La tópica de lo imaginario
En el hilo de nuestro discurso han surgido algunos problemas relacionados con el lugar de lo
imaginario en la estructura simbólica, la charla de hoy puede reivindicar este título.
El juego que les presento muestra de modo reducido esos tres grandes términos que ya
tuvimos la oportunidad de introducir: lo imaginario, lo simbólico y lo real.
Nada puede comprenderse de la técnica y la experiencia freudianas sin estos tres sistemas de
referencia. Cuando se emplean estas distinciones muchas dificultades se justifican y aclaran.
Cuántas veces advertía cuando me dicen: creí entender que él quería decir esto o aquello. Les
advertí que una de las cosas que más debemos evitar es precisamente comprender
demasiado, comprender más que lo que hay en el discurso del sujeto. No es lo mismo
interpretar que imaginar comprender. Es exactamente lo contrario e incluso diría que las
puertas de la comprensión analítica se abren en base a un cierto rechazo de la comprensión.
Entonces todo el problema reside en la articulación de lo simbólico y lo imaginario en la
constitución de lo real.
Para tratar de aclararle un poco las cosas he elaborado un pequeño modelo sucedáneo del
estadio del espejo. Ya he señalado que el estadio del espejo no es simplemente un momento
del desarrollo sino que cumple también una función ejemplar porque nos revela alguna de las
relaciones del sujeto con su imagen. Este estadio del espejo tiene una presentación óptica que
no podemos negar. Por lo tanto, y esto no es casualidad, vamos a valernos de ciertas ciencias
nacientes como la óptica.
Al igual que Freud tomó en el modelo que presenta en la interpretación de los sueños ese
famoso esquema, del mismo modo me voy a valer de lo que voy a presentar.
Vamos a presentar hoy un aparato de óptica. Esta curiosa ciencia que intenta producir
mediante aparatos esa cosa singular llamada imágenes y que a diferencia de otras ciencias no
pretenden efectuar recortes y disecciones de la anatomía de la naturaleza.
Las imágenes ópticas presentan variedades singulares; algunas son puramente subjetivas, son
llamadas virtuales; otras son reales, es decir que se comportan en ciertos aspectos como
objetos y pueden ser considerados como tales. Pero aún más peculiar podemos producir
imágenes virtuales de esos objetos que son las imágenes reales. En este caso el objeto que es
la imagen real recibe, con justa razón, el nombre de objeto virtual.
Todavía y algo más sorprendente, y es que la óptica se apoya en una teoría matemática sin la
cual es absolutamente imposible estructurarla. Para que sea óptica es preciso que a cada
punto dado en el espacio real le corresponde un punto en otro espacio que es el espacio
imaginario. Es esta la hipótesis estructural fundamental.
Así también espacio real y espacio imaginario se confunden. Esto no impide que deban
pensarse como diferentes. En materia de óptica encontramos muchas oportunidades para
entrenarnos en ciertas distinciones que muestran hasta qué punto es importante el resorte
simbólico en la manifestación de un fenómeno.
La experiencia del ramillete invertido. En ese momento, mientras no ven el ramillete real que
está oculto verán aparecer, si están en el campo adecuado, un curioso ramillete imaginario
que se forma justamente en el cuello del florero. Como sus ojos deben desplazarse
linealmente en el mismo plano tendrán una sensación de realidad sintiendo al mismo tiempo
que hay algo extraño confuso porque los rayos no se cruzan bien.
En este apoyo que nos resultará de gran utilidad, tomamos un esquema, que no pretende
abordar nada que tenga una relación sustancial con lo que manipulamos en análisis. Sin
embargo nos permite ilustrar del modo particularmente sencillo el resultado de la estrecha
intrincación del mundo imaginario y del mundo real en la economía psíquica.
