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LMGarcia de Qué Hablar en La Entrevista

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EL LIBRO DEL

DISCÍPULO
El acompañamiento
espiritual
El libro del discípulo
Colección
«PRINCIPIO Y FUNDAMENTO»
-4-
a
Luis M García Domínguez, SJ

El libro del discípulo


El acompañamiento espiritual

editorial K « S
SAL TERRAE

Ediciones Mensajero
El libro del discípulo

Q u e d a p r o h i b i d a , salvo e x c e p c i ó n prevista e n la ley, c u a l q u i e r f o r m a


de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación
d e e s t a o b r a sin c o n t a r c o n la a u t o r i z a c i ó n d e los titulares d e la p r o p i e -
d a d i n t e l e c t u a l . L a i n f r a c c i ó n d e los d e r e c h o s m e n c i o n a d o s p u e d e ser
c o n s t i t u t i v a d e delito c o n t r a d i c h a p r o p i e d a d (arts. 270 y s. del C ó d i g o
P e n a l ) . El C e n t r o E s p a ñ o l d e D e r e c h o s R e p r o g r á f i c o s ( v w i w . c e d r o . o r g )
v e l a p o r el r e s p e t o d e los c i t a d o s d e r e c h o s .

Imprimatur:
* Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander
25-01-2011

Diseño de cubierta:
María Pérez-Aguilera
[email protected]

© Editorial Sal T e r r a e
P o l í g o n o d e R a o s , P A R C E L A 14-i
39600 Maliaño (Cantabria)
A p a r t a d o 77 - 3 9 0 8 0 S a n t a n d e r
E-mail: s a l t e r r a e @ s a l t e r r a e . e s
www.salterrae.es
ISBN: 9 7 8 - 8 4 - 2 9 3 - 1 9 1 0 - 1

© Ediciones Mensajero, S.A.U.


S a n c h o d e A z p e i t i a , 2, Bilbao
A p a r t a d o 73 - 4 8 0 1 4 Bilbao
E-mail: m e n s a j e r o @ m e n s a j e r o . c o m
www.mensajero.com
ISBN: 9 7 8 - 8 4 - 2 7 1 - 3 1 9 8 - 9

D e p ó s i t o L e g a l : BI-304-2011
Impreso e n España. Prínted in Spain

ImpresiónVencuadernación:
G r a f o , S . A . Basauri (Vizcaya)
índice

ÍNDICE

Presentación 11

I. Qué es el acompañamiento espiritual 15


1. Qué es el acompañamiento espiritual 18
Tipos de acompañamiento 24
2. Empezar un acompañamiento 27
3. La relación de acompañamiento 32
Perfiles distintos 35

II. De qué hablar en la entrevista 41


1. Los primeros encuentros 41
2. La vida cristiana: escuchar y responder a Dios 46
La respuesta cristiana 54
3. La propia historia y persona 57
Persona, imagen, motivaciones 60
Trabajos y actividades 64
Familia, grupo cristiano, comunidad 67
4. Sexualidad y afectividad 70
5. Conflictos de todo tipo 74
El libro del discípulo

III. Discernir la vocación 81


1. Dios nos llama a todos 82
2. Discernir la propia vocación 85
3. Condiciones básicas
para una vocación consagrada 90
4. Señales de una vocación 96
5. Vivir la vocación 101
Resistencias y decisión 106
6. Cuándo hacer un discernimiento vocacional . . 108

IV. Cómo hablar. El desarrollo de la entrevista . 115


1. Dificultades en la entrevista 115
La incertidumbre 116
El silencio 118
Hablar demasiado 123
Dificultades en la relación 126
2. Actitudes del «discípulo»
en el acompañamiento 130
Para una comunicación más significativa . . . . 134
3. Preparar la entrevista 138
Antes de la entrevista 138
Durante la entrevista 140
El diálogo de la entrevista 142
Después de la entrevista 145

V. Practicar lo hablado en la entrevista 149


1. Practicar la vida cristiana 149
Instrumentos 156
2. Discernir cada día 162
Discernir la oración 162
índice

Discernir la vida 166


Discernir lo bueno 170
3. Tomar decisiones 174
Disposiciones para elegir 177
Disponerse espiritualmente 180
Tres procedimientos para elegir 183
4. Terminar el acompañamiento espiritual 191

Epílogo:
Dios nos acompaña en nuestra vida espiritual . . . 195
Dios nos acompaña 195
La vida espiritual como camino interior 197
El mundo interior 200

Referencia de las obras citadas 205


II. De qué hablar en la entrevista

II
De qué hablar en la entrevista

Cuando acudimos a la entrevista de acompañamien-


to, en ocasiones nos preocupa saber qué tenemos que
hablar o si debemos decir esto o aquello. A veces,
cuando ya hemos tenido varios encuentros con nues-
tro acompañante, deseamos no repetirnos demasiado,
no contar siempre lo mismo o incluso decir algo no-
vedoso... aunque nuestra vida no nos parezca en mo-
do alguno demasiado interesante. En este capítulo
nos referiremos a estas cuestiones e indicaremos de
qué temas conviene hablar en las entrevistas de
acompañamiento espiritual.

1. Los primeros encuentros

En un encuentro espontáneo o puntual, el tema de


conversación surge de modo igualmente espontáneo
en un clima grato. Tampoco dudamos sobre lo que te-
nemos que hablar cuando deseamos consultar algún
asunto particular, aunque a veces podemos vacilar
acerca de cómo presentar la cuestión; y algo parecido
El libro del discípulo

sucede si tenemos una experiencia existencial fuerte


en nuestra vida, pues resulta más o menos claro lo
que queremos comunicar. Por el contrario, en algunas
entrevistas de un acompañamiento más o menos pro-
longado, podemos sentirnos un tanto desconcertados,
sin saber muy bien por dónde empezar, porque quizá
no existe un problema acuciante ni un asunto clara-
mente pendiente. Las dudas acerca de lo que hay que
decir en la entrevista se manifiestan, sobre todo,
cuando los encuentros iniciales obedecen a un acom-
pañamiento que no parte de ningún problema espe-
cial ni de ninguna situación extraordinaria. Y apare-
cen también cuando, a lo largo del acompañamiento,
la monotonía de la vida no ofrece ningún relieve es-
pecial a nuestra existencia; cuando la rutina aparenta
apoderarse de nuestro vivir cristiano; cuando los pro-
blemas, quizá menores, se repiten; cuando ni siquie-
ra nosotros mismos valoramos el contenido de nues-
tra comunicación...
Pues bien, al comienzo de las entrevistas lo ordi-
nario es comenzar por presentarnos a nosotros mis-
mos y escuchar la presentación de nuestro interlocu-
tor. Si el acompañante espiritual no nos conoce, lo
conveniente es decirle quiénes somos y lo que busca-
mos, pues parece necesaria una primera información
de nuestra persona y de nuestros objetivos actuales,
para que el acompañante se haga una idea de la si-
tuación y pueda decir si puede comprometerse a al-
gún tipo de seguimiento. Esta noticia de nosotros
mismos puede ser tan detallada o sintética como nos
parezca oportuno; generalmente, bastará con ofrecer
en este primer encuentro una presentación breve,
aunque el acompañante puede pedirnos que nos ex-
II. De qué hablar en la entrevista

tendamos en algún aspecto o que detallemos más al-


gún asunto. Nuestra presentación personal puede se-
guir alguna de las pautas que se darán más adelante
en este mismo capítulo; pero fundamentalmente se
trata de señalar los datos básicos de nuestro curricu-
lum, como la edad, los estudios realizados, la situa-
ción familiar y laboral, nuestra experiencia cristiana
personal y de Iglesia... y algún detalle más que nos
parezca significativo. Conviene que esta presentación
personal se complete con los objetivos que traemos
para el acompañamiento, aquello que buscamos; por
ejemplo, una ayuda para algún problema concreto, al-
gún tipo de asesoría para un importante cambio, una
ayuda en la vida de oración o una orientación para un
tiempo especial de la vida; y quizá el acompañante
reformule alguno de estos objetivos a su modo.
Por ejemplo, una joven que ha hecho la cateque-
sis de la confirmación y ha recibido el sacramento, al
empezar ahora una carrera universitaria desea ser
acompañada, porque en el silencio del último retiro
de la catequesis ha experimentado que Dios le pro-
porcionó una paz y una seguridad que antes no había
experimentado nunca; y quiere seguir su encuentro
con ese Dios que en la vida diaria no le resulta fácil
encontrar. Un monitor recién incorporado a la coor-
dinación de una actividad social desea acertar en su
cometido y darle a su tarea la impronta cristiana que
a él le movió a asumirla. Un experimentado catequis-
ta busca acompañamiento espiritual porque quiere
servir de mejor testimonio cristiano para su grupo de
catequesis, pues en su vida encuentra a veces alguna
incoherencia. Una religiosa «júniora» acude en busca
de una ayuda en su oración, pues ha experimentado
El libro del discípulo

