Problemas Filosóficos de la Ciencia Rodrigo Salas
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Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla
El Transhumanismo de las Redes Sociales
Rodrigo Salas Martínez
Licenciatura en Filosofía
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Problemas Filosóficos de la Ciencia Rodrigo Salas
Resumen
El internet y las redes sociales han cambiado el mundo de formas inéditas y vertiginosas.
Por una parte, se presentan como grandes herramientas de cambio que conectan a los
individuos en una gran sociedad global. Por el otro, de sus habilidades para transformar el
mundo no se sobreentiende que vayan en una dirección apropiada o deseable, menos aún en
la mejor dirección. Aunado a esto, el internet (y los dispositivos digitales) se han vuelto tan
estrechos a cada individuo que es posible considerarlos como una extensión de cada
persona, es decir, que ha conllevado en una especie de transhumanismo, que afecta la
manera en que percibimos e interactuamos con el mundo real, y del que se requiere un
acercamiento sistemático a través del pensamiento crítico.
Abstract
Internet and social media have changed the world in outstanding and surprising ways. On
one hand, they are presented as great tools of change that connect individuals in a great
global society. On the other, from their abilities to change the world it does not follow that
they are necessarily going in an appropriate or even desirable direction, still less in the best
direction. In addition to this, the internet (and the devices we use to access it) have become
so close to its user that it is possible to consider them as an extension of each person, that
is, it has led to a kind of transhumanism for which there does not seem to be a way back;
this affects the way we perceive and interact with the real world, and thus we require a
systematic approach through critical thinking.
Palabras claves
Internet, digital, percepción
Key Words
Internet, digital, perception
Introducción
Es difícil cuantificar o siquiera concebir con cierta precisión cuánto y con cuán rapidez
cambió el mundo con la introducción de los medios de comunicación masivos,
especialmente aquellos que introdujeron la comunicación instantánea a distancia. ¿Cómo
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cambió el mundo con la introducción de la prensa? ¿O la radio? ¿O el teléfono? Quizá la
pregunta más interesante, empero, es ¿cuánto cambiamos nosotros con la introducción del
internet? En el lapso de unos pocos años desde su introducción, teníamos acceso a una
infinidad de libros, revistas, fotografías, videos, y mensajería instantánea. Los foros de
discusión transmutaron a plataformas digitales, y estas evolucionaron y cambiaron con una
velocidad vertiginosa a causa del influjo constante de input dado por todos aquellos que
tenían acceso a ella. Hoy en día, incluso, ya no consideramos a las redes sociales como un
privilegio, sino como una necesidad básica. ¿A qué se debe esto? Parece ser que la
respuesta está en cómo hemos estructurado las sociedades (o, mejor aún, “la sociedad” en
singular, a causa de la globalización).
En efecto, para una infinidad de facetas de la vida diaria, la cotidianeidad, y la vida
profesional, ya no solo toda la extensión del internet sino incluso las mismas redes sociales
son las que se han vuelto una necesidad patente. La cuestión que nos proponemos a plantear
aquí es que es insuficiente considerar dicha necesidad como algo que la sociedad nos ha
impuesto (y a la que hemos tenido que adaptarnos), sino que deberíamos empezar a pensar
en la tecnología de difusión instantánea como una extensión del hombre (incluso si se toma
de forma débil y no como una afirmación absoluta de las cualidades humanas). Puesto en
otros términos, a través de la tecnología ya hemos alcanzado el transhumanismo, y esto
puede ponerse en evidencia con la extremidad fantasma que todos nosotros tenemos,
incluso si de forma subconsciente: las redes sociales. Para dicho propósito consideraremos
cinco secciones: las redes sociales y nuestra interacción con ellas, el concepto del
“enjambre” de Byung Chul Han, plantear la cuestión del transhumano real, tomar en cuenta
la brecha generacional, y finalmente llegar a una propuesta de solución preliminar a tal
problema.
