EL NUEVO IMAGINARIO ANTICAPITALISTA1
Aníbal Quijano Obregón
Entre mediados de los 70s y fines de los 80s del siglo XX, la pugna por la
hegemonía mundial culminó con la total derrota de los rivales del imperia-
lismo euroyanqui. Esa derrota arrastró también a los antagonistas radicales
del actual patrón de poder mundial. Un nuevo período histórico se inició de
ese modo: por primera vez en su historia, la especie humana en su totali-
dad apareció, en primer término, encuadrada dentro de un mismo y único
patrón de poder. En segundo término, la legitimidad de este poder parecía
virtualmente plena, ya que no sólo habían sido derrotados los proyectos
alternativos, sino, sobre todo, también la crítica y sus fundamentos fueron
empujados fuera del debate público En consecuencia, por un no tan corto
tiempo, el poder dejó de ser una cuestión de indagación y de debate, salvo
de modo tecnocrático como un dato irreductible de la existencia social hu-
mana. Los dominantes y beneficiarios de este nuevo avatar de la especie lo
bautizaron, apropiadamente, como «globalización», pues el «globo» entero
era, por fin, su exclusivo dominio. Y su victoria parecía tan completa y de-
finitiva que no tuvieron reparos en promulgar el «fin de la historia».2
El patrón de poder así «globalizado» es el resultado de un largo pro-
ceso. Se constituyó con América desde el final del siglo XV, amalgaman-
do en la colonialidad del poder, un nuevo sistema básico de dominación
mundial fundado en la idea de raza y un nuevo sistema de explotación
mundial, el capitalismo. Se fue configurando en todo lo fundamental has-
ta fines del siglo XVIII, culminando con su eurocentramiento.3 Sus cambios
1 Publicado originalmente en América Latina en Movimiento, N.º 351, 9 de abril, 2002, pp. 14-21,
edición especial por el 25º Aniversario de ALAI. Quito, Ecuador.
2 Cf. mi debate sobre el «fin de la historia» en «¿El Fin de cuál Historia?», Análisis Político,
Revista del Instituto de Estudios Internacionales, Universidad Nacional de Colombia, N.º 32,
pp. 27-34, septiembre-diciembre de 1997. Bogotá, Colombia.
3 He propuesto esta perspectiva teórica, principalmente, en «Colonialidad del Poder, Eurocen-
trismo y América Latina», en Edgardo LANDER, comp. Colonialidad del saber, eurocentrismo
y ciencias sociales, Buenos Aires: UNESCO-CLACSO, 2000. Versión al inglés en NEPANTLA, Views
from the South, NC: Duke University, 2000, vol. 1, 3, pp. 533-581.
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y movimientos posteriores han consistido, ante todo, en el desarrollo de
las tendencias estructurales ya entonces definidas. Pero de modo cada vez
más heterogéneo y discontinuo entre los ámbitos centrales de la existen-
cia social que articula. Así, mientras que en el control de las relaciones
intersexuales y de las intersubjetivas, la crisis no ha hecho sino intensifi-
carse desde fines del siglo XIX, en el control del trabajo y de la autoridad
pública las crisis pudieron ser resueltas contra viento y marea a favor de
los dominantes, hasta, precisamente, el período de su final «globaliza-
ción». En adelante, la historia puede ser diferente.4
A los vencedores, la «globalización» de su patrón de poder les ha
permitido, primero, intensificar su dominación reconcentrando su control
mundial de la autoridad política, y bloqueando, incluso revirtiendo donde
fuera posible, la desconcentración o nacionalización de la dominación.
Se ha formado por eso un Bloque Imperial Global bajo la hegemonía de
Estados Unidos. Esta hegemonía ha sido bruscamente acentuada después
del 11 de septiembre de 2002.5 En otros términos, el imperialismo ha sido
reconfigurado e intensificado. Segundo, acelerar y profundizar, y por un
momento casi sin resistencia, la reconcentración del control mundial del
trabajo, de sus recursos y de sus productos. Eso es, se ha intensificado la
explotación de los trabajadores y la polarización social de la población
mundial.
En ambas dimensiones de la «globalización» del actual patrón de po-
der, los resultados son catastróficos para la vasta mayoría de la especie.
Así, en un lado aumenta el número de países donde el Estado va siendo
separado de todo control real de la mayoría de la población y llevado a
operar casi exclusivamente como administrador y guardián de los intere-
ses de los capitalistas «globales». Se trata de un proceso de desnacionali-
zación del Estado y de desdemocratización de las relaciones políticas en
4 Las respectivas propuestas de debate en El Trabajo en el Umbral del Siglo XXI, Conferencia en
el Primer Centenario de la Confederación General de Trabajadores de Puerto Rico, San Juan,
1998. Publicado en Pensée Sociale Critique Pour le XXI Siécle. Critical Social Thought For The
XXI Century. Melanges en l’Honneur de Samir Amin. Bernard Founou-Tchigoua, Sams Dine and
Amady A.Dieng, eds. Forum du Tiers Monde, L’Harmattan, 2003, pp. 131-149
5 En torno de esas cuestiones, remito a mi estudio Colonialidad del Poder, Globalización y De-
mocracia. Su versión original, en Tendencias básicas de nuestra época: Globalización y demo-
cracia, Caracas: Instituto de Altos Estudios Diplomáticos Pedro Gual, 2001, pp. 25-61. Repro-
ducido en Trayectorias, Revista de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Nuevo
León, año 4, N.os 7-8, septiembre 2001, Monterrey, pp. 58-91. En Portugués, en Novos Rumos,
año 17, N.º 37, 2002, pp. 04-29. São Paulo. Una versión levemente revisada fue publicada en
San Marcos, N.º 25, julio 2006, pp. 51-104, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima.
