Primera Oración
Padrenuestro – Ave María.
¡Oh Jesucristo! eres la eterna dulzura de todos los que te aman; la alegría que sobrepasa todo
gozo y deseo; la salvación y esperanza de todos los pecadores. Tú has manifestado no tener
mayor deseo que el de permanecer en medio de los hombres, en la tierra. Los amas hasta el punto
de asumir la naturaleza humana, en la plenitud de los tiempos, por amor a ellos. Acuérdate de
todos los sufrimientos que has soportado desde el instante de tu Concepción y especialmente
durante tu Sagrada Pasión; tal como había sido decretado y ordenado desde toda la eternidad,
según el plan divino.
Acuérdate, oh Señor, que durante la última cena con tus discípulos les has lavado los pies; y
después, les diste tu Sacratísimo Cuerpo, y tu Sangre Preciosísima. Luego, confortándolos con
dulzura, les anunciaste tu próxima Pasión.
Acuérdate de la tristeza y amargura que has experimentado en tu Alma, como Tú mismo lo
afirmaste, diciendo: «Mi Alma está triste hasta la muerte».
Acuérdate de todos los temores, las angustias y los dolores que has soportado, en tu Sagrado
Cuerpo antes del suplicio de la crucifixión. Después de haber orado tres veces, todo bañado de
sudor sangriento, fuiste traicionado por tu discípulo, Judas; apresado por los habitantes de una
nación que habías escogido y enaltecido. Fuiste acusado por falsos testigos e injustamente
juzgado por tres jueces; todo lo cual sucedió en la flor de tu madurez, y en la solemne estación
pascual.
Acuérdate que fuiste despojado de tu propia vestidura, y revestido con manto de irrisión. Te
cubrieron los ojos y la cara, dándote bofetadas. Después, coronándote de espinas, pusieron en tus
manos una caña. Finalmente, fuiste atado a la columna, desgarrado con azotes, y agobiado de
oprobios y ultrajes.
En memoria de todas estas penas y dolores que has soportado antes de tu Pasión en la Cruz,
concédeme antes de morir una contrición verdadera, una confesión sincera y completa, una
adecuada satisfacción y la remisión de todos mis pecados. Amén.
Segunda Oración
Padrenuestro – Ave María
¡Oh Jesús, verdadera libertad de los ángeles y paraíso de delicias! Acuérdate del horror y la
tristeza con que fuiste oprimido, cuando tus enemigos, como leones furiosos, te rodearon con
miles de injurias, salivazos, bofetadas, laceraciones, arañazos y otros suplicios inauditos. Te
atormentaron a su antojo. En consideración a estos tormentos y a las palabras injuriosas, te
suplico ¡oh mi Salvador y Redentor! que me libres de todos mis enemigos visibles e invisibles y
que bajo tu protección, hagas que yo alcance la perfección de la salvación eterna. Amén.
Tercera Oración
Padrenuestro – Ave María.
¡Oh Jesús, Creador del Cielo y de la Tierra, al que nada puede contener ni limitar! Tú abarcas
todo; y todo es sostenido bajo tu amorosa potestad. Acuérdate del dolor muy amargo que sufriste
cuando los judíos, con gruesos clavos cuadrados, golpe a golpe, clavaron tus sagradas manos y
pies a la Cruz. Y no viéndote en un estado suficientemente lamentable para satisfacer su furor,
agrandaron tus Llagas, agregando dolor sobre dolor. Con indescriptible crueldad, extendieron tu
cuerpo en la Cruz. Y con violentos estirones, en toda dirección, dislocaron tus huesos.
¡Oh Jesús!, en memoria de este santo dolor que has soportado con tanto amor en la Cruz, te
suplico me concedas la gracia de temerte y amarte. Amén.
Cuarta Oración
Padrenuestro – Ave María.
¡Oh Jesús, Médico Celestial! elevado en la Cruz para curar nuestras llagas con las tuyas!
Acuérdate de las contusiones y los desfallecimientos que has sufrido en todos tus miembros; y
que fueron distendidos en tal grado, que no ha habido dolor semejante al tuyo. Desde la cima de
la cabeza hasta la planta de los pies, ninguna parte de tu Cuerpo estaba exenta de tormentos. Sin
embargo, olvidando todos tus sufrimientos, no dejaste de pedir por tus enemigos a tu Padre
Celestial, diciéndole: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».
