios e indiferentes.
Al mismo tiempo, los socialistas que seguían a Largo Caballero estaban
haciendo grandes esfuerzos por llegar a un entendimiento con los anarcosindi­
calistas. Largo Caballero fue personalmente a Zaragoza, en donde éstos cele­
braban un congreso, y les habló en un grandioso mitin. Pero estos esfuerzos no
condujeron a ningún resultado positivo. La C. N. T. y la F. A. I. observaban la
política de espera, manteniendo vivo el espíritu revolucionario por medio de
huelgas relámpago y estrechando sus filas (los “treintistas” volvieron a la
C. N. T. en mayo), y no se fiaban en absoluto de Largo Caballero. Sabían
perfectamente el destino que les reservaban estos socialistas de izquierdas si
alguna vez conseguían hacer su revolución. En algunas ciudades, las Juventu­
des Socialistas y las Juventudes Libertarias habían empezado a tirotearse
mutuamente.
Debemos preguntarnos cuál era el plan de Largo Caballero para conse­
guir el Poder. “Esperar a que los republicanos hayan mostrado su ineptitud
para solucionar los problemas de España y entonces apoderarse del Gobier­
no”. Esta era la respuesta oficial, pero dejaba fuera de cuentas el hecho de
que Azaña era el Presidente de la República y que él nunca, bajo ninguna cir­
cunstancia ni pretexto, dejaría la dirección del Estado a los socialistas. La po­
sición de Largo Caballero era, pues, la misma que la de Gil Robles en 1934.
En realidad era peor, pues mientras que Gil Robles siempre pudo haber to­
mado el Poder por la fuerza en caso de haberlo juzgado necesario, Largo Ca­
ballero no podía hacer su revolución contra el Ejército y la Guardia Civil.
¿Contaba quizá con un aumento general tal del sentir revolucionario del pue­
blo que conduciría a la desintegración total del Estado? Podemos contestar a
esto que la situación de España en 1936 no era la misma que la de Rusia
en 1917 y que, por rápida que fuese la desintegración en ciertos medios, sur­
gían otros núcleos de resistencia. Solamente había una posibilidad de que
Largo Caballero tomara el Poder, y era la de que los militares se alzaran, que
el Gobierno diera armas al pueblo para sofocar el alzamiento y que el pue­
blo venciera en la lucha. Consciente o inconscientemente, él y su partido cal­
culaban su juego sobre la posibilidad de una insurrección militar.
Entre tanto, estaban engolfados en una orgía de ensueños optimistas y de
anhelos que ya veían realizados. Una nueva y brillante España estaba presta a
alzarse de las cenizas de la vieja. Socialistas del mundo entero llovían sobre

308
Madrid y Barcelona para presenciar la ceremonia de inauguración. El perió­
dico de Largo Caballero, Claridad, brillantemente editado y escrito, procla­
maba cada día la gran doctrina de la predestinación marxista. La causa del
pueblo debía triunfar infaliblemente porque las leyes de la historia así lo han
decretado, y el momento del triunfo se acercaba rápidamente. No había fra­
caso posible. Los ingleses que vivían en España por aquel tiempo están de
acuerdo en que nada contribuía tanto a aterrar a la burguesía española y a
preparar un alzamiento militar como estas profecías diarias dichas con severo
y restringido lenguaje. Terribles visiones de las matanzas y el hambre en Ru­
sia flotaban en sus mentes. Las tranquilas afirmaciones de Claridad eran mil
veces más alarmantes para ellos que las frases inflamatorias a que un siglo
de periodismo demagógico les había acostumbrado.
Ahora bien: ¿favorecía a los socialistas ese estado de euforia mental con
que la dialéctica materialista los obsequiaba? Parece más probable que, en
este caso al menos, sólo servía para adormecerlos y cegarlos ante los peligros
de su situación. Los españoles son, por naturaleza, propensos al optimismo
fácil que los empuja en sus deseos de una acción inmediata. Son inveterada­
mente perezosos con arranques súbitos de impaciencia. Así, mientras los so­
cialistas trazaban planes sobre lo que habían de hacer una vez que tuvieran
el Poder en sus manos, los oficiales del Ejército y los falangistas preparaban
un alzamiento, casi públicamente, y negociaban la ayuda de Mussolini y de
Hitler. “Mucho sabe el ratón, más el gato”, dice un proverbio español. De ha­
ber sido realmente Largo Caballero el Lenin español, o sea un hombre con
instinto seguro del Poder, hubiera venido a buenos términos con Azaña y hu­
biera permitido la entrada en el Gobierno del partido socialista. Pero como
en el fondo era un socialdemócrata que jugaba a la revolución, no obró así.
Es imposible no cargar una parte de responsabilidad de lo que ocurrió
después sobre Largo Caballero. El 1 de mayo encabezó una manifestación
grandiosa que recorrió las calles de Madrid. Más de 10.000 trabajadores, sa­
ludando con el puño en alto, llevaban banderas con inscripciones como éstas:
“Queremos un Gobierno de trabajadores”, “¡Viva el Ejército rojo!”. Intoxi­
cado por el entusiasmo de los que le seguían, enteramente confiados en su éxito,
cerró los ojos ante los peligros del camino que había emprendido. Tenía se­
senta y ocho años, y a esa edad debemos apresurarnos si queremos ver la
tierra prometida. Orgulloso y obstinado por naturaleza, no fácilmente influen-
ciable por los otros, había pasado toda su vida en el limitado marco de los
Sindicatos. Por esta razón adolecía de falta de una amplia visión política. De
no ser así, se hubiera dado cuenta de la disposición de fuerzas en Euro­
pa, y considerando esto solamente, no hubiera tolerado nunca la implanta­
ción de una dictadura del proletariado en España. Así, el único efecto de la
política de los socialistas al socavar al Gobierno republicano fue el de hacerlo
• aún más débil, moral y materialmente, para resistir la avalancha que estaba a
punto de caer sobre él. Fue el mismo error cometido por los “exaltados”
en 1823 y por las Cortes de la primera República en 1874. Podemos llamar
a esto el error nacional, ya que la historia de España está hecha en gran parte

309
con las ruinas y destrozos causados por estos actos de embriaguez y de exce­
siva confianza.
En junio, cuando un golpe militar parecía ser inminente, Largo Caballero
tuvo una entrevista con Azaña. Señalando los peligros de la situación, pidió
que se entregaran armas a los trabajadores. Esto hubiera significado, natural­
mente, poner el Poder del país en sus manos. Nos preguntamos qué respuesta
podía esperar Largo Caballero. Durante los últimos meses había estado ha­
ciendo todo lo que había podido para que Azaña, ahora, no aceptase tal su­
gerencia o consejo. El Presidente de la República estaba igualmente empeñado
en impedir una dictadura de las izquierdas como de las derechas. ¿Qué razo­
nes había para creer que mostraría ser aún más débil que Kerensky?
El 13 de julio se conoció la noticia de que Calvo Sotelo había sido asesi­
nado por un grupo de socialistas disfrazados de policías, en represalias por
el asesinato de uno de sus compañeros por los falangistas pocos días antes.
Calvo Sotelo era, junto con el General Sanjurjo y con José Antonio Primo de
Rivera, la figura más sobresaliente de entre todos los que se aprestaban a alzar
el estandarte del Alzamiento. La fecha del Alzamiento fue adelantada ligera­
mente con el fin de aprovechar la impresión producida por su muerte. El 17,
el Ejército de la zona española de Marruecos se alzó, ocupando Ceuta y Me-
lilla. El Gobierno tenía aún tiempo para actuar. El Ejército podía ser disuelto
y se podían distribuir armas al pueblo. En lugar de esto se publicó una pro­
clama diciendo que nadie, absolutamente nadie, debía tomar parte en este
absurdo complot. Aquella tarde, los oficiales de las guarniciones se alzaron
en casi todas las ciudades de España. Solamente en la noche del sábado 18
se dio la orden de dar armas al pueblo. Aun en aquel momento, algunos go­
bernadores civiles se negaron a obedecer.

DOCUMENTO 107 (123)

Largo Caballero conquista el Poder

Una etapa decisiva.—El tiempo que media entre el 16 de febrero y la apa­


rición en la Gaceta de Madrid (5-IX-1936) del Decreto de 4 de septiembre
nombrando Presidente del Consejo de Ministros a Francisco Largo Caballero,
Ministerio de significación típicamente soviética, es el más interesante y su­
gestivo de todos los que hasta ahora he examinado y de los que han de seguir
hasta el 29 de marzo de 1939. Analizando más la fecha inicial de este período,
hay que fijarla en 6 de abril; data del primer número diario de Claridad. Con
el mismo título se viene publicando, desde julio de 1935, un semanario diri­
gido por el sector extremista del partido socialista. Tenía carácter de indepen­
diente, pero siguió las inspiraciones del partido hasta el golpe centrista de di­
ciembre del mismo año, de que luego hablaré. Lo preside Francisco Largo Ca­
ballero, y son redactores de la publicación hombres como Araquistáin, Ba-
ráibar, Llopis y Alvarez del Vayo, ligados personal e ideológicamente al jefe
socialista. Cuando triunfó el criterio de Prieto y González Peña y la Ejecutiva

310
del partido se coloca en franca oposición a Largo Caballero y De Francisco,
dimitiendo el primero, se siente la necesidad de un órgano diario que siga las
inspiraciones de los radicalizantes, y aparece Claridad, como diario de la no­
che, para mantener los principios tácticos e ideológicos que Largo Caballero
va a defender, y en toda su historia hay una polémica tremenda, que roza a
menudo las lindes de la ofensa personal, y en la que constantemente se impu­
tan servilismo y deslealtades entre Claridad y El Socialista, hasta el extremo
de acusar al primero de ser traidor merced a la ayuda económica que confe-
sablemente recibe de otras organizaciones para destrozar la unidad del partido
socialista. Las cosas llegan a un límite, que Claridad solicita de las Ejecutivas
Nacionales del partido socialista, U. G. T., Federación de Juventudes y Co­
mité de la Agrupación madrileña que designen un representante que, con el
Administrador de El Socialista, investigara lo cierto de las acusaciones. En
28 de junio de 1936 la Comisión, a la que no concurrieron ni el Administrador
de El Socialista ni un representante del partido socialista, dictaminó que el
capital inicial de Claridad procedía de un grupo de afiliados, y su transfor­
mación en diario se debe al esfuerzo, voluntad y entusiasmo de su público
y redactores. Lo cierto es que el periódico está muy bien confeccionado, posee
abundante información y anuncios de todas clases, sin olvidar los de las em­
presas burguesas, que, como recuerda Claridad a Política en una ocasión, ven
un excelente medio difusorio entre todas las clases sociales en el periódico
marxista.
Volviendo al juicio de la etapa, bueno es consignar su verdadera signifi­
cación. Durante ella las fuerzas revolucionarias se reagrupan para el asalto
definitivo al Poder, el proletariado asciende y se unifica fuertemente. Más que
un proceso de federación entre las distintas fuerzas se asiste a uno de someti­
miento a la dictadura personal de Francisco Largo Caballero, en quien converge
la confianza de la gran masa revolucionaria, que le ve dedicado, en cuerpo y
alma, y en una labor propagandística infatigable, a la consecución de la dicta­
dura del proletariado, como etapa previa de la victoria final.
Cierto es que en la unificación conviven fuerzas de signo divergente que
sólo aceptan la unidad a beneficio de inventario, operando, en cuanto pue­
den, por su cuenta y riesgo. La C. N. T. y el partido comunista, aquélla más
que éste en los primeros momentos, colaboran sin perder totalmente su fiso­
nomía, y de ahí choques y despojos que degeneran frecuentemente en batallas
campales. Sin embargo, jamás se encontró el proletariado español tan com­
pacto y unido como en la etapa a que me refiero. En realidad, se está produ­
ciendo una repetición de lo sucedido en 1917 y 1918 en Rusia. Primero se
colabora con la burguesía, se vive después al margen del Gobierno y más tar­
de se asume el Poder, utilizando los medios que para ello sean necesarios. Ni
siquiera falta un regusto de traición a los intereses supremos de la patria.
Aquí no se trata de una paz como la de Brest-Litowsk, porque no era factible,
sino de la posibilidad de cambios favorables a Francia y Gran Bretaña en
nuestro Protectorado, a cambio de auxilio al Gobierno rojo entre febrero y
marzo de 1937.
Contemplada la historia de estos meses desde la zona roja, se nos ofrece con

311
una versión completamente diferente a la que se da de ordinario como verídica.
Desde este ángulo, el 18 de julio no es más que un tropiezo, eso sí, muy gra­
ve, de las fuerzas revolucionarias. Ese movimiento de defensa de la legalidad
republicana que se propaga desde junio del 36 como la obra única de los Go­
biernos rojos, no es una contraofensiva y menos una reacción. El gesto de
Franco en Canarias y Africa repercute en la táctica de Largo Caballero como
facilidad y obstáculo, a la par, para sus propósitos...
El 18 de julio es un grave accidente en el hasta entonces fácil camino de
la revolución proletaria. Las fuerzas de Largo Caballero no están preparadas
para la lucha que ineludiblemente se les ofrece, y a la que no pueden hurtar
el cuerpo. En primer término, no son ellos los que escogen el momento, sino
otros los que plantean la batalla, y un principio elemental de táctica señala la
inferioridad en que se encuentra en los primeros momentos el que es atacado
frente al atacante.
En segundo término,- no creen les costará mucho creer en la envergadura
del Movimiento, y, sobre todo, en la capacidad de sacrificio de unos hom­
bres a quienes tildaban equivocadamente de señoritos. Estaban seguros de que
tras la represión, el 16 de febrero, y el triunfo del Frente Popular se habían
desarticulado en gran parte, o quizá en su totalidad, las posibilidades de una
insurrección del tipo del Alzamiento Nacional. Por ello la sorpresa fue ex­
traordinaria cuando aquellas fuerzas, que parecían muertas, se lanzaron a la
ofensiva y consiguieron la victoria en más de una provincia española.
Por parte de Largo Caballero, la preparación del proceso revolucionario ha
sido meditada y calculada con toda precisión y lentitud. Es posible que desde
noviembre de 1933 comenzara los trabajos; pero varía la táctica de octubre,
y consigue un triunfo más rotundo, y, sobre todo, una mayor seguridad en el
resultado. En el verano de 1935, un hombre tan avisado como Indalecio Prie­
to ya percibe que falta la tierra a los reformistas en el campo del partido so­
cialista, pues la U. G. T. sigue fiel a Largo Caballero. Este ha de librar la ba­
talla en dos frentes al mismo tiempo. De un lado, necesita la eliminación del
llamado movimiento reformista o fraccionalista del partido socialista para con­
vertir el partido en un instrumento tan dócil a sus deseos, como lo es la or­
ganización sindical. De otra parte, ha de conseguir la unidad del proletariado.
Es necesario ensanchar los cuadros hasta alcanzar el límite de todas las organi­
zaciones, y han de aceptar el mando del jefe socialista, que cuenta, como ya
he dicho, con el espaldarazo definitivo de Moscú.
Tanto en la lucha contra los centristas como en la campaña unificadora
no es sólo polémica periodística e injurias en discursos lo que se cruza de una
parte y de otra, sino, en más de una ocasión, sangrientos sucesos marcan con
el rojo de la sangre este proceso de la revolución. No se admite un término
medio. O se convence y somete al adversario o se le elimina. “Uno de los de­
fectos que yo tengo, dice Largo Caballero —y no sé si será defecto o virtud—,
es que no transijo de ninguna manera con el enemigo.” Estas palabras del jefe
socialista en Zaragoza (31-V-1936) son bien expresivas del cariz y significado
que tiene la lucha. Egea de los Caballeros y Málaga son dos nombres graba-

312
dos en la crónica de estos días como una imagen inolvidable de cuál es la
interpretación que a la transigencia dan los hombres de la revolución.
El control del partido socialista.—He dicho que la primera de las bata­
llas que hubo de librar Largo Caballero para conseguir no se repitiese el fra­
caso de octubre en otro intento de asalto al Poder era someter al partido so­
cialista a su disciplina. La lucha emprendida por la fracción netamente mar-
xista del socialismo frente a Prieto y sus seguidores es como Madariaga sub­
raya “la circunstancia que hace inevitable la guerra civil en España”.
Esta guerra interna del socialismo es un proceso análogo a la lucha entre
bolcheviques y mencheviques, y si en España se produjo la guerra civil fue
porque entre ellos se cruzó una fuerza discrepante de ambas. De haber triun­
fado cualesquiera de los contendientes, hubiéramos tenido una socialdemo-
cracia dirigida por Prieto o un comunismo bajo el mandato de Largo Caba­
llero. Quizá se hubiera reducido de momento el alcance de la guerra civil,
pero, indudablemente, el aplastamiento de los contrarios hubiera sido inevi­
table. Toryho imputa al partido comunista esta disgregación del socialismo.
En primer término, no se tendía a disolver el partido socialista, sino a fortifi­
carlo bajo un signo u otro, y en segundo lugar, nace de las entrañas del movi­
miento socialista esta pugna entre dos fuerzas divergentes. Es la socialdemo-
cracia de siempre, desde el Congreso de Stuttgart, la que lucha contra la frac­
ción revolucionaria; es el evolucionismo, frente al sentido revolucionario y
catastrófico, el que se enfrenta en España como en tantos otros países eu­
ropeos.
La historia de la escisión del partido socialista se remonta a 1917 con el
fracaso de la huelga general, se agudiza en 1921 en ocasión de aceptar o re­
chazar las veintiuna condiciones de la III Internacional, tiene una latente dis­
crepancia durante el primer bienio de Azaña hasta 1933, y, por fin, sale a la
luz pública al fracasar el movimiento de octubre.
Prieto, representante de un sentido evolutivo del socialismo, aprovecha
cautelosamente la situación del ala izquierda del partido en el verano de 1935.
Había vuelto a España, posiblemente con conocimiento de los encargados de
detenerle por su participación en los sucesos de octubre, y se instala de incóg­
nito en Madrid, donde dirige el ataque, dentro del partido socialista, contra
los partidarios de Largo Caballero.

Parece que Madariaga ve el Alzamiento Nacional como intento salvador


de la República frente al marxismo. Es cierto que desde hacía algún tiempo
las llamadas derechas habían comprendido que los caminos democráticos no
les llevarían al Poder, y habrían de resignarse al hundimiento de España o
salir a la calle a conquistarla por cualquier otro medio. Si en 1935 la crisis
que dio entrada a Chapaprieta, y más tarde a Pórtela Valladores, cuya con­
secuencia inmediata fue la disolución de las Cortes, demostró que las dere­
chas estaban vetadas desde la Magistratura más alta del Estado, el 16 de fe-

313
brero enseña cómo sabían explotar las izquierdas un triunfo electoral, por
precario o amañado que fuere. En páginas anteriores hemos visto lo que Ma-
dariaga dice respecto de las elecciones del 36, para que haga falta insistir so­
bre el golpe de Estado desde las urnas, idéntico al realizado el 14 de abril.
Es cierto que había ambiente de conspiración en las filas derechistas; pero
no lo es menos que existía, y más antiguo, en el frente revolucionario. Ya he
citado abundancia de pasajes sobre la actividad de Largo Caballero, que expli­
can con claridad la meta que persigue. La polémica entre Araquistáin y Uribe,
i a que me he referido, sobre qué grupo obrero debía dirigir la revolución, es
una manifestación muy clara de que veían las izquierdas inminente el golpe
que les daría el Poder.
Que iban al triunfo del proletariado es una cosa fuera de duda. Cabe decir
que esperaban llegar al Gobierno por un procedimiento democrático y consti­
tucionalmente. Pero este argumento cae por su base, refrescando la memoria
con las diversas afirmaciones que Besteiro, Prieto o Largo Caballero hicieran
durante varios años, y que he procurado citar en más de una ocasión. El di­
lema que plantean es bien sencillo. Si no se obstaculiza nuestra marcha, llega­
remos al Poder cuando el sufragio español nos lo conceda. Si se nos estorba
en el camino, recurriremos a la violencia. Esas son, en síntesis, las palabras del
reformista Besteiro en 1932 y de Prieto y Largo Caballero en todo momento.
La interpretación de que los contrarios no merecen gobernar en la República
o no alcanzaron limpiamente el triunfo en las urnas se la reservan los jefes
socialistas para dictar un fallo inapelable, que tiene más el carácter de defi­
nición ex cátedra de un Pontífice que de juicio de tribunal, y menos aún de
afirmación de político militante. Recordemos cómo Araquistáin, en octubre
de 1934, justifica la revolución. Se ha dado el Poder, dijo entonces, a quienes
no fueron a las elecciones con una bandera desplegada y abierta en la que
figurase la República. No negaba que alcanzaron la mayoría, sino que, a pesar
del voto afirmativo de una gran masa de españoles, seguían siendo impuros
para convivir en la República. Con este argumento siempre tiene el contra­
rio derecho de hacer lo que estime conveniente, y el juego no se puede desarro­
llar si no se acuerda con una de las partes, que es juez y litigante al mismo
tiempo.
La C. N. T. tenía desde antiguo ilusión por la revolución violenta para
imponer su programa. Era el resultado lógico de fomentar la anarquía y pro­
meter la implantación del comunismo libertario. Al año de la lucha resumie­
ron claramente sus posiciones y propósitos, para que nadie pueda llamarse a
engaño. El Frente Popular no interesa, y Franco no va contra él, sino contra
la verdadera revolución social. Es ésta su tesis: “La historia es ésa: un proceso
de maduración revolucionaria que encuentra en el 19 de julio las condiciones
objetivas necesarias para eliminar los obstáculos que se oponen a su desarrollo.
Enero, diciembre y octubre son etapas de la insurrección de los trabajadores,
que quieren terminar con la dominación nefasta del capitalismo. Esta línea no
es la del Frente Popular. El Frente Popular es la coincidencia de todas las
fuerzas políticas que aceptan como programa la defensa de la República de­
mocrática y burguesa. El levantamiento militar fascista no va contra el Fren-

314
te Popular. Va contra la revolución latente, que quiere extirpar a toda costa.
En su marcha encuentra al Frente Popular y choca con él.” “Parece ayer, es­
cribe Mariano R. Vázquez. Del 12 al 19 de julio. Una semana de febril im­
paciencia. Todos esperábamos. El Comité Nacional de la Confederación Na­
cional del Trabajo nos había dado la voz de alerta. Desde la Secretaría del
Comité Regional de Cataluña habíanse dado las orientaciones precisas. Los
anarquistas, los militantes de la C. N. T., no descansaban, no dormían. Unos
acariciaban la pistola. Otros desenterraban el fusil. Se engrasaban las armas.
Y quienes carecían de ellas esperaban el toque de sirena, señal de que la re­
acción aparecía en la calle, para lanzarse a los lugares de combate y apode­
rarse de la primer arma que un caído dejara inactiva. Por fin, en la madru­
gada del 19, el alzamiento se produjo. Y la militancia, que llevaba un semana
sin dormir, salió al encneutro de los traidores, cerrándoles el paso en unos lu­
gares; asaltando sus fortalezas en otros, buscándoles en sus guaridas los de
más allá.”

DOCUMENTO 108 (124)

“En marzo, tras la victoria electoral del Frente Popular, Claridad publicó
un programa nuevo. Pedía ahora la unificación de los partidos comunista y
socialista y la fusión de las Sindicales C. N. T. y U. G. T. España se conver­
tiría en una “confederación de pueblos ibéricos”, con inclusión de Marruecos, y
con derecho de autodeterminación para cada pueblo. La fraseología se hizo
virtualmente idéntica a la del órgano del partido comunista. Mundo Obrero.
Los comunistas, con menos de 50.000 miembros y una organización juvenil
expansiva, pero con sólo 50.000 afiliados, frente a los 200.000 de las Juven­
tudes Socialistas, tenían que ganar mucho más que éstos en cualquier progra­
ma de unificación. Largo Caballero rehusaba las llamadas comunistas pro
fusión de partidos y sindicales. Prefería mantener una cooperación abierta
dentro del Frente Popular. Pero su consejero íntimo, Julio Alvarez del Vayo,
y los jefes más significados de las Juventudes Socialistas, como Santiago Ca­
rrillo y Carlos de Baráibar y el ex italiano Fernando de Rosa estaban por la
fusión. El 1 de abril anunciaba la creación de la Juventud Socialista Unifi­
cada, J. S. U., y durante la primavera, Rafael Vidiella, jefe caballerista del
pequeño contingente socialista de Barcelona, trabajó para la creación del par­
tido unificado socialista-comunista de Cataluña (P. S. U. C.). El 1 de mayo,
mientras Prieto proponía en Cuenca un Gobierno reformista con participa­
ción del socialismo, las J. S. U. en Madrid desfilaron con pancartas en que
exigían un Gobierno proletario y la formación de un Ejército rojo...
”... Para los jóvenes caballeristas, la clase media y el campesinado que ha­
bían votado por las derechas no eran la mitad de los votantes de España, sino
simplemente el remanente de una burguesía condenada...

315
”E1 Jefe predestinado de la revolución que iba a llegar sería... Francisco
Largo Caballero.
"La victoria había intoxicado al ala izquierda del Frente Popular.
"En cuanto a la izquierda, estaba intoxicada por la idea de que la His­
toria estaba de su parte. Utilizarían al Gobierno republicano mientras reali­
zase las reformas que deseaban, y entonces, cuando a su juicio llegase la oca­
sión, tomarían el Poder en nombre del proletariado.
"Había elevado a Azaña a la presidencia, no para fortalecer la magistra­
tura, sino para eliminar de la política al mayor jefe “burgués". El Gobierno
Casares, y cualquier otro Gobierno republicano, existiría sólo gracias al gru­
po parlamentario socialista y comunista...”

316
CAPITULO IV

el comunismo en españa, 1936:


estrategia, táctica, propaganda g mito
En la historiografía contemporánea existen unas cuantas aproximaciones
muy estimables al estudio del fenómeno comunista en y en torno a la Es­
paña de los años 30. David T. Cattell (125) ha revisado muchas fuentes y ha
sacado interesantes conclusiones. Pero su análisis de Prensa es muy insufi­
ciente, y en esas conclusiones se ha dejado ofuscar a veces por la riada pro­
pagandística que, al conseguir desviar la intuición de un historiador tan me­
ticuloso, ha demostrado, tras varias décadas, su estupenda virtualidad. Co-
mín Colomer (126) aporta siempre datos interesantes. La magnífica serie docu­
mental de Oxford (127) puede ser una buena base de partida, aunque es nece­
sario ampliar y estudiar más concretamente sus aportaciones. En los histo­
riadores monográficos y generales del período, desde Bolloten y Brenan has­
ta Madariaga, Ramos y Broué, se encuentran notables aciertos junto a sen­
sibles vacíos. Otros muchos pretendidos estudios son charlatanería de tópi­
cos e incluso enfadosa propaganda. El gran estudio sobre el comunismo es­
pañol del siglo xx está todavía por hacer.
No voy a hacerlo en este capítulo; sería una pretensión' ¡jactanciosa.
Pero sí voy a intentar, desde bases nuevas, y algunas de ellas inéditas o al
menos totalmente olvidadas, un trazado metodológico y documental que en­
foque el problema desde bases más prometedoras que las utilizadas hasta
el momento.
Un primer escollo a evitar: la multiforme propaganda que desde todos
los ángulos afluye sobre el tema y lo oscurece. Empezando por los propios
comunistas, quienes muy a menudo se atribuyen éxitos inexistentes ¡para
disimular luego intervenciones obvias. Sobre los comunistas han opinado, y
masivamente, todas las tendencias y todos los grupos políticos y sociales. Las
derechas republicanas y los nacionales, antes y después de la guerra, les han
considerado, con plena sinceridad, como los diablos de las aguas turbias
de la historia contemporánea. Hay un estereotipo comunista elaborado por
sus propios grupos disidentes, otro por los anarquistas, otro por cada ten­
dencia del socialismo, otro por la Iglesia, otro por los diversos servicios
informativos y propagandísticos de la postguerra española, otro por cada
sector de exiliados y otro por la nueva ola del clero español y mundial.
Por eso el historiador que se aventura hacia su romántico objetivo de en­
contrar la realidad no tiene más remedio que considerar como parte de esa
realidad a todo el tremendo bosque de símbolos que constituyen la propa-
ganda pro y anticomunista. Y en las raíces de esa propaganda irá encontran-
do creyéndose que encuentra— piezas que le permitan ir recomponien-

319
do, dentro de ese período, la estrategia internacional del comunismo; su
táctica nacional y sus derivaciones provisionales; el verdadero alcance de
sus objetivos y el grado en que fueron conseguidos o fallados.
Para estudiar la acción del comunismo de los años 30 sobre España hay
dos grandes fuentes documentales que se han aprovechado muy poco y que
y arrojan una insustituible luz sobre el tema. La primera es la Prensa. La pro-
( pia Prensa comunista y el reflejo comunista —de impregnación o de reac­
ción— en el resto de la Prensa proletaria, en la media y en la aristocrática.
En este capítulo trato de marcar claramente este Camino con una referen­
cia continua al testimonio periodístico. Burnett Bolloten es el único histo­
riador que, aunque de manera incompleta, ha utilizado con amplitud la Pren­
sa periódica para estudiar el comunismo español. Sin embargo, ese trata­
miento no se extiende suficientemente a los antecedentes del 18 de julio, que
a nosotros nos preocupa en este libro. Ya es sabido que la no utilización
de la Prensa por Hugh Thomas es uno de los fallos más graves del dema­
siado célebre historiador inglés (128).
La segunda gran fuente histórica para estudiar el comunismo español
es la fantástica coledción documental, bibliográfica y propagandística del
I Archivo de Salamanca, de la Delegación Nacional de Servicios Documen­
tales. En otras obras (129) describimos con detalle el contenido de este funda­
mental archivo. No puede hacerse un estudio serio de los antecedentes de
nuestra guerra, y concretamente de la historia del comunismo en todas sus
manifestaciones antes y después del 18 de julio, sin sumergirse en el Ar­
chivo de Salamanca. En este capítulo hay abundantes datos allí obtenidos.
Tras estas indicaciones sobre las fuentes, explicaré el plan del capítulo.
Voy a dividir los documentos en varios grupos, y antepondré un breve guión
introductorio a cada grupo.
El primer grupo de documentos es una selección —desde luego muy
incompleta— de datos sobre actividades del comunismo español antes de 1936.
La parte más interesante de estos documentos se refiere al Vil Congreso de
la Comintern en 1935.
El segundo grupo reúne las opiniones de varios historiadores de muy
diversas tendencias sobre temas relacionados con el comunismo español. Es
una especie de seria ambientación antes de entrar de lleno en el tema.
En el tercer grupo se hace alusión a la virtualidad y alcance de la pro­
paganda comunista y se establece el concepto de fijación analógica, básico
para comprender aspectos muy descuidados en la sociología política del pe­
ríodo.
El cuarto grupo es una revisión documental de la toma de conciencia
por las derechas contemporáneas del fenómeno comunista y su importan­
cia real. A la “amenaza roja” se opone el miedo rojo, muy activo entre todo
el proletariado español, más conectado internacional mente que la derecha.
En el quinto grupo se estudian algunos rasgos de la actividad política
del comunismo dentro del Frente Popular. El sexto reúne datos sobre la per­
manente vinculación del comunismo español con el soviético durante el pe­
ríodo que estudiamos. Los documentos del séptimo grupo evidencian la tác-

320
tica contemporizadora y serenadora del comunismo antes y, sobre todo, des­
pués del 18 de julio. Estos textos reflejan la imagen que toda la propagan­
da posterior de Moscú y del P. C. E. ha querido presentar como perma­
nente y definitiva.
El octavo grupo reúne una serie importantísima de documentos que el
comunismo español y el internacional enterrarían con muchísimo gusto. Son
las pruebas irrefutables del auténtico espíritu de los comunistas españoles
en la primavera trágica; con estos documentos queda deshecho para siempre
tZ
el ridículo mito del “comunismo de orden”.
Entre los documentos 161 y 162 bis de este octavo grupo se suministra
la prueba más gráfica y convincente del cambio de rumbo que para la pro­
paganda comunista supuso el 18 de julio. Este cambio de rumbo —funda­
mento de el gran engaño— se debe, como queda patente en esos documen­
tos, a la intervención extranjera sobre los destinos y métodos del P. C. E. El
fijar la fecha del 18 de julio para ese viraje equivale a deshacer el mito pro­
pagandístico del comunismo como partido democrático durante la primavera.
En realidad, como queda patente en este capítulo, el comunismo, desde fe­
brero, siguió en la línea anterior agresiva y subversiva, fomentadora de la
destrucción y la conquista violenta del Estado.

Primer grupo

EL COMUNISMO ESPAÑOL ANTES DE 1936

El documento número 109 reúne una serie de datos reseñados -por Da­
vid T. Cattell. El número 110 es un interesantísimo pasquín electoral de 1931
recogido por Comín Colomer y muy representativo de las tendencias muy
pronto calificadas como desviacionistas y sectarias por los nuevos directivos
del P. C. E. Nuevas consignas tremendistas en el documento número 111
para preparar el “Día Rojo”. Al comentar el documento 112, Comín Colomer
ve muy acertadamente la mano de Moscú. El documento 113, extraído del
Archivo de Salamanca, es una pieza olvidada y fundamental. Firmado por
A. Brones, editado en 1934 en la imprenta de Mundo Obrero, el largo ma­
nifiesto se encuentra todavía en la línea del “sectarismo”, pero los nuevos
vientos se vislumbran ya: hay una amplia apelación a los errores del partido
y al sentido autocrítico para eliminarlos. Por lo demás, en el documento
aparecen claramente todas las intenciones agresivas que más tarde se pro­
curó disimular: la creación del ejército rojo, el Gobierno de soviets, la
eliminación de partidos competidores —se habla de socialfascistas y anarco-
fascistas, etcétera.
Comín Colomer aporta el documento número Z114; en el que se reflejan
y analizan las,verdaderas causas de la revolución-de octubre en Asturias.
Asturias es una pieza clave —e insensata— de la propaganda comunista.
Convencido el P. C. E. de que había surgido un símbolo muy eficaz, trató ¿
de apoderarse del símbolo, ya que su intervención en los hechos había sido
poco convincente. Conviene notar aquí que Ignacio Hidalgo de Cisne-

321
21
f ros (130) aporta interesantes datos sobre infiltración comunista en las fuer-
| zas armadas ya en 1934.
Con el documento 115 empieza nuestro análisis del VII Congreso de
la Comintern. En las decisiones reflejadas en este documento se revela con
claridad que el comunismo desea mantener sus propios objetivos tras la fa­
chada de la unificación proletaria. Las últimas líneas son particularmente
reveladoras: se propugna en ellas la dictadura del proletariado y el poder
de los soviets.
El documento 116, obra de Thorez, remacha las ideas del anterior. Per­
fecto engarce de la estrategia general de la Comintern —dominio universal—
y la táctica dilatoria —Frente único y Gobiernos populares—. El hecho de
que estas puntualizaciones vengan del P. C. F. tiene una enorme importancia
para su proyección sobre España. Ya se sabe, para decirlo con una expre­
siva imagen de Arrarás, que el potro, bastante rebelde, del P. C. E.
fue —y en parte sigue— siempre a los flancos del percherón comunista
galo. Un perfecto resumen de Cattell integra el documento 117. Están
perfectamente claros los objetivos concretos de los partidos comunistas
nacionales. Tan claros que nos hemos ahorrado las clásicas citas de Dimi-
trov, demasiado conocidas y comprobadas. Ya hablaremos de Dimitrov, pero
en su contacto directo con los comunistas españoles.
El documento 118 es una aplicación del VII Congreso a vuelta de co­
rreo. Pepe Díaz se apresura a hacerse con el socialismo. Claridad recoge
complacida sus endechas de unidad. Y habla de “ilusiones” y de fraterni­
dad proletaria. (Documento 119.)
El documento 120 es una especie de resumen de todo el período reali­
zado par la gran autoridad de Dolores Ibarruri. “Pasionaria” recalca los
verdaderos objetivos del comunismo, que jamás perdió el rumbo en toda
aquella orgía unitaria. Además de apuntarse el tanto de Asturias, Dolores,
con notoria inexactitud histórica, pretende también apuntarse en exclu­
siva el Frente Popular. Sus páginas son una pieza maestra de desfacha­
tez propagandística. Es muy importante estudiarlas precisamente en este
contexto.

DOCUMENTO 109

PREHISTORIA DEL COMUNISMO ESPAÑOL (131)

La Internacional Comunista ha tenido interés desde hace mucho tiempo


en España como zona de perturbación en el mundo. Artículos sobre España
aparecían con frecuencia en La Internacional Comunista, la revista de la
Comintern. Por ejemplo, un artículo de 1931 declaraba: “Las perspectivas
para la revolución española son inmediatas.” Por la frecuencia de los artículos
y su análisis de la situación española parece que los comunistas considera­
ban las perspectivas españolas de revolución superiores a las de cualquier otro
país, excepto China y quizá la India. En las condiciones de inestabilidad,
extrema pobreza y represión de las masas, los comunistas veían una situa-

322
ción paralela a la de la Rusia prerrevolucionaria. Siempre dispuestos a pescar
en aguas turbias, se preparaban, mediante el P. C. E., a conquistar la di­
rección del movimiento proletario.

DOCUMENTO 110

UN PASQUIN ELECTORAL DE 1931 (132)

¡Trabajadores!
Votando a los monárquicos, votáis la opresión del Rey, de la aristocra­
cia, del clero y los generales.
Votando a los republicanos y socialistas, votáis la opresión de la gran
burguesía y sus lacayos los socialfascistas. Votáis la unión de los capitalistas
con los traidores de la plaza de Neptuno, con los vendidos a Cierva en el
pleito ferroviario, con los del fracaso metalúrgico, con los colaboradores de
Primo de Rivera.
Votando al partido comunista, votáis:
La administración obrera en los Ayuntamientos.
Socorro a los parados.
Derechos políticos a mujeres y jóvenes.
Abandono de Marruecos.
Amnistía general.
Gobierno obrero y campesino.
Camaradas:
Cada voto comunista es un voto por la revolución proletaria.
¡Viva la Unión Soviética!
¡Viva la Internacional Comunista, guía del proletariado hacia la revo­
lución mundial!

DOCUMENTO 111

EL DIA ROJO INTERNACIONAL EN LA REPUBLICA (133)

¡Obreros y campesinos!
El partido comunista ante las Cortes Constituyentes.

Las Cortes Constituyentes, elegidas sobre la misma base social que sir­
vió de fundamento a la Monarquía y con los mismos métodos de coacción

323
y violencia (estado de guerra en Andalucía y en San Sebastián, persecución
de militantes comunistas, suspensión de nuestro órgano Mundo Obrero y
prohibición de mítines de nuestro partido, restablecimiento de la Ley de
Orden Público y, por tanto, de las deportaciones y encarcelamientos gu­
bernativos, etc.), constituyen una prueba evidente, tanto del carácter de clase
del régimen actual como de la misión contrarrevolucionaria del Gobierno
provisional y de los partidos políticos en él representados, comprendido, como
es natural, el partido socialista.

Un engaño brutal

Engañan cínicamente a los obreros y campesinos españoles quienes afir­


man que en las Constituyentes va a operarse por la vía legal una revolución
que, sin recurrir a medidas violentas, llevará a cabo una transformación ra­
dical del régimen. Todas las ilusiones depositadas en las Cortes Constituyen­
tes, la más mínima confianza en el papel revolucionario que a éstas se dice
les corresponde desempeñar en la revolución democrático-burguesa, se hallan
desprovistas de fundamento. Son estas Cortes, como el Gobierno provisional
de la República, como los partidos republicano y el socialista, el órgano po­
lítico, el instrumento de gobierno de los grandes propietarios, de los señores
feudales de la campiña española, que explotan inicuamente a centenas de
millares de campesinos y obreros agrícolas; el instrumento de los grandes
banqueros e industriales, que lanzan al paro forzoso y niéganles todo socorro,
condenándolos a la más horrible miseria, a cerca de un millón de obreros;
de los explotadores que pagan jornales de hambre e imponen jornadas de
trabajo agotadoras.
El Parlamento Constituyente es también el Parlamento de los altos dig­
natarios de la Iglesia, y los generales y jefes del Ejército, castas privilegia­
das que oprimen a las masas obreras y campesinas. Es indudable que unas
Cortes de semejante constitución social no pueden ser, ni mucho menos, el
órgano político de la revolución democrático-burguesa, ni serán capaces de
llevar a cabo la lucha contra todos los restos del feudalismo. Serán, por el
contrario, el arma de la reacción, el instrumento de combate contra la re­
volución.

Verdadero carácter de las Constituyentes


Reunidas para conseguir una amplia base de concentración y alianza de
las clases dominantes, de los grandes propietarios latifundistas, de la gran
burguesía industrial y financiera, del clero y de los jefes superiores del Ejér­
cito, las Cortes serán incapaces de realizar la liberación política y económica
de las masas campesinas. Al contrario, reforzarán ésta, conservarán la propie­
dad agraria en manos de los grandes terratenientes, mantendrán sometidos
bajo su yugo a cientos de miles de obreros agrícolas y campesinos pobres.
Las Cortes Constituyentes demostrarán a las masas que derrocaron una Mo­
narquía e instauraron la República del 14 de abril, no en beneficio propio,
sino en interés exclusivo de sus explotadores. Que vertieron su sangre y pro-

324
clamaron la República para que la tierra continuara siendo propiedad de
una docena de señores feudales; para que las Ordenes religiosas continuaran
subsistiendo con la totalidad de sus privilegios; para que los jefes del Ejército
persistieran como casta dominante y como instrumento de dominación de
los grandes latifundistas y de la burguesía; para que la Guardia Civil, el Cuer­
po de Seguridad y la Policía siguieran persiguiendo a los trabajadores y es­
cribiendo nuevos capítulos de terror en su historia ignominiosa y sangrien­
ta; en fin, para que los grandes banqueros y los magnates de la industria
afianzasen su posición privilegiada, reforzando la explotación del proletariado.
Se afirman ya las Cortes Constituyentes como el instrumento de domi­
nación del imperialismo español contra los pueblos oprimidos de Cataluña,
Vasconia y Galicia. Pretenden suplantar la voluntad de éstos y hacer que unas
Cortes del imperialismo español sean las que decidan sobre el derecho de los
pueblos oprimidos a disponer de sí mismos.
Cuando públicamente se hacen hipócritas demostraciones de afecto a
los pueblos esclavizados por el Estado central, y se afirma que se desea re­
solver el problema de las nacionalidades en un plano de cordialidad, se les
niega el derecho a ser ellas, y no el imperialismo, quienes decidan libremente
si han de seguir unidas a España o, por el contrario, quieren constituirse en
Estados independientes. Es decir, que la decisión sobre la libertad de los
pueblos oprimidos debe ser adoptada por los enemigos encarnizados de éstos.
La Constituyente, reaccionaria y archi-burguesa; el Parlamento de los
grandes banqueros e industriales, en beneficio de los cuales se hace la guerra
de Marruecos, no será quien ponga fin a esta carnicería, sino que, como
hasta ahora, para continuar repartiendo fabulosos dividendos entre las gran­
des compañías mineras, y para servir los intereses de los imperialismos fran­
cés e inglés, seguirá vertiendo a torrentes la sangre de la juventud obrera y
campesina, sacrificando nuevos millares de vidas y derrochando millones y
millones de pesetas, millones que han de pagar los trabajadores de la ciudad
y del campo.
La Constituyente, en fin, como el Gobierno provisional, seguirá ampa­
rando y rodeando de impunidad todas las maniobras de la reacción del clero,
de los jefes monárquicos y de la aristocracia. Mientras diariamente son ame­
trallados los obreros y campesinos, el Gobierno de la República no adopta
ninguna medida contra los jefes de la reacción, tolera los complots de éstos,
permite la propaganda contrarrevolucionaria de su Prensa y pone al servicio
de ellos, para que los defiendan contra el pueblo, a la Guardia Civil, a los
guardias de asalto, a los guardias cívicos y a todas las organizaciones ar­
madas del Estado y de la reacción.

Frente a las Cortes de la reacción, los soviets de la revolución


Frente a las Cortes, órgano de la contrarrevolución, los obreros y cam­
I
pesinos deben alzar su propio poder revolucionario: los soviets de obreros,
soldados y campesinos. A la Constituyente reaccionaria debemos oponer los
soviets que expropien sin indemnización a los grandes terratenientes y entre­
guen la tierra a los campesinos; que anulen todas las deudas de éstos con los

325
grandes propietarios, bancos, prestamistas, etc.; que confisquen todas las pro­
piedades y la fortuna de los aristócratas y jefes monárquicos en beneficio
de los obreros parados y de los campesinos; que se incauten de los palacios
de la aristocracia para crear sanatorios obreros y casas de descanso para
éstos; que disuelvan las órdenes religiosas, confiscando en beneficio de los
campesinos todas sus propiedades; que separen la Iglesia del Estado y anu­
len los privilegios del clero; que disuelvan y desarmen a la Guardia Civil,
al Cuerpo de Seguridad y a la Policía; que supriman la casta privilegiada
de los jefes del Ejército, convirtiendo a éste en milicias de obreros y campe­
sinos; que reconozcan el derecho de los pueblos oprimidos de Cataluña,
Vasconia y Galicia a disponer de sí mismos, incluso hasta la separación del
Estado central; que abandonen Marruecos y reconozcan la República inde­
pendiente del Rif; que instauren la jomada de siete horas y den a los pa­
rados el 75 por 100 del jornal.
Sólo así, sobre la base de los soviets en lucha contra el Gobierno provi­
sional y contra las Constituyentes, las masas obreras y campesinas pueden
y deben continuar desarrollando la revolución democrática, creando las ba­
ses para transformarla en revolución proletaria.

Contra los peligros de la guerra y en defensa de la Unión Soviética


Las masas proletarias de todo el mundo, dirigidas por la Internacional
Comunista, se movilizan el l.° de agosto en grandes manifestaciones contra
los peligros de guerra y contra la amenaza de invasión que pesa sobre la
Unión Soviética. Esta jornada revolucionaria se produce en España en cir­
cunstancias especiales cuando la revolución se desarrolla vigorosamente y la
burguesía se esfuerza por aplastarla. Ello exige que los obreros y campesi­
nos den a la jomada de l.° de agosto la mayor significación revolucionaria.
Es preciso que el proletario, aliado y dirigiendo a los campesinos, se ma­
nifieste contra el imperialismo mundial y, en primer lugar, contra el im­
perialismo español y la reacción española. Y debe hacerlo defendiendo al
mismo tiempo sus reivindicaciones políticas y económicas contra sus ene­
migos de clase, contra los terratenientes, contra la burguesía, contra el clero
y las órdenes religiosas, contra la Guardia Civil, el Cuerpo de Seguridad y
la Policía, contra los jefes del Ejército y, en fin, contra todos, absoluta­
mente todos, los enemigos de la revolución.

Por lo cual, el partido comunista de España invita a los obreros y cam­


pesinos a preparar el l.° de agosto grandes demostraciones públicas y a
manifestarse:
— Por la jornada de siete horas y el aumento de salarios.
— Por el socorro del 75 por 100 a los obreros parados.
__ Por la confiscación de las fortunas y bienes de los aristócratas y jefes
monárquicos en beneficio de los parados y de los campesinos.

326
— Por la incautación de los palacios de la aristocracia para crear sana­
torios obreros y campesinos y casas de descanso.
— Por el encarcelamiento de todos los jefes monárquicos y reaccionarios.
— Por la expropiación sin indemnización de los grandes propietarios y
el reparto de sus tierras, instrumentos de labranza y ganado entre
los campesinos pobres y obreros agrícolas.
— Por la disolución de las órdenes religiosas y la confiscación de todos
sus bienes y propiedades.
— Por la supresión de todos los privilegios del clero y la separación de
la Iglesia del Estado.
— Por el desarme y disolución de la Guardia Civil, Cuerpo de Seguri­
dad, Guardias de Asalto y Policía.
— Por el abandono de Marruecos.
— Por el reconocimiento del derecho de Cataluña, Vasconia y Galicia
a disponer de sí misma, incluso hasta su separación del Estado central.
— Contra los peligros de guerra y por la defensa de la Unión Soviética.
— Por los soviets en España y el armamento de los obreros y campe­
sinos.
— Por el Gobierno obrero y campesino.

Partido Comunista de España (S. E. de la I. C.).


Unión Nacional de Juventudes Comunistas.

DOCUMENTO 112

MOSCÜ-P. C. E. CONTRA HERRIOT (134)

¡A los trabajadores madrileños!


Camaradas:
La visita de Herriot a España se efectúa cuando la crisis del capitalismo
se agudiza con un ritmo vertiginoso, cuando el número de trabajadores en
paro forzoso alcanza a una cifra de 80 millones, cuando 150 millones de
hombres, mujeres y niños son precipitados al hambre y a la miseria, cuando
la represión contra el proletariado revolucionario toma brutales caracteres,
cuando la industria, en completa bancarrota, amenaza con paralizarse to­
talmente, cuando los preparativos de guerra están al terminarse, cuando las
masas obreras y campesinas comienzan a darse cuenta de su papel funda­
mental en la Revolución Democrático-burguesa, cuando el partido comu­
nista desarrolla su máxima actividad contra la amenaza de guerra y para
llevar a sus últimas consecuencias la revolución comenzada el 14 de abril.
La visita de Herriot a España va a verificarse cuando se acentúan los
problemas bélicos entre los fascistas italianos y los imperialistas franceses,
que pretenden aliar a España con Francia ante la eventualidad de una “agre-

327
sión” italiana, cuando las contradicciones del sistema capitalista precipitan
a las potencias imperialistas a una guerra contra la U. R. S. S. como única
solución a sus graves problemas.
La visita de Herriot a España tiene por objeto afianzar los pactos se­
cretos; hacer que se cumplan fielmente los ya concertados entre Azaña y
Herbette. Tiene por objeto alcanzar popularidad entre las masas obreras
españolas para que éstas, en su día, tomen las armas en el ataque contra
la U. R. S. S., en la preparación del cual el imperialismo francés, con Herriot
a la cabeza, lleva la dirección absoluta.
Trabajadores españoles; es necesario demostrar a Herriot la hostilidad
que los obreros españoles sienten hacia el representante de la próxima gue­
rra contra la patria del proletariado mundial. Es necesario que nos opon­
gamos a que el Estrecho de Gibraltar y las Baleares se conviertan por con­
veniencias del imperialismo francés, en una potente base naval, es necesario
que a las palabras insinceras de Herriot opongamos la repulsa consciente de
las masas explotadas.
El Comité Local de Madrid del partido comunista de España denuncia
ante los trabajadores madrileños esta visita y las consecuencias que de ella
pueden derivarse.
Herriot viene delante, en representación del imperialismo francés, luego
vendrán las tropas francesas con cualquier pretexto y, por último, veremos
al Ejército español, ese Ejército “insuficiente para la guerra”, con el cual
sueña a diario la caricatura de Napoleón Pequeño que tenemos por Primer
Ministro, marchar unido al Ejército francés en contra de los proletarios ita­
lianos o rusos.
Trabajadores; para vosotros las fronteras no significan nada, igualmente
sois explotados en España, Italia, Francia, Alemania; vosotros no tenéis
cuestiones que ventilar con las armas contra los camaradas italianos ni fran­
ceses; vosotros tenéis que decirle a Herriot que el proletariado español está
contra todas las guerras imperialistas.
El Gobierno republicano-socialista de Azaña-Largo Caballero se presta
a la macabra maniobra de enrolar al proletariado español en una nueva
aventura bélica captados por el imperialismo francés.
Frente a esta maniobra imperialista de movilizar a los trabajadores, obre­
ros, soldados y campesinos, éstos no se dejarán sorprender y lucharán con
el partido comunista contra los socialfascistas de España (Largo Caballero, De
los Ríos, etc.) y contra las pretensiones imperialistas francesas (Alianza de
España contra Italia, intervención de España contra la U. R. S. S., creación
de una base naval en el Estrecho de Gibraltar y Baleares).
Camaradas; es preciso tener en cuenta que el Gobierno Azaña-Largo
Caballero va a gastar en banquetes, recepciones, bailes y fiestas militares a
Herriot más dinero del que necesitarían todos los parados de Madrid para
comer varios meses.
El Comité Local de Madrid del partido comunista de España convoca
a todos los trabajadores en la estación del Norte el día 31, a las ocho de la
mañana, a demostrar a Herriot y al Gobierno contrarrevolucionario Azaña-

328
Largo Caballero el odio del proletariado español hacia el agente del impe­
rialismo francés y hacia los que desde el 14 de abril no han hecho otra cosa
que engañar a las masas obreras y campesinas españolas con promesas de­
magógicas que retardaron el curso de la revolución democrático-burguesa,
pero que están liquidadas ya en las mentes de los proletarios conscientes. •

— Contra la guerra imperialista.


— Contra el Gobierno contrarrevolucionario Azaña-Largo Caballero, la­
cayo del imperialismo francés.
— Contra Herriot, Jefe de la contrarrevolución mundial.
— Por la lucha revolucionaria del proletariado francés, alemán y español.
— Por la defensa de la Unión Soviética.
— Por el proletariado mundial.
— Por la revolución Española en marcha.

Camaradas: No faltéis. Todos a la estación del Norte el día 31, a las


ocho de la mañana.
El Comité Local de Madrid del partido comunista (S. E. 1. C.).
El Comité Local de Madrid de la J. C.

DOCUMENTO 113

EL MANIFIESTO FUNDAMENTAL DE 1934 (135)

... Ni el intento de los socialfascistas de persuadir a las masas de que espe­


ren el reparto “equitativo” de las tierras, ni las amenazas del Gobierno, ni la
concentración de grandes fuerzas de la Guardia Civil, sirvieron para nada. El
artículo especial publicado respecto al Decreto sobre la reforma agraria estipu­
lando que los que se apoderasen de las tierras por propia decisión serían priva­
dos del derecho de gozar los “beneficios” de esta reforma, no produjo el menor
efecto sobre las masas que aspiran a la lucha revolucionaria. Otro tanto ocurrió
con los intentos del Gobierno burgués-agrario para intimidar a las masas
por medio de la Guardia Civil, que después del fracaso de su lucha abierta
contra los campesinos y los obreros agrícolas, ha tratado de oponerse a la
extensión del movimiento, registrando a los campesinos que se apoderaron
de las tierras.
A pesar de todas estas maniobras y de las numerosas represiones, el mo­
vimiento se ha extendido rápidamente y ganado las provincias más impor­
tantes de terratenientes, como las de Badajoz, Cáceres, Salamanca, Sevilla
y otras. Los intentos de la burguesía de presentar este movimiento agrario
revolucionario como de un simple aumento de los casos aislados de asaltos
de tierras, así como la demagogia de los socialfascistas pretendiendo que
los campesinos y los obreros agrícolas aplican simplemente la reforma agraria
gubernamental, no constituyen más que esfuerzos para disimular la entrada

329
en lucha de las grandes masas de los campesinos y de los obreros agrícolas
= y el paso de la revolución a una fase superior de su desenvolvimiento, al de
la revolución agraria.
No se trata solamente de que desde el comienzo de este año hasta el fin
del mes de marzo, los campesinos y los obreros agrícolas se han apoderado
de 311 propiedades agrícolas, según los propios datos disminuidos de la Pren­
sa burguesa.
Lo esencial es que este movimiento se ha desarrollado en grandes pro­
piedades que forman territorios enteros, y aunque espontáneo y no dirigido
en la medida necesaria por nuestro partido, ha mostrado un alto grado de
organización y una gran firmeza de las masas. Así es como en la importante
región de Trujillo, provincia de Cáceres, que cuenta 117 propiedades de más
de 250 hectáreas cada una y de una superficie total de 48.843 hectáreas,
los campesinos y los obreros agrícolas han ocupado en el espacio de seis
días, según las cifras incompletas proporcionadas por la Prensa burguesa,
51 propiedades y han creado Comités campesinos para la dirección de la
lucha en 23 localidades. Los campesinos y los obreros agrícolas se han apo­
derado, de este modo, de millares de hectáreas de tierra; han organizado des­
tacamentos de 500 a 1.000 hombres, procedido a la toma de la tierra di­
rigiéndose a los campos en destacamentos enteros, a veces con banderas ro­
jas, creando frecuentemente una milicia campesina que es el centro de or­
ganización de lucha y de defensa de las masas insurreccionadas.
Este gran movimiento se amplía sobre el fondo de huelgas cada vez más
numerosas de obreros agrícolas en diferentes regiones agrarias, donde millares
de obreros agrícolas son arrastrados al movimiento y combaten las impor­
tantes fuerzas del poder burgués-agrario. Paralelamente se desarrolla la lucha
de los rabassaires en Cataluña, donde organizan grandes mítines y manifes­
taciones reclamando la supresión o el alivio de la rabassa morta, los impues­
tos, etc. Entre sus numerosas acciones que terminan cada vez más frecuen­
temente en luchas con la Guardia Civil, es preciso señalar su marcha sobre
Barcelona, el 14 de abril pasado, aniversario de la revolución. Millares de
rabassaires se manifestaron ese día con las consignas lanzadas por nuestro par­
tido, tales como “la tierra a los campesinos trabajadores”, contra la rabassa
morta, contra los impuestos, etc. En Galicia las masas campesinas se levan­
tan para la lucha, negándose a pagar los impuestos, los foros y sosteniendo
activamente a los obreros en lucha.
La lucha nacional, en particular en Cataluña y en Vizcaya, contra el im­
perialismo español, forma parte integrante de esta lucha de los obreros y
campesinos, rica particularmente en estos últimos tiempos en huelgas, ma­
nifestaciones revolucionarias y mítines de los pueblos oprimidos. En las co­
lonias, sobre todo en Marruecos, la lucha de los indígenas contra la domi­
nación de los imperialistas españoles se ha reforzado considerablemente. Se
desarrolla con la participación activa del proletariado de las ciudades, que
por medio de grandes huelgas y manifestaciones, como ocurrió en Melilla,
se levantan al lado de los campesinos coloniales, obligando a los imperialistas
españoles a buscar el apoyo del imperialismo francés y a transformar la co­
lonia en un campo atrincherado.

330
Los soldados son cada vez menos seguros para el poder burgués-agrario,
porque ganados para la lucha toman parte en los movimientos de los obre­
ros y de los campesinos. Como el poder burgués-agrario no tiene confianza
en los soldados, se esfuerza en asegurar la lucha contra las acciones revolu­
cionarias de obreros y campesinos por medio de toda clase de guardias y de
organizaciones de amarillos.
Las masas de los obreros, de los campesinos y los soldados cada vez com­
prenden mejor, sobre la base de su propia experiencia, de la lucha de clases,
reforzada por la agitación del partido comunista, la verdadera fisonomía reac­
cionaria del poder de los capitalistas y terratenientes. Comprenden cada vez
mejor que esta República no les dará la libertad, la tierra, pan y trabajo,
por los que al combatir a la Monarquía vertieron su sangre y que les fueron
prometidos por la burguesía republicana. En consecuencia, las ilusiones de­
mocráticas y republicanas se disipan cada vez más en las masas y crece la
desconfianza hacia las Cortes contrarrevolucionarias y sus partidos, hacia
el Gobierno y la República. Hace ya mucho que ha pasado el tiempo del
pacto de San Sebastián, cuando se podía, con la ayuda de la demagogia re­
publicana, debilitar y hacer fracasar la lucha revolucionaria de los obreros.
Las masas se rinden a la evidencia de que solamente derrumbando violenta­
mente el poder de los capitalistas y terratenientes, derrumbando el régimen,
podrán obtener un mejoramiento decisivo y durable de la situación de los
obreros y campesinos. Por eso la lucha de las grandes masas las coloca
cada vez más frente a la necesidad de luchar por la subversión del régimen
burgués-agrario, por el Gobierno obrero y campesino de los soviets.

III

El retraso del partido comunista respecto a la amplitud de esta lucha


revolucionaria, muy larga y aguda, que sostienen las masas obreras y cam­
pesinas, constituye una seria amenaza para el desenvolvimiento y el triunfo
total de la revolución.
La mayor parte de los movimientos revolucionarios de las masas traba­
jadoras se producen espontáneamente o bajo la dirección de los socialfas-
cistas o anarquistas. Los jefes traidores intentan orientar la energía y el he­
roísmo revolucionario de las masas por el camino de la defensa de la bur­
guesía contra la revolución en marcha.
El partido comunista de España, a pesar de algunos importantes éxitos,
hasta ahora no ha conseguido aislar de las masas a estos traidores, no ha
sabido ponerse a la cabeza de los obreros y de los campesinos y asegurar la
dirección y la organización política necesarias a este impetuoso impulso re­
volucionario. Esto explica también las razones por las que las masas en
lucha no se plantean todavía como objetivo este fin único y común: el de­
rrumbamiento del régimen de los capitalistas y terratenientes y la conquista
de su propio poder obrero y campesino. Obran frecuentemente de una ma­
nera aislada y fortuita, a causa de la ausencia de una verdadera organización
revolucionaria de sus luchas. La burguesía y los agrarios contrarrevoluciona-

331
ríos utilizan este estado de cosas tan ampliamente como les es posible; gra­
cias a esta debilidad de la vanguardia proletaria, tienen la posibilidad de ma­
niobrar contra la revolución obrera y campesina.
Aprovechando la escisión y la desorganización que los anarquistas y los
socialfascistas siembran en las filas de los trabajadores, reúnen todas sus
fuerzas para contener y ahogar en sangre la potente lucha de los obreros y
campesinos revolucionarios.
La consigna contrarrevolucionaria de Azaña “ha terminado el período de
las reformas”, consigna que fue lanzada en nombre de la coalición republi-
canosocialista a comienzos de este año, con el fin de agrupar a su alrededor
todas las formas de la contrarrevolución, ya no le basta a la burguesía. Como
no está en condiciones de vencer la ruina creciente, la burguesía quiere hacer
caer sobre las masas trabajadoras todo el peso de la crisis y arrancarles por
la violencia las conquistas que han obtenido gracias a una lucha tenaz. Esto
significa expulsar a los campesinos y a los obreros agrícolas de las tierras
que han ocupado, quitar a los obreros agrícolas la jornada de trabajo redu­
cida y el salario medianamente elevado, obligar a los obreros a trabajar
como antes, ahogar el descontento de los pueblos oprimidos y esclavizados
en revuelta. Los belicosos representantes del bloque burgués-agrario reclaman
a gritos estas medidas, cada vez más abiertamente y con mayor insolencia.
Esta plataforma ha sido propuesta por la conferencia económica y agraria
celebrada en marzo pasado, que tomó la dirección de la campaña contra­
revolucionaria de los capitalistas y de los terratenientes. En esta confe-en-
cia, un conocido monárquico, Martínez de Velasco, líder de los agrarios, de­
claró, entre los aplausos de la burguesía republicana y monárquica:
“Ante todo, el presente espectáculo me consuela y pienso que estamos
todos unánimes, todos sin excepción, sin la menor divergencia que pueda
dividirnos, pienso también que debemos defender estos intereses de una im­
portancia primordial, por los que todos debemos sacrificarnos, porque son
los intereses de la Patria.”
La burguesía y los agrarios, que se proponen ahora rechazar la nueva
ola creciente y todavía más imponente, de la revolución, comprenden que
no están en condiciones de hacerlo, frente a la lucha creciente de los obre­
ros y campesinos.
Con hábiles maniobras y nuevos métodos tratan de realizar estos obje­
tivos del bloque burgués-agrario.
Utilizando el descontento y la desilusión de las masas hacia la política
de coalición de los republicanos y socialistas, así como la creciente miseria
de las masas, la rápida desaparición de las ilusiones democráticas, así como
la insuficiente actividad del partido comunista, la burguesía trata de crear
para su régimen una base complementaria en el seno de las masas, organi­
zando el movimiento fascista, sin dejar de utilizar a las organizaciones social­
fascistas y anarcosindicalistas como su principal apoyo social. En estos úl­
timos meses, sobre todo en relación con el advenimiento del fascismo al Po­
der en Alemania, este movimiento toma proporciones peligrosas. La hábil
política de diversión de la burguesía consiste en arrastrar a las masas a la

332
trampa del movimiento fascista, no solamente con la ayuda de las organi­
zaciones abiertamente fascistas, como la J. O. N. S. (Junta Ofensiva Nacio­
nal Sindicalista) o la Acción Popular, que son las que establecen su organi­
zación, su táctica y las consignas, siguiendo el ejemplo de los fascistas ale­
manes. Teniendo en cuenta el odio profundo que las masas populares sienten
hacia el fascismo y que se expresa en movimientos revolucionarios de masa
de una gran violencia, la burguesía y los terratenientes, sus partidos y sus
agentes, preparan el terreno al fascismo por diversos caminos.
Todas las fracciones y los partidos de la burguesía, empezando por los
“revolucionarios” pequeños burgueses del periódico La Tierra, los federales
y los anarquistas que proclaman la superioridad de la raza española y de
una peculiar revolución “española”, terminando por los radicales, los jesuí­
tas y los monárquicos, se esfuerzan, bajo diferentes enseñas y formas de
organización y con la ayuda de una demagogia social desenfrenada, de ga­
nar para el fascismo las masas de la pequeña burguesía arruinada de las
ciudades, a los campesinos hambrientos e incluso a las capas atrasadas de
los obreros.
De esta suerte, con el apoyo total y la benévola tutela del Gobierno de
coalición de los socialistas y republicanos, y utilizando el conjunto de su
política contrarrevolucionaria de persecuciones, de terror, de asesinato de
las masas populares, la burguesía fascista construye una nueva línea de trin­
cheras para resistir a la nueva fase de grandes batallas revolucionarias de
las masas proletarias y campesinas, batallas que se orientan cada vez más
hacia la lucha directa por el Poder.
Teniendo en cuenta esta nueva y compleja situación, los métodos del
principal apoyo de la burguesía en el seno de la clase obrera, de los social-
fascistas, se han modificado. Han realizado impecablemente (las directivas
del bloque burgués-agrario y en tanto que partido gubernamental, han apor­
tado su apoyo total a la burguesía, con el fin de rechazar los primeros cho­
ques de la revolución.
Allí donde su demagogia republicana y democrática no producía efecto
han lanzado, sin vacilación, contra las masas populares la Guardia Civil, las
tropas y otros destacamentos armados creados por ellos. Han ahogado, destro­
zado, la lucha revolucionaria de los obreros y campesinos. La sangrienta e
inaudita represión contra los obreros y campesinos en el Parque de María
Luisa, en Sevilla, en Casas Viejas y en decenas de otras localidades, fue
obra de su Gobierno. Han salvado de las llamas de la revolución el aparato
monárquico del poder de la burguesía y de los terratenientes.
Con su colaboración, el bloque burgués-agrario ha aprobado en las Cor­
tes “democráticas” una legislación fascista, como la Ley del 8 de abril de
1932, dirigida contra los Sindicatos; la Ley de Defensa de la República, la
de Orden Público, la Ley de Vagos, etc., que son un arma poderosa en manos
de los capitalistas y terratenientes contra los obreros y campesinos.
Hoy, si se tiene en cuenta la rápida radicalización de las masas, el hecho
de que los obreros y los campesinos comienzan a abandonar a los social-
fascistas y de que crece la influencia del P. C. de España, los socialfas-

333
cistas son más útiles para la burguesía, en tanto que partido de oposición
leal, cuya tarea consiste en romper en el seno del proletariado sus acciones
revolucionarias y en desorganizar sus filas, facilitando así la destrucción de
su movimiento. Los 'partidos burgueses republicanos no dejan de ningún
modo de hablar abiertamente, ni economizan sus elogios a los socialfascistas
por los servicios rendidos, proponiéndoles que continúen sirviendo en un
nuevo papel.
Desde noviembre del año pasado, los socialfascistas han preparado siste­
máticamente una nueva táctica para realizar las nuevas tareas que les ha
confiado el bloque burgués-agrario. Han adoptado, entonces, por pura for­
ma, en su Congreso, la separación de su organización sindical, la U. G. T.,
del partido socialista, con el fin de facilitar las maniobras de sus líderes.
Han pasado, de la prohibición de las huelgas, a su hábil utilización, con
el fin de debilitar y de traicionar a los obreros en lucha. Desde entonces se
hallan, por cuarta vez, bajo la presión de las masas, a la cabeza de una po­
tente huelga de mineros de Asturias, huelga que termina siempre con el fra­
caso de los obreros. Con estos mismos resultados dirigen los movimientos
de huelga en el país, sobre todo entre los obreros agrícolas.
Se esfuerzan por medio de hábiles maniobras de izquierda de salvar sus
apariencias ante las masas trabajadoras y de impedir su paso al partido
comunista. Emplean a este efecto frases embusteras sobre la defensa de la
U. R. S. S. y sobre el establecimiento de relaciones diplomáticas; emprenden
un juego farsante con la consigna de la dictadura del proletariado; hacen
malabarismos inauditos en la Prensa socialista y en su agitación con la fra­
seología comunista; especulan especialmente y se especializan en su preten-
dida “lucha” contra la reacción y el fascismo.
Al mismo tiempo, los socialfascistas son los servidores más activos de la
burguesía fascista. Mientras sus organizaciones impiden toda acción de ma­
sas contra el creciente peligro del fascismo, su líder de “izquierda” Besteiro,
de acuerdo con el representante de los terratenientes capitalistas, el Presi­
dente de la República, Alcalá Zamora, restablece el Gobierno Lerroux, Go­
bierno de orientación fascista. Así, siguiendo el ejemplo de sus colegas de
Italia y de Alemania, desembarazan el camino a la dictadura fascista y se
preparan febrilmente a hacer frente, como fieles sostenes de la burguesía y
seguros de sus maniobras de traición, a la creciente lucha del proletariado
y de los campesinos revolucionarios.
Esta política de los cómplices directos de la burguesía fascista es com­
pletada por la actividad de los líderes anarcosindicalistas. Los anarquistas,
que trabajan en regiones donde son concentradas grandes masas del prole­
tariado revolucionario, por medio de su táctica de putschs y de huelgas no
preparadas debilitan y malgastan la energía revolucionaria de las masas, no
permitiendo así preparar la lucha de una manera organizada y desacredi­
tando particularmente la idea de la insurrección armada contra el régimen
agrario capitalista por el poder obrero y campesino. Los putschs que provo­
caron el 9 de enero y el 8 de mayo último prueban que sus acciones son
inspiradas por los agentes del Gobierno y de la burguesía y que tienden a

334
desorganizar las filas de los obreros justamente en el momento en que la
burguesía está amenazada de un peligro inmediato, cuando las masas obre­
ras y campesinas pasan a la ofensiva.
La política de escisión y la lucha fratricida entre obreros, practicada sin
tregua por los anarquistas, empujan a las capas atrasadas de los obreros
que les siguen, en brazos del fascismo: En el momento en que la burguesía
y los terratenientes se unen para reforzar la contrarrevolución, los anarquis­
tas, después de haber dividido a la C. N. T. en grupos de la F. A. 1. y grupo
Pestaña, son, en manos de la burguesía, los mejores agentes de la política
que tiende a intensificar la escisión de la clase obrera, escisión que es la
mejor garantía para la burguesía de la incapacidad de la clase obrera de
levantarse en una lucha organizada contra el poder de los capitalistas y de
los terratenientes.
Los anarquistas de estas dos tendencias se hallan completamente al lado
de la burguesía en la obra de fascización del país. Bajo la cubierta de “lu­
cha contra el marxismo”, realizan de concierto con toda la burguesía, in­
cluso los anarquistas, una encarnizada campaña contra el partido comu­
nista y la U. R. S. S. Con el aspecto de oposición contra el Gobierno de
coalición republicanosocialista, han sostenido abiertamente a Lerroux en la
formación del Gabinete, declarando que su Gobierno concederá “ventajas”
a las masas obreras. Confirman así una vez más el acuerdo entre ellos y el
partido radical de Lerroux en vías de rápida fascización.
En el momento en que la reacción y el fascismo amenazan más que nun­
ca, con el pretexto del humanitarismo, lanzan la consigna de amnistía “para
todos”, es decir, para los monárquicos y los fascistas, y se levantan contra la
campaña emprendida por el P. C. en favor de una amnistía total para los
obreros y campesinos. Toda la táctica y la actividad de los anarquistas
prueban que, del mismo modo que los socialfascistas, con diferentes proce­
dimientos, sin embargo, sostienen a la burguesía fascista en sus preparativos
de represión sangrienta de la revolución en marcha de los obreros y cam­
pesinos, y aparecen así como los peores enemigos de la revolución, como
anarcojascistas.
El Gobierno de Lerroux, así como el de Martínez Barrios después, ha
llegado al Poder no solamente con el apoyo de todos los partidos del bloque
burgués-agrario, sino también con el concurso activo de los socialfascistas y
de los anarcofascistas. A pesar de las divergencias y de las discusiones en el
campo del bloque burgués-agrario, a pesar de los reagrupamientos que se
efectúan, a pesar de la oposición de fachada, este Gobierno (cuyo papel
dirigente pertenece al partido radical, que representa los intereses del ca­
pital financiero y de la gran burguesía) traduce el deseo de toda la burgue­
sía y de los terratenientes de unirse, de crear un “poder fuerte” para detener
la nueva ola ascendente de la revolución de los obreros y campesinos.

335
IV

La marcha acelerada de los acontecimientos revolucionarios ha creado


para el partido las premisas más favorables para la organización de las ma­
sas y la dirección de su lucha que se desarrolla violentamente.
El ascenso revolucionario de las masas continúa ya desde hace más de
dos años y medio. Durante este tiempo, el bloque burgués-agrario no ha lo­
grado contener la creciente presión revolucionaria de las masas ni consolidar
su régimen. Por el contrario, la violenta presión revolucionaria se refuerza
cada vez más, aunque irregularmente y en las formas más diversas, sobre el
fondo de la crisis económica que se profundiza. Agudiza las contradiccio­
nes y fricciones en el seno de las clases dominantes, creando las premisas
para la transformación de la revolución democráticoburguesa en revolución
proletaria. En estas condiciones toma una significación decisiva el papel del
partido comunista, que es la única fuerza capaz de asegurar el desarrollo
de la revolución y de no consentir que se detenga en la mitad del camino.
De su línea clara y precisa, de su decisión y disciplina en la lucha depende
en parte la suerte futura de la revolución. Unicamente su dirección política
de la lucha de las masas puede rechazar el peligro del fascismo y asegurar
la victoria definitiva de la revolución. 0
En lo que a esto respecta, el partido no ha hecho en el último año un
viraje decisivo, no ha logrado convertirse en la fuerza directiva de la revo­
lución en marcha.
Naturalmente, sería un gran error no ver los progresos y éxitos conside­
rables de nuestro partido. Ya después del XII Pleno del Comité Ejecutivo
de la Internacional Comunista repudió, decisiva y unánimemente, las tenta­
tivas del grupo sectario oportunista de los renegados Adame, Trilla, Bulle-
jos, de conducir el partido al pantano del oportunismo y de la traición; el
partido, bajo la dirección de su Comité Central, con el apoyo del Comité
Ejecutivo de la Internacional Comunista, se colocó firmemente en la línea
de la Internacional Comunista. El partido creó su órgano central diario, ha
asegurado, mediante campañas de masas, su existencia y le ha defendido
contra las múltiples persecuciones de los enemigos. En la lucha por la ma­
yoría de la clase obrera, el partido ha logrado destruir algunos partidos y
grupos pequeños burgueses, atraer a su lado nuevos destacamentos de obre­
ros y campesinos revolucionarios y obtener el primer Diputado en las Cor­
tes contrarrevolucionarias. Desde la época de su IV Congreso, el partido ha
duplicado el número de sus miembros, que se acerca a los 25.000, y ha
ampliado su organización en todo el país. La influencia política del partido
en las masas ha crecido considerablemente, gracias a sus grandes campañas
políticas. En la última de ellas más de 100 Sindicatos reformistas y anar­
quistas se han adherido abiertamente a nuestra lucha, a pesar de las expul­
siones llevadas a cabo por los jefes traidores. También en la lucha diaria
del proletariado y de los campesinos trabajadores ha crecido el papel di­
rigente de nuestro partido, y manifestaciones de masas como la de los mineros
de Asturias o Linares, de los obreros y campesinos de Toledo y Zamora,

336
de Andalucía y Extremadura tuvieron lugar bajo la influencia, a veces de­
cisiva, del partido. La creación de la Confederación Nacional del Trabajo
Unitaria y la ampliación del movimiento de Unidad Sindical creó una fuerte
base de masas, integrada por más de 150.000 obreros organizados. Han cre­
cido considerablemente las organizaciones de masas, como el Socorro Rojo
Internacional, la Unión de Amigos de la U. S., el “Frente Antifascista”, las
organizaciones culturales educativas, deportivas y otras, a las cuales se ad­
hieren decenas de miles de obreros no organizados y procedentes de otras
organizaciones políticas y sindicales.
Sin embargo, todos estos éxitos, a pesar de su indudable significación, no
responden a las grandes posibilidades que abre ante nuestro partido la pu­
jante y creciente presión revolucionaria de las masas. Son particularmente
insuficientes en relación con las exigencias del movimiento revolucionario
que se desarrolla rápidamente, en el cual se siente cada vez más la ausencia
de una dirección continua y decisiva de nuestro partido. El partido no ha
conseguido cambiar por completo la antigua situación, en que la mayoría
de las manifestaciones obreras y campesinas se realizaban espontáneamente
y sin organización o caían bajo la influencia de los jefes traidores. A pesar
de la creciente desconfianza de las masas hacia los jefes reformistas y el
abandono acelerado de sus organizaciones, y, a pesar del iniciado proceso
de descomposición en la Confederación Nacional del Trabajo, estas organi­
zaciones abarcan todavía centenas de miles de obreros, y nuestro partido
aún no ha logrado conquistar los destacamentos fundamentales de estas masas.
Naturalmente, esta circunstancia no basta a explicarla la difícil y com­
plicada situación en que tiene lugar la lucha de nuestro partido. Es indu­
dable que ante el partido se elevan grandes dificultades y tareas gigantescas,
que crecen sobre la base de la crisis revolucionaria que se profundiza rápi­
damente. Sin embargo, para eso es un partido comunista que debe saber
vencer estas dificultades y asegurar el rápido avance de la vanguardia revo­
lucionaria con una línea justa y la mayor actividad. Esto significa que hay
que buscar las causas del retraso del desarrollo de nuestro partido y la in­
suficiente dirección del movimiento revolucionario de las masas en nuestras
debilidades y errores.
Efectivamente, el partido, desde el XII Pleno del Comité Ejecutivo de
la Internacional Comunista, ha cometido toda una serie de errores y faltas,
que estará en condiciones de corregir y de vencer únicamente mediante una
verdadera autocrítica bolchevique. En plena crisis revolucionaria, que se pro­
fundiza cuando el poder del bloque burgués-agrario es vacilante e inestable,
cuando toda una serie de crisis gubernamentales provocadas por la lucha re­
volucionaria que se desarrolla violentamente sobre |el fondo del creciente
desmoronamiento económico ha puesto al descubierto ante las masas su ver­
dadero aspecto, su acelerada preparación contra las masas populares suble­
vadas, la cuestión de la preparación política y organizativa de las masas para
la lucha por el Poder ha adquirido una significación decisiva y tenía que ha­
berse colocado en el centro de toda la actividad del partido.

337
22
“Indudablemente, la cuestión principal de toda revolución es la cuestión
del poder gubernamental”. En la actual situación, cuando el partido to­
davía no lleva tras de sí las masas proletarias fundamentales ni dirige toda­
vía el gran movimiento campesino, la cuestión no consiste en lanzar ahora
el llamamiento para el derrocamiento inmediato del régimen de los capita­
listas y terratenientes. Pero la tarea fundamental del partido es explicar a
las masas continua y tenazmente el verdadero carácter del poder actual, co­
locar ante ellas la necesidad de la lucha por el Gobierno obrero y campe­
sino, que es el único que estará en condiciones de cambiar la situación de
las masas, ligando la consigna de la lucha por el Poder, con las reivindica­
ciones parciales presentadas por las masas en sus luchas diarias.
En lo que concierne a esto, en la actividad del partido se manifestaron
errores y faltas que han debilitado la preparación política de las masas y
que han dificultado indudablemente la lucha del partido por las masas, con­
tra los jefes socialfascistas y anarquistas. La subestimación de esta tarea y
de la consigna de la lucha por el Poder se ha manifestado en la resolución
del Buró Político del Comité Central de febrero del año corriente, y encon­
tró expresión en toda una serie de documentos del partido, así como, últi­
mamente, se ha reflejado en la apreciación, algunas veces falsa, del Gobierno
de Lerroux, como “Gobierno de terratenientes”, en la no movilización a
tiempo de las masas, contra este Gobierno, como Gobierno de la prepara­
ción de la dictadura fascista. Esto halló su expresión particularmente en la
consigna lanzada últimamente por el partido, de disolución del Parlamento
y fijación de nuevas elecciones, que, como una consigna central, puso en evi­
dencia la falsa apreciación de la agudización de la crisis.
La incompleta comprensión por el partido de la tarea de la preparación
política y organizativa de las masas para la lucha por el Poder encontró igual­
mente su expresión en la subestimación de los Comités de fábricas y empre­
sas y de los Comités campesinos, como principales puntos de apoyo en la or­
ganización de la revolución. Esta importante tarea, indicada por el XII Pleno
del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, que está en ligazón muy
estrecha con la organización de las masas con la ayuda de estos órganos
revolucionarios del Frente Unico, no estaba, como debía estar, en el centro
de la atención y de la actividad de todo el partido. Por esto el partido no
supo aplicar los métodos correspondientes para la consolidación y la aviva-
ción de los Comités de fábricas y de empresas existentes y la creación de
nuevos. Este serio error político se ha reflejado en un cierto debilitamiento
de la actividad de los Comités de fábricas y empresas y de los Comités cam­
pesinos y en la lentitud de los ritmos en la creación de nuevos.
En la lucha contra el fascismo, el partido, a pesar de muy buenos ejem­
plos de movilización de las masas, no supo realizar una labor ideológica con­
tinua y fundamental en las masas, que hubiera desenmascarado lo esencial
de la demagogia social del fascismo y hubiera armado ideológicamente a las
masas contra él. También la lucha contra el socialfascismo y el anarquismo
sufrió de la ausencia de la oportuna labor ideológica en las masas. Particu­
larmente en la lucha contra el anarquismo, el partido no supo desenmascarar,

338
como es debido, su naturaleza de clase, y lanzó algunas veces consignas que
dificultaban el despertar de los obreros anarquistas, su paso a la posición del
partido comunista. Así, por ejemplo, el desenmascaramiento solamente de “al­
gunos” jefes del anarquismo, como traidores e instrumentos en manos de la bur­
guesía, no podía ayudar a hacer comprender a los obreros de la Confederación
Nacional del Trabajo el carácter del anarquismo, hostil a la revolución.
El gran retraso del partido en la dirección de la lucha diaria de las ma­
sas y en el movimiento sindical se explica en gran parte por el hecho de que
nuestra dirección central y las direcciones locales se ocupan de manera insu­
ficiente de estas cuestiones en su trabajo diario, y el partido no conoce ni
discute continuamente las experiencias, los progresos y los errores en este
importante trabajo.
Estos graves errores, así como todos los demás, el partido debe descu­
brirlos hasta su raíz mediante una autocrítica fundamental, vencerlos sobre
esta base, facilitando de este modo el cumplimiento de las importantes tareas
actuales.
V

En esta situación, ante el partido comunista de España, se plantean gi­


gantescas y responsables tareas.
A pesar de todos los esfuerzos del bloque burgués-agrario y de su Go­
bierno, la revolución de los obreros y campesinos se desarrolla violentamente,
conduciendo a las masas cada vez más hacia la lucha directa por el Poder.
En todas sus manifestaciones, huelgas, manifestaciones callejeras, en la lu­
cha por la tierra, las masas combatientes llegan cada vez con más frecuencia
a choques con el aparato del poder de los capitalistas y terratenientes. Se
convencen por propia y penosa experiencia, que este poder obstaculiza su
camino hacia una vida mejor y hacia la libertad. Las masas de obreros y
campesinos buscan cada vez con mayor insistencia una verdadera dirección
revolucionaria en la lucha por el derrocamiento del régimen existente. Esta
tendencia a encontrar el camino justo y una dirección verdaderamente re­
volucionaria se acentúa considerablemente en relación con la nueva era de
lucha revolucionaria que se aproxima.
La preparación política y organizativa de las masas para la lucha por
el Poder es, de este modo, la tarea central del partido. Toda la actividad del
partido debe ser dirigida a hacer penetrar profundamente en las masas la
consciencia de la necesidad de terminar con el régimen criminal de los capi­
talistas y terratenientes, a prepararse rápidamente para la lucha decisiva,
para aprovechar los plazos establecidos por la marcha misma de la revo­
lución. Hay que reforzar por todos los medios la lucha contra el Gobierno
burgués-agrario, es necesario que las masas comprendan claramente la res­
ponsabilidad que les incumbe en el desmoronamiento que se acentúa, en el
hambre, en la miseria de las masas, que vean claramente la acentuada fas-
cización de la burguesía y de su Gobierno, que significa el aumento de la
miseria y de las persecuciones. El partido ha de tener continuamente a las
masas al corriente de los acontecimientos revolucionarios, reuniéndolas en

339
pitalistas, aprovechando el descontento y el furor de ios obreros para la pre­
paración y la organización de su lucha. Los comunistas deben ser los primeros
en acercarse a los obreros que luchan y ayudarles en la elaboración de sus
reivindicaciones y en la creación de sus órganos de combate, Comités de lucha
y de huelga, aplicando ampliamente la táctica del frente único. Hay que lo­
grar que los bonzos socialfascistas y anarquistas, que aprovechan en primer
lugar la falta de auxilio y la insuficiente madurez política de los obreros, no
puedan imponerles su dirección, que significa la traición y la esclavización
de los obreros. En esta lucha diaria es como mejor puede el partido desen­
mascarar, ante las masas, la traición de los jefes socialfascistas y anarquistas
y aislarlos; así es como mejor puede demostrar a las masas la necesidad de
la lucha por un Gobierno obrero y campesino. Ampliando las aisladas ma­
nifestaciones de los obreros en cada localidad, región, rama de la produc­
ción, el partido debe plantear ante las masas la consigna de la preparación
y la realización de la huelga política general, como tarea práctica inmediata
que conduce a la lucha decisiva por el derrocamiento del Gobierno burgués-
agrario. En la lucha que se agudiza cada día más, de las masas trabajadoras,
hay que aprovechar los momentos particularmente importantes que las agi­
tan, como la grave condena de los seis campesinos de Castilblanco, la pre­
paración de la huelga de los ferroviarios, la lucha contra las represiones y
el fascismo, para popularizar en las masas la consigna de la huelga política
general, llamarlas para su preparación y realización.
Sin embargo, en esta labor el partido debe luchar decididamente contra
la subestimación oportunista de la necesidad de la preparación y realización
de la huelga general y contra la táctica extraordinariamente peligrosa de la
declaración de huelgas no preparadas, que debilitan a los obreros y permiten
a la burguesía y a sus agentes desorganizar la lucha de la clase obrera.
En la revolución agraria en pleno desarrollo, el partido debe dirigir todos
los esfuerzos para conquistar el papel dirigente en la lucha de los campe­
sinos trabajadores y los obreros agrícolas por la tierra, por el ganado y por
la cosecha de los terratenientes. Al lanzar como consigna principal de la
revolución en el campo la ocupación y el reparto de la tierra de los terra­
tenientes por los campesinos y los obreros agrícolas, así como del ganado,
los implementos y la cosecha, nuestras organizaciones locales deben dirigir
esta lucha, estableciendo como tarea principal la organización del movimien­
to y la creación de órganos dirigentes de lucha, los Comités de campesinos.
Es indispensable concentrar la autoridad de todo el partido en el apoyo a
la heroica lucha que sostienen actualmente los campesinos y los obreros agrí­
colas en las provincias de Extremadura y Andalucía, contra los terratenien­
tes y todo el aparato del poder burgués-agrario, para extender esta lucha a
los radios y regiones vecinos y asegurarles la ayuda activa y la dirección
por parte del proletariado industrial.
Sin embargo, al dirigir esta lucha el partido debe igualmente emplear
enormes esfuerzos para la organización y la dirección de la lucha diaria de
las masas laboriosas en el campo por sus reivindicaciones parciales. Hay
que organizar y dirigir la lucha de los obreros agrícolas por el aumento de

342
los salarios, la reducción de la jomada de trabajo, contra los despidos y el
paro forzoso, por el seguro social completo de los obreros agrícolas por
cuenta del Estado y de los terratenientes. Es indispensable organizar la lu­
cha de las masas campesinas contra el pago de las deudas, las cargas semi-
feudales (como la “rabassa morta”, foros, etc.), contra el pago de las con­
tribuciones municipales y del Estado, por el socorro gubernamental a las
regiones hambrientas, etc. En esta lucha, nuestras organizaciones del parti­
do, a la vez que desenmascaran la traición de los jefes socialfascistas y
anarquistas, deben hacer esfuerzos por lograr la unión de las demostracio­
nes de los campesinos y de los obreros agrícolas y la ayuda activa de los
obreros de la ciudad. La premisa principal en la lucha por el derrocamiento
del régimen burgués - agrario y por la instauración del Gobierno obrero y
campesino es la unión, a través de las consignas comunes, de la lucha de
la clase obrera y de las masas campesinas con la de los pueblos oprimidos
y esclavizados y la introducción en esta lucha de los soldados que se revo-
lucionarizan cada vez más, y entre los cuales el partido debe reforzar por
todos los medios su labor.
El partido debe reforzar a toda costa la lucha contra el fascismo y de­
mostrar a las masas que él es la única fuerza que les asegurará la victoria.
Esto exige, paralelamente a las grandes campañas de masas, la acentuación
de la labor ideológico-educativa, que desenmascare entre las amplias masas
el verdadero contenido de la demagogia social, que se acentúa extraordi­
nariamente estos últimos tiempos. Es indispensable igualmente reforzar
fuertemente nuestra lucha ideológica contra los socialfascistas y los anarco-
fascistas.
En la preparación política y organizativa de las masas laboriosas para
la lucha por el Poder, el partido debe aplicar los mayores esfuerzos para
la creación de nuevos comités de jábricas y de empresas y comités de cam­
pesinos y la consolidación de los ya existentes.
El retraso, en lo que respecta a la organización de las masas por medio
de los comités de fábrica y de empresa y de los comités de campesinos,
se explica por el hecho de haber subestimado estos importantes órganos de
la lucha revolucionaria y no haber cumplido las tareas establecidas a este
respecto por el XII Pleno.
El partido debe liquidar sin tardanza estos errores y desarrollar un am­
plio trabajo para la creación de una red de comités de fábrica, de empresa
y de campesinos, en todo el país.
La cuestión de los comités de fábrica, de empresa y de campesinos
debe ser explicada por el partido de un modo muy amplio en las masas y
debe convertirse en el punto central de toda su actividad en el período
actual.
En todos los órganos del partido, desde la célula hasta el Comité Cen­
tral, en nuestra prensa y folletos, en las reuniones de masas, en la labor dia­
ria, esta tarea, como cuestión de la organización de la Revolución y de la
activa preparación de las masas laboriosas para la lucha por el Poder, debe
ocupar el lugar principal. Hay que lograr que cada obrero y campesino que

343
actualmente se interesa vivamente por las cuestiones de la revolución, sepa
que estos órganos de la lucha de masas obreras y campesinas, son palancas
con cuya ayuda podrán hacer adelantar la revolución y asegurar las condi­
ciones para su transformación en revolución proletaria. Los Comités de fá­
brica y empresa y los Comités de campesinos, organizados sobre la base
de un amplio frente único, elegidos por todos los obreros y campesinos de
la empresa o aldea, como órganos que representan sus intereses diarios y
que dirigen su lucha, desempeñarán un papel decisivo en la unión del movi­
miento revolucionario de masas, hoy día escisionado y desunido por los jefes
traidores de los socialfascistas y de los anarquistas. Al mismo tiempo, am­
pliarán la base del creciente movimiento de unidad sindical y permitirán al
partido liquidar la influencia de los socialfascistas y de los anarquistas y
separar de las masas a sus jefes. Los Comités de fábrica y empresas y los
Comités de campesinos tomarán en sus manos la causa de la organización
de una milicia obrera y campesina de masas, encabezarán la lucha de las
masas contra el fascismo y con una justa y continua dirección del partido
conducirán mejor y más justamente toda la lucha de las masas populares,
por el derrocamiento del régimen de los capitalistas y terratenientes. En
estos órganos, los obreros y campesinos pobres de vanguardia aprenderán,
efectivamente, a defender los intereses del proletariado y de las masas tra­
bajadoras, y de este modo la actividad de sus Comités abrirá el camino a los
soviets de diputados de obreros, campesinos y soldados.
Todo esto hay que explicárselo continua y tenazmente a las masas, lla­
mándolas a una lucha activa por los Comités de fábrica y de empresa, y por
los Comités de campesinos. Actualmente, es particularmente importante con­
quistar estos órganos en la lucha diaria de los obreros y campesinos por sus
reivindicaciones parciales. Allí donde se inicie una lucha, donde los obre­
ros lancen reivindicaciones por el mejoramiento de su vida, hay que lanzar
también, como una de las reivindicaciones, la de los Comités de fábrica y
empresa y los Comités de campesinos, y luchar por su reconocimiento por
parte de los fabricantes y terratenientes, como órganos permanentes de re­
presentación de las masas trabajadoras. Hay que conquistar para ellos toda
una serie de derechos fundamentales, que los ligarán de un modo más es­
trecho con toda la vida de las masas proletarias y campesinas, como el
control sobre el empleo y el despido de los obreros, la observación de las
horas de la jomada de trabajo, el control sobre las condiciones del trabajo
en la empresa, y el cumplimiento por la empresa de las tarifas de salarios.
Expresándose en nombre de la masa de las fábricas y empresas en todas las
cuestiones de su vida, los Comités de fábrica y empresa deben dirigir la
lucha por la ampliación de estos derechos en un amplio control obrero, hay
que lograr que cada obrero que tenga alguna divergencia con la administra­
ción de la empresa o con los obreros mismos, o algo que exigir, sepa que su
Comité de fábrica y empresa lo solucionará mejor y más rápidamente. Es
indispensable lograr que el Comité de fábrica y empresa tenga su oficina
permanente dentro de los límites de la empresa misma costeado por la em­
presa y que los miembros del Comité de fábrica y empresa que desempeñen

344
este cargo sean pagados por ella. Desde este punto de vista, es necesario ani­
mar y reorganizar todo el trabajo de los Comités de fábrica y empresa exis­
tentes, concediendo una atención particular a la creación de nuevos Comi­
tés en centros industriales como Cataluña, Vasconia y Asturias.
Es indispensable reforzar la campaña por la creación de los Comités de
campesinos, particularmente en las regiones donde se desarrolla la revolu­
ción agraria, en primer lugar en las provincias de Badajoz, Cáceres, Sevilla,
Toledo, Jaén, Salamanca, Ciudad Real. Los Comités de campesinos deben,
no solamente dirigir la lucha de las masas trabajadoras en el campo por la
ocupación de la tierra, del ganado y de la cosecha, su reparto y la defensa
contra los ataques de los terratenientes y del Estado, sino también ocuparse
de la defensa de los problemas corrientes de la vida de los campesinos tra­
bajadores y los obreros agrícolas, procurando impedir que intervengan en
sus asuntos los empleados municipales o del Estado. De este modo, los Co­
mités de fábrica y empresa y los Comités de campesinos, gracias a su acti­
vidad diaria, se convertirán en verdaderos órganos de representación de las
masas trabajadoras, y en el transcurso de la lucha revolucionaria llegarán
a ser sólidos apoyos para la conquista de los soviets de diputados obreros
y campesinos.
En su labor diaria, particularmente en relación con las luchas de las ma­
sas trabajadoras, y con la campaña por los Comités de fábrica y empresa y
los Comités de campesinos, el partido debe popularizar la consigna de los
soviets como órganos de la lucha revolucionaria por el Poder. Sin plantear
en el momento actual en todas las partes la tarea de la creación de los so­
viets, el partido debe, sin embargo, en relación con la agudización de la
lucha revolucionaria, allí donde las masas nos siguen y los jefes traidores
han sido desenmascarados en una medida suficiente ante las masas y ais­
lados de ellas, establecer la tarea de la organización de los soviets. El partido
debe consagrar una gran atención a la preparación de las elecciones, al Par­
lamento y los municipios; en la campaña electoral, que debe ser ligada
estrechamente con la lucha que se desarrolla de las masas, el partido podrá
explicar ampliamente a las masas sus consignas fundamentales y aprovechar
las elecciones para la preparación política y organizativa de las masas para
la lucha por el Poder.
En la lucha por la creación de los Comités de fábrica y empresa y los
Comités de campesinos y por la conquista de la mayoría de la clase obrera,
el movimiento sindical revolucionario debe jugar un papel primordial. Por
esto, la atención de todo el partido debe ser dirigida a la consolidación por
todos los medios del movimiento sindical revolucionario. Esto es particular­
mente necesario en relación con el Congreso inminente de la Confedera­
ción Nacional del Trabajo Unitaria, que debe convertirse en el fundamento
de un gran progreso en toda nuestra labor sindical.
Lo primero y lo más elemental, pero hasta ahora olvidado, es el hecho
de que cada miembro del partido debe tomar una parte activa en la labor
sindical, y que los sindicatos rojos puedan, gracias al reforzado trabajo de
los comunistas, aumentar considerablemente el número de sus miembros.

345
Las cuestiones del Congreso de la Confederación Nacional del Trabajo Uni­
taria, que debe ser preparado en relación con la lucha de las masas, deben
ser discutidas en todos los órganos del partido, y nuestras organizaciones de­
ben realizar los mayores esfuerzos para que este Congreso sea un verdadero
Congreso de masas, que represente también a los obreros y organizaciones de
base de la Unión General de Trabajadores y de la Confederación Nacional
del Trabajo.
Hay que reforzar, particularmente, nuestra dirección y actividad dentro
del movimiento de Unidad Sindical. En relación con la ya iniciada y nume­
rosa separación de obreros y hasta de enteras organizaciones de base de la
Unión General de Trabajadores y con el comienzo del proceso de descom­
posición de la Confederación Nacional del Trabajo, el movimiento de Uni­
dad Sindical debe convertirse en nuestras manos en una fuerte palanca en
la lucha por las masas de obreros que siguen todavía a los jefes de la Unión
General de Trabajadores y de la Confederación Nacional del Trabajo. En
esta labor hay que concentrarse en los principales centros de influencia de
la Unión General de Trabajadores y de la Confederación Nacional del Tra­
bajo, reforzando en Cataluña la actividad de la Comisión catalana de Unidad
Sindical y creando una prensa de masas capaz de acercarse a los obreros de
la Confederación Nacional del Trabajo, e igualmente reforzando en Extre­
madura, Vasconia y Asturias el movimiento de Unidad Sindical contra los
jefes de la Unión General de Trabajadores y creando un órgano especial para
los obreros agrícolas, organizados en la Unión General de Trabajadores. Par­
ticularmente en Cataluña, nuestra organización debe ahora dirigir todos los
esfuerzos, aprovechando la lucha entre la F. A. I. y el grupo Pestaña, para
la consolidación, sobre la base del frente único, de nuestras posiciones entre
los obreros de la Confederación Nacional del Trabajo.
Hay que reforzar por todos los medios la labor de la oposición sindical
revolucionaria, que ha demostrado en diferentes lugares considerables pro­
gresos, asegurándola con una dirección regional general.
En adelante, la cuestión del refuerzo y de la ampliación de la labor de
las reacciones comunistas se plantea ante el partido como una condición
para realizar un viraje en todo el trabajo sindical.
Las nuevas tareas y la nueva situación política exigen del partido una
inmediata reorganización de sus filas y la aplicación de nuevos métodos de
trabajo. La tarea primordial es la consolidación de la dirección política del
Comité Central en las regiones, mediante, no solamente viajes de camara­
das responsables de la dirección a las provincias, sino también mediante
la garantía de continuos y sistemáticos informes personales de los represen­
tantes de las provincias ante el Comité Central. Del mismo modo, es indis­
pensable que la dirección de las provincias asegure la realización de la línea
política en las regiones. Esto exige, sobre la base de una justa distribución
de los cuadros del partido, la incorporación en los órganos dirigentes de las
provincias y regiones de camaradas responsables y políticamente disciplina­
dos que aseguren la realización de la línea política del partido y de la Inter­
nacional Comunista.

346
Hay que reorganizar todos los órganos dirigentes haciéndoles más flexi­
bles, mejor adaptados a la nueva situación y en condiciones de reaccionar
sin tardanza ante los acontecimientos. En adelante, hay que descentralizar
las provincias y realizar el trabajo desarrollando en ellas una mayor respon­
sabilidad e iniciativa. Hay que organizar las secciones existentes en el Co­
mité Central, de modo que sean órganos auxiliares de su labor. Una tarea
primordial es la de tener una imprenta a salvo de represiones y persecu­
ciones.
Hay que transformar el órgano oficial del partido, Mundo Obrero, en
un periódico de masas y asegurar la edición de una revista teórica. ;E1
partido debe consagrar una atención especial a la dirección de las Juventu­
des Comunistas, destinando allí a uno de los camaradas dirigentes. Concen­
trando su labor en las principales provincias industriales, es necesario que
el Comité Central ayude al joven partido comunista de Cataluña, asegu­
rando la publicación regular de su órgano semanal y ayudando a crear un
periódico diario de masas. En Vasconia es necesario, después de una pre­
paración política en las masas, crear el partido comunista de Euzkadi...

DOCUMENTO 114

EL BLUFF DE ASTURIAS (136)

“El 4 de octubre —escribe Manuel Domínguez Benavides—, público


ya el rumor del alzamiento en armas, se presentaron a los miembros socia­
listas del Comité revolucionario dos camaradas comunistas, y a los diez mi­
nutos de darse la consigna del alzamiento, los comunistas ingresaron en el
Comité.”
Puntualizamos este hecho, con la autorizadísima opinión de tan signifi­
cado miembro del socialismo, porque quien haya tenido ocasión de leer pe­
riódicos y otras producciones comunistas sobre los acontecimientos revolu­
cionarios de Asturias, creerá que gracias a aquel partido fue posible la
revuelta.
Y la verdad es que no correspondió propiamente a la Alianza Obrera
ninguna clase de iniciativas insurreccionales, pues si bien una vez comenza­
das las acciones participaron plenamente los militantes de cada grupo que la
formaban, la verdad es que toda la obra revolucionaria comenzó a desarro­
llarse bajo las órdenes directas del partido socialista y de la Unión General
de Trabajadores. De este grupo había salido la consigna de tomar Oviedo
de noche y por sorpresa, con objeto de formar diversas columnas que mar­
charan con idéntico fin a León y Santander. Ese proyecto comprendía los
cinco puntos siguientes:

Primero.—Toma de cuarteles y de posiciones estratégicas y aprehensión


de rehenes.

347
Segundo.—Elementos necesarios para realizar lo anterior.
Tercero.—Lugares de concentración desde los cuales se desplegaran las
columnas, y localidades de donde saldrán las fuerzas.
Cuarto.—Calles de Oviedo por las que circularían las fuerzas revolucio­
narias y calles ocupadas formalmente por milicianos rojos para asegurar el
tránsito de ambulancias y servicios de aprovisionamiento.
Quinto.—Organización de las columnas expedicionarias fuera de la pro­
vincia, una vez triunfante la insurrección en Asturias.
Por medio del primer plan se estipulaba el arrasamiento rápido e inme­
diato de toda acción de los puestos de la Guardia Civil afecta a la cuenca
minera, bien por rendición o asalto. En Oviedo, los milicianos ocuparían las
bocacalles y sitios estratégicos para dominar la capital, entre estos últimos
el Naranco, al Norte; San Lázaro, al Sur, y Colloto, al Este. Para la deten­
ción de personas enemigas habíanse confeccionado con bastante antelación
listas negras, cuyos incluidos, una vez prisioneros, garantizarían a los insur­
gentes de cualquier intento de contrarrevolución.
Lo referente a elementos para la revuelta, con independencia de las
armas con que contaban los completados, había de salir de la incautación
de las dos fábricas oficiales asturianas: la de cañones de Trubia, y la de
fusiles de Oviedo, además de dos particulares en funcionamiento. Asimismo
estaba prevista la recogida de cuanto tuviera la Guardia Civil, tras los asaltos
a los cuarteles, a las que añadirían las provenientes de establecimientos de­
dicados a la venta de armas. Además, las fábricas de dinamita de Manjoya
—donde constaba la existencia de miles de cajas de explosivos— y la de
cartuchería de Lugones. Esta no llegó a caer en manos de los extremistas,
pero las de Trubia, Manjoya y Oviedo estuvieron en su poder entre el vier­
nes 5 y el lunes 8.
Las columnas tuvieron como lugares de concentración Sama y Mieres;
y en lo relativo a los demás puntos antes detallados, indicaremos que el
mareaje de las calles de Oviedo a ocupar y la salida de fuerzas para otros
lugares fueron subordinados a la consecución de los primeros objetivos. Es
de significar que desde el mes de julio (1934), los jóvenes socialistas hacían
ejercicios militares.
El haberse hablado de que en Oviedo funcionaba el Comité Provincial
revolucionario ha hecho creer a muchos que radicaba allí todo su potencial.
Efectivamente, el organismo en cuestión se estableció allí, con cinco socia­
listas y un auxiliar técnico de la misma filiación política; tres comunistas y
dos anarcosindicalistas. Y quede ahora constancia, por no haberles mencio­
nado antes, que los principales dirigentes del socialismo y la U. G. T. en
aquellas jornadas eran: Ramón González Peña, Presidente del Sindicato Mi­
nero de la Unión General de Trabajadores; Amador Fernández, de la misma
entidad; Teodomiro Menéndez, Graciano Antuña y Belarmino Tomás, del
partido socialista, con el refuerzo de Javier Bueno, Director del diario
Avance. La consigna o grito de guerra fue U. H. P., o Unión de Hermanos
Proletarios, que quedó consagrada para posteriores jornadas.

348
La propia Dolores Ibarruri visitó Asturias para aquellos fines, en unión
de Isabel de Albacete y Alicia García, que pertenecían a partidos republi­
canos, pero individualmente estaban adscritas a la referida entidad femeni­
na. Hicieron el traslado de unos ciento cincuenta niños, los cuales, en Ma­
drid, fueron objeto de una explotación propagandística inicua. En diversas
funciones realizadas en teatros, si se había preparado la tutela para alguna de
aquellas criaturas, era subida al escenario, donde un miembro del Comité Pro
Infancia Obrera hacía su presentación y contaba la historia del niño y su
padre. Era una apología completa de la revolución astur y la continuación
de la campaña sobre la represión.
Fue una habilidad típicamente comunista que logró eco en el extranjero
y particularmente en Francia, donde socialistas y comunistas actuaban con­
juntamente desde hacía tiempo. Por el mes de abril (1935) se celebró en
París una Conferencia Internacional de Ayuda, a la que asistieron como dele­
gados españoles Manuel Colinos, Dolores Ibarruri y Enrique Sánchez. Los
dos primeros como representantes del partido y de las Mujeres Antifascis­
tas, y el último por el Socorro Rojo Internacional (sección española). Los
tres, por cierto, llegaron al vecino país por los dispositivos de paso clandes­
tino del partido, en conexión con los franceses.
Como puede suponerse, estas acciones procuraron a los comunistas bas­
tantes éxitos, tanto en los partidos y organizaciones obreras, como en las de
republicanos de izquierda. Llegaron a establecer, dentro del Socorro Rojo,
un Comité local jurídico, al que se ofrecieron políticos abogados para hacerse
cargo de las defensas de procesados asturianos.
Hay que reconocer que el partido comunista se colocó a la cabeza y con
gran distancia de entre todos los grupos de izquierdas en la explotación,
frente a las masas, de los sucesos de octubre, y no solamente por sus acciones,
sino hasta por las iniciativas. Indudablemente, su habitualidad al trabajo ile­
gal, dogma oficial en la operativa, le permitió pasar en el interior a la ofen­
siva dialéctica, tratando de aprovechar cualquier clase de apreciaciones y
sentimientos, sin perjuicio del indudable clima de rebeldía y desasosiego
existente en socialistas y anarcosindicalistas.
Sin abdicar de los acuerdos del VI Congreso de la Internacional Comu­
nista, cuya consigna fundamental residía en la lucha sin cuartel contra los
socialdemócratas o socialfascistas, calificativos aplicados desde Moscú contra
el socialismo militante, su intervención en Asturias, especialmente en las
últimas jornadas insurreccionales, los sovietizantes españoles izaron la ban­
dera de la revolución traicionada, aunque no por cuenta propia exclusiva­
mente, sino con el asentimiento de la Comintern, que empezaba a ver claro
para un futuro inmediato.
A los fines del comunismo mundial, 1934 resultó un año de excepcional
importancia. A primeros de enero, el Presidium de la Internacional divulgó
el acuerdo de convocar el VII Congreso para la segunda mitad de 1934.
Por aquella decisión fue comunicado a los Comités Centrales de todos los
partidos que el envío de sus proposiciones sobre el orden del día se efec­
tuaría antes del primero de junio. Sin embargo, hasta el 28 de mayo no

349
aprobó el Presidium el temario a discutir y sobre el que habían de versar las
ponencias de las diferentes secciones comunistas. Lo reproduciremos para
debida constancia cronológica.
“En cumplimiento de la decisión de la XIII Sesión Plenaria del Comité
Ejecutivo de la Internacional Comunista, el Presidium del C. E. de la I. C. ha
adoptado, en la sesión del 28 de mayo de 1934, el siguiente orden del día
para el VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista:

1. ° Informe sobre la actividad del Comité Ejecutivo de la Internacional


Comunista. (Informante: camarada Pieck.)
2. ° La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional Comunista
en la lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo. (Informante:
camarada Dimitrov.)
3. ° La preparación de la guerra imperialista y las tareas de la Interna­
cional Comunista. (Informante: camarada Ercoli.)
4.° El balance de la edificación socialista en la Unión Soviética. (Infor­
mante: camarada Manuilski.)
5.° Elección de los organismos dirigentes de la Internacional Comu-
nista.”

DOCUMENTO 115

RESOLUCION Y DECISIONES DEL VII CONGRESO (137)

Resolución del VII Congreso, 20 de agosto de 1935.

2. “Sin abandonar por un instante su trabajo independiente en la esfera


de la educación, organización y movilización comunista de las masas, los
comunistas... deben luchar para asegurar la acción conjunta de los partidos
socialdemocráticos, sindicatos reformistas y otras organizaciones... sobre la
base de convenios a corto y largo plazo.”
5. “La acción conjunta con los partidos y organizaciones socialdemócratas
no impide, sino que, al contrario, hace aún más necesaria la crítica seria y fun­
damental del reformismo, de la socialdemocracia como ideología y práctica de
la colaboración clasista con la burguesía, y la exposición paciente de los
principios y el programa del comunismo a los trabajadores socialdemócratas.”
“En la lucha para defender contra el fascismo las libertades burguesas-
democráticas y las ventajas de los trabajadores en la lucha para derribar la
dictadura fascista, el proletariado revolucionario prepara sus fuerzas, forta­
lece sus contactos de lucha con sus aliados y dirige la lucha hacia el objetivo
de conseguir la auténtica democracia de los trabajadores, el poder soviético.”
“Sólo la soldadura del proletariado en su único ejército político de masas
asegurará la victoria en la lucha contra el fascismo y el poder del capital,
por la dictadura del proletariado y el poder de los soviets.”

350
DOCUMENTO 116

EL PODER SOVIETICO COMO OBJETIVO DE LOS PARTIDOS NA­


CIONALES (138)

El “último objetivo” en el VII Congreso


La idea de revolución no fue abandonada; simplemente, retrasada. Du­
rante los discursos del Congreso se reiteró con prevención el ideal de la
dictadura del proletariado. Mauricio Thorez, por ejemplo, afirmó muy cla­
ramente que en el caso de Francia la revolución quedaba simplemente re­
trasada, y decía por qué:
“Nosotros, comunistas, estamos luchando por el poder soviético, por la
dictadura del proletariado. Sabemos que ése es el único camino para poner
fin a la crisis, a la pobreza, al fascismo y a la guerra. Pero sabemos también
que en el momento presente sólo una minoría de la clase trabajadora, y, sobre
todo, sólo una minoría del pueblo francés, participa de nuestrac convicciones y
está luchando con el deseo firme de establecer un poder soviético. Por eso
el poder soviético no puede ser el objetivo inmediato de nuestra lucha. Pero,
aunque estamos en minoría, podemos y debemos guiar a la mayoría del
país, que ahora está decidido a evitar a toda costa la dictadura fascista.
Podemos y debemos convencer a las masas, en la lucha y sobre la base de su
propia experiencia, de la necesidad de conseguir una República Soviética.”

DOCUMENTO 117

RESUMEN Y ALCANCE DEL VII CONGRESO (139)

El programa del VII Congreso


Resumiendo la acción del VII Congreso de la Comintern, en 1935, puede
decirse que, ante el reconocimiento de la potencia del fascismo y la debilidad
de los partidos comunistas, el Congreso montó un nuevo esquema de acción
para las secciones de la Internacional, para preparar la revolución de la
dictadura del proletariado. El programa determinaba los pasos siguientes:
Primero.—El Frente Unido.
Segundo.—El Frente Popular.
Tercero.—Un Gobierno de Frente Unido o Frente Popular.
Cuarto.—La unión sindical y el partido único del proletariado.

Era éste el programa de la Comintern que se llevó a efecto durante la


guerra civil de España. Los jefes comunistas, dentro y fuera de España, se
refirieron frecuentemente a las decisiones de este Congreso al hablar de las
actividades del partido en España.

351
DOCUMENTO 118

CONSECUENCIAS INMEDIATAS DEL VII CONGRESO EN ES-


PAÑA (140)

Consecuencias del Congreso de la I. C. El partido comunista contesta


a “Claridad", fijando su posición.
Recibimos el siguiente documento, que con suma complacencia publica­
mos íntegramente:
“Compañero Director de Claridad'.
En el último número de Claridad se hace una a modo de pregunta de
cómo nosotros entendemos formular concretamente las consecuencias para
nuestro país de las decisiones del VII Congreso de la Internacional Comu­
nista. Creemos que esa pregunta alude en manera especial a las cuestiones
candentes del movimiento obrero español: Frente único, unidad de acción
antifascista, unidad sindical, unidad orgánica, etc., y en su conjunto, a las
relaciones entre los obreros socialistas y comunistas, entre los partidos socia­
lista y comunista.
Es posible que los camaradas de Claridad no conozcan cuantos pasos
da nuestra organización antes y después de las decisiones del VII Congreso
de la I. C. cerca de la dirección del partido socialista con vista al trabajo
común de ambas organizaciones en todas aquellas cuestiones que afectan di­
rectamente al movimiento obrero de España. Como 'más reciente, ahora
mismo los camaradas de la Ejecutiva del partido socialista tienen en examen
una proposición nuestra de acción común contra la guerra, y tenemos la es­
peranza de que sea aceptada en líneas generales. No obstante, hecha vuestra
pregunta, muy gustosos y contentos exponemos nuestra decisión, desde las
columnas de Claridad, para conocimiento de todos los camaradas socialistas.
Así, pues, nuestras decisiones, que sometemos a la Ejecutiva del partido
socialista, son las siguientes:
1.a Unidad sindical. El estado actual de división sindical debilita al pro­
letariado en lucha contra sus enemigos, contra el fascismo. Superar este es­
tado, aumentar la potencia del proletariado organizado, es una de las tareas
más urgentes.
Estimamos que el primer paso importante para la realización de la unidad
sindical es aceptar la propuesta de la Confederación General del Trabajo
Unitaria de ingreso en bloque en la Unión General de Trabajadores, sin más
condición que amplia democracia sindical y lucha de clases. El método puede
ser: ingreso puro y simple de los Sindicatos pequeños de la C. G. T. U. en
la U. G. T. y Congresos o Conferencias de fusión allí donde las fuerzas de
la C. G. T. U. son iguales o superiores a las de la U. G. T. Recomendamos
a nuestros afiliados, miembros de los Sindicatos autónomos, planteen en sus
Sindicatos la necesidad de salir de este estado y su afiliación a la U. G. T.

352
Los casos aislados de dificultades que pueden surgir serán resueltos por la
dirección del partido.
Estimamos necesario un trabajo común en los Sindicatos, de los obreros
socialistas y comunistas, para la lucha contra el reformismo y los traidores
de octubre. Una atención especial deberá dedicarse al reclutamiento de nue­
vos miembros para los Sindicatos. También estimamos necesario realizar una
obra de acercamiento a la C. N. T., con vista a la unificación total de las
organizaciones sindicales de España.
2.a Frente único proletario. La unidad sindical, las organizaciones sin­
dicales unificadas no engloban sino una mínima parte del proletaria­
do. La lucha del proletariado y campesinos exige, aparte un reclutamiento
incesante para los Sindicatos, organizar hasta a las capas más atrasadas del
pueblo trabajador y sobre la base de la defensa de sus intereses económicos
y políticos. El frente único proletario, como arma de lucha, ha dado ya frutos
halagüeños en nuestro país. Existen ya estos órganos: son las Alianzas Obre­
ras. Importa hoy vigorizar estas Alianzas, dotarlas de un programa amplio,
en consonancia con las particularidades de cada provincia o localidad o lugar
de trabajo; transformarlas en órganos auténticos de todas las masas traba­
jadoras, formadas por delegados elegidos democráticamente en las fábricas y
barriadas obreras. Insistimos una vez más en que es altamente perjudicial
dejar al margen de las Alianzas a los campesinos trabajadores, y que es ne­
cesario que las Alianzas sean Alianzas Obreras y Campesinas. Los intereses
de la Revolución colocan el problema agrario junto a las más urgentes tareas
a resolver por el proletariado, en alianza fraternal con los campesinos tra­
bajadores.
3.a Frente de unidad de acción antifascista. Contra el fascismo hay que
dirigir a todas las víctimas de él.
Tenemos que apartar de la órbita del fascismo a aquellas masas más atra­
sadas que pueden caer bajo la demagogia del fascismo, a las que han caí­
do ya.
El proletariado auténtico y verdadero defensor de todos los intereses del
pueblo, defensor de las capas intelectuales, funcionarios, empleados, modes­
tos industriales, etc., defensor del progreso y la cultura, no puede ver im­
pasible que los peores enemigos de estas capas, los grandes magnates finan­
cieros y propietarios de tierra, especulen con su miseria y ruina, creada por
ellos mismos; pretendiendo dirigirlos contra el proletariado y encuadrarlos
en las organizaciones fascistas. La dispersión de las fuerzas antifascistas es
un grave peligro para el proletariado. Unirlas es urgente y necesario. Las
Alianzas Obreras y Campesinas, a nuestro juicio, deben agrupar en tomo suyo
a todas las organizaciones antifascistas.
La creación del Bloque Popular antifascista, tomando como base el frente
único proletario, tal como lo propone el camarada Alvarez del Vayo, está
al orden del día en nuestro país. Si no queremos que la burguesía dirija el
movimiento de las masas antifascistas, somos las organizaciones obreras quie­
nes tenemos que tomar en nuestras manos la organización y la dirección de
la acción antifascista.

353
23
4.a Unidad política orgánica del proletariado. En diversos artículos de
Claridad y de compañeros destacados del partido socialista, como el camara­
da Araquistáin y otros, se ha declarado aceptar como base de discusión para
llegar al establecimiento de la unidad política las condiciones fijadas por el
VII Congreso de la Internacional Comunista. Saludamos con alegría los pro­
gresos realizados en el camino que nos conduce a la unidad política, la for­
mación del partido único dirigente del proletariado. Y proponemos a la direc­
ción del partido socialista examinar en común esta importantísima y vital
cuestión sobre la base de las decisiones del VII Congreso de la I. C.: inde­
pendencia completa, vis a vis, de la burguesía, y ruptura completa del bloque
de la socialdemocracia con la burguesía; realización de antemano de la unidad
de acción; reconocimiento de la necesidad del derrocamiento revolucionario
de la dominación de la burguesía y la instauración de la dictadura del prole­
tariado en la forma de los soviets; renuncia al apoyo de la propia burguesía
en caso de guerra imperialista; edificación del partido sobre la base del cen­
tralismo democrático, asegurando la unidad de voluntad y de acción, tem­
plada por la experiencia de los bolcheviques rusos.
Dada la importancia del trabajo entre la juventud trabajadora, nos parece
necesario que por parte de las direcciones de los partidos socialista y comu­
nista se estimule y ayude a las juventudes socialista y comunista para la rea-
lización de la unidad orgánica de las dos organizaciones juveniles.
No dudamos que nuestras sugestiones corresponden al estado de ánimo
de la inmensa mayoría de los camaradas socialistas. El acercamiento común
de todas nuestras organizaciones, la vigorización de los Comités de enlace
creados, la constitución de nuevos donde no existen, el trabajo común de
nuestros dos partidos en los problemas palpitantes del momento actual, una
campaña de mítines con oradores de los dos partidos, por ejemplo, serían,
a nuestro entender, un formidable aliciente para la rápida y favorable solu­
ción de estas cuestiones, tan trascendentales para el proletariado y nuestra
causa común, la causa del socialismo ganaría enormemente y nada tiene que
perder.
Estas son, camaradas, nuestras proposiciones. Quedando vuestros y del
comunismo: Comité Central del partido comunista de España.—José Díaz,
Secretario General.
Madrid, 23 de octubre de 1935.

DOCUMENTO 119

DOLORES IBARRURI HACE HISTORIA POLITICA (141)

La lucha por el Frente Popular


La situación general del país, a pesar de la derrota de la insurrección
de 1934, continuaba siendo revolucionaria. La crisis económica se agudi­
zaba, aumentaba el paro en la industria y en el agro. La miseria se hacía

354
más dura, más descarnada. Un motivo de agitación permanente: ¡30.000 fa­
milias sin sus hombres, 30.000 presos! En la Cataluña despojada de sus de­
rechos autónomos, fiebre de rebelión. La moral de la clase obrera, sin quie­
bra. El poder de los “vencedores”, menos sólido, menos estable que antes de
su victoria. Bastaba un rumor de huelga o de protesta para llevar el pánico
a los medios gubernamentales.
Dentro de la incontestable superioridad potencial de las fuerzas de iz­
quierda, un punto vulnerable: su división.
Frente a las fuerzas de derecha, coligadas con un propósito común, varios
partidos republicanos con muchas personalidades, con influencia difusa en el
país, sin grandes organizaciones.
Un partido socialista, con una base obrera de vieja tradición combativa
y una dirección diversamente reformista, sin el aglutinante de una teoría re­
volucionaria.
Dos centrales sindícales obreras rivales, inspiradas en distintos princi-
pios, siguiendo distintos métodos de lucha.
Al margen de ellas, una masa neutra de millones de trabajadores no or­
ganizados, especialmente en el campo, y un partido comunista con influencia
creciente en todo el país, pero insuficiente aún para ser la fuerza decisiva.
Estas eran las fuerzas del campo democrático y con ellas había que tra­
bajar y formar el dique que contuviese el torrente reaccionario y fascista.
El partido comunista de España asumió la realización de esta obra his­
tórica con su política de Frente Popular.
No fue una tarea fácil vencer la multitud de obstáculos que se levantaban
en su camino.
Intereses, ambiciones, rivalidades, incomprensiones, rencillas personales,
todo salía a flote y todo se pretendía poner como valladar a la unificación de
las tuerzas populares, tanto por parte de los jefes republicanos, como de los
dirigentes anarquistas y socialistas.
La lucha por el reagrupamiento de las fuerzas de izquierda, de las fuer­
zas obreras y burguesas democráticas frente al peligro fascista, la llevaba
desde hacía tiempo el partido comunista de una manera consecuente y te­
naz, a pesar de las reservas que esa política encontraba incluso en algunos
hombres de la vieja dirección de la Internacional Comunista, antes del
VII Congreso y hasta que el camarada Dimitrov se encargó de la dirección
de aquélla.
En una reunión del Comité Central del partido celebrada en Madrid en
abril de 1933 quedó claramente perfilada la orientación política del par­
tido en lo referente a la unidad con todas las fuerzas obreras y democrá­
ticas que rompía con anteriores formulaciones estrechas y esquemáticas. Con­
tra nuestra posición se pronunció en una serie de artículos uno de los
colaboradores responsables de la Internacional Comunista que se firmaba
Chavaroche y que, posteriormente, reconoció que no era él, sino nosotros
quienes teníamos razón.
Como conocíamos mejor que Chavaroche la situación de nuestro país,
continuamos luchando por la unidad de las fuerzas obreras y democráticas,

355
y en las elecciones a Diputados celebradas en noviembre de ese mismo año
logramos en Málaga, yendo en una candidatura con socialistas y republica­
nos, saliera elegido Diputado al Parlamento nuestro camarada Cayetano Bo­
lívar.
En el VII Congreso de la Internacional Comunista, nuestra política uni­
taria obtuvo plena aprobación, así como los esfuerzos y realización del Fren­
te Popular por el partido francés, actividades que fueron presentadas como
ejemplo a todos los partidos comunistas.
En un mitin celebrado en Madrid el 2 de junio de 1935, antes de la
celebración del VII Congreso de la Internacional Comunista, José Díaz, en
nombre del partido comunista, llamaba a la unidad de las fuerzas antifas­
cistas con palabras claras, con proposiciones concretas.
/ No renunciaba el partido comunista a sus postulados. Adaptaba, y esto
es lo revolucionario, su táctica a la situación concreta de nuestro país.
“Nosotros —dijo José Díaz— luchamos y lucharemos siempre por nues­
J / tro programa máximo, por el establecimiento de la dictadura del proleta­
riado.
... En estos momentos de peligro, con el fascismo dueño de los princi­
pales resortes del Estado, declaramos estar dispuestos a luchar unidos con
todas las fuerzas antifascistas, sobre la base de un programa mínimo, de
obligado cumplimiento para cuantos participen en la Concentración Popular
que llamamos a formar.
... Proponemos que se forme un Gobierno revolucionario provisional que
dé satisfacción a los obreros, a las masas populares, a todos los antifascistas;
que se comprometa ante las masas a realizar el programa aprobado por la
Concentración Popular Antifascista.”
Por ello, cuando el camarada Dimitrov, desde la tribuna del VII Con­
greso, iniciaba el gran viraje del movimiento comunista internacional y apro­
bada nuestra política, nuestra satisfacción fue inmensa.
Y no es posible no recordar a un camarada argentino, a Victorio Codo-
villa, que nos ayudó enormemente, entonces y después, en la superación de
nuestras lagunas políticas, en la liquidación de los métodos sectarios de tra­
bajo y en la organización del partido comunista, a cuyo desarrollo y actividad,
en momentos difíciles, va unido el nombre y la actividad del camadada Co-
dovilla.
Cuando regresamos a España después del VII Congreso de la Interna­
cional Comunista volvíamos llenos de entusiasmo y dispuestos a realizar lo
imposible por lograr el acuerdo entre las diversas fuerzas obreras y demo­
cráticas de nuestro país.
El partido comunista era la fuerza nueva, revolucionaria, que podía ser
el aglutinante de las fuerzas de izquierda porque sobre él no pesaba ninguno
de los estigmas con que el pueblo había señalado a las fuerzas políticas
responsables de la esterilidad revolucionaria de la segunda República.
Después de un intenso trabajo de propaganda del partido .comunista,
en un mitin celebrado en el Coliseo Pardiñas el 3 de noviembre de 1936,
José Díaz llamó de nuevo a todas las fuerzas de izquierda a deponer diferen-

356
cias y a encontrar el punto de coincidencia para la acción en defensa de la
República y de la democracia, a constituir el Bloque Popular Antifascista
para dar la batalla al feroz enemigo de la libertad de los pueblos: al fas­
cismo.
En su discurso, José Díaz, después de denunciar la obra de los Go­
biernos reaccionarios, sus leyes antidemocráticas y antipopulares, su corrup­
ción, expresada en el mínimo pero elocuente y turbio negocio del “estraper­
to”, saludaba las actividades renovadas de las fuerzas de izquierda, el discurso
de Azaña en la concentración de Comillas, los ligeros cambios que en reía-
ción con la unidad se producían en el partido socialista y llamaba apasiona­
damente a la realización de la unidad de todos los antifascistas.
. Dirigiéndose de manera especial a los socialistas con palabras sinceras,
emocionadas, José Díaz les llamaba una vez más, ante todo el país, al que
tomaba por testigo de los esfuerzos de los comunistas para llegar a un com­
promiso con todas las fuerzas democráticas, a la unidad política y orgánica
con el partido comunista para cerrar la escisión en el movimiento obrero.
“Queremos marchar unidos con vosotros en los combates futuros —decía
José Díaz a los socialistas—. Queremos marchar unidos con vosotros hasta
que lleguemos a fundimos en un solo partido...
Luchemos incansablemente, todos unidos, por la paz, por la tierra, por
la libertad.
¡Demos satisfacción a los millones de obreros y antifascistas que esperan
anhelosamente la unidad en la lucha contra el fascismo!”
Este llamamiento apremiante a los trabajadores españoles, a los intelec­
tuales, a las fuerzas democráticas, fue esparcido por los pueblos y ciudades
de España por los propagandistas del partido comunista que, enfrentándose
con hostilidades e incomprensiones, recelos y desconfianzas, llevaban a to­
dos los rincones del país su programa de unidad, su seguridad en la victoria
si las fuerzas obreras y democráticas se unían frente a la reacción.

Constitución del Frente Popular


Al regresar a Madrid me encontré a los compañeros trabajando febril­
mente por la creación del Frente Popular. •
Algunos dirigentes republicanos, manteniéndose aún en posiciones absur­
das, se resistían a unificar las fuerzas democráticas. Continuaban las discu­
siones bizantinas. Cada uno creía tener razón. Se culpaban mutuamente de
los males de la República. Ninguno hacía examen de sus propios errores.
Ninguno se planteaba la reconquista de la República por el camino de la
lucha contra las fuerzas entronizadas en el Poder. Los socialistas culpaban
a los republicanos de no haber secundado el movimiento de octubre. Los
republicanos acusaban a los socialistas de haber querido monopolizar todos
los cargos. Y, como decía el pueblo, “entre todos la mataron y ella sola se
murió”...
Cada arúspice político auguraba la caída de la reacción sin que nadie
moviese un dedo, con la misma naturalidad con que de los árboles se des­
prenden los frutos podridos.

357

!
Republicanos y socialistas lo esperaban todo de la casualidad y de la es­
pontaneidad de las masas.
Consideraban posible la repetición de un nuevo 14 de abril de 1931.
Hasta 1936, las alianzas políticas entre las fuerzas obreras y burguesas
en España habían sido la alianza de la olla de barro y de la olla de hierro.
La clase obrera salía de las alianzas “como el gallo de Morón, sin plumas y
cacareando”.
La política del Frente Popular representaba en este orden algo muy dis­
tinto. Desde 1931 a 1935, las masas trabajadoras habían vivido una dura ex­
periencia.
Asturias había demostrado que la unidad era el arma decisiva para la
lucha de la clase obrera contra la reacción.
En octubre de 1935, cuando la crisis del Gobierno llegaba a su punto
culminante, el partido comunista, en carta dirigida al periódico Claridad, hizo
a la izquierda socialista las siguientes proposiciones:
1.a Realizar la unidad sindical mediante el ingreso de la Confederación
General del Trabajo Unitario (de influencia comunista) en la U. G. T.
2. a Desarrollar las alianzas.
3. a Crear el Bloque Popular Antifascista, cuya fuerza dirigente debía ser
la clase obrera.
4. a Ir hacia la unidad orgánica de los dos partidos, tomando como base
de discusión las resoluciones del VII Congreso de la Internacional Comu­
nista.
Estas proposiciones del partido comunista fueron acogidas favorablemen­
te por amplios sectores socialistas.
A finales de año, el desprestigio del Gobierno y del Parlamento eran com­
pletos. El Presidente de la República, bajo la presión de la opinión pública
y de la lucha de los trabajadores, disolvió las Cortes y convocó nuevas elec­
ciones para febrero de 1936.
Se confirmaban las previsiones del partido comunista de España. Las
masas, con su actividad, con su unidad, habían destruido los planes de la
reacción de tomar todo el Poder en sus manos. Habían impuesto la celebra­
ción de nuevas elecciones. Se abría la posibilidad de restablecer una situación
democrática por una vía pacífica y electoral. Comenzaba a perfilarse la po­
sibilidad de un bloque de las fuerzas obreras y democráticas.
Hacia él tendían las actividades de los partidos republicanos, del partido
socialista y del partido comunista.
La perspectiva electoral aceleró las cosas. La propia Ley electoral, de
de carácter mayoritario, aconsejaba las coaliciones. Los dirigentes de los par­
tidos republicanos proyectaban restablecer sus antiguos compromisos con el
partido socialista, pero no podían ya ignorar que el partido comunista de
España en 1936 representaba una fuerza política de primera categoría con la
que había que contar.
Después de largas negociaciones entorpecidas por el conservadurismo de
algunos dirigentes republicanos, ai" mediados
’ de
’ enero de
’ 1936 se ”llegó a la

358
elaboración y firma de un pacto de unidad de acción entre los partidos re­
publicanos pequeño-burgueses, el partido socialista y el partido comunista.
El Frente Popular había nacido. Millones de hombres y mujeres eran impul­
sados al campo democrático. España encontraba el camino de su renaci­
miento.
No era el programa sobre el cual se apoyaba el pacto lo que hubiera
deseado el partido comunista. En él existían enormes lagunas y debilidades
entre las cuales la principal era la nebulosidad en relación al problema
agrario.
A pesar de estas flaquezas del programa, y de los propósitos de éste o
aquel maniobrero político, la constitución del Bloque Popular representaba
algo más que una simple coalición electoral: Era el instrumento de unidad
de las fuerzas obreras y democráticas en la lucha electoral y postelectoral,
por el desarrollo y la consolidación de la democracia en nuestro país.
Al aceptar un programa limitado que no le satisfacía, el partido comu­
nista lo hacía con plena conciencia de su responsabilidad, considerando que
si era muy interesante tener un programa más o menos perfecto, era mucho u
más interesante crear un frente común de lucha democrático, nacional y abrir
así ancho cauce a la acción unida de las masas en la batalla electoral que se
presentaba difícil y en las ulteriores etapas de la lucha política.
Las elecciones convocadas para febrero de 1936 constituían una gran ba­
talla política, en la que se ventilaba el predominio de la reacción o de la de­
mocracia en la vida nacional.
Las masas, apoyando al Frente Popular, dieron a éste la victoria eligien­
do al Parlamento una mayoría de Diputados de izquierda: 159 republicanos,
88 socialistas, 17 comunistas y algunos Diputados de pequeños partidos, con­
tra 205 de derecha.
El triunfo del Frente Popular en España tuvo una extraordinaria reper­
cusión internacional, y llegaba a confirmar y acentuar un proceso que se ve­
nía gestando desde la subida de Hitler al Poder, y sobre todo a partir de la
insurrección de Asturias en octubre de 1934: el desplazamiento hacia Espa­
ña del frente fundamental de la lucha contra el fascismo en los países capi­
talistas de Europa.

Retorno a Asturias y a la cárcel


Volví de nuevo a Asturias en enero de 1936, después de mi intervención
en Galicia. Iba acompañada de Juanita Corzo, la joven muchacha de veinte
años, hija de una familia de anarquistas de Cuatro Caminos de Madrid, que
era afiliada a la Organización de Mujeres Antifascistas, admirable por su mo­
destia, su actividad, su energía y su inteligencia, su deseo de saber y de luchar.
Hasta más tarde, Juanita Corzo no se hizo comunista, siendo detenida
en 1938, condenada a muerte por el delito de haber trabajado conmigo y
conmutada esa condena por la pena de treinta años, de los que ha cumplido
diecinueve en las cárceles de Málaga y de Alcalá, de donde salió en 1958
con el pelo blanco, moralmente íntegra, pero físicamente destrozada.

359
J Con Juanita Corzo llevamos a Madrid cerca de doscientos niños..El clima
político de la capital de España estaba al rojo vivo, y millares de personas
fueron a la estación del Norte a recibir a los niños de los mineros de Astu­
rias, mostrando en su cariño a los hijos de los combatientes de 1934 el res­
peto y la admiración del pueblo hacia aquéllos.
Llevamos a los pequeños al local de la Federación Tabaquera y fuimos
entregándolos a las familias que los habían solicitado. Al terminar la distri­
bución, la Policía, que estaba esperándome a la puerta, me detuvo, condu­
ciéndome a la Dirección General de Seguridad, donde los agentes me trataron
groseramente.
A las pocas horas fui trasladada a la Cárcel de Mujeres. Esta vez, no a
la calle de Quiñones, sino a la Cárcel de Mujeres de Ventas, en donde es­
tuve detenida hasta el 6 de febrero, saliendo de la cárcel para ir a Asturias
a hacer la campaña electoral del Frente Popular, en donde fui elegida Dipu­
tada por los mineros.
Mi breve estancia en la cárcel, de enero a febrero de 1936, no tuvo nada
de común con mis anteriores detenciones. El Director era el poeta Manuel
Machado. Y si las rejas de la cárcel no se ablandaban con la belleza de sus
romances o de sus madrigales, la vida en la cárcel se había humanizado.
Diez días de campaña electoral, participando cada día en diversos mí­
tines, en compañía de socialistas y republicanos, a lo largo de la zona mi­
nera asturiana, me hicieron aprender muchas cosas.
En los primeros mítines de la coalición antifascista en que participé, ocu­
rría lo siguiente: A los comunistas, como a gentes sin importancia, se nos
hacía hablar los primeros. Después los republicanos. Y los socialistas, al
final.
* ♦ *
A los comunistas lo que nos preocupaba era que en lugar de ser el Go­
bierno quien iniciase la ofensiva contra los enemigos de la República, fuesen
éstos, envalentonados por la tolerancia de aquél, los que se lanzaran al ataque.
Hasta entonces había sido la minoría comunista quien con su firmeza
daba un nuevo tono a la Cámara. Aquella tarde nuestras armas iban a me­
dirse con las de nuestros más encarnizados enemigos.
Estaba muy nerviosa, pues comprendía la trascendencia de aquella se­
sión, en la cual el partido comunista iba a ser la fuerza de choque en la
lucha contra la C. E. D. A. y contra toda la reacción española, representada
por sus más destacados jefes, Gil Robles y Calvo Sotelo, que eran los que
iniciarían el ataque contra el Gobierno.
Comenzó la sesión aprobándose algunos asuntos de trámite y el primer
artículo de un proyecto de ley que modificaba la vieja Ley de Orden Público.
A continuación, el Presidente anunció la lectura de una proposición no
de ley. Era la proposición de la C. E. D. A. pidiendo al Gobierno explica­
ciones “acerca del estado subversivo en que vive España”.
Gil Robles defendió la proposición. Y después de una enumeración de
hechos, atribuidos a las fuerzas que componían el Frente Popular, terminaba
diciendo que él no quería que se rompiese el Frente Popular porque deseaba

3$0
que el fracaso arrastrase a todos los partidos que lo integraban, afirmando
que “se preparaban ya los funerales de la democracia”...
Después de él intervino Enrique de Francisco, en nombre de la minoría
socialista, el cual, cortésmente, se disculpaba porque, obligado por un penoso
deber, se veía forzado él, tan modesto, a contender con un hombre tan des­
tacado como el “señor Gil Robles”...
La intervención del representante socialista dejó fría a la Cámara y llenó
de indignación a muchos Diputados socialistas, que esperaban una interven­
ción más firme y más política de su representante.
La agresividad del sector derechista crecía a medida que observaba el
ambiente de la Cámara.
Por eso, con la intervención del antiguo Ministro de la Dictadura de Pri­
mo de Rivera, Calvo Sotelo, que era una amenaza y un desafío, se creyó
que al Gobierno le quedaban pocas horas de vida. En el discurso hábil y de­
magógico del jefe derechista hubo un cálido elogio para las fuerzas de la
C. N. T., la actuación de cuyos líderes, desde el 16 de febrero, consistía en
forma acusadísima en hacer el juego a las derechas.
A Calvo Sotelo contestóle de manera cumplida Casares Quiroga, como
Presidente del Gobierno. Y Casares Quiroga, recogiendo las amenazas del ex
Ministro de la Dictadura, responsabilizó a Calvo Sotelo de las actividades
de las fuerzas derechistas contra la República y contra el pueblo.
Después del Jefe del Gobierno intervine yo. Puse de manifiesto la ma­
niobra de las derechas, que querían presentarse como víctimas, siendo ellas
las autoras responsables de los hechos que creaban el desorden y la in­
quietud.
Denuncié los manejos que contra la República se realizaban, así como el
contrabando de armas a través de la frontera de Navarra, armas dedicadas
a la preparación de un golpe de Estado.
Hice un análisis de los hechos que precedieron a octubre y reivindiqué
la memoria de los asesinados por las fuerzas represivas.
Resalté el jesuitismo y la hipocresía de las fuerzas de derechas, que no
vacilaban en recurrir a las mentiras más infames, como la de los niños con
los ojos saltados, la de las muchachas violadas, “la de la carne de cura ven­
dida a peso” y la de los guardias de Asalto “quemados vivos”, para producir
en las masas un sentimiento de repulsión hacia el glorioso movimiento insu­
rreccional de octubre.
Examiné a la luz fría de los hechos las causas que motivaban las huelgas
y que producían el estado de inquietud y de intranquilidad en todo el país.
Terminaba mi discurso diciendo: “Ni los ataques de la reacción, ni las
maniobras más o menos encubiertas de los enemigos de la democracia, lo­
grarán quebrantar ni debilitar la fe que los trabajadores tienen en el Frente
Popular y en el Gobierno que lo representa.”

361
Segundo grupo

UNAS CITAS CON LA HISTORIA

Los historiadores —profesionales y aficionados de categoría— hablan del


comunismo español. En todos ellos, procedentes de campos tan diversos,
empieza a notarse una extraña unanimidad en algunos puntos importantes.
La feliz expresión “montée communiste” (142), debida a los jóvenes histo­
riadores filolibertarios P. Broué y E. Témime, resume muchas de esas coin­
cidencias.
Manuel García Morente, el antiguo niño prodigio de la Universidad es­
pañola, aplica su claro talento disector de oscuridades a la perturbada tra­
yectoria del comunismo español. Sus observaciones sobre el experimentum
crucis —preparación y ejecución— son muchas veces magistrales. Su docu­
mento 120 es una pieza maestra de detección política.
Gerald Brenan (documento 121) no acierta en muchos puntos del diag­
nóstico. Su visión es fragmentaria, y por eso puede cometer equivocaciones
graves al considerar la intervención comunista en Asturias como decisiva y,
lo que es peor, como un cambio de táctica. Pero su testimonio desde la iz­
quierda bibliográfica es importante para ilustrar el robo comunista de las
juventudes socialistas.
“Los socialistas se inclinan hacia el comunismo” es el título que Joaquín
Arrarás desarrolla magistralmente en nuestro documento 122. Es uno de
los textos de Arrarás que pasará a las antologías. Con ese estilo solemne, a
fuerza de ser sencillo, el gran cronista de la República va dejando que los
hechos vayan atropellando a las ideas dentro de una casi perfecta aproxi­
mación histórica.
Burnett Bolloten ha acuñado un título cuyo impacto sobre la opinión
universal y la propaganda comunista ha sido muy acusado. The grand camou-
flage (con la traducción española aceptable, aunque no totalmente adecuada
de El gran engañó). Nuestro documento 123 reúne varios fragmentos impor­
tantes. En el primero se plantea el problema a que responde el título. En
el segundo se acumulan testimonios sobre el viraje propagandístico del
comunismo tras el 18 de julio. Está iniciado —aunque no suficientemente
explotado históricamente— el violento cambio de táctica que, sin embargo,
como demostraremos más adelante, no está separado por dos años, sino
casi sólo por unas horas; hay textos muy significativos de la agresividad
comunista en plena primavera trágica. El tercer fragmento estudia las
relaciones entre Largo Caballero y el comunismo: muestra a éste demasiado
preocupado con las exageraciones extremistas del líder socialista. En seguida
veremos que la suicida colaboración en el mismo camino ahogó las tímidas
llamadas a la prudencia que luego, eso sí, fueron explotadas con aparente
habilidad por la propaganda masiva del P. C. E. El último fragmento de
Bolloten, integrado en este documento 123, comenta la unión de las juven­
tudes extremistas.
Cerramos el grupo de testimonios historiográficos con una mútiple cita
(documento 124) del intelectual anarcosindicalista José Peirats. Comenta en
primer lugar algunos datos para la protohistoria del P. C. E. Con su pecu­
liar desorden de fechas, de ideas y hasta de verdades, el segundo testimonio

362
de Peirats ofrece bastantes aciertos sobre muy diversos esquemas tácticos
del comunismo, antes y después del 18 de julio. Pedir comprensión intuitiva
del doble frente de la propaganda del P. C. E. sería pedir demasiado a un
historiador anarquista, pero en algunos momentos Peirats llega hasta zonas
no lejanas de la intuición que superan ampliamente su forzado e infantil dog­
matismo. El último testimonio de Peirats es un sabroso comentario a ciertos
aspectos de las relaciones entre “libertarios y stalinistas".

DOCUMENTO 120

GARCIA MORENTE Y EL “EXPERIMENTUM CRUCIS” (143)

El experimento crucial

Y es que, mientras tanto, la invasión comunista en España había asen­


tado definitivamente sus planes y comenzaba a desarrollar su táctica per­
fecta. Hasta 1931, las circunstancias españolas habían sido exclusivamente
españolas. España, torturada por incoercible necesidad de afirmar y encum­
brar su nacionalidad, buscaba su “forma” a través de los regímenes diver­
sos. España se hacía o se rehacía a sí misma y por sí sola. Pero en 1931 las
necesidades políticas de un Estado extranjero y las obligaciones ideológicas
de una teoría social exótica, determinaron que España fuese invadida, sin
previa declaración de guerra, por un ejército invisible, pero bien organizado, *
bien mandado y provisto abundantemente de las más crueles armas. La in­
ternacional comunista de Moscú resolvió ocupar España, apoderarse de Es­
paña, destruir la nacionalidad española, borrar del mundo la hispanidad y
convertir el viejísimo solar de tanta gloria y tan fecunda vida, en una pro­
vincia de la Unión Soviética. De esta manera el comunismo internacional
pensaba conseguir dos fines esenciales: instaurar su doctrina en un viejo
pueblo culto de Occidente y atenazar la Europa central entre Rusia, por un
lado, y España soviética, por el otro, creando al mismo tiempo, a las puer­
tas mismas de Francia, una base eficaz para la próxima acometida a la na­
cionalidad francesa. Este plan, cuya base principal era la sovietización —des-
hispanización— de España, es el que ha convertido la nación española hoy
en el centro o eje de la historia universal. Porque las circunstancias en que
se ha procurado su ejecución son tales, que su éxito o su fracaso habría de
decidir un punto capital para la historia futura del mundo: el de si es po­
sible o no que la teoría política y social del comunismo prevalezca sobre la
realidad vital de las nacionalidades y aniquile —más o menos lentamente—
la división de la humanidad en naciones. Y así, de pronto, el problema de
España quedó elevado a la categoría de un verdadero experimento crucial
de la historia.
Experimento crucial —experimentum crucis— llaman los lógicos moder­
nos al que el científico dispone en el laboratorio para decidir entre dos hipó-

363
tesis contrarias. Ahora bien, eso justamente es la guerra española en el la­
boratorio de la historia. A partir de 1931 el Comintem despliega toda su
actividad para lograr la deshispanización de España y su conversión en pro­
vincia comunista; es decir, para destruir la realidad nacional en nombre de
una teoría social y política. Pero he aquí que en 1938 España, sobre un mon­
tón de ruinas y cadáveres, planta más firme que nunca la bandera nacional;
el secular espíritu de la Patria se yergue triunfador; la unidad nacional se ha
restablecido más fuerte que jamás lo fuera. El experimento es, pues, con­
cluyente. España acaba de demostrar al mundo que ninguna teoría, por
armada que esté de recursos, puede destruir la nacionalidad, base indispen­
sable de toda vida colectiva humana. ¡Ojalá los pueblos y los Estados sepan
aprovechar la enseñanza!

Preparación
Podría quizá argüirse que si la intervención soviética en F ” desde
España,
1931, no ha logrado su propósito, ha sido por deficiencias en las condicio­
nes de su preparación y desarrollo y que por ello el experimento no es con­
cluyente. Pero a esto cabe contestar advirtiendo que, por lo contrario, jamás
en la historia se han dado más perfecta preparación, ni más minucioso apro­
vechamiento de las circunstancias, ni más exactitud en la ejecución de los
planes invasores. Cuanto más que, en este caso, ha habido un elemento insó­
lito en favor de los agresores; y es la complicidad de una parte de los agre­
didos, justamente la parte más eficazmente poderosa, el Gobierno mismo
del Estado que —a sabiendas o ignorándolo— colaboró desde el primer ins­
tante en los propósitos moscovitas.
En primer lugar, el momento elegido para iniciar la intervención fue el
más favorable que imaginarse pueda. En 1931 España acababa de cambiar
su régimen político. Los anhelos insatisfechos de la nacionalidad ensayaban
la nueva forma republicana. El país estaba inquieto, turbado, ansioso de
atisbar los resultados del cambio. La ocasión no podía ser más propicia.
Los ánimos responderían fácilmente a las más variadas propagandas. Los
gases asfixiantes de esta nueva guerra química, que los soviets inauguraban
en España, habrían de ser singularmente eficaces en un medio público tan
inquieto e hipersensible. Si a esta disposición general de los espíritus se
añade el malestar económico, la carestía de la vida, más rápida en su incre­
mento que cualesquiera medidas encaminadas a detenerla, el descontento de
la población obrera, la necesidad de plantear reformas fundamentales en las
relaciones de trabajo, se comprenderá fácilmente que la propagación del
virus comunista podía, con suma certidumbre, prometerse éxitos contundentes.
Al acierto indudable en la elección del momento debe sumarse también
la cuantía de los recursos puestos al servicio de la obra. Nada menos que un
Estado entero, con todos los medios que ello supone, estimulaba, favorecía
y dirigía la labor de la penetración comunista. La acción de los soviets estaba
abundantemente provista de dinero, de hombres y de todos los recursos inte­
lectuales y materiales de una técnica perfeccionada. El comunismo contaba
con un ejército numeroso y disciplinado de técnicos revolucionarios, perte-

364
necientes a todos los países del mundo, ejército invisible e impalpable que
se insinuaba por todos los poros, actuaba en los círculos más diversos y llegó
a dominar las voluntades incluso de los encargados por la nación de proveer
a su gobierno y defensa. Añádase la circunstancia favorable de existir en
España desde mucho tiempo antes un considerable núcleo de anarquistas en
Cataluña y en Andalucía, hombres de ideología simplista y violenta, pre­
dispuestos fácilmente a convertirse en ciegos instrumentos ocasionales de la
superior diplomacia comunista. Con todos estos recursos y medios y con la
certera elección del momento más oportuno, dígase si la preparación de la
acometida soviética no estaba aderezada con el máximum imaginable de
garantías de buen éxito.

Ejecución
Y no menos perfecta que la preparación fue la ejecución del plan. En
primer lugar, la táctica empleada llegó a los extremos de la precisión. Todo
funcionó con la exactitud de un mecanismo ajustado en todos sus puntos.
Funcionó silenciosamente. Uno de los principios esenciales y más eficaces
de la táctica comunista es el silencio. ¡No alarmar a la futura víctima! En
España la fuerza del comunismo era, en apariencia, pequeñísima. El partido
comunista apenas si tenía Diputados. El número de sus afiliados, si se le
compara con los socialistas o con los sindicalistas anárquicos de la C. N. T.,
era escasísimo. Mas todo esto constituía tan sólo una apariencia. En reali­
dad el comunismo tenía en sus manos todas las palancas, todos los resortes.
Tengan mucho cuidado, pongan mucha atención en su derredor los ciudada­
nos patriotas de aquellas naciones en donde suela decirse: ¡no, aquí no hay
temor de nada, aquí no hay comunistas! Tengan mucho cuidado y pongan
mucha atención, que esa inocente paz puede muy bien ser el presagio del
tremendo estallido. El comunismo trabajó en España tan solapadamente,
que casi nadie advirtió su presencia hasta última hora; y a uno de los hom­
bres más perspicaces de España he oído yo decir en febrero de 1936 que
la revelación de la fuerza comunista le había dejado realmente atónito.
Esta táctica del silencio, aplícala el comunismo mediante la invención
maquiavélica —mejor diríamos diabólica— del Frente Popular. La idea es
sencillísima: consiste en agrupar las fuerzas más o menos afines —socialis­
tas, demócratas burgueses y liberales ideológicos— para utilizarlas sabiamen­
te en provecho de los propósitos revolucionarios del sovietismo. Pero como
no sería posible reunir a todos esos elementos bajo un programa positivo
común, dominado por la doctrina soviética, se buscó _el_ rodeo -ingenioso de
reunirlos en una oposición, negación u hostilidad. ¿A qué? Al llamado fas­
cismo. El fantasma del fascismo ha sido inventado como un foco o conden­
sación ideal cuya función consiste en servir de contrapolo, frente al cual las
fuerzas ingenuas de los liberales puedan sin dificultad formar contubernio
con las astuciosas del comunismo. Y bajo el nombre de “lucha contra el fas­
cismo” o “Frente Popular” ocúltase en realidad una maniobra habilísima
encaminada a sobornar y canalizar las actividades de muchos no comunistas
en provecho único del comunismo.

365
El truco ha tenido éxito; más éxito probablemente del que imaginaron
sus propios inventores. La credulidad humana es grande; la credulidad del
liberal es infinita. Escuchad un caso: en los primeros tiempos de la guerra
civil española, un grupo de afamados escritores y políticos ingleses suscribía
un manifiesto encomiando el régimen republicano de Madrid como asiento y
paladín de la democracia y de la libertad; ahora bien, precisamente en esos
mismos días, los suburbios de Madrid se llenaban de cadáveres de liberales,
no conformes con el comunismo, y los más notorios escritores españoles eran
objeto de tremendas amenazas, encaminadas a hacerles firmar por la vio­
lencia una adhesión a ese régimen esencialmente liberal. El Frente Popular
ha sido, pues —y sigue siendo en algunos países—, la careta con que el co­
munismo oculta y silencia sus planes y sus actividades deletéreas. Y el día
en que llegare el triunfo completo de un Frente Popular, en alguno de los
países que todavía lo tiene, ¡ay de los burgueses —radicales u otros— que
en él figuraren, porque la señal de ese triunfo sería su sentencia de muerte!
El comunismo no perdona a nadie; y menos a sus propios aliados.
La táctica del sigilo, bajo la apariencia de “Frente Popular”, complétase
empero con la propaganda directa e indirecta. En España esa propaganda
fue perfectamente organizada. La predicación verbal y escrita llegó a térmi­
nos verdaderamente impresionantes. No hubo aldea en donde el agitador co­
munista no estuviera activa y eficazmente entregado a su oficio. No hubo
hogar en donde no penetraran los folletos y los libros rojos. En la Feria del
Libro de Madrid, en donde cada gran casa editorial presentaba su “stand”
de publicidad, las instalaciones comunistas sobresalían por su lujo y su ex­
traordinaria abundancia. Los medios de que la propaganda comunista se
valía eran todos los imaginables, sin reparo moral, técnico ni material. La
palabra comunismo disfrazábase de liberalismo, de democracia, de socialis­
mo, de anarquismo, de sindicalismo. La doctrina propia y peculiar del co­
munismo marxista hacíase chiquita, transigía con todo, aceptaba todo, pro­
ponía a todo la unión y el consorcio “antifascista”, segura como estaba de
que al fin, llegada la hora, sabría aniquilar a sus aliadas ocasionales. Unas
veces el comunismo cantaba los loores de la libertad y de la democracia;
otras veces atizaba violentamente la lucha y los odios de clase, explotando el
malestar económico para encender en las almas el encono, el rencor y las
más bajas pasiones de la envidia. A la retórica persuasiva añadía la amenaza
y la dádiva. El Socorro Rojo distribuía dinero entre las pobres gentes de las
aldeas, haciéndoles creer que la condición del campesino ruso era paradi­
síaca. A los altos políticos del régimen republicano los gobernaba el comu­
nismo con una mezcla refinada de halagos y prevenciones, de amenazas y de
promesas. Por último, consignemos también la superior maestría con que
la propaganda soviética supo manejar el ingénito sentimiento de justicia, que
palpita en las almas humanas. La justicia en la tierra es un ideal, al que el
hombre debe acercarse lo más que pueda. Pero la realización de ese ideal
no puede nunca ser perfecta. Ningún ideal humano se realiza en la tierra
perfectamente. Ese residuo de necesaria imperfección, que puede y debe re­
ducirse, supo presentarlo el comunismo como crimen de unos cuantos. Y así

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excitaba las peores pasiones, atizaba los rencores y ahondaba con perversi­
dad diabólica las diferencias necesarias en el organismo de la sociadad.
La propaganda verbal completóse bien pronto con la activa. De las pa­
labras pasó el comunismo a los hechos. La acción del comunismo en España
fue desde el principio facilitada por el consentimiento y aun a veces la cola­
boración —consciente o inconsciente— de los propios gobernantes republi­
canos. En una sola fórmula puede resumirse el sentido total de la actividad
comunista: destrucción de la hispanidad. Las esencias más puras de la na­
ción española fueron violentamente atacadas en sus tres frentes principales:
la religión, la unidad de la Patria, la unidad del cuerpo social. Ya hemos
hablado de los incendios y destrucción de iglesias y casas religiosas en 1931.
El hecho se repitió en 1936, pocas semanas antes de estallar la guerra civil.
A ciencia y paciencia de las supremas autoridades del país volvieron en
Madrid a levantarse las negras columnas de humo. Y, ¿qué decir de la serie
innumerable de vejaciones a sacerdotes y a seglares religiosos? La República
expulsó a Cristo de las escuelas, prohibió la enseñanza de la religión, expurgó
cuidadosamente el Magisterio nacional, hasta dejarlo reducido a los solos
propagandistas del comunismo ateo. Y el Presidente Azaña se atrevió cierto
día a proferir la enormidad de que “España había dejado de ser cristiana”.
En el orden de la unidad patria, la República —instigada por el comu­
nismo— favoreció cuanto pudo las tendencias separatistas en Cataluña, en
el país vasco, en Galicia. El ideal era —al parecer— fomentar igualmente
la desmembración nacional en otras regiones, en Andalucía, en Castilla mis­
ma, en Levante. Dijérase que la hora de la dispersión había sonado para
España y que la vieja piel de toro, solar venerable de la hispanidad eterna,
iba a convertirse en un mosaico de republiquillas soviéticas-socialistas.
Esa desmembración de España en el espacio iba completándose en otro
sentido por una desmembración o desarticulación semejante en el orden so­
cial. El comunismo y sus aliados se esforzaban por mantener encendida cons­
tantemente la lucha de clases, el odio entre los grupos sociales. Sucedíanse,
sistemáticamente escalonadas, las huelgas de pura táctica y ejercicio, des­
tinadas a mantener en jaque la unión del cuerpo colectivo hispánico. A las huel­
gas añadiéronse pequeñas sublevaciones locales de carácter comunista y aun
anárquico —atizadas por el comunismo—. Cundía y cultivábase cuidadosa­
mente el denuesto, el insulto, la insolencia. Por las carreteras grupos de
hombres pedían para el “Socorro Rojo” con armas en la mano y en términos
tales de exigencia, que más parecía aquello exacción ilegal y violenta que
petición normal. En fin, el ensayo general revolucionario de 1934 dio la pau­
ta de lo que quería y de lo que se esperaba lograr. Queríase y esperábase
la desmembración de España, la revolución campesina y obrera, el estable­
cimiento de los soviets en la Península, la aniquilación de la hispanidad y
de la nación española, la transformación de la tierra hispana en provincia
soviética y el triunfo monstruoso de los que gritaban ¡Viva Rusia! por las
calles de Madrid.

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DOCUMENTO 121

GERALD BRENAN Y SU PARTE DE VERDAD (144)

Pero, después del verano de 1934, después de la firma del pacto franco-
ruso, la política del Comintern cambió y los comunistas tomaron parte en
el alzamiento de Asturias. Esto los elevó al punto. Una de las heroínas del
alzamiento, Dolores Ibarruri, corrientemente conocida como “La Pasiona­
ria”, pertenecía al partido, el cual se aprovechó de ello para su hábil propa­
ganda. Tan influyentes llegaron a ser que, al fin del año siguiente, en el
acuerdo del Frente Popular, les fue asignada una representación que les daba
dieciséis Diputados en las nuevas Cortes. Esto representaba cuatro veces más
de lo que el número de votos obtenidos por ellos les hubiera autorizado a
tener.
Su debilidad numérica —en marzo de 1936 los miembros del partido no
eran probablemente más de 3.000— era su principal obstáculo. Con sus
quince años de existencia sólo habían sido capaces de adquirir un proleta­
riado sólido que los seguía en dos lugares: Asturias y Sevilla. En ambos
casos habían sabido captarse Sindicatos de la C. N. T. durante las luchas y
envidias que provocó la primera aparición de la F. A. 1. Su principal terreno
de reclutamiento era Sevilla y, hasta cierto punto, Cádiz y Málaga. En Se­
villa las secciones más activas y militantes de obreros, trabajadores portuarios
y camareros de café, les pertenecían. La situación allí era una guerra per­
petua con la C. N. T., habiendo pequeñas secciones de la U. G. T. que la
contemplaban. Debemos notar, pues la coincidencia no puede ser acciden­
tal, que Sevilla y Cádiz eran también la cuna de la Falange. Aun admitien­
do el hecho de que la atmósfera de Sevilla, la ciudad del flamenco y de las
corridas de toros, de tabernas y prostíbulos, no era propicia para la forma­
ción de un movimiento proletario disciplinado, debemos reconocer que la
penetración comunista destruyó toda posibilidad de solidaridad entre la clase
trabajadora. Las consecuencias de esto se sintieron cuando, en julio, el Ge­
neral Queipo de Llano pudo apoderarse de la ciudad, uno de los puntos es­
tratégicos de la guerra civil, con sólo un puñado de hombres.
Durante los meses que siguieron a las elecciones, la política comunista
estuvo orientada ,por dos consideraciones: cómo ajustarse a la política extran­
jera de Stalin y cómo aumentar sus efectivos en España. En cuanto a lo
primero, sostenían fuertemente el pacto del Frente Popular y, al contrario
que Largo Caballero, deseaban que se llegase a un Gobierno de Frente Po­
pular. Detrás de la fachada de los “slogans” revolucionarios eran modera­
dos. “Votad por los comunistas para salvar a Expaña del marxismo”, decían
los socialistas a modo de chiste durante las elecciones. Después de las mismas
hicieron lo que pudieron para tranquilizar a los republicanos. El secretario
del partido decía en abril: “Tenemos aún mucho camino que recorrer en
su compañía.”
Podemos, por esta causa, tomar el bulo de que estaban planeando una
revolución para aquel otoño como una mera propaganda fascista. Una revo-

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Una muestra parcial, aunque impresionante, de la marea propagandís­
tica del comunismo español durante la República, marea que en la
primavera trágica alcanzó su cota más alta.
lución hubiera alejado a las democracias occidentales, a las cuales cortejaba
Stalin por aquel tiempo, y, además, hubiera colocado a Largo Caballero y
a los socialistas en el Poder. La política comunista de aquella primavera era
la de aprovecharse de la situación revolucionaria para aumentar su influen­
cia y número de afiliados. Obrando así estarían en posición, viniere lo que
quisiere, de influir sobre los acontecimientos.
La dificultad de esto era el que socialistas y anarquistas habían absor­
bido, con anterioridad, a todos los trabajadores industriales y de la tierra y
la lealtad sindical era fuerte. Ellos no podían, como habían hecho siempre en
el pasado, atraerse a los elementos más revolucionarios de las masas porque
eran ahora menos revolucionarios que los dirigentes de los Sindicatos. Por
esta causa, su llamamiento fue hecho como partido más joven, más europeo
y más dinámico de todos los viejos partidos de España. A los obreros indus­
triales les decían que sólo ellos tenían la suficiente experiencia para con­
ducir una revolución triunfante. A los empleados y a las clases profesiona­
les les explicaban que ellos eran los hombres predestinados con la misión
de regir el país después de la revolución y que todo aquel que tentara su
suerte con ellos estaba seguro de obtener un buen empleo. Y, sobre todo,
detrás de ellos estaba Rusia. Toda aquella primavera las librerías se vieron
llenas de traducciones de Lenin, de novelas de autores oscuros rusos y des­
cripciones de la vida en el gran paraíso comunista. Rusia proveía no sola­
mente asistencia material, sino también una mística que daba a sus fanáticos
una energía y una resolución no igualada por ningún otro partido en España.
Sus tácticas eran las mismas que las empleadas por los jesuítas en el
siglo xvii y llevadas a mayores proporciones por Hitler. Allí estaba la pode­
rosa máquina de la propaganda, siempre bien engrasada con dinero. Allí es­
taban las organizaciones como Socorro Rojo Internacional que procuraban
alimentos y dinero para los presos políticos, sin distinción del partido a que
estuviesen afiliados. Allí estaba la adulación hacia los intelectuales y hacia
todo aquel que pudiera serles útil. Pero el método más característico de au­
mentar sus fuerzas fue la infiltración dentro de los Sindicatos y de las or­
ganizaciones de la clase trabajadora, llegando hasta a intentar la captación
de la central sindical socialista, la U. G. T. En el lugarteniente de Largo
Caballero, Alvarez del Vayo, hallaron un simpatizante, quien, sin abandonar
las filas socialistas, estaba presto a obrar según ellos le indicaran. A su vuel­
ta de una visita a Rusia en abril fue lo bastante hábil para persuadir a Largo
Caballero de que estuviese de acuerdo en la fusión de las Juventudes Socia­
listas con las Juventudes Comunistas, mucho menos numerosas. Pocos días
después de estallar la guerra civil, toda la nueva organización, con su Se­
cretario socialista, Carrillo, hijo, ingresó en el partido comunista. De un solo
golpe Largo Caballero perdió unos 200.000 de sus más activos sostenedores.

369
24
DOCUMENTO 122

UNA LECCION MAGISTRAL DE JOAQUIN ARRARAS (145)

Apenas tomó posesión la nueva Junta se apresuró a proponer que el


Congreso del partido se celebrara en Madrid, y acordó redactar un proyecto
“para la unificación del proletariado en un solo partido de bases”. Casi a
la vez, el Comité Central del partido comunista se había dirigido a la Co­
misión Ejecutiva del partido socialista (7 de marzo) proponiéndole “fortale­
cer las relaciones orgánicas entre los dos partidos a través de Comités per­
manentes y la constitución de un partido único del proletariado, el partido
“marxista leninista”, dirigente de la revolución; reconocimiento de la nece­
sidad del derrocamiento de la dominación de la burguesía “y la instauración
de la Dictadura del proletariado en la forma de soviets”.
El Comité Central del partido comunista presentaba a la vez su progra­
ma de Gobierno, dentro de las siguientes líneas: “Expropiación de tierras,
sin indemnización; nacionalización de las grandes industrias, bancos y ferro­
carriles; liberación de los pueblos oprimidos —Cataluña, Vasconia, Galicia
y Marruecos—; supresión de la Guardia Civil y de Asalto; armamento gene­
ral de obreros y campesinos; creación del ejército rojo; alianza fraternal con
la Unión Soviética.”

