Ben Quiere A Ana
Ben Quiere A Ana
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Esto no es ningún prólogo. Sólo quiero explicar,
en pocas frases, por qué cuento la historia de
Índice Benjamín Korbel y Anna Mitschck. A veces los
adultos les dicen a los niños: vosotros no tenéis edad
Ben pregunta
Anna para saber lo que es el amor. Hay que ser mayor para
A Bernhard le lloriquea el trasero saberlo.
Holger se chiva Eso significa que han olvidado mu chas cosas,
La casa de Anna no tienen ganas de hablar con vosotros o se hacen los
Ben escribe a Anna tontos.
Bernhard sustituye a Anna
Yo recuerdo perfectamente cómo me enamoré
Anna responde
Ben se pone guapo por primera vez, a los siete años. Ella se llamaba
Callos a la polaca y la sorpresa de Anna Ursula. No es la Anna de este libro, Pero al hablar de
Dos visitas Anna pienso también en Ursula.
Anna y Ben se bañan Ben quiso mucho a Anna. Y Anna a Ben.
El segundo renglón Peter Hartling
Ben enferma y Anna se va
Ben pregunta
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trenza, demasiado larga también. Era pálida, delgada
y se sorbía los mocos.
A Ben le pareció horrible.
Algunos rieron disimuladamente.
—Comportaos —dijo Herr Seibmann. Luego
hizo sentar a Anna al lado de Katja, y Katja se corrió
un poquito en el pupitre para alejarse de ella. Anna
hizo como sí no lo notara.
A Ben le pareció que desentonaba. Volvió a
examinarla, Anna levantó la cabeza y lo miro. Ben
entonces se estremeció. Anna tenía unos enormes ojos
castaños, inmensamente tristes. Ben no había visto
nunca unos ojos así. Tampoco supo por qué razón le
parecieron tristes. Pensó que no había derecho a tener
aquellos ojazos. Daban miedo. No volvió a mirarla. —De tan mal que olía —dijo Katja.
Durante los días siguientes nadie se preocupó lo Fue demasiado para Ben. Cogió a Katja del
más mínimo por Anna. Herr Siebmann exhortó a la brazo.
clase a que se portaran bien con ella. Si al menos —¡Ya está bien! ¡Tú sí que apestas! Katja se
llorara, pensó Ben. Anna no lloró. Katja dijo que Anna soltó y gritó lo suficientemente alto para que todos los
le daba asco, que olía mal y que no sabía escribir. de la clase pudieran oírlo:
Que a los diez años ni siquiera sabía escribir —¡Ben la defiende! ¡Ben quiere a Anna!
correctamente. Ben se precipitó sobre Katja y le tapó la boca. A
—A lo mejor sabe escribir en polaco —dijo Katja se le congestionó la cara y empezó a patalear.
Bernhard. —Déjala —gritó Regine—. iDéjala, que la
—Es polaca. No es alemana —dijo Katja. asfixias!
—Lo más probable es que no la dejaran quedarse No se habían dado cuenta de que Herr Seibmann
en Polonia —dijo Bernhard. llevaba un buen rato observándolos desde la puerta.
—¡Suelta a Katja, Ben! —Herr Seibmann tenía
un enfado de mil demonios. Se le veía. Los hizo
volver a sus pupitres.
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La clase quedó en silencio. No se oía ni una Todo empezó un buen día con una vieja pelota
mosca y todos se dieron cuenta de que Anua de tenis. Alguien la encontró en el patio de la escuela
sollozaba. Quiso disimularlo. No lo logró. Las y Ben, Bernhard y Jens se pusieron a jugar con ella y a
lágrimas le rodaban por las mejillas. Se las limpiaba arrojársela mientras corrían. Anna estaba debajo del
repetidamente y se sorbía los mocos. castaño, junto a la tapia. Siempre sola. Como un signo
Herr Seibmann se dirigió al pupitre de Arma y de admiración. Toda reproches. A Ben le pareció que
le dijo a Katja que se cambiara de sitio con Regine. A era una forma de comportarse bastante tonta.
Regine le dijo que procurara ayudar a Arma. Luego Es una estúpida, pensó. ¡Queremos ayudarla y
les soltó un sermón. Hablaba entre dientes. Se le se resiste! Tomó impulso, arrojó la pelota y le dio a
notaba que hubiera preferido gritarles. Anna en plena frente. ¡Plasss! Anna soltó un breve
— Cualquiera de vosotros puede ir a parar a otra chillido. Va a echarse a llorar, pensó Ben, Y esperó a
ciudad, o a otra escuela. Y todos os sentiríais extraños. que empezara.
En el caso de Anna es mucho peor. Ha crecido en otro Los demás habían interrumpido sus juegos y
país, en Polonia, y allí, en la escuela, sólo hablaba miraban a Arma. Anna guardó silencio, se frotó la
polaco. En casa, alemán y polaco. Sus padres vivían frente y lentamente» muy lentamente, se volvió hacia
en Polonia pero son alemanes. Pidieron el traslado a la la tapia.
República Federal y ahora están aquí. Tienen ganas —Hiciste mal —dijo Regine.
de sentirse en casa. Anna también. Y vosotros le Ben se enfadó muchísimo consigo mismo.
amargáis la vida. ¡Bobadas!, dijo refiriéndose a lo que había hecho.
Ben tenía la mirada fija en Anna que había Parecía» sin embargo, que se refería a Anna y a su
inclinado la cabeza. Ni siquiera se sabía si escuchaba forma de comportarse.
las palabras de Herr Seibmann. Era cierto, quiso darle a Anna. Quiso Incluso
—¿Qué podríamos hacer? —dijo Bernhard hacerle daño.
al salir de la escuela. — ¡Le ha estado bien! —Bernhard aplaudía
—Nada —dijo Katja. Durante los días siguientes como en el teatro o en el circo—. ¡Se la hubieras
volvieron a dejarla sola. Hasta Regine renunció a tirado tú, imbécil! —le dijo Ben.
ayudarla, ¡Y encima, cobarde,..! Bernhard salió corriendo
—Es tonta —dijo—, No quiere hablar conmigo. con los otros. Había terminado el recreo,
Es tontísima, os lo aseguro. Ben los siguió, arrastrando las piernas, pero no
entró en clase. Esperaba a Alina. Anna no apareció.
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Ben volvió al patio. Anna seguía debajo del castaño. —¿Algún comentario? —preguntó Herr
Quiso gritarle: ¡Anna! Pero hubiera sido demasiado, Seibmann.
Podía pensar que pretendía algo de ella. La clase dijo que no. Como un solo hombre.
Lamentaba lo del pelotazo. Eso era todo. Este dictado va a ser una catástrofe, pensó Ben.
— ¡Arma! —dijo lo bastante alto para que ella lo Seguro.
oyera. La voz de Herr Seibmann resonó muy cerca:
Anna permaneció inmóvil, dándole la espalda, —¡Benjamín Kórbel! ¿Sueñas o estás despierto?
Si no quiere, pensó Ben. La culpa es de ella. Ben trató de fijarse.
Anna volvió la cara hacia él. Tenía las mejillas A Bernhard le lloriquea el trasero
sucias. Se había secado las lágrimas con las manos.
Sus ojos parecían aún más tristes. ¡Qué ojazos! Anna Al día siguiente el mundo dejó de ser lo que era.
fue a su encuentro con las manos unidas sobre el Ben suspiraba por volver a la escuela. Por volver a la
regazo, como si estuviera a punto de ponerse a rezar. escuela a la que iba también Anna. Se levantó unos
—Perdona —dijo Ben. minutos antes de lo acostumbrado. Y no daba pie con
—Tampoco es para tanto —dijo Anna. bola. Todo le salía mal.
—Has llorado. Madre aún no le había hecho el té y estaba de
—Porque no me podéis ver ni en pintura. pésimo humor. Holger se quejaba de todo. Padre no
—A mí me gustas —dijo Ben. No quiso podía llevarlo en coche a la escuela porque salía de
decirlo—. ¡Uy! —gritó. viaje. Parecía nervioso y se tomaba el café de pie,
—¿Qué te pasa? —preguntó Anna. —Nada. junto a la nevera, estirándose constantemente el cuello
Mierda. de la camisa. Debió pillarla demasiado estrecha o se
—Acabas de decir... —dijo Anna. Ben se tapó le hinchaba el cuello del enfado. Padre era ingeniero
los oídos y empezó a aullar como una sirena. y tenía que ir a menudo a las obras. Ben había visto
Vio que Anna le hablaba. No la oía. Por suerte. tres puentes en cuya construcción había intervenido su
Estaba hecho un lío y trotaba por delante de ella. padre y aquella profesión le parecía interesante. Pero
Volvieron tarde del recreo. Herr Seibmann ni padre, ahora, no le parecía nada bien. Lo embarullaba
siquiera puso el grito en el cielo» como tenía por todo con sus prisas.
costumbre. Se limitó a mirarles inquisitivamente. —No bebas tan deprisa —dijo madre—, vas a
—Bueno, ya podemos empezar el dictado. quemarte.
Bernhard suspiró.
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No se sabía muy bien a quién se lo decía. El té de Para Ben no era ninguna broma. Nadie le dejaba
Ben, de todos modos, ya estaba casi frío. en paz. No comprendía por qué tenían que estar todos
Ben agarró la cartera con la intención de contra él. Querían provocarle, burlarse de él.
desaparecer lo más discretamente posible. Sintió de Le soltó a Jens un puñetazo en la barriga. Jens
pronto que algo sucedía en sus vaqueros. Echó mano empezó a gemir. No podía haberle hecho mucho daño
al cinturón. La cremallera se había roto Soltó un grito pero aquel imbécil sacaba a relucir sus dotes teatrales.
espantoso. Padre, asustado, dejó la taza en el platillo. Seibmann iba a aparecer de un momento a otro y
Quedaron lodos boquiabiertos, contemplando a Ben. volvería a armarse.
—¿Te sientes mal, hijo mío? —preguntó madre. —Ya está bien, tampoco es para tanto.
—Mira. —Le mostró la bragueta abierta—. —Animal de bellota —le gritó Jens.
