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Ars Celebrandi - Aurelio García Macías

Este documento explora el concepto de "ars celebrandi", o el arte de celebrar, mencionado en la Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis. Explica que la liturgia está vinculada intrínsecamente con la belleza, ya que es la expresión de la gloria de Dios. La belleza no es meramente decorativa, sino constitutiva de la liturgia. El ars celebrandi se refiere a celebrar la liturgia de manera correcta y fiel a las normas, para asegurar la participación plena de los fieles y manifestar el

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Ars Celebrandi - Aurelio García Macías

Este documento explora el concepto de "ars celebrandi", o el arte de celebrar, mencionado en la Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis. Explica que la liturgia está vinculada intrínsecamente con la belleza, ya que es la expresión de la gloria de Dios. La belleza no es meramente decorativa, sino constitutiva de la liturgia. El ars celebrandi se refiere a celebrar la liturgia de manera correcta y fiel a las normas, para asegurar la participación plena de los fieles y manifestar el

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ARS CELEBRANDI.

Aurelio García Macías1

La Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis trata,


por primera vez en un documento magisterial y entre los elementos a cuidar
en la recta celebración del sacramento de la Eucaristía, lo que él denomina
ars celebrandi; y lo vincula con el concepto de belleza referido a toda
celebración litúrgica. ¿Qué es y qué se entiende por ars celebrandi?

En unas charlas dirigidas particularmente a presbíteros, que celebran


la eucaristía en calidad de presidentes de la celebración, es importante
ahondar en la profundidad litúrgica y espiritual de nuestro ministerio
sacerdotal.

1.- INTRODUCCIÓN
Antes de abordar este tema, me gustaría señalar dos matizaciones
relacionadas con la reflexión teológica del magisterio actual, que ayudan a
contextualizar el tema a tratar.

Hace años, al leer uno de los libros del entonces cardenal Josef Ratzinger me
llamó poderosamente la atención el texto con el que se iniciaba el prólogo
de un interesante libro suyo:

“En los inicios de la reforma litúrgica conciliar, muchos creyeron que


el tema de un modelo litúrgico adecuado era un asunto puramente
pragmático, una búsqueda de la forma de celebración más accesible al
hombre de nuestro tiempo. Hoy está claro que en la liturgia se ventilan
cuestiones tan importantes como nuestra comprensión de Dios y del
mundo, nuestra relación con Cristo, con la Iglesia y con nosotros
mismos: en el campo de la liturgia nos jugamos el destino de la fe y
de la Iglesia. La cuestión litúrgica ha cobrado hoy una relevancia que
antes no podíamos prever.”

Ciertamente en otras épocas históricas las cuestiones teológicas se debatían


en campos tan diferentes como la cristología, la doctrina trinitaria o
sacramental. Claro ejemplo de ello es la historia de la teología desde los
comienzos de la Iglesia, constantemente preocupada por clarificar la doble
naturaleza humana y divina de Jesucristo, o la presencia real de Jesucristo en

1
Licenciado en Filosofía por la Universidad de Salamanca, fue ordenado sacerdote en 1992 en Valladolid.
Es doctor en Liturgia por el Pontificio Instituto Litúrgico San Anselmo de Roma, con una tesis
titulada Presbíteros en cada Iglesia (Hch, 14,23). La plegaria de ordenación del presbítero en el Rito
Bizantino-Griego y en el Rito Romano. Ha sido profesor invitado de la Facultad de Teología San Dámaso
de Madrid y presidente de la Asociación Española de Profesores de Liturgia. Desde 2015, es el Capo Ufficio
(jefe de la Oficina) de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

