Consejo de Formación en Educación Curso de Historia de la Historiografía II
Instituto de Profesores Artigas Prof. Ma. Guadalupe López Filardo
LOS ORÍGENES DEL HISTORICISMO
Y LA NUEVA ESCUELA HISTÓRICA ALEMANA
Junto a las corrientes de pensamiento en vigencia a principios del siglo XIX (romanticismo,
liberalismo e idealismo), surgió un movimiento historiográfico de enorme significación para la
historia de la historiografía. Se trata de una corriente unificada por un sueño común: convertir a la
historia en ciencia objetiva. En cierta forma, era una especie de desafío experimentado por los
historiadores ante las teorías de filósofos como Kant o Hegel, sintiendo que invadían su terreno.
Por ello decidieron que debían definirlo y limitarlo claramente, siguiendo el ejemplo de las ciencias
naturales, que para entonces habían tenido un desarrollo sorprendente. Pero el problema con la
historia, es que el material con que trabajan los historiadores es completamente diferente al de
los físicos, matemáticos, geólogos, etc. Ante esa dificultad los historiadores científicos se
centraron en una sola cuestión: el método de trabajo.
En realidad, la historia científica resultó de la reunión del método de crítica filológica y una rama
del pensamiento romántico fundada por Wilhelm von Humbolt (1767-1835): la ideología histórica.
El método de la crítica filológica se basaba en un sistema que marcaba los pasos a seguir para
trabajar con materiales históricos, para lo cual se proponía realizar: en primer lugar, un análisis
formal de las fuentes para decidir las partes utilizables, y en segundo lugar, la crítica de las mismas
para su adecuada interpretación.
La ideología histórica de Humbolt consistía en ver la historia como un proceso movido por grandes
ideas. Detrás de cada transformación histórica había un movimiento ideológico.
Fue precisamente a partir del nacionalismo inspirado por Herder y Fichte y de las aspiraciones de
unificación política experimentadas por amplios sectores de la intelectualidad y la burguesía
prusiana, que surgió una escuela de historiadores que, al mismo tiempo que expresaban su
nacionalismo, predicaban el objetivismo y la neutralidad como principio y fin de la ciencia
histórica, explorando exhaustivamente las fuentes primarias con ayuda del método de crítica
histórica o filológico. Para estos historiadores, la erudición era el instrumento de trabajo
considerado como la esencia propia de la historia.
El método de la historiografía romántica
Orientado hacia una historia científica
método de crítica filológica ideología histórica (W. Humbolt)
análisis formal y crítica de proceso histórico movido por
las fuentes grandes ideas
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Fueron muy numerosos los historiadores románticos integrantes de La Nueva Escuela Histórica
Alemana, caracterizada por la erudición y la utilización del método filológico, y fue muy abundante
su producción historiográfica. No obstante, como sostiene Lefebvre (1975), los dos primeros en
introducir la crítica en el relato histórico y en establecer una fusión entre la erudición y la historia
propiamente dicha, fueron Barthold Georg Niebuhr (1776-1831) y Leopold von Ranke (1795-
1886), quienes estuvieron al servicio de una causa nacional: el desarrollo de Prusia y del
sentimiento de unidad con el resto del pueblo alemán.
Niebuhr nació en Copenhague (Dinamarca) y falleció en Alemania. En su país de origen ocupó
cargos administrativos y políticos de importancia. Luego fue designado historiador real de Prusia y
en 1816 fue enviado a Roma como encargado de asuntos prusianos ante el Vaticano. Fue uno de
los primeros en introducir el análisis filológico de las fuentes en la elaboración histórica. En su
Historia Romana (1811-1812) trató de aplicar el método de la crítica filológica al estudio de los
orígenes de esta civilización y para ello utilizó todas las fuentes posibles, incluso antiguas baladas
que consideró que formaban la base de la tradición mítica. Analizaba las fuentes
descomponiéndolas palabra por palabra. Él mismo lo declara al señalar: “Diseco palabras como un
anatómico diseca cuerpos” (Niebuhr, B. G. Historia Romana, 1827, p. 357).
