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MEDITACIO:-JES METAFISICAS i11
CAHTA Á
LOS DECANOS Y DOCTORES
DE LA SAGHA.llA FACT;L1'ATJ DE TEOLOGÍA
DE PAI\ÍS
1fuy ~E~ORES ~ríos·
La razón q111' me mue\·c á presentaros cst.a obra es
tan justa, que nw.ndo conozcáis mi dPsignin, la toma-
réis bajo yucstra yaliosísima protección. Para hacerla
recomendahlP, YOY á deciros Jm:vrmrntr r.uúl ha
sido el propósito ql1c hf' t0nido prc~senlc al esc.riüll'fa.
Siempre he rrc1do que fas curstioirns rr]atiYas á
Dios y al almo., son <le las que e.:-jgen una demostra-
ción más bien filosófica qtw t.cológira.
Á nosotros, los fieles á la Iglesia, nos hasta creer
por la Fe que existe un Dio::,; y que Pl alma no mucre
con el cuerpo, porque es inrnort.al; pero r,s imposible,
que los infieles lleguen á p0rsuadirse de la verdad de
(1 l Las J.llcditacrones, fncron csr-ritas por DescarÜ>s Pn latín y
publicadas por primera vez el año 161.t. Seis despu0s, ap<1reci6 una
traducción francr:sa, hecha por el duque de Luynes y revisada y
corregida por Descartes.
54 OBRAS DE DESCARTES
una religión y d0 las Yirtudes que contiene, si por )d.
razón natural no se les conYcnc·c.
Yiendo todos los días, qur rn Psta Yida son mrJor
retribuídos los Yicios que las Yirtudrs, nadir prrfrriría
lo justo á lo útil, sino fuera por('] temor d(• Dins :• por
la esperanza de otra Yida . .Júzgu('Se, pues, dt:· la i:npor-
tanc-ia dr estas dos cucstionrs.
Es <lr una certeza absoluta, la necesidad de creer que
hay nn Dios, porque así nos lo enseñan las Sagradas
Escrituras, y no es mrnos PYi<lrnte, la nccrsidad d¡1
crcf'r que esas Sagradas Escrit u rus proceden de Dios;
y, sin embargo, no podrmos sostenPr Psas dos propo-
sicion('S, rn nuestras controycrsias con los infieles, sin
que nos digan que inrurrirnns en la falta drnomina<la
por los lógfros, círculo Yirioso.
Ym,otros, t1:ólogns esclarecidos, hah<'is aseguradt1,
qur' la existenf'iu de Dios, pucdP probars(' por la razón
y qu+' dt' las Sagradns Escrituras se infirrP (flll: el cono-
cimiPnto de la Pxistl'n("ia dP Dios es más claro qm' el
que pus( emos de 1mlf'has rnc"-as creadas, y rs tnn fácil
1
que p} qw:_' carrr0 <lL' PI, rs rnlpablf'. Esto sr deduce dr
las pala}Jras de la Sabiduría, capítulo XIII : (( su igno-
rancia Dll rs Jlf'rdu1wblP; pmque si su intrli~t·ncia ha
1wnf'traclo C'll f'l eunocimientn de las cosas dd munJo,
¿ cómo f'S pnsibk quf' no ha-yu n,ronocido al Soher>ano,
creador dP todas? (( En el capítulo del libro dí' los Ro-
manos se afirma que ese desconocimiento PS (( inexcu-
sable }) y que 11 lo que de Dios rs conocido sr manifiesta
en 01los 11, lo cunl parrre indiearnos qur todo lo que de
Dios St' puede sabrr. SL' cono¡•1• por razones sacadas df!
nosotros mismos y de la srnr·illa consideración de la na-
1urah•za dr nul'sti·n rspfritu.
P(lt' todo rll(), hr 1wnsado qur no falto á mis deberes
de filósofo,si mupslro cómo y por qué ramino,sin salir
de nusolros mismos, podrmos conocer á Dios, con más
lacili<la<l y certeza que á las demás rosas del mundo.
Por lo qtH' respecta al alma, hay muchos que creen
en la dificultad de conocer con C<'rteza su naturaleza y
algunos se han atre-Yido á decir que las razones huma-
nas nos persuaden de qur muere con el cuerpo, á pesar
dr que l8 fe afirme todo lo contrario.
El concilio dn Letrán, cclchrado bajo ('l papado de
MEDITACIONES METAFÍSICAS 55
León X, en la sesión 8, r.onde,na á los que t..des cosas
sostienen y ordfna á los filósofos cristianos que con-
testen á sus argumentos J'' empleen la fuerza de su
ingenio en la defensa de la Yerdad. Eso es lo q_ue yo
hago en la obra que someto á vuestra consideración.
:Muchos impíos no quieren eren en la existencia
de Dios y en la distinción que hacemos del aJma in-
mortal y del cuerpo perecedero, fundúndosc en que
nadie ha demostrado aún esas dos cosas. Yo opino, por
el contrario, que la mayor parte de las razones que han
aportado los sabios á la filosofía, relativas á Dios y al
alma, son, bien entendidas, otras tantas dPmostracio-
nC's de su rxistcnf'ia; y que es casi imposible inventar
nuevas demostraciones.
Nada sería tan útil para la filosofía, corno la labor del
que se dedicara á elegir las rnrjores, disponiéndolas dr.
un modo tan claro y exacto, q1w todo el mundo pudiPra
apreciar qur se trotabn de demostraciones en absoluto
irrrf utahlrs.
Varias pPrsonas, acrcrdoras ú mi reronorirnü~nto
más nfrctum;o - sabiendo que yo hr cultiYado cierto
método pnra resolver toda rlase de difwultadrs en las
ciencias, método que no Cf\ nuevo, corno no rs nueva la
verdad, y que me ba servido felizmente en diversas
ocasiones - me instaron á que acometiera tamalla
empresa; y yo pensé que estaba Pn el dcbrr dr hacer
una tentativa, ya que se trataba de un asunto de tanta
trascendencia.
He herho todo lo que <le mí ha dependido para en-
('errar en rstc tratado lo que he podido drsr.nbrir por
mrdio dC' la apli('8rión drl método 1pw empleo en mis
indagacionr;s cicnLíflc-as.
No hr intm1lado reunir las divrrsas razones quepo-
drían alegarse para probar la cxislr1icia de Dios, por-
que esto sólo huhiera sido necesario en el raso de que
ninguna de 0sas razones fuerr cierta. ~le hr! ocupado
('xclusivamrnte de las primeras y principales, de tal
manera que me atrevo á sostener que son dernostra-
1·.iones muv evidentes v rnuv eiertas. Y diré, además,
que dudo mucho de que la inteligencia humana pueda
inventar otras de tanta fuerza como ellas.
La importancia del asunto y la gloria de Dios, á la
56 OBRAS DE DESCARTES
que todo se refiere, me obligan á hablar aquí de mí
con más libertad de la que acostumbro.
No obstante, por mucha que sea ]a crrtcza y evi-
dencia que yo encuentre ('Il mis razones, no puedo
conn~nccrmc df• que todos sean capaces de cntcndrrlas.
Explicaré la causa. En la geometría hay vrrd<.Hks que
nos han si<lo k.~i;adas por Arquínwd('s, _:\polonio, Pap-
prio y otros geómetras ,_:imi111•1ü0s y qw• s1m acrpta-
das cu1110 muy ('icirtas y f'\·id('ntcs, porque no contie-
nen nada que, cunsidrrn<lo sqiaradamentr, sea dificil de
conocrr y las cosas que siguPn guardan una exacta
relar·ión y enlaet' con las pn'1't>dt•IllL S; y, sin l'ml>argo,
1
porque son un poco exlPnsas y exigL'll una intrligencia
viva, son comprt•ndidas por muy poras personas.
Aunque esLimo las razonl's que utilizo en este tra-
bajo, romo más L YidC"ntrs y más rirrtas que las de los
1
grómf'lras, terno que mudios no las r·o,nprt•ndan suli-
ci .. nl("!lWillP. porque son un poco t"XlL•nsas y St' hallan
en lJJla r1_·L.U'ión de absoluta dPpend,•ncia ó porque
recbnwn para ser aprel'iadas en su justo Yalor, un
espíritu completamente libre de prejuicios y q1w pued~
prt'Sl'indir fácilmente del comercio de los sentidos. A
decir -vt•rdad, se encuentran más espíritus aptos para
la geometría que para la metafísica.
Entre las t•speculacioues gl'ométricc:.s y las metafí-
sicas, existe una difrr(,ncia rnuy digna de ohserYarsc.
En las primeras, todos saJJen qur· nada se admitecomo
no se d1.•nurstrr de un modo <ILW 110 deje lugnl' á dudas;
y los qm' 110 s,• hallan muy Yri'sados en 1•llas, pecan
más 1ior aprobar demostraciorn!s falsas, qu('riendo ha-
cer (TL'l'l' que lus entienden, que por refutar las ver-
daderas. ::'\o succd(• lo rnismo 0n el campo de ln filo-
sofía; todos crcl'Il que todo es prohlcmático, pocos son
los qrn• se entr1•gan á la inn_istigación d1• la --;;erdad,
y muchos, aspirando á tcm•r fama de int('ligcntes,
combaten .:irrogantcmente hasta las verdades que pa-
recC'n más seguras.
Por mue ha fuerza que tengan mis razones, Lasta
que sean de carácter filosóíico, para que no produzcan
gran efecto en los espíritus, á no ser que vosotros las
toméis bajo vuestra protección.
Todos os estiman como mer.. céis, y merecéis mucho;
MEDITACIONES ~IETAFÍSICA.S 57
el nombre de la Sorhona, es de una autoridad tan
grande que no sólo se refiere_ á curstiones de fe, en las
cuales después de los concilios son las Ym:stras las
opiniones más resw:tadas, sino (]tie se rxtiendc á la
humana filosofía, en la que tanto rrnornhrc habéis
adquirido por vurstro sabrr, prudencia é integridad,
en los juicios que formuláis.
Por todo ello, no vacilo <'n suplic-,:irns, primcramrnte,
que corrijáis mi obra (conociendo rni falta de srg11ridad
y mi ignorancia no me ntrcYo á creer que no runtenga
errores); después, que añadáis las cosas que faltan,
acabéis las imperfectas y déis una explicación rnás
amplia de la que lo necesite ó por lo mPnos me indiquéis
cuáles son las más necesitadas dr esta ampliación;
y cuando las razones por las que pruebo la existencia
de Dios y la difercnria que hay Pntre el alma y el
cuerpo, lleguen al punto de claridad y cvidrncia á que
pueden y necesitan llegar para ser consideradas r:omo
demostraciones exactísimas, si vosotros os dignáis
autorizarlas con vuestra aprobación, rindiendo así
un público trstimonio de su vPrdad y certeza, no <ludo
de qur, á pesar de todos los errores y falsas opinio-
nes referent,:s á esas dos cncstiones irnportant.ísimas -
la duda abandonará d espíritu de los hombres.
La verdad hará que los doctos y personas de talento,
se adhieran al juicio de vuestra innegable autoridad;
que los ateos, que por Jo general son más arrogantes
que cultos y reflexivos, precindan dP su rrnmía con-
tradictoria ó temerosos de aparPcf'r como ignorantes,
al ver como aceptan por demostración los hombres do
talento aquellas verdades, tal vez se sientan inclina-
dos á d(•fenderlas : v, flnalnwntr, todos se rendirán
á la vista de tantos Úst.imonios y nadie se atreverá á
dudar de la Pxistencia de Dios y de la distinción real
y verdadera entre el alma humana y el cuerpo.
Vosot.ros que véis los desórdenes que acarrea la duda
podréis juzgar de los cfccLos que la fe, en dos cuestio-
nes tan importantes, habría de producir en el mundo
cristiano. Pero no debo recomendar más la causa de
Dios y de la re}jgión á los que han sido siempre sus
más firmes columnas.
PREFACIO
En el discurso que escribí y publiqué en 1637, tra-
tando del método que debe servir de guía á la razón,
y que hemos de emplear para la indagación de la verdad
científica, algo dij<J acerca de las magnas cuestiones
relativas á la existencia de Dios y al alma humana;
pero sólo de pasada me ocupé de ellas y con la inten-
ción de conocer el juicio que sobre mis opiniones for-
maban los que las leyeron.
Siempre he creído que esas dos cuestionrs tienen
una importancia, en el campo do la ciencia como en el
de la vida, que bien se puede calificar de extraordinaria
y por eso, me ha parecido conveniente hablar de ellas
más de una vez.
El camino que sigo para explicarlas, está tan poco
trillado y tan alejado de la ruta ordinaria, que he pen-
sado que no es útil darlo á conocer en francés y en un
libro al alcance de todo el mundo porque los espíritus
débiles creerían que les estaba permitido el marchar
por la senda trazada por mí.
En el Discurso del JI étodo rogué á cuantos me leye-
ran, 9.ue me comunicaran las cosas que á su juicio fue-
ran dignas de censura; y entre las objeciones que he
recibido sólo hay dos que sean verdaderamente nota-
bles y las dos se refieren á las cuestiones de la existen-
cia de Dios y la distinción entre el alma y el cuerpo. En
pocas palabras, quiero contestar aquí á esas dos obje-
ciones, antes de entrar en la explicación detallada de
las cuestiones, objeto de este trabajo.
60 OBRAS DE DESCARTES
La primera de las observaciones que se me han diri-
gido, consiste en afirmar que del hecho de que el espí-
ritu a] volver sobre sí, se conozca como una cosa que
pirnsa, no se deduce que su nal uralcza ó esencia esté
const.ituída solamente por el pensar; de tal modo, que
la palabra solamente excluye todo lo drmás que puede
pertenecerá la naturaleza drl alma.
A esa objeción contesto, que la exclusión no Sl\
refiPrr al orden ele• In vrrdad ó rralid:id de las rosas
(en aquel momento no trataba de ese ordPn) sino al
orden de mi pensamiento, porqur entonces yo no
conocía nada de lo perteneciente á mi esencia; sólo sabía
qui-. yo era una cosa que pÍl'nsa ó lo qne f'S lo mismo,
que tiene en sí la facultad de pr11sar.
La sr-gunda de las observaciones, afirma qu0 aunque
tengamos la idea Je una cosa más perfecta qtw nos-
otros no por rso vamos á cstablrcrr corno cierto que esa
idea sea más perfecta que nosotrns y que rxista lo que
la idea n•pn•scnta.
A PSto contesto, que 0n la palabra idea hay algo que
se prrsta al Pquívoco. Si ronsidl'l'8mos la idea como
una operación del entcndirniPnto, no podemos decir
que sea más perfecta que nosotros; y si la tornamos en
un sentido ohjcti\'O, atendiendo á la cosa represen-
tada por la o¡wración del entendimirnto, esa cosa,
sin suponer que exista fuera drl entendimiento puede,
no obstante, ser más perfecta que nosotros, por razón
de su esencia. En este tratado demostraré, con la debi-
da amplitud, que si tenernos idea de una cosa más
prefccta que nosotros, podemos afirmar con toda legi-
timidad que esa cosa existe verdaderamente.
He leído dos escritos muv extensos sobre esta mate-
ria, en los que se combatCn no mis argumentos, sino
mis conclusiones, con razonamientos sacados de lu-
garrs comunes, utilizados por los ateos para defender
su descreimiento. No quiero contestar á esos escritos
por dos razones. Es la primera, que esa clase de razo-
namientos, ninguna impresión hará en el espíritu de
los que comprenden bien las razones en que se fundan
mis ideas. Es la segunda, que los juicios de muchos son
tan débiles y tan poco razonables, que se dejan con-
vencer por las primeras opiniones que han recibido por
PREFACIO Gl
falsas que sean y por 1)1uy alejadas que cst6n de lo
verosímil, y rechazan una sólido y verdadera refu-
tación de sus opiniones, por no dejar de creer en lo que
siemprP creyeron, Además, no quiero exponer aquí
detalladamente los argumentos que esos ateos emplean
para impugnar mis doctrinas.
Sólo diré que sus ah~gacionrs al combatir fo existen-
cia de Dios dependen de la falsa suposición que atri-
buye á Dios afecciones humanas ó dr crrcr en nuestros
espíritus tanta prudencia y tanto poder como el que se
necesita para comprrnder lo que Dios debe y puede
hacer. Ninguna di11cu]tad prPsrntnn á nurstrns creen-
cias rstos argumentos, si rrcordamos que ddiemos
considerar las cosas como finitas y limitadas ·y á Dios
como SL'r infinito é incmnprensihlQ.
Después de conorcr los juicios que sobre mi libro
se han formado-y rpw hc•expu0sto y refutado breve-
mente en rste pequeño prcfar·.io - dPr·.irlí tratar otra
vez más de Dios y dd alma hmnana, pura PStablecer
1os fundamentos de la filosofía sin rspcrrH ningún elo-
gio dPI vulgo ni aspirar á que mi libro sra lddo por
muchos. AconsPjaré su lectura snlamcntr' á los quo
quieran meditar seriam0ntf', puedan prescindir de la
cornuniración de los sentidos v estén lihrPs de toda chtsfl
de prPjuicios. El número de 1t_-;'c.tor0s srrá muy escaso.
Los qur- no se cuidan del ord0n y enlace dr Iris razo-
nes v se divicrit'n comentando humorísticamente Jo
que leen, no sacarán gran fruto de la lectura de uste
tratado; si en varios lugares del libro hallan algo á pro-
pósito para su crítica de seguro que nad¡::¡_ contendrá esta
que sea digno de contestación.
No prometo dejar satisfechos á los que se tomen la
molestia dP ronocC'r lo que pienso, ni soy tan vanidoso
para presumir que puedo prever las dificultades que al
entendimiento se presenten durante la lccLura de mi
obra.
En primer término, expondré en estas ft·foditacinner;
los mismos pensamientos que me han persuadido df; que
he llegado á un conocimiento cierto v evidente de la
verdad, para ver si de ese modo logrÜ persuadirá los
demás.
Después de esta exposición contestaré á las obje•
62 OBRAS DE DESCARTES
ciones que me han sido hechas por personas de talento
y cultura q..ie han leído mi obra antes de imprimirse.
Tantas han sido las objeciones y de tan diverso ca-
rácter que mucho dudo de la novedad de las que pue-
dan hacérsemc en lo sucesivo, porque han sido trata-
dos ya todos los aspectos que ofrecía la materia.
Á todos los que lean estas IVIeditaciones, vivamente
suplico que no formen juicio alguno sobre ellas, hasta
después de haber leído todas las objecione<, y las con-
testaciones que las he dado para ratificar mi doctrina.
COMPENDIO
DE LAS SEIS MEDITACIONES SIGUIENTES
.En la primera exponKO las razones que tenemos para dudar de
todas las cosas en general y especialmente de las materiales,
mientras las ciencias se hallen en el mismo estado en que hoy se
enruentran y sean los mismos sus fundamentos.
La utilidad de una duda inicial tan amplia es muy grande, por-
que nos despoja de toda rlase de prejuicios y nos prrpn.ra un ca-
mino muy fácil para lil10rtar á nuestro espíritu de la inlluenci.'l que
sobre él ejercen los sentidos. De ese modo, una vez conocidas las
cosas como verdaderas, es imposible que vuelva á surgir la duda.
En la segunda, el espíritu que usando de su libertad, supone
que no existen las cosas que le ofrecen la más pe(111eña duda, reco-
noce que es absolutamente imposib!r que él no exista; Jo cual es
de rxtraordinaria utilidad, porque por ese camino se llega á distin-
guir con facilidad lo que pertenece al t>spiritu, es decir, á la natura-
leza lntolcrtual, de lo q\Je pertenece al cuerpu.
Algunos esperarán que al llegará este punto exponga rawnes que
prueben la inmortalidad del alma. A estos, creo de mi deber adver-
tirles que nada he escrito en este tratado que no pudiera demos-
Lrar de la manera más exacta del mundo; y como sigo un orden
semejante al empleado por los geómetras, antes de establecer una
conclusión demuestro primeramentP todo lo que la fundamenta.
Para probar la inmortalidarl del alma hay que conocer antes otras
verdades sin las cuales no se puede llegar á tsa demostra.ción.
