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05 El Problema de La Propiedad y La Tenencia de La Tierras

Este documento trata sobre la historia de la propiedad y tenencia de tierras en Bolivia. Explica que originalmente existía un sistema de propiedad comunal en comunidades indígenas, pero que con la llegada de los españoles se introdujo el sistema de hacienda. Más tarde, durante el siglo XIX, el gobierno boliviano promulgó leyes para expropiar las tierras comunales y venderlas, con el objetivo de favorecer a los terratenientes y empresarios. Este proceso de exvinculación legal consolidó el dominio de las
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05 El Problema de La Propiedad y La Tenencia de La Tierras

Este documento trata sobre la historia de la propiedad y tenencia de tierras en Bolivia. Explica que originalmente existía un sistema de propiedad comunal en comunidades indígenas, pero que con la llegada de los españoles se introdujo el sistema de hacienda. Más tarde, durante el siglo XIX, el gobierno boliviano promulgó leyes para expropiar las tierras comunales y venderlas, con el objetivo de favorecer a los terratenientes y empresarios. Este proceso de exvinculación legal consolidó el dominio de las
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Derecho Agrario y su Procedimiento Dr.

Freddy Cano

UNIDAD Nº 5
EL PROBLEMA DE LA PROPIEDAD Y LA
TENENCIA DE TIERRAS

El problema de la propiedad y la tenencia de tierras ha sido una constante en la historia de


Bolivia, tanto así, que la compleja estructura social boliviana y la del propio poder político y
económico en el país dependen en gran medida del tratamiento que se le otorgue. A
continuación, veremos qué es lo que se dispuso al respecto en algunos de los momentos más
sensibles de esa historia.

5.1.- LA PROPIEDAD COMUNAL

En 1825, al nacimiento de la República, la estructura de propiedad agraria era casi la misma que
las comunidades indígenas precolombinas observaron desde tiempos inmemoriales.
Anualmente se entregaban lotes de tierra a las familias de la comunidad para que éstas las
trabajen y se beneficien con sus frutos.

Si la mano de obra de la familia no alcanzaba para cubrir las necesidades de trabajo de la tierra,
ésta se conseguía mediante algunos sistemas productivos de carácter comunitario tales como el
ayni, la minka, el motirö…que sobreviven hasta hoy.

Este sistema de organización agraria presentaba tres rasgos esenciales en su conformación:


• Reconocía el origen de la comunidad indígena, enraizado en el más remoto pasado
prehispánico o colonial.
• Reconocía la propiedad colectiva e inalienable de la tierra, aún así ésta se encontrara
parcelada, pues se entendía que en última instancia la propiedad corresponde a la comunidad.
• Reconocía su sistema organizativo y político porque reunía, tanto la tradición prehispánica
como colonial.

Considerados estos criterios, las grandes extensiones de tierra y territorio en las que habitaban
las comunidades indígenas, fueron reconocidas y respetadas tal cual, antes y durante la Colonia
Española.

Para que ello suceda, ayllus y colectivos semejantes en otras regiones tuvieron que hacer varios
trámites y pasar por varias titulaciones, desde las realizadas por el Virrey Toledo hasta las
Revisitas del siglo XIX.

5.2.- RÉGIMEN LEGAL DE LA PROPIEDAD COMUNAL

El régimen legal de la propiedad comunal fue establecido el siglo XVI quedando en ese marco
hasta principios del siglo XIX. Por Cédulas Reales del 1 de Noviembre de 1591, el monarca
español, Felipe II, reconoció el derecho de las comunidades indígenas a disfrutar de sus tierras,
concesión que se acompañaba de relaciones importantes, tales como:
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• el derecho eminente de la Corona sobre las tierras colectivas, siendo los pueblos indígenas
simples usufructuarios de bienes cuya propiedad quedaba en manos del Estado.
• la preeminencia de los pueblos españoles cuyas necesidades tenían que ser satisfechas con
prioridad a las de las comunidades indígenas. (Demelas: 1999).

Esta suerte de coexistencia entre comunidades indígenas originarias y haciendas, sería


cuestionada años más tarde por la Constitución de la República de Bolivia, por cuanto, a
principios de la independencia, estaban bien establecidos tanto el principio de la propiedad
eminente del Estado sobre las tierras colectivas así como el uso inmemorial de los miembros de
Comunidades, y eso a cambio no solamente del tributo sino también de servicios adicionales al
Estado.