Ranke por su parte, es considerado el iniciador de la ciencia histórica o del historicismo, calificado
según Iggers (1998), como “el prototipo y representante más significativo del historicismo clásico”
(p. 27), por ser quien expuso más claramente los fundamentos filosóficos del historicismo.
En realidad, no puede decirse que haya ‘un’ historicismo, sino que existen corrientes historicistas
que se manifiestan en las diversas escuelas filosóficas. En principio se considera historicista, toda
posición filosófica que pone el acento en la importancia de ‘lo histórico’, pero según se conciba ‘lo
histórico’, habrá distintas direcciones. Si sólo entendemos por ‘histórico’ lo específicamente
humano, el historicismo se circunscribe a lo antropológico; en cambio, si lo histórico se refiere a
todo lo que ocurre en el devenir universal, tendremos un historicismo cosmológico. Pero además,
‘lo histórico’ puede concebirse como algo que ‘es’ o que puede ser conocido; por lo tanto, si lo que
interesa es la realidad histórica en cuanto a tal, podemos hablar de un historicismo ontológico,
mientras que si lo que interesa es aprehender la realidad a través de lo histórico, estamos ante un
historicismo epistemológico, y a su vez, todas las posibles combinaciones que pueden darse entre
estas cuatro variedades.
Para Mainecke (1962) “La médula del historicismo radica en la sustitución de una consideración
generalizadora de las fuerzas humanas por una consideración individualizadora” (p. 12), vale decir,
un historicismo antropológico-epistemológico, en tanto que para Croce (1979) el historicismo “es
la afirmación de que la vida y la realidad es historia y nada más que historia” (p. 53), o sea,
historicismo cosmológico-ontológico. Aun cuando ambas posiciones puedan parecer
irreconciliables, en realidad no es así, porque en esencia, lo que ambos historiadores están
señalando es que los intereses y criterios con que cada historiador selecciona los hechos, tiene
que ver con las categorías y valores que ya tiene en mente para poder entender y evaluar esos
hechos. Y esto tiene mucho que ver con la propia evolución que ha tenido la ciencia histórica,
particularmente a partir del siglo XIX.
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El surgimiento de la historia científica estuvo estrechamente relacionado con la profesionalización
de la historia. Hasta el siglo XIX se habían dado en el mundo occidental dos tradiciones
dominantes en la forma de escribir historia: una predominantemente erudita y anticuaria, y la otra
esencialmente literaria. Sólo ocasionalmente estas dos tradiciones se vieron unidas, como ocurrió
por ejemplo en la obra de los historiadores británicos del siglo XVIII, Gibbon, Hume o Robertson.
(Iggers, 2012). Durante el siglo XIX en cambio, la historia experimentó un cambio radical al
transformarse en una disciplina profesional, formando parte de lo que algunos autores describen
como “el desarrollo de la sociedad profesional”, es decir, que los historiadores comenzaron a tener
un rol protagónico en la enseñanza en universidades y en la investigación en bibliotecas y archivos,
trabajando junto a profesionales de otras ramas del saber. Según destaca Iggers (1998):
“Lo que era nuevo en el siglo XIX era el tratamiento científico que recibía la investigación
histórica dentro del marco de la profesionalización, tal como tuvo lugar en los centros de
enseñanza superior y en los institutos de investigación. Fue entonces cuando la historia se
constituyó en ‘disciplina’` y empezó a llamarse ‘ciencia histórica´, diferenciándose del
concepto más antiguo de la ‘historiografía’”. (p. 14)
Los historiadores anteriores a 1848, no tenían una clara concepción de la “ciencia” histórica y para
ellos la práctica de la investigación histórica no respondía a un método definido sistemáticamente.
