Conceptos Filosoficos en La Historia de La Psicologia - Cap01
Conceptos Filosoficos en La Historia de La Psicologia - Cap01
Conceptos filosóficos
de la antigua Grecia en
la historia de la psicología
de Brennan
En este párrafo, sin cita alguna, Brennan (1999) hace alusión al paso del mito al
logos. Pretende diferenciar el mito y el logos por sus formas de explicarse radical-
mente distintas. La explicación mítica griega, según Brennan, buscaría las causas
de lo existente (o del mundo) en los dioses, mientras que la ciencia incipiente
buscaría la explicación causal en la naturaleza o el entorno. Surge, en consecuen-
cia, un primer interrogante frente a esta idea defendida por el autor: ¿buscaban
realmente los griegos con sus mitos explicar las causas de lo existente?, ¿o, más
bien, pretendían comprender las razones, los motivos o el sentido último de todo
lo existente?
Brennan (1999) no acude a diferenciar las dos formas de explicación por las inten-
cionalidades que respectivamente representan, sino por el tipo de narración y,
por ende, de lenguaje que cada una utiliza. Sin embargo, hay historiadores con
interesantes indicios para pensar que el mito griego obedecía, más bien, a un de-
seo de explicar teleológicamente el mundo, y no tanto etiológica o causalmen-
te (Vernant, 1979). Brennan no se percata, en síntesis, de que la diferencia de ex-
plicación entre el mito y el logos no es simplemente la causa de lo que existe,
y ni siquiera la naturaleza de la causa, sino el propósito mismo de la explicación.
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LOGOS vestigium
Lo anterior puede respaldarse con la idea de que los primeros pensadores venían
influenciados por las razones y motivaciones de los griegos, que ya hacían uso de la
razón, de la argumentación, del logos para organizarse social, jurídica, política y cul-
turalmente (Vernant, 1979). Esta misma razón buscaría, entonces, explicar más bien
el para qué que el por qué causal o el cómo.
Adicionalmente, es importante aclarar que la concepción de la physis, o naturale-
za, entre los primeros filósofos griegos asociaba a los hombres y a la divinidad del
mundo de manera unificada y homogénea como una misma naturaleza, a diferencia
de la concepción mítica que le antecedió. No debe entonces aligerarse y reducirse
esta transformación cosmológica a la visión del materialismo moderno, y ni siquiera
apresurarse a la del materialismo atomal antiguo promovido solo desde la aparición
de pensadores como Leucipo y Demócrito.
Dentro de este mismo contexto sobre la physis, llama también la atención que Bren-
nan (1999) equipare con tanta indiferencia la naturaleza al entorno. Ello obliga a
revisar inmediatamente la noción de entorno para determinar su compatibilidad y si-
nonimia con la noción griega de naturaleza. Aun si Brennan (1999) quisiera referirse
al entorno natural, y no simplemente al entorno, para quitarle cualquier connotación
que implique la existencia de elementos subjetivos como los presentes en la noción
de medioambiente, seguiría siendo excesivamente lejana su noción de entorno a la
noción griega de naturaleza.
Para los antiguos griegos, la naturaleza incluye todo lo existente en el mundo, in-
cluso al hombre. En consecuencia, es arriesgado decir que se trata de “la naturaleza
o el entorno” (p. 19). Regularmente, el entorno se equipara al ámbito, en el contexto
psicológico, y está referido así a influencias que impactan sobre el individuo, quien
resulta finalmente moldeado por ellas (Gross, 2007); es decir, el entorno no incluye al
individuo, sino que solo lo afecta.
El paso del mito al logos no debería leerse como un cambio abrupto del pensamiento
mítico-religioso, fruto de la imaginación acrítica, al pensamiento filosófico y científi-
co, resultado de la racionalidad crítica y la observación de la naturaleza.
Ahora bien, se ha entendido como menos abrupto el cambio cuando se ha hecho
entrar en escena la obra literaria homérica, en la que habría una transición más
paulatina del pensamiento mítico hacia el pensamiento científico-filosófico. Pero
en realidad se atenúa significativamente la voluptuosidad de este supuesto cambio
intempestivo si se tiene presente, como lo recuerda Vernant (1979), la anotación
que hiciera Aristóteles a propósito de la organización inicial de los griegos y la
aparición de la Sabiduría.
Los estudios sobre la filosofía de Aristóteles, a partir de un diálogo hoy perdido (Ver-
nant, 1979), afirman que para el Estagirita, después del diluvio de Deucalión, los
hombres, para reorganizarse, centraron sus esfuerzos en la formación de la polis, para
la cual inventaron las leyes y los restantes vínculos que se requerían y que permitían
el acople de sus partes. A tal invento lo llamaron Sabiduría (Sophía), que sería previa
a la physiké, a la theoría o ciencia física e incluso a la Sabiduría suprema referida a las
realidades divinas. Esta sabiduría es la que sirve para nombrar a los siete personajes
griegos que la poseían y a partir de la cual establecerían las virtudes propias del ciu-
dadano en la polis.
No debe olvidarse además, a este propósito, que antes de la aparición de los primeros
reconocidos filósofos presocráticos ya operaba en el derecho y el poder de los jueces
la técnica de la demostración, la reconstrucción de lo aceptable y plausible para la
mayoría, los procesos deductivos a partir de los datos o las señales recolectadas y la
elaboración misma de una noción de verdad objetiva dentro de esta actividad judi-
cial. Ello hace dudoso que la aparición de la racionalidad se haya dado de manera
exclusiva y abrupta a partir de los primeros filósofos como Tales o Anaximandro.
Esta aparición del logos está asociada ciertamente al poder de la palabra, sin que, no
obstante, se deba reducir a ella. La palabra va pasando de ser un poder de los rituales
religiosos o de los mandatos del monarca como fuerza divina de persuasión (Peitho),
que implica una fórmula justa, a ser una palabra-argumento:
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LOGOS vestigium
Se trata entonces de la aparición del logos, del juego público de la palabra persuasiva
en la plaza pública, en el lugar del debate, en el ágora, y como permanente preámbulo
a las decisiones políticas.