1
las especies eucarísticas cuestionadas por las desviaciones cátaras y
albigenses. Resulta sorprendente la afirmación del Cardenal Ratzinger
cuando afirma que actualmente es en el campo de la liturgia donde nos
jugamos el destino de la fe y de la Iglesia. Es una afirmación que no
deberíamos desdeñar. ¿Por qué? Porque nos está indicando el campo en el
que hoy se manifiestan más evidentemente las confusiones teológicas que
padecemos. Es evidente que en la forma de celebrar se expresa también
nuestro modo de creer y, en gran manera, el contenido de la fe. Cuando se
alteran los textos o los gestos de la celebración litúrgica sin lógica alguna y
sin prestar atención a la normativa de la Iglesia, corremos el riesgo de
convertirnos en hermenéutas personales de las disposiciones litúrgicas
eclesiales. Tal actitud revela una insana autoridad para convertirnos, por un
lado, dueños de la liturgia y, por otro, correctores de las disposiciones
eclesiales. Por supuesto que la Iglesia dispone en los libros litúrgicos la
posibilidad de adaptar las celebraciones a la asamblea concreta y según las
circunstancias, pero no legitima cualquier alteración arbitraria, máxime
cuando contradice la mínima lógica de la sana Tradición cristiana.
Como presidentes de la celebración litúrgica y, por tanto, de toda celebración
eucarística, somos garantes y custodios de la recta celebración de la liturgia
en la comunidad cristiana a nosotros confiada.

2.- ¿QUÉ SIGNIFICA ARS CELEBRANDI?


El Papa Benedicto XVI, al recoger las propuestas de los padres sinodales en
la Exhortación Sacramentum caritatis, establece una relación entre el
misterio creído (lex credendi) y su celebración (lex orandi) que se manifiesta
en el valor teológico y litúrgico de la belleza. Es decir, que relaciona “el arte
de celebrar” la liturgia con la belleza inherente a la propia celebración
litúrgica.

2.1.- El valor teológico de la belleza


“En efecto, la liturgia, como también la Revelación cristiana, está vinculada
intrínsecamente con la belleza: es veritatis splendor. En la liturgia
resplandece el Misterio pascual mediante el cual Cristo mismo nos atrae
hacia sí y nos llama a la comunión… La belleza de la liturgia es parte de este
misterio; es expresión eminente de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un
asomarse del Cielo sobre la tierra. El memorial del sacrificio redentor lleva
en sí mismo los rasgos de aquel resplandor de Jesús, del cual nos han dado
testimonio Pedro, Santiago y Juan cuando el Maestro, de camino hacia
Jerusalén, quiso transfigurarse ante ellos (cf Mc 9,2). La belleza, por tanto,
no es un elemento decorativo de la acción litúrgica; es más bien un elemento
constitutivo, ya que es un atributo de Dios mismo y de su revelación.

2
Conscientes de todo esto, hemos de poner gran atención para que la acción
litúrgica resplandezca según su propia naturaleza” (Sacramentum caritatis,
nº 35).

La primera afirmación es que la revelación cristiana está vinculada


intrínsecamente con la belleza; es esplendor de la Verdad, que es Dios
mismo. A lo largo de toda la tradición eclesial, la reflexión teológica ha
buscado llegar hasta Dios per viam pulchritudinis.

La Liturgia, como momento presente de la historia de la salvación, actualiza


el misterio central de nuestra fe, el misterio pascual de Jesucristo en el hic et
nunc de la celebración litúrgica. Y esta es la auténtica y verdadera belleza de
toda celebración litúrgica. Si en la liturgia, por tanto, se hace presente el
misterio de Jesucristo, resplandece en ella la belleza del misterio de Dios, es
expresión de la gloria de Dios; porque la belleza, al ser atributo del misterio
divino, es también parte de la liturgia.

En la liturgia resplandece la belleza del misterio de Jesucristo, que es


misterio de comunión con Él y con quienes están unidos a Él: nos atrae hacia
sí y nos llama a la comunión. Es un misterio que une a Cristo y al Cuerpo de
Cristo entre sí. Así se expresa en la segunda epíclesis de algunas plegarias
eucarísticas, denominada epíclesis de comunión: “Te pedimos
humildemente que el Espíritu Santo nos congregue en la unidad a cuantos
participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo” (Plegaria Eucarística II). La
belleza de la liturgia se manifiesta, no sólo por el misterio creído y celebrado,
sino también por el misterio de comunión que acontece de todos los que
participan con Cristo.