Para explicar el concepto del transhumanismo a través de las redes sociales es importante
tomar en cuenta la naturaleza de la forma en que nos presentamos a los demás en las redes
sociales. Como afirmaría Galician Mary-Lou (2016), las redes sociales no solo permiten,
sino que activamente promueven la construcción de una faceta de híperrealidad curada y
modelada para ser percibida de la manera en que queremos ser percibidos. Constantemente
tomamos en cuenta aquello que van a decir, pensar, sentir, los demás, o en términos de
redes sociales, la manera en que van a “reaccionar” e “interactuar”. Si rebajamos esta faceta
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a la lógica capitalista del mercado, esencialmente nuestra persona en las redes sociales se
convierte en un producto a ser comprado bajo el tóken del engagement, o participación, que
a pesar de lo que el término sugiere no es un compromiso, sino netamente una línea
comunicativa unidireccional. Una vez que la imagen de un individuo se vuelve pública, las
personas pueden interactuar con ella, y como sucede con los objetos públicos, pueden hacer
uso y abuso de ella.
El Enjambre
Esta cuestión está directamente ligada a lo que el filósofo surcoreano Byung Chul Han
describía como “el hombre del enjambre” (2014). Propone dicho término para tratar el
fenómeno particular del hombre desintegrado en el mundo digital de las redes sociales. Para
el surcoreano, el hombre del enjambre es distinto al “hombre-masa” que proponía Ortega y
Gasset en el siglo XX (1998), aquél que pierde su identidad en una masa común por ser este
miembro de una comunidad movilizado (incluso si por fuerzas externas a las que él asume
como propias) hacia un fin común. La personalidad del hombre-masa se identifica con la
masa, como un solo ser homogéneo que opera hacia un mismo fin. Pero en el enjambre, el
hombre se comunica sin rostro hacia un vacío que confunde por comunidad. En el enjambre
no hay un fin común, o una homogeneidad, ni una forma de adscribirse uno mismo a un
grupo, sino que la persona se pierde por completo como un mero espectador que ha perdido
la posibilidad de una comunicación recíproca significativa.
Para explicar esto, el filósofo comienza recordando la etimología de la palabra “respeto”,
que significa “volver la vista atrás”. Según esta idea, el volver la vista atrás y encontrarse
con la mirada del otro les permite a los interlocutores reconocerse como personas y otorgar
un grado mínimo de respeto y atención necesario para llevar a cabo un auténtico proceso
comunicativo, uno tal que no está presente en el mundo de las redes sociales (ni siquiera en
las videollamadas, por estar la mirada siempre desviada hacia algún lugar en la pantalla).
Del respeto se ha pasado a la expectación, el “mirar hacia afuera”, o en otras palabras, el
“espectáculo”. La posibilidad de interactuar con otros en las redes sociales como individuos
se pierde en el enjambre cuando tan solo sobra, no la idea, sino la emoción, no atada a
ningún rostro o personalidad concreta. La moneda de cambio se vuelve entonces el
espectáculo, y el hacerse notar en el enjambre.
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Ante la frustración de la abundancia de información, donde todos quieren ser emisores,
difícilmente puede interpretarse el mensaje como receptor. Lo único que puede hacerse es
el grito exasperado hacia el vacío, en un intento de hacerse escuchar, a sabiendas que
incluso si es escuchado su rostro seguirá encubierto detrás del anonimato de un nombre de
usuario. Éste es el “shitstorm”, término vulgar, aunque apropiado para expresar la ira
deformada de la nueva masa informe, donde se busca cualquier ocasión para atacar a las
personas públicas; un esforzado intento para confirmar la propia existencia y tomar ventaja
de la poca interpelación que existe entre la persona y el sujeto de su ataque.
Las Redes Sociales
Las redes sociales se estructuran en burbujas construidas por cada persona, individualizada
por sus interacciones y sus gustos, de manera que se construya un mundo que se extienda a
sus intereses más cercanos, pero nada más. Estas pequeñas eco-cámaras limitan el campo
de visión de la aparente amplitud del internet creando así una visión de túnel a través de
mecanismos tales como las cookies y las recomendaciones personalizadas, de forma tal que
el usuario nunca interactuara fuera de esta pequeña burbuja. Las opiniones contrarias a las
propias desaparecen, y en su lugar existe tan solo la conexión con aquellos individuos y
comunidades que mejor representen sus prejuicios preexistentes. El hombre, pues se aísla
por sus propias interacciones en los medios de comunicación digitales.
