Vivir santamente el sexo en el Matrimonio - 1º
Parte
1. El sexo en el plan del mundo
P. Vicente Gallo, S.J.
Todos los matrimonios, los de esposos cristianos también, viven en lo que llamamos el
mundo: en él nacen, en él crecen, de él reciben su educación, sus criterios, su cultura, y
en él viven recibiendo permanentemente su influencia. Los hombres y las mujeres nacen
con su diferente sexo, acompañado de un fuerte instinto de experimentarlo y de disfrutar
el goce único que Dios quiso poner en el ejercicio de la sexualidad. Ese goce único, y el
instinto de disfrutarlo, es indispensable para que permanezca sin marchitarse el amor de
la pareja unida en matrimonio; y mucho más para que, por la fuerza de ese instinto,
ambos esposos se arriesguen a procrear y asuman los trabajos y sufrimientos que les
dará un hijo procreado. Sin la fuerza de ese instinto, la humanidad habría corrido el
peligro de extinguirse.
Es importante recordar que la sexualidad del varón, aun en lo instintivo, tiene notables
diferencias con la sexualidad de la mujer; y que, en ambos, no se agota la diferencia en lo
genital, sino que también abarca las diferencias que hay en el aspecto psicológico del uno
del y otro. De lo sexual del varón, es la fuerza, el querer dominar e imponerse a la mujer,
el sentir el deber de protegerla y de ganar el sustento para ambos, como ocurre también
en las especies animales generalmente. De la sexualidad de la mujer es el ganarse al
otro en base a la ternura y el encanto, el acoger con amor al marido como después a los
hijos, la fortaleza y el aguante cuando sobrevienen las desgracias o las enfermedades, el
adelantarse aun a perdonar, el tener detalles de delicadeza en el trato y de calor en el
hogar, el conquistarse al hombre agradándole en todo; que no son elementos de
esclavitud impuesta o aprendida, sino de verdadera feminidad necesaria para un
matrimonio y para los hijos que se tengan.
El mundo, desde tiempos inmemoriales, convirtió al varón en señor, por razón de lo
sexual que posee como “macho”; es el llamado “machismo”. A la mujer la ha venido
convirtiendo en sierva, sometida al hombre, inferior a él y hecha para servirle. Felizmente
en nuestros tiempos esto tiende a superarse, más que por iniciativa de los varones en
razón a una cultura nueva, por conquista de la mujer en su denodada lucha para salvar la
igualdad de derechos como persona, que los tiene la mujer igual que el hombre.
Logros de este movimiento “feminista” han sido, por ejemplo, el acceso de la mujer a
estudios y al ejercicio de profesiones que antes se consideraban “para hombres”, y hoy lo
son igualmente “para mujeres”, hasta ser miembros del Ejército y de la Policía en todos
los grados. Pero lo que no se ha podido lograr, porque es distinto en cada sexo, es, por
ejemplo, la misma fuerza de los hombres en ciertos deportes que necesitan gran esfuerzo
físico, que no basta entrenarlo. Y tampoco se podrá lograr que las características
psicológicas y espirituales femeninas sean las mismas que las masculinas: su diferencia
es real, es riqueza de la humanidad, y debe cultivarse.
La igualdad de derechos y deberes como “personas”, sean varones o mujeres, es una
conquista, sin género de duda. El vestirse igual, el tener los mismos modales, o cosas
parecidas, no es mayor adelanto digno de elogio, sino algo totalmente accidental. Hablar
groserías y blasfemias, fornicar o cometer el adulterio, igualando a las mujeres con los
hombres, no es lograr “igualdad de derechos”, ni es una “conquista” del feminismo; sino
envilecer a la mujer en lo que antes no estaba tan abajo como el hombre para suerte de
ellas y de la humanidad.
La verdadera “educación sexual” de quienes despiertan a ser hombres o mujeres no
consiste en dar información de lo que se puede hacer con el sexo y cómo se hace;
debería ser enseñar la santidad que hay en los elementos del sexo humano, sea del
hombre o sea de la mujer, tal como la naturaleza los da y Dios los quiso. Lo que
deben aprender quienes ya son púberes o adolescentes es a respetar su sexo en lugar
de profanarlo, a ser responsables de su uso, conforme a su auténtica finalidad; y no
usarlo prescindiendo de los fines que tiene y para los que lo hizo el Creador. Porque,
definitivamente, la diferencia entre el sexo de los hombres y el de los animales, es que
estos últimos sólo se rigen por el instinto, mientras que el hombre se debe regir por la
responsabilidad personal desde la razón correcta, la libertad de no ser esclavos de nadie
ni de nada, y desde la fe en Dios.
Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
Vivir santamente el sexo en el matrimonio - 2º
Parte
2. La sexualidad en el Plan de Dios
P. Vicente Gallo, S.J.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Dios es Amor, y vive en sí mismo un misterio de
comunión personal de amor. Creándola a su imagen,...Dios inscribe en la humanidad del
hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad
del amor y la comunión. Dios creó al hombre a imagen suya,...hombre y mujer los creó
(Gn 1, 27). Creced y multiplicaos (Gn 1, 28), les dijo. El día en el que Dios creó al
hombre, le hizo imagen de Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo, y los llamó
“hombres” en el día de su creación” (Gn 5, 1-2) (Nº 2231)
Dios los creó varón y mujer, distintos pues; para vivir haciendo pareja y siendo
complemento el uno del otro (Gn 2, 20 y 23). Así, en pareja, serían “imagen de Dios”(Gn
1, 27), en la cuál Dios se encontrase a sí mismo gozándose al ver su imagen. Pero serían
“la imagen de Dios” haciendo unidad en la comunión de amor personal, siendo ambos por
igual “responsables” de ese amor y esa comunión. Y la manera más preclara de unirse en
comunión de amor es la unión sexual, desde el sexo diferente en ambos varón y mujer.
No es que, junto con la Iglesia, queramos poner el sexo como una obsesión en lo que
llamamos “moralidad”, como si fuese lo más importante en la atención que han de tener
los cristianos para ser “buenos”. El hecho es así: que es tan importante el sexo en el
hombre y en la mujer, y su impulso desde el amor es tan fuerte que, en la Espiritualidad
del cristiano, es un tema que merece toda esa atención. El sexo no es malo, lo hizo Dios;
y es santo como hecho por Dios para parecernos a El haciendo Unidad desde el amor.
Porque “Dios es Amor”. No se debe calificar la sexualidad humana, sin más, como fuente
mala de pecado, algo así como puesto en nosotros por el demonio.
Pero guardarse totalmente para Dios, incluida la sexualidad, para servir de modo indiviso
al Señor con todo nuestro ser (y eso es la virginidad), es más importante y más santo que
usar la sexualidad satisfaciéndose a sí mismo con ella, o aunque sea al servicio del amor
conyugal y de la procreación (1Co 7, 32-34). Es más importante y más santo porque no se
ha nacido para disfrutar del sexo, sino para usarlo como servicio de amor, o para servir a
Dios el Creador ofreciéndose a El de manera total, incluido el sexo; como, en el vivir
eterno con Cristo glorificado, siendo mujer o varón sexuados, no será necesario usar el
sexo para amarse (Mt 22, 30; 1Co 7, 31). Si ese es nuestro destino eterno, proclamarlo
así, para mientras se vive en este mundo, es más importante y más santo que proclamar
el uso del sexo como si fuese un gozo indispensable para vivir.
Tener el acto de unión sexual como expresión del amor del hombre y la mujer unidos en
una sola carne en el matrimonio, es una acción santa y querida por Dios. Pero
abstenerse del acto de unión sexual, cuando no es responsable procrear un nuevo hijo y
el acto de unión sexual podría ser fecundo, es un acto de amor en la pareja más puro y
más grande; porque es saber ser más responsables como personas, y amarse con esa
responsabilidad, sin emplear el sexo para utilizarse hombre y mujer como objetos para el
placer. Una persona, no puede ser rebajada a ser objeto ni a ser utilizable.
San Pablo escribe a los que había traído a nuestra fe en Corinto, una ciudad muy
corrompida en lo sexual, dentro del imperio romano que, en general, había caído en esa
grave corrupción, parecido al mundo actual. Y les dice como siempre les había
enseñado:“No os engañéis: ni los impuros, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los
homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los
rapaces, heredarán el Reino de Dios. Y tales fuisteis algunos de vosotros. Pero ahora,
habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del
Señor Jesucristo y en el Espíritu Santo de nuestro Dios” (1Co 6, 9ss).
