Prof.
Marcos Hernández Desplats
La obra educadora de Antonio Francisco Berra
“Nuestro país, en el siglo XIX, tuvo un científico
versado en las disciplinas pedagógicas,
que fue quizás –y sólo en ese aspecto–,
más grande que José Pedro Varela”1.
Introducción
La Historia de la Educación uruguaya se compone de experiencias riquísimas,
muchas de las cuales han trascendido fronteras. En las distintas etapas de la
evolución del país, han surgido pedagogos que se han convertido no sólo en
referentes de la educación uruguaya, sino también a nivel regional y latinoamericano.
Sin desmerecer los intentos anteriores, podemos decir que la rica tradición
educativa uruguaya comienza a partir de la reforma vareliana. La llegada del
positivismo como un nuevo paradigma que produce un cambio de mentalidad en toda
una generación de brillantes intelectuales, cala hondo en el pensamiento de nuestros
pedagogos. Surge entonces una nueva forma de pensar la educación. El más
destacado de todos es José Pedro Varela, quien con la reforma de 1877 logra
transformar la educación uruguaya de la manera ya conocida. Pero Varela no estaba
solo, contaba con un grupo de colaboradores muy comprometidos, que daban vida a la
Sociedad de Amigos de la Educación.
Entre este selecto grupo de hombres comprometidos con la realidad educativa del
país, se encontraba el Dr. Francisco Antonio Berra, un pedagogo notable, cuya obra
sentó las bases en muchos aspectos de la educación primaria y secundaria de
Uruguay y Argentina. Pese a ello, la obra pedagógica de Berra es muy poco conocida,
incluso en el ámbito docente.
En tal sentido, se desarrollarán a continuación, los principales aspectos de la obra
pedagógica de Berra en Uruguay, lo que constituirá un punto de partida para la
implementación de este proyecto.
El contexto
Las últimas décadas del siglo XIX traerán grandes cambios para nuestro país. La
diversificación de la producción ganadera con la introducción del lanar, conjuntamente
con el alambramiento de los campos, modificarán la estructura productiva del agro. La
modernización impulsada por Latorre y continuada en algunos aspectos por Santos,
1
MENA SEGARRA, Enrique - PALOMEQUE, Agapo, Historia de la Educación Uruguaya Tomo 2, Ediciones
de La Plaza, Montevideo, p.347.
1
así como el disciplinamiento impuesto a sangre y fuego por estos gobernantes,
contribuirán sustancialmente al crecimiento del país, que pasa a ser mucho más
competitivo en los mercados internacionales. El militarismo, sobre todo con Santos,
impulsa la afirmación de la conciencia nacional, fundamentalmente a través de la
exaltación de la figura de Artigas.
En este marco de modernización y en una época en la que el positivismo
comenzaba a predominar, la educación también experimentará cambios sustanciales,
fundamentalmente de la mano de José Pedro Varela. Estos cambios tienen su piedra
fundamental en la creación de la Asociación de Amigos de la Educación Popular,
promovida justamente por Varela en 1868 y encontrarán su mojón principal en la
aplicación del Decreto-Ley del 24 de agosto de 1877 que ponía en funcionamiento la
Reforma de Varela.
Estrecho colaborador de Varela, Francisco Antonio Berra tuvo un papel
fundamental en los cambios educativos de nuestro país. Sus ideas ejercieron una
fuerte influencia en la educación uruguaya de fines del siglo XIX.
El pensamiento de Berra
Francisco Antonio Berra (1844 – 1906) era argentino de nacimiento. A los ocho
años de edad se mudó con su familia a la ciudad de Salto. En 1865 se trasladó a
Montevideo para estudiar la carrera de Derecho, que culminó en 1872. Además de
abogado, se desempeñó como periodista, historiador y pedagogo.
En 1868 participó de la fundación de la Sociedad de Amigos de la Educación
Popular, en la que desempeñaría un importante rol en los años venideros,
desempañándose como Secretario, Vicepresidente y Presidente, además de haber
sido funcionario rentado de la misma en sus inicios.
Aunque su obra pedagógica es actualmente poco conocida, fue, junto a Varela, una
de las personalidades más importantes de la educación uruguaya en el siglo XIX.
Colaborador estrecho de éste último, desempeñó un papel destacado en la
implementación de la reforma educativa de 1877.