en sus últimos Ejercicios Espirituales que el acompa-


ñamiento de su oración enriquece e ilumina mucho
toda su vida. Un sacerdote joven acude porque lo han
destinado a su primera parroquia rural y afronta el re-
to de ser fiel a Dios y servir con seriedad al pueblo
cristiano que le han encomendado; pero siente tam-
bién una cierta desprotección ante su nueva situación.
Y otras personas pueden acudir por otras muchas si-
tuaciones posibles.
Por lo que hace a la presentación del acompañan-
te, este puede, por su parte, indicar lo que le parezca
más conveniente acerca de su persona. Por nuestra
parte, lo que sucede ordinariamente es que, cuando
escogemos a una persona para que nos acompañe es-
piritualmente, o bien ya la conocíamos por haber
coincidido con ella en algún ámbito pastoral, o bien
nos lo han recomendado y hemos procurado infor-
marnos acerca de algunas de sus características:
quién es, a qué se dedica, cómo es su personalidad a
grandes rasgos, cuál es su manera de acompañar... En
cualquier caso, si nos parece conveniente, en la pri-
mera entrevista podemos pedirle a nuestro acompa-
ñante alguna otra información que nos parezca con-
veniente. Pero no se trata propiamente de satisfacer
algunas curiosidades que no son pertinentes, sino las
que se refieran al mismo acompañamiento.
Por ejemplo, podemos preguntarle si tiene tiempo
disponible para recibirnos o tiene ya demasiado recar-
gada su agenda; o cada cuánto tiempo cree él (o cree-
mos nosotros) que debemos vernos; o cuánto suelen
durar las entrevistas; o qué temas cree él que debemos
tratar; etc. Si apenas lo conozco, puedo preguntarle
discretamente si quiere decirme algo sobre su vida
II. De qué hablar en la entrevista

apostólica; pero no parece relevante para el acompaña-


miento preguntarle, por ejemplo, por sus aficiones en
temas personales, tales como horarios, ocupaciones,
tiempo libre, gustos, deportes, música o arte; tampoco
es del caso interesarse por su familia, su comunidad re-
ligiosa o adonde va de vacaciones. Pues se trata de una
relación pastoral, casi de tipo profesional, y esas cues-
tiones no son, en principio, necesarias para una buena
relación y un provechoso acompañamiento.
Dentro de estas presentaciones iniciales, que en
realidad pueden resolverse muy brevemente, convie-
ne precisar de algún modo el acuerdo marco que es-
tablecemos para el acompañamiento, fijando desde el
comienzo el ritmo de los encuentros, la duración de
los mismos, dónde tendrán lugar, cómo fijar las citas,
o cómo cancelarlas si surge algún imprevisto. Puede
resultar útil establecer un primer período de entrevis-
tas de tres o cuatro meses, por ejemplo, para luego re-
visar el recorrido y confirmar que se puede continuar
con el mismo ritmo durante otro período de tiempo
más largo (por ejemplo, durante el resto del curso) o
si, tal vez, conviene cambiar alguna cosa... o poner
fin a los encuentros.
El primer encuentro puede concluir con alguna ta-
rea para la siguiente entrevista, en la que se puede
profundizar en algún tema o recoger la experiencia
espiritual pasada con algo más de detalle. Y los si-
guientes encuentros serán ocasión, sin duda, para
profundizar en algún aspecto de nuestra situación
personal o cristiana, plantear más ampliamente algún
problema o escuchar algunas propuestas que el acom-
pañante quiera hacerme. Estos primeros encuentros,
por otra parte, servirán para empezar a tejer la relación
El libro del discípulo

personal, para cuajar el estilo de conversación propio


de esta relación, para establecer el ritmo de las inter-
venciones de uno y otro. Y en ese intercambio se va
generando la confianza necesaria y aprendemos a bus-
car cada vez más directamente aquello que nos movió
a ser acompañados espiritualmente: cómo escuchar
mejor a Dios en nuestra vida y cómo responderle me-
jor, con las luces y fuerzas de que disponemos.
Iniciada con estos primeros encuentros una rela-
ción de acompañamiento cada vez más fluida, indica-
mos a continuación algunos temas que, antes o des-
pués, han de formar parte de las entrevistas, aunque,
evidentemente, no en todos los encuentros se han de
abordar todos los temas señalados.

2. La vida cristiana: escuchar y responder a Dios

En las primeras entrevistas van apareciendo distintos


contenidos que interesa tratar en los encuentros si-
guientes. Pero existe un tema que debería ser objeto
de todo acompañamiento espiritual, sobre todo a los
comienzos, que es el del núcleo de nuestra vida cris-
tiana: cómo es nuestra relación con Dios y cómo res-
pondemos a sus invitaciones. Tales cuestiones se pue-
den concretar de distintas maneras, pero son dos ám-
bitos vitales suficientemente amplios e importantes
que merecen un lugar preferente en todo diálogo pas-
toral y, ciertamente, en el acompañamiento espiritual.
El hablar de nuestra relación con Dios puede en-
focarse como una comunicación sencilla de aquello
que hacemos, experimentamos, sentimos y pensamos
en nuestra relación con Dios. Hablar de lo que hace-
II. De qué hablar en la entrevista

mos es recordar los lugares y modos en que buscamos


a Dios y nos encontramos con El, de la manera que
sea, y el tiempo que dedicamos a ello. Por ejemplo,
algunas personas dedican un tiempo fijo a orar perso-
nalmente cada día; otras solamente rezan en su co-
munidad; otras, cuando acuden a la celebración litúr-
gica comunitaria, generalmente la eucaristía. Hay
personas que buscan en la Palabra de Dios, leída en
privado, una iluminación para sus vidas, pero no sa-
ben si piensan o rezan; otras oran en silencio, sim-
plemente estando allí, pero no saben si se relacionan
con Dios o solamente consigo mismas. Otras alaban,
piden, se quejan, buscan, imaginan, discurren...
Durante la oración suelen experimentarse senti-
mientos de distinto tipo que se ha dado en denominar
1
mociones . Se trata de sentimientos plenamente hu-
manos, experimentados afectivamente en nuestro inte-
rior, pero de los que no siempre somos dueños, pues-
to que a veces nos sobrevienen como desde fuera de
nosotros y no son suscitados por nuestra libertad. La
tradición cristiana dice que a través de esas mociones
se puede comunicar el Señor. Pues bien, es muy im-
portante hablar en el acompañamiento espiritual de
estas mociones, de estos sentimientos espirituales que
van unidos siempre a nuestra oración y que suelen te-
ner un notable significado para nuestra vida cristiana.
Pero hay que saber poner nombre a estos sentimien-
tos, cuyos dos movimientos esenciales se han deno-
minado «consolación» y «desolación» espirituales.

1. Para el discernimiento nos inspiramos en una larga tradición


cristiana, que en parte se recoge en las reglas ignacianas: IGNA-
CIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales, nn. 313-328.
El libro del discípulo

La consolación puede manifestarse como alegría


exultante o pacífica, gozo profundo, confianza, áni­
mo, fuerza, paz de fondo...; la consolación es amor a
Dios y amor a las cosas por Dios; es aumento de fe,
esperanza y caridad. También suele mostrarse en for­
ma de seguridad en las cosas que vemos, de confir­
mación de sentimientos espirituales anteriores que
procedían del buen espíritu, o de inclinación a tomar
decisiones buenas. La consolación nos mueve a pen­
sar, decir y hacer cosas buenas, evangélicas, coheren­
tes con nuestra fe cristiana. La consolación verdade­
ra es el lenguaje ordinario con que Dios se nos mani­
2
fiesta en nuestro interior .
La desolación, por el contrario, se contrapone a la
consolación y, así, se manifiesta con los tonos emoti­
vos contrarios: apagamiento, tristeza, oscuridad, se­
quedad, agitación... La desolación no es cualquier ti­
po de tristeza, sino oscuridad de la presencia de Dios,
debilitamiento de la fe, apagamiento de la esperanza,
dificultad para el amor verdadero... Puede mostrarse,
por tanto, en forma de duda, de inquietud, de expe­
riencia de deseos contrapuestos, de inclinación a de­
cisiones contrarias a las que determinamos en la con­
solación. La desolación nos mueve a «cosas bajas» y
terrenas, al egoísmo, al propio amor, querer e interés,
a comportamientos y actitudes opuestas al evangelio,
a cambiar lo que parecía evidente en tiempo de con­
solación... Podríamos decir que la desolación es un

2. Habla de consolaciones espirituales TERESA DE JESÚS, Libro de


la Vida, 1 1 , 3 . 1 0 . 1 3 ; 2 0 , 1 1 . 1 5 ; 2 3 , 1 8 ; 2 9 , 4 ; 3 2 , 1 4 ; etc. Pero tam­
bién habla de los regalos de Dios, el deleite y contento, la forta­
leza que proporciona, ya «que nadie le tomó por amigo que no
se lo pagase»: Libro de la Vida, 8 , 5 .
II. De qué hablar en la entrevista

lenguaje muy típico del mal espíritu, que nos agita y


dificulta el acceso pacífico a Dios. Aunque la tradi-
ción también dice que en etapas avanzadas del cami-
no espiritual el mal espíritu también puede insinuar-
se a través de consolaciones con causa, que son ver-
daderos engaños, pues son mociones a cosas buenas
3
que impiden algo que es mejor .
Cuando oramos con cierta regularidad, es proba-
ble que a durante un tiempo experimentemos en
nuestra relación con Dios tanto consolaciones como
desolaciones, si bien en cada época suele predominar
uno de los dos estados espirituales. Por eso en nues-
tras entrevistas es conveniente que hablemos tanto de
la consolación como de la desolación, analizando con
la ayuda de nuestro acompañante algunas de las cir-
cunstancias en que se producen, de los pensamientos
que nos suscitan y de los efectos que producen. Por
otra parte, este discernimiento de las mociones espi-
rituales que suceden en la oración acaba siendo un
aprendizaje muy útil para discernir mociones seme-
jantes que se producen también en la vida cotidiana
de forma continua.
Pero, además de estos sentimientos, durante la
oración habitualmente también nos asaltan algunos
pensamientos, ya sean propiamente nuestros, ya sean
inspiraciones procedentes de fuera de nosotros (del
buen espíritu o del malo). Ordinariamente, siguen a
los sentimientos, pero a veces parece que los prece-