A Abraham Moles le interesó muy en especial la comunicación masiva, que según él se da
a través de dos ciclos, uno largo y otro corto: el ciclo corto es aquél por el cual un mensaje
codificado por alguna cabeza o líder de opinión es difundido ampliamente a través de los
medios de comunicación hasta ser recibido e interpretado por la sociedad. Por su parte, el
ciclo largo es en el que individuos difunden un mensaje a través de pequeños grupos
sociales, los cuales alcanzan a los grupos masivos, que alcanzan a la vez a los líderes de
opinión y al resto de la sociedad, quienes lo reciben e interpretan, completando el ciclo
(Raigada, 2018). Con las redes sociales vienen los líderes de opinión, los canales de
difusión y las llamadas fake news, donde ante en el mundo frenético de las redes sociales,
no hay tiempo ni atención suficiente para probar si lo que dicen las noticias es cierto, por lo
que las publicaciones han optado por utilizar títulos atractivos (incluso si engañosos o
patentemente falsos) para convencer a las personas a dedicarles su atención y divulgación.
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Esta parece ser una evolución de aquel fenómeno del que nos advertía Chesterton a inicios
del siglo XX, “El cacique elegido para ser amigo del pueblo se convierte en enemigo del
pueblo; el periódico que empezó a decir la verdad ahora existe para evitar que se diga la
verdad”. (2012, p. 153)
El transhumanismo de las redes sociales
Lo interesante es que esta imagen, la del hombre en el enjambre que mira el mundo a través
de la óptica de las redes sociales, es que dichas redes (y la tecnología que permiten tal
interacción) han dejado de ser fundamentalmente distintas o separadas de nosotros mismos.
Nos gusta pensar que nuestra “persona” de internet y nuestra “persona en la vida real” son
dos cosas distintas, la primera siendo una simulación de híperrealidad, la segunda siendo la
realidad tal cual somos, pero la cuestión es que dicha híperrealidad está construida y curada
por nosotros, y revela tanto de quienes somos (en nuestra decisión de construirla de una u
otra forma) como las interacciones sociales revelan de nuestra persona en la vida real. Más
aún, la híperrealidad, como su nombre lo sugiere, presenta una imagen aún más real, en
cuanto que toma control de la forma en que queremos ser percibidos, sin permitir que un
solo pixel sea distinto al sujeto que “nos gustaría ser”. Ese deseo es en quien nos
convertimos. Jamás obtenemos la vida idílica de Instagram. Pero al interactuar
constantemente con ella nos convertimos en el deseo de una vida idílica que parecería que
todos tienen, menos yo.
Si consideramos una definición habitual de transhumanismo tal como “la teoría de que la
raza humana puede evolucionar más allá de sus limitaciones físicas y mentales actuales,
especialmente por medio de la ciencia y la tecnología” (Oxford Dictionary), encontraremos
que el hombre, con un celular, ha excedido las limitaciones físicas y mentales, y no tan solo
como lo haría una herramienta común, sino de una forma estrechísima y profundamente
relacional a su forma de percibir el mundo.
“El internet no es algo que usamos. Es una parte de nuestro cuerpo del que somos constantemente conscientes. La
experiencia inmaterial del yo entendida intuitiva y universalmente no comprende la diferencia entre que tus ojos
sean la pared a través de la cual percibes el universo, y que la pantalla de tu teléfono sea la pared a través de la
cual percibes el universo. La cantidad de tiempo que pasa en la híperrealidad del internet es tiempo real.” – C. J.
the X, 2021)
Se ha caído en la pesadilla Chestertoniana, donde antes diría que “el periodismo es popular,
pero lo es principalmente como ficción. La vida es un mundo y la vida que se ve en los
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periódicos es otro” (Chesterton, 2014, p. 41). Ahora la híperrealidad se ha confundido con
la ficción detrás de las pantallas, y la forma en la que ambas son afectadas es digna de
tomarse en cuenta, pues como sugieren varios analistas, el influjo de Twitter en las
elecciones presidenciales tuvo un gran impacto para la campaña de Donald Trump, algunos
incluso sugiriendo que es imposible pensar en su victoria sin su constante interacción con
dicha plataforma. (Fujiwara, Müller, 2020).
