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Abrapalabra Luis Britto Garcia

Este documento narra el viaje del descubridor hacia el oeste más allá de las islas Canarias y Cabo Verde en busca de llegar a la línea ecuatorial y luego continuar hacia el poniente. Describe las duras condiciones que enfrentó con altas temperaturas que pensó quemarían sus navíos. Finalmente avistó tres montañas al poniente y descubrió que el ruido de las olas provenía de un gran río, indicando la existencia de tierra firme, en lugar de encontrar el final del mundo.

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Abrapalabra Luis Britto Garcia

Este documento narra el viaje del descubridor hacia el oeste más allá de las islas Canarias y Cabo Verde en busca de llegar a la línea ecuatorial y luego continuar hacia el poniente. Describe las duras condiciones que enfrentó con altas temperaturas que pensó quemarían sus navíos. Finalmente avistó tres montañas al poniente y descubrió que el ruido de las olas provenía de un gran río, indicando la existencia de tierra firme, en lugar de encontrar el final del mundo.

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I

LINGUAM

Pusieron preso a tu marido, Guillermina


Y lo encerraron en una fuerte prisión
Y como Guillermina quería tanto a su marido
Se fue a la cárcel a cantarle esta canción.

Anónimo margariteño
El Conquistador

NOSOTROS, los hijos de Urakán, desafiamos para buena y leal guerra a


nuestros hermanos los hijos del mar, y sobre las aguas les dimos muerte a
todos, y nos dieron ellos muerte a todos, salvo a mí, que por no haber
muerto de las heridas, tomando el canalete en las manos ensangrentadas
dirigí la piragua hacia el seno de las olas en busca del latir del corazón de
Urakán para rendir en él la última batalla. Pero Urakán me eludió.
Encontré lluvias tristes y oleajes mansos en los que morían y nacían soles,
soles, soles, muchos soles, y lunas, lunas, lunas, muchas lunas. Tres lunas
navegué en la piragua alimentándome de los peces que alanceaba hasta
que las olas me arrojaron a una bahía llena de chozas que flotaban. Un
poblado de bohíos de piedra vomitó una tribu de hombres repugnantes y
pálidos. No me dieron batalla. Con gran escándalo de homenaje o asombro
señalaron mis heridas del costado, de los pies y las manos. Cayeron al
suelo cuando aferré en una mano un pez, que traía para alimento, y en la
otra la macana, donde se cruzaban el asta de madera y la maza de
pedernal. No los solté durante el viaje de muchos soles. Metido en una caja
de madera, soporté su griterío hasta que me depositaron en un gran bohío
de piedra, frente a una pareja de ancianos hediondos y sin fuerzas. Adiviné
que no tenían valor para matarse. Toqué sus frentes con la macana.
Arranqué de sus sienes aplastadas sendos aros de oro y perlas y piedras
brillantes, y los miré a la luz del único rayo de sol que podía entrar en el
bohío. El cacique de una tribu de hombres de metal gritó. Gritó el piache
de una tribu de hombres de trajes color de la noche. Por si acaso gritaban
por los aros ensangrentados, le di uno a cada uno. Los tuvieron en las
manos, fascinados. Se los pusieron en sus cabezas. Adoráronme, mientras
yo cruzaba sobre mi pecho la macana y el pútrido pez. El cacique de la
tribu del hierro ordenó a sus hombres desatar al aire el relámpago y el
trueno. El piache de la tribu de la noche imitó el susurro de los vientos. No
temí a ninguno de los dos, yo que buscaba la voz poderosa de Urakán.
Comprendí que podía dominar a aquellos hombres usándolos a unos contra
otros. Asfixiado por la peste de sudor rancio y cera quemada del bohío que
era como una caverna, salí al sol e hice gesto de que me siguieran.
Buscando los frescos soplos del viento caminé por los campos seguido por
la tribu del hierro y por la tribu de la noche. Encontramos poblados que
perdonábamos si nos daban cuanto tenían, y arrasábamos si nos daban
batalla. Tribus de hombres de hierro y de hombres de la noche se nos unían
como bandadas de zamuros siguiendo el olor de la carne quemada.
Hombres envueltos en traperíos venían a decirme discursos que yo no
entendía. Por deshacerme de su hedor, ordenaba que les dieran oro. Si
todavía no callaban, les abría la frente con mi macana. Por pestilentes,
rechazaba mujeres que entonces se abrazaban a mis piernas y lloraban.
Fuimos quemando poblados por países de colores muertos y árboles tristes,
atadas en nuestras lanzas enseñas que figuraban el pez y la cruz de mi
macana. Ahora solo había hombres que corrían de mí, y hombres que me
seguían. Pasadas tantas lunas como dedos tengo en mis manos llegué a
regiones donde el día era como la noche y donde el agua se volvía piedra.
Supe que Urakán me había permitido contemplar el reino miserable de las
sombras, donde van a dar los cobardes que no mueren en batalla. Así, yo
conquistaba cadáveres. De allí su palidez, su putridez, los trapos con los
que amortajaban sus cuerpos que tenían horror de enseñar: los túneles que
como gusanos excavaban buscando el metal, del cual eran todos esclavos.
El mundo se cubrió de una espuma blanca y dura. Comprendí que todo
moría y que aquellos cadáveres se encerraban en sus bohíos porque eran
siervos de la espuma blanca, que les recordaba la muerte. Quisieron
adorarme en cuevas con paredes perforadas de falsos soles y rincones
donde los gritos rebotaban. Les volví la espalda, asqueado. Busqué en los
aires un recuerdo del sol. Siguiéndolo arrasé más poblados y aniquilé más
ancianos con tocados de oro durante tantas lunas como dedos tienen mis
pies. Cuando llegué a la bahía donde mi piragua era adorada en un
tabernáculo, lancé a los pies de los hombres de hierro y de los hombres de
la noche todos los aros dorados que había recogido, que eran tantos como
los dedos de mis pies y de mis manos. Se arrojaron al suelo,
disputándoselos. Mientras remaba, miré por encima de mis hombros y vi
que también ardía el último poblado frente al mar. Terminaban de
aniquilarse, o borraban toda huella de mi paso. Solo en la piragua, yo
avanzaba raudamente. En el horizonte encendido de fuego por fin se oía el
latido del corazón de Urakán, que me llamaba.
M

MA
MA
MA MA
MI
MI
MI
MI MA MA
MI MAMÁ
ME
ME
MI MAMÁ ME MIMA
MO
MO
AMO
AMO A MI MA MA
AMAMAMO
M AMO
M AMA
MIMO MIMA MAMÁ
A
A

PA
PA
PA P A
PA PA
PA L
PAL PAL PAL
PALA
PALALALALALALA
PAL A B
PALA A B
PALAB R A
PALABR A
PALABAR
PABALAR
PRALABA
PARLABA
PALABRA PALABRA PALABRA
PALABRA PALABRA PALABRA PALABRA
PALABRA PALABRA PALABRA PALABRA
PALABRA PALABRA PALABRA PALABRA
PALABRA PALABRA PALABRA PALABRA

Debe practicar mucho para tener buena letra.


El Descubridor

Partí en nombre de la Santísima Trinidad, miércoles 30 de Mayo de la Villa


de San Lúcar, y navegué a la Isla de la Madera por camino no
acostumbrado, por evitar escándalo que pudiera tener con una armada de
Francia, que me aguardaba al Cabo de San Vicente, y de allí a las Islas de
Canaria, de adonde me partí con una nao y dos carabelas y envié los otros
navíos a derecho camino a las Indias a la Isla Española. Y yo navegué al
Austro con propósito de llegar a la línea equinoccial y de allí seguir al
Poniente hasta que la Isla Española me quedase al Septentrión, y llegado a
las islas de Cabo Verde, falso nombre, porque son tan secas que no vi cosa
verde en ellas, y navegué al Sudueste cuatrocientas y ochenta millas, que
son ciento y veinte leguas, yo allegué agora de España a la isla de la
Madera y de allí a la Canaria y dende allí a las islas de Cabo Verde, de
donde cometí el viaje para navegar al Austro fasta debajo de la línea
equinoccial, como ya dije. Allegando a estar en derecho con el paralelo que
pasa por la Sierra Leona en Guinea, fallo tan grande ardor y los rayos del
sol tan calientes que pensaba de quemar, y bien me lloviese y el cielo fuese
muy turbado, adonde, en anocheciendo, tenía la estrella Polar en cinco
grados. Allí me desamparó el viento y entré en tanto ardor y tan grande que
creí que se me quemasen los navíos y gente, que todo de un golpe vino a tan
desordenado que no había persona que osase descender debajo de cubierta
a remediar la vasija y mantenimiento. Y juzguéme cercano del último límite
de la tierra y velé por oír en la temperancia de las noches el rumor de las
cataratas de la mar Océana virtiéndose en el vacío, como así parecían
anunciarlo el grandísimo mudamiento en el cielo y en las estrellas. Así
acordé de proseguir delante siempre justo al Poniente, más allá de las islas
a las que fementidamente llamé las Indias, más allá de la grita de
consumidos destinos de la Europa, determinado a allegar al fin: yo siempre
leí que el mundo, tierra e agua, era esférico, e las autoridades y
experiencias que Tolomeo y otro escribieron de este sitio daban e
amostraban para ello, así por eclipses de la luna y otras demostraciones
que hacen de Oriente fasta Occidente, como de la elevación del polo de
Septentrión en Austro: Agora vi tanta disformidad, como ya dije, y por esto
me puse a tener esto del mundo, y fallé que no era redondo en la forma que
escriben, salvo que es plano. A este fin sonsaqué las naves y tripulaciones a
sus Magestades: a este fin de allegarme al término y acabamiento de toda
empresa de home: a este fin de caer eternamente en el vacío sidéreo como
caen en el vacío del tiempo los menguados gritos de los dioses, de los
ángeles y de los homes: a este fin de poner punto a la historia y tapa a la
cloaca de sus afanes. Entonces era el sol en Virgen, encima de nuestras
cabezas, e fallé que, en anocheciendo, tenía yo la estrella del Norte alta
cinco grados, y entonces las guardas estaban encima de la cabeza, y
después a la medianoche, fallaba la estrella alta diez grados, y en
amaneciendo que las guardas estaban en los pies quince, y en la noche toda
escuchábase un rugir muy grande que venía de la parte del Austro hacia la
nao, sonar de borrasca como ola de la mar que va a precipitarse en grande
hondura, y fallé que venía el agua del Oriente hasta el Poniente como hace
Guadalquivir en tiempo de avenida, que creí que no podría volver atrás por
la corriente, e reposé de no volver atrás, yo que caería con mis naos en los
abismos dejando atrás mi nome de peregrino e náufrago, dejando atrás la
gesta de los homes concluida en esta barrera última de la nada donde
había yo querido allegar para reposar de mí mismo y del destino y del
esperar ¡concluido yo en los ataúdes sidéreos de las naos que caerían en el
vacío, confinados los homes en su charca mancillada e consumida e
repetida e finita! E dormí venturosamente consolado por los rumores del
agua. E por acertamiento subió un marinero a la gavia y vido al Poniente
tres montañas juntas. E andando más allá vimos el fragor de las olas ser de
un río gigantesco que solo podía nacer de una Tierra Firme. E desfallecí
porque ya para mí no habría reposo e para los homes no habría reposo e
para nadie habría reposo. En lugar de final y de límites, terror e trabajo e
palabras de la nueva frontera, de la tierra nueva.
Palabra

PA PA PA

PAL PAL PAL

ALA ALA ALA

PALA PALA PALA

ABRA ABRA ABRA

ABRABRABRABRABRABRABRABRABRABRABRABRABRA

PALAPALAPALAPALAPALA PALAPALAPALAPALAPALA

ALAB ALAB ALAB ALAB ALAB ALAB ALAB ALAB ALAB

BALA BALA BALA BALA BALA BALA BALA BALA BALA

LA LA LA LA LA

LLA LLA LLA

LLA MA

LLA MO

LLO Me LLa

Mo mO lLo

LLo mE Lla mO

llO me LLa Mo

rUbEn lUqE

mELLa mO

RubEN LuQe

me LlAmo RubEn

RuB

Rube

rUbeN
Ruben

ben

ben

ben

ben

ben

Debe corregir las minúsculas.


Dónde está Doñana

Doña Doñana, de la nao en que os truximos vos extraviásteis. Dejástenos


un chapín, un agua de olor, un nacarado abanico de dama muy principal,
un misal iluminado y un recuerdo. Cruzamos la faz de los que mintieron
haberos visto con las mozas del trato que seguían la soldadesca del
Frederiman por su rastro de indios decapitados. Un fraile os advirtió y
regó la leyenda de una visita de la Reina de los Cielos. Os reputaron
cautiva y horadada la nariz para lascivia de un bárbaro. Yo juré por esta
someter cuatro reinos indianos y ponerlos a vuestros pies. Si no fuera que
Pablillos me ha ganado a la baraja las armas y la ropilla y no tengo el
parescer, aunque sí los modales, de fijosdalgo. Que os vieron de fregona en
el Convento de las Arrepentidas y de enfermedad mala y fea caída a la
pública caridad en la Villa de San Miguel de los Ángeles de Acataurima.
Arriba de cien sonetos os dediqué mientras hacía oposiciones para el cargo
de tinterillo, por excusar de arte mecánica y vil, antes de que huyéramos a
lomo de caballo del negraje que se alzó en las minas y cayera yo prisionero
de los caribys que dieron en no matarme por melancolía del cacique de oír
mi laúd. ¡Doña Doñana, oí de vos que estábais con los espíritus del
bosque! ¡Suplicando a aquellas gentes bestiales logré que me cedieran de
tribu en tribu, según el viento y el tenor de las historias de los mancebos
que decían haberos visto en los delirios de la iniciación o en el volar de las
tórtolas! ¡Os seguí en el olor de las flores y en el almizcle de los animales y
en la quejumbre de las flautas de barro que figuraban sapos, hasta que los
piaches comenzaron a temerme por mis desvaríos y el laúd se hizo astillas y
caminé por las selvas alejando las fieras con el sonido de la flauta de
hueso! Talladas en ella, figuraciones de un hombre y una mujer que se
daban la espalda. Pedí limosna a las puertas de la Villa del Tocuyo hasta
que me amenazaron con el hierro al rojo vivo y me echaron de las tierras
que se habían repartido los pícaros. Vuestros cabellos fui recogiendo uno a
uno en las veredas transitadas en vano. A veces, los tejían las arañas. A la
vera del camino os he encontrado, Doña Doñana, una vieja zafia y sin
dientes, tiznada del humo de la leña, con harapos de ceniza. Yo aun veo
suficiente para recoger maíz, que crece dondequiera.
Rubén

Llo mE llaMo rUbEN luQe i TEngo ciNCO aNNños I esTUdio eN lA ezcuelA moRal y LuCeS
de saN miguEL i la excU elA es mUi gRAN de i toDo eS mUI gran DE llo ME vOI AL PAIz
de LoS

chi qi

tos

lLo mE vOi MA estRA al PA iz de IOs chiQ itos DoNdE EstA DON de esT Ara Qe
aLLi NuM

CA

MEA lla Ra

DOndE, QedA DOndE SeA LLA Qe allI

toDo El mUNdO Ca LLa

DoNDE EztA

DON

de ZEn CueN tRA Qe A lli Na DieN

grANdE DEntrA DOn De qeDA EsE PaiZ

eN uN GrAn O dE Maiz DONdE

eS Qe tiE Ne laENtr aDA eN Un

GraN o dE CEBa Da DON deSTA

Qe nO Lo ALLo en eL LoMo

de Un CAvallo

Se vAN toDOs loS

PiO jiTOs al Paiz dE lOs Chi QuitOZ DONde QedA

CEÑo RitA En BuCHe de ToRTOlitA DOndE Qeda

CEÑo roNA eN un BucHE de PA loMA QedarA en

esTE CuaDeR NO QeDA al LadO del InfiERN

No

nO

NO
No llores Rubén.
Rubén no brinques, sóplate Rubén no te orines en la cama Rubén estate
quieto Rubén no saltes en la cama Rubén no rompas el vaso Rubén, Rubén
no le saques la lengua a la maestra Rubén no rayes las paredes Rubén di los
buenos días Rubén deja el yoyo Rubén no juegues trompo Rubén amárrate
la trenza del zapato Rubén haz las tareas Rubén no rompas los juguetes
Rubén no te metas el dedo en la nariz Rubén no juegues con la comida no te
pases la vida jugando la vida Rubén.
Alto

Se perdió la guerra larga y quedamos en el ladre y me fui de la casa y me


fui de la Escuela de Música y dejé el proyecto de hacer la Música del
Subdesarrollo y terminé de baterista de Los Chamos Sicodélicos Peace
Freedom Love y tocamos en The Allucination y tocamos en The Groovy y
tocamos en no sé dónde porque ya no puedo dejar de tocar hablo contigo y
estoy toca que toca que te toca que eso trajo peleas con el conjunto que los
tapaba que yo seguía toca que te toca que te toca porque estaba lanzado,
lanzado no, derrapado era que estaba porque me empaté con Annette que
estaba en trámites de divorcio con el ingeniero y había dejado la chicharra
porque le daba pasones y se puso a jalar tanta nieve que se tostó y entró en
una de agresivo, puro frick broder pura descarga malas vibraciones, ella
probó el yoga y el harekrisna y el sensitivity y la terapia de grupo y el
bioenergetic y el grito primario y el análisis y El Cedral y El Pinar y El
Robledal y yo entretanto dale que te dale toca que te toca hasta que no la vi
más y después supe que andaba con el grupo del Quequé Cisneros en la
onda de salvar la juventud con Meditación Verdad y Amor nada de drogas,
hasta que se formó el peo cuando la esposa del Quequé y que descubrió que
el Quequé lo que hacía era que preñaba a las jevas cuando se le ofrecían en
el arrebato del Tantra Místico, que estaba subvencionado por el Ministerio
de Justicia para que fichara a todos los chamos dañados que caían mansitos
con la Meditación Verdad y Amor y los sapeara con los siquiatras de la
Comisión Antidroga que se la pasaban tronos hasta el culo con la
diplomática que decomisaba la chota, que que todo eso se olvidó cuando
vino el caso Molina que decían las malas lenguas que el Pachacho Molina y
que había estrangulado a su hermanito para conseguir de los pures un viaje
al Nepal, que los periódicos comenzaron a sacar a todos los conocidos del
Pachacho en la Lista Negra de los vinculados al caso Molina y después
todos los que frecuentaban el apartamento del Félix Franky que era el jefe
de Programación de la televisora, aquello sí fue de volverse loco porque
metieron en el paquete a toda la farándula la radio la prensa y la televisión
que que tuve que cambiarme el nombre artístico y ponerme a tocar en un
conjunto de salsa en el Parador Gallego que que toca que toca que Annette
cuando al fin se divorció del ingeniero se quedó con la niñita que tenía
raquitismo y sordera y se la dejó a la abuela que era la que le alcahueteaba y
le daba la plata para comprarse el perico, que entonces comencé a verla con
una gente tan fu que me dije déjame sacarle el cuerpo porque están bien
fuertecitos, entonces la dejó el Armando Huygens que era un cineasta
paraguayo que se fue a vivir con una secretaria de la IBM que lo mantenía
hasta que se alzó con los reales del Instituto del Cine y le revendió los
equipos al Toto Munari de Cinecuña Publifilm, a todas estas yo toca que te
toca y hacia los finales del chou salsoso veía caer por ahí a Annette que
andaba con unas pintas durísimas con un cubano que fue el que le consiguió
el conecte para modelo y la puso en la órbita de la inyectadora y el speed y
el combine y los sicotónicos y cogían voladoras ricas en una Harley
Davison 900 que parecía un Apolo y se metieron en el invento de un viaje a
Macchu Picchu pero nada más al llegar a Cúcuta la Interpol los sacudió y
los expulsó porque y que tenían que ver con el tráfico de la nieve hacia
Cali, y de regreso le dio el pasón de su vida porque en el aeropuerto la
agarraron todos los periodistas a preguntarle de su vinculación con el Caso
Molina y flash por aquí y micrófono por allá y las cámaras del noticiero.
Notitevé, ahí sí pana, ahí sí que se le saltaron los tapones, la cogió por andar
como una piedra, como un vegetal, te contestaba pero no te decía nada, y
entonces fue que se le pegó Emo, aquel pavo grúvy con melena y chiva que
era agente de la PTJ porque Josefina le vio el carnet y el 38 especial dentro
del morral tibetano, a riesgo de salir fichado yo le decía, Annette, sacúdete,
lo que pasaba con Annette es que dos o tres veces yo me había entendido
con ella, nos miramos y supimos lo que éramos, ella resplandeció, y
después eso se olvidó o no pasó más o desafinamos o era mentira que había
pasado porque cuando uno entra en la velocidad imagina cosas y entonces
le noté ese gesto en la boca que dice ya, y que era justo el que le había visto
a Gladys antes de que la fulminara la apoplejía, ese ya que dice esta vaina
se jodió, eso fue lo que me dijo saliendo del Kikos con su ojo azul que en
ese momento le enfocaron unos faros sicodélicos y lo que se le vio fue la
primera arruga, atrévete, y yo quién dijo miedo porque en bajada es que se
acelera y se va llegando a lo que uno quiso pensó o soñó y fue a lo mejor
mentira o ilusión o tueste o aceleración pero ahora no hay bajada no hay
freno no hay paracaídas, ahora uno es flecha hasta que se le acabe el
impulso o se clave, si acaso alguna vez uno cambiara de ritmo, si acaso
alguna vez rebotara, si acaso será mentira, óyeme esta vaina será mentira
todo lo que no haya sido así, un redoble, este golpe y regolpe y este sudor y
este repique que ya, ya se acaba pero no se acaba, cada vez más rápido
contra una meta que no se sale del aro del tambor y que embiste con nuevas
fuerzas cuando ya ése está muriendo porque revive de su remolino de hielo
revive, atreviéndose y jodiendo, qué es lo tuyo, Annette, qué es lo tuyo, tú
ahí sentado mirándonos qué es lo de nosotros tres, por qué pregunto, qué te
importa, qué me importa a mí, qué nos importa: muérete, sacúdete y
alcánzame: reviéntate: no lo logro: se me escapa y no lo logro: me quemo
tras eso y no lo logro: embisto y no lo logro pero lo logro porque no lo
logro: lo logro porque lo peleo porque se me escapa porque no lo logro, lo
logro porque lo atrapo donde no está porque fracaso: porque me quiebro:
porque ya no puedo más: pero cuando ya creías que no, lo logro: pica que
repica queteque repiquetea queteque repiquete queterepique querepiquete
quetequerrepiquete tequete que te repique: ahí que te pique: que te repique
pique piquetepíquete: ahí que se me fue y lo tengo ahí que está y que
estuvo, ahí que ahora yo tratando todavía de tenerlo como una flecha que
pasó: pique que repique: repiquetetete: toca que te toca recordándome
porque resplandecí una vez y lo tuve ahí y llegué y ahí estuvo y lo sentiste
tú también y entendiste que fue y lo entenderás aunque lo olvides: pique
que repique toca que te toca y ella me descargaba con una de qué mierda
estás tocando, y unos cuentos de que su destino era realizarse dentro del
lesbianismo, y después la perdí de vista, yo toca que te toca, y a ella que la
mató un fiscal de tránsito cuando iba en la parrilla de la moto de Alfiero
porque no oyó la voz de alto.
Acataurima

En el corazón de Urakán hay calma alrededor giran las olas alrededor


giran vientos alrededor giran estrellas alrededor gira la oscuridad
alrededor gira la claridad de donde desciende señor Acataurima a conocer
la sombra y la conoce combatiendo con Tairamón, señor del error, con
Netxebutl, señor de lo diverso, con Urakán, señor del cambio, en remolino
combaten en remolino se desgarran sus miembros en remolino señor
Acataurima vive muriendo en remolino envía una flecha que es una palabra
los remolinos hasta la claridad, en remolino Acataurima fabrica esta
palabra con sus desgarrados miembros con los dispersos miembros de
Tairamón de Netxebutl de Urakán, en remolino avanza esta palabra hecha
de error de diversidad de cambio, en remolino esta palabra se equivoca, se
multiplica, se transforma, en remolino esta palabra engendra palabras que
se combaten en remolino somos esta palabra que muere y renace en
remolino Tairamón Netxebutl Urakán te aprisionan te arrebatan te
desgarran te sumergen en remolino viento noche y sal dentro del corazón
de Acataurima resplandeces vuelto remolino.
Teoría general de la velocidad

1.—Estando los tiempos de reacción del organismo adaptados a la


velocidad normal de los movimientos corporales, toda aceleración por
encima de tal velocidad crea una disparidad entre la percepción del universo
y la capacidad de reacción ante el mismo.
2.—Al salir de la heptasteria de los melancólicos, Alfiero acelera la
moto, sintiendo bullir a su espalda el remolino de focos agonizantes de
Annette, quien le susurra al oído un deseo.
3.—A medida que aceleramos en un medio homogéneo, la cantidad de
detalles que se presentan a nuestra observación crece en proporción directa
a la velocidad.
4.—Las luces de alto quedan atrás en la noche, claridades como
caramelos.
5.—Siendo así que el incremento de la percepción es proporcional al
logaritmo del estímulo, el número de irregularidades percibidas es
asimismo proporcional al logaritmo de ellas, por manera que incrementos
unitarios de la velocidad permiten solo elevaciones de la percepción
proporcionales al logaritmo del número de irregularidades presentes en el
trayecto recorrido.
6.—El sonido del motor se acerca a una música perfecta que resuena en
los pistones del cráneo.
7.—La elevación de la velocidad tiene como condición el uso de medios
de desplazamiento progresivamente uniformes –autopistas, túneles
neumáticos, atmósfera, espacio cósmico–, lo que redunda en la disminución
progresiva del número de irregularidades o estímulos presentes en los
mismos y en la creciente monotonía tanto objetiva como subjetiva del
medio en que tiene lugar la aceleración.
8.—En el remolino de las ruedas se abren los mandalas que mantienen
engarfiado el instante.
9.— La monotonía del medio disminuye la riqueza de la percepción que
el mismo ofrece, y en la medida en que el número de irregularidades del
mismo tiende a 0, el logaritmo de ellas que es percibido tiende a-infinito, y
las percepciones tienden asimismo a-infinito, haciéndose la percepción no
solo negativa sino menos negativa.
10.—Sumergido en las autopistas de la eternidad, Alfiero ofrece su
carga al altar de los perros minoicos que disparan al azar sobre los
transeúntes.
11.—Momento en el que, dejando de percibir, emitimos percepciones y
estallamos como una bomba sensorial que arrasa el entorno del universo
sensible.
12.—Momento en que uno de los fiscales carga el revólver con una
mosca y la dispara contra el corazón de Annette, que revienta.
Procedimiento Luz Roja

—Se me escapó el tiro.


—Le disparó a propósito.
—No oyó la voz de alto.
Me encontraba yo limpiando mi arma de reglamento a altas horas de la
noche y cuál no sería mi sorpresa cuando al escapárseme un disparo este
incidió sobre el corazón de la ocupante de la parrilla de una motocicleta que
pasaba con la particularidad de que la ocupante se alzó como suspendida
antes de caer al asfalto y rodar hasta la defensa de la vía para de allí rebotar
mientras se me escapaban mi segundo, tercero, cuarto, quinto y sexto
disparo que fueron a dar contra el casco contra los guantes contra el
cinturón contra las botas contra el pantalón de la accidentada que en ese
momento golpeó el poste del semáforo el cual por el impacto encendió la
luz roja al ser sacudido por
El casco

Plateado. Con pantalla envolvente de plástico azul. Del orificio de entrada,


en su parte central, parten haces de cuadriculados amarillos que se reúnen
en la parte superior, bajo la calcomanía de una calavera llameante cuya boca
es el agujero de salida, circundado de un sistema planetario de sellos Wynn,
Fomoco, Mobil, US Rubber, Castrol y Texaco, titilan bajo las garras de un
águila dorada circundada de estrellas rojas y azules, de las cuales parten
verdosos dragones hacia las regiones del Poniente del firmamento plateado.
Sobre ellos gravitan símbolos de la paz, ankhus, svásticas, tréboles de
cuatro hojas, emblemas del yin y el yang, hexagramas, cruces de Malta y
asomados. En medio del arcoiris, con sus violentos amarillos, rojos, lilas y
verdes entrecruzándose, huyen hacia los bordes y rebotan de estos hacia el
cenit, donde los electroencefalogramas de las moribundas ondas alfa, beta y
theta se van desvaneciendo en el sitio donde revienta una bomba de
hidrógeno en forma de cerebro en radiante Day-glo azul sirviendo de fondo
a las letras en naranja PEACE IS LOVE.
Tachuelas de plata sobre sus ojos.
Sobre el casco de plata está pintado el cerebro.
La chaqueta

de cuero negro estilo competencia, acolchada, con jinetas de sargento que


dicen US ARMY. En el hombro izquierdo otra calavera llameante, bordada
en campo de gules sobre fondo de sinople entre banderas cuadriculadas que
dicen Indianapolis. En el centro de la espalda, estrella tridente robada del
capó de un Mercedes, entre chapas de níquel que deletrean VIRGO. En el
centro de la O, orificio de entrada de bala calibre 38, sin collarete de
pólvora, de donde surgen hilos de sangre extendiéndose en tentáculos sobre
la curvatura de las costillas y el esternón donde el corazón estalla en una
espiral rojiza de la que huyen nebulosas en agonía que remolinean sobre el
pecho. Focos rojos indican los pezones. Reflexiones se cruzan en triángulo
místico sobre el cierre de cremallera.
La tundimos a palos. Los órganos saltaron.
El cinturón

que martiriza las últimas palpitaciones de las vísceras clavándolas con el


broche de una hebilla en forma de ombligo que con su hongo metálico
tapona la succión del ombligo, y de la cual parten cables de distribuidor,
cadenas de transmisión, fuerzas resplandecientes, machos y hembras de
guayas de frenos y alambres mordidos por pinzas ayudadoras de baterías de
las cuales saltan barbas de óxido y chispazos que chamuscan las crines del
pubis.
Ardía retorciéndose. Pelele de fósforo.
Los guantes

que son la mierda de todos los guantes negros, dejan al descubierto el dorso
de la mano. Rotos en el pulgar izquierdo, donde la manija del embrague.
Gastados en el pulgar derecho, donde el freno. Apagados en los broches,
donde se destiñen las venas pintadas en fósforo rojo y azul por los últimos
martillazos del pulso. En la palma se encienden estigmas ojivales. Frotados
por los cilindros de los manubrios tensan los cueros hasta el desgarrar de
una membrana donde perforaciones de 38 generan guirnaldas de flores y
riachuelos de sangre de los siete colores cuyos arcoiris se juntan en forma
de corazón sobre la línea del amor y la línea de la vida.
Por qué tantos anillos de azufre y hojalata.
Los calzones

de lona azul desteñidos desgastados apretados en el ceñimiento de las


redondeces bajas del vientre. Húmedos de sus exudaciones. Centelleante el
cobre mágico de la bragueta con la cremallera descorrida donde el orificio
de salida de la 38 abre un volcán sobre el orificio de entrada rodeado del
chisperío de una zarza ardiente cuyo incendio escala las laderas del monte
entre cuyo valle se abre sombría la Puerta en cuyo quicio los líquidos se
disuelven desliéndose y chorreando hacia profundidades y desde
profundidades: hacia remolinos: entre círculos donde las formas se
retuercen: entre pulsos de fuego: constreñidos en prisiones de espasmos:
acometiendo contra los repliegues: entre el calor viscoso descendiendo:
vertidos en el lago de la muerte: y de ese abismo en éxtasis subiendo: hacia
el perfecto centro donde espera: en embriaguez de eterno amor ardiendo:
aquella esfera que impulsa las esferas.
La espuma baja hacia los desagües.
Las botas

de cuero mascado con cierres laterales y casquillos. Hileras de estrellas de


aluminio en las cañas. Agrietadas por la acción deletérea de la gasolina, el
agua de los arroyos y los solventes industriales. Sus suelas un cielo
tachonado de gomas de chicle, melladuras brillantes, gemas de roca,
gargajos desecados, mierdas de perro. Debajo, el pegoste de lo recogido, de
lo machacado, de lo aplastado, los tickets del cine, los boletos de rifa, los
sobrecitos de condones, los volantes de propaganda, las etiquetas, los
vasitos de papel, los clavos, las agujas hipodérmicas, las tapas de refresco,
las lentejuelas, el papelillo, los ganchos de pelo. Figuran un mapa de las
nebulosas. Incendiado por las chispas de los casquillos que, al perder
contacto con la tierra, arrojan la energía que fluye desde esta en forma de
fuego fatuo: todas las huellas dejadas por ellos se encienden en este
momento: palpitan, como un corazón que poco a poco se detiene
con esta pinta y esta hediondez de gasolina han debido velar a Annette,
de lo más gruvi hubiera estado, pero en cambio cuando va a verla su chama
Estelita, alias Kitty, la de la cuña Vibromatic, se la encuentra en una urna
forrada de seda, vestida con bata blanca y flores en las manos, ay mi chama,
gritó.
Mi señor

Miseñor, nos gritaron estos hombres bestiales,


animal eres tú que como armadillo vienes cubierto de placas e lloras
los muertos e has menester de tornar en tinta e papel los poemas
e has menester garras porque de otros vives e has menester vivir, non
nossotros,
non —el ballestazo en la garganta—
morir o no morir que viva o no nuestra raza es nada, y losentimos
porque
vosotros morís de saber: puede haber hombres sin dioxes e sin amos
—el ballestazo en la boca, de hinojos, cae al suelo—
Empálenlos grita Don Luque de Vivar Garcipeña
—En los árboles había versos—
Escribe, me ordenó Don Luque de Vivar Garcipeña
una cruenta batalla contra los idólatras fice prodigios
—En el vuelo de los páxaros, los más bellos palacios—
Ay,
Ay,
Di que en singular combate perescí de traicioneros dardos.
—Con las sus armas dámoslo a la tierra—
Don Luque de Vivar Garcipeña esta noche se ha volado los sesos
E como me lo pidiera, en otra foja
pergeño fantasiosa batalla e muerte
—como es cierto—
de Don Luque de Vivar Garcipeña por traicioneros dardos.
El llanto

En el modo de cruzar una puerta puede estar decidida la ganancia o la


pérdida de una herencia, de un cargo, de una dote cuantiosa, de un
ministerio, de un estado eclesiástico. Si el lector amable quiere seguirnos
en la descripción de aquella que nos ocupa, debelará estos misterios de la
sociedad civil, y comprenderá los motivos de la preocupación del joven
Alfiero, enfrentado con ese momento, que a todo hombre llega, de
considerar su sitio en sociedad.
—Vaya –dijo alisándose con estudiado ademán los pantalones recién
cortados, actuando conforme al principio de que todo gesto, aun el
inobservado, debe ser hecho como si pudiera ser sometido a examen–, esta
puerta no es, ciertamente, la de un avaro. No es la de uno de aquellos que
han saqueado la bolsa; no es tampoco la de una de aquellas familias a
quienes el cambio político ha colocado en situación difícil y que no se han
puesto todavía, por lo tanto, al corriente de los tiempos. Quien la construyó
ha asimilado con sabiduría los tropiezos de la emigración; conoce ya el
arte de ser notado sin sorprender; hasta ahora solo es pesado, pero
quisiera ser sólido. Una garita ministerial no le vendría mal; menos aun
uno de esos ricos llamadores de plata en cuyo trabajo descuella Joulart;
esta puerta, en resumen, deberá ser cruzada varias veces, pero no
excesivamente, o se volverá un hábito, y de allí al estancamiento, no hay
más que un paso.
Y, tocándose los labios, en ademán dubitativo, tiró del llamador.

(La Porte)

El disgusto mayor de mi vida lo he tenido en esta oportunidad. Instalado


el catafalco, a la puerta de mi casa fueron llegando las faunas más
estrafalarias, lo que me hizo pensar con ponderada preocupación en los
artículos que publica en la prensa capitalina monseñor Procopio Giménez.
En algunos de los concurrentes percibía una dudosa virilidad manifiesta en
los apretados ropajes, propios más bien para exhibir que para disimular las
formas corporales que en desagradable redondeo se hacían evidentes. Otros
lucían atuendos tales como ponchos, camisetas de colores obnubilantes, o
chalecos de retazos, acuchillados en cuero y en telas inadecuadas o frágiles.
Hacían profusión colores vedados a toda consciente masculinidad, por no
decir que a tal ocasión de duelo y de natural recogimiento; molestaban mi
sentido de las conveniencias también las cabelleras descompuestas y
desaliñadas, cuando no alisadas con un cuidado desconocido a todo varón
respetuoso de su condición de tal; en semejante tumulto se hacía dificultoso
percibir que, de los asistentes, buena parte era del sexo femenino;
dificultoso, digo, por estar ausentes en ellas aquellas normas del decoro
propias de su sexo; en vestiduras y en cabelleras eran iguales a estos mal
nombrados caballeros que inundaban mi casa; sin recato exhibían sobre las
mesas pies callosos cubiertos de curitas; colocaban entre sus muslos cascos
de motocicletas signados de obscenidades; se hacían señas que incluían
erectos dedos medios de la mano derecha e interpuestas muñecas en la
juntura del antebrazo y el bíceps; asimismo no podía menos que darme
cuenta de la falta de toda otra ropa interior bajo sus inmodestas franelas y
pringosos pantalones tejanos. En fin, parecía el conjunto, iluminado por los
cobrizos candelabros de la funeraria, el célebre cuadro Angelo de Médicis
coronado por las musas, debido al pincel inmortal de Lucca di Froscio, que
conservo en el libro 100 obras maestras de la pintura, del Club del Libro
del Mes, y cuyo original tuve oportunidad de contemplar en el Museo della
Figa durante mi excursión a Europa en el tour de la Agencia Turisviaje
“Europa en quince días”, pagadero en módicas cuotas mensuales. Pero a las
delicadas gasas de las musas, las sustituían en este caso apretadas y casi
transparentes camisetas, a los armoniosos sátiros y unicornios, especies
indefinibles que fumaban cigarrillos con olor a trueno, a los laúdes
gemebundos en la brisa, guitarrones con enchufe en los cuales comenzaron
a rasguear melodías foráneas ante el pasmo y la consternación –para ellos
bien evidente– de los mayores. El sentimiento de mesura fue lo único que
me impidió llamar a la policía para que dispersara aquella turba de dolientes
que convertían el velorio en farándula; disuadióme también el percibir entre
ellos a Estelita Ichausegui, a quien conocí de pequeña cuando vestía el
uniforme de San José de Tarbes, y que inconsolable al pie del catafalco
vestida con una bata samoana anaranjada gritaba ay mi chama, te dieron
bollo, y ay, mi jeva, te tumbaron, I read the news today, oh boy, se
entremezclaba a la música estrepitosa, ay mi perra, about a lucky man who
made his grade, ay, mi pana, and though the news where rather sad, ay my
chama, I could no less that laaaaaaaaaaaaugh, se extendió la nota del bajo
en una ondulación chiclosa que amelcochó y derritió la escena en un
menequeteo espasmódico, cera derretida chorrearon las velas y sudor corrió
por mi frente y al abrir la puerta del baño donde acudí a secarme encontré
todavía encendidos en el menequeteo a Estelita y a un pavo que le dicen
Alfiero, que se había apoderado de los preservativos y los había dejado
sobre la tapa de la poceta forrada de tul, hola pure, me dijo Estelita,
mientras gotas perlinas corrían por sus muslos, hola vegetal, me dijo el
mancebo, atropelladamente abrí la puerta de mi cuarto, donde en la cama
Estelita era cabalgada por el mancebo y un ruido raro le salía por la boca
llena de burbujas; trastabillando abrí la puerta de mi estudio, donde Estelita
cabalgaba al zagaletón, murmurando una canción de cuna; abrí la puerta de
la habitación de Araminta, donde el galfaro y Estelita se lamían ante los
ojos vidriosos de Ecuanil de Araminta y de las comadres; tras la cortina del
cuarto del servicio Estelita jadeaba clavada sobre la cesta de mimbre de la
ropa; tras la hoja corrediza del clóset, entrelazados Estelita y el muchacho
en un rocío de sudor se mordían pezones y vientres; bajo la compuerta del
congelador, escarchados, se mamaban enroscándose como serpientes; tras la
reja del garaje, manceboEstelita se revolcaban dejando manchas en la
tapicería del Buick Imperial; en el jardín arañaban la tierra Estelitamancebo
entre un coro de bacantes, junto al sapito de cemento que echa agua; en la
cocina manceboEstelita convulsionábanse sobre polvo de azúcar ante la risa
de la cocinera, en toda la casa puertas abiertas y manchas de engrudo
azucarado, Estelitamancebo manceboEstelita, escribo esta carta a su
prestigiosa columna como un alerta a los padres de familia, abandonados en
las escaleras pantalones, harapos, me herí el pie al pisar un chaleco de
escamas de metal y de vidrio, ya salió el cortejo fúnebre, las heridas me
sangran, los calmantes me fallan, los sucesos me atontan, la cabeza me
estalla.
Non nessecitaban

En lux ardían sus cortejos


Non nessecitaban de imágenes
en su mente podían ver el sol como muchos soles o como noche,
Descomponer la lux blanca en todos los aromas
Non nessecitaban de dar forma a los cuerpos salvo los esenciales
Les bastaba con imaxinarlos
y en un instante imaxinaban muchas cosas
Sus muxeres se dejaban
Les gritábamos por qué non resistes, puta
Nos dessían, non se resiste al aire
a la bebida al alimento ni a la semilla
Nos avergonzábamos
de creernos nossotros mismos cosa que debe rechazarse
Pedíamos a Pablillos
el pustuliento
que las contaminara.
El cementerio

Polémica de los géneros y atanor de la muerte.


Forma de las alegorías. Sobre los montículos, banderolas. Cada cosa
tiene su monumento y su triunfo. Todo está entristecido.
Cantares por desvanecerse. Crepusculación orifica los pesados enseres
de las alegorías.
Descienden halcones.
Columnatas y minaretes truncados. En sus pedestales, meditan
esqueletos.
Lámparas en forma de corazón arden sobre limosas piletas flanqueadas
por ánforas. Cráteras volcadas. Un ciprés rodeado por una cinta en la cual
hay una inscripción ilegible.
Mutaciones entre las desiertas formas alegóricas. La alegoría, que es el
cadáver de las cosas, rodea el campo sobre el cual se eleva el túmulo
último, que es el de la alegoría de la alegoría.
El entierro

Deposito una ofrenda sobre la tantas veces visitada tumba del Doctor
Milagroso, cuando pasa el cortejo de una bienaventurada. La precede pata
de chamos en motos paleadas. La sigue cuerda de percusionistas y bajistas,
burda de pericos, rumba de grillos y agite de tronos. Coloridos esperpentos
esperpantan panteones y encienden cachos en las lámparas votivas. Y me
pregunto: ¿Es esto serio?

GRACIAS DOCTOR MILAGROSO

FAVOR RECIBIDO

E.G. de N. 3-6-58

Cortejo de motos arranca por la avenida rebasa carros fúnebres adelanta


túmulos salta acera arrolla primera lápida

GUILLERMINA DE LUQUE

Su Hijo Inconsolable

28 junio 1964

crucifijos: ángeles: arcángeles: querubines: dominaciones: tronos:


potestades: siervos de Dios: bienaventurados: beatos: santos:

VITO MODESTO FRANKLYN

DIOS LO TENGA EN SU GLORIA

alegorías: cemento: granito: pórfido: mármol: bronce: losa: cadenas:


gravilla: setos: cipreses: vitrales: latas viejas: aguas estancadas: hojarascas:
imágenes: hendidas por los arietes de aluminio: ISAURA PATIÑO DE
MARTINEZ: primera: segunda: primera: SU ESPOSO Y SUS HIJOS
INCONSOLABLES: neutro: tercera

GONZALO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Su Viuda e Hijos

remolino de motos paradas en una rueda: losas que se cuartean por los
neumáticos de motocross: coronas enganchadas en las manivelas: jinete
salta de la silla al chocar contra angelote con trompeta: segunda: embrague:
tercera:

GRAL. ONELIO CASTEJÓN PARRA

Su Hija Inconsolable 6-7-55

muchacho con chaleco de escamas de hierro y de vidrio arranca cruz de


latón de féretro de la bienaventurada: arranca Kawasaki 350: embiste
crucifijos de hierro: de bronce: de concreto: de mármol: de ladrillo: de
grava: de setos: de madera: de granito: de paja: de flores: de vidrio: de
yedra: destella cruz de luz entre bosque crucífero: luces nacen de las cruces
y cruzan con luces: crecen las cruces cruzadas: Harley Davison y Suzuki
flanquean en la encrucijada para arrebatárselo: pasa Suzuki: adelanta
Mayka: Kawasaki recupera: embiste la zarza crucífera que araña y desgarra
y raya y rasguña y hiere: me arroja a la mano el crucifijo.