¡Mira! ¡Mira! —Tú más —le respondió Ben. Seguían dándose
—Le dio —dijo Holger. voces cuando vio a
Madre frunció el ceño. Anna, pálida y tímida, entre Bernhard y Gesine.
—¡Anda, Ben, ponte los otros vaque ros! —dijo Le miraba como si le hubiera hecho algo. Apartó a
—. Date prisa. Jens de un empujón y se quedó solo. En aquel mismo
Padre se echó a reír. instante apareció Herr Seibmann. No hizo caso del
—Esto parece un manicomio —dijo. Ben estaba alboroto, les abrió la puerta de la clase y esperó a que
ya delante del armario, sacando los otros vaqueros. todos hubieran ocupado sus pupitres. Ben se sentó,
Los que no le gustaban porque le iban demasiado completamente amodorrado. Era un día fatal. Decidió
anchos. prestar atención. Nada ni nadie conseguirían
Pasó corriendo por la cocina, sin des pedirse. distraerle.
¡Que se fueran al diablo! Le habían amargado la Imposible. Su cuerpo parecía un hormiguero.
mañana. Hubiera preferido irse corriendo de la escuela, calle
No llegó tarde pero sus compañeros ya estaban abajo hacía los campos. Correr y correr hasta
esperando delante de la clase. ¿Dónde estaba Anna? despojarse de aquella sensación tan desagradable.
No la veía. Jens no le dejaba tranquilo. Herr Seibmann iba hablando tranquilamente y sin
—Suéltame. parar. Les explicaba cómo surgieron los primeros
—¿Por qué? pueblos.
—Porque sí —quiso escapar pero Jens lo —¿Ben?
inmovilizaba y se reía—. ¡Es broma! —¿Sí? —Seibmann le había pillado.
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—¿A qué se dedicaban nuestros antepasados —¡Gallina!
antes de convertirse en campesinos o artesanos? Bernhard insistió:
Tenía la cabeza vacía. Ni siquiera le hizo falta —Ahora me voy con Anna —dijo.
pensar en la respuesta. Sentía que iba a alzar el vuelo —Vete con ella, anda —dijo Ben.
de un momento a otro. No estaría nada mal. Unas Durante el recreo guardó distancias.
cuantas vueltas por encima de Seibmann y luego huir Vio cómo Bernhard, Jens y Regine cuchicheaban
por la ventana abierta. Saldría en los periódicos: y se reían todo el rato. Bernhard le dio a Anna un
¡Sensacional - el escolar volante! bocadillo. Y ella, encima, se alegró.
Oyó a Regirte que se lo soplaba: A lo mejor me entra fiebre, pensó Ben, y
—A la recolección. puedo irme a casa.
—A la recolección —dijo Ben. Fue el primero en regresar a la clase. Bernhard se
Seibmann frunció artísticamente el entrecejo y se puso a fanfarronear de inmediato. Era de esperar.
encaró con Regine. —Tú, Anna es de un sitio que se llama Gatowitz.
—Tú que lo sabes, ¿y a qué más? —Eso no existe.
—A la caza. —Sí que existe. Lo que pasa es que tú nunca has
—En efecto. A la recolección y a la caza. ¿Serás hablado con ella.
capaz de aprendértelo de una vez, Benjamín? —No importa.
Ben asintió. El día anterior lo había sabido. —Me permito recordarles mi presencia —dijo
Ahora, en cambio, no se acordaba de nada. Seibmann. Así solía empezar la clase.
Bernhard le soltó un empujón y le dijo en voz Lo de Bernhard no va a quedar así, pensó Ben. O
bajá: me las paga o reviento. ¡Palabra!
—A mí Anna me gusta. A pesar de todo. Se sacó de la cartera una pegatina que le había
Ben dejó de sentir aquel extraño hormigueo. regalado Holger. Una cara de culo lloriqueante. La
Ahora eran malévolos pinchazos por todo el cuerpo. despegó de la lámina, debajo del pupitre, y esperó.
Hubiera sido capaz de liarse a trompicones con Cuando Bernhard se levantara iba a ponérsela en el
cualquiera. banco, boca abajo, para que se la clavara en el trasero.
—A mí no —dijo Ben. No quiso decirlo. La Ben tuvo que armarse de paciencia. Por fin le
culpa fue de Bernhard, por cambiar de opinión tan de tocó a Bernhard salir a la pizarra. Cuando volviera no
repente. tenía que ver nada sospechoso en el banco. Así que
Y añadió en un susurro: Ben hubo de esperar hasta el momento mismo en
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que Bernhard se sentaba. Logró emplazar la pegatina —Bernhard baila —gritó Jens.
casi al vuelo. Aquella semana Bernhard se encargaba —¡Silencio! —gritó Seibmann. Descubrió por fin
de borrar la pizarra y ten dría que volver a levantarse. la causa del alboroto y se rió también—, ¡Qué
¡Ojalá no tardara! divertido! —dijo.
Demasiado para una sola mañana, pensó Bernhard, con lágrimas en los ojos, miraba
Ben. fijamente a Seibmann.
Y, en efecto, antes de que acabara la hora —Te lloriquea el trasero —dijo Herr Seibmann
Bernhard tuvo que levantarse una vez más. La cara —. ¡Ven! —Le arrancó la pegatina y la estampó en la
de culo había quedado perfecta. En el mismo centro. pizarra—. Eso es todo —dijo. Y preguntó de pronto,
A cada paso que daba Bernhard la cara de culo torcía muy severo—: ¿Quién ha sido?
el gesto. La pizarra tendría que estar el doble de lejos, Ben se estremeció.
pensó Ben. Pero era suficiente. La cara de culo Seibmann estaba ya a su lado.
hacía unas muecas sensacionales, Todo el mundo se —¿Has sido tú, Ben?
dio cuenta. Algunos ya empezaban a morirse de risa. Ben se levantó y dijo que sí en voz baja.
Bernhard no lograba comprender lo que ocurría. —¿Por qué?
Miraba a uno y otro lado. Tampoco Seibmann podía Ben guardó silencio.
ver aquella extraña cara en el trasero de Bernhard. —¿Así, sin más? —preguntó Seibmann.
—¿Qué sucede ahora? —preguntó Seibmann. —Así, sin más —susurró Ben.
Nadie dijo nada. Cuchicheaban, soltaban —En tal caso, también podrán quedarte aquí, sin
malévolas risitas de conejo y se tapaban la boca con la más, a hacer los deberes de Matemáticas cuando
mano. Ben miró lo que hacía termine la clase. ¿Entendido?
Anna. Tenía los carrillos hinchados y se apretaba Todo le salía mal, en efecto, Menos mal que le
el puño contra los labios. dio su merecido a Bernhard. No iba a poder hablar con
Ben sintió desvanecerse el hormigueo. Se alegró. Anna. Tal vez ella, antes de salir, se acercara a decirle
Bernhard seguía sin enterarse. Dio un gran paso y algo.
a la cara de culo por poco se le saltan las lágrimas. No lo hizo.
Regine se reía a mandíbula batiente. Anna marchó riendo en compañía de Regine. Y
—Ya está bien —dijo Herr Seibmann. ni siquiera se dignó mirarlo. Fue Seibmann el que se
Bernhard, cada vez más perplejo, daba vueltas y sentó a su lado, le sor prendió con su amabilidad y
más vueltas sobre su propio eje. dijo:
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—Ahora vamos a hablar tú y yo, de hombre a se había dado cuenta de que por la tarde empezó a
hombre. Eres un tipo raro, Ben. llover. Había estado en la cama, pensando y
charlando con la conejilla Gertrudis. Holger y madre
no le molestaron. Debieron creer que estaba haciendo
los deberes.
Padre se refugió en el cuarto de estar, encendió el
televisor y abrió el periódico.
—¿Qué tal? —preguntó.
—¿Qué tal, quién? —le respondió madre.
—Quién va a ser... tú y los chicos. —Mucha
gripe —dijo madre—, el consultorio lleno.
—No me extraña, con este tiempo —Padre se
sintió ratificado.
—¿Y vosotros?
—Nada de particular —respondió Ben.
Le tocaba hablar a Holger. Ben presintió la que
se avecinaba. Holger respiró hondo, dándose una
terrible importancia.
—Ben tiene una amiga —dijo—. El mismo me lo
ha contado.
Padre dejó el periódico.
—No me digas.
—Buenas noches —susurró Ben.
—Espera un momentito —En la voz de padre no
Holger se chiva había el menor rastro de burla—. ¿La conocemos?
—No.
Padre volvió a casa agotado. Al principio ni —¿Katja? —madre era demasiado curiosa.
hablaba. Madre le sacó la cena y el té sin decir —No» no es ella.
palabra. Padre vació la taza de un trago. Lo peor fue el Holger quiso volver a meter baza.
regreso, dijo al cabo de un rato, ¡con esa lluvia! Ben ni —¡Cierra el pico! —le gritó Ben.
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—¡Niños! —padre y madre les reconvinieron a A Ben no le gustó cómo su padre subrayaba «una
dos voces. No les faltaba práctica. —Se llama Anna y de esas familias». No hablaría nunca más de Anna con
es nueva. Eso es todo. ellos. Y con Holger todavía menos.
Y sin embargo, a la mañana siguiente, madre se
las ingenió para hablar con él de Anna.
—No es que queramos disuadirte de lo de Anna.
—Tampoco lo conseguiríais.
—No me pareció muy bien por parte de Holger.
—Da igual —dijo Ben.
—¿Te gusta?
—Es muy simpática.
—¿Polaca, de verdad?
—Sí, es de una ciudad que se llama Gatowitz o
así.
—Querrás decir Kattowitz.
—Sí, eso.
Madre le acarició la cabeza. A Ben aquel
gesto no le pareció oportuno.
—Tráela cuando quieras.
—No sé.
Ben se escabulló por detrás de Holger que A madre se le pasaron las ganas de seguir
sonreía maliciosamente, se encerró en el baño y hablando.
corrió el pestillo. Holger explicaba que Anna era —Hoy no estás muy locuaz —le dijo a Ben.
polaca. —No.