Michael HARDT y Tony NEGRI, Empire (Harvard University Press, 2000) sostienen que estamos
ya dentro de un Imperio análogo al romano.
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la sociedad. Ese proceso afecta, principalmente, a todos aquellos países
donde la democratización y la nacionalización de la sociedad y de sus
relaciones en el Estado no habían culminado o sus conquistas eran aún
muy precarias.
En el otro plano, la reconcentración del control del trabajo y de sus
recursos y productos y la polarización social de la población mundial
llegan ya al extremo de que sólo el 20% de la población mundial controla
el 80% del producto mundial y, viceversa, el 80% de esa población no
tiene acceso sino al 20% de tal producto. La distancia entre ricos y pobres
del planeta no sólo es la mayor de la historia, sino que crece diariamente
entre países, entre empresas y países, y por cierto entre habitantes de cada
país. Así, entre los países ricos y pobres la distancia ahora es de 60 a 1
cuando hace menos de dos siglos era apenas de 9 a 1. La General Motors
ganó 168 mil millones de dólares en 1996 mientras que Bolivia, Costa
Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá,
Paraguay, Perú, Uruguay, juntos no llegaron sino a un PIB combinado de
159 mil millones de dólares. En América Latina, el ingreso del 20% más
rico es 16 veces mayor que el del 80% restante. O en EE. UU., la población
pobre saltó de casi 25 millones a más de 35 millones en los últimos 20
años. Actualmente, tres de las personas más ricas del mundo tienen una
fortuna mayor al PIB de 48 de los países pobres.6
Se puede observar sin dificultad que la creciente reconcentración del
control mundial de la autoridad política, con todas sus implicaciones so-
bre la desnacionalización y la desdemocratización de Estados y de socie-
dades, es el fundamento y el modo de imponer la aceleración y la pro-
fundización de la explotación del trabajo y del control de sus recursos y
de sus productos. El resultado es la polarización de la población mundial
entre un puñado de capitalistas, sean individuos o empresas, ricos, arma-
dos hasta los dientes, y una abrumadora mayoría despojada de libertades
democráticas y de recursos de sobrevivencia.
La «globalización» del actual patrón de poder tiene, ante todo, ese re-
sultado. Es verdad, por supuesto, que la «globalización» implica también
la intercomunicación instantánea, la simultaneidad de la información, la
mayor visibilidad de la diversidad de las experiencias de la especie, en
fin, el profundo cambio en nuestras relaciones sociales y con el espacio y
el tiempo. Ergo, profundas modificaciones de las relaciones intersubjeti-
vas dentro de la población mundial y que preludian, quizá, bajo condicio-
6 Ver del autor Colonialidad del Poder, Globalización y Democracia, op. cit.
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ANÍBAL QUIJANO OBREGÓN
nes históricas distintas, la integración mundial de la humanidad con toda
la riqueza de su diversidad y de su heterogeneidad de experiencias y de
conquistas históricas.
Nadie negaría que estas conquistas de la innovación científico-tecno-
lógica sean obviamente reales, importantes, decisivas, para la creciente
integración comunicacional y cultural de la humanidad. Pero presumible-
mente tampoco nadie disputaría, honradamente al menos, la pertinencia
de preguntarse si estas mutaciones en la vida humana han probado ser,
en la «globalización» del actual patrón de poder, incompatibles con la
feroz tenaza que tritura a la mayoría de la especie entre, de un lado, una
estructura mundial de explotación y de distribución que amplía sin cesar
la extrema concentración del control de la producción mundial, la pérdida
de empleo y de ingresos de los trabajadores y de las capas medias, la po-
breza absoluta de la mayoría, la muerte diaria de cientos de miles de gen-
tes por esta específica causa. Y del otro lado, un orden político mundial
que globaliza el imperialismo, que erosiona la autonomía, la identidad y
la democracia de la mayoría de los países del «globo», que tiene por eso
inherente una extrema conflictividad que se expresa en la creciente mare-
jada de guerras y de intercambios entre terrorismo de Estado y terrorismo
privado.
La obvia respuesta a esa pregunta es que no. Todo lo contrario. Eso
significa entonces que esas conquistas tecnológicas de la civilización ac-
tual no sólo no ocurren en un vacío histórico, sino dentro de un patrón
de poder. Y que no hay duda alguna que dentro de este patrón de poder,
sirven no sólo para la mayor integración cultural de la especie, sino tam-
bién como soporte, como instrumentos y como vehículos para el desarro-
llo de la dominación y de la explotación de la mayoría de la población
mundial.