GRACIAS DOCTOR
MILAGROSO

POR FAVOR RECIBIDO

Aprieto contra el pecho la cruz de latón: en las más íntimas honduras de


la visión se manifiesta la perfecta luz del favor recibido: me desentiendo de
músicos y motociclistas, congelados en sus saltos sobre las tumbas: en el
aire las máquinas como abejorros paralizados: cascos y chalecos y vísceras
de cromo como nubes: en medio de su quietud revienta el turbillón de los
arcángeles de mármol, contorsionándose, cayendo, ascendiendo: batiendo
sus alas pétreas en zumbidos de poder mineral: leones de bronce rampan y
llamas de piedra fluyen: remolino de la bandada arcangélica
contorsionándose: proliferan y se enroscan yedras esculpidas: trepidan
lápidas: cubicaciones cubícanse: estallan estelas dentro de las cuales
estallan cráneos en esquirlas proporcionadas conforme a las reglas áureas
de la escala de Fibonacci: bombas óseas: volcanes: granizo y repiqueteo de
la tormenta de vértebras: mariposeo arcangélico: lluvia de cráneos sobre el
muchacho de chaleco de escamas de hierro y de vidrio que flota inmóvil
suspendido en su cabalgadura entre el turbillón del repiqueteo osteológico:
caen ojos de estatuas: mis labios articulan: Yo no quise ver su cara.
La puerta

Alfiero llamó una y otra vez; llevaba la ropa desgarrada: convengamos que
su aspecto era el de un loco. —Y si aun después de esto ella se me niega
enviándome un criado –se repetía, dándose a los diablos– está resuelto que
cometeré un crimen. En Italia esto no está en contra de las buenas
costumbres; en Inglaterra sería imperdonable; en Francia, ridículo.
Concedamos que solo en este clima se puede enloquecer de una manera
adorable.
Estos pensamientos se le ocurrían dentro de una fiebre vertiginosa;
palpó una y otra vez el puñal que llevaba escondido en el pecho. En ese
instante, sus dedos dieron con el rizo que conservaba junto a la cadena;
bastó esto para que renaciera su amor; con una fuerza próxima al delirio
arrojó el puñal al empedrado: en ese instante, divisó las luces de la ronda
que se aproximaba.
(La Porta)

1 KPH. — Yo también fui como tú me acosté y me levanté temprano me


cepillé me peiné hasta que una noche me desperté pegando un grito había
un tipo en la cama y ese tipo era yo: con los ojos abiertos y las pupilas
dilatadas estaba en la cama ese tipo que era yo. Si te le acercas oyes toda la
noche su sangre que circula y ves sus pupilas que se dilatan o se encogen. Y
él está allí. Como un fósforo, resplandeciendo.
2 KPH. — Entonces en el Liceo lo diagnostican a uno loco o endrogado
y resulta lo de la boleta de expulsión. El agua sigue corriendo en los
bebederos pero por nada del mundo se podría beber esa agua de piletas
limosas.
3 KPH. — Alfiero entra en su casa en donde todo está congelado. En el
jardín la sirvienta riega el césped con la manguera, inmóvil. Todos los
muebles están volteados para el paso de la pulidora. Cubiertas de tela
blanca, sudarios. Alfiero intenta moverlo todo poniendo en el tocadiscos a
Led Zeppelin pero todo se queda tal cual. Estallan los huesos de las cosas.
Desde la jaula el canario mira alpiste que ha caído en el suelo pero ya todo
es irreparable. Llama por teléfono Annette para contar que la agarró la
depre. El teléfono queda en el suelo, descolgado. Ánforas con bachacos y
flores.
4 KPH. — Alfiero se encierra en su cuarto, con las persianas bajas. En
la oscuridad y el silencio y mientras dura la paralización quiere apresar ese
tipo que está ahí y que es él.
5 KPH. — Alfiero camina en las regiones de la noche, tocando el aire
de las más refinadas oscuridades. Estrellas enfermas de fiebre. La mamá lo
alcahuetea con el papá, el papá prefiere no saber, y la hermana se está
largos ratos en el cuarto. En el medio, desnudo, cubierto de sudor, Alfiero
ensaya las formas corporales que han de llevarlo hasta el último centro de
las noches.
Yo no quise ver su cara

Hace cincuenta años yo no quise ver su cara, y mi perdición fue esa, de


frenar no tuve tiempo, el parafango hizo patatum, y rodó por la calle un
sombrero negro, patapum, patapum, hizo en la acera un bastón negro de
puño dorado, yo abrí la puerta del carro, vi los botines, vi el traje de casimir
negro, traté de no verle la cara mientras lo levantaba para llevarlo al
hospital, dos semanas me tuvieron preso en la Gobernación echándome
infinitas vainas, me llevaron el periódico del día siguiente y allí vi, en el
cliché, por primera vez la cara que yo no había querido ver: el retrato estaba
retocado y abajo decía un gran duelo para la colectividad: era el doctor que
en las salas de la beneficencia repartía estampitas santas y dejaba medallitas
debajo de las almohadas y las pacientes decían: Dios se lo pague. Pero qué
gran diferencia la imagen del sucio periódico con la carne que yo había
levantado cuidándome de no mirar, qué gran diferencia los ojos
abrillantados con témpera de los ojos revirados que yo había eludido: me
enteré después que en la sala de curas de emergencia el atropellado, la mano
sobre el corazón, había dicho: que no se acuse de nada al chofer. Después,
las manos entrelazadas: su dolor es mayor que el mío. Después, las manos
juntas: su dolor y el mío los ofrezco al Señor. En ese mismo instante, se
supo mucho después, luz deslumbradora en la enfermería del asilo de las
monjitas donde duerme Paulita Remedios, aquejada de reumatismo y otros
quebrantos propios de la edad. En ese instante, ojos dilatados de doña
Paulita Remedios, que dice: Doctor, Doctor, por fin ha venido a visitarnos,
mientras las monjitas preguntan dónde, dónde, dónde. Dónde, dónde,
dónde, corriendo desde la sombra ocre de los corredores, perfilados
contraluces, lámparas votivas, hasta el patio donde en ese instante florece el
único árbol, y doña Paulita Remedios muere dulcemente rodeada de flores
que las viejitas de la Sala Dos le traen. Una mano inflamada en carmín
enciende una vela. En ese mismo instante, yo nada siento o veo o presiento.
En la luz violácea del crepúsculo, en el calabozo, parezco la figura central
de La Abandonada, último y conmovedor lienzo del maestro Pedro Antonio
Cisneros antes de rendir el alma por la enfermedad contraída en su
buhardilla de París y agravada por su afiebrado trabajo en la Academia
Julián. Un haz de luz cansino cae desde la única ventana enrejada por donde
se adivinan los remotos fulgores de la urbe hacia los cuales el Ingrato corre
embelesado: en el centro de la composición, con la mirada hacia lo alto,
aprieto contra el pecho el sombrero de pajilla no me lo vaya a robar Toñito
el Rápido que lo acaban de encalabozar, no se lo vaya a coger Cara de
Mugre que se hace el loco en el rincón y me enseña el colmillo, no se lo
vaya a quedar el cabo de presos que asoma la cabeza y dice: ¡Ese Luciano
Aguilar a rendir declaración! Interrogado sobre los particulares del suceso,
contestó así: ¿Diga usted dónde había estado la tarde anterior? Contestó:
Aburrido de un tiempo inmóvil y de calles chatas que parecían cerrarme el
paso, manejé hasta la plaza de toros, entré al palco del hijo del Benemérito,
donde departí con señoritas de la crema de la sociedad. ¿Diga usted si
recuerda algunos particulares de esa velada? Contestó: Un toro negro había
empitonado a un torero dorado y lo sacudía mostrándolo al honorable
público presente. ¿Diga usted cuál de los diestros resultó lesionado?
Contestó: Lo ignoro por cuanto desvié la mirada hacia las falsas torres
moriscas de la plaza, taraceadas de estrellas geométricas que con su
vibración parecían infinitas. ¿Diga usted si apercibió otros detalles en la
víspera del accidente? Contestó: Un vuelo de capas rojas que abofeteaba al
toro negro. Arabescos como nidos de arañas rectilíneas: muerto fulgor de la
inmortalidad rodeando la fiesta de muerte de la plaza. Mareado del
parpadeo circular del estrellerío, busqué la diversidad, el tiempo, el
movimiento. Salí de la plaza de toros, monté en el carro, aceleré. Vencía la
chatura de las calles y de la vida dejándolas atrás. Toda la noche aceleré por
avenidas sin fin llenas de arboledas y estatuas. Contra un trapo negro
aceleré hasta que di en un desgarrón dorado que comenzó a mancharse de
rojo, y entonces noté que en el cielo estaban muriendo las estrellas. ¿Diga
usted cómo sucedió el accidente? Contestó: La víctima pareció arrojárseme
frente al carro. ¿Diga usted si reconoció a la víctima en el instante de
atropellarla? Contestó: Yo no quise ver su cara.

6 KPH. — LA HERMANA: Él va entrando en las regiones de la noche.


De pie en el centro del cuarto oscurecido, nada en corrientes remotas,
camina por pasillos escondidos, dentro de un mundo forrado en fieltro
negro que amortigua el tumulto de las cosas. De cuando en cuando recibe
cajas hechas de manchas de luz: cajas que flotan, variando mansamente su
fosforescencia, y a las cuales acerca las manos como quien las pone ante un
leño: leño sin temperatura, sin existencia. Al fin deja las cajas e insiste en
las sendas oscuras que se abren en el centro del cuarto. Donde perdura días
y semanas tratando de comprender la nulidad del vacío antes de comprender
las cosas que lo llenan.
ALFIERO: Si tienes que darme la saliva de tu lengua o decirme la
palabra que me hará caer por tierra o rayar con las uñas en mi piel. Hazlo.
LA HERMANA: Te has refugiado en el cuarto. Has caminado entre las
regiones de la noche. En la planta de los pies tienes el frío.
ALFIERO: Toco en las puertas cerradas y desperdigo la leche y dejo
que la lamas.
LA HERMANA: Enceguécete.
ALFIERO: En la frente las llagas de los cabezazos contra los muros.
LA HERMANA: Es la hora del café con leche. Esto sí duele.
ALFIERO: De una vez y al mismo tiempo todos los caminos.
LA HERMANA: Sabes que solo se es feliz atrapado. Me haré un
lavado. Esto sí duele.
ALFIERO: La palma de la mano sobre la llamarada.
No

NO NO NO NO NO NO NO NO

NO NO NO NO NO NO NO NO

NO NO NO NO NO NO NO NO

NO NO NO NO NO NO NO NO

NO DE NO DE NO DE NO DE

NO DE NO DE NO DE NO DE

NO DE NO DE NO DE NO DE

BO BO BO BO BO BO BO BO

BO BO BO BO BO BO BO BO

BO BO BO BO BO BO BO BO

BOBO BOBO BOBO BOBO BOBO BOBO BOBO BOBO

BOBO BOBO BOBO BOBO BOBO BOBO BOBO BOBO

BOBO BOBO BOBO BOBO BOBO BOBO BOBO BOBO

NO DEBO RayAr lOS CuAderNOS No DEBO

RayAR lOs CuaderNOs nO DEBO Rayar lOs

i el PaiZ DoN DE se ALLa EsTA detrás de

UnA RaYA

UnA RaYA

RA RA RA RA RA RA

RAY RAY RAY RAY RAY RAY

AY AY AY

AY

AY

AY

AY

AY

Y El PaiZ pOR DONde


QedA Al lADO de UnA ArbO LedA Y el

PaiZ DONde se TocA QeDA DeNtro dE

tU VocA
En clase, debe aprender a guardar silencio.
Nombrador

Con el favor de Dios bordeamos el país


e nos vino un silencio sostenido del Poniente e aprestamos los tiros de
balista e los tiros de arcabuz e de culebrina e de falconete e las alabardas
e dagas e partesanas de las que sacamos un filo muy cumplido
e los morriones e cotas de malla e escaulpiles
e los cofres de palabras
soltemos las jaurías
e a esto llamémoslo cielo e a esto tierra, e prados, e collados,
e a esto démosle nome de páxaros, e a aquello de flores,
e a esto bauticémoslo piedra, e a lo de acullá ríos, e
trascullá serranías, e estotro bosques
al primer home que apriesamos
diximos: entréganos tu nome
respondiónos:
nada puede ser dicho
e quemámoslo
también al primer páxaro
murió trinando
e incendiamos una arboleda
peresció alumbrándonos
e sea esto nombrado indio
e esto muger
e esto ídolo o demonio
sembremos en sus bocas
semilla de palabras
Tuyo, Mío
sean presos de sus lenguas
todo moría al golpear nuestras palabras
al morir era nuestro
Yo no quise ver su cara

Conseguida la libertad bajo fianza, grandes problemas tuve para que me


devolvieran el Duesenberg, al que ya en el depósito los guardianes le habían
robado los faros los cauchos las bujías las tapas de los tanques la corneta de
pera los cojines de los asientos la manivela del encendido la lona del techo,
y en el acta habían escrito: ingresó en este estado. Repetidas veces me
impidieron sacarlo, ya que decían, no está en condiciones de circular:
repetidas veces lo puse en condiciones de circular y entonces desaparecían
la palanca de cambio o las ruedas: di todos mis fondos al encargado del
depósito y entrada la tarde pude salir al volante de un Duesenberg sin
manijas ni parabrisas. Por arrabales miserables manejé entre hileras de
sombras arrojadas por filas de peones que regresaban del trabajo, con las
herramientas al hombro. Conduje hasta la carretera y llegué hasta la cerrada
curva de Los Cachos: desembragué, saqué el freno, saqué la llave, abrí la
puerta, empujé, conté cuatro cinco seis siete ocho nueve diez y el
Duesenberg todavía daba tumbos por el precipicio, conté once doce trece
catorce quince: botó y rebotó y reventó y solo al dieciséis salió de él una
bola de fuego ¡enjambre de puntos de colores! Sentí que se me encendía la
cabeza y en la cara me dio una luz insoportable. Levanté el brazo a la altura
de los ojos. Tras la bola de fuego, los matorrales se encendían en verde, un
verde intenso hasta la urticación que se perdía en tonalidades azules y
amarillas y violetas de una intolerable virulencia que comenzaron a
contaminar las nubes –ellas mismas encendidas por dentro de una luz de
fósforo– y, al fin, lo peor, un crepúsculo de una rojez de sangre vertida que
seguía reverberando dentro de mis ojos cuando los cerraba –y también el
azul violento de un trozo de mar entrevisto a lo lejos– y también la masa de
zonas de luz y sombra de los picos de los montes, que como un intestino a
partes iguales de desgarrada carne y de ríos de bilis, se encendían con la
última luz de un sol muerto –pero ni la noche ni mis párpados harían morir
ese sol, que seguiría ardiendo dentro de mi cabeza para iluminar la imagen.
Temí ser el hombre que jamás tendría noche. Pensé que el mundo entero
ardía y que en vez de llamas expelía colores. Para huir de mi visión interior
del sol abrí los ojos y encontré que aun la tiniebla estaba agusanada de
colores, y que estos hacían guerra entre sí, devorándose mutuamente, en
torno a los chorros de pus de las estrellas. Regresé a tumbos, por la
carretera, deslumbrado por las lámparas de uno que otro camión. Me
lanzaba a las cunetas, no fueran a detenerse a recogerme y a imponerme sus
volcanes de luz entre la niebla que se levantaba –el horror de esas máquinas
iluminadas en todos y cada uno de sus aros de cobre y de vidrio y de hierro,
con tantas y tantas densidades de la luz y de la tiniebla en su vientre y a su
alrededor –al doblar un monte vi la ciudad y aquellos pobres faroles me
parecieron el incendio de un mundo –y temblé de la inmensidad de los
rostros impúdicamente ofreciéndose bajo tanta luz –bajo tanto chispeteo,
lengüeteo, refracción e irisación –y bajo las arañas de los teatros –y frente a
las lámparas de las tabernas –naciendo en todas las frentes y las cuencas
orbitarias y las mejillas los aleteos de las sombras preñadas de viscosos
gusanos de color –palpitantes como corazones –soñé en el asalto del mundo
por hormigas de luz, que lo despedazaban en colores –y que abren el vientre
de cada cosa para exponerlo sin misericordia –y sentí que yo mismo
reventaba en luz, exteriorizada en los enconados tonos de mis vísceras y de
mis huesos y de mis músculos y de mis venas –como en una tromba de
moscas azules, irisadas, poblando de oro y de cadmio y de turmalina el aire
donde yo solo quería encontrar la oscuridad –y el cielo donde la buscaba y
distinguía rosáceas cúpulas, copas de árboles, exhalaciones y relámpagos –
llevado todo por el incendio de la noche –la llamarada preñada de luces de
la oscuridad, que solo puede apagar el agua sucia de la madrugada. El
primer tranvía me llevó cerca del cementerio. Caminé largo trecho. Hice
que me guiaran hasta una tumba reciente, quise dejar en ella la llave del
Duesenberg; me detuvo el ver sobre la lápida nueva las cornetas de pera,
tapas de tanques, maniguetas y palancas dejadas por manos anónimas. Un
faro de Duesenberg me miraba. El sepulturero me ofreció venderme el otro
faro, reliquia santa útil contra las adversidades de la suerte, yo tomé entre
mis manos el faro que estaba sobre la tumba, y este, al ser movido, dejó al
descubierto la parte de la tumba donde una viñeta de bronce enmarcaba un
daguerrotipo que exhibía la cara que yo no había querido mirar, cara que se
reflejaba múltiplemente en el níquel del faro, en las manijas, en las tapas.
Reventé el faro contra la tumba, y una infinidad de trozos de vidrio azogado
reflejó la cara del daguerrotipo. El sepulturero se quejó por la destrucción
de la reliquia, intenté consolarlo dándole las llaves, me dijo que no era lo
mismo, yo le advertí sobre la falsedad de la pieza –la auténtica, le expliqué,
estaba astillada, tenía pringes de sangre– el sepulturero me miró, se hizo la
señal de la cruz, se retiró mirándome, yo buscaba en mis bolsillos una
moneda no sé para qué, después me encontré arrasando con una seca corona
cuya banda morada decía, en letras de mostacilla, HORTENSIO SUÁREZ
GUTIERRES, arranqué la banda, la sentí hervir de bachacos, azoté con la
corona dos o tres veces un monumento con un ángel que tocaba trompeta, la
dejé sobre la lápida, tapando el daguerrotipo; no me atreví a mirar si en las
reliquias –tapas, cornetas, manijas– los rostros reflejados también se
tapaban. El sol se levantaba, como un ojo dorado.
El río

Soto el sol
Los homes dioses
bajaban de los labyrinthos de los montes
a morir por mano nuestra
al matarlos llorábamos
homes que sangraban miel
dioses cuya carne era los más diversos alimentos
los granos las estrellas los peces
debíamos matarlos
los astros se facían escuros
trabadas las maravillosas luces que brotaban del aire
morían por nossotros
porque non conviven los homes e los dioses
dexaban la existencia con sonrisas de sus dientes
en cada animalía en cada fruto
sentíamos la muerte de un dios.
Pablillos hacíase múltiplemente Judas
después que hubo matado a todos, quisso que lo quemáramos
manaba de su espada la ssangre cantando alegremente
manaba de sus pústulas la resplandeciente ssangre
manaba de su boca la ssangre de los dioses
él era un río
nos pedía la muerte,
perescer con los dioses,
nos negamos,
su mano tocaba el Evangelio e afluía la ssangre deslumbrante
muerte e condenación fueron negadas
por los montes yerra un rrío sangriento
encendidos
en él viven los dioses.
7 KPH. — En la noche, las piedras de la playa, encendidas en luz,
demasiado encendidas. Sentirlas con la planta de los pies. La luz sube por la
piel.
8 KPH. — Regiones de espejos estáticos y músicas congeladas.
9 KPH. — Sombras moviéndose en la playa, a las cuatro de la tarde.
Algunas triangulares, de velas de yate. Van desollando el sol y el sangrerío
comienza a hervir en el mar, en todos los tonos. Festones de espuma.
10 KPH. — Plazas verdes con piletas limosas. Me desnudaría y me
lanzaría en esas piletas, aunque estuvieran llenas de tifus.
11 KPH. — Caminantes lejanos fingen no oírme.
12 KPH. — Los demás, palabra que zumba y mariposea, como una
cucaracha.
13 KPH. — El viaje que te va llevando cada vez más lejos
de los linderos
y ni un terrón ni un sonido
te da calor o te complace
y vives de la tibieza interior
de un bloque de hielo
Hierro corroído
en qué carne te plantarás
dónde harás roña
14 KPH. — Hasta que seas un tumor brotado sobre ti mismo.
15 KPH. — Esplendores y fulgores y destellos del reino
Todo esfuerzo para detenerse y compartir es frustrado.
Yo no quise ver su cara

Esparcidos los fulgurantes restos del faro sobre la tumba, me fui a la


pensión diciéndome: terminada mi juventud, cosa esta que decirla es como
un eclipse, de repente todo se pone gris, se ven destellos en el empedrado
de las calles, en el cielo, en los zaguanes. Peones tristes recogen las carpas
de un circo que terminó sus funciones, en el suelo quedan billetes rasgados,
barquillas escupidas, periódicos con una gran fotografía que dicen: en la
Santa Catedral, sufragios por el alma del Médico de los Pobres.
Periódico que se puede recoger y marchar a la Santa Catedral, o que se
puede patear, dirigirse uno hacia un restaurant a comer callos a la madrileña
y una papeleta de sales digestivas. Urp. Pero la cuestión no es ir, no es
pararse detrás de la estatua de un Arcángel Gabriel de madera pensando me
reconocerán, no me reconocerán; la cuestión tampoco es llegar al restaurant
y decir, Manolo, jugo de tuyo; la cuestión es que la cuestión no es ninguna
de ellas. Que como un plato estará roto y caído a tus pies todo acto,
mientras dure la obsesión, dure el fantasma. Dure este ciclo, dure este
círculo. Dure esta cara en tu memoria, dure esta imagen.
Rápidamente analizada mi situación financiera, el automóvil destruido,
mis padres escandalizados y renuentes a enviarme más dinero desde la
hacienda, con la desesperación de quien sabe que de nada le valdrá
emprender opción otra, me estrené de sablista. Dura valentía me daban mis
patiquinescas ropas, mis trajes de última moda con los botones de fantasía
incompletos: tumbé con un urgente prestamo de doscientos al Generalito
Alí, el hijo del Benemérito, cuya secreta cobardía enfermiza era yo uno de
los pocos que conocía; otros doscientos extraje de Leonardito Fappé, a
quien yo sabía causante del viaje a París de una señorita que pecó porque se
fastidiaba; doscientos cincuenta recaudé de uno de los Abila, a quien como
testigo falso había yo salvado de la acusación de violación de una menor; en
el muelle extraje trescientos del bolsillo melancólico de Armand Utrera, a
quien su familia enviaba a Bélgica para evitar el desafío que amenazaba
entablar con el Gastón Carrillo, que se sacó de la casa la hermana del
Armand; ciento cincuenta ordeñé del académico Lupercio Mastrocónico, de
quien sabía yo que le prestaba su esposa al General mientras él escribía sus
exégesis bolivarianas… Con mano firme empuñaba yo el bastón y pedía.
Hay un no sé qué que hace irresistible la petición del sablista: puesto que te
pido, me rebajo; puesto que te pido, me coloco por debajo de ti. No sabía yo
si lo hacía por dañarme o por hacerles el bien que hace el sablista, que por
tan poco dinero permite que lo despreciemos...
Regada mi fama de sablista, me impideron la entrada al Club.
Queriendo apurar la infamia, armé un escándalo —mire que llamamos a la
policía —llámela que lo mando a usted preso —que este es un lugar de
orden —que el carajo —que esto —que aquello. ¡Rota la pajilla, chafado el
cuello de la corbata en la puñetamentazón consiguiente! ¡Garrido, el fino
estilista que otrora me admitiera en la peña literaria de la revista Nectaria,
esgrimió su bastón de condottiero en posición de defensa de cuarta!
¡Retumbante, gritaba: ah, canalla, ofendedme y tendréis de mi brazo!
¡Demudado, descuidó la defensa al pedirle yo un billete de a veinte,
recibiendo un guantazo que luego intentaría lavar con sangre en un duelo
para tres días después, al que ambas partes olvidaron acudir!
Moralmente execrado por las musas y la sociedad, dejé de pagar en la
pensión y busqué en mis maltratados enseres el terrible periódico al cual
sabía yo que un día u otro debería volver. Desde la primera página, el rostro
que yo no había querido ver me miraba. Recortando la imagen de mi
víctima, comprendí que el destino del hombre es la marcha hacia la imagen
que se le habrá de hacer insoportable, hacia el talón que habrá de exponerlo
a la destrucción. Porque solo quien es vulnerable es hombre. Porque del
vergonzoso temor y la huida del cuerpo a la hoja de acero de la aprensión,
vivimos. Retorcidos en la cruz de nuestra vulnerabilidad. Temblorosos de
las espinas que van a perforarnos. Reluctante la planta del pie al matorral
donde transcurren las serpientes. Y así vivimos. Cuatro tachuelas me
bastaron para fijar el retrato en la pared del cuarto de la pensión. Como el
fanático que mira el sol, parpadea y vuelve a mirarlo, contemplé la
reproducción del retocado cliché de ojos aguados y mejillas de loza: se
estableció esa relación de eternidad que nos une con los retratos que nos
siguen con la mirada: este contacto enfureció las chinches del camastro
donde me tiré: una pasión de aplastadas manchas de sangre floreció en mi
camisa de rayas: de alguna manera dije, sea. De alguna manera me libré a la
contemplación de ese rostro, sabiendo que al fin había llegado a la elección
necesaria: la del celoso que provoca la infidelidad para tener la certeza, la
del aquejado de úlcera que se dispara un tiro en el estómago.
Cómo atrapar en la transparente luz de la mañana y en la pesada luz del
mediodía y en la vacilante luz de la lámpara de cuarenta bujías, la mudante
multiplicidad del retrato inmóvil. Mira fijamente y sin parpadear un
grabado: tu mirada desleirá sus colores: el negativo de la imagen
sobresaldrá de ella: el ojo se anegará en un amarillo fantasmal: la boca
flotará sobre una albúmina luminosa: varias falsas imágenes estarán tras la
imagen verdadera, que a su vez será falsa: cuatribocas triojos. Ochiorejas.
Binariz. En esto, se irá la luz, te quedará una imagen borrosa, en la pensión
gritarán apagón, apagón, encenderán trémulas velas. Más monstruosa la
flotación del cliché sobre sus ahora rosadas parpadeantes falsas imágenes.
Permanecer ante esa imagen hasta embeberme en ella. Hasta inmunizarme.
Así día y noche. Así noche y día. Llegar a una verdad por la falsificación de
una falsificación. Alarmada la dueña de la pensión: pero qué tiene, aquí no
podemos tener enfermos. Callado yo. Callado el retrato del hombre a quien
yo había matado. Comprendí entonces la inutilidad del intento, pero esperé.
Más allá de la esperanza, esperé. Una noche, tris, tras. Sobre el empapelado,
presentía yo las crujientes cucarachas que iban, venían, inspeccionaban.
Riquiriquiriquiriqui. Mordían. En la mañana, apareció la primera llaga de
roído papel en la mejilla del retrato que yo había fijado en la pared.
Y a la noche, riquirraca raqui riqui riqui. Si saltar de la cama y caerles a
taconazos. Pero no, pesado tacón del botín viajando en lo oscuro hacia el
ojo del retrato, la babeante estrella de vísceras sobre el ojo derecho. No,
nunca, no. Mejor el alba, con el siniestro bubón de papel roído sobre la ceja.
Mejor la noche, con el riqui riqui raqui sobre la frente. Mejor el alba con la
ahora leprosa nariz devorada. Mejor la noche con las perforadas mejillas
crujiendo entre las mascellas. Cric, cric, cráquiti. Mejor el alba con el ojo
derecho sin pupila. Mejor la masticatoria putrefacción sobre el papel.
Cricrás, cris, crácata. Mejor la madrugada noche tarde en la que comprendí,
si las cucarachas pueden limpiar, dejarlas limpiar. Dejarlas borrar el retrato
que era ya mi rostro. Sentir en mis párpados cada mordisco dado sobre el
papel. Dejar que la carnal memoria del rostro muerto y la ósea memoria de
mi rostro se confundieran mutuamente devoradas. Oh obsesión de mi rostro
que dejaba yo inerme. Paseaban por él, inspeccionaban mis labios, volaban
hasta la pared. Criscrás, ñácata. Ruñe ruñe ruñe. Inmensa órbita silenciosa.
También en el ojo izquierdo. Laguna sin párpados. Cuencas arbitrarias.
Insidiosamente, laboriosamente vuelve la víctima al criminal. Vive tanto
como él. En el aire que respira. La víctima vuelve en la luz del sol. Todo el
mundo era de la víctima, y ahora vuelve a tomar posesión de él. La víctima
era un dios. Hubiera podido sembrar el tiempo y regarlo como una
enredadera. Cometer esos aciertos que otros llaman errores. La víctima
crece sobre el asesino, con el tiempo, como un pan mojado. Irán de la mano
hasta el fin, solo que ese camino ya no será vida. La mano de la víctima te
quita de la boca el pan que comes, y que él no comió. Esa noche, soñé que
yo estaba al lado del ataúd del hombre que había atropellado. Vanamente
arrojé en él los bienes de los que lo había despojado. La luz y los paseos por
las calles tranquilas y los insectos y los zapatos que ya nunca llegaría a
estrenar y la tierra de los tiestos de un jardín marchito y el sabor de las
cebollas y la voluptuosidad de las sábanas limpias y el golpe de las primeras
gotas de la lluvia. Los dolores de cabeza que no padecería y las
constipaciones que no sufriría y las lágrimas que no lloraría y los espejos en
que no se miraría. El toque de los pañuelos en las mejillas y los canarios
que no piarían y los libros, oh cuántos libros que no volvería a abrir.
Degollaba yo los canarios, rompía los objetos, emporcaba el agua de las
abluciones. Apagaba con rugidos el sonido de las canciones nuevas, cubría
de barro las nuevas caras que ya nunca vería. Comprendí entonces lo vasto
y lo extenso y lo denso del acto de matar, y la omnipresencia y obsesión del
homicidio. La vasta empresa de abolición que acometería el que a su vez
me asesinara. Supe que en mi vida no terminaría de llenar ese foso.
Desperté, ni perlado de sudor, ni contraído. El día inmisericorde caía sobre
mi existencia.
A la cruda luz del día nuevo, se me hizo manifiesta la imposibilidad de
aprehender un rostro. Rostro que guiña rostro que amenaza rostro que se
arruga rostro que se ríe: cómo llegar a la múltiple rostridad del rostro que
yo quería penetrar, cuando solo disponía para ello del inmóvil cliché
acaramelado del periódico. Cómo llegar al cliché, tampoco. Cómo llegar a
nada. Pues la naturaleza de nuestras obsesiones es tal que no podemos
huirles, pero tampoco enfrentarlas.
Sentí que mi cara y mi cuerpo eran devorados al mismo tiempo que el
retrato. Sentí el hervor de las cucarachas en mi esqueleto. Sentí las cuatro
chinches del retrato en las palmas de ambas manos en las plantas de ambos
pies. Sentí el ansia de gritar y el terror de no poder gritar pues mi cara era,
debía ser ya, un colgajo de mordisqueado leproso papel fijado en mis sienes
con chinches mohosas. Sentí venir el alba y pensé que, afrontándola sin mi
rostro, la afrontaría también libre del rostro que me perseguía. Pero el alba
solo llegó para mostrarme, en el corredor, en marco de cañuelas doradas,
una reproducción coloreada, ojos caramelo mejillas carmín pelos
abrillantinados, del retrato. Tras él una palma bendita, ante él una lamparita
votiva, ante él la patrona de la pensión, diciéndome: por inspiración de
usted lo he comprado, yo que lo vi tan devoto, si usted supiera, ya lo
venden en todas partes, en las tiendas, en las iglesias, en los mercados, está
dondequiera, en las casas, en las oficinas, en los coches, en los tranvías, no
hay sitio donde no se lo vea, lo pegan en las esquinas, en escapularios lo
llevan, en medallitas lo reproducen, hacen bustos de yeso, reparten hojitas
donde está con una oración, lo bordan para almohadones. Yo misma compré
otro para el comedor y otro para el recibo. Recogen suscripciones para las
estatuas. Lo pasean en las procesiones. Ahora podrá usted verlo
dondequiera.
Me cubrí la cabeza con la almohada, y caí en un sueño que estaba
también y desde entonces para siempre poblado de imágenes. En los cielos
no había estrellas sino ojos, y estos miraban fijamente un planeta hecho
íntegramente de ojos que se contemplaban los unos a los otros aflorando y
hundiéndose en charcos salados. Cada ojo soñaba sueños en los que el
espacio estaba poblado de ojos.
Matad

Matad los ojos


Matad sobre todo
Matad las flores, nos dixo Don Luque de Vivar Garcipeña
Matad esas flores que facen formas pensadas por estas
[bestias e pueblan la tierra
e cantan
Matad, matad,
Pero las flores
morían a nuestro paso
como ondas a la caída de un guijarro
se alexaban de nossotros los anillos de muerte
e sussurros de múxica
e suaves arpas
e quedaba el dessierto
la rojez la sabana
e las nubes perdían sus caras de homes
de cubos de esferas
tornaban a ser informes
nubes
e la luna
muerta
luna.
E donde posaba el padre la CRUX
naxía la podre
quedaba todo santo.
Su mano comenzó a ser también toda podre
los esqueletos de los homes bestiales empalados exhalaban fuegos
e nossotros,
rezábamos.
16 KPH. — Llegar a vivir en ningún sitio en particular y de nada en
particular. Cuando no se encuentra dónde dormir, seguir despierto.
17 KPH. — Todas las especies todos los olores.
18 KPH. — La vista necesaria y fosforescente que no pestañea ante el
centro de la energía desatada.
19 KPH. — Sobre el espejito con la hojilla de afeitar distribuyen el
polvo blanco en dos porciones que quedan nítidamente duplicadas por el
azogue en cuatro porciones que quedan cuadruplicadas por el espejo del
tocador en ocho porciones que quedan multiplicadas por todos los espejos
de estrellas: el cielo de pirámides de polvo blanco: para siempre entre
espejos.
20 KPH. — El país de las lentas sonrisas
Te espera. Y no quieres ir todavía.
No quieres estar donde la fruta
Es solo simulacro de otra fruta
Solo recuerdo, o fábula.
Truco de espejos

Mi primer recuerdo: el corral de una casa donde había gallinas cagonas, uno
o dos patos, frutas mordidas y una piedra de amolar. Entonces me vendieron
al señor Salecio o el señor Salecio –a lo mejor– me robó, me daba unas
cuerizas padre porque yo no acertaba a hacer la pirámide humana con
Carmelita Rafaelita Joseíto y Pelusa y en el doble salto mortal me resbalaba
y no cogía ejemplo de Carmelita que hacía las contorsiones como pensando
en otra cosa, de Pelusa que bailaba en el alambre, ni siquiera de Don Felipe
el perro sabio que distinguía los colores, ah, pero haciendo malabarismos
con las cinco pelotas de goma yo era una revelación, al extender mis
habilidades a los bolos a los platos de loza y a los cuchillos de palo pintados
de plateado hice olvidar al señor Salecio de proyectos de abandonarme en
medio de una carretera, así recorrimos cien pueblos como la Compañía de
Salecio el Grande y sus atracciones infantiles Fifo Aladino Solimán
Rosamel Fumanchú y Don Felipe, un éxito éramos en los actos de fin de
curso de las escuelas, en los desayunos de primera comunión, en los
cumpleaños de los hijitos de los tenientes y en los sitios todos donde se
reunía la vaina esa que llaman la chiquillería y que lo que hacían era mirarle
los fondillos a Carmelita en la contorsión, pellizcar a Don Felipe que se
ponía muy nervioso, y esconderle el gorro de papel crepé al Gran Salecio
mientras él conversaba con las cocineras o complotaba con el que servía el
ron. La pava que nos cayó a la altura de Tiznados todavía me impresiona:
Don Felipe cogió sarna, Salecio el Grande murió de una borrachera, su cara
empezó a desteñirse en una blancura que el gorro de papel crepé hacía más
alarmante, Carmelita, Rafaelita, Joseíto, Pelusa y yo nos miramos en el
cuarto húmedo de la pensión; como llevábamos semanas sin pagar
temíamos infantilmente a la policía y nos preguntamos a quién de nosotros
seguiría Don Felipe cuando nos dispersáramos para burlar a los
perseguidores. No siguió a ninguno, no tenía conciencia de clase,
permaneció junto al inseguro catre en donde el olor a alcohol de reverbero
se convertía lentamente en otros olores, gruñó cuando le halamos el rabo y
así debe haber seguido hasta que la dueña le dijera zape animal o llamara al
envenenador de perros, desmoralizados por la defección de nuestro
conductor moral nos repartimos a los cuatro vientos, Norte, Sur, Este,
Oeste, yo no, yo no elegí viento ninguno, vagamente circulé por caminos
pensando en los ojos contorsiones nalgas de Carmelita; en los botiquines
del camino yo hacía milagros con las cinco pelotas, con las piezas de
dominó y las botellitas de ron carta blanca; equilibraba tenedores en la nariz
y tocaba musiquita en una marimba de juguete; yo corría muchos riesgos
porque algunos que no sabían lo que es el arte me creían marico, pero otras
veces conseguía sobras de comida, cafesconleches, mediecitos, y hasta se
promovían apuestas sobre si yo equilibraba o no una llave de cruz en la
frente, sucesivas victorias me dieron cancha con los camioneros, quienes
cuando yo les pedía la cola en el Mack o en el Fargo, decían gua, móntate,
así pude crecer y hacerme ayudante de camión pero pasiones inexplicables
me poseían: yo, que pude hacerme una fortuna con el juego de adivinar bajo
cuál tapita de fresco está el frijolito, me empeñaba en dar sesiones de
ligereza de manos en las bombas de gasolina donde las gandolas cargaban
aceite diesel, me empeñaba con los trucos de baraja en las alcabalas donde
había cola porque la guardia estaba buscando contrabando, me empeñaba en
divertir a las putas con el juego de hacer aparecer y desaparecer sortijas de
fantasía, cadenitas y retratos de enamorados, yo dormía en los asientos de
los Fargos que me daban colas, en los corrales de los burdeles de carretera,
en chinchorros colgados bajo la carga de los camiones de volteo, una noche
me dio cosa de que la sortija de una putona platinada debía de hacérsela
aparecer en el sostén entre las tetas, y yo repetía y repetía el truco y sacaba
y sacaba y ella se reía ay qué niñito tan ocurrente, y entonces me dijo con
voz muy confidencial ven, ven, yo sabía a qué iba, con ella aprendí a
peinarme con pomada olorosa y a lavarme con alcohol para evitar las
gonorreas, ella murió de una pérdida cuando yo había aprendido a crear
pajaritos de la nada, crear pececitos en las jarras de agua, tragar peinillas y
extraer mariposas de los pañuelos de seda agitados. El cura no quiso oficiar
el entierro por puta ella y porque a mí por mago me sospechaba masón, yo
sobre la tumba transformé barajas en copas, copas en dados, dados en
cuchillos, cuchillos en bolas de billar, bolas de billar en pañuelos, pañuelos
en cigarros, cigarros en abanicos, abanicos en cintas, cintas en lápices de
labio, lápices de labio en espejitos, espejitos en ligas, ligas en ramilletes de
flores de papel, yo mismo me transformé en otra cosa, por efectos del
trucaje recuerdo que fui convertido en un ser flaco y con bozo que movió a
compasión a uno de los choferes de gandola que asistió al entierro; a cuenta
de viudo inconsolable hice viajes infinitos como ayudante de camión
llevando cargamentos de copra, en las noches diluviales frente a los puentes
derrumbados me entraba la fantasía de crear y esfumar piedras luciérnagas
pilas de linterna bujías y tapas de radiador, y eso poco a poco fue haciendo
crecer el espanto en torno a mí; yo, desolado, repetía en los burdeles de
carretera el truco de las sortijas haciéndolas aparecer en los sobacos de
diversas damas que se sonrojaban y me decían ven, ven, pero no era lo
mismo y ellas sentían que no era lo mismo, yo para disimular volvía a
cambiarme a mí mismo por otro, hacía ver paisajes por ilusorias ventanas
que luego se iban de la pared, sacaba del aire pollitos patitos y gatitos, en
uno de los burdeles encontré a Carmelita, pero como yo por trucaje tantas
veces me había convertido en otro, fue como si no nos hubiéramos
encontrado, quise hablarle y sentí como si entre nosotros se interpusieran
espejos y su mecanismo de bisagras girara envolviéndome en corroído
mercurio y puntitos dejados por las moscas, cuando quise hacerle aparecer
la sortija entre las ligas fui más que nunca consciente de la presencia de los
dobles fondos en los cajones, de los escondrijos en las mangas, de los
cigarrillos plegables, de los cuchillos colapsables, de los baúles con puerta
de escape, de las cuerdas de piano de las levitaciones, de ese ser aparente
que era yo con ojos profundos y rostro amarillento, que había salido de la
trampa de un escenario, de ese ser con resortes que era ella, salida de un
cofre en forma de corazón. Con terror comprendí que el nuestro sería el
acto triste de los saltimbanquis que representan frente a otros saltimbanquis;
yo de la nada extraería el profundo amor que ella sabría salido del reloj
pulsera hueco, ella sin tomar impulso daría el doble salto sumisión y goce
que yo sabría practicado en las sesiones de descoyuntamiento de vértebras
en la madrugada, yo atraparía en mis manos el canario te quiero que ella
sabría salido del bolsillo especial en la solapa izquierda, ella haría el baile
en la cuerda sufro por ti que yo sabría producto de sesiones de correazos
dados por Salecio el Grande, yo la gran tragada de sable sin ti no hay vida,
ella el doble tonel mortal si me dejas me mato, yo el truco del cajón vacío
de donde salen tusojosnegros tupelohermoso tusmanosbellas, ella el cruce
del aro en llamas tú hasta la muerte, por eso, porque presentimos las ocultas
sabidurías que habíamos adquirido, extremamos nuestras exhibiciones, las
gandolas con los cargamentos de copra se alejaron hacia el infinito, vivir de
chulo casi imberbe, diariamente representando actos sacados de los
doblefondos del chaleco, de los biombos trucados constelados de dragones,
de las tapas falsas de las jaulas doradas, de los recipientes con divisiones
invisibles, de la caja sombría de las costillas, del estuche preparado del
cráneo, hasta la mañana en que ella se soltó del trapecio, digo yo que por la
mala influencia de los periódicos que siempre sacaban los retratos de las
cocineras envenenadas, digo yo que por la pava ancestral de los
prestidigitadores, digo yo, nuevamente encerrado en cárceles y cárceles de
huidizos espejos llenos de trampas, que porque entre las profesiones del
vacío ella eligió la más noble, que porque ante los ilusionistas, inmortales
en sus huecos mundos de objetos lunares, de subterráneas representaciones,
queda a los acróbatas el error en el salto mortal, el resbalarse en el cable, la
exhalación de lentejuelas y desgarrada seda, el sobresaltarse y morir de la
banda de cobres en la pista, el golpe con la tierra, el desnucarse.