Padre y madre se sorprendieron. Ben estaba a punto de cerrar la puerta cuando
—¿Polaca? ¿Cómo es posible? madre le dijo:
—Debe ser una de esas familias de origen —Se me olvidaba. El tío Gerhard vendrá a
alemán que se repatrian —dijo padre. vernos por Pentecostés. Estará tres días.
¡Sensacional! El tío Gerhard le gustaba porque
era muy distinto. Padre solía quejarse de que el tío
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Gerhard se ponía muy pesado. Claro que el tío —¿Quieres pelea? —replicó Ben.
Gerhard era el hermano mayor de padre. Y, además, —Tú estás mal del coco —dijo Jens, y se metió
estaba un poco loco. en la tienda.
Si Anna quiere, pensó Ben, le hablaré del tío Si sale Anna, pensó Ben. Jens va a darse cuenta
Gerhard. de que me he quedado a esperarla.
Anna apareció poco después. Iba sola por el otro
lado de la calle y no podía ver a Ben. Era una ventaja,
Había que esperar únicamente a que Jens saliera de la
tienda. Así podría seguirla, La vieja panadera tardaba
siglos en contar los caramelos que iba poniendo en un
cucurucho.
Sonó por fin la puerta de la tienda. Jens se quedó
a su lado.
—Anda, lárgate —Ben le soltó un empujón y
Jens bajó casi rodando los tres peldaños.
Jens se marchó,
Ben lo siguió con la mirada. Luego empezó a
contar. Para alcanzar a Anna tendría que salir
disparado al llegar a veinte. No sabía dónde vivía ni
el camino que tomaba.
La casa de Anna ¡Veinte! Salió a todo correr y pudo ver cómo
Anna torcía por una esquina.
No hubo clase de trabajos manuales. Acabaron Cuando estaba a punto de alcanzarla se detuvo.
dos horas antes. Ben salió corriendo de la escuela Con la lengua fuera. Tenía miedo de que Anna le
para esperar a Anna y se escondió en la entrada de la tomara por un imbécil y le mandara a pasco. O se
panadería. Anna no apareció. Volvía a hacerse la burlara de él. A veces Anna era muy suya.
remolona. Jens, en cambio, fue a comprar caramelos y La siguió despacio, guardando las distancias.
le descubrió. Jens era el más goloso de la clase. Si volviera la cabeza me haría un favor, pensó
—Lárgate —le dijo Ben. Ben.
—¿Por que? —preguntó Jens.
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Nada de eso. Arma apretó el paso. A lo mejor —¿Te lo pasabas bien en Kattowitz? —Ben
había notado que la seguía. pronunció con esmero el nombre alemán de la ciudad:
Se animó, por fin. ¡Vamos, Ben! Una breve Ka-t-to-wilz. No estaba muy seguro de haberlo
carrerilla le llevó a su lado, entendido bien. Y madre tampoco debía ser una
—¡Hola, Anna! experta en ciudades polacas.
—Por aquí no se va a tu casa —dijo ella, —¿En Katovice? —preguntó Anna.
haciendo como si hubiera sabido desde hacía rato que Era con e al final, pensó Ben.
él la seguía. —En Katovice se estaba bien —le explicó Anna
—Ya lo sé. —. No muy lejos de las montañas y podíamos jugar en
—¿Quieres acompañarme un trecho? —Anna las minas.
solía hablar como una persona mayor. Ben se había —¿Minas?
dado cuenta el primer día. —Minas de carbón. Donde lo sacan de las
—Sí. ¿Dónde vives? profundidades de la tierra. ¿Sabes cómo son?
—En el Kleiberweg. —Claro.
— Pero... —Ben se calló. Anna terminó la frase: —Bueno. Pues mi papá era mecánico de minas.
—.. sí, son barracas. Allí vivimos, de momento. Bajaba todos los días.
Papá ya ha presentado la solicitud. Y pronto volverá a A Ben le pareció muy interesante y se preguntó
ganarse un sueldo. hasta qué profundidad podrían llegar los pozos.
—¿Es que no trabaja? Anna le habló de Sonja y María, sus amigas de
—En Polonia se quedó sin trabajo porque Katovice. Se le encendieron las mejillas. Ben la
queríamos irnos a Alemania. Y aquí no le dan trabajo veía de lado. La encontró muy guapa y diferente de
porque venimos de Polonia. Yo no sé qué pensar. las otras chicas que conocía,
—Es la gente, que es tonta.
—¿Qué gente?
—Los que no le dan trabajo a tu padre.
—Con nosotros los de abajo pueden
permitírselo dice papá.
Ben no supo qué responder. Tenía que hablar
primero con padre, que nunca se expresaba de aquella
forma. Claro que era un caso muy distinto.
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—Yo soy el papá de Anna.
El otro era un amigo del papá de Anna, también
polaco. Los niños le contemplaban con curiosidad.
Luego se fueron a una esquina y empezaron a
cuchichear.
—¿Quieres comer con nosotros?
—Muchas gracias., Tengo que volver a casa. Mi
madre no sabe dónde estoy.
—Lástima —dijo la madre de Anna. Su voz le
—¿Entras? —le preguntó a Ben cuan do pareció muy hermosa.
llegaron. La barraca casi se caía de vieja. Anna salió con él.
Ben hizo un gesto negativo. —¿Tú dónde duermes? —le preguntó Ben.
—Quiero presentarte —volvía a hablar como si —Hay otro cuarto —dijo ella—. Para nosotros,
fuera una persona mayor. Lo tomó de la mano. Era los niños. Papá y mamá duermen en la cocina.
la primera vez. La mano de Anna, cálida y pegajosa, —¿Cuántos hermanos tienes? —le preguntó.
lo arrastró al interior de la barraca. —Seis —dijo Anna—. Los cuatro que has visto
Detrás mismo de la puerta estaba la cocina, O el y dos mayores que aprenden alemán en un internado.
cuarto de estar. Allí dentro había un montón de —¿Tú lo aprendiste también así?
gente. A primera vista Ben pudo distinguir dos —Yo lo aprendí sola, de papá y mamá —dijo
hombres, una mujer y tres niños. Luego descubrió a Anna. Debía de estar muy orgullosa de ello. Con
un diminuto bebé en un viejo cochecito de madera. razón, pensó Ben.
Hacía mucho calor y olía a comida. Volvió a casa a todo correr.
—¿Quién es ése? —preguntó la mujer, Debía Miles de pensamientos se agolpaban en su mente.
ser la madre de Anna y también ella parecía Anna le había llamado amigo. El padre de Anna tenía
extranjera. el pelo de un increíble color pajizo. Katovice. Anna
—Un amigo. Se llama Ben. era muy juiciosa. Tenían que dormir siete en un
«Un amigo», había dicho. cuarto. Siempre salían perdiendo los de abajo. Tenía
Ben se dirigió hacia la mujer y le dio la mano. que preguntarle a padre por qué al papá de Anna no le
Luego saludó a los dos hombres. Y uno de ellos, daban trabajo.
gigantesco, con el pelo corto de color pajizo, dijo:
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Madre ya había vuelto y estaba trabajando en el Tomó carrerilla, como había visto en la «tele», y
jardín. le dio al balón de forma que en lugar de ir a parar al
—¿Por qué llegas tan tarde? —le preguntó. área de castigo, rodó lamentablemente a lo largo de la
—He llevado a Anna a su casa —dijo. Madre línea de fondo, por detrás de la portería enemiga, A
asintió, sin inquirir detalles. Jens no había quién lo calmara. Se echó al suelo,
Ben se sintió decepcionado. pataleó y empezó a chillarle. Hasta Herr Seibmann le
dirigió a Gen una mirada de reproche. Lo peor fue
Anna: se reía de él, Se reía aún más fuerte que Regine.
Las risas de Regine no le importaban, pero Anna se
burlaba de él.
— Haz un rato de juez de línea —dijo Herr
Ben escribe a Anna Seibmann—. Jürgen va a sustituirte.
Todos se confabulaban contra él. Tampoco de
Ensayaban el partido de fútbol para la fiesta de la juez de línea se lucía y Herr Seibmann le reconvino en
escuela. La 4b contra la 4c. Ben era un futbolista más varias ocasiones:
bien mediocre. No le importaba demasiado. Tampoco — ¡Abre bien los ojos, Ben!
solía importarle que Jens, el mejor de los delanteros, Los tenía bien abiertos y era incapaz de ver nada.
le gritara: ¡Eres incapaz de centrar, calamidad! Pero Hubiera preferido que se lo tragara la tierra, Todo por
hoy las chicas presenciaban el partido. ¡Anna de insistir tanto en lanzar el córner. Ahora era demasiado
espectadora! Ben procuraba hacerlo lo mejor posible. tarde.
Corría más que de costumbre, iba a por el balón con Después del partido procuró perder de vista a
mucha más frecuencia. Ahora bien, cuando se hacía Anna. Era igual de tonta que Regine y Katja.
con la pelota no daba pie con bola. Resbalaba,
tropezaba con el esférico, no acertaba y la pelota iba a
parar a los pies del contrario. ¡Una catástrofe!
Alguna vez tenía que salirle bien. Ben insistió en
lanzar un córner para su equipo. Jens se llevó las
manos a la cabeza y Bernhard intentó calmarlo.
—¡Déjalo!
—Lo tiro yo —dijo Ben.
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BEN
QUERIDA ANNA:
ESTUVO MAL QUE TE RIERAS. PASA
QUE NO SOY TAN BUEN FUTBOLISTA
COMO JENS. EL, EN CAMBIO, NO SABE
NADAR Y YO NADO MUY BIEN. TAMBIÉN
TE HABRÍAS REÍDO SI JENS SE HUBIERA
AHOGADO. NO ME GUSTÓ NADA QUE TE
RIERAS. TE RUEGO QUE NO VUELVAS A
HACERLO. POR LO DEMÁS ME GUSTAS. ASÍ
QUE DIME SI QUIERES QUE SALGAMOS
JUNTOS.
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de colores con los números. Bernhard, de todos
modos, consideraba inútil todo aquel trabajo.
—Siempre se rompe o pierde alguno —dijo.