Fue gracias a la labor historiográfica desarrollada por Ranke y sus discípulos, que las universidades
alemanas se convirtieron en el centro de la nueva historia profesional y científica. Historiadores de
todo el mundo occidental se trasladaban a Alemania para completar su formación y para
familiarizarse con el modelo historiográfico alemán.
Esta nueva disciplina histórica que surgió en las universidades alemanas enfatizó el aspecto
erudito de la historia, al tiempo que liberó a la erudición del criterio anticuario más estrecho, al
mantener sus principales representantes, un sentido de estilo literario. Puede decirse entonces,
que la historiografía alemana del siglo XIX abrió paso a la historia como disciplina autónoma,
cuyo fundamento es el estudio racional y científico de las fuentes primarias, ya que un tratamiento
metódico de las fuentes es lo que proporciona al historiador la materia prima adecuada para
construir la narración de los hechos del pasado y para asegurar su correcta recuperación.
Leopold Ranke fue, sin duda, el historiador alemán que alcanzó mayor fama y prestigio, tanto
dentro como fuera de Alemania, como el creador de la historiografía contemporánea. En la
universidad de Leipzig Ranke se dedicó a estudiar los Clásicos y Teología, convirtiéndose en
experto en filología y en la traducción de autores clásicos al latín. Viajó por toda Europa, lo que le
permitió acceder a archivos en los que encontró materiales que hasta entonces no habían sido
utilizados. Su concepción científica – dice Iggers – “se caracteriza por la tensión que existe entre la
exigencia explícita de una investigación objetiva que rechaza rigurosamente todo juicio de valor y
especulación metafísica, y los supuestos filosóficos y políticos fundamentales, implícitos, que en
realidad determinan esa investigación” (p. 27). En 1825 ingresó como profesor a la Universidad de
Berlín, con el objetivo de transformar la historia en una ciencia rigurosa, practicada por
historiadores entrenados profesionalmente.
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En sus obras Ranke recoge la tradición erudita de Niebuhr, pero incorpora a su vez, un nuevo
modelo metodológico de la historia que privilegia por sobre todas las cosas el uso de las fuentes
primarias y que aspira que la tarea del historiador se base, fundamentalmente, en “exponer cómo
ocurrieron en realidad las cosas”, dejando de lado la interpretación. “El concepto rankeano de la
historia como ciencia rigurosa se caracteriza por la tensión entre la demanda explícita por una
investigación objetiva, que rechaza estrictamente tanto los juicios de valor como las
especulaciones metafísicas, y los supuestos filosóficos y políticos implícitos que en realidad
determinaban su investigación. (Iggers, 2012, p. 52).
Para Ranke la investigación científica estaba estrechamente vinculada con el método crítico, que
asocia erudición y escritura, es decir, que narra y explica, pero sin juzgar ni filosofar, sino
extrayendo la sustancia de las fuentes primarias. Por ello entendía que la condición previa que
debía tener todo historiador científico, era una sólida formación en los métodos de la crítica
filológica, para poder realizar un examen crítico y riguroso de las fuentes, que es lo que permite
ocuparse científicamente de la historia. Por lo tanto, los historiadores debían tener conocimiento
de las respectivas lenguas y de las ciencias auxiliares de la historia.
En su primera obra importante, Historia de los pueblos románticos y germánicos desde 1494 hasta
1535 (1824), expone su propósito en estos términos: “A la historia se le ha asignado la tarea de
juzgar el pasado, de instruir el presente en beneficio de las edades futuras. Este trabajo no aspira
cumplir tan altas funciones. Su objeto es sólo mostrar lo que de hecho sucedió.” En esta obra no
sólo se destaca la clara exposición que realiza Ranke de los acontecimientos enmarcados en cada
época y la rigurosa critica a la que somete a las fuentes históricas, sino también – a diferencia de
otros historiadores de su época – el uso que hace de fuentes que incluyen diarios, cartas,
memorias, entre otros.