La segunda afirmación es que la belleza no es un elemento decorativo de la


acción litúrgica, sino un elemento constitutivo. Ya hemos visto que la belleza
es un atributo de Dios mismo y de su revelación, y, por tanto, de la
celebración de los divinos misterios. No se trata de una mera ornamentación
externa consistente en la riqueza y acumulación de objetos artísticos, sino
que el fundamento de tal belleza es la grandeza del misterio celebrado.
Ahora bien, para mejor proclamar la fe y glorificar a Dios en el culto divino,
la Iglesia siempre se sirvió del arte como una forma privilegiada de expresar
el sentimiento religioso. La Iglesia también necesita de la mediación de lo
sensible y visible para entrar en el mundo de lo invisible y espiritual. Esta es
la lógica del misterio de la encarnación. A través de la mediación litúrgica,
el misterio de Jesucristo continúa sacramentalmente presente en los misterios
de culto. En la celebración litúrgica, el arte adquiere un carácter sacramental
ya que hace presente aquello que representa, es decir, se convierte en
vehículo de comunión con Dios, que es la Belleza suprema. Como muy bien

3
afirma un autor moderno: “El arte no se limita a ser un simple ornamento de
la liturgia. La celebración de culto requiere –con una necesidad que
podríamos decir estructural- de la belleza para manifestar sensiblemente, de
una manera fiel y auténtica, la verdad última de cuanto en ella acontece: la
presencia de la gloria de Dios sacramentalmente dada en comunión a los
hombres. Y, por ello, en la celebración litúrgica, el arte, asumido como
elemento estructuralmente constitutivo del código simbólico del rito, se
convierte en todas sus expresiones –arquitectura, artes plásticas, música,
poesía…-, en mediación misma para la presencia del misterio.”

2.2.- El arte de celebrar rectamente


“En los trabajos sinodales se ha insistido varias veces en la necesidad de
superar cualquier posible separación entre el ars celebrandi, es decir, el arte
de celebrar rectamente, y la participación plena, activa y fructuosa de todos
los fieles. Efectivamente, el primer modo con el que se favorece la
participación del Pueblo de Dios en el Rito sagrado es la adecuada
celebración del Rito mismo. El ars celebrandi es la mejor premisa para la
actuosa participatio. El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las
normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar
lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes,
los cuales están llamados a vivir la celebración como Pueblo de Dios,
sacerdocio real, nación santa (cf 1Pe 2,4-5.9)” (Sacramentum Caritatis nº
38).

No podemos entender esta expresión al modo del ars moriendi típico de la


devotio moderna y la espiritualidad altomedieval. No se trata sólo de realizar
una serie de técnicas internas que dispongan al fiel para el recto seguimiento
mimético y subjetivo de la santa misa. Sin desdeñar la actitud interior de
devoción, se trata más bien de conocer y comprender también el sentido
objetivo de la liturgia tal como es dispuesto y custodiado por la Iglesia. Así
lo expresaba el papa Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia de Eucaristía:
“En el contexto de este elevado sentido del misterio, se entiende cómo la fe
de la Iglesia en el Misterio eucarístico se haya expresado en la historia no
sólo mediante la exigencia de una actitud interior de devoción, sino también
a través de una serie de expresiones externas, orientadas a evocar y subrayar
la magnitud del acontecimiento que se celebra. De aquí nace el proceso que
ha llevado progresivamente a establecer una especial reglamentación de la
liturgia eucarística, en el respeto de las diversas tradiciones eclesiales
legítimamente constituidas”.