Así, nos damos cuenta que para el hombre en el mundo contemporáneo el celular, y los
otros dispositivos de comunicación a distancia, no son realmente cualidad separadas de
nuestro ser. Ya son ellas mismas habilidades que nos dotan de habilidades súperhumanas,
con la única diferencia substancial que no se encuentran (en la mayoría de los casos) en una
constante contigüidad inmediata con el cuerpo. Pero psicológicamente, sí lo están.
Constantemente estamos conectados en la conciencia popular de las redes sociales y los
medios de comunicación, y es casi imposible no pensar en términos relacionados al
lenguaje en que se encuadran. Hemos vivido por tanto tiempo con estos aparatos que
nuestra propia forma de ver el mundo ha sido encuadrada desde la óptica de una cámara, de
un foro de opinión, de un tablero digital, de un buscador en línea.
Aunado a esto, la cuestión anterior presenta un problema particular si se considera la brecha
generacional. Para muchos, la tecnología de comunicación inmediata (las redes sociales, el
internet) nació después que ellos, por lo que pudieron ver la evolución de sus recursos. Lo
interesante aquí es que la tecnología evolucionó de forma exponencial (mejores
computadoras permitieron la creación de todavía mejores computadoras), por lo que era
imposible para toda la población mantenerse al tanto de la tecnología, sus avances y la
forma en que la comunicación que se daba a través de ella se estructuraba. En efecto, las
generaciones que vieron nacer al internet tuvieron que adaptarse a las demandas del mundo
joven que había nacido con el internet, es decir, que se tuvieron que adaptar al internet, y no
el internet a ellos. Esto es complicado, pues su forma de pensar y concebir la realidad no
había estado mediada todo este tiempo por una nueva extremidad perceptiva. En cambio,
para las generaciones posteriores, quienes eran todavía jóvenes cuando el internet fue
introducido en sus vidas, la plasticidad de su cerebro y el constante influjo de las
tecnologías de la información les permitieron desarrollar un nuevo lenguaje (no muy
distinto a como suceden con los niños que son introducidos a un nuevo idioma que habrán
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de aprender para socializar). Por supuesto, el internet seguía siendo más rápido, más
extenso, más abrumador, por lo que dichas generaciones no lidiaban con el internet día a
día (como les sucedía a las generaciones anteriores), sino que lidiaban el día a día con el
internet.
Las generaciones que nacieron cuando el internet ya estaba presente no conocieron (ni
podrán conocer jamás) un mundo donde no existía. Incluso el concebirlo en la imaginación
les presenta una tarea difícil, pues si bien pueden recrearlo en su cabeza, irremediablemente
estarán pensando en el pasado desde el lente filtrado de su conocimiento inconsciente del
mundo a través del internet. Esta generación nació y creció con el lenguaje siempre
cambiante del internet, con el influjo cultural sin precedentes y los abrumadores torrentes
de la información sin filtro. Están adaptados a una forma de comunicarse que se mantiene
en constante cambio y transformación, pero no tienen las herramientas suficientes para
acercarse a dichas interacciones sociales de una forma sistemática. No hay criterios, más
allá de los intrínsecos al propio lenguaje del internet (interacción, engagement, reacción)
para lidiar con una comunicación apropiada. Ninguna de las generaciones lo tiene
realmente. Y no es porque no exista, pero porque fueron introducidos en el internet con una
zambullida sin pausarnos a considerar en sus consecuencias, peligros, implicaciones, ya no
solo para la interacción digital, pero para la forma en que tomamos en cuenta la realidad
frente a nuestros ojos; para nuestra mente la realidad no es realmente distinta a la realidad
detrás de la pantalla. Sin un acercamiento crítico al internet y las redes sociales, corremos el
riesgo de perder la realidad en el torrente de información sin filtro y caer en las mismas
dinámicas de interacción efímeras que se presentan en el mundo digital.
