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El Patrimonio Arqueologico en Las Ciudades

Este documento discute el patrimonio cultural y arqueológico en la ciudad de Buenos Aires. Explica que el patrimonio arqueológico incluye restos dejados por grupos humanos desde épocas precolombinas hasta la historia reciente. Sin embargo, en las ciudades es difícil distinguir entre objetos arqueológicos y aquellos aún en uso. El patrimonio arqueológico es frágil y no renovable, por lo que es importante protegerlo y preservarlo para el conocimiento de las generaciones actuales y futuras.

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El Patrimonio Arqueologico en Las Ciudades

Este documento discute el patrimonio cultural y arqueológico en la ciudad de Buenos Aires. Explica que el patrimonio arqueológico incluye restos dejados por grupos humanos desde épocas precolombinas hasta la historia reciente. Sin embargo, en las ciudades es difícil distinguir entre objetos arqueológicos y aquellos aún en uso. El patrimonio arqueológico es frágil y no renovable, por lo que es importante protegerlo y preservarlo para el conocimiento de las generaciones actuales y futuras.

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El Patrimonio Cultural en la ciudad de Buenos Aires. Derechos culturales, cultura del derecho.

Revista Institucional de la Defensa Pública de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Año 6. Número
9. Julio 2016. Buenos Aires. Argentina.
pp. 179 – 188

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El Patrimonio Cultural en la ciudad de Buenos Aires. Derechos culturales, cultura del derecho.
Revista Institucional de la Defensa Pública de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Año 6. Número
9. Julio 2016. Buenos Aires. Argentina.
pp. 179 – 188

Sandra Guillermo

El patrimonio Arqueológico en las ciudades

El término Patrimonio cultural es considerado generalmente como un concepto portador


de los elementos que dan testimonio de la historia y de la identidad de una determinada cultura,
a través de la incorporación de una amplia variedad y diversidad de bienes y manifestaciones
culturales, que constituyen la expresión particular de esa cultura específica. Es además, el
resultado de un proceso histórico compartido, mediante el cual se va incorporando y
reafirmando como parte de su identidad, tanto lo tangible como lo intangible (costumbres,
formas de comportamiento, edificaciones, utensillos, objetos, etc) que cada sociedad o
grupo ha creado, transformado y reutilizado (Rivera Díaz 2004:5). Es ella misma la que
configura su Patrimonio Cultural al establecer e identificar aquellos elementos que desea
valorar e incorporar y que asume como propios, convirtiéndose así en el referente de su
identidad cultural (INDC 2007). Tanto la Recomendación sobre la Protección en el ámbito
Nacional del Patrimonio Cultural y Natural del año 1972, como la Convención sobre las
medidas que deben adoptarse para prohibir e impedir la Importación, la Exportación y la
transferencia de propiedad ilícita de Bienes Culturales del año 1970, ambas desarrolladas y
postuladas por la UNESCO, especifican aún más su conformación incluyendo dentro del
concepto de Patrimonio Cultural, no solo edificios, monumentos y arte decorativo, sino
también los elementos, estructuras y lugares de interés arqueológico, etnográfico,
manuscritos, libros, archivos sonoros y bienes artísticos, subrayando fuertemente que todos
ellos deben ser protegidos, independientemente de la época a la que pertenezcan. De esta
manera, se incluye lo arqueológico como parte del Patrimonio Cultural de una sociedad,
grupo o Nación, el cual debe ser protegido para el conocimiento de toda la comunidad
actual y de las generaciones futuras, ya que su desaparición constituye una pérdida
significativa y el empobrecimiento irreversible de ese Patrimonio (Unesco 1972) y del
pasado de sus habitantes. Pero para ello se considera que es necesario que sea conocido y
que sus características puedan ser reconocidas, para poder identificarlo, recuperarlo y asi
poder llevar a cabo acciones que permitan protegerlo, en primera medida, y preservarlo
posteriormente.
Para poder conocerlo es necesario saber primero que es el Patrimonio Arqueológico
y que bienes lo conforman. El mismo es definido con distintos grados de especificidad. En
nuestro país, la Ley Nacional n° 25.743 de “Protección del Patrimonio Arqueológico y
Paleontológico”, promulgada y sancionada en el año 2003, lo define como conformado por
bienes muebles, inmuebles y vestigios de cualquier naturaleza, que proporcionan
información acera de grupos humanos que habitaron nuestro suelo, desde épocas
precolombinas hasta momentos históricos recientes y que se encuentran en la superficie,