25 KPH. — La cacería de motocicletas: conseguirse un cable de acero


mediapulgada: ponerlo del poste a la barrera pintada de blanco que dice
mop al rato bajo la luna viene uno en una Royal Enfield 750 cc con el
parafango pintado de blanco y rojo corcovea y levanta la rueda trasera se va
contra el poste y el muchacho que es rubito patalea mucho antes de
recogerlo y caparlo y montarlo otra vez en la Enfield para que siga pero qué
va el cubo de la rueda torcido, ese sangrero en los harapos y el carajito que
grita ay mamá entonces ponerle las bolas en el casco y darle con el tubo de
escape que se ha desprendido y anudarle las piernas con la cadena de
transmisión y tirarlo por el barranco para abajo y esperar la segunda que es
una Kawasaki el carajo viene gritando Pancho ah Panchoo, Pannnnn gui gui
hace el manubrio al enredarse en el cable y soltar ese chispero al caer de
nalgas se le descalzan los mocasines y la moto queda enterita pero el
motociclista está tirado con el cuello doblado de una manera rara los
raspones como sarna y entonces pararse en la moto darle la patada al
contacto sentir cómo corre por los cilindros por el silenciador por la cabeza
por los pulmones por los ojos por la lengua la bola de fuego de la arrancada.
El Salvador

Seguimos por serranías cuanto es de desear frondosas, y por todas partes


avistábamos homes. Y en avistándolos, para dar descanso a las espadas,
ahorcábamoslos. Días y noches dimos vueltas en el descampado.
Agarrotábamos mujeres y niños. Determiné no haber nadie más en aquellas
regiones. Conocíamos los cauces que no habíamos cruzado, por la
ausencia de cadáveres derivando en las aguas. Comíamos de los cuerpos
de los prisioneros. A los que desfallecían, decapitábamoslos. A la quinta
semana encontramos árboles cargados de ahorcados. Por ser nudos
diversos de los que hacíamos, sospechamos ser obra del Alonso Ramplón.
Emboscamos sus huestes, atacámoslos. Al Alonso lo juzgué por ser enviado
del Capitán General a desconocerme. Le permití confesión antes de hacerlo
arrastrar de la cola de los caballos. Sus hombres se me unieron cuando les
hablé de las ciudades de oro y de la escalera de chispas que ascendía a la
luna. Dimos con diez tribus más, y a todas acabámoslas. Se nos entregaban
sin lucha, morían cantándonos. Los que despreciábamos matar, morían de
la pestilencia que dejábamos. Tres meses pasaron antes de que me fuera
cierto haber borrado toda semilla de esa raza. Supe que la soledad
precipitaría en mis tropas el malestar de las tantas penurias. Hice apuñalar
por la espalda a quienes sospeché sediciosos. Al final murmuraron mis
propios sicarios. Vigilé el crecimiento de la luna, que en estas regiones
enloquece a los hombres. Bajo el claro del cuarto creciente se me alzaron
mis diez capitanes. Dícese, gritóme el mordido de piojos, que es la saña en
matar por privar la corona de siervos. Dícese, reprochóme el vestido de
harapos, que el ahorcar de las indias es quitarnos mancebas. Dícese,
criticóme el calzado con tiras, que el finar de los niños es robarnos
esclavos. Dícese, injurióme el baldado de brazos, que el cortar tantas
manos es quitarnos sirvientes. Dícese, acusóme el cubierto de bubas, que se
arrancan las lenguas por no oíllas rezando. Dícese, increpóme el
manchado de tiña, que se cortan las piernas por no vellas de hinojos.
Dícese, denostóme el comido de sarna, que el sacar tantos ojos es por no
verlos baxos. Dícese, susurróme el sembrado de escrófulas, que se castra a
los indios porque no críen siervos. Dícese, inculpóme el doliente de flujos,
que al matar las preñadas, se libera a sus hijos. Dícese, increpóme el
quejoso de llagas, que extraviar los chrisptianos en empresas sin logro es
por ver el fin dellos. Dícese, les grité, que el motín y asonada es quitarnos
las selvas doradas y el palacio enjoyado tras los horizontes. Dícese, añadí
mientras la mesnada se arrojaba sobre los capitanes, que esta es sedición
ordenada por el Capitán General, de cudicia en quitarnos los ríos de plata.
Dícese, todavía añadí ante los capitanes, mientras los ahorcaban con sus
propios tahalíes, que así han de acabar cuantos malos soldados intenten
cesar en la busca de los pueblos de jade y la flor de diamante. Por exemplo
y memoria hice cuartos los cuerpos. Días después, topé indios. Las mujeres
besaron mis pies y los niños tocaron mis barbas. Y los hombres cantaron
mis loas al ser empalados. A la noche lloré mi destino y lloré el no acabar
de mi empresa. Cuando no quede nadie a quien salvar, dejaré sublevarse a
mis hombres.

30 KPH. — Pavos de jade insertan diamantes en las máquinas de vender


comida de la estación de servicio: entre el tintineo de las monedas arranque
de motores trucados: carburadores de plata y tacómetros: pavos inclinados
sobre los motores como borrachos que vomitan oro: insertan monedas y
dejan por el suelo papeles dorados y vasos de cartón: mareados los ojos por
las joyas mercurio de los faroles de la medianoche: alzan la cabeza al oír el
chillido de los neumáticos que frenan: hozan como cochinos en la horrura
de metal y aceite: mesnadas de cascos espejeantes sobre máquinas de
manubrios cortos: comentan sobre compresiones, piques y cilindradas:
contra el tintineo de las monedas que insertan en ranuras: las caras de jade
por la luz mercurial: en los cascos espejeantes de los que aceleran se ven
praderas en llamas: renquean sobre piernas enyesadas: gesticulan con
muletas: pedalean aceleradores: descuartizados: estrangulados: caen y
tintinean monedas por las ranuras de la cabeza de Annette: en sus vísceras
una purulenta masa de sándwiches y café con leche repiquetea dentro de sus
costillas: diamantes que pasan por sus ranuras: motocicletas rojas doblan
por la curva gemada de sus clavículas: tuercas, alambres y trozos de bujías:
los pavos rocían de spray fluorescente a los motociclistas que corren por las
autopistas: luz verde de neón los envenena: los incendian espejos amarillos
de yodo.
Truco de espejos

Muerta Carmelita de amores contrariados, tuve que dejar el circo porque


cada vez que intentaba trucos de espejos me salía en ellos el reflejo de una
trapecista que caía al vacío. De ese vacío escapé dejándome tragar por la
gran nada de las calles y de las placitas. En ellas me hice buhonero y vendí
caramelos que provocaban el derretimiento de las colegialas y yo ante aquel
desleírse sentía nacer en mí profundas muertes y cavilaciones profundas:
pasar o no frente al colegio y ofrecer o no los pirulíes que provocaban risas,
comezones, miradas desfallecientes de ellas: saber que una colegiala,
habiéndome visto al mediodía, a las cuatro de la tarde sentiría chirriar su
frente y sufriría desvanecimientos sobre el cuaderno cubierto de los
misterios del subjuntivo, todo porque me adivinaría abajo, en las calles,
frente al colegio, destilando el misterio de los reflejos de los caramelos. Yo
sentía entonces foguear hambres y amores: era el viento de las plazas
públicas que bombeaba palpitaciones: cuerdas de perros hacían remolinos
en torno a perras con aspecto de desconcertadas: autobuseros somnolientos
les decían cosas al oído a niñeras ruborizadas: a las cuatro de la tarde yo me
comía una empanada y hacía centellear mi caramelería frente a las niñas
que salían de las escuelas: en realidad yo buscaba, a la vez que evitaba, una
felpa de ojos un agolpado rubor pecoso unos libros en esta estricta
disposición: cuaderno de Castellano cuaderno de Historia cuaderno de
Matemáticas cuaderno de Biología regla escuadra papel celofán etiquetas y
ah, sí, una estampita del Corazón de Jesús chorreando violentas sangres,
sangres demasiado violentas, una sangre que casi se olía en su vergüenza de
ser la primera, y que hacía parecer: que los árboles de las plazas florecían:
que estas flores se hinchaban en corazones erizados de espinas: que estos
corazones reventaban en frescos escupitajos que me humedecían los labios:
que esta sangre no me atrevía yo a beberla, ni a secármela: que en el
asombro de esta sangre, comparecían ante mí la felpa de ojos el agolpado
rubor los cuadernos de Castellano de Historia de Matemáticas de Biología,
que la colegiala sonreía, me miraba y comenzaba a dejar salir saliva entre
sus labios, sin relamerse me miraba, que yo entonces me decía: el destino
del hombre es no saber qué hacer.
Yendo de un lado a otro en las plazas, yo imaginaba las
transformaciones que descoincidirían el curso de nuestras vidas; me
representaba fotógrafo de placita, cargando a cuestas los cajones escamados
de instantáneas de comulgantes y felices contrayentes, pero ella se abría
paso en las palanganas de ácido y los cubos de fijador y sonreía desde los
recuadros en forma de corazón desde las fotos coloreadas con grandes
rubores de carmín desde las instantáneas con sombrero de charro y mirada
de reojo, donde ella abría insondables labios y chupaba pirulíes o lamía
restos de caramelo o chupaba las tenazas de servir dulces los correajes mis
propias retorcidas manos y mis ojos o bien yo me representaba policía y ella
desnudaba el pecho destrapajaba el sulfuroso pezón donde yo debía colocar
la bala de cobre para después decir: se me escapó el disparo o bien al final
de mis metamorfosis me imaginaba yo dueño de los periquitos enjaulados
que extraen de una gaveta los sobrecitos que revelan los destinos, y ella
compraba todos los sobres, y en el de color rosado decía: me estrenará un
vendedor de caramelos, y en el azul decía: un fotógrafo de placita me
retratará desnuda, y en el amarillo decía: un policía me hará puta y me
reventará a balazos, y en el sobre de todos los colores decía: besaré en el
pico al periquito adivinador y le arrancaré la cabeza de un mordisco y
quedaré con la boca entreabierta, una boca maculada de plumas y de
acaramelada sangre y de palabras: y así la escuché hablar, y la fuerza y la
plenitud y la vibración de aquella voz, comprendí, eran la del aire que me
envolvía y la del chirrido de las chicharras que me sacudía. Yo recuerdo que
tomé puñados de caramelos y los exhibí como cuerpecitos de pájaros
muertos: rondé por la plaza mientras ella daba vueltas a mi alrededor; yo
sentía en mis manos el cosquilleo de plumas tenues y una tibieza que era la
pudrición de mi vida anterior disolviéndose en gusanos de edades y de
épocas: ella me hablaba de la gran organización de casas de cita que recluta
a las colegialas y que tiene álbumes fotográficos donde eligen los señores
que pueden pagar, yo en el fondo asentía, porque a toda muerte se asiente, y
descubría: el dolor también es inane, el último secreto de la vida es la
inanidad del dolor: por eso no vale la pena infligirlo, por eso el recibirlo no
nos acerca a nadie, ni siquiera al que lo infiere, porque tal es la propia
desairada naturaleza del dolor que nada redime y nada perfecciona: yo
entendía que ella actuaba conforme a mecanismos cuyo tictac podía
escuchar, siguiendo las perfectas rutinas animales y el camino de las
estrellas moribundas en la noche agolpada de claridades o en el día
perforado de sombras.
Arrastrado de un sitio a otro de las plazas como una hoja seca, consideré
las obvias alternativas, detener el tictac, desmembrar la articulada porcelana
y echar con ese acto a andar los corazones escondidos en todas las cosas,
que empezarían entonces crecientemente a hacer tictac, las piedras bajo mis
pies, los árboles junto a mis mejillas, los frutos entre mis dientes, las lunas
sobre mi cabeza, los ojos bajo mis párpados, tictacs que irían anudando sus
mecanismos a través de la infinita tierra que me separara de sus miembros
agusanados; o bien, por horror de esta creciente selva de ruedecillas
aceitadas, dar el frente y hacer la rutina del amador desdeñado, que es como
la del que mastica hojillas de afeitar para luego sacarlas ensartadas en un
hilo ante el honorable público presente, detener el sollozo o contener el
airado gargajo y fingir la invulnerabilidad mientras las hojillas, tragadas en
un acceso de hipo, disocian las delicadas entrañas con sus tensos aceros y
mondan el corazón arrancándole largas tiras como las que pelan los
vendedores de naranjas, mientras se quiere en cualquier momento decir:
mira, siquiera tengo tuyas las laceraciones, las grietas que el amor propaga
en los huesos como astilladuras en un vidrio, las rajaduras que van
avanzando en las arterias como lengüecitas de lagartos, los insomnios que
con su olor de alcanfor embriagan las chinches. Esto en cambio: el truco de
la inmovilidad, detener el pulso mientras ella dice: iré a la gran casa en
donde hay álbumes con retratos y los señores indecisamente pasan páginas
preguntándose si es todo fotogenia o si de verdad los uniformes huelen a
papel de cuadernos: el truco de caminar sobre las brasas ardientes mientras
ella dice: todas las colegialas vamos a la gran casa disimulada como tienda
de modas: nos hacemos apuestas sobre si nos atrevemos o no nos atrevemos
y luego nos contamos de los señores con pulseras magnéticas vitalizadoras,
de los señores con corsés ortopédicos, de la risa que dan las enredaderas de
venas azules bajo los calzoncillos de seda, y, a veces, la gran fuente de
viajes a Nueva York, el padre que se encuentra con su hija el novio con su
prometida el hermano con la hermana y no saber si llamarlas putas o
ponerlas a copiar mil veces no debo dar la cuca, al fin sucede la clínica
abortiva, al fin las pastillas para dormir, al fin las tías alcahuetas que se la
llevan a una de viaje porque ellas también traspusieron los umbrales de las
grandes casas y recuerdan esto tan superior a todos los amores, y quieren
oír historias de las nuevas casas que se abren y de los nuevos ungüentos
milagrosos que los señores usan y de los nuevos encuentros que explican el
síncope del Doctor Fulano el viaje repentino de la familia Zutánez el
matrimonio apresurado de la señorita Perendengue. Caramelos del
escándalo que se chupan con tanto vicio.
Yo soñaba en un árbol cuyas ramas se abrían en ramas que se abrían en
ramas que se abrían en ramas. Cada rama gritaba.
Y así fuimos relamiendo los días hasta consumirlos, los confites del sol
y las chupetas de las tardes y las frutas vidriadas de los crepúsculos y los
espesos chocolates de las noches y las grajeas plateadas de las estrellas: una
dulce saliva fue licuando la sustancia de los días que nos separaban, hasta
que nuestras lenguas empalagadas se encontraron, incapaces ya de otra cosa
que de enlazarse. Entonces dije: no grites. No grites, repetí bajito, en ese
tono que significa: será tras el seto. Gritaré, dijo ella, en ese tono que
significa: la estranguló para evitar las llamadas de auxilio. No grites, repetí,
en ese tono que significa: grita, haz que volteen los vendedores de helados,
haz que miren los niños desde los columpios, haz que los limpiabotas se
paren diciendo cónfiro, haz que la gente me detenga y grite policía y las
señoras me peguen en la cara con las sombrillas, no grites-grita, gritaré, dijo
ella cuando le atenacé el almidón de la camisa los tirantes del uniforme, no
grites-grita cuando aparecieron la medallita de oro y oh un pardo
escapulario tan embebido en olores que estuve a punto de desvanecerme,
gritaré, dijo ella cuando saltó un seno con un duro botón rosado que se
escondía se desescondía, no grites-grito, dije atenazándole el pelo, y al
suelo tras los matorrales, gritaré, dijo ella, pero con ese tono que significa:
gritaré una vez sucedido todo, que nos sorprendan, que lo vagos traten de
verme la cara, que los niñitos pequeños digan qué pasó, que las niñeras
digan vámonos, no grites-grita, hubo rastros de lucha, no grites-grita, la
ropa presentaba rasgaduras, no grites-grita, desgarro reciente, se esparció la
vidriería de los caramelos pirulíes chupetas, el suelo venía hacia mi cara
después daba una vuelta después la tierra se había dado vuelta y estaba
sobre nosotros después nosotros sobre ella, gritaré, dijo ella cierrapiernas
abrepiernas cierrapiernas abrepiernas, no grites, grita, gritaré, gritó, gritaba,
mi lengua empujé contra su lengua en una densa impulsión, y la de ella sin
palabras comenzó a decirme: ahora me buscaré un novio bobo vinculado a
estimados hogares de la capital, impulsión, uniremos nuestras vidas en la,
impulsión, Santa Iglesia Catedral, llegaré hasta el ara del brazo de mi,
impulsión, padre, con un vestido de, impulsión, otomana de seda color,
impulsión, marfil, los pajes portarán el anillo, impulsión, y los símbolos
nupciales, serán damas de honor del enlace, impulsión, Alecia, impulsión,
Carolina, impulsión, Marina, impulsión, Ana Coromoto, impulsión, con
vestidos iguales a los de la niñita, impulsión, que llevó las arras, la
recepción impulsión será en la intimidad impulsión de la familia impulsión
destaponándose impulsión el champaña impulsión antes de emprender
impulsión el viaje por impulsión mar mar maramar amar amarrar marrar
marasmar mar amar mar.
Acunado sobre el cuerpo enclavado sentí su condición de carne mortal,
percibí la gravitación de sus órganos, sentí su prometida cadaverización, la
mía propia, la negativa que le dábamos con nuestros retorcimientos, oriné el
escupitajo de la eternidad, la baba del tiempo, el moco de la multiplicación,
en el hueco de la sangre oriné la baba viva: los olores de la tierra crecían
alrededor nuestro, y alrededor nuestro el rumor de la futura boda, y yo no
me decidía a apretar bajo la tráquea, en el sitio adecuado y debidamente
palpitante, porque sabía qué acto representábamos: como la fría yedra de
los parques, el amor se eleva aferrándose a los obstáculos y por ello había
accedido mi dueña a toda posible frustración humillación desgracia para
que el amor se centuplicara rebasándolas, en correspondencia daría yo la
brutalidad salvajismo y abandono por encima de los cuales debía el amor
remontarse: en ese instante ambos nos miramos y sudábamos como los
saltimbanquis que alcanzan un imposible equilibrio y deben conservarlo,
que no pueden permitirse temblor en las muñecas ni mueca de
desfallecimiento, así, no se permitió ella susurro de placer ni
desorbitamiento de ojos sino que gritó, así, no me permití yo
desgonzamiento sobre su pecho donde quería sepultarme, sino que
descargué mis nudillos contra su boca, así ella grito, yo golpe, para evitar
ambos que aquello pudiera ser unos de esos revolcamientos de los que se
sale cabizbajo y en un silencio de esto no lo sabrá nadie, no, que hubiera el
tumulto los agentes del orden público los perros ladrando el juez de
menores el niña, no sabes lo que le pasó a Fulanita, que esta espiral creciera
y nos perteneciera, infinita ruina para la ascensión de nuestras yedras,
después del tercer golpe salté, me apoyé en el árbol de gritos, me paré, los
que venían a perseguirme creyeron que yo también perseguía, cuando se
agolpó el gentío dije circulen circulen y todos me creyeron policía de la
secreta a pesar de mis manos pringadas de sangre o precisamente a causa de
ellas, los dos agentes que acudían se me cuadraron al pasar hacia los
matorrales desde los cuales surgía un alto claro desigual sollozo, y entonces
yo me fui rebotando contra los gestos, los de la viejecita Dios mío ya no se
puede venir a los parques los de la babeante boca del bobo bá bá bá los del
voceo de la lotería cinco mil quinientos pelao los de los periódicos ultrajada
menor en plaza pública, y al alejarme del jardín supe que de los seres
humanos en adelante y para siempre no recibiría más que gestos.
Viaje por las Indias

E adentrándonos en Tierra Firme por jardines, fallamos homes que el su


natural es volar, como los pájaros. E los hay homes arbóreos, que florecen
e frutecen e comen de sus propias semillas. E haylos otros que se tornan en
las cosas que quieren, e son árboles e son rocas e son ríos y nubes. E otros
los hay que el solo alimento que tienen es sus propias vísceras. E los hay de
otra traza que todos los de un pueblo son un mismo home y es como si uno
solo viviera en distintos lugares a un tiempo. E viven por allí otros que un
solo home es muchedumbre de homes distintos. E haylos que remontan el
tiempo e son sus propios padres y sus propias madres. E los hay que son de
órganos y miembros dispersos y sueltos, que según su capricho y menester
agrúpanse e disuélvense en toda suerte de quimeras. E haylo uno que él es
al mismo tiempo el home y el mundo en el que aquél vive. E haylos que,
asustados, escóndense dentre de su propio cuerpo y no hay manera de
hallarlos. E las hay mugeres que son una selva e toda ella llena de los
órganos propios, al modo que los viajeros, donde quieren, copulan. E los
hay homes que son estrellas fugaces e en las noches de la canícula facen
danza en los cielos. E homes los hay de un pueblo, donde el uno huele, el
otro ronca, el otro come, el otro orina, e entre todos por partes facen las
funciones completas de un solo home. E los hay como topacios, que en su
fulgor se mellan las alabardas. E haylos que su vida entera dura un latido.
E haylos que un sospiro suyo dura milenios. E haylos tan grandes que sus
miembros figúransenos Tierra Firme. E tan pequeños que no son
discernibles. E homes haylos también que son siempre olvidados una vez
vistos. E haylos que toman la forma del que los mira. E haylos que son su
propia sombra. E haylos que su raza tiene diez géneros de sexos, e ayuntan
entre todos. E los hay que son solo palabras e viven cuando las repetimos.
E haylos también que son solo imágenes e existen cuando las recordamos.
E los hay que son idénticos a los que fuimos. E haylos que son los que
seremos. E otros que son y han sido siempre cadáveres. E los hay de tal
hechura, que no hay palabra para referirlos. E haylos de condiciones tales,
que de nadie es creída su existencia. E otros hay, que son solo un aroma. E
haylos, que son manchas de luz. E los hay estotros, que son tachones de
sombra. E encontramos homes que eran un gran sexo, e vivían dentro de
una muger que era solo una gran funda. E haylos otros que son solo
órganos de los sentidos. E haylos con sentidos configurados de tal forma,
que por ellos solo conocen el deleite. E haylos que son solo una melodía. E
por horror de la maravilla, matámoslos todos.
Su melodía favorita

Señores, señores, ¿ustedes son de Caracas? Su melodía favorita se las


interpreto, cloco, clocloclopo, yo, pues, trabajaba en la carpintería, pagan
poco, sí, bueno, yo ensayaba, no, dando palmadas delante de la boca
abierta, así uno modula las notas, mire, entre martillazo y martillazo yo a
los compañeros les melodizaba Ni los clavos ni el madero me tienen aquí
clavado, clo clocloclo clo cloclopo, solo fueron tus pecados, por lo mucho
que te quiero, cloclopo, cloclo, clocloclo clocloplo, yo le prometo que
palmoteando le saco todos los ritmos favoritos de la moda, no, actuaciones
propiamente no he tenido, en este pueblo desde luego no hay oportunidades,
ante los doctores del pueblo el señor boticario y el señor médico de la
medicatura yo he interpretado, y me han encontrado grandes condiciones, a
veces, eso sí, en el Bar La Esperanza yo les palmoteaba mañana, cuando
me vaya, un recuerdo te dejaré, cloclo, cloclocloclo, con una gran atención
del público presente, en la radio, no señor, no se han interesado por mí en la
radio, yo actué una vez en Radio Onda Aficionados pero desgraciadamente
fue un programa sin mucho auge por falta de patrocinadores, yo al gerente
de la radio lo vigilo y cada vez que entra y sale le interpreto El crucifijo de
piedra que es una de mis favoritas, a veces se ríe y me da un bolívar para
cerveza, pero la oportunidad, propiamente la oportunidad, no me la ofrece,
yo mismamente formación no he tenido, yo escucho siempre, y oigo voces,
de las rocolas, de la gente que canta, y después palmoteando lo saco todo,
popular e instrumental, lo único que no le entro es al rock porque usan
sonidos de mucha diferencia, en la fiesta de las mesoneras interpreté ante
los micrófonos, ahora miren, señores, yo lo que quiero pedirles es que me
den una cola si les queda un puesto vacío, que si les queda un puesto vacío
en el carro una cola me den hasta Caracas, al objeto de hablar en la
televisión con el señor Joselo, instrumento no, instrumento no toco porque
me ocupa las manos y entonces cómo palmoteo, cloco, cloclopo, los éxitos
del momento la cabalgata del Disc Jockey, yo me he sentido tentado de
irme a Caracas a probar en la Tómbola de la felicidad, el Espectáculo que
todo en la Tierra se lo dará, yo si ustedes me dan la cola se los recordaré
eternamente, y por despedida les iré interpretando Adiós, mujer, adiós,
cloclo, clocó, clocó, la ausencia de tu amor yo sufriré, cloclocloclopocló,
clocloclopó, si lo dispuso Dios, yo partiré.
Sí, señor Comisario, menor de edad sí soy, todavía no cumplo los
veintiuno, cloclo, cloclopó, yo sé que no puedo seguir viaje por falta de
autorización de los representantes, pero cómo, señor agente, si mamá no sé
dónde está, si papá me ha abandonado, si en esta carta de Carpintería El
Clavo la buena conducta consta, el trabajo consta, si con esta detención me
ha hecho perder la cola que me habían dado para Caracas, si en el calabozo
esta noche me han robado cincuenta bolívares cincuenta, si las fuerzas me
faltan del ayuno, no es justo, oficial, su melodía favorita se la interpreto, se
la dedicaré cuando esté en la televisión, me acordaré de usted cuando yo
esté en todos los canales, político, no, político nunca, señor agente, mire, yo
le prometo, no le daré molestias, caminando si es necesario seguiré mi
viaje, su melodía favorita se la interpreto si usted me suelta, si usted me
saca de este calabozo donde me han robado todos mis haberes, y se lo
agradezco porque así podré seguir mi camino, clocloclo, cloclo, clopó, y
otra vez volveré a ser, clocloclo clocló, clocló, el errante trovador.
Las rancheras yo me he aprendido muchas, señor camionero, yo en el
alma le agradezco que me recogiera de la carretera, las que usted quiera se
las interpreto y si prefiere le comienzo por arrieros somos, cloclo cloclopo,
y en el camino estamos, comido, no, no he comido, señor cocinero, ahora, si
usted me da unas sobras de sancocho le barro el local, fíjese, no le estoy
limosneando, se lo barro y le recojo el papelero y le espanto las moscas por
unas sobras de sancocho, y además se lo interpreto sancocho e güesito, sí,
señor, sancocho e pescao, sí señor; el carro se lo lavo mientras usted
almuerza, señor chofer, el carro se lo lavo y le limpio los muñecos en forma
de tigre del parabrisas y las bambalinas de aluminio se las desempolvo y los
cojines con entorchados se los sacudo si me da la cola hasta la próxima
bomba, y mientras tanto yo le interpreto se va el caimán, unos zapatos
viejos si tiene que me sirvan, señora, que a estos la suela se les descosió,
una poquita de comida y un pan, y yo el jardín se lo riego y le corto la
grama y mientras tanto le interpreto señora, te llaman señora; me deja
dormir bajo el cobertizo, señor almacenero, y yo le interpreto el músculo
duerme, cloclocoplocco, la ambición descansa; el caucho espichado se lo
cambio, maestro, el carro se lo cuido doctor, con la carga y descarga del
camión lo ayudo, pana, su melodía favorita se la interpreto.
Loco yo, señor guardia, nunca jamás, no soy como usted dice, loco o
lunático o trasnochado, no me meta en esta camioneta llena de locos, que
los recogen para soltarlos en otro lado, que los recogen para matarlos
porque viene el autobús de los turistas o porque insultan a la señora del
Gobernador, que para ahogarlos los recogen, loco yo, nunca, si me llaman
el loco, cloclocló clopopoco porque el mundo es así, pero yo no estoy loco,
nada hago al lado de estos locos recogeperolas, criaperros, locos, locos
empatacabullas, buscagrietas locos, locos sin cerebro, locos zamureros, por
vida suya de su madrecita sepáreme señor guardia de los locos estos y yo le
interpreto la marina tiene un barco, la aviación tiene un avión, y al loco
este tan manso perdónemelo, loco manso recogemoscas, si como muertos
vamos ya con tanta mosca si estamos que bailamos de tantos golpes que da
esta jaula por el camino, locos lanzarrayos, creasoles locos, locos
hacelluvias, creamundos locos, sepáreme de ellos devuélvame a los
hombres suélteme en este camino señor guardia que yo le interpreto, su
melodía favorita se la interpreto, no vale nada la vida, clocló, clocló,
clopopopo la vida, no vale nada.
Su melodía favorita se la interpreto, sea el canto de los pajaritos, sea el
ruido de las gandolas. A medida que avanzo por esta carretera, con el polvo
se me van pegando las melodías del mundo. Porque el mundo es todo polvo
y ruido, una gran melodización, y las estrellas clocló cloclopo tienen
orquestas y nosotros los estrumentos, dispensen la interrupción, señoras y
señores y público presente, el ruido de las botellas que me tiran, los vidrios
saltando y las palabras cloclo cloclopo soeces me han producido una
armonización intensa que les quiero dar porque mi corazón reventonea, su
melodiancia favoritesca que le invenciono entre los cubiches de hielo y los
vaselinos de cerveza que me tiran a la carótida, cloclo clocloclopo, Corazón
de gorgojo llamo a esta pieza compuesta sobre el ruido de la lluvia,
Camarita de mondongo a esta sonorización sobre las estrellas fugaces,
Transformación de cigüeñal esta musicación sobre las mierdas de perro,
dispiensen la irrespetación de mis melodías y noches, que viene de la
corazonancia y la emocionación que me asalta de todas las cosas y hasta las
fichas de dominongo y platoses de sopapa que me tiran a la cabecera, yo,
alterando nunca, señor policía, nunca el orden alterando, sino apaciguando
las sublevancias bestiálicas que solo se tranquilosan con la cancionación
musicalma, Si porque canto me arrestan, me la pasaré llorando, ¿cómo no
arrestan los gallos, que se la pasan cantando? cloclo cloclopo, el viaje en
esta radiopatraña se la cancioneo, señor agente, y en encierro en este
calavicio se lo sinfonizo, señor autoridad, interpretándole si yo pudiera
tener, alas para volar; y la sopa de ñame del rancho se la cancionaré y las
cucarachas en el guayoyo se las melodizo, y durante esta semana
cancionaré las conchas de pintura de la pared y las novias del vigilante las
musicaré así como el gran olor a orín me servirá para la armoniancia, hasta
que la hermosura de esta cárcel sea tan evidente cloclo clocloclopo que
vibrará toda como cajita de musicaciones y sea la peligración de los presos
el morirse en la gran felicitación y me boten de la cárcel diciéndome que
basta de tanta musicadera y ahora de despedida les ilumino con la
escuchancia de mi canción sobre la Cárcel Feliz, cloclo cloclopo, de donde
había que obligar a los presos para que escaparan, porque en todas partes
resonaba Su Melodía Favorita, cloclo cloclopo, complaciendo peticiones
del público presente.
Buenos días cloclo clocopo, señoras y señores de este importante
pueblo, en mi camino hacia la capital traigo a ustedes el mensaje de la
armonización su melodía favorita se la interpreto, cantadera de sapitos les
sinfonizo cloclo clocoplo revolución de grillos se las palmoteo clococ
plococ meditación de moscas se las canciono, no me importa que me miren
de reojo y sigan su camino, porque me insomnizo, porque me tristoseo en la
buscancia de la melodía que pueda favoritarlos, porque me enrojezco las
manos en la palmitancia, la palmotación o la palmitadera mientras ustedes
me señalan y sin decir nada se van, y me enveneno y me emponzoñezco de
una felicidad no compartida cloclo cloclopo que es lo único que mata a un
melodisto, porque musiqueo y me sonorizo para gentes que se hacen señas
y callados me vuelven las espaldas, sentado entre los árboles de esta plaza
soportaré el sol cloclo cloclopo hasta que mescuchen hasta que me digan
algo cloclo clocloclopo, musicaciones haga para gesticulosos, y en la noche
aun en el medio del bosque musicaré mis palmidaciones para sueñados por
si penetran las armonías entre las durmencias, cloclo cloclopo, musicaré
contra esta hambre y este silencio que hace ya días me matan, musicaré
siquiera para oírme aunque ya me parezca que no me oigo o que no suenan
mis palmitaciones, y me inventaré mis musicaderas que estos hombres me
escuchan, y también musican, por más que pasan de lado sin oírme, y yo
diría que sin verme, hasta esta noche de las lágrimas en que comprenderé
que este es el pueblo de los sordomudos, clocloclo clocloclo, que pasan
como muertos y se hacen señales porque no oyen y porque no hablan, y yo
entonces a cuestas con el tesoro de las musicaciones clocloploc cloclopoc,
tercamente ofreciendo de puerta cerrada toc toc en puerta cerrada toco
totoco tótoco sus sonoridades.
El Dorado

¡Seor! ¡Seor! ¡A perdición nos truxistes!


¡Al reino donde no pueden contenerse las lágrimas!
Yola, Yola, farandola
Jugamos con las armas
He aquí quien arroja más lejos gola e cubrebaba
Estandartes e pendones
Todos sobre el monte como mariposa muertas
¡Yola, Yola, farandola!
Desnudos, somos quienes somos
¡Ah traicionera música que pudiera quitarnos este ensueño!
Acaso morimos sordos, de fiebre, amosquitados
Lámparas de muerta luz nos regalan las sombras del bosque
¡Por oro nos traes a afantasmadas tierras! ¡Hojas nos
crecerán en el cuerpo!
¡Seremos árboles!
¡O flores!
¡Seor! ¡Seor! ¡Cortejos en el bosque!
¡De seres con demasiados colores!
¡Seres a imagen nuestra!
¡Mas no a la semejanza!
¡Seor! ¡Seor!
El país nos espera
El país de las insolentes flores
De la clamante dicha
A cada instante el recuerdo
O el olvido a cada instante
Lo mismo o lo distinto
A cada instante
Nossotros mismos, los mismos o distintos
A cada pulsación del agua
Eligiéndonos entre las cosas
E desencontrándonos
Ah fementida brisa que nos llevas los nombres
Nos has traído al país donde las puertas no pueden cerrarse.
La lección

Tres por uno tres Conquista Colonia e Independencia tres por dos seis
Vegetal Mineral y Animal tres por tres nueve Sujeto Verbo y Predicado tres
por cuatro doce Padre Hijo y Espíritu Santo tres por cinco quince
Masculino Femenino y Neutro tres por seis dieciocho vamos a jugar trompo
tres por siete veintiuno Bonete Panza Libro y Cuajar tres por ocho
veinticuatro vamos a volar papagayo tres por nueve veintisiete vamos a
jugar gárgaro tres por diez treinta vamos a jugar metra cuatro por una cuatro
vamos a jugar gurrufío cuatro por dos ocho vamos a jugar la semana cuatro
por tres doce vamos a jugar ladrón y policía cuatro por cuatro dieciséis
vamos a jugar a los caballos cuatro por cinco veinte vamos a jugar a hacer
cosita cuatro por seis veinticuatro jugamos al tigre cuatro por siete
veintiocho jugamos al león cuatro por ocho jugamos al marinero cuatro por
nueve jugamos a la pelota cuatro por tigre papagayos cuatro por león ladrón
cuatro por policía metra trompo por papagayo gárgaro metra por gurrufío
cosita semana por ladrón caballo tigre por león papagayo león por trompo
semana ladrón por gurrufío gárgaro metra por caballo tigre, jugamos al uno,
papagayo por cosita da tigre, jugamos al dos, metra por tres da tigre, tigre
por avión da cuatro, ladrón por gárgaro da cinco, gárgaro por semana da
seis, tigre por cosita da siete, león por escondite da ocho, marinero por
escondido da nueve, escondido por caballo da diez, diez por uno diez, diez
por dos veinte, diez por tres treinta, diez por cuatro cuarenta, diez por cinco
cincuenta diez por seis sesenta diez por siete setenta diez por ocho ochenta
diez por nueve noventa diez por diez cien.
Debe ser más ordenado en los recreos.
Caballo blanco

Caballo blanco de la madrugada, caballo isabelo mosqueado de la


amanecida caballo bayo de la mañana caballo alazán del mediodía caballo
gateado de la tarde caballo rucio paraulato del crepúsculo caballo zaino de
la puesta de sol caballo negro de la noche.
Caballos de humo de los sueños.
Tarea escolar: El crecimiento

el Cresi miento los niño cresemo i devemos alimentarnos bien para creser
esta maña na oi cresi y no me cirven los sapatos i no me cirve la cami sa al
medio dia cresi i no me cirve la escuela a la tarde cresi i no me cirve la casa
a la tarde cita cresi i no me cirven los campos cuando sea la noche no
me cirve nada mas
Ru veN
Debe mejorar la ortografía.

80 KPH. — Las motocicletas corren ¡corren! por paredes, convertidas


en sombras: pasadizos alfombrados: cuartos de baño con paredes de de
mármol: enrejados: paredes de yedra: pisos asperjados de sangre: de un
espejo saltan a otro y se astillan en la superficie: depósitos de chatarra: los
motociclistas masturban las máquinas: hienden escritorios: rompen
laberintorios: perforan biombos: arrojan siluetas en pantallas nipónicas:
estampan sellos de goma en carne humana: rampan en vidrieras: apuntan
con los falos de los faros: irrumpen en ceremonias espesas de incienso:
sobre tumbas de mármol donde sobrenadan reliquias en charcos de aceite:
entre coronas de flores: hacia estatuas de arcángeles: contra bolas de
espinas: sobre fosas abiertas: por mesas enmanteladas: en fosos de
orquestas: por las plateas de las óperas: sobre mesas de billar: entre bolas
multicolores: siempre derrumbando puertas: en arcos silenciosos gravitan:
en pasillos penumbrosos cintilan como muñecos de fósforo: dentro de
traganíqueles estrellean: motoarrancan las motocicletas: entre cabinas de
vendedores de lotería: dentro de precintos policiales: en quirófanos
cloroformizados: circulan como alucinaciones: emplomadas en los cielos de
los vitrales: diseminadas en las volutas de las capillas: armonizando con los
instrumentos del martirio: en interiores alumbrados con velas: como la vida
pasan: arietes rompiendo instantes: desperdigan las vajillas: en pisos de
granito o mármol o mosaico se pierden: se repiten al infinito en la noche de
los empapelados: por sol siempre una lámpara: derretida al borde de las
ollas hirvientes: no hay freno.
Fundación

Golpeado a la mañana trece veces el poste sangrante. Marcados con trece


ojos los solares. Clavadas trece lenguas en las esquinas de la plaza de
armas. Marcadas con trece corazones las letrinas. Ornadas con trece
manos las palizadas. Trece veces ungidos con bilis. Untados trece veces con
sudor. Empalados trece indios para la procesión. Amasadas al mediodía
trece hostias con sangre. Marcados trece nichos en el solar de la iglesia.
Pasados trece soles rojizos. Avistados trece cometas de sangre. Hundidas
trece piedras en las heces de muertos. Escupidos trece granos de maíz.
Muertos trece caballos en batalla. Caídas trece reses de peste. Trece
moscas luciendo en sus vientres. Posados trece pájaros negros en los trece
patíbulos. Trece veces azotada la imagen de San Miguel milagroso. A los
trece vientos de la noche preguntamos quién se oponía.
Contestónos una lluvia de sangre.
Composición escolar: Los seres mayores

Los se res mayo res saben multi plicar los seres ma yores sa ben di vidir los
se res mayores sa ben su mar los seres ma yores saben res tar los se res
mayo res sa ben escribir los seres mayo res saben dibujar los ser es mayo
res saben domar los caballos saben los hectolitros y las coníferas y las
cariátides los seres ma yores saben todo a mi me dan mu cho miedo los
seres ma yores a mi me da mi edo ser ma yor sa ber lo todo menos la Ceño
rita Rita que es la maestra nueva a ella le pido un di bujo i me a echo un
muñeco un ocho con dos ojitos a mi no me gusta el di bujo
a mi no me gus ta que la Ceño rita Rita le da pena ella no
sa be en tonces los seres ma yores tam poco saben
enton ces que ai de tras de las co sas
nunca voi acer mayor

Ru VEN

Debe frenar los errores.


Los caballos

Los caballos se alínean para la procesión e pestañean bajo la testera, entre


entrambos ojos el ariete unicornio. Cabecean embarazados por las
capizonas de cota de malla con reflejos verdes de ala de mosca e
entrechocan las bardas del petral e las bardas del flanco e las bardas de la
grupa. Sobre sus sillas púdrense caballeros yertos dentro de sus armaduras.
Gusanos rebosan por las hendijas de las borgoñotas, de las martingalas, de
los petos e los quijotes e los guanteletes. Corona de moscas en su penacho.
Pastarán a su albedrío, hasta que la roña los libere.

90 KPH. — Correr.
91 KPH. — Forzar las pistas de concreto.
92 KPH. — Atravesar como aros de papel los cuadros al óleo.
93 KPH. — Sudar aceite.
94 KPH. — Arder con los números de fósforo del tacómetro.
95 KPH. — Esquivar rayas blancas como trozos de tiza.
96 KPH. — Focos verdes como píldoras de bencedrina.
97 KPH. — Desgarrar los bolsillos del peto.
98 KPH. — Zigzaguear entre la lluvia de píldoras amarillas, rojas,
azules.
99 KPH. — Parpadear con los fogonazos que hacen al caer al suelo.
100 KPH. — Perderse en los fulgores.
Señorita yo no fui

Yo tampoco. Ni yo menos, señorita. Quien cambió los nombres de los


números. El que escondió los colores del día. El que cambió los nombres de
los animales. El que cambió las letras del alfabeto.
No fui yo, señorita, quien cambió el lugar de los polos. Los acusetas
dicen que fue Gutiérrez, señorita. Gutiérrez dice que si le echan la culpa, él
acusa a Martínez. Martínez sí fue el que escondió los reinos de la
Naturaleza. Embuste, señorita, lo dice porque él fue el que quitó de su lugar
el sujeto, el verbo y el predicado. Rubén, di que fuiste tú el que cambió el
antes por el después. Señorita no llore que ya va a aparecer el que escondió
el más y el menos. En el recreo se estaban jugando las virtudes cardinales y
falta una porque se les fue volando. Micael, di que rompiste el presente de
indicativo. Señorita no vamos a poder hacer las planas de castigo. Señorita
algún gracioso escondió la línea recta.

Por desorden, se suspende el recreo.


Desde El Dorado

Hasta San Miguel de los Arcángeles de Acataurima ha enviado el


Gobernador a juntar hombres de armas que oponer a la banda que ha
navegado los más poderosos ríos del Pirú e caminado las selvas e
domeñado la mar Occeana e agora torna degollando chrisptianos después
de haber conoscido El Dorado. ¿Cómo podía ser El Dorado? Les hemos
puesto cerco junto a la eremita que han incendiado por fortificarse en su
desorden pésimo de hacer desta Tierra Firme un Reyno suyo desunido de
todo vínculo o vasallaje al Rey, nuestro Amo. ¿Qué podían decirnos de El
Dorado? Con voces muy concertadas exxortámoslos a desertarse del
Antecristo que los arrastra a herejía contra nuestra Madre Iglesia. ¿Mejor El
Dorado que todo cuanto soñábamos? De uno en uno y de dos en dos con
artimañas dejan al Tirano y se nos pasan al campo real, ateridos de un
pasmo que les impide dirigirnos el habla. ¿Existiendo El Dorado, el vivir
martirio de non conquistallo y acidia desta mísera vida que nos vence?
Pícaros engañados, frailes condenados, burladores burlados, ganapanes
consumidos de lacerias, y soldados cobardes se nos pasan, estragados de la
carne de perro e caballo. ¿Tan menguada cosa El Dorado que viviríamos
ya sin ilusiones? Despacha el maestre de campo aviso al Gobernador para
que marche con el resto de la gente contra el Antecristo que mantiene el
desorden sin más milicias que un amigo, una barragana, y una hija.
¿Cierta cosa El Dorado, mas nosotros indiños de merecerla e apocados de
ánimos como el ciego ante el alba que viene? A la voz del asalto entramos
en el fortincillo solo para que el Antecristo nos arroje a los pies el puñal
con el que acaba de degollar a su hija para que no sea colchón de tanto
bellaco. A la luz de las mechas de los arcabuces que mengua en su yelmo,
amenaza contarnos cómo es El Dorado. El fogonazo revienta en su coraza.
Por terror de lo que pudiera decirnos, decapitámoslo.
Sus restos, dámoslos a los perros.
Un mastín de máscara roja hoza en sus redaños.
Los niños y los catetos

Los niños contra los catetos. Match deportivo con la asistencia del Señor
Director de la Señorita Rita y de la Sociedad de Padres y Maestros. En esta
esquina Abreu presente Arteaga presente Beroes presente Bermúdez
presente Cabrera presente González presente Hidalgo presente Rubén
Luque presente Lameda presente etcétera presente. Salen al campo con los
colores de la escuela entonando el Himno al Árbol. En esta esquina los
catetos los diptongos y las hipotenusas. Suena el pito para el primer tiempo
salen los catetos vacilan los niños ataca González pasa un diptongo impulsa
al cateto y pasa a la raíz cuadrada que choca con Rodríguez penalti el niño
Rodríguez condenado a quinientas líneas suena el pito atacan los quebrados
retroceden los niños tres puntos del programa avance de los hexágonos los
pentágonos y los epígonos Rubén retruca pero es rodeado por los esdrújulos
chuta pero bloquea la hipotenusa se retira detrás de los pupitres esquiva los
pretéritos pero cae entre la glotis y la epiglotis penalti pierde posiciones y
no logra parar el saque de los epítetos que arrollan a Beroes que resbala
llorando mientras los paralelepípedos embisten contra Bermúdez que pierde
calificaciones a pesar de la ayuda de Cabrera que resiste los paralelepípedos
pero resbala contra las estalactitas y las estalagmitas que producen su
descalificación llora Cabrera se rompe la cabeza Micael contra el máximo
común divisor grita Rubén Luque estropeado por un participio llora
González llora Hidalgo llora Rodríguez los niños cero los catetos veinte fin
del curso fin del match deportivo.