Hechos que se producían a diario demostraban que el proyecto de uni­


ficación avanzaba, sin que ello significara disposición de Largo Caballero
para aceptar como supremo y absoluto el mandato de Moscú. Apenas pose­
sionado de la presidencia de la Agrupación Socialista Madrileña, dispuso la
redacción de unas bases de programa político para ser examinado en el Con­
greso del partido. En sustancia estaban inspiradas, casi calcadas, en las del
Comité Central del partido comunista. Como aspiración primordial e inme­
diata figuraba: “La conquista del Poder público para la clase trabajadora
por cualesquiera medios que sea posible.” “Nosotros —expuso ante la Asam­
blea de la Agrupación Largo Caballero— declaramos en nuestro programa
que queremos la socialización de los medios de producción y de cambio me­
diante la conquista del Poder, haciendo la declaración terminante de que en­
tre el régimen capitalista y el socialista habrá un período de transición que
es la dictadura del proletariado. Y esto no es nuevo. Lo que ocurre es que
hasta aquí al partido le ha dado vergüenza decirlo, y es preciso que al pro­
letariado se le diga la verdad.”
Los comunistas ensalzaban la buena disposición de Largo Caballero, del
que Margarita Nelken, recién llegada de la U. R. S. S., en un mitin celebra­
do en el Cinema Europa (25 de marzo) contaba cuán estimado era en Rusia:
“Allí se exhibe y prodiga su retrato y se admira su labor.” “Basta este solo
hecho para que todo trabajador revolucionario y marxista sienta absoluta
confianza hacia este camarada. Cuando tal cosa sucede es porque en Rusia

370
se sabe que Largo Caballero está en la verdadera línea revolucionaria. Y todo
aquel que se oponga a ella es contrarrevolucionario.”
Los ataques contra los socialistas reformistas aumentaban en violencia.
El intento de la Comisión Ejecutiva —“de la que es verbo, pluma y motor
Prieto”— por republicanizar el socialismo lo califica Claridad (27 de marzo)
de “monstruosa regresión”, y llama a los componentes de la Comisión “pu­
ñado de traidores, horros de toda preparación marxista y carentes de fe en
los destinos de su clase”. Recomienda: “El proletariado tiene que ser cada
día más avaro de su sangre y guardar íntegramente sus fuerzas para aquellas
tareas en que no es probable que ningún republicano le acompañe. Ni tal vez
algunos socialistas.”
Verdaderos abismos separaban a los moderados —Besteiro y Saborit—
de los reformistas Prieto, Jiménez de Asúa, González Peña y de los partida­
rios de la violencia, Largo Caballero, Araquistáin, Alvarez del Vayo, de or­
todoxia “químicamente pura”, como ellos se calificaban.
Este grupo de marxistas a ultranza consideró llegado el momento de ha­
cer pública demostración de las diferencias que le distinguían de los otros
grupos y de su disposición a unificarse con los comunistas. Consistió el acto
en una concentración de juventudes marxistas en la plaza de toros de Ma­
drid (6 de abril), que presidió Largo Caballero con los Diputados comunis­
tas. Como en toda asamblea en que intervenían estos últimos, la plaza de
toros ofrecía una fisonomía de sovietismo explosivo. Era la primera vez
—descontadas las ocasiones justificadas por la coalición electoral del Fren­
te Popular— que socialistas y comunistas aparecían unidos en un acto pú­
blico. “Vengo como notario —exclamó Largo Caballero— a confirmar por
mí mismo el deseo de la juventud de unirse, de prepararse para el momento
definitivo, que sospecho no tardará mucho en llegar. Es necesario que en ese
momento estemos todos unidos para una finalidad común, y ninguna de las
fuerzas coercitivas del Estado burgués será suficiente para contrarrestar la
pujanza de la masa trabajadora, que es la que tiene que apoderarse del Poder
para instaurar la dictadura del proletariado, que es la verdadera democracia.”
“El Jefe del Gobierno —dijo también Largo Caballero— ha declarado que
ésta es la última coyuntura que tiene la clase burguesa para salvar al régimen.
Pues bien: efectivamente ésta es la última prueba, y si fracasa no queda
más solución que el proletariado. Y yo tengo la convicción de que este Go­
bierno no podrá resolver los problemas económicos y políticos de España,
y entonces voluntariamente o a la fuerza tendrán que abrir el camino al pro­
letariado.”
El Secretario del partido comunista, Díaz, se había expresado en pare­
cidos términos. “Estamos dispuestos a sacrificar nuestra vida en aras de la
revolución para implantar la dictadura de obreros y campesinos.”
A esta concentración precedió un hecho revelador de cómo ganaba el
contagio comunista en las juventudes socialistas. Delegaciones de las juven­
tudes socialistas y comunistas fueron a la Rusia de Stalin, donde permane­
cieron varios días. “Han celebrado entrevistas —decía Mundo Obrero (25 de
marzo)— con el Comité Ejecutivo de la Internacional Juvenil Comunista. Se

371
han entrevistado también con el Secretario de la Internacional Comunista,
Jorge Dimitrov. Los resultados del viaje son plenamente satisfactorios.” El
Delegado de las Juventudes Socialistas, Santiago Carrillo, declaraba en Cla­
ridad (9 de abril): “Como nos decía Manuilsky, el viejo bolchevique, en la
conversación que la delegación española sostuvo con él y con Dimitrov en
Moscú, lo importante ahora para el movimiento de unidad y para todo el
curso de la revolución española es que la tendencia que encarna Largo Ca­
ballero triunfe en el seno del partido socialista. Si no se produjera el triunfo,
la unidad y el porvenir mismo de la revolución —sigo repitiendo las palabras
de Manuilsky— quedarían comprometidos. La Federación de Juventudes So­
cialistas juega en toda esta batalla un papel, y la unidad se hace sobre la
base de ella, mientras el Congreso nacional no se celebre, para no entorpe­
cer el desarrollo de ese papel en estos momentos definitivos.”
Las operaciones preparatorias para dicha fusión, dice Araquistáin en El
comunismo y la guerra de España, fueron llevadas a cabo en casa de Alva-
rez del Vayo. “Yo vivía en Madrid —escribe Araquistáin— en el piso su­
perior al ocupado por él, y presencié las visitas diarias que le hacían a dicho
domicilio los jóvenes de las Juventudes Socialistas, con el propósito de en­
trevistarse con el agente de la Comintem, por entonces muy influyente en
España, un cierto Codovila, que utilizaba el falso apellido de Medina y
hablaba español con acento sudamericano. Fue allí donde se organizó el viaje
a la meca moscovita; y allí donde quedó convenido entregar al comunismo,
a la juventud socialista, la nueva generación trabajadora de España.” Codo­
vila, argentino, fue durante muchos meses el verdadero jefe del partido comu­
nista, o, como se le denominaba, “el ojo de Moscú”. Las asociaciones ju­
veniles comunistas reunían tres mil afiliados, mientras las socialistas suma­
ban unos cuarenta mil.
Con todas estas cosas el comunismo crecía en número y en arrogancia,
viéndose tratado como poderoso aliado, cuando todavía ayer era insignifi­
cante y casi invisible. Altanero y ambicioso, el Comité Central del partido
dictaminaba en su Congreso (30 de marzo) sobre la forma de organizar la
revolución, que había de ser bajo la dirección de las Alianzas Obreras Cam­
pesinas, y con las milicias obreras que debían crearse sobre la marcha. “Todo
el Poder deberá ser para las Alianzas Obreras y Campesinas, que con ca­
rácter nacional serán los órganos encargados de ejercer la dictadura de la
clase proletaria.”
Urgía la consecución del partido único, porque el grupo de Largo Ca­
ballero estaba convencido de que la ocasión para asaltar el Poder se presen­
taría muy pronto, y así lo anunciaban en sus discursos y escritos. El Go­
bierno, sin autoridad, se desgastaba rápidamente, y la solución no podía ser
otra, por las buenas o por la fuerza, que un Gobierno socialista o prole­
tario, sin mixtificaciones republicanas. De ahí el deseo de Largo Caballero
por atraerse a los sindicalistas y dialogar con ellos. “Muy pronto se va a
llegar a situaciones críticas y decisivas —decía Largo Caballero en Claridad
(13 de abril)—. La división que escinde a la clase obrera le resta una parte
de las titánicas energías que precisa para acelerar el proceso de unificación.

372
¿Llegará a agarrotarla en el momento supremo? ¡Qué terrible responsabilidad
si esto sucediese!”
La Fiesta del Trabajo fue un día íntegramente rojo. Lo espectacular no
fue el conglomerado de masas, con ser éstas ingentes, sino el desfile marcial
del ejército de la revolución: millares de jóvenes socialistas y comunistas
uniformados, con sus camisas rojas o de azul pálido, sus correajes, manda­
dos por jefes que ostentaban en el pecho las insignias de jerarquía, movién­
dose con precisión y disciplina demostrativas de una instrucción sólida. Fi­
guraban también en el cortejo millares de niños, uniformados, y formacio­
nes de mujeres con pantalones. Cantaban unos La Internacional; otros, La
Joven Guardia o canciones picantes con mostaza revolucionaria. Gritaban las
mujeres: “¡Hijos, sí; maridos, no!” Vociferaban los niños:

No queremos catecismo,
que queremos comunismo.

A veces, himnos y canciones eran sustituidos por el “¡U. H. P.!”


“¡U. H. P.!”, repetido al unísono. Aunque el mayor número de manifestantes
era socialista, los comunistas, con mucha astucia, mediante innumerables
banderas con la hoz y el martillo y retratos de sus santones, convertían a ra­
tos el desfile en una manifestación soviética. A las milicias seguían las masas
de afiliados, rodeados de plataformas con horcas de las que colgaban muñecos
que representaban a los generales y políticos más odiados por la revolución.
Partió el desfile de la plaza de Castelar para terminar en la Presidencia
del Gobierno, en la Castellana. Aquí, una Comisión entregó al Jefe del Go­
bierno las conclusiones, en total veinticuatro, todas de rabioso jacobinismo.
Si para el diario comunista la jomada había sido un estímulo “a marchar
con las banderas desplegadas hacia triunfos rotundos y definitivos”, El Socia­
lista la interpretaba como “una afirmación de dominio y emplazamiento de
conquista ante el futuro”. El órgano de Largo Caballero, Claridad, decía:
“Es inútil contener el proceso revolucionario con promesas legales que se
cumplirán o no y que después de tantos desengaños es forzoso oír con es­
cepticismo.”
La fiesta del primero de mayo se celebró en muchas ciudades y pueblos
con paro general y manifestaciones que, de acuerdo con las instrucciones del
partido socialista y de la U. G. T., “habían de ser expresión del deseo de
unidad, sin la cual será muy difícil el aplastamiento de la reacción”. Pero no
en todos los sitios los marxistas se contentaron con hacer alarde de su nú­
mero, sino que consideraron excelente oportunidad para el aplastamiento del
adversario, sin esperar nuevas consignas, con asaltos, asesinatos, incendios y
desórdenes: tal sucedió en algunos pueblos de Granada, Sevilla, Ciudad Real,
Cuenca, Valencia y La Coruña. El miedo de la gente a la Fiesta del Trabajo
está reflejado en este relato de lo sucedido en Melilla: “La burguesía meli-
llense —cuenta Claridad (12 de mayo)— huyó a la zona francesa. ¿Qué te­
mían? Temerían seguramente que el pueblo se tomase la justicia por su mano.
Mas el pueblo sabe tener disciplina y no ignora que los hechos aislados no

373
tendrían hoy ninguna eficacia. Todo llegará. Entonces puede que no haya
tiempo para huir.”
El informe de la Ponencia encargada de analizar la conducta de la C. N. T.
en la revolución de octubre endosaba la responsabilidad de los sucesos a los
socialistas, que los planearon como “resultado de su iracundia por haber
sido arrojados del Poder”. Los socialistas organizaron los sucesos “compin­
chados con Azaña, Jefe del radicalismo socializante, el político más cínico
y más fríamente cruel que nació a la vida española, y a Companys, atorrante
político que vivió del halago al anarquismo y que luego lo persiguió cora­
judamente”. Se acusaba también a los socialistas en el informe de falta de
voluntad en la lucha y miedo a la victoria proletaria. El Secretariado de la
Internacional Anarquista designó tres ponentes: Muller, Schapiro y Eusebio
C. Carbó, para que enjuiciaran el comportamiento de la C. N. T. en la re­
volución de octubre. El dictamen decía: “Hizo bien la Confederación en Ca­
taluña, en Aragón, en Andalucía y en casi todas partes, negándose a caer en
una emboscada.” Lo sucedido en Asturias “era imputable al Frente Unico”.
En otros sitios, como Madrid, “socialistas y comunistas demostraron no ser
lo suficientemente revolucionarios para seguir a los anarquistas en el camino
de una revolución emancipadora”.
Con respecto a la invitación hecha por la Unión General de Trabaja­
dores para una alianza con la C. N. T., ésta proponía varias condiciones,
entre ellas el reconocimiento explícito por parte de la U. G. T. del fraca­
so del sistema de colaboración política y parlamentaria. Como consecuencia
lógica de dicho reconocimiento, “dejará la U. G. T. de prestar toda clase
de colaboración política y parlamentaria al actual régimen imperante y acep­
tará el compromiso de destruir completamente el régimen político y social
que regula la vida del país. Para la defensa del nuevo régimen social es
imprescindible la unidad de acción, prescindiendo del interés particular de
cada tendencia”. Un artículo adicional determinaba el carácter mayoritario
de las bases propuestas para que la U. G. T. las estudiara en su Congreso
nacional de sindicatos. El acuerdo conjunto sería sometido a discusión y
referéndum de los sindicatos de ambas centrales, y aceptado si fuera expresión
de una mayoría representada por el 75 por 100 de los votos de ambas cen­
trales sindicales.
La Ponencia, formada por Federica Montseny, Juan García Oliver y Juan
López, directivos de la Federación Anarquista Ibérica, articuló un programa
de gobierno que obtuvo 950 votos contra 30. En resumen, se proponía lo
siguiente: “Desarme del capitalismo; disolución de los institutos militares,
para entregar las armas a las comunas; la sociedad nueva se organizará abo­
liendo la propiedad privada, el Estado, el principio de autoridad y las clases so­
ciales. Socializada la riqueza, ésta quedará en poder de los que la producen,
administrada por los Sindicatos de cada ramo u oficio y de las comunas liberta­
rias de cada localidad, que se organizarán por comarcas y regiones, constitu­
yendo en conjunto la Confederación Ibérica de Comunas Autónomas
Libertarias. Se proclama el amor libre, la educación sexual, que habrá de
iniciarse en las escuelas, y la aplicación de métodos para la selección de la

374
especie. La religión se reconoce en cuanto permanece relegada al sagrado de la
conciencia individual, pero se enseñará en la escula la teoría de la inexistencia
de Dios. Se aplicará asimismo la corrección de los llamados delitos, institu­
yendo los instrumentos de castigo —cárceles y presidios— por medios pre­
ventivos inspirados en la Medicina y la Pedagogía.” ¿Habría manera de com­
paginar este programa con el socialista y el comunista? ¿No era pensar en
un imposible o exigir a unos y otros afiliados que enloquecieran al unísono?
El Congreso elige por mayoría Madrid para sede de su Comité Nacio­
nal, en lugar de Zaragoza, que lo había sido hasta entonces.
Otra organización revolucionaria que rebrota con finalidades anárquicas
era la Unió de Rabassaires. En la Asamblea General de Delegados celebrada
en Barcelona (14 de mayo) acuerdan pedir la reforma de la Ley de Cultivos,
la expropiación de las tierras sin indemnización, no pagar a los dueños los
frutos convenidos, pedir la sustitución de los funcionarios de Justicia encar­
gados de aplicar la ley por campesinos elegidos por los propios rabassaires,
y separarse de la Esquerra para organizar su vida sindical propia dentro de
las organizaciones revolucionarias de clases.
Largo Caballero calificó el Congreso sindicalista de Zaragoza de “acon­
tecimiento trascendental”, puesto que aumentaba las posibilidades de una
inteligencia con los socialistas. El entendimiento de este caso, como sucedía
con el comunismo, era a costa de concesiones y renuncias del partido socia­
lista, que accedía a ir a remolque de sus nuevos aliados a donde lo llevaran.
Araquistáin veía en Largo Caballero, que tan fielmente seguía sus consejos,
al paladín del verdadero programa proletario: al nuevo derecho social por
la revolución. “Yo creo —escribía— que la II y III Internacional Socialista
están virtualmente muertas: está muerto el socialismo reformista democrático
y parlamentario, que representaba la II Internacional, y está muerto ese so­
cialismo revolucionario de la III Internacional, que recibiría el santo y seña
de Rusia para todo el mundo. Yo tengo el convencimiento de que ha de sur­
gir una IV Internacional que funda las dos anteriores, recogiendo de la una
la táctica revolucionaria y de la otra el principio de las autonomías nacio­
nales. En este sentido, la actitud de Largo Caballero, que es la del partido
socialista español y de la U. G. T., me parece una actitud de IV Interna­
cional; es decir, una superación del socialismo histórico.”
Porque Largo Caballero, inspirado por sus consejeros, cuando nego­
ciaba con los comunistas y sindicalistas, imaginaba que podría absorberlos
e incorporarlos al partido socialista. Sin embargo, sucedía todo lo contra­
rio. La división del partido no sólo lo debilitaba y sembraba la incertidum­
bre de sus afiliados, disponiéndolos para la dispersión, sino que permitía
algo peor. “Los comunistas —refiere el diputado Jesús Hernández— nos las
arreglábamos para aprovecharnos hasta el máximo de aquellos antagonismos
suicidas.”
Mientras centristas y marxistas se acuchillaban, el comunismo se filtraba
astutamente en el socialismo. Alvarez del Vayo, Vicepresidente de la sec­
ción madrileña del partido; Edmundo Rodríguez, Presidente de la central
madrileña de la U. G. T.; Felipe Pretel, Tesorero de la U. G. T.; Margarita

375
Nelken y Francisco Montiel, Diputados; Santiago Carrillo, Secretario de la
Juventud Socialista; José Laín, Melchor Cabello, Aurora Arnaiz y otros mu­
chos seguían afiliados al socialismo, aun cuando obedecían a Moscú en cuerpo
y alma.

DOCUMENTO 123

PRECISIONES EN TORNO AL GRAN ENGAÑO (146)

Aunque el estallido de la guerra civil española, en julio de 1936, fue


seguido por una amplia revolución social en el bando antifranquista —más
profunda en algunos aspectos que la revolución bolchevique en sus prime­
ros tiempos—, millones de personas inteligentes que vivían fuera de España
fueron mantenidas en la más completa ignorancia, no sólo de su profun­
didad y alcance, sino incluso de su existencia, gracias a una política de du­
plicidad y disimulo, de la que no existe paralelo en la historia.
Los más destacados en la práctica de este engaño al mundo entero y en
la deformación dentro de la propia España del carácter de la revolución, fue­
ron los comunistas, que aunque en exigua minoría al iniciarse la guerra civil,
utilizaron de modo tan eficaz las múltiples oportunidades que este gran con­
flicto presentaba, que antes de la terminación del mismo, en 1939, se habían
convertido, tras una fachada democrática, en la fuerza gobernante dentro
del campo izquierdista.
La caída, en mayo de 1937, del Gobierno de Francisco Largo Caballero,
que era el más influyente y popular de los jefes de izquierda al estallar la
guerra civil, significó el mayor triunfo de los comunistas en la consecución
del Poder. ¿Cuál fue el secreto de su éxito? ¿Y por qué procuraron ocultar
al mundo exterior y desfigurar en la propia España el carácter de la revo­
lución que asolaba al país? La respuesta se encontrará en las páginas que
siguen.
“Nuestra tarea es atraernos a la mayoría del proletariado y prepararlo
para la toma del Poder... —declaraba “La Pasionaria” a finales de 1933—.
Ello significa que hemos de concentrar nuestros esfuerzos en la organización
de Comités de obreros y campesinos y en crear los soviets...
... El desarrollo del movimiento revolucionario nos es en extremo fa­
vorable. Avanzamos por el camino que nos ha sido indicado por la Interna­
cional Comunista y que conduce al establecimiento de un Gobierno soviético
en España, un Gobierno de obreros y campesinos”
Esta política ofrecía un extraño contraste con la practicada dos años más
tarde en España. Desde luego, el cambio ocurrido tenía como origen las re­
soluciones adoptadas por el VII Congreso Mundial de la Internacional Co­
munista en 1935, iniciando la política del Frente Popular. En la raíz de esta
nueva política figuraba el enturbiamiento de las relaciones germano-soviéti­
cas desde la subida de Adolfo Hitler al Poder en enero de 1933 y el temor

37$
de que el resucitado poderío militar alemán se dirigiera finalmente contra la
U. R. S. S.
De haber obrado así habría renovado entre aquellas clases cuyo apoyo
la Comintern estaba buscando, temores y antipatías que trataba de evitar
a todo trance. Hubiera descargado un golpe mortal al Frente Popular fran­
cés —en el que las disensiones en la opinión empezaban a ser profundas—
y convertido en estéril todo esfuerzo para establecer la base de un acuerdo
con los partidos moderados de otros países, especialmente en Inglaterra,
donde la campaña comunista para un Frente Popular empezaba a encontrar
ya oposición en el partido laborista. Fue por estos motivos por lo que,
desde el mismo principio de la guerra, la Comintern había tratado de mini­
mizar la profunda revolución que tenía lugar en España, definiendo la lucha
contra el General Franco como guerra de defensa de la República demo­
crática.
“Los partidos obreros de España, y especialmente el partido comunista
—escribía André Marty, miembro del Comité Ejecutivo de la Comintern, en
un artículo ampliamente publicado en la Prensa comunista mundial— han
indicado claramente en varias ocasiones aquello por lo que luchan. Nuestro
partido hermano ha demostrado repetidamente que la actual lucha en Es­
paña no es entre capitalismo y socialismo, sino entre fascismo y democra­
cia. En un país como España, donde las instituciones feudales tienen raíces
todavía muy profundas, la clase obrera y el pueblo entero han de desarrollar
la inmediata y urgente tarea, la única tarea posible —y todos los recientes
llamamientos del partido comunista lo repiten y lo prueban—, no de reali­
zar la revolución socialista, sino la de defender, consolidar y desenvolver la
revolución democrática burguesa.
”La única consigna de nuestro partido difundida a través de su diario,
Mundo Obrero, el 18 de julio, fue “¡Viva la República democrática!”.
”Todo esto es bien conocido. Sólo las gentes indignas pueden mantener lo
contrario...
”Las escasas confiscaciones que han tenido lugar —por ejemplo, las de
los centros y periódicos de los rebeldes— constituyen sanciones contra ene­
migos declarados y saboteadores del régimen, y fueron llevadas a cabo no
como medidas socialistas, sin como medidas para la defensa de la Repú-
pública.”
Y un manifiesto del partido comunista francés declaraba:
"... Hablamos en nombre de los camaradas comunistas, los socialistas
y todos cuantos luchan por la libertad en España, cuando declaramos que no
es cuestión de establecer el socialismo en España.
”Se trata sola y únicamente de una cuestión de defensa de la República
democrática por el Gobierno constitucional que, frente a la rebelión, ha lla­
mado al pueblo a defender el régimen republicano.”
Los comunistas, que por entonces se afanaban en fortalecer el Frente
Popular reforzando sus contactos con los republicanos liberales e impulsando
al Gobierno a una vigorosa acción contra la derecha, se sentían, no obstante
el suave curso de las relaciones oficiales entre ellos y Largo Caballero, secre-

377
tamente embarazados por su ardor revolucionario. En realidad, José Díaz,
mientras alababa la colaboración con el partido comunista, declaraba en una
referencia indirecta a la conducta revolucionaria del jefe socialista, que los
comunistas se opondrían “a toda manifestación de exagerada impaciencia y
a toda tentativa de romper prematuramente el Frente Popular”. Sin em­
bargo, no podían permitirse forzar sus diferencias con Largo Caballero, porque
la popularidad de éste había ya llegado a su cúspide, y evaluaban su utilidad
como lazo de unión entre ellos y las masas que le seguían. Además, la idea
de la unidad de la clase obrera había captado su imaginación y la misma fa­
cilitaba la fusión de los partidos socialista y comunista como había facilitado
ya la de sus respectivas organizaciones de sindicatos y movimientos juveni­
les. “El punto más importante para el movimiento de unión —escribió José
Díaz— y para el avance total de la revolución en España es el de que la
línea representada por Largo Caballero obtenga la victoria en el partido so­
cialista”. Y escribiendo poco después de la fusión de la Liga Juvenil Co­
munista y de la Federación Juvenil Socialista en abril de 1936, Santiago
Carrillo, jefe de las Organizaciones Unificadas, declaró, con referencia a con­
versaciones sostenidas previamente en Moscú por él y otros representantes
de los dos movimientos juveniles: “Como nos dijo el viejo bolchevique Ma-
nuilski..., lo importante ahora para el movimiento de unidad y para todo el
curso de la revolución española es que la tendencia representada por Lar­
go Caballero triunfe en el partido socialista. Si esta victoria no se produce,
la unidad y todo el futuro de la revolución —continúa citando a Manuilski—
podrían verse comprometidas”.
Pero en vista de las grandes diferencias existentes entre los comunistas
y los socialistas del ala izquierda respecto al celo revolucionario de Largo
Caballero, no es sorprendente que al iniciarse la revolución tan dispares ac­
titudes quedaran situadas en un primerísimo plano. “Cuando el partido co­
munista suscitó la necesidad de defender la República democrática —declaró
José Díaz en un informe al Comité Central algunos meses después—, los so­
cialistas, una gran proporción de nuestros camaradas socialistas, fueron del
parecer de que la República democrática no tenía ya razón de ser y abogaron
por la formación de una República socialista. Esto hubiera divorciado a la
clase obrera de las fuerzas democráticas, de la pequeña burguesía y de las
capas populares del país. Era natural que nuestra política de unificar todas
las fuerzas democráticas con el proletariado encontrara ciertas dificultades
debido al fracaso de algunos camaradas socialistas para comprender... que
aquél no era el momento para hablar de la República socialista. Aunque no
existe precisión alguna acerca de que, al estallar la revolución, ningún des­
tacado socialista hiciera una declaración pública, oral o escrita, instando por
el establecimiento de una República socialista, es muy posible que una pro­
puesta de tal naturaleza tuviera lugar en las discusiones privadas sostenidas
con los comunistas. Desde luego hubiera resultado por completo adecuado
a la política de Largo Caballero y a los propósitos de la mayoría de sus más
ardientes seguidores hasta el momento de iniciarse el conflicto, y es signifi­
cativo que el aserto del jefe comunista no fuera nunca contradecido. Ni

378
tampoco provocó negativa alguna la afirmación de Andró Marty, Jefe comu­
nista francés y organizador de las Brigadas Internacionales en España, al
efecto de que los socialistas abandonaran su propósito de establecer una Re­
pública socialista como resultado de la influencia comunista. De todos mo­
dos, a mediados de agosto, Largo Caballero había atenuado de tal forma la
violencia del lenguaje que empleara antes de la guerra civil, al menos por lo
que concernía al mundo exterior, que llegó a declarar en una carta a Ben
Tillett, Jefe de los Sindicatos ingleses, que los socialistas españoles comba­
tían sólo por el triunfo de la democracia y no tenían intención alguna de es­
tablecer el socialismo. Los argumentos que los comunistas pudieron adu­
cir con el fin de influir de tal modo sobre Largo Caballero no fueron revela­
dos por Andró Marty, pero, si su aserto es verdadero, como parece muy po­
sible, sin duda alguna opinaron que la proclamación de una República so­
cialista hubiera antagonizado contra ellos a las potencias occidentales, des­
truido las ventajas ganadas al mantener en vigor el Gobierno legalmente cons­
tituido de José Giral, que de acuerdo con las reglas de la Ley internacional
aplicadas a casos de rebelión contra un Gobierno legítimo, podía adquirir
armas en el mercado mundial.
Para que las cosas resultaran aún peor, algunos de los más fíeles ayudan­
tes de Largo Caballero, tanto en el partido Socialista como en la U. G. T.,
habían puesto sus ilusiones en el comunismo, unas veces en secreto y otras
en toda claridad, tal como ocurrió con Julio Alvarez del Vayo, Ministro de
Asuntos Exteriores y Vicepresidente de la Sección Madrileña del partido
socialista, Edmundo Domínguez, Secretario de la Federación Nacional de
Obreros de la Construcción y Presidente de la central madrileña de la U. G. T.;
Amaro del Rosal, miembro del Comité Ejecutivo de la U. G. T.; Felipe Pre-
tel, Tesorero de la U. G. T., y también Margarita Nelken y Francisco Mon-
tiel, dos conocidos Diputados a Cortes e intelectuales.
Un acontecimiento todavía más importante respecto a la pérdida de la
influencia política de Largo Caballero, fue el despojo de éste de la autoridad
que ejercía sobre la Federación Juvenil Socialista Unificada, conocida como
J. S. U., que se formó poco antes de estallar la guerra civil, como resultado
de la amalgama de la Unión de Jóvenes Comunistas y de la Federación de
Juventudes Socialistas, cuyos representantes se habían entrevistado en Mos­
cú con el Comité Ejecutivo de la Internacional Juvenil Comunista, con el
fin de trazar planes encaminados a la fusión de ambas organizaciones.
No obstante todo cuanto desde entonces se ha dicho en contra, Largo
Caballero había favorecido la fusión de los dos movimientos juveniles, aun­
que es cierto que en una declaración conjunta publicada en marzo de 1936,
antes de dicha fusión se convino que hasta que un Congreso Nacional de
Unificación hubiera determinado democráticamente los principios, programa
y definitiva estructura de la organización unificada, y elegido un Cuerpo di­
rectivo, la fusión se efectuaría sobre la base de la entrada de los jóvenes co­
munistas en la Federación Juvenil Socialista. Sin embargo, estimulada por
la política de Largo Caballero respecto a unificar el movimiento de la clase
trabajadora, la fusión de las dos organizaciones se llevó a cabo de modo

379
precipitado, sin celebrarse antes ningún Congreso de unificación. Largo
Caballero no se había opuesto a ello, porque la Unión de Jóvenes Comunis­
tas era incomparablemente menor que su propia Federación de Juventudes
Socialistas —sólo 3.000 miembros contra 50.000, según algunos datos—.
Y porque había creído que a través de sus partidarios podría controlar el
movimiento unificado. Pero se vio gravemente desengañado en todo ello, por­
que al cabo de unos meses de haber estallado la guerra civil, Santiago Ca­
rrillo, Secretario General de la J. S. U. y hasta entonces admirador in­
condicional suyo, se pasó subrepticiamente al partido comunista, junto con
otros antiguos Jefes de la Federación de Juventudes Socialistas —algunos
de ellos, incluyendo al propio Carrillo, se convirtieron más tarde en miem­
bros de su Comité Central— y transformaron a la J. S. U. en uno de los
factores principales de la política comunista.

DOCUMENTO 124

LA TACTICA COMUNISTA ESTUDIADA DESDE EL ANARCOSINDI­


CALISMO INTELECTUAL (147)

El ejemplo de Cataluña permite estudiar en detalle el proceso general de


los acontecimientos. El Comité Central de Milicias Antifascistas era un ór­
gano extraoficial en el que estaban representados todos los sectores políticos
y sindicales, algunos de reciente formación, como el partido socialista uni­
ficado de Cataluña (P. S. U. C.), compuesto de paracomunistas de la clase
media y de comunistas ortodoxos. Este nuevo partido, que se alistó al ins­
tante a la Internacional Comunista, era la Sección Catalana del partido co­
munista español traducido al idioma catalán por Moscú.
Ya nos hemos ocupado de la crisis del partido socialista, cuya ruptura
provocó la fundación del partido comunista. García Quejido, Daniel Anguia-
no y Ramón Lamoneda volvieron al redil socialista, y Oscar Pérez Solís, con
el tiempo “evolucionó” hacia el catolicismo y el falangismo. Durante la Dic­
tadura de Primo de Rivera, el partido comunista sufrió más de las escisiones
que del dictador, que parece no haberle concedido importancia. Al volver a
la normalidad constitucional el Kremlin impartió consignas a sus activistas
de ir a la conquista de la C. N. T. Se explotaba el acuerdo del Congreso
Confederal de 1919 de adhesión a la III Internacional. Pero la ofensiva
se estrelló ante la terquedad de los anarquistas. Este fracaso produjo una
nueva consigna: la “reconstrucción de la C. N. T.”, en la que intervienen
tránsfugas como Manuel Adame, José Díaz y otros de la región andaluza.
Tampoco produce resultados satisfactorios esta nueva táctica, y de ahí el
tercer intento, que consiste en poner en pie una central sindical netamente
comunista: la C. G. T. U. (Confederación General del Trabajo Unitaria),
que también terminó en el fiasco. De esta consigna discreparon los comu­
nistas de la zona catalano-balear, los cuales fueron expulsados. Los expul­
sados Joaquín Maurín, Julián Gorkin y demás, fundaron un partido comu-

380
nista independiente denominado Bloque Obrero y Campesino. Un pequeño
grupo trotskista, denominado Izquierda Comunista, rompió con Trotski en
1934 y se fusionó con el Bloque Obrero y Campesino, que en febrero de
1936 se transformó en P. O. U. M. (Partido Obrero de Unificación Marxista).
De ahí su ayuda militar muy dosificada al Gobierno legítimo español.
Pero esta ayuda, como veremos, no era incondicional. Para conseguir sus
propósitos interesaba a los rusos controlar las operaciones militares, lo que
no podía conseguirse sin controlar el Gobierno y poner fin a la supremacía
de las fuerzas revolucionarias que tenían a éste en la impotencia. Había que
poner en pie un dispositivo fuerte que obedeciera ciegamente a las consig­
nas del Kremlin. Había que robustecer el partido comunista español que ante
las grandes aglomeraciones políticas y sindicales —socialistas y anarcosindi­
calistas— hacía figura de pariente pobre.
Para hacer salir de la nada ese partido comunista fuerte había que apro­
vechar todas las oportunidades y explotar todas las deficiencias de la confu­
sa situación política, económica y militar. Esta misión fue encargada a un
extenso equipo de especialistas muy competentes en la intriga política que,
bajo el nombre de consejeros y técnicos, fueron exportados por el Estado
Mayor del Comintern. Entre los técnicos y consejeros abundaban los agentes
de la N. K. V. D. El establecimiento de relaciones diplomáticas entre Rusia
y España (agosto de 1936) facilitó la operación.
La ayuda italiana a los facciosos, que había sido negociada antes de la
sublevación militar, empezó a aplicarse desde los primeros días de la guerra
civil. La ayuda militar hitleriana siguió de cerca. Los primeros tanques y
aviones rusos llegaron a España en el mes de octubre.
La intriga comunista se empleó a fondo en explotar todas las venturas
y desventuras que se producían en la llamada zona republicana: la marcha
desastrosa de las operaciones militares; la impreparación militar de las mi­
licias obreras y su indisciplina; el poder de los Comités revolucionarios, que
minimizaban al Gobierno; el descontento de la pequeña burguesía y de los
pequeños propietarios del campo ante el hecho de las colectivizaciones; la
humillación de los políticos profesionales ante la arrebatadora influencia de
la C. N. T. y el socialismo de izquierda; el despecho de la burocracia y de
los funcionarios del Estado barridos de sus sitiales por la revolución; la ne­
cesidad de poner término a la revolución misma para levantar el sitio puesto
a la República por los Gobiernos de la No Intervención; la crisis interna que
devoraba al partido socialista, etc.
El partido comunista español había fracasado, en la década que empie­
za en 1931, en sus repetidos intentos de apoderarse de la C. N. T., por asal­
to frontal o usando su táctica peculiar del caballo de Troya. A partir de 1934,
después de la revolución asturiana, cambiaron de frente e hicieron motivo
de sus filtraciones a la U. G. T. Entre 1935-36, con motivo de la postura
revolucionaria adoptada por Largo Caballero, empezaron a minar las Ju­
ventudes Socialistas que seguían devotamente las directrices de este líder so­
cialista. Con la complicidad de otro Jefe socialista, entregado secretamente
a Moscú (Alvarez del Vayo), algunos jóvenes socialistas fueron invitados a

381
visitar la Meca del Proletariado. De esta excursión volvieron adoctrinados
en la nueva fe. Inmediatamente fue lanzada la consigna de fusión de las ju­
ventudes comunistas y socialistas. Largo Caballero, que por su cuenta propia
usaba entonces un lenguaje sovietizante, dejaba hacer, creído de que las Ju­
ventudes Socialistas, más numerosas y bien organizadas, terminarían por ab­
sorber a los jóvenes comunistas. El primer acuerdo, realizado en marzo de
1936, establecía que los jóvenes comunistas ingresarían en las Juventudes
Socialistas hasta que un futuro Congreso estableciese las bases para la fu­
sión de ambos movimientos. Este Congreso no se ha producido nunca. De
que no tuviese lugar se encargaron los jóvenes socialistas ya comunizados
que ocupaban los cargos directivos de la amalgama socialista-comunista. Es­
tos jóvenes que hacían el doble juego (el más destacado de ellos Santiago
Carrillo, hijo espiritual de Largo Caballero e hijo carnal de Wenceslao Ca­
rrillo, viejo socialista caballerista) no tardaron en ingresar secretamente en
el partido comunista. La nueva organización juvenil se titulaba Juventudes
Socialistas Unificadas (J. S. U.). A partir de los primeros meses de la guerra,
la J. S. U. fue uno de los instrumentos más eficaces del partido comunista
español.
En vísperas de la guerra civil, el partido socialista español estaba divi­
dido en tres fracciones que luchaban en su seno. Largo Caballero dominaba
la fracción mayoritaria que controlaba la U. G. T. y las Juventudes Socia­
listas; Indalecio Prieto dominaba la Comisión Ejecutiva del partido socialista,
y la fracción o tendencia minoritaria estaba representada por el grupo del
socialista académico Julián Besteiro. El motivo de la querella era la posi­
ción de Largo Caballero, que quería romper la colaboración tradicional con
los partidos burgueses y hablaba de revolución social y de dictadura del pro­
letariado.
Se ha afirmado con bastante fundamento que la postura de Largo Caba­
llero obedecía a la preocupación que le producía el incremento de la C. N. T.
en la región del Centro, dominada tradicionalmente por el socialismo. En
vísperas de la guerra civil hubo dilatadas negociaciones entre el socialis­
mo de izquierda y los comunistas para fusionar ambos partidos en un gran
partido único del proletariado. Largo Caballero se apoyaba también táctica­
mente en los comunistas para vencer en la batalla que le enfrentaba contra
las otras tendencias moderadas del socialismo.
Otra de las cabezas de puente del comunismo fue la creación, durante
los primeros meses de la guerra civil, del partido socialista unificado de Ca­
taluña frente a la todopoderosa C. N. T. catalana. Formaban este nuevo
partido la Sección Catalana del partido comunista español, la Unión Socia­
lista de Cataluña, el partido socialista español y el partido proletario catalán.
El partido socialista unificado de Cataluña (P. S. U. C.) ingresó al poco
tiempo en la Internacional Comunista.
Para consolidar estas importantes posiciones los comunistas se mostra­
ron fervientes partidarios de Largo Caballero y exaltaban el prestigio del
líder de la U. G. T. contra sus rivales del partido socialista.

382
Había que fortalecer el partido comunista y su filial P. S. U. C. y minar
al mismo tiempo los sólidos cimientos del anarcosindicalismo en Cataluña y
España entera. Los agentes de Moscú empezaron a aplicar con doble sen­
tido la consigna política del VII Congreso de la Internacional Comunista:
Frente Popular con vistas al exterior y concesiones a la pequeña burguesía
contra la transformación económica revolucionaria que se producía en Es­
paña. La nueva consigna consistía en que el partido comunista no luchaba
en España por la revolución social, sino por una República democrática y
parlamentaria. Al decir de sus propagandas, la revolución que se estaba pro­
duciendo en España correspondía exactamente a la producida en Francia
hacía un siglo. Con ello perseguían desprestigiar la obra revolucionaria social
y económica del anarcosindicalismo y atraer al mismo tiempo a la pequeña
burguesía de la ciudad y a los pequeños propietarios del campo afectados
por las expropiaciones y colectivizaciones. Simulaban querer tranquilizar tam­
bién a la burguesía internacional y recabar su ayuda militar a la República:
en realidad era la consigna democrática del VII Congreso del Comintern
de formación de Frentes Populares de apoyo táctico a la política exterior
de la U. R. S. S. La misma consigna permitiría al partido comunista abrirse
paso entre los elementos de orden de los partidos republicanos españoles y
en los medios burocráticos, intelectuales y militares arrumbados por la marea
revolucionaria.
Estas consignas, lanzadas estridentemente mediante un aparato científico
de propaganda y agitación, producían un efecto profundo en la pequeña bur­
guesía y los pequeños propietarios, pegados a sus tradiciones y rutinas mile­
narias. Para éstos el partido comunista exigía el respeto a la propiedad pri­
vada. La consigna de obediencia al Gobierno, salido de la victoria del Fren­
te Popular en las urnas, halagaba a los políticos republicanos rebasados por
los acontecimientos. Los elementos de orden veían en la ofensiva contra los
Comités y contra las milicias el restablecimiento de todos los fueros del Es­
tado y la vuelta al goce de sus privilegios, tal vez corregidos y aumentados.
Hasta los grandes terratenientes expropiados empezaron a levantar cabeza,
nimbada con la esperanza. Para muchos revolucionarios sinceros y conven­
cidos éste era el precio de la ayuda militar de una gran potencia, la única
esperanza de contener el avance continuado de los ejércitos franquistas y el
único medio práctico y realista para la victoria. El resultado de esta maniobra
fue una inflación sin precedentes en las filas del partido comunista que a
fines de 1936 pretendía controlar más de un millón de afiliados.
Las relaciones entre libertarios y stalinistas eran ya bastante tirantes en
aquel mes de noviembre. Los tratos y compromisos empezaban a carecer de
sinceridad. Reducíanse más que nada a maniobras de diversión o de propa­
ganda. De todos modos la rotura se produjo pronto.
En marzo de 1937, el Comité Regional de Juventudes de Cataluña or­
ganizó un gran mitin al aire libre, en la gran plaza de Cataluña. El objeto
era exteriorizar el descontento producido por la pérdida de Málaga. El audi­
torio se cifraba en cincuenta mil personas. Hablaron diversos oradores jóve­
nes del frente y de la retaguardia. Las Juventudes Socialistas Unificadas se

383
negaron a participar en el acto so pretexto de que lo hacían los representan­
tes de la Juventud Comunista Ibérica (Juventudes del P. O. U. M.). Todo
lo relacionado con el trotskismo —y era trotskista todo comunista no orto­
doxo— empezaba a caer bajo la violenta excomunión stalinista. Las J. S. U.
pretendían que los jóvenes rivales fuesen expulsados de la tribuna. La insa­
tisfacción a tan osadas pretensiones produjo la crisis del pacto recién con­
cluido.
Las cosas no iban mejor en el plano juvenil nacional. En febrero de aquel
mismo año la F. I. J. L. había celebrado en Valencia un Pleno Nacional de
Regionales. Diremos como detalle curioso que se dieron a conocer entonces
los añilados que cada Regional representaba: Andalucía, 7.400; Extremadu­
ra, 1.907; Levante, 8.200; Centro, 18.469; Aragón, 12.089, y Cataluña,
34.156. Por causa mayor de la guerra no pudieron estar presentes los jóve­
nes libertarios de la zona liberada del Norte.
Lo más importante de este Pleno fue que se propuso un Frente Juvenil
Revolucionario a todas las organizaciones juveniles antifascistas. Se elaboró
el programa de este F. J. R. y en él figuraba esta declaración:
“Consideramos que no es posible llegar a formar el Frente Juvenil Re­
volucionario sin reconocer la transformación social y económica sufrida por
el pueblo español desde el 19 de julio. Por tanto, deben comprometerse todos
los organismos que ingresen en este frente a encauzar esta transformación
social... Ganar la guerra, hacer la revolución, ésta es la misión del Frente
de la Juventud Revolucionaria...”
Este párrafo era un reto a la turbia política unitaria de las Juventudes
stalinistas. En la Conferencia Nacional de las J. S. U., que había tenido lugar
un mes antes aproximadamente, su Secretario General, Santiago Carrillo,
había hecho esta declaración:
“Nosotros luchamos por la República Democrática y no nos avergonza­
mos de confesarlo... Sí, camaradas, luchamos por una República democrá­
tica; mejor dicho, por una República democrática y parlamentaria. No se
trata de una estratagema para engañar a la opinión democrática española ni
para engañar a la opinión democrática mundial. Luchamos sinceramente
por una República democrática porque sabemos que si cometiésemos el error
de luchar en estos momentos —incluso por muchos meses después de la
victoria —por la revolución socialista, contribuiríamos a la victoria del fas­
cismo...”

Tercer grupo

PROPAGANDA Y FIJACION ANALOGICA DEL COMUNISMO

Siguiendo la tónica general de este libro, no pretendemos agotar históri­


camente el tema de la propaganda comunista. Ya hemos indicado en la in­
troducción general a este capítulo las fuentes que deberían utilizarse impres­
cindiblemente para realizar exhaustivamente ese estudio.

384
A partir de una breve cadena de editoriales perfectamente preparadas,
bien financiadas y con unos objetivos muy concretos, la propaganda comu­
nista se abatió sobre España en los años 30. La portada de este libro —al­
guno de los facsímiles que en ella se reproducen son incluso anteriores a
esas fechas— es una buena muestra y una buena pista. Otro punto que en
nuestras incursiones por el Archivo de Salamanca ha quedado suspendido
en el aire es la investigación sobre las posibles conexiones entre la propa­
ganda comunista y la de otros grupos de izquierda en la década de los 30.
En el documento 125, primero de este grupo, Salvador de Madariaga
analiza la inundación propagandística y señala su leit motiv; el paraíso de
la U. R. S. S. Con mayor documentación, y en el fondo mayor brillantez,
Joaquín Arrarás insiste sobre el mismo tema en el documento 126. Pero es
David T. Cattell y su estupendo análisis, que recogemos en el documen­
to 127, el testimonio que mejor fundamenta nuestro título para este grupo.
Con una habilísima, intuitiva y oportunística concepción de la facilidad
popular para la unificación agresiva de la historia de los negativismos so­
ciales, el comunismo consiguió aglutinar bajo su sombra dentro de la opi­
nión pública proletaria toda la fuerza simbólica y todo el dinamismo común
de los movimientos obreros. Así, mientras a ningún comunista se le ocurría
enarbolar, digamos, una bandera roji-negra, los anarquistas levantaban el
puño y gritaban ¡Viva Rusia! El comunismo logró de esta forma, poco a
poco, convertirse en el vértice y aristocracia del proletariado; sus dirigentes
explotaban al máximo, incluso con cinismo que extraña no fuera desen­
mascarado sobre el terreno, este recién adquirido complejo de superio­
ridad.
La reacción derechista contribuyó en notable manera a esta invasión sim­
bólica del comunismo, que muy pronto se convirtió en una auténtica irrup­
ción ideológico-sentimental y abocó en definitiva en lo que, en términos
sociológicos, llamaríamos fijación analógica. Cualquier exageración de la iz­
quierda, cualquier pretendidamente tenebrosa consigna de unificación anti­
derechista se atribuyó por las derechas a la acción expresa del comunismo.
Falange Española, con menor arraigo de masas y con una permanente sos­
pecha de parentesco con la derecha —no en vano su fundador y Jefe era
Marqués y Grande de España—, no consiguió una fijación parecida que de­
cididamente intentó con la adopción de símbolos tradicionales, por un lado,
y anarquistas, por otro.
El comunismo libertario que propugnaban las vociferantes masas de la
C. N. T. y los inflexibles dementes doctrinarios de la F. A. I. era una pla­
taforma permanente que se brindaba al comunismo autoritario del P. C. E.
y una también permanente causa de confusión para las masas derechistas
y neutras, que, como todas las masas, no entran en distingues de técnica
política. La cínica y hábil política de bluff con que los comunistas se
apuntaron todas las reales y forjadas victorias comunes del proletariado
contribuyó a hacer más honda la fijación analógica del comunismo en todas
las vertientes y todas las capas de la opinión pública. Por eso se explica
que la radicalización bipolar, fenómeno característico de la primavera trá­
gica y que en. la derecha se volcó sobre la Falange, considerada por los
impacientes como reserva de extremismos, en la izquierda se centrase al­
rededor del P. C. E., cuya disciplina le situaba, desde luego, en una izquier­
da más templada que el anarquismo. Ya veremos cómo el comunismo es-

385
25
pañol no insistió demasiado durante este período en una moderación —luego
muy explotada— que no le convenía nada durante los meses de fiebre re­
volucionaria.

DOCUMENTO 125

LA PROPAGANDA COMUNISTA, SEGUN MADARIAGA (148)

Mientras estos fermentos de sangre y fuego laboraban por el campo,


invadía las ciudades una numerosa literatura sobre Rusia. No hace falta traer
a cuento al Comintem para explicar este fenómeno. La revolución rusa había
sido siempre objeto de fascinación e interés para los trabajadores y para los
intelectuales españoles, como lo ha sido para los de los demás países. En
España había inflamado la imaginación mesiánica del ibero y .provocado una
curiosidad tal sobre las cosas rusas, que cualquier libro sobre Rusia, bueno
o malo, pro o contra, alcanzaba éxito de venta seguro. El partido comunista,
hasta entonces cantidad nimia en la política española, comenzó a tomar in­
cremento, y quizá hubiera llegado a alcanzar algún dramático triunfo si los
famosos procesos de Moscú no le hubieran perjudicado y si no hubiera ido
creciendo en la masa obrera española la sensación de que en Rusia subsistía
mucho zarismo, es decir, mucha ortodoxia, mucha autocracia y mucha poli­
cía secreta. Con todo, el comunismo atraía a los jóvenes por el sentido in­
mediato de realización que conseguía darles. A las críticas que se les hacían,
los comunistas podían siempre contestar: “Todo eso es palabrería. Ahí está
la Unión Soviética, viva y próspera. ¿Qué es lo que ustedes presentan?”
No todos los caudillos socialistas eran capaces de resistir los temores que
ésta situación les inspiraba. Mientras Besteiro confiaba estoicamente en el
tiempo y en el sentido común, y mientras el señor Prieto comenzaba a ru­
miar alguna transacción con el nuevo poder socialista, el más antiguo de los
Jefes del socialismo español, hombre de gran prestigio y honorabilidad y de
incomparables servicios a la clase obrera, don Francisco Largo Caballero,
perdió la cabeza y evolucionó rápidamente hacia una actitud de extrema re­
beldía en su deseo de anticiparse a los comunistas. Como mástil político para
clavar la bandera roja escogió la táctica derechista del señor Lerroux y anun­
i ció que si el señor Gil Robles o cualquiera de sus secuaces entraba a formar
i parte del Gobierno, el pueblo —es decir, el señor Largo Caballero y sus
amigos— se alzaría en armas.

DOCUMENTO 126

ENFOQUE DETALLADO DE UNA PROPAGANDA MASIVA (149)

El caos social y político se producía a los acordes de una descomunal


apología de la U. R. S. S.; de las excelencias del sistema comunista, regido
por Stalin; de los maravillosos progresos de su técnica, de la envidiable vida

386
de sus ciudadanos, cuando se pudrían millones de seres en los campos de
concentración y Rusia sufría un baño de sangre con sus terribles purgas.
Más de veinte editoriales subvencionadas segregaban sin cesar literatura co­
rrosiva. De la Feria del Libro de Madrid decía El Debate (30 de mayo) que
eran “barracas soviéticas”. “Desborda literatura política, retratos de Marx,
Stalin y Lenin, y todos los días los corifeos de Moscú hacen por los alta­
voces propaganda comunista.” Semanarios con títulos algunos bien signifi­
cativos —Gimnos, Juventud Roja— cantan la superioridad y belleza del co­
munismo. Según datos oficiales del partido comunista, en el verano de 1935
éste publicaba nueve periódicos legales y quince ilegales, más dieciocho pe­
riódicos de empresa, editados por organizaciones del partido. El órgano ilegal
del Comité Central, Bandera Roja, alcanzó en el verano de 1935 una tirada
de 17.000 ejemplares.
Todos los días llegaban cargamentos de propaganda soviética: folletos,
revistas en castellano en papel cuché y buenas ilustraciones en colores para
contar las grandezas del Metro de Moscú, la armonía y excelencias de los
koljoses, las conquistas del stajanovismo, que era el trabajo a destajo; el
progreso de las industrias pesadas. Llegaban también películas sobre la vida
en la U. R. S. S. y otras clásicas de la propaganda soviética: Octubre, El
acorazado “Potemkim”. En el teatro Español, de Madrid, una comedia so-
vietófila de Alejandro Rodríguez Alvarez, Inspector de Enseñanza, más co­
nocido por su seudónimo de “Alejandro Casona”, titulada Nuestra Natacha,
hacía fortuna y gozaba de la predilección del público.
La organización del partido se perfeccionaba y éste crecía por una mejor
labor proselitista dirigida por técnicos enviados de Moscú. Las milicias eran
instruidas por Jefes y Oficiales militares; las células proliferaban en fábricas,
talleres, cuarteles, Universidades y en todas las zonas de trabajo. La Historia
del partido comunista en España, publicada en Varsovia, da, a propósito del
desarrollo del comunismo en nuestro país, las siguientes cifras, a todas luces
exageradas: “Después del 16 de febrero de 1936, el partido comunista dio
I un gran salto adelante: de febrero a marzo sus efectivos pasaron de 30.000
a 50.000 militantes. En abril contaba ya con 60.000. En junio, con 84.000.
Y en vísperas de la sublevación del 18 de julio tenía en sus filas 100.000.”
Llegaban a España emisarios de los rusos y marchaban a la U. R. S. S.
delegados y personajes notorios. Desde el mes de marzo se encontraba en
España el escritor y novelista soviético Ilya Ehrenburg, agasajado por inte­
lectuales y asociaciones políticas. “España —declaraba— es hoy fuente de
esperanzas.” Volvían de Rusia los huéspedes fascinados de las asombrosas
cosas que allí habían admirado. El poeta Rafael Alberti contaba en La Li­
bertad (21 de enero): “Ya hay en la capital de los soviets cafés, restaurantes,
tiendas, puestos de frutas, quioscos de flores. ¡Quioscos de flores! Subrayo
esto porque cuando un país puede comenzar a permitirse el lujo de cosas tan
superfinas, tan delicadas, tan supercivilizadas como las flores, es que ese país
está camino o que ya ha llegado a la meta de los deseos humanos.” Marga­
rita Nelken se recreaba con la descripción de sus viajes por el inmenso te­
rritorio soviético, donde aseguraba: “Hay de todo.” El ex Diputado socialis-

387
ta Cordero escribía en El Socialista (5 de febrero): “Yo he visto en Moscú
y en Leningrado a matrimonios jóvenes llevando en sus brazos a sus hijos
riendo de alegría.” De este género eran las nuevas que traían los mensajeros
de las maravillas bolcheviques. Jóvenes comunistas, con la corbata roja como
distintivo, pregonaban en la Puerta del Sol: “La nueva Constitución rusa, a
perra gorda” (diez céntimos).
Todo lo ruso era grandioso, superior y hermoso sobremanera. España
había sido elegida por la III Internacional para celebrar en Barcelona una
réplica a la Olimpíada de Berlín, que los comunistas denominaban parda.
En contraste, la Olimpíada española sería roja. El Gobierno estaba dispues­
to a subvencionarla con 500.000 pesetas, y una cifra equivalente había ofre­
cido el Gobierno del Frente Popular francés.

DOCUMENTO 127

CATTELL Y EL DESARROLLO DE UNA FIJACION ANALOGICA (150)

A pesar de la incapacidad comunista para conseguir una amplia adhesión


a su método revolucionario y competir con anarquistas y socialistas, había
en las izquierdas una fuerte simpatía y aunque resistían la marea comunista en
casa, miraban a Rusia como a un hermano mayor. Símbolos, terminología
y métodos se copiaban de la revolución rusa sin tener en cuenta al P. C. No
era extraño que un pueblo sin un solo comunista oficial se sublevase y esta­
bleciese un Soviet según modelo ruso. Muchos levantaban la bandera de la
hoz y el martillo y se llamaban “comunistas” sin la menor relación con el
P. C. E. De igual forma las películas rusas y las narraciones sobre heroici­
dades revolucionarias tenían gran éxito en las masas y se difundieron mucho.
Era una expresión de simpatía de una revolución por otra, pero de ninguna
forma indicaba que el pueblo se había adherido a la política de la Comin-
tem. Sin embargo, los comunistas se aprovechan rápidamente de este es­
pontáneo sentimiento favorable a Rusia para su propio beneficio. Durante
la guerra civil este sentimiento de simpatía fue muy útil para que Rusia des­
arrollase su política española...

Cuarto grupo

“RED MENACE” Y MIEDO ROJO: LA DERECHA TOMA CONCIEN­


CIA ANTE LA ACTIVIDAD COMUNISTA

En su deseo de minimizar las posibles razones de los sublevados de julio,


la opinión histórica favorable a la República suele considerar el “peligro
rojo” —o como dice Cattell, uno de esos historiadores, “The red menace”—
como una exageración comunitaria subjetiva de las derechas antes y después

388
del levantamiento. Creemos haber acumulado ya en este libro —y faltan
aún los principales— suficientes documentos como para pulverizar esa in­
terpretación suavizadora del peligro rojo. En este cuarto grupo proyectamos
en y desde España el momento europeo para tratar de encontrar un estímu­
lo exterior que justifique la paranoia revolucionaria del partido socialista y
para centrar los sucesos de la primavera trágica dentro de una década mun­
dial que bien puede merecerse ese mismo calificativo ampliado.
La propaganda comunista no olvida, desde luego, esta conexión inter­
nacional, origen de un auténtico miedo rojo español que impulsa a los
dirigentes extremistas a inventarse fantasmas fascistas donde no existían más
que sinceros, aunque muy imperfectos, intentos de participación democrá­
tica. Como símbolo de esa propaganda comunista “preventiva” podemos se­
leccionar el folleto de Kurt en 1934, Las épicas luchas de Viena (151), que
a juzgar por el número de ejemplares, de muy diversas procedencias, que
ahora se encuentran en el Archivo de Salamanca, debió de tener una extraor­
dinaria difusión. Es un buen ejemplar de publicaciones E. D. E. Y. A., uno
de los focos más importantes en la cadena de propaganda que antes hemos
revelado. En cuanto a los temores socialistas por sucesos extranjeros que
ellos creían reproducibles, aquí resulta muy aleccionador nuestro documen­
to 128, que es una intuición de Salvador de Madariaga.
La exacerbación del ambiente europeo del momento —ya en plena pri­
mavera trágica, a la que también se refiere el anterior texto de Madariaga—
puede comprenderse muy bien en la estupenda selección documental retros­
pectiva realizada por La Documentation FranQaise 152), y es sabido, por lo
que no insistimos en ello, que toda la política exterior de la U. R. S. S. desde
antes, incluso, del VII Congreso de la Comintem está precisamente inspira­
da por el miedo. No podemos ahora ponemos a analizar este miedo comu­
nista que, extendido fielmente a los tentáculos españoles de la U. R. S. S.
por medio de la Comintem, fue una causa determinante de la explosión de
julio.
Establecidos ya los trazos fundamentales de la proyección internacional
de los problemas españoles, pasamos a estudiar la toma de conciencia falan­
gista y derechista del peligro intuido en la ya entonces evidente “montée
communiste”. A veces es muy difícil separar lo que los siguientes documen­
tos poseen de auténtico reflejo intuitivo de entre la a veces considerable
ganga propagandística plagada de fáciles exageraciones.
El documento 129 es un nuevo análisis de José Antonio Primo de
Rivera que destaca, en primer lugar, las contradicciones del Frente Popular
para señalar luego los objetivos y los métodos del asalto extremista al Po­
der. Interesantes afirmaciones de un político que muy poco antes, como he­
mos visto, no se dejaba impresionar por el “coco” comunista esgrimido por
las derechas en la campaña electoral del invierno. Surge la primera acusa­
ción de kerenskismo, luego lanzada también por Calvo Sotelo.
El mal llamado trotskista Andrés Nin nos suministra, por medio del co­
rresponsal del Times en Barcelona, y en transcripción de Sir Amold Lunn,
un nuevo rasgo ambiental de la amenaza roja. Por una trágica voltereta de
la historia, Nin iba a morir asesinado en Alcalá de Henares por los delega­
dos soviéticos en España muy poco tiempo después.
Castell nos transmite el testimonio de Churchill que constituye nuestro
documento 131. No es un análisis a fondo —Sir Winston es más un sintético

389
que un analítico de sus elementos intuitivos. Pero es una breve muestra de
la opinión conservadora británica y europea sobre la amenaza roja en Es­
paña. Y está en la misma línea, aunque menos tremendista que la nota di­
plomática de Welczeck sobre introducción de armas en España antes del
18 de julio con destino a una insurrección del Frente Popular (153).
El documento 132 es una interesante crónica de El Debate que envía
Merry del Val desde París. A su vez el corresponsal español toma sus datos
de varios artículos de Le Matin. No conviene ignorar la exacerbación pro­
pagandística de la derecha francesa en aquellos días —también aquélla fue
para Francia una primavera trágica—, pero la noticia de la presencia de
agentes de la Comintern en España coincide con otras evidencias. De todas
formas, no presentamos este testimonio —ni los demás de este grupo— como
pruebas concluyentes de las actividades comunistas en España. Esas activi­
dades y sus objetivos preferimos dejárselos exponer a los propios comunistas
en otros grupos de este capítulo. La repercusión de éste y otros documentos
en la psicosis colectiva de las capas conservadoras y centristas españolas no
se puede disimular. Esto es todo lo que queremos sugerir aquí.
La crónica barcelonesa de Angulo, también publicada en El Debate, es
mucho más tendenciosa (documento 133), expone una serie de planes de
anexión por la U. R. S. S. de la futura República soviética española. Las
derechas españolas debían tener mal montadas sus conexiones con Europa
si aceptaban sin matizar semejantes informaciones, que, sin embargo, no ca­
recían por completo de base.
Y el resto del artículo es también reflejo de propaganda, pero comunis­
ta. La invasión soviética en los cines catalanes está muy bien reflejada.
En cambio, la crónica de Angulo (documento 134) del 26 de abril es
mucho más interesante. Traduce una pretendida referencia de una sesión del
VII Congreso de la Internacional Comunista. Entre los documentos auténti­
cos que poseemos del VII Congreso no se encuentra ninguno equivalente al
que se cita en este artículo. Sin embargo, es evidente que con diversas citas
auténticas del VII Congreso podría confeccionarse un programa muy pare­
cido al indicado en este documento. El destacado papel que se atribuye a
Ercoli (nombre de guerra de Pal miro Togliatti) en la preparación de la re­
volución española coincide plenamente con lo que muy pronto revelarán los
hechos.
La cita está dada por Angulo con rara precisión metodológica. De todas
formas extraña mucho que las derechas españolas no tuviesen a esas alturas
información más directa sobre el VII Congreso; el artículo revela un gusto
casi morboso por obtener información “secreta” de una reunión cuyo des­
arrollo y conclusiones hubiese sido muy fácil de seguir con un aceptable
servicio de documentación. De todas formas, el documento 134 es sumamen­
te interesante.
El otro grande del “trotskismo” español, Maurin, es el centro de la no­
ticia que el 21 de abril publica ABC (documento 135). La deficiente in­
formación política de las derechas españolas no las permitía situar en su
debido alcance el auténtico peso de amenaza contenida en los tremendis­
mos del jefe poumista, y esta observación puede aplicarse también a la in­
tervención de Andrés Nin recogida en un documento anterior.
El documento 136 contiene unas interesantísimas declaraciones de José
Calvo Sotelo. Es un resumen completo de la realidad del peligro comunista,

390
que se centra en cuatro grandes frentes de ataque: los deseos satelitarios
de Rusia, la presión del mito paradisíaco de la U. R. S. S., la herencia guber­
namental del octubre rojo español y la infiltración marxista —sindical y
política— en el Estado español. Calvo Sotelo tenía como tema para estas
declaraciones las “perspectivas económicas y sociales de la hora actual”, y,
naturalmente, deriva en seguida hacia una evaluación política de la situación.
Al leer estas declaraciones se comprende que la derecha española se vol­
viera a Calvo Sotelo como única esperanza de la primavera trágica. Es muy
fácil ahora elucubrar sobre la imposibilidad política de un satélite español de
la U. R. S. S. en 1936. Pero resulta muy difícil pensar que Moscú iba a
rechazar o a aplazar la posesión de la fruta madura que el impaciente
proletariado español le brindaba. El análisis de Calvo Sotelo es realista,
lúcido, sereno. Y, además, frente a la miedosa atonía de la derecha, pro­
pone valientemente soluciones de autoridad y justicia social. Se compren­
de su jefatura y se comprende su sentencia de muerte desde la izquierda.
Ahora es A B C quien el el documento 137 se inspira en Le Matin. Los
datos no están comprobados, pero los indicios son muy verosímiles. El ca­
marada Ventura es, muy probablemente, el futuro converso Jesús Hernán­
dez. Sigue extrañando ¡a falta de información directa en la Prensa española
de derechas.
El documento 138 —también de A B C— es importante por las decla­
raciones de Azaña a Uya Ehrenburg y por la simple presencia del corres­
ponsal de Pravda en la primavera trágica española. Ya sabemos —por la
posterior actuación de Ehrenburg y Koltsov— que un corresponsal de Prav­
da era un emisario político de Moscú con poderes muy superiores a los
derivados de su aparente misión informativa. Ahí está Ehrenburg en su
papel de ángel malo de Azaña, papel que iniciara Koltsov en un balcón ma­
drileño en 1931.
Los documentos 139, 140 y 141 reflejan diversas reacciones de la iz­
quierda ante el miedo derechista a la amenaza roja. El documento 139 es
un interesantísimo suelto de Mundo Obrero en que se muestra calladamente
orgulloso de ese miedo. El 140 contiene unas declaraciones de Maisky —muy
fáciles en 1965— sobre los “cuentos de hadas” de esa amenaza. En el 141
el propio Manuel Azaña, ya durante la guerra, niega que la República esté

luchando por el comunismo. Opinión muy diferente de la sincera posición


del Presidente de la República en sus confesiones (154).

DOCUMENTO 128

EL MIEDO SOCIALISTA A LOS PRECEDENTES REACCIONARIOS EU­


ROPEOS (155)

Pero en la época que ahora nos ocupa, ya empezaban los españoles a


saludarse unos a otros con la palma o con el puño. Los dos polos de la gue­
rra civil venidera iban ya estimulándose mutuamente, elevándose el uno al
otro el tono, el calor, la electricidad. La matanza de socialistas organizada
por Dollfuss en Viena el 12 de febrero de 1934 había dado mucho que pen­
sar a los socialistas españoles, ya. entonces sugestionados por sus propios

391
temores, hasta el punto de que habían llegado a ver en el señor Gil Robles
cierta siniestra semejanza con el diminuto Canciller austríaco. El señor Largo
Caballero no ocultaba su intención de dirigir al pueblo a un ataque contra la
República que, según él, le había traicionado. El Gobierno consideró tan
inminente el peligro, que el Presidente del Consejo tuvo que desmentir la in­
tención que se le atribuía de declarar ilegal al partido socialista. El señor Gil
Robles había estado en Viena en el verano y había organizado una mani­
festación de revista de sus secuaces en El Escorial...

DOCUMENTO 129

PRIMO DE RIVERA Y EL ASALTO EXTREMISTA AL PODER (156)

Otros llaman a esto la readmisión de obreros; todo depende del lado en


que uno se coloque para mirar. En estos días varias docenas de millares de
casas obreras festejarán el triunfo del bloque popular de una manera bien
extraña: quedándose sin pan. Docenas de millares de obreros que cometie­
ron un grave delito: el de aceptar trabajo hace dieciséis meses, cuando otros
obreros, por su libre voluntad, dejaron las tareas para lanzarse a una re­
volución.
El Estado español es siempre uno y el mismo. Identificarlo con el Go­
bierno o con las personas que lo ejercen es sembrar el más corrosivo germen
de anarquía. El Estado español, en octubre de 1934, debió gratitud a los
obreros que acudieron a trabajar cuando mayor era el peligro. El Estado es­
pañol entonces se regía por leyes en virtud de las cuales era perfectamente
legítima la situación de trabajo ganada por quienes acudieron a colocarse
en los instantes de la revolución. Habrá cambiado el Gobierno, pero no el
Estado. Sin embargo, ahora se altera, con efecto retroactivo, el estatuto ju­
rídico de aquellos obreros. Y se les echa a la calle.
La cosa no para ahí. Los patronos que, con arreglo a las leyes vigentes
entonces, consideraron vacantes las plazas desamparadas por los revolucio­
narios, tienen ahora que indemnizar a éstos como si hubieran sido víctimas
de un despido injusto. Habrá grandes empresas que tendrán que pagar mi­
llones como indemnización y pequeñas empresas a las que la cantidad que
se les exija pondrá en trance de quiebra. Sobrevendrán forzosas clausuras de
negocios y aumentará el paro.
Estos son los efectos de una política económica que no responde a nin­
gún criterio. Si se lee el programa del Frente Popular triunfante se verá que,
en lo económico, es de un conservatismo feroz. Sus principios son capita­
listas a rajatabla. Así, el Gobierno no anuncia la sustitución del régimen ca­
pitalista por otro régimen total, orgánico, como sería el socialista o el sindi­
calista. Conserva el capitalismo, pero se entretiene en echarle arena en los
cojinetes, a ver si lo estropea. Con lo cual, ni habrá una economía revolu­
cionaria, probablemente mejor que la que existe, ni siquiera la que existe
se tendrá en pie; habrá, simplemente, un caos económico.

392
Los resortes del Poder
Bien claro está que es el comunismo el que ha dado el carácter a las
manifestaciones de los pasados días. En las elecciones, el comunismo ha pa­
sado de tener un puesto en las Cortes a tener trece. La influencia comunista
sobre las Juventudes Socialistas y aun sobre los Sindicatos es cada vez más
patente. El avance comunista va cubriendo todas las etapas hacia el predo­
minio absoluto.
Nadie será tan cándido como para suponer que el partido comunista y
sus auxiliares van a considerarse satisfechos para siempre con la represen­
tación confiada a unos cuantos miembros de la pequeña burguesía, tan des­
preciada por aquéllos. Además, no hace falta rebuscar intenciones ocultas; los
órganos extremistas del socialismo, como el semanario Renovación, han anun­
ciado sin rodeos que durante el período republicano burgués el partido socia­
lista irá montando la duplicidad del Estado, para despegar con poco esfuer­
zo la cáscara del Estado oficial cuando el momento llegue y transformarlo
en Estado soviético.
El asalto al Poder por los comunistas y socialistas es un hecho que tiene
que contarse como matemáticamente previsible. Y el honor del Estado re­
publicano se cifra ahora, precisamente, en impedir ese asalto. ¿Van encami­
nadas a ello las medidas del Gobierno de Azaña? Nadie lo diría. Con el pre­
texto de restaurar los Ayuntamientos populares o de republicanizar tales o
cuales Cuerpos, se están entregando a socialistas y comunistas los más deli­
cados resortes de autoridad. Lo que ocurre con los Ayuntamientos es asom­
broso: no se repone a los que fueron elegidos por el pueblo (esta norma
experimenta tantas excepciones como quieren los Gobernadores Civiles), sino
que se están nombrando en todas partes, cuando el Ayuntamiento popular
no es grato a los revolucionarios, Comisiones gestoras. Y ocurre que tales
Comisiones gestoras, como los raros Ayuntamientos populares que se respe­
tan, están en manos de socialistas y comunistas.
Esto es: que cuando la revolución comunista estalle, los Alcaldes de la
mayor parte de los pueblos españoles, con la autoridad que les atribuye la
Ley sobre la Fuerza Pública, estarán de parte de la revolución y en contra
del Estado. ¿Se ha dado cuenta de ello el señor Azaña? ¿Tiene, por ventura,
vocación de Kerenski?

DOCUMENTO 130

LAS DECLARACIONES DE ANDRES NIN (157)

El 11 de enero de 1933, el corresponsal del Times escribía desde Barce­


lona: “Uno de los principales jefes del movimiento comunista aquí es An­
drés Nin, un catalán que estuvo en Moscú a las órdenes directas de Trostky
y que ha sido aquí su agente de confianza en la preparación de los funda­
mentos para el posible triunfo del comunismo. En una reciente conversación

393
con este corresponsal, Nin dijo lo siguiente: Empezamos con una campaña
educativa, y ahora estamos ocupados en la organización de soviets de traba­
jadores para anticipar el momento crucial en que los trabajadores sean los
primeros en llegar a escena y arrancar el Poder... Hemos emprendido la
agrupación de las masas alrededor de los símbolos de la democracia, símbo­
los que ellas puedan entender, para dar a las masas ilusiones; hemos orga­
nizado Juntas políticas que en España tienen un significado tradicional y
i que en el momento oportuno podrán ser convertidas en soviets.”

DOCUMENTO 131

WINSTON CHURCHILL Y LA AMENAZA ROJA SOBRE ESPAÑA (158)

El testimonio de Churchill sobre la “amenaza roja”


En su libro Step by Step cita una carta que escribió el 10 de agosto de
1936: Sucedió de acuerdo con el plan. Lenin estatuyó que los comunistas
deberían ayudar a todos los movimientos hacia la izquierda y fomentar el
acceso al Poder de Gobiernos débiles, constitucionales, radicales o socialis­
tas. Luego estos Gobiernos serían minados, y de sus manos temblorosas ha­
bía que arrebatar el poder absoluto y fundar el Estado marxista. Este sis­
tema es bien conocido y está bien probado. Es parte de la doctrina comunis­
ta; es parte del manual comunista de acción. Ha sido seguido casi literal­
mente por los comunistas de España.
En sus Memorias de la segunda guerra mundial repite sus anteriores afir­
maciones casi palabra por palabra, y va más allá: atribuye los asesinatos y
violencias de los cinco meses anteriores a la guerra civil a la “intromisión
comunista en el decadente Gobierno parlamentario. Ciertamente, las activi­
dades de la Comintern y de los partidos comunistas en muchos países desde
1919 parecen justificar las conclusiones de Churchill”.

DOCUMENTO 132

“EL DEBATE” Y LOS PLANES COMUNISTAS EN LA PRIMAVERA


(159)

Los planes comunistas sobre España. Preparar desde ahora los Consejos
de obreros.
París, 6. En el curso de dos artículos recientes demostró de modo in­
contestable el diario Le Matin el alcance de las órdenes dictadas por la
Comintern, cuya aplicación desean llevar a cabo en España, según se ha re­
flejado en los acontecimientos producidos en el curso de los últimos meses.
En su número de hoy, el mismo periódico vuelve a ocuparse, una vez más.

394
de nuestro país, con idéntico motivo, y examina las medidas que en el agro
español se piensan imponer desde Moscú.
Las enseñanzas obtenidas y la experiencia ganada en Rusia desde el año
1917 serán empleadas por los soviets en su esfuerzo de implantar ese pecu­
liar sistema estatal, dentro de nuestras fronteras. La Comintern desea evitar a
todo trance la repetición de las luchas que en contra de los poderes desenca­
denaron los campesinos, que de ser sinceros aliados de Moscú, en los momen­
tos de la destrucción y reparto de las grandes propiedades, se tradujeron en
los más irreductibles enemigos del régimen, al negarse a aceptar las refor­
mas colectivas que el partido comunista se esforzara por imponer en las zo­
nas agrarias.

El programa agrícola

Con estas enseñanzas a la vista, la Comintern decidió orientar a las ma­


sas campesinas españolas desde un principio hacia la socialización de la agri­
cultura, nombrándose a tales fines una Comisión encargada de la elaboración
urgente del nuevo programa agrario, bajo la presidencia de Bela Kun, en
colaboración con los camaradas Versky y Boross. Aprobada que fue la la­
bor de esta Comisión por la Comintern, el conocido correo del citado Depar­
tamento, apellidado Weiskoff, recibió el encargo de entregar la Memoria re­
dactada al propio Bela Kun.
A grandes rasgos, el programa agrícola contiene los principios que a con­
tinuación consignamos: Confiscación y nacionalización de la tierra y la crea­
ción de grandes explotaciones del Estado y de granjas cooperativas; con la
finalidad de evitar el período de transición que necesariamente se produciría
entre la destrucción del régimen de propiedad existente y la implantación
del novísimo sistema, se organizarán los Comités rurales, que en el momen­
to preciso se transformarán en soviets de campesinos, a los cuales incumbirá
la inmediata ejecución de la expropiación de las extensiones susceptibles de
cultivo, sin aguardar la promulgación de una ley orgánica; a los referidos
Comités se adscribirán destacamentos de campesinos armados, encargados de
hacer frente a la intervención de la Guardia Civil o del Ejército y de mantener
estrecho contacto con la guardia roja ciudadana. Para coordinar y establecer
esta organización han sido enviados por Moscú los camaradas Vasey, Lina y
Torconi; este último es considerado como especialista de la transformación
del régimen agrario, pues contribuyó al establecimiento de la anarquía en
la región de Lombardía, cuando las propiedades fueron invadidas por los
campesinos en el año 1920.

Para la industria

La Comintern, asimismo, prepara su ofensiva en contra de la industria es­


pañola: se socializarán las Empresas municipales y particulares, para cuyo
fin se invita imperiosamente al partido comunista a que nombre de entre los
más activos militantes del partido, en colaboración con los socialistas, los pre-

395
sidentes de los Comités de obreros, que reemplazarán en su día a los Conse­
jos de Administración de las sociedades.
El presente mes se convocará un Congreso Nacional en Madrid para ela­
borar los Estatutos del Consejo de la Economía Nacional, el cual se encar­
gará totalmente de la dirección de la industria nacional. En Rusia se concede
una importancia primordial a las elecciones municipales, y se asegura que
se piensa realizar ios mayores esfuerzos para conseguir la aplastante victo­
ria social comunista, para cuyo fin se organizan grupos terroristas encargados
de causar la abstención de los votantes contrarios.
Una segunda suma de un millón de pesetas ha sido enviada a España, que
se dedicará a los fines reseñados. Según la táctica con anterioridad empleada
en diversos países, los soviets crearán un refugio de activos militantes de la
Comintem en la Embajada, que próximamente se establecerá en Madrid, don­
de, al abrigo de la inmunidad diplomática, los audaces organizadores rusos
podrán desenvolver su programa de sovietizar a España.
Se asegura que el camarada Bela Kun (que, a pesar de los desmentidos,
se encuentra bajo nombre supuesto en la Península, de igual modo que fin­
giendo distinta personalidad visitó el centro comunista húngaro de París)
será próximamente destituido y reemplazado por alguna figura de menor re­
lieve, que en su lugar colaborará con Lojovsky.
Así describe Ives Delsbars la próxima e inminente ofensiva soviética di­
rigida contra España. Sin embargo de la gravedad que este programa encie­
rra, causa aún más profunda inquietud el siguiente párrafo que del texto tra­
ducimos literalmente: “El ritmo según el cual progresa la sovietización de
España parece haber sobrepasado las esperanzas de la Comintern, quien em­
pieza a constatar en la ausencia de resistencia una chocante analogía con lo
que en Rusia aconteciera en el año 1917.”

DOCUMENTO 133

LA INVASION SOVIETICA DE LOS CINES ESPAÑOLES (160)

Propaganda comunista en Barcelona.


Barcelona, 8. Se anuncia una intensa propaganda comunista en Barce­
lona. Recientemente hubimos de referirnos a los propósitos que existen res­
pecto a esto, y facilitamos incluso los nombres de los técnicos rusos que han
sido designados para sentar sus reales en España con el propósito de ani­
mar una revolución, consistente en provocar conflictos que traigan consigo
la socialización de industrias y la conquista legal y más o menos democrática
del Poder.
Precisamente —dicen— en el plan trazado por Lenin en 1922 se hace
constar que el dar a Rusia el nombre de Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas era con la intención de que “en adelante, toda nueva República
soviética que nazca de una revolución triunfante, entrará automáticamente en

396
la U. R. S. S. y disfrutará del apoyo de toda nuestra fuerza*’. España —se­
gún este plan, con el que están conformes los dirigentes comunistas españo-
le¡ — será anexionada a Rusia como una colonia mediterránea.
Pero en Barcelona —que tiene fama en Rusia de ser la cuna del extre­
mismo español— se da la circunstancia de que la hegemonía absoluta que
en las clases trabajadoras vienen ejerciendo la C. N. T. y la F. A. I. ha he­
cho imposible el desarrollo y propagación de los ideales comunistas entre
los obreros. Los anarquistas, al propugnar el comunismo libertario, se de­
claran irreductiblemente enemigos del comunismo estatal.
En Barcelona tienen los comunistas todo por hacer en sentido de pro»-
paganda y no podrán realizar más de lo que autorice la F. A. I. Y, ya que
no es posible la labor eficaz de Sindicato, se intensifica la propaganda doc­
trinal para hacer prosélitos. Y, en efecto, jamás hemos visto mayor profu­
sión de literatura comunista en forma de publicaciones sobre temas sexuales,
doctrinalismo seudo-científico y novelas expresivas. Los cinematógrafos pro­
yectan películas rusas prohibidas en todos los países de Europa. Algunas de
esas películas son en alto grado injuriosas para España y no recatan calum­
niosas e intolerables imputaciones que denigran a España y que sublevan a
quien las escucha o las ve, lo que no es obstáculo para que durante semanas
enteras se estén proyectando impunemente en los más céntricos salones de
Barcelona, a pesar de la mala calidad de las películas, cuya fatigosa exposi­
ción defrauda a los espectadores.
Hoy se ha estrenado otra película, que obtuvo el “Premio Lenin”, pro­
hibida en otros países y proyectada con estrepitosa propaganda en un cine
céntrico de empresarios catalanistas. Porque el separatismo izquierdista de
todos los matices coincide con esa orientación comunista, quizá porque el
comunismo ha adoptado en España la táctica separatista.
Pero la más ostentosa propaganda comunista es la que se realiza todos
los días al anochecer en plenas calles y plazas céntricas de Barcelona, prin­
cipalmente en las plazas de Cataluña y de España. Es un aspecto pintoresco
que sorprende y maravilla a quien lo presencia por primera vez. Esta noche
la aglomeración y propaganda de esta clase en los soportales de la plaza de
Maciá ha sido tal, que se ha hecho preciso enviar una camioneta de guardias
de Asalto para destaponar las puertas de los comercios y viviendas particu­
lares.

DOCUMENTO 134

INFORMACION DERECHISTA SOBRE EL VII CONGRESO DE LA CO-


MINTERN (161)

España y Francia bajo las órdenes de la Comintern.


Barcelona, 26. No obstante la decisión de trasladar a Madrid los ele­
mentos directivos de la C. N. T., y a pesar de que en otros lugares de Es-

397
paña parece más violento y persistente el afán revolucionario que en Cata­
luña, Barcelona sigue siendo la más interesante fuente de información para
pulsar la marcha y el porvenir de los acontecimientos sociales de toda Es­
paña. No se olvide que todavía sigue siendo Barcelona el tamiz por el que
pasan las consignas e instrucciones de todas las Internacionales revolucio­
narias.
Así nos ha sido posible conocer algunos documentos por demás intere­
santes en estas circunstancias actuales que estamos viviendo en España.
En la referencia de la sesión de la Comintern del mes de agosto de 1935,
inédita hasta ahora, traducción literal, casi taquigráfica, página 1.841, pri­
mera columna, se lee: “El Gobierno del Frente Popular actuará para la ace­
leración de un Gobierno revolucionario soviético y procurará: primero, des­
organización del aparato gubernamental y parálisis del Estado liberal bur­
gués por la eliminación en el Ejército, la Administración y Policía de ele­
mentos fascistas; segundo, robustecimiento de las organizaciones revolucio­
narias, masas proletarias y milicias obreras, que luego, bajo la orientación
del partido comunista, establecerán el poder de los soviets; tercero, disgre­
gación del partido socialista y de otros que forman el Frente Popular, a fin
de dirigir las masas de asalto revolucionario contra el Estado burgués.”
La sesión en que estos acuerdos se tomaron fue presidida por el cama-
rada Kuusinen. Fuerza es reconocer la efectividad que tienen en España. En
la sesión de la Comintern del día 5 de mayo de 1936, la orden de desarrollar
la ofensiva revolucionaria dentro de los acuerdos del 2 de agosto de 1935
fue dada al centro parisién de ejecución, sito en París, 120, rué Lafayette;
el camarada Ercoli, miembro del Secretariado de la Comintern, ha sido el
encargado de velar por la ejecución, cuidando de que el paralelismo entre
Francia y España sea el más geométrico posible. A ello se debe que el par­
tido comunista francés se haya negado a colaborar en el futuro Gobierno
Blum, a fin de conservar las manos libres en la actividad revolucionaria legal
e ilegal. Al mismo tiempo que progrese la obra de destrucción del aparato
administrativo y militar seguirá el debilitamiento de las organizaciones que
se pueden oponer a la sovietización, y para obtener la disolución de las Ligas
no se retrocede ante ningún procedimiento.
Entre las instrucciones enviadas, que demuestran cómo España se utiliza
como un ensayo de aplicación a Francia, figura textualmente: “El ejemplo
español de persecución falangista deberá ser aplicado en Francia en los me­
nores detalles.” Una organización especial de conspiración va a coordinar la
acción calcada sobre el famoso Comité militar revolucionario formado en
septiembre de 1917 por Lenin, que dirigió la revuelta contra el Gobierno so­
cialista radical de Kerensky. Dicho Comité se compone de cinco miembros,
y la primera medida que ha adoptado en Francia ha sido la orden de reclu­
tar con la máxima intensidad nuevos prosélitos al partido comunista para que
sus efectivos sean cuadruplicados con ocasión de la fiesta nacional francesa
del 14 de julio de 1936.

398
DOCUMENTO 135

TREMENDISMOS ASTURIANOS DE JOAQUIN MAURIN (162)

El Diputado señor Maurin aboga por la implantación en España del ré-


gimen soviético.
Gijón, 20, 10 mañana. El domingo se celebró en el teatro Circo un
mitin de unificación marxista, al que asistieron unas setecientas personas.
Habló en este acto el Diputado socialista señor Maurin, que dijo que,
unificado el proletariado organizado y susceptible de organizar, sumará unos
cuatro millones de personas, que tendrían en sus manos la fuerza suficiente
para apoderarse del Poder en un movimiento de violencia y establecer el
régimen que más convenga a la masa obrera, con o sin Estado, pero de tipo
esencialmente revolucionario.
La constitución de un Gobierno del Frente Popular con la colaboración
activa de socialistas y comunistas, que irían a la anulación del fascio y la
reacción, mediante la socialización de las industrias, minas, transportes y
Banca.
Aludió a la perspectiva económica del país y terminó haciendo un lla­
mamiento a todos los obreros de distinto ideario, a fin de formar un frente
proletario que consiga “que España sea el segundo país del mundo que em­
puñe, encendida, la tea roja del régimen soviético”.

DOCUMENTO 136

CALVO SOTELO ANALIZA EL PELIGRO COMUNISTA (163)

Una interviú en vez de una conferencia.


El señor Calvo Sotelo desarrolla en unas declaraciones algunos puntos de
los que hubiera tratado anoche en el Círculo de la Unión Mercantil.
El peligro comunista y el mito soviético. Colapso de la iniciativa privada.
Perspectivas de una Dictadura comunista en España que no sería pasajera,
como muchos creen, y cuya nota característica sería el terror. Cómo reac­
cionar contra la amenaza revolucionaria. Justicia social y un poder política­
mente fuerte fundado en la disciplina y en la continuidad histórica de España.
Suspendida por acuerdo de la Junta Directiva del Círculo de la Unión
Mercantil la conferencia que el señor Calvo Sotelo había de dar anoche en
aquel local, hemos creído de interés periodístico recoger del ilustre tribuno
algunas manifestaciones de las que hubiera tratado en el acto de referencia.

El positivo peligro comunista


—¿Qué ha ocurrido con su conferencia en el Círculo Mercantil?
—Pues lo que A B C dice hoy: que se ha diferido sine die por su Junta

399
Directiva. Me habían invitado hace meses a ocupar su tribuna. Accedí gus­
toso y honrado. Días atrás convinimos fecha, hora y tema. Pero el jueves
la Junta me mostró sus temores, no sé de qué posibles incidentes, y yo, bien
a mi pesar, tuve que dejar el asunto en sus manos. La Junta resolvió diferir.
Esto es todo.
—¿Qué pensaba decir en la conferencia?
—Su tema era éste: “Perspectivas económicas y sociales de la hora ac­
tual”. Al desarrollarlo me proponía mostrar tres cosas: la existencia de un
peligro comunista creciente; sus efectos, tanto mientras sólo fuese tal peligro
como si se convirtiese en realidad trágica, y la manera de reaccionar con­
tra él.
—¿Es tan positiva esa amenaza comunista?
—A mi juicio, sí. Primero, porque Rusia quiere sumar algún Estado más
a la constelación marxista, y ninguno más propicio que España. (Por fas o
por nefas, el comunismo tiene cerrado todo horizonte en Asia, América y
en el resto de Europa, al menos por ahora.) Segundo, porque el mito sovié­
tico presiona la mentalidad de centenares de miles de compatriotas, como
resorte mirífico de felicidad. Es puro doublé y lo manipulan traficantes, ilu­
minados snobs. ¡Pero fascina! Tercero, porque el actual Gobierno es here­
dero espiritual de la revolución de octubre. Y, sobre todo, porque el mar­
xismo se está incrustando en el Estado español a ojos vistas. Por vía sindical
y por vía política. El Sindicato obrero sustituye al Estado constitucional en
el ámbito económico-social, y sojuzga a obreros, patronos y Estado. (Pensaba
exhibir ejemplos concluyentes.)
—¿Y qué efectos produce todo eso?
—En primer término, incertidumbre letal. Está colapsada la iniciativa
privada. Se cierran fábricas; disminuye el rendimiento de la mano de obra;
encarecen los costos; el consumo se contrae. El paro progresa, -en cambio.
De hecho funcionan los Comités de control obrero. Aunque los rechaza el
programa del Frente Popular, y aunque en Rusia han perdido desde 1934
toda potencia de inmixtión en el orden técnico y fabril. Nosotros, siempre
rezagados...
—¿Y si seguimos así...?
—Pues no se dude: desembocaremos en un comunismo. No libertario,
sino dictatorial. Dictadura, más que del proletariado, sobre el proletariado
y contra la nación. Para justificarla se aducen una falacia y un sofisma. La
primera, que sería modalidad transitoria. ¡Sí, sí! En Rusia dura ya diecisiete
años y no se le ve el fin. Rusia, políticamente, está peor que Francia en 1790.
En cuanto al sofisma, es bien claro: dicen que esa dictadura no será arbi­
traria, ni violenta, sino “una democracia proletaria en régimen de dictadura
legal contra la burguesía”. Y añaden: “como la democracia burguesa es una
dictadura legal contra el proletariado”. ¡Bueno! Con esa “dictadura burgue­
sa” —soi disant— Largo Caballero ha sido Consejero de Estado, y en 1931,
Ministro.
—Esa dictadura concentrará en sí todos los poderes...
—Para mí, la dictadura no consiste en la concentración de poderes, sino

400
en la carencia de frenos. Un poder muy fuerte, frenado por resortes éticos,
morales, religiosos, históricos, no será nunca dictatorial. Un poder sin esos
frenos degenera fatalmente en dictadura. Tal el caso de Lenin, que en Es­
paña reproduciría Largo Caballero, libre de frenos de continuidad histórica,
social y económica, y poseído de esa dantesca enfermedad del espíritu que
alguien llama la “hipertrofia de la certidumbre”. ¡Con qué impasibilidad ha­
rían de la nación entera un conejillo de Indias puesto al servicio y ensayo de
ese credo marxista aún inédito...!

Lo que ocurriría instaurado el comunismo


—Y ya instaurado el comunismo, ¿qué ocurriría?
—Es fácil condensar sus efectos, que serían duraderos, contra lo que
suponen muchos ingenuos. En primer término, terror. Sí. Terror sistemático
y calenturiento. Lo acaban de decir: “jín blandenguerías con nada ni con
nadie”. En segundo lugar, supresión absoluta de la propiedad privada. El
programa induce a error. Exceptúa, por ejemplo, la pequeña propiedad agra­
ria. Omite la propiedad urbana. ¡Mixtificación! Iniciada la socialización, na­
die la detendrá. El Estado será el único dueño, incluso de los minifundios.
Y, por consecuencia, morirá todo vestigio de libertad política. Un solo pa­
trono —el Estado— y todos los súbditos, obreros. En la sociedad burguesa,
la libertad política del obrero está garantida frente al patrono por el Estado.
En la comunista, Estado y patrono son el mismo ente.
En resumen: España se proletarizaría brutalmente. Gran paradoja: Un
movimiento nacido contra el salariado conduciría a la universalización del
salario y de su servidumbre. Millones de españoles que son clase media, o se
aproximan a ello (magistratura, notariado, registradores, personal de curia,
intermediarios comerciales, agentes de Cambio, transportistas, profesorado,
comercio de lujo, restaurantes, jefes y oficiales, rentistas, burócratas, etc., etc.),
descenderían económicamente a la categoría de obreros manuales. España,
como Rusia, pretendería superindustrializar al minuto. La pequeña burgue­
sía se hundiría irremisiblemente. A la postre imperaría un nivel económico
de miseria: un jornal medio de 100 ó 150 pesetas mensuales. Y nada de
a cada uno según sus necesidades. Ese era el lema marxista. La realización
rusa, con el stajanovismo, es a cada uno según su trabajo... a destajo...

Los resortes de la reacción contra el peligro


—El panorama es desolador. ¿Cómo eludirlo?
—Yo no veo más resortes eficaces de defensa que la organización ardo­
rosa de las clases medias. Por supuesto, el sistema democrático nos con­
ducirá al comunismo, velis nolis.
El freno poderoso ha de articularse por las clases medias, y sólo por
ellas, ya que en sus manos está el patrimonio —inmaculado y voluminoso—
de la civilización contemporánea. Así lo han hecho en otros pueblos. Espa­
ña no debe ser excepción.
—Pero esa reacción, ¿ha de tener matiz político?

401
26
—Adivino su objetivo. Pues bien: seré enteramente franco. En esta hora
hay que superar ciertas divisorias. Nadie desconoce mi fe política. No la ocul­
to, menos aún la abandono. Pero digo coram populo que, en riesgo la vida
misma de la nación, deben dejarse en suspenso otros problemas que no sean
el que pesa angustiosamente sobre todos, el social: comunismo o Estado na­
cional. Pues a resolverlo en coincidencia patriótica cuantos posean sano sen­
tido nacional y social. Respeto opiniones discrepantes, si las hubiere; pero
entiendo que proceder de otro modo sería dispersar parte de las huestes que
han de contener la revolución social. Ante su empuje arrollador, impónese
una máxima unificación de esfuerzos. So pena de hacerle el juego...
—Entonces, ¿es usted accidentalista?
—¡Ah!, no; de ninguna manera. Y en eso me distingo de ciertos núcleos.
Ni lo soy ni me prestaré jamás al turno de rotación, ni a ser Ministro de
quita y pon en combinaciones ministeriales por el estilo de las que padecimos
en el segundo bienio. Yo creo que el avance comunista no será frenado por
los instrumentos del régimen democrático parlamentario, que lo han impul­
sado y facilitado.

DOCUMENTO 137

NUEVO ALERTA DE “A B C’ (164)

Al cerrar la edición.
“A B C” en París.
Arrecia la actividad soviética en España.
París, 11, 1 madrugada. Le Matin dedica su editorial a la acción sovié­
tica en España. Después de confirmar sus precisiones de otros días, el im­
portante diario escribe:
“Moscú prescribió a José Díaz, Miguel Valdés y Largo Caballero, quien,
después de sus conversaciones personales con Bela Kun, aceptó definitiva­
mente la autoridad de la Comintern, que consintieran el aplazamiento de las
elecciones municipales. Al mismo tiempo se les dio la consigna de reclamar
tales elecciones inmediatamente se celebren las elecciones francesas. Las ins­
trucciones contienen, además:
Transformar las elecciones retrasadas en un comienzo de sovietización
directa de España.
Los nuevos Municipios, apenas elegidos, deberán formar Soviets locales.
Estos exigirán la convocatoria de un Congreso pan-español de Soviets,
la abolición de la Constitución existente y la proclamación de una dictadu­
ra obrera y campesina.
Para dirigir las fuerzas reunidas de las Juventudes revolucionarias ha sa­
lido de Moscú, vía Cádiz, un Delegado especial, dirigente de la Kim (Inter­
nacional de las Juventundes comunistas); Tchemodanoff, quien se distinguió
antaño en China como uno de los organizadores del terror rojo antieuropeo.

402
Con él se reunirá el jefe de las Juventudes comunistas francesas, Raymond
Guyot, uno de los Secretarios de la Kim. Precederá a ambos el camarada
Ventura, hombre de confianza de Stalin.
Como una parte numerosa de la Juventud comunista participa en el Mopr
(Socorro Rojo Internacional) para el enlace de todas las fuerzas revolucio­
narias, ha salido para España una Delegación de la central de Moscú, for­
mada por Ortega y cuatro camaradas más, uno de origen polaco, otro de
origen ruso y dos de origen alemán. Se detendrán en Francia para asistir a
una reunión de la sesión de la Comintem y del Centro parisién del Mopr,
rué D’Hautpoul, número 63.

DOCUMENTO 138

ILYA EHRENBURG Y MANUEL AZAÑA EN ABRIL DE 1936 (165)

Sobre el comunismo.

El gran peligro
Viena, 29. El Alcalde, señor Schtmitz, ha pronunciado, con motivo de
la Asamblea de Delegados de las Uniones Populares Cristianas, un discurso,
en el que ha atacado violentamente al comunismo, diciendo, entre otras
cosas:
“El llamamiento del Canciller contra la propaganda ilegal se dirige tam­
bién contra los comunistas. La experiencia nos enseña que toda política que
cree poder servirse del comunismo se expone al peligro de ser presa de éste.
El gran peligro de Europa es y será el comunismo. Aquellos que colabo­
ran en nuestras uniones cristianas saben perfectamente que no olvidamos que
el comunismo es el enemigo, y que ninguna palabra puede velar este hecho.”

Declaraciones del señor A zana


Traducimos de L’Information-.
“Ilya Ehrenburg, corresponsal de Izvestia, ha interviuvado al señor Aza-
ña, que ha respondido de la manera siguiente:
—¿Cuáles son las medidas tomadas por el Gobierno español para el res­
tablecimiento de las relaciones diplomáticas normales con la U. R. S. S.?
—En el curso de la campaña electoral, el Frente Popular incluyó en su
programa la iniciación de dichas relaciones diplomáticas. Dentro de dos se­
manas España designará su Embajador en Moscú. Ya sé que la derecha pro­
testará, pero su opinión no me interesa.
—¿Forma usted parte de la Liga para la defensa de la paz?
J
—¿Cuál es su opinión sobre el papel de la U. R. S. S. en la defensa de
la paz?

403
—La U. R. S. S. es una garantía de la paz, porque dispone de una fuer­
za armada y puede, en virtud de este hecho, defender de un modo efectivo
nuestros ideales.
—¿Cómo se presenta, a juicio de usted, la situación de España?
—Los últimos acontecimientos prueban que las derechas están muy lejos
del apaciguamiento. Ciertos elementos de la Guardia Civil han secundado
la actitud de los jefes de las derechas. El Gobierno ha tomado toda una serie
de oportunas medidas. Se ha trasladado o separado a los fascistas que ocu­
paban los mandos. Las derechas están presas de pánico y no se atreverán
a volver a levantar la cabeza. Creo también —siguió diciendo el señor Aza-
ña— que en poco tiempo habremos conseguido realizar la Reforma agraria.
Preparamos una ley que nos permitirá ejercer un control efectivo sobre la
Banca. El Frente Popular es sólido. Todos los enemigos del régimen están a
la derecha. No niego que delante de nosotros hay muchos obstáculos; pero
estoy convencido de la victoria final del Frente Popular y del aplastamiento
del fascismo.

DOCUMENTO 139

ORGULLO COMUNISTA POR LA AMENAZA ROJA (166)

El miedo a una España roja.

París, 20. (Servicio especial de Mundo Obrero.) El Boletín de la Alian­


za Democrática, el partido presidido por el Ministro Flandin, dice:
“Tenemos miedo a una bolchevización de España. Los Pirineos no serán
ya un bastión infranqueable contra la infiltración de los soviets en Francia.
Además, la implantación de una República roja en Madrid significaría la
anarquía completa en la zona española de Marruecos. Y como lo hemos
podido notar, nuestra zona africana es muy susceptible a las influencias ex­
teriores; prueba de esto son las rebeliones en Siria en el mes de enero. La
estabilización de España es de un interés muy grande para nuestra política
colonial en Africa.”

DOCUMENTO 140

MAISKY Y LOS “CUENTOS DE HADAS” (167)


Maisky: “Los cuentos de hadas sobre el deseo de la Unión Soviética de
crear en España una “República comunista” estaban muy difundidos en Eu­
ropa, y no sólo en los países fascistas: muchos políticos lo creían en Estados
Unidos, Inglaterra y Francia.”

404
DOCUMENTO 141

AZAÑA Y EL COMUNISMO, DOS ANOS DESPUES (168)

Por qué lucha España.

1. Manuel Azaña, Presidente de la República:


“Oigo decir por propagandas interesadas —aunque mi higiene mental me
lleve a privarme de ellas cotidianamente—, oigo decir que nos estamos ba­
tiendo por el comunismo. Es una enorme tontería, si no fuese una maldad.
Si nos batiésemos por el comunismo, se estarían batiendo solamente los co­
munistas; si nos batiésemos por el sindicalismo, se estarían batiendo sola­
mente los sindicalistas; si nos batiésemos por el republicanismo de izquierda,
de centro o de derecha, se estarían batiendo sólo los republicanos. No es eso;
nos batimos todos, el obrero, el intelectual, el profesor y el burgués —que
también los burgueses se baten— y los Sindicatos y los partidos políticos y
todos los españoles que están agrupados bajo la bandera de la República;
nos batimos por la independencia de España y por la libertad de los espa­
ñoles, y por nuestra Patria.”

Quinto grupo

LA ACTIVIDAD POLITICA DEL COMUNISMO DENTRO DEL FREN­


TE POPULAR

Por la documentación de este capítulo resulta evidente que la intención


del comunismo era la utilización fría del Frente Popular para apartarlo de
un manotazo en el momento oportuno. Esta táctica del manejo y manotazo
—para utilizar la célebre contraposición de Zubiri transferida a un terreno
muy diferente— nos hace comprender que la colaboración comunista con el
Gobierno del Frante Popular tuvo que reducirse a una tutela recelosa, a un
control más o menos disimulado. Es lo que se desprende de los siguientes
documentos.
Terminadas las elecciones, Mundo Obrero mete prisas al Gobierno. Tie­
ne incluso el cinismo de proclamar abiertamente, al final del editorial que
constituye nuestro documento 142, la esencial provisionalidad del Frente
Popular, simple escalón para el ideal soviético expresamente propugnado.
Importantísimo este documento por su contenido y su fecha.
El documento 143 contiene el acuerdo de la minoría comunista para
votar la candidatura presidencial de Manuel Azaña.
El portavoz comunista prodiga sus insultos a Alcalá Zamora en el edi­
torial de nuestro documento 144. El “cacique de Priego”, como se le llama,
está desahuciado definitivamente como posible compañero de viaje. Largo
Caballero no tomó la debida nota de este editorial. Se hubiera ahorrado
grandes sorpresas.
El tremendo alegato que constituye el documento 145 equivale a casi pres­
cindir de la careta colaboracionista. El comunismo evidencia la tristísima si-

405
tuación del Gobierno, aherrojado por las “masas populares”. Pero el comu­
nismo no confía en el Gobierno, sino en esas masas. El Gobierno es criticado
y, sobre todo, es reducido a su verdadero papel de absoluta impotencia.
Sería innecesario acumular testimonios en esta misma línea. Preferimos
cerrar este grupo documental con un descomunal desarrollo teórico sobre las
nacionalidades ibéricas. En Rusia detentaba el Poder Stalin, el gran experto
en nacionalidades. No queremos sucumbir a la fácil tentación de detectar
inspiraciones soviéticas en estas estúpidas generalizaciones del comunismo
español. “Creemos que España es una ficción y hay que combatirla.” Si
no fuera por la evidente autenticidad de este documento, obtenido en el
Archivo de Salamanca, pensaríamos en un amaño de los anticomunistas. Tan
burdo es todo (documento 146).
Uno de los vacíos historiográficos que, sin duda, este libro va a poner de
manifiesto es el que se advierte en torno a la génesis, desarrollo y explosión
del Frente Popular español. En el capítulo anterior hemos trazado ya algu­
nas líneas directrices que pueden ser de mucha utilidad en la investigación
sobre este tema tan apasionante y tan mitificado por unos y por otros.
Pero durante la laboriosa corrección de pruebas de esta obra han aparecido
dos publicaciones que —desde puntos de mira muy diferentes— aportan
datos y enfoques nuevos sobre un problema aún sin fijar.
La publicación fascicular Crónica de la guerra española, editada en Bue­
nos Aires, ha incluido en su fascículo quinto unas notas tituladas Formación
del Frente Popular. Sabido es que la Crónica está montada sobre un hilvana­
do de testimonios muy dispares, unidos con notable sentido periodístico y, lo
que es más destacable. con un permanente deseo de imparcialidad histórica
que, a juzgar por las feroces críticas que le llueven desde los dos extremos,
derecho e izquierdo, se está convirtiendo, al menos mayoritariamente en una
difícil realidad. Creo muy ilustrativo reproducir aquí, aun a riesgo de re­
petir alguna idea, esos párrafos:

“Cuando se habla del Frente Popular se suele cometer el grave error de


identificarle con la unión de -las izquierdas patrocinadas por Dimitrov en
el VII Congreso de la Internacional Comunista de 1935. Las simplificaciones
históricas como ésta son muy peligrosas. El Frente Popular español no fue
inicialmente un frente político sino una coalición electoral y no tuvo nin­
guna inspiración inicial decisiva que partiera del por entonces insignificante
Partido Comunista español. Ya se estudiará con más detenimiento >la parti­
cipación comunista en la guerra civil española, .pero se puede adelantar desde
ahora que el comunismo oficial tuvo muy poco que hacer en la gestación del
Frente Popular. La idea del frente electoral de izquierdas es de Indalecio
Prieto, y fue concebida en cuanto se apagaron los incendios de Asturias.
Manuel Azaña recogió la idea y la elevó a la tesis en su famoso maratón
oratorio, del que Mestalla y Comillas son etapas esenciales. Azaña fue el
auténtico creador del Frente y consiguió mantener hasta el final su carácter
de instrumento de unidad antirreaccionaria, con un fuerte impulso de vuelta
al 14 de abril y con un programa mínimo del que se excluián los radicalis­
mos y los puntos de fricción.
El 23 de julio de 1935 la inauguración del VII Congreso de la Comin-
tern marca un viraje de noventa grados en las directrices del partido para
las políticas nacionales. Estas nuevas directrices -preconizaban los frentes
populares antifascistas. El Partido Comunista español vio perfectamente la

406
ocasión que Je brindaba el frente electoral Prieto-Azaña para cumplir las
órdenes de Moscú. El P. C. E. se convirtió entonces en el lubricante del
Frente Popular español; exaltó a Largo Caballero como nuevo Lenín y cons­
tituyó un elemento de aparente moderación prodemocrática que frenaba en
parte los excesos del ala izquierda del socialismo. Esto no suponía una re­
nuncia a sus fines últimos, sino un simple aplazamiento táctico a favor de
>la política exterior recelosa y defensiva de Stalin. La radicalización creciente
de las posiciones extremas en España, juntamente con una hábil propaganda
centrada en el estréllate de Dolores Ibarrun, hizo confluir hacia el comu­
nismo riadas de proletarios españoles. Fue un fenómeno paralelo al que
por aquellos mismos días engrosaba las filas de la Falange. Pero no olvide­
mos nunca que fue el comunismo quien, después de subirse en marcha a un
Frente Popular cada vez más desbocado, trató de hacerse con sus mandos.
El comunismo no creó al Frente Popular. Lo cuidó como quien cuida un
jardín del que piensa apoderarse. Este propósito no se logró hasta bien en­
trada la guerra. La imagen del Frente Popular como criatura del comunis­
mo es una deformación histórica de la que son responsables dos servicios de
propaganda nada parecidos en sus fines: los del propio P. C. E. y los del
General Franco después de julio de 1936.”
He introducido algunas modificaciones de detalle en el texto anterior.
Quizá habría que sopesar más la dimensión casi exclusivamente electoral
atribuida a dos esquemas originales de Azaña y de Prieto. Los Discursos
en campo abierto revelan en Azaña una resurrección de idealismo creativo
que no se compagina del todo con un simple oportunismo ante las eleccio­
nes. Pero en líneas generales, y dentro de su provisionalidad, creo que el
comentario anterior puede suministrar una aceptable base de trabajo; y esto
lo confirmó después de estudiar con avidez los dos primeros tomos de la
recentísima obra comunista Guerra y revolución en España, 1936-39, que
acaba de publicarse en Moscú.
No es éste el lugar adecuado para juzgar con detalle esa obra. Desde
luego está realizada por el comunismo postconciliar y hay en ella menos
tremendismo, más apertura y hasta mayor cuidado metodológico. Claro que
todo eso es pura superficie. Sigue el clásico pseudocientifismo comunista en
plena acción: se llama Manuel a don Ramón Menéndez Pidal, se naciona­
liza americano nada menos que a Hugh Thomas, se elucubran teorías sobre
una misteriosa Restauración de 1874, entre cientos de otros disparates. El
bagaje bibliográfico es modestísimo; al despotricar sobre el Alcázar se ig­
noran, entre otras muchas las tesis de H. R. Southworth, autor que inexpli­
cablemente no es citado en ninguna parte dentro de los dos primeros tomos
de la obra. Continúa en firme la táctica de reimprimir la Historia al estilo
de las enciclopedias soviéticas: cuando algún camarada se arrepiente des­
aparece del tiempo y del espacio. Así, el concienzudo equipo moscovita des­
cribe importantes hechos históricos sin acordarse de sus principales actores.
Eso sucede con el asalto al Cuartel de la Montaña y la creación del Quinto
Regimiento, hechos para los que se prescinde de su figura estelar, Enrique
Castro Delgado, quien tampoco aparece para nada en el estudio histórico
de la Reforma Agraria. Hay docenas de ejemplos más, desde Oscar Pérez
Solís a Tagüeña.
Con estas técnicas no extrañará que el equipo de doña Dolores Ibarruri
—entre cuyas variadas cualidades no conocíamos la de experta en metodolo-

407
gía histórica, sobre todo tras su pobre intento de El único camino— se haya
inventado una delirante “Génesis del Frente Popular” con eje comunista. No
citamos aquí este trabajo por la validez de su construcción y de sus conclu­
siones. Le hemos citado porque aporta —eso si— algunos datos y documen­
tos que no carecen de interés para esclarecer la historia del período y la frag­
mentaria reelaboración que hacen de él los amigos reunidos en Moscú, cuya
metodología historiográfica desborda el habitual cinismo para sumergirse en
el no menos habitual ridículo. Después de los grandes fracasos comunistas
en historia contemporánea española —‘Marión Einhorn, Ignacio Hidalgo de
Cisneros, Artur G. London, Constancia de la Mora, Ivan Maisky, S. Ajzner,
Mikhail KoLtsov, Frank Jellinek, Arthur Koestler. los infelices autores de los
“986 días de lucha” y, tras cien etcéteras, toda la pléyade —caterva de ex
interbrigadistas— esperábamos con cierto interés esta solemne y pluriforme
serie hispanomoscovita. Triste decepción la nuestra. Sus autores hubieran
podido ponerle al frente no ya la inscripción del infierno del Dante —Es-
sent margaritas porcis—, sino la más modesta y más afín del no menos te­
rrible infierno sartriano: “Eh bien, continuonsl".

DOCUMENTO 142

EL COMUNISMO ESPAÑOL REVELA SU OBJETIVO AUTENTICO


(169)

Lo que se ha conquistado no se puede regatear.


Las nuevas noticias ratifican el magnífico triunfo conquistado por el Blo­
que Popular en la mayoría del país. Hemos logrado las mayorías, de una
manera categórica, en treinta y dos circunscripciones. Y las minorías en
casi todas las demás. Ello supone, por tanto, una cifra superior a los doscien­
tos setenta diputados. Ello expresa con elocuencia superior a todas las pala­
bras que la absoluta mayoría del país está al lado del Bloque Popular.
Una victoria aplastante, dadas las condiciones en que las elecciones han
tenido lugar. Un triunfo magnífico que confirma todas nuestras esperanzas
en la capacidad combativa y en las calidades heroicas de nuestro pueblo
español. Un triunfo que pone alas de esperanza en el corazón de nuestros
presos y seguridades de mejoramiento en todas las conciencias de los traba­
jadores y de los hombres y mujeres del pueblo.
La victoria está ahí, en la calle, fuerte e imponente. Está en esas masas
que ayer no pudieron sustraerse al entusiasmo e hicieron acto de presencia
en la calle para rubricar la victoria y gritar alto y fuerte que están atentas
y vigilantes para que nadie les escamotee lo que han conseguido de una ma­
nera legal.
Pero el Gobierno Pórtela no se ha aprendido la lección. Con el pretexto
de que va a mantener el orden público, ha declarado los estados de excepción
y ha establecido la censura. Como si no fueran bastantes meses de censura y
de estados de excepción los que ha mantenido el bienio negro. Como si esos

408
estados no fueran el principal motivo de alteración del orden público. Por lo
visto, el Gobierno no se ha enterado de que está absolutamente desautori­
zado para adoptar determinaciones de tal gravedad.
Y pedimos que se restablezcan inmediatamente las garantías constitucio­
nales, que se deje en libertad de actuación a todos los Sindicatos, para lo
cual deben abrirse todos los Centros clausurados. Han sido puestos en liber­
tad algunos Diputados electos. Pero aún quedan otros muchos en prisión.
En este caso está nuestro camarada Juan José Manso, Diputado por Asturias;
Peña, Companys y otros muchos.
Es una demanda del país a la que nadie puede negarse, so pena de con­
tinuar gobernando contra el pueblo. De la misma manera que el Gobierno
que se forme, resultado de esta gran victoria, no vacilará en dar la libertad
inmediata a todos los presos. Es decir, en conceder la amnistía por Decreto.
En este punto la voluntad de la inmensa mayoría del país no se ha expre­
sado con tibieza, sino con rotundidez. Y es esta voluntad la que ha de mover
los pasos y las acciones de los que reciben su poder del pueblo.
Lo conquistado el día 16 es el punto de partida. Nos interesa repetir que r
el triunfo lo hemos logrado gracias a nuestra unidad. He ahí por qué es
preciso continuar unidos, reforzar la unidad en los bloques populares para
recorrer el camino que aún nos resta por andar. Hoy más que nunca, unidad
proletaria y unidad antifascista. Hoy más que nunca, Alianzas Obreras y
Campesinas y Bloques Populares. Estos sí que son nuestros poderes, para
decirlo con mayor autoridad que el representante del fascismo vaticanista.
Y ésta es la voluntad del pueblo, que no quiere que se malogre su magnífica
victoria por la imprevisión y la dispersión de las fuerzas.
Con estas premisas, con la unidad de los obreros y campesinos, con la
unidad de todos los antifascistas, hoy, de la misma manera que antes del
día 16 asegurábamos que triunfaríamos, podremos decir que se realizará el
programa del Bloque Popular hasta su último punto y que seguiremos ade­
lante en el camino de la realización del programa de la revolución democrá­
tica burguesa hasta abocarnos a una situación en que el proletariado y los
campesinos echen sobre sí la responsabilidad histórica de hacer de España J
un pueblo libre y feliz como lo es hoy el pueblo soviético, merced a la reali­
zación victoriosa del socialismo, merced a la dictadura del proletariado.

DOCUMENTO 143

AZAÑA, VOTADO POR LOS COMUNISTAS (17(D

La minoría comunista acuerda votar la candidatura del señor A zana para


la Presidencia de la República. Después de un examen de la situación política,
se acuerda invitar a una reunión a los partidos del Frente Popular.
A la hora de cerrar esta edición se ha reunido la minoría comunista en
una de las Secciones del Congreso. A las cinco concluyó la reunión. En una

409
de las Secciones, el camarada Uribe entregó a los periodistas la siguiente
nota:
“Reunida la minoría comunista, se ha examinado el acuerdo del partido
de Unión Republicana proponiendo al señor Azaña para la Presidencia de la
República. La minoría, después de amplia discusión, acordó aceptar la pro­
puesta. Por tanto, los Diputados comunistas votarán al señor Azaña para la
Presidencia de la República.
Se ha estudiado también la situación política en relación con las pro­
vocaciones derechistas, acordándose invitar a una reunión a las representa­
ciones de los partidos del Frente Popular para la adopción de las medidas
necesarias que pongan fin al actual estado de cosas.”

DOCUMENTO 144

“MUNDO OBRERO” CONTRA DON NICETO ALCALA ZAMORA (171)

Bajo el signo del rencor


El señor Alcalá Zamora ha hecho pública una nota. Es decir, ha elevado
la voz después del punterazo de la dimisión. No parece que las prolon­
gadas fechas de silencio hayan servido para algo. Se han reunido en el
domicilio del “cacique de Priego” los residuos del partido progresista. Han
examinado la actual situación política y, como consecuencia, han dado una
nota a la publicidad, redactada en el estilo barroco que durante varios años
atormentó la retina y el cerebro de la totalidad de los españoles. En reali­
dad, dicha nota carece de relieve. Se limita a repetir los consabidos tópicos
de la pacificación de los espíritus y de la convivencia nacional exactamen­
te lo mismo que si nos hallásemos a 4 de octubre de 1934. Pero, sin em­
bargo, hay un detalle que resulta material para una antología. Es la consagra­
ción de un temperamento y de una moral acerca de la que hemos hablado
en estas columnas alguna vez. Moral de rencor, complejo resentido de Te­
niente Alcalde de Priego —como dijimos— que durante cuatro años ha
tenido sometida la política española a los bandazos de su interpretación per­
sonal, además de hacer la política de la contrarrevolución. El párrafo demos­
trativo es el siguiente:
"... consideraciones elementales de inexcusable dignidad aconsejan el re­
nunciamiento a buscar, y aun a aceptar, cualquiera otra posición de gobier­
no, e imponen la ruptura de toda relación personal con los elementos que
formaron el Ministerio, la mayoría que votó y sus coadyuvantes, del 7 de
abril.”
Alcalá Zamora rompe con el pueblo laborioso y con sus representantes,
colocándose descaradamente al lado de la reacción. Pero no por una medi­
tada reflexión de tipo político, injustificable, desde luego, en un hombre que
durante varios años ha regido los destinos de una República democrática,
sino por algo más bajo de forma y de fondo: por odio a quienes lo despoja-

410
ron de su jerarquía, por rencorosa inquina al pueblo que lo bajó de su
plataforma. Es la confirmación exacta de nuestras apreciaciones y la ratifi­
cación histórica de que durante un largo período de tiempo ha estado la
República a merced de las reacciones personales y soberbias de un señor que
carece hasta del control suficiente para disimular lo que considera un agra­
vio personal.
La lección es inmejorable en estos momentos, cuando nos hallamos a
punto de elegir nuevo Presidente de la República. Tan elevada magistra­
tura no puede caer en manos de necios, de vanidosos, de almácigas de en­
vidia, de reaccionarios personalistas. Ya sabemos que el señor Azaña se halla
cien brazas por encima del “cacique de Priego”. Pero bueno es desconfiar
para prevenir.

DOCUMENTO 145

ACOSO COMUNISTA CONTRA EL GOBIERNO (172)

No es hora de vacilaciones. La actitud del enemigo exige un ataque a


fondo.
Ante los ojos de todos los ciudadanos de buena intención aparecen hoy
con gran precisión los manejos de los enemigos del régimen. Desde el día 16
de febrero, los desahuciados del Poder por enemigos del pueblo y culpables
del hambre y de la miseria de las masas, vienen trabajando con empeño
digno de mejor causa por subvertir el orden de cosas establecido con la victo­
ria legal, legítima del Frente Popular.
Han hecho todo cuanto han podido por crear una situación insosteni­
ble en el país. Han pagado bandas de pistoleros que han sembrado el paso
de los días de víctimas entre los hijos del pueblo. Actividad criminal que
aún no ha remitido, y que bien recientemente se ha expresado en Orense,
en Málaga, en Asturias. La provocación y el crimen ha sido y es su arma.
El bandidaje contrarrevolucionario ha seguido a la victoria del pueblo como
la sombra al cuerpo.
Pero todo esto no era sino el desarrollo de un vasto plan de ataque a
la República y al régimen popular, que tendría por culminación un acto de
fuerza con la colaboración de cuanto hay de podrido y de antiespañol en
el sentido popular de la palabra. Cerraron fábricas y paralizaron trabajos.
Especularon en la Bolsa. Pusieron en fuga el dinero del país. Provocaron
huelgas que podrían haberse evitado con un mínimum de transigencia o re­
suelto a los pocos días de declararse. Entorpecieron el desarrollo normal de
una política que tiende a dar satisfacción a las necesidades del pueblo. Alen­
taron la indisciplina y la insurgencia en el Ejército, en la Magistratura y en
los Cuerpos armados. Y todo ello con vistas a ir acumulando combustible
para el gran incendio, para la intentona desesperada de aniquilar a las masas
populares.

411
Que esto era verdad lo atestiguan los actos anteriores y los que en la
actualidad preocupan al Gobierno, al país y a las masas trabajadoras.
Los uniformes y las armas descubiertas por la Policía, junto al inten­
to fallido del sector más reaccionario de la Patronal de declarar el “locáut”,
dicen bien claro que se preparaba para estos días el ataque común de todas
las fuerzas enemigas del Frente Popular y de la República, contra la vic­
toria del 16 de febrero. Las fuerzas del fascismo y de la contrarrevolución,
en la senda de la violencia y de la ilegalidad, persiguen fines siniestros. Su
propósito no es otro que acabar con la situación actual para sustituirla por
un régimen de feroz dictadura fascista, que, tras de realizar una sangría en
el cuerpo sano del pueblo español, perpetúe el hambre, la explotación, la mi­
seria y la opresión de los obreros, campesinos y masas populares del país.
Hemos llegado al límite de lo tolerable. No nosotros, que siempre hemos
creído que el Gobierno había de entrar a fondo con toda la fuerza de sus
resortes y con el apoyo del pueblo en la entraña del problema, sino el Go­
bierno mismo, que ha sido demasiado tolerante con estas actitudes. Compren­
demos que tiene dificultades y no ignoramos los obstáculos de todo orden
que se oponen a su marcha normal. Pero cuando el enemigo se empeña en
ligarle pies y manos es preciso reaccionar con la violencia con que el ene­
migo ataca.
Estamos convencidos de que los propósitos de la reacción no prospe­
rarán. Confiamos en la magnífica resistencia y en la acometividad insupera­
ble de las masas populares. El Frente Popular es invencible cuando, situado
ante la realidad que sus enemigos le crean, se revuelve con violencia contra
los que tratan de aniquilarle.
Es hora ya de dejar a un lado las contemplaciones. Está decidido que
el fascismo sea destruido, pues hay que destruirle, buscándole en todas
sus madrigueras. Y destruir todos los focos de apoyo al fascio que éste tiene
en la Magistratura, en el Ejército, en los Cuerpos armados. Castigar los in­
tentos reaccionarios de la Patronal, que se mueve a inspiración de los ene­
migos de la República. Imponer la solución a los conflictos por ella provoca­
dos. Con estas medidas de urgencia renacerá la tranquilidad y estará asegura­
da la victoria lograda el 16 de febrero.
Sabe el Gobierno que para esta obra de depuración de los organismos mi­
nisteriales y Cuerpos armados, que para el aniquilamiento del fascismo, que
para reducir a todos los enemigos de la República cuenta con el apoyo firme
y seguro, de todos, absolutamente todos los partidos y organizaciones del
Frente Popular, que es, en definitiva, la inmensa mayoría del país.
Como don Alvaro de Albornoz, nosotros le decimos al Gobierno que ha
llegado, para la República, la hora de pasar al ataque.

412
DOCUMENTO 146

LA NEGACION COMUNISTA DE ESPAÑA (173)

Pero no se confunda nuestro federalismo con el de los predicadores de


esta República federal española que se intenta formar. Estamos frente a
ellos. Nosotros creemos que España, como unidad nacional, no existe más
que en forma de una organización centralista-unitaria de carácter burocrático-
administrativo-militar-eclesiástico-político. Creemos que España es una fic­
ción y que hay que combatirla. Existe Cataluña, Vasconia, Galicia, Castilla...
España, no. Hay estas nacionalidades vivas que hay que federar si quieren.
Es en nombre de estas nacionalidades que combatimos el nombre España,
que combatiremos una República federal, pues entendemos que una auto­
nomía más o menos amplia para estas nacionalidades sólo pueden admitirla
los que crean en la unidad nacional española que nosotros negamos. No es
una República federal lo que hay que estructurar, sino una Federación de
Estados que tengan soberanía propia, que traten de igual a igual, que pacten
libremente las condiciones de la Federación. Nosotros, comunistas, defende­
mos la Unión de Repúblicas Socialistas de Iberia. Esto, como aspiración final.
Que nadie vaya a creer que queremos relegar el derecho de las nacionalida­
des ibéricas a estructurarse libremente, hasta después de la Revolución Social.
Hemos dicho que no estamos por el separatismo, por la siguiente razón:
La edificación socialista es una amplia federación mundial de pueblos re­
gidos por un plan económico único, no puede admitir excepciones de nin­
guna clase. Hablando del derecho de las naciones a separarse de la federa­
ción —en la época de edificación del socialismo—, Lenin escribió en las
tesis aceptadas en 1913 por la Conferencia del partido social demócrata obre­
ro de Rusia, este punto de vista:
“El derecho de las naciones a disponer libremente de sí mismas (cosa que
significa que la Constitución salvaguarda a las naciones el derecho de decidir
con toda libertad, de una forma completamente democrática, la cuestión de
su separación de la metrópoli)...”

Grupo sexto

VINCULACION PERMANENTE CON LA U. R. S. S.

El primer documento de este grupo —documento 147— contiene el tes­


timonio de Araquistáin sobre la presencia de Codovila-'Medina en España
antes del 18 de julio. Como esta parte específica del testimonio está citada
en otro lugar de este libro (documento 122), evitamos aquí la repetición, pero
mantenemos otros aspectos de 4a deposición de Araquistáin que no estaban
citados. Quizá este testimonio, completo, aclare los últimos recelos de
Cattell para admitir la presencia de emisarios soviéticos en la España ante­
rior a la guerra. Existen, además, pruebas concluyentes de otras misiones: las
realizadas por Mikhail Koltsov e Ilya Ehrenburg (174). Las sospechas acerca

413
de otros emisarios acumuladas en otros documentos de este libro no pueden
ignorarse, aunque no posean la evidencia de las anteriores. Por lo demás, el
nutrido plantel comunista en la Espartaquiada barcelonesa, perfectamente
demostrado históricamente, envolvió sin duda un buen equipo de emisarios
soviéticos, como puede deducirse de la pronta incorporación a los frentes
rojos de bastantes “atletas”.
Jorge Dimitrov, el héroe comunista de Leipzig, fue, evidentemente, la
estrella del VII Congreso de la Comintern. Su influenica sobre España em­
pezó a dejarse sentir inmediatamente. Esa influencia llegaría lejos: bajo Jos
olivos quemados del Jarama quedó destrozado un batallón internacional, a
cuyo soldados llamaba “dimitrovs” el jefe británico que estaba a su iz­
quierda (175).
\ El documento 148 contiene la carta que un nutrido grupo de refugiados
españoles en Rusia, a punto de repatriarse tras la amnistía del Frente Po­
pular, dirige a Dimitrov. Entre los firmantes está Enrique de Francisco,
que va a desempeñar un importante papel en nuestro siguiente capítulo.
Pero la correspondencia entre Dimitrov y los extremistas españoles se ini­
ció bastante antes. El documento 149 recoge una respuesta de Dimitrov de
noviembre de 1935, y el 150, otra “respuesta cariñosa a Dimitrov” desde
España, con invocaciones a los dos Lenines, el ruso y el español. Termi­
namos esta serie con un larguísimo y ditirámbico telegrama del Comité
Juvenil Marxista de Enlace (documento 151).

DOCUMENTO 147

LAS REVELACIONES DE LUIS ARAQUISTAIN (176)

Cita los artículos de Araquistáin después de la guerra civil en el Diario


de la Marina, de La Habana.
Araquistáin demuestra en estos artículos que la actividad comunista pre­
cedió al Movimiento Nacional y continuó sin remitir durante el conflicto. Las
palabras de Araquistáin son éstas: “La obra de unificación, es decir, de
absorción del proletariado español por el comunismo empezó por la juven­
tud. La juventud socialista y comunista tenía que ser unificada, o, como dijo
un humorista, urssificada.
Lo mismo que el comunismo es la principal razón para el desastre
que ha sobrevenido a la España republicana, la responsabilidad de Alvarez
del Vayo como instrumento del partido comunista es de las más graves.”

DOCUMENTO 148

LOS AMNISTIADOS ESPAÑOLES SE DESPIDEN DE DIMITROV (177)

Mensaje a Dimitrov de los refugiados españoles en la U. R. S. S.


Los revolucionarios españoles de 1934 refugiados en Rusia enviaron el
siguiente mensaje a Jorge Dimitrov, Secretario General de la III Internacio­
nal, en vísperas de repatriarse a España:

414
“Querido camarada Dimitrov:
Nuestro periodo de refugiados revolucionarios españoles en la U. R. S. S.
—período lleno de enseñanzas, en que la hospitalidad fraternal del prole­
tariado soviético nos libró de las amarguras de la emigración—toca a su
fin. Ya muy pronto volveremos a ocupar nuestros puestos de lucha en la gran
causa de la revolución popular de España. Y si esta etapa de alejamiento
nuestro de la lucha revolucionaria activa ha sido tan breve, ello no se debe
solamente al magnífico espíritu combativo de los obreros y los campesinos
de España, al heroísmo revolucionario del pueblo español; se debe también,
en una parte no pequeña, al formidable impulso que ha dado a nuestra
lucha victoriosa la política de unidad de la clase obrera contra el fascismo
y la reacción y la política del Frente Popular antifascista. Sin esta política,
cuyo camino ha trazado tenaz y abnegadamente la Internacional Comunista
bajo tu firme dirección, no habría sido posible la gran victoria del Bloque
Popular en España, que pone en nuestras manos los medios para dar la ba­
talla al fascismo y a la reacción en nuestro país y nos permite hoy retornar
a él como luchadores dispuestos a consolidar la victoria y llevarla hasta el
triunfo final.
Entre los combatientes de las jornadas gloriosas de octubre del 34 aleja­
dos de España por la bestial represión y acogidos al asilo fraternal del hogar
de todos los trabajadores del mundo, de la U. R. S. S., están representadas
todas las tendencias del movimiento obrero español. Pero por encima de to­
das estas tendencias hay algo que a todos nosotros, socialistas, comunistas, anar­
cosindicalistas y sin partido, lo mismo que a nuestros hermanos de clase y a las
grandes masas populares de España, nos suelda en una unidad combativa ya
indestructible: el odio contra el fascismo bajo todas sus formas y la voluntad
inquebrantable de luchar contra él hasta aplastarlo, preparando con ello las
condiciones para derrocar el régimen capitalista que lo engendra y lo man­
tiene y para conquistar revolucionariamente el Poder de los obreros y los cam­
pesinos.
Esta verdad nuestra de voluntad y de lucha antifascista tiene en ti, ca­
marada Dimitrov, en el jefe, en el guía de los antifascistas de todo el mundo,
su más auténtica representación. Fuiste tú quien nos enseñó que es posible
luchar victoriosamente contra el fascismo, y que el único camino para derro­
tar y aplastar al peor enemigo de todos los trabajadores y de la civilización
es la unidad de la clase obrera y la movilización y cohesión organizada en
tomo a ella de las grandes masas del pueblo. Por eso no queremos volver
a la lucha sin dirigirte, y en tu persona a la Internacional Comunista, esta
carta de salutación, que suscriben todos los refugiados españoles de octubre
en la U. R. S. S. con caluroso entusiasmo y absoluta unanimidad.
Saludamos en ti a la personificación más alta de todos los combatientes
antifascistas del mundo. Al hombre que en la batalla de Leipzig, inerme fren­
te a las hachas de verdugos disfrazados de jueces, infligió una derrota histó­
rica al fascismo mundial. Al hombre cuya bravura revolucionaria, cuya inte­
ligencia bolchevique, cuya certera línea revolucionaria leninista-stalinista, mar­
ca el rumbo con mano sabia y firme a la causa de la lucha antifascista

415
mundial. Al hombre cuya autoridad, acatada con entusiasmo y con amor por
los amigos, los trabajadores de todo el mundo, y temida por los enemigos,
por el fascismo y la reacción mundiales, nadie se atreve hoy a discutir abier­
tamente. Al hombre que se ha ganado esa autoridad por sus dotes, por sus
luchas, pero sobre todo porque encarna y sirve abnegadamente el anhelo
de unión y de luchas antifascistas de cientos de millones de hombres, de todos
los hombres honrados y progresivos del mundo con el proletariado a la ca­
beza, de cuantos pugnan de un modo u otro contra esa regresión de la hu­
manidad a la peor de las barbaries que es el fascismo.
Hemos tenido la suerte de asistir, en la sede del proletariado internacio­
nal, a las jomadas históricas del Vil Congreso Internacional Comunista, de
las que salieron forjadas definitivamente las armas invencibles del Frente
Unico Obrero y del Frente Popular Antifascista. Esas armas, cuyos primeros
triunfos son ya una realidad en nuestro país, se forjaron en el fuego de la
lucha misma y se templaron en la unidad combativa de los millones de lucha­
dores. Pero tú, camarada Dimitrov, y la Internacional Comunista, fuisteis
los forjadores. Tu informe-llamamiento ante el Vil Congreso es la bandera
bajo la cual se agrupan y marchan los antifascistas del mundo entero. Y des­
de el Vil Congreso Mundial de la I. C. no habéis hecho más que servir esa
decisión inquebrantable de unidad, sin reparar en sacrificios, día tras día, en
la lucha contra el fascismo, en la lucha contra los incendiarios de la guerra
y contra los crímenes del fascismo. Llamamientos no siempre atendidos, des­
graciadamente, por los dirigentes, aunque encontrasen siempre el eco en­
tusiasta de las masas.
En España el programa de unidad trazado por ti en el Vil Congreso
es ya en gran parte una magnífica realidad, garantía de nuevos triunfos. El
partido comunista de España ha servido lealmente al anhelo de unión de los
trabajadores españoles, y las extensas masas de obreros socialistas han en­
contrado en el gran revolucionario Largo Caballero un propulsor decidido de
la unidad y un dique contra los saboteadores del Frente Único en el campo re­
formista y centrista del socialismo español. Un sector importantísimo de las
masas anarcosindicalistas marcha también con todo entusiasmo por la senda
de la unidad, y lo mismo en los combates gloriosos de Asturias, en la gran
batalla electoral del 16 de febrero contra el fascismo y la reacción, ha pa­
tentizado su voluntad inquebrantable de unión, por encima de todos los sec­
tarismos de una gran parte de sus dirigentes. Los socialistas y los comunistas
de España tenemos ahora ante nosotros, para seguir cumpliendo consecuen­
temente su trayectoria de unidad, camarada Dimitrov, el problema de la for­
mación del gran partido único del proletariado, que, fiel a las cinco con-
diciones de eficacia revolucionaria señaladas por ti, pueda ser la vanguardia
coherente y compacta del gran movimiento de unidad, el baluarte inexpug­
nable de la revolución popular y la fuerza de choque para conquistar muy
pronto el Poder de los obreros y los campesinos. El proletariado español
cumplirá también con honor esta tarea para ser digno de sus grandes maes­
tros internacionales Marx, Engels, Lenin y Stalin, y del abanderado mundial
de la unidad, camarada Jorge Dimitrov.

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Mientras el comunismo español gritaba vivas a la República demo­
crática, este telegrama de Moscú, en plena guerra española, se ufanaba
de la conquista violenta del Poder en otra revolución, que insistente­
mente era proclamada aquellos mismos días como modelo de la que se
estaba haciendo en España. A veces «el gran engaño» tenía sus terribles
fallos, como el que revela nuestro documento.
Convencidos y penetrados de la justeza de la línea trazada por el Vil Con­
greso de la Internacional Comunista y personificada con ti, te prometemos,
camarada Dimitrov, que a nuestro regreso a España los refugiados españoles
de octubre en la U. R. S. S., todos, cada cual desde su campo y desde su
puesto, estaremos en la vanguardia de la lucha por la consecución completa
y la aplicación consecuente de la unidad del proletariado y por la organiza­
ción del triunfo del Frente Popular antifascista. Y queremos reiterar tam­
bién ante ti el compromiso solemne que hemos contraído de poner todos
nuestros esfuerzos combativos al servicio del movimiento de masas por la
liberación de los antifascistas presos y torturados de todo el mundo. Y muy
especialmente por la liberación del camarada Thaelmann y de todos los an­
tifascistas alemanes víctimas del bestial terror hitleriano, y por la libertad del
camarada Prestes, campeón del movimiento libertador del pueblo brasileño
y de todas las víctimas del terror fascista en el Brasil.
¡Salud, camarada Dimitrov, timonel de la Internacional Comunista, dis­
cípulo glorioso del gran Stalin y paladín del movimiento antifascista mundial
y de la unidad mundial del proletariado!
¡Viva la Internacional Comunista! ¡Vivan el Frente Unico Obrero y el
Frente Popular antifascista de España! ¡Viva la revolución española!
Moscú, 10 de abril de 1936.
José Laín (socialista), Carlos Vega Martínez (comunista), Horacio Ar­
guelles (C. N. T., anarcosindicalista), Enrique de Francisco (socialista), Gon­
zalo López (comunista), Juan Ambou Bernat (comunista), Emilio Bayón Ro­
dríguez (socialista), Angel Alvarez (comunista), Aquilino Fernández (comu­
nista), José Lafuente (comunista), Ruperto García Prado (socialista), Pedro
Gallástegui (socialista), Wenceslao Roces (comunista), Teodoro Lluch (co­
munista), Julio Suárez (comunista), Julián Ruiz Gabina (comunista), José
García (comunista), Ernesto Navarro (socialista), Teodoro Ibáñez (comunista),
Victoriano Marcos (socialista), Ceferino Alvarez Rey (comunista), Virgilio
Llano (socialista), Víctor Valseca (socialista), Columbiano Machado (comu­
nista), Claudio Escofet (comunista), Manuel Zapico Martínez (comunista),
Angel Vázquez (comunista), José Iglesias (comunista), Sócrates Gutiérrez
(C. N. T., anarcosindicalista), Oscar Barrado (sin partido), Lucio Losa Gon­
zález (socialista), Luis Camblor Suárez (socialista), Nicasio González (so­
cialista), Celestino González Zapico (comunista), José Aranguren (comunista),
Severino Asarta (comunista), Luis Aranceta (comunista), Julio Fano (comu­
nista), Mariano Fernández (comunista), Jesús Posada Iglesias (comunista),
Juan Fernández Alvarez (comunista), Antonio Vázquez Rodríguez (comunis­
ta), Luciano Segurajáuregui (comunista), Javier Salinas (comunista), José Ar­
guelles Valdés (socialista), Oliva González (sin partido), José Flores García
(comunista), Fami Cueto (comunista), José Suárez Cabral (comunista), Faus­
tino Miranda Fombella (comunista), Laureano Argüello (comunista), José Viz­
caya (comunista), Rafael Fernández (comunista), Félix Casero (socialista),
Bienvenido García (socialista), Ageo Odón Vidal (socialista), Tomás Vivanco
(socialista), Angel Cabrero (comunista), Manuel Fernández Valdés (comu-

417
27
nista), Valentín Cirión (comunista), Andrés Gabina (comunista), Urbano Ri­
mada (comunista), Daniel García (comunista), Julio Gangoitia (comunista),
Mercedes Fidalgo (comunista), Secundino Pozo (socialista), Victoriano Cua­
drado (socialista), Herminio Prieto (socialista), Alfredo Fernández Huerta
(socialista), Ramón Ventura de Vega (socialista), Severino Riera (comunista),
Femando González Fernández (comunista), Miguel Fernández Rodríguez (co­
munista), José Cosío (comunista), Juan Corte (comunista), Mariano Luis Mar­
tín (comunista), Emilio Morán (comunista), José Abella (comunista), Celes­
tino Ruiz (comunista), Luis Bermejo (socialista), Daniel Secades Fernández
(socialista), Antonio Iturrioz (socialista), Rodolfo González (socialista), Se­
verino Alvarez (comunista), Miguel Suárez (comunista), Manuel Fernández
(comunista), Herminio García (comunista), Antonio García (comunista), An­
gel Lebrato (comunista), Francisco Corta (comunista), Angel Delgado (comu­
nista), Oliva López (comunista), Julio Castalio (comunista), José Menéndez
Díaz (C. N. T., anarcosindicalista), Benito Mercapide (socialista), José Gon­
zález (socialista), Jaime García (comunista), José Gómez Rodríguez (comunis­
ta), Adolfo Pacheco (comunista), Teodoro Llano Eguía (sin partido), José
González (comunista), Pilar Lada (comunista), Vital Toraño (comunista), José
Suárez (comunista), Roberto Blanco (C. N. T., anarcosindicalista), Fernando
Fernández (comunista), Pedro Fernández Leiguarda (comunista), José Anto­
nio Berros (comunista), José Urcelay Zarras (comunista), José García Aguiar
(comunista), Víctor Blanco (comunista), Angel Núñez (comunista), Joaquín
Campo (comunista), Celestino Domínguez (comunista), Simón García (co­
munista), Emilio Menéndez (comunista), José García (comunista), Joaquín
García Escobar (socialista), Miguel Segurajáuregui (socialista), Félix Victoria
(socialista), Félix Fernández (comunista), Manuel Alvarez (comunista), Aga-
pito Echevarría (comunista), Antonio Díaz Guirado (comunista), José Fer­
nández Marcos (comunista), Martín Enciso (comunista), Eugenio Cavia (co­
munista).”
(En un próximo número publicaremos el mensaje que en idéntica ocasión
fue dirigido a Stalin por nuestros amigos.)

DOCUMENTO 149

DIMITROV ESCRIBE A ESPAÑA (178)

El camarada Dimitrov escribe a los trabajadores españoles.


Al gran trabajo y la enorme responsabilidad del movimiento comunista
mundial añade una cordial correspondencia con obreros de todos los países.
Los obreros socialistas y comunistas contestarán a Dimitrov.
Respuesta a los socialistas españoles.
Al camarada Justo Amutio, Redactor del periódico Adelante-Verdad, de
Valencia.

418
Muchas gracias por su afectuosa carta. El hecho de que la Juventud So­
cialista y todo el batallador proletariado de España siguiesen con extraor­
dinario interés, como usted comunica en su carta, los trabajos del VII Con­
greso de la Internacional Comunista, leyesen con enorme satisfacción el in­
forme consagrado a la unidad de la clase obrera contra la burguesía y el fas­
cismo, es un nuevo testimonio de que este histórico Congreso expresó real­
mente, con sus declaraciones, los intereses generales, los deseos y las espe­
ranzas generales de la clase obrera de todos los países.
Me produce una satisfacción extraordinaria saber que ustedes, proleta­
rios españoles de vanguardia, socialistas y comunistas, toman seriamente so­
bre sí la realización de la gran tarea de unificar a la clase obrera y a todos
los trabajadores en la lucha contra el fascismo, contra la guerra y la ofensi­
va del capital.
Estoy convencido de que los trabajadores de España sabrán cerrar el
paso al fascismo con la realización de un solo frente único proletario y po-
pular de lucha.
La unificación de las Juventudes Socialistas y Comunistas, la realización
de la unidad de acción de los partidos socialista y comunista, la liquidación
de la escisión en el movimiento sindical y la extensión y el fortalecimiento
de las Alianzas Obreras y Campesinas en todo el país. He aquí el camino
del triunfo sobre el fascismo, sobre las fuerzas de la reacción y de la con­
trarrevolución en España. Sólo la lucha unida de comunistas, socialistas y
obreros anarcosindicalistas, marchando fundidos en las primeras filas de to­
dos los trabajadores de la ciudad y del campo, asegurará el triunfo de la clase
obrera sobre el enemigo general de clase.
Los éxitos del movimiento de unidad en España significan un gran paso
hacia adelante en el camino del establecimiento de la unidad internacional
del proletariado.
Deseo a ustedes, queridos camaradas socialistas, comunistas y también
a los obreros anarcosindicalistas que venzan intrépidamente, fuertemente uni­
dos, mano a mano, todos los obstáculos que en el camino hacia el logro de
la unidad interponen los escisionistas de la clase obrera, agentes conscientes
de la burguesía o adversarios, por error, del Frente Unico.
Deseo a ustedes que consigan esta unidad combativa para que el pueblo
español no tenga que pasar por los horrores que sufre hoy el pueblo alemán
bajo la opresión del bárbaro régimen fascista y para asegurar, en último re­
sultado, el triunfo del socialismo en España.
Con un fraternal saludo bolchevique.
Jorge Dimitrov

419
DOCUMENTO 150

UN PERIODISTA ESPAÑOL CONTESTA A DIMITROV (179)

Respuesta cariñosa a Dimitrov.


El camarada Justo M. Amutio dice: “Vuestra carta jija la línea de con­
ducta del proletariado español.11
El compañero Amutio nos envía una extensa carta como respuesta a la
que publicamos en nuestras columnas del timonel de la Internacional Comu­
nista, camarada Jorge Dimitrov. Como se sabe, aquella carta abierta estaba
dirigida al compañero socialista de quien es el extracto de la carta que publi-
camos hoy.
Todos los esfuerzos de los comunistas y, lógicamente, del Secretario de
nuestra gloriosa Internacional Comunista tienden en nuestro país y en todo
el mundo a acelerar la realización de la unidad de acción de socialistas y co­
munistas, como primer gran paso hacia la creación de un solo partido de
clase del proletariado. Estamos obligados a dar las gracias a cuantos nos
ayudan en esta obra de importancia capitalísima. Y mucho se colabora en
ella, como hace el camarada Amutio, contestando cordialísimamente a nues­
tro titán revolucionario, el gran Dimitrov, según puede apreciarse en el ex­
tracto de la carta que nos ha enviado y que a continuación publicamos:

“Valencia, 5 de enero de 1936.


Al camarada Jorge Dimitrov.—Moscú.
Querido camarada: Todavía siento la emoción que experimenté al leer
vuestra carta. Conocía ya, como todos los trabajadores españoles, vuestra
firmeza y entusiasmo en la lucha contra el fascismo, al cual supisteis vencer
en aquella batalla contra el nazismo sanguinario y feroz.
Por si no estaba bien claramente marcada la orientación necesaria, la
verdadera táctica para vencer a la contrarrevolución, en vuestro informe del
Vil Congreso de la Internacional Comunista, en vuestra carta queda más
exactamente fijada la línea de conducta que debe seguir el proletariado es­
pañol para conseguir la victoria.
Decís en ella: “La unificación de las Juventudes Socialistas y Comunis­
tas; realización de la unidad de acción de los partidos socialista y comunista;
liquidación de la escisión en el movimiento sindical; multiplicación y conso­
lidación de las Alianzas Obreras y Campesinas. Ese es el camino de la vic­
toria contra el fascismo, contra las fuerzas de la reacción y de la contrarre­
volución en España.”
Pues bien: la mayor parte de esas premisas indispensables para con­
seguir el triunfo son ya magníficas realidades. Unidas luchan las Juventudes
Comunistas y Socialistas.
Se ha realizado ya la fusión de las dos centrales marxistas, primero y
más firme paso en el terreno de la unidad sindical. Comunistas y socialistas

420
continuarán luchando, perfectamente compenetrados y unidos en los Sindi­
catos de nuestra gloriosa Unión General de Trabajadores.
Esta fusión ha servido de acicate a los camaradas anarcosindicalistas, cu­
yas filas escisionadas pasan por momentos difíciles. Han reconocido la ne­
cesidad de la unidad de acción como prólogo de una absoluta unión.
No más tarde que esta mañana, militante tan destacado como el cama-
rada Arín lo decía en un mitin de los Sindicatos de Oposición de la Confe­
deración Nacional del Trabajo de Valencia: “Los camaradas socialistas y
comunistas nos marcan el camino...” “Es necesario llegar a una inteligencia
entre las fuerzas del sector marxista.” “Debemos impedir por todos los me­
dios que triunfen las derechas reaccionarias, y ante la próxima lucha elec­
toral no debemos vacilar...”
Yo tengo la inmensa satisfación de poderos contestar a vuestra carta con
tan gratas noticias.
También el campesinado español siente el anhelo de la unidad con sus her­
manos de la ciudad.
Todos, obreros y campesinos de España, hemos reconocido la justeza de
vuestras orientaciones, y las seguimos con todo entusiasmo bajo la firme di­
rección de nuestro querido camarada Largo Caballero.
En él vemos todos los trabajadores españoles nuestro verdadero y más
fiel guía, intérprete de nuestros deseos y aspiraciones.
Entusiasta convencido de la necesidad de unirse el proletariado, a él se
le deben principalmente los éxitos conseguidos hasta ahora. Tenemos la se­
guridad de que, bajo su firme y sabia dirección, daremos cima a todas nues­
tras aspiraciones y que pronto podremos daros más noticias, que aumenta­
rán vuestra alegría. Lo mismo que el camarada Stalin, tan querido por todo
el proletariado mundial por sus grandes éxitos en la continuación de la obra
del maestro Lenin, nuestro camarada Largo Caballero sabrá conducimos a
la victoria.
Os excitamos los trabajadores españoles a proseguir en vuestra obra.
Sabéis, camarada Dimitrov, que contáis con nuestra admiración y cariño,
y vuestros sabios consejos serán recogidos por las masas laboriosas de este país.
Fraternales saludos socialistas.—Justo M. Amutio.

DOCUMENTO 151

UN TELEGRAMA PARA MOSCU (180)

Telegrama al Congreso de la Juventud leninista. Moscú.


Comité Nacional Enlace Juventudes Socialistas Comunistas, saludamos fer­
vorosamente magnífico Congreso Juventudes Comunistas Soviéticas, represen­
tación genial de primera generación socialista de la Humanidad.
Nosotros, jóvenes socialistas y comunistas españoles, unidos férreamente
por lazos irrompibles, hemos luchado con decisión y coraje en heroica insu-

421
rrccción octubre; luchamos con igual fe en época del terror bajo látigo fascis­
mo vaticanista, y hoy, dieciséis meses después insurrección asturiana, acaba­
mos librar victoriosamente solemne combate antifascista elecciones 16 febre­
ro. Triunfo grandioso Bloque Popular es consecuencia lucha abnegada pueblo
trabajador con la participación de jóvenes socialistas comunistas unidos. Triun­
fo afirma virilmente que ¡el fascismo en España no pasará!
Bajo signo simbólico nuestra unidad juvenil armados y orgullosos expe­
riencia feliz Unión Soviética y Juventud Leninista, forjamos en la lucha bien­
estar juventud trabajadora, educamos juventud combatiente en grande y bella
doctrina marxismoleninismo.
Nosotros esperamos que vuestro magno Congreso constituirá una ayuda
valiosísima para forjar rápidamente unidad internacional sobre las bases de
vuestra gran revolución, de la Juventud Socialista y Comunista.
Prometemos fidelidad inconmovible internacionalismo proletario y defen­
sa ardiente frente a todos los peligros, del gran país de la Humanidad libre,
la Unión Soviética.
¡Viva Congreso Juventud Comunista-Leninista Unión Soviética!
¡Viva la primera generación socialista, hija de la primera gran revolución
proletaria liberadora!
¡Viva partido bolchevique, forjador gran victoria revolución!
¡Viva Internacional Comunista!
¡Viva unidad Juventud Socialista y Comunista española y unidad de toda
juventud trabajadora! — Comité Nacional Enlace de Unión de Juventudes Co­
munistas y Federación de Juventudes Socialistas.
Todas las organizaciones juveniles socialistas, comunistas, republicanas y
antifascistas que sienten simpatía por las luchas de la Unión Soviética y la
vida de su juventud, pueden enviar directamente por correo sus saludos al
Congreso de la Juventud Comunista-Leninista de la U. R. S. S. a la dirección
del camarada corresponsal de Mundo Obrero en Moscú, el cual se encargará
de hacerlos llegar rápidamente al Congreso. La dirección es: Irene de Falcón,
Vliksa Gozkowa, Hotel Sojusnaza, Komn, 72, Moscú.

Séptimo grupo

LA VERTIENTE DEMOCRATICA DEL GRAN ENGAÑO

Comienza la documentación de este grupo (documento 152) con un es­


tupendo planteamiento de Vicente Marrero. Mientras la estrategia general
del comunismo permanecía inalterada, tomó cuenpo cada vez más la nueva
táctica de compromiso que en el caso concreto de España se centraba en la
colaboración con el Gobierno del Frente Popular. Ya hemos visto que esta
táctica, esbozada antes del VII Congreso, en él se encarnó y desde él se
irradió, no sin dificultades, a los partidos nacionales.
El documento 153, muy importante, señala la formulación nítida del pos­
tulado comunista pro-democrático, realizado por Hernández en plena gue­
rra civil. Corroboran este postulado una resolución del Presidium del Comité

422
Ejecutivo de la Comintem dictada con posterioridad a la cita de Hernán­
dez (181) y, sobre todo, unas tranquilizantes consignas que hemos encon­
trado muy difundidas en los diversos depósitos originarios del Archivo de
Salamanca (182).
Dolores Ibarruri sale al paso de cualquier extrañeza con su explicación
de la República de nuevo tipo, equívoca (entonces) expresión que debió ser
consigna por lo mucho que se repite en documentos comunistas durante
todo 1936 (documento 154). Por ejemplo, en el documento siguiente, que
recoge palabras de José Díaz. A veces la cobertura propagandística se res­
quebraja y se ven con toda claridad los verdaderos objetivos. Como en el
texto reproducido en nuestro documento 156.
Todos los documentos citados en este grupo son formulaciones posterio­
res al 18 de julio, con una excepción: el que corresponde a la nota 182, pu­
blicado en abril, y que puede evidenciar una de dos cosas: o una tremenda
contradicción en las directrices comunistas, confundidas por su propia pro­
paganda, o una discrepancia ficticia de métodos entre el P. C. E. y la voz de
su amo. Quizá las dos posibilidades puedan complementarse.

DOCUMENTO 152

VICENTE MARRERO PLANTEA EL GRAN ENGAÑO (183)

Arroja bastante luz sobre el particular el documento de más interés que


poseemos sobre la intervención de la diplomacia soviética en la estructura
del Estado español republicano en aquellos momentos de nuestra guerra. Se
trata de la célebre carta de Stalin al Primer Ministro Largo Caballero, fe­
chada el 21 de diciembre de 1936
En la misma, aparte de hacer referencia al envío de técnicos y estrategas
—como lo solicitase el Gobierno español—, se hacen reflexiones como la
siguiente: “La revolución española tiene sus propios caminos bien distintos
del atravesado por Rusia. Esto es determinado por la diferencia de condicio­
nes sociales, históricas y geográficas, y por necesidades de la situación inter­
nacional diferentes de aquellas en las cuales se habían hecho la revolución
rusa. Es muy posible que el camino parlamentario se mostrara en España
como un medio de desenvolvimiento revolucionario más eficaz que en Rusia.
“Os sometemos aquí —sigue el documento— cuatro consejos de amigos:
I) Es necesario tener en cuenta los campesinos. II) Es necesario atraer del
lado del Gobierno la pequeña y mediana burguesía de las ciudades o, en todo
caso, darles la posibilidad de tomar una posición neutral, favorable al Go-

1 Este documento fue publicado por Luis Araquistáin en El comunismo en España


de donde lo tomó Salvador de Madariaga (vid. España, páginas 796-798), dándole una
mayor difusión. Su autenticidad le fue asegurada a Carlos M. Rama por los testigos
oculares de su recepción, señores Araquistáin y Llopis. Por lo demás, según ha cons­
tatado Rama, coincide casi textualmente con el manifiesto del partido comunista es­
pañol de diciembre de 1936, cit., en las páginas 15 y siguientes del volumen, El partido
comunista por la libertad y la independencia de España.

423
biemo, protegiéndoles contra las tentativas de confiscaciones y asegurándoles
en la medida de lo posible la libertad de comercio, pues si no esos grupos
seguirán al fascismo. III) No es necesario rechazar a los jefes del partido re­
publicano, sino al contrario, atraerlos y aproximarlos al Gobierno, y hacer
que se unan a la tarea común del Gobierno. Sobre todo es necesario asegu­
rarlos, para ayudarles a vencer sus vacilaciones. Esto es necesario para im­
pedir a los enemigos de España considerarla una República comunista, y para
alertar sobre su abierta intervención, que constituye el peligro más grande
para la España republicana. IV) Se podría encontrar la ocasión de declarar
en la Prensa que el Gobierno de España no dejará a nadie atentar contra la
propiedad y los intereses legítimos de los extranjeros en España, ciudadanos
de países que no sostienen a los rebeldes.”
Así cuando la Prensa internacional hablaba de una revolución bolchevi­
que en España instigada por los rusos, el partido comunista, con Togliatti a
la cabeza, mediador entre Rusia y España, hablaba del orden republicano.
Algunos periódicos comunistas que no estaban enterados de la consigna des­
barraron al principio, pero rectificaron a tiempo. Y es preciso reconocer que
esa táctica desvirtuando los hechos ha dejado, de una manera eficiente, sus
huellas hasta en nuestro presente, lo que en cierto modo significa un triun­
fo de la propaganda comunista, y, como ha mostrado Bolloten, “una política
de duplicidad y disimulo, de la que no existía paralelo en la historia”.
Por un lado, es evidente la táctica eventual dictada por las necesidades
de la política exterior soviética. Lo reconoce el mismo Azaña: “Desde antes,
los comunistas vienen diciendo que en España debe subsistir la República
democrática parlamentaria. Creo en su sinceridad, porque tal es la consigna
de Stalin.” Como se vería a lo largo de los acontecimientos que se suce­
derían en la zona roja, el partido comunista es el único que tiene una mís­
tica del Estado. El marxismo espontáneamente es una teoría del Estado, y
sabe lo que se trae entre manos. Por el otro lado, como también reconoce
Azaña, “incluso los obreros más moderados son revolucionarios”. En la
zona roja se produce desde los primeros momentos una revolución social y
económica, bullendo el anarquismo español reconocido como una de las fuer­
zas más originales del mundo.

DOCUMENTO 153

FORMULACION DEL GRAN POSTULADO DE LA NUEVA PROPA­


GANDA COMUNISTA (184)
El P. C. E. negó repetidamente que favoreciese una política revolucio­
naria. “Es absolutamente falso —escribe Hernández— que el actual movi­
miento obrero tenga por objeto el establecimiento de una Dictadura del pro­
letariado... Nosotros, comunistas, somos los primeros en repudiar esa pro­
posición. Nos movemos exclusivamente por el deseo de defender la Repú­
blica democrática establecida en abril 1931 y revivida en febrero 1936.”

424
DOCUMENTO 154

UNA PUNTUALIZACION DE DOLORES IBARRURI (185)

ludiamos por una República parlamentaria y democrática de nuevo tipo.


Pero como comunistas no abandonamos el deseo de completar a su de­
bido tiempo la victoria del socialismo, y no sólo en España, sino en el mun­
do entero...”

DOCUMENTO 155

LA REPUBLICA DEMOCRATICA DE JOSE DIAZ (186)

Nuestro régimen es un régimen democrático y popular.


Veamos ahora nuestro propio régimen. Por primera vez en la historia, el
pueblo de España ha organizado, en la zona leal, un régimen democrático
más sólido y más efectivo. Nuestro régimen político, social y económico tiene
las características de una verdadera democracia. ¿Sobre qué bases se sienta
esta democracia? En nuestra España se han destruido ya los viejos privile­
gios de castas, las antiguas camarillas políticas, el aparato feudal de las masas,
el dominio de la Iglesia en la vida política, el poder de los caciques y la ti­
ranía sangrienta de la Guardia Civil. Luchamos por destruir todas las raíces
del fascismo en el orden político y económico.
Hoy no existen grandes señores con derechos heredados a la explotación
de los trabajadores y al dominio de España. Las fábricas, las tierras, los Ban­
cos están en manos de los obreros y campesinos, en manos del Gobierno del
Frente Popular. El aparato de represión que les sostenía ha quedado des­
hecho. Las fuerzas armadas no están ya al servicio de una casta privilegiada,
sino al servicio del pueblo. Tampoco existe el dominio de la Iglesia en la
vida política; la Iglesia ha perdido todos sus bienes, toda su influencia en el
Estado y toda su participación en las funciones sociales y educativas. Una
nueva cultura, un horizonte lleno de perspectivas ha abierto la República a
todo nuestro pueblo, ansioso de saber. Ya no hay caciques, esos hombres
que eran los amos de todo, particularmente de la libertad de los trabajadores.
Se basa también nuestra democracia en la participación activa de las
masas en la vida política del país. ¿Qué discuten hoy los obreros en los Sin­
dicatos, en las Asambleas, en los Comités? Discuten los problemas políticos,
los problemas de la guerra y de la revolución, señalan la manera de resolver­
los, adoptan decisiones que transmiten al Gobierno y a todos los represen­
tantes del Estado. Esto también se hace en muchos países capitalistas; pero
en éstos las decisiones que adoptan los trabajadores se quedan en el papel.
En nuestra República democrática y parlamentaria de nuevo tipo, muchas
de ellas tienen, en cambio, su aplicación en la realidad. Todos tendréis pre­

425
sente en la memoria la reciente Conferencia de Mujeres Antifascistas. Dele­
gadas de millares y millares de mujeres, que apenas hace dos años vivían
apartadas de las preocupaciones políticas del país, han discutido los proble­
mas fundamentales del momento y han trazado directrices para resolverlos,
colaborando así, con entusiasmo y eficacia, con el Gobierno en la obra de
ganar la guerra y de consolidar nuestro régimen de libertad y de bienestar.
¿Cuándo se ha permitido en nuestro país una Conferencia semejante? Esta
intervención de las mujeres en la vida política es un dato característico del
despertar político de las masas. (Grandes aplausos.')
Contamos con un gran desarrollo de las organizaciones de masas. ¿Por
qué han crecido todas estas organizaciones en proporciones tan enormes?
Naturalmente, no es por casualidad. Es porque las masas obreras y antifas­
cistas sienten hoy la necesidad de participar en la vida política del país. Van
a las Organizaciones con deseos de capacitarse para la dirección de la vida
económica del país y para ayudar al Gobierno.
¿Qué ha pasado en este tiempo con los viejos partidos de la burguesía?
¿Qué queda de aquellos partidos conservadores o pretendidamente liberales,
que representaban los intereses de los grandes capitalistas, de los terratenien­
tes y de la Iglesia? No queda nada; todos ellos han muerto bajo la avalan­
cha del despertar político de las masas populares.

DOCUMENTO 156

DETRAS DE LA REPUBLICA DEMOCRATICA (187)

Todos recordáis que desde los primeros días de esta guerra cruenta,
nuestro partido lanzó la consigna de creación de un Ejército regular. Todos
recordáis que estaba el enemigo más allá de Talavera y ya nuestro partido
planteaba la necesidad de fortificar Madrid, lo mismo que hoy, cuando el
enemigo está a 150 kilómetros de Valencia, nuestro partido moviliza a las
masas para que se haga inexpugnable esta ciudad. Todos recordáis que, des*
de los primeros momentos de la guerra, los comunistas fuimos los más de­
cididos y entusiastas propugnadores de una poderosa industria de guerra que
nos permitiese abastecemos de pertrechos bélicos por nuestro propio esfuerzo.
No hubo, en general —hay que decirlo—, la suficiente diligencia por
parte de aquellos que tenían el deber de hacerse eco de estas consignas para
convertirlas inmediatamente en realidades... Y más tarde había que apelar
a ellas precipitadamente, atropelladamente, en momentos en que nuestras mi­
licias sufrían golpe tras golpe, porque se estaban batiendo contra un Ejército
regular; como se recurrió a las fortificaciones cuando ya el enemigo estaba
a las puertas de Carabanchel. Así se acude hoy, y todavía con gran lentitud,
a abordar el problema de la transformación de toda nuestra industria civil
en industria militar.

426
Estos antecedentes debieran servir de alerta constante a todos aquellos
a quienes nosotros brindamos las consignas justas.

Nuestro partido marcha siempre delante de los acontecimientos


Cuando el partido comunista afirma, como lo han indicado aquí otros
camaradas, que es necesario poner mano a los mandos del Ejército, no se
nos debe contestar hablándonos de culebras y de víboras, sino que debe te­
nerse presente que cuando el partido comunista plantea un problema es
porque la necesidad de resolverlo comienza ya a dejarse sentir. No se olvide
que el partido comunista jamás marcha a la deriva, sino siempre delante de
los acontecimientos. (Grandes aplausos.)
Y conste que los comunistas no somos de un barro distinto al de los de­
más, ni hacemos gala de adivinos, los comunistas —y ésta es la gran fuerza
de nuestro partido y de nuestra gloriosa Internacional— tienen un método,
una táctica y una estrategia científicas. Se apoyan constantemente en el es­
tudio meticuloso de los más pequeños detalles, extrayendo las consecuencias
políticas oportunas, y así van conduciendo a las masas con mano férrea y
segura hacia sus destinos históricos. Y esto está al alcance de cualquier fuer­
za que quiera desprenderse de ese empirismo rutinario y miope, que alega
pretensiones de experiencia, e ir a buscar la causa, a escudriñar el origen
de cada hecho, en vez de encerrarse en viejas rutinas que, prácticamente,
no permiten ver a esos empiristas más allá de las gafas que cabalgan sobre
su nariz. (Aplausos.)