La producción de Ranke es vastísima y en todas sus voluminosas obras históricas aplicó el método
filológico, o sea que están bien referenciadas; remiten a los documentos, pues sostenía que no
podía afirmarse nada que no fuera comprobable. En una carta que escribiera a su hijo, en 1873, le
dice que el historiador “tiene que esforzarse, por mucho trabajo que le cueste, en captar con toda
imparcialidad el objeto mismo de sus investigaciones, y nada más”.
Afirmaciones como la precedente le valieron a Ranke el calificativo de historiador “positivista”. Sin
embargo, en esa declaración de principios no existía la pretensión de construir una teoría del
conocimiento histórico, sino simplemente la de sostener la existencia de una historia con base
empírica, liberada de la filosofía y el arte; una historia a la cual le corresponde el estatuto de
ciencia, por cuanto sigue el método filológico. Por otra parte, autores como Fontana (2001)
aseguran que el objetivismo, el neutralismo y la imparcialidad, no están presentes en la
producción historiográfica de Ranke, ya que a menudo emite valoraciones e interpretaciones que
muestran una postura completamente ajena a la objetividad positivista. Teóricamente Ranke
postulaba la independencia entre el pasado que se analiza y el presente desde el cual se analiza
ese pasado. Sin embargo, en la práctica, al escribir sus obras él tampoco pudo abstraerse de los
apasionados debates de su tiempo, ya que en ellas siempre estuvo presente su compromiso
nacionalista prusiano.
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Entre sus obras más importantes cabe destacar:
Historia de los Papas durante los cuatro siglos anteriores;
Historia de Prusia durante los siglos XVII y XVIII;
Historia de Francia durante los siglos XVI y XVII;
Historia de la Inglaterra del siglo XVII;
Historia universal.
Entre 1834 y 1836, en base a documentación recogida en archivos de Viena, Venecia y Roma,
publicó la Historia de los Papas, un valioso estudio del Papado y sus representantes en la Edad
Moderna (desde el siglo XV a la primera mitad del XIX). En el Prólogo de esta obra Ranke va
haciendo un detallado racconto de las fuentes a las que accedió y la importancia que tiene cada
una de ellas para su trabajo.
Escribió además: Alemania en tiempos de la Reforma, una Historia de Francia durante los siglos
XVI y XVII y una Historia de Inglaterra en el siglo XVII. En la última etapa de su vida redactó
estudios sobre la historia de Prusia y finalmente, una Historia universal, en la que llegó hasta la
muerte de Otón I el Grande. En todas estas obras puso énfasis en la narración histórica y
especialmente en lo político, porque eran los aspectos que le interesaban, así como su
preocupación por el papel histórico del Estado. Tanto es así que el modelo de nueva universidad
que apareció en Prusia a mediados del siglo XIX, apuntaba a servir a las necesidades de la
burguesía y del estado burocrático monárquico, para lo cual los estudios universitarios debían unir
los saberes técnicos con una formación humanística. Para Ranke esto significaba que la historia era
algo más que la reconstrucción factual del pasado; era un bien cultural en sí mismo.
También puede observarse en las obras de Ranke, profundas reflexiones sobre el sentido religioso
de la historia, derivadas de su sólida fe protestante. Su visión de la historia tenía un fundamento
teológico, donde consideraba que Dios era el motor que articula las piezas de una sociedad
disuelta en individuos y de un universo fragmentado en pueblos. Pensaba que la historia era un
vehículo para encontrar a Dios y la concebía como una especie de jeroglífico divino que si se
reconstruía podía verse la presencia divina en la historia.
La concepción de ciencia que representó Ranke y que se fue imponiendo paulatinamente en las
universidades alemanas, se apoyaba en los valores culturales y políticos propios de una cultura
burguesa. Resulta paradójico – dice Iggers (1998) – “que en todas partes (no sólo en Alemania), la
transformación de la historia en ciencia en el siglo XIX vaya estrechamente unida a una
ideologización de la historia” (p. 32).