El desorden ha llegado a su límite.


Entre la noche

a veces por este pueblo de San Miguel de los Arcángeles, se pasea señor
Acataurima, rodeado de sus mensajeros, Añancui, que lleva su propia piel a
rastras, Tairamón, sus ojos en sus manos, Acacalcal, sus orejas cortadas,
Sanasgasán, arrancada su nariz, Baranbai, desgarrada su lengua. Brisas
soplan sobre la piel de Añancui, luciérnagas brillan ante los ojos de
Tairamón, picaflores depositan néctar en la lengua de Baranbai, pájaros
trinan en las orejas de Acacalcal, flores exudan los aromas prohibidos a
Sanasgasán. Al caminante que encuentran le ofrecen sus despojos. Salvará
encegueciéndose, ensordeciendo, arrancando su piel, escupiendo su
lengua. De lo contrario correrá para siempre en la noche, rodeado de
luciérnagas, pájaros, heridas, brisas y flores.

Composición escolar: Los signos de puntuación

Los, sig,nos, de, pun.tua.ción. sir;ven; pa; ra; se;ña;lar; las pau.sas. o.
in.di.car, el, en,ca,de,na,miento, del; dis; cur; so; tam;bién; son; de ¡sor!
¡pre! ¡sa! o! de! ¿in? ¿Te? ¿roga? ¿ción? pa? ra? pre? gun? tar, ¿qué? cosa?
es? preguntar? por? qué? ve? ni? mos? al? mun? do? ¡dos! ¡y! ¡dos! ¡son!
¿cuatro? qué? nú? me? ro? es? el? úl? ti? mo? ¡los pollitos dicen pío pío
pío! ¿por qué yo soy yo? ¡El! ¡agua! ¡moja! ¿cómo? ¿es? ¿no? ¿ser? ¡el!
¡tiempo! ¡pasa! ¿qué? ¿eras? ¿cuándo? ¿no? ¿eras? ¡Yo! ¡no! ¡soy! ¡tú!
¿por? ¿qué? ¿las? ¿niñitas? ¿se? ¿tapan? ¿la? ¿cosa? ¿con? ¿la? ¿falda?
¡cómo! ¡sabes! ¡que! ¡los! ¡otros! ¡no! ¡son! ¡tú! ¿qué? ¿es? ¿una? ¿pa? ¿la?
¿bra? ¡el! ¡día! ¡viene! ¿cuántas? ¿cosas? ¿se? ¿pueden? ¿saber? ¿cómo?
¿sabemos? ¿que? ¿no? ¿sabemos? ¡el! ¡día! ¡se! ¡va! ¿yo? ¿me? ¿llamo?
¿Rubén? ¡la! ¡luz! ¡alumbra! ¿cómo? ¡donde!
¿cuándo? ¡quién! ¿para?

¿desde?

¿hasta? ¿hacia?

¿sobre? ¿tras? ¿antes?


¿con? ¿cerca? ¿sin?

¿cuánto? ¿por qué?


La República

Querido tío
Alonso Ramplón,
Verdugo
Excuso la gran vergüenza de escribirte porque tengas noticia del alto
destino a que he llegado, viniéndome esto de mi padre que tanto remontó
que llegó a la horca, y aun más que él porque estoy purpurado según tengo
comido el cuerpo de llagas, suceso nunca visto que me acaeció desque
determiné venirme a las Indias y en el puerto me alisté en expedición
armada de ginoveses, y nos juntamos para ello tantos de la picarda gente,
que era cosa de vernos en los muelles los unos a los otros sacándonos pases
y tratando de sablearnos al punto que toda la espedición fue de caballeros
de industria y arriba de diez días de navegación no pasaron sin que le
hubiera ganado al capitán con dados cargados la mujer, la nao y el cargo, de
lo que no tuve provecho, por ser la mujer moza destas del trato, con aliento
que le olía a rasuras y dientes de difunto y cabellera ajena y enjalbegado el
rostro con albayalde, y garduña; el buque, con más agujeros que una flauta
y más remiendos que una pía, en lo que conocí que el armador había
vendido madera mala por buena y por deshacerse de nosotros nos habían
metido en él, y su mando, oficio diabólico de poner orden entre turba de
caballeros chirles, gueros y hebenes, traspillados, caninos y chanflones,
susto de los banquetes, cáncer de las ollas, polilla de los bodegones y
convidados por fuerza, y buscadotes, y putos, y buharrones, y mercaderes
de chismes, y hechiceros, y tahúres, y embelecos, vestidos de harapos y con
rodajas de cartón por calzas, y botas sin medias, y cuellos sin camisas, y
sombreros sin copa, y plumas desmirriadas y todos puntadas y cuchilladas y
trapos. Siendo de condición tal todos ellos, que pudieran desposeerme o
devorarme, determiné hablarles en guisa y razón de que tuviesen
comedimiento, de que en aquella nave íbamos al más encumbrado destino
jamás soñado de hombre alguno, que era fundar República de Picardía, y
que en ella tendrían cobijo y sagrado todos los falsos, enredadores, perjuros,
cismáticos, chismosos, remendadores de virgos, echadores de suertes,
mendigos, tramposos, espadachines, corchetes, alguaciles, abogados,
lambiscones, pedigüeños, verdugos, jueces, monederos falsos, letrados,
hipócritas, frailes, rabulientos, médicos, simuladores, cornudos y haraganes,
que con ser la más de la gente, harían desta república la más conforme con
natura y la más poblada de la tierra, y que en ella inventaría cada cual su ser
y su posición a cada instante, y a fuerza de estratagemas y de picardo
impulso fingirían los grados, y las reputaciones y los títulos. Y les pareció
bien,
y se alzaron voces, y tras ellas motes, y tras ellos varapalos, y
mojicones, y tolondrones, y chichones, y en estas ocupaciones del servicio
principió a ventosear, y desatóse borrasca de truenos, que según hedían no
eran de buena casta, y soltaron presos diciendo ser cosa necesaria, y me los
echaron encima, por lo que creí ser diluvio y refugiéme en la cámara
rogándoles ser escusado mientras proveía un papel para dejar en limpio y
evacuar las premáticas mayores del gobierno. Y dejáronme, por robarse los
unos a los otros las armas y las mujeres y las ropas, y engañarse entre ellos
vendiéndose y revendiéndose las posiciones y canonjías y cargos desta
República, y cayeron como langosta sobre la nao, haciendo de las velas
ropilla, y del cordaje, cordones para disfraces de ermitaño, y del lastre de
plomo, moneda falsa, y del sebo, narices y caras fingidas, y de las cartas de
marear, títulos, y de las agujas de las brújulas, ganzúas, y del cuero de los
atambores, naipes trucados, y de la galleta, miga para sellos contrahechos, y
al fin sucedió que robábase alguien las tablas de la nao por hacer rosarios de
cuentas frisonas y venderlas como reliquias de la verdadera cruz, con lo que
dio el bajel de través y llegamos a nado a la Tierra Firme, y fuimos
acogidos por los naturales indianos con tanto contentamiento y con tan
buenos modos, y dellos de tal modo fuimos confortados y socorridos, que
conocimos los tales no ser humanos, por faltarles la malicia, que es lo
propio del hombre. Y en convencimiento tal monté en el único rocín que no
había sido carneado para hacer dados con los güesos, y esgarré y pregoné la
siguiente Premática:
Por la presente téngase constituida la República de Picardía, y llévese a
honra no trabajar nadie, que esta es mezquina circunstancia que solo excusa
el cautiverio o la mengua de ingenio, y por provisión dello destiérrense las
labores y córtese la mano que las hiciere y quémese en la plaza pública y
santígüense con sus cenizas los devotos para exemplo de las almas pías.
Otrosí, y acójase por muy probado, de disimular en lo picardo, que por
conocida la mercancía nadie la compra, y blasonar de lo que careces, y a
mayor lacería, mayores preces, y de santidad desayunaraste, y de honradez
almorzarás, y de seriedad cenarás, siendo todo trampa y vanidad y mejor
barreta para forzar los cofres.
Ansimás ejérzase en esta República la picardía, que es arte liberal, y
susténtense de la industria, y el engaño, y la añagaza, y la sisa, y la trampa,
y el embeleco, y la patraña, y el espejismo, y la tramoya, que son sustancias
volátiles y quintaesencias ligeras que no dan lugar a harturas, pues mientras
más se consumen más ganas dan dellas.
Otrosí, que los hermanos se abajen ante el poderoso y lo sigan y lo
encomien, que el ir del pícaro tras el poderoso es como el del chacal, que
sin riesgo se sustenta de lo que el otro mata, y siempre comerá de sus
sobras.
Mismamente, que no se ha de despreciar al pobre por creer de no poder
esprimillo, que si pobre es, es porque deja que le quiten, y todo viene de su
mano y el arte está en sabella aprietar que aun el brazo te deje y te lo
agradezca, por lición y escarmiento desta República.
También, que sea aquí el besamanos, y acullá el homenaje, y acá el
acatamiento, y trascullá el besapiés, y aquí la venia, y trasallá el
develamiento del retrato, y por allí la estatua, por ser el respeto arte más útil
para el pícaro que la ganzúa, y sea notorio.
Por la presente ordénase asimesmo trastrocar el idioma porque los más
señalados de nosotros no seamos descubiertos y ansí a nuestras fechorías
llámense hazañas, y a nuestros engaños, dotrina, y a nuestros robos
comercio, y a nuestra usura finanza, y al ladrón magnate, y al ladrón más
ladrón, estadista, y haya pompa e fasto e banderolas de podre e flema e
pártase en cuartos al que sea sospechado de no incurrir en fingimiento, e
atán téngase por tan grandes prendas honrilla e punto e vanidad e linaje e
apellido que sin ellas no se viva, y antes que ellas acábense los piojos, e
chinchas, e pulgas, e sarnas, que consuelan al pícaro y le dan exemplo del
morder y medrar a costa de otros.
A manera de consecuencia destiérrase por siempre y bajo pena de vida a
la verdad, e sostitóyase por el falso testimonio, e espóngasse al vilipendio e
córtese e clávese salada sobre las puertas la lengua que dixere lo cierto, que
atán fácil es la verdad como la mentira, e acaso más descansado que facer
un fecho, decir yo fice, e todo sea rumor, e hablilla, e chisme, e rezongo, e
diviértanse todos con ello, que es la lengua gran órgano con el que podemos
relamernos e hacernos tal cual queremos parescer, e con ella ponernos
títulos, e glorias, e cruces, e grados, e ingenios, e talentos, e hazañas, e
virtudes e bondades, e trabajos, e méritos, que nunca fueron vistos ni en la
tierra ni en los cielos, que más sustenta la lengua que las columnas de
Hércules, y así podremos ser llamados Don de Lenguas, o Marqués de la
Boquilla, o archipícaros, o Dotores de la Saliva.
Pero también predíquese por la presente el no quedar de pícaro de boca
en boca, que el rumor, con llevarlo el diablo, poco dura, sino que téngase en
menosprecio el pícaro que no haga bulla con el pregón, y la letra impresa, y
con la música y la prédica de los vendedores de bulas, y doctos, y
santiguadores, y las coplas de ciego y los vomitadores de sonetos y
cagadores de rimas y abortadores de tratados, que atal bulla face esta
canalla que llegará más lejos que la voz del propio pícaro, y son baratos, y
facen parir los montes, y es infalible.
También doy igual bando que no se escluyan de pícaros los pedantes, y
los letrados, y las lumbreras de la huera ciencia, y los académicos de la
polilla, y magísteres de la hojarasca y académicos de la Polvareda, y
zurcidores de compendios, y ropavejeros de opiniones ajenas, que comen de
hablar de lo que no entienden, que es arte de pícaros, y así declárase.
Otrosí por ser los bobos subsistencia del pícaro, provéase casas donde
sean los niños mantenidos en la ignorancia y el engaño, y llámense
escuelas.
Por igual providencia considérase que, no siendo igual la ligereza de
manos ni la agudeza de uñas, no debe haber igualdad entre los pícaros,
porque se entretenga el mayor número tratando de subir donde los
señalados, y estos en despeñar a aquellos, y que en ello se pasen el tiempo
sin perturbar otras partes y misterios desta República.
De igual modo permítese que los haya pícaros de todas las profesiones
mientras las enderecen a dañar al prójimo, sin otro reparo de que sea
declarado excesivo y peligroso el pícaro que se las da de bobo, por ser el
más afilado y temible, y un punto más si presume de docto, y aun más
todavía si se pretende bueno, y aun peor si quiere presumir de santo, que
tantos males juntos no son de pícaro sino de hipócrita, y para protección de
la hermandad se le pregone y se lo señale, y lleve él unas tabletas o
cascabeles como de lázaro, y deba sonarlas en poblado porque los cristianos
lo conozcan y le huyan y se prevengan, y si aun fueren engañados, ténganlo
por penitencia y padézcanlo.
Contrariomodo y es precaución, de que dejar subir siempre a los más
hábiles de nosotros a los más altos cargos sea peligro de que acabemos
todos desplumados y tragados y consumidos por la tanta voracidad del
talento picardo, que sea permitido en veces aupar a los más altos sitios al
más lerdo, que es caridad, cuantimás que entre los pícaros haylos tan
estropeados, y tan menguados, e incapaces, y tristes, y horroros, que
parezca que no han de tener provecho, y por ello se les permita unirse en
cofradía y dar en elogiarse los unos a los otros y cerrar filas como los
carneros, por ver si entre el infinito número de los tontos del mundo
encuentran quien les crea, o por lo menos que entre su propio grupo tengan
contentamiento, que más presto corre la mala moneda que la buena, y bien
apretadas se calientan las chinches, y yo me entiendo.
Otrosí mándase que el pícaro que con tan menguada condición hoviere
dado que le queden solo las ganas, haga gran aparato de sospiro y tristeza y
diga, aquí no soy reconocido en mis méritos, y diga, en esta condición me
tienen los invidiosos, y diga, vuesamerced no será de los enemigos malos
que dan en hacerme la mamona, y además haga tanto hábito de extender la
palma de la mano que se crea que tiene la del martirio, que es pícaro
protomártir y dotor en lástima, y rebañe con las sobras si no encontrare
quien lo mantenga.
También de las pícaras, y leznas, y garduñas, y engulle fisgas, y escalfa
fulleros, y esquilmonas, y sobrevirgos, y conqueridoras de voluntades, y
harpías, y corchetes de gustos, y estratagemeras, se las condenas a negar
que lo son, y es bando que todas vivan del hombre así como este vive del
tonto, que es decir una misma cosa, y mientras mejor y más tiempo lo
embistan y usen y usufructen y espulguen, en más preeminencia ténganse, y
protopícaro el que las goce sin mantenellas.
Otrosí téngase por fundada y constituida esta República y ordenada en
todas sus partes según la premática precedente, y otras que saldrán de mi
caletre, y dure eternamente, y tengan aviso los pícaros de meterse en todas
las asonadas y trastrocaciones y contrastes y revoluciones que en ella haya,
de modo que ninguna lleve a buen término. Declarándose provechoso que
haya bandos, porque todo el mundo tenga a quien traicionar y cuando no
tenga otra cosa que ofrecer venda su fe, que es cosa de que puede estraerse
suculento caldo, y de más sustancia mientras más veces se haya mercado.
Así dije, y aclamáronme fundador desta gran República e inventor de su
principio, que conforme es de duradero barrunto que no ha de tener fin, y
protector de su población, que conforme abunda y nos viene de todos los
sitios ha de ser más que las moscas; conociéndoos que sois singular en el
arte de verdugo, y de jinete de gaznates, y de deshonrabuenos, y tocador de
pasacalles públicas en costillas de cinco laudes, y meneador de pencas de
tres suelas, y de cordeles, lazos y otras herramientas del oficio, por la
presente os mando a llamar a Segovia, que os vengais por la nave más
próxima, y no tengais afrenta del oficio, ni sentimiento, ni vergüenza, que
agora estamos en una tierra y época en que el verdugo es tenido en tanto y
tan alto, que sea orgullo tener con él valimiento, y le están reservados los
más altos sitiales, y aun sin recatarse de lavarse las manos tras hacer
morcilla de un cristiano e hurgarle las vísceras, pudiera un verdugo sentarse
a la mesa y ser agasajado, y tener un título, un nombramiento, un cargo, y
aun el sostén de la República, y ser della soberano, y ser tratado sin asco, y
sin oprobio, atán es de estraña y diversa esta República, y mudado en ella
todo, que sinon lo tocara a cada instante y lo palpara y lo mirara para
convencerme que no sueño ni desvarío ni estoy endemoniado, reputara ser
fábula. Respóndeme luego, y entretanto, Dios os guarde. Vuestro sobrino,
Pablos
Cumpleaños feliz

Te deseamos a ti. A ti a quien hemos llenado la boca de caramelos y las


manos de silbatos y cuchillos sin filo, y hemos cubierto la cara con un
antifaz para no ver la expresión de tus ojos ante esta torta con velitas que te
ofrecemos gritándote ¡Que los cumplas feliz! ¡Te deseamos a ti!
A ti que ahora soplas y la primera vela no se apaga ni se apaga la
segunda ni la tercera ni la cuarta ni la quinta y por más que soplas aire
saliva caramelos, las velas arden en la oscuridad de la sala, derritiéndose
lentamente, hasta hundir sus llamitas en la cremosa torta rosada.
Ante tus lágrimas, una casi transparente llama se enciende en el rostro
de tu abuela e inútilmente soplas, intentando apagar el resplandor que la
consume. Papá, mamá, tío, tía, también llamean en hilera, en el centro de la
sala cantando mientras la llama desciende, dejando solo pavesas y
recuerdos dispersos, mientras soplas, soplas aferrando silbatos y dulces.
Ahora sientes que también una llama acaricia tus cabellos y corre por
tus mejillas. En el centro de la sala, aferrando silbatos y dagas, sopla, sopla,
sabiendo que la llama no se apagará, que te va a consumir hasta las raíces.
La misma sala arde y arde el cielo. Y esta fiesta durará muchos años. Que
los cumplas feliz. Te deseamos a ti.
La nao

E que esta relación pongo en un botijo e arrojo al mar porque quede


noticia de lo sucedido. E que en la bodega iban negros arriba de
trescientos, todos bien maniatados e ferrados conforme es la costumbre. E
que en el entrepuente iban negros arriba de ducientos, todos conforme al
orden que va dicho. E que los infantes que maman teta no los cuento,
porque según es conocido, mueren. E que Dios instituye la esclavitud en el
libro del Génesis e destina pueblos a ella hasta la consumación de las
generaciones. E que el apóstol Pablo en la epístola a los efesios ordena al
esclavo obedecer al amo como a Cristo, con temor y temblor en la sencillez
del corazón. E que el Tomaso Aquinias la tiene por conforme al derecho
natural y a la luz del Evangelio. E que el Santo Agustín justifica la
esclavitud por ser merecimiento de pecado. E que en la bodega declaróse
la gran pestilencia de calenturas. E que nos dimos priesa en largar a las
aguas los primeros veinte aun vivos, por el temor de pestilenciar la
mercancía restante. E que la nao estaba mala para el marear; por en parte
el casco comido de broma, por en parte la gran tupidez de vegetaciones
adherida en la quilla. E que los negros repetían día y noche changó changó
changó. E que nos iba la vida en terminar la travesía antes de la época de
los ventarrones fuertes que barren los mares. E que tengo averiguado ser
changó demonio o espíritu de estos salvages, que gobierna los truenos e las
conmociones de los cielos e de los océanos. E que a las aguas largamos
otros veinte e perdíanse a plomo en el abismo. E que me daba cuenta el
piloto que no hacíamos travesía arriba de cuatro leguas diarias. E que los
moribundos se perdían en las espumas gritando changó changó changó. E
que el piloto atribuía el menguar en la derrota al gran tirar de las
vegetaciones del casco, que enredábamos con un yerbajo o alga que tupe
estos mares. E que por la borda llegamos a tirar del número de
cuatrocientos e perdíanse en el agua sin ser comidos de los grandes peces
que nos seguían. E que el timonel decía ser tal el despacio de la travesía,
que aun de hambre pudiéramos morir si no éramos presa de los
ventarrones. E que descubrimos la pestilencia ser de variolosos e cerramos
e sellamos las bodegas. E que en la noche largaban una luz azul las puntas
de los masteleros. E que el timonel y arriba de doce de los marineros
cayeron con la pestilencia. E que en las bodegas oíase changó changó
changó a pesar de que ya no bajábamos el agua ni la galleta. E que sobre
el mastelero de gavia se vían las estrellas del Sagitario. E que parecíamos
clavados en la noche. E que el piloto murió diciendo no haber esperanza de
terminar la travesía antes de la llegada de los ventarrones que trastruecan
los mares. E que yo mismo fui tomado de la viruela e sofrí cuanto no hay
palabras de la calentura. E que desde el castillo de popa se ve el chispear
de las centellas en el horizonte y el blanquear de las olas, que es como si
hubiera abrojos y rompientes en estas aguas que no los tienen. E que las
hachas se les caen de las manos a los marinos apestados que tratan de dar
por el suelo con el aparejo. E que corro afiebrado por toda la cubierta. E
que un gran sacudir del maderamen me hace rodar a las bordas e que en
ellas me aferro de las maromas. E que un relámpago me hace ver el abismo
e sus profundidades. E que en ellas relumbran los ochocientos ojos de los
negros que ahogamos. E que aferrados con sus muertas manos a la
vegetación del casco e a los enredijos de algas del agua, nos tienen como
anclados esperando los vientos que agora hacen blancos los mares. E que
desde la cubierta se oye el canto de los encerrados. E que no quiero dejar
de oír ese canto, porque será la última voz de hombres que oiré, antes de
que el ventarrón sofoque mi Padrenuestro, antes de que sofoque la voz
misma del trueno.
Composición escolar: Colorín colorado

Este era un niño que se llamaba Rubén. Este Rubén que yo digo inventó la
manera de juntar las luciérnagas y volarlas de noche como un gran
papagayo. Él también esperó que cayera una estrella sobre el sube y baja
del parque para coger impulso hacia arriba. Así escapó del pueblo de las
abuelas que se pasaban la vida encerrando a los nietos. La enfermedad de
las aventuras le comía tanto el corazón que ya no podía soportar los días.
Este Rubén era tan valiente que esperó a que cayera un relámpago y subió
por él al sitio donde nacen las nubes. Así llegó al país de los días
sorprendentes y vagó deslumbrado por la selva de los instantes magníficos.
Jugando al escondite llegó al pueblo donde se guardaba la felicidad en
botijas y se la enterraba por miedo de gastarla. Gracias al tesoro de felicidad
que Rubén desenterró, pudo construir el trespuños para navegar en el mar
de las pesadillas. Así llegó al fin de su viaje al sitio de las cosas que todavía
no habían nacido. Por allí anduvo Rubén hasta que la lluvia de tizones lo
obligó a buscar refugio en el pozo donde se guardan las cosas más
imposibles. Entonces fue que pelearon el antes y el después. Rubén dirigió
los ejércitos de soldados de plomo que conquistaron la ciudad del Ahora.
Por esos lados ya empezaba la pelea entre las cosas y los nombres de ellas,
que no querían seguir juntos más tiempo. En el país de los diccionarios
peleó con la palabra de los mil millones de significados. Gracias a la ayuda
de ella fue que salió con vida del bosque de las tijeras empeñadas en cortar
los gritos. Después se entretuvo en detener los instantes hasta que llegó a
preferir su recuerdo. Pasaron miles y miles de años. Las estrellas cogieron
la manía de caerse y Rubén las recogía para alumbrar los mundos que
creaba cada mañana. Entonces fue que Rubén inventó los ríos viajeros que
fluían para donde él quería ir, y así hacía los viajes boyando. Por eso acabó
depositado en el laberinto de los ojos curiosos. Entonces se le ocurrió cantar
las canciones más tristes y un torrente de lágrimas lo elevó hasta una torre
tan alta que estaba llena de los esqueletos de sus constructores, que
murieron bajando. En lo alto de la torre se encontró una princesa tan bella,
que se había encerrado allí para evitar que los niños murieran de amor por
donde ella pasaba. Para libertarla Rubén puso a pelear al dragón del día y al
dragón de la noche amarrándoles los rabos sobre las montañas de menta.
Prendiéndose de un cometa que pasaba pudieron la princesa y Rubén saltar
la muralla y alumbrar el país de la noche. Estaban tan enamorados que a
cada momento debían pelear para acordarse de que eran personas distintas.
Así rescataron el sol que había quedado enredado en las selvas de los
confines del mundo. La princesa murió de alegría de saber que nuevamente
había luz en los campos. Rubén la dejó en la cascada de instantes en donde
por primera vez se amaron. Atacado por la peste del amor vagó lacerándose
por el país de las espinas. Bajo lluvias de cascabeles llegó hasta el
cementerio de picaflores que está situado en la luna. Allí el Rey de los
pájaros le contó del bosque donde estaba la rama que le permitiría resucitar
a su amada. Por llegar a ese sitio se fatigó en la batalla con el camino que
devora los pasos. Rubén depositó una a una sus armas en la puerta del amor,
donde solo se entra indefenso. Entonces cayó al suelo herido por uno de los
arqueros dorados del León de latidos de plomo. Allí permanece para
siempre, con el corazón atravesado por una varita mágica.
Primeras formaciones económicas en San Miguel

El afán de la crítica histórica de cuantificar los hechos nos permite


reconstruir las primeras formaciones económicas en el área de San Miguel
de los Arcángeles de Acataurima. Desde la constitución de un cavildo en la
localidad se distribuyen las tierras conforme al rango e influencia de los
derechohabientes y según relación de servicios prestados en guerras de
indios, configurándose así una primera partición de tierras y solares
dedicados a la actividad productiva preponderante o sea la siembra de
vientos y la recolección de tempestades. Constan documentos históricos
sobre una partida de trece indios encomendados al capitán muy esforzado
Dn. Luqe de Vivar Garcipeña los cuyos indios alimentábanse del silbar
melodías inconsonantes y un su descendiente destinó aun fanegadas a la
cosecha de suspiros y la recolección de ideas olvidadas, de lo que hubo de
liquidar el quinto del Rey, más las restantes tasas, quitas y gabelas del uso
en calidad de villas y castillos, de lo que vino seguramente la prosperidad
inmediata del San Miguel historiado en crónicas y relaciones pergeñadas
en aguas chirles y desmoronadas en los archivos de Indias. Otra cosa era
la que pasaba no obstante en la dura realidad de los hechos. Abandonada
la cría de cuervos por la escasez de ojos, las dificultades del comercio de
infundios con la metrópoli y la acumulación de aves de mal agüero y
pajaritas preñadas determinó indiscutiblemente el fenómeno de las
aleaciones inciertas de quien se acostaba viejo y amanecía niño de teta o
de quien amanecía negro y en la memoria de una siesta era blanco. Las
lluvias de calamidades favorecieron las subsiguientes cosechas de
agravios. Una creciente de enamoramientos confundió los olores de los
lechos. Entretanto se desplazaron los colores de las cosas y los espejos nos
devolvían caras que eran ya las de nuestros nietos y en las agonías
moríamos muchas veces con tantos nombres y tantas caras dándonos las
manos con nuestros descendientes, traficantes de negros, lanceros,
cantadores, soldaditos, milagreros, hacendados, montoneros, subversivos y
niños. Por qué empezaba uno a escrivir las actas del cavildo y terminaba
en una grita de negros o porqe bendecía al San Miguel de la capilla y
terminaba llamándolo Acataurima. Porqe no mediando defensa y comiendo
los frutos agrios del nuevo poblado acabaría uno siendo todas las cosas dél
o un rastro de polvo fulgurante en los cielos. Contrariomodo en rangos y
sucesiones de instantes indivisos en viva llama amantes y amadas, padres e
hijos, cosas y seres, racionales e animalías. Quassidicat ser lo mesmo
agora que hogaño e espada que ferida – enquanto modo de entender, en
conjunción carnal e salival home e natura, e proprioceptivo principio e fin
nacía deste fulgor e aquesta noche a trastrocación de poderes e términos.
Ansimesmo desnudos e vestidos de la gala del banquete del despojo, en un
sestear sentir dentro del pecho las chicharras e padescer del ya estar en
todo e todos. Ansirazones mesmas por las quales resultaron dello
incendios, e alzamientos, e pestes, e tiranías, e hambrunas, e aun quando
más acuchillando a diestra e siniestra, e ansimesmo amparados en la
cólera ciega de la fe, tantas veces desficimos poblados e quemamos los
árboles del milagro e fundamos en baldíos desta amarga aridez
atormentados de las cosechas de huesos y el tráfico de fiebres hacia las
Antillas. Aquí nos consumimos. Acaso quédannos rumorosa tristeza, un
diente viejo, un ansia umbría. Acaso ni eso aun. Solo un susurro.
Los juguetes

El tío saca a pasear a Micael.


Micael pasea en la noche de diciembre.
Micael y el tío ven las vitrinas.
Las vitrinas están llenas de juguetes.
Los juguetes huelen a latón y a pintura.
Los juguetes miran con sus ojos de vidrio.
Los juguetes se mueven con la cuerda.
Los juguetes caminan torpemente.
Los juguetes entran y salen de las cajas iluminadas.
Los juguetes se saludan con alegría.
Los juguetes se paran cuando se les acaba la cuerda.
Micael mira al tío.
El tío mira con sus ojos de vidrio.
El tío se mueve.
El tío camina torpemente.
El tío entra y sale de los edificios iluminados.
El tío saluda con alegría.
El tío se para con la mirada perdida en el vacío.
Micael mira al tío.
Micael aprieta la mano del tío.
Micael mira los transeúntes.
Los transeúntes miran con sus ojos de vidrio.
Los transeúntes se mueven.
Los transeúntes caminan torpemente.
Los transeúntes entran y salen de los edificios iluminados.
Los transeúntes saludan con alegría.
Los transeúntes se paran.
Todo se para.
Micael sabe que nadie ha oído su grito.
La mano del tío se mueve.
El tío lo mira con sus ojos de vidrio.
El tío y Micael se mueven.
El tío y Micael caminan torpemente.
El tío y Micael entran y salen de los edificios iluminados.
Rubén no:

Estudia Rubén no te jubiles Rubén no fumes Rubén no salgas con tus


amigos Rubén no te pelees Rubén, Rubén no te montes en la parrilla de las
motos Rubén estudia la química Rubén no trasnoches Rubén no corras
Rubén no ensucies tantas camisas Rubén saluda a tu tía Paulina Rubén no
andes en pandilla Rubén no seas tan enamorado, Rubén no hables tanto,
estudia la matemática Rubén Rubén no te metas con la muchacha del
servicio Rubén no pongas tan alto la radio Rubén no cantes serenatas Rubén
no te pongas de delegado de curso Rubén no te comprometas Rubén no te
vayas a dejar raspar Rubén no le respondas a tu madre Rubén, Rubén
córtate el pelo, coge ejemplo Rubén.
Caballos de arena

Caballos lentos reflejados en un mar que les baña los cascos ventean
caballos de arena que crecen hasta ser caballos de sal y se desploman en
caballos de vidrio. Los montas en pelo, caballos entre las olas que tienen
crines verdes y resoplar de espuma. Caballos de salitre que piafan
venteando yeguas de sal.
Primera carrera válida para el 5 y 6

Están cuadrando los ejemplares en el aparato de partida para la primera de


las carreras válidas para el juego del 5 y 6. Sono arrivato a questo paese
l’otto di febbraio de mille novecento cinquenta. Y aparece el primer
ejemplar, con los colores del haras, camisa mitad naranja, mitad plata
diagonal, martingala una plata, otra naranja, gríngolas naranja y plata. La
Vergine Santissima mi diparó colocazione nella Sastrería La Elegancia Se
Hacen y se Componen. Camisa lila con brazaletes azules, martingala lila
con brazaletes azules, gríngola azul. Implantammo la moda meravigliosa
del paltó con hombreras e il pantalone tubito que hizo furore nel barrio.
Camisa lacre con dibujos multicolores, pecho y espalda, martingala lacre,
gríngola lacre. La demanda della roba creció a pesar de la polémica sulla
elegancia que derivavano en battaglie a puñetazos nelle bare e botiquini.
Camisa franjas verticales, amarillas y azules, martingala con brazaletes
azules y amarillos, gríngola roja. Lavoravamo notte e giorno, lavoravamo la
doménica e chiudevamo le porte per ingannare gli ispettori del trabajo.
Camisa negra con media luna plata pecho y espaldas, martingala plata,
gríngolas negras. Subito una notte il dueño de la sastrería e io fuimos
arrestados. Camisa púrpura con cruz negra, martingala púrpura, gríngola
negra. Arrastrados nella notte a la patruglia que tenía luce rossa e sirena.
Camisa mostaza con alamares verdes, martingala mostaza, gríngolas verdes.
II cuore se me sobresaltó al vedere que eramos traslados alla sede della
Polizia Seguridad Nacional. Camisa a tres rayas verticales, azul roja y
blanca, martingala blanca con brazaletes azules, gríngola roja. Nella carcere
horribili i polizziotti mi dicevano confiesa e io dicevo ma que confessione
se io non ho fatto niente. Camisa coral con bandas cruzadas azules. Non me
davano da mangiare e io dicevo ma sono inocente. Martingala coral con
brazaletes blancos. Sono inocente per la Santissima Vergine. Gríngola azul.
Nell’abismo nero della desesperación había caído cuando apareció nella
mia prigione il Gentiluomo Aquileo Aquilone. Camisa, martingala y
gríngolas grises, con flores multicolores. Al vedere il suo traje comprendí
que era uno gentiluomo, bella cravatta di seta con una perla grossisima, me
ofreció un cigarro de una cigarrettiera di argento. Camisa mandarina con
cuadros negros y blancos. Me dijo: sono de visita, mi hanno parlato del
vostro caso. Gríngolas mandarinas. Mi hanno detto que é gravissimo, ma un
abogado puede conseguire la libertá per cinco mil bolívares. Camisa negra
con estrellas de oro, pecho y espalda. Asombrado della coincidencia creí en
un signo del cielo, perche era la misma suma que io tenía nella mia libreta
de Banco que me avevano quitado los agentes cuando me arrestaron.
Martingalas de oro con brazaletes dorados. Autoricé el retiro e due giorni
dopo ero libero. Gríngola de oro. La sastrería era cerrada, el dueño se
obstinaba en non confessare. Camisa rojo sangre con estrellas de hueso. E
non dava il denaro per l’abogado que era amico del Gentiluomo Aquileo
Aquilone. Martingalas de hueso con brazaletes de sangre. Pregunté por el
dueño nella Seguridad Nacional ma me hanno detto de non preguntar si non
voleva ser detenido como cómplice. Gríngola de hueso. Nella sastrería i
polizziotti se habían llevado tutto el casimir e las máquinas. Camisa azul
con estrellas verdes. Solo restavano las cartas que venían de Livorno cada
semana para el desaparecido. Martingalas verdes con estrellas azules. Io
non me atrevía a abrir las cartas, io non me atrevía a devolverlas, neppure a
esconderlas de manera que non me miraran desde el suelo vacío. Gríngolas
azules. El giorno antes de vencerse el alquiler cerré la puerta de acero sobre
el montón de cartas sin contestar. Camisa color de nube con estrellas color
de aire. La mujer de la limpieza las tiró todas a la basura. Martingalas de
aire con estrellas de nube. Gríngolas de estrellas.

101 KPH.— Instalar las ruedas de acero con púas.


102 KPH.— Esquivar los pájaros que se nos estrellan en la cara.
103 KPH.— Barrer a cadenazos las cabezas que ruedan por el suelo.
104 KPH. — Embestir planetas de azufre y vidrio negro.
105 KPH. — Romper pirámides de bombas de gasolina y latas de
aditivo.
106 KPH. — Fracturarnos los esqueletos de cromo.
107 KPH. — Pero el ritmo que no se siente con el pie desnudo el ritmo
que no se siente con el corazón el ritmo.
108 KPH. — Con el pecho arrastrar banderolas de plástico.
109 KPH. — Y lámparas encendidas.
110 KPH. — Uno mismo lámpara encendida.
Su cuerpo infinito

P: ¿Quién está en todas partes?


R: Dios.
P: ¿Quién desde antes del principio?
R: Dios.
P: ¿Quién presenció la noche en que te fue dada la vida?
R: Dios.
P: ¿Y el día en que tuviste Micael por nombre?
R: Dios
P: ¿Quién vigiló en el patio del internado por si se te escapaban las
malas palabras?
R: Dios.
P: ¿Quién observó en la capilla si tus ojos se desviaban de la espada del
arcángel Miguel al escote de la Magdalena?
R: Dios.
P: En el urinario, ¿quien presenció la mano que escribía el Hermano
Narciso es Marico?
R: Dios.
P: Y en la noche, ¿quién como un vapor, observando la quietud de la
mano en las sábanas?
R: Dios.
P: ¿Quién ha removido como un ratón el cajón lleno de compases y
reglas donde la tarea que por Soberbia Ira Envidia Avaricia Codicia Pereza
Lujuria no quisiste hacerle al hermano Teodosio?
R: Dios.
P: ¿Quién en un largo pasillo cuando te olvidaste de ti mismo
caminando de arcada en arcada, pero él no se había olvidado, arcada tras
arcada siguiéndote?
R: Dios.
P: ¿Quién que su ojo redondo es la tierra que pisas, sin descanso
mirando tus medias con rotos, tus ensueños culpables, tus culpables
olvidos?
R: Dios.
P: ¿Quién en la mierda del perro, el dolor de tu herida y el sudor de tu
insomnio?
R: Dios.
P: ¿Quién masticas en misa y se expande en tu cuerpo y desborda tus
poros?
R: Dios.
P: ¿Quién prisión de prisiones?
R: Dios.
P: ¿Quién murió esta mañana en la misa, recitada al revés como hiciste
la consagración, descreándose así lo creado, revirtiéndose el verbo a la
Nada?
R: Dios.
P: ¿Quién repleta el vacío, deshaciéndose en moscas su cuerpo infinito?
R: Dios.
Yo el Rey

Vista la muy humilde súplica de mi fiel súbdito y vasallo Carlo Felipe


Luque Gonzalo de Vivar Garcipeña, hijo primogénito y legítimo de mi
servidor Álvaro Luque de Vivar Garcipeña, conocido en fechos de
conquista de indios y fundar poblados en mi nombre, y siendo el pedimento
de que mediante cédula cumplidamente certifique y pondere la limpieza de
su sangre, y previo el pago de los derechos y contribuciones y gajes del uso,
doy fe que sus ascendientes son cristianos viejos, limpios de toda mala raza
de moros, judíos y mulatos, ecepto que el su ascendiente en línea repta de
tercer grado, nacido bajo un cometa de sangre y turbación en los cielos,
presenta cuartel y nombre y reputación de judería, y malo y relapso y
sefardita y renuente en su error y remontada su línea hasta Ahasverus y
pariente próximo de judigüelos horros que escupieron la faz de nuestro
Salvador Jesú-Cristo (Apócrifos, 66,6) y herreros que ficieron los clavos de
la Pasión y regadores con su orina del espino del que se fizo la corona de
nuestro Redentor, y bautizadores del vino de la Santa Cena, que ficieron
riña de gallos con el de la Pasión, y expulsados de Tierra Santa y
aborrecidos en Roma y abominados en Bizancio y quemados en Brujas y
arrojados de Granada, mezcla de sangre en lo más desconfiable y pésima
que en cuarta línea y también directo ascendiente, en mengua de la luna y
eclipse aborrecible del sol, hubo mancebía con Fátima la hija del
Antecristo e inspiróle la visión diabólica de los cielos y la herejía morisca y
la costumbre de bañarse y pariguales abominaciones como el arte de tejer
pentacles y amuletos geométricos en la caligrafía de las mezquitas y sanar
los cuerpos y medir el curso de las estrellas, unión mala y mohína y
detestable de la que nacieron brujas, y heresiarcas, y apóstatas, y
alcagüetas, y arrenegados, y verdugos, y notarios, y abogados y pícaros y
filósofos y fementidores y perjuros, gente toda de condición arrebajada y
vil; por bastardía infame emparentados con el Conde Don Julián, traidor
de las Españas, y hermanados con los Condes de Carrión, afrentadores de
las hijas del Cid, y en línea directa causahabientes en haberes y en fechos
de Don Sancho, y consejeros de Federico II de Suabia en su querella con el
pontífice, y amanuenses del libro infame De Triibus Impostoribus, y en otra
rama también de directa ascendencia es conocido que hubo también
labradores, y tejedores, y talabarteros, y zapateros, y herreros, y
carpinteros, y músicos, y vaqueros, y arrieros, y plateros, y albañiles, y
pintores y mozos de la cuadra, gente toda productiva y bajo tacha de
dedicarse a arte mecánica y vil, y con baldón confeso de vivir de sus
manos; otrosí que su agüelo durante servicios prestados en el sitio de
Viena, durante conmoción del fuego central y envenenamiento del fuego
exterior que rige los astros fijos, tuvo entronque con mujer venida de gente
ruda y dada al estoque, y culpable de duelo con armas hechizadas, de
donde vinieron monederos falsos, y limadores de moneda, y salteadores, y
falsos vendedores de bulas, y untadores de peste, y caballeros de industria,
y galeotos, y pordioseros, y arbitristas, y usureros, y estrelleros, y
atarantados, y embelecados desvariadores y locos, sinon que corregida la
mala inclinación del linaje, durante trastrueque de la música de las esferas
y putrefacción del séptimo cielo, por barraganía con hechicera que
convertíase en búho y bebíase el aceite de las alcuzas, e hija de zurcidora
de virgos y remendadora de voluntades, y nieta de murciélagos y machos
cabríos y cuñada de comediantes y prima de agoreros, siendo notorio que
lleva sangre de gitanos robadores de niños y ladrones de gallinas, y de
alquimistas, y de poetas, y de contrabandistas, y por aquí leznas, y por allá
garduñas, y acullá coimas, y trasacullá izas, y por doquier rabizas y
colipoterras y mozas del trato que, siendo ocasión de trígono entre el
enjambre de los astros zodiacales, engendraron linaje de gnósticos
sostenedores del conocimiento por la revelación, y platónicos soñadores de
ciudades impías, y maniqueos discernidores de la enemistad del bien y del
mal, y ebionitas que negaban el Jesú ser Dios, y cátaros que adoraron al
Espíritu Santo en el hombre, y coliridianos negadores de la virginidad, y
cirenaicos abominadores de la plegaria, y angelitas sostenedores de que
Dios hizo el mundo a través de los ángeles, y clínicos que no se bautizaban
sino en el lecho de muerte, y originitas negadores del infierno, y arrianos
contrarios a la consustancialidad del Verbo con el Padre, y nestoritas
adversos a la unión hipostática de la naturaleza divina y de la humana, y
monofisitas sostenedores de la humanidad de Jesú, y agionistas contrarios
al matrimonio, y pelagianos creyentes en el libre albedrío, y agustinistas
que lo niegan, e iconoclastas o enemigos de la adoración de imágenes, y
valdenses adoradores de la pobreza, y lollardos contrarios a los
sacramentos, y wyclifitas negadores de la propiedad, y danzarines que
creyeron encontrar a Dios en el desenfreno, y heliocentristas contrarios a
la escritura, y husitas negadores de la obediencia a los obispos, y moravos
predicadores de la comunidad de bienes, y munzeritas esparcidores de la
feroz anarquía, todos convictos y confesos de dotrina abominable y mala y
apenas nuevamente convertidos al gremio de Nuestra Santa Iglesia
Católica, durante sextil de falsedad saturniana y mercúrica doblez, con
sospecha de haberlo hecho por miedo o por interés o por sacrilegio o por
burla, sine ullo sensu pietatis, otrosí unido en cuarteronía de mulataje con
los negros que enviara Fernando el Católico para las Indias, de lo cual
resulta este linaje el más esclarecido y limpio de cuantos han pasado a
Tierra Firme, y el más preclaro y encumbrado que la cristiandad conserva,
y así se declara.
Un paseo en automóvil

