Cambios en La Fluidez (De La Primera A La Segunda), o Cómo Pensar Sin Estado Hoy. Un Pasaje Por Ignacio Lewkowicz.
Cambios en La Fluidez (De La Primera A La Segunda), o Cómo Pensar Sin Estado Hoy. Un Pasaje Por Ignacio Lewkowicz.
Una hipótesis recorre este libro, la hipótesis de la segunda fluidez, la fluidez de la precariedad
constitutiva, la que no licúa lo sólido sino que produce elementos fluidos. Aquí reunimos
lecturas hechas bajo esa hipótesis y que fueron haciéndola a su vez.
Un mundo de efectos se genera cuando leemos algunas circunstancias bajo el supuesto de que
la fluidez ya no se retirará. Una escuela que parece como la clásica pero sin implicación, una
institución que aparenta ser la clásica pero sin metainstitución, un Estado como el nacional
pero sin capacidad de totalización, una imagen que parece representar pero hace otra cosa, un
linchamiento que parece castigar pero agrava la desligazón, unas relaciones que parecen
clásicas pero conectan sin vincular. La hipótesis se mostró productiva como el mundo (un poco
menos, en rigor), y abrió espacio a nuevas hipótesis –la de lo imaginal, la de la astitución– que
permiten a su vez leerlo en su fluidez y en su fuerza generadora de relaciones, objetos y
sujetos fluidos.
Pero no solamente eso. “El historiador se pregunta si es posible habitar una subjetividad
distinta a la instituida”.1 La hipótesis de una fluidez productiva permite preguntar por los
modos de subjetivación y politización de sus efectos –la posibilidad de unos contraefectos.
Donde las instituciones fragmentarias amenazan ahogar toda posibilidad de habitarlas en una
febril hiperactividad restitutiva, aparecen los más-allás de la astitución; donde los
linchamientos expropian la posibilidad de vivir juntos, aparecen la carpa villera y la biografía
escolar de David; donde a la escuela se le escurre una situación, aparece la disponibilidad para
el encuentro (su más-allá aleatorio); donde la dinámica imaginal se alimenta solo de sí misma,
aparece la expresión de lo real por el común; donde el contacteo rarifica el trabajo sobre sus
afectos y potencias, aparece la trama consecuente.
La subjetividad no es una intimidad. Por cierto que resulta cómodo suponerla interior, un
refugio resguardado de lo social. Vivir nos resulta muy difícil, y nosotros, herederos de
Descartes y contemporáneos de la revista Para tí, influenciados por psicoanalismos y
psicologismos, contemporáneos de la autoayuda y el management del propio cerebro,
confesores permanentes vía redes sociales, nos aferramos a la idea del sí-mismo como reparo
de una objetividad hostil. Así, la subjetividad sería lo que se le opone conceptualmente y
resiste cotidianamente esa objetividad. Por cierto que resulta tranquilizador, al yo asediado
1
Ignacio Lewkowicz, “Subjetividad contemporánea: entre el consumo y la adicción”.
que somos, o al grupo imaginado y al opinador informado, creer que lo social no atraviesa lo
subjetivo, que mucho menos lo teje y constituye.
Y sin embargo. El reparo no repara y el refugio recibe conmociones una y otra vez; yo padece,
los grupos se disgregan, sí-mismo no alcanza las máximas que le prometen felicidad o plenitud.
¿Seré un looser?, se pregunta sí-mismo. En la hostil objetividad encontraré explicaciones que
me permitirán reformarme antes que pensarme. Volverme winner y que se restaure la
confianza en yo o en mi equipo antes de alterar cómo percibo los yoes, los nosotros, los ellos y
el mundo. No tan rápido, tí-mismo. Quizás yo sufra menos si alteramos esa percepción. Quizás
podamos más si pensamos cómo se construye nuestra subjetividad en estos tiempos. Poder
experimentar que podemos más pensando la subjetividad. Pero, ¿cómo pensar la subjetividad
si no la pensamos como intimidad protegida de una exterioridad acechante?, ¿cómo pensarla
si no la pensamos como un alma inducida hacia unas seguridades por conquistar?
2
“Vale aclarar que no se trata de meras operaciones exteriores para introducirse en esa lógica sino de
operaciones que resultan de transitar esa lógica.” (Del fragmento a la situación, 20)
3
Así, no solo de operaciones se compone la subjetividad (si bien muchas veces Ignacio la definía como
conjunto de operaciones; por ejemplo, en la introducción de Del fragmento a la situación). “Nos
habíamos acostumbrado a caracterizar la subjetividad en una situación sondeando su concepto práctico
de tiempo, sus prácticas productoras de verdad, sus criterios de responsabilidad y el estatuto de su ley”
(Pensar sin Estado, p. 187, subrayados en el original). Hay que sondearlos porque no son visibles sin
pensamiento, esto es, no son visibles a la luz de la subjetividad que hace a cada uno.
subjetivaciones; estas permitían una afirmación subjetiva tal que las lógicas que tolerar se
volvían situaciones que habitar.
“Aunque no entendamos muy precisamente qué significa, podemos admitir que esta
alteración se enuncie como pasaje del paradigma Estado al paradigma mercado…
Paradigma… viene a decir o a querer decir que no se trata del mero cambio de una cosa
sino de un cambio simultáneo y complejo de una cosa, de la modalidad de una cosa, de los
modos de pensar la cosa, del contexto de la cosa, de las condiciones de la cosa, de las
condiciones del observador y de las relaciones del observador y la cosa que hacen que no
sean ya posibles los observadores ni las cosas: el paradigma mercado afecta
esencialmente el proceso mismo de pensamiento.” (Pensar sin Estado, 173).
“El agotamiento del Estado Nación como pan-institución donadora de sentido es también
el agotamiento de sus recursos de pensamiento. Luego, las prácticas (sin representación)
no podrán ser leídas en su novedad por ese esquema de pensamiento. En definitiva, la
estrategia de pensamiento capaz de sostener esa novedad demandará la elaboración de
una variedad de herramientas situacionales.” ( “Subjetividad contemporánea: entre el consumo
y la adicción”; s.f., circa 2000)
Ese pasaje del Estado al mercado era no solamente un cambio en el estatuto del Estado y del
mercado sino sobre todo una mutación en la forma de configurar el mundo –o pensarlo. Si,
como decía, debemos a Ignacio Lewkowicz un modo o un estilo o unos métodos para pensar la
subjetividad y la subjetivación en sus condiciones históricas, modo que se explicita en estas
citas, también se explicita allí una alteración fundamental de las condiciones sociales
históricas. Ignacio no solamente lo señaló, sino que aportó elementos para pensar ese pasaje
de las condiciones estatal-nacionales a las condiciones mercantil-globales, o pasaje de la
solidez a fluidez, como un pasaje donde el mercado desplazaba al Estado pero no lo
reemplazaba. En el mundo que el pensamiento lewkowicziano configuraba, ese
desplazamiento sin re-emplazamiento desconfiguraba lo social y lo subjetivo como piedra
vuelta arena, o como sólido vuelto fluido. Ahora bien, ¿cómo pensar lo social fluidificado?
Este libro –el que el lector tiene entre manos–, sus capítulos, sostienen de diversas maneras
ese modo de pensar la articulación de condiciones históricas, prácticas sociales y
subjetivaciones para llegar a entender lo que no es entendible si no modificamos ese mismo
modo de pensar. Si una coyuntura signa la lectura de Ignacio Lewkowicz, esa es la de ese
proceso histórico que gracias a él llamamos desfondamiento y que encontró su epítome en
diciembre de 2001 y que entonces pasó a caracterizar como “catástrofe”: destitución
generalizada de las referencias subjetivas –o las coordenadas sociales. 4 “La condición primera
[decía en ese turbio 2002 Ignacio] de la subjetividad contemporánea es la devastación; la
estabilización de la catástrofe implica que el punto de partida ya no es la institución o la
destitución situada sino la destitución general.” La piedra vuelta arena: “El medio fluido no
ejerce una inercia de conservación sino de disolución” (Pensar sin Estado, 182).
4
“Estos son los sujetos de la devastación”, Página/12 del 11 de julio de 2002. Subrayado mío.
Desde entonces, sin embargo, lo social no se ha desvanecido en un desierto arenoso y yermo.
Proliferan novedades y todo tipo de elementos sociales. Algunos de estos elementos no
parecen novedosos (digamos, un club de fútbol, un evangelismo mediático, un partido
xenófobo europeo); pero no lo parecen solo si no sostenemos ese modo de pensar las
condiciones sociohistóricas actuales. Si acordamos en que en el último medio siglo el
capitalismo financiero ha desplazado al capitalismo industrial, se vuelve entonces innegable
que lo social se ha fluidificado, y que eso altera los modos en que se produce lo social, la
subjetividad y las subjetivaciones. Si sostenemos ese modo de pensar que ve en el mercado
global una condición que el Estado no puede regular como en los siglos XIX y XX, entonces
veremos que lo novedoso de las novedades y todo tipo de elementos sociales que proliferan
desde 2001 no estriba en que no tienen antecedentes, sino en el modo mismo de su
producción. A pesar del destituido panorama que testimoniaba Ignacio Lewkowicz, las
condiciones fluidas se han mostrado muy capaces de configurar lo social, lo institucional, lo
subjetivo. Los trabajos que reúne este libro intentan sostener la pregunta por lo social sin
ceder credulidad a quienes, ingenuamente o no, proclaman que la solidez estatal-nacional
puede regresar, o que regresó o que regresará pronto o que ellos mismos son sólidos.
¿Cómo pensar, pues, lo social fluidificado? ¿Cómo pensar lo fluido de manera fluida, o sea, sin
suponerle solidez? ¿Cómo contar y contarnos, después de la “catástrofe” de 2001, las
regularidades subjetivas y las singulares subjetivaciones que se dan en un medio tan distinto al
de los tiempos moderno-burgueses? En este capítulo nos proponemos distinguir entre la
fluidez que pintó Nacho y la que pudimos ir bocetando en nuestro recorrido. Llamaremos
“segunda fluidez” a esta y “primera” a aquella. Entremos, entonces, en la cuestión.
Una hipótesis recorre este libro, la hipótesis de la segunda fluidez, la fluidez de la precariedad
constitutiva, la que no licúa lo sólido sino que produce elementos fluidos. Aquí reunimos
lecturas hechas bajo esa hipótesis y que fueron haciéndola a su vez.
Un mundo de efectos se genera cuando leemos algunas circunstancias bajo el supuesto de que
la fluidez ya no se retirará. Una escuela que parece como la clásica pero sin implicación, una
institución que aparenta ser la clásica pero sin metainstitución, un Estado como el nacional
pero sin capacidad de totalización, una imagen que parece representar pero hace otra cosa, un
linchamiento que parece castigar pero agrava la desligazón, unas relaciones que parecen
clásicas pero conectan sin vincular. La hipótesis se mostró productiva como el mundo (un poco
menos, en rigor), y abrió espacio a nuevas hipótesis –la de lo imaginal, la de la astitución– que
permiten a su vez leerlo en su fluidez y en su fuerza generadora de relaciones, objetos y
sujetos fluidos.
Pero no solamente eso. La hipótesis de una fluidez productiva permite preguntar por los
modos de subjetivación y politización de sus efectos –la posibilidad de unos contraefectos.
Donde las instituciones fragmentarias amenazan ahogar toda posibilidad de habitarlas en una
febril hiperactividad restitutiva, aparecen los más-allás de la astitución (capítulo “Astituciones
y sus más-allás”); donde los linchamientos expropian la posibilidad de vivir juntos, aparecen la
carpa villera y la biografía escolar de David (capítulo “¿Cuál víctima elige usted?”); donde a la
escuela se le escurre una situación, aparece la disponibilidad para el encuentro, su más-allá
aleatorio o contingente (capítulo “Escuela e implicación”); donde la dinámica imaginal se
alimenta solo de sí misma, aparece la expresión de lo real por el común (capítulo “Lo imaginal
y la expresión”); donde el contacteo rarifica el trabajo sobre sus afectos y potencias, aparece la
trama consecuente (capítulo “¿Contactos sin vínculo?”).
Figuras diversas para pensar una multiplicidad diferente, unas contingencias imprevisibles para
el historiador de los ’90 y de 2001, a la vez que ocurridas bajo algunas condiciones señaladas
por él e inmodificadas: agotamiento del Estado-nación (de toda centralización y de cualquier
totalización de lo social), declaración subjetiva de su cesación (que se vayan todos),
pensamiento sin conciencia o imposibilidad de la articulación simbólica. No era aplicar lo
sabido a lo nuevo, no era reconocer lo viejo en lo imprevisto, era una “estrategia de
pensamiento capaz de sostener esa novedad”, una que “demanda la elaboración de una
variedad de herramientas situacionales.”