Como “hombre de dos orillas”, tuvo también una destacada actuación al frente de la
educación argentina a fines del siglo XIX, donde ocupó el cargo de Director General de
Escuelas de la Provincia de Buenos Aires entre 1894 y 1901, retirándose
posteriormente a La Plata, donde pasó a desempeñarse como profesor de Pedagogía
en la Facultad de Filosofía y Letras.
Al igual que Varela, que pasó del racionalismo espiritualista al positivismo, Berra
también se identificó fuertemente con esta corriente. Su obra pedagógica estuvo
impregnada de un fuerte positivismo filosófico, lo que lo llevó a protagonizar una fuerte
polémica con Varela, que analizaremos más adelante.
El pensamiento pedagógico de Berra se desarrolla en consonancia con la
penetración del pensamiento positivista en Latinoamérica. Pero a diferencia de otros
países del continente que se verán influenciados por el pensamiento francés, en
Uruguay es el positivismo inglés, impregnado de un fuerte darwinismo, el que sustituye
casi bruscamente al racionalismo espiritualista.
Refiriéndose a la penetración del positivismo en el pensamiento uruguayo, Arturo
Ardao expresa que “apareció de súbito en un medio desprovisto de toda cultura
científica, llamada precisamente a constituirse bajo su estímulo. (…) el advenimiento
del positivismo significó para la inteligencia nacional un cambio esencial de sus
propios contenidos, tan decisivos históricamente como es la asimilación urbana del
saber científico”2.
2
ARDAO, Arturo, Espiritualismo y Positivismo en el Uruguay, UDELAR, Montevideo, 1968, p. 2.
2
Complementando a Ardao, explica Carlos A. Echenique que si bien el inicio del
positivismo inglés estuvo fuertemente marcado por las ciencias biológicas, en Uruguay
fue la filosofía positiva, cumpliendo una función organizadora, la que ejerció mayor
influencia, fundamentalmente en el orden político y en el educacional, lo que
fundamenta las dos reformas educativas de la época3.
Pese al eclecticismo espiritualista que caracterizaba a la universidad en su época
de estudiante, Berra, al igual que muchos de su generación, se identificó de lleno con
el positivismo.
En referencia a este hecho y al pensamiento pedagógico de Berra, Echenique
sostiene que el aspecto que lo caracteriza “es el de una rigurosa educación científica
en base a las especulaciones de la ciencia y de la ciencia de la educación, por la
veracidad de sus conceptos y la originalidad de sus objetos. El polo de irradiación de
esta corriente es la Inglaterra darwiniana, a través de los pensamientos de Spencer y
de Bain, como reflejo continental del positivismo científico, aunque de abolengo
latino”4.
El Dr. Carlos María de Pena, al realizar un análisis de los Apuntes de Pedagogía de
Berra, explicó en la prensa de la época que los fundamentos de la teoría de Berra,
estaban en consonancia con el pensamiento de Alejandro Bain, Spencer y el italiano
Siciliani.
Proyecto de Reglamento para las Escuelas del Estado
A principios del año 1876, José María Montero en su calidad de Director de la
Comisión de Instrucción Pública de la Junta Económico-Administrativa de Montevideo,
solicitó a Berra la confección de un reglamento para aplicar en las escuelas del
Estado, ya que en ese momento la Comisión dirigida por Montero tenía jurisdicción en
todo el país. El resultado fue el Proyecto de Reglamento para las Escuelas del Estado,
constituido por 179 artículos.
A través del análisis de algunos artículos que podemos considerar medulares,
veremos a continuación las principales características de éste proyecto que sin dudas
es de significativa importancia para la Historia de la Educación de nuestro país:
Publicado en la imprenta La Tribuna por la Comisión de Instrucción Pública de
Montevideo en 1876, establecía los tres fines de la educación primaria y los estudios
que contribuían a lograrlos:
“Se desarrollarán las aptitudes morales por la enseñanza práctica y teórica de los
principios de moral y de religión; se desenvolverán las aptitudes físicas por medio de
la gimnástica y la higiene; la inteligencia será desarrollada por la enseñanza de éstas
materias: -ejercicios intuitivos, lectura, escritura, aritmética, gramática, composición,
geografía, geometría, física, historia natural, historia civil, teneduría de libros y
comercio, cosmografía, retórica, facultades del alma, derecho político, higiene teórica,
dibujo lineal, álgebra, y en las niñas, además, labores propias de su sexo”5.
Las escuelas donde se impartirían estos conocimientos serían de tres grados,
correspondiendo el primero y el segundo a la educación primaria en sí, mientras que el
tercer grado correspondería a la enseñanza secundaria.