3. La tradición espiritual atribuye al mal espíritu las influencias


que se oponen a Dios y que se experimentan internamente; aun-
que algunas provengan del ambiente que nos rodea o de tenden-
cias psíquicas internas.
El libro del discípulo

den. Esos pensamientos pueden mostrarse como lu-


ces sobre la materia que estamos orando o como
ideas sobre nuestro modo de vida o sobre nuestras re-
laciones, nuestro trabajo o nuestra persona misma. Es
importante comunicar al acompañante estos pensa-
mientos de nuestra oración, porque se pueden con-
fundir inspiraciones buenas (de Dios, del buen espíri-
tu) con iluminaciones propiamente nuestras o prove-
nientes del mal espíritu. Por eso en la entrevista hay
que discernir los pensamientos, ver de dónde provie-
nen y hacia dónde apuntan.
Además de sentir y pensar, es frecuente que en la
oración nos sintamos movidos a hacer alguna cosa, a
tomar ciertas decisiones, a emprender determinadas
acciones. Es otro de los contenidos que conviene co-
municar en el acompañamiento: lo que nos suscita o
mueve nuestro encuentro con Dios. Puede tratarse,
por ejemplo, de una tendencia a cambiar nuestra for-
ma de ser, a realizar algún gesto de perdón con una
persona que nos ha ofendido, a reconciliarnos con un
«enemigo»... O bien nos sentimos movidos a ser me-
nos avaros con nuestro tiempo o nuestros bienes; o a
mostrar más entrega en alguna causa noble. Otras ve-
ces la inclinación es más genérica y no tan concreta:
a fiarnos más de Dios, a ser más esforzados o sacrifi-
cados, a no ser tan infantiles o tan dependientes. Tam-
bién puede referirse a alguna decisión que tenemos
que tomar, por ejemplo, con respecto a la elección de
carrera, de trabajo... o del futuro estado de vida: ¿se-
rá que Dios me mueve en realidad a ir al seminario?
Debemos comunicar todas estas mociones, por-
que no siempre conocemos su procedencia y su valor,
y no sabemos si son inspiradas por Dios o si existen
II. De qué hablar en la entrevista

causas humanas que expliquen esa inclinación. Pero


al hablarlo limpiamente damos razón de nuestra si-
tuación, buscamos y nos disponemos. En general, las
inclinaciones divinas no vienen una sola vez en la vi-
da, sino que se repiten durante algún tiempo; como
leemos en la Escritura, Dios llamó a Samuel cuando
este era todavía un niño, y lo hizo al menos cuatro ve-
ces, hasta que el anciano sacerdote Elí comprendió
que era Dios quien llamaba al muchacho y le ayudó a
4
responder a esa voz . Dios siempre tiene paciencia y
nos hace saber repetidamente las cosas que quiere de
nosotros, aunque dejándonos siempre en libertad pa-
ra dar una u otra respuesta.
Nos hemos referido sobre todo a la oración, in-
cluida la comunitaria, en la que también pueden sus-
citarse las mismas mociones que en la oración en pri-
vado. Pero el encuentro con Dios se produce también
de forma privilegiada en los sacramentos y en todas
las circunstancias de la vida. Por eso, en el acompa-
ñamiento podemos hablar de cómo vivimos los sa-
cramentos, qué sentimos y pensamos en la eucaristía,
en qué partes de la misma notamos más devoción, en
qué otras partes nos distraemos más, cómo la prepa-
ramos, qué hacemos después de participar en ella, có-
mo nos implica o no para la vida, a qué nos mueve...
También podemos hablar de cómo nos confesamos,
con qué fruto, qué buscamos con ello o cómo nos
ayuda a vivir nuestra fe cristiana. Y, por supuesto,
también podemos hablar, si tal es el caso, de cómo
nos cuesta confesarnos o de si hay algún aspecto del

4. 1 Samuel 3.
El libro del discípulo

sacramento que no entendemos bien. Pues la reconci-


liación sacramental fue muy generalizada en algunas
épocas entre personas de sensibilidad espiritual, pero
actualmente no pocos la miran con cierta desconfian-
za o, al menos, perplejidad. El dialogo de acompaña-
miento es un buen lugar para comentar nuestra expe-
riencia del sacramento, quizá para recibir alguna ins-
trucción o señalar alguna lectura sobre el mismo, pa-
ra aprender a practicarlo de modo renovado.
La participación en otros sacramentos es menos
frecuente, pero puede ser muy valiosa; para el que se
prepara a recibir la confirmación, tanto la celebración
misma como todo el proceso que conlleva su prepa-
ración pueden constituir una ocasión muy notable pa-
ra un encuentro más consciente con Dios, para recor-
dar los compromisos de la fe cristiana, para renovar
un bautismo infantil recibido sin conciencia alguna
de su significado. Puede ser, por tanto, una ocasión de
encuentro gozoso y confiado con Dios, consciente y
renovado. Lo mismo se puede decir de quien desea
celebrar su matrimonio no solo con la preparación
común que cada parroquia suele ofrecer, sino tratan-
do más despacio con quien va a bendecir su unión, o
preparándose a su nueva vida mediante unos días de
retiro o unos Ejercicios Espirituales. En tal caso, es
indudable que el sacramento, que sella un cambio de
vida muy importante y significativo, se quiere em-
prender a los ojos de Dios, con su bendición, quizá
purificando ambivalencias anteriores en el camino de
la elección y, en todo caso, disponiéndose de nuevo a
vivir plenamente bajo su mirada y con su inspiración
esta importante forma de vida y vocación. Todos es-
5
tos y otros modos de vivir los sacramentos son oca-
II. De qué hablar en la entrevista

siones significativas de encuentro con Dios que pue-


den comunicarse con mucho fruto en el acompaña-
miento espiritual para constatar sus efectos o discer-
nir algunas de las mociones que en ellos se producen.
Pero conviene no olvidar que también el encuen-
tro con Dios se puede producir en la vida cotidiana,
en el ámbito «secular» y no «sagrado» que es la fa-
milia, el trabajo, la reivindicación laboral, la defensa
de los derechos de los pobres, la participación ciuda-
dana, las relaciones de amistad y la lucha cotidiana
por sobrevivir con cierta dignidad en este mundo, que
en ocasiones se muestra bastante hostil.
Cuando hablamos a nuestro acompañante de lo
que vivimos en nuestro encuentro con Dios, espera-
mos que él nos confirme (o corrija) nuestro discerni-
miento, nos ayude a examinar lo que todavía no tene-
mos claro y nos oriente hacia adelante en nuestra re-
lación con El. Aunque cada uno de nosotros discier-
ne la calidad de su encuentro personal con Dios, es-
peramos que también la persona que nos acompaña
nos indique si le parece que nuestra experiencia cre-
yente es globalmente válida o si, a su parecer, no es
del todo así. También deseamos que nos oriente en la
forma de mejorar esa relación, recomendando tal vez
algunas lecturas, o quizá variando algunos modos de
nuestra oración o nuestro modo de participar en los
sacramentos.

5. También pueden ser ocasión de una seria experiencia religiosa la


unción de enfermos o el sacramento del orden, que suele afectar
mucho al que lo recibe.
El libro del discípulo

La respuesta cristiana
Cuando los creyentes tenemos cualquier experiencia
de Dios, ya sea en la oración, en los sacramentos o en
la vida, El casi siempre nos dice algo o nos mueve en
alguna dirección. Pues se establece un tipo de diálo-
go que implica en el creyente una respuesta, la cual
puede darse de distintas maneras. Pero podríamos de-
cir que no se puede hablar con Dios y seguir total-
mente igual; y por eso en el acompañamiento han de
aparecer estos efectos que tiene nuestro encuentro
con Dios para nuestra vida cristiana de cada día.
Podemos indicar dos formas principales de res-
puesta. Una primera es la que damos a las mociones
de Dios en la oración o en otros momentos. Por ejem-
plo, si hemos sentido inclinación a realizar un gesto
de perdón, habrá que ver si lo hacemos realmente en
la vida o si, por el contrario, nos inhibimos. Si hemos
sentido moción a ser generosos con nuestro tiempo,
habrá que ver si lo hacemos con gusto. Si ha surgido
una inclinación a plantearnos una decisión profesio-
nal o vocacional determinada, habrá que ver si hemos
dado al menos algunos pasos en la dirección de la
moción de Dios. Y así sucesivamente.
Un segundo modo de hablar de nuestra respuesta
a Dios en la vida consiste, sencillamente, en recordar
el cuadro general de nuestro vivir cristiano según
nuestra vocación particular, pues en esa vida cotidia-
na se concreta nuestra respuesta habitual en el segui-
miento de Jesús. Por eso en las entrevistas hemos de
hablar de los aspectos de nuestra vida cristiana que
van respondiendo al Señor, así como de aquellos que
no son tan fieles a su llamada. Para un creyente, Dios
II. De qué hablar en la entrevista