Surgieron así distinciones como las que siguen y que se van aclarando a lo largo del libro:
Siglo XX 90's 2000's
Estado técnico-
Estado-nación administrativo Estado posnacional5
capital
capital industrial capital financiero recombinante
configuración
vincular Galpón/ desvinculación contacto
Conexión imaginal-
Lazo Desligazón/conexión real mediática
5
En este libro no ahondamos en esta noción y más bien partimos de ella. Ver Pablo Hupert, El Estado
posnacional. Más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo, Buenos Aires, Autonomía y Pie de los Hechos,
2015 [2011]. Es menester aclarar que Ignacio Lewkowicz empleaba también el adjetivo “posnacional”,
pero en un sentido distinto al que le damos nosotros. Él lo empleaba en sentido lato, para referir a los
tiempos posteriores al agotamiento del Estado-nación, y en ese sentido en sus escritos, los “tiempos
posnacionales” son los tiempos en que lo social se desarrolla en condiciones fluidas. Nosotros, andado el
tiempo, debimos diferenciar entre el Estado técnico-administrativo y el Estado posnacional, llamando así
al Estado que “redistribuye” sentidos imaginales (ver El Estado posnacional… y en
www.pablohupert.com.ar, “No hay dos sin tres. El Estado en la fluidez”), mientras que el técnico-
administrativo no lo hacía. Ninguno de los dos centraliza y articula lo social como lo hacía el nacional,
pero, donde el técnico-administrativo se declaraba prescindente, el posnacional encontró formas de
relevancia social semióticas y materiales (lo que hoy se llama “presencia del Estado”). Debió hacerlo por
un condicionamiento político-social que recibió de 2001 y que aquél no había recibido.
Pero no nos adelantemos tanto. Lo importante es ver que la producción de social y de
subjetividad puede no ser la modalidad institución, que entre las extremas destitución
(nombre de la inconsistencia máxima) e institución (concepto de la consistencia máxima)
apareció una consistencia fluida. Este tipo de consistencia ha sido una creación histórica, que
debí llamar astitución. Los años de condiciones fluidas que han transcurrido luego de la obra
lewkowicziana han creado elementos sociales y cualidades que eran imprevisibles entonces (o
que permanecían en un segundo o tercer plano). Pero hoy que son muy visibles, es importante
ver también figuras que no son totalmente sólidas ni totalmente fluidas, que no tienen la
consistencia de lo clásicamente industrial ni la volatilidad de lo puramente financiero,
consistencias especiales que son otras tantas especificidades históricas. No se trata de ver
matizadas consistencias intermedias entre la máxima consistencia sólida y la máxima
inconsistencia fluida, sino de ver consistencias específicas, funcionamientos sui generis. Es
necesario ver, en breve, que entre Estado-nación y Estado técnico-administrativo apareció el
Estado posnacional,6 que entre los aparatos ideológicos de Estado y la insignificancia apareció
el dispositivo imaginal, que entre el consumidor y el ciudadano aparecieron el consumidor
subsidiado y el vecino; que entre la estructura y la fragmentación apareció la recombinación;
que entre la seguridad ontológica y la catástrofe apareció la precariedad; que entre la
repetición de la conexión entre puntos y la aleatoriedad de la conexión entre puntos apareció
la precariedad de esa conexión. No son moderadas formas intermedias, algo así como una
equilibrada alegoría que entre el líquido y el sólido pone lo viscoso; son modalidades y
cualidades nuevas que en cada campo especifican prácticamente lo fluido. En fin, es necesario
ver que la fluidez generó, luego de fallecido Nacho, consistencias fluidas que no coinciden con
la desconfiguración y el sinsentido (insignificancia decía él) que aparecen en emblemáticas
figuras nachianas como el consumidor y el expulsado, la cárcel-depósito, la institución sin
nación o la escuela-galpón.
Pero vayamos menos rápido. Detengámonos momentáneamente en esas figuras. Un párrafo
aparte merecería también la figura del estado técnico-administrativo. Comencemos por la más
resonante y recordada, la del consumidor.
Figura compleja de persona: no se la define como tal porque compra o quiere comprar sino
porque se la reconoce como signo, y deviene signo al consumir. Solo ese reconocimiento la
instituye como consumidor/a. Si no consume, no llega a ser persona (entiéndase subjetividad
instituida) y queda “anulado”.8 La expulsión económica se tornaba así exclusión de la
humanidad (entiéndase del “concepto práctico de humanidad”).
6
V. El Estado posnacional…
7
“Subjetividad contemporánea: entre el consumo y la adicción”; s.f, circa 2000.
8
Pensar sin Estado, p. 38.
Naturalmente, se preguntaba Ignacio qué podía hacer alguien cuando su humanidad resultaba
así destituida. La respuesta llegó leyendo 2001: el estado de asamblea, 9 la actividad
configurante y la existencia de nosotros.10 Son figuras de pensamiento (insisto en aclararlo:
pensamiento en tanto configuración de mundo y por lo tanto en tanto potencia de existencia),
de subjetivación efectiva, que abren un más-allá de la subjetividad instituida tanto como de su
destitución.
Detengámonos aquí en una figura de pensamiento propuesta por Cristina Corea en el libro que
co-pensó con Ignacio, pues muestra la posibilidad de un más allá del consumo. En este caso se
refiere al consumo massmediático y la posibilidad de dejar de ser un mero “actualizador” o
consumidor de la oferta televisiva para convertirse en un “programador” o un pensador de
ella.
“Sin operaciones de pensamiento, la mera observación del texto televisivo produce exceso
de estimulación. El chico respecto de la tele es un mero “actualizador", a menos que se
interponga entre la pura imagen y él algún dispositivo que le permita “programar",
producir, dominar, manejar esa información. La figura del programador remite a la idea de
armado a partir de un medio saturado. La idea de la creación o invención parte de una
situación estable, de algo que estaba fijo y se rearma, se recrea, se resignifica, o de un
punto de vacío desde el cual se produce. La programación se da a partir de un medio
absolutamente saturado y la operación es desaturar. No se trata de darle otro sentido a
algo que había o inventar algo que no había, sino de producir un sentido que era
imposible en la saturación total. Esto marca una diferencia entre la subjetividad artística y
la subjetividad del programador.” (Cristina Corea en Pedagogía del aburrido, p. 63;
subrayado mío).
Lo interesante aquí son dos cosas; por un lado, que la insignificancia no se da por imposibilidad
de consumir sino por imposibilidad de no consumir, por saturación; por otro lado, que es
posible, si hay una subjetivación, si hay ciertas operaciones, ir más allá del consumo. A estas
operaciones (“desaturación” y “armado”) las condensa en “programación”. Lo que importa
señalar aquí, en todo caso, es que esas operaciones no son las esperables en la subjetividad
“actualizador” (versión mediática del consumidor), y por ello suponen una subjetivación, un
plus sobre esa subjetividad espontánea, que todavía llamaban “subjetividad instituida”.
Importaba señalar eso para mostrar el esquema lewkowicziano que opera en el pensamiento
de la fluidez y de la subjetivación en la fluidez: la subjetividad, la del actualizador y la del
consumidor, tiende a licuarse en la insignificancia, al igual que la del expulsado y en general la
del yo.11 Esa insignificancia arrasadora puede sin embargo superarse con operaciones de
pensamiento o subjetivantes (el yo, vía responsabilización colectiva; el expulsado, con el
piquete; el actualizador, con la programación; el consumidor, vía ‘avecinamiento’ en 2001 12).
La fluidez, en fin, desubjetiva o quita existencia o humanidad al definido biológicamente como
9
“Pero entendamos, no es la asamblea institución -efímera como institución- sino la asamblea como
disposición -duradera como disposición-. La asamblea es gigantesca y precaria, como dispositivo y
mecanismo de pensamiento; la asamblea es un espacio en el que uno puede existir porque piensa.”
Pensar sin Estado, p. 221.
10
“Si no nos configuramos, no existo -así, en este desacople gramatical-.” (Pensar sin Estado, p. 210).
Ver los capítulos 9 a 11 de Pensar sin Estado.
11
Ver el capítulo 9 de Pensar sin Estado, “A la sombra de yo”.
12
Ver el capítulo de Sucesos argentinos, “Subjetivación del consumidor”.
humano; resultan necesarias unas operaciones de pensamiento y cohesión para llegar a existir,
para producir subjetividad donde las condiciones generales la ralean. Llegar a la existencia
subjetiva era entonces, en condiciones fluidas, una “contingencia”. Si hay ligadura o lazo, “sólo
es por operación cohesiva y no por donación fluida,” 13 por pensamiento situacional y no por
automatismo mercantil.
“Las cárceles depósito son dispositivos en los que se retira de circulación a los individuos
que no pueden circular. Es preciso eliminarlos. La acumulación mecánica de nuevos
cuerpos sobre los ya depositados es un indicio de la operación. En los depósitos, no se
castiga a los presos como sujetos: el castigo paga una culpa y es cosa humana. El palo que
aniquila la subjetividad no disciplina ni castiga: produce el retiro de una materia sin
sentido.” (Pensar sin Estado, 137)
“El edificio sigue siendo el mismo, también el escudo. Pero no sigue siendo el mismo
dispositivo… Incluso la relación con los mismos textos y las mismas prácticas está
orientada desde otro sesgo.”15
“Los ocupantes de las instituciones también sufrían, pero sobre todo sufrían el carácter
normalizador de las instancias disciplinarias. Hoy, los ocupantes de las escuelas post-
nacionales (maestros, alumnos, directivos, padres) sufren por otras marcas. Ya no se trata
de alienación y represión, sino de destitución y fragmentación ya no se trata del
autoritarismo de las autoridades escolares, sino del clima de anomia que impide la
producción de algún tipo de ordenamiento. Los habitantes de la escuela nacional sufrían
porque la normativa limitaba las acciones; los habitantes de la escuela contemporánea
sufren porque no hay normativa compartida.”16
15
“Escuela y ciudadanía”, clase 7 de la Diplomatura en Gestión Educativa de FLACSO.
16
Pedagogía del aburrido, p. 31. Vale la pena volver aclarar que el término “post-nacional” no tiene el
sentido que le venimos dando desde nuestro libro El Estado posnacional. Lewkowicz no diferenciaba
entre un estado técnico administrativo y uno posnacional (sencillamente porque esa diferencia aun no
se había producido; fue una creación histórica posterior ).
17
Título del capítulo 2 de Pensar sin Estado.
“Brevemente, entonces, se puede condensar el tipo institucional moderno [o nacional, o
sólido] sobre estos dos rasgos. Por un lado, inscripción en un conjunto orgánico de
instituciones. Por otro, organización vertical, racionalista, que supone un mundo
calculable.” (Pensar sin Estado, p. 44-5)
Esa sistematicidad del concierto institucional, esa organicidad, llamada en otra parte “relación
transferencial entre instituciones”, queda descalabrada con la mengua de la capacidad del
Estado para asignarle a cada una su función: “Las instituciones ya no son las mismas porque sin
meta-regulación estatal, quedan huérfanas de función, tarea, sentido. [Quedan] sin proyecto
general donde implicarse” (Del fragmento a la situación, p. 42) y “sin tablero que unifique el
juego, las instituciones se transforman en fragmentos sin centro” (íd., p. 40). Esta
descoordinación interinstitucional tiene serios efectos intrainstitucionales.
“Está claro que hay escuelas, familias, prisiones. Pero no se trata de instituciones
disciplinarias, de aparatos productores y reproductores de subjetividad ciudadana… La
subjetividad que resulta de estar en las escuelas, las familias o las prisiones cuando el
mercado es la instancia dominante de la vida social, es absolutamente otra.” (Del
fragmento a la situación, 41)
“Sin función [estatal] ni capacidad a priori de adaptarse a la nueva dinámica [mercantil], se
transforman en galpones. Esto es, en un tipo de funcionamiento ciego a la destitución de
la lógica estatal y a la instalación de la dinámica de mercado. Esta ceguera compone un
cuadro de situación donde prosperan: suposiciones que no son tales, subjetividades
desvinculadas, representaciones e ideales anacrónicos, desregulaciones legitimadas en
nombre de la libertad, opiniones varias, etc. Se trata, en definitiva, de configuraciones
anómicas que resultan de la destitución de las regulaciones nacionales.” 18
Aparece entonces la condición histórica que afectará todo lo social y podremos considerar un
sinónimo de la primera fluidez: la pura materialidad sin simbolización integrada. Cuando
hablamos de galpones,
En ese momento resultaba una subjetivación darles sentido –sentido situacional. Pero luego
vino el Estado a dar sentidos generales (no surgidos desde las situaciones), y también las ong’s,
y los proyectos institucionales, los convenios… y el mismo mercado, por supuesto. De tal
modo, las instituciones posnacionales, que ya no se conciertan, sí encuentran coherencias
parciales y sentidos funcionales (esto es, adaptados “al mundo de hoy”, que, ya sabemos, es
mercantil).
