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Hora Santa para Cuaresma

El documento presenta un examen de conciencia basado en las enseñanzas y palabras de Jesús en el Evangelio. Invita a la reflexión sobre cómo vivir los mandamientos de amor, perdón y servicio al prójimo que Jesús dejó. Propone repasar distintos pasajes y momentos de la vida de Jesús para evaluar si se le da el mismo amor a los demás, si se perdona como Él perdonó, y si se busca estar donde Él está a través de una vida de oración y cercanía a Dios.
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Hora Santa para Cuaresma

El documento presenta un examen de conciencia basado en las enseñanzas y palabras de Jesús en el Evangelio. Invita a la reflexión sobre cómo vivir los mandamientos de amor, perdón y servicio al prójimo que Jesús dejó. Propone repasar distintos pasajes y momentos de la vida de Jesús para evaluar si se le da el mismo amor a los demás, si se perdona como Él perdonó, y si se busca estar donde Él está a través de una vida de oración y cercanía a Dios.
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Hora santa para cuaresma: tiempo de reconciliación

Exposición del santísimo sacramento

Canto de adoración y aclamación al santísmo

Silencio para reflexionar y hacer examen de conciencia:

Nos dice San Pablo en la carta a los Filipenses 2,5: “Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús...”

La Virgen María nos habla directamente a nosotros desde el Evangelio, y nos da este consejo en el que
resume toda su enseñanza :”Hagan todo lo que Él les diga...” (Jn. 2,5)

También Jesús nos pidió: “Permanezcan en mi...El que permanece en mi, y yo en él, da mucho fruto...” (Jn.
15,4-5). En otra ocasión nos dice: “Yo soy la puerta, el que entra en mi se salvará...” (Jn. 10,9).

Teniendo en cuenta todo esto queremos hacer un examen de conciencia fijando nuestra mirada en Jesús que
está frente a nosotros en la Eucaristía, repasando sus palabras, sus enseñanzas y su ejemplo a través del
Evangelio.

Antes de empezar recordemos lo que Cristo dijo de la pecadora que derramó perfume sobre los pies: “Porque
AMO MUCHO, se le PERDONÓ MUCHO” (Lc. 7, 47).

“Padre quiero que los que tu me diste estén conmigo donde yo esté...” (Jn. 17,24)

Poco tiempo antes de morir Jesús rezó a Dios Padre pidiendo por todos nosotros y esta fue una de las cosas
que el pidió. ¿Estamos donde está Cristo? ¿Tratamos de estar siempre cerca suyo? ¿Es Cristo el centro de
nuestra vida espiritual? ¿Tratamos de conocerlo, de imitarlo...?

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a los otros, que como yo os he amado, así os améis
también vosotros los unos a los otros” (Jn. 13,34-35)

“Como yo os he amado”...¿Cómo nos amó Jesús? Trata de recorrer la vida de Jesús, sus actitudes...y pensa
¿cómo no ama Jesús? ¿Se parece mi amor a los demás al amor de Jesús? ¿Cómo es mi amor? ¿Qué tengo
que cambiar para hacerlo más semejante al amor de Jesús?.

San Pablo en su 1ra carta a los Corintios 13,1-3 nos ayuda dándonos una descripción de cómo debe ser
nuestro amor. Trata de detenerte en cada una de las características que tiene el amor.

“El amor:

Es paciente

Es servicial

No es envidioso

No hace alarde

No se envanece

No procede con bajeza

No busca el propio interés

No se irrita
No tiene en cuenta el mal recibido

No se alegra de la injusticia

Se regocija con la verdad

Todo lo disculpa

Todo lo cree

Todo lo espera

Todo lo soporta

El amor no pasará jamás...”

“Estad siempre alegres en el Señor, otra vez os lo digo, estad siempre alegres. Que vuestra bondad sea
conocida de todos...” (Fl. 4, 4-5)

¿Soy una persona alegre? ¿Transmito mi alegría a los demás? ¿Trato de alegrar la vida de aquellos que me
rodean? ¿Llevo la alegría a mi casa, a mi clase, entre mis amigas...? ¿Qué motivos tengo para estar alegre?.

