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La Novela Historica de Terma Greco Romano - Doc C9vsus

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Enrique Angel Ramos Jurado

La novela histórica de tema greco-romano

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Enrique Angel Ramos Jurado
La novela histórica de tema greco-romano

BIBLIOTECA VIRTUAL DE HUMANIDADES

BIVIRHUM
LICEUS

ÁREA: CULTURA Y FILOLOGÍAS


CLÁSICAS

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Enrique Angel Ramos Jurado
La novela histórica de tema greco-romano

La novela histórica de tema grecorromano

ISBN: 978-84-7786-944-3

Enrique Ángel Ramos Jurado

© Trabajo publicado en el libro Cuatro estudios sobre tradición clásica en la literatura española
(Lope,Blasco, Alberti y M Teresa León y la novela histórica).

THESAURUS: Novela, novela histórica, tradición clásica, literatura, literatura griega,


literatura latina, literatura española, Aristóteles, Marguerite Yourcenar, Robert Graves,
Mary Renault, Walter Scott, Terenci Moix, Valerio Massimo Manfredi.

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La novela histórica de tema greco-romano

La novela histórica es un género híbrido. Siempre ha existido un conflicto en su


concepción, porque o bien los estudiosos y autores atienden al primer elemento, novela, o
bien se orientan hacia el segundo, "historia", de entrada elementos antitéticos. Podríamos
decir que, en el fondo, el novelista "histórico" intenta armonizar las dos tareas
originariamente separadas de las que nos hablaba Aristóteles en su Poética. En efecto,
1
decía Aristóteles que el historiador y el poeta no se diferencian por decir las cosas uno en
verso y otro en prosa, pues podríamos versificar la obra de Heródoto y no por ello dejaría
de ser historia. La diferencia, desde su punto de vista, estribaba en que el historiador dice
lo que ha sucedido, y el poeta lo que podría suceder; "esto es, lo posible según la
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verosimilitud o la necesidad" ; por ello, añadía el discípulo de Platón, es más filosófica y
elevada la poesía que la historia, pues la poesía dice más bien lo general y la historia lo
particular, en el sentido de que la poesía se refiere a un tipo de hombres y la historia a
hombres particulares, a individuos concretos. Los nombres propios pertenecen a los
individuos, pertenecen a la historia. La poesía en sí no los necesita, viene a decir
Aristóteles; puede haber, y los hay, poemas sin ningún nombre propio; hay géneros
poéticos, como la comedia, donde los nombres propios son, casi siempre, ficticios y
ligados a tipos a los que para mayor realismo se les da un nombre cualquiera; y si la
tragedia se atiene generalmente, por su material mítico, a nombres existentes a ese nivel,
lo hace buscando para los acontecimientos trágicos, que no suelen ser los cotidianos,
mayor credibilidad, algo así como un refuerzo de verosimilitud. El héroe como modelo
humano.

Mas esta diferenciación tan clara aristotélica el devenir de la literatura no ha hecho


sino quebrantarla. El novelista "histórico" lo que pretende es compaginar ambas facetas.
Ahora bien, sí es verdad, creemos, que la actitud de no pocos novelistas "históricos" está
más en la línea de lo que exigía Aristóteles a la poesía, "lo posible", que lo que reclamaba
a la historia, lo que es o ha sido en verdad. Y es que la novela histórica es un género
híbrido, participa de la novela y de la historia, participa de la ficción y de la "realidad". Es
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un hiato, como decía G. Kebbel , entre ficción e historia. La historia siempre ha sido un
filón para la literatura. Recordemos desde los poemas homéricos al Cantar del Mío Cid e

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incluso nos ha llegado una tragedia griega de tema histórico como Los Persas de Esquilo
del 472 a. C. en que se narra la victoria griega en Salamina. Ahora bien, con la novela
histórica, en este caso grecorromana, nunca debemos olvidar que lo que tenemos en la
mano es una novela, por muy "histórica" que pretenda ser, y que por muy documentado
que esté un escritor, sea incluso Marguerite Yourcenar, Robert Graves o Mary Renault, si
los buscamos, encontraremos anacronismos, errores, omisiones o falsas interpretaciones,
desde nuestro punto de vista, en mayor abundancia si el lector o crítico es un especialista
en el mundo antiguo, porque querrá ver su novela, su ambiente histórico, su visión del
personaje, si es histórico, etc., desde el Espartaco de Koestler (1938) al Yo, Claudio de
Robert Graves (1934), pasando por las magníficas Memorias de Adriano de Marguerite
Yourcenar (1934) o No digas que fue un sueño de Terenci Moix (1986).

Realmente toda novela, sea o no de temática histórica, es hasta cierto punto


"histórica", en tanto que los personajes no pueden prescindir del devenir histórico en que
se hayan inmersos. Mas ya Walter Scott, quien pasa para la mayoría de los
investigadores como la cabeza de la novela histórica, exigía una cierta distancia entre el
4
autor y la época "historiada", que para él eran sesenta años, mas otros, como H. Müller ,
5
exigían un mínimo de treinta, o B. Ciplijauskaité cincuenta años, o, en líneas generales,
que el autor no haya vivido personalmente la época evocada en la narración. En el caso
de la novela histórica grecorromana, cualquiera que sea el punto de vista que se adopte,
se cumple la "condición" con creces por parte del autor.

La historia quiere reflejar y explicarse los sucesos, observándolos críticamente


desde fuera, la poesía y la novela quieren "vivirlos desde dentro", por utilizar palabras de
6
Amado Alonso . Pero ello, pensamos, tampoco es censurable. La pretensión del novelista
"histórico" no es hacer historia sino fundamentalmente novela, aunque con fondo
histórico. La historia exige un acercamiento "científico" a la realidad histórica, la novela un
acercamiento artístico, literario. Mas ambas se complementan. En la historia cuenta la
"verdad", la "objetividad"; en la novela "la verosimilitud", "lo posible". La frontera que
separa los territorios de la historia y la literatura siempre han sido y son, afortunadamente,
permeables. La literatura se puede nutrir de la historia y de la intrahistoria y la literatura, a

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su vez, es una fuente, si bien secundaria, para el conocimiento histórico.