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subsuelo o sumergidos en aguas jurisdiccionales. Es decir, tal como menciona también la


Carta Internacional adoptada por ICOMOS en el año 1990, acerca de la Gestión del
Patrimonio Arqueológico, éste englobaría todas las huellas de la existencia del hombre y
sus lugares de ocupación, con sus estructuras y vestigios abandonados de cualquier índole.
Esta concepción de “estructuras y vestigios abandonados”, permite aproximarnos a un
aspecto más que significativo y relevante del patrimonio arqueológico, que en la mayoría
de los casos no es considerado y el cual es fundamental para poder comprenderlo e
identificarlo. Que un bien (artefactual o estructural) esté abandonado quiere decir que ya no
está formando parte de la vida de sus portadores, convirtiéndose entonces en un objeto
arqueológico, que puede diferenciarse de aquellos con los que comparte la pertenencia
dentro del mismo rango cronológico, es decir que son también antiguos como él. M.
Schiffer (1990) un arqueólogo norteamericano, esclareció esto a partir de establecer una
diferenciación entre dos tipos de contextos: el sistémico y el arqueológico. El contexto
sistémico se refiere a la condición de los elementos que están participando de un sistema
conductual. Es decir, de todos los elementos que tienen vida útil y que aún están formando
parte de las distintas actividades, conductas y comportamientos de un grupo o sociedad,
actualmente. En cambio en el contexto arqueológico los elementos del sistema cultural ya
no se encuentran formando parte de la vida útil, es decir dejaron de ser utilizados
activamente y fueron descartados, abandonados o directamente ya no fueron más usados.
Entender esto nos permite primeramente poder comprender cuando estamos en presencia de
evidencia arqueológica y cuando no, ya que no todo lo antiguo es arqueológico, por el
simple hecho que es “viejo”. Esto es una confusión bastante común entre la comunidad en
general y es imprescindible para poder comprender que constituye el Patrimonio
Arqueológico y sobre que tipos de bienes llevar a cabo la protección y defensa del mismo.
En las ciudades muchas veces este aspecto se entremezcla, profundizando la
dificultad de discernir entre ambos tipos de contextos. Esto se debe a que las ciudades
constituyen un ámbito en donde, dentro de ellas no está tan nítidamente establecida la
diferenciación entre lo utilizado y lo no utilizado, lo que forma parte de la vida útil y lo que
ya no, a menos que se trate de lugares específicos de depositación de restos, como pueden
ser basurales, quemas, baldíos con restos abandonados o elementos descartados, etc. Al ser
áreas con una densa población se produce además una reducción de los espacios libres y
una intensa ocupación, mediante el uso y reuso de la tierra (Rothschild y Rockman 1982)
por lo que los contextos siguen siendo sistémicos, muchos de ellos incluso con presencia de
restos arqueológicos de diferente magnitud.
En el ámbito urbano no es tan fácilmente reconocible debido a múltiples factores.
Por un lado, el desconocimiento que aún prevalece en la comunidad, aunque cada vez en
menor medida. Por otro lado, la vorágine de las ciudades en cuanto al recambio de bienes,
hace que se pierda o desdibuje la presencia de lo arqueológico entre lo moderno,
ampliamente superior en número y en visibilidad. Esto provoca también que aumente la
dificultad, como ya fue mencionado, para discernir entre lo que es arqueológico de lo que
no lo es, porque todo parece estar dentro de la vida útil o a en torno a ésta. Cuánto más
pequeña es la escala de análisis, más aumenta la dificultad para diferenciar esto, por
ejemplo, dentro de una vivienda. A mayor escala, el abandono o el desuso se visualiza