Sabemos que el proceso de maduración fisiológica permite al sujeto en un momento
determinado de su historia integrar efectivamente sus funciones motoras y acceder a un
dominio real de su cuerpo. Pero antes de ese momento el sujeto toma conciencia de su cuerpo
como totalidad. Insisto en este punto en mi teoría del estadio del espejo: la sola visión de la
forma total del cuerpo humano brinda al sujeto un dominio imaginario de su cuerpo ,
prematuro respecto del dominio real. Esta formación se desvincula si el proceso mismo de la
maduración y no se confunde con él. El sujeto anticipa la combinación del dominio psicológico
y esta disipación dará su estilo al ejercicio interior del dominio motor efectivo.
Es ésta la aventura imaginaria por la cual el hombre por vez primera experimenta que él se ve,
se refleja y se concibe como distinto de otro de lo que él es: dimensión esencial del humano
que estructura el conjunto de su vida fantasmática.
Volvamos a la experiencia del ramillete invertido. Para que la ilusión se produzca, para que se
constituye un mundo donde lo imaginario puede incluir lo real, es preciso cumplir con una
condición. Y es que el ojo debe ocupar cierta posición, debe estar en el interior del cono. Si no
está allí, mira las cosas tal como son en su estado real, al desnudo, es decir, el interior del
mecanismo y según los casos un pobre florero vacío, bien unas desoladas flores.
Nosotros podríamos decir que no somos un ojo y que no nos paseamos sino que estamos
fijados en una posición. Entonces ¿por qué contamos que se pasea y que es en función de su
posición que el dispositivo funciona o no? Como sucede con frecuencia el ojo es aquí el
símbolo del sujeto. ¿Qué significa entonces este ojo?
Significa que en la relación entre lo imaginario y lo real, y en la constitución del mundo que de
ella resulta, todo depende de la situación del sujeto. La situación del sujeto está caracterizada
esencialmente por su lugar en el mundo simbólico. En el mundo de la palabra. De ese lugar
depende que el sujeto tenga derecho o no a llamarse Pedro. Según el caso, estar en el campo
del cono.
Luego Lacan analiza un caso qué fue tratado por Melanie Klein llamado: El pequeño Dick . Es un
caso donde la palabra no ha llegado. Donde lenguaje no se ha enlazado a su sistema
imaginario y donde su registró es extremadamente pobre. Sus facultades de expresión están
limitadas, dónde para el lo real y lo imaginario son equivalentes.
No hay en el caso de Dick ningún tipo de inconsciente. Es el discurso de Melanie Klein el que
injerta brutalmente las primeras simbolizaciones de la situación edípica. ¿Cuáles son los
efectos de las simbolizaciones introducidas por la terapeuta? Ellas determinan una posición
inicial a partir de la cual el sujeto puede hacer jugar lo imaginario y lo real, y conquistar aquí su
desarrollo. El niño se precipita en una serie de equivalencias, en un sistema donde los objetos
se sustituyen unos a otros. Recorre toda una serie de ecuaciones y despliega y articula su
mundo.
El desarrollo sólo se produce en la medida en que el sujeto se integra al mundo simbólico, se
ejercitan él y se afirma a través del ejercicio de una palabra verdadera . Percibimos así que el
mundo exterior, lo que llamamos el mundo real, no es más que un mundo humanizado,
simbolizado, constituido por la trascendencia introducida por el símbolo en la realidad
primitiva. Y sólo puede constituirse cuando se han producido en el lugar adecuado una serie de
encuentros. Estás posiciones pertenecen al mismo orden que las que hacen que determine la
estructuración de la situación, depende determinada posición del ojo.
Esto quiere decir sencillamente que no puede utilizarse en forma verdadera. Y luego, como
aparato en la estructuración del mundo exterior. Por una sencilla razón, dada la mala posición
del ojo, el Ego pura y simplemente no aparece. Deben comprender cuál es el resorte de esta
observación, es decir, la virtud de la palabra en tanto el acto de la palabra es un
funcionamiento coordinado con un sistema simbólico.