Si queremos tener un concepto preciso de la inmortalidad del
alma, lo primero que necesitamos es formar de ésta una idea clara,
completamente distinta de la conceprión que del cuerpo hayamos
formado. Esto ya lo hemos heeho en las dos primeras meditaciones .
.1\demás. necesitamos saber que todas ];is cosas que clara y distin•
tamente conr:ebimos, son verdaderc1s al modo que han sido conre-
bidas. Esto no puede prolrnrse antes de la cuarta Meditación. Hay
que tener también, un concepto claro y distinto de la naturaleza
corporal, eoncepto que en parte se forma en la segunda Meditación
y en parle en la quinta y sexta. Y, finalmente, debe concluirse 4ue
(Vi_ OilTTAS DE DESCAfiTES
cuando se concibe clara y dlslintamentc la diversidad de dos subs•
tancias, como concrbimos la del espíritu y cuerpo, es que son en
realidad distintas. Á esta conclusión !Irgamos en la /'iexta ~ledita-
ción y la vemos confirmada por el hrcho de que si imag-inamos
divisibles todos los cuerpos, sin c.xcq)('ión, el espíritu, el alma del
hombre no podemos concdJirla mús q1w corno indiv1sil1lr: podemos
imaginar la mitad de cualquier cuu'}Hl. por per¡uefio qur: sea. y
nos es imposible figurarnos la mitad del alma. Qui'• prueba esta
imposibilidc1d? l'rur·ba que no sólo son diwrs;is la n,1ltn·,ileza del
esjiíritu y del cuc·rpo, sino que en (·ierto modo son o¡mt•slas.
De esta materia no lrato i'll las ,\lcdilacil\1ws :interiores. porque
Jo dicho en r]J::is, basta paril demostrar f]Ue de la corrupcHín del
1ouerpo uo se sig1rn la <lel alma ;1 porque las premis;is p:na concluir
la inmortalidad dpJ alrn:i, dcprndl'n \k la c:xplicaciúu (k J;i física:
primeramente, para ~;,ilwr que g-em·ralmente to(Lis las substancias,
todas Lis cos,qs que no p11rd1·n. Px1stir sin s1:r neadas ¡,or Dios, son
por naturaleza incorrnptiblcs y no es posjh]r dejen d,• ser. si l)ios
no las reduce ú la n,Hb; y luego, para oLs('n·ar cómo r:l Cllt'rpo, en
gerwrnL e/ci una subsfanc-ia y por PSO no pcré'ce y cómo d cuerpo
hurnanu, en padicnlar\ li('llf.' drrta roan_:c:uracdm y :1n:idrntc-s en
r-us rni1,mhro/ci por los qrn: c,1: distingllP di' Lodos los d1·rn:"is 1·1Hirpos
de ia tierra. El :1]m:1 cal"ece de los a1:c1dc'ntrs del cutrpo_ es u11asubs-
Lmcia pum. f.'odr:t <:un1·eLir un;is e-osas, y Sf'ntir y qU('r-1,r otns,
pero en r.11:dio dc> estas y¡¡1•i;1ciones l'l alma no c::imbi:1, es siempre
la mi:-rna. BI r1wrpo l111man0. por d contrario, e:x¡¡crinwnla modi-
íicilcionl•s, cambia, se transforma:,.·, por ronsig-uienk, puede perc•
cer. El espíritu ó el alrn;i dl'i hombre, no puede perecer, porque es
inmorlal ¡ior su propia nat11rilkzn
En !,1 l.1:n·cra l\·frditaciim. explil"O e.xtemam0nfr I'! arQ·ume11to
prirl(:ipal dr: que me sirYo ¡,ara prol1ar la cxistenci;i de Dios. >fo lw
que!'ido servirme de comp,n·rtciorws s:.wadas de lcts cosas rrn·¡1ornks,
ú fin de ;,,kjar en lo posible,•) ¡.,;pi1·itu de lo;; kct,Jrt'S, dd uso y
conrnnÍ('.'1(:iún de los si•ntidos. _\ r•sL,1 s1· dl'lw. sin duda, d i¡ur: Jl,qya
obs(:uridades i'nmo la sig-uic•nl1.' porqui· L1 ilka de Ull Se!" sohera-
namcnt1• pc:ifrcto, idea que exist(• Pn no:.-olrns, contiene tanta
J'i'Dlid,qd oLjclivn, es decil'. partil:ip:1 ¡1ot· 11·p1·esent.ac1ún de tantos
g-ra<los de ¡wrfecci(m qL1<: hacc11 creer· que proced(' d,• una causa
.sobNan:1rnc·ntu perfecta.
Es:1s nhscuf'idades serún disipadas en ]aé; contestación á las obje-
<'iorws que .se me han dir·i,.\"ido. En esa conlc.stación, he aclarado la
duda rcl,qliva ú la causa sober;inaniente perfecta, valit,ndomc de
esta comparación : un ohrern cuncibe la id,•a d,; una máquina arti-
fici:=il y muy ing-eniosa; rl artificio ulijdivo de esa idea, tlelic tener
alguna causa que es ó la ciencia dt•l obrero á la de otro de quien
haya recibido la idea, Del mismo modo es imposible que la idea de
Dios, impresa en nos;otros, no tenga á Dios por causa.
En la cuarta, pruebo que todas J;,,s cosas qu0 concebimos muy
claramente y muy dislintamrnte, son vcrdadrr;is; rxpiico en qué
consiste la naturaleza d0 la falsedad ó error, c,;sa que dehemos
saber, lanto para confirmar las V(1rdades precedenl1:s como para
mejor enlcnder las que siguen. lle de hacer notar que no trato del
pecado, que es, al fin y al rnbo, un error, el que se cornde practi-
cando el mal ó alejándose del camino del bien. Me ocupo, única-
mente del error relativo al discernimiento de lo verdadern y de lo
CO\[PE~I.Jlf) DE LAS IllEJJI'l'A.ClO:-!ES G5
falso y por eso no hablo <le las cosas que pertenecen á la fe y á la
moral. Súlo las que p:uanlan alg-una relación con las verdades espe-
culativas y las que pueden SPr ronocidas por la luz natural de la
razón, conslitu?en el objeto de mi estndio.
En la quia ta :\[edi lación, exJilico. en términos g-cnerc1.ks, la natu-
raleza Je las cosas corporales: d1'rnnPst.ro la exiskncia de Dios con
un nur:;vo razonamiento t'n d que al pronto se encontrará alguna
obscuridad, 1¡ue sPrá di,sipGda en J;1s l'espuestas á fas criticas que
ha mereeido mi obra; y har1': ver cómo es cierto que hasta la exac-
titud de las demostraciones g-t'ométricas, depende del conocimiento
de Dios.
En la sexla, disting-o la acci(Jn del entendimiento de la de la
imaginación y describo los caracteres de una ·;,- otra; demuestro
que el alma cid hombre es realnwnle distinta de1 cuerpo, aunque
estén tan eslrecli.a é íntimanwn k unidos que compongan una misma
cosa; expon.:o, :'.t firr de evitarlos, lodos los errores que proceden
de los srnti<los; y, fmalm('nte, aporto las n1zones eon las que pode-
mos concluir la existrncia de las rosas materiales. ~o juzgo esas
razones de utilidad muy g-rande, porque prueban lo que no hace
falta probar. Que ('Xiste un mundo, que los hombl"E'S tienen cuerpo y
otras cosas semejantes, por nadi(: han sido puestas en duda. Rn este
sentido s11 importancia es bien pocG; pero desde cierto punto de
vista la tienen y rl'almente extraordinaria, porque esas razones
que prueban la t:xistencia de las cosas materiales no son t:m firmes
ni tan evidC'ntes como las que contlucen al conocimiento de Dios
y del alma; lo cual nos dicc con toda claridad que estas razones
son lac; más ciertas y evidentes que puede comprender el espíritu
humano. Eso es lo llue me he propuesto probar en las seis Medita-
ciones.
En esk extracto he omitido mudus cuesliones de que me ocupo
en mi traLado. Claro es quP nin,¡i;una tiene gran ímportanr:ia, puesto
que s(,lo hablo <le ellas incidentalmente.
4.
MEDITACIONES
SOBRE LA FILOSOFÍA PRIMERA
QUE PRUEBAN CLAJtAMENTE
LA EXISTENCIA DE DIOS
V LA DISTINCIÓN
ENTRE EL ALMA Y EL CUERPO DEL HOMBRE
MEDITACIÓN PRIMERA
DE LAS COSAS QUE PODEMOS PONER EN DUDA
Hace algún tiempo que vengo observando que desde
mis primeros años he recibido por verdaderas muchas
opiniones falsas que no pueden servir de fundamento
smo á lo dudoso é incierto, porque sobre el error no
puede levantarse el edificio de la verdad. Con los prin-
cipios que me habían enseñado nada útil podía cono-
cer, porque de principios falsos no se deducen conse-
cuencias ciertas, y decidi deshacerme de todos los cono-
cimientos adquiridos hasta entonces y comenzar
de nuevo la labor, á fin de establecer en las ciencias
algo firme y seguro. Difícil era la empresa é impropia
de un joven desprovisto de experiencia; por eso esperé
llegar á la edad madura, la más á propósito para lle-
68 OBRAS DE DESCARTES
var á la práetica ideas que tanta firmeza y constanria
exigrn; y creería faltar á un deber si no pusiera ma-
nos á la obra. Pienso que estoy en las mejort!S condi-
ciones para ello. lfo lihcrt.:ido mi rspíritu de toda cl,:ise
de preoc-upacionrs; las pasiones no han dc,ja<lo (•n mí su
huPlla profunda y fum•sta; me he procurado un srguro
reposo en esta apacible solrdad. Puedo, puC'S, dedi-
carnw á destruir mis antiguas opinionrs, pnra que la
verdad ocupe el puesto que mcn'LP. Creo quC' no será
necesaria una demostración de la falsedad Jr esas
opiniones porque sería cosa de no acabar nunca. Debo
rechazar, no sólo lo qur aparccr manifiPstnmcntP
erróneo, sino también todo lo que me ofrezca la más
pequeña duda. l'\o tengo precisión <le examinar una
por una todns mis antiguas opiniones para ver si
dcbrn ser rechazadas; ya he dicho .:mtes q,w así no
acabaríamos nunca. La ruina de los cimientos causa el
derrumbamiento <le] edificio, ExamirH_.rnos, pues, los
principios en que se apoyaban mis antiguas id1:ns.
1 odo lo que hasta ahora he tenido por verdadero y
cierto ha llegado á mí por los si:-ntidos; cilgunas veces
he experimentado que los sentidos engallan; y como del
que nos engaña una vez no debemos fiarnos, yo no
debo fiarme de los sentidos.
Pero si estos nos inducen ú error en algunas cosas
en las poco sensibles y muy lejanas, por ejemplo ~
hay muchas que por los sentidos conocemos y de las
cuales no es razonable dudar : que yo estoy aquí, sen-
tado al lado del fuego, con un papel entre las manos,
vestido de negro, es cosa indudable para mí. ¿ Cómo
puedo nrgar que estas manos y este cuerpo son míos?
Para negarlo tendria que ser un insensato ó un per~
turbado, corno esos que aseguran conlinuamente que
son C'mpcrador0-; y Yan yeslidos de andrajos, ó rreen
que poseen trajes de oro y púrpPra y van dPsrmdos ó
se imaginan ser un cántaro ó que su cuerpo es de cristal.
Esos son locos y yo sería tan extravagante como ellos
si siguiera c:u rjrmplo.
Sin embargo, no he de olvidar que soy hombre y,
por consiguiente, que tengo la costumbre de dormir
y de representarme en sueños las cosas reales y otras
tan inverosímiles y descabelladas como las que se les
1\-fEDITACIQI',ES SOBRE LA :FILOSOFÍA PRIMERA 69
ocurren á rsos insc11satos. Cuántas veces he soñado
que estaba como ahora, vrstido, sentado antr la mesa,
junto al fuego, con nn pnpd cnt.re las manos, y sin.
l'mbargo, dormía rn mi lecho !
¿ Estaré soñando ahora? :\Jis ojos vrn claramente
el papPl en que rscribo; muuvo la cabeza á un lado y á
otro con pPrfocta solt.u1':1, levanto elhrnzo y me doy clara
<.mPnta dr rllo. 1 odo esto me parece mucho más dis-
tinto y preciso que un sueño. No, no rstoy soñando.
Pero pienso con dPtcnirnirnto en lo que en 0ste
momento me pasa y r0currdo (JUP durmiendo ffi(! fro-
taba los ojos para cun\'en,:ermo de que no estaba
soñando, y nu: hacía las mism.1s 1'1:ílexionrs que des-
pierto me~ liago ahora. Eso me ha ocurrido muchas
vcees. De aquí dPduzeo que no hay indicio~ por los
que podamos distinguir net.amcnlL la vigilia <ld sue-
1
ño. ~o los hay, y porq_uc no los hay me prrigunto llrno
de extrañeza, ¿s0rá un sut ño la vida? y estoy, á pun-
1
to d1; p0rsuadirme de que en este instante me hallo
durmi,,ndo en mi lecho.
Supongamos que dormimos y que todas esas par-
ticularidades como la de levantar el hrazo, mover la
cuhl"za y otras scmcjantPs no son más que ilusionc•s;
pensc,rnos q1w nucslro cueqw tal vez no es como lo
vrrnos; y á pe~ar d(' esa suposición y üc ese pt>nsa-
mi0nLo, tendremos que confesar que las cosas que
durante el sm l10 nos representarnos son á la mamTa
1
de cuadrns, de pinturas, que no puedr>n estar hechos
sino á srmcjanza de alguna cosa n\al yyerdadr,ra y, por
tanto, es.is cosas grncralcs - una cabeza, unos ojos,
unas manos, un cuerpo complrlo - no son imagi-
narias, sino reales v exisLcntt's.
0
Los pintores, c uando t.ratan de represrntar, por
medio de los colorrs, una sirena ó un sátiro, por muy
(:xtravaganLes y raras ({m: sean las figuras, por mucho
que sea su artificio, no pueden pintar formas y natu-
ralezas completamente nuevas; todo lo más que hacen
es una composición, una rnezcl<1 de rnicmhros de los
cuerpos dn diferentes animales. Y aun en el caso dn
qw~ su imaginación sea tan excepcional q1w invente
algo tan nuevo rprn nunca se haya visto, y que repre-
sente una cosa fingida y falsa en absoluto, los colores
70 OBRAS DE DESCARTES
que emplee para pintar son necesariamente verdaderos.
Por la misma razón, aunque esas cosas generales -
un cuerpo, unos ojos, unas manos - sean imaginarias,
hay que confesar por lo menos que han existido otras
más simples y uniYersalrs to<la·da, pero reales y ver-
daderas, d,~ cuya mrzc1a - lo mismo que de la de colo-
res, del ejemplo anterior - se han formadn, verdade-
ras y reales ó fingidas y fantásticas, lasimágcnrs de las
cosps que residen en nuestro pcnsamit'nto.
A 0sc género de cosas pcrtPncccn la naturaleza cor-
poral en general y su f'Xlr'nsión; lurgo vienen, la figura
de las cosas extensas, su cantidad ó tamaño, su número,
el lugar qw' orupan, el tiempo que midP su duración
y otras análogas. No creemos afirmar nada inexacto al
decir qur la física, la astronomía, la nwdirina y las
<lL más ci(!ncias qut! dt:pt'ndt>n de la considl\ración de
1
las cosas compuestas, son muy dudosas é inciertas; en
camhiu, la aritmética, la g1..'ometría y las otras ciencias
análogas, qm~ tratan dt• cosas muy simplrs y muy
generales, sin prí:oruparsc d(• si existt>n ó no en la
Naturaleza, conticncH algo ('il'rto é indudable. Esté
despierto ó Psté dormido, dos y trPs son cinco y el
cuadnido tiN1P cuatro lados; Yerdadrs tan da ras romo
rstas no ¡medrn calificarsr de falsas ó incierlas.
Hace mucho tiempo que tengo la idc~a <lt:.• que hay
un Dios omnipotente, qLw nw ha creado tal c1nno soy.
¿Sé yo acaso si ha querido qut:' no haya tierra, ni cielo,
ni cuerpos, ni figura, ni tamaño, nilugary,sinemhargo,
ha hecho que yo tenga el sentimiento de esas cosas que
no son y me parece que existen? Y aunque yo piense
algunas Yeces que los otros se equivocan en lo que creen
estar más seguros ¿ quién sabe si El ha querido que
yo me equivoque al decir que dos y tres son cinco, que
el cuadrado tiene cuatro lados ú otra cosa más fácil,
rH el supuesto de que la hay.:i? Dios no habrá querido
que yo sea tan desgraciado equivocándome siempre,
porque es la Suma Bondad. Pero si á esta bondad
repugnaba el haberme hecho de tal modo que siempre
me engañara, tampoco debía permitir que ine engañe
algunas veces; y, sin embargo, estoy seguro de que
me engaño.
Al llegar aquí, de seguro, hay quien prefiere negar la
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRll\iERA 71
existencia de un Dios tan poderoso á creer que todas
las demás cosas son inciertas. No discutamos con los
que tal opinión sostienen y concedámosles, por ahora,
que lo que se ha dicho de Dios es pura fábula. Si el
engañarse, si el errar es una imperfección, ya puedo
explicarme del modo que quiera el haber llegado al
estado y al ser que tengo, que ya lo atribuya al destino
ó á la fatalidad, ya lo refiera al azar, ya proceda de la
continua serie de las cosas y de ]a relación que guar~
dan entre sí, lo cierto, lo indudable 9s que cuanto más
expuesto esté á equivocarme, cuanto más proba½le sea
que incurra siempre en error, tanto menos poderoso
será el autor de mi existencia.
A estas razones nada tengo que oponer; me he obli-
gado á confesar que debe ponerse en duda todo aquello
que en otro tiempo consideraba verdadero, y no por
irreflexión ó ligereza sino después de pensarlo m·uy
detenidamente y de adquirir un convencimiento basa-
do en razones muy firmes y evidentes. Y he de cumplir
esa obligación, si quiero encontrar en las ciencias algo
cierto y seguro.
No basta que haga este propósito; es preciso que en
todos momentos lo tenga muy presente, porque misi
antiguas ideas vuelven con frecuencia á ocupar mi
pensamiento; el largo y familiar contacto en que hau
vivido con mi espiritu, las da derecho á ello, contra mi
voluntad, y las convierte en dueñas y señoras de mi
inteligencia. Nunca perderé la costumbre de asentir á
ellas, aunque con las debidas restricciones; en cierto
modo son dudosas y no obstante, muy probables. As!,
que hay más fundamento para afirmarlas que para
negarlas.
No creo hacer nada malo al adoptar deliberada-
mente un sentido contrario al mío, engañándome á mí
mismo, y al fingir por algún tiempo que todas mis anti-
guas opiniones son falsas é imaginarias; quiero con
esto equilibrar mis antrriores y mis actuales prejui-
cios con el fin de que mi inteligencia no se incline á nin-
gún lado con preferencia á otro y mi juicio no se vea
dominado por prácticas perjudiciales, que lo desvíen
del recto camino que puede conducirle al conocimiento
de la verdad.
72 OBR.\S DE DESCARTES
Estoy srguro de que con ese procedimiento, no hay
peligro ni error, y que esta desconfianza inicial no sig-
nifica gran cosa, puesto que no es el presente el mo-
mento de obrar, sino el de meditar y conocer.
Supondré, pues, que Dios - la Suma Bondad y la
Fuente soberana de la verdad - rs un genio astuto y
maligno que ha empleado su poder en engañarme;
creeré qur el eielo, el aire, la tierra, los colores, las
figuras, los sonidos y todas las (·osas extniorrs, son
ilusiones de que se sirve para tender lazos á mi cre-
dulidad; consideraré, hasta que no tengo manos, ni
ojos, ni carne, ni sangre, ni sentidos y que á pesar
de rllo creo falsamrnte poseer todas esas rosas; me
adheriré obstinadamente á estas ideas; y si por este
medio no consigo llegar al ronocimiento de alguna ver-
dad, puedo por lo menos suspcndPr mis juirios, cui-
dando de no acrptar ninguna falsedad. Prepararé mi
espíritu tan bien para rechazar las astucias del grnio
maligno, que por pndcroso y astuto que sea no me im-
pondrá nada falso.