Defendiendo la República democrática y derramando nuestra sangre por con­


solidarla, los comunistas nos sentimos más comunistas
Por eso los comunistas nos sentimos seguros, y así lo ha reafirmado nues­
tro Pleno al defender la República democrática y parlamentaria. Como sa­
bemos cuál es el contenido de esta República democrática por la cual lucha­
mos, nos tiene muy sin cuidado oír esas exclamaciones de que “los comu­
nistas se han apartado de sus principios” o “han renunciado a sus objetivos
como partido de clase”. ¡Que no pasen cuidado esos amigos! Muchísimas
gracias por el consejo; pero vaya por delante una afirmación: en la medida
en que defendemos y afianzamos la República democrática, derramando nues­
tra sangre por consolidarla, los comunistas, más comunistas nos sentimos.
(Grandes aplausos.)
A esta consigna se le contrapone el hecho, o mejor dicho, la palabra re­
volución. Los comunistas somos también revolucionarios. Ahora bien; lo
que hace falta es definir bien de qué clase de revolución se trata. Si lo que
se quiere decir es que los comunistas no comulguemos con esa revolución que
yo llamaría “sarampión ensayista”, se dice verdad. Nosotros tenemos que
ver muy poco con esto porque, como magistralmente decía nuestro camara­
da José Díaz en el Pleno del Comité Central, ¿qué valor pueden tener para
un revolucionario esos ensayos que se hacen por pueblos y aldeas y que con­
sisten, en esencia, en sustituir el dinero por unos vales y en exaltar a un pu-

427
i
ñado de hombres que forman un Comité por encima de los demás vecinos
del pueblo; ensayos que se acaban en cuanto se ha acabado la despensa?
(A plausos.)

Octavo grupo.

REALIDAD Y ESTRATEGIA DEL COMUNISMO EN ESPAÑA, 1936:


LA ORGIA DE LAS CONTRADICCIONES

Una de las suposiciones que hacíamos al terminar nuestra introducción


al séptimo grupo de documentos —la posible discrepancia del comunismo es­
pañol y las directrices superiores— nos parece, al releerla, y hablando
de 1936, algo exagerada. Todavía no se había inventado el titoísmo ni menos
el ceausescismo, y el C. C. español tenía aún demasiado sobre su carne la
denigración del grupo Bullejos-Adame-Trilla para permitirse desviacionismos
peligrosos.
Hora es ya de que ataquemos de frente el problema con documentos con­
tundentes, aunque en innumerables citas anteriores puede el historiador des­
cubrir intenciones y objetivos muy netos por debajo del follaje un tanto
cínico de la propaganda y las consignas.
Posiblemente extrañará a bastantes lectores españoles que no demos ca­
bida a este grupo —ni en este libro— a los famosos “documentos secretos”,
que para muchos autores y muchísimos lectores españoles son el evangelio
de la insurrección comunista y la suprema justificación del Alzamiento Na­
cional. No estamos de acuerdo. Poseemos una serie original de los célebres
documentos, que se encuentra en el Archivo de Salamanca y fue obtenida en
Madrid en noviembre de 1936 en una casa de la calle de la Princesa. Junto
a los ejemplares de los “documentos secretos” hay otros —evidentemente
auténticos, como una lista marcada trágicamente de socios de la Gran Peña—
hallados en el mismo lugar. Posiblemente una investigación histórico-detecti-
vesca —que quizá emprendamos en algunas vacaciones— nos dé algunos
datos interesantes. Pero, en primer lugar, después de los análisis de Herbert
R. Southworth (188) no cabe la menor duda de que esos documentos secre­
tos son, por lo menos, muy discutibles. La fotocopia de Claridad aducida
por Southworth nos parece decisiva. Y no creo conveniente aducir docu­
nr ■a-
h/ mentos discutibles, cuanda_hay tantos-testimonios irrefutables.
Me parece que tratar de reducir las causas de la subversión y del Al­
zamiento a una disputa de papeles es llevar el análisis histórico a un
absurdo terreno burocrático. La propia fecha de la sublevación nacional,
tan concretada varias veces, surgió al fin en una fantástica improvisa­
ción.
No conozco ninguna gran explosión histórica que se haya cumplido con
la precisión de un programa de festejos. Pero quien después de valorar los
documentos que presentamos en este libro niegue la evidente existencia de
un propósito agresivo inmediato del comunismo español en la primavera trá­
gica no podría ser sólo acusado de doblez historiográfica. Tendrá que ser en­
viado a aprender de nuevo a leer. Y de las razones del Alzamiento hablare­
mos en el capítulo VI.
Nuestro documento 157 contiene parte de los muy ampliamente difun-

428
didos Estatutos del partido comunista español. En el Archivo de Salamanca
hay innumerables ejemplares de estos Estatutos, plenamente vigentes antes
del 18 de julio. Renunciamos a comentar este documento, que derriba por
sí solo todas las elucubraciones propagandísticas recogidas en el grupo an­
terior.
Por si la teoría fuese insuficiente, la Prensa comunista de la época airea ✓
francamente los postulados del documento anterior “bajo la bandera del Go­
bierno Obrero y Campesino” (documento 158).
En un interesante memorándum con material de discusión para el Con­
greso Provincial del P. C. en Madrid (20-21-22 de junio de 1936), y que
hemos encontrado en el Archivo de Salamanca (189)^jsg_habla francamente
de una futura disolución del Frente Popular (pág. 7), se atribuye al P. C. la
victoria de febrero (pág. 8), se propugna la “presión inteligente y metódica
contra el Gobierno” (ib.) y, sobre todo, se desea sentar las bases de organiza­
ción del futuro Ejército rojo obrero y campesino (pág. 12). Una resolución
aprobada por el C. Central sobre un informe de José Díaz, contenido en el
mismo memorándum, afirma (pág. 24) el propósito de instauración de un
Gobierno soviético en España, después de haber alabado (pág. 18) los pro­
pósitos de las masas “de llegar a la conquista del Poder a través de la insu-
rección”. Realmente, tras estas citas podríamos entonar el “Ut quid egemus
amplius testibus”, pero ahí está un nuevo hallazgo esencial del Archivo de
Salamanca; en la serie “Documentos de comunismo”, dirigida por el prolífi-
co W. Roces, el propio Stalin explicaba a los españoles desde 1933 el ver- y
dadero alcance de la Dictadura del proletariado (190).
Con semejantes precedentes no puede extrañar el incendiario discurso
de Mitje en Badajoz (documento 159) en una auténtica revista al germen
del Ejército rojo español. Y conste que el apelativo no es de ningún propa­
gandista de Franco, sino del propio jerarca comunista. Dejemos ya de cargar
sólo sobre los hombros de Largo Caballero las acusaciones de política in­
cendiaria y demagógica.
Sigue la avalancha de testimonios. Ahora es Jesús Hernández quien, del
brazo de los socialistas, propugna literalmente la “insurrección armada para
la conquista del Poder” tras la invocación del VII Congreso de la Comin-
tern, lo que establece una interesante relación (documento 160). Interesante
relación y explosiva contradicción con lo que Hernández iba a defender
muy pronto, como hemos indicado ya en el documento 153. Claro que las
contradicciones son un elemento dinámico aceptable en la “lógica” política
del marxismo... >La sección “Hoy” de Mundo Obrero expone dramáticamente
las contradicciones del comunismo, que dentro del Frente Popular se prepara
para la República soviética, para llegar a la cual ese Frente debería saltar
en pedazos (documento 161).
El documento 163 es una lírica invocación a la Unión Soviética y de
paso una atribución de la victoria de febrero al P. C. E. Repite como un
disco las consignas de la Comintern “contra el fascismo y la guerra”.
En medio de una dura crítica contra Prieto, el comunismo español acep­
ta y propugna para España “los métodos de Moscú” (documento 164).
Terminamos esta serie fundamental de documentos con una estupenda
cita de José Díaz, quien en plena guerra, en plena luna de miel del co­
laboracionismo democrático, lanza unas palabras que merecen ser el broche
de toda esta introducción (191).

429
4

“La experiencia vivida por el partido bolchevique de la U. R. S. S....,


unida a la experiencia de la revolución española, hace que abracemos la
táctica de la Internacional Comunista, táctica incompatible con la política
de colaboración de clase con la burguesía..." (el subrayado es del propio
Díaz). Y nueva contradicción, ahora con el documento 155.
Precisamente este documento es el que hemos contrastado con el 162
para poner de manifiesto de una vez para siempre la realidad del gran en­
I gaño de una manera plástica. El documento 162 es de los primeros días
i
I del Movimiento. En él se niega descaradamente el objetivo de la dictadura
del proletariado, propugnado en el documento 161, anterior al 18 de julio.
Además, el 162 es un dictado del partido comunista de Francia. Queda,
pues, claro que el 18 de julio marca el viraje total en la propaganda co­
munista y que este viraje está impuesto desde fuera de España. El mito del
comunismo de orden anterior al 18 de julio cae por su base, entre toda
esta alucinante danza de contradicciones.

DOCUMENTO 157

LA AGRESION TOTAL EN LOS ESTATUTOS DEL P. C. E. (192)

Estatutos del partido comunista de España.


(Sección de la Internacional Comunista.)
1. El partido comunista de España (Sección de la Internacional Co­
munista) representa la unión de todas las organizaciones comunistas existen- .
tes en el país, como jefe y organizador del movimiento obrero revolucionario
y portaestandarte de los principios y de los objetivos del comunismo. El par­
tido comunista lucha por la conquista de la mayoría de la clase obrera y de
las masas campesinas, por el establecimiento de la dictadura del proletariado,,
por la creación de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, por la su­
presión de las clases y la realización del socialismo, primer paso hacia la
sociedad comunista.
2. Puede ser miembro del partido comunista todo el que acepte el pro­
grama y los Estatutos, forme parte de la organización fundamental de base
del partido y trabaje activamente en la misma, se someta a todas las resolu­
ciones del partido y de la Internacional Comunista y pague regularmente sus
cotizaciones.

La estructura del partido

3. El organismo de base del partido comunista es la célula (de fábrica,


de mina, de cortijo, de tajo, de oficina, de almacén, de calle, etc.) que agru­
pa a todos los miembros del partido que trabajan o viven en el lugar de que
se trata.
4. El partido comunista se organiza sobre la base de los principios del
centralismo democrático, cuyas normas fundamentales son: a) Elección de

430
todos los órganos dirigentes del partido, tanto inferiores como superiores, en
las Conferencias y Congresos del partido, b) Obligación para los órganos di­
rigentes del partido de dar periódicamente cuenta de su gestión ante sus elec­
tores. c) Ejecución obligatoria de las resoluciones de los órganos superiores
para los inferiores: disciplina severa, realización inaplazable de las decisio­
nes del partido, de sus órganos y de sus centros dirigentes.
Las cuestiones del partido sólo pueden ser discutidas por los afiliados y
organizaciones de éste, mientras los órganos competentes del partido no ha­
yan tomado una decisión acerca de ellas. Las decisiones adoptadas por los
Congresos de la I. C., por los Congresos y Conferencias del partido comu­
nista y por sus órganos de dirección, deben ser puestas en práctica incondi­
cionalmente. ..

DOCUMENTO 158

POR EL PODER SOVIETICO EN ESPAÑA (193)

¿Por qué lucha el partido comunista?


Bajo la bandera del Gobierno obrero y campesino luchamos por las si­
guientes reivindicaciones:
Ligando estrechamente la acción parlamentaria con la acción extrapar­
lamentaria, teniendo como norte el objetivo fundamental de la lucha revo­
lucionaria por el Poder y la instauración del Gobierno obrero y campesino,
los representantes del partido comunista en el Parlamento lucharán por las
siguientes reivindicaciones:
1) Concesión de una amplia amnistía para todos los condenados por de­
litos de carácter político o social. En esta Ley serán incluidos, para que pue­
dan acogerse a sus beneficios, los casos siguientes:
a) Los condenados por delitos cometidos en ocasión de la huelga cam­
pesina del mes de junio de 1934.
b) Todos los condenados por delitos del mismo carácter a quienes no
alcanzaron los preceptos de la Ley votada por las Cortes en 1934.
c) Los condenados por delitos clasificados como comunes, cometidos
con ocasión del movimiento revolucionario de octubre.
d) Los condenados por delitos cometidos individualmente en defensa
de sus ideales o por oposición a medidas arbitrarias y reaccionarias del Go­
bierno.
e) Los condenados por delitos penados en la Ley de Explosivos.
2) Promulgación de una Ley concediendo pensiones vitalicias a las fa­
milias de los obreros muertos por los sucesos de octubre cometidos por la
fuerza públicai en la represión del movimiento de octubre. Nombramiento de

431
una Comisión depuradora de los hechos ocurridos, e imposición de las san­
ciones civiles y penales en que los autores hayan incurrido.
3) Restablecimiento inmediato y absoluto de todas las garantías cons­
titucionales. Amplia libertad de reunión, manifestación y Prensa para las ma­
sas populares y sus organismos sindicales y políticos. Derogación inmediata
de todos los Decretos o Leyes que se opongan a esas libertades.
4) Indulto total de las organizaciones obreras disueltas en virtud de
sentencia judicial como consecuencia de los sucesos de octubre, devolución
de los bienes y propiedades confiscados. Reposición inmediata de todos los
represaliados con motivo de esos sucesos. Amplio derecho de asociación y
huelga para todos los trabajadores.
5) Reposición de los Ayuntamientos elegidos por sufragio el 12 de abril
de 1931. Las vacantes que se hubieran producido por fallecimiento de los
titulares o por aplicación de condenas, por parte de los Tribunales, serán
cubiertas por representantes elegidos por sus respectivos partidos.
6) Celebración de elecciones municipales en el plazo máximo de se­
senta días.
7) Restablecimiento absoluto de todas las Leyes de carácter social pro­
mulgadas por las Cortes Constituyentes y aprobación de:

d) Ley de Control obrero y reconocimiento de los Comités de fábrica


o Alianzas Obreras.
b) Ley estableciendo sanciones penales para los patronos que vulneren
las Leyes de carácter social y los acuerdos adoptados por los organismos en­
cargados de su aplicación y vigilancia.
c) Ley anulando en su totalidad las promulgadas por el último Parla­
mento. Supresión de la Ley de Vagos y Maleantes, de Orden público y otras
del mismo carácter. Independencia absoluta de los Sindicatos y partidos po­
líticos de todo control de parte del Estado.

8) Mejoramiento general de las condiciones de vida y de trabajo de la


clase obrera. Reconocimiento de la jornada de ocho horas y de la semana
de cuarenta y cuatro horas. Jornada de seis horas para los obreros que tra­
bajan en las industrias insalubres, como así también para los jóvenes hasta
los dieciocho años.
9) Ley de Seguro Social para los obreros industriales y agrícolas, a car­
go de los patronos y del Estado, para los casos de paro, accidente de trabajo,
enfermedades, vejez, invalidez y maternidad.
10) Censo de parados y establecimiento inmediato de un subsidio a los
obreros en paro forzoso, no inferior de tres pesetas en las ciudades y de dos
pesetas en el campo. Iniciación inmediata de trabajos de utilidad pública
—construcción de escuelas, casas populares, hospitales, etc.— para absorber
el paro forzoso. Urbanización de la población rural, dotándola de los medios
sanitarios y culturales indispensables, y creando rápidamente los medios de
comunicación y transporte entre la ciudad y los pueblos que cree y afirme
la solidaridad entre sus intereses.

432
11) Nacionalización del Banco de España y adopción de medidas con­
tra la evasión de capitales. Impuesto progresivo sobre la renta y los benefi­
cios industriales. Anulación de la Ley de Restricciones. Rebaja general de
los impuestos a los pequeños comerciantes e industriales. Unificación de los
impuestos y su aplicación a tasa reducida.
12) Expulsión de las Ordenes religiosas y confiscación de sus bienes en
beneficio de los parados.
13) Instrucción laica obligatoria. Creación de cantinas escolares y ro-
peros paia que los niños necesitados reciban alimentos y vestidos.
14) Desarme y disolución de las organizaciones monárquicas y fascistas.
Clausura de sus centros y clubs de conspiración, y confiscación de sus propie­
dades y bienes.
15) Depuración del Ejército y de todas las instituciones armadas, de los
oficiales monárquicos y fascistas.
16) Creación de una milicia popular armada, formada por obreros y
campesinos.
17) Reforma de la organización judicial y de su funcionamiento. Elec­
ción de los jueces, y justicia por Jurado popular. El ciudadano que fuere
detenido será entregado inmediatamente al juez correspondiente, prohibién­
dose a los funcionarios de Policía o de la fuerza pública someterlos a inte­
rrogatorios, que en ningún caso habrán de tener validez. Tampoco podrán
permanecer en las Comisarías, cuartelillos o dependencias de la Dirección Ge­
neral de Seguridad en calidad de detenidos. Transformación total del régimen
de prisión en todos sus grados, régimen político, y prohibición de todo castigo
a los detenidos. Abolición inmediata de la pena de muerte. Limitación juris­
diccional del Código de Justicia Castrense a los delitos netamente militares.
18) Reforma de la Administración pública en todas sus esferas. Depu­
I ración de la Administración de todos los elementos monárquicos, fascistas y
I
i enemigos del pueblo.
i 19) Estrechar las relaciones con la U. R. S. S. y apoyar su política
!
de paz. Nombramiento inmediato de Embajador de España en la U. R. S. S.
Aplicación de las sanciones al país agresor. Participación de España en los
pactos de seguridad colectiva.
20) Restablecimiento en toda su integridad del Estatuto de Cataluña,
aprobado por las Constituyentes. Reconocimiento a los pueblos de su propia
personalidad a través del derecho de autodeterminación.

DOCUMENTO 159

ANTONIO MITJE: EN MARCHA LAS VANGUARDIAS DEL EJERCITO


ROJO (194)

Discurso de Mitje
El camarada Mitje, Diputado comunista, que es ovacionado, seguida-
mente dijo:

433
28
“Es de un sentido emocional extraordinario, obreros y campesinos de
Badajoz, el acto que estamos celebrando aquí hoy. Yo supongo que el cora­
zón de la burguesía de Badajoz no palpitará normalmente desde esta mañana
al ver cómo desfilaban por las calles con el puño en alto las milicias uni­
formadas; al ver cómo desfilaban esta mañana millares y millares de jóvenes
obreros y campesinos, que son los hombres del futuro ejército rojo obrero
y campesino de España. Yo supongo que la Prensa reaccionaria mañana
dirá, asustada: “Es intolerable, señor Gobernador, que el domingo por la ma­
ñana Badajoz entero estuviera en manos de las hordas marxistas.” Eso gri­
tarán en su Prensa, pero nosotros sabremos contestar que este acto es una
demostración de fuerza, es una demostración de energía, es una demostra­
ción de disciplina de las masas obreras y campesinas encuadradas en los
partidos marxistas, que se preparan para muy pronto terminar con esa gente
que todavía sigue en España dominando de una forma cruel y explotadora
a lo mejor y más honrado y más laborioso del pueblo español.
Queremos también llamar la atención muy seriamente de los elementos
republicanos, porque España carece de los recursos democráticos que Fran­
cia o que Bélgica, puesto que en España muy pronto las dos clases antagó­
nicas de la sociedad han de encontrarse en el vértice definitivo en un choque
violento, porque la Historia lo determina así para cumplir el fin que tenemos
determinado. Y si ésta es la perspectiva que tenemos, es honrado y leal que
hoy digamos con claridad ante multitudes enormes, a los republicanos de iz­
quierda, que la Historia les depara un papel en este instante que ni lo saben
aprovechar ni están demostrando saberlo cumplir, y que si no lo saben cum­
plir, que no se llamen a engaño, que nosotros no estamos dispuestos a hacernos
de nuevo cómplices de una mascarada de la cual pagamos después... (Los
aplausos cortan el párrafo.)

¡Responsabilidades!
Nosotros tenemos que decir que ya estamos hartos de ver en la calle y
en la Cámara que las derechas se convierten en acusadores y que poco más
o menos que nos piden cuentas de la victoria del Frente Popular. (Aplau­
sos.) Y si esto ocurre, y si las derechas están envalentonadas...
Ahora bien; no pasaremos por la burla de que continúen paseándose por
Sevilla, o por Cádiz, o por Madrid, o por cualquier punto de España, esta
gente, sin haber tenido el debido cumplimiento de la justicia que el pueblo
pide. Que se entere bien el Gobierno, y aquí, en Badajoz, vosotros, republi­
canos que me escucháis, sean muchos o sean pocos, tened buena cuenta de
ello y tomad buena nota. No es una demagogia, es pedir cuenta para que
se dé cumplida satisfacción a lo que constituye un anhelo fundamental del
pueblo español.
Se ha dicho en la Cámara y en la Prensa que el Gobierno tiene un pro­
yecto de mil millones de pesetas para el paro. Pues bien; nosotros exigimos
que inmediatamente se pongan en marcha esos mil millones para dar pan
a tantos millares y millares de españoles que pasan hambre.

434
Para terminar, camaradas de Badajoz, pensemos un poco y miremos el
horizonte, y veremos hacia dónde marcha la Unión Soviética. Allí tenemos
la atalaya luminosa que nos alumbra el camino; allí hay un pueblo orgulloso,
un pueblo libre, que no sufre ni explotación ni hambre, que se ha libertado
por completo y que marcha a la cabeza de las muchedumbres de trabajadores
del mundo entero. Camaradas de Badajoz, miremos el camino de la Unión
Soviética, y tendamos a impulsar pronto el Frente Popular. Y unámonos en
un solo partido para que España, por encima de los fascistas, le tienda la
mano y diga: “Igual que tú, he hecho mi revolución; hermana soy en el con­
cierto de los países soviéticos del mundo.” (Gran ovación.)

DOCUMENTO 160

EL COMUNISMO ESPAÑOL PROPUGNA LA INSURRECCION ARMA­


DA PARA LA CONQUISTA DEL PODER (195)

Los camaradas Alvarez del Vayo, Jesús Hernández y Largo Caballero


hablan ante 15.000 trabajadores. Los discursos fueron radiados al Salón Gue­
rrero. El proletariado español festeja hoy la unidad de acción de comunistas
y socialistas. Un gran discurso del representante del partido comunista, ca­
marada Jesús Hernández.

El VII Congreso de la Internacional comunista


En este mismo orden de cosas, nos dicen que este movimiento está ins­
pirado por Moscú; que este movimiento ha sido generado en el VII Con­
greso de la Internacional Comunista. ¡Podríamos dar las gracias a la reacción
I por la propaganda que nos hace! (Risas.) En el VII Congreso de la Interna­
cional Comunista, cierto que se han planteado problemas que hoy son la
preocupación, no solamente de todas las masas populares de España, sino
del mundo entero. No en vano se ha reunido allí la parte de vanguardia del
proletariado para estudiar los problemas de nuestra clase y los que afectan
a todas las masas populares, y ha sido el VII Congreso quien, a la luz de la
experiencia vivida por cada partido, en cada país y en cada nación, ha es­
tructurado una táctica y ha dado una consigna al mundo entero para impe­
dir que el fascismo se consolide allí donde se ha instaurado, e impedir su
instauración allí donde amenaza. Esto no es para que nadie se sonroje; esto
no es para que nadie se sienta avergonzado, como tampoco nos sentiríamos
avergonzados de que mañana fuera un francés, un alemán, no importa quién,
el que descubriera el bacilo del cáncer. Los bolcheviques, con su experiencia,
los comunistas, en el mundo entero, han elaborado en Moscú una consigna
que hoy sirve de bandera a la mayoría del movimiento popular de las nacio­
nes. No es, ni más ni menos, el significado que tiene la consigna del Bloque
Popular._adoptado aquí en__España— Incluso allí, en Moscú, se han dado

435
consignas, no solamente para impedir en general el advenimiento del fascis­
mo, sino que sobre la base de la dolorosa experiencia vivida por nosotros
y por la clase obrera en general, en todos los países donde se ha instaurado
el fascismo, hemos concretado exactamente qué normas de lucha debían uti­
lizarse para impedir que germinase esta semilla. Y ha sido ese hombre, que
también sale en los rótulos fijados en las paredes por las manos sucias de
Acción Popular, el compañero Dimitrov, quien, en su histórico discurso, ha
tratado de esto. Dicen que si los trabajadores españoles, si el pueblo español,
se va a dejar gobernar o inspirar por Dimitrov. Esto es claro que nos afecta
muy directamente a los comunistas; pero no puedo responder, interpretando
el sentimiento de la inmensa mayoría de los trabajadores, que nos sentimos
orgullosos de tener, en el movimiento revolucionario internacional, tan gran­
des hombres como Dimitrov, que en el famoso proceso de Leipzig hizo
morder el polvo a Hitler; que nos sentimos orgullosos de estar dirigidos por
hombres como Thaelmann, Rakossi; por hombres, al fin, como el genial
Stalin, que ha levantado la bandera del socialismo en el corazón de la Europa
vieja y la mantiene enhiesta como símbolo... (Grandes aplausos que impiden
oír el final del párrafo.)

El Congreso de la unidad
Y ya que estamos hablando del VII Congreso de la Internacional Comu­
nista, yo quiero referirme a algo que estas derechas no mencionan. El Con­
greso de la Internacional Comunista ha sido, no sólo del antifascismo mi­
litante, sino el Congreso de la unidad proletaria. Aquí hay que declarar
que todavía estaban vivas, todavía retumbaba el eco de las palabras de Di­
mitrov en el VII Congreso de la Internacional Comunista, y ya en España
el proletariado estaba en movimiento; yo no voy a adjudicar glorias a
nadie: voy a decir, simplemente, que la aspiración del partido comunista, el
problema de la unidad sindical, encontraba un genial intérprete en el cama-
rada Francisco Largo Caballero, que ha... (Aplausos y vítores impiden oír
las últimas palabras del orador.)
Exactamente igual en lo que concierne a nuestras juventudes. Ellas han
comenzado, con más ímpetu que nosotros, con una decisión verdaderamente
juvenil, el problema de la fusión de las juventudes socialistas y comunistas,
y a ellas hay que decirles dos palabras obligadas, que salen de lo hondo de
nuestra alma: ¡Juventudes socialistas y comunistas: No esperamos a nos­
otros; con ese ritmo que lleváis, caminad sin vacilaciones hacia adelante;
fundid vuestras fuerzas y dad cobijo en vuestro seno a toda esa juventud la­
boriosa que está esperando de vosotros, Juventudes socialistas y comunistas,
las normas que van a salvarnos de caer en el infierno fascista! ¡Marchad
adelante, juventudes; no esperarnos, que el problema de la fusión no es pro­
blema para estarlo debatiendo constantemente, sino para realizarlo; es un
problema de realización, y creo que vosotros así lo interpretáis, cuando en
vuestros actos, en vuestras manifestaciones, en vuestra Prensa y en toda vues­
tra actividad demostráis que entre juventudes socialistas y comunistas se han
desdibujado ya los límites que las separan, para fundirse en un solo cuerpo, en

436
una sola alma, en una sola realidad concreta: una única juventud laboriosa
de todas las masas del país! (Clamorosa ovación.)

El partido único del proletariado


Pocas palabras ya, camaradas, porque aún tenéis que oír al compañero
Caballero; pero, antes de terminar, yo quiero concretar también, aunque sea
en cuatro palabras, esa necesidad que tenemos, no sólo de encuadrar nues­
tras organizaciones políticas en un único organismo del proletariado, sino,
además, de desarrollar ese movimiento capaz de recoger a masas enormes
que están desorganizadas, movimiento que se le ha titulado Alianza Obrera
y Campesina. Necesitamos vivificarlo, atraer a él a ese sesenta por ciento
de la población española que representan los campesinos; atraerlos hacia la
unidad del proletariado, atraerlos hacia nosotros en un organismo no especí­
fico de partido, pero sí específico de frente único, incluso al margen de los
partidos; que vengan los campesinos hacia nosotros, que vengan los obreros
desorganizados, y habremos cumplido una de las misiones más grandiosas
que tiene encomendada la clase obrera. Tendemos en todos nuestros actos
a unificar la fuerza del proletariado, y no podemos olvidar las alianzas nunca,
en ningún momento. (Aplausos.)
En lo que concierne a la unión de los partidos socialista y comunista, las
cosas marchan, compañeros. Vemos en los compañeros que siguen a Fran­
cisco Largo Caballero el impulso que les guía a terminar con la división
existente en el movimiento obrero español, la voluntad de acercamiento hacia
el resto de sus hermanos, comunistas y sindicalistas; lo vemos en ellos, y esto
es para nosotros una esperanza. Nosotros siempre hemos aspirado a forjar
un partido único, un partido que no tenga nada que ver directa ni indirecta­
mente, con las fuerzas de la burguesía; un partido que adopte como norma
en su lucha la insurrección armada para la conquista del Poder y la instaura­
ción de la dictadura del proletariado; partido que, en caso de guerra, no
tenga tampoco nada que ver con la burguesía; que no puede ni debe pres­
tarle apoyo; partido que, rigiéndose por normas del centralismo democrático,
asegure una voluntad única, una decisión unánime en todos sus intentos. Este
partido estamos en vías de lograrlo.

DOCUMENTO 161 (196)

EL MOMENTO CLAVE DEL GRAN ENGAÑO (196) (197)

Los comunistas no estamos al margen de la República democrática


En un comentario que dedica El Sol a la elección presidencial, se dice:
“Incluso los comunistas, por lo menos al margen del régimen, se han sumado
al anhelo común de los partidos de izquierda conjuncionados”. El artículo
se titula “República de todos”.

437
Ciertamente es un poco pueril andarle con aclaraciones al periódico de
los banqueros... y las Embajadas. Sin embargo, vamos a contestarle breve­
mente.
Primero.—¿Qué es eso de “al margen del régimen”? Nosotros no somos
enemigos de la República. Somos enemigos a muerte de la República de
Lerroux y Gil Robles, de la República de El Sol. Pero está claro que no
podemos ser adversarios de una situación de Frente Popular, que ha sido crea­
da por nuestro partido. A él se debe la idea de los Bloques Populares. El
ha contribuido con mayor entusiasmo que nadie a reconquistar las libertades
democráticas y desalojar del Poder a los vaticanistas. ¿Cómo, pues, va a
estar al margen del régimen? No hay ninguna contradicción, sino todo lo con­
trario, en que nosotros defendamos con el mayor ardor todas las libertades
populares de la República, y la República misma, y preconicemos al mismo
tiempo, como única victoria final capaz de resolver todos los problemas del
pueblo laborioso, la República soviética, la dictadura del proletariado.
Segundo.—Nos hemos sumado al “anhelo común” porque lo que quere­
mos, ni más ni menos, es un Presidente fiel a la victoria popular y a los im­
perativos anhelos de los trabajadores.

DOCUMENTO 162 (197)

El partido comunista español no quiere la dictadura del proletariado.


Su único fin es la campaña contra el fascismo. A esta aspiración se unen
también las organizaciones proletarias, los partidos conservadores, la industria,
la Banca y el comercio.
París.—La Secretaría del partido comunista francés ha publicado una
nota en la que dice que el Comité del partido comunista español les pide, en
una comunicación que les ha dirigido, que den a conocer públicamente en
Francia que el pueblo español ni el partido comunista de España quieren la
implantación de la dictadura del proletariado, teniendo como único fin la
campaña contra el fascismo, que tan heroica como valientemente se está lle­
vando a cabo, y la reafirmación del régimen republicano, en el que se tenga
un gran respeto para las leyes.
En esta aspiración se unen no sólo todas las organizaciones proletarias,
sino también incluso los partidos conservadores, la industria, la Banca y el
comercio.
Con ello se demuestra la falsedad de las declaraciones que constantemente
hacen los sublevados acerca del inminente peligro marxista en España.

438

a
DOCUMENTO 163

INVOCACION A LA U. R. S. S. COMO ESPERANZA SUPREMA (198)

El mundo caminará, gracias al Frente Popular y a la U. R. S. S., por sen­


das de libertad y de paz.
En España tuvimos ayer otra jornada triunfal del pueblo. Las eleccio­
nes de compromisarios han significado lo que ya habíamos anunciado: una
aplastante victoria del Frente Popular. Una aplastante derrota de las fuerzas
de la reacción y el fascismo.
El pueblo escuchó nuestros llamamientos. Y votó. Votó ayer, a pesar
de las maniobras derechistas. No descuidó sus obligaciones, porque vio en
la presencia de esa avanzadilla de las fuerzas reaccionarias que se llaman re­
publicanos conservadores y que dirige el monigote de la C. E. D. A. Miguel
Maura, el propósito de quebrar la unidad del Frente Popular y aprovechar
cualquier descuido del pueblo para obtener algunas apariencias de triunfo.
El Debate había ordenado a los católicos, a los reaccionarios y a los
fascistas que votaran. Y así lo hicieron. Podemos decir que votaron todos.
En Madrid y en provincias se abstuvieron pocos reaccionarios de emitir el
sufragio. La conocida táctica del mal menor —votar a Maura— se puso
en juego por los enemigos del pueblo y del país.
¿Y qué ha sucedido? Pues que, una vez más, puede comprobarse que el
pueblo está al lado del Frente Popular, que deposita en él su confianza, que
el Frente Popular es la gran fuerza que expresa la voluntad del país de
caminar por la ruta de la libertad y del progreso. Y también se ha comproba­
do que las derechas, que la reacción y el fascismo sólo tienen la fuerza que
se expresa en los votos obtenidos ayer por los que, con diversos nombres,
ostentaban su representación y cosecharon sus votos. El país ha votado por el
Frente Popular y contra la reacción y el fascismo. Como el 16 de febrero.
Como lo hará en cuantas ocasiones se presenten. El Frente Popular es la
representación legítima del pueblo español.
Una vez más, con esta victoria nuestra y la derrota formidable del ene­
i migo, se han puesto de relieve las bondades de la táctica que preconiza nuestro
partido: el partido comunista. Nuestro gran partido. En esta lucha ha obte­
nido, según los datos incompletos, alrededor de treinta Compromisarios. Y
esto no es, ni mucho menos, el reflejo de la potencialidad de la fuerza organiza­
da y de la influencia del partido comunista de España. Más podríamos haber
conseguido. Pero sucede que hay todavía compañeros y amigos que no se quie­
ren convencer de nuestra fuerza, de nuestra influencia, de la adhesión de cente­
nares y hasta de millones de hombres y mujeres, obreros y campesinos que
han dado su adhesión al partido comunista, que han depositado en él su
confianza, que creen en su táctica.
Y ello lo pone de relieve cada día, cada hora, cada acontecimiento. Los
hechos así lo proclaman dentro y fuera de nuestras fronteras.
Triunfo en España. Triunfo en Francia. El Frente Popular conquista la
victoria. Arrolla a las tropas de la reacción y el fascismo. Derrota a los

439
agentes de Hitler en Francia. Y pone a este país, al valiente y culto pueblo
francés, en el camino de la política de paz sin regateos, de libertad y de
paz sin concomitancias inconfesables.
El triunfo ha sido posible gracias a la táctica justa y a la lucha abnegada
del glorioso partido comunista de Francia. El fue el iniciador de la política
del Frente Popular. El ha luchado contra la incomprensión hasta vencerla.
Nuestro partido hermano, con jefes, con figuras de revolucionarios como
Thorez, Cachin, Duelos, etc., en su dirección, es el artífice de la victoria que
hoy entusiasma al pueblo francés. Triunfo del partido comunista. Triunfo
del pueblo. No puede disociarse lo uno de lo otro. Allá donde está un par­
tido comunista, allá donde está la Internacional Comunista gloriosa e inven­
cible, están los trabajadores, está el pueblo, está la libertad, está la paz, está
el combate encarnizado contra la negra noche del fascismo.
Francia y España triunfan sobre el fascismo y la reacción. Es para estar
contentos, camaradas. En ambos países brillará luminosa, cada día con mayor
resplandor, la antorcha de la libertad, de la democracia y del progreso. Y estos
dos grandes países, compenetrados, en el Occidente de Europa, extenderán
su brazo cordial por encima de los países fascistas de Centroeuropa para
estrechar la siempre extendida mano del país del socialismo, allá en el Oriente,
en la tierra de promisión que libró al trabajador del yugo de la esclavitud,
que hizo feliz a la sexta parte del globo habitado.
Unidad estrecha de los Estados que luchan contra el fascismo. España y
Francia, en este lado, prosiguiendo su obra de democratización, de consoli­
dación de las libertades y de las conquistas populares. Y en estos graves
instantes por que atraviesa la paz del mundo, los dos países del Occidente
europeo tienen que seguir la política de paz, de ayuda, la que realiza, con
esfuerzo y abnegación admirables, la gran Unión Soviética. Para España se
impone entrar en el concierto de los pueblos que luchan por la paz.
Unidad estrecha de España y Francia en la política de paz y relaciones
cordiales, estrechas, pactos de asistencia mutua con el más fuerte baluarte
de la paz: con la Unión Soviética. Los tres países pueden desarrollar una
aguda lucha contra los enemigos de la paz, contra incendiarios fascistas de
la guerra, y ser la garantía de que en el mundo no se repetirá la monstruosa
matanza que, para servir apetitos imperialistas, se llevó a cabo en 1914-18.
Después de la magnífica jomada de ayer, salen de nuestro pecho estos
gritos: ¡Viva el Frente Popular! ¡Viva la Unión Soviética! ¡Viva la gloriosa
Internacional Comunista!

DOCUMENTO 164

LOS “METODOS DE MOSCU” PARA ESPAÑA (199)

Prieto, Ossorio y Gallardo, y el “individualismo”.


Al referirse a los recientes actos del Gobierno español en defensa de la
República, algún periódico extranjero alude a las recientes declaraciones de
Prieto a un redactor de L’Intransigeant. Destaca, naturalmente, la conocida

440
afirmación del Diputado socialista sobre el “individualismo español”, que,
según Prieto, no podría adaptarse a los métodos de Moscú.
El comentarista que le ha salido a Prieto más allá de las fronteras ibé­
ricas, y otros muchos de aquí y de fuera, suelen dar por bien conocidos “los
métodos de Moscú”, que ignoran o, cuando menos, silencian prudentemen­
te. No sabemos si en ello coinciden también con Indalecio Prieto. Es de su­
poner que sí.
¿Cuáles son esos métodos de Moscú? Cuando afirma Indalecio Prieto
que no son aplicables a España, incurre en una contradicción —más apa­
rente que real, conocido su pensamiento político—, en una contradicción
notable.
Los métodos de Moscú, y no decimos nada inédito, no son más ni menos
que los métodos marxistas-leninistas. Son los métodos socialistas, a los que
las gentes ingenuas supondrán se mantiene fiel Prieto.
Para llegar a una curiosa afirmación —que no es exclusiva de Prieto,
por otra parte—, se camina desde una base falsa, irremediablemente falsa:
la de situar a nuestro país metido hasta la cabeza en un dilema inexistente.
Quien mantenga que nos debatimos actualmente entre fascismo o comunis­
mo, miente a sabiendas o, por lo menos, yerra. Indalecio Prieto puede lle­
gar a conclusiones falsas partiendo de este error, aunque hay que reconocer
que también podría llegar por otra senda cualquiera.
Todo eso de España comunista es un conjunto de falsedades que pueden
manejarse en todos los terrenos y que sirven de fondo argumental a los Calvo
Sotelo, empeñados en señalar las cosas a su manera reaccionaria y fascista.
No hay tal dilema. El discípulo marxista menos aventajado sabe perfecta­
mente que la lucha se circunscribe a estos dos términos: fascismo o democra­
cia, dictadura abierta a los banqueros y señores feudalistas o régimen demo­
crático, social y políticamente. Y aún sin ser marxista, cualquier observador
inteligente llegará a idéntica definición, que sostienen y ratifican los hechos
políticos de cada día.
Ahora bien; para nosotros el objetivo final es el socialismo, el régimen
soviético. No lo ocultamos jamás, de igual manera que tampoco ocultamos
que para realizar nuestros propósitos actuamos con las armas doctrinales
y tácticas de “los métodos de Moscú”, de los métodos marxistas-leninistas.
Métodos que, por otra parte, han llevado al triunfo a los trabajadores de una
sexta parte del mundo, casi en coincidencia cronológica con la derrota a que
han conducido otros métodos que no son de Moscú precisamente: los social-
demócratas.
Indalecio Prieto prefiere seguir estos últimos, según parece, aunque para
ello tenga que decir él, socialista, que nuestro “individualismo social” no se
adapta a los procedimientos marxistas. El exabrupto no es nuevo, porque lo
han repetido muchas veces los anarquistas. ¿Está de acuerdo con ellos In­
dalecio Prieto? Seguramente no, y si bien coincide en esta apreciación, no
puede sentarse una identidad absoluta. También coincide, por ejemplo, con
el señor Ossorio y Gallardo, que acaba de decir lo siguiente en La Vanguar­
dia, de Barcelona:

441
“El comunismo en España tropezaría, ante todo, con el temperamento
racial, más propenso al individualismo intransigente que a la subordinación y
a la obra de conjunto.”
Ni el señor Ossorio y Gallardo ni Indalecio Prieto pensarán, como los
anarquistas, que nuestra idiosincrasia —bonita palabra que sale siempre a co­
lación en las arremetidas antimarxistas— nos impide sujetarnos a cualquier
principio de disciplina, de poder estatal, etc.
Pero es subrayable que los señores Ossorio y Prieto sostengan la misma
afirmación. El primero porque, suponemos que le buena fe, confunde las
dictaduras capitalistas y la democracia soviética de la U. R. S. S. como una mis­
ma cosa. El segundo, porque no siempre se puede mantener una posición nada
marxista —la posición socialdemócrata, reformista, colaboracionista— apoyán­
dose en principios aparentemente marxistas.
Y cuando no se puede, como de todas maneras hay que defender la po­
sición, que es lo que importa, se acude a esa glorificación de nuestro indi­
vidualismo. La diferencia estriba en que de este modo se defiende una ac­
titud antimarxista, y, por ende, contrarrevolucionaria, utilizando un argumen­
to aún más antimarxista y falso.

Grupo noveno

LOS DOCUMENTOS DE LA UNIDAD

Ahora ya sabemos cuál era el verdadero alcance de la unidad del pro­


letariado, conclusión fundamental del VII Congreso de la Comintem.
José Díaz, con su discurso del 2 de junio, nos proporciona el documen­
to 165, buena muestra de aquella obsesión de los pactos tan consustancial
a la República de los tristes convenios. El mismo José Díaz, fiel vocero
de Moscú, culmina en un quinto artículo sobre el partido único en el que,
con ligeras modificaciones, repite lo que al final de la introducción del
grupo octavo transcribíamos. Buena prueba de la monotonía propagandís­
tica con que los comunistas machacaban sus grandes temas (documento 166).
El 4 de marzo de 1936, el partido comunista dirigía una extensa carta a
la C. E. del partido socialista (documento 167), en la que se incluyen para
el futuro programa unitario los puntos extremistas excluidos del pacto del
Frente Popular.
Vicente Uribe (documento 168) admite cínicamente que todo el revuelo
del Frente Unico no suprime para nada los objetivos reales del comunismo,
y no es más que la “adaptación de nuestras consignas a una situación
dada”. Para que no reste nada, “las alianzas obreras deben ser similares
a los soviets”.

442
DOCUMENTO 165

JOSE DIAZ QUIERE OTRO PACTO (200)

Llamamiento del partido comunista


Camaradas: Nosotros estamos persuadidos de que nos incumbiría una
gran responsabilidad ante las masas y ante la Historia si dejáramos pasar
estos momentos sin hacer cuantos esfuerzos y sacrificios fueran necesarios para
lograr la unidad de todas las fuerzas antifascistas. Y por nosotros no ha quedar.
Estamos seguros de que tendremos a nuestro lado a todas las masas antifas­
cistas de España en este empeño revolucionario.
Y lo mismo que antes lo hemos hecho por medio de una carta, hoy, desde
aquí, quiero yo hacer un llamamiento, en nombre del partido comunista, al
partido socialista, a los anarquistas y sindicalistas, a los republicanos de iz­
quierda y a todos los antifascistas. Vosotros, muchos de los que aquí habéis
venido, sois militantes o simpatizantes de estos partidos, y queremos que
seáis portadores de este llamamiento para que la unión se realice cuanto
antes.
Nosotros, partido comunista, luchamos y lucharemos siempre por la rea­
lización de nuestro programa máximo, por la implantación del Gobierno
obrero y campesino en España, por la dictadura del proletariado en nues­
tro país.
Ahora bien; en estos momentos de graves peligros que amenazan a los
í
trabajadores con el fascismo, dueño de resortes principales del Estado, nos­
otros declaramos que estamos dispuestos a luchar unidos a todas las fuerzas
antifascistas sobre la base de un programa mínimo de obligatorio cumplimiento
para todos los que formen en la concentración popular antifascista.
Un programa que hay que comprometerse a realizar ante vosotros, ante
todas las masas populares del país. Nosotros no hacemos pactos a espaldas
de las masas. (Aplausos.)

DOCUMENTO 166

HACIA EL PARTIDO UNICO DEL PROLETARIADO (201)

La condición para poder triunfar incuestionablemente sobre el fascismo;


para el triunfo decisivo del pueblo sobre la reacción, sobre los terratenientes
y el gran capital, es la consecución de la unidad política de la clase obrera,
la creación del partido único del proletariado, que, a pesar de ser mantenida
solamente por socialistas y comunistas, los elementos sinceramente revolucio­
narios del anarcosindicalismo no pueden por menos de ver con simpatía esta
medida, que será un gran avance en el camino del triunfo de las masas del
pueblo.

443
Ahora bien; para que esta unidad se realice totalmente, es necesario que
se refuerce el acercamiento que ya existe entre los partidos socialista y co­
munista; que la desconfianza que aún pueda existir sea eliminada, multipli­
cando las acciones conjuntas.
Los acuerdos del VII Congreso de la Internacional Comunista y la tác­
tica acertada de nuestro partido para su aplicación han facilitado este obje­
tivo de una manera profunda. También facilitan el camino hacia la unidad
los avances de la mayoría del partido socialista en la comprensión de los
problemas desde un punto de vista de clase, abandonando viejos dogmas que
implícitamente les conducían en épocas anteriores a la colaboración de cla­
ses. Indudablemente que la compenetración ideológica necesaria para llegar
al partido único sólo llegará en la medida que socialistas y comunistas dis­
cutan sobre cada problema que surja en la vida diaria de las masas y ac­
túen en común para resolver estos problemas. Sobre la base de la polémica
cordial, debemos tomar sobre nosotros la tarea de esclarecer cada una de
las cuestiones fundamentales de la actual etapa de la revolución española a
los camaradas que no hayan llegado aún a una clara comprensión de ellas.
Para acelerar y facilitar esta unidad política de la clase obrera hay que
llevar a cabo la lucha más intransigente contra la secta degenerada del trots-
kismo, cuya misión fundamental consiste en desorganizar el movimiento obre­
ro, laborando sistemáticamente para entorpecer y sabotear la unidad del mo­
vimiento obrero, lo que significa desarmar al proletariado ante el fascismo y
arrastrarlo al campo de la cruzada contra la U. R. S. S., contra el socialismo
triunfante, contra la fortaleza de la revolución mundial.
El partido único que nosotros queremos, y que la clase obrera precisa,
exige, ante todo y sobre todo, claridad completa de los principios que han de
informarle y una unidad absoluta de ideas en cuanto a los problemas fun­
damentales del programa y táctica, tomando como base los cinco puntos de
la unificación destacados por nuestro gran Dimitrov en el VII Congreso de
la I. C., y que son de todos conocidos.
Claridad plena, especialmente en lo que se refiere a los problemas cardi­
nales de la etapa actual de la revolución española. Hay que luchar contra
las tendencias que desprecian el papel de los campesinos en nuestra revolu­
ción. Un potente movimiento revolucionario de los campesinos, bajo la di­
rección del proletariado, de sus organizaciones, de su único partido, es el
camino que puede asegurar las más amplias proporciones de la revolución
democrática, llevándola a su remate decisivo, conquistando con ello aquellas
posiciones decisivas que, al ser llevadas adelante, nos conducirán indiscuti­
blemente al triunfo de todas las masas del pueblo trabajador.
La unidad del proletariado revolucionario en el partido marxista-leninista
traería como consecuencia el fortalecimiento del Bloque Popular, ya que ló­
gicamente, un partido tal tendría necesidad de comprender su papel como
organizador y dirigente de la revolución democrática, única forma de aislar
a los grandes capitalistas y terratenientes y poner a todas las capas popu­
lares al lado del proletariado y de su partido, que forzosamente habría de
ser el campeón en la lucha por llevar la revolución popular al triunfo deci-

444
sivo, asegurando de esta forma las premisas para continuar la marcha victo­
riosa de los obreros y campesinos. La experiencia vivida por el partido bol­
chevique de la U. R. S. S. hace que nos orientemos en la táctica de la In­
ternacional Comunista, que es incompatible con la política de coaliciones y
acuerdos con la burguesía, como lo es también con la política de abstencio­
nismo de los anarquistas, que conduce a la pasividad política, al aislamiento
sectario, alejando a los partidos proletarios y a todas las organizaciones obre­
ras de la lucha por la dirección de las masas populares.
Para que el partido único del proletariado pueda crearse; para que, una
vez creado, pueda cumplir su papel de vanguardia, son necesarias tales
condiciones; los que estén contra ellas, contra la unidad, contra la dicta­
dura del proletariado y contra los principios básicos del marxismo, es indu­
dable que no tienen su puesto en este partido.
La concepción antimarxista de que son las fuerzas del partido, y no las
masas del pueblo, las encargadas de las luchas decisivas por el Poder deben
ser rechazadas, como también aquellas ideas que no consideran necesarios
los órganos de masas, elegidos por ellas mismas, para las luchas decisivas.
La asimilación crítica de las revoluciones habidas, y especialmente las
enseñanzas de los combates de octubre, han de servirnos para forjar nuestro
gran partido bolchevique de masas, que lleve al pueblo trabajador de Es­
paña a la victoria definitiva.

DOCUMENTO 167

LA UNIDAD DEL PROLETARIADO DESBORDA AL FRENTE


POPULAR (202)

Carta del partido comunista a la C. E. del partido socialista.


¡Por el frente único de combate!
¡Por las alianzas obreras y campesinas!
¡Por el partido único del proletariado, marxista-leninista!
A la Comisión Ejecutiva del partido socialista.
¡Camaradas!
Las luchas heroicas del pueblo trabajador español están dando sus frutos.
En la memorable jornada electoral del 16 de febrero, los obreros y cam­
pesinos, unidos a las fuerzas democráticas, hemos asestado un duro golpe a
la reacción. Hemos alcanzado una gran victoria, llevando al Parlamento una
mayoría del Frente Popular, abriendo las cárceles ‘para nuestros mejores
combatientes, reconquistando la libertad, desbrozando el camino para con­
quistas ulteriores por las masas trabajadoras.
Esta victoria ha sido posible gracias al frente único proletario y la unidad
de acción antifascista, victoria que, a nuestro entender, debemos ampliar y
consolidar para las batallas de hoy y las luchas del futuro.

445
Tenemos un programa común del Bloque Popular, en cuya elaboración,
juntos socialistas y comunistas, hemos dado nuestro esfuerzo. Este programa
tenemos la obligación de cumplirlo y hacerlo cumplir en el área de la lucha
de las masas y en el área parlamentaria. La garantía de su ejecución está
en el frente único del proletariado, en su movilización y organización.
El proletariado unido tiene la responsabilidad histórica de organizar y
dirigir las luchas de todas las masas populares, en primer lugar, de los cam­
pesinos trabajadores.
El programa del Bloque Popular, no obstante los aspectos positivos de
sus puntos, ha sido declarado insuficiente, no sólo por las fuerzas obreras
que forman el Bloque, sino por los mismos republicanos de izquierda, que
aspiran a una República de libertad y justicia social.
Con justa razón, los representantes autorizados del partido comunista,
del partido socialista y de la U. G. T., en conjunto, han planteado desde el
primer momento la necesidad de un programa más amplio, que comprenda
las reivindicaciones esenciales de la revolución democráticoburguesa, sin rea­
lizar la cual no se puede liquidar la base material de la contrarrevolución y
reducirla a la impotencia, abriendo así un amplio cauce para la realización
de las aspiraciones del proletariado y de las amplias masas campesinas.
De ahí que entre el programa adoptado por el Bloque Popular y el pre­
sentado por nuestro partido y la U. G. T., en conjunto, hay diferencias fun­
damentales. En forma especial queremos referimos al problema de la tierra,
necesitado de soluciones de fondo. La cuestión de la tierra es uno de los
puntos cardinales de la actual etapa de la revolución.
El Comité Central del partido comunista estima que, frente a los aconte­
cimientos en curso y a los que se avecinan, corresponde a nuestros grandes
partidos, unidos en frente de combate, la tarea de organizar a las masas la­
boriosas y dirigirlas a la lucha y al triunfo. Para eso es preciso, en primer
lugar, fortalecer las relaciones orgánicas entre los dos partidos, a través de
Comités permanentes de enlace en el centro, en las provincias y en todas
las localidades. Estos Comités, entre otras tareas, deben dedicar una aten­
ción especial a las Alianzas Obreras y Campesinas, reforzándolas y vivifi­
cándolas allí donde existen y creándolas allí donde aún no están constituidas.
El movimiento revolucionario de España nos ha dado esa forma histórica de
organización y de lucha de los obreros y campesinos —octubre, y en especial
Asturias, nos han dado el ejemplo de su eficacia revolucionaria—, e importa
ahora conservarla y consolidarla. Las Alianzas Obreras y Campesinas deben
ser el eje de toda la actividad de los Bloques Populares para el cumplimiento
del programa de acción antifascista y de lucha contra la reacción. Sólo así
se podrán realizar las tareas ulteriores de la revolución democráticoburguesa
y transformarla en revolución proletaria, socialista.
Así pues, nuestra opinión sobre lo que debe constituir nuestra acción
común —la lucha conjunta de los partidos socialista y comunista— es: eje­
cución rápida del pacto del Bloque Popular y lucha por nuestro propio pro­
grama, por el programa del Gobierno Obrero y Campesino.

446
Este, a nuestro entender, debe abarcar aquellos puntos que fueron o no
admitidos o disminuidos en el Bloque Popular, a saber:
1. ° Lucha por la confiscación, sin indemnización, de todas las tierras
del señorío, de la nobleza, de los grandes terratenientes, de la Iglesia y de
las Ordenes religiosas y su entrega inmediata y gratuita a los obreros agrí­
colas y a los campesinos trabajadores, a fin de que las trabajen individual
y colectivamente, según decidan ellos. Las tierras pertenecientes al Estado
y a los Ayuntamientos deberán ser puestas también a disposición de los
obreros agrícolas y campesinos pobres con el mismo fin. Los útiles, aperos
y ganados que a la sazón posean los dueños de tierras confiscadas deberán
igualmente ser confiscados sin indemnización y pasar a poder de los obreros
agrícolas y campesinos trabajadores.
2. ° Luchar para que todas las deudas de los campesinos —hipotecas o
arriendos atrasados— sean anuladas; todas las cargas feudales —foros, “ra-
bassa morta”, condominio, etc.— sean abolidas, y todos los impuestos del
régimen burgués terrateniente, suprimidos.
3. ° Lucha para proveer a los obreros agrícolas y campesinos trabaja­
dores de maquinaria, útiles de trabajo, simientes, créditos y elementos téc­
nicos para aumentar, en el mayor grado posible, la producción agrícola, al
objeto de terminar con el hambre y la miseria que existen en el campo, y
elevar, sistemáticamente, el bienestar de las masas trabajadoras.
4. ° Lucha para la aplicación inmediata de medidas de gran enverga­
dura para mejorar rápida y radicalmente la situación de los obreros agrícolas,
aboliendo todos los contratos explotadores y usurarios, aumentando los sa­
larios lo suficiente para las necesidades de los obreros agrícolas y sus fami­
lias, reduciendo considerablemente la jornada de trabajo.
5. ° Lucha por la nacionalización de las Empresas, de la gran industria
trustificada, los Bancos, los ferrocarriles y todos los medios de transporte
y comunicación que se hallan en manos del gran capital (barcos, tranvías,
autobuses, aviones, telégrafos, teléfonos, radio, etc.). Las Alianzas Obreras
y Campesinas realizarán el control de la producción y distribución.
6. ° Lucha para instaurar de modo general la jornada de siete horas, y la
de seis para los mineros e industrias insalubres, como también para los jó­
venes. Para aumentar el nivel de vida de las clases trabajadoras. Para au­
mentar inmediatamente todos los salarios. Para establecer el subsidio inme­
diato a los parados, asegurándoles los medios necesarios de vida hasta que
sean absorbidos en las diversas ramas de la producción, la cual será adapta­
da a las necesidades de las amplias masas trabajadoras y al fomento de la
agricultura, asegurando, de esta forma, el trabajo permanente para los obreros.
7. ° Lucha por el seguro general para todos los trabajadores en caso de
paro, enfermedad, accidente, vejez y maternidad por cuenta del Estado y de
la industria nacionalizada, como también de las empresas aún no expropia­
das, sin ninguna aportación por parte de los obreros.
8. ° Lucha por la liberación nacional de todos los pueblos oprimidos,
reconociendo a Cataluña, Vasconia y Galicia el pleno derecho a disponer

447
de sí mismos hasta la separación de España y la formación de Estado inde­
pendiente.
1 9. ° Lucha por la liberación inmediata y completa, sin restricción ni li­
mitación, de Marruecos y demás colonias.
10. Lucha por la supresión de la Guardia Civil y de Asalto y de todas
las fuerzas armadas de los capitalistas y terratenientes. Armamento general
de los obreros y campesinos. Liquidación de la burocracia hostil al pueblo
y elección de los funcionarios públicos por las Alianzas Obreras y Campe­
sinas.
11. Lucha por la supresión del Ejército permanente, como instrumento
que es en manos de los capitalistas y terratenientes. Liquidación de los ge­
nerales y del cuerpo de oficiales. Elección democrática de los comandantes
por los soldados. Elección por los soldados de sus Diputados a las Alianzas
de obreros, campesinos y soldados. Creación de un Ejército rojo obrero y
campesino, que defenderá los intereses de las masas populares y de la revo­
lución.
12. Solidaridad proletaria con los oprimidos del mundo entero y alian­
za fraternal con la Unión Soviética, que construye imperiosamente el socia­
lismo y constituye una potente fortaleza para el proletariado mundial y los
pueblos oprimidos contra el fascismo internacional y las fuerzas de la reac­
ción capitalista. Lucha incesante por la paz al lado de los pueblos que la
desean, a cuya cabeza está la Unión Soviética.
13. Lucha por el Gobierno Obrero y Campesino, que realizará inme­
diatamente este programa apoyándose en las grandes masas de obreros, cam­
pesinos y soldados y sobre las Alianzas Obreras y Campesinas como órganos
revolucionarios del Poder.
Las Alianzas Obreras y Campesinas, libre y democráticamente constitui­
das, lucharán hasta romper definitivamente el poder de los explotadores, de
los capitalistas y terratenientes, hasta liquidar totalmente el aparato de coer­
ción burocrático y antipopular del Estado y los Municipios, y los reempla­
zarán por órganos populares en los que participen las más amplias masas
de obreros y campesinos en la dirección de su Estado. Las Alianzas Obreras
y Campesinas les asegurarán pan, trabajo y libertad, y les representarán y
defenderán sus intereses y necesidades diarias.
Estos puntos son susceptibles de discusión. Pero no dudamos que, en su
conjunto, serán aceptados por esa Ejecutiva y por las organizaciones del
partido socialista por responder a la situación actual.
¿Cómo realizar esta plataforma y por quién? Nadie puede dudar de lo
que significa el frente único, y menos que nadie los trabajadores socialistas
y comunistas, que han comprobado toda su eficacia. La jornada del 16, las
múltiples manifestaciones y acciones populares de todo el país, entre ellas
la del sábado 29 de febrero y domingo 1 de marzo en Madrid, han mos­
trado la adhesión del pueblo trabajador al Frente Unico y a las Alianzas
Obreras y Campesinas y su voluntad de luchar por el Gobierno Obrero y
Campesino.

448
Para el mejor desarrollo de esta acción, que abre las perspectivas para el
triunfo del socialismo, os proponemos:

Creación de los Comités de enlace en la dirección de los dos partidos,


comunista y socialista, subsanando las dificultades que a este respecto han
existido hasta la fecha. Comités de enlace con todos los escalones de nues­
tras Organizaciones: provinciales, locales, de fábrica, minas y empresas, etc.
Nuestros dos partidos deben dedicar sus mejores esfuerzos a la conso­
lidación y creación de las Alianzas Obreras y Campesinas, a hacer de ellas
auténticos órganos democráticos, cuya dirección debe ser elegida por las ma­
sas, en las fábricas, barriadas obreras, en los cortijos, haciendas y aldeas.
No dudamos que estas proposiciones encontrarán en vosotros la favora­
ble acogida que esperan los trabajadores y que con la mayor rapidez ponga­
mos manos a la obra.
La situación actual, el desarrollo ulterior de la revolución, la necesidad
de asegurar su triunfo plantea ante nuestros partidos la necesidad de la
constitución de un partido único del proletariado del partido marxista-leni­
nista, dirigente de la revolución. A este propósito reiteramos nuestra propo­
sición de 23 de octubre del pasado año, que tuvo una acogida favorable en
la inmensa mayoría de los afiliados al partido socialista, para llegar al esta­
blecimiento de la unidad política sobre la base de las condiciones siguientes:
Independencia completa, vis a vis, de la burguesía y ruptura completa
del bloque de la socialdemocracia con la burguesía; realización de antemano
de la unidad de acción; reconocimiento de la necesidad del derrocamiento
revolucionario de la dominación de la burguesía y la instauración de la dic­
tadura del proletariado en la forma de Soviets; renuncia al apoyo de la pro­
pia burguesía en caso de guerra imperialista; edificación del partido sobre la
base del centralismo democrático, asegurando la unidad de voluntad y de
acción, templada por la experiencia de los bolcheviques rusos.
Estando próximo el Congreso de vuestro partido os rogamos examinéis
las condiciones que os presentamos, que son las establecidas por el VII Con­
greso de la Internacional Comunista, y nos hagáis saber vuestra opinión al
respecto. No hay duda que, en la conciencia de los trabajadores, el senti­
miento de la necesidad de la constitución de un partido único del proleta­
riado revolucionario se ha hecho carne. La realización de la unidad de ac­
ción, el fortalecimiento del Frente Unico, la creación y funcionamiento de
las Alianzas Obreras y Campesinas plantean la necesidad de la constitución
de un solo partido proletario, dirigente de la revolución. Nadie que sea ver­
daderamente revolucionario puede escatimar esfuerzos en este sentido.

¡Por el Frente Unico de combate!


¡Por las Alianzas Obreras y Campesinas!
¡Por el partido único del proletariado marxista-leninista!
¡Hacia el triunfo de la revolución!

449
29

En espera de vuestra contestación, que no dudamos será favorable, re­


cibid, camaradas, nuestro saludo comunista.—Por el Comité Central del par­
I
tido comunista de España.
José Díaz, Secretario general
Madrid, 4 de marzo de 1936.

Nota.—Nuestro partido ha nombrado ya a su representante para en­


tenderse con la Comisión Ejecutiva del partido socialista respecto a nuestras
proposiciones, tanto para la acción de masas como también para la acción
parlamentaria.
¡Hacia el triunfo de la revolución!

DOCUMENTO 168

URIBE EXPLICA LA TACTICA DEL FRENTE UNICO (203)

Nuestro camarada Vicente Uribe habla en la Conferencia del Radio Co­


munista de Madrid sobre “Los problemas del Frente Unico”.
Ayer, a las ocho de la noche, se celebró en el salón de actos de La Ra­
zón del Obrero, Augusto Figueroa, 29, una conferencia con vistas al Con­
greso provincial, organizada por el Radio Comunista y a cargo del camara­
da Vicente Uribe.
Preside el camarada Isidoro Diéguez.
Empieza el camarada Uribe diciendo: “Es un gran acierto del Comité
provincial que, ante la celebración de su próximo Congreso, haya organiza­
do estas conferencias, que permiten plantear no sólo ante los activistas del
partido, sino ante todos los trabajadores, el problema del Frente Unico, pro­
blema de cuya realización depende el porvenir de la clase obrera.
El Frente Unico —continúa— no es una cosa nueva para nosotros. Ya
en 1923, ante la acentuación de los ataques del capitalismo, la I. C. planteó
este problema; desde entonces podemos decir que la lucha por el Frente Uni­
co ha sido y es la tarea central de los comunistas.
En el Vil Congreso, más de la mitad del informe del camarada Dimitrov
está dedicado al Frente Unico; igual podemos decir de los informes de los
delegados de los 75 países que estuvieron representados.
Con el heroísmo sólo no se puede vencer. El ejemplo de Alemania, con
un proletariado potente, pero dividido, es aleccionador. En el Congreso de
la I. C. se han apreciado grandes éxitos (Francia), pero también se ha ob­
servado mucho retraso en otros países. Yo quiero deciros, con relación a
esto, que en nuestro partido en Madrid, a pesar de las grandes corrientes de
unidad, no hay hechos de Frente Unico. Cojamos, camaradas, el ejemplo
de nuestro partido en Francia y veremos cómo no sólo se ha limitado a hacer

450
proposiciones, sino a hacer que éstas fueran sentidas y defendidas por las
masas. He aquí el camino de llevar el Frente Unico al terreno práctico.
No olvidemos que quien más corra vencerá; no creemos que la propa­
ganda y la agitación es suficiente; es preciso la realización práctica del Fren­
te Unico; esto es, organización y lucha.
Hay quien dice en estos momentos que hemos dado un gran viraje; que
ayer exigíamos mucho y hoy no. Ayer, camaradas, teníamos otra situación;
el fascismo no era un peligro tan inmediato; la socialdemocracia estaba en­
quistada en el aparato burgués. Hoy el fascismo es una cosa inmediata, y en
el seno del partido socialista hay una gran corriente que quiere sinceramente
la revolución. No hemos abandonado nada, no hacemos otra cosa que adap­
tar nuestras consignas y nuestra táctica a una situación dada. “Es menester
—ha dicho Dimitrov— esmerarse en la realización del Frente Unico.” Yo
espero que, teniendo en cuenta esto, nuestro partido en Madrid luchará por
presentar un balance de hechos prácticos de Frente Unico.
Habla después de la necesidad de ganar a las capas más atrasadas, por­
que con la vanguardia sólo no se puede triunfar. Insiste sobre la necesidad
de ganar a esos grandes sectores al margen de las organizaciones, creando
órganos de clase al margen de los partidos. Ayudamos a fortalecer los Sin­
dicatos. Pero hemos de poner toda nuestra capacidad de organización para
ganar a los cinco millones de trabajadores.
Habla después de la necesidad del Bloque Popular que aúne a todos los
que no quieren el fascismo, pero que no quieren llegar tampoco hasta la
dictadura del proletariado. El Bloque Popular, para que sea verdaderamen­
te eficaz, ha de estar apoyado en las masas. Y no solamente ver el Bloque
con vistas a las elecciones, sino también para después. El Bloque debe tener
bases programáticas que recojan el sentir de las masas populares. Habla des­
pués de la unidad sindical y de la fusión de la U. G. T. y C. G. T. U. y de
la necesidad de ganar a los Sindicatos Autónomos para la U. G. T. y esta­
blecer la unidad de acción con los camaradas anarquistas.
Pasa después a hablar del partido único. “Ansiamos llegar al partido
único del proletariado —dice—, pero no hay que olvidar que ese partido no
puede formarse sobre la base de un aglutinamiento de todas esas corrientes
ideológicas. No; ése no sería el partido que la revolución necesita. El partido
único ha de hacerse sobre la base del marxismo-leninismo. En el partido
=
único no caben concepciones ajenas a esta teoría, ni caben tampoco fraccio­
nes que, en nombre de “la libertad”, sustentan posiciones personales en con­
tra mismo de la línea del partido. Y que no diga nadie que nosotros no dis­
cutimos. En nuestro partido se discute todo, absolutamente todo; pero una
vez que se ha tomado un acuerdo sólo cabe realizarlo.
Una sola voluntad en la acción, en la dirección y en los propósitos; una
teoría de vanguardia; esto es inuestro partido, esto es la base también para
la creación de un solo partido.”
Habla a continuación de la necesidad de verificar y desarrollar las Alian­
zas Obreras. Habla de aquellos que creen que con crearlas cuatro días antes
es suficiente. “Si los bolcheviques —dice— hubieran hecho esto no existí-

451
ría hoy el socialismo en la U. R. S. S. Las Alianzas Obreras deben ser simi­
lares a los Soviets, y a través de las luchas diarias deben templarse y demos­
trar que son dignas de la confianza de las masas.” Se dirige después a los
militantes del partido para que redoblen su actividad para presentar un ba­
lance que corresponda a la influencia de nuestro partido. (Una gran ovación
acogió las palabras del camarada Uribe, y, después de un pequeño resumen
del Presidente, terminó el acto en medio de gran entusiasmo.)

Grupo décimo

LAS PRIMERAS ETAPAS DE LA UNIFICACION MARXISTA

El partido socialista estaba en un callejón sin salida al que le había


arrojado la paranoia revolucionaria de su izquierda caballerista. Sin em­
bargo, pueden advertirse sus estertores para evitar la pura y simple ab­
sorción por el comunismo (documento 169). Santiago Carrillo, que ya está
prácticamente convertido en el gran tránsfuga del socialismo, critica a su
partido mientras esgrime, como evidente, la doctrina de la insurrección
(documento 170).
Está ya muy claro quién va a ser el factor dominante, quién el rece­
sivo tras la proyectada fusión intermarxista. El comunismo halaga a Largo
Caballero (documento 171) mientras propugna pura y simplemente la ex­
pulsión de Prieto del socialismo (documento 172) y, por supuesto, desau­
toriza a Besteiro desde la teoría marxista (documento 173). La absorción
se empieza a consumar. El partido socialista pierde de golpe decenas de milla­
res de miembros: toda su juventud entregada al comunismo (documento 174).
Y por si se cree retórica la expresión anterior, ahí está (en el documento 175)
el comentario del gran instrumento de la “fusión” y gran trásfuga Santiago
Carrillo: “No hay más dirigente de la revolución que el partido bolche­
vique”. Aunque ya antes ha quedado la tesis perfectamente clara, el docu­
mento 170 es una descarada confesión marxista de los propósitos del Frente
Unico para la conquista del -Poder mediante la insurrección armada y la
guerra civil. No hay fechas, pero hay programa e impulso. El carácter de
evidencia que, como señalamos más arriba, se atribuye a este programa, vale
por mil “documentos secretos”.

DOCUMENTO 169

LOS ESTERTORES DEL PARTIDO SOCIALISTA (204)

El manifiesto del Comité Nacional del partido socialista.


En otro lugar de este número publicamos el manifiesto que, al final de
su reunión, ha dado a la publicidad el Comité Nacional del partido socia­
lista. Los acuerdos adoptados por el Organismo oficial dirigente del partido

452
socialista ya han merecido nuestro comentario. Hoy queremos discurrir acer­
ca de las cuestiones que en él se plantean. Y, en defensa de nuestro derecho
a hacerlo, sólo hemos de decir que nada que afecte al movimiento político
o social de los trabajadores de nuestro país, y aun de todos los sectores de
la sociedad, nos es ajeno. Como órgano y partido de la revolución hemos de
estar siempre atentos a todas las vibraciones políticas de España, aclarando
y orientando sobre el significado de los problemas que cada día nos plantea.
El manifiesto aborda cuestiones palpitantes. Expresa su decisión de man­
tener su apoyo al Frente Popular, de “mantener las Alianzas Obreras”, de
laborar por la unidad sindical, de desarrollar la lucha antifascista, y aún des­
cubre su propósito de “buscar el acercamiento” de la Segunda y Tercera
Internacional. Todo esto aparte de otras consideraciones que afectan la mar­
cha interna del partido socialista.
No es por casualidad que el organismo nacional oficial del partido so­
cialista hable en manifiesto público de los problemas candentes que el mo­
vimiento obrero y el país tienen planteados. No hacerlo significaría que des­
conocían los anhelos de las masas y que los despreciaban olímpicamente
hasta el punto de no mencionarlos. El Comité Nacional se ha visto obligado,
dada la situación y el apasionamiento de las masas, a hablar de las cuestio­
nes anunciadas, a fijar posición favorable en un manifiesto sobre lo que es
no un velado propósito en los trabajadores, sino una exigencia, una orden
de obligatorio cumplimiento. Así en el problema de la unidad como en el
de las Alianzas.
No más lejos de ayer hemos recordado a los hombres que hoy dirigen el
partido socialista la suerte adversa que han corrido las constantes propo­
siciones hechas por el Comité Central del partido comunista, precisamente
sobre las cuestiones que en el manifiesto se abordan. Desgraciadamente, en
pocas —podríamos decir que ninguna— los compañeros de la Ejecutiva so­
cialista han aceptado nuestras proposiciones. En realidad siempre ha existi­
do un abismo entre las palabras y los hechos.
Estamos nosotros en la primera línea de defensa del Frente Popular y
de la República como régimen democrático y popular. Pero no de forma
admirativa, sino como realidad dinámica de la que hay que obtener, como
inmediata consecuencia, el mejoramiento de los trabajadores, la conquista
de sus libertades y el aplastamiento, con la colaboración del pueblo, de la
reacción y el fascismo. No es con la colaboración incondicional ni con las
viejas prácticas colaboracionistas de la socialdemocracia como se consigue pron­
to lo que las masas del pueblo exigen de la presente situación. No es el con­
formismo, sino la celeridad, el incremento del ímpetu revolucionario, lo que
hará indestructible la victoria del pueblo y la afianzará sobre rutas más am­
biciosas. Y nos parece que en esta cuestión de ritmo e ímpetu se apunta una
disparidad entre nuestro criterio —que es el de las masas populares— y el
del Comité Nacional del partido socialista, como ha sido expresado por sus
hombres más representativos.
No es cuestión de palabras, sino de hechos. Hechos, la unidad de los tra­
bajadores. Hechos, las Alianzas Obreras y Campesinas. Hechos, la marcha
I
453
j
por el camino de la revolución democrática hacia la revolución socialista.
Y una ojeada retrospectiva nos convence de que de parte de los organismos
oficiales dirigentes del partido socialista sólo hemos encontrado obstáculos
en el camino de la unidad y de la creación y ampliación de los órganos de
frente único: las Alianzas. Otro tanto ha sucedido en el problema de la uni­
dad sindical. Y a estas alturas, cuando tantos peligros se ciernen sobre la
Humanidad, cuando el fascismo provoca el estallido de una guerra atroz, se
nos antoja tímida en exceso la apreciación de que “es factible” buscar un
acercamiento de las dos Internacionales. No es ésta la cuestión. El único
obstáculo que ha existido y existe para la unidad de acción contra la guerra
y el fascismo en el plano internacional reside en la Segunda Internacional.
Luego lo que cabe hacer no es aventurar un tímido propósito, sino invitar
a la lucha para obligar a los enemigos de la unidad a que acepten las pro­
posiciones repetidas cada día por la Internacional Comunista. Esto es lo que
exigen las masas.
Rechaza el manifiesto lo que llama “verbalismo revolucionario”. Pero a
nosotros nos parece que no es por huir de este verbalismo por lo que en el
documento se olvida que en España una de las cuestiones fundamentales es
la de la tierra. Ni una palabra sobre esto. Tal como está la situación, tal
como la concebimos los revolucionarios, tal como la revolución exige que se
aborde y se resuelva el problema de la tierra hubiera sido muy interesante
conocer la opinión del Comité Nacional del partido socialista. Esta es la
piedra de toque. E igualmente al Comité Nacional se le ha olvidado consig­
nar que, en el orden de las principales cuestiones, está la del combate con­
tra el fascismo y la reacción en los organismos del Estado. Podemos decir
que estos dos problemas están antes en las preocupaciones de nuestra clase
que en las excesivas advertencias a una prudencia que recuerda los primeros
años de la República. El camino de la “prudencia” y de la “tolerancia” nos
trajo noviembre de 1933 con su serie de tragedias para los trabajadores.
El Comité Nacional del partido socialista rechaza toda idea de llegar en
España a la organización de un solo partido del proletariado. No hace falta
que lo diga. Basta con su omisión y con las apreciaciones que, a lo largo
del manifiesto, se hacen para que le supongamos enemigo de esta magnífica
aspiración de las masas trabajadoras, por la que luchamos y por la que lu­
chan en realidad la mayoría de los militantes del partido socialista.
El manifiesto que comentamos acusa una disparidad de criterio con la
mayoría de los afiliados al partido socialista. De ello no hay duda. A nosotros
nos interesa principalmente destacar las que se refieren al problema de la
unidad de acción y de lucha por el partido único del proletariado marxista-
leninista que desarrollamos los comunistas unidos a los camaradas socialis­
tas de izquierda. Y a propósito de este manifiesto hacemos un llamamiento
especial a los camaradas socialistas para que caminemos aún más estrecha­
mente unidos en la lucha por la defensa de los intereses de los trabajadores y por
el desarrollo de la revolución. La garantía del triunfo de los obreros y cam­
pesinos está hoy más que nunca vinculada a la unidad de todas las cuestio­
nes socialistas y comunistas.

454
DOCUMENTO 170

SANTIAGO CARRILLO PREPARA LA ENTREGA DE LAS JUVENTU­


DES AL COMUNISMO (205)

Es preciso acabar con el equívoco de que el partido dirige la dictadura


a través de su propia estructuración orgánica.
En nuestro fraternal colega, que dirige el camarada Araquistáin, ha pu­
blicado un documentado artículo el camarada Santiago Carrillo sobre pro­
blemas de gran interés. Con gusto lo reproduciríamos íntegro si el espacio
lo permitiera. Pero no renunciamos al placer de dar a conocer a nuestros lec­
tores un extracto del citado artículo. He aquí su parte principal:
“En la primera etapa la Alianza, tal cual la prevé Largo Caballero, aglu­
tinará a las fuerzas cuantiosas que hoy están organizadas ya en el partido
socialista, comunista, en la U. G. T. y C. N. T. y en las Juventudes. Pero hay
que prever que las Alianzas no se detendrán aquí; seguirán un proceso de
perfeccionamiento hasta llenar plenamente el papel de órganos de la revolu­
ción. La experiencia nos demuestra que todas las revoluciones populares tu­
vieron sus órganos y que los partidos pueden dirigir e influir esos órganos,
pero no sustituirlos. La revolución proletaria establece la dictadura de una
clase: la de los obreros y campesinos contra la burguesía. Y el partido orienta
y dirige la dictadura en la medida en que sus militantes son realmente la van­
guardia del proletariado, la selección. Pero la dirige a través de unos órganos
de democracia obrera independientes en su funcionamiento de los del partido.
Es preciso acabar con el equívoco de que el partido dirige la dictadura
a través de su propia estructuración orgánica. Si lo que se establece es la
dictadura de una clase, es natural que se reconozca la imposibilidad de que
el partido, vanguardia de ella, la recoja plenamente, o cuando menos a su
inmensa mayoría, en su seno. Es hoy en Rusia, a los dieciocho años de dic­
tadura, y el partido bolchevique no recoge más que a una ínfima parte de la
población trabajadora. Son los Soviets los que allí dan intervención a las ma­
sas en la realización del socialismo, los que constituyen el órgano de la demo­
cracia obrera dentro de la dictadura. En España, si queremos hacer una re­
volución triunfante, tendremos que reconocer la necesidad de un órgano de
democracia obrera que permita al partido controlar a la inmensa mayoría de
las masas de la población trabajadora, sin las cuales, según la teoría y la
experiencia, es imposible conseguir la victoria.
La actuación de tales órganos no arrebata la dirección de la revolución
al partido; al contrario, le proporciona la posibilidad de tenerla. Claro que
si el partido la merece; he aquí la cuestión fundamental: tener un partido
que la merezca. Con su actual estructura y composición es preciso recono­
cer que el partido socialista no está en condiciones de dirigir victoriosamente
una revolución proletaria. Y por eso luchamos por conseguir —mediante la
unión del partido socialista depurado y del partido comunista— el instrumen-

455
to de la vanguardia obrera que pueda dirigir los órganos de la democracia
I
proletaria.
Desde el momento en que a la Alianza se le da el carácter de órgano in­
surreccional implícitamente se la considera órgano de Poder. Porque la re­
volución proletaria es todo un proceso en el cual no se pueden separar las
etapas a capricho. Es imposible decir: “Las Alianzas van a vivir hasta el
momento en que termine la insurrección.” Pero una vez en el Poder el pro­
letariado, ¿ha terminado la guerra civil? Pues si no ha terminado, como pa­
rece probable, las Alianzas seguirán luchando contra los enemigos del pro­
letariado; el ejército, que se ha ido corporeizando a través de la insurrección,
será el mismo que continuará la lucha desde el Poder. El órgano que ha
hecho la insurrección será el que luchará, por un imperativo dialéctico, hasta
destruir todos los fundamentos del capitalismo. Precisamente la Alianza se
pone en condiciones de ser un órgano insurreccional en la medida que re­
presenta el doble poder de la clase obrera frente al de la burguesía. De ahí
que sea imposible concebir a la Alianza como órgano insurreccional sin con­
cebirla asimismo como órgano de Poder.”

DOCUMENTO 171

HALAGOS COMUNISTAS A LARGO CABALLERO (206)

Una acertada posición del camarada Largo Caballero.


Estábamos en lo cierto cuando, en nuestro editorial del día 8, al comen­
tar los acuerdos de la Comisión Ejecutiva de nuestra Central sindical, la
Unión General de Trabajadores, con relación al Frente Popular, decíamos:
"... nosotros sabemos que los camaradas de la Ejecutiva de la Unión Gene­
ral de Trabajadores no piensan en que esta ruptura se produzca, y que su
acuerdo sólo tiende a advertir determinadas orientaciones ministeriales.”
El discurso pronunciado ayer por el camarada Largo Caballero a los
Diputados y compromisarios de la izquierda socialista en el homenaje que
éstos le dedicaron lo confirma plenamente:
“Esto no quiere decir, camaradas, que no debamos ser leales y fieles a
los compromisos contraídos”..., ha dicho el Secretario General de la Unión
General de Trabajadores.
“... Hay que ser leales. Es preciso que, cuando venga la separación, la
responsabilidad histórica de esa separación no caiga sobre nosotros, sino so­
bre la clase burguesa.”
“Yo os aconsejo que, desde provincias, nos estimuléis para que hagamos
que se cumpla el programa del Frente Popular en su integridad y con rapi-
dez”..., etc.
El camarada Largo Caballero coincide con nosotros en que la reacción
y el fascismo no están todavía aplastados, y que hay que realizar en su tota-

456
lidad el programa del Frente Popular para crear las premisas indispensables
que nos permitan hacer triunfar la revolución. Pero si vemos confirmada con
satisfacción la justa posición adoptada con relación al Frente Popular por
el Secretario de la U. G. T., no es de menor importancia y satisfacción su
posición en torno a las Alianzas Obreras y Campesinas.
Algo hay que tendrá que profundizarse para el mayor esclarecimiento y
compenetración de lo que estos órganos significan en la preparación de las
luchas, en el desarrollo de éstas y en la organización de la misma revolución.
Pero esto, que será objeto de otros artículos, no obsta para que manifeste­
mos nuestra total satisfacción por el camino emprendido por los camaradas
de la izquierda socialista, al reconocer la necesidad de tales órganos, que si
no encontraran la suficiente convicción en las razones expuestas a lo largo
de su planteamiento, tienen el aval del triunfo, demostrado prácticamente en
las gloriosas jornadas de octubre.
Saludamos el camino emprendido por los camaradas de la izquierda so­
cialista.
He aquí la justa posición. Consolidar, robustecer el Frente Popular. Ha­
cerle cumplir aceleradamente su compromiso para liquidar la base material
a la reacción y el fascismo.
Creación de Alianzas Obreras y Campesinas que recojan a las fuerzas
organizadas e inorganizadas de la ciudad y del campo, de los propios lugares
de trabajo y de las barriadas, y que democráticamente elijan su dirección.
Esa es la gran tarea del momento.

DOCUMENTO 172

INDALECIO PRIETO, PERSONA “NON GRATA” (207)

Unas declaraciones de Indalecio Prieto.


L’Intransigeant, de París, ha publicado unas declaraciones del dirigente
socialista que no podemos dejar escurrir sin el oportuno comentario. En otro
lugar de este número va un extracto de ellas. Ahora, porque su simple lec­
tura servirá para que nuestros camaradas comenten por su cuenta, procede
decir que un político que tales declaraciones presta y avala, cuando se halla
encajado en un partido obrero, siquiera sea en el socialista, donde las apre­
ciaciones teóricas y tácticas tienen amplio y extremoso campo para produ­
cirse, está obligado por disciplina mental —ya que no lo sea por la otra— a
desencajarse de él. Indalecio Prieto manifiesta, pública y ostensiblemente,
al redactor francés, que no cree posible para España un régimen comunista
porque el individualismo peculiar del español no permite tales transforma­
ciones. Añade, a sazón de un comentario desprendido de la afirmación pri­
mera, que el socialismo español colaborará en el Gobierno republicano con­
forme se vaya convenciendo Largo Caballero de su necesidad. Es decir, cuan­
do el ala izquierda del socialismo vuelva por los fueros de la socialdemocra-

457
cía. Después de esto opina acerca de diversas actividades políticas de menor
envergadura, cuales son la elección presidencial, por ejemplo. Redondea con
ello lo anteriormente manifestado. Complementa —pudiéramos decir— el mó­
dulo fundamental. Se desprende una sola afirmación: Indalecio Prieto debe
abandonar el partido socialista voluntariamente para encajarse en cualquiera
de los partidos republicanos. La tremenda responsabilidad de esas declara­
ciones, donde se abomina, no ya de la lucha violenta por el Poder, sino de
la esencia del marxismo, y se solicita una colaboración obrera —a la antigua
usanza— con la República burguesa, incapacita a su autor para permanecer
al frente de un organismo proletario. Indalecio Prieto tiene todas las dotes
necesarias y precisas... para no estar en un partido de clase.

DOCUMENTO 173

DESAUTORIZACION COMUNISTA PARA EL PROFESOR BESTEIRO


(208)

Unas declaraciones nuevas del señor Besteiro.


El Catedrático de Lógica de la Universidad Central ha contestado a una
interviú de La Petite Gironde, de Burdeos, en la que expone donosamente
sus conocidas teorías acerca del marxismo; las condiciones políticas y socia­
les de España, inadecuadas a un régimen soviético; la necesidad de una Cá­
mara corporativa, y algunas cosas más, no por sabidas menos impertinentes
y menos necias.
Lo que destaca más luminosamente en la citada conversación :n lo que
hemos de hacer algún hincapié, no por la autoridad a este respecto del señor
Besteiro, sino por la ocasión que nos brinda para demostrar su alejamiento
de los trabajadores— es la siguiente declaración respondiendo a la pregunta
“¿Va España hacia el comunismo?”
El ex Presidente de las Cortes ha dicho:
“Yo creo que no. Creo que hay una gran diferencia entre España y Ru­
sia. No nos encontramos en una situación tan difícil como la de Rusia en 1917.
Además, los bolcheviques representaban entonces en su país una selección
intelectual formada en Europa en años de sufrimientos y privaciones. El co­
munismo, en España, no tiene jefes como aquellos...
Yo no creo que España esté hecha para los Soviets. Esta avalancha es
en España una enfermedad pasajera del proletariado. El inconveniente es
real y palpable. La tirantez interior que provoca trastorna la actividad de los
gobernantes para enfocar sus verdaderos problemas. La política a seguir es,
desde luego, la económica.”
Nos interesa consignar al Profesor Besteiro que no es precisa una igual-
dad absoluta de condiciones entre Rusia en 1917 y España contemporánea­
mente para que el comunismo se halle en el auge de su lucha por el Poder.

458
Extraño resulta que un Profesor como el señor Besteiro, que bebe las fuentes
más puras del marxismo —según él—, caiga en un error semejante, cuyo
carácter antidialéctico se demuestra en el simple hecho de estimar la evolu­
ción histórica con un carácter fatalista. Con haber ojeado las tesis fundamen­
tales de Marx hubiera podido apreciar que el auge del comunismo va en
razón directa al desarrollo del conflicto entre las fuerzas productivas de un
país y su sistema de producción. Y vea si aquí, en España, las fuerzas pro­
ductivas: abundante mano de obra, campesinado pobre, crisis industrial na­
cional como consecuencia de la crisis universal y la mala política de Trata­
dos, unida a la desvalorización de moneda; en definitiva, el fortalecimiento del
proletariado y las clases campesinas pobres no se hallan en contradicción fla­
grante y palmaria con un sistema de producción que no es burgués ni si­
quiera en algunos de sus aspectos; que es feudal, oligárquico, retrasado en
sus formas evolutivas y con unas características de violencia inusitada que
anticiparon el pacto histórico que el Profesor Besteiro teme.
El resto de sus manifestaciones son derivadas de la premisa fundamental.
El afán de establecer un predominio de jefes sobre la masa responde a la
misma concepción antidialéctica. Sazonada con su poquito de rencor. Y, na­
turalmente, su concepto de la “avalancha pasajera”. Cuando se carece de fe
en los destinos históricos de una clase es fácil considerar sus necesidades
como una avalancha... contra la clase a que se pertenece íntimamente; sobre
todo cuando la clase que avanza ha conocido a sus falsos pastores y los ha
separado inexorablemente de su ruta.

DOCUMENTO 174

EL COMUNISMO ARREBATA SUS JUVENTUDES AL SOCIALISMO


(209)

La unidad de los trabajadores es la premisa esencial de la victoria.


Las Juventudes Comunistas y Socialistas de España han llegado a un
acuerdo y funden sus fuerzas en una sola organización.
¡Viva la organización única de la joven generación trabajadora!
Una reunión histórica de las Juventudes Comunistas y Socialistas.
Esta mañana se ha reunido la Comisión Ejecutiva y el Buró del Comité
Central de las Juventudes Socialistas y Comunistas para oír el informe de
la Delegación que con el Comité Ejecutivo de la Internacional Juvenil Co­
munista ha gestionado la unidad orgánica de las dos organizaciones de la
juventud trabajadora.
Han asistido, por las Juventudes Socialistas, los camaradas Santiago Ca­
rrillo, Melchor, Carlos Hernández, Cazorla, Leoncio Pérez, Serrano Poncela
y Cabello. Por la Juventud Comunista, los camaradas Medrano, Muñoz Ar-
conada, Vidal, Jesús Rozado, Manuel Martín, Segis Alvarez y Mesón.

459
Los dos Comités han aprobado íntegramente los trabajos de la Delega­
ción y se han mostrado de absoluta conformidad con el documento que va a
servir de base para la unificación.
Se han tomado diferentes medidas de carácter inmediato para realizar la
unidad y preparar el Congreso de unificación, y ha sido elegida una Comi­
sión compuesta por seis camaradas (tres de la Juventud Socialista y tres de
la Juventud Comunista) para que dirija hasta el Congreso todos los trabajos
de unidad.
Los designados para esta Comisión han sido: por la Juventud Comunis­
ta, Medrano, Vidal y Muñoz Arconada; por la Juventud Socialista, Carrillo,
Melchor y Carlos Hernández.
Llamamiento del Buró de la Unión de Juventudes Comunistas y de la
Ejecutiva de la Federación de Juventudes Socialistas.
¡A los jóvenes obreros y campesinos!
¡A toda la juventud laboriosa!
Las direcciones de la Federación de Juventudes Socialistas y de la Unión
de Juventudes Comunistas saludan a las masas juveniles laboriosas en el
momento de iniciar la realización de su unidad, que quieren sea la de toda
la nueva generación trabajadora.
Nuestra unidad se ha forjado a lo largo de los combates de octubre y
posteriormente en más de un año de luchas comunes.
Queremos librar a la juventud de la terrible explotación que soporta y
de la miseria en que vive, tanto en el campo como en la ciudad; luchar con­
tra los estragos del paro forzoso, los salarios de hambre y la ignorancia en
que el Estado burgués terrateniente sume a los hijos del pueblo trabajador.
Queremos edificar una organización de nuevo tipo, capaz de conducir
y educar a la nueva generación en los principios del marxismo-leninismo.
Sobre la base de los acuerdos del VI Congreso de la Internacional Juvenil
Comunista vamos a construir la organización de la Juventud Obrera y Cam­
pesina que defienda diariamente sus intereses económicos, políticos y cul­
turales; que luche contra el fascismo y la guerra imperialista; contra el ré­
gimen capitalista en su conjunto; por la libertad y la victoria del socialismo.
Sus puertas estarán abiertas a los jóvenes obreros, campesinos, estudiantes,
muchachas; a toda la nueva generación que acepte sus principios y esté dis­
puesta a trabajar por ellos.
La juventud unificada apoyará con todas sus fuerzas al proletariado en
su lucha por la unificación en un solo partido revolucionario y en una central
sindical sobre un programa de lucha de clases.
El desarrollo del nuevo tipo de organización está estrechamente relacio­
nado con la realización de la unidad de los partidos socialista y comunista
y de toda la clase obrera. El logro de nuestra unidad juvenil será la palanca
más formidable para atraer a las masas de la juventud trabajadora a la lu­
cha revolucionaria y la fuerza más grande en la realización de la unidad de
los partidos.
Por esto, nosotros reforzaremos nuestra lucha contra los oportunistas
y reformistas que han hecho fracasar la insurrección de octubre, y contra los

460
centristas, que con su política encubren el oportunismo de la derecha. Lu­
charemos con decisión contra los trostskistas, escisionistas y saboteadores del
movimiento obrero y enemigos del país donde el socialismo triunfa bajo la
dirección del partido de Lenin y Stalin: la U. R. S. S.

*
Con nuestra unificación inauguramos una nueva etapa en la historia del
movimiento juvenil. Sabemos que esto, con ser mucho, no es suficiente; que
hace falta ganar para la unidad a toda la juventud explotada que hoy marcha
con las Alianzas Obreras y Campesinas y con el Bloque Popular; que lu­
cha en Cataluña, Vasconia, Galicia y Marruecos por la libertad de su pueblo.
Las direcciones de la F. J. S. y U. J. C. se dirigen particularmente a los
jóvenes libertarios invitándoles a ocupar su puesto en la lucha por la unidad
de la juventud revolucionaria. El ejemplo de los jóvenes libertarios que en
octubre dieron su vida y su libertad, unidos con nosotdos, debe servir de
lección en esta hora en que se ven en perspectiva nuevos combates decisivos.
Con este paso damos satisfacción a una de las exigencias más fundamen­
tales en la lucha contra el fascismo y la reacción, realizamos prácticamente
uno de los más ardientes deseos de la juventud trabajadora, y a la par satis­
facemos las persistentes indicaciones de nuestro querido camarada Largo Ca­
ballero y del hombre que en el proceso de Leipzig y en el VII Congreso de
la Internacional Comunista puso tan alta la bandera de la unidad en la lucha
contra el fascismo: Jorge Dimitrov.
Conquistaremos para la juventud una vida sana y feliz, como la que se
vive hoy en la Unión Soviética, el país que toda la juventud laboriosa de
España defenderá de las agresiones del imperialismo y del fascismo.
¡Viva la unidad de la juventud laboriosa de toda España!
¡Viva la internacional única de la juventud!
¡Vira la unidad de la clase obrera!
Buró del Comité Central de la Unión de Juventudes Comunistas.
Comisión Ejecutiva Nacional de la Federación de Juventudes Socialistas.

DOCUMENTO 175

SANTIAGO CARRILLO EXPLICA EL SIGNIFICADO DE LA ABSOR­


CION (210)

Una magnífica conferencia del camarada Santiago Carrillo sobre la uni­


ficación de las juventudes comunistas y socialistas. No hay más dirigente de
la revolución —afirma— que el partido bolchevique. “Al ir a Moscú a concer­
tar las bases de la unidad no hacíamos más que cumplir el testamento que
nos legaron nuestros heroicos jóvenes que sacrificaron sus vidas en los com­
bates de octubre."

461
El sábado, a las siete de la tarde, se celebró en el salón-teatro de la Casa
del Pueblo una interesantísima conferencia a cargo del camarada Santiago
Carrillo, Secretario de las Juventudes Socialistas. El local estaba lleno de
jóvenes socialistas y comunistas ansiosos de escuchar la voz de uno de sus
más queridos dirigentes.
Comenzó su conferencia el camarada Carrillo haciendo historia de la se­
paración de socialistas y comunistas en el año 1921. Y tras de analizar las
circunstancias en que ocurrió este hecho, dice que hoy las juventudes socia­
listas y comunistas han realizado la unificación por imperativo de las circuns­
tancias y porque han comprendido que nada les separaba.
Con palabra fácil y argumentos convincentes traza el cuadro de la si­
tuación terrible en que vive la juventud trabajadora en esta época de crisis
de fondo del sistema capitalista. Queremos —afirma— salvar a la juventud
del fascismo. No queremos que por no conocer un oficio, por tener cerradas
las puertas de acceso a la producción degenere y pueda ser atraída por el
fascismo. Nosotros, los jóvenes comunistas y socialistas, la parte más cons­
ciente de la joven generación, tenemos el deber de salvar a la juventud, de
conducirla por el camino de la lucha por sus reivindicaciones hacia su sal­
vación.

¿Quién es la vanguardia revolucionaria?


A continuación Carrillo recuerda los primeros contactos habidos entre
las juventudes comunistas y socialistas de un modo oficial. Julio de 1934,
donde, si no se llegó a un acuerdo, comenzaron a conocerse. Luego, octubre.
Hace un cálido elogio a los jóvenes comunistas y socialistas, que se portaron
como héroes en los combates.
“Nosotros —dice—, al ir a Moscú a concertar con la Internacional Ju­
venil Comunista las bases de la unidad de las juventudes socialistas y comu­
nistas de España no hacíamos más que cumplir el testamento que nos legaron
los héroes de la juventud comunista y socialista que lucharon y derramaron
su sangre juntos en Asturias durante los combates de octubre.’’
Explica seguidamente la incomprensión que hasta ahora ha existido, prin­
cipalmente en el seno de las juventudes socialistas, sobre el papel que las
juventudes desempeñan en la revolución. Se decía que los jóvenes eran la
vanguardia de la revolución. Y esto es completamente falso. No hay más van­
guardia revolucionaria del proletariado que el partido bolchevique, que crea­
remos con la unión de la izquierda del partido socialista y el partido comu­
nista. Insiste sobre este problema para combatir las desviaciones existentes
en las juventudes socialistas. Esas desviaciones deben ser liquidadas sin com­
pasión.

¿Qué organización juvenil vamos a crear?


Después de demostrar que en la juventud unificada no están todos los
jóvenes, agrega: “Nosotros vamos a crear una organización juvenil de nuevo
tipo, amplia, de masas, la organización de la nueva generación. No quere-

462
mos una organización que sea la masonería juvenil. Queremos salir del ca­
rácter de secta que ahora tenían nuestras organizaciones para abarcar a toda
la gran masa de la juventud laboriosa.
Yo sé que no faltará quien nos diga que vamos a matar el espíritu re­
volucionario de la juventud obrera. Habrá también quien nos acuse de refor­
mistas. Contra esas acusaciones falsas quiero preveniros. ¿Quién nos hará
esas acusaciones? Los elementos centristas que aún tenemos en nuestra or­
ganización. Ellos, que precisamente son todo lo contrario de revolucionarios.
Serán también los elementos trostskistas o influidos por estos elementos que
hay dentro y fuera de nuestra organización. Pero yo os digo que con la crea­
ción de esta organización nueva, amplia y de masas vamos a fortificar el
carácter revolucionario de la juventud.
Precisamente el error de octubre fue que no supimos ligar a los grupos
de choque con las masas de la juventud. Y ahora nos proponemos ligar a
las masas juveniles con su vanguardia.

La fórmula transitoria de la unificación.


En forma elocuente explica la fórmula transitoria en que se basa la
unificación de las juventudes comunistas y socialistas.
Voy a decirlo con toda claridad —afirma—. La unificación no se ha
hecho sobre la base de las juventudes socialistas, porque nosotros considera­
mos que la Federación de Juventudes Socialistas es la gran organización de
la juventud. Esto me interesa recalcarlo. Hemos hecho la unificación sobre
esta base porque queremos liquidar la escisión en el seno de la clase obrera,
porque, después del ejemplo de la unidad sindical, queremos ofrecer a los
partidos el ejemplo de nuestra unidad a fin de que aceleren la suya.
En párrafos de gran energía señala dónde se encuentran los enemigos
de la unidad. La burguesía, porque basa su dominación en la división de la
clase obrera. Los elementos trostskistas, que se agrupan en un partido que
llaman de unificación y que es un peligroso enemigo de la unidad, que no
tiene más misión que poner cuñas entre el partido socialista y el partido co­
munista. Dice a los trabajadores, especialmente a los de Cataluña, que luchen
contra ese partido por enemigo de la unificación de los trabajadores y con­
tra el trostskismo contrarrevolucionario. También señala como enemigos de
la unidad a los centristas del partido socialista. Si bien hace la distinción
entre los dirigentes de esa facción y aquellos que están influidos por los
que, so capa de socialistas, actúan, consciente o inconscientemente —el ora­
dor dice que quiere creer lo último—, de agentes de la burguesía en el seno
del proletariado. Como ejemplo de cuanto dice señala el hecho de que El So­
cialista haya hecho el silencio en torno a la unidad de las juventudes socialis­
tas y comunistas. Estas consideraciones son subrayadas con aplausos unáni­
mes y entusiastas por los jóvenes que le escuchan.
Es por esto —continúa— por lo que la Unión de Juventudes Comunistas
y la Internacional Juvenil Comunista han creído necesario que la unifica­
ción se haga sobre la base de la Federación de Juventudes Socialistas para
luchar, dentro del partido socialista, contra los enemigos de la unidad y

463
acelerar la creación del partido único del proletariado, del partido bolche­
vique.

Ni absorción ni victoria orgánica


Carrillo vuelve a remarcar que no se trata de ninguna victoria orgánica
por parte de las juventudes socialistas. Advierte que no se trata tampoco de
absorción. Cuando se celebre el Congreso de Unificación, que será después
de que se celebre el Congreso del partido socialista, saldrá el nombre de
la juventud unificada, y desde ahora en adelante no serán las juventudes
socialistas las que deben representar a toda la juventud, sino que será lo que
acuerde el Congreso.
Se detiene con insistencia en este problema, porque quiere evitar que los
enemigos de la unidad maniobren para sembrar la confusión y el desaliento.
Maniobras que consisten en decir que ha sido una absorción por parte de las
juventudes socialistas. Pide que cuando se tenga la evidencia de semejantes
maniobras se denuncien a la Comisión de Unificación, a la dirección nacional,
a fin de sancionarlas de una manera enérgica.
A continuación combate el principio que se ha mantenido hasta ahora de
que son los jóvenes los que deben venir a las organizaciones juveniles. Por
el contrario, dice que son las juventudes organizadas quienes deben ir a las
masas para organizarías de manera adecuada a su mentalidad y necesidades.

Los jóvenes en las nacionalidades y en Marruecos


Como demostración de lo que significa ir a las masas expone varios
ejemplos. Habla del problema de las nacionalidades. Esas masas juveniles de
Euskadi, de Cataluña, de Galicia, que tienen un sentimiento nacionalista y
que es explotado por organizaciones burguesas, cuando no reaccionarias, como
sucede con el partido nacionalista vasco, deben ser organizadas y movilizadas
en su lucha por la liberación nacional de sus pueblos por una organización
revolucionaria de la juventud. Para ello debemos tomar -—dice Carrillo—
aquella parte del programa de los partidos nacionalistas que se refiere a las
reivindicaciones de carácter nacional.
De forma magistral explica la situación de la juventud campesina y de­
muestra que su mentalidad y sus formas de vida son diferentes a las de la
juventud obrera. Por todo lo cual hay que presentarse ante ellos en forma que
puedan comprendernos y organizarles teniendo en cuenta sus particularida­
des que les diferencian de la juventud proletaria de la ciudad.
El derecho de Marruecos a su independencia. Lo proclama y será una
de las reivindicaciones por las cuales luchará la nueva organización. En Ma­
rruecos hay una juventud que necesita de nuestra lucha y de nuestra solida­
ridad. Es la juventud indígena, que cuenta con gran número de mártires.
Hasta ahora la juventud marroquí sólo ha conocido a la juventud española
a través de los cañones y los fusiles del Ejército español de ocupación. Y es
preciso que nos conozca por nuestro ardor en la lucha por su indepen­
dencia.

464
Después hace un caluroso llamamiento a las juventudes libertarias para
que vengan a luchar en la juventud unificada.

¿Quiénes han ayudado a la unificación?


Tras de enumerar todas las capas de jóvenes que deben integrar la orga­
nización única de la nueva generación, el camarada Carrillo pasa a referir
quiénes han ayudado a las juventudes socialistas y comunistas a realizar la
unificación.
Para lograr nuestra unificación hemos encontrado asistencias. En primer
lugar quiero destacar la ayuda que nos ha prestado el partido comunista;
no nos ha regateado su asistencia y su apoyo. Nos ha ayudado la Interna­
cional Juvenil Comunista, la única organización revolucionaria que en el te­
rreno mundial tiene la juventud trabajadora. Y no nos ha ayudado solamente
la I. J. C., sino también la Internacional Comunista, la cual es el guía revo­
lucionario de los obreros de todos los países. Nosotros hemos hablado con
hombres de la valía revolucionaria de Dimitrov y Manuilski. Y no os vayáis
a imaginar que son verdad las patrañas que se cuentan de que los revolu­
cionarios rusos son intratables, con pobladas barbas. Tenemos que procla­
mar que en estos hombres hemos encontrado un apoyo que no hubiéramos
obtenido de los Vandervelde. Y entre las asistencias a nuestra unificación
tenemos que destacar que hemos encontrado un apoyo entusiasta en la ma­
yoría revolucionaria del partido socialista, y, sobre todo, en el camarada
Francisco Largo Caballero, bajo cuyo patronato ponemos la realización de la
unidad de los trabajadores españoles.
Continúa Santiago Carrillo destacando la importancia del paso dado por
la juventud comunista y socialista de nuestro país. Dice que toda la juventud
laboriosa del mundo está pendiente de esta experiencia que se realiza en Es­
paña. Y, por último, destaca la importancia de la unificación realizada, por­
que es el peldaño de la unidad sindical de un lado y la creación del par-
tido único marxista-leninista del proletariado.
La interesante conferencia de Carrillo fue escuchada con religioso silencio
por los jóvenes, los cuales le tributaron una calurosa ovación al finalizar su
disertación.

Grupo undécimo

ANTICIPACION DEL DESENLACE

No hacemos en este libro un estudio de la actividad comunista du­


rante la guerra de España, estudio que, aunque dista mucho de estar com­
pleto, tiene ya importantes contribuciones que suponen una muy aceptable
introducción. Pero como contrapunto de todo lo acumulado en este capítulo
no nos resistimos a señalar una cita y transcribir un documento. La cita (211)
es el aleccionador folleto de Jesús Hernández El partido comunista antes,
durante y después de la crisis del Gobierno Largo Caballero. Resulta in-

465
30
teresantísimo leer estas páginas después de los elogios “tácticos” al pobre
Lenin español que acabamos de comentar.
Y la transcripción (documento 176) tampoco es despreciable. El ataque
contra el comunismo desde dentro de la España que él hizo roja, desde los
restos de la República a punto de naufragar, pone un triste final al tremendo
fracaso del comunismo en la República y la guerra de España. Final para
todo este capítulo, el que quizá pueda tener más valor paradigmático si sigue
siendo verdadero el magisterio de la Historia.

DOCUMENTO 176

EL TERRIBLE FRACASO FINAL (212)

Acabamos de pasar las horas de mayor angustia de toda la guerra. Tam­


bién, en cierto modo, las de mayor humillación. Existe ésta cuando, al cabo
de treinta y dos meses, nos vemos obligados a declarar ante Europa que no
todo el Frente Popular estaba formado por españoles, mejor dicho, por ser­
vidores leales de España. Una gran parte de nuestros aliados de ayer ha
aprovechado la más terrible coyuntura de la invasión fascista para revelar
con toda claridad que sus aspiraciones no consistían tampoco en el logro del
predominio y la liberación de la Patria, sino en el sometimiento de nuestro
territorio al Gobierno del cual son mandatarios fieles. No es hora aún de
analizar despacio, con numerosos argumentos, en dónde y cómo empiezan
las responsabilidades contraídas por quienes dieron lugar a que un grupo po­
lítico, que no contaba en Madrid con más de quinientos afiliados a lo sumo
el 18 de julio de 1936, se considerara en la actualidad con derecho a imponer
al país su criterio, su táctica, su imperio indiscutible, so pena de tener que
afrontar inmediatamente el sambenito de trotskista y de antirrevolucionario.
Lo ocurrido el 6 de marzo pudo producirse muchísimos meses antes, se­
gún declaran ahora quienes, al parecer, estaban enterados y conocían a fon­
do las intrigas, las amenazas, las coacciones que debían sufrir algunos go­
bernantes y no pocos militares de alta graduación por parte de los represen­
tantes del partido comunista. El jefe que aceptaba sin rechistar el carnet
del partido comunista adquiría de pronto, en la Prensa comunista, cualida­
des militares superiores a las de Napoleón y Alejandro, en tanto eran sinuosa
o francamente criticados los que se atrevían a rechazar una filiación que no
había sido solicitada. Entre tantos militares y tantos antifascistas de probada
solvencia moral, ¿no pudo llegarse nunca a la conclusión de que era mil ve­
ces preferible romper y poner las cartas boca arriba antes que seguir tole­
rando pasivamente una situación que fatal e inevitablemente habría de con­
ducirnos a donde hoy nos encontramos? No queremos citar casos concretos
de quienes, por mantener con dignidad su libertad de criterio en todos los
terrenos, supieron romper a tiempo con los directores del partido comunis­
ta, dirigidos, a su vez, por quienes reciben directamente las consignas mos-

466
covitas. Los innegables aciertos de la Unión Soviética en su propio territorio
se desvanecen y resultan contraproducentes cuando pretende irradiar a otros
países sus procedimientos y su acción.
España y su partido comunista eran para la U. R. S. S. el último baluarte
importante de la Europa occidental. Los discursos de Marcel Cachin, de
Duelos y de Andrés Marty no han podido, en el seno del proletariado fran­
cés, inclinar la balanza en favor de la catástrofe europea, acontecimiento in­
dispensable para que, al reclamar Francia el cumplimiento del Pacto franco-
soviético, por el fatalismo de las circunstancias, hubiera llegado un día, al
liquidarse la nueva conflagración, en que Rusia volviera a ocupar de nuevo
categoría de primera potencia en el tablero de Europa, y aun de América,
emparejándose entonces con los Estados Unidos. El partido comunista fran­
cés, más patriota que el español, se negó ya en mayo de 1936 a exigir re­
presentación en el Gobierno como ordenaban desde Moscú. Franceses sobre
todo, prefirieron la paz interna en su nación al acatamiento de las consignas
recibidas. Surgió más tarde la aprobación por el Parlamento francés de la
política de no intervención, de acuerdo con Inglaterra, y los comunistas fran­
ceses, ante el estupor de muchos antifascistas españoles, también votaron a
favor de la no intervención. Cierto que últimamente, al discutirse los acuer­
dos de Munich, entonces votaron en contra. Si no lo hubieran hecho así,
probablemente habrían sido dados de baja de la III Internacional, que ya
estaba harta de no poder contar en Occidente con otros afiliados tan sumisos
y obedientes como los españoles.
El partido comunista francés se ha rendido a la evidencia de que le era
imposible proseguir toda actuación que pudiera ser interpretada por los obre­
ros franceses como un deseo de llevarlos a la guerra. De tal modo esto es
así que si los oráculos de Moscú siguen insistiendo se habría producido una
escisión entre los comunistas franceses. Esos antecedentes justifican que el
representante de Moscú en Europa enviara a nuestro país, en estos últimos
días, a dos o tres emisarios con el encargo de preparar un alzamiento con-
tra la República. Prolegómenos de ese alzamiento ¡vitado a tiempo por la
constitución del Consejo de Defensa Nacional— son, entre otros hechos, los
varios números apócrifos del Diario Oficial del Ministerio de Defensa, desde
cuyas columnas el partido comunista fue tomando posiciones y apoderán­
dose de los mandos fundamentales del Ejército, de la Marina y de nuestra
Aviación, con el fin de preparar mejor la declaración pública de que nues­
tra Patria, en la cual ya tendrá poco fruto que recoger Rusia, era una colonia
del régimen soviético.
Mas ni la III Internacional, ni sus incondicionales servidores en España,
habían contado con la voluntad de los españoles, de los hombres biennaci-
dos en nuestro territorio, que sienten profundamente el honor de tales y que
desde el principio de la guerra de invasión están dispuestos a defender nues­
tra independencia por encima de todo.

467
CAPITULO

la guerra civil en las cortes


g en la calle: calvo sotelo
Este capítulo marca ya el clima trágico de la primavera. Toda la furia
y toda la locura que iba a desatarse muy pronto se escapaba por las frágiles
Cortes de la República y se desahogaba parcialmente, insuficientemente, en
los atentados y a los entierros; nueva semilla y nuevas ocasiones de muerte.
José Calvo Sotelo es el gran agonista de este quinto capítulo documental,
que se abre con su palabras y se cierra con su muerte. Resulta increíble que
a estas alturas todavía no tengamos la gran biografía que se merece esta fi­
gura clave de nuestra historia contemporánea, una de las poquísimas perso­
nas que salvó el honor de la derecha durante el colosal acobardamiento co­
lectivo de la primavera trágica.
El primer documento de este capítulo —177— es un discurso a las Cortes
el martes 7 de abril, a propósito de la discusión sobre el Decreto de disolu­
ción entregado por Alcalá Zamora-Portela. Buen comentario constitucional,
estupendo análisis político sobre las ilusiones centristas del Presidente y
su amigo gallego, interesante premonición sobre el plano inclinado conven-
cionalista que parecían enfilar las Cortes sugestionadas por Prieto.
El documento siguiente —178— equivale al primer gran round del duelo
Calvo Sotelo-Casares Quiroga. El Presidente del Consejo de Ministros, hom­
bre de confianza de Azaña, había declarado con notoria imprudencia la
beligerancia política del Gobierno (213). Ahora Calvo Sotelo le responde, y le
responde con gran nobleza suprapartidista.
Calvo Sotelo, el economista más experto de la Cámara, ataca desde el
punto de vista precisamente económico la arbitraria política de gastos del
Frente Popular. Hace una interesante digresión sobre el fascismo económico
y el fascismo político, digresión que debe ser juzgada con criterios de 1936.
Tras un cambio de invectivas con un diputado extremista no muy ingenioso
ni educado, que le hace perder momentáneamente el dominio de sus nervios,
Calvo Sotelo analiza la situación en que el Gobierno está dejando al principio
de autoridad. Concluye el alegato con las consecuencias económicas inevita­
bles para el país si continúa la desatentada política del Gobierno.
El documento 179 es, sin duda, el más importante de todo este libro. Al­
gunos de sus fragmentos son conocidos y se han divulgado como piezas básicas
de propaganda. Hace no demasiado tiempo un diario español muy impor­
tante reprodujo varios discursos de los que integran este famoso debate.
El debate del 16 de junio se inició al presentar las derechas una proposi­
ción no de ley sobre orden público, ante el caos reinante en toda España.
La proposición era un ataque frontal al Gobierno. Por todos los escaños

471
corrió la sensación extraña de que se iniciaba un hecho histórico de trascen­
dencia incalculable.
Gil Robles, en la cumbre de su potencia oratoria, no solamente trazó
el panorama de la anarquía, sino, además, investigó las raíces de esa anar­
quía dentro de la propia constitución explosiva del Frente Popular. A con­
tinuación, el diputado socialista Enrique de Francisco, visiblemente impre­
sionado por el fondo y la forma de Gil Robles, trata con modestia y habilidad
de lanzar sobre el adversario sus propios argumentos. Entra entonces en liza
el héroe de la jornada: José Calvo Sotelo, ignora casi por completo a De
Francisco, de quien, por cierto, sabemos ahora cosas que ponen bastante en
entredicho su moderación. Estuvo en Moscú hasta la amnistía, y después
del 18 de julio montó una de las checas de Madrid (214).
Calvo Sotelo ataca personal y duramente a Casares Quiroga: es la cumbre
del duelo entre los dos políticos gallegos. Calvo Sotelo quiere buscar las
últimas causas de la anarquía, y las encuentra en la Constitución de 1931.
Después engloba a esa anarquía en los aspectos económico-salarial y militar.
Sus palabras encuentran una reacción violenta en los bancos de la mayoría.
Se levanta Santiago Casares Quiroga. Quiere iniciar su discurso eleván­
dose a alturas suprapartidistas, pero, en realidad, lo que hace es concentrar
la indignación de la izquierda sobre la personalidad de Calvo Sotelo. El dis­
cursos de Casares —y Calvo Sotelo así lo entiende— es una condena a muerte.
Porque su pretensión de que no hay inquietud y de que el Gobierno no ha
fracasado es tan insensata, que no cabe hablar de nivel político en ningún mo­
mento de su discurso.
Mucho más fondo tiene el estupendo alegato que inmediatamente des­
pués pronuncia Dolores Ibarruri. Con una formidable garra oratoria, des­
plegada cuando hace falta con el ataque y con el insulto, “La Pasionaria’’
electriza a las izquierdas con el recuerdo de la represión en el 34 —natural­
mente no condena la salvaje revolución que precedió a esa represión— y
toca después el tema del campo, para acabar, muy dentro de la trayectoria
comunista del momento, con una promesa tutelar al Gobierno, siempre y
cuando éste se acomode a las directrices represivas del extremismo.
Las cuatro intervenciones siguientes son menos profundas. Benito Pabón es
un menguado eco de Dolores Ibarruri. Ventosa intenta llevar su sereno equi­
librio a un ambiente demencial; pero ataca a Casares y denuncia la anarquía
rampante. A Joaquín Maurín todavía le parece poca la declarada beligerancia
del Gobierno. Pero su alegato tiene un fuerte tinte profético y una base no
despreciable de experiencia y de intuición política. Y el agrario Cid des­
ciende demasiado a la casuística.
Ya en la rectificación, Gil Robles deshace con hábiles fintas la endeble
argumentación de Casares. Pero es Calvo Sotelo quien, elevándose a cimas
oratorias y humanas muy superiores a lo que el Diario de las Cortes nos
suele ofrecer, defiende primero a una mujer ausente, ultrajada, para aplastar
después a su gran adversario de la primavera: el Presidente del Consejo de
Ministros. Sus frases están en todas las antologías, y no deberían borrarse
jamás de los recuerdos.

472
Una cuestión de procedimiento ante la presentación de una nueva pro­
posición, esta vez accidental, y un buen resumen histórico de Marcelino
Domingo, partidista pero digno telón de fondo para las alturas del día, termina
formalmente este debate, cuyo final lo había impuesto la gallardía de Calvo
Sotelo y lo habían remachado los diputados de Gil Robles al abandonar el
hemiciclo. Estaban a punto de cesar las palabras.
La condenación de Calvo Sotelo era evidente. En el documento 180 hay
una nueva prueba de la confirmación comunista de la sentencia.
La muerte del jefe de la oposición a manos de agentes del Gobierno fue,
como ya está demostrado históricamente, la señal para el levantamiento con­
tra el Frente Popular.
En el documento 181 se recoge la escueta noticia de ABC, aherrojado
por la censura. La nota oficial del Gobierno, que condena el asesinato de
Calvo Sotelo, trata desmañadamente de equiparar en importancia su asesinato
con el Teniente Castillo. Es un absurdo gambito propagandístico muy culti­
vado después —documento 182—. En el 183 se recoge la perdurable impre­
sión que el asesinato de Calvo Sotelo produjo a las derechas y se mantuvo
en los sublevados de julio. El documento es parte del Dictamen de Burgos,
lo mismo que los dos siguientes. Naturalmente que las circunstancias en
que fueron redactados estos documentos han de tenerse muy en cuenta al
proceder a su valoración, pero hemos de reseñarlos por su innegable inte­
rés testimonial.
La sesión de 15 de julio en la Diputación Permanente de las Cortes es
ya la declaración de guerra en el Parlamento. El Conde de Vallellano,
abrumado por el dolor de la muerte de Calvo Sotelo, anuncia la retirada
parlamentaria de la T. Y. R. E. y abandona para siempre el salón. Tras unos
escarceos legalistas, Gil Robles ataca terriblemente al Gobierno. Ridiculiza
cualquier posible equiparación entre el asesinato de Castillo y el del jefe de la
oposición a manos de agentes del Gobierno. Lanza toda la responsabilidad
sobre ese Gobierno. Anuncia la imposibilidad de la convivencia.
Es sabido que los asesinos de Calvo'Sotelo buscaban también a Gil Ro­
bles. En esas circunstancias, la valentía dél político cedista destaca casi tanto
como la evidencia de que en la sesión del 15 de julio era él el auténtico
portavoz de toda la España adversa al Frente Popular —documento 186.
Cierra el capítulo el documento 187. Es un discurso del Secretario Ge­
neral del P. C. E., José Díaz, pronunciado tras el de Gil Robles, en la misma
sesión del 15 de julio y muy poco citado. Las continuas alusiones a la guerra
civil reflejan que ésta se encontraba ya en el ambiente. Las hipócritas frases
de afirmación republicana de Díaz pueden comprenderse mejor tras la lectura
del capítulo anterior. Ya está dicho todo. Ahora se han acabado las pa­
labras.

473
DOCUMENTO 177

CALVO SOTELO Y EL DECRETO DE DISOLUCION (215)

Discurso del señor Calvo Sotelo.


El señor Calvo Sotelo: Al punto y hora a que ha llegado este debate,
mi intervención, que será breve, no persigue el objetivo de influir en el áni­
mo, ya bien visto, y menos aún en el acuerdo, prejuzgado también, de la
Cámara; tiene como finalidad expresar el criterio que merece a los miembros
de esta minoría el problema tratado en la tarde de hoy. No he de ocultar
que nosotros habíamos acordado a primera hora de la misma mantener en
la discusión un criterio que guardase absoluta homogeneidad con el que ex­
pusimos reiteradas veces en nuestras propagandas políticas preelectorales; ja­
más entró, pues, en nuestro ánimo abandonar aquellas ideas ni rectificar aque­
llos conceptos jurídicos que entonces formulamos. Pero hago uso de la palabra
a las tres horas, quizá cuatro, de debate y después de haber oído todos los
argumentos de crítica e impugnación del Decreto disolutorio de las anteriores
Cortes y aun de la política personal desarrollada por el señor Alcalá Zamora
al frente de la Presidencia de la República, y después también —¿por qué
ocultarlo?— de haber percibido de una manera bien paladina, bien tangible,
esa feria, ese concurso de efugios con cierto tintineo de deslealtad en que yo
ofrendaría quizá el campeonato —y perdóneme su señoría— el señor Pórte­
la. (Risas.), pero no dejaría de incluir la voz del Gobierno, que no ha sonado
aquí cuando se está hablando del Jefe del Estado, del Poder moderador, cuya
representación y defensa en el seno del poder parlamentario incumbe única
y exclusivamente al Gobierno. (Un Diputado: No, no; a la Cámara.) Des­
pués de todo esto, yo, leal conmigo mismo, pero sobre todo con el supremo
deber de todo hombre de bien, que es la caballerosidad, voy a pasar por alto
el capítulo de agravios, de discrepancias o de censuras que habrían de justi­
ficar ante vosotros, como justificaron en la anterior Cámara ante los Diputa­
dos que a ella pertenecían y en el período preelectoral ante los auditorios
de nuestros mítines, la actitud que nosotros adoptamos entonces frente al
señor Alcalá Zamora, como Presidente de la República española. Después
de todo, no necesito yo cartas credenciales para presentarme ante vosotros
en esta materia; en el Diario de Sesiones constan las pruebas taxativas de lo
que pensábamos y por qué lo pensábamos.
El Decreto, evidentemente, fue innecesariamente dictado, desde nuestro
punto de vista, y mi asombro, en los primeros minutos de esta sesión, fue
escuchar la palabra siempre elocuente del señor Prieto formulando el mismo
criterio; pero, desde nuestro punto de vista, fue mal dictado por múltiples
= razones, algunas expuestas aquí, otras no, aun cuando yo ahora no voy a
entretenerme dándoos detalles de ellas, si bien debo mencionarlas. Fue mal
dictado, porque el Jefe del Estado, señor Alcalá Zamora, no dedujo las con­
secuencias del resultado electoral de noviembre de 1933 dentro de una sana
hermenéutica parlamentaria. Fue mal dictado, por el momento en que se pu-

474
blicó, toda vez que vivía España instantes de fiebre, Henos de pasión, y hu­
biera sido preferible y aconsejable encalmar los ánimos o, al menos, buscar
contacto con la ciudadanía en otras elecciones antes de lanzarse a la aventura
de unas de tipo general. Fue mal dictado, sobre todo —esto lo dijo el señor
Prieto, creo que lo repitió e hizo suyo el señor Gil Robles y yo lo he de
mantener también—, por la forma en que se entregó y por la persona a quien
se entregó. Pues qué, ¿no es esencia de la mecánica constitucional parlamen­
taria el que los Decretos de disolución, cuando el Poder moderador percibe
la posibilidad de una discrepancia entre el Poder legislativo y el cuerpo elec­
toral, sea entregado a uno de estos dos factores, o al que gobierna o ai
que representa una oposición con fuerza ya acreditada que le confiere títulos
para gobernar? Así se dirimen los conflictos de esta índole en todos los países
parlamentarios, y aquí hemos tenido que pasar por el sonrojo, los que aman
el sistema parlamentario; por el asombro, los que no lo sentimos, de que
el Decreto de disolución fuera conferido a un señor que no era Gobierno ni
oposición, que no era Diputado a Cortes, que contaba con cinco Diputados,
todos ellos colocados como Ministros y Subsecretarios en aquel Gobierno,
pero que no podía representar un volumen de opinión suficiente para aspirar
a la constitución de un partido centrista con poderes dirimentes en el futuro
Parlamento. (Rumores de aprobación.) Por todos estos motivos, el Decreto
fue mal dictado y fue innecesario.
Esta fue nuestra postura antes de las elecciones, ésta había de ser nues­
tra posición hoy. Esta es nuestra postura, porque no por nuestra coincidencia
con lo que se diga desde esos bancos de enfrente vamos a abandonar el cri­
terio con que nos honramos. La consecuencia en la vida es línea de nuestra
conducta. Si coincidimos con vosotros, tanto mejor, y más si el acierto nos
preside; si no coincidiéramos, puede ser que sostuviéramos todavía con mayor
fuerza ese mismo criterio.
Pero el problema ha tomado un aspecto singularmente grave a virtud
de la insólita proposición presentada en la tarde de hoy, insólita en cuanto a
querer amparar en el artículo 81 un voto de censura al Jefe del Estado;
no en cuanto a querer formular un voto de censura al Jefe del Estado. La
Constitución estudia perfectamente las posibilidades de destitución del Presi­
dente de la República por causas políticas y habla de una destitución gené­
rica, que es la del artículo 82, y de una destitución específica electoral, que
es la del artículo 81. La específica, la electoral, ha de fundarse exclusivamente
en causas electorales, y por eso, sin duda, otorga facilidades en los medios
de alcanzarla, mientras que la otra, que es la genérica, que no requiere causas
concretas, se hace más difícil.
En la proposición que se ha leído, y si no la he percibido bien —yo no
la he leído— ya me rectificarán sus autores, me parece que se consigna la
declaración de que no era necesario o fue innecesario el Decreto de disolu­
ción, pospuestas todas las consideraciones de orden electoral. Mutatis muían-
dis, creo haber recogido esta esencia. Pues si ésta es la esencia de la proposi­
ción, ¿qué duda cabe, señores diputados, que estamos completamente fuera
del artículo 81 de la Constitución? ¿Que procede la censura contra el Presi-

475
dente de la República? Lo confirmo, lo acepto, lo hemos dicho nosotros
antes que nadie, antes incluso que los hombres de izquierda, que cuando dis­
crepaban del Presidente de la República se limitaban a pedir elecciones, y
con menos desembarazo que nosotros —lo comprendo, porque ellos estaban
dentro del régimen— no llegaban —como nosotros llegábamos en este mismo
recinto— a proclamar la necesidad de formular una acusación criminal con­
tra el Presidente de la República o, por lo menos, por responsabilidad política.
No niego, pues, la justicia y la razón de los que formulan esa petición, que
implica una censura política, pero eso conforme al artículo 82, señores dipu­
tados, porque, si se quiere aplicar el 81, hay que ir a la causa electoral espe­
cífica y genuinamente electoral de que habla el artículo 81, y en la proposi­
ción es de esta causa de la que precisamente se prescinde en absoluto.
Esto tiene mucha importancia, porque el sistema constitucional se nos
muestra hoy en este aspecto como en una de sus mayores y más graves lacras
y más peligrosas para la estabilidad de las instituciones del país, estabilidad
que a todos interesa mucho, lo mismo a los que están dentro del régimen
que a los que viven fuera de él, porque es una condición precisa de progreso
y de paz.
Pudo la Constitución decirle al Presidente de la República que jamás di­
solvería las Cortes; pudo decirle, por el contrario, que el Presidente de la
República era capaz para disolverlas sin límite, tasa ni freno; ha optado por
un camino intermedio, y le regatea el número de las disoluciones, fijándolas,
como máximo, en dos, y, además, le somete, en el caso de la segunda disolu­
ción, a este trance torturador, que en ocasiones puede resultar afrentoso
—quizá lo es hoy—, de sufrir esta especie de apostilla polémica que pro­
porciona ocasión propicia a que un vaho de factores psicológicos —malignos
unos, sanos otros, buenos o malos, nobles e innobles— se lancen sobre su
figura política y sobre su obra política. Es ese el sistema de la Constitución.
Yo no lo impugno. Ahí está. Pero, ¿qué consecuencias tiene este sistema
con la interpretación que se le da en la tarde de hoy? A mi juicio, muy gra­
ves. La disolución de Cortes en el segundo caso en que sea decretada por
un Presidente de la República puede haber sido necesaria o puede no haber
sido necesaria; el ser necesaria o no es un concepto relativo y subjetivo, pero
ha de formularse en virtud de un hecho. ¿Cuál? El resultado. Nosotros, que
hemos sufrido un resultado adverso y que, además, habíamos opuesto al De­
creto de disolución todos los argumentos que antes rápidamente he insinua­
do, tenemos perfecto derecho a decir que esa disolución fue innecesaria; pero,
¡señores Diputados, señores republicanos, entusiastas panegiristas de la Re­
pública democrática y parlamentaria!, ¿os dais cuenta de la trascendentalí-
sima jurisprudencia que sentáis en la tarde de hoy al decir que fue innece­
sario un Decreto a virtud del cual cambió la fisonomía del Parlamento, al­
canzando vosotros, en el nuevo, en el últimamente elegido, la mayoría que
os faltaba en el disuelto? Yo no sé si todos los miembros de los partidos re­
publicanos habrán medido el alcance de este acuerdo. Seguramente lo han
medido los partidos socialista y marxista en general; pero es tan distinta la
posición de unos y de otros en el seno de la política republicana que, indu-

476
dablemente, es muy lógico que a vosotros os parezca perfecto lo que a los
republicanos les debiera parecer, por lo menos, pernicioso. (El señor Alonso
Ríos: Son unos angelitos, que esperan sus indicaciones.) (Rumores. El señor
Presidente reclama orden.)
El precepto del artículo 81 es de un notorio error. ¿Quién lo duda? En su
aplicación normal es un precepto a virtud del cual un hecho contingente cam­
bia el sistema de la República: se disuelve por segunda vez, se aprueba el
Decreto, y el Presidente —aunque conserve tres, cuatro o cinco años más su
mandato— ya no puede disolver más. De modo que la República española,
antes de disolverse las Cortes por segunda vez, es una República semipresi-
dencialista, porque el Presidente puede disolver, y una vez que el Presidente
ha disuelto por dos veces (aun cuando las dos disoluciones hayan concurrido
en el primer año de su mandato, hipótesis difícil, pero viable, posible), ya la
República se convierte en archiparlamentaria, de tipo convencional. ¡Ah! El
señor Prieto, con ese talento privilegiado que todos, adversarios y amigos,
han de reconocerle, pero con intención política a veces pérfida, y me permito
emplear este adjetivo porque hace unos minutos lo ha lanzado al hemici­
clo S. S., aunque no a mí... (El señor Prieto: ¡Qué gusto le ha dado a S. S.,
por lo visto!) (Risas y rumores.)
Decía, señores Diputados, que el señor Prieto, con mucha intención po-
lítica, nos ha formulado un argumento en verdad impresionante, que era
éste: “¡Ah!, se iba a decir que nosotros queríamos convertirnos en Cámara
convencional, si aprobáramos ese Decreto y mantuviéramos ahí, en la Pre­
sidencia de la República, al señor Alcalá Zamora, sin posibilidad de disolver
de nuevo las Cortes. Y como no queremos incurrir en eso —y no califico
qué pueda ser eso—, nosotros abrimos de par en par las puertas de la diso­
lución —me parece que fueron estas sus frase! para que el nuevo Presi­
dente elegido por la Cámara y los Compromisarios pueda actuar sobre esta
misma Cámara, disolviéndola en cuanto lo juzgue conveniente al interés del
país.” Argumento impresionante en verdad, señor Prieto; lo reconozco, pero
que, a mi juicio, ofusca a los ingenuos y no puede convencer a las personas
sensatas, que con buen juicio calen en el fondo del problema. Y voy a decir
por qué. Porque, queráis o no, el hecho de que la Cámara tercera de la Re­
pública española haga uso la primera vez que se articula por segunda un De­
creto de disolución y aplique el artículo 81, en virtud de los votos de los
que por este Decreto de disolución han obtenido un triunfo conquistando una
mayoría considerabilísima en el seno de esta misma Cámara, crea un am­
biente de enorme presión moral sobre el futuro Presidente, incapacitándole
de hecho para disolver. Y es que esto tiene todo el tufillo, tiene todo el sello,
todo el estilo de un acto convencional, quiérase o no, porque no se puede
decir sinceramente que esta actitud se ampara de una manera estricta en el
artículo 81, sino que, al contrario, lo vulnera, ya que se trata de llegar al re­
sultado del 82 por el procedimiento más rápido y sencillo del artículo 81.
Esto es evidente. La Convención nace en el día de hoy; con límites exiguos,
con fórmulas archihabilidosas, con intenciones quizá anticonvencionales, con
módulos y aun estilo contrarios a los propios en esencia de toda convención;

477
pero nace en el día de hoy por este acuerdo, más, oídlo bien, que si, por el
contrario, hubierais convalidado el Decreto y hubierais dejado ahí al señor Al­
calá Zamora, empotrado en la Presidencia de la República y maniatado frente
al Parlamento, sin poderlo disolver legalmente; muchísimo más. Y es que el
artículo 81 conduce a ese absurdo, porque es un artículo absurdo también;
es un artículo que fatalmente nos lleva a un dilema bien triste: el de que
en todo caso el Presidente de la República esté maniatado frente al Parla­
mento; si se convalida el Decreto segundo de disolución, porque el Presidente
de la República es impotente para disolver, y si se anuía o declara innece­
sario el Decreto de disolución, porque el Presidente de la República así ele­
gido tendrá otra especie de impotencia, no la legal, pero sí la fundada en el na­
tural e inevitable vasallaje a las fuerzas políticas que le van a elegir. {Protestas.)
Decís que se va a la elección de compromisarios y a la designación de
un nuevo Jefe del Estado; evidente, señor Prieto; a eso vais; pero por ese
camino, en estas circunstancias, cuando el ambiente nacional está preñado
de gravísimos problemas, cuando se produce un éxodo de centenares y mi­
llares de españoles de unos pueblos a otros pueblos y de unas provincias a
otras provincias porque no se les garantiza la vida; cuando ha habido que
suspender las elecciones municipales... (Yo no sé cuáles serán los motivos
oficiales; los reales, los percibo: la abstención electoral de un gran núcleo
de fuerzas de la derecha y del centro ante la inexistencia de garantías en la
emisión del sufragio.) Decidme si vais a convencer a nadie, ni de aquí ni fuera
de aquí, de que ías elecciones que ahora se convoquen para compromisarios,
y que han de ser preparatorias para la futura elección de Presidente de la
República, tendrán un sabor más ciudadano y una pureza más plena que lo
que se pudiera esperar de unas elecciones municipales suspendidas apenas
anunciadas. Tal vez, si queréis, esta convicción pueda albergarse en vuestro
propio pecho; pero, desde luego, os puedo asegurar que no la comparte la
mayor parte del país. Y esto tiene una gran trascendencia: la trascendencia
de que la República española abre un camino de empequeñecimiento de la
figura del Jefe del Estado. El Jefe del Estado —y ahora yo no localizo mi
criterio ni en el espacio ni en el tiempo, ni siquiera en sistemas de Gobierno
o regímenes políticos— debe ser una cosa de representación totalitaria; lo
dice vuestra Constitución; debe personalizar a la nación; el Jefe del Estado
debiera ser un poco de todo esto: de padre, de tutor, de guía, de ejemplo y,
sobre todo, de continuidad. {Rumores.) {El señor Trabal: Como la Dictadura
! de que su señoría formó parte.) Y esta continuidad, que es esencialísima
y que se logra en todos los pueblos modernos, cuanto más vigorosos más,
y que hasta la cuida incluso la República soviética —que ahí está Rusia,
donde en diecisiete años de régimen comunista en realidad los poderes se
han concentrado, a través de ese larguísimo período, sólo en dos personas:
primero en Lenin y después Stalin {Rumores.)', esta continuidad, que es fun­
damental y que estaba en entredicho en el principio de la Constitución, que
impide la reelección del Presidente de la República, la habéis quebrado hoy
más al imposibilitar que el primer Presidente de la República agote su man­
dato normal de seis años.

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No lo dudéis: la Cámara ha escrito hoy una página de Convención mo-
dosita, insignificante al parecer, pero en realidad trascendental por el germen
que lleva en su seno. Yo no sé lo que pasará en adelante; lo que sí sé es que
lamento esto por España (Rumores), enteramente despojado ahora de preocu­
pación sobre el régimen político; lo lamento por España, teniendo muy en
cuenta que las Convenciones no hacen la Historia, sino que la deshacen o,
por lo menos, la interrumpen... (Rumores)
El señor Alonso Ríos: No es posible manosear a España de esa manera.
Todos queremos a España.
El Presidente: Señor Alonso Ríos, no provoque su señoría manifesta­
ciones innecesarias.
El señor Calvo Sotelo: Y dichas estas palabras, no molesto más la aten­
ción de la Cámara; he recogido la opinión de los Diputados de esta minoría;
ahí queda estampado en el Diario de Sesiones. Nosotros, que veníamos dis­
puestos a votar la declaración de ser innecesario el Decreto de disolución
de las últimas Cortes, hacemos constar que éste es nuestro criterio. Nos abs­
tendremos, sin embargo, en la votación, para que nadie pueda achacar nues­
tros votos a maniobra que no encaja en nuestro espíritu ni en nuestras con­
vicciones. (Aplausos y rumores)

DOCUMENTO 178

COMIENZA EL DUELO CALVO SOTELO-CASARES QUIROGA (216)

Discurso del señor Calvo Sotelo.


Cuestión previa.—El señor Calvo Sotelo: Señores Diputados, en rigor, en
la declaración formulada verbalmente por el señor Presidente del Consejo,
se han dicho muchas cosas de las que esperábamos. Se han omitido muchas
de las que, a nuestro juicio, debiera haber expresado y se contiene alguna
que, con sorpresa mayúscula, habrá de ser recogida en esta intervención, que
de antemano encomiendo, no a la benevolencia, pero sí a la cortesía parla­
mentaria del señor Presidente de la Cámara, del señor Presidente del Con­
sejo de Ministros y de la mayoría toda. Vaya por delante esta cuestión previa,
que después de los episodios un tanto azarosos habidos en el curso de la
intervención del señor Gil Robles, me parece inexcusable. Cuando el Jefe
del Gobierno, como cualquier otro ministro, habla desde ese banco, los Dipu­
tados que ocupamos éstos escuchamos con respeto absoluto. Pedimos reci­
procidad, y antes que a los propios Diputados de la mayoría, al Jefe del
Gobierno y a los Ministros, que no creo que necesiten, ni menos todavía agra­
dezcan, el esfuerzo que indirectamente puedan suponer esas interrupciones
tumultuosas, en las cuales siempre falta la cortesía. Aquí estamos cumpliendo
un deber. (Un Diputado pronuncia palabras que no se perciben) Cada cual
administra su conciencia sin admitir interpretaciones por boca o por mano

479
de tercera persona. ¡Qué más quisiera yo que poder permanecer sentado y
silencioso!
Me he levantado en nombre de la minoría del Bloque Nacional para
recoger conceptos políticos formulados por el señor Casares Quiroga y para
afrontar de lleno el verdadero problema planteado en las entrañas de nues­
tra Patria, aun cuando lo haya soslayado, con una habilísima desenvoltura,
el señor Presidente del Consejo de Ministros. El está en ese sitial por conse­
cuencia de la primera crisis de estas Cortes o producida en la vida de estas
Cortes, y siendo este Gobierno continuación del anterior, con continuidad
cronológica y con continuidad ideológica, en realidad los motivos de comen­
tario han de fundarse en la remoción de las personas que integran el Minis­
terio, en las altas y en las bajas habidas. En las bajas, una me interesa des­
tacar, dos en realidad debiera comentar: la del que era Ministro de Hacienda,
señor Franco, y la del que fue Ministro de la Guerra, General Masquelet.
La baja más importante, claro es, fue la del señor Azaña. Esta no tengo que
comentarla; ya la comentó un periódico de extrema significación, que goza
de cierta bula para eludir los rigores de la censura, amén de otra relativa
bula para infringir el contrato de trabajo (Risas.), y que decía, en términos
muy escuetos, poco más o menos, antes de la elección presidencial, esto: El
señor Azaña había de optar entre dos retiradas: o a la vida privada o al
sitial presidencial. Aquélla habría sido —pienso yo— una retirada al Aven-
tino, pero el señor Azaña ha preferido una retirada al Palatino; veremos si
es una retirada activa o pasiva, y de esto ya no hay que decir más. Ahora
bien; de lo que sí hay que decir es de la retirada del señor Franco. El señor
Franco no ha querido ser Ministro de Hacienda. Le invitó a seguir el señor
Casares Quiroga y contestó con úna negativa rotunda, cuyas razones hizo
públicas por medio de una nota oficiosa, tachada implacablemente por la
censura. Algo insólito es esto de que la censura tache una nota en que un
Ministro quiere explicar al país las razones por las cuales él renuncia a con­
tinuar al frente de una cartera. Pero, en fin, no es cuenta mía, sino del señor
Franco, sentirse o no molesto por semejante ocurrencia. A mí me interesa

tomar pie de la nota, en la cual el señor Franco (la leeré, porque son diez
renglones) tan sólo decía esto: “El señor Casares Quiroga me ha conferido
el honor de ofrecerme la cartera de Hacienda. He tenido que declinar, con
profundo sentimiento, alegando para ello el criterio rígido que vengo man­
teniendo en lo que concierne a los gastos públicos. Sin olvidar que las cir­
cunstancias obligan hoy en día, en evitación de mayores males, a una política
de liberalidad, mis convicciones imponen, no obstante, límites de tolerancia
bastante restrictivos. No dudo que sean posibles otras orientaciones aconse­
jadas por la marcha que trazan otros países; pero yo no las comparto, ni
mucho menos las propugno. En estas condiciones, comprenderán ustedes
que un deber elemental con mis antiguos compañeros de Gobierno y conmigo
mismo me obliga a rechazar el honor que se me ha hecho.”
Por si cupiese alguna duda respecto al alcance de esta nota, a las veinti­
cuatro horas de facilitarla, el señor Franco pronunciaba unas palabras en la

480
toma de posesión de su sucesor, y, según hemos leído en las referencias de
Prensa —aquí no mutiló la censura—, el señor Franco declaró, poco más o
menos, que la situación de la Hacienda pública española es la más grave des­
pués de la perdida de las colonias.
La política de gastos públicos.—El señor Casares Quiroga, tan locuaz y
tan vehemente, y tan meridionalmente, a pesar de su condición norteña,
abundoso en todo lo que concierne a la defensa de la República, ha sido
extremadamente recatado, premioso —sórdidamente premioso, podríamos
decir, recordando frase famosa—, al tocar este aspecto de la vida nacional,
que es hoy, juntamente con el del orden público, pero umbilicalmente unido
al del orden público, el principal de todos cuantos ofrece la situación políti­
ca presente.
Sin embargo, ha aludido a la política de gastos con relación al paro for­
zoso, y aun cuando no hubiera hecho esta alusión, bien claro es que el Go­
bierno necesita afrontar una política de gasto público estatal en gran escala.
Ya había entrado por este sendero el Gobierno anterior, y a éste no le queda,
en realidad, opción.
Conste que yo, personalmente, soy un convencido de la necesidad de
que el Estado español, ahora como hace diez años, desarrolle una política de
gastos reproductivos de gran intensidad, de alta vitola. El presupuesto extra­
ordinario de la Dictadura, tan sañudamente combatido entonces, no era otra
cosa que la expresión de este criterio, amalgamado con las felices y clarivi­
dentes previsiones que en punto a obras públicas supo desenvolver mi que­
rido amigo el señor Conde de Guadalhorce.
La economía española no puede vivir sin la propulsión de gastos realiza­
dos directamente por el Estado. ¡Ah!, pero el Estado no puede suplir ni ín­
tegra, ni principalmente siquiera, la iniciativa privada. Si queremos provocar
una coyuntura propicia en nuestra vida económica, es indispensable que en
ritmo paralelo se desenvuelvan la iniciativa del Estado y la iniciativa privada,
o sea que se conjugue una política financiera de gastos estatales con una po­
lítica económica de franca impulsión y de franco desenvolvimiento de las
iniciativas industriales y comerciales de los ciudadanos. Todo lo contrario será
un perfecto absurdo. No habrá manera jamás de cohonestar una política es­
tatal de gran gasto con una política económica que proteja el desorden, que
prohíje la anarquía, que fomente la disminución de los rendimientos, que
intensifique exagerada y abusivamente los costos y que, en definitiva, vaya
socavando, mermando y desgastando las mismas bases impositivas de rique­
za que han de servir de punto de apoyo y de arranque para aquella política
estatal.
La política económica y el marxismo.—Por eso creo yo que es comple­
tamente inexcusable plantear el problema de la política económica que se
sigue en España, que preside este Gobierno, y que antes presidió el anterior:
¿adonde se va con ella, quién la controla, cómo se dirige, quién la inspira
y qué resultados puede producir? Esa es la verdadera entraña del problema
español en la hora de ahora, y creo yo, aun cuando moleste vuestra atención

481
31
y realice un esfuerzo físico, que no será perdido en absoluto el tiempo que
consagre a su examen.
Política económica.—La política económica de la hora de ahora, la po­
lítica de la economía española está —¡oh, paradoja!— dirigida y controlada
por sus adversarios resueltos e irreconciliables. Esta es la entraña de la si­
tuación española actual: la política económica está dirigida y controlada por
el marxismo. El Decreto fundamental de esa política, que fue el de readmi­
sión de los represaliados (si el señor Ramos hubiera podido suponer este
insólito trasiego que le ha llevado a la cartera de Hacienda, tengo la seguridad
absoluta de que no hubiera firmado aquel Decreto en los términos en que
está redactado), el Decreto de readmisión de los obreros represaliados, por
la forma en que se concibió y por la forma en que se aplica, es una hijuela
directa de la presión marxista; se dictó con el “placet” previo de sus orga­
nizaciones, para servirlas y para agradarlas.
El monopolio de la mano de obra.—¿Y cómo esas organizaciones mar-
xistas ejercen el control sobre la política del Gobierno? Pues con sujeción a
dos directrices fundamentales que me interesa particularizar. La primera es
una tendencia monopolista con relación a la mano de obra; la segunda es una
tendencia antieconómica por su espíritu clasista, herméticamente clasista.
Tendencia monopolista.—El marxismo aspira —y lleva camino de lo­
grarlo por toda clase de medios— a que en España no se pueda trabajar si
no se pertenece a un Sindicato marxista, sea de la organización que sea, a
un Sindicato marxista. Este es un hecho importantísimo que no creo que
nadie se atreva a negar; en prueba de ello podría exhibir aquí una infinidad
de casos concretos, algunos escandalosos. Ahí tenéis el de los cafés de Ma­
drid: cerrados van ya seis o siete, ¡y los que se cerrarán!, si sigue la racha
como ha empezado. ¿Y por qué? ¿Es que sus dueños se han negado a cum­
plir el Decreto de readmisión sobre los represaliados? ¡Ah!, no. Lo han cum­
plido a rajatabla. ¿Es que quieren alterar las condiciones de trabajo? Tam­
poco. ¿Es que quieren alargar la jornada o disminuir los jornales? Tampoco.
¿Qué pasa para que se cierren esos cafés? Pues, sencillamente, que, después
de haber sido readmitidos los obreros represaliados, las organizaciones mar-
xistas se dirigen a los patronos exigiéndoles que expulsen a ciertos obreros
que llevan a veces diez, quince y veinte años al servicio de esos patronos,
porque han cometido o cometen el horrendo delito de no pertenecer a las
susodichas organizaciones y que desempeñan a veces funciones de confianza,
personalísimas, como los serenos de noche o los encargados del mostrador,
a los que hay que expulsar por esa simple razón, para sustituirles por obre­
ros que no conoce el patrono y que son impuestos a rajatabla por los Sindi­
catos marxistas. El caso de M. Z. A.; fueron admitidos unos 200 ó 300 obre­
ros en octubre de 1934; se han readmitido ahora los obreros represaliados de
entonces, y éstos exigieron, como primera providencia, trabajar separadamen­
te de los admitidos en octubre, que la Empresa quería conservar a su servicio,
siquiera fuese en prueba de gratitud para quienes honradamente habían ga­
nado un jornal trabajando al servicio de la Compañía. Esta los separó en el
tajo; pero no contentos con esto, los obreros readmitidos reclamaron el des-

482
pido de aquéllos, y el señor Casares, Ministro de Obras Públicas —si estoy
mal informado me rectificará—, hubo de sancionar ese criterio marxista.
Y aquellos 200 ó 300 obreros humildes fueron expulsados de la Compañía
de M. Z. A. Ayuntamiento de Madrid: 800 ó 1.000 obreros municipales
admitidos en octubre. Fueron expulsados inexorablemente por los dirigentes
marxistas del Frente Popular que figuran en la Corporación municipal, sin
motivo ninguno de justicia, sin motivo ninguno de razón ni de derecho. Al­
gún caso concreto más he conocido, que no resisto a la tentación de daros
a conocer ahora: el de la Euskalduna de Madrid. Tiene esta Sociedad 400
obreros, que piden, después de cumplido ese Decreto, un aumento de jornal
del 60 por 100; se lo dan; quedan unos cuantos obreros de los que no
pertenecen a las agrupaciones marxistas, que llevan varios años de trabajo
en esa fábrica, y se reclama su expulsión. La Empresa se presta a darles tra­
bajo separadamente; pero entonces los obreros exigen que se les expulse, y
que se expulse, juntamente con ellos, al director y a otros dirigentes de la
Empresa. El Delegado de Trabajo o el Director de Trabajo, no sé a ciencia
cierta quién, comunica a la Empresa, por escrito, que debe expulsar a esos
modestísimos obreros, y la Empresa, en un gesto de honor, de dignidad, que
todos habremos de aplaudir, dice: “Antes cierro la fábrica”, y la fábrica está
cerrada. Esto mismo ocurre en Forjas de Alcalá, en Experiencias Industria­
les, de Aranjuez, y en una porción de poblaciones españolas, como en los tra­
bajos de los fuertes militares de La Coruña, donde treinta y tantos obreros,
pertenecientes a una organización no marxista, han estado sitiados cuatro
días, sin poder recibir alimentos, porque no lo permitían los dirigentes de
las organizaciones marxistas, y ahora carecen de trabajo, al igual que los
80 ó 90 obreros del puerto que formaban la “colla patronal”, hace diez y
más años.
¿Consecuencia que se deduce de todo esto? Que el marxismo quiere mo­
nopolizar la mano de obra, que el marxismo quiere que en España no se
trabaje más que a través de la afiliación de un Sindicato de clase. Y esto,
¿qué concepto merece? En primer término, jurídicamente es un acto anti­
constitucional. La Constitución proclama, consagra y reconoce la libertad
de sindicación. Cada cual se sindica si quiere y si no no se sindica, y si quiere
se sindica dónde y cuándo le place.
Además, esto, económicamente, es una violencia innecesaria, fruto de una
pasión política y no de un interés económico de clase legítimo. En los tiem­
pos heroicos del socialismo, cuando teníais que luchar para la conquista de
muchas reivindicaciones con la clase patronal, era lógico que reaccionaseis
violentamente frente a los que os estropeaban las huelgas, frente a los esqui­
roles; pero ahora con la evolución que se ha producido, cuando, como dice
Vandervelde, entre los patronos de antaño y los patronos de hoy existe la
misma diferencia que entre un Monarca absoluto, pictórico de funciones, y
un Monarca constitucional que apenas conserva el símbolo y la apariencia
de ellas, ¿cómo vais a poder alegar esas razones económicas? ¡Si España
está llena de contratos colectivos de trabajo! ¡Si España es uno de los países
más avanzados del mundo en punto al número y alcance de los contratos

483
colectivos de trabajo! Si estos contratos colectivos de trabajo garantizan con­
diciones uniformes y su cumplimiento está entregado a la custodia del Estado,
y el Estado los patrocina, los ampara, los interpreta por medio de los Tri­
bunales, ¿qué os importa a vosotros que un obrero sea o no marxista, ya
que ha de trabajar en las condiciones legales que ese contrato de trabajo
establece?
Violencia económica innecesaria, evidentemente, y además de violencia
económica innecesaria, violencia injusta, antijurídica e inhumana. ¿Cómo,
pues, no va a temblar una gran parte de la sociedad española ante la hipó­
tesis de que el marxismo llegue a adueñarse de las palancas del Poder en
España? ¿De qué no seríais capaces vosotros frente a los que consideráis
adversarios de clase, si ante esos hombres que son obreros, que son hermanos
vuestros de clase, humildes como vosotros, os mostráis capaces de desarrollar
tan desaforada política y llegáis a cercar por hambre a quienes no han come­
tido más delito que el de no pertenecer a los Sindicatos marxistas? (Aplausos.)
El “sabotaje” de la economía.—Pues vamos a la segunda directriz. En
cuanto a la primera, ya está bien visto, señor Casares Quiroga, que ha llegado
el momento de que el Gobierno actúe si quiere no ser beligerante, sino Go­
bierno, aunque esto de beligerancia del Gobierno lo recogeré más adelante,
porque me parece un concepto esencial del discurso de S. S. La segunda
directriz es que el proletariado está desarrollando una política económica an­
tieconómica, porque se inspira única y exclusivamente en el interés proletario
de clase, a espaldas, y muchas veces en contra, del interés económico total.
El proletariado es natural que se mueva por el interés económico personal;
es natural, y es legítimo también; pero si ese interés se hiperestesia e hiper­
trofia hasta el punto de querer subordinar a su logro todos, absolutamente
todos los demás intereses, incluso el totalitario de la economía nacional,
ese proletariado, sea o no marxista, actúa revolucionariamente, mientras que
si, por el contrario, tal interés se coordina con los restantes de la sociedad
hasta el punto de supeditarse a la conveniencia económica de la nación, del
todo orgánico nacional, entonces ese proletariado, aunque sea marxista, obra
evolutivamente.
He apuntado yo aquí una diferencia de matiz entre el marxismo revolu­
cionario y el marxismo evolutivo, sin que por ello haya indicado la diferen­
cia fundamental que me llevaría muy lejos; pero me interesa hacer esa cons­
tancia porque me permite atisbar una de las características del Frente Popu­
lar español en contradicción o por lo menos en apartamiento grande del
Frente Popular francés.
Dos discursos marxistas.—Precisamente en el mismo día, o con intervalo
de veinticuatro horas, han hablado dos líderes, del partido socialista francés
uno, y del partido socialista español otro. ¡Y qué diferencia de lenguaje, y
qué distancia de tono, y qué inmenso abismo entre los matices constructivos y
la espiritualidad gobernante que se revela en las palabras que León Blum
pronuncia ante el Consejo Nacional de su partido y la tónica que domina
en las palabras de don Francisco Largo Caballero en el discurso que pro­
nuncia ante los Diputados y Compromisarios que le obsequiaron con un

484
banquete el día 11 del actual! (El señor De Francisco: ¿Creéis que estamos
hechos todos a troquel?)
Señor De Francisco, ya comprenderá su señoría que hay distintos mati­
ces que apreciar. Los estoy exponiendo precisamente porque interesa para
conocimiento del país.
León Blum, en ese discurso, se sitúa en marxista evolutivo (aquí tengo
los párrafos, pero no quiero cansar a la Cámara leyéndolos), y en él hace
notar que su primer objetivo en el Gobierno que va a presidir ha de ser la
confección de un gran plan de utillaje a base del ahorro, y que, como piensa
hacer llamamientos al ahorro nacional, necesita, naturalmente, inspirarle con­
fianza. Sería absurdo y contradictorio provocar todo lo contrario con una
política de violencia y de destrucción de la riqueza. Y, concreta y taxativa­
mente, dice en otro párrafo que él quiere movilizar toda la riqueza nacional
para difundir el bienestar en el seno del régimen social dentro del cual aspi­
ra a vivir. (El señor Ganga: Y someter al Banco de Francia.) No discuto
eso. Mientras que el señor Largo Caballero, ese mismo día, decía literalmen­
te esto en su discurso: “¿Pero qué concepto tienen de la clase obrera y de
la lucha de clases los que dicen que seamos pacíficos, que no molestemos,
que se desenvuelva la gobernación del Estado y que procuremos que la pro­
ducción se desarrolle?” Esto es, que al señor Largo Caballero, con un dere­
cho que no discuto a opinar así, le parecía un crimen de leso socialismo el
que le supusieran capaz de dejar que se desarrolle la gobernación del Estado
y, sobre todo, que se desarrolle la producción. El señor Largo Caballero está
plenamente imbuido, pero también infantilmente imbuido —ha de permitir­
me esta apreciación—, del marxismo utópico; esta retahila de clichés marxis-
tas, muchas veces no son más que tópicos propios para la Prensa, pero no
para los Jefes, que deben saber discernir las facetas y posibilidades en cada
instante. El señor Largo Caballero tiene la obsesión ahora —no la tuvo, por
ejemplo, en octubre del 34, como yo recordé aquí discutiendo con el señor
Azaña, o a raíz de la declaración del señor Azaña, al autorizar el manifiesto
del movimiento revolucionario del 34—, tiene ahora la obsesión de una im­
plantación íntegra y plena del socialismo. Y en ese discurso, el señor Largo
Caballero, animado de la obsesión de pesimismo que, respecto a las posibi­
lidades burguesas, es lógico que sienta quien así razona; el señor Largo Ca­
ballero decía: “En paro forzoso se van a gastar mil millones. ¿Y qué? Se
gastan los mil millones y el paro seguirá como hasta aquí o en aumento,
porque los burgueses no tienen remedio, porque el capitalismo ha periclita­
do, porque el proletariado está capacitado para gobernar y debe gobernar,
porque hay que suprimir la propiedad privada y no hay más remedio que su­
primirla y socializar la propiedad.” Este es un criterio de marxismo revolu­
cionario bastante digno de ser sacado a la superficie de la opinión nacional,
porque está en contradicción, no ya con el criterio marxista de León Blum
a que antes aludí, sino incluso con el de los comunistas franceses, ya que
en uno de sus discursos de propaganda electoral M. Thorez, Secretario del
partido comunista francés, admitía el reconocimiento de la propiedad pri­
vada hasta un límite me parece que de 500.000 francos, y S. S. va más lejos

485
todavía. (El señor Largo Caballero-. No es ese el argumento a que se re­
fieren los socialistas.) Y S. S. va más lejos todavía. (Un Diputado-. Al de­
bate, al debate.)
Los efectos del marxismo en la industria.—Pues bien; esos son los cri­
terios. ¿Y qué efecto produce el hecho de que esas fuerzas, de que esos cri­
terios estén controlando la política económica del Gobierno? Porque he hecho
esa exposición para llegar a esta moraleja: esas fuerzas controlan al Go­
bierno. Nadie lo duda, nadie lo puede dudar; pero después de las palabras
que el señor Casares Quiroga ha pronunciado en la tarde de hoy, menos
aún. El señor Casares Quiroga se ha amarrado voluntariamente con unas
ataduras férreas, con unas ligaduras políticas que nadie podrá romper, a todas
las fuerzas, incluso a las más extremistas, del Frente Popular. De modo que
ese criterio no es un criterio privado que no tenga otra categoría y respeta­
bilidad que la que le preste la persona que lo expresa; es un criterio de
carácter político que ha de influir y está influyendo en la política económica
en un sentido revolucionario.
Hay dos maneras de hacer la revolución, señores Diputados, desde el
punto de vista marxista: una, en la calle, con la fuerza de las armas; otra, en
el seno de la economía, desarrollando una táctica de lucha contra todas las
fórmulas de riqueza, contra todas las fórmulas de renta, incapacitando el des­
envolvimiento normal de la economía que está en marcha, y dando lugar
con ello a una situación de ruina progresiva que hundirá y aniquilará todos
los órganos del régimen social en que estamos viviendo. Esa es la táctica
económica que desarrollan las fuerzas sociales marxistas, siguiendo las indi­
caciones del señor Largo Caballero, que así influye en la política económica
del Gobierno, en la industria, en el comercio y en la agricultura.
En la industria, señores del Gobierno, influye, más que en la gran indus­
tria, en la pequeña industria. Cuando yo oía la alusión que el señor Casares
hacía a esos pequeños burgueses, merced a los cuales, indudablemente, habéis
obtenido gran parte de vuestra mayoría electoral, yo pensaba; pero qué desgra­
ciados pequeños burgueses, que son los primeros que han de sufrir las conse­
cuencias de esa política económica; política económica de encarecimiento de cos­
tos y disminución de rendimientos, que hace daño antes que a nadie a los pe­
queños burgueses, porque suprime el margen de beneficio del capital, y esto,
para un pequeño burgués, es la muerte, y no así para una gran Empresa, que
puede vivir sin obtener beneficios, sin repartir dividendo para las acciones,
porque la Empresa no es un sujeto físico que necesite comer, mientras que
el pequeño burgués, cuando desaparece el margen de rentabilidad, que es el
profit, el provecho, muere fatalmente. Y vosotros estáis matando eso con una
política de salarios altos y de jornadas cortas, de sabotage indirecto, estran­
gulados de la economía nacional.
Aquí me interesa hacer una advertencia, y es la de que yo soy partidario
de los salarios altos. Entre las dos doctrinas que se han lanzado en el mundo
para luchar contra la crisis, la de la deflacción, preconizada, por ejemplo, por
monsieur Laval, y la de los salarios altos y aumento de la capacidad de com­
pra, que personifica Roosevelt, yo, desde luego, estoy con esta segunda teoría,

486
soy partidario de que se desenvuelva esta segunda teoría, pero integralmente,
lo que quiere decir que, al mismo tiempo que se aumentan los salarios, se
intensifican los rendimientos de la producción. Los Estados Unidos, del 34
al 35, han aumentado el fondo de salarios en un 23 por 100, pero han au­
mentado a la vez la producción en un 30 por 100. Eso es perfectamente
viable, eso permite mejorar la mano de obra, al no suprimir el beneficio del
capital, que es indispensable hasta para vosotros, marxistas, porque si habéis
matado el beneficio del capital, ¿qué es lo que vais a socializar el día que
establezcáis vuestro régimen? La socialización supone la existencia de un
provecho capitalista; pero si el provecho capitalista ha desaparecido, si des­
aparece la rentabilidad de las Empresas, ¿qué vais a socializar? Socializad los
Ferrocarriles andaluces. ¿Y qué? ¿Qué podréis obtener, si no reparte dividen­
dos para sus acciones, ni cupón a sus obligaciones; si el capital ha muerto,
en pura pérdida? Socializad una industria con pérdida, y no lograréis ni un
céntimo de beneficio para la mano de obra. Por eso, este primer efecto es
contraproducente para vuestras propias teorías, además de ser ruinoso para
los intereses de la economía nacional.
El marxismo en la agricultura.—Y no digamos en la agricultura. En la
agricultura española se está produciendo una situación de hecho en que el
socialismo, en su fase intransigente, revolucionaria —a mí me interesa darlo
a conocer a la opinión pública—, crea en muchos sitios de España un doble
movimiento convergente verdaderamente insólito. Dicen los propietarios: To­
mad la tierra, tomad títulos de propiedad; no queremos más tierra. Y los
obreros contestan: No queremos tierra; dadnos jornales y no tierra; la tierra
es la incertidumbre, el salario es lo seguro. Nadie quiere la tierra en muchos
sitios. (Rumores.) (El señor Bilbao: Si estamos dispuestos a tomar las de
toda España.)
Esto es la consecuencia de un régimen de política económica antibur­
guesa presidido por un Gobierno de Estado burgués e influido por unas
masas marxistas que han perdido toda visión clara de su horizonte.
Concretamente con relación a la situación de la agricultura y en el sin­
número de aspectos que yo debería haber señalado ahora, sólo uno quiero
tocar, que es el de los alojamientos. Los alojamientos, prohibidos por dis­
posiciones de la República, cuya paternidad rechaza el Ministro de Agricul­
tura, están en vigor en muchos sitios, ¿para qué? Para resolver el problema
del paro forzoso.
Pero, ¿qué enfoque simplista es este del paro forzoso que afectando, no
ya sólo a una clase de ciudadanos, ni siquiera a una clase de contribuyentes,
sino a todo el país, se echa a voleo y aisladamente sobre una clase determi­
nada de propietarios? El paro forzoso hay que evitarlo, hay que cortarle; todo
español tiene derecho a vivir, ¡qué duda cabe! Durante la época en que yo
fui Ministro tuve la suerte de no tener que adoptar medidas contra el paro
I
forzoso, porque no lo había. Contra el paro forzoso hay que aplicar medidas
enérgicas, que deben fundamentarse en una ¿política económica, severa y
audaz. Pero, señores Diputados, ¿cómo vamos a hacerlo pesar tan sólo sobre
un grupo de contribuyentes? ¿Por qué ha de pesar el paro forzoso agrícola

í 487
sobre el propietario de la tierra? El paro forzoso es una calamidad nacional,
cuyo coste debe soportarlo la totalidad del país, y se debe esparcir y des­
parramar sobre los contribuyentes todos y debe afectar a la riqueza mobi-
liaria, a la riqueza consolidada, a la industria, a todo trabajo; que todas las
formas de la riqueza nacional pechen, con su parte alícuota correspondiente,
en esa angustia. Pero el paro agrícola hacerlo gravitar sobre los propietarios
y, sobre todo, los propietarios rurales, no es justo. Porque en un Municipio
donde no hay paro forzoso, los propietarios pagarán su contribución sola­
mente; en otros Municipios donde hay muchos propietarios y pocos obreros
en paro forzoso, los propietarios soportarán una carga insignificante, y en
otros Municipios donde haya pocos propietarios y muchos obreros en paro,
aquéllos tendrán que sostener una carga insoportable. Yo protesto contra
este régimen de injusticia y digo que es antieconómico y antijurídico, y digo
que, en definitiva, es una conclusión pura y elemental del hecho de que la
política del Gobierno esté controlada por elementos marxistas. Y al llegar
aquí quiero recoger alusiones que se han dirigido al fascismo por el Jefe
del Gobierno.
El fascismo.—Señor Casares Quiroga, su señoría creo que ha formulado
en la tarde de hoy un concepto que jamás se había expresado desde el banco
azul; desde luego está en plena oposición con otros que no hace mucho pro­
fería el señor Azaña. Su señoría ha dicho que frente al fascismo el Gobierno
es beligerante. Yo me he aterrado un poco al oír la frialdad con que su
señoría lo decía y el calor con que los señores Diputados que acompañan
al señor Presidente del Consejo acogían la afirmación de que el Gobierno se
siente beligerante frente a un grupo de ciudadanos españoles. (El Presidente
del Consejo de Ministros’. Que le atacan.) Yo recuerdo que en una crisis
habida durante el anterior bienio una autoridad jurídica de la República, al
evacuar su consulta, había formulado en contra de aquel Gobierno la acu­
sación de que era beligerante en la represión de la revolución de octubre.
He aquí, señor Casares, cómo su señoría viene a suscribir ahora el concepto
que mereció tan franca y tan justificada repulsa de aquel ilustre consultado
por el señor Alcalá Zamora. El Gobierno nunca puede ser beligerante, señor
Casares Quiroga; el Gobierno debe aplicar la ley inexorablemente y a todos.
Pero el Gobierno no puede convertirse en un enemigo de hombres, de com­
patriotas, cualquiera que sea la situación en que éstos se coloquen, porque
para castigar la delincuencia existen las Leyes y un Poder judicial, que es el
encargado de aplicarlas y de sancionar a los que las infringen. (Un Diputado:
Luego los sueltan los jueces.) Y ese concepto de su señoría va a sellar mis
labios para parte de lo que yo pudiera decir, porque a mí me parecía también
oportuno esta tarde aludir al concepto del fascismo y a lo que en torno al
fascismo se ha dicho aquí; pero yo voy a sellar mis labios en todo lo que
pueda significar discrepancia de esa doctrina, sin pensar en hombres ni en
organizaciones, porque no me parecería ya francamente arrogante que yo
manifestase mi disparidad, después de haber escuchado a su señoría palabras
tan furiosamente hostiles. Y, en cambio, me voy a sentir animado a expresar
conceptos de compenetración con esa doctrina en su aspecto económico, al

488
margen de la política, cosa que tampoco hubiera hecho sin esa incitación
indirectamente vertida en el discurso de su señoría. En efecto, dejemos ahora
a un lado el aspecto político del fascismo. Os invito a olvidar ese aspecto,
como yo lo olvido. Vamos a examinar el problema económico, prescindien­
do de las relaciones del fascismo con la democracia, el sufragio, la libertad,
etcétera. Vamos a examinar, en brevísimas palabras, el problema económi­
co en relación con el fascismo.
Yo considero que se comete una impostura y se realiza una mixtificación
enorme y solemne de la doctrina, no de la doctrina de Mussolini o de Hitler
—no se trata de personalizar—, sino de la que genéricamente se llama fas­
cismo, al presentarla como reducto o baluarte del capitalismo: nada de eso.
El fascismo ha mutilado el capitalismo como ningún otro país burgués. En
Inglaterra, en Bélgica, en Holanda, en Suiza, en los Países Escandinavos,
aun gobernando como gobiernan los socialistas en varios de éstos, el capi­
talismo tiene prerrogativas que ha suprimido el fascismo de Italia o en Ale­
mania. Hablaba, lo he citado antes, del Banco de Estado; es uno de los pro­
pósitos del partido socialista del Frente Popular francés, estatificarle en cierto
modo. Pues yo os digo que Italia ha estatificado el Banco de Italia hace
unos cuantos meses. ¿En qué país burgués se ha mutilado el interés del ca­
pital, el interés de los dividendos, señalándole un tope máximo, más que en
Italia y en Alemania? ¿En qué país burgués de democracia parlamentaria se
ha llegado como en Alemania y en Italia a la nacionalización de las industrias,
especialmente de las de guerra? {Rumores. Un Diputado pronuncia palabras
que no se perciben.) De las industrias de guerra y de otras. {El señor Alonso
González: Ya sabemos que lo es su señoría.) Pero aunque sean las de gue­
rra, habrán de reconocer sus señorías que eran industrias que operaban a
base del capital privado y han sido expropiadas por el Estado. El fascismo
en este sentido representa un movimiento de integración, que se opone al
socialismo en cuanto suprime la libertad individual por suprimir la propiedad
individual, y al capitalismo en cuanto corrige los excesos y abusos del ca­
pitalismo; ni más ni menos. Me interesa dejar constancia de esta evidente
conformidad mía con el fascismo en el aspecto económico, y en cuanto a lo
que pudiera decir en el político, me callo por el motivo que antes he indi­
cado al señor Casares Quiroga. {Un Diputado pronuncia palabras que no se
perciben.) Hace falta ingenio para interrumpir, señor Diputado. {El señor
Alonso González: Ya sabemos que lo es su señoría; pero no tiene el valor
de declararlo públicamente.) Yo tengo valor para decir lo que pienso, y su
señoría menos que nadie puede prohibirme la expresión legítima de mi pen­
samiento. Su señoría es una pequeñez, un pigmeo. {El señor Alonso Gon­
zález: Yo soy tanto como su señoría aquí y en la calle.) {El señor Gamazo:
¡Cállese, hombre, cállese! {Ramores.) {El señor Alonso González: ¡Aquí y
fuera de aquí! ¡Vamos fuera a verlo! {El Presidente reclama orden.) {El señor
Alonso González: Su señoría es un chulo.) {Un Diputado: ¡Es que no se
puede aguantar tanta chulería!) {El señor Alonso González: Yo voy solo a
todas partes y su señoría lleva pistoleros.)
El Presidente: ¡Orden, señor Alonso González! Siéntese su señoría.