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mejor y entonces el dato cronológico pasará a ocupar el lugar de privilegio para poder
diferenciar más claramente lo arqueológico de lo que no lo es. Como es manifestado por la
Ley Nacional n° 25.743 del año 2003, y más específicamente por su Decreto Reglamentario
n° 1022/04, los objetos para que estén abarcados por esta normativa y sean arqueológicos
deberán tener cien años o más de antigüedad.
El patrimonio arqueológico tiene en si mismo ciertas particularidades que se
manifiestan en todos los ámbitos en los cuales éste está presente, sean tanto ciudades como
áreas rurales, pasando asimismo por todos los contextos intermedios. Estas particularidades
explican y dan sentido a las razones de por qué deben desarrollarse acciones que apunten a
su protección y preservación. Básicamente se trata de un recurso no renovable, es decir
que su pérdida, cuando ocurre, es total e irrecuperable, ya que no puede volver a producirse
de la misma manera. No existen dos piezas u objetos exactamente iguales, ni su contexto de
depositación puede reconstruirse y ser el mismo de aquel que fuese destruido.
Por otro lado, es una riqueza cultural frágil, en cuanto a que depende de cómo sea
recuperado, preservado o conservado, y de las características de los lugares en las que se
encuentran depositados. Así como también del grado de afectación que puedan sufrir por
acciones de diferentes tipos de procesos, tanto antrópicos como naturales, a las que pueden
estar afectados directa o indirectamente y frente a los cuales se encuentran por momentos
indefensos. Es una riqueza cultural que es frágil porque una vez que se saca de su contexto
de depositación inicial puede perderse o destruirse fácilmente.
Es también particular, porque fue confeccionado por el hombre y es resultado de
comportamientos diversos y propios de cada individuo que los elaboró y de cada época en
que se llevó a cabo su manufactura y uso. Esta particularidad hace también que se deban
emplear métodos y técnicas propias de la disciplina para su recuperación y aún más
específicas dentro de contextos arqueológicos urbanos.
Es un bien común a toda la sociedad (ICOMOS 1990) porque forma parte de su
pasado y de su propia conformación como tal. En el caso de la evidencia arqueológica
específicamente recuperada en medios urbanos, posee además como característica, una vez
que es identificado y recuperado, poseer una alta visibilidad y detallada comprensión y
significado, ya que constituyen restos provenientes, por lo general de épocas relativamente
recientes.
En las ciudades este patrimonio presenta también una alta complejidad como
evidencia y también como objeto de estudio, debido, entre otros factores, al tipo de
medioambiente en el que se halla inserto. La intensa y continua ocupación y reocupación de
los espacios, que se tornan cada vez más reducidos, conjuntamente con un uso y reuso del
suelo que dicha ocupación conlleva, no solo complejiza su identificación y estudio, sino
que favorece la destrucción del mismo y de su contexto de depositación. Los aspectos
definitorios de este tipo de medioambiente, desarrollado plenamente por la intervención
humana, es la que contribuye precisamente también a la destrucción de los estratos con
presencia de restos arqueológicos y de la evidencia pasada que los integra y compone. La
más drástica destrucción de los recursos arqueológicos de las áreas urbanas son usualmente
la ejecución de cimientos y fundaciones de las construcciones que se llevan a cabo, muchas
de ellas de gran altura, por lo cual el tamaño y profundidad se sus cimientos es aún mayor,