es siempre el centro de todo; pues bien, a ese Dios


que es Señor de nuestra vida tenemos que responder-
le con toda nuestra vida; de ahí derivan las responsa-
bilidades que competen a todo cristiano. En cierto
modo, esos compromisos están claros en la cateque-
sis de la Iglesia, que todos hemos escuchado en su
6
momento o que completamos a lo largo de la vida .
Pero al comienzo del acompañamiento espiritual hay
que encontrar la adecuada formulación de lo que pi-
de nuestra particular vocación cristiana, según la lla-
mada de la propia conciencia bien formada, pues tal
es el punto de partida válido para todo camino espiri-
tual. Se comienza desde el momento espiritual en que
se encuentre cada cual, pero uno ha de mirar hacia
dónde es llamado y caminar hacia dicho horizonte,
aunque todavía no sea el final del camino.
Pues bien, hablar de nuestra respuesta creyente a
Dios es hablar de esos temas cristianos que tejen sin
duda los comportamientos de cada día: vivir con con-
ciencia de hijos de Dios y no traicionar con nuestra
conducta esa alta dignidad; ejercitar las virtudes de
nuestra fe cristiana y evitar cometer deliberadamente
cuanto se opone a ella; participar con justicia en las
relaciones políticas, económicas y sociales de nuestro
mundo y evitar la injusticia; amar a Dios sobre todas
las cosas y amar al prójimo como a uno mismo. Y así
ir construyendo cada día nuestra vida como respues-
ta a la alianza nueva que Dios ha establecido con su
7
pueblo en Cristo .

6. El Catecismo de la Iglesia Católica dedica una larga tercera par-


te a explicar en qué consiste «La vida en Cristo» de los cristia-
nos (nn. 1.691-2.557).
7. No hace falta detallar aquí de manera más pormenorizada cuá-
El libro del discípulo

Cuando ya llevamos un tiempo de acompaña-


miento o hemos efectuado un recorrido formativo en
grupos o instituciones, un instrumento que suele con-
cretar esa respuesta nuestra a Dios es el llamado pro-
yecto personal, que puede ser objeto de distintas for-
mulaciones, pero que a grandes rasgos pretende arti-
cular para la vida concreta las mociones espirituales
de fondo que se suscitan en momentos de oración o
de retiro. El proyecto personal se puede poner por es-
crito, por ejemplo, al comienzo de un curso académi-
co, después de un tiempo de reflexión y oración so-
bre ello, de forma que recogemos las grandes líneas
de lo que Dios nos va diciendo y articulamos esas
mociones en algunos comportamientos concretos. La
revisión periódica de ese proyecto personal puede
ayudar a muchas personas en su acompañamiento es-
piritual, aunque este no debe consistir únicamente en
una revisión del proyecto ni debe reducirse a un con-
trol sobre su cumplimiento. Con todo, el proyecto
puede articular algunos objetivos y áreas que han de
ser objeto de conversación más o menos regular.
Con las anteriores indicaciones hemos señalado
los temas primeros de todo acompañamiento espiri-
tual: hablar de nuestro encuentro con Dios y hablar
de nuestra respuesta cristiana a ese Dios a quien de-
seamos hacer Señor de nuestras vidas. Veamos a con-
tinuación otros temas más específicos a tratar en el
acompañamiento.

les son las virtudes y faltas que se pueden comunicar en el acom-


pañamiento espiritual. La propia conciencia, el sentido común,
el diálogo con quien nos acompaña y la inspiración del momen-
to nos irán guiando.
II. De qué hablar en la entrevista

3. La propia historia y persona

Podemos decir que la historia personal de cada uno


es el lugar donde Dios se le ha manifestado; es la ma-
nera en que se concretan todos los dones y limitacio-
nes que Dios ha querido poner o permitir en nosotros.
Es en nuestra historia donde nuestra personalidad se
ha ido formando, donde han quedado grabados los
acontecimientos significativos, donde han estado pre-
sentes las personas de las que hemos recibido valores,
educación, propuestas, apoyo y afecto. Nuestra histo-
ria también encierra sus pequeños o grandes dolores,
algunos de los cuales pueden perdurar todavía hoy.
Por eso la historia personal es significativa para
cada uno de nosotros siempre y en todo caso. La his-
toria infantil, porque en ella la personalidad se va for-
mando, sin poder comprender racionalmente lo que
sucede a nuestro alrededor. La historia adolescente,
porque en ella nos enfrentamos al mundo de modos
nuevos y nos abrimos a sentimientos y significados
imprevistos de nuestro cuerpo y nuestro espíritu. La
historia juvenil, porque en ella nos definimos como
personas, nos decantamos por objetivos y fines, nos
comprometemos con valores y con personas. Es im-
portante la historia escolar y académica, porque en
ella nos contrastamos con la vida, asumimos el prin-
cipio de la realidad, nos abrimos a nuevos conoci-
mientos, desarrollamos nuestro propio pensamiento y
nos proponemos el logro de objetivos. Es importante
la historia afectiva y sexual, porque configura muy
íntimamente nuestra identidad, nuestra mirada a los
demás, al otro sexo, todas nuestras relaciones. Es im-
portante la historia de nuestros éxitos, porque en ellos
El libro del discípulo

nos realizamos y nos afirmamos en nuestras capaci-


dades. Son importantes los fracasos de nuestra histo-
ria, porque ellos nos hacen más realistas y nos esti-
mulan, aunque otras veces nos hacen sentir que no
valemos para mucho. En resumen, nuestra historia y
cada uno de sus rincones (tal como los vivimos en su
día, tal como hoy los revivimos) son importantes pa-
ra entender el ayer y el hoy de nuestras personas; de
modo que sin nuestra historia no se entenderá qué ni
quiénes somos y hacia dónde vamos.
Por todo ello, tiene mucho sentido que nuestra
historia se haga presente de diversos modos en nues-
tro acompañamiento, ya sea de un modo sistemático,
presentándola al inicio del mismo, ya sea más bien de
un modo esporádico, volviendo a alguno de sus epi-
sodios cuando una situación presente nos recuerde el
pasado. Estas dos maneras de hablar de nuestra his-
toria pueden ser muy válidas y útiles para que nues-
tro acompañante nos entienda debidamente y pueda
orientarnos mejor.
Es siempre significativa nuestra historia, aunque
nos parezca que no hay en ella nada especialmente lla-
mativo. A veces, nuestra historia - o al menos alguno
de sus capítulos- no nos gusta demasiado; pero tam-
bién es útil hablar de esos momentos de despiste, infi-
delidad o desconcierto, para que se nos conozca me-
jor y, lo que es más importante, para que nosotros mis-
mos nos aceptemos con mayor realismo y paz. Otras
veces pueden existir episodios dolorosos, pues algu-
nas personas han sido injustas con nosotros o nos han
maltratado o abusado verbal, física, afectiva o sexual-
mente de nosotros. Estos episodios también deben ser
objeto de conversación, porque el dolor que los otros
II. De qué hablar en la entrevista

nos han causado (a veces sin comprender cuánto daño


nos producían) no tiene que quedar dentro de nosotros
perpetuamente, sino que se puede sanar.
En la vida del cristiano, entretejida con su trayec-
toria biográfica, es siempre importante la historia de
su fe. Una fe que ha sido primero imitada o aprendi-
da, repitiendo patrones de los padres y abuelos o de
algunos educadores cristianos. Pero una fe que luego
se va personalizando a través de distintas circunstan-
cias, ya sea por la participación en un grupo, en la ca-
tcquesis o en algún movimiento, ya sea por algún ti-
po de experiencia personal que nos reorienta. Pueden
existir en esa trayectoria catequesis bien realizadas,
experiencias impactantes en pascuas, grupos, volun-
tariados o Ejercicios Espirituales, así como auténticas
crisis de fe. El caso es que todos y cada uno de noso-
tros tenemos una historia de fe que también es rele-
vante para entender nuestra respuesta creyente pre-
sente y nuestra actitud actual hacia Dios. Esa historia,
especialmente con sus momentos más significativos,
parece otro tema obligado de comunicación en nues-
tro acompañamiento, bien al comienzo del mismo,
bien a lo largo del camino.
Porque es cierto que la historia pasada perdura
hoy, y a veces reproducimos esquemas aprendidos
que se perpetúan históricamente, aunque resulte un
tanto misterioso el mecanismo psíquico por el que tal
cosa sucede; pero se confirma con frecuencia que, co-
mo se ha dicho con razón, «quien ignora su historia
está condenado a repetirla». De modo que tanto nues-
tra historia de fe como nuestra historia vital (en toda
ella está siempre misteriosamente presente el Señor)
dejan algo que perdura, que puede haberse consoli-
El libro del discípulo

dado, para bien o para mal. Y hablar de ello puede


ayudarnos a nosotros mismos y a nuestro acompa-
ñante a comprender mejor nuestra situación actual,
nuestras reacciones y nuestras esperanzas. Y de esa
relectura de la propia historia pueden surgir mejores
propuestas para nuestra vida actual y futura.