No obstante estas aclaradoras explicaciones, hay adicionalmente una discusión más
arraigada entre los historiadores que defienden la idea de un cambio radical del mito
al logos, con la cual equiparan la aparición del pensamiento filosófico al nacimiento
de la razón científica, y aquellos historiadores que, por el contrario, no ven identifica-
ble el pensamiento filosófico presocrático con el pensamiento científico, en la medida
en que detectan grandes analogías entre los primeros filosofemas y los mitos tradi-
cionales griegos, entre las cosmologías y las cosmogonías antiguas en Grecia. Así lo
indica Vernant (1979), al referirse a la contraposición de ideas entre los historiadores
Burnet y Cornford:
“Los filósofos Jonios”, escribe Burnet, “han abierto el camino que la ciencia después
sólo ha tenido que seguir”. A esta interpretación se opone punto por punto la de F. M.
Cornford. Según él, la primera filosofía se acerca más a una construcción mítica que a
una teoría científica. La física jónica nada tiene de común, ni en su inspiración ni en sus
métodos, con lo que nosotros denominamos ciencia. […] Las cosmogonías reanudan
y prolongan los temas esenciales de los mitos cosmogónicos. Aportan una respuesta al
mismo tipo de cuestión; no buscan, como la ciencia, las leyes de la naturaleza; se pre-
guntan, con el mito, cómo se ha establecido el orden, cómo ha podido el cosmos surgir
del caos. De los mitos de génesis, los milesios toman no solo una imagen del universo,
sino también todo un material conceptual y esquemas explicativos: tras de los “elemen-
tos” de la physis se perfilan antiguas divinidades mitológicas. Al hacerse naturaleza, los
elementos han perdido el aspecto de dioses individualizados; pero continúan siendo
potencias activas y animadas. […] La physis cuando opera, está toda compenetrada de
aquella sabiduría y aquella justicia que eran los atributos de Zeus (pp. 83-84).
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LOGOS vestigium
Quizás, entonces, pueda encontrarse un punto intermedio que atenúe el paso del
mito al logos, sin pretender diferenciarlos de una manera tan radical. A este propósito
quizás ayude la observación de Bernabé (1988) sobre la transición entre la especula-
ción mítica y racional:
Es afirmación frecuentemente repetida la de que los griegos en un momento determi-
nado se liberaron de la especulación mítica […] y emprendieron por vez primera la
aventura de organizar un pensamiento sobre bases racionales. Como tantas otras, es
ésta también una afirmación que requiera ser matizada. Desde luego que la especu-
lación mítica es más antigua que la filosofía […] pero no es menos cierto que ambos
terrenos se mantuvieron por caminos paralelos durante siglos y que no se trató de
modo alguno de una pura sustitución radical de uno por el otro (pp. 13-14).
De cualquier manera, habría que reconsiderar cómo el interés de los primeros pen-
sadores pueda ser más teleológico que el de los científicos actuales, en el sentido de
explicar la naturaleza por sus efectos más que por sus causas; o, al menos, en tér-
minos aristotélicos, más por su causa final que por su causa material, pese a que el
propio Aristóteles no lo reconociera en su momento de esa forma. En todo caso, esta
afirmación resulta arriesgada por cuanto sería al propio Aristóteles, en su diagnóstico
en la Metafísica, a quien le pareciera ausente en las explicaciones cosmológicas de los
presocráticos el para qué (teleología).
La afirmación se fundamenta, entonces, en el interés moral de los autores que nunca
habría desaparecido de sus explicaciones cosmológicas. Basta con mirar, a manera de
ejemplo, la concepción de Empédocles acerca de las fuerzas opuestas en la naturaleza
y que dan dinamismo a la realidad para unir y separar los elementos entre sí (el amor
y la discordia). De hecho, conviene tener presente el hilozoísmo autoproclamado de
los primeros naturalistas, en el que aparece abiertamente declarado que la materia
fundamental está animada. Brennan (1999) mismo recuerda que “la vida y la materia
eran inseparables” (p. 20).
Habría que ser, en tal caso, demasiado aristotélico para considerar ausentes las cau-
sas formal y final en los primeros filósofos y reducir finalmente sus explicaciones a las
causas material y, más aún, eficiente. En efecto, Aristóteles señala en su introducción a
la Metafísica (985a, p. 15) que las causas formal y material solo aparecen con el concepto
de inteligencia de Anaxágoras, en un progreso lógico del pensamiento de sus anteceso-
res; sin embargo, Mondolfo (1980) comenta la imprecisión de esta cronología:
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LOGOS vestigium
fin y del imperativo y de la sanción para toda transgresión, de acuerdo con la medida
del talión. Justamente por esta concepción de la naturaleza, el principio primordial
ya es llamado, en Tales y en Anaximandro, lo divino, y considerado, al mismo tiem-
po, indistintamente, sustancia y fuerza, razón reguladora y finalidad formadora. A la
indistinción originaria, le sigue después una distinción entre sustancias materiales y
principios espirituales; pero ya antes de Anaxágoras, a quien Aristóteles le atribuye la
introducción, ella se había delineado con Empédocles, que hacía intervenir el Amor y
el Odio para actuar sobre los cuatro elementos materiales (p. 39).
En cualquier caso, “todo lo que, en efecto, sabemos acerca de sus opiniones sobre el
agua […] es que a Aristóteles […] le parecían concordar con su propia idea de άρχή
material” (Kirk y Raven, 1969).
La fusión entre lo divino y lo material parece hacerse muy visible en narraciones
como la que hace Diógenes (1986), cuando afirma que a Tales se le atribuye esta
sentencia:
De los seres, el más antiguo es Dios, por ser ingénito; el más hermoso es el mundo, por
ser obra de Dios: el más grande es el espacio, porque lo encierra todo: el más veloz es
el entendimiento, porque corre por todo; el más fuerte es la necesidad, porque todo lo
vence; el más sabio es el tiempo, porque todo lo descubre.
La orientación naturalista6
6 Brennan (1999) cree poder agrupar a los filósofos de la antigua Grecia en cinco categorías u orientaciones, según el tipo de explicacio-
nes que hubieran dado a los principales asuntos de la psicología. Aunque aquí se considere fallida y forzada tal clasificación, se sigue
el mismo orden de ideas expuestas por el autor para facilitar el ejercicio de análisis, crítica y ajuste.
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LOGOS vestigium
Tales de Mileto
“De acuerdo con Tales, el agua es el primer elemento porque el agua es el origen de
todo, así como su forma final” (Brennan, 1999, p. 20). La afirmación resulta correcta,
aunque corre el riesgo de ser interpretada indebidamente. Tratar de sintetizar en cin-
co renglones el sentido del arkhé de Tales resulta bastante ambicioso.
