Elmore, R (2010) Mejorando La Escuela Cap2 Núcleo Pedagógico
Elmore, R (2010) Mejorando La Escuela Cap2 Núcleo Pedagógico
escuela desde
la sala de clases
Richard Elmore
Capítulo 1
El núcleo pedagógico*
*
The instructional core, fue publicado originalmente en el libro “Instructional Rounds in
Education. A network approach to improving teaching and learning”. (2004), Harvard
Education Press.
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N de la R. Los establecimientos K8 en Estados Unidos son escuelas cuya oferta escolar va de
Pre Kinder o Kinder hasta el grado 8.
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2
El término “tecnología disruptiva” proviene del trabajo académico de Clayton Christensen, quien
lo aplicó por primera vez en el ámbito empresarial, en su obra The Innovator’s Dilemma: When New
Technologies Cause Great Firms to Fail (Cambridge, MA: Harvard Business School Press, 1997).
En su libro reciente, Disrupting Class: How Disrupting Innovation Will Change the Way the World
Learns, escrito en coautoría con Curtis W. Johnson y Michael B. Horn (New York: McGraw–Hill,
2008) aplica la teoría de la tecnología disruptiva a la educación.
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Capítulo 1 • El núcleo pedagógico
Estudiante
Docente Contenidos
educación, David Hawkins,3 es el ‘yo’ (profesor), el ‘tú (alumno), y el ‘ello’ (los conte-
nidos). Según la elaboración de este marco teórico de Hawkins que realizan David
Cohen y Deborah Ball, es la relación entre el profesor, el alumno y los contenidos –y
no las cualidades de cada uno de estos componentes por separado– la que determina
el carácter de la práctica pedagógica, y cada elemento del núcleo pedagógico tiene su
propio rol y sus propios recursos que aportar al proceso educativo.4
3
David Hawkins, “I, Thou, and It”, en The Informed Vision: Essays on Learning and Human Nature
(New York: Agathon Books, 1974), 49–62.
4
Véase David Cohen, Stephen Raudenbush y Deborah Ball, “Resources, Instruction and
Research”, Educational Evaluation and Policy Analysis 25 (2003): 119–142; Fred Newmann,
BetsAnn Smith, Elaine Allensworth y Anthony Bryk, “Instructional Program Coherence: What
It Is and Why It Should Guide School Improvement Policy”. Educational Evaluation and Policy
Analysis 23 (2001): 297–321.
5
Walter Doyle, “Academic Work”, Review of Educational Research 53, no. 2 (1983): 159–199.
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que se les está encomendando es memorizar, aun cuando el profesor puede pensar
que, porque el material es difícil y el trabajo va más allá de lo que se le pide a los
alumnos de ciencias regularmente, se trata de una tarea de “mayor nivel”.
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Capítulo 1 • El núcleo pedagógico
¿Y qué sucede con los estándares de los contenidos y del desempeño? Los están-
dares sólo inciden sobre el nivel del contenido que está siendo enseñado. Su efecto
en las salas de clases depende de si se trata de materiales que reflejan dichos están-
dares, de si los profesores saben cómo enseñar lo que los materiales y los estándares
requieren y de si los estudiantes consideran que el trabajo que se les encomienda es
valioso y los compromete.
¿Y qué hay del perfeccionamiento docente? Este opera –cuando lo hace– influ-
yendo sobre lo que los profesores realizan, no sobre lo que deberían realizar. El
impacto del perfeccionamiento docente depende de lo que se les pide a los profesores
que aprendan, cómo lo aprenden y de si son capaces de lograr que funcionen en sus
aulas las prácticas que se les pide que pongan a prueba.
