Cielo nuevo y tierra nueva -
(Ap 21:1-8)
Introducción
Al terminar el capítulo anterior vimos el fin del antiguo orden. La tierra y el cielo
desaparecieron, los pecadores resucitaron, fueron juzgados y lanzados al lago de fuego y
azufre (Ap 20:11-15). Ahora, este capítulo describe el nuevo orden de cosas que Dios va a
crear.
Se trata de un nuevo comienzo donde Dios va a hacer todo nuevo. Los creyentes habrán
resucitado con cuerpos glorificados, libres de todas las consecuencias del pecado;
Satanás ya no estará presente nunca más para tentar a la humanidad; y lo más
importante, Dios mismo morará con el hombre en una plena y hermosa comunión.
Sin duda, ésta será la realización del anhelo más profundo que los creyentes de todas las
épocas han tenido:
(Sal 73:25-26) "¿A quien tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la
tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios
para siempre."
(He 11:13-16) "Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino
mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y
peregrinos sobre la tierra; pues los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan
una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente
tenían tiempo de volver, pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no
se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad."
En este mundo actual no hay nada que pueda satisfacer plenamente al creyente. Sin
embargo, parece que muchos han quedado atrapados en la locura de nuestra sociedad
moderna que falsamente promete satisfacción inmediata a cambio de olvidarse de las
auténticas bendiciones de Dios que son eternas. La única manera de librarse de esta
mundanalidad es volver a mirar a las maravillas del cielo que nos son expuestas en estos
capítulos (Fil 3:20) (Col 3:1-4).
Tener puesta la vista en el cielo ejercerá una poderosa influencia en nuestras vidas. Nos
hará considerar las cosas de este mundo caído como lo que realmente son. Nos traerá
gozo y consuelo en las pruebas. Nos animará a servir al Señor en medio de las
dificultades, sabiendo que él nos recompensará generosamente en el cielo.
Lo que aquí vamos a encontrar es una descripción de lo que será el cielo, y debemos
mirarla con interés, porque allí estará nuestra residencia eterna, y debemos prepararnos ya
para el estilo de vida que llevaremos allí.
El fin del orden antiguo
(Ap 21:1) "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra
pasaron, y el mar ya no existía más."
La creación presente ha sido gravemente afectada por el pecado (Is 24:5), por esa razón,
lo que Dios va a hacer no es una restauración de la vieja creación, sino una
completamente nueva. El apóstol Pedro anunció esto mismo:
(2 P 3:13) "Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva,
en los cuales mora la justicia."
Dios va a preparar un nuevo universo para que lo habiten nuevas personas:
(2 Co 5:17) "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas."
La nueva creación tendrá algunas diferencias con la vieja. Por ejemplo, se nos dice que "el
mar ya no existía más". Este será un gran cambio, porque en la tierra actual el mar ocupa
cerca de las tres cuartas partes de su superficie. Esto implica que las condiciones de vida y
el clima serán también diferentes.
La nueva Jerusalén desciende del cielo
(Ap 21:2) "Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios,
dispuesta como una esposa ataviada para su marido."
La nueva tierra debe tener también una nueva metrópolis que sustituya a la vieja Babilonia:
"Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo".
Dios había elegido a Jerusalén como la capital de su reino y decidió poner allí su
nombre (2 Cr 33:7). Sin embargo, la Jerusalén actual se ha corrompido a través de los
siglos, y en (Ap 11:8) es comparada con "Sodoma y Egipto" por su pecaminosidad.
También el apóstol Pablo comparó la Jerusalén actual con el viejo pacto, "el cual da hijos
para esclavitud" (Ga 4:25).
Pablo habló también de "la Jerusalén de arriba", y dijo de ella que "es madre de todos
nosotros y es libre" (Ga 4:26). Según esto, la Jerusalén celestial ya existe en este
momento presente y los creyentes que mueren van allí:
(He 12:22-24) "Sino que os habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo,
Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de
los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus
de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada
que habla mejor que la de Abel."
En cuanto a la nueva Jerusalén se nos dice que es "santa", algo que también la distingue
de la Jerusalén actual. Será santa porque "no entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que
hace abominación y mentira" (Ap 21:27). Nos cuesta mucho imaginarnos una ciudad así.
Hasta ahora el hombre ha fracasado en todos sus intentos de crear ciudades justas, donde
no haya mentiras, negocios deshonestos, corrupción política, sobornos, violencia,
inmoralidad sexual.