~Ii propósito es penuso y difkil; cierta pc·rcza me
invade é inscnsiblPmrntc me lleva á mi vida ordinaria.
y del mismo modo que un esclavo sueña ron la liber-
tad y aunque sahc que cst á soñando no quiere desper-
tar y encontrarse con la triste realidad de su esclavi-
tud,\00 caigo de nuevo en mis antiguas ideas, lPmiendo
quP las vigilias laboriosas que han de surrdí'r ála tran-
quilidad de mi vida reposada, 011 lugar de proporcio-
narme alguna luz en rl conocimiento de la v0rdad, sean
insuficientes para arlarar las tenebrosas dificultades
que acabo de remover.
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRIMERA 73
MEDITACIÓN SEGUNDA
DE LA NATURALEZA DEL ESPÍRITU HUMANO, QUE ES
MÁS FACIL DE CONOCER QUE EL CUERPO
La medítación en que me sumí ayer ha llenado mi
espíritu de tanta dudas que difícilmente fodré des-
hacerme de ellas. Y, sin embargo, no veo e modo de
resolverlas. Como si hubiera caído en un pozo no hallo
terreno firme para poner la planta, y mis esfuerzos
por llegar á la superficie son vanos. Haré todo lo que
pueda y seguiré el camino en que entré ayer, aleján~
dome de lo que me ofrezca la más pequeña duda, como
si fuera completamente falso; continuaré por ese
mismo camino hasta que encuentre algo cierto, ó al
menos hRsta que me convenza de que nada cierto hay
en el mundo.
t.., Arquímedes, para transportar el globo terrestre de
un lugRr á otro, no pedía más que un punto firme é
inmóvil; yo tendré derecho á concebir las mayores
esperanzas si soy bastante feliz para encontrar una
cosa, nada más que una, cierta é indudable.
t Supongo que todos los objetos que veo son falsos;
me persuado de que nada ha existido de lo que mi
memoria, llena de falsedades, me representa; pienso que
carezco de sentidos; creo que el cuerpo, la figura, la
extensión, el movimiento y el lugar son ficcionrs de mi
espíritu. ¿ Qué hay, pues, digno de ser considerado
como verdadero? Tal vez una sola cosa : que nada
cierto hay en el mundo.
~¿Hay alguna otra cosa, diferente de las que acabo de
reputar inciertas, de la cual no pueda caber la menor
duda? ¿No hay algún Dios ó algún otro poder que haga
nacer en mi espíritu estos pensamientos? No es rso
necesario porque puedo producirlos yo mismo. Y o
por lo menos, ¿no soy algo? Ya he negado qw~ ya ten-
5
74 OBRAS DE DESCARTEb
go cuerpo y sentirlos; Yacilo, no obstante; ¿ qué se
sigue de aquí? ¿ Drpcndo drl rucrpo y de los sentidos,
de tal manera quC' sin ellos no puedo existir? Pero yo
me hr pl'rsuadido dfl qur nada hay en el mundo : ni
ciPJo, ni tierra, ni espíritus, ni cuerpos. ¿"~o ml' he per-
suadido también, dt! que yo mismo no existía? Sin
duda, yo era, pursto que me he persuadido ó he pcn-
:'3ado algo. Pero hay un no sé qué muy poderoso y
astuto que emplea tuda su industria t'll rngañarme
siempre. ~o hay duda de que soy, si él me engaña; y
me engañe todo lo que quiera, no podrá hacer que yo
·.~ no sea en tanto piense ser alguna cosa. De suerte, que
):después de pensar mucho y examinar cuidadosamente
, 'todas las cosas, es preciso concluir que esta proposición:
/ ~·o soy, yo existo, es necesariamente verdadera, siem-
/ (pre que la pronuncio ó lu concibo en mi espíritu.
• [, Estoy cierto de que soy, pno no sé con claridad lo
que soy. En hdelantr, procuraré no tomar por lo que
yo soy alguna otra cosa, y así no desaprovecharé ese
conocimiento más cierto y evidente que todos los que
antes adquirí.
Consideraré dt) nuevo lo que yo rrPía ser antes de
tener estos pensamientos; de mis antiguas opiniones
no quedarán en pie más que aquello digno de ser ronsi-
dnado rigurosamente cierto é indudable. ¿Qué es lo
qw~ antes yo creía ser? Pensaba que era un hombre.
¿Y qué es un hombre? ¿ Diré que es un animal racio-
nal? No, por cierto, porque me vería precisado á in-
YPstigar lo qur es animal y lo que es racional, y de
uua sola cuestión se formarían otras muchas más difí-
ciles y romplicadas; no quiero perder rl poco tiempo
que me queda en resolver semejantes dificultades. Me-
jor será qw• me dt.>Lenga á examinar los pensamientos
t[Ue antes nacían en mi espíritu, inspirados por mí
misma naturaleza, cuando me aplicaba á la co11side-
r:..wión de mi srr. En primer término, pensaba que yo
t •'nía rostro, 11rnno:,, brazos, en suma la máquina rom-
JllH'Sta de hueso y carne que yo llamaba cuPrpo. Pen-
~wrn, además, que me alimentaba, andaba, sentía,
pr:-nsaba, y rdrl'Ía estos actos al alma; pero yo no me
dPtenía á pensar lo que era d alma, y si alguna vez
tijaba ligeramPntf' mi atención l'n cll;:i, la imaginaba
MEDITACIONES SODRE LA FILOSOFIA PRIMERA 75
corno una cosa sumamente rara y sutil, como un viento,
una llama, un aire muy desleído que se extendía hasta
por ]as partes más groseras de mi ClJ.Crpo.
Ninguna duda tenía acerca de la naturaleza del cuer-
po, y si hubiera querido explicarlo según las nociones
quf' entonces formé, lo hubiera descrito del siguiente
modo: Entirndo por cuerpo todo lo que puede ser ter-
minado por alguna figura; que puede ser comprendido
Pn algún lugar y ll,"'Irnr un espacio de tal manera que
eualquiPr otro cuerpo quede excluído de ese <>spacio;
que puede s0r sentido por el tacto, la vista, el oído, el
gusto ó el olfato; que puede ser movido en diversos
sentidos por la imprrsión que recibe cuando siente el
contacto de una cosa cxtraiw; no puede moverse por
su propio impulso, como tampoco puede pensar ó
sentir, porquf, esto ya no pertenece á la naturaleza del
cuerpo; me extrañaba, por el contrario, que semejantes
facultades se encontraran en algunos.
Pero, yo ¿ qué soy ahora que supongo que hay cierto
genio podrroso, maligno y astuto que emplPa toda su
industria y toda su fuerza en engañarmcr· ¿Puedo ase-
gurar que poseo la cosa más insignificante de las que he
nombrado como pertenecientes al cuerpo, según mis
antiguas opiniones? Pienso con atenrión extraordina-
ria en todas esas cosas, y no encuentro ninguna que:
se halle en mí. No es necesario que me detenga á enu-
merarlas. Pasemos á los atributos del alma y veamos
f i alguno está en mí. Los primeros son moverme y
nutrirme; pero no teniendo cuerpo no puedo moverme
ni nutrirme. Otro atributo es el de sentir; pero sin
cuerpo no se puede sentir; además, en otro tiempo, creí
sentir durante el sueño muchas cosas que al despertar
reconocía no haber sentido. Otro atributo es el de
pensar; esto es el que me prrtfÍnece, et que ilo se separa
de mí. Yo soy, yo existo; pero ¿cuánto tiempo? El
tiempo que pienso; porque s1 yo cesara de pensar en el
mismo momento deJaría de existir. Nada quiero admi-
tir, si no es nPcesariamente verdadero. Hablando con
precisión, no soy más que una cosa que piensa, es decir,
un rspírilu, un l'ntendimiento, una razón, términos que
antrs me eran -dcsconoridos. Luego soy una cosa ver-
dadera y vcrdaderarnrnte exi~tcnte; p1•ro ¿ qué cosa?
76 OBRAS DE DESCARTES
Ya lo he dicho : una cosa que piensa. ¿Y qué más?
Excitaré mi imaginación para ver si soy algo más. No
soy ese conjunto dP.miembros llamado cuerpo humano,
no soy un aire desleldo y penetrante extendido por
todos aquellos miembros; no soy un viento, un soplo,
un vapor, ni nada de lo que yo pueda imaginarme por-
que he supuesto que todo es dudoso. Sin dejar de su-
ponerlo he hallado que hay algo ,.ierto: que yo soy algo.
Es posible que esas mismas cosas supuestas como no
existentes por serme desconocidas, no sean diferentes
de mi. Nada sé de efü1s, y no puedo juzgar lo que no co-
nozco; sólo sé que existo y que quiero saber lo que soy
después de haber sabido que soy. Es cierto que el cono-
cimiento de mi ser, considerado de este modo, no de-
pende de las cosas cuya existencia ignoro, y consiguien-
temente tampoco de las que pueda fingir por la ima-
ginación. Estos términos, fingir é imaginar, me ad-
vierten mi r.rror; fingiría, si yo me imaginará ser algo,
puesto que imaginar es contemplar la figura ó la ima-
gen de una cosa corporal. Sí con crrtna que soy; pero
es posible que todas esas imágenes, y en general lo que
se refiere á la naturaleza del cuerpo, no sean más que
sueños ó quimeras. Comprendo, pues, que al decir :
Excitaré mi imaginación para ver lo que soy, he habla-
do con tan poco fundamento como el que dijera :
Ahora estoy df!spierto y observo algo real y verdadero,
aunque no lo veo con entera precisión; voy á dormirme
otra vez para que mi sueño me lo represente con la
mayor claridad y evidencia. Comprendo que lo cono-
cido por la imaginación no pertenece al conocimiento
que de mí mismo tengo; desaré mi espíritu de esa
manera de concebir, á fin de que conozca distinta-
mente su naturaleza.
];:n suma, ¿qué soy? Una cosa que piensa. ¿Y _qu~ es
---- Una cOsa-que piensa? Es ·una cosa que duda, eritienae;-~ -
__ concibe, afirma, niega, quiere, no quiere, imagina y-
- siente. No es poco, si todas esas cosas pcrtenecen-á-ml·--
natlira·IC'za, ¿por qué no han de pertenecer? ¿No soy
yo el que ahora duda casi de todu, el que ciiticrtdey-
concihe cit•rtas cosas, el que asegura y afirma otras -· ----
corno vcrdadPras, d que nil'ga todas las demás. el oue
quier(~ y desea má::; conocimientos, el que no quiere ser
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRIMERA 77
engañado, t•l que imagina muchas cosas, y siente otras
como por e.! intermedió dr los órganos del cuerpo?¿ No
" - rs esto tan ciC'rto como qnC' yo soy y existo, aun cuando
ahora estuviera soñando ó el que me ha dado el ser se
sirviera de toda su industria para engañarme? Al-
guno de esos vtributos ¿puede ser distinguidv de mi
pensamiento, ó separado de mí? Es tan evidente que
soy yo el que duda, el que rnticnde, el qur de:sea, que
nada hay que añadir para explicarlo. 1 engo también el
poder de imaginar; aunque no sean verdaderas las
cosas que imagino, no es menos cierto que en mí reside
el poder dr. imaginar y que forma parte de mi pensa-
miento. Finalmentr., soy Pl mismo que siento; percibo
ciertas cosas corno por los órganos de los sentidos,
puesto que veo la luz, oigo el ruido, siento el calor. Se
me dirá qur estas apariencias son falsas y que estoy
soñando. Aunque así sea, siempre es cierto, por lo
menos, que me parece ver la luz, oir el ruido y sentir el
calor; esto no puede ser falso; es, propiamente, lo que
en mí se 1lama srntir, lo cual equivale á pensar. Ya
comienzo á comprender lo que soy con un poco más de
claridad que antes.
No obstante, me parece - y no puedo impedirme el
creerlo asi - que las cosas corporales, cuyas imágenes
so forman :por el pensamiento, que caen bajo la acción
de los sentidos, y que estos mismos examinan, no son
conocidas mucho más distintamente que (!Sa parLe de
mi ser que cae bajo la acción de mi poder imaginativo.
Es bien extraño que conozca y comprenda las cosas
cuya existencia me parecía dudosa y que no me per-
tenecen, mejor que aquellas otras de que estaba per-
suadido y que pertenecen á mi propia naturaleza.
Bien veo en qué consiste; mi_csp_íritu es un vagabun-
do que se complace en andar -cx.tr8.'vial10 y que no
quiere sufrir "que se le retenga en los justós hmitcs de
la verdad. Dcj(~mosle una vez siquiera en libertad com-
pleta, pcrmitámoslc considerar los objetos que le pa-
rece existen en el exterior, y luego haremos que se
detenga en la consideración de su ser y de las cosas que
en él encuentra. De este modo se dejará conducir con
~ rriayór facilidad.
VeaffiOs ahora las 0osas que el vulgo considera más
78 OBRAS DE DESCARTES
fátile:,; de conocer v más distintamrntf' cunocidas, es
decir, los tuerpos (Juc tocamos y contemplamos; pero
no los cuerpos en general, porque son de ordinario un
poco confusas las nociones generales, sino refirámo-
nos á un cucrpo en particular. Tomemos por Pjcmplo
este trozo de cera; hace poco ha sido extraído de la
colmena; aún no ha perdido la dulzura de la miel y
todavía conserva el olor de las flores; su calor, su figura,
su tamaño son aparentes; es duro, es frio, es maneja-
ble; si dáis en él un golpecito se producirá un sonido.
Mientras hablo lo aproximo al fuego; exhala los res-
tos de su dulzura, su olor se evapora, cambia el color,
pierde la figura, el tamaño aumenta, se convierte en
liquido, se calienta, no se le puede manejar, y si gol-
peamos en él ningún sonido se produce. Después de
este cambio tan grande ¿subsiste la misma cera? Hay
que contestar afirmativamente, porque nadie es capaz
de ponerlo en duda. ¿ Qué conocíamos tan distinta-
mente en ese trozo de vera? No puede srr nada de lo
que he observado por el intermedio de los sentidos
puesto que todas ]as cosas que caían bajo el gusto, el
olfato, la Yista, el tarto y rl oído, se ha1lan completa-
mente transformadas; sólo la cera subsiste.
Tal YCZ era lo que pienso ahora, á saber, que esta
cera no existía como yo creí, y lo mismo pasó con su
dulzura de miel, con su olor florido, con su blancura,
con su figura, con su sonido. Esta cera es un cuerpo
que hace unos momentos me parecía sensible bajo
unas formas y ahora se me presenta bajo otras com-
pletamente distintas.
¿ Qué es lo que imagino cuando la concibo de ese
modo? Consideremos atentamente e] objeto prescin-
diendo de todo? lo que no pertenece á la cera, y vea-
mos lo que queda. No queda más que algo extenso,
flexible y mudable. ¿ Qué es eso de flexible y mudable?
¿ Es que imagino que siendo redonda la cera, puede
hacerse cuadrada, y después adoptar una forma trian-
gular? No debe ser eso, puesto que la concibo capaz
de recibir infinidad de cambios semejantes, y como
esa infinidad no puede ser abarcada por mi imagina-
ción, esta concepción que he formado de la cera no se
realiza por la facultad de imaginar. Y la extensión
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRB:IERA 79
¿qué es? ¿No es desconocida también? porque es
mayor cuando la cera se funde, mayor cuando se que-
ma, v mayor aún si el calor aumenta; no concebiria
clara\, Yer"dadcram0ntC' ]o que f'S la cera, si pensara que
ese trozo es capaz de recibir más yari(:dad en armonía
con una extensión que nunca imaginé. Preciso es con-
venir en que, por la imaginación, no llegaré á saber lo
que PS este trozo de rcra, y en que sólo mi entendi-
miento puede comprrndcrlo.
¿Qué es ese trozo de cera que sólo el entendimiento ó
el espíritu pueden comprender? Es el mismo que toco
veo, imagino, es d mismo qur creí era en un principio.
Observemos que mi percepción no es unFt visión ni un
contacto ni una imaginación, ni lo ha sido nunca aun-
que lo pareciera; es una inspección del espíritu, irnper-
fec:La y confusa antes, clara y distinta ahora, porque
la atPnción se ha fijado detenidamente en el objet.<J y
en los dementos de que se compone.
¡ Cuán grande es la debilidad de mi espíritu y la in-
clinación que le lleva al error insensiblemente! Digo
esto porque ahora que me limito á pensar sin hablar,
las palabras se me aparecen como un obstáculo y casi
me he dejado engañar por los términos del lenguaje
ordinario. Decimos que vemos la misma cera y no que
juzgamos que es la misma, fundándonos en qur son
los mismos su color y su figura; de esto estuve á punto
de concluir que conocemos la cera por la visión de los
ojos y no por la inspección del espíritu. Si miro por una
ventana y pasan por la calle algunos hombres, así como
no vacilé para decir que veía la cera, tampoco vacilo
para decir ahora que veo hombres. Y ¿ qué veo desde
esta ventana, sino sombreros y capas que pueden cu-
brir máquinas artifwiales movidas por un resorte?
Pero juzgo que son hombres, y comprendo, por el poder
de juzgar que reside en mi espíritu, lo que creía cono·
cer por mis ojos.
Un hombre que trata de elevar su conocimiento
sobre el nivel vulgar debe avergonzarse de fundar sus
dudas en las formas de hablar que el vulgo ha inven•
tado; yo prefiero pasar adelante y considerar si con-
cebía con más evidencia y pf'rfección lo <1ue era la cera
cuando la vi en un principio y creí conocerla por me~
80 OBRAS DE DESCARTES
dio de los sentidos exteriores, ó al menos por el sentido
común ó por la facultad imaginativa - que la concibo
ahora, después de examinar cuidadosamente lo que es
y de qué manera puede ser conocida. Sería ridículo
ponerlo en duda. ¿ (¿ué había de distinto en la frimera
percepción? ¿ Qué había que no pudiese caer de mismo
modo bajo los sentidos del más insignificante de los ani-
males? Pero cuando distingo la cera de sus formas exte-
riores, y, como si le hubiera quitado sus vestiduras, la
considero desnuda, comprendo que, aun encontrán-
dose en mi juicio algún error, ese modo de concebir las
cosas es imposible, sin un espíritu humano. ¿Y qué
diré de este espíritu, es decir, de mí mismo? porque
hasta ahora lo único que admito en mí es el espíritu.
¡ Cosa extraña! Yo, que concibo este trozo de cera con
tanta claridad y distinción, ¿no me conozco á mí mis-
mo, no sólo con más vndad y rr~rtcza, sino con mucha
mayor claridad y distinción? Si juzgo que la cera es
ó existe porque la veo, más evidrnte es que yo soy 6
existo, porque yo soy el que ]a veo. Podemos suponer
que lo visto por mí no es la cera, y hasta que carezco
de ojos; pero Jo que de ninguna manera puedo suponer
es qur no soy alguna cosa, cuando veo, cuando no
distingo, cuando pienso. Por la misma razón, si juzgo
quP la cera existe por que la toco, también juzgaré que
yo existo pursto que la toco; si juzgo que la cera existe
porque mi imaginación ú otra causa cualquiera me
persuade de ello, concluiré también qur existo. Lo que
digo de la cera puede aplicarse á todas las cosas que se
hallan fuera dL• mí. Además, si la noción ó percepción
de la cera me parece más clara y distinta porque la han
hecho más manifiesta. no sólo la vista ó el tacto, sino
también otras muchas causas - es natural que yo me
conozca ahora con más evidencia, distinción y clari-
dad que antes, puesto que todas las razones que sir-
ven para conocer y concebir la naturaleza de la ecra 6
de cualquier otro cuerpo, prueban mucho mejor la
naturaleza de mi espíritu. Y tantas otras cosas se
encuentran en el espíritu mismo que pueden contri-
buir al esclarecimiento de su naturaleza, que las rela-
tivas al cuerpo casi no merecen la pena de tenerse
en cuenta.