San Juan Pablo II hablaba de “una serie de expresiones externas, orientadas


a evocar y subrayar la magnitud del acontecimiento que se celebra”. Estas
expresiones externas hacen referencia a la dimensión ritual del misterio de

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culto, que se ha visto perfilado y enriquecido gracias a un proceso progresivo
de reglamentación de la liturgia eucarística. Partiendo de un núcleo esencial
que se remonta a los gestos y voluntad del mismo Jesucristo, el proceso
histórico de la tradición eclesial ha ido desarrollando y enriqueciendo la
celebración litúrgica de la eucaristía, hasta el punto de existir diversas
tradiciones eclesiales legítimas. Todas ellas fundamentadas en la esencial
tradición apostólica, pero enriquecidas por los matices culturales e históricos
propios de cada tradición.

El ars celebrandi se basa en la obediencia fiel a la liturgia, que asegura la


vida de fe de todos los creyentes de una determinada Iglesia o tradición
eclesial. Porque la liturgia es expresión de la fe de una Iglesia. Por eso la
recta celebración de la liturgia está vinculada con la recta profesión de fe de
una Iglesia o comunidad cristiana. Es importante creer lo que se celebra. Sólo
así podremos comprender y expresar la veritas liturgiae, es decir, la verdad
de la liturgia, la verdad de todos los elementos de la celebración.

Algunas veces, se detecta una especie de esquizofrenia, que contradice la


verdad de los signos de la liturgia y subraya la artificialidad en el modo de
celebrar. Por ejemplo, en ocasiones al analizar determinados altares,
descubres una ornamentación majestuosa en el lado frontal de cara al pueblo:
mármoles blancos con columnas apoyadas en gradas dorados de león y
magníficas incrustaciones de símbolos cristianos; bellamente adornado con
manteles, flores y candelabros… Cuando uno pasa al lado posterior mirando
al presbiterio, se encuentra una cavidad hueca donde se almacenan todo tipo
de utensilios litúrgicos y no litúrgicos: megafonía, cables, enchufes, acetre e
hisopo, etc. Cuando uno ve estas cosas se pregunta: pero… ¿por qué se cuida
tanto el lado que mira al pueblo y tan poco el lado que no se ve? Si es el
mismo y único altar… ¿por qué esta diferencia? El altar –todo él- es el
símbolo de Jesucristo. Por eso es consagrado con el crisma el día de su
dedicación, besado por sacerdotes y diáconos cuando se celebra, e incensado
en cada solemnidad. Son gestos que tratan de significar la importancia
sacramental de este espacio celebrativo central en toda celebración
eucarística, y todo él debería ser cuidado con el mismo esmero en cada uno
de sus elementos. Podríamos poner ejemplos muy significativos en esta
práctica habitual y desaconsejable.
Sin embargo, el texto citado vincula especialmente el ars celebrandi con la
actuosa participatio de los fieles. Afirma que el arte de celebrar, no sólo no
es contrario, sino que es la mejor premisa para promover la participación
fructuosa de los fieles. El ars celebrandi es el arte de la celebración en vistas
a una participación adecuada por parte de la asamblea en lo que se celebra.
La participación activa de los fieles consiste en poner por obra la cualidad
de quienes forman la ecclesia, como pueblo elegido y llamado por Dios a su
5
servicio. Tanto el presidente, como los ministros y toda la asamblea han de
realizar correctamente los elementos que componen la celebración litúrgica:
gestos, palabras, cantos, actitudes, posturas.

El “arte de celebrar” consiste en celebrar con arte, rectamente, con “noble


sencillez”, -tal como proponía la Constitución Sacrosanctum Concilium- el
tesoro que la Iglesia nos ofrece en la liturgia: el misterio pascual de Jesucristo
(SC 5-6).