Si en la primera fluidez los galpones eran “el destino de las instituciones disciplinarias” en
tiempos posteriores a los estatal-nacionales, hoy en cambio nos parece que el destino de las
18
Pedagogía del aburrido, p. 32.
19
Pedagogía del aburrido, p. 33.
instituciones es la astitución, que en este contexto podemos definir como un tipo de
funcionamiento también ciego a la destitución de la lógica estatal-nacional pero que a la vez ha
asumido la instalación de la dinámica de mercado dentro de los aparatos estatales y entre
ellos. Son, brevemente, “instituciones” que exhiben un funcionamiento precario en
condiciones precarias. Aunque volvemos sobre las astituciones en el capítulo correspondiente,
digamos algo más sobre ellas para seguir delineando la segunda fluidez a partir de sus
diferencias con la primera.
Una primera forma de adelantar algo sobre las astituciones es traer la siguiente frase:
“El capital financiero se afirma sin reprimir ni producir. No se afirma dominando sobre
otros términos. Sólo tiene planes para sí, ningún plan para otros. Confía femeninamente
en que esos otros poderes anhelarán configurarse para fecundarlo.” (Pensar sin Estado,
197)21
El Estado-nación era justamente el tipo de poder que ‘masculinamente’ –o, más bien,
paternalmente– adoptaba los cuerpos para moldearlos y configurarlos como ciudadanos,
producir la subjetividad según el programa estatal para la nación que representaba. Ahora
bien, pasadas casi tres décadas de la implementación del Consenso de Washington que fuera
sinónimo del neoliberalismo puro y duro, pasadas unas cuatro décadas de predominio del
capital financiero, y pasado más o menos el mismo tiempo de agotamiento del Estado-nación
(estos procesos no tienen fechas tajantes), los cuerpos (los humanos tanto como los
‘institucionales’) han aprendido a configurarse para entrar en las redes del semiocapital
recombinante (que es la forma actual del capital financiero) y lograr fecundación. Solicitantes
de créditos llevan sus proyectos a los bancos, becarios presentan proyectos de investigación a
los entes estatales o fundaciones, ong’s presentan proyectos de voluntariado a los organismos
de crédito, docentes diseñan proyectos de enseñanza que presentan en su escuela o al
Ministerio, algunos exámenes escolares exigen a estudiantes de secundaria que elaboren
proyectos de diversos tipos (según la materia), les profesionales proponen proyectos de
capacitación, les ejecutives proponen planes de expansión a sus ceos, los equipos de las
empresas o del Estado se conforman por proyectos, unos ingenieros o ingenieras esbozan un
proyecto civil para una gran empresa contratista, una startup tienta con un proyecto a unos
inversionistas, brokers financieros presentan proyectos de inversiones… organismos públicos
20
“Estos son los sujetos de la devastación”, Página/12 del 11 de julio de 2002.
21
Hoy sabemos que el capitalismo financiero, tanto a nivel macroeconómico como microeconómico,
produce subjetividad y estatalidad. Produce de otros modos, y eso es lo que queremos pensar con la
segunda fluidez.
presentan proyectos de interés público a los organismos de crédito internacionales, etc. Con
sus proyectos, los más diversos elementos sociales se configuran para que el capital los
fecunde (lo que también suele decirse “para insertarse en el mercado”). 22 Todos estos
proyectos son puntuales, es decir, acotados en tiempo y espacio y concernientes a ciertos
proyectantes y quizás a ciertos destinatarios, mientras que el programa estatal-nacional (el
progreso y grandeza de la nación) era perenne y para toda una población; además aquellos se
publicitan imaginalmente, con la velocidad de las tecnologías de la información, mientras que
este se instilaba ideológicamente, con los tiempos de la escuela y la Historia. En suma, la
configuración por proyecto es una modalidad que no disuelve la subjetividad sino que la
configura; la configura flexible, la configura provisoriamente, pero la configura –no la instituye,
pero la astituye.
Hacer un rodeo por la niñez y la maternidad historizadas según Ignacio Lewkowicz nos
permitirá ver desde otro sesgo la destitución y también plantear la cuestión de las astituciones.
En Pedagogía del aburrido, propone que, ante el desfondamiento de la institución materna,
debemos dejar de entender la crianza como amparo de un “infans” desamparado y comenzar
a entenderla como cuidado mutuo entre dos seres frágiles.
“Estamos atravesando una época de desfondamiento de las instituciones, y en esta época
el amparo pierde esa cualidad institucional; tendremos que empezar a pensarlo de otro
modo, sin fondo institucional ya dado” (Pedagogía del aburrido, 99, subrayado mío).
De forma tal, sin fondo institucional, las relaciones ya no serían de amparo de un infans por un
adulto con la mediación de un tercero (llámese Estado, que “ponía un marco en el que ese
vínculo era posible”) sino de cuidado entre dos, sin un tercero de fondo.
22
Ignacio, con su lucidez habitual, había señalado (en el curso “Sociología de la dispersión” de 2003) el
carácter decisivo del proyecto como vector de “composición” o “cohesión” en las nuevas condiciones,
pero no llegó a ver su generalización ni su llegar a convertirse en forma espontánea de llegar a ser algo o
alguien. Tan espontánea se ha vuelto, que hoy no distinguimos entre proyecto y programa, cosa que él
hacía. Si en ese momento veía al manager, un actor poco frecuente de ciertas grandes empresas, como
“paradigma de la subjetividad por proyectos”, hoy encontramos al emprendedor proactivo como
ingrediente de casi todos los yoes y organizaciones. No hay hoy “meta-subjetividad institucional ” (como
decía en Pedagogía del aburrido, p. 35), pero hay sí conato emprendedor y, si bien no es “meta-
subjetivo”, sí es transversal a los sujetos. (En fluidez, la diseminación transversal de ciertas prácticas
puede hacer creer que existe la ubicación “meta-”.)
destituyente o pensamiento co-constituyente. Nuevamente, nuestras condiciones son distintas
(este capítulo de Pedagogía del aburrido es una conferencia de 2003, cuando la recomposición
posterior a la crisis de 2001 no había aun cuajado). En nuestras condiciones, el fondo
institucional no ha regresado –y no regresará– pero las instituciones han seguido existiendo,
como pudieron.
Como pudieron: esto es, según lo que resultó eficaz para lograr existencia en las condiciones
en que transcurrían. En otra conferencia, decía Ignacio que “lo que la institución no puede, el
agente institucional lo inventa; lo que la institución ya no puede suponer, el agente
institucional lo agrega” (íd., p. 106). Nosotros pudimos ver, en los años que siguieron, que las
instituciones fueron haciendo lo mismo: lo que no podían suponer, lo agregaban, con el único
criterio de la eficacia –o la reproducción, simple o ampliada; en lo posible, ampliada. Por
fuerza, sin fondo institucional ya dado, sin suelo metainstitucional, los recursos eficaces no
serían los que supusieran ese fondo sino a) los propios del mercado (publicidad y redes
sociales para difundir actividades o para mejorar la imagen organizacional; coaching para sus
agentes) o b) los que simularan el fondo institucional perdido (construcción de escuelas y
rutas, programas para asistir el puerperio o la escolaridad, programas de “fortalecimiento
institucional”, de subsidio a la industria y su empleo, de subsidio al desempleo y un largo etc.)
sin olvidar c) recursos mixtos “mercantil-estatales” (como el desplazamiento de equipos de
agentes estatales y sedes asistenciales a los territorios donde eran necesarios, esto es, hacia
fuera de las paredes institucionales).
Lo que requiere nota es que las instituciones sobrevivieron, ya sin la coherencia integral que
suponía su concierto estatal-nacional, con la multiplicación de actividades y conexiones que
supone la nube reticular-mercantil. Eso, inevitable e inadvertidamente, las fluidificó. Eso
significa que su reproducción era –es– precaria como los conectivos recursos a que acudieran
para seguir existiendo (un recurso conectivo puede siempre, por definición, desconectarse) –y
muchas, para nacer, para comenzar a existir. Esto es lo que queremos significar cuando
decimos que ni seguían destituidas ni se restituyeron sino que se astituyeron. El principio “lo
que falta se agrega”, combinado con el principio “lograr existir”, ejercidos en condiciones
fluidas –que no solo han fluidificado al capital sino también al resto de los elementos sociales,
incluido el Estado y sus técnicas de funcionamiento– convierte en astituciones a las supuestas
instituciones.
En el capítulo sobre las astituciones, vemos que donde hubo, en solidez, coordinación general
metainstitucional, para dejar en la primera fluidez lugar a la fragmentación, hay en la segunda
fluidez coordinaciones parciales interinstitucionales. Y en el capítulo sobre la vincularidad
fluida vemos que donde hubo ligadura vincular, para dar paso luego al puro coincidir material
de los cuerpos (donde “la producción vincular devenía a priori imposible”), se darán en la
segunda fluidez unos contactos sin vínculo. Y veremos también, un poco en todos los capítulos,
que las formas de subjetivaciones en condiciones precarias posnacionales o de segunda fluidez
son singulares, específicas creaciones históricas –esto es, conectadas a sus condiciones.
Ahora bien, ¿cómo habitar las astituciones? ¿Cuál es la disyuntiva ético-política que se nos
plantea? En las actuales condiciones, en la precariedad de cualquier dato humano, cunde el
temor, latente o manifiesto, a que el carácter precario de la configuración en que andamos la
haga caer o perder existencia; en la segunda fluidez, en la precariedad, el padecimiento no lo
trae tanto el riesgo de disolución subjetivo o la imposibilidad de encuentro por falta de
coordinación de las representaciones institucionales, no lo trae tanto la galponización, sino
más bien la hiperactividad conectiva (también llamada “proactividad”) con que reaccionamos
al efecto de temer la vulneración que acecha en la precariedad. Creo que si no pensamos, más
que sufrir por desfondamiento (que ya ocurrió), sufriremos por febril anhelo restitutivo. El
anhelo restitutivo puede consistir, claro, en restituir lo sólido pero también y sobre todo en
mantener en pie el castillo de naipes que las vidas y los “proyectos institucionales” son en la
segunda fluidez; las vidas y las instituciones alcanzan delicados equilibrios que una y otra vez
tambalean y que una y otra vez deben restituir. Así, campea la reactividad por doquiera y en
quien fuera, pero es una reactividad que toma forma de proactividad.
Bien. Las figuras lewkowiczianas que rápidamente recorrimos hasta aquí –las del consumidor,
el depósito y el galpón– son las más recordadas, pero no las centrales. La tesis crucial de
Ignacio Lewkowicz es la del agotamiento del Estado-nación. 23 Como se viene viendo, este
agotamiento es el supuesto de aquellas figuras (y otras en las que no nos detuvimos), tesis
madre que se mostró copiosamente productiva, y que es también el supuesto de todo el
pensamiento de la segunda fluidez. Es decisivo, pues, entenderla con precisión.
“Que se agoten los estados nacionales significa que ha caído la institución principal en la
instauración de nuestra subjetividad. Que los estados nacionales hayan caído no significa
que hayan desaparecido, sino que han perdido la potencia hegemónica de institución de
subjetividad propia de los siglos XIX y XX.”
“¿En qué consiste el agotamiento del Estado Nación (EN)? No se trata del mal
funcionamiento de las instituciones del EN o del incumplimiento de unas leyes
determinadas, se trata más bien de la incapacidad del estado para postularse como
articulador simbólico del conjunto de las situaciones sociales.” (“Subjetividad
contemporánea…”)
“El agotamiento de una lógica no implica la desaparición de sus dispositivos productores
de sentido. Más bien, implica que esos dispositivos devienen incapaces de semejante
empresa. En otros términos, el agotamiento no describe la desaparición de los términos
de la lógica en cuestión sino el desvanecimiento de su consistencia integral.” (Del
fragmento a la situación, p. 36, subrayado mío)
Así, despejados esos posibles malentendidos, vamos llegando a lo sustancial de la tesis, que
logra pensar al Estado por su eficacia práctica de fondo, por su lógica, y no tanto por las
acciones o las omisiones de los gobiernos de turno. Esa eficacia tiene que ver con eso decisivo
para toda formación subjetiva y social: el sentido.