De todas formas, enmarcar una acción en una época pretérita no es tarea fácil,
pues o se puede caer en los más burdos anacronismos o en la más soporífera erudición.
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La virtud, como siempre, está en el término medio. Ya decía Ortega y Gasset que la tarea
del novelista histórico era muy difícil porque "el intento de hacer compenetrarse ambos
mundos produce sólo mutua negación de uno y otro; el autor — nos parece— falsifica la
historia aproximándola demasiado, y desvirtúa la novela, alejándola en exceso de
nosotros hacia el plano abstracto de la verdad histórica." Conocida es la actitud de
Manzoni (1785-1873), quien en su Del romanzo storico e in genere dei componimenti misti
di storia e d´invenzione (1845) veía imposible conciliar estéticamente el suceso real,
propio de la historia, con el inventado, propio del arte. Concluye que es imposible alcanzar
una síntesis estética de historia y ficción, condenando con ello a la novela histórica. Pero
la realidad no es así. Es más simple. Lo usual es situar el devenir histórico, salvo cuando
sean personajes históricos los centros de las obras (casos de un Alejandro, un César o un
Claudio), como simple telón de fondo. La historia se convierte así en un elemento
secundario respecto a la trama novelesca inventada. El autor actúa como una Penélope
que teje con dos hilos: uno con el de los personajes, de ficción o no, y otro con el dev enir
histórico de la época en que hace vivir a los personajes e incide en la vida de éstos. El
grado de historicidad y de ficción varía de una novela a otra y de un autor a otro. De la
trilogía sobre Alejandro (Fuego del paraíso, El paraíso persa y Juegos funerarios) de Mary
Renault, fundada en datos históricos, a las novelas policiacas en la Roma imperial de
Lindsey Davis media un abismo. Así mismo, el autor puede intentar reconstruir grandes
cuadros históricos, que es lo importante en la obra, o dar de vez en cuando sólo
determinadas pinceladas, capítulos o breves resúmenes históricos, que son secundarios,
8
pues lo importante es la acción y los lances de los protagonistas .

Ahora bien, lo usual es que la historia sea sierva, ancilla de lo novelesco. Pero,
aun así, el buen novelista histórico es el que se documenta bien, aunque luego no refleje
todo lo que ha aprendido, para evitar el tedio al lector, a lo largo de la obra. Pero ello le
permite recrear con verosimilitud el ambiente histórico. Si el personaje es histórico, una

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fuerte personalidad histórica, la historia e incluso, en ocasiones, su interpretación se


convierte en documentalmente importantes. En caso contrario, si los personajes son
inventados, las novelas que mejor nivel manifiestan son aquellas en que los personajes se
enfrentan a problemas eternos como el amor, la muerte, la desventura, la envidia o la
ambición, por poner unos ejemplos, y en este caso la época histórica actúa como telón de
fondo con más o menos exactitud según la capacidad de los distintos autores.

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En cuanto a los orígenes de este género lo usual es seguir a G. Lukácks , quien
sitúa su nacimiento a la caída del imperio napoleónico, de hecho la primera novela de
Walter Scott, pionera en época moderna, es Waverley (1814), aunque, creemos que, con
10 11
razón, T. Hägg y Carlos García Gual sitúan los precedentes ya en época grecorromana,
en la propia novela griega, pues de las cinco que nos han llegado no fragmentarias (Antía
y Habrócomes, Leucipa y Clitofonte, Dafnis y Cloe, Teágenes y Cariclea, Quéreas y
Calírroe), una de ellas, por ejemplo, la de Caritón de Afrodisias, Quéreas y Calírroe, se
sitúa históricamente siglos antes del autor, concretamente en la época de las Guerras del
Peloponeso, pues el padre de la protagonista, Hermócrates, es el que venció a los
atenienses en una batalla naval acaecida en el 414 a. C., mientras que a Caritón, el autor,
se le suele situar en el I p. C., esto es, unos seis siglos después. Por otra parte, tenemos
la famosa Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia del Pseudo Calístenes, de tan larga
tradición posterior, a la que se le suele situar en torno al siglo III p. C., esto es, casi siete
siglos después del hijo de Filipo. Si a ello le añadimos la Historia de la destrucción de
12
Troya de Dares el Frigio y Diario de la guerra troyana de Dictis el Cretense , señalados ya
por Lavagnini como principio de la novela histórica mitológica, veremos que no faltan
antecedentes en el mundo antiguo.

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En cuanto a las épocas, Carlos Mata afirma que "si quisiéramos esbozar un
brevísimo panorama de la novela histórica, podría resumirse en tres fases": unos
antecedentes más o menos cercanos antes de Scott; Scott y toda una multitud de
imitadores; y la novela histórica post-scottiana del siglo XX, más diversificada en sus
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técnicas y estructuras. Por su parte, Carlos García Gual cree que estos antecedentes
podemos encontrarlos ya, como dijimos, en época grecorromana y llega a distinguir cuatro

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épocas: "He intentado distinguir cuatro épocas de ese desarrollo: una aparición en la
época helenística tardía de dos estupendos relatos que indican ya las posibilidades del
género; el resurgir de la temática bajo la forma de relatos de viaje en el siglo XVIII, su
apogeo polémico en el siglo XIX, y los destacados intentos de relanzarlos en el XX."

En efecto, aparte de los precedentes de los que ya hemos hablado en el mundo


clásico, con el redescubrimiento en el siglo XVIII de la Grecia clásica, de su esplendoroso
pasado, los intelectuales de la época viajan a ella y no siempre físicamente sino
espiritualmente, como en el túnel del tiempo, con la imaginación, y surgen obras como el
Voyage du jeune Ancharsis en Grèce vers le milieu du quatrième siècle avant l´ère
vulgaire de Jean Jacques Barthélemy (1716-1795), que apareció en cuatro volúmenes en
1788, siendo traducida a nuestra lengua en 1811 y 1813, y Los viajes de Antenor por
Grecia y Asia con nociones sobre Egipto, manuscrito griego de Herculano que tradujo a la
lengua francesa Etienne François Lantier (17341826), cuya edición corresponde a 1797,
siendo traducida a nuestra lengua en 1802, y Las aventuras de Telémaco de François
Salignac de la Motte Fénelon, publicada furtivamente en 1699 y en edición autorizada en
1717, en la que el hijo de Ulises continúa las aventuras de su padre.

El siglo XIX fue un siglo clave para la novela histórica y surgieron muchas que
marcaron generaciones de lectores incluso hasta nuestros días. El siglo XIX, además, fue
un siglo de grandes polémicas que se reflejan en las grandes novelas históricas de la
15
época. En efecto, como dice Gilbert Highet , la novela histórica se utiliza, por ejemplo, en
la pugna entre detractores y defensores del cristianismo. En el siglo XIX muchos
escritores aborrecían el mundo en que vivían, le dieron la espalda y se volvieron a Grecia
y Roma, porque les parecía un mundo hermoso, caso del movimiento parnasiano, que
debe su nombre al Parnaso, montaña en que habitan las Musas y cuyo nombre sirvió
además para una revista fundada por poetas franceses, en la que éstos entre 1866 y
1876 publicaron sus obras, defendiendo los ideales estéticos griegos y latinos. En el
movimiento parnasiano encontramos autores como Charles-Marie-René Leconte de Lisle,
Giosuè Carducci, Tennyson o José María Heredia (1842-1905). Eran grandes amantes de
los clásicos y, llevados por su admiración, despreciaban el cristianismo. En esto le habían
llevado la delantera los poetas revolucionarios como Shelley, Hölderlin y otros, pero sus