Las condiciones de la resistencia
Durante dos décadas, aproximadamente, esta «globalización» imperial
del actual patrón de poder ha podido ser impuesta contra poca y en algu-
nas zonas casi ninguna resistencia. Pero ya desde comienzos de la década
final del siglo XX, los trabajadores volvieron a la lucha abierta. Primero
en aquellos países llamados «tigres asiáticos», como en Corea del Sur
o Indonesia. Seguidamente, en algunos países del «centro», en Estados
Unidos, en Francia, en Alemania, en Italia, en particular en el período de
reactivación económica que entre 1994 y el año 2001 siguió a un momen-
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EL NUEVO IMAGINARIO ANTICAPITALISTA
to de recesión mundial. Actualmente, la resistencia se extiende a la vir-
tual totalidad del «globo» y en especial entre las juventudes de los países
centrales. En el caso de América Latina, ningún país está exceptuado de
crisis políticas y económicas empujadas, en buena medida, por las masi-
vas luchas de resistencia de los explotados, dominados y discriminados.
Sin la masificación y «globalización» de la resistencia contra el imperia-
lismo globalizado, los dos Foros Sociales Mundiales en Porto Alegre, los
años 2001 y 2002, habrían sido imposibles o de magnitudes y resonancias
insignificantes.
Dos cuestiones requieren ser abiertas sobre las condiciones y las ca-
racterísticas de la resistencia contra la «globalización» imperialista, por-
que implican otras sobre las condiciones y las potencialidades del nuevo
período del conflicto social.
En primer término, debe ser observado el hecho de que no fue corto
el tiempo —casi treinta años— en que la «globalización» imperialista
pudo imponerse con poca o ninguna resistencia en todo el mundo y,
para comenzar, en su forma de brusca reconfiguración de la estructura
de acumulación y de las relaciones capital-trabajo en los países «cen-
trales», más pronunciadamente en Inglaterra primero bajo Thatcher y
luego en EE. UU. bajo Reagan, durante la década de los 80s del siglo XX.
La explicación tiene que ser buscada en la convergencia, no sólo la si-
multaneidad, entre dos procesos. En un lado, la erosión y la desintegra-
ción final del llamado «campo socialista». En el otro, la decisión de las
burguesías «centrales», sobre todo de la centenaria asociación imperial
britano-americana, de aprovechar el debilitamiento de sus rivales para
pasar a una ofensiva mundial contra el trabajo y contra las burguesías
dependientes como camino de reconfiguración de la estructura de poder
político mundial con la hegemonía explícita de dicha asociación, y, al
mismo tiempo, de la estructura de acumulación mundial bajo la hegemo-
nía de su capital financiero.
El debilitamiento del «campo socialista» hasta la implosión final de
la URSS, dejó sin apoyo, en unos casos, y sin referente, en todos, a regí-
menes que hasta entonces resistían e incluso desafiaban las presiones
imperialistas, así como a las organizaciones y movimientos políticos
participantes en ese período y en ese lado del conflicto, en todo el mun-
do. Eso permitió la entronización o imposición simple de regímenes
favorables a los intereses imperialistas en la mayoría de países. Los re-
clamos de un «Nuevo Orden Económico Mundial» de fines de los 60s y
comienzos los 70s del siglo XX, provenientes de regímenes «nacionalis-
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tas», «desarrollistas» y «reformistas»,7 varios vinculados de diferentes
modos y medidas al «campo socialista», fueron rápidamente cortados y
durante los 80s el mundo se encaminó a lo que el primer Bush, después
de la Guerra del Golfo, pudo llamar, sin embarazo, el Nuevo Orden
Mundial.
Paralela y convergentemente, la crisis capitalista comenzada a media-
dos de los 70s, con su recesión, inflación, desocupación, castigando a los
trabajadores de todo el mundo, concurría al debilitamiento y aun a la des-
integración de las organizaciones sindicales en los países «centrales», im-
pidiéndoles resistir y defender sus previas conquistas, que no eran pocas,
y en la «periferia» a la desintegración de los agrupamientos e identidades
sociales, a la erosión indetenible de las organizaciones sociales de los
trabajadores. El «ajuste estructural» fue el resultado de esa convergencia
entre, de una parte, la derrota política del «campo socialista», de los «na-
cionalistas» y de los antagonistas del patrón mismo de poder, y de la otra,
la crisis del capitalismo. Así quedó bloqueado en la «periferia» el desa-
rrollo de las previas tendencias de des-concentración o de re-distribución
del poder y facilitó la imposición de la reconcentración mundial del poder
político imperialista, al mismo tiempo que la reconcentración mundial del
control capitalista del trabajo y del producto mundial.
La pregunta pertinente es, en consecuencia, qué explica el reingreso
de los trabajadores y en general de los pueblos del mundo, sin «campo
socialista», sin numerosos regímenes «nacionalistas» y «reformistas», sin
proyectos, ni discursos, ni movimientos y organizaciones políticas co-
7 En el caso de América Latina, baste recordar que al final de los años 60-comienzos de los 70 del
siglo XX, en Chile estaba la Democracia Cristiana, con Frei a la cabeza, y le sucedió la Unidad
Popular con Allende, los militarismos «nacionalistas» en Perú, Bolivia, los demonacionalistas
como la Acción Democrática de esos años en Venezuela, liberales desarrollistas en Colombia,
en Argentina, Uruguay y aún en Brasil la dictadura militar practicaba una política desarrollista e
industrialista. En México estaba aún muy firme el control del Estado por el PRI. Esos regímenes
actuaron en ese tiempo más o menos en convergencia con el Nasserismo y el Baathismo del
Medio Oriente, con ciertos regímenes poscoloniales de África que se reclamaban de «socialis-
mo africano», así como con los del Sudeste asiático que tenían entonces análoga orientación
y en conjunto procuraban tener peso propio en el tablero político y económico mundial, y se
apoyaban en el «campo socialista», que se veía aún muy fuerte a pesar de la disputa sino-rusa o
podían usarlo como referencia en el forcejeo con el imperialismo euro-yanqui. El Movimiento
de los No-Alineados, el Grupo de los 77, el Pacto Andino como defensa del mercado regional,
fueron todos resultados de ese movimiento mundial de lucha por la desconcentración de la au-
toridad política mundial y por alguna redistribución real del control del trabajo y de sus produc-
tos. Todos ellos fueron derrotados con la crisis mundial del capitalismo y el advenimiento del
Tatcherismo-Reaganismo como estado mayor de la coalición imperialista britano-americana,
que se origina hacia el final del siglo XIX y se afianza hasta hoy como la coalición hegemónica
del Bloque Imperial Global.
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EL NUEVO IMAGINARIO ANTICAPITALISTA
rrespondientes. Propongo buscar las respuestas en dos de las situaciones
mencionadas, para zonas y poblaciones diferenciadas según ellas.
En el «centro», el primer impulso ha sido probablemente la reac-
tivación económica desde fines de los 80 y a lo largo de los 90, en
particular en la segunda mitad de los 90s, porque ha permitido a im-
portantes sectores de trabajadores mayor seguridad para reivindicar de
nuevo mejores salarios y condiciones de trabajo, así como a importantes
segmentos de la juventud, el excedente de conciencia y de tiempo que
son indispensables para cuestionar, criticar, organizarse, movilizarse.
Pero desde Seattle en adelante, lo que moviliza a esos sectores en toda
Europa y en Estados Unidos8 es la nueva conciencia adquirida respec-
to de los estragos presentes y del funesto futuro de la «globalización»
imperialista, y de que sólo enfrentándola como tal, globalmente pues,
será posible avanzar. En la «periferia», los primeros en movilizarse para
resistir fueron los trabajadores de los países llamados «tigres asiáticos»,
en el momento de la brusca caída desde una larga situación de estabili-
dad social al desempleo y a la pobreza, como en Corea del Sur, o como
en Indonesia frente a una brusca crisis económica asociada a la crisis
política de la más sangrienta y corrupta, pero también más prolongada
y estable de las satrapías impuestas por el imperialismo. En América
Latina, las movilizaciones de resistencia no tienen impulsos básicamen-
te diferentes. Si se tiene en cuenta en especial las revueltas brasileña,
argentina, la peruana del fin del fujimorismo, la revuelta mexicana de
Chiapas en adelante, o lo que ocurre en Venezuela desde el «caracazo»,
inclusive las luchas en Bolivia y en Ecuador, todas ellas, en diferentes
maneras según las particularidades locales, suceden a períodos de esta-
bilidad económica, inclusive con momentos de relativa prosperidad, y
de estabilidad política.
De todos modos, la experiencia de las dos reuniones del Foro Social
Mundial, en Porto Alegre, permite también señalar que una vez que la
resistencia se masifica y se globaliza, una nueva conciencia es rápida-
mente formada entre los trabajadores y en los jóvenes de las capas medias
en curso de inestabilización y de desintegración. Esa nueva conciencia
es actualmente el nuevo y más importante elemento de motivación y de
impulso a la movilización y a la organización de la resistencia contra la
«globalización» imperialista.
8 Véase sobre ese debate, por ejemplo Jay MANSOUR: «The Labor’s New Internationalism», en
Foreign Affairs, enero-febrero 2000.
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ANÍBAL QUIJANO OBREGÓN
Cuando el primer Foro Social Mundial fue convocado en Porto Ale-
gre en 2001, el movimiento de resistencia contra la «globalización» im-
perialista estaba en pleno curso de globalización. Con todo, la asistencia
de cerca de 20 mil personas, jóvenes en su amplia mayoría, rebasó ob-
viamente las previas expectativas. Pero la asistencia de más de 50 mil
personas, provenientes de 150 países de todo el mundo, en el FSM de 2002,
pudo mostrar a los ojos de todos que la lucha contra la «globalización»
del actual patrón de poder se había realmente globalizado. Nada indica
mejor el reconocimiento de ese hecho como el Foro Económico Mundial
de Nueva York, el cual si bien rehusó la confrontación con el FSM de Porto
Alegre, como sí pudo ocurrir con Davos, dedicó gran parte de sus debates
formales a los problemas de la pobreza y del desempleo.
¿Qué explica esta rápida globalización de las movilizaciones contra
la «globalización» imperialista? Sugiero que es el «efecto de demostra-
ción» de las propias movilizaciones previas lo que hace insoportables
los efectos de la «globalización» imperialista y en ese sentido el primer
FSM de Porto Alegre cumple sin duda un papel decisivo. En otros térmi-
nos, la nueva conciencia adquirida, la visibilización de que la resistencia
mundial existe, que somos una población creciente que se moviliza, que
esa movilización no solamente es posible, sino que produce un nuevo
«sujeto histórico» (para usar la vieja jerga) cuya existencia fuerza a los
dominadores a reconocer que hay un problema real para la reproducción
de la «globalización» de su poder, como lo confirman los debates del FEM
de Nueva York. Es verdad que la situación de la creciente mayoría de
los pueblos del mundo se deteriora cada día y se hace insostenible. Pero,
como siempre ocurre, la pobreza y la degradación de las condiciones ma-
teriales de vida de los pueblos no se convierten en un problema político,
en un problema de la sociedad, sino cuando las víctimas se organizan y
se movilizan.
¿De la resistencia a la alternativa?: la experiencia del Foro Social
Mundial de Porto Alegre
Si se atiende a los discursos formales que ocuparon los espacios centra-
les del FSM, en el 2001 y en el 2002, la lucha contra la «globalización»
parece otorgar primacía a ciertas áreas de problemas: 1) la defensa de
la autonomía de los estados y del control nacional de recursos naturales
y de capital, financiero en particular; 2) la demanda de restauración del
empleo, de salarios, de servicios públicos básicos en cada país; 3) el re-
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EL NUEVO IMAGINARIO ANTICAPITALISTA
clamo de una lucha global contra la extensión y la profundización de la
pobreza, usando los propios recursos del capital financiero (ATTAC). 4) la
resistencia a la creciente degradación de la «naturaleza» y del ambiente
ecológico de la sociedad actual; 5) la lucha contra la discriminación de
«género» y de «raza».
Las propuestas específicas de esos discursos, en especial durante el
segundo FSM en el 2002, son notablemente heterogéneas. Para no abundar
demasiado, se puede consignar que van desde «humanizar» y «democra-
tizar» la «globalización» y las instituciones básicas del orden mundial
actual, el FMI, el Banco Mundial, la ONU, como la manera de enfrentar la
pobreza y el desempleo, hasta la reconquista de la autonomía política de
los países, la re-estatización de los recursos de producción, de los servi-
cios públicos y el fin del neoliberalismo, a fin de que pueda restaurarse la
provisión de empleo, salarios y servicios públicos.
En breve, se trataría principalmente, sea de una resistencia anti-impe-
rialista, «antiglobalización» en ese sentido específico, y contra el «neo-
liberalismo» como patrón universal de política económica, de rechazo al
carácter predatorio del actual capital financiero, de rechazo a las formas
de discriminación y a la destrucción del entorno ecológico. En este dis-
curso están lo/as «anti-imperialistas» y «nacionalistas», muchos de la/os
«feministas» y de lo/as «ecologistas», y muchos de quienes se identifi-
can como «socialistas», cuyo lugar allí corresponde a la conocida alianza
entre anti-imperialismo, nacionalismo y socialismo, en torno de un eje
básico: el control del Estado, cada quien para sus propios fines. O de una
tácita admisión de que las actuales tendencias del poder son irreversi-
bles y que lo que tiene sentido y se puede lograr es su «humanización»
y su «democratización». Allí se encuentran, principalmente, los social-
liberales y los socialdemócratas que no se alinean en la «tercera vía» de
Blair-Schroeder.
Como se puede inferir, en los discursos formales predominantes en el
Foro pugnan, en unos, la memoria de las conquistas ganadas o que pare-
cían próximas y que la «globalización» imperialista y el neoliberalismo
destruyen: autonomía, nacionalización y democratización de los Estados
y de las sociedades, servicios públicos, empleo, ingresos, en el caso de
los trabajadores. Esto es, la memoria de lo conquistado en términos de la
desconcentración y de la redistribución de este mismo patrón de poder,
junto con la esperanza de su reconquista. En otros, la crítica a los aspectos
indeseables del actual patrón de poder, como la pobreza, la violencia, la
discriminación, la degradación ecológica, pero dentro de una tácita admi-
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ANÍBAL QUIJANO OBREGÓN
sión de que la «globalización» de este poder es irreversible, por lo cual la
crítica viene bañada en una caritativa esperanza de su «humanización» y
«democratización». No hay modo de establecer, con algún rigor, la ubi-
cación de la mayoría de participantes en el FSM respecto de esos discursos
y propuestas. Se puede, a lo sumo, conjeturar que había más gente con
los primeros que con los segundos. Pero también que una proporción no
desdeñable de aquélla, transita siempre entre ambas vertientes.
Paralelamente, sin embargo, en ambas reuniones del Foro, pero sobre
todo en la más reciente del 2002, actuaba una masa imponente de jóve-
nes, sobre todo, que agitaba consignas también muy heterogéneas, pero
de lejos más radicales, en reuniones de seminario, en talleres, en mesas
redondas, en reuniones informales, en los campamentos, en las calles y
en los pasillos de los predios de la Universidad Católica de Porto Alegre
donde se realizaron las dos reuniones del FSM. El discurso de esa juventud
llegada desde todos los rincones del planeta era dirigido contra el carácter
capitalista, no sólo imperialista y «neoliberal» de la «globalización» y se
orientaba a una lucha contra el patrón mismo de poder, en cada una de las
áreas básicas de existencia social, trabajo, sexo, subjetividad, autoridad
pública.
La atmósfera mental de esa juventud impregnó la de todo el Foro y
fue, sin duda, lo que otorgó a esas reuniones, no obstante el ambiguo es-
píritu de muchas de las centenas de ONG allí presentes, su poderosa y vital
capacidad de irradiación, su sentido utópico, su contagiosa esperanza en
que realmente «otro mundo es posible».
¿Cuál «otro mundo es posible»?
La profunda y prolongada derrota de todos los rivales del imperialismo
euroyanqui y de los antagonistas del capitalismo, tiene todo el sentido
histórico de una contrarrevolución. La «globalización» imperialista tiene
ese carácter. Por eso es irreversible en un sentido preciso: la existencia
social previa no puede ser restaurada.
En consecuencia, todo posible cambio que en adelante pueda ser con-
quistado por las víctimas actuales de esta «globalización» imperial, no
puede ser pensado, ni por lo tanto proyectado, como una reversión de las
actuales tendencias del capitalismo, mucho menos de sus efectos e impli-
caciones en nuestra historia, en nuestra existencia social actual.
Es cierto, desde luego, que las luchas de los dominados/explotados
durante 500 años y en particular en los últimos 200, hasta la «globali-
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EL NUEVO IMAGINARIO ANTICAPITALISTA
zación», permitieron, aunque no siempre, ni en todas partes, moderar,
enlentecer, negociar, los límites, las condiciones, las modalidades de la
dominación/explotación. Por lo tanto, no sólo es necesario y urgente tra-
tar de lograr imponer de nuevo esas condiciones, de mejorar la situación y
las perspectivas de los trabajadores dentro del actual patrón de poder, sino
que, en principio, parece posible lograr esos cambios sin, necesariamente,
la destrucción de ese patrón de poder como tal.
La cuestión, no obstante, que tiene que ser indagada y decidida es si
tales cambios son, realmente, viables dados el nivel y la escala alcanza-
dos ya por las tendencias del capitalismo y del entero patrón de poder del
que se sirve. El capitalismo competitivo permitía, incluso requería, en un
sentido, su específica democracia, aunque su ejercicio fue conquistado o
admitido sobre todo en el «centro». El capitalismo monopolista produjo
ya tendencias hacia la reducción de ese horizonte, pero la extensión uni-
versal de una estructura productiva asociada a la relación capital-salario,
permitió que las luchas por la democracia específica de este poder fue-
ran también viables en la «periferia» y la sobreexplotación del trabajo en
ésta permitió a la burguesía del «centro» recursos para ceder el «welfare
state» a las luchas de sus trabajadores locales. Pero el capitalismo impe-
rialista «globalizado» desenvuelve tendencias que bloquean y pervierten,
cada vez más, ese horizonte. La tecnocratización e instrumentalización de
su racionalidad, la condición predatoria de la acumulación especulativa,
la pérdida de capacidad y de interés en la mercantización de la fuerza de
trabajo viva e individual, que lleva a la reducción del empleo asalariado
estable, todas esas tendencias están estructuralmente asociadas a la con-
centración de riqueza, de ingresos, a la correlativa polarización interesta-
tal y social, y de ese modo a la necesidad de una creciente concentración
del control de la autoridad pública.
En tales condiciones ¿cuán amplio y profundo es o puede ser el mar-
gen para la des-concentración estable y para una relativamente importante
redistribución del poder que toda democracia, necesariamente, implica?
El mundo que domina «globalmente» este patrón de poder es, por cierto,
heterogéneo, estructural e históricamente, por lo cual el patrón de poder
mismo es heterogéneo y discontinuo. Siempre es posible, pues, que en
alguno o algunos de sus espacios, este poder sea forzado a admitir algo
de su específica democracia. Lo que, sin embargo, es improbable, es que
el patrón de poder mismo, como tal, sea cambiado de modo generalizado
o universal, que sea convertido en un poder democrático, aunque fuera
dentro de los límites específicos de su específica democracia, que sea
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ANÍBAL QUIJANO OBREGÓN
«democratizado» y «humanizado» sin perder su propio carácter, esto es,
sin ser destruido.
Desde esta perspectiva, la nostalgia, que no deja de implicar cierta
mistificación, de lo perdido en la «globalización» imperialista, no puede
ser la esperanza de las luchas que han comenzado de nuevo. Y, de otro
lado, la derrota que permitió que todo lo que fue conquistado, o casi,
nos fuera arrebatado, no podría ser explicada sin relación con el carácter
mismo que esas conquistas y sus respectivas luchas tenían. Y eso es, sin
duda, lo que columbran los jóvenes del mundo, precisamente porque son
producto de dicha «globalización».
Las gentes que han sido formadas en esta «globalización», y que en
los países pobres son mayoría, necesitan y demandan, como todas las
víctimas de este poder, acceso igualitario a los bienes y a los servicios de
todo orden que son producidos en el mundo actual. No se trata solamente
de objetos o de servicios, sino de formas de relación social igualitaria
en cada área de existencia social, trabajo y sus productos, sexo y sus
productos, subjetividad y sus productos, autoridad pública y sus produc-
tos. Y se lo procurarán de todos modos. Si es viable por los medios que
siguen siendo la promesa neoliberal, bien.9 Si no, lo asaltarán. Ya han
comenzado.
La colonialidad del poder y la cuestión de la democracia hoy
El actual patrón de poder «globalizado» se funda en dos ejes centrales:
uno es un sistema básico de dominación que articula todas las formas
previas en torno de la clasificación universal básica de las gentes según
el criterio llamado «raza». Otro, es un sistema básico de explotación que
articula todas las formas de control de trabajo en torno del capital. Ambos
ejes son recíprocamente dependientes. Su conjunción para configurar un
patrón específico de poder es el resultado de la experiencia colonial ini-
ciada con América. La colonialidad es, por eso, la condición fundante e
inherente a este patrón de poder. La colonialidad no se refiere solamente
a la clasificación «racial» de la población del mundo. Sin ella, y desde la
perspectiva de la globalidad, ninguno de los ámbitos del poder, el control
del trabajo, de sus recursos y de sus productos; el control del sexo, de sus
recursos y de sus productos; el control de la subjetividad, de sus recursos
9 Nada puede ser más patético, o más hipócrita, que el discurso de los agentes de la «globaliza-
ción» neoliberal: lucha frontal contra la pobreza, proclaman con voz engolada mientras hacen
todo lo necesario para producir más pobres y más pobreza.
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y de sus productos; o el control de la autoridad pública o colectiva, sus
recursos y productos, tendría sus actuales rasgos específicos. La denomi-
nación ceñida de este patrón de poder sería la de colonial-capitalista.10
Debido a ese carácter constitutivo, respecto de la democracia el actual
patrón de poder es, sin duda, el más contradictorio de todos los conocidos.
En efecto, por una parte, implica una condición radicalmente antagónica
a la democracia: la colonialidad del poder. Pero de otro lado, por las con-
diciones históricas del proceso del capital como relación social y de su
centralidad en el sistema de explotación, requirió un modo y una medida
de relaciones democráticas, especialmente en algunas de las instancias
del poder, la autoridad pública y la subjetividad. La compleja dialéctica
histórica entre ambos términos de esa contradicción ha estado presente
en la heterogénea y discontinua distribución geocultural de la experiencia
sobre la democracia en el mundo de los últimos 500 años, especialmen-
te si se considera las relaciones entre Europa y no-Europa respecto del
Estado-Nación y de la secularización de las relaciones intersubjetivas.11
De todos modos, uno de los bienes que en este patrón de poder llegó a
ser excepcionalmente preciado, hasta ser finalmente incorporado como ne-
cesidad vital al imaginario universal, es la democracia. Por eso, respecto
de ella, para este patrón de poder hoy está planteado un doble problema. En
primer lugar, es su «globalización», precisamente, lo que ha universalizado
este bien en el imaginario mundial, y simultáneamente lo ha encuadrado en
el contexto de mayor peligro histórico para su desarrollo, inclusive para su
sobrevivencia. En segundo lugar, es que para el acceso a todos los demás
bienes y servicios que el mundo produce, la democracia hoy es, literalmen-
te, indispensable. En ambos planos, tanto más, cuanto más se desarrollan
las tendencias «globalizadas» del capitalismo.
La democracia ha sido siempre un bien escaso, y acceder a su uso y
a su ejercicio ha sido siempre muy costoso, subjetiva y materialmente.
Y la colonialidad del patrón actual de poder se convirtió en el obstáculo
central, inclusive para el limitado ejercicio posible que este poder admite.
Pero el poder actual no solamente mantiene su escasez, sino que lo está
poniendo en peligro definitivo. Lo que fue una de las conquistas de la
modernidad que se inició con América, está hoy acosada, en la dimensión
10 Ver La Colonialidad del Poder, Eurocentrismo y América Latina, op. cit.
11 Un debate más amplio sobre tales cuestiones, en Estado-Nación, ciudadanía y democracia:
cuestiones abiertas. En Helmut SCHMIDT y H. GONZÁLES, comps. Democracia para una nueva
sociedad, Caracas: Nueva Sociedad, 1998; y en «El Retorno del Futuro y las Cuestiones del
Conocimiento», Hueso Húmero, N.º 37, Lima.
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subjetiva de nuestra existencia social, por fundamentalismos de todo li-
naje, algunos de los más influyentes de ellos producidos y cultivados en
el «centro» mismo del capitalismo, y cuya agresividad y violencia son
alimentadas precisamente por la crisis de este poder y de su «globali-
zación». Y en la dimensión material, está bajo el asedio violento de los
intereses sociales más predatorios del capitalismo actual.
Todo eso, precisamente cuando es más nítidamente perceptible que
nunca, para todo el mundo, pero ante todo para los jóvenes, que la demo-
cracia es hoy la condición básica para el acceso igualitario a los princi-
pales bienes y servicios que la humanidad produce. Y este es, con seguri-
dad, el aprendizaje central de la juventud formada en la «globalización»
imperialista. Para comenzar, porque la simultaneidad de la información
y de la comunicación implica el acceso imaginario a todos los bienes,
a todos los servicios, a la multiplicidad de opciones de la diversa y he-
terogénea experiencia de la especie que circulan en las autopistas de la
«sociedad virtual». Y en contraste con ese despliegue, la «globalización»
de las tendencias actuales del capitalismo polariza hasta el extremo las
posibilidades sociales, inclusive geoculturales, de acceso a los más de-
seados o necesitados bienes y servicios desplegados ante el anhelo de las
gentes, jóvenes en particular. El patrón de poder que produce e impone
tal polarización se hace, pues, cada vez más insoportable. Tendría que ser
cambiado. Y si la experiencia recurrente es que no puede ser moderado y
«humanizado», tiene que ser destruido.
Desde fines del siglo XIX, sobre todo, ya estaban activas corrientes
de ideas y organizaciones políticas que preconizaban que la democracia
es la condición misma del desarrollo de la sociedad humana. Pero las
vertientes críticas del capitalismo que se hicieron mayoría, optaron por
la concentración del control del Estado-nación y del control estatal de
la propiedad de los recursos de producción y de los productos, porque,
sobre todo para la corriente llamada «materialismo histórico» y más tar-
de «marxismo leninismo», que se hizo mundialmente hegemónica en el
movimiento revolucionario, ése era el camino más realista, «no utópico»,
para salir del capitalismo.
La experiencia de más de 70 años de «socialismo realmente exis-
tente» y su derrota y desintegración final, mostró, sin embargo, y sin
ambages, que por ese camino es inviable una sociedad alternativa a la
del capitalismo, precisamente porque es incompatible con la continuada
profundización de relaciones democráticas en la vida diaria de las gentes.
Que, en consecuencia, solamente la destrucción del poder, de todo poder,
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no su concentración, era el camino real. La posterior «globalización» im-
perialista del capital monopólico financiero no ha hecho sino confirmar
esa experiencia.
En ese sentido, la experiencia del siglo XX deja algunas lecciones cla-
ras para la gente formada en el curso de esta «globalización», desde me-
diados de los años 70s:
1. El desarrollo de medios científicos y tecnológicos producidos dentro
del actual patrón de poder ha magnificado la capacidad productiva de
la especie y, de ese modo, su capacidad de propio desarrollo; ha am-
pliado y amplía constantemente la circulación y el intercambio mun-
dial de la diversidad y heterogeneidad de experiencias de la especie
y por eso también los márgenes de libertad individual y de igualdad
social.
2. Pero por su carácter colonial-capitalista, el poder actual se globaliza
desarrollando tendencias que gravitan cada vez más a favor de sus
elementos más antidemocráticos, y por eso estrecha y pervierte cons-
tantemente las conquistas democráticas previas y bloquea el potencial
democrático posible en los poderosos medios tecnológicos, tanto en
términos de su capacidad productiva, como de ampliación de los már-
genes de igualdad y de libertad individual y social.
3. En consecuencia, la democracia es ahora la condición imprescindible
no sólo para la igualdad de acceso a los recursos, bienes y servicios
que la especie produce, sino también para el propio desarrollo de las
potencialidades inherentes a los medios científico-tecnológicos actua-
les y, de ese modo, para la búsqueda y desarrollo de nuevos sentidos
históricos de la vida de la especie, de nuevos horizontes de sentido
históricos.
4. La experiencia del «campo socialista» se reveló inconducente a los
fines de producción de una existencia social alternativa a la del ac-
tual patrón de poder. Su determinación básica fue la concentración
de poder que se instaló desde la partida, expropiando la socialización
del poder originalmente emprendida por los trabajadores. En otros
términos, tal «campo socialista» se formó sustituyendo la democracia
de los productores por el despotismo burocrático.
5. La democracia alternativa a la que pudo ser conquistada en algunas
áreas del capitalismo, es al mismo tiempo una profundización y una
ruptura con esa experiencia. En ese sentido, se proyecta como una
continuada ampliación y profundización de la igualdad social de gen-
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tes diversas y heterogéneas y de la libertad individual y de la solida-
ridad colectiva entre ellas.
En consecuencia, el nuevo imaginario histórico que está en proceso
de constitución, ante todo entre los jóvenes, se va elaborando en contra
del patrón de poder colonial-capitalista y su «globalización» imperialista,
y simultáneamente en contra del despotismo burocrático. Este nuevo ima-
ginario tiene, por eso, dos elementos constitutivos principales: primero,
la necesidad y la búsqueda de un nuevo horizonte de sentido para la exis-
tencia social de la especie, como elemento fundante de toda existencia
social alternativa. Es el que emerge como contenido de la idea de utopía
revolucionaria. Segundo, la democracia como condición, punto de partida
y eje de toda trayectoria de producción de otra sociedad, de una existen-
cia social alternativa a la impuesta por el patrón colonial-capitalista de
poder.
Es quizá cierto, como Habermas lo señala con pesar y con lucidez,12
que no hay ninguna garantía de que las experiencias y el aprendizaje he-
chos durante la historia de una sociedad y de un patrón de poder especí-
ficos, serán nuevos puntos de partida que permitan evitar la repetición
de los mismos errores cuando se ingrese en otra historia, es decir, en una
sociedad nueva. Esta es una de las tragedias históricas de la especie, la
única que tropieza dos veces en una misma piedra. Pero también es un
rasgo definitorio de su libertad, de su aptitud y de su disposición de volver
a pensar, de volver a optar y a decidir, de nuevo, cuantas veces sea posible
o necesario.
De todos modos, esa nueva perspectiva podrá, en adelante, dar senti-
do al debate de las cuestiones en torno del poder y la revolución.
Lima, 30 de marzo de 2002
12 Jürgen Habermas: The Theory of Communicative Action. Boston, Mass.: Beacon Press, 1984,
vol. II, parte V.
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