Bernhard sustituye a Anna —Así me doy cuenta —dijo Ben. —Es peor —
respondió Bernhard—.
Todo el mundo esperaba con impaciencia las Sólo te sirve para enfadarte aún más.
vacaciones de Pentecostés. Me alegro de no tener que Luego charlaron de las chicas de la clase.
veros ni oíros durante unos días, dijo Herr Seibmann. Bernhard suspiraba por Katja. Ben no tenía ganas de
¡Muchas gracias, lo mismo digo!, respondió Bernhard. hablar de Anna. Bernhard se moría de ellas.
Fue demasiado para Herr Seibmann. Condenó a —Anna —dijo Bernhard— ha mejorado mucho.
Bernhard a escribir veinte frases sobre las alegrías de Juega a todo. Y no chilla tanto como las otras.
un maestro. Sé cantidad, masculló Bernhard. —No sé —dijo Ben—. Al fin y al cabo es una
Todo el mundo esperaba con impaciencia las chica.
vacaciones. Ben no. Anna no había contestado a su —Diferente.
carta. No le había dicho nada ni le había escrito. Ben —¿Estás mal del coco?
era incapaz de comprenderlo. ¿No le había gustado la —Anna es diferente.
carta? Hubiera podido decírselo personalmente. ¿Qué Se hubieran peleado, sin lugar a dudas, si la
significaba tanto silencio? Volvió a sentir aquella madre de Ben no llega a pedirles que regaran los
tensión en el pecho, en el estómago. Se hartó. Y como arbustos del jardín con la manguera.
no quería estar pensando siempre en Anna, reavivó su —Ahora mismo, Frau Kórbel,
amistad con Bernhard. Bernhard se las daba de diligente.
—¿Vas a venir a casa esta tarde? Bernhard se No pensaba más que en bobadas. La madre de
quedó algo perplejo- Procuró disimularlo y dijo Ben se echó a reír y dijo:
simplemente: —Hablas como los niños de las películas.
—Si tú quieres, —Has oído —dijo Bernhard—, tu madre
En la mesa del jardín clasificaron los automóviles cree que sirvo para la «tele».
en miniatura que coleccionaba Ben. Holger le había Ben no le hizo caso y desenrolló la
regalado los suyos y padre le traía alguno de vez en manguera.
cuando. Ben los iba apuntando en una lista y
Bernhard pegaba en los cochecitos diminutas etiquetas
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Bernhard insistió bastante y Ben le dejó que —Casi.
regara. Bernhard se metió la manguera entre las —Yo diría que más.
piernas y parecía como si meara. —Tanta como en una bañera y media. Se crecían
—Mira, Ben —exclamó. en el empeño. Ben pensó que valía la pena haber
Ben no se dignó mirar. renovado aquella amistad con Bernhard.
—Eres un aguafiestas, El cubo quedó lleno a rebosar.
—Seguro. —Pon la tapa —ordenó Bernhard.
Bernhard empezó a mover salvajemente el —Ven, vamos a ver si conseguimos levantarlo —
trasero. dijo Ben.
—¡Ahora soy un elefante! —Imposible —Bernhard tenía razón. Tiraron de
—Ya está bien —dijo Ben. las asas. Pesaba como una roca.
A Bernhard acababa de ocurrírsele otra idea. Desaparecieron rápidamente por detrás de la
Delante de la casa del vecino, en la acera, descubrió el verja. Ben volvió a enrollar la manguera.
cubo grande de la basura, recién vaciado. Era el de los —Los demás arbustos puedes regarlos mañana
Leibel que volvían a casa por la tarde. —dijo Bernhard.
Bernhard saltó la cerca, arrastrando tras de sí Luego esperaron a que llegaran los Leibel.
la manguera. No tardaron mucho. Primero apareció Herr
—¡Vente conmigo, Ben! Vamos a llenarles el Leibel, en su coche. Leibel es un «pez gordo» en los
cubo de agua. Y cuando lo recojan... Ferrocarriles Alemanes, decía padre. Aunque no
Bernhard comenzó a verter agua en el tuviera aspecto de «pez gordo». Parecía más bien una
gigantesco cubo. Ben, mientras tanto, vigilaba. Sobre triste foca. Era bajito» algo rechoncho, solía llevar un
todo para que notes sorprendieran los Leibel. traje gris, muy arrugado, y arrastraba eternamente un
—¡Cabe una barbaridad! —Bernhard suspiraba inmenso portafolios negro.
de gozo.
Había transcurrido un buen rato y el agua ni
siquiera llegaba a la mitad del cubo.
—¿Ya está bien, no? —dijo Ben.
—¡Qué va...! —Bernhard estaba decidido a
coronar su obra.
—Cabe tanto como en la bañera.
19
Herr Leibel hincó el dedo en el timbre. De haber
podido, taladra el muro.
—¡Voy, voy! —gritó la madre de Ben desde el
interior de la casa. Abrió la puerta y se sorprendió—:
Es usted, Herr Leibel —Leibel estaba tan enfadado
que no podía ni hablar. .
—¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! —repitió tres veces.
Madre se dio cuenta de que algo olía a
chamusquina.
—Pase usted, haga el favor, pase —le dijo a
Leibel con relativa calma.
La puerta se cerró detrás de ambos. —Yo me
El día del cumpleaños de Ben los Leibel siempre largo —dijo Bernhard. Ben se quedó solo entre las
le hacían algún regalo. Un bolígrafo o un calendario matas, imaginándose las lamentaciones de Herr
en los que ponía Ferrocarriles Alemanes. La última Leibel.
vez Herr Leibel le había regalado un cenicero con esa Aquello se prolongó bastante. A madre no debía
misma inscripción. resultarle nada fácil tranquilizarlo. Se abrió la puerta.
—Qué delicadeza —dijo padre— para ti que Ben se acurrucó bajo un arbusto. Herr Leibel
fumas tanto. avanzaba orgulloso por el sendero de gravilla. Había
Herr Leibel salió del garaje a pasitos cortos y vencido. A Ben iba a caerle una buena.
enérgicos y se dirigió hacia el cubo. El cubo le llegaba —¡Ben! —Madre no perdió un solo segundo.
casi hasta el pecho. Quiso llevárselo y le crujieron —¿Sí? —Contestó tan bajito que madre volvió a
todos los huesos. Herr Leibel se encogió y gritó: ¡Ay! exclamar todavía más alto:
¡Huy! Luego se incorporó de un salto, destapó el —¡Ben!
cubo, examinó su contenido, lo cerró de golpe y le Madre lo pescó por el pasillo.
soltó un puntapié con sus brillantes zapatos negros. A —¿Sabes la que has armado?
continuación giró en redondo y se encaminó hacia —Yo, yo...
ellos pasito a paso. —¿Cómo fuiste capaz de hacer una cosa así?
—No puede vemos —susurró Bernhard—, no —Yo, yo...
nos ha visto, seguro.
20
—Sabes perfectamente que tenemos problemas
con los Leibel, que son la mar de picajosos.
—Sí, yo...
—¿No puedes prescindir de ese estúpido yo,
yo...?
—Es que yo...
—Herr Leibel se ha hecho daño. A lo mejor tiene
que ir al hospital.
—Es que nosotros, nosotros...
—¿Por qué dices de repente nosotros?
—Bernhard y yo sólo, sólo...
—Quisisteis gastarle una broma pesada.
—Sin intención...
—Sin malas intenciones. Ya lo sé. Esperemos
que no nos vengan luego con reclamaciones —dijo
madre, algo más pacífica.
—Es que yo no sabía, Grete...
—¿Qué es lo que no sabías?
—Que Leibel estaba enfermo. Madre le dio un Anna responde
empellón.
—Vete a tu cuarto. Y te quedas allí hasta la hora
de la cena. La próxima vez en lugar de Bernhard te La víspera de las vacaciones Anna le puso un
traes a Anna. A ella no se le iban a ocurrir semejantes papelito en el pupitre. Sin el menor disimulo. Toda la
disparates. clase se sonrió. Ben dejó caer la mano sobre la nota y
Ahora era madre la que le recordaba a Anna. A la fue arrastrando lentamente.
él, precisamente, que había invitado a Bernhard para —¡Tienes que leerla en seguida! —dijo Anna.
olvidarla. Herr Seibmann entró en clase. Ben se metió el
papel en el bolsillo.
—¡A pesar de lodo! —le gritó
obstinadamente Anna.
21
—¿Qué significa a pesar de todo? —preguntó Anna
Herr Seibmann.
—Anna le ha escrito una carta a Ben — Ben sintió que Anna le contemplaba fijamente
exclamaron todos a coro. mientras leía.
—¿Sí? ¿Y qué? —Herr Seibmann se comportaba —¿Acabaste? —le preguntó Herr
como si Ben recibiera a diario carta de Anna. Seibmann.
Anna se levantó. Sin hacer el menor caso del —Sí —respondió Ben en voz baja.
jolgorio. —Pues ahora atiende. Después de la segunda
—Se la ha metido en el bolsillo sin leerla — hora tendrás tiempo de decirle a Anna lo que opinas
dijo. de su carta. ¿De acuerdo?
Herr Seibmann comprendió por fin lo que Ben asintió.
ocurría. Le hervía la sangre. Bernhard le susurraba algo.
—Ah, claro, por eso dijiste a pesar de todo. No lo entendió ni quiso entenderlo. Se sentía incapaz
Vamos a ver, Ben, lóenos la carta. Y los demás, de seguir la clase. Herr Seibmann se abstuvo de
silencio. preguntarle. Ben le quedó enormemente agradecido.
Ben se sacó el papelito del bolsillo y lo desplegó. Ben pensaba si sería mejor salir con Anna al
Le daba mucha vergüenza. ¿Por qué no se lo habría recreo o adelantarse corriendo y esperarla en el patio.
entregado en el recreo? Primero le hacía esperar y Así los otros no podrían burlarse.
luego le tomaba el pelo. Anna se le anticipó. Se interpuso en su camino y
—¡Que la lea! ¡Que la lea! —gritaban todos. le preguntó sin preocuparse por sus apuros:
—¡Silencio! —respondió Herr Seibmann—. La —¿Os vais de vacaciones?
correspondencia es inviolable. Tendríais que saberlo. Ben no conseguía articular palabra. Hizo un
Y ahora, empecemos de una vez. Si tantas ganas gesto negativo.
tenéis de leer, sacad el libro de lecturas... Anna lo tomó de la mano y lo arrastró al patio.