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sucesores del XIX fueron mucho más decididos y rencorosos. Amaban el paganismo en
tanto no era cristiano y aborrecían al cristianismo en tanto no era grecorromano. Eran tres
los argumentos que se desplegaban tras las obras de los anticristianos:

1) El cristianismo no forma parte de la tradición europea, sino que es algo oriental


y, por tanto, bárbaro y repulsivo. Esta apreciación aparece ya en la célebre Oración sobre
la Acrópolis del eminente orientalista Ernest Renan (1823-1902), en que habla del
cristianismo como de "un culto extranjero, que vino de los sirios de Palestina", y en Los
orígenes del cristianismo, en el que, aunque trata a Jesús con respeto, recalca que era
judío y, por tanto, representante de una tradición asiática. Esta perspectiva es compartida
con matices por intelectuales de la talla de Anatole France (1844-1924), ahí está su
famoso cuento El procurador de Judea o su Tais (1890), novela histórica en que se narra
la conversión de la hetera Tais en el Bajo Imperio al cristianismo y, por el contrario, la
condena del abad Panufcio, enamorado y tentado por la belleza de Tais.

2) El cristianismo significa represión, mientras que el paganismo significa libertad.


Esta creencia ya se notaba en Shelley, pero quien le dio más vigorosa expresión fue
Guarducci (A Satanás, Junto a las fuentes del Clitumno). Aquí entrarían también Leconte
de Lisle con su Historia popular del cristianismo y su poema Hypatie, Louis Ménard (1822-
1901) con su Politeísmo helénico, Pierre Louÿs (1870-1925) con Las canciones de Bilitis
(1895) y Aphrodite, moeurs antiques (1896). En Aphrodite de Pierre Louÿs el autor quiso
ofrecernos en su novela un cuadro muy cálido y colorista de la Alejandría de los tiempos
de Berenice a través de la pareja protagonista: Crisís, bellísima cortesana, y Demetrio, un
agraciado escultor, finalizando con la muerte de la cortesana. La novela de Pierre Louÿs
fue considerada por la crítica francesa la novela "parnasiana" más popular y conseguida.

3) El cristianismo es tímido y débil, mientras que el paganismo es fuerte e intenso.


Es la doctrina de Friedrich Wilhelm Nietsche (1844-1900). Gustave Flaubert (1821), el
autor de una gran novela histórica, Salambó (1862), despreciaba el cristianismo
contemporáneo como inadecuado para una persona inteligente y decía que el mundo
había pasado por tres etapas, de las que la última era la peor: paganismo, cristianismo y

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"patanismo" o era gobernada por patanes mezquinos. Su Salambó, tiene como personaje
principal a una sacerdotisa de Tanit y desarrolla la acción durante la sublevación de los
mercenarios que Cartago había contratado para su lucha contra los romanos en la
Primera Guerra Púnica (c. 241 a.C.), basándose en textos de Polibio y Apiano.

Pero el cristianismo, a pesar de esta oposición, en el siglo XIX seguía teniendo


una gran fuerza social y muchos escritores del XIX desenvainaron su cálamo para
defenderlo, y se escriben grandes novelas históricas como defensa y propaganda del
cristianismo, muchas de las cuales, a partir de la aparición del cine, han sido llevadas a la
gran pantalla. Ya a comienzos del XIX, 1809, publica Chateaubriand (1768-1848) su
famosa epopeya en prosa Los mártires del cristianismo, que narra la persecución de los
cristianos bajo Diocleciano y termina con el martirio del héroe, Eudoro, y la heroína,
16
Cimodocea, y la conversión de Constantino al cristianismo. Según Highet , "es un
fascinante ejemplo del fracaso a que un buen escritor se expone cuando elige un molde
literario equivocado (...) Chateaubriand trató de ser en Los mártires un Milton francés y
católico; pero lo que resultó fue un hinchado precursor de Ben-Hur y Quo vadis?". Según
17
C. García Gual , "acaba siendo poco más que una novela histórica lastrada de ideología
conservadora y un extraño aparato poético impropio de un relato en prosa". Es una novela
apologética del cristianismo, en la que los paganos son terriblemente malvados y los
cristianos tremendamente buenos. El cristianismo es la luz y el paganismo las tinieblas.
Es la plasmación novelada de su tesis mantenida en El genio del cristianismo, que marca
el comienzo de una reacción cristiana contra el paganismo intelectual del siglo XVIII. Con
su obra replica a los ilustrados que, como Gibbon (Decadencia y caída del Imperio
Romano), veía en la caída del Imperio el triunfo de la barbarie y de la religión de las
tinieblas de los cristianos. Ya las palabras del comienzo delatan el tono de la obra:
"Quiero referir los combates de los cristianos y la victoria alcanzada por los fieles sobre
los espíritus del abismo, merced a los gloriosos esfuerzos de dos esposos mártires." Esta
novela inaugura toda una línea ideológica de la novela histórica que dará lugar a un grupo
de novelas, de las más señeras y que marcan una época para la literatura y el cine, las
novelas de los difíciles tiempos de la implantación del cristianismo con sus persec uciones
y catacumbas.

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En efecto, en 1834 se publica la novela de Edward Bulwer-Lytton, más tarde Lord


Lytton, Los últimos días de Pompeya, descripción melodramática de la lucha entre
paganismo y cristianismo, subrayada por la simbólica destrucción de una perversa ciudad
pagana merced a la famosa erupción del Vesubio del 79 en la que perecen los malos, los
paganos, y triunfan los buenos, la pareja protagonista, Glauco e Ione. También E. Bulwer
dejaría inacabada su Pausanias the Spartan (1876). La obra de Bullwer-Lytton, Los
últimos días de Pompeya, marcó una época para la novela de tema grecorromano,
aunque había sido precedida por otras obras de temas clásicos como El epicúreo (1827)
de Thomas Moore, que narra las fingidas confesiones del epicúreo Alcifrón, escritas en el
II p. C, en las que éste cuenta cómo él, que a sus veinticuatro años era el jefe de la
escuela epicúrea, acabó convirtiéndose al cristianismo por influencia de la dulce Alete, o
Valerius. A Roman Story (1821) de J. G. Lockart. Dos años después de Los últimos días
de Pompeya, aparecería el Pericles and Aspasia (1836) de W. S. Landor y en 1838 Akté
de A. Dumas. Mas en 1853 aparecería en Londres una gran novela histórica centrada en
la atractiva filósofa neoplatónica de Alejandría, Hypatia or New Foes with and Old Face de
Charles Kingsley (1819-1875), profesor de historia en Cambridge y párroco de la Iglesia
anglicana, quien nos narra el famoso hecho histórico del escandaloso asesinato de la
filósofa neoplatónica Hipatia en Alejandría, cometido por una turba de monjes cristianos
fanáticos. El subtítulo de la obra, Enemigos nuevos con rostro viejo, era significativo para
el autor y su época, la intolerancia religiosa de la que fue víctima la filósofa neoplatónica
estaba produciendo nuevos frutos, a juicio de Kingsley, en su época.