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRI>IERA 81
Hémc aquí en el punto á que quería llegar. Si puedo
afirmar con pleno convencimiento que los cuerpos no
son conocidos propiamente por los SPntidos ó por la
facultad de imagim1r, sino por el entendimiento; si
puedo asegurar que no los conocemos en cuanto los
vemos á tocamos sino en cuanto el pensamiento los
comprende ó entiende bien, - veo claramente que
nada es tan fácil de conocer como mi f'spíritu ..Mas,
para no deshacerme de una opinión considerada, por
mucho tiempo, como cierta, será conveniente que me
detenga un poco en este punto, á fin de que mi medi-
tación imprima indeleblemente en mi memoria ese
nuevo conocimiento.
MEDITACIÓN TERCERA
DE mas; QUE EXISTE
Ahora cerraré los ojos, me taparé los oídos, conde ..
naré todos mis St'ntidos á la inacción, horraré de mi
pensamiento las imágenes de las cosas corporall:'s, y
si no es posible las reputaré vanas y falsas; y conside-
rando atentamente mi interior, trataré de hacerme
más conocido y familiar á mí mismo.
Soy una cosa que piensa, es decir, una cosa que
duda, afirma, niega, conoce poco, ignora mucho, ama,
odia, quiere, no quiert:, imagina y siente. Aunque lc1s
cosas que siento é imagino nado sean consideradas en
sí, fuera de mí, tengo la seguridad de que esos modos
de pensar que yo llamo sentimientos é imágenes, resi-
den y se encuentran en mí, en tanto son modos del
pensamiento. Y en lo que acabo de decir, creo haber
referido todo lo que sé verdadera1rnmte, ó al menos lo
que hasta ahora he observado que sé.
Al tratt.1r de extendt:r mis conocimientos usaré una
extremada circunspección y examinaré cuidadosa-
s.
82 OBRAS DE DESCARTES
mente si puedo descubrir en mí algunas otras cosas
que hasta 0str momento no he observado.
Estoy seguro de que soy una cosa que piensa; pero,
¿sé acaso lo requerido para estar cierto de algo? En
este primer conocimiento me he asegurado de la ver-
dad por una elar a y distinta percepción de lo conocido.
Esta prrccpción no sería suficiente para darme la segu-
ridad de que lo que afirmo es verdadero, si pudiera
ocurrir que una cosa concebida con toda claridad y
distinción fuese falsa. Me parece que puedo ya csta-
bleCL'l' la regla general de que todas las cosas que con~
cebimos muy clara y distintamentP, son verdaderas.
En otro tiempo recibí y admití como muy ciertas y
manifiPstas muchas cosas, reconocidas después como
dudosas é incií•rtas. ¿Cuáles eran esas cosas? La tierra,
el cielo, los astros y todas las percibidas por rl inter-
medio de los sentidos. ¿Qué era en ellas lo concebido
por mí clara y distintamente? Bien sencillo : que las
ideas ó pcnsamif'ntos de estas cosas se presentaban á
mi espíritu. No niego ahora que esa:, ideas se cncul'lllrcn
en mí; pero entonces, había en ellas algo que yo tenía
por seguro y que la costumbre de creerlo me hacía
imaginar que lo veía muy claramente, aunque en rea-
lidad no lo percibiera; ese algo era la creencia de que
fuera de mí existían cosas, de las cuales procedían
ideas semejantes á las realidades exteriores. En eso me
equivocaba, y en el caso de que juzgara según la ver-
dad, no era ningún conocimiento la causa de la ver-
dad de mi juicio. Pero cuando consideraba alguna cosa
muy sencilla y muy fácil, relativa á la aritmética y á la
geometría (por ejemplo que dos y tres son cinco, y
otras semejantes) ¿no las concebía con la suficiente
claridad para asegurarme de que eran verdaderas?
Si he Juzgado que podía dudar de estas cosas, ha
sido por una razón surgida de la idea que ha venido á
mi espíritu, de que algún Dios me ha podido dar una
naturaleza tal que haga que me equivoque hasta en las
cosas más manifiestas. Siempre que la idea del sobe-
rano poder de un Dios se presenta á mi pensamiento,
me veo obligado á confesar que, si quiere, le es fácil
hacer que yo me equivoque hasta en las cosas que creo
conocer con una evidencia muy grande. En cambio,
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRIMERA 83
cuando considero ]as cosas que pienso concebir muy
claramente, me persuado de tal modo de su Ycrdad,
que llego hasta creer que ese Dios no podrá hac('I' que
yo no sea nada mientras pienso ser algo; que a]gún día
sea verdadero que nunca he sido, siendo cierto que
ahora soy; que dos y tres sean más ó menos de cinco; y
que no sran ó sean de otra manera cosas semejantes
á estas y que yo concibo con t.oda claridad.
Si ninguna razón tengo para creer que haya un Dios
que me engañe, y si todavía no he examinado las que
prueban que existe un Dios, la razón de dudar que
depcnd€: solamente de la opinión expuesta, es bien
ligera y, por decirlo así, metafísica. Pero á fin de qui-
tarle el fundamento que pudiera tener, procuraré saber
si hay un Dios tan pronto como de ello se me presente
ocasión; y si veo que hay uno, intentaré saber si puede
engañarmQ. Sin el conocimiPnto de estas dos verdades,
es imposible considerar como cierta ninguna cosa. A
fin de tener ocasión de examinar estas cuestiones, sin
interrumpir el orden que me he propuesto en mis
:ncditacioncs - pasar por grados de las primeras no-
3ioncs que encuentre en mi espíritu, á las que pueda
hallar después - rs preciso dividir mis pensamientos
~n ciertos géneros y considrrar en cuáles de éstos hay
propiamente verdad ó error.
Algunos de mis pensamientos son como las imáge-
nes de las cosas, y á éstos conviene el nombre de idea;
por ejemplo, cuando me revrf:scnto un hombre, una
quimera, el cielo, un ángel ó Dios mismo. Otros tie-
nen diferentes formas; cuando yo quiero, temo, afirmo
ó niego, concibo algo que es como el sujeto del acto de
mi espíritu, pero por este acto agrego alguna cosa á la
idea que tengo de aquel algo. En este género de pensa-
mientos unos se llaman voliciones ó afecciones, y los
otros juicios.
\, Por lo que á las ideas respecta, si las consideramos en
sí, no rr>firiéndolas á ninguna cosa, no pueden, en rigor,
ser falsas; si imagino una quimera, es cierto que la
imagino. Tampoco encontrarnos falsedad en las afec-
ciones ó voliciones; aunque no existan las cosas que
deseo, ó aunque sean muy malas nunca dejará de ser
cierto que las deseo.
OBRAS DE DESCARTES
\, Examinemos Jos juicios. En r1los hrmos de tener
mucho cuidado para no equivocarnos. El principal
error y el más ordinario que encontramos en los jui-
cios, consiste en creer que las ideas qu(' están rn mí,
son semejantes ó conformes á las cusas que rst.án fuera
de mí; si considerara las ideas ('orno modos ó formas
de mi pensamiento sin pretPnder referirlas á cosas
exteriores, apenas tendría ocasión de equivocarme.
yi De estas ideas, unas me -parece que han nacido con-
migo, otras son extrañas y procedl'n del exterior, y,
finalmente, otras han sido hedias é inventadas poÍ'
mi. La facultad de conc('bir lo que es una cosa, un pen-
samiento ó una verdad, procede de mi propia natura-
leza. Si oigo un ruido, siento calor óveo e] sol,juzgo que
estas sensaciones se originan en algunas cosas que exis-
ten fuera de mí. Las sirenas, los hipógrifos y otras qui-
meras semejantes, son ficciones é invenciones de mi
espíritu. 1 arnhién puedo persuadirme de que todcts esas
ideas son del género de las que denomino extrañas y
vienen del exterior, de que han nacido eonmigo, ó de
que han sido hechas por mí; porque aun no he descu-
bierto claramente su vrrdadero origen. Por eso he de
fijar ahora mi atención en las que creo procedl!n de
algunos objetos que están fuera de mí; y expondré las
razones que me obligan á creer que son semejantes á
esos objetos.
La primera de estas razones consiste en que la natura-
leza es la que me ha enseñado esa semejanza; y la segun-
da en que la experiencia me muestra que tales ideas no
dependen de mi voluntad, porque se presentan en oca-
siones, bien á pesar mío: ahora siento calor, quiera yo
6 no lo quiera; por cslo me persuado de que esa sen-
sación ó esa idea del calor me es producida por una
cosa diferente do mí, es decir, por el calor del fuego,
junto al cual estoy sentado. No puede ser más ra-
zonable el juicio por el cual afirmo que esa cosa
extraña) envfa é imprime en mí su imagen, mejor que
otra cosa cualquiera.
Ahora es necesario que yo vea si estas razones son
bastante poderosas y .convincrntcs. Cuando digo que la
naturaleza me ha enseñado la semejanza entre las
set1p! y los objetos, entiendo por naturaleza cierta
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOI1 ÍA PnIMERA 85
indinación qur me lleva á cnwrlo, y no una luz nntu-
ral que me haga conocn que e<, verdadero.
La difcrC'ncia que hay entre esas dos maneras de ha-
blar es muy grande; yo no podría poner en duda nada
de lo q11P la luz natural mP ha her.ho como ver verda-
dero, por ejmnplo: dudo, lllego soy; además, no existe
en mí ninguna otra facultad ó poder para distinguir lo
verdadPI'O de lo falso, que me p1wda enseñar lo que me
enseña la luz natural, y en la cual pueda confiar lo que
en ésta confío.
\t Las inclinaciones también me parecen naturales,
pero he obs(•rvado con frecuencia - cuando ha sido
preciso dficidirsc entre la virtud y el vicio - que tanto
puC'den inclinar al mal como al bien; por eso lrn procu-
rado no seguirlas en Jo rdat.ivo á la verdad y al error.
En cuanto a ]a razón segunda, es decir, que las ideas
de que nos ocuparnos vienen del exterior, pue8to que
no deprnden de mi volunlacL no la Pncuentro convin-
cent0. De igual manera que las inclinaciones á que me
refiero se rncucntran Pn mí - á pesar dr que no siem-
pre concuerdan con mi voluntad - puede ser que haya
en mi espíritu alguna facultad ó poder para producir
esas ideas sin la ayuda de las cosas cxtef'iorcs; siempre
me ha parecido que cuando duerme se forman en mi
sin el auxilio de los objetos que representan. Aunque
sean causadas por éstos, no es cons(~cuenóa m•cesaria
de ello que sean semejantes. Yo be observado, por
el contrario, en muchos casos que hay una gran dife-
rencia entre el objeto y su idea; por rjemplo : encuen-
tro en mí dos ideas del sol completamente distintas;
una de ellas - por la cual rl sol me parece extremada•
mentP pequeño - se origina en los sentidos, y perte-
nece al género de los que vienen del exterior ; la otra
- por la cual r,l sol me parece mucho mayor que la
tierra - está tomada de las razones de la astronomia,
es dt cir, de ciertas nociones nacidas conmigo, ó está
1
formada por mí. Estas dos ideas que concibo del mis-
mo sol no pueden ser semejantes á éste; la razón me
hace creer que la que procede inmPdiatamente de la
apariencia del astro ('S la más descmrjante. Hasta
ahora, no por juicio cierto y prrmeditado sino por
temeraria impulsión, he creído que fuera dP. mí y dife--
86 OBRAS DE DESCARTES
rentes de mi ser, habia cosas que por los órganos de
Jos S{'nlidos ó por otro medio, me enYiaban sus ideas
ó imágenes, é imprimían rn mí sus semejanzas.
V Pero se presenta otro camino para indagar si entre
las cosas de que tengo idea, hay algunas que existen
fuera de mí. Si consideramos las ideas como modos de
pensar, reconozco que no hay entre ellas diferencias
ó desigualdad y que todas rnr parece que proceden de
mi; si las considl•ro como imágenes que repr0sentan á
las cosas, rs cYidcntc que hay entre ellas grandes dife-
rencias. Las que reprrscntan substancias son, sin duda,
más amplias y contienen en sí más rC'alidad objetiva,
es decir, participan por rrprcscntación de más grados
de ser ó perfección que las que solamr>nte me represen-
tan modos ó accidentes. La idea por la que concibo un
Dios soberano, etrrno, infinito, inmutabll', omniscente,
omnipotente y creador unin'rsal de las cosas que
están fuera de ._:,J, rsa idra, rf'pito, tiene más realidad
fl~jetinl que las que me repreSL'ntan substancias finitas.
V La luz natural de nuestro c·spíritu nos C'nseña que
debe habC'r tanta realidad por lo menos rn la causa
eficientr y total <:'orno en su rfrf'to; porque ¿de dónde
sino de la causa puede sacar su realidad el efecto? Y
¿cómo esta causa podría comunicar realidad al efecto,
si no la tenía? De aquí se sigur que la nada es incapaz
de producir alguna cosa, y que lo más perfecto, lo que
contiene más realidad no es una consecuencia de lo
menos perfecto; esta verdad es clara y evidentP en los
efectos,_ que tienen esa realidad llamada actual ó for-
mal por los filósofos, lo mismo que en las ideas en que
sólo se considera la realidad denominada objetiva.
V La piedra que aun no ha sido, no puede coml'nzar á
st•r si no es producida por una cosa que posea en sí for-
mal ó eminentemente todo lo que entra en la compo-
sición de la piedra. El calor no puede producirse en un
sujeto cualquiera, si no existe una cosa de un orden,
grado ó género tan perfecto por lo menos como el
<'alor. Pero la idea del calor ó de la piedra no pueder.
estar en mí si no han sido puestas por una causa que
contenga por Jo menos tanta reahdad como la que
concibo en el calor ó en la piedra; porque si bien esa
causa no transmite á mi idea nada de su realidad for.
'.\IEDlTACIO:-lES SOBRE l.A FILOSOFÍA PRIMEllA 87
mal ó actual, no por eso debemos suponer que la causa
sea menos real. 1 oda idea es obra del espíritu, y no
necesita más realidad formal que la recibida del pen•
samiento ó espíritu del cual es un modo. Á fin de que ht
idea contenga verdadera realidad objetiva, dehc to-
marla de alguna rausa rn la que se encuentra por lo
menos tnnta realidad formal como realidañ objetiva
contenga la idea. Si suponemos que en una id(•a sr
encuentra algo que no se halla en fa causa, suponemos
que ese algo procede de la nada; pero, por imperfeda
que sea f.'sta manera de srr, por la cual una cosa está
objetivamente ó representada por su ideo en el enten-
dimümto, no se puede afirmar que ninguna importan-
cia tirne esa manera de sr-r y qtw la idea se originP en
la nada.
V No debo tampoco imaginar que- sirndo objetiva le
realidad que considrro en mis ideas - no es nPcesario
quP la misma rralidad esté formal ó actualmente en las
causus de las ideas, sino que basta con que rsté ohje-
t.ivamPnie 0n ellas; porque del mismo modo que esa
manl'ro de S('I' objctivrmcnte pertenece á las idec:1.s por
su propia naturalczn, ]a manera de ser formalmente
pertenere á las causas dr esas ideas (al menos á las
prirru_,rt'ls y principales) por su propia naturaleza fa_m-
bién. Y aunqur put'(if, ocurrir qm~ una idea dé origen
á otra, esto no puede realizarse hasta el infinito; es
preciso al fin llrg-ar á una primera idea cuya causa sea
corno un patrón ú original en que toda realidad ó per-
fección esté contenida formalmente v en decto.
V La luz n0_tural me hace conocer cÜn cvidrncia que
las ideos rxisten en mí corno cuadros ó imágcnf's que
pueden fácilmente ser menos p,'rfectas que las cosas
reprC'sentadas, pero nunca pueden contener algo más
grande ó perfecto.
V Cuanto más detenidamente examino estas cosas con
tanta más f'laridad y distinción conozco que son ver~
dad eras. Pero ¿ qué concluyo de todo t:sto? Si la reali-
dad ó pr,rfección objetiva de alguna de mis ideas í·S tan
grande que conozco claramente que esa realidad
ó perfección no existe en mí ni formal ni ,~mi-
nenternente_. y, por consiguiente, que no puedo yo
ser la causa de la idea, es natural suponer que no estoy
88 OBRAS DE DESCARTES
sólo rn el mundo, sino que hay otra cosa que existe y
que ('S la causa de mi idea. En cambio si yo no tuviese
tol idea, ningún t1rgumento me convenceria de la exis-
tencia en el mundo de otra cosa distinta de mí; nin-
gún argumento he hallado que pudiera darme esta cer-
teza.
\r Entre lDs ideas que están en mí esp1ritu, además dP la
que me reprf'senta á mí mismo, encuentro otra que me
reprcsr-nta un Dios; otras, cusas corporalf's é inani-
madas; otras ángeles; otras, animales, y otras finalmente,
me representan hombres semejantes á mi. Por lo que
se refiere á las ideas que reprcs0ntan hombres, anima-
les ó ángeles, concibo fácilmente que purden ser for-
madas pur la mrzcla y cornposirión cfo otn.:i8 ideas que
tl"ngo de hs cosas rorporall's y de Dios, aunque fuera
de mí, en C'l mundo, no ('Xisten homÜrC's, animales y
Angeles. En cuanto á las ideas dr las cosas corporales,
nada rrconozco en rllas que s('a tan grande y tan exce-
lente que no pucdr origiirnrsp PD mí; si his considero
de la misma manera qur examinó ay:'!' la iJeu d_r l:i cera,
encuentro que hay muy pocas cnsas que ronc1ba clara
y distintamente, á sabe!': el tamaño ó la extrnsión
en longitud, anchura ~· profundid ; la figura que
resulta dd tPrmino dl: la cxtrnsión; la situarión que
guardan enlrt' sí los cuerpos diYcrsamente figurados;
y el movimiento ó el cambio dP rsta f'.iituación; á éstas
porlrmos agrf'gar la substancia, la duración y ¡~} nú-
mero. En cuanto á las demás cosas como la luz, los
colorrs, los sonidos, el olor, el sabor, rl calor, d frío
y las ot.réls cualidades que se perciben por el tacto, SP
encuentran en mi pensamiento ron tanta obscuridad y
confusión, que ignoro sí son verdud0ras ó falsas, si ]as
ideas que <le esas cualidades concibo son ideas de cosas
realí.•s ó si representan seres quiméricos que no pueden
exi5tir. -\.unque - como y,1 hr. dicho - sólo en 10s
juicios se encuentra la Yf'rdadera y formal falsed8d, en
las ideas encontramos cirrta falsedad material ct1ando
representan lo que no es como si fupra alguna cosa.
Por ejemplo : las ideas que tengo del frío y del calor
son tan poco claras y tan poco distintas, que no me
enseñan si el frío es solamente una privación del calor
6 el calor una privación del frío; y si son frío y calor
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFIA PRIMERA 89
cualidades reales ó imaginarias. Si es cierto que el frio
LO es más que una privación del calor, la idea que me lo
representa como algo real y positivo será falsa. No es
necesario atribuir á estas ideas más autor que yo; si
son falsas, si representan cosas que no son, la luz natu-
ral me enseña que proceden de la nada y que están en
mi porque falta algo á mi naturaleza, porque es imper-
fecta; si son vcrdadrras, me dan á conocer tan poca
realidad que no sabría distinguir la cosa representada,
del no ser; por eso tampoco tengo dudas de que, aun
siendo verdaderas, soy yo su autor.
YPor lo que resperta á las ideas claras y distintas que
concibo de las cosas corporales, hay algunas que creo
he podido inferir de la idea que de mí mismo tengo, las
de substancia, duración, número y otras cosas seme-
jantes cuando pienso que ]a piedra es una substancia 6
cosa que por sí es capaz de existir, y que yo mismo tam-
bién soy una substancia, aunque- concibo que soy una
cosa no extensa y que piensa, y ]a piedra, por e] con-
trario, es extensa y no piensa, encuentro una notable
diferencia entre estas dos concepciones, pero convienen
en que representan una substancia. Cuando pienso que
ahora existo, me acuerdo de haber existido en otro
tiempo anterior, y coneibo varios pensamientos cuyo
número conozco - adquiero entoncr~s fas ideas de
duración y número, que puedo transferir á cuantas co-
sas quii:ra. Las demás cualidades de quf' se componen
las ideas de las cos.:is corporales, no están formalmente
en mi, puesto que no soy más que una cosa que pi¡msa;
pc!ro corno son modos di~ la substancia, y yo ::;oy una
suhstancia, creo que pueden e~Lar contenirl::is en mí.