23
Esta tesis es inseparable de la que dice que el mercado “radicalizado” desplazó al Estado del lugar de
fundamento de lo social sin por eso ocupar ese lugar. Aquí la separamos para claridad de la exposición.
“El agotamiento de los Estados nacionales consiste en su agotamiento como
paninstitución donadora de sentido” (Del fragmento a la situación, p. 13).
Entonces, no era solamente que el Estado-nación agotado no pudiera simbolizar lo que ocurría
en su territorio. Tampoco podía articular integralmente las diversas simbolizaciones:
fragmentación del universo simbólico que iba pareja con la fragmentación del concierto
institucional.
De tal manera podemos integrar la idea del Estado-nación como paninstitución donadora de
sentido y la del Estado-nación como metainstitución.
“La suposición de unas mínimas operaciones lógicas y subjetivas entre los estudiantes de
los más diversos niveles es una suposición nacida en las condiciones de Estado Nación.
Más precisamente, es una suposición que se verifica cuando la relación entre instituciones
es analógica, cuando la estructura formal es compartida por los agentes en cuestión.
Entonces, la intervención de una institución se apoya en las marcas previas de la
subjetividad, marcas efectuadas por cualquier otro dispositivo normalizador. De esta
manera, la experiencia institucional preliminar, sea cual fuere, produzca los contenidos
que produjere, opera como condición de posibilidad de las marcas disciplinarias futuras.
En este sentido, si bien el pasaje de la institución familia a la institución escuela, o de la
institución colegio a la institución universidad, inaugura posibilidades, saberes,
operaciones, relaciones, complejidades diversas, apoya sobre una estructura formal antes
armada. Se trata, en definitiva, de diversos dispositivos que forjan la misma subjetividad
(institucional). Ahora bien, todo esto es posible cuando el Estado Nación opera como
institución que unifica bajo un mismo régimen, al conjunto de las experiencias. Así, la
articulación institucional está asegurada, más allá de las anomalías, las patologías o los
tropiezos de cualquier emprendimiento.” (Del fragmento a la situación, p. 44)
“Si la subjetividad institucional producida por los dispositivos disciplinarios de los Estados
Nacionales operaba como puente facilitador de las relaciones, hoy no hay nada
equivalente a esa meta-subjetividad, a esas operaciones básicas que simplificaban el
ingreso a un dispositivo. Más bien, sucede todo lo contrario.” (Pedagogía del aburrido, p.
35)
Cuando, como luego de 2003 en Argentina, la legitimación de un gobierno depende del nivel
de consumo de sus gobernados, tenemos una clara señal de que se está legitimando por un
principio mercantil (contribuir a la reproducción de la subjetividad consumidora) y no por un
principio institucional (contribuir a la producción y reproducción de subjetividad institucional).
Esa señal fue una de las pistas que nos llevó a caracterizar al Estado argentino como
posnacional.
Entonces, volviendo, ya no se trata de una cuestión cuantitativa, como creen o nos quieren
hacer creer los gobiernos posnacionales: no se trata del retiro o la presencia del Estado en
mayor o menor grado. Se trata de una alteración cualitativa. El Estado puede incluso aumentar
su presencia, como lo hizo, a la manera educadora, a la manera mediática, a la manera
asistencial, a la manera represiva, a la manera endeudadora, a la manera securitaria, o de
muchas otras maneras. Pero el punto es que, por muy presente que esté, esa presencia tiene
otra ubicación en la topología social. El Estado ya no será una institución de instituciones (o
paninstitución) pues ya no será el donador central de sentido. Puede publicitar sentidos;
puede hacerlo con mucha fuerza, puede publicitar mucho sus actuaciones, desplegando gran
presencia noticiosa de sus quehaceres y de sus agentes en los medios de comunicación; puede
también afectar mucho la vida de muchos, otorgando asignaciones o podando pensiones,
abriendo universidades o desfinanciando escuelas. Puede mucho, pero no puede restablecer el
lugar de un donador central de sentido y ocuparlo, no puede condensar los múltiples sentidos
como sentido de su nación. El mercado (tanto el de bienes y servicios como el de signos y
afectos), con su dinámica, le disputa la donación de sentido –en formas y contenidos, en
funcionamientos y técnicas– y a la vez le impide el establecimiento de un lugar central y
tercero que pueda significar e instituir la generalidad de las prácticas que ocurren en su
territorio.
No se trata aquí de la consabida ley sociológica que indica que los grupos económicamente
más poderosos condicionan al gobierno y el mismo funcionamiento del Estado y que dominan
ocultándose tras los gobiernos; esta ley puede afirmarse de tiempos sólidos tanto como de
tiempos fluidos. Se trata de otra cosa: un clivaje estatal del sentido social, institucional,
subjetivo, que en tiempos sólidos el Estado garantizaba y en tiempos fluidos ya no. Ese clivaje,
ese poder de clivaje atribuido al Estado-nación, es la gran conquista del pensamiento
lewkowicziano. Es ese poder de clivaje del sentido, ese poder de articulación simbólica integral
y basal lo que el Estado técnico-administrativo había perdido y lo que el Estado posnacional no
recuperó ni, en condiciones de semiosfera imaginal, recuperará. En fin, al Estado también hay
que pensarlo sin Estado-Nación.
“Ahora bien, ¿qué significa pensar sin Estado? Significa pensar sin garantía
metainstitucional… Significa pensar una subjetividad y una subjetivación sin Estado
Nación.” (Del fragmento a la situación, p. 92-3)
“Pensar sin Estado no refiere tanto a la cesación objetiva del Estado como al agotamiento
de la subjetividad y el pensamiento estatales. Por eso podemos poner en duda que haya
desaparecido el Estado; podemos verificar enormes organizaciones técnicas, militares,
administrativas con un vasto poder de influencia. Pero influencia no es soberanía; y la
subjetividad estatal no arraigaba en la mera existencia del Estado sino en su soberanía. El
Estado ya no es un supuesto.” (Pensar sin Estado, p. 10)
No sería entender este pasaje leer “supuesto” ligeramente. No se lea allí, por ejemplo, “el
Estado ya no es un dato”. Léase que el Estado ya no está ‘sub-puesto’; no está ubicado debajo
de los elementos sociales de un país, como un “suelo”, como una metaestructura que asegura
la consistencia de las estructuras que apoyan sobre ella; léase, en fin, que ya no es un re-
aseguro de la formación social a la que supuestamente gobierna. Por ello, “El Estado configura
en la superficie de las situaciones y no predetermina desde el fondo. El Estado es un término
importante entre otros términos de las situaciones, pero no es la condición fundante” (íd., p.
11).
estructura. Pero esa estructura supuesta no es una invariante histórica sino el efecto del modo
estatal de producción de realidad.” (Pensar sin Estado 155, subrayado mío)
Diremos que el modo estatal de producción de realidad es el modo sólido: el modo
representacional-institucional. Como “concierto de instituciones”, el Estado-nación representa
a cada institución (podríamos decir, sabe lo que cada institución es). Como “concierto de
representaciones”, el Estado-nación institucionaliza cada representación (podríamos decir,
inscribe lo que cada saber dice24). Al abordar la realidad contemporánea, se trata de pensarla
en la crisis del modo estatal de producirla, un modo que instituía los saberes haciéndolos
operar como discursos que sabían –representaban– las prácticas instituidas). Todavía ubicado
en el agotamiento (y, como mucho, en la catástrofe) del modo estatal-nacional, Ignacio
Lewkowicz no podía anticipar otras formas –pos-representacionales y pos-institucionales– de
producir realidad.25 Por eso él definiría la fluidez como “libre juego entre prácticas” (Pensar sin
Estado, 156), pues las prácticas no están reguladas simbólicamente, estructuralmente, y por lo
tanto juegan “sin lugares” (ibíd.) asignados previamente por una Constitución explícita ni por
una estructura invisible. La segunda fluidez quiere, entonces, pensar un modo fluido de
producción de realidad, un modo imaginal-astitucional.
Volvamos a la tesis del agotamiento del Estado-nación como agotamiento de una organicidad
político-jurídico-subjetiva-institucional. Ya es momento de reintroducir la tesis que acompaña
a esa tesis. “El estado como pan institución cae cuando las prácticas de mercado pasan a ser el
fundamento de la vida social.” Pero ocurre que el mercado tiene un funcionamiento tal que
jamás podría operar como fundamento o reaseguro, pues
“el mercado no organiza simbólicamente las situaciones, su relación con las instituciones
es otra. En rigor, el procedimiento del mercado no es la articulación simbólica sino la
conexión real. Esto es, el mercado en su devenir produce una variedad de efectos
incalculables, pero al hacerlo no produce un sentido para tales consecuencias.”
(“Subjetividad contemporánea…”; subrayado mío)
Pero decir “el mercado” conlleva el riesgo de anacronismo, que es un automatismo que les
historiadores nos ejercitamos en prevenir; la diferencia temporal es lo que nos hace pensar.
“Uno de los problemas que más insiste es la perplejidad que causa el mercado actual. Su
dificultad de definirlo indica que estamos ante un mercado muy diferente al nacional.”
24
En Pedagogía del aburrido, p. 101, Ignacio caracteriza el saber sólido, representacional, como el que
puede suponer, pues ocurre en “regímenes de repetición capaces de producir [las] estabilidades
requeridas para que el saber pueda suponer.”) Saber es suponer.
25
“Es inconcebible la institución sin metainstitución que disponga las condiciones.” (Pensar sin Estado
173) La noción de astitución quiere pensar instituciones en las que las condiciones no las ponga una
metainstitución. No digo que lo logre. Digo que ayuda a percibir que existen. Que comienza, entonces, a
experimentar un pensarlas.
(“Subjetividad contemporánea…”) Ocurre, entonces, que con la financiarización y globalización
del capital, el mercado mismo, no solo el Estado, cambia su ubicación en la topología social.
“No existe este espacio interior al que nos habíamos acostumbrado a llamar mercado
interno, estado-nación o espacio soberano. Entonces, el mundo queda conectado a partir
de los flujos de capitales, de imágenes, de información.” (ibíd.)
“Una ontología supone condiciones; y… las condiciones supuestas por la ontología estatal
se han derretido. Una imagen puede colaborar. El Estado –el Estado nacional, soberano–
era el tablero dentro del cual transcurría la existencia de un conjunto de entidades que
llamamos instituciones. Los diversos modos de agrupamiento tenían una dimensión
institucional. Una de esas instituciones, una pieza de ese tablero, era el mercado liberal.
Ese mercado era una laguna en medio de un continente sólido. Literalmente, el sólido
continente institucional contenía la laguna. Pero esa laguna crece, se desborda, se
descontiene, se vuelve incontenible. Lo llaman neoliberalismo, o tercera ola, o
globalización, o algo. Se ha revertido la trama; esa laguna devino océano. Esa laguna que
era una pieza del tablero estatal se convierte ahora en el tablero de otra lógica. Ahora
todas las demás piezas transcurren en el ámbito propio de lo que era sólo una pieza. Esa
pieza devino hegemónica, devino condición de todo el juego y alteró el juego de modo tal
que las antiguas piezas no conocen las reglas de este nuevo juego. Quizás las reglas no
sean desconocidas sino meramente inexistentes. A la vez, el Estado que era el tablero, en
esta reversión, se convierte en una pieza entre otras.” (Pensar sin Estado, p. 176)
Esto tiene efectos comprometedores para quienes, por oficio o por activismo, decimos que lo
social es relacional, pues el Estado-nación y el mercado relacionan distinto. Ello obliga a
preguntar por los efectos del relacionamiento fluido; es lo que indagamos y mostramos en los
capítulos sobre la vincularidad fluida y sobre los linchamientos: lo que en la primera fluidez
aparecía como “imposibilidad del encuentro” o “desolación” y “desvinculación” 26 muta en la
segunda fluidez y aparece como precariedad del contacto. Pero la diferencia entre primera y
26
Pensar sin Estado, p. 109: “El consumidor es un ente atómico desvinculado de otros. El mercado
produce desvinculación. Si la familia era la célula básica de la sociedad, el consumidor no es célula de
nada. Es él, en su mundo. Para hablar honestamente, soy yo en mi mundo.”
segunda fluidez es una pregunta nuestra, y aquí quiero mantenerme en la diferencia que hacía
pensar a Ignacio Lewkowicz, la diferencia entre fluidez y solidez.
“Las figuras del ciudadano estaban producidas por una vinculación estructural, una
vinculación por la ley y por sus instituciones. Pero en tanto consumidores no somos
iguales en nada ante nadie. Y sin punto de equivalencia eso es la pura desvinculación.”