“Ustedes son la sal de la Tierra...” (Mt. 5,13)

Una comida sin sal no tiene gusto a nada. Jesús no dice que debemos ser “sal” en la vida de los demás.
¿Trato de hacer más agradable la vida de los demás? ¿veo si tienen algún problema y trato de ayudarlos?
¿trato de acompañar a los que están más solos?.

“Padre nuestras ofensas como nosotros perdonamos a lo que nos ofenden... Si perdonan sus faltas a los
demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes...” (Mt. 6, 12.14)

¿Soy sincero cada vez que rezo el Padre Nuestro? ¿Sé perdonar a los que me ofenden? ¿Soy rencoroso?
¿Me cuesta olvidarme cuando alguien me pelea o me hace algo malo? ¿Se disculpar los defectos de los
demás? ¿Trato de convivir con sus defectos o estoy todo el tiempo marcándoselos? ¿Pido perdon cuando soy
yo el que ofendo o lastimo a los demás?

“Ve a reconciliarte con tu hermano...trata de llegar enseguida a un acuerdo con tu adversario...” (Mt. 5,24-25)

¿Sé terminar una pelea aunque el otro empezara? ¿Busco reconciliar otros cuando se pelean? ¿Cuándo
alguien intenta reconciliarse conmigo se lo hago más fácil o pongo condiciones?

Un centurión le pidió a Jesús que fuera a curar a su sirviente diciéndole: “Señor yo no soy digno de que entres
en mi casa, basta una palabra tuya y mi sirviente se sanará”. “Al oír estas palabras Jesús se admiró de él... ni
siquiera en Israel he encontrado tanta fe” (Lc. 7,9).

En otra ocasión Jesús se encontraba en Jerusalén y muchos creyeron en su nombre al ver los signos que
realizaba. “Pero Jesús no se fiaba de ellos porque los conocía a todos...el sabe lo que hay en el interior del
hombre...” (Jn. 3, 24)

¿Cómo es mi fe? ¿Puede Jesús admirarse de mi fe? ¿Desconfiaría Jesús de mi Fe como desconfío de la fe
de aquellos judíos? ¿Le creo a Jesús todo lo que me dice? ¿Confío yo en Él? ¿Sé como el centurión que sólo
una palabra de Jesús basta para sanarme?

Jesús curó a un endemoniado. Cuando la gente del lugar se enteró de lo que había pasado: “...le rogaron que
se fuera de su territorio”
Algunas veces la presencia de Jesús en nuestra vida exige compromiso. ¿Qué hago entonces? ¿Lo sacó de
mi vida? ¿Lo ignoro? ¿Vivo como si no existiera? ¿Lo invito a pasar a mi grupo de amigas? ¿Lo invito a mis
diversiones, a mis salidas...?

“Aquí tienes a tu Madre” (Jn. 19, 27)

Este fue el último regalo que nos hizo Jesús en la Cruz, era el último que le quedaba y también nos regaló.
Nos regaló a su Madre para que fuera Madre nuestra. ¿Es realmente mi Madre? ¿Acudo a ella? ¿Me porto
realmente como hijo suya? ¿Trato de imitarla en todo? ¿Que puedo aprender de Ella?.

En las bodas de Caná fue la primera en ver que no tenían vino. ¿Presto yo atención a las necesidades de lo
demás? ¿Sé descubrir lo que los otros necesitan aunque no me lo pidan?

Aunque ella también estaba embarazada fue a visitar a su prima Isabel. ¿Soy capaz de mirar primero las
necesidades de los otros antes que la mía? ¿Puedo dejar lo que yo quiero para después? ¿Puedo hacer
algún sacrificio para el otro?

Seguramente no comprendía todo lo que sucedía pero ella guardaba cada palabra en su corazón. ¿medito yo
las palabras de Jesús? ¿Soy capaz de esperar o quiero entender todo de golpe? ¿Están las palabras de
Jesús grabadas en mi corazón?