En Bolivia, la supervivencia de las comunidades indígenas entra en cuestión en el momento en


que los nuevos gobernantes instrumentan políticas para facilitar la expansión de la hacienda y,
aún así, sólo parcialmente, desde la segunda mitad del siglo XIX. (Langer y Jackson: 1990).
En este marco se inscribe una abierta contradicción entre los postulados liberales y las
necesidades económicas del Estado boliviano, por cuanto la Corona había vinculado
estrechamente tributo y comunidad (Sánchez A.: 1978).
Uno de los esfuerzos iniciales del naciente Estado boliviano estuvo orientado a quebrar los
obstáculos institucionales que impedían la libre circulación de hombres y bienes, por cuanto la
responsabilidad ante el fisco recaía en la comunidad, aunque el monto de la tasa era personal.
Por lo mismo, el mantenimiento de formas corporativas de propiedad de la tierra era una
situación que debía ser cancelada.

5.3.- EL SISTEMA DE HACIENDA

El sistema de hacienda fue introducido por los españoles mediante extensiones de tierra que la
Corona Española concedía a los conquistadores, población incluida, en las regiones de
Cochabamba, Tarija, Chuquisaca y otras, constituyendo así un régimen de apropiación personal
que empezó a coexistir con el otro de la propiedad comunal.

A los indios de hacienda se los llamaba colonos y cada colono trabajaba gratuitamente 4 días a
la semana para los propietarios a cambio de una parcela de 200 metros cuadrados para
provecho propio.

A contraprestación de los frutos que esa parcela le proporciona al colono, éste y quienes
componían su familia, debían cumplir además con un considerable número de obligaciones en
provecho exclusivo del patrón o de las autoridades militares, civiles y de la iglesia, labores por
las que no recibían pago alguno.

Como si ello fuera poco, el sistema establecía una contribución indígena que a manera de
impuesto, una vez aplicada, permitió en gran medida la supervivencia del Estado y de los
gobiernos de turno.
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5.4.- EXVINCULACIÓN Y DESPOJO LEGAL DE LAS TIERRAS COMUNITARIAS

Por lo visto, en los primeros años de la República, desde 1825, aún coexistían las comunidades
indígenas y las haciendas. Y lo que en el fondo se disputaba era la permanencia de las
comunidades o su absorción por parte de las haciendas.

En este contexto, el primer presidente de la nueva república, el venezolano Simón Bolívar, no


sólo había definido su posición sino que desde un principio pudo encaminarla. “Los proyectos
bolivarianos estuvieron dirigidos a la anulación de un pacto de más de tres siglos con las
comunidades indígenas y a la destrucción de las estructuras colectivas, con el ánimo de
constituir una sociedad señorial comparable a ciertas sociedades de Europa central,
considerándose a los indígenas como a una población marginada que se debía integrar en la
nación dándoles parcelas individuales” (Demelas: 1999).

La propiedad de la tierra, el acaparamiento y la mercantilización de la misma, constituían, tal


como sucedía en otros países, principales intereses de la oligarquía liberal gobernante y de
quienes la apuntalaban.

Uno de los potenciales beneficiarios de la venta de tierras comunales, don Juan Vicente Dorado
argumentaba así, en 1864, las ventajas de la exvinculación (Rodríguez: 1978): “Arrancar estos
terrenos de mano del indígena ignorante o atrasado, sin medios, capacidad o voluntad para
cultivarlos y pasarlos a la emprendedora, activa e inteligente raza blanca, ávida de propiedades,
es efectivamente la conversión más saludable en el orden social y económico de Bolivia…

Hemos considerado que conservar al indígena de una manera inalterable en la posesión de los
terrenos, es perpetuarlo en la eterna ignorancia y atraso en que quiere mantenerse, prefiriendo
el aislamiento en que vive, a tomar parte en nuestras agitaciones políticas…La libertad concedida
a éste de vender sus terrenos es una medida altamente económica…”.