Por esta inmensa misericordia, y en memoria de estos sufrimientos, te hago esta súplica:
concédenos que el recuerdo de tu muy amarga Pasión nos alcance una perfecta contrición, y la
remisión de todos nuestros pecados. Amén.
Quinta Oración
Padrenuestro – Ave María.
iOh Jesús!, ¡Espejo de Resplandor Eterno! Acuérdate de la tristeza aguda que has sentido al
contemplar con anticipación las almas que habían de condenarse. A la luz de tu Divinidad, has
vislumbrado la predestinación de aquellos que se salvarían, mediante los méritos de tu Sagrada
Pasión. Y al mismo tiempo, habs contemplado tristemente la inmensa multitud de réprobos que
serían condenados por sus pecados; y te has quejado amargamente de esos desesperados,
perdidos y desgraciados pecadores.
Por este abismo de compasión y piedad, y principalmente por la bondad que demostraste hacia el
buen ladrón, diciéndole: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso», hago esta súplica, Dulce Jesús. Te
pido que a la hora de mi muerte tengas misericordia de mí. Amén.
Sexta Oración
Padrenuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, Rey infinitamente amado y deseado! Acuérdate del dolor que has sufrido, cuando,
desnudo y como un criminal común y corriente, fuiste clavado y elevado en la Cruz. También
fuiste abandonado de todos tus parientes y amigos, con la excepción de tu muy amada Madre. En
tu agonía, Ella permaneció fiel junto a ti; luego, la encomendaste a tu fiel discípulo, Juan,
diciendo a María: «mujer, he aquí a tu hijo» Y a Juan: «He aquí a tu Madre».
Te suplico, oh mi Salvador, por la espada de dolor que entonces traspasó el alma de tu Santísima
Madre, que tengas compasión de mí. Y en todas mis aflicciones y tribulaciones, tanto corporales
como espirituales, ten piedad de mí. Asísteme en todas mis pruebas, y especialmente en la hora
de mi muerte. Amén.
Séptima Oración
Padrenuestro – Ave Maria
¡Oh Jesús, Fuente inagotable de compasión, ten compasión de mí! En profundo gesto de amor,
has exclamado en la Cruz: «tengo sed». Era sed por la salvación del género humano. Oh mi
Salvador, te ruego que inflames nuestros corazones con el deseo de dirigimos a la perfección, en
todas nuestras obras. Extingue en nosotros la concupiscencia carnal y el ardor de los apetitos
mundanos. Amén.
Octava Oración
Padrenuestro – Ave María
¡Oh Jesús, dulzura de los corazones y deleite del espíritu! Por el vinagre y la hiel amarga que has
probado en la Cruz, por amor a nosotros, oye nuestros ruegos. Concédenos la gracia de recibir
dignamente tu sacratísimo Cuerpo y Sangre preciosísima durante nuestra vida, y también a la
hora de la muerte, para servir de remedio y consuelo a nuestras almas. Amén.
Octava Oración
Padrenuestro – Ave María
¡Oh Jesús, virtud real y gozo del alma! Acuérdate del dolor que has sentido, sumergido en un
océano de amargura, al acercarse la muerte, insultado y ultrajado por los judíos. Clamaste en alta
voz que habías sido abandonado por tu Padre Celestial, diciéndole: «Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?». Por esta angustia, te suplico, oh mi Salvador, que no me abandones
en los terrores y dolores de mi muerte. Amén.
Décima Estación
Padrenuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, principio y fin de todas las cosas! Tú eres la vida y la virtud plena. Acuérdate de que
por causa nuestra fuiste sumergido en un abismo de penas, sufriendo dolor desde la planta de tus
pies hasta la cima de la cabeza. En consideración a la enormidad de tus llagas, enséñame a
guardar, por puro amor a ti, todos tus mandamientos, pues el camino de tu ley divina es amplio y
agradable para aquellos que te aman. Amén.