El acercamiento sistemático
Entonces, ¿estamos irremediablemente condenados a ver al mundo a través de la óptica de
los medios digitales de comunicación masiva e instantánea sin posibilidad de distinguir
(más que conceptualmente) el mundo real y la híperrealidad? La respuesta es compleja,
pero podríamos decir que sí y no. Sí, en el sentido de que, como mencionamos, para
aquellos que nacieron con el constante influjo de las redes sociales es virtualmente
imposible concebir un mundo sin tal “extremidad”. Pero lo que es más importante aún, es el
hecho de que el acceso al internet en el mundo contemporáneo no es un privilegio, sino un
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derecho (Declaración de las Naciones Unidas, 2016). Ya sea debido a la necesidad de la
interacción a distancia (evidenciado, sin duda, durante la contingencia iniciado en el 2020),
o ya sea para tener acceso y disponibilidad a la información del mundo globalizado y la
apertura a trabajar en él. Sin duda es tentadora la idea del llamado “détox” de las redes
sociales, o desintoxicación, que consiste en pasar períodos de tiempo desconectado de las
plataformas. Es una práctica buena y alentadora, pero considerar que el détox es suficiente
para “desintoxicarse” (y nótese aquí el peyorativo comúnmente utilizado) del mundo digital
es no tomar en cuenta el hecho de que el internet no se reduce a las redes sociales, y
ciertamente tampoco se reduce a cualquier otra plataforma digital accesible por un buscador
web. El internet es la intercomunicación constante e inmediata a través de medios digitales,
que como vimos, están intrínsecamente relacionados a nuestra forma de ver el mundo. Así
como cerrar los ojos no detiene el mundo percibido y no deja de alimentar la forma en que
lo continuamos percibiendo, así tampoco podemos arrancar esta otra extremidad sin sentir
su dolor fantasma.
Pero también podemos decir que no, pues tal expresión como “irremediablemente
condenados a percibir el mundo a través del internet” contiene implícito una forma negativa
de ver la cuestión. El internet no es ni bueno ni malo por sí mismo, es una herramienta. Y
en cuanto tal requiere de aprendizaje.
Las posibilidades de lo que podemos construir con ella son realmente demasiado extensas
para pensarlas todas, por lo que nos permite (como una súperhabilidad) construir un mundo
más bello, más bueno, más apropiado, manteniéndonos a todos conectados. Pero para ello
es necesario un acercamiento sistemático. Como mencionamos, un détox es recomendable,
pero ciertamente no es suficiente o siquiera necesario. Al interactuar con las redes sociales
es imperante tener un esquema crítico para saber cuánta información consumir, de qué
medios y por qué filtros habrán de pasar. ¿Con quiénes habrás de interactuar? ¿Por cuánto
tiempo? ¿Con qué propósito? Y quizá más importante aún, ¿te estás tomando el tiempo de
reflexionar y procesar la información? Dicho acercamiento sistemático está directamente
ligado con la forma de interactuar con su medio ambiente de cada persona, así como de su
contexto social, histórico y su bagaje cultural, por lo que tratar de plantear un esquema
universal es absurdo, pero ciertamente hay ciertos lineamientos comunes que nos indican
no cómo interactuar con el internet y las redes sociales, sino cómo reflexionar con el
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mundo, cómo acceder a él con un pensamiento crítico. De dicha forma el internet se vuelve
ya no solo una súperhabilidad, sino en un súperpoder. Tenemos una nueva extremidad, pero
ella no debe controlarnos, guiarnos ni dominarnos; por el contrario, comencemos a
considerar qué podemos construir con ella y qué herramientas son necesarias para domarla.
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Bibliografía
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