3
ECHENIQUE, Carlos, “Las ideas pedagógicas del Dr. Francisco A. Berra y su aporte al americanismo
filosófico, Barreiro y Ramos, Montevideo, p. 24.
4
Ob. cit. p. 26.
5
BERRA, Francisco, Proyecto de Reglamento para las Escuelas Públicas de todo el Estado, Comisión de
Instrucción Pública de Montevideo, Montevideo, 1876, p.3.
3
Respecto a ésta distribución, expresa Palomeque que “la división de escuelas en
tres grados fue la solución que encontró Berra para obviar el problema de que en una
misma aula recibían enseñanza de un solo maestro, alumnos con diferencias muy
acentuadas en cuanto a edad y nivel de maduración, lo que obligaba a atenderlos por
grupos, descuidando al mismo tiempo otros”6.
Respecto a los edificios escolares, el Reglamento establecía que los mismos
debían presentar características tales como paredes secas, buena ventilación,
capacidad proporcional al número de alumnos, patio espacioso y con árboles y que el
enclave de la escuela debería evitar las “malas vecindades”.
El año lectivo abarcaría de mediados enero a fines de noviembre, tomando el último
mes y medio para repaso de lo estudiado en el correr del año.
El artículo 59 suprimía las funciones de ayudante y auxiliar. Al respecto, en la
“Sección Notas” Berra expresaba:
“Para nosotros está fuera de cuestión que es más difícil enseñar a los niños que a
los jóvenes; el maestro de aquellos debe ser más maestro que el de estos, aunque
menos ilustrado. De lo que se sigue que la práctica de los ayudantes y auxiliares es
una infracción de las reglas pedagógicas. Por eso la prohibimos”7.
También se prohibía el sistema lancasteriano, pues según Berra, los estudiantes
debían asistir a las escuelas para aprender y no para enseñar. En algunas
circunstancias se admitía la participación de monitores para colaborar con el maestro,
siempre y cuando los alumnos monitores no desatendiesen sus tareas de estudiantes.
La enseñanza de la moral debería ser en forma práctica, para lo cual el maestro
debería desarrollar la conciencia moral del alumno con ejercicios que le permitieran
distinguir los actos buenos de los malos, debiendo inculcar la máxima “no hagas a
otros lo que no quieras para ti, y fomentar el sentimiento del bien por el bien mismo y
no por interés”8.
En lo referente a la enseñanza religiosa, se enseñaría la religión oficial del Estado,
es decir, la católica, partiendo de la concepción de Dios como autor del mundo. Dando
a continuación la idea de un Dios omnipotente a través de la observación de la
naturaleza. Inculcando además la idea de Dios como proveedor de los bienes,
tomando por punta de partida el padre y los deberes del hijo para con él”9.
Cabe agregar que Berra no era partidario de la enseñanza de religión en las
escuelas del Estado, porque consideraba que independientemente de la forma
constitucional del país, constituía un peligro para el pueblo, argumentando que el
gobierno que dispone y dirige conciencias, es el más poderoso de los déspotas.
Consideraba además que la imposición de la religión oficial, negaba derechos a
protestantes, racionalistas y personas de otras creencias, argumentando que todos
deberían ser considerados iguales. En base a estos argumentos, Berra elaboró una
solución alternativa que consistía en que cuando el padre o tutor de un alumno no
estuviese de acuerdo con que se le enseñase se debería respetar su voluntad, sin
importar cual fuese la escuela. Estableciéndose que el alumno que no recibiese clases
de religión, realizaría tareas de otras asignaturas en el horario destinado a religión.
Esta solución fue la que se aplicó en el Decreto Ley de Educación Común de 1877,
estableciendo que “La enseñanza de la Religión Católica es obligatoria en las
6
MENA SEGARRA, Enrique - PALOMEQUE, Agapo, Ob. cit. p. 351.
7
BERRA, Francisco, Ob. cit. p. 82.
8
Ob. cit. p. 8.
9
Ib. p. 12.
4
escuelas del Estado, exceptuándose a los alumnos que profesen otras religiones y
cuyos padres, tutores o encargados se opongan a que la reciban”10.
En lo referente a la enseñanza femenina, el reglamento establecía una serie de
disposiciones tales como la inclusión en las labores de los “remiendos y zurcidos”, que
sustituían a los denominados “adornos”.