Al año siguiente, 1854, aparecería otra gran obra de propaganda cristiana que ha
marcado a los lectores, sobre todo juveniles, hasta la primera mitad del siglo XX, y que
fue también llevada al cine, Fabiola o la iglesia de las catacumbas del cardenal Wiseman
(1802-1865), prelado católico de Westminster, reconstrucción de los años de prueba más
terribles que sufrió la Iglesia en sus primeros siglos, la persecución de Diocleciano.
Fabiola, el personaje central, es una dama romana que se convierte al cristianismo
movida por los nobles ejemplos de sus amigos y servidores cristianos. Dos años después,
1856, aparecería Callista: a Tale of the Third Century de J. H. Newman.

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Otro gran éxito editorial y cinematográfico supondría la famosa novela publicada


en 1880 por Lewis Wallace (1827-1905) Ben-Hur. L. Wallace, que militó como mayor
general en el ejército del Norte durante la guerra civil americana y salvó a la ciudad de
Washington del avance de los confederados, llegando a ser gobernador del estado de
Nuevo México, nos dramatiza en su novela, en magníficas escenas, la interacción de
romanos, judíos y cristianos en época de Jesús de Galilea. Su héroe central, ese judío
noble, que inicuamente se ve sometido a galeras para finalmente vencer en la
apasionante carrera de carros, se cuenta entre las más vívidas descripciones que se han
publicado del mundo antiguo.

Cinco años después, en 1885, aparece Mario el epicúreo de Walter Pater, que es
un estudio del proceso de la conversión cristiana, no por la vía de la pasión o el milagro,
sino por la vía de la reflexión, de un joven romano, noble y pensador, que vive en época
de los Antoninos. En sus primeros años, a nuestro héroe la religión tradicional le basta,
pero la muerte de su madre y la de un amigo íntimo, un escéptico, le hunden en la duda.
Se hace epicúreo, de ahí el título de la obra, mas encuentra a Marco Aurelio, profundiza
espiritualmente y se hace estoico, como el emperador, pero va penetrando más en el
reino del espíritu y va convirtiéndose poco a poco al cristianismo, asistiendo a sus
reuniones, donde es apresado y sufre martirio. Cuatro años después, en 1889, aparecería
la Cleopatra de Henry Ridder Haggard, el autor de Las minas del rey Salomón (1885) y
Ella (1886), en la que narra los amores de Cleopatra y Marco Antonio, y en estos mismo
años aparecería la famosa trilogía de Dmitri Serguéoevich Merezhkovski (1865-1941)
titulada Cristo y Anticristo que comprende: La muerte de los dioses: Juliano el Apóstata
(1894), La resurrección de los dioses: Leonardo da Vinci (1901) y Anticristo: Pedro y
Alexei (1902). El gran tema de la trilogía es la lucha entre paganismo y cristianismo, la
sabiduría helénica y la belleza clásica frente a una espiritualidad que busca valores
transmundanos, el cristianismo.

En 1905 recibiría el premio Nobel fundamentalmente por Quo vadis? (1896) el


eminente novelista polaco Henri Sienkiewicz (1846-1916). Quo vadis? es un relato
laboriosamente detallado de la penetración en Roma del cristianismo durante el reinado
de Nerón y el ministerio de Pedro y Pablo, y que contiene las escalofriantes escenas de

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las persecuciones y ajusticiamiento de los cristianos. En la oposición cristianos/ paganos


Sienkiewicz pretende plasmar la oposición polacos/ alemanes y rusos, enemigos y
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perseguidores crueles de su pueblo polaco. Como dice G. Highet "el relato es en realidad
un manifiesto patriótico: la pequeña comunidad de cristianos primitivos, vindicándose, a
pesar de sus tremendos sufrimientos, contra la opresión de un imperio vasto y poderoso,
expresa la admiración de Sienkiewicz por su Polonia y su esperanza en ella. La
correspondencia está un poco exagerada por el hecho de que la heroína es una princesa
cristiana traída de la Europa septentrional que más tarde fue Polonia". Tanto Ligia, la
protagonista cristiana, como Urso, su protector, son ligios, quienes, para Sienkiewicz, eran
verdaderos polacos del siglo I p. C. Sus retratos de Nerón, Petronio y el apóstol Pedro
marcan la novela y su posterior puesta en escena para el cine.

En este siglo XIX la novela histórica se utilizó también con fines nacionalistas. No
es cuestión de hablar del propio Walter Scott, pero sí recordar que se escribieron novelas
como Ein Kampf um Rom (1876) de Felix Dahn (1834-1912), que enaltecía el alma
germana y alcanzó numerosas ediciones en Alemania. En el caso español de todos es
conocido como el nacionalismo vasco busca en novelas presuntamente históricas de
aquella época, como Amaya, el refrendo de sus ideas. En nuestro país, aunque surgen
imitadores de la novela histórica marcada por Walter Scott, como son Gertrudis Gómez de
Avellaneda (Guatemotzin, último emperador de Méjico, 1846), Larra (El doncel de don
Enrique el Doliente, 1834), Gil y Carrasco (El señor de Bembibre, 1844) o Navarro
Villoslada (Doña Blanca de Navarra, 1846, Amaya o los vascos en el siglo VIII, 1877),
entre otros, no tiene lugar la aparición de obras de tema grecorromano de cierto éxito y
reconocimiento. Sólo, creo, tendríamos que aludir al Nerón (1866) de D. Emilio Castelar,
19
autor asimismo del famoso Fra Filipo Lippi, centrada en la vida florentina del siglo XV .

Dejamos a un lado los denominados dramas de toga, esto es, versiones


teatrales de temas grecorromanos (Claudian, 1883, de W. G. Wills y H. Herman, The
Sing of the Cross, 1896, de W. Barret y Ben-Hur de W. Young, 1899), que insisten en
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la decadencia y maldad pagana frente a la bondad y renovación cristiana y el cine de
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tema grecorromano , ya que escapan a nuestro propósito en el momento actual.