Esta característica se observó en Alemania, particularmente al surgir la Escuela Prusiana, uno de
cuyos principales representantes es Johann Gustav Droysen (1808-1884), discípulo de Hegel,
catedrático de historia antigua y filología clásica en la Universidad de Berlín y un político activo en
el gobierno de Prusia, a quien también se lo considera como fundador de la Escuela Prusiana.
De acuerdo con lo que señalan algunos autores, Droysen fue el primer historiador que llama la
atención sobre la importancia del método historiográfico para la obtención del conocimiento
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histórico. En su Historik (1883) no sólo intenta ofrecer lecciones acerca del método historiográfico
para investigar el pasado, sino que aprovecha la oportunidad para sostener la autonomía de la
disciplina histórica respecto de la filosofía de la historia y de la ciencia natural. “La histórica es una
enciclopedia de la historia, no es una filosofía (o teología) de la historia, no es una física del mundo
histórico y, menos todavía, una poética para escritores de historia. El fin que debe proponerse es
construir un órgano del pensamiento y la investigación en materia de historia” (Droysen, Histórica,
1883, pp. 5-6). Al ocuparse de la escuela histórica alemana, Dilthey (1944) reconoció que Droysen
había sido el primero en aplicar la teoría hermenéutica a la metódica (p. 135). “Es probable –
afirma R. Aron (1996) – que el primer libro en el que se encuentre formulada claramente, en el siglo
XIX, esta búsqueda de una teoría de la hermenéutica, sea el de Droysen: Historik” (p. 43).
En su primera etapa Droysen escribió tres obras referidas a la historia de la Antigüedad:
Historia de Alejandro el Grande (1833),
Historia de los sucesos de Alejandro (1836),
Historia de la formación de los Estados helenos (1843).
Más adelante, a partir de 1855, escribió Historia de la política prusiana, en la que puso de
manifiesto su veta nacionalista.
En Droysen se mezclan gran parte de las enseñanzas de Ranke, con una fuerte adhesión política y
un sentido hegeliano del Estado. Según señala Lefebvre (1975), Droysen es mucho más
nacionalista que Ranke; le atribuye todavía más importancia, no sólo a la política exterior, sino a
los hechos militares, y sobre la noción de nacionalidad tiene una idea más partidaria del estatismo.
Partiendo de las premisas expuestas por Fitche medio siglo antes, Droysen sostenía que el bien
general de un pueblo y su salud cultural dependían del Estado, y el Estado destinado a promover la
cultura alemana era Prusia. Discrepa sin embargo con Ranke, en cuanto que lo más importante en
la investigación histórica resida en el análisis crítico del testimonio. Él creía que lo esencial era la
interpretación. “La historia – dice Droysen – es al mismo tiempo, arte y ciencia. Lo más importante
es comprender el pasado; por tanto, tampoco debe reducirse a fuentes de primera mano, deben
aprovecharse toda clase de fuentes”. Incluso en su Historia de la política prusiana utilizó una serie
de fuentes que la escuela de Ranke había desechado.
Otro de los historiadores alemanes de este período, también discípulo de Ranke, es Theodor
Mommsen (1817-1903), quien como dice Lefebvre (1975), “representa la forma más brillante de la
erudición”. Originariamente no era historiador ni filósofo, sino “un jurista curioso por la
numismática, por la epigrafía y, accidentalmente, por la filología” (p. 282). Dejó una obra
impresionante sobre Derecho público romano, una historia de las monedas romanas y una Historia
de Roma (1849), por la que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1902.