Persona, imagen, motivaciones


Además de nuestra historia personal y de fe, un tema
apropiado para la conversación de acompañamiento
consiste en hablar acerca de cómo somos, cómo nos
vemos, cómo desearíamos ser, cómo nos proyecta-
mos en el futuro, cómo nos ven los demás... Este per-
fil que tenemos o proyectamos, este autoconcepto, es
siempre significativo en el diálogo espiritual, por va-
rias razones. Una es que nuestra imagen personal es
muy determinante para nuestra autoestima y, por tan-
to, para el sentimiento habitual de bienestar o de dis-
gusto con uno mismo. Según estemos más o menos
satisfechos con nosotros mismos, según tengamos
más o menos confianza en nosotros, según que nos
valoremos más o menos, así viviremos muchas deci-
siones y propósitos. La propia imagen repercute en
los proyectos que soñamos o deseamos realizar, en
los comportamientos habituales de cada día; pues
quien no confía en sí mismo no se propondrá muchas
metas; aunque quien solo proyecta una representa-
ción de sí (y no su verdadera figura y personalidad)
8
se verá frecuentemente presa de dicho artificio .

8. TERESA DE JESÚS habla de su forma de ser a sus acompañantes


espirituales; por ejemplo, su tendencia a proyectar buena imagen
I). De qué hoblar en la entrevista

Otra razón de la importancia de este tema es que


la imagen que tenemos de nosotros mismos incide
necesariamente en las relaciones que establecemos,
sean de confianza o de desconfianza, de correspon-
dencia o de manipulación, de dependencia o de do-
minio, de sumisión o de rebeldía, serenas o violentas,
de control o de libertad... Las relaciones maduras y
equilibradas requieren personas iguales y confiadas,
capaces de una interdependencia serena y madura.
Pero es que la imagen que tenemos de nosotros
mismos, hija de nuestra historia personal, puede cam-
biar, y seguramente muchas veces debe hacerlo, en la
vida de un cristiano. El nudo de la cuestión es el si-
guiente: ¿en qué atributos personales apoyamos nues-
tra autoestima?; ¿por qué valoramos lo que somos?
Pues la imagen últimamente más válida y segura de
nosotros mismos es la de sabernos hijos de Dios. Es
más importante ser y sabernos personas (con toda la
dignidad de tales) que ser altos o bajos, rubios o mo-
renos, guapos o menos agraciados, listos o menos in-
teligentes, más creativos o menos brillantes, más sim-
páticos o más sosos, más famosos o más desconoci-
dos, mejores deportistas o más patosos... Saberse y
sentirse hijos de Dios y personas humanas en pleni-
tud puede ser cada vez más central en la conciencia
de todo cristiano. Y hay distintas cualidades y valores
asociados a esa condición de hijos, a veces poco apre-
ciados por la cultura que nos rodea, que dan calidad
real a nuestras personas, aunque socialmente no sean

(el «dar contento a la gente», mantener la «buena opinión» so-


bre ella), su «maña para el mal», y otros rasgos, también positi-
vos: Libro de la Vida, 2,2; 2,4; 2,8; 3,4; 6,7; 7 , 1 ; etc.
El libro del discípulo

muy llamativas. Por lo tanto, hasta que esa centrali-


dad de los valores evangélicos vaya haciéndose reali-
dad, la propia imagen y sus derivaciones pueden ser
tema de diálogo bastantes veces en la entrevista de
acompañamiento, pues no es algo que se resuelva con
una sola conversación.
En torno a este «cómo soy» pueden entrar los pro-
pios gustos y disgustos, aficiones y aburrimientos, lo
que nos mueve y nos atrae, lo que nos produce recha-
zo o distancia... Todo ello forma parte del necesario
autoconocimiento y puede orientar mucho a nuestro
acompañante. En este caso, esta exploración incide en
nuestras motivaciones: por qué hacemos las cosas im-
portantes de nuestra vida. La motivación humana sue-
le ser multicausal, por así decirlo, y casi todas las co-
sas las hacemos por distintas motivaciones superpues-
tas, aunque todas ellas reales y efectivas. Por ejemplo,
un estudiante de derecho puede intentar sacar buenas
notas porque es su obligación, porque sus padres se es-
fuerzan para que estudie, porque con buenas notas lo-
gra elevar su autoestima (incluso interesar más a algu-
nas chicas) y porque de ese modo sacará más fácil-
mente unas oposiciones a abogado del Estado, que es
a lo que aspira. Todas las motivaciones son reales, in-
cluso puede haber alguna motivación más, pero no to-
das tienen el mismo valor cristiano; y seguramente,
además, a la hora de analizar esas motivaciones, su
fuerza o su nivel de motivación no sea siempre el mis-
mo. Por lo tanto, estas tendencias naturales, así como
otras motivaciones más espirituales, pueden configurar
bastante la vida de un estudiante durante un tiempo
crucial de su vida, en el que uno debe plantearse no so-
lo por qué estudia y vive, sino, en definitiva, para qué
II. De qué hablar en la entrevista

quiere estudiar y vivir. Y es que la motivación en los


humanos, habitualmente, no es solo racional, y menos
aún solo espiritual; también es visceral y emotiva. Por
lo cual, todo lo que sea explorar nuestras raíces moti-
vacionales, ayudados por el acompañante, nos hará
más limpios en nuestra intención, más auténticos con
nosotros mismos y más veraces con los demás.
Quizá por ello es una verdad bastante consensua-
da por todas las escuelas espirituales que el propio
conocimiento contribuye al encuentro con Dios, por
diversas razones: ayuda a distinguir los planos y, de
ese modo, clarifica el discernimiento; purifica la in-
tención de las acciones; permite centrar el trabajo so-
bre las virtudes reconocidas como tales; y ayuda a fi-
jarse en los defectos más significativos (y no solo en
los más llamativos). No solo el consejo de la sabidu-
9
ría griega , sino también la antigua tradición espiri-
tual desde los padres del desierto, nos invitan a este
propio conocimiento, que es muy difícil de alcanzar
sin ayuda de otros. Este conocimiento es muy nece-
sario, aunque constituye solamente una pieza inicial
de toda la vida espiritual, que tiene otras muchas ta-
10
reas por delante .
No hace falta extenderse aquí sobre cómo influ-
yen nuestra autoimagen y nuestras motivaciones pro-

9. «Conócete a ti mismo» es la inscripción puesta por los siete sa-


bios en el frontispicio del templo de Delfos y constituye el paso
de la superstición a la filosofía, siguiendo las huellas de Sócra-
tes y Platón.
10. Según nos recuerda TERESA DE JESÚS, Libro de la Vida, 1 4 , 1 5 .
Aunque la santa valora el propio conocimiento, entiende tam-
bién que el auténtico encuentro con Dios en la oración propor-
ciona un conocimiento de sí muy elevado: Libro de la Vida,
15,8; 2 2 , 1 1 ; 38,16; etc.
El libro del discípulo

fundas en la relación con Dios o en la respuesta a sus


invitaciones. De forma abierta (como resistencias) o
de forma sutil (como engaños), podemos ignorar o
tergiversar el proyecto de Dios; y si el Señor es más
íntimo a mí mismo que mi propia interioridad, como
nos recuerda san Agustín, entonces esta conexión que
indicamos se da necesariamente.

Trabajos y actividades
Otro ámbito de nuestra vida que ha de ser tema de
conversación espiritual con nuestro acompañante es
el de las actividades hacia fuera de uno mismo, como
es el estudio del estudiante o el trabajo del profesio-
nal. La actividad principal de un joven o una joven
estudiante es el estudio, que constituye su ocupación
durante muchas horas al día y forma parte importan-
te de sus obligaciones: el tiempo dedicado y el modo
de estar en las clases y en la biblioteca, la relación tu-
torial con sus profesores, su tiempo de estudio priva-
do, la elaboración de trabajos en grupo... Un univer-
sitario con beca fuera de su país debe aprender bien
la lengua de dicho país, aprobar sus asignaturas, con-
vivir con los nuevos compañeros y procurar no desa-
provechar demasiado el tiempo y el dinero. Un beca-
rio debe atender, por una parte, a sus estudios y, por
otra, a las tareas que le encomiendan, más o menos
pertinentes. La actividad de una mujer trabajadora es
la correspondiente a su puesto de trabajo, casi siem-
pre incrementada por una proporción muy elevada
del cuidado de su hogar y familia, aunque esté casa-
da con un hombre colaborador. La actividad de mu-
chos trabajadores y trabajadoras puede tener mucho
II. De qué hablar en la entrevista

contacto con materiales inertes, como máquinas, mate-


riales de construcción o decorativos, productos textiles
o alimenticios, papeles y material de oficina; o tal vez
con el mundo de la ganadería, la pesca o la minería.
Pero la mayoría de los trabajos tienen también una sig-
nificativa carga de relaciones humanas con los super-
visores laborales, con los subordinados, con los com-
pañeros de trabajo o con el público al que se atiende,
por ejemplo en el comercio, la sanidad, la educación o
la hostelería. Y ese mundo laboral lleno de cosas y
gentes es un ámbito en el que nuestra persona se pone
en juego de manera continua y donde nuestra fe pro-
funda es continuamente invitada a hacer una lectura
creyente de los hechos y de las relaciones.
El trabajo es también una oportunidad para nues-
tra pequeña incidencia en la transformación del mun-
do que nos rodea, así como un lugar donde podemos
emplear nuestra propia responsabilidad, siendo efica-
ces y autónomos y llevando adelante obras que forman
parte de un proyecto constructivo. Pero es cierto que
también puede ser un lugar donde nos agarrote la res-
ponsabilidad, la presión o la dispersión; donde nos
frustre el resultado o donde el proyecto mismo en que
trabajamos (los objetivos de una empresa, por ejem-
plo) nos parezca poco significativo, poco solidario o
realmente mal encaminado. En cualquier caso, nuestro
trabajo es, sin duda alguna, un campo importante de
nuestra conversación en el acompañamiento espiritual.
En nuestras entrevistas también podríamos ver,
especialmente en los casos en que nuestra vocación y
condición lo pidan, cuál es la proyección pública de
nuestra fe en orden al bien común, la presencia social
de nuestras convicciones, la incidencia que tiene
El libro del discípulo