El artículo 75 establecía que ninguna niña podría concurrir a una escuela de
varones. En cambio, los varones menores de siete años podrían concurrir a escuelas
de niñas. Para que las niñas pudiesen acceder a una escuela de tercera clase debían
justificar ser de “familia honesta”.
El reglamento propuso premios y sanciones para estudiantes y docentes. Las faltas
de los alumnos serían penadas por el maestro con alguno de los siguientes castigos:
“(…) amonestación en privado, amonestación con conocimiento de todos los
condiscípulos, privación total o parcial del recreo, multas pagaderas con testimonio de
primero, segundo o tercer grado, ejercicios escolares después de las lecciones
ordinarias, queja dirigida a los padres, tutores o encargados”11.
Se prohibía totalmente a los directores y maestros la aplicación de penas que no
fuesen las especificadas.
Por su parte los maestros podrían ser sancionados económicamente por infringir el
reglamento, así como destituidos por causales de homicidio, robo, riña en público,
embriaguez con escándalo, inmoralidad de costumbres, por falta habitual al
reglamento y por ineptitud profesional.
Respecto a los premios, establece el artículo 102 que se tendrá en cuenta “la
moralidad y la contracción de los que enseñan y de los que aprenden”, agregando
seguidamente que “la inteligencia natural de las personas no es causa de premio” 12.
Los premios a los educadores, consistentes en un informe en el que la autoridad
competente reconocería los méritos del maestro, deberían ser otorgados al finalizar el
ciclo de exámenes.
En cuanto a la estructura jerárquica para la dirección de las escuelas públicas, el
reglamento estableció una autoridad nacional, autoridades departamentales y locales,
las que en tanto no se reformara la administración desempeñadas provisoriamente por
la Comisión de Instrucción Pública de la Junta Económico-Administrativa de
Montevideo (autoridad nacional), las Juntas Económico-Administrativas (autoridades
departamentales) y las Juntas Auxiliares (autoridades locales).
Finalmente el proyecto no llegó aplicarse, pues al instalarse la nueva Comisión bajo
la dirección de Varela, éste, según palabras del propio Berra, manifestó “su opinión de
que los maestros entrarían más fácilmente que por otros medios en el nuevo orden de
ideas que se pensaba imponerles, si se les invitaba a celebrar conferencias
pedagógicas (…) A mediados del mes de abril presentó Varela a la Comisión un
voluminoso manuscrito, que había meditado hacía algún tiempo, y dádole forma
durante la larga reclusión de 1875. Era un proyecto de ley, precedido por un extenso
estudio, titulado La Legislación Escolar”13. Este proyecto coincidía en muchos aspectos
con el de Berra.
10
MENA SEGARRA, Enrique - PALOMEQUE, Agapo, Ob. cit. p. 353.
11
BERRA, Francisco, Ob. cit. p. 64
12
Ob. cit. p. 58
13
MENA SEGARRA, Enrique - PALOMEQUE, Agapo, Ob. cit. p. 353
5
Apuntes de Pedagogía
En 1877 Berra fue designado para dictar el curso de Pedagogía Teórica en las
clases normales recientemente inauguradas. En plena efervescencia de la Reforma
Educativa, comenzó a difundir sus “Apuntes de Pedagogía”, publicados en una
primera instancia en 1876 bajo el título Breves apuntes para un curso de pedagogía y
en 1878 como Apuntes para un curso de pedagogía, siendo de gran influencia en la
formación de los maestros.
Incorporando en sus lecciones principios de fisiología, higiene y psicología, los
“Apuntes” generaron un importante cambio en el enfoque pedagógico, cuya influencia
“trascendió las fronteras uruguayas, extendiendo su radio de acción en Argentina –
anticipando, en muchos años, los estudios psicofisiológicos de Mercante y Senet.
Resultó decisiva su actuación en el Congreso Pedagógico de Buenos Aires de 1882,
cuando la delegación uruguaya coseche los máximos elogios entre todos los
participantes”14.
Con Berra influenciado por las ideas de Herbart15, la psicología tendrá una fuerte
presencia en la elaboración del cuerpo pedagógico de la reforma. En los “Apuntes”,
“comienza a delinear la relevancia del aspecto mental en el educando vinculado al
alcance de los objetivos de la formación primaria”16. En este sentido plantea que es
fundamental el conocimiento de la naturaleza psicológica del alumno, lo que para él no
es tan fácil, ya que requiere procedimientos más complejos que el estudio de las
capacidades físicas, las cuáles son observables. Este conocimiento de la naturaleza
física y psicológica del alumno por parte del maestro, son claves en Berra para el fin
último de la escuela, que era el de brindar al niño las condiciones necesarias para una
vida adulta independiente.