(Pensar sin Estado, p. 108)
“La humanidad del tres es la humanidad ciudadana del lazo moderno [o sólido]… La
desolación compartida, la perplejidad de a dos son tales desolación y perplejidad por
desvanecimiento del parámetro, ese tercero que tornaba simbólico el encuentro entre
dos.”27
Podemos sumariar el repaso hecho hasta aquí de la siguiente forma. El mercado muta y
deviene global o neoliberal o financiero “o algo”; deja de ser una pieza del tablero e inunda
todo lo social. El Estado deja así de ser tablero; deja de ser Estado-nación. Luego, no puede
articular simbólicamente las prácticas sociales, institucionales, subjetivas; esto tiene diversos
efectos. Aparecen los consumidores, la escuela y las instituciones sin nación se tornan
galpones, la cárcel se vuelve depósito. El Estado mismo se convierte en Estado técnico-
administrativo. Si el Estado-nación era metaestructura donadora y reguladora del sentido, el
Estado técnico-administrativo puede verse, aproximativamente, como figura administradora
de la "pura facticidad" propia de la primera fluidez (ya entraremos en esa facticidad
descarnada). No asegura un sentido, y se aboca a facilitar los flujos sociales y económicos (lo
que por supuesto incluye la represión, como en todo Estado).
27
“El analista sin estado”, en Campo grupal n° 56, mayo de 2004.
28
Pensar sin Estado, p. 156. En la terminología de Ignacio Lewkowicz, “práctica” es el elemento social
más básico (más básico aun que “cuerpo” o “lengua” u otro elemento social, pues estos no son sino
conjuntos de prácticas discursivamente estabilizadas, donde la estabilización discursiva es también una
práctica); ver Campagno y Lewkowicz, La historia sin objeto, Tinta Limón, 2007.
29
Pensar sin Estado, p. 35.
exista una paninstitución donadora de sentido. Se hace necesario, entonces, pensar las
prácticas de producción de subjetividad, de sentido y de elementos sociales, sin paninstitución,
sin metaestructura, sin Estado. El mismo Ignacio Lewkowicz nos dejó las herramientas para
hacerlo.
La “pura facticidad” de la primera fluidez bien puede asociarse a la insignificancia. “La fluidez
globalizadora nos sitúa en un terreno de pura facticidad en tanto no dispone una
trascendencia estatal integradora, capaz de proveer sentido.” (Pensar sin Estado 171). Pero no
se trata simplemente de un debilitamiento máximo del sentido, sino que es un tipo de
funcionamiento. Respecto, por caso, del Estado, “parece que no importa la Constitución lógica.
Importa que funcione.” (Pensar sin Estado, p. 25).
“En el espacio de los poderes destituyentes estamos muy lejos del horizonte legal, muy
lejos de unos poderes capaces de generar subjetividad. Sin autoridad ni soberanía, el
poder destituyente es puramente fáctico. Eficaz en su dominio operatorio, prescinde de
cualquier eficacia simbólica.” (Pensar sin Estado, 199, subrayado mío)
Así, en la primera fluidez, los poderes financieros no solo debilitan los significados, sino que
hacen algo más grave para la existencia. Disminuyen la eficacia del sentido para estructurar la
experiencia. El bicho humano ya no tiene asegurada una subjetividad; es biológicamente
humano, pero que sea subjetiva o simbólicamente humano deviene contingente. “La condición
superflua parece decirnos que… se puede inexistir en vida.” (Pensar sin Estado, 224)
Esa contingencia del llegar a ser subjetividad es efecto de la galponización de las instituciones,
de su devenir fragmentos incapaces de mediar la vincularidad.
La conexión real es lo que hay cuando hay pura facticidad operatoria, así como, en tiempos
sólidos, había habido vinculación cuando había mediación simbólica-institucional. Así,
podemos definir mejor los galpones como lugares donde abunda la conexión real, esto es, una
contigüidad que no permite saber qué esperar del otro. En condiciones de catástrofe,
entonces, aparece la disyunción universal:
“Con una prohibición que no desplaza y un trabajo que no abunda, nuestra civilización
intenta definirse por su extraordinaria actividad configurante en el borde oceánico de la
dispersión -que es nuestra barbarie, nuestro estado de naturaleza, nuestra guerra todos
contra todos, nuestra ausencia de contrato: la figura actual de lo asocial-.” (Pensar sin
Estado, 208, subrayado mío).
“Sin norma jurídica, sin posibilidad de regla social, la ley simbólica ya no se nos presenta
como la condición estructural de la experiencia humana; se nos insinúa como la
contingencia de una actividad configurante también, a su vez, contingente.” (Pensar sin
Estado, 203)30
30
En la segunda fluidez aparece la actividad figurativa del semiocapital.
Frente a la actividad desconfigurante del capital financiero, actividad configurante de nosotros.
Nosotros es una figura decisiva para toda ética en condiciones fluidas. Sigamos pues a Ignacio
en su forma de presentar el nosotros:
“En el galpón, dos términos cualesquiera chocan. En el choque, se ven de modo efímero.
Lo que ven confirma, o ignora, o destituye, pero no constituye nada. O bien verifica de
modo especular una o ambos términos, o bien los atraviesa sin percibir ninguna rugosidad
interrogadora. En el encuentro, en cambio, la mirada de otro me ve de un modo en que
nunca había sido visto. No es una mirada estructural que prescribe un ser, es una mirada
ocasional que algo indica. Esas miradas intentan ver quién es o qué es ese que está al lado,
en la esquina; ya no es todo choque y galpón.” (íd., 227)
La mirada del otro o los otros no es la del Otro. Algo indica de mí, pero no me instituye como
yo. La asamblea de nosotros me permite pensarme y alejarme del borde de la disolución y
evitar la pura facticidad que me hace inexistir.
“Nuestra pregunta decisiva quiere indagar si cada uno de nosotros puede componerse de
manera contingente a partir de la mirada contingente de otros, si puede uno pensarse a
partir de la mirada y la voz de otros, que dan indicios sobre cómo lo están pensando. Eso
es pertenecer. No sé yo cómo me está pensando él. Pero sé que de algún modo me está
pensando y que a partir de la relación puedo constituirme para hablarle, para escucharlo,
para mirarlo. Esa relación depende esencialmente de la ocasión: para ese otro, uno recién
aparece en su escena -no vengo con una trayectoria, él no tiene un discurso en que
albergarme-. Para ese otro, yo sólo existo en la palabra o el silencio que acabo de decir o
hacer, soy sólo este gesto actual. A la vez, mi gesto sólo existe en la percepción que se
configura con él. En el enigma mutuo nos asociamos, nos conjeturamos, nos
configuramos. En esa esquina, eso es nosotros; nosotros pensamos.” (íd., p. 228;
subrayado mío)
Como dice Sebastián Grimblat, se trata de una composición subjetiva que, partiendo de la
catástrofe y la devastación, se compone a través de pequeñas y sutiles operaciones. “El cambio
es esencial; por lo tanto, permanece casi imperceptible” (íd., p. 231). Resumiendo,
Es importante en este punto destacar que este nosotros nada tiene que ver con una identidad
que se construye por oposición a un ellos. Es una asamblea y no un grupo que funciona como
el tercero o el Otro entre dos otros. Es la posibilidad de “pensar el dos en su potencia
instituyente de simbolización.”31 Algunos kirchneristas han querido encontrar en la
constitución del nosotros kirchnerista un caso del nosotros lewkowicziano. Otros no
kirchneristas han hablado de su nosotros poniéndole mayúscula inicial (como si fuera
trascendente). Espero quede claro que esos errores conceptuales son de hecho una operación
estatal que borra el carácter autónomo de este dispositivo asambleario llamado nosotros. Su
carácter contingente, su proceder en condiciones fluidas, impiden que haga identidad o que
recurra a una referencia tercera para pensarse:
“Desde cada punto, cada uno conjetura la figura. En función de esa figura conjeturada -
invisible desde un inconcebible tercer lugar satelital, exterior, al que llamamos Estado-
cada uno insiste en la actividad configurante. Conjetura, configura, percibe la actividad de!
otro polo, o mejor, sus indicios: los oye, los mira, los piensa; interroga la figura que está
diseñando. Ajusta, conjetura, habita la actividad de configurarse.” (Pensar sin Estado, p.
230)
En breve, ante –en– la desconfiguración general que Ignacio Lewkowicz nombró catástrofe, se
planteaba la posibilidad de configurarnos mutuamente. Padecer la destitución o habitar la
configuración. Por eso, “me parece que la tarea de pensamiento de nuestra generación es
investigar los mecanismos concretos de la producción de nosotros” (íd., 229).
En la segunda fluidez esta sigue siendo la tarea, aunque las condiciones son otras. Pasemos a
diferenciarlas.
En la segunda fluidez hay al menos tres grandes diferencias que en los diferentes artículos del
libro muestran plétora de efectos, pues las tres vienen mostrándose decisivas. Una: Hay
producción de sentido o subjetividad sin pensamiento (en la primera fluidez, la subjetividad, el
sentido, la existencia, eran posibles como subjetivaciones, esto es, como pensamiento). Otra:
Hay Estado no paninstitucional (y tampoco es meramente técnico-administrativo). Otra:
Cambia la exclusión y por lo tanto la inclusión es problema de pensamiento.
Si había algo de ético-político en el trabajo lewkowicziano, eso era que el pensamiento era un
hacer y que este hacer era una tarea subjetiva indelegable. En condiciones fluidas, llegaba a
constituirse en sujeto quien pensara. Por supuesto, como vimos en el nosotros como vía de
31
“El analista sin estado”, en Campo grupal n° 56, mayo de 2004.
existencia, indelegable no significaba autoengendrada; subjetivo no significa individual, mucho
menos desde la “muerte de yo”. Si recordamos esto, podemos continuar.
En condiciones sólidas, cuando el pensamiento era estatal, existir era un dato objetivo. En
condiciones fluidas, la existencia deja de estar asegurada, pues se ha desvanecido y
fragmentado el concierto institucional que producía existencia (existencia ciudadana, lo
sabemos) al transitar los cuerpos por sus partes. Así las cosas, si no pensamos, si no nos
encontramos con otres, si no nos encontramos con lo que ocurre en esos encuentros, si no nos
componemos, “nuestro destino será el galpón” (Del fragmento a la situación, p. 45).
En breve, no se podía existir si no se pensaba en y con las asambleas en las que uno
encontraba estar. "Uno solamente podrá pensarse a partir de pensamientos que lo piensen
circunstancialmente" (Pensar sin Estado, 225). Ahora bien, eso ocurría así en la primera fluidez.
Pues, en la segunda fluidez, uno podrá sentirse existir (no necesariamente pensarse) a partir
de (no necesariamente pensamientos) miradas, logros, consumos, “experiencias” (de
consumo). La segunda fluidez es, en este sentido, la posibilidad de existir sin pensar. Es la
oferta de una innumerable cantidad de recursos para existir sin pensar. (Algunos lo llaman
“producción neoliberal de subjetividad”.)
Es que hoy el aislamiento individual que acechaba en la desligazón lewkowicziana es
prácticamente improbable. Ignacio decía que “uno intuye que, si se encierra, va a desvariar”
(íd., 226). En la segunda fluidez el encerrarse no es posible, salvo como yo-sombra
hiperconectado.32 Esa hiperconexión bien le ahorra al yo la fatiga de pensar, la de pensarse, la
de hacerlo a partir de cómo lo piensan les otres. La emisión compulsiva (a veces llamada
opinión) es menos gasto subjetivo.
Ahora bien, ¿cómo pensar una dinámica social de dominación cuando no hay cuenta de la
cuenta, cuando no hay metaestructura? Ignacio Lewkowicz llegó a considerar, en sus últimos
trabajos (por ejemplo, los comentarios que agregó en la La historia sin objeto II, publicada
luego de su muerte), que no se podía hablar de dominación si no había una articulación
simbólica integral, una práctica que totalizara lo social y subsumiera sus partes al todo que
inventaba (esa práctica bien podía ser un Estado-nación, que obraba una representación de lo
presentado, una cuenta de la cuenta). Tantos años de fluidez sin embargo, nos hacen
32
Un caso extremo y patológico es el “hikikomori”. “Un hikikomori reacciona [a la presión que siente del
mundo exterior] con un completo aislamiento social para evitar toda la presión exterior. Pueden
encerrarse en sus dormitorios o alguna otra habitación de la casa de sus padres durante periodos de
tiempo prolongados, a menudo años. Normalmente no tienen ningún amigo, y en su mayoría duermen a
lo largo del día, y ven la televisión o juegan al ordenador durante la noche.”