Existe una ciudad así, pero no está en este mundo, sino en el cielo. Pero ahora Juan la ve
"descender del cielo, de Dios". No es una ciudad creada por el hombre, sino por Dios
mismo, y eso es lo que la hace tan diferente.
Sorprendentemente Juan pasa ahora a describir la ciudad como una esposa: "Dispuesta
como una esposa ataviada para su marido". En realidad, esto no nos debería sorprender.
Anteriormente Satanás había presentado su malvado proyecto que consistía en una
ciudad, la gran Babilonia, y una mujer, la gran ramera, pero ahora tenemos aquí el
proyecto original de Dios que Satanás había intentado imitar: la nueva Jerusalén y la
esposa del Cordero.
El tema de la esposa del Cordero que se había preparado para las bodas, apareció antes
en (Ap 19:7-8), pero ahora va a ser descrita más detalladamente.
La imagen está tomada de una boda judía, cuando la esposa se preparaba luciendo sus
mejores galas esperando la venida del esposo para llevarla a las bodas y después a su
nuevo hogar.
Dios morará con los hombres
(Ap 21:3) "Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los
hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos
como su Dios."
Juan escucha una nueva voz y la figura vuelve a cambiar. Ahora se trata de "el
tabernáculo de Dios con los hombres". Esto nos recuerda que en el Antiguo Testamento el
tabernáculo era el lugar donde Dios se encontraba con su pueblo, pero también donde él
manifestaba su presencia y su gloria.
Por lo tanto, en la nueva Jerusalén Dios "morará con ellos". Pero no lo hará con las
tremendas limitaciones con las que lo hacía en el orden antiguo, cuando el tabernáculo
tuvo que ser levantado fuera del campamento, y en el que sólo podía entrar el sumo
sacerdote hasta el lugar santísimo un solo día del año. La comunión de Dios con su pueblo
será plena, como la que disfrutaban Adán y Eva en el huerto del Edén antes de que
pecaran.
Esto será posible porque habrá una nueva relación entre Dios y los redimidos: "Y ellos
serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios".
Se terminará el sufrimiento
(Ap 21:4-5) "Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni
habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba
sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe;
porque estas palabras son fieles y verdaderas."
Los creyentes disfrutarán allí del cumplimiento pleno de la bienaventuranza que dijo el
Señor:
(Mt 5:4) "Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación."
La historia de la humanidad está plagada de llanto, clamor y dolor. Todos estos son
aspectos trágicos producidos por el pecado. Pero Cristo cargó con todos ellos en la cruz:
(Is 53:5) "Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el
castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados."
En la nueva creación no habrá motivos para llorar. No habrá malas noticias, accidentes,
enfermedades, frustración, ni muerte. Como dijo Pablo, "sorbida es la muerte en
victoria" (1 Co 15:54).
La razón por la que estas cosas se acabarán para siempre es "porque las primeras cosas
pasaron". Un nuevo ciclo se abre que no tiene nada que ver con el anterior. Una nueva
etapa en la que seremos libres de todas las consecuencias del pecado; libres de nuestra
naturaleza caída, de toda debilidad, de factores hereditarios y de todo entorno adverso.
Seremos libres y santos, con una mente y un cuerpo nuevos para poder servir a Dios.
Atrás quedarán todas las frustraciones del pasado, todos nuestros fracasos personales,
familiares, matrimoniales, laborales. Todos nuestros propósitos incumplidos, nuestras
metas inalcanzadas, las relaciones arruinadas, las consecuencias de nuestras malas
decisiones, las decepciones y desilusiones. Todo será nuevo.
Sin duda es una promesa increíble, y pudiera ser que algunos albergaran dudas de que tal
cosa pudiera llegar a ocurrir, por eso, es el mismo Señor, "el que está sentado en el trono",
quien hace esta promesa: "He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe;
porque estas palabras son fieles y verdaderas". Es posible que Juan hubiera quedado tan
impresionado por la visión que acababa de tener que se olvidó de seguir escribiendo. Pero
tenía que registrarlo todo, porque eran palabras de Dios, y por lo tanto, fieles y verdaderas.
El es soberano y tiene toda la autoridad para hacer estas cosas.
Dios promete dar el agua de la vida a todo el que tenga sed
(Ap 21:6) "Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que
tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida."