Y razona tal exigencia cristiana: “Todo me es lícito -como se dice- , mas no todo me
conviene. Todo me es lícito; pero no me dejaré dominar por nada. La comida es para el
vientre y el vientre es para la comida; mas al uno y al otro los destruirá Dios. Pero el
cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios,
que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros por la fuerza de su poder. ¿No
sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Y habré de tomar yo los
miembros de Cristo para hacerlos miembros de prostitución? ¡De ningún modo!”
Sigue razonando más: “¿No sabéis que quien se une en prostitución se hace un solo
cuerpo con esa mujer? Pues está dicho: ‘los dos serán una sola carne’. Pero el que se
une al Señor (por la fe y por el Bautismo) se hace un solo Espíritu con él. Huid de la
fornicación. Todo otro pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el
que fornica peca contra su propio cuerpo. ¿Y no sabéis que vuestro cuerpo es templo del
Espíritu Santo, que está en vosotros y que lo habéis recibido de Dios, y que no os
pertenecéis? ¡Habéis sido comprados a gran precio! Por lo tanto, glorificad a Dios con
vuestro cuerpo”, sexualidad incluida. (1Co 6, 12-20).
San Pablo era muy consciente de lo difícil que era aceptar esta doctrina tan exigente,
especialmente para los de Corinto, tan corrompidos. Pero la fundamenta en la fe que por
el Bautismo nos hace ser el “Cuerpo de Cristo”, la humanidad que Cristo acepta y la hace
su humanidad santa. Así, somos el “Templo santo de Dios”, comprado por Dios a tan
gran precio, con “la sangre preciosa del Cordero inmaculado, Cristo” (1P 1, 19); y nos dice
Pablo que, por todo eso, nuestro deber es “glorificar” a Dios con nuestro cuerpo que es
Cuerpo de Cristo (1Co 6, 20).
Esto es una verdadera novedad para los hombres del mundo, es una “Buena Nueva” de
Jesucristo, para salvar al mundo de su perdición, a aquel mundo de entonces y al mundo
de ahora. Una humanidad que es una ingente procesión de pobres humanos que,
encabezados por Adán, van haciendo cuanto les viene en gana, sin hallar la felicidad por
la que suspiran; y todos van cayendo en el abismo insondable del descalabro ya en esta
vida, pero más al final, en la muerte. Jesucristo es Dios que se hace hombre por el amor
compasivo que siente ante nuestra perdición; hace suyo todo lo nuestro, se pone a la
cabeza de la “procesión”, y lleva a la salvación de ser felices eternamente, como Dios, a
quienes crean en él.
Pero creer en él es entregarse a ser totalmente de él, como hay que serlo de Dios;
ponerse a ser como él siendo “hombre como nosotros lo somos”, y ser tan “suyos” como
lo es el Cuerpo que tomó de la Virgen para ser hombre, siendo miembros de los que él se
sirva para salvar a la humanidad en la que estamos en su nombre, y siendo santos -
también con nuestro cuerpo- como es santo su Cuerpo. Integrar la sexualidad en la
santidad que se nos exige, y en la vida de relación de pareja en el matrimonio, es uno de
los elementos más importantes de la espiritualidad cristiana y de la
verdadera espiritualidad matrimonial. Hay que abrazar todo esto no como una penosa
carga cristiana, sino con el gozo de haber encontrado la salvación en Jesucristo, el único
que puede salvar al hombre.
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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
Matrimonios comprometidos con la Iglesia
1. Nuestra entrega es al Señor
P. Vicente Gallo, S.J.
“Jesús recorría ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena
Noticia del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia (sanaciones que eran
anuncio de ese Reino). Al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque
estaban vejados y abatidos como ovejas sin pastor. Dijo entonces a sus Discípulos: La
mies es mucha y los obreros son pocos; rogad, pues, al Dueño de la mies que envío
obreros a su mies” (Mt 9, 35-38).
Jesucristo el Salvador era Dios. Aun como hombre, después de resucitado y antes de
subir al Cielo, dijo a esos mismos “Discípulos”: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en
la tierra. Id, pues, y haced discípulos míos a todos las gentes bautizándolas en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todas las cosas que yo
os he mandado; y sabed que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”
(Mt 28, 18-20).