3.- LA TEOLOGÍA DE LAS RÚBRICAS


Toda esta riqueza referida al ars clebrandi se regula y orienta a través del
conjunto de rúbricas que definen una determinada celebración. El rubrum
hace referencia a las indicaciones en rojo de los libros litúrgicos, que
explican el modo de realizar los distintos ritos, e introducen el nigrum, es
decir, los diversos textos eucológicos, que están impresos en color negro.
Más allá de un puro elemento externo -a modo de guión teatral-, en las
rúbricas subyace y se custodia fielmente el espíritu de cada celebración
litúrgica.

3.1.- Algunos riesgos actuales: entre el mimetismo y el relativismo


litúrgicos
El que celebra la liturgia, sobre todo quien preside, está expuesto siempre a
celebrar entre dos riesgos extremos: el mimetismo y el relativismo.

Por mimetismo entendemos aquel modo de celebrar obsesionado por seguir


las rúbricas como un autómata, sin percatarse del sentido y profundidad de
los signos y los textos de la celebración. En este modo de celebrar faltaría
vida y sentimiento en lo que se hace y ora. Se cumpliría con todo el
ceremonial litúrgico, pero el corazón y la mente no estarían armonizados con
la voz, es decir, con lo que se recita vocalmente y se realiza gestualmente.
En este caso, no se cumpliría la recomendación expresada en el conocido
adagio de San Benito referido a la oración litúrgica: mes concordet vocis
(que la mente concuerde con la voz, que las palabras estén en sintonía con
nuestro pensamiento). A veces, motivado por la propia comodidad, se
celebra de forma cansina, rutinaria, limitándose a lo puramente exigido, y
cerrado a toda novedad, como por ejemplo, la selección de elementos
variables propuestos por los diferentes libros litúrgicos.

Por relativismo litúrgico se entiende aquella forma de celebrar en la que


predomina tal libertad creativa que no hay referencias fijas ni estables en la
celebración de la liturgia. Lo primero a señalar en este modo de proceder es
la falta de fidelidad y obediencia a la normativa litúrgica expuesta en los
libros litúrgicos. No se tiene en consideración el valor de las normas
6
litúrgicas. Y lo segundo es que se tergiversa la sana creatividad litúrgica
transformándola en recreación constante de la liturgia. Este relativismo
litúrgico, generado en ocasiones por el propio presidente y muy extendido
en algunas comunidades eclesiales, genera tal desconcierto y confusión en
los fieles, que contribuye a perder la referencia católica de la liturgia, a
desconocer la lex orandi eclesial y a infravalorar el sentido de la normativa
litúrgica.

Ciertamente, hemos expuesto dos posturas extremas en su forma expresiva


más exagerada. No es la praxis habitual en la celebración litúrgica de la
mayoría de las comunidades cristianas. Sin embargo, conviene estar atento
para advertir el riesgo de este errado modo de proceder. Frente al mimetismo
hay que recordar lo que aconseja la Instrucción Redemptionis sacramentum:
“La observancia de las normas que han sido promulgadas por la autoridad de
la Iglesia exige que concuerden la mente y la voz, las acciones externas y la
intención del corazón. La mera observancia externa de las normas, como
resulta evidente, es contraria a la esencia de la sagrada Liturgia, con la que
Cristo quiere congregar a su Iglesia, y con ella formar un solo cuerpo y un
solo espíritu”. Frente al relativismo recuerdo el hermoso texto de la
Exhortación Sacramentum caritatis: “Por consiguiente, al subrayar la
importancia del ars celebrandi, se pone de relieve el valor de las normas
litúrgicas. El ars celebrandi ha de favorecer el sentido de lo sagrado y el uso
de las formas exteriores que educan para ello… Para una adecuada ars
celebrandi es igualmente importante la atención a todas las formas de
lenguaje previstas por la liturgia: palabra y canto, gestos y silencios,
movimientos del cuerpo, colores litúrgicos de los ornamentos. En efecto, la
liturgia tiene por su naturaleza una variedad de formas de comunicación que
abarcan todo el ser humano. La sencillez de los gestos y la sobriedad de los
signos, realizados en el orden y en los tiempos previstos, comunican y atraen
más que la artificiosidad de añadiduras inoportunas”.