Ben leyó. La carta no era larga. —¡Estupendo! —dijo—. Mañana estás invitado.
Papá y mamá quieren que ven gas a comer a casa. En
Querido Ben: Polonia la gente siempre se invita a comer.
Recibí tu carta y me ha gustado. También me —Esto no es Polonia —dijo Ben. Por fin logró
gusta lo que dices. ¿Te vas de vacaciones? Si no te vas recuperar el habla.
a lo mejor podemos hacer algo juntos.
22
—¿Tú crees que soy tonta? —Anna soltó una
risita.
—Tengo que preguntar en casa. —Hazlo.
—Tendrás que venir también a mi casa, Anna.
—De acuerdo.
—Cuando venga el tío Gerhard lo más probable
es que salgamos de excursión.
—¿A dónde?
—No sé.
—¿En coche?
—¿Cómo vamos a ir si no?
—Hace tiempo que no voy en coche —dijo Antes de que madre se marchara al trabajo le
Anna. preguntó si podía ir a comer con Anna al día siguiente.
—¿No tenéis? Madre no quería que fuera.
—No. Papá primero ha de encontrar trabajo — —Apenas les alcanza para ellos —dijo.
De repente lo rodeó con sus brazos y lo atrajo hacia sí. —Los padres de Anna quieren que vaya.
Todos los que estaban en el patío pudieron verlo. —Bueno —dijo madre—, los polacos tienen
Luego se alejó dando brincos y cambiando el paso. fama de hospitalarios.
Ben se quedó patidifuso. —No son polacos —corrigió Ben.
—¡Hasta mañana! —le gritó Anna. —Como tú quieras —respondió madre.
—Podríamos hablar después de la escuela. Por la tarde se encerró en su cuarto. Holger fue a
—¡Imposible! Mamá me está esperando. jugar al ping-pong y lo dejó tranquilo.
—¿Te ha besado? —le preguntaron primero Ben, en su escritorio, escribía lenta mente, frase
Jens y luego Bernhard. por frase:
—¡No! ¡No! ¡No! —Ben pataleaba de ira. Anna no es tan alta como yo.
¿Por qué lo habría hecho? Fue muy bonito, de Anna es alemana y ha nacido en Polonia.
todos modos. Pero es alemana.
Yo quiero a Anna.
Anna es de Katovice, con e final.
23
Anna tiene el pelo negro y se peina con una sola
trenza.
Anna es diferente de las otras chicas. Anna es
guapa. Por los ojos.
Es probable que yo a Anna le guste. A mí Anna
me gusta mucho.
Anna casi me besa.
Los ojos de Anna son los más bonitos. Palabra.
Ben releyó lo que había escrito y le dio Ben se pone guapo
vergüenza. Arrugó la hoja y la tiró a la papelera.
No tenía que hacer los deberes. ¡Toda la semana Ben se despertó tarde. Madre no le había
sin tener que hacer los deberes! Sacó la caja de llamado. La víspera le dijo que disfrutara de las
Gertrudis al jardín. A Anna no le había hablado vacaciones. Ni siquiera Holger, con los discos a todo
todavía de Gertrudis» su conejilla de Indias. Seguro volumen, había conseguido perturbar su sueño.
que iba a gustarle. Madre entró en el cuarto.
—¡Hace sol! ¡El desayuno está esperando!
—¡Grete! —Ben se desperezaba sin prisas y
madre tuvo que amenazar con hacerle cosquillas para
sacarlo de la cama.
Se acordó de que le habían invitado.
—¡Tengo que irme! Me esperan a comer, Anna
estará impaciente.
Madre subió las persianas y Ben parpadeó al sol.
—¡Como en verano! —dijo.
—Exacto —dijo madre—. Y tú durmiendo como
una tortuga en invierno. No hace falta que te pongas
nervioso. Son las diez. Tienes dos horas. ¿Sabes que
mañana va a venir el tío Gerhard?
—Claro.
24
Holger ya había desplegado todos sus
cachivaches electrónicos para que el tío Gerhard se los
ordenara.
—Esperemos que no se pasen todo el día con
ellos —dijo madre.
Cuando el tío Gerhard se ponía a hacer
experimentos, madre era la única capaz de devolverlo
a la vida social. Dejó de fastidiarle e hizo volar una flecha de
—Lo primero que tienes que hacer es sacar a papel sobre el césped.
Gertrudis al jardín —dijo madre—. Esa conejilla Ben decidió entrar en acción y a partir de aquel
apesta. momento todo fue como una seda. Se bañó a
Salió corriendo al jardín, en pijama, se sentó en conciencia. Se lavó el pelo. Se cortó las uñas. Se secó
el césped con la cara al sol. Soplaba una tibia brisa. el pelo con el secador. Se puso sus vaqueros favoritos
¡Qué bien se sentía! ¡Sin escuela! Un tiempo y la camisa ancha. Con la loción de afeitar de padre se
magnífico. La comida en casa de Arma. Les tenía un humedeció la frente y las mejillas. Se sentó a la mesa
poco de miedo a los padres de Anna y a toda aquella de la cocina, le quitó a la cafetera la caperuza aislante,
gente. Holger abrió la ventana de par en par, sonrió se sirvió café, untó el pan con mermelada y comió
burlonamente y le gritó: tranquilamente.
—¡Dormilón! Llegó Holger y se acabó el idilio. Holger se
—¡Depredador! —le respondió Ben. quedó en vilo, como si hubiera echado raíces, miró
Holger estaba de tan buen humor como él. fijamente a Ben, alzó las manos, abrió la boca y
empezó a dar muestras del más profundo asombro.
—¡Grete! ¡Grete! Ven. ¡Rápido! Tienes que
verlo. Extraordinario. ¡Mi hermanito! ¡Es para
morirse!
Madre no se hizo de rogar. También ella se llevó
las manos a la cabeza y le contempló absorta, como si
Ben fuera el mismísimo Superman en persona.
—Increíble —suspiró—. ¿Te has lavado el pelo
tú solo? ¿Te has bañado, así sin más, en pleno día?
25
—Dejadme en paz —murmuró Ben
contemplando la taza.
—¡No! ¡No! ¡No! —Esta vez era madre.
—Huele como una floristería Callos a la polaca y la sorpresa de Anna
—Esta vez era Holger.
—Ya lo noté —Esta vez era madre. También Anna se dio cuenta.
—Cuenta, cuenta... —Esta vez eran Holger y —Te pusiste guapo —dijo—. Por nosotros
madre, a coro. no hacía falta.
—¿No te habrás puesto mi perfume? Ella llevaba unos vaqueros de pana. Ben no
—Esta vez era madre. Aspiró profundamente, se recordaba haberla visto así vestida en la escuela.
le acercó—. No, es la loción de Horst, la que usa para Anna lo empujó para que entrara. A Ben le
afeitarse —dijo—. ¿Sí o no? pareció que allí dentro había incluso más gente que la
Ben asintió de forma casi imperceptible. Había última vez. No se esforzó por distinguirlos. A Frau y
ido resbalando hasta el borde de la silla, con la Herr Mitschek ya los conocía.
intención de despegar y largarse a toda prisa,
A Holger no había quien lo calmara.
—¡Lo loción de padre! ¡Demasiado!
¿Es que también te has afeitado?
—Síííííííí —rebuznó Ben antes de des aparecer
de un salto.
—¡Paaaara! —le gritó madre—. Tengo que darte
un ramo de flores para la madre de Anna. Espera.
—¡No hace falta! —dijo Ben.
—¡Más flor que él...! —relinchó Holger.
26
Reinó el silencio unos instantes. Lo miraron e —Claro—dijo Ben.
inclinaron la cabera para saludarle. Y siguieron Atravesaron la sucia plaza que se expendía por
hablando, todos a la vez, en alemán y en polaco. Ben delante de las barracas y tomaron un sendero entre
se sintió a sus anchas. Le gustó aquel alborozo. huertos.
Anna es pobre, pensó, pero se lo pasa bien Anna conocía perfectamente el terreno. Por aquí
porque esta gente es muy distinta. anda siempre sola, pensó Ben. Sentía como una
En el centro de la mesa había dos ollas especie de envidia, O celos.
humeantes y una fuente de patatas. Herr Mitschek era El sendero terminaba en la vía del tren. Los
el que servía, Empezó por Ben. carriles estaban oxidados y entre las traviesas crecía la
—¿Te pongo mucho? —le preguntón Vio que hierba.
Ben titubeaba y le sirvió poquito. Luego añadió media Anna le precedía brincando por las traviesas.
patata—. Si te gusta habrá más —le dijo. —¡Ven! —le dijo.
Ero Una especie de sopa, espesa y de color A Ben le parecía todo muy grande. Corrió detrás
pardusco, con pedazos de carne blanca. Sabía un poco de ella, tratando de sallar de una traviesa a otra sin
acida pero estaba buena. Y la Carne también. Ben no conseguirlo.
se atrevió a preguntar qué era. —¡Demasiado! —gritó Ben levantando los
En el momento menos pensado Anua e dirigió la brazos.
palabra y Ben se asustó. Tanta fue la sorpresa que el —¿Es bonito, no? —dijo Anna—. En seguida
tenedor falló la boca v se pinchó la nariz. llega la sorpresa.
—Son callos a la polaca, sabes —le dijo Anna. La sorpresa se escondía entre la maleza, al lado
Asintió y siguió comiendo. Le dolía a nariz. mismo de la vía: una casita de madera. Más alta que
Callos. Madre solía decir que era capaz de cocinar y ancha. Debió haber servido para guardar herramientas
comer de todo, menos callos. y de refugio para los guardavías cuando hacía mal
—Están ricos —dijo. tiempo.