nuestro ser cristiano a nuestro alrededor. A veces se


puede tratar, por supuesto, de explicitar el propio tes-
timonio creyente en medios que socialmente no son
favorables a tales confesiones. En distintos ámbitos,
según países y tradiciones, no es socialmente correc-
to en modo alguno confesar la fe, como es el caso,
por ejemplo, de muchos ambientes profesionales y
laborales, espacios industriales urbanos o asociacio-
nes sindicales; la opción de mostrarse simplemente
como creyente puede ser, en algunos casos, poco me-
nos que heroico.
Pero hay otros modos de presencia pública de la
fe, como puede ser la organización pública de activi-
dades culturales o sociales, seminarios de estudio, o
bien actividades directamente encaminadas a promo-
ver la concienciación o la reivindicación de los dere-
chos humanos de grupos amenazados, la lucha activa
contra la desigualdad económica o social, la presen-
tación ante los poderes públicos de proyectos o alter-
nativas mejores... y otros compromisos organizados.
El objetivo de esta actividad pública cristiana ha de
ser siempre el bien común; es decir, el respeto a la
persona humana, el bienestar y desarrollo social, o la
11
paz con seguridad . Este modo de presencia pública
de la fe no puede hacerse de modo individual, sino
que generalmente requiere implicarse en cierta medi-
da con un grupo en el que varios creyentes, tal vez
con otras personas de buena voluntad, desarrollan
proyectos visibles en medio de la sociedad acordes
con nuestra fe cristiana.

11. «Es necesario que todos participen, cada uno según el lugar que
ocupa y el papel que desempeña, en promover el bien común.
II. De qué hablar en la entrevista

Familia, grupo cristiano, comunidad


Manifestación de nuestra actividad exterior es tam­
bién cualquiera de las que podríamos considerar
nuestras obligaciones comunitarias, como son las res­
ponsabilidades familiares de esposo o esposa, de hijo
o hija, de padre o madre; o compromisos adquiridos
libremente en grupos y asociaciones; o compromisos
de comunidad cristiana o religiosa.
La familia es una realidad social fundamental que
Dios ha querido y a la que todos pertenecemos. La in­
mensa mayoría de las personas de este mundo de­
sean vivir en una familia que les quiera y a la que
quieran, donde cuidar y ser cuidados; por eso la fa­
milia suele ser una de las instituciones sociales más
valoradas, más incluso que la pareja, en múltiples en­
cuestas. Cuando somos jóvenes, la familia de origen
facilita y condiciona a la vez nuestro desarrollo, pues
en ella crecemos con seguridad o con miedos, practi­
camos las habilidades básicas para convivir y relacio­
narnos con los demás, aprendemos a respetar porque
somos respetados, nos hacemos autónomos o sumi­
sos, tendemos a vivir en armonía o en conflicto con
los otros... La familia original, especialmente la rela­
ción con nuestros padres, quedará para siempre como
matriz primordial de muchas relaciones posteriores,
pero también como lugar donde el amor de Dios se
puede manifestar.
Cumplir positivamente el cuarto mandamiento no
es solo un precepto divino, sino también un requisito

Este deber es inherente a la dignidad de la persona humana»:


Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1 . 9 1 3 ; ver nn. 1 . 9 0 5 - 1 . 9 1 2 ;
y CONCILIO VATICANO I I , Lumen Gentium, n. 3 6 .
El libro del discípulo

natural para la sanación de bastantes conflictos rela-


ciónales que a veces acarreamos. Saber amar a nues-
tros padres (con amor desinteresado) cuando nosotros
crecemos, cuando ya no son referencia privilegiada
para la satisfacción de nuestras necesidades, cuando
nos hacemos económicamente autónomos, cuando
parece que no los necesitamos, cuando se hacen ma-
yores y envejecen...: ese amor no solo les hace bien a
ellos, sino que nos hace a nosotros más humanos y
más cristianos. Amar a nuestros padres hoy puede
conllevar el hablar con ellos de historias pasadas, co-
municando (no reprochando) vivencias nuestras que
ellos suscitaron; por ejemplo, cuando frustraron en
ocasiones nuestros deseos infantiles, cuando no nos
dejaron ganar la justa autonomía en la adolescencia o
no aprobaron algunos proyectos juveniles. El acom-
pañamiento puede ser un lugar muy adecuado para
recordar estas historias y, tras el discernimiento ade-
cuado, ver que conviene dialogar con nuestros padres
de estas cosas, con el fin de hacer más auténtica la re-
lación actual con ellos y quizá sanar de algún modo
la raíz de algunas frustraciones latentes.
El cristiano está llamado a formar comunidad ar-
ticulada de fe, a vivir en la comunidad de la Iglesia, y
por eso su fe se vive mejor en un grupo, asociación o
movimiento que de una manera individual. Cuando
pertenecemos a un grupo cristiano de cualquier tipo,
esa pertenencia es a la vez ayuda y compromiso, lu-
gar donde se alimenta nuestra fe cristiana y destina-
tario de mis esfuerzos en favor de otros. Por eso en el
acompañamiento espiritual podemos hablar con fruto
de nuestra pertenencia y participación, de lo que nos
aporta y aportamos, así como de sus posibles limita-
II. De qué hablaren la entrevista

ciones. El objeto de la conversación espiritual, nor-


malmente, no ha de ser el grupo como tal, su organi-
zación o su funcionamiento, sino nuestra personal
participación en ese grupo, nuestra intervención acti-
va en él, todo lo que nos aporta y también lo que nos
causa desazón. Se puede examinar y revisar absoluta-
mente todo en el acompañamiento espiritual, pero
siempre desde una perspectiva personal: somos cada
uno de nosotros como cristianos quienes somos invi-
tados a comprometernos con algún modo de acción
comunitaria o grupal y quienes debemos discernir
nuestra vinculación, nuestro compromiso, incluso el
abandono de dicho grupo.
Para quienes viven una vida consagrada en comu-
nidad, o para quienes se forman para el sacerdocio en
un seminario, otro tema de conversación habitualmen-
te muy útil es el de la vida en comunidad, con los ma-
tices y características que tenga cada situación. Para la
persona con vocación, la vida en comunidad es mucho
más que un lugar funcional donde encontrar hospeda-
je y apoyo logístico, pues la comunidad, expresión de
la comunión, forma parte de la llamada, la consagra-
ción y la misión de la persona consagrada. En la co-
munidad se procuran vivir los valores que Cristo vivió
con su grupo de discípulos; en ella se testimonia que es
posible establecer una comunión entre personas distin-
tas viviendo en el amor y en la confianza mutua; per-
sonas que se escuchan y se entienden entre sí, que se
perdonan y se apoyan en las necesidades. Por supues-
to, la comunidad también puede ser un lugar de orga-
nización apostólica o pastoral, un lugar donde se des-
cansa después de la tarea, donde se pone en común el
trabajo y sus frutos, el fracaso o la frustración; pues la
[il El libro del discípulo

comunidad, como se ha dicho muy acertadamente, es


tanto hogar como taller. Por eso la inserción comunita-
ria de las personas con vocación no puede dejar de exa-
minarse, discernirse y potenciarse en el acompaña-
miento espiritual, sabiendo siempre que no debemos
tratar de la vida de la comunidad, sino de nuestra vida
en ese grupo humano determinado.

4. Sexualidad y afectividad

12
La afectividad personal es una de las áreas antropo-
lógicas que deben tener indudable presencia en la
conversación de acompañamiento, por muchos moti-
vos. Aunque a veces no resulte del todo cómodo ha-
blar de ella, de hecho forma parte íntima de nuestro
modo de ser y condiciona muchas de nuestras motiva-
ciones profundas. Pero la afectividad, de hecho, se im-
plica ya en cualquier tema de conversación, como su-
cede al rememorar la historia personal, al evocar nues-
tra reacción ante distintas personas, al mencionar éxi-
tos y fracasos, logros y frustraciones... Pues se susci-
tan distintas emociones al evocar situaciones en las
que hemos experimentado afectos intensos; y al na-
rrarlas podemos experimentar de nuevo enfado, ira o
desánimo y podemos ruborizarnos, acalorarnos o agi-
tarnos; o tal vez advertir en nosotros una gran ternura
o incluso deseos de llorar de rabia o de impotencia.

12. Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Len-


gua, la afectividad es el «conjunto de sentimientos, emociones y
pasiones de una persona», y el afecto es «cada una de las pa-
siones del ánimo, como la ira, el amor, el odio, etc., y especial-
mente el amor o el cariño».
II. De qué hablar en la entrevista

Y es que el mundo afectivo es siempre más íntimo


que el nivel de los hechos objetivos o de los pensa-
mientos. Se trata de un territorio que no siempre do-
minamos, pues es más pasivo que el de los pensa-
mientos, más incontrolable que el de los hechos, y por
eso no es fácil de comunicar, aunque deseemos ser cla-
ros con nuestro acompañante. Pero, por otra parte, la
afectividad proporciona el colorido de la vida, llena de
movimiento y calor las formas inertes y frías, humani-
za a las personas y las situaciones. La comunicación de
este mundo afectivo en el acompañamiento nos ayuda
al menos a entender con mayor profundidad hechos y
situaciones, pero también contribuye a integrar progre-
sivamente nuestra riqueza afectiva, que se hace des-
tructiva si queda reprimida o si se dispara sin control.
La afectividad puede ser un motor descontrolado o una
fuerza altamente constructiva.
Cuando, además, la afectividad va unida a la ex-
periencia de la propia sexualidad, como sucede en al-
gunas ocasiones, resulta más difícil de expresar, por-
que toca aspectos más íntimos, donde nos sentimos
aún más vulnerables. Sin embargo, de la sexualidad
personal se puede hablar con sencillez en el acompa-
ñamiento, ya sea que necesitemos un poco de tiempo
o lo hagamos al principio de nuestras entrevistas; ya
sea que tengamos especial problema con ella o no lo
tengamos. En todo caso, antes o después, en un
acompañamiento prolongado que busque cierta pro-
fundidad y que pretenda seguir un proceso personal,
todos estos temas forman parte de la conversación.
De la sexualidad se puede hablar más o menos
sistemáticamente, por ejemplo resumiendo la propia
historia sexual en las distintas etapas: infantil, ado-
El libro del discípulo

lescente, juvenil y adulta. La narración puede incluir


las ideas que en cada momento teníamos sobre ella,
la enseñanza o educación recibida, lo escuchado a
otras personas significativas como nuestros padres,
hermanos, profesores o amistades. También pueden
comentarse las prácticas o experiencias sexuales que
se hayan tenido y su significado en cada momento,
como es el caso de la masturbación adolescente, los
episodios de intimidad física con otras personas, las
posibles relaciones homosexuales o heterosexuales,
la utilización de distintos medios de comunicación
social (revistas, páginas de internet, redes sociales)
para visionados o contactos de contenido sexual.
También en este campo se puede diferenciar en el re-
lato entre las palabras y los hechos, entre hechos y
sentimientos, entre sentimientos y significados. Pare-
cidas historias significan cosas distintas para perso-
nas diferentes.
Para muchas personas, la sexualidad no se pre-
senta como algo especialmente problemático; aunque
en otros casos pueden existir historias realmente dolo-
rosas, como puede ser alguna situación de abuso in-
fantil o adolescente, conflictos con la propia orienta-
ción sexual, sentimientos de culpa, rechazos doloro-
sos, infidelidades y otros. Por otra parte, la vivencia de
la sexualidad es específica en cada persona, aunque es
cierto que habitualmente se experimenta de manera
distinta por varones y por mujeres, de modo que ni las
mismas situaciones tienen el mismo significado para
ellos y ellas, ni las tendencias, sensibilidades y pro-
blemas suelen ser del mismo tipo. El varón, en gene-
ral, es más sensible y más vulnerable en el área sexual
y genital, en el área de los sentidos; mientras que la
II. De qué hablar en la entrevista

mujer suele serlo en el plano de la afectividad y de los


sentimientos. Por eso los problemas más habituales en
las mujeres son los apegos y las relaciones simbióti-
cas, mientras que las cuestiones de identidad sexual o
los problemas de excitación y relaciones físicas son
más frecuentes en los varones.
En el acompañamiento interesa llegar a ver el sig-
nificado que cada situación tuvo en su momento, pe-
ro también (y más importante) el significado que aho-
ra queremos que tenga para nuestra vida cristiana.
Pues, sea lo que sea del pasado, la decisión sobre el
futuro depende en buena medida del momento pre-
sente; y lo que se nos pide a los cristianos es que to-
memos nuestra historia, cualquiera que sea, en nues-
tras manos para hacer con ella un acto de libertad en
la dirección más correcta.
Si la vivencia afectiva y sexual es ciertamente sig-
nificativa para toda persona y, por lo mismo, en todo
proyecto cristiano, la relación y la vida de pareja
también lo ha de ser para todo cristiano/a que tiene
novia o novio, esposa o marido. La situación es dis-
tinta para quienes son todavía solteros y para los que
ya se han casado; pero en todos los casos la relación
afectiva con otra persona con la que se quiere com-
partir la vida entera incide de modo muy determinan-
te en la vida y en la praxis cristiana de cualquiera. En
el caso de las personas solteras, es normal que la pre-
paración a una vida en común implique un fuerte dis-
cernimiento, por cuanto hay experiencia, conoci-
miento mutuo, valoración de las características y cua-
lidades de la otra persona, así como opción incipien-
te, confirmación y compromiso progresivo. La rela-
ción se construye poco a poco, a través de un en-
El libro del discípulo

cuentro humano de dos personas que, sin embargo,


también quieren hacer presente a Dios en su relación.
En el caso del acompañamiento de quien ya está
casado, ordinariamente el camino de enamoramiento,
discernimiento y elección ya ha sido recorrido; pero
la vida en común, incluida la intimidad conyugal, in-
troduce elementos que cualifican esa relación y cum-
plen la función de realizar el proyecto de pareja cris-
tiana que se habían propuesto al casarse, aunque ese
hermoso recorrido en común no esté exento de difi-
cultades, algunas de las cuales tienen que ver con la
misma relación interpersonal.

5. Conflictos de todo tipo

En un acompañamiento prolongado podemos hablar


también de los conflictos de cualquier tipo que pa-
dezcamos. Las crisis a lo largo de la vida pueden su-
ceder en cualquier momento y fuera de toda progra-
mación cronológica, sociológica o espiritual. Un con-
flicto muy notable que se le presenta a una persona
embarcada en un cierto camino cristiano de segui-
miento del Señor es una crisis de infidelidad en sus
opciones básicas. Aunque todos los creyentes sabe-
13
mos que somos radicalmente pecadores , sin embar-
go, también es cierto que una infidelidad grave a
compromisos fundamentales de nuestra opción de vi-
da (por ejemplo, al matrimonio, a la condición de vi-
da consagrada, a un camino de formación en el semi-

13. Pues «pecador me concibió mi madre»: Salmo 51,7.


II. De qué hablar en la entrevista

nado mayor o al estado de sacerdocio) remueve pro-


fundamente nuestra identidad, nos duele y nos defrau-
da, como debilidad que nos humilla en el presente y
que suscita una profunda inseguridad ante el futuro.
Dicha infidelidad puede referirse a cualquier tipo de
pecado, puesto que Dios nos invita a seguir libremen-
te un camino de filiación, y la traición a dicho proyec-
to debilita al pecador más de lo que ofende a Dios.
Este tipo de infidelidad se puede confesar en el
sacramento de la reconciliación; pero recibir el per-
dón de Dios en la Iglesia no suple la necesidad de
«procesar» lo sucedido, comprender el origen de di-
cho comportamiento y afrontarlo adecuadamente de
nuevo. Un camino casi siempre necesario consiste en
elaborar adecuadamente la culpa ante las propias fal-
tas, lo cual puede agobiar a los buenos cristianos y es
un sentimiento que suele pasar por distintas fases,
hasta llegar a experimentar el dolor y confusión de la
14
verdadera culpa religiosa . Por eso en el acompaña-
miento espiritual, independientemente del sacramen-
to, se pueden afrontar con fruto estas cuestiones para
integrarlas mejor en nuestro camino de crecimiento
continuo, aunque con altibajos, hacia el Dios que nos
sigue llamando antes y después de nuestro pecado.
Las crisis existenciales suelen ser más o menos
habituales en distintas personas, porque hay situacio-
nes y etapas del desarrollo que suponen profundos

1 4 . «En el año del noviciado pasé grandes desasosiegos con cosas


que en sí tenían poco tomo; mas culpábame sin tener culpa har-
tas veces»: TERESA DE JESÚS, Libro de la Vida, 5 , 1 ; ver 6 , 4 . Tam-
bién Ignacio de Loyola experimentó distintos modos de culpa
psicológica y escrúpulos muy notables hasta sentir en paz la gra-
cia de la reconciliación.
El libro del discípulo

cambios biológicos y sociales y que no siempre son


fáciles de vivir adecuadamente. La psicología de los
ciclos vitales (por ejemplo, en la perspectiva de Erik
Erikson) ha caracterizado alguna de estas etapas y ha
visto que es inevitable y conveniente pasar por ellas,
de modo que no constituyen solamente crisis, sino
también ocasiones de crecimiento. Considerando no
solo los ciclos vitales, sino también otros momentos
existencialmente significativos, cualquier persona
puede experimentar algún mayor conflicto, al menos
en su vivencia interior, por ejemplo durante la puber-
tad, la adolescencia, el inicio o el final de una carrera,
en torno al noviazgo y al compromiso matrimonial,
con motivo de una elección vocacional o profesional,
con ocasión de un ascenso con mayor responsabilidad
laboral o por el despido de su trabajo, por un cambio
de domicilio, ciudad o país, por crisis económicas o
matrimoniales, por la jubilación o la enfermedad, por
la muerte de seres queridos o por cambios repentinos
en las condiciones del entorno afectivo.
En el diálogo de acompañamiento, muchas de es-
tas cuestiones no pueden ser modificadas, por su-
puesto, pero sí formularse y asumirse. Por ejemplo,
cualquier acompañante espiritual sabe que la adoles-
cencia es una época más o menos turbulenta, en la
que el joven y la joven necesitan un poco de com-
prensión y apoyo, y no solo consejo y orientación.
Ante una elección profesional, cuando alguien tiene
la suerte de poder elegir entre distintas opciones, el
acompañamiento puede ayudarle menos a la valora-
ción racional de las circunstancias, como son, por
ejemplo, las condiciones laborales, los horarios, el lu-
gar de trabajo, las retribuciones, la proyección futura,
II. De qué hablar en la entrevista