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arrasando de este modo evidencias aún más antiguas. Esta destrucción además no es
privativo de los tiempos modernos, sino que resulta ser una práctica habitual, construir
destruyendo la evidencia de construcciones anteriores (Orser 2000:69) Las construcciones y
modificaciones edilicias a cualquier nivel producen disturbios y la destrucción de los
depósitos arqueológicos potencialmente presentes y genera también como resultado una
compleja estratigrafía. Es decir, la sucesión de estratos de suelo (Orser 2000) resultado de
las distintas ocupaciones que se fueron asentando y modificando a lo largo del tiempo de
ocupación del sitio de habitación.
Esta complejidad puede observarse también en las características que presenta la
misma evidencia arqueológica en un medio de este tipo, como ser: existencia de una mayor
cantidad de bienes que se encuentran altamente fragmentados, presencia de estructuras
arquitectónicas también fragmentarias, que deben ser muchas veces interpretadas porque
hoy ya no existen, presencia de palimpsestos (mezcla de restos de diferentes cronologías y
origen), asi como también de rellenos utilizados en determinados momentos ya sea para
nivelar o cegar un contexto, que de acuerdo a su cronología pueden complejizar su
recuperación y la interpretación de los mismos durante el procesamiento de la información
obtenida.
De esta manera, una vez que se conoce que constituye dicho Patrimonio, sus
características y cuáles pueden ser genéricamente las mayores fuentes de su destrucción a
distintas escalas, lo importante es luego poder identificarlo y proceder posteriormente a su
recuperación. En un medio urbano existen dos grandes maneras de poder identificarlo.
Una de ellas es a través del estudio en profundidad de la potencialidad del mismo,
para cada sector o área de la ciudad, por ejemplo a través de estudios de potencialidad y de
impacto arqueológico, efectuados previamente a la realización de una obra de construcción
o de modificación urbana (tales como establecimiento o renovación de redes cloacales, de
agua corriente, desagües, gas, etc), por medio de investigaciones o de desarrollo de
modelos arqueológicos en relación con temáticas específicas (por ejemplo, establecer los
contextos de descarte de restos que se produjeron a lo largo del tiempo en la ciudad, las
modificaciones en los espacios privados y públicos, etc).
La otra manera es por medio de una concientización de la población que habita la
ciudad, para que entonces sean los propios habitantes los que puedan dar aviso de posibles
hallazgos de bienes o estructuras, y de esa forma poder rescatar la mayor parte de ellos.
Esta concientización debe llegar además a las empresas o grupos constructores para que
también logren identificarlo y se continúen revirtiendo las acciones de destrucción y/o
cubrimiento de los posibles hallazgos por temor a que su presencia y el aviso de su
existencia, sea motivo de expropiaciones o de alteraciones y/o detención del avance de la
obra, con su correspondiente pérdida económica.
Más habitualmente de lo que parece, la mayoría de los hallazgos arqueológicos en
una ciudad se producen de manera inesperada o fortuita al hacerse
remodelaciones/readecuaciones a distintas escalas o al producirse demoliciones o
derrumbes de partes de edificaciones o en espacios abiertos, como patios, calles, parques,
etc. En todos estos casos el trabajo arqueológico llevado a cabo para poder recuperarlo
adquiere siempre un carácter de rescate. Este tipo de intervención arqueológica es realizada