Sobre el narcisismo
Me he dado cuenta que algunos de ustedes empiezan a preocuparse seriamente por el empleo
sistemático de las categorías de lo simbólico y lo real. Y saben que insisto en la noción de lo
simbólico diciendo que siempre conviene partir de ella para comprender lo que hacemos
cuando intervenimos en el análisis y en particular cuando intervenimos positivamente, a saber,
mediante la interpretación.
Nos hemos visto llevado enfatizar etapas de la resistencia que se sitúan en el nivel mismo de la
admisión de la palabra. La palabra puede expresar el ser del sujeto pero hasta cierto punto
nunca lo logra. La palabra plena es la que apunta, la que forma la verdad tal y como ella se
establece en el reconocimiento del uno por el otro. La palabra plena es la palabra que hace
acto. Tras su emergencia uno de los sujetos ya no es lo que era antes. Por eso esta dimensión
no puede ser eludida en la experiencia analítica.
No podemos pensar la experiencia analítica como una sugestión. La experiencia analítica
convoca la palabra plena. Y a partir de este punto muchas cosas se ordenan y esclarecen pero
también surgen muchas paradojas y contradicciones. El mérito de esta concepción recibe
justamente en hacer surgir estás paradojas y contradicciones. Que no son opacidades sino, por
el contrario, es lo que se presenta como armonioso y comprensible lo que oculta alguna
opacidad. Es en la antinomia, en la alianza en la dificultad, donde encontramos la posibilidad
de transparencia. Nuestro método se apoya en este punto de vista.
La primera de las contracciones que surge es la siguiente: resulta harto singular que el método
analítico que apunta a la obtención de una palabra plena parte de una vía estrictamente
opuesta en tanto da como consigna al sujeto trazar una palabra lo más despojada posible de
toda suposición de responsabilidad, e incluso lo libera de toda exigencia de autenticidad. Le
conmina a decir todo aquello que le pase por la mente.
Debe existir algo diferente del adoctrinamiento que explique la eficacia de las intervenciones
del analista. Es lo que la experiencia demostró como eficaz en la acción de la transferencia . Sin
embargo el interrogante acerca del cuál es el resorte que actúa en el análisis permanece
oscuro. No hablo de las vías por las que actuamos a veces sino de la fuente misma de la
eficacia terapéutica.
Pues bien para nosotros se trata de localizar la estructura que articula la relación narcisista, la
función del amor en su generalidad y la transferencia en su eficacia práctica. Prefiero dejar a la
noción de transferencia su totalidad de empírica señalando que es plurivalente y que
interviene a la vez en varios registros simbólico, imaginario y real.
En cuanto al narcisismo Freud es llevado a concebir el narcisismo como un proceso secundario.
Una unidad comparable al yo no existe en el origen no está presente desde el comienzo en el
individuo, el yo debe desarrollarse. En cambio las funciones autoeróticas están allí desde el
comienzo.
Una unidad comparable al yo se constituye en un momento determinado de la historia del
sujeto a partir del cual el yo comienza a adquirir sus funciones.
Los dos narcisismos
Este pequeño esquema no es más que una elaboración muy simple de lo que desde hace años
intento explicarles con el estadio del espejo. Este funcionamiento es completamente diferente
en el hombre y en el animal. En el animal hay ciertas correspondencias preestablecidas entre
su estructura imaginaria y lo que le interesa en su imagen, es decir, lo que es importante para
la perpetuación de los individuos, que es la función de la perpetuación típica de la especie. En
el hombre la reflexión en el espejo manifiesta una posibilidad original e introduce un segundo
narcisismo. Su figura fundamental es de inmediato la relación con el otro.
El otro tiene para el hombre un valor cautivador dada la anticipación que representa la imagen
unitaria tal como ella es percibida en el espejo o bien en la realidad toda del semejante . La
identificación narcisista, la del segundo narcisismo, es la identificación al otro que en el caso
normal permite al hombre situar con precisión su relación imaginaria y libidinal con el mundo
en general.
Esto es lo que le permite ver en su lugar y estructurar su ser en función de su lugar y de su
mundo. El sujeto de su ser en una reflexión en relación al otro. El hombre debe pasar por esa
alienación fundamental que constituye la imagen reflejada de sí mismo como la relación con el
otro.