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Si, por otra parte, se incrementa el nivel general de los conocimientos y las habi-
lidades de los profesores, sin anclarlos en contenidos se obtiene una práctica de alto
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Capítulo 1 • El núcleo pedagógico
nivel pero desconectada de una clara comprensión de los contenidos que los alumnos
están efectivamente aprendiendo y de los problemas específicos que los estudiantes
tienen en relación con tareas cognitivas específicas. A eso apunta David Hawkins
cuando señala, “sin un ello no hay contenido para el contexto, no hay figura, no hay
calor, sino tan sólo un asunto de espejos enfrentados.”6
Muchas veces escuchamos hablar a los educadores sobre “lo bien que salió la
lección” sin hacer referencia a lo que los alumnos estaban haciendo en esa situación y
sin evidencia visible de lo que los estudiantes efectivamente habían aprendido como
consecuencia de la enseñanza. En general, se considera que la lección “ha salido bien”
cuando ha resultado de acuerdo a lo planeado, sin ninguna referencia específica a
lo que los alumnos saben o no saben como consecuencia del proceso de enseñanza.
Intervenir en uno de los tres ejes del núcleo pedagógico implica intervenir en los dos
restantes para obtener un efecto predecible sobre el aprendizaje de los alumnos.
Esa es una gran diferencia entre las escuelas estadounidenses y las de otros
países. Aquí nos pasamos mucho tiempo preocupados de qué estamos enseñando y
cómo lo estamos enseñando. En otros lugares, las personas además dedican mucho
tiempo a dilucidar si los estudiantes están efectivamente interesados y comprometidos
con lo que los adultos están tratando de enseñarles y si son capaces de explicar cómo
se sienten al respecto.
6
David Hawkins, “I, Thou, and It”, 50.
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• ¿De qué forma afectará esto los conocimientos y habilidades de los profesores?
• ¿De qué forma afectará esto el nivel de los contenidos en la sala de clases?
• ¿De qué forma afectará esto el rol de los estudiantes en el proceso pedagógico?
• ¿De qué forma afectará esto la relación entre el profesor, el alumno y los
contenidos?
En un contexto más específico, las interrogantes que pudieran surgir serían de
esta índole: “Estamos realizando una evaluación formativa” –sí, ¿pero cómo influirá
una inversión en tecnología de evaluación sobre los conocimientos y habilidades
de los profesores, el nivel de los contenidos y el rol del alumno en el proceso peda-
gógico? “Estamos abocados a formar líderes pedagógicos potentes” –sí, ¿pero qué
tipo de práctica concreta les están pidiendo a sus líderes que desarrollen para lograr
mejoras en términos de contenidos, conocimientos y habilidades y compromiso
escolar? “Estamos adoptando un currículo nuevo y más desafiante en matemáticas”
–sí, ¿pero cómo sabrán si la práctica pedagógica mediante la cual deben transmitirse
esos contenidos está realmente operando dentro de las salas de clases y con qué grado
de profundidad y de consistencia?
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disruptivos), y, por sobre todo, no importa si el resto del mundo la está poniendo en
práctica. Lo que importa es si puedes verla dentro del núcleo. Si no puedes, no existe.
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era el resultado del tipo de docencia que se estaba impartiendo y de las tareas
efectivas que se les pedía a los alumnos que realizaran, y no, como lo suponían
los profesores, fruto de los conocimientos previos de los alumnos. Esto constituía
otra oportunidad para comprobar la veracidad de una simple y poderosa lección
–sujéntense bien– la enseñanza produce aprendizaje.7
La jefa del equipo, cuyos estudiantes tenían de manera consistente mejores resul-
tados, a falta de evidencia directa acerca de lo que sus colegas estaban haciendo, estaba
proyectando su propia práctica respecto a la de sus colegas, y eso la llevó a sugerir que
la variabilidad no podía ser el resultado de diferencias en el tipo de docencia puesto que
“estamos todos enseñando lo mismo”. En realidad, no era lo mismo.
Lo que distinguía una clase de otra era lo que se le pedía concretamente a los alumnos
que realizaran y la capacidad del profesor o profesora de hacer trabajar a los estudiantes,
orientando sus aprendizajes hacia el nivel de complejidad que les estaba encomendando.
El currículo era el mismo, las tareas eran diferentes. En un aula la profesora dedicó 20
minutos, de un total de 55 que es lo que dura la clase, a explicar la tarea y a desarrollar un
conjunto de instrucciones y procedimientos relacionados con lo que tenían que realizar.