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en un breve lapso de tiempo disponible y estipulado para ello, donde se deben efectuar
todas las acciones que permitan, mediante la aplicación de métodos y técnicas adecuadas al
trabajo arqueológico en áreas urbanas, recuperar los restos arqueológicos presentes y
registrar la información proveniente de su contexto de depositación. Esta resulta ser una
instancia de gran tensión y de intenso trabajo ya que constituye la única oportunidad de
poder recopilar, relevar y recuperar toda la evidencia necesaria para poder comprender que
ocurrió en ese lugar en el pasado, que actividades se llevaron a cabo y el tipo y secuencia
de ocupación que tuvo el sitio a lo largo del tiempo. Metafóricamente hablando, es como si
se estuviera haciendo la lectura rápida de un libro, del cual a medida que se lee se van
destruyendo sus hojas. Si estas no son registradas adecuadamente, todos los datos que
conforman la historia que cuenta se pierden para siempre y no puede entenderse la historia
que narraba. Por esta razón, este tipo de intervención requiere tener una visión y
comprensión amplia del trabajo arqueológico en áreas urbanas y un conocimiento profundo
de la problemática y del sitio que se está interviniendo, adquirida en poco tiempo, para
poder relevar y recuperar toda la información necesaria en el momento mismo del trabajo
en el lugar. Luego, con todo ello se realiza el procesamiento de los datos obtenidos, cuyos
resultados a su vez se los debe relacionar con los de distintas líneas de evidencia, para que
permitan una más completa comprensión del contexto y de su secuencia de ocupación.
Actualmente este tipo de intervención está teniendo ciertos cambios. Aunque la
mayoría de las intervenciones siguen teniendo inicialmente un carácter de rescate, existen
diversos casos en donde al trabajo arqueológico se le otorga lapsos de tiempo más extensos,
que los pocos días que se acordaban en los primeros momentos. Un ejemplo de esto es la
intervención en el sitio Bolívar 373, conocido como ex Pasaje Belgrano, en donde las tareas
de rescate del patrimonio arqueológico se llevaron a cabo entre los años 2005 y 2011. El
propósito consistió en poder minimizar el impacto de las obras de remodelación edilicia e
integrar al patrimonio arqueológico recuperado al proyecto arquitectónico que se estaba
llevando a cabo (Zorzi 2012).
Muy estrechamente relacionado con la recuperación del Patrimonio Arqueológico se
encuentra el tema de la protección/preservación/conservación de la evidencia
arqueológica, tanto de tipo artefactual como estructural. En el caso de lo artefactual es
quizás mucho más fácil su recuperación y su protección porque una vez identificado y
registrado su contexto de depositación y su ubicación estratigráfica, puede ser retirado y
trasladado hacia un lugar adecuado, donde pueda ser finalmente depositado o exhibido en
salas de Museos u otras instituciones, así como también investigado y estudiado en
profundidad.
Con respecto a la evidencia estructural su protección está vinculada muy
estrechamente con la posibilidad de permanencia y mantenimiento de la misma in situ y
con su exhibición. Existen entonces varios puntos a considerar. Si está inserta dentro de un
sitio en el cual se están llevando a cabo acciones de rescate del Patrimonio Arqueológico,
se tendrá que evaluar si el lugar u obra que se está efectuando permite ser modificada de
modo tal que pueda ser incorporada al nuevo proyecto y si existe la voluntad para hacerlo.
Simultáneamente asociado con ello está el aspecto económico, que en la mayoría de las
veces constituye el elemento definitorio de las posibles acciones de protección a realizarse

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sobre el Patrimonio Arqueológico en las ciudades. Los costos que implican estas acciones,
la mayoría de las veces no están contemplados en las obras o en los trabajos que se llevan a
cabo, y al no forman parte de la planificación del presupuesto inicial de los proyectos,
constituyen un costo adicional que en muchas oportunidades no pueden o no desean asumir.
Cuando la decisión frente al hallazgo de restos arqueológicos estructurales es la de
conservarlos, protegerlos y exhibirlos, se llevan a cabo entonces, después de la intervención
inicial, una serie de acciones que tienen por objetivo Musealizar dicha evidencia
arqueológica. Musealizar no es solo efectuar acciones sobre los restos que permitan poder
exhibirlos, adecuándolos dentro del espacio en el que permanecerán, sino que implica
hacerlos visitables y accesibles, transformándolos en una exposición estable en sí mismos
(Lasheras y Hernández Prieto 2005, Guillermo 2013).
Existen dos formas de musealizar, una es la realizada in situ, en y sobre el
yacimiento o sitio, la cual se logra mediante la incorporación de elementos
contemporáneos, tanto para su conservación y protección como para que sea comprendido
y visitable (por ejemplo encauzando la circulación en torno a él). La otra forma posible y la
que es más frecuente, es la realizada junto al yacimiento o sitio a partir de los objetos
hallados en él y mediante su exposición en vitrinas o lugares específicamente diseñados
para ello (Lasheras & Hernández Prieto 2005). La musealización hace menos estático al
resto arqueológico al insertarlo en la dinámica del lugar o de la misma ciudad, otorgándole
así nuevamente “vida” pero dentro de otro contexto (Guillermo 2013).
En el casco histórico de la ciudad de Buenos Aires existen sitios en donde los restos
arqueológicos fueron incorporados a la dinámica de la ciudad de diferentes modos, todos
ellos apuntando a preservar, fundamentalmente, evidencia de tipo estructural para que
pueda ser conocida de modo in situ por todos los habitantes y visitantes. Esto muestra un
progresivo cambio en relación con la preocupación por identificar, recuperar, preservar y
exhibir los restos arqueológicos presentes en los distintos tipos de sitios. La mayor parte de
ellos se encuentran llevados a cabo dentro del ámbito privado, tal como el caso mencionado
anteriormente en el sitio de Bolívar 373. Otro ejemplo es el del Zanjón de Granados en San
Telmo, en el cual con muy buenos recursos de exhibición y de conservación se pudo llevar
a cabo la recuperación de los hallazgos realizados en el predio, provenientes de una casa del
siglo XIX y del entubamiento del arroyo pluvial Tercero del Sur, producido a finales de
dicho siglo. Allí se llevó a cabo la recuperación tanto de la evidencia estructural como de
tipo artefactual, con una importante y profunda investigación de todo el predio y su historia
de ocupación.
También en una escala menor se encuentran exhibidas evidencias arqueológicas de
tipo estructural en la Manzana de las Luces, en donde están los túneles de época colonial,
asi como también evidencias de piso y cimientos en un extremo de su patio Jesuita, y en la
vereda de la Iglesia de San Ignacio de Loyola, sobre la calle Bolívar, para mencionar
algunas de las intervenciones efectuadas.
En el ámbito público son menores los ejemplos vinculados con la protección,
conservación y exhibición del Patrimonio Arqueológico de tipo estructural, pero no por ello
menos significativos. Uno de ellos se encuentra en el Museo Nacional del Cabildo y de la
Revolución de Mayo, en donde para poder conservar y proteger una antigua cisterna, con