(https://es.wikipedia.org/wiki/Hikikomori) Quizá un caso que se aproxima es el del personaje de la serie
Merlí llamado Iván, de modo que no es un fenómeno solamente japonés y puede encontrárselo en
cualquier parte en el mundo contemporáneo. Sin duda, se trata de una tendencia de la fluidez tal como
Ignacio Lewkowicz la describió. Pero, al mismo tiempo, muestra la gran dificultad práctica que presenta
encerrarse totalmente. Tampoco Lewkowicz creía posible un encierro total y mencionaba “estímulos
mediáticos o virtuales”; lo que cambia en la segunda fluidez es que esos estímulos pueden y deben
pensarse como productores de subjetividad.
necesario pensar una dominación que no opera una sujeción-fijación, una dominación que no
opera instituyendo (donde instituir significa que las prácticas, su existencia simbólica, quedan
sometidas a la representación que la práctica dominante hace de ellas). La tesis de la segunda
fluidez quiere pensar una dominación que no necesita metaestructura que salve las fallas de la
estructura, pues la fluidez es, justamente, una dinámica social que no se deja aprehender
estructuralmente. La pista para pensarla la leemos en el mismo La historia sin objeto, así como
en Generación post-alfa, de Bifo. Por un lado, en La historia sin objeto, las prácticas logran
existencia por reconocimiento. En solidez las prácticas lograban reconocimiento por
representación del Estado-nación. En la primera fluidez no encontraban ese reconocimiento
que les diera existencia simbólica. En la segunda fluidez las prácticas logran existencia por
reconocimiento imaginal –un reconocimiento precario, por supuesto. Por otro lado, en
Generación post-alfa, lo que las prácticas (aunque no las llama así) necesitan para existir es
“introducirse en la red”. En solidez, las prácticas buscaban, para llegar a ser (a ser reconocidas,
se entiende), adecuarse al todo y a sus requisitos de coherencia. En la primera fluidez, las
prácticas veían desvanecerse esas exigencias y por lo tanto también las vías por las que llegar a
ser reconocidas, y así se extraviaban (quedaban al borde de la disolución). En la segunda
fluidez, las prácticas encuentran que pueden existir introduciéndose en la red (o, más bien, en
redes: de intercambios, de trabajo, de afectos, de signos…). La introducción en una red difiere
cualitativamente de la fijación en una estructura por muchos motivos que van viéndose a lo
largo del libro; digamos aquí la principal diferencia cualitativa: tiene la forma de una conexión
y no de un vínculo. Si bien ambos requieren un reconocimiento, cambia la fuente que lo
ofrece. En el vínculo –un fenómeno sólido–, el reconocimiento llegaba del otro pero sobre
todo de otro tercero que mediaba los reconocimientos y por eso se lo escribía Otro; en la
conexión imaginal –un fenómeno de la segunda fluidez–, el reconocimiento llega de otro que
(como ya decía Ignacio Lewkowicz) es también una imagen. El hecho de que no medie un Otro
tercero es lo que hace que los signos por los que las prácticas son reconocidas no sean
representaciones sino imágenes imaginales.
Por ello, Lewkowicz concibe el yo clásico, el moderno, el sólido, “con una serie de anclajes y de
determinaciones ciegas” (Pensar sin Estado 227). Esos anclajes y determinaciones las pone, ya
ha quedado claro, el Estado-nación, a través de sus instituciones. Esos anclajes, esa estabilidad
de base, es la que el yo contemporáneo no tiene. Podemos, por ello, considerarlo una sombra
del yo sólido.
Un capítulo del libro más importante de Ignacio Lewkowicz se llama “A la sombra de yo”.
“Zaratustra había anticipado que la muerte de Dios no iba a ser breve; íbamos a tener que
lidiar durante siglos con las sombras de Dios. Aquí no se trata de Dios sino del Estado y sus
sombras -de las que forma parte yo-.” (Pensar sin Estado, p. 215).
Ese yo de tiempos sólidos era “el instituido básico por cada institución” e Ignacio lo veía como
un dispositivo disciplinario en sí mismo (p. 212). En “A la sombra de yo”, Lewkowicz se
preguntaba qué sujeto podría hacer el duelo del Estado-nación. “El pensamiento del duelo de
cualquier objeto lo hace yo. Si no puede, si carece de recursos, la sombra del objeto cae sobre
el yo” (Pensar sin Estado 215; subrayados en el original). Aquí, entonces, la sombra de algo es
un resto de ese algo, el resto de un objeto extinto pero no duelado.
Ahora bien, como el que hace un duelo es un yo, cuando se extingue la institución yoica, el
objeto extinto y el sujeto que debe duelarlo coinciden. Pero en realidad no coinciden: yo se ha
extinguido y no está allí para duelar (y tampoco para cumplir con las funciones y
responsabilidades que asumía en tiempos sólidos). Yo no puede duelar a yo, pero tampoco
puede hacer el duelo del Estado nación, pues es una de sus instituciones, las que han perdido
el suelo metainstitucional. Ocurre que “el tipo de operaciones requeridas [por el duelo]
desborda su responsabilidad” (ibíd.).
Así, si no se compone un agenciamiento capaz de duelar el yo y el Estado extintos, un resto de
ellos caerá sobre yo y sobre los otros términos sobrevivientes a la catástrofe (como el Estado y
las instituciones, ahora fluidificados).
Podríamos entonces caer en una tentación: la tentación de considerar que lo que encontramos
luego de la catástrofe es puro resto no procesado. Sombras nada más. Más bien tendríamos
que considerar que el Estado posnacional, el yo-sombra, las astituciones, los contactos sin
vínculo son quizás restos no procesados, no duelados, de las instituciones que la fluidez
desconfiguró, pero no deberíamos dejar de ver que son, al mismo tiempo, procesamientos en
acto de la desconfiguración que habían sufrido sus antecedentes. El desfondamiento de las
instituciones sólidas no ha sido duelado en regla –pero, ¿acaso algún proceso histórico se
duela cabalmente? Sin embargo, casi todas las instituciones que alguna vez fueron sólidas han
seguido existiendo y han debido sobrevivir y, por el solo hecho de hallarse en la circunstancia
contemporánea, por la sola necesidad de eficacia, se han reconfigurado. Pero lo han hecho sin
fondo simbólico –es decir, en fluidez. Sombras y brillos, a un tiempo. A un tiempo restos no
duelados y adaptaciones al nuevo medio. En cuanto resto no duelado, las astituciones son
sombras de instituciones sólidas, y en cuanto febriles nodos de hiperactividad, las astituciones,
más que sombras, son brillos de instituciones fluidas. Las sombras contemporáneas no son
sombrías sino brillantes espectáculos que logran introducirse en las redes y así llegan a
existir.33 Sin embargo, se trate de yoes, de empresas o de las todavía llamadas “instituciones”,
la necesidad de irradiar luz para ser visto, la incertidumbre, por parte de las prácticas, de tener
una mirada que las reconozca como tal o cual práctica convoca una febrilidad, una
hiperactividad, que no asegura la existencia y la mantiene en ese estado de provisoriedad y
riesgo que caracteriza a las relaciones precarias. En fin, en la segunda fluidez, a diferencia de la
primera, se logra existencia sin asamblea, sin nosotros, sin pensamiento, con los automatismos
que el ambiente provee como recursos.
El hecho es que hay producción de sentido o subjetividad sin pensamiento (en la primera
fluidez, la subjetividad, el sentido, la existencia, eran posibles como subjetivaciones, esto es,
como pensamiento). Digamos algo de la segunda diferencia: Hay Estado no paninstitucional (y
tampoco es meramente técnico-administrativo).
Cinco diferencias entre Estado posnacional y Estado-nación. Cuatro diferencias. El Estado
posnacional (EP) es un Estado con apariencia de nacional pero que tiene al menos cuatro
importantes diferencias, entre otras que podemos discernir, con el Estado nacional. El
territorio oficialmente reconocido es, se diría, el mismo, el nombre es el mismo (“República
Agentina”), el himno y la moneda lo son, etc., pero no por eso el Estado es el mismo.
33
Por supuesto, no todas las astituciones son “tuneos” de instituciones pretéritas. Al contrario, muchas
la mayoría nacieron en los últimos años.
no precede, o sea, que no tiene poder soberano o que (si se lo quiere seguir llamando así) su
poder soberano no es el estatal-nacional, porque no es fundante, no es fundamental, no es
anterior al todo sino dependiente de su proceder adecuadamente, eficazmente, allí donde se
lo necesite, en cada gestión (cuando hablo de “procedimiento adecuado” me refiero a las
fuerzas económicas –nacionales o transnacionales–, las fuerzas políticas –estatales, extra-
estatales, para-estatales–, las fuerzas subjetivas –ciudadanas, consumidoras, gangsteriles–, y
demás, que existen de hecho, incluyendo fuerzas naturales –altas temperaturas o cenizas
volcánicas- o del tipo que sean, que existen de hecho y con las que el EP debe vérselas
adecuadamente para obtener legitimidad, consenso, poder de gobierno). La cuarta es un
complemento de la tercera, que es la supremacía de las técnicas de gobierno por sobre la
constitución política del Estado (por sobre la Constitución tan mentada), 34 de modo tal que el
Estado posnacional se va constituyendo como un Estado que, más que crear un marco estable
para el trámite de lo social, crea técnicas para ir detrás de las contingencias de lo social. “La
estatalidad es parte de la gobernabilidad y no al revés”, dijo una vez Franco Orellana. 35
Si, en tiempos de Estado-Nación, la representación era una forma de centralizar los sentidos
del pueblo (o “Nación”) en el Estado, la imaginalización es una forma de dispersar sensaciones
en la población. Aquella actúa por mediaciones institucionales; esta, por mediaciones
interfácicas. Ilustrémoslo primero con Natanson: “Como los conductores de televisión, que ya
no esperan el rating al final del programa sino que lo siguen en vivo a través del minuto a
minuto, el próximo presidente deberá relegitimarse no ya cada dos años sino todos los días.” 36
Pero tomemos las ‘instituciones’ llamadas partidos políticos.
“El partido ha sido normalmente observado como una asociación voluntaria generada en y
por la sociedad, o en todo caso que desde allí se dirige hacia el Estado para trasladar los
intereses de los sectores sociales a quienes moviliza y a los cuales representa. Aunque
varios de los más importantes partidos y movimientos políticos de América Latina
surgieron o se consolidaron a partir de su acceso a los recursos estatales y tuvieron desde
el comienzo una conformación y aspiraciones poli-clasistas, a lo largo del siglo XX ellos
sirvieron de vehículo de integración y movilización de diferentes grupos sociales, lo que
cristalizó también en la persistencia de fuertes identidades colectivas y en su visualización
como fuerzas representativas de sectores sociales específicos.” 37 Ahora bien, “exigir en
34
Señalamiento de Ariel Pennisi durante la ronda de presentación de la primera edición de este libro en
La Cazona de Flores, 8/9/11.
35
En abril de 2014, a propósito de los linchamientos que se sucedieron desde marzo de ese año.
36
“La democracia del minuto a minuto”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, junio
de 2015.
37
G. Scherlis, “Presidentes y partidos…”
términos abstractos que los partidos tengan hoy las mismas características y cumplan con
similares funciones a las que tenían hace 50 años no parece tener mayor sentido. El mutuo
alejamiento entre sociedad y partidos, ha dado lugar a nuevos tipos de vínculos entre
ambos polos.”38
Ese “nuevo tipo de vínculo”, en condiciones fluidas, opera no como vínculo sino como
contactos.39 Así las cosas, hoy esos partidos son, según politólogos como Scherlis o Cheresky,
más que órganos de representación, agencias de gobierno: “En definitiva, las elecciones
contemporáneas en América Latina se disputan en torno a quién se presenta y es percibido
como quien está en mejores condiciones de conducir un gobierno que resuelva los problemas
que las mayorías perciben como prioritarios.” 40 El asunto entonces pasa por: influir en esa
percepción mayoritaria de esos problemas prioritarios (por ejemplo, es conocido que en
Argentina hay muchísimas más muertes en accidentes de tránsito que en situaciones de robo;
sin embargo, la “inseguridad” es producida y percibida como problema prioritario), y legitimar
–si usamos términos politológicos– o posicionar –si usamos un término más marketinero– al
partido o candidato como agencia capaz de resolver ese problema. Con lo cual, imaginalización
y gestión ad hoc se retroalimentan mutuamente: gestión de las imágenes de lo social e imagen
de las gestiones sobre lo social son operaciones mutuamente solidarias.