Las instrucciones eran tan complejas que la mayoría de los alumnos (y observadores) no
pudieron reproducirlas cuando llegó el momento de trabajar por su propia cuenta. En
otra sala, la profesora dedicó poco tiempo a presentar el ejercicio, repartió los materiales
y les pidió a los alumnos que trabajaran individualmente en la tarea y consultaran a
otros alumnos de su grupo si tenían dificultades para avanzar. En otra sala, la profesora
repartió la tarea, asignó roles a los estudiantes, y luego circuló por la sala respondiendo
preguntas individuales de los alumnos. En la sala de clases de la jefa del equipo docente
y que tenía mejores resultados la profesora dedicó menos de cinco minutos a mostrarles
a los alumnos en qué medida la tarea que iban a realizar estaba relacionada con el trabajo
que habían desarrollado el día anterior; les preguntó qué habían aprendido de ese trabajo
y luego, durante otros cinco minutos, moderó una discusión entre los alumnos acerca
de un ejercicio pasado, similar al que estaban a punto de desarrollar. Luego organizó a
los alumnos en grupos, asignó roles y circuló por la sala. Cuando le preguntamos a los
alumnos de las tres primeras clases en qué consistía su trabajo, ninguno de ellos pudo
describir fielmente la tarea. Cuando le formulamos la misma pregunta a los de la cuarta
sala, pudieron transmitirnos cabalmente lo que se esperaba de ellos y de qué forma esa
tarea estaba relacionada con lo que habían realizado previamente.
Es importante agregar en este punto que los alumnos de las cuatro aulas eran
estudiantes “comprometidos”, según la definición convencional del término; es decir,
7
Doyle, “Academic Work”, 185, 186.
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Doyle, “Academic Work,” 185, 186.
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Esta conexión entre hacer lo correcto y saber qué es lo correcto nos lleva al quinto
principio. El sistema de rendición de cuentas real reside en las tareas que se les encomiendan
a los alumnos. Desde una perspectiva de política educativa y de gestión tendemos a
ver la rendición de cuentas como un problema sistémico. Vista así, la rendición de
cuentas es la forma en que dirigimos el sistema hacia un buen resultado colectivo,
valiéndonos para ello de mediciones de desempeño, estándares, reconocimientos y
sanciones. Desde esa perspectiva tendemos a pensar que si establecemos las estructuras
y los incentivos adecuados, los buenos resultados llegarán por añadidura. En realidad,
esta visión descansa sobre una presunción heroica y muy infundada de que los alumnos
y profesores efectivamente saben lo que tienen que hacer, y saben cómo hacerlo. Y que,
sobre todo, son capaces de conferirle significación y obtener cierto grado de satisfacción
por el hecho de haberlo hecho. Si no se logra resolver el problema de la rendición de
cuentas dentro de la sala de clases, la labor de desarrollo de un sistema de rendición a
nivel sistémico es básicamente una manipulación de símbolos, políticas y gestión, no
una iniciativa que apunte al mejoramiento de los aprendizajes.
Es por este motivo que hemos invertido gran parte de nuestra energía profe-
sional en fortalecer la competencia de los líderes escolares para observar, analizar e
incidir sobre la práctica pedagógica. En este trabajo hemos recurrido de manera deli-
berada al modelo médico, no porque pensemos que los educadores deberían actuar
como médicos, sino porque a nuestro entender, la medicina tiene a su haber una de
las prácticas sociales más poderosas para analizar y comprender su propio trabajo –el
modelo de las juntas médicas. En la mayoría de las instancias, los directores, profe-
sores jefe y administrativos del sistema escolar intentan mejorar el desempeño de sus
escuelas sin saber qué características tendría que tener la práctica para obtener los
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Pero esta herejía nos lleva al sexto principio: Aprendemos a hacer el trabajo
haciendo el trabajo, no diciéndole a otras personas que hagan el trabajo, no por haber hecho
el trabajo alguna vez en el pasado, y no contratando a expertos que pueden actuar como
sustitutos de nuestro conocimiento acerca de cómo hacer el trabajo. El gran acierto de las
juntas médicas es que en ellas la profesión médica reproduce su práctica y la cultura
circundante a través de interacciones cara a cara que giran en torno al trabajo. Para
reforzar su quehacer profesional cuentan con una amplia gama de conocimientos que
provienen de fuentes externas. También cuentan con controles e incentivos externos
muy estrictos que aseguran que la práctica profesional avance en determinada direc-
ción. Pero dentro de estas estructuras y estos incentivos externos anida un proceso
social para integrar personas a la profesión médica, mantener y desarrollar normas para
esa práctica y realizar evaluaciones cara a cara sobre ella. El sector educativo, que en su
núcleo requiere el mismo nivel de conocimientos que la medicina, no posee esa prác-
tica de consolidación de una cultura profesional. Por ello, no debiera sorprendernos el
grado de atomización que observamos en su núcleo. La educación es básicamente una
ocupación que intenta ser una profesión, sin una práctica profesional.