“Mientras que los filósofos, los educadores se preguntan aún, si la ciencia de la
educación es posible, el Dr. Berra acaba, con la mayor sencillez, de construir esa
ciencia en sus principios generales y en el orden regular de sus aplicaciones. Todo se
encuentra en este sistema admirablemente construido, con sólo los resultados de la
experiencia; los principios están bien establecidos, todo se enlaza con rigor, etc. Se
reconocerá, sin duda, que anunciamos uno de los trabajos más serios. El más
completo, a nuestro entender, de aquellos por los cuales la pedagogía ha podido
afirmarse. El Dr. Berra abre una vía por la cual debe marcharse siguiendo sus
indicaciones si se quiere producir en la pedagogía algo que valga. Se puede declarar
desde ya, que gracias a él, la ciencia de la educación es un hecho”.
La polémica Berra – Varela
La aplicación de los “Apuntes”, tensó la relación entre Berra y José Pedro Varela, al
punto de suscitarse una fuerte polémica entre ambos, y en la cual fue partícipe el
argentino Emilio Romero, quién fue tan crítico cómo Varela. Comenzaba así “el
histórico choque entre teóricos o cientificistas (Berra) y prácticos o empíricos
(Varela)”17.
14
COLL CÁRDENAS, Marcelo David, Francisco Berra y la educación positivista en el Uruguay (1874-
1882), http://www.anuarioiha.fahce.unlp.edu.ar/.
15
Propuso una sistematización de la Piscología y la Pedagogía.
16
CHAVEZ, Jorge, La psicología en la construcción de ciudadanía del Uruguay, en Revista de
Historia de la Psicología, Nº 37, www.revistahistoriapsicologia.es.
17
LOPEZ FRAQUELLI, Mercedes - MALLO GAMBETTA, Susana, LA FORMACIÓN DOCENTE
NACIONAL: ¿normalista o universitaria?, https://docplayer.es/126196979-Issn-temas-no2-ano-1-
diciembre-montevideo-uruguay-revista-del-centro-nacional-de-informacion-y-documentacion.html
6
Varela y Romero criticaron con dureza el fuerte enfoque teórico que Berra le
imprimió a la asignatura, argumentando el primero, que en la enseñanza debería
primar el practicismo.
Al respecto, dirigiéndose a su contendiente, Varela fustigaba “si su obra tiene
aceptación tendrá larga vida porque revela un grande esfuerzo i trae una revolución.
Mi Educación del Pueblo, es una obra de circunstancias i no vivirá más que mientras
dure el tiempo a que he querido aplicarla. Pero, su pensamiento está lejos del mío. Su
teoría viene a echar abajo todos los precedentes de la Sociedad de Amigos, los mina
por su base”18.
En pleno debate Emilio Romero, le escribió a Berra recordándole que era profesor
de pedagogía, pero que lo que estaba enseñando no era pedagogía, agregando que
pedagogía y psicología son ciencias diferentes. “No diré son cosas idénticas, pero sí,
que no hay pedagogía científica sin psicología. No concibo un curso que no empiece
por aquí19”, fue la respuesta de Berra.
En 1883 Carlos María de Pena publicó un artículo en la NUEVA REVISTA de
Buenos Aires, analizando los “Apuntes” de Berra, y en el cual recreó un sustancioso
diálogo con José Pedro Varela, en el que éste fundamentó su discordancia con el
método propuesto por Berra:
“Lo recuerdo como si hubiera sido ayer… Era una tarde fría de otoño. José Pedro
Varela, al lado de la estufa en su sala de despacho de la Inspección Nacional de
Instrucción Pública, descansaba de las tareas educacionistas del día, entregado a la
lectura de libros y folletos que recién le llegaban de Colombia. Eran memorias
escolares del estado de Cundinamarca.
Iba yo a conversar con él sobre un informe que debía pasar a la inspección de la
Comisión especial de textos de Aritmética, de la cual formaba yo parte.
No se entenderán ustedes si se ponen a discutir doctrina pedagógica, -me decía
Varela-. Es lo que está pasando con nuestro amigo, el Dr. Berra empeñado en hacer
pedagogía filosófica o filosofía pedagógica. Si no es eso lo que más necesitamos.