De modo tal que los medios y el gobierno no solo setean la agenda, también setean el lenguaje
–o los protocolos de opinión. No siempre pueden hacer que juzguemos como ellos desean,
pero sí logran casi siempre que la matriz del juicio, los criterios de evaluación, el tamiz con que
filtramos los hechos, los hechos mismos, los esquemas con que los repartimos (casi siempre,
de dos lugares, uno moral y otro inmoral), incluso la velocidad con la que hay que llegar a un
juicio, sean los necesarios para llegar a la compatibilidad con los protocolos de la dominación
contemporánea.
En otras palabras y brevemente, en las condiciones contemporáneas, no se trata de asegurar
un control sobre los contenidos de la conciencia “ciudadana” sino de darle una plataforma a
cualquier contenido por venir –un modo de linkear, unos regímenes de visibilidad, de
audibilidad y de circulabilidad, por los que circular y a los que hacer circular al circular en ellos
con ellos.
Sin embargo, para ello alcanza con la publicidad, la infosfera y el mercado, y no aquilataríamos
el rol del EP en todo esto –que no se limita a sancionar la normativa y poner la infraestructura,
los subsidios y las gestiones ad hoc para que funcionen los negocios y existan los yoes. El
Estado posnacional no solo redistribuye recursos económicos sino también sentidos (fluidos,
38
G. Scherlis, “Partidos argentinos: más adaptación, menos debate”, Blog del Centro de Investigaciones
Políticas (www.cipol.org), 21/5/15.
39
Ver el capítulo “¿Contactos sin vínculo? Un bosquejo de la vincularidad fluida”.
40
Scherlis, “Presidentes y partidos…”.
por supuesto).41 Pero esta redistribución de sentidos, si bien da cierta cohesión a la
vincularidad fluida, si bien inviste en alguna medida lo social, no totaliza las significaciones
sociales, y es por lo tanto insuficiente para detener la dispersión, pues lo social prolifera como
multirrealidad42 y necesita un cierre o una contención, algo que “aplaste” esa hidra sin centro.
Aquí entran la repetición mediática y militante acerca de la existencia de un “modelo” en
curso, a la vez que el machaque mediático y militante de que hay una disputa maniquea, y muy
predefinida, entre “el modelo” y “el poder real” (o entre “el autoritarismo” y “el estado de
derecho”, según quién machaque). Si se logra –y se logra–producir la percepción de que hay
semejante enfrentamiento binario, si semejante binarismo cubre todo el espacio social cual
guerra civil total y sencilla, si ocurre eso, entonces los machaques y la afectaciones binaristas
logran aplastar la multirrealidad, endureciéndola como a fluido no-newtoniano 43. El EP
redistribuye sentidos que no puede totalizar pero sí puede binarizar, controlando, sin acotar, la
proliferación de la hidra “a cielo abierto” (esto es, sin disciplinarla representacionalmente,
subsumiendo todas las significaciones bajo, por ejemplo, una “Nación”). La binarización
imaginal se revelado un vector clave del gozne imaginal, y ha, si no cancelado, al menos
metamorfoseado el consensualismo argentino pos ’83 (no lo ha cancelado pues no puede
subsumirlo sino solo “aplastarlo” como a las otras significaciones sociales que proliferan hoy).
Pasemos ahora al otro término del gozne. Si la administración daba lugar a una burocracia que
actuaba rutinariamente conforme a leyes, la gestión ad hoc tramita punto por punto, cuestión
por cuestión y paso a paso sus operaciones. Se puede tratar de las listas de precios cuidados,
de la remisión de ganancias a casas matrices, de paritarias o de población escolar, cada paso
requiere un trámite y una negociación particular. Si bien hay rutinas, la proporción de rutina y
excepcionalidad, así como la relación entre ellas, debe gestionarse cada vez, al igual que la
relación entre una ley y su implementación. Los movimientos sociales han aprendido esto y,
así como presentan proyectos de ley, no se dan por satisfechos cuando obtienen su
aprobación sino que siguen trabajando los modos de su implementación (supervisando,
presionando, asesorándose, estudiando, tomando en sus manos, generando nuevas instancias
de diálogo y de gestión o lo que puedan cada vez).
41
Ver P. Hupert, “La escena pública posnacional como reconocimiento (y ninguneo) posneoliberal” en
anarquiacoronada.blogspot.com.
42
López Petit, Breve tratado…
43
“Un fluido no newtoniano puede hacerse fácilmente añadiendo almidón de maíz en una taza de agua.
Cuando la suspensión se acerca a la concentración crítica es cuando las propiedades de este fluido no
newtoniano se hacen evidentes. La aplicación de una fuerza con la cucharilla hace que el fluido se
comporte de forma más parecida a un sólido que a un líquido. Si se deja en reposo recupera su
comportamiento como líquido. Se investiga con este tipo de fluidos para la fabricación de chalecos
antibalas, debido a su capacidad para absorber la energía del impacto de un proyectil a alta velocidad;
pero permaneciendo flexibles si el impacto se produce a baja velocidad. Un ejemplo familiar de un fluido
con el comportamiento contrario es la pintura. Se desea que fluya fácilmente cuando se aplica con el
pincel y se le aplica una presión, pero una vez depositada sobre el lienzo se desea que no gotee”
(wikipedia.org). Un video en www.youtube.com /watch?v=QPg2XkGXF1I.
Como se ve, no es la una estructura interna la que logra la contención de la liquidez de estos fluidos,
sino una fuerza externa, intensa y veloz (léase una fuerza fluida).
El EP es un Estado que no logra convertir las situaciones en “provincias” de un “universo” o
partes de un todo. Un Estado que puede tomar medidas macro pero que debe abordar
situacionalmente cada situación. Un Estado que puede tender a conectar las situaciones
atravesándolas vía transversalidad o confundiéndolas en una entelequia nacional por vía
imaginal o en una red ‘pan-territorial’ por vía gestionaria, pero que, tanto por la dinámica
heterogeneizadora fluida como por la dinámica territorial de los movimientos, o, incluso, por la
dinámica complejizante de las empresas y la sobredeterminante de las tendencias y urgencias
mundiales se ve obligado a gestionar ad hoc cada cuestión.
Por supuesto, en esa gestión ad hoc hay un intento de captura, un intento de des-situar, un
intento de invisibilizar el hormigueo a través de los mapas estatales, las singularidades
situacionales y los encuentros singulares entre singularidades. Pero la tensión entre mapa y
territorio, entre imaginalización-gestión des-situadora y movimiento situador se mantienen
tanto desde el punto de vista puramente situacional como desde el punto de vista puramente
estatal. Así, un movimiento como la Túpac o como la Federación Tierra y Vivienda tienen en su
seno tanto una dinámica situadora como una dinámica des-situadora; de la misma forma que
el Estado tiene tanto una dinámica imaginal desconocedora de la segmentación territorial
como unas prácticas gestionadoras que obtienen gobernabilidad solo a condición de hacer un
abordaje situacional puntual (en general, pero no necesariamente, desingularizador) del
segmento o problema en cuestión.
Sí podemos, sin embargo, hacer una caracterización general: a medida que 2001 se ha ido
alejando en el tiempo (cronológico y subjetivo) y el régimen político kirchnerista prolongando
en el poder, se fue afianzando el extractivismo (tanto de recursos naturales como de
capacidades colectivas) y se fue reduciendo el espacio para que el abordaje situacional-
singularizador venga de agentes o equipos estatales. En otras palabras, el poder ha ganado
posiciones y la potencia encuentra menos situaciones.
Habría entonces dos tipos de abordaje situacional en condiciones posnacionales. Al que tiene
como efecto predominante tornar las situaciones menos singulares y más gobernables, lo
llamaremos gestión ad hoc. Al que tiene como efecto predominante tornarlas menos
gobernables, menos calculables y más potentes, con mayor apertura de posibles, lo
llamaremos situacional, singularizador, o, también, con Ignacio Lewkowicz, actividad
configurante del nosotros.
Estamos intentando distinguir cualidades o fuerzas que actúan en nuestra circunstancia, pero
una y otra pueden darse entre agentes del Estado y entre movimientos sociales. Los actores
concretos (se trate de personas, grupos o programas) pueden oscilar de una a otra, o estar
atravesados por ambas, ofreciendo una gran ambigüedad.
En fin, la noción de conexión real que propone en “La subjetividad contemporánea” y en Del
fragmento a la situación pasa a desligazón en Pensar sin Estado. Como sea, en la segunda
fluidez debe a su vez ser modificada por conexión imaginal-mediática-astitucional. Los
“goznes” han cambiado. No son el vínculo mediado de la solidez, pero tampoco la pura
facticidad de la conexión real que primaba en la primera fluidez. El Estado posnacional
gestiona ad hoc que esas conexiones se den. Si hemos de recurrir a las mayúsculas para
diferenciar la función estatal nacional de la posnacional, el Estado-nación era un Tercero
metaestructural, mientras que el Estado posnacional es un tercero que opera en la misma
superficie que los términos que cuya conexión debe gestionar. Es por esta diferencia
topológica que “presencia” y “ausencia” del Estado no eran palabras cardinales del debate
político cuando era un Estado-nación y sí lo son cuando es uno posnacional.
Pasemos a la tercera diferencia entre primera y segunda fluidez. Nos referimos al cambio en el
estatuto de la exclusión y por lo tanto en el de la inclusión, que se vuelve problema de
pensamiento.
Esta reversibilidad acarrea una mutación irreversible: ser humane se ha vuelto contingente, y
esto define el devenir superfluo de la humanidad de les homo sapiens:
“Es preciso pensar el carácter contingente de esa contingencia que está en juego en la
definición de la humanidad como sitio de la contingencia. Más claramente: la humanidad
es su contingencia, pero existe cuando existe y no existe cuando no existe. Si esa
contingencia de la humanidad no ha dado lugar a un advenir de la humanidad, entonces,
la humanidad no existe; pero si existe por la contingencia, no borra su contingencia al
existir. Siendo así, puede haber y no haber humanidad. La humanidad puede perderse o
conquistarse. Pero los caminos no son reversibles dado el carácter ontológicamente
superfluo propio del neoliberalismo.”46
De modo que, en uno y otro texto, lo que convertía al incluido en superfluo era la posibilidad
de devenir población sobrante –desocupado, en fin– y no poder consumir. Por baja que fuera
la probabilidad de expulsión para tal o cual individuo, el hecho era que se había convertido en
una deriva posible en la nueva circunstancia, la del neoliberalismo mundial y el mercado
global.
En la segunda fluidez pudimos ver que la condición superflua del ser permanece; esa
“condición superflua como antropología contemporánea” se mantiene, pero de otra manera.
Ahora la condición superflua no proviene exclusivamente de la eventualidad de no poder
consumir, sino del mismo hecho de poder consumir. La inclusión fluida es superflua por sus
propias características, y no solo porque está amenazada. La condición superflua ya no es
solamente efecto de una amenaza de exclusión sino de las mismísimas formas en que se logra
inclusión.
Pudimos ver, por un lado, que los “excluidos” llegaron a estar “incluidos” en el mercado global,
y, por otro, que la forma de inclusión también produce superfluidad. Por el lado de los
excluidos, o sencillamente los pobres que no son, como en los ’90, los recientemente
despedidos de una unidad productiva, los vemos incluidos en el mercado a través de varias
vías. Por el lado puramente económico, formas múltiples del trabajo (changas, ferias, empleos
temporarios, alquiler de piezas, rebusques y emprendimientos diversos, incluyendo
cooperativas, narcomenudeo y también condiciones serviles), los llamados planes sociales o
subsidios al consumo (“asignación por hijo”, “ciudadanía porteña”, etc.), la llamada inclusión
financiera (microcréditos, planes que se cobran por vía bancaria, cuentas bancarias gratuitas).
Así las cosas, les excluides del empleo formal están muy lejos de estar excluides del mercado;
quizá su capacidad de consumo –individualmente considerada– sea baja o muy baja, pero lo
cualitativo es que están incluides en la circulación de dinero, bienes y servicios –y también en
la competencia mercantil, que resulta definitoria desde el punto de vista neoliberal.
Pero el lado meramente económico no es la única forma de llegar a tener humanidad en la
cultura contemporánea. En tiempos de primera fluidez, consumir parecía la única forma de
humanizarse el homo sapiens.
El consumidor se define por sus actos de consumo… El hecho mismo de ser hombre es lo
que está en juego… El consumo es producción de signos. El acto de consumir es un signo
para el reconocimiento del otro.47
A tal punto el consumo económico parecía la única forma de obtener reconocimiento que en
1994 Ignacio Lewkowicz creía adivinar que “a principios del siglo XXI se interrumpe la dialéctica
del mutuo reconocimiento”48 para aquellos que no pudieran consumir, esos “que no son signo,
los humillados, los avergonzados, que se esconden para ver, pero que no pueden ser vistos –
una mirada los atraviesa sin verlos, los anula–.” 49
47
“Subjetividad contemporánea: entre el consumo y la adicción”; s.f, circa 2000.