Siendo Dios, con todo su poder, no necesitaba ayuda de los hombres, y menos de aquello
“pobres hombres” a los que llamó. Pero Dios quiso salvar a los hombres tomando como
suya una humanidad de pobre, en la que nació, con la que realizó la misión
encomendada por el Padre, y con la cuál murió. Por la fe nuestra en él y por el Bautismo
con esa fe, nos hacemos tan de Dios (Padre, Hijo, Espíritu Santo) como lo es esa
humanidad que tomó haciéndola suya. Por el Bautismo nos incorporamos a Cristo (Rm 6),
nos hacemos Cuerpo de Cristo, somos sus miembros (1Co 6, 15) de los que Cristo, hecho
hombre, tiene que servirse para su obra como nosotros nos servimos de nuestros
miembros para el trabajo.
Por eso pide ayuda a sus Discípulos, y les manda pedir a Dios que envíe más obreros
para tanta mies. Siendo Dios hecho hombre, limitado como los hombres, nos necesita.
Nadie puede decir “puesto que yo no soy ojo no soy el cuerpo” (1Co 12, 16). Cristo nos
dice: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he
destinado para que vayáis y deis fruto “ (Jn 15, 16), el fruto de la Vid que es el mismo
Cristo, y que lo dará a través de nosotros sus sarmientos, para dar gloria al Padre con ese
fruto que dé por medio de nosotros (Jn 15, 8).
Aunque veamos al mundo tan deteriorado y perdido, sabemos que “nosotros podemos
cambiar el mundo”, a pesar de todas las barreras y obstáculos que encontraremos y que
ya el Señor nos lo enunció. “Si vosotros fuerais del mundo el mundo amaría lo suyo; pero
como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso el mundo
os odiará” (Jn 15, 19). Y también les dijo: “Yo os envío como ovejas entre lobos” (Lc 10,
3). Les dijo también : “Seréis odiados de todos por causa de mi nombre” (Lc 21, 17); “e
incluso llegará la hora en la que todo el que os mate piense que con ello da culto a Dios
“(Jn 16, 2). “Pero si el grano de trigo cae en tierra y muere, ese da mucho fruto” (Jn 12,
24).
Como canta Don Quijote en la obra teatral “El Señor de la Mancha”: “Con fe lo imposible
soñar, al mal combatir sin temor, triunfar sobre el miedo invencible, en pie soportar el
dolor; amar la pureza sin par, buscar la verdad del error, vivir con los brazos abiertos,
creer en un mundo mejor. Ese es mi ideal, la estrella alcanzar, no importa cuán lejos se
pueda encontrar; luchar por el bien sin dudar ni temer y dispuesto el infierno a arrostrar si
lo ordena el deber. Y yo sé que, si logro ser fiel a mi sueño ideal, estará mi alma en paz al
llegar de mi vida el final. Y será este mundo mejor si hubo quien, despreciando el dolor,
luchó hasta el último aliento por ser siempre fiel a su ideal”.
Vivir “apasionadamente” esta misión de Cristo a quienes nos hemos hecho suyos
siguiendo su llamada (Mt 4, 19), no sólo como bautizados, sino también, llamados al amor
juntos, unidos en pareja por el Sacramento del Matrimonio y hechos así de su cuerpo, es
ello un elemento indiscutiblemente importante de lo que venimos llamando “Espiritualidad
Matrimonial”. Como el Beato Carlos, último emperador de Austria y rey de Hungría, en el
día de su boda en 1.911 dijo a su esposa Zita de Borbón: “ahora tenemos que llevarnos el
uno al otro al cielo”. Han de ser testimonio evangelizador para otros matrimonios que los
vean, invitarlos a algún Movimiento salvador de matrimonios, o bien ser ellos
protagonistas de uno de esos Movimientos y así salvar el mundo comenzando por los
propios hijos. Es la verdadera “Espiritualidad Matrimonial”; de la que no pueden prescindir
los matrimonios cristianos.