El mismo Señor desde su trono hace esta afirmación: "Hecho está". Nos recuerdan
aquellas otras que Jesús pronunció en sus últimos momentos de vida en la cruz:
"Consumado es" (Jn 19:30). Ambas declaraciones tienen relación. La obra de redención
que Cristo consumó en la cruz, será la base sobre la que se fundamentan estas promesas
que aquí llegarán a su pleno cumplimiento.
Y el Señor vuelve a identificarse para garantizar sus promesas: "Yo soy el Alfa y la Omega,
el principio y el fin". Como ya hemos señalado en otras ocasiones, cuando Dios dice que
es "el principio", no quiere decir únicamente que es el primero en el tiempo, sino el origen
de todo cuanto existe. Y del mismo modo, cuando dice que es "el fin", implica que todas
las cosas encuentran en él su meta y consumación. Por lo tanto, no hay duda de que está
en condiciones de garantizar estas maravillosas promesas.
Y una vez más permanece la invitación a participar en este glorioso futuro prometido por
Dios: "Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida". Dios
pone la inmensidad de su gracia a disposición de toda criatura humana. Veremos que
vuelve a repetir la misma oferta en (Ap 22:17).
Todo esto nos recuerdan las promesas del Señor Jesucristo durante su ministerio terrenal:
(Jn 7:37-38) "En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz,
diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la
Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva."
Ahora bien, los que se aprovechan de esta generosa oferta son aquellos que tienen un
profundo sentido de necesidad espiritual dentro de su ser. Son aquellos que no se
conforman con las migajas que este mundo ofrece, ya sea de riqueza, fama, placeres o
tesoros. Al fin y al cabo, nada de todo esto puede satisfacer plenamente las profundas
necesidades espirituales del hombre.
"Hijos y herederos"
(Ap 21:7) "El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo."
A todas las increíbles promesas que ya hemos visto, ahora se añade otra más igualmente
maravillosa: "El que venciere heredará todas las cosas". Esta frase nos recuerda las
promesas que recibieron las siete iglesias en (Ap 2-3). De alguna manera, esta última
promesa incluye todas las anteriores.
La promesa va dirigida "al que venciere", que como ya sabemos, tiene que ver con los
creyentes (1 Jn 5:5). Ellos son los que "heredarán todas las cosas". Detengámonos un
momento a pensar qué incluye esta herencia. Sin duda es mucho más que la tierra de
Canaán que recibió Israel como herencia (Lv 20:24). Es mucho más que el mundo
presente. Va mucho más lejos de cualquier cosa que podamos imaginar.
En todo caso, el hecho de que lleguemos a ser herederos, está vinculado a la nueva
relación que hemos llegado a tener con Dios: "Y yo seré su Dios, y él será mi hijo". No
puede haber honor más grande en todo el universo que tener esta relación especial con el
Soberano Dios del cielo.
El destino de los incrédulos
(Ap 21:8) "Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y
hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con
fuego y azufre, que es la muerte segunda."
A continuación se enumeran todos aquellos que serán excluidos para siempre de la nueva
Jerusalén.
La lista comienza con "los cobardes". Estos son contrastados con "los vencedores" del
versículo anterior. Tiene que ver, por lo tanto, con aquellos que niegan a Cristo para
mantenerse a salvo. Los que por temor a los hombres, "al qué dirán", o a la pérdida de status
social, no llegan a confesar a Cristo como su Salvador. Aunque en el tiempo en que Juan
escribía el Apocalipsis, la persecución iba mucho más lejos que recibir algunas críticas
injustas; confesar a Cristo se pagaba con la vida.
Continúa con "los incrédulos". Aquellos que se niegan a aceptar el Evangelio.
"Los abominables". Es un término general que se aplica a diferentes tipos de personas,
aunque con frecuencia se relaciona con la inmoralidad sexual.
"Los homicidas". Son los asesinos, pero aquí se podría incluir también a los perseguidores
del cristianismo.
"Los fornicarios". El término se emplea en el Nuevo Testamento para referirse en forma
genérica al pecado sexual.
"Los hechiceros". Quizá relacionado con el culto a los ídolos.
"Los idólatras". Aquellos que ponen otras cosas o personas en el lugar del verdadero Dios.
"Los mentirosos". Los que no aman la verdad.
Todos estos "tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte
segunda". En contraste con las maravillosas bendiciones que los hijos de Dios recibirán,
aquí vemos el triste destino que aguarda a los pecadores que no quieren aceptar a Cristo.