Exvincular la tierra de las manos muertas del indígena, es volverla a su condición útil,
productora y benéfica para la humanidad entera; arrancarla del poder del indígena es convertir a
éste de propietario pobre y miserable en colono rico y acomodado, porque continuando
apegado a la tierra que enajenó como propietario la cultivará como arrendero del nuevo dueño,
que siempre necesitará de él…” (CENSED: 1985).

5.5.- EL PROCESO DE EXVINCULACIÓN

La exvinculación empezó a partir de una Resolución del 29 de Agosto de 1825, a través de la


cual, Simón Bolívar determinaba “la repartición de las tierras de comunidad entre todos los
indígenas”, quienes quedarían como dueños de ellas, “asignándose más tierra al casado que al
que no lo sea…” y puedan, cuando así lo dispongan, “vender o enajenarlas”. (Decretos de
Bolívar, abril,1826).

El proceso de exvinculación se intensifica en 1866, cuando el presidente Mariano Melgarejo


declara “propietarios con dominio pleno” a los indígenas que poseían terrenos. Para ello tenían
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que “obtener del gobierno el título de su propiedad, previo pago de un monto no menor de los
20 pesos ni mayor de los 100 según la extensión y calidad del terreno que poseían”.

El indígena que dentro del término de 60 días, después de notificado, no obtenía el título
respectivo, era “privado del beneficio” y el terreno se enajenaba “en subasta pública previa
tasación” (Decreto Supremo, marzo de 1866).

Asesino colosal y reaccionario, Melgarejo, “obra sucia y fantasmal y titánica de las fuerzas de la
noche, el que, fandangos macabros y fusilamientos, hizo la más brutal de las brutales dictaduras
del continente y, despojando a tiros las tierras de las comunidades indígenas, sentó las bases del
moderno latifundismo boliviano repartiéndolas entre sus áulicos, pendolistas, juglares y
bufones”, deplora el escritor boliviano René Zavaleta Mercado (1990:37) Pocos años después,
el 5 de octubre de 1874, el gobierno de Tomás Frías promulga la Ley de la Exvinculación de
Tierras de Comunidad, que consolida el espíritu de las anteriores desconociendo de manera
explícita la existencia jurídica de las comunidades indígenas, ayllus y semejantes, prohibiendo,
además, la parcelación individualizada de las tierras comunales:

• Ninguna persona o reunión de individuos podía “tomar el nombre de comunidad o ayllu, ni


apersonarse en representación de éstas ante ninguna autoridad”;
• Los títulos de propiedad expedidos a favor de los indígenas originarios se declararon
perfectos y conferían el “pleno dominio cuando hubiese transcurrido el término de 100 días
desde la publicación de esta ley”;
• Las tierras que no se hallaban poseídas por los indígenas se declaran sobrantes y
pertenecientes al Estado; y,
• Ningún funcionario público podía comprar terrenos de origen ni recibirlos en usufructo o
conducción en el distrito donde ejercían sus funciones, bajo pena de prevaricato (Ley de la
Exvinculación, 1874).

Además, la norma establecía la reforma al sistema tributario vigente hasta entonces, con el
objeto de “aplicar un impuesto universal a la propiedad en sustitución de la contribución o
tributo indígena” que, tal como lo habíamos mencionado, sustentaba un porcentaje considerable
(casi el 38%), del frágil presupuesto del gobierno central.

5.6.- LA FORMACIÓN DEL LATIFUNDIO

La aplicación de esa legislación liberal permitió un acelerado y prolongado proceso de


expansión latifundista, que se desarrolló desde entonces con diversos grados de intensidad a lo
largo y ancho del país.

En el período transcurrido entre 1866 y 1869, se subastaron 216 comunidades en el


departamento de Mejillones (provincias Omasuyos, Pacajes e Ingavi, Sica Sica y Muñecas); 109
en La Paz (Yungas, La Unión, Larecaja, Caupolicán y Cercado); 15 en Tapacarí (Cochabamba);
12 en Yamparaez (Chuquisaca); 3 en Oruro y 1 en Potosí. (Sánchez Albornoz: 1978). En el
departamento de Chuquisaca se habían reconocido ventas de 82 tierras sobrantes entre 1866 y
1870, la mayor parte, concentradas en la provincia Yamparáez. (Demelas: 1999).
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Años más tarde, la Ley del 1 de octubre de 1880, establece que “los indígenas que poseen tierra
sean originarios, forasteros agregados o con cualquier otra denominación, tendrán el derecho de
propiedad absoluta en sus respectivas posesiones, bajo los linderos y mojones conocidos
actualmente con lo cual se abre y facilita el camino para la consolidación del latifundio, sobre
todo en la región oriental del país, sin que ello implicara la cancelación definitiva de la
comunidad campesina como institución social y cultural” (Bonilla: 1978).