Rubén pide colitas para ahorrar el medio del autobús. Se para un Dodge
Torpedo. El chofer le pregunta dónde
va. Para el centro, dice Rubén. Entra, le dice el chofer. Rubén se sienta
adelante. El asiento huele a cuero viejo. El chofer maneja con el sombrero
puesto. Es un sombrero como de llanero y echado hacia atrás. En la
esquina, una muchachita con un guardapolvo y zapatillas de lona roja
desteñidas se balancea agarrándose de un poste. Amenaza con echarse a
correr hacia la calle, y después se detiene. Mira a Rubén y ríe.
—El tráfico –dice el chofer.
—Ajá –dice Rubén.
—¿Qué haces?
—Estudio.
—¿Qué edad tienes?
—Trece.
El chofer arranca. Pasan frente a un cuartel. Rubén mira los soldados
firmes y las ametralladoras acostadas en la sombra de la prevención. A lo
lejos hay un patio soleado. Entonces alza la mirada hacia las ventanas
tapiadas y las torrecillas. Después se ve el campo de deportes. Patean
balones blancos. El chofer está atento al semáforo. Una camioneta trata de
pasarlo. El chofer la tranca. Rubén lo mira, agarrando sus cuadernos. En la
tapa de cada uno de ellos hay una tabla de multiplicar.
—Esos carajos –dice el chofer.
Rubén asiente sin decir nada. El semáforo cambia a verde.
—La otra vez me vino uno con vainas y le saqué esto.
El chofer mete la mano bajo el asiento, y saca una peinilla que huele a
aceite.
—Se quedó calladito. Pero si se me insolenta le salgo con esta.
El chofer se levanta el paltó. Rubén mira la cacha de una 38. Es una
cacha vinotinto. Pasan junto a una placita. Sobre un banco una viejecita se
hurga los ojos con un pañuelo. ¿Llora? No, piensa Rubén. Se limpia las
legañas. Las uñas ensangrentadas. Un niño patina. Otro niño trata de
detenerlo. El viento levanta las hojas enrojecidas y las faldas de las niñeras.
Un perro huele los matojos.
—Yo soy de la Seguridad Nacional –dice el chofer.
El chofer guarda la peinilla bajo el asiento. Rubén le clava la mirada.
Después, la desvía hacia las parásitas de los cables del alumbrado.
—¿Dónde dijiste que ibas? –le dice el chofer.
—Por aquí mismo –dice Rubén.
El chofer frena. Rubén, dándose mucha cuenta de las cosas, cierra la
puerta y le dice adiós pues.
Durante días trata inútilmente de recordarle la cara.
Cartel

A principios de Mayo de este año se ha fugado de la hacienda del Marqués


de la Vaca el esclavo Pedro Miguel, traído del África, de veinte años de
edad, alto de cuerpo, color oscuro, pelo castaño, pasudo, bien parecido,
culón, los pies troncos, con ojos de pollo, nariz chata, orejas caídas, dientes
buenos, fuerte complexión, y trabajaba de minero. Una espada se ha
robado, y cintajos, y pelucas, y una sobrepelliz. Es bastante ladino, algo
trapecista, y divertido. Mal cristiano, cantador, adivino, bailador,
malicioso, flojo, resabiado de mala índole, respondón, fantasioso. A los
esclavos de las minas ha levantado. Intenta fundar reino. Adora a Ochún.
Reza a Changó. Venera a Olofi. A Obatalá hace culto. Viste de plumas.
Villas y pueblos asalta. Desde los montes hace morisquetas. Nos subleva
los indios caquetíos. Hasta el alba toca tambores. En la siesta nos
sorprende montándose encima de nuestras blancas. Desde los postigos nos
lanza miradas peligrosas. Por donde pasa deja olor de cují que desgonza
las doñas. Desde los árboles se orina en el sancocho. Al Papa le ha pedido
título de santa para su esposa Guiomar, antigua cocinera de estos solares.
Contra nuestros caseríos mueve ataques y pobladas. Desde sus palizadas
nos enseña las vergüenzas. El olor de su tabaco menoscaba el incienso de
nuestros tedeums. Por las puertas de nuestras cocinas se mete con ruido de
ollas y risas de la servidumbre. Nada como un peje. Ve en la oscuridad.
Ronca como tigre. Habla con las plantas. Llama a los relámpagos. Doma
los temblores. A macana pelea. Bien maneja el machete. El primero con
maza. Nada para su ariete. Se lo mata y revive. Dondequiera hace niños.
Tiene pardos, mestizos. Y mulatos. Y zambos. Tercerones, zainos.
Cuarterones, mandingas. Quinterones, bachacos. Chicharrones, trompúos.
Zamuritos, bembones. Catirrucios. Lanudos. Tintos, bijos, canelas.
Rosquetados, zamarros. Y morcillas. Cachinches. Tostaítos. Culises. Se nos
mete en la alcurnia. Nos encrespa el pelaje. Nos relaja la vida. Nos
confunde el linaje. Que me agarren al negro. Que le pongan herraje. Que lo
amarren del poste. Que lo muerda el perraje. Que le metan candela. Que su
coco se raje. Que lo vendan barato. Que le brinden brebaje. Que le pasen
la mina. Que le enseñen lenguaje. Orden que viene el coco, señores, orden
que viene el coco, señores, orden que orden que orden que orden, que se
jodió este orden, señores, orden que orden que orden, señores, dónde fue, se
escapó, a buscarlo, fíncale que fíncale que fíncale ese chopo, caimán,
dámele que dámele que dámele con lanza, upa, dámele que dámele que
dámele que dámele, cosa rica, dámele que dámele que dámele que dámele,
que se bebe el güisque, que pelea en las sogas, que míramele ese swing,
que dámele que dámele que dámele que dámele, señores del Cabildo, y qué
fue, y qué hubo, chévere que chévere que chévere que chévere, que se les
fue ese negro, que a ese negro no lo alcanzan, caballero, que no lo paran,
que quién lo aguanta, óyeme, quese negro corre, oye, quese negro salta, oye
que óyeme que óyeme, quese negro brinca, quese negro canta, óyeme que
óyeme, quese negro vuela, que se me voló, que se me voló, voló, voló,
óyeme que se me voló y por allá arriba vuela ese negro. El que diere razón
de su paradero bien a su dueño Conde Patriciano de la Vaca que habita en
la dicha hacienda, o al que suscribe, se le ofrece una gratificación, y al que
lo aprehendiere, además de las costas, pero óyeme qué costas, pero qué
costas, pero que óyeme que óyeme que óyeme.
La lluvia de coños

El primero cayó como un bofetón en el tejado. Yo subí a la azotea


abrochándome la bragueta y miré la nube lejana y comencé a dar gritos de
advertencia. Ay carajo gritó Micael dejando sus tesis de Física, ay carajo
entretanto un relámpago amarillento como pus escindía el tiempo, y le caía
otro en plena ventana a la señora gorda de al lado. Por aquí uno y por aquí
otro y lo duro que sonaban en el zinc ahí va uno agárralo pum entonces
pensé y si interfieren en las radiocomunicaciones y si morimos sepultados.
Brisa arreciante ante la cada vez más nítida nube cuyos átomos ya se
distinguían y giraban en lenta espiral con destellos de gloria, contoneo con
otra nube más alta y más oscura pum pum pum pero si son pero si son de
verdad gritaba el italiano en camiseta en el patio llorando de felicidad, pero
si son de verdad agarren ése se escurren cuidado. Entonces arreció el
chaparrón entonces fue que decidí no hablar con nadie de aquello.
La siesta

Sembrar las tierras de los amitos. Cosechar las tierras de los amitos.
Cuidar los animales de los amitos. Construir las casas de los amitos.
Barrer los pisos de los amitos. Hacer los muebles de los amitos. Tejer las
ropas de los amitos. Hacer el calzado de los amitos. Planchar los encajes
de los amitos. Tender las sábanas de los amitos. Batir el chocolate de los
amitos. Cuidar los arcones de los amitos. Encender las velas de los amitos.
Adorar los santos de los amitos. Amamantar los niños de los amitos.
Bordar los manteles de los amitos. Pintar los retratos de los amitos. Tocar
la música de los amitos. Amasar el pan de los amitos. Servir la mesa de los
amitos. Preparar el refresco de guanábana para los amitos. Llevar la
merienda para los amitos. Mover el abanico para los amitos. Velar la siesta
de los amitos. Los amitos duermen. Su siesta dura centenares de años. Las
moscas que les caminan por la cara se mueren de viejas y ruedan sobre las
sábanas contrabandeadas de Curazao que valen más que un negro en el
mercado. Duermen de siglo en siglo y entretanto corremos bajo los árboles
y rodamos por el piso de la cocina, haciéndonos cosquillas. Por los campos
salimos y miramos las cosas. Reímos, bailamos. Nuestros tambores hacen
retemblar los muros. Mueven el reflejo de los espejos. Lluvias de soles nos
embisten. Con ellos hacemos collares que repican en la danza. Con las
lunas, aretes para las bailarinas. Sembramos la noche de sudor. Y por el
día germinan colores. No van a despertar más nunca, los amitos. Nunca
estuvieron despiertos.
Los gatos

—Mire caballo dígame qué hacemos ahora caballo.


—Cállate mojón, después que nos echas a perder el picoteo ahora
vienes que y que qué hacemos a estas horas, qué bolas.
—Ningún que eché a perder el picoteo caballo es que el viejo ha
mordido que yo le gusto a Ana okey esa es la vaina caballo y por eso era,
no estábamos invitados, okey, entonces por eso fue la cara que ella puso
cuando entramos al picoteo, eso era para disimular caballo.
—Mira Rubén lo que no tenías era que ponerte a bailar bolero pegado y
sacar dos veces la misma pareja porque las viejas que están de chaperonas
comienzan a hacerles señales a las pavas.
—Pero mire caballo es que yo estaba bailando así con otras para que
Ana se diera cuenta de que yo no le hacía caso te fijas de que dejara esa
ilusión conmigo por eso era que ella estaba así te acuerdas.
—Pero coño mojón qué Ana ni qué Ana si ésa estaba bailando con el
cadete que es primo de ella mojón ese que entró poniendo la daga y la
cachucha en la cama de matrimonio donde las chaperonas ponían las pieles
y parecía un catafalco mojón.
—Coño caballo déjeme sentado en esta acera déjeme que me vomite
caballo porque esta vaina yo no la aguanto caballo poner esa cagada en la
fiesta del cumpleaños de Ana que gusta de mí caballo.
—Pero mojón no te vomites en mis pantalones de casimir que te los
presté a pesar de que son los veintiúnicos.
—Mire caballo un polvo yo tengo que echar un polvo presteme lo que
tenga aquí de caballo a caballo.
—Mira mojón yo te puedo prestar dos cincuenta que es lo que me queda
de lo que me manda mi familia pero con eso no alcanza ni para entrar al
burdel que queda encima del gimnasio del Chiclayano y ponerse a ver
mujeres como hace el italiano de la pensión que nada más va a ver mujeres
y después sale a hacerse la paja.
—Sí caballo pero a usted con esa carita de quince años lo sacan caballo
nos sacan que y que por menores por culpa de esa carita de buen alumno
que usted tiene caballo.
—Sí mojón pero tú con Ana no has pegado ni una y yo en cambio a una
de las Benítez se la toqué te juro que en la excursión cuando nos apartamos
del grupo se la toqué y entonces ustedes de peorros comienzan a gritar la
cascada la cascada apúrense que se ve la cascada y ella se bajó el uniforme
por culpa de ustedes mojones que pajearon la cosa.
—Pero coño Micael me vas a venir ahora con esa paja mental caballo
ahora se me va a parar y no voy a poder dormir para levantarme temprano a
estudiar caballo.
—Pero mojón está bien no me creas porque para ti todo es embuste
mojón no me creas que se la toqué porque a ti lo que te pasa es que estás
enamorado y estás arrecho porque sí fue verdad que se la toqué y no como
tú mojón que lo que haces es ponerte en la parada del autobús a buscarle
conversación a Ana a ver si te invita al picoteo y no te invitó mojón tuvimos
que entrar coleados porque no te invitó mojón.
—Mire caballo a mí lo que me descompuso en el picoteo es que en
cuanto entré me encuentro con el profesor Pupusote que lo habían invitado
y me saluda con un cómo se prepara para esos exámenes.
—Oye mojón Pupusote te tiene arrechera porque tú le inventaste eso de
Pupusote y porque el año pasado después de los exámenes dirigiste la
quema de los apuntes y también porque corriste ésa, ojo, no fui yo, fuiste tú,
de que si el ergio era la unidad de energía el pupusio debería ser la unidad
de medir la pendejada, y también el cuento de que le ibas a poner azúcar en
la gasolina del carro, que prometes y después no cumples, mojón.
—Ah no, caballo, y quién fue el que le espichó los cauchos el otro día al
carro de Pupusote, pregúntale al Gordo, que el otro día me pongo a
espicharle los cauchos al carro de Pupusote y en eso se me viene por la
espalda el policía que anda por ahí atacando a la taquillera del cine, caballo,
y me dice mire joven, qué hace, y yo, coño, ahí está, pregúntale al Gordo, el
Gordo meado porque coño, Rubén, te van a expulsar, y yo que le digo al
policía, joven no, bachiller, coño, cálate esa, joven no, bachiller, y entonces
le digo, aquí inspeccionándole los neumáticos a mi vehículo, y entonces el
policía que me dice disculpe bachiller, ahí está, si quieres pregúntale al
Gordo si no es verdad, disculpe bachiller y todo y hasta se cagó porque se
lo dije así en un tono muy chocante y el rolito seguro que pensó este debe
ser hijo de algún pesado.
—Pero coño mojón qué policía ni qué policía si tú le tienes miedo a los
bedeles, a los bedeles les tienes miedo y no tiraste los peos líquidos en la
verbena de contribución, mojón, porque y que los bedeles estaban
vigilando.
—Mire caballo yo le voy a decir por qué no los tiré, caballo, porque el
Gordo que es un acuseta le fue con el cuento a Ana de que yo iba a sabotear
la coronación de la Reina del Liceo para que no fueran pendejos y entonces
Ana me pidió que no lo hiciera porque ella era dama de honor de la Reina,
cálate esa, dama de honor caballo y ella me pidió que fuera caballero de
honor caballo pero yo no pude porque no tenía traje azul y lo que es más
jodido es que no tenía para la contribución caballo pero ella quería que yo
fuera, te das cuenta, ella apareció con un traje así como de seda rosada y un
sombrero con plumas y una capa así como de los Tres Mosqueteros y yo vi
la coronación desde la cerca porque como no tenía para la contribución
entonces la vi desde lejos cuando el orfeón cantó el himno del Liceo y ella
agarró la corona y se la puso en la cabeza a Hilda I que había sido su rival
en la elección de la Reina mientras la fotografiaban en esa foto que salió en
la revista del Liceo donde se veía a Ana delante de los cisnes de cartulina y
las columnas griegas de cartón piedra con las cintas y los adornos y las
lentejuelas y todo eso que Ana se veía así como una artista de cine que la
capa se le arrastraba por el suelo.
—Claro mojón la capa prestada que se le enredó en los zapatos cuando
bailó la primera pieza con el mejor de la clase que tiene una beca Shell y va
a estudiar ingeniería, porque la caraja se pasó toda la noche meneando el
esqueleto con él, y tú con ese mojón en la cabeza Rubén, y otra cosa te voy
a decir mojón que es medio cambeta porque yo la vi cagando, oíste, me subí
a pulso por la ventana del baño de damas que da al jardín y la vi cagando
que se había subido el uniforme y como que le gustó la cosa porque después
me dijo que no me iba a acusar, oíste, mojón.
—Mire caballo no hable pendejadas y déjeme acordarme de cuando la
vi de lejos porque ella en la coronación se enrolló la capa en la mano
derecha y sonrió para aquí para allá para acá y a mí también me sonrió para
afuera porque ella sonrió para afuera para la reja y tiró un beso campeón así
se besó los dedos y después sopló y eso era para mí caballo y yo sé que
estaba triste porque se le notaba campeón y sus compañeras me dijeron que
le preguntaban, Ana qué te pasa, y ella toda la noche nada, nada, pero se le
veía que estaba triste y yo la vi después cuando el papá la acompañaba al
carro porque yo estaba en la placita campeón bajo la estatua del Marqués de
la Vaca que le dicen el Chigüire Inflado, y ella disimuló porque la estaba
acompañando el papá que es un viejo espuelérico pero entonces ella tiró
una servilleta de papel con que se había estado retocando la pintura, tú
sabes, la hizo una pelota y la tiró y entonces yo comencé a caminar por la
placita hacia la servilleta por las vereditas dando todas las vueltas porque yo
quería tardar en llegar toda la noche, caballo, hasta la servilleta que después
no supe cuál era entre aquella cagalera de vasos de cartón y restos de
pasapalos y cajas de cigarros que estaba ahí en la plaza por donde los
barrenderos estaban ya limpiando las sobras de la coronación de la Reina.
—Mira mojón la servilleta yo la vi y tenía los mocos del capitán del
equipo que se sonó cuando bailó con ella Conticinio, y yo la vi que ella
decía después eco y no encontraste la servilleta porque después vino un
perro sarnoso y se la llevó en la boca y menos mal porque después te ibas a
estar haciendo la paja con mocos de bachiller que es el colmo de la
comedera de mierda Rubén.
—Mire caballo yo entonces me quedé en el parque caballo entre los
barrenderos que pasan de noche caballo usted sabe con los carritos
barriendo todo lo que hay en las calles caballo llevándose aquella vaina
aquella servilleta caballo y entonces me di cuenta caballo de que la
enamorada era ella y no yo, caballo, usted se fija, por ahí en el curso me
joden con la vaina se burlan de mí me mandan falsas cartas firmadas por
ella me llaman a la pensión con vocecitas amaricadas diciendo que es ella
me escriben el nombre en las pocetas de los baños Rubén y Ana pero eso es
mentira yo duro yo firme porque la de la vaina es ella caballo en ese
momento en que tiró el beso hacia fuera yo supe que ella estaba jodida así,
que ya no podía, que estaba castigada por mí pero yo no le paraba caballo a
esa vaina y en ese momento yo me bajé de la cerca y me puse a caminar por
la plaza hasta que estuve después buscando la servilleta que por primera vez
se lo cuento caballo y que menos mal que no la encontré porque si después
le decía, recogí tu servilleta, ella se iba a ilusionar y entonces esa es una
vaina jodida tú sabes ilusionarla así cuando uno está firme y uno no le para
a la vaina caballo.
—Pero coño mojón vas a coger una pea llorona, mojón, si ahorita
podemos pedir prestado un cuatro y empatamos en la cosa a Peo Triste que
canta Granada mojón y le damos la serenata a las Benítez.
—Mire caballo yo estoy ahorita que si canto desafino porque yo no
puedo con esta vaina caballo.
—Mira mojón deja la caligüeva porque si estás en esa entonces lo que
hago es que te recuerdo que hay que estudiar porque hay examen.
—Coño caballo no me lo recuerde que prefiero acordarme otra vez del
picoteo caballo, mire lo que se me metió en la cabeza, borracho no, porque
yo no estaba borracho, sino entonado, fue ver el baño donde hacía pipí Ana,
tú ves, la expresión rara que se me veía en la cara era esa cuando en cambio
saqué a bailar la pava aquella con el peinado con laca y le comencé a decir,
aunque usted no lo crea señorita yo tengo veinte años y estoy a punto de
graduarme y debo estar pronto en la guardia del hospital señorita, y la pava
se estaba creyendo la coba, caballo, me dio el teléfono y me dije ay me
enquesé yo con esta flaca, y le dije que la iba a visitar en mi carro, caballo,
cálate esa, que esta noche lo tenía componiendo con el mecánico pero que
yo le iba a dar vueltas a la manzana donde ella vive para que me viera por la
ventana cuando pasara coño y la estaba ilusionando caballo mire yo se lo
juro por esta que estaba ilusionada caballo.
—Pero coño mojón qué ilusionada iba a estar si cada vez que hablabas
se te salía un gallo porque no has cambiado la voz y el cuello de la camisa
se te veía que no es tuyo porque yo te lo presté mojón y cuando la fuiste a
sacar para el tercer set te dijo no, estoy fatigada.
—Sí, caballo, pero era que la vieja le había puesto fea la cara caballo
porque veía que íbamos a empezar un sebo caballo eso fue en el momento
en que pusieron esa canción, Matinata, la aurora di bianco vestita, entonces
yo la miré caballo y ella me miró caballo porque estaba así como muy
perfumada caballo con el peinado de laca espolvoreado con lentejuelas
caballo y yo le noté el interés caballo mire le digo que se lo noté caballo y
por eso fue que comencé a cantarle Matinata bajito al oído y eso fue lo que
alarmó a la vieja, que yo le secreteaba, que creía que yo le estaba
secreteando, caballo. ¡Sí coño! que ella me gustaba era lo que yo le
secreteaba, porque me le fui caballo y se lo dije que ella me gustaba caballo
se lo dije.
—Pero coño mojón ayúdame, anda, canta Granada, para que vayas
afinando, mojón, a que no te atreves a cantar Granada conmigo por el
medio de la calle para que vean que jodemos mojón que somos
picoteadores que somos arroceros, ah, que nos la pasamos jodiendo güebón,
ve tocando las puertas de las casas y cantas Granada para que se despierten
esos coños de madre que no oyen Granada que no oyen esta vaina
levántense coños de madre salgan de esas camas para que oigan Granada
para que vean que aquí somos serenateros que cantamos lo que nos da la
gana y jodemos toda la noche, porque estamos jodiendo ahí.
—Entonces caballo que yo me pego cachete a cachete con la caraja y
noto que a ella se le pone el cuerpo duro, así, como una tabla, y seguro que
era que la vieja le estaba haciendo señas, se puso dura que no la podía sacar
de un mosaico y eso que comienzan a tocar Apamichao, y entonces fue que
me dio, sentí las manos de ella así como si fueran salchichas y el armador y
las lentejuelas y Ana conversando junto al picó con el cadete y el viejo de
Ana que no me quitaba la mirada y usted caballo en la puerta de la cocina
diciéndole a la cocinera hazme el please y me pasas esos pasapalos y
picándole el ojo a la mamá de Ana y clasificando los adornos de cristal de
murano y el cuadro con el Corazón de Jesús de acuerdo a la filosofía
pesimista y me acordé de la cuenta de la pensión y del examen y yo también
me puse tieso como un palo, así, como una momia, y la caraja se asustó,
ella que se había puesto toda momia para que yo no me le pegara pero yo
también que me había puesto todo momia para no pegármele y esa vaina
toda momia que se le puso a todo el mundo que empezó a mirarnos que
estábamos todo momia en medio del Apamichao, hasta que ella se fue
separando como por pedacitos, primero el cachete, después la barriga,
después las manos, después el armador, y se fue yendo para su asiento,
caminando para atrás pasito a pasito, también la cara toda momia hasta que
al final se fue sentando por pedacitos mientras nos miraban el cadete y toda
la familia y en ese momento me di cuenta de que la música seguía sonando.
La canción

Alcanzárate esta bella contradanza, Niña Luciana de la Vaca y del


Alcornete de Ridrueja y Blanco y de la muy rancia alcurnia y muy limpio
linaje y muy altos títulos y muy grandes cacaos. Para distraer el insomnio
que le produjera la primera taza de café en el Valle de Caracas, tu padre
engendróme en Amelita, la cocinera culisa que le batía el chocolate.
Expósito en el hospicio, por bastardo no pude entrar en el seminario, por
pardo no pude entrar en la Universidad, de donde inventéme músico, de
donde estudié en el Oratorio de San Felipe Neri hasta que fui acusado por
el Obispo Martí de reunirme en una casa cerca del pueblo de Chacao a
jugar pelota y bochas y tocar conciertos de música día y noche, en las
muchas horas y días que los neristas teníamos desembarazados.
Aceptáronme Teniente Organista de la Iglesia Metropolitana, donde
compuse la misa de Réquiem a tres voces, dos violines, dos oboeses, dos
trompas, viola y baxo con órgano que estrenárase en honor de tu madre,
difunta de trabajos del parto. De verte en la catedral, velada, develóseme
mi naturaleza, me arrebató el descanso eterno, pedí para verte la luz
perpetua, y acometí las teclas negras para ti, que debías oír mi plegaria,
para ti, a quien debía llegar toda mi carne. Ad te omnis caro veniet. En el
Kirye jugué con la introducción. Avancé con un canon que se encontró con
una fuga. Afirmado en el canon completé la introducción, pasé al
pasacaglia y entró el Señor con una tal violencia que me encontré en el
Dies Irae, día de ira, Dies Illa, día aquél, solvet saeculum in favilla, de
arder hasta hacernos polvo. ¡Quantus tremor es futurus! ¡Qué temblores los
futuros! ¡Quando judex es venturus! ¡Cuando el juez haya llegado! ¡Cuncta
stricte discussurus! Pero allí se alzó la trompa, turba mirum spargem
sonum, esparciendo sus sonidos, per sepulcra regionum, por las más
profundas zonas, y llevándolos al trono, coget omnes ante tronum; tiembla,
muerte, y tú, natura, mors spebit et natura, que resurge mi criatura, cum
resurget creatura, respondiendo a tu conjura, judicanti responsura. Aquí el
nunca visto tumulto ante la inesperada armonización y síncopa, de la cual
defendíme alegando lo escrito en la partitura, liber scriptur proferetur, y sin
más, con lo más profundo del órgano, fui al asiento de mi juez, judex ergo
cum sedebit, que lo oculto apareciera, quiquid latet apparebit, que nada
indemne quedara, nibil inultum remanebit, sálvame, fuente piadosa, salva
me fons pietatis, que salvando eres graciosa, qui salvando salvas gratis; los
colores en el rostro, culpa rubet vultus meus, al guiarme con la diestra, et at
haedis me sequestra, statuens in parte dextra; y entonces acometí el
Ofertorio, que la concurrencia rechazó indignada porque el baxo con sus
sonoridades se sumergía en el profundo lago, profundo lacu, y gemía por
no ser sorbido, ne absorbeat eas, ni caer en lo oscuro, ne cadant in
obscurum, mientras las tres voces discutían de lo prometido a Abraham,
quam olim Abrahae promisit, y también a su semilla, et seminis ejus.
Semilla que se derramó en el Sanctus en el curso de un coro en ocho partes
que fue creciendo y creciendo hasta llenar los cielos y la tierra de su
Gloria, más alto y cada vez más alto Hosanna, y cada vez más alto, hasta
llegar al Agnus que toma para sí los pecados del mundo, y prodiga el
descanso, dona eis requiem, y da el descanso eterno, dona eis requiem
sempiternam. Pero el tumulto litúrgico no estaba para descansos; a
bastonazos trataban de desalojarme, pero yo apoyándome con firmeza en el
órgano lanzaba un libera me con un ritmo que movía los cielos y la tierra,
quando coeli movendu sum et terra; y de movimiento se movían las negritas
que llevaban las almohadillas para que se arrodillaran las mantuanas, y se
les movía el cielo y se les movía la tierra, pero que óyeme cómo se les
movía, y el movimiento se le pasaba a las mantuanas, pero que óyeme qué
liberación, pero que óyeme qué movimiento en la tumba, tumbadora y mina
era ese movimiento, pero ya a tu paraíso me llevaban los ángeles, in
paradisum deductan te angeli; y al tú venirte te recibían los mártires, in tuo
adventu suspiciant te martirem, mientras entrabas en la Ciudad Santa,
perducam te in civitatem sanctam, pero que óyeme qué santa esa ciudad,
pero qué divina esa ciudad, pero que óyeme que óyeme qué sabor de
ciudad, pero que óyeme qué entradas: entrada que coincidió con mi
expulsión de la Capilla y mi salida de la Escuela de Música. Sinón de
soplatubos en las representaciones de cómicos, vivido no hubiera; sinón de
redoblar el largor de los calderones de mi trompeta cuando te veía entrar
velada. Quejas de amor canté por las esquinas esperanzado de que alguna
llegárate. Por haber de vos merecimientos, que desde la ventana desfilar
me viéseis, entréme de corneta en las tropas de la patria, que nacía con
música. Al romper el alba, llamábamos la batalla con el moderato de
arcaicas contradanzas en cuatro por cuatro; seguía el andante del canon de
la infantería, que avanzaba en una monodia de tres por cuatro; este se tejía
con el allegro de la fuga de la caballería en un dos por dos, hasta que
perdía el compás la artillería y terminaba por descomponer el contrapunto
el cruce de las voces de los heridos: allí pérdida de los tonos del cantus
firmus; allí traslapes violentos y disonancias sangrientas como las
inventadas por el Signore Gesualdo, Príncipe de Venosa. Con pífano,
redoblante, trompeta y marimba acompañamos marcialmente la retirada
estratégica del Marqués de la Vaca y la carrera del Señor del Cornete, que
por un salvoconducto vendieron las milicias de la patria. Salvéme
disfrazado de ciego cantador de décimas. Por amor de vos, de una nana
que oí a una madre enloquecida, compuse la canción que prendió tanto,
que se fue a buscar las tropas de la patria y las trajo de regreso echando
machete por las cordilleras. Tantas veces la oiste, niña Luciana, sin saber
que mi deseo os la enviaba. Yo la cantaba a gritos de noche, por no oír los
gemidos de los heridos incurables que nos mandaban a finar. Cantaba con
una letra pomposa y gramatical, toquéla el día de tu matrimonio con el
joven Teniente de Caballería Antonio de Gonzalo González y Sotomayor de
la Ridrueja. De la rabia me pasé a los lanceros del Taita Boves, que bajo
las banderas de la España venía matando blancos ayudado por los pardos
y las otras castas viles. En la plaza te encontré, niña Luciana, entre los
derrotados que luego del baile serían pasados a cuchillo, los que llevaran
calzones, y repartidas entre los lanceros y músicos de mayor merecimiento,
las que llevaran faldas. Con un gesto hice parar los compases de la Pava.
Tomé el arpa, y toqué las variaciones que el Taita Boves bailó con tanto
gusto, desde que comencé con un romance asturiano de ocho compases, y
del romance pasé a una canción de romería y de la canción de romería a un
villancico de cuatro y ocho compases y del villancio a una nana de doce; y
de la nana a una folía y de la folía a una chacona para volver a la nana
que hacía perder el paso al Taita Boves, y de la nana al fandango, y del
fandango al baile de monos y al sarambeque, y de allí a la nana que el
Taita Boves trastabilló en las diferencias de la guabina, el yaguaso y la
marisela; el Taita Boves me miró con sus ojos de lechuza y yo me metí en el
golpe que lo tumbó del ritmo como un potro salvaje y el Taita corriendo
detrás del ritmo que lo desconcertaba con el tiento y la mudanza, cada vez
más furioso el Taita desarzonado por la música, y yo cada vez con mayor
velocidad tejiendo la melodía que cazaban al vuelo pardos, negros y
zambos, y tú no lo podías creer, niña Luciana, no podías creer a tus oídos,
al fin reconocías aquella música que iba y que venía y por la cual el Taita
Boves me había ofrecido tres caballos, cuatro blancas, una charretera y un
apero; ni siquiera llegué a elegirte, niña Luciana, porque antes de la
madrugada, mirando de frente al Taita Boves, que jadeaba ante sus
hombres abandonado por la música, y dejando de lado las variaciones que
había tocado durante la noche, las refundí en la canción que te había
compuesto, niña Luciana, y que al fin reconocieron mientras agarraban las
lanzas y echaban a correr hacia mí, todos los hierros dirigidos hacia el
cordaje del arpa y hacia mi garganta.

150 KPH. — Motociclistas de cascos dorados dirigidos en formación


contra motociclista desgreñado que se lanza contra motociclistas de
chaquetas encarnadas que tratan de cortarle el paso al motociclista sin
chaqueta que baila entre motociclistas de lentes polarizados que danzan
alrededor del motociclista con los ojos inyectados de sangre que embiste a
los motociclistas de botas anaranjadas que se dispersan al paso del
motociclista descalzo que desarzona al motociclista encarnado que pierde el
ritmo y golpea la bota contra el asfalto. Fractura abierta de fémur. Chaqueta
encarnada contra el faro. Fractura desplazada de costillas. Vientre contra el
motor. Estallido del riñón derecho. Caderas contra la defensa de la
carretera. Desplazamiento de vértebras con sección de médula. Codo contra
el cordaje de la rueda. Fractura conminuta de cúbito y radio. Lentes
polarizados contra el velocímetro. Otorragia. Casco dorado contra la noche.
Fractura de cráneo. Desplazamiento de segunda y tercera vértebra cervical
con sección de médula. Fractura de apófisis transversas de octava vértebra
dorsal.
Rubén no manifiestes

—El Gordo se encarga de cerrar los salones.


—El Flaco trae los volantes contra la dictadura.
—El Negro le está avisando a todos los de confianza.
—El Enano va a dar la señal con un silbido.
—El Loco dirige a los que van a gritar liber-tá, liber-tá, liber-tá.
—El Marciano se queda dos cuadras antes del Liceo para avisarnos
cuando venga la policía.
—El Tuerto trae el monigote con uniforme que se va a quemar frente a
Seccional.
—Micael va a abrir la puerta grande y a ponerle una cuña en la
cerradura para que los bedeles no la puedan volver a cerrar.
—Ahora se decide quién toma la palabra.
—Yo —dice Rubén.
Rubén no manifiestes, no cantes el Belachao Rubén, Rubén no protestes
profesores, no dejes que te metan en la lista negra Rubén, Rubén no pegues
afiches, no digas yankis go home, Rubén, Rubén no repartas hojitas, no
pintes los muros Rubén, Rubén no siembres la zozobra en las instituciones,
no corras por la calle Rubén, Rubén no quemes cauchos, no agites Rubén,
Rubén no me agonices, no me mortifiques Rubén, Rubén modérate, Rubén
compórtate, Rubén aquiétate, Rubén componte.
Segunda carrera válida para el 5 y 6

Y se están alineando los competidores para la segunda carrera válida para el


juego del 5 y 6. Falto de recursos entré como obrero della construcción.
¡Listos! ¡Se da la partida! Lavoravamo quattordici e quindici ore al giorno.
Y sale a buscar la punta el ejemplar Indomable. Dormíamos sopra los
andamios, mangiavamo sandwiche e cocacola. Gañán cae con fuerzas sobre
el puntero. Quadriglie dei miei compagni lavoravanno dormidos e
costruivano cuartos que non erano en los planos. Pero Indomable rechaza el
asedio. Lavoravanno hasta que olvidávamos qué edificio costruiamos, la
ora, il giorno, l’anno. Y Furor se trenza en la lucha. Come esclavos
lavoramo perche il Presidente Generale Architettonico quería fare la gran
inaugurazione de las Obras Públicas. Pero pasa a dominar Laberinto.
Duplicamos los turnos para costruir el Hipercicloide colossale que debía ser
inaugurato per il Generale para celebrar il aniversario del suo governo.
Confundidos por los planos inextricables, nos extraviábamos nelle galerie
infinite, nelle spirale titaniche, nei dedali di concreto armado. Esperanza
supera en gran forma en los mil quinientos metros. Alucinados,
trabajábamos notte e giorno, a pesar del rumor de que el edificio era
jettatore. Y por los palos atropella el ejemplar Presagio. Entre polvo de
cemento esputábamos sangre. Gañán le disputa la delantera. Infine
trabajábamos dormidos. Pero Presagio se impone. Subito me caí del
andamio donde estaba la fila de mis compañeros sonámbulos. Gañán corre
peligro de quedarse en las tinieblas. Nubes de cemento ahogaban los míos
gritos ¡Compagni! ¡Compagni! Pero entra en combate el ejemplar Faraón. E
nessuno me ascoltaba. Y pasa a dominar Babilonia. En un grito terrible creí
esputar los pulmones. Gañán se desprende del pelotón. Vi despiombarse
tutta una sección del edifizio, sepultando la cuadrilla de mis compañeros.
Abismo supera en gran forma. Los camilleros me arrastraron del sitio. Pero
Babilonia le disputa la victoria. L’ingeniero ocultó el accidente. A toda
máquina atropella Babilonia. Al día siguiente il Generale Architettonico
inauguraba el Hipercicloide. Pero Babel se impone en los finales. II
Generale caminó sopra la tumba de treinta dei miei compagni. Babel para
todo el mundo. La cinta se rompió prima di essere cortata, il Generale se
taglió un dedo con la tijera, il Obispo tropezó e derribó un coronele
ministro. Pero por fuera se anuncia Cataclismo. E al entrare la comitiva,
tutti ascoltarono come un grido di uomini sepultati e un eco di horrore e un
tremore en el cemento e generali, coronelli, tenienti e polizziotti sintieron el
terror vibratorio della jettata e il lampo del mal de ojo. En la recta final
arrecia Cataclismo. Tre mese dopo caía el gobierno del Generale
Architettonico e trecento bambini iacevano muertos nelle strade per il
piombo della polizia. Babel empareja con Cataclismo. Io, nel Hospital, veía
entrar los bambini heridos y muertos, el gran escándalo de las enfermeras, il
gridare de las madres que piangevano. Gañán lucha por desprenderse del
pelotón pero es en vano. La mattina dopo la caída del Generale
Architettonico tutto il mondo rideva e bailaba. Babel para todo el mundo.
Ma io, quasi cadavere nel yeso, la mia mirada nella luce gialla, veía la
faccia gialla de un muchacho morto mentre se escondía nella fachada de
uno edifizio que yo había costruido. Babel de primero. Al salir gasté el
dinero que me quedaba en una misa nella catedrale per i miei compagni
morti e tutti mi dicevano quale compagni. Cataclismo para el segundo. I
miei compagni sotto le spiombati tetti, sotto le obelisqui rovinati, sotto il
tuo apartamento, sotto il tuo piso, sopra la finestra aperta per la gioia dei
tuoi occhi. Faraón de tercero. I compagni morti, sepolti nel concreto nel
granito nel asfalto nel macadam. Y para el cuarto, Presagio. Nella cittá,
mirándome, mirándote, mirándonos, los muertos de la bella citá
splendorosa costruita colle mie mani fratturate.
Caballo de sol

Una nube cubre el sol.


El campo converge hacia el horizonte cortado por la hilera de húsares y
tienes que arrancar por el campo ir alanceando el campo hasta arrancarle
la hilera de húsares que se reagrupa en una batería de cañones: siempre
hacia el horizonte alanceando: y después de que perfores la batería todavía
corriendo: foeteando tu propia cara para sentir que todavía existes en el
cielo de oro y en las lentas nubecitas de oro que hay tras la infantería: el
viento que sacude los ensangrentados cintajos de tu pechera: sofrenando el
caballo para encontrar todavía otro horizonte: soltando las riendas y
embistiendo hacia el sol, y aun no es un horizonte, y atravesado el sol
embestir hacia la noche, y llegar al cabo de la noche: y tras ella otro
horizonte: paso: trote: galope: carrera: el horizonte es la carrera y se
confunde con ella como una serpiente: enrejado de lanzas que convergen
hacia ellas mismas: corres en los bosques de lanzas tras el horizonte: bajo
soles centelleantes y exhalaciones incendiarias corres: mirando el alzarse y
el caer de los cometas: caballo blanco sobre cielo negro. Caballo negro
sobre cielo índigo. Caballo índigo sobre cielo de plata. Caballo de plata
sobre cielo rojo. Caballo rojo sobre cielo magenta. Caballo magenta sobre
cielo de luz. Caballo de luz sobre cielo de mar. Caballo de mar sobre cielo
de tierra. Caballo de tierra sobre cielo de aire. Caballo de aire sobre cielo
de sangre. Caballo de sangre sobre cielo de carne. Caballo de carne sobre
cielo de fuego. Caballo de fuego sobre cielo de hueso. Caballo de hueso
sobre cielo de hierro. Caballo de hierro sobre cielo de sal. Caballo de sal
sobre cielo de vidrio. Caballo de vidrio sobre cielo de lunas. Caballo de
lunas sobre cielo de sal. Caballo de sal sobre cielo de espumas. Caballo de
espumas sobre cielo de espejos. Caballo de espejos sobre cielo de noche.
Caballo de noche sobre cielo de estrellas. Caballo de estrellas sobre cielo
de sol.
Caballo de sol.
II

Verbi gratia

—No, no son tontos. Es que son tan pobres, que no pueden comprarse
las palabras, y apenas tienen dinero para pagar el permiso de estar
vivos. Pero mira, nos acercamos a la luz.