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Capítulo 1 • El núcleo pedagógico
esta respuesta. Ello es comprensible, dada la presión constante a la que están some-
tidos. Pero no se puede construir una cultura tomando atajos. Se necesitaron más de
cien años para construir la cultura pedagógica disfuncional actualmente existente en
las escuelas estadounidenses; no es posible transformarla en un taller de supervisión
y evaluación de tres días o seis semanas.
Esto nos lleva al séptimo principio: Descripción antes del análisis, análisis antes
de la predicción, predicción antes de la evaluación. Se construye una cultura pedagó-
gica común centrándose en el lenguaje que las personas usan para describir lo que
ven y, como efecto de lo anterior, forzándolas a desarrollar un lenguaje común en el
tiempo. El lenguaje es cultura y viceversa. Cuando se salta directamente de la obser-
vación a la evaluación, se provoca un cortocircuito en el difícil proceso de desarrollar
un lenguaje común para describir lo que uno percibe dentro de las salas de clases.
Cuando no existe ese lenguaje, lo que un educador entienda a través de un concepto
clave – por ejemplo, compromiso de los alumnos– puede ser completamente distinto
a lo que significa para otro colega, y finalmente se opta por no estar de acuerdo
porque es demasiado difícil resolver las diferencias. En nuestro trabajo, insistimos en
que la gente desarrolle un poderoso lenguaje descriptivo y en que repitan varias veces
un proceso para desarrollar un lenguaje común, antes de abordar la siguiente etapa
consistente en analizar, predecir y evaluar.
Analizar es lograr que las personas se aboquen a agrupar lo que ven en cate-
gorías mutuamente acordadas y que comiencen a formular algunos juicios acerca
de cómo esas categorías están relacionadas entre sí. Predecir es aprender a usar la
evidencia de la observación y el análisis para realizar razonamientos de causalidad
sobre qué tipo de aprendizaje escolar uno esperaría obtener como consecuencia de
la práctica docente que ha observado. Muchas veces les preguntamos a las personas,
“si tú fueras un alumno en esta clase e hicieras exactamente lo que el profesor te
pidiera, ¿qué sabrías hacer?” Esta pregunta apunta directamente al cuarto principio,
la tarea predice el desempeño. Sólo una vez que las personas han desarrollado las disci-
plinas de descripción, análisis y predicción, planteamos el tema de la evaluación y
no lo hacemos con la clásica pregunta, “¿fue bueno este proceso de enseñanza o no?”