~ Sólo nos quedu por examinar la id8a de Dios, en la
cual consideramos si hay algo que no es posible pro-
ceda de mí. Por Dios entiendo una suhstancia inílnita,
etnna, inmutable. inder)(>ndif'ntc, omnisriente, omni-
potente, por' IR que yo y todas las demás rosas (si es
verdad que existen) han sido creadas y produeid:Js.
Estas cualidades son tan grnndcs y tan eminenLes que
cuanto más las examino menos me persuado de qur esa
idea tenga su origen en mí. Es, pues, nccf'sario concluir
de todo lo que he dicho, que Dios existe; porque, si
bien la idea de la substancia está en mí, puesto que soy
90 OBRAS DE DESCARTES
una substancia, no tendría la idea de la substancia in-
finita, siendo yo finito, si no huUiera sido puesta en mi
, espíritu por una substancia Yerdadcramcnte infinita.
V Conozco lo infinil o por una ,-crdadcra idea, y no por
la negación de lo finito, del mismo modo que compren-
do el reposo y las tinieblas por la negación del movi-
miento y de la luz; veo claramt"ntc que en la substan-
cia infinita se encuentra más realidad qm• en la finita,
y quC' tengo primero la noción de lo infinito que la de
lo finito, primPro la de Dios que 13 de mí mismo. ¿Có-
mo podría conoc(•r que dudo y deseo, es drrir, que me
falta alguna cosa y no soy perfecto, si no tuviere alguna
idea de un ser más perfecto que el mío por cuya com-
paración conociera yo Jos defectos de mi naturaleza?
No se puede afirmar que esta idea es materialmentt~
falsa y, por consiguiente, sacada dela nada, ni 11ue esté
en mí por lo defectuoso de mi naturaleza, como ocur·rr,
con las ideas de calor, frío y otras semejantes. La idea
de Dios es muy clara y muy distinta, contiene más rea-
lidad objetiva que ninguna otra, es la má~ verdadera
y la que menos podemos t;:ichar de sospechosa.
\/ Esta idea de un Ser soberanamente perfecto é in-
finito f'S verdadera porque, aun en Pl caso de que pu-
diéramos imaginar que tal ser no existf', no podf•mos
hacer que su idea no nos represente m•da real. Es tan
clt1ra y distinta, que todo lo que mi espíritu concibe
distinta y claramente de real y verdadero y encü:rra
alguna perfocción, está contenido en la idea de Díos.
Esto no deja de ser verdadero aunque yo no compren-
da Jo infinito y muchas cosas que se hallan en Dios y á
les cuales no puede llegar el pensamiento humano; por-
que es propio de la naturaleza de lo infinito que no
pueda comprenderlo un ser limitado y finito como yo.
Basta con que entienda bien estas razones y con que
sepa de cierto que todas las cosas que concibo clara-
mente y encierran alguna perfección están en Dios
formal ó eminentemente, para que la idPa que de él
tengo sea la más verdadera, la más clara y la más
distinta de todas las de mi espíritu.
"'Puede también suceder que yo sea algo más de lo
que mr figuro y que las perfecciones atribuidas á la
naturaleza de Dios están en mí como en potencia,
MEDITACIO~ES SOBRE LA FILOSOFÍA PRL\IERA. !)1
aunquP a1m no se produzcan y exLrrioriccn por medio
de los actos. Con docto, yo experimento ya, que mi
conocimiento aumenta y Sí' pPrfcrciona poco á poco;
y nada vro qur purda impedir que yo llegue á lo infi-
nito, porque una yez pcrfrccionado mi conocimiento,
con su auxilio me será posible adquirir las demás per-
fecciones de la naturalf:za dfrina. Considerando atenta-
mente estos razonamienLos, vro qu0 son imposibles.
\¡ Aunque fuera cierto que mis conocimientos aumen-
tan y si~ perfeccionan poco á poco y que hubiera en mi
naturalczc:i muchas cosas en potencia que no lo son
actualrnn1te, nada significaría todo (;Sto, puesto que
en la Divinidad nada se encuentra en potPncia, sino
actualmente y en efecto. ¿No es argumento infalible
de ]a imperfección de mi conocimiento esa perfrcción
adquirida gradualmente? Aunque mi conocimiento
aumentara más y más, nunca llegaríct á ser infinito
porque no concibo un gr.ido rfr, perfección en que ya no
necesitara aumento alguno. Pero coneibo á Dios actual-
mcntf> infinito en un grado tan alt.o qw~ nada SP puede
añadir á su soberana p0rfocción. Y, finalmente, com-
prendo muy bien que el ser objetivo de una idra no es
producido por un ser que sólo existe: en pot.encia -
y hablando propiamcnlt;, no es nada - sino por mi ser
formal ó actual.
\;Todo lo que acabo de decir pueden conocerlo fácil-
mente los que quieran pensar en ello seriamente, con
el sólo auxilio de la luz natural; pero cuando se debi-
lita un poco mi atención, Pl espíritu, obscurecido y
como cegado por las imágenes de las cosas sensibles,
no se acuPrda con facilidad de h razón por la cual la
idea de un ser más perfecto que d mío ha sido puesta en
mí por un ser más -perfecto que yo.
\; Por esta razón quiero pasar adE-lante pura ver si
yo - que tengo idea de Dios - podría existir en el
caso de que no le hubiera. Y me pregunto: ¿ de quién
habré recibido mi existencia? Tal vez de mí mismo,
ó de mis padres, ó de otras causas menos perfectas que
Dios (porque nada podemos imaginar más prwfccto
ni siquiera igual). Si yo fuera independiente de otro
ser y el autor de mi mismo, no dudaría de nada, no
concibiria deseos, y no me faltaría ninguna perfcc-
92 OBRAS DE DESCARTES
ción porque me hubiera dado todas aquellas de que
tengo idea, y así sería Dios. Y no es que las cosas que
me foltan son más difíciles de adquirir que las que po-
seo; al contrario, más difícil me sería sacar una cosa
6 substancia que piensa de la nada, que adquirir cono-
cimientos de muchas cosas que ignoro, porque esos
conorimicntos son accidentes de la substancié!. Si yo
fuera el autor de mi ser no me hubiera negado las cosas
que se pueden tener más fácilmente, como son una
infinidad de conocimientos que no poseo; no hubiera
dejado de atribuirme las perfecciones contenidas en
la idea de Dios, porque ninguna había que me pare-
ciera más difícil de hacer ó adquirir, y si alguna fuera
más dificil, y así lo creyera yo es que mi poder habia
terminado.
\, Aunque suponga que he sido siempre como soy aho-
ra, no puedo evitar la fuerza del razonamiento ni
dejar de crerr que Dios es necesariamente el autor do
mi cxistrncia. El tiempo de mi vida puede dividirse
en una infinidad de partes independientes entre sí;
de que haya existido, un poco antes, no se sigue que
deba rxistir ahora, á no ser que alguna causa, en este
momento, me produzca y cree de nuevo, es decir, me
conserve. Es una cosa bien clara y evidente para los
que consideren con la debida atención la naturaleza
dl'] tiempo, que una substancia, para ser conservada en
todos los momentos de su duración, necesita el mismo
poder y la misma acción, necesarios para producirla y
crearla de nuevo, si hubiera dejado de existir. Es pre-
ciso, pues, que me interrogue y consulte para ver si
tengo algún poder ó virtud por cuyo medio pueda
hacer que yo, que soy ahora, sea un momento después.
Si soy, por lo menos, una cosa que piensa, ysi tal poder
residiera en mí, debía pensarlo y saberlo; ningún poder
análogo al supursto siento en mí; por tanto, conozco
evidentemente que dependo de algún ser distinto de mí.
\/¿Es posihle que este ser del cual dependo no sea
Dios? ¿ Es posible que yo sea producido por mis padres
ó por otras causas menos perfectas que él? Nada de
eso pucdr ser, porque - como antes he dicho - es
evidente que en la causa debe haber, por lo menos
tanta realidad como en el efecto; y si yo soy cosa que
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRIMERA 93
piensa y tengo alguna idea de Dios, es preciso que la
causa de mi ser sea también una cosa que piense y
tenga la idea de todas las perfecciones que atribuyo
á Dios. Veamos ahora si esta causa debe su origen y
existencia á sí propia ó á otra cosa. Si la causa la lleva
en sí, esa causa es Dios; teniendo la virtud de ser y
existir por sí, también tendrá el poder de poseer actual-
mente todas las perfecciones de que tenga idea, ó lo
que es lo mismo, las perfecciones atribuídas á Dios. Si
debe su existencia á otra cosa, preguntarPmos la causa
de éstas, y de caus:J en causa llegaremos á la última que
es Dios. Es bien manifiesto que aquí no puede haber
progreso hasLa lo infinito, porque no se trata tanto do
la causa que en otro tiempo me ha producido como de
la que ahora me conserva.
VTampoco se puedt imaginar que varias causas han
concurrido á mi producción, recibiendo de cada una de
ellas, una de las ideas df' las perfcrciones que atribuyo
á Dios, de suerte qu!.' estas prrfecciones se encuentran
en el universo, pero no rrunidas en una sola que sea
Dios. La unidad. la simplicidad ó inseparabilidad de
las cosas que se encuentran en Dios, es una de las
perfecciones que concibo en él; la idea de esta unidad
de las perfecciones diYinas, no ha podido ser puesta
en mi por alguna causa que no me haya dado idea de
las demás prefcccioncs. porque esta causa no ha po-
dido hacer que las comprenda unidas é inseparable~,
sin auc las conozca de alguna manera.
VPor ]o uue respecta á mis padres, aunque les debo mi
nacimiento, esto no quicrP decir que sean ellos los que
me conservan ni ]os que me han hecho y producido en
cuanto soy una cosu que piensa; ninguna relación
existe entre 1a acción corporal por la que me engen-
draron y la producción de una substancia pensante.
Reconozco qtw mis p:=idrt>s, al <lar lugar á mi naci-
miento, originaron algunas disposiciones en 0,sta mate-
ria r•n l, 1 que yo - Ps de('ir, mi espíritu - estoy ence-
rrado. IIast-a ahora supongo qrn~ yo es rni espíritu.
V Es prcc.iso concluir qrn~ la existencia de Dios ha
quedado demostrada con toda c-..-idencia, por el hecho
de que existo y dti q,rn en mi espíritu reside la idea de
un Ser soberanamente pPrfecto.
94 OBRAS DE DESCARTES
'v Lo único que me queda por examinar es la manera
que he usado para adquirir esa idea; no la he recibido
por los sentidos, y nunca se me ha ofrf'cido sin esperarla
t'Omo sucede ordin.niamcnte con las ideas de las cosas
sensibles, cuando éstas se presentan ó parecrn prPsen-
tarsr á los órganos PXleriorrs de los sentidos. No es
tampoco una pura producción ó firción de mi rspí-
ritu, porque no puedo aumentrrla ni disminuirla.
Como la idea de mí mismo, la de Dios, ha nacido y se
ha producido conmigo, desde que fuí creado. ·
' No drbrmos extrañarnos de que Dios al nrarnos,
haya puesto 0n nosotros esa idea para que sea como el
signo dPI obrero impreso en su obra; y no es ner.rsa-
rio qur rsc signo sra dif Prrnt.e de la obra misma. Si
Dios me ha creado, es muy natural qu~', en cierto
modo, me ha~·a producido á su imagen y sem0janza,
y que yo conciba esta semejanza, en la cual sr encuen-
tra la cont0rüda idea de Dios, pot la misma facultad
que yo me concibo; es decir. que cuando rPílcxiono en
mí mismo no sólo conozco que soy una cosa irnpcl'ÍL•cta,
incompleta y dcpendicnlP <le otra, que tiendo y aspiro
á ser algo mejor y más grande, sino que conozco to.m-
bión que PI ser de quien depPndo posee todas Psas gran-
des cosas á que yo aspiro, no indefinidanwntc y en
potencia, sino en cfrcto, actualmente é infinitamente
porque rs Dios. Toda la fuprza del argumento que me
ha servido para probar ID existencia de Dios consiste
t)n la imposibilidad de que mi natumleza,.siendo lo que
,~s, co11cihi0ra la ide,1 dr un Dios sin que ese Dios <'Xis-
tiera , crdadrrJmPntc. Ese Dios de que tengo idea,
posee todas las 1wrfcccioncs que nurstro espíritu puede
imaginar, aunque no k~ sea posible comprender al ser
soberano; no tienr ningún def Pcto ni nada que denote
alguna im¡wrÍL'rrión; luego no purdP t'ngañarnos ni
mentir, como n1>s enseña la luz nalural de nuPstro rs-
píritu, f'l C'ngañn y la mcntiru deprndcn w_•ccsaria-
m.:-nt,~ d,: algún drfocto.
Antes de examinar esto más cuidndosamente y
rccngt.'r lus Yerdades qur á mi con:-ideraeión pudieran
ofrrcrrst\ rnr parece oportuno delt•ncrme algTn tiem-
po en la cout0mplación dP ese Dios absolutamente
pcrfedfJ, t'n ronf-idcrar sus uiaraYillosos atributos,
MEDITACIONES SOBRE LA I<'ILOSOFÍA PllL\lERA 95
en admirar y adorar la incomparable belleza de esta
inmensa luz, hasta donde alcancen las fuerzas de mi
espíritu deslumbrado por tanta grandeza. La fe nos
enseña que la soberana felicidad do la otra vida, con-
siste en rsa contemplación de la majestad divina. Una
meditación sem0janlc!, aunque inromparablerrwntc
menos perfecta, nos hace, gozar del mayor placer que
0n esta Yida trrrcna somos capares de sentir.
MEDITACIÓN CUARTA
DE LO VERDADERO Y DE LO FALSO
Con las meditadones de estos últimos días he lle-
gado á haLituarme á separar mi espíritu de los senti-
dos. He comprendido que hay muy pocas cosas cor-
porales que conozcamos con absoluta certeza, muchas
más espirituales y aun más de las rf'lativas á Dios.
Por eso me será ahora muy fácil apartar mi pr•nsa-
miento de la consideración de las cosas sensibles é
imaginables, para Jlevarlo á la de las puramente in-
teligibles.
La idea que tengo del espíritu humano en cuanto es
cosa que pit•nsa, carece de extensión y no participa de
ninguna cualidad de ]as que pertenecen al cuerpo, es
incomparahle1nentc más distinta que la idea de cual-
quier cosa corporal. Cuando considero que soy un algo
incompleto y dependiente, la idea de mi ser completo
y dependiente si~ presenta á mi espíritu con toda cla-
J'idad y distinción; y de que esta idea se encuentre en
mí y de q1w yo que la poseo existo, concluya tan evi-
dt>ntementP la Pxistencia de Dios, y la depend<mcia de
la mía um respecto á la suya en todos los momentos
de mi vida, que no pienso que el espíritu humano pue-
{la conocPr nada cC1n más evidencia y certeza. De aquí
deduzco <¡HP he dc-seuhi1,rt.o un camino que no condu-
96 OBRAS DE DESCARTES
eirá de la contemplación del verdadero Dios - en el
que se encierran todos los tesoros de la ciencia y de la
sabiduria - al conocimiento de las demás cosas del
universo.
Reconozco que es imposible me engañe, porque en el
engaño hay algo de imperfección, y aunque parece que
el engañar es una prueba de sutileza ó poder, el que-
rer engañar atestigua debilidad ó malicia; y esto es
imposible encontrarlo en Dios.
Conozco, por propia experiencia, que hay en mí
cierta facultad de juzgar ó discernir lo verdadero de
lo falso, que he recibido de Dios como todo lo que
poseo; y como es imposible que El quiera engañarme,
es indudable que no me ha concedido tal facultad
para que me equivoque aunque la use como debo usarla.
Ninguna duda quedaría respecto á este punto si en
apariencia no se pudiera sacar la consecuencia de que
nunca me equivoco, porque si todo lo que está en mí
viene de Dios y no me ha dado ninguna facultad para
equivocarme, parece que siempre debo acertar en mi
conocimiento.
Cierto es que cuando me considero como efecto de
Dios y le contemplo en toda su grandeza, no descubro
en mí ninguna causa de error ó falsedad; pero cuando
me considero atentamente y veo mis imperfecciones,
rcronozco que estoy sujeto á infinidad de errores, y al
pretender investigar la causa de ellos, observo que no
solo se presenta á mi pensamiento una real y positiva
idea de Dios, ó de un Ser soberanamente perfecto,
sino también cierta idea negativa de la nada, es decir,
de lo infinitamente alejado de toda clase de perfec-
ción.
Yo soy como el punto mrdio entre Dios y la nada,
colocado de tal suerte entre el soberano ser y el no-ser,
que nada hay en mí capaz de conducirme al error, en
cuanto es aquel Ser soberano la causa que me ha pro-
ducido; pero sí me considero romo partícipe en algu-
na manera de la nada ó no-ser, es decir, en cuanto no
soy rl Soberano v me faltan muchas cosas, me encucn-
trÜ expuesto á infinidad de errores. No debo extra-
ñarme si me equivoco.
El error, como tal, no es algo real dependiente de
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRIMERA 97
Dios sino solamente un drff'cto; por tanto, para equi-
vocarme no necesito que Dios me haya dado una facul-
tad destinada particularmente á ese efecto. Me equi-
voco porque el poder que Dios me ha otorgado para
distinguir lo verdadero de lo falso no es infinito,
V Sin embargo, esto no me satisface aún, porque el
error no es una pura negación, no rs el simple defecto
ó falta de alguna perfección propia de mi ser, sino una
privación de algún conocimiento que me parece que
yo debía tener.
Considerando la naturaleza de Dios no me parece
posible que haya puesto rn mí alguna facultad que no
sea perfecta en su género. Si cuanto más experto es el
obrero tanto más perfectas salen las obras de sus ma-
nos, ¿ qué cosa producida por este Soberano creador del
Universo no será perfecta y enteramente acabada en
todas sus partes? No hay duda de que Dios no ha
podido crearme de tal modo que nunca me equivocara;
es cierto, también, que siempre quiere Jo mejor; ¿es,
pues, mejor que yo pueda equivocarme?
Considerando esto con atención, pienso que no debo
extrañarme si no soy capaz de comprender porqué
Dios hace lo que hacri; no hay razón para dudar de su
existencia, aunque no comprendamos porqué Dios ha
hecho muchas cosas que vemos por rxpericncia y cuya
razón - repito - no podemos explicarnos. :Mi natu-
raleza es en extrC'mo débil y limitada; la de Dios, por el
contrario, es inmensa, incomprensible é infinita; esto
nos da la razón de que en el poder divino huya muchas
cosas cuyas causas no están al alcance de mi espíritu.
Bastan ei,tas consideraciones para -persuadirme dP que
ese género de causas que se acostumbra á sacar del
fin, no tiene ninguna aplicación en las (•osas físicas 6
naturales, porque sería una temeridad investigar y
querrr descubrir los irnpenotrables designios de Dios.
Cuando tratamos de saber si las obras de Dios son
perfoctas, no debrmos examinar una criatura por sepa-
rado, sino todas las criaturas juntas; porque la misma
cosa que podría parecernos muy imperfecta estando so-
la en el mundo, no deja de ser perfecta formando parlo
del Universo. Desde qur> me propusr dudar de todas las
cosas no he conocido con certeza más que mi existcn-
6
98 OHHAS DE DESCARTES
cia y la de Dios; pero, teniendo presente el infinito
poder del Ser perfecto no me atrevo á negar que haya
producido muchas otras cosas ó pueda producirlas.
De modo que existo y estoy colocado en el mundo for-
mando parte de la universalidad en todos los seres.