48
Pensar sin Estado, p. 38, nota al pie.
49
Ibíd.
Las condiciones hoy son otras. El consumidor hoy tiene otras formas de obtener
reconocimiento que no dependen directamente de la capacidad adquisitiva y que tampoco son
las propias de la solidez. Estas formas de obtener reconocimiento tienen que ver con
tecnologías aun no disponibles en los últimos ’90: la cámara videofotográfica y el celular que es
teléfono y navegador web en cada bolsillo. Son formas de producir imágenes de sí y de –tan
importante como producirlas– hacerlas circular, hacerlas ver por otros. Este ser vistas de las
imágenes logra un reconocimiento a través del gusteo y el comentario por otros. No es un
reconocimiento sólido porque no queda inscripto en el Otro propio de tiempos estatal-
nacionales: la Patria o sus mediadores (Perón o papá o el Partido, o el Padre que fuera), y en
este sentido no es una representación sino un reconocimiento imaginal.
Transcribo unos párrafos de “El yo con hipo existencial, o la condición superflua del hombre
socialmente incluido”, capítulo de El bienestar en la cultura que iban en este sentido.
“Dany-Robert Dufour sugería hace poco que todas las ‘grandes referencias’ del pasado
continúan estando disponibles para ser utilizadas hoy en día, pero ninguna de esas tiene
suficiente autoridad sobre las demás como para imponerse entre los buscadores de
referencias. Confundidos y perdidos, en un mar de proclamaciones de autoridad que
compiten entre sí, sin que ninguna voz en particular se haga suficientemente alta o
audible durante el tiempo necesario para destacar sobre la cacofonía y proporcionar un
motivo importante, los habitantes de un mundo moderno líquido no son capaces de
encontrar, por mucho que se lo propongan, un ‘enunciador colectivo creíble’ (alguien que
‘sostenga en nuestro nombre lo que no podemos sostener cuando se nos deja solos’ y que
‘nos asegure, frente al caos, una cierta permanencia de orígenes, fines y orden’). Tienen
que conformarse, en cambio, con sustitutos muy poco fiables. Las tentadoras ofertas
alternativas de autoridad (la notoriedad -el lugar de la regulación narrativa-, las
celebridades efímeras y los ídolos del momento, los igualmente volátiles temas de
conversación de moda, sacados del silencio y la autoridad más absolutos por un receptor o
un micrófono en mano de un reportero televisivo, y que desaparecen del candelero y de
los titulares con la misma rapidez fulminante), hacen las veces de señales de tráfico
móviles en un mundo desprovisto de otras que sean permanentes.” 50
“Así pues, a nuestro humano hambre de ser no lo sacia el sentido, sino la intensidad, la
diferenciación, la visibilidad, la autenticidad, el entretenimiento… en breve, la imagen
imaginal. Vivimos nuestro hambre de ser como hambre de imagen.
“Mientras que en solidez existir consistía en ser representado, en fluidez existir consiste en
hacerse visible, en hacerse imagen. Si en la cultura sólida, existir era ocupar un lugar en la
cultura, en la fluida, existir es tener un lugar (que tal vez debamos llamar vitrina o
sencillamente pantalla) en el flujo de obviedad. Allí, hacerse reconocible; aquí, hacerse visible.
Allí, tener identidad; aquí, tener imagen. La imagen nos domina por aspiración, más que por
opresión. La tarea de llegar a existir es la tarea de aspirar a ser como la imagen, una tarea muy
‘sustentable’ –diríamos usando la fraseología ‘eco' de la hora–, ya que es infinitamente
renovable… Ciertamente, la tarea de servir a la patria, por ejemplo, o a Dios, también era
infinita pero llevaba toda una vida. Ésta era la referencia con la cual el sujeto se identificaba y
por la cual el sujeto se dejaba interpelar, la referencia que comandaba, disponía y encauzaba
50
Zygmunt Bauman, Vida líquida, Paidos, Bs As, 2006, p. 46-7. Las citas dentro de la cita son del libro de
Dufour, L’art de reduire les têtes. Sur la nouvelle servitude de l’homme liberé a l’ère du capitalisme total,
Denoël, 2003, pp. 69 y 44. El subrayado es mío.
sus prácticas de modo vitalicio. Era una promesa también, pero era perenne –“larga como
esperanza de pobre”. Las promesas imaginales, en cambio, son efímeras y cada vez que caduca
una –o antes aun–, viene otra rápidamente a reemplazarla. No es que aspirar a la imagen
prometida sea una tarea infinita, sino que las imágenes a las que aspirar, las finitas imágenes
que constituyen otras finitas aspiraciones, caducan y se renuevan infinitamente.”
En fin, en la segunda fluidez, es fácil llegar a ser imagen (no hace falta comprar cosas), una
imagen reconocible por otres que fácilmente llegan a ser imágenes. Lo que es imposible es que
la imagen que cada uno llega a ser quede inscripta, quede instituida indeleblemente, esto es,
representada por Otro que lo sabe a uno. Recordemos que saber es suponer (ver supra), y hoy
nadie puede suponer que está siendo todo el tiempo supuesto por Otro. Nada –ni nadie– en la
fluidez queda instituido, como bien señalaba Ignacio Lewkowicz, pero en la segunda fluidez los
sentidos imaginales de las cosas, las instituciones y las personas logran astituirlas –una forma
precaria de existencia. Se mantiene así la antropología superflua, pero ya no solamente por
amenaza de expulsión sino por el mismo modo en que cada uno logra introducirse en las redes
del reconocimiento.
Pues el reconocimiento, ese que para la persona es condición de existencia, no pasa solamente
por hacerse ver, sino que incluye alguna manera, indispensable, de verse visto. Para sentirse
reconocida y existente, la persona necesita no solamente mostrarse sino también alguna
confirmación de que lo que muestra es visto; su existencia subjetiva depende no solamente de
emitir señales sino también de recibir alguna señal de que sus señales han sido recibidas. Pero
hay más: esas señales de recepción son tanto más constitutivas cuanto más significativa o
significativo sea, para la persona, su emisor. Una madre, un padre, una escuela, un dios, una
nación, un patrón pueden ser esas “grandes referencias” de que hablaba Bauman, que, al
mostrarle a la persona que la ven también constituyen, aprueban, validan, su yo. En
condiciones sólidas, con Estado-nación, esas referencias destacan sobre la “cacofonía general”
durante el tiempo suficiente para llegar a ser instituciones que instituyen yoes, grandes
referencias que, otorgando su reconocimiento, los producen y autorizan y los inscriben en la
cultura. En condiciones fluidas, en cambio, las fuentes de reconocimiento resultan
contingentes: madres y padres cuya propia validación no está confirmada sino que pende de
su fluctuante capacidad de compra de lo que el mercado ofrece a sus hijos y de otras
fluctuaciones (las conyugales, por ejemplo), escuelas cuya validación es cuestionada según su
capacidad de entretener más que de transmitir y según otras fluctuaciones, una nación que no
existe como esencial comunidad de origen y destino de toda una población sino como éxito o
fracaso de su seleccionado de fútbol y otras variaciones poco esenciales (como por ejemplo, el
gobierno de turno). En estas fluidas condiciones, una fuente vital de reconocimiento llegan a
ser los gusteos, comentarios y demás interacciones virtuales que, en cuanto reconocimientos,
tienen muchas diferencias con el reconocimiento sólido: vienen de diversas personas, no
dependen de un examen y por lo tanto no se sabe bien qué están aprobando, faltan si se cae la
conexión a internet, no llegan a inscribirse sino que se esfuman tan rápido que exigen una
emisión constante de señales… en breve, es un reconocimiento disperso, fluctuante, ambiguo,
no mediado por un Tercero, que no llega de una institución y no instituye la subjetividad del
reconocido (la astituye). De tal forma, la condición superflua es intrínseca a las modalidades de
la misma inclusión y no depende solamente del albur de la exclusión.
Así las cosas, debemos ver un cambio, ya no solamente en el estatuto fluido de la expulsión,
sino también en el de la inclusión. Cuando Ignacio escribía –en tiempos de primera fluidez, “en
la que la humanidad ya no es el conjunto de los hombres "biológicamente" definidos”–, no
resultaba claro que la inclusión quedara afectada por la mercantilización general de lo social.
“Sólo una parte de esa supuesta humanidad cae en estado práctico bajo la órbita de la
educación de la modernidad.”51 Lo que la noción de segunda fluidez intenta pensar es
justamente unas condiciones en las que tampoco la parte incluida habita la cultura como en
tiempos modernos. Si la primera fluidez permitía pensar que “la subjetividad actual no es
efecto de un panóptico exterior que vigila, sino de la amenaza de exclusión que controla” 52, la
segunda fluidez quiere pensar y dar a pensar una subjetividad actual que no es efecto de unos
dispositivos de encierro que moldean sino de unos dispositivos de inclusión a cielo abierto que
precarizan esa inclusión.
Podemos redondear este recorrido. La idea de fluidez lewkowicziana acusa recibo del fin de la
estabilidad estatal-nacional, y encuentra inestabilidad, asociada a la volatilidad del capital
financiero. La idea de segunda fluidez que propongo ver encuentra metaestabilidad, asociada a
la precariedad del capital recombinante. La estabilidad estatal-nacional no ha regresado, pero
hay equilibrios inestables –o precarios.
Nuestro cuadro de tres columnas sería:
Solidez fluidez 1 fluidez 2
“De un sistema físico se dice que está en equilibrio metaestable (o falso equilibrio) cuando
la menor modificación de los parámetros del sistema (presión, temperatura, etc.) basta
para romper dicho equilibrio. Es así que, en agua subfundida (es decir agua que
permanece líquida a una temperatura inferior al punto de congelación), la menor
impureza que tenga una estructura isomorfa a la del hielo juega el rol de un germen de
cristalización y basta para hacer solidificar el agua en hielo.” 53
Lo que aquí interesa de este estado es que el punto de equilibrio es fácil de romper.
“La metaestabilidad es la propiedad que exhibe un sistema con varios estados de
equilibrio, cuando permanece en un estado de equilibrio débilmente estable durante un
considerable período de tiempo. Sin embargo, bajo la acción de perturbaciones externas
dichos sistemas exhiben una evolución temporal hacia un estado de equilibrio
fuertemente estable.”54
51
Pedagogía del aburrido, p. 27.
52
“Escuela y ciudadanía”, clase 7 de la Diplomatura en Gestión Educativa de FLACSO.
53
M. Combes, Simondon. Una filosofía de lo transindividual, Buenos Aires, Cactus, 2017.
54
https://es.wikipedia.org/wiki/Metaestabilidad.
cerveza se congela (alcanzando el estado sólido, que se considera como fuertemente estable).
Sin embargo, para ser rigurosos, ningún sistema es totalmente estable, y la metaestabilidad
acecha incluso a la mayor solidez. El ejemplo típico de esto es el del diamante, afamado por ser
el material más resistente. Sin embargo, se dice que, transcurridos millones de años o
elevando la temperatura ambiente, un diamante se convierte en grafito, el blando material de
las minas de lápiz. Tanto el grafito como el diamante se componen de átomos de carbono y sus
diferencias de dureza responde a diferencias en cómo se estructuran esos átomos. A la
inversa, para formar un diamante, es necesaria que una gran energía perturbe un sistema de
átomos de carbono, como la liberada por la gran presión de dos placas tectónicas chocando
entre sí a altísimas temperaturas.
De tal manera, tampoco la solidez es totalmente estable (como venimos constatando hace
tiempo, no lo fue, y mutó). Sin embargo, podemos definir la solidez, o las configuraciones
estatal-nacionales como aquellas donde el equilibrio del sistema es más duradero y el mismo
sistema actúa permanentemente para evitar perturbaciones capaces de desequilibrarlo. Es el
rol que Ignacio Lewkowicz otorgaba a la práctica dominante o Estado-nación. “La eficacia de la
dominante es decisiva para comprender la coherencia situacional de las prácticas a priori
indeterminadas” (La historia sin objeto, cap. 3). El Estado-nación era el gran dispositivo de
producción constante de equilibración de lo social.
Tareas pendientes:
Poner señaladores
Quizás poner subtítulos
Releer
Acortar
Decidir si va al principio o al final
Poner hospital-galpón de Marta L’Hoste y cita de Franco Ingrassia.