Hagamos práctica escolar. Hechos que rompan las cataratas a los más ciegos. Hemos
teorizado lo bastante: otros pueblos han teorizado por nosotros. Recojamos esa
herencia que trae la consagración de una experiencia palpitante, deslumbradora en
Estados Unidos, y apresurémonos ha realizar en nuestras escuelas algo que se
asemeje a la escuela verdaderamente práctica de los norteamericanos. Enseña más
el diario de ocurrencias de una escuela norteamericana que los tratados del
filosofismo alemán.
Contesté: no dudo que hayamos hecho cosa buena al implantar los métodos de
enseñanza, asimilándolos todos a una sola pieza; ni pretendo que demoremos un
instante la obra de la reforma escolar para entregarnos a disertaciones filosóficas;
pero sin incurrir en los excesos de una imitación servil que condena usted tanto como
yo, puede suceder que salgamos de una rutina para entrar en otra, y es ese
precisamente el escollo que debemos evitar…
No tenemos porqué engolfar a los maestros en lecturas metafísicas o
ultrametafísicas; el conocimiento filosófico del alumno es indispensable al maestro, y
no hay práctica escolar que no responda a un concepto pedagógico, a un principio o a
una doctrina. Toda práctica en la enseñanza debe ser examinada, razonada por el
maestro.
-Lo sé, lo sé-, me replicó Varela con el calor y la nerviosidad que ponía en la
exposición de sus ideas; no rechazo el estudio de la teoría pedagógica, pero la
psicología que de servir de base a la pedagogía no puede tener la extensión que
pretende darle nuestro amigo el Dr. Berra. No podemos pensar en maestros perfectos,
18
Cit. en Coll Cárdenas, Marcelo David, Francisco Berra y la educación positivista en el Uruguay (1874-
1882), Op.cit.
19
Ib.
7
en filósofos completos que han de proceder en todo por principios y por reglas
derivadas de observaciones psicológicas. Bien puede la enseñanza desprenderse de
ese fárrago de especulaciones trascendentales y concretarse a la enumeración
compendiada de los teoremas principales accesibles a la generalidad de las personas
y al nivel intelectual de los maestros. Es una cuestión de grado o de dosis. La
enseñanza es sin duda una ciencia, pero es también un arte. Como arte, su cultivo es
de la mayor importancia; es forzoso poseerlo íntegramente o con la mayor perfección
posible. Es cuestión de ejercitarse en experiencias que otros han repetido con gran
éxito. Es cuestión de aprender hechos… Como ciencia toma ciertos postulados y
conclusiones de otras ciencias, pero invade su jurisdicción.
Interrumpí a Varela (…) diciéndole:
-Dejemos escribir al Dr. Berra y bien puede suceder que esas asperezas filosóficas
se reduzcan a sus naturales proporciones, cediendo el espacio a la parte de
aplicación, a la parte práctica. Quizá al llegar al fin de la jornada nos encontremos de
acuerdo.
-Puede ser… -me contestó Varela-, pero temo que esa tendencia filosófica tan
característica en el Dr. Berra, le lleve a dar mayor extensión a la parte que conceptúo
menos útil en su curso de pedagogía.
La discusión se prolongó hasta el anochecer, manteniéndose Varela con aquella
abundancia y vehemencia de argumentación que le dieron lugar preeminente entre
nuestros polemistas.
Nos despedimos aplazando la discusión para cuando el curso de Pedagogía que
daba el Dr. Berra en sus clases normales de la Sociedad de Amigos de la Educación
estuviera reducido a un libro que diera a conocer todo el plan y las conclusiones del
profesor.
La impresión del libro fue aplazada, y perdimos a José Pedro Varela, cuando
apenas se había impreso la tercera parte de los Apuntes. Si existiese, a él le
correspondería en primera línea hacer la crítica del libro”20.
El debate se trasladó al seno de la Sociedad de Amigos de la Educación. Debido al
agravamiento de su enfermedad, Varela no pudo ser parte de la contienda y la
reivindicación de su tesis quedó en manos de Romero, quien comenzó el debate
estableciendo que el punto a tratar “es seguramente el más importante de los que han
llamado la atención de la Comisión Directiva desde que se fundó la “Sociedad de
Amigos”21, pues tanto él como Varela, consideraban que estaba en juego “la
orientación teórico-práctica, pedagógica y filosófica, que marcaría la mentalidad de las
futuras generaciones de maestros”22. En sucesivas sesiones realizadas en febrero de
1879 Romero, defendió la postura practicista argumentando que la enseñanza de la
pedagogía debería ser contraria a la propuesta por Berra. Por su parte Berra,
respondió a los embates con una obra inédita de 400 páginas, titulada Discusión de
los Apuntes de Pedagogía.