Winsor McCay, Little Nemo in Slumberland


La mano poderosa

CON MANO poderosa, Moncho apretaba los botones de los ascensores,


multiplicaba los gestos, acariciaba los símbolos de su autoridad: conchas de
carey con caras de indios pintadas en sapolín, lámparas en forma de
pescado talladas en cuernos de res, aparatos de ambiente musical y falsas
pieles de cebra que se reflejaban en peceras vacías decoraban su santuario
para las tardes melancólicas. Iba al Club con guayabera y zapatos de charol
y pedía un Buchanan, que le era servido con un palito removedor de
plástico en forma de rumbera negra con los pechos caídos. Con mirada
zahorí avizahorizaba las señales del tiempo. Por las noches, después de las
sesiones del Congreso, iba siempre a ver a la pitonisa Fataya Maradiem, o
sea, Lucila Pérez, según el certificado de antecedentes penales. A Fataya le
daban espiritualidades provocadas con fricciones de ron y encendimiento de
tabacos cuyas colillas dejaba en ceniceros de plástico color cucaracha
coronados con muchachitos meones color rosado uña. Vomitaba en pocetas
con desodorizadores verdes, sobre las cuales, fotografías iluminadas de
niños muertos, montadas en marcos de bronce martillado. Fataya decía
groserías y daba picones. Tenía un revólver en la mesita de noche y lo
agarraba por la cacha con la punta de los dedos. Era regalo de un coronel,
porque en la vida de Fataya había habido muchos coroneles. Fataya había
soñado, en sus tiempos, ser novia de cadete y redimida por el amor, aunque
Fataya no era pendeja y sabía cómo es la cosa. Fataya recogía sirvientas con
muchachitos que se hacían pupú en la sala y le arrancaban los pelitos a los
muñecos de peluche. No le gustaban las comedias de la televisión porque
lloraba al verlas. Fataya había querido ser actriz, pero le daba dolor de
cabeza desprenderse de los papeles, que no se le quitaban durante semanas.
Moncho confiaba a la baraja de Fataya las graves cuestiones de la balanza
de pagos y el mantenimiento del clima propicio para las inversiones. Con la
centella de las Siete Potencias Africanas enlatadas como aerosol y la efigie
del Doctor Milagroso hecha en Hong Kong, intentaba encontrar orientación
entre los dédalos de la magia gringa. Campos de golf lo encandilaban.
Intentaba fortificarse ingiriendo en el desayuno pancakes con dulce de
lechosa y yuca con cátsup, pero a pesar de todo lo envahía el encanto
calcáreo y antiséptico de la magia gringa. Los conjuros de Fataya
resbalaban sobre los cráneos colorados de los gerentes musiúes. Yo me dejo
llevar, le dijo un día Moncho a Fataya. Ya iba a decírtelo, le contestó
Fataya, pero prefería que lo descubrieras tú por tu cuenta. Fataya entonces
le contó la historia de la visita.
Fataya todavía estaba bajo el sofoco de la impresión. La había visitado
una gringa que esparcía heladas vibraciones de desodorante y pomada
vaginal. Los gatos orinaron y huyeron. La gringa le ofreció una sonrisa
caballuna, una mano de leñador y un nombre falso, pero ambas se
entendieron. La gringa había adivinado la influencia que se oponía a las
gestiones de su marido, y hacía una visita de cortesía y advertencia. Bajo el
pretexto de hacerse leer su mano de raqueta de tenis, amenazó entre líneas
con represalias horribles: himnos religiosos y Mother Days: mostró, entre
servilletas, una poción llamada Momma Apple Pie, desvirilizadora de los
hombres y enfriadora de las hembras. Aquello fue demasiado para Fataya.
Con las vibraciones del candomble y los efluvios de la medalla de San
Benito la concitó a que se fuera, pero la gringa le contestó tarateando una
opereta de Rogers & Hammerstein: se rajaron los Budas de porcelana y se
le cayeron los ojos de vidrio a los caribes embalsamados de la mesa del
recibo. Comprendió Fataya la terrible magia que hacía zombies de los
machos catires y los ponía a sembrar la bomba hache, la sicoterapia y el
Rotary Club por donde pasaban. Al desvanecerse, creyó ver el cuerpo astral
de los ovarios de la gringa reducidos a plastas de chicle endurecido.
Con lágrimas en los ojos, Fataya le predijo a Moncho que cedería ante
ese poder, para el cual la simple carne era a la vez muy poco y era
demasiado: ese poder como el de una bala, que mata precisamente porque
ella no vive. Pero Moncho ya andaba en la onda de la tarjeta de crédito y de
la compra de libros sobre la Vida Sexual. Acababa de regresar de unos
cursillos para líderes sindicales dados en Miami. Usaba camisas de
caimancito con cachuchas de visera verde y pantalones bermuda de
terciopelo, y leía el Times Magazine. Así regaba el jardín en su casa, que
había sido de un personero de la dictadura y fue decomisada por la
Comisión contra el Enriquecimiento Ilícito. Dos perros lobos llamados
Sultán y Pluto cuidaban sus pasos. Suspiraba en una sala con mesitas de
vidrio en forma de riñón atestadas de revistas sobre farándula, y de vasos
con fondo de whisky y de hielo derretido. Meditaba al fulgor de la
chimenea artificial de la casa, dentro de la cual había leños plásticos
iluminados por un bombillo rojo que se les prendía adentro. A los compases
de Píntame angelitos negros dejaba pasar la vida mientras su aparato
recogedor de llamadas le decía a la gente que dejara su mensaje. Echaba flit
bajo las escaleras con una bomba de mango, para que las cucarachas no le
fueran a cagar la nieve artificial del arbolito de Navidad. Con ojos
rencorosos, doña Zoraida lo miraba tomarse una cerveza bien fría sin
sacarse los rayban que le atemperaban el ratón en una lejanía verdosa y
licuada. Voluptuosamente rascaba las pantuflas contra la piel de oso blanco
que en el piso de granito de fantasía de la sala miraba atónita con sus ojos
de vidrio a la cabeza del toro que mató a Manolete. Moncho mismo no
sabía lo que le pasaba. Todos los días perfumaba el carro con el aerosol que
le daba olor a cuero nuevo, y salía hacia el Congreso en el Cadillac de
asientos de cuero de tigre con hamacas en miniatura colgadas de los parales
y un zapatito bronceado colgado del parabrisas. Una sirena tocaba
intermitentemente. El piso del carro estaba lleno de metralletas, de peines y
de cartuchos desperdigados. Pasaban frente al edificio de la inversionista
americana y a Moncho le daban vapores y sensaciones rosadas en el
estómago. Se sentía caer en una vorágine. Los radiantes anuncios de Coca-
Cola le inducían trances hipnóticos y durante ellos los persuasores
subliminales le bombeaban en los oídos la vainita del peligro de la
subversión comunista. Moncho había caído sin defensa en el puño de la
magia gringa. Cuatro gerentes lo llevaron al ritual de enterramiento del
alma, en el cual una pelotita era metida y sacada de agujeros hechos en la
tierra y señalados con banderas sangrientas. Vestidos de blanco impecable,
con gorras blancas, los gringos acariciaban la pelotita blanca que caía en los
abismos de la tierra y era rescatada solo para ser azotada de nuevo con
bastones de punta de acero. Moncho se angustiaba dudando si preguntarle
al caddy dónde se podía mear. Después bebió yintonic mientras se le
llenaban los oídos de una cagada de cláusulas y de sugerencias de reformas
a proyectos de ley. No entendía un coño. Aceptó la transferencia a la cuenta
en el exterior más bien para estar seguro de que hacía las cosas por interés y
no por mera sujeción de la voluntad. Fataya se erizaba al verlo. Fataya
bailaba boleros solitarios entre los muebles de rattan de la sala, y se probaba
turbantes de seda frente al espejo manchado del tocador frambuesa. En los
espejos de mano en forma de chupeta se examinaba los iris para acechar el
paso de las malas ondas. Fataya se acordaba de sus tiempos de niña: un gran
lazo en la cabeza y la falda por los tobillos. Entonces no había comenzado
el sabor. Se hacía robacorazones y bordaba centros de mesa con pabilos
multicolores. En aquellos tiempos los hombres pasaban por las calles
floreando con los bastones, y usaban trajes de un casimir que siempre olía a
bencina. Entretanto, Moncho había llegado al término de las negociaciones.
Lo colocaron frente a un micrófono, y allí, casi sin perder el hilo, habló de
la Implementación del Proceso de Desarrollo a través de la Política de
Incentivos que se traduciría, a no dudarlo, en términos de Productividad.
Habló marcando las mayúsculas, cuidándose de no manotear, y respetando
la pausa del aplauso, mientras al fondo pasaban mesoneros atareados con
botellas y cubos de hielo.
El éxito en las negociaciones, sin duda alguna, fue lo que convenció a
las altas esferas de que en efecto Moncho era el hombre adecuado para la
delicada misión que le fuera encomendada de inmediato y en la que se vio
obligado a poner su cuota de sacrificio. Una teoría de refranes le perfiló la
situación en sus términos más extremos:

La culpa no la tiene el ciego sino quien le da el garrote.


Coma avispa, que cigarrón atora.
A quien Dios se la da, San Pedro se la bendice.
Con los tuyos, sin razón o con ella.
Perro que come manteca mete la lengua en tapara.
Jefe es jefe aunque tenga cochocho.

El último refrán es mascullado en la casa de Fataya, donde irrumpe


después de su audiencia en la casa del Poder. Moncho no se confía, pero
Fataya está inspirada esa tarde, y saca un tabaco de la gaveta de una
máquina de coser. Hace cruces con él y lo enciende. Al ser tocado por el
fósforo, salta de la punta del tabaco una fogarada. Llama bífida, de
contrapuesto destino. Se deslíen en ella colores y colorines de fogatas en el
monte y de casas incendiadas. En ella contempla Fataya desiertos y
crepúsculos. Hombres envueltos en llamas danzan en lechos de ceniza.
Crepitan las chozas en chispas. Encendidos ideogramas. Mijito, qué te pasa,
pregunta Fataya al ver en las cenizas cadaveras y rubores sanguíneos. Por
dentro del tabaco, un oro insolente lo activa todo. Un hervor, un pulso. Las
pavesas se arrugan. Fataya se siente desfallecer. Todo cae y se desintegra,
como escamas u hojas del almanaque. Zarandas de chispas se pierden
alrededor del oro, que aumenta. Y al final es un oro quieto, un charco de
color de mierda, que Fataya apaga asqueada, antes de que termine de arder.
—¿Qué pasa? –pregunta Moncho.
Pero Fataya, mareada por los humos del tabaco, cae en vértigos en
donde tiene visiones de botellas de Coca-Cola llenas de cucarachas
ahogadas. Una de las negritas recogidas por Fataya se agacha y mea junto al
sillón. Una señora gorda entra a pedir dinero prestado y, en medio del
vahído, Fataya le dice que sí, porque el problema de Fataya es que no le
puede decir que no a nadie.
Moncho se debate en imprecisos círculos de asco. No es solo que quiere
salir de allí, es que quiere salir también de la realidad, de todo lo que pasa
—coño, el whisky estaba adulterado, piensa. Sin quererlo, fija la vista en un
periódico que Fataya pone en el suelo para escupir cuando fuma. Desvía la
mirada, no vaya a ser cosa que algún escupitajo haya caído sobre una foto
suya.
La radio, a todo volumen, toca Tú solo tú. Moncho se imagina dando un
discurso, pero se le ha olvidado el tema. Compañeros, grita, bajo los
reflectores, que cada vez se hacen más intensos. ¿Y qué coño me ven,
güevones?, termina gritando, ante los micrófonos. Y el sueño no se disipa.
En alardes oratorios, Moncho quiebra la voz y alza y baja el tono, mientras
con el puño cerrado amenaza al destino. No se oye nada, porque un sabotaje
ha dañado los micrófonos.
Suena el teléfono, y Moncho crispa su mano sobre él mientras mira de
reojo la catalepsia de Fataya que canturrea Cuesta abajo en tu rodada. Es
Farfán, Farfancito, chico, para celebrar la cosa. Que cómo supimos. Usted
sabe que uno también es brujo. Estamos con un señor de Detroit. Al fondo,
se oye un ambiente musical que toca a Mantovani. Moncho en la
semioscuridad es impactado por una visión de luces esplendorosas
rompiéndose en los cubos de hielo sumergidos en el ámbar whiscoso o
whiscosa del Mon Tou Tou Restaurant donde estarán sirviendo una cena
con muchos platos de esos que los sirven con anafes que echan candela.
Pero Moncho no podría soportar más candela, y se disculpa. Ya le basta con
el tabaco de Fataya, esparcido como una alfombra de tizones por el piso de
granito con grandes piedras negras lleno de gomas de chicle. ¿Hasta cuándo
arderán?, se pregunta Moncho, no sabiendo si colocarse en medio del
sonrosado fulgor de los tizones, que arden como basura quemada. Corre un
tiempo espeso y abrumador. Alguien se pea en uno de los baños y tira del
bajante. Las cucarachas brotan de los muebles de rattan y se pasean por las
imágenes del Doctor Milagroso, que mira con sus ojos de lechuza. En algún
cuarto arde una espiral contra los mosquitos. Moncho intuye que empieza
otra de esas noches.
En la calle suena un estrépito de sirenas y de chirridos de frenos que
ulula ula ula urula mientras en la radio Moncho escucha notas de hula hula.
De lejos llegan explosiones apagadas.
Moncho siente en el corazón dolores que solo podrá detener la sal de
fruta laxante analgésico reconstituyente. Se siente aculado y aculatado en
uno de los callejones últimos del destino. Y Fataya, que en lugar de
iluminarlo, ronca.
Los sueños de Fataya, ¿cuáles son? Aproximándonos a sus fosas nasales
veremos que, adentro, la imaginería de sus sueños construye caravanas
arábigas que se destacan contra cielos estrellados y traslúcidas torres de
plástico. Lunas de cristal tallado cuelgan de los cielos, presentando todas las
fases. Alhambras tapizadas enteramente de naipes de la baraja española. En
el patio, en la oscuridad de una fuente, canta un sapito.
Moncho nota que una chispa del tabaco de Fataya le ha quemado un
dedo de la mano derecha. Allí, junto al solitario que brilla. De la carne
surge una encendida estrella, una verruga de luz. No hay dolor, pero sí la
sensación de una combustión fulgurante. Un pequeño zumbido. Moncho
trata de cubrirse la mano. Pero siente cosquillear en ella el rubí. Una
pedrería. Una joya. Hace molinetes con el brazo, y en la oscuridad quedan,
imágenes persistentes, los anillos rojos dibujados por el brillo. Que crece.
Contra un espejo donde ha creído ver un basurero, da Moncho un puñetazo.
Caen las astillas pero la verruga ardiente de su mano no cede.
Moncho escucha las bombas eléctricas de los edificios, que se
encienden, la una, la otra. Moncho recuerda una bomba eléctrica que se
prendía a cada momento cerca de los calabozos, cuando los tenían
detenidos en la época de la dictadura. Ahora Moncho está libre. Puede ir
donde quiera. Pero, ¿dónde quiere?
En las astillas del espejo Moncho ve su silueta. El sombrero de pelo de
guama y los lentes rayban. Se cala la chaqueta de gamuza sobre la
guayabera. Como toque final, se saca el cuello. Un gran desaliento lo
invade. Para esto fue todo.
Moncho despierta en una de las mecedoras de mimbre de Fataya. Se
durmió mientras esta escrutaba en el tabaco las cenizas de lo por venir. En
un rabión el fuego quemó esa transición, esa ternura de las hojas. Vírgenes
de yeso lo miraban mientras Fataya, en el cuarto de al lado, dormía el sueño
de los somníferos con una chancleta todavía calzada.
Para disimular la mala dormida, Moncho se caló los rayban y salió a la
calle. Tendido en el asiento, el chofer se restregaba las legañas, y calculaba
las horas extra que cobraría al habilitado. La suma lo puso de buen humor, y
arrancó con un chirrido de frenos.
—Al baño turco –ordenó Moncho, desabrido.
En el cuarto del sauna, en la semioscuridad, Moncho creyó por un
instante ver de perfil a Rebolledo, el carajo que estaba jodiendo con la
elección de los delegados sindicales porque tenía la vista puesta nada menos
que en la Dirección Nacional. Visto de frente, resultó ser Solorico, el joven
y dinámico diputado que escribía en el periódico del partido. Solorico le
recordó las páginas de anuncios oficiales ofrecidas. Chico, pasa por el
Director de Administración y le dices que vas de parte mía, pero sabes que
ya no me encuentro. ¿Cómo es la cosa? Ya puedo decirlo: sustituyo por una
temporada a Gonzalo. Coño, mi hermanazo, eso hay que celebrarlo. A la
tardecita, mi valecito. A la tardecita.
La cosa de Solorico era la velocidad, y se creía que todo era velocidad y
arrimarse y repetir lo que decían allá arriba. Pero jódete, güevón, a la hora
de la verdad a quien me llaman es a mí, pensó Moncho. Solorico estaba
tratando de recuperar el tiempo que había perdido haciendo el Master.
Todavía no había cogido el paso. Tengo que pasar por el Doctor Scholl a
que me lime este juanete en el dedo gordo, pensó Moncho.
En la sala de vapor seco no pudo eludir a los abogados, ya desde tan
temprano hablándole de la gestión de las exoneraciones de impuestos para
empresas a ser fundadas.
—Ya hablé con el ministro –los cortó en tono seco. Para eso están las
horas de oficina, se dijo. No lo dejan ni respirar a uno. En medio de las
nubes de vapor le dijo al chofer que fuera a buscarle de una vez a la casa el
traje y la muda de ropa para asistir a la inauguración en la tarde. El chofer le
dejó la bolsa de papel en cuyo interior la bolsa de plástico en cuyo interior
el revólver.
Moncho se dirigió silbando a la sala del vapor húmedo. Sus zuecos de
plástico cloqueaban sobre un mediocre piso de cemento que daba a paredes
de bloques desnudos. Moncho recordó galpones en los campos petroleros.
Hasta el calor es lo mismo, pensó.
En la sala de los ochenta grados arregló el asunto de la adjudicación de
las placas para matricular vehículos y se mantuvo inflexible en la comisión.
¿Y pagarán por adelantado? Por avances te lo puede sacar el director de
Administración, observó Moncho, sin comprometerse. Luego, silbando
Anillo de compromiso, pensó: estamos saliendo del menudo.

Sitio de los vestuarios: llaves: llavines: cajas para los zapatos: en


ganchos de plástico quedan colgadas las identidades de casimir. Las
camisas: las corbatas: los prendedores: las correas: en algunos lockers
quedaron colgadas pieles enteras: se busca a los despellejados que corren de
uno a otro de los cuartos de vapor: es como una urnita, piensa Moncho
cerrando la caja de hierro donde ha depositado los pañuelos, las plumas de
oro, la cartera de cuero de cocodrilo, el carnet de diputado, las llaves y las
tarjetas de crédito.
En el baño turco Moncho aprovechó para afeitarse con una maquinita
comprada en la farmacia de al lado. Con el paño arrollado alrededor de la
cintura se le apareció Farfán y le pidió una recomendación. Pasa por la
Seccional del Partido, le dijo Moncho, mientras Farfán le retribuía con los
datos seguros para las carreras válidas del 5 y 6; el ejemplar Ambicioso y el
ejemplar Nube Hermosa eran los tajos de la cátedra del saber. Pero Moncho
estaba mejor informado.
En la entrada del cuarto del vapor vaporoso esperaba Anselmo Bucares,
preparador del haras Vistaverde y del ejemplar Sortaria, propiedad de
Moncho, que correría para las válidas de la siguiente semana.
—¿Y cómo está la cosa?
—Esta mañana fue un bólido en los mil seiscientos. La vez pasada
remató fuerte por segunda línea de carrera y dio cuenta de Conquistador.
—¿La soltamos?
—Yo propongo aguantarla todavía unas dos carreras más, para que la
bajen de categoría. Después la soltamos, y le jugamos todo a ganador.
—Aguántenla –dijo Moncho, echándose la toalla al hombro como si
diera un foetazo. Y añadió: —¿No tienes un dato?
—Nube Hermosa para ganador. Para la quinta válida, Enigma.
Estampida para la sexta. Si no soltamos a Sortaria, Estampida galopa. Le
jugamos todo a Estampida.
—¿Y si llueve?
—Confusión, que es un tigre para pista fangosa.
—Este Anselmo. Sabe más que pescado frito.
Anselmo sonríe con tristeza, rostro de momia tras anteojos de carey. En
la sonrisa destella, salival, el colmillo solitario que le ha quedado al quitarse
el puente removible.
—Coño de tu madre –piensa Moncho– a ver si me embarcas como la
otra vez.

En medio de los chorros de vapor seco –señores húmedos trotan sin


moverse– bolsitas de grasa temblando en sus abdómenes –bolsitas de árnica
en la mano para frotar el sudor– el cronista social Paco Cecil Paco toma el
vapor tendido en un banco, arrebujado en una sábana cesárea –rodeado de
sus protegidos, cubiertos con pañitos sumarísimos– habría que hablar con el
administrador, piensa furioso Moncho, pero bola, quién se echa encima un
periodista –agriamente sonríe a Paco Cecil Paco, quien asiente con majestad
inescrutable.

Perspectiva de sombras. Siseo de los tubos de vapor. Patoteros con


pulseras de plata discuten sobre los ejercicios de levantamiento de pesas. Se
amagan con golpes de kárate y zancadillas. Pelean como italianos –piensa
Moncho– que nunca se pegan. Al final del pasillo, sobre una armazón de
hierro, pedalea y resopla el director de Política Exterior del Ministerio de
Relaciones Exteriores. Le habla largamente del yoga, del yogurt y de las
dietas vegetarianas. Cosas espirituales, piensa Moncho, sin saber por dónde
le va a salir el Honorable. Al final, todo se resuelve en una larga anécdota
sobre un embajador que perdió el puesto porque al inaugurar la estatua del
Libertador en Nueva York, en el discurso no mencionó al Benemérito:
porque en este país, no importa comer mierda mientras se tenga champaña
para enjuagarse la boca, termina el director, sonriendo mustiamente, con
una sonrisa que invita a algo indefinido. Moncho no sabe qué contestar.

Del cuarto del sudor cálido al cuarto del sudor frío. Moncho se mete en
un cuarto equivocado donde en la oscuridad se escuchan pujidos, y se
devuelve diciendo disculpen. Tobos en el piso recogen las goteras de los
tubos. Coño, un cuarto para hacerlos hablar, piensa Moncho. Se podría
llamar El Baño Turco. Pero no, se arrepiente. Demasiado aparato.

De los altoparlantes del ambiente musical sale un mensaje de las


Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, lo que quiere decir que tomaron
otra emisora. Por la expulsión de los consorcios extranjeros. Los patotas
joden y hacen burla con la vaina. Por la expropiación de los latifundios.
Una fila de señores gordos hace cola frente a la báscula. Contra el hambre,
contra la miseria. Moncho aprieta el paso. Contra la explotación, contra el
desempleo. ¿Y entonces?, parece que le preguntaran a Moncho varios
gerentes, mientras este pasa apurado a su lado.
—Son pancadas de ahogado –contesta Moncho, mientras el mensaje
continúa, creando la alarma o la risa entre las nubes del vapor vaporoso.
—Hay que acabar con esta vaina –se dice Moncho– a como dé lugar.
Ahora el mensaje exhorta a la policía a no disparar contra el pueblo. Al
ejército, a no bombardear las áreas rurales. El mensaje pide castigo para los
peculadores, clausura de los campos de concentración, libertad de los
presos políticos, libertad de expresión, libertad de manifestación.
Con un chirrido cortan el mensaje, y mientras Moncho localiza por fin
un teléfono los altoparlantes comienzan a transmitir la versión para cuerdas
de Tea for Two.

Fluir del vapor. Los somnolientos inventan formas en los torbellinos y


siseos de los tubos de vapor. De uno de los cuartos llega un palmoteo sobre
materia fofa. Un masajito —piensa Moncho colgando el auricular.
En el cuarto del piso de cemento oscuro, toallas arrebujadas como
mortajas: licuaciones del blanco y del gris en angularidades que se vuelven
curvaturas: esplendor entre el olor a sudor rancio y amoníaco: sus perfiles
sugieren formas: cuerpos semienterrados: prensas del sudor: sudarios: un
pasar de clientes por la puerta desde la cual llega la luz cambia la
distribución de los tonos: blanco cadavera, amarillo hueso, gris pellejo. En
los chorros de vapor, melodías y voces insinuadas: chirridos de balancines:
silbatos de vendedores: cantos de pajaritos: de gallos: estática de radios:
cornetas de automóviles: y música de las esferas: y alaridos: muchos
alaridos: como si le estuvieran pegando a alguien: alaridos. Entre el vapor,
por lejanos espejos empañados, deambulan clientes que parecen locos
vagando por desiertas carreteras.
Torbellinos de vapor. La aparición del mundo y de las nebulosas: los
fantasmas: las cascadas: los velos de novia: las canas: las anémonas: ruedas
de humo destruyen y construyen formas: opacan o destacan perfiles:
empañan lentes: se devoran desde su propio centro: Coma Berenice: M 33:
la nebulosa del Cangrejo: la nebulosa de Cabeza de Caballo; la galaxia
espiral NGC 2841 en la Osa Mayor: la NGC 205, compañera de
Andrómeda: la nebulosa Messier 16 en el escudo de Sobieski: la nebulosa
de la Campana en Vulpécula: la nebulosa planetaria NGC 7293 en Acuario:
el cúmulo globular M13 en Hércules: la nebulosa del Búho: el cúmulo
globular en Omega del Centauro: la galaxia NGC 4565; la galaxia
saturniana NGC 4594; la nebulosa Messier 87 en la Virgen: las Nubes
Magallánicas: la nebulosa del Remolino en los Canes Venatici: la galaxia
espiral NGC 2913 en Leo: la nebulosa del Velo en el Cisne: la galaxia del
Escultor: la galaxia espiral del Pegaso: la nebulosa del Anillo en la Lira: la
galaxia de Bootes: la nebulosa Norteamérica en el Cisne: la nebulosa del
Cisne en Sagitario: las galaxias elípticas, las galaxias espirales, las galaxias
barradas: todas se acometen y chocan y se destruyen: en el medio del cuarto
queda el calor. Y el vacío: y la nada.

Dámela sin masa. Fírmame ese cheque. Sin cuota inicial. Contrata la
cuña. Prepara el embargo. Hay que ponerse en el negocio, dóctor. Págame
el traspaso. Tráeme la fianza. Dámelo con soda. Dámelo con agua. Hay que
meterse en la gerencia, socio. Busca garantías. Brégame ese prestamo. Saca
las licencias. Compre los terrenos. Hay que ponerse en el subsidio, mano.
Háblale al ministro. Llama al diputado. Dámelo con Pepsi. Dámelo con
soda. Hay que lograr las exenciones, mano. Pacto de retracto. Cláusulas
penales. A sus gratas órdenes. Muy sentido pésame. Hay que ponerse en la
movida, dóctor. Tarjeta de crédito. Cuenta corriente. Mercancía muerta.
Deudas incobrables. Hay que ponerse en el contrato, vale. Dámelo White
Horse. Dámelo Black Label. Dámelo Johnnie Walker. Dámelo Buchanan.
Tráigame la carta. Deme un Alkaseltzer. Llévala al naiclú. Ofrécele un
carro. Móntale una casa. Dale un solitario. Causal de divorcio. Partición de
bienes. Patria potestad. Pensión de alimentos. Dámelo con hielo. Dámelo
con agua. Habla con el juez. Córtale los créditos. Busca una palanca. Saca
la solvencia. Renueva el seguro. Pídele el descuento. Fírmale el contrato.
Pídele la quiebra. Sácalo a remate. Llévalo al notario. Pídele el balance.
Cóbrale ese vale. Ponle la demanda. Llama al abogado. Cóbrale la prima.
Dámelo con soda. Dámelo con agua. Cuídate esa úlcera. Cuida las arterias.
Cuida la cirrosis. Cuídate la próstata. Partición de herencia. Compra el
sindicato. Bóveda de mármol. Nota necrológica. Dámela sin masa.
Moncho huye del tráfago de conversaciones, entre nubes de vapor, hacia
la salida.

—Moncho, mi hermanazo –le dice un conocido, ya en la salida,


echándole el brazo al hombro–, cómo está ese palo de hombre. Mira, te
presento a González.
—Gusto –dice Moncho, pasándose de mano la bolsa de plástico para
darle la mano al presentado.
—Moncho. Un hermanazo. Este Moncho sí que vale. Eso es lo que digo
yo.
—Umjú –dice Moncho, dirigiéndose imparcialmente a ambos.
—Este Moncho –dice el conocido, palmoteándole en el hombro–, eso es
lo que yo digo. Un hombre valioso, este Moncho. Este Moncho, cará –y se
lo quedaba mirando a la cara.
Moncho avanza un paso hacia la salida.

—Este Moncho: aquí lo tiene. Es lo que se dice un amigo. Porque soy


yo que se lo digo: como Moncho no hay dos.
—Permiso –dice Moncho.
—Ah, Moncho este –dice el otro, reteniéndolo por el cuello–. Yo sí que
estimo a este Moncho. Este Moncho, cará.
—Coño –piensa Moncho.
—A todo el que me pregunte se lo digo. Este Moncho es más talentoso
que el carajo. Mire, este es uno de los hombres que tiene talento en este
país. Ahí donde usted lo ve. Moncho, carajo.
—Gusto –repite Moncho.
—Gonzalo González González –dice el otro.
—Bueno, hasta luego –Advertido por un guiño del conocido, Moncho
se vuelve–. ¿Pero dónde tengo la cabeza? Si me han hablado muchísimo de
usted, señor González.
—Es lo que yo le dije a González: Moncho: un terciazo este Moncho.
Un hombre que vale un tesoro. Hay que ver las veces que nos hemos
rascado juntos. Yo sí quiero a este Moncho, carajo.
—Entonces…
—En mi firma de Relaciones Públicas, será lo mejor –dice Moncho,
confidencialmente–. ¿Puede llamar el miércoles?
—Este Moncho, cará, este Moncho –insiste el conocido, agarrado
firmemente de los hombros de Moncho–, hay que ver lo que es este
Moncho, cará.
Moncho mira hacia la salida. Sus ojos se cruzan con los de un indio sin
expresión. El guardaespaldas de Gonzalo González.
Con la sirena a todo dar y el aparato reproductor de sonido a todo
volumen, el Cadillac negro sortea el tráfico y los enemigos semáforos y
llega al edificio de la Toma de Decisiones. El chofer le abre la puerta a
Moncho; los guardaespaldas, muy serios, lo flanquean. Moncho eleva la
mirada hacia
la plancha de mil metros cuadrados de mármol veteado que sustenta
los rompesoles decorativos que dejan caer la luz sobre
la cristalería de las ventanas que sofocan
los volúmenes de los módulos irregulares que soportan
la vibración de las colmenas del aire acondicionado
que sostienen la armazón de adorno funcional que cimenta
la titilación y el estrelleo del neón, y los bombillitos de colores que
iluminan
el mural abstracto que figura
la catarata de la fuente cuya sequedad aridece
la impenetrabilidad del vestíbulo defendido por puertas de vidrio tras las
cuales
el aire como congelado en cristales de mentol defiende
la confusión del Directorio que enmarca
la inmovilidad de los ascensores, casi todos descompuestos.
Moncho se abre paso hacia las oficinas. Saludos y gestos de
reconocimiento lo persiguen. Con cara seria, Moncho dosifica los tics de
reconocimiento o de distracción a medida que lo acosan
pedidores de recomendaciones
periodistas buscando avisos
gerentes de agencias de festejos
solicitantes de renovaciones de permisos de expendio de licores
bailarinas de mambo
hombres del año en publicidad
limpiabotas
tíramealgos
poetas en busca de becas
selladores de formularios hípicos
asesores electorales
revendedores de entradas
Senadores de la República
vendedores de rifas
organizadores de concursos de belleza
actrices de telenovela
directores de academias de telepatía por correo
comisionistas
vendedores de condecoraciones
oficiales en busca de ascensos
vendedores de curitas
abogados litigantes y de todo tipo
fotógrafos de entierros
directores de ministerios
soplones
anunciadores de lucha libre
testigos falsos
agregados culturales
solicitantes de créditos agropecuarios
técnicos de la Alianza para el Progreso
expertos en paquete chileno
gerentes de financiadoras
vendedores de papita frita en las trancas de tráfico
técnicos en estudios económicos
cobradores de peaje
campesinos tratando de que les reconozcan títulos de tierras entregados
por la Reforma Agraria
traficantes de indocumentados
gestores de exoneraciones de impuestos
desempleados
vendedores de permisos de construcción trucados
concejales
tramitadores de subsidios.

Y la loca Cruz Ceballos que en cuanto lo ve comienza a gritar el slogan


electoral «¡Con Moncho, campeón! ¡Tu voto vale un millón!», y no se calla
hasta que uno de los guardaespaldas le pasa un billetico.
Para todos hay, a todos se atiende, en fracciones de segundo, todos
creen recibir algo

saludos promesas guiños


condolencia simpatía cavilación
yo te aviso ya tú sabes después hablamos
ya le hablé al tipo eso se tarda no te preocupes

Antes de que puedan darse cuenta cómo, Moncho los ha sorteado, y se


cierran ante ellos las puertas definitivas del ascensor.
Sótano 1

Moncho toca los botones con su mano en la que arde la verruga de luz: los
focos eléctricos parpadean: hay como un desfallecimiento que pega en el
estómago: la caja desciende desganadamente y sus puertas se descorren
dejando entrar una desolada claridad, moscas y basura: el viento trae
papeles sucios y cenizas: y tierra: hay un peo de aceleraciones de camiones
y una polvareda.
—Cierra esa vaina, cierra.
Pero ya varios de los presentes en el sótano miran a Moncho, lo
reconocen. Algunos corren a pedirle un bolívar, otros lo aplauden con las
manos con las que antes se rascaban las niguas, otros le tiran tusas secas y
guijarros.
—Pueblo que mescuchas –dice Moncho, siempre dispuesto a afrontar la
situación. Pero las planchas de hierro se cierran, las luces parpadean,
creando una penumbra en la cual apenas se oye el zumbido de una mosca, y
luego se abren ante el
Sótano 2

Aquí nuevamente el peo de la oscuridad apenas titilada por tubos de neón.


Una turba de tipos en mono se mientan la madre mientras acarrean barriles
y aceitan plantas de energía y sueldan cables. Moncho se reconoce con
gusto en los carteles que sobre la tapa de cada una de las máquinas
recuerdan al trabajador la imagen de Moncho candidato a la Dirección
Nacional Sindical. Un guachimán lo saluda. Un supervisor de personal le
guiña el ojo. Una rueda de esmeril atrapa la mano de un obrero que volteó
para verlo, y el alarido estride hasta que las puertas se cierran ocluyendo sus
labios de caucho. Parpadean las luces del ascensor.
—El whisky de anoche era adulterado –se dice Moncho que no acaba de
entender cómo los botones de subir pueden llevar hacia abajo. Pero ya la
tracción de la máquina lo sacude nuevamente y las puertas se abren ante el
Sótano 3

En un pasillo grisáceo turbas de empleaduchos hacen cola ante máquinas de


marcar tarjeta presentándoles la correspondiente tarjeta y fojas de servicios
y años cumplidos y peticiones de jubilación y permisos por enfermedad.
Muchos reconocen a Moncho y desde lejos le agitan sus carnets del partido.
Hay desórdenes en las colas. Algunos vivos tratan de adelantarse, meten
zancadillas, se ríen de los chistes que dicen los jefes de departamento. Los
demás murmuran por lo bajo. El reloj marca una hora interminable y
atrasada.
—Más rápido –dice Moncho, apretando los botones adecuados–, esta
vaina tiene que subir más rápido.
En la oscuridad, le quema los ojos un chispazo de la verruga de luz.
Piso 1

Cuando llegó a San Miguel el camión lleno de muchachitos reclutados con


alpargatas y con máuseres, supimos que se había muerto el Benemérito.
Venían a reforzar la Prefectura. Allí descolgaron el gran retrato ornado con
cintas tricolores y recogieron los mecates para enlazar voluntarios. Por
montes y conucos persiguieron a los muchachos que se habían escapado de
la recluta del año anterior, y los mandaron amarrados a otros pueblos.
Moncho se salvó porque en vez de regresar del río cargando las latas de
agua, se perdió por la quebrada, apedreando pajaritos.
Cosa de un año después llegó el camión con los hombres vestidos de
caqui que ofrecían trabajo, aguardiente, felicidad y pesetas.
Patria

La patria es pequeña, y cabe en las manos. Está ya amarillenta, y los trazos


que la definen, descoloridos. Se abren los pliegues de la patria. Torrentes
de sudor la han desteñido. La patria la trajo en su morral el abuelo desde
un páramo, y esperaba regresar vivo para enseñárnosla. El abuelo estuvo a
punto de morir en Pasto de una herida que se le abrió, y en Cundinamarca
de las calenturas. En Pisba le mató el caballo una partida de desertores
hambrientos, pero defendió la patria a cuchillo y pudo salvarla. A la patria
después le cayó chiripa y comején. El abuelo la guardaba envuelta en un
pañuelo bordado que mereció en Guayaquil. Cuando arreció el hambre,
vinieron los oficiales y los viejos godos a comprarle la patria a precio de
baratillo. El abuelo no la quiso vender. Las trazas comenzaron a comerle
las esquinas. Otro veterano que pedía limosna porque había perdido un
brazo en Pantano de Vargas, le dijo al abuelo que la patria no valía un
centavo, que nadie la reconocía. La tormenta que tumbó el techo de la
choza mojó la patria y desdibujó el ovillo de la rúbrica. Ya no se leía la
relación de los ascensos. Tampoco estaba muy clara la categoría y
extensión de las tierras de las antiguas haciendas realistas y fundos de la
corona que se habían adjudicado al infrascrito en su condición de oficial
de la patria y por servicios distinguidos. Abuelo soñaba con llanuras de La
Puerta, que le habían parecido fértiles mientras huía por ellas con su
batallón diezmado. A veces visionaba campos como los de Urica, donde
cayó tanto bravo. Cuando la crecida se llevó la choza y no quedó rastro de
nada, vinieron a echarnos, diciendo ser aquellas tierras de antiguo
compradas a la República por justos títulos y comerciantes acreditados.
Abuelo ya había muerto de la calentura. Echamos a andar, llevando en los
bolsillos la patria.
Piso 2

Mama, mama, la bendición, mama, dónde está usté para pedirle la


bendición que me voy, mama, dónde se ha metido, mama, que me voy
mama con el camión que está ofreciendo felicidad y pesetas, que se va su
hijo Moncho, mama, como se han ido todos los muchachos, mama, que me
voy como el Chucho Morales, que se fue para el cuartel, como el Froilán
Paredes, que se fue a buscar el caucho. Y el Sebastián López que se fue de
arriero. Se fue el Perucho García, sin saber dónde iba, mama. Y el Emeterio
Vásquez se fue, mama, dicen que para los campamentos. Y se fue el Álvaro
Luque, tocado de centella. Se fueron las Segarra, a buscar novios con quien
casarse. Se fue Rosita a trabajar de sirvienta. Los patos se van, mama. Se
van las guacharacas. Me voy con el camión que está en la plaza, recogiendo
a los que quieran irse. Yo trato de no irme y por donde paso, puertas caídas
y techos que se han venido abajo, salgo a un corral donde está el camión
pitando la bocina, mama. Yo me voy al otro lado del pueblo y allí está el
camión mama con el chofer que dice se va el caimán. De las rejas de las
ventanas trato de agarrarme, mama, pero están todas podridas. Y de las
trinitarias, pero están secas. Del suelo trato de agarrarme pero es de puro
polvo y se lo lleva el viento. Prenden cohetes y ofrecen aguardiente y putas,
felicidad y pesetas. De qué puede uno agarrarse en este pueblo. Nomás de
usté, mama, que es tan brava y no da sino lamentos. Nomás de usté, mama,
todo el día un lamento de lo caro que está el maíz y el papelón y que ya no
hay gente que compre los dulces y las arepas, y que en vez de traer las latas
de agua del río me quedo a jugar gárgaro malojo con los demás muchachos,
pero ya no hay muchachos porque o se murieron de pasmo o están todos
montados en el camión que se los lleva. Se soban las tarrayazos de la correa
de cuando no se supieron la lección o se comieron los jojotos o los
encontraron enmogotados con las indiecitas o se pelearon por los trompos.
Si siquiera pudiera agarrarme del nombre del cantador tan buenamozo que
la preñó a usted en la feria y que usted nunca me lo ha dicho, mama, sino
que se queja de todos su dolores y de sus enfermedades raras. Nos vamos,
todos, mama, en las noches se están yendo las estrellas, en el día se van las
nubes, y en la tarde los pájaros y en la mañana los muchachos. También se
irá el sol y no se irá usted, mama. Usted que es tan brava y que no da sino
lamentos.
La canción

Adiós, pájaro de precio


Que me brindaste tu trino
Para ti queda la jaula
Para mí queda el camino

Deliró todo el tiempo. Delirios en los que entraban pesadillas con las
formas de los órganos que habían sido tocados por los lanzazos.
Agua de tinajero, que aleja las fiebres. Si muere, el alma volverá
siempre a este pueblo con las lluvias.
Me dio el soroche y me dio la fiebre en medio del hielo y todo eso era
patria. Patria es donde uno pisa, dijo el abuelo.
Antes de morir, el abuelo Macedonio Luque dijo tráiganme una
guayaba. Yo tardé lo más posible en arrancar del jardín esa guayaba
porque sabía que en arrancándosela se iría el abuelo.
Cuando nos expulsaron de las tierras que le habían prometido al abuelo
por sus servicios en Ayacucho, le encomendé a mamá el pedazo de papel
descolorido con los grados y los ascensos, le encargué que lo cuidara, que
a mi regreso lo tuviera.
Dejé familia, al azar de los caminos. Tomaba rumbo para donde oía
canciones.
Di en cantar. Desprecié a los copleros que me retaron. Dirigí el alazán
en busca del padre de todas las canciones.
El padre de todas las canciones hace tiempo que se me juye. Le doy cita
en las fiestas, en las peleas, en las coplas, que vuelan más rápido que los
pájaros.
Al padre de todas las canciones lo encontré al fin después de tantos
años. Estaba tan viejo, que su voz ya no sonaba.
Lo clavé de un lanzazo contra el arpa, por rencor de no haber oído la
canción tan hermosa con la que hubiera podido vencerme.
Yo canté contra mí, pero mi voz me daba odio. Cabalgué con las
montoneras; y maté tantos hombres, por ver si era la del dolor la canción
más hermosa entre todas.
Me dejé aprisionar, por saber si la voz, al tratar de escapar, da la
canción más hermosa entre todas.
Tuve tantas mujeres, por saber si el amor hace que cualquier canción
sea la más hermosa entre todas.
Y fui tan pobre, por saber si la que no se tiene es la canción que es más
hermosa entre todas.
Renuncié a la memoria, por saber si la canción que se olvida es la más
hermosa entre todas.
Supe, al final, que se estaban yendo las canciones.
Las canciones se iban por temor de que yo pudiera encontrar la más
hermosa entre todas, que las avergonzara y las empequeñeciera.
No volví a cantar más, y morí de pesadumbre.
Piso 3

Váyase, mijo, detrás de los ranchos caídos me le escondo, váyase, para


creer que usté se va porque no me encuentra, pero mentira, mijo, usté se iría
de todas formas, mijo, váyase, detrás de la iglesia vacía me le escondo
cuando usté grita por la plaza, detrás de la pulpería sin techo me le escondo
cuando usté grita por la calle, váyase mijo, que la desgracia de una es que
siempre se le están yendo los hombres, váyase mijo que no hay cosa peor
que seguir de pobre, parienta pobre, hija de pobre, madre de pobre, mijo,
váyase mijo, búsquese la vida, mijo, abra los ojos bien, mijo, dese cuenta de
las cosas, mijo, fíjese quién es el que manda y váyasele atrás, mijo, y
después trate de ponérsele en el sitio, mijo, consiga, mijo, consiga, que
nadie le va a conseguir a usté, no se deje, mijo, no se deje, no se meta a
redentor mijo que sale crucificado, no se ponga a creer en promesas, mijo,
como una que le creyó a ese buhonero isleño y después tuvo que inventar
que la preñó el cantador de las ferias que como pájaro nunca para, váyase,
mijo, no le importe que en el pecho se me abra el dolor de los dolores, que
el corazón se me cambie de sitios toda la noche, que los uñeros me
atormenten y que las noches de luna me dé el pasmo y los huesos se me
enfríen como hierros, de los disgustos que una sufre, por tanto hijo maldito
que es un tormento y la deja a una como la han dejado todos los hombres,
váyase, mijo, no se me vaya. Haz que pierda el rumbo. Llévalo con bien.
Que al camión se le revienten los cauchos. Que esté limpio su camino. Que
se le funda el motor. Que el chofer tenga buen pulso. Que la quebrada se lo
lleve. Que esté lisa la carretera. Que no tengan para beber más que gasolina.
Maldita sea, maldita sea, maldita sea. Venirle a quitar a tanta madre los
únicos hijos que no se le han ido. Benditos sean que los siembran por el
mundo. Malditos que nos los arrancan de las faldas. Benditos que los sacan
de esta tumba. Mano del Gran Poder, te lo encomiendo. Taita Acataurima,
castígalos. Carpión Milagrero, sácalos con bien. San Miguel Arcángel,
confúndelos.
Los dos últimos cirios de sebo del pueblo fueron encendidos en las
hornacinas vacías de donde tiempo antes habían desaparecido las imágenes
de los santos. Arañas y moscas atrapadas en las telarañas se encendieron en
anaranjado rubor. Una luz líquida se fundió en el sebo. Figuraba espejismos
de fuego. Horizontes en medio de los cuales avanzaba un camión.
El sueño de las abejas

—Jacinto Luque –me dijo el coronel–, lleve Vd. a esos dos presos y
afusílelos.
—Pero es Viernes Santo, coronel, y trae mala suerte matar palomas en
Viernes Santo.
—A Vd. qué le importa, Jacinto.
—Escúcheme coronel, el menorcito de los dos es albañil y quiere
terminar el muro que ha estado haciendo. Así no será necesario estropear
más las paredes viejas del pueblo.
—Jacinto, no me responda que contestación de cabo me hace resonar
en la cabeza descargas de pelotón y campanas.
—Son las campanas de la procesión, coronel, pero el fusilamiento no va
a poder ser porque el cura necesita los dos muchachos para que le carguen
la imagen de San Miguel.
—Jacinto, cómo se atreve ese cura a pedirme un favor, si nunca estamos
de acuerdo cuando nos cambiamos de bando, y bendice a contramano y por
eso me pasan estas malas derrotas y estos pueblos sin gente donde para
fusilar hay que ir hasta las cunas.
—Pero es el inconveniente coronel que los muchachos por orden mía
están ya cargando la imagen. No es por mala providencia que se les cagan
encima las palomas. Así llegarán al descanso a lo mejor con plumas en las
manos y con piojos para rascarse durante tanto tiempo.
—Lo que estos vergajos quieren es dejar el muro sin terminar. Nunca la
autoridad será más autoridad en este país ahora que me han visto la oreja
blanca con la excusa de lo sagrado.
—Coronel Gonzalo González, en el nombre de este Santo Arcángel, en
el de esta Dolorosa y en el del cura que por soberbia no despliega los
labios para suplicarte, te impetro que abras la mano de la misericordia
sobre estos niños.
—Dígale al padre que él conoce mis pecados, y que sabe que mi mano
se cerró hace años. Adentro estoy yo, y me llamo y no me respondo, y no me
atrevo a abrirla de terror de encontrar que a lo mejor ya no estoy dentro.
—Yo lo que veo es que ya no hay ni beatas en este pueblo. Se derritieron
todas, como cirios, después que les llegó la noticia de esa mala batalla que
acabó con los niños del pueblo.
—Entonces, Jacinto, convénzase de que todo tiene que ser como tiene
que ser. Terminaremos esta procesión y se colocarán los últimos ladrillos
del muro. Entonces tres tiros, y el de gracia, después que las palomas
hayan vuelto a sus nidos. Porque no va a haber milagros.
—Yo no sé, coronel. Oiga este zumbido de las abejas y pruebe esta miel
que rezuma del costado de la imagen donde el enjambre había hecho
colmena. Ya le escurre por las manos a los muchachos y los tiene dormidos.
Así se acuestan en fosas viejas, en el cementerio, y de sus dedos resbalan
gotas que serán buscadas por santificadas o quizá por medicinales. De
estos túmulos saldrán las mieles que dirán todo lo que uno las quería a las
novias que uno dejó por las guerras, y a lo mejor darán a los hijos que uno
no conoció el poder de desatar los milagros sobre la tierra.
—Vd. sí es pendejo, Jacinto. La descarga del pelotón ni siquiera ha
asustado las palomas.
Piso 4