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un coronamiento de mampostería de ladrillos de tipo artesanal, hallada durante las


excavaciones del año 1995, se utilizó una nueva tecnología para exhibirla sin dañar la
estructura en si misma. Esto se logró mediante la incorporación de una cámara de tipo
Duomo, la cual permite poder visualizar desde el piso del patio el interior de la cisterna, sin
producir alteraciones en su estructura y en su ambiente interior.
El trabajo arqueológico con carácter de rescate del Patrimonio Arqueológico urbano
más significativo efectuado desde el ámbito público lo constituyó la intervención en el sitio
en donde se hallaban los restos de la antigua Aduana Taylor, hoy Museo del Bicentenario.
Se trató de un trabajo de rescate con un mayor tiempo otorgado para la ejecución del mismo
y una fuerte intención por proteger y exhibir la evidencia hallada, por lo cual se lo
mencionará más detalladamente a continuación, otorgando información un poco más
específica y desarrollada dado que en ella intervino la autora, conjuntamente con su equipo
de trabajo.

La Aduana Taylor de la ciudad de Buenos Aires: un sitio arqueológico urbano


refuncionalizado y musealizado para preservar su evidencia arqueológica

El sitio en donde se encuentran los restos arqueológicos de la Aduana Nueva o


Aduana Taylor, está ubicado detrás de la Casa de Gobierno, en lo que se conoce como la
Plaza Colón. El edificio de esta aduana comenzó a ser construido en el año 1855,
constituyéndose finalmente como tal en el año 1857, siendo el primer edificio público de
gran envergadura de toda la ciudad de Buenos Aires de su época.
Estaba conformada por una serie de construcciones vinculadas entre si tales como
un patio de maniobras de cien metros de largo por aproximadamente veinte metros de
ancho, un corredor de galería paralelo a éste en toda su extensión, una construcción
semicircular de tres pisos de altura destinada al depósito de mercaderías y un muelle de
madera curvo que se adentraba 300 m en el Río de la Plata (Instituto de Arte Americano
1965; Casella de Calderón 1991; Guillermo 2013).
En el año 1891 la Aduana deja de funcionar como tal y comienza su demolición. Se
derriban entonces dos de los pisos superiores del depósito semicircular y su torre,
manteniéndose tanto la estructura de la planta baja del mismo, como el patio de maniobras
y el corredor de galería, sobre los cuales se les deposita un relleno antrópico, que en
algunos sectores llegó a alcanzar entre los seis metros y medio y siete metros de altura, y
cuya finalidad fue poder llegar asi al nivel de la calle (Av. Paseo Colón). El relleno y la
nivelación se completan en el año 1894, conformándose allí, en los comienzos del siglo
XX, lo que sería la actual Plaza Colón.
Entre los años 1938 y 1985 dicho espacio fue objeto de una serie de intervenciones,
tanto fortuitas como planificadas, de diferentes magnitudes e intensidades. Ninguna de ellas
incluyó entre sus tareas la ejecución de un estudio llevado a cabo por arqueólogos
(Guillermo, 2012) hasta que en el año 2009 se lleva a cabo un proyecto mayor denominado
Obra y Puesta en Valor de la Aduana Taylor, impulsado desde el Ministerio de