A medida que esa Ley era implantada, se consolidaba la abolición legal de las comunidades y la
paulatina incorporación de las tierras indígenas al mercado libre de tierras.
En el fondo, serios “antagonismos de clase se expresan en la doble naturaleza de las relaciones
de dominación que pesaban sobre la gran masa de trabajadores rurales: explotados como
productores pero al mismo tiempo oprimidos colonialmente como sociedad y como cultura”
(Rivera: 1984).

5.7.- LAS REVISITAS

Para aplicar la Ley allí donde existían tierras de origen, se efectuaron las llamadas “Revisitas”,
por medio de Comisiones, Mesas o Juntas Revisitadoras, conformadas por un Revisitador, el
Sub Prefecto, un Secretario, un Perito Agrimensor y el Párroco (aunque éste y el sub Prefecto
fueron, cinco años después, retirados de las mismas).

Concluida la Revisita en cada provincia, ésta se elevaba a conocimiento del gobierno para su
aprobación. Los reclamos podían interponerse en el plazo de 60 días y eran resueltos por el
gobierno (Ley, octubre 1874), intervención que luego, por Ley de 1890 ya no se consideró
como requisito indispensable.

Los títulos eran expedidos a medida que se anotaban en la matrícula, en tanto que los
documentos originales se protocolizaban y, concluida la Revisita, se archivaban en la Notaría de
Hacienda (ahora Notaría de Gobierno). Los títulos de propiedad contenían el nombre y
apellido del propietario, la designación de los terrenos, sus linderos, valor calculado y la cuota
del impuesto. También se hacía mención de los pastizales, abrevaderos y bosques, cuyo uso
común hubiera sido declarado (Decreto Diciembre 1874, cit. por Hernáiz y Pacheco, 2000).
Según Ramiro Barrenechea (2000), “las revisitas acabaron por modificar drásticamente la
tenencia de la tierra. Si en el siglo XIX, todavía la comunidad era la principal forma de
propiedad agraria, durante la primera mitad del siglo XX ésta se reduce hasta una tercera parte
de lo que al fundarse la República significaba… En efecto, cuando Bolivia se constituía en 1825,
se encontraban registradas 11.000 comunidades; en 1953, cuando se produce la Reforma
Agraria sólo quedaban 3.783”. “Al no haberse desarrollado un aparato productivo industrial, no
pudo aplicarse, tampoco, la sustitución de importaciones y el país quedó inerme a merced de
las potencias que determinaban el precio del estaño, al no poseer Bolivia ni siquiera fundiciones
que permitieran incorporar algún valor agregado y negociar más fluidamente con estaño
metálico.
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Los hacendados buscaron que la crisis se descargara en las espaldas de los “indígenas”
comunarios, colonos o piqueros. Aumentaron las gabelas y exigencias contra éstos y se hizo más
patente el despojo de tierras por una parte y la abolición legal de las comunidades, por otra,
representa Barrenechea.
En muchos casos los fraudes y violencias se realizaban en complicidad con las Mesas
Revisitadoras que, como acabamos de ver, estaban facultadas por ley para disponer la venta de
una comunidad. “El título de Revisitador se convirtió en símbolo de usurpación. No se trataba
de una usurpación descarada y violenta como en la tenebrosa época de Melgarejo. Esta era una
usurpación protegida por leyes, decretos, resoluciones que se fueron dictando durante quince
años. Ese fue el tiempo que duró la refeudalización del país. Así se originaron extensos
latifundios, en los que el indio fue reducido a servidumbre sin perder la esperanza de
reivindicar lo que considera hasta ahora como herencia de sus antepasados”.