Les pedimos a las personas que formulen la pregunta “¿Cuál es el siguiente nivel de
trabajo en esta sala de clases, escuela o sistema?” Planteamos la pregunta de evalua-
ción deliberadamente en estos términos para evitar una clasificación superficial de
la práctica en términos de “bueno”, mediocre” y “malo”, porque queremos que los
practicantes piensen en el proceso de mejoramiento como una práctica clínica, en la
que nuestro trabajo consiste en mejorar a futuro la práctica docente, no en repartir
recompensas y castigos. También hay una cuestión de humildad. Muchas de las
personas que, en virtud de su posición de autoridad, estaban evaluando a profesores,
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no tenían la capacidad de realizar la tarea que les asignaban a los docentes. Los profe-
sores están conscientes de este fenómeno. Las crecientes demandas sobre la práctica
docente son tales que los conocimientos y habilidades requeridos para realizarla van
más allá de la experiencia y conocimiento práctico de las personas encargadas de
la supervisión. Crear una poderosa cultura de práctica pedagógica en esta situación
requiere que los supervisores actúen como si no supieran; de esta manera podrán
aprender lo que necesitan saber. Nuestro consejo usual a los directores que ingresan
a las reuniones docentes de nivel es “apague su radio, siéntese, permanezca silencioso
y escuche durante al menos diez minutos. Luego, procure que sus primeras palabras
sean una pregunta para la cual usted no sabe la respuesta.”
Sólo una vez que las personas han pasado por el proceso de describir, analizar
y predecir, introducimos un marco general para evaluar si lo que vemos corresponde
a un nivel de práctica “alto”, “medio” o “bajo”.9 Para muchos este proceso resulta
arduo porque no logran fundamentar con un lenguaje sólido sus pre concepciones
sobre lo que consideran como una práctica de “alto nivel”. Realizar afirmaciones de
causalidad bien fundadas sobre qué tipo de enseñanza puede producir determinado
tipo de aprendizaje suele ser muy tensionante y obliga a las personas a revisar sus
prejuicios relativos a lo que consideran una práctica virtuosa. Otro beneficio de este
tipo de disciplina es que los directivos que toman decisiones acerca de quién tiene
que decirles a los profesores cómo enseñar– consultores, entrenadores, diseñadores
de currículo escolar, etc – acaban formulando preguntas mucho más agudas cuando
han pasado por la disciplina de la observación.
Un ejemplo permitirá ilustrar este proceso. En un trabajo de dos años con una
red de directores, estuvimos aproximadamente seis meses centrados en la fase descrip-
tiva/analítica de la práctica. Resulta claro desde un comienzo que los directores estaban
intrigados por la estructura y el proceso de la sala de clases porque pensaban que si se
pudiera obtener simplemente un patrón más predecible del proceso de aprendizaje
en aula, sería más fácil obtener resultados a gran escala. Por ello no resultó sorpren-
dente en nuestras observaciones iniciales constatar una abundante descripción sobre
el trabajo grupal de los estudiantes, con frases como “los alumnos estaban sentados
9
Una de nuestras fuentes predilectas sobre este tema es Robert J. Marzano y John Kendall,
Designing and Assessing Educational Objectives: Applying the New Taxonomy (Thousand Oaks, CA:
Corwin Press, 2008). Es una formulación mucho más actual y potente acerca de la taxonomía
tradicional de Bloom y es especialmente efectiva en su abordaje del sistema del yo, a saber, la
orientación del estudiante hacia el significado y la relevancia del aprendizaje, y el ámbito meta-
cognitivo, es decir, la capacidad del estudiante para reflexionar y monitorear por sí mismo su
aprendizaje. También aborda de manera muy pertinente el ámbito cognitivo tradicional.
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Capítulo 1 • El núcleo pedagógico
en grupos, realizando la tarea que se les había encomendado”. Cuando los instamos
a ser más específicos acerca de lo que vieron y predecir qué tipo de aprendizaje resul-
taría de esa observación, se volvieron más dubitativos. No podían decir exactamente
lo que esperarían encontrarse. Por ello, la vez siguiente observaron más detenida-
mente lo que los alumnos estaban efectivamente realizando en grupos, y el patrón de
comportamiento que surgió (un hallazgo muy potente en nuestro trabajo en escuelas)
es que los alumnos estaban en gran medida realizando tareas individuales mientras
estaban sentados en grupos. Las características de la tarea no parecían tener nada que
ver con el hecho de que los alumnos estuvieran sentados en grupos y la tarea misma
parecía fácil de realizar para los estudiantes sin requerir mucho apoyo del profesor
o de los otros alumnos. En otras palabras, no era muy demandante en términos de
compromiso cognitivo, ya sea individual o colectivo. Así, el foco de la red derivó de
la estructura y organización de las salas de clases al trabajo efectivo que se les pide a
los alumnos, y la pregunta “¿cómo está organizada la clase?” se transformó en “¿es
apta la organización de la clase para el tipo de trabajo que esperamos que realicen los
alumnos?”. Así, en vez de buscar una estructura en particular, los directores comen-
zaron a indagar en la tarea y a formular hipótesis acerca de la estructura más adecuada
para realizar aquella que era de su interés. A partir de ese momento, el trabajo de los
directores se centró mucho más en la labor real que estaban realizando los estudiantes
y en la relación de ésta con lo que los equipos directivos y profesores pensaban que
estaban realizando para apoyar el aprendizaje de los alumnos.