El ideal del yo consiste en un alejamiento del narcisismo primario y crea una intensa tendencia
a reconquistarlo. Este alejamiento sucede mediante el desplazamiento de la libido sobre un
ideal del yo impuesto desde el exterior, y la satisfacción es proporcionada por el cumplimiento
de este ideal. Esto pasa pues por una especie de alejamiento que es el del ideal y vuelve
después a su posición primitiva. Se trata de un movimiento que es la imagen misma del
desarrollo. Es decir la estructuración.
El carácter instintual de los animales tiene una extrema importancia de la imagen. El sujeto
animal está como captado en una gestalt. Este animal se identifica literalmente al estímulo
desencadenante. En este momento el sujeto, aquí animal, es totalmente idéntico a la imagen
que dirige el desencadenamiento completo determinado comportamiento motor. Digamos
que en el mundo animal todo el ciclo del comportamiento sexual está dominado por lo
imaginario. El animal hace coincidir un objeto real con la imagen que está en él. Y en ese
momento se desencadenan comportamientos que guiarán al sujeto hacia su objeto por
intermedio de la imagen.
En el hombre esto requiere de otras precisiones. Cómo sabemos las manifestaciones de la
función sexual en el hombre se caracterizan por un desorden eminente. Nada se adapta. Esa
imagen en torno a la cual nosotros psicoanalistas nos desplazamos presenta, ya sea en la
neurosis o en la perversión, una especie de fragmentación de estallido de desplazamiento de
inadaptación de inadecuación. Existe una especie de juego de escondite entre la imagen y su
objeto normal suponiendo que adoptemos el ideal de una norma en el funcionamiento de la
sexualidad.
Entonces lo que tenemos que ver es cuál es la función del otro en la adecuación de lo
imaginario y lo real. Y aquí volvemos a nuestro ejemplo óptico. La imagen real sólo puede
darse de manera consistente en determinado campo del espacio real del aparato, el campo
que está delante del aparato constituido por el espejo esférico y el ramillete invertido.
El ser humano sólo ve su forma realizada total, el espejismo de sí mismo fuera de sí mismo . Lo
que el sujeto que si existe ve en el espejo es una imagen nítida o bien fragmentada
inconsistente. Esto depende de su posición en relación a la imagen real. Demasiado cerca de
los bordes se ve mal. Todo depende de la incidencia particular del espejo. Sólo en el cono
puede obtenerse una imagen nítida.
Digamos que esto representa la difícil acomodación de lo imaginario en el hombre. La relación
simbólica define la posición del sujeto. La palabra, la función simbólica, define el mayor o
menor grado de perfección, de completud, de aproximación de lo imaginario. La distinción se
efectúa en esta representación entre el yo ideal y el ideal del yo.
Esto representa que en el hombre no puede establecerse ninguna relación imaginaria
verdaderamente eficaz y completa, si no es mediante la intervención de otra dimensión: la
simbólica. Esta posición en un análisis sólo puede conseguirse en la medida en que haya un
guía que esté más allá de lo imaginario, a nivel del plano simbólico del intercambio legal que
sólo puede encarnarse a través del intercambio de lugar entre los seres humanos. Y ese guía
que dirige al sujeto es el ideal del yo.
La distinción es absolutamente esencial y nos permite concebir lo que ocurre en el análisis en
el plano imaginario y que se llama transferencia. Para captarla hay que comprender que es el
amor. El amor es un fenómeno que ocurre a nivel de lo imaginario y que provocó una
verdadera subducción de lo simbólico algo así como una anulación, una perturbación de la
función del ideal del yo. El amor vuelve a abrir las puertas de la perfección.
El ideal del yo es el otro, en tanto hablante, el otro en tanto tiene conmigo una relación
simbólica sublimada. El intercambio simbólico es lo que vincula entre sí a los seres humanos, o
sea la palabra, y en tanto tal permite identificar al sujeto.