5.8.- LA RESISTENCIA INDÍGENA

Varios autores coinciden en que, por lo general, las comunidades eran consideradas como un
obstáculo al liberalismo, al progreso, al desarrollo del mercado de la tierra y de la mano de
obra, aunque no dejaban de ocupar la atención de la sociedad criolla.
La mayoría de los que intentaron hacerlas desaparecer se enfrentaron a un proceso de
resistencia que a medida que avanzaba, adquiría mayor consistencia y se valía de todos los
recursos posibles, desde peticiones, protestas, huelgas y procesos judiciales, hasta revueltas,
sublevaciones y participación en guerras civiles.
Es el caso del cacique aymara Pablo Zárate Willca, cuyo aporte al proceso de resistencia es
interpretado por J. Fernández, autor del sitio Willca.net, de la siguiente manera: Para la
denominada guerra federal, en 1898, José Manuel Pando hizo esta promesa formal: “... Willka -
le dijo- te doy el grado de Coronel; levanta al indio; destruye al blanco del Sud, (al blanco
alonsista, por el entonces presidente conservador Severo Fernández Alonso). Cuando
derrotemos al Ejército Constitucional (leal a Fernández Alonso y acantonado en Sucre), yo seré
Presidente y tú serás el Segundo Presidente de Bolivia. Y devolveremos la tierra al indio; la
tierra que le ha arrebatado el Gral. Melgarejo”.

Las tres condiciones planteadas por Willca para entrar en la contienda fueron la liberación de
los colonos, la participación de los quechuas y de los aymaras en el gobierno y la devolución de
las tierras comunales.

En esa época, donde la soldadesca realizaba constantes matanzas y los criollos, junto a
inmigrantes etnicidas, usurpan y saquean las tierras comunitarias Aymaras, Quechuas y
Guaranis, el ex-centro realista y racista de Chuquisaca demanda el control de las riquezas
mineras, basada en su “aristocracia” genética (conservadores). Frente a ellos se pone la Bolivia
“exportadora” que propone el pretexto federal autonomista de los barones del estaño en La Paz
y Oruro (liberales).

Pablo Zárate recibe la propuesta de José Manuel Pando mediante la esposa de éste, Carmen
Guarachi, oriunda de Sica Sica y enlace de los liberales con el poderoso y creciente movimiento
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comunero aymara. Esta intermediaria hace la ofrenda de coca a la Pachamama y convence a


Omasuyos, Pacajes, Sica Sica e Iquisivi para iniciar el hostigamiento a los q‟aras aloncistas.

El temible Willka, como lo bautiza el historiador Ramiro Condarco, organiza y dirige, entonces,
al Ejército Aymara, que fue un conjunto de pequeñas unidades con poderosas masas humanas
que plantearon el autogobierno Quechua Aymara con amautas guerreros como Juan Lero,
Feliciano Mamani, Asencio Fuentes y Manuel Flores que, manteniéndose consecuentes al
planteamiento originario de Tupac Katari (primer originario que se alzó contra Madrid y
planteó un cerco a La Paz en 1781) organizan el gobierno indio en medio de las marchas y el
acoso al ejército regular, mediante una incesante lucha de guerra de guerrillas dirigida por
mallkus que ganaron mucha experiencia en el enfrentamiento contra las tropas conservadoras.
Entre otros figuran Alonso Luciano Willka, Cruz Mamani (llamado 2do. Willka) y Lorenzo
Ramírez.

Las fuerzas originarias, armadas con palos, q‟urawas y piedras, marchan detrás de la wiph‟ala,
avanzan sin apoyo de los federalistas de La Paz, enfrentando a los bien armados opresores que
pusieron nombre al río Chunchullmayo (río de tripas), de Huayllas, por los restos de los
descuartizados combatientes.

Ahí llega El Willka, a la cabeza de 2.000 kataris y se enfrenta en Vila Vila a los cañones tutelares
de la nata sucrense, con la táctica de no huir, sino de correr hacia el enemigo dejando atrás las
explosiones, logrando de esta forma una brillante avance militar.

El manifiesto de Zárate Willka, conocido como “La proclama de Caracollo” que es un ideario
autóctono, plantea: • “... deseamos hallar la regeneración de ...Bolivia.”