3.2.- Las rúbricas como parte de la sacramentalidad


Jesús anuncia y comunica su mensaje de salvación por medio de palabras y
gestos. Los relatos evangélicos que describen sus milagros no olvidan nunca
describir este doble aspecto cargado de fuerza salvadora. De tal forma que
estos dos elementos – la palabra y el gesto- definen la naturaleza sacramental
de los signos salvadores de Jesucristo, prolongados por la Iglesia, por
mandato del mismo Señor. La naturaleza sacramental de la liturgia requiere
la doble realidad del texto y del gesto.

Para una adecuada conjunción de ambos aspectos se requiere la ayuda y


orientación de las rúbricas, que son un elemento esencial de la tradición de
la Iglesia. Porque, no olvidemos, la fe se transmite no sólo por la palabra,

7
bien sea oral u escrita, sino también por los ritos litúrgicos. Desde aquel
famoso axioma de Próspero de Aquitania, la lex orandi se comprende como
lex credendi; es decir, la oración litúrgica define e interpreta también la fe de
una determinada Iglesia o tradición eclesial.

3.3.- Las rúbricas en el depositum fidei de la Iglesia


Las rúbricas forman parte de la naturaleza sacramental de la liturgia,
indicando el modo de proceder en la celebración de la fe, para que no se
altere el depositum fidei de la tradición eclesial.

En este rico patrimonio de la fe de una tradición eclesial hay aspectos


sustanciales que han de permanecer inalterados por respeto a la voluntad del
Señor, tal como fue transmitido por la primigenia tradición apostólica. Sin
embargo, hay otros aspectos que podríamos denominar secundarios, en el
sentido de que han sido enriquecidos posteriormente por la Iglesia
dependiendo del tiempo, la cultura o las circunstancias históricas. Así lo
expone la Constitución Sacrosanctum Concilium cuando al regular las
normas para adaptar la liturgia a la mentalidad y tradición de los pueblos
invita a la revisión de los libros litúrgicos “salvada la unidad sustancial del
rito romano” (SC 37). Es decir, se admiten las variaciones y adaptaciones
legítimas a diversos grupos, regiones, pueblos y culturas siempre que no se
altere la sana tradición de la fe apostólica, transmitida también por los ritos
litúrgicos.
Este principio teórico tiene su aplicación práctica al conjunto rubrical de la
liturgia. Hay disposiciones rubricales esenciales para la naturaleza de un rito
litúrgico. Por ejemplo, en algunos lugares, todavía se sigue cuestionando la
materia del pan y del vino para las especies eucarísticas. Sin embargo, la
Iglesia, consciente de que no tiene poder para alterar la voluntad del mismo
Señor, sigue manteniendo la materia del pan y del vino como esenciales para
la celebración de la eucaristía. Porque al celebrar la eucaristía se cumple el
mandato de hacer y actualizar lo mismo que hizo el Señor; y el Señor utilizó
las especies del pan y del vino. ¡Claro que podía haber utilizado otros signos
y otros elementos! Pero, lo cierto es que utilizó pan y vino; y la Iglesia lo
único que puede hacer es celebrar y transmitir lo que recibió del Señor por
tradición apostólica. La Iglesia no tiene poder para alterar la eucaristía.
Porque la eucaristía no ha sido instituida por la Iglesia, sino por Cristo.
Entre los elementos secundarios podríamos poner, como ejemplo, el color
litúrgico. No hay disposiciones normativas referentes a los colores de la
liturgia hasta después del Concilio de Trento. Hasta entonces, cada tradición
eclesial desarrollaba una praxis diferente. En la tradición romana se usa el

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negro (o posteriormente el morado) para las celebraciones exequiales;
mientras que en la tradición bizantina es el rojo.