etc.; pero puede ayudarle mucho a discernir sobre lo


que quiere en la vida, el papel (importante o solo co-
yuntural) que este trabajo puede tener para él o el lu-
gar que puede ocupar en su proyecto cristiano ya asu-
mido. Y un trabajo elegido en este marco se asume y
entiende mejor que otro elegido únicamente sobre la
base de una racionalidad natural. Hablar de una si-
tuación de paro laboral (y los consiguientes senti-
mientos de inadecuación, fracaso, injusticia o des-
concierto) ayudará a leer dicha situación en clave
cristiana y a afrontar de otro modo no solo la situa-
ción misma, sino nuestra propia condición personal
afectada por ella. De este modo, el acompañamiento
puede ser lugar y ocasión de nuestro discernimiento
y acierto en lo concreto de la vida.
En ocasiones, puede sobrevenir una crisis eclesial
precisamente en el núcleo de nuestras vinculaciones
y compromisos con la Iglesia, ya sea como laicos o
como consagrados. Podría desencadenarse en torno a
la misión eclesial que tenemos encomendada, o bien
por alguna tarea que desempeñamos en su seno, o por
cualesquiera personas. Ya no se trata de comentar en
el acompañamiento si hacemos nuestro trabajo mejor
o peor, o si lo hacemos con más o menos sentido; a
veces la cuestión es el sentido mismo de esa misión o
la autenticidad de esa porción de la Iglesia con la que
estamos en contacto. Por lo tanto, en el diálogo espi-
ritual a veces se trata de afrontar el fondo de la cues-
tión: la misión que desempeñamos con recta inten-
ción es la misma misión de Cristo; y la misión de
Cristo pasa siempre por el misterio de la cruz, por
medio de la cual El salva al mundo. Por lo tanto, pa-
rece que nuestra misión, antes o después, habrá de
El libro del discípulo

pasar, sea en el modo que sea, por esa experiencia de


anonadamiento. Será por el cansancio en el puesto,
por la displicencia de los superiores, por el descuido
de los compañeros, tal vez por la irrelevancia social...;
pero antes o después podemos encontrarnos con esa
cruz que debemos adorar de lejos, acercarnos a ella
con respeto, abrazarla con amor y dejar que el Señor
haga su obra redentora a través de ella. En este cami-
no, sin duda, un buen acompañamiento espiritual pue-
de guiarnos en el camino, confirmar nuestras disposi-
ciones, contrastar las rebeldías y apoyar en la crisis.
A veces es la institución eclesial la que está detrás
de una crisis en torno a nuestra misión, o puede per-
cibirse como causa principal de la misma crisis. Po-
15
dría ocurrir que las mismas mediaciones eclesiales
nos dificultaran la pacífica relación con la Iglesia-
misterio y con el mismo Señor de esa Iglesia. Es una
dificultad que algunas personas de largo recorrido
cristiano pueden experimentar, y en la cual no siem-
pre basta mirar con fe sencilla la situación para supe-
rar la dificultad sentida, pues pueden ser experiencias
16
existenciales que remueven todo por dentro . El
acompañamiento espiritual puede ser el espacio ade-
cuado para exponer estas dificultades, propias de un
creyente adulto y comprometido, y elaborarlas lo me-
jor posible.

15. La Iglesia es santa, pero sus miembros no han alcanzado la san-


tidad perfecta; la Iglesia misma abraza en su seno a pecadores,
por lo que está necesitada de purificación: CONCILIO VATICANO
II, Lumen Gentium, n. 8. Ver 1 Juan 1,8-10.
16. «Díjome [san Pedro de Alcántara] que uno de los mayores tra-
bajos en la tierra era el que [Teresa misma] había padecido, que
es contradicción de buenos»: TERESA DE JESÚS, Libro de la Vida,
30,6; ver 28,18.
II. De qué hablar en la entrevista

Finalmente, otro tema siempre difícil que pode-


mos experimentar es la crisis de fe, que pone en cues-
tión incluso la raíz de nuestra fe histórica y que afec-
ta profundamente a nuestra relación con Dios. Nues-
tra fe, en efecto, puede ser cuestionada por nuestra in-
fidelidad, por nuestra ligereza intelectual, por nuestra
autosuficiencia o por algún tipo de prueba espiri-
17
tual . Dios, en todo caso, quiere que lo amemos pu-
ramente, y a veces nuestra fe tiene demasiadas adhe-
rencias innecesarias que la hacen menos auténtica.
Sea por la razón que sea, si nuestra fe se enfría, se os-
curece, se pone en duda o se nos hace imposible, el
acompañamiento espiritual es un lugar adecuado pa-
ra exponer la situación, explorar sus circunstancias,
sentir sus efectos y, seguramente, encontrar alguna
pista para un camino renovado en esa fe, vivida de un
modo más humilde o con apoyaturas distintas. El iti-
nerario no será corto ni fácil, pero Dios nos acompa-
ña siempre y nos espera al final de los muchos veri-
cuetos de la vida.
Como decimos, en cualquiera de estas ocasiones,
y en otras muchas que podemos imaginar, podemos
experimentar turbulencias significativas que merecen
ser tratadas en el acompañamiento espiritual. Las cri-
sis no son solo amenazas a nuestra estabilidad, sino
también ocasiones en las que Dios quiere comunicar
18
alguna gracia a quienes aguardan despiertos .

17. La Escritura habla de las pruebas de Dios, y la tradición recoge


la experiencia de hombres y mujeres de santidad reconocida que
se sintieron probados por Dios, como Teresa de Jesús (Libro de
la Vida, 11,11) o Ignacio de Loyola {Ejercicios Espirituales, n.
322).
18. Como las muchachas prudentes de Mateo 25,10.
El libro del discípulo

Terminamos nuestra presentación de los temas


habituales y extraordinarios del diálogo espiritual. En
la preparación de la entrevista y a lo largo del en-
cuentro mismo se irá viendo cuáles conviene abordar
alguna vez, cuáles se deben repetir cada cierto tiem-
po y cuáles no parecen tan relevantes. Cada persona
es única, y cada acompañamiento tiene su propio pro-
ceso. En síntesis, se puede decir que en el acompaña-
19
miento espiritual conviene hablar de todo , aunque
los temas citados pueden servir de guía; en el próxi-
mo capítulo nos detendremos más despacio en el di-
fícil tema del discernimiento vocacional, y más ade-
lante {Capítulo IV) veremos cómo tratar de todos
esos temas y articularlos para una buena entrevista.

19. «Esto he tenido siempre: tratar con toda claridad y verdad con
los que comunico mi alma (hasta los primeros movimientos que-
rría yo les fuesen públicos), y las cosas más dudosas y de sos-
pecha yo les argüía con razones contra mí; así que sin doblez y
encubierta traté mi alma»: TERESA DE JESÚS, Libro de la Vida,
30,4.
Referencia de obras citadas

Referencia de las obras citadas

Biblia del Peregrino, Traducción de Luis Alonso Schókel,


Ega-Mensajero, Bilbao 1993.
Catecismo de la Iglesia Católica, Asociación de Editores
a
del Catecismo, Madrid 1997, 5 edición.
Concilio Vaticano II. Constituciones. Decretos.
Declaraciones, Biblioteca de Autores Cristianos,
Madrid 1993.
IGNACIO DE LOYOLA (SAN), Ejercicios Espirituales
(edición de Cándido de Dalmases),
a
Sal Terrae, Santander 2004,4 edición.
TERESA DE JESÚS (SANTA), Libro de la Vida, en Obras
completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid 2000,
a
5 edición, páginas 1-302.
Una forma práctica y existencial de explicar en qué consiste el
acompañamiento espiritual. Para ello el autor se sitúa en el pun-
to de vista de la persona acompañada (el discípulo o la discípula)
que desea seguir su propio camino espiritual con la ayuda de
otra persona. Desde esta perspectiva responde a las preguntas
principales que se plantea quien empieza un acompañamiento
espiritual, como, por ejemplo, de qué temas conviene tratar,
cómo hablar en la entrevista y qué hacer para llevar a la vida lo
que se ha hablado.

La persona acompañada es la principal responsable de su propio


proceso, tanto para iniciar ese camino espiritual como para re-
lacionarse con Dios y comprometerse con los demás; lo cual in-
cluye discernir y decidir cada día sobre muchas opciones vitales,
grandes y pequeñas, incluida su vocación cristiana particular.

L U I O ivi O H n b i H I_IUIVIII\JL3UC:¿. l u v t e u u , I 3 J U J e s jtit>uibci y u e n i p


formación en Filosofía y Letras, Teología y Psicología (Universidad
Gregoriana, Roma). Ha trabajado como pastoralista juvenil, for-
mador de jesuítas y profesor de teología espiritual. Actualmente
colabora en el Centro de Espiritualidad "San Ignacio" de Sala-
manca, especialmente en la dirección espiritual, la formación
de formadores, la espiritualidad ignaciana y la práctica de los
Ejercicios Espirituales. También ofrece ocasionalmente conferen-
cias y cursillos de formación sobre estos temas, de los que ha
publicado algunos libros y artículos.

M principio
fundamento I

w w w . . c o m w w w . . e s

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