El inicio del debate en el seno de la Sociedad de Amigos, así como algunos
aspectos del mismo durante su transcurso, son narrados por el Dr. De Pena en el
artículo anteriormente citado:
“(…) Más tarde me cabía el honor de informar ante la Comisión Directiva de la
Sociedad de Amigos de la Educación acerca de los Apuntes de Pedagogía del Dr.
Berra. Se había impreso una tercera parte.
José Pedro Varela estaba postrado por los terribles padecimientos que ocasionaron
su temprana, dolorosa y eterna despedida. Nos vimos privados de su contingente
20
Citado por DUMAR, Diana, en La polémica Varela-Berra en torno a la futura formación de maestros,
Revista de la Educación del Pueblo Nº 67, Montevideo, 1997, pp. 11-12.
21
DE PENA, Carlos, Pro Hebert Spencer, Anales de Instrucción Primaria, Tomo I, Año I, Montevideo,
1903, pp. 504-505.
22
DUMAR, Diana, Ob. cit. p. 13.
8
valioso. Emilio Romero sostenía la misma tesis de Varela. Eduardo Vázquez hacía el
papel de la reserva en el combate contra el plan y alguna doctrina de los Apuntes.
Berra seguía escribiendo, pero interrumpió la tarea cuando la discusión de su obra
comenzó. (…) Empezó el debate. Emilio Romero que siempre supo, con laudable
abnegación, dividir su tiempo por igual entre las ocupaciones comerciales y las tareas
educacionistas, escribió un libro para impugnar el plan; el sistema excesivamente
filosófico, la manera de presentar la pedagogía a los maestros.
Spencer y Bain eran un arsenal inagotable para los combatientes. En tan buena
compañía se nos iba el tiempo sin sentir. Habíamos disentido seis meses, a razón de
cuatro y hasta seis sesiones mensuales, de las 7 a las 11, y hasta las 12 y media de la
noche alguna vez. Habíamos oído a Romero en su extensísima impugnación escrita, y
teníamos que oír a Berra en su minuciosa defensa. Era otro libro. Esta discusión (…)
condensaba los últimos trabajos de los pedagogistas europeos y norteamericanos y
sirvió para aclarar muchísimo las tendencias opuestas de las dos fases de la reforma
escolar”23.
Finalmente la Comisión se expidió a favor de la postura de Berra, siendo su
concepción pedagógica la que regirá en la formación de maestros a partir de entonces
y durante varios años. Los “Apuntes” habían triunfado. Y se mantendrían vigentes por
dos o tres lustros, o quizás un poco más.
Proyecto para los estudios secundarios del Ateneo
Ante la supresión en 1877 de las cátedras de Preparatorios de la Universidad, que
equivalían a estudios secundarios, el Club Universitario se abocó a impartir cursos de
este tenor en forma gratuita y para ambos sexos. Estos cursos abarcaban Filosofía,
Matemáticas, Historia Universal y Geografía General.
En setiembre de 1877 el Club Universitario, la Sociedad Filo-Histórica, el Club
Literario Platense y la Sociedad de Ciencias Naturales se fusionaron formando el
Ateneo del Uruguay.
La nueva institución priorizó los cursos secundarios. Con tal motivo, sus directivos
encargaron a Berra la elaboración de un programa para reestructurar dichos cursos. El
resultado fue un Proyecto de Reglamento constituido por 365 artículos, que
conjuntamente con una memoria explicativa, fue presentado por Berra el 20 de junio
de 1880. En la elaboración de este reglamento, participaron también algunos
especialistas a los que Berra solicitó colaboración.
Partiendo del postulado de que la educación secundaria debía apostar a la
formación de ciudadanos, el reglamento incluía reformas esenciales como la
ampliación de la enseñanza primaria “con el fin especial de preparar a la juventud para
los estudios profesionales, y en general de aumentar la aptitud intelectual y moral de
las personas”24.
Berra consideraba que la educación secundaria como estaba planteada,
presentaba un nivel similar al de la escuela primaria, por lo que elaboró un plan de
estudios de seis años que otorgaba el grado de bachiller. Este plan le otorgaba
especial importancia a la filosofía, “que comprendía la psicología, la lógica, la moral, la
teodicea, la retórica y la filosofía del lenguaje, a la que llama gramática general” 25. A su
vez, le atribuía una gran importancia a la psicología por considerarla el fundamento de
las ciencias sociales, porque cuanto más se conozca el hombre a sí mismo,
fundamentaba, “más morales serán las costumbres, más respetado el derecho, más
útil el trabajo, más fecundas las relaciones humanas”26.
23
Ob. cit. p. 12.
24
MENA SEGARRA, Enrique - PALOMEQUE, Agapo, Ob. cit. p. 360.
25
Ib. p. 361
26
Ib.
9
Las materias del plan de estudios son ordenadas en forma criteriosa, en base a un
fundamento lógico y pedagógico, basado éste último en la psicología del estudiante.
Explica Berra al respecto, que destina las ciencias físicas a los primeros años, porque
se conocen principalmente con los sentidos, mientras que en los últimos años del
curso ubica a las “ciencias especulativas (…), cuando el vigor mental ha adquirido un
alto grado de desenvolvimiento, y se ha formado poderosos hábitos de observación y
raciocinio”27.
Música, dibujo, pintura, escultura, las lenguas vivas, el latín y el griego, son
materias que Berra considera útiles en la formación de los jóvenes, aunque no las
pone como obligatorias sino como facultativas.
Además de los estudios reglamentados, proyectó la realización de conferencias
para aquellas personas que no pudiesen seguir cursando en forma regular.
En lo referente al material didáctico, Berra criticó severamente los libros de texto
que se venían utilizando, estableciendo que no contaban con las condiciones
primordiales de un buen libro de texto.
En lo referente a los docentes, el reglamento les atribuía “bastante libertad para dar
a cuestión el desarrollo que exijan el fin práctico, el progreso general de la ciencia, o el
interés o tendencias parciales que ocupen la atención pública” 28. Sin embargo, los
docentes debían atenerse a la metodología didáctica planteada en el reglamento, pues
Berra consideraba que era necesario basarse en dichas técnicas para alcanzar una
buena metodología que permitiese brindar una educación más profunda y moderna.
Esta disposición no era aplicable a las conferencias y las clases facultativas, donde ahí
si los docentes podían implementar la metodología que considerasen más oportuna.
Una de las principales preocupaciones de Berra era la poca o nula solvencia
pedagógica de los docentes secundarios. Crítico con ésta situación, decía al respecto
que cada docente enseña como mejor le parece y nadie como debiera, porque una
cosa es saber una ciencia, y otra cosa es saber cómo enseñarla, afirmaba.
Para cambiar esta realidad, propuso un sistema de graduación docente consistente
en que a los profesores extranumerarios, se les pagaría en función de la cantidad de
alumnos que tuviesen. Los que más se destacasen en la función, serían ascendidos a
supernumerarios, y de éstos, quien acreditase más méritos sería profesor numerario,
constituyéndose en profesor oficial del Ateneo, con derecho a enseñar hasta tres
asignaturas.
El reglamento no llegó a ser aprobado por el Ateneo, porque en 1883 la universidad
retomó los cursos suprimidos en 1877, pero de todos modos, configuró un importante
precedente en la organización de la educación secundaria rioplatense, siendo un
ineludible marco de referencia. Muchos de sus aspectos fueron incorporados tanto a la
educación uruguaya como a la argentina.
El Congreso Pedagógico de Buenos Aires
En 1882 se llevó a cabo en Buenos Aires el Congreso Interamericano de
Pedagogía, que contó con delegados de varios países de América, como Estados
Unidos, Brasil, Paraguay, Bolivia, Argentina y Uruguay entre otros.
En representación del Ateneo, concurrieron los doctores Carlos María Ramírez,
Carlos María de Pena y Francisco Berra, quienes cosecharon grandes elogios.
Con su Doctrina de los Métodos, Berra tuvo una actuación muy destacada, que le
valió el reconocimiento internacional.
En el trabajo presentado, expresó “la variabilidad de métodos en el proceso de
conocimiento y la concepción antropocéntrica de la Ciencia de la Educación,
27
Ib.
28
Ib. p. 363.
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persiguiendo la búsqueda de leyes pedagógicas que conduzcan a la moralidad
humana”29.
29
COLL CÁRDENAS, Marcelo David, Francisco Berra y la educación positivista en el Uruguay (1874-
1882, Ob. cit.
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