—¿Quieres más, Ben? —le preguntó, Frau Anna se detuvo delante de la puerta. —Tienes
Mitschek. que esperar un poco —le ordenó—. Primero voy a
Le pusieron un buen plato. Grete, a veces, se echar un vistazo.
equivocaba. Cuando acabaron de comer Anna le No sé si está todo en su sitio.
preguntó: —¿Es tuya? —preguntó Ben.
—¿Quieres que te enseñe mí escondite? —Sí —le respondió orgullosamente Anna.
27
—Anda, te espero. mejilla y en la frente. Cerró los ojos. Anna le pasó el
La oyó trajinar por la casita. Al cabo de un rato dedo por el rostro, Luego, de repente, por los labios.
Anna le abrió la puerta y dijo: Haciéndole cosquillas.
—Sírvase usted pasar, caballero. En el suelo de —Mira que te muerdo.
tablas había un colchón viejo y por encima del —Atrévete —dijo ella.
colchón, tapando la mitad, una manta de colores. Ben la atrajo hacia sí, sin abrir los ojos, y
Había hasta una silla y una estantería con tebeos. Y mordió.
cinco boles de té, abollados, en hilera. —¡Ay! ¡Mi brazo! —gritó Anna. Ben rió.
Anna sacó un pedazo de chocolate de uno de —Siento tu calor —dijo.
ellos. Luego se sentó en el colchón. Anna, aquí, —Ahora vamos a dormir —dijo ella. —Yo no
parecía mucho más segura de sí misma que en la tengo sueño,
escuela. Así me gusta, pensó Ben. —Yo tampoco —Anna rió, se levantó y saltó
Se sentó a su lado y se repartieron el chocolate. por encima de él.
Ben no sabía qué decir. Fue Anna la que habló de la —Vamos a sentarnos en la vía a leer tebeos.
carta. ¿Quieres?
—¿Es verdad ¡o que me escribiste? Todo lo que a ella le gustaba, le gustaba también
—¿Qué? a Ben.
—Que te gusto. Algunos de los tebeos no los había leído. Se
—Sí, es cierto. sentaron muy juntitos y se rieron de los dibujos. Ben
—Tú a mí también me gustas. sentía muy cerca la risa de Anna y puso varias veces
Ben no la miró, masticaba el chocolate. el brazo sobre sus hombros, pero volvió a quitarlo. Me
—¿Sí? —preguntó, falta práctica, pensó.
—Sí —dijo ella—. De verdad. —Tenemos que irnos —Anna se levantó, puso
—Tengo sueno —dijo Anna dejándose caer los tebeos en la estantería, alisó las arrugas de la
sobre el colchón—. Echate tú también. manta y cerró bien la puerta.
Se quedaron así un buen rato. Ben de espaldas a Esta vez no corrieron. Caminaron lentamente
Anna. entre las vías.
—Date la vuelta. —¿Te quedas? —dijo Anna.
Ben se dio la vuelta. La cara de Anna estaba al
lado mismo de la suya, Ben sentía su aliento en la
28
—No puedo, tengo que volver a casa. Anna se primero. En vista de ello. Ben decidió quedarse un
detuvo, parpadeó y le dijo: —Lo que sí que puedes rato más en la cama. Oyó la voz de padre. Padre
darme es un beso. también estaba de vacaciones. Toda la familia reunida,
Se precipitó en exceso. Sus labios tropezaron con i Y encima el lío Gerhard! Al tío Gerhard lo había
la nariz de Anna y no acertó la boca hasta el final. descrito en un ejercicio de redacción. Herr Seibmann
—¡Puh! —dijo Anna. no quiso creer lo que había escrito. Ya no quedan tíos
—Mañana vienes a casa —dijo Ben. tan raros, dijo.
—Si me dejan. El tío Gerhard se estaba riendo. Reía como nadie.
—Por la tarde —dijo Ben—Adiós. Y al reír aspiraba el aire y hacía ¡juic-juic-juict
Se le adelantó corriendo y atravesó la plaza que Parecía un cerdo saliendo de estampida, ¡Juic!
se extendía entre las barracas sin volver la cabeza. De En aquella redacción Ben había descrito a su tío
tan absorto tropezó y cayó al suelo. Se lastimó las de la forma siguiente. Más o menos: El tío Gerhard es
manos. Le dolían. Mierda, masculló entre dientes el hermano mayor de padre. A primera vista, nadie lo
apretando los puños. Le dolieron aún más. diría. Cuando se sale de paseo con el tío Gerhard todo
el mundo se queda mirando. El tío Gerhard mide dos
metros y es más delgado que un fideo. Anda como un
avestruz y tiene los brazos muy finos y demasiado
largos. La cabeza del tío Gerhard es un poco
demasiado pequeña. Tiene el pelo gris y se lo corta
siempre a cepillo. Suele llevar vaqueros y chaquetas
de colores. A madre le parece una locura Lo mejor es
la voz. En lugar de ser aguda es muy fuerte y muy
grave. El tío Gerhard es químico, aunque en realidad
ejerce de in ventor. Dice que inventa cosas que nadie
necesita, No hay nada más bonito, dice, La última
Dos visitas vez que estuvo en casa ensayó otro de sus inventos.
Estábamos comiendo la sopa. El tío Gerhard le echó
Holger se apoderó inmediatamente del tío un granito de no sé qué y la sopa cambió de aspecto
Gerhard. A Ben le sentó mal. Se había propuesto «en un periquete», como él dice. Quedó hecha un
interceptarlo, pero Holger, una vez más, se levantó ladrillo, Este invento mío es una bendición para todas
29
las Mafaldas y demás enemigos de la sopa, dijo. —¿Tan malos son los niños? —preguntó el tío
Madre se enfadó muchísimo. A mí el tío Gerhard me Gerhard.
parece extraordinario. Consiguió que madre se riera.
Madre volvía a tener de qué quejarse. —Me rindo —dijo.
Esperemos que no haya líos por Pentecostés, Padre, Holger y el tío Gerhard se retiraron a
pensó Ben. Sería una lástima. hacer de las suyas. El tío Gerhard se frotaba las
¡Parece mentira! ¡Hay que verlo para creerlo! A manos:
padre no había forma de calmarlo. —¡Vamos a ver si fabricamos un pío- pío
Ben saltó de la cama y corrió al jardín. superduradero! —decía.
—¡Ya está aquí por fin el dormilón, el —¡Por favor! —Madre estaba cada vez más
incansable, el saltarín, piernas torcidas!—exclamó el asustada.
tío Gerhard—. ¡Hurra! —Abrazó a Ben con sus —Un pío-pío bajito —añadió el tío Gerhard
interminables brazos, lo alzó por los aires y le para consolarla.
preguntó bajito, muy amablemente—: ¿Estás bien, Ben tenía mucho que hacer. Quería ordenar su
Benjamín? cuarto y limpiar la caja en que vivía Gertrudis. Todo
—Ben. por Anna.
—Ven a verlo, Ben —le gritó Holger, En un Al cabo de un rato, en el cuarto de Holger
cubo de agua crecía un árbol. Iba creciendo a toda empezó a oírse un pitido suave pero insistente.
prisa y era de esponja o algo parecido. Anna llegó demasiado pronto. Se había puesto
—¡Al principio ni se veía y ahora se hace guapa, igual que Ben. Trajo un ramo de flores para
cada vez más grande! madre. A Ben le pareció iodo demasiado solemne.
—¡Fantástico! Anna, en cambio, lo encontraba divertido. Al
—Una brujería de lo más vulgar —gruñó entregarle a madre el ramo de flores, hizo una
el tío Gerhard. reverencia. Ben se sintió un poco avergonzado. Madre
—¿Hasta qué altura va a llegar eso? — preguntó se deshacía en sonrisas.
madre, preocupada. —¿Me ayudas a buscar un jarrón donde
El tío Gerhard frunció el ceño. ponerlas? —le preguntó a Anna.
—Bueno, como la catedral de Colonia Anna aceptó encantada y desaparecieron ambas
aproximadamente, rumbo a la cocina.
—Eres peor que un niño —dijo madre,
30
—Anna vuelve en seguida —añadió madre.
Como si fuera un consuelo. Anna había venido a verle
a él. ¿No? Ben se sentó en el alféizar de la ventana de
su cuarto y esperó. Bastante rato. Madre y Anna no
paraban de charlar, como si les hubieran dado cuerda.
Cuando Anna, por fin, llamó a su puerta, se sintió
feliz. Abrió de golpe.
Anna se quedó sorprendida.
—¡Sensacional! —dijo. Vio a Gertrudis y se Anna le preguntó si podía ver toda la casa.
arrojó sobre ella—. ¡Qué monada de bicho! —Y el jardín —añadió Ben.
—Se llama Gertrudis. Ben hizo de guía. Anna no salía de su asombro.
Anna hablaba con Gertrudis y Ben con Anna. Sin Y Ben estaba cada vez más triste. Hasta qué le dijo, en
saber de qué. Anna acariciaba a Gertrudis y voz baja:
contemplaba el cuarto. —A ti también va a irte así de bien. Anna no
—Tienes un cuarto muy bonito. dijo: Cuando a papá le den trabajo. Ni tampoco: Ya
—Sí —dijo Ben. No se atrevió a entrar en nos arreglaremos.
detalles. No sabía si Anna iba a tener alguna vez un No, Anna dijo, simplemente:
cuarto tan bonito. Es una mala pasada que no le den —En Katovice era todo más pequeño pero más
trabajo al padre de Arma, pensó Ben. Y que se lo bonito incluso que aquí.
pongan todo tan difícil, sólo porque acaba de llegar de —¿Tienes ganas de volver a Polonia? —preguntó
Polonia. Ben.
—No sé —dijo Anna—. Las cosas son como
son.
Ben presentó a Anna a padre, al tío Gerhard y a
Holger.
Holger la examinó con cierto aire burlón, pero se
vio en seguida que Anna había aprobado el examen.
El tío Gerhard la arrolló de inmediato con una de
sus preguntas:
—¿Quieres oír a una conejilla electrónica?
31
Anna no tuvo tiempo ni de responder. Los —¡Gerhard! —suspiró. El tío Gerhard
módulos electrónicos empezaron a piar encima de la contemplaba perplejo el rumoroso plato.
mesa. El tío Gerhard se sentía feliz viendo la cara de —No pensé que fuera a hacer tanto ruido. Debe
sorpresa de Anna, sacudía sus largos brazos y Ben ser el calor que lo potencia. ¡Colosal!
temió que de un momento a otro empezara a llover del Todos se echaron a reír, menos madre. Padre la
techo o a crecer hierba en la alfombra. miró de soslayo y se puso serio. Madre golpeó la
Luego se instalaron en el jardín, hasta que madre mesa con el puño.
los llamó a comer. —¡Ya está bien! Son demasiadas tonterías. Esto
—Con este calor podríamos ir a bañarnos —dijo no hay quien lo soporte. ¡Haz el favor de recoger los
Ben. platos y lavarlos, Gerhard!
Se sentaron a la mesa. —Son cristales —dijo el tío Gerhard—.
—¡Hace un tiempo magnífico! —dijo madre. Incoloros, inodoros e insípidos. La sopa queda como
El tío Gerhard «en persona» se había encargado estaba.
de poner la mesa. Madre parecía insegura. Debía —¡Haz el favor, Gerhard!—Madre no admitía
esperar una explosión o algo parecido. El tío Gerhard negociaciones.
se comportaba como quien no es capaz de hacer crecer El tío Gerhard puso cara de afligido. Hasta en
árboles del agua ni fabricar Gertrudis electrónicas. aquello era un maestro. El rostro se le llenó de
Hablaba con padre de los puentes solitarios que había arrugas. Parecía una manzana milenaria. Al dirigirse a
visto alzarse en el paisaje. la cocina, con la pila de platos, encorvó la espalda y
—¿Los construís de broma? encogió las piernas bastante más de lo que solía.
—No. hombre. Todo está planificado. Después Igualito que un pelele.
hacemos las carreteras. En la cocina resonaron nuevos estampidos y
—Parecen monumentos —bromeó el tío chisporroteos.
Gerhard. —¡Es incorregible! —se quejó madre.
Madre le pidió a Anna el plato sopero. ¡Y se —¡Yo lo encuentro formidable! —dijo Holger.
armó! En cuanto la sopa tapó el fondo del plato Anna y Ben asintieron.
empezaron los ruidos, borboteos, burbujeos y La comida transcurrió sin mayores incidentes.
chasquidos. Sonaban cada vez más fuertes. ¡Cric, crac, Padre propuso ir de excursión a un embalse cercano.
cruc, pssst, pfl, crssst, crec-crec! Madre soltó el plato. Todo el mundo se mostró de acuerdo.
32
El tío Gerhard tuvo que prometer a madre que no
haría de las suyas, aquella tarde por lo menos. El tío
Gerhard la miró pro fundamente a los ojos, bajó la voz
y musitó:
—Lo juro.
Luego dividió a la familia en dos «carretadas».
Anna y Ben iban a ir con él.
—¡Con tu forma de conducir! —Madre se
mostraba profundamente insatisfecha. Padre le dio un
golpecito en el brazo para que se apaciguara.
El tío Gerhard no cedió en su empeño.
—He recorrido cuatrocientos mil ochocientos
veintiún kilómetros seiscientos noventa y dos metros Anna y Ben se bañan
sin provocar el más mínimo accidente, mi querida
cuñada —dijo—. Puedes cederme tranquilamente a
esa encantadora parejita. Padre insistió en dar un paseo de dos horas como
Anna y Ben tuvieron que ponerse atrás. Se mínimo. Madre le apoyó. Holger protestó.
sentaron, muy juntitos, en el mismo centro del enorme —Siempre igual —dijo—, toda la familia campo
asiento. a través, en fila india.
El tío Gerhard les espiaba por el retrovisor. Holger prefería quedarse junto al embalse. Anna
—Parecéis dos pajaritos en la percha —dijo. y Ben también. Al lío Gerhard no le interesaban las
—En fin —murmuró Ben, separándose un disputas familiares. Hacía flexiones de rodillas y
poquito de Anna. disfrutaba del aire puro a su manera.
Anna se le aproximó de nuevo. Padre no quiso ceder. Tuvieron que seguirle
de mal humor.
Con el tiempo se calmaron los ánimos. Holger
tallaba flechas de madera. Anna y Ben se distraían
escuchando al tío Gerhard. Contaba cosas
sorprendentes. Decía, por ejemplo, que era una de las
pocas personas autorizadas a probar la comida de los
33
astronautas. Y que se acordaba perfectamente de la —No saben por qué nos hemos ido. Nos
pasta del tubo lila, prevista para la cena. buscarán.
Sabía a asado de liebre, arenque en escabeche, —Ni hablar —dijo Ben—. Pensarán que nos
tarta de manzanas y goma de mascar, todo a la hemos vuelto.
vez. Anna le tomó de la mano.
—Por eso estoy tan delgado. ¿Es lógico, verdad? A Ben le gustó aquel gesto. Corrieron entre los
No le creían una sola palabra, pero le árboles, cogidos de la mano, y llegaron en seguida a la
escuchaban muy a gusto, orilla del embalse. No se veía un alma. Sólo unos
—¿Por qué no te has casado, tío Gerhard? —le botes, a lo lejos. Ben se quitó los zapatos y los
preguntó Ben. calcetines y chapoteó en el agua,
—Porque me da miedo —dijo el tío Gerhard. Anna lo imitó, Amontonaron ramas secas y
A Ben le asombró aquella respuesta. construyeron un dique.
—¿Tú? ¿Miedo...? Ben la salpicó de broma y Anna se echó a correr
El tío Gerhard se detuvo y clavó en el suelo el por la orilla del embalse. Era tan rápida como él.
bastón de madera que le había hecho Holger, Se sentaron con la lengua fuera en un tronco.
—Reflexionad un poco, parejita de tórtolos. Sí Guardaron silencio. Escuchaban su respiración
Grete, que tiene muy buen corazón, es incapaz de entrecortada y los sonoros trinos de los pájaros.
soportarnos, a mí y a mis artes mágicas, ¿cómo iba a —Estoy toda mojada —dijo Anna.
soportarme una mujer condenada a convivir conmigo —Yo también —dijo Ben.
día y noche? Por eso he preferido, en fin... —Dejó de
hablar, desenclavó el bastón, se puso serio, recuperó
la sonrisa y dijo solemnemente, ahuecando la voz
como si recitara—: ¿Cómo dice el dicho? ¡Antes de
que te cases, mira bien lo que haces! Y ahora largaos.
Necesito pensar.
Huyeron de las fingidas iras del tío Gerhard y se
adentraron en el bosque. Mientras recuperaban el
aliento, entre la maleza, Ben propuso acortar camino
por la orilla del embalse, Anna no estaba muy
convencida y dijo que prefería seguir a los otros.
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—No.
La apretó firmemente para entrar en calor.
—¡Haz el favor, Ben!
—Bueno.
Se avergonzó, de pronto, al verla correr desnuda
por delante de él. Quedó inmóvil, se dio la vuelta y
Anna se sacó el vestido por la cabeza y lo puso a contempló el embalse.
secar en una rama. Ben no sabía si quitarse la —No tenemos nada para secarnos —se quejó
camiseta. No lograba decidirse. Como se sentía Anna.
apurado y era incapaz de estarse quieto, se levantó de —Echate a correr.
un salto, entró corriendo en el agua y se salpicó de —¿Y si nos ven?
pies a cabeza. —No digas tonterías. Si aquí no hay nadie —Ben
—Ahora me baño —dijo. Se desnudó se sintió terriblemente adulto.
rápidamente y se metió en el agua. Estaba demasiado La espió. Anna llevaba unas braguitas carmesí de
fría. Me encojo, pensó Ben. Me estoy haciendo cada algodón rizado y daba vueltas en tomo a un árbol,
vez más pequeño. haciendo girar los brazos.
Anna lo contemplaba estupefacta. Ben se puso los calzoncillos y se sentó en el
Luego se desnudó también y braceó a su lado. — árbol con todo el cuerpo tiritando. Anna se dio cuenta
¡Huy! ¡Está helada! y le trajo su vestido.
Se agarró a él como un monito. Ben la arrastró —Tápate —dijo.
bajo el agua, sin soltarla. Emergieron juntos, —Se te mojará.
escupieron, jadearon. Era una delicia sentirla como un —No importa.
pez. Se sentó a su lado.
—En el agua no peso. Llévame —dijo Anna. —Yo ya estoy seca —dijo.
Ben la sostuvo sin sentirla apenas. Luego empezó a Se envolvieron ambos en el vestido. Ben seguía
mecerla. tiritando pese a todos sus esfuerzos por evitarlo. Anna
—No me mires así —dijo Anna. empezó a darle fricciones. Poco a poco entró en calor.
—No te miro en absoluto —dijo Ben. —¿Te sientes mejor? —preguntó Anna.
Y la miró con mucho más detenimiento. Ben asintió. Todavía le castañeteaban los dientes.
—Déjame —dijo Anna—. Quiero salir.
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Anna lo abrazó y lo atrajo hacia sí, Ben no se —No me extrañaría que os hubierais resfriado —
movió. Así estuvieron un buen rato. dijo madre.
Ben sentía el calor de Anna adentrándose en él. Ben se durmió. Le despertó un delicioso olorcillo
—Ahora estamos los dos iguales —le dijo a delante mismo de sus narices. Era Anna que le
Anna al cabo de algún tiempo. acercaba una salchicha recién hecha. Se rieron todos.
Anna se levantó de un salto. Cuando dejaron a Anna en las barracas era ya de
—¡A que no me pillas! —exclamó. Se movía noche.
como una comadreja, dando vueltas y más vueltas —Esperemos que tus padres no protesten,
entre los árboles. Ben no conseguía alcanzarla. —Seguro que no—dijo Anna—. Gracias por todo
Se detuvo en seco. Ben no lo esperaba y la —añadió.
derribó. Rodaron juntos por el suelo. El tío Gerhard pisó a fondo el acelerador.
La cara de Anna rozó la suya. —¿Cómo está el asunto, Benjamín Kórbel?
Ojalá fuera así siempre, pensó Ben. —No puede estar mejor —susurró Ben.
Y le dijo lo que no quería decir: Mis padres nos —Usted lo subestima, amigo mío —
estarán esperando. sentenció el tío Gerhard.
Se vistieron.
Los calcetines y los zapatos se los llevaron en la
mano.
—Es mejor que sigamos por la orilla. Ben tenía
razón. Bordearon el embalse y se encontraron con los
otros. Qué raro que no protesten» pensó Ben. Madre
sonrió satisfecha y les preguntó si tenían hambre.
Claro.
Se pararon a merendar. El sol se puso y refrescó.
Padre, Holger y el tío Gerhard hicieron una
hoguera. Madre ensartó unas salchichas en un palo.
Ben se sentía muy cansado. Se echó al suelo, cerró los
ojos y oyó hablar a madre y Anna. Anna le explicaba
que se habían bañado.
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—Eres un imbécil, Jens —le dijo.
—¿Qué te pasa? —preguntó Arma—. ¿Por qué te
portas tan mal con Jens?
El segundo renglón —Porque se porta mal conmigo.
—No es verdad. No te ha hecho nada.
—Tú sabrás...
Durante las vacaciones Anna y Ben dejaron de Anna cogió del brazo a Jens, como había hecho
verse. Anna no dio señales de vida y Ben no quiso ir a con él, y se lo llevó de allí.
visitarla. Aunque pensaba constantemente en Anna. —Está mal del coco —dijo—. Ben está mal del
Hasta soñó con ella. Volvían a jugar a la orilla del coco, seguro.
embalse. Anna había nadado demasiado lejos. Quiso En clase no atendía. Voy a ponerme enfermo,
alcanzarla. Las piernas se le hacían cada vez más pensó. Estoy enfermo. Quiero irme a casa. Tengo
pesadas. Se hundía. Cuando estaba a punto de ganas de morirme para que Anna lo lamente.
ahogarse se despertó. Estuvo solo durante todo el recreo. Anna no vino
Madre le preguntó si estaban enfada dos. Le a recogerle.
molestó oírlo y la dejó plantada, sin decir palabra. Tengo fiebre, pensó. Todo transcurría muy
Todo el mundo se portaba mal con él. Incluso lejos, sin llegar a él.
Anna. Sonó el timbre y se encaminó hacia la clase
Confió en que faltara el primer día. Allí arrastrando los pies. Detrás de todos. Nadie le hacía
estaba. caso. Descubrió que el pavimento del pasillo era
La vio en seguida, nada más llegar al patio de la verde. Qué raro, pensó. Creía que era gris. Y es verde.
escuela. Oyó los pasos de Seibmann y se apresuró.
Le estaba diciendo a Jens algo al oído. La clase, en realidad, parecía esperarle a él. No le
Le hubiera dado una paliza. Y a Jens también. costó mucho averiguar por qué, En la pizarra, en
Tuvo ganas de llorar. mayúsculas, ponía:
Hubiera preferido hacer novillos.
Anna se reía. BEN QUIERE A ANNA
Jeas se reía.
Ben pasó despacio por delante de ellos, con los
puños crispados en los bolsillos de los vaqueros.
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Había sabido que iban a jugarle alguna mala —Falta un renglón en la pizarra —dijo Herr
pasada. Era parte de su mal. De lo contrario no le Seibmann. Hablaba en voz tan baja que nadie se
hubiera dolido tanto. atrevía a rechistar.
Se quedó como petrificado entre los pupitres y la
pizarra. Le extrañó que los demás no se rieran, que
contuvieran el aliento esperando su reacción.
No se había dado cuenta de que Herr Seibmann
había cerrado suavemente la puerta a sus espaldas.
Estaba ahora junto a Ben, con la vista clavada también
en la pizarra. Sintió su mano grande sobre el hombro,
acariciándole imperceptiblemente,
La clase empezó a zumbar. Ben, temeroso, se
encogió de hombros. Iban a estallar de un momento a
otro. Y así fue. Se pusieron a gritar:
— ¡Ben quiere a Anna! ¡Ben quiere a Anna! —-
voceaban, se reían.
Herr Seibmann sujetó a Ben con firmeza y esperó
un instante. Ben apenas conseguía reprimir los
sollozos. Tuvo miedo de que le reventara el pecho.
Herr Seibmann se volvió muy lentamente,
arrastrando a Ben para que también él tuviera que
enfrentarse a la clase. Se movían igual que en las —¿Me ayudáis? —Alguno que otro dijo que no
películas antiguas, como el Gordo y el Flaco. con la cabeza. La mayoría contemplaba atónita a Herr
Los alumnos empezaron a sentarse uno tras otro. Seibmann. Tampoco Ben acababa de entender qué
Fueron callando uno tras otro. pretendía Herr Seibmann.
—Muchas gracias —dijo Herr Seibmann. Herr Seibmann soltó a Ben, le acarició la frente,
Ben se esforzaba por no mirar hacia donde estaba se acercó a la pizarra, tomó la tiza y escribió debajo
Anna. Había colaborado. Lo había permitido. Se rió de BEN QUIERE A ANNA, con letras igual de
con todos ellos. Se burló de él. Anna se había burlado grandes: ANNA QUIERE A BEN.
de él.
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Ben iba leyendo lo que escribía. A cada letra pero Ben estaba demasiado cansado para atender a la
se ponía más triste. No es cierto, estuvo a punto de lectura. Días y noches se sucedían sin que pudiera
gritar. Tuvo miedo de hacer el ridículo. distinguirlos. Sólo cuando padre se sentaba al borde
—Para quererse hay que ser dos —explicó Herr de su cama imaginaba que era ya por la tarde. Ben
Seibmann. Dejó escritas ambas frases, acompañó a soñaba a menudo. Locos desvaríos, casi siempre en
Ben hasta el pupitre y dijo—: Después de clase torno a Anna.
podéis pensar en todo eso. Ahora vamos a hacer unos Llegó a pensar que había enfermado por culpa de
ejercicios de cálculo. ella, pero el médico opinó que se trataba de una gripe
Miró a Ben con gesto pensativo. complicada. Hasta el tío Gerhard vino a verlo, Le
—¿Te sientes mal? —le preguntó—. Sabes qué preguntó por qué demonios se tragaba, así sin más,
te digo- Puedes irte a casa si quieres. tantos bacilos. El tío Gerhard tosió, estornudó, tuvo
Ben no dejó que se lo repitieran. Cogió la cartera miedo de contagiarse y le regaló un hermoso coche de
y salió corriendo. hojalata, modelo antiguo, para su colección de
miniaturas.
Cuando Ben estuvo casi curado y el médico dijo
que al cabo de dos días ya podría ir a la escuela, padre
le contó que había estado en casa de los Mitschek.
—Anna está muy bien —le dijo—, y te manda
recuerdos.
—¿La viste?
—Sí. Estuve con su padre.
Tal vez por mí y por Anna, pensó Ben, algo
miedoso.
—Se me ocurrió que a lo mejor podría ayudar a
Ben enferma y Anna se va Herr Mitschek a encontrar trabajo —dijo padre—.
No estaba nada bien que le tuvieran esperando de esa
En efecto, Ben se puso enfermo. Con mucha forma, siempre de un lado a otro. Herr Mitschek se
fiebre. Madre tuvo que dejar el trabajo para cuidarlo. sentía cada vez más indignado y decidió resolver
El médico iba a verlo todos los días, le palpaba el personalmente el asunto. No tuvo la paciencia que
vientre y le auscultaba, Holger a veces le leía algo, debe suponerse en gente como él. Escribió a unas
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cuantas minas de la Cuenca del Ruhr, y una de ellas le En la escuela le dieron una gran fiesta de
contestó diciendo que allí podía trabajar de inmediato. despedida. Organizaron una colecta y Herr Seibmann,
Le dan incluso vivienda. Me gustó mucho su actitud. en nombre de la clase, le entregó una cartera nueva.
Herr Mitschek se cansó de que hicieran con él lo que Anna se sentía terrible mente desconcertada, Ben la
les viniera en gana. acompañó a casa. Quiso proponerle que volvieran a
Ben pensaba sólo en Anna. su casita de junto a la vía. No lo hizo porque Anna
Anna se va, pensaba. Anna se va. estaba nerviosísima y porque sus padres parecían muy
—¿Se va a ir Anna también? —le preguntó. atareados, preparando el traslado. Todo el mundo le
—Sí —dijo padre—, Es una lástima. Pero podéis estrechó la mano. La madre de Anna lo besó en ambas
escribiros. mejillas. Debe ser costumbre, pensó Ben.
Ben se volvió hacia la pared y padre se quedó a —Enviaremos noticias —dijo Herr Mitschek.
su lado, en silencio. —Tu padre es muy buena persona —dijo Ben.
Anna le había preparado una sorpresa. El día en —Tú también —dijo Anna.
que por fin volvió a la escuela, le estaba esperando Le acompañó un trocito por el camino de vuelta.
junto a la puerta del garaje. Madre lo sabía y no dijo Se detuvo.
palabra. Cuando Ben la vio quiso correr a su —Tengo que ayudar en casa —dijo—, si no
encuentro. Luego caminó hacia ella, muy lentamente. mamá se enfada.
—¿Te han traído? —le preguntó. —No —dijo Le daré un beso de despedida, pensó Ben.
Anna. No pudo. Anna le soltó un empellón y salió
—Te habrás levantado muy temprano. Me parece corriendo como una loca. Ben la siguió con la mirada,
estupendo. unos instantes, y salió corriendo él también. Le venían
Anna le contó cosas de la escuela. Ben le a la mente frases y más frases. Quiero a Anna. Anna
preguntó por Jens y por Bernhard. Anna no le hizo se va. Tengo que escribirle en seguida una carta.
caso. Puede venir a vemos. La quiero mucho, de verdad.
— Me voy, me voy con mis padres—dijo. Estuvo a punto de llorar. Pero no lloró.
—Sí —dijo Ben—, Ya lo sé.
—La semana que viene —dijo Anna.
Y lo que añadió fue muy hermoso—: Estoy triste,
Ben. Por ti. Porque ya no nos veremos.
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