Undécima Oración
Padrenuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús! ¡Abismo muy profundo de misericordia! En memoria de las llagas que penetraron
hasta la médula de tus huesos y entrañas, para atraerme hacia ti, presento esta súplica. Yo,
miserable pecador, profundamente sumergido en mis ofensas, pido que me apartes del pecado.
Ocúltame de tu rostro, tan justamente irritado contra mí. Escóndeme en los huecos de tus llagas
hasta que tu cólera y justisíma indignación hayan cesado. Amén.
Duodécima Oración
Padrenuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, espejo de la verdad, sello de la unidad y vínculo de la caridad! Acuérdate de la
multitud de llagas con que fuiste herido, desde la cabeza hasta los pies. Esas llagas fueron
laceradas y enrojecidas, oh dulce Jesús, por la efusión de tu adorable Sangre. ¡Oh, qué dolor tan
grande e inmenso has sufrido por amor a nosotros, en tu carne virginal! ¡Dulcísimo Jesús! ¿Qué
hubo que hacer por nosotros que no lo hayas hecho? Nada falta. ¡Todo lo has cumplido! ¡Oh
amable y adorable Jesús! Por el fiel recuerdo de tu Pasión, que el fruto meritorio de tus
sufrimientos sea renovado en mi alma. Y que en mi corazón, tu Amor aumente cada día hasta
que llegue a contemplarte en la eternidad. ¡Oh Amabilísimo Jesús! Tú eres el tesoro de toda
alegría y dicha verdadera, que te pido me concedas en el Cielo. Amén.
Décima-Tercia Oración
Padrenuestro – Ave María.
¡Oh Jesús, fuerte León, Rey inmortal e invencible! Acuérdate del inmenso dolor que has sufrido
cuando, agotadas todas tus fuerzas, tanto morales como físicas, inclinaste la cabeza y dijiste:
«Todo está consumado». Por esta angustia y dolor, te suplico, Señor Jesús, que tengas piedad de
mí en la hora de mi muerte, cuando mi mente esté tremendamente perturbada y mi alma
sumergida en angustia. Amén.
Décima-Cuarta Oración
Padrenuestro – Ave María.
¡Oh Jesús único Hijo del Padre Celestial, esplendor e imagen de su esencia! Acuérdate de la
sencilla y humilde recomendación que hiciste de tu alma, a tu Padre Eterno, diciéndole: «¡Padre
en tus manos encomiendo mi espíritu!» Desgarrado tu cuerpo, destrozado tu corazón, y abiertas
las entrañas de tu misericordia para redimirnos, has expirado. Por tu preciosa muerte, te suplico,
oh Rey de los santos, confórtame, socórreme para que resista al demonio, la carne y al mundo. A
fin de que, estando muerto al mundo, viva yo solamente para ti. Y a la hora de mi muerte, recibe
mi alma peregrina y desterrada que regresa a ti. Amén.
Décima-Quinta Oración
Padrenuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, verdadera y fecunda vid! Acuérdate de la abundante efusión de sangre que tan
generosamente has derramado de tu sagrado cuerpo. Tu preciosa sangre fue derramada como el
jugo de la uva bajo el lagar.
De tu costado perforado por un soldado con la lanza, ha brotado sangre y agua, hasta no quedar
en tu cuerpo gota alguna. Finalmente, como un haz de mirra, elevado a lo alto de la Cruz, la muy
fina y delicada carne tuya fue destrozada; la substancia de tu cuerpo fue marchitada; y disecada
la médula de tus huesos. Por esta amarga Pasión, y por la efusión de tu preciosa sangre, te
suplico, oh dulcísimo Jesús, que recibas mi alma, cuando yo esté sufriendo en la agonía de mi
muerte. Amén.
Conclusión
iOh Dulce Jesús! Traspasa mi corazón, para que mis lágrimas de amor y penitencia me sirvan de
pan, día y noche. Conviérteme enteramente, oh mi Señor, a ti. Haz que mi corazón sea tu
habitación perpetua. Y que mi conversación te sea agradable. Que el fin de mi vida te sea de tal
suerte laudable, que después de mi muerte pueda merecer tu Paraíso, y alabarte para siempre en
el Cielo con todos tus santos. Amén.