En primer lugar, Brennan (1999) debía haber indicado previamente la importancia
que puede tener, en el estudio de la historia de la psicología, el conocimiento de la
postura de estos filósofos de la Grecia antigua. Si bien lo hace fugazmente, no des-
taca, por ejemplo, la importancia de entender la nueva actitud de búsqueda de los
primeros naturalistas en el marco de los orígenes del pensamiento científico y, en
consecuencia, de la psicología. De hecho, la pregunta por el origen o por la sustancia
fundamental de la naturaleza, del hombre, del mundo en general no es siquiera origi-
nal de los primeros filósofos; ya existía como pregunta en el mito griego y ya existían
respuestas en varias versiones a esta.
Lo que va cambiando, en realidad, es la manera de responder a la pregunta por el
origen, el camino que se sigue para hacerlo y la intención misma de intentarlo de
una nueva forma. La importancia de la observación y de la reflexión crítica resultan
ser elementos fundamentales para comprender la distancia con la respuesta mítica
y el acercamiento paulatino a la actitud científica. Esta observación es aún bastante
limitada y de hecho prima notablemente sobre ella la reflexión (phronésis). De ahí
que Vernant (1979) afirme:
En esta tarea no fue mucho lo que se aproximó a la realidad física; fue poco lo que
tomó de la observación de los fenómenos naturales; no hizo experiencia. La noción
misma de experimentación le fue siempre extraña. […] la razón griega no se ha for-
mado tanto en el comercio humano de las cosas, cuanto en las relaciones de los hom-
bres entre sí […] la razón griega es la que en forma positiva, reflexiva y metódica,
permite actuar sobre los hombres, no transformar la naturaleza. Dentro de sus límites,
como en sus innovaciones, es hija de la ciudad (pp. 106-107).
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LOGOS vestigium
Por otra parte, el arkhé entre los griegos antiguos está inicialmente referido al prime-
ro en poder y solo posteriormente al primero como principio (Vernant, 1979). De to-
das maneras, es importante el vínculo que pueda hacerse entre la mirada naturalista
y la organización política. Por ello Vernant (1976) sostiene:
La escuela de Mileto no vio nacer la razón; ella construyó una razón, una primera for-
ma de racionalidad. […] Cuando Aristóteles define al hombre como un “animal polí-
tico” [homo politicus antes que animal racional, como popularmente se cree], subraya
lo que separa la razón griega de la razón de nuestros días. De hecho, es en el plano
político donde la razón, en Grecia, se ha expresado, constituido, formado primera-
mente. […] Cuando nace en Mileto, la filosofía está enraizada en aquel pensamiento
político cuyas preocupaciones fundamentales traduce y del cual adopta todavía una
parte de su vocabulario (p. 105).
Esto también puede ser expresado diciendo que, a diferencia del creer común, es
sabido que el pensamiento filosófico se centró en la naturaleza, pero a partir de una
concepción antropomórfica de esta, en lugar de pensar que hubiera sido netamente
cosmocéntrica y hubiera hecho un giro posterior hacia el primer antropocentrismo.
Por ello diría Mondolfo (1958):
Igualmente es importante señalar que la búsqueda del arkhé, aunque se haya he-
cho en la naturaleza y sin acudir a divinidad alguna, parte de elegir entre los
cuatro elementos naturales básicos aceptados desde la antigüedad por los griegos.
No es la pregunta por el origen del caos original lo que preocupa ahora a los fi-
lósofos como Tales, ni tampoco la naturaleza de ese caos; más bien preocupa la
sustancia primera y la finalidad formadora, así como la explicación de la manera
como puede haber dado origen a toda la multiplicidad de lo existente a partir de
cualquier desorden preexistente.
El concepto de unidad resulta entonces fundamental en medio de la multiplicidad
variada de cosas. Lo anterior no quiere decir que, en todos los casos, un filósofo
como Tales deba considerarse monista. Aun el pluralista diferencia la multiplici-
dad de aquello que le da unidad. En consecuencia, la unidad no está referida a la
cantidad de elementos elegidos, como a su naturaleza unificada y unificadora de lo
múltiple o variado.
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LOGOS vestigium
Esto quiere decir que podemos apreciarla más bien como “lo húmedo” o, en algún
sentido, como uno de los estados fundamentales de lo físico, de la naturaleza, y para
el caso, como el estado originario cuya transformación produce los demás estados y
hacia el cual los demás estados retornan.
Quizás hubiera sido interesante que Brennan (1999) se saliera del estereotipado re-
cuento de Tales y el agua, para hablar en su texto brevemente del matemático jonio,
del primer predictor de un eclipse y, sobre todo, del geómetra Tales, de su teorema,
del método comparativo del bastón y la sombra utilizado para calcular con bastante
precisión la altura de las pirámides. O que se hubiese ocupado de otros tantos datos
que, claramente expuestos, permiten entender mejor la magnitud de sus aportes, ha-
cer un ilación conceptual más consistente entre los primeros pensadores jonios y en-
tender las verdaderas novedades del logos. Y qué decir de los nexos con el pensamien-
to político griego que sería de tanto interés para varios historiadores de la filosofía.
Anaximandro
Otro físico jonio, Anaximandro (Circa 610-546 a. C.), dejó atrás la imagen de su
maestro Tales al proponer que la Tierra es un cilindro suspendido en el centro del
universo y alrededor del cual giran el Sol, la Luna y los astros. Anaximandro afirmaba
que el “espacio ilimitado” del universo contiene los elementos naturales básicos. Esta
masa ilimitada desarrolla por sus propias fuerzas amorfas las variadas manifestacio-
nes de la naturaleza (Brennan, 1999, p. 20).
Por otra parte, Vernant (1979) señala con gran agudeza que la revisión de la revo-
lución intelectual iniciada por los filósofos debería hacerse entonces desde Anaxi-
mandro, más que desde Tales. La razón fundamental gira en torno a la tesis de que
Anaximandro no introduce en su vocabulario el término arkhé; él remplaza la idea
de orden jerárquico, propio del mito y latente en Tales y Anaxímenes, por el de orden
igualitario, producto de la armonía, de la simetría de las relaciones. Este equilibro
dinámico (dynameis) estaría regulado por una sola ley, pero externa a los elementos
mismos que componen la naturaleza.
Es además muy consistente la búsqueda de este indeterminado de Anaximandro
como origen de todos los elementos naturales (determinados) y regulador de sus
relaciones igualitarias (isonomía). Esta interpretación favorece la comprensión del
paso de la monarkhía a la polis. Así, la tierra esférica y suspendida estáticamente (sin
soporte físico) en el centro del universo es entonces una imagen geométrica no plana
que rompe con las jerarquías de oposición entre el arriba y el abajo, y que devela el
resultado de las relaciones simétricas, armónicas, en estado de equilibrio (isorropía)
con otros cuerpos celestes.
Dentro de la lógica científica valdría la pena destacar además el hecho de que el
ápeiron rompe con el propósito de encontrar un principio observable; más bien prio-
riza la búsqueda de una explicación mayormente racional de lo observable y que, a su
vez, pueda ser “inferida” de lo observable. Que en lugar de un elemento sea elegido
lo indeterminado (lo no-elemento) resulta más consistente para explicar el origen de
todo, el fundamento y fin de todo.
Anaxímenes
“[Anaxímenes] (siglo VI a. C) especula que el aire que nos rodea, que llamaba pneu-
ma, es la causa de la vida en la naturaleza” (Brennan, 1999, p. 20).
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LOGOS vestigium
Demócrito
Nuestro conocimiento se basa en los sentidos, que a su vez son impresionados por
“átomos” de los objetos. Así, la explicación primera de la vida se encuentra en los
átomos que componen la materia. […] La cantidad de materia siempre es constante,
lo que lo condujo a postular la conservación e indestructibilidad de la misma. Los
átomos difieren en tamaño, peso y forma, pero sus relaciones están regidas comple-
tamente por leyes naturales y no dan lugar a la espontaneidad o al azar. Los seres
humanos y los animales constan de los átomos más perfectos y móviles. Así pues,
Demócrito veía en el materialismo, en las propiedades físicas de los átomos, la expli-
cación básica del principio de la vida (Brennan, 1999, pp. 20-21).
permanente entre ellos (unos rebotan y otros se enlazan [Mondolfo, 1958]), lo que
genera la idea de causalidad con respecto a lo que cambia, aunque de una nueva
manera.
La relación causal explicaría toda la variedad de objetos del (los) mundo(s), pues
en la multiplicidad aparecería la variedad de agrupaciones (connubio) por causa del
devenir permanente, lo que no niega la estabilidad del átomo en sí mismo. No está
diciendo el atomista que el vacío sea el principio del átomo, ni que el átomo sea el
principio del vacío, pero sí que ambos existen en relación permanente. “Demócrito
prefirió sostener que todo se produce por necesidad” (Mondolfo, 1958, p. 115). Que-
dan integrados, entonces, el ser, el no-ser o vacío, el movimiento y la estabilidad.
Una vez los físicos construyen esta imagen del mundo (o de los mundos posibles) y
llegan los sofistas, sería tiempo de preocuparse un poco más por otros asuntos direc-
tamente relacionados con el hombre, y abandonar, un tanto, las discusiones sobre el
origen del universo. Aun así, es sabido que Platón y Aristóteles retomarán muchas de
ellas para refutarlas o apoyarlas parcialmente.
Para estudiar los antecedentes de la psicología —esos que busca Brennan (1999),
pero que deja fácilmente escapar—, resulta de especial interés rescatar la idea de alma
en los atomistas; el alma como principio del movimiento, la respiración y la vida, la
identidad del alma y del intelecto, la identidad de sensación y de pensamiento, la re-
ducción de las sensaciones al tacto, el pensamiento y su relatividad al temperamento
corpóreo, los fenómenos sensibles y el mundo intelectivo e incluso la ética presente
en filósofos como Demócrito (Mondolfo, 1958, pp. 118-122).
Heráclito
Buscaba un único principio unificador, una sustancia que pudiera explicar la natu-
raleza del cambio y la permanencia en el mundo. Su solución fue el fuego, tanto por
sus propiedades físicas como por su valor simbólico. Heráclito pensaba que el cambio
es el hecho más evidente en la naturaleza y que sus propiedades producen cambios
notables en otros cuerpos. Además, el fuego simboliza el flujo de la naturaleza. Así,
Heráclito encontró en el fuego una sustancia unificadora que sirve como base para la
vida (Brennan, 1999, p. 21).
Brennan parece más oscuro que el propio Heráclito cuando señala como unificador
el elemento buscado por este filósofo. Por una parte, es conveniente aclarar que qui-
zás la búsqueda de Heráclito no es tanto de un principio, sino de una causa, pues el
devenir es permanente y, por ende, no tendría ni principio ni fin. La búsqueda sería
más bien de la estructura fundamental de todo lo real.
Pero una crítica más consistente puede hacerse en el sentido de que el devenir o cam-
bio permanente es, para Heráclito, solo una parte que requiere de otra para formar
una unidad: el Logos (λóγος). Este es un primer paso que en tanto se refiera solo al
cambio daría a entender que de nada se puede decir nada, porque cuando se dice ya
ha cambiado.
Esta postura aislada nos encerraría epistemológicamente en un escepticismo absolu-
to, que, además de su imposibilidad lógica, sería innecesario. De ahí que Aristóteles
destaque e interprete en su Metafísica que lo permanente sea el cambio mismo. No
obstante, esta aclaración seguiría siendo insuficiente si no se destaca que la expe-
riencia sensible que descubre el devenir debe ser complementada y orientada por la
razón, que es la que descubre la permanencia. Y en esta dinámica, cobra importancia
la razón cósmica, que todo lo regula y que permite que los cambios sean cíclicos,
permanentes y armónicos:
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LOGOS vestigium
hombre y en las cosas, armonía oculta e identidad de los contrarios, en la que, por ello,
también entra y es explicado el flujo de los seres. Así, en esta explicación, la antítesis
inicial de experiencia y de razón se elimina, conciliándose la oposición con la identi-
dad, lo múltiple con la unidad, el cambio con la permanencia (Mondolfo, 1958, p. 47).
Así, puede decirse que en Heráclito hay tres momentos del desenvolvimiento: “La ex-
periencia del flujo, la exigencia racional de la permanencia, el reconocimiento de su
identidad recíproca” (Mondolfo, 1958, p. 47). Y aunque el Logos esté asociado a una
divinidad, subraya la idea de una razón universal que regule los cambios; de una ley
que explique todos los cambios y que manifieste su armonía, su orden, su dinamismo
oculto.
Con respecto al hombre, y en particular a su alma hecha de éter ígneo (tema que
debería ser central en una presentación de los antecedentes de la psicología desde la
Grecia antigua), Heráclito abandona la idea de Anaxímenes, quien había deducido
conclusiones cosmológicas de la naturaleza del alma. Construye una teoría psicoló-
gica de orden racionalista en la que originalmente conecta la estructura del alma, y
la del cuerpo, con la del mundo en su totalidad:
[Para Heráclito, el alma] desempeña una cierta función en el gran ciclo del cambio na-
tural. Nace de la humedad y queda destruida cuando se convierte totalmente en agua.
El alma eficiente es seca […] un alma humedecida […] tiene su capacidad disminuida
y hace que su dueño se comporte como un niño, sin juicio o sin vigor físico. De esta
forma coloca explícitamente al entendimiento en el alma y ésta, que puede moverse
en todas las partes del cuerpo según sus necesidades, tiene unos límites inalcanzables
(Mondolfo, 1958, pp. 290-230).
En los estudios de Heráclito sería interesante revisar muchas otras ideas sobre el alma,
para extraer de allí el desarrollo de un pensamiento, de una reflexión, de unas hipó-
tesis en torno al alma humana, el entendimiento, la razón, la inteligencia y demás.
Parménides
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LOGOS vestigium
El uso del término materia en Brennan (1999) parece bastante ligero, pues es utiliza-
do anacrónicamente. Para Parménides, de la nada no puede salir nada, lo que hace
al ser inengendrado. Así también, del ser no puede salir el no-ser, y por ello el ser es
eterno. De esta manera, con Parménides se da el paso a la metafísica en cuanto que
la pregunta no es tanto por el cómo sino por el porqué. Si no hay propiamente pasado
ni futuro para el ser, este es como un presente permanente. Esta permanencia debe
tomarse en sentido metafísico, y no estrictamente espacio-temporal. Es evidente, no
obstante, que Parménides queda atrapado en su expresión en el espacio-tiempo7.
Si el propio Brennan (1999) recuerda que también Heráclito había buscado una
alternativa al problema del cambio, parece extraño o, al menos, poco claro que re-
suelva el último párrafo diciendo que “la segunda postura es la postura de Herácli-
to y la de Parménides, quienes teorizaban sobre el carácter del cambio y dedujeron
(en conclusiones opuestas) de sus hipótesis algunas implicaciones acerca de la ma-
teria” (p. 21). En efecto, no se especifican cuáles sean esas conclusiones. Ni se aclara
cómo se oponen, de manera distinta o semejante, a la percepción de la multiplicidad
como única realidad existente.
Una vez más, Brennan (1999) desaprovecha la ocasión para revisar al sofista8 Zenón
de Elea y sus consideraciones sobre la dialéctica9 como “gimnasia mental”. Esta idea
de Zenón permite visibilizar las contradicciones de la unidad y, al mismo tiempo, de
la multiplicidad (Conrado, 1978, pp. 33-41), pero también de la percepción sensible
en relación con su racionalización. No menciona el historiador tampoco la noción
zenoniana de cambio, de movimiento, que realiza a partir de un perspicaz análisis
racional y que se muestra didácticamente en sus famosas paradojas como la de la
flecha o la de la tortuga y Aquiles.
La importancia de estas aclaraciones para la historia de la psicología quizás no
salta a la vista. El concepto de lo estable será fundamental para la búsqueda de
leyes en el universo, en nuestro planeta y en nuestro comportamiento a distintos
niveles. El reconocimiento del devenir, por su parte, será uno de los supuestos onto-
lógicos de las ciencias. El conflicto entre la experiencia sensible (o quizás sensorial)
y su posible racionalización tendrá que ver con las explicaciones que se puedan tejer
en torno a los procesos psicológicos básicos y superiores, como también al procesa-
miento de la información, según alguna metáfora como la computacional.
Pese a las dificultades en el hallazgo, el reconocimiento de la autenticidad, la traduc-
ción y la interpretación de los escritos de Zenón, es interesante arriesgar la lectura de
7 Debe aclararse, en este contexto filosófico, que Parménides se refiere más que al Ser, a lo que es, como participio presente del verbo
ser (eòn o tò eòn) (Conrado, 1978), y que solo puede pensarse algo de lo que es, mas no de lo que no es.
8 Así recordado por Aristóteles.
9 Aristóteles lo considera su iniciador, al igual que de la filosofía erística.
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LOGOS vestigium
que no quisiera negar como tal el movimiento, para mantenerse así fiel a Parménides.
Parece más enriquecedor, traspasando quizás los límites del ejercicio hermenéutico
y exegético, ver en este pensador a un crítico sobre la posibilidad de obtener el co-
nocimiento del mundo mediante el congelamiento de la realidad o los hechos en el
pensamiento. Esta crítica quizás en la misma línea de su posible ataque frontal a los
pitagóricos (Conrado, 1978).
Finalmente, Brennan (1999) cierra el párrafo sobre los filósofos antiguos, que clasifi-
ca como naturalistas, diciendo:
Orientación biológica
Si queda desvirtuada la versión del naturalismo presentada por Brennan (1999),
es ya problematizable la restante taxonomía con la que parece forzar a los filósofos
presocráticos. De hecho, la siguiente agrupación la hace bajo el rótulo de orienta-
ción biológica. Otra expresión bastante arriesgada y que, no manejada con suficiente
cautela, resulta también anacrónica para lo que se quiera decir de pensadores como
Alcmeón, Hipócrates y, especialmente, Empédocles.
Que se destaquen algunas reflexiones que sean atinentes al cuerpo humano no auto-
riza clasificar el pensamiento de Empédocles como biológico. La tesis fundamental de
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LOGOS vestigium
Empédocles ya ha sido tratada aquí antes y, como pudo verse, claramente manifiesta
un pensamiento que trasciende lo biológico. Es la idea de la unidad misma del todo
lo que está en juego, y ello vuelve a tener que ver directamente con la naturaleza, con
el mundo, con el cosmos y, dentro de él, con el hombre. Aunque la clasificación no
parece fiel a las ideas de los presocráticos, solo en razón del orden del texto de Bren-
nan se seguirá utilizando.
La concepción matemática
[Pitágoras] enseñaba que conocemos el mundo por las imprecisiones de los sentidos,
pero que este mundo es artificial y está distorsionado. Tras todas las relaciones, existe
otra realidad, más permanente y de índole esencialmente matemática, que no está al
alcance de nuestros sentidos y que debe ser descubierta por razonamiento intuitivo.
Este segundo mundo de relaciones definidas explica todo en la realidad al ofrecer la
unidad esencial de la naturaleza. […] La orientación matemática tendía [a] despreciar
el mundo, y nuestro conocimiento de él, por no ser confiable. En su lugar, ofrecía un
reino diferente de relaciones matemáticas, un reino que no podemos conocer por
medio de los sentidos (p. 23).
Hace falta recuperar una interpretación que nos aleje de la idea de que los pitagóricos
pudieran concebir los números como ideas o entes extramundanos, es decir, pertene-
cientes a un mundo paralelo y opuesto al que percibimos. Aunque haya autores como
García (1992) que erróneamente así lo presenten, es bueno señalar que el propio
Aristóteles ya lo advertía al mostrar la relación entre las cosas mismas del mundo y
los números en los pitagóricos (la realidad hecha de números):
Arist., Met. XIII 6, 1080b: Los pitagóricos [dicen que el número es] uno, el matemá-
tico, pero afirman que no está separado sino que las sustancias sensibles están com-
puestas de él. Sostienen, en efecto, que el cielo íntegro está fabricado de números,
aunque no de unidades abstractas, ya que piensan que las unidades tienen magnitu-
des: ahora, cómo se constituyó con magnitud el primer Uno, se ven dificultades (para
explicarlo) (Conrado, 1978, p. 237).
Si las sustancias sensibles están compuestas del número, ¿cómo ubicarlo en otra rea-
lidad diferente de la sensible? De hecho, el término geometría, en sus definiciones
45
LOGOS vestigium
1) Pitágoras mismo no sabemos qué dijo; 2) es probable que la admiración que des-
pertó en sus discípulos le haya dado una aureola divina o de ascendencia divina; 3) es
probable que, a fines del siglo VI o comienzos del V, discípulos suyos hayan hablado
de la inmortalidad, pero restringiéndola a Pitágoras, y acaso a algunos discípulos;
pero si ha habido un mayor grado de generalización y con la característica de me-
tempsícosis, sólo ha tenido lugar en la segunda mitad del siglo v, y no forzosamente
entre los pitagóricos. A algunos de ellos, pitagóricos o no, Heródoto alude, sin dar
nombres, por motivos que no sabemos (Conrado, 1978, p. 208).
Orientación humanista10
Anaxágoras
Brennan (1999) presenta a Anaxágoras como un filósofo antropocéntrico, centrado
en la idea de un nous, a partir del cual se organizan los cuatro elementos naturales,
pero no hace alusión a la noción popularmente atribuida a este presocrático de las
homeomerías. Lo clasifica como el primero en poner al hombre en un plano superior
sobre los demás seres vivos, por características tales como la razón, el lenguaje y la
introspección.
Según Brennan (1999), Anaxágoras propuso como origen un caos que se fue orga-
nizando por un espíritu consciente (nous). Este espíritu iría diferenciando los cuatro
elementos básicos y vigilando todo el desarrollo del mundo:
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LOGOS vestigium
Según algunos estudios realizados durante los últimos cincuenta años, Diógenes
Laercio retomó de manera descuidada las imprecisiones más importantes para Pla-
tón de los escritos de Anaxágoras de Clazómenas: “Todas las cosas estaban juntas;
después, al llegar el intelecto, las ordenó cósmicamente” (Conrado, 1978, p. 298).
Resultan también imprecisas y poco diferenciadas las citas de Simplicio comentando
la Física de Aristóteles, con observaciones que no dejan claro si son retomadas de
algunas interpretaciones de Teofrasto u otros autores.
A partir de estas versiones y de “la recopilación de Diels según los esquemas trazados
por Aristóteles y Teofrasto” (Conrado, 1978, p. 298), nos llegaba la idea de un Anaxágo-
ras, al igual que Empédocles, reconciliador entre Heráclito y Parménides; pluralista por
elegir como origen varios elementos, a diferencia del monismo cerrado de Parménides.
En la interpretación aristotélica convino clasificar a Anaxágoras como pluralista y atri-
buyendo la estructura de la realidad a infinitas homeomerías (homoioméreiai). Pero en
realidad no es un término utilizado por Anaxágoras, como tampoco el término ‘semi-
llas’ (spérmata). En lugar de estos términos se encuentra el de ‘cosa’ o ‘cosas’ (chrêma o
chrēmata). Por la razón a la que obedezca, en este punto resulta preciso Brennan (1999),
por no atribuirle a Anaxágoras la hipótesis de las homeomerías.
Hasta aquí podría pensarse que para Anaxágoras el mundo está hecho de cosas, en
el sentido vago que también tiene en español el término cosa. Pero al lado de esta
afirmación podría creerse, como se da a entender en Brennan (1999), que el espíritu
o intelecto es algo que existe aparte de las cosas mismas y que las ha organizado a
partir de un primer momento caótico. Sin embargo, “Anaxágoras nos afirma que el
noûs mismo es una ‘cosa’ [la más sutil]” (Conrado, 1978, p. 301).
Adicionalmente, pueden seguirse las quejas de Platón y Aristóteles: “No es lícito pen-
sar que lo principal en la filosofía de Anaxágoras es el noûs” (Conrado, 1978, p. 301).
Anaxágoras se asemejaría más fácilmente a Parménides que al propio Empédocles,
pues el rasgo principal de su pensamiento no sería ningún pluralismo, sino la idea
de que nada nace ni tampoco perece, sino que todo permanece en una combinación
entre las cosas existentes. Aquello que permanece no son ciertas partículas mínimas
ni entidades últimas, sino la misma continuidad de lo real. En ello radicaría su idea
más original, particularmente desde el punto de vista de la filosofía de la ciencia.
47
LOGOS vestigium
Sócrates
Resultaría demasiado extenso revisar en este escrito cada uno de los términos polé-
micos o de uso impreciso encontrados en Brennan (1999) al hablar de los pensadores
enmarcados dentro del apogeo de la filosofía griega. Por tal razón, solo se enume-
rarán algunos de estos y se explanarán, de manera exclusiva, aquellos que puedan
resultar más sensibles al ejercicio crítico aquí propuesto.
Brennan (1999) habla del individuo de manera recurrente en Sócrates, como si este
término tuviera el mismo significado que posee hoy para nosotros. Es confuso ha-
cerlo así, pues al hablar de individuo estamos más tentados a pensar en el sentido
individual que pueda tener hoy este término para el liberalismo moderno, invento
muy posterior a la época de los antiguos griegos.
No obstante, el problema no está tanto en el término individuo como en el concepto
que le subyace. Si se pensara al individuo en el sentido de átomo o partícula mínima
no divisible, o al menos dentro de la noción del zoon politikon aristotélico (De la fuen-
te y Hufty, 2007), no sería en realidad tan problemático, pues resultaría cierto decir que
en Homero ya se hablaba de la psiqué, del thymôs y del noos de cada individuo; sin em-
bargo, es indispensable advertir que no hay en ese contexto griego aún una distinción
entre el exterior y el interior, como se entiende en nuestros días (Bremmer, 2002). De
hecho, Platón hace hablar a Sócrates de hombre antes que de individuo.
Valdría la pena que Brennan (1999) hubiera destacado en Sócrates el conocimiento de
sí mismo como método para el conocimiento universal, pues lo que se pretende cono-
cer, según el filósofo, no es tanto al individuo, sino al hombre a través de cada hombre
y al interior de cada hombre. Para Sócrates, la verdad se esconde en cada uno, pero no
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LOGOS vestigium
es una verdad relativa ni subjetiva, sino universal; una verdad que da posibilidad al
método mayéutico en cualquiera de sus fases. El conocimiento propio es, entonces, un
conocimiento a través del otro, como el ojo que no puede verse a sí mismo, sino refleja-
do en el espejo, que sería para el caso un otro ojo (Mondolfo, 1958, p. 152).
Hablar de Sócrates en un texto de historia de la psicología es además una buena
oportunidad para destacar su noción de docta ignorancia, como un punto de inicio
indispensable hacia el conocimiento a partir del reconocimiento de la propia igno-
rancia. Esta misma noción resulta necesaria para desmitificar la noción de ciencia que
frecuentemente se ve positivizada, de forma simplista, en autores como Brennan (1999)
y en otros tantos escritores de la historia de la psicología como Kantor (1990), Her-
genhann (2001) o Leahey (1982).
Finalmente resulta también llamativo que Brennan (1999) no destaque algunas re-
flexiones de Sócrates tales como la relación fundamental, estrecha e irreversible entre
a) el conocer y el obrar, b) la ciencia y la virtud, c) la idea de bien y de justicia, que
prevalece en su pensamiento, y d) Dios y alma. Además, la naturaleza divina del
alma, el reproche de Sócrates a Anaxágoras por la ausencia de una finalidad del cos-
mos en todas sus explicaciones, entre otras. Puede pensarse aquí en revisar estudio-
sos del pensamiento antiguo como Mondolfo (1958).
Platón
Aunque la exposición de Brennan (1999) sobre Aristocles no sobrepase los nueve
párrafos, sí resultaría demasiado extenso retomar cada una de sus afirmaciones para
revisar su solidez y su rigurosidad11. Por otra parte, muchas de ellas no parecen tener
mayor contravención con las interpretaciones que se hacen clásicamente del pensa-
miento de Platón. Se hará, en consecuencia, solo un ejercicio de revisión de algunas
ideas que presenta Brennan y que pudieran ser más sensibles a la crítica o la contro-
versia, o que pudieran requerir alguna aclaración especial:
a) “Platón afirmaba un dualismo psicofísico de mente y cuerpo, […] sólo el alma ra-
cional puede contemplar el verdadero conocimiento” (Brennan, 1999, p. 26).
b) “De acuerdo con Platón, nos relacionamos con el ambiente por medio de los senti-
dos, y este conocimiento dependiente del organismo forma un aspecto del dualis-
mo mente y cuerpo” (p. 28).
11 Pese a que Brennan (2000) editará otro texto de textos sobre apartes de la obra de filósofos como Platón.
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LOGOS vestigium
Se dice a veces que los griegos eran conscientes del problema del alma y el cuerpo,
aunque no de un problema del cuerpo y la mente. Esta afirmación se me antoja o
un error o un juego de palabras. En la filosofía griega, el alma desempeñaba una
función muy semejante a la de la mente en la filosofía poscartesiana [cursivas agre-
gadas] (Popper, 1999, p. 301).
Nótese que Popper (1999) no equipara estos dos términos, aunque parecería querer ha-
cerlo, sino que solo se atreve a designarlos como muy semejantes en sus funciones. De
hecho, Popper reconoce que esta equivalencia ha sido, en distintos casos, motivo de ob-
jeción. Quizás pueda ser suficiente, en esta polémica, citar la frase de Bremmer (2002):
“Si prestamos atención a la épica de Homero, veremos que la palabra psique (entre los
griegos) carece de cualquier connotación psicológica” (p. 17). Si la psique es entendi-
da como alma en la modernidad, no puede ser en todo caso equiparable al alma de
los griegos.
Tampoco psique puede equipararse a razón, pues si así fuera, Platón no hubiera dis-
tinguido el alma racional del alma irascible o del alma concupiscible. De lo contrario,
se autorizaría hablar en Platón de mente concupiscible o de razón irascible. Y dado que
no se deban confundir estos términos, ¿cómo podría hablarse de dualismo psicofísico
en Platón, cuando el concepto de lo físico y el concepto de lo psíquico no coinciden
con lo mental ni lo corpóreo en un sentido moderno?
Un requerimiento para comenzar a despejar estas confusiones es hablar primero del
alma tripartita en Platón con mayor cuidado, justamente para evitar falsas interpre-
taciones con respecto a la existencia de varias almas en Platón, cuando se habla, por
ejemplo, del alma racional. Es importante, entonces, conocer más sobre el alma pla-
tónica, su indivisibilidad, su inmortalidad y su preexistencia; sobre sus funciones, su
relación con las Formas y su conexión con el mundo sensible.
Con respecto a la tercera afirmación de Brennan (1999) sobre Platón, resulta muy
confuso afirmar que el fundador de la Academia defendiera la idea de que “las per-
cepciones […] dan lugar a las ideas, y [que] las ideas son generalizaciones estables”
(p. 28), pues ello podría devolvernos a la opinión de Teeteto (2008) al pensar que el
conocimiento se puede identificar con la percepción.
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LOGOS vestigium
Aristóteles
En el caso del Estagirita, el análisis tendría que ser aún más exhaustivo. Se seleccionan,
entonces, las afirmaciones de Brennan (1999) que pudieran ser más polémicas, con-
fusas o que parezcan ligeras, como se hizo antes con Platón. Se examinará cada una
por aparte.
Primera afirmación: “Aristóteles estaba totalmente de acuerdo con el dualismo pla-
tónico. […] Como Platón, Aristóteles postulaba un dualismo de mente y cuerpo”
(Brennan, 1999, p. 29).
De las críticas de Aristóteles a la Teoría de las ideas y, por ende, a la existencia de dos
mundos se deriva fácilmente la siguiente conclusión: no se puede afirmar que el Estagirita
estuviese conscientemente de acuerdo con el dualismo platónico. El problema no es que
haya dos elementos o dos realidades; incluso si las hubiera, para Aristóteles el problema,
es de dónde se origina el dualismo de Platón y, por ende, en qué se traduce ese dualismo.
En cualquier caso, es claro que no existen para Aristóteles dos mundos. Se puede
decir, en cambio, que para él existen la materia y la forma. Resulta claro decir que
justamente con esta teoría, reconocida como teoría hilemórfica, Aristóteles pretendía
salvar aquel dualismo enseñado por Platón. Por otro lado, no debe olvidarse, como
el propio Platón lo da a entender en el libro séptimo de la República, que tener que
pensar en la existencia de un mundo real de las ideas es producto de la necesidad de
justificar la existencia de los entes matemáticos, que siempre son más perfectos que
los objetos percibidos sensiblemente en el mundo de las cosas (Platón, 1998, 517b-c).
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LOGOS vestigium
12 Claro está, no deben menospreciarse en estos casos las dificultades que, hasta la fecha, existen con respecto las traducciones de
los textos clásicos griegos, así como tampoco el uso equívoco que el propio Aristóteles le diera a términos como ousía (ouσία), que tan
solo en algunos casos se traduce como substancia.
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LOGOS vestigium
13 El término individual sigue siendo aquí distinto y distante de la noción moderna de individuo; está referido más bien al sujeto de la
proposición, en cuanto a la extensión o cantidad a la que alude, para explicitar que se refiere a uno solo.
14 Hay que recordar que este ejemplo no debe ser atribuido a Aristóteles.
15 Aquí no nos hemos detenido en la diferencia que puede hacerse entre general y universal.
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LOGOS vestigium
Basta con abrir el texto de Metafísica para encontrar, en sus primeras páginas, la
siguiente aclaración de Aristóteles con respecto al estudio de las cuatro causas: “Aun-
que hemos tratado suficientemente de las causas en la Física, recordemos, sin em-
bargo, a los que se dedicaron antes que nosotros al estudio de los entes y filosofaron
sobre la verdad” (Met., 983b30). Aunque es cierto que en la Metafísica las vuelve a
mencionar (Met., 983b y 1013a 25 a 1013b5).
Pero en su Física, el Estagirita ya explicaba detalladamente las causas:
En un primer sentido se llama causa a aquello a partir de lo cual algo se hace y produce,
de manera que permanece en el ser producido como inmanente. Así, por ejemplo, el
bronce es causa de la estatua, y la plata lo es de la copa, igual que los géneros de estas
cosas (Fís., 194b 25).
16 Aunque solo se refiere aquí al nombre que recibe actualmente el escrito atribuido a Aristóteles, no debe olvidarse que Aristóteles se refería,
en realidad, a la que llamó Filosofía Primera. En este sentido puede entenderse que se haga la observación de Düring (1990): “Es naturalmente
anacrónico y equivocado hablar de un concepto aristotélico de metafísica”.
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LOGOS vestigium
En otro sentido, es causa aquello de donde proviene el primer principio del cambio o
del reposo. Causa de este tipo es el que toma una decisión; y lo es el padre del hijo; y,
en general, lo que produce algo de lo que es producido, y lo que provoca el cambio o
desencadena el movimiento respecto de lo que cambia o de lo que es movido” (Fis.,
194b 30).
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LOGOS vestigium
Esto querría decir que, por ejemplo, en el caso de una mesa, su causa final sería su
función, el estar hecha para poder apoyar otros objetos, independientemente de la
intención de cada sujeto al darle un uso. En este sentido, la causa final es parte de la
causa formal, pues es esencial a una mesa su función, aunque su uso sea accidental.
Hechas estas aclaraciones, sería bueno mencionar algo de aquello que deja de decir
Brennan (1999) al tratar sobre el pensamiento de Aristóteles en el contexto de la
reconstrucción de los antecedentes filosóficos de la psicología. Una de las cosas que
no dice Brennan, y que impide secuencializar debidamente esta teoría de las causas
aristotélica, es justamente la razón de su formulación. Una vez hechos los análisis a
los anteriores filosofemas, el Estagirita señala cómo se han parcializado hacia una
o solo algunas de estas causas para explicar el devenir. Y agrega que no han visto la
multicausalidad sus antecesores y que él ahora quiere mostrar a todos.
Tampoco muestra Brennan (1999) la relación entre causalidad múltiple y causa últi-
ma, ni la relación de la explicación causal en el marco de la noción de ciencia aristoté-
lica, que difiere bastante del concepto de ciencia galileano, en cuanto que se mantiene
firme en un propósito teleológico.
Después de señalar algunos aportes específicos de interés para la psicología, relativos
a la introspección, a la memoria, a los mecanismos de asociación y a otros procesos
psicológicos de diversa índole, cierra el autor el primer capítulo de su texto ofrecien-
do algunas conclusiones y un resumen final.
Sus conclusiones son básicamente cuatro y pueden resumirse así: 1) de los griegos
heredamos una variedad de posturas divergentes sobre las causas y la naturaleza de
la vida; 2) las orientaciones naturalista, biológica, matemática, ecléctica y humanis-
tas han sido ligeramente complementadas hasta nuestros días. Desde la Antigüedad,
ellas definieron bien sus cuestiones y sus soluciones básicas, especialmente la sis-
tematización y los problemas de la psicología; 3) las estrategias y metodologías, en
cambio, se han desarrollado y renovado notoriamente en el desarrollo de la disciplina
psicológica; 4) solo hasta en el Renacimiento se culmina la etapa de un desarrollo
paulatino de la ciencia, de tal manera que se fuera superando el saber especulativo y
delineando las demás ciencias empíricas.
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