El camión acelera por áridos caminos de tierra, deja atrás las cruces de los
presos que murieron abriendo la carretera, vadea los cauces de las
quebradas que el verano ha secado y embiste contra la noche límpida donde
destellan las Tres Marías, bache, acelera, bache, primera, segunda y neutro,
bache, en la batea los muchachos enganchados se acomodan sobre sus
morrales y se dan guataco por las orejas y se burlan unos de otros, bache,
neutro, primera, segunda, bache, okey, no jodan más, voy a pasar lista,
cómo, lista, me van diciendo sus nombres y oficios, y dejan la joda, tú; Juan
Bobo, conuquero; tú; Ratón Pérez, ordeñador; tú; Martín Tinajero,
talabartero; ustedes; Pedro, Pablo, Chucho, Jacinto y José, peones; tú; Pedro
Rimales, fabricante de huacales; dejen la risa, carajo; tú; Miguel Camejo,
llanero; ustedes; Onza, Tigre y León, cazadores de profesión; y tú;
Cachucha e peo; natural de dónde; de san Mateo; al que se ría le cae
peinilla; tú; Moncho Pereda, toero; guá y qué es eso; porque yo le hago too
lo que usté diga; dejen las risitas, bache, neutro, frenazo, primera, segunda,
tercera, bache, dónde nos llevan, neutro, segunda, neutro, tercera, por qué
de noche, neutro, primera, guá, pa la Compañía, neutro, primera, ques que
no quieren trabajá, bache, quiénes, bache frenazo curva, los obreros de la
Compañía, y por qué, por los comunistas, los qué, los comunistas, bache
primera segunda tercera carajo qué tierrero, quiénes, bache, a callarse,
carajo, bache neutro primera segunda frenazo curva bostezo, que en la
madrugada llegamos.
Antes de la madrugada neutro frenazo chirrido pararon en un pueblo
desierto y el chofer dialogó un rato con otros hombres de caqui a la luz de
los faros e hizo señas con las manos y se les pegó adelante un camión de
reclutas con máuseres. Aquí hay vaina, pensó Moncho despabilándose, y
entonces les cayó encima la polvareda.
Los imaginarios

A mí me reclutó, sí señó, el Coronel González, si señó, que para entonces


era de la revolución, sí señó, y le vendió al gobierno la batalla de
Mataperro, sí señó, porque le prometió un ascenso, sí señó, y la Prefectura
de San Miguel de Acataurima, sí señó, y yo fui uno de los pocos que
escapó, sí señó. A tambor batiente entramos en San Miguel, y el General
González me dice, Jacinto, cuídeme los presos en la Prefectura, y yo me
presento a la Prefectura y le digo, no hay nadie, General, en la Prefectura
no hay nadie; que no me contradiga, Jacinto, que me cuide los cien presos
de la Prefectura, que aquí están anotados y todos los días cobro el dinero
para su ración, y yo voy, pas, pas, pas, y me cuadro frente a la Prefectura
con sus calabozos vacíos felicitándome de que en el pueblo tampoco
hubiera nadie para verme hacer ese papel de pendejo, estar cuidando unos
presos que no estaban allí; Jacinto, Jacinto oh, me dijo a los pocos días el
General, yo he decidido nombrarlo sargento; sargento de qué, mi General;
pues sargento del contingente de reclutas que viene a cuidar los presos
peligrosos que tenemos, que en cualquier momento se amotinan; y dónde
están, mi General; cómo que dónde están, aquí está la lista y la orden de
pago de las raciones, que acabo de cobrar en efectivo; usted acuartélelos y
tome las providencias del caso; sí señó, digo yo, y me voy a la plaza llena
de perros sarnosos y palomas muertas y digo ¡Compañía!, y nadie me
contesta. ¡March!, y me fui a la Prefectura con la lista bajo el brazo y
sintiendo que se reían, quién se reía, no sé. Ahora era una vaina, una
guarnición vacía cuidando calabozos vacíos. Yo todos los días pasaba la
lista y el General cobraba las raciones. De tanto pasar lista de presos que
no estaban allí y de soldaditos que no existían llegué a conocérmelos de
memoria; Pedro Luján, tú eres un alborotado, compasión deberías tener de
tu mamá; o Pepe Frijolito, no llore de noche, mijo, que no hay mal que dure
cien años; o Roque Chacón, yo sé que usté brinca la tapia de noche para ir
a ver a la novia pero si lo vuelve a hacer le sale cepo de máuseres, así yo
me entretenía tratando de no pensar, que es lo que lo jode a uno, hasta que
un día el General González me dice ah vaina, ah vaina qué, mi General,
que viene en gira El Ilustre Americano y le va a pasar revista a la
guarnición y a indultar los presos, ah, bueno, le contesto, cómo que ah
bueno, me dice, y cómo se justifica lo de los trescientos pesos diarios en
raciones. Jacinto, estamos en campaña, Jacinto. Sí, mi Gene. Los cien
presos se acaban de escapar para unirse a la revolución. Sí, mi Gene. Y hay
que perseguirlos. ¿Con qué, mi Gene? Cómo que con qué, con los
doscientos reclutas. Toque alarma y disponga el orden de marcha, que
ahora mismo informo a la capital el parte de los sucesos. Ahora lo que me
desagrada, yo de pendejo tocando alarma y llamando a hacer formación en
una plaza vacía con tantos ecos, y ese desfile, hacer chaplán, chaplán, chin,
chin, y las risitas, que no eran de nadie, y los perros bostezando. Aliviado
me sentí a pesar de la polvareda de la marcha, y cuando la disipó el viento
de la tarde vi que el General nos llevaba a una encerrona. Mi General, dije,
esta hondonada es una vaina. Estamos cortados por la quebrada y el
barranco. Siga adelante, carajo, y no discuta. Pero mi General, le dije.
Cállese, y ordene avance, mire que ya le están disparando a las
vanguardias. Acabaron la vanguardia, mi General. Cargue con el centro.
Nos mataron todo el centro, mi General, ya le dije que esta posición es
fatal. Avance con la reserva. Sobre su conciencia esta mala batalla, mi
General. Como hombrecitos, les dije a los muchachos, y me lancé con ellos
al asalto. Cuando cayó a mi lado el último recluta, habíamos también
barrido a machete al último de los que hacían la emboscada. Esto es el
acabóse, dijo riéndose el General, el gobierno y la rivolución se liquidaron
enteritos. Yo sentía en la lengua la gran amargura del aguardiente con
salitre. Eché a lagrimear, con los ojos picados por la humareda de la
pólvora. ¿Qué vaina es esa, Jacinto?, me dijo el General, rasgando las
listas y redactando el parte de la heroica defensa de San Miguel. Me dan
tristeza, dije, manque sean imaginarios. Pero Jacinto, dijo el General
llevando la mano a la carabina, si tú también eres imaginario. Entonces
sentí que se me derramaba por la boca la sangre de la herida, y se me
doblaron las piernas. Caí en la noche, entre cadáveres.
Piso 5

A la madrugada entran en un pueblo de ranchos de lata y de tablas. Pasan


por mercados cerrados y dejan atrás solares llenos de basura y comercios
con los candados echados y camiones inactivos. En las esquinas, grupos de
hombres los miran pasar con rencor. Una piedra golpea la cabina del
camión. Por la ventanilla asoma la cara del chácharo que se montó en el
pueblo, pero ya la polvareda lo borra todo y el camión entra en un camino
de asfalto bordeado de alambradas y pasa una puerta con garita y frena ante
un galpón. Alza arriba. Alza arriba, los muchachos que recogen sus
chinchorros sin desplegar y se limpian las migajas de arepa y bostezan, alza
arriba con sus corotos. Tras la lona del camión se atisba una mesa grande,
tras la mesa hombrecitos con listas, y tras los hombrecitos, sentados,
distantes, hablándose entre sí, los gringos.
Carpión Milagrero

Carpión Milagrero, tú que naciste del amor, permítenos morir sin él.
Venga a nos el olvido de tus ojos tristes donde nos reflejamos los de este
pueblo, que es todo él como una lágrima.
Retirada nos sea tu mano que desató los furores del prodigio y terminó
la aridez haciendo que lloraran los pájaros.
No resucites nuestros muertos, que se nos entran por los zaguanes
reprochándonos nuestros olvidos.
Perdona nuestros terrores así como nosotros te perdonamos el florecer
de las piedras y que el agua hablara al ser bebida.
A ti te impetramos que detengas las lluvias de palomas y las montañas
que vienen hasta nuestras puertas para ofrecernos sus hierbas más
humildes.
Apártanos de tu beso que hace nacer en nuestros cuerpos la perfecta
salud y el antojo de un amor tan perfecto que para él no existen nombres.
Despójate de tu cayado que escribe en los aires tan hermosas visiones
que nos duelen las entrañas.
Desvía de nuestras puertas esos tus pies que devuelven transfiguradas
en gemas las briznas y las espinas de los caminos.
De las visitas del arco iris, guárdanos. De la conversación de los
helechos, protégenos. De la mirada de las nubes, sálvanos. De las
canciones de los peces, cúbrenos. De las lunas bailarinas, distáncianos. De
las torrenteras de luz, resguárdanos. De la borrachera de los soles,
quítanos.
Apiádate de nuestros insomnios en que cavilamos los prodigios que
añadirás cada mañana a la tierra.
Conduélete de nuestras dudas al no saber qué milagros pedirte.
Sálvanos de nuestros terrores al verificar la insuficiencia de los
milagros.
Concedida nos sea la gracia de olvidar el llanto de las cosas al ser
transformadas.
Borrada sea la amargura de nuestro corazón al vivir entre milagros y
ser incapaces de obrarlos.
Míranos con compasión así como nos miraste en la hora terrible en que
nos prometiste la insuflación del valor y el aliento que nos permitiría a
todos hacer prodigios.
Recibe piadoso estas súplicas así como recibiste las piedras con que en
ese instante te lapidamos.
Por las intenciones de tu corazón, que todavía late, por el brillo de tu
amorosa sangre, que todavía nos tiñe, por las palabras de tu lengua, que
arrancamos, por los actos de tus suavísimas manos, que dimos a los perros.
Enmudécenos, Carpión. Ensordécenos, Carpión. Embótanos, Carpión.
Haznos insípidos, Carpión. Carpión, ciéganos.
(Se reza indefinidamente hasta que llega la muerte).
Piso 6

Los musiúes. Los gringos. Beben más que el carajo. Son buena gente. Les
pagan más que a nosotros por el mismo trabajo. Nos tienen asco, por
negros. Les dan los cargos más altos. No nos dejan entrar en su campo.
Están combinados con la policía. No nos dejan entrar en el Club. No sueltan
un centavo. Se prestan las mujeres. Son gente práctica. Son unos coños de
madre. Ésos sí saben su vaina. Tienen cara de perro. Son gente trabajadora.
No echan polvo más que con gomita. Son unos tigres para hacer plata. Los
mandan sus mujeres. Esos sí saben vivir. Son unos pendejos. Se creen
grandes vainas. Son los que deciden. Tienen relojes de oro. Beben todo el
día. Andá, le dice un listero a Moncho, dejá la habladera de pendejadas,
bajá, dejame mirarte, recogé tus corotos, pasá por la mesa, decí tu nombre.
Al acercarse a la mesa, Moncho se atreve a alzar la mirada y la fija en
uno de los gringos. Moncho advierte el pelo gris con la carrera impecable,
la piel color de camarón, los lentes con montura de acero, las orejas
enormes, los labios sensitivos y exangües que en ese momento parecerían
estar hablando para sí mismos. Moncho siente que le llega de lejos un vaho
de talco y agua de colonia, y en ese instante el gringo le clava sus verdes
ojos de lagartija. Un instante se contemplan ambos y cuando Moncho se
prepara a descifrar la mirada, ya el gringo, distraído, le habla por encima
del hombro a un criollo de bigotitos y traje blanco que lo escucha atento.
Con un malestar, Moncho cree haber advertido inseguridad en la mirada del
gringo, que ahora se pierde en el vacío, lejos, hacia las alambradas.
Decí tu nombre, le repite a Moncho el listero.
Los santos

Yo fui el primero que se dio cuenta de la desaparición de los santos.


Cuando apareció vacío el nicho en donde estaba San Pedro, pensé en
acusar a los negros, que se lo habrían llevado prestado para su jolgorio.
Después me contaron que, en efecto, San Pedro había celebrado la fiesta
con los negros. Jugó chapa varias noches seguidas y durmió una
borrachera de tres días. La última noticia que tuve de él fue que seguía la
parranda, río abajo, hacia el mar. Hacia los pueblos de pescadores.
Después de eso desapareció San Sebastián. Dudé en poner el caso en
conocimiento de las autoridades, suponiendo, como reputo por cierto, que
por órdenes de allá arriba San Sebastián había sido mandado a buscar a San
Pedro. Me confirma la suposición el cuento de una beata que esa
madrugada vio caminar por las calles un muchacho en paños menores. Por
cosa de las flechas, sería, se juntó con una tribu que huía de los hacendados,
que ese año los estaban matando. Supe que vive con una guaricha. Supe que
ha olvidado el idioma.
San José también se fue, pero no para buscar a nadie. Se fue del nicho y
puso una carpintería en el pueblo vecino. Casó y tuvo hijos, todos
contrabandistas. Estos taburetes fueron hechos por sus propias manos.
¿Y la lujosa imagen de San Cristóbal, que databa de la Colonia? Se fue,
con niño y todo, a hacer conucos. El niño se le murió de pasmo. Era un
hombre muy apreciado de las comadres, siempre dispuesto a hacer un favor,
siempre disponible. Pasaba niñas por los ríos, y se las robaba. Regresó al
año de la gran hambrazón, a morir de paludismo, como todo el mundo.
A San Juan Bautista también le llegó su hora de irse. Yo lo descubrí una
madrugada, cuando me levanté a investigar quién buscaba a tientas el
cerrojo de la puerta. Él me explicó que al cielo ya solo iban las beatas y
viejos, que después de dos mil años haciendo la corte entraban ganas de
volver a recorrer el mundo, de comer arepa, de hablar con las gentes, de
tener piojos, de sufrir persecución de la justicia, de morirse, tal vez, y
olvidarlo todo. Tantas cosas que hablamos, y qué gran tristeza en lo que
pude entender. De lástima que me dio le regalé unos pantalones viejos y
unas alpargatas. Las lenguas dicen que lo mataron en una redada de
pedigüeños en Elorza.
De Santa María me llegaron noticias que juntó con un arpista y que
tuvieron muchos muchachos. Bordaba primores y hacía unos dulces de
cabello de ángel divinos, lástima que el hombre le daba muy mala vida, era
muy mujeriego, pero nada en esta vida es perfecto. Supe que murió de
parto.
A San Roque algún comemierda lo delató como enemigo del gobierno.
Finó en el Castillo de San Carlos, con grillos setentones.
Como último recurso mandaron al Arcángel Miguel a recoger tanto
santo esgaritado. Era un carajito arrecho, bueno para la pelea, que se fue
con la guerrilla de Arévalo Cedeño. Murió en la frontera, de bala.
La paloma del Espíritu Santo yo la vide con la bandada, sobre el
campanario. Esos pichones que vuelan sobre la plaza, son suyos.
Al quedarse la iglesia vacía comenzó a dolerme la soledad. Yo entonces
cerré las puertas con candados y clavos, y me fui por los caminos, buscando
la vida. Le metí un palmo de hierro en la barriga al que dijo que yo me
había robado las imágenes y se las había vendido a una iglesia de Cúcuta.
Ya soy viejo, y he perdido la pista de los hijos que tuve con Santa
Teresita del Niño Jesús y con Santa Tecla. Si usted los ve por esos mundos,
dígales que yo los bendigo.
Piso 7

Moncho, Moncho es que te llamás, mirá Moncho, vos vais de encuellador,


te ponés ese casquito y agarrás esa llave y no preguntes, y tú, Ratón Pérez,
vos vais de soldador, y vos, Pedro Rimales, vos vais de perforador, no
preguntéis, callate, y vos, Onza, y vos, Tigre, y vos, Lión, vais de tool-
pucher, ah verga, callate que te lo digo yo que vais de eso, y vos, Cachucha
e Peo, estáis sortario que vais de mecánico, callate que te doy un getazo, y
vos, indio, vos, vos vais de chofer, me entendiste, y si no me entendiste allá
tú que no habláis cristiano, agarrá, Chucho, preparate, Jacinto, espabilate,
José, cuando yo te diga desfilás de aquí para allá como si estuvieras
ocupado, mirá, no me preguntéis ocupado en qué, vos circulás y salís y
entrás cargando cosas como un bachaco y dentro de un rato viene un
camión y te lleva más allá y hacés lo mismo, andá, andá y no preguntéis que
lo mismo te ganás tus siete bolívares, movete y salís y entrás del galpón,
llevás una caja o un tubo o una verga o una jaiba de aquí para allá y entráis
al taller y me traés una carretilla y después te la lleváis, o lo que sea, andá
movete de aquí para allá, no tenéis que hacer nada, qué molleja, tenéis que
hacer como que hacéis, andá, si no entendés mejor, andá, movete, en un rato
viene el camión y los lleva al otro campo, andá tú, dejá ese tubo y cargá otra
cosa, movéte, andá, andá a reíte de tu abuela, movete, andá, circulá, mirá
que son órdenes, preparate, mirá que ya va a sonar la sirena.
La guerra que surgió por una coma

Documento que figura en los folios del cinco al diez vuelto del Libro
segundo del Protocolo Primero del Segundo Trimestre de la Oficina de
Registro Público del Municipio Páez, Distrito Independencia de esta
Circunscripción Judicial. Yo, Rafael Luque Jiménez, venezolano, mayor de
edad, de este domicilio, de profesión Registrador, declaro: por la presente
explico las circunstancias de la guerra que surgió por una coma. Otrosí la
mañana del 15 de agosto, día de la Asunción, aparecieron muertos a
machetazos en el hato “La Estrellita”, mi amantísimo padre Domitilo
Luque Rodríguez, mi recordada madre Enriqueta Josefina Jiménez de
Luque, mi tierna hermana Inesita. Otrosí, salvéme por estar haciendo retiro
espiritual en la casa del cura para mi primera comunión, que era ese día.
Otrosí durante el funeral, a pesar de mis tiernos años, medité en la
discusión sobre límites y linderos del hato sostenida días antes entre mi
padre y su vecino Don Plutarco Ollarzábal. Otrosí que este último no tardó
en declararse propietario legítimo de “La Estrellita”. Otrosí preservé mi
existencia porque pasé a protegido del señor cura, e hice de monaguillo en
las bodas y los bautizos de los Ollarzábal. Otrosí por no morirme de
hambre ni meterme a cura, terminé en Registrador del Distrito. Otrosí por
paliar mi tristeza di en intercalar puntos y comas en los folios donde
constan los linderos y las dimensiones de los hatos “Los Pajaritos”, “Las
Nostalgias”, “La Cruz de Mayo” y “La Rosaleda2, propiedad de Don
Plutarco Ollarzábal. Otrosí que tras una discusión sobre linderos,
aparecieron decapitados los cuerpos del antedicho y de dos de sus hombres
de confianza, en la acequia que limita “La Rosaleda” con los predios de
“La Enamorada”, hacienda de Don Jacinto Bermúdez. Otrosí que en el
camino de mula que va hasta el fundo “Los Topacios”, aparecieron
acribillados de guáimaros los cuerpos de Don Jacinto y de su hijo
Enriquito, por otro nombre El Catire. Otrosí cumplidos los lutos, el otro
hijo de Don Jacinto invitó a los Ollarzábal a unos toros coleados de cuyo
motivo surgió la riña donde perecieron acuchillados accidentalmente por la
espalda Clístenes, Leonidas, Temístocles y Pericles Ollarzábal con sus
concubinas, señoras e hijos. Otrosí que la familia Tejera pereció
íntegramente colgada de unos alambres tras una discusión sobre sus
derechos sucesorales a las fincas de los Ollarzábal. Otrosí acontecieron
muertes violentas entre los herederos que nunca pudieron entender los
problemas planteados por las divergencias en los puntos y las comas de los
testamentos y de las declaraciones de herencia. Otrosí que como la guerra
no respetaba las familias, lloré repetidas veces en los funerales de niñas de
quienes alguna vez estuve enamorado, me despedí de sus manecitas lavadas
de la sangre por las viejas, entrecerradas sobre ramitos de violetas,
crucifijos familiares, misales nacarados. Otrosí que el gobernador, coronel
Braulio Zaraza, se declaró heredero universal y murió de un lanzazo en el
hígado dado en la oscuridad de la casa de citas de Doña Violeta Ojos
Tristes. Otrosí que los Ponte, los Boada, los González y los Fuentes,
temerosos de que se los implicara en el hecho para quitarles sus tierras, se
alzaron a favor del gran partido liberal amarillo. Otrosí que el general
Nicomedes Zaragoza, enviado por el gobierno para imponer el orden,
saqueó los hatos “Las Pasionarias”, “Las Pomarrosas”, “Los Adioses” y
“Las Tres Marías”. Otrosí que la vanguardia que cargaba con el botín
puso en fuga a las avanzadas rebeldes cuando estas la avistaron en la
proximidad del fundo «Madona Angelical». Otrosí que las tropas del
gobierno se desbandaron al chocar con las fuerzas de los rebeldes que
huían. Otrosí que, esperando a que me mataran, durante el saqueo del
pueblo me entretuve regando de comas y de puntos los linderos en todos los
documentos de propiedad del Estado. Otrosí que la guerra duró mucho y el
señor cura pereció de la tristeza de tantos funerales y entierros. Otrosí que
a través de la masonería me he comunicado con otros Registradores, y el
resultado es que todos los títulos de propiedad del país están también
embarullados. Otrosí que moriré esta noche de vejez y de abandono. Otrosí
que mis restos sean enterrados bajo la ceiba grande en terrenos de lo que
fuera “La Estrellita”. Otrosí que en mi tumba sin lápida plántense rosales
de los que durante tantos años he regado sobre el túmulo de Isabelita
Ollarzábal. Rogad al Señor por su alma. Otrosí que conozco que el intento
de aclarar el enredo de las comas dará lugar a otra guerra. Dado, firmado
y sellado. Es copia fiel que se expide, a petición de parte interesada.
Incluida en el tubo de lata, con otros papeles de la familia.
Piso 8

A aaaaaaaaaaaaaaaaaaaa qué es eso compañeroooooooooo oooooo el pito


compañeros el pi iiiiiiiiiiiiiiiiiiii la huelga se acabó oooooooooooooooooooo
no puede ser compañero no puuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu
AAAAAAAAAAAAAAA aguaite compa que las chimeneas echan humo
mire ahí mirEEEEEEEEEEEEEEEEse camión con obreros que pasa por ahí
IIIIIIIIIIIIII que la huelga se perdiOOOOO OOOOOOOOOO a la calle
todo el mundo a la calle todo el mUUUUUUUUUUUU Escuche la
sirenaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa mire moverse el
balancíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii la gente volvió al trabajoooooooooooo ooooooooo
mire los gringos en el Clúuuuuuuuuuuuuuuu AAAAAAAAAAque es
mentirAAAAAAAAAA que es un peinEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE que
es puro esquiIIIIIIIIII que es puro esquiroOOOOOOOOOOOOOOOOO
que es puro musiuuUUUUUUUUUUUU alarmado por la sirenAAA
AAAAAAAAAAAA el peonaje sale a la callEEEEEEEE EEEEEEE y
corre con frenesIIIIIIIIIIIIIII hacia el campo OOOOOOOOOOOOOOO
donde lo detiene el alambre de
puuuuuaaaaaaaaaaeeeeeeeeiiiiiiiiioooooooooouuuuuuuuuuuuuuu de la
alambrada tras la cual guardan la puerta del campo los guachimanes.
Nos están matando a los muchachos

Mejor es no ir al cementerio de San Miguel, porque en él faltan la mayoría


de los muertos. Adónde se fueron tantos muchachos, a buscar lejos el orín
del hierro o el escupitajo de la pólvora. Con la patria se fueron, a dejar sus
huesos en el páramo o en la llanura. Con Páez y contra Páez, con los
Monagas y contra los Monagas, con los Guzmán y contra los Guzmán, con
la Federación y contra la Federación, con Crespo y contra Crespo, con los
andinos y contra los andinos. Cada año llega a San Miguel de Acataurima
un jinete comido por la fiebre de la muerte, con un trapo descolorido en un
asta de lanza y las herrumbradas espuelas puercas en sangre del caballo
fatigado de tábanos, a explicar que el destino es como un rival afortunado,
que se lo corrige a machetazos.
Con él se van nuestros muchachos. A veces las comisiones del
alzamiento triunfante nos devuelven de recuerdo una presilla o un ascenso
póstumo o un estribo roto o un clarín abollado. A veces ni eso.
A veces regresa solo un caballo, desgarrado el vientre, la boca llena de
espuma, temblorosas las ancas, las manos estropeadas. Resuella por las
calles, recostándose en las paredes, haciendo sonar sus cascos por la
noche.
Lo matamos a pedradas, de ira de no poder olvidar sus ojos
desorbitados.
Piso 9

Los guachimanes están vestidos de caqui regalo de la compañía con botas


de suela de balatá regalo de la compañía y llevan un cinturón con
cartucheras y el 38 y un sombrero de pelo de guama o de cogollo y llevan
terciado un máuser y les cuelga de la cintura una funda de machete y casi
siempre tienen en la mano el machete y les gusta balancearlo y miran a lo
lejos y cuando te clavan los ojos te dicen
Circulá.
La lluvia en San Miguel

La lluvia en San Miguel comienza a caer desde las Pléyades, hasta que
nadie recuerda algún tiempo en que no lloviera. La lluvia desciende por el
barro de la calle principal y empieza a arrastrar recuerdos. Algunas mujeres
se sientan en los poyos de las ventanas y comienzan a señalarlos: Allá va mi
primer novio, que murió de pasmo. Allá flota la corona de azahares de mi
madre. Y allá mi trompo y allá mi primera china, dice algún viejo, mirando
desde la puerta, donde los goterones lo salpican.
A veces parece que no va a haber agua para tantos recuerdos. Pasan
ahogadas como otras tantas Ofelias las novias perdidas del deseo y de la
distancia: los abuelos que murieron y fueron enterrados con sus esperanzas,
y la cara del funámbulo que un día vino con el número de los perros
amaestrados. La lluvia inunda los conucos y termina las vaquerías. A lo
lejos se oyen las crecientes y el pueblo navega mecido entre ellas, sin saber
en qué tierras lo dejarán, en este mar que es un hervor de renacuajos lleno
de islas que son montañas de sapos.
La lluvia en San Miguel va lavando las edades hasta dejarnos a todos
niños. En San Miguel durante los aguaceros solo se oyen gorjeos de niños
que se persiguen entre los tinajeros y las trojes de maíz y los chinchorros a
medio tejer; y si alguien llegara preguntaría: qué es este pueblo sin edad:
por qué yo el único con años entre esta insolencia de niños que me tiran
piedras.
La lluvia en San Miguel dibuja nubarrones en los nichos vacíos de los
santos y desdibuja las inscripciones de las lápidas. Puede que hasta los
pájaros sean disueltos en la copa de los árboles.
Vivimos todos inciertamente, convertidos en gotas, rezumando de las
paredes de barro y los pisos de tierra, cada vez más cerca de los fogones. En
ellos, bajo cenizas, la última brasa de la memoria, el recuerdo de la seca en
San Miguel.
Piso 10

Compañeros, circulá, trabajadores, ya te he dicho que circulés, pero primo


es una palabra para los trabajadores, circulá que la alambrada es de la
compañía, compañeros los han traído engañados, callate que tengo orden de
proceder, compañeros, es de esquiroles que los han traído, circulá que vais a
ir preso, pero primo es una palabrita para los compañeros, qué compañeros
ni qué molleja, circulá, compañeros no se unan al sabotaje, circulá Tuerto
que vais a llevar plan, compañeros no rompan la huelga, circulá que
tenemos órdenes del Comando, compañeros llevamos veintiún días en
huelga contra la Compañía, circulá Tuerto, mirá que estáis fichado,
compañeros nos explotan compañeros, circulá que te tiro, nos pagan a tres
bolívares compañeros, obligan a trabajar a los accidentados, circulá, al que
reclama lo botan, compañeros, nos pagan tres veces menos que a los
extranjeros, circulá, nos tienen tras alambradas compañeros, andá, vete,
mirá que te tiro, ni agua nos dan compañeros, circulá que ya estáis avisao,
vivimos como perros, ahí te va, dormimos con las ratas, yo te avisé, no
digáis que no te avisé, y para los gringos riqueza y para nosotros cobres,
circulá, y para ellos carros y para nosotros pata, circulá, y para ellos hoteles
y para nosotros ranchos, circulá, y para ellos medecinas y para nosotros
pasmo, mirá que cuento hasta tres, Tuerto, y para ellos pajaritos y para
nosotros nigua, uno, y para ellos perfume y para nosotros mene, dos, no nos
reconocen los sindicatos, dos y medio, y para ellos todo el país y para
nosotros mierda, tres: tris tras, tres: trisss trasss tresss: tris tras: tras: tris:
tres.
Las flores en San Miguel

En San Miguel las flores acompañan el verdor que aparece con las
primeras lluvias. Se recogen los cuerpos de los ahogados que ha traído la
crecida y se comienza a desmontar en las vegas. Y solo bajan de las ramas
gotas justas y exactas. Y gotas justas y exactas caen de los techos de paja.
Entonces puede ocurrir el primer relampagueo, porque florece la
madera de un arcón de la iglesia, o florece un banco de la escuela. Todo es
muy incómodo porque florecen también las rejas de las ventanas y las patas
de las camas. En los cuartuchos cerrados estornudamos del olor de tanta
flor nocturna que brota de las paredes. Los transeúntes se pierden en las
selvas de azahares y nomeolvides que tupen las calles. En ellas tropiezan
con los vegueros que huyen, encandilados por el fulgor del jazmín amarillo.
Durante mucho tiempo nacen flores de la cañabrava que sostiene los techos
e incluso del moriche de estos, y en todas las cruces de palo de los
cementerios, y en la Cruz del Sur que preside los cielos con sus claveles, y
en la sangrienta rosa del corazón del Escorpión.
También florecen piedras y florecen personas. Entonces viene la
desgracia del abejero que no nos deja en paz mientras hacemos las
siembras y matamos araguatos. Pegones ahítos de miel se enredan en el
cabello de las muchachas. El trueno de las chicharras las adormece en
hamacas que de la noche a la mañana están florecidas. Secretas flores ellas
mismas.
Una mañana florece el sol y se sabe por lo alto que vuelan los
picaflores y por la dulzura del néctar que traen.
Es importante no dormirse mientras florece. Acaso el único instante de
felicidad de nuestras vidas despuntaba, y marchitará antes de que
despertemos.
Esta es la época de morirse en San Miguel, por las muchas flores.
Piso 11

En un tris trisca el trizar de la machetería sobre la alambrada: Moncho se


voltea, suelta el tubo, Moncho deja la hilera de enganchados Moncho corre
por el tierrero rojo Moncho no voltea a ver si los demás lo siguen Moncho
corre sobre los hormigueros y los matorrales y los cadillos Moncho ve el
gentío que lo aplaude desde fuera de la cerca Moncho corre corre más duro
alejándose de la mesa de los galpones de los listeros Moncho corre corre
hacia la alambrada Moncho se desvía de la garita donde los guachimanes
dan planazos Moncho corre encandilado por el primer rayo de sol hacia la
gente que le grita y que lo aplaude, Moncho grita y la alambrada se le mete
por la cara y Moncho mete los dedos en las redes de alambre y las redes
tiemblan; y lo ayudan y echan camisas sobre el alambre de púas del borde y
Moncho trepa hasta el borde de la alambrada y Moncho quisiera quedarse
allí un rato, el calor, la luz, un soplo apenas de brisa un soplo apenas. A lo
lejos Moncho ve tierra roja y más tierra roja, un agua sucia, inmensa, un
agua que no se acaba, llena de torres y de balancines que pican como
pajaritos negros, y, al final, los puntitos de fuego de los mechurrios,
consumiéndose.
La seca en San Miguel

Cómo describir la seca en San Miguel. El ardor del sol, que se mete por las
puertas y los postigos al interior de las casas. Guardados en cofres se
venden los últimos restos de sombra.
La insolencia de la seca es tal, que duelen las piedras. Son piedras
nítidas que uno no puede sacarse ni de la memoria ni de los sueños ni del
vientre, porque allí se le meten y comienzan a crecer minuciosamente, sin
olvidar ni una arista ni una grieta.
¿Qué se le ha perdido a Dios en San Miguel, que envía tanta luz a
buscarlo? Durante mucho tiempo se suspenden las noches. En las calles y
en la plaza afloran huesos. Da dolor mirarlos, por el reflejo.
Durante la seca en San Miguel de Acataurima, se comprende que las
otras estaciones son imaginarias: el puñal de la luz va metiéndose en las
piedras y evaporando el tiempo acumulado en ellas: este vapor es el que
hace soñar las lluvias y las flores magníficas. Las piedras, despojadas del
tiempo, chupan la realidad como si fueran esponjas; y por eso en San
Miguel no hay más que paredes de bahareque con la cal arañada: techos
polvorientos y telarañas a las que un polvo de greda descuajó, haciendo
secar los huevos de las arañas; no hay voz para llamarse de un lado a otro
de la calle, porque se la chupan las piedras. Y al fin todo se oculta en la
humareda que sopla durante semanas y los llantos se pierden en el trueno
de los incendios que se acercan a San Miguel como un anillo desde los
cuatro puntos del horizonte. La noche que nos alcanzan los incendios todo
cruje y nos despedimos antes de convertirnos en vendavales de chispas. A
la mañana siguiente en las calles se abren grandes heridas de greda seca y
arenisca vitrificada. San Miguel aparece entonces como el último sueño de
alguien que muere de insolación o que perece ahogado en un mar
perfectamente azul: la boca y las narices quemadas por la sal.
¿En qué fuego arden, bajo sus tumbas, los muertos de San Miguel?
¿Cómo es ese tormento para el que no hay lágrimas? El sol que protege del
polvo y el polvo que protege del sol. En una cruz, bajo un techo de palma,
cuelga, inmóvil, una bambalina de papel de seda. Allí estarás, para
siempre.
Los hombres de San Miguel mueren cuando la seca le va quitando al
mundo sus colores. Si de pequeños los alegró el rojo violento de la sangre o
de las trinitarias, a medida que son mayores el blanco de hueso de la
lechada y el pardo de la greda lo van destiñendo todo. El pueblo se va
volviendo color de tierra y de hueso, hasta que ellos mismos son blanco
hueso rodeado de polvo; sin matices. El hueso tira hacia la greda y la
greda tira hacia el blanco, hasta llegar al tono equidistante donde nada
sucede y nada se percibe. Este no color crece en San Miguel hasta invadirlo
todo: las ropas, los pisos, las caras y hasta los recuerdos son de greda
desteñida, y color de greda desteñida son los sueños, y los rezos de las
beatas. De los pisos y de las calles afloran trozos de vasijas, que las
mujeres temen diciendo que están encantadas. Es que de las entrañas de la
tierra brota más tierra: mugre.
Morirse en San Miguel es solo cuestión de grados. Bienaventurados los
que mueren niños. Se despiden de un mundo todavía lleno de colores. Con
arpa y llantos los despiden, adornados con flores de papel y con cirios.
Ahora que alguien recuerda de repente la guerra en que fusilaron a todos
los niños. ¿Y entonces quiénes somos nosotros, si los niños que fuimos
están muertos? Somos el último sueño de sus fiebres. El vómito negro, el
pasmo, la moridera o el plomo interrumpirán este sopor, o acaso ya lo han
interrumpido.
En la seca las hormigas se van. Luego se marchan los sonidos. Los
hombres se van para los alzamientos y las mujeres para el cementerio. La
guerrilla del coronel De Nogales Mendes dio una vez en este pueblo en el
que solo quedaban las moscas, y lo abandonó al ver que las mismas moscas
rodaban al centro de la calle, acogotadas por la desesperación, por el
bochorno. El coronel De Nogales Mendes lloró, al sentir una desesperación
mayor que la que jamás llegaría a arar en su pecho la media luna de las
guerras de Turquía, y antes de retirarse remató a tiros dos heridos
incurables que se habían empeñado en morir bajo uno de los últimos techos
que aun quedaban en pie.
Al marcharse, su caballo volteó la piedrecita que era la semilla de la
próxima estación de las lluvias, y de todo lo que habría de pasar en San
Miguel, hasta la consumación de los siglos.
Piso 12

A él lo llevan en hombros al frente de los otros muchachos que saltaron la


alambrada. A él lo aplauden y lo llevan hasta el caserío. A él le dan las
gracias dentro de chozas de latón y de ranchos de madera. A él le dan de
comer plátanos que traen regalados los piragüeros y chivos que traen los
campesinos. A él le piden que encabece otro piquete de obreros que va a
parar los camiones que traen llenos de indios engañados desde Perijá. A él
le explican qué significa huelga, qué significa esquirol, qué significa
guachimán. A él le cuentan que ocho mil obreros resueltos tienen paralizada
la producción de petróleo. A él le dan la mano cojos, tuertos, rengos,
chingos y desfigurados que las maquinarias han mutilado y la Compañía ha
retirado. A él le oyen riendo la historia de la faramalla del falso trabajo que
inventaron los gringos para hacer creer que había fallado la huelga. A él lo
fichan los espías. A él lo llevan hasta el local del sindicato.
El cielo en San Miguel

Si no fuera por el cielo en San Miguel. El cielo que aparece cuando al fin le
dan permiso las nubes de la lluvia y antes de que las chispas de Las Tres
Marías y el chorro de sal del Camino de Santiago desaten el fuego de la
seca. Como el Benemérito acostumbra ordenar la caída de los luceros que
no le gustan, San Miguel está en la obligación de inventarlos nuevos.
Desentierran los ancianos las bandolas y los cuatros y los quintos y las
antiguas arpas. Copleros errantes, huidos de la justicia o de los acreedores,
locos y ociosos se unen a la cantadera, y entonan la canción de ese año
para cada estrella. Al cielo envían todo lo hermoso que han tenido en esta
vida, al impasible cielo que ha visto tantas muertes sin esperanza en San
Miguel. Al cielo, del que solo viene la muerte, lo afrentan devolviéndole
todas sus dichas. Y al atardecer siguiente, cuando el Benemérito, a lo lejos,
se asoma a las barandas sombrías de la casa del Poder, encuentra clavada
en el cielo, y como nueva, la estrella que había hecho caer la noche
pasada.
Piso 13

A Moncho lo llevan para el sindicato en una camioneta picó junto con los
demás muchachos que no quisieron ser rompehuelgas. El sindicato queda
lejos es un galpón grande con techo de zinc en el sindicato hay siempre
unos compañeros que están reunidos en unos cuartos donde antes las
muchachas, vos sabéis, en el sindicato reparten el bastimento que se compra
con los fondos y lo que llega de solidaridá, yuca que mandan los paisas y
racimos de plátano que traen los piragüeros y curvina y ronquito y
armadillo que pescan los ñeros, en el sindicato le prestan chinchorros a los
compañeros que los dejaron en los camiones en que los trajeron, y a
Moncho le toca colgar junto a un muro donde bajo la mano de lechada
reciente se transparentan mamarrachos, dibujos de músicos y de mujeres
desnudas con las inscripciones pícaras; te quiero mucho: te recuerdo
Conchita, vergas de aquellos tiempos, de cuando las muchachas, vos sabéis.
Moncho se mece molido de la agitación del día. Aspira y siente olor a
pescado. Le da tristeza. Esa noche soñará con putas con mucho perfume
que hacen ronditas alrededor del sindicato bailando El Botecito, creerá
escuchar risitas entre los cuartos llenos de tortas de casabe y latas de
pintura. Se bajará del chinchorro entre suspiros y ensueños buscando
guarichas que le suenan pitos de carnaval y se esconden tras los montones
de plátanos. Perseguirá viejas que corren desnudas por el patio e indiecitas
en cholas que le dirán ay papacito mientras un largo rebuzno va llenando la
noche. Moncho se siente burlado y a disgusto. Toca un par de tetas que
resulta ser una mano de plátanos y cuando se echa en un colchón lleno de
nalgas, este resulta ser un montón de sacos de coco. Un chorro caliente le
baja desde las entrañas, y se despierta orinando en la tierra seca del patio.
En la noche, una figura insomne lo contempla. Moncho la reconoce.
—Álvaro Luque.
—Chito, que aquí tengo otro nombre. Tú debes ser Moncho, el hijo de
Josefina.
La figura se adelanta para darle la mano. Se oye un roncar de
exrompehuelgas y de obreros sin casa, que yacen en los chinchorros o
tendidos en el suelo, sobre sacos. Moncho cuenta su pesadilla putañera y
Álvaro Luque se ríe, dándose una palmada en la frente.
—Pero claro.
—Claro.
—Si aquí quedaba el mabil de Ambrosio.
—¿Cómo?
—El mabil que sostenía el prefecto. Una casa de putas que termina en
sindicato. Solo en este país.
—¿Y cómo es eso del otro nombre?
—Es largo.
Memorias

El tercer día.- Romanos de la decadencia.- Un compañero de desdicha.-


Sueños venturosos.- Columba doméstica.- Tierra amarga.- Un círculo
conspirativo.- El plato de lentejas

Noviembre-Diciembre

Me envían un papelito por el telégrafo de las junturas de las paredes.