489
El señor Alonso González'- Estamos ya hartos de aguantar vuestras chu­
lerías.
El Presidente: ¡Orden! No interrumpa el debate, señor Alonso González.
El señor Alonso González: Y vosotros tenéis el deber de callar y de­
bíais callar.
El Presidente: Me voy a ver obligado a llamar a su señoría al orden por
primera vez.
El señor Alonso González: Me callo por su señoría, pero no por esos
individuos, a los que no respeto aquí ni en ninguna parte. Estamos pecando
de tolerantes. (Fuertes rumores.)
El Presidente: ¡Orden, orden! Siéntese su señoría, señor González.
La política de autoridad.—El señor Calvo Sotelo: Decía, señores Dipu­
tados, que la política económica del Gobierno está condicionada, además,
por la política de autoridad, y así como en aquélla se da la paradoja de que
controlan una economía burguesa elementos que indiscutiblemente son ene­
migos de esa economía, así en la política de Gobierno y de autoridad se pro­
duce el fenómeno igualmente paradojal de que corresponda la iniciativa, el
control, la tutela o como queráis llamarle, a partidos que tienen por consigna,
aunque temporalmente puedan parecer apaciguados, la destrucción de la
esencia de ese mismo Estado burgués.
Hoy día, el principio de autoridad está a los pies de los enemigos jurados
del Estado español; el principio de autoridad se resquebraja, lo mismo en
las localizaciones rurales que en sus esencias de tipo nacional. Una gran parte
de España, unos cuantos millones de españoles viven sojuzgados por unos
déspotas rurales, monterillas de aldea, que cachean, registran, multan, se
incautan de las fincas, parcelan y dividen la tierra, embargan piaras de gana­
do, centenares y millares de reses (se me han denunciado casos concretos,
como uno de 3.000 reses, ocurrido en Sevilla), individuos que realizan toda
clase de funciones gubernativas, judiciales o extrajudiciales, con total des­
precio de la ley, desacatando a veces las órdenes de la autoridad superior,
pisoteando los Códigos vigentes y no reconociendo otro fuero que el del
Frente Popular, que lleva trazas de convertirse en una especie de derecho
divino, ante el cual todos han de prosternarse de hinojos. Vivimos en plena
anarquía, en un régimen de taifas de la anarquía, en un cantonalismo asiá­
tico, y de ello encontramos ejemplos de todos los estilos: el del Alcalde de
un pueblo manchego, creo que Malagón, que dicta un bando haciendo saber
que todos los vecinos tienen la obligación de entregar las armas que tengan
en su poder, con excepción de los afiliados al Frente Popular. (Rumores.)
Y el del Alcalde de un pueblo de Levante, que corta los hilos del teléfono
de la Casa-Cuartel de la Guardia Civil para que no pueda acudir en socorro
de quienes la llamen; y el ejemplo del Alcalde de un pueblo extremeño, que
ha invadido la finca de una dama cubana, dando lugar a una reclamación,
que no sé si habrá llegado ya al Ministerio de Estado; y el del Alcalde de
Fuentelapiedra, que en estos últimos días ha organizado y acaudillado per­
sonalmente un motín, encaminado al incendio de las iglesias. Y el de los al­
caldes de Cambre y Vimianzo, en la provincia de La Coruña, que han acor-

490
dado (aunque es de suponer que no lo consigan) expropiar sin indemnización,
uno de ellos, un viejo castillo, y el otro una casa particular. Los ejemplos
de esta índole que yo pudiera citar serían innúmeros; pero más grave que esta
desmoralización del principio de autoridad en los medios rurales españoles es
la desmoralización del principio de autoridad en sus esencias. Se está esfu­
mando el sentido de la responsabilidad, el principio de la jerarquía y, sobre
todo, el concepto de la autoridad, señor Presidente del Consejo de Ministros,
el de la autoridad.
Yo podría presentar algunos casos en demostración de esto que afirmo.
Vea su señoría uno, como ejemplo.
El señor Alvarez Angulo: Alcalá.
Otro Diputado: Lo de Alcalá ya lo veremos. (Rumores.)
El señor Calvo Sotelo: En un pueblo de la Provincia de Granada, Pinos
Puente, muere, de muerte natural, un guardia civil, y los sepultureros, por
presión de los elementos marxistas, se niegan a abrir la fosa y tienen que
abrirla los compañeros de ese guardia, y a los tres particulares, únicos que
acompañan al entierro, les apalean brutalmente los extremistas de la lo­
calidad.
¡Principio de autoridad! Trescientas iglesias, por lo menos, han sido in­
cendiadas desde el 16 de febrero (Protestas.), y sobran dedos de la mano
para contar las personas a quienes se les ha exigido alguna responsabilidad
por estos hechos. En cambio, conozco casos concretos, se ha detenido in­
justamente a muchas personas; sé de un muchacho, de Valladolid, Villape-
cellín, que lleva más de dos meses en la cárcel, sin que haya sido interrogado
todavía, y está allí por el horrendo delito de que, al cruzarse en las calles
de Madrid con una manifestación jubilosa del Frente Popular, se le ocurrió
gritar “¡Viva España!”. (Rumores de protesta.) ¿Dónde está la autoridad, se­
ñor Casares Quiroga?
El deber militar.—El hecho de que su señoría haya ido al Ministerio
de la Guerra me invita a mí a hacer un escudriñamiento un poco más ín­
timo en ese problema de la autoridad. Yo siento vivamente la salida del Go­
bierno del que fue Ministro de la Guerra, General Masquelet; no he cruzado
con él la palabra en mi vida y creo que ha cometido algunos yerros en su
gestión ministerial, pero es un General del Ejército. Y un General, so pena
de tropezarse con algún insensato, si lo hay, capaz de suicidarse en aras de
una homicida aberración antinacional, al frente de un Departamento como el
de Guerra, en momentos neurálgicos para el orden público de España, señor
Presidente del Consejo de Ministros, sería siempre un dique magnífico, pro­
bablemente irrebasable, contra la anarquía, porque sabría interpretar el deber
patrio, y en aras del deber patrio el deber militar; que consiste en servir le­
galmente cuando se manda con legalidad y en servicio de la Patria, y en reac­
cionar furiosamente cuando se manda sin legalidad y en detrimento de la
Patria. (Fuertes rumores y protestas impiden oír al orador.)
El señor Lara: El señor Calvo Sotelo está invitando a la indisciplina.
Varios Diputados: ¡Es un absurdo!

491
El señor Calvo Sotelo: Y yo, cuando he visto la presencia de su señoría
en el Ministerio de la Guerra, he tenido que pensar qué secretos motivos
habrá que pudieran justificarlo.
El Presidente del Consejo: Ninguno; no tengo secretos, señor Calvo So­
telo.
En qué motivos públicos y notorios, de orden político, podría fundarse
esa designación. Porque su señoría ha aludido hoy a una de las facetas de
su temperamento, quizá sea una de las más destacadas, la de la energía, en
un sentido casi policíaco, preventivo y represivo, según sea menester, que
es, en efecto, una de las características primordiales que definen la personali­
dad política de su señoría. Su señoría es la mano dura de la República —estos
días lo han dicho los periódicos más afectos a la situación—, la mano fuerte
de la República. ¿Para qué va su señoría al Ministerio de la Guerra? ¿Para
actuar como cirujano en el seno del Ejército o para actuar como cirujano
con el Ejército en el seno de la sociedad? (Rumores.')
He aquí un dilema muy interesante, incluso una pregunta muy intere­
sante, que yo formulo en términos dubitativos, aun cuando su señoría, en
parte, me daba la respuesta en las palabras que pronunciara al posesionarse
de su cargo, cuando exigía a los militares todos el cumplimiento de la disci­
plina, pero el cumplimiento de la disciplina alegre, gozosa y jubilosamente.
(Rumores. Muchos Diputados pronuncian palabras que no es posible en­
tender.)
Como no soy hombre de efectismos, mucho menos de equívocos, y mu­
chísimo menos de circunloquios o rodeos, he de decir que estoy un tanto im­
presionado, cutánea, no espiritualmente, después de haber oído a su señoría
las ponderaciones a su propósito de defender la República contra no sé qué
ataques, contra no sé qué peligros. Afirmo a su señoría que si a la República
amenazase algún peligro, está en las filas de los republicanos. (Risas.) Cuando
su señoría quiera hablar serenamente, seriamente de los peligros que acechan
a la República, habrá que mirar, más que enfrente, al lado, y al lado siniestro.
(El Ministro de Estado hace signos de extrañeza.) No, señor Barcia. Su se­
ñoría es la bondad personificada. (Risas.)
Su señoría tiene derecho a pedir disciplina alegre, aunque, como dijo don
José Ortega y Gasset, la República tiene un perfil agrio y triste; pero para
eso es menester que su señoría, en particular, y el Gobierno todo, y las Ins­
tituciones del Estado, desarrollen una política que, prestigiando los altos in­
tereses morales y espirituales de la nación, y fortificando el principio de au­
toridad, estimule la satisfacción interior en el seno de las Corporaciones
armadas.
¡Autoridad en los cuartos de banderas! Evidente; pero también autoridad
en la calle. Yo aprendí el concepto de autoridad al lado de un maestro cuya
memoria honraré siempre: el General Primo de Rivera. (Protestas.) El Ge­
neral Primo de Rivera, confesando el ejercicio de una dictadura, que muchos
que se llaman demócratas ejercitan y visten con galas ficticias de una de­
mocracia cuyos preceptos infringen diariamente, ejerció la autoridad hacién-

492
dose respetar del Rey, que jamás le negó la firma de un proyecto de Decreto,
cosa que ha ocurrido en la República {Protestas.'); haciéndose respetar de la
clase nobiliaria, y ahí está el Diputado que pertenece a la Grandeza de Es­
paña, que recordará cómo fue sancionado por el General Primo de Rivera:
el Conde de Romanones {Risas y rumores. El señor Figueroa y Torres pro­
nuncia palabras que no se perciben); haciéndose respetar del propio Ejército,
en cuyo seno había forjado su espíritu {Muchos Diputados interrumpen, sin
que se entiendan sus palabras.) {Un Diputado’. Que hable la Artillería), como
lo prueba —lo iba a decir, que, después de dictado aquel Decreto, que
entonces me pareció inoportuno y erróneo —por cierto—, pero que, dictado,
no había más camino que cumplirlo, relativo al ascenso en las escalas del
Ejército, lo hizo cumplir rigurosamente, aun a trueque de tener que disolver
el Cuerpo de Artillería y de imponer sanciones durísimas a algunos militares;
y se hizo respetar de la clase obrera y del socialismo español, que colaboró
con la Dictadura {Protestas.), como atestiguan los cargos desempeñados por el
señor Largo Caballero, el señor Llaneza y otros.
El Presidente'. El señor Calvo Sotelo ha usado con exceso del tiempo que
le corresponde.
El señor Calvo Sotelo: Si el señor Presidente, que está tan riguroso y
puntual en el recordatorio del tiempo reglamentario, hubiera cortado un tanto
las interrupciones colectivas que he sufrido {Protestas.), ya habría terminado;
pero voy a concluir inmediatamente.
El principio de autoridad.—Voy a concluir diciendo que este concepto
del principio de autoridad, mejor dicho, no este concepto, este ejercicio
—son cosas distintas concepto y ejercicio; su señoría puede tener y tiene un
concepto distinto del origen y de la razón de ser filosófica, pero en cuanto
al ejercicio, no hay diversidad de doctrina posible—, este ejercicio del prin­
cipio de autoridad, digo, es el que hace falta ahora; principio de autoridad
sobre todo el país; autoridad sobre el tricornio, sobre el fajín, sobre la es­
puela, a sabiendas de que los llevan hombres que sienten un escrupuloso
culto al deber de la disciplina, bien está; pero haya también autoridad en la
calle, frente a los Sindicatos, frente a los Comités que proporcionan a su se­
ñoría votos y ambiente político, porque si falta para esto, no la hay moral­
mente para lo primero, y por las calles se grita “Muera España” y “Viva
Rusia”. {Grandes protestas.) {Varios Diputados: Eso es falso.) Lo he oído yo.
{Continúan las protestas. El Presidente reclama orden) ¿Dónde está la auto­
ridad? El Ayuntamiento de Bilbao acuerda suprimir la placa que da el nom­
bre de Plaza de España a una plaza. ¿Dónde está la autoridad? En Peñarroya,
cinco ingenieros son secuestrados en el fondo de una mina durante varios
días. ¿Dónde está la autoridad que no los pone en libertad inmediatamente?
{El señor Bolívar: ¿Dónde está la autoridad que no los ha metido ya en la
cárcel?) En Turón es Delegado gubernativo Fermín López {Rumores.), amnis­
tiado de los condenados a muerte por los sucesos habidos en Turón {Rumores.)
en la revolución de octubre, y este Delegado gubernativo, al cumplimentar
el telegrama circular que ordenó la detención de todas las personas que con­
siderase sospechosas para el régimen o para la tranquilidad social —no re-

493
cuerdo; mejor dicho, no sé cómo estaba redactado textualmente—, se ha
permitido detener a once o doce vecinos de Turón, y entre ellos figura (La
señora Ibarruri pronuncia palabras que no se perciben.) José Gómez Fernán­
dez, el mayor de los diez hermanos huérfanos de José Gómez, empleado de
la Hullera de Turón, asesinado durante aquellos sucesos por los que fue con­
denado a muerte el hoy Delegado gubernativo. ¿Dónde está la autoridad,
señor Casares Quiroga? Yo la pido sobre todos y para todos; la pido en
nombre de la ley; lo que no puedo aprobar, lo que no puedo aplaudir es
que haya autoridad sobre unos y no sobre los demás; eso es contrario a toda
la significación de S. S., a todo el espíritu de la Constitución, a todo el pro­
grama del Frente Popular y hasta al decoro político, señor Casares Quiroga.
Perspectivas sombrías.—Ahora, ¿qué perspectivas se deducen de esto, y
concluyo ya? (Fuertes rumores.) Me enorgullece sentiros molestos por lo
que digo (Exclamaciones.), porque si no, sería señal de que no cumplía con
mi deber. ¿Cuáles son las perspectivas económicas y las perspectivas políti­
cas de esta situación, que es lo fundamental?
Perspectivas económicas, rapidísimamente. (La señora Ibarruri pronun­
cia palabras que no se perciben.) Perspectivas económicas, sintéticamente:
Primera, decrecimiento de los ingresos del presupuesto; en el primer trimes­
tre, veintitantos millones menos que el año pasado. Segunda, crecimiento del
paro forzoso; en febrero se llegó a la cifra más alta de estos últimos tiempos,
por causas en parte estacionales; pero no dudéis que el paro forzoso aumen­
tará pese a la política estatal de las obras públicas por una razón muy sen­
cilla, porque por cada obrero que el Estado coloque quedarán en la calle
tres o cuatro de los colocados por iniciativa privada. (Rumores.)
Tercera. Contracción de consumo, que producirá un marasmo económi­
co, que se está sintiendo ya y que, como ha ocurrido siempre en todos los
procesos de depauperación de un pueblo —en los últimos años de la post­
guerra se han producido muchos casos, y no es una novedad para nadie ha
comenzado por las clases profesionales y liberales que constituyen el grado
más alto de las clases medias. Preguntad a cualquier abogado, médico, no­
tario, registrador, escritor o literato de los que pertenecen a este nivel de
las clases medias, y todos responderán —aquí hay algunos que lo podrían
hacer si el deber político no les pareciese incompatible con esa sinceridad—
que están disminuyendo sensiblemente sus ingresos, y ello significa el co­
mienzo de una crisis de índole económica que nunca conoció España cón
tanta intensidad.
Cuarta. La dificultad para las emisiones de Deuda, sin las cuales no po­
dréis vivir, y no podréis vivir sin apelar al crédito, porque el impuesto no
da lo suficiente para cubrir los gastos ordinarios y porque sobre éstos —lo
ha anunciado el señor Casares Quiroga— necesitaréis los extraordinarios en
la lucha contra el paro. Si para el presupuesto normal habéis de emitir 500
= ó 600 millones de pesetas, ¿de dónde vais a sacar el dinero, además de pre­
cisar para las emisiones extraordinarias por otros 500 ó 600 millones? (Va­
rios señores Diputados'. ¡De donde lo haya!) Conste que no soy burgués, gran

494
propietario como muchos de los que me interrumpen. (Grandes protestas. La
Presidencia reclama orden.)
Quinta. Depreciación de la peseta, depreciación progresiva, aunque no
oficial todavía, y que difícilmente cortaréis con medidas, por el estilo de las
que acaba de adoptar el señor Ministro de Hacienda, siguiendo la pauta de
otros pueblos, porque, como ha dicho un político francés, es tan difícil poner
barreras al dinero como puertas al campo, y las Bolsas negras se encargarán,
por desgracia para'España —yo lo lamento tanto como el señor Ministro de
Hacienda y como todos vosotros—, de dar facilidades para que salga furti­
vamente nuestra moneda, cotizándola con depreciación cada vez mayor.
Sexta. Aumento de la circulación fiduciaria. (La señora Ibarruri pro­
nuncia palabras que no se entienden.) En el último balance del Banco de
España llega a 5.490 millones, que es casi la cifra más alta desde hace mu­
chísimos años, e incluso supera ya a la altísima que había registrado la
circulación fiduciaria en 1931, en los primeros meses de la República.
Séptima. Como consecuencia de esa depreciación de la peseta, acom­
pañada de inflación, un proceso de encarecimiento de la vida que no habrá
posibilidad de evitar, un marasmo económico progresivo y una total desin­
tegración del régimen económico de la sociedad española actual en sus ele­
mentos integrantes.
Estas son las perspectivas económicas. Por consecuencia, en el orden eco­
nómico, depauperación; en el orden espiritual, odio; en el orden moral, in­
disciplina; en el orden político, esterilidad; en el orden nacional, disgre­
gación.
Señor Casares Quiroga: Yo no veo un horizonte más risueño, y compa­
dezco a su señoría por la empresa que tiene sobre sus hombros. Su señoría
miraba a aquellos grupos (Señalando a las minorías socialista y comunista.)
y suspiraba, pidiendo una sonrisa y reclamando aplausos. (Grandes risas.)
Y yo le digo que, si su señoría les da todo lo que piden, logrará su colabo­
ración; pero cuando se lo niegue, aunque sea por exigencias, por convenien­
cias de la Patria, cosechará su ingratitud violenta, y si se lo otorga, entonces
cosechará la maldición de la España inmortal. (Aplausos.)

DOCUMENTO 179

EL DEBATE TRAGICO DEL 16 DE JUNIO (217)

El señor Presidente: Se va a dar lectura a una proposición no de ley


presentada a la Mesa.
El señor Secertario (Traba!): Dice así:
“A las Cortes.—Los Diputados que suscriben ruegan a la Cámara se sirva
aprobar la siguiente proposición no de ley:

495
Las Cortes esperan del Gobierno la rápida adopción de las medidas ne­
cesarias para poner fin al estado de subversión en que vive España.
Palacio de las Cortes, a 11 de junio de 1936. José María Gil Robles.—
Andrés Amado.—Ramón Serrano Súñer.—Geminiano Carrascal.—Antonio
Bermúdez Cañete.—José María Fernández Ladreda.—Jesús Pabón.—Juan
Antonio Gamazo.—Pedro Rahola.—Siguen las firmas, hasta 34.”
El señor Presidente: El señor Gil Robles tiene la palabra para defender
su proposición.
El señor Gil Robles: Señores Diputados: Espero que el espíritu más sus­
picaz encuentre plenamente justificado el planteamiento del tema a que se
refiere la proposición no de Ley que acaba de leerse; ello no implica sola­
mente el ejercicio de un derecho, sino el cumplimiento de un deber por parte
de los grupos de oposición de la Cámara; pero aunque no hubiera esta ra­
zón, que yo estimo suficiente, lo sería la actitud perfectamente conocida en
materia de orden público de alguno de los grupos que apoyan la política del
Gobierno (La señora Ibarruri pide la palabra.) y habrían de darle mayor ac­
tualidad aún las declaraciones formuladas el viernes último por el propio
Gobierno de la República. Por ello, señores Diputados, en cumplimiento,
como antes decía, de un deber, con toda la serenidad que requiere el mo­
mento en que vivimos y con toda sinceridad, que es un tributo obligado a
la propia convicción, voy a plantear el tema ante la Cámara. Forzosamente
he de hacer mayores alusiones directas a la política del Gobierno que presi­
de el señor Casares Quiroga, pero he de hacerlas siempre referidas al con­
junto de la política que se viene desarrollando en España a partir del 19 de
febrero. Para hacerlo así no tendría más que recordar que el Gobierno que
actualmente rige los destinos de España se ha declarado, desde la cabecera
del banco azul, continuador no sólo en su composición, sino en su orientación
y en su programa, del Gabinete que se formó a raíz del triunfo electoral de
las izquierdas.
La obra crítica de la labor de un Gobierno ha de hacerse en todo mo­
mento, si se quiere que sea justa, en función de las circunstancias en que
actúa, de los medios con que cuenta y de los resultados que obtiene. Yo me
atrevería a decir, señores Diputados, como punto de arranque de las afir­
maciones que después he de sostener, que difícilmente puede encontrarse en
la historia política de España un Gobierno que haya contado con más medios
para desarrollar su labor.
Bueno será que recordemos algunos hechos. Apenas instaurada la ac­
tual situación política a raíz de las elecciones de febrero, el Gobierno se en­
contró con graves dificultades de orden público, dimanadas de la imposibili­
dad legal de llevar a la práctica determinados puntos del programa electoral
de las izquierdas. Para ver de resolverlas acudió a la Diputación permanente
de las Cortes, y ese organismo, que, derivado de las Cortes anteriores, tenía
legítimamente un signo político contrario, dándose cuenta de las realidades
del momento, de que un deber patriótico obligaba a procurar al Gobierno
i
los medios precisos para salvar una posible situación de anarquía, aun vio­
lentándose extraordinariamente, votó una serie de medidas que el Gobierno

496
necesitaba. Lo hizo a sabiendas de que, en la hipótesis contraria, no hubiera
encontrado por parte de esas fuerzas una reciprocidad. Señores Diputados
de la mayoría, cuando en momentos de ofuscación, en algunos instantes (per­
donad que os lo diga con esta claridad), acorralados por el resultado de vues­
tros propios errores, os revolvéis contra las fuerzas de derecha, a las que
presentáis como posibles beneficiarías de una situación de anarquía, yo os
pediría que recordarais cuál ha sido la posición patriótica de los partidos
dentro de la Diputación permanente de las Cortes.
Se reúne la Cámara actual, y el Gobierno, que tiene que acometer una
labor legislativa, se encuentra con que por parte de las Cortes no halla
trabas ni dificultades; tiene las máximas posibilidades para desenvolver su
obra. En primer término, una mayoría que suple con la fuerza del número
la fuerza moral que perdió al arrebatar por la violencia unas actas. Después,
un Reglamento de la Cámara que hace prácticamente imposible toda obra
de obstrucción. (Un señor Diputado: Vosotros lo hicisteis.) Por último, una
actitud de los grupos de oposición, que, convencidos de que se debe intentar
hacer una obra nacional, han venido a cumplir su deber sin crear esas difi­
cultades sistemáticas que quizá en algún momento hubiéramos desarrollado
como justa correspondencia a la política impuesta por vosotros. No ha ha­
bido por esta parte dificultades especiales a la obra del Gobierno.
En el orden gubernativo, a más de los resortes ordinarios del Poder, que
son potentísimos cuando se ponen al servicio de una voluntad enérgica, ha­
béis tenido toda clase de medios extraordinarios: Leyes de excepción votadas
por estas Cortes; suspensión de las garantías constitucionales, mediante pró­
rrogas del estado de alarma, a las cuales en la misma Diputación permanen­
te dieron sus votos las fuerzas de derecha, y por si esto fuera poco, a vues­
tro favor y a vuestra disposición, el factor moral que supone la exaltación
del triunfo por vosotros conseguido y la depresión natural de sus adversarios.
¿Qué más medios materiales y morales podíais apetecer para realizar la
obra política que habíais prometido desenvolver dentro de la paz y de la tran­
quilidad y que constituye los postulados de vuestra doctrina?
Hace muy pocas sesiones, al pedir el Gobierno una nueva prórroga del
estado de alarma, el señor Carrascal, en nombre de esta minoría, razonó la
imposibilidad por nuestra parte de conceder la nueva prórroga. Bueno será
que fijemos otra vez la atención en este asunto. La suspensión de garantías
constitucionales —con ello no descubro secreto alguno— es, pura y sim­
plemente, una corrección que los regímenes democráticos y liberales ponen
a los posibles excesos del sistema; pero esta corrección, que supone la sus­
pensión de garantías y del estado de alarma, para no ser una cosa que en
cierto modo se perpetúe en manos de un Gobierno, como ahora ocurre, tiene
que justificarse por su equidad y por su eficacia; por su equidad, para que,
mediante ella, la arbitrariedad que va inherente al estado de suspensión de
garantías no se agrave jamás con la aplicación de medidas injustas, y por su
eficacia, para que rinda aquellos frutos que la sociedad debe esperar de la
limitación de las libertades individuales. Y yo me pregunto: al cabo de cua­
tro meses que tenéis en vuestras manos estos resortes excepcionales, ¿habéis

497
32
actuado con equidad y habéis obtenido la eficacia? ¿Habéis cumplido con la
equidad? Que lo digan los centenares, los miles de encarcelamientos de ami­
gos nuestros, las deportaciones, no hechas por el Gobierno muchas veces,
sino por autoridades subalternas rebeladas contra la autoridad del Gobierno
de la República, las multas injustas impuestas a diario en esas ciudades y
en esos pueblos, los atropellos continuos a todo lo que somos y significamos.
En vuestras manos el estado de excepción no se ha nutrido de equidad; ha
sido una arbitrariedad continua, un medio de opresión; muchas veces, sim­
plemente, un instrumento de venganza. Ha muerto en vuestras manos el tí­
tulo primero para tener derecho a aplicar durante mucho tiempo un estado
de excepción que no lo empleáis para hacer que todos los ciudadanos estén
dentro de la ley, sino para aplastar a aquellos que no tienen el mismo ideario
que vosotros, que tienen la valentía de no compartir vuestros ideales. (Muy
bien.)
Que así ha ocurrido lo demuestran plenamente —tengo que rendir a este
respecto un tributo de justicia— las mismas rectificaciones hechas por el
Gobierno desde el Ministerio de la Gobernación a muchos, no a todos los
atropellos que se cometen en las provincias españolas. Constantemente, por
parte del Ministerio de la Gobernación, y no ahora sólo, en que ocupa la
cartera el señor Moles, ha habido necesidad de ordenar libertades donde había
habido detenciones, aperturas de Centros para corregir determinadas clau­
suras, rectificaciones, en una palabra, de atropellos y de arbitrariedades co­
metidas por esas provincias. Y si esto, por una parte, es para el Gobierno
el cumplimiento del deber, por otra es el reconocimiento implícito de un
estado de subversión en virtud del cual las autoridades inferiores no obede­
cen los dictados del Gobierno que se sienta en el banco azul.
Habéis ejercido el Poder con arbitrariedad, pero, además, con absoluta,
con total ineficacia. Aunque os sea molesto, señores Diputados, no tengo
más remedio que leer unos datos estadísticos. No voy a entrar en el detalle,
no voy a descender a lo meramente episódico. No he recogido la totalidad del
panorama de la subversión de España, porque, por completa que sea la
información, es muy difícil que pueda recoger hasta los últimos brotes anár­
quicos que llegan a los más lejanos rincones del territorio nacional.
Desde el 16 de febrero hasta el 15 de junio, inclusive, un resumen nu­
mérico arroja los siguientes datos:
Iglesias totalmente destruidas, 160.
Asaltos de templos, incendios sofocados, destrozos, intentos de asalto, 251.
Muertos, 269.
Heridos de diferente gravedad, 1.287.
Agresiones personales frustradas o cuyas consecuencias no constan, 215.
Atracos consumados, 138.
Tentativas de atraco, 23.
Centros particulares y políticos destruidos, 69.
Idem asaltados, 312.
Huelgas generales, 113.

498
Huelgas parciales, 228.
Periódicos totalmente destruidos, 10.
Asaltos a periódicos, intentos de asalto y destrozos, 33.
Bombas y petardos explotados, 146.
Recogidas sin explotar, 78. {Rumores.}
Diréis, señores Diputados, que esta estadística se refiere a un período de
agitación y de exacerbación de pasiones, a la cual, en su discurso primero
en esta Cámara, se refería el señor Azaña cuando presidía el Gobierno. Po­
dréis decir que posteriormente, al calmarse el fervor pasional, al actuar los
resortes del Poder, al acabar los primeros momentos, ha venido un instante
de tranquilidad para España. Me va a permitir la Cámara que brevemente
haga una estadística de cuál es el desconcierto de España desde que el señor
Casares Quiroga ocupa la cabecera del banco azul.
Desde el 13 de mayo al 15 de junio, inclusive:
Iglesias totalmente destruidas, 36.
Asaltos de iglesias, incendios sofocados, destrozos e intentos de asalto, 34.
Muertos, 65.
Heridos de diferente gravedad, 230.
Atracos consumados, 24.
Centros políticos, públicos y particulares destruidos, 9.
Asaltos, invasiones e incautaciones —las que se han podido recoger—, 46.
Huelgas generales, 79.
Huelgas parciales, 92.
Clausuras ilegales, 7.
Bombas halladas y explotadas, 47.
¿Será necesario, señores Diputados, que a la vista de esta estadística ate­
rradora yo tenga que descender a detalles? ¿Será preciso que vaya recogiendo,
uno por uno, detalles que en algunos casos, si vuestra curiosidad tuviera
necesidad de ser satisfecha, podrían ir a las páginas del Diario de Sesiones,
mediante el permiso de la Presidencia? ¡Ah! Pero permitidme, señores Dipu­
tados, que recoja, así, al azar, unos cuantos botones de muestra de esta últi­
ma temporada de desconcierto y anarquía en que está viviendo el pueblo
español.
Un día, señor Presidente del Consejo de Ministros, son los ingenieros
de una mina, alguno de ellos extranjero, que durante diecinueve días están

secuestrados y encerrados en el fondo de la mina, sin que el Gobierno tenga
fuerza suficiente para acabar con ese conflicto y concluir con esa vergüenza.
Otro día, o todos los días, son los asaltos, las detenciones de los coches y
automóviles que circulan por las carreteras, para exigirles el pago de una
contribución para el Socorro Rojo Internacional, sin que haya una autoridad
que evite ese ejemplo bochornoso que no se da en ninguna nación del mun­
1
■ do. Otras veces, señor Presidente del Consejo de Ministros, el desorden y la
I anarquía se traducen en vergüenza para nosotros como españoles. Ahí está
= la circular dictada por el Automóvil Club de Inglaterra, diciendo que no se

499
garantiza a ningún coche que entre en el territorio español. Ahí tenéis la
vergüenza de lo ocurrido en Canarias, en el puerto de la Luz, donde la
Escuadra española no puede repostarse y, en cambio, un crucero extranjero,
por la fuerza, si es preciso, de sus patrullas, obtiene un combustible que se
ha negado a un buque del Estado español. Otro, señor Presidente del Con­
sejo, es el caso verdaderamente sangriento que se ha dado en un pueblo de
la provincia de Córdoba, donde elementos societarios, con el Alcalde a la
cabeza, hirieron a un Guardia Civil... (EZ señor Jaén: Miente su señoría.)
(Grandes protestas y contraprotestas.')
El señor Presidente: Pase el señor Jaén a ocupar su escaño. Los señores
Diputados que no tengan su sitio en esos bancos pasarán a los suyos.
Continúe el señor Gil Robles.
El señor Gil Robles: Decía y repito, señores Diputados, el caso de ese
Guardia Civil, al que las turbas, con el Alcalde a la cabeza, le hacen entrar
violentamente en la Casa del Pueblo y le degüellan con una navaja barbera.
(Fuertes rumores y protestas.) (Varios señores Diputados: ¡Eso es falso!)
(Continúan las protestas y las interrupciones.)
El señor Presidente: Señores Diputados, el Parlamento no es, ciertamen­
te, un monólogo, sino diálogo entre los diferentes grupos. Habla ahora el se­
ñor Gil Robles y momento tendrán sus señorías o los representantes de sus
minorías de contestarle cumplidamente. Si se quieren evitar dentro de poco
la amargura de sentirse interrumpidos por los amigos del señor Gil Robles,
prescindan de interrumpir al orador.
El señor Gil Robles: No quiero continuar mi discurso sin dar las gra­
cias al señor Presidente de la Cámara, que ha sabido amparar el derecho de
un Diputado y con ello el fuero y la misma dignidad del Parlamento.
Otro día es, señores Diputados, la vergüenza de que barcos mercantes
españoles, con tripulación y policías extranjeros, tengan que ser echados de
puertos no nacionales para que no contaminen de espíritu revolucionario to­
das las organizaciones y la vida comercial de un pueblo. (Rumores.) (El señor
Ministro de Estado: Inexacto, señor Gil Robles. Merece la pena de aquilatar
un poco los datos que se aportan.) Por si S. S. no los tiene completos, le
diré que eso ha ocurrido en Génova y Workington. (El señor Ministro de
Estado: Inexacto. Conozco los dos casos y los rectificaré.) Ha sido precisa
la intervención del mismo Cónsul de España ante la vergüenza que suponía
aquello y han tenido que ser expulsados de puertos ingleses. (Aplausos.) (El
señor Ministro de Estado: Con permiso de la Presidencia y del señor Gil
Robles, porque importa la rectificación tanto a S. S., si no está apasionado,
como a mí, representante en este momento del Gobierno y del país. Ciertos
los hechos de las huelgas. Totalmente inexactas —opongo el más rotundo
mentís— las noticias que tiene S. S., a pesar de la intervención de los Cón­
sules. No fueron tripulados nuestros barcos por marinos de otras naciones
ni han dado lugar a los conflictos que S. S. describe. Que le informe a
S. S. bien quien ha tenido tanto cuidado en informarle mal.) (Aplausos.)
Frente a la afirmación de S. S., y se lo digo con todo respeto, pero con igual
firmeza, mantengo íntegramente esta información que, por desgracia, he oído

500
personalmente de labios harto autorizados, con el rubor que para mi patrio­
tismo significaba el ver que el nombre de España andaba llevado por esos
puertos por marinos revolucionarios que ni siquiera dentro de los límites de
una nación extranjera sabían cumplir con los deberes elementales de su pro­
pio patriotismo. (Aplausos.) Y puesto que S. S. está decidido a recoger in­
formes amplios, yo espero que informe a la Cámara de los sucesos vergon­
zosos ocurridos en Tánger y de la protesta que han tenido que formular re­
presentantes de potencias extranjeras implicadas con nosotros en la respon­
sabilidad de la Administración de la zona internacional de Tánger. (El señor
Ministro de Estado: Con permiso de la Presidencia. Estoy a disposición de
S. S. en el acto para informar a la Cámara de cuanto estime oportuno res­
pecto del caso; pero también debo advertir a S. S. que, en cuanto a las in­
formaciones que reciba, no sirva intereses que, peligrosamente, seguramen­
te contra su voluntad, está sirviendo contra España.) (Prolongados aplausos.)
Celebro, señores Diputados, que los nervios un poco excitados del señor Mi­
nistro de Estado... (Exclamaciones y protestas.) (El señor Barrios pronun­
cia palabras que no se perciben.)
El señor Presidente: Señor Barrios, siéntese S. S.
El señor Gil Robles: Decía, señores Diputados, que celebro que la exci­
tación de nervios del señor Ministro de Estado (Rumores y protestas.) (El se­
ñor Presidente reclama orden.), que la mayoría niega, porque, indudable­
mente, le ha tomado el pulso, me haya permitido... (Continúan los rumores.)
El señor presidente: De nuevo vuelvo a requerir a sus señorías para que
permanezcan en silencio.
El señor Gil Robles: Celebro, repito, que este incidente me permita re­
coger esa afirmación del señor Ministro de Estado, tan ducho en obtener a
poca costa el aplauso fervoroso de los incondicionales. (Protestas.) (El señor
Ministro de Estado: Jamás he hecho esas experiencias; apele S. S. a otros
recursos.) (Rumores. El señor Barrios pronuncia palabras que no se per­
ciben.)
El señor Presidente: Señor Barrios, voy a tener que llamar a S. S. al or­
den por primera vez.
El señor Gil Robles: Su señoría, señor Ministro de Estado, se ha per­
mitido deslizar la especie —más bien lo ha dicho con toda claridad— de que
con mis palabras —hacía la atenuación de decir que inconscientemente—
venía a servir intereses contrarios a los de la nación española. Yo digo a S. S.
que como se va contra los intereses de España es manteniendo un estado de
agitación y de anarquía que ante los ojos del mundo nos desacredita, y que
el mayor servicio que se puede prestar a esos intereses es levantar aquí la
voz de un hombre, la voz de un partido que no se solidariza con esa política
de desprestigio que estáis llevando hasta los últimos rincones. (Grandes aplau­
sos.) (El señor Alvarez Angulo: Qué pronto aplaudís. No ha dicho nada de
particular.)
El señor Presidente: Señor Alvarez de Angulo, no es tarde propicia para
interrupciones.
El señor Gil Robles: Es decir, señores, que por parte del Gobierno ni hay

501
equidad en la aplicación de los resortes excepcionales de Poder, ni eficacia
para obtener el resultado que únicamente puede justificar la existencia de
los estados de excepción. ¡Ah!, pero se dirá: el Gobierno ya ha hecho una
declaración solemne, categórica; ya ha adoptado unas medidas en virtud de
las cuales va a desaparecer toda esa anarquía que podía remotamente jus-
■ tificar incluso el planteamiento del tema. Es cierto; el Gobierno ha hecho
esa manifestación después de una serie de incidentes que están en la memo­
ria de todos, y después de una laboriosa elaboración en el seno del Consejo
de Ministros; pero esa declaración y esa actitud, señor Casares Quiroga, es
la confesión más paladina y solemne que puede hacerse de un fracaso. En
primer lugar, esas medidas enérgicas que su señoría anuncia y esa actitud
decidida, no son espontáneas en el Gobierno; para nadie es un secreto que
han sido en virtud de un requerimiento, que tenía todos los caracteres de
una conminación, por parte de grupos que se sientan detrás del banco azul.
En segundo lugar, esa declaración dice de un modo categórico que ha
habido autoridades que no han obedecido al Gobierno, que ha habido indi­
viduos y colectividades que han usado de funciones que corresponden al Po­
der público; incluso, si la memoria no me es infiel, en las palabras del Go­
bierno se desliza el concepto de anarquía. Es decir, que el Gobierno reco­
noce, al cabo de cuatro meses de poderes excepcionales, al cabo de cuatro
meses de tener en sus manos todos los factores necesarios para gobernar,
que España está desgobernada, que las autoridades no obedecen, que hay
un abuso de la autoridad y hay quien asume funciones que no le correspon­
den, que el país está viviendo unos momentos de anarquía. ¿Hay confesión
más paladina de un fracaso? ¿Hay manifestación más categórica de que du­
rante ese tiempo el Gobierno no ha podido cumplir con su deber? Pero,
además, señor Casares Quiroga, permítame que se lo diga, es que esas me­
didas que ha anunciado y esa energía verbal que despliega, no han servido
absolutamente para nada. El viernes pasado ha hecho el Gobierno esa de­
claración categórica; ese mismo día, o el siguiente, nos ha dicho la Prensa
que el Gobierno ha cursado órdenes enérgicas a las autoridades dependien­
tes de él. Pues bien, en las últimas cuarenta y ocho horas han ocurrido en
España nada más que los siguientes incidentes: unos heridos en Los Corra­
les (Santander); un afiliado a Acción Popular herido gravemente en Suances;
un tiroteo al polvorín de Badajoz; una bomba en un colegio de Santoña;
cinco heridos en San Femando; un Guardia Civil asesinado en Moreda; un
dependiente muerto por las milicias socialistas en Villamayor de Santiago
(El señor Almagro: Al Guardia Civil y al obrero los habéis matado vos­
otros.) (Rumores y protestas.); dos elementos de derechas muertos en Uncas-
tillo; un tiroteo en Castalia (Alicante); un obrero muerto por sus compañeros
en Suances; unos fascistas tiroteados en ^Corrales de Buelna (Santander);
varios cortijos incendiados en Estepa; un directivo de Acción Popular ase­
sinado en Arriondas; un muerto y dos heridos gravísimos, todos de derecha,
en Nájera; un muerto y cuatro heridos, también de derecha, en Carchel (Jaén);
insultos, amenazas, vejámenes a las religiosas del Hospicio de León; cuatro
bombas en varias casas en construcción, en Madrid. He aquí, en las últimas

502

i
cuarenta y ocho horas, el producto de la energía puramente verbal de las
órdenes del señor Casares Quiroga.
¡Ah!, señores Diputados, pero ya frente a estos argumentos, en una in­
terrupción de la mayoría, se dibujaba otro, tentador por lo fácil, que yo es­
pero se ha de esgrimir esta tarde contra nosotros: de todo este estado de
subversión, de todo este estado de anarquía quienes tienen la culpa son las
derechas con sus provocaciones. {Rumores.) Bueno será, señores Diputados,
que para dar todas las facilidades posibles a la discusión, dejemos a un lado
determinados ejemplos inequívocos de que han sido las derechas las que
han traído ese estado de subversión. Me refiero a lo ocurrido en los tiroteos
de Málaga entre socialistas, comunistas y sindicalistas. Allí todo ha obedeci­
do, pura y simplemente, a la intervención de los elementos de derecha. (Ru­
mores.) (El señor Lorenzo: Hay agentes provocadores.) Le recomiendo a su
señoría que lea el artículo de Solidaridad Obrera, en donde decía “¡Alto el
fuego!”, dirigiéndose a sus camaradas, y advirtiéndoles que no es lícito ase­
sinar obreros. Tome nota S. S. para sucesivas interrupciones.
Vamos también a dejar a un lado episodios tan insignificantes como la
culpa que se quiso hacer recaer sobre elementos de derecha por el asesina­
to de los hermanos Badía, sin perjuicio de que las actuaciones judiciales vi­
nieran a demostrar al cabo de muy poco tiempo de quién era la verdadera
culpa, si de las derechas o de los elementos anarcosindicalistas; y dejemos
igualmente a un lado otro episodio insignificante, como el del esclarecimien­
to en torno del asesinato en Santander del señor Malumbre. También allí
fueron acusados elementos de derecha, sin perjuicio de que muy pronto se
pusiera en claro la verdadera causa. (El señor Alonso González: Está pro­
bado.) Pero vamos a dejar, digo, estas negativas que la realidad y la justicia
han opuesto a esas acusaciones formuladas en bloque contra organizaciones
de derecha. A los efectos dialécticos, yo concedería al Gobierno y a la ma­
yoría todo lo que quisieran en orden a la responsabilidad de elementos que
no considero de derechas, aunque puedan en algún momento ostentar ese
calificativo. Pero es que el fracaso, señor Casares Quiroga, sería el mismo.
Igual fracasa un Gobierno no pudiendo dominar una subversión causada por
las derechas que producida por las izquierdas, y cuando ese Gobierno tiene
un signo contrario a aquellos adversarios sobre quienes se pretende echar la
culpa de una subversión nacional, mayores son todavía el fracaso y la res­
ponsabilidad. Si S. S., con los elementos que tiene, no ha podido dominar a
izquierdas o a derechas y a unas y a otras considera sublevadas, quiere decir
que el Gobierno no ha cumplido con el más elemental de sus deberes, que
es velar por el cumplimiento de la ley por parte de las izquierdas y de las
derechas. (Rumores e interrupciones. La Presidencia impone silencio.)
Vayamos, señores Diputados, a la verdadera entraña del problema. Este
Gobierno no podrá poner ñn al estado de subversión que existe en España,
y no podrá hacerlo porque este Gobierno nace del Frente Popular, y el Fren­
te Popular lleva en sí la esencia de esa misma política, el germen de la hosti­
lidad nacional. Mientras dentro del bloque del Frente Popular existan par­
tidos y organizaciones con la significación que tienen el partido socialista

503
I

(que acabará por tildar de fascistas a todos aquellos que no piensen con el
señor Largo Caballero) y el partido comunista, no habrá posibilidad de que
haya en España un minuto siquiera de tranquilidad.
No pretendáis, señores Diputados, que yo vaya con esto a incurrir en la
inocencia de buscar una división en el Frente Popular. {Exclamaciones y
rumores.) No me voy a referir a esa cordialidad evidentísima que nace de la
pelea pintoresca de vuestros órganos de Prensa, y que constituye hoy el solaz
máximo de casi toda España, no. (Rumores.) (El señor Carrillo: ¡Fíate de
la Virgen y no corras!) Más os voy a decir: tengo la seguridad de que, aun
no queriéndolo muchos de sus elementos integrantes, el Frente Popular ten­
drá que subsistir porque dentro de esa Cámara, oídlo bien, por lo menos
por lo que a nosotros respecta, no habrá más mayoría posible que la que
en estos momentos apoya a ese Gobierno. (Rumores.) Diré más todavía:
nuestro interés es que estéis perfectamente unidos e implicados en las mis­
mas responsabilidades, porque como el fracaso es evidente, como vais a
llevar a la ruina al país, como vuestra caída va a ser estrepitosa, nuestro
interés está, repito, en que no haya un solo grupo del Frente Popular que se
libre de ese fracaso enorme a que estáis condenados irremediablemente.
(Aplausos y rumores.)
Convénzase el señor Casares Quiroga. Hay en el Frente Popular unos
partidos que saben perfectamente a dónde van; no les ocurre lo mismo a
otros que apoyan la política de S. S. Los grupos obreristas saben perfecta­
mente a dónde van: van a cambiar el orden social existente; cuando puedan,
por el asalto violento al Poder, por el ejercicio desde arriba de la dictadura
del proletariado; pero mientras ese momento llega, por la destrucción pau­
latina, constante y eficaz del sistema de producción individual y capitalista
en que está viviendo España. Para ello, un día son las perturbaciones, las
agitaciones, las huelgas sistemáticas que retraen el capital, que producen la
huida del capital, muchas veces con combinaciones y negocios criminales
que soy el primero en condenar, que ocasionan siempre el colapso de la
economía. Otro día son bases de trabajo que no significan propiamente el
deseo de legítimas reivindicaciones obreras, sino más bien el propósito de
matar la producción capitalista, absorbiendo el beneficio de producción y,
si es necesario, las mismas reservas del capital, para, poco a poco, ir desacre­
ditando el sistema, matando esa producción y el día de mañana presentarse
a decir: “Este es el momento de la aplicación integral de nuestras doctrinas
y programas.” Hoy la incautación, mañana la socialización. Ellos saben
adonde van, ellos tienen marcado su camino; vosotros no, señores de Izquier­
da Republicana. Estáis unidos, atados a la responsabilidad de esos grupos
y tenéis que ver con tristeza cómo un día se mofan de vuestras escasas fuer­
zas en el país, cómo otro día os obligan a votar, quizá contra vuestras con­
vicciones, cosas que están dentro de su programa y no dentro del vuestro,
y cómo en todo momento la férrea disciplina y un interés político, que ten­
dréis que pensar si no es contrario al interés nacional, hacen que ahí ten­
gáis que callar cuando en esos pasillos y en vuestras reuniones sois los pri­
meros en condenar violentamente la política de los sectores obreros, que van

504
conduciendo a España a la ruina y a la desesperación. (Muy bien. Grandes
aplausos. Rumores.)
¡Ah! Y que ésa es una realidad se demuestra por algo que de las con­
versaciones de los pasillos ha saltado a las columnas de la Prensa diaria. Ha
sonado la palabra “dictadura”, pero ha sido en vuestros labios, pidiendo
plenos poderes, hablando de la necesidad de una dictadura republicana. Sois
vosotros los que estáis extendiendo la papeleta de defunción al régimen par­
lamentario, al régimen liberal, al régimen democrático. Ya le disteis un golpe
de muerte con el nacimiento de estas Cortes y la aprobación de determina­
das actas; pero ahora estáis prostituyendo la democracia con el ejercicio de
la demagogia, y ha llegado el momento de que vosotros mismos extendáis
definitivamente su papeleta de defunción al pedir una dictadura republicana,
dictadura que implica una verdadera contradicción con los términos en que
os habéis producido, por el agobio a que os han llevado los fervores de la
alianza con los elementos obreros. Y es, señores Diputados —y con esto voy
a concluir—, que ese anhelo, ese deseo vuestro de un Gobierno fuerte, de
un Gobierno autoritario, de un Gobierno de plenos poderes, como si no
fueran bien plenos los que tenéis en vuestras manos, lo que está diciendo es
la ley suprema de existencia de la sociedad en todas las épocas de la His­
toria. Desengañaos, señores Diputados, un país puede vivir en Monarquía
o en República, en sistema parlamentario o en sistema presidencialista, en
sovietismo o en fascismo; como únicamente no vive es en anarquía, y Espa­
ña hoy, por desgracia, vive en la anarquía.
Señores del Gobierno, nosotros os pedimos determinadas medidas para
acabar con la situación en que se encuentra España, situación que no puede
prolongarse por mucho tiempo. Estáis contrayendo la tremenda responsa­
bilidad de cerrar todos los caminos normales a la evolución de una política.
Nosotros, que no hemos sido nunca obstáculo para ello, tenemos que decir
hoy que estamos presenciando los funerales de la democracia. Hay una teo­
ría política (permitidme, señores Diputados, que modestísimamente os la re­
cuerde) del ciclo evolutivo de las formas de Gobierno. Según ella, existe un
momento en que la democracia se transforma en demagogia; pero como eso
no puede subsistir, contra la demagogia surgen, por desgracia, los poderes
personales. Cuando habláis de dictadura y de plenos poderes, quizá sin da­
ros cuenta, por un aliento patriótico que salta por encima de las pequeñe-
ces de la disciplina de partido, estáis haciendo la condenación más firme de
un sistema, de una política y de un Gobierno. (Grandes aplausos.)
El señor Presidente: Para consumir un turno en contra de la proposi­
ción puede usar de la palabra el señor De Francisco.
El señor De Francisco: Señores Diputados, nadie tendrá necesidad de
recordarme que la tarea que sobre mí ha echado la minoría socialista para
que en esta tarde, representándola, exponga su opinión en relación con la
propuesta no de ley firmada en primer lugar por el señor Gil Robles, es
superior a mis fuerzas. Yo lo sé muy bien; no obstante, me he prestado a
servir con mis escasas fuerzas a la minoría que en estos momentos repre­
sento, despreocupado en absoluto de que ello pueda representar para mí

505
seguramente un fracaso de orden personal. No sé si la tuve alguna vez; pero,
desde luego, me he curado en absoluto de vanidad. No puedo tener la pre­
tensión de obtener un éxito parlamentario, ni lo quiero; me interesa mucho
más acertar a reflejar con exactitud el pensamiento y la posición de esta
minoría parlamentaria. Yo sé muy bien, a partir de las sesiones de Cortes
Constituyentes, cuáles son los recursos dialécticos del señor Gil Robles; co­
nozco la pericia con que suele utilizarlos para producir los efectos que se
propone; pero él no puede evitar que, conociendo nosotros esas sus dotes,
conociendo los recursos lícitos en el orden parlamentario de que es capaz
de echar mano, no nos impresionen ya, y no nos impresionan porque, más
que fondo de razón y de verdad, esos recursos del señor Gil Robles —creo
que lo he dicho— tienen como única finalidad producir determinados efectos.
Yo me propongo —no sabría hacer otra cosa— guardar toda clase de
consideraciones y respetos a las personas y a las entidades. Si de mis labios,
pretendiendo hacer una labor de crítica justa, exacta —tal es mi propósito—,
saliera alguna frase que pudiera aparecer hiriente, será porque, a mi enten­
der, hiere la verdad muchas veces más crudamente que los propios agravios.
En una cosa vamos a estar de acuerdo esta tarde el señor Gil Robles y
este modesto Diputado que a él se dirige al hablar en la Cámara: en que
el Gobierno del Frente Popular, desde el primer instante en que se consti­
tuye, dispone de multitud de medios de acción para realizar el programa
político que le está encomendado. Estamos de acuerdo en esto; pero nosotros
tenemos que producir una lamentación contraria a la del señor Gil Robles
y fuerzas que él acaudilla y a las que en estos momentos representa, que
parece es todo el sector conservador o de oposición de la Cámara. Lo que
nosotros lamentamos es que este Gobierno, a quien hemos apoyado desde
el primer instante de su vida, al que seguimos apoyando con absoluta lealtad
—muchas veces desconocida en otros medios— y al que seguiremos apoyan­
do mientras por sus actos merezca nuestra plena confianza, no haya utili­
zado debidamente esos medios, no haya hecho cuanto estaba en su mano,
cuanto debiera hacer para acabar con esas situaciones difíciles de violencia,
que nosotros entendemos que como principales factores tienen a los elemen­
tos por vosotros representados.
Ha hecho S. S. reproches que corresponde al Gobierno contestar, y que
él contestará si le place. No voy yo a arrogarme facultades que no me com­
peten; pero créame el señor Gil Robles y los demás señores Diputados de
la Cámara: cuando en ciertos aspectos consideraba yo el discurso de S. S.,
le diré sin ironía que me parecía que estaba relatando episodios del bienio
en que su señoría mismo gobernó. Así, cuando hablaba de suspensiones de
garantías que fueron permanentes, cuando aludía a centenares y miles de
encarcelamientos que superan en mucho a los actuales. Yo no tengo aquí
estadísticas, señor Gil Robles, porque para eso es preciso prepararse, y yo
no tengo preparación; pero sí conozco de hecho la situación aquella y no
se puede venir aquí a echar en cara cosas de que uno mismo tiene que acu­
sarse. Eso será muy político, eso resultará muy habilidoso; pero, realmente,
para ello, señor Gil Robles y señores Diputados, lo primero que se necesita,

506
a mi modesto juicio, es tener autoridad moral (Muy bien.) y yo entiendo
que vosotros carecéis en absoluto de ella. (Aplausos.)
Nos ha relatado S. S. aquí algunos hechos que ya he manifestado que
no me han impresionado poco ni mucho, porque aun conociendo la realidad
de algunos de ellos y lamentándolos de una manera sincera y leal, era ne­
cesario hacer previamente una averiguación para saber si en gran parte esas
cifras de asesinatos, de atracos y de incendios, manejadas por el señor Gil
Robles, pueden ponerse en el haber de las fuerzas que acaudilla su seño­
ría, si los autores de tales hechos han sido inducidos por determinadas fuerzas.
Hay un hecho que S. S. ha citado y que yo tengo interés en recoger
para protestar de él con toda mi energía. Ha afirmado su señoría que en
algún momento han salido a las carreteras elementos del Socorro Rojo In­
ternacional, armados, para reclamar que se les entregara lo que llevasen los
que conducían o eran conducidos en los autos. Yo, que no tengo una vincu­
lación directa con el Socorro Rojo Internacional, pero que conozco cuál es
su actuación y la integridad moral de las personas que lo constituyen o, por
lo menos, que lo representan, digo que quienes han tomado su nombre para
realizar atracos son Vulgares asesinos o gentes asalariadas para producir
efectos que su señoría luego aprovecha trayéndolos ante la Cámara. (Muy
bien.) ¡Ah! ¿Es que eran también o son también miembros del Socorro Rojo
Internacional o de nuestras organizaciones aquellos que nos consta —aunque
de eso no se pueden traer actas notariales, señor Gil Robles— que realizan
contratos, con dinero abundante, para la adquisición subrepticia de armas
y que compran e importan uniformes de la Guardia Civil para producir de­
terminados movimientos contra el régimen, que S. S., si fuera lealmente
republicano, estaría obligado a defender? Aunque su señoría lo niegue, es
preciso achacar a elementos de derecha una gran cantidad de esos hechos
que en sus labios merecerán una honrada condenación, como la merecen en
los nuestros; pero sabiendo antes discriminar cuáles son los producidos con
la intención de dañar el crédito del Frente Popular, y especialmente el cré­
dito, el prestigio y la autoridad de los partidos de representación obrera.
Decís —tal es el motivo y el texto de vuestra proposición— que el país vive
en una situación subversiva, subversión que, naturalmente, de modo velado,
achacáis a las fuerzas obreras representadas políticamente aquí por los par­
tidos socialista y comunista. No se trata, señor Gil Robles, de una frase
estereotipada, del deseo de sacudirnos el polvo de la levita, como dijo un
notable político, primero porque no usamos levita, y segundo porque no
tenemos polvo; es que en plena subversión, desde que tengo uso de razón,
he conocido a la clase capitalista española. En plena subversión contra toda
Ley votada en Cortes —antes contra todo propósito de aprobación de una
Ley de carácter social—; en plena subversión, en oposición rudísima, hace
ya bastante tiempo, contra una Ley tan modesta como la del descanso do­
minical, reclamada insistentemente por los trabajadores del comercio y otros;
después de aprobada la Ley hubo una falta absoluta de respeto para su cum­
plimiento, arbitrando mil medios para burlarla, a pesar de que era una Ley
del Estado, al que decís que tanto respetáis. Siempre se han vulnerado todas

507
las Leyes de carácter social; se vulnera la de jornada de ocho horas, la de
jornada mercantil, la llamada de la silla, la misma que establece el subsidio
o socorro a la vejez y la propia de maternidad, cuya legislación, por las
personas a quienes favorece o debiera favorecer, debiera merecer los máxi­
mos respetos, por razón de sentimiento, de toda persona culta, de toda per­
sona sensible.
i
Pues, por egoísmo, por lo que entiende defensa de sus intereses, la clase
capitalista, la clase patronal, falta a todas esas Leyes, falta a ellas delibera­
damente, y yo a eso lo llamo verdadera subversión, porque es oposición a
Ia ley, quebrantamiento de la ley, burla de la ley. No sé cómo lo llamaréis
vosotros; pero ésa es una triste y dolorosa realidad que hemos recogido en
nuestra vida, en nuestra experiencia. Y llegan instantes en que con el triunfo
de la República aún se consigue enriquecer el acervo legislativo de nuestro
país, y sois vosotros (al decir vosotros me refiero siempre a las fuerzas por vos­
otros representadas, con las que mantenéis una estrecha solidaridad) quienes
cuidáis de que desaparezca o se infrinja esa legislación; que desaparezca en
cuanto a vuestra mano está; que se infrinja, cerrando los ojos a las responsa­
bilidades y dejando campo libre a los caciques de los pueblos y a las grandes
Empresas y a los patronos, entre quienes tenéis vuestra clientela política. Eso
para mí es subversión. ¡Qué de protestas elevasteis con motivo de aquella Ley
de carácter social, tan humana, que necesariamente habrá de restablecerse, que
se denominaba de términos municipales! Era una Ley inspirada en princi­
pios puros de humanismo y de defensa de las fuerzas de trabajo de nuestro
país, Ley que produjo notorios bienes y, sin embargo, en cuanto pudisteis
la echasteis abajo. ¿Para qué? Para dejar en libertad a los patronos de los
pueblos agrícolas, especialmente a los que dominan en su riqueza, aquellos
que conocemos clásicamente, históricamente, con el nombre de caciques, para
que vuelvan a hacer en la contratación de brazos lo que hicieron, y se quiso
evitar, antes de la promulgación de la Ley a que me refiero. Eso para mí
es la verdadera subversión.
Yo he presenciado cosas trágicamente pintorescas en mi vida, alguna
como esta que voy a relatar. En los primeros años de la República, señor
Gil Robles y señores Diputados, yo fui honrado con un encargo del Go­
bierno provisional por tierras de Andalucía, donde se estaba produciendo
una paralización de brazos, lo que comúnmente se denomina huelga; pero
había algo más que eso, y el Gobierno no se explicaba que en aquellos mo­
mentos en que parecía todo el mundo invadido de una extraordinaria alegría,
pocas veces sentida en nuestro país por el común de las gentes, en Sevilla
principalmente se produjera con tal extensión y con tal profundidad esa pa­
ralización, ese movimiento huelguístico. ¿Sabéis lo que yo encontré al exami­
nar la situación del campo de Sevilla? Pues que en aquella región magnífica,
en aquella extraordinaria provincia, concretándome a ella, en la cual se daba
una espléndida cosecha de cereales, que estaba cayéndose la mies de las es­
pigas, cuando los obreros agrícolas no reclamaban en aquellos instantes ni
aumento de salario, ni reducción de jornada, ni ninguna otra cosa que supu­
siera pretexto para la oposición que los patronos hacían, ¿sabéis cuál era

508
la actitud de la clase capitalista agrícola de Sevilla? La de dejar abandonado
el campo aunque se incendiaran las mieses, cuyo peligro temía el Gobierno
provisional, con tal de que no comieran los obreros del campo. Y eso no hay
nadie que me diga que no es cierto, porque yo lo he presenciado, y cuando
afirmo una cosa la sostengo por encima de todo. (Muy bien.)
De eso es testigo excepcional el representante del partido conservador en
la Cámara, señor Maura, a quien di cuenta del doloroso espectáculo pre­
senciado allí y a quien le dije —lo recuerdo y él no lo habrá olvidado—
que si yo hubiera sido en aquella ocasión el que tuviera que solucionar los
conflictos del campo en Sevilla, le aseguraba que antes de quince días esta­
ban resueltos, ¡ah!, pero de ello habrían de acordarse los propietarios de la
tierra, que sin conciencia, sin sentido humano, sin respeto a la legislación,
a la ciudadanía y a la Patria misma a quien dicen amar, creaban esos con­
flictos de hambre y de dolor. (El señor Maura: Señor De Francisco, ¿se re­
cogió la cosecha?) Yo dejé de actuar, como sabe el señor Maura, y me refiero
solamente a la situación en que el campo se encontraba. El hecho me pa­
rece que es suficientemente significativo y tiene el valor que yo he querido
asignarle, aunque al cabo de quince o veinte días, por la propia gestión de
su señoría, las mieses se hubieran segado. Eso ya cae de otra parte. Yo no
he querido hacer una inculpación a su señoría ni ése es el camino, sino refe­
rirme a la actitud de rebeldía de la clase capitalista patronal que crea situa­
ciones de ánimo en la clase trabajadora, ya dolorida, ya amargada por las
condiciones adversas de su propia vida y que no es extraño, señor Gil Robles,
que en esa situación de ánimo, aunque nosotros no lo justifiquemos, realice
excesos de los cuales sus autores serán los primeros en lamentarse cuando
fríamente los consideren. Nosotros no hemos de amparar excesos de ninguna
especie, porque tenemos nuestra táctica, nuestra doctrina, nuestras normas,
y a ellas nos sujetamos; ¡ah!, pero hemos de cargar en todo instante contra
la clase capitalista, que de ese modo explota a la clase trabajadora y, además
de explotarla, la coloca en ese trance de desesperación, toda la responsabi­
lidad que ella tiene en la creación de estos conflictos.
Sus señorías o las fuerzas que representan han pasado por estados que
yo sigo considerando también de verdadera subversión, muy especial en los
momentos en que advino la República española. Sus señorías no han tenido
una palabra de condenación contra eso, por lo menos yo no la he percibido,
y si se ha pronunciado, no ha sido tan sonora como las que ha dicho esta
tarde el señor Gil Robles, y como aquellas otras que en distintas ocasiones
le he oído también en esta dirección. Ha habido subversiones de carácter
militar, que no sólo no han merecido condenación de sus señorías, sino que
han hecho todo lo posible por que los individuos que intervinieron en esos
actos salieran lo menos dañados que posible fuera. No hablemos en este
instante, porque he hecho alusión global a ello, de los procedimientos de
persecución, de represión y de tortura que en la época en que su señoría era
gobernante, sordo a todos los dolores, sordo a todas las reclamaciones, se
produjeron en España. Ha de llegar un momento en que nosotros habremos
de hablar extensamente de cuanto a eso se refiere; pero quiero ahora decir

509
no más que no se puede achacar a la clase trabajadora, y a su representación
política en esta Cámara, el propósito deliberado de producir conflictos al
Gobierno y de producirlos, además, con esos matices con que los coloreaba
aquí ante todos nosotros el señor Gil Robles.
El señor Presidente del Consejo de Ministros sabe muy bien cuál es nues­
tro pensamiento a este respecto, como lo sabe todo el Gobierno, y no sólo
nuestro pensamiento, sino nuestra lealtad y nuestra sinceridad para auxiliar­
le en la obra de perfeccionamiento de la República, de verdadero triunfo de
la República, que no es como vosotros la concebís, que tiene que ser como
la concebimos nosotros, aun tratándose de una República burguesa, o dejará
de ser República. A lo que no estamos dispuestos, aun con este apoyo sin­
cero al Gobierno, es a dejarnos atropellar en instante alguno, ni nosotros
políticamente, ni las fuerzas que sindicalmente representamos. Firmes en
nuestro derecho y en su defensa, lo que fuera menester hacer en defensa de
ese derecho mismo no os quede duda que lo haríamos, antes que volver a
sufrir vuestra experiencia y antes que ver pisoteados esos derechos, en favor
de los cuales aportaremos cuanto sea menester. No, señor Gil Robles; nos­
otros no plegamos nuestra bandera. Nuestra bandera es ya bien conocida de
todo el país, del mundo entero, y tiene un color y una significación, lo mismo
aquí que en cualquier parte del mundo. Nosotros no podemos hacer dejación
de nuestras reivindicaciones, ni podemos aconsejar a la clase trabajadora que
haga dejación de ellas. Hace muchos años que lo que yo vengo pidiendo o,
mejor dicho, deseando, es que exista en España una clase conservadora que
realmente sepa serlo, porque, tal como yo la interpreto, la misión de las fuer­
zas conservadoras no es poner obstáculos, atravesar carros en el camino para
que no podamos andar por la vía del progreso; no es eso, porque más es
obra destructiva que obra de conservación. No pretendemos pediros obra cons­
tructiva; pero sí tenemos derecho a reclamaros obra de conservación, y vos­
otros, con el ejemplo, con los hechos, habéis realizado obra destructiva.
Inculpáis a este Gobierno —él se defenderá— de no haber realizado todo
aquello que vosotros queríais que realizase; podréis inculparle; pero para
tener razón y para tener esa fuerza moral que yo echaba de menos cuando
empezaba a pronunciar estas deslavazadas palabras, era preciso que exhibié-
rais vosotros el cartel de vuestras obras, que todavía están inéditas, inéditas
en cuanto a perfeccionamiento, en cuanto a elevación de la economía del
país, en cuanto a engrandecimiento de la importancia de nuestra industria,
de la producción nacional y que en algunas ocasiones hemos oído al señor
Gil Robles, todavía de su distribución racional y, a pesar de esos alardes
pintorescos estamos esperando a que saque el dinero de donde lo haya para
resolver el paro obrero. (Muy bien.)
Y no es que tengamos nosotros la pretensión de que ni vosotros ni estos
amigos como gobernantes hayáis de resolver el problema fundamental del
paro, ni aquí ni en ninguna parte. Este es un mal hijo del propio régimen
capitalista y, o desaparece con el régimen, o no desaparecerá jamás. Podréis
paliarlo, podréis reducirlo, para esa tarea nos tiene el Gobierno a su dis­
posición; pero andando de prisa, señor Casares Quiroga; andando de prisa,

510
señores del Gobierno. Lo único que podemos nosotros reprochar a sus seño­

rías, y no nosotros, sino recogiendo los latidos de la opinión que a nosotros
4

llegan, es la lentitud con que marcháis, aunque les duela a esos señores {Seña­
lando a las derechas.}, no por encono, sino porque entendemos nosotros que,
aun en régimen capitalista, el capital ha de realizar una función social y
I
espoleado u obligado por el Gobierno han de herirse intereses privados, ¡qué
duda cabe! Más se herirán cuando se realice una transformación de régimen
en la que vosotros no creéis, en la que nosotros tenemos puestas absolutamente
todas nuestras esperanzas. Por el momento, nada más. {Muchos aplausos.)
El señor Presidente: El señor Calvo Sotelo tiene la palabra.
El señor Calvo Sotelo: Señores Diputados, es esta la cuarta vez que en
el transcurso de tres meses me levanto a hablar sobre el problema del orden
público. Lo hago sin fe y sin ilusión, pero en aras de un deber espinoso,
para cuyo cumplimiento me siento con autoridad reforzada al percibir de
día en día cómo al propio tiempo que se agrava y extiende esa llaga viva
que constituye el desorden público, arraigada en la entraña española, se ex­
tiende también el sector de la opinión nacional de que yo puedo consi­
derarme aquí como vocero a juzgar por las reiteradas expresiones de con­
formidad con que me honra una y otra vez.
España vive sobrecogida con esa espantosa úlcera que el señor Gil Robles
describía en palabras elocuentes, con estadísticas tan compendiosas como ex­
presivas; España, en esa atmósfera letal, revolcándose todos en las angustias
de la incertidumbre, se siente caminar a la deriva, bajo las manos, o en las
manos —como queráis decirlo— de unos Ministros, sin duda inteligentes, yo
eso lo reconozco, que, sin embargo, son reos de su propia culpa, esclavos, más
exactamente dicho, de su propia culpa, ya que para remediar el mal que el
acaso les ha puesto delante, han de tropezar con la carencia de la primera
de las condiciones necesarias, que es la de no haberlo procreado. Vosotros,
vuestros partidos o vuestras propagandas insensatas, han provocado el 60 por
100 del problema del desorden público, y de ahí que carezcáis de autoridad.
Ese problema está ahí en pie, como el 19 de febrero, es decir, agravado,
a través de los cuatro meses transcurridos, por las múltiples claudicaciones,
fracasos y perversión del sentido de autoridad desde entonces producido en
España entera.
Y en esto ya coinciden con nosotros muchos Diputados que se sientan
en esos escaños. No es que yo pretenda que esa coincidencia tenga aquí
una expresiva exteriorización. Yo percibo las presiones formidables que el
ambiente de la Cámara y la disciplina de los partidos ejercen en el hemiciclo
sobre el estado de ánimo de los Diputados que constituyen la mayoría. Esto
ha ocurrido antes y ocurrirá siempre. Pero pasadas esas mamparas bien ex­
plícita se observa esa coincidencia, ya en términos confidenciales, ya a veces
en forma casi ostentosa. Y es que, sin duda alguna, comienza a caer de
vuestros ojos aquella venda de optimismo engañador que os había cegado en
los días alegres de las bodas del Frente Popular, después de vuestro triunfo
electoral, y ahora os sentís muchos de vosotros, aunque no lo digáis, tan llenos

511
de zozobra e inquietud como nosotros, porque os dais cuenta de que estáis
metidos en un desfiladero que no tiene fin, luz ni horizonte.
En estas últimas semanas, sin embargo, ha ocurrido algo que yo quisiera
destacar ahora, y es que, en realidad, el Frente Popular se ha resquebrajado.
Aludo concretamente a una fuerza sindical de la máxima categoría, a la
C. N. T. La C. N. T. no se presta tan fácilmente, como muchos pensaban,
a la unidad del proletariado. La C. N. T. desacata algunas de las leyes que
acaban de promulgarse. La C. N. T. no admite que sus conflictos pasen por
la jurisdicción de los Jurados mixtos ni por la Ley del señor Largo Caballero
que vosotros acabáis de poner nuevamente en vigor. La C. N. T., por con­
siguiente, política y, sobre todo, sindicalmente, no está en modo auténtico,
de modo veraz, de modo ostensible, en el seno del Frente Popular.
El señor Pestaña: No lo ha estado nunca.
El señor Cordero Bel: No lo ha estado nunca.
Lo estuvo el 16 de febrero. (Fuertes rumores.) La C. N. T., que votó
la candidatura del Frente Popular, representa un millón de votos, y es, por
tanto, un millón de ciudadanos, y desde el momento en que se produce esa
dispersión sindical salpicada de hechos gravísimos y dolorosos, en algunos
casos en forma sangrienta, es evidente que si el Frente Popular, que ya no es
frente, sino bifronte —ni popular, porque si por la derecha está siendo re­
pudiado cada día más, por el centro se encuentra abandonado por numerosos
grupos de opinión, y por la izquierda se halla rebasado—, ha perdido gran
parte de la autoridad política con que trajo aquí al Gobierno que presidió el
señor Azaña. Este es un hecho político, a mi juicio, indiscutible: el Frente
Popular y el Gobierno que emergió de su seno, con representación política
mayoritaria, desde el momento en que la C. N. T. no coincide en su acti­
tud pública y sindical con la política que el Frente Popular dirige, es sólo
una personificación minoritaria de la opinión española. (El señor Cordero
Bel: No tiene nada que ver el Papa con el Frente Popular.) Su señoría es muy
gracioso, pero aquí sobran los payasos. (El señor Cordero Bel: Su señoría
se considera intérprete de la C. N. T. y es solamente el intérprete del repulsivo
dictador que tuvo España.)
Y pese a todos los aspavientos que al enunciarlo hacéis ahí vosotros, y
pese a todas las penumbras que en su torno queréis proyectar, es lo cierto
que eso tiene una trascendencia política inconmensurable, a mi juicio, que
en parte, no del todo, explica la vejez prematura que puede otorgarse a los
dos instrumentos políticos del Frente Popular: el Gobierno y el Parlamento.
El Gobierno, nacido ayer, no tiene por eso pasado; sin embargo, tampoco
tiene futuro. Le acecha, políticamente, la muerte. Es un Gobierno sin ayer
y sin mañana; es un punto muerto que solamente un milagro divino podría
galvanizar. Pero el Parlamento —y esto es lo más curioso— adolece de la
misma vejez prematura. Comentarios, no nuestros, sino de gentes de iz­
quierda, de periódicos de izquierda, lo destacan en estas últimas semanas. ¿A
qué obedece ese ambiente de abulia y de indiferencia que se percibe en este
Parlamento durante las sesiones normales? ¿Cómo explicarse esto en un Par-

512
6——---------------------------------------------------- - ------- --------------- -

La clase capitalista ha vivido y vive en plena


subversión, acusa Enrique de Francisco . «no yo kUU tes monote Mi«
rvúiruf que rapraatte • pe —rl— «—
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La acción subversiva del capital! te oorocm meoteota. do te f(*


Jwrtea U.UMU1 X « M d-MA
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«bmUU oreara*.>te».a »¿-.U ■» a lestía. y •• <«a i ¡- ' teor G.l lUhteav todana ufiaM
| caparar.h» * «a» aa<te «l 1UM®
«u« Cv. .<«»L» y Jr «w ’ •
pordrn llar. a. Uva Ir I Jo temJo te haya par* raoiwr
tu 04 tlohlcr «te nai.i paro obrona < Muy terral V.tete
trato». <te> iluirro «-te roteara* la (te».
’’ :.:í; n*-te 4» «-o» I> voaocro* ai 4-
Sr‘ar\T¿tT*:.' Um LX4-. voote i'-Urmiali» bA>
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r-n<iu¿* pana 11*1* «• ua mal
tra • ixra «v. <> La «¿Launa, t tu>j ¿«i prupte racimeo opila»
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.tuto y d<: rrcjr«. U0 m «»-x porree «te Ua eiteia a caca oaa*na
rtldua d¿ rs.-rv. t¿>las Laa Iryea Ca hatead* a tea "»'»ha*>, ■* _
cxda ea obra
- > «a> de ruJiMT'.a.sóa. No ;rr<*iUu«a nroc*. *Ute pcr«a* «l fui «Mil
borw la
dxaCTUu. Decíale - pednree «a£»ra cuv-atrvrt-a p<re anxzo* «te. aoc ca N<-n-** n-
da mercaiuil. horrada
tcalu de u Ut-ouu cctwcMo • tvx ‘.ajinarué piii’.xa. al capaal ha K aa».
rrvrou. BniLa. la c.-arva que e»U «*r an ruaoJa **ual má* *a
obre de cun*rr»e;u5t\. >
el euUndio u kxxxt^ a la
una «Un- eubvere.» u_ ron el eyempio. toa hecKaa privada, y <■ ncxjnJ «■*. tote*
Lur%L%<.' . y la pcvp-a de x habana rre.Xntedo cXr» oeetrucUea. taote te «-te rteh-l a t*M*
moda vt- ya lectaLaadtk por xxtel «*p... ** lo a *UV*4* «■■
Ua fwrxaa ».eterna rvpreta«Iai e a q ule era favorece o ee¿ orea cUJ Gu>- ai Ooteara*. haa te banca* teta­
poUUauarr.'.e aquí p»u e < t o • favorecer. c ra» pntotete ;«U a*te cabal
F^riadtM BodaíkaLA y Cqcj-= üa. mAaim— rvapeloa.
r« per raxee Ma* •■ h*ru<a caaaK •« taaltea
No» &r GU lUXdra. cus «a una •c&U&JcnUx Lo, de toda peraeea •*2»na. xu tae no Lernuc de a^a;«axax nceuoo de LxwadísAla a nía Gct*ertM> —44 «aa Lrarteten-»-i.l* dal rtflteate
trwM «tereoUpe da. so «a un de- ua pe rao^a ae aaxble
la. de t<xla el can.Lacx a-^o ndtr.rau a la n_r^'_^a rapeex, puxqoc ttnccxa «S«f euderX—de no haber rea ti - «u« texxro* *> croma. «■
acetad da rebclsúa da la cUx tueutra lacena, auewtxa doctn 1 aado lo»^> aquetlo que wsaÁne- ■ rm.xroa I nr**n imitea*
. na. nuratraa Lcrr.u. y a eila* ! quemaifl que rxaJaaae. ¡xAlrtia lc- ab*x*la».-al* Ira'** n*te.ra* «a-
La clase patronal, frente a la le F
rap.Laltata patrcx^xL qu< erra s-
tua^ATca de ♦- U c.am qu, ^.«etaunoa AM!. pero hcxr»o. . - paranra. l^r al «ooomclj. **d*
B*^*l
t ^ra tener cae f-crxa r— -• uha (Mocho* ap’.oaM )
«quiaoA J«or lo> qu. que prezór»
CTi EEaprcaaa yak»»
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itere- ( lronce. donde \ueoirxM t<ro4k>----
*r¿\ *- Z ■* fl< t<rl<z *•
«aluote telen»* .. --- - -*-. y qvel^« «prtaU^ <ue <te
XI u da», capllahal*.
patronal, latía . lote»
vuestra cllcclela política. Y «/eaa au prup-a * da.
■ JcY Bx Gd Hobnm. oaa mecía eapkoCa a La
¿«ara mi ce aubverade. . Qu4 de que en esa a.luacuMi de Axuosu. 1 bajateca, y ademAa <m aa^atar-
Discuno de Calvo Soíelo, agenta
Ira
yea Calta * «Ua* tetibcrotemeo- rroLcBia» t lera»Ir U CCUL ruuC»o a.iuac.ó.n de
le. y ya B a— lo Uatxj wrda- de aquella ley de carácter eeciaí.
6rca Bvbvxrwúo porgue aa opo- laa humaraA. que CfcruncnxcU
auoqua nc*^rco do k> *uetlílq-< ' la la coloca
**• ~~al>ce cx<x»ao de loe cua- «leeeeptractca. toda La raejrane ir
aa eae tranco Oa
provocador
atckúa b la ley. qucbraDLainicQ- Labr< da rveiablccvmc. que aa auLorra aeran Um pnsx- tehdaa q^e ella u«m e« la crea LntrmaM en ai debata ai ne- tute* ™ «m l—n» < >r. CMb-
U de U ky. hurta de Ib tey No Lamer.ta_-»c c^aisA) fría ! c*aa Oo aalaa coeiAictoe. Ami Calvo Bolcku Fn^xca Ocms* «v **r»m
den—Bir-aba de Ttrcxta^ mua¿-
b« cóeno lo Uamarti» vo*>l rué do que Eapa&a tlw aohmcQOM XI Ext*4*—r ntWl ¡Trícate
cipale» Era una ley Iza,'irada
— uaa tríete y doiorv—
reabdad que hro>— recogido en
prtnopKM punse de humar..—ua
y de drfvnaa de la» fUcriA» de (
Los trabajadores apoyan lealmenle puc u-ia úk«m que aa au fian.-' M» tarauzmr “* prW coa Ua
k Ó«».nb-J con paUbrua de aD- CTwifllrin*. «Sclmxte tejen nennó-
b—aíra vida, ta buc»lra eapr- gvalla el Be Gil tkubica atea* «a* ten «ntea a«l*lh
rwncia. Y Ucaaa UxeLAalee r a
que <cw3 el triunfo di 1» Itepú-
lr»b*Jj de bucetru ¡«Ala ley que '
prvduju twiüfUM barcc*. y t-z al Gobierno del Frente... L*M pajUJaa que apoyoa al O> ■a* y tte—• te «(asa* J Pte
-sj m rannxtecn «a» «at* *»
tuerto» -aun Um qoo cxxi
Micaa bJXa »c cv>c»^ue conqueicr embarru ra cuanto pudi»tei» la ruxnea. »< rnuSuiervc en hlepaAa oua pmpd4ajxLaa han croada *4 Caaci
orrvo tegiAlalLw de DueeLrv cch&BLca* abaju . !\>r q-e ' l'ara lia d< LtfV un duauolo en que t-ibrnu de u —orden que bey ■a iwnJmrwr tnmten - *
pala y bmoB v«MOCrue—al -' . «xu. je ra.*sto m—iXrxe ha bree*— de hatear «a En «1 urtea a»inr*r aaoaaqd-
• pur CJ i^r'uXJJA ea^aLa A—«ura que hay ya baa-
hOKXrue t.« rcfwrv eimprv trr^a.*u<r.i4 da cuaetQ a reo m taat— «I^miLaJ— de ta mayoría
futría» rvprvx nlada» ¡*x rde a loa que daos.aan co moa Omítete» ua «ten y ua n-
rrdcrr ¡<ru quiero aJuar-a dcuir que rwimpertm enhe eritema, aaa*
ot««a ion la» que ulazUd/i» uaa [u* aa, aquvlkae que wnoec-
i>.' n^La \-je no a< puede a¿Ka.ra‘
««trecha Bnáuiarulad—4— que ue que no lo cxtemaeycnTi en H aa- Ca—r— Quiroca —rwnff ywa
a la ciaee y a Bu rv-
AU-U'-A,» de que dceajiarvzaa c b« coa tór. da ncaioDca.
rreer<iLa<i¿<i pXillca m cela Ct-
Uxínzja cea le^ie ando que dee- qu< tueltaa a Lacxr « u Ira reo p r k> mecua. yu !•' le i~r. eataa ilAls^a —rt^-^ •> f voa liUrnl cxMa oa te ha.
bot» «. prc^M«t*> desheredo da c_K> naAa. «o X»B M tea tek
apar«Aa.a <fi cuaako a «uealra In’.anJr d< brease U> I - ’ |U« e-.»<nJo—m ha po—<-> o»
, »r cxjkíutoe a. Gob.<rK y
rr.»za- eeLA que — Uxfncjc a< va fecetea »i Frm- uaj. Ite«rte I« ktearxzaaO» al
rtexuto toe ojae « la» rrabaladre re la pr aaiuU • < ■-•'• -r - xuu laa que ha dKbo rata larde 11 i« l-vp^ter •* ba >«»s^rtrajate» mtera pan MuiUmumt»» y
tnaucea ex» que km cu«o«a&4 n^x. o — tea paroucaK au. la i
) dejaAdu uiaxm.4 libera a ka cai I ia< rvflcrv. Y rao. ] c« Sr Qa! Rulaca.
Rulara, y tvai<j aque­ * aquk ante lodoa noautroa. ei ac- ’ \ M ha rvas^cUaJaJuv aac»Xa te
ckquce da toe rublo» y a la» t> la verdadera »ub»cri lla» oirae que en en diat'ntaa --a pwn..« la C. N. T. te»
i hor Gil Rebla. El aa^ar proal- «.ala la uj-aJad tete ¡vwonate
14a habido »ul>rrvc.x» ( dente «el Canaejq da m>maLr«a 1 y cu a^apu la tey da JuaJca
La inhumanidad de los ferralenienles taba mwy b t« cudl o aM«atre'
<i«%x.d<> eoiK.nnacida de . panaamient» a eata reapoctr. oo- ua «a k te l'naia l*up«iai.
.'i. La C N T — aaegara—

Yo ha pmaenciadu cn«aa> 1r<- dr F-%il|aT La ú« •c&uriaa. teoo que han hevbo ; mo lo aabe todo el GcAJorna. y (I IVOCKS da la majuna. No te
S»*' a/nerita ( ¿:imka aa u> tul %»• nato «i cam¿xj »j. nc adío Kwaat.'u panaanueAla. , ha oteado nuata.)
da aia*ui>a ceta que soy a cuiv i», -a»»' • * . • Ir. \ in.ii'i r- «teja • ueatra UalLad y nueatra
Bor mixteo «ua >U«tea. te Froo- *•>«•» * «,ap*a» «jm|n»*te'Wter-
relatar Ln loa ¡uuuexva ahoa de Cob«cn» prui «a.eae! »- * aai.cihit lo nicnai dal\a.Lte« r*dao par* auxiliar loe aa U mpater no «o te Npnanla-
la llcpúhlKA. Br Gil lLuli.«a y oe p«''n.c>44Mfil<flti «ai la Re-
cióa <te toda la «fiante laquter- «te*.“ (Gran te» ru4Lraa.)
wfu^re «Upuladoa. yo ful honra . caru¡teu \ < • rx» Un*> •• U» anl«. > eq. publica, de
do toa UD encalco del Qubienio »«»« C ra jur iu ra w:v,: **' < • • * *il°-
«beln de Enp<Ba lh»e (AJthk* he XI FtUaXDOTTX. cuate *a*4-
Kaii mAe que un pnrth&e —Aa •ana te **pr*a*r cMalte oaaon-
iiavsiaMmal |*»c Itatvwa dn- An . q-e >u lo tL. píx».
•• U) pixe. :... írC 4 lv. uo pe te que U«ne
ur r« La ‘ Q- q.«’ »•< tema la C4'K«¿<”W« <wa- Ah-te-e a LACA ol QaMuemck Un to* «te ruar* te *«<d puntea ate
lucia. doruW ae retaba poduci ycuando efinnu una
■íinnc una u* cvea ¡’rva-on > d< Loitu’e
• tm Gub.mao nal — dice — — ue Oo- mal InUrproCmK*
do una ¡«aialiaa. ion de *Yr«i . Lengo pee rnci.nva «MUM de .•«<...
l.*k '‘ • .- *u •<' . »ij pe-- ®< r»a «un ’’»Lin4«u Ce una Re-
lo que cnananmanie ee «Smuauina i Muy b«rl | lU cao ,-a l.-ellc
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**»libnl«, «o.dii M l«* » Ku Ut>- rwUlxa bwr-jueaa. • dejara de aer
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Continua tratante te producir
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»*n*aa pte r
m produhra tal «a- que i# apjyu •>!.i-, > .',«úrt»r\ni o ruahtv , «te *> l*.-te> «a* M.VUO crteo-
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let •*.«>« i la. |<\>lurJMi¡ I e-n.p a •c;tit».-»e i U.a * ana* Item* te exte* p*-
«*•< tu u v l iu i • r • l* • »u * •*» - i oarfo S u e o L r a ¿a.-ul«ra
paréis» que m __ I tea I Oraafavana* «a '
U* .lUbdu kz qu« yv ’»•-<
otro i "*•1 • o<r* •“ Tétete.
eaanunar la at*ua l>run ’ n* .U t *da k. pala. úe« xcua i U*aaü porte ua cojeta,
W< cajipu Je «rutila* lh.r» <
■r reg'»*» magn-f’• a.
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n..>rtdr< kj unan.o aquí que 1 intento proletario aa Francia, pa- i
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ra teda.ir «te <n L*¿>*a* la* o»* ‘
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nMterriAA»XMina a »Ua. en La • »* • ■ S . » X>a. M-ealiaa «te al aameclo te
« daba una n.aa nlfu a ote • ‘ < '. n - J. ,;e loa aaUrate aa Froncaa —4x« —ae
qw« celaba cayeeukz
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-i: "<:.r. edro e* el aula a. «uit»-« p*. 1—* ■
cwslu. a«ul te«a «a cana al Ite K*
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llOBREROSh - ¿ALZADOS COLAS i v« que catata nan en FrotetaT ;Y cuanto ,«


nr «»n**n iu.1 «a t^ahaTi v.A
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llroaro» h-te/oa late-
interpreta, la * m<te comparoate Ua temaa- teme roa ua «ap»Ua. n* ten
tea te Lm Uxeroa Croxx.m» . Ua , «te «olraauiw roa Ua lattah
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te te vbrrrte c*¿»auUa. xaaj. j cum* -. Imte- 117 1 H
■ '«teotaamle talerruoap.te ¡te ' ei truaUte te Km te*
Uu 4.¡>,t*Jte te U Utejoila. «te 1 tu* «»i *- —— — >... ■
.¡tela* te I.»»-..ateto Ua u-tea.1. - INUMWEXTS Xa O<b
(

«Claridad» destaca así la actuación de De Francisco en los asom­


brosos debates finales de la República. La guerra civil ya había estallado
en las Cortes y en la calle. Sólo faltaban las declaraciones expresas,
que no tardarían en llegar.
lamento recién elegido y elegido, además, con toda la flora esplendorosa del
triunfo que habéis obtenido el 16 de febrero? Lo que esto quiere decir es
que el Parlamento está roído por el gusano de la mixtificación. España no es
esto. Ni esto es España. Aquí hay Diputados republicanos elegidos con votos
marxistas; Diputados marxistas partidarios de la dictadura del proletariado,
y apóstoles del comunismo libertario; y ahí y allí hay Diputados con votos
de gentes pertenecientes a la pequeña burguesía y a las profesiones liberales
que a estas horas están arrepentidos de haberse equivocado el 16 de febrero
al dar sus votos al camino de perdición por donde nos lleva a todos el
Frente Popular. {Rumores.) La vida de España no está aquí, en esta mix­
tificación. (Un señor Diputado: ¿Dónde está?) Está en la calle, está en el
taller, está en todos los sitios donde se insulta, donde se veja, donde se mata,
donde se escarnece; y el Parlamento únicamente interesa cuando nosotros
traemos la voz auténtica de la opinión. (Aplausos.) (El señor Galarza: La voz
de Martínez Anido.)
Para que un Parlamento pueda desarrollar una labor fecunda es menester
que haya resuelto fuera de él los problemas primarios de la vida pública, y
entre ellos el del orden y la paz. Si esto no ocurre, falta el mínimo de con­
vivencia, de unanimidad si queréis, preciso para que puedan debatirse los
demás problemas sustantivos y objetivos de una nación. Y lo que ahora ocurre
es que el problema del orden público está en pie y a cada momento se agra­
va y agudiza; y esto es así porque no hay autoridad en el Gobierno ni decisión
para resolverlo. Por eso, este problema ha de ser considerado en un aspecto
ya menos casuístico que el que yo consideraba en otras tardes, tanto más
cuanto que el señor Gil Robles, con sus datos, me ha ahorrado este trabajo,
y sí, en cambio, en otro que pudiera parecer más doctrinal, más de fondo
político. Porque, la verdad sea dicha: si bien en su virulencia actual la res­
ponsabilidad del calamitoso desorden público en que España vive es patri­
monio exclusivo de ese Gobierno —exclusivo porque es intransferible—, y
de esa responsabilidad dará el Gobierno cuenta ante Dios, ante la Historia
y ante los hombres, no es menos cierto que hay un fondo endémico en el
desorden nacional en que desde hace años se desarrolla la vida del país.
Desde hace mucho tiempo, apenas han transcurrido unas cuantas semanas
sin que los ciudadanos españoles sintieran inquietados sus tranquilos afa­
nes, su cotidiano vivir, por los percances y episodios de desorden que se re­
gistran por la derecha, por la izquierda, por arriba, por abajo, por el Este
y por el Oeste. (El señor Alvarez Angulo: Sobre todo por el “Este”.)
Quiero ahora examinar cuáles pueden ser las causas de este hecho, des­
cartando, desde luego, las personas y el régimen; las personas, porque no se
podría sin notoria insinceridad decir que la República haya sido un vivero de
estadistas, pero tiene hombres inteligentes que han pasado por el banco azul
mezclados a veces con mediocridades también evidentes. No están ahí las cau­
sas. Ni siquiera he de situarlas por razón del régimen, porque, doctrinalmente,
ni la Monarquía tiene la exclusiva del orden, ni la República el monopolio
del desorden. El desorden cabe en todas las formas de Gobierno, como opor­
tunamente indicaba el señor Gil Robles. ¿Carencia de resortes políticos? No.

513
33
Desde hace años, todos los Gobiernos han contado con plenitud de poderes
políticos, sobre todo el materia de orden público. Antes de la Constitución
de 1931 regía el Decreto ministerial de plenos poderes gubernativos. La
Constitución entra en vigor con aquel aditamento o estrambote de la Ley de
Defensa de la República. Cae esta Ley y entra a regir la Ley de Orden Pú­
blico. En resumen, apenas habrán transcurrido dos meses de plenitud consti­
tucional. Y ahora mismo —lo recordaba el señor Gil Robles— llevamos cua­
tro meses de Frente Popular y tres o cuatro prórrogas del estado de alarma.
No han faltado los medios excepcionales, la plenitud de poderes, no.
¿Es que han faltado los recursos materiales? La política de orden público
de la República —tengo que hacer referencia a la República, porque esa
política se inicia el año 1931— ha sido una política de desembolso, sin tasa
ni freno. El alguna ocasión he recordado que la República ha creado casi
tantos agentes de la autoridad como maestros, y que el gasto del orden pú­
blico ha aumentado en España en estos últimos cuatro años en cerca de 150
millones de pesetas por año; cifra fabulosa, cuya capitalización permitiría re­
solver alguno de los problemas cancerosos que pesan sobre la vida española.
No han faltado, pues, medios materiales. La República, el Estado español,
dispone hoy de agentes de la autoridad en número que equivale casi a la mi­
tad de las fuerzas que constituyen el Ejército en tiempo de paz. Porcentaje
abrumador, escandaloso casi, no conocido en país alguno normal, si queréis
en ningún país democrático europeo. Por consiguiente, no se puede decir que
la República, frente a estos problemas del desorden público, haya carecido
de los medios precisos para contenerlo.
¿Cuál es, pues, la causa? La causa es de más hondura, es una causa de
fondo, una causa de forma. La causa es que el problema del desorden público
es superior, no ya al Gobierno y al Frente Popular, sino al sistema democrá-
tico-parlamentario y a la Constitución del 31.
Yo quisiera articular esta tesis examinando los dos matices fundamentales
del desorden que ahora padece España, que son el desorden económico y el
desorden militar. El desorden económico a base o como consecuencia de la
hipertrofia de la lucha de clases, que destruye fatalmente la economía nacio­
nal; y el desorden militar a base o como consecuencia de la hiperestesia, de la
degeneración del concepto democrático, que arruinan todo sentido de auto­
ridad nacional.
Hipertrofia de la guerra de clases. Yo quisiera dejar bien sentado que
para mí marxismo y obrerismo son conceptos muy distintos, y que no se
puede admitir ya la equivalencia entre marxismo y política social. La política
social que el marxismo reclama entra en los programas de muchos partidos
que no son marxistas. No conozco ningún partido político que no acepte la
política social, aunque discrepe en el grado, en la cuantía en que ésta puede
administrarse. El marxismo es ahora una disposición espiritual de grandes
multitudes proletarias para la lucha de clases, con el propósito de destruir la
economía burguesa en que vive España. Cuando se habla de la revolución de
octubre de 1934 y se la quiere presentar como inspirada únicamente en fina­
lidades de tipo social, pienso que hay una gran parte de verdad en el diag-

514
nóstico, pero que se incurre también en notorio error. De aquella revolución
fueron elementos integrantes, por ejemplo, los obreros de las fábricas militares,
que, dentro del proletariado español, son verdaderos aristócratas por el con­
junto de ventajas y de garantías de que están rodeados en los trabajos que
realizan al servicio del Estado. Y, sin embargo, fueron a la revolución. Es
que el marxismo constituye hoy en España —en muchos puntos del extranjero
también— la predisposición de las masas proletarias para conquistar el Po­
der, sea como fuere. Y así el marxismo desarrolla una táctica de destrucción
económica, porque no piensa en la finalidad económica inmediata, sino en
la conquista, a ser posible inmediata, de los instrumentos del Poder público.
Esta es la explicación de una porción de movimientos huelguísticos que en
estos momentos están planteados en España, en los cuales existen reivindica­
ciones económicas justas en alguna parte, pero en las que, en cuanto rebasan
la posibilidad económica del sistema burgués en que se vive, ya no hay desig­
nio económico, sino político.
Y ya que se dice que en Francia también ha estallado una especie de
sarampión huelguístico, como en Bélgica y en España, aun a trueque de
abusar de vuestra atención, he de señalar alguna diferencia interesante.
Aun teniendo en cuenta que en Francia el Gobierno, más que por ini­
ciativa de los obreros, por decisión “motu proprio”, haya ofrecido —quizá
a estas horas esté a punto de convertirse en Ley— un avance tan considerable
como el de la jomada de cuarenta horas, es evidente, sin embargo, que en
el resto del conjunto de las demandas obreras formuladas por los huelguistas
franceses no se va tan lejos como en la mayor parte de las demandas que
formulan los obreros españoles de la industria; y si no, cotejemos rápida­
mente.
Primera reclamación de los obreros franceses. (La señora Ibarruri: ¿Cuál
es el nivel medio de vida de los obreros franceses y el de los obreros espa­
ñoles?) Ahora lo diré, señora Ibarruri. (Rumores.') Primera reclamación de
los obreros franceses: Que se respete la libertad sindical. Primera reclamación
de los obreros españoles: El monopolio de determinada sindical. (La señora
Ibarruri: En Burgos, el Sindicato Católico no deja que trabajen los obreros
d ' la U. G. T. y de la C. N. T.) (Rumores y protestas.) (El señor Presidente
reclama orden.) (Los señores González Soto y Albiñana: Eso no es cierto;
es todo lo contrario.) (Rumores.) En Burgos, lo que ocurre es que los obreros
socialistas y sindicalistas, que son minoría, tratan de impedir que trabajen
g los obreros católicos, que son la mayoría; es todo lo contrario. (Rumores y
e
protestas.) (El señor Presidente agita la campanilla.)
E
Los obreros franceses han reclamado y conseguido ya plenamente que
no sea impedimento para trabajar el marxismo, y aquí se pretende que el
marxismo sea una condición previa, “sine qua non”, para el trabajo, que es
también todo lo contrario. Yo he de deciros a vosotros, marxistas, que uno
de los primeros formatos del contrato colectivo de trabajo que acaba de
pactarse en Francia es el de los empleados de Banca, contrato que se ha
formalizado a presencia del Ministro de Hacienda, M. Auriol, que es socia­
lista. ¿Entre quiénes se formalizaba? Entre los patronos, de un lado, y los

515
Sindicatos obreros, de otro. ¿Y cuáles eran los Sindicatos? Pues, entre otros,
había los de la C. G. T. y los Sindicatos de Trabajadores Católicos, y el
Ministro socialista asumía el poder deliberante entre unos y otros, sin tratar
de negar el trabajo a unos obreros que se llamaban católicos. Comparad.
Segunda diferencia. Reivindicación fundamental de los obreros franceses:
los contratos colectivos de trabajo, reivindicación que lo es también de los
obreros belgas, porque M. Van Zeeland, en la primera declaración que ha
hecho, después de constituir su Gobierno, lo decía: “En materia social que­
remos ir a los Comités paritarios y a los contratos colectivos de trabajo”; y
yo pensaba: pues los Comités paritarios se han creado en España en 1926
y los contratos colectivos de trabajo tienen en España una raigambre nacio­
nal también de casi diez años, mientras que en Francia apenas existían otros
que los de cada taller, los de cada Empresa, no los de carácter regional o na­
cional como aquí; luego no estábamos tan atrasados.
Aumentos de salarios. En Francia son uniformes; aquí son a voleo; en
unos sitios, altos; en otros, medios y en otros, bajos; el grado de aumento de
salarios no depende de las condiciones económicas de cada caso, de cada
zona, de cada Empresa; depende de la mayor o menor presión de cada Sin­
dicato, de la mejor o peor preparación de cada núcleo obrero y de la tempe­
ratura política de cada Gobernador o de cada Alcalde. Los aumentos de sa­
lario en Francia son moderados: del 7 al 15 por 100; los aumentos de sa­
larios en España, en algún caso, rebasan el 100 por 100. {Rumores y protes­
tas.) (Un señor Diputado: Hay jornales de seis reales.) En algunos casos
se ha llegado a extremos inconcebibles. Para los obreros de la navegación
mercante se ha señalado como tipo diario del costo de manutención 4,50 pe­
setas por cabeza, y yo os digo que no hay familia de la clase media española
con más de cinco o seis individuos que gaste diariamente en manutención
por cabeza 4,50 pesetas. (Grandes protestas.) (La señora Ibarruri pronuncia
palabras que no se perciben.) En el Queen Mary, el mayor transatlántico del
mundo, se ha fijado un tipo de tres pesetas. (Rumores.) (La señora Alvarez
Resano pronuncia palabras que no se entienden. El señor Presidente agita la
campanilla reclamando orden.) Pero, además, hay esta diferencia, los au­
mentos franceses son la compensación a la baja registrada en los salarios
franceses el año 1930 y 31, y en la industria española no ha habido baja
de jornales, sino alza, desde 1930. (La señora Ibarruri: Siempre han sido
jornales de hambre.) (Rumores.) Debo decir a su señoría que eso no se
puede decir, y para demostrarlo citaré un ejemplo. Uno de los primeros
contratos colectivos que acaba de aprobarse en París se refiere, me parece,
a un ramo metalúrgico, y en él se ha señalado, como jornal medio, un au­
mento de 50 céntimos de franco por hora. Era de 4,00 francos y pasa a 4,50
por hora, que, a base de ocho horas, que era la jornada en vigor, son 34 ó 36
francos. Yo digo a su señoría que con 36 francos en París —y al cambio
actual son 18 pesetas— se vive mucho peor que en Madrid con nueve pesetas.
(Grandes rumores.) (La Presidencia reclama orden.)
El aumento de salarios en Francia se refiere exclusivamente a la indus­
tria y al comercio —también esto debe tenerse en cuenta—, y el español se

516
refiere también al campo. Yo, que reconozco que, en algunas ocasiones, en
el campo español se han satisfecho jornales inferiores al mínimo de justicia
{Rumores.}, he de deciros que esto supone económicamente —y no entro en
el problema para no apartarme de aspectos más importantes— una cuestión
fundamental, porque un aumento de salario en la industria puede, mejor o
peor, repercutir en los precios, y, por consiguiente, puede compensarse con
relativa facilidad; pero un aumento de salario en el campo, cuando sea su­
perior a los márgenes de provecho industrial que existen, no tiene compen­
sación posible, porque los precios agrícolas están por tierra y no hay posibi­
lidad de levantarlos, sobre todo en economías herméticas, a no ser que em­
pecéis por arruinar en parte al mismo proletariado de la ciudad, única ma­
nera de mejorar al proletariado del campo.
No sé si habréis contemplado alguna vez la distribución injusta que se
hace de la renta nacional, que va, en su mayor parte, a la ciudad, a pesar
de que la mayor parte de la población no está en la ciudad, sino en el campo:
un 30 por 100 de la población de España, que es la ciudad, consume el 60
ó 70 por 100 de la renta nacional, y el 70 por 100 de la población de Es­
paña, que es el campo, percibe y consume el 40 ó 30 por 100 restante. Esta
desigualdad no se corrige más que con una redistribución económica, no entre
obreros y patronos, sino entre la ciudad y el campo, y ello supondría la ele­
vación de los precios agrícolas, o sea, que el habitante de la ciudad pague
más caro el pan, el vino, las legumbres y las patatas y todos los demás
productos. {La señora Alvarez Resano: Quitaremos los intermediarios.) Lo
que yo quería señalar —y perdonadme esta digresión inesperada— es que
la política económica desarrollada por esta impulsión marxista, que dijérase
encaminada, haya o no posibilidad, a legalizar una especie de paraísos arti­
ficiales, forzosamente destruirá nuestra riqueza y producción. Frente a esto,
¿qué hace; qué puede hacer el Estado? Días atrás, el señor Ministro de Tra­
bajo —cuyos deseos de acierto sinceramente reconozco y proclamo— decía
en unas declaraciones: “Por ahí se cree que el Ministerio de Trabajo puede
intervenir en todos los conflictos sociales; esto no es posible, porque muchos
de ellos son tramitados en forma de acción directa”; esto lo dice el Ministro,
con tangente plasmación de una realidad. La acción directa, a pesar de la
Ley de Jurados mixtos, recientemente aprobada, soslaya los conflictos socia­
les en muchos casos e impide que el Ministerio de Trabajo actúe, y en otros,
en que el Ministerio de Trabajo puede intervenir, ¿cómo lo hace? ¿Con qué
designios? Con el de la avenencia, con el de la solución cuanto más pronta
mejor y a base de una posible cordialidad. Esto es, dando un poco menos
de lo que se pide por los obreros y un poco más de lo que se otorga por
las clases patronales. Pues ni ésta ni aquélla es ya posible, señor Ministro
y señores Diputados de la mayoría, dentro de una economía como la nues­
tra y en una situación como la que actualmente atraviesa la mayor parte
de los pueblos, no sólo de España; digo que es imposible, porque el Estado,
que no puede inhibirse, naturalmente, tampoco debe ser productor. Un Es­
tado proletario —y no os sonriáis de la paradoja— es siempre el más pa­
tronal de todos los Estados, ya que no hay en él más que un patrono —el

517
Estado—, ante el cual tienen que rendirse todos los obreros. Producir,
no; pero sí dirigir la producción en el sentido de administrar la justicia eco­
nómica. Yo no sé por qué el Estado, que administra la justicia civil y la
criminal, no puede administrar la economía, determinando “a priori”, antes
de que haya conflictos sociales, cuál es la participación en la renta que co­
rresponde al capital, inexcusable también, que debe ir en primer término,
porque es la que representa la aportación más alta de todas las que inter­
vienen en el proceso de la producción.
Un Estado, señor Ministro de Trabajo, no puede por eso estructurarse
sobre las bases perfectamente inoperantes de la Constitución del 31, y pa­
gáis las consecuencias de ello, aunque vosotros las debéis pagar gustosamen­
te, porque sois partidarios de esa Constitución. Frente a ese Estado estéril,
yo levanto el concepto del Estado integrador, que administre la justicia eco­
nómica y que pueda decir con plena autoridad: “no más huelgas, no más
“lock-outs”, no más intereses usurarios, no más fórmulas financieras de ca­
pitalismo abusivo, no más salarios de hambre, no más salarios políticos no
ganados con un rendimiento afortunado, no más libertad anárquica, no más
destrucción criminal contra la producción, que la producción nacional está
por encima de todas las clases, de todos los partidos y de todos los intereses.
(Aplausos.) A este Estado le llaman muchos Estado fascista; pues si ése es
el Estado fascista, yo, que participo de la idea de ese Estado, yo que creo
en él, me declaro fascista. (Rumores y exclamaciones.) (Un señor Diputado:
¡Vaya una novedad!)
Me he referido al desorden económico; pero existe otra forma de desor­
den no menos grave, aun cuando sólo sea espiritual, que es el que atañe al
principio de autoridad. Un tratadista francés, a quien yo sinceramente ad­
miro, Lucien Rounier, ha dicho que todas las fórmulas de convivencia social
y política pueden reducirse a dos: orden consentido y orden impuesto. El
•jégimen de orden consentido se funda en la libertad; el régimen de orden
impuesto se funda en la autoridad. España está viviendo un régimen de des­
orden, de desorden no consentido ni arriba ni abajo, sino impuesto desde
abajo a arriba. Por consiguiente, el régimen español, que no se ha podido
prever en esas fórmulas del tratadista antes citado, es un régimen que no se
funda ni en la libertad ni en la autoridad. No se funda en la autoridad, aun
cuando se diga que su sostén principal es la democracia; muy lejos me lleva­
ría un análisis del sentido integral de ese vocablo; no lo intento, pero me
vais a permitir que escudriñe un poco en el concepto degenerativo con que
ahora se vive la democracia.
España padece el fetichismo de la turbamulta, que no es el pueblo, sino
que es la contrafigura caricaturesca del pueblo. Son muchos los que con
énfasis salen por ahí gritando: “¡Somos los más!” Grito de tribu —pienso
yo—; porque el de la civilización sólo daría derecho al énfasis cuando se pu­
diera gritar: “¡Somos los mejores!”, y los mejores casi siempre son los me­
nos. La turbamulta impera en la vida española de una manera sarcástica,
en pugna con nuestras supuestas “soi disant” condiciones democráticas y,
desde luego, con los intereses nacionales. ¿Qué es la turbamulta? La minoría

518
vestida de mayoría. La ley de la democracia es la ley del número absoluto,
de la mayoría absoluta, sea equivalente a la ley de la razón o de la justicia,
porque, como decía Anatole France, “una tontería, no por repetida por
miles de voces deja de ser tontería”. Pero la ley de la turbamulta es la ley
de la minoría disfrazada con el ademán soez y vociferante, y eso es lo que
está imperando ahora en España; toda la vida española en estas últimas
semanas es un pugilato constante entre la horda y el individuo, entre la
cantidad y la calidad, entre la apetencia material y los resortes espirituales,
entre la avalancha brutal del número y el impulso selecto de la personifica­
ción jerárquica, sea cual fuere la virtud, la herencia, la propiedad, el trabajo,
el mando; lo que fuere; la horda contra el individuo. Y la horda triunfa por­
que el Gobierno no puede rebelarse contra ella o no quiere rebelarse contra
ella, y la horda no hace nunca la Historia, señor Casares Quiroga; la His­
toria es obra del individuo. La horda destruye o interrumpe la Historia y
sus señorías son víctimas de la horda; por eso sus señorías no pueden im­
primir en España un sello autoritario. (Rumores.) Y el más lamentable de
los choques (sin aludir ahora al habido entre la turba y el principio espiri­
tual religioso) se ha producido entre la turba y el principio de autoridad, cuya
más augusta encamación es el Ejército. Vaya por delante un concepto en mí
arraigado: el de la convicción de que España necesita un Ejército fuerte,
por muchos motivos que no voy a desmenuzar. (Un señor Diputado: Para
destrozar al pueblo, como hacíais.) Entre otros, porque de un buen Ejército,
de tener buena aviación y buenos barcos de guerra depende, aunque mu­
chos materialistas cegados no lo entiendan así, incluso cosa tan vital y pro­
saica como la exportación de nuestros aceites y de nuestras naranjas. Hecha
esta declaración, he de decir a su señoría, señor Ministro de la Guerra, cele­
brando su presencia aquí, que lamentablemente se están operando fenómenos
de desorden que ponen en entredicho muchas veces el respeto que nacional­
mente es debido a ciertas esencias institucionales de orden castrense. Yo bien
sé que algunos posos históricos de aquella tosquedad programática que po­
seían los partidos republicanos siglo xix, han creado viejas figuras y arcaicas
actuaciones republicanas, un ambiente de entredicho, de prevención, de re­
celo hacia los principios militares, que acaso se puede calificar de antimili­
tarismo y que, sin duda alguna, por fuerza de ese impulso transmitido de
generación en generación, ha llevado a nuestra Constitución algún que otro
precepto de dudoso acierto, como, verbigracia, el que suprime los Tribunales
de honor y el que excluye de manera permanente de la más alta jerarquía
de la República a los Generales del Ejército. Este hecho, que es tanto un
hecho histórico como un hecho actual, explica sin duda cierta falta de tino,
de tacto —siempre exquisito debiera prodigarse—, en las conexiones de la
política estatal con la vida militar. Su señoría, señor Casares Quiroga, se
encuentra al frente de la cartera de Guerra con unas facultades excepcionales
a y con unas posibilidades de desenvolvimiento del principio autoritario tam­
bién singulares. Probablemente desde Casasola acá ningún Ministro ha tenido
las posibilidades de mando que su señoría. Hace veinte años las Juntas de
Defensa actuaron ardorosamente para pedir unas ciertas garantías de inamo-

519
vilidad en los ascensos, en los traslados, en los destinos, y el General Agui­
lera inició una etapa de restricción del arbitrio ministerial, fundada en el
establecimiento de los turnos de antigüedad, elección y concurso, y princi­
palmente el primero. Y mejor o peor, respondiendo al criterio que el Ge­
neral Aguilera definía en aquellas palabras de que el militar no debe esperar
nada del favor ni temer tampoco nada de la injusticia,se ha llegado a los
días actuales, en que dos Decretos recientes, uno de marzo y otro de junio,
han establecido la más omnímoda de las facultades ministeriales para la
organización del personal militar: uno, autorizando al Ministro para decla­
rar disponible forzoso a quien le plazca, sin expediente, por conveniencias
del servicio, sin traba de ninguna clase, y otro, de hace pocos días, que es
mucho más trascendental, permitiendo al Ministro que toda vacante produ­
cida por declaración de disponibilidad forzosa sea provista libremente sin
sujeción a ninguna clase de preceptos. Este hecho da a su señoría induda­
blemente una autoridad legal, unas posibilidades efectivas que no ha co­
nocido ningún otro de los titulares de la cartera de Guerra en los últimos años.
No voy a entrar en el fondo del problema desde el punto de vista militar,
aunque tampoco quisiera desaprovechar la ocasión de decir a su señoría que
le pueden acechar diversos peligros: uno, el del paniaguadismo, cuyos brotes
serían lamentables; otro, el de incurrir en preferencias de tipo extremista,
huyendo de posibles vinculaciones republicanas o antirrepublicanas, a las
que se viene haciendo referencia muy frecuente en estos últimos tiempos en
la Prensa y aun en los discursos de los personajes republicanos. Sobre el
caso me agradaría hacer un levísimo comentario. Cuando se habla por ahí
del peligro de militares monarquizantes, yo sonrío un poco, porque no creo
—y no me negaréis una cierta autoridad moral para formular este aserto—
que exista actualmente en el Ejército español, cualesquiera que sean las
ideas políticas individuales, que la Constitución respeta, un solo militar dis­
puesto a sublevarse en favor de la monarquía y en contra de la República.
Si lo hubiera sería un loco, lo digo con toda claridad (Rumores.), aunque con­
sidero que también sería loco el militar que al frente de su destino no es­
tuviera dispuesto a sublevarse en favor de España y en contra de la anarquía,
si ésta se produjera. (Grandes protestas y contraprotestas.)
El señor Presidente’. No haga su señoría invitaciones que fuera de aquí
pueden ser mal traducidas.
El señor Calvo Sotelo: La traducción es libre, señor Presidente; la inten­
ción es sana y patriótica, y de eso es de lo único que yo respondo.
Pues bien, señor Presidente del Consejo de Ministros; esa máxima auto­
ridad legal y oficial que su señoría posee en los actuales momentos ha de
sintonizar con una política de máximo y externo y popular respeto a las
esencias del uniforme, del honor militar, ese honor militar del que dijo don
José Ortega y Gasset que es el mismo honor del pueblo.
Y puesto que el debate se ha producido sobre desórdenes públicos o
sobre el orden público, ¿cómo yo podría omitir un repaso rapidísimo de al­
gunos episodios tristes acaecidos en esta materia y que constituyen un desor­
den público atentatorio a las esencias del prestigio militar?

520
Un día, señores del Gobierno, ocurren en Oviedo unos incidentes que
no quiero relatar con una descripción detallada, aunque, si es preciso, entre­
garé la nota a los señores taquígrafos, con la venia de la Presidencia; un
día ocurren unos incidentes en unas verbenas entre guardias de Asalto y el
público, y como sanción espectacular se destaca de Madrid un Teniente Co­
ronel o Comandante instructor del expediente, y a las veinticuatro horas,
ante los guardias de Asalto (no son jefes, no son oficiales, son guardias de
Asalto, Cuerpo creado por la República y al cual, por tanto, no se le puede
poner ningún cuño ex monárquico o arcaico); ante los guardias de Asalto
del décimo grupo, reunidos en compañía, se da entrada a un pelotón de
guardias rojos, comunistas, para que reconozcan entre aquéllos, forzados en
rueda de presos, a los autores de los incidentes habidos la noche anterior
en la verbena. (Un señor Diputado: No es exacto. Fueron acompañados del
Juez. ¡No es verdad! ¡No es verdad!)
El señor Presidente: ¡Orden! Pida su señoría la palabra, pero no inte­
rrumpa.
El señor Calvo Sotelo: Podrá tener su señoría una versión; yo me aten­
go a la mía, que, por el conducto que me ha llegado, reputo de toda autori-
dad. Y aquellos guardias de Asalto han de apretar los labios y contener las
lágrimas ante el vejamen a que se les somete. (Exclamaciones y rumores.)
Pues por ese episodio, en el que en el caso peor, que yo no lo admito dadas
mis informaciones, pero que en el caso peor hubiera podido haber alguna
falta individualizare, se han decretado sanciones colectivas (Un señor Dipu­
tado: Faltas colectivas, colectivas, colectivas.) (Rumores.') La falta puede
haber sido individual, pero la sanción ha sido colectiva. (El mismo señor
Diputado: No es verdad.) Sanción colectiva: cinco oficiales han sido desti­
tuidos, algunos trasladados, otros han pedido la baja en el Cuerpo. (Un señor
Diputado: Los culpables.)
Segundo episodio. Un cadete de Toledo tiene un incidente con los ven­
dedores de un semanario rojo: se produjo un alboroto; no sé si incluso hay
algún disparo; ignoro si parte de algún cadete, de algún oficial, de un ele­
mento militar o civil, no lo sé; pero lo cierto es que se produce un incidente
de escasísima importancia. Los elementos de la Casa del Pueblo de Toledo
exigen que en término perentorio... (Un señor Diputado: Falso.) (Rumores.)
se imponga una sanción colectiva (Siguen los rumores.) y, en efecto, a las
veinticuatro horas siguientes el curso de la Escuela de Gimnasia es suspen­
dido “ab irato” y se ordena el pasaporte y la salida de Toledo en término
de pocas horas a todos los Sargentos y Oficiales que asisten al mismo, y la
Academia de Toledo es trasladada fulminantemente al campamento, donde
no había intención de llevarla, puesto que hubo que improvisar menaje, uten­
silios, colchonetas, etc., y allí siguen. Se ha dado satisfacción así a una exi­
gencia incompatible con el prestigio del uniforme militar, porque si se co­
metió alguna falta, castigúese a quien la cometió, pero nunca es tolerable
que por ello se impongan sanciones a toda una colectividad, a toda una
Corporación. (Rumores.)

521
Tercer caso. En Medina del Campo estalla una huelga general; ignoro
por qué causas, y para que los soldados del Regimiento de Artillería allí de
guarnición puedan salir a la compra, consiente, no sé qué Jefe —si conociera
su nombre lo diría aquí, y no para aplaudirle—, que vayan acompañados,

I en protección, por guardias rojos. (Rumores.} (Un señor Diputado’. No es


verdad. Lo sé positivamente.) (Siguen los rumores.} Es verdad. (Protestas.}
En Alcalá de Henares (los datos irán, si es preciso, al Diario de Sesiones
para ahorrar la molestia de la lectura). (Risas.} Tomadlo a broma; para mí
esto es muy serio. (Rumores.} Un día un Capitán, al llegar allí, es objeto de
insultos, intentan asaltar su coche, se ve obligado a disparar un tiro para
defenderse, y es declarado disponible. (Rumores.} Otro día, un Capitán, en
la plaza municipal de Alcalá, es requerido por unas mujeres para que de­
fienda a un muchacho que está siendo apaleado por una turba de mozal­
betes; interviene, se promueve un incidente y el Coronel ordena que pase
al cuartel, queda allí arrestado y se le declara disponible. Otro día (este
hecho ocurrió hace poco más de un mes) llega a Alcalá un Capitán en bici­
cleta, el Capitán señor Rubio; la turba le sigue, se mete él en su casa; la
turba intenta asaltarla y tiene que defenderse; pide auxilio al Coronel o al
General; se lo niegan; sigue sosteniendo la defensa durante dos o tres horas;
tiene que evacuar a la familia por la puerta trasera de la casa donde vive.
(Rumores.} (El señor Presidente agita la campanilla reclamando orden.} Al
día siguiente el General de esa Brigada ordena que los Oficiales salgan sin
uniforme ni armas a la calle, y al otro día, gracias a las gestiones que reali­
zan los elementos de la Casa del Pueblo en los Centros ministeriales, se da
la orden de que en el término de ocho horas sean desplazados los dos Re­
gimientos de guarnición en Alcalá, el uno a Falencia y el otro a Salamanca.
(Rumores y protestas.} (El señor Presidente reclama orden.}
El señor Presidente: Señor Calvo Sotelo, ponga su señoría ya fin al
episodio, porque advierto que va a hacer la apología del delito que se co­
metió subsiguientemente.
El señor Calvo Sotelo: Señor Presidente, de lo ocurrido después no pen­
saba decir una palabra, aunque podría decir muchas, pero como ante la orden
de traslado del Regimiento ignoro si hubo o no desobediencia, me callo. De
lo que protesto es de que se dé la orden de traslado a dos Regimientos a
consecuencia de un incidente con unos elementos civiles, que vejaron a di­
versos Oficiales. Si hubo alguien que incurriera en responsabilidad impón­
gasele la sanción, pero individualmente, no a toda la Corporación, no a
todo el Regimiento, no a toda la colectividad. (Muy bien.} De eso es de lo
que protesto. Ya ve su señoría cómo no hay en mis palabras nada que pueda
rozar la disciplina militar. (Rumores y protestas.} (El señor Muñoz de Zajra:
¡Que haya que aguantar esto en silencio! ¡No hay derecho!) (Rumores.} (El
señor Presidente reclama orden insistentemente.}
El señor Presidente: Señor Muñoz de Zafra, a lo que no tiene derecho
su señoría es a interrumpir de esa manera. Si su señoría quiere contestar
al señor Calvo Sotelo, pida la palabra y se la concederé. (Aplausos en la

522
derecha.) Me desagradan tanto los aplausos de estos señores, por lo que ten­
gan de intención política, como el reproche de su señoría.
El señor Calvo Sotelo: Yo podría alargar esta lista, pero la cierro. Voy
a hacer un solo comentario, ahorrándome otros que quedan aquí en el fuero
de mi conciencia y que todos podéis adivinar. Quiero decir al señor Presi­
dente del Consejo de Ministros que, puesto que existe la censura, que puesto
que su señoría defiende y utiliza los poderes que supone el estado de alarma,
es menester que su señoría transmita a la censura instrucciones inspiradas
en el respeto debido a los prestigios militares. Hay casos bochornosos de des­
igualdad que probablemente desconoce su señoría, y por si los desconoce
y para que los corrija y evite en lo futuro, alguno quiero citar a su señoría.
Porque, ¿es lícito insultar a la Guardia Civil (y aquí tengo un artículo de
Euzkadi Rojo en que dice que la Guardia Civil asesina a las masas y que
es homicida) y, sin embargo, no consentir la censura que se divulgue algún
episodio, como el ocurrido en Palenciana, pueblo de la provincia de Cór­
doba, donde un guardia civil, separado de la pareja que acompañaba, es
i encerrado en la Casa del Pueblo y decapitado con una navaja cabritera?
(Grandes protestas.) (Varios señores Diputados: Es falso, es falso.) ¿Que no
es cierto que el guardia civil fue internado en la Casa del Pueblo y deca­
pitado? El que niegue eso es... (El orador pronuncia palabras que no constan
por orden del señor Presidente y que dan motivo a grandes protestas e in­
crepaciones.)
El señor Presidente: Señor Calvo Sotelo, retire su señoría inmediata­
mente esas palabras.
El señor Calvo Sotelo: Estaba diciendo, señor Presidente, que a un
guardia civil, en un pueblo de la provincia de Córdoba, en Palenciana me
parece, no lo recuerdo bien, se le había secuestrado en la Casa del Pueblo
(Se reproducen las protestas.) (Varios señores Diputados: Es falso, es falso.)
y con una navaja cabritera se le había decapitado, cosa que por cierto acabo
de leer en Le Temps, de París, y que ha circulado por toda España. (Excla­
maciones.)
El señor Presidente: Su señoría ha pronunciado más tarde unas pala­
bras que yo le ruego retire.
El señor Calvo Sotelo: Y al afirmar esto se me ha dicho: eso es una
canallada; entonces yo... (Grandes protestas.)
El señor Presidente: La Presidencia no ha oído otras palabras que las
de que era falsa la afirmación que hacía su señoría, y como las personas
que a grandes gritos estaban acusando a su señoría de decir una cosa incierta
son Diputados por Córdoba, la Presidencia no tuvo nada que corregir. Su
señoría ha respondido de una manera desmedida a lo que no era un ataque.
El señor Calvo Sotelo: Si el señor Presidente del Congreso estima des­
medido contestar como contesté a la calificación de que era una canallada
lo que yo decía, acato su autoridad. Puede su señoría expulsarme del salón,
puede su señoría retirarme el uso de la palabra; pero yo, aun acatando su
autoridad, no puedo rectificar unas palabras... (Grandes protestas.)

523
El señor Presidente: ¡Orden! ¡Orden! Yo no quiero hacer a su señoría,
señor Calvo Sotelo, el agravio de pensar que entra en su deseo el propósito
de que le prive de la palabra ni de que le expulse del salón.
El señor Calvo Sotelo: De ningún modo.
El señor Presidente: Pero sí digo que se coloca en plan que no corres­
ponde a la posición de su señoría. Si yo estuviera en esos bancos no me
sentiría molesto por ciertas palabras, porque agravian más a quien las pro­
nuncia que a aquel contra quien van dirigidas. De todas suertes, existe al
pronunciarlas y al recogerlas un agravio general para el Parlamento, del que
su señoría forma parte.
El señor Calvo Sotelo: Yo, señor Presidente, establezco una distinción
entre el hecho de que se niegue la autenticidad de lo que yo denuncio y el
que se califique la exposición de ese hecho, efectuada por mí, como una
canallada. Son cosas distintas.
El señor Presidente: No es eso. Basta que los grupos de la mayoría lo
nieguen para que su señoría no pueda insistir en la afirmación.
El señor Calvo Sotelo: Señor Presidente, a mí me gusta mucho la sin­
ceridad, jamás me presto a ningún género de convencionalismos, y voy a de­
cir quién es el Diputado que ha calificado de canallada la exposición que yo
hacía; es el señor Carrillo. Si no explica estas palabras, han de mantenerse
las mías. (Se reproducen fuertemente las protestas.)
El señor Presidente: Se dan por retiradas las palabras del señor Calvo
Sotelo. Puede seguir su señoría.
El señor Suárez de Tangil: ¿Y las del señor Carrillo? (El señor Carrillo
replica con palabras que levantan grandes protestas y que no se consignan
por orden de la Presidencia.)
El señor Presidente: Señor Carrillo, si cada uno de los señores Dipu­
tados ha de tener para los demás el respeto que pide para sí mismo, es pre­
ciso que no pronuncie palabras de ese jaez, que, vuelvo a repetir, más per­
judican a quien las pronuncia que a aquel contra quien se dirigen. Doy
también por no pronunciadas las palabras de su señoría.
El señor Calvo Sotelo: Voy a concluir ya, señor Presidente del Consejo.
Con lo que llevo dicho creo que queda explicado el alcance que quiero dar
a los propósitos manifestados en la nota del penúltimo Consejo de Minis­
tros. ¿Contrición? ¿Atrición? Esa nota, como dijo el señor Gil Robles con
gran elocuencia, es una autocrítica implacable. Para que el Consejo de Mi­
nistros elabore esos propósitos de mantenimiento del orden han sido preci­
sos 250 ó 300 cadáveres, 1.000 ó 2.000 heridos y centenares de huelgas.
Por todas partes, desorden, pillaje, saqueo, destrucción. Pues bien, a mí me
toca decir, señor Presidente del Consejo, que España no os cree. Esos pro­
pósitos podrán ser sinceros, pero os falta fuerza moral para convertirlos en
hechos. ¿Qué habéis realizado en cumplimiento de esos propósitos? Un tele­
grama circular, bastante ambiguo por cierto, que yo pude leer en un perió­
dico de provincia, dirigido a los Gobernadores Civiles, y una combinación
fantasmagórica de Gobernadores, reducida a la destitución de uno, cierta­
mente digno de tal medida, pero no digno ahora, sino hace tres meses.

524
Y quedan otros muchos que están presidiendo el caos, que parecen nacidos
para esa triste misión, y entre ellos y al frente de ellos un anarquista con
fajín, y he nombrado al Gobernador Civil de Asturias, que no parece una
provincia española, sino una provincia rusa. (Fuertes protestas.) (Un señor
Diputado’. Y eso ¿qué es? Nos está provocando.) (El señor Presidente agita
la campanilla reclamando orden.)
Yo digo, señor Presidente del Consejo de Ministros, compadeciendo a
su señoría por la carga ímproba que el azar ha echado sobre sus espaldas...
(El señor Presidente del Consejo de Ministros: Todo menos que me compa­
dezca su señoría. Pido la palabra.) (Aplausos.) El estilo de improperio ca­
racterístico del antiguo señorito de la ciudad de La Coruña... (Grandes pro­
testas.) (El señor Presidente del Consejo de Ministros: Nunca fui señorito.)
(Varios señores Diputados increpan al señor Calvo Sotelo airadamente.)
El señor Presidente: ¡Orden! Los señores Diputados tomen asiento.
Señor Calvo Sotelo, voy pensando en que es propósito deliberado de su
señoría producir en la Cámara una situación de verdadera pasión y angus­
tia. Las palabras que su señoría ha dirigido al señor Casares Quiroga, olvi­
dando que es el Presidente del Consejo de Ministros, son palabras que no
están toleradas, no en la relación de una Cámara legislativa, sino en la re­
lación sencilla entre caballeros. (Aplausos.)
El señor Calvo Sotelo: Yo confieso que la electricidad que carga la at­
mósfera presta a veces sentido erróneo a palabras pronunciadas sin la más
leve maligna intención. (Protestas.)
Señor Presidente del Consejo de Ministros, cuando yo comenté, con hon­
rada sinceridad, que me producía una evidente pesadumbre comprender la
carga que pesa sobre sus hombros (no importa ser adversario político para
apreciar cuándo las circunstancias de un país pueden significar para el más
enconado y resuelto de esos adversarios una pesadumbre y cuándo pueden
significar, por el contrario, una holgura, un regocijo y una tranquilidad),
su señoría me contestó en términos que parlamentariamente yo no he de
rechazar, claro está, pero que eran francamente despectivos, diciendo que
la compasión mía la rechazaba de modo airado, y entonces yo quise decir
al señor Casares Quiroga, al cual, sin haberle tratado, he conocido de lejos
en la capital de La Coruña como un... —ya no encuentro palabra que no
moleste a su señoría, pero conste que no quiero emplear ninguna con mala
intención— “sportman”, como un hombre de burguesa posición, un hom­
bre de plácido vivir, pero acostumbrado, sin embargo, que es lo que yo
quería decir, al estilo de improperio, porque su señoría, siendo hombre re­
presentativo de la burguesía coruñesa, sin embargo, era el líder de los obre­
ros sindicalistas, de los más avanzados, y con frecuencia les dirigía soflamas
revolucionarias; quise decir, repito, que no me extrañaba que, en el estilo
de improperio de su señoría, tuviera para mí palabras tan despectivas. ¿In­
tención maligna? Ninguna. (Rumores.) Si la tuviera, lo diría. (Más rumores.)
Pero ¿adonde vamos a parar, señores? ¿Me creéis capaz de la cobardía de
rectificar un juicio que yo haya emitido aquí? Si hubiera querido ofender,

525
lo diría, sometiéndome a todas las sanciones. (Grandes rumores y protes­
tas.) (El señor Presidente reclama orden.)
Lamento que se haya alargado mi intervención por este último incidente
y concluyo volviendo con toda seriedad y con toda reflexión a lo que qui­
siera que fuese capítulo final de mis palabras, y es que anteayer ha pro­
nunciado el señor Largo Caballero un nuevo discurso, uno nuevo, no por­
que el señor Largo Caballero —y esto es en elogio de su consecuencia po­
lítica— cambie de ideales, sino porque es el último, y en él, quizá con mayor
estruendo, con mayor solemnidad, con mayor rotundidez, ha acentuado su
posición política. El señor Largo Caballero ha dicho terminantemente en
Oviedo —aquí tengo el texto, pero no es cosa de leerlo y os evito esa mo­
lestia— que ellos van resueltamente a la revolución social, y que esta política,
la política del Gobierno del Frente Popular, sólo es admisible para ellos en
tanto en cuanto sirva el programa de la revolución de Octubre, en tanto en cuan­
to se inspire en la revolución de Octubre. Pues basta, señor Presidente del Con­
sejo; si es cierto eso, si es cierto que su señoría, atado umbilicalmente a esos
grupos, según dijo aquí en ocasión reciente, ha de inspirar su política en la
revolución de Octubre, sobran notas, sobran discursos, sobran planes, sobran
propósitos, sobra todo; en España no puede haber más que una cosa: la
anarquía. (Aplausos.)
El señor Presidente: El señor Presidente del Consejo de Ministros tiene
la palabra.
El señor Presidente del Consejo de Ministros (Casares Quirogá): Seño­
res Diputados, yo tenía la decidida intención de esperar a que tomaran parte
en este debate todos los oradores que habían pedido la palabra e intervenir
entonces en nombre del Gobierno; pero el señor Calvo Sotelo ha pronun­
ciado esta tarde aquí palabras tan graves que antes que el Presidente del
Consejo de Ministros quien ha pedido la palabra diré que, impulsivamente,
ha sido el Ministro de la Guerra.
Yo no voy a descender al terreno a que suavemente quería llevarme el
señor Calvo Sotelo, terreno de polémica personal, personalísima, al cual me
está vedado acudir porque yo no puedo olvidar que aquí soy el Presidente
del Consejo. Ocasiones ha tenido en la vida el señor Calvo Sotelo para en­
contrar a Santiago Casares. Hoy no encontrará aquí más que al Jefe del Go­
bierno. (Muy bien.) Pero el señor Calvo Sotelo —perdóneme el señor Gil
Robles que deje el examen de su discurso para después, en gracia a lo in­
teresante que resulta refutar inmediatamente las afirmaciones del señor Calvo
Sotelo—, con una intención que yo no voy a analizar, aunque pudiera ha­
cerlo, ha venido esta tarde a tocar puntos tan delicados y a poner los dedos,
cruelmente, en llagas que, como español simplemente, debiera cuidar muy
mucho de no presentar, que es obligado al Ministro de la Guerra el interve­
nir inmediatamente para desmentir en su fundamento todas las afirmaciones
que ha hecho el señor Calvo Sotelo.
Que el Ministro de la Guerra ha tomado determinadas medidas porque
se las ha impuesto el Frente Popular de tal sitio o la Comisión de tal otro,
exigiéndole hasta plazo y tope de fecha. ¡Pero, señor Calvo Sotelo, cuándo

526
me conocerá su señoría! ¡Aceptar yo ni como particular ni como ciudadano
que se viniera a ingerir nadie en las funciones de un Ministerio tan delicado
como el que represento, porque se me pusiera una condición, o un tope,
o una fecha por parte de los elementos políticos que fuere, aunque fueran
los más afines! De ninguna manera, señor Calvo Sotelo. Y por eso, contes­
tando a lo que su señoría decía cuando afirmaba que tal traslado se había
hecho por imposición y tal otro se había ordenado incluso marcándoseme
el número de horas en que se había de realizar, digo a su señoría que eso
es absolutamente inexacto.
Yo no quiero incidir en la falta que cometía su señoría, pero sí me es
lícito decir que después de lo que ha hecho su señoría hoy ante el Parla­
mento, de cualquier caso que pudiera ocurrir, que no ocurrirá, haré respon­
sable ante el país a su señoría. (Fuertes aplausos.)
No basta por lo visto que determinadas personas, que yo no sé si son
amigas de su señoría, pero tengo ya derecho a empezar a suponerlo, vayan
a procurar levantar el espíritu de aquellos que pueden creerse que serían
fáciles a la subversión, recibiendo a veces por contestación el empellón que
los arroja por la escalera; no basta que algunas personas amigas de su se­
ñoría vayan haciendo folletos, formulando indicaciones, realizando una pro­
paganda para conseguir que el Ejército, que está al servicio de España y
de la República, pese a todos vosotros y a todos vuestros manejos, se su­
bleve (Aplausos)’, no basta que después de habernos hecho gustar las “dul­
zuras” de la Dictadura de los siete años, su señoría pretenda ahora apoyarse
de nuevo en un Ejército, cuyo espíritu ya no es el mismo, para volvernos a
hacer pasar por las mismas amarguras; es preciso que aquí, jante todos
nosotros, en el Parlamento de la República, su señoría, representación estric­
ta de la antigua Dictadura, venga otra vez a poner las manos en la llaga,
a hacer amargas las horas de aquellos que han sido sancionados, no por mí,
sino por los Tribunales; es decir, a procurar que se provoque un espíritu
subversivo. Gravísimo, señor Calvo Sotelo. Insisto: si algo pudiera ocurrir,
su señoría sería el responsable con toda responsabilidad. (Muy bien. Aplausos.)
Yo había agradecido a la discreción del señor Gil Robles que hubiese
eludido en el debate de esta tarde tocar temas tan delicados. El señor Gil
Robles, que tiene un cierto marcado sentido de la responsabilidad, se daba
cuenta de que era perfectamente injustificado, y más que injustificado, cen­
surable, el traer aquí temas, algunos de los cuales en este momento aún
están sometidos a la acción de los Tribunales; pero el señor Calvo Sotelo,
sin sentido ninguno de responsabilidad, sin más espíritu que el que le lleva
a deshacer todo aquello que ha construido la República, todo aquello que
pueda servir de base a la República, sea el Ejército, sea el Parlamento,
viene aquí hoy con dos fines: el de buscar la perturbación parlamentaria,
para acusar una vez más al Parlamento de que no sirve para nada, y el de
buscar la perturbación en el Ejército, para, apoyándose, quizá, en alguna
figura destacada, volver a gozar de las delicias de que antes hablábamos.
No sueñe en conseguir éxito, señor Calvo Sotelo: ni el Parlamento, cuales­
quiera que sean los improperios de su señoría, ha de rebajarse un ápice en

527
su valía, en su actividad, en su fecundidad, ni el Ejército, no sólo mientras
esté yo al frente de él, sino mientras esté persona de responsabilidad y con
sentido de ella, hará en España otra cosa que cumplir con su deber, apoyar
el régimen constituido y defenderlo en cualquier caso. Téngalo por seguro
su señoría, aunque la risa le retoce. Me pareció notar un gesto irónico en
su señoría. Quizá estemos bajo los auspicios de la suspicacia. Ni el Ejército,
ni mucho menos ese Cuerpo de la Guardia Civil, a quien su señoría quería
traer también al palenque para erigirse en su único defensor, como si no
estuviera aquí yo dos años defendiéndole constantemente y haciendo lo que
no habéis hecho vosotros ni con monarquía, ni con dictadura, ni con nada:
darle algo más que palabras, apoyo moral y apoyo material. Inútil, señor
Calvo Sotelo. Todos esos juegos no servirán más que para revelar una cosa:
que algunas actividades van poniéndose al descubierto. {Muy bien.)
Y ahora, separado este asunto, dado el mentís que era preciso a las afir­
maciones del señor Calvo Sotelo, voy a examinar, siquiera sea rápidamente,
porque la hora es avanzada, las afirmaciones hechas, tanto por el señor Gil
Robles como por el señor Calvo Sotelo, en orden a la proposición no de Ley
que se ha presentado a la deliberación del Parlamento. Estas afirmaciones
se reducen estrictamente a esto: dada una estadística de hechos, todos ellos
censurables, todos ellos reprobables, teniendo el Gobierno en su mano los
poderes excepcionales que le confiere la Ley de Orden Público y habiendo
hecho uso de ellos, esos hechos punibles no han desaparecido y, por consi­
guiente, el Gobierno está fracasado.
Es necesario tener siempre muy presente, para un temperamento como
el mío, el puesto que desempeño y la responsabilidad que sobre mí pesa
para no sentir, por lo menos, asombro al ver que quienes se levantan repre­
sentando a las oposiciones para acusar al Gobierno punto menos que de
tolerar actos subversivos y actos de exaltación son aquellos mismos que
durante dos años, que a muchos de nosotros nos han parecido un poco lar­
gos, han vejado, perseguido, encarcelado, maltratado, torturado, llegando a
límites como jamás se había llegado, creando un fondo de odio, de verda­
dero frenesí en las masas populares, y que vengan a reprocharnos las con­
secuencias de todo eso. ¡Pero si estáis examinando vuestra propia obra!
(Muy bien.) ¿Es que todo el furor contenido en las masas populares, cada
una de las cuales, como se dijo aquí brillantemente, tenía en su espíritu, y
a veces en sus carnes, huellas de vuestra política, es que esto iba a corregirse
en dos días y a testarazos?
Porque así quisierais que esto se hiciera, señalaba el señor Gil Robles,
para expresar su asombro ante la dejadez del Estado, un caso concreto: el
de las minas en que se habían encerrado los obreros llevando consigo un
ingeniero extranjero —exacto, señor Gil Robles—, y reprochando al Go­
bierno, como caso de vergüenza, el que inmediatamente no hubiera tomado
medidas vigorosas para acabar con esa situación, que se ha terminado por
vía suasoria. ¿Cuáles son las medidas que vosotros hubiérais tomado? En
una mina de carbón, con dinamita, con grisú, ¿hacer bajar un piquete de
guardias de Asalto, disparar sobre los obreros y que volasen los obreros y el

528
ingeniero extranjero y la mina y los guardias de Asalto y todo y erigir sobre
un montón de cadáveres la estatua un poco triste de vuestra autoridad?
(Muy bien.)
No ha sido, naturalmente, una cosa satisfactoria para el Gobierno tener,
día tras día, que hacer gestiones, no diré que amistosas, autoritarias, pero
convincentes, para que estos hombres abandonaran la mina. Han tardado al­
gunos días, pero la han abandonado por imperio de la autoridad. Si esto es
mala política declaro que no me arrepiento de ella y estoy dispuesto a se­
guirla siempre. (Aplausos.) En otros casos la autoridad se ha impuesto, y en
esa larga lista que he leído, casi tan impresionante como aquellas que el
señor Calvo Sotelo daba en otras sesiones para que figurasen en el Diario
de Sesiones, el señor Gil Robles trataba de fundamentar el fracaso del Go­
bierno. En primer lugar, si examinásemos uno por uno los casos que figuran
en las distintas listas quizá hubiera sorpresas, porque aquellos de los que de­
ducía su señoría nuestra gran vergüenza en el extranjero son totalmente
falsos, señor Gil Robles; es equivocada la información que ha recibido su
señoría, a pesar de merecerle tanta confianza. Creo que su señoría citaba el
caso Canarias diciendo que nuestra Escuadra no pudo abastecerse. ¡Pero
si tan pronto como llegó fue abastecida por un barco petrolero que había allí!
(El señor Gil Robles’. Pero no el abastecimiento ordinario, por la huelga de
los obreros, lo cual no fue obstáculo para que se abasteciera un crucero ale­
mán.) (El señor Valle: Eso no es exacto.)
No tiene nada de particular que su señoría esté mal informado, señor
Gil Robles. Su señoría, como el señor Ministro de la Gobernación, como yo
a veces, recibimos telegramas de gentes que ven fantasmas, o que procuran
verlos, y así se da el caso de que al Ministro de la Gobernación y a la Pre­
sidencia llegan en muchas ocasiones telegramas advirtiendo ocupaciones de
fincas o incendios de mieses o actos de sabotaje o de violencia de cualquier
género y tan pronto como se encomienda a las autoridades locales o a las
autoridades provinciales o, sobre todo, como solemos hacer, a la Guardia
Civil, la investigación, se averigua que no ha habido semejantes invasores,
semejantes incendios o semejantes violencias. Esto no es que suceda siem­
pre; pero sí con una frecuencia tal que resulte muy cómodo componer des­
pués estadísticas para, como dirían allende los Pirineos, “épater le bon bour-
geois”. Restos de mi señoritismo, señor Calvo Sotelo. (Risas.)
¡Que el Gobierno ha fracasado en cuanto a las medidas de orden públi­
co que haya tomado (y al hablar del Gobierno, hago como su señoría cuenta
desde el 16 de febrero, haciéndome totalmente solidario de la tremenda res­
ponsabilidad de la persona que ocupaba la cabecera del banco azul y de
todos los demás que con él formaban parte del Gobierno de la República),
que ha fracasado en todas las manifestaciones de orden público! Vosotros
sabéis bien que no. ¿Verdad, señor Calvo Sotelo? ¿Cuándo se ven ahora
por las calles aquellas manifestaciones fascistas alargando las manos, inju­
riando a los Ministros, rodeando los Centros públicos, gritando, disparando
tiros, etc.? Pero, ¿dónde está todo eso? En algún sector parece que hemos
impuesto un poco la serenidad. No es ahí, ciertamente, donde ha fracasado

529
34
el orden público. ¿Se trata de actos, reprobables siempre, de otro tipo que
producen una inquietud extraordinaria (no sé si era el señor Gil Robles o el
señor Calvo Sotelo quien se refería a ello), causando una impresión increí­
ble de inquietud? Yo declaro que esta inquietud, que no tendría justificación
por los escasos actos de violencia que se han producido, no existe. Los es­
pectáculos públicos abarrotados, las calles pictóricas, la gente por todas
partes sin preocuparse de que pueda pasar nada extraordinario, y a pesar
de esa inmensa fábrica de bulos que tenéis preparados para lanzar todas las
noches, el Ministro de la Guerra y el Ministro de la Gobernación tan tran­
quilos, sabiendo que no ha de pasar nada. ¿En dónde están, pues, esos terri­
bles límites de inquietud a que sus señorías querían llevarnos, como presen­
tando a todo el país en plena anarquía?
¡Ah! ¿Es que hay paz? No; sería insensato que yo viniera a decir que
existe una paz absoluta en España. No; hay la relativa paz, la suficiente para
que algunas regiones españolas estos días hayan visto abarrotados sus ho­
teles con extranjeros que venían a buscar un poco de tranquilidad en Espa­
ña; hay la suficiente para que sus señorías y todos nosotros podamos andar
por ahí adelante sin que nadie nos perturbe, ni siquiera esos fantásticos,
no sé si jinetes o simplemente peatones, del Socorro Rojo, de los cuales
tanto se habla. Porque aquí, un día, y reciente, dieron la voz de alarma, e
incluso se habló de un rapto, de un secuestro, de algo realizado por los emi­
sarios del Socorro Rojo en las proximidades de Madrid, hasta conseguir que
un matrimonio forastero aportara la cantidad que se le exigía. Declaro que
tanto por conducto del Ministerio de la Gobernación como por otros me­
dios que tenemos a nuestro alcance se han hecho todas las investigaciones
posibles para averiguar dónde, cuándo y cómo se habían realizado estos
actos, y nadie ha dado cuenta de ellos, ni siquiera aquellos que sufrieron la
vejación.
i Sería insensato, digo, negar que se ha producido un estado de perturba­
ción, que afirmo es inferior al que había hace cuatro meses, y precisamente
porque el Gobierno está dispuesto a terminar con él, sin esperar a que ter­
mine lentamente, es por lo que se ha dado la nota que salió el otro día del
Consejo de Ministros, nota que será, según vosotros, la confesión paladina
de un fracaso, pero que, desde luego, es la intención y la realidad del anun­
cio de una determinación fírme del Gobierno. ¿Determinación firme señalada
solamente en ese telegrama circular que vio el señor Calvo Sotelo? No; seña­
lada en una serie de telegramas, en una serie de órdenes concretas a cada
provincia, en una serie de medidas que sería enojoso ir ahora exponiendo
una por una, pero que se reducen a esto: que el Gobierno está dispuesto a
usar la ley en la medida que le ha sido otorgada para acabar de una vez
con todo acto de violencia y hacer que todo el mundo viva dentro de la ley.
(Muy bien.) El Gobierno está dispuesto a hacerlo, y me atrevo a asegurar
que encontrará los apoyos necesarios para que este deseo suyo lo sea del
Frente Popular entero. Palabras de paz he oído esta tarde, dictadas por la
sinceridad, al señor De Francisco, que lo demuestran. (El señor Ventosa pide
la palabra.)

530
¿Actos violentos, actos de aquellos de que se acusaba a elementos del
Socorro Rojo? Esos ni son del Socorro Rojo, ni son del Frente Popular ni
tienen nada que ver con nosotros. Contra ellos, vosotros y nosotros, el Go­
bierno y el conjunto de las autoridades irán, pase lo que pase. ¿Qué pudiera
haber desbordamientos en ciertas organizaciones en virtud de los cuales se
salieran estas organizaciones de la ley? Pues serán tratadas como organiza­
ciones fuera de la ley. Cualquier acto de violencia que se realice o se piense
realizar, tan pronto sea descubierto por la autoridad, será en el momento
sancionado. Y será sancionado con arreglo a las normas de rapidez y de
eficacia que nos facilitan los poderes que se nos han concedido a través del
otorgamiento de la prórroga del estado de alarma. Los poderes esos, no otros.
Yo no sé si individualidades sueltas de los partidos, si personas un poco bam­
boleantes en sus sentimientos democráticos, habrán podido pensar en pode­
res excepcionales, en plenos poderes. Para mí, Jefe de este Gobierno; para
mí, republicano y demócrata; para mí, hombre que ha jurado cumplir y hacer
cumplir la Constitución, no hay necesidad de más poderes que los que están
dentro de las leyes aprobadas por las Cortes, y ni el partido a que pertenezco,
ni ninguno de los que forman parte del Frente Popular, ha hablado como
partido, de semejantes poderes. Políticamente los rechazamos, porque son
contrarios a nuestras doctrinas. Emplearlos sería, sencillamente, abrir el ca­
mino a la dictadura, y cualquiera que sea el placer que con ello os cause a
vosotros, sabed que yo, y todos mis compañeros de Gobierno, y estoy seguro
de que todo el Frente Popular, siempre, cuantas veces se presente delante,
iremos contra la dictadura.
El señor Presidente: ¿Me permite el señor Presidente del Consejo de
Ministros que proponga a la Cámara la prórroga de la sesión hasta que
termine el debate?
El señor Presidente del Consejo de Ministros (Casares Quirogá): Con
mucho gusto.
Hecha la correspondiente pregunta, se acordó, de conformidad con la
propuesta de la Presidencia.
El señor Presidente: Puede continuar su discurso el señor Presidente del
Consejo de Ministros.
El señor Presidente del Consejo de Ministros (Casares Quirogá): Y desde
el punto de vista constitucional, ¿para qué hablar de eso, si es algo totalmente
imposible de alcanzar? Si alguna vez, para la rapidez de la ejecución de nues­
tro programa, que es el programa del Frente Popular, y no otro, necesitamos
acudir a las facilidades que da el artículo 61 de la Constitución, aquí ven­
dremos a la Cámara a pedirlo, sencillamente. Y si alguna vez se hace preciso,
como yo lo he creído, y por eso lo he dicho desde la cabecera del banco
azul, dar más rapidez, mayor velocidad a las determinaciones de la Cámara,
para que nadie pueda pedirnos que marchemos con un ritmo más acelerado
cuando resulte que nuestras iniciativas aquí se detienen, entonces, aunque
no se haya articulado de momento, propondremos una reforma del Regla­
mento de la Cámara.
Pero nosotros ni queremos, ni deseamos ni solicitamos plenos poderes,

531
ni sabemos de qué se trata cuando de ellos se habla. El señor Calvo Sotelo,
marchando en este camino abierto por el señor Gil Robles, y aún el propio
señor Gil Robles, en cuyos labios tenía más interés la declaración, señala­
ban que las perturbaciones de orden público que pueda haber en España
ni se cortarán por la constitución del Gobierno que deriva de un Frente
Popular, el cual parece ser como un confeccionador especial de perturbacio­
nes, ni, sobre todo, porque hay una especie de enfermedad endémica en Es­
paña desde hace varios años que determina que la democracia esté moribunda.
En punto a opinar, naturalmente que mis contrincantes tienen plena libertad;
pero, por lo menos, quienes formamos en las filas republicanas, que somos
los que representamos en este momento al Frente Popular con todo su pro­
grama íntegro, puestos de acuerdo con los compañeros proletarios, tenemos
una fe absoluta, terminante, incontrastable, inconmovible en las virtudes de la
democracia, y cualquiera que sea el espectáculo que se dé, siempre arreglable
y siempre arreglado dentro de los cauces de la democracia; cualesquiera que
sean los actos violentos, justificados, como os decía antes, por una pasión
contenida durante dos años, la democracia encontrará medios hábiles de aco­
rrer con la libertad a la curación de esos males. Es una cuestión de fe, y no
voy a pedir a sus señorías que la compartan. ¿Cómo se lo voy a pedir al
señor Calvo Sotelo que es el antípoda?
Importaba también señalar un caso que quizá no esté de más dejar bien
marcado ante la atención de la Cámara. Se habla constantemente —vosotros
os habéis hecho eco de ello— de que todas las perturbaciones que se pro­
ducen hoy en las ciudades y en el campo españoles son causadas, cabalmente,
por los elementos integrantes del Frente Popular, y aun por otros que, no
formando parte de él, son afines y pertenecen a la gran masa del proletariado.
También habría que examinar esto muy de cerca, señor Gil Robles. También
en esa larga lista de su señoría habría que ir estudiando caso por caso para
ver cuáles son las actitudes de aquellas gentes, que no quiero llamar burgueses
en contraposición de los proletarios, que por tener una cierta afinidad con
vosotros, no digo que tengáis un control sobre ellas, pero sí que tenéis una
bastante y consecuente comunicación. Me refiero concretamente a la clase
patronal. ¿Es que estos patronos son siempre las víctimas? ¿No ponen nunca
dificultad ninguna? ¿No son muchas veces los que encienden la yesca que ha
de producir la llamarada de la indignación en las clases populares? ¿Queréis
un caso? El señor Gil Robles citaba un botón de muestra; ahí va otro: Al­
mendralejo. Es éste uno de los términos minicipales más ricos de la provincia
a que pertenece; es un sitio donde siempre ha habido trabajo; pues bien: este
año, sistemáticamente, los patronos se niegan a darlo. Y tendrán que darlo,
o nosotros estaremos de más en el banco azul. (Muy bien.} (El señor Daza:
Hace dos meses ha habido alojamientos forzosos de obreros.) (Fuertes ru­
mores y protestas.) (La señora Nelken: Un determinado señor es dueño de
casi todo el término, y no da trabajo. ) (El señor Presidente reclama orden.)
Si su señoría no lo sabe, yo voy a revelarle un secreto a este respecto. En
Almendralejo, la clase patronal, siguiendo en esto determinada táctica, que
no apoyo, y copiándola de otros sectores, se ha reunido y ha constituido una

532
especie de Sociedad, en la que se han adoptado acuerdos secretos. ¿Sabe
su señoría cuál ha sido uno de ellos? Pues la ejecución de los que falten a
sus decisiones. Es decir, que aquí tenemos el pistolerismo metido en la clase
patronal. (Rumores.) Cuando se lo digo a su señoría es que lo sé. Y es que
no se puede ir infiltrando en una clase, cualquiera que ella sea, el espíritu
de odio y de lucha. Nos encontrábamos antes con un fenómeno existente:
la lucha de clases. Esta lucha de clases era una realidad, no sólo por una
parte, sino más especialmente por la otra. Ateneos a las consecuencias; pero
el Gobierno, que no es responsable de que estas actitudes provoquen deter­
minados actos, acude inmediatamente a corregirlos.
¿Y qué me decís de la Patronal madrileña? Yo no quiero traer aquí cosas
minúsculas, pero esto lo estamos viviendo. Cuando el Gobierno, haciendo
uso de esa autoridad que reclamáis y obedeciendo a dictados de su dignidad,
establece ciertas bases, determinadas condiciones en el trabajo de los obreros,
los patronos se niegan a cumplirlas. Hoy es el día en que no todos las han
cumplido. Tengan la seguridad sus señorías de que en este caso, como en
otros, el Gobierno impondrá su autoridad, sin teatralidad, sin excesos de
gesto ni de palabra, porque para atribuirme a mí excesos verbalistas ya
hay que tener imaginación. (Risas.) (El señor Gil Robles: Excesos, no; ex­
clusividades verbalistas; no acciones.) (Rumores.)
La actitud que los patronos de algunas poblaciones y la clase patronal
del campo han tomado con acritud determina una serie de luchas violentas.
Yo no voy a defender a los que adoptan esas actitudes, sino que trato de ex­
plicar el fenómeno.
¿Qué tenemos en el campo? La mayor parte de las veces, como ocu­
rrió en el pueblo que antes he citado, negativa sistemática de los patronos
a dar trabajo. En otros sitios acuden los patronos, no siempre, a los orga­
nismos del Estado encargados de arbitrar estos conflictos, pero no acuden
personalmente, sino que, por vivir ausentes desde siempre, mandan a unos
representantes que en realidad no tienen representación alguna y que no
saben qué hacer. Otras veces, como sucedió en la huelga del ferrocarril de
Langreo, los representantes van sin instrucciones; simplemente para ver si
pasa el tiempo y se excitan los ánimos. En suma, estamos en que no sólo
por un lado, sino por el otro, se van agriando estos problemas y en que
se está tratando de provocar convulsiones constantes a las que el Gobierno no
puede asistir con los brazos cruzados. El Gobierno, en cada caso, acude con
sus medios, intervienen los órganos de él a quienes competen estas cuestiones
y, en resumen, está dispuesto a sancionar dura y rápidamente a todos aque­
llos que no acaten sus disposiciones, llámense patronos o llámense obreros.
Sépanlo todos. (El señor Gil Robles pide la palabra.)
¿Qué España no nos va a creer? ¿Cuál España? ¿La vuestra, ya que,
por lo visto, estamos dividiendo a España en dos? ¿Qué España no nos va
a creer? Señor Gil Robles y señor Calvo Sotelo, no quiero incurrir en palabras
excesivas; a los hechos me remito. Ya veremos si España nos cree o no.
(Prolongados aplausos de la mayoría.)
El señor Presidente: Distintos señores Diputados han pedido la palabra.