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Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, junto con la Secretaria de Obras


Públicas, la Subsecretaria de Obras Públicas y la Dirección Nacional de Arquitectura y
ejecutado por la UTE Dycasa S.A. – Isolux Ingeniería S.A. La diferencia entre este nuevo
proyecto y los trabajos efectuados con anterioridad fue básicamente los objetivos
perseguidos, entre los cuales el principal fue la construcción en el lugar del Museo del
Bicentenario, el cual permitió la inserción de dicho espacio nuevamente en la dinámica de
la ciudad y poner en valor el sitio, para el disfrute y acceso de toda la comunidad.
Dentro de este proyecto mayor, la intervención arqueológica llevada a cabo antes y
durante las actividades de la obra, consistió en una propuesta integral, con carácter de
rescate, que abarcó toda la superficie del patio de maniobras, el corredor de galería y una
franja aproximada de cinco metros de ancho, localizada entre el patio de maniobras y la
fachada recta del depósito semicircular (Guillermo, 2013). Las tareas fueron llevadas a
cabo bajo la dirección de la autora conjuntamente con un equipo de 13 personas,
conformado por graduados y estudiantes avanzados de la carrera de antropología con
orientación arqueológica de la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad de Buenos
Aires, y profesionales vinculados a la conservación, la arquitectura y la ingeniería en
sistemas.
Los restos y objetos arqueológicos recuperados pertenecen tanto al relleno impuesto
sobre el sitio para nivelarlo, luego de su demolición, como también a las actividades y
funcionamiento de la Aduana cuando ésta estaba en funcionamiento. Asimismo, mediante
las tareas efectuadas se hallaron también, en tres sectores diferentes, estructuras
arqueológicas pertenecientes al interior del edificio. En el patio de maniobras se identificó
en su extremo norte un espacio delimitado del piso que tenía el patio durante sus años de
actividad. En la parte media, se hallaron estructuras pertenecientes a un sistema utilizado
para efectuar la movilidad, tanto de las mercaderías que salían del edificio, como las que
debían ser trasladadas hacia el depósito semicircular. Un tercer sector se encuentra ubicado
en el extremo sur del corredor de galería, en la parte que perteneció al antiguo Fuerte de
Buenos Aires. Se identificó allí un relleno antrópico datado entre comienzos y mediados del
siglo XIX, de características domésticas contenido mediante una hilera de ladrillos
artesanales, colocados de canto, sobre la base de una de las columnas del Fuerte. El mismo
habría sido utilizado para nivelar el espacio antes de efectuar la construcción de la Aduana,
que reutilizó dicho espacio (Guillermo, 2013).
El Patrimonio Arqueológico estructural identificado fue dejado in situ, para ser
accesible y observable por los visitantes del Museo del Bicentenario, mediante la
incorporación de elementos estructurales contemporáneos. Las acciones llevadas a cabo
para permitir la permanencia de la evidencia arqueológica estructural en el lugar del
descubrimiento, constituyeron tareas orientadas a la musealización de dichos restos
arqueológicos, entendido esto, tal como se mencionó anteriormente, como la incorporación
de los mismos de manera estable al contexto del museo en el que estarán insertos. Cabe
resaltar que estas acciones también implicaron e implican un trabajo multidisciplinario, en
tanto que fue necesario y fundamental para ello establecer una estrecha relación entre el
ámbito de la decisión, el del conocimiento técnico propio de la disciplina y el de la
ejecución material (Lasheras y Hernández Prieto 2005: 131; Guillermo 2013). Asimismo

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fue también un espacio refuncionalizado (McBride 2015) dado que los restos arqueológicos
se insertaron dentro o formando parte de una estructura que tiene ahora una nueva función,
la de ser un Museo y ya no una aduana. De esta manera también se llevó a cabo la inserción
del espacio y del Patrimonio dentro de la dinámica de la ciudad actual.