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Centrándonos ya en la novela histórica del siglo XX, conocida es la posición de


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Amado Alonso en el sentido de que "la novela histórica está en crisis casi desde su
nacimiento" y en la época en que Amado Alonso escribió su Ensayo sobre la novela
histórica (1942) consideraba que el género estaba "prácticamente abandonado. Cierto
es que todavía en el siglo actual Mereshkovski lo cultiva hermosamente con temas de
la antigua Roma o del Renacimiento italiano o de la antigua Creta; pero si bien en
todos los países hay algunos escritores secundarios que no la dejan morir del todo, en
general desde Salammbô la novela histórica no tiene ya más que apariciones
esporádicas en la obra de unos pocos autores de importancia: Anatole France escribió
Thaïs y Los dioses tienen sed; Pierre Louÿs, Aphrodite; Mereshkovski, La muerte de
los dioses, La resurrección de los dioses, Tutankhamón en Creta, etc.; entre los
nuestros Blasco Ibáñez, Sónnica la cortesana (no histórica y seudoarqueológica), y
23
Enrique Larreta La gloria de don Ramiro."

Frente a la decadencia, sin embargo, de la que nos hablaba A. Alonso, en los


últimos decenios asistimos a una auténtica eclosión que "ha querido explicarse por la falta
de interés y por la insatisfacción de lo cotidiano como tema literario. También por el
cansancio de nuestro siglo por tantos istmos mentalistas como surrealismo, racionalismo,
psicologismo o subjetivismo que ha hecho que la balanza se incline por la narración (..) y
24
no hay razón para suponer que estemos en el final de sus metamorfosis potenciales" .
Pero hay quien incluso, creo que exagerada y erróneamente, llega a afirmar que "la
novela histórica de este final de siglo contribuye con sus símbolos a construir el emblema
de la decadencia de las Democracias Occidentales, comienzo del fin del imperio del
espíritu burgués, exaltador del individuo y nacido de la Revolución f rancesa y del
Romanticismo, que hoy agoniza en la cima de la soledad del poder económico y del
25
bienestar, símbolo de Europa y los Estados Unidos."

Lo que sí notamos en las novelas históricas de tema grecorromano en el siglo XX


es que no están tan ideologizadas, por ejemplo por la pugna entre cristianismo y
paganismo, como lo estuvo la del siglo XIX. La pugna religiosa ha ido quedando
arrinconada, como ha acaecido en la propia sociedad. No tanto, al menos, en la primera

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mitad del siglo XX, ha dejado de estar presente la pugna entre capitalismo y comunismo
en la novela histórica, como lo muestra la interpretación por parte de determinados
novelistas del tema de la rebelión, en el siglo I a. C, de Espartaco, prototipo para algunos
de la rebelión del proletariado, tal y como lo hicieron dos grandes escritores, en sus
novelas históricas que tienen como centro la figura del rebelde, me refiero a las famosas
novelas de Koestler (1938) y Fast (1951), quienes indudablemente leyeron la historia
como quisieron leerla, pues la visión de estos novelistas no es la que encontramos en las
fuentes clásicas, trátese de Plutarco, Apiano, Livio o Floro, quienes nos presentan una
sublevación de unos forajidos audaces, desesperados y feroces.

26
Nuestro pasado siglo, en opinión de C. García Gual , se caracterizaría, en el
ámbito de la novela histórica grecorromana, "ante todo por la variedad de enfoques y la
diversidad de estilos, mucho más que por la novedad de los temas. No es ahora frecuente
poner un énfasis retórico o ideológico como telón de fondo ni agudizar los conflictos
religiosos o morales como pautas para subrayar lo actual o lo moderno de los dramas
representados. No hay un empeño —en general— por demostrar la cercanía de los
antiguos a nuestros hábitos. El exotismo, la invitación a la evasión del presente, y muy
raramente la nostalgia del pasado, siguen siendo acicates en la recreación de esos
escenarios antiguos, pero ha disminuido mucho el didactismo, tanto implícito como sobre
todo explícito, en esas narraciones. Incluso en el aparato de notas y de citas, de frases o
palabras en latín y en griego, que daban ya a primera vista una nota distinguida a los
textos decimonónicos". Resultan indudables, pensamos, sus apreciaciones. Actualmente,
por ejemplo, con el empobrecimiento que el público lector e incluso el autor tiene de las
lenguas y de la cultura clásicas pedirle este toque de lengua a una novela histórica actual
resulta casi imposible. Normalmente el compromiso que suele utilizar el autor en el caso
de la lengua es dejar hablar al narrador y a sus figuras en el idioma materno del autor y en
el estado contemporáneo a la creación de la novela y sólo de vez en cuando, a lo sumo,
introduce una forma arcaizante o dialectal para que tanto el diálogo de las figuras como
27
las intervenciones del narrador tengan cierto aire de autenticidad . El que autores como
Robert Graves o M. Yourcenar nos expongan en apéndice sus referencias bibliográficas
pertenece a otros tiempos, de mejor conocimiento de nuestras raíces.

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La novela histórica de tema greco-romano

En líneas generales el autor suele escoger del mundo grecorromano un tema que
resulte atractivo, emocionante, sobre todo de épocas de crisis, de fuertes personalidades,
trátese de César, Alejandro, Hipatia, Nerón, o bien de amores que se desarrollan en
épocas muy interesantes históricamente o de personajes míticos y sus aventuras que
están realzados por la distancia y majestuosidad del mito. De todas formas hemos de
28
destacar que la novela de tema romano es muchísimo más abundante que la de tema
griego. Abundan más las figuras de la Roma imperial que las griegas de época arcaica,
clásica o helenística, aunque aparezcan novelas sobre Safo, Pericles o Alejandro, sobre
todo de éste último con asombrosa frecuencia.

En efecto, novelas históricas, centradas en personajes históricos griegos, son


menos frecuentes que las latinas. Así sobre Safo, aparte de Safo de J. Fernau y La novela
de Safo de A. Krislov, tenemos las de Michael Darius (Alexander Trocchi), I, Sappho of
Lesbos (1960), de Martha Rofheart, Burning Sappho (1974), o la de Ellen Frye, The Other
Sappho (1989), entre otras. Sobre Esopo incluso tenemos novelas como las de A. D.
Wintle, Aesop (1943) y John Vornholt, The Fabulist (1993). Sobre Pericles y/o Aspasia,
entre otras, tenemos las novelas de W. Savage Landor, Pericles and Aspasia (1836), de
Robert Hamerling, Aspasia (1875), de Rex Warner, Pericles the Athenian (1963), de
Madelon Dimont, Darling Pericles (1972), o de Taylor Caldwell, Glory and the Lightning
(1974). Sobre Alcibíades, entre otras, tenemos las de Charles H. Bromby, Alkibiades
(1905), de C.E. Robinson, The Days of Alcibiades (1925), las dos sobre esta figura de
Vincenz Brun (1935-1936), Alcibiades, beloved of Gods and Men (1935) y Alcibiades,
forsaken by Gods and Men (1936). En cuanto a Sócrates, entre otras, tenemos las
novelas de Fritz Mauthner, Mrs. Socrates (1926), la de O. F. Grazebrook, Socrates among
his Peers (1927), la de Arnold Trinder, O Men of Athens (1947), la de Cora Mason,
Socrates (1953) o la de Robert Pick, The Escape of Socrates (1954). Sobre Alejandro,
aparte de las de Mary Renault o las recientes de Valerio Maximo Manfredi, tenemos, entre
otras, las de A. J. Church, A Young Macedonian in the Army of Alexander the Great
(1890), las de Marshall Monroe Kirkman, The Romance of Alexander and Roxana (1909) y
The Romance of Alexander the King (1909), la de Konrad Bercovici, Alexander (1928), la
de Mary Butts, The Macedonian (1933), la de Nikos Kazantzakis, Alexander the Great