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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
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comprometidos-con-la.html
La Pastoral Familiar de la Iglesia: 1º Parte
P. Vicente Gallo, S.J.
1. Necesidad de la “Pastoral familiar”
“Hay que subrayar la urgencia de la intervención pastoral de la Iglesia en apoyo a la
familia. Hay que llevar a cabo toda clase de esfuerzos para que la pastoral con la
familia adquiera consistencia y se desarrolle, dedicándose la Iglesia a este sector
verdaderamente prioritario; con la certeza de que, en el futuro, la evangelización
depende en gran parte de “la Iglesia Doméstica”. La solicitud pastoral de la Iglesia no
se limitará solamente a las familias cristianas más cercanas, sino que, ampliando los
propios horizontes en la medida del Corazón de Cristo, se mostrará aún más viva hacia
el conjunto de las familias en general, y en particular hacia aquellas que se hallan en
situaciones difíciles e irregulares. Para todas ellas la Iglesia tendrá palabras de verdad,
de bondad, de comprensión, de esperanza, y de viva participación en sus dificultades a
veces dramáticas” (FC 65).
El cuidado que la Iglesia ha de tener de las familias debe abarcar desde la
preparación para serlo, que comienza en la infancia, y comprende la debida educación
de los adolescentes hacia su futuro de hacer familias según el plan de Dios. Es la
necesaria y genuina “educación en el amor y la sexualidad”, que suele hacerse de
manera tan inadecuada, quedándose en sola información en lugar de ser
verdadera formación. Más todavía en la edad de los enamoramientos, con una
catequesis que a los varones y a las mujeres los haga maduramente cristianos para
amarse. Finalmente, con las charlas prematrimoniales que les preparen para unirse
conscientemente con el Sacramento.
Pero también, de manera muy importante, en la celebración misma del Sacramento,
cuidando que todos los pasos de esa Liturgia, con que se celebra, sean muy
significativos del amor con que se unen como Cristo con su Iglesia, y de la acción de
Dios, que ahí está poniendo su corazón de Creador y de Salvador, en los novios, en la
Iglesia asistente, y principalmente en su Ministro que lo preside. Es muy lamentable
que, generalmente, ya en las Bodas no se vive el sacramento; y no sólo por parte de
los que se casan, sino del sacerdote que ni los evangelizó ni ahora vive lo que está
haciendo. No acusamos, sino que reclamamos de la Iglesia de Cristo ese servicio tan
importante a los matrimonios cristianos.
Es principalmente importante la Pastoral postmatrimonial. Para que la pareja y la
familia sean cada día más una comunidad de amor en Cristo, Iglesia doméstica, es
necesaria la ayuda de ella para formarlos en el estar siempre dispuestos para el
servicio recíproco “dando la vida por aquellos a los que se ama”; así como formarlos
para la participación de todos en la vida de esa familia que es la suya, y en la
responsabilidad frente a los problemas que siempre aparecen en ella, para cuya
solución se necesita el diálogo y la colaboración generosa de todos, principalmente de
otros esposos cristianos.
La Iglesia debe ayudar a las parejas jóvenes, para que se adapten felizmente a su
nueva vida en la unidad verdadera, en su amor indefectible y en la acogida de los hijos
cuando vinieren. Y debe ayudar también a las parejas de más años de unión, cuando
vinieron los problemas siempre nuevos, y el mundo les ofrece unos valores que, en
lugar de construir, destruyen y desgastan el amor primero, que se dejaron prometido
ante Dios para todos los días de su vida.
La Iglesia debe estar dándoles su apoyo a través de otras parejas firmemente
constituidas y bien formadas que, con verdadero espíritu apostólico, ponen al servicio
de los demás sus conocimientos y su experiencia propia, con el testimonio de su propia
vida. (FC 69). Así se lo propone la Iglesia y lo hace en Movimientos Apostólicos como
el Encuentro Matrimonial u otros parecidos de reconocida trayectoria, que son tan de
alabar, pero cuya acción salvadora resulta pequeña para tantos matrimonios
necesitados de que la Iglesia los salve.
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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
La Pastoral Familiar de la Iglesia: 2º Parte
P. Vicente Gallo, S.J.
2. La Pastoral familiar estructurada
La Iglesia de Cristo, comunidad salvada y salvadora, está comprometida en la misión de Cristo
para salvar a todos los hombres, y para ello está organizada en Diócesis y Parroquias. Desde ahí
debe asumir todo género de acción eficaz en pro de la pastoral familiar, de los matrimonios y sus
familias. Toda comunidad parroquial debe tomar conciencia viva de la responsabilidad que recibe
del Señor en orden a guiar y salvar los matrimonios que acogió sacramentalmente y las familias
surgidas de ellos que están incrementando esa Comunidad de Hijos de Dios en Jesucristo.