Finalmente encontramos a María a los pies de la Cruz. ¿Estoy yo a los pies de la cruz de Jesús? ¿Cargo con
las cruces pequeñas o grandes que tengo en mi vida? ¿Me quejo todo el tiempo? ¿Me rebelo contra ellas?
¿Ayudo a lo otros a cargar sus cruces?

“No juzguen según las apariencias” (Jn. 7, 24) “El que no tenga pecado que arroje la primera piedra...” (Jn. 8,
7)

¿Soy duro cuando juzgo a los demás? ¿Pienso bien en los otros o enseguida emito un juicio sobre todo lo que
hacen? ¿Juzgo a los demás según las apariencias o se mirar al corazón de las personas como lo hacía
Jesús? ¿Trato de comprender porque toman determinadas actitudes, trato de ayudarlos?

“Jesús era el comentario de la multitud...” (Jn. 7, 12)

¿Está Jesús presente en mis conversaciones? ¿De qué hablo con mis amigas? ¿Y con mi familia? ¿Hablo
alguna vez de Jesús con ellos? ¿Hablo sobre cosas importantes? ¿Sé hacer silencio cuando es necesario?
¿Se escuchar a aquellos que pueden ayudarme?

“Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón...” (Mt. 6, 21)

¿Es la Eucaristía el tesoro de mi corazón? ¿Dónde está mi tesoro? ¿En qué personas, cosas tengo puesto mi
corazón? ¿Qué cosas son importantes para mi? ¿ A qué cosas le dedico tiempo y esfuerzo?

“Cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu padre que está en lo secreto, y tu Padre que
ve los secretos te recompensará” (Mt. 6, 6) “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les
abrirá....” (Mt. 7, 7).

¿Cómo es mi oración? ¿Confío en que Dios me escucha? ¿Soy perseverante en la oración? ¿Cómo rezo?
¿Dónde rezo? ¿Por quién rezo? ¿Pido a Dios por las necesidades de los demás? ¿Rezo solo cuando tengo
algo que pedirle a Dios? ¿Le doy gracias por lo que me da? ¿Trato de conocer mas a Dios a través de mi
oración? ¿Voy a Misa todos los domingos? ¿Cómo participo de la Misa? ¿Voy sólo para cumplir?

“Todo el que escucha la palabra que acabo de decir y la pone en práctica, puede compararse a un hombre
sensato que edifico su casa sobre roca, cayeron lluvias... soplaron los vientos y sacudieron la casa, pero ésta
no se derrumbó porque estaba construida sobre roca...”  (Mt. 7, 24)
¿Puedo compararme con ese hombre sensato? ¿Trato de practicar con la palabra de Jesús? ¿Soy coherente
entre lo que creo y lo que vivo? ¿Cuál es la roca sobre la que construyo mi casa? ¿Si cayeran las lluvias y
soplaran los vientos sobre tu casa qué pasaría? ¿Se derrumbaría, aguantaría?

“Cualquiera que sea el trabajo de ustedes, háganlo de todo corazón teniendo en cuenta que es para el
Señor...” (Col. 3, 23) ¿Pienso alguna vez que todo lo que hago por más chiquito que sea es para el Señor?
¿Cuál es mi trabajo hoy? ¿Cuáles mis responsabilidades? ¿Cómo hago las cosas que tengo que hacer cada
día? ¿Rápido, para sacármelas de encima? ¿Trato de hacer las cosas lo mejor que puedo?

“Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión.
Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura , la paciencia...” (Col. 3, 12)

¿Me siento amado, elegido por Dios? ¿Quiero ser santo? ¿Me lo propuse? ¿Me compadezco de los demás?
¿Acompaño a mis amigos cuando sufren? ¿Soy humilde? ¿Reconozco todos los dones que Dios me dio?
¿Soy paciente con los demás? ¿Y conmigo mismo? ¿Tengo paciencia en mis defectos?

Finalmente recordemos las palabras de San Pablo a los Romanos:

“Todo depende no del querer o del esfuerzo del hombre, sino de la Misericordia de Dios” (Rom. 9, 16)

“Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”

Debemos dejar actuar la gracia de Dios en nuestro corazón.


“DÉJENSE RECONCILIAR CON DIOS...” (2 Cor. 5, 20).

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