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(1941), la de Harold Lamb, Alexander of Macedon (1946), la de Jakob Wasserman,


Alexander in Babylon (1949), la de Robert Payne, Alexander the God (1954), la de Karl V.
Eiker, Star of Macedon (1957), la de Alfred Powers, Alexander's Horses (1959), la de
Maurice Druon (Maurice Kessel), Alexander the God (1960), la de Edison Marshall, The
Conqueror (1962), las de Helga Moray, I, Roxana (1965), A Son for Roxana (1971) y
Roxana and Alexander (1971), las de David Gemmell, Lion of Macedon (1990) y The Dark
Prince (1993), y la de Anna Apostolou (P.C. Doherty), A Murder in Macedon (1997). Sobre
Cleopatra, aparte de la famosa de H. Rider Haggard (1889) y la de Terenci Moix,
tenemos, entre otras, bajo el título común de Cleopatra las de Georg Ebers (1894), la de
Emil Ludwig (1959), la de Jeffrey Gardner (1962), la de Douglas Keay (1962), la de
Teresa Crayder (1972), aparte de las de Claude Ferval (Marguerite Aimery de
Pierrebourg), The Life and Death of Cleopatra (1924), la de Talbot Mundy, Queen
Cleopatra (1929), la de Jack Lindsay, Last Days with Cleopatra (1935), la de la de Dorothy
Cowlin, Cleopatra, Queen of Egypt (1970), la de Naomi Mitchison, Cleopatra's People
(1972), la de William Bostock, I, Cleopatra (1977) y la de Margaret George, Memorias de
Cleopatra, entre otras. Todos ellos son personajes muy atractivos en sí, aparte de sus
épocas, para los escritores de novelas históricas.

En cuanto a la forma de presentación del relato el narrador como voz narrativa en


la novela histórica no se distingue de los demás tipos de novelas. Lo más usual es el
narrador omnisciente en tercera persona que desde el principio conoce los orígenes y el
final de la historia y también los caracteres de los protagonistas. Es una visión "desde
arriba", comprehensiva, total. Pero en otras ocasiones cabe la narración en primera
persona, fórmula común de los diarios, las memorias, las cartas y las autobiografías, en
las que el narrador es el propio protagonista, como, por ejemplo, Yo, Claudio, Memorias
de Adriano, Memorias de Cleopatra de Margaret George o Casandra de Christa Wolf,
aunque también el "yo" puede ser un amigo íntimo, un testigo próximo a los
acontecimientos como es Anaxágoras en el caso de Pericles el ateniense o el eunuco
Bagoas en El muchacho persa de M. Renault. Mas también puede darse la variante de un
narrador múltiple como ocurre con la novela epistolar, en las que todos los corresponsales
se convierten en narradores y figuras, y asistimos a un poliperspectivismo de los

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acontecimientos que se nos narran, como sucede con novelas históricas como Los idus
de marzo de Th. Wilder, Roma bajo Nerón de Krascewski, Safo de J. Fernau o Lesbia mía
de A. Priante. En este caso lo normal es que el narrador vea la historia "desde abajo",
29
observa, como uno más y con limitaciones, lo bajo, lo cotidiano .

30
En cuanto a la tipología, Carlos García Gual distingue cinco tipos: novelas
mitológicas o de tema mítico, biografías novelescas de grandes figuras históricas, relatos
de gran horizonte histórico, novelas de amor y aventuras y relatos de intriga. El primer
tipo, novelas mitológicas, como su nombre indica, serían aquellas que tienen como base
un mito clásico y en este grupo entrarían desde El vellocino de oro (1945) de Robert
Graves a las novelas sobre Casandra de Hilary Bailey y Christa Wolf, pasando por las
novelas de Mary Renault centradas en Teseo (El toro del mar y Teseo rey) entre otras,
aparte de una novela no justamente, desde nuestro punto de vista, valorada, Menesteos,
31
marinero de abril de Mª Teresa León, la fiel compañera hasta la muerte de Rafael Alberti.
En cuanto al tipo de biografías novelescas, hoy día en auge, acogería en su seno las
dedicadas a personajes históricos, políticos, como la multitud de novelas sobre Alejandro,
desde la trilogía de Mary Renault a las recientes de Valerio Massimo Manfredi, pasando
por La jeneusse de Alexandre de R. Peyrefitte, Alejandro de G. Haefs, Pericles de Rex
Warner, Yo, Aníbal (1988) de Juan Eslava, Yo, Trajano de J. Pardo, La leyenda del falso
traidor (1994) de A. Gómez Rufo, centrada en la figura de Bruto, o Apócrifo Cleónico.
Primera biografía de Pericles (1996) de M. M. Rubio Esteban o las culminaciones de este
tipo, Yo, Claudio y Claudio el dios de R. Graves o Memorias de Adriano (1948) de M.
Yourcenar, entre otras. En cuanto a biografías noveladas centradas en famosos escritores
clásicos tendríamos que citar La séptima carta de Vintila Horia, que evoca la vida de
Platón, Safo de J. Fernau y La novela de Safo de A. Krislov, El cantante de salmos de M.
Renault, que evoca al poeta Simónides, Lesbia mía de A. Priante, que evoca
naturalmente al poeta Catulo, La encina de Mario. Autobiografía de Cicerón también de
Priante, La muerte de Virgilio (1951) de H. Broch y El largo aliento de Juan Luís Conde
sobre Tácito, entre otras. En cuanto a novelas de gran horizonte histórico (seguimos
utilizando la terminología de C. García Gual) serían aquéllas en las que no es tan
importante el héroe como el amplio escenario de sus aventuras, donde entrarían la

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Creación de Gore Vidal (1981), Aníbal de G. Haefs (1990), Nerópolis (1984) de H.