Examinándome de cerca y considerando mis errores,
yeo que dependen del concurso de dos causas, á saber,
de la facultad de conocer que reside en mí y de la
facultad de elegir ó libre arbitrio, ó lo que es lo mismo,
del 1•ntendimiento Y de la voluntad. El entendimiento,
por sí solo, no asc,iura ni niega ninguna cosa; concibe
las ideas de ]as cosas que puede afirmar ó 1wgar. Con-
siderándole así, nunca encontramos error rn él, si to-
mamos la palabra error en su propia significación. Y
aunque hay en el mundo infinidad de cosas de las cuales
ninguna idea tiene mi entendimiento, no podemos decir
que está priYado de estas ideas como de alguna cosa
que le fuera debida, sino que no las tiene, porque no
hay razón que pueda probar que Dios ha debido darme
una facultad de conocer más amplia que la que me ha
dado; por muy diestro y sabio artífice, que me repre-
sente á Dios no debo pensflr que haya debido poner
en cada una de sus obr2s todas las perfecciones que
puede poner en algunas.
No tengo derecho á quejarme de que Dios no me
haya dado un libre arbitrio ó una voluntad lo suficiente-
mente amplia y perfecta, porque la siento en mí tan
extensa que no tiene límites. De todas las demás co-
sas que poseo no hay ninguna tan perfecta y tan gran-
de que no pueda serlo más. Por CJemplo, si considero
mi facultad de concebir, veó que es poco extensa y
muy limitada, y rn seguida me reprrsento la idea de
otra facultad mucho más amplia y hasta infinita; y
como pncdu representarme su idea, reconozco sin
dilicultad que pertrncce á la naturaleza de Dios. Si
Pxnrnino la rn0moria, la imaginación ó cualquier otra
de mis faf."ultadPs, cncueutro que en mí son pequeñas
y limitadas y en Dios inmrnsas é infinitas. En cambio,
Px1wrimenlo que la voluntad ó liLcrlad del franl'o ar-
bitrio c•s r-n mí tan grande que no concibo la idea de
otra más amplia y extensa; de suerte que es ella la que
me hace cu1wccr quP soy á imagen y semejanza de Dios.
MEDITACIO"NES SOBRE LA FILOSOFÍA PRDfERA U9
Porque, aun cuando sea en Dios incomparahlcmfmbi
más grande que en mí -ya por razón del conorimien-
to y poder que á ella van unidos y la hacen más firme
y eficaz, ya por razón dPl oh jeto, {'n cuanto se extiende
á infinidad de cosas - no me pm·cct~ más grande si la
considc:ro formul y precisamrnt.c en sí. Consiste esta
facultad en qur podf:mus hacrr 1ma cosa ó no hacerla,
afirmai· ó nrgm, persrg11ir ó huir; ó mejor dicho, con-
siste en que, para aHrmar ó negar, perseguir ó huir las
cosas que el entendimiento nos propone, obramos de
tal modo que ninguna fuprza exterior nos obliga á la
acción. Para que yo sea libre no es necesario que sea
indiferente en la elección de una cosa; antes bien, cuan-
to más mr, inclino á una rusa - bien porque conozca
cvid(\rllenwnle qur lo Yt•rdadero y lo hurno se cncurm-
tran en ella, bien porque Dios disponga así el interior
de mi pensamiento - tanto más libremente la elijo
y Ja abrazo; la gracia divina y el conocimiento natural
lejos de disminuir mi libertad, la aumentan y fortifican;
de modo que esa indiferencia que siento cuando me in-
clino á un lado prefiriéndolo al otro, por el peso de al-
guna razón, es el grado más bajo de la libertad y pa-
rece más bien un defecto en el conocimiento que una
perfección en la voluntad; porque s\ yo conociera cla-
ramente lo verdadero y lo bueno no tendría que deli-
berar para saber qué elección y juicio eran los acerta-
dos, y así sería enteramente libre sin ser indiferente.
De todo lo anterior concluyo que el poder de qur·-
rer, que he recibido de Dios - no es, considerado en
si, la causa de mis errores, porque es muy amplio y
muy perfecto en su género; tampoco lo es el poder de
ontcnder ó concebir, porque no concibiendo ninguna
cosa más que por medio del poder que Dios me ha dado
expresamente para concebir, es indudable que lo conce-
bido por mí, está bien concebido, y no es posible que
en esto me equivoque ..
¿ Dónde nacen, pues, mis errores? De que siendo la
voluntad mucho más amplia y extensa que el enten-
dimiento, no Ja contengo en los mismos límites, sino
que la extiendo á las cosas que no entiendo, se extravía
fácilmente y eligclo falso parlo verdadero y el mal por el
bien; todo esto har,P. 11110, yo me equivoque y peque.
100 OBRAS DE DESCARTES
Por ejemplo : examinando estos días pasados si
alguna cosa existía verdaderamente en el mundo y,
conociendo que del hecho de examinar esta cuestión se
seguía con toda evidencia que yo, que era el que exa-
minaba, existía, no podía por menos de pensar que
una cosa que tan claramente concebía yo, era verda-
dera; no me encontraba obligado por una fuerza exte-
rior á pensar así, sino que á la gran claridad de mi
entendimiento ha seguido una gran inclinación de mi
voluntad; y he creído con tanta mayor libertad cuan-
to menor ha sido la indiferencia. Ahora, en cambio,
no sólo conozco que existo en tanto soy algo que pien-
sa, sino que á mi espíritu se presenta cierta idea de
la naturaleza corporal; y dudo de que yo sea diferente
de esta naturaleza, y también dudo de que yo sea lo
mismo que ella; supongo aquí que no conozco ninguna
razón que pueda convertir mi duda en certeza, es
decir, soy completamente indiferente, igual me da
asegurar como negar ó como abstenerme de emitir
juicio.
Esta indiferencia no sólo se rxtiende á las cosas que
el entendimiento desconoce en absoluto, sino también
á las que no descubre con perfecta claridad en el mo-
mento de la deliberación de la voluntad; porque, por
probables que sean las conjf'turas que me inclinan á
Juzgar en determinado S('ntido, como sé que son con-
jeturas y no razones ciertas é indudables, esto puede
bastar para darme ocasión dr juzgar lo contrario, co-
mo he experimentado yo, días pasados, cuando he
rechazado por falso lo que consideraba verdadero, al
observar que cabía alguna duda de esta verdad. Si me
abstengo de dar mi juicio sobre una cosa cuando no la
concibo con suficiente claridad y distinción, es evi-
dente que hago bien y no me equivoco; pero si me
determino á negarla ó afirmarla, no me sirvo como
debo de mi librr arbitrio, y aunque juzgue verdadera-
mente - esto no ocurre más que por casualidad no
por eso habré dejado de usar mal mi libre arbitrio, porque
la luz natural nos enseña que el conocimiento del
entendimiento debe preceder á la determinación de
la voluntad.
En este mal uso del libre arbitrio sr rncurntra la
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRIMERA 101
privación que constituye la forma del error. La pri-
vación se encuentra en la operación en cuanto procede
de mí; pero no se encuentra en la facultad que he reci-
bido de Dios, ni en la operación en cuanto depende de
él. Ningún motivo tengo para quejarme de que Dios
no me haya dado una inteli7cncia más amplia ó una
luz natural más perfceta que las que me ha dado, pues-
to que es propio de la naturaleza de un entendimiento
finito no entender mudrns eosas, y de la naturaleza
de un entendimiento creado ser finito. Drbo darle
gracias porque no debiéndome cosa alguna me ha dado
las perfoceiones que tengo; en lugar de abrigar senti-
miento tan injusto como el de imaginar que me ha qui-
tado ó retenido sin razón, las perfecciones que no tengo.
Tampoco puedo lamentarme de que me haya dado
una voluntad más amplia que el entendimiento, por-
que siendo indivisible la voluntad, si se quita de ella
alguna cosa se la destruye; cuanto más extensa sea
más debo agradecerá Dios que me la haya otorgado.
No debo quejarme de que Dios concurra conmigo á
formar los actos de esta voluntad, es decir, los juieios
en que me equivoco; porque estos actos son entera-
mente verdadrros v absolutamente buenos en cuanto
dcpcndrm de Dios, Yen cierto modo hay más perfección
en mi naturaleza pudiendo formarlos que sino pudiera.
La privación - en la cual consiste 18 razón formal del
error ó pecado - no necesita dl'l concurso de Dios,
porque no es una cosa ó un ser, y si la referimos á Dios
como á su causa no la dt>hemos l1amar privación, sino
negación - según la signifiearión que á estas palahras
se da Pn 1as escuelas. ;'\o es imperfección Pn Dios el que
me haya otorgado la liherLad de dar ó no dar mi juicio
sohr(! ciertas cosas de las que no ha pursto en mi en~
tendimil'nto un claro y dist.into conocimiento; prro es
en mí una imperfección el no usar bien de esta libertad
y dar mi juicio sobre cosas que no concibo más que con
ohseuridad v confusión.
Veo, no ob~stante, que era muy fácil á Uios hacer que
no me equivocara nunca, aunque fuera libre y de cono-
cimientos limitados, dando á mi entendimiento una
clara y distinta inteligencia dr: fas cosas acerca <le las
cuales tengo ahora que deliberar, ó grabando profun-
6.
102 OBRAS DE DESCARTES
<lamente en mi memoria la resolución de no formar
juicio sobre ninguna cosa sin concebirla l'lara y dis-
tintamente. Y obserYo que en tanto me considero
solo, como si nadie más que yo existit.lra en el mundo,
sería mucho más perfecto que soy si Dios me hubiera
creado de tal modo que nunca pudiera equivocarme;
pero el UniYerso es más perfecto, estando unas de sus
partes exentas de defectos y otras no, que SÍf'ndo todaR
absolutamrntc iguales.
No tengo derecho á quejarme de que Dios no me
haya elevado á la categoría de las cosas más nobles y
perfectas; debo, por e] contrario, estar contento, por-
que si bien no me ha dado la perfección de no equivo-
carme nunca por el primer medio expuesto - que de-
pende de un claro y evidente conocimiento de todas las
cosas acerca de las cuales me veo obligado á delibe-
rar - me ha concedido al mrnos el otro medio, el de
retf'ner firmemente la resolución de no dar mi juicio
sobre cosas cuva verdad no conozca claramente; aun-
que experimrllto en mí la debilidad de no podrr gra-
bar en mi espíritu un pensamiento para tenerlo pre-
sente en todo momento, puedo, sin embargo, por una
meditadón atenta y reiterad,;., imprimirlo tan fuerte-
mente en la memoria, que siempre me acuerde de él
cuando lo necesite, adquirir-ndo así el hábito de no
equivocarme. Como esta es la mayor y principal per-
fección del hombre, estimo que no he sacado poco
provecho de mi meditación si lw conseguido descubrir
la causa del error y de la falsedad.
\.- No puede habci más causas de error que la que acabo
de expJicar; porque si retrngo mi voluntad en los lími-
tes de mi conocimiento, de modo que no forme juicio
sino sobre cosas clara y distintamente representadas
por el entendimiento, es imposible que me equivo-
que. Toda concepción clara y distinta es, sin duda,
alguna cosa, que no pucdr- originarse en la nada, y que
tiene necesariamente á Dios por autor; y como Dios
es soberanamente perfecto y no es posible que sea cau-
sa de error, debo concluir que tal concepción ó juicio
es verdadero.
\, No sólo he aprendido hoy lo que he de evitar para
no equivocarme, sino también lo que he de hacer para
MEDITACIO'.'l:ES SOBRE LA FlLOSOFIA PRIMERA 103
llegar a] conocimiento dr la verdad. Á él llegaré si
considero atentamente todas las cosas que concibo
bien, separándolas de las que concibo confusa y obscu-
ramente. En adelante pondré ('spe(·ial cuidado en ha-
cerlo así.
MEDITACIÓN QUINTA
DE LA ESENCIA DE LAS COSAS :\UTERIALES Y DF, LA
EXISTE~CIA DE DIOS
Aun me quedan muchas cosas pur rxaminar 1 elati-
vas á los atributos de Dios y á mi propia naturaleza,
es decir, á mi espíritu; p('I'O tal YCZ YuPlva á esta .inves-
tigación, si se 1rn' presenta ocasión propicia.
Después de observar lo que es preciso hacer ó evitar
para 11egar al conocimiento de la verdad, debo procu-
rar desembarazarme de las dudas en que estos días
pasados me he sumido y ver si podl'Inos conocer con
certeza algo de lo relativo á las cosas materiales. Pe-
ro antes de examinar si talPs cosas existen fuera de
mí, consideraré sus ideas en tanto existen en mi pen-
samiento, y separaré las distintas de las confusas.
En primer lugar, imagino distintamente esa canti-
dad que los filósofos llaman ordinariamente cantidad
continua, ó bien la extensión de longitud, anchura y
profundidad que exista en esa cantidad ó mejor en la
cosa á que se atribuye.
Puedo enumerar en ella diversas partes y dar á ca-
da una de estas partes toda clase de tamaños, figuras,
situaciones y movimientos, y puedo asignar á cada
movimiento distintas duraciones. Y no conozco estas
cosas con claridad, sólo cuando las considero en gene-
ral; porque á poco que en ellas fije mi atención, des-
cubro infinidad de particularidades relativas á los
104 OBRAS DE DESCARTES
números, flguras, movimientos y otras cosas seme-
jantes, cuya verdad aparece con tanta evidencia v
concuerda 'tan bien con mi naturaleza, que cuando la·s
descubro creo que no aprendo nada de nuevo y me
acuerdo de lo que sabía antes, de rosas que estaban
ya rn mi espíritu, aunque mi pensamiento no las to-
mara como objeto de in, cstigación. Encuentro en mí
0
infinidad de ideas de cirtlas cosas que no pueden ser
estimadas como para nada, que no son fingidas por
mí, aun cuando tenga libertad de pensarlas ó no pen-
sarfas, y que tienen naturalezas verdaderas é inmu-
tables. Por ejemplo : cuando imagino un triángulo,
aunque tal vez fuera de mi pensamiento no exista
esta figura ni hayo existido, no dr ja, sin embargo,
de existir cierta naturalrzn, forma ó esencia determi-
nada, que no he inv(:ntado y que no depende en modo
alguno de mi espíritu. Se pueden demostrar diversas
propiPdades de este triángulo, á saber, que sus tres
ángulos son iguales á dos rectas, quePl mayorpstásos-
tcnido por rl lado más grande, y otras semejantes, que
ahora - quien, ó no quiL ra -n•r(mu,:{·o rn él muy clara
1
y evidentemente, aunq110 no pensara rn ellas la pri-
mc·ra YC'Z que me ima{:;iné un triángulo; por tanto no
puede dc0irsc que yo his haya inventado. ·¡ ampoco
tiem: fundamento la ohjrcrión de que la idea dd trián-
gulo ha venido á mi espll'itu por el intermedio de los
sentidos, por habC'r visto alguna vez cu1'rpos d\: figura
triangular; porque puedo formar en mi rspil'itu infi-
nidad de figuras quc• nunca he visto y cuy1.is propieda-
des demuestro lo mismo que las drl triángulo. Estas
propiedadl'S deben sn vrrdaderas porque las roncibo
chiramente, y, por consiguiPnte, ya no son nada, sino
que son alguna cosa. Siendo la -\Prdad lo mismo qm'
el ser, e-; evidente que todo lo verdadero c·s alguna cosa;
ya he demostrado umplinmenLe que las cos;)s conori-
das cl;:ir~ y distintamente son verdaderas. Y aunque no
lo hubiera demostrado es tal la naturaleza de mi eapí-
ritu que las estimaría verdaderas en tanto las conci-
bina de un modo claro y distinto. Me acuerdo df' que,
cuando me adhería fuertemente á los objetos de los
sentidos. contaba en el número de fas más constantes
verdades las que concebía dai·a y distintamente rda-
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRIMERA. 105
tivas á las figuras, números y otras cosas pertenc:.::icntes
á la aritmética y á la geometría.
Si puedo sacar do mi pensamiento la idea de alguna
cosa, todo lo que conozco clara y distintamente que
pertenece á esta cosa, rne pertenece en cfrcto. Si esto
es así ¿no puedo sacar de aquí un argumento y una
prueba demostrativa de la existencia de Dios? No
encuentro su idea menos en mí que ]a de alguna figura
ó número; no conozco menos clara y distintamente que
una actual y eterna existencia pertenece á su natura-
leza, que lo demostrado de alguna figura ó número
pertenece á la naturaleza de la figura ó del número. Y
aunque lo que he concluído en las precedentes l\fodita-
ciones no fuera verdadero, la existencia de Dios debía
estimarla tan cierta por lo menos, como he estimado
hasta aquí todas las vrrdadm; mcJ.ternálicas relat.ivas
á ]os números y figuras, aunque á primera vista no
aparezca esto de un modo manifiesto por hcJ.bcr en
ello cierta aparicnria de sofisma. Acostumbrado en
todas las demás cosas á distinguir la esencia de la
existencia, me persuado fácilmente do que la 1:xisten-
cia puede ser separada de la escnnia do DioR, y así es
posible conc(.'bir un Dios que no rs actualmenfo. Pero
cuando pienso más. detenidamente, vro que no puede
scpnrarse ]a esencia de la rxistcncia de Dios, del mismo
modo que de la esrncia de un triángulo rectángulo
no puede separarse el valor de sus tres ángulos igual á
dos rectas, ni de la id1:a de una. montaña la idea dC' un
vall('; de suerte que coPcPbir un Dios, un ser sobera-
namente perfecto, sin Pxistencia, con falta de alguna
perfección, es lo mismo que concdiir una montaña sin
valle.
Pero, aunque no pueda concebir un Dios sin exis-
tencia, como no puedo concebir una montaña sin valle,
es posible que no existan ni Dios ni la montaña; por-
que del hecho de que no purda concebir el primero sin
existencio, ni la segunda sin valle, no se deduce que
Dios y la montaña existan; mi pensamiento no impone
ninguncJ. necesidad á las cosas; del mismo modo que
puedo imaginarme un caballo alado, aunque ningún
caballo tenga alas, puedo también atribuir la existen-
cia á Dios, aunque no exista ningún Dios. Aquí si que
106 OBRAS DE DESCARTES
hay un sofisma oculto bajo la apariencia de esta obje-
ción : de que yo no purdo concehir una montaña sin
valle no se sigue que haya en el mundo algún valle 6
montaña, sino que ambas ideas son inseparables; en
cambio de la imposibilidad de concebirá Dios como no
existente, se sigue que la existencia es inseparable de
él, y por tanto, que existe verdaderamente. No es que
mi pensamiento pueda hacer que esto sea así, ni que
imponga ninguna necesidad á las cosas; es que la ne-
cesidad de la cosa misma, de la existencia de Dios, me
determina á tener este pensamiento : no soy libre de
conrf'bir un Dios sin existencia, un ser soberanamente
perfecto sin una soberana perfección, del mismo modo
que soy para concebir un caballo como me plazca, con
alas 6 sin ellas.
No se debe afirmar aquí que es necesario á la verdad
que yo confiese que Dios existe, porque he supuesto que
posee todas las perfecciones, y la e"'·istencia es una de
éstas. No se debe decir que mi primera suposición no
era necesaria, como tampoco ('S necesario pensar que
todas las figuras de cuatro lados se pueden inscribir
en el círculo; suponiendo que yo tenga este pensamien-
to, me veo obligado á confesar que f'l rombo puede ser
inscrito en el círculo, puesto que es una figura de cuatro
lados, es decir, que me veré obligado á afirmar una
cosa falsa. No se debe alegar eso; aunque no sea nece-
sario que yo tenga un pensamiento de Dios, siempre
que piense en un Ser primero y soberano y saque su
idea del tesoro de mi espíritu, es necesario que le atri-
buya toda clase de perfecciones aunque no las enumere
y medite sobre cada una de ellas. Esta necesidad es
suficiente para hacer que concluya (tan pronto como
reconozca que la existencia es una perfección) que el Ser
primero y soberano existC'. Del núsmo modo, no es
necesario que imagine yo ningún triángulo, pero siem-
pre que quiero considerar una figura rectilínea com-
puesta de tres ángulos, es absolutamente necesario que
atribuya á esa figura todo lo que sirve para concluir que
1os tres ángulos no son mayores que dos rectas. Pero
cuando examino las figuras capaces de ser inscritas
en un circulo no es necesario que piense que todas las
figuras de cuatro lados estén en ese caso; no puedo
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRIMERA. 107
imaginarmC' esto en tanto quiera no recibir en mi espí-
ritu más que aquello que purda concebir clara y dis-
tintamrnte. Por consiguiente, hay una gran diferenci:c1
entre suposiciones tan falsas como la anterior, y las
verdaderas ideas nacidas conmigo, de las euales la
primera y principal es Dios.
Reconozco de muy diversos modos, que esta idea
no es algo fingido é inventado, dependiente únicamen-
te de mi pensamiento, sino la imagen de una naturaleza
verdadera é inmutable : porque no puedo concebir más
que un ser Dios, á cuya esencia pertenezca neccsaria-
mentt'. la existencia; porque es imposible concebir dos
ó más Diosrs como él; porque veo claramente: la nece-
sidad dr que haya existido eternamente hasta ahora y
de que exista eternamente en lo futuro; y, en fin, por-
que concibo en Dios muchas otras cosas que es impo-
sible disminuir ó alterar.
Sean cuales sean los argumentos y pruebr,s de que
me sirva, siempre vendré á esta conclusión : que sólo
las cosas que conozco clara y distint? mente tienen
fuerza para persuadirme por completo. Y aunque entre
estas cosas hay más conocidas por todos y otras sólo
por los que las examinan con detenimiento y exactitud.
después de descubierto son todas igualmente ciertas
y evidentes. Por Pjcmplo : rn un triángulo rectángulo
PS más difícil conucC'r, ú primera vista, que el cuadrado
dr la base es ignal á los cuadrados de los otros lados,
que el conocer quf' la hase es opuesto al ángulo mayor;
y, sin embargo, una vez conocidas las dos verdades,
tan clara y distinta es la primera como la segunda. Y
por lo que á Dios se refiere, si un espíritu no estuviera
prevenido por a]gunos prejuicios y mi pensamiento
no se distrajera continuamente por la presencia de las
imágenes de las cosas sensibles, nada conocería ron
tanta prontitud y facilidad como á Dios. ¿ Hay algo
rnás claro y maniflPsto que el pensamiento de que
existe un Dios, un Ser soJwrano y perfecto, de existen-
cia nccrs::i.ria ó eterna, inseparable, por tanto, de la
esencia? Y si para concebir esta verdad hubiera nc•í'('-
Ritado una gran aplicación del espíritu, después de) eon-
rebida la tengo p{1l' lan segura que me parece la más
cierta de todas; es más, la certeza de fas demás <lepen-
108 OBRAS DE DESCARTES
de ella, de tal modo que sin el conocimiento de Dios es
imposible saber nada perfectamente.
V' Es tal mi naturaleza que en cuanto comprendo algu-
na cosa muy clara y distintamente, me apresuro ácreer-
1a verdadera. Sin embargo, soy de tal modo, que no
puedo tener el espíritu ocupado continuamente con
una misma cosa; y no es por eso de Pxtrañar que á
veces juzgue verdadera una cosa, habiendo cesado de
considerar las razones que me obligaban á juzgarla así;
por tanto - si yo ignorara que existe un Dios - es po-
sible que otras razones me hagan variar de opinión.
Por ejemplo : cuando considero la naturaleza del trián-
gulo rectángulo conozco evidentPmentc - soy un
poco versado en la geometría - que sus tres ángulos
son iguales á dos rectas, y me es imposible dejar de
creerlo mientras aplico mi pensamiento á la demostra-
ción; pero en cuanto termino de demostrar la igualdad
de esos ángulos á dos rectas, aunque me acuerde de
ella, puede :..,uceder fácilmente que dude de esa demos-
tración, si ignoro que existe un Dios; porque puedo per-
suadirme de que la naturaleza me ha hecho de tal ma-
nera que me equivoque hasta en las cosas que creo
comprender con más evidencia y certeza, persuasión
fundada en haber afirmado muchas cosas como ver-
daderas, que luego, llevado por otras razones, he juz-
gado falsas.
Pero después de reconocer que existe un Dios, que
todas las cosas dependen de él, y que no puede enga-
ñarme; después de afirmar como consecuencia de lo
anterior, que lo concebido clara y distintamente es
imposible que sea falso - aunque no piense en las
razones que me han hecho calificar de verdadero mi
conocimiento, aunque sólo me acuerde de haberlo
comprendido clara y distintamente, puedo afirmar,
sin tPrnor á que nada me haga dudtlr, qw... rse conoci-
miento es absolutamente cierto; he aquí una ciencia
Yrrdadera y srgura.
Est;:1 misma ciencia se extiende á todas las cosas que
c•n otro tiempo demostré, como las verdades de la
geometría y otras semejantes, porque ¿qué se podrá
nhjdar para obligarioe á poncrl?-s Pn duda f ¿ Qw~ mi
naturaleza está sujeta al error? A eso contesto qui; no
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRIMERA im)
me equivoco en los juicios cuyas razones conozco cla-
remente. ¿Que en otro tiempo he i~stimado muchas
cosas como verdaderas )' ciertas y después he recono-
cido que eran falsas? Es que no había conocido clara
y distintamente ninguna de esas cosas, y - no sabien-
do esta regla que me asegura de la verdad - concebí
razones menos fuertes de lo que imaginé en un prin-
cipio. ¿Qué más se me podrá objetc1r? ¿Que t¿:i} vez
duermo (como yo mismo me he objetado) ó que mis
pensamientos actuales no 1icnrn más realidad que los
sueños? Pues bien, aun cuando duerma, todo lo que
se presenta á mi espíritu con evidencia, f'S ahsoluta-
rnentP v( rdudero.
1
Y así, reconozco con toda claridad qm' la certrza y
]a verdad de la ciencia, df-'1wndc del conocimiento del
verdadero Dios; de suertf! que antes de conocerle,
yo no podía saber perfectamente ninguna cosa. Ahora
que conozco á Dios tengo el medio de adquirir una cien-
cia perfecta relativa á infinidad dé cosas tanto á las
que están en El, como á las que pertenecen á la natu-
raleza corporal en tanto puede servir de objeto á las
demostraciones de los geómetras, los cuales no la con-
sideran desde el punto de vista de su existencia.
MEDITACIÓ:'i" SEXTA
DE LA EXISTENCIA DE LAS COSAS MATERIALES Y DE LA
DISTINCIÓN REAL ENTRE EL ALMA Y EL CUERPO
DEL HOMBRE.
Lo único que me queda pf1r exa1ninar es la existrn-
cia de las cosas materiales. Por lo nwnos sé que puede
haberlas, en tanto se consi<lerrn como objeto de las
demostraciones geométricas, porque <le esta manera
las concibo muy clara y distintamente.
7
110 OBRAS DE DESCARTES
'· Es indudable que Dios tiene el poder de producir to-
das las cosas que soy capaz de concebir con distinción•
nunca he creído que le fuera imposible hacC'r a1gun~
cosa, aunque yo encontrara contradicción en ella al
tratar de concebirla. Además la facultad de imaginar
que existe f'Il mi y de la que mt~ sirvo - como me dicta
la experiencia - cuando me aplico á la consideración
de las rosas materiales, es capaz de persuadirme de su
exio;tenr.ia, porque la imaginación no es más que una
aplicación de la facultad que conoce al cuerpo que le
es íntimamente presente y qué, por tanto, existe.
Para aclarar estas ideas, observo, en primer término,
la diferPnda existente entre la imaginación y IR _pura
intrlección ó concepción. Por ejemplo : cuando ima-
gino un triángulo no sólo concibo que es una figura
compuesta de tres líneas, sino que contemplo estas tres
líneas como presentes, por la fuerza y aplicación in-
terior de mi espíritu; á esto llamo propiamente ima-
ginar. Si quiero pensar en un kiliógono concibo bien
que es una figura compuesta de mil lados, tan fácil-
mentecomo que un triángulo es una figura compuesta de
tres; pero me es imposible imaginar los mil lados del
kiliógono como imagino los tres del triángulo, porque
no puedo considerarlos como presentes con los ojos de
mi espiritu. Y aunque, siguiendo 1a costumbre que
tengo de servirme de la imaginación cuando pienso en
las cosas corporales, al concebir un kiliógono me re-
presento confnsamrnte una figura, es e-Yidente que esa
figura no es un kiliógono, puesto que no difiere de la
que me representaría si yo pensara en un miriágono 6
en cualquier otra figura de muchos lados, y no sirve en
modo alguno para descubrir las propiedades que dife-
rencian el kiliógono de todos los dPmás polígonos. Si se
trata de considerar un pentágono, puedo concehir su
figura también como la de un kiliógono, sin el auxilio
de la imaginación; pero la puedo también imaginar
aplicando la atención de un espíritu á cada uno de sus
cmco lados y el aire ó espacio que encierran.
\..-Conozco, pues, claramente, que necesito para ima-
ginar una particular contención de espíritu que no
necesito para concebir 6 entender. Esta particular
contención muestra evidentemente la diferencia que
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRIMERA 111
existe entre la imaginación y la intf'lección ó concep-
ción pura.
Observo, además, que esta virtud de imaginar, eP
cuanto difiere del poder de concebir, no es necesaria á
mi naturaleza ó á mi esencia, es decir, á 1a esencia do
mi espíritu, porque aun cuando no la tuviera seria el
mismo que ahora soy; de donde podemos concluir, que
depende de alguna cosa que difiere de un espiritu. Y
yo concibo fácilmente qur si existe n1gún cuerpo con-
junto y ruido á mí espíritu de tal modo que éste se
aplique á considerarle siempre que quiera, por ese
medio puede imaginar las cosas corp6rales; de suerte
que esta manera de pensar difiere solamente de la pura
intelección en que el espíritu concibiendo vuelve en
cierto modo sobro sí y considero alguna de las ideas que
tiene; é imaginando se vuelve al cuerpo y considero
en él alguna cosa conforme con la idea que ha formando
6 recibido por los sentidos. Concibo que la imaginación
consiste en lo que acabo de decir, si es verdad que hay
cuerpos; y porqué no puedo encontrar ninguna otra
vía para explicar en qué consiste, conjeturo probable-
mente que los hay, sólo probablemente. Aunque exa-
mino cuidadosamente todas las cosas no encuentro que,
de esa idea distinta de la naturaleza corporal que llevo
en mi imaginación, pueda sacar algún argumento para
concluir con necesidad la existencia de un cuerpo.
Estoy acostumbrado á imaginar muchas otras
cosas, además de esta naturaleza corporal que cons-
tituye el objeto de la geometría, á saber, los colores,
los sonidos, los sabores, la dulzura y otras cosas seme-
jantes; y en tanto percibo estas cosas mucho mejor
por los sentidos - por cuyo intermedio y por el de la
memoria parecen llegar á mi imaginación - creo que
para examinarlas bien es convenirntc que conozca al
mismo tiempo lo que es sentir, y que vea si de estas
ideas que recibo en mi espíritu por esa manera de pen-
sar que yo llamo sentir, puedosacaralgunapruebacicr-
ta de la existencia de las cosa corporales.
En primer término, traeré á mi memoria las cosas
que recibidas por los sentidos, tenía en otro tiempo por
verdaderas, y el fundélmento en que se apoyaba mi
creencia; después, examinaré las razones que me han
112 OBRAS DE D~SCART~S
obligado á ponerlas en duda; y, finalmente-, consideraré
lo que debo creer ahora.
Primeramente, he sentido que yo tenía cabeza, ma-
nos, pies y los demás miembros de que se rompone
este cuerpo que consideraba como una parte de mí
mismo ó tal vez como el todo; he sentido también que-
mi cuerpo estaba colocado entre murhos otros de los
f•ualcs recibía comodidades é incomodidadrs; y obser-
vaba estas comodidades por cierta sensarión de pla-
cer ó voluptuosidad, y las incomodidades por una sen-
sación de dolor. Además de este placer y dolor sen-
tía en mí el hambre, la sed y otros apetitos semejan-
tes, así como ciertas inclinaciones corporales á la ale-
gría, á la tristeza, á la cólera y á otras pasiones. Y en
el exterior, aparte la extensión, las figuras, los movi-
mirntos de los cuerpos, observaba en ellos dureza, ca•
lor y todas 1~s propiedades que se perciben por el
tacto; notaba luz, colores, olores, sabores y sonidos,
cuya variedad me proporcionaba medio de distinguir
el rielo, la tierra, Pl mDr y, en general, unos cuerpos de
otros.
Considerando las ideas de í'stas cualidades que se
presentaban á mi prnsamiento y que yo sentía propia
! inmediatamente, no sin razón creía sentir rosas por
:omplrto difnentes de mi pensamiento, á saber, los
cuerpos de donde esos ideas procedían; porque yo
experimentaba que se presentaban sin mi consenti-
miento, de suerte que aunque quisi,,ra yo no podía
st'ntir ningún objeto si éste no se cnt"ontraha presente
el órgano dr uno de mis sentidos; y no podía dejar de
sentirlo si se hallaba presente. Y como las ideas que yo
recibfo ror los sentidos eran mucho más vivas, expre-
sivas y, en cirrto modo, más distint.is que algunas dt'
las que imaginaba meditando ó encontraba impresas
en mi memoria, me parecía que es imposible que proce-
dieran de mi Pspíritu; era necesario, pues, que fueran
causadas en mí por otras cosas. No h niendo de éstas
1
más conocimiento que el que me daban fos mismas
ideas, supuse que las cosas eran semejantes á las ideas
que causaban. Como me acordaba de que me había
servido más bien de los sentidos que de la razón, y
reconocía que las ideas que yo mismo formaba no
MEDITACIONES SOBRt: LA PILU~OFÍA PRIMERA 113
eran tan expresas como las que recibia por los sentidos,
y en ocasiones estaban compuestas por partes de estes
últimas, mr persuadía fácilmente de que no existía en
mi espíritu ninguna idea que no hubiera pasado antes
por mis sentidos. Y o creia - y no sin razón - que este
cuerpo, al que llamaba mío, me pertenecía más propia
y estrechamf'nte que otro cualquiera, porqU(~ de él no
oodia separarme como de los demás, sentía en él y por
él todos mis apetitos y afecciones, y era yo conmovido
en sus partes y no en las de otros cuerpos separados de
él, por las sensaciones de placer y dolor. Pero cuando
trataba de saber porqué á una sensación de dolor sigue
la tristeza en el rspíritu, y porqué de la sensación de
placer nace la alegría, ó la causa de que una emoción
del estómago, que yo llamo hambre, produzca deseo
de comer, y la sequedad de la gargantél, de bchcr, no
podía dar ninguna razón como no fuera la dt! que así
nos lo enseñaba Ja naturaleza; -porque ninguna afi-
nidad ni relar:ión que yo pueda comprender, existe
entre esa emoción del estómago y el deseo de comer.
entre 1a sensación de la eosa que causa el dolor y el
pensamiento de tristeza á que da origen la sensación.
Y de la misma manera, mr parecía que había apren-
dido de la naturaleza todas Jas demás cosas que yo
juzgaba relativas á los objetos de mis sent.idos; porque
observaba que Jos juicios que sobre estos objetos tenía
costumbre de hacer, se formaban en mí antes de que
hubirra tenido tiempo de pesar y considl'l'al' algunas
razones que podían obligarme á hacerlos.
Pero después ha ido disipándose poco á poco la
,:onfianza que otorgaba á mis sentidos, porque he ob-
servado que torres redondas desde lejos, eran cuadra-
das desde cerca, y colosos elevados en lo alto de estas
torres, me parecían estatuitas, miradas desde abajo;
en una infinidad de casos he encontrado erróneos los
juicios fundados en los sentidos externos, y aun los
fundados en ]os sentidos internos. ¿ Hay cosa más inti-
ma é interior que el dolor? Pues yo he oído á personas
á las que habían cortado los brazos ó las piernas, que les
parecia sentir dolor en la parte que les faltaba; lo cual
me inducía á pPnsar que no podía estar seguro de tener
mal en ningún miembro, aunque sintiera algún dolor.
OBRAS DE DESCARTES
Á estas razones de duda, he añadido después otras
dos muy generales : la primera, que todo lo que he
crrido sentir estando drspierto, puedo creer que lo
siento de igual modo estando dormido; y como no
pienso que las cosas que me parece sentir cuando duer-
mo proceden de objetos exteriores, no veo porqué he de
pensar lo contrario tratándose de las cosas que me
parece sentir cuando estoy despierto. La segunda con-
siste en que no conociendo, 6 mejor dicho, fingiendo no
conocer al autor de mi ser, no veía nada que impidiera
que yo hubiera sido hecho por la naturaleza, de tal
modo que me equivocara hasta en las cosas que me
parecieran más "erdaderas.
Las razones que antes me habían persuadido de la
verdad de las cosas sensibles, ya no tenían para mí nin-
guna significación; porque, llevándome la naturaleza
á cosas de que me desviaba la razón, no creía que debía
confiarme en las enseñanzas de esa naturaleza. Y aun-
que las ideas que recibo por los sentidos, no dcprnden
de mi voluntad, no concluía por esto que procedían de
cosas diferentes de mi, porque tal vez existía en mi ser
alguna causa que yo desconocía, que era la causa de
ellas y las producía.
Pero ahora que comienzo á conocerme mejor y á
descubrir al autor de mi origen, pienso que no debo
admitir temerariamente todas las cosas que los senti-
dos parecen enseñarnos, ni debo tampoco ponerlas en
duda. ~
Como todas las cosas que concibo clara y distinta-
mente pueden ser producidas por Dios de la misma
manera que las concibo, basta que yo pueda concebir
con claridad y distinción una cosa sin otra para estar
cierto de que son diferentes, porque es posible separar-
las, sino al hombre, á la omnipotencia de Dios; no
importa cuál sea el poder que las separe, para estar
obligado á juzgarlas como diferentes. Partiendo de que
conozco con certeza que existo, y, sin embargo, no
observo que ninguna otra cosa pertenezca necesaria-
mente á mi naturaleza ó esencia, concluyo que ésta
consiste en que soy una cosa que piensa, 6 una subs-
tancia cuya esencia ó naturaleza es el pensar. Y aun
cuando tengo un cuerpo al cual estoy estrechamente
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRIMERA 115
unido, como por una parte poseo una clara y distinta
idea de mí mismo 1 en tanto soy solamente una cosa que
piensa y carece de extensión, y por otra tengo una idea
distinta del cuerpo en tanto es solamente una cosa
extensa y que no piensa - es evidente que yo, mi
alma, por la cual soy lo que soy, es completa y ver-
daderamente distinta de mi cuerpo, y puede ser ó
existir sin él.
Además, encuentro en mi diversas facultades de
pensar que tienen, cada una, su marn~ra particular :
por ejemplo, hay en mi ser las facultades de imagi-
nar y sentir, sin las cuales puedo concebirme por entero
clara y distintamente, pero no reciprocamentc ellas
sin mí, sin una substancia inteligente á que pertenez-
can ó vayan adheridas; porque en la noción que tene-
mos dA estas farultfldes, ó para servirme de los térmi-
nos de las escuelas, en su concepto formal, encierran
algunas clases de intelección : de donde concluyo que
son distintas de mí como los modos, de las cosas. Co-
nozco también otras facultades como la dP cambiar de
lugar, adoptar diversas situaciones, y algunas seme-
jantes, que no pueden concebirse, como las anteriores
sin alguna substancia á que pertenezcan y vayan como
adheridas; es evidente que estas facultadrs - si es
cierto que existen -deben pertenecerá alguna substan-
cia corporal ó extensa, y no á una substancia inteli-
gente, puesto que en su concepto claro y distinto está
contemdo alguna especie de extensión, pero no de inte-
ligencia. Además no puedo dudar de que hay en mí
cierta facultad pasiva de sentir, de recibir y reconocer
las ideas de las cosas sensibles; pero me sería inútil
si no hubiera también en mí, ó en alguna otra cosa,
una facultad activa, capaz de formar y producir estas
idras. Tal facult::•d no existe en mí, en tanto no soy
más que una cosa que piensa, porque ella no presupone
mi prnsamicnto y aquellas ideas me son representa-
das sin que yo contribuya á ello y á veces contra mi
voluntad; es preciso, pues, que exista en alguna subs-
tanci? diferente de mi, en la cual toda la realidad, que
reside objetivamente en las ideas que son producidas
por esta facultad, esté contenida formal ó eminente~
mente; esa substancia es un cuerpo, una naturaleza
116 OBRAS DE D.EdCARTES
corporal, en la que se contiPne formalmente y en efecto
lo que existe objetivamente y por representación en las
ideas, ó es Dios mismo, ó alguna otra criatura, más
noble que el cuerpo en }¡) que aquello mismo está con-
tenido eminentemente. Si Dios no me engaña, es evi-
dente que no me cnYía esas ideas inmediatamente por
sí mismo, ni por el intermedio de alguna criatura en
la cual su realidad no sea conocida formalmente, sino
sólo eminentemente. No habiéndome dado ninguna
facultad para hacerme conocer que €'sto sea así, y
habiendo puesto en mí una gran inclinación á creer que
estas ideas proceden de las cosas corporales, no veo có-
mo se le podria excusar de su engaño si esas ideas pro-
cedieran de otra causa; es preciso. pues, conc1uir que
hay cosas corpor~les existentes. Sin embargo, no son
Pnteramente tal como las percibimos por los sentidos,
porque hay cosas que hacen esta percepción obscura
y confusa; pero todas las cosas que yo concibo c]ara y
distintamente, es decir, todas las cosas comprendidas,
hablando en general, en el objeto de la Geometría
especulativa, existen verdaderamente.
Por lo que respecta á otras cosas, que son solamente
particulares, por ejemplo, que el sol es de tal tamaño ó
de tal figura; ó son concebidas menos clara y distinta-
mente, como Ia luz, el sonido, el dolor y otras seme-
jantes, es cierto que aun siendo dudosas y obscuras,
tenemos los medios de conocerlas con evidencia; por-
que Dios no me Pngaña, y, por consiguiente, no permite
que pueda haber alguna falsedad en mis opiniones,
careciendo vo de una facultad para corregirla. Es indu-
dable que eñ todo lo que enseña la naturaleza, hay algo
de V"rdad; porque por la naturaleza, considerada en
general, no entiendo otra cosa sino Dios mismo, ó
mejor, el orden y la disposición que Dios ha estable-
cido en las cosas creadas; y por mi naturaleza, en par-
ticular, entiendo la complexión 6 conjunto de Jas cosas
que Dios me ha dado.
Esta naturaleza no puede enseñarme ciertas cosas
más expresa y sensiblemente que Jo hace; me enseña
que tengo un cuerpo en mala disposición, cuando sien-
to dolor; que necesito comer ó beber, cuando experi-
mento las sensaciones del hambre ó de la sed, cte. Por
MEDITACI01'ES SOBRE L.\. FILOSOFIA PRIMERA 117
tanto, no debo dudar de que en todo esto hay alguna
verdad. La naturaleza me enseña también por esas
sensaciones de dolor, hamore, sed, etc, que no sólo ha-
bito mi cuerpo sino que estoy unido á él tan estrecha-
mente y de tal modo confundido y mezclado con mi
cuerpo que componemos un todo. Si así no fuer.a,
cuando mi cuerpo está herido, no sentiría yo dolor,
puesto que soy una cosa que piensa, y percibiría la
herida únicamente por el entendimiento, como el pilo-
to percibe por la vista el desperfecto de su barco;
<mando mi cuerpo nrcesita comer ó beber, me limita-
ría á conocerlo simplemente, hasta sin ser advertido
por las confusas sensaciones del hambre y de la sed,
porque estas sensaciones no son, en efecto, más que
ciertas maneras confusas de pensar, que dependen y
provienen de la unión y como mezcla del espíritu y el
cuerpo.
Además de eso, la naturaleza me enseña que otros
muchos cuerpos existen alrededor de mí y que debo
huir de unos y perseguir á otros, De las diferentes cla-
ses que percibo de colores, olores, sabores, sonidos
calor, dureza, etc., concluyo que hay en los cuerpos de
donde proceden estas diversas percepciones de los
sentidos, algunas variedades que están en armonía con
aquellas diforcntes clases do colores, olores, et.o.; y
romo de esas diversas percepciones, unas me son agra-
dables y desagradables las otras, no hay duda de que
mi cuerpo, ó yo completo, en tanto estoy compuesto de
f'uerpo y alma, puedo recibir diversas comodidades ó
incomodidades de los cuerpos que me rodean,
Pero hay otras cosas que parece me ha enseñado la
naturaleza, y lejos de ser asi, se han introducido en mi
espíritu por cierta costumbre que tengo de juzgar in-
consideradamente las cosas, y por eso suele ocurrir qu8
contengan alguna falsedad; por ejemplo : <·uando en el
espacio no hay objeto alguno que se mueva é impresio-
ne mis sentidos, formo la opinión de que está vacío;
creo que en un cuerpo caliente, hay algo semejante á la
idea del calor que existe en mí; que en un cuerpo blan-
co ó negro, hay la misma blancura ó negrura que siento;
que en un cuerpo amargo ó dulce, hay el mismo gusto
ó el mismo sabor; que los astros, las torres y demás
7.
118 OBRAS DE DESCARTES
cuerpos lejanos son del t2maño y figura que represen-
tan vistos á distancia, etc.
Con objeto de que no exista algo que yo no conciba
distintamt>ntc, debo definir con precisión ]o que entien-
do propiamente cuando digo que la naturaleza me
enseña alguna cosa. Tomo aquí la naturaleza en una
significación más restringida que cuando la llamo con-
junto ó complt~xión de todas las cosas que Dios me ha
dado; esta complexión ó conjunto comprrndc muchas
cosas que no pertenecen más que al espíritu, de las
cuales no hablo al referirme aquí á la naturaleza; -por
ejemplo : la noción que tengo de que lo que ha ~ndo
hecho no puede no haber sido hecho, y otras muchas
que conozco por la luz natural, sin la ayuda del cuerpo.
La naturaleza considerada como complexión ó con-
junto de las cosas que Dios me ha dado, comprende
también otras cosas que no se refieren más que al
cuerpo, y que no comprendemos aquí al hablar de la
naturaleza, por ejemplo: la cualidad del cuerpo de ser
pesado. Cuando digo que la naturah~za me enseña, me
refiero solamente á las cosas que Dios me ha dado como
compuesto de espíritu y cuerpo.
Esta natura]¡:.za me enseña á huir de lo que mr causa
sensación de dolor, y me lleva á las cosas que me pro-
ducen sensación de placer; pero de esas diversas per-
cepciones de los sentidos, nada dL bemos concluir rela-
1
tivamente á las cosas que están funa de nosotros, sin
que el espíritu las haya examinado cuidadosamente,
porque el conocer la verdad de estas cosas corresponde
sólo al espíritu, y no al compuesto de espíritu y cuerpo.
Así, aunqw) una i:strclla no produzca en mis ojos más
impresión que la llama de una vela, no hay en mí nin-
guna facultad real ó natural que me induzca á creer que
aquella no es más grande que esta llama, y, sin embar-
go he creído que si en mis primeros años, sin ningún fun-
damento razonable. Aproximando la mano á la llama
siento calor, y si la aproximo demasiado siento dolor,
y no obstante no existe razón alguna que pueda per-
suadirme de que hay en el fuego de la llama algo seme-
jante á ese calor y á ese dolor; solamente yo tengo ra-
zón para creer que hay una cosa en la llama, que excita
en mí las sensaciones de calor y dolor. Si en un espacio no
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRIMERA 119
encuentro nada que se mueva y excite mis sentidos, no
debo afirmar que ese espacio no contiene ningún cuer-
po, en este y en otros muchos ejemplos parecidos acos-
tumbro á pervertir y confundir el orden natural, por-
que no habiendo sido puestas en mí tales sensaciones y
percepciones más que para significará mi esvíritu las
cosas convenientes ó perjudiciales al compuesto de que
forma parte, me sirvo de ellas como si fueran reglas
muy ciertas para conocer inmediatamente la r,sencia y
naturafoza de los cuerpos exteriores; y sólo me dan
nociones sumamente confusas y obscuras.
Ya he examinado en otro lugsr cómo, á püsar de la
soberana bondad de Dios, existe falsedad en los jui-
cios que formamos del modo indicado. Una dificultad
se presenta todavía, relativa á las cosas que según la
naturaleza debo seguir ó evitar, y álas sensaciones inte-
riores que esus cosas suscitan; porque me parece que he
observado algún error en esas enseñanzas naturales, y
hasta he sido directamente engañado por la natura-
leza. Por ejemplo : el gusto agradable de una vianda,
en la cual haya veneno, puede invitarme á tomar el
veneno, y de este modo engañarme. Cfaro es que la
naturaleza tiene excusa en este caso, porque ella me
lleva á desear la vianda en que se encuentra un sabor
agradable, y no á desear el veneno, que le es des•
conocido; de aquí no debo concluir sino que mi natu•
raleza no conoce entera v universalmente las cosas. No
hay que extrañarse de rillo puesto que, siendo el hom-
bre una naturaleza finita, su conocimiento es do una
perfección limitada.
Pero nos equivocamos con bastante frecuencia en las
cosas á que no nos inclina directamente la naturaleza,
como ocurre á los enfermos cuando desean comer 6
beber cosas que les pueden prrjudicnr. Se dirá, tal vez,
qur la causa de su equivocación es que su naturaleza
está corrompida; pero esto no es razón porque un hom•
brc enfermo es también una rriatura de Dios, tanto
como un hombre en plena sf!lud, y repugna á la divina
bondad que tenga una n,1turalt1za que esté obscurecida
irremisiblemente por el error. Así romo un reloj, com-
puesto de ruedas, y contranesos, no observa menos
exactamente todas las leyes de la naturaleza cuando
t20 OBRAS DE DESCARTES
está mal hecho y no marca bien las horas, que cuando
satisface por entero el deseo del obrero; del mismo
modo, si yo considero el cuerpo del hombre como una
máquina compuesta de huesos, nervios, músculos,
venas, sangre y piel, que no dejara de moverse como lo
hace cuando no se mueve por la dirección de la volun-
tad ó por el auxilio del espíritu sino por la sola dispo-
sición dr los órganos, reconozco que tan natural como
~s que el hombre beba vuando tiene la garganta seca,
aunque no sea inclinado á la bebida, lo es que el hidró-
pico, para no sufrir esa sequedad de la garganta, esté
dispuesto á movn sus nen·ios y las demás partes de su
cuerpo en la forma requerida para beber, aum('ntando
así su mal y perjudicando su salud gravemente. Y
aunque, fijándome en el uso á que el obrero ha destinado
su reloj, pueda decir que se aparta de su naturaleza,
cuando no marca bien las horas; y aunque de la misma
manera, considerando la máquina del cuerpo humano
como formada por Dios para tener en sí los movimien-
tos propios del hombre, pueda pensar que no sigue el
orden de su naturaleza cuando su garganta está seca y
el beber daña á la salud - reconozco, sin embargo, que
este modo de explicar la naturaleza es muy diferente
del otro porque éste no es más que cierta denominación
exterior, que depende enteramente de mi pensamiento,
que compara un hombre enfermo y un reloj mal hecho
con la idea que tengo de un hombre sano y un reloj bien
hecho, la cual nada significa que se encuentre efectiva-
mente en la cosa de que se dice; en cambio, por el otro
modo de explicar la naturaleza, entiendo algo que se
encuentra verdaderamente en las cosas, y por tanto
tiene alguna realidad. Aunque sea una denominación
exterior el afirmar respecto á un cuerpo hidrópico, que
su naturaleza está corrompida cuando sin necesidad
de beber tiene la garganta seca, con respecto al com-
puesto, es decir, el alma ó espíritu unido al cuerpo, no
no es una pura denominación sino un verdadero
error de naturaleza, puesto que el hidrópico tiene sed
cuando el beber le es perjudicial. Hemos de examinar,
por tanto, cómo la bondad de Dios no impide que
la naturaleza dd hombre se equivoque de una manera
tan nociva para él,
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRIMERA 121
Para comenzar rste examen he de observar, ante todo,
que existe una gran diferencia entre el espíritu y el
cuerpo, porque aquel es indivisible y este divisible. Con
efecto, cuando me considero en tanto no soy más que
una cosa que piensa, no puedo distinguir en mi partes;
antes bien, conozco que soy una cosa absolutamente
una y entera; y aunque todo el espiritu parece unido
al cuerpo, cuando un pie, un brazo, cualquier otro
miembro es separado del cuerpo conozco perfecta-
mente que mi espíritu no pierde nada; las facultades
de querer, sentir, concebir, etc., no deben llamarse
partes, porque es el espíritu todo entero el que quiere,
siente, concibe, rte. En las cosas corporales ó extensas
ocurre todo lo contrario; Ja más pequeña, purde ser
dividida por mi espíritu en multitud de partes con la
mayor facilidad. Esto debiera enseñarme que el espl-
ritu ó el alma del hombre es enteramente diferente del
cuerpo.
Observo también que el espíritu no recibe inmedia-
tamente la impresión de todas las partes d0l cuerpo,
sino sólo del cerebro ó tal vez de una de sus más peque-
ñas portes, de aquella en que secjercitalafacultadlla-
mada sentido común, la cual siempre que está dispues-
ta de la misma manera hace sentir lo mismo en el
espíritu, aunque las demás partes del cuerpo puedan
estar diversamente dispuestas, como lo atestiguan
infinidad de experiencias que no es necesario referir
aquí.
Observo, además, que es tal la naturaleza del
cuerpo, que ninguna dé sus µartes puede ser movida
por otra un poco lejana, sino lo puede ser también por
cada una de las partes que están entre las dos, aunque
la más lejana permanezca inactiva. Por ejemµlo en la
cuerda A B C D, si se tira y mueve la última parte D,
la primera A se moYerá como si se tir2ra de una de las
partes medias B ó C, aun permaneciendo inmóvil la
última. De la misma manera, cuando siento dolor en el
pie, la física me enseña que esta sensación se comunica
por medio de los 1wn ios dispersos en el pie que, exten-
diéndose desde éste hasta el cerebro, cuando son pues-
tos en tensión por la parte del pie, el movimiento sube
al cerebro por toda la longitud del nervio y allí excita
122 OBRAS DE DESCA.RTES
el movimiento instituido por la naturaleza para hacer
sentir el dolor en el espiritu como si estuviera en el pie;
pero para que los nervios se extiendan desde d pie has-
ta el rcrebro, han de pasar por la pierna, muslo, cos-
tado, espalda y cuel1o; y puede ocurrir que las extrf'-
midadrR de los nervios que están en el pie no sean
impresionadas, sino algunas de sus partes que pasan
por el costado 6 por el cuello; y e-sto, no obstante, excita
los mismos movnnientos en el cerebro, que podrían ser
excitados por una herida recibida en el pie, oor lo cual
será nrcesario que el espíritu sienta en el pie el mismo
dolor que si hubiera recibido una herida. De modo
sem0jantr rs preciso juzgar <lL las dE:más percepciones
de nuestros se:ntidos.
Finalmenti;, si cada uno de los movimientos que se
producen en la parte del cerebro en que el espíritu
recibe inmediatamente la impresión, no Ir hace expe-
rimentar más que una sola sensación, no se puede desear
ni imaginar nada mejor, sino que ese movimiento haga
sentir al t'spíritu, entre todas las sensaciones que es
car.az de causar, la más propia y más ordinariamente
útil á la conservación de] cuerpo humano, cuando la
salud es perfecta; la experiencia nos muestra que todas
las sensaciones qu0 la naturaleza nos ha dado son como
acabo dr decir; por tanto, nada se encuentra en ellas
que no atcstigue el poder y la hondad de Dios.
Por ejemplo, cuando los nerYios del pie son movidos
fuertemente y más, que de ordinario, su movimiento
pasando por la médula llrga al cerebro y produce en el
espíritu una impresión que le hace sentir alguna cosa,
dolor, como en el pie, y así el espiritu queda advertido
é inclinado á realizar lo q_ue pueda para rechazar la
causa como peligrosa y perJudicial al pie. Cierto es que
Dios fodía haber establecido la naturaleza del hombre
de ta suerte que ese mismo movimiento en el cc-rebro
hicie:ra sentir otra cosa en el espíritu, por ejemplo: que
se hiciera sentir por sí mismo, estando en el cerebro,
estando en el pie, ó en algún otro sitio entre el pie y el
cerebro. Cuando necesitamos beber, de esta necesidad
nace cierta sequedad en la garganta, que mueve los
nervios, y por medio de éstos, las partes interiores del
cerebro; este movimiento produce en el espíritu la
MEDITACIONES SOBRE LA FILOSOFÍA PRIMERA 123
sensación de la sed, porque en esta ocasión nada nos es
más útil que el saber que necesitamos beber para la
conservación de nuestra salud.
Á pesar de la soberana bondad de Dios, es induda-
ble que la naturaleza del hombre en cuanto está com-
puf'sta de espíritu y cuerpo, es, en ocasiones, engañosa.
Si hay alguna causa que excita, no en el pie sino en
una parte del nervio que va desde aquel hasta el cere-
bro mismo, el movimiento que se produce ordinaria-
mente cuando el pie se halla en mala disposición, Sf'
sentirá dolor si fuera en el pie, y el sentido habrá su-
frido una equivocación natural; porque no pudiendo
causar un mismo movimiento en el cerebro más que
una misma sensación en el espíritu, y siendo, por lo
general, excitada esta sensación por una causa qlie hie-
re el pie, es más razonable que vaya al espiritu el dolor
del pie qne el de otra cualquier parte del cuerpo. Si á
veces sucede que la sequf'dad de la garganta no pro-
cede de la necesidad de beber para la salud del cuerpo
sino de oLra causa contraria, como ocurre á los hidró-
picos, es, sin embargo, mucho mejor qur: engañt.: en este
caso, y no cuando el cuerpo csLá con plena salud y en
exce10nte disposición.
Esta consideración me sin'e no sólo para reconocer
los errores á que está somPtida mi naturaleza, sino pa-
ra evitarlos y corregirlos con mayor facilidad : por-
que sabiendo que mis sentidos me significan más fre-
cuentt'mentc lo verdadero que lo falso en las ensas rela-
tivas á las comodidades é incomodidades del cuerpo;
pudiéndome servir de vt1rios de ellos para examinar
una misma cosa; y siendo posible usar la memoria,
para unir y enlazar los conorimientos presentes á los
pasados, y el entendimiento, que ha descubierto ya las
causas de mis errores, no debo temer en adelante que
se encuentre falsedad en las cosas más ordinariamente
representadas por mis sentidos.
Debo rechazar las dudas de estos días pasados, como
imperbólicas y ridículas, partirularmente esa inseguri-
dad tan general relativa al surño qur no podía distin-
guir de la vigilia; porque encuentro una diferencia
muy grandP : nuestra memoria no puede cnlawr unos
sueños con otros ni con el resto de la vida, y en cam•
124 OBRAS DE DESCARTES
bio puede enlazar las cosas que nos ocurren estando
despiertos. Con efecto, si estando despierto, se me
apareciera alguno de repente y desapareciera en se-
guida, como las imágenes en el sueño, de modo que yo
no -pudiera enterarme de dónde , enía ese hombre ni
adónde iba, con razón le crc('ria un espectro ó un fan-
tasma formado en mi cerebro, semejante á los que en
él se forman cuando duermo, y no un hombre como
los que vemos todos los días. Pero cuando percibo
cosas que conozco distintamente, el lugar de donde pro-
ceden, el lugar en que están, d tiempo en que se me
presentan y, sin ninguna interrupción, puedo enlazar
la sensación que me han producido con los demás acon-
tecimientos de mi vida, t-,stoy completamente seguro
de que no duermo y de que conozco distintamente los
objetos. No debo, en modo alguno, dudar de la verdad
de esas cosas, si después de percibidas por todos los
sentidos, con el vuxilio de la memoria y del entendi-
miento, no existe ninguna contradicción entre los datos
aportados por estos medios de nuestro conocimiento.
S1 Dios no nos engaña, no soy engañado; pero como
la necrsidad de los asuntos prácticos obliga á deter-
minarse antes de haberlos examinado cuidadosamen-
te, es preciso confesar que la vid.a del hombre está
sujeta á muchos errores en las cosas particulares. Es
necesario reconocer la flaqueza y debilidad de nuestra
naturaleza.