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He de considerar el acuerdo adoptado por la Cámara hace unos minutos
en el sentido de que, haciendo un poco expansiva la interpretación del Re­
glamento en lo que se refiere a las proposiciones no de ley, puedan intervenir
en el debate los señores Diputados que lo han solicitado.
La señora Ibarruri tiene la palabra.
La señora Ibarruri: Señores Diputados, por una vez, y aunque ello pa­
rezca extraño y paradójico, la minoría comunista está de acuerdo con la pro­
posición no de ley presentada por el señor Gil Robles, proposición tendente
a plantear la necesidad de que termine rápidamente la perturbación que existe
en nuestro país; pero si en principio coincidimos en la existencia de esta ne­
cesidad, comenzamos a discrepar en seguida, porque para buscar la verdad,
para hallar las conclusiones a que necesariamente tenemos que llegar, vamos
por caminos distintos, contrarios y opuestos.
El señor Gil Robles ha hecho un bello discurso, y yo me voy a referir
concretamente a él, ya que al señor Calvo Sotelo le ha contestado cumpli­
damente el señor Casares, poniendo al descubierto los propósitos de pertur­
bación que traía esta tarde al Parlamento, con el deseo, naturalmente, de que
sus palabras tuvieran repercusiones fuera de aquí, aunque por necesidad me
referiré también en algunos casos concretos a las actividades del señor Calvo
Sotelo.
Decía que el señor Gil Robles había pronunciado un bello discurso, tan
bello y tan ampuloso como los que el señor Gil Robles acostumbraba a pro­
nunciar cuando en plan de Jefe indiscutible —esto no se lo reprocho— iba
por aldeas y ciudades predicando la buena nueva del socialismo cristiano, la
buena nueva de que la justicia distributiva se tradujese en hechos de gobierno,
cuando el señor Gil Robles participaba intensamente en él, tales como el
establecimiento de los jornales católicos en el campo, de los jornales de 1,50 y
de dos pesetas.
El señor Gil Robles, hábil parlamentario y no menos hábil esgrimidor de
recursos oratorios, retóricos, de frases de efecto, apelaba a argumentos no
muy convincentes, no muy firmes, tan escasos de solidez como la afirmación
que hacía de la falta de apoyo por parte del Gobierno a los elementos pa­
tronales. Y al argüir con argumentos falsos, sacaba, naturalmente, falsas con­
clusiones; pero muy de acuerdo con la misión que quien puede le ha confiado
en esta Cámara y que su señoría, como los compañeros de minoría, sabe
cumplir a la perfección, esgrimía una serie de hechos sucedidos en España,
que todos lamentamos, para demostrar la ineficacia de las medidas del Go­
bierno, el fracaso del Frente Popular. Su señoría comenzaba a hacer la re­
lación de hechos solamente desde el 16 de febrero, y no obtenía una con­
clusión, como muy bien le han dicho los señores Diputados que han inter­
venido; no obtenía la conclusión de que es necesario averiguar quiénes son los
que han realizado esos hechos, porque el señor Gil Robles no ignora, por
ejemplo, que, después de la quema de algunas iglesias, en casa de deter­
minados sacerdotes se han encontrado los objetos del culto que en ocasiones
normales no suelen estar allí. {Grandes rumores.)
No quiero hacer simplemente un discurso; quiero exponer hechos, porque

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los hechos son más convincentes que todas las frases retóricas, que todas las
bellas palabras, ya que a través de los hechos se pueden sacar consecuencias
justas y a través de los hechos se escribe la Historia. Y como yo supongo
que el señor Gil Robles, como cristiano que es, ha de amar intensamente
la verdad y ha de tener interés en que la Historia de España se escriba de
una manera verídica, voy a darle algunos argumentos, voy a refrescarle la
memoria y a demostrarle, frente a sus sofismas, la justeza de las conclusiones
adonde yo voy a llegar con mi intervención.
Pero antes permítame su señoría poner al descubierto la dualidad del
juego, es decir, las maniobras de las derechas, que mientras en las calles
realizan la provocación, envían aquí unos hombres que, con cara de niños
ingenuos (Risas), vienen a preguntarle al Gobierno qué pasa y a dónde vamos.
(Grandes aplausos.) Señores de las derechas, vosotros venís aquí a rasgar
vuestras vestiduras escandalizados y a cubrir vuestras frentes de ceniza, mien­
tras, como ha dicho el compañero De Francisco, alguien, que vosotros cono­
céis y que nosotros no desconocemos tampoco, manda elaborar uniformes
de la Guardia Civil con intenciones que vosotros sabéis y que nosotros no
ignoramos, y mientras, también, por la frontera de Navarra, señor Calvo
Sotelo, envueltas en la bandera española, entran armas y municiones con
menos ruido, con menos escándalo que la provocación de Vera del Bidasoa,
organizada por el miserable asesino Martínez Anido, con el que colaboró
su señoría (Muy bien) (Grandes aplausos), y para vergüenza de la Repú­
blica española, no se ha hecho justicia ni con él ni con su señoría, que con
él colaboró. (Prolongados aplausos.) (El señor Calvo Sotelo: Protesto contra
esos insultos dirigidos a un ausente.) (El señor Presidente agita la campanilla
reclamando orden.) Como digo, los hechos son mucho más convincentes que
las palabras. Yo he de referirme no solamente a los ocurridos desde el 16 de
febrero, sino un poco tiempo más atrás, porque las tempestades de hoy son
consecuencia de los vientos de ayer. (Varios señores Diputados: Exacto.)
¿Qué ocurrió desde el momento en que abandonaron el Poder los elemen­
tos verdaderamente republicanos y los socialistas? ¿Qué ocurrió desde el mo­
mento en que hombres que, barnizados de un republicanismo embustero
(Muy bien), pretextaban querer ampliar la base de la República, ligándoos
a vosotros, que sois antirrepublicanos, al Gobierno de España? Pues ocurrió
lo siguiente: Los desahucios en el campo se realizaban de manera colectiva;
se perseguía a los Ayuntamientos vascos; se restringía el Estatuto de Cata­
luña ; se manchaban y se aplastaban todas las libertades democráticas; no se
cumplían las leyes de trabajo; se derogaba, como decía el compañero De
Francisco, la Ley de Términos Municipales; se maltrataba a los trabajadores,
y todo esto iba acumulando una cantidad enorme de odios, una cantidad
enorme de descontento, que necesariamente tenía que culminar en algo, y
ese algo fue el octubre glorioso, el octubre del cual nos enorgullecemos todos
los ciudadanos españoles que tenemos sentido político, que tenemos dignidad,
que tenemos noción de la responsabilidad de los destinos de España frente a
los intentos del fascismo. (Muy bien.)
Y todos estos actos que en España se realizaban durante la etapa que

535
certeramente se ha denominado del “bienio negro” se llevan a cabo, señor
Gil Robles, no sólo apoyándose en la fuerza pública, en el aparato coercitivo
del Estado, sino buscando en los bajos estratos, en los bajos fondos que toda
sociedad capitalista tiene en su seno, hombres desplazados, cruz del prole­
tariado, a los que dándoles facilidades para la vida, entregándoles una pistola
y la inmunidad para poder matar, asesinaban a los trabajadores que se dis­
tinguían en la lucha, y también a hombres de izquierda: Canales, socialista;
Joaquín de Grado, Juanita Rico, Manuel Andrés y tantos otros, cayeron
víctimas de estas hordas de pistoleros, dirigidas, señor Calvo Sotelo, por una
señorita, cuyo nombre, al pronunciarlo, causa odio a los trabajadores espa­
ñoles por lo que ha significado de ruina y de vergüenza para España (Muy
bien), por señoritos cretinos que añoran las victorias y las glorias sangrientas
de Hitler o Mussolini. (Grandes aplausos.)
Se produce, como decía antes, el estallido de octubre; octubre glorioso,
que significó la defensa instintiva del pueblo frente al peligro fascista; porque
el pueblo, con certero instinto de conservación, sabía lo que el fascismo sig­
nificaba: sabía que le iba en ello, no solamente la vida, sino la libertad y
la dignidad, que son siempre más preciadas que la misma vida. Fueron, señor
Gil Robles, tan miserables los hombres encargados de aplastar el movimiento,
y llegaron a extremos de ferocidad tan terribles, que no son conocidos en la
historia de la represión en ningún país. Millares de hombres encarcelados y
torturados; hombres con los testículos extirpados; mujeres colgadas del tri­
motor por negarse a denunciar a sus deudos; niños fusilados; madres enlo­
quecidas al ver torturar a sus hijos; Carbayín; San Esteban de las Cruces;
Villafría; la Cabaña; San Pedro de los Arcos; Luis de Sirval. (Los señores
Diputados de la mayoría, puestos en pie, aplauden durante largo rato.) Cente­
nares de millares de hombres torturados dan fe de la justicia que saben hacer
los hombres de derechas, los hombres que se llaman católicos y cristianos.
Y todo ello, sobre Gil Robles, cubriéndolo con una nube de infamias (El
señor Marco Miranda'. Y negándolo él.), con una nube de calumnias, porque
los hombres que detentaban el Poder no ignoraban en aquellos momentos que
la reacción del pueblo, si éste llegaba a saber lo que ocurría, especialmente
en Asturias, sería tremenda.
Cultivasteis la mentira; pero la mentira horrenda, la mentira infame; cul­
tivasteis la mentira de las violaciones de San Lázaro; cultivasteis la mentira
de los niños con los ojos saltados; cultivasteis la mentira de la carne de cura
vendida a peso; cultivasteis la mentira de los guardias de Asalto quemados
vivos. Pero estas mentiras tan diferentes, tan horrendas todas, convergían a
un mismo fin: el de hacer odiosa a todas las clases sociales de España la
insurrección asturiana, aquella insurrección que, a pesar de algunos excesos
lógicos, naturales en un movimiento revolucionario de tal envergadura, fue
demasiado romántico, porque perdonó la vida de sus más acerbos enemigos,
a aquellos que después no tuvieron la nobleza de recordar la grandeza de alma
que con ellos se había demostrado. (Grandes aplausos.)
Voy a separar los cuatro motivos fundamentales de estas mentiras, que,
como decía antes, convergían en el mismo fin. La mentira de las violaciones,

536
a pesar de que vosotros sabíais que no eran ciertas, porque las muchachas
que vosotros dabais como muertas, y violadas antes de ser muertas por los
revolucionarios, ellas mismas os volcaban a la cara vuestra infamia diciendo:
“Estamos vivas, y los revolucionarios no tuvieron para nosotras más que
atenciones.’* ¡Ah!, pero esta mentira tenía un fin; esta mentira de las vio­
laciones, extendida por vuestra Prensa cuando a la Prensa de izquierdas se
la hacía enmudecer, tendía a que el espíritu caballeroso de los hombres
españoles se pronunciase en contra de la barbarie revolucionaria.
Pero necesitabais más; necesitabais que las mujeres mostrasen su odio a
la revolución; necesitabais exaltar ese sentimiento maternal, ese sentimiento
de afecto de las madres para los niños, y lanzasteis y explotasteis el bulo de los
niños con los ojos saltados. Yo os he de decir que los revolucionarios hubieron,
de la misma manera que los heroicos comunalistas de París, siguiendo su
ejemplo, de proteger a los niños de la Guardia Civil, de esperar a que los
niños y las mujeres saliesen de los cuarteles para luchar contra los hombres
como luchan los bravos: con armas inferiores, pero guiados por un ideal,
cosa que vosotros no habéis sabido hacer nunca. (Aplausos.)
La mentira de la carne de cura vendida al peso. Vosotros sabéis bien
—nosotros tampoco lo desconocemos— el sentimiento religioso que vive en
amplias capas del pueblo español, y vosotros queríais, con vuestra mentira
infame, ahogar todo lo que de misericordioso, todo lo que de conmiseración
pudiera haber en el sentimiento de estos hombres y de estas mujeres que
tienen ideas religiosas hacia los revolucionarios.
Y viene la culminación de las mentiras: los guardias de Asalto quemados
vivos. Vosotros necesitabais que las fuerzas que iban a Asturias a aplastar
el movimiento fuesen, no dispuestas a cumplir con su deber, sino impregnadas
de un espíritu de venganza, que tuviesen el espolique de saber que sus com­
pañeros habían sido quemados vivos por los revolucionarios. Ahí convergían
todas vuestras mentiras, como he dicho antes: a hacer odiosa la revolución,
a hacer que los trabajadores españoles repudiasen, por todos estos motivos,
el movimiento insurreccional de Asturias.
Pero todo se acaba, señor Gil Robles, y cuando en España comienza a
saberse la verdad, el resultado no se hace esperar, y el día 16 de febrero, el
pueblo, de manera unánime, demuestra su repulsa a los hombres que cre­
yeron haber ahogado con el terror y con la sangre de la represión los anhelos
de justicia que viven latentes en el pueblo. Y los derrotados de febrero,
aquellos que se creían los amos de España, no se resignan con su derrota y
por todos los medios a su alcance procuran obstaculizar, procuran entor­
pecer esta derrota, y de ahí su desesperación, porque saben que el Frente
Popular no se quebrantará y que llegará a cumplir la finalidad que se ha
trazado. Por eso precisamente es por lo que ellos en todos los momentos
se niegan a cumplir los laudos y las disposiciones gubernamentales, se niegan
sistemáticamente a dar satisfacción a todas las aspiraciones de los trabajado­
res, lanzándolos a la perturbación, a la que van, no por capricho ni por
deseo de producirla, sino obligados por la necesidad, a pesar de que el señor
Calvo Sotelo, acostumbrado a recibir las grandes pitanzas de la Dictadura,

537
crea que los trabajadores españoles viven como vivía él en aquella época. ¿Por
qué se producen las huelgas? ¿Por el placer de no trabajar? ¿Por el deseo de
producir perturbación? No. Las huelgas se producen porque los trabajadores
no pueden vivir, porque es lógico y natural que los hombres que sufrieron
las torturas y las persecuciones durante la etapa que las derechas detentaron
el Poder quieran ahora —esto es lógico y natural— conquistar aquello que
vosotros les negabais, aquello para lo cual vosotros les cerrabais el camino en
todos los momentos. No tiene que tener miedo el Gobierno porque los tra­
bajadores se declaren en huelga; no hay ningún propósito sedicioso contra el
Gobierno en estas medidas de defensa de los intereses de los trabajadores,
porque ellas no representan más que el deseo de mejorar su situación y de
salir de la miseria en que viven.
Hablaban algunos señores de la situación en el campo. Yo también quiero
hablar de la situación en el campo, porque tiene una ligazón intensa con la
situación de los trabajadores de la ciudad, porque pone una vez más al des­
cubierto la ligazón que existe entre los dueños de las grandes propiedades,
que en el campo se niegan sistemáticamente a dar trabajo a los campesinos
y consienten que las cosechas se pierdan, y estas Empresas, que como la de
calefacción y ascensores, como la de la construcción, como todas las que
se hallan en conflicto con sus obreros, se niegan a atender las reivindicacio­
nes planteadas por los trabajadores. Esto se liga a lo que yo decía antes: al
doble juego de venir aquí a preguntar lo que ocurre y continuar perturbando
la situación en la ciudad y en el campo.
Concretamente, voy a referirme a la provincia de Toledo, y al hablar
de la provincia de Toledo reflejo lo que ocurre en todas las provincias agra­
rias de España. En Quintanar de la Orden hay varios terratenientes (y esto
es muy probable que lo ignore el señor Madariaga, atento siempre a defender
los intereses de los grandes terratenientes) que deben a sus trabajadores los
jornales de todas las faenas de trabajo del campo. ¿Qué diría el señor Ma­
dariaga si en un momento determinado estos trabajadores de Quintanar de la
Orden, como los de Almendralejo, como los de tantos otros pueblos de España,
se lanzasen a cobrar lo que es suyo en justicia? ¡Ah! Vendría aquí a hablar de
perturbaciones, vendría aquí a decir que el Gobierno no tiene autoridad, vendría
aquí, como van viniendo ya con excesiva tolerancia de estos hombres, a entor­
pecer constantemente la labor del Gobierno y la labor del Parlamento.
Y que por parte de los grandes terratenientes, como por parte de las
Empresas, hay un propósito determinado de perturbar, lo demuestra este
hecho concreto que os voy a exponer. En Villa de Don Fadrique, un pueblo
de la provincia de Toledo, se han puesto en vigor las disposiciones de la re­
forma agraria, pero uno de los propietarios que se siente lastimado por lo
que significa de justicia para el campesinado, que no ha conocido de la justicia
más que el poder de los amos, de acuerdo con los otros terratenientes, había
preparado una provocación en toda regla, una provocación habilísima, señores
de las derechas, que vais a ver en lo que consistía y que demuestra la falsedad
del argumento del señor Calvo Sotelo, cuando afirma que los terratenientes
no pueden conceder a los trabajadores jornales superiores a 1,50. (Rumores.)

538
(Un señor Diputado'. ¿Quién ha dicho eso?) Estos señores terratenientes con
fincas radicantes en Villa de Don Fadrique, cuya cosecha está valuada en
10.000 duros, tenían el propósito de repartirla entre los campesinos de los
pueblos colindantes, como Lillo, Corral de Almaguer y Villacañas. Esto,
que en principio podrá parecer un rasgo de altruismo, en el fondo era una
infame provocación; era el deseo de lanzar, azuzados por el hambre, a los
trabajadores de un pueblo contra los de otros pueblos. Y que esto no es un
argumento sofístico esgrimido por mí lo demuestra la declaración terminante
del hermano de uno de los terratenientes delante de don Mariano Gimeno,
del Alcalde y de la Comisión del Sindicato de Agricultores, que dijo textual­
mente: “Si mi hermano hubiera hecho lo que se había acordado, es decir, el
reparto de la cosecha, a estas horas se habría producido el choque y esto
había terminado.” Y es ahí, señor Gil Robles, y no en los obreros y en los
campesinos, donde está la causa de la perturbación, y es contra los causantes
de la perturbación de la economía española, que apelan a maniobras “non
sanctas”, para sacar los capitales de España y llevárselos al extranjero; es
contra los que propalan infames mentiras sobre la situación de España, con
menoscabo de su crédito; es contra los patronos que se niegan a aceptar
laudos y disposiciones; es contra los que constante y sistemáticamente se nie­
gan a conceder a los trabajadores lo que les corresponde en justicia; es contra
los que dejan perder las cosechas antes de pagar salarios a los campesinos
contra los que hay que tomar medidas. Es a los que hacen posible que se
produzcan hechos como los de Yeste y tantos pueblos de España a los que
hay que hacerles sentir el peso del Poder, y no a los trabajadores hambrientos
ni a los campesinos que tienen hambre y sed de pan y de justicia.
Señor Casares Quiroga, señores Ministros, ni los ataques de la reacción,
ni las maniobras, más o menos encubiertas, de los enemigos de la democracia,
bastarán a quebrantar ni a debilitar la fe que los trabajadores tienen en el
Frente Popular y en el Gobierno que lo representa. (Muy bien.') Pero, como
decía el señor De Francisco, es necesario que el Gobierno no olvide la nece­
sidad de hacer sentir la ley a aquellos que se niegan a vivir dentro de la ley,
y que en este caso concreto no son los obreros ni los campesinos. Y si hay
generalitos reaccionarios que, en un momento determinado, azuzados por ele­
mentos como el señor Calvo Sotelo, pueden levantarse contra el Estado,
hay también soldados del pueblo, cabos heroicos, como el de Alcalá, que
saben meterlos en cintura. (Muy bien.) Y cuando el Gobierno se decida a
cumplir con ritmo acelerado el pacto del Frente Popular, y como decía no
hace muchos días el señor Albornoz, inicie la ofensiva republicana, tendrá
a su lado a todos los trabajadores, dispuestos, como el 16 de febrero, a
aplastar a esas fuerzas y a hacer triunfar una vez más al Bloque Popular.
Conclusiones a que yo llego: Para evitar las perturbaciones, para evitar
el estado de desasosiego que existe en España, no solamente hay que hacer
responsable de lo que pueda ocurrir a un señor Calvo Sotelo cualquiera, sino
que hay comenzar por encarcelar a los patronos que se niegan a aceptar los
laudos del Gobierno.
Hay que comenzar por encarcelar a los terratenientes que hambrean a

539
los campesinos; hay que encarcelar a los que, con cinismo sin igual, llenos
de sangre de la represión de octubre, vienen aquí a exigir responsabilidades
por lo que no se ha hecho. Y cuando se comience por hacer esta obra de
justicia, señor Casares Quiroga, señores Ministros, no habrá Gobierno que
cuente con un apoyo más firme, más fuerte que el vuestro, porque las masas
populares de España se levantarán, repito, como el 16 de febrero, y aun,
quizá, para ir más allá, contra todas esas fuerzas que, por decoro, nosotros no
debiéramos tolerar que se sentasen ahí. (Grandes aplausos.)
El señor Presidente: Tiene la palabra el señor Pabón (don Benito).
El señor Pabón (don Benito): Señores Diputados, no pensaba hacer uso
de la palabra, pero ante las afirmaciones hechas por el señor Calvo Sotelo
en su intervención, me he creído en el deber de solicitarla. (Los rumores que
hay en el salón y la distancia a que el orador está colocado con relación a
la mesa de los taquígrafos, impiden oírle.)
El señor Presidente: Señor Pabón, tenga la bondad su señoría de des­
cender a un escaño más bajo para que pueda ser oído por los taquígrafos y
por la Cámara.
El señor Pabón (don Benito): Con mucho gusto. (El orador desciende de
escaño.)
Decía que el señor Gil Robles y el señor Calvo Sotelo han venido aquí
con esta proposición no de ley a acuciar al Gobierno para que emplee los
resortes del Poder en contra de las masas populares, que ellos dicen están
subvirtiendo el orden nacional, pues ésta es en concreto la petición que hacen
al Gobierno, y porque eso es, sencillamente, lo que encierra esa proposición,
yo, traduciendo el sentir de una parte del pueblo español, tengo que levan­
tarme en contra de esa proposición no de ley. Y me he de levantar, llamán­
dome la atención extraordinariamente que las derechas se sientan como asus­
tadas y asombradas de lo que está ocurriendo actualmente en España. Han
olvidado ya, seguramente, su propaganda preelectoral, aquellos carteles en
que anunciaban que la venida del Frente Popular sería la ruina total de Es­
paña, que caerían sobre ella toda clase de fieros males, que el Frente Popular
representaría la destrucción inmediata de toda la economía y de todo el orden
social, que España sería una especie de infierno, conjunto de todos los males
sin mezcla de bien alguno; y cuando al lado de aquellas profecías jeremíacas
que hacían el señor Calvo Sotelo y los suyos a través de aquellas propagandas,
se ve lo que ha ocurrido después del triunfo del Frente Popular, lo que asom­
bra es que no hayan tomado la actitud de venir aquí a cantar el fracaso de
sus profecías y a decir que, efectivamente, no había ocurrido ninguno de los
males que ellos temieron. Porque entiéndalo bien el señor Gil Robles, que nos
anunciaba a todo pasto que el triunfo del Frente Popular era el triunfo de la
revolución en España: toda revolución social, con sus neurosis legítimas y na­
turales, produce una serie de males que nadie se puede asombrar de que se
den en la realidad, y cuando se habla en nombre de unos intereses que no
están ni mucho menos en la situación de ruina que ellos afirman, sino en ac­
titud ofensiva contra un régimen, no hay derecho, señores Diputados, a pedir
al Gobierno una mayor aplicación de los resortes del Poder.

540
La actitud de las derechas es, sencillamente, una actitud de sensibilidad
enfermiza, de sensibilidad equivocada, la de aquellos que no se asustan del des­
orden real que existe en la sociedad, que no sienten el dolor inmenso que re­
presenta que haya 600.000 parados en España, que no les produce eso una
reacción sentimental, y en cambio se asustan de que haya cuatro bombas, de
que se produzcan cuatro muertes, de que existan unas cuantas huelgas. Eso
no representa nada al lado del dolor constante, terrible, que significa la exis­
tencia de ese mal latente del régimen capitalista que ellos defienden.
Hay que proclamar con las organizaciones obreras y hay que proclamar
con los elementos del Frente Popular una verdad formidable. Aquí se ha
hablado, confundiendo las cosas, de desorden huelguístico y de atracos, y he
de decir que condenados hoy, en plan teórico, por todas las organizaciones
obreras los atracos, sin embargo, esos 600.000 obreros en paro forzoso tienen
razón en todas sus rebeldías contra la sociedad y contra el Estado organizado.
Un hombre a quien se le niega el trabajo y los medios de vida, para mí tiene
toda la razón rebelándose contra el Estado y contra esa sociedad injusta que
no le proporciona medios de subsistencia, y para mí, aunque sea un atracador,
es mucho más respetable ese hombre que se defiende bravamente contra esta
sociedad y contra el Estado, que todos los demás que quieren, por medio de
las bayonetas y de la fuerza y la reacción formidable de los Tribunales, apa­
gar esta rebeldía de esos 600.000 parados españoles. Por ello, porque reco­
nozco que, no por la razón, sino por la fuerza, se quiere ir contra esos hom­
bres y resolver estos problemas, tengo que votar en contra de la proposición
no de Ley presentada por el señor Gil Robles y los suyos.
El señor Presidente: El señor Ventosa tiene la palabra.
El señor Ventosa: Ignoro si va a votarse la proposición presentada por
el señor Gil Robles o si habrá de ser retirada. En todo caso, me interesa for­
mular respecto de ella —y habré de hacerlo brevemente dentro de los límites
que fija el reglamento— el pensamiento y la posición de esta minoría. (El
señor Cid: Pido la palabra.) Me mueve a hacerlo el hecho de tratarse de un
problema fundamental, yo diría el más fundamental de los problemas que
existen hoy planteados en España, como es el de la situación que en los di­
versos órdenes de la vida española existe y el de la actitud que en relación
con la situación presente sigue el Gobierno.
Situación del país. El señor Gil Robles ha hecho un relato impresionante,
en el cual aparecían resumidos los datos estadísticos que en los diversos as­
pectos de violencia venían a concretar todo lo que ha ocurrido en los últimos
meses desde el 16 de febrero hasta el 15 de este mes. El resumen era cierta­
mente impresionante; pero yo he de decir que me producía mayor alarma
que la relación de los hechos violentos, la posición adoptada por el señor
Presidente del Consejo de Ministros, que, dando pruebas de un optimismo real­
mente inexplicable, encontraba que la situación era bastante agradable y bas­
tante soportable, y yo no sé si llevado por su temperamento o por el optimis­
mo ministerial, llegaba a negar el carácter dramático de estos hechos, que re­
conocían, aunque trataran de excusarlos y de explicarlos, los mismos repre­
sentantes de las minorías socialista y comunista, el señor De Francisco y la

541
señora Ibarruri. Realmente, yo no creo que pueda entrarse en controversia
con el señor Presidente del Consejo de Ministros. Si a su señoría le parece
que la situación no es alarmante ni es grave, que los hechos violentos que se
han producido en los últimos tiempos, y concretamente durante el Gobierno
de su señoría, no colman la medida de lo soportable, yo no habré de entrar
a refutar la afirmación de su señoría; habré de dejarle la responsabilidad de
esta afirmación ante España y ante el extranjero, que en todas partes, des­
graciadamente, son conocidos los hechos que aquí han ocurrido; y en todas
partes lo que habrá de parecer inverosímil es que un Presidente del Consejo
de Ministros encuentre que esta situación no colma la medida de lo que puede
soportar una autoridad y un Gobierno.
Yo no quiero, pues, entrar en discusión sobre esto ni quiero entrar a
examinar este recurso fácil de que las provocaciones son las determinantes
de los hechos violentos, que pueden ser provocados o producidos en el mo­
mento de pasión, es lamentable el estado de subversión moral que existe en
España; estado de subversión moral que se manifiesta en las palabras de vio­
lencia, de encono, de odio, de persecución. Yo creo, señor Presidente del
Consejo de Ministros y señores Diputados, que mucho más grave que todo
lo que pueda decirse respecto a hechos concretos es el argumento que ha
estado esgrimiendo la señora Ibarruri con ovaciones clamorosas de la mayoría,
repitiendo en parte un argumento formulado por el mismo señor Presidente
del Consejo de Ministros, diciendo que lo que pasa ahora viene justificado
por lo que ocurrió dos años antes.
Yo no quiero saber lo que ocurrió. Por mi situación, soy ajeno a ello.
Yo no quiero entrar a juzgarlo; pero quiero admitir, por vía de controversia,
como hipótesis, que, realmente, los que ocuparon el Poder en el bienio pa­
sado hubieran cometido excesos o injusticias. Pero, ¿es que los excesos y las
injusticias de unos pueden justificar el atropello, la violencia y la injusticia
de los demás? ¿Es que estamos condenados a vivir en España perpetuamen­
te en un régimen de conflictos sucesivos, en que el apoderamiento del Poder
o el triunfo de unas elecciones inicien la caza y la persecución y el aplasta­
miento del adversario? Si fuera así, habríamos de renunciar a ser españoles,
porque ello sería incompatible con la vida civilizada en nuestro país. (Muy
bien.}
Pero, además, señor Presidente del Consejo de Ministros, no es sólo esto:
es que en las palabras de su señoría venía justificada aquella frase que se
hizo famosa no sólo aquí, sino fuera de las fronteras de España, y que fue
repetida en los periódicos franceses, de que el Gobierno era beligerante. Su
señoría en el banco azul ha aparecido, una vez más, como beligerante ante
los conflictos que se producen en España, y ha tenido su señoría palabras
que no pueden conducir a otro resultado que a enconar la violencia en las
luchas entre unas clases y otras y entre unos españoles y otros. (Muy bien.}
Yo, por ello, estimo todavía mucho más grave que las subversiones violen­
tas en la calle la subversión en los espíritus, que ha tenido hoy su represen­
tación en el banco azul, en la boca del señor Presidente del Consejo de Mi­
nistros. (Aplausos.}

542
Pero además —y ello excluye toda discusión posible, de si son hechos
espontáneos o si las violencias de hoy pueden justificarse por las violencias
de antes— hay otros aspectos de subversión y de desorden.
Yo no quiero hacer referencia a algo que, pronunciado por el señor Calvo
Sotelo, ha merecido una réplica vehemente del señor Presidente del Consejo
de Ministros; pero me voy a referir a otro aspecto de la vida política española,
que es la Administración de Justicia, respecto de la cual hace pocos días se
han discutido aquí proyectos que forman parte de un plan enunciado en los
periódicos del Frente Popular, diciendo que tienden a republicanizar la Justi­
cia, pero que en rigor van encaminados a destruir la independencia del Poder
judicial, sin la cual no podría existir ni la vida de un Estado democrático, ni
aun las propias libertades individuales consignadas en la Constitución pue­
den tener ni una garantía, ni una defensa, porque toda la defensa que la Cons­
titución les atribuye consiste en la independencia y en la autoridad del Poder
judicial. (Muy bien.) Subversión del Poder judicial que realizáis vosotros, des­
truyendo lo que constituye la base y el fundamento de un Estado democrático
libre y civilizado.
Llamáis republicanizar la Justicia someter a la Justicia a vuestro pensa­
miento, olvidando que por muchas que puedan ser las desviaciones que pueda
tener la Justicia, los errores que puedan cometer los Magistrados y los Tri­
bunales, indudablemente serán muchos más los errores, las violencias y las
arbitrariedades que habrá de cometer el Poder público si desaparece la in­
dependencia del Poder judicial.
Subversión en el orden económico, manifestada en la profusión de huelgas,
respecto de las cuales yo no he de discutir ni las reclamaciones que se for­
mulan ni el fundamento que puedan tener; lo que sí digo es que son huelgas
que se plantean sin tener para nada en cuenta las condiciones de la produc­
ción española ni el rendimiento del trabajo, y causando, por consiguiente, gra­
ve daño e inminente ruina a toda la economía, estableciendo como dogma la
lucha de clases, no para participar en los beneficios de una economía prós­
pera, impulsada por el Estado, sino para disputarse famélicamente los restos
de una economía destruida por la violencia, envenenada por el mismo Poder
público, con agravio de la ley y con desconocimiento del derecho. (Muy bien.)
Esta es la situación: subversión en el orden público, subversión en el or­
den moral, desorden jurídico, desorden económico que llega a culminar en
el hecho de que la anarquía española tiene una representación plástica y vi­
viente en algo que viene a constituir como la realización práctica de una de
las conclusiones del Congreso celebrado por la Confederación Nacional del
Trabajo en Zaragoza, en la cual proclamaba como fundamento de la orga­
nización social la Comuna Libertaria. En algunas regiones españolas está
ya establecida la Comuna Libertaria, y en ella el Alcalde ejerce una autoridad
o para decir que no se paguen los alquileres o para establecer o imponer los
asentados o para intervenir en todas las condiciones de la vida agraria, des­
trozando la economía española.
Esta es la situación y éste es el desorden. Yo creo que, realmente, la pro­
posición es justa cuando dice: esta situación no puede seguir, no puede sub-

543
sistir. Ahora, yo he de declarar sinceramente que no creo que el debate
pueda conducir a nada porque, en realidad, de verdad, el problema no es
parlamentario, no es un problema que pueda resolverse ni con combinaciones
políticas ni con asistencias parlamentarias. Lo estamos viendo desde que este
Gobierno está en el Poder, mejor dicho, desde que subió al Poder el Gobierno
que le precedió. Se proclama la necesidad intangible del mantenimiento del
Frente Popular; yo he de declarar, como he dicho muchas veces, que estamos
en un momento en el cual creo que toda consideración de partido tiene que
subordinarse al supremo interés del país y, por consiguiente, que me interesa
muy poco en sí misma la subsistencia o desaparición del Frente Popular; pero
he de proclamar claramente que yo, que creo que el Frente Popular pudo ser
un tema electoral formidable, estoy convencido de que no puede ser un ins­
trumento eficaz de Gobierno porque es una combinación imposible la de
marchar unidos, para realizar una obra constructiva, los que pretenden des*
truir las organizaciones democráticas y la sociedad capitalista y la organiza­
ción presente y aquellos que siguen afirmando todavía que quieren mantener
las instituciones democráticas y el régimen capitalista, aunque sea con tales o
cuales condiciones. Forzosamente hay una contradicción, hay una diferencia
de rutas que tiene que llevar a unos o a otros a la impotencia y a todos a la
perturbación. La consecuencia de ello que estamos viendo es la impotencia
parlamentaria. Formula el Gobierno unas declaraciones, y a esas declaracio­
nes responden brutalmente los hechos; se presenta una cuestión de confianza:
El Gobierno obtiene la asistencia de una gran mayoría, los aplausos fervo­
rosos de una gran mayoría. ¿Y qué? Al día siguiente la situación sigue exac­
tamente en los mismos términos en que estaba antes, yo diré en términos de
mayor gravedad todavía; porque el Gobierno, para obtener la asistencia par­
lamentaria y los aplausos de la mayoría y el voto de confianza, incurre en
claudicaciones de palabra, cuando no son de hecho, y por parte de los ele­
mentos socialistas y comunistas la asistencia parlamentaria no significa otra
cosa que una táctica encaminada a ir preparando una revolución, que pro­
claman, que anuncian, que desean y que propugnan.
No hay más que una solución posible para poner término a esta situación.
No puede consistir la solución en combinaciones políticas ni parlamentarias,
sino que la única solución consiste en que el Gobierno realice uno de los pun­
tos fundamentales del programa del Frente Popular: que afirme en todo su
vigor el principio de autoridad, el principio de autoridad que es indispensa­
ble en todos los regímenes, izquierdas o derechas, cualquiera que sea el ma­
tiz político, si el régimen quiere subsistir, porque sin autoridad no puede haber
más que la anarquía o un régimen de dictadura o de fascismo. Y habéis de
convenceros de que todas las amenazas y todas las supuestas o reales provo­
caciones del fascismo y todos los intentos de subversión, no obedecen a nin­
guna convicción doctrinal; no son más que el producto del desorden que se
proyecta sobre la sociedad española y que promueve un movimiento de irri­
tación, que no responde a ninguna convicción política, sino que busca sim­
plemente oponer una violencia a otra violencia. Y por ello creo que el Go­
bierno, éste, cualquiera otro que ocupe el banco azul, no tiene otro camino

544
para terminar con esta situación de subversión y de desorden y de anarquía
en que se vive en España, que imponer en todo su vigor el principio de auto­
ridad; que ello no significa crueldad, señor Casares Quiroga; que no es en­
viando a unos Guardias de Asalto a una mina a cometer tales o cuales des­
manes de una manera inhumana, como pueden corregirse las violencias. Al
contrario, yo creo que no puede haber crueldad mayor que la lenidad en el
cumplimiento de la ley y en el mantenimiento del orden {Muy bien), porque
de esa lenidad, de esa lenidad precisamente han derivado esos centenares de
muertos, de heridos, de asaltos y de incendios que han venido acompañando,
para vergüenza vuestra en la Historia, vuestra actuación en el Gobierno.
{Muy bien)
Y nada más. Creo que con esta situación en que nos encontramos no po­
demos dejar de hablar con toda claridad, repitiendo aquí algo que muchos de
los Diputados que forman en vuestra mayoría repiten fuera de este salón; algo
que tienen que reconocer los mismos Diputados de la mayoría cuando van a
sus respectivas circunscripciones y se enfrentan con la realidad viva y san­
grante del desorden y de la anarquía que imperan en España. {Un señor Dipu­
tado: Evidente.) Nosotros tenemos que proclamarlo y tenemos que decirlo.
Mantened el Frente Popular o rompedlo; haced lo que os plazca; pero si el
Gobierno actual no está dispuesto a dejar de ser beligerante para ser un Go­
bierno que imponga a todos por igual, con justicia y con equidad, el respeto
a la ley y al principio de autoridad, vale más que se marche; porque por
encima de todas las combinaciones y de todos los partidos y de todos los in­
tereses está el interés supremo de España, que se halla amenazada de una
catástrofe. {Grandes aplausos.)
El señor Vicepresidente {Fernández Clérigo): El señor Maurín tiene la
palabra.
El señor Maurín: Muy brevemente para fijar la posición de mi partido.
El señor Ventosa, en su intervención, se quejaba de que el Gobierno es
beligerante ante el problema del orden público. Discrepo completamente de
lo manifestado por el señor Ventosa. Yo tengo que hacer una crítica del
Gobierno precisamente porque después de haber afirmado hace aproximada­
mente un mes que él sería beligerante ante el problema del fascismo, el Go­
bierno no es verdaderamente beligerante. El hecho de que en esta Cámara pue­
dan producirse discursos de tipo fascista como el pronunciado por el señor
Calvo Sotelo hace unas semanas y esta misma tarde demuestra que el Go­
bierno da, incluso en el propio Parlamento, toda clase de facilidades, al menos
de manifestaciones, a las hordas fascistas, a esas hordas a que antes en sen­
tido negativo se refería el señor Calvo Sotelo.
Yo dije al señor Azaña el día 15 de abril en esta misma Cámara: en ese
Gobierno —y en el del señor Casares Quiroga la cuestión está todavía más
acentuada—, en ese Gobierno hay dos contradicciones fundamentales, y en
política cuando hay contradicciones fundamentales no se va a ninguna parte
o se va, inevitablemente, al fracaso. La contradicción fundamental que se
manifestaba en el Gobierno del señor Azaña, y que repite ahora el del señor
Casares Quiroga, es que en 1936, cuando existe en el país una situación mu-

545
35
cho más revolucionaria que en 1931 al 33, el Gobierno es menos de izquierda,
menos avanzado, menos revolucionario que el de entonces. La presencia de
tres Ministros socialistas en el Gobierno presidido a la sazón por el señor
Azaña tuvo en aquella época la garantía de un sentido social progresivo que
en manera alguna puede tener, aunque posean sus hombres la mejor voluntad
del mundo, el Gobierno actual formado exclusivamente por republicanos.
Y otra de las contradicciones que indicaba el señor Azaña, y que señalo
ahora al señor Casares Quiroga, es que siendo el triunfo del Frente Popular
en 16 de febrero el del movimiento de octubre, pues sin octubre no existiría
el triunfo del 16 de febrero, los hombres que representan octubre, los hombres
que simbolizan aquella gesta, no se encuentran representados de una manera
directa en el Gobierno del Frente Popular que actualmente preside los destinos
de España.
Y bien, señores Diputados, estas contradicciones no conducen, como he
dicho, a ninguna parte, o conducen irremediablemente al fracaso. Hace un
mes aproximadamente que este Gobierno se constituyó, encontrándose ahora
ante una ofensiva brutal por parte de la derecha e, indiscutiblemente, con una
situación caótica en todo el país.
¿Por qué esta situación del Gobierno? ¿Es que voy a suponer ahora en
el Gobierno del señor Casares Quiroga una falta de buena voluntad para
cumplir los compromisos del Frente Popular? Yo no haré esta afirmación;
pero el hecho evidente es que el Gobierno, que lleva de hecho cuatro meses
de vida —hoy hace cuatro meses que triunfaba el Frente Popular en las
elecciones ■, este Gobierno durante un tercio de año, durante una sexta parte,
aproximadamente, de lo que es la vida normal de unas Cortes ordinarias, no
ha hecho, no ya la sexta parte, ni la décima, ni la centésima parte de lo que
contiene el programa del Frente Popular.
En el pacto del Frente Popular, firmado por los partidos republicanos
de izquierda y firmado también por el partido que yo represento, se hablaba,
en primer término, como cuestión capital, de una amnistía. Esta amnistía no
ha sido concedida por el Parlamento. Esas masas, no las hordas que trataba
de denostar el representante del fascismo en esta Cámara, señor Calvo Sotelo,
sino esas masas que tienen una gran vibración política, las masas que hicieron
el movimiento de octubre, las masas que dieron el triunfo del 16 de febrero
al Frente Popular, estas masas, porque recelaban tal vez de las posibilidades
del Parlamento, arrancaban la amnistía antes de que el Parlamento se la diera.
Y el Parlamento no ha concedido todavía la amnistía prometida en el pacto
del Frente Popular.
Hay más. En el pacto del Frente Popular se habla de los represaliados.
El Gobierno ha obligado a que los represaliados sean admitidos por parte
de las Empresas de que fueron despedidos; pero hay hombres que tomaron
parte activa en el movimiento de octubre, personalidades cuyos nombres, si
hubieran sido fusilados como querían los representantes de la derecha, hoy
seguramente estarían inscritos en mármol al lado de los de Galán y García
Hernández —me refiero a los militares sublevados, al Comandante Farrás, a
Bosch, a Luengo, a Condé, a Escofet—; y estos hombres, representantes de

546
octubre; estos hombres, funcionarios del Estado, represaliados, todavía no han
sido readmitidos. Se falta, por tanto, al pacto del Frente Popular, se falta en
la acción del Gobierno a las promesas del pacto del Frente Popular.
Hay más todavía, señores Diputados: esta suspensión permanente de las
garantías constitucionales. Yo no sé, hombres representantes de los partidos
de izquierda, socialistas, camaradas del movimiento obrero, si os dais cuenta
de la gravedad que entraña la suspensión permanente de las garantías constitu­
cionales. Con la suspensión de garantías constitucionales gobiernan las derechas;
pero la clase popular progresiva, un movimiento que tiene la garantía de contar
con el asentimiento casi unánime de las grandes capas populares, no necesita la
suspensión permanente de garantías constitucionales. Es a través de la Cons­
titución, es a través de la democracia, es a través de la libertad, como nosotros
podemos combatir el movimiento contrarrevolucionario. ¿Os dais cuenta, se­
ñores de la izquierda y señores socialistas, de lo que representa una educa­
ción permanente del pueblo español viviendo en régimen constante de suspen­
sión de garantías? ¿No es ésta una educación negativa, en el sentido de que
puedan implantarse regímenes que vayan contra la libertad, que dice asegurar
la Constitución del año 31? Los peligros de la democracia se vencen con la
democracia misma.
Aquí se habla de Leyes represivas contra los Jueces que dictan senten­
cias favorables al fascismo. ¿Por qué no restaurar el Jurado, y un Jurado
popular dictaminaría no como quieran los Jueces reaccionarios, sino como es
el sentido liberal de la población? ¿Por qué no matar esos Tribunales de ur­
gencia, engendro equivocado de la República, que dan el poder de una ma­
nera omnímoda a los Jueces contrarrevolucionarios? ¿Por qué no establecéis
la libertad de Prensa, que no atacará las ideas progresivas, sino que determi­
nará precisamente una gran corriente popular para ahogar todo lo que se
oponga a esta libertad del sentido progresivo de la Prensa? Y, en último tér­
mino, señor Presidente del Gobierno, si con la libertad de Prensa el Gobierno
ve enemigos declarados en la Prensa contrarrevolucionaria, ¿por qué no aplica
una medida contra uno, dos, tres o cuatro periódicos y no adoptar una me­
dida general contra toda la Prensa, incluso contra la Prensa de izquierda?
Lo cierto es que hoy, para enterarnos de lo que sucede en España tenemos
que leer la Prensa inglesa, la Prensa francesa, la extranjera, en general, y
aquí estamos “in albis”. Así se va fomentando un ambiente de desconfianza,
de rumor, de descontento, de ansiedad, de inquietud, y esto es, precisamente,
lo que utilizan los hombres de la contrarrevolución, en el Parlamento, en su
Prensa, en sus reuniones clandestinas, para ir creando una atmósfera contra­
ria a la situación actual.
No nos engañemos; entre el Parlamento actual y la situación real del país
va cada día profundizándose más un verdadero abismo. El Parlamento hoy
no representa la inquietud popular, este Parlamento representaría el anhelo
que significaba el triunfo del 16 de febrero si hubiera hecho una tercera
parte del pacto del Frente Popular; y ni la tercera, ni la décima, ni la centé­
sima parte ha sido llevada a cabo. ¡Ah!, entonces, ¿qué queréis que piensen
centenares de miles de campesinos, de obreros hambrientos, toda esa gente

547
vejada por la represión de octubre, todo ese gran movimiento popular que
ha ido a una acción porque ha aspirado a una mayor justicia, pero también
a un mayor bienestar económico y social? ¿Por qué el Gobierno, por qué
vosotros, por qué nosotros, mayoría, por qué nosotros Frente Popular, no
hacemos, por ejemplo, una mínima parte de lo que ha realizado el Gobierno
del señor Blum a los cuatro días de posesionarse del Poder?
Hay en el país un movimiento de huelga, no de hordas, sino de masa
civil, de masas representantes de la verdadera esencia de la Nación. Si vos­
otros veis este gran movimiento huelguístico, no lo atajaréis ni con máuseres
ni con fusiles ni con medidas represivas; ese movimiento huelguístico, que
tiene una razón de ser, lo apaciguaríais si tomaseis medidas, no de orden
coactivo, éstas para las derechas, sino medidas de índole económica para la
clase trabajadora. La semana de cuarenta horas, un salario mínimo, una
garantía de que los obreros en paro forzoso encontrarían trabajo, todo eso
liquidaría el movimiento huelguístico que actualmente existe planteado en Es­
paña. Y si no hacéis esto, representantes de la mayoría, del Gobierno, del
Frente Popular, las huelgas crecerán, habrá mayor malestar y todo esto hará
que vaya intensificándose la ofensiva de la contrarrevolución, y llegará el mo­
mento, como ocurrió en 1933, en que pueda haberse creado un divorcio, un
abismo infranqueable entre la voluntad de las masas y el Gobierno del Fren­
te Popular. Yo no deseo eso, y, porque no lo deseo, señalo el que, a mi en­
tender, debiera ser el camino político seguido por el Frente Popular, para
salir de la contradicción actual.
Hay una situación prefascista en el país, ello es innegable; existe el fas­
cismo; ataca el fascismo; lanza bombas el fascismo; ametralla el fascismo;
dispara las pistolas el fascismo; es absuelto por los Tribunales el fascismo;
habla desde los bancos de la contrarrevolución el fascismo; existe el fascismo,
y toma en este momento en España las posiciones que adopta el fascismo
cuando nace en determinados países. El fascismo de Mussolini, primeramen­
te, no era un peligro para Giolitti; no era un peligro para socialistas ni co­
munistas; eran hordas terroristas: el fascismo asaltaba la gran campiña romana
y hacía excursiones punitivas, pero no ponía en peligro la seguridad del Es­
tado liberal. El fascismo italiano, en sus comienzos, estaba constituido por
hordas terroristas que asaltaban los locales de los partidos socialista y co­
munista, pero aún no era un movimiento que pusiera en peligro la seguridad
del Estado. El fascismo, a través del terrorismo, a través de la acción sola­
pada y de la colaboración que le presta la gran burguesía, se prepara para
una nueva entrada de los grandes bandoleros de la Historia, como los Jefes
de los movimientos fascistas italiano y alemán, que parecía que se encontra­
ban completamente descartados, y, sin embargo, vimos más tarde que toma­
ban el Poder por mediación de golpes de Estado, favorecidos por la gran
burguesía. Y ésta es una situación en la que nosotros podemos encontrarnos
dentro de un año, de dos o dentro de muy poco tiempo.
El señor Vicepresidente (Fernández Clérigo): Llamo a su señoría la aten­
ción respecto de que es imposible prolongar indefinidamente el debate.
El señor Maurín: Voy a terminar, señor Presidente. Para destruir el fas-

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cismo no bastan medidas coercitivas, sino que hay que aplicar medidas polí­
ticas, y una medida política principalmente, señores del Frente Popular, es
que el Gobierno responda a la constitución de este Frente, que no haya con­
tradicción en la constitución del Gobierno. Un Gobierno que respondiera
actualmente a los deseos de las masas populares y, por tanto, a la realidad,
debería estar integrado, no solamente por los partidos republicanos, sino por
los partidos obreros, por los representantes del Frente Popular que crean en
la política de este Frente Popular.
Ese Gobierno, así formado, debería nacionalizar las tierras, los ferro­
carriles, la gran industria, las minas, la banca y adoptar medidas progresi­
vas, como las que ha adoptado en Francia Blum; ese Gobierno podría acabar
con la amenaza fascista.
De otro modo, dentro de dos meses veremos cómo la contrarrevolución
es más intensa, y tal vez entonces sea ya tarde para contener los desmanes
del fascismo, más peligroso de lo que tal vez nosotros nos le figuramos desde
estos escaños.
El fascismo es hoy un peligro real en España, y hay que acabar con él
con medidas represivas y con medidas políticas, como las que acabo de señalar.
El señor Vicepresidente (Fernández Clérigo): El señor Cid tiene la pa­
labra.
El señor Cid: Señores Diputados, la trayectoria que esta minoría ha se­
guido en lo que se relaciona con el problema del orden público, materia prin­
cipal de este debate, ha sido desde el primer momento clara y rectilínea, y no
ha de extrañar, por tanto, nuestra posición en el día de hoy, posición que nos
interesa quede bien puntualizada, haya o no votación en derredor de la pro­
posición presentada por el señor Gil Robles y suscrita por elementos de esta
minoría. Al suscribir nosotros esta proposición no hacemos otra cosa que pe­
dir al Gobierno el cumplimiento de aquellas promesas que reiteradamente
se han hecho y que en el día de hoy siguen todavía incumplidas. No han fal­
I tado en realidad buenas palabras, tanto en este Gobierno como en el que le
precedió, en lo que afecta al problema del orden público. El hoy Jefe del
Estado, clara y terminantemente, manifestó que habría de poner término a la
caza de unos ciudadanos españoles por otros, y el actual señor Presidente
del Consejo de Ministros, al presentarse ante la Cámara, hubo de manifestar
que su programa era en todo momento el mismo que había propugnado el
señor Azaña desde la cabecera del banco azul. Nosotros pensábamos, por
tanto, que el señor Casares Quiroga hacía suyas aquellas promesas del ante­
rior Jefe del Gobierno de que pondría término a la caza de unos españoles
por otros; y cuando negábamos el voto de confianza que al Gobierno se pre­
tendía conceder, decíamos, sin embargo, que dábamos un margen de con­
fianza al Gobierno, pensando que se cumplirían las promesas hechas, teniendo
en cuenta que había llegado ya el momento en que, a pesar de ser promesas
las que se hacían, respondiesen los hechos a las palabras pronunciadas desde
el banco azul.
¿Es que después de aquel día han tenido realidad aquellas promesas? ¿Es
que podemos sentirnos satisfechos y estimar que el Gobierno ha cumplido los

549
ofrecimientos hechos a la Cámara en relación con el mantenimiento del orden
público? Los hechos demuestran que ha ocurrido todo lo contrario. Por eso
hemos sido los primeros en prestarnos a suscribir la proposición, que en­
cierra en sí, en lo que con nosotros se relaciona, preguntar una vez más al
Gobierno cuándo se van a cumplir esas promesas y cuándo se va a poner
término a la situación por que viene atravesando España.
El hecho triste es que después de aquel día ha continuado en progresión
creciente la situación anómala y verdaderamente intolerable que España viene
sufriendo. Es lo cierto que a partir de aquel día, aun en los rincones más tran­
quilos de España, ha caído la gente asesinada y se viene presenciando el es­
pectáculo de que en muchas ciudades españolas se desencadene un rosario
macabro de muertes entre unos y otros, y que el entierro del que fue muerto
el día anterior sirva de ocasión para producir un nuevo asesinato, cosa que
vienen tolerando los ciudadanos españoles, porque se da el triste caso de que
los agresores se imponen, unas veces por abandono del Poder público y otras
por cobardía ciudadana. Y no es esto sólo, sino que esa lucha va revistiendo
cada día caracteres de mayor ferocidad; ya no se limitan los hechos al aten­
tado que surge en la calle o a la pugna entre un bando y otro, sino que vemos
casos, como el de Málaga, donde se da un encadenamiento macabro de ase­
sinatos, llegando la ferocidad hasta el punto de que se va fríamente a la casa
en que habita el Jefe de uno de los dos bandos y al encontrarle con una niña
en brazos se separa a la niña y se le mata a él. Este es un hecho que yo he
leído en la prensa de Málaga, porque no tengo otra fuente de información
que la Prensa. Esa lucha y esa caza entre ciudadanos españoles, ya no es
entre derechas e izquierdas; es un espectáculo de cabila, como el que se ha
dado en Málaga, entre elementos de izquierda, que causan víctimas inocentes
en una pugna salvaje. Yo soy el primero en respetar las luchas en que se
trata de reivindicaciones sociales; pero ya no se busca en la huelga la solución
de un conflicto con bases normales, sino que todo se resuelve por medio de
la pistola para forzar la solución de una huelga en una dirección determinada
y no se vacila en imponer el terror a todo el vecindario para conseguir lo
que desean. Todo eso supone una verdadera cobardía en los ciudadanos que
lo toleran.
Esas violencias y esa barbarie que se han enseñoreado de España están
produciendo situaciones como la de Málaga, donde si no se ha dado el es­
pectáculo del año 31, de abandono del ganado o de partirle las patas, ha
ocurrido algo parecido.
Yo he acudido al señor Presidente del Consejo, acompañado de personas
que venían a exponerle quejas de los labradores de la provincia de Málaga,
donde se ha dado el caso de que por esas imposiciones de carácter social, se
ha llegado a tener el ganado diez días abandonado, y cuando los patronos
y los labradores han acudido al Gobernador diciéndole que estaban decidi­
dos, si no se ponía remedio a la situación, a evitar la muerte del ganado,
el espectáculo que se encontraban al regresar a sus cortijos ha sido el de
que se habían comido las madres del ganado de cerda a las crías; las ovejas,
unas a otras, y los mulos, después de comerse los ronzales y las cabezadas, se

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habían comido las crines y las colas unos a otros. (Rumores.) (El señor Velasco
Damas: ¿Dónde ha pasado eso?) En Campillos, provincia de Málaga. Lo que
hace falta es que se tenga la valentía de sostener aquí lo que se dice por ahí
y de avergonzarse de que ocurran esas cosas. Lo menos que ha de hacer quien
tenga sensibilidad es condenar esas barbaridades, háganlas quienes las hagan,
pertenezcan al partido a que pertenezcan.
Continuamos con el mismo espectáculo de que se ejerza la autoridad por
elementos a quienes no incumbe el ejercicio de esa autoridad; el abuso ha
llegado a tal extremo que el propio Consejo de Ministros ha tenido que pu­
blicar una nota diciendo que evitará que continúen arrogándose autoridad
personas, milicias u organizaciones que no la tienen, no obstante lo cual, el
hecho sigue ocurriendo.
La misma fuerza pública, que debe ser garantía y amparo de los ciuda­
danos, se arma en favor de unos y en contra de otros, no actúa como debe,
y se da el caso vergonzoso de que se asesine a quien va entre Guardias Ci­
viles, rematándosele con verdadera brutalidad, sin que la fuerza actúe. La
fuerza pública está ejerciendo funciones, más que de protección, de miem­
bro de la Cruz Roja, pues se limita a recoger los muertos y heridos para
enterrarlos o llevarlos a los hospitales.
A tal extremo se ha llegado a consecuencia del abandono del principio
de autoridad, que si se siguiera esa piadosa costumbre existente en muchos
pueblos castellanos de poner una cruz donde muere una persona violenta­
mente, sería un espectáculo macabro el que presenciaríamos al recorrer las
poblaciones. (Varios señores Diputados: ¡Asturias!) Ya hablaremos de eso
cuando llegue el momento; yo no tengo que arrepentirme de nada: daré todas
las explicaciones que se me pidan acerca de mi conducta: respondo siempre
de mis actos.
Son muchos los Gobernadores Civiles que no obedecen al Ministro de
la Gobernación, los Alcaldes que no acatan a los Gobernadores, los Presi­
dentes de las Casas del Pueblo que se ríen de los Alcaldes y los asociados
que incumplen las órdenes de los Presidentes de las Casas del Pueblo y demás
organizaciones. Existe una perfecta anarquía, de arriba abajo.
A pesar de esto, el señor Presidente del Consejo sostiene que la situación
no es desagradable; yo estimo que sí lo es mucho, y por eso, al asociarnos
a esa proposición, volvemos a pedir al señor Casares que dejen de ser sus
palabras nada más que palabras; que los hechos correspondan a sus afirma­
ciones, porque llevamos cuatro meses oyendo desde el banco azul promesas
de que se va a mantener el principio de autoridad, y no vemos que tengan
realidad. Hay que evitar que se sigan cazando los españoles unos a otros.
Contra eso vamos.
El señor Presidente: Voy a conceder la palabra, para rectificar, primero,
al señor Gil Robles, y luego, al señor Calvo Sotelo, y aunque hay otros se­
ñores Diputados que han pedido la palabra, como ha sido presentada hace
rato a la Mesa una proposición incidental, primeramente se dará lectura a
dicha proposición.
El señor Gil Robles tiene la palabra, y lo mismo a su señoría que al

551
señor Calvo Sotelo les ruego la mayor brevedad, en atención a que van a
terminar las horas reglamentarias de sesión.
El señor Gil Robles: En atención a ese ruego de la Presidencia, voy a
ser, señores Diputados, extraordinariamente breve en mi rectificación. No voy
a descender a detalles del discurso del señor Presidente del Consejo de Minis­
tros para rectificarlos uno a uno, porque mucho más que ello me interesa,
en términos generales, el tono en que el señor Casares Quiroga se ha pro­
ducido. Quizá por ello mis palabras de rectificación habrán de limitarse a
recoger las muy elocuentes que pronunció el señor Ventosa al poner de relie­
ve cómo tal vez las frases más demagógicas que hoy aquí se han escuchado
han sido las del discurso del señor Casares Quiroga.
Su señoría concluía su discurso con una invocación a los hechos futuros;
decía su señoría que la España que a su señoría le interesa le creerá cuando
vea sus actos. Nosotros vamos a tener la satisfacción de ir recogiendo nue­
vamente día por día las muestras evidentes de la eficacia gubernamental, y
un día tras otro, en debates generales sobre el orden público o concretamente
en cualquiera que en la Cámara se presente, iremos demostrando ante la
opinión pública que las medidas de su señoría no encierran en sí eficacia de
ninguna clase. Una, sí, y bien triste, tienen siempre las palabras de su señoría;
detrás de cada discurso, un recrudecimiento del espíritu demagógico; después
de cada concesión a la mayoría, una mayor perturbación del orden público.
Su señoría puede tener la satisfacción de que, mientras esta tarde buscaba el
apoyo del Frente Popular y daba su señoría la sensación de que más que
director era dirigido, en las calles de Madrid se estaban asaltando las tiendas,
en demostración de la eficacia de la política de orden público del Gobierno.
(Muy bien.)
Hablaba su señoría de que no era cierto que el Gobierno ni nadie del
Frente Popular que no sintiera veleidades antidemocráticas había pedido ple­
nos poderes. No voy a leer en estos momentos textos más o menos autorizados
en gran número, sí uno de gran significación, del cual su señoría y la Cámara
me van a permitir que lea cuatro renglones.
En El Socialista de 13 de junio de 1936, es decir, de hace tres días, se
escribía en un editorial lo siguiente: “Preferimos, y lo declaramos sin dolor
ni disimulo, que el régimen no tenga que apelar a extremos procedimientos
políticos; pero si no existe otro remedio, sean las fuerzas de la coalición go­
bernante las que lo hagan.” Yo no sé si estas palabras encontrarán hoy den­
tro de la Cámara un editor responsable; pero de lo que no cabe duda nin­
guna es de que reflejan el sentir de un núcleo de los que apoyan al Gobier­
no. ¿Que su señoría no quiere los plenos poderes? No me extraña. ¿Qué ma­
yores plenos poderes que los que la Constitución, la Ley de Orden Público y
las Leyes excepcionales ponen en mano de su señoría? No podrá citar su se­
ñoría el caso de ningún Estado político que ponga en manos de un Gobierno
un cúmulo tal de poderes que le asemeja a una dictadura, aunque tenga el
apoyo de una mayoría parlamentaria. ¿La mayoría no los quiere? Está en su de­
recho al no quererlos; al fin y al cabo todos sus alardes de autoridad han

552
quebrado hoy por su base, cuando se ha sumado a las palabras más dema­
gógicas que en este salón se han pronunciado esta tarde.
Yo pensaba poner aquí fin a esta brevísima rectificación; pero hay algo
que me interesa recoger, porque día tras día se ha opuesto como una conde­
nación a mis actuaciones, invocando ejemplos de actuaciones anteriores.
Es más. Tema gravísimo y delicadísimo se ha planteado hoy, incidental­
mente, como si no tuviera importancia bastante para dar motivo a un debate
de fondo. Constantemente se ha estado diciendo que la justificación de los
excesos actuales está en una política punto menos que criminal, que nosotros,
y yo particularmente, hemos desarrollado en esta Cámara; con deciros que
cuando estos acontecimientos ocurrieron yo no ocupaba puesto alguno en el
Gobierno (Fuertes rumores y protestas.), probablemente adoptaría una posi­
ción cómoda para salir del paso; pero de la misma manera que desde el banco
azul en cierta ocasión, respondiendo a la responsabilidad del cargo, me le­
vanté a recoger aquellas acusaciones y estar dispuesto a contestarlas, hoy os
digo que no puede quedar en una mera proposición o declaración incidental
al margen de un debate de orden público; eso hay que tratarlo a fondo.
(Grandes rumores, protestas y contrapropuestas. El señor Presidente agita la
campanilla.) Hoy se han pronunciado aquí palabras, señor Presidente del Con­
sejo de Ministros y Ministro de la Guerra, que, al no discriminar responsa­
bilidad individual, tienen todo el valor de una condenación de instituciones
fundamentales del Estado. (El señor Lorenzo’. Eso es una habilidad; eso, a
los gobernantes.) Yo, que sé cuáles son las responsabilidades de Gobierno y
las que me corresponden como Jefe de una minoría de oposición, he estado
esperando todo este tiempo a que se levantara la voz del señor Presidente del
Consejo, porque donde está el Presidente del Consejo y el Ministro de la
Guerra no tiene derecho Diputado ninguno a adoptar la defensa de las ins­
tituciones armadas; pero como no lo ha hecho su señoría, yo le digo que
esas palabras no pueden quedar como una condenación de los institutos ar­
mados. (Rumores y protestas.) Todas las responsabilidades hay que ponerlas
en claro, como hay que poner en claro todas las actuaciones, todas, absoluta­
mente todas: las que tuvieron los gobernantes y las que tuvieron los partidos
que los apoyaron: los que estuvieron en los momentos de la represión de As­
turias y los que estuvieron después, los que ordenaron la incoación de los
procedimientos que está siguiendo este Gobierno y los que desde el primer
momento se preocuparon de poner esto sobre todo orden de consideraciones.
Eso es lo que hay que estudiar y traer aquí para que caiga la responsabilidad
sobre quien caiga, pero nunca sobre una colectividad que estamos obligados
todos a defender. (Aplausos.) Yo no rehuyo responsabilidad, ni discusiones
de ningún género; por eso ahora no quiero acudir a fáciles triunfos de mitin,
a oponer crueldades frente a supuestas crueldades, y hechos frente a hechos.
Vendré aquí con documentos, con resoluciones de los Tribunales, con algo
que no ha sido impugnado por vosotros. Y ese día, repito, que caiga la res­
ponsabilidad sobre quien caiga, pero no es lícito, cualquiera que sea una
posición revolucionaria, venir a lanzar discursos de mitin que pueden impli-

553
car una condenación de los principios mismos de la sociedad española.
(/4 plausos.)
El señor Presidente'. El señor Calvo Sotelo tiene la palabra para rectificar.
El señor Calvo Sotelo: Antes de recoger, aunque brevísimamente, algu­
nas directísimas alusiones y palabras del señor Presidente del Consejo de
Ministros, quiero replicar a las que la señora Ibarruri dedicó a cierta señorita
de ciertos apellidos. Estos no han sonado en el hemiciclo, pero era tan clara
y transparente la alusión que todos hemos entendido perfectamente que la
señora Ibarruri se dirigía...
El señor Presidente: Señor Calvo Sotelo, no ponga su señoría nombres
donde no se han puesto antes.
El señor Calvo Sotelo: Pero, señor Presidente...
El señor Presidente: Haga su señoría las alusiones en la misma forma en
que las ha escuchado, pero no ponga nombres donde no se han pronunciado.
El señor Calvo Sotelo: Tan clara y tan transparente es la alusión que,
efectivamente, no es preciso poner nombres y apellidos, porque todos los
hemos percibido con claridad.
En aras de un deber de caballerosidad he de decir que esa señorita no
acaudilla ninguna de las organizaciones de tipo delincuente... (La señora
Ibarruri: El famoso coche con los impactos, desde el que se asesinó a Juanita
Rico, es un testigo de mayor excepción.) Y, en segundo lugar, me permito
indicar que los apellidos del padre de esta señorita no pueden suscitar el me­
nor rescoldo de odio ni de pasión en ningún buen español, porque fue él
quien pacificó Marruecos. (Rumores y protestas.) (La señora Ibarruri: ¡Vamos!)
¿Cómo que vamos? ¿Es que cabe desconocer que muchos de los que se sien­
tan ahí y ahí (Señalando varios escaños de la mayoría.) colaboraron con el
General Primo de Rivera? (Fuertes rumores. Entre varios señores Diputados
se cruzan palabras que no se perciben claramente. El señor Presidente recla­
ma orden.)
Rectificado esto, he de recoger algunas alusiones del mismo señor Dipu­
tado, diciendo que yo no he defendido, antes al contrario, he impugnado
los salarios irrisorios de 1,50 pesetas. He impugnado éstos y otros que aun
siendo bastante superiores, resultan siempre inferiores al mínimum vital de
dignidad y de justicia reclamable.
Voy a contestar ahora, rapidísimamente, unas palabras y conceptos concre­
tos del señor Casares Quiroga. Su señoría ha querido darme una lección de pru­
dencia política, y yo, que soy modesto, jamás desdeño las lecciones que se me
puedan dar por compatriotas míos, en quienes reconozco, por regla general y
“a priori”, una superioridad, y cuando no se la reconozca por sus dotes perso­
nales me basta con que desempeñen una función pública para que yo, discipli­
nado siempre, estime “a priori”, repito, que tienen derecho a fulminarme un
anatema, a señalarme un camino o a imponerme una rectificación.
Ahora bien, señor Casares Quiroga, para que su señoría dé lecciones de
prudencia, es preciso que comience por practicarla, y el discurso de su seño­
ría de hoy es la máxima imprudencia que en mucho tiempo haya podido ful­
minarse desde el banco azul. ¿Imprudente yo porque haya tocado el problema

554
militar y hablado concretamente del desorden militar? Y esto lo dice un
orador, un político que se vanagloria —lo ha declarado con reiterada solemni­
dad esta tarde— de demócrata y parlamentario. Se ha dicho del Parlamento,
con referencia al inglés, que no es soberano, que todo lo puede hacer menos
cambiar un hombre en una mujer, y si un Parlamento lo puede hacer todo,
¿no va a poder servir para hablar de todo {Rumores) con tal que la inten­
ción sea —y en este caso la mía lo era plenamente, y no admito dudas o
torcidas interpretaciones sobre este punto— patriótica y responde a una
preocupación nobilísima de orden público y de interés nacional?
Esta es la deducción que obtengo de las palabras de su señoría, señor Ca­
sares Quiroga, y por eso las comento y por eso las repudio. Yo he aludido
al problema militar, al desorden militar en cumplimiento de un deber; de un
deber objetivo político y de un deber temperamental. Yo no me presto a fa­
ramallas, no me sumo a convencionalismos. Yo, que discrepo, honradamente
lo digo, del sistema parlamentario democrático, como tengo una representación
con que mis electores me han honrado en los tres Parlamentos de la República,
vengo aquí en aras de esa representación, a decir honradamente lo que pienso
y lo que siento, y sería un insensato insincero y faltaría a los más elementales
deberes de veracidad, si en una especie de rapsodia panorámica sobre el pro­
blema del desorden público, como la que he hecho esta tarde, fuera a omitir
lo que dicen, piensan y sienten millones de españoles acerca del desorden en
todas sus magnitudes y en especial en cuanto concierne a las instituciones mi­
litares. Para mí el Ejército (lo he dicho fuera de aquí, y en estas palabras
no hay nada que signifique adulación), para mí el Ejército —y discrepo en
esto de amigos como el señor Gil Robles— no es en momentos culminantes
para la vida de la patria un mero brazo, es la columna vertebral. Y yo agrego
que en estos instantes en España se desata una furia antimilitarista que tiene
sus arranques y orígenes en Rusia y que tiende a minar el prestigio y la efi­
ciencia del Ejército español. ¿Que su señoría ama al Ejército? No lo he negado.
¿Que se trata de servir al Ejército? No lo he puesto en duda; lo que sí
he advertido en su señoría es la necesidad absoluta de que se evite que el
Ejército pueda descomponerse, pueda disgregarse, pueda desmedularse a virtud
de la acción envenenadora que en tomo suyo se produce y a virtud también
del abandono en que muchas veces se deja su prestigio corporativo, frente a
la acción cerril de las masas que, como antes explicaba, no son mayoría, sino
minoría.
Hace unos momentos el señor Gil Robles se quejaba, con razón, del si­
lencio que hasta ahora ha reinado en tomo a manifestaciones vertidas aquí
por la señora Ibarruri. En unión de otros muchos documentos, entre los cua­
les procuro andar siempre, que es buena compañía, tengo un recorte de un
periódico ministerial, Mundo Obrero {Risas y rumores), en el cual se comenta
el episodio de Oviedo a que yo aludía en mi intervención de esta tarde, y
en ese recorte, la censura (que no hace ocho días había prohibido que a un
militar se le llame heroico y en cambio ha permitido que se pida su encarcela­
miento en un periódico que se publicaba el mismo día en que se tachaba el

555
calificativo de heroico), en ese recorte la censura ha consentido íntegramente,
sin tocar una tilde, sin tachar una coma, estos dos párrafos:
“Han quedado en Asturias fuerzas del odio, fuerzas del crimen, fuerzas re­
presivas que tienen el regusto de los crímenes impunes. Esas mismas fuerzas
que, al margen y en contra de las órdenes que reciben, aún promueven con­
flictos y cometen atentados y provocaciones indignantes. Si no se pone re­
medio a lo que es mal que hay que cortar de raíz, no podrá el Gobierno
quejarse de la falta de asistencia de las masas.”
“El problema de Asturias es especialísimo. Debería comprenderlo el Go­
bierno. Allí se ha asesinado por centenares a hombres indefensos. Allí se ha
torturado a la población. Allí se ha robado, se ha incendiado. Ni uno solo
de los individuos que componían las fuerzas represivas está libre de culpa.
Entonces, ¿por qué han de seguir en Asturias los que en cada momento —y
la prueba es bien reciente —provocan y disparan contra el pueblo cuando se
divierte pacíficamente en una verbena?”
Esto es lo que la censura del Gobierno de la República consiente que se
publique sin tachar una tilde, sin suprimir una coma, y encuentro, por ello,
muy acertadas y pertinentes las palabras del señor Gil Robles, que las echaba
de menos en su señoría. Nada de adulación al Ejército; la defensa del Ejército
ante la embestida que se le hace y se le dirige en nombre de una civilización
contraria a la nuestra y de otro ejército, el rojo, es en mí obligada. De eso
hablaba el señor Largo Caballero en el mitin de Oviedo, y por las calles de
Oviedo, a las veinticuatro o a las cuarenta y ocho horas de la circular de su
señoría, que prohíbe ciertos desfiles y ciertas exhibiciones, han paseado tran­
quilamente, uniformados y militarizados, cinco, seis, ocho o diez mil jóvenes
milicianos rojos, que al pasar ante los cuarteles no hacían el saludo fascista,
que a su señoría le parece tan vitando, pero sí hacían el saludo comunista,
con el puño en alto y gritaban: ¡Viva el ejército rojo!; palabras que no tenían
el valor... (Un señor Diputado’. No es cierto.) lo dice Claridad. (El mismo se­
ñor Diputado’. No han desfilado por delante de ningún cuartel.) Esos vivas
al ejército rojo quieren ser, quizá, una añagaza para disimular ciertas pers­
pectivas bien sombrías sobre lo que quedaría de las instituciones militares
actuales en el supuesto de que triunfase vuestra doctrina comunista. Pero no
caben despistes. De los jefes, oficiales y clases del ejército zarista, ¿cuántos
militan y figuran en las filas del ejército rojo? Muchos murieron pasados a
cuchillo; otros murieron de hambre; otros pasean su melancolía conduciendo
taxis en París o cantando canciones del Volga.’ (Risas.) No ha quedado nin­
guno en el ejército rojo.
Yo tengo, señor Casares Quiroga, anchas espaldas. Su señoría es hombre
fácil y pronto para el gesto de reto y para las palabras de amenaza. Le he oído
tres o cuatro discursos en mi vida, los tres o cuatro desde ese banco azul,
y en todos ha habido siempre la nota amenazadora. Bien, señor Casares Qui­
roga. Me doy por notificado de la amenaza de su señoría. Me ha convertido
su señoría en sujeto, y por tanto no sólo activo, sino pasivo, de las responsa­
bilidades que puedan nacer de no sé qué hechos. Bien, señor Casares Qui­
roga. Lo repito, mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto y no desdeño nin-

556
guna de las responsabilidades que se puedan derivar de actos que yo realice, y
las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi patria. (Exclamaciones) y
para gloria de España, las acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que
Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: “Señor, la vida podéis
quitarme, pero más no podéis.” Y es preferible morir con gloria a vivir con vi­
lipendio. (Rumores.) Pero a mi vez invito al señor Casares Quiroga a que mida
sus responsabilidades estrechamente, si no ante Dios, puesto que es laico, ante
su conciencia, puesto que es hombre de honor; estrechamente, día a día, hora
a hora, por lo que hace, por lo que dice, por lo que calla. Piense que en sus ma­
nos están los destinos de España, y yo pido a Dios que no sean trágicos. Mida
su señoría sus responsabilidades, repase la historia de los veinticinco últimos
años y verá el resplandor doloroso y sangriento que acompaña a dos figuras que
han tenido participación primerísima en la tragedia de dos pueblos: Rusia y
Hungría, que fueron Kerensky y Karoly. Kerensky fue la inconsciencia; Karoly,
la traición a toda una civilización milenaria. Su señoría no será Kerensky,
porque no es inconsciente, tiene plena conciencia de lo que dice, de lo que
calla y de lo que piensa. Quiera Dios que su señoría no pueda equipararse
jamás a Karoly. (Aplausos.)
El señor Presidente: Tiene la palabra para rectificar el señor De Fran­
cisco.
El señor De Francisco: Me doy perfecta cuenta del cansancio de la Cá­
mara, y, por tanto, pienso ser brevísimo. Pero no quiero dejar de recoger
algunas de las manifestaciones hechas por los señores Cid, Gil Robles y Calvo
Sotelo, que no deben quedar sin rectificación.
El señor Cid, como es costumbre, ha relatado aquí una serie de hechos
que, por lo visto, conoce de referencia, y que imputa a los trabajadores de
varias localidades.
Hemos dicho anteriormente que no justificamos ningún acto de violencia,
realícelo quien lo realice; pero afirmamos que casi siempre hallamos perfec­
ta explicación para esos mismos hechos, por dolorosos que parezcan. Hubiera
sido muy interesante que el señor Cid, como otros señores, al hacer relatos
de estos hechos, que merecen la condenación de todos, se hubiera preocupa­
do, obedeciendo a los dictados de la sinceridad y hasta de la nobleza, de citar
las causas a que en la totalidad o en la inmensa mayoría de los casos corres­
ponden esos hechos, y nos hubiéramos encontrado, yo estoy seguro de ello,
con que todo corresponde a un estado de excitación, de irritación, que no
son hechos realizados, como decía nuestra compañera Dolores Ibarruri, por
el placer de realizarlos, por gusto de realizarlos, sino que, como todos los
hechos, tienen una causa a la que responden, y para mí no es otra que ese
estado de desesperación a que les llevan en todos los casos los señores a
quienes sus señorías representan aquí políticamente: los dueños de las tierras,
los dueños de las industrias, que les condenan al hambre, que les persiguen
como a verdaderas fieras y que se conduelen más de que una oveja se coma a
sus hijos que de que un padre hambriento se coma a los suyos. Ese es un
hecho real. Si no hubiera otras causas de orden económico, de raíz econó­
mica, por la codicia de los patronos, de los terratenientes, que producen ese

557
estado de desesperación de las clases obreras, tenga la seguridad su señoría
de que esos hechos no habrían de producirse.
Nosotros nos hemos pasado la vida luchando cerca del Estado, frente
a los patronos, reclamando legislación de carácter social que dulcificara las
luchas entre patronos y obreros; vosotros, resitiéndoos a que se creara esa
legislación; y cuando se ha creado, conculcándola o volviéndola a destruir
con vuestra nueva legislación. Las clases trabajadoras, educadas ya en esos
procedimientos, queriendo extraer de ellos o percibir de ellos los beneficios
que esperaban, se entregaban de lleno a esa acción, y ¿cuál ha sido el gesto
de los patronos codiciosos a quienes vosotros representáis? Cerrarles todas
las puertas del derecho, absolutamente todas; hacer que lleguen a este estado
de desconfianza o de indiferencia hacia la legislación social, y echáis sobre
nuestras espaldas la tarea de volver a levantar el espíritu de esas gentes,
haciéndolas confiar en que el régimen republicano democrático las restituya
en sus derechos, en que puedan utilizarlos en forma en que de ello se deriven
los beneficios que siempre de ellos habían esperado. Sois vosotros, o vues­
tros representados, los que lleváis a las gentes a este estado de desesperación;
no debéis extrañaros de los frutos, si es esa la semilla que sembráis.
El señor Calvo Sotelo ha hecho una serie de consideraciones que yo
no he de recoger, porque se refieren a cuestiones de doctrina. Es muy aficio­
nado a hablar de marxismo, y yo creo que no se ha enterado, a pesar de
toda su cultura, el señor Calvo Sotelo, de lo que eso significa, puesto que
ahora parece que nos descubre que el partido socialista se inclina hacia el
marxismo. (Rumores.) Esto dijo en su primer discurso; lo he percibido bien
y lo he anotado. Y lo dijo no queriendo enterarse, u olvidando de modo
deliberado, que el partido socialista, desde su fundación, responde a los
principios marxistas, a la doctrina creada por Carlos Marx, que por eso se
denomina marxista. (Risas.) De modo que no es ningún descubrimiento.
Ya he dicho que no voy a entrar en este género de consideraciones, por
razón a la hora y porque no quiero molestaros. Pero ha hecho una afirma­
ción que no es nueva en esta Cámara; se ha hecho de modo reiterado, y a
estas alturas tengo que afirmar que se hace con deliberada mala fe. Solamente
así se puede sostener, señor Calvo Sotelo, y es ya una expresión hasta im­
propia de su señoría, que hombres del partido socialista, o el partido socia­
lista, han colaborado con la Dictadura. Esa es una afirmación que su señoría,
ni ninguno de los hombres de la Dictadura, ni nadie que conozca los hechos
históricos de nuestro país, puede sostener sino de un modo caprichoso (El se­
ñor Fuentes Pila pide la palabra. Rumores), nunca probando los hechos.
(El señor Calvo Sotelo: ¿Me permite su señoría una interrupción? Yo he
conversado en el despacho del General Primo de Rivera sobre problemas po­
líticos de Asturias varias veces con el señor Llaneza. ) (Rumores.) ¿Y qué?
Señor Calvo Sotelo, por si el argumento le sirve a su señoría para el día de
mañana, tengo que decirle a su señoría que yo he estado hablando con el
General Primo de Rivera dos veces en su despacho. Se lo digo por si quiere
un dato más. (Rumores). (El señor Calvo Sotelo: Y en Mieres, ¿no colaboró
ningún socialista?) (Siguen los rumores. El señor Presidente agita la campa-

558
nilla.) (El señor Fuentes Pila’. Yo he tomado champán debajo de un retrato
de Pablo Iglesias, en la mina “San Vicente”, con esos señores) (señalando a
lá minoría socialista. Continúan los rumores y las llamadas al orden del se­
ñor Presidente.)
El señor Presidente: Señor Fuentes Pila, que ya ha pedido su señoría la
palabra.
El señor Fuentes Pila: He dicho. (Risas.)
El señor De Francisco: Señor Calvo Sotelo, yo he ido al despacho del
General Primo de Rivera en dos ocasiones, de la misma manera que fueron
el difunto compañero Llaneza y otros hombres del partido socialista. (El
señor Fuentes Pila pronuncia palabras que no se perciben. El señor Presi­
dente agita la campanilla.) ¿Me quiere dejar el señor Fuentes Pila exponer,
con la torpeza que yo hablo siempre, lo que tengo que decir? (El señor Fuen­
tes Pila interrumpe.)
El señor Presidente: Ruego a su señoría que aplaque los nervios, y si no,
me veré obligado a imponerle un correctivo reglamentario. (Muy bien. Ru­
mores) ¡Orden!
El señor De Francisco: Fuimos allí, como hemos ido a los despachos de
otros Ministros en situaciones políticas liberales o conservadoras, a recabar
lo que estimábamos en derecho, pero no a realizar una colaboración, pala­
bra de cuyo significado su señoría debe saber más que yo. (El señor Calvo
Sotelo: Perdone su señoría, y es la última interrupción. El señor Llaneza con­
versaba con el señor Presidente del Consejo de Ministros en mi presencia
sobre proyectos del Decreto-Ley relativos a algunas minas...) (Rumores y
protestas.) El compañero Llaneza, a quien me he honrado en conocer pro­
fundamente, así como su elevación moral, su honradez en la conducta y su
integridad en la acción política, era absolutamente incapaz, como lo son todos
los hombres del partido socialista, de ir a prestar una colaboración en el
sentido que su señoría lo expresa, porque si su señoría no pusiese una can­
tidad de veneno en esa afirmación, su señoría no la traería al Parlamento.
(Rumores contradictorios.)
Y ha habido también otra afirmación, muy reiterada aquí, hecha desde
esos bancos, ocupándolos su señoría y ocupándolos otros hombres, en forma
de apostrofe, no con razonamientos para forma de apostrofe. Se nos han di­
rigido palabras que eran una condenación, o querían ser una condenación,
por haber ocupado nuestro camarada Largo Caballero un cargo en el Consejo
de Estado, y eso, señor Gil Robles y señor Calvo Sotelo, no ha sido colaboración
en la forma que sus señorías lo han expresado aquí o han querido expresarlo.
El compañero Largo Caballero ha ido al Consejo de Estado, incluso contra
el criterio de algunos camaradas nuestros, pero ha ido, como a todas partes,
de una manera digna, no aceptando un nombramiento del Gobierno, ni a
título de colaboración, sino, consecuente con los principios mantenidos por
nuestra organización de penetrar en todos los organismos del Estado, de la
Provincia y del Municipio, en representación exclusiva, por resolución firme
y clara de la Unión General de Trabajadores de España. Ni le debía nada a
Primo de Rivera, ni jamás se hubiera prestado a hacer algo que hubiera

559
significado agradecimiento ni colaboración con la Dictadura. (El señor Gil
Robles: Fue creado el cargo a medida, por Real Decreto.) (El señor Alvarez
Angulo: ¡Si era preceptivo el Real Decreto!) Todo lo que quiera el señor Gil
Robles, pero la realidad es la que se ha expresado en otras ocasiones iguales
hablando de este asunto y la que expreso yo con más modestia en el presente
momento.
El señor Gil Robles en actitud gallarda decía (le coreaban sus compañe­
ros de minoría) que está deseando que se examine aquí el problema de las
responsabilidades en razón de los actos realizados por los hombres que ocu­
paron el Gobierno y por los que fuera del Gobierno colaboraban con él.
Pues bien, señor Gil Robles; a pesar de que aquí se entable debate y se ex­
ponga cuanto haya que exponer, que es mucho, sobre el movimiento revolu­
cionario de España, especialmente de Asturias, que sus señorías ahogaron
en sangre con una crueldad desconocida totalmente en nuestro país; a desear
eso, repito, no nos gana su señoría, y si su señoría tiene documentos proba­
torios, según su criterio, de cuanto haya de exponer, yo anticipo a su señoría
que no han de faltarnos documentos que exponer a su señoría más sangrientos
y tan veraces, por lo menos, como los que su señoría pueda aportar aquí.
No nos gana en deseo, y somos nosotros los que hace tiempo venimos acu­
ciando al Gobierno que apoyamos, para que, cuanto antes, venga un debate
que cada día que transcurre sin que se plantee nos parece un siglo. No
puede, pues, aventajarnos en ese afán de que se esclarezca todo lo más rápi­
damente posible.
Por último, haciendo alusión a los rumores que estos días han circulado
sobre la posibilidad de que pudieran otorgarse al Gobierno plenos poderes,
versión que de una manera clara, terminante, absoluta, ha desvanecido esta
tarde el Jefe del Gobierno, el señor Gil Robles ha dado lectura a un suelto
publicado en El Socialista, y decía que no sabía si habría en esta Cámara
y en esta tarde quién se hiciera eco de ese suelto. Pues yo, con toda mi mo­
destia, voy a hacerme eco de ese suelto para decir esto: somos enemigos
acérrimos de los Gobiernos de plenos poderes, y, por tanto, en cuanto de
nosotros dependa, consecuente nuestro pensamiento en este caso con las de­
claraciones que esta tarde se han hecho desde la cabecera del banco azul, no
habrá Gobierno de plenos poderes; pero yo no hago en este momento sino
querer interpretar la frase que ha llamado la atención al señor Gil Robles,
creo que no tiene otro que éste: que si las circunstancias fuesen de tal
gravedad por los manejos a que se dedican los hombres que vosotros repre­
sentáis aquí, el capitalismo español —de lo cual tenemos nosotros también nues­
tras versiones, nuestras noticias (El señor Gil Robles: No está mal el remien­
do.)—, si la situación que se creara por esos manejos, de los que son consecuen­
cia, a nuestro entender, la mayor parte de los sucesos que se están dando en la
calle, que no se producirían sin esos manejos; si esos hechos se produjeran.
El Socialista dice — y creo que con razón— (Exclamaciones.) que si esas
circunstancias se dieran y fueran de tal gravedad —entiéndalo bien el señor
Gil Robles—, de tal gravedad que representaran un serio peligro, por cierta
clase de amenaza, antes de dar pie, de dar margen, de dar facilidades para

560
p/

Exeme Sr. Don Mariano Aneó.


. /., s, /'< f // ■ w. Ministro de Justicia.

Mi querido amigo:
En contestación a su atenta carta, adjunto tengo el
gusto de enviarle el informa que me facilita la Comisaría Gene­
ral de Barcelona, sobre los Abogados que formularon protesta
por la muerte de Calvo Soteio, y la lista quS’ envía el Sr. Co­
misario General de Madrid sobre los mismos.
Le saluda afectuosamente.

Barcelona 3-1-930.

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La República prometió franca y abierta justicia para los asesinos
de José Calvo Sotelo. He aquí los extraños caminos de esa justicia.
No es difícil averiguar para qué se quería, en 1938, la lista de los
abogados que protestaron por el crimen de Estado. Quizá sea este do­
cumento, firmado por el Ministro de la Gobernación de la República,
la más terrible prueba de culpabilidad que, en ese caso, pueda lan­
zarse contra ella.
que triunfarais en vuestros propósitos —lo dije ya antes—, plenos poderes
y lo que fuera. (Aplausos.) (El señor Gil Robles: ¡Qué dirá de eso el señor
Casares Quiroga!)
El señor Presidente: Se va a dar lectura a la proposición incidental que
ha llegado a la Mesa y de que antes di noticia.
El señor Secretario (Trabal): Dice así:
“A las Cortes.—Los Diputados que sucriben, como resultado del debate
producido al discutirse la proposición no de ley, firmada por los grupos de
oposición, proponen:
Que el Congreso declare no haber lugar a votar la proposición indicada
y en su lugar se vote la confianza de la Cámara al Gobierno para la
realización del programa del Frente Popular.
Palacio del Congreso, 16 de junio de 1936.—Marcelino Domingo.—Luis
Fernández Clérigo.—Enrique de Francisco.—José A. Trabal.—Emilio Palo­
mo.—José Andrés y Manso.—Leandro Pérez Urria.—Angel Galarza.—José
Tomás Piera.—Domingo Palet y Barba.—José Díaz.—Siguen las firmas hasta
veinte.”
El señor Presidente: El señor Domingo tiene la palabra.
El señor Gil Robles: Pido la palabra para una cuestión reglamentaria.
Que se lean los artículos 99 y 100 del Reglamento.
El señor Presidente: Un Secretario procederá a la lectura de dichos ar­
tículos.
El señor Secretario (Trabal): Dicen así:
”Artículo 99. Los Diputados podrán presentar proposiciones que no sean
de ley, encaminadas a una de estas tres finalidades:
a) Que se resuelva “no haber lugar a deliberar”.
b) Que se dé cierta tramitación a un asunto o incidencia; y
c) Que el Gobierno, o la Cámara, formule declaración sobre una ma-
tena.”
El señor Gil Robles'. Me basta.
El señor Galarza: Pido la palabra para que se dé lectura al artículo 101
del Reglamento.
El señor Presidente'. Así se hará por un Secretario.
El señor Secretario (Trabal): Dice así:
“Artículo 101. La proposición incidental podrá surgir en el curso de
cualquier debate, habrá de tener relación directa con el asunto que se discuta
y no podrá perseguir otro propósito que resolver una dificultad suscitada o
incidente producido, o señalar el trámite procedente en determinada cuestión.”
El señor Galarza: Me basta.
El señor Gil Robles: Dos palabras sobre la cuestión reglamentaria.
He pedido la lectura del artículo 99 para que quede bien de manifiesto
el procedimiento anómalo que va a poner en práctica la mayoría.
Aunque el señor Galarza, siempre tan propicio a cuestiones reglamenta­
rias, pretenda que ésta sea una proposición incidental, en rigor se trata
de una proposición de “no ha lugar a deliberar” un poco disfrazada. (Nego­
ciaciones.)

561
36
Lo que ocurre es que os ha parecido un poco anómalo que al cabo de
seis horas de estar discutiendo, fuerais a decir que no había lugar a deliberar,
y la habéis sustituido con esta fórmula más peregrina de “no ha lugar a
votar”.
No tengo interés más que en poner de manifiesto esta anomalía. Por lo
demás, podéis votar la confianza. Sobre todo, los grupos republicanos de la
mayoría van a marchar completamente satisfechos. En sus circunscripciones
se lo contarán a partir del día próximo. (Rumores. El señor Gil Robles y
los señores que ocupan los escaños próximos abandonan el salón.)
El señor Presidente: Tiene la palabra el señor Galarza.
El señor Galarza: Al escuchar que el señor Gil Robles pedía lectura de
los artículos 99 y 100 del Reglamento solicité que se hiciera también la del
artículo 101, porque ésta no es una proposición de “no ha lugar a deliberar”,
sino una proposición de “no ha lugar a votar”, es decir, una proposición inci­
dental que trata de señalar el trámite procedente en determinada cuestión.
Habrá alguien que pueda decir que con votar en contra de la proposición
no de ley está resuelto todo; pero como la proposición no de ley está habi­
lidosamente redactada, para poderla explotar fuera de la Cámara diciendo
que la mayoría —republicanos, socialistas y comunistas— ha votado en con­
tra de una proposición en la que se pedía que se restableciese el orden pú­
blico, nosotros no podíamos caer en esa habilidad de las derechas, y decimos:
eso no corresponde votarlo; lo que corresponde votar, como consecuencia
del debate, es la confianza en el Gobierno. (Aplausos.)
El señor Presidente: La interpretación que ha dado la Mesa a la pro­
posición suscrita por el señor Domingo se acomoda perfectamente a las ma­
nifestaciones del señor Galarza, y no cree que se haya excedido en la inter­
pretación del Reglamento poniéndola a discusión con preferencia a la pro­
posición antes discutida.
El señor Domingo tiene la palabra.
El señor Domingo: Señores Diputados, con motivo del problema del orden
público se ha promovido un debate al que todos hemos asistido; por algunos
de los discursos pronunciados en el debate precisamente por quienes lo han
promovido y últimamente por la actitud que acaban de adoptar, cabe pensar
que, sin duda, no contribuirán en lo más mínimo al restablecimiento del or­
den público en España en aquellas zonas donde el orden público esté alte­
I
rado. No hay duda alguna sobre que, si en el problema de orden público
hay un sector que tenga interés fundamental en mantenerlo y defenderlo,
este sector es el Gobierno y la fuerza que asiste parlamentariamente al Go­
bierno, en todo momento, en toda ocasión, pero principalmente en que el
Gobierno y la fuerza política que le sostiene tienen un compromiso solemne
ante el país, que es el de cumplir una obra fundamental para el desenvolvi­
miento de la historia política de su Patria.
Si no bastara este convencimiento para fundamentar esta posición, en el
debate de esta tarde se habría advertido con toda claridad este hecho: que
había interés por conservar el orden público en aquellas fuerzas políticas
que no han promovido este debate, y que había interés, basándose en el pro-

562
blema del orden público, en continuar la perturbación del orden público,
en quienes han promovido el debate. {Muy bien.)
No puede hacerse —y voy a ser muy breve en mi intervención— un com­
partimiento estanco en la política de un país por la actuación de cada Go­
bierno; el Gobierno de hoy hereda el problema moral que deja pendiente el
Gobierno de ayer, y cada Gobierno es heredero, en poco o en mucho, de la
situación que deja el Gobierno anterior. En el debate promovido se ha que­
rido dar a entender, en síntesis, por quienes lo promovieron, que en España
la democracia primero, la República después y, en definitiva, dentro de la
República, los Gobiernos de izquierda, estaban incapacitados para la conser­
vación y garantía del orden público, y se atenían, para justificar esta actitud,
a la situación presente de la realidad española. Por fortuna o por desventura,
pueden establecerse comparaciones; no remotas, sino inmediatas, para señalar
cómo la situación actual de orden público es una herencia de otro régimen, de
otras situaciones políticas y de otros Gobiernos.
Yo no quiero calibrar la anormalidad y la gravedad del momento presente,
pero digo que era más grave la situación de España durante la Monarquía
en 1909, cuando en una sola ciudad, Barcelona, ardía casi todo; entonces
gobernaba a España la Monarquía y, dentro de la Monarquía, una fuerza
conservadora. Más grave era la situación de 1917, cuando, por la actitud
del régimen, hubo de convocarse una asamblea de parlamentarios en Barce­
lona, y siguió a la asamblea de parlamentarios un movimiento revolucionario
de gran volumen. Más grave fue la situación producida en 1921, como con­
secuencia de una descomposición de los organismos del Estado a que no se
ha llegado en ningún momento en la República, situación de descomposición
que determinó la catástrofe de Annual. Mucho más grave en 1923, cuando
hubo necesidad de producir una sublevación militar, porque, agotados todos
los partidos del régimen, fue necesario acudir a un General insurrecto para
salvar, con una situación de fuerza, la Monarquía. ¿Quiere ofrecerse la Mo­
narquía como un régimen de superioridad en la conservación del orden pú­
blico en parangón con la República? Pues ahí quedan todos esos hechos para
evidenciar, primero, la herencia; segundo, la inferioridad.
Pero después viene la Dictadura, porque la Dictadura la ha vivido Es­
paña: dictadura fuerte, dictadura absoluta; y en la Dictadura se produjo un
hecho —no citaré otros—, un hecho, el de la sublevación de las fuerzas en
Ciudad Real, como no ha conocido otro la República; dentro de este hecho
tiene que señalarse, paralelamente, otro, y es el de la actitud que hubo de
adoptar el poder público con una fracción del Ejército por su actitud insu­
rrecta frente a la Dictadura. ¿Puede compararse esta situación de hoy con
aquella situación de la Dictadura? Pues, Monarquía y Dictadura ofrecen esta
realidad; una herencia de trastorno moral, de perturbación política, de desor­
den público, que se traslada a la República y que se le deja a la República
como herencia, y en ensayo de otros regímenes que hoy se nos ofrecen como
solución, situaciones de desorden público más graves que la situación de des­
orden público que en un momento revolucionario que no se ha de olvidar tiene
la República.

563
Pero es que a favor de la República ha de señalarse un hecho, y es que
la República aspira a instaurar un régimen de paz en España, tanto, que la
República produce su movimiento revolucionario de cambio de régimen sin
que tenga lugar en nuestro país una sola de estas conmociones que actual-
mente se registran; es decir, las fuerzas revolucionarias republicanas produ­
cen un cambio de régimen sin par en la Historia, señalado por su elegancia,
dignificado por su gesto generoso, magnificado por su tránsito de paz. Nunca,
en ningún país, se ha producido un cambio político como el cambio político
que se ha registrado en España por la acción de los revolucionarios republi­
canos determinando el cambio de régimen.
¿Qué es lo que dentro de la República, nacida en paz, determina otra
vez el que entre en ella la herencia de perturbación legada por la Monarquía
y la Dictadura, y vuelva la guerra? Primero, las pastorales del Cardenal Se­
gura, que señalan una actitud insurrecta de la Iglesia; después, el anuncio
de los alzamientos del Norte, que se preparan y señalan como amenaza con­
tra el régimen; más tarde, el movimiento militar del 10 de agosto; es decir, no
son las fuerzas sociales avanzadas ni las fuerzas republicanas liberales las que
determinan, o al instaurar el régimen o al desenvolverlo, una situación de
desorden público, sino que son las derechas, las fuerzas que se sostienen en
las derechas, las que ahora reclaman que se mantenga el orden público, quie­
nes, dentro de la República que se inició con paz, que se desenvolvió en
paz, producen nuevamente la perturbación política y el desorden público den­
tro de la misma República. (Aplausos.)
Se inicia en España con el primer Gobierno, con el Gobierno del primer
bienio, un hecho que habría de haber quedado en la Historia como ejemplar
y que las fuerzas conservadoras, si hubieran tenido sentido más que de sus
egoísmos y de sus intereses de la devoción a esta España que entraba en un
momento nuevo de su vida, debían haber saludado como un hecho benefac­
tor: era el de que en una hora en que en el mundo se está tramitando, por
ideas y por hechos nuevos, una revolución social, las fuerzas que en Es­
paña representaban este sentido se incorporaban a un régimen democrático,
colaboraban directamente en una acción de Gobierno y permitían que la re­
volución social fuera en España una evolución pacífica dentro de la demo­
cracia creada. (Muy bien.)
¿Cómo saludaron las fuerzas conservadoras este hecho magnífico y ejem­

plar, que de haber perdurado hoy daría a España el ejemplo único de las po­
sibilidades fecundas de una democracia nueva? ¿Cómo? Empezando contra
aquel Gobierno, aquella situación política y aquellas fuerzas sociales una de
las campañas más anárquicas, demoledoras, antiespañolas que se han produ­
cido jamás. (Aplausos.) De la injuria más baja a la calumnia más vil, todo lo
que pudieron imaginar como fuerza demagógica para subvertir las institu­
ciones, todo lo intentaron; todo lo que creyeron medio para demoler aquella
fuerza política, para apartar de la acción legal a estas fuerzas sociales, todo
lo creyeron lícito; todo lo que pudieron arbitrar para colocarse frente a aque­
lla situación política y destruirla, todo lo creyeron legítimo. (Muy bien} Un
suceso desventurado y dramático, el de Casas Viejas, les sirvió de bandera.

564
y las fuerzas que hoy han pedido el restablecimiento del orden público, en
aquella ocasión hicieron contra las fuerzas del Estado la campaña de injurias,
de demagogia, de escándalo, de subversión, de ataque, de indisciplina más
violenta que se ha conocido. (Grandes aplausos.) Y no teniendo más que
un propósito, el de quebrantar al Gobierno que existía, no les preocupó el
que soliviantando a las masas populares, señalándoles la responsabilidad de
un Gobierno al que manchaban de sangre, estas masas populares desertaran
ya de la lucha legal, desesperaran de la República, se desencantaran del ré­
gimen que habían instaurado y buscaran por otros caminos, por los cami­
nos por lo que después han ido, la satisfacción a sus ideales. (Grandes
aplausos.)
Cayó aquel Gobierno, cayó aquella situación política. Cada fuerza de las
que habían integrado aquella instauración pacífica de la República andaban
ya por su camino. ¿Qué se hizo durante el tiempo en que esos hombres
gobernaron? Lo ha dicho con palabra emocionante, que ha llegado al alma
de todos, “La Pasionaria”. ¿Qué han hecho? Esos hombres, si lealmente
hubieran estado dentro de la República, primero la habrían honrado con su
conducta política, porque debían de haber pensado que una República tiene
una primera característica: la honradez, y cuando la honradez le falta, deja
de serlo. Pasaron por el Poder desertando primeramente de esta calidad
política, la de la honradez, y por tener unos votos que les permitieran re­
primir desde el Gobierno lo que querían ahogar, no dudaron en sostener
en el Gobierno a quienes, de una manera decidida y siendo cómplices ellos
de los otros, permitieron que realizaran actos que si aquellos hombres hubieran
sido la República, la República hubiera quedado deshonrada. (Grandes aplausos.)
Y luego, ¿qué? Su misión, si ellos hubieran sentido fervorosamente su adhe­
sión a la República, habría de haber sido ésta: el pensar que un día a las
derechas sucederían las izquierdas. En un pueblo como el nuestro, de poca
educación política, porque no se la han dado, más fácil a moverse por reac­
ciones que a permanecer en su puesto por convicción, en un pueblo dispuesto,
por corrientes sentimentales, a lanzarse mañana rápidamente a las posiciones
más opuestas a las que hoy tiene, hubieran tenido que pensar que a un Go­
bierno de derechas sucedería un día un Gobierno de izquierdas. ¿Cuál habría
de haber sido su misión, si efectivamente ellos hubieran sentido lealtad por
la República, devoción a ella, incorporación legítima y cordial a las nuevas
instituciones? Pues su misión habría de haber sido ésta: hacer insensible el
tránsito, hacer que de una situación de derechas se pasara a una situación de
izquierda sin catástrofe, sin espíritu de guerra civil, sin afán de venganza, sin
que el hecho de ser vencido o vencedor representara dos posiciones en guerra.
¿Hicieron esto? Hicieron lo contrario. En las masas populares, por el hambre
o por la persecución, desencadenaron todos los afanes de represalia que
hoy son los que aparecen como impulsos incontenibles en muchos de los he­
chos que se producen en las calles, y no pensando que un día unos hombres
de izquierda podrían ser los que en nombre de estos partidos gobernaran,
se lanzaron a la difamación más escandalosa y a estos hombres políticos, a
unos los encarcelaron sin respetar su prestigio, hundiéndolos en un buque,

565
infamándoles con todas las acusaciones, a otros les lanzaron encima todos los
vilipendios, los disminuyeron en su autoridad, en su crédito público, en su
representación política, en su popularidad; es decir, envenenaron y desen­
cadenaron las pasiones populares, y a los hombres que el día en que se go­
bernara en nombre de las izquierdas, habrían de gobernar, les disminuyeron
en su autoridad, les rebajaron, les empequeñecieron. El resultado había de
ser natural; han sido más fuertes que nunca las pasiones populares, más dis­
minuidos que nunca en su confianza ante la opinión los hombres representa­
tivos de los partidos de izquierdas. Piden ahora contención en las masas;
la habrían tenido si no las hubieran sublevado. Piden ahora autoridad omní­
moda a los hombres de las izquierdas; tendrían la autoridad que por sus
propios merecimientos debían tener, si ellos no se la hubieran restado.
(A plausos.)
Y ahora, ya en la oposición, vencidos, no se sabe con qué finalidad, no
he de entrar a averiguarlo y a estas horas, no se sabe con qué finalidad,
alentando, o armando o pagando a quienes producen provocaciones que
excitan esta cólera popular y la desmandan, y, por otro lado, producido el
efecto de la provocación y creado el estado de espíritu justo que una provo­
cación de éstas ocasiona, por todos los medios procuran extender un pánico
que determine un hundimiento en nuestra moral y que, en definitiva, siendo
ellos los vencidos en la lucha, sean los que, por esta situación moral que
se crea en nosotros, venzan en nuestra moral.
Cuando se les ve, se advierte con verlos y oírlos, que no tienen nada que
hacer en la República, que no la han sentido jamás. La República es un
régimen para hombres, para hombres que sienten su deber sin apocamientos,
sin histerismos; para hombres que no vengan al régimen con reservas men­
tales; para hombres que se entreguen plena y fervorosamente al sentido crea­
dor de las instituciones republicanas; para hombres que adviertan el mo­
mento magnífico que vive España, aun con todos estos trastornos, aun con
todos estos episodios dramáticos, aun con todas estas alteraciones, el momento
magnífico que vive España, entrada en cauces nuevos, señora de sus destinos,
con fuerte emoción histórica, con afán de horizontes y con impulsos en su
alma para llegar al horizonte donde mira su afán. Quien no tenga este espíritu
creador no está en la República. No están en la República esos hombres
que se van del Parlamento cuando en el Parlamento se debaten, con altura,
temas republicanos. {Muy bien.) No están en la República y es preferible que
por estas actitudes se vayan descubriendo, y que se vayan descubriendo en
momentos como éste, en que, con invocación del orden público, se advierte
que los fomentadores del desorden público son ellos, tan fomentadores, que
uno de los discursos pronunciados por uno de estos hombres que aspiran a
tener una mayor representación dentro de las fuerzas conservadoras españolas, es
uno de los discursos más demagógicos que se han pronunciado ante un país
convulso, sensible, en que todo está dentro de un cauce nuevo. Si el discurso
de uno de estos hombres tuviera el efecto que posiblemente él ha aspirado
a producir, todos los actos realizados en la calle, los de mayor desmán, los
más insultantes, los más violentos, los más demagógicos, todos los actos

566
cometidos en la calle no representan para el desorden público un acto de
mayor gravedad que el realizado por ese hombre con su discurso. (Aplausos.)
Y nada más. (Muchos aplausos.)
Nosotros no aspiramos a un régimen de plenos poderes; no aspiramos
a él, porque las circunstancias no lo demandan, porque no lo permite la
esencia del régimen implantado y porque, en definitiva, nosotros somos hom­
bres formados dentro de disciplinas morales y civiles, a las que queremos ser­
vir con lealtad. Queremos autoridad, pero autoridad republicana; es decir,
autoridad ágil, dinámica y legal; autoridad que nazca de las responsabilidades
políticas que se han comprometido en pacto solemne; autoridad que esté en
el cumplimiento de ese pacto; autoridad que nazca del impulso que el sufragio
universal ha dado nuevamente a la República. Esta es la autoridad que que­
remos, y porque la vemos en el Gobierno que se sienta en el banco azul y
la sentimos nosotros entrañablemente, no hacemos como los que se sientan
ahí enfrente, que piden lo que no dan: nosotros pedimos autoridad porque
tenemos el convencimiento de que con nuestra colaboración se la damos al
Gobierno a quien se la pedimos. (Grandes aplausos.)
El señor Presidente: ¿Aprueba la Cámara la proposición incidental de­
fendida por don Marcelino Domingo?
Varios señores Diputados: Votación nominal.
El señor presidente: Será nominal. (Al retirarse del banco azul el Gobierno,
los señores Diputados le tributan una ovación clamorosa.) Comienza la vo­
tación.”
Verificada ésta, fue aprobada la proposición incidental por 207 votos.

DOCUMENTO 180

CONFIRMACION COMUNISTA DE LA SENTENCIA CONTRA CALVO


SOTELO (218)

Sin careta. Calvo Sotelo y el pistolerismo fascista.


La defensa —ardorosa, provocativa, cínica— que ayer hizo Calvo Sotelo
en la Diputación Permanente de los crímenes fascistas es toda una caracte­
rización política de ese lacayo de dictadores, incubado bajo la bota del Ge­
neral majo y chulón que tiranizó al país durante siete años, que sueña con el
solio dictatorial.
Exaltó y justificó el terrorismo como instrumento de lucha.
Y esta defensa del fascista Sotelo, de sus pistoleros, tuvo como trampolín
la derogación del estado de alarma.
Como pocas veces, representó su papel de cínico primero. Protestó de
todo. Protestó de las detenciones de asesinos. Estos miserables, además de
una buena pistola y un buen salario, cuentan en la Cámara con un buen
abogado.

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La organización es perfecta: cuentas corrientes en los Bancos, cotizacio­
nes en organismos de contratación, como Renovación, Jap y ese Bloque Na­
cional, cómplices en la Administración de Justicia, el Cuerpo de Vigilancia
y en las cárceles.
Y hasta un caudillo con investidura parlamentaria para agitar un es-
pantajo de martirologio con las actividades de unos asesinos.
La destrucción de todo esto es tarea inmediata del Frente Popular. Con
ese miserable Calvo Sotelo a la cabeza.

DOCUMENTO 181

LA NOTICIA CENSURADA QUE CONMOVIO A ESPAÑA (219)

Mediada la mañana de ayer, comenzaron a circular por Madrid los ru­


mores de que el ilustre Jefe del Bloque Nacional, don José Calvo Sotelo,
había sido secuestrado de su domicilio en las primeras horas de la madru­
gada. Estos rumores circularon rápidamente y fueron tomando consistencia,
produciendo en todas partes una impresión extraordinaria.
Se aseguraba que a las horas citadas había llegado al domicilio del señor
Calvo Sotelo un camión ocupado por varios individuos, y que detuvieron
al ex Ministro de Hacienda, saliendo con él en dirección desconocida.

DOCUMENTO 182

INHABIL MANIOBRA DEL GOBIERNO TRAS EL CRIMEN (220)

La declaración ministerial. Seguidamente, el señor Ramos hizo entrega


de la siguiente declaración del Gobierno:
“El Consejo de Ministros, ante los hechos de violencia que han culmi­
nado en la muerte del Oficial de Seguridad señor Castillo y el Diputado a
Cortes don José Calvo Sotelo, hechos de notoria gravedad, y cuya execra­
ción tiene que formular con las más sinceras y encendidas protestas, se cree
en el caso de hacer una declaración pública en el sentido de que procederá
inmediatamente, con la mayor energía y la severidad más clara, dentro de
los preceptos de la Ley de Orden Público, a tomar todas aquellas medidas
que demandan la necesidad de mantener el espíritu de convivencia entre los
españoles y el respeto elemental a los derechos de la vida humana.
No hay idea, principio ni doctrina que merezca respeto cuando quienes
dicen profesarlos acuden a procedimientos reñidos con la más elemental con­
sideración hacia la existencia de los ciudadanos. No puede haber Gobierno
que se considere a la altura de su misión si no reprime severa y prontamente

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actos de naturaleza tal que ponen en situación de derrota todos los princi­
pios de los pueblos civilizados.
El Gobierno, al reiterar su execración ante hechos de esta naturaleza,
que causan víctimas innecesarias, afirma su propósito decidido de utilizar
todos los recursos que la Ley de Orden Público pone en sus manos, sin dis­
tinción de ninguna especie, aplicándolos con la intensidad necesaria allí donde
el mal se produzca y sea cualquiera la filiación de sus autores o de sus ins­
piradores.
Inmediatamente será publicado el oportuno bando en que se haga cons­
tar esta medida, reproducción exacta de los preceptos legales, y al propio
tiempo impulsará y acelerará la investigación judicial de los hechos ocurridos,
a cuyo efecto han sido designados, como Jueces especiales que entiendan en
los sumarios que se instruyen, dos Magistrados del Tribunal Supremo.
Se han practicado ya múltiples detenciones, que serán seguidas de otras,
habiéndose clausurado distintos Centros.
Incuestionablemente existe una gran mayoría de españoles amantes de
la legalidad republicana, que no se asustan por el progreso de las disposi­
ciones legislativas y que contemplan con tranquilidad toda obra de justicia
social. Estos españoles sólo desean que la obra se ejecute en paz y que su
resultado se aprecie como una contribución al progreso de la vida nacional.
A la serenidad de ellos acude el Gobierno en estas horas en que en nuestras
manos, en las de todos, está el depósito de nuestra civilización; y contando
con este concurso imprescindible tiene la evidencia de que logrará imponer
la ley a unos y a otros para que no triunfe por encima del designio de la
República la obra perturbadora de tantos exaltados.”

DOCUMENTOS 183, 184 y 185

EL DICTAMEN DE BURGOS Y EL ASESINATO DE CALVO SOTELO


(221, 222 y 223)

DOCUMENTO 183 (221)

A pesar de la importancia trascendental y-decisiva del suceso histórico


a que en este capítulo se alude, cumple a la Comisión consignar que, fuera
todavía del Mando Nacional, el lugar de la ejecución del crimen, no es, ni
será fácil, obtener el esclarecimiento definitivo del particular, sin duda más
interesante: el relativo a la participación que en el drama correspondiera
a cada uno de sus autores, y señaladamente al Gobierno, acusado, no sin
sólidas razones, de haber instigado, consentido y dejado en impunidad, el
vergonzoso e indisculpable asesinato.
Un examen somero de los antecedentes y pruebas de que ha dispuesto
la Comisión permite, sin embargo, reconstruir de manera aproximada los
hechos y deducir de ellos consecuencias jurídicas tan elementales como ciertas.

569
Textos de fácil consulta en el Diario de Sesiones, lo actuado en Madrid
en el sumario —del que luego se hablará—; la declaración ante la Comisión
del testigo presencial Aniceto Castro Piñeira; las concordantes de otros tam­
bién presenciales, recogidas todas en el libro de don Manuel de Benavides
El Crimen de Europa, publicado en la zona roja; permiten aseverar que
ios hechos anteriores, coetáneos e inmediatamente posteriores al asesinato,
pueden resumirse del modo siguiente:
El 16 de junio de 1936, es decir, un mes escaso antes del día del
crimen, el señor Calvo Sotelo mantiene en las Cortes un violento debate
con Casares Quiroga, a la sazón Ministro de la Guerra y Presidente del
Consejo de Ministros. So pretexto de que en el discurso del señor Calvo
Sotelo se contenían veladas alusiones a la posibilidad de que el Ejército
saliera de su pasivismo y dejara de ser brazo armado, para convertirse en
cerebro y columna vertebral del Estado español, el Presidente del Consejo
de Ministros y Ministro de la Guerra, que ya había anunciado el propósito
del Gobierno de abandonar su papel garantizador del derecho y custodio de
la ley, para convertirse en “beligerante” frente al fascismo —con toda cru­
deza y sin esconder en lo más mínimo su pensamiento— declaró que hacía
al señor Calvo Sotelo único responsable de las graves consecuencias que
pudieran sobrevenir.
Que el señor Calvo Sotelo supo medir en toda su extensión la impor­
tancia de la declaración contenida en lo manifestado por el Presidente, lo
reflejan las palabras que, por vía de rectificación, pronunció el “leader”,
que dicen así, en la parte que conviene recordar: “Su señoría es hombre
fácil para el reto y la amenaza. Me doy por enterado de la amenaza. Se me
convierte en sujeto pasivo de no sé qué responsabilidades. No las desdeño.
Digo como Santo Domingo de Silos: “Señor: la vida podéis quitarme. Más
no podéis. Más vale morir con honra que vivir con vilipendio.”
En las líneas transcritas, a pesar de su brevedad, las palabras reto, ame­
naza, muerte y privación de la vida figuran pronunciadas con reiteración y
constituyen, en realidad, el único tema. El señor Calvo Sotelo ha atribuido
al Ministro la predicción de su propia muerte.
A pesar de ello, el Presidente y Ministro de la Guerra no se considera
en el caso de intentar una explicación que permita interpretación distinta.
Su discurso ha sido una instigación al atentado, y en la instigación se
mantiene con una lógica contumaz, sin atenuación alguna: Quedó flotando
en el ambiente una inducción, a la que dieron triste realidad agentes ofi­
ciales del Gobierno. El Presidente y Ministro de la Guerra no podía, en
efecto, ignorar que, en buena doctrina penal, no es sólo instigador del delito
y autor intelectual de él quien por artes suasorias determina directamente al
autor material a la realización del hecho imputado, sino también quien,
colocado en la altura de cargos públicos o de situaciones oficiales o socia­
les, con particular influjo sobre subordinados o partidarios, suscita diestra­
mente en ellos deseos, sentimientos o esperanzas que los lancen a la acción
criminal.

570
El Presidente del Consejo y Ministro de la Guerra, con sus palabras, y
con su silencio después, quiso y logró dibujar claramente la figura de una
inducción, causa primera y eficiente del crimen de Estado perpetrado más
tarde.
El domingo 12 de julio, a las once de la noche, en el Cuartel de Ponte-
jos, donde se alojaba la Compañía de Especialidades del segundo Grupo de
Asalto, el Teniente Barbeta manda formar la expresada Compañía y la di­
rige una exaltada y violenta alocución al comunicarle la noticia del asesi­
nato, aquella noche realizado, del Teniente Castillo, excitándola a dar muer­
te —es su frase— “a cuatrocientos señoritos”.
En el mismo Cuartel se reúnen múltiples elementos militares y civiles,
el Comandante Burillo, Jefe del grupo; los Tenientes Moreno, Barbeta (her­
manos) y Lupión, el Capitán de la Guardia Civil Femando Condés (conde­
nado por los sucesos de Asturias y amnistiado por el Decreto-Ley de 21 de
febrero de 1936) y diversos elementos extremistas de partidos de izquierda
cuyos nombres son conocidos, pero no interesa ahora citar.
Desde las once de la noche a las dos de la madrugada se mantiene la
efervescencia en el Cuartel, en donde los Jefes y Oficiales, a puerta cerrada
y en actitud de conspiradores, planean tranquilamente, sin que nadie les
estorbe, reunidos con elementos extraños al Cuartel que a él van llegando,
el crimen que va a realizarse.
Durante esas tres horas los reunidos se proveen de municiones y armas,
y eligen en la Compañía las diez personas, unas de uniforme y otras de pai­
sano, que han de ejecutar el hecho, y a las tres de la madrugada salen, suben
a la camioneta número 17 y, sin recatarse, dan al conductor la dirección
del domicilio del señor Calvo Sotelo, en donde el Grupo mixto de Guardias
de Asalto, Guardias Civiles y paisanos, bajo la dirección de Condés, se pro­
duce y actúa en la forma que España entera sabe y no hay necesidad de re­
producir.
A las cinco de la mañana, cometido el asesinato y abandonado el cadá­
ver en la puerta del cementerio del Este, los asesinos regresan al Cuartel,
no sin haber cambiado con Condés y Barbeta la promesa mutua de silencio
e impunidad, que aseguran paz y tranquilidad a los cabecillas y a los mes-
naderos. En el Cuartel, el Comandante Burillo abraza al pistolero autor
material del asesinato, y el Teniente Barbeta pronuncia luego, ante los copar­
ticipantes, las siguientes palabras: “No os preocupéis; nada se esclarecerá.
Son responsables el Director General, el Ministro de la Gobernación y el
Gobierno en pleno.”
Detenido el señor Calvo Sotelo a las dos de la madrugada, en las con­
diciones ya dichas, los Diputados don Pedro Sainz Rodríguez y don Andrés
Amado intentan denunciar el hecho al Director General de Seguridad. Este
se niega a recibirlos. Cuando, al fin, consiguen ver al Subsecretario de la
Gobernación, a las cinco de la mañana, se contenta éste con asegurarles que
nada sabe de lo ocurrido y que, por su parte, lo deplora.
A las once de la mañana, y sin que se tenga noticia a esa hora de la
práctica de la más insignificante medida policíaca, judicial o de Gobierno

571
encaminada a la averiguación o castigo del crimen, aparece en el cemen­
terio el cadáver del señor Calvo Sotelo.
El 15 de julio la viuda de Calvo Sotelo, en nombre propio y en el de
sus hijos menores, se persona en el sumario instruido para ejercitar en él
la acción y acusación privada. La primera diligencia que se solicita y ob­
tiene del Juez es la confrontación de los Guardias de Asalto a quienes se
imputa el crimen, con las personas de la servidumbre del señor Calvo So­
telo; pero la diligencia no da, no podía dar, el menor resultado, porque, por
disposición de la Superioridad, los guardias sospechosos no concurren a
ella, por habérseles dado orden de permanecer, mientras se verifica, en el
despacho del Teniente Barbeta.
Pocos días después del Glorioso Alzamiento Nacional, milicianos arma­
dos asaltaron el local del Tribunal Supremo, donde radicaba el sumario, y
se apoderaron de éste, destruyéndolo, sin duda, acto seguido, sin que se tenga
noticia de que desde entonces se haya realizado la más insignificante y for­
mularia diligencia para depurar el hecho.
El 15 de julio, dos días después del asesinato y dos días antes del Alza­
miento, se reúne en el Palacio del Congreso la Diputación Permanente de
las Cortes. Ante ella comparece el señor Conde de Vallellano y, en nombre
de los partidos Tradicionalista y de Renovación Española, da lectura a un
documento en el que consigna que, “el asesinato de Calvo Sotelo es un
crimen de Estado, sin precedentes en la historia política y ejercitado por los
propios agentes de la Autoridad”, y añade: “Nosotros no podemos convi­
vir con los amparadores y cómplices de este hecho. No queremos engañar
al país y a la opinión internacional aceptando un papel en la farsa de fingir
la existencia de un Estado civilizado y normal, cuando, en realidad, desde
el 16 de febrero vivimos en plena anarquía, bajo el imperio de una mons­
truosa subversión de todos los valores morales que ha conseguido poner la
Autoridad y la Justicia al servicio de la violencia y del crimen.”
Ninguna voz se dejó oír que destruyera o intentara destruir tan clara y
bien fundada acusación.
Inútil hubiera sido, por otra parte, el intento: los hechos relatados, an­
teriores o coetáneos al asesinato, aun siendo de cegadora evidencia, no de­
muestran con tanta claridad como los posteriores a él que el crimen come­
tido no era un accidente, sino el deliberado ensayo de un sistema; el primer
eslabón de una larga cadena de crímenes; el modelo pedagógico a que se
han ajustado centenares de miles de asesinatos, realizados en la zona espa­
ñola no liberada, sin otro móvil real que esparcir el terror y sin otro móvil
aparente que el capricho irracional o los pretextos más fútiles. Acaso en nin­
guno de ellos aparezca, como hasta ahora no ha aparecido, en el caso de
Calvo Sotelo —cándido sería esperarlo— el mandato que ordena la ejecu­
ción con la firma de los usufructuarios del Poder. Para formar una sólida con­
vicción moral, no es necesaria tal prueba, ni su aparición es frecuente; ni a
ella suelen dar lugar los seguidores de Maquiavelo: “Haz lo bueno por ti
mismo; haz lo odioso por tercero.”

572
Lo relatado y plenamente comprobado basta para deducir: Primero, que
en el asesinato de Calvo Sotelo, como en los posteriores, ejecutado aquél
por agentes de la Autoridad mezclados con extremistas, y los otros por gru­
pos políticos a quienes se entregó con las armas el mando, la jurisdicción y
el efectivo poder, mezclados en ocasiones con verdaderos Agentes de la
Autoridad, hay para los que los alentaron y consintieron una responsabilidad
inicial por directa inducción, y otra no menos clara por omisión total de la
acción preventiva y de la represiva. Segundo, que el asesinato de Calvo So­
telo, motivo ocasional determinante del Alzamiento Nacional, representó la
prueba ya innegable de que, en efecto, desde el 16 de febrero de 1936,
sólo existía en España, con la apariencia fingida de un Estado civilizado y
normal, autoridades y justicia al servicio de la violencia y del crimen, sin que
entre los hombres representativos de este Estado y los ejecutores materiales
de los hechos pueda negarse que exista la responsabilidad común insepa­
rable, de la codelincuencia.

DOCUMENTO 184 (222)

¿Para asegurar la impunidad? Cómo se sustrajo el sumario por asesinato


del señor Calvo Sotelo. (Véanse las referencias que del acto exponen altos
funcionarios judiciales de Madrid, que allí se encontraban cuando ocurrió.)
“... En el Palacio de Justicia, a pesar de los retenes de Guardia Civil,
Seguridad y Policía establecidos, como habitualmente, en sus puertas, en­
traban constantemente y circulaban por galerías y dependencias patrullas
armadas de milicianos, cuyos motivos de presencia allí no alcancé a conocer.
No habían transcurrido muchas fechas cuando ocurrió en el Palacio un su­
ceso, bien revelador de aquel estado de cosas. Actuaba en una de sus de­
pendencias de la planta principal el Juzgado Especial que conocía del su­
mario instruido por el asesinato del Mártir Nacional don José Calvo Sotelo,
y una mañana, alrededor del mediodía, penetró en el edificio un grupo de
milicianos armados, fue derechamente a aquel despacho, en el que a la sazón
se hallaba ausente el Juez, y luego de encerrar en otro inmediato a los fun­
cionarios presentes, se apoderaron de las diligencias y se las llevaron con
toda soltura, sin que por nadie, ni en ningún momento, se Ies inquietara.
Ignoro si esta ocurrencia dio lugar a algún procedimiento judicial y cuál
fuese, en su caso, el resultado.
”... Como se comprenderá, las trascendentales condiciones no hicieron,
ni podrían hacer otra cosa que proceder al levantamiento de los cadáveres,
ordenar su autopsia, oficiar a la Policía, etc. Pero la Policía no funcionaba,
las bandas de asesinos campaban por sus respetos, y los interesados —fami­
liares o amigos— no osaban hablar. Y aunque se hubiese llegado a conclu­
siones importantes, el resultado habría sido nulo. Recordemos que el sumario
por el atentado contra Calvo Sotelo fue arrebatado del Tribunal Supremo

573
violentamente por un grupo de milicianos armados. Otro día, unos milicia­
nos cogidos “infraganti” por unos Guardias Civiles, cuando se disponían a
“dar el paseo” a unos religiosos, fueron puestos en libertad en el mismo
Juzgado de Guardia por una veintena de milicianos que lo invadieron...”
"... Por referencias que estimo veraces, tengo noticias de la forma en
que se robó el sumario del asesinato de Calvo Sotelo. Estaba encargado del
mismo el Magistrado del Supremo señor Iglesias Portal, que trabajaba en
una de las Salas del mismo. Si no me es infiel la memoria, creo que en la
mañana del suceso fue llamado dicho señor Magistrado a un centro oficial,
quizá el Ministro de Marina. Quedó en la Sala el Oficial con el sumario,
y allá sobre las doce se presentaron tres milicianos armados que pidieron a
dicho Oficial el que les facilitara las actuaciones para verlas. Dicho Oficial,
que era el del Juzgado número 3, y se llama Emilio, alegó que no le era
posible acceder, y que se hicieran cargo del compromiso y la responsabili­
dad que para él representaba. Violentamente entonces, echaron mano del
sumario y ante las protestas y reclamaciones del Auxiliar, solucionaron los
milicianos la cuestión de esta forma: El sumario se lo llevarían dos de ellos,
y el tercero quedó con el Oficial hasta que se presentara el Juez, para darle
cuenta de que se llevaba el sumario sin culpa por parte del Oficial. Y el
tercer miliciano, por lo visto, después de haber hablado con el Juez especial,
salió del Supremo sin que nadie le inquietara ni molestase. Y después, ya no
se volvió a hablar del sumario de referencia. Días más tarde desapareció de
los sótanos del Supremo la camioneta con que se cometió el crimen y que
no recuerda si tenía el número 17.”
"... Así transcurrió hasta mediado agosto de 1936, pero un buen día,
a la una de la tarde, hallándose el Oficial de Secretaría de la Causa, creo
recordar que en la Sala 3 del Tribunal Supremo, pero desde luego en la
más próxima al despacho de la Fiscalía de la República, ordenando las dili­
gencias que acababan de practicarse, llegó un grupo de milicianos armados.
Esto no tenía nada de extraordinario, porque en aquella época en Madrid
no se concebía a los milicianos, sueltos o en pelotón, sin su fusil más o me­
nos ametrallador, su rifle, su tercerola, su escopeta de caza o su pistola.
”Se alarmó el Oficial de Secretaría cuando le dijo uno del grupo que
quería averiguar determinados extremos del ¿sumario, e intentó disuadirle
alegando el deber en que estaba de guardar secreto y la responsabilidad en
que incurría en otro caso, pero impaciente el miliciano por la prolongación
y el forcejeo del diálogo, le dijo brutalmente: “Mire usted, yo no quiero
saber, ni me importa nada, del sumario: vengo a llevármelo y hemos con­
cluido. A usted no le ha de pasar nada.” Las razones, los ruegos, las súpli­
cas de aquel Oficial honrado, ningún efecto produjeron. Sólo su desespera­
ción movió al miliciano a decirle entre autoritario y generoso: “Ahí queda
este camarada, y cuando venga el Juez que le diga lo que ha ocurrido.” En
efecto, allí quedó un camarada armado, y al llegar el señor Iglesias Portal,
una hora después, del Ministerio de Marina, donde se celebraba Consejo
de Ministros y a donde había sido citado previamente para aquella hora
por el Ministro de Justicia, el miliciano corroboró, como testigo más califi-

574
cado, la referencia del suceso. Se pensará que el miliciano quedó detenido.
No: el miliciano pudo esfumarse entre las personas que acudieron a las vo­
ces que daba el Oficial de Secretaría, loco de indignación ante la idea de
que pudiera creérsele complicado en la villanía de aquel atraco, que en su
cruda realidad deja bien manifiesta la indefensión en que se encontraban
toda clase de derechos, aunque estuvieran confiados a personas dignísimas.”

DOCUMENTO 185 (223)

Para la historia del “crimen de Estado”. Véase cuanto con referencia al


asesinato del gran patricio español, excelentísimo señor don José Calvo So­
telo, expone su muy íntimo amigo y colaborador excelentísimo señor don
Andrés Amado, Ministro de Hacienda del Gobierno Nacional:
“Días antes del 13 de julio de 1936, el señor Calvo Sotelo me llamó a
su casa para decirme que los agentes de la Autoridad, encargados de su vi­
gilancia, habían sido sustituidos por otros, que no eran los más indicados,
por su significación, para el cometido a realizar; agregando que, según re­
ferencias autorizadas, los nuevos agentes tenían órdenes superiores de vi­
gilarle, pero en manera alguna defenderle en caso de atentado. En vista de
ello, y después de un cambio de impresiones, convinimos en que diera él
cuenta del caso a Moles, entonces Ministro de la Gobernación, para que
no pudiera el Poder público alegar ignorancia alguna si desgraciadamente
los hechos vinieran a confirmar los temores apuntados.
En efecto, aquella tarde visitó el señor Calvo Sotelo a Moles en su des­
pacho del Congreso, y a la salida me dijo que, según el Ministro, la sustitu­
ción decretada obedecía a una reorganización de servicios practicada en la
Policía; que lo mismo acontecía en el caso del señor Gil Robles, y que, de
todas suertes, procuraría que los agentes de su confianza siguieran a sus
órdenes.
El señor Calvo Sotelo habló de este asunto, después de la conferencia
relatada, con el señor Gil Robles, y a última hora me expuso, como síntesis
de todas sus gestiones, que, en su opinión, el Gobierno, o por lo menos parte
de él, no tenía interés alguno en protegerle, en el supuesto de que se atentara
contra su vida, bien al contrario. La realidad confirmó este juicio del señor
Calvo Sotelo.
A éste le vi, por última vez, pocas horas antes del asesinato. Al pasar,
alrededor de las diez de la noche del domingo, día 12 de julio, por su domi­
cilio y ver la luz de su despacho, pasé a visitarle, y hasta las once estuvimos
hablando, con otros dos excelentes amigos de Orense: Arturo Biempica —fa­
llecido en Segovia en 1937— y Modesto Fernández Román. La conversación
versó, principalmente, acerca del Movimiento Nacional, por cuyo triunfo tra­
bajaba sin cesar el señor Calvo Sotelo.
Me retiré a mi casa —muy próxima a la suya— y ya de madrugada me
llamó por teléfono la esposa del señor Calvo Sotelo para darme cuenta del
atropello cometido con éste por las fuerzas de Asalto.

575
En el acto me trasladé al domicilio de mi entrañable amigo y me enteré
de la forma en que había sido detenido. Le rompieron la bandera española
que tenía en su despacho; le inutilizaron uno de sus teléfonos —el que se
hallaba en su habitación—; no consintieron que se quedase sólo en su dor­
mitorio mientras se vestía, a pesar de las protestas que él formuló; y sólo
cuando el miserable Condés le enseñó el carnet de la Guardia Civil se prestó
a abandonar su casa. Al marcharse encargó a la institutriz de sus hijas que
nos avisaran a Biempica y a mí. A ello obedece la llamada telefónica de su
esposa. Me dirigí en seguida, en unión de mi hijo Andrés y de Biempica, a
la Dirección de Seguridad, después de adquirir el convencimiento, por las
declaraciones del portero de la casa del señor Calvo Sotelo y de la pareja
de Guardias de Seguridad que se hallaban siempre en aquélla, de que eran
auténticas fuerzas de Asalto las que ocupaban la camioneta y secuestraron
al protomártir de España.
Preguntamos en la Dirección de Seguridad si había llegado el señor Calvo
Sotelo, y nadie nos respondió satisfactoriamente. En vista de ello intenté ver
al Director —Alonso Mallol— y al Subdirector —creo recordar, aunque no
lo aseguro, que era De Juan— y ninguno me recibió, disculpándose con el
trabajo que sobre ellos recaía, a pesar de que al Secretario particular —que
era con quien me entendía —le invoqué mi carácter de Diputado a Cortes,
advirtiéndole, para que lo transmitiese en forma, que en el Congreso daría
cuenta del hecho, sin perjuicio de dirigirme en seguida al Ministerio de la
Gobernación. El Director y el Subdirector de Seguridad temían, sin duda,
enfrentarse conmigo, porque en aquellos momentos debía vivir aún el señor
Calvo Sotelo, y preferirían descartarme para evitar cualquier complicación.
De la Dirección de Seguridad nos encaminamos Biempica, mi hijo y yo
a Gobernación, no sin antes llegarnos a casa de mi compañero Pedro Sainz
Rodríguez —actual Ministro de Educación Nacional— y gran amigo tam­
bién del señor Calvo Sotelo. Desde el domicilio de Sainz Rodríguez llamamos
a Gobernación, y el Subsecretario —un tal Osorio Tafall— nos contestó que
nada sabía en absoluto: que pediría detalles a la Dirección de Seguridad, y
que nos contestaría. Al poco tiempo nos llamó, en efecto, para manifestarnos
que tampoco en aquel Centro Directivo se tenía el menor conocimiento de
lo relatado por nosotros, y que haría nuevas averiguaciones.
En el acto nos trasladamos los cuatro a Gobernación, y allí nos recibió
el Osorio. Con un cinismo sin precedentes, afirmó que se practicaban las
gestiones para conseguir encontrar al señor Calvo Sotelo, y que el Ministro
—Moles— daba para ello las órdenes necesarias. Cuando estábamos en una
discusión de tonos vivísimos, salió Osorio del despacho —¡de aquel despa­
cho en donde Calvo Sotelo elaboró el Estatuto Municipal y desarrolló su
obra magistral al frente de la Dirección de Administración!— y al regresar
nos dijo que al inmediato Cuartelillo de Pontejos acababa de llegar una
camioneta con manchas de sangre. Pedimos con energía la detención de sus
ocupantes, y, ¡cuál sería nuestra indignación al respondernos: “No es posible,
porque las fuerzas que iban en la camioneta se han marchado a prestar
servicio a las Embajadas...”!

576
Adquirimos el convencimiento de que era todo inútil, y con los dos her­
manos del señor Calvo Sotelo, que habían llegado a Gobernación, salimos
a la Puerta del Sol con la seguridad de que al señor Calvo Sotelo no le ve­
ríamos más y de que el Poder público había cumplido el ofrecimiento hecho
por el ruin de Casares Quiroga desde el banco azul de actuar como beli­
gerante.
Cuando, bien entrada la mañana del 13 de julio, llegué a mi casa, me
dijeron que cerca de las seis llamaron por teléfono de la Dirección de Segu­
ridad para decir que perdonase al Director por no haberme recibido, y que
ello obedeció a una equivocación padecida por el Secretario particular. Por
lo visto, a aquella hora tenían ya la certeza en dicho Centro Directivo de la
muerte del señor Calvo Sotelo y trataban así de justificarse ante la posibi­
lidad de un debate en las Cortes. Una vez más agregaron esos sujetos la co­
bardía a la perfidia.
Público y notorio es que los agentes de la Autoridad que llevaron a cabo,
materialmente, el 13 de julio de 1936, el asesinato de don José Calvo Sotelo,
combatieron contra nosotros y hallaron apoyo decidido y elogio caluroso en
los dirigentes marxistas. Pero lo que no podrá negarse nunca —con vista de
los hechos anteriores, simultáneos e inmediatamente posteriores al asesinato,
que reseñados quedan en este informe y de los demás conocidos de la opi­
nión— es que en no pocos sectores oficiales hubo, cuando menos, aquies­
cencia y tolerancia punibles. En último término, los autores no materiales de
ese monstruoso crimen de la República es de suponer que los encuentre en
su día la Justicia entre quienes entonces ejercían funciones de mando u os­
tentaban representación parlamentaria de Frente Popular.
Dios guarde a V. E. muchos años.
Burgos, 20 de febrero de 1939.—III Año Triunfal.”
(Documento unido al expediente en sus folios 1.016 al 1.018.)

DOCUMENTO 186

VALLELLANO Y GIL ROBLES EN LA DIPUTACION PERMANENTE


(224)

Se prorroga el estado de alarma. Los señores Suárez de Tangil y Gil


Robles atacan al Gobierno ppr ello y con motivo de la muerte del señor
Calvo Sotelo. Se abrió la sesión a las once y veinticinco minutos de la ma­
ñana, en primera convocatoria, con asistencia de los señores Fernández Clé­
rigo, Pórtela Valladares, Ventosa, Suárez de Tangil, Gil Robles, Carrascal,
Cid, Prieto y Tuero, Alvarez del Vayo, Araquistáin, Rico López, Pérez Urría,
Corominas, Díaz Ramos, Palomo, Vargas, Aizpún, Domingo y Tomás y Pie-
ra, Secretario. Asisten también los señores Ministros de Estado y de la Go­
bernación.
Fue leída y aprobada el acta de la sesión anterior.

577
37
La Diputación quedó enterada de una comunicación dando cuenta de la
designación de don Marcelino Domingo para el cargo de Vocal propietario
en sustitución del señor Velao, en representación de la minoría de Izquier­
da Republicana.
También se leyó la siguiente comunicación:
“Excelentísimo señor: Considerando necesario el Gobierno prorrogar por
treinta días más el estado de alarma que se declaró por Decreto de 17 de
febrero último, con sujeción a lo preceptuado en la vigente Ley de Orden
Público, tengo el honor de ponerlo en conocimiento de vuestra excelencia
a los efectos de la autorización de las Cortes a que se refiere el artículo 42
de la Constitución.
Madrid, 11 de julio de 1936.—El Presidente del Consejo de Ministros,
Santiago Casares Quiroga.
Excelentísimo señor Presidente del Congreso de los Diputados.
El señor Presidente'. El señor Suárez de Tangil tiene la palabra.
El señor Suárez de Tangil: En nombre de las minorías tradicionalistas
y de Renovación Española integrantes del Bloque Nacional, voy a dar lec­
tura del siguiente documento:
“No obstante la violencia desarrollada durante el último período elec­
toral y los atropellos cometidos por la Comisión de Actas, creimos los Dipu­
tados de derechas en la conveniencia de participar en los trabajos del actual
Parlamento, cumpliendo así un penoso deber en aras del bien común, de la
paz y de la convivencia nacional.
El asesinato de Calvo Sotelo —honra y esperanza de España— nos obliga
a modificar nuestra actitud. Bajo el pretexto de una ilógica y absurda repre­
salia ha sido asesinado un hombre que jamás preconizó la acción directa,
ajeno completamente a las violencias callejeras, castigándose en él su actua­
ción parlamentaria perseverante y gallarda, que le convirtió en el vocero de
las angustias que sufre nuestra Patria. Este crimen, sin precedentes en nuestra
historia política, ha podido realizarse merced al ambiente creado por las incita­
ciones a la violencia y al atentado personal contra los Diputados de dere­
chas que a diario se profieren en el Parlamento. “Tratándose de Calvo Sotelo,
el atentado personal es lícito y plausible”, han declarado algunos.
Nosotros no podemos convivir un momento más con los amparadores
y cómplices morales de este acto. No queremos engañar al país y a la opi­
nión internacional aceptando un papel en la farsa de fingir la existencia de
un Estado civilizado y normal, cuando, en realidad, desde el 16 de febrero
vivimos en plena anarquía, bajo el imperio de una monstruosa subversión
de todos los valores morales, que ha conseguido poner la Autoridad y la
Justicia al servicio de la violencia.
No por esto desertamos de nuestros puestos en la lucha empeñada, ni
arriamos la bandera de nuestros ideales. Quien quiera salvar a España, a
su patrimonio moral como pueblo civilizado, nos encontrará los primeros
en el camino del deber y del sacrificio.”
Inmediatamente después de la lectura del documento, el señor Suárez
de Tangil lo entregó a la Mesa e hizo ademán de retirarse.

578
El señor Presidente’. Un momento, señor Suárez de Tangil. Quiero hacer
unas manifestaciones respecto al contenido del documento que acaba de leerse.
El señor Suárez de Tangil: Las atenciones y deferencias que oficial y
particularmente debemos en este trágico caso al señor Presidente me obligan
a cumplir sus indicaciones.
El señor Presidente: Comprenderán los señores Diputados que el estado
de dolor del señor Suárez de Tangil y de la representación parlamentaria
en cuyo nombre acaba de leer ese documento fuerzan a la presidencia a tener
un criterio de amplitud que de otra manera no hubiera tenido. Todas las
manifestaciones hechas por el señor Suárez de Tangil, que corren a cargo
de su exclusiva responsabilidad, han podido producirse sin que les ataje la
campanilla presidencial, habida cuenta del estado singular de la conciencia
personal y política de esos grupos; pero no extrañará el señor Suárez de
Tangil —cuando transcurra algún tiempo me hará la justicia de rendir tri­
buto a mi previsión y a mi obligación— que todo lo que no es sustancial en
el cuerpo del escrito que acaba de leerse, todo lo que significa inculpacio­
nes que pueden estar justificadas por ese estado de dolor, pero que no las
justifica ciertamente la realidad, no pase al Diario de Sesiones. {El señor
Gil Robles pide la palabra.) Llegado el momento de que el documento leído
por el señor Suárez de Tangil sea estudiado por el Presidente, éste procura­
rá y cree que conseguirá, que quede libre y expedito el derecho del señor
Suárez de Tangil y de los grupos que representa a que manifestaciones de
su estado de conciencia política tengan constancia oficial; pero aquellas otras
que suponen una exacerbación de las pasiones, unas acusaciones sobre las
que no quiero entrar, pero que en estos instantes sólo el enunciarlas contri­
buiría a envenenar los ánimos aún más de lo que se hallan, el Presidente de
la Cámara, cumpliendo un deber que cualquier otro en mi lugar cumpliría
i
I también, impedirá que tengan paso. No lo tome el señor Suárez de Tangil
i ni la representación de sus grupos a descortesía, a falta de atención y, en
lo que tienen de humano, a ausencia de colaboración y solidaridad con el
dolor que experimentan, que nos es común, sino a previsión obligada, mucho
más en quien en estos instantes las circunstancias le han deparado obliga­
ciones tan amargas como las que sobre mí pesan.
El señor Gil Robles tiene la palabra.
El señor Gil Robles: Sin perjuicio de tratar con la amplitud debida, en
el momento oportuno, el tema planteado por el señor Suárez de Tangil y
recogido por la Presidencia, he pedido la palabra en relación con las que
acaba de pronunciar el señor Presidente de las Cortes.
No he de ocultar que he oído sus palabras con natural alarma. No es
mi ánimo censurar la actitud de la Presidencia ni coartar el uso de atribu­
ciones que el Reglamento le confiere; lo que creo absolutamente excesivo,
intolerable, desde el punto de vista de las oposiciones, es que la Mesa se
arrogue la facultad de tamizar las manifestaciones hechas por los Dipu­
tados en una sesión de la Diputación permanente, que, a los efectos de pu­
blicidad, debe tener igual rango que las sesiones de Cortes para aquello que
no constituya una ofensa o que sus autores no sean capaces de mantener.

579
Si de las palabras del señor Suárez de Tangil, de los conceptos por él
vertidos —que en gran parte hacemos nuestros— se deducen acusaciones,
la Mesa no tiene más que darles la tramitación adecuada. Tacharlas, hacer
que no lleguen al acta, que no sean transcritas en el Diario de Sesiones, es
algo que significa un atentado al derecho, que nunca ha sido desconocido,
de las minorías y que pondría a los que estamos en ciertos núcleos de opo­
sición en la necesidad de considerar si es posible que así habríamos de con­
tinuar en la Diputación permanente y en las Cortes. Nada más.
El señor Presidente'. El señor Gil Robles ha advertido en sus primeras
palabras que la Presidencia tiene una función reglamentaria que, porque la
puede ejercer, le es obligado cumplir. No pasará el Presidente del ejercicio
de esa función reglamentaria; se sostendrá estrictamente dentro de ella, y
cuando se haya producido, ejerciendo la facultad reglamentaria en la forma
que su conciencia le dicte y su deber le marque entonces podrá recoger las
censuras o los aplausos de los distintos grupos que constituyen la Cámara
y que están representados en la Diputación permanente. Antes sería un poco
extemporáneo que el señor Gil Robles adelantara el comentario.
La Presidencia lo que ha dicho y repite es que va a ejercer esa función
reglamentaria; lo ha dicho como tributo que debía al señor Suárez de Tangil.
No quiero que si, como me tiene anunciado particularmente, después de
hacer las manifestaciones que hemos oído abandona nuestra discusión, se
vaya con el convencimiento de que va a pasar íntegramente al Diario de
Sesiones el documento que ha leído. Quiero que sepa que la Presidencia
va a ejercer su función reglamentaria. (El señor Suárez de Tangil pide la
palabra.) ¿Cómo ha de ejercerla? Confíen los señores Diputados en que yo
he de procurar casar, dentro de las dificultades que ello tiene, el derecho
de todos, dejando a salvo ese derecho, pero procurando que al ejercitarlo
no se agraven los mismos problemas que el Parlamento tiene la obligación,
por su alta jerarquía política dentro del país, de resolverlos.
El señor Gil Robles tiene la palabra.
El señor Gil Robles'. No era mi ánimo adelantar una censura, sino sim­
plemente exponer un criterio. Las facultades que el Reglamento y la práctica
parlamentaria otorgan al Presidente de las Cortes son, pura y simplemente,
las de eliminar del Diario de Sesiones expresiones malsonantes, conceptos
injuriosos, excitaciones a la comisión de determinados delitos o violencias.
De ahí nunca se ha pasado, ni en las atribuciones del Presidente ni en la
práctica parlamentaria.
No pretendo con mi juicio sustituir al de la Presidencia; pero sí me atre­
vo a afirmar, como un criterio propio, que de las palabras del señor Suárez
de Tangil no se deduce que el Presidente pueda hacer uso de esas faculta-
------------ li­
des para suprimir injurias, quitar expresiones malsonantes o eliminar con-
ceptos que pudieran ser delictivos.
La actitud que adopta el señor Presidente es extraordinariamente alar­
mante para las minorías. Si la inviolabilidad del Diputado queda sometida
a normas de la Mesa, a un criterio, que yo tengo la seguridad de que ha de
ser inspirado en este caso en los más altos y patrióticos móviles, pero que

580
puede, evidentemente, coartar un derecho, la función parlamentaria está de
más. Si admitimos aquí las oposiciones la teoría de que no incurriendo en
injurias, agravios, delitos o excitaciones a la violencia, puede permitirse la
Mesa quitar una frase, reducir un texto o introducir una corrección, ha des­
aparecido por completo la función parlamentaria, y nosotros, antes de que
eso se produzca, queremos que haya un criterio perfectamente definido por
parte de la Diputación permanente de las Cortes. Si es así, nosotros tene­
mos que declarar que la investidura parlamentaria no nos sirve para nada.
El señor Presidente: El señor Suárez de Tangil tiene la palabra.
El señor Suárez de Tangil: Había pedido la palabra para manifestar
que por azares, en este caso de una malaventura, tengo que sustituir como
Vocal suplente en la Diputación permanente de las Cortes a mi entrañable,
fraternal y queridísimo amigo el señor Calvo Sotelo; que yo no venía aquí
a entablar un debate ni a producir polémica, sino sencillamente a decir lo
que hubiéramos dicho en una sesión pública de la Cámara, si ésta se hubiera
celebrado en el día de ayer o en cualquiera otro, naturalmente el más pró­
ximo al hecho execrable que toda conciencia honrada debe condenar.
En cuanto a la interpretación de los preceptos reglamentarios, me aten­
go en absoluto a las manifestaciones que con más autoridad que yo, desde
todos los puntos de vista, ha hecho el señor Gil Robles.
Y para quien se va a marchar, para quien mientras no cambie la si­
tuación de España y dure este Gobierno, va a hablar por primera y última
vez, probablemente, en la Diputación permanente de las Cortes, poco queda
por decir. Entrega su pleito a la representación de las demás minorías de la
Cámara, a la autoridad, siempre respetada personalmente por mí del señor
Presidente de la misma, y si él, por su parte, va a interpretar en conciencia
sus deberes, yo entiendo que en conciencia he cumplido ya los míos. Y puesto
que no es ocasión ni momento, por lo que a mí se refiere, de prolongar
este debate incidental sobre el Reglamento, a todas luces, desde mi punto de
vista, extemporáneo, dejo, como digo, en manos de la representación de las
demás oposiciones de la Cámara y a la propia conciencia del señor Presi­
dente la resolución que hayan de dar al asunto. Yo, por mi parte, he cum­
plido con mi deber, creo que con todo comedimiento y respeto, dominando
la situación de mi ánimo.
El señor Presidente: Espero y deseo que la retirada parlamentaria de los
grupos de Renovación Española y tradicionalistas, que han delegado su de­
recho en su señoría, sea transitoria y que circunstancias bonancibles para
todos nos permitan contar de nuevo dentro de la Cámara con la cooperación
de sus señorías. (El señor Suárez de Tangil abandona el salón.)
Tiene la palabra el señor Ministro de Estado.
El señor Ministro de Estado (Barcia): Por lo mismo que no quería en­
tablar debate en tomo a las manifestaciones hechas por el señor Suárez de
Tangil en representación de las minorías, en cuyo nombre hablaba, y res­
petando en absoluto su actitud y dándome cuenta de su enorme dolor —no
es menor el del Gobierno y el mío personal—, he querido hacer uso de la
palabra en este momento.