Ese deber ha de comenzar con la adecuada preparación de quienes deberán comprometerse en
ese apostolado; en primer lugar los sacerdotes y los religiosos o religiosas que se involucran en la
actividad pastoral de la Parroquia y de la Diócesis en que se integran. Los Obispos deben procurar
que el mayor número posible de sacerdotes, antes de asumir las responsabilidades parroquiales,
reciban esa formación especializada para acudir a salvar al sector más importante de su feligresía,
los matrimonios y familias (FC 70). Esa formación que se da tan profunda en el Encuentro
Matrimonial, por ejemplo.
Pero es singular el puesto que en este campo corresponde a los esposos conscientemente
cristianos, que saben poner al servicio de la Iglesia la misión recibida en su Sacramento para
construir el Reino de Dios en este mundo. Siendo, como pareja sacramentada, miembros vivos del
Cuerpo de Cristo, están enviados por el Señor a trabajar a su servicio en la Viña de su Padre, para
que El pueda gloriarse del fruto que le da su Viña.
Su apostolado deberá comenzar en su propia familia, educando a los hijos en el amor con el que
Dios ama, que es el amor con el que los esposos se comprometieron a amarse todos los días de
su vida. Desde ese testimonio de su propio amor, educarán a los hijos en la fe y en las virtudes
como lo es la castidad con la que un día ellos serán padres.
Preparándolos para una vida cristiana, los preparan para la superación de los peligros ideológicos
y morales por los que se ven amenazados para la elección de su camino personal
responsablemente, lo que decimos “su vocación”, que normalmente será su propio matrimonio.
Para todo su crecimiento que de ser cristianos, los educarán en ese amor como Dios ama también
a los más necesitados, los pobres, los enfermos, los ancianos, los huérfanos, los minusválidos, y
también los cónyuges abandonados por su pareja (FC 71). No hay “espiritualidad matrimonial” si de
ella no se deriva el cultivar esos deberes.
La Iglesia, en su acción pastoral y evangelizadora, además de estar organizada en Diócesis y
Parroquias, tiene diversas organizaciones de fieles que viven y manifiestan, cada una a su modo,
la misión salvífica de esa Iglesia que es la prolongación de Cristo para hacer un mundo Reino de
Dios. Es necesario reconocer y valorar esa variedad de comunidades eclesiales, grupos o
movimientos, con sus respectivas características, la finalidad específica que cada una se tiene
señalada, y su incidencia en la Obra de la Salvación, con los métodos o maneras de
evangelización que cada una emplea.
Todas ellas, en su formación y su apostolado, han de cultivar el sentido de solidaridad eclesial, y
han de conservar una manera de conducirse inspirada siempre en el Evangelio, manteniendo como
valores los criterios de la Iglesia y no los de la opinión pública del mundo. Deben competir en la
caridad recíproca, y en las obras de asistencia hacia los más necesitado: todo en nombre de
Jesucristo, mirando en su valoración también a las asociaciones no eclesiales que buscan hacer el
bien (FC 72).
La rivalidad, por desgracia muy frecuente entre ellas, ignorándose a veces mutuamente y no
tratando siquiera de conocerse para amarse y unir fuerzas, sino buscando cada una sus propios
intereses y no los de Cristo, no sólo es algo inútil para servir en el apostolado de la Iglesia, que es
el único que deben realizar; es que tampoco sirve para hacer el bien al mundo tan necesitado de
su servicio. La Iglesia no sólo debe reprobar esas rivalidades, sino que debería dejar de reconocer
como fuerzas suyas a los grupos o movimientos que mantengan esa división y rivalidad como por
sistema
Todas las Asociaciones de matrimonios que pretendan servir a la Iglesia en el apostolado familiar,
tienen un campo muy grande para su tarea de evangelizar, que ninguna sola puede agotarlo.
Deben estar en la lucha frente a todo lo que va contra la dignidad de la familia según Dios, la justa
promoción de los derechos de la mujer, de la maternidad, de la infancia y de la educación de los
hijos; buscando la construcción de un mundo más justo y más humano, que forme de veras esa
Familia de Dios que Jesús inició, para que toda la humanidad termine formándola con Dios como
Padre igual que lo es de Cristo.