Monteilhet (1984), entre otras. En el apartado de novelas de amor y aventuras entrarían
novelas como Laureles de ceniza de Norbert Rouland o Aphrodite in Aulis (1931) de
George Moore (1852-1933), novela de amor que se desarrolla en la Grecia del siglo V
a.C., entre otras. En cuanto a novelas históricas que son auténticos relatos de intriga,
policiacos, entrarían la serie cuyo protagonista es el detective Marco Didio Falco en las
novelas de Lindsey Davis —El oro de Posidón, La plata de Britania, La estatua de bronce,
La Venus de cobre, La mano de hierro de Marte y Último acto en Palmira— o el detective
Gordiano el Sabueso creado por Steven Saylor (Sangre romana, El brazo de la Justicia,
El enigma de Catilina y La suerte de Venus o Asesinato en la vía Apia).

32
Pero también el propio C. García Gual nos dice que básicamente podemos
distinguir en las novelas históricas "dos esquemas básicos y distintos, repetidos con
frecuencia: las de tramas que podemos llamar romántica, en los que los protagonistas son
una joven pareja, y otras que están centradas sobre la figura de una personalidad de gran
relieve histórico. El primer tipo es bien conocido por ser el más frecuente en el período
romántico, tanto en las obras de W. Scott, como en Los novios de Manzoni o en Quo
vadis? de Sienkiewicz, por ejemplo. El segundo tipo podemos ejemplificarlo en novelas
como las de Merezhkovski, Juliano el Apóstata o la de H. Kesten, Felipe II (traducida con
el título de Yo, la muerte, Edhasa, 1994) o los dos tomos de Enrique IV de Heinrich
Mann."

33
Por su parte Kurt Spang distingue tan sólo dos tipos de novelas históricas, la
novela histórica ilusionista y la novela histórica antiilusionista. La primera caracterizada
por el afán de los autores de crear la ilusión de autenticidad y de veracidad de lo narrado,
por tratar de infundir en el lector la sensación de que está asistiendo a la reproducción
auténtica del devenir histórico, creándose la apariencia de que historia y ficción coinciden,
y el autor suele afirmar, incluso con pruebas documentales, que lo que narra es
verdadero. En ella todo resulta lógico y coherente. Generalmente enaltece al individuo. Es
34
el tipo de novela que, según Spang se adapta más a la novela histórica decimonónica y
anterior. La novela antiilusionista para Spang es aquella que corresponde en grandes

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rasgos a la novela histórica que se cultiva preferentemente a fines del XIX y el siglo XX,
que asume el hiato entre historia y ficción, que no trata de crear "ilusión" de autenticidad
en el receptor, que si existen incongruencias éstas se presentan como tales, y donde
juegan un papel mucho más importante los grupos sociales e ideológicos, donde
35
entrarían, según el mismo autor , por ejemplo, Los negocios del Sr. Julio César de B.
Brecht o Los idus de marzo de Thornton Wilder.

36
Por su parte Enrique Montero Cartelle y Mª Cruz Ingelmo , que centran su estudio
sólo en la novela latina, reconocen que se podrían establecer diversas tipologías
atendiendo a criterios históricos o literarios, aunque reconocen que "el más evidente y el
que más llama la atención del lector es el criterio temático, a la vez que la finalidad o
intención con la que se escribe la novela. Estos criterios se solapan porque no son
incompatibles, razón por la cual algunas de las novelas podrían tener cabida en más de
una categoría," llegando a distinguir dentro de las novelas históricas latinas,
correspondientes al mundo antiguo, la siguiente tipología:

1) Novela biográfica sea cual sea la forma de narración que se adopte, donde entrarían,
por ejemplo, entre otras, La columna de hierro. El gran tribuno (novela sobre Cicerón y
37
Roma) de Taylor Caldwell , las novelas sobre Claudio de Robert Graves, Los Idus de
38 39
Marzo de Thorton Wilder , El joven César y César Imperial de Rex Warner , Applaudite,
40
se lo spettacolo è stato bueno. I diari segreti del divino Augusto de Philip Vandenberg , el
41
Augusto y Tiberio de Allan Massie , La Memoria del tirano. Trece espejos para el
42
emperador Tiberio de Pierre Kast , Mesalina. Emperatriz y esclava del placer de V.
43 44
Vanoyeke-G. Rachet , Agrippina, la donna dei Cesari de Furio Sampoli , Memorias de
45
Agripina. La Roma de Nerón de Pierre Grimal , No digas que fue un sueño (Marco
46 47
Antonio y Cleopatra) de Terenci Moix , Anibal de Gisbert Haefs . Como variante, dentro
de este primer tipo, los autores incluyen la biografía antihistórica o contrahistórica de
48
Alberto Arbasino, Super-Heliogábalo .

2) La novela analística, esto es, los hechos son presentados año a año al modo de la
analística antigua, está representada por la saga republicana de las novelas de C.

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McCullough, El primer hombre de Roma y La corona de hierba.

3) La novela biográfica religioso-filosófica, donde entrarían obras maestras como las


51 52
Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar , Juliano el Apóstata de Gore Vidal o
53
Julian. La mort du monde antique de Claude Fouquet , entre otras.

4) La novela biográfica literaria con su típica representante, La muerte de Virgilio de


54 55
Hermann Broch , El último mundo de Christoph Ransmayr , Lesbia mía de Antonio
56 57
Priante o El largo silencio de Juan Luis Conde .

5) La novela biográfica ideológica o politizada, donde entrarían, lógicamente, el Espartaco


58
de Howard Fast y la inacabada novela, publicada post mortem en 1956, de Bertol
59
Brecht, Los negocios del señor Julio César .

6) La novela de orientación cristiana, bien a favor bien en contra, que tuvo una larga
tradición en el siglo XIX, como hemos visto, y que estaría representada por Dios ha
60
nacido en el exilio de Vintila Horia , Nerópolis. Novela sobre los tiempos de Nerón de
61 62
Hubert Monteilhet , Elena, la madre del emperador Constantino, de Evelyn Waugh ,
63
Médico de cuerpos y almas, sobre la vida de S. Lucas, de Taylor Caldwell , Los
64
conversos, que describe el periplo intelectual de S. Agustín, de Rex Wagner , entre
otras. Desde la perspectiva anticristiana destacan Un gusto a almendras amargas de
65 66
Hella S. Haase o Amantía de Mª Xosé Qeizán .

7) La novela pedagógica, escrita por profesores para formación y deleite de sus alumnos,
67
donde entraría, por ejemplo, Laureles de ceniza de Norbert Rouland .

8) La novela policíaca, el tipo más curioso e insospechado, que supone el traslado a


Roma del género policiaco, donde entrarían El pompeyano (La vida en la antigua
68
ciudad del placer) de Philipp Vanderberg , las novelas de Lindsey Davis y de Steven
Saylor, ya citadas, o Noches de Roma (Una intriga en tiempos de Marco Aurelio) de
69
Ron Burns , entre otras.