581
Yo no voy a entrar en la cuestión reglamentaria, que compete exclusi­
vamente al señor Presidente de la Cámara. Dentro de las facultades reco­
nocidas explícitamente por el propio señor Gil Robles, creo que están la
medida y el tono en que se ha producido el señor Presidente de la Cámara;
pero quiero decir, después de oídas estas manifestaciones, que sólo por ese
enorme respeto al tremendo dolor que embargaba al señor Suárez de Tan-
gil, y que yo de corazón comparto, no puse inmediata rectificación a algo
dicho por el señor Gil Robles, que es muchísimo más que una injuria, que
es una imputación calumniosa, y que todo hombre de honor y de sentimien­
tos que se vea acusado en esos términos, con un fondo de iniquidad tan es­
pantoso, tiene que hacer lo que he hecho: sofrenar una vez más mis senti­
mientos, ahogar la pena, dejar que el dolor me corroa, hacer frente a la si­
tuación difícil y reservarme para este momento para decir que hay tal fon­
do de injusticia en algunas de esas manifestaciones, que, como decía el señor
Presidente del Consejo de Ministros, a la Historia entregamos el resultado
de las actitudes y de los conceptos que fueron aquí vertidos. Y salvados y
defendidos estos principios, no intervengo por ahora con mayor extensión
en el debate.
El señor Presidente: Tiene la palabra el señor Gil Robles acerca de la
comunicación que se ha leído.
El señor Gil Robles: Como en el curso de las breves palabras que voy
a pronunciar habrá ocasión de recoger, de una parte, el encargo, no cier­
tamente sencillo, pero sí honroso y obligatorio en conciencia, que ha hecho
el Conde de Vallellano, y, por otra parte, las palabras que acaba de pronun­
ciar el señor Ministro de Estado, reservo para ese momento el hacer las
afirmaciones y rectificaciones pertinentes. Y ahora he de referirme, con toda
la brevedad posible, a la comunicación del Gobierno pidiendo una nueva
prórroga del estado de alarma y, por consiguiente, de la suspensión de ga­
rantías constitucionales prevista en el artículo 42 de nuestra Ley fundacional.
Es ésta la quinta vez que el Gobierno viene a solicitar la suspensión de
organismos parlamentarios, puesto que este carácter tiene la Diputación per­
manente de las Cortes. No voy a entrar en estos momentos en la cuestión
tantas veces debatida, y en cierto modo resuelta por un acuerdo tácito de
los partidos, de la competencia de la Diputación permanente para acordar
la prórroga del estado de alarma. En unas posiciones o en otras, con ma­
yores o menores responsabilidades de Gobierno, casi todos los partidos que
aquí están representados han convenido en que una interpretación amplia
del artículo 42 de la Constitución, en relación con el 62 de la misma, per­
mite que sea la Diputación permanente la que acuerde la declaración o pró­
rroga del estado de alarma; pero si esa interpretación amplia no violenta el
texto de la Ley fundamental, no cabe duda que la conducta del Gobierno al
traerla precisamente hoy, antes de las veinticuatro horas de una suspensión
de sesiones, a nuestro juicio injustificada, constituye una violación clara y
notoria del espíritu democrático de la Constitución del 31.
Si se compara el artículo 17 de la Constitución del 76 con el artículo 42
de la Constitución vigente, se observa claramente una diferencia que se mar-

582
có en las Cortes Constituyentes: el deseo de que estas facultades extraordi­
narias que se otorgan al Gobierno para una corrección de los excesos posi­
bles de la libertad tengan tales limitaciones que en ningún caso puedan exce­
der de una determinada duración sin que intervenga la voluntad de las
Cortes para ratificarlas o para rectificarlas. Y no deja de ser extraño que,
presentada la comunicación en el día de ayer, por lo menos, a las Cortes,
se hayan suspendido ayer mismo las sesiones y haya sido necesario venir
hoy a tener una reunión especial de la Diputación permanente. Y si la fecha
de la comunicación (como puedo deducirlo de un cambio de papeles entre
el Oficial Mayor y el señor Presidente de las Cortes) tiene fecha de hoy,
no cabe duda que el acuerdo del Gobierno es anterior a la época de la sus­
pensión de sesiones. Hace un mes que se trató de este asunto en las Cortes,
y la prórroga se pidió el día 14. ¿Es que el Gobierno no pudo prever que
tenía necesidad de pedir esta prórroga del estado de alarma y no hubo mar­
gen para que se discutiera en las Cortes?
El señor Presidente: Permítame el señor Gil Robles. La comunicación
dirigida por el Gobierno a la Presidencia de las Cortes tiene fecha 11, fue
cursada el sábado y dada entrada en el registro de Secretaría...
El señor Gil Robles: Agradezco esta manifestación del señor Presiden­
te, porque viene a reforzar mi argumento. Si en la Mesa obraba ya una co­
municación del Gobierno pidiendo una prórroga del estado de alarma, que,
con arreglo al espíritu de la Constitución, debía discutirse, no en la Dipu­
tación permanente, sino en las propias Cortes, con toda la publicidad, con
toda la solemnidad que tiene el mayor rango de las Cortes sobre la Dipu­
tación permanente, ¿no es una violación clara y manifiesta por parte del
Gobierno y por parte de la Mesa el haber consentido en una suspensión de
sesiones, que no ha tenido más objeto que sustraer a la publicidad necesaria,
y que reclama la opinión pública, sucesos tan graves, sucesos tan escanda­
losos, sucesos tan criminales como los que han motivado la comunicación
del señor Suárez de Tangil? Esto, notoria y claramente, es, no ya una in­
fracción de la letra, sino una infracción del espíritu de la Constitución, y
por parte del Gobierno no acusa más que el propósito de rehuir una discu­
! sión pública, de la cual, ciertamente, no hubiera salido demasiado bien pa­
rado, no por la fuerza dialéctica de las oposiciones, sino por la fuerza in­
controvertible de los hechos.
Y hecha esta manifestación y esta protesta, vamos a entrar un poco en
el fondo de la cuestión.
El señor Presidente: Si su señoría quiere, podemos dejar resuelto el asun­
to que primeramente plantea, antes de entrar en el fondo de la discusión.
Ello es interesante, y aunque no creí que habría de dar cuenta del episodio
hasta que se reuniera el Parlamento en sus sesiones plenarias, como se ha
sometido ya a conocimiento de la Diputación permanente por el señor Gil
Robles, siento el deseo de que ésta conozca en la integridad de todos sus
detalles lo ocurrido.
El Gobierno no ha tomado la iniciativa de suspender las sesiones de
Cortes más que de un modo formulario; la iniciativa de su suspensión de

583
las sesiones durante ocho días me corresponde a mí; la responsabilidad ín­
tegra de la petición y del consejo a mí me cabe, y ha sido, accediendo a mis
deseos reiterados, por lo que el Gobierno ha utilizado su facultad reglamen­
taria, que, de otra manera, no sé si hubiera pensado poner en práctica.
¿Desborda mi iniciativa las facultades de la Presidencia de la Cámara? No
lo sé. Vosotros, ahora, si lo estimáis oportuno, o más tarde el Parlamento,
reanudadas las sesiones, diréis si he desbordado o no esas facultades, y si,
al someter al Gobierno, con la representación de Presidente de las Cortes,
el problema de que, a juicio mío —y al decir a juicio mío me refiero al de
las propias Cortes—, no creía conveniente la celebración de sesiones en
estos días, he faltado al cumplimiento de mi deber; yo de antemano acato
el fallo y hasta considero posible que reglamentariamente ese fallo me deba
ser impuesto. Todo lo que mi conciencia se escrupulice y rebele contra el
hecho de que haya desbordado el área de mis atribuciones se tranquiliza y
conforta pensando que lo he hecho con el propósito de librar al país de una
situación dificilísima, de resultados imprevisibles, que de antemano me tenía
atemorizado. Me parece que planteo la cuestión con toda claridad, con toda
desnudez.
De la misma manera que no encontré en el señor Gil Robles asistencia
bastante para suspender las sesiones por acuerdo de la Cámara, tampoco la
encontré en el Gobierno para que, por su propia iniciativa, se suspendieran
las sesiones. Ha sido la reiteración de mis consejos y de mis peticiones las
que llevaron al ánimo del señor Presidente del Consejo de Ministros primero
—seguramente del Gobierno después— la convicción de que debía acceder
a esa solicitud. La responsabilidad, pues, del acto formalmente correspon­
derá al Gobierno, puesto que ha dictado el Decreto; moralmente esas res­
ponsabilidades me corresponden a mí en toda su integridad. Ya me he apre­
surado en el día de ayer a aceptarlas de modo público, y puesto que aquí
la cuestión se plantea oficialmente, las quiero aceptar también. No vacilen
sus señorías, si estiman que he procedido desbordando mis facultades y me­
rezco una corrección; pero sépase que, recapacitando en la situación pasada
y en la de hoy mismo, tantas cuantas veces me encontrara en una idéntica
volvería a proceder como lo he hecho, y que si esto constituye agravio o
merma del derecho de los señores Diputados, pueden imponerme la sanción
que quieran. De antemano la acepto sin defenderme. Lo que digo es que no
encuentro dentro de mí mismo estímulos morales bastantes para hacer cosa
distinta de lo que he aconsejado.
El señor Gil Robles continúa en el uso de la palabra.
El señor Gil Robles'. Me permitirá la Presidencia que, antes de entrar
en el fondo de la cuestión, y toda vez que ha pretendido que este asunto se
liquidara previamente, recoja con toda brevedad sus palabras.
No se trata, señor Presidente, de anunciar, ni clara ni embozadamente,
una censura contra su señoría. A nadie le puede caber duda alguna de la
rectitud de los propósitos que han movido a su señoría a tomar la iniciativa
a que viene refiriéndose. Tenemos la absoluta seguridad de que los móviles
más nobles y más levantados han influido en su ánimo para tomar esta deci-

584
sión; si alguna manifestación más nos fuera necesaria, bastaría la que acaba
de hacer en estos momentos, apresurándose a aceptar toda la responsabi­
lidad que en el orden moral pudiera derivarse de haber tomado esa iniciativa.
Pero permítame que le diga a su señoría que esa nobleza de sentimientos,
servida por una dialéctica muy acertada, no puede hacer que el problema
se desvíe de sus cauces naturales.
Su señoría no puede tener en este punto ninguna responsabilidad, por­
que no tiene facultades para ello. Su señoría ha tomado una iniciativa de
consejo, de petición; de ahí no puede pasar ni la actuación de su señoría ni
las responsabilidades que de ella pudieran derivarse.
Decía su señoría que al Gobierno le corresponde exclusivamente la par­
te formal de la responsabilidad; tengo la seguridad de que el Gobierno tiene
gallardía suficiente para no permitir que esa su responsabilidad en la me­
dida adoptada la comparta su señoría con él, puesto que al Gobierno corres­
ponde, con arreglo al artículo 81 de la Constitución, suspender las sesiones
de Cortes. Su señoría podrá haber dado el consejo; el Gobierno ha tomado
la resolución, luego en el orden político —único de que aquí se trata— la
responsabilidad íntegra cae sobre el Gobierno. (El señor Ministro de Estado’.
Evidente.) Por eso no había en mis palabras la menor censura para el señor
Presidente; va toda para el Gobierno, que, en circunstancias como éstas, no
ha afrontado un debate público y ha traído al seno de la Diputación per­
manente —más restringido en todos los órdenes— un problema que la mis­
ma Constitución quiere sea tratado en el Parlamento pleno. Esta era la única
significación de mis palabras, el fundamento de la protesta que aquí públi­
camente —con la publicidad que sea posible— quiero formular ante la opi­
nión, ante la Diputación permanente y ante el Gobierno. Entremos ahora
en el fondo de la cuestión.
La suspensión de garantías constitucionales tiene dos finalidades muy
claras, encaminadas al mantenimiento del orden público, incluso tal como
la define nuestra Ley orgánica en la materia que dice: “Se garantizan los dere­
chos civiles, políticos, sociales e individuales de los españoles”, y para ga­
rantizar también el normal funcionamiento de los organismos del Estado. Si
no sirve para cumplir estas dos finalidades, el estado de alarma no puede
tener la menor justificación. Si el estado de alarma no tiene eficacia suficien­
te para garantizar los derechos de los ciudadanos y el normal funcionamiento
de los órganos del Gobierno, el estado de alarma, resorte normal y legítimo
de todos los Gobiernos, se convierte en una facultad abusiva. En cierto modo,
así lo ha reconocido el propio señor Presidente del Consejo de Ministros
—cuya ausencia lamento extraordinariamente, aunque esté dignamente re­
presentado por los Ministros aquí presentes, porque a él he de referirme con
alguna insistencia— en la pasada reunión de la Diputación permanente de
Cortes, cuando vino a pedir otra prórroga del estado de alarma, diciendo
que se iba extendiendo por España un estado de subversión y de anarquía
que era preciso cortar por todos los medios posibles. Esa era la finalidad
que tenía el estado de alarma.
Hace escasamente un mes, discutiendo precisamente con quien ahora

585
tiene el honor de dirigirse a la Diputación permanente, el señor Casares Qui-
roga pronunció unas palabras, que eran la promesa formal, venían a ser el
compromiso solemne de la eficacia de las medidas que el Gobierno estaba
dispuesto a adoptar. Decía: “Tenga la seguridad su señoría que en este caso,
como en otros, el Gobierno impondrá su autoridad sin teatralidad, sin exce­
sos de gesto ni de palabra, porque atribuirme a mí excesos verbalistas ya
implica tener imaginación.” Tan optimista era en una de las anteriores se­
siones de la Diputación permanente que anunciaba, incluso, dulcificar alguna
de las medidas que entran en la suspensión de garantías constitucionales en
el estado de alarma. A ello hace referencia el acta que antes se leyó y tam­
bién estas palabras tomadas del Diario de Sesiones'. “El Gobierno tiene en
estudio la posibilidad, incluso, de levantar la censura, permitiendo a los pe­
riódicos emitir libremente su opinión; pero desde luego, tenga su señoría la
seguridad de que los textos parlamentarios serán respetados.” Tanto lo han
sido, que cuando ayer un periódico —perdónenme los señores Diputados
que con esto adelante un inciso— quiso publicar unas palabras muy nobles
y muy levantadas del señor Calvo Sotelo al aceptar toda la responsabilidad
que sobre él quisieran echar, en plena sesión, la censura ha sido implaca­
ble y lo ha tachado. Ni el homenaje al muerto, ni el respeto debido a las pa­
labras en que aceptó una responsabilidad y una muerte con que Dios quiso
honrarle, ni el respeto tampoco a la palabra del Presidente ni a la inviola­
bilidad de las palabras contenidas en el Diario de Sesiones; la censura ha
sido implacable para unos y para otros.
Pero, ¿es que ha cumplido alguna de las finalidades el estado de alarma
en manos del Gobierno? ¿Ha servido para contener la ola de anarquía que
está arruinando moral y materialmente a España? Mirad lo que pasa por
campos y ciudades. Acordaos de la estadística a que di lectura en la pasada
sesión de las Cortes. Voy a completarla con una estadística del último mes
de vigencia del estado de alarma. Desde el 16 de junio al 13 de julio, inclu­
sive, se han cometido en España los siguientes actos de violencia, habiendo
de tener en cuenta los señores que escuchan que esta estadística no se re­
fiere más que a los hechos plenamente comprobados y no a rumores que,
por desgracia, van teniendo en días sucesivos una completa confirmación:
Incendios de iglesias, 10; atropellos y expulsiones de párrocos, 9; robos y
confiscaciones, 11; derribos de cruces, 5; muertos, 61; heridos de diferente
gravedad, 224; atracos consumados, 17; asaltos e invasiones de fincas, 32;
incautaciones y robos, 16; centros asaltados o incendiados, 10; huelgas ge­
nerales, 15; huelgas parciales, 129; bombas, 74; petardos, 58; botellas de lí­
quidos inflamables lanzadas contra personas o cosas, 7; incendios, no com­
prendidos los de iglesias, 19. Esto en veintisiete días. Al cabo de hallarse
cuatro meses en vigor el estado de alarma, con toda clase de resortes el Go­
bierno en su mano para imponer la autoridad, ¿cuál ha sido la eficacia del
estado de alarma? ¿No es esto la confesión más paladina y más clara de que
el Gobierno ha fracasado total y absolutamente en la aplicación de los re­
sortes extraordinarios de gobierno, que no ha podido cumplir la palabra
que dio solemnemente ante las Cortes de que el instrumento excepcional

586
que la Constitución le da y el Parlamento pone en sus manos había de servir
para acabar con el estado de anarquía y subversión en que vive España? Ni
el derecho a la vida, ni la libertad de asociación, ni la libertad de sindica­
ción, ni la libertad de trabajo, ni la inviolabilidad del domicilio han tenido la
menor garantía con esta Ley excepcional en manos del Gobierno, que, por
el contrario, se ha convertido en elemento de persecución contra todos aque­
llos que no tienen las mismas ideas políticas que los elementos componentes
del Frente Popular.
Ya sería esto bastante grave; pero lo es muchísimo más que esos resor­
tes en poder del Gobierno tampoco han servido para garantizar el normal
funcionamiento de los órganos del Estado. Las sentencias de los Jurados
mixtos no se cumplen; el Ministro de la Gobernación puede decir hasta
qué punto los Gobernadores Civiles no le obedecen; los Gobernadores Civi­
les pueden decir hasta qué punto los Alcaldes no hacen caso de sus indica­
ciones; los ciudadanos españoles pueden decir cómo en muchos pueblos del
Sur existen Comités de huelga, los cuales dan el aval, el permiso, la autori­
zación para que se pueda circular por carretera. Diferentes personas en la
provincia de Almería, hace pocos días, han sido detenidas en cinco pueblos
del trayecto por otros tantos Comités de huelga que, a despecho de las ór­
denes del Ministro de la Gobernación y de los Gobernadores Civiles, han
impedido la circulación de vehículos, los han obligado a pasar por Comités
de huelga y Casas del Pueblo para que les den un volante de circulación,
que es el mayor padrón de ignominia, fracaso y vergüenza para un Gobierno
que tolera, al cabo de cinco meses, que ese estado de cosas continúe en
una nación civilizada.
Pero si necesitamos algún testimonio del fracaso estrepitoso del Go­
bierno, ahí tenemos lo que está ocurriendo en Madrid con la huelga de la
construcción. Decía el señor Casares Quiroga que él reclamaba el auxilio
de todos los elementos del Frente Popular, desde los que se sentaban en el
banco azul hasta los últimos Comités de los pueblos o las últimas organi­
zaciones sindicales, para que le ayudaran a mantener la legalidad republi­
cana, en la cual deseaba que todos viviéramos. Y esas mismas organizacio­
nes son las que han dejado incumplido reiteradamente un laudo del Minis­
tro de Trabajo, cuyo fracaso no tiene precedentes en la historia política de
ningún país; son las propias organizaciones que apoyan al Gobierno las que
no quieren o no pueden cumplir las órdenes que emanan de la autoridad.
Ahí tenéis los conflictos obreros que se están ventilando diariamente a tiros
entre las organizaciones societarias, aunque la censura no permite que se
diga una palabra; ahí tenéis esos obreros que han muerto ayer en Cuatro
Caminos, bajo las balas de otros hermanos de trabajo, que, en plena sub­
versión contra el Gobierno, no acatan las órdenes emanadas de la autori­
dad. El Gobierno dio un laudo, fijó un plazo: ese plazo se incumplió. Tomó
recientemente el Consejo de Ministros un acuerdo terminante y categórico,
que implicaba la reafirmación del principio de autoridad. Elementos que
controlan al Gobierno y que comparten con él las funciones de autoridad,
aunque no la responsabilidad ante la opinión y ante la Historia, le obligaron

587
a que diera un nuevo plazo, que venció anteayer; ni anteayer, ni ayer, ni
hoy se ha cumplido el laudo del Ministro de Trabajo. Las obras paradas,
los obreros tiroteándose, Madrid abandonado, la autoridad por los suelos.
¿Para eso queréis una prórroga del estado de alarma? ¿Para eso queréis unos
resortes excepcionales? ¿Qué confianza podemos tener ni las oposiciones ni
la opinión pública en lo que vosotros hagáis?
¡Ah!, pero yo sé que fácilmente os vais a acoger al recurso ordinario
con que estáis pretendiendo paliar vuestro fracaso: esto es una maniobra
fascista, esto es un ataque de los enemigos del régimen. Tal se están ponien­
do las cosas, que ya la opinión pública, humorísticamente, está recordando
aquella famosa anécdota del tenor que cuando emitía una nota en falso daba
el viva a Cartagena para evitar el abucheo del público. Cuando tenéis un fra­
caso, tenéis que invocar al fascismo, parte por un comodín ante la opinión
pública, parte porque estáis viendo el estado de opinión que se está creando
en España. En más de una ocasión, en público en las Cortes, en privado
con alguno de los que me escuchan, yo he expuesto la hondísima preocu­
pación que me produce el ambiente de violencia y de subversión que se va
creando en España.
No es ésta la ocasión de que yo vaya a marcar diferencias doctrinales
con unas u otras teorías políticas. Perfectamente definidas están mi actitud
y la doctrina de mi partido a través de una actuación intensa, aunque sea
modesta por ser mía. No es éste el momento de recordar esas diferencias,
pero sí el de recordar que en España está creciendo de día en día un ambiente
de violencia; que los ciudadanos se están apartando totalmente del camino demo­
crático; que a nosotros diariamente llegan voces que nos dicen: “Os están expul­
sando de la legalidad; están haciendo un baldón de los principios democráticos;
están riéndose de las máximas liberales incrustadas en la Constitución; ni en el
Parlamento ni en la legalidad tenéis nada que hacer.” Y este clamor que nos vie­
ne de campos y ciudades indica que está creciendo y desarrollándose eso que en
términos genéricos habéis dado en denominar fascismo; pero que no es más
que el ansia, muchas veces nobilísima, de libertarse de un yugo y de una
opresión que en nombre del Frente Popular el Gobierno y los grupos que
le apoyan están imponiendo a sectores extensísimos de la opinión nacional.
En un movimiento de sana y hasta de santa rebeldía, que prende en el cora­
zón de los españoles y contra el cual somos totalmente impotentes los que
día tras día y hora tras hora nos hemos venido parapetando en los principios
democráticos, en las normas legales y en la actuación normal. Así como
vosotros estáis total y absolutamente rebasados, el Gobierno y los elementos
directivos, por las masas obreras, que ya no controláis, así nosotros estamos
ya totalmente desbordados por un sentido de violencia, que habéis sido vos­
otros los que habéis creado y estáis difundiendo por toda España. Cuando
habléis de fascismo, no olvidéis, señores del Gobierno y de la mayoría, que
en las elecciones del 16 de febrero los fascistas apenas tuvieron unos cuantos
miles de votos en España, y si hoy se hicieran unas elecciones verdad, la
mayoría sería totalmente arrolladora, porque incluso está prendiendo en sec­
tores obreristas, los cuales, desengañados de sus elementos directivos y de

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sus directores societarios, están buscando con ansia una libertad que encuen­
tran en esas vagas quimeras, que muchas veces encaman en la fantasía de
las gentes cuando ya están al borde de la desesperación y de la ruina.
Cuando la vida de los ciudadanos está a merced del primer pistolero,
cuando el Gobierno es incapaz de poner fin a ese estado de cosas, no pre­
tendáis que las gentes crean ni en la legalidad ni en la democracia; tened la
seguridad de que derivarán cada vez más por los caminos de la violencia, y
los hombres que no somos capaces de predicar la violencia ni de aprove­
charnos de ella seremos lentamente desplazados por otros más audaces o
más violentos que vendrán a recoger este hondo sentido nacional.
El estado de cosas actual ha culminado, señores, en el episodio tristísimo
de la muerte del señor Calvo Sotelo. Me duele mucho que nadie pueda pen­
sar que alrededor de su muerte yo pretendo hacer nada que signifique polí­
tica. Bien quisiera que mis palabras en este momento no tuvieran otro sig­
nificado que el del tributo rendido a un hombre consecuente hasta el final
con sus ideas, valiente en la exposición de las mismas, que no ha claudicado
en ningún momento, que ha mantenido siempre alta y enhiesta la bandera
de su ideal y que por eso mismo ha muerto de la manera más criminal y
más odiosa. Yo quisiera que mis palabras fueran exclusivamente un home­
naje a su memoria; pero han sido tales las circunstancias que han rodeado
su muerte, es tal el contenido que tiene para toda la sociedad española ese
crimen, que es necesario que, cuanto antes, aquí ahora, en el Parlamento
en su primera sesión, si es que a ella asistimos, quede perfectamente claro
nuestro pensamiento y queden plantados los jalones de lo que nosotros cree­
mos gravísimas responsabilidades que en torno a ese suceso se han pro­
ducido.
Yo sé que muchas gentes que ahora disminuyen el volumen del suceso
pretenden establecer un simple parangón entre dos crímenes que se han
producido con una leve diferencia de horas. Yo esos parangones no los ad­
mito. En primer lugar, porque tanto condeno una violencia como la otra.
Ante el cadáver del Teniente Castillo tengo yo idéntica condenación que
para todos esos actos de violencia, y no pienso en sus ideas, ni en su actua­
ción; para mí es nefando, para mí es criminal el modo cómo se le ha arre­
batado la vida. ¡Ah!, pero pretender ligar un acontecimiento con el otro,
como muchos sectores afectos a la política del Gobierno han hecho, eso es,
a mi juicio, la mayor condenación que puede tener toda la política que vos­
otros estáis desarrollando.
¿Qué tenía que ver el señor Calvo Sotelo con el asesinato del teniente
Castillo? ¿Quién ha podido establecer la menor relación de causa a efecto
entre su actitud y la muerte de este Teniente? ¿Es que acaso el señor Calvo
Sotelo, en pleno salón de sesiones, no ha condenado de una manera siste­
mática la violencia y no anunció que ante la muerte violenta de su mayor
adversario no tendría más que la condenación como ciudadano, el respeto
como caballero y el perdón como creyente? ¿Es que se puede, ni por un
momento, admitir que el señor Calvo Sotelo tuvo la menor relación, directa
ni indirecta, por acción, por omisión o por inducción, con el asesinato del

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Teniente Castillo? ¿Por qué se ligan ambas cosas? ¡Ah!, porque en el ánimo
incluso de aquellos que pretenden rebajar la gravedad del suceso hay esta
idea terrible que prende en el corazón de todos los españoles: que no ha sido
una pasión política la que ha quitado la vida al señor Calvo Sotelo, que no
ha sido un momento pasional de unos cuantos ciudadanos ofuscados, sino
que ha sido una represalia ciega, ejercida por aquellos que tenían relación
más o menos directa con el Teniente Castillo.
La gravedad del hecho es enorme, y yo tengo que examinarla con la luz
de los antecedentes del hecho mismo y de las circunstancias en que se ha
producido. Yo sé la gravedad de las manifestaciones que voy a hacer. Estoy
perfectamente penetrado incluso de las consecuencias que para mí perso­
nalmente pueden tener. El cumplimiento del deber no se puede detener ante
este orden de consideraciones.
Lamento que no esté aquí el señor Presidente del Consejo de Ministros,
no, repito, porque no esté aquí muy dignamente representado, sino porque
a él necesariamente, de un modo personal, he de referirme en este momento.
El señor Ministro de Estado, con la vehemencia que le caracteriza —y
tengo la seguridad de que con la sinceridad mayor, que es también una de
sus características—, ha venido aquí en términos casi conmovidos, a rechazar
imputaciones o acusaciones que se desprendían del escrito a que ha dado lectura
el señor Suárez de Tangil en nombre de las minorías monárquicas, y de las
cuales pudiera deducirse una acusación directa al Gobierno en el crimen que
se ha cometido.
Lejos de mi ánimo el recoger acusaciones en globo, y mucho menos lanzar
sobre el Gobierno, sin pruebas, una acusación de esa naturaleza. No encon­
trará su señoría en mí nada que pueda ser una acusación calumniosa de
pretender que el Gobierno esté directamente mezclado en un hecho criminal
de esta naturaleza. ¡Ah! Pero la responsabilidad del Gobierno no es sólo cri­
minal; la responsabilidad del Gobierno es tremenda en el orden político y en
el orden moral, y a ella tengo necesariamente que referirme.
El miércoles pasado, señores Diputados —hace hoy exactamente ocho
días—, el señor Calvo Sotelo me llamó aparte, en uno de los pasillos de la
Cámara, y me dijo: “Individuos de mi escolta, que no pertenecen ciertamente
a la Policía, sino a uno de los Cuerpos armados, han recibido una consigna
de que en caso de atentado contra mi persona procuren inhibirse. ¿Qué me
aconseja usted?” “Que hable usted inmediatamente con el señor Ministro de
la Gobernación.”
El señor Calvo Sotelo fue a contárselo, el miércoles o el jueves; según
mis noticias, tenidas por el señor Calvo Sotelo, dijo que en absoluto de él
no había emanado ninguna orden de esa naturaleza. Pero el señor Calvo
Sotelo tuvo esa confidencia exactísima.
El señor Ventosa lo sabe, porque yo se lo comuniqué. “Contra el señor
Calvo Sotelo se prepara un atentado. Ha habido por parte de organismos de­
pendientes del Ministerio de la Gobernación, aunque nunca del Ministro de
la Gobernación, órdenes para que se deje impune el atentado que se pre-

590
para. Usted lo sabe; usted y yo somos testigos de que esta advertencia se ha
hecho al Gobierno, de que esa amenaza se está cerniendo sobre la cabeza
del señor Calvo Sotelo”. Y esa amenaza se ha realizado y ese atentado ha
tenido lugar.
Tengo la seguridad de que el señor Ministro de la Gobernación hizo lo
posible, en lo que de él dependía. Pero los organismos que dependen del
Gobierno, ¿lo han hecho así? ¿Se estableció la debida vigilancia alrededor
de una persona tan seriamente amenazada para evitar el atentado? No se
ha hecho.
¡Ah! Pero ¿es que es ésta la única responsabilidad que al Gobierno y a
los grupos de la mayoría les corresponde en este asunto? ¿Es que no estamos
cansados de oír todos los días, en las sesiones de Cortes, excitaciones a la
violencia contra los Diputados de derecha? Voy a prescindir de lo que a mí
se refiere; bien claras han estado algunas amenazas en el salón de sesiones.
Me voy a referir exclusivamente a lo ocurrido con el señor Calvo Sotelo.
¿Es que no recordamos, aunque las facultades presidenciales, interviniendo
oportunamente, quitaran ciertas palabras del Diario de Sesiones, que el se­
ñor Galarza, perteneciente a uno de los grupos que apoyan al Gobierno,
dijo en el salón de sesiones —yo estaba presente y lo oí— que contra el
señor Calvo Sotelo toda violencia era lícita? ¿Es que acaso estas palabras
no implican una excitación, tan cobarde como eficaz, a la comisión de un
delito gravísimo? ¿Es que ese hecho no implica responsabilidad alguna para
los grupos y partidos que no desautorizaron esas palabras? ¿Es que no im­
plica una responsabilidad para el Gobierno que se apoya en quien es capaz
de hacer una excitación de esa naturaleza?
¡Ah! En el orden de la responsabilidad moral, a la máxima categoría de
las personas le atribuyo yo la máxima responsabilidad, y, por consiguiente,
la máxima responsabilidad en el orden moral tiene que caer sobre el señor
Presidente del Consejo de Ministros. El señor Presidente del Consejo de Mi­
nistros, que, al llegar al más alto puesto de la gobernación del Estado, no ha
prescindido del carácter demagógico que impregna todas sus actuaciones,
dijo un día que, frente a las tendencias que podía encarnar el señor Calvo
Soleto u otras personas de significación ideológica parecida, el Gobierno era
un beligerante. ¡El Gobierno un beligerante contra unos ciudadanos! ¡El
Gobierno nunca puede ser beligerante! El Gobierno tiene que ser instrumento
equitativo de justicia, aplicada por igual a todos, y eso no es ser beligerante,
como no lo es el juez que condena a un criminal.
Cuando desde la cabecera del banco azul se dice que el Gobierno es un
beligerante, ¿quién puede impedir que los agentes de la autoridad lleguen
en algún momento hasta los mismos bordes del crimen?
Pero aún hay más: a virtud de unas palabras pronunciadas por el señor
Calvo Sotelo en un debate de orden público, haciendo referencia a aconte­
cimientos que son precisamente los grupos que apoyan al Gobierno los que
los están aireando estos días, pronunció el señor Presidente del Consejo de
Ministros unas frases provocadoras que implicaban el hacer efectiva en el
señor Calvo Sotelo una responsabilidad por acontecimientos que pudieran

591
sobrevenir, lo cual, como dice muy bien ese documento leído por el Conde
de Vallellano, equivale a señalar, a anunciar una responsabilidad “a priori”,
sin discernir si se ha incurrido o no en ella. “¿Ocurre esto, va a ocurrir este
acontecimiento? Pues su señoría es el responsable.”
Periódicos inspirados por elementos del Gobierno han venido estos días
diciendo que se iba a producir ese acontecimiento, que era inminente en
la noche pasada, en la que viene, que el observatorio está vigilante, que va
a surgir en seguida lo que se teme. Ya se está dibujando la responsabilidad.
Y esa noche cae muerto el señor Calvo Sotelo, a manos de agentes de la
autoridad. ¿Creéis que esto no representa una responsabilidad? ¡Ah! Pero
hay otra, todavía mayor, si cabe. El señor Calvo Sotelo no ha sido asesinado
por unos ciudadanos cualesquiera; el señor Calvo Sotelo ha sido asesinado
por agentes de la autoridad.
El señor Presidente'. Señor Gil Robles, piense su señoría que se trata de
un suceso que está sometido en estos instantes a la investigación de la Jus­
ticia. Su señoría, anticipadamente, resuelve, declara que la responsabilidad de
ese suceso corresponde a personas investidas del carácter de agentes de au­
toridad. Será ello así o no lo será. Es la Justicia la que lo tiene que decir
y no es, ciertamente, aquí donde podemos poner cortapisas ni ejercer en el
ánimo de los juzgados coacción alguna.
El señor Gil Robles: Esperaba esas palabras del señor Presidente, que,
atento al cumplimiento de su deber, que seguramente, en este caso, le es
extraordinariamente penoso de cumplir, me hace una advertencia que, en la
práctica, es puramente un convencionalismo.
Es exacto, señor Presidente, que están actuando los Tribunales de Jus­
ticia; pero los Diputados tenemos, no sólo el derecho, sino la obligación de
traer aquí, como la hubiéramos llevado a la sesión pública si nos hubiese sido
posible, esta acusación categórica y terminante. ¿Qué importa que la censura
lo haya tachado y haya obligado a decir a los periódicos que los autores
de ese asesinato han sido unos individuos si en la conciencia de todos está la
verdad de lo ocurrido? Tengan en cuenta su señoría y quienes me oyen que
está bien lejos de mi ánimo arrojar una mancha por igual sobre todos los
agentes de la autoridad; ni muchísimo menos. Bien lejos de mi pensamiento,
igualmente, lanzar sobre un Cuerpo benemérito del Estado una culpa colec­
tiva. Han sido determinados agentes de la autoridad, que, probablemente,
el mismo Cuerpo a que pertenecen estará deseando en estos momentos que
sean expulsados, que sean arrojados de su convivencia. Pero lo que no puede
negarse, señor Presidente y señores Diputados que me escucháis, es que el
señor Calvo Sotelo se resistió a entregarse a los que llegaban a su domicilio,
y que únicamente cuando uno de ellos le exhibió un carnet en que acreditaba
su condición de oficial de la Guardia Civil, el señor Calvo Sotelo se entregó.
Las averiguaciones judiciales irán encaminadas a saber quién fue el oficial
de la Guardia Civil, pero que fue un agente de la autoridad que iba acom­
pañado por guardias de Asalto, de paisano o de uniforme, y en una ca­
mioneta de la Dirección General de Seguridad, que fue después dejada en el
mismo Ministerio de la Gobernación o en el cuartelillo que está al lado, esto

592
no puede negarlo nadie. ¡Ah! ¿Y es que cuando ocurre un suceso de ese
volumen y de esa magnitud un Gobierno puede decir: lo he entregado sim­
plemente a un juez para que investigue, sin haber tomado ninguna medida
para ver quiénes habían sido esos oficiales que han ido con la camioneta y
acompañando a los guardias de Asalto, los que habían dispuesto el servicio,
los que han estado reclutando voluntarios entre determinada compañía o
determinada sección del teniente Castillo, para con ellos ir a ejercer una re­
presalia y una venganza sobre la persona del señor Calvo Sotelo? Cuando todo
esto ocurre, el Gobierno ¿no tiene que hacer otra cosa que publicar una
nota anodina, equiparando casos que no pueden equipararse y diciendo que
los Tribunales de Justicia han de entender en el asunto, como si fuera una
cosa baladí que un jefe político, que un jefe de minoría, que un parlamentario
sea arrancado de noche de su domicilio por unos agentes de la autoridad,
valiéndose de aquellos instrumentos que el Gobierno pone en sus manos para
proteger a los ciudadanos; que le arrebaten en una camioneta, que se en­
sañen con él, que le lleven a la puerta del cementerio, que allí le maten y que
le arrojen como un fardo en una de las mesas del depósito de cadáveres? ¿Es
que eso no tiene ninguna gravedad? ¡Ah!, señores del Gobierno; vosotros, en
estos momentos, habéis creído que todo lo tenéis libre con nombrar un
juez, con dictar una nota y con acudir el día de mañana a que la pasión po­
lítica os dé un “bilí” de indemnidad en forma de voto de confianza. Tened
la seguridad de que eso no se limpia tan fácilmente. Un día el señor Calvo
Sotelo pronunció en la Cámara unas palabras, contestando al señor Presi­
dente del Consejo de Ministros, que si son su mayor glorificación, constituyen
la mayor condenación para vosotros.
“Yo tengo, señor Casares Quiroga (le dijo cuando, con imprudencia no­
toria, el Presidente del Consejo arrojó sobre él una responsabilidad “a priori”);
yo tengo anchas espaldas. Su señoría es hombre fácil y pronto para el gesto
de reto y para la palabra de amenaza. Le he oído tres o cuatro discursos
en mi vida, los tres o cuatro desde ese banco azul, y en ellos ha habido siem­
pre la nota amenazadora. Bien, señor Casares Quiroga; me doy por notificado
de la amenaza de su señoría; me ha convertido su señoría en sujeto y, por
tanto, no sólo activo, sino pasivo, de las responsabilidades que puedan nacer
de no sé qué hechos. Bien, señor Casares Quiroga; lo repito: mis espaldas
son anchas. Yo acepto, con gusto, y no desdeño ninguna de las responsa­
bilidades que puedan derivar de actos que yo realice, y las responsabilidades
ajenas, si son para bien de mi Patria y para gloria de España, las acepto tam­
bién. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó
a un rey castellano: Señor, la vida podéis quitarme; pero más no podéis, y es
preferible morir con gloria que vivir con vilipendio.” Esto dijo el señor Calvo
Sotelo; le ha llegado la muerte con gloria. ¡Ah!, pero para vosotros como
Gobierno, aunque no tengáis la responsabilidad, que yo no la arrojo sobre
vosotros, la responsabilidad criminal directa ni indirecta en el crimen, sí te­
néis la enorme responsabilidad moral de patrocinar una política de violencia
que arma la mano del asesino; de haber, desde el banco azul, excitado la
violencia; de no haber desautorizado a quienes desde los bancos de la ma-

593
38
yoría han pronunciado palabras de amenaza y de violencia contra la perso­
na del señor Calvo Sotelo. Eso no os lo quitaréis nunca; podéis, con la cen­
sura, hacer que mis palabras no lleguen a la opinión; podéis, con el ejercicio
férreo de facultades que la ley pone en vuestras manos, hacer imposible que
esto llegue en sus detalles a conocimiento de la opinión pública; podéis ir
al Parlamento y pedir una votación de confianza. ¡Ah!, pero tened la segu­
ridad de que la sangre del señor Calvo Sotelo está sobre vosotros y sobre
la mayoría. ¡Triste sino el de este régimen, si incurre, frente a un crimen de
esa naturaleza, en el error tremendo de pretender paliar los acontecimientos!
Si exigís las debidas responsabilidades, si actuáis rápidamente contra los au­
tores del crimen, si ponéis en claro los móviles, ¡ah!, en ese caso quizá, y
no lo lograréis del todo, quedará circunscrita la responsabilidad a los autores;
pero si vosotros estáis con habilidades mayores o menores paliando la gra­
vedad de los hechos, entonces la responsabilidad escalonada irá hasta lo más
alto y os cogerá a vosotros como Gobierno y caerá sobre los partidos que os
apoyan como coalición de Frente Popular, y alcanzará a todo el sistema par­
lamentario y manchará de barro y de miseria y de sangre al mismo régimen.
En vosotros está.
Después de esto, pocas palabras voy a tener que pronunciar en el día de
hoy; quizá muy pocas palabras más hayamos de pronunciar en el Parlamento.
Todos los días, por parte de los grupos de la mayoría, por parte de los
periódicos inspirados por vosotros, hay la excitación, la amenaza, la conmi­
nación a que hay que aplastar al adversario, a que hay que realizar con él
una política de exterminio. A diario la estáis practicando: muertos, heridos,
atropellos, coacciones, multas, violencias... Este período vuestro será el pe­
ríodo máximo de vergüenza de un régimen, de un sistema y de una nación.
Nosotros estamos pensando muy seriamente que no podemos volver a las
Cortes a discutir una enmienda, un voto particular, un proyecto más o me­
nos avanzado que presentéis, porque eso en cierto modo es decir ante la
opinión pública que aquí todo es normal, que aquí la oposición cumple su
papel, que éste es el juego corriente de los sistemas políticos. No; el Parla­
mento está ya a cien leguas de la opinión nacional; hay un abismo entre la
farsa que representa el Parlamento y la honda y gravísima tragedia nacional.
Nosotros no estamos dispuestos a que continúe esa farsa. Vosotros podéis
continuar; sé que vais a hacer una política de persecución, de exterminio y
de violencia de todo lo que signifique derechas. Os engañáis profundamente:
cuanto mayor sea la violencia, mayor será la reacción; por cada uno de los
muertos, surgirá otro combatiente. Tened la seguridad —esto ha sido la ley
constante de todas las colectividades humanas— de que vosotros, que estáis
fraguando la violencia, seréis las primeras víctimas de ella. Muy vulgar, por
muy conocida, pero no menos exacta, es la frase de que las revoluciones son
como Saturno, que devoran a sus propios hijos. Ahora estáis muy tranquilos
porque veis que cae el adversario. ¡Ya llegará un día en que la misma vio­
lencia que habéis desatado se volverá contra vosotros! (Un señor Diputado’.
Ya llegó en octubre.) De lo de octubre hablaremos, que estoy deseando ha­
blar. Lo único que hacéis vosotros con lo de octubre es estar todos los días

594
paliando ante las masas el fracaso de vuestra política: cuando al obrero no
le dais pan, cuando al obrero le sumís en la miseria, lo que hacéis es darle
unos cuantos latiguillos sobre octubre. ¡Dadle un poco más de pan y un poco
menos literatura! (Otro señor Diputado’. ¿Por qué no se lo ha dado el señor
Gil Robles, con dos años que ha estado en el Poder?) Atendimos a los obreros
mucho más que vosotros. El paro ha aumentado extraordinariamente en vues­
tras manos. Y dentro de poco vosotros seréis en España el Gobierno del
Frente Popular del hambre y de la miseria, como ahora lo sois de la vergüenza,
del fango y de la sangre. Nada más.
El señor Ministro de Estado’. Pido la palabra.
El señor Presidente’. La tiene su señoría.
El señor Ministro de Estado (Barcia): Comprenderán todos los señores
que componen esta Diputación que no voy a entrar en el detalle analítico
de las manifestaciones hechas por el señor Gil Robles. No creo que ni el
momento, ni la índole del asunto, ni el carácter del debate planteado permi­
ten discutir minucias ni detalles, que están tan al margen, en definitiva, de
las cuestiones que el señor Gil Robles ha suscitado ante nosotros, que a
ellas esencialmente me voy a referir. Yo dejo al señor Gil Robles con su
conciencia y con el sentimiento del cumplimiento de su deber libre y sólo
para que un día se dé cuenta del acto que acaba de realizar.
Bastarían, señor Gil Robles, las palabras finales de su señoría para que
tuviera que buscar una eximente a todo lo que su señoría ha dicho. Una pa­
sión que conturba de tal manera el espíritu y la reflexión de su señoría ha
hecho posible que de labios del señor Gil Robles surgiesen estas palabras fi­
nales: “Estáis satisfechos, señores del Gobierno, porque son los vuestros
i ahora los que triunfan. El día de mañana seréis devorados por los mismos
triunfadores.” ¡Satisfechos nosotros de que triunfe nada que signifique vio­
lencia, injusticia, pasión del tipo de la que está desbordando del alma del
señor Gil Robles! No, señor Gil Robles; nos damos cuenta exacta del mo­
mento en que vivimos y de los instantes dificilísimos por que atravesamos, y
nosotros quisiéramos buscar en el espíritu de todos un refugio para que esta
pasión no continuase exacerbándose progresivamente y no llegase al grado de
paroxismo en que la ha colocado su señoría; porque sabemos que por encima
de todo, más allá ue cuanto nos pueda dividir, hay intereses esenciales y fun­
damentales que tenemos que defender, los de España, y esos intereses no se
defienden, señor Gil Robles, dando libre suelta a la pasión y llegando en la
expresión de esa pasión a los términos verdaderamente monstruosos a que
ha llegado hoy su señoría. Porque, para el señor Gil Robles, nace la vida
política desde que el Frente Popular está en el Poder. ¿Qué hemos recogido
nosotros sino un país desesperado, que no tenía ni hora de paz ni instante
de tranquilidad, y sobre el que la zozobra y la injusticia se cernía por todos
lados? ¿Es, señor Gil Robles, que nosotros no somos hoy los que hemos co­
sechado herencias tristísimas de política que yo no quiero ahora recordar?
(El señor Gil Robles pide la palabra.) Señor Gil Robles: Tal vez nosotros
creíamos y continuamos creyendo que realizábamos una gran misión; que,

595
en el fondo, nosotros servíamos supremos intereses, y que ante esos intereses
no cabía hablar para nada de cosas de partido.
¡Estadística, señor Gil Robles! ¿Es que voy a entrar a desmenuzar los
hechos y los actos que su señoría denunciaba? ¿Pero es que podemos discu­
rrir como si viviéramos en un estado de absoluta normalidad y no nos hu­
biéramos encontrado con una realidad tan tremenda que el ir liquidándola,
para poder entrar de una vez en la normalidad jurídica y constitucional, no
es todo el esfuerzo que nosotros venimos realizando, con mayor o menor
éxito, pero llenos de patriotismo, con un propósito decidido de llegar a esa
situación? (El señor Pórtela pide la palabra.) El hecho de que el señor Pór­
tela haya pedido la palabra no me hace rectiñcar lo más mínimo, porque
lo único que podrá decir es que fue el primer heredero de una situación que
a él mismo, en determinados momentos, se le levantó como un obstáculo
invencible; y la de después del triunfo del Frente Popular, no era, en definitiva,
más que la explosión de todo lo que había entonces encadenado como propia
forma en que el señor Pórtela tuvo que salir del Gobierno, resultado de una
política de opresión, de persecución y de partidismo, en que no creo que su
señoría sintiera la satisfacción de ver triunfar a los suyos sin pensar en si
no eran también víctimas de una realidad política dificilísima que se ha atra­
vesado en la Historia de España y que de salir de ella en una u otra forma
dependía el porvenir de nuestro país. ¿Pero es que el señor Gil Robles no
sabe que ha habido destitución de Gobernadores, de Gestoras y de Alcaldes;
que las hay a diario, que todos, absolutamente todos los resortes del Poder
han sido puestos al servicio de la tranquilidad, en lo que era posible, y de
la Justicia, y que hechos recentísimos —sus señorías constantemente y a
diario tienen que reconocerlo y proclamarlo— encuentran la asistencia del
Ministerio de la Gobernación y de todo el Gobierno?
El señor Gil Robles condenaba la violencia. ¿Quién no la va a condenar?
¿Pues qué representamos nosotros sino una protesta constante contra esa
violencia? ¿Inspiradores nosotros de una Prensa sobre la que el señor Gil
Robles vuelca toda, absolutamente toda la responsabilidad de cuanto está
ocurriendo? ¿Quiere decirme... (El señor Gil Robles: Perdóneme su señoría;
no he volcado sobre la Prensa más responsabilidad que la que le incumbe,
que no es pequeña, pero no toda.) ¿La responsabilidad que le incumbe a
una Prensa inspirada por nosotros? ¿Qué Prensa tiene el Gobierno que pueda
inspirar? ¿Cuál es la Prensa que inspira el Gobierno? Señor Gil Robles: su
señoría es un dialéctico formidable, pero baraja y maneja de tal manera sus
argumentos en estos instantes —y perdóneme que se lo diga—, con una
ausencia del sentido de la responsabilidad al discriminar cuáles son las que
nos alcanzan, que cuando le conviene nos las atribuye a nosotros y cuando
le conviene las traspasa a los demás; pero, en definitiva, con este sentimien­
to notorio de injusticia, porque a su señoría le consta que el Gobierno ni
inspira ni aplaude, ni puede aplaudir ni tolerar ninguna de esas campañas
que su señoría condena como nosotros. Cuando la violencia surge, tiene nues­
tra condenación tan rotunda, tan categórica como pueda fulminarla su se­
ñoría.

596
De situaciones puramente polémicas y parlamentarias, que no tenían el
grado de importancia y gravedad que tienen ahora, retrospectivamente, cuan­
do su señoría las señala como causa de efectos tristísimos y monstruosos,
no ha vacilado su señoría en coger la figura del señor Presidente del Consejo
de Ministros, ponerla en función y en relación con manifestaciones hechas
por él en momentos de debate, en que lo que decía no podía significar lo
que su señoría le atribuye. El señor Presidente del Consejo de Ministros,
cuando formulaba determinadas expresiones, no hacía más que afirmar un
sentido absoluto de autoridad, de sentimiento y de respeto a la ley, pero
que precisamente manifestaba que sería beligerante frente a la violencia. Era
éste todo el alcance y significado que se podían dar a las palabras del señor
Presidente del Consejo. Que sucesos luctuosísimos, desdichados, que todos
abominamos, que yo deploro con toda mi alma, se hayan realizado y que
ahora su señoría pretenda establecer una relación directa entre aquellas pa­
labras y estos hechos, señor Gil Robles, yo a su señoría entrego por com­
pleto para las horas de tranquilidad espiritual y de serenidad de conciencia
el valor y el alcance del acto que acaba de realizar.
Y muy pocas palabras más, señor Gil Robles, porque no quiero con mi
intervención, dada la actitud, la forma, el tono, los modos con que su se­
ñoría se produjo, exacerbar más esta situación, por sí ya tan delicada y difícil;
pero voy a admitir, para efectos polémicos, como realidad inconcusa, que
ciertas y determinadas individualidades de un organismo del Estado se hayan
insurreccionado y realizado los actos que su señoría les atribuye. ¿Cuál fue
la actitud del Gobierno y cuál su deber? Desde el primer momento tomar
gubernativamente todas, absolutamente todas las medidas que podía y te­
nía en sus manos, y tomadas están, e inmediatamente buscar el Juez de
máxima garantía y de máxima jerarquía para que, entrando a fondo, sin
detenerse en nada, llegando hasta donde tenga que llegar, esclarecerlo todo.
A nadie como al Gobierno interesa esto para evitar ciertas actitudes, señor
Gil Robles. Su señoría, ya lo decía, y es exacto, no viene a hacer política
en tomo del cadáver del señor Calvo Sotelo, pero sin querer, con ocasión
de esto, sus señoría, en el fondo, está haciendo política, y no de la mejor
calidad, porque al Gobierno no se le puede pedir más que esto: que llegue
con sus medios hasta donde tiene que llegar para esclarecer los hechos; que
pase lo que pase, suceda lo que suceda, brille la verdad y se imponga la
justicia. ¿Qué otra cosa puede hacer el Gobierno que no haya hecho desde
el primer momento?
Y yo, señor Gil Robles, no tengo por qué hacer el contraste del proce­
der del Gobierno actual, cuando se encuentra con hechos tan desdichados,
con otros procederes que hasta ahora, hasta que nosotros hemos llegado, no
se ha buscado la responsabilidad de desmandamiento de agentes de la au­
toridad que obedecían a determinados Gobiernos que, seguramente, eran los
primeros que, como el actual, lamentaban, rechazaban y condenaban la posibili­
dad de que a ellos se les complicase en aquellos actos. De modo, señor Gil Ro­
bles, que sea cual fuere el concepto que su señoría tenga de nuestra con­
ducta, creo que sólo la pasión, enturbiando su juicio sereno, podía llevarle

597
a hacer manifestaciones como las que acabamos de oír. ¿Responsabilidades?
Todas las que nos vengan, desde ahora aceptadas están; no hemos de eludir
ninguna, como lo demuestra nuestra propia actitud actual, y si existen, reve­
rentes con el sentido de justicia, reverentes con las sanciones que la opinión
pública nos imponga, sabemos cuál es nuestra actitud, sin que ello nos invite,
por vía de retorsión y buscando el hundimiento del templo, a oponer con­
ductas a conductas y a contrastar procederes con procederes; no. Nos ate­
nemos a nuestras responsabilidades.
Vengan, sean las que fueren; pero lo que nadie, absolutamente nadie
que esté en su sano juicio, podrá decir es que haya ni directa ni indirecta­
mente, ni admisible ni posible, porque sería monstruoso, la relación más
mínima entre estos hechos lamentables y actitudes del Gobierno que, por
tolerancia o por negligencia, hayan permitido actuaciones de organismos in­
feriores realizando hechos a todas luces vituperables. Eso, señor Gil Robles,
traspasa por completo todos los límites de la licitud polémica y va más allá
de lo que dialécticamente es permitido a su señoría decir dirigiéndose al se­
ñor Presidente del Consejo de Ministros.
¿Responsabilidades ;de tipo [moral, de tipo político? Eien, inevitables;
ésa es la realidad y eso es lo que debemos dilucidar; pero a nosotros la san­
gre no nos ahoga, en el sentido de que quienes hayan cometido los delitos
habrán de purgarlo, y por parte del Gobierno se darán todos los medios,
absolutamente todos, para que se esclarezca hasta lo más hondo, en forma
tal que los más exigentes han de advertir de qué manera el Gobierno, sin
más estímulos que los de su conciencia y su deber, desde el acto inicial no
se ha preocupado más que de eso. ¿Por evitar nuestras responsabilidades?
No; precisamente por algo que decía su señoría. No todos los hombres son
perfectos ni todas las instituciones completas, y a los órganos del Estado,
al Estado mismo y a la vida jurídica española interesa más que a nadie que
donde haya que poner el cauterio se ponga, donde haya que hacer ampu­
taciones se efectúen; todo, absolutamente todo menos que quede impune la
subversión monstruosa que su señoría apuntaba. Crea su señoría que para
eso, y principalmente por eso, estamos donde nos mantenemos.
Creo que con esto queda contestada la parte esencial del discurso del
señor Gil Robles.

DOCUMENTO 187

JOSE DIAZ DEFIENDE A LA REPUBLICA (225)

¡Alerta 'ante el complot de la reacción! Discurso pronunciado en la se-


sión de la Diputación permanente de las Cortes el 15 de julio de 1936.
Señores de la Diputación permanente:
Yo creo que no es necesario hacer muchos esfuerzos para comprender la

598

intención que encierra el discurso del señor Gil Robles. Decía el señor Gil
Robles que no se fuera a considerar que se aprovechaba del caso del señor
Calvo Sotelo, que todos lamentamos, con el fin de utilizarlo con móviles
políticos, teniendo en cuenta la situación del momento que vivimos en España.
Las derechas han venido preparando paso a paso la guerra civil.—Pero
no hay que hacer, repito, grandes esfuerzos para comprender que es un dis­
curso encaminado a agravar la situación en la calle, que tiende a intensificar
la guerra civil, preparada paso a paso por las derechas. De modo pacífico
y legal, la mayoría del pueblo español reconquistó la República el 16 de
febrero, y lo que resulta claro, y es un hecho incontrovertible, es que, por
parte de las derechas, no existe la resignación necesaria para acatar los re­
sultados del triunfo que el pueblo español consiguió el 16 de febrero y que,
desde el punto mismo de lograrse éste, han venido trabajando intensa y ex­
tensamente en toda España, produciendo perturbaciones, manifestándose de
forma descarada contra el régimen que en la actualidad tenemos en nuestro
país y tratando de destruirlo.
No pueden protestar contra un asesinato los que están manchados de
sangre de muchos otros.—El discurso del señor Gil Robles reviste extraordi­
naria gravedad, como muy bien decía el señor Ministro de Estado en su
contestación, porque, cuando se viene aquí a protestar de un hecho como
el que ha costado la vida al señor Calvo Sotelo, hay que tener en cuenta,
como decía asimismo el señor Ministro, si es que en España, antes de ahora,
no se han dado nunca casos como éste, aparte de que no podemos separar
ni un momento del caso que comentamos lo ocurrido con motivo del mo­
vimiento de octubre, cuya represión fue la más cruenta que ha conocido la
Historia. En la ocasión mencionada no se levantaron los elementos de dere­
chas a condenar aquellos hechos verdaderamente monstruosos, que consti­
tuyen un baldón para España y una mancha para los españoles responsa­
bles de que sucedieran. Y hoy, que se encuentra fresca todavía la sangre ver­
tida en Asturias, olvidan que, para tener autoridad moral en la condenación
de un hecho que es consecuencia de toda la política anterior, realizada por
ellos, es preciso que, al repasar la historia, sobre todo la de los últimos años,
se condene, en primer lugar, con toda energía, a los que dieron origen a
aquellos hechos tan monstruosos.
La represión de Asturias, en su conjunto, aparte de los múltiples marti­
rios, por todos conocidos, ha sido algo que yo creo muy difícil tenga com­
paración en ningún otro país del mundo, ni siquiera en aquellos dominados
por Gobiernos fascistas, como Alemania, Italia, etc. Entonces, con el con­
sentimiento del Gobierno, se llevaron a aquella región tropas moras para
que pasaran por el filo de sus gumías a los mineros españoles. Nosotros, de
la misma manera que protestamos entonces lo hacemos ahora, como espa­
ñoles, sin tener en cuenta el partido político o la clase a que pertenecen las
víctimas, porque éstos son hechos de tal monstruosidad, que todos debemos
condenar. Pero no podemos consentir que aquellos mismos hombres, que,
con responsabilidad de gobierno, contemplaron y presidieron los terribles
sucesos, quieran ahora aprovechar la muerte del señor Calvo Sotelo con mó-

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viles políticos, para empeorar la difícil situación que ellos han creado a
España y a la República, llevando a la calle, validos de la inmunidad par­
lamentaria, un discurso en el que, aun reconociendo su capacidad y habili­
dad parlamentaria, a mi juicio en este caso concreto, el señor Gil Robles de­
muestra haber perdido la cabeza. Lo que le interesa, al parecer, no es pre­
sentar el hecho en sí para que todos lo puedan condenar, como nosotros so­
mos los primeros en hacerlo —ya hemos dicho públicamente una y mil ve­
ces, y ahora lo repetimos, que condenamos todo atentado individual, todo
lo que signifique una actuación terrorista—, sino para que en la calle, al
leerse este discurso, presentando los hechos como él los presenta, las fuerzas
que dicho señor acaudilla encuentren ambiente apropiado para continuar
trabajando en esa actuación de complot contra el régimen, a que antes me
refería.
El pueblo español vigila los pasos de la reacción.—Porque, señor Gil
Robles, no se puede negar que estáis organizando un complot en España.
Recientemente, hace dos o tres días, en vista de ese peligro, se han reunido
las fuerzas obreras; se han puesto de acuerdo en diez minutos y han acudido
al Gobierno para ofrecerle toda su fuerza, a fin de defender la República.
Y eso lo hacemos porque estamos completamente seguros de que en muchas
provincias de España, en Navarra, en Burgos, en Galicia, en parte de Ma­
drid y en otros puntos se están haciendo preparativos para el golpe de Es­
tado, que no dejáis de la mano un día tras otro. ¡Tened cuidado! Todos nos
hallamos vigilantes, a fin de que no podáis llevar a cabo vuestros intentos,
porque, de hacerlo así, llevaréis a España por el camino por el que la ha­
béis llevado en esos dos años de represión, de hambre y de descrédito para
el país. Nosotros no queremos esa España, sino una España democrática,
donde haya bienestar para los obreros y para las clases populares; lo que
queremos es una España moderna, que se ponga a la altura de un país civi­
lizado, y no una España al estilo de aquella España inquisitorial, que es lo
que ha representado vuestra política en todo el período represivo que suce­
dió al movimiento de octubre.
No queréis acatar lo que ha representado el triunfo del 16 de febrero,
y de ahí toda vuestra política y vuestra actuación en el sentido que he indi­
cado. Es el noventa por ciento del pueblo español el que está de acuerdo
con el régimen republicano, con un régimen democrático, y es el diez por
ciento restante el que no pierde ocasión de buscar todos los procedimientos
de provocación, de atentados personales contra el pueblo, porque no se trata
solamente de los hechos represivos de Asturias, sino que ayer mismo Mundo
Obrero nos refrescaba un poco la memoria hablándonos de todos los aten­
tados cometidos por fuerzas de derechas desde el 16 de febrero hasta la fe­
cha. ¿Por qué no se levanta aquí el señor Gil Robles a decir con toda sin­
ceridad que condena también a fondo el atentado contra el Teniente Cas­
tillo? Eso hay que hacerlo aquí, en la Diputación permanente, y hay que
hacerlo en el salón de sesiones. (El señor Gil Robles’. Eso lo he hecho aquí
y en todas partes; si su señoría no lo ha oído, yo no tengo culpa.) Cuando
se habla de la responsabilidad del Gobierno en el hecho del señor Calvo

600
Sotelo, ¿por qué no se trata con el mismo calor del caso del señor Castillo?
Hay que manifestarse por igual ante estos hechos de terror individual; pero
haciéndolo en las mismas condiciones siempre, porque si no, se carece de
fuerza moral alguna para plantear el asunto en los términos en que se ha
hecho.
Por lo que se refiere a los manejos de las derechas en contra del régimen,
¿es que lo ocurrido en Valencia no es un hecho ligado a toda esta actuación
provocativa y de preparación del golpe de Estado? ¿Es que no son los ele­
mentos de derechas y los fascistas los culpables de toda esta lista de víctimas
a que me he referido antes, causadas desde el 16 de febrero hasta la fecha?
Todos conocéis los nombres, y nadie se ha levantado en el Parlamento a
plantear esta cuestión, porque de lo que se trata, con esa actuación en la
calle, es de pasar a la ofensiva aprochando la reunión de la Diputación per­
manente o de la Cámara para aparecer como salvadores de España, con
hombres que están dentro de la democracia, que dentro de ella quieren con­
vivir, mientras en la calle —repito— se preparan todos esos atentados y
complots.
Decía el señor Gil Robles que todas o una gran parte de las fuerzas que
controla se acercan al fascismo. ¿Pero es que el señor Gil Robles no ha he­
cho aquí un canto al fascismo? ¿Es que no lo hace también en el salón de
sesiones? ¿Es que no actúa en la calle en este sentido? ¿Por qué no dice con
claridad —ello sería más justo— que el señor Gil Robles, que es incompa­
tible con el régimen republicano, con el régimen que representa la democra­
cia y el desarrollo progresivo del país, procura descaradamente dar a cono­
cer su actividad en pro de una dictadura absoluta, en la forma en que ya
se practicaba, si no totalmente, en gran parte, durante los dos años que ha
participado en el Poder?
El camino para atajar la guerra civil.—Todo esto es lo que deben cono­
cer las fuerzas del Bloque Popular. Es necesario que se conozca en la calle
cuáles son los propósitos de estos discursos del señor Gil Robles, cuáles son
los propósitos de los elementos de derechas, que no quieren dejar tranquilo
nada y que no quieren acatar lo que ha representado este triunfo de la gran
mayoría del pueblo español. Aprovechan esta ocasión y todas las necesa­
rias para crear estas perturbaciones en la calle, que, entiéndalo bien el señor
Gil Robles, nos encontrarán siempre alerta y en condiciones de impedir que
puedan derrumbar de nuevo el régimen republicano, el régimen democrático,
que en este momento comienza a desarrollarse, los elementos que no tienen
derecho a participar de esta democracia. Son los periódicos de derechas —ya
que a los periódicos aludía el señor Gil Robles— los que preparan este am­
biente y esta situación. Yo creo que el Gobierno se ha quedado corto, al
no meter mano a fondo a los elementos responsables de la guerra civil que
hay en España. Por eso nosotros hemos presentado una proposición de Ley
para que el Gobierno pueda declarar ilegales todas las organizaciones que
no acaten el régimen en que vivimos, entre ellas, Acción Popular, que es
una de las más responsables de la situación de guerra civil creada en el
país, y los periódicos que la representan. Pedimos que se les apliquen a ellos

601
I

las mismas medidas que se aplicaron contra nosotros, que se suspendan sus
periódicos, así como antes fueron declarados ilegales Mundo Obrero y El
Socialista y nuestras organizaciones. No queremos venganza, pero sí justicia.
Si se hace lo que pedimos —se lo aseguramos al Gobierno— no habrá gue­
rra civil, porque los responsables de los atentados sois vosotros, los de la
derecha, con vuestro dinero y con vuestras organizaciones. Por tales actos,
vuestro puesto no debiera estar aquí, sino en la cárcel.
Detrás del Gobierno, en defensa de la República, contra el complot de
la reacción.—-Voy a terminar diciendo que más que nunca el Bloque Popu­
lar, las fuerzas obreras que lo integramos, haciéndonos cargo de cuanto se
prepara y se realiza por los elementos de derecha, prestaremos nuestro apoyo
al Gobierno, porque el Gobierno lo necesita y porque nosotros consideramos
que el momento no puede ser más oportuno para aprovechar todas las fuer­
zas democráticas de España en la lucha que rechace definitivamente los in­
tentos criminales y subversivos que preparáis. No tratéis de eludirlo. Lo
preparáis, y su preparación la conocemos a ciencia cierta, y aquí estamos
—repito— apoyando al Gobierno para contrarrestar vuestra obra. Haremos
cuanto sea necesario para que la República no desaparezca de España. Que­
remos una República progresiva, donde haya bienestar y cultura para los
obreros y para todas las fuerzas democráticas, un verdadero país democrá­
tico, y no consentiremos, de ninguna manera, que se pierda lo que ha cos­
tado mucha sangre y mucho trabajo conquistar. Por muchos discursos que
se pronuncien en la Diputación permanente y en el Parlamento, por muchos
complots que se organicen en la calle, tengo la seguridad de que el noventa
por ciento de los españoles arrollará cuanto intentéis hacer. Aquí estamos
las fuerzas obreras, en primer término, para apoyar al Gobierno, y después
para impedir que vuestros intentos de llevar España a la catástrofe sean
logrados. (A plausos.)

602
I

CAPITULO VI

la raíz y la conciencia
de un movimiento desconocido
■ • •
S

El impulso que levantó a media España detrás del Ejército el 18 de julio


de 1936 ha sido una de las grandes realidades de la historia contemporánea
más desvirtuadas, más cínicamente ignoradas y más deliberadamente tergi­
versadas por una de las concentraciones de fuegos propagandísticos más for­
midable que haya existido jamás.
Las circunstancias internacionales han coadyuvado poderosamente a ello.
Las potencias fascistas fueron aliadas de España en la lucha por su reafir­
mación nacional y por su existencia como pueblo libre: y las potencias fascistas,
vencidas, se convirtieron, ante la vencedora opinión mundial, en “los malos”
del cuento. Con la Historia en la mano, no puede decirse en manera alguna
que Inglaterra y los Estados Unidos favoreciesen a la República durante
nuestra guerra. Mientras sus esferas oficiales se mantenían en un aislacio­
nismo aséptico y un status de reconocimiento a la República que jamás rebasó
las lindes del legalismo formal, los amigos anglosajones de la España Na­
cional y el propio sentido de orden de las clases dirigentes en los dos países
hizo que, en definitiva, la actitud de las dos grandes potencias resultase bene­
ficiosa para los nacionales.
La identificación del régimen español de la guerra y la victoria con Jos
regímenes fascistas derrotados en una fea maniobra propagandística atizada
por los exiliados vencidos en la guerra y fomentada por el clima de simpatía
pro-soviética que imperó en Occidente hasta un año después del día V-E.
Europa había sufrido demasiado y estaba demasiado cansada para intentar
salirse de sus estereotipos sobre la historia reciente. Al recordar la Legión
Cóndor, Europa creía ver avanzar, desde España, las escuadrillas de “Stu-
kas” sobre Brest y sobre Coventry. Tendrían que pasar los desengaños y co­
menzarse la publicación de las grandes colecciones documentales de los años
30 para que el mundo empezase a deslindar matices y a reconocer la inde­
pendencia de España en relación con la historia interna y expansiva de unos
regímenes que eran por completo ajenos a su esencia permanente y a la lucha
que nos llevó a recuperarla.
Esto en España no se puso jamás en duda. Nuestro capítulo VI no puede
suplir la gran historia sociológica y política de la España Nacional, que quizá
es el gran vacío por llenar en la historia de nuestra guerra, tras la incom­
prensión sistemática de muchos comentaristas y las ridiculas caricaturas a
distancia de otros, como Hugh Thomas. Es un capítulo epilogal, construido
para armonizar el conjunto documental de la obra y con el deseo de reco­
ger el eco de razón y de pasión que el pueblo español, tras el Ejército, lanzó

605
por los campos de España en el verano de 1936. Porque ya es tiempo de
tirar al desván todos esos mitos del pueblo en armas y del pueblo contra
sus opresores. Pueblo eran, desde luego, los defensores de Madrid contra
unas columnas exiguas y agotadas tras un “marathón” militar diez veces
repetido desde Sevilla; pero eran pueblo centrífugo, pueblo intoxicado, pueblo
que cifraba su ideal en vincularse y vincular a su ex Patria a una potencia
extranjera que disimulaba su imperialismo secular don cendales rojos ide
internacionalismo proletario. Frente a ese pueblo radicalizado, exasperado a
partes iguales por la injusticia social y la propaganda masiva disgregadora, se
levantó otro pueblo que —ahí la tragedia— era el mismo: un pueblo que
creía en lo que le enseñaban, cinco años antes, en la escuela, que consideraba
el catolicismo como esencia de su ruta histórica y su vivir colectivo, y que
quería seguir independiente una trayectoria de siglos triste, gloriosa, quebrada,
pero suya. Ya es hora de que se arroje con gesto cansado el mito del “pueblo”
que jamás podrá explicar la conquista de provincias enteras, con todo su
pueblo dentro, mediante media docena de compañías agotadas; que nunca ci­
tará el hecho de ver ciudades de treinta mil habitantes, como Torrijos, guar­
necidas por dos legionarios; que tendrá que inventar otra escala sociológica
para no llamar pueblo a las Brigadas de Navarra, a las columnas de Galicia, a
las Banderas de Valladolid, de Castilla, de Andalucía y Extremadura, a la ca­
talana en las funciones del Cuartel General de Burgos o a la Comandancia en­
tera de la Guardia Civil de Jaén, pasada íntegra a los nacionales durante dos
meses increíbles de audacia y angustia.
El documento número 188 de este capítulo expresa la voluntad de su­
pervivencia de ese pueblo que no se resigna a morir. Por boca de Gil Robles,
la España centrífuga está advertida.
El primer grupo de documentos del capítulo recoge importantísimas ma­
nifestaciones del magisterio eclesiástico en la guerra de España. En el se­
gundo se reúnen testimonios que nos revelan la conciencia contemporánea
de los protagonistas. Para marcar unos primeros surcos de perspectiva histó­
rica, agrupamos en una tercera serie opiniones de teóricos, observadores e
historiadores.
Las razones reactivas que justifican históricamente a los sublevados de
julio afloran con pujanza de los capítulos anteriores. En España no se podía
vivir con seguridad; y aquellos españoles querían seguir viviendo en su casa.
Una subversión interna programada y dirigida desde el extranjero pretendía
desintegrar deliberadamente lo que los españoles habían considerado siempre
inherente al ser de España. La desintegración violenta vendría en cualquier
momento; sus fautores lo proclamaban a cada instante y corroboraban sus
amenazas con jalones de hechos cada vez más significativos. El aparato es­
tatal estaba deshecho: nadie creía en él. Estaba consumándose la descompo­
sición de la República: el Presidente del Consejo decía que los cines estaban
llenos y que no pasaba nada.
En este libro no se quiere dar la justificación histórica que hace unas
líneas considerábamos patente. No tenemos una misión polémica: tampoco
queremos llegar a conclusiones históricas definitivas. Decíamos que esa jus-

606
I
tificación afloraba. Lo mismo que afloraban en los capítulos anteriores las
ansias de otros españoles orientados a objetivos bien diferentes.
Lo único que en este capítulo nos interesa es presentar la conciencia y el
ambiente interno de los hombres que hicieron el 18 de julio. Y presentar
esa conciencia y ese ambiente en su pureza original, sin tergiversaciones de
propaganda.
El facsímil del Heraldo de Aragón —1 de agosto de 1936, que presenta­
mos en texto y lámina, dice muchas cosas sobre la conciencia de los hombres
del 18 de julio. Lo mismo que el autógrafo del General Franco, que apa­
rece en otra de nuestras ilustraciones

DOCUMENTO 188

MEDIA NACION NO SE RESIGNA A MORIR (226)

El señor Gil Robles: Desengañaos, señores Diputados; una masa con­


siderable de opinión española, que por lo menos es la mitad de la nación,
no se resigna implacablemente a morir: yo os lo aseguro. Si no puede de­
fenderse por un camino, se defenderá por otro. Frente a la violencia que
allí se propugna surgirá la violencia por otro lado, y el Poder Público tendrá
el triste papel de espectador de una contienda ciudadana en la que se va a
arruinar, material y espiritualmente, la nación. La guerra civil la impulsa, por
una parte, la violencia de aquellos que quieren ir a la conquista del Poder
por el camino de la revolución; por otra, la están mimando, sosteniendo y
cuidando la apatía de un Gobierno que no se atreve a volverse contra sus
auxiliares que tan cara le están pasando las facturas de la ayuda que le dan.
Su señoría, como le recordaba el señor Calvo Sotelo, va a traer unos
proyectos que significan el responso del sistema parlamentario. Yo creo que
su señoría va a tener dentro de la República otro sino más triste, que es
el de presidir la liquidación de la República democrática. Si no se rectifica
rápidamente el camino en España, no quedará más solución que la violencia
de la dictadura roja que aquellos señores propugnan, o una defensa enérgica
de los ciudadanos que no se dejan atropellar; por ninguno de los dos caminos
la farsa de un sistema parlamentario que sirva pura y exclusivamente de tram­
polín para el asalto revolucionario de los grupos obreristas.

1 El ambiente interno que van a reflejar estos documentos no es simple historia, sino
auténtica pervivencia. Es muy importante, en ese doble sentido, el estudio del profesor
Luis García Arias Sobre la mediación, publicado en 1962 por la Hermandad de Alféreces
Provisionales, en Zaragoza. En las páginas 59 y 60 de este libro se reflejan testimonios fun­
damentales que nuestros lectores deben consultar.

607
Primer grupo

EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

No se podrá nunca acusar a la Iglesia española y a la Iglesia uni­


versal de inhibición en el tema de la guerra de España. Como ha demos­
trado Antonio Montero, incorporando las terribles demostraciones previas
de siete mil eclesiásticos muertos y siete mil —este número es simbólico—
iglesias profanadas, la Iglesia sufrió en España, desde 1931 a 1936, una
persecución a escala de Imperio Romano (227).
Pío XI predice —en el documento número 189— una noche triste
para la Iglesia, precisamente basado en noticias de España. En la Encíclica
Divini Redemptoris, de 1937, el Papa Ratti, al que nadie podrá tachar de
insuficiente información histórica y actual, atribuye los horrores sufridos
por la Iglesia española a la propaganda y al cálculo frío del comunismo
(documento 190). En el mensaje de Navidad, reproducido en el docu­
mento 191, se hacen observaciones paralelas que demuestran la permanente
convicción del Pontífice.
En un impresionante mensaje de felicitación (documento 192), Pío XII,
recién coronado, atribuye la victoria española a quien la ganó, es decir,
al sano pueblo español, y establece que la defensa de la fe y la civiliza­
ción cristiana es el “primordial significado de vuestra victoria”.
En el documento 193 se recoge una pastoral del hoy Cardenal Primado.
Muchas fueron las intervenciones aisladas de los Obispos españoles du­
rante el conflicto: hemos elegido ésta como símbolo.
Termina la primera serie con el más célebre documento eclesiástico
sobre la guerra de España (documento 194): la pastoral colectiva de los
Obispos españoles en 1937. Infinitos han sido los comentarios, pro y
contra, a esta carta en la que la Iglesia española toma claramente par­
tido por los nacionales.
Es muy fácil acusar ahora al Episcopado español de incomprensión y
partidismo, invocando argumentos de ecumenismo y de diálogo. Los ana­
cronismos también pueden cometerse al revés. Los comentarios son para
todos los gustos. H. R. Southworth, quien por lo demás no es una auto­
ridad eclesiológica, llega a negar la colectividad de la carta por la falta
de las firmas de nada menos que tres Prelados. Olvida decir que faltaban
unos cuantos más, asesinados por las turbas.
Dentro de los comentarios a la Carta descuella, por el lado adverso,
el curiosísimo alegato bíblico-patrístico-escolástico del extraño sacerdote
J. Vilar (228).
Pero éste no es un estudio bibliográfico sobre la Carta Colectiva. De
hecho, su efecto fue fulminante y decisivo. Los Obispos del mundo en­
tero respondieron como se les pedía. La Iglesia se alineó tras la bandera
bicolor, y la guerra civil, guste o no guste, se convirtió, de hecho y de
derecho, en la última de las Cruzadas.
Hoy, en 1967, varios conceptos y varias a/preciaqiones de la Carta
Colectiva tendrían que limarse y que perfilarse. Los Obispos de España no
tenían por qué ser expertos en política internacional o en propaganda sub­
versiva. Su reacción fue perfectamente profesional: la Carta es obra de
pastores que defienden su grey con armas quizá rudimentarias, pero efi-

608
caces. Algunos argumentos, algunas digresiones saben a honda y a es­
tacazo. Nadie puede extrañarse de que los pastores utilicen utensilios de
pastor.
Las ondas expansivas provocadas por el Concilio Vaticano II se han
prolongado no sólo a través de las coordenadas espaciales y humanas de
la actualidad sino también a través de la Historia. Una fuerte corriente
de renovación histórica está revisando la actuación secular de la Igle­
sia, y no será extraño que en los próximos años surjan versiones sobre
la Iglesia en el mundo de ayer tan revolucionarias como los dictámenes
conciliares acerca de la Iglesia en el mundo de hoy.
Nosotros, que admitimos, naturalmente, un sano relativismo en la
óptica y en la metodología históricas, estamos convencidos del carácter
unívoco e irreversible de los hechos del pasado que son objeto, difícil
pero absoluto, de esa Historia esencialmente aproximativa. Y sentimos,
por cierto, notable desconfianza ante los súbitos cambios de enfoque sobre
la actuación temporal de instituciones permanentes.
La actuación de la Iglesia en 1936 ha de juzgarse con todo el bagaje
metodológico y comprensivo de 1967, pero también con los datos y las
coordenadas de 1936. Hay que ver a la Iglesia española de 1936 acorra­
lada por la propaganda y la calumnia, exterminada en su cabeza y sus
miembros, ridiculiza en su cultura y su enseñanza. La Iglesia de 1936
estaba compuesta por hombres concretos que reaccionaron como tales
hombres ante la actitud, no precisamente dialogal, de sus enemigos. La
reacción fue, ante todo, martirial; testimonio de sangre y testimonio de
fe. Y tras el martirio, la apología. La apología se hace con criterios de
Trento y de Vaticano I, porque lo que se pide a los mártires es el testi­
monio, no la profecía.
Estas líneas no son una justificación de lo que la Iglesia hizo y dijo
en torno a la guerra española. Sólo pretenden mostrar un resumen de
esos hechos y esas palabras. Las valoraciones vendrán después, cuando
este análisis documental madure y se haga Historia. Pero interesa mucho
puntualizar bien los datos y no confudir torpemente hechos con inter­
pretaciones.
En definitiva, dividir la historia contemporánea de la Iglesia en pre­
conciliar y postconciliar es una tesis metodológica muy respetable; pero
tratar de convertir esa división en una escala de valores, equivale a hacer
periodismo histórico y del malo. La Iglesia preconciliar es la misma Igle­
sia del Concilio. Y la misma que, antes y después del Concilio, tiene mu­
chas de sus zonas vitales hundidas en el silencio.

609
39
DOCUMENTO 189

EL PAPA PIO XI PREDICE Y ATRIBUYE LA TRAGEDIA (229)

El máximo peligro para España, previsto y anunciado por el Sumo Pon­


tífice Pío XI.
Del discurso pronunciado por Pío XI en el acto inaugural de la Expo­
sición Vaticana de la Prensa Católica, celebrado dos meses antes de comenzar
la guerra en España, son las siguientes impresionantes palabras:
“El primero, el mayor y el más grave peligro es ciertamente el comunis­
mo en todas sus formas y grados. Lo amenaza todo, lo impugna abierta­
mente todo, y encubiertamente todo lo insidia: la dignidad individual, la san­
tidad de la familia, el orden y la seguridad del consorcio civil, y sobre todo
la Religión abierta y organizada de Dios, y más señaladamente la Religión
Católica y la Iglesia Católica.
Toda una copiosísima, y en gran manera difundidísima, literatura pone en
plena y certísima luz un tal programa. Nos dan fe de ello los ensayos ejecu­
tados o intentados en diferentes países: Rusia, Méjico, España, Uruguay,
Brasil...
Vosotros diréis, queridísimos hijos —habla a los periodistas—, que ha­
béis visto al Padre común de todos los redimidos, al Vicario de Cristo, pro­
fundamente preocupado y entristecido por este máximo peligro que amena­
za a todo el mundo, y que ya en muchos sitios produce daños gravísimos, y
más especialmente en el mundo europeo...
Al horrendo grito de los sin Dios, la Exposición responde con la confiada
y afectuosa plegaria litúrgica del tiempo: Permanece, Señor, con nosotros,
porque la noche se echa encima... Una tarde tormentosa, que parece anuncio
de noche más tormentosa, cae sobre el mundo entero...”

DOCUMENTO 190

PIO XI Y LA GUERRA ESPAÑOLA (230)

Párrafos de la Encíclica Divini Redemptoris (19-III-1967)

Rusia y Méjico
19. “... Mientras tanto, tenemos ya ante nuestros ojos las dolorosas conse­
cuencias de esa propaganda. Allí donde el comunismo ha conseguido afir­
marse y dominar —y nuestro pensamiento va ahora con singular afecto pa­
terno a los pueblos de Rusia y de Méjico—, se ha esforzado por todos los

’ Acta Apostolicae Seáis 29 (1937), p. 65-106, texto latino.

610
medios en destruir desde sus cimientos (y así lo proclama abiertamente)
la civilización y la religión cristianas, borrando todos sus vestigios del co­
razón de los hombres y especialmente de la juventud. Obispos y sacerdotes
han sido desterrados, condenados a trabajos forzados, fusilados y asesina­
dos de modo inhumano; simples seglares, por haber defendido la religión,
han sido detenidos por sospechosos, vejados, perseguidos y llevados a prisio­
nes y tribunales.

Horrores del comunismo en España


20. También allí donde, como en nuestra queridísima España, el azote co­
munista no ha tenido aún tiempo de hacer sentir todos los efectos de sus
teorías, se ha desquitado desencadenándose con una violencia más furibunda.
No se ha contentado con derribar alguna que otra iglesia, algún que otro
convento, sino que, cuando le fue posible, destruyó todas las iglesias, todos
los conventos y hasta toda huella de religión cristiana, por más ligada que
estuviera a los más insignes monumentos del arte y de la ciencia. El furor
comunista no se ha limitado a matar Obispos y millares de sacerdotes, de
religiosos y religiosas, buscando de modo especial a aquellos y aquellas que
precisamente trabajaban con mayor celo con pobres y obreros, sino que ha
hecho un número mucho mayor de víctimas entre los seglares de toda clase
y condición, que diariamente, puede decirse, son asesinados en masa por
el mero hecho de ser buenos cristianos o tan sólo contrarios al ateísmo co­
munista. Y una destrucción tan espantosa la lleva a cabo con un odio, una
barbarie y una ferocidad que no se hubiera creído posible en nuestro siglo.
Ningún particular que tenga buen juicio, ningún hombre de Estado cons­
ciente de su responsabilidad, puede menos de temblar de horror al pensar
que lo que hoy sucede en España tal vez pueda repetirse mañana en otras
naciones civilizadas.

Frutos naturales del sistema


21. Ni se puede decir que semejantes atrocidades sean un fenómeno tran­
sitorio que suele acompañar a todas las grandes revoluciones o excesos ais­
lados de exasperación comunes a toda guerra. No; son frutos naturales de
un sistema que carece de todo freno interno. El hombre, lo mismo como
individuo que como miembro de la sociedad, necesita de un freno. Los pue­
blos bárbaros tuvieron este freno en la ley natural, esculpida por Dios en
el alma de todo hombre. Y cuando esta ley natural fue mejor observada,
se vio a antiguas naciones levantadas a una grandeza; que deslumbra aún
más de lo que convendría, a ciertos hombres de estudio que consideran su­
perficialmente la historia humana. Pero si se arranca del corazón a los hom­
bres la idea misma de Dios, sus pasiones los empujarán necesariamente a la
barbarie más feroz.

611
Lucha contra todo lo que es divino
22. Y es esto lo que, por desgracia, estamos viendo; por la primera vez
en la historia, asistimos a una lucha fríamente calculada y cuidadosamente
preparada contra todo lo que es divino ’. El comunismo es, por naturaleza,
antirreligioso, y considera la religión como el “opio del pueblo”, porque los
principios religiosos que hablan de la vida de ultratumba desvían al pro-
letariado del esfuerzo por realizar el paraíso soviético, que es de esta
tierra...”

DOCUMENTO 191 (231)

EL MENSAJE DE NAVIDAD DE PIO XI (231)

Párrafos del mensaje de Su Santidad Pío XI con motivo de las fiestas


de Navidad (24-X1I-1936).
“...La nota dolorosa que este año enturbia las alegrías de Navidad es
tanto más profunda y aflictiva cuanto que todavía arde con todas sus ho­
gueras de odio, terror y destrucción la guerra civil en un país como Espa­
ña, donde con aquella propaganda y aquellos esfuerzos arriba aludidos han
querido hacer una experiencia suprema a las fuerzas deletéreas a sus órde­
nes, que se hallan esparcidas por todas las naciones.
Nuevo aviso, grave y amenazador cual ninguno, para el mundo entero,
y principalmente para Europa y para su civilización cristiana; revelación y
anuncio de aterradoras consecuencias, y evidencia de lo que se prepara para
Europa y para el mundo si no se acude inmediata y eficazmente a la defensa
y a los remedios.”

DOCUMENTO 192

PIO Xn Y EL “PRIMORDIAL SIGNIFICADO” DE LA VICTORIA NA­


CIONAL (232)

Con inmenso gozo nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la


católica España, para expresaros nuestra paternal congratulación por el don
de la paz y de la victoria con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo
cristiano en vuestra fe y caridad, probados en tantos y tan generosos sufri­
mientos.
Anhelante y confiado esperaba nuestro predecesor, de santa memoria,
esta paz providencial, fruto, sin duda, de aquella fecunda bendición que en

1 Cf. 2 Thes. 2,4.

612
los albores mismos de la contienda enviaba a cuantos se habían propuesto
la difícil tarea de defender y restaurar los derechos de Dios y de la religión
(alocución a los prófugos de España: AAS 28 [1936], p. 380), y Nos no
dudamos de que esta paz ha de ser la que él mismo desde entonces augura­
ba, anuncio de un porvenir de tranquilidad en el orden y de honor en la
prosperidad (l.c. pág. 381).

La persecución religiosa', a la destrucción y a la discordia


Los designios de la Providencia, amadísimos hijos, se han vuelto a ma­
nifestar una vez más sobre la heroica España. La nación elegida por Dios,
principal instrumento de evangelización del Nuevo Mundo y como baluarte
inexpugnable de la fe católica, acaba de dar a los prosélitos del ateísmo ma­
terialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima de todo
están los valores eternos de la religión y del espíritu. La propaganda tenaz
y los esfuerzos constantes de los enemigos de Jesucristo parece que han
querido hacer en España un experimento supremo de las fuerzas disolven­
tes que tienen a su disposición repartidas por todo el mundo, y aunque es
verdad que el Omnipotente no ha permitido por ahora que lograra su inten­
to, pero ha tolerado al menos algunos de sus terribles efectos para que el
mundo entero viera cómo la persecución religiosa, minando las bases mismas
de la justicia y de la caridad, que son el amor de Dios y el respeto de su santa
ley, puede arrastrar a la sociedad moderna a los abismos no sospechados de
inicua destrucción y apasionada discordia.
Persuadido de esta verdad el sano pueblo español, con las dos notas ca­
racterísticas de su nobilísimo espíritu, que son la generosidad y la franqueza,
se alzó decidido en defensa de los ideales de fe y de civilización cristianas,
profundamente arraigados en el suelo fecundo de España; y ayudado de Dios,
que no abandona a los que esperan en El (lud. 13,17), supo resistir el empuje
de los que, engañados con lo que creían un ideal humanitario de exaltación
del humilde, en realidad no luchaban sino en provecho del ateísmo.
Este primordial significado de vuestra victoria nos hace concebir las más
halagüeñas esperanzas de que Dios, en su misericordia, se dignará conducir
a España por el seguro camino de su tradicional y católica grandeza, la cual
ha de ser el norte que oriente a todos los españoles, amantes de su religión
y de su patria, en el esfuerzo de organizar la vida de la nación en perfecta
consonancia con su nobilísima historia de fe, piedad y civilización católicas.

Justicia individual y social.—Mártires


Por esto exhortamos a los gobernantes y a los pastores de la católica
España que iluminen la mente de los engañados, mostrándoles con amor las
raíces del materialismo y del laicismo, de donde han procedido sus errores y
desdichas, y de donde podrían retoñar nuevamente. Proponedles los princi­
pios de justicia individual y social, sin los cuales la paz y prosperidad de las
naciones, por poderosas que sean, no pueden subsistir, y son los que se
contienen en el santo Evangelio y en la doctrina de la Iglesia.

613
No dudamos que así habrá de ser, y la garantía de nuestra firme espe­
ranza son los nobilísimos y cristianos sentimientos de que han dado pruebas
inequívocas el Jefe del Estado y tantos caballeros, sus fieles colaboradores,
con la legal protección que han dispensado a sus supremos intereses reli­
giosos y sociales, conforme a las enseñanzas de la Sede Apostólica. La misma
esperanza se funda, además, en el celo iluminado y abnegación de vuestros
Obispos y sacerdotes acrisolados por el dolor, y también en la fe, piedad y
espíritu de sacrificio de que en horas terribles han dado heroica prueba las
clases todas de la sociedad española.
Y ahora, ante el recuerdo de las ruinas acumuladas en la guerra civil
más sangrienta que recuerda la historia de los tiempos modernos, Nos, con
piadoso impulso, inclinamos ante todo nuestra frente a la santa memoria dé
los Obispos, sacerdotes, religiosos de uno u otro sexo y fieles de todas edades
y condiciones que en tan elevado número han sellado con sangre su fe en
Jesucristo y su amor a la religión católica. “Maiorem hac dilectionem nemo
habet”. “No hay mayor prueba de amor” (lo. 15,13).
Reconocemos también nuestro deber de gratitud hacia todos aquellos que
han sabido sacrificarse hasta el heroísmo en defensa de los derechos inalie­
nables de Dios y de la religión, ya sea en los campos de batalla, ya bien con­
sagrados a los sublimes oficios de caridad cristiana en cárceles y hospitales.
Ni podemos ocultar la amarga pena que nos causa el recuerdo de tantos
inocentes niños que, alejados de sus hogares, han sido llevados a extrañas
tierras, con peligro a veces de apostasía y perversión: nada anhelamos más
ardientemente que verlos restituidos al seno de sus familias, donde volve­
rán a encontrar ferviente y cristiano el cariño de los suyos. Y aquellos otros
que, como hijos pródigos, tratan de volver a la casa del Padre, no dudamos
que serán acogidos con benevolencia y amor.

Justicia para el crimen. Generosidad para los equivocados


A vosotros toca, venerables hermanos en el Episcopado, aconsejar a los
unos y a los otros que en su política de pacificación todos sigan los princi­
pios inculcados por la Iglesia y proclamados con tanta nobleza por el Ge­
neralísimo: de justicia para el crimen y de benévola generosidad para con
los equivocados. Nuestra solicitud, también de padre, no puede olvidar a
tantos engañados a quienes logró seducir con halagos y promesas una pro­
paganda mentirosa y perversa. A ellos particularmente se ha de encaminar
con paciencia y mansedumbre .vuestra solicitud pastoral: orad por jellos,
buscadlos, conducidlos de nuevo al seno regenerador de la Iglesia y al tier­
no regazo de la patria, y llevadlos al Padre misericordioso, que los espera
con los brazos abiertos.

614
DOCUMENTO 193

UNA PASTORAL DE LA GUERRA (233)

El año 1936 piedra miliar en la historia de España.—Revolución y contrarrevolu­


ción.—Los dos amores que las engendran; y con ellas a las dos ciudades.—Frente al
vandalismo de los hijos de Caín, el heroísmo y el sublime y fructífero martirio de los
hijos de Dios.

El saludo clásico episcopal, eco del saludo de Cristo resucitado a sus


apóstoles, La Paz del Señor, ¡cómo resuena en estas horas de épico batallar,
cuando España entera está en guerra y en guerra entre hermanos por los
aires, por la tierra y por el mar!
El año 1936 señalará época, como piedra miliar, en la historia de Es­
paña. Se abrió con presagios de tempestad; y se desencadenó bien pronto
huracanada; y comenzaron a arder templos y casas de vírgenes del Señor;
y acá y allá iban cayendo víctimas cada vez en forma más trágica y desafo­
rada. A la justicia sustituía la venganza; los órganos estatales no lograban
ni aun con medios extraordinarios la normalidad del orden ciudadano. Los
vencedores en una lucha de comicios desbordaban al Gobierno por ellos mis­
mos impuesto y amenazaban con una próxima revolución comunista. Aun a
los niños convertían en pioneros de la misma, poniendo en sus tiernos labios
el fatídico canto ¡Somos los hijos de Lenin!
Hemos vivido con vosotros, carísimos hijos nuestros, y estamos vivien­
do todavía horas de máxima tensión espiritual; y esto en Salamanca, ciudad
y Diócesis privilegiada, en que no han flameado llamas ni ha habido que de­
plorar sacrilegios ni turbulentos desmanes. ¡Ah! pero de la capital de España
y de innúmeras ciudades y pueblos hermanos nos llegaban relatos de una
verdadera tragedia nacional que amenazaba correrse a las sensatas y pací­
ficas llanuras castellanas y leonesas, tan bellamente cantadas por Gabriel y
Galán.
Por ello en la Santa Cuaresma de este año en sus tardes dominicales,
Prelado y fieles recorríamos las naves de nuestra grandiosa Catedral en Vía
Crucis de penitencia y plegaria, cantando arrodillados sobre sus frías y cen­
tenarias losas... ¡ya lloro mis culpas y os pido perdón!
Y llegó por fin lo que tenía que venir: una sangrienta revolución, con
millares de víctimas, con refinados ensañamientos, con violaciones y sacri­
legios, con saqueos, incendios y destrucción y ruinas. Mas la amorosa Provi­
dencia de Dios no ha permitido que España en ella pereciese.
Al apuntar la revolución ha suscitado la contrarrevolución; y ellas son las
que hoy están en lucha épica en nuestra España, hecha espectáculo para el
mundo entero, que la contempla no como simple espectador, sino con apa­
sionamiento, porque bien ve que en el suelo de España luchan hoy cruenta­
mente dos concepciones de la vida, dos sentimientos, dos fuerzas que están

615
aprestadas para una lucha universal en todos los pueblos de la tierra, las dos
ciudades que el genio del águila de Hipona, padre de la Filosofía de la His­
toria, San Agustín, describió maravillosamente en su inmortal Ciudad de Dios:
dos amores hicieron dos ciudades, la terrena el amor de sí hasta el desprecio de
Dios, la celeste el amor de Dios hasta el desprecio propio.
Estos dos amores, que en germen se hallan siempre en la humanidad en to­
dos los tiempos, han llegado a su plenitud en los días que vivimos en nues­
tra España. El comunismo y anarquismo son la idolatría propia hasta llegar
al desprecio, al odio a Dios Nuestro Señor; y enfrente de ellos han florecido
de manera insospechada el heroísmo y el martirio que en amor exaltado a
España y a Dios ofrecen en sacrificio y holocausto la propia vida.
Hay un amor de sí mismo recto, honesto, legítimo y ordenado, que busca
su propia perfección en el cumplimiento de su deber en el puesto que la
Providencia le ha colocado en este mundo para conseguir la plena felicidad
en aquella vida de arriba, que por ser eterna, es la vida verdadera. Mas el
egoísmo es el amor desordenado y desenfrenado de sí mismo, olvidado de los
deberes, ansioso sólo del goce y del placer camal y terreno, envidioso de
todo el que cree goza más que él, procurando no emular a los que sobresalen,
sino rebajar a éstos y aun aniquilarlos. Esta egolatría tiene su consumación
en el odio a Dios y en todo lo que lleva su sello. El comunismo y el anar­
quismo despojan al hombre de todo sentimiento elevado y de todo delicado
amor. A los sin Dios, si les sobra la elevación y consolación religiosa, les
sobran también los monumentos de arte y la alta cultura: quieren una hu­
manidad achatada, amoral, si no analfabeta, con pesebres para saciar todos
sus apetitos, exenta de amores ultraterrenos, pero aún de los amores huma­
nos más puros, del amor conyugal de indisolubles esposos, del amor pater­
nal y filial. El comunismo y el anarquismo no se detienen en el Ni Dios ni
amo; tampoco quieren padres que deban ser respetados, ni maridos que
sean la cabeza y el apoyo de la mujer. ¿No gritan las desbocadas jovenzuelas
libertarias Hijitos, sí; maridos, no? ¡Cuánta es la miseria moral a que lleva
el comunismo a hombres y a mujeres, jóvenes y aún a niños robándoles el
candor, flor de inocencia, y anidando ya en su pecho el odio que les hace
crispar los puños!
Los comunistas y anarquistas son los hijos de Caín, fratricidas de sus
hermanos, envidiosos de los que hacen un culto de la virtud y por ello les
asesinan y les martirizan; y no pudiendo acabar con Dios ni con Cristo, sa­
cian su odio en sus imágenes, en sus templos y en sus Ministros y se gozan
en el asesinato, en el saqueo, en la destrucción y en el incendio.
Frente a tanta degradación humana de la ciudad terrena de los sin Dios
florece la ciudad celeste de los hijos de Dios, cuyo divino amor les eleva
hasta las sublimidades del heroísmo y del martirio. El heroísmo necesita un
ideal elevado para ofrendar valiente y aun gozosamente la vida; a él llegan
los soldados y los voluntarios que luchan por Dios y por la Patria, esperan­
do una vida ultraterrena; no lo alcanzan los que al impulso del odio son
audaces y crueles en matar: éstos llegan a exponerse también a morir, mas
no son de la casta de los héroes que no saben huir.

616
El martirio es la suprema categoría del amor: dar la vida por la confe­
sión de la verdad, de la suprema verdad que es también el supremo Bien,
Dios Nuestro Señor. Es el amor de Dios hasta la entrega, hasta el desprecio,
de la propia vida. En la Santa Misa se pide a Dios que se digne darnos al­
guna participación y sociedad con los Santos Apóstoles y Mártires: partem
aliquam et societatem donare digneris cum tuis sanctis Apostolis et Martyri­
bas ’. El mártir se reviste de una gran semejanza con Cristo Víctima y Re­
dentor. De ahí los grandes privilegios del martirio.
¡Y cómo han florecido las flores rojas del martirio en nuestra España
en los dos meses que llevamos del desencadenamiento del odio comunista en
tantas provincias de nuestra Patria! El mismo Vicario de Cristo en su so­
lemnísima alocución del día 14 de este mes lo ha proclamado a la faz de
todo el mundo. El ya largo y glorioso martirologio español se ha alargado
y enriquecido con Obispos, sacerdotes y seglares, con ancianos, con vírge­
nes y aun con niños. Todos son hermanos nuestros de fe y de Patria. Con
todos nos sentimos entrañablemente unidos. De todos pedimos su valiosa
y eficaz intercesión por su sangre derramada, ante el Señor que tiene en sus
manos los destinos de los pueblos, por la salvación de nuestra España. ¡Mas
cuál no ha de ser la emoción de este Obispo a quien Dios no ha concedido
la gracia del martirio ante el martirio de tantos venerados hermanos en el
Episcopado y amigos dilectísimos, ante el martirio de decenas de sacerdotes
de su antigua Diócesis abulense, a quienes habíamos consagrado sacerdotes
o habíamos enviado a las Parroquias en donde han sido inmolados; ofrecién­
dose el Párroco de Lagartera, Antonio Tejerizo, como víctima para que fuesen
salvados todos sus feligreses; negándose a gritar “Viva Rusia” ante el per­
dón que le ofrecían, el Párroco de Hoyo de Pinares, Agustín Bermejo, y mu­
riendo con un “Viva España” y “Viva Cristo Rey”, sufriendo que le fuesen
arrancando los intestinos poco a poco antes que apostatar, el joven sacerdote
César Eusebio, en Oropesa! ¡Y qué espectáculo más digno de los primeros
siglos heroicos de la Iglesia que el del Obispo de Barbastro presidiendo a
cuarenta sacerdotes e hijos del Beato Antonio María Claret que se dirigieron
al martirio cantando el Miserere, como la liturgia prescribe que se canten
salmos antes de la solemnidad de la Misa de Pontifical!
La sangre de tantos mártires hijos de España será oída del Sacratísimo
Corazón de Jesús, fusilado también en su efigie veneranda del Cerro de los
Angeles para reinar en lo futuro en España con más veneración que en
otras partes.
En abril de 1931, al ocurrir el cambio de régimen, ante el peligro que
se barruntaba de que sobreviniese una persecución religiosa en España, ad­
vertíamos que la perpetuidad de la Iglesia Católica se halla vinculada a la
capacidad demostrada por los hechos de nuevos mártires en todos los siglos,
escribiendo desde nuestra antigua sede abulense estas palabras:
“Aun los que no reconozcan el magisterio divino de la Iglesia, por ca­
recer, desgraciadamente, de la fe, deberían reconocer la realidad del magis-

1 Infra Actionem.

617
terio de la Iglesia para millones de almas en todos los países de la tierra,
para la mayoría de ellas en nuestra España; y aun desde un punto de vista
positivista, si se quiere, deberían apreciar la inmensa fuerza moral de la Igle­
sia, que no se extingue con la caída de un régimen humano por secular que
sea, porque Ella es anterior a todos los regímenes de las naciones civilizadas
y ha vivido con todas las instituciones políticas y ha conocido la protección
y apoyo de los poderes seculares como ha sobrevivido a todas las persecu­
ciones en sus variadísimas formas, de intromisión excesiva algunas veces aun
con capa de piedad o celo, de tiranía anticristiana otras. Su piedra funda­
mental es Cristo, que es de ayer, de hoy y de mañana; su semilla en su pri­
mera propagación fue la sangre de mártires; su perpetuidad está vinculada
a la capacidad demostrada por los hechos de nuevos mártires en todos los
siglos 1.”
Amonestábamos entonces a estar dispuestos al martirio antes que a la
apostasía; preveíamos la posibilidad de que se llegase a tales circunstancias;
estábamos seguros de que en este trance no faltarían en nuestra España nue­
vos mártires. Mas ¡ah! con la misma sinceridad hemos de declarar que no
sospechábamos que el número de mártires de la España contemporánea fue­
se tan crecido, de tantos centenares como ciertamente han ya sido, y aun tal
vez de tantos millares cuando los conozcamos todos. Si la sangre de márti­
res ha sido siempre semilla de cristianos, ¡qué reflorecimiento de vida cristia­
na no es de esperar en la España regada por tanta sangre de mártires, de
Obispos y sacerdotes, de religiosos y seglares que han muerto por confesar
a Cristo!

II

Identidad de los principios doctrinales de la Iglesia ante diversas circunstancias


políticas.—En 1923, en 1931 y en 1936 se han recordado por el Prelado dos princi­
pios fundamentales de derecho público cristiano: que viniendo de Dios toda autoridad
civil tiene, sin embargo, un origen humano en la determinación de forma de régimen
y en la persona que lo encarne; y que en la sociedad radica una autoridad constituyente
para cambiar un régimen no arbitrariamente, sino por necesidad del bien público.—
Preclarísimos Doctores de la Iglesia y Maestros salmantinos que enseñan el origen
humano de las distintas formas de gobierno y personas que lo desempeñan.— León XIII
llama evidente esta doctrina.—Santo Tomás de Aquino, San Roberto Belarmino
y Suárez enseñan la legitimidad de alzamientos por la necesidad de defender el bien
común.—Razones intrínsecas de esta doctrina.—Soberanía radical constituyente y su­
prema autoridad constituida.—La Providencia de Dios y la necesidad de la oración en
las calamidades públicas no excluyen la acción de las causas segundas ni el uso de los
medios naturales.—Condenación por el Concilio de Constanza del aislado e individual
tiranicidio.—A no ser en legítima defensa nunca es lícito dar muerte a ningún hombre

1 Exhortación Pastoral de 27 de abril de 1931 (Boletín Oficial Eclesiástico de la


Diócesis de Avila de 29 de abril de 1931).

618
por autoridad privada.—Obligación de facilitar a los condenados a muerte .a recepción
de los últimos sacramentos.—Inhibición de la Iglesia Jerárquica en lo que Dios ha
dejado a las disputas de los hombres.—La guerra actual española, más que una guerra
civil, es una guerra internacional en el suelo nacional de España; es una verdadera
cruzada.—El derecho cristiano condena el principio absoluto de no intervención.—
Ante la barbarie comunista no cabe la neutralidad nacional ni internacional.—Noble
admonición del Cardenal Mercier.—Bendición de Pío XI a los que en España han
asumido la tarea de defender los derechos de Dios y de la Religión.

Hemos exaltado en las páginas precedentes el martirio sufrido por el odio


comunista de los sin Dios y contra Dios, pero hemos exaltado también el
heroísmo de los que han empuñado las armas por España y por su fe. Mas
dirán tal vez los enemigos de Cristo y de su Iglesia y se ha dicho ya: ¿Es
propio de un Obispo fomentar una guerra civil entre hermanos? ¿No es ello
contra las enseñanzas de la Sagrada Escritura y la doctrina tradicional de
la Iglesia de sumisión a las autoridades civiles del Estado, dando a Dios lo
que es de Dios y al César lo que es del César?
La exhortación pastoral que publicamos en 1931 en nuestra antigua
Diócesis abulense, de la cual acabamos de reproducir uno de sus párrafos,
versaba sobre el respeto y obediencia debidas a los poderes constituidos por
los ciudadanos católicos y ordenando preces por el bien de la Patria. Pero
hemos tenido sumo cuidado cuando algo hemos escrito en nuestras Pastora­
les con ocasión de acontecimientos humanos y políticos a que nada tuviése­
mos que rectificar en circunstancias que pudiesen sobrevenir muy distintas,
en que la doctrina fuese la misma aun cuando las circunstancias fuesen
diversas y aun tal vez opuestas; y, por tanto, que si la conclusión práctica
fuese distinta, no lo fuese por cambio de doctrina, sino por ser distin­
tos los hechos y circunstancias a que se aplicase. No nos parecería
digno del magisterio episcopal una doctrina de acomodamiento circuns­
tancial, cual lo pueda tener un periódico que varía de orientación.
Tres veces en nuestros dieciocho años de episcopado en dos distintas sedes
nos hemos encontrado ante hechos políticos que abrían un período consti­
tuyente; y en 1931, al advenimiento de la República, reprodujimos íntegra
nuestra Circular publicada en 1923, al advenimiento de la Dictadura, y hoy
no necesitamos variar nada en 1936 al bendecir a los cruzados de Cristo y
de España de lo que escribimos en 1931. Alargaríamos demasiado la presen­
te Carta Pastoral incluyendo en ella íntegra nuestra exhortación publicada
hace cinco años; y por ello nos contentamos con reproducir aquellos párra­
fos que se refieren al cumplimiento de los deberes de los ciudadanos cató­
licos, precisamente en períodos constituyentes en que puede producirse un
cambio de régimen, que son los que mayor aplicación tienen en las presentes
circunstancias

1 Fuera de nuestra diócesis publicaron dichos párrafos y gran parte de nuestra


Exhortación varios periódicos de la capital de España, no todos católicos, sino aun
algunos de mera información. Por ello creemos más necesario insistir en la identidad
de los principios doctrinales.

619
En 1923 y en 1931 propugnábamos dos principios fundamentales de de­
recho público cristiano que son los mismos que hemos de dejar bien senta­
dos en 1936: La autoridad civil viene de Dios en sí misma considerada, pero
tiene un origen humano en los modos de su transmisión, formas contingentes
que reviste y personas que la encarnan. En la sociedad radica por derecho
natural una potestad constituyente por la cual la suprema necesidad de las
naciones legitima cambios de régimen como condena arbitrarias y perjudicia­
les rebeliones. Son principios de derecho natural y filosofía cristiana de suma
importancia que deben conocer los católicos para su recta actuación ciuda­
dana en los momentos más trascendentales de la vida de los pueblos.
Por ello decíamos en 1923 y en 1931: “Los que ejercen autoridad, cual­
quiera sea ella, y de quien quiera la hayan inmediatamente recibido, deben
considerarla como recibida en último término de Dios Nuestro Señor autor
de la sociedad, para cuyo bien común se ordena toda autoridad, que sin esta
ordenación se convierte en tiranía. Lujuria política es ordenar el ejercicio
de los cargos de autoridad al bien privado de los que los ejercen, aun cuando
no les sea negado recibir ni los honores que el decoro de la autoridad exige,
ni los emolumentos que es justo reciba quien consagra su vida al servicio de
la comunidad; mas el que sacrifica el bien público a sus pasiones de codicia
o ambición destruye con verdadera lujuria política la sociedad civil, como
el lujurioso sensual destruye la familiar al satisfacer sus instintos contra la
ordenada procreación de los hijos en el santo y legítimo matrimonio; y si
los lujuriosos serán excluidos del reino de los cielos 1 lo serán también to­
dos los tiranos y tiranuelos que hayan prescindido de la ley de Dios en el
desempeño de sus cargos públicos... La autoridad en sí misma viene de
Dios como enseña el Apóstol San Pablo: Non est potestas nisi a Deo2.
Mas como enseñó admirablemente León XIII3, “si el poder político es
siempre de Dios, no se sigue que la designación divina afecte siempre e in­
mediatamente los modos de transmisión de este poder, ni las formas contin­
gentes que reviste, ni las personas que lo encaman. La variedad misma de
estos modos en las diversas naciones muestra hasta la evidencia el carácter
humano de su origen” 4.”
Esta doctrina que León XIII llama evidente es la doctrina de los gran­
des teólogos y canonistas católicos del siglo xvi: la doctrina del Santo Doctor
de la Iglesia San Roberto Belarmino y de Francisco Suárez, quien a las doc­
trinas regalistas del protestante Jacobo I de Inglaterra, que presumía de teó­
logo y pretendía que el poder real venía inmediatamente de Dios, oponía
su tesis: “Ninguna potestad política procede inmediatamente de Dios”5;

1 Primera ad Corinth. VI, 10.


2 Rom. XIII, 1.
3 Carta apostólica a los Cardenales franceses en 3 de mayo de 1892.
4 Boletín Oficial Eclesiástico de Avila de 11 de octubre de 1923 y de 29 de abril
de 1931.
5 Defensio fidei catholicae adversas anglicanae sectae errores, libro III, cap. II.
En los tiempos modernos han expuesto admirablemente las doctrinas de Belarmino y
Suárez, nuestro insigne Balmes en las capítulos XLIX, L y LI de su magna obra El
protestantismo comparado con el catolicismo, y Billot en su tratado De Ecclesia Christi,
Quaest. XII.

620
y ésta fue la doctrina, carísimos hijos nuestros, de la gloriosa escuela salman­
tina de Fray Luis de León, de Azpilcueta, del gran Francisco de Vitoria
de su preclarísimo discípulo Domingo Soto y de Covarrubias. Para no re­
cargar con citas y alegaciones esta Carta Pastoral, bástenos esta del Maes­
tro Vitoria en su Relección De la Potestad Civil: “Por disposición divina
tiene la república esta potestad, pero la causa material en que reside, según
el derecho natural y divino, es la misma república a la cual de suyo com­
pete regirse y administrarse dirigiendo todas sus facultades al bien común.
Pruébase de este modo. Por derecho natural y divino existe la potestad de
gobernar la república; y como si se prescinde del derecho positivo y humano,
no hay razón alguna para que este poder resida en una persona con prefe­
rencia a otra, necesario es que la misma comunidad se baste para dicho fin
y tenga la potestad de regirse a sí propia
El otro principio fundamental que hemos claramente expuesto en 1923
y en 1931 es una consecuencia lógica del origen divino sólo mediato del
poder civil en cuanto a la forma de gobierno y persona que lo desempeñe.
Si es la sociedad quien determina la forma de gobierno y la persona que lo
desempeña, síguese que en la sociedad radica por derecho natural una po­
testad constituyente, que puede ejercitar cuando la suprema necesidad de
la nación lo reclama. Por ello en las dos fechas históricas citadas decíamos
y repetimos ahora:
“En períodos normales son grandes los deberes que todo ciudadano tiene
en el ejercicio de sus derechos políticos y sociales. Mas estos deberes suben
de punto cuando una nación se halla en estado completa o parcialmente
constituyente, como de hecho se halla hoy nuestra España. Entonces el voto
adquiere mayor gravedad y trascendencia; y no sólo el voto directo, sino la
pasiva adhesión y la cooperación activa tienen suma trascendencia en plas­
mar o consolidar un nuevo orden de cosas... En los momentos trascenden­
tales de cambio de régimen, la Iglesia, en su serena posición llena de amor a
la Patria, hace un llamamiento a todos sus hijos para que obren a impulsos
de su conciencia buscando el bien de la Religión y de la Patria que estriban
en la paz y en el orden social. Esta es la suprema necesidad de las naciones,
la cual legitima cambios de régimen, como condena arbitrarias y perjudicia­
les rebeliones2.”
Si en la sociedad hay que reconocer una potestad habitual o radical para
cambiar un régimen cuando la paz y orden social, suprema necesidad de las
naciones, lo exija, es para Nos clarísimo (y lo hemos propugnado en dictá-

1 Relectiones Theologicae. Releerlo De Potestate Civili 7. La Asociación Fran­


cisco de Vitoria ha publicado recientemente las Relecciones, del Maestro Vitoria, en
una edición crítica espléndida, con facsímil de códices y ediciones príncipes, variantes,
versión castellana, notas e introducción por el P. Getino. En cuanto a los otros
Teólogos de la Universidad salmantina, ha resumido recientemente su doctrina en esta
materia don Eloy Bullón, en su discurso de entrada en la Academia de Ciencias Mo­
rales y Políticas “El concepto de la soberanía en la escuela jurídica española del
siglo xvi”.
2 Boletín Oficial Eclesiástico de Avila de 11 de octubre de 1923 y de 29 de abril
de 1931.

621
menes escritos que hemos tenido que dar antes de la presente Carta Pas­
toral) el derecho de la sociedad no de promover arbitrarias y no justificadas
sediciones, sino de derrocar un Gobierno tiránico y gravemente perjudicial
a la sociedad, por medios legales si es posible, pero si no lo es, por un alza­
miento armado. Esta es la doctrina claramente expuesta por dos Santos Doc­
tores de la Iglesia: Santo Tomás de Aquino, Doctor el más autorizado de la
Teología Católica, y por San Roberto Belarmino; y junto con ellos por el
preclarísimo Doctor Eximio Francisco Suárez.
Enseña Santo Tomás de Aquino: “El régimen tiránico no es justo por­
que no se ordena al bien común, sino al bien privado del gobernante y, por
lo tanto, la perturbación de este régimen no tiene razón de sedición, a no
ser tal vez cuando tan desordenadamente se perturbe el régimen del tirano,
que la sociedad sufra mayor daño de la perturbación consiguiente que del
régimen del tirano’.” San Roberto Belarmino declara: “No están obligados
ni deben los cristianos con evidente peligro de la religión tolerar un Rey
infiel. Pues cuando pugnan entre sí el derecho divino y el derecho humano,
debe guardarse el derecho divino haciendo caso omiso del humano; y es de
derecho divino guardar la verdadera fe y religión, que es una sola y no
muchas, siendo de derecho humano que tengamos a éste o a aquél como
Rey2.” Suárez por su parte sostiene: “La guerra de la República (o socie­
dad) contra el Príncipe (o Gobierno) aun agresiva, no es intrínsecamente
mala; aun cuando deba tener las condiciones de toda guerra para ser legíti­
ma... Pero la república podría alzarse contra el tirano de régimen, ni en­
tonces se promovería propiamente una sedición (pues este nombre se acos­
tumbró a tomar en mal sentido). La razón es que entonces toda la república
es superior al Rey (al Gobierno), pues como ella le confirió la potestad, se
ha de juzgar que se la dio, para que políticamente (justamente) no tiránica­
mente, gobernase, y de lo contrario pudiese por ella ser depuesto 3.”
Apoyados en tan firmísimas autoridades, no vacilamos en enseñar en
una Carta Pastoral tal doctrina. Creemos, por el contrario, que ha sido de
lamentar no sólo la falta de estudio profundo y escolástico de esta cuestión
(de derecho público pero que plantea en ocasiones a millares de católicos
un caso de conciencia como ha sucedido actualmente en nuestra España) en
muchos autores de compendios de teología moral que con excesiva genera­
lidad y ligereza han enseñado que nunca era lícita la rebelión y que en los
casos de tiranía sólo había el remedio de acudir a la oración; sino aun la
timidez de muchos autores católicos de filosofía moral de no afrontar radi­
calmente la cuestión, quedándose sólo en la resistencia activa defensiva o
en la resistencia activa ofensiva no violenta, distinciones que muchas veces
en la práctica son insuficientes. Esta desviación de la doctrina de los más

1 Summa Theologica 2-2, q. 42. art. 2 ad 3.um Contra este texto tan claro de
Santo Tomás en la más autorizada y última de sus obras nada vale el texto por algu­
nos aducido de la obra De regimine principian, cuya autenticidad se discute y en todo
caso anterior a su Summa Theologica (véase Wulff, Histoire de la Philosophie Mediévale).
2 De Romano Pontífice, Lib. V, cap. Vil.
3 Tractatus. De charitate, Disp. 13. De Bello. Lect. 8.

622
grandes Doctores de la Iglesia la juzgamos por nuestra parte perjudicial;
porque es el caso que cuando ocurren circunstancias de gravísima tiranía,
como actualmente en España, no creemos que se hayan suscitado dudas casi
en ningún católico, ni mucho menos en los directores de conciencias; y
nosotros hemos de huir de las antinomias que establecía Kant entre la razón
teórica y la razón práctica. No; en la moral católica lo que puede lícitamen­
te practicarse debe ser también propugnado y razonado en el orden teórico.
Hemos de estar dispuestos no sólo a dar razón de nuestra fe, como enseña
el Apóstol, sino también de nuestra conducta
A la luz de los principios supremos del fin, origen y carácter de la auto­
ridad civil, es para Nos clara la solución de la cuestión debatida.
Es indudable, y todos convienen en ello, que el fin de la autoridad civil
es promover el bien común. No es el pueblo para el Príncipe, sino el Prín­
cipe para la sociedad, para el bien del pueblo. La tiranía supone lo opues­
to al bien común. Luego cuando la tiranía es excesiva y habitual es absurdo
decir que la autoridad de tal Príncipe o Gobierno deba ser sostenida y que
no pueda el pueblo, la sociedad, derrocar tal Príncipe o Gobierno, si no hay
un Superior a quien acudir, empleando las armas si no hay otro medio y
con tal que se tengan esperanzas fundadas de un éxito favorable, pues si
fuesen de temer o un fracaso o males mayores, el mismo bien común impe­
diría entonces la rebelión.
El origen último de la autoridad civil es Dios. Non est potestas nisi a
Deo2. Pero ya hemos visto que ciertamente Dios no determina inmediata-

1 No faltan, sin embargo, entre ios autores modernos algunos preclarísimos, que
enseñan explícita o implícitamente la doctrina clásica enseñada por Santo Tomás de
Aquino, San Roberto Belarmino y Francisco Suárez. Destaca en primer lugar Balmes,
que ofrece en su Protestantismo comparado con el Catolicismo en muchas cuestiones
un tratado difícilmente superable de Derecho público. En el capítulo LVI de su egregia
obra y en sus notas expone la doctrina de Santo Tomás, de Belarmino y Suárez; y si
bien, dado el carácter histórico y apologético de su obra, más que razonar opiniones
propias, expone las doctrinas de los grandes Teólogos de la Iglesia católica, en el caso
presente, en la manera de exponer la doctrina de Santo Tomás, Suárez y Belarmino,
en la vindicación de la misma contra las objeciones que contra ella se presentan y en
los reparos que viceversa hace a la doctrina opuesta, se manifiesta claramente el sen­
tir del preclarísimo escritor. Billot en su tratado De Ecclesia Christi no trata directa­
mente del derecho de rebelión contra un tirano de solo régimen, pero defiende que
siempre tiene la comunidad el derecho de establecer una nueva forma de Gobierno
y una nueva investidura del poder en cuanto lo exija la necesidad del bien público. Es
clara la consecuencia que si la comunidad, en cuanto lo exija la necesidad del bien
público, puede cambiar la forma de gobierno y la investidura del poder, puede también
cambiar la persona que tenga la autoridad, derrocando al Príncipe tirano, opuesto al
bien público, por las armas si este medio se hace necesario. Finalmente, Llovera en
su Tratado de Sociología cristiana, de texto actualmente en muchos Seminarios, de­
fiende el derecho de resistencia al tirano en esta forma: “Siempre será lícita la resis­
tencia pasiva o desobediencia a la ley injusta. Lo será también la resistencia activa
defensiva, pues con ella no se hace más que defenderse contra una injusta agresión.
La resistencia activa ofensiva no violenta es lícita, puesto que es usar de un derecho
concedido por la autoridad. La resistencia activa, ofensiva y violenta, hasta llegar a la
deposición del tirano, será también permitida cuando lo reclame el bien de la comu­
nidad.”
2 Ad Rom. XIII, 1.

623
mente ni la forma de gobierno ni designa la persona que ha de ejercer la
autoridad. Luego es siempre la misma sociedad quien determina la forma
de gobierno y designa la persona del Príncipe, no precisamente siempre por
un explícito sufragio, sino muchas veces tácitamente por el consentimiento
a hechos determinados o al ejercicio de la autoridad. Como con gran preci­
sión y exactitud establecen ‘Molina y Billot ', siempre permanece en la so­
ciedad la soberanía radical constituyente, o sea, el derecho de establecer una
nueva forma de Gobierno y una investidura de Poder; no por mero capri­
cho y arbitrariamente, sino en cuanto la necesidad del bien público lo exi­
ge2. Luigo si la sociedad puede, como nadie hoy niega, dar el poder a
un nuevo Príncipe con su asentimiento y quitarlo al antiguo, una vez ya es­
tablecido de hecho el nuevo Príncipe, ¿por qué no ha de poder en uso de
esta misma autoridad constituyente que se le reconoce cambiar por el bien
común, no por capricho, el régimen y el Príncipe y derrocarlo aun por las
armas cuando esté tiranizando a la sociedad y poniendo en peligro la vida
misma de la nación?
La autoridad civil, dado su fin, no tiene un carácter de derecho privado,
sino de derecho público, de derecho político. De aquí que sea un grave error
considerar la autoridad política como un dominio patrimonial. El legitimismo
tendrá valor jurídico en cuanto signifique las leyes de transmisión de la
autoridad establecidas por derecho público. Pero por este mismo carácter
están sujetas al bien común y a las transformaciones y variaciones que él
exija. Cuando el Príncipe aun legítimo convierta su autoridad en tiranía ha­
bitual y excesiva, debe ser privado de su autoridad, pues de otra suerte sería
reconocerle un carácter de derecho personal privado; y si no hay un Supe-
rior que pueda quitársela debe ser la misma sociedad quien pueda y deba
quitársela, aun por las armas.
No basta a un jurista católico para solucionar una ardua cuestión jurí­
dica decir que en el caso de tiranía se pida a Dios el remedio por la oración.
A ella debe siempre recurrirse, porque del auxilio divino necesita siempre
el hombre y lo necesitan también las sociedades y los pueblos; debe implo-

1 Molina, De lusticia el lure; Col. 189; Billot, De Ecclesia Christi. Quaestio XII, IV.
2 Aun cuando entre los grandes Doctores y Teólogos que defienden el derecho de
la sociedad de derrocar al Príncipe o Gobierno por la necesidad del bien común, Mo­
lina y Billot son de los que con mayor precisión distinguen entre la suprema autoridad
constituida y la radical autoridad constituyente, comúnmente suponen dichos Doctores
y Teólogos necesario el acto de deposición o derrocamiento del Tirano, y en este sen­
tido debe entenderse la aserción del Fuero Juzgo: Rey serás si facieres derecho e si
non facieres derecho non serás Rey. Juzgamos falso que por la misma tiranía de ré­
gimen ipso facto se pierda la autoridad legítima por su origen. Es esta opinión falsa
porque entonces habría un momento en que la sociedad estaría sin ninguna autoridad
legítima. Tampoco puede admitirse que la legitimidad del origen de la autoridad vaya
desapareciendo gradualmente. Puede sí gradualmente ir originándose y fortaleciéndose
el derecho de la sociedad de derrocar al Príncipe legítimo tirano, pero mientras no
se alce la sociedad para derrocarle conserva plenamente la legitimidad de su origen, y,
por tanto, las leyes justas que dicte obligan directamente por la autoridad del Príncipe
y no por las razones subsidiarias, que aun cuando las leyes injustas que dicte sean
per se de ningún valor, pueden en algunos casos por ellas obligar para evitar un es­
cándalo, como enseña Santo Tomás.

624
rarse este auxilio divino con preces públicas, sobre todo en las calamidades
públicas, como por nuestra parte con tanto empeño lo hemos procurado en
Salamanca en las circunstancias presentes; pero ¿no sería absurdo y contra
el derecho natural que si hay en la sociedad fuerza para impedir la tiranía
y derrocar al tirano que oprima la religión y a los inocentes, pervierta las
costumbres y destruya el bien público, se declarase ilícito el uso de la fuerza
que se tiene y se preceptuase sólo acudir a la oración, pidiendo un milagro
o una intervención extraordinaria de su Providencia? La Providencia ordi­
naria de Dios no excluye ciertamente la acción de las causas segundas y el
recto ejercicio de la libertad del hombre. Nos parece a nosotros injurioso a
Dios, autor de la sociedad humana y de la autoridad civil, del derecho natural
y de la justicia, fundamentar en su autoridad divina la obligación de no de­
rrocar a un Príncipe que infiere gravísimos daños al bien común, dejando a
la sociedad, que tiene derecho a ser regida y gobernada según razón, sujeta
sin natural remedio a los caprichos y vejaciones de un tirano.
No hemos de tentar a Dios pidiendo milagros, dejando de usar los me­
dios naturales. Reguémosle sí instantemente para que con su amorosa Pro­
videncia haga que éstos no fracasen. ¡La experiencia y la historia muestran
con tantos ejemplos que es tan fácil un fracaso en las guerras, aun contando
con medios poderosos; y que es Dios el que con su providencia, a veces
inescrutable en sus designios, alza y hunde los imperios y señala el ocaso
aun a los genios de la guerra! Hinquemos, pues, nuestras rodillas en oración
ferviente cuando la maldad se entronice en el poder; preparémonos para
el martirio y ofrezcámonos generosamente a él, cuando el peligro del mismo
nos amenace; en el orden individual el martirio por Dios es un privilegio de
valor inestimable que nos asciende a una categoría superior en la vida eter­
na; pero la impiedad y la tiranía entronizadas en un pueblo son también
un grande daño para la religión y para la Patria, y por ello en los últimos
cinco años en nuestras pláticas y alocuciones hemos clamado muchas veces
y tal vez algunos de vosotros lo recordáis: ¡Los cristianos somos hijos de
mártires, pero no raza de esclavos!
No debe jamás confundirse la doctrina del derrocamiento de un poder
tiránico por un alzamiento en armas de la nación con el aislado e individual
tiranicidio. El Concilio de Constanza condenó en su sesión XV esta propo­
sición: “Cualquier vasallo o súbdito puede y debe lícita y meritoriamente
matar a un tirano cualquiera, hasta valiéndose de ocultas asechanzas, o astu­
tos halagos, o adulaciones, no obstante cualquier juramento, o pacto hecho
con él y sin esperar la sentencia o el mandato del Juez.” Como la proposi­
ción condenada es la que establece la licitud de la muerte de cualquier
tirano por cualquier vasallo o súbdito, algunos autores, reconociendo lo que
por lo menos debe reconocerse, que un Príncipe o gobernante legítimo en
su origen no puede, por la sola tiranía, lícitamente ser muerto por un par­
ticular sin autoridad delegada de la nación, hacen luego distinciones entre
diversas clases de tiranos. Para nosotros no deben hacerse tales distinciones,
porque no es el mejor camino en las definiciones de la Iglesia contentarse
con lo mínimo y colocarse al borde de proposiciones ciertamente condena-

625
40
das. Debemos seguir doctrinas seguras y huir, por el contrario, de las que
tienen gravísimos peligros prácticos. Digamos sin distinciones con Balmes:
“Es cierto que un particular no tiene derecho a matar al tirano por autori­
dad propia" (otra cosa sería por delegación recibida de la autoridad o de la
sociedad). Continúa el insigne filósofo: “Lo que se hace con la doctrina del
Concilio de Constanza es cerrar la puerta al asesinato, poniendo un dique a
un sinnúmero de males que inundarían la sociedad, una vez establecido
que cualquiera puede por su autoridad propia dar muerte al gobernante su­
premo. ¿Quién se atreverá a culpar semejante principio de favorable a la tira­
nía? La libertad de los pueblos no debe fundarse en el horrible derecho del
asesinato; la defensa de la sociedad no se ha de encomendar al puñal de
un frenético” En justa defensa puede matarse a un hombre. Fuera de este
caso sólo la autoridad pública puede quitarle la vida. Podrá delegar quien
tenga autoridad, pero no puede arrogarse este poder una persona privada,
ni puede pretender que la ha recibido directamente de Dios, lo cual es ab­
surdo. De Dios puede dimanar el derecho de defenderse una persona priva­
da; pero, exceptuando una milagrosa revelación, no puede pretender ningún
particular haber recibido el derecho de castigar.
San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Alfonso María de Ligorio en­
señan claramente esta doctrina. Dice San Agustín en su obra De Civitate
De’r. “El soldado, si obedeciendo al Poder, bajo el cual está legítimamente
constituido, mata a un hombre, no es reo de homicidio por ninguna Ley de
su nación; por el contrario, si no lo hiciese es reo de desobediencia a la
autoridad. Pero si lo hiciese espontáneamente por su autoridad, incurriría
en el crimen de homicidio”2.
Santo Tomás de Aquino responde en la más autorizada y última de sus
obras, Summa Theologica, a la cuestión: “si es lícito a una persona privada
matar a un hombre pecador” con estas palabras: “Respondo diciendo que,
como se ha dicho, matar a un malhechor es lícito en cuanto se ordena a la
salud de toda la comunidad, y, por tanto, pertenece solamente a aquel
a quien está encargado al cuidado de conservar la comunidad; así como al
médico pertenece cortar el miembro pútrido, cuando a él se ha encargado
el cuidado de la salud de todo el cuerpo. Mas el cuidado del bien común
está encargado a los Príncipes que tienen pública autoridad; y, por tanto,
sólo a ellos es lícito matar a un malhechor, pero no a las personas pri­
vadas” 3.
San Alfonso María de Ligorio trata aún más directamente que San Agus­
tín y Santo Tomás de si es lícito algún género de tiranicidio por autoridad
privada, y al negarlo tan rotundamente que de la sentencia contraria dice
que es improbable, falsa y falsísima, la razón, según él, más amplia y apodíc-
tica es precisamente la aducida por San Agustín y Santo Tomás de un modo
más general, esto es, que por autoridad privada, a no ser en justa defensa,

1 El Protestantismo comparado con el Catolicismo (cap. LVI).


2 De Civitate Dei, Lib. I, cap. XXVI.
3 Summa Theologica II-II, Qu. LXIV; art. III.

626
nunca es lícito dar muerte a ningún hombre. Y por esto del tirano, dice
San Alfonso: “Sea (el tirano ilegítimo) ladrón usurpador, y no Príncipe ni
señor; pregunto: ¿es o no hombre como los demás?, y si es hombre no puede
ser privado de la vida o de los bienes por aquellos que no tienen derecho a
despojarle de la vida o de los bienes” ’.
Lo que sí concede San Alfonso María de Ligorio, y generalmente los
moralistas, que cuando un malhechor está públicamente proscrito, cualquier
seglar (no clérigo, que no debe mezclarse en causas de sangre) dentro del
territorio del que proscribe pueda darle muerte2.
Al igual que condenan los moralistas la muerte de cualquiera que no
sea proscrito públicamente por autoridad privada, urgen la obligación de
dar a los reos tiempo para recibir los últimos sacramentos3.
Nadie podría ver la más mínima contradicción en el hecho de que se
considere por una parte como lícito el derrocamiento del tirano de régimen,
sea legítimo o ilegítimo por su origen, por toda la nación y república, y, en
cambio, se juzgue ilícito el tiranicidio aun del tirano ilegítimo por una per­
sona privada. Antes al contrario, hay perfecta concordancia entre las solu­
ciones dadas a ambas cuestiones. Se considera lícito el derrocamiento del
tirano hecho por la República o la nación, porque precisamente se reconoce
en ésta la autoridad pública constituyente; y porque se juzga que teniendo
carácter público y no de patrimonio privado la autoridad del Príncipe legí­
timo en su origen, merece ser privado de ella cuando la ejerce grave y ha­
bitualmente contra el bien común; y se niega la ilicitud del tiranicidio aun
del Príncipe ilegítimo por una persona privada, porque ésta carece de auto­
ridad pública, mientras no se la delegue la autoridad legítima.
Hasta aquí hemos hablado de lo que permite o no el derecho natural, y
conocidas son la afirmación de Santo Tomás de que el Evangelio poco aña­
de al derecho natural en cuanto a obligaciones, y la del Maestro Vitoria
de que el Evangelio permite lo que el derecho natural autoriza.
Mas si respecto de los simples fieles son relativamente pocas las obliga­
ciones que el Evangelio y los preceptos de la Iglesia añaden al Decálogo
que es de derecho natural, el derecho canónico positivo añade no pocos
preceptos negativos y positivos para los ministros de la Iglesia. Y podría
alguien que no desconociese el Código de Derecho Canónico decirnos: enho­
rabuena, que los ciudadanos españoles, haciendo uso de un derecho natural,
se hayan alzado para derrocar un Gobierno que llevaba la nación a la anar­
quía. Pero ¿no pregona siempre la Iglesia su apartamiento de las luchas
partidistas? ¿No ha dicho muchas veces Su Santidad Pío XI que la acción
de la Iglesia se desarrolla fuera y por encima de todos los partidos políti­
cos? ¿No prescribe el canon 141 a los clérigos que no presten apoyo de

1 Homo Apostólicas Trat. 8 De quinto Praec. Decalogi n. 13. La sentancia de San


Alfonso María de Ligorio siguen comúnmente los moralistas contemporáneos, como
Scavini (tom. II), Bucceroni (vol. I, n. 706), Ferreres (tom. I, n. 49), etc.
2 Theologia Moralis S. Alphonsi M. de Ligorio n. 376.
3 Theologia Moralis S. Alphonsi M. de Ligorio n. 379, Bucceroni n. 721, etc.

627
modo alguno a las guerras intestinas y a las perturbaciones de orden pú­
blico: neve intestinis bellis et ordinis publici perturbationibus opem quoquo
modo ferant? ¿Cómo se explica, pues, que hayan apoyado el actual alzamien­
to los Prelados españoles, y el mismo Romano Pontífice haya bendecido a
los que luchan en uno de los dos campos?
La explicación plenísima nos la da el carácter de la actual lucha que
convierte a España en espectáculo para el mundo entero. Reviste, sí, la
forma externa de una guerra civil, pero en realidad es una cruzada. Fue una
sublevación, pero no para perturbar, sino para restablecer el orden. El canon
alegado que ciertamente no desconocen los Prelados ni el Romano Pontífice,
lo mismo que el absoluto apoliticismo partidista de la Iglesia, han de expli­
car a todos la cautelosa reserva y gradación con que la Iglesia jerárquica,
los Obispos españoles y el Sumo Pontífice han tenido que proceder, aun
cuando no desconociesen la verdadera naturaleza del movimiento y la rectitud
de intenciones y alteza de miras de sus promotores; mas debían dejar que
se patentizasen y distinguiesen bien los dos campos. En una lucha mera­
mente dinástica, o aun por tal o cual forma de gobierno, aun siendo lícita
a los seglares y juzgándose conveniente para los intereses públicos, no de­
bía ni podía intervenir la Iglesia en ninguna forma; no debía ni podía pres­
tar su apoyo material ni moral. La Iglesia no interviene en lo que Dios ha
dejado a la disputa de los hombres. Si desde el primer instante los Prelados
hubiesen oficialmente excitado a la lucha, los que han asesinado Obispos y
Sacerdotes, incendiando y saqueando templos, habrían dicho que era la Igle­
sia la que había excitado la guerra, y que sus horribles y sacrilegos atenta­
dos no eran más que represalias. Si los Obispos, que no son Jefes supremos
de la Iglesia, sino subordinados al Sumo Pontífice, mientras éste todavía pro­
testaba de tales atropellos contra las personas y cosas eclesiásticas ante el
Gobierno constituido en el momento de producirse el movimiento y con el
cual sostenía mutuas relaciones diplomáticas, hubiesen hecho declaraciones
oficiales de hostilidad al Gobierno, éste habría podido responder con fáciles
excusas.
Por el contrario, cuando los sacrilegos asesinatos e incendios se han ve­
rificado antes de todo apoyo oficial de la Iglesia, cuando el Gobierno no
contestó siquiera a las razonadas protestas del Romano Pontífice, cuando el
mismo Gobierno ha ido desapareciendo de hecho, no ya sólo en la parte
del territorio nacional que perdió desde los primeros momentos, sino que
aun en el territorio a él todavía sujeto no ha podido contener los desmanes
y se ha visto desbordado por turbas anarquizantes y aun declaradamente
anarquistas..., ah!, entonces ya nadie ha podido recriminar a la Iglesia por­
que se haya abierto y oficialmente pronunciado a favor del orden contra la
anarquía, a favor de la implantación de un Gobierno jerárquico contra el
disolvente comunismo, a favor de la defensa de la civilización cristiana y de
sus fundamentos religión, Patria y familia contra los sin Dios y contra Dios,
sin Patria y hospicianos del mundo en frase feliz de un poeta cristiano. Ya
no se ha tratado de una guerra civil, sino de una cruzada por la religión

628
y por la Patria y por la civilización. Ya nadie podía tachar a la Iglesia de
perturbadora del orden, que ni siquiera precariamente existía.
En realidad se trataba como ha dicho exactamente el Jefe del Gobierno
de una nación extranjera1: “Estamos cansados de decir a Europa que la
guerra civil española, independientemente de la voluntad y de las partes en
conflicto, es con absoluta evidencia una lucha internacional en un campo de
batalla nacional.
Ahora bien, el derecho cristiano condena el principio absoluto de no
intervención en las luchas entre los pueblos. Podrá en ocasiones ser conve­
niente la no intervención para evitar una conflagración mucho más extensa
y de mayores estragos; pero el verdadero derecho internacional cristiano no
puede sostener la indiferencia ante la violación de tratados públicos, ante
la conculcación de derechos, ante la opresión y despojo del débil inocente
por el poderoso opresor, ni aun siquiera puede ver impasible que en un
pueblo o nación sean vilipendiados los derechos inalienables a la dignidad
humana.
Nuestro gran Francisco de Vitoria, hoy reconocido como Padre del De­
recho Internacional, que con una audaz valentía doctrinal, en plena con­
quista de América, negaba en sus Relectiones de Indis la legitimidad de mu­
chos títulos que se invocaban, concedía la legitimidad de la conquista por
“la tiranía de los mismos señores de los bárbaros o de las leyes inhumanas
que perjudican a los inocentes, como el sacrificio de hombres inocentes, o el
matar a hombres inculpables para comer sus carnes... Esto se prueba, por­
que a todos mandó Dios velar por su prójimo, y prójimos son todos aquéllos;
luego cualquiera puede defenderlos de semejante tiranía y opresión; y a
quienes más incumbe esto es a los Príncipes. Además se prueba por aquello
de los Proverbios, 24: Salva a aquellos que son tomados para la muerte y
no dejes de librar a aquellos que son llevados al degolladero... Y no es obs­
táculo que todos los bárbaros consientan en tales leyes y sacrificios y no
quieran que los españoles les libren de semejantes costumbres; pues en estas
cosas no son hasta tal punto dueños de sí mismos, que tengan derecho a
entregarse ellos a la muerte, ni entregar a sus hijos2. ¡Ah! El comunismo
que en Rusia y en España ha consentido millares de asesinatos de personas
inocentes, que quiere exterminar la religión, que destruye la familia, que
pervierte a la niñez y a la mujer; que suprime a clases enteras de la socie­
dad, que esclaviza dictatorialmente a los '.mismos obreros, es bárbaro e
inhumano, y esta barbarie e inhumanidad es un justísimo título de guerra,
según los principios del Maestro Vitoria, no sólo para una guerra nacional,
sino internacional.
Aquel insigne Prelado contemporáneo, tan grande por sus escritos filo­
sóficos y ascéticos como por su ardiente y sereno patriotismo, Cardenal
Mercier, que recibía de pie al Gobernador alemán cuando el ejército de esta
nación tenía ocupada a Bélgica y le hacía sentar afablemente cuando vencido

1 Nota oficiosa del Presidente del Consejo de Portugal de 9 de septiembre.


2 De Indis Releclio prima.

629
iba a despedirse; que en plena guerra al venir el tiempo de Cuaresma sus­
tituía la oración pro tempore belli por la oración pro pace; que, terminada
la guerra, él, que había escrito las valientes Pastorales enseñando que la ocupa­
ción temporal de Bélgica no daba plenos derechos a Alemania, defendía que
el Papa no podía adoptar la posición de un beligerante; que recuperada la
independencia de Bélgica pedía a sus fíeles una limosna para jos niños
hambrientos de Alemania y Austria que acababan de ser sus enemigos; este
gran paladín del amor a la Iglesia, a la Patria, al derecho y a la verdad, cuan­
do el comunismo se apoderó de Rusia proclamó ante Europa que ésta por
humanidad no podía dejar de intervenir en Rusia. La Europa egoísta, las
naciones cansadas de luchar no oyeron la voz del insigne defensor de la ci­
vilización cristiana que quería a la vez librar del peligro del contagio a la
Europa central y occidental. En nuestra pequeñez siempre compartimos el
criterio de aquel insigne Cardenal con cuyo conocimiento personal y con
cuya no merecida amistad pudimos honramos.
¿Cómo ante el peligro comunista en España, cuando no se trata de una
guerra por cuestiones dinásticas, ni formas de gobierno, sino de una cruzada
contra el comunismo para salvar la religión, la Patria y la familia no hemos
de entregar los Obispos nuestros pectorales y bendecir a los nuevos cruza­
dos del siglo xx y sus gloriosas enseñas, que son, por otra parte, la glo­
riosa bandera tradicional de España?
Su Santidad Pío XI, con ocasión de la inauguración de la Exposición
Mundial de la Prensa Católica en el Vaticano, prevenía pocos meses ha al
mundo entero contra el gravísimo peligro del comunismo con las siguientes
palabras: “El primero, mayor y más general peligro, es ciertamente el co­
munismo en todas sus formas y grados. Lo amenaza todo, lo impugna abier­
tamente todo y encubiertamente todo lo insidia: la dignidad individual, la
santidad de la familia, el orden y la seguridad del consorcio civil, y, sobre
todo, la religión, hasta la negación abierta y organizada de Dios, y más se­
ñaladamente la Religión Católica y de la Católica Iglesia. Toda una copio­
sísima y desgraciadamente difusísima literatura, pone en plena y ciertísima
luz ese programa. Nos dan fe de ello los ensayos de diferentes países (Rusia,
Méjico, España, Uruguay, Brasil) ejecutados o intentados. Peligro grande,
total y universal; universal que continuamente y sin velos se proclama y
se invoca, se procura y se promueve con una propaganda que no ahorra
nada; más peligrosa cuando, como últimamente viene haciendo, toma ac­
titudes menos violentas y en apariencia menos impías, a fin de penetrar en
ambientes menos accesibles y obtener, como por desgracia obtiene, con­
nivencias increíbles o al menos silencio y tolerancia para la causa del mal,
de funestísimas consecuencias para la causa del bien. Vosotros diréis, que­
ridísimos hijos, que habéis visto al Padre Común de todos los redimidos, al
Vicario de Cristo, profundamente preocupado y entristecido por este máximo
peligro que amenaza a todo el mundo, y que yai en varios sitios produce
daños gravísimos, y más especialmente en el mundo europeo. Diréis, que­
ridísimos hijos, que el Padre Común no cesa de señalar el peligro que muchos,

630
demasiado muchos, parecen ignorar, y no reconocen su gravedad e inmi-
nencia.”
Hay por tanto perfecta concordancia entre la denuncia hecha por Su
Santidad del gravísimo peligro del comunismo y su reciente alocución del
14 de septiembre a los refugiados españoles en Italia. En ella no mencionó
ya, ni para protestar, al Gobierno de Madrid, ya que habían sido del todo
inútiles sus protestas. Habló sólo de las fuerzas subversivas contra toda insti­
tución humana y divina y de aquellos que han asumido la espinosa y difícil
tarea de defender los derechos y el honor de Dios y de la Religión, es decir,
los derechos de la conciencia; primera condición y la más sólida base de
todo bienestar humano y social. A estos últimos, por encima de toda con­
sideración política, dirigió de modo especial su bendición. Bendición augusta,
que es augurio de la bendición divina, pero que al propio tiempo es una
confirmación pontificia de la doctrina que enseña que hay ocasiones en
que la sociedad puede lícitamente alzarse contra un gobierno que lleva a la
anarquía y de que el Alzamiento español no es una mera guerra civil, sino
que sustancialmente es una Cruzada por la religión, por la Patria y por la
civilización, contra el comunismo

III

La guerra sólo es lícita cuando es necesaria.—La guerra es una gran escuela for­
jadora de hombres.—Misión providencial de las guerras.—La sangre derramada en la
actual guerra debe ser redentora.—De los individuos con una práctica íntegra de la
ley cristiana.—De las familias con el ejercicio amoroso y fuerte de la autoridad pater­
na que no permita libertades inmorales a los hijos.—De la vida del trabajo con la
implantación de la cristiana justicia social.—Ni explotador capitalismo ni destructor
comunismo.—El trabajo, la propiedad, el capital, la jerarquía, son todos elementos
necesarios para una vida civilizada.—El comunismo no tiene potencia para elevar el
grado de progreso y de civilización, sino para destruir valores intelectuales y morales,

1 La solicitud de Su Santidad Pío XI por España y su energía en defender los


derechos de la religión en nuestra Patria con las únicas armas que tiene en su mano,
que son las de la verdad y de protestas razonadas, merecen la más profunda gratitud
de los católicos españoles. Aparte de sus continuas protestas diplomáticas por medio
del excelentísimo señor Nuncio, su representante en España, ha elevado solemnes y
resonantes protestas extra-diplomáticas, entre las cuales destacan principalmente tres:

I
1
el extenso telegrama que en octubre de 1931 dirigió al señor Nuncio, para que se hi­
ciera público, al aprobarse el artículo 24 del proyecto de Constitución que pasó a ser
luego el 26 de la misma; la encíclica Dilectissima nobis, de 3 de junio de 1933, al
aprobarse la Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas condenándola enérgica­
mente; y por fin la alocución que en 14 del corriente mes ha dirigido a los españoles
perseguidos refugiados en Roma y que fue radiada al mundo entero. Es muy de notar
que Su Santidad Pío XI terminaba su primer telegrama de octubre de 1931 con estas
palabras: “El Padre Santo confía en que con la ayuda de Dios y merced al concurso
de todas las buenas energías y por las vías justas y legítimas (no decía exclusivamente
legales), no sólo serán reparados los daños ya padecidos, sino que será conjurado
aquel otro que sería el más grave de todos, eso es, es de ver oscurecerse y apagarse
los esplendores de la fe de los padres, única salvación de los peligros que también en
España amenazan el mismo consorcio civil."

631


para achatar a la humanidad.—La doctrina social cristiana procura la elevación, la
ascensión del pueblo.—La Iglesia lucha contra el comunismo no para esclavizar, sino
para libertar a los obreros.—Interés por el bienestar material de los obreros y por su
bien espiritual y eterno.—Este último para todo hombre, sea cualquiera su profesión,
es el unum necessarium del Evangelio.—La sangre derramada debe redimir a España,
a la España racial y auténtica, paladín inmortal de la espiritualidad.—Hecho mons­
truoso de que en España se luche al grito de ¡Viva Rusia!—Por Dios y por España
han ido las juventudes de las milicias voluntarias a la lucha.—Una España laica no es
España.—La Iglesia no quiere la teocracia en el gobierno civil de los pueblos, y por ello
no son de temer intromisiones de la misma en el gobierno temporal.—Aún más se
inhibe respecto de las distintas formas políticas, las cuales pueden, sin embargo, para
una nación y sus ciudadanos ser de suma importancia.—La confesionalidad no puede
confundirse con la teocracia.—El ateísmo público es antihumano y antisocial.—La
sociedad civil no puede desconocer a Dios, que es también su último Autor y funda­
mento, ni a la religión necesaria para la moralidad de los ciudadanos.—Dios es quien
alza o hunde los pueblos que ha creado.—La confesionalidad del Estado es necesaria
en la escuela, en el matrimonio, en los cementerios y en el reconocimiento de la Iglesia
como sociedad perfecta, regulando por medio de un Concordato las relaciones con la
misma.—Felicitación a los católicos salmantinos por su conducta pública en estos úl­
timos cinco años.—Exhortación a la acción de gracias a Dios por la preservación de
Salamanca del vandalismo comunista y a preces públicas para obtener el triunfo de­
finitivo de la España recobrada para Dios recobrándose a sí misma.

La guerra, por acarrear una serie inevitable de males, sólo es lícita cuando
es necesaria. Pero la guerra, como el dolor, es una gran escuela forjadora
de hombres. ¿No estamos contemplando con admiración y asombro en pleno
siglo xx, cuando tanto habíamos estado lamentando la frivolidad y relaja­
miento de costumbres y la afeminación muelle y regalada, el ardoroso y he­
roico arranque de tantos millares de jóvenes que en las distintas milicias vo­
luntarias van generosamente a ofrendar sus vidas en los frentes de batalla
por su Dios y por España? ¡Ah!, nosotros, al entrar ya en la senectud, es­
peramos confiadamente que la generación de los jóvenes excombatientes de
esta Cruzada será mejor que las generaciones de las postrimerías del siglo xix
y principios del actual. Quien valientemente ha expuesto su vida por Dios
'I y por España, ¿no será mejor cumplidor de sus deberes religiosos y ciuda­
danos que representan un sacrificio mucho menor que la vida? Quien ante
los comunistas en la guerra ha ostentado en su pecho las medallas e insignias
I
religiosas juntamente con los lazos de los colores de la bandera nacional, ¿se
avergonzará ya jamás de su fe por un vil respeto humano después del glo­
rioso triunfo? En los cuadros históricos que sucesivamente va dibujando la
Providencia divina tiene el dolor, tiene la guerra su misión despertadora del
aletargamiento y fomentadora de virtudes, como en los cuadros pictóricos
tienen las sombras finalidades de hacer resaltar mejor los cambiantes de co­
lores.
Saquemos fruto de esta hecatombe que estamos contemplando, de tanta
sangre derramada. ¡Que sea ella verdaderamente redentora! Que en primer
lugar nos redima individualmente a todos, varones y mujeres, obreros y pa­
tronos, seglares y sacerdotes, de nuestros pecados, aun de nuestra flojedad

632
y tibieza. Cuando tantos han muerto, cuando tantos todavía están muriendo,
¡a practicar todos los sacrificios que el cumplimiento de la ley santa de
Dios, que los deberes de nuestro estado y profesión nos exijan! Enseña el
Apóstol Santiago que el que quebranta un solo precepto, aun cuando guarde
todos los demás, falta contra toda la ley ’. Patrono que no cumples tú los deberes
para con Dios, pero faltas tal vez a la justicia o a la caridad con tus obre­
ros o con los pobres, oye al mismo Apóstol, que te dice: “Ante Dios y
ante el Padre Celestial la religión pura e inmaculada es ésta: visitar los
huérfanos y las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin ser inficionado
de este siglo2. Joven que te glorias de ser hija de María, que tal vez
frecuentas los sacramentos, pero que con tus modas provocativas, con tus
libertades, eres ocasión de pecado, tiembla ante la amenaza del Evangelio: “Im­
posible es que no vengan escándalos. ¡Mas ay de aquel por quien vienen!”3.
Obrero que con tu vida morigerada y de trabajo, con el cumplimiento de
tus deberes familiares podrías incluso llegar a la santidad y disfrutarías de
una paz de espíritu envidiable, ¡no te prives voluntariamente de la consola­
ción de las prácticas religiosas, en las cuales puedes tener verdadera igualdad,
y aún puedes superar a los ricos de este mundo!
Sea tanta sangre derramada redentora de las familias. Padres y madres
que habéis ofrecido a vuestros hijos para los frentes de batalla, empuñad ya
de una vez las riendas amorosas pero fuertes de una educación verdadera­
mente cristiana de vuestros hijos y de vuestras hijas, sin condescender con
frivolidades y libertades peligrosas, sin consentirles espectáculos y compañías
corruptoras.
Reine de una vez en nuestra España la cristiana justicia social. Ni explo­
tador capitalismo ni destructor comunismo. El trabajo, la propiedad, el ca­
pital, la jerarquía, son todos elementos completamente necesarios para una
vida civilizada.
El trabajo es natural al hombre y habría existido aun en el estado de
justicia original. Dios Nuestro Señor entregó a Adán el Paraíso terrestre para
que lo cultivase4. Lo que es castigo y consecuencia del pecado de nuestros
primeros padres, es la fatiga y aun el dolor en el trabajo5; pero todas las faculta­
des físicas e intelectuales las ha dado Dios al hombre para que las ejercite, y si
no se atrofian. El progreso, del cual únicamente es capaz el hombre, es fruto
del trabajo de todo género, intelectual y físico; y por ello es también justo
que del mismo progreso participen todos los elementos humanos de trabajo.
En ningún régimen social puede prescindirse del trabajo; y no se ha abolido,
ciertamente, en el régimen comunista de Rusia, en el cual el nivel de vida del
obrero manual no es mejor, sino inferior al de los países no comunistas.

1 Jacob. Ill, 10.


* Jacob. I, 27.
3 Luc. XVII, 1.
4 Gen. II, 15.
5 Gen. III, 17-19.

633
Ni tampoco en el régimen comunista se puede prescindir de jerarquía. Sin
ella sólo puede haber anarquía, no régimen alguno. Rusia tiene jerarquía en
su organización industrial, en su ejército rojo, en su régimen estatal. La com­
pleta igualdad es una utopía irrealizada e irrealizable. Tan cierta es la igualdad
específica de todos los hombres, fundamento de su dignidad, llevada a un
orden sobrenatural en la igualdad que por la gracia tenemos todos de hijos
de un mismo Padre que está en los cielos y ante el cual no hay acepción de
personas; como la desigualdad accidental de grados de inteligencia, de apti­
I tudes distintas que sirven admirablemente para que puedan ser atendidas todas
las distintas funciones necesarias en el cuerpo social, como por los distintos
miembros y órganos son desempeñadas las distintas funciones físicas en el
cuerpo humano.
El comunismo es hijo de la envidia y del odio. Por ello toda su fuerza
es destructora. No tiene potencia para elevar el grado de progreso y de civi­
lización de un pueblo. Sólo tiene poder para destruir valores intelectuales y
morales, para achatar a la humanidad. La doctrina social cristiana, por el
contrario, procura la elevación, la ascensión del pueblo. Fomenta la multi­
plicación de los propietarios, el patrimonio familiar satisfaciendo el anhelo
innato del hombre de poseer; fomenta la virtud del ahorro, origen legítimo
y fecundo del capital.
¡Ah, carísimos obreros salmantinos! En nuestra Pastoral de entrada en la
diócesis os decíamos que aun cuando viésemos llenas las iglesias, si en ellas fal­
tabais vosotros tendríamos una espina clavada en nuestro corazón. Os lo
repetimos hoy. Si la Iglesia lucha contra el comunismo, no es para esclavi­
zaros, sino para libertaros de esta abyección a que os quieren llevar los sin
Dios. Os quieren robar el inapreciable tesoro de la fe y de la piedad cris­
tiana, llenaros de odio y de rencores, transformaros en bárbaros salvajes, que
incendiéis iglesias y bibliotecas y monumentos de arte, que no sólo asesinéis,
sino que os gocéis en refinamientos de crueldad, como han hecho los comu­
nistas en tantas y tantas provincias españolas. ¿Y para qué? Para destruir
la economía española, para empobrecer a todos, no para elevar el nivel de
vida de los obreros. Este sólo puede elevarse con un ambiente de paz, de
i trabajo, de progreso y de prosperidad social. A Nos, antes y después de ser
elevado al ministerio episcopal, nos ha preocupado siempre que los obreros
tengan trabajo debidamente remunerado y que por medio de asociaciones
I profesionales, que puedan libremente escoger, tengan medios legítimos de
defender sus derechos y sus mejoras y puedan asegurarse de las eventuali­
dades de enfermedad, vejez y demás infortunios o peligros, supliendo aun las
lagunas de las leyes sociales protectoras del obrero, que deben procurar com­
pletarse todo lo posible. Y más todavía nos ha preocupado y nos preocupa
el bien espiritual y la suerte eterna de los carísimos obreros. Mirad que por
encima del patrono y del obrero y del militar y del sacerdote, que no son
más que transitorias y temporales profesiones, excelsas algunas, si queréis,
está el hombre, está nuestra alma y la salvación de la misma: aquel único
necesario de que nos habla el Evangelio.

634
Por fin es de desear y de rogar a Dios que se logre la redención de
España, de la España racial y auténtica, de la España madre de tantas na­
ciones, de la España paladín inmortal de la espiritualidad. Espectáculo nuevo
el de una guerra interior en que dentro del solar nacional combaten unos
al grito de ¡Viva España! y los otros, en su mayor parte, al grito de ¡Viva
Rusia! Así como a la religión y a la Iglesia se la ha procurado aniquilar, a
España, a sus glorias, a sus tradiciones, a su espíritu, se ha procurado igual­
mente destruirlos. ¿Qué les importan a los comunistas las gestas heroicas
de la raza? ¿Qué sus grandes teólogos y juristas, aun cuando algunos, como
nuestro gran Francisco de Vitoria, sean hoy estudiados en todo el mundo por
los cultivadores del Derecho Internacionad? ¿Qué sus monumentos artísticos,
si en un noventa por ciento son religiosos?
Por Dios y por España han ido nuestras juventudes cristianas en las
distintas milicias voluntarias a la lucha. Por Dios y por España han derra­
mado su sangre. Igual sucedió en 1808; pero luego las Cortes de Cádiz en
gran parte malbarataron el fruto de tanta sangre derramada. El espíritu ex­
tranjero, vencido por las armas, se inoculó en la vida del Estado español. No
quiera Dios, ni es de esperar, se repita el caso.
Una España laica no es ya España. Ya hemos visto a qué abismos nos
llevó una Constitución zurcida con extranjerismos a base de que España había
dejado de ser católica. Lo dijo con gran clarividencia nuestro insigne Me-
néndez Pelayo: “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, mar­
tillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio..., ésa es
nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe
de perderse, España volverá al cantonalismo de los Arévacos y de los Vec-
tones, o de los reyes de Taifas”
Que nadie tema la teocracia, o intromisiones de la Iglesia en el gobierno
civil de España. Decíamos en 1926, al comentar la institución de la fiesta
de Cristo Rey, en nuestra Pastoral La realeza de Cristo y los errores del
laicismo: “Es una calumnia suponer que la doctrina de la Iglesia, como
sociedad perfecta, la doctrina de las dos supremas potestades, envuelve el
gobierno teocrático de los pueblos. La Iglesia condena el laicismo, que des­
conoce los derechos que por su divina institución le competen, pero no quiere
la teocracia, y separa a sus ministros de los cargos civiles. El Código de De­
recho Canónico prohíbe a los clérigos que sin indulto pontificio ejerzan car­
gos públicos que lleven anejo el ejercicio de jurisdicción o administración ci­
vil2; y es sumamente notable la prohibición especial a los misioneros de
ejercer cargos políticos en los pueblos que adoctrinan en la fe, y esto aun en
i
el caso de que ello facilitase la conversión de los gentiles 3.
i
1 Historia de los Heterodoxos Españolas, Tomo III, Epílogo.
2 Canon 139, párrafo 2.
3 Véase cuán terminante es esta prohibición en la Instrucción de la Sagrada Con­
gregación de Propaganda Fide dada en 1659 a los Vicarios Apostólicos de la Sociedad de
Misiones extranjeras: “Manteneos siempre tan lejos de las cosas políticas y de los
negocios del Estado, que ni aun siendo rogados con insistentes preces, os encarguéis
de la administración de las cosas civiles; lo cual siempre esta Sagrada Congregación

635
Cada día la Iglesia quiere verse más apartada de la política. Ella es fiel
amiga de todos los Gobiernos, pero no quiere verse confundida con ningún
partido. Firme sostenedora de que toda autoridad viene de Dios, no excluye
ninguna forma legítima de gobierno; y asiste en su constitución divina, per­
petua e irreformable, a las continuas transformaciones de los poderes pú­
blicos. Ella sabe distinguir bien entre el elemento eterno e inmutable de los
principios básicos de la sociedad y el elemento variable de las formas diver­
sas, según los lugares y tiempos en que encarnan estos principios. Porque
es universal, comprende el espíritu de todos los pueblos; porque es perpetua
y ha de durar hasta la consumación de los siglos,, se adapta a todas las mu-
danzas de los tiempos.”
Y nótese bien que esta independencia de la Iglesia respecto de las dis­
tintas formas políticas no significa que concretamente para los ciudadanos
de cada nación, según su historia, según sus tradiciones, según su carácter,
aun según las personas que de hecho defiendan tal o cual forma de gobier­
no, no sea ésta una cuestión de suma importancia práctica, pero la Iglesia
como tal no la dirime: estos son derechos y deberes de ciudadanía; y a la
conciencia y responsabilidad de los ciudadanos de cada pueblo lo ha dejado
siempre. Por ello, tanto en la Monarquía como en la República (lo cual
pasó tal vez inadvertido), ha dicho siempre la Iglesia a los católicos espa­
ñoles, aun al encarecer la unión contra los enemigos de la Iglesia, que ésta,
por su parte, dejaba a salvo la existencia de los partidos mismos que no con­
tradijesen sus doctrinas
No se confunda la confesionalidad con la teocracia. La confesionalidad es
simplemente lo contrario del laicismo, que viene a ser un ateísmo vergon­
zante; y el ateísmo público es antihumano y antisocial: antihumano, porque
siendo el fin del Estado promover el bien temporal de los ciudadanos, no
puede desconocer que el origen y el fin del hombre es Dios, y que El es
también el único fundamento sólido de la verdadera moralidad; antisocial,
porque la sociedad civil, siendo natural y necesaria al hombre, viene, lo

seriamente prohibió y prohibirá. Por tanto, debéis vosotros y los vuestros diligentí-
simamente evitarlo; y debéis estar persuadidos que desagradaría muchísimo a esta Sa­
grada Congregación quien se entrometiese en estas cosas o permitiese que le mezclasen;
y esto no sólo cuando cede en detrimento de la Religión y en distracción de los Misio­
neros de su fin, sino también cuando se tuviese ciertísima esperanza de aumentar con
ello la Religión y de propagar mucho y grandemente la fe.”
1 En las reglas prácticas sobre la Unión Católica Electoral, dictadas en 1910, la
primera decía así: “En todos los casos prácticos en que el bien común lo exige, con­
viene sacrificar en aras de la Religión y de la Patria las opiniones privadas y las divi­
siones de partidos, salvo la existencia de los mismos partidos, cuya disolución a nadie
se debe pedir." Esta regla práctica en el Pontificado de Pío X y estando España en
régimen monárquico, fue repetida en 20 de diciembre de 1931, al acabarse de aprobar
la Constitución de la República, en la Declaración colectiva del Episcopado español,
con estas palabras: “En los momentos transcendentales para el bien público, y especial­
mente cuando grandes males afligen a la Iglesia o la amenazan, es un deber ineludible
de todos los católicos la unión o por lo menos la acción práctica común, sea cual fuera
el partido a que pertenezcan, sacrificando las opiniones privadas y las divisiones de
partido, salvo la existencia de los partidos mismos, cuya disolución por nadie se ha
de pretender."

636
mismo que el individuo, de Dios; y de El dimana también en último término,
aun cuando se transfiera por medios humanos, toda autoridad. Las socieda­
des, como los pueblos, deben culto a Dios por los beneficios recibidos, ya
que muchos no los recibimos aislada, sino colectivamente; y quien alza o
hunde los pueblos, como ha cantado un insigne poeta es Dios que los
ha creado.
La confesionalidad es el Crucifijo y la enseñanza religiosa en la escuela,
afortunadamente ya restaurada en la parte de España liberada; es el reco­
cimiento del carácter sacramental del matrimonio entre católicos y del ca­
rácter religioso de los cementerios. En cinco años de desenfrenado laicismo,
que en su empeño de promover los entierros laicos llegó a exigir para los
entierros religiosos una ridicula declaración escrita de querer entierro reli­
gioso del propio interesado, aunque éste hubiere hecho siempre profesión de
católico; sin embargo, no llegó, tal vez, al uno por ciento la proporción
de los entierros laicos, y en la diócesis salmantina ni a ella llegó. Tan cierto
es que en España lo laico resulta antinacional. Es de esperar que sean cuan­
to antes restituidos a la Iglesia los cementerios eclesiásticos incautados, por
ninguno de los cuales, por otra parte, se satisfizo la indemnización que la
misma ley exigía; como es de esperar igualmente que sea derogada la Ley
de Confesiones y Congregaciones, tan enérgicamente condenada por el Sumo
Pontífice y por todo el Episcopado español 2.

1 Verdaguer.
2 No pudo ser más enérgica la actitud de la Iglesia Jerárquica ante la inicua Ley
de Confesiones y Congregaciones Religiosas. El Sumo Pontífice la condenó en su
Encíclica Dilectissima Nobis. El Episcopado Español publicó su Declaración Colectiva
de 25 de mayo de 1933, en la cual se declaraba nula dicha Ley. He ahí sus palabras:
“El Episcopado Español reprueba, condena y rechaza todas las ingerencias y restriccio­
nes con que esta Ley de agresiva excepción pone a la Iglesia bajo el dominio del
poder civil; reclama la nulidad y la carencia de valor legal de todo lo estatuido en
oposición a los derechos integrales de la Iglesia.” Es de notar que en su máxima parte
dicha Ley quedó incumplida, pues ni un solo Obispo presentó ni los inventarios ni
las relaciones que en ella se prescribían. Creemos oportuno hacer notar esto para que
cuando se escriba la historia de los últimos cinco años no se caiga en error apoyándose
en la frase de un político a quien en su política centrista y de equilibrio podía con­
venir la afirmación de que en ningún país se había mostrado tan resignada la Iglesia
I como en España. Una cosa es cierta: que al desaparecer la Monarquía y declarar el
mismo Monarca suspendidos sus derechos para evitar derramamiento de sangre, el Ro­
mano Pontífice reconoció, al igual que hicieron todas las potencias, el nuevo régimen,
y que el Episcopado Español no laboró contra él, sino que lo acató, como no podía
dejar de hacerlo; declarando, sin embargo, como ya lo hemos hecho notar, que por
nadie podía pretenderse la disolución de los partidos ajenos al régimen. Mas ya desde
el principio condenó por su Declaración Colectiva de 20 de diciembre de 1931 cuanto
contenía la Constitución de la República contrario a la Iglesia y a la Religión Católica,
y de una manera especial la disolución de la Compañía de Jesús antes de ser todavía
llevada a cabo; y al serlo protestaron particularmente todos los Obispos españoles, lo
cual ciertamente no sucedió en la expulsión verificada en el siglo xviii por Carlos III.
Al ser promulgada la Ley del matrimonio civil, en todas las iglesias de España se
leyeron las instrucciones de los Obispos recordando que entre los católicos sólo es le­
gítimo y válido el matrimonio canónico. Y, por fin, al promulgarse la Ley de Confe­
siones y Religiones, publicó el Episcopado la enérgica y extensa Declaración que la
condenaba y la declaraba nula.
La Iglesia Jerárquica en España reconoció, como todas las potencias extranjeras, el
nuevo Régimen; y lo acató como lo acataron todos los organismos del Estado, Ejército,

637
La confesionalidad reconoce también a la Iglesia el carácter de sociedad
perfecta. Ello no implica el menor detrimento de la soberanía del Estado en
el orden civil y político. “La potestad civil es suprema en su género y en su
orden. Así lo reconoce la Iglesia; pero ella también lo es en otro orden y
en otra esfera. El hecho de que unos mismos sean los súbditos de una y
otra sociedad, y de que haya también algunos asuntos y negocios que bajo
diferentes aspectos caigan bajo la jurisdicción de una y otra potestad prueba
sólo que procediendo ambas de Dios y siendo ambas supremas, deben me­
diar relaciones que deben regularse por el fin y origen de cada una de las
dos sociedades, y que León XIII compara en su Encíclica Inmortale Dei a las
relaciones que median entre el alma y el cuerpo en el compuesto humano” ’.
Los católicos han de ser los mejores ciudadanos y los más fieles cumpli­
dores de las justas leyes del Estado. Han de ser los que mejor cumplan
con el deber sagrado de amor a la Patria, que es un deber de piedad que
cae bajo el cuarto mandamiento del Decálogo. Por ello pudo decir el sapien­
tísimo León XIII que, aunque la Iglesia tiene un fin sobrenatural y ultra-
terreno, contribuye tanto al bien público temporal como si éste fuese su
propio fin 2.
Mas para que la Iglesia pueda ejercer con eficacia este benéfico influjo
en el bien público temporal por medio de su acción en los fieles, es necesario
que sean reconocidas su libertad e independencia, esenciales a su constitu­
ción divina. “Una Iglesia sujeta al poder civil, de él dependiente, no puede
ser la verdadera Iglesia fundada por Cristo. Una Iglesia nacional, como las
cismáticas y protestantes, en vez de ser sucesora de los Apóstoles, se confunde
con los demás organismos burocráticos del Estado. Engaño funestísimo es el
del cesarismo, que pretende servirse de la Iglesia teniéndola aherrojada, como
de un apoyo y fundamento. La Iglesia que apoya eficazmente al Estado, que
le concilia la obediencia de los súbditos, que produce los frutos admirables
en bien de la misma sociedad civil que proclama León XIII, es una Iglesia
libre, que se rija sin trabas según su constitución divina, que tenga alteza
espiritual y fecundidad inexhausta, que aparezca ante los pueblos no como
un ministro más del César, sino como un Legado de Dios.
Presten, sí, los magistrados civiles el apoyo de su autoridad para refrenar
los vicios e impedir la blasfemia, la profanación de los días festivos, la inmo­
ralidad, los escándalos públicos. Den los ministros de la Iglesia, por su parte,
todo el honor, el respeto, la deferencia, el apoyo moral a las autoridades
civiles. ¡Qué frutos tan grandes en el bien del pueblo, de la paz, del orden,

Magistratura y aun las Corporaciones oficiales. Pero ciertamente sería una vil calumnia,
en la cual creemos no ha de caer ningún buen católico, el acusar a la Iglesia Jerárquica
española de haber dejado de protestar ante ningún atropello. Se ha cargado de razón;
y por ello cuando se ha tratado, ya no de una forma de régimen político, sino del
comunismo que amenazaba destruir del todo a la Religión y a la Patria, la Iglesia
ha podido bendecir y apoyar la santa Cruzada para salvar la Religión y salvar a
España.
1 La Realeza de Cristo y los errores del laicismo (Pastoral citada).
2 Encíclica ¡nmortale Dei.

638
de la moralidad, del progreso, se originan en este modo de proceder de las
autoridades civiles y eclesiásticas, que no debe ser sujeción directa de unas
a otras (dentro de la propia órbita de cada una de ellas), ni confusión, sino
ordenada concordia, con la cual las cosas pequeñas crecen mientras con la
lucha y discordia los grandes se arruinan y perecen!”1.
Prácticamente esto se logra por medio de un Concordato en el cual se re­
gulan las relaciones debidas entre la Iglesia y un Estado católico, lo referente
a las personas eclesiásticas, a la enseñanza, a los bienes de la Iglesia, etc. 2.
No nos pertenece, por tanto, a Nos tratar estas cuestiones en esta Carta Pas­
toral; y ponemos fin a la misma con una felicitación a nuestros carísimos fíeles
salmantinos y una exhortación a la plegaria.
¡Cuán grato es a un padre poder felicitar a sus hijos! Y ciertamente los
católicos salmantinos, en estos cinco años de tantos y tan rudos ataques
a la Iglesia y a la religión, han sabido defenderla, primero por medios legales
en la medida en que era posible; cuando se corría ya al abismo del comu­
nismo, con los medios heroicos de una cruzada, ofrendando bienes y vidas
en abundancia. También habéis acudido siempre solícitos a nuestros llama­
mientos a la plegaria pública. Acudisteis la última Cuaresma a los edificantes
“Vía Crucis” en nuestra Catedral. A ella habéis acudido a desagraviar a la
Virgen del Pilar por el bombardeo de su Santuario; y al sacratísimo Corazón
de Jesús por la destrucción del Monumento del Cerro de los Angeles. Sigamos
orando, carísimos hijos nuestros, por la resurrección definitiva de la auténtica
España; ante el Amor de los amores, Jesús Sacramentado; ante el Santísimo
Cristo de los Milagros en nuestra ciudad de Salamanca; ante la Virgen San­
tísima en su privilegio de la Inmaculada Concepción y en su españolísima ad­
vocación del Pilar de Zaragoza. Demos gracias muy fervorosas los salmanti­
nos a Jesús y a su Santísima Madre y al excelso Patrono de la ciudad y
diócesis, el glorioso San Juan de Sahagún, que hasta el presente nos han li­
brado de experimentar los estragos de vandálica devastación, sacrilegios y
horrendos crímenes que han desolado y están desolando tantas provincias
y diócesis españolas. Oremos; unamos a la oración una vida enteramente cris­
tiana en el orden individual, familiar y social; practiquemos el sacrificio y la
reparación; abstengámonos mientras tanta desolación reina y tantos crímenes
se están cometiendo en provincias hermanas, de frivolidades y de diversiones;
estemos dispuestos a cuantos nuevos sacrificios sean precisos por la causa
de la Religión y de la Patria, pues todos ellos son nada ante la alteza de
tan sublimes ideales y ante los daños que sufriríamos si, lo que Nuestro Se­
ñor no permitirá, quedásemos dominados por el comunismo; y esperemos que
a no tardar Nuestro Señor nos concederá la gracia de poder entonar el
“Te Deum” por la España recobrada para Dios, recobrándose a sí misma.

1 La Realeza de Cristo y los errores del laicismo (Pastoral citada).


2 Respecto a la supresión del presupuesto eclesiástico, véase nuestro Alegato al
Ministro de Justicia en 9 de diciembre de 1931: ¿Despojo persecutorio de la Iglesia
o separación económica del Estado?

639
Mientras tanto, con el mayor afecto a todos, a los que en los campos
de batalla lucháis por Dios y por España, a los que quedáis en retaguardia
cooperando a la santa Cruzada, aun a las ovejas un día descarriadas, sedu­
cidas y engañadas por falsos pastores, pero prestas a volver al redil del Buen
Pastor, a todos os damos con el mayor afecto nuestra Pastoral Bendición
en el nombre f del Padre f y del Hijo f y del Espíritu Santo.
Salamanca, 30 de septiembre de 1936.
t ENRIQUE, Obispo de Salamanca

DOCUMENTO 194

EL COMPROMISO DE LA IGLESIA ESPAÑOLA EN 1937 (234)

1. Razón de este documento

Venerables hermanos.
Suelen los pueblos católicos ayudarse mutuamente en días de tribula­
ción, en cumplimiento de la ley de caridad, de fraternidad que une en un
cuerpo místico a cuantos comulgamos en el pensamiento y amor de Jesucristo.
Organo natural de este intercambio espiritual son los Obispos, a quienes puso
el Espíritu Santo para regir la Iglesia de Dios. España, que pasa una de las
más grandes tribulaciones de su historia, ha recibido múltiples manifesta­
ciones de afecto y condolencia del Episcopado católico extranjero, ya en
mensajes colectivos, ya de muchos Obispos en particular. Y el Episcopado
español, tan terriblemente probado en sus miembros, en sus sacerdotes y en
sus iglesias, quiere hoy corresponder con este documento colectivo a la gran
caridad que se nos ha manifestado en todos los puntos de la tierra.
Nuestro país sufre un trastorno profundo; no es sólo una guerra civil
cruentísima la que nos llena de tribulación; es una conmoción tremenda
la que sacude los mismos cimientos de la vida social y ha puesto en peligro
hasta nuestra existencia como nación. Vosotros lo habéis comprendido, ve­
nerables hermanos, y “vuestras palabras y vuestro corazón se nos han abier­
to”, diremos con el Apóstol, dejándose ver las entrañas de vuestra caridad
para con nuestra Patria querida. Que Dios os lo premie.
Pero con nuestra gratitud, venerables hermanos, debemos manifestaros
nuestro dolor por el desconocimiento de la verdad de lo que en Es­
paña ocurre. Es un hecho, que nos consta por documentación copiosa, que
el pensamiento de un gran sector de opinión extranjera está disociado de la
realidad de los hechos ocurridos en nuestro país. Causas de este extravío po­
drían ser el espíritu anticristiano, que ha visto en la contienda de España una
partida decisiva en pro o contra la Religión de Jesucristo y la civilización
cristiana; la corriente opuesta de doctrinas políticas que aspiran a la hege-

640
I.

Pocos documentos tan expresivos del estado de conciencia de los


protagonistas del Alzamiento como este autógrafo del General Francisco
Franco. Los documentos alemanes capturados por los aliados revelan
que esta conciencia se remonta a los primeros momentos de la suble­
vación. Posteriormente se ha querido ver en las ¡deas expresadas por
estos documentos un tardío reajuste propagandístico. Nada menos do­
cumental que esa peregrina opinión.
monía del mundo; la labor tendenciosa de fuerzas internacionales ocultas; la
antipatía que se ha valido de españoles ilusos que, amparándose en el nombre
de católicos, han causado enorme daño a la verdadera España. Y lo que
más nos duele es que una buena parte de la Prensa católica extranjera haya
contribuido a esta desviación mental, que podría ser funesta para los sa­
cratísimos intereses que se ventilan en nuestra Patria.
Casi todos los Obispos que sucribimos esta carta hemos procurado dar
a su tiempo la nota justa del sentido de la guerra. Agradecemos a la Prensa
católica extranjera el haber hecho suya la verdad de nuestras declaraciones,
como lamentamos que algunos periódicos y revistas, que debieron ser ejem­
plo de respeto y acatamiento a la voz de los Prelados de la Iglesia, nos hayan
combatido o tergiversado.
Ello obliga al Episcopado español a dirigirse colectivamente a los her­
manos de todo el mundo, con el único propósito de que resplandezca la
verdad, oscurecida por ligereza o por malicia, y nos ayude a difundirla. Se
trata de un punto gravísimo en que se conjugan no los intereses políticos de
una nación, sino los mismos fundamentos providenciales de la vida social: la
religión, la justicia, la autoridad y la libertad de los ciudadanos.
Cumplimos con ello, junto con nuestro oficio pastoral —que importa
ante todo el magisterio de la verdad— con un triple deber de religión, de
patriotismo y de humanidad. De religión, porque, testigos de las grandes pre­
varicaciones y heroísmos que han tenido por escena nuestro país, podemos
ofrecer al mundo lecciones y ejemplos que caen dentro de nuestro ministerio
episcopal y que habrán de ser provechosos a todo el mundo; de patriotismo,
porque el Obispo es el primer obligado a defender el buen nombre de su
Patria, térra patrum, por cuanto fueron nuestros venerables predecesores
los que formaron la nuestra, tan cristiana como es, “engendrando a sus
hijos para Jesucristo por la predicación del Evangelio”; de humanidad, por­
que, ya que Dios ha permitido que fuese nuestro país el lugar de experimen­
tación de ideas y procedimientos que aspiran a conquistar el mundo, qui­
siéramos que el daño se redujese al ámbito de nuestra Patria y se salvaran
de la ruina las demás naciones.

2. Naturaleza de esta carta


Este documento no será la demostración de una tesis, sino la simple ex­
posición, a grandes líneas, de los hechos que caracterizan nuestra guerra y
la dan su fisonomía histórica. La guerra de España es producto de la pugna
de ideologías irreconciliables; en sus mismos orígenes se hallan envueltas gra­
vísimas cuestiones de orden moral y jurídico, religioso e histórico. No sería
difícil el desarrollo de puntos fundamentales de doctrina aplicada a nuestro
momento actual. Se ha hecho ya copiosamente, hasta por algunos de los
hermanos que suscriben esta carta. Pero estamos en tiempos de positivismo
calculador y frío y, especialmente cuando se trata de hechos de tal relieve
histórico, como se han producido en esta guerra, lo que se quiere —se nos
ha requerido cien veces desde el extranjero en este sentido— son hechos

641
41
vivos y palpitantes que, por afirmación o contraposición, den la verdad sim­
ple y justa.
Por esto tiene este escrito un carácter asertivo y categórico de orden
empírico. Y ello en sus dos aspectos: el de juicio que solidariamente formu­
lamos sobre la estimación legítima de los hechos, y el de afirmación per
oppositum, con que deshacemos, con toda caridad, las afirmaciones falsas
o las interpretaciones torcidas con que haya podido falsearse la historia de
este año de vida de España.