• “los indígenas, los blancos, nos levantaremos a defender nuestra República de Bolivia que
quieren apoderarse ... vendiéndonos a los chilenos”
• “...deben respetar los blancos o vecinos a los indígenas, porque somos de una misma sangre e
hijos de Bolivia, deben quererse como hermanos con los indianos... hago prevención a los
blancos... para que guarden el respeto con los indígenas...”

Esta propuesta aymara, fruto de un profundo y genuino nacionalismo que buscaba una patria
basada en la tolerancia y la equidad, no se detuvo sino hasta lograr la victoria final en Paria, el 10
de abril de 1899.
Willka que es fuerza, esplendor, energía solar y humana, impulsa la fundación en Peñas del
Gobierno Comunal (federado) que nombra al Jatun Runa, Juan Lero, como presidente. El
levantamiento aymara tenía por objetivo, por lo menos así se conoce en el “primer gobierno
indígena de Peñas”, lo siguiente:
• Constitución de un gobierno indígena
• Restitución de tierras a sus dueños originarios
• Guerra contra las corruptas minorías dominantes

Posteriormente, Willca entra a Oruro con 50.000 Quechuaymaras a los que encabeza
demandando la devolución de tierras. Allí, es homenajeado, protegido y custodiado por el
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ejército federal que le corta toda forma de comunicación con las provincias. Luego él junto a 90
líderes comunales, son apresados, interrogados y torturados por sus “amigos”.

El peligro que representó su presencia, quedó ahogado en la prisión bajo cargos de sedición de
los que al final fue absuelto. Permaneció cuatro años en la cárcel de Oruro de donde salió por
el amotinamiento del 10 de mayo de 1903, estando en la clandestinidad hasta el día en que fue
ejecutado en la hondonada de Chu‟llunk‟iri, en 1905.

Con su asesinato queda marcada otra etapa en el aniquilamiento indígena, por brindar ayuda a
la hegemonía blanca criolla “progresista” de entonces, inaugurando e instituyendo el régimen
liberal que duró cuatro lustros. Todos los liberales asaltaron las “comunidades indígenas” que
convirtieron en “sus” latifundios. No hubo diputado, subprefecto o corregidor liberal que no se
haya adueñado de tierras “comunitarias” y de indios comunitarios. Terratenientes liberales y
siervos indios aparecieron, como hongos después de la lluvia, con estos resultados: matanza de
indios en La Paz, cesión de Antofagasta a Chile, regalo del Acre a Brasil, fraude electoral y
caciquismo.

Las primeras sublevaciones en Colquencha, Tiwanacu y Huayco (1895) no estaban articuladas


política ni militarmente, fueron más que nada levantamientos y sublevaciones espontáneas, pero
marcaron el inicio de la convulsionada década de los „90 que epilogaría con la formidable
sublevación de Zárate Willca, durante la Revolución Federal entre 1888 y 1899.

Cabe hacer notar, sin embargo, que el 28 de Enero de 1881, la masacre en la localidad de
Kuruyuki (Cuevo) de cientos de guaraníes que defendían sus tierras del asedio de terratenientes
y ganaderos, tarea encargada por éstos al siempre listo ejército republicano, marca un hito
fundamental en lo que hace a las sublevaciones indígenas en Bolivia puesto que evidencia el
hecho de que la resistencia indígena al despojo de sus tierras no estuvo circunscrita al sector
occidental del país.
Por su parte, el régimen de hacienda no demostraba que era una forma de propiedad que hacía
posible un “modelo alternativo de producción”; tampoco daba muestras de que cumplía la
función social-económica esperada; al contrario, se había constituido en un escenario más de la
reproducción del poder regional y político.

A finales del siglo XIX, la información existente y confrontada por varios autores coincide en
que “la superficie territorial de las haciendas se había duplicado, constituyendo la mitad de las
tierras disponibles, mientras que, en el caso de las comunidades indígenas, se registra una
disminución de la superficie territorial poseída en la misma proporción (25%), así como se
consolidan como tierras de comunidad aquellas que fueron declaradas como propiedad del
Estado (Hernáiz-Pacheco: 2000).