Es importante advertir que tras algunas de las rúbricas actuales hay


disposiciones conciliares de los numerosos concilios de la Iglesia. Y todas
ellas tratan de salvaguardar, a veces en signos y palabras minúsculos, algún
aspecto o verdad de la fe.
Todo esto nos ayuda a valorar las diversas formas de lenguaje en la liturgia:
palabra y canto, gestos y silencios, movimiento del cuerpo y colores
litúrgicos, etc. Esta variada comunicación de la liturgia está dirigida a la
totalidad del ser humano y atiende a sus cinco sentidos para comunicar el
misterio con todas sus posibilidades. El código rubrical trata de preservar la
recta celebración de la liturgia y la atención a todas sus particularidades; de
modo que la desobediencia a este aspecto ritual puede alterar también la fe
de una comunidad concreta. Porque la celebración de la liturgia forma o
deforma la vida de una comunidad cristiana. La recta celebración litúrgica
educa a una asamblea; mientras que la mala celebración de la liturgia
confunde, no sólo en el aspecto externo del ritual, sino que probablemente
también en la recta comprensión del misterio de fe que se celebra.

Como afirmaba la Exhortación Sacramentum caritatis al hablar de la


eucaristía, pero que puede extenderse también a toda la liturgia: “La atención
y la obediencia de la estructura propia del ritual, a la vez que manifiestan el
reconocimiento del carácter de la Eucaristía como don, expresan la
disposición del ministro para acoger con dócil gratitud dicho don inefable”.
Es importante esta última apreciación. La liturgia es un don que nos ofrece
la Iglesia para actualizar el misterio redentor de Jesucristo y comunicar la
salvación a todos los que participan en ella. La actitud de los ministros y
fieles ante este don debería ser la acogida con gratitud y docilidad: Gratitud
por el don inefable que la Iglesia pone en nuestras manos; y docilidad como
actitud del que es humilde, fiel y se reconoce pequeño ante la grandeza del
Misterio que celebra.

5.- CONCLUSIÓN: Celebrar con los mismos sentimientos de Jesucristo


El arte de celebrar (lex orandi) expresa una experiencia y convicción de fe
(lex credendi), que se manifiesta también en una actitud y comportamiento
de vida en el cristiano (lex vivendi). No es un juego de palabras. La liturgia
no puede reducirse a mera artificiosidad ceremonial externa, aunque esté
muy armónicamente ejecutada. Este es un elemento importante, pero no
determinante.
El ars celebrandi, como aspecto esencial de la belleza de la liturgia, busca
no sólo el arte de celebrar bien y rectamente, sino que está también
9
íntimamente relacionado con nuestra vida de fe y nuestra vida teologal. La
liturgia presupone vivir en el corazón lo que expresamos en nuestras palabras
y gestos. La celebración del misterio (externa) expresa nuestra experiencia
creyente (interna). El ideal de toda liturgia es claro: quien celebra ha de vivir
lo que celebra como lo vivió Cristo, con los mismos sentimientos de
Jesucristo. Así lo expresa un interesante texto del magisterio pontificio, ya
citado anteriormente, pero que convendría meditar con frecuencia para
mejorar la calidad y el espíritu de nuestras celebraciones litúrgicas: “La
observancia de las normas que han sido promulgadas por la autoridad de la
Iglesia exige que concuerden la mente y la voz, las acciones externas y la
intención del corazón… Por esto la acción externa debe estar iluminada por
la fe y la caridad, que nos unen con Cristo y los unos a los otros, y suscitan
en nosotros la caridad hacia los pobres y los necesitados. Las palabras y los
ritos litúrgicos son expresión fiel, madurada a lo largo de los siglos, de los
sentimientos de Cristo y nos enseñan a tener los mismos sentimientos que él;
conformando nuestra mente con sus palabras, elevamos al Señor nuestro
corazón. Cuanto se dice en esta instrucción, intenta conducir a esta
conformación de nuestros sentimientos con los sentimientos de Cristo,
expresados en las palabras y ritos de la Liturgia”.

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