Hoy no podemos tampoco mandarle comida, nos han requisado todo lo que
teníamos, de milagro conservamos el lápiz. Me recuesto y trato de
encontrar la resignación. He dejado de arrojar el líquido fétido en que se
disolvían mis tripas. La sed me ha secado al mismo tiempo las entrañas y el
cerebro. Espero que me den noticias de Tancredo Pimentel, de Feo Calcaño,
de Lafayette, de Arévalo, de Parra Entrena. Tengo la horrible idea, venida
de no sé dónde, de que uno de ellos ha muerto. Sí, en la medianoche, el
estrépito de los hierros del buzón, pasos de los cabos de presos. Pero no me
llegan informes. La debilidad es la gran inventora de las truculencias. Trato
de memorizar las sátiras de Juvenal. A cada momento siento que se me
escapan palabras y que confundo los versos. Con todo, encuentro algo
refrescante en el verso latino. Tenían por lo menos sentido de las formas,
estos romanos de la decadencia, una cierta franqueza en su caída moral, un
sobreentendido en el que nadie engañaba a nadie, una valentía en el cinismo
que nos ha valido un Petronio y que nos ha valido un Ovidio. En cambio,
nosotros...
Será mediodía cuando desclavan la cortina de la celda y me traen un
compañero. A las leguas se nota que es un nuevo en el establecimiento,
todavía tiene ropa, es joven, tiene un semblante como de pájaro, una palidez
marmórea, tropieza con los grillos setentones que le han remachado, mira a
todos lados parpadeando, como una paraulata encerrada, en ese estupor del
ave que todavía no cree en la jaula, que todavía tiene que convencerse... Me
presento. Me contempla con un sobresalto del que no debe estar lejano el
terror. No le doy la mano, le digo, por la sarna. De repente, sonríe. Y Job
sufrió la pesadumbre de amigos que lo atormentaran, me dice. Y Edmundo
Dantés sintió el infinito placer de escuchar una voz humana, le respondo.
Nos reímos. Quiero llorar. Este muchacho –no habrá cumplido veinte años–
no debe saber todavía por qué lo han mandado a este calabozo. Prefiero no
decirle que este es el tercer día que no envían bocado, que me he sostenido
con una paloma a la que atraje con migajas, que he devorado crudas las
tripas, la piel, los tendones, todo...
Mi nuevo compañero se llama Álvaro Luque. Hablamos poco esa
primera tarde. Tiene en el contar sus cosas esa parquedad del preso nuevo y
de la señorita con pasado. Es de los recogidos en la ola pávida del
miércoles. Le deben haber hecho infamias. Oí que a varios los habían
colgado. En efecto, Álvaro desfallece con un gran dolor, y me pide agua.
Por toda respuesta, le señalo los pocillos vacíos, el fétido pollino que no le
han permitido vaciar al ordenanza. Se estremece. Para que no se desespere,
le cuento de mi primera prisión, cuando desfallecía en el foso de las
cadenas del ancla y el oficial de la nave, el comandante Cano, me hizo
llegar alimentos burlando a los cancerberos, que a la humillación de la
cárcel querían añadir la del hambre... y de cómo por cada cobardía de las
bestias, hay un gesto humano que nos justifica de nuevo la vida286... Hay en
este muchacho la timidez ante las cosas y las situaciones de estas familias
de la burguesía boba, que así la llamo, la que vive suspendida en el limbo
del yo no vi, yo no fui, yo no estuve... Como nota mi curiosidad, termina
por decirme:
—¿Quién diablos seré yo?... ¿Quiénes seremos?...
Le contesto que el preso no es nadie... el preso no es aquel otro que fue,
el que tenía derecho a un nombre, a un saludo, a un pan, a una camisa…
Ese otro y él dialogan a veces, desde lejos... Si se encontraran no se
reconocerían.
—No –dice enfurruñado–, hasta ahora ser quienes éramos no dependía
de nosotros. Existir era tan natural, tan fácil... Pero ahora...
Progresa en la incoherencia con el placer de un mal escritor y de un
borracho. A mí el periodismo me ha quitado la paciencia para la metafísica
y para los períodos largos. Debe haber sido interesante la interviú entre los
interrogadores y este prisionero que de entrada asegura que no sabe quién
es... Pero me vuelvo cínico. Con qué estremecimiento se aferrará el exiliado
al nombre escrito en su pasaporte... Y quién terminaré por ser yo en un país
de gringos o de franchutes. Monsieur o Mister, elija usted. Dormimos mal.
Tengo pesadillas. El compañero recita números de legajos. El frío de la
madrugada parece calmarme la sarna, y caigo en un sueño dichoso.
Venturita, una niña con quien me crié, me ofrece un vaso de agua. Bebo a
carrillos hinchados, dejando caer gotas por las comisuras. Venturita se me
queda mirando fijamente. Siento algo extraño en esa mirada ¡qué sé yo! el
despertar de un deseo incipiente, el asombro de ver que no es verdad el
sueño, que no soy un niño, que no tengo, siquiera, la dicha de un vaso de
agua, de gotas que corren por la garganta, que destellan, que se vuelven los
puñales de hielo de esta mañana de fortaleza y desengaño.
Por quitar de mi mente el hambre y la sed me entretengo estudiando a
mi compañero con la misma atención con que él me estudia y verifica lo
que pueden hacer de un hombre dos años de esta cárcel. Ya le enseñaré a
deshacer la ropa para tejer las cuerdas para sostener los grillos, las rutinas
del telégrafo, los misterios de los periscopios perforados en la cortina, la
alta política de las facciones entre presos que, todavía aquí, se pelean por
cuestiones absurdas, crean jerarquías, se glorian, a veces, de la confianza
que les tenía el General... De pedagogo se llega a padre y de padre se llega
a tonto. Una cierta sensación protectora, una mal llevada resignación, nos
ahorran el asco de lo que debemos enseñar.
En este curso tienen su lugar las historias de las palomas que anidan
sobre los pilares, bajo el alero. Aquel macho elegante, tornasolado, que
desprecia olímpicamente el rebaño de animalitos variopintos, es el Duque.
Chispita es aquella paloma desgarbada, de un blanco sucio, que lleva la
desgracia inscrita en cada una de sus plumas... Napoleón es aquel macho
blanco, altanero, que hace pareja con Josefina, negra, mansa y sufrida... De
su última nidada solo ha sobrevivido Isidorito, aquel pichón frágil y
funerario que contempla el mundo con desconfianza desde el borde del
nido... Ya han pasado las cuatro semanas al cabo de las cuales los pichones
saben volar, e Isidorito continúa, atrincherado en el nido, aleteando y
piando hasta que los padres le regurgitan en el pico una leche blanquecina
que solo lo consuela por instantes... En vano lo tientan desde lejos, lo
contemplan desconcertados... Isidorito se niega a volar con esa resolución
de los hijos de papá, y de las señoritas que esperan que el Príncipe Azul les
resuelva su existencia... Pero entre los animales no hay Mecenas ni paños
de lágrimas. Hete aquí, también, inevitablemente, sobre la baranda, la
paloma parada en una sola patita. La otra extremidad, recogida, está
maniatada por un enredijo de hilo verde que le ha hinchado y gangrenado
los dedos... Me abstengo de decirle a Álvaro que el hilo siempre es verde y
el nudo siempre a la altura del tobillo. Sospecho una crueldad maniática e
insensata: quién ataría gratuitamente a un animal para hacerlo sufrir...
Prefiero creer que se enredan al azar, con los desechos de alguna hilandería.
Vuela antes de que pueda atraparla para liberarla. Pero no, me golpea la
pesadumbre. En caso de echarle mano, el hambre me hubiera forzado a
devorarla. Esto me lleva a contarle a Álvaro la pasión de Dimas y Gestas,
dos palomas con el plumaje color de ladrillo, desflecado, sucio, que se
quebraron los picos vaya usted a saber cómo y que padecieron una
interminable agonía, intentando aferrar migajas inasibles con sus picos que
eran como tijeras rotas... hasta la madrugada en que las divisé, al borde de
la pila de agua, asestándose aletazos como dos gallos de pelea, matándose
por una migaja que ninguna de las dos podía aferrar. Álvaro cree que
ejercito con él mi humor macabro. La pasión de narrar, en ciertos países,
lleva siempre a estos equívocos. La bandada se eleva en la magnífica
libertad del vuelo. El vuelo... Lo que significa para el preso esta palabra.

***

Sigue su curso el tercer día de ayuno y aun no encuentro fuerzas para


explicarle al recién llegado cómo la ronda no viene a traernos el rancho,
cómo el sonido de los peroles y las ollas pasa de largo frente a nosotros los
desincomunicados... Algo adivina, sin embargo, el nuevo. Llegan rumores
desde el patio, tintineo de grillos. Me paro, atisbo por uno de los
periscopios perforados en la lona, localizo, abajo, en el patio, extenuado
como un esqueleto, al eterno preso, a quien han vuelto a encerrar por el
doble sentido del chiste del anzuelo del bagre. Por un instante veo chispear
sus ojos certeros de anatomista. Dando bordadas por el peso del hierro en
los tobillos recita algunos versos que habrá compuesto:

Tierra amada que me sufres


Como sufro yo prisiones
Ya no tardo en encontrarte
En sumirme en tus terrones

Cuál tierra, dice de repente el nuevo, y comprendo que tiene fiebre. La


tierra que nunca hemos tenido, prosigue. El muchacho, repentinamente,
habla con pasión, apuñando y abriendo las manos. Ya no se recata, habla de
cifras áridas, del peso de la Historia, de cómo los pueblos, aun en sus horas
más oscuras, sin embargo avanzan, como maquinarias de millones de
tuercas, hacia lo inevitable. Yo le rebato que no podemos aceptar los
sistemas que explican todo acto por la fuerza de las circunstancias, y que
arrancan, por así decirlo, de cada mano el sentido y el peso de los actos y
las responsabilidades... Hete aquí que descubro en mi compañero a una
curiosidad, un émulo del Lenine, cuando en esta Nación de bárbaros aun no
hemos llegado a la Carta Magna...
Lo que me cuenta es una garambaina de folios y legajos que no
entiendo... El fuero de minas... La concesión... Que los políticos nos hemos
perdido en p... Que este país es un mar de petróleo y de minerales y que lo
han vendido... Voy entendiendo a ratos y por partes una historia de un
Ponson du Terrail oficinesco, que a veces se eleva a lo trágico y a veces
desciende a lo cómico... Empleado de un Registro para mantenerse mientras
estudiaba, mi compañero dio en la idea de hacer un censo clandestino de las
riquezas mal habidas de los personeros del régimen... Entre legajo y sello,
sello y legajo, fue entrando en un territorio desconocido en donde la ratería
se convertía en asalto y el asalto pasaba a pillaje... A tal punto que los
saqueadores ya ni tenían idea de lo que robaban ni del precio a que lo
revendían... Que el General hacía dar concesiones sobre el petróleo a
familias adictas, y que el mismo día las familias revendían la concesión a
compañías extranjeras por diez... veinte... cien millones... que sin duda
revertían al General, lo que era, en el fondo, vender minas de oro por
cuentas de vidrio... Que las exenciones de impuestos para las empresas
extranjeras sumaban más que lo que estas deberían pagar por los
minerales... Que él había tenido en sus manos, uno tras otro, los
documentos escritos en tinta violeta... El origen de sonoros apellidos y de
saneadas fortunas... Que alarmado informó a su círculo conspirativo de
estudiantes, y que mientras estos se perdían en diatribas sobre la vigencia
política de los personeros del partido liberal amarillo, el espía que había
creado el círculo para vigilar opositores, se perdió de la casa y a la media
hora tocaban la puerta los chácharos... Que con fusiles ajenos lo llevaron
preso caminando por calles ajenas hasta una Gobernación también ajena
mientras él sudaba un sudor también ajeno, amargo y bilioso como una
hipoteca... Que dejara yo esa lata y esos calzones harapientos y ese tejo con
que me rascaba la sarna porque ahora nada era mío... Ni eran de él sus
zapatos ni su cara ni su nombre... Ni la tierra en sus orejas ni la mugre en
sus uñas... Que en un papel grande como una carpa de circo nos habían
vendido en tinta violeta por billetes verdes... Reconozco los desvaríos de la
fiebre, pido agua a voces sabiendo que es inútil, oigo todavía los versos en
el patio, el muchacho se agita, el cabo amenaza con subir y darnos de
palos... Diablo, Diablo, esténse quietos, nos susurran de los calabozos de al
lado. ¡Cómo se puede ser de prudente cuando no se tiene fiebre y se ha
bebido! He perdido el hilo de los versos y he perdido el hilo de lo que mi
compañero me dice y anhelo perder el hilo de mi hambre, cuando hete aquí
que otra estrofa me lo rescata, me deja estático, manso, resignado:

Tierra mía amarga y ancha


Preso y viejo no te pido
Más que la luz y que el aire
Y el reposo, y el olvido

El recitador se pierde de mi campo de visión del agujero en la tela,


renqueando, con su facha de cadavera atormentada por los grillos. Trato de
recordar a Plauto. Busco en mi memoria algún trozo de Apuleyo. No puedo.
En la prisión hay momentos en que el peso todo de las vejaciones cae de un
solo golpe sobre un hombre. Se tienen tentaciones de acabar. De no resistir
más, de disolverse en ese descenso torrencial e innominable... No puedo.
Tengo que dejar testimonio.
Esta noche muere Parra Entrena. No recuerdo qué he soñado.
Piso 50

Moncho se monta encima de la muchacha platinada y cumple mientras ella


se contempla en el espejo del techo las uñas de los pies pintadas de plateado
y entonces Moncho por el esfuerzo se recuesta un momento y se duerme:
desde la puerta de pardillo le bisbisean: abre tirando del pomo de cristal
tallado y alcanza a ver una grotesca estampida de nalgas de dirigentes
sindicales que corren por el pasillo alfombrado jugando al escondite.
Buscando sus pantalones, que se le han perdido, Moncho baja hasta el bar
de caoba y lo encuentra todo cubierto de racimos de plátano. Entra en el
cuarto rosado para reclamarle a Madama Arlette, pero allí solo hay catres
donde roncan niños de damnificados que esperan el traslado para salvarse
del hambre. Moncho mete la mano en un armario Pompadour donde huele a
mujer, y solo palpa la pierna peluda de Toco Mendoza, de la Dirección
Nacional Sindical, quien además le dice: ándate a joder a tu madre. Baja al
patio, sintiendo un creciente frío nocturno en las bolas, y ve a lo lejos la
silueta de Álvaro Luque que lo reconoce. Vagamente se saludan en la
tiniebla. Álvaro Luque sonríe y comienza a caminar hacia él. Entonces
Moncho recuerda que Álvaro Luque está muerto, y se despierta en la cama
entre muselinas rosadas, mientras en el baño inmediato se escucha el ruido
del bidé.
La luna en San Miguel

En San Miguel nos deshacemos de nuestras manías vendiéndoselas al bobo


del pueblo para que las luzca en las noches de luna.
A veces el bobo amanece en nuestras camas en lugar de nosotros, y nos
recordamos por siempre bajo la luna practicando las más absurdas manías,
en terrenos desiertos, entre esqueletos de cabras y grandes ejércitos de
bachacos que giran enfurecidos.
Piso 14

Choferes que se pasan el antebrazo por la frente para quitarse el sudor


cholean autobuses que tiemblan y pistonean estacionados sobre los baches
que dejan flotar polvo mientras mujeres que lloran y moquean entregan
niños que patalean y chillan a mujeres que reparten leche y galletas
mientras colocan a los niños en asientos que rechinan y hieden dentro de
autobuses que pistonean y arrancan conducidos por choferes que se limpian
el sudor de la frente con el antebrazo cruzando por los baches que dejan
escapar polvaredas a medida que camionetas que pistonean y tiemblan
conducidas por choferes que se secan el sudor de la frente con el antebrazo
reciben niños que patalean y chillan llevados de las manos por mujeres que
moquean y lloran y son cuidados por mujeres que reparten leche y galletas
y los colocan en bateas que trepidan y calientan a medida que choferes que
se quitan el sudor de la frente con el antebrazo arrancan autobuses que
pistonean y se encabritan venciendo baches que avientan tierreros sobre
mujeres que moquean y lloran diciendo adiós a autobusetes y camionetas
que pistonean y tiemblan dejando atrás el letrero escrito en un trapo
SoliDAriDAd coN la HuelGa

AQi se reciBeN los HijoS

de los HuelGistas Qe sEran

CuiDAdos por FAmiliaAS de CaRAcaS AmiGas

deL OBrero

ViVA la HuelGa
El compadre

Autorizo la salida del sol, y permito a la vaca Azucena parir un becerro con
una estrella en la frente.
Mando repartir nombramientos y ayudas entre los adulantes que me
saludan agitando sus sombreros desde lejos, al pie del apamate.
Ordeno que me lean la lista de las delaciones, en donde mis hijos, mi
hermano y mi primo se acusan mutuamente de planes para asesinarme.
Autorizo al Arzobispo a que venga a entregarme el escapulario bendito
por el Papa y la poción de pomarrosas para mi vejiga.
Mando al Consejo de Ministros que otorgue a mi compañía la
concesión petrolera que necesita para revendérsela a los ingleses.
Ordeno al señor Amadeo que me venda sus hatos para completar el
negocio del monopolio de la carne.
Autorizo al escritor Macedonio Catalán a que me entregue los regalos
que trae de Europa, mientras vigilo la anidada de las cluecas, la tusa de los
gallos de pelea, la capada de los cochinos.
Mando a la comisión de las compañías de los gringos que redacte las
leyes del país sobre la materia de minas y de petróleo.
Ordeno a Eloy que cuelgue de las bolas a los oficiales que no quieren
delatar a los conjurados.
Autorizo que suelten a los estudiantes que protestaron, vista la carta de
su dirigente donde dice que el festejo no tenía carácter político, que las
manifestaciones carnavalescas no iban contra el Gobierno.
Mando que entreguen unas casas a las últimas queridas que me han
parido muchachos.
Ordeno al general Apolonio Iturbe que salga a combatir a los malos
hijos de la patria que han invadido en un vapor fletado, y dispongo que no
le envíen el parque ofrecido hasta que no haya muerto en combate.
Autorizo otra recluta de voluntarios para que los manden amarrados a
trabajar en mis hatos.
Mando los sueldos y las raciones del engorde de los mautes, de los
espías, de los generales, de los mulos, de los embajadores, de los bueyes, de
los senadores, de los perros de cacería, de los sabios.
Ordeno que la ceniza del tabaco y la esperma de la vela y la clara de
huevo en la botella me traigan los presagios de la vida eterna, del poder
irresistible, de la riqueza incontable.
Después de la cena, autorizo la lluvia.
Desde la ventana contemplo los luceros y ordeno la caída de los que no
me gustan.
Permito la noche sin sueño por la hinchazón de la vejiga y la tirria de
este país de muérganos en donde todos me obedecen por interés o por
miedo.
Ordeno que amanezca y que los carros de la comitiva se dirijan a la
hacienda donde se retiró el compadre Celestino Núñez Luque, mi
lugarteniente que decidió a puro machete la primera batalla cuando
tiramos la invasión por los páramos.
Bajo la acacia sin hojas el Celestino me dice que no me visitaba hace
veinte años, de coraje de que vayan a pensar que es por pedir algo.
En el gallinero lleno de aves muertas de moquillo el Celestino me
justifica que yo haya tumbado al Invicto Siempre Vencedor Jamás Vencido,
de la rabia de que me hubiera hecho capar un gato de la Primera Dama
cuando Celestino no lo quiso hacer y prefirió venir a pudrirse en su
hacienda.
En la mesa rota bajo el comedor con el techo caído, Celestino no deja
que Eloy pruebe la pizca y el mojo, diciéndome: Vusté sabe que yo solo
mato de frente.
En los campos abandonados por la crisis del café, le ofrezco un
Ministerio y él me ofrece un cargo de mayordomo.
En los chinchorros de la galería arruinada nos estamos horas sin decir
nada mirando las iguanas que pasan por los corredores abandonados y los
gatos que olisquean las sobras, y sé que he encontrado al único hombre del
país al que no puedo asustar ni comprar.
Ordeno que la luna tarde varios años en salir para retardar el maullido
de los gatos y para sentir que dura bastante este momento de tener cerca un
igual: un amigo.
Dispongo que caiga la oscuridad y al irme a acostar, mando: Eloy,
antes de que amanezca, me afusila al compadre.
Piso 15

Bajo el sol avanza la camioneta picó entre el tierrero al volante el tuerto


Pablo a su lado Moncho atrás en la batea bajo una lona Zoraida y una
veintena de niños: llorosos cagosos hambrosos meones. Sobre un colchón
viejo rebotan a cada bache. Tintinean las cantinas del agua y de la leche.
Comienzan a respirar pesado por el calor.
Mirá Zoraida aprovechá que tenemos que cambiar esta tripa, bajalos
para que hagan sus cositas ahí entre los mogoticos y cuidado no los piquen
los bachacos Tuerto ahora estás de niñera le gritan desde un chuto que pasa,
de niñera tu abuela, mirá Moncho, colocá el gato mientras busco unas
piedras no se nos ruede la picó, ahora vamos mejor, atrasados pero sin
tierrero, mirá, Zoraida, dales la teta que no lloren tanto, ¿la teta de mi
abuela? Esta Zoraida, Zoraida te llamás, ¿no? mirá Zoraida, no digáis
grosería que aquí está el Moncho que es un muchacho decente él, ya se
cayeron los palos de la lona, mirá, Zoraida, o les dais un getazo o los calláis
porque yo me vuelvo loco, que no le caguen la picó al Sindicato, cuidado
Moncho que todavía metéis mal la velocidá, mirá que se enneutra, mirá que
esta picó tiene la enneutradera, mirá Zoraida, pasate palante con los más
chiquitos, tocalos a ver si no tienen fiebre, verga, las bujías están echando
vaina, qué molleja, casi le doy con la rueda al cachicamo, bueno para un
sancocho, mirá pitoquito dejá la musiquita en el techo que no lleváis el
compás, no gastéis el agua lavándole el culito Zoraida que después no
vamos a tener, no le limpies con periódico que después el culo le aprende a
leer, y ese otro lo que tiene es sueño, y vos por qué te meáis en los calzones,
no tengáis pena, enseñá la potoquita que así conseguís chinas y este lo que
tiene es fogajito, tomá, atendelo, y vos por qué le pegáis al otro, mirá,
Zoraida, atendelo, que estáis como una mosca muerta nomás peinándote
para que te vea el Moncho, y este qué quiere, más leche, después se la
damos, y este por qué chilla, porque le salen los dientes, qué leche ni qué
leche, guarapo es lo que toman estos carajitos, andá, limpiale la boca al hijo
de la gran jaiba este que ahora está con buchitos, limpiásela con la estopa,
Moncho, y vos por qué gritáis, primo, me tenéis miedo, no habéis visto
nunca un tuerto, andá, pasate pa la batea que con esa chilladera me vuelves
loco, Zoraida, démele leche al capitán, y qué tiene que no sea la hora, táis
fresca, muchacha, ni que indio comiera con reloj, mirá, carajito, no me
pongáis motes, que no me canten a coro que me pita en los oídos como una
pajarera, mirá Zoraida poneles carácter que jodedorcitos se van a poner
ahora que el sol nos pegue de frente en la carretera.
La carretera

Queridísimos padres:
Llegado al sitio de los trabajos para la carretera, he abierto el arcón
con las tablas de logaritmos y las medias tejidas por mi idolatrada novia
Guillermina. Ya han puesto a picar piedra a los presos del Ministerio de
Relaciones Interiores. Anoche abrí el pomo con las quinientas perlas de
quinina. La primera capa de la calzada es de 0,15 metros de espesor,
formada con piedras de 0,7 a 10 cm de grueso. Están con fiebres la mitad
de los presos de la Gobernación. Como Ingeniero Agrimensor he tenido que
protestar ante el coronel González de González por la falta de proyecto
para los trabajos. Han muerto de picadas de culebra dos de los presos del
Ministerio de Justicia. De noche los alacranes se me suben por el
mosquitero. Como del rancho mejorado del Coronel y se me agotan los
frascos de sal de fruta. La cobija impermeable me ha servido para
inspeccionar el derrumbe que sepultó a los presos de la Prefectura.
Fracasé tratando de aplicar los consejos de la Guía Médica de Chernovis a
tres presos del Presidente que finaron de calenturas. He soñado que llovía
piedra picada. Las botas para el agua las perdí en un tremedal sacando a
dos presos del Ministro de la Guerra. Día y noche discuto con el coronel
González sobre los problemas del peralte de la pendiente excesiva de la vía.
Las tres linternas me las decomisó anoche el segundo oficial encargado,
que salió a perseguir cuatro fugados y los mató a palos en la cuneta. No me
quito el sombrero de terciopelo que me da la ilusión del calor contra el frío
de las calenturas. La sábana con las iniciales la regalé para mortaja de
Colmenares, el preso del Ministerio de Justicia que con sus cantares
distraía mis penas. Sueño todas las noches que llegamos a un pueblo donde
me veo morir en un chinchorro cubierto con un mosquitero, redactando una
carta en papel cuadriculado. La insolación ha reventado los diez presos del
Presidente del Congreso. No me hablo con el coronel González desde que
descubrí que no declara los muertos para seguir cobrando las raciones. He
soñado que llegamos a un pueblo que ha quedado desierto porque los
cabos han llevado a todos los hombres a morir en la carretera que va hacia
ese pueblo. Las bajas de calentura se mueren sobre los picos y los
sargentos siguen dándoles palos. Desde hace tiempo cavamos bajo tierra.
Profundo. He encontrado enterrados mis viejos compases, el trompo que
gané en el colegio y una medallita que tenía en su pecho mi niñera. Más
abajo solo hay sombra, para siempre. Ya el sol no nos molesta.
Piso 16

Mirá, Moncho, ya aquí comienza la cansadera, Moncho, uno habla como


loco por la cansadera, como loco habla uno cuando tiene un flete y maneja
solo, hasta a las moscas les habla porque si no lo jode el camino y uno sigue
manejando dormido, cogé el volante, Moncho, cuidado que sigue con la
enneutradera, decile a Zoraida que vuelva a pasar para adelante a los
chiquitos, esto es como cargar pollitos, que del calor se mueren, ah boca de
sapo, maldita mi lengua y mi madre y mi abuela, pasáme la estopa para
secarme el sudor, Moncho, cuidado picó, no vayáis a echar vaina
A la tarde, varados en el cardonal, esperaban a que el Tuerto Pablo
regresara de algún sitio, con el repuesto de la caja de cambios accidentada.
Zoraida contaba cuentos y daba cogotazos y cantaba Doñana y repartía la
leche. Solo cuando se durmieron todos Zoraida se permitió llorar pero
Moncho la convenció de que se subiera la falda en la cabina de la picó
donde dormían las moscas y el tierrero en el vidrio no dejaban ver el polvo
del Camino de Santiago y a la mañana el sol comenzó a subir y Zoraida
amarró bien los guarales que sostenían la lona
de un sitio a otro pasó la sombra de la picó y Zoraida ya no lloró más
sino que disponía todo muy seria y Moncho pateó la picó y le mentó el
recontracoño de la madre a la picó y dio vueltas por el peladero sin perder
de vista a la picó
y todavía otra noche que ya Zoraida no quiso subirse la falda y al día
siguiente el sol como un puñetazo le desfondó la frente a Moncho y las
moscas caminaban por los hilos de su sudor y el sol ascendía por los cielos
como la polea de una grúa y los niños lloraban y Moncho le daba puñetazos
a la tapa del motor de la picó, caliente como una sartén.
Piso 17

A lo lejos comienza a formarse una nube de polvo: la ve primero Zoraida, la


ven los niños, que empiezan a saludar, la ve Mocho, que se entretenía bajo
la camioneta examinando los engranajes de la caja de velocidades. Moncho
sale a la carrera, a hacer señales: de la nube de polvo sale la trompa de
hierro de un camión, y el vidrio entierrado de la cabina, y la insignia de la
Compañía, y en la batea, una veintena de soldaditos, caras de mareo,
sombreros de cogollo, máuseres en la espalda, cartucheras repletas. Moncho
apenas tiene tiempo de saltar del camino. El camión sigue, sin frenar, y
desaparece en una nube de polvo. Un soldadito de mirada triste insinúa un
saludo. Su mano agitada lentamente es lo último que se distingue en la
cortina de tierra rojiza.
El día 41

El día 41 de la huelga se sumaron a ella los trabajadores de los campos de


Oriente, los perforadores de México, y los encuelladores de Texas, Ohio y
Arkansas, y los ensambladores de la General Motors, y los petroleros de
Persia y de Irak, y, finalmente, los obreros de las compañías que operaban
en Rumania y en Birmania. En el Norte, los acontecimientos comenzaron a
acumularse lenta e irremisiblemente como la nieve que caía sobre los
automóviles paralizados en las calles de Manhattan. Falló el suministro de
corriente de las centrales térmicas y esa mañana no pudo ser ejecutado en la
silla eléctrica un joven pálido que había matado al capataz que lo despidió.
En una granja de Iowa un anciano de lentes de metal pereció tratando de
destrozar con un tridente la madera de una granja de ventanas ojivales, para
hacer leña con que calentar a una anciana de ojos de color de agua que
moría junto a la estufa de petróleo helada. Los hokies harapientos
comenzaron a escapar como piojos de los trenes detenidos en medio de la
nevada. No hubo pintura para terminar los letreros de no men wanted y de
there’s no way like the american way que recibían el aguanieve en los
suburbios desolados y en los campamentos donde quedaron paralizadas las
grúas de la Autoridad del Valle de Tennessee. Una melancólica ceremonia
de toma de posesión presidencial debió ser interrumpida para adoptar las
disposiciones para detener el saqueo de las llanuras del Sur, en donde
apenas comenzaba a brotar el duro trigo de invierno. En Georgia se
suspendieron los linchamientos. La calefacción faltó en la choza del
recogedor de algodón que desfallecía en California y en la mansión del
magnate. En Inglaterra se agotó el metacrilato y quedaron sin concluir los
domos de pérpex de los aviones de combate y los revestimientos de
politeno de los equipos de detección a distancia. Por todas partes
parpadearon y se extinguieron las borrosas imágenes que comenzaban a
brotar en los tubos catódicos. En España no pudieron levantar el vuelo los
JU-52 de la Legión Cóndor, y el fallo de los camiones de suministro dejó
inmovilizadas tres columnas de los Corpo Truppe Volontarie que se dirigían
hacia Málaga. En el Ruhr, quedaron inmóviles las refinerías productoras de
trinitrotolueno, y la luz parpadeó en los inmensos despachos de mármol de
la Cancillería, en la cual, sobre un escritorio, se secaba la tinta en el
borrador del discurso de retiro de Alemania del Tratado de Versalles. En los
hangares de la Junkers, Ernst Udetr maldijo y arrojó al suelo un atado de
planos frente al esqueleto a medio terminar de un aeroplano de picado que
parecía un ave de rapiña. En las pantallas de los cines se desvanecieron
como fantasmas las imágenes de Lutz Long filmadas por Leni Riefenstahl
para el documental sobre las Olimpíadas de Berlín. Y en Nanking las tropas
enviadas por el príncipe Konoye suspendieron las atrocidades para
dedicarse a una desesperada pesquisa de kerosén. Las grandes flotas del
Pacífico regresaron a puerto al sentir que se agotaba el mazut de sus
calderas. Sobre las olas heladas quedaron a la deriva los submarinos
esperando citas con barcos de aprovisionamiento que nunca llegaron a
presentarse. Las luces de los rascacielos se extinguieron. Los gerentes en
sus despachos vieron morir, primero, los anuncios luminosos, luego el
teléfono, luego el telégrafo que traía el desorden de las cotizaciones. En las
calles guardaban el orden policías montados en ateridos caballos cuyas
remolachas se pudrían en las cavas de los trenes frigoríficos detenidos en
las llanuras centrales arruinadas por las sequías y las tormentas de polvo.
Las tropas federales enviadas contra los campamentos de desocupados
empezaron una requisa que se fue transformando en saqueo. Las carreteras
quedaron abarrotadas de los automóviles en donde trataba de huir hacia el
Sur la gran horda de gangsters, tenderos y caciques políticos. Álvaro Luque
movió la cabeza en la hamaca. Las chinches bajaban por las cabuyeras y en
la calle se oía un estruendo de camiones y un griterío. Álvaro Luque se puso
los pantalones y los zapatos y una camiseta y corrió a la calle, hacia la
polvareda. Los camiones de la Compañía, cargados de soldaditos con
alpargatas y sombreros de cogollo, tomaban las esquinas, los fusiles
preparados. Uno de los soldaditos le clavó la mirada. Álvaro Luque se la
sostuvo. Ambos se quedaron sin saber qué hacer. El soldadito se rascó la
pantorrilla con la alpargata. Un cabo le dijo a Álvaro Luque, agitando un
machete:
—Circulá.
—Pero qué pasa.
El cabo lo miró de reojo, con sorna.
—Circulá.
Álvaro Luque quedó en la calle, frente al piquete de soldaditos que
bostezaban y se restregaban los ojos y el cabo que le volvió a decir: circulá.
Álvaro Luque sintió las manos tan vacías como el estómago y la cabeza y
volvió la mirada hacia los otros camiones llenos de soldaditos, que pasaban
dejando polvaredas. Álvaro Luque circuló. Varias cuadras más allá encontró
otro piquete que bajaba de un camión de la Compañía, y Álvaro Luque
volvió a circular y circuló todavía cuadras más adelante, y recordó toda su
vida que había sido circular y siguió circulando hasta que midió todo el
alcance y la fuerza y el significado de la ocupación militar —circulá, le
decían matraqueando el cerrojo de los máuseres, circulá, enseñándole la
punta de un machete, y todavía con la punta de una bayoneta, circulá, y
circuló de un piquete a otro hasta que los mismos piquetes después lo
volvieron a circular y se alejó de ellos con ese paso del hombre que sabe
que lo miran. Entonces supo que el gobierno había puesto toda su fuerza del
lado de las compañías, circulá, y que cerraría el incidente concediendo
algunas migajas, algún aumento. Máuseres y centavos, pensó Luque, qué
atrasados están. Ya aprenderán a comprar de una vez a los dirigentes.
Circulá, le dijeron en la esquina del botiquín clausurado, y frente a la
bodega cerrada, y todavía más allá frente a los callejones de los ranchos de
tablita y de plancha de zinc, y frente a los tambores de agua amarillenta, y
frente a los montones de basura donde escarbaban perros tristes, y en la
esquina de la carnicería, donde las moscas agobiaban los ganchos de hierro
con pingajos, y en el embarcadero donde requisaban los alimentos que
traían en solidaridad los piragüeros, y en la calle que daba al Sindicato,
donde cacheteaban a todo el que pasaba: apuntándolo con el chopo: circulá:
rastrillando la peinilla en la pared: Álvaro Luque se sintió en las mañanas
miserables de su primera juventud de desterrado: se perdió en calles futuras
donde soldados y policías le pedían los papeles: circulá: corrió por playas
arenosas recibiendo golpes de peinilla: en pasillos de cuarteles: entre
alambradas y rejas: circulá, Álvaro, circulá: por las calles llenas de basura
donde alzaban el vuelo las moscas: hasta enfrentar ese dolor sólido como un
puñetazo: la huelga estaba perdida y comenzaba la represión. Circulá,
Álvaro, se dijo, sonriendo. Cerró los ojos, por la polvareda de los camiones.
Entonces recordó las estrellas sobre San Miguel.
Piso 18

Moncho se aleja de la picó porque se le antoja que aquello que se ve a lo


lejos es un rancho, y camina hacia él bajo el sol que lo sofoca, perdiéndose
del griterío de los niños, acelerando, corriendo ya en una sola arrancada por
la tierra rojiza, cada vez más lejano el griterío y más fuerte el golpear del
corazón, un golpear que se lo lleva por delante y lo hace correr y correr
cada vez más rápido.
Más rápido.
Tropezando y cada vez más rápido hasta que sin aliento alza la boca a
los cielos y estos bajan a ahogarlo en el momento en que comprende que no
corre hacia el rancho, sino que huye de la camioneta.
La estrella

De joven, una vez me metí en una barranca donde había caído una estrella.
Había descuajado las ramas de los más altos árboles y flotaba en el aire un
olor a trueno. La estrella se fue disolviendo en las canciones que la habían
formado, y a través de ellas conocí lo que nadie pudo conocer en el hondo
y polvoriento abismo de los tiempos. Cada canción dicha por la felicidad y
cada canción dicha por la amargura renació y murió. Y yo, que debía
también morir.
Deshice el camino canturreando.
Piso 19

Moncho se aleja de la picó bajo el solazo porque se le antoja que aquello


que se ve a lo lejos es un rancho, y corre entre el yerbajo amarillento y los
arbustos polvorientos y piensa qué decir si llega al rancho, decir, o, una
pizca de agua un maicito, o, piensa qué decir si se lo niegan, y el rancho
parece cambiar de sitio; Moncho avanza entre ondas de calor y plateadas
láminas de espejismos, soñando que perros que son esqueletos le ladran, y
al fin, ah gente o, llega al rancho y apoya su mano en uno de los palos y
siente un bahareque seco como casabe, y vuelve a gritar o, ah gente o, que
casi se derrumba al jamaquear el poste, ah gente o, y el techo de palma que
se ha caído y el esqueleto del bahareque de la pared de atrás que deja ver el
montarazgal seco y reseco. Un pomo de quinina vacío y un pedazo de plato
y un clavo herrumbrado y una batea de madera rajada y un trozo de vidrio
es lo único que queda y en un rincón ¡o! una efervescencia de moscas cubre
la osamenta de un gato.
Moncho da un puñetazo sobre la pared de bahareque que se desintegra y
vuelve a golpear y siente que su mano araña un pedazo de papel descolorido
donde aparece la imagen de una mano que surge de la tierra y araña las
nubes
herida en la palma, rodeada de ángeles y santos, dueña del esplendoroso
poder de los poderes: la rajadura de la herida palpitando ante la embestida
espumosa de la nube, rodeada de lanzas, martillos y clavos que la asedian
en una ruborosa pasión.
Moncho le da un puñetazo a la estampa mientras inclina la cabeza y
llora.
Piso 20

Etapas de una mano

1) Muñeca, palma, dorso, pulgar, índice, medio, anular, meñique.


2) Pequeña, el índice y el medio metidos dentro de la boca sin dientes,
que chupa.
3) El índice dentro de la nariz, escarba.
4) Sostiene el borde cortante de las latas de agua que llena en el río y
vende a centavo en el pueblo.
5) Cierra el meñique anular medio índice pulgar mientras la mamá le
enseña:
Este encontró un huevito
Este lo frió
Este le puso sal
Este lo sirvió
Y el pícaro este se lo comió.
6) Se limpia.
7) En juegos de manos con los otros niños, les da guataco por las orejas,
los toca en el gárgaro, las esconde y las muestra para el pare o none, quién
te dio, quién no te dio, que la mano te cortó, y en cosquillitas sobre los
sobacos se defiende de cosquillitas que cosquillean cosquillosando las
cosquillas.
8) A dos manos se lleva a la boca el plátano y se chupa el melado que
acaramela las yemas de los dedos.
9) Desenreda del peine fino el piojo que está a punto de írsele de las
manos.
10) Con los dedos, un dos tres cuatro cinco, cuenta los años de su edad,
seis, siete, ocho, nueve, diez.
11) Con el meñique, hurga la cera del oído y provoca los grandes
taponamientos de cauces ceruménicos, y tímpanos, y ruidos muy lejanos de
vientos y de crecientes y de susurros y rezos.
12) En la escuela, engarabitada sobre la mano de papel, traza
penosamente su nombre MoNCho.
13) Cruzados pulgar e índice, sobre la frente hace cruces, y sobre la
boca, y sobre la cara, y sobre el pecho, y el vientre.
14) Apuña el prepucio, desciende hasta la tensión, asciende hasta la
distensión, desciende hasta la tensión.
15) Quemándose, deja escapar el chisperío del cohete que raya los
cielos y explota sacudiendo las nubes en la fiesta parroquial en honor de
San Miguel Arcángel.
16) Apuñada, amaga la nariz de Toñito, quien amenaza con la zurda y se
cubre con la derecha pero al fin se cubre con la zurda y descarga la derecha.
17) Piquiñabasca, con los piquipicores de la picaripiquiña de la
picarisarna.
18) Alza la mano contra la mamá, que le pega por haberse ido a pescar
bagres al río en vez de vender las arepas por el pueblo.
19) Suelta el tirador de la china que deja salir la piedra que se estrella
contra el ala del cristofué que cae golpeándose contra las ramas de la mata
de guásima.
20) Se agarra para subir a la batea del camión que ha venido a recoger
los muchachos del pueblo ofreciéndoles felicidad y pesetas.
21) Músculos interóseos dorsales, músculos interóseos palmares, grupo
de músculos de la eminencia tenar: músculo aproximador, músculo flexor
corto, músculo oponente, músculo separador corto del pulgar; grupo de
músculos de la eminencia hipotenar: oponentes del meñique, flexor corto,
aproximador, palmar subcutáneo y palmar cutáneo, que despliega la piel de
la eminencia hipotenar.
22) Ase las púas de la alambrada para no caer en manos de los
guachimanes.
23) Da la segunda mano de pintura a la H de Huelga sobre una banda de
tela en el patio del Sindicato.
24) Estrecha mano de obra: mano machacada por un tubo, mano
amputada del índice por un taladro, mano fracturada por una polea, mano
con el pulgar seccionado por una sierra, mano quemada por un soplete.
25) Se alza con el índice extendido en el primer mitin mientras dice Y
no puede ser Compa Ñeros
26) Mano sobre mano con los demás huelguistas.
27) Manotea al tiempo que dice Porque para eso estamos aquí Compa
Ñeros.
28) Se corta los callos, se encuentran los dedos de la mano y del pie, se
reconocen, se palpan, perplejos.
29) Golpea sobre la tarima de los oradores Porque la clase obrera
Compa Ñeros.
30) Descarga de la piragua la mano de plátanos que el guajiro regala en
solidaridad con la huelga.
31) Se rasura la barbilla, quita los restos de jabón, sostiene el trozo roto
de espejo.
32) Entre sueños, espanta una mosca que desde entonces lo perseguirá
como entre sueños.
33) Aprende a cambiar del neutro a primera segunda tercera.
34) Con el dedo medio extendido, hace un signo místico al autobusero
que está tratando de ganarle de mano pasándolo en la curva del camino de
tierra.
35) Salta después de apoyarse en la tapa del radiador de la picó, que está
que arde.
36) Mete mano a la teta de Zoraida, convenciéndola de que sí.
37) Emporcada en aceite, perdida en los piñones de la caja de
velocidades, entre las grietas y viscosidades palpa, blandamente entrando en
el misterio, rasca al fin el engranaje mayor, hendido.
38) Sueña que los dedos de la mano se independizan y reptan dejando
hilos de sangre, hasta entrar en el cuerpo taponando las aberturas vitales.
39) Lo sostiene al borde del camino mientras mea, lo sacude, ve como
las gotas resbalan en grumos sobre las coagulaciones del polvo.
40) Descarga la mano en la pared de un rancho que se desmorona,
contra una estampa de la Mano Poderosa, que estalla en escamas de papel
viejo y polvo de bahareque, que los torbellinos arrastran sobre la aridez de
la carretera hacia campos agrietados, cárcavas erosionadas, desiertos de
arenisca y espacios sin voces que Dios ha dejado de su mano.
41) Arterias: la dorsal del carpo que nace de la cubital por encima de la
cabeza del cúbito, la transversa anterior del carpo, la cúbito palmar, el ramo
anastomótico de la cubital con el arco palmar profundo; el arco palmar
superficial, que resulta de la anastomosis de la arteria cubital con la
radiopalmar, rama de la radial; el arco palmar profundo, que está formado
por la anastomosis de la arteria radial con la cúbito palmar, rama de la
cubital, con sus ramas colaterales, ascendentes o articulares; con sus ramas
posteriores o perforantes, con sus ramas descendentes o arterias interóseas
palmares y las colaterales palmares de los dedos.
42) Sostiene las cinco piedras con los cincos en la mano de dominó, y
golpea contra la mesa el doble cinco para quedar mano a mano.
43) Golpea puertas: a) la de la casa donde funcionan los comités de
solidaridad con la huelga petrolera; b) la del doctor Valezón, que necesita
un chofer; c) la de la reja tras la cual ve pasar la camioneta en donde son
llevados al barco que los sacará del país varios agitadores marxistas, entre
los cuales Álvaro Luque; d) la de la pensión donde le fían; e) la de la clínica
donde Zoraida trabaja de enfermera; f) la del sastre que le corta su primer
traje; g) la del abogado simpatizante del partido que les redacta el acta
constitutiva del Sindicato; h) la del banco donde solicita el crédito para la
camioneta; i) la del nuevo partido que se constituye repudiando la lucha de
clases, el colectivismo y otras doctrinas comunistas y anarquistas que el
numeral 6 del artículo 32 de la Constitución declara contrarias a la
independencia, a la forma política y a la paz social de la Nación, y los que
las proclamen, traidores a la Patria que serán castigados conforme a las
leyes.
44) Aprende a hacer el nudo de la corbata para el mitin.
45) Abre los dedos pulgar, índice y medio mientras ofrece tierras,
bienestar y trabajo a los asistentes al evento.
46) Da cuerda a su primer reloj que marca la hora de la cita con el
abogado que representa a la Compañía en sus asuntos laborales.
47) Ofrece a la multitud la conquista de trabajo, bienestar y tierras por
los métodos democráticos.
48) Se contrae por un picor en la palma.
49) Señala un obrero comunista para que el Inspector del Trabajo, el
Jefe Civil y los policías le impidan votar en el Sindicato.
50) Por trasmano, se guarda un sobre en el bolsillo interno derecho del
paltó de casimir, junto a la pluma con tapa de oro que acaba de firmar el
acuerdo obrero-patronal.
51) En una pesadilla, cada dedo se ramifica en cinco dedos que se
ramifican cinco veces en cinco dedos.
52) Se tapa los oídos, a punto de reventar por la plomazón de los
efectivos del Ejército que toman el poder a mano armada.
53) En Palacio, tras el golpe de mano, estrecha: mano de capitán, mano
de mayor, mano de bachiller, mano de doctor, mano de doctor, mano de
doctor.
54) Con mano larga, da propina al limpiabotas y al mesonero que le trae
el Johnnie Walker on the rocks.
55) Bailando El Botecito, se afinca contra la banda de papel plateado
que cubre la espalda de Yolanda I, