Materia: Antropología Cultural. UCP- Sede Posadas.
Guimaraes Rocha, Everando
¿Qué es el etnocentrismo?1
El etnocentrismo es una visión del mundo donde nuestro propio grupo es tomado como
centro de todo y todos los otros son pensados y sentidos a través de nuestros valores,
nuestros modelos, nuestras definiciones de lo que es la existencia. En el plano intelectual,
puede ser visto como la dificultad de pensar la diferencia; en el plano afectivo, como
sentimientos de extrañeza, miedo, hostilidad, etc.
Preguntar sobre lo que es el etnocentrismo es, pues, indagar sobre un fenómeno donde se
mezclan tanto elementos intelectuales y racionales como elementos emocionales y
afectivos. En el etnocentrismo, estos dos planos del espíritu humano - sentimiento y
pensamiento- van juntos, componiendo un fenómeno no sólo fuertemente arraigado en la
historia de las sociedades, sino también fácilmente encontrable en el día a día de nuestras
vidas.
[…]
Como una especie de paño de fondo de la cuestión etnocéntrica, tenemos la experiencia de
un choque cultural. De un lado, conocemos nuestro grupo, que come igual, viste igual,
gusta de cosas parecidas, tiene problemas del mismo tipo, cree en los mismos dioses, da a
la vida significados comunes, y procede en general en forma semejante. Hasta que nos
enfrentamos con un “otro”, un grupo “diferente” que, a veces, no hace las cosas como las
nuestras o cuando las hace, las hace de forma tal que no las reconocemos. Y, más grave
aún, este “otro” también sobrevive a su modo, gusta de su modo de vivir, también está en el
mundo y, aunque diferente, existe.
Este choque generador de etnocentrismo nace, tal vez, en la constatación de las diferencias.
La diferencia es amenazadora, porque hiere nuestra propia identidad cultural. El discurso
etnocéntrico puede decir: “¿cómo aquel mundo de locos puede funcionar? ¡qué espanto!
¿Cómo es que lo hacen? Ellos tienen que estar equivocados o todo lo que sé esta mal! ¡No!
La vida de ellos es salvaje, bárbara, primitiva!”
“Mi” grupo, hace de su visión la única posible o, la mejor, la natural, la superior, la
verdadera. El grupo del “otro” queda, en esa lógica, como siendo, absurdo, anormal o
ininteligible. “Mi” grupo, “mi” sociedad es representada como el espacio de la cultura y la
civilización por excelencia; y el espacio de la naturaleza son los salvajes, los bárbaros. Son
cualquier cosa menos humanos, pues estos somos nosotros. El barbarismo evoca la
confusión, la desarticulación, el desorden. El salvaje es el que viene de la selva, la que
recuerda, de alguna manera, la vida animal. El “otro” es el extraño, el inferior, nunca el
“igual” a “mí”.
Importa resaltar que el etnocentrismo no es propiedad de una única sociedad, está presente
en todas las sociedades, aunque en la nuestra, se revistió de un carácter activista y
colonizador en las empresas de conquista y destrucción de otros pueblos.
1
Everando Guimaraes Rocha. “Pensando em partir”. En: O que é etnocentrismo, Sao Paulo: Ed. Brasiliense,
Col. Primeiros Passos, 1999, pp. 7 a 22.
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Creo que es necesario examinar esto mejor y lo voy a hacer ejemplificando a través de una
pequeña historia: “Al recibir la misión de ir a predicar a los salvajes, un pastor se preparó
durante días para ir a Brasil a evangelizar a los Xingú. Compró para ellos, cuentas, espejos,
pendientes, collares, etc., y para él un moderno reloj digital con cronometro, luces, alarmas,
calculadora, etc. Estando allá se hizo amigo de un indio muy joven que lo acompañaba
siempre a todos lados y se mostraba curioso y asombrado de algunas pertenencias del
pastor, entre ellas del colorido, sonoro y extraño objeto que éste llevaba en la muñeca y que
consultaba frecuentemente. Un día, ante los pedidos insistentes del indio, se lo regaló. Días
después, éste lo llamó, radiante de felicidad, para mostrarle algo, y señalando la rama más
alta de un árbol de gran altura ubicado en las cercanías de la aldea, el indio mostró al
pastor el adorno ahí ubicado: el reloj colgando en medio de cuentas de colores; el indio
quería compartir su alegría ante la belleza de este nuevo objeto, ahora un simple adorno y
sin ninguna función.
Luego de unos meses el pastor ya estaba de vuelta en su casa. Debía presentar una
disertación sobre su experiencia en Brasil, el título de su trabajo: “La catequesis y los
salvajes”. Miró la hora en su nuevo reloj, ya era hora, se detuvo un instante y observó las
paredes de su habitación: arcos, flechas, lienzos, canastos, y hasta una flauta formaban
parte de la decoración, y entonces recordó sonriendo lo que aquel indio hiciera con su reloj.
Esta historia, demuestra algunos importantes sentidos de la cuestión del etnocentrismo.
En primer lugar, no es necesario ser un detective o especialista en Antropología Social para
percibir que, en este encuentro de culturas, los personajes de cada una de ellas hicieron la
misma cosa. Ambos privilegiaron las funciones estéticas, ornamentales, decorativas de los
objetos que, en la cultura del “otro” desempeñaban funciones técnicas. Para el pastor el uso
inusitado de su reloj le causó tanto espanto como causaría al joven indio conocer el uso que
el pastor dio a su arco y flecha. Cada uno tradujo en los términos de su propia cultura el
significado de los objetos cuyo sentido original fue forjado en la cultura del otro. El
etnocentrismo es justamente juzgar el valor de la cultura del otro en los términos de la
cultura de mi grupo.
En segundo lugar, esta historia representa lo se podría llamar, si eso fuese posible, un
etnocentrismo cordial, ya que ambos tuvieron actitudes sin mayores consecuencias. Las
más de las veces, el etnocentrismo implica una aprehensión del “otro” que se reviste de una
forma bastante violenta: colocando al “otro” como “primitivo”, como “algo a ser
destruido”, como “atraso al desarrollo” (fórmula muy común en el etnocidio, en la matanza
de indios). Así, por ejemplo, un famoso científico de principios de siglo, Hermann von
Ihering, director del Museo Paulista, justificaba el exterminio de indios Caingang por ser un
barrera al desarrollo y a la colonización de las regiones del sertón brasileño habitadas por
ellos. Tanto en el presente como en el pasado, tanto aquí como en varios otros lugares, la
lógica del exterminio reguló, infinitas veces, las relaciones entre la llamada “civilización
occidental” y las sociedades tribales. …
En tercer lugar, la historia enseña que el “otro” y su cultura, de la cual hablamos en nuestra
sociedad, son solo una representación, una imagen distorsionada que es manipulada. Al
otro le negamos la mínima autonomía necesaria para hablar de sí mismo. Todo pasa como
si fuésemos autores de películas y libros de ficción donde podemos pensar y hablar de cuan
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grotesca, cruel, y monstruosa es una civilización de marcianos que capturó nuestra nave
espacial. También, porque somos los autores de estos filmes y de estos libros, nada nos
impide que creemos un marciano simpático, inteligente y superpoderoso que con increíble
pericia salva a la Tierra de un choque fatal con un meteoro gigante. Claro, como el
marciano no dice nada, puedo hablar de él lo que yo quiera.
Así, desde el punto de vista de “mi” grupo, los que están fuera pueden ser bravos y
traicioneros o mansos y bondadosos. Además “bravos” y “mansos” son dos términos que
muchas veces fueron empleados en Brasil para designar el “humor” de determinados
animales y el “estado” de varias tribus de indios o de esclavos negros.
La figura del demente, del loco, por ejemplo, en nuestra sociedad es manipulada por una
serie de representaciones que oscilan entre los dos polos, siendo denigrada o exaltada,
como el marciano, según las intenciones que se tengan. Esto no solo a lo largo de la historia
sino en diferentes contextos en el presente. La expresión “fulano es muy loco” puede ser
elogiosa en ciertos casos y peyorativa en otros. En algunos momentos de la historia el loco
fue encarcelado y torturado y en otros fue portador de una palabra sagrada y respetada.
Aquellos que son diferentes de “mi” grupo, los diversos “otros” del mundo, por no poder
decir algo sobre sí mismos, acaban siendo representados por la óptica etnocéntrica y según
las dinámicas ideológicas de determinados momentos.
En nuestra llamada “civilización occidental”, en las sociedades complejas e industriales
modernas, existen diversos mecanismos de refuerzo para su estilo de vida a través de
representaciones negativas del otro. El caso de los indios brasileros es muy ilustrativo, pues
algunos antropólogos estudiosos del tema han identificado ciertas visiones básicas,
estereotipos aplicados permanentemente a los indios.
Yo mismo realicé, hace unos años, un estudio sobre las imágenes del indio en los libros
escolares de Historia del Brasil. Estos libros tienen una importancia fundamental en la
formación de una imagen del indio, pues son leídos y estudiados por millones de alumnos
de todo el país. Algunas veces alcanzan altísimos tirajes y ya han tenido doscientas
ediciones. A través de ellos circula un “saber” altamente etnocéntrico, con honrosas
excepciones, sobre los indios.
Los libros escolares, didácticos, en función de su destino, cargan con un valor de autoridad,
y ocupan el lugar de dueños de la verdad. Su información obtiene este valor de verdad por
el simple hecho de que quien sabe su contenido aprueba los exámenes. En este sentido, su
saber tiende a ser visto como “serio” y “científico”. Los estudiantes son examinados en
base a su contenido, lo que hace que las informaciones en ellos contenidas acaben fijándose
en la memoria de todos nosotros. Con ellas se fijan también imágenes extremadamente
etnocéntricas.
Algunos de estos libros afirmaban que los indios eran incapaces de trabajar en los ingenios
de azúcar por ser indolentes y prejuiciosos. Ahora bien, ¿cómo aplicar adjetivos tales como
indolente y prejuicioso a un pueblo, una persona, que se rehúse a trabajar como esclavo, en
una tarea que no es la suya y es para la riqueza del un colonizador que ni siquiera es su
amigo?; muy por el contrario, este rechazo es, mínimamente, señal de salud mental.
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Otro hecho también muy interesante es que un número significativo de libros didácticos
comienza con la siguiente información: los indios andaban desnudos. Este “escándalo”
esconde, en verdad, una noción absoluta de lo que debe ser una ropa y de lo que un cuerpo
deba mostrar o esconder. La historia de nuestro amigo misionero sirvió para la constatación
de las dificultades de definir el sentido de un objeto – el reloj o el arco – fuera de sus
contextos culturales. De la misma manera, nada garantiza que los indios anden desnudos a
no ser la concepción que ellos mismos tengan de la desnudez y la vestimenta.
Así como el “otro” es alguien callado, a quien no le es permitido hablar de sí mismo; sólo
una mera imagen sin voz, manipulado según deseos ideológicos, el indio es, para el libro
didáctico, sólo una forma vacía que presta sentido al mundo de los blancos. Es decir, el
indio es “empleado” en la Historia de Brasil para aparecer tres veces en tres papeles
distintos.
El primer papel que el indio representa es en el capítulo del descubrimiento. Allí, el aparece
como “salvaje”, “primitivo”, “prehistórico”, “antropófago”, etc. Esto era para mostrar que
los portugueses colonizadores eran “superiores y “civilizados”.
El segundo papel es en el capítulo de la catequesis. Aquí el papel del indio es el de una
criatura, un niño, un inocente, infantil, alma virgen, etc. Esto era para parecer que los
indios necesitaban de la protección de la religión.
El tercer papel es muy gracioso. Es el capítulo “etnia brasilera”. Si el indio ya había
aparecido como salvaje o niño, ¿cómo hablarían de un pueblo - el nuestro - compuesto por
portugueses, negros y salvajes? Surge entonces el nuevo papel del indio, y en un pase de
magia etnocéntrica, se torna “corajudo”, “altivo”, “lleno de amor a la libertad”.
Así son las sutilezas, violencias, insistencias de lo que llamamos etnocentrismo. Los
ejemplos se multiplican en el uso cotidiano. La “industria cultural” – TV, diarios, revistas,
publicidad, cierto tipo de cinematografía, radio – frecuentemente está proporcionando
ejemplos de etnocentrismo. En el universo de la industria cultural se crea sistemáticamente
un enorme conjunto de “otros” que sirven para reafirmar, por oposición, una serie de
valores de un grupo dominante que se autopromueve como modelo de la humanidad.
Nuestras propias actitudes frente a los otros grupos sociales con los cuales convivimos en
las grandes ciudades son, muchas veces, actitudes etnocéntricas. Rotulamos y aplicamos
estereotipos a través de los que nos guiamos en el encuentro cotidiano con la diferencia.
Las ideas etnocéntricas que tenemos sobre las “mujeres”, los “negros”, los “viejos”, los
vagabundos”, los “homosexuales”, (los “gitanos”, los “indios”, los “mesiteros”, los
“artesanos”, etc. etc.….) y todos los demás “otros” con los cuales tenemos familiaridad, son
una especie de “conocimiento”, un “saber” basado en formulaciones ideológicas, que en el
fondo transforma la diferencia pura y simple en un juicio peligrosamente etnocéntrico.
Existen ideas que se contraponen al etnocentrismo. Una de las más importantes es la de la
relativización o relativismo cultural.
Cuando vemos que las verdades de la vida son menos una cuestión de esencia de las cosas
y más una cuestión de posición, estamos relativizando. Cuando el significado de un acto es
visto no en su dimensión absoluta sino en el contexto en que acontece, estamos
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relativizando. Cuando comprendemos al “otro” en sus propios valores y no en los nuestros,
estamos relativizando. En fin, relativizar es ver las cosas del mundo como una relación
entre ellas. Relativizar no es transformar la diferencia en jerarquía, en superiores e
inferiores o en bien y en mal, sino verla en su dimensión de riqueza por ser diferencia.
Desde la Antropología se plantea el relativismo cultural como un principio metodológico.
Esto implica abordar una cultura particular sin aplicar categorías propias para interpretarla,
sin compararla con otras culturas. El fin es entender, comprender esa sociedad y su cultura,
desde el punto de vista de los miembros de la misma y no desde el nuestro. El relativismo
es un modo de conocimiento, nos permite conocer los significados que constituyen una
cultura.