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En cuanto a la clasificación que hace Germán Santana Henríquez , el propio autor
reconoce que existen otras posibilidades y prácticamente sigue la clasificación anterior,
esto es, la de E. Montero Cartelle y M. C. Herrero Ingelmo, pues distingue entre novela
biográfica, novela analística, novela biográfica religioso-filosófica, novela biográfica
literaria, novela biográfica ideológica o politizada, novela cristiana, novela pedagógica,
novela policiaca y finalmente, la tipología que sería una cierta innovación respecto a la
clasificación ya citada de Montero Cartelle y Herrero Ingelmo, pero que ya encontrábamos
en la clasificación de C. García Gual, la novela mitológica (El vellocino de oro de R.
Graves, Final Troyano de Laura Riding o Jasón de Henry Treece, etc.).

Como se ve, las clasificaciones pueden ser diversas y nacen de nuestro afán de
sistematizar. Resulta evidente, pues, que tenemos novelas históricas de tema
grecorromano de lo más variopintas en temas, estructuras, estilos, más de tema romano
que griego, y que, afortunadamente, en contra de la opinión de Amado Alonso hace años,
no se le vislumbra su final, sino continuidad y, a lo sumo, adaptaciones a los nuevos
tiempos, en los que se irán abandonando temas que socialmente ya no son relevantes y,
en cambio, se buscará e incidirá en otros que reflejen los avatares del presente.

NOTAS:

1 2
Poética 1451 a 36-1452 a 11. 1451 b 9.
3

G. KEBBEL, Geschichtengeneratoren
Lektionen zur Poetik des historischen Romans,

Tübingen, 1992 .
4

H. MÜLLER, Geschichte zwischen Kairos und


Katastrophe. Historischer Roman im 20.
Jahrhundert, Frankfurt, 1988.
5

B. CIPLIJAUSKAITÉ, Los noventayochistas y


la historia, Madrid, 1981, p. 13.
6

A. ALONSO, Ensayo sobre la novela

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histórica. El modernismo en "La Gloria de Don


Ramiro", Madrid, 1984, p. 12
7

Ideas sobre la novela, Madrid, 1982, p. 47.


Cf. C. MATA INDURÁIN, "Retrospectiva sobre la evolución de la novela histórica", La Novela Histórica.
Teorías y Comentarios, K. SPANG, I. ARELLANO & C. MATA (Eds.), Universidad de Navarra, 1995, pp.
47-48.
9

G. LUKÁCS, La novela histórica, trad. de J.


Reuter, México, 1977, pp. 15-29.
10

"Callirhoe and Parthenope: the Beginnings of


the Historical Novel", Classical Antiquity 6.2,
1987, pp.
184-204.
11

C. GARCÍA GUAL, La Antigüedad novelada.


Las novelas históricas sobre el mundo griego y
romano,
Barcelona, 1995, p. 259.
12

Cf. C. GARCÍA GUAL, Los Orígenes de la


Novela, Madrid, 1972, pp. 133-146.
13 14

Art. cit, pp. 22-23. La Antigüedad novelada, p.


259.
La tradición clásica, México, 1978, II, pp. 241-258.
16 17

Op. cit., II, p.170. La Antigüedad novelada, p.


109.
18

Op. cit., II, p. 255.


19

Cf. A. ALONSO, op. cit., pp. 36-41; C. MATA, op. cit., p. 24.
20 21

Cf. C. GARCÍA GUAL, La Antigüedad novelada, pp. 201-207. J. SOLOMON, The Ancient World in the
Cinema, Londres, 1979; M. M. WINKLER (Ed.), Classics
and Cinema, Londres-Toronto, 1991; A. DUPLÁ & A. IRIARTE (Eds.), El cine y el mundo antiguo,
Bilbao, 1994; F. LILLO, El cine de romanos y su aplicación didáctica, Madrid, 1994; F. LILLO, El cine
de tema griego y su aplicación didáctica, Madrid, 1997; R. DE ESPAÑA, El peplum. La antigüedad en
el cine, Barcelona, 1997.
22

Op. cit., p. 41.


23

Op. cit., p. 80.


24

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G. SANTANA HENRÍQUEZ, "La novela histórica y su <<boom>> actual",Tradición clásica y Literatura


española, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, 2000, p. 201.
25

J. M. QUEROL SANZ, "Apropiación y modelización de la Antigüedad en la novela


históricacontemporánea. Algunas notas sobre el problema de la reconstrucción de modelos y la decadencia d e
la cultura occidental", La novela histórica a finales del siglo XX, J. ROMERA CASTILLO, F. GUTIÉRREZ
CARBAJO & M. GARCÍA PAGE (Eds.), Madrid, 1996, 367-374.
26

La Antigüedad novelada, p. 215.


K. SPANG, "Apuntes para una definición de la novela histórica", La Novela Histórica. Teorías y
28

Comentarios, K. SPANG, I. ARELLANO & C. MATA (Eds.), Universidad de Navarra, 1995, p. 107. E.
MONTERO CARTELLE & M. C. HERRERO INGELMO, De Virgilio a Umberto Eco. La novela histórica
latina contemporánea, Madrid, 1994.
29

Cf, C. GARCÍA GUAL, La Antigüedad novelada, p. 216; K. SPANG, art. cit., pp. 96-98; G. SANTANA
30 31

HENRÍQUEZ, op. cit., p. 203. La Antigüedad novelada, p. 217. México, 1965.


32

"Novelas biográficas o biografías novelescas de grandes personajes de la Antigüedad: algunos ejemplos",


La novela histórica a finales del siglo XX, p. 55.
33 34 35 36

Art.. cit., pp. 83-94. Art. cit., p. 94. Art. cit., p. 91. Op.
cit., pp. 41-42.
37

Barcelona, 1983.
38

Barcelona, 1990.
39

Barcelona, 1987.
40

Milán, 1988.
41

Barcelona, 1990 y 1992 respectivamente.


42

Barcelona, 1990.
43

Madrid, 1989.
44

Roma, 1988.
45

Barcelona, 1993.
46

Barcelona, 1986.
47

Barcelona, 1991.
48

Barcelona, 1973.
49

Barcelona, 1990.
50

Barcelona, 1991.

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La novela histórica de tema greco-romano

51

Barcelona, 1974.
52

Barcelona, 1983.
53

París, 1985
54

Madrid, 1989.
55

Barcelona, 1989.
56

Barcelona, 1992.
57

Barcelona, 1993.
58

Buenos Aires, 1976.


59

Barcelona, 1984.
60

Madrid, 1968.
61

Barcelona, 1985.
62

Barcelona, 1990.
63

Barcelona, 1991.
64

Barcelona, 1986.
65

Barcelona, 1991.
66

Vigo, 1984.
67

Barcelona, 1990.
68

Buenos Aires, 1987.


69

Barcelona, 1993.
70
Op. cit., pp. 203-207.

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