3. Nuestra posición ante la guerra


Conste antes que todo, ya que la guerra pudo preverse desde que se atacó
ruda e inconsideradamente al espíritu nacional, que el Episcopado español
ha dado, desde el año 1931, altísimos ejemplos de prudencia apostólica y
ciudadana. Ajustándose a la tradición de la Iglesia, y siguiendo las normas
de la Santa Sede, se puso resueltamente al lado de los poderes constituidos,
con quienes se esforzó en colaborar para el bien común. Y a pesar de los
repetidos agravios a personas, cosas y derechos de la Iglesia, no rompió
su propósito de no alterar el régimen de concordia de tiempo atrás estable­
cido etiam dyscolis. A los vejámenes respondimos siempre con el ejem­
plo de la sumisión leal en lo que podíamos; con la protesta grave razonada
y apostólica cuando debíamos; con la exhortación sincera que hicimos reite­
radamente a nuestro pueblo católico a la sumisión legítima, a la oración, a la
paciencia y a la paz. Y el pueblo católico nos secundó, siendo nuestra inter­
vención valioso factor de concordia nacional en momentos de honda conmo­
ción social y política.
Al estallar la guerra hemos lamentado el doloroso hecho, más que nadie,
porque ella es siempre un mal gravísimo, que muchas veces no compensan
bienes problemáticos, y porque nuestra misión es de reconciliación y de paz:
Et in térra pax. Desde sus comienzos hemos tenido las manos levantadas
al cielo para que cese. Y en estos momentos repetimos la palabra de Pío XI,
cuando el recelo mutuo de las grandes potencias iba a desencadenar otra
guerra sobre Europa: “Nos invocamos la paz, bendecimos la paz, rogamos
por la paz.” Dios nos es testigo de los esfuerzos que hemos hecho para
aminorar los estragos que siempre son su cortejo.
Con nuestros votos de paz juntamos nuestro perdón generoso para nues­
tros perseguidores y nuestros sentimientos de caridad para todos. Y decimos
sobre los campos de batalla y a nuestros hijos de uno y otro bando la palabra
del Apóstol: “El Señor sabe cuánto os amamos a todos en las entrañas de
Jesucristo.”
Pero la paz es la “tranquilidad del orden, divino, nacional, social e in­
dividual, que asegura a cada cual su lugar y le da lo que le es debido, colo­
cando la gloria de Dios en la cumbre de todos los deberes y haciendo de­
rivar de su amor el servicio fraternal de todos”. Y es tal la condición humana
y tal el orden de la Providencia —sin que hasta ahora haya sido posible
hallarle sustitutivo— que siendo la guerra uno de los azotes más tremendos

642
de la Humanidad es, a veces, el remedio heroico, único, para centrar las
cosas en el quicio de la justicia y volverlas al reinado de la paz. Por esto la
Iglesia, aun siendo hija del Príncipe de la Paz, bendice los emblemas de la
guerra, ha fundado las Ordenes Militares y ha organizado Cruzadas contra
los enemigos de la fe.
No es éste nuestro caso. La Iglesia no ha querido esta guerra ni la bus­
có, y no creemos necesario vindicarla de la nota de beligerante con que en
periódicos extranjeros se ha censurado a la Iglesia en España. Cierto que
miles de hijos suyos, obedeciendo a los dictados de su conciencia y de su
patriotismo, y bajo su responsabilidad personal, se alzaron en armas para
salvar los principios de religión y justicia cristianas que secularmente habían
informado la vida de la nación; pero quien la acuse de haber provocado
esta guerra, o de haber conspirado para ella, aun de no haber hecho cuanto
en su mano estuvo para evitarla, desconoce o falsea la realidad.
Esta es la posición del Episcopado español, de la Iglesia española, fren­
te al hecho de la guerra actual. Se la vejó y persiguió antes de que estalla­
ra; ha sido víctima principal de la furia de una de las partes contendientes;
y no ha cesado de trabajar, con su plegaria, con sus exhortaciones, con su
influencia para aminorar sus daños y abreviar los días de prueba.
Y si hoy, colectivamente, formulamos nuestro veredicto en la cuestión
complejísima de la guerra de España, es, primero, porque aun cuando la
guerra fuese de carácter político o social, ha sido tan grave su repercusión
de orden religioso, y ha aparecido tan claro, desde sus comienzos, que una
de las partes beligerantes iba a la eliminación de la religión católica en Es­
paña, que nosotros, Obispos católicos, no podíamos inhibirnos sin dejar
abandonados los intereses de Nuestro Señor Jesucristo y sin incurrir en el
tremendo apelativo de canes muti, con que el Profeta censura a quienes
debiendo hablar, callan ante la injusticia; y luego porque la posición de la
Iglesia española ante la lucha, es decir, del Episcopado español, ha sido tor­
cidamente interpretada en el extranjero: mientras un político muy destacado,
en una revista católica extranjera, la achaca poco menos que a la ofuscación
mental de los Arzobispos españoles, a los que califica de ancianos que de­
ben cuanto son al régimen monárquico y que han arrastrado por razones
de disciplina y obediencia a los demás obispos en un sentido favorable al
Movimiento Nacional, otros nos acusan de temerarios al exponer a las con­
tingencias de un régimen absorbente y tiránico el orden espiritual de la Igle­
sia, cuya libertad tenemos obligación de defender.
No; esta libertad la reclamamos, ante todo, para el ejercicio de nuestro
ministerio; de ella arrancan todas las libertades que vindicamos para la Igle­
sia. Y, en virtud de ella, no nos hemos atado con nadie —personas, po­
deres o instituciones—, aun cuando agradezcamos el amparo de quienes han
podido librarnos del enemigo que quiso perdemos, y estemos dispuestos a
colaborar, como Obispos y españoles, con quienes se esfuercen en reinstau­
rar en España un régimen de paz y de justicia. Ningún poder político podrá
decir que nos hayamos apartado de esta línea, en ningún tiempo.

643
4. El quinquenio que precedió a la guerra
Afirmamos, ante todo, que esta guerra la han acarreado la temeridad, los
errores, tal vez la malicia o la cobardía de quienes hubiesen podido evitarla
gobernando la nación según justicia. Dejando otras causas de menos efi­
ciencia, fueron los legisladores de 1931, y luego el Poder ejecutivo del Es­
tado, con sus prácticas de Gobierno, los que se empeñaron en torcer brus­
camente la ruta de nuestra historia en un sentido totalmente contrario a la
naturaleza y exigencias del espíritu nacional, y especialmente opuesto al sen­
tido religioso predominante en el país. La Constitución y las leyes laicas que
desarrollaron su espíritu fueron un ataque violento y continuado a la con­
ciencia nacional. Anulados los derechos de Dios y vejada la Iglesia, en lo
que tiene de más sustantivo la vida social, que es la religión, el pueblo es­
pañol, que en su mayor parte mantenía viva la fe de sus mayores, recibió
con paciencia invicta los reiterados agravios hechos a su conciencia por leyes
inicuas; pero la temeridad de sus gobernantes había puesto en el alma na­
cional, junto con el agravio, un factor de repudio y de protesta contra un
Poder social que había faltado a la justicia más fundamental, que es la que
se debe a Dios y a la conciencia de los ciudadanos.
Junto con ello, la autoridad, en múltiples y graves ocasiones, resignaba
en la plebe sus poderes. Los incendios de los templos en Madrid y provin­
cias, en mayo de 1931; las revueltas de octubre de 1934, especialmente en
Cataluña y Asturias, donde reinó la anarquía durante dos semanas; el pe­
ríodo turbulento que corre de febrero a julio de 1936, durante el cual fueron
destruidas o profanadas 411 iglesias y se cometieron cerca de 3.000 atenta­
dos graves de carácter político y social, presagiaban la ruina total de la auto­
ridad pública, que se vio sucumbir con frecuencia a la fuerza de poderes
ocultos que mediatizaban sus funciones.
Nuestro régimen político de libertad democrática se desquició, por ar­
bitrariedades de la autoridad del Estado y por coacción gubernamental que
trastocó la voluntad popular, constituyendo una máquina política en pugna
con la mayoría de la nación, dándose el caso, en las últimas elecciones par­
lamentarias, febrero de 1936, de que, con más de medio millón de votos
de exceso sobre las izquierdas, obtuviesen las derechas 118 Diputados menos
que el Frente Popular, por haberse anulado caprichosamente las actas de
provincias enteras, viciándose así en su origen la legitimidad del Parlamento.
Y a medida que se descomponía nuestro pueblo por la relación de los
vínculos sociales, y se desangraba nuestra economía, y se alteraba sin tino
el ritmo del trabajo, y se debilitaba maliciosamente la fuerza de las institu­
Ü ciones de defensa social, otro pueblo poderoso, Rusia, empalmando con los
comunistas de acá, por medio del teatro y del cine, con ritos y costumbres
exóticas, por la fascinación intelectual y el soborno material, preparaba el
espíritu popular para el estallido de la revolución, que se señalaba casi a
plazo fijo.
El 27 de febrero de 1936, a raíz del triunfo del Frente Popular, el Ko-
mintern ruso decretaba la revolución española y la financiaba con exorbi-

644
tantes cantidades. El primero de mayo siguiente centenares de jóvenes pos­
tulaban públicamente en Madrid “para bombas y pistolas, pólvora y dina­
mita para la próxima revolución”. El 16 del mismo mes se reunían en la
Casa del Pueblo de Valencia representantes de la U. R. S. S. con Delegados
españoles de la III Internacional, resolviendo, en el noveno de sus acuerdos:
“Encargar a uno de los radios de Madrid, el designado con el número 25,
integrado por Agentes de Policía en activo, la eliminación de los personajes
políticos y militares destinados a jugar un papel de interés en la contrarre­
volución.” Entre tanto, desde Madrid a las aldeas más remotas aprendían
las milicias revolucionarias la instrucción militar y se las armaba copiosa­
mente, hasta el punto de que al estallar la guerra contaban con 150.000 sol­
dados de asalto y 100.000 de resistencia.
Os parecerá, venerables hermanos, impropia de un documento episcopal
la enumeración de estos hechos. Hemos querido sustituirlos a las razones
de derecho político que pudiesen justificar un movimiento nacional de re­
sistencia. Sin Dios, que debe estar en el fundamento y a la cima de la vida
social; sin autoridad, a la que nada puede sustituir en sus funciones de crea­
dora del orden y mantenedora del derecho ciudadano; con la fuerza material
al servicio de los sin Dios ni conciencia, manejados por agentes poderosos
de orden internacional, España debía deslizarse hacia la anarquía, que es
lo contrario del bien común y de la justicia y orden social. Aquí han venido
a parar las regiones españolas en que la revolución marxista ha seguido su
curso inicial.
Estos son los hechos. Cotéjense con la doctrina de Santo Tomás sobre
el derecho a la resistencia defensiva por la fuerza y falle cada cual en justo
juicio. Nadie podrá negar que, al tiempo de estallar el conflicto, la misma
existencia del bien común —la religión, la justicia, la paz— estaba grave­
mente comprometida; y que el conjunto de las autoridades sociales y de los
hombres prudentes que constituyen el pueblo en su organización natural y
en sus mejores elementos, reconocían el público peligro. Cuanto a la tercera
condición que requiere el Angélico, de la convicción de los hombres pru­
dentes sobre la probabilidad del éxito, la dejamos al juicio de la Historia: los
hechos, hasta ahora, no le son contrarios.
Respondemos a un reparo, que una revista extranjera concreta al hecho
de los sacerdotes asesinados y que podría extenderse a todos los que consti­
- tuyen este inmenso trastorno social que ha sufrido España. Se refiere a la
posibilidad de que, de no haberse producido el alzamiento, no se hubiese
alterado la paz pública: “A pesar de los desmanes de los rojos —leemos—,
queda en pie la verdad de que si Franco no se hubiese alzado, los centena­
res o millares de sacerdotes que han sido asesinados hubiesen conservado la
vida y hubiesen continuado haciendo en las almas la obra de Dios.” No po­
demos suscribir esta afirmación, testigos como somos de la situación de Es­
paña al estallar el conflicto. La verdad es lo contrario; porque es cosa do­
cumentalmente probada que en el minucioso proyecto de la revolución mar­
xista que se gestaba, y que había estallado en todo el país, si en gran parte
de él no lo hubiese impedido el movimiento cívico-militar, estaba ordenado

645
el exterminio del clero católico, como el de los derechistas calificados; como
la sovietización de las industrias y la implantación del comunismo. Era por
enero último cuando un dirigente '^anarquista decía al mundo por radio:
“Hay que decir las cosas tal y como son, y la verdad no es otra que la de
que los militares se nos adelantaron para evitar que llegáramos a desencade­
nar la revolución.”
Quede, pues, asentado como primera afirmación de este escrito que un
quinquenio de continuos atropellos de los súbditos españoles en el orden
religioso y social puso en gravísimo peligro la existencia misma del bien
público y produjo enorme tensión en el espíritu del pueblo español; que es­
taba en la conciencia nacional, que, agotados ya los medios legales, no había
más recurso que el de la fuerza para sostener el orden y la paz; que poderes
extraños a la autoridad tenida por legítima decidieron subvertir el orden
constituido e implantar violentamente el comunismo; y por fin, que por ló­
gica fatal de los hechos no le quedaba a España más que esta alternativa:
o sucumbir en la embestida definitiva del comunismo destructor, ya planea­
da y decretada, como ha ocurrido en las regiones donde no triunfó el mo­
vimiento nacional o intentar, en esfuerzo titánico de resistencia, librarse del
terrible enemigo y salvar los principios fundamentales de su vida social y de
sus características nacionales.

5. El alzamiento militar y la revolución comunista


El 18 de julio del año pasado se realizó el alzamiento militar y estalló
la guerra, que aún dura. Pero nótese, primero, que la sublevación militar
no se produjo, ya desde sus comienzos, sin colaboración con el pueblo sano,
que se incorporó en grandes masas al movimiento, que, por ello, debe ca­
lificarse de cívico-militar; y, segundo, que este movimiento y la revolución
comunista son dos hechos que no pueden separarse, si se quiere enjuiciar
debidamente la naturaleza de la guerra. Coincidentes en el mismo momento
inicial del choque, marcan desde el principio la división profunda de las
dos Españas que se batirán en los campos de batalla.
Aun hay más: el movimiento no se produjo sin que los que lo iniciaron
intimaran previamente a los Poderes públicos a oponerse por los recursos
legales a la revolución marxista inminente. La tentativa fue ineficaz, y estalló
el conflicto, chocando las fuerzas cívico-militares, desde el primer instante,
no tanto con las fuerzas gubernamentales que intentaron reducirlo como
con la furia desencadenada de unas milicias populares que, al amparo, por
lo menos, de la pasividad gubernamental, encuadrándose en los mandos ofi­
ciales del Ejército y utilizando, a más del que ilegítimamente poseían, el ar­
mamento de los parques del Estado, se arrojaron como avalancha destruc­
tora contra todo lo que constituye un sostén en la sociedad.
Esta es la característica de la reacción obrada en el campo gubernamen­
tal contra el alzamiento cívico-militar. Es, ciertamente, un contrataque por
parte de las fuerzas fieles al Gobierno; pero es, ante todo, una lucha en
comandita con las fuerzas anárquicas que se sumaron a ellas y que con ellas

646
pelearán juntas hasta el fin de la guerra. Rusia, lo sabe el mundo, se injertó
en el ejército gubernamental, tomando parte en sus mandos, y fue a fondo,
aunque conservándose la apariencia del Gobierno del Frente Popular, a la
implantación del régimen comunista por la subversión del orden social es­
tablecido. Al juzgar de la legitimidad del movimiento nacional, no podrá pres-
cindirse de la intervención, por la parte contraria, de estas “milicias anár­
quicas, incontrolables” —es palabra de un Ministro del Gobierno de Ma­
drid—, cuyo poder hubiese prevalecido sobre la nación.
Y porque Dios es el más profundo cimiento de una sociedad bien orde­
nada —lo era la nación española—, la revolución comunista, aliada de los
ejércitos del Gobierno, fue, sobre todo, antidivina. Se cerraba así el ciclo
de la legislación laica de la Constitución de 1931, con la destrucción de
cuanto era cosa de Dios. Salvamos toda intervención personal de quienes
no han militado conscientemente bajo este signo; sólo trazamos la trayectoria
general de los hechos.
Por esto se produjo en el alma nacional una reacción del tipo religioso,
correspondiente a la acción nihilista y destructora de los sin Dios. Y España
quedó dividida en dos grandes bandos militantes; cada uno de ellos fue como
el aglutinante de cada una de las dos tendencias profundamente populares;
y a su rededor, y colaborando con ellos, polarizaron, en forma de milicias
voluntarias y de asistencias y servicios de retaguardia, las fuerzas opuestas
que tenían dividida la nación.
La guerra es, pues, como un plebiscito armado. La lucha blanca de los
comicios de febrero de 1936, en que la falta de conciencia política del Go­
bierno nacional dio arbitrariamente a las fuerzas revolucionarias un triunfo
que no habían logrado en las urnas, se transformó, por la contienda cívico-
militar, en la lucha cruenta de un pueblo partido en dos tendencias: la es­
piritual, del lado de los sublevados, que salió a la defensa del orden, la paz
social, la civilización tradicional y la Patria, y muy ostensiblemente, en un
gran sector, para la defensa de la religión; y de la otra parte, la materialista,
llámese marxista, comunista o anarquista, que quiso sustituir la vieja civi­
lización de España, con todos sus factores, por la novísima “civilización” de
los soviets rusos.
Las ulteriores complicaciones de la guerra no han variado más que acci­
! dentalmente su carácter: el internacionalismo comunista ha corrido al terri­
torio español en ayuda del ejército y pueblo marxista; como, por la natural
i exigencia de la defensa y por consideraciones de carácter internacional, han
venido en ayuda de la España tradicional armas y hombres de otros países
■ extranjeros. Pero los núcleos nacionales siguen igual, aunque la contienda,
siendo profundamente popular, haya llegado a revestir caracteres de lucha
internacional.
Por esto, observadores perspicaces han podido escribir estas palabras
sobre nuestra guerra: “Es una carrera de velocidad entre el bolchevismo y
la civilización cristiana.” “Una etapa nueva, y tal vez decisiva en la lucha
entablada entre la Revolución y el Orden.” “Una lucha internacional en un

647
campo de batalla nacional; el comunismo libra en la Península una formi­
dable batalla, de la que depende la suerte de Europa.”
No hemos hecho más que un esbozo histórico, del que deriva esta afir­
mación: El alzamiento cívico-militar fue en su origen un movimiento nacio­
nal de defensa de los principios fundamentales de toda sociedad civilizada:
en su desarrollo, lo ha sido contra la anarquía coaligada con las fuerzas al
servicio de un Gobierno que no supo o no quiso tutelar aquellos principios.
Consecuencia de esta afirmación son las conclusiones siguientes:
Primera.—Que la Iglesia, a pesar de su espíritu de paz y de no haber
querido la guerra ni haber colaborado en ella, no podía ser indiferente en la
lucha; se lo impedían su doctrina y su espíritu, el sentido de conservación y
la experiencia de Rusia. De una parte se suprimía a Dios, cuya obra ha de
realizar la Iglesia en el mundo, y se causaba a la misma un daño inmenso,
en personas, cosas y derechos, como tal vez no lo haya sufrido institución
alguna en la Historia; de la otra, cualesquiera que fuesen los humanos defec­
tos, estaba el esfuerzo por la conservación del viejo espíritu, español y cris­
tiano.
Segunda.—La Iglesia, con ello, no ha podido hacerse solidaria de con­
ductas, tendencias o intenciones que, en el presente o en lo porvenir, pudie­
sen desnaturalizar la noble fisonomía del movimiento nacional, en su origen,
manifestaciones y fines.
Tercera.—Afirmamos que el levantamiento cívico-militar ha tenido en
el fondo de la conciencia popular un doble arraigo: el del sentido patriótico,
que ha visto en él la única manera de levantar a España y evitar su ruina
definitiva; y el sentido religioso, que lo consideró como la fuerza que debía
reducir a la impotencia a los enemigos de Dios, y como la garantía de la
continuidad de su fe y de la práctica de su religión.
Cuarta.—Hoy por hoy, no hay en España más esperanza para recon­
quistar la justicia, y la paz, y los bienes que de ellas derivan, que el triunfo
I del movimiento nacional. Tal vez hoy menos que en los comienzos de la
guerra, porque el bando contrario, a pesar de todos los esfuerzos de sus hom­
bres de gobierno, no ofrece garantías de estabilidad política y social.

6. Caracteres de la revolución comunista


Puesta en marcha la revolución comunista, conviene puntualizar sus ca­
racteres. Nos ceñimos a las siguientes afirmaciones, que derivan del estudio
de hechos plenamente comprobados, muchos de los cuales constan en in­
formaciones de toda garantía, descriptivas y gráficas, que tenemos a la vista.
Notamos que apenas hay información debidamente autorizada más que del
territorio liberado del dominio comunista. Quedan todavía bajo las armas del
I
ejército rojo, en todo o parte, varias provincias: se tiene aún escaso cono­
cimiento de los desmanes cometidos en ellas, los más copiosos y graves.
Enjuiciando globalmente los excesos de la revolución comunista espa­
ñola, afirmamos que en la historia de los pueblos occidentales no se conoce
un fenómeno igual de vesania colectiva ni un cúmulo semejante, producido

648
en pocas semanas, de atentados cometidos contra los derechos fundamen­
tales de Dios, de la sociedad y de la persona humana. Ni sería fácil, reco­
giendo los hechos análogos y ajustando sus trazos característicos para la
composición de figuras de crimen, hallar en la Historia una época o un pue­
blo que pudieran ofrecemos tales y tantas aberraciones. Hacemos historia,
sin interpretaciones de carácter psicológico o social, que reclamarían parti­
cular estudio. La revolución anárquica ha sido “excepcional en la Historia”.
Añadimos que la hecatombe producida en personas y cosas por la re­
volución comunista fue “premeditada”. Poco antes de la revuelta habían
llegado de Rusia setenta y nueve agitadores especializados. La Comisión Na­
cional de Unificación Marxista, por los mismos días ordenaba la constitución
de las milicias revolucionarias en todos los pueblos. La destrucción de las
iglesias o a lo menos de su ajuar, fue sistemática y por series. En el breve
espacio de un mes se habían inutilizado todos los templos para el culto.
Ya en 1931 la Liga Atea tenía en su programa un artículo que decía: “Ple­
biscito sobre el destino que hay que dar a las iglesias y casas parroquiales”;
y uno de los Comités provinciales daba esta norma: “El local o locales des­
tinados hasta ahora al culto se destinarán a almacenes colectivos, mercados
públicos, bibliotecas populares, casas de baños o higiene pública, etc., según
convenga a las necesidades de cada pueblo.” Para la eliminación de personas
destacadas que se consideraban enemigas de la revolución, se habían for­
mado previamente las “listas negras”. En algunas, y en primer lugar, figu­
raba el Obispo. De los sacerdotes decía un Jefe comunista, ante la actitud
del pueblo que quería salvar a su Párroco: “Tenemos orden de quitar toda
su semilla.”
Prueba elocuentísima de que la destrucción de los templos y la matanza
de los sacerdotes, en forma totalitaria, fue cosa premeditada, es su número
espantoso. Aunque son prematuras las cifras, contamos unas veinte mil igle­
sias y capillas destruidas o totalmente saqueadas. Los sacerdotes asesina­
dos, contando un promedio del 40 por 100 en las Diócesis devastadas —en
algunas llegan al 80 por 100— sumarán, sólo el clero secular, unos seis
mil. Se les cazó con perros; se les persiguió a través de los montes; fueron
buscados con afán en todo escondrijo. Se les mató sin juicio las más de las
veces, sobre la marcha, sin más razón que su oficio social.
Fue “cruelísima” la revolución. Las formas de asesinato revistieron ca­
racteres de barbarie horrenda. En su número, se calculan en número supe­
rior a trescientos mil los seglares que han sucumbido asesinados, sólo por
sus ideas políticas y especialmente religiosas: en Madrid, y en los tres meses
primeros, fueron asesinados más de veintidós mil. Apenas hay pueblo en
que no se haya eliminado a los más destacados derechistas. Por la falta de
forma: sin acusación, sin pruebas, las más de las veces sin juicio. Por los
vejámenes: a muchos se les han amputado los miembros o se les ha muti­
lado espantosamente antes de matarlos; se les han vaciado los ojos, cortado
la lengua, abierto en canal, quemado o enterrado vivos, matado a hacha­
zos. La crueldad máxima se ha ejercido con los ministros de Dios. Por res­
peto y caridad no queremos puntualizar más.

649
La revolución fue “inhumana”. No se ha respetado el pudor de la mujer,
ni aun la consagrada a Dios por sus votos. Se han profanado las tumbas
y cementerios. En el famoso monasterio románico de Ripoll se han des­
truido los sepulcros, entre los que había el de Vifredo el Velloso, conquis­
tador de Cataluña, y el del Obispo Morgades, restaurador del célebre ceno­
bio. En Vich se ha profanado la tumba del gran Balmes, y leemos que se
ha jugado al fútbol con el cráneo del gran Obispo Torras y Bages. En Ma­
drid y en el cementerio viejo de Huesca se han abierto centenares de tum­
bas para despojar a los cadáveres del oro de sus dientes o de sus sortijas.
Algunas formas de martirio suponen la subversión o supresión del sentido de
humanidad.
La revolución fue “bárbara”, en cuanto destruyó la obra de civilización
de siglos. Destruyó millares de obras de arte, muchas de ellas de fama uni­
versal. Saqueó o incendió los archivos, imposibilitando la rebusca histórica
y la prueba instrumental de los hechos de orden jurídico y social. Quedan
centenares de telas pictóricas acuchilladas, de esculturas mutiladas, de ma­
ravillas arquitectónicas para siempre deshechas. Podemos decir que el caudal
de arte, sobre todo religioso, acumulado en siglos, ha sido estúpidamente des­
trozado por los comunistas. Hasta el Arco de Bará, en Tarragona, obra ro­
mana que había visto veinte siglos, llevó la dinamita su acción destructora.
Las famosas colecciones de arte de la catedral de Toledo, del palacio de
Liria, del Museo del ¡Prado, han sido torpemente expoliadas. Numerosas
bibliotecas han desaparecido. Ninguna guerra, ninguna invasión bárbara, nin­
guna conmoción social, en ningún siglo, ha causado en España ruina seme­
jante a la actual, juntándose para ello factores de que no se dispuso en
ningún tiempo: una organización sabia puesta al servicio de un terrible pro­
pósito de aniquilamiento, concentrado contra las cosas de Dios, y los mo­
dernos medios de locomoción y destrucción al alcance de toda mano criminal.
Conculcó la revolución los más elementales principios del “derecho de
gentes”. Recuérdense las cárceles de Bilbao, donde fueron asesinados por
las multitudes en forma inhumana centenares de presos; las represalias co­
metidas en los rehenes custodiados en buques y prisiones, sin más razón
que un contratiempo de guerra; los asesinatos en masa, atados los infelices
prisioneros e irrigados por el chorro de balas de las ametralladoras; el bom­
bardeo de ciudades indefensas, sin objetivo militar.
La revolución fue esencialmente “antiespañola”. La obra destructora se
realizó a los gritos de “¡Viva Rusia!”, a la sombra de la bandera interna­
cional comunista. Las inscripciones murales, la apología de personajes foras­
teros, los mandos militares en manos de jefes rusos, el expolio de la nación
en favor de extranjeros, el himno internacional comunista, son prueba so­
brada del odio al espíritu nacional y al sentido de patria.
Pero, sobre todo, la revolución fue “anticristiana”. No creemos que en
la historia del Cristianismo y en el espacio de unas semanas se haya dado
explosión semejante, en todas las formas de pensamiento, de voluntad y de
pasión, del odio contra Jesucristo y su religión sagrada. Tal ha sido el sa­
crilego estrago que ha sufrido la Iglesia en España, que el delegado de los

650
rojos españoles enviado al Congreso de los sin Dios, en Moscú, pudo decir:
“España ha superado en mucho la obra de los soviets, por cuanto la Iglesia
en España ha sido completamente aniquilada.”
Contamos los mártires por millares; su testimonio es una esperanza para
nuestra pobre Patria; pero casi no hallaríamos en el Martirologio romano
una forma de martirio no usada por el comunismo, sin exceptuar la cruci­
fixión; y, en cambio, hay formas nuevas de tormento que han consentido las
sustancias y máquinas modernas.
El odio a Jesucristo y a la Virgen ha llegado al paroxismo, y en los
centenares de Crucifijos acuchillados, en las imágenes de la Virgen bestial­
mente profanadas, en los pasquines de Bilbao, en que se blasfemaba sacri­
legamente de la Madre de Dios, en la infame literatura de las trincheras
rojas, en que se ridiculizaban los divinos misterios, en la reiterada profana­
ción de las Sagradas Formas, podemos adivinar el odio del infierno, encar­
nado en nuestros infelices comunistas. “Tenía jurado vengarme de Ti —le
decía uno de ellos al Señor, encerrado en el Sagrario; y encañonando la
pistola, disparó contra él, diciendo—: Ríndete a los rojos, ríndete al mar­
xismo.”
Ha sido espantosa la profanación de las sagradas reliquias: han sido
destrozados o quemados los cuerpos de San Narciso, San Pascual Bailón, la
Beata Beatriz de Silva, San Bernardo Calvó y otros. Las formas de profa­
nación son inverosímiles, y casi no se conciben sin sugestión diabólica. Las
campanas han sido destrozadas y fundidas. El culto, absolutamente supri­
mido en todo el territorio comunista, si se exceptúa una pequeña porción
del Norte. Gran número de templos, entre ellos verdaderas joyas de arte,
han sido totalmente arrasados: en esta obra inicua se ha obligado a trabajar
a pobres sacerdotes. Famosas imágenes de veneración secular han desapa­
recido para siempre, destruidas o quemadas. En muchas localidades la auto­
ridad ha obligado a los ciudadanos a entregar todos los objetos religiosos
de su pertenencia para destruirlos públicamente; pondérese lo que esto re­
presenta en el orden del derecho natural, de los vínculos de familia y de la
violencia hecha a la conciencia cristiana.
No seguimos, venerables hermanos, en la crítica de la actuación comu­
nista en nuestra Patria, y dejamos a la Historia la fiel narración de los he­
chos en ella acontecidos. Si se nos acusara de haber señalado en forma tan
cruda estos estigmas de nuestra revolución, nos justificaríamos con el ejem­
plo de San Pablo, que no duda en vindicar con palabras tremendas la me­
moria de los profetas de Israel y que tiene durísimos calificativos para los
enemigos de Dios; o con el de nuestro Santísimo Padre, que en su encíclica
sobre el comunismo ateo habla de “una destrucción tan espantosa, llevada
a cabo en España, con un odio, una barbarie y una ferocidad que no se

hubiese creído posible en nuestro siglo”.
Reiteramos nuestra palabra de perdón para todos y nuestro propósito
de hacerles el bien máximo que podamos. Y cerramos este párrafo con estas
palabras del “Informe Oficial” sobre las ocurrencias de la revolución en sus
8 tres primeros meses: “No se culpe al pueblo español de otra cosa más que

651
de haber servido de instrumento para la perpetración de estos delitos...”
Este odio a la religión, a las tradiciones patrias, de las que eran exponente
y demostración tantas cosas para siempre perdidas, “llegó de Rusia, expor­
tado por orientales de espíritu perverso”. En descargo de tantas víctimas,
alucinadas por “doctrinas de demonios”, digamos que al morir, sancionados
por la ley, nuestros comunistas se han reconciliado en su inmensa mayoría
con el Dios de sus padres. En Mallorca han muerto impenitentes sólo un
dos por ciento; en las regiones del Sur no más de un veinte por ciento, y en
las del Norte no llegan tal vez al diez por ciento. Es una prueba del engaño
de que ha sido víctima nuestro pueblo.

7. El movimiento nacional: sus caracteres


Demos ahora un esbozo del carácter del movimiento llamado “nacional”.
Creemos justa esta denominación. Primero, por su espíritu; porque la nación
española estaba disociada, en su inmensa mayoría, de una situación estatal
que no supo encarnar sus profundas necesidades y aspiraciones; y el movi­
miento fue aceptado como una esperanza en toda la nación; en las regiones
no liberadas sólo espera romper la coraza de las fuerzas comunistas que le
oprimen. Es también nacional por su objetivo, por cuanto tiende a salvar y
sostener para lo futuro las esencias de un pueblo organizado, de un Estado
que sepa continuar dignamente su historia. Expresamos una realidad y un
anhelo general de los ciudadanos españoles; no indicamos los medios para
realizarlo.
El movimiento ha fortalecido el sentido de Patria contra el exotismo de
las fuerzas que le son contrarias. La Patria implica una paternidad; es el
ambiente moral, como de una familia dilatada, en que logra el ciudadano su
desarrollo total; y el movimiento nacional ha determinado una corriente de
amor que se ha concentrado alrededor del nombre y de la sustancia histórica
de España, con aversión de los elementos forasteros que nos acarrearon la
ruina. Y como el amor patrio, cuando se ha sobrenaturalizado por el amor
de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, toca las cumbres de la caridad cristia­
na, hemos visto una explosión de verdadera caridad que ha tenido su expre­
sión máxima en la sangre de millares de españoles que la han dado al grito
de “¡Viva España!” “¡Viva Cristo Rey!”.
Dentro del movimiento nacional se ha producido el fenómeno, maravi­
lloso, del martirio —verdadero martirio, como ha dicho el Papa— de mi­
llares de españoles, sacerdotes, religiosos y seglares; y este testimonio de san­
gre deberá condicionar en lo futuro, so pena de inmensa responsabilidad
política, la actuación de quienes, depuestas las armas, hayan de constituir el
nuevo Estado en el sosiego de la paz.
El movimiento ha garantizado el orden en el territorio por él dominado,
Contraponemos la situación de regiones en que ha prevalecido el movimiento
nacional a las dominadas aún por los comunistas. De éstas puede decirse la
palabra del Sabio: Ubi non est gubernator, dissipabitur populus; sin sacer­
dotes, sin templos, sin culto, sin justicia, sin autoridad, son presa de terrible
anarquía, del hambre y la miseria. En cambio, en medio del esfuerzo y del

652
dolor terrible de la guerra, las otras regiones viven en la tranquilidad del
orden interno, bajo la tutela de una verdadera autoridad, que es el principio
de la justicia, de la paz y del progreso que prometen la fecundidad de la
vida social. Mientras en la España marxista se vive sin Dios, en las regiones
indemnes o reconquistadas se celebra profusamente el culto divino y pulu­
lan y florecen nuevas manifestaciones de la vida cristiana.
Esta situación permite esperar un régimen de justicia y paz para el futuro.
No queremos aventurar ningún presagio. Nuestros males son gravísimos. La
relajación de los vínculos sociales; las costumbres de una política corrom­
pida; el desconocimiento de los deberes ciudadanos; la escasa formación de
una conciencia íntegramente católica; la división espiritual en orden a la so­
lución de nuestros grandes problemas nacionales; la eliminación, por asesi­
nato cruel, de millares de hombres selectos llamados por su estado y formación
a la obra de la reconstrucción nacional; los odios y la escasez que son secue­
las de toda guerra civil; la ideología extranjera sobre el Estado, que tiende
a descuajarle de la idea y de las influencias cristianas, serán dificultad enor­
me para hacer una España nueva injertada en el tronco de nuestra vieja
historia y vivificada por su savia. Pero tenemos la esperanza de que, impo­
niéndose con toda su fuerza el enorme sacrificio realizado, encontraremos
otra vez nuestro verdadero espíritu nacional. Entramos en él paulatinamente,
por una legislación en que predomina el sentido cristiano en la cultura, en
la moral, en la justicia social y en el honor y culto que se deben a Dios.
Quiera Dios ser en España el primer bien servido, condición esencial para
que la nación sea verdaderamente bien servida.

8. Se responde a unos reparos


No llenaríamos el fin de esta Carta, venerables hermanos, si no respon­
diéramos a algunos reparos que se nos han hecho desde el extranjero.
Se ha acusado a la Iglesia de haberse defendido contra un movimiento
popular haciéndose fuerte en sus templos y siguiéndose de aquí la matanza
de sacerdotes y la ruina de las Iglesias. Decimos que no. La irrupción contra
los templos fue súbita, casi simultánea en todas las regiones, y coincidió
con la matanza de sacerdotes. Los templos ardieron porque eran casas de
Dios, y los sacerdotes fueron sacrificados porque eran ministros de Dios.
La prueba es copiosísima. La Iglesia no ha sido agresora. Fue la primera
bienhechora del pueblo, inculcando la doctrina y fomentando las obras de
justicia social. Ha sucumbido —donde ha dominado el comunismo anárqui­
co— víctima inocente, pacífica, indefensa.
Nos requieren del extranjero para que digamos si es cierto que la Iglesia
en España era propietaria del tercio del territorio nacional, y que el pueblo
se ha levantado para librarse de su opresión. Es acusación ridicula. La Igle­
sia no poseía más que pocas e insignificantes parcelas, casas sacerdotales y
de educación, y hasta de esto se había últimamente incautado el Estado.
Todo lo que posee la Iglesia en España no llenaría la cuarta parte de sus
necesidades, y responde a sacratísimas obligaciones.

653
Se le imputa a la Iglesia la nota de temeridad y partidismo al mezclarse
en la contienda que tiene dividida a la nación. La Iglesia se ha puesto siem­
pre del lado de la justicia y de la paz, y ha colaborado con los poderes del
Estado, en cualquier situación, al bien común. No se ha atacado a nadie,
fuesen partidos, personas o tendencias. Situada por encima de todos y de
todo, ha cumplido sus deberes de adoctrinar y exhortar a la caridad, sin­
tiendo pena profunda por haber sido perseguida y repudiada por gran nú­
mero de sus hijos extraviados. Apelamos a los copiosos escritos y hechos que
abonan estas afirmaciones.
Se dice que esta guerra es de clases, y que la Iglesia se ha puesto del
lado de los ricos. Quienes conocen sus causas y naturaleza saben que no.
Que aun reconociendo algún descuido en el cumplimiento de los deberes
de justicia y caridad, que la Iglesia ha sido la primera en urgir, las clases
trabajadoras estaban fuertemente protegidas por la ley, y la nación había
entrado por el franco camino de una mejor distribución de la riqueza. La
lucha de clases es más virulenta en otros países que en España. Precisamen­
te en ella se han librado de la guerra horrible gran parte de las regiones
más pobres, y se ha ensañado más donde ha sido mayor el coeficiente de la
riqueza y del bienestar del pueblo. Ni pueden echarse en olvido nuestra
avanzada legislación social y nuestras prósperas instituciones de beneficen­
cia y asistencia pública y privada, de abolengo español y cristianísimo. El
pueblo fue engañado con promesas irrealizables, incompatibles no sólo con
la vida económica del país, sino con cualquier clase de vida económica or­
ganizada. Aquí está la bienandanza de las regiones indemnes, y la miseria,
que se adueñó ya de las que han caído bajo el dominio comunista.
La guerra de España, dicen, no es más que un episodio de la lucha
universal entre la democracia y el estatismo; el triunfo del movimiento na­
cional llevará a la nación a la esclavitud del Estado. La Iglesia de España
—leemos en una revista extranjera—, ante el dilema de la persecución por
el Gobierno de Madrid o la servidumbre a quienes representan tendencias
políticas que nada tienen de cristiano, ha optado por la servidumbre. No
es éste el dilema que se ha planteado a la Iglesia en nuestro país, sino éste:
La Iglesia, antes de perecer totalmente en manos del comunismo, como ha
ocurrido en las regiones por él dominadas, se siente amparada por un poder
que hasta ahora ha garantizado los principios fundamentales de toda socie­
dad, sin miramiento ninguno a sus tendencias políticas.
Cuanto a lo futuro, no podemos predecir lo que ocurrirá al final de la
lucha. Sí que afirmamos que la guerra no se ha emprendido para levantar
un Estado autócrata sobre una nación humillada, sino para que resurja el
espíritu nacional con la pujanza y la libertad cristiana de los tiempos viejos.
Confiamos en la prudencia de los hombres de gobierno, que no querrán
aceptar moldes extranjeros para la configuración del Estado español futuro,
sino que tendrán en cuenta las exigencias de la vida íntima nacional y la
trayectoria marcada por los siglos pasados. Toda sociedad bien ordenada se
basa sobre principios profundos y de ellos vive, no de aportaciones adje­
tivas y extrañas, discordes con el espíritu nacional. La vida es más fuerte

654
que los programas, y un gobernante prudente no impondrá un programa que
violente las fuerzas íntimas de la nación. Seríamos los primeros en lamentar
que la autocracia irresponsable de un parlamento fuera sustituida por la
más terrible de una dictadura desarraigada de la nación. Abrigamos la es­
peranza legítima de que no será así. Precisamente lo que ha salvado a Es­
paña en el gravísimo momento actual ha sido la persistencia de los principios
seculares que han informado nuestra vida y el hecho de que un gran sector
de la nación se alzara para defenderlos. Sería un error quebrar la trayec­
toria espiritual del país, y no es de creer que se caiga en él.
Se imputan a los dirigentes del movimiento nacional crímenes semejantes
a los cometidos por los del Frente Popular. “El ejército blanco, leemos en
acreditada revista católica extranjera, recurre a medios injustificables contra
los que debemos protestar... El conjunto de informaciones que tenemos in­
dica que el terror blanco reina en la España nacionalista, con todo el horror
que presentan casi todos los terrores revolucionarios... Los resultados obte­
nidos parecen despreciables al lado del desarrollo de crueldad metódica­
mente organizada de que hacen prueba las tropas.” —El respetable articulista
está malísimamente informado—. Tiene toda guerra sus excesos; los habrá te­
nido, sin duda, el movimiento nacional; nadie se defiende con total serenidad
de las locas arremetidas de un enemigo sin entrañas. Reprobando en nombre
de la justicia y de la caridad cristianas todo exceso que se hubiese cometido,
por error o por gente subalterna y que metódicamente ha abultado la infor­
mación extranjera, decimos que el juicio que rectificamos no responde a
la verdad, y afirmamos que va una distancia enorme, infranqueable, entre
los principios de justicia, de su administración y de la forma de aplicarla
entre una y otra parte. Más bien diríamos que la justicia del Frente Popular
ha sido una historia terrible de atropellos a la justicia, contra Dios, la socie­
dad y los hombres. No puede haber justicia cuando se elimina a Dios, prin­
cipio de toda justicia. Matar por matar, destruir por destruir; expoliar al
adversario no beligerante, como principio de actuación cívica y militar: he
aquí lo que se puede afirmar de los unos con razón y no se puede imputar
a los otros sin injusticia.
Dos palabras sobre el problema del nacionalismo vasco, tan desconocido
y falseado y del que se ha hecho arma contra el movimiento nacional. To­
da nuestra admiración por las virtudes cívicas y religiosas de nuestros her­
manos vascos. Toda nuestra caridad por la gran desgracia que les aflige, que
consideramos nuestra, porque es de la Patria. Toda nuestra pena por la ofus­
cación que han sufrido sus dirigentes en un momento grave de su historia.
Pero toda nuestra reprobación por haber desoído la voz de la Iglesia y tener
realidad en ellos las palabras del Papa en su Encíclica sobre el comunismo:
“Los agentes de destrucción, que no son tan numerosos, aprovechándose de
estas discordias (de los católicos), las hacen más estridentes, y acaban por
lanzar a la lucha a los católicos los unos contra los otros.” “Los que tra­
bajan por aumentar las disensiones entre los católicos toman sobre sí una
terrible responsabilidad ante Dios y ante la Iglesia.” “El comunismo es
intrínsecamente perverso, y no se puede admitir que colaboren con él, en

655
ningún terreno, los que quieren salvar la civilización cristiana.” “Cuan­
to las regiones donde el comunismo consigue penetrar, más se distingan por
la antigüedad y grandeza de su civilización cristiana, tanto más devastador
se manifestará allí el odio de los sin Dios.”
En una revista extranjera de gran circulación se afirma que el pueblo
se ha separado en España del sacerdote porque éste se recluta en la clase
señoril; y que no quiere bautizar a sus hijos por los crecidos derechos de
administración del Sacramento. —A lo primero respondemos que las vocacio­
nes en los distintos Seminarios de España están reclutadas en la siguiente
forma: Número total de seminaristas en 1935: 7.401; nobles: 6; ricos con
un capital superior a 10.000 pesetas: 115; pobres o casi pobres: 7.280. A lo
segundo, que antes del cambio de régimen no llegaban los hijos de padres
católicos no bautizados al uno por diez mil; el arancel es modicísimo, y
nulo para los pobres.

9. Conclusión

Cerramos, venerables hermanos, esta ya larga Carta rogándoos ayudéis


a lamentar la gran catástrofe nacional de España en que se han perdido, con
la justicia y la paz, fundamento del bien común y de aquella vida virtuosa
de la ciudad de que nos habla el Angélico, tantos valores de civilización y
de vida cristiana. El olvido de la verdad y de la virtud, en el orden político,
económico y social, nos ha acarreado esta desgracia colectiva. Hemos sido
mal gobernados, porque, como dice Santo Tomás, Dios hace reinar al hom­
bre hipócrita por causa de los pecados del pueblo.
A vuestra piedad, añadid la caridad de vuestras oraciones y las de vues­
tros fíeles; para que aprendamos la lección del castigo con que Dios nos ha
probado; para que se reconstruya pronto nuestra Patria y pueda llenar sus
destinos futuros, de que son presagio los que ha cumplido en siglos ante­
riores; para que se contenga, con el esfuerzo y las oraciones de todos, esta
inundación del comunismo, que tiende a anular al espíritu de Dios y al es­
í! píritu del hombre, únicos polos que han sostenido las civilizaciones que
í
fueron.
i
Y completad vuestra obra con la caridad de la verdad sobre las cosas
de España. Non est addenda afflictio ajflictis; a la pena por lo que su­
frimos se ha añadido la de no haberse comprendido nuestros sufrimientos.
Mas la de aumentarlos con la mentira, con la insidia, con la interpretación
torcida de los hechos. No se nos ha hecho siquiera el honor de considerar­
nos víctimas. La razón y la justicia se han pesado en la misma balanza que
la sinrazón y la injusticia, tal vez la mayor que han visto los siglos. Se ha
dado el mismo crédito al periódico asalariado, al folleto procaz o al escrito
del español prevaricador, que ha arrastrado por el mundo, con vilipendio, el
nombre de su Madre Patria, que a la voz de los Prelados, al concienzudo
estudio del moralista o la relación auténtica del cúmulo de hechos que son
afrenta de la humana historia. Ayudadnos a difundir la verdad. Sus derechos
son imprescriptibles, sobre todo cuando se trata del honor de un pueblo,

656
de los prestigios de la Iglesia, de la salvación del mundo. Ayudadnos con la
divulgación del contenido de estas letras, vigilando la Prensa y la propa­
ganda católica, rectificando los errores de la indiferente o adversa. El hom­
bre enemigo ha sembrado copiosamente la cizaña; ayudadnos a sembrar la
buena semilla.
Consentidnos una declaración última. Dios sabe que amamos en las
entrañas de Cristo y perdonamos de todo corazón a cuantos, sin saber lo
que hacían, han inferido daño gravísimo a la Iglesia y a la Patria. Son hijos
nuestros. Invocamos ante Dios y en favor de ellos los méritos de nuestros
mártires, de los diez Obispos y de los miles de sacerdotes y católicos que mu­
rieron perdonándoles, así como el dolor, como de mar profundo, que sufre
nuestra España. Abogad para que en nuestro país se extingan los odios, se
acerquen las almas y volvamos a ser todos unos en el vínculo de la caridad.
Acordaos de nuestros Obispos asesinados, de tantos millares de sacerdotes,
religiosos y seglares selectos que sucumbieron sólo porque fueron las mili­
cias escogidas de Cristo; y pedid al Señor que dé fecundidad a su sangre
generosa. De ninguno de ellos se sabe que claudicara en la hora del martirio;
por millares dieron altísimos ejemplos de heroísmo. Es gloria inmarcesible
de nuestra España. Ayudadnos a orar, y sobre nuestra tierra, regada hoy
con sangre de hermanos, brillará otra vez el iris de la paz cristiana y se re­
construirá a la par nuestra Iglesia, tan gloriosa, y nuestra Patria, tan fecunda.
Y que la paz del Señor sea con todos nosotros, ya que nos ha llamado
a todos a la gran obra de la paz universal, que es el establecimiento del Reino
de Dios en el mundo por la edificación del Cuerpo de Cristo, que es la
Iglesia, de la que nos ha constituido Obispos y Pastores.
Os escribimos desde España, haciendo memoria de los hermanos difun­
tos y ausentes de la Patria, en la fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro
Señor Jesucristo, 1 de julio de 1937 .
t ISIDRO Card. GOMA Y TOMAS, Arzobispo de Toledo; t EUS­
TAQUIO Card. ILUNDA1N Y ESTEBAN, Arzobispo de Sevilla; t PRU­
DENCIO, Arzobispo de Burgos; t RIGOBERTO, Arzobispo de Zara­
goza; t TOMAS, Arzobispo de Santiago; t AGUSTIN, Arzobispo de
Granada, Administrador Apostólico de Almería, Guadix y Jaén; f JOSE,
Arzobispo-Obispo de Mallorca; t ADOLFO, Obispo de Córdoba, Ad­
ministrador Apostólico del Obispado Priorato de Ciudad Real; t AN­
TONIO, Obispo de Astorga; t LEOPOLDO, Obispo de Madrid-Alca­
lá; t MANUEL, Obispo de Palencia; f ENRIQUE, Obispo de Sala­
manca; f VALENTIN, Obispo de Solsona; t JUSTINO, Obispo de
Urgel; t MIGUEL DE LOS SANTOS, Obispo de Cartagena; t FIDEL,
Obispo de Calahorra; f FLORENCIO, Obispo de Orense; t RAFAEL,
Obispo de Lugo; t FELIX, Obispo de Tortosa; | FRAY ALBINO,
Obispo de Tenerife; | JUAN, Obispo de Jaca; f NICANOR, Obispo
de Tarazona, Administrador Apostólico de Tudela; t FELICIANO,
Obispo de Plasencia; t JOSE, Obispo de Santander; t ANTO­
NIO, Obispo de Quersoneso de Creta, Administrador Apostólico de Ibi-
za; f JUAN, Obispo de Vich; f LUCIANO, Obispo de Segovia;

657
42
t MANUEL, Obispo de Curio, Administrador Apostólico de Ciudad
Rodrigo; t MANUEL, Obispo de Zamora; f LINO, Obispo de Hues­
ca; | ANTONIO, Obispo de Tuy; f JOSE MARIA, Obispo de Bada­
joz; f JOSE, Obispo de Gerona; f JUSTO, Obispo de Oviedo;
t FRAY FRANCISCO, Obispo de Coria; t BENJAMIN, Obispo de
Mondoñedo; t TOMAS, Obispo de Osma; f FRAY ANSELMO, Obis­
po de Teruel-Albarracín; t SANTOS, Obispo de Avila; t BALB1NO,
Obispo de Málaga; f MARCELINO, Obispo de Pamplona; t ANTO­
NIO, Obispo de Canarias. HILARIO YABEN, Vicario Capitular de
Sigiienza; EUGENIO DOMAICA, Vicario Capitular de Cádiz; EMI­
LIO F. GARCIA, Vicario Capitular de Ceuta; FERNANDO ALVA-
REZ, Vicario Capitular de León; JOSE ZURITA, Vicario Capitular
de Valladolid.

658
Segundo grupo

LA CONCIENCIA DE LOS PROTAGONISTAS

Gabriel Jackson describe de esta forma la actitud del Ejército español


en vísperas de la guerra:

“Los militares estaban completamente convencidos de que España sería


comunista en cosa de meses. Como todos los militares en cualquier país,
creían que en tiempos turbulentos tenían la responsabilidad última para la
salvación del país en cuanto tal” (235).
Jackson parece incluir cierta dosis de ironía en su certidumbre. De
hecho, acierta plenamente en el diagnóstico. El documento 195 refleja el
pensamiento del General Franco al ponerse al frente del Ejército de Africa.
Los documentos 196 y 197 son opiniones sobre ese mismo pensamiento
transmitidas a fuentes extranjeras: revelan un innegable convencimiento en
la mente del Generalísimo. El fundamental documento 198 es un resumen
de la conciencia militar y civil de los sublevados de julio. En lámina fuera
de texto reproducimos un revelador autógrafo del Caudillo que confirma
estos puntos de vista.
Este capítulo trata de recordar los aspectos esenciales de la concien­
cia colectiva de los protagonistas de la sublevación de julio. No trata de
ser una historia de la conspiración que dio forma concreta al impulso
social y popular, impulso perfectamente designado con el nombre de Movi­
miento Nacional. La historia completa de la conspiración y de las fases
gestatorias del Movimiento está prácticamente por hacer. No faltan obras
sobre el tema: esas obras son incluso abundantes. Pero muchas veces
se quedan en lo anecdótico o tienen una intención panegírica.
El caso es que no puede prescindirse del decisivo papel que los tradi-
cionalistas desempeñaron en el movimiento de julio. El carlismo es un in­
teresantísimo fenómeno histórico que ha sido casi siempre estudiado con
incompetencia y con frivolidad, cuando no con sectarismo de -todos ios
signos. Tampoco vamos ahora a hacer historia del carlismo: nos contenta­
mos, otra vez, con dejar señalado el inmenso vacío historiográfico que
hay alrededor de su trayectoria.
i El tradicionalismo imprimió carácter a la sublevación de julio. Con­
tribuyó en decisiva medida a conferir la triple investidura de popular, ca­
tólico y tradicional a un movimiento que, irresistible en sus capas vitales,
no estaba del todo definido ideológicamente. El tradicionalismo quiso ne­
gociar su participación y se entregó de lleno al Alzamiento en cuanto le
fueron aseguradas unas condiciones mínimas. La negociación fue lenta y
delicada; la entrega fue absoluta en intensidad y en generosidad.
Como simple símbolo de la participación tradicionalista en el levan­
tamiento nacional transcribimos, en el documento 199, las dos fases del
trascendental acuerdo entre el jefe ejecutivo y reconocido del tradicionalis­
mo, don Javier de Borbón Parma, y el general Emilio Mola. Dos figuras
esenciales para la comprensión del 13 de julio, que no siempre son ilumi­
nadas con la serena e intensa luz histórica que merecen.
Los tres siguientes documentos (200, 201 y 202) son testimonios de José
Antonio Primo de Rivera. La prisión a la que, con un pretexto ridículo,

659
arrojó la República al fundador de la Falange le privó de información y
de perspectiva; las notas e informes que le llegaban no podían suministrarle
elementos de juicio definitivos. Para el comentario a los documentos josean-
tonianos que transcribimos aquí puede consultarse provechosamente la obra
de Stanley Payne <236), magistral monografía que no está exenta de desen­
foques en el campo de la ciencia y de la realidad política. Quizá la autén­
tica postura de José Antonio Primo de Rivera en relación con el Alza­
miento pueda deducirse mejor de las numerosas citas suyas aparecidas en
capítulos anteriores.
En una interesantísima y olvidada carta, Alejandro Lerroux (documen­
to 203) establece el carácter popular del Movimiento, a quien un diario
gallego llamó, con cabal acierto desde los primeros días, movimiento cívico-
militar (237). Es también muy interesante la opinión de Clara Campoamor
(documento 204). Los documentos 205 y 206 simbolizan dramáticamente el
desgarramiento íntimo de muchas familias españolas y de bastantes per­
sonas que se sentían vinculadas a los dos bandos por encima de las trin­
cheras. El símbolo es aquí Manuel Pórtela, a quien sus antecedentes ma­
sónicos impidieron una entrada, sinceramente pedida, en la España Na­
cional.
Muy importantes las consideraciones del general González de Mendoza
(documento 207), por lo que tienen de reflejo de la ideología de los ofi­
ciales que hicieron la guerra, y por sus atinadas apreciaciones acerca de la
posible discontinuidad generacional. Juan Ignacio Lúea de Tena (documen­
to 208) explica las razones del Movimiento, con una óptica histórica equi­
valente a la de la Carta episcopal Colectiva, en un amplio y luminoso
artículo difundido entonces en América y que se publica ahora por primera
vez en España. Para culminar los testimonios de los protagonistas, nada
mejor que las conclusiones del ya citado Dictamen de Burgos (docu­
mento 209).

DOCUMENTO 195

EL MANIFIESTO DEL GENERAL FRANCISCO FRANCO (238)

“¡Españoles! A cuantos sentís el santo nombre de España, a los que en


las filas del Ejército y la Armada habéis hecho profesión de fe en el servicio
de la Patria, a cuantos jurasteis defenderla de sus enemigos hasta perder la
vida, la nación os llama a su defensa. La situación en España es cada día
más crítica; la anarquía reina en la mayoría de los campos y pueblos; auto­
ridades de nombramiento gubernativo presiden, cuando no fomentan, las re­
vueltas; a tiro de pistola y ametralladoras se dirimen las diferencias entre los
asesinos que alevosa y traidoramente os asesinan, sin que los poderes públi­
cos impongan la paz y la justicia. Huelgas revolucionarias de todo orden
paralizan la vida de la población arruinando y destruyendo sus fuentes de
riqueza y creando una situación de hambre que lanzará a la desesperación
a los hombres trabajadores. Los monumentos y tesoros artísticos son objeto
de los más enconados ataques de las hordas revolucionarias, obedeciendo a

660
la consigna que reciben de las directivas extranjeras, con la complicidad y
negligencia de los gobernadores de monterilla. Los más graves delitos se co­
meten en las ciudades y en los campos, mientras las fuerzas de orden público
permanecen acuarteladas, corroídas por la desesperación que provoca una
obediencia ciega a gobernantes que intentan deshonrarles. El Ejército, la
Marina y demás institutos armados son blanco de los más soeces y calum­
niosos ataques, precisamente por parte de aquellos que debían velar por su
prestigio, y, entretanto, los estados de excepción y de alarma sólo sirven para
amordazar al pueblo y que España ignore lo que sucede fuera de las puertas
de sus villas y ciudades, así como también para encarcelar a los pretendidos
adversarios políticos.
La Constitución, por todos suspendida y vulnerada, sufre un eclipse total;
ni igualdad ante la ley; ni libertad, aherrojada por la tiranía; ni fraternidad,
cuando el odio y el crimen han sustituido el mutuo respeto; ni unidad de la
Patria, amenazada por el desgarramiento territorial, más que por regionalis­
mos que los Poderes públicos fomentan; ni integridad ni defensa de nuestra fron­
tera, cuando en el corazón de España se escuchan las emisoras extranjeras anun­
ciar la destrucción y reparto de nuestro suelo. La Magistratura, cuya inde­
pendencia garantiza la Constitución, sufre igualmente persecuciones y los más
duros ataques a su independencia. Pactos electorales, hechos a costa de la
integridad de la propia Patria, unidos a los asaltos a Gobiernos Civiles y
cajas fuertes para falsear las actas formaron la máscara de legalidad que nos
presidía.
Nada contuvo las apetencias del Gobierno: destitución ilegal del modera­
dor, glorificación de las revoluciones de Asturias y Cataluña, una y otra
quebrantadora de la Constitución, que en nombre del pueblo era el Código
fundamental de nuestras instituciones.
Al espíritu revolucionario e inconsciente de las masas, engañadas y ex­
plotadas por los agentes soviéticos, se ocultan las sangrientas realidades de
aquel régimen que sacrificó para su existencia 25.000.000 de personas, se
unen la molicie y negligencia de autoridades de todas clases que, amparadas
en un Poder claudicante, carecen de autoridad y prestigio para imponer el
orden en el imperio de la libertad y de la justicia.
¿Es que se puede consentir un día más el vergonzoso espectáculo que
estamos dando al mundo? ¿Es que podemos abandonar a España a los ene­
migos de la Patria, con proceder cobarde y traidor, entregándola sin lucha y
sin resistencia?
¡Eso, no! Que lo hagan los traidores; pero no lo haremos quienes juramos
defenderla.
Justicia, igualdad ante las leyes, ofrecemos.
Paz y amor entre los españoles; libertad y fraternidad, exenta de liberti­
najes y tiranías.
Trabajo para todos, justicia social, llevada a cabo sin encono ni violen­
cia y una equitativa y progresiva distribución de riqueza, sin destruir ni
poner en peligro la economía española.
Pero, frente a esto, una guerra sin cuartel a los explotadores de la polí-

661
tica, a los engañadores del obrero honrado, a los extranjeros y a los extran­
jerizantes, que, directa o solapadamente, intentan destruir a España.
En estos momentos es España entera la que se levanta pidiendo paz,
fraternidad y justicia; en todas las regiones el Ejército, la Marina y fuerzas
de Orden Público se lanzan a defender la Patria.
La energía en el sostenimiento del orden estará en proporción a la mag­
nitud de la resistencia que se ofrezca.
Nuestro impulso no se determina por la defensa de unos intereses bas­
tardos ni por el deseo de retroceder en el camino de la Historia, porque
las instituciones, sea cuales fuesen, deben garantizar un mínimo de conviven­
cia entre los ciudadanos, que, no obstante las ilusiones puestas por tantos
españoles, se han visto defraudadas pese a toda la transigencia y compren­
sión de todos los organismos nacionales, con una respuesta anárquica cuya
realidad es imponderable.
Como la pureza de nuestras intenciones nos impide el yugular aquellas
conquistas que representan un avance en el mejoramiento político social, el
espíritu de odio y venganza no tiene albergue en nuestro pecho; del forzoso
naufragio que sufrirán algunos ensayos legislativos, sabremos salvar cuanto
sea compatible con la paz interior de España y su anhelada grandeza, ha­
ciendo reales en nuestra Patria, por primera vez y en este orden, la trilogía,
fraternidad, libertad e igualdad.
Españoles: ¡¡¡Viva España!!! ¡¡¡Viva el honrado pueblo español!!!
Tetuán, 17 de julio de 1936.’*

DOCUMENTO 196

LA EVIDENCIA DE LA DIPLOMACIA ALEMANA (239) (’)

Le consulat á Tétouan, au ministére des Affaires étrangéres.


N.° 7 du 24 juillet. Télégramme.
Tánger, le 24 juillet 1936, 16 h. 15.
Regu: le 24 juillet, 20 h. 05.
Suite au télégramme du 23, n.° 6.
Au cours de mon entretien d’aujourd’hui avec le général Franco, j’ai
remis á ce demier notre protestation écrite contre la saisie et l’emploi d’avions
allemands.
Franco m’a promis liberté de mouvement et protection de tous les
quartiers allemands en cas de danger. II a ajouté:

1 La colección de documentos de la que se ha tomado el 196, cuya referencia biblio­


gráfica damos en la nota 239, se ha publicado en varias versiones oficiales. Elegimos la
francesa por estar redactada en el idioma más accesible al público español.

662
Le soulévement nationaliste avait été indispensable pour prévenir la
dictature soviétique projetée. L’avance en Espagne avait été ralentie du fait
de résistances inattendues.
Le gouvemement nationaliste, sous la direction du général Cabanellas,
s’était installé á Burgos. Les provinces de Málaga, d’Almería, de Valence, de
Catalogue, de Huelva étaient encore entre les mains de l’ancien gouvemement.
Dans les deux premieres, la situation était extrémement confuse.
La France avait pro mis au gouvemement de Madrid 25 avions et 12.000
bombes. Des négociations étaient en cours pour empécher cette foumiture.
Le général considere que la situation est favorable.
Wegener
Le chargé d’affaires á Lisbonne au ministére des Affaires étrangéres.
N.° 51 du 24 juilliet. Télégramme.
Lisbonne, le 24 juillet 1936, 20 h. 45.
Regu: le 24 juillet, 22 h. 45.
Le représentant du consortium allemand de l’industrie de l’air, Grote, m’a
prié de transmettre ce qui suit: “Pour Killinger. Le marquis Quintanar m’a
demandé aujourd’hui, au nom du quartier général á Burgos du gouvemement
militaire espagnol, si nous serions préts á livrer rapidement du matériel.
J’estime que nous devrions répondre par l’affirmative, nette des Forigine.
L’Italie sympathise sans réserve avec les rebelles et cherche á les aider autant
qu’elle le peut dans leur lutte. La presse prend généralement parti pour les
rebelles, et il n’est guére possible de douter que l’Italie leur foumisse des armes
et des munitions: j’apprends que des hommes sélectionnés, parmi lesquels des
i
officiers de la milice, sont partis en Espagne comme volontaires.
i
Si ici Fon prend la situation tellement au sérieux, c’est qu’on estime
qu’une victoire éventuelle du gouvemement en Espagne équivaudrait á une
) victoire du communisme, — solution que des raisons idéologiques suffisent á
rendre odíense á l’Italie, mais que des raisons politiques rendent, á l’Italie
précisément, indésirable au plus haut point, étant donnés, pense-t-on, que cette
solution aménerait en définitive un renforcement de la position de la France
et de la Russie en Méditerranée aux dépens de l’Italie. En outre, on craint que
le bolchevisme, une fois qu’il aura pris pied en Espagne, ne se propage au-delá
des frontiéres de ce pays.
Si, d’aprés ce qui précéde, l’Italie souhaite ardemment la victoire des
rebelles, elle s’efforce, d’autre part, de ne pas envenimer la situation interna-
tionale. C’est ce qui explique son attitude dans la question de l’accord de non-
immixtion proposé par la France. On est persuadé qu’une fois l’accord signé,
les livraisons d’armes italiennes ne seront plus possibles, par opposition aux
livraisons fran^aises, difficiles á contróler, et on se sent alors défavorisé par rap-
port á la France, dont on se méfie. Pourtant, on ne voudrait pas étre celui
i
qui fait obstacle á l’accord. C’est pourquoi il est vraisemblable que l’Italie signe-
ra également un accord de non-immixtion. Elle cherche toutefois á en différer la
conclusión pour pouvoir continuer le plus longtemps possible á fournir des
armes au général Franco. D’oü les questions incidentes et les contreprojets

663
que vous connaissez et qui ont naturellement pour but, dans Thypothese de la
conclusión d’un accord, d’empécher avant tout le plus possible la France et
la Russie de poursuivre leur aide au partí gouvernemental.
On se plaint amérement ici de l’attitude anglaise. Selon les renseignements
que me sont parvenus de source süre, le comte Ciano aurait déclaré que le
Foreign Office croyait que le gouvernement espagnol, s’il était victorieux, était
capable de maiitriser le communisme. L’Angleterre commettait vis-á-vis de
l’Espagne la méme faute que Kerenski en son temps vis-á-vis de la Russie.
En outre, il n’était pas possible d’extirper du cerveau des Anglais le soup^on
que Tltalie et le general Franco étaient convenus ensemble de cessions de
territoire...

DOCUMENTO 197

EL IMPULSO DE FRANCO EN UN TESTIMONIO ITALIANO (240)

“Abbasso il parlamento! Viva la Falangi spagnole! Viva la Spagna!”, ed


é fatta allontanare a sassate. In tutta la Spagna gli animi sono tesi: a Madrid
lo sciopero degli edili determina conflitti con morti e feriti; a Barcellona lo
sciopero degli addetti ai trasporti industriali da luogo ad attentati agí i edifici
con esplosione di diverse bombe. Indalecio Prieto sul giornale di Bilbao El
Liberal augura che si scateni finalmente la lotta aperta coi partiti di destra e
dichiara che le masse popolari sono pronte all’auspicata battaglia. E provato
che tanto a Madrid quanto a Barcellona e in vari altri centri, sono State
distribuite armi agli iscritti ale varié sezioni dei partiti sowersivi e che addivene
a una mobilitazione parziale degli elementi di sinistra alio scopo “di difendere
la Repubblica” che, si asserisce, é minaciata.
Nel fatto, la situazione spagnola é matura per gli estremi awenimenti. II
genérale Franco, che il Frente Popular ha esiliato alie Canarie ma al quale

’ Gil Robles, autorevole capo della CEDA. (Concentración Española de Dere­


chas Autónomas) entró a far parte del Ministero Lerroux come ministro della Guerra
e vicepresidente della Repubblica il 6 maggio 1935. Egli ebbe la chiara visione della
necessitá, per la salvezza della Spagna, di ricostituire l’Esercito lasciato in abbandono,
anzi demolito, dai vari governi repubblicani succedutisi al potere. Per raggiungere
questo scopo affidó al generale Francisco Franco Baamonde, che in quel tempo co-
mandava le truppe del Marocco, la carica di Capo dello Stato Maggiore generale.
Sottosegretario alia Guerra era il generale Fanjul. Direttore generale dell’aeronautica
era il generale Goded. Si inizió cosí un periodo di prometiente attivitá per la ricostru-
zione materiale e morale dell’Esercito spagnolo. Vennero richiamati in servizio ufficiali
sacrificati dai precedenti governi e allontanati invece —in seguito a regolari procedure—
ufficiali non degni. Fra questi ultimi incontriamo un nome, quello del generale Miaja!
Ma é questione di pochi mesi: il 9 dicembre Gil Robles é costretto a lasciare il Ministero
della Guerra. A questo dicastero si succedono il generale Molero (Presidente: Pórtela
Valladares) e il generale Masquelet (Presidente Azaña: 19 febbraio 1936, ossia dopo
le elezioni che il giorno 16 hanno data la vittoria al Frente Popular). La piazza trionfa.
II generale Franco propone adeguate misure per la salvaguardia dell’ordine pubblico.
Ma il nuovo Govemo non teme la rivoluzione e si sbarazza di lui inviandolo alie
Canarie e del generale Goded destinándolo alie Baleari.

664
guarda la parte migliore della Spagna per il prestigio che gode (egli é il piü
giovane generale dell’Esercito, l’eroe, il riconquistatore del Marocco), ha scritto
al ministro della Guerra Casares Quiroga per informarlo delle ripercussioni
che lo stato d’illegalitá in cui sempre piü sprofonda la Spagna e le calunnie
e la diffamazione cui l’Esercito é fatto segno, hanno sulla disciplina militare.
Ora al grido di dolore che da ogni parte della Spagna si leva, il generale
Franco risponde e con lui quanto di meglio ha l’Esercito: Cabanellas, Queipo
de Llano, Mola, che si trovan© rispettivamente a Siviglia, a Saragozza, a
Pamplona; Yagüe a Tetuán...
La rivolta covava giá da varié settimane; ma la preparazione era stata
resa lenta e difficile dalla sorveglianza alia quale gli ufficiali sospetti si tro-
vavano sottoposti da parte dei funzionari fedeli al govemo. Mola e Caba­
nellas avevano potuto mantenere i contatti grazie alia devozione eroica di
due intrepide signorine che, facendo la spola tra Siviglia e Saragozza, avevano
servito loro da agenti di collegamento. Piü tardi Franco doveva dichiarare a
un giomalista italiano: “L’Esercito non aveva avuto tempo di preparare a
dovere l’impresa, perché l’imminenza della proclamazione dello Stato sovié­
tico ci aveva obbligati ad agire anzitempo. Non potevamo permettere ai sovieti
di anticiparsi a noi.
“La situazione di per se stessa, diventó disastrosa dopo il trionfo del
Fronte Popolare nelle sue elezioni del febbraio. Tutto ció che nel passato
come nel presente rappresentava la grandezza, la nobiltá, la forza materiale
e morale della Spagna, fu eliminato a poco a poco. Un vero Govemo, nel
signifícate che si da a questa voce nelle Nazioni civili, non esisteva in Spa­
gna. Giomo per giorno, comunisti e anarchici imponevano la loro volontá,
la loro legge.
“La Spagna era sul punto di passare a un regime interamente soviético,
di diventare una semplice filíale del “Komintem”.
“In queste condizioni che cosa dovevamo fare noi soldati, generali, uffi­
ciali di tutti i gradi, capi dell’Esercito che sempre portammo nel cuore la
salute e i destini della Patria?
“Agire o moire con lei.
“Non avevamo altra via d’uscita.
“Sapevamo da fonte certa che i partiti piü avanzati, comunisti e anar­
chici, che per la prima volta nella nostra storia si erano strettamente uniti
nelle ultime elezioni, preparavano un atto di forza per installarsi ufficialmente,
definitivamente nel potere e per completare il loro dominio su tutto il Paese.
“E questo sarebbe stato il primo atto della conquista comunista.
Fu allora che decidemmo d’intervenire, sicuri che non soltanto tutto
l’Esercito, ma la grande maggioranza del Paese, gli elementi piü onesti e
piü sani, si sarebbero associati al nostro sforzo” ’.
Che l’Esercito fosse, per la necessitá d’affrettare i tempi, non del tutto
preparato alio sforzo che la situazione imponeva per salvare la Spagna, é
dimostrato da quanto Bertrand de Jouvenel afferma nel suo articolo La gue-

’ La Stampa, 28 febbraio 1937.

665
rre d’Espagne apparso nella Revue de Paris del 15 novembre 1936. Secondo
il de Jouvenel gli organizzatori dell’intervento militare sin dal 25 maggio
avevano diramato un piano che non prevedeva la collaborazione delle truppe
del Marocco con quelle della Penisola, ma s’imperniava sul rápido arrivo di
tre colonne alie porte di Madrid e sulla sollevazione della guarnigione della
Capitale. La riuscita dell’impresa era per l’appunto legata a quella di tale
sollevazione. Ma il piano fu poi radicalmente mutato, probabilmente, secondo
opina il de Jouvenel, per intervento di Franco. II 24 giugno furono diramate
le nuove istruzioni che prevedevano la sbarco a Malaga e ad Algeciras di
due colonne provenienti dal Marocco dopo finte di sbarco a Valenza e a
Cadice. “Tutte le forze del Marocco” continua il de Jouvenel “saranno agli
ordini d’un capo che gode d’un prestigio immenso e che si rivelerá quando
sia giunto il momento. Questo capo é Franco, governatore militare delle isole
Canarie nel periodo in cui si prepara l’insurrezione. Nell’attesa il colonnello
Yagüe fa sul posto tutti preparativi utili. II 14 luglio egli si dichiara pronto.
Giá il piano di campagna ha preso la sua forma definitiva: marcia rapida
su Madrid della 5a, 6a e 7a divisione che devono arrivare alie porte della
cittá e levare dietro di sé volontari in tutto il Nord della Spagna. Neutra-
lizzazione della Catalogna, presunta ostile, da parte della 4a e parzialmente
della 3a divisione. Neutralizzazione delle Asturie presunte ostili, da parte
dell’8a divisione. Infine, intervento decisivo fornito dalle truppe del Marocco,
sbarco a Malaga e al Algeciras sotto la protezione degli elementi navali della
base di Cadice e marcianti su Madrid, probabilmente per Linares e Valde­
peñas”.

DOCUMENTO 198

LA CONCIENCIA INICIAL DE LOS JEFES DEL ALZAMIENTO (241)

El movimiento patriótico salvador de España. Información radiada. El


ilustre Presidente de la Junta de Defensa Nacional, excelentísimo señor Ge­
< neral don Miguel Cabanellas, define desde Zamora el gesto del Ejército di­
ciendo: “Esto no es un movimiento militar, sino un movimiento nacional po­
-
pular.” “La victoria está descontada y no se hará esperar muchas horas.”
La columna de Galicia que opera en Asturias avanza en dirección de Cas-
tropol. Desde el “Almirante Cervera” se ha bombardeado eficazmente a las
concentraciones rojas de Gijón. Un avance de la columna de Ponte hace huir
a los marxistas, dejando en nuestro poder ametralladoras, fusiles y pistolas.
¿Está Martínez Barrio gestionando un pacto que permita terminar el de­
rramamiento de sangre? El movimiento de la guarnición de Valencia, secunda­
do en Castellón y en Alicante. Parece que están cortadas las comunicaciones
entre Valencia y Madrid. Por las fronteras huyen los diputados socialistas.
Un discurso del General Cabanellas (Zamora). Ayer por la tarde llegó
a esta ciudad don Miguel Cabanellas, presidente de la Junta de Defensa Na-

666
cional de España, acompañado del Inspector General de la Guardia Civil,
don Federico de la Cruz, y sus ayudantes.
Después de almorzar se trasladó al Gobierno Civil, donde le cumplimen­
taron las autoridades y el ex Ministro don José María Cid.
En el despacho del Gobernador, el General Cabanellas pronunció un
breve discurso, diciendo:
“Españoles: traigo un saludo cordial de todas las regiones que he tenido
ocasión de recorrer. El entusiasmo en estos sitios existe con la misma es­
plendidez que en Zamora. Puedo afirmar que todos los españoles estamos
unidos. No sólo en el Ejército, sino todos los españoles. Porque esto no es un
levantamiento militar, sino un movimiento nacional popular.
La Guardia Civil de Valencia, al ser enviada contra nuestro frente en
Aragón, se suma al movimiento patriótico.
Pérez Farrás, que mandaba las fuerzas marxistas, a la vista de nuestros
soldados y las salvas de nuestra artillería, huye con sus milicias socialistas y
separatistas, claudicadas y vencidas.
No trato de engañaros, porque mi honor y mi dignidad me lo impedirían.
Estamos ante una España nueva, en la que se compaginan los sentimien­
tos de propiedad y religión, tan arraigados en nuestra Patria, y una orienta­
ción social prometedora para el obrero.
Por España, para España. ¡Viva España!”
Las últimas palabras del General fueron ovacionadas.
El General tuvo que salir al balcón principal del edificio del Gobierno
para corresponder a las muestras de entusiasmo de la ciudad zamorana, que
puede decirse se sumó en masa al recibimiento hecho al Presidente de la
Junta de Defensa Nacional, pues incluso el comercio cerró sus puertas.
Fuerzas de Falange, Seguridad, Asalto y Guardia Civil rindieron hono­
res al General a la salida del Gobierno Civil.
Después se trasladó al estudio de Radio Zamora y dirigió a la población
breves palabras, después de unas frases de presentación a cargo del Presi­
dente de la Diputación Provincial.
El General dijo:
“Zamoranos: vengo de Navarra, Valladolid, Palencia y Burgos, y en to­
das estas poblaciones he recogido un gran entusiasmo patriótico que levanta
el espíritu de la nación.
También Aragón se ha sumado con entusiasmo al movimiento salvador
de España.
De Norte a Sur, nuestras columnas avanzan al mando de los Generales
Mola y Franco.
La victoria está descontada y no se hará esperar muchas horas.”
Añadió el General Cabanellas que “no se trata de un movimiento mili­
tar, sino nacional y popular. Estamos dispuestos a desligar nuestro país de
la tiranía de otras naciones extranjeras, distintas en mentalidad e ideología
a la nuestra.

667
Ha caído mucha sangre. Pero aquellos muertos viven y mandan en los
que estamos al servicio de España.”
Terminó diciendo que “todo por España y para España.”
La multitud congregada frente al estudio de Radio Zamora, donde se ha­
bían instalado potentes altavoces, acogió con una gran ovación las palabras
del General Cabanellas.
Seguidamente, el General Cabanellas marchó en automóvil con dirección
a León, desde cuya emisora dirigirá un alocución a aquel vecindario.
Información de Pamplona. El General Mola afirma que para el día 29
estaba preparado un movimiento comunista que hubiera destruido a España.
Las columnas que operan en Guipúzcoa se disponen a emprender un ritmo
vigoroso en su avance sobre San Sebastián. Una muestra del entusiasmo pa­
triótico existente en Navarra: la suscripción para las fuerzas alcanza medio
millón de pesetas.
Pamplona 31. (Por teléfono.) Esta mañana ha llegado a Pamplona el
General Mola, que ha aprovechado su estancia en la capital navarra para
visitar los cuarteles y centros políticos que han movilizado tantos valientes
voluntarios en defensa de la Patria, y al mismo tiempo a exponer la actual
situación de las operaciones, que pronto han de desembocar en el triunfo
apetecido.
El paso del General Mola por las calles de la población ha sido acogido
con entusiastas aplausos, así como cuando ha hecho su aparición en los bal­
cones del Centro Tradicionalista y de Falange Española.
Entre otras cosas, ha dicho el General Mola que por su honor podía ase­
gurar que para el día 29 del actual estaba planeado el movimiento comu­
nista en España, en proporciones tan arrolladoras, que dicha fecha, de no
haberse adelantado el alzamiento patriótico, hubiese sido la señal de que Es­
paña perecía totalmente a manos del movimiento soviético.
Ha dicho también el General que necesitaría más de una hora para refe­
rir las monstruosidades cometidas estos días por los elementos del Frente
Popular, y que para dar una idea de este estado caótico citaba unos ejemplos.
En un pueblo, el Frente Popular había detenido en la iglesia a un gran
número de fieles, prendiendo luego fuego al templo, sin dejar salir a nin­
I guno de los que allí se encontraban.
= El General Mola ha comido en el Hotel “La Perla”, y a las tres y media
de la tarde ha marchado en avión a Burgos.

DOCUMENTO 199

EL TRASCENDENTAL ACUERDO ENTRE LOS TRADICIONALISTAS


Y EL GENERAL MOLA (242)

“La Comunión Tradicionalista se suma con todas sus fuerzas en toda Es­
paña al movimiento militar por la salvación de la patria, supuesto que el ex*

668
celentísimo señor General Director acepta como programa de Gobierno el
que en líneas generales se contiene en la carta dirigida al mismo por el exce­
lentísimo señor General Sanjurjo, de fecha 9 último, lo que firmamos con la
representación que nos compete.
San Juan de Luz, 14 de junio de 1936.—Firmado: Javier de Borbón Parma,
Manuel Fal Conde.”

“Me comprometo a seguir las instrucciones que en su día dé, como Pre­
sidente del Gobierno, el General Sanjurjo.—Emilio Mola.”

DOCUMENTOS 200, 201 y 202

TRES TESTIMONIOS DE JOSE ANTONIO PRIMO DE RIVERA


(243, 244 y 245)

DOCUMENTO 200 (243)

Carta a los militares de España.

I. Ante la invasión de los bárbaros


¿Habrá todavía entre vosotros —soldados, oficiales españoles de Tierra,
Mar y aire— quien proclame la indiferencia de los militares por la política?
Esto pudo y debió decirse cuando la política se desarrollaba entre partidos.
No era la espada militar la llamada a decidir sus pugnas, por otra parte
harto mediocres. Pero hoy no nos hallamos en presencia de una pugna in­
terior. Está en litigio la existencia misma de España como entidad y como
unidad. El riesgo de ahora es exactamente equiparable al de una invasión
extranjera. Y esto no es una figura retórica; la extranjería del movimiento
que pone cerco a España se denuncia por sus consignas, por sus gritos, por
sus propósitos, por su sentido.
Las consignas vienen de fuera, de Moscú. Ved cómo rigen exactas en
diversos pueblos. Ved cómo en Francia, conforme a las órdenes soviéticas,
se ha formado el Frente Popular sobre la misma pauta que en España. Ved

1 (La simple confrontación de fechas de estos documentos con otros anteriores y pos­
teriores hace imprescindible una investigación sobre autenticidad que no hemos visto aún
en las colecciones oficiales españolas. El documento 201 es auténtico por evidencia exter­
na e interna. El 202 es verosímilmente auténtico. En cambio, tengo serias dudas sobre la
autenticidad del número 200. Muestra una tendencia demasiado definida, demasiado pa­
ralela al que, con toda razón, recusa Manuel Aznar, a pesar de que también está incluido
en las colecciones oficiales. Esperemos una investigación definitiva que, por hoy, no existe.
Aun en los documentos que creemos auténticos o verosímiles, esa investigación es impres­
cindible para depurar posibles interpolaciones, como quizá suceda en el documento 201.

669
cómo aquí —según anunciaron los que conocen estos manejos— ha habido
una tregua hasta la fecha precisa en que terminaron las elecciones francesas,
y cómo el mismo día en que los disturbios de España ya no iban a influir
en la decisión de los electores franceses, se han reanudado los incendios y
las matanzas.
Los gritos los habéis escuchado por las calles: no sólo el “¡Viva Rusia!”
y el “¡Rusia, sí; España, no!”, sino hasta el desgarrado y monstruoso “¡Mue­
ra España!” (Por gritar “¡Muera España!” no ha sido castigado nadie hasta
ahora; en cambio, por gritar “¡Viva España!” o “¡Arriba España!” hay cen­
tenares de encarcelados.) Si esta espeluznante verdad no fuera del dominio
de todos, se resistiría uno a escribirla, por temor a pasar por embustero.
Los propósitos de la revolución son bien claros. La Agrupación Socialista
de Madrid, en el programa oficial que ha redactado, reclama para las regio­
nes y las colonias un ilimitado derecho de autodeterminación, que incluso
las lleve a pronunciarse por la independencia.
El sentido del movimiento que lanza es radicalmente antiespañol. Es ene­
migo de la Patria. (Claridad, el órgano socialista, se burlaba de Indalecio
Prieto porque pronunció un discurso patriótico.) Menosprecia la honra, al
fomentar la prostitución colectiva de las jóvenes obreras en esos festejos
campestres donde se cultiva todo impudor; socava la familia, suplantada en
Rusia por el amor libre, por los comedores colectivos, por la facilidad para
el divorcio y para el aborto (“No habéis oído gritar a muchachas españolas
estos días: “¡Hijos, sí; maridos, no!”?), y reniega del honor, que informó
siempre los hechos españoles, aun en los medios más humildes; hoy se ha
enseñoreado de España toda villanía; se mata a la gente cobardemente, ciento
contra uno; se falsifica la verdad por las autoridades; se injuria desde inmun­
dos libelos y se tapa la boca a los injuriados para que no se puedan defen­
der; se premian la traición y la soplonería...
¿Es esto España? ¿Es esto el pueblo de España? Se dijera que vivimos
una pesadilla o que el antiguo pueblo español (sereno, valeroso, generoso)
ha sido sustituido por una plebe frenética, degenerada, drogada con folletos
de literatura comunista. Sólo en los peores momentos del siglo xix conoció
nuestro pueblo horas parecidas, sin la intensidad de ahora. Los autores de
los incendios de iglesias que están produciéndose en estos instantes alegan
como justificación la especie de que las monjas han repartido entre los niños
de obreros caramelos envenenados. ¿A qué páginas de esperpento, a qué
España pintada con chafarrinones de bermellón y de tizne hay que remon­
tarse para hallar otra turba que preste acogida a semejante rumor de zoco?

II. El Ejército, salvaguardia de lo permanente


Sí; si sólo se disputara el predominio de éste o del otro partido, el Ejér­
cito cumpliría con su deber quedándose en sus cuarteles. Pero hoy estamos
en vísperas de la fecha, ¡pensadlo, militares españoles!, en que España puede
dejar de existir. Sencillamente: si por una adhesión a lo formulario del deber
permanecéis neutrales en el pugilato de estas horas, podréis encontraros de
la noche a la mañana con que lo sustantivo, lo permanente de España que

Ó70

J
i
servíais, ha desaparecido. Este es el límite de vuestra neutralidad: la subsis­
tencia de lo permanente, de lo esencial, de aquello que pueda sobrevivir a la
varia suerte de los partidos. Cuando lo permanente mismo peligra, ya no
tenéis derecho a ser neutrales. Entonces ha sonado la hora en que vuestras
armas tienen que entrar en juego para poner a salvo los valores fundamen­
tales, sin los que es vano simulacro la disciplina. Y siempre ha sido así: la
última partida es siempre la partida de las armas. A última hora —ha dicho
Spengler— siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado la ci­
vilización.
La mayor tristeza en la historia reciente del Ejército ruso se escribió el
día en que sus oficiales se presentaron, cada cual con un lacito rojo, a las
autoridades revolucionarias. Poco después cada oficial era mediatizado, al
frente de sus tropas, por un “Delegado político” comunista, y muchos, algo
más tarde, pasados por las armas. Por aquella claudicación de los militares
moscovitas, Rusia dejó de pertenecer a la civilización europea. ¿Queréis la
misma suerte para España?

III. Una gran tarea nacional


Tendríais derecho a haceros los sordos si se os llamara para que cobi­
jaseis con vuestra fuerza una nueva política reaccionaria. Es de esperar que
no queden insensatos todavía que aspiren a desperdiciar una nueva ocasión
histórica (la última) en provecho de mezquinos intereses. Y si los hubiera,
caería sobre ellos todo vuestro rigor y nuestro rigor. No puede invocarse al
supremo honor del Ejército, ni señalar la hora trágica y solemne de quebran­
tar la letra de las Ordenanzas para que todo quedase en el refuerzo de una
organización económica en gran número de aspectos. La bandera de lo
nacional no se tremola para encubrir la mercancía del hambre. Millones de
españoles la padecen y es de primera urgencia remediarla. Para ello habrá
que lanzar a toda máquina la gran tarea de la reconstrucción nacional. Habrá
que llamar a todos orgánicamente, ordenadamente, al goce de lo que España
produce y puede producir. Ello implicará sacrificios en la parva vida espa­
ñola. Pero vosotros —templados en la religión del servicio y del sacrificio—
y nosotros —que hemos impuesto voluntariamente a nuestra vida un sentido
ascético y militar— enseñaremos a todos a soportar el sacrificio con cara
alegre. Con la cara alegre del que sabe que, a costa de algunas renuncias en
lo material, salva el acervo eterno de los principios que llevó a medio mundo,
en su misión universal, España.

IV. Ha sonado la hora


Ojalá supieran estas palabras expresar en toda su gravedad el valor su­
premo de las horas en que vivimos. Acaso no las haya pasado más graves,
en lo moderno, otro pueblo alguno, fuera de Rusia. En las demás naciones
el Estado no estaba aún en manos de traidores. En España, sí. Los actuales
fiduciarios del Frente Popular, obedientes a un plan trazado fuera, descar­
nan de modo sistemático cuanto en la vida española pudiera ofrecer resisten-

671
cia a la invasión de los bárbaros. Lo sabéis vosotros, soldados españoles del
Ejército, de la Marina, de la Aviación, de la Guardia Civil, de los Cuerpos
de Seguridad y Asalto, despojados de los mandos que ejercíais por sospe­
cha de que no ibais a prestaros a la última traición. Lo sabemos nosotros,
encarcelados a millares sin procesos y vejados en nuestras casas por el abuso
de un poder policíaco desmedido que hurgó en nuestros papeles, inquietó
nuestros hogares, desorganizó nuestra existencia de ciudadanos libres y clau­
suró los centros abiertos con arreglo a las leyes, según proclama la senten­
cia de un Tribunal que ha tachado la indigna censura gubernativa. No se
nos persigue por incidentes más o menos duros de la diaria lucha en que
todos vivimos; se nos persigue —como a vosotros— porque se sabe que
estamos dispuestos a cerrar el paso a la horda roja destinada a destruir a
España. Mientras los semiseñoritos viciosos de las milicias socialistas reme­
dan desfiles marciales con sus camisas rojas, nuestras camisas azules, bor­
dadas con las flechas y el yugo de los grandes días, son secuestradas por los
esbirros de Casares y sus poncios. Se nos persigue porque somos —como
vosotros— los aguafiestas del regocijo con que, por orden de Moscú, se
pretende disgregar a España en repúblicas soviéticas independientes. Pero
esta misma suerte que nos une en la adversidad tiene que unimos en la
gran empresa. Sin vuestra fuerza —soldados— nos será titánicamente difí­
cil triunfar en la lucha. Con vuestra fuerza claudicante, es seguro que triunfe
el enemigo. Medid vuestra terrible responsabilidad. El que España siga sien­
do depende de vosotros. Ved si esto no os obliga a pasar sobre los Jefes
vendidos o cobardes, a sobreponeros a vacilaciones y peligros. El enemigo,
cauto, especula con vuestra indecisión. Cada día gana unos cuantos pasos.
Cuidad de que al llegar el momento inaplazable no estéis ya paralizados por
la insidiosa red que alrededor se os teje. Sacudid desde ahora mismo sus li­
gaduras. Formad desde ahora mismo una unión firmísima, sin esperar a que
entren en ella los vacilantes. Jurad por vuestro honor que no dejaréis sin
respuesta el toque de guerra que se avecina.
Cuando hereden vuestros hijos los uniformes que ostentáis, heredarán
con ellos:
O la vergüenza de decir: “Cuando vuestro padre vestía este uniforme
dejó de existir lo que fue España.”
I O el orgullo de recordar: “España no se nos hundió porque mi padre
y sus hermanos de armas la salvaron en el momento decisivo.” Si así lo
hacéis, como dice la fórmula antigua del juramento, que Dios os lo premie;
y si no, que os lo demande.
¡ARRIBA ESPAÑA!

672
DOCUMENTO 201 (244)

A todas las Jefaturas Territoriales y Provinciales.

Urgente e importantísimo
Ha llegado a conocimiento del Jefe nacional la pluralidad de maquina­
ciones en favor de más o menos confusos movimientos subversivos que es­
tán desarrollándose en diversas provincias de España.
La mayor parte de los Jefes de nuestras organizaciones, como era de
esperar, han puesto en conocimiento del mando cuantas proposiciones se
Ies han hecho, y se han limitado a cumplir en la actuación política las ins­
trucciones del propio mando. Pero algunos, llevados de un exceso de celo
o de una peligrosa ingenuidad, se han precipitado a dibujar planos de actua­
ción local y a comprometer la participación de los camaradas en determi­
nados planes políticos.
Las más de las veces tal actitud de los camaradas de provincias se ha
basado en la fe que les merecía la condición militar de quienes les invitaban
a la conspiración. Esto exige poner las cosas un poco en claro.
El respeto y el fervor de la Falange hacia el Ejército están proclamados
con tal reiteración, que no necesitan ahora de ponderaciones. Desde los
27 puntos doctrinales se ha dicho cómo es aspiración nuestra que, a imagen
del Ejército, informe un sentido militar de la vida toda la existencia española.
Por otra parte, en ocasiones memorables y recientes, el Ejército ha visto
compartidos sus peligros por camaradas nuestros.
Pero la admiración y estimación profunda por el Ejército como órgano
esencial de la Patria no implica la conformidad con cada uno de los pensa­
mientos, palabras y proyectos que cada militar o grupo de militares pueda
profesar, proferir o acariciar. Especialmente en política, la Falange —que
detesta la adulación porque la considera como un último menosprecio para
¡ el adulado— no se considera menos preparada que el promedio de los mili­
I
tares. La formación política de los militares suele estar llena de la más noble
i ingenuidad. El apartamiento que el Ejército se ha impuesto a sí mismo de la
política ha llegado a colocar a los x militares, generalmente, en un estado de
indefensión dialéctica contra los charlatanes y los trepadores de los partidos.
Es corriente que un político mediocre gane gran predicamento entre mili­
tares sin más que manejar impúdicamente algunos de los conceptos de más
hondo arraigo en el alma militar.
De aquí que los proyectos políticos de los militares (salvo, naturalmen­
te, los que se elaboran por una minoría muy preparada que en el Ejército
existe) no suelen estar adornados por el acierto. Esos proyectos arrancan
casi siempre de un error inicial: el de creer que los males de España res­
ponden a simples desarreglos de orden interior y desembocan en la entrega
del Poder a los antes aludidos, charlatanes faltos de toda conciencia histó­
rica, de toda auténtica formación y de todo brío para la irrupción de la
Patria en las grandes rutas de su destino.

673
43
La participación de la Falange en uno de esos proyectos prematuros y
candorosos constituiría una gravísima responsabilidad y arrastraría su total
desaparición, aun en el caso de triunfo. Por este motivo: porque casi todos
los que cuentan con la Falange para tal género de empresas la consideran
no como un cuerpo total de doctrina, ni como una fuerza en camino para
asumir por entero la dirección del Estado, sino como un elemento auxiliar
de choque, como una especie de fuerza de asalto, de milicia juvenil, desti­
nada el día de mañana a desfilar ante los fantasmones encaramados en el
Poder.
Consideren todos los camaradas hasta qué punto es ofensivo para la
Falange el que se la proponga tomar parte como comparsa en un movi­
miento que no va a conducir a la implantación del Estado nacionalsindica-
lista, al alborear de la inmensa tarea de reconstrucción patria bosquejada
en nuestros 27 puntos, sino a reinstaurar una mediocridad burguesa conser­
vadora (de la que España ha conocido tan largas muestras), orlada, para
mayor escarnio, con el acompañamiento coreográfico de nuestras camisas
azules.
Como de seguro tal perspectiva no halaga a ningún buen militante, se
previene a todos por esta circular, de manera terminante y conminatoria,
lo siguiente:
1. Todo Jefe, cualquiera que sea su jerarquía, a quien un elemento
militar o civil invite a tomar parte en conspiración, levantamiento o cosa
análoga, se limitará a responder: “Que no puede tomar parte en nada, ni
permitir que sus camaradas la tomen, sin orden expresa del mando central,
y que, por consiguiente, si los órganos supremos de dirección del movimien­
to a que se les invita tienen interés en contar con la Falange, deben propo­
nerlo directamente al Jefe nacional y entenderse precisamente con él o con
la persona que él de modo expreso designe.”
2. Cualquier Jefe, sea la que sea su jerarquía, que concierte pactos
locales con elementos militares o civiles, sin orden expresa del Jefe nacional,
será fulminantemente expulsado de la Falange, y su expulsión se divulgará
por todos los medios disponibles.
3. Como el Jefe nacional quiere tener por sí mismo la seguridad del cum­
plimiento de la presente orden, encarga a todos los Jefes territoriales y pro­
vinciales que, con la máxima premura, le escriban a la prisión provincial de
Alicante, donde se encuentra, comunicándole su perfecto acatamiento a lo
que dispone esta circular y dándole relación detallada fie los pueblos a
cuyas J. O. N. S. se ha transmitido. Los Jefes territoriales y provinciales, al
dirigir tales cartas al Jefe nacional, no firmarán con sus nombres, sino sólo
con el de su provincia o provincias respectivas.
4. La demora de más de cinco días en el incumplimiento de estas ins­
trucciones, contados desde la fecha en que cada cual la reciba, será consi­
derada como falta grave contra los deberes de cooperación al Movimiento.
Madrid, 24 de junio de 1936.
¡Arriba España!

674
DOCUMENTO 202 (245)

A la primera línea de Madrid.

Prisión Provincial de Alicante, 29 de junio de 1936


Camaradas de la primera línea de Madrid: Desde esta nueva cárcel,
donde se cree encerrar el espíritu de la Falange teniéndome encerrado, os
envío, con el pensamiento en nuestra España y el brazo en alto, mi mejor
saludo nacionalsindicalista.
Si algo tiene de agobiante la prisión, por otra parte leve sacrificio al
lado del que tantos camaradas sufrieron, es el alejarme físicamente de nues­
tros peligros, de nuestros afanes. Pero estoy lejos en cuanto a la distancia
material; fuera de ella, no sólo en el ardor del espíritu, sino en una actividad
silenciosa que no descansa, estoy más cerca de vosotros que nunca.
Desde esta celda de una cárcel tuerzo sin descanso los hilos que llegan
a nuestros más lejanos camaradas.
Podéis estar seguros de que no se pierde un día, ni un minuto, en el
camino de nuestro deber. Aun en las horas que parecen tranquilas maquino
sin descanso el destino de nuestro próximo triunfo. No lo olvidéis, camara­
das de Madrid, en la hora de ocio forzado que acaso os traigan algunos
días, no caigáis en la tentación de emplearos en otra cosa que el adiestra­
miento para una misión no lejana y decisiva. Vuestro entusiasmo prefiere el
combate a su preparación; pero lo que se acerca es demasiado grande para
que lo arrostremos sin prepararlo. Mejorad vuestros métodos, acrecentad vues­
tra lucha en menesteres de lucha y redoblad vuestra fe en el mando. Ya sa­
béis que quien lleva con más orgullo que ningún distintivo las tres estrellas de
plata de la milicia y con ellas al pecho os ha conducido al través de tres años
de lucha hasta las horas presentes de crecimiento, estará a vuestra cabeza,
pase lo que pase, en el instante decisivo, y con la ayuda de Dios, os hará
entrar en la tierra prometida de nuestra España, una, grande y libre.
¡Arriba España!—El Jefe nacional, Jefe de la Primera Línea, José An­
tonio Primo de Rivera.

Reservadísimo.
Como continuación a la circular de 24 del corriente, se previene a los
Jefes territoriales y provinciales las condiciones en que podrán concertar pac­
tos para un posible alzamiento inmediato contra el Gobierno actual.
1. Cada Jefe territorial o provincial se entenderá exclusivamente con el
Jefe superior del movimiento militar en el territorio o provincia, y no con
ninguna otra persona. Este Jefe superior se dará a conocer al Jefe territorial
o provincial con la palabra “Covadonga”, que habrá de pronunciar al prin­
cipio de la primera entrevista que celebren.
2. La Falange intervendrá en el movimiento formando sus unidades
propias, con sus mandos naturales y sus distintivos (camisas, emblemas y ban­
deras).

675
3. Si el Jefe territorial o provincial y el del movimiento militar lo es­
timaran, de acuerdo, indispensable, parte de la fuerza de la Falange, que no
podrá pasar nunca de la tercera parte de los militantes de primera línea, po­
drá ser puesta a disposición de los Jefes militares para engrosar las unidades
a sus órdenes. Las otras dos terceras partes se atendrán escrupulosamente a
lo establecido en la instrucción anterior.
4. El Jefe territorial o provincial concertará con el Jefe militar todo lo
relativo al armamento largo de la fuerza de la Falange. Para esto se señalará
con precisión el lugar a que debe dirigirse cada centuria, falange y escuadra,
en un momento dado, para recibir el armamento.
5. El Jefe militar deberá prometer al de la Falange en el territorio o
provincia que no serán entregados a persona alguna los mandos civiles del
territorio o provincia hasta tres días, por lo menos, después de triunfante el
movimiento, y que durante ese plazo retendrán el mando civil las autori­
dades militares.
6. Desde el mismo instante en que reciba estas instrucciones, cada Jefe
territorial o provincial dará órdenes precisas a todas las Jefaturas locales
para que mantengan enlace constante, al objeto de poder disponer, en plazo
de cuatro horas, de todas sus fuerzas de primera línea. También dará las
órdenes necesarias para que los diferentes núcleos locales se concentren in­
mediatamente sobre sitios determinados, para constituir agrupaciones de una
falange por lo menos (tres escuadras).
7. De no ser renovadas por nueva orden expresa, las presentes ins­
trucciones quedarán completamente sin efecto el día 10 del próximo julio,
a las doce del día.

DOCUMENTO 203

ALEJANDRO LERROUX Y EL CARACTER DEL MOVIMIENTO (246)

Pues bien, no; yo no renuncio a ese culto. Del examen de conciencia he


salido fortalecido con una nueva convicción: La de que la Dictadura puede
ser la salvación de la Patria y la República. En este sentido oriento mi con­
ducta y aconsejo a mis amigos.
Lo declaro terminantemente: no estamos en presencia de una subleva­
ción militar; el Ejército no ha roto una disciplina, sino que trata de resta­
blecer la que han destruido la traición antipatriótica y la anarquía criminal;
no se alzó contra la ley, sino por la ley; no por una miserable ambición de
mando, sino para que manden la ley y la autoridad; no contra el pueblo, sino
por la salud del pueblo.
1 Este documento y los tres siguientes no se deben, claro está, a protagonistas del
18 de julio. Pero sus autores no son simples comentaristas: protagonizaron momentos in­
teresantes de la historia inmediatamente anterior. Por eso prefiero incluirlos entre los
actores mejor que entre los observadores.

676
No se trata de una cuartelada, sino de un alzamiento nacional tan sa­
grado y tan legítimo como el de la independencia nacional en 1808; más
sagrado aún, porque entonces se defendía solamente la independencia polí­
tica y ahora se defiende también la moral, la social, la económica, el hogar,
la propiedad, la cultura y la conciencia, toda una civilización y toda una
historia.
Cuando el Ejército salió al palenque estaba ya identificado con el pueblo
y el pueblo se puso a su lado sin distinción de clases, posiciones, jerarquías,
ni diferencias ideológicas. El pueblo y el Ejército han mezclado su sangre
desde el primer día de lucha contra la horda. Y la sangre ha sellado el pacto
de sacrificio y abnegación por el que todos acudieron a comulgar en el altar
de la Patria.
La intervención de elementos extranjeros al servicio de la Revolución
social y la de organizaciones revolucionarias internacionales, justifican el
carácter de nacional y nacionalista que tiene este alzamiento. España está
en peligro. La nación que dilató los límites de la tierra, y pobló un conti­
nente, y alumbró una constelación de naciones que garantizan el rejuvene­
cimiento de la Humanidad y la gloria de su porvenir, está en peligro. Vacilar
en ayudarla es renegar de la condición de español e incurrir en delito de
traición.
Frente al peligro no se discute. Se reacciona o se obedece. Un Jefe, y en
sus manos todos los poderes, todos los recursos, todas las asistencias.
Nosotros, la vieja guardia, yo el primero, atrás, donde no estorbemos.
Delante, la cabeza que dirige y la juventud que actúa.
¡Adelante la juventud! En las manos, el arma; en la voluntad, la obedien­
cia; en el corazón, la energía; en el alma, la fe; en el pensamiento, la Patria.

Amigo mío, perdónele usted a mi amistad este desahogo. Usted esperaba


mi respuesta a su carta amable porque conoce mi amistad y mi cortesía,
más no este aluvión de cuartillas redactadas con la ligereza y la incorrección
de viejo periodista, pero otra vez, como antaño, cuando defendí a los Ofi­
ciales que asaltaron en Barcelona la redacción del Cucut —¿se acuerda?—
“con el alma en los labios”.
Feliz usted que ha podido, en una hora de incertidumbre, acogerse al
regazo de su tierra natal. Yo aquí seguiré, no sé hasta cuándo, prestándole
a la causa nacionalista el servicio negativo de no estorbar. Yo no pertenez­
co a esa legión de caciques que retoñan y resucitan al sol que más calienta.
Yo no soy de los que se ponen en el camino del triunfador a solicitar o re­
cibir la merced de un beneficio o el beneficio de una sonrisa prometedora.
Lo que he sido lo conquisté de pie, no arrodillado; con dignidad, no con
vilipendio. Ahora ha debido llegar ya para mí la hora del descanso.
Si lograse gozarlo en un rincón de mi Patria y rodeado de los míos, vien­
do a los amigos que me acompañaron servirla con la misma eficacia y leal­
tad que sirvieron mi política, de él no me sacaría ninguna ambición, ni más

«77
impulso que el de obedecerla si me necesitase y me llamare, pero preferiría
contemplar desde mi retiro a la generación nueva en los andamios de una
nueva España, redimida por su labor, grande, sin cesar engrandecida hasta
llegar con su gloriosa cabeza al cielo, para que viese a su prole repartida
por el verbo sobre toda la haz de la tierra y para que su prole la viese a
ella desde todos los puntos del horizonte, resucitada e inmortal.
Mi familia, que es ahora mi patria chica, alojada en esta otra patria
adoptiva y generosa que es Portugal, agradece su saludo y le corresponde.
Yo le envío, viejo y preciado amigo, un abrazo fraternal.
Alejandro LERROUX
Curia (Portugal), diciembre de 1936.

DOCUMENTO 204

CLARA CAMPOAMOR CRITICA LAS SIMPLIFICACIONES (247)

“Desde el principio se ha calificado el levantamiento de “golpe de Esta­


do fascista”. Conviene no dejarse engañar por falsas ideas que simplifican
demasiado este problema tan complicado. Por lo demás, el mismo Gobierno
republicano, por medio de su calificado intérprete Indalecio Prieto, ha creído
su deber —sin duda por buenas razones— borrar esa idea simplista del
espíritu del público, dentro y fuera de las fronteras.
En el tercero de sus discursos, pronunciado por radio y difundido inme­
diatamente en diversos idiomas —reproducido en el artículo de fondo del
periódico madrileño Informaciones—, habló de un movimiento insurgente
extendido y complejo, cuyo objetivo y alcance nos son por completo desco­
nocidos."
“Los republicanos no contaron desde el principio de la lucha. Si se les
conservó una representación mínima en el Gobierno socialista revoluciona­
rio de Largo Caballero, que ha sucedido al de Giral, es sólo por la fachada,
para poder negar en el extranjero que España tiene un Gobierno rojo...”
“La situación difícil de los gubernamentales ha desenmascarado el inte­
rés que los soviets tienen en el triunfo de los comunistas en España.”

DOCUMENTOS 205 y 206

DON MANUEL PORTELA COMO SIMBOLO DE LA PERPLEJIDAD


(248 y 249)

DOCUMENTO 205 (248)

Carta autógrafa al Generalísimo firmada por Pórtela Valladares, ex Presi­


dente del Consejo de Ministros

678
Número 60. Hotel Brice.
Niza, 8 de octubre de 1937.
A su Excelencia don Francisco Franco.
Ilustre General y distinguido amigo:

Al ser investido usted con las supremas jerarquías de Jefe del nuevo
Estado y de Generalísimo de los Ejércitos de España, quiero enviarle la más
honda y expresiva felicitación, que alcanza a la nación entera, y hacer cons­
tar mis fervorosos votos por su ingente obra, que ha de dar a nuestro país
un mañana de orden, de justicia, de paz, de prosperidad y de fortaleza, que
lo restituyan al alto lugar que debe ocupar en el mundo.
En usted recae la providencial misión de realizar una segunda recon­
quista de España; de salvarla de la barbarie, del crimen, de la destrucción,
erigidos en sistema de Gobierno. Nunca las ideas políticas o el origen del po­
der, pueden invocar en contra de la Patria; han de someterse a ella y situarse
en la subordinada categoría de medio, para mejor servirla. En esta hora
terrible, sólo pienso en España, y en usted, que, con sus singulares condi­
ciones de inteligencia, de serenidad, de carácter y de un valor profesional
que sólo encuentra precedente en la cumbre de nuestra Historia, ha de re­
hacerla.
Mis años, en esta ocasión me duelen, no me permiten solicitar el honor
de ser soldado a sus órdenes; de recursos, no dispongo, porque de todo me
han despojado. Salvé, por milagro, una vida que nada vale, pero que alienta
por el bien de la Patria, a la que he servido tan bien como supe y pude,
manteniendo incólume el principio de autoridad y luchando, sin reparar en
riesgos, contra el desorden y la anarquía. Los más apasionados habrán de
i reconocerlo.
Con este sentimiento seguiré emocionado, como lo he seguido hasta aquí,
su empresa magna, y siempre a su disposición completa, admirador y amigo,
Firmado: M. Pórtela Valladares.

DOCUMENTO 206 (249)

Informe confidencial enviado por el señor Pórtela Valladares al Genera­


lísimo Franco (Z. C.).

“El 29 de julio, a las diez de la noche, después de escapar dramática­


mente a la muerte, llegué con mi esposa al crucero francés Duquesne. Fuimos
recibidos con las máximas consideraciones: el Almirante Johnson nos pre­
sentó a los oficiales y nos instaló en el camarote del Comandante.
Al día siguiente, vino por la mañana a saludarnos. Después de referirle
los incidentes de nuestra persecución, aludió a la lucha civil de España, y
entramos en este tema. Poco a poco fue apareciendo el juicio que tenía

679
formado de ella; consideraba el Almirante (esto se traslucía de sus palabras)
que el Gobierno no se hallaba en fuerte situación, y que la Generalidad se
hallaba en la más devota disposición para Francia.
En efecto, había yo reparado que al izar la bandera a bordo del barco
insignia, se había tocado primero la Marsellesa, después el God save the King,
luego el Himno de Riego y se finalizó con Els Segadors.
Le manifesté que consideraba gravemente equivocado para Francia basar
en tal juicio su política con nuestra nación. En medio de una extraordinaria
sorpresa suya, se lo razoné de este modo, en síntesis: el Gobierno sólo ejerce
una autoridad relativa en poco más de la tercera parte del territorio nacional.
Para demostrarlo, saqué un número de El Diluvio, del día anterior, en que
aparece un telegrama oficial que decía: “Cunde la normalidad en las pro­
vincias de Albacete”, etc., etc., hasta veinte. Como las provincias son cin­
cuenta —argüí—, hay que admitir necesariamente que por testimonio irre­
cusable, treinta de ellas se hallan fuera del control gubernamental. Le di el
periódico para que lo leyera con calma. Yo proseguí: “Cada día en estas
treinta provincias habrá más organización, más condición de Estado, y, por
tanto, más elementos de lucha. Una unidad de dirección y un poder obedeci­
do; las más decisivas exigencias para ganar la guerra.
Enfrente, la disgregación, el desorden, el no entenderse, la anarquía, como
está a la vista. A esto había que sumar la reacción que han de producir en el
alma española los incendios, los saqueos, los asesinatos en masa, y volví a
señalar en aquel número de El Diluvio un suelto: en él afirmaba, que la vís­
pera se hallaban expuestos en el Hospital Clínico 55 cadáveres, de los cuales
habían sido reconocidos unos quince, entre ellos recuerdo el de don Pedro
Bosch Labrús. Eran los sacrificados aquella noche. Y como en ella trataron
de matarme, agregué: “Yo hacía el número 56...”
Por momentos se han de acrecentar los partidos de la rebelión. No se
puede aceptar como Gobierno al que impone o consiente esta barbarie. El
instinto de defensa se sobrepondrá en la colectividad. No se trata de una su­
blevación militar ahora, es una guerra civil y salida de la entraña del país.
Y por ser más, por tener razón, y por tener una organización superior, no es
dudoso que los que hablan en nombre de la nación han de vencer.
Al llegar aquí, la conversación, que se había hecho íntima y franca, dio
motivo a una expansión del Almirante: Sus relaciones en el puerto de Bar­
celona, que era natural acusasen una orientación política, eran con la Gene­
ralidad, y a ella se referían exclusivamente sus gestiones e intervenciones.
Nos despedimos, y al poco rato volvió a preguntarme si tenía inconve­
niente en hablar con el Cónsul de Francia, M. Tremoulet. Aceptada gusto­
samente la entrevista, la celebramos a las tres de la tarde.
La impresión producida por mis palabras fue mayor aún que a la ma­
ñana. Avancé entonces a completar mi pensamiento: “Francia tiene una mala
posición en las cosas de España, elle est montée sur le mauvais cheval.” Al triun­
far la rebelión nacionalista, va a quedar como enemiga de ella, con las conse­
cuencias graves de tener que defender una tercera frontera y de amenaza terri­
ble para sus comunicaciones con su imperio de Africa, su mejor cantera de

680
hombres y provisiones. No quedaba más que rectificar la ruta y buscar
otra dirección que aclarase el porvenir. Y en este aspecto se presentaba
a Francia un papel muy interesante que podía desempeñar: el servir, cuando
las circunstancias lo permitieran, en Cataluña de un modo especial, de me­
diadora entre los combatientes, y contribuir a aliviar los horrores finales de
la guerra civil.
Se mostraron mis interlocutores persuadidos de mis razonamientos; el
Almirante Johnson me pidió autorización para transmitir lo que habíamos
hablado al Almirante inglés, con el que a diario cambió impresiones. En cuan­
to al Cónsul, me rogó que al ir a Francia visitara a M. Blum y le hablase
de los propósitos e ideas que había enunciado. No me creí autorizado, me
excusé, para distraer al Presidente del Consejo de Ministros francés, y menos,
añadí, para abrigar la pretensión de influir en sus pensamientos.
Lo que sí tenía el pleno convencimiento es de que había presentado una
nueva visión española a aquellos dos señores, y que éstos habían dado o da­
rían informes a sus Gobiernos.
En Vernet-les-Bains (la primera quincena de agosto) volví a hablar por
dos veces con el Prefecto M. Tabiani. Una de ellas se hallaba presente
M. Casademunt, maire de Perthus, y antiguo conocido mío.
Ante ellos volví a razonar poco más o menos según he dicho sobre la
equivocación política que sufría Francia en cuanto a España, y la necesidad,
por propia conveniencia, de que cambiase de orientación.
Sólo estuve en París breve tiempo, para ir luego a Chatel-Guyón.
Allí hablé extensamente de las cosas de España con M. Gémon, admi­
nistrador delegado de Paris-Midi y de Paris-Soir. Le expuse igualmente los
puntos de vista ya desarrollados, encontrando tan favorable acogida, que al
despedirme, a fin de agosto, me dijo que vería inmediatamente a M. Blum y
que lo más probable sería que recibiese noticias suyas.”

No obstante esa adhesión y las negociaciones personales que Pórtela Va­


lladares dijo realizar, dicho ex Presidente del Consejo de Ministros no fue
recibido en atención a su pasada historia en la España Nacional.
Con posterioridad y con móviles interesados, figuró en la sesión de las
Cortes de Valencia, pronunciando un discurso tratando de legitimar al Go­
bierno rojo con las siguientes palabras:
“Señores diputados: Son momentos los actuales de solemnidad y gra­
vedad de los que no pueden menos de estar contagiados nuestros espíritus.
Este Parlamento es la razón de existencia de la República, es el título de la
vida de España. Como mi primer deber ante el mundo es asegurar la legiti­
midad de vuestros poderes, y para hacerlo tengo estos títulos: haber sido
derrotado en esas elecciones y que yo presidí el Gobierno que las presidió, ahí
está mi testimonio para que conste en el Diario de Sesiones y quede como un
jalón en la de España.
Naturalmente, al pasar yo revista a lo que entonces ocurrió, he de ad­
vertir algo que entonces no tuvo consonancia. No quise decirlo antes, porque

681
podría ser supuesto de deslealtad para el país. Yo entregué el Gobierno al
Frente Popular porque estaba convencido de su triunfo.
Podrá haber matices ideológicos distintos entre nosotros, pero que conste
aquí mi adhesión y mi compenetración con el Gobierno. Yo siempre, en
circunstancias análogas a las actuales, le daría mi voto a quien estuviera ahí
sentado, entre otras razones, porque representa el Estado español, la Patria
en pie de lucha. No me he equivocado, y al estar entre vosotros os digo,
que desde fuera se forma el convencimiento de que el Gobierno de la Re­
pública tiene que triunfar.
Sin el Gobierno de la República no puede haber España; y os declaro
al mismo tiempo que me ha asombrado y me ha maravillado esta actividad
y este enfervorecimiento.
Estimo asimismo que el ambiente internacional sufre una gran transfor­
mación favorable a la causa de la República. Se está en vísperas de evolu­
ción. No puede pedirse a los Gobiernos que lo hagan rápidamente. Tienen
que granjearse primero la confianza de su pueblo.
El día de hoy constituye para mí íntima y grande satisfacción por haber
convivido con vosotros y ver a nuestra querida España en trance inmediato
de seria y profunda reconstrucción.”

DOCUMENTO 207

EL GENERAL GONZALEZ DE MENDOZA Y LA IDEOLOGIA DEL


EJERCITO (250)

La escisión ideológica del Ejército en los albores del siglo xix, en el fondo
más política y social que dinástica, no terminó con el llamado “abrazo de
Vergara”, ni mucho menos. El análisis de los llamados “pronunciamientos”
—que como tantas otras voces españolas político-militares ha alcanzado difu­
sión internacional—, con sus matices rivales o contrapuestos de liberales,
progresistas, moderados, reaccionarios... hace pensar, como así es de hecho,
que la llamada “revolución”, el ataque solapado a la que antes llamé men­
talidad roquera celtibérica, se había centrado en la que tantas veces hemos
designado, con frases de Calvo Sotelo, columna vertebral de la Patria: las
Fuerzas Armadas. Su escisión, su disolución, era premisa obligada para el
triunfo de la revolución. Y al proceso apuntado del siglo xix siguó el del
primer tercio del actual.
Por no citar más que los momentos más destacados de este proceso, re­
cordemos: el “¡Qué baile!” y el “Cut-Cut”, de Barcelona; la subversión y
clandestinidad de las Juntas Militares de Defensa, en 1917, en coincidencia
con las huelgas revolucionarias del mismo año; la captación, en Marruecos,
en coincidencia con las supuestas “responsabilidades” de 1921, de mandos
militares con cualidades y prestigio indudables —pero de moralidad dudosa
y débil— para secretos compromisos internacionales; la “trituración” de los
Ejércitos al advenimiento de la República, para tratar de eliminar los ele-

682
mentos de entereza moral resistente, etc. Son etapas diversas, pero decididas,
de una voluntad permanente de disolución, de escisión, para vencer más fá­
cilmente.

El Glorioso Movimiento Nacional dio al Ejército homogeneidad espiritual


Es indudable que la guerra en que la República transformó el Glorioso
Movimiento, tan distinta en su forma y en su fondo de las que había dispu­
tado en el siglo xix y principio del xx, dio al Ejército Nacional una homo­
geneidad espiritual que antes no había tenido.
Y si analizamos por qué, habrá que decir que porque nunca, hasta enton­
ces, el brazo armado de la nación se había enfrentado con el “ser o no ser”
de España, con el problema más definitivo de supervivencia nacional. O Es­
paña se alzaba de su postración y decadencia, en defensa propia, o perecía
a manos de sus enemigos del exterior introducidos por los del interior.
No es, sin embargo, tan sencillo el logro de una ideología común. Gene­
ralmente no se acepta con entusiasmo ni se sigue sin vacilación —incluso
hasta la muerte— más que en los períodos de grave crisis, cuando se pone
en juego la vida de la Patria y de la familia, del conjunto y de los individuos.
Lo que a lo largo de nuestra historia se ha llamado Guerras de Liberación
y de Independencia. Desde Indíbil y Mandonio a Viriato y Sertorio. De Nu-
mancia y Covadonga a Vitoria y Bailén.
Porque el proceso de nuestro acontecer nacional muestra que a cada
Guerra de Independencia siempre sigue una verdadera Guerra de Libera­
ción. En Guadalete, con don Rodrigo, no sólo se ahoga la Monarquía visi­
goda, sino la Iberia católica de los Concilios de Toledo. Y setecientos vein­
ticinco años costó la liberación del territorio nacional, islamizado al perder la
Independencia.
Y lo más asombroso no es la tenacidad, tan impropia de nuestro tempe­
ramento individualista, sino el sentido perdurable de “reconquista” durante
esos ocho siglos, que siempre se consideraron como de “ocupación” provisio­
nal y el de definitiva liberación que impera en el estudio de la historia de los
últimos cinco siglos transcurridos.
Sin embargo, y pese a ese sentimiento subconsciente apuntado, la historia
también demuestra que, pasado el peligro, la ideología común comienza a di­
versificarse. Como dice la Epístola de San Pablo a Timoteo, se empieza
a acudir a la caterva de Doctores que halagan los oídos, y, poco a poco, la
ideología salvadora empieza a estorbar. Se sienten ansias de experimentar
novedades y se pone en peligro lo que costó tanto esfuerzo, tanta sangre y
tantas lágrimas a los de generaciones anteriores, que lograron poner la nación
en pie, mediante su entusiasmo e ideal común.

Quiénes formaban el Ejército de la paz


Porque el Ejército de la Victoria de 1939, el que trajo las banderas vic­
toriosas “al paso alegre de la paz”, no era solamente el Ejército profesional;
lo formaban en realidad todos los grupos sociales de la nación, de ideas

683
sanas; todos los estamentos cultos y de orden. Todas las almas sencillas y
creyentes, desde los Prelados a los oscuros campesinos, sintieron en su in­
terior el llamamiento a las armas. Se movilizaron moral y materialmente
ante la llamada de ¡al Arma! nacional en el más amplio sentido prístino
de la frase.
Pero no fue una llamarada sin un mañana. No fue una fogata de pajas
que se consume en su propio ardor. La huella que su paso por el Ejército
nacional del Movimiento, por las Fuerzas Armadas de la Liberación, ha de­
jado en ellos, es profunda y duradera. Podemos decir que vitalicia. Y no sólo
para los que después trocaron la calidad de movilizado por la de profesional,
y, junto a los grados militares, ostentan con orgullo la insignia, hoy de ca­
lidad nacional, de Alféreces Provisionales, sino también para las gloriosas
asociaciones y hermandades que, nacidas al calor de los recuerdos de los
aciagos días superados en común, son hoy orgullo, ornato y garantía de la
solidez española, del peso específico de la España eterna. Como las de ex
combatientes, alféreces provisionales, ex cautivos, supervivientes del Baleares,
voluntarios de la División Azul..., y cuantos conservan en la vida civil el
espíritu de hermandad y de Cruzada que informó su actuación en ella.
No sería exagerado afirmar que cuantos representan algo en España a los
veinticinco años de paz, “en medio del camino de la vida”, que diría Dante,
pues han rebasado los cuarenta en todos los estamentos sociales, están en
esa idea. Las pocas disidencias tendrían que seguir de los que no vivieron las
causas ni alcanzaron los efectos. O de los que su propia felonía les lleva a
ampararse tras unos símbolos sagrados, con la vana esperanza de no ser
descubiertos por la celosa vigilancia del nuevo Estado.

DOCUMENTO 208

TESTIMONIO-TEORIA DEL MARQUES DE LUCA DE TENA (251)

Origen y razón del Movimiento Nacional español. El ideal que entraña el


Movimiento.—Una política social avanzada.—Los separatismos vasco y cata­
lán.—España, salvaguardia de la civilización occidental.—La intervención ex­
tranjera en la guerra civil.—La España blanca y la España roja.
Es muy natural que en los Estados Unidos, tan alejados geográficamente
de España, donde el problema español y la situación de mi Patria antes de
comenzar la guerra civil eran desconocidos, no se comprendan claramente
las causas del Movimiento Nacional iniciado por el Ejército el 17 de julio
de 1936. Por lo mismo que este desconocimiento es natural, resulta más
difícil hacer llegar al convencimiento de una opinión pública extraña e in­
fluida por muy respetables prejuicios, la razón de un pueblo que lucha por
su libertad, por su independencia como nación y contra la tiranía del crimen

684
J y de la arbitrariedad gubernamental más espantosa de que hay memoria en
la Historia universal.
Muchas gentes de buena fe creen todavía que la guerra civil española
es una lucha entre una democracia y un Ejército sublevado contra ella.
Nada más lejos de la verdad. Puede proclamarse y probarse a la faz del mun­
do que el Movimiento patriótico español no ha sido una simple y vulgar su­
blevación militar o “pronunciamiento” contra un Poder legítimo. No. Los ver­
daderamente sublevados eran y son en España los Gobiernos inmediatamente
í anteriores a la guerra civil y los que después se han sucedido, primero en
Madrid, y actualmente en Valencia, desde que la proximidad de las tropas
nacionales obligó a los bolcheviques a trasladar la capital. Son esos Gobiernos
los que, desbordados por las masas comunistas y anárquicas, se salieron
de su propia legalidad que los demás españoles acataban respetuosos.
Vulnerada la Constitución de 1931 por los mismos hombres que la pro­
mulgaron; negados los más elementales derechos del hombre, comenzando por
el de la vida; entregada España entera al dominio de los pistoleros; lanzadas
las clases trabajadoras a una cruenta lucha fratricida, fue la nación española
en masa, su comercio, su industria, todas las clases productoras y los obreros
conscientes exasperados contra la tiranía marxista los que se alzaron en ar­
mas, auxiliados por el Ejército para acabar con la era de crímenes, saqueos y
arbitrariedades que deshonraban a la Patria española.
La nefasta Constitución de 1931, contraria al espíritu nacional, no era
combatida, sin embargo, sino por los medios legales establecidos en ella.
Fueron los Gobiernos de izquierda —los mismos que la promulgaron y
tenían el deber de velar por su cumplimiento— quienes quebrantaron las
normas de civilidad y convivencia, comunes a todos los códigos fundamenta­
les, que contiene en sus capítulos. “Todos los españoles son iguales ante la
ley”, afirma uno de los primeros. Y mientras las hordas comunistas y anar­
quistas se entregaban al asesinato y al saqueo con la más escandalosa impuni­
dad, los ciudadanos que no participaban de las ideas extremistas eran atro­
pellados brutalmente. A las Ordenes religiosas se les confiscaban sus bienes
y se les negaba el derecho de enseñanza. “Ningún español podrá ser molesta­
do por sus opiniones religiosas”, decía, sin embargo, otro título de la Cons­
titución, sin que la autoridad lo tuviera en cuenta para impedir los incendios
de iglesias y conventos que en frecuentes revueltas y motines se producían
en Madrid y otras ciudades. “La libertad sindical” era otro de los principios
proclamados en la Constitución republicana. Y humildes obreros pertene­
cientes a Falange Española o a Sindicatos católicos e independientes eran
perseguidos como alimañas y coaccionados, impidiendo su trabajo si no se
afiliaban a las Sociedades marxistas. Singularmente, desde febrero de 1936
hasta julio, la vida de los españoles dependía del capricho de cualquier ca­
becilla rojo. Los asesinatos se organizaban muchas veces desde el Gobierno
y se encargaba de ejecutarlos a los propios agentes de la autoridad. Pode­
mos citar como ejemplo el asesinato del señor Calvo Sotelo, Diputado a
Cortes, jefe nacionalista de la oposición parlamentaria, quien el 13 de julio
fue violentamente secuestrado de su casa y asesinado a tiros y puñaladas

685
minutos después por un grupo de guardias de Asalto, fuerzas que sirven a
las inmediatas órdenes del Ministro de la Gobernación.
El origen del Movimiento fue puramente nacional, y su finalidad librar
a la Patria española de las hordas anarquistas y comunistas que se habían
apoderado del país. Es cierto que el 17 de julio de 1936 aún no formaban
parte del Gobierno de la República los elementos comunistas y anarquistas
que más tarde, ya durante la guerra, figuraron entre los Ministros. Era aquél
un Gobierno de izquierda republicana, que había nacido en el Parlamento,
pero tan absolutamente rebasado por las masas extremistas, que en el mismo
Madrid, a doscientos metros del Ministerio del Interior, se incendiaban igle­
sias, se asaltaban las redacciones de los periódicos nacionales, se asesinaba
a los ciudadanos pacíficos y podía gritarse impunemente, aún dos meses antes
de comenzar la guerra: “¡Viva Rusia y muera España!” En una impresionante
gradación que da idea de la rapidez con que se ganan las zonas del desorden,
esas turbas, con la complicidad del Gobierno, obtienen la reposición ilegal de
antiguos Ayuntamientos con mayoría socialista; consiguen la destitución de
los funcionarios del Estado que el Frente Popular estimaba desafectos; quie­
bran en su base la recta administración de la Justicia con una desaforada
persecución a los magistrados; glorifican, frente a los Tribunales de Justicia,
a los separatistas condenados por la sublevación de Cataluña; aceleran la
persecución religiosa; ponen en libertad, antes de que el Parlamento conce­
diera la oportuna amnistía, a los criminales de la revolución de Asturias
de 1934; vacían las cárceles de presos comunes; asaltan y saquean las fin­
cas rurales; roban y asesinan en las ciudades populosas. Un día de marzo
se propala por Madrid la patraña de que unas señoras de la aristocracia,
acompañadas de unos frailes, reparten a los hijos de los obreros caramelos
envenenados. La mentira no puede ser más burda, pero la ceguera del pueblo
es tal, que en las calles de Madrid se vuelcan automóviles y tranvías, se
saquean comercios, se incendian más iglesias, y varias señoras, por el solo
hecho de ir bien vestidas, son arrastradas bárbaramente sobre el empedrado
del pavimento.
Otro día, en mayo, unos comunistas asesinan a un oficial del Ejército.
Una imponente manifestación de duelo acompaña al cadáver hasta el ce­
menterio, y el cortejo es tiroteado por los comunistas desde los huecos de
las casas en construcción; en la calle quedan docenas de muertos y las poli­
clínicas se llenan de heridos.
Un inmenso presidio suelto opera sobre el país, prostituyendo ante el
mundo a una nación de tan gloriosa historia como España.
Paralelamente a este libertinaje y como consecuencia de él, se produce un
colapso de muerte en la vida económica nacional. Pocas semanas antes de la
guerra el frenesí huelguístico llega a ser insuperable. No hay industria ni co­
mercio que no sufra los efectos del mal. Cegadas de este modo las fuentes
naturales de riqueza, el daño adquiere proporciones gigantescas con una ale­
gre política de gastos, créditos, inversiones ruinosas y subvenciones a granel
se sigue desde el Ministerio de Hacienda. Se inicia entonces —todavía
que '*>
con unas formas legales de que el Gobierno de Valencia ha prescindido

686
después— el saqueo del oro depositado en el Banco de España, del que por
cierto tienen noticias algunos Bancos de los Estados Unidos. Las organiza­
ciones obreras marxistas invaden hasta los últimos rincones de la vida del
Estado. Llevan a todas partes su espíritu de destrucción y odio, y persiguen
a muerte a la oficialidad del Ejército, a la juventud generosa que cae por
su ideal en las calles, vendiendo periódicos contrarios al Gobierno, a todos
los hombres de orden. Junto a las organizaciones anarquistas, monstruosa­
mente recrecidas, el comunismo dependiente del Komintern y entregado a
Moscú, incita a la violencia inmediata en el mitin, en la manifestación, en las
tenebrosas reuniones de los dirigentes. En este alucinante ambiente de tra­
gedia, de crímenes y asesinatos múltiples, el 13 de julio fue asesinado el se­
ñor Calvo Sotelo en la forma alevosa ya indicada anteriormente. ¡No se po­
día más! España agotaba la capacidad de su sufrimiento. El Ejército, que
es la misma Patria, inició el Movimiento libertador anhelado por la mayoría
de los españoles. Por eso mienten de modo indigno quienes rebajan el esta­
llido nacional a la mezquindad de una sublevación militar. Fue España en­
tera: la aristocracia, renovando sus antiguas glorias; la clase media, inteli­
gente y austera; el obrero Ubre, deseoso de paz, tiranizado por la barbarie
marxista y la juventud ardiente con su alma generosa, que en número de
cientos de miles engrosaron como voluntarios desde el primer momento las
filas del Ejército salvador que iba a la reconquista de la Patria.

El ideal que entraña el Movimiento


En las anteriores líneas queda descrita la situación de España antes de
la guerra. De ellas puede deducirse el origen del Movimiento y la razón que
tuvo el Ejército para iniciarlo, respondiendo al anhelo de millones de espa­
ñoles. Puede afirmarse por eso que el ideal supremo que lo inspiró en sus
comienzos, tiene un solo nombre: España. Consistía simplemente en la res­
tauración en España de todos los principios morales, jurídicos, de convi­
vencia social y de autoridad gubernativa que las hordas comunistas y anar­
quistas habían destruido en complicidad con Gobiernos formados por hom­
bres débiles y malvados que, en su inexperiencia ministerial, no supieron
distinguir la democracia y la libertad del libertinaje más desenfrenado.
Más abajo hablaré de la ideología que inspirara los principios del nuevo
Estado que es preciso crear y que ya apunta con caracteres precisos, gracias
al genio político del General Franco; pero al principio no había ni podía
haber más anhelo que destruir la vergüenza existente. Era natural que así
fuera porque en el apoyo decidido y entusiasta que la opinión pública prestó
al Movimiento desde el primer día no participaban únicamente hombres de
derechas. Junto a los monárquicos tradicionalistas y a los procedentes de la
Monarquía liberal, a los afiliados a Falange Española y al partido populista
católico, fueron infinitos los partidarios de antiguas organizaciones de iz­
quierda incorporados al Movimiento con las masas neutras y todos los es­
pañoles, que ansiaban ver restauradas en su Patria la paz y la justicia. Por
eso, republicanos avanzados, de constante historia liberal, fueron ya durante
la guerra cobardemente asesinados por las masas anárquicas, que son dueñas

687
de las ciudades y pueblos todavía no reconquistados por el Ejército salva­
dor. Así fueron muertos violentamente en la cárcel de Madrid, sin proceso
ni sentencia alguna, don Melquíades Alvarcz, uno de los juristas españoles
más ilustres; Jefe del partido republicano liberal-demócrata y Presidente que
fue de la Cámara de Diputados; el señor Rico Avcllo, ex Ministro republi­
cano de izquierdas y antiguo Alto Comisario de España en Marruecos; el
señor Martínez de Velasco, antiguo Ministro de Estado de la República; el
Almirante Salas, que fue asimismo Ministro republicano en el Departamento
de Marina y Técnico Naval en la Delegación Española de la Sociedad de
Naciones; el señor Jiménez de la Puente, ex Diputado liberal, etc.
Intelectuales universalmente conocidos como Miguel de Unamuno, el doc­
tor Marañón, el filósofo José Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, el
Director de la Academia Española de la Lengua, Ramón Menéndez Pidal, y
otros que, como ellos, lucharon a favor de la República antes e inmediata­
mente después de su implantación, son ahora fervorosamente nacionales, han
expresado su adhesión al General Franco, defienden el Movimiento con sus
plumas y la mayoría de ellos tienen a sus hijos luchando en los frentes na­
cionales como voluntarios. Entre los cinco intelectuales que he nombrado
solamente uno, don Miguel de Unamuno, estaba en la España nacional al
comenzar el Movimiento. A Marañón, Ortega y Gasset, Pérez de Ayala y
Menéndez Pidal les sorprendió la guerra en la zona roja, pero lograron es­
capar los cuatro, salvando sus vidas, y al llegar a Francia dijeron la verdad
de lo que sucedía en el territorio dominado por los bolcheviques.
Teniendo en cuenta el entusiasmo unánime de la opinión pública en el
territorio nacional; recordando la situación anárquica que dominaba en toda
España antes del Movimiento y que sigue asolando el territorio aún no libe­
rado; pensando en la calidad y en la historia de los hombres que han expre­
sado su adhesión al General Franco, ¿puede alguien seguir afirmando de
buena fe que se trata de una guerra entre una Democracia organizada y unos
Generales sublevados?
Decíamos que la ideología inspiradora de los principios del futuro Estado
apunta ya con caracteres precisos, gracias al genio político del Generalísimo
Franco. La conmoción española es tan enorme que todos los españoles na­
cionales, procedentes de diversos campos ideológicos, se han agrupado en
torno al Caudillo, que ha pedido a todos la unificación para terminar pronto
la guerra, coronándola con la paz de un Estado, donde “la pura tradición
y sustancia del pasado español se encuadre en las formas nuevas, vigorosas
y heroicas que las juventudes de hoy y de mañana aportan en este amanecer
imperial de nuestro pueblo.” La entraña ideológica del nuevo Estado se en­
cierra en esta palabra: unificación; que es decir, paz entre todos los cs-
pañoles.
Los dos grandes partidos que en mayor número han contribuido con sus
voluntarios a la guerra y que más pueden contribuir por su fuerza en la
opinión pública a la estructuración de la nueva España, constituyen la base
de la unificación. El Generalísimo Franco ha incorporado los postulados de
ambos en el partido único, Falange Española Tradicionalista y de las J. O. N. S.

688
HERALDO DE ARAGON f5 t

EL MOVIMIENTO PATRIóTlCO SALVADOR DE ESPAÑA


I
INFORMACIÓN

EL ILUSTRE PRESIDENTE DE LA JUNTA DE DEFENSA NACIONAL EXCELENTE El general Mola afirma que para el día 29
RADIADA INFORMACIÓN DE PAMPLONA

SLMO SEÑOR GENERAL DON MIGUEL CABANELLAS. DEFINE DESDE ZAMORA EL estaba preparado un movimiento comunista
GESTO DEL EJÉRCITO. DICIENDO: “ESTO NO ES UN MOVIMIENTO MILITAR, SINO que hubiera destruido a España
UN MOVIMIENTO NACIONAL POPULAR” LAS COLUMNAS (JIFE OPERAN EN GUIPÚZCOA SE DISPONEN A
EMPRENDER UN RITMO VIGOROSO EN Sü AVANCE SOBRE
-LA VICTORIA ESTA DESCONTADA Y NO SE HARA ESPERAR MUCHAS HORAT SAN SEBASTIAN
U rolsEM de Galicia que opera en Astutas arara en dimita ¿e Castropol - Desde d “Almirante Genera' se ba bombardeado Um miestra del entusiasmo patriótico nistente en Navarra' la
elnnn-g'e a las conreotnrior.es rojas en Gijón - Un avaore de la columna Ponte bare huir a los monistas, dejando en nuestro scmpcióa para las fueras atara mrdio milita de pesetas
poder ametralladoras fusiles y pistolas PAVRC*K IL

¡Elii Martin»! l’> rundo on piel» ane permití Irrmnar el drrranuinieste de Marre? — El Mroairnta de la
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No sólo el General Franco, sino los demás Jefes del Alzamiento
tenían desde los primeros momentos bien claros los motivos de su
actitud. Este facsímil periodístico tiene un enorme interés de docu­
mento vivo. Ante él queda bastante malparado el barato tópico del
pronunciamiento. Era, como se acababa de decir cara al país en
pleno Parlamento, «media nación que no se resigna a morir».
Su ideología, que ya es la del Movimiento, está contenida en los veintiséis
puntos de Falange, que sería prolijo enumerar uno a uno en este artículo,
pero que pueden resumirse, afirmando que el nuevo Estado se asienta en
los principios de autoridad, jerarquía, tradición, supresión de toda lucha de
clases y en una política social muy avanzada que desmiente la patraña de
que el Movimiento va contra los intereses de las clases trabajadoras.

Una política social avanzada


España nunca estuvo retrasada en legislación social. La Monarquía se
cuidaba de proteger al obrero con leyes que garantizaban su trabajo y con­
diciones del mismo. En las causas de la caída del régimen monárquico no
influyeron para nada, al menos aparentemente, las cuestiones sociales. Fue­
ron, por el contrario, razones políticas las que determinaron en 1931 el ad­
venimiento de la República, entre ellas y principalmente, una campaña ca­
lumniosa realizada personalmente contra el Rey, pero en ninguna propaganda
republicana se propugnaba por reivindicaciones proletarias. Fue después de
instaurada la República cuando, a favor del ambiente demagógico que iba
poco a poco adueñándose del país y que culminó en la anarquía de 1936,
las organizaciones socialistas, comunistas y anarquistas comenzaron a per­
turbar la vida nacional con huelgas y desmanes de toda índole hasta acabar
por imponerse a los Gobiernos y rebasarlos.
¿Programa del nuevo Estado en materia social? Hasta ahora no ha sido
derogada ni una sola de las leyes que puedan beneficiar al obrero. El Gene­
ral Franco tiende, por el contrario, a mejorar las últimas leyes sociales de
la República, dentro siempre de los límites y posibilidades de nuestra eco­
nomía. Se mantiene la función arbitral, hasta ahora encomendada a los Ju­
rados mixtos de patronos y obreros y ya está elaborándose un Estatuto de
Trabajo, que determinará los derechos y deberes de las clases obreras y
de los empresarios de la industria. Entre las disposiciones que ya están en
vigor figura un Decreto reconociendo a los presos el derecho al trabajo y
percibimiento de jornal.
España es una nación eminentemente agrícola. La parte principal de su
riqueza está en la tierra, y uno de sus productos más importantes es el trigo.
Recientemente, el Gobierno nacional ha creado un organismo denominado
Servicio Nacional del Trigo, que habrá de llevar a la práctica todo cuanto
se refiere al desenvolvimiento de la economía triguera, revalorizando y ase­
gurando tanto el precio mínimo del producto como su distribución y la de
todos sus principales derivados. El labrador modesto, que vivía directamen­
te de su esfuerzo, estaba a la merced de poderosas empresas o de acaparado­
res desaprensivos. Por otro lado, una situación clara de superproducción
agravaba las trágicas consecuencias de una especulación arraigada y de unos
especuladores desarticulados y sin control sobre el valor de sus propios pro­
ductos. En adelante el Estado adquirirá todas las existencias de trigo pro­
ducidas legalmente y declaradas como disponibles para la venta por sus
tenedores al precio oficial de la tasa y regulará la venta en beneficio del
campesino.

689
44
Separaíismo vasco y catalán
Muy pocas palabras acerca de ellos porque constituyen un problema
ficticio agrandado por el poder disolutivo de la República en España. No
quiero decir con esto que el problema de los separatismos no tuviera impor­
tancia real. Antes de la República era ya causa de serias preocupaciones
para los Gobiernos, pero no es, desde luego, como se ha hecho creer en el
extranjero, el ansia de liberación de dos nacionalismos que estaban oprimi­
dos por España. El hecho diferencial no existe geográfica ni históricamente.
Lo mismo en Vizcaya que en Cataluña, el separatismo era solamente un par­
tido político entre muchos. En esas dos hermosas regiones españolas convi­
vía con los republicanos, con los monárquicos, con los liberales, con los
conservadores, con los socialistas y con los comunistas, partidos que nada
tenían de separatistas en sus programas y que constituían entre todos una
gran mayoría en las dos regiones. En los prolegómenos de la guerra los
rojos se aliaron con los separatistas, cuyo poder había aumentado mucho
gracias a la naturaleza disolutiva que en España tiene la República, y les
ofrecieron la independencia. Así se formaron, una vez empezada la guerra,
esas dos pequeñas Repúblicas de Euzkadi y Cataluña, la primera de las
cuales ya no existe desde que las tropas nacionales acabaron de dominar
por completo la provincia de Vizcaya, cuya capital es Bilbao, gran ciudad
que ha vuelto a incorporarse a la integridad de la Patria española con el
mayor entusiasmo por parte de sus habitantes. Esta es la mejor prueba de
lo ficticio del problema separatista. Bilbao ha vuelto a recobrar su norma­
lidad y fisonomía habituales después de un año de dominación rojosepara-
tista. Hoy no da la sensación de una ciudad conquistada, sino liberada.

España, salvaguardia de la civilización occidental


En un artículo publicado por mí en A B C de Sevilla, poco después de
iniciado el Movimiento Nacional, sostenía la tesis de que España, que salvó
a Europa en la Edad Media de la dominación musulmana, siglos después del
judaismo y que contuvo y circunscribió más tarde la Reforma, va a salvarla
ahora de la barbarie comunista y asiática. Para comprender esta verdad es
preciso tener en cuenta, no sólo el estado de salvajismo revolucionario exis­
tente en España antes de la guerra, y que ya hemos descrito, sino el que,
centuplicado, ha seguido después, y que puede concretarse en los siguientes
hechos, perfectamente comprobados: 300.000 asesinatos cometidos en el te­
rritorio dominado por los rojos, desde el 18 de julio de 1936 hasta la fecha;
la destrucción en dicho territorio de casi todas las iglesias existentes; la per­
secución y asesinato de religiosos (se calculan en más de 15.000, entre ellos
ocho Obispos y un Arzobispo); el asalto y saqueo de más de un millón de
viviendas particulares, y, en resumen, la violación de los más elementales
principios de derecho natural. Los representantes diplomáticos de las prin­
cipales naciones del mundo, acreditados en Madrid cuando empezó el Mo­
vimiento, pueden testimoniar los crímenes y atrocidades de toda índole rea­
lizados en la zona roja por los que muchos llaman todavía “gubemamenta-

690
les”. La actitud humanitaria de los Embajadores y Ministros Plenipotencia­
rios acogiendo en las Embajadas o Legaciones, y en numerosos edificios
anejos a ellas, a millares de refugiados que, gracias a este asilo, pudieron
salvar sus vidas en Madrid, demuestra que no es tan difícil desconocer la
auténtica realidad de la tragedia española. Los bolcheviques no persiguen
y asesinan únicamente a las clases pudientes o aristocráticas. El número de
víctimas demuestra que la mayoría han sido personas modestas, pequeños
burgueses e infinidad de obreros. En el periódico A B C de Madrid, que
yo dirigía y del que se apoderaron los rojos, que lo editan con una redac­
ción extremista desde el 20 de julio de 1936, fueron asesinados, por el solo
hecho de no estar afiliados a las sociedades de trabajadores marxistas, más
de cien obreros, además del subdirector, Alfonso Rodríguez Santa María, y
de los ilustres colaboradores o redactores Ramiro de Maeztu, Manuel Bueno,
Honorio Maura, Víctor Pradera, José Polo Benito, José Asenjo, Julio Duque
y Alfredo Miralles. Yo mismo pude salvar mi vida por encontrarme con mi
familia ausente de Madrid cuando empezó el Movimiento.
Si los nacionales perdiéramos la guerra es indudable que la ola roja, con
los mismos caracteres violentos de crímenes, asesinatos y la consiguiente
subversión de todo lo existente, se extendería en seguida a los dos países
vecinos: Portugal y Francia. Después, entre el bolchevismo puro de Rusia
establecido en el Oriente y el bolchevismo anarquizante de Portugal, España
y Francia en el Occidente, puede suponerse cuál sería, en un espacio de
tiempo muy corto, la suerte de Europa. Por eso puede afirmarse que Es­
paña no se defiende sólo a sí misma y que la sangre de los españoles, derra­
mada con heroísmo sublime en los campos de batalla, es la salvaguarda de
la civilización para todo el viejo Continente europeo.
Dos de los países que mejor conocen el problema español son, por su
vecindad, Portugal y Francia. Aquél, dominado por un Gobierno fuerte y
antimarxista y con toda su frontera lindando con la España nacional, no
tiene por el momento problema grave; pero Francia, sí. Su situación es
parecidísima a la que existía en España hace unos años. Con más lentitud,
por el arraigo y la tradición en cierto modo conservadora de su República,
I es indudable que Francia va siguiendo los mismos pasos que han conducido
a España a la tragedia. Por eso, ante la posibilidad del peligro, los perió­
dicos nacionales franceses nos comprenden bien. Le Jour, L'Epoque, Le
Martin, Le Journal, Candide, Gringoire, Je suis partout, entre otros perió­
dicos de París, procuran en sus campañas salvar a Francia con el ejemplo
de España. Y es verdaderamente curioso que cuando en los medios inter­
i
i
nacionales se esperaba de las recientes elecciones cantonales una decisiva
inclinación hacia el comunismo, los electores franceses hayan dado marcha
atrás votando al centro. Es curioso, pero es natural. Por la costa mediterrá­
i nea, Francia linda con la España roja. Hasta ella han llegado las salpicadu­
ras de nuestra guerra, agravadas por la ayuda descarada que su Gobierno
a ha prestado a los comunistas españoles. Y Francia, antes de votar, se ha
mirado al espejo del mar latino, que tan bien refleja la tragedia de la próxima
Barcelona, la gran ciudad mártir, sede de la Federación Anarquista Ibérica.
É
691
La intervención extranjera en la guerra civil

Una de las mayores infamias de la propaganda roja, tan hábilmente des­


arrollada por los bolcheviques a costa del oro robado en los sótanos del Banco
de España de Madrid, consiste en la pretensión de hacer creer a la opinión
del mundo que la España nacional está poco menos que invadida por ejér­
citos extranjeros en lucha con los naturales del país. Esta patraña, esta fal­
sedad, cínicamente elaborada por los rojos para provocar un conflicto mundial,
previendo en él la única posible salvación de su causa irremediablemen­
te perdida, precisa y obtiene en este artículo un categórico mentís. La Es­
paña nacional ha mantenido, mantiene y mantendrá inexorablemente su so­
beranía; es incapaz de comprometer la integridad de su territorio en ningún
pacto con otro Estado, cualquiera que sea, y protesta solemnemente de
esta calumnia que, sobre su independencia y dignidad, pretenden echar los
mismos hombres que fueron capaces de ofrecer oficialmente el Marruecos
español a Francia e Inglaterra, a cambio de un apoyo bélico. ¿Pero es que
ya no se recuerda este episodio, ocurrido hace ocho o diez meses, que tuvo
la máxima publicidad en los principales periódicos de Europa y América?
Yo voy a demostrar, por el contrario, que sin la ayuda extranjera que
los rojos recibieron desde el primer momento, cuando la España nacional
sólo contaba con sus propios medios, la guerra hubiera terminado a las
pocas semanas de comenzada, con la victoria de los nacionales. Empezó el
Movimiento, como ya hemos dicho, el 17 de julio de 1936, y desde Burgos,
Valladolid, Pamplona y otras ciudades donde triunfó plenamente el primer
día, comenzó el Ejército nacional su avance victorioso hacia Madrid, reco­
rriendo cientos de kilómetros, sin que en sus filas hubiera un solo voluntario
no español, sin una sola arma de cualquier clase que procediera del extran­
jero. El 24 de julio las vanguardias nacionales se encontraban ya en los
altos de la Sierra de Guadarrama, a 50 kilómetros de Madrid, adonde hu­
bieran entrado pocos días después, a no ser por los numerosos aviones ex­
tranjeros, adquiridos por el Gobierno de Madrid en aquellas naciones que
tuvieron entonces la complacencia de vendérselos o regalárselos. Esto es pú­
blico desde entonces en toda Europa y lo publicaron los periódicos franceses,
dando cuenta detallada del número de aviones, de sus marcas y de la fecha
de sus salidas de los aeródromos del Sur de Francia, con destino a la Es­
paña roja. Detrás de los aviones llegaron los fusiles, las ametralladoras, las
municiones que el Gobierno bolchevique adquiría fuera de España con fa­
cilidad inaudita, aun después del acuerdo de no intervención firmado por las
principales potencias. Entre tanto, el General Franco, al frente del Ejército
de Africa, avanzaba desde las orillas del Estrecho de Gibraltar hasta el
centro de la Península, conquistando media España en una marcha triunfal
que dejará memoria en los anales militares del mundo, y rechazaba los nu­
merosos ofrecimientos de voluntarios que desde el extranjero se le hacían.
Así, rechazó por entonces a seis mil irlandeses y a varios millares de camisas
negras italianas. A fin de octubre se encontraba Franco a las puertas de
Madrid, habiendo recorrido en dos meses cerca de mil kilómetros. Los ro-

692
jos estaban aniquilados. La guerra de España con los milicianos marxistas
acababa. Iba a empezar la guerra internacional.
El 4 de noviembre aparecieron en el frente, por primera vez, numerosos
tanques rusos, tres de los cuales quedaron en poder de los nacionales en el
pueblo de Torrejón de Velasco, a 20 kilómetros de Madrid, y cinco días
más tarde, los rojos presentaban en sus filas a más de 30.000 internacio­
nales, que fueron reclutados por los partidos socialistas y comunistas de
Francia y otros países de Europa, con carteles y ofrecimientos públicos. En
los combates victoriosos, los nacionales empezaron a coger prisioneros a
oficiales extranjeros; el Ejército rojo estaba mandado por Generales rusos.
Entonces, y sólo entonces, entendió el General Franco que ya no había ra­
zón para rechazar a los voluntarios extranjeros que se le ofrecían. Pero se
limitó su número y se les ha dado únicamente un puesto de honor en la
lucha contra el comunismo internacional.
Actualmente, la proporción de combatientes extranjeros, la mayoría ita­
lianos, entre los nacionales, es de un cuatro por ciento.

La España blanca y la España roja


Como es sabido, España consta de cincuenta capitales de provincia. El
Movimiento triunfó el primer día en veintisiete, continuando veintitrés en
poder del Gobierno de Madrid. Actualmente, la España nacional tiene treinta
y cinco, y los rojos, quince. Las provincias y capitales conquistadas en die­
ciséis meses de guerra por los nacionales han sido, por el siguiente orden:
Huelva, Segovia, Badajoz, Guipúzcoa y San Sebastián, Toledo, Málaga, Bil­
bao y Santander. Cuando este artículo se publique se habrá terminado de
conquistar la provincia de Asturias, dominándose todo el Norte, con el li­
toral cantábrico entero. Ahora podrá bajar al centro de la Península un Ejér­
cito de más de cien mil hombres, que, unido al poderoso que en estos fren­
tes existe, será decisivo para finalizar victoriosamente la guerra. El Protec­
torado de Marruecos se encuentra, asimismo, desde el principio, bajo la in­
fluencia de la España nacional, y, bajo su dominio, las plazas de soberanía
del norte de Africa y todas las colonias.
En la zona nacional, por el contrario de lo que ocurre en la roja, están
íntegramente garantizados los derechos individuales compatibles con el es­
tado de guerra. La Iglesia Católica goza de toda libertad, y las demás creen­
cias, de la más respetuosa consideración. El Ejército y la Marina, bajo el
mando de sus Jefes y cuadros profesionales, observan sus Códigos y Regla­
mentos especiales.
Esta zona nacional, donde la vida de la retaguardia transcurre en calma
apacible, está regida por el Jefe del Estado, consciente de sus deberes, que
5 asegura y garantiza con su Gobierno la vida interior de España y el normal
desarrollo de sus actividades. Los extranjeros, y no hay que decir que los
súbditos de países que no mantienen relaciones con la España nacional, go­
zan de todos sus derechos, y los Cónsules ejercen libremente sus funciones.
Los Tribunales de Justicia, integrados siempre por miembros de la Ma­

693
gistratura, aplican equitativamente las leyes en vigor antes del 17 de julio
de 1936.
Las actividades agrícolas, industriales y comerciales, así como el cobro
de impuestos, se desarrollan regularmente, según las normas jurídicas y res­
petando en todo la propiedad privada.
Estos son los hechos ciertos que cualquier hombre imparcial puede com­
probar. Y yo agradezco a la gran revista Foreign Affairs la ocasión que me
ha dado de exponer ante el público de los Estados Unidos de América la
verdad sobre la guerra civil de España.
Juan Ignacio Luca de Tena
Sevilla, 14 de agosto de 1937.

DOCUMENTO 209

LAS CONCLUSIONES DEL DICTAMEN DE BURGOS (252)

Conclusiones
1. a Que la inconstitucionalidad del Parlamento reunido en 1936 se
deduce claramente de los hechos, plena y documentalmente probados, de
que al realizarse el escrutinio general de las elecciones del 16 de febrero
se utilizó, en diversas provincias, el procedimiento delictivo de la falsifica­
ción de actas, proclamándose diputados a quienes no habían sido elegidos;
de que, con evidente arbitrariedad, se anularon elecciones de Diputados en
varias circunscripciones para verificarse de nuevo, en condiciones de violen­
cia y coacción que las hacían inválidas, y de que se declaró la incapacidad
de Diputados que no estaban real y legalmente incursos en ella, apareciendo
acreditado también que, como consecuencia de tal fraude electoral, los par­
tidos políticos del llamado Frente Popular aumentaron sus huestes parla­
mentarias, y los partidos de significación opuesta vieron ilegalmente muti­
lados sus grupos, alcanzando lo consignado repercusión trascendental y de­
cisiva en las votaciones de la Cámara.
2. a Que las pruebas hasta ahora aportadas y los textos legislativos, De­
cretos y Ordenes examinados, reveladores de la conducta seguida a partir
del 19 de febrero de 1936 por Gobierno y Cortes, demuestran también de
modo claro la ilegitimidad de origen de aquellos poderes, nacidos fuera de
todo cauce legal, por su inadaptación a las bases de externa legalidad, teóri­
camente establecidas, en el texto constitucional de 9 de diciembre de 1931.
3. a Que esa ilegitimidad aparece notoria como derivada de la supre­
sión, en cuanto a su funcionamiento normal, de los órganos constitucionales
en que descansaba todo el equilibrio del régimen: las Cortes, por el fraude
deliberado cometido en cuanto a la representación; el Tribunal de Garantías,
por su virtual inexistencia, confirmada y llevada a práctica desaparición en
el Decreto-Ley de 25 de agosto de 1936, y, finalmente, la Presidencia de la

694
1 República, como consecuencia de la arbitraria y, por su forma, inválida
destitución acordada por las Cortes el 7 de abril de 1936.
4. a Que con independencia de tales vicios constitucionales, el Estado
existente en España el 18 de julio de 1936 perdió todo derecho de mando y
soberanía al incurrir en el caso flagrante de desviación de móviles del Poder,
claramente apreciado, desde que el 19 de febrero de aquel año se transfor­
i mó de Estado normal y civilizado en instrumento sectario puesto al servicio
de la violencia y del crimen.
5. a Que esa transformación, ya cierta antes del 13 de julio de 1936,
apareció patente desde la comisión del crimen de Estado, que representa
la muerte por asesinato de don José Calvo Sotelo, y la pública denuncia de
ella, por representaciones autorizadas de los partidos ante la Diputación Per­
manente de las Cortes el 15 de julio de aquel año.
6. a Que esta conclusión aparece también confirmada por los hechos
posteriores, ya que, agotados los medios legales y pacíficos y consumado el
Alzamiento Nacional el 18 de julio de 1936, el supuesto Gobierno que pre­
tendía dominarlo, lejos de acudir al medio constitucional y legal de declarar
el estado de guerra, apeló para combatirlo al procedimiento, jurídicamente
inconstitucional y moralmente incalificable, del armamento del pueblo, crea­
ción de Tribunales Populares y proclamación de la anarquía revolucionaria,
hechos equivalentes a “patente de corso” otorgada para la convalidación de
los centenares de miles de asesinatos cometidos, cuya responsabilidad recae
plenamente sobre los que los instigaron, consintieron y dejaron sin castigo.
7. a Que la misma regla es aplicable, y la misma condenación recae so­
bre los atentados a la propiedad, pública y privada, del propio modo origi­
nados por el armamento del pueblo antes referido.
8. a Que el Glorioso Alzamiento Nacional no puede ser calificado, en
ningún caso, de rebeldía, en el sentido jurídico penal de esta palabra, repre­
sentando, por el contrario, una suprema apelación a resortes legales de fuerza
que encerraban el medio único de restablecer la moral y el derecho, desco­
nocidos y con reiteración violados.
9. a Que las razones apuntadas constituyen ejecutoria bastante, no sólo
para apartar al Gobierno del Frente Popular de todo comercio moral, sino
motivo suficiente para cancelar su inscripción en el consorcio del mundo ci­
vilizado e interdictarle intemacionalmente como persona de derecho público.

$95
Tercer grupo

TEORICOS, OBSERVADORES, HISTORIADORES

Las contribuciones a este tercer grupo son bastante heterogéneas. El


profesor Fraga Iribarne (documento 210) abre la serie con unas conside­
raciones en las que se vincula la innegable justificación jurídica per se del
régimen actual español con la juridicidad sangrienta e inevitable, extraída
del corazón de un pueblo que no quiso asociarse a la descomposición de
su Estado. Junto a estas primeras perspectivas de la ciencia política sobre
la guerra de España es un admirable contraste el producido por los ecos,
demasiado pronto olvidados, de la amable voz de Florence Farmborough
(documento 211), la locutora inglesa que contó al mundo lo que veía desde
su observatorio salmantino. Y siguen los testimonios de catedráticos uni­
versitarios: el Vizconde Therlinden, de Lovaina (documento 212); las
consideraciones de García Morente (documento 213) y Gregorio Mara-
ñón (documento 214) preceden al enfoque de Vicente Marrero (documen­
to 215), quien, en las páginas siguientes de su obra, nos ofrece una sín­
tesis antológica muy estimable sobre el mismo tema.
Los cuatro documentos siguientes (216 al 219) son una prueba monu­
mental, lo que no significa precisamente amena, del carácter monolítico
con que el pensamiento católico tradicional se alineó jurídica, política y
fácilmente al lado del alzamiento. Más que el entramado formal de
esos textos nos interesa ahora, ya con enfoque histórico, la terrible y uná­
nime decisión que revelan. Además, entre los razonamientos de sus auto­
res que se entreveran citas y documentos importantes que nos interesaba re­
coger aquí.
El carácter monolítico citado se refiere, naturalmente, al catolicismo
español, que no prestó ningún representante de altura —Lobo, Vilar y
Camarasa no lo eran— al bando republicano. No es éste el lugar adecuado
para valorar las interpretaciones que los católicos extranjeros hicieron de
la guerra española. En general, los Episcopados y la inmensa mayoría de
los católicos favorecieron netamente a los nacionales, según las claras
indicaciones de Roma. Pero no faltaron intelectuales católicos que —sobre
todo en Francia— dieron la nota discordante. Bernanos y Maritain fueron
temas predilectos de la propaganda de un Gobierno que tenía constitutiva­
mente amordazada y torturada a la Iglesia.
Este capítulo, cuyo carácter epilogal ya ha sido destacado, no es un
estudio sobre el alzamiento de julio; sólo trata de revelar documentalmente
algunos puntos de vista sobre la raíz y la conciencia de ese alzamiento.
No tiene nada de extraño que la interpretación de esa raíz y esa conciencia,
por su absoluto desbordamiento de las limitadoras orejeras del marxismo
teórico, choque violentamente con los dogmáticos de la izquierda marxista.
Si el lector quiere confrontar esos cerrados puntos de vista, le recomen­
damos que consulte, por ejemplo, la tesis de Antonio Ramos Oliveira, quien
nos ofrece lo que esperábamos de él. Por supuesto que considera el al­
zamiento como un pronunciamiento clásico; desconoce en absoluto su
raigambre popular y le atribuye vinculaciones exclusivamente oligárquicas.
Carlos M. Rama hace un estudio crítico de las razones del alzamiento,
con más ponderación y conocimiento de causa que Ramos Oliveira. Su

696
alegato pretende fundarse en la sociología política, pero en realidad es el
desarrollo, en ocasiones hábil, de una tesis preconcebida que hay que de­
mostrar como sea. Produce una aparente sensación de seriedad, con lo que
la decepción es luego doble.
Este grupo, este capítulo y esta selección de documentos se cierran con
el testimonio de un historiador (documento 220), testimonio importante en
sí mismo, y por la gran cita, también documental, que contiene. AI cerrar
las pruebas de este libro se anuncia la aparición de la última obra del
general Jorge Vigón. Aunque todavía no la conocemos, tenemos la
absoluta seguridad de que aportará enfoques importantes para los temas
que acabamos de tratar. Las perspectivas históricas del 18 de julio co­
mienzan ya a ser utilizadas como tal elemento histórico para construcciones
políticas posteriores: un ejemplo magistral lo constituyen los recientes ar­
tículos de Antonio Garrigues sobre el proceso de la institucionalización
española.
La inminente aparición del tercer volumen de la admirable Historia de
¡a Segunda República Española, de Joaquín Arrarás, nos tranquiliza bas­
tante tras la conciencia —que sería innoble ocultar— de los problemas
históricos que sin duda nuestro último capítulo deja en el aire, por encima
de algunas certezas básicas que teníamos mucho interés en revelar.
Uno de los más acuciantes entre esos problemas ha sido ya planteado
documental mente en los capítulos anteriores y pudiera centrarse en la con­
tinuidad entre la confusa masa política que antes del 18 de julio se deno­
minaba “las derechas” y la clara avalancha popular que respondió al grito
del Ejército. No se puede hablar sin matices de esa continuidad ni mucho
menos tratar de convertirla en identidad absoluta. Primero, porque el pueblo
levantado en julio comprendía amplias capas centristas, no despreciables
aportaciones de la izquierda y, por supuesto, innumerables republicanos;
mientras que —eso sí, con carácter más excepcional— no faltaron en el
otro lado representantes más o menos sinceros de la antigua derecha y no
estamos ahora evocando el hecho evidente y dilatado de las lealtades geo­
gráficas. Las “derechas”, sobre todo, eran algo muy diferente del pueblo
del 18 de julio. Atrás quedó la resignación, la cobardía, la indecisión, el
egoísmo: se abrió de pronto un camino y brotó de mil fuentes cegadas un
espíritu distinto. El hecho —comprobadísimo— de que el Movimiento de julio
fue un fenómeno biológico y espiritual antes que militar y político no excluye
de su tanto de culpa —cerrazón ideológica, catolicismo de nubes, injusticia
social y adormecimiento oligárquico— a “las derechas”. Pero, con todos los
defectos humanos, el 18 de julio cavó un vino nuevo sobre los odres viejos
y muchos de ellos saltaron en pedazos. El grupo humano que siguió ade­
lante era algo muy distinto. Aunque permanecían muchos nombres y mu­
chos hábitos, había surgido del choque trágico nada menos que un nuevo
horizonte y una permanente posibilidad. Claro que volverían los egoísmos
y los anacronismos. Pero la noche estaba detrás y había empezado un pro­
ceso irreversible que jamás podría remansarse en los moldes deshechos y en
las márgenes desbordadas.
Deliberadamente no hemos catalogado a los testimonios anteriores bajo
la etiqueta de intelectuales. Nos da miedo esta palabra, que ha llegado
casi a prostituirse cuando en ella se cobijan, al lado de artistas y científi­
cos auténticos, despreciables segundones del espíritu. Estas gentes, a fuerza

697
de gritar, han conseguido redondear su mito: suele circular sin apelación el
dogma de que los intelectuales de los años treinta —dentro y fuera de Es­
paña— se alinearon poco menos que unánimemente en el bando vencido
de nuestra guerra. Esta afirmación es el gran bulo de la historia española
contemporánea y necesita una disección cuidadosa que no podemos hacer
aquí: nos contentamos con señalar el proyecto y presentar, como avance,
un sugestivo manojo de contrapruebas vivas.

DOCUMENTO 210

FRAGA IRIBARNE Y LA TESIS DEL DINAMISMO ARQUITECTO­


NICO (253)

EL ORDEN POLITICO EN LOS PRINCIPIOS DEL MOVIMIENTO


NACIONAL

I. Guerra y revolución

“En tiempos tan turbados, cuando con pe­


ligrosas tempestades toda España se sub­
vertía, cuando más el ardor de las guerras
civiles era encendido...”
Doctor Francisco Ortiz: Tratados (1492)

Hoy, a los veinticinco años de lo que fue la guerra de España, aparecen


dentro y fuera del país libros que pretenden tomar una posición más o me­
nos objetiva respecto de ella. La Historia hay que verla de cerca y juzgarla
de lejos. Habrán de pasar muchos más años para que podamos entender el
verdadero sentido del momento presente y el valor de los años decisivos
I transcurridos desde el 18 de julio de 1936. Pero una cosa es clara desde
ahora: el cuarto de siglo que acabamos de vivir es una etapa bien definida
e irrevocable de la Historia de España.
Un punto fija claramente el arranque del actual orden político español:
la guerra de 1936 a 1939. Decía el Rey Sabio que “la guerra es remoción de
cosas quedas”, y Simón Bolívar que “una guerra intestina bate los humores
del cuerpo social y los purifica; lo corrompido perece, y sólo la superabun­
dancia de salud le sobrevive”. La guerra sacudió a España de los modos más
diversos; entre la sangre y las ruinas surgieron las bases de una España nue­
va. Las regiones de España, las clases sociales, las ideas mismas salieron de
sus alvéolos seculares y quedaron en nuevas posiciones, en todo caso se
aproximaron más a otras. Una decisión general se produjo de volver a em­
pezar la vida en común, sobre bases nuevas.

698
Nuestra guerra forma parte de un inmenso proceso revolucionario, que se
abre en 1808 Desde entonces el país se debate en el gran problema de
ajustarse al mundo contemporáneo. Revolución demográfica, revolución eco­
nómica, grandes cambios políticos. No pudimos encontrar el cauce de la evo­
lución pacífica, como los anglosajones. Un confuso barullo de motines, aso­
nadas, bullangas, atentados, huelgas, revoluciones, golpes de Estado, guerras
civiles, marca las sacudidas de un pueblo, un gran pueblo, que ha conocido
la unidad, el orden y un gran destino histórico, y no se resigna a la medio­
cridad y al caos. Pero hay algo indiscutible: en poco más de un siglo hubo
muchas situaciones políticas, cada una con su Constitución, que era un pro­
grama; pero ninguno de estos regímenes se consolidó ni puso en marcha unas
instituciones aceptadas, respetadas y cumplidas. Ríos Rosas lo dijo en el
Parlamento: “Es preciso decir la verdad al país; es preciso decirle que todos,
vosotros y nosotros, hemos sido dictadores; que todo ha sido mentira y farsa.”
España entra en el siglo xx sin constituir. Su estructura económica no
está a la altura de los tiempos. Su estructura social es particularmente pro­
picia al choque revolucionario; grupos proletarios grandes e incultos, cam­
pesinos sin tierra, funcionariado e intelectualidad pobres y resentidos, clase
dirigente egoísta e ineficiente, tendencias anarquizantes en todas partes. Su
organización política es débil. El intento canovista de copiar el sistema bri­
tánico del turno de partidos termina tan pronto como falta su genio per­
sonal. Fracasado el intento del General Primo de Rivera de poner orden ad­
ministrativo y económico, sin nuevas ideas políticas, los viejos políticos se
ponen de acuerdo para deshacer, mas no para construir. En medio de la
crisis económica de los años 1930-1931 no se puede ni volver al turno pa­
cífico de los partidos, ni encontrar figuras para un Gobierno Nacional, como
las de Maura, ni volver a ensayar un dictador. Acusado de haber colaborado
con la Dictadura, “el Trono sufría un cerco cada vez más estrecho”. La Mo­
narquía, sin defensores, fue eliminada por los viejos políticos, por los inte­
lectuales, por las masas socializantes, por los separatismos más diversos, por
las sectas.
Pero el 14 de abril, entiéndase bien, es el final de un largo proceso. No
hay fisuras de 1808 a 1931. La tragicomedia de Bayona, los bandazos del
reinado del Deseado, la guerra sucesoria entre isabelinos y carlistas, una Re­
gencia difícil, un reinado de “tristes destinos”, la revolución del 68, el ex­
perimento amadeísta de “Monarquía democrática”, el compromiso de doc­
trinarios, son etapas sucesivas de degradación de una institución secular, que
en 1931 se desprendió “como cáscara vacía”, dejando enfrentadas y sin ár­
bitro a todas las fuerzas sociales desatadas.
La Restauración había sido un compromiso entre algunas de éstas. Lo
que llamó Maeztu la “Monarquía militar”, mas los dos grandes factores que
Costa analizó como “oligarquía parlamentaria” y “caciquismo local” se en­
tendieron con una burguesía que aceptó el orden para iniciar un moderado

1 Véase mi trabajo Las transformaciones de la sociedad española contemporánea,


Madrid, 1959.

699
desarrollo económico. Incapaz ésta de entenderse con el nuevo proletariado,
a partir del año 1917 el frágil equilibrio se descompone. La Dictadura res­
tablece el orden, pero atacando en sus raíces a los viejos oligarcas y caciques.
Estos se vuelven en 1931 contra el Rey y el Ejército, mientras la burguesía
abandona a la Monarquía, sin decidirse tampoco a la República.
Albert Mousset, comentando la calma aparente del 14 de abril, ha sub­
rayado la extrañeza de este cambio de régimen que nace indirectamente de
una consulta popular limitada, sin efusión de sangre, y obra de intelectuales
más que de políticos, sin partidos republicanos fuertes en el país. Pero el
conjunto del país esperaba un cambio, y muchas fuerzas sociales aceptaron
el experimento.
Pronto sonaron voces de “no es eso”. Pronto se vio que nadie tenía una
idea, ni siquiera aproximada, de lo que había de ser la República. Pronto se
vio que todas las fuerzas de la destrucción se ponían en marcha y ninguna,
en cambio, para construir. Pronto se vio que los especialistas de la violencia
y de la subversión consideraban llegado su momento, su octubre rojo. En
1936 el Frente Popular se pone en marcha para recoger los frutos de cinco
increíbles años.
Pero el 18 de julio de 1936 las cosas tomaron otro camino. La razón fue
muy sencilla. Por razonamiento unos, por intuición otros, grupos crecientes
habían llegado a conclusiones firmes. España no podía seguir deshaciéndose.
España no podía renunciar a su tradición secular. España tenía que salvar
la unidad de sus hombres y de sus tierras. España tenía que buscar un ca­
mino por el cual pudiera seguir su revolución económico-social sin desangrar­
se en la lucha de clases. Estos hombres y estos grupos tuvieron de su lado
la mayor y la mejor parte del país. El veredicto definitivo de la Historia
es la Historia misma. Con la victoria nacional se abre este cuarto de siglo,
el primero que el país conoce en paz civil, en orden social, en desarrollo
seguro, desde el reinado de Carlos III. En el régimen de Franco, que ha cum­
plido ya veinticinco años, el país emprende una marcha ordenada hacia la
solución de sus problemas económicos, sociales, administrativos, políticos,
internacionales.

II. La legitimidad jurídica del régimen actual


El orden político es un concepto que pudiéramos definir (con la autori­
dad de Aristóteles) como arquitectónico. Se trata de tomar unas masas so­
ciales, unas fuerzas económicas, unos planos de ideas y de hacer con todo
ello un edificio que se sostenga. Debe añadirse que no se dispone de un solar,
sino que se construye sobre lo que nos dejaron los siglos y generaciones pa­
sadas, y que los materiales que se usan están vivos, y por lo mismo sufren
y quieren, y, finalmente, que todo está en movimiento, de modo que se
trata más bien de una arquitectura dinámica, como la de un buque que se
fuera reconstruyendo a sí mismo en plena navegación.
Estos elementos excluyen, en una visión realista, cualquier posición de
puro conservatismo o de nuda revolución. El revolucionario es siempre nihi­
lista, cara al pasado, e idealista, cara al porvenir. Primero quiere el solar

700
despejado, y arrasa lo existente; después cree que será capaz de fundar un
orden nuevo y perfecto, o sea, utópico. El conservador se pasa de prudencia;
no quiere experiencias, admite a lo sumo retoques; en el fondo no le gusta
la arquitectura, sino la decoración.
Lo primero es la legitimidad. No debe haber engaños: como dice Gui­
llermo Ferrero, el orden político sólo puede estar trabado por “cadenas de
hierro” o por “hilos de seda”. O los hombres se odian, y por lo mismo se
temen entre sí, o están en pie de lucha de clases, de guerra civil, o están dis­
puestos a aceptar un sistema de compromisos, de acuerdos, de arreglos en
los cuales convivir. Esto es la legitimidad, un valor entendido social, un con­
sentimiento de la mayoría actuante en que, sobre ciertas bases y reservando
el resto a la legítima defensa de los intereses de cada uno, se está dispuesto
a convivir. Sobre esta aceptación, sin imposición; sobre una base nacional,
y no grupos minoritarios, se puede fundar un orden político.
Durante muchos años la legitimidad de los regímenes políticos ha que­
rido medirse exclusivamente por el patrón de una experiencia concreta, la
democracia parlamentaria, cuya expresión más acabada eran los sistemas in­
glés y francés. El surgimiento a lo largo de toda la geografía mundial ha
hecho revisar la valoración de estos sistemas, y hoy se acepta de modo muy
general la relación entre las formas políticas y la base social sobre que se
sustentan. Pero conviene no dar la espalda al concepto de legitimidad.
La legitimidad de un régimen político es una realidad esencialmente his­
tórica, y que consiste esencialmente en la aceptación por parte de un pueblo
de un sistema político como el más adecuado a sus condiciones sociales, en
la coyuntura presente, en relación con las experiencias anteriores, y con
lo que aspira a ser en el futuro. Por eso hablaban los clásicos de la legiti­
midad de origen (un régimen en relación con los anteriores) y la legitimidad
de ejercicio (un régimen, su obra presente y sus posibilidades de futuro).
La legitimidad de origen: ilegitimidad de la segunda República españo­
la.—La segunda República española es el último episodio de una larga cri­
sis política (coincidente con una complicada crisis económica y social), que
se abre en 1808 con la invasión napoleónica y la emancipación americana
De 1808 a 1936 el país ha tenido innumerable número de Constituciones,
Gobiernos, golpes de Estado, revoluciones, guerras civiles, etc. Sus dos pe­
ríodos de máxima anarquía y desorden han coincidido con los dos breves
períodos de gobierno republicano; la primera República sólo duró un año,
en el que tuvo cuatro Presidentes, una sublevación cantonal y una guerra
civil. La segunda terminó en una guerra civil, con más de medio millón de
muertos, después de los intentos separatistas de varias regiones españolas
y la revolución marxista de 1934.
La República advino por un golpe de Estado el 14 de abril de 1931,
después de unas elecciones municipales en que los candidatos monárquicos
habían tenido gran mayoría.
’ Véase M. Fraga Iribarne: Las transformaciones de la sociedad española contem­
poránea, Madrid, 1959; J. Vicens Vives: Historia social y económica de España y Amé­
rica, tomo IV, vol. II (los siglos xix y xx), Barcelona, 1959; L. Sánchez Agesta:
Historia del constitucionalismo español, Madrid, 1955.

701
vi Las elecciones a las Cortes Constituyentes arrojaron una mayoría izquier­
dista, que aprobó un texto enormemente impopular. Sabiendo que la mayo­
ría del país lo rechazaba, las propias Cortes aprobaron una Ley de Defen­
sa de la República, que daba al Gobierno poderes cuasi dictatoriales. Oiga­
mos a don Miguel de Unamuno: “Tuvieron que recurrir a esa desdichada
Ley de Defensa de la República y a toda la secuela de arbitrariedades mi­
nisteriales”; añadiendo que “hay algo peor que la Inquisición, que por cierto
I tenía sus garantías: es la inquisición policíaca que, apoyándose en un pánico
colectivo, inventó peligros para arrancar unas leyes de excepción.”
El país, asqueado del primer bienio de desgobierno de una coalición de
predominio revolucionario y antirreligioso, envió al Parlamento una mayoría
de derecha y centro en 1933. Inmediatamente, el partido socialista español,
que no es reformista, sino claramente marxista y subversivo hizo saber
que no admitiría un Gobierno que reflejase el resultado electoral, y, efecti­
vamente, se lanzó poco después a la sublevación armada. Como reconoce
Salvador de Madariaga, “con la revolución de 1934 la izquierda española
perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936”.
En febrero de 1936 se celebraron nuevas elecciones. Un fraude electoral
sin precedentes se completó con una escandalosa revisión de actas en el nue­
vo Parlamento, que dio al Frente Popular el “quorum” necesario para la
destitución del Presidente de la República, don Niceto Alcalá Zamora, ex­
perto jurista, que ha dedicado luego dos libros convincentes a demostrar que
ni uno sólo de los artículos de la Constitución dejó de ser violado por el Go­
bierno en los meses siguientes.
Sin esperar a la reunión de la Cámara, la Comisión Permanente de las
Cortes concedió una amnistía sin excepciones a los criminales de 1934. Una
situación de anarquía y desorden se instauró en el país; del 16 de febrero
al 2 de abril de 1936 tuvieron lugar once huelgas generales, 169 motines,
106 incendios de iglesias, etc. Nadie tenía segura su vida, su honor o su
hacienda.
Todos los derechos individuales eran despreciados: el derecho al trabajo,
la libertad de expresión, la libertad religiosa y de enseñanza 2. Los artícu­
los 26 y 27 de la Constitución, en un país de inmensa mayoría católica,
habían prohibido la enseñanza a las órdenes religiosas. Hubo momento en
que más de un centenar de periódicos estuvieron suspendidos a la vez; al­
gunos, como A B C de Madrid, tres meses y medio. Los abusos culminaron
en el asesinato del ex Ministro don José Calvo Sotelo, uno de los líderes
principales de la oposición, muerto por la Policía, que lo sacó violentamente
de su domicilio en la noche del 13 de julio de 1936.
? ■!
Apartir de aquel momento no quedaba otro recurso que la legítima
defensa contra un Poder público que había perdido toda sombra de legiti­
rf
?! i-I
midad 3.

I'j 1 Véase ¿Qué pasa en España? El problema del socialismo español. Madrid, 1959.
1 2 Véase La legalidad en la República española. Madrid, 1948.
3 Véase, para más detalles, el Dictamen de la Comisión sobre ilegitimidad de po­
deres actuantes en 18 de julio de 1932, 2 vol., Burgos, 1939. Esta Comisión, integrada

702
DOCUMENTO 211

LA VOZ INGLESA DE RADIO NACIONAL (254)

La palabra Cruzada, aparte de su moderno significado aplicable a cual-


quier empresa entusiasta...
El Gobierno del Frente Popular continuó su política de desintegración,
fomentando los movimientos separatistas... Comenzó entonces la persecu­
ción del “fascismo”. En aquel tiempo el movimiento “fascista” tenía en Es­
paña pocos partidarios, pero como los rusos clasificaban a todos sus enemi­
gos en esa categoría, el término fue aceptado por el Frente Popular español,
que no ha dejado de llamar a la Cruzada Nacional un “movimiento fascis­
ta” para incitar contra él a la opinión pública mundial y especialmente ha­
cerle odioso a los países democráticos.
Fue entonces cuando Franco, sabedor de que el Ejército español estaría
con él, tomó su grandiosa decisión final. Se levantó para oponerse al poder
del Frente Popular, para contener la riada bolchevique que se desbordaba
sobre el país. Y lanzó la Cruzada Nacional. La lanzó en nombre de una
nación amenazada con la exterminación total, o, lo que era peor, con la
esclavitud moral; porque sabía muy bien que las doctrinas rojas, una vez
enraizadas con firmeza en España, traerían consigo la aniquilación de la in­
dependencia española, del sentimiento patriótico nacional y de la fe cristiana.
Los adversarios de la España Nacional todavía siguen cerrando sus ojos
a la realidad, y siguen insistiendo en llamar al Movimiento Nacional insu­
rrección, pronunciamiento militar; pero el tiempo Ies devolverá la vista y la
Historia no dudará en proclamarles la verdad.
La Cruzada Nacional tuvo una respuesta inmediata e inmensa. Aflu­
yeron los voluntarios de todos los partidos... y de todas las clases: aristó­
cratas, trabajadores, obreros, militares, profesionales, estudiantes, todos vi­
nieron ardientemente con el mismo entusiasmo y la misma disciplina...
... he de decir que las repetidas victorias del Generalísimo han sido po­
sibles porque la mayoría del pueblo estaba con el alma y la vida a favor
de la causa nacional. Cualquier persona inteligente tiene que admitir que.
con los limitados medios de que Franco disponía al iniciarse el Movimiento,
y teniendo en cuenta la fuerza de la oposición roja..., esta Cruzada Nacio­
nal no hubiera podido tener este éxito si no hubiese recibido el pleno y pa­
triótico apoyo del pueblo español. Es la unidad de las clases, la fusión de
las energías nacionales lo que está detrás del Movimiento; y esta apasionada
intensidad de sentimiento, este fervor ardiente que se encuentra en todos
sus partidarios militares y civiles, constituye el arma más invulnerable en la
mano y en el corazón de los soldados de la España Nacional...
Franco ha dicho: Nunca una nación ha estado más unida dentro de su
Ejército y nunca ha sido un Ejército mejor representante de un pueblo en

por magistrados, juristas de prestigio y hombres de Estado de gran experiencia, realizó


un trabajo independiente y convincente.

703
armas. En el frente luchan y mueren como hermanos, sin distinción de cla­
se y origen; muchachos de ilustre cuna conviven con aldeanos; abogados,
médicos e ingenieros se turnan, en la guardia de las trincheras, con sus obre­
ros y empleados. La guerra une y cohesiona a quienes un sistema político
ha separado artificialmente. He aquí a la España futura, la España construi­
da por esos jóvenes que están aprendiendo en esta hora de valor y discipli­
na de las trincheras el significado de la verdadera fraternidad entre los
hombres.

DOCUMENTO 212

UN TESTIMONIO DE LOVAINA (255)

Los patriotas españoles desde ese momento deberían luchar por su pro­
pia existencia como por la de su país. Salus patriae, suprema lex. El Movi­
miento Nacional agrupó inmediatamente alrededor del General Franco gen­
tes de todas las opiniones, de todas las clases sociales, de todas las profesio­
nes, y no hay duda de que sin la intervención de las fuerzas comunistas ex­
tranjeras —lo que provocó otras intervenciones en sentido opuesto—, la
guerra hubiera ya tenido fin.
Es superfluo sacar conclusiones de esta exposición. Los hechos son su­
ficientemente elocuentes por sí mismos para establecer responsabilidades. El go­
bierno republicano, violando abiertamente todas las leyes divinas y humanas,
ha faltado a la misión esencial del Estado, que es asegurar la protección a
todos los ciudadanos. Tolerando los hechos más abominables contra las per­
sonas, contra la religión, contra la propiedad y animando a la revolución co­
munista por culpables complacencias, si no por una complicidad directa, ha
puesto toda la sinrazón de su lado y ha desligado a los españoles del jura­
mento de obediencia que todo buen ciudadano debe a la autoridad legítima,
sobre todo teniendo en cuenta que este Gobierno, salido de elecciones man­
chadas de violencia y de fraude, y beneficiándose de una mayoría parla­
mentaria de ninguna forma representativa de la voluntad del cuerpo electoral,
no puede sino difícilmente ser considerado como un Gobierno legítimo.

DOCUMENTO 213

LA UNICA ESPAÑA DE GARCIA MORENTE (256)

... En ella se ha jugado el porvenir humano del hombre. El triunfo de la


nación española sobre los vesánicos esfuerzos que pretendían destruirla
constituye la lección más fecunda y provechosa que la historia ha podido
proporcionar al pensamiento.

704
Ahora bien, si este sentido profundo de la guerra española ha escapado
a muchas personas, aun de las más inteligentes y perspicaces, ha sido por­
que, deficientemente informadas sobre España y la historia reciente de Es­
paña, han incidido desde el principio de la lucha en algunos errores fun­
damentales. En tres grupos pueden resumirse estos errores. El primero ha
consistido en juzgar el levantamiento nacional de España como simple su­
blevación de una minoría ex privilegiada —militares, sacerdotes y ricos—
que intentan por la fuerza restablecer su poderío; en suma, considerar el
acto del general Franco como un “pronunciamiento”, más o menos parecido
a los que España conoció en el siglo xix. El segundo error es el de los que
creen que la guerra civil española pone frente a frente dos Españas, la una
progresiva, democrática, liberal, y la otra reaccionaria, despótica, obscuran­
tista. El tercer error, que se comete al juzgar el caso actual de España, con­
siste, en fin, en aplicarle un criterio rígidamente formalista, tachando de
“ilegítimo” al Gobierno constituido por la autoridad del General Franco.
Estos tres errores —que revelan un profundo desconocimiento de lo que
ha sido y es la España contemporánea— podrían en realidad reducirse a
uno sólo: el error de creer que el nacionalismo español es un invento de
ahora, un aparato ideológico forjado por unos cuantos reaccionarios, para
dar apariencia de objetividad a sus intenciones tiránicas y despóticas.
Frente a esta falsa imagen que la ignorancia sobre España ha podido
fomentar en muchas cabezas, debemos oponer escuetamente la realidad his­
tórica de España. Y la realidad —harto desconocida por desventura— es
que el movimiento nacionalista español no se ha originado ahora y con oca­
sión de esta guerra, sino que viene de muy antiguo actuando en lo más pro­
fundo de las almas españolas. Desde hace unos cuarenta años, desde 1898,
todas las manifestaciones de la vida colectiva española, en las letras, en las
ciencias mismas, en la política, en la vida social, representan inequívocamen­
te la expresión de un profundo anhelo nacional, la ambición de restaurar a
España, el afán de reponer a España en el nivel histórico alcanzado antaño,
la ilusión de recobrar para la hispanidad eterna formas manifestativas capa­
ces de devolverle el brío y pujanza de siglos pasados. Tal es la auténtica rea­
lidad del nacionalismo español.
Y en esa voluntad de reafirmación nacional comulgan todos los espa­
ñoles; todos, incluso los que con las armas combaten al nacionalismo. ¿Por
qué —si no fuera así— fingen ahora los jefes marxistas dar a su perdida
causa un tinte de patriotismo y hablan de la independencia y de la naciona­
lidad? No; no hay dos Españas frente a frente. Hay una España, la España
eterna, que se ha levantado en un esfuerzo supremo de afirmación apasio­
nada contra unos grupos de locos o criminales, instrumentos ciegos de aje­
nas ambiciones y propósitos. Ahora, por conveniencias de su causa, esos
hombres del internacionalismo proclaman respeto y adhesión justamente a
todo lo que han estado pisoteando, vejando y destruyendo durante tantos
años. Ahora hablan de independencia nacional, cuando saben muy bien que
no son ellos precisamente los que de veras la defienden. ¿Por qué? Pues
porque han comprendido que en el fondo de las almas españolas el senti-

705
45

I
J
miento patriótico tiene tan hondas raíces que, en último término, la emoción
nacional es la única que puede estimular la bravura de nuestro pueblo a
los extremos de la heroicidad. Y de esa suerte envuelven su intención en un
!
mendaz patriotismo, para mejor disponer de las pobres voluntades que man­
tienen bajo su dominio.

I ■
DOCUMENTO 214

GREGORIO MARAÑON: EL ULTIMO DE LOS LIBERALES (257)

Si preguntamos a cien seres humanos de hoy, españoles o no españoles,


los motivos de su actitud, favorable o contraria a uno o a otro de los dos
partidos que luchan en España, nos exhibirán, unos, su credo democrático;
otros, su tradicionalismo; otros, su militarismo o su antimilitarismo; su ca­
tolicismo o su irreligiosidad —cuando no un neocatolicismo literario y rojo,
especie rarísima de la actual fauna ideológica— o bien su horror por los
j fusilamientos o por los bombardeos aéreos; o, finalmente, su simpatía o an­
tipatía personal por los Jefes de los bandos respectivos. Muy pocos serán
los que funden su posición en la razón auténtica de la lucha, que es única­
mente ésta, defiendo a los rojos porque soy comunista, o simpatizo con los
nacionalistas porque soy enemigo del comunismo.
Este es el nudo del problema y en él hay que localizar su visión y la pri­
mera parte de su interpretación. Se me podrá negar autoridad política —y yo
mismo no me esforzaría en disuadir al que me la negase—; pero no la auto­
ridad de testigo ocular y próximo de los acontecimientos políticos de mi
Patria en el último cuarto de siglo: ni la que merezco por no haber ocupado
jamás ningún cargo público y por no haber conseguido más que desventajas
materiales en mi afán de ser siempre fiel a mi conducta, es decir, a mi Pa­
tria y a mi conciencia. Y porque creo que el deber del intelectual es hablar
siempre que se lo pidan. No puede el intelectual, como el acaparador de mer­
cancías, reservar su opinión, calculadamente, para cuando le convenga más
lanzarla a la circulación.

* ♦ *

h España a partir de la Restauración vivió largos años de paz (las guerras


coloniales y la de Africa no fueron guerras nacionales) y largos años de li­
I bertad, que entonces parecía imperfecta, pero que hoy no disfruta ningún
pueblo de la tierra. En esta paz se engendró, como en todas las que ha cono­
■! ■ il cido la Historia, la debilidad del Poder público; y el espíritu de renovación
que caracteriza —y hace gloriosa— a esa etapa de la vida española acabó
por torcerse, políticamente, hacia una demagogia que agravaron los años de
súbito e inmerecido bienestar material de la guerra europea y de su post­
guerra. Acaso sea el pueblo español, eminentemente ascético, el más sensi­
’i' i ble a la corrupción de la abundancia. Hacia el año 1923, cuando ocurrió el

706
golpe de Estado del General Primo de Rivera, en todas las clases sociales do­
minaba el difuso sentimiento de que “así no se podía continuar”, y al calor
de ese sentimiento pudo realizarse y triunfar la Dictadura. Pero entonces no
se hablaba aún de comunismo o se hablaba gratuitamente. La agitación que
hizo posible la Dictadura se debía a una sorda descomposición, genuinamente
nacional, que afectaba a toda la sociedad, desde sus cabezas más eminentes
hasta los más profundos estratos del pueblo; y que un gran político de en­
tonces, conservador de nombre, pero de espíritu renovador, don Antonio
Maura, definió y se esforzó en combatir como “crisis de la ciudadanía”. Al
calor de esta relajación de los resortes del Estado crecía la fuerza revolucio­
naria específicamente española, la anarquista, localizada durante largos años
en Cataluña, en donde se había convertido en una endemia tolerada, con
víctimas numerosas cada año que se punteaban en las estadísticas con la mis­
ma naturalidad que las de la fiebre tifoidea. El año 1909 esta endemia tuvo
una explosión, la llamada “semana trágica”, con quema de conventos y toda
clase de violencias, pero todavía con el estilo revolucionario castizamente es­
pañol. Hoy, después de tantos horrores, nos parece todo aquello, que tanta
pasión suscitó, una broma de colegiales. Su verdadera gravedad estuvo, no
en las luchas de la calle, sino en lo que entonces no supimos ver: en que
por vez primera el liberal español, ya igual entonces a los liberales europeos,
amparó con su liberalismo una causa profundamente antiliberal, y sólo por­
que estaba teñida de rojo.
El socialismo español no era todavía una fuerza extremista. Lo prueba
la docilidad con que años después se plegó a la dictadura del General Primo
de Rivera, cuyos únicos enemigos fueron fuerzas burguesas: y no sólo las de
filiación liberal, sino muchos conservadores de siempre; y hasta una parte
del propio Ejército, precisamente la de mayor espíritu aristocrático, el Cuerpo
de Artillería. Aún al terminar la Dictadura, una parte importante de los jefes
socialistas hubieran aceptado —y de ello tengo pruebas irrefutables— la co- J
laboración con una Monarquía renovada por una nueva Constitución.
En la misma caída de la Monarquía y advenimiento de la República la
influencia visible del comunismo fue muy escasa. Si se repasa la propaganda,
muy activa y violenta, que precedió a las elecciones de abril del año 1931
(las que ocasionaron el cambio de régimen), apenas se encontrará en ellas
rastros de comunismo. Creo que este nombre no se pronunció una sola vez
en el mitin de la Plaza de Toros que precedió en pocos días a la votación de
Madrid y que la decidió a favor de las izquierdas.
* ♦ *

A partir de aquella fecha el tono comunista de la agitación española


fue creciendo y desenvolviéndose con arte supremo para no mostrarse de­
masiado potente y alarmante en las elecciones y en las demás manifestacio­
nes públicas. La apariencia del poder comunista era siempre inferior a su
verdadera realidad. Sin embargo, al fin, y con el pretexto del triunfo de las
derechas en las elecciones, intentaron un golpe de mano revolucionario y ne­
tamente comunista para ocupar el Poder en octubre de 1935' Esto no lo

707
recuerdan en el extranjero, donde no tienen por qué saber la historia de Es­
paña al detalle, aun siendo tan reciente. Pero los españoles, que no lo han
podido olvidar, se ríen del súbito puritanismo con que los mismos que enton­
ces hicieron la revolución contra algo tan legal como unas elecciones, se cu­
bren el rostro con la toga porque una parte del pueblo y del Ejército se
sublevó, a su vez, dos años más tarde, ante las violencias del Poder, algunas
de la magnitud del asesinato del jefe de la oposición por la propia fuerza
pública. Los “gubernamentales” de hoy son los “rebeldes” de 1935. Es,
pues, más veraz llamarles comunistas y anticomunistas, y dejar de lado lo
de “rebeldes”, denominación que suscita un grave problema de prioridad.
La sublevación de Asturias en octubre de 1934 fue un intento en re­
gla de ejecución del plan comunista de conquistar a España. Y la elección
de España fundábase no sólo en la facilidad específica que creaba en este
país, siempre inquieto, un régimen nuevo que había renunciado desde el
primer momento a toda autoridad; no sólo apoyándose en el viejo e inexacto
tópico de una comunidad de psicología entre el pueblo español y el ruso, sino,
■i
además, en que seguramente el triunfo del comunismo en España hubiera
supuesto, a muy breve fecha, por razones de geografía y de biología racial,
un grave quebranto del fascismo europeo y, sobre todo, la rápida conver­
sión al comunismo de la mayor parte de la América latina. La fase pre­
paratoria de esta conversión —la captación del liberalismo americano— es­
taba ya muy adelantada.
El movimiento comunista de Asturias fracasó por puro milagro. Pero dos
años después tuvo su segundo y formidable intento. Que la España roja que
hoy todavía lucha es, en su sentido político, total y absolutamente comunis­
ta no lo podrá dudar nadie que haya vivido allí sólo una hora, o que aún
estando lejos no contemple el panorama español a través de esos ingenuos,
pero eficaces espejismos de la libertad: el bien del pueblo, la democracia o la
República constitucional. Los comunistas militantes, ya desenmascarados,
claro es que no ocultan su designio. Los no comunistas, uncidos por la fatali­
dad a la causa roja, hablan todavía de que defienden una República democrá­
tica, porque saben que la credulidad humana es infinita. Pero estos mismos,
cuando conversan, en privado, no ocultan que mantienen su equívoco por
miedo, o por una suerte de espejismo ético que les hace anteponer al deber
de la conciencia, el de la amistad o el de los compromisos de partido, o
cuando no la necesidad inaplazable de vivir.

♦ * *

El día en que escribo estas líneas un hombre tan poco sospechoso como
Mr. Edén ha hecho patente ante el mundo el carácter indudablemente mos­
covita del movimiento rojo español. Nadie, pues, dudará de buena fe sobre los
términos en que está planteado el problema. Mi liberalismo recalcitrante no
regatea su respeto a los que sinceramente apoyan a este movimiento o sim­
plemente simpatizan con él, precisamente porque creen que la salvación de
España y del mundo entero está en el comunismo. Lo que no puede admi-

708

L
tirse, sin suponer mala fe e insuficiencia mental, es que ese apoyo y esa sim­
patía se funden en el amor a la libertad, en la paz social y universal, en la
democracia, en el respeto de las ideas y en todos los demás tópicos nobilí­
simos que nada tienen que ver con el estado bolchevique.
* ♦ *

Sin embargo, cuando decíamos, hace todavía poco tiempo, que el número
de comunistas era pequeño en España, no nos engañábamos. Eran y siguen
siendo una minoría, aun entre los que combaten en las trincheras rojas y
entre los que forman su retaguardia. El error_nuestro, como el de los demás
países de la Europa occidental o de América, está en juzgar la importancia
social de una idea —y concretamente de la comunista— por el número de
sus afiliados. Si el ser humano fuera capaz de atenerse a la experiencia his­
tórica, le bastaría el recuerdo de que la revolución rusa triunfó por el esfuerzo
de un grupo casi insignificante de bolcheviques. Pero así como la conducta
individual se basa en gran parte en la propia experiencia, la experiencia his­
tórica no influye absolutamente para nada, y probablemente no influirá nun­
ca en la conducta de las colectividades. En España ha ocurrido lo mismo
que en Rusia. Unos cuantos hombres de acción, representantes de una masa
incapaz de elegir más que un número exiguo de Diputados, pero bien organi­
zados y decididos a todo, se han impuesto a la mayoría.
El mecanismo de este triunfo es ahora evidente. Descontada la organiza­
ción y la disciplina, innegables, se basa en la táctica de servirse sin escrúpulos
de todas las fuerzas afines, probablemente colaterales, sean las que sean, para
desecharlas en cuanto se ha logrado la victoria. Maquiavelismo puro. El co­
munismo español apenas tenía, ya avanzada la revolución, unas pocas orga­
nizaciones, comparadas con las muy numerosas de los socialistas, en sus
diversos matices, de los anarquistas y sindicalistas y de los republicanos de
izquierda. Sólo dos o tres Ministros lo representaban en los Gobiernos re­
volucionarios, inclusive en el actual, y el número de sus Diputados era, como
hemos dicho, y es también exiguo. Sin embargo, el comunismo no sólo ha
impuesto su poder en lá España roja, sino que ha reducido a la impotencia
a los grupos socialistas, algunos tan fuertes al principio -.del Movimiento
como el de Largo Caballero, héroe durante muchos meses de la revolución;
y, desde luego, a las nutridísimas masas de anarquistas y sindicalistas, dueñas
de la calle hasta el pasado mes de abril y proveedoras del contingente más
I
i
importante de soldados. La acción caótica de estas fuerzas y su tendencia a
la palabrería han sido fácilmente dominadas por la severa disciplina comu­
nista. Cuando ha llegado la ocasión, estos “amigos del pueblo” no han tenido
el menor reparo en acudir a una represión sin piedad contra anarquistas y

sindicalistas, que son, entre paréntesis, dentro de la revolución, la expresión
) más genuina de la psicología nacional.
Mas no hubieran podido conseguir esta extraordinaria victoria sin otro
apoyo que hábilmente habían ganado y explotado con anterioridad: el de la '/
opinión liberal. Así como la conquista de Rusia pudo lograrse por los propios
medios obreristas, la de los países occidentales hubiera sido totalmente im-

709
I
posible con una opinión liberal adversa. La opinión liberal ha dado en nuestro
mundo su visto bueno a todos los movimientos sociales. Fue la tirana del
pensamiento europeo y americano durante el siglo xix. Y cuando su estrella
empezaba a declinar, cobró nuevo impulso y autoridad con la guerra europea,
ganada en nombre de la democracia y con el auge material de los Estados
Unidos de América, que sienten el fervor democrático con el ímpetu un tanto
petulante de la juventud. Por eso durante los años que han precedido al mo­
vimiento actual, Ja propaganda comunista se especializó en la conversión del
liberal de todo el mundo hacia la simpatía a su causa.

♦ *

Aquí está, en efecto, otra clave del problema. Si pudiera teóricamente


reducirse a una sola causa el gran trastorno actual de la humanidad, yo no
vacilaría en decir que esa causa es el inmenso equívoco de que los liberales
del mundo, que originariamente representaron al sentido humanista de la
civilización, el más fecundo en eficacias prácticas y espirituales, sean hoy en
su mayoría simpatizantes del más antiliberal y antihumanista de cuantos idea­
rios políticos han existido jamás, que es el comunista.
Sería muy largo el meditar sobre los motivos de este equívoco sin igual
en la historia. El liberal, en el principio, era el hombre comprensivo, tole­
rante, propenso a explicar el bien y a disculpar el mal por los imperativos
humanos y convencido de que el progreso del mundo no se podía conseguir
sin un mínimum de libertad. La era del liberalismo se inaugura, en realidad,
con el Renacimiento, en el que el inspirador de casi todos los políticos y
de gran parte del ideario de los hombres cultos era Tácito, prototipo del
enemigo de los déspotas, y, en verdad, el primer liberal en el sentido mo­
derno. Varios siglos de lucha contra el déspota fijaron en la conciencia
deljiberal dos errores: que el enemigo de la libertad era siempre el tirano
único, el monarca, y que el sentimiento liberal anidaba en el pueblo y se ali­
y mentaba en el fuego de la popularidad. El primer desastre de este equívoco
nos lo proporcionó la Revolución Francesa, preparada por los liberales con­
tra los déspotas y al calor del pueblo. Inmediatamente surgió el despotismo
del tribunal popular o ios dictadores nacidos de la masa, desde Robespierre
:-|Í a Napoleón.
*

Pero la maniobra comunista tenía otro gran peligro en España, que era
i ¡i su internacionalismo, difícil de separar, en la psicología popular, del senti­
miento español. El español, aun el de ideas más avanzadas, tiene siempre un
lastre de cualidades nacionales probablemente superior al de casi todos los
pueblos de Europa. Es España, ciertamente, el país de los regionalismos.
Muchas veces he dicho que el regionalismo es la manifestación más genuina
y viva del alma nacional, y basta para comprobarlo el ver la rigurosa dis­
tribución regional que espontáneamente establecen los grandes grupos .de
españoles emigrados a América. En América se habla de italianos, de fran-

710
ceses, de alemanes; pero cuando se trata de españoles, se habla de castella­
nos, andaluces, catalanes, gallegos o asturianos. El atender a las caracterís­
ticas regionales me ha parecido siempre, en España, no un imperativo po­
lítico, sino biológico. Ahora bien; el error de muchos ha sido el tratar de
infiltrar, bajo la noble realidad regional, la insinuación separatista. El senti­
miento nacional de España está hecho de espíritu regional, prolongación del
enorme sentimiento familiar del alma española; pero no sólo no es, por ello,
aquél menos fuerte, sino que en ello encuentra su savia y su fortaleza. En
cualquier población de América o en cualquier gran capital de la España
misma, como Madrid o Barcelona, los españoles se reúnen, en efecto, por
provincias en sus centros regionales, como vastas familias que apenas se
tratan con la vecindad. Pero ante la nación en peligro como tal nación, todos
se unen, identificados en un solo fervor; y acaso sea el peligro común el
único modo eficaz de unirlos políticamente.
Gran parte del entusiasmo de la España nacionalista de hoy está suscitado
por la idea de la unidad nacional ante el conato del separatismo vasco (tan
mal interpretado en el extranjero), en el que la ambición de un grupo exiguo
de vizcaínos ha servido dolorosamente de instrumento al internacionalismo
comunista. Cataluña, en cambio, a pesar de estar oficialmente con los rojos,
ha tenido la intuición de no prestarse a esa maniobra; y esto tendrá, eviden­
temente, una gran repercusión en el final de la guerra y en la paz. Recorde­
mos también aquí a Navarra, región vasca y de un hondo regionalismo y que,
sin embargo, ha jugado el papel primordial, como región, en el Movimiento
nacionalista actual. Cuando en la primera República de España hubo tam­
bién un intento de separatismo en el movimiento que se llamó “cantonal”,
el hombre que entonces representaba al liberalismo y al republicanismo es­
pañol, el gran orador Castelar, pronunció un discurso famoso, declarando
que ante su sentimiento nacionalista renunciaría al liberalismo, a la demo­
cracia y a la República. Hay en España muchos hombres de izquierdas que
saben de memoria este discurso —harto más bello y más moderno que las
proclamas marxistas— y que ahora lo recitan con emoción.

Dos meses antes de ocurrir la revolución española escribía yo, en un


artículo que publicaron varios periódicos de Europa y América, que si el
Frente Popular español, entonces recién formado, no acertaba a dar a su
ideario y a su acción un sentido profundamente nacional, provocaría el
levantamiento de España. La profecía no tenía ningún mérito, porque en
todas partes se recogía la hostilidad de los españoles no marxistas ante la
táctica, notoriamente rusa, de aquellas agitaciones prerrevolucionarias, que
jamás tuvieron la sanción de los Gobiernos. El hecho más significativo, en
este sentido, y que nadie ha comentado, es la actitud de la juventud universi­
taria, que fue la fuerza de choque del Movimiento liberal contra la dictadura
y el fermento entusiasta de los meses que prepararon el cambio de régimen.

711
Pero a partir del tercer año de la República empezó a cambiar de orientación
de un modo tan rápido que, por los días de las elecciones del Frente Po­
pular, un profesor socialista que pocos días antes era el ídolo de los estu­
diantes daba ahora sus lecciones —y no siempre podía darlas— entre la
hostilidad de su auditorio; y me confesó que el noventa por ciento de sus,
alumnos era fascista. Cualquiera de los profesores españoles pudimos com­
probar este mismo hecho. Hoy una mayoría de nuestros estudiantes luchan
como soldados voluntarios en las filas nacionalistas. Muchos de ellos se ha­
bían educado en un ambiente liberal y habían pertenecido, al comenzar sus
estudios, a las asociaciones estudiantiles liberales, y aun socialistas o comu­
nistas.

* ♦

Estos son los términos exactos del problema. Una lucha entre un régi­
men antidemocrático, comunista y oriental, y otro régimen antidemocrático,
anticomunista y europeo, cuya fórmula exacta sólo la realidad española, in­
finitamente pujante, modelará. Así como Italia o Flandes, en los siglos xv
y xvi, fueron teatro de la lucha entre los grandes poderes que iban a plas­
mar la nueva Europa, hoy las grandes fuerzas del mundo libran en España su
batalla. Y España aporta —es su gloriosa tradición— la parte más dura en
el esfuerzo por la victoria que será para todos.
En torno a estos términos es como la mayoría de los españoles han to­
mado su posición. Y en tomo a ellos es como debe tomarlos el espectador
extranjero, que quizá sea menos espectador de lo que se figura. O comunista
o no comunista: no hay por el momento otra opción. La fórmula comunista
es única, y con ella tratan sus adeptos de conquistar el mundo. La fórmula
anticomunista noes necesariamente fascista. Anticomunistas son Italia y Ale­
mania, y Portugal, y el Japón, y, explícita o solapadamente, otros muchos
Estados de Europa y de América. Y cada cual, dentro del mínimum de un
•h esquema común, se gobierna a su modo. Hay, pues, dónde escoger.
El problema sería, en suma, clarísimo, a no ser por la intervención per­
í turbadora de las fuerzas liberales, cuyo inmenso prestigio, y cuya inmensa
torpeza llenan hoy de confusión al panorama político del mundo. La ce-
J güera frente al antiliberalismo rojo ha hecho que el liberal venda su alma al
diablo.

DOCUMENTO 215
-
ENFOQUE Y ANTOLOGIA DE VICENTE MARRERO (258)

Si se considera lo que sucedió en España el 18 de julio de 1936


como un pronunciamiento, habría, al menos, de reconocerse, según ha hecho

712
Carlos M. Rama que como pronunciamiento no prosperó. Además, ni
por su duración ni por su dinámica funcional ni por el enemigo que se tema
enfrente presenta los caracteres típicos de los pronunciamientos. Compárese
con el del General Primo de Rivera o con el último que conocimos en Es­
paña, con el del General Sanjurjo de 1932, y se verá con toda claridad la
diferencia.
Lo que estaba enfrente cada vez se parecía menos a algo que pudiera
llamarse Estado. Esa legalidad tan invocada por todos los enemigos del Alza­
miento para calificar a éste como una rebelión era tan inestable como ausente.
La Repúbiica no existía ya, destruida como estaba por el separatismo, el
marxismo y la lucha a muerte de los partidos y de sus milicias armadas.
La tan socorrida legalidad republicana había desaparecido, anegada por el
crimen y la anarquía. El asesinato de Calvo Sotelo por agentes del Gobier­
no rebasó todos los límites imaginables. Lo que estaba enfrente desde los
primeros momentos no era el Estado legal, sino la revolución armada.
Se presenta, por consiguiente, una situación nueva. Por un lado, fracasó
el golpe de Estado; por el otro, el Estado deja de existir. Por lo pronto, mien­
tras no se reconozca esta dualidad de poderes en el sector republicano: el
legal, prácticamente inexistente, y el revolucionario, establecida por el pro­
letariado extremista, no se entenderá la guerra española, y mucho menos como
Cruzada. Y el planteamiento es fundamental, porque son muchos los que
en España, desde la proclamación de la República, han venido sosteniendo
que ésta no era sino una carátula, falsa tanto desde el punto de vista legal
como del liberal en el buen sentido de la palabra, pues cobijaba un alma
revolucionaria claramente manifestada en los mismos actos constitucionales,
que como reconocieron después las máximos republicanos Lerroux y Alcalá
Zamora, declararon ya con antelación la guerra civil entre los españoles.
Pero cuando generalmente se juzga nuestra política desde fuera, no se suele
ver esta dualidad poder revolucionario-poder legal de la zona republicana,
sino sólo al poder legal; ese poder legal que a los ojos de los españoles se
quitaba ahora definitivamente su máscara, ante las sorpresas de algunos sig­
nificados e incautos republicanos de buena fe, mostrando al desnudo un alma
revolucionaria de la peor especie.
Mas no puede soslayarse el hecho de que el intento de golpe de Estado,
si bien no triunfó en toda el área nacional, produjo un impacto en la estruc­
tura política existente, promoviendo, en sus términos exactos, el verdadero
estado de la cuestión. Con ello se vio, en el sector que combatía a la revo­
lución, cobijada bajo las apariencias de legalidad republicana, el fracaso de
un método y el surgimiento espontáneo de otro, el de Cruzada. Pero antes
de ocuparnos de este punto, dejemos claramente sentado lo que se vio en
el lado llamado republicano por no ofrecer duda a una interpretación obje­
tiva de los hechos.

' Carlos M. Rama: La crisis española del siglo XX. Méjico-Buenos Aires, 1960,
páginas 201-202.

713
1
‘ i
De La velada en Benicarló, diálogos sobre la guerra, del Presidente de
la República, Azaña, de 1939, aunque fechado en abril de 1937, son estos
pasajes: Lo sucedido en julio de ese año fue que “la indisciplina militar sir­
vió de acicate a otras indisciplinas. El río se ha desbordado por sus márge­
nes. La República flota todavía en medio de la corriente” Quitémosle a
estas palabras lo que tienen de acusación simplista a los militares2, como
si la República hubiese sido una casta doncella, y retengamos lo que su Pre­
sidente dice del desbordamiento revolucionario en el sector peninsular que
él gobernaba. Azaña reconoce abiertamente que las fuerzas populares cuyo
“conato revolucionario, no habiendo podido o querido triunfar de lleno, dura
como desorden y amarra al Gobierno, que no representa a la revolución,
ni se la incorpora ni la somete”. Reconoce igualmente “la libertad de acción
de las regiones que desoyen al Poder central del Estado 3.
Azaña se pregunta por qué se comportan así con la República las fuer­
zas revolucionarias, pero no hay que aguzar mucho la mente para compren­
der que la revolución desbordada dentro del sector republicano no vio nunca
a la República como a un enemigo, sino tan sólo como un obstáculo fácilmente
salvable, tarde o temprano, según las impaciencias de los revolucionarios,
que en esto como en tantas otras cosas se dividían entre sí.
“Por rechazo de la insurrección militar, hallándose el Gobierno sin me­
dios coactivos —escribe Azaña—, se produce un levantamiento proletario,
que no se dirige contra el Gobierno mismo... Ahora bien, una revolución
necesita apoderarse del mando, instalarse en el Gobierno, dirigir el país se­
gún sus miras. No lo han hecho. ¿Por qué? ¿Falta de fuerzas, de plan polí­
tico, de hombres con autoridad? ¿Presentimiento de que un golpe de mano

I
sobre el Poder, aun siendo victorioso, derrumbaría la guerra? ¿O el cálculo
de crear clandestinamente, por abuso de fuerza, sin responsabilidad y bajo

’ M. Azaña: La velada en Benicarló. Buenos Aires, 1939, pág. 86.


2 “Se nos acusa de haber desencadenado la guerra —dice el General Mola—. No.
Nosotros no desencadenamos la guerra; nosotros nos rebelamos contra un Gobierno
ilegal, que desde las alturas del Poder se declaró beligerante en las contiendas políticas,
y tras los incendios de iglesias y conventos organizaron la persecución y el crimen:
los elementos del Frente Popular lo tenían todo dispuesto bajo el régimen del terror,
I para en seguida poner en práctica su teoría. Así estaba convenido. ¿Y aún se permiten
hablar de la disciplina del Ejército? ¡Disciplina...! ¡Santa disciplina! ¡Qué saben ellos
de eso! La indisciplina está justificada. Escribí yo un libro donde decía: “Cuando los
abusos del Poder constituyen vejación y oprobio y llevan a la nación a la ruina, la
mansedumbre, en el primer caso, es vileza; en el segundo, traición.” Nosotros no que­
ríamos a España sumida en la barbarie. Lo mismo deseaba y desea el pueblo entero de
jl Castilla, de Navarra, de Galicia, de Aragón, de Andalucía, de España toda. Lo mismo
que nos aclamaron en las poblaciones donde se declaró el estado de guerra nos hu­
bieran aclamado en todas partes, de haber cumplido sus compromisos de honor quienes
i debieran hacerlo...” “La República del 14 de abril ha muerto, porque sus hombres
! más representativos... se obstinaron en gobernar a contrapelo de los españoles, olyi-
:* • |j| ’ dando que es más fuerte que la ambición materialista de una clase excitada el espíritu
i ' * tradicional del alma colectiva.” (Emilio Mola: Obras completas, Valladolid, 1940, pá­
ginas 1.187 y 1.192.) El mismo Hugh Thomas, en su The Spanish Civil War, duda
a veces a quién llamar rebelde, y contra quién pensar que el rebelde haya podido re­
belarse.
3 M. Azaña: Loe. cit., pág. 74-100 y 101-107.

714
la cobertura de Gobiernos inermes, situaciones de hecho, para mantenerlas
después de imponerse al Estado cuando quiera salir de su letargo? De todo
habrá. La obra revolucionaria comenzó bajo un Gobierno republicano que
no quería ni podría patrocinarla. ¿Cómo se llama una situación creada por
un alzamiento que empieza y no acaba, que infringe todas las leyes y no de­
rriba al Gobierno para sustituirse a él, coronada por un Gobierno que abo­
rrece y condena los acontecimientos y no puede reprimirlos ni impedirlos?
Se llama indisciplina, anarquía, desorden. El orden antiguo pudo ser reem­
plazado por otro revolucionario. No lo fue. Así no hubo más que impotencia
y barullo. El Gobierno se retiró porque los proletarios, incluso los más mo­
derados, no le secundaban” ’. El Gobierno Giral decretó la disolución del
Ejército y la distribución de armas a las milicias obreras formadas por los
partidos y los Sindicatos. II signe —escriben Pierre Broué y Emile Témi-
me2— en méme temps ce qui semble étre l’arrét de mort de la légalité ré-
publicaine. A partir de entonces, en la zona republicana son los Comités, loca­
les y las Juntas a escala regional y provincial los que gobiernan. A juicio
de Andrés Nin, en Los problemas de la revolución española (obra de la que
se conservan sólo dos ejemplares y que, por lo visto, han podido consultar
los autores citados), “el desencadenamiento de la rebelión del 19 de julio
acelera el proceso revolucionario y provoca una revolución proletaria más
profunda que la misma rusa”. Sobre ello ha hablado el mismo Trotski, que
varias veces ha elogiado en el proletario español cualidades combativas de
primer orden. Según Trotski, nuestro proletariado, por su peso específico
en la economía del país y por su nivel cultural, se encuentra desde el primer
día de la revolución, no por debajo, sino por encima del proletariado ruso
de consignas de 1917.
Sigamos, por lo pronto, con el proceso genético del concepto de Cruzada,
dejando para más tarde las razones sustantivas que buenos teólogos españoles
dieron de él. Pero primero no fueron los teólogos ni la jerarquía eclesiástica
quienes bautizaron con este nombre la legítima defensa frente al ataque de
que eran objeto los valores eminentemente espirituales. Fue el pueblo, el
pueblo de las viejas provincias españolas. Por ello hemos dicho que la Cru­
zada no fue obra de una filosofía amañada que surgió post factum para jus­
tificar lo ya realizado. Fue algo eminentemente popular, y el pueblo no co­
noce esa clase de subterfugio.

’ Ibíd., pág. 96.


2 Pierre Broué et Emile Términe: La Revoluíion et la guerre d’Espagne, París, 1961,
páginas 102-104. De Trotski puede consultarse su Le^ons d’Espagne, 1946, ipág. 71.

715
DOCUMENTOS 216, 217 y 218
i

EL PENSAMIENTO CATOLICO TRADICIONAL ENJUICIA LA REA­



LIDAD DEL ALZAMIENTO (259, 260 y 261)

DOCUMENTO 216 (259)

Conclusión final
Resumen de la segunda parte.—Guerra justa y santa.—España, consciente
de su misión
Resumen de la segunda parte
Resumiendo, pues, todo lo expuesto en esta segunda parte, podemos
decir que el Ejército —y con él la España auténtica— al iniciar la campaña
contra el Gobierno y partidos marxistas.
1) Se lanzó a la lucha contra un poder ilegítimo; pues aun la discuti­
ble legalidad de una República y de una Constitución quedó rota, desde que
Alcalá Zamora entregó el Ministerio a Pórtela, bajo cuyo Gobierno se veri­
ficaron unas elecciones que ni por su desarrollo, ni por su resultado, ni por

la discusión de sus actas, representaban la voluntad nacional. Todos los actos,
fundados en ellas —y, por tanto, la elección de Azaña Presidente de la Re­
pública y la formación de su Gobierno— fueron ilegales e ilegítimos, por
estar viciados en su origen.
2) Se lanzó a una lucha contra un poder tiránico, que desarrolló una
política de persecución gravísima, pertinaz, suprema, antipatriótica y anti­
rreligiosa, conculcando aun los más fundamentales derechos del ciudadano,
como es el derecho a la vida y a la libre asociación.
3) Contra una tiranía incurable por medios pacíficos, como tanto a priori
cuanto a posteriori se ha demostrado. Cinco años de resistencia pacífica y
de incesantes e inauditas tentativas de conciliación —realizadas entre otras
1 fuerzas, por el bloque cedista— muestran palmariamente la ferocidad del
marxismo y lo incoercible de sus instintos sanguinarios.
4) La revolución comunista armada a punto de estallar, cuando se
inició el levantamiento nacional, muestran hasta qué grado era necesaria una

i lili 1 fuerte y vigorosa guerra defensiva y de reconquista.


5) España se lanzó a la guerra con fundadísima esperanza de victoria,
con verdadera certeza moral, dado el prestigio de sus Jefes, el número, ca­
Íi £í rácter, técnica, armas y espíritu que le animaba; y la desorganización y egoís­
mo de la parte contraria. Los hechos comprueban las previsiones.
6) Es evidente que este triunfo compensará de una manera eminente
los perjuicios de la guerra, por las ventajas personales, materiales y espiri­
1 ' tuales que nos reporte. Y si el ejemplo de España es seguido, al menos en
I\
i
Europa, la invasión moscovita-soviética quedará para siempre aniquilada en
España. ¡Lástima que para Francia e Inglaterra pesen más otras inconfesables
razones que esta justicia nacional e internacional!
■! !

¡i 716
7) Consta también la nobleza y legalidad con que combate el Ejército
nacional.

Guerra justa y santa

Por consiguiente, se trata de una guerra justísima por parte de los mili-
tares, a quienes sigue España entera con subsidios pecuniarios y personales;
de una guerra, que es una verdadera cruzada contra el marxismo, dado el
carácter religioso de la lucha; y de una verdadera reconquista de nuestra
perdida Patria.
No es sólo un movimiento militar, ni una guerra de clases, ni mucho
menos una guerra política en favor de un determinado régimen.
Es un movimiento nacional —guerra santa— en que la Patria y la Iglesia
española han hecho frente al enemigo común en nuestros días.
España siente latir en sus venas sangre católica. Y no ha temido iniciar
una guerra del mismo carácter de las Cruzadas de la Edad Media. No pre­
cisamente para conquistar un pedazo de tierra —aun sumamente venerado—,
sino para defender los espíritus, conservando la civilización cristiana.
No es guerra propiamente entre hermanos, ni mucho menos entre her­
manos en Cristo. Es guerra de un puñado de hijos valientes de la Iglesia
contra el enemigo común de su madre. Es guerra sólo comparable a la coali­
ción europea contra el turco, tan encarecidamente excitada y fomentada por
San Pío V y tan gloriosamente coronada con el éxito de Lepanto.

España consciente de su misión

Y este espíritu se palpa en todas las ciudades conquistadas y en todos


los frentes ’.
Ejército peninsular, insular y colonial. Requetés y falangistas —todas las
fuerzas vivas de nuestras armas— ostentan briosos insignias religiosas, testi­
monio de su fe, y augurio de su victoria. Tanto entre los Jefes como entre los
soldados se ve llamear el espíritu religioso fundido en el amor patrio; y se
experimenta el ansia de entrelazar sus hazañas bélicas con el alma de la
Religión; y se admira el anhelo de juntar acción con oración, según precio­
sas y detalladísimas cartas que poseo de todos los frentes, y según testigos
de la vida del Alcázar y de la mártir Oviedo.

’ Esa es la atmósfera que hoy día reina en toda España. El mismo Generalísimo
dio la siguiente nota a un enviado especial de L’Echo de París:
“Se ha creído que aquí se trata de una simple sublevación militar, de una guerra
civil. En efecto, España se ha levantado para defenderse de la agresión del extranjero,
y para defender al mismo tiempo la civilización... Nosotros no queremos sino la
grandeza de España. Para ello será necesaria la unión...; y a fin de mantener esta
unidad, precisa una autoridad y un marco. Y este marco España lo tiene ya: la Re­
ligión Católica" (6 de octubre del 36).

717
España entera está persuadida, no ya de la legitimidad de la guerra, sino
de su carácter de cruzada y reconquista
Solamente un testimonio —el testimonio principal.

Origen de esta guerra según el Generalísimo Franco

“La propagación, en toda España, de la ola comunista, amenazando des­


truir toda autoridad y todas las instituciones tradicionales de la nación, obli­
gó al Ejército a iniciar un noble movimiento salvador y redentor. Tenemos
también que salvar a Europa occidental de aquella amenaza.
Contamos con que América y Africa, por su parte, mantendrán firme la
autoridad y subyugarán a las fuerzas del comunismo moscovita.
Somos igualmente los salvadores de aquellos países que —como Portu­
gal y Francia— serían fácilmente contaminados.
Tenemos el orgullo de ser nosotros la primera nación que defiende la
civilización occidental amenazada por las ideas disolventes de Oriente.
Nuestro Ejército está dotado de todos los requisitos necesarios para do­
minar la más temible resistencia que se le pueda oponer, y para vencer a
Madrid. Para ello posee su elevación moral, su severa disciplina, su espíritu
de entusiasmo, y el prestigio de sus Jefes. Ya habríamos terminado nuestra
obra, a no ser por la falta de patriotismo del Gobierno marxista, que sem­
bró el fermento de la anarquía en todas las provincias donde ejercía mayor
influencia, y armó a las masas indisciplinadas de los trabajadores, incitán­
dolas a la revolución desenfrenada y al asesinato de los ciudadanos pacífi­
cos. De este modo se lanzaron sobre España bandas de criminales profe­
sionales y de asesinos, a sueldo de los partidos extremistas...

1 Heraldo brillantísimo ha sido el Cardenal Arzobispo de Toledo, doctor Gomá,


representante oficioso del Estado español ante la Santa Sede. Su folleto El caso de
España está llamado a disipar negras nebulosidades del extranjero. En él se define
con nitidez y objetividad el carácter de la guerra española.
A dicha pastoral-folleto se dirigió el mismo Prelado, al responder al pretenso Pre­
sidente de la República Vasca, don José Aguirre. Entresacamos de la carta-respuesta
el siguiente párrafo:
“La lucha se ha planteado —dice V.— entre el capitalismo abusivo y egoísta y un
hondo sentido de justicia social. La guerra que se desenvuelve en la República espa­
ñola, sépalo el mundo entero, no es guerra religiosa, como ha querido hacerse ver...
Permítame una sencilla glosa.
“La... afirmación, que podría contener una alusión a mi folleto El caso de España,
y que es una apelación al mundo entero, no concuerda con la realidad. Es, en el fondo,
guerra de amor y de odio por la Religión. El amor de Dios de nuestros padres ha
puesto las armas en manos de la mitad de España, aun admitiendo otros motivos menos
espirituales en la guerra. El odio ha manejado contra Dios las de la otra mitad. Ahí
están los campamentos convertidos en templos, el fervor religioso, el sentido providen-
cialista, de una parte. De otra, millares de sacerdotes asesinados y de templos des­
truidos, el fervor satánico, el ensañamiento contra todo signo de Religión." (ABC, edi­
ción de Andalucía, 17 de enero de 1937.)
Teniendo estas cuartillas preparadas para la imprenta, vi con placer el número de
la Ciencia Tomista, en el que el R. P. Menéndez Reigada, O. P., enjuicia escolástica­
mente el carácter de esta guerra. Después he sabido que sus ideas habían sido publi­
cadas y ampliadas en un libro. Nos complacemos en la difusión de la verdad.

718
El carácter político de nuestro movimiento es eminentemente español,
y su significación enteramente nacionalista, anticomunista, antimarxista; y
tiene, por tanto, el objetivo de la paz pública y de la cooperación entre los
ciudadanos.
En su aspecto social considero injusto mantener eternamente las condi­
ciones actuales. En la medida de las posibilidades económicas, de las ideas
modernas y del derecho, deberán mejorarse, para promover en el interior
una paz firme y duradera, bajo la égida de un Estado fuerte que haga res­
petar la ley a todos, sin distinción de clases ni de categorías.
El estado de destrucción a que habíamos llegado y la pobreza en que
España vivía, en estos últimos cinco años, muestran las tristes condiciones
del país y el sacrificio espantoso que fue impuesto por Gobiernos codiciosos,
que no procuraban sino sus propias satisfacciones, al apoderarse de los car­
gos ministeriales.

DOCUMENTO 217 (260)

El 28 de marzo de 1937 escribía Pío XI su célebre Carta Apostólica a


Méjico. En ella se encuentran estas terminantes palabras:
“Es muy natural que, cuando se atacan aun las más elementales liberta­
des religiosas y cívicas, los ciudadanos católicos no se resignen pasivamente
a renunciar a tales libertades. Aunque la reivindicación de estos derechos y
libertades puede ser, según las circunstancias, más o menos oportuna, más
o menos enérgica.
Vosotros habéis recordado a vuestros hijos, más de una vez, que la Igle­
sia fomenta la paz y el orden, aun a costa de graves sacrificios, y que con­
dena toda insurrección violenta que sea injusta, y contra los poderes consti­
tuidos. Por otra parte, también vosotros habéis afirmado que, cuando llegara
el caso de que esos poderes constituidos se levantasen contra la justicia y la
verdad hasta destruir aun los fundamentos mismos de la autoridad, no se
ve cómo se podría, entonces, condenar el que los ciudadanos se unieran para
defender a la nación y defenderse a sí mismos con medios lícitos y apropia­
dos contra los que se valen del Poder público para arrastrarla a la ruina.
Si bien es verdad que la solución práctica depende de las circunstancias
concretas, con todo, es deber Nuestro recordaros algunos principios gene­
rales que hay que tener siempre presentes, y son:
l.° Que estas reivindicaciones tienen razón de medio, o de fin relativo,
no de fin último y absoluto.
2.° Que, en su razón de medio, deben ser acciones lícitas y no intrín­
secamente malas.
3.° Que si han de ser medios proporcionados al fin, hay que usar de
ellos solamente en la medida en que sirven para conseguirlo o hacerlo posi­
ble, en todo o en parte, y en tal modo que no proporcionen a la comunidad
daños mayores que aquellos que se quiere reparar.

719
I
4. ° Que el uso de tales medios y el ejercicio de los derechos cívicos y
políticos en toda su amplitud, incluyendo también los problemas de orden
puramente material y técnico o de defensa violenta, no es en manera ningu­
na de la incumbencia del Clero ni de la Acción Católica, como tales institu­
ciones; aunque también, por otra parte, a uno y otra pertenece preparar a
los católicos para hacer recto uso de sus derechos y defenderlos con todos
los medios legítimos, según lo exige el bien común.
5. ° El Clero y la Acción Católica, estando, por su misión de paz y de
amor, consagrados a unir a todos los hombres in vinculo pacis (Ephes., 4, 3),
deben contribuir a la prosperidad de la nación, principalmente fomentando
la unión de los ciudadanos y de las clases sociales y colaborando a todas
aquellas iniciativas sociales que no se opongan al dogma o a las leyes de la
moral cristiana.”
Quizá sea ésta la primera vez que en un documento pontificio se ha se­
ñalado, con tal claridad, la licitud de la violencia contra los poderes cons­
tituidos que se levantan contra la justicia y la verdad.
Y es de notar que este documento le firmó Pío XI en marzo de 1937,
es decir, en la fecha en que más embravecida estaba la guerra española.
Las palabras del Papa no podían menos de interpretarse como una aproba­
ción de nuestro Alzamiento. Lo cual servía a la vez para aclarar y confir­
mar el pensamiento del Pontífice. Quedaba, pues, asentada rotundamente en
este documento una doctrina clara; la licitud de la resistencia, aun armada,
de los ciudadanos a los poderes tiránicos. Y fue el mismo Pontífice Pío XI
el que se encargó de confirmar estas enseñanzas con su modo de obrar, al
producirse nuestro levantamiento. Ya hemos indicado que esta conducta de
Pío XI para con nuestro Alzamiento fue, en realidad, una categórica afirma­
ción del mismo. Y una ratificación, al mismo tiempo, de la doctrina general
establecida en la Carta Apostólica, ya que el levantamiento español no era
sino un caso particular de resistencia violenta contra un Poder tirano.
Debemos ahora añadir que también las palabras y el comportamiento de
Pío XII han venido a ser nueva y autorizada confirmación de la doctrina
de su predecesor. También Pío XII declara la licitud de las resistencias
armadas por el mero hecho de haber aprobado el gesto de los que en España
-i j se alzaron. Y nadie dudará de que lo ha aprobado.
i í! Con sus actos y con sus palabras. Aunque no hubiese hecho otra cosa
sino pronunciar aquel hermosísimo discurso radíalo del 17 de abril de 1939,
esto sólo hubiese bastado para poder afirmar que Pío XII ha dado su más
! terminante aprobación al Movimiento Nacional Español. Para él la guerra

1 española por parte de los que lucharon contra el marxismo fue “heroísmo
cristiano de nuestra fe y caridad”. El pueblo español del levantamiento fue
h “el sano pueblo español” que “con las dos notas características de su nobi­
lísimo espíritu, que son la generosidad y la franqueza, se alzó, decidido, en
I i! defensa de los ideales de fe y civilización cristianas”. El Papa nos envía su
“paternal congratulación por la paz y la victoria” y bendice a nuestro Jefe
i de Estado y a los “heroicos combatientes”.

!■
720
Todas estas frases envuelven, como luego se echa de ver, no sólo la apro­
bación, sino la más encendida alabanza de nuestro Alzamiento en armas.
Y son, por lo mismo, una implícita aprobación de la doctrina que enseña
la licitud de esta clase de resistencias a los poderes políticos.

Eco de estas enseñanzas pontificias han sido, últimamente, en España,


las voces de nuestro Episcopado. Puede afirmarse que, con esta ocasión del
Alzamiento Nacional, los Obispos españoles, en general, han enseñado cla­
ramente la misma doctrina que Pío XI proclamó en su Carta. Para no alar­
gar demasiado este capítulo nos limitaremos a recoger tan sólo algunos tes­
timonios.
Sea el primero el del Cardenal Primado, doctor Gomá, el cual, en su
folleto Respuesta Obligada, indica, con unas breves palabras, cuál es la so-
lución católica de este difícil y trascendental problema.
“No entramos —escribe— en la cuestión política... sobre la agresión in­
justa, de la que deriva otra cuestión moral del derecho de defensa contra el
injusto agresor. También la jerarquía, por la pluma de un sabio y venerable
Prelado, ha hablado sobre este punto, dando luminoso criterio y segurísimas
normas ’.
Este Prelado a que alude el señor Cardenal es, si no me engaño el Doctor
Pía y Deniel, Obispo de Salamanca.
Efectivamente, este Prelado publicó, en 30 de septiembre de 1936, una
profunda y brillantísima Pastoral, en la cual afrontó decididamente estos
problemas, resolviendo la cuestión principal de esta manera:
“Si en la sociedad hay que reconocer una potestad habitual o radical
para cambiar un régimen cuando la paz y el orden social, suprema necesidad
de las naciones, lo exija, es para Nos clarísimo (y lo hemos propugnado en
dictámenes escritos que hemos tenido que dar antes de la presente Carta
Pastoral) el derecho de la sociedad, no de promover arbitrarias y no justifi­
cadas sediciones, sino de derrocar un Gobierno tiránico y gravemente per­
judicial a la sociedad, por medios legales, si es posible, pero, si no lo es, por
un alzamiento armado. Esta es la doctrina claramente expuesta por dos santos
Doctores de la Iglesia: Santo Tomás de Aquino, Doctor el más autorizado
de la Teología Católica, y por San Roberto Belarmino, y, junto con ellos, por
el preclarísimo Doctor eximio Francisco Suárez 2.
También el Doctor Arce Ochotorena, Obispo entonces de Zamora y ac­
tualmente de Oviedo, dirigió a sus diocesanos, en 20 de enero de 1937, una
Instrucción Pastoral titulada Consideraciones sobre la guerra. En ella asienta
también esta doctrina de carácter general:
“Cuando... falta la paz en todas sus formas, en todas sus facetas y en
todas sus significaciones, la paz religiosa, ¿qué otro sentimiento más hondo

' Respuesta Obligada, Pamplona. 1937, pág. 12.


2 Las dos Ciudades, Salamanca, 1936, pág. 18.

721
46
I
( i e incoercible e imperioso puede sentir una sociedad perfecta y soberana que
el de reacción violenta, por la vía de las armas, para recuperarla?”

Pero ni hay derecho a erigir en regla moral el heroísmo, ni se pueden


equiparar todas las situaciones y todas las épocas. Lo que en aquella pri­
mera etapa de conquista cristiana pudo ser ilícito o perjudicial, cambiada la
situación, será, quizá, legítimo y provechoso, tal vez obligatorio. Téngase
en cuenta esta consideración: en los días de los primeros cristianos, el pa­
ganismo estaba en posesión de la sociedad y el poder civil, que le represen­
taba y encarnaba, era como un agredido. El cristianismo era agresor. Hoy
el mundo civilizado es posesión legítima del catolicismo, que ha creado la ci­
vilización. El nuevo paganismo es un injusto agresor del cristianismo. Y el
poder civil, antirreligioso, es un invasor que entra, a sangre y fuego, en tierra
extraña. Parece que la defensa confiere siempre más derechos que la inicia­
tiva de conquista. ¿Qué derechos no podrá alegar, en orden a la resistencia,
el catolicismo secular de una nación católica, agredido, acometido por un
exótico laicismo invasor?

“Dos maneras hay —escribe el Cardenal Hergenrother— de defender la


religión: primera, a la manera de Eleazar (II Mach. VI, 18-31), por el mar­
tirio; segunda, como Matatías (I Mach. II, 1), que tomó las armas y se le­
vantó contra la invasión pagana.”
Efectivamente, frente a aquellos que, para combatir la resistencia al po­
der civil, se sirven del ejemplo de los mártires que no se rebelaron, podía­
mos presentar otra lista, no menos gloriosa, de mártires o de santos que sí
se rebelaron. No lo vamos a hacer, porque sería cosa larga.
Pero sí citaremos, aunque no sea más, el ejemplo de los Macabeos, au­
torizado con la divina autoridad de la Sagrada Escritura.
Siglo y medio llevaban los judíos bajo la dominación de los seleucidas.
La tiranía de Antíoco Epifanes provocó una justa indignación en el pueblo,
y los judíos tomaron las armas para defender su religión. Un día Matatías y
los suyos se enteraron, en el desierto, de una terrible noticia. Mil judíos, por
no quebrantar el sábado, habían sido sorprendidos y se habían dejado ma­
tar “sin tirar siquiera una piedra”. Entonces “se dijeron unos a otros: si todos
hacemos como nuestros hermanos y no luchamos contra los gentiles por
r ¡í nuestras vidas y por nuestras instituciones, ahora más pronto nos raerán de
la tierra. Y aquel día tomaron esta resolución. Contra cualquiera que venga
a hacemos guerra en sábado, lucharemos; y no moriremos todos como mu­
I rieron, en lo escondido, nuestros hermanos”2.
i:í
«' l¡
1 Consideraciones sobre la Guerra, Zamora, 1937, pág. 26.
2 /. Mach., II, 39-42.

722
-il
H
Luchó, efectivamente, Matatías. “E hirieron, en su furor, a los pecado­
res y, en su indignación, a los malvados... y prosperó el intento y rescataron
la ley de manos de los gentiles.”
Y combatió Judas Macabeo y dijo: “Combatiremos por nuestra vida y
por nuestra ley.” “Y todos se dijeron los unos a los otros: reunamos las
ruinas de nuestro pueblo y combatamos por nuestro pueblo y por el templo.”
“Lanzaron al cielo un grito sonoro diciendo: ... Nuestro templo ha sido ho­
llado y profanado y nuestros sacerdotes están humillados y de duelo.” “Y
Judas les dijo: ceñios y sed valientes y estad prestos para combatir mañana,
por la mañana, contra esos gentiles congregados para perdemos a nosotros
y a nuestro templo. Porque más nos vale morir con las armas en la mano
que ver los males de nuestro pueblo y la profanación de nuestro templo.
Cualquiera que sea la voluntad del Cielo, ¡cúmplase!... Y se vinieron a las
manos y los gentiles fueron triturados y huyeron al campo... Y aquel fue día
de gran salud para Israel” ’.

Junto a esta rebeldía, alabada por la Sagrada Escritura, la rebeldía de un


mártir español, canonizado por la Iglesia: San Hermenegildo. Ya el P. Már­
quez se complace en traer este ejemplo.
“Por lo cual —escribe— el bienaventurado San Hermenegildo, glorioso
mártir de España, se armó en campo contra el Rey Leovigildo, arriano, para
resistir en la gran persecución que movía contra los católicos, como afirman
los historiadores de aquel tiempo. Verdad es que San Gregorio Turonense
condena este hecho de nuestro Rey mártir, aunque no por haberse opuesto
a su Rey, sino porque era juntamente Rey y padre; y pretende que, por más
hereje que fuera, no le había el hijo de resistir.
Pero esta réplica es sin fundamento, como nota de ella Baronio: y a la
autoridad de un Gregorio se opone la de otro mayor, esto es, San Gregorio
Magno, en la prefación al libro de sus Morales, donde aprueba la legacía
de San Leandro, a quien envió San Hermenegildo a Constantinopla a pedir
ayuda al Emperador Tiberio contra su padre Leovigildo 2.

El mártir y el rebelde pueden, fácilmente, darse la mano. En la historia


de los pueblos se encuentran no pocas actitudes que quizá se tachan de re­
beliones y son, acaso, heroísmos.
El señor Goicoechea, al enjuiciar aquel célebre Movimiento del 10 de
agosto de 1932, escribió:
“La historia juzga con alguna mayor libertad y a menudo suele circun­
dar a los rebeldes de hoy con el nimbo glorioso que aureola a los mártires
de mañana” 3.

1 /. Mach., cap. II y III.


2 El gobernador cristiano, 1. I, c. VIH.
3 Ellas, 11 de diciembre de 1932.

723
v
Así ha sucedido, efectivamente, en España, por lo que a aquel caso se
refiere. Los que entonces fueron tildados de rebeldes son hoy ya honrados
como mártires. Mártires que se rebelaron.
Aunque hoy ya para acrecentar el número de esta clase de mártires con­
tamos en España con muchos cientos y aun con muchos millares.
A unos cuatrocientos mil se hace subir el número de españoles que la
revolución roja asesinó. De este número muchos, muchísimos, antes de ser
sacrificados, se rebelaron...
Para demostrarlo es suficiente una rápida evolución de nombres: Cuartel
de Simancas, Santa María de la Cabeza, Fuerte de Guadalupe, Cuartel de
la Montaña, Sánchez Barcáiztegui... y tantos otros cuyos nombres, a cual
más glorioso, han quedado perpetuamente unidos a esta legión de mártires
españoles... ¡que se rebelaron!
Conforme a los principios, que ya entonces habíamos sustentado en nues­
H tro libro, España podía alzarse en armas no sólo contra la tiranía, sino di­
rectamente contra el tirano, o, si se quiere, contra el conjunto de tiranos.
Los Obispos españoles, en su Pastoral Colectiva de 1 de julio de 1937,
dan a entender claramente que sí, que cotejados “los hechos” que se venían
sucediendo en España, “con la doctrina de Santo Tomás sobre el derecho a
la resistencia defensiva”, teniendo en cuenta que ya “la misma existencia del
bien común —la religión, la justicia, la paz— estaba gravemente compro­
metida”, y que “el conjunto de las autoridades sociales y de los hombres
prudentes que constituyen el pueblo en su organización natural y en sus
mejores elementos reconocían el público peligro”, había llegado el caso
en que los moralistas reconocen a las naciones el derecho de derrocar, por
la fuerza, los poderes políticos que tiranizan.
Nuestro Cardenal Primado indica no sólo la licitud que asistía a España
para hacer lo que hizo, sino aun cierta especie de obligación:

“La religión y la Patria —arae et foci— estaban en gravísimo peligro,


i llevadas al borde del abismo por una política totalmente en pugna con el
sentir nacional y con nuestra historia... Y, so pena de sucumbir sin remedio

jí¡ nuestra Patria, ha debido llegar el momento del choque entre las dos Españas,
que mejor diríamos de las dos civilizaciones: la de Rusia, que no es más
que una forma de barbarie, y la cristiana, de la que España había sido, en
siglos pasados, honra y prez e invicta defensora.”
El señor Obispo de Madrid, Doctor Eijo, habla resueltamente del “deber”
que España tenía de rebelarse:
“Por los caminos ordinarios, España no podía ya salvarse. El mal había
echado raíces tan profundas, que se levantaba vigoroso, asfixiando nuestra
vida cristiana y española. Carcomidas por el marxismo, se habían bastardea­
do las instituciones nacidas para aumento del bienestar de las clases humil­
des; el materialismo degradante había envenenado las almas, difundido por
un falso e hipócrita espíritu de libertad, que, dando rienda suelta a toda pro­
paganda del error y del mal, ahogaba toda difusión de la verdad y del bien;

724
bajo la careta de formas legales se habían entronizado, por el atropello y la
suplantación, las opresiones más tiránicas y persecutorias de los genuinos
sentires de la nación; el crimen, a mansalva, segaba la vida de cuantos va­
lientemente osasen oponerse a los designios de la revolución roja; enfundada
en un conglomerado político heterogéneo e inconsciente, la daga comunista
había subido, con fraude, al Poder, donde preparaba la hora de desnudarse
y clavarse en el corazón de España; los sentimientos religiosos padecían ul­
trajes y cruel persecución; las escuelas católicas eran sometidas a vejámenes,
cuando no ilegalmente clausuradas; bajo la protección oficial se aventaba el
fuego que mantenía el hervor del odio contra la fe católica, odio que, como
siempre ha ocurrido, se convertía en odio a España, y había subido éste a
tal punto que vitorearla se consideraba como grito subversivo, mientras se
daban clamorosamente los vivas, con sentido criminal, a una nación extran­
jera... España tenía el derecho y el deber de rebelarse contra una autoridad
prostituida y usurpadora, antinacional y anticristiana, tiránica y delincuente.
Usurpadora, decimos, porque se arrogaba el título de autoridad legítima,
sólo por una ficción falsificadora de la realidad política del país; prostituida,
porque subvirtió la misión augusta de la autoridad, con ponerse al servicio
exclusivo de una plebe desbordada en odios, en envidias y afanes de ven­
ganza; antinacional, porque se vendió a los intereses judaicos de la Rusia
soviética; anticristiana, porque negó a la religión católica, la profesada por
casi la totalidad del pueblo español, derechos que le son fundamentales, na­
tivos e inalienables y el pacífico ejercicio de muchos de sus cultos sagrados;
e tiránica, porque oprimió con cruel violencia las libertades más naturales,
aquellas, precisamente, que formaban con España un todo '.consustancial;
y delincuente, porque consintió, sin reparación y sin castigo, y aún fomentó
con protección oficial, los más horribles desmanes de sus partidarios y las
más crueles vejaciones, cometidas contra indefensos ciudadanos, y llegó hasta
acudir al asesinato y a las penas más aflictivas para eliminar a los hombres
más conspicuos de la España buena y cristiana.
La rebelión, pues, era para España un derecho, si quería salvarse y sal­
var su patrimonio histórico, su honor y su vida civilizada. Derecho que cons­
tituía un deber. La voz augusta del Vicario de Cristo, en tonos proféticos,
ha anunciado repetidas veces los peligros de la ofensiva comunista en el mun­
do; esa misma voz, en tono imperativo, ha conminado recientemente a las
naciones cristianas para que su inteligencia y su acción se conjuren contra
la acción y la inteligencia de las Internacionales y anarquistas. Pues bien,
en España el comunismo no podía ya ser vencido, después de su ilegal asal­
to al Poder, si no es con la razón de las armas, puesto que había reducido
fieramente a silencio forzoso las armas de la razón, y había secuestrado los
derechos de la más elemental libertad. Usurpado el Poder y ejercido con
cruel y sangrienta tiranía, cerraba el marxismo todas las vías legales; sólo
un pueblo de esclavos podía renunciar a las vías justas y legítimas para de­
rrocar al tirano. Cuando la sustancia de la legalidad es la injusticia no le
queda a la conciencia y a la acción más recurso que buscar la justicia en la

725
[
legítima ilegalidad. Tanto los individuos como las sociedades tienen derecho
a su legítima defensa, que es sagrada porque es ley de naturaleza”

Defendióse, pues, España a sí misma y aun a la Iglesia y al mundo; hizo


uso de su derecho, cumplió su deber... y el 18 de julio de 1936 se levantó
en armas contra el régimen, contra el Poder y contra el Gobierno que la ti­
ranizaban. Esta fue la auténtica realidad y la verdadera significación de aquel
hecho. Todas las demás interpretaciones son ridiculas y absurdas. España,
entonces, no hizo otra cosa sino aplicar, por fin, a su propia realidad la
doctrina que sus teólogos le habían enseñado. “El buen pueblo español”,
como escribió el Cardenal Gomá en el prólogo de nuestro libro Guerra Santa,
se encargó de demostrar la tesis “sin disquisiciones previas de derecho pú­
blico o de ética social... con un puñado de bravos militares..., con el argu­
mento inapelable de las armas”.
Los enemigos que España tenía aun dentro de sus fronteras y los
que, más allá, eran, a un tiempo, enemigos de España, de la civilización y
de Dios, quisieron tergiversar los hechos y falsificar su significación. Todo
en vano2.
“Se confunde demasiado a menudo en el extranjero —dijo muy al prin­
cipio de la guerra nuestro Generalísimo— el Movimiento Nacional con un
pronunciamiento. Se trata realmente de un levantamiento de la mayoría del
pueblo contra el desorden moral y material que paralizaba toda la vida es­
pañola” 3.
El Cardenal Primado afirmó resueltamente: Todo aquello no fue sino*
“el gesto, concienzudo y heroico, de un pueblo herido en sus más vivos amo­
res por leyes y prácticas bastardas y que suma su esfuerzo al de las armas
que pueden redimirse” 4.
El Obispo de Salamanca escribió también en su Pastoral:
“Fue una sublevación, pero no para perturbar, sino para restablecer el
orden”5.
Y el de Madrid describe aquel gesto de España y describe toda su sig­
nificación de esta manera:
“España parecía irremediablemente perdida; y he aquí que cuando, ate­

I ll rrada, la gran mayoría de la nación desesperaba del remedio, muy pocos


días antes del señalado por el marxismo para la implantación, por la violencia
y el terror, de su tiranía, el alma española levantó, en gallarda sacudida, a

1 La hora presente, pág. 11-14.—Acerca de la licitud del Alzamiento español


pueden verse testimonios de otros Prelados en los documentos que citamos en el capi­
M4 tulo “La doctrina de la Iglesia”. Véase también Menéndez Reigada, O. P.: La Guerra
Nacional Española ante la moral y el derecho, Salamanca, 1937, y nuestro libro Guerra
Santa, III, La Iglesia y el Movimiento, pág. 71.
2 Véase nuestro libro Guerra Santa, II. pág. 41 y ss.
I :’ 3 Palabras del Generalísimo a un enviado especial de Je suis portout, octubre 1936.
i
ll
4 El caso de España, pág. 10.
5 Las dos Ciudades, pág. 29.

726
esa gloriosa encamación suya, su instrumento en la odisea heroica de siete
siglos de reconquista, y en la épica empresa de la civilización del Nuevo
Mundo, su glorioso Ejército; y con él a los abnegados apóstoles de la Tradi­
ción española, casta de mártires de Dios y de España, tesoro de inconta­
minada doctrina, de filosofía política cristiana, que en nuestro pueblo se con­
servaba ileso en medio del naufragio en el mar de errores y herejías de la
filosofía política de la Revolución Francesa, preservado por Dios para fer­
mento de su pueblo, cuando por el desengaño ante las funestas consecuen­
cias del liberalismo, hubiese que salvar la humanidad: ¡qué insospechada
sorpresa para cuantos creían caduca y agonizante la vieja y gloriosa Tradi-
ció española, al ver a tantos ancianos y a tantos adolescentes, aun a los de
catorce años, abandonar sus hogares y empuñar las armas y, para dar la
vida a España, desafiar la muerte levantando su grito, como los Macabeos:
¡Por Dios y por la Patria!
Como ellos, la Falange, las milicias, todo ese tesoro de juventudes brio­
sas, cuya alma cristiana anhelaba por la reforma social, pero no podía con­
fiar en verla lograda en el materialismo marxista, ni consentir en la frente
venerable de su Madre España el signo de la Bestia Apocalíptica, destruc­
tora de nuestra civilización.
En un abrir y cerrar de ojos, en las regiones que el Ejército liberó de la
ilegalidad tiránica, brotaron millares y millares de jóvenes pertenecientes a
diversas ideologías, que, diferenciándose en lo accidental, se fundían en un
solo corazón y en un solo abrazo, bajo un mismo lema: Marxismo, no; siem­
pre cristianos y siempre españoles. A las armas que el poder oficial, traicio­
nando su misión, había dado al marxismo, opusieron ellos también las ar­
mas; y en breves días, en horas, algunas veces la inmensa mayoría del pue­
blo español apagó en esas felices regiones el incendio marxista ’.

En fin, que aquel día glorioso se despertó en el alma española el espí­


ritu recio y heroico que es su verdadero espíritu. Y España se puso en pie:
ese espíritu la empujó a la gesta de la nueva Cruzada. Esta Cruzada era un
levantamiento en armas contra un Poder. Pero España no dudó. No tuvo
escrúpulos morales. Su conciencia estaba iluminada por la luz de las doc­
trinas inmortales de la Iglesia y, muy especialmente, de sus grandes teólo­
gos. Alzóse, pues, en guerra contra la tiranía y contra los tiranos...
Y Dios bendijo su gesto, su heroísmo y su sacrificio... con la victoria.

DOCUMENTO 218 (261)

El mismo Vicario de Cristo los ha declarado enemigos de la sociedad,


de la religión y del mismo Dios, cuando en la alocución del 13 de marzo

1 La hora presente, pág. 12.

727
Is
de 1933, refiriéndose al Gobierno de entonces, que fue el predecesor del
Frente Popular, dice: “Estos encienden y aprietan la guerra contra la so­
ciedad humana, contra la religión santísima y, finalmente, contra el mismo
•• Dios.” Y equipara la persecución religiosa de España a la de Rusia y Méjico,
cuando dice poco después: “Lo que ocurre desde hace tiempo y constante­
mente en las dilatadas e infelicísimas regiones de Rusia, en España, en los
Estados Unidos de Méjico...” (Acta A. S., vol. 25, págs. 112, 113.)
Pruébase igualmente que el Frente Popular es enemigo de Dios y de la
Iglesia porque sus filas se nutren principalmente de socialistas, comunistas
y anarquistas, y se mueve a impulsos de las nefandas sectas masónicas. El
comunismo (en cualquiera de sus fases, desde las más mitigadas hasta las
más violentas) es el compendio de todos los errores, de todas las herejías,
de todas las impiedades. Constantemente nos lo vienen repitiendo los Sumos
Pontífices desde Pío IX, advirtiéndonos que es el gran peligro del cristia­
nismo y de la humanidad. Sólo recogeremos algunas palabras del actual Pon­
tífice Pío XI. En la Encíclica Caritate Christi compulsi escribe: “Los ene­
migos de todo orden social, cualquiera que sea su nombre: comunismo, so­
cialismo u otros... se emplean con audacia en romper todo freno, en que­
brar toda ligadura impuesta por la ley divina o humana.” Y en la Encíclica
Quadragesimo Anno: “Nos no juzgamos, dice, seguramente necesario ad­
vertir a los hijos buenos y fieles de la Iglesia en lo tocante a la naturaleza
impía e injusta del comunismo.” Y también: “Hemos llamado de nuevo a
juicio al comunismo y al socialismo y hemos encontrado que todas sus for­
mas, aun las más suaves, están muy lejos de los preceptos evangélicos.” Y en
cuanto a la masonería, que alienta y mueve secretamente al Frente Popular,
no es preciso hablar, pues la Iglesia la ha condenado con las más severas
censuras. El Frente Popular con su Gobierno es, por tanto, enemigo de­
clarado de Dios y de la Iglesia.

Proposición segunda.—El alzamiento en armas contra el Frente Popular y


su Gobierno es no sólo justo y lícito, sino hasta obligatorio, y constituye
■ I por parte del Gobierno Nacional y sus seguidores la guerra más santa
que registra la Historia.

l.° El alzamiento en armas contra el Frente Popular y su Gobierno es


justo y lícito.

a) Es doctrina común de teólogos y filósofos cristianos que se puede


resistir por la fuerza al tirano que ha usurpado el Poder, a no ser que más
adelante se haya legitimado de alguna manera. Así lo enseña Santo Tomás
!il •Hl por estas palabras: “Qui per violentiam dominium surripit, non efficitur vere
praelatus vel dominus, et ideo, cum facultas adest, potest aliquis tale domi­
nium repeliere (II Sent., d. 44, q. 2, a. 2). Y añade, contestando a un argu­
mento: “Quando aliquis dominium sibi per violentiam surripit, nolentibus
4¿i i¡ subditis, vel etiam ad consensum coactis..., tune qui ad liberationem Patriae
tyranum occidit, laudatur et proemium accipit” (ad 5). Este es manifies-
if'1 '
i
728

■’ 1
tamente el caso dei Gobierno del Frente Popular, que de ningún modo ha
podido legitimarse.
b) También es doctrina de Santo Tomás, al cual siguen la mayoría de
los teólogos, que se puede destituir violentamente al que gobierna tiránica­
mente, aun cuando su gobierno originariamente hubiera sido legítimo. Vea­
mos sus palabras: “Si ad jus multitudinis alicujus pertineat sibi providere de
rege (en el régimen republicano siempre pertenece a la multitud elegir sus
gobernantes), non injuste ad eadem rex institutus potest destituí vel refrae-
nari ejus potestas, si potestate regia tyrannice abutatur”. (De Reg. Princ.,
Lib. I, cap. VI.) Y en la Summa Theologica demuestra que el levantamiento
en armas contra el tirano no es sedición y, por tanto, no es injusto, cuando
escribe: “Regimen tyrannicum non est justum, quia non ordinatur ad bonum
commune, sed ad bonum privatum regentis... Et ido perturbatio hujus
regiminis non habet rationem seditionis (porque en ese caso sería ilícita)...
Magis autem tyrannus seditiosus est, qui in populo sibi subjecto discordias
et seditiones nutrit (como hizo el Frente Popular), ut citius dominari possit:
hoc enim tyrannicum est, com sit ordinatum ad bonum propium praesidentis,
cum multitudinis nocumento.” (Sum. Theol., 2.a, 2ae, q. 42, a. 2 ad 3.) El
levantamiento armado contra el Frente Popular es, pues, justo y lícito, por
tratarse de un Gobierno usurpador y tiránico en sumo grado. Y este levan­
tamiento reúne todas las condiciones que exigen los teólogos, pues no que­
daba otro recurso humano y no se podía dilatar su ejecución por el peligro
inmenso que había en la tardanza.
2.° El alzamiento en armas contra el Frente Popular era obligatorio.
a) Por la obligación de defender a la Patria cuando está en peligro.—Es
esta una verdadera guerra defensiva. El agresor injusto es el Frente Popular
y su Gobierno. Para convencerse de esto basta recordar las estadísticas de
crímenes, desórdenes, asesinatos, incendios de templos y conventos perpe­
trados por el Frente Popular, con la anuencia expresa o tácita de su Go­
bierno, durante los meses que precedieron al levantamiento. Esas listas fue­
ron leídas en el Congreso de los Diputados por los señores Calvo Sotelo y
Gil Robles, y publicadas en el Diario de Sesiones. Y el mismo Gobierno del
Frente Popular se ha declarado “parte beligerante”, es decir, agresiva, puesto
que los católicos a nadie agredían y se limitaban a reclamar el ejercicio de
sus derechos. Y más clara aparece la agresión por parte del Frente Popular
si se tienen en cuenta los fines perversos que éste se proponía, atentando a
la misma independencia de la Patria y a la existencia de la nacionalidad es­
pañola, como dicho queda. Ahora bien, cualquier nación tiene la obligación
de defenderse contra los enemigos extraños y, a fortiori, con mayor motivo,
contra los enemigos internos. Puede un individuo particular renunciar al de­
recho de defensa que a todos asiste, pero una nación no puede renunciar a
este derecho, porque sería conculcar el derecho de la multitud y atentar con­
tra el bien común. Y es que la Patria es como nuestra madre y estamos
obligados para con ella por la misma virtud de la piedad y con los mismos
deberes que tenemos para con nuestros padres, como Santo Tomás enseña

729
J
(II-II, q. 101). Mas ningún hijo habrá que se crea exento del deber de de­
fender a su madre cuando la ve ultrajada, perseguida y en peligro de pere­
cer. Pues bien, los ultrajes que recibía nuestra Patria en sus instituciones y en
sus ciudadanos eran continuos; máximo e inminente era el peligro en que
ella misma se encontraba; y la obligación de defenderla pesaba, por tanto,
gravísimámente sobre todos sus buenos hijos.

DOCUMENTO 219

LA GUERRA DE ESPAÑA Y EL DERECHO 1 (262)

Con la prolongación de la guerra se agravan las dificultades políticas y


jurídicas, a las cuales se exponen tanto España como las otras naciones de
Europa. Yo trataré, a la luz de los principios del derecho, de examinar los
principales de entre ellos. Por no extender desmesuradamente este estudio,
lo limitaré a un breve llamamiento sobre aquellos hechos harto conocidos e im­
posibles de negarse. Nos tocará examinar los diversos problemas sentados por
la guerra de España, en lo que concierne a los españoles y en relación con
los otros Estados.
Son, pues, dos órdenes de cuestiones bien distintas: el uno, de derecho
interno, la legitimidad de la revolución; el otro, de derecho internacional:
¿se trata de una verdadera guerra, y por lo mismo debe ser reconocida como
tal, o de una simple insurrección?... Trataremos de resolver estos dos pro­
blemas.

La revolución nacionalista

sí El Gobierno español —que ha permanecido, sucesivamente, en Madrid,


en Valencia y luego en Barcelona—, lo mismo en su Prensa diaria que en
! I la Sociedad de Naciones y en su protesta ante el Gobierno británico a raíz
de su entrada en relaciones con el Gobierno nacionalista, siempre se ha co­
? '¡I locado sobre el terreno de que la España gubernamental lucha contra una
I rebelión militar: “se trata de individuos rebeldes levantados contra un Go­
bierno legalmente constituido”. De suerte que el Gobierno legal no estará
obligado a tratar a estos rebeldes como beligerantes (se ha negado mucho
tiempo a hacerlo), y que los otros Estados no tendrán el derecho de venir
I en su ayuda. Por lo pronto, nos ocuparemos solamente de las relaciones
H entre los españoles. Es fácil probar que las dos afirmaciones antedichas son
ambas inexactas, y que no se trata de individuos rebeldes ni de un Gobierno
que se pueda considerar como regularmente formado y sostenido.

1 La traducción que transcribimos es muy defectuosa, como comprobará el lector,


■; í pero la dejamos sin correcciones porque fue autorizada por Le Fur y tiene, por tanto,
un valor de autenticidad que no deseamos poner en tela de juicio.

i! I 730
Número 1. “Los individuos rebeldes”
No se trata de individuos en rebelión contra las decisiones de la mayoría
del país. Esta afirmación no ha sido jamás exacta: Veremos que, en realidad,
el Gobierno del Frente Popular (sobre todo en su composición anarco-comu-
nista actual) jamás ha tenido la mayoría de los votos del país, y después
de poco dicha afirmación será lo contrario de la verdad. Desde julio de 1937,
los nacionales ocupan 310.437 kilómetros cuadrados, poblados por catorce
millones de habitantes, contra 194.339 kilómetros cuadrados, poblados por
ocho millones de habitantes por la zona roja. Es decir: que desde aquel mo­
mento, la España del General Franco comprendía cerca de las tres cuartas
partes del territorio y de dos terceras partes de la población; y los aconteci­
i mientos posteriores han aventajado aquellas cifras. De modo que si la pala­
bra “individuo” quiere significar un número pequeño, una minoría, es desde
hace mucho tiempo a los habitantes de la España gubernamental a quienes
cabe aplicar tal calificativo.
Pero ¿los nacionales son rebeldes? Esta es la cuestión del derecho de
resistencia que aquí se encuentra alborotada. Yo no puedo, en verdad, vol­
ver sobre un punto de tanta importancia y tan frecuentemente examinado.
Me limitaré a algunas reflexiones que expongo. No puede menos uno de
asombrarse y encontrar fuera de toda lógica esta negativa de reconocer el
derecho de insurrección de parte de un partido que si está en el Poder es
gracias a él, como buena parte 'de los actuales Gobiernos de Europa o
de América. Apenas si puede señalarse uno que por herencia no haya sus­
tituido por la fuerza al antiguo Gobierno legítimo. Recuérdense en Francia los
célebres textos de los Constituciones de 1781 y de 1793 reconociendo este
derecho de insurrección en favor del pueblo. En España misma por dos oca­
siones, en 1929 por M. Sánchez Guerra y 21 personajes más; en 1931 por los
miembros del Comité revolucionario, opuestos al régimen monárquico en­
tonces en vigor, triunfaron al ser absueltos, abiertamente en el primer caso y
prácticamente en el segundo (y como hecho notable, en ambos por Tribuna­
les militares), personas acusadas de provocación a la rebelión por el motivo
que la sublevación, estando dirigida, no contra un Gobierno legítimo, sino
contra un régimen ilegítimo (la Dictadura del General Primo de Rivera), no
podía existir jurídicamente delito ni rebelión contra poderes inexistentes o
ilegítimos. El Gobierno de Valencia mismo no ha llegado al Poder, y sobre
todo no hubiera podido mantenerse en él, sino gracias a una serie de viola­
ciones de la Constitución (tendremos ocasión de demostrarlo repetidas ve­
ces). Es difícilmente aceptable el ver actuar a la vez sobre dos planos: el de
la fuerza, cuando se es vencedor; sobre principios jurídicos, cuando se es
vencido. Además, si la cuestión del establecimiento de un régimen político no es
sino cuestión de fuerza, las cosas, en tal caso, se vuelven hoy día íntegramen­
te a favor de los nacionalistas.
Pero consideraciones de este género no pueden ser tenidas por decisivas,
sobre todo dentro de un partido que, a excepción de una parte de las pro­
vincias vascas, comprende la casi totalidad de los católicos españoles. La re-

731
i
volución es otra cosa que un. hecho de fuerza: ¿está en el caso de poder ser
considerada como legítima?
Es sabido la prudencia que la Iglesia, siempre defensora del orden y
enemiga de las revoluciones, ha aportado a la solución de esta cuestión. Buen
número de teólogos, afirmando sin excepción, no solamente el derecho, sino
el deber de resistencia contra un orden de cosas contrario a la moral, se han
pronunciado contra el derecho de resistencia, con frecuencia invocando un
célebre texto de San Pablo (Rom. XIII, 17) que no tiene de ningún modo
esta significación, ya que si los versículos 1-2 parecen sentar el principio de
la obediencia sin reserva, los siguientes parecen demostrar que San Pablo
considera a los príncipes gobernando en aras del bien común. El mismo Santo
Tomás de Aquino no vacila en declarar que “de la misma manera que es
lícito el resistir a los bergantes, lo es también el resistir a los malos prín­
cipes”. La resistencia individual, en este caso, no es otra cosa que el ejercicio
del derecho de legítima defensa; cuando los individuos que resisten son en
gran número, la resistencia de individual pasa a ser colectiva; esta es la
revolución. Un teólogo, en su obra reciente sobre el derecho natural, afirma
que “la tradición escolástica está unánime en reconocer el derecho de resis­
tencia, yendo en casos extremos hasta la sublevación”. Y en fecha más re­
í ciente, el Papa Pío XI, en la Encíclica Nos es muy, del 28 de marzo de 1937,
sobre los asuntos mejicanos, declara que la Iglesia “condena toda insurrección
o violencia injustas contra los poderes constituidos”. Luego son permitidas
las insurrecciones que presentan un carácter de justicia; los teólogos consi­
deran que este carácter existe cuando se reúnen las condiciones siguientes:
Necesidad de recurrir a la sublevación, no habiendo dado ningún resultado
los medios legales —francas probabilidades de éxito, sin las cuales, en lugar
de establecer el orden no se hace sino agravar la agitación—, finalmente la
justa proporción entre la gravedad del desorden y la importancia de los me­
dios empleados para remediarlo.
En cuanto al primer punto, las probabilidades de éxito, los hechos han
respondido, ya que 35 provincias sobre 50, sin contar todas las islas, excepto
Menorca, y todas las colonias, están en poder de los nacionalistas, que son
acogidos en todas las ciudades liberadas, en Santander y en Gijón, con ma­
¡V’ '
nifestaciones de júbilo, como lo serán sin duda en Madrid y en Barcelona
mismas, ciudades que hoy día se encuentran faltas de todo, una vez evacuadas
por las tropas comunistas, en su mayor parte extranjeras, que las tienen bajo
su dominio.
En lo que concierne al segundo punto, el caso de la necesidad de la
■! sublevación, resultando que los medios legales han fracasado, los desenvol­
vimientos que quieren seguirse sobre los caracteres de legalidad del Gobierno
nos darán la respuesta, se constatará que por debilidad o complicidad, con
frecuencia ambas a la vez, inutilizan todos los medios de defensa; como las
$ iíj. garantías constitucionales, resultado de la existencia de Tribunales imparcia­
les y respetados, los cuales fueron sustituidos por tribunales populares cons­
! tituidos por ciudadanos que se erigían ellos mismos en jueces y verdugos;
veremos luego a este Gobierno legitimar dichos tribunales; mas luego los
! ' 732
i] i:
tolerará por impotencia; todo es posible, pero queda demostrado que se en­
i
cuentra incapacitado para mantener el orden y la justicia, funciones esencia­
les de un Gobierno regular.
Para demostrar al contrario cómo fue prolongada la lealtad de los oficia­
les y de la parte de la población que sufría estos excesos, basta recordar
con el señor Mendizábal la conducta del General ¡Franco en aquel año
de 1931, que él llama “un año llave”. Este fue, dice, “el año en que M. Aza-
ña, Ministro de la Guerra, se proponía triturar el Ejército y republicanizarlo
por medios insólitos”. Se había cambiado la bandera, se había cerrado la
Academia General Militar, el cabo de tres años de funcionamiento en Za­
ragoza. Duro fue este momento a los corazones de los buenos oficiales, pro­
picio a la rebelión provocada por el descontento, las vejaciones o ataques,
al extremo que el General Director de la Academia (que lo era el General
Franco) dio sus tristes adioses a los 720 cadetes, exaltando delante de ellos
la disciplina, “esta altísima virtud indispensable en la vida de los ejércitos,
y que vosotros debéis guardar como la más preciosa de vuestras cualidades.
Disciplina —dijo— que nunca es bien definida ni comprendida. Disciplina...
que no es meritoria cuando la condición del mando es agradable y ligera...
Disciplina... que tiene su verdadera significación cuando nuestra manera de
pensar nos aconseja lo contrario de aquello que nos está mandando; cuando
el corazón lucha, se revuelve en secreto o cuando la arbitrariedad o el error
han manchado la acción del mando. He aquí la disciplica que nosotros
os hemos inculcado, he aquí aquélla que nosotros practicamos; he aquí el
ejemplo que nosotros os ofrecemos”.
No fue sino después de seis años de espera que, aparte de dos momentos
de tregua, en que el mal fue agravándose, que bajo la presión de la mitad del
país y contándose provincias enteras, se tomó, casi por unanimidad, la reso­
lución de sublevarse contra un Gobierno bajo el cual se multiplicaban las
destrucciones y los asesinatos dentro de una España que, con la ayuda de
Rusia soviética, se encaminaba día a día hacia el régimen de esta última.
Falta la tercera condición, la proporción de los medios empleados con los
abusos soportados. Este ha sido tema de ciertas vacilaciones y dudas; sobre
todo los que se han declarado en favor del Frente Popular declaran que
nadie más que los rebeldes son la verdadera causa del mal, que todos los
crímenes cometidos por los anarquistas y comunistas libertarios son nada en
comparación de los horrores de la guerra civil y de las destrucciones que ella
ha causado.
Esto está en contradicción con los hechos. La España del Frente Popular,
dueño absoluto después de febrero de 1936, iba por la pendiente fatal igual
a la que se encontró Rusia en 1917, de donde no ha podido salir después
de veinte años. Mucho antes de la sublevación de julio de 1936, el 2 de
abril, el señor Calvo Sotelo, delante del Parlamento, hace el balance de la
obra del Frente Popular después de seis semanas de haber tomado el Poder:
en el mes de marzo ya había 199 casos de pillaje, 178 incendios, de los
cuales 106 eran de iglesias, 304 alteraciones del orden distintos, 76 muer­
tos y 346 heridos. Estos discursos valerosos, con algunos otros del mismo

733
género (el del 12 de julio, principalmente, después del cual “La Pasionaria”
declaró: “Este hombre ha hablado por última vez”), significó para su autor
su sentencia de muerte, ya que dos días después fue asesinado por guardias
de Asalto de uniforme, que en plena noche asaltaron su domicilio.
El señor Jacques Bardoux, en su folleto Stalin contra Europa, las pruebas
de un complot comunista (páginas 10 a 17), ha publicado instrucciones para
el golpe de Estado comunista y para la constitución de un Gobierno sovié­
tico, copiadas en junio de 1936 en Madrid, en las oficinas de la U. G. T.
(Unión General de Trabajadores). “La verdad —declaraba en la radio un

r dirigente anarquista en enero de 1937—, la verdad no es otra que ésta: los


militares se nos han adelantado para impedirnos el desencadenamiento de la
revolución”. Todo consiste, según se ha dicho, en una carrera de velocidad
entre el bolcheviquismo y la civilización cristiana. Y si se quiere una contra­
prueba de la necesidad de una reacción, tenemos bien patente el ejemplo
de Cataluña, donde la sublevación militar jamás ha triunfado y donde la
situación ha sido peor que en todas partes. Si, pues ha habido rebeldes (como
los ha habido en su origen en todos los Gobiernos actuales, comprendido el
Gobierno de Barcelona, que es el último por orden de fechas), estos rebeldes
están en su derecho de responder por la fuerza a los actos de fuerza de un
Gobierno que ha demostrado, por lo menos, ser incapaz de gobernar. Luego
es el perfecto ejercicio del poder que produce un Gobierno legítimo, además
de su origen, muy frecuentemente irregular, y en todo caso insuficiente al
mismo.

“EZ Gobierno legar


La sublevación de julio de 1936 es bien distinta de los pronunciamientos
militares tan célebres en España; fue una sublevación a la vez del Ejército
y de la población civil; hubo provincias, como Navarra, donde la pobla­
ción masculina se puso por entero a la disposición de los lugartenientes del
General Franco. La primera parte de la afirmación gubernamental: “Se trata
de individuos en rebelión contra un Gobierno legalmente constituido”, es a
todas luces inexacta; la revolución se extendió inmediatamente a dos provin­
cias enteras, embarcando no solamente a cierto número de individuos, sino a
la mayor parte del país. Vamos a constatar que la segunda parte tampoco es


exacta; es bastante difícil hablar para la España roja de un Gobierno legal­
'' mente constituido, y peor todavía de un Gobierno legalmente sostenido.
III Es sabido que el Gobierno se alaba a los cuatro vientos todavía de ser
demócrata (no se atreve a decir liberal), parlamentario o constitucional, y
tiene aún la pretensión de representar al país. Hay siempre una parte de
ficción en esa idea de representación, hasta en los mismos países en los cuales
la Constitución es respetada; en Francia misma, por ejemplo, se ha podido
comprobar muchas veces que a partir de 1875 la mayoría de las Cámaras
no ha representado nunca a los electores; pero se dan casos en que la fic­
ción está demasiado desprovista de verosimilitud. Es una convencida repu­
blicana, la inspiradora en España de la ley del divorcio, Clara Campoamor,
I
734
en su libro La revolución española vista por una republicana, libro que citaré
I gustoso, porque constituye un testimonio de gran importancia y nada sos­
pechoso de parcialidad, quien declara que “la división tan simple como falaz
hecha por el Gobierno entre demócratas y fascistas para galvanizar al pue­
blo, no se ajusta a la verdad... Hay por lo menos tantos elementos liberales
del lado de los insurgentes como de antidemócratas del lado del Gobierno’*
(página 185).

DOCUMENTO 220

MANUEL AZNAR Y EL CONCEPTO DE LA GUERRA (263)

Acción y reacción del Ejército nacional.


El Movimiento español, militar y popular, de 18 de julio de 1936, no
fue un “pronunciamiento”. La ignorancia de esta radical verdad ha traído
a la política europea de los últimos años consecuencias de alcance excep­
cional. Una buena parte de Europa cayó en la fácil interpretación de la po­
lítica española a la moda y manera del siglo xix. Vieron las gentes impro­
visadoras e históricamente ignorantes de nuestra realidad nacional cómo unos
briosos cuadros de Jefes y Oficiales del Ejército se alzaban frente al “Poder
constituido”, y al punto se dijeron, creyendo sorprender el secreto del pro­
blema: “¡Pronunciamiento!” Esta palabra, trasvasada del idioma español
a otras lenguas, ha contribuido por sí sola a deformar notoriamente la justa
visión de España. Repitámoslo: el día 18 de julio de 1936 no se inició en
España un “pronunciamiento”.
Es decir: el Ejército no tomó en esa fecha una actitud de carácter pro­
fesional, porque en tal caso es seguro que su ímpetu no hubiera rebasado
los fracasos de los primeros días.

Cita a continuación Aznar la siguiente carta del General Franco'.


“El General de División, Comandante Militar de las Islas Canarias.—
Santa Cruz de Tenerife, 23 de junio de 1936.
Respetado Ministro: Es tan grave el estado de inquietud que en el ánimo
de la oficialidad parecen producir las últimas medidas militares, que con­
traería una grave responsabilidad y faltaría a la lealtad debida si no hiciese
presentes mis impresiones sobre el momento castrense y sobre los peligros
que para la disciplina del Ejército tienen la falta de interior satisfacción y el
estado de inquietud moral y material que se percibe, sin palmaria exteriori-
zación, en los Cuerpos de oficiales y suboficiales.
Las recientes disposiciones que reintegran al Ejército a los jefes y ofi­
ciales sentenciados en Cataluña, y la más moderna de destinos, antes de an­
tigüedad, hoy dejados al arbitrio ministerial, que desde el Movimiento mili-

735
I
vj
tar de junio del 17 no se habían apenas alterado, así como los recientes
relevos, han despertado la inquietud de la gran mayoría del Ejército. Las
noticias de los incidentes de Alcalá de Henares, con sus antecedentes de
provocaciones y agresiones por parte de elementos extremistas, concatena­
r dos con el cambio de guarniciones, produjeron, sin duda, un sentimiento de
disgusto, desgraciada y torpemente exteriorizado en momentos de ofuscación
que, interpretado en forma de delito colectivo, tuvo gravísimas consecuencias
para los jefes y oficiales que en tales hechos participaron, ocasionando
dolor y sentimiento en la colectividad militar; todo esto, excelentísimo se­
ñor, pone aparentemente de manifiesto la información deficiente que acaso
en este aspecto debe llegar a V. E. o el desconocimiento que sus elementos
colaboradores militares pueden tener de los problemas íntimos y morales de
la colectividad militar.
No desearía que esta carta pudiese menoscabar el buen nombre que po­
seen quienes en el orden militar le informen o aconsejen, que pueden pecar
por ignorancia; pero sí me permito asegurar, con la responsabilidad de
mi empleo y la seriedad de mi historia, que las disposiciones publicadas per­
miten apreciar cómo los informes que las motivaron se apartan de la reali­
dad y son algunas veces contrarios a los intereses patrios, presentando al
Ejército bajo vuestra vista con unas características y vicios alejados de la
verdad.
Han sido recientemente apartados de sus mandos y destinos jefes en su
mayoría de historia brillante y de elevado concepto en el Ejército, otorgán­
dose sus puestos, así como aquellos de más distinción y confianza, a quienes,
en general, están calificados por el 90 por 100 de sus compañeros como más
I pobres en virtudes. No sienten ni son más leales a las instituciones los que
se acercan a adularlas y a cobrar la cuenta de serviles colaboraciones, pues
los mismos se destacaron en los años pasados con Dictadura y Monarquía.
Faltan a la verdad quienes presentan al Ejército como desafecto a la
República; le engañan quienes simulan complots a la medida de sus turbias
pasiones; prestan un desdichado servicio a la Patria quienes disfrazan la in­
quietud, dignidad y patriotismo de la oficialidad, haciéndola aparecer como
símbolo de conspiración y desafecto. De la falta de ecuanimidad y justicia
í de los Poderes públicos en la administración del Ejército surgieron el año 1917
las Juntas Militares de Defensa. Hoy pudiera decirse virtualmente, en plano
anímico, que las Juntas Militares están rehechas. Los escritos que clandesti­
namente aparecen con las iniciales U. M. E. o U. M. R. son síntomas feha­

cientes de su existencia y heraldo de futuras luchas civiles si no se atiende
a evitarlo, cosa que considero fácil, con medidas de consideración, ecuani­
midad y justicia. Aquel Movimiento de indisciplina colectiva de 1917, mo­

.!( h |p
tivado en gran parte por el favoritismo y la arbitrariedad en la cuestión de
los destinos, fue producido en condiciones semejantes, aunque en peor grado,
que las que hoy se sienten en los Cuerpos de Ejército.
No le oculto a V. E. el peligro que encierra este estado de conciencia
colectiva en los momentos presentes, en que se unen las inquietudes profe­
sionales con aquellas otras de todo buen español ante los graves problemas
1r 736
de la Patria. Apartado muchas millas de la Península, nó dejan de llegar
hasta aquí noticias, por distintos conductos, que acusan: que este estador que
aquí se aprecia existe igualmente, tal vez en mayor grado, en las. guarnicio­
nes peninsulares..e incluso entre las fuerzas militares de Orden público.. Co.-
nocedor de la disciplina, a cuyo estudio me he dedicado, muchos* años, .puedo
asegurarle que es tal es espíritu de justicia que impera, en los cuadros, mi­
litares, que cualquier.medida de violencia no justificada produce efectos con­
traproducentes en la masa general de la colectividad, al sentirse a merced de
actuaciones anónimas y de calumniosas delaciones. Considero un deber
hacer llegar a su conocimiento lo que creo de una gravedad tan grande para
la disciplina militar, que V. E. puede fácilmente comprobar si personalmente
se informa de aquellos Generales y Jefes de Cuerpo que exentos de pasiones
políticas viven en contacto y se preocupan de los problemas íntimos y del
sentir de sus subordinados.
Francisco FRANCO.”

La lectura de esta carta nos devuelve a las primeras palabras del capí­
tulo presente: la guerra española de 1936 a 1939 no puede ser considerada
como un pronunciamiento; esto es —dice Ortega y Gasset en su Epílogo
para ingleses1— inadmisible aun como simple designación de hechos. Yo
me pregunto si dentro del concepto de lealtad cabe una actitud más desinte­
resada y más pulcra que la adoptada por el General Franco ante el Minis­
tro de la Guerra del Frente Popular.
A partir de la madrugada de aquel 13 de julio inolvidable puede decirse
que España pasaba solemnemente, dramáticamente, a la situación oficial y
pública de guerra civil. Ya no cabían remedios parciales. No era solamente
que la revolución internacional hubiese fijado ya la fecha del 29 de julio o
del 1 de agosto para iniciar su ofensiva, sino que el Estado español se aña­
día resueltamente a las fuerzas revolucionarias del modo más directo y ele­
mental, poniendo los agentes de la fuerza pública al servicio del crimen po­
lítico. El Gobierno del Frente Popular declaraba rotundamente la guerra a
todos sus enemigos. Esos enemigos eran millones de españoles que venían
sufriendo las más graves persecuciones y los más dolorosos agravios. En nom­
bre de la lealtad a España, en defensa de los principios cristianos y de su
propia vida, aceptaron la declaración de guerra. Desde aquel momento, el
Gobierno del Frente Popular pasó a ser un rebelde contra la Ley, un rebelde
contra la Justicia, un rebelde contra la Lealtad y contra la Historia de nues­
tro pueblo. Frente a su rebelión, la España nacional se puso en pie. Al
frente de ella, como siempre que suena una hora decisiva, estaba el Ejército
nacional. Nuestra lucha tuvo desde el primer instante el claro sentido de un
3
combate abierto entre la civilización y la demagogia. La tarea iba a ser ruda,
el camino largo, el esfuerzo agotador. “Es, en efecto —dice el autor de
i

1 Ultima edición de La rebelión de las masas.

74kT.
! 47
La rebelión de las masas— muy difícil salvar una civilización cuando le
ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos. Los demagogos
han sido los grandes estranguladores de civilizaciones. La griega y la roma­
na sucumbieron a manos de esta fauna repugnante que hacía exclamar a
Macaulay: “En todos los siglos, los ejemplos más viles de la naturaleza hu­
mana se han encontrado entre los demagogos.” Esa “difícil tarea” de salvar
una civilización es la que tomó sobre sí el Ejército español el día 18 de
julio de 1936.
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1
738

1
notas documentales y críticas

47 *
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CAPITULO I

(1) Destaca entre ellas F. Díaz Plaja: La Historia de España en sus documentos.
El siglo XX, Dictadura... República (1932-1936). Madrid, Instituto de Estudios Políti­
cos, 1964, 901 págs.; El siglo XX, La Guerra (1936-1939). Madrid, Ed. Faro, 1963,
726 págs. He comentado esta obra, así como las reseñadas en las cuatro notas siguientes,
en mi libro Cien libros básicos sobre la guerra de España, Madrid, Publicaciones Espa­
ñolas, 1966.
(2) Arrarás, J.: Historia de la Segunda República Española (segunda edición), volu­
men I. Madrid, Editora Nacional, 1956; 525 págs., vol. II, íbid, 1964; 667 págs., vol III
en preparación. Existe un excelente compendio de los tres volúmenes editado en 1965.
(3) Ramos Oliveira, A.: Historia de España. Vol. III. México, Compañía General
de Ediciones, 1952; 647 págs.
(4) Madariaga, S. de: Spain, a modern history. N. York, Frederick A. Praeger, 1960;
736 págs. Edición española: España. Buenos Aires. Ed. Sudamericana, 1964 ; 721 págs.
(5) Jackson G.: The Spanish Republic and the Civil War. Princeton Univ. Press,
1965; XIII 4- 578 págs.
(6) El Sol, 18 de agosto de 1930. La reunión tuvo lugar el 17.
(7) Alcalá Zamora, N.: Los defectos de la Constitución de 1931. Cita en el Dicta­
men de la comisión sobre ilegitimidad de poderes actuantes en 18-VII-l 836. Burgos, 1939.
Apéndice I, pp. 11-12.
(8) Madariaga, S. de: Op. cit. n. 4 (Ed. española); págs. 380 s.
(9) ABC, 3-1 de octubre de 1933.
(10) Primo de Rivera, J. A.: Obras. 3.“ ed., Madrid, D. N. S. Femenina F. E. T. y
de las J. O. N. S., 1964; 1.153 págs., pp. 61 ss. (29-X-1933). Agustín del Río Cisneros ha
conseguido una excelente edición, muy útil por su bien organizada estructura y metodo­
logía.
(10) Largo Caballero, F.: Discurso pronunciado... el 20 de abril de 1934 en el
acto de clausura del V Congreso de J. Socialistas de España. Bilbao, Fed. Prov. J. Soc.
Vizcaya, 1934; 17 págs.
(12) Comín Colomer, E.: Historia del partido comunista de España, tomo I. Madrid,
Editora Nacional, 1965; 652 pp. 574. Discrepancias metodológicas, por fundadas que es­
tén, no pueden oscurecer los grandes méritos y aportaciones de Eduardo Comín Colomer,
autor fundamental en el panorama histórico español contemporáneo.
(13) Claridad, 27-1-1934. Naturalmente que me refiero a las primeras escaramuzas de
la última crisis. La historia de las crisis del Socialismo español —es decir, la historia del
socialismo español— es una tarea ingente que está sin hacer.
J (14) Primo de Rivera, J. A.: o. c. n. b., 297 ss. 24-IX-1934.
I
(15) Madariaga, S. de: o. c. n. 4 (Ed. española); págs. 434 ss.
(16) (Ramos Oliveira, A.: o. c. n. 3, p. 218 ss. Puede ser interesante contrastar estas
opiniones con «las que Gil Robles expone en varios documentos de nuestro capítulo quin­
to. De todas formas, hay que notar que la crítica de Primo de Rivera a las contrarrefor­
1 mas derechistas es bastante más dura —y fundada— que la de Ramos Oliveira.
(17) El Debate, 25 de junio de 1935.
(18) Primo de Rivera, J. A.: o. c. n. 10; p. 433 ss. Arriba núm. 1, 21-III-1935. Este
comentario es uno de los análisis más luminosos de la historia española contemporánea.
(19) Idem íd.; p. 636 ss. Discurso en las Cortes, 23 de julio de 1935.

I 741
í
CAPITULO II

(20) Primo de Rivera, J. A.: o. c. n. 10; p. 674. Arriba, 31 de octubre de 1935. El


subrayado es de la edición oficial.
(21) A B C, 8 de enero de 1936. Es evidente que Gil Robles triunfó en febrero como
jefe de partido; su derrota fue como jefe de superpartido, como jefe de bloque. Falta tam­
bién el gran estudio sobre esta figura clave de nuestros años 30, figura tan poco com­
prendida y tan sistemáticamente desconocida por unos y otros.
(22) El Socialista, 16 de enero de 1936. En capítulos siguientes volvemos nuevamente
sobre el tema de la génesis del Frente Popular, sobre todo en el IV.
(23) Indalecio Prieto: El Liberal (Bilbao), varios artículos y editoriales desde enero
de 1935. La Libertad. Serie de artículos “Posiciones socialistas”, abril de 1935.
(24) Azaña, M.: Numerosas citas en Discursos en campo abierto, Madrid, Espasa-
Calpe, 1936.
(25) Claridad, 25 de enero de 1936.
(26) Ibid. n. 25.
(27) Solidaridad Obrera, 26 de marzo de 1936.
(28) Solidaridad Obrera, 12 de febrero de 1936.
(29) Mundo Obrero, 3 de febrero de 1936.
(30) Claridad, 30 de enero de 1936.
(31) Mundo Obrero, 3 de febrero de 1936.
(32) Mundo Obrero, 17 de enero de 1936.

I (33) Primo de Rivera, J. A.: o. c. n. 10; p. 873 ss. 2 de febrero de 1936.


(34) A B C, 31 de diciembre de 1935.
(35) A B C, 14 de enero de 1936. iLa pregunta que formulamos en nuestro comenta­
rio se refiere a los líderes de izquierda en su conjunto, pero no excluye las excepciones
y el célebre discurso de Indalecio Prieto en Cuenca, que después recogemos, es buena
prueba.
(36) Mundo Obrero, 14 de febrero de 1936.
(37) A B C, 21 de enero de 1936.
(38) ABC, 24 de enero de 1936.
(39) El Debate, 29 de enero de 1936.
(40) A B C, 3 de enero de 1936.
(41) ABC, 11 de enero de 1936.
(42) El Debate, 7 de enero de 1936.
(43) El Debate, 29 de enero de 1936.
(44) ABC, 15 de febrero de 1936. El simple hecho de publicar un manifiesto inde­
pendiente después de sellar un pacto electoral es un grave error de táctica política.
(45) Primo de Rivera, J. A.: o. c. n. 10; p. 801 s.
(46) El Socialista, 18 de febrero de 1936. El negativismo de las izquierdas es formal,
mente paralelo al que acabamos de señalar en las derechas. Pero encubría una dinámica
revolucionaria que no encuentra correspondencia en la actitud puramente defensiva de
sus oponentes.
(47) Primo de Rivera, J. A.: o. c. n. 10; p. 895 ss. Arriba núm. 33, 23 de febre­
ro de 1936.
(48) El Debate, 26 de febrero de 1936. Una opinión discrepante más entre las que
analizan —siempre con conclusiones diferentes— los resultados numéricos de unas elec­
ciones que tal vez nunca se aclaren del todo.
(49) El Debate, 21 de febrero de 1936.
(50) ABC, 18 de febrero de 1936.
- (51) A B C, 25 de febrero de 1936.
(52) A BC, 4 de marzo de 1936.
(53) A B C, 29 de marzo de 1936.
(54) Cortes Españolas, Diario de Sesiones, 31 de marzo de 1936. Es un interesante
' i: texto desmitificador que <centra
-------- en
— —su —
auténtico nivel político al gran diputado Jiménez
* *
Fernández. Ramos Oliveira no cita este texto cuando habla de Jiménez Fernández. No
puede hacerse historia con etiquetas circunstanciales.
(55) Resume esta posición H. R. Southworth, Le mythe de la Croisade de Franco.
París. Ruedo Ibérico, 1964; pp. 158 a 160. El hábil polemista americano cita con pre­
ferencia las controversias sobre actas que más pueden favorecer su tesis. Su actitud p.o-
longa las discusiones de 1936; impresiona el énfasis y la pasión que, como siempre, pone
en su tratamiento del tema.

742
(56) Diclamen (o. c. n. 7); p. 31 ss.
(57) Dictamen (o. c. n. 7), apéndice I; p. 29 ss.
(58) Dictamen (o. c. n. 7), apéndice I; p. 26 ss. El que este curioso documento ten­
ga un aire anecdótico no quiere decir que la Masonería española de los años 30 fuera un
cuento de hadas. Desmitificar la historia masónica es otra tarea interesante por hacer.
Existen en España muchos panfletos que expurgar y muchos materiales primarios que
utilizar. Todos los materiales.
(59) Cierva, R. de la: Cien libros básicos sobre la guerra de España. Madrid, Publi­
caciones Españolas, 1966.
(60) O. c. n. 55. Southworth se extraña de la ausencia de protestas ante las eleccio­
nes y de que, en cambio, esas protestas abundasen tras el 18 de julio. Ya hemos visto
que hubo protestas; pero sería injusto negar que la mayoría de los grupos derechistas
aceptaron la derrota aunque trataron de matizarla. Primo de Rivera —ya lo hemos vis­
to— es muy explícito en su aceptación. Southworth tiene razón en ver un movimiento de
propaganda justificativa en ese viraje dialéctico de las derechas. Había muchos abogados
en la Comisión de Burgos, y esos abogados querían defender una tesis. Esto no supone,
ni mucho menos, privar al Dictamen de su todavía considerable valor documentad.
(61) Dictamen (o. c. n. 7), apéndice I; p. 128 ss.
(62) Ramos Oliveira, A.: o. c. n. 3; p. 241 ss.

CAPITULO III

(63) Mundo Obrero, 20 de mayo de 1936.


(64) El Sol, 22 de febrero de 1936.
(65) El Sol, 27 de febrero de 1936.
(66)z Azaña, M.: La velada en Benicarló. Buenos Aires, Losada, 1939; p. 104 ss.
He comentado esta obra, lo mismo que la correspondiente a la nota 69, en Cien libros bá­
sicos sobre la guerra de España.
•(67) Dictamen. O. c. n. 7, apéndice I; p. 146.
(68) Dictamen. O. c. n. 7. apéndice I; p. 145.
(69 a 73) Campoamor, C.: La révolution espagnole vue par une républicaine. París,
Pión, 1937; 234 p.
(74) Don Alejandro Lerroux y la guerra civil española. San Juan P. Rico. Cantero,
1936; 15 p.
(75) Claridad, 28 de mayo de 1936.
(76) Claridad, 19 de marzo de 1936.
(77) Claridad, 2 de abril de 1936.
(78) Claridad, 25 de abril de 1936.
(79) Claridad, 11 de abril de 1936.
(80) Claridad, 18 de mayo de 1936.
(81) Claridad, 20 de abril de 1936.
(82) Broué, P., y Témime, E.: La révolution et la guerre d’Espagne. París, Minuit,
1961. Nuestro texto es de la edición mejicana (Fondo de Cultura Económica); p. 84 ss.
(83) Arrarás, J.: O. c. n. 2; cap. XXV, p. 419 ss.
(84) Madariaga, S. de: O. c. n. 4. ed. esp.; p. 454 ss.
(85) Claridad, 26 de marzo de 1936.
(86) Claridad, 16 de junio de 1936.
(87) A B C, 28 de febrero de 1936. Reproduce un artículo de El Socialista del día an-
terior.
(88) A BC, 27 de mayo de 1936.
(89) ABC, 15 de mayo de 1936.
(90) A B C, 26 de mayo de 1936.
(91) Claridad, 14 de abril de 1936.
(92) El Liberal (Bilbao),
.... 3 de mayo de 1936. Justo es recordar que ... las juventudes
prietistas publicaron este discurso en plena guerra y tuvieron el valor de publicarlo íntegro.
Terrible desmoralización la de las derechas, que creyeron intuir aires mesiánicos en esta
inteligente pieza de la más atroz demagogia. Lo que pasa es que su autor no estaba en
estado paranoico como muchos de sus colegas; esto bastaba para que pareciera sereno
y prometedor. Enorme ocasión la que perdió la República para hacer una revolución autén­
tica ante unas derechas que sólo pedían vivir.

743
(93) Claridad, 4 de mayo de 1936.
(94) El Debate, 13 de mayo de 1936. i
(95) Arrarás, J.: O. c. n. 2 (Compendio); p. 479. La falta de coincidencia en fecha
tan señalada (cfr. documento 92) es una prueba de las dificultades cronológicas, a veces
insolubles, del historiador contemporáneo español. No siempre puede la Prensa, como en
este caso, dilucidar el problema.
(96) El Socialista,‘2 de julio de 1936.
(97) El Socialista, 14 de julio de 1936.
(98) Solidaridad Obrera, 6 de marzo de 1936.
(99) Peirats, J.: Los anarquistas en la crisis política española. Buenos Aires. Alfa
Argentina, 1964, 414 p.; p. 104 ss.
(100) Peirats, J.: La C. N. T. en la revolución española. Seguimos parcialmente el
resumen de H. Thomas, The Spanish Civil War. Ed. Penguin, 1965, 901 p.; pp. 151-153.
(101) Solidaridad Obrera, 9 de mayo de 1936. Cuando algunos historiadores rechazan
las pretensiones nacionales de una revolución comunista amenazadora, olvidan muchas co­
sas. Uno de sus principales olvidos es precisamente la decidida voluntad revolucionaria
de la masa anarquista, cuya revolución no iba a ser un programa, sino una repetición.
Ante estos documentos se comprenden cristalinamente las razones vitales de los subleva­
dos de julio. Primum esse.
(102) Solidaridad Obrera, 2 de junio de 1936.
(103) Arriba, 5 de marzo de 1936.
(104) Primo de Rivera, J. A.: O. c. n. 10; p. 909. Hoja escrita en 14 de marzo
de 1936.
(105) Arriba, 21 de marzo de 1935.
(106) Arriba, 25 de abril de 1935.
(107) ABC, 19 de abril de 1936.
(108) A B C, 2 de mayo de 1936.
(109) A B C, 24 de mayo de 1936.
(110) A B C, 30 de mayo de 1936.
(111) ABC, 25 de junio de 1936.
(112) El Debate, 22 de enero de 1936.
(113) El Debate, 18 de marzo de 1936.
(114) El Debate, 16 de abril de 1936.
(115) El Debate, 25 de abril de 1936.
(116) García Morente, M.r Orígenes del nacionalismo español. Bs. As. 1938; 51 p.
(117) Baroja, P., en la publicación Spanish Liberáis Speak on the Counter Revolution
in Spain. San Francisco, S. iR. C. D., 1937; 31 p.
(118) Ahora, 7 de junio de 1936.
(119) Ahora, 3 de julio de 1936.
(120) Dictamen. O. c. n. 7; p. 47 ss.
(121) Ramos Oliveira : O. c. n. 3; p. 234 ss. Es muy sugerente su formulación de
las satunales de la libertad. Como ya hemos indicado, en parte, en otro lugar, las obras
correspondientes a las citas 121 a 130 son comentadas en mi libro Cien libros básicos sobre
la guerra de España.
(122) Brenan, G.: El laberinto español. París, R. Ibérico, 1962, 301 p.; p. 229 ss.
(123) Sevilla Andrés, D.: Historia política de la zona roja. Madrid, Editora Nacio­
nal. 1954, 586 p.; p. 191 ss.
(124) Jackson, G.: O. c. n. 5. Muy interesante este libro, notable resumen de enfo­
ques, muchas veces nuevos, sobre la República y la guerra, aunque algunos de estos en-
foques no sean coherentes ni resistan a un análisis histórico más completo.

CAPITULO IV

(125) Cattell, D. T.: Communism and the spanish civil war. New York. Russell y
Russell, 1965; XII + 290 p.
(126) O. c. n. 12.
(127) The Communist International 1919-1943 Documents. Vol. III.. Ed. Jane Degras.
Oxford Univ. Press. 1965: X + 494 p.
(128) Cfr. la crítica de H. Thomas en nuestra obra de conjunto ya citada. Cien li­
bros básicos sobre la guerra de España. En esa crítica se señala como principal defecto
de H. Thomas su desconocimiento o falta de análisis de fuentes esenciales.

744
(129) Especialmente en la Bibliografía general sobre la guerra de España y sus an­
tecedentes en prensa. Hemos omitido en la introducción general a este capítulo la refe­
rencia a los últimos grupos documentales, referencia que se da en su lugar específico.
(130) Hidalgo de Cisneros, I.: Cambio de rumbo (Memorias, tomo I). Bucarest,
1961; 373 p. En la muy reciente obra de E. Líster. Nuestra guerra (París. Col. Ebro,
1966), se revelan interesantísimos datos sobre esa infiltración comunista en las fuerzas
armadas españolas antes del 18 de julio.
(131) Cattell: O. c. n. 125; p. 23.
(132) C. Colomer: O. c. n. 12 (pasquín de 1931). Es importante la fijación docu­
menta»! de la trayectoria comunista antes de 1936. En su reciente versión oficial. Guerra
y revolución en España, tomo I, pág. 49 el P. C. E. trata de presentarse como paladín de
y
la unidad del proletariado ya en 1933. Absurda ilusión pulverizada en nuestros documentos
sobre todo en el citado en la nota 135.
(133) C. Colomer: O. c. n. 12; »p. 330. Pasquín para el 1 de agosto de 1931.
(134) C. Colomer: O. c. n. 12; p. 561. Noviembre de 1932.
(135) Brones, A.: Conquistemos las masas. Madrid, Ed. Mundo Obrero. S. a. (1934):
23 p. Este manifiesto refleja la actitud del P. C. E. inmediatamente anterior al gran viraje
de 1935. Estaba desapareciendo el “sectarismo”, pero no había ni asomos de Frente Po­
pular, ni por supuesto de octubre. Todo hubo que inventarlo después, pero los antece­
dentes auténticos están aquí, con Gobierno obrero y soviets, naturalmente.
(136) C. Colomer: O. c. n. 12, tomo II; p. 266 ss.
(137) O. c. n. 125; p. 362 ss. Cambia la terminología y la táctica, pero se man­
tiene el mismo objetivo: el poder de los soviets.
(138) Thorez, M., y otros: The People’s Front in France. N. York. Workers
Library Publisher, 1935; p. 55-56. Citado por Cattell O. c. n. 125; p. 25.
(139) Cattell, D. T.: O. c. n. 125.
(140) Claridad, 2 de noviembre de 1935.
(141) Ibarrurl D.: El único camino. París, Ed. Sociales, 1962. 458 p., p. 202 ss.
(142) Broué-Témime : O. c. n. 83; p. 208.
(143) García Morente: O. c. n. 116; p. 35 ss. Como toda pieza de propaganda,
este texto 1’tiene
t_._ — ...Lmás
_ valor sociológico
' '' J . ' histórico, _pero tratándose de García Mórente.
que
la profundidad y la claridad están aseguradas.
(144) Brenan, G.: O. c. n. 122; p. 231 ss. En este texto de Brenan se advierte
la curiosa mezcla de errores e intuiciones que es habitual en tan interesante observador.
El control comunista de las J. S. U. es anterior a la guerra civil. La comparación de
jesuítas y soviéticos es asombrosa.
(145) Arrarás, J.: O. c. n. 2 (Compendio); p. 419 ss.
(146) Bolloten, B.: El gran engaño. Barcelona, Caralt, 1961; 412 p., p. 19 y 107,
124 ss., 129 ss., 140 ss. Obra que, como la siguiente, comentamos en Cien libros básicos
sobre la guerra de España.
(147) Peirats, J.: O. c. n. 100; p. 116 s., 222 ss., 312 ss.
(148) Madariaga, S. de: O. c. n. 4; p. 425. Madariaga define ex cathedra que no
hace falta la Comintern para explicar la inundación propagandística sobre España. Sí
hace falta. No hay que dudar de posibilidades cuando nos abruman las realidades.
Si Madariaga descendiese del Olimpo y pasase más horas en los archivos, quizá cambiase
de giro.
(149) Arrarás, J.: O. c. n. 2 (Camp.); 449 ss. Arrarás habla de veinte editoriales.
Yo no he encontrado tantas, aunque no excluyo la posibilidad.
(150) Cattell: O. c. n. 125; p. 22.
(151) Kurt: Las épicas luchas de Viena. Barcelona, Edeya, 1934.
(152) La Documentaron Fran^aise. 1964. Dossiers 5.246 y 5.247.
(153) Les archives secretes de la Wilhelmstrasse. París, Pión, 1952. 802 p.
(154) Azaña, M.: O. c. n. 66.
(155) -Madariaga, S. de: O. c. n. 4; p. 427.
(156) Arriba, 5 de marzo de 1936.
(157) ■Lunn, A.: Spanish Rehearsal. London. Hutchinson, S. A. 285 p., p. 163.
Se ha hecho poca justicia a este incondicional amigo de España, que ha defendido la
causa española con el cien por cien de sus posibilidades.
(158) Cattell, D. T.: O. c. n. 125; p. 20.
(159) El Debate, 7 de abril de 1936.
(160) El Debate, 9 de mayo de 1936.
(161) El Debate, 27 de mayo de 1936.
(162) ABC. 21 de abril de 1936.

745
(163) A B C, 26 de abril de 1936.
(164) ABC, 11 de abril de 1936.
(165) ABC, 30 de abril de 1936.
(166) Mundo Obrero, 22 de abril de 1936.
(167) Maisky, I.: Spanish notebooks. Londres, Hutchinson, 1966. 208 p., p. 61. En
Cien libros básicos sobre la guerra de España comentamos la obra de Maisky, y tam-
bién de la Vilar, citada en la nota 168.
(168) J. V.(ilar) C.: Montserrat. Barcelona. Instituto Católico de Estudios Religiosos, ¡
1938, 389p., p. 157 s.
(169) Mundo Obrero, 18 de febrero de 1936.
(170) Mundo Obrero, 5 de mayo de 1936.
(171) Mundo Obrero, 7 de mayo de 1936.
(172) Mundo Obrero, 10 de junio de 1936.
(173) Arquer, J.: Los comunistas ante el problema de las nacionalidades ibéricas.
Barcelona, Panoramas contemporáneos, S. A. (antes de 1936). 61 p. Las editoriales co­
munistas tenían la pésima costumbre de no citar el año de sus ediciones, que hay que
averiguar por evidencia interna, no siempre accesible.
(174) Koltsov, <M.: Diario de la guerra de España. París. R. Ibérico, 1963, 491 p.
cfr. p. 39. Cfr. Comín Colomer, O. c. n. 12.
(175) Wintringham, T.: English Captain. London, Faber, S. A. 333 p.
(176) D~ ingle, “R. G.: Russia's work in Spain. London, Spanish Press Services
Ltd., S. A. 20 p.
(177) Claridad, 13 de mayo de 1936.
(178) Mundo Obrero, 3 de enero de 1936.
(179) Mundo Obrero, 14 de enero de 1936.
(180) Mundo Obrero, 18 de marzo de 1936.
(181) Cfr. O. c. n. 124; p. 396 ss.
(182) La Internacional Comunista, V-3 (abril 1936) 284 ss.
(183) Marrero, V.: La guerra española y el trust de cerebros. Madrid, Punta
Europa, 1962, 647 p., p. 152 ss. La famosa carta de Stalin está reproducida en facsímil
en Guerra y revolución española 1936-39. Moscú, Progreso, 1966.
(184) Cfr. O. c. n. 127.; p. 392.
(185) Ibarruri, D.: O. c. n. 141; p. 175. La expresión de nuevo tipo se repite
obsesivamente en todos los portavoces comunistas durante -la guerra española. España
estaba destinada a ser la primera democracia popular.
(186) Díaz, J.: Para aplastar a Franco. Barcelona, Ed. Partido Comunista de Espa­
ña, 1937. 87 p., p. 28 s.
(187) Hernández, J.: Todo dentro del Frente Popular. Barcelona, Ed. del P. C. E.
1937. 14 p., p. 4 ss.
(188) Southworth, H. R.: O. c. n. 55.
(189) Material de discusión para el Congreso Provincial del Partido Comunista.
Madrid, 1936. 24 p.
(190) Stalin, J.: Qué es la dictadura del proletariado. Madrid, Caralt, 1933. 16 p.
(191) Díaz, J.: Tres años de lucha. Barcelona. Ediciones del P. C. E., 1939. 297 p.,
p. 232. Insistimos en el subrayado de fechas. Hay evidentes contradicciones entre hechos
y palabras, entre unas palabras y otras. En los hechos jamás hay contradicción.
(192) Checa, P.: Qué es y cómo funciona el Partido Comunista de España. Madrid.
Ed. Mundiales, 1936. 32 p.
(193) Mundo Obrero, 15 de febrero de 1936.
(194) Claridad, 19 de mayo de 1936.
(195) Mundo Obrero, 23 de enero de 1936. Autores serios como Cattell quitan
hierro a los tremendismos. Pero no pueden indentificarse demagogias: el P. C. E. no
era Largo Caballero. Y pretender que -los órganos y los portavoces del P. C. E. hablaban
para asustar es sólo admisible en historiadores teóricos que no han sufrido el comunismo
en su carne y en la carne de su país. Feliz inexperiencia que ojalá nunca se convierta
en tragedia.
(196) Mundo Obrero, 7 de mayo de 1936.
(197) La Verdad (Murcia), 4 de agosto de 1936. Para mayor escarnio, tenía que
ser este antiguo periódico católico quien —incautado— diera la noticia política más
cargada de cinismo de toda la historia española contemporánea. Claro que el marxismo
en esa fecha ya no era un inminente peligro, sino una realidad incrustada en el corazón
de la pobre República.
(198) Mundo Obrero, TI de abril de 1936.

746

|
(199) Mundo Obrero, 20 de abril de 1936.
(200) Díaz, José: Por el bloque popular antifascista, s. a. (discurso 2 de junio
de 1936) 32 p.
(201) Mundo Obrero, 13 de junio de 1936. El órgano oficial comunista proclama,
en pleno Frente Popular, la incompatibilidad de la Internacional Comunista con la polí­
tica de coaliciones y acuerdos con la burguesía. Sería para volver loco a cualquier his­
toriador si no estuviese todo tan claro por debajo de la sucia orgía de las contradic­
ciones que ya hemos comentado.
(202) Mundo Obrero, 5 de marzo de 1936. Al día siguiente de las elecciones el
programa del Frente Popular queda arrumbado para izar “nuestro propio programa”. La
imagen del caballo de Troya es inexpresiva. Dentro de los paradigmas animados, y siem­
pre pensando en las izquierdas no marxistas, hay que abandonar el viejo símil helénico
y acudir a alegorías más próximas, como la del gallo de Morón, tan caro a Dolores
Ibarruri.
(203) Mundo Obrero, 4 de enero de 1936.
(204) Mundo Obrero, 27 de mayo de 1936.
(205) Mundo Obrero, 14 de mayo de 1936.
(207) Mundo Obrero, 15 de abril de 1936.
(208) Mundo Obrero, 15 de mayo de 1936.
(209) Mundo Obrero, 2 de abril de 1936.
(210) Mundo Obrero, 6 de abril de 1936.
(211) Hernández, Jesús: El Partido Comunista antes, durante y después de la crisis
del Gobierno Largo Caballero. (Barcelona). Ed. del Partido Comunista Español, 1937,
50 p.
(212) El Socialista, 12 de marzo de 1939. Importante documento que pone de mani­
fiesto la necesidad de estudiar a fondo toda la panorámica de la España republicana
en el mes de marzo de 1939. Es difícil reconocer en estas líneas al periódico que durante
los primeros días de noviembre galvanizó a los defensores de Madrid. Aquí han
venido a parar los documentos de la unidad y las consignas del VII Congreso.

CAPITULO V

(213) Cfr. Capítulo ILI, documento 51.


(214) Dirección General de Información: La dominación roja en España, Causa
General. Madrid, Publicaciones Españolas, 1961. 390 p. (p. 153). La Causa General
no prueba definitivamente la condición de chequista con que describe a De Francisco.
Do-lores Ibarruri, en El único camino, denigra al discurso de su colega socialista, pero
en su intervención parlamentaria, como veremos, se apoya varias veces en él.
(215) A BC. 16 de abril de 1936.
(216) A B C, 20 de mayo de 1936.
(217) Cortes Españolas, Diario de Sesiones, 17 de junio de 1936.
(218) Mundo Obrero, 15 de mayo de 1936. Naturalmente que esta confirmación co­
munista de la sentencia contra Calvo Sotelo es a parte ante: el discurso a que se
refiere Mundo Obrero es anterior en un mes al famoso del 16 de junio. Pero no
por ello es menos decisiva ni menos oficial. En lámina fuera de texto reproduzco una
importante Orden del Ministro de la Gobernación, Zugazagoitia, que arroja luz nueva
sobre el terrible problema de la responsabilidad por el gran crimen.
(214) A B C, 14 de julio de 1936.
(220) El Socialista, 14 de julio de 1936.
(221) Dictamen, O. c. n. 7, -p. 69 ss.
(222) Dictamen, O. c. n. 7, apéndice I, p. 163 ss.
(223) Dictamen, O. c. n. 7, apéndice I, p. 166 ss.
(224) Cortes Españolas, Diputación Permanente, Diario de Sesiones del 15 de julio
de 1936.
(225) Díaz. José: O. c. n. 191; p. 247.

747


CAPITULO VI

(226) El Debate, 16 de abril de 1936.


(227) Montero, Antonio: Historia de la persecución religiosa en España 1936-1939.
Madrid, BAC, 1961. 883 p.
(228) Cfr. O. c. n. 168.
(229) Dictamen, O. c. n. 7, apéndice I, p. 5.
(230) O. n. 227, p- 742 ss.
(231) O. n. 227, p- 225 ss.
(232) O. n. 227, p- 774 ss.
(233) o. n. 277, p- 688 ss.
(234) Entre las innumerables ediciones de este trascendental documento citamos Gomá
y Tomás, Isidro, Pastorales de la guerra de España. Madrid, 1955, p. 147 ss. (Estudio
preliminar de S. Galindo Herrero.) La propaganda comunista responde a este impresio­
nante documento con la superficial, aunque hábil, presentación de fotografías de 1936
interpretadas como símbolo de 1967. No vale.
(235) Jackson, G.: O. c. n. 5, p. 223.
(236) Payne, S. G.: Falange, una historia del fascismo español. París. Ruedo Ibé­
rico, 1965. 256 p.
(237) Nos referimos al Correo Gallego. Abundan textos equivalentes en toda la
prensa de aquellos días favorables a los nacionales: ver, por ejemplo, los titulares del
Noticiero, de Zaragoza, del 23 de julio de 1936, y, sobre todo, el documento 198.
(238) ABC (Sevilla), 23 de julio de 1936. Sabido es que el General Franco llegó
a Tetuán en fecha posterior a la indicada en este documento, uno de tantos problemas
de interpretación cronológica que quedan por resolver.
(239) Cfr. O. c. n. 153, p. 5 ss.
(240) Belforte, F.: La guerra civile in Spagna, t. I. Roma, ISPI, 1938, p. 180 ss.
(241) Heraldo de Aragón, 1 de agosto de 1936. Reproducimos, además, este docu­
mento en lámina.
(242) El doble documento está tomado de la Historia de la Cruzada española. El
señor Lizarza (hijo) custodia uno de los archivos fundamentales para la historia de la
preparación del Alzamiento, en la que tan destacada participación tuvo su padre.
(243) Primo de Rivera, J. A.: O. c. n. 10, p. 925 ss. (4 de mayo de 1936).
(244) Primo de Rivera, J. A.: O. c. n. 10, p. 941 ss., 24 de junio de 1936.
(245) Primo de Rivera, J. A.: O. c. n. 10, p. 945 ss. 29 de junio de 1936.
(246) Lerroux, Alejandro: Diario de la Marina, La Habana, 3 de enero de 1937.
Ofr. O. c. n. 74.
(247) Campoamor, Clara: O. c. n. 69, p. 55, 140, 180.
(248) Dictamen, O. c. n. 7, p. 197 ss.
(249) Dictamen, ídem, id.
(250) González de Mendoza, A.: Análisis de la paz. en Revista de Historia
Militar, VIH (1964), n. 17, p. 9 ss.
(251) Luca de Tena, J. I.: Origen y razón del Movimiento Nacional español. Tra­
ducción de Foreign Affairs, New York, 10‘ de ‘ noviembre* de Este artículo produjo
' ‘1937. ”
un impacto considerable en la opinión americana.
(252) Dictamen, O. c. n. 7, p. 1Q2 ss.
(253) Fraga Iribarne, M.: El orden político en los principios del Movimiento Na­
cional (en el volumen “El nuevo Estado español”, Madrid, Instituto de Estudios Pó­
rticos. Editora Nacional, 1963, tomo I. p. 41 ss.). En la obra del mismo autor, Horizonte
Español, se refunde y amplía este trabajo.
(254) Farmborough, F.: Life and Peo pie in National Spain, Londres, Sheed y
Ward, 1938, 222 p. (p. 51, 61, 62, 63, 64).
(255) Therlinden Ch.: Les responsables de la guerre civile el religieuse en Espagne,
s. 1., s. a., 15 p.
(256) García Morente, M.: O. c. n. 116 p. 12 ss.
(257) Marañón, G.: Liberalismo y comunismo, Bs. As. Ediciones OPYPRE, 1938, p. 9.

748


(258) Marrero, Vicente,: O. c. n. 193, p. 148 ss. y 163.
(259) Martínez Gómez. S. I.: Juan de la Cruz: ¿Cruzada o rebelión? Estudio
histórico-jurídico de la actual guerra de España. Zaragoza, Librería General, 219 p.
(p. 207 s.).
(260) Castro Albarrán, A.: El derecho al Alzamiento. Salamanca, 1941. 419 p.
(p. 358 ss., 372 ss., 396 ss.).
(261) Menéndez Reigada, Ignacio G.: La guerra nacional española ante la Moral
y el Derecho. Bilbao, Editora Nacional, s. a. 50 p.
(262) Le Fur, L.: La guerra de España y el Derecho. Quito, 1938, 63 p.
(263) Aznar. M.: Historia militar de la guerra de España. Madrid. Editora Nacio­
nal. 1938 (tercera edición), p. 19 ss. y 63 ss.

749
48
J
í

índice sistemático y documental

wr .----- — -- ---
i

CAPITULO PRIMERO
Páginas.

Documento preliminar.—El pacto de San Sebastián 19


Documento 1. Niceto Alcalá Zamora enjuicia la Constitución de su Re­
pública ... ................................................ 20
Documento 2. El dictamen de Salvador de Madariaga 22
Documento 3. La negatividad de las derechas ... ........................ 24
Documento 4. La aparición de un nuevo talante político ... 26
Documento 5. Largo Caballero se define ......................... 31
Documento 6. Primeras escaramuzas en la crisis del socialismo ... . 33
Documento 7. Profecía y revolución 38
Documento 8. La condenación de Madariaga ... ... 40
Documento 9. La contrarreforma derechista 42
Documento 10. El triste convenio católico-masónico 45
Documento 11. El bienio terrible y el bienio estúpido 52
Documento 12. Idem id 56

¡ CAPITULO II

Las elecciones de la guerra civil

Documento 13. Otro presagio 61


Documento 14. Disolución y convocatoria 62
Documento 15. El manifiesto del Frente Popular 66
Documento 16. Largo Caballero en acción: el discurso de Linares 73
Documento 17. La C. N. T. decide intervenir 75
Documento 18. La independencia anarquista 75
Documento 19. Declaración anarquista de guerra 77
Documento 20. Largo Caballero en Valencia 79
Documento 21. La luna de miel de Francisco Largo Caballero 80
Documento 22. El comunismo ante las elecciones 82
Documento 23. Los tópicos electorales del comunismo 85
Documento 24. Análisis de la propaganda del miedo 87
Documento 25. El manifiesto del Bloque Nacional 91
Documento 26. Calvo Sotelo ante las elecciones 93
Documento 27. Las izquierdas invocan al Ejército 101
Documento 28. El Bloque Nacional otra vez 103
Documento 29. “A B C” y Gil Robles 104
Documento 30. La Iglesia habla 105
Documento 31. La conciencia del comunismo en las derechas 117
Documento 32. Idem, id 119
i Documento 33. El tema izquierdista en la propaganda de “El Debate" 120
Documento 34. Idem, id 123
Documento 35. El manifiesto de Renovación Española 125
Documento 36. La revolución marxista y la revolución nacional 128
Documento 37. Después de la victoria 129
Documento 38. Primo de Rivera analiza las elecciones 130

í 753
Páginas

Documento 39. Dos movimientos de “El Debate" 133


Documento 40. Idem, id 134
Documento 41. “A B C” contra la República 136
Documento 42. “A B C" y la desorientación de las derechas 137
Documento 43. Idem, id 138
i Documento 44. Protestas contemporáneas a las elecciones 140
Documento 45. Idem, id 142
Documento 46. El “Dictamen sobre ilegitimidad.. 151
Documento 47. Idem, id ............................................ 160
Documento 48. Idem, id. 169
Documento 49. El Presidente de la República opina sobre las elecciones 171
Documento 50. Epílogo para confirmar un título 173

CAPITULO LII

La marcha ciega del Frente Popular

Documento 51. Casares Quiroga, desbordado 177


Documento 52. Las primeras medidas legislativas 180
Documento 53. Idem, id ................................................ 181
Documento 54. A zana y la desintegración 181
Documento 55. Un ministro de Negrín 184
Documento 56. Un político de la Monarquía y la República 184
Documento 57. El testimonio de una mujer 185
Documento 58. Depone el ex emperador del Paralelo 185
Documento 59. El socialismo y la dictadura del proletariado 187
Documento 60. El manifiesto del socialismo revolucionario 190
Documento 61. Las milicias extremistas 197
Documento 62. El manifiesto de Mayo 199
Documento 63. El socialismo revolucionario mira a la U. R. S. S ......... 201
Documento 64. La revolución vigila a Franco 202
Documento 65. Propaganda en los titulares 204
Documento 66. Los hombres del socialismo vistos por un historiador de iz­
quierda 205
Documento 67. Joaquín Arrarás analiza el deslizamiento socialista 207
Documento 68. La doble guerra civil de Madariaga 210
Documento 69. Las tensiones del socialismo 216
Documento 70. Idem id 221
Documento 71. Las derechas observan la crisis socialista 224
Documento 72. Idem id 225
Documento 73. Idem id. 227
Documento 74. Idem íd 229

i= i Documento
Documento
Documento
Documento
75.
76.
77.
78.
Idem íd
Indalecio Prieto en la encrucijada de España
Idem íd.
Idem íd
232
235
249
251
252
Documento 79. Idem íd
Documento 80. La soldadura del socialismo 254
Documento 81. Idem íd 257
|¡ 259
Documento 82. Los anarquistas en su elemento ..................................
Documento 83. La visión anarquista de la Primavera Trágica 261
Documento 84. La preparación del congreso anarcosindicalista de Zaragoza. 262
Documento 85. La onda expansiva y rompedora del anarcosindicalismo ... 264
Documento 86. Idem íd...................................................................... •• , 266
Documento 87. José Antonio Primo de Rivera analiza el Frente Popular ... 269
Documento 88. Idem id 270
Documento 89. Idem id 272
Documento 90. Idem id.......................... ••• .............. •• ................................................. 273
Documento Las derechas, a Ja deriva: “ABC" 274
91.

754
íf-

I
Páginas
i

Documento 92. Idem id 275


Documento 93. Idem id 276
Documento 94. Idem id 277
Documento 95. Idem id 277
Documento 96. Las derechas, a la deriva: “E7 Debate" 279
Documento 97. Idem id 280
Documento 98. Idem id 281
Documento 99. Idem id 283
Documento 100. Los intelectuales ante la descomposición de la República ... 283
Documento 101. Idem id 284
Documento 102. Idem id 284
Documento 103. Idem id 287
Documento 104. Las acusaciones del dictamen de Burgos contra el Gobierno
del Frente Popular 288
Documento 105. Cuatro historiadores 300
Documento 106. Idem id. 307
Documento 107. Idem id 310
Documento 108. Idem id. 315

CAPITULO rv

El comunismo en España, 1936: estrategia, táctica, propaganda y mito

Documento 109. Prehistoria del comunismo español 322


Documento 110. Un pasquín electoral de 1931 323
Documento 111. El día rojo internacional de la República 323
Documento 112. Moscú-P. C. E. contra Herriot 327
Documento 113. El manifiesto fundamental de 1934 329
Documento 114. El bluff de Asturias 347
Documento 115. Resolución y decisiones del VII Congreso ... 350
Documento 116. El poder soviético como objetivo de los partidos nacionales 351
Documento 117. Resumen y alcance del VII Congreso 351
Documento 118. Consecuencias inmediatas del VII Congreso en España ... 352
Documento 119. Dolores Ibarruri hace historia política 354
Documento 120. García Morente y el “Experimentum Crucis" 363
Documento 121. Gerald Brenan y su parte de verdad ......................................... 368
Documento 122. Una lección magistral de Joaquín Arrarás 370
Documento 123. Precisiones en torno al gran engaño ................. ... 376
Documento 124. La táctica comunista estudiada desde el anarcosindicalismo
intelectual 380
Documento 125. La propaganda comunista, según Madariaga 386
Documento 126. Enfoque detallado de una propaganda masiva 386
Documento 127. Cattell y el desarrollo de una fijación analógica 388
Documento 128. El miedo socialista a los precedentes reaccionarios europeos 391
Documento 129. Primo de Rivera y el asalto extremista al poder 392
Documento 130. Las declaraciones de Andrés Nin 393
Documento 131. Winston Churchill y la amenaza roja sobre España 394
Documento 132. “El Debate" y los planes comunistas en la primavera 394
Documento 133. La invasión soviética de los cines españoles 396
Documento 134. Información derechista sobre el Vil Congreso de la Comintern 397
Documento 135. Tremendismos asturianos de Joaquín Maurin 399
Documento 136. Calvo So telo analiza el peligro comunista 399
Documento 137. Nueva alerta de “ABC" 402
Documento 138. llya Eherenburg y Manuel Azaña en abril de 1936 403
Documento 139. Orgullo comunista por la amenaza roja 404
Documento 140. Maisky y los “cuentos de hadas" 404
Documento 141. Azaña y el comunismo, dos años después 405
Documento 142. El comunismo español revela su objetivo auténtico 408
Documento 143. Azaña, votado por los comunistas 409

755
r
f’ Páginas

Documento 144. “Mundo Obrero" contra don Niceto Alcalá Zamora ... 410
Documento 145. Acoso comunista contra el Gobierno 411
Documento 146. La negación comunista de España 413
Documento 147. Las revelaciones de Luis Araquistáin 414
Documento 148. Los amnistiados españoles se despiden de Dimitrov ... 414
Documento 149. Dimitrov escribe a España 418
Documento 150. Un periodista español contesta a Dimitrov ... 420
Documento 151. Un telegrama para Moscú 421
I Documento 152. Vicente Marrero plantea el gran engaño ... . 423
Documento 153. Formulación del gran postulado de la nueva propaganda
comunista 424
Documento 154. Una puntualización de Dolores Ibarruri 425
Documento 155. La República democrática de José Díaz ... . 425
Documento 156. Detrás de la República democrática 426
Documento 157. La agresión total en los Estatutos del P. C. E. 430
Documento 158. Por el poder soviético en España 431
Documento 159. Antonio Mitje: en marcha las vanguardias del Ejército rojo 433
Documento 160. El comunismo español propugna la insurrección armada
para la conquista del poder 435
Documento 161. El momento clave del gran engaño 437
Documento 162. Idem id ................................................ 438
Documento 163. Invocación a la U. R. S. S. como esperanza suprema 439
Documento 164. Los "Métodos de Moscú" para España 440
Documento 165. José Díaz quiere otro pacto . .. 443
Documento 166. Hacia el partido único del Proletariado 443
Documento 167. La unidad del proletariado desborda al Frente Popular ... 445
Documento 168. Uribe explica la táctica del Frente Unico 450
Documento 169. Los estertores del Partido Socialista 452
Documento 170. Santiago Carrillo prepara la entrega de las juventudes al
comunismo 455
Documento 171. Halagos comunistas a Largo Caballero 456
Documento 172. Indalecio Prieto, persona "Non grata" 457
Documento 173. Desautorización comunista para el profesor Besteiro 458
Documento 174. El comunismo arrebata sus juventudes al socialismo 459
Documento 175. Santiago Carrillo explica el significado de la absorción ... 461
Documento 176. El terrible fracaso final 466

CAPITULO V
La guerra civil en las Cortes y en la calle: Calvo Sotelo

Documento 177. Calvo Sotelo y el decreto de disolución 474


Documento 178. Comienza el duelo Calvo Sotelo-Casares Quiroga 479
Documento 179. El debate trágico del 16 de junio 495
Documento 180. Confirmación comunista de la sentencia de Calvo Sotelo 567
Documento 181. La noticia censurada que conmovió a España 568
Documento 182. Inhábil maniobra del Gobierno tras el crimen 568
Documento 183. El dictamen de Burgos y el asesinato de Calvo Sotelo ... 569
i 573
Documento 184. Idem id.

i Documento
Documento
Documento
185.
186.
187.
Idem id
Vallellano y Gil Robles en la Diputación Permanente ...
José Díaz defiende a la República ............................................
575
577
598

CAPITULO VI
..
'1 La RAIZ Y LA CONCIENCIA DE UN MOVIMIENTO DESCONOCIDO

Documento 188. Media nación no se resigna a morir 607


189. El Papa Pío XI predice y atribuye la tragedia 610
Documento
190. XI/ y la guerra española ...........................................
Pío XII 610
Documento

756

)
Páginas

Documento 191. El mensaje de Navidad de Pío XII 612


Documento 192. Pío XII y el “primordial significado” de la victoria nacional. 612
Documento 193. Una pastoral de la guerra 615
Documento 194. El compromiso de la Iglesia española en 1937 640
Documento 195. El manifiesto del general Francisco Franco 660
Documento 196. La evidencia de la diplomacia alemana 662
Documento 197. El impulso de Franco en un testimonio italiano 664
Documento 198. La conciencia inicial de los jefes del alzamiento 666
Documento 199. El trascendental acuerdo entre las tradicionalistas y el general
Mola '........ 668
Documento 200. Tres testimonios de José Antonio Primo de Rivera 669
Documento 201. Idem id 673
Documento 202. Idem id. 675
Documento 203. Alejandro LerrouX y el carácter del movimiento 676
Documento 204. Clara Campoamor critica las simplificaciones 678
Documento 205. Don Manuel Pórtela como símbolo de la perplejidad 678
Documento 206. Idem id............................................................ - 679
Documento 207. El general González de Mendoza y la ideología del Ejército 682
Documento 208. Testimonio-teoría del marqués de Lúea de Tena 684
Documento 209. Las conclusiones del dictamen de Burgos 694
Documento 210. Fraga Iribarne y la tesis del dinamismo arquitectónico ... 698
Documento 211. La voz inglesa de Radio Nacional 703
Documento 212. Un testimonio de Lo vaina 704
Documento 213. La única España de García Morente 704
Documento 214. Gregorio Marañónz El último de los liberales 706
Documento 215. Enfoque y antología de Vicente Marrero 712
Documento 216. El pensamiento católico tradicional enjuicia la realidad del
alzamiento 716
Documento 217. Idem id 719
Documento 218. Idem id 727
Documento 219. La guerra de España y el derecho 730
Documento 220. Manuel Aznar y el concepto de la guerra 735

757

__
I

Ii
PRINCIPALES ERRATAS ADVERTIDAS

Pág. Línea Dice Debe decir

17 31 pronunciaban. prenunciaban.
19 7 Romamones. Romanones.
23 3 sin su.
56 34 treritoriales. territoriales.
56 39 incluisteis. incluisteis.
77 27 16. 17.
82 36 dicursos. discursos.
85 3 artodoxia. ortodoxia.
119 9 tradición. traición.
138 34 monárquicos. monárquicos.
235 15 con. aun.
288 37 Pero Dictamen no es más cro­ Pero el Dictamen no es un es­
nológico, sino la revolución. tudio cronológico, sino la
revelación...
302 35 los. las.
315 13 encneutro. encuentro.
321 10 162 y 162 bis. 161 y 162.
321 20 Se ha omitido la referencia a
los grupos documentales no­
veno (los documentos de la
unidad) décimo (primeras
etapas de la unificación
marxista) y undécimo (anti­
cipación del desenlace).
322 25 El documento 120. El documento 119.
351 14 nuestrac. nuestras.
387 20 Potemkim. Potemkin.
399 19 reproducibles, aquí, reproducibles aquí,
407 27 confirmó, confirmo.
414 8 influenica. influencia.
471 6 su. sus.
609 21 ridiculiza. ridiculizada.
!?•

i
SECRETARIA GENERAL TECNICA
SECCION DE ESTUDIOS SOBRE LA GUERRA DE ESPAÑA ;

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