5.9.- POLÍTICA LIBERAL DE COLONIZACIÓN

este mismo titular, Ramiro Barrenechea destaca que la “frontera agraria institucional” fue
ampliada hacia las tierras del oriente y del norte del país, a través del Decreto Supremo
promulgado el 8 de marzo de 1900, que establece un “Territorio Nacional de Colonias” con
una extensión de 309.227 kilómetros cuadrados, en el norte amazónico del país.
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“Por este medio se intentó planes para desarrollar la producción en esas tierras, otorgándolas a
las empresas que explotaban goma y otros productos, con atribuciones para nombrar
autoridades como Corregidores, Jefes de Tribu, Alcaldes de Campo, etc.”. Además de
concesiones a empresarios bolivianos, fueron hechas también otras a empresas extranjeras “que
pudieran realizar inversiones de capital fresco, en el marco de la libre concurrencia”.

Algunas de las principales concesiones que el autor mencionado identifica, fueron las siguientes:
• Bolivian Sindicate, empresa estadounidense, que recibió, por treinta años la concesión de
200.000 kilómetros cuadrados en los territorios del Acre mediante contrato suscrito el 11 de
julio de 1901. Todo este territorio fue perdido por Bolivia y luego anexado al Brasil.

• L‟Africaine, empresa belga que recibió la concesión de “4 lotes de tierras fiscales de cien
leguas cuadradas cada uno (…) teniendo además la compañía el derecho a obtener 16 lotes más,
de igual medida, a título de compraventa y a razón de cinco centavos la hectárea”. Hay que
considerar que cada bloque de 4 lotes equivalía a un millón de hectáreas. El contrato fue
aprobado por Ley del 13 de Diciembre de 1901.

• Bolivian Company en Caupolícán y Larecaja. En diciembre de 1901 se aprobó la Ley que


homologaba el contrato con esta empresa que recibía en calidad de “derecho exclusivo de
propiedad” la extensión de quince mil millas cuadradas (3.885.000 Has.), en las provincias
Caupolícán y Larecaja de La Paz.
• Compañía Exploradora de Bolivia en el Chapare. En 1903, se le otorgó a esta compañía 100
leguas cuadradas (250.000 Has.) en el Chapare, Cochabamba.

• Sindicato de Fomento del Oriente Boliviano. Por leyes de 1905 y 1908, obtuvo el derecho de
adquirir 12,5 millones de hectáreas, a 10 centavos la hectárea.
• Nacional City Bank y Séller Company of New York. Por Ley del 27 de noviembre de 1906,
podía “adquirir hasta mil leguas cuadradas de tierras de propiedad fiscal, en cualquier lugar de
la República, al precio de diez centavos por hectárea”.
• Saudt y Cia., de Berlín. Por Resolución Suprema se le adjudica “cuatrocientas leguas de
terrenos apropiados a la agricultura y crianza de ganado en el Gran Chaco”.
• Eastern Bolivia Railway Company. Por Ley del 23 de septiembre de 1910 se le transfiere dos
mil leguas cuadradas, por el “precio de diez centavos la hectárea de terrenos apropiados para la
agricultura y la ganadería” en el Gran Chaco.
• Patiño Mines & Enterprices. En noviembre de 1911 se le adjudican doscientas leguas
cuadradas (500.000) hectáreas) en la región de la influencia de los ríos Chapare, Mamoré e
Isidoro “al precio de diez centavos por hectárea”.
• Horacio Ferrecio. El 30 de noviembre de 1911, mediante Ley de la República se adjudica a
este empresario “hasta cuatrocientas leguas de terrenos fiscales, junta o parcelas, en cualquier
parte del territorio de la República donde se encuentren disponibles”.
• The Madeira Mamore Railway. Mediante Ley del 4 de diciembre de 1911 “el Estado se
obliga a vender a este empresa la extensión de mil quinientas leguas cuadradas, cuya ubicación
se fijará de acuerdo con la empresa”.
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• Bolivia Development and Colonizacion Company. Por Ley del 30 de noviembre de 1911, se
le concede el derecho de “adquirir mil leguas cuadradas de cinco kilómetros por legua de tierras
baldías”.

Así, la estrategia liberal para ocupar tierras vacantes de los Territorios de las Colonias incorpora,
según Barrenechea, “un nuevo tipo de propiedad agraria: la hacienda capitalista transnacional”.

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