¿Y cómo se relaciona todo esto con el tema más amplio de organizar en aras
de obtener una mejora a gran escala? Las herramientas de que dispone en general
un estado o una jurisdicción para el mejoramiento escolar son bastante contun-
dentes. Se puede ser más estricto en materia de estándares e incentivos, subiendo la
vara del nivel de desempeño esperado. Se puede aclarar cuáles son los contenidos
que deben ser abordados en determinados niveles escolares y adoptar materiales
curriculares para apoyar esta iniciativa. Se puede colmar el sistema con informa-
ción sobre desempeño escolar y generar la expectativa de que las personas la usarán
para monitorear y modificar su práctica docente. Se puede brindar capacitación y
perfeccionamiento docente a los profesores y directivos y se puede brindar apoyo
a las escuelas que están en el proceso de desarrollar una práctica pedagógica de
mayor nivel. Se puede aflojar el control administrativo sobre la base del conven-
cimiento de que mediante poderosos incentivos, relacionados con el desempeño,
es posible conseguir que las escuelas logren los resultados esperados, sin necesidad
de orientación y apoyo del centro. El efecto global de este tipo de medidas es que
algunas escuelas avanzan en la dirección deseada, otras básicamente permanecen
en el punto en que se encuentran –lo que en el actual sistema de rendición de
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No creemos que sea correcto afirmar que las estrategias de mejoramiento en estos
sistemas han “fracasado” por el resultado logrado. Pensamos que es más apropiado
decir que las estrategias de mejoramiento han alcanzado el límite de lo que pueden
producir con sus teorías de la acción. En la mayoría de las instancias, cuando las
personas nos preguntan: “¿Qué más podemos hacer a nivel del sistema para impulsar
el mejoramiento escolar en las escuelas y salas de clases?” Nuestra respuesta es: “No
amplíen el trabajo con nuevas iniciativas, profundicen el trabajo poniendo un mayor
foco en construir una poderosa cultura de práctica pedagógica.” La mayoría de las
escuelas en las que trabajamos no requieren nuevos programas o incluso, en algunos
casos, más recursos. De hecho, parte del problema en estos establecimientos es que
la presencia de apoyo externo en realidad ha incrementado la incoherencia de una
cultura pedagógica de por sí incoherente. Estas escuelas no necesitan hacer nuevas
cosas. En realidad, necesitan hacer menos, con un mayor foco. Requieren una cultura
de práctica pedagógica más poderosa y coherente.
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Capítulo 1 • El núcleo pedagógico
creación de fuertes relaciones laterales dentro de las escuelas y entre ellas, en torno
al desarrollo de una cultura pedagógica coherente. En otras palabras, supone una
cultura de mejoramiento.
Para que las estrategias de mejoramiento a nivel sistémico funcionen, hay que
partir por asumir que el trabajo de las personas dentro de las escuelas y el trabajo de
las personas cuya labor nominal es supervisar y apoyar a las escuelas carecen de un
foco en el núcleo pedagógico. Esto significa asumir la ardua tarea de construir un
lenguaje común para la práctica pedagógica, construir el tejido conector dentro de
las escuelas y entre ellas a través del cual se propague la cultura. Significa también
hacer que los recursos existentes dentro de las escuelas y del sistema apoyen el trabajo
de las personas en torno al desarrollo de la práctica y poner mayor atención sobre el
conocimiento y las habilidades requeridas para realizar el trabajo.
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