Consideraciones Finales

Como puede observarse a partir de todo lo anteriormente enunciado es necesario


para llevar a cabo tareas de defensa y protección del Patrimonio Arqueológico de las
ciudades conocer fundamentalmente sus características y particularidades para poder
entonces identificarlo y determinar las acciones necesarias a seguir. Este Patrimonio es muy
rico, tanto en bienes artefactuales como en evidencias estructurales, pero es también un
recurso no renovable, por lo cual si no es protegido tenderá a desaparecer con el transcurso
de los años. Su gran complejidad responde en cierto sentido a la dinámica del
medioambiente en el que se encuentra inserto y a la gran variabilidad que posee, provocada
entre otras razones porque constituye evidencia que representa, en relativamente breves
lapsos temporales, diversas actividades y acciones llevadas a cabo por el hombre. Por esta
razón, también se dificulta su identificación y su recuperación, la cual se encuentran, en la
mayor parte de los casos, dentro de intervenciones con carácter de rescate, con todo lo que
ello implica, tal como se ha mencionado.
Debe tenerse en cuenta que el Patrimonio Arqueológico en las ciudades se
encuentra fundamentalmente amenazado por la urbanización (Unesco 1968), la cual
provoca la pérdida de gran parte de él a distintas escalas. Distintas formas de poder
identificarlo, recuperarlo y protegerlo se plantean con el propósito de poder disminuir dicha
pérdida. En este sentido es de recalcar el plan de protección postulado por McBride (2015)
basado en la idea de reuso adaptativo. Si bien es utilizada básicamente para construcciones
de momentos históricos, es también aplicable a evidencia arqueológica de tipo estructural
presentes en estos ámbitos. En nuestro país si bien es mucho aún el Patrimonio
Arqueológico que se pierde, en las últimas décadas ha empezado a observarse una nueva
tendencia, potencializada en los últimos años, en donde se recuperan, protegen y exhiben
los restos arqueológicos hallados, insertándolo dentro de la dinámica de la ciudad.
Ejemplos de ello son el Zanjón de Granados, la Manzana de las Luces, la Aduana Taylor, el
sitio en Bolívar 373, entre otros.
Su protección está muy vinculada con la gestión del mismo. Una gestión capacitada,
profesional y consciente de los distintos aspectos que implica el trabajo con evidencia
arqueológica y las particularidades que ésta presenta. Esto seria un paso importante para
ejecutar las acciones adecuadas que permitan además de recuperarlo, protegerlo, y
conservarlo, garantizar que este pueda ser conocido por todos a través de diferentes formas
de exhibición in situ ejecutadas mediante soportes contemporáneos. Es imprescindible
además permitir a los arqueólogos y a otros científicos poder estudiarlo e interpretarlo, para

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Revista Institucional de la Defensa Pública de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Año 6. Número
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que así se los pueda dar a conocer a la sociedad, como parte de su historia de conformación
y su herencia a las generaciones presentes y futuras.
La protección del Patrimonio Arqueológico debe incorporarse a las políticas de
planificación a escala internacional, nacional, regional y local, así como también debe
incluirse la información y el fomento de una participación activa y consciente de la
población que permitan comunicar nuevos hallazgos, avisar destrucción del mismo, etc.
Porque cuanto más se demore esta toma de conciencia de las características de este
Patrimonio por parte los distintos sectores intervinientes (la esfera de decisión, el ámbito
profesional y el de la ejecución) continuarán los daños y/o destrucción de este Patrimonio.
Se perderá así toda posibilidad de conocer que cosas ocurrieron en el pasado en ese lugar,
que se utilizó, y cómo éstas actividades fueron cambiando a lo largo de los años. Sobre todo
se perderá la posibilidad de reconstruir aspectos de la vida cotidiana de los distintos grupos
sociales, generalmente no documentados, entre otras razones, porque muchas veces su
ocupación no dejó grandes huellas.

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