Siendo profesor en una escuela de Hamburgo, participó y fue herido en la revolución de 1848, y
tres años después, siendo miembro del partido liberal que promovía la unidad alemana, fue
expulsado de su cátedra en Leipzig por oponerse, en los periódicos, a la política del rey de Sajonia
(reino del que Leipzig formaba parte). Esta expulsión lo obligó a exiliarse en Zurich, donde en el
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lapso de seis años, escribió los tres primeros volúmenes de su Historia de Roma. El éxito de esta
obra le permitió regresar a Berlín e ingresar a la Academia de Ciencias.
La producción de Mommsen es enorme. Escribió un manual de cinco volúmenes de Derecho
público romano y otro de Fundamentos del derecho penal romano (1871-1888), obras que son
básicas aún en nuestros días. Además, aprovechando un viaje de estudios, emprendió la
publicación del Corpus inscriptionum latinarum (o inscripciones latinas). Pero desde el punto de
vista historiográfico, su obra más importante es Historia de Roma.
En parte por su obra y en parte por su pensamiento, Mommsen se aparta de los historiadores
propiamente nacionalistas. Pensaba en un Estado fuerte que permitiera la libertad espiritual antes
que nada. Creía que la historia era una buena forma de impartir educación política, pero sin tener
que reflejar los problemas del presente. Por ejemplo, en su Historia de Roma pretendió ir más allá
de la vida política del Imperio, buscando penetrar en la vida social, y para ello puso en práctica un
método más complicado que el de los otros historiadores alemanes. Comenzó estudiando objetos,
monedas, monumentos y leyes. Una vez reunida toda clase de evidencias sociales, completaba su
estudio con fuentes narrativas. Creía que todo historiador debería conocer: derecho, lenguas,
literatura, y tener la suficiente intuición como para poder reconstruir la vida entera del pasado.
Por estas razones los historiadores que han estudiado la obra de Mommsen aseguran que la
Historia de Roma fue en muchos sentidos una revolución. Por un lado, un método que permitía
completar lagunas en el estudio de la vida romana, y por otro, el estilo periodístico con que está
narrada, que rompía con la tradición del tratamiento respetuoso que hasta entonces se daba a la
Antigüedad. Josefina Zoraida Vázquez (1983) subraya: “La obra resultaba verdaderamente
excepcional; un estilo ágil, realista, y una vasta erudición dieron por resultado una obra de historia
institucional aún no superada” (p. 136).
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
Aron, R. (1996). Dimensiones de la conciencia histórica. Tecnos: Madrid.
Croce, B. (1979). Teoría e historia de la historiografía. Buenos Aires: Escuela.
Dilthey, W. (1944). El mundo histórico. México: Fondo de Cultura Económica.
Fontana, J. (2001). La Historia de los Hombres. El siglo XX. Barcelona: Crítica.
Iggers, G. (2012). La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío
posmoderno. Chile: Fondo de Cultura Económica.
Iggers, G. (1998). La ciencia histórica en el siglo XX. Barcelona: Idea Universitaria.
Lefebvre, G. (1975). El nacimiento de la historiografía moderna. Barcelona: Martínez Roca S.A.
Mainecke, F. (1962). Weltbürgertrum y el Estado-Nación. München: R. Oldenbourg.
Vázquez, J. Z. (1983). Historia de la Historiografía. México: Ateneo.
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA PARA EL ESTUDIO DEL TEMA
Iggers, G. (2012). La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío
posmoderno. Chile: FCE Cap. 1: “El historicismo clásico como modelo de investigación histórica”
(pp. 49-60)
White, H. (2004). Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. México: FCE
2ª Parte – Cap. IV: “Ranke: el realismo histórico como comedia” (pp. 161-186)
López Filardo, M.G. (2014). La Escuela Histórica Prusiana y la Historik de Droysen: un modelo de
filosofía material y metodología hermenéutica de la ciencia histórica. Anales/IPA (pp. 177- 188)
Martínez Lacy, R. (2008). Historiadores e historiografía de la antigüedad clásica. México: FCE
2ª Parte – Cap. IV: “Theodor Mommsen (1817-1903)” (pp. 153-170)