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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
La Pastoral Familiar de la Iglesia: 3º Parte
P. Vicente Gallo, S.J.
3. Los agentes de la Pastoral Familiar
El primer responsable de la pastoral familiar en su Diócesis es el Obispo, que a la
Iglesia, una y santa, la hace católica y apostólica. Puesto en el lugar de Cristo Esposo
de esa Iglesia particular su Esposa, el Obispo debe ser Padre y Pastor de quienes en su
territorio son de Cristo. En esta tarea concreta de la pastoral familiar, debe dedicar sus
desvelos y su apoyo personal a las familias agobiadas por tantos problemas en el
mundo de hoy; y prestar su interés, su atención, su tiempo y aun los recursos
económicos a su alcance, a cuantos ayudan en la salvación de los matrimonios y las
familias. Ojalá llegasen a tener el gozo de encontrar realizada una verdadera “familia
diocesana” con todas las familias debidamente evangelizadas: la Familia de Dios en la
Diócesis que se le ha confiado.
Lo mismo debe considerarse refiriéndonos a los Sacerdotes en su Parroquias, o en la
específica pastoral que tienen encomendada, por ejemplo un Colegio. Y también se
extiende a los Religiosos o Religiosas dedicados al apostolado, que definitivamente es
con familias, bien sean los padres bien sean los hijos, y que siempre es en aporte a la
labor del Obispo y de los Párrocos. El apostolado específico con las familias, es una
tarea prioritaria y de las más urgentes en la situación actual del mundo a evangelizar
para salvarlo en nombre de Jesucristo.
En la construcción de la Familia de Dios en nuestro mundo, Obispos, Párrocos y en
general los que se han consagrado en la Iglesia para servir al Evangelio, en todos sus
trabajos deben mostrarse “padres” y “hermanos” para ser pastores o maestros de la
Familia de Dios en nombre de Cristo. Y deben ayudar a las familias como tales ya
desde el testimonio preclaro del amor que ellos viven conforme al mandato y distintivo
que nos dejó Jesús. Los Religiosos concretamente, en su consagración a Dios, y en su
vida de Comunidad viviendo la “Perfecta Caridad” (FC 74): “de este modo evocan ellos
ante todos los fieles aquel maravilloso connubio, fundado por Dios, y que ha de
revelarse plenamente en la vida futura, por el que la Iglesia tiene por Esposo a
Jesucristo” (Vat. II, Perfectae Caritatis, 12).
Pero todos ellos, en el apostolado familiar, deben contar con matrimonios
evangelizados, particulares u organizados en Asociaciones diversas, que vivan el
compromiso que tienen en virtud de su Sacramento que los hace miembros del Cuerpo
de Cristo, con los que su Iglesia debe salvar al mundo concreto de los matrimonios y
de las familias. El haberse unido mediante el sacramento, no significa siempre que
sean “matrimonios evangelizados”, ni que estén preparados para ser matrimonios
evangelizadores. Lograr que lo sean, es la primera urgencia de la pastoral familiar. La
“espiritualidad matrimonial”, de la que estamos tratando, ha de tener como uno de sus
elemento fundamentales esta preocupación por la evangelización de todas las familias.
Es importante saber contar también con la ayuda que pueden prestar a las familias y a
su apostolado personas especializadas que sean de fiar en la educación y formación de
los matrimonios y las familias: médicos, psicólogos, expertos en derecho, consejeros
matrimoniales, educadores, asistentes sociales; tanto en sus iniciativas personales
como en organizaciones o asociaciones que promueven. Ellos, aunque no fuesen
cristianos, realizan una tarea que podemos calificar de “misión eclesial”, por su
finalidad y las acciones que promueven, así como por lo que influyen en el bien de la
sociedad y de la comunidad cristiana. El apoyo que desde ahí se pueda lograr para las
familias y para el mundo, incide en esa labor pastoral que es deber de la Iglesia. Pero
de todos modos es cierto que: “el futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de la
familia” (FC 75).
Igualmente, todos los agentes de la Pastoral Familiar de la Iglesia, deben valorar los
actuales medios de comunicación social; que pueden servir tan eficazmente para
educar en lo afectivo, moral, o religioso, pero que también pueden esconder insidias y
peligros muy serios de ideas o de ideologías disgregadoras, con visiones deformadas
de la vida, de la familia, de la religión, de la moralidad, y de la verdadera dignidad del
hombre. No sólo han de usarse esos medios en la tarea de evangelizar; sino que se
deben precaver las agresiones que, a través de ellos, sufren las familias y
especialmente los niños y jóvenes, y que se han de contrarrestar con una adecuada
educación que nunca esté descuidada (FC 76).
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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
La Pastoral Familiar de la Iglesia: 4º Parte
P. Vicente Gallo, S.J.
4. Pastoral familiar en los casos difíciles
Jesucristo, el Buen Pastor y modelo de todos los “pastores” buenos, quiere atender con especial empeño a
quienes tienen que afrontar situaciones especialmente difíciles, aunque ellas lo sean por culpa
propia. Pongamos por caso a las familias de emigrantes, o las familias obligadas a largas separaciones (v.g.
los navegantes), las familias de los presos y de los exiliados. También, las familias de barrios marginales, las
que no tienen casa, las que tienen hijos inválidos o drogadictos, las familias con algún miembro gravemente
enfermo, las familias ideológicamente divididas, las formadas por menores de edad, y los matrimonios mixtos
religiosamente. No pueden ser abandonadas por la Iglesia; que ellas no se sientan abandonadas en un mundo
donde hay cristianos (FC 77 y 78).
Lamentablemente, también entre católicos se van difundiendo situaciones irregulares que conllevan grave
daño para la institución familia. Los “matrimonios a prueba” o en convivencia por tiempo indefinido. Uniones
libres de hecho, sin matrimonio ni civil ni religioso. Católicos unidos con mero matrimonio civil “para poder
divorciarse libremente” si llega el caso para ello. Los separados o divorciados, aun no casados de nuevo, y la
situación en que quedaron los hijos. Siempre, con la situación indebida de los “esposos”, está la situación no
deseable de los hijos. La Iglesia debe estar a su lado acompañándolos con el amor de Cristo que se interesa
por ellos.
La Iglesia, instituida para conducir a la salvación a todos los hombres, sobre todo a los bautizados, tampoco
puede abandonar a merced de sí mismos a los divorciados casados de nuevo Teniendo que diferenciar entre
los que se han esforzado por salvar el matrimonio primero, aquellos en los que uno de los cónyuges se siente
abandonado injustamente por el otro, y los que por culpa de ambos han llegado a la ruptura matrimonial. Más
todavía a los que están seguros en su conciencia de que el anterior matrimonio fue de hecho inválido por
engaño o porque no hubo el debido amor.
La Iglesia ha de trabajar con ellos para que siquiera participen en la Misa, en la escucha de la Palabra y en la
oración con los demás fieles, en las obras de caridad, y en educar a los hijos en la fe cristiana para que estos sí
puedan recibir los Sacramentos. Viviendo en situación que contradice la unión en el amor de Cristo a su
Iglesia y de esta, como Esposa, a Cristo su Señor, no pueden participar en la Eucaristía que es el sacramento
de ese Amor. Tampoco en el Sacramento de la Penitencia, porque viven y permanecen en la situación del
pecado del cuál tendrían que convertirse. Pero “que nadie se sienta sin “familia” en este mundo: que la Iglesia
sea la casa y familia para todos, especialmente para los que están fatigados y cargados” (FC 85).
Sentirse apenados por no pertenecer a una agrupación de apostolado familiar, o entusiasmados por estar
viviendo en un Movimiento de matrimonios al servicio de ese apostolado, debería ser cosa normal en
cualquier matrimonio cristiano consciente del Sacramento con el que se casaron, desde la fe en Cristo y en el
amor de Dios que los unió y en el que se mantienen. Tener conciencia de ser la Iglesia con su matrimonio
como Sacramento, lleva consigo verse involucrado en la tarea que a la Iglesia le compete en orden a
evangelizar a todos los matrimonios para que vivan su Sacramento con esa misma fe suya, y a las familias
para que de veras sean parte de la Familia de Dios en el mundo redimido por Jesucristo. Debe ser algo
elemental a tener en cuenta al hablar de “Espiritualidad Matrimonial”.
¿Estamos preocupados por ser cristianos activos en alguna Asociación Parroquial Matrimonial?
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Agradecemos al P. Vicente Gallo S.J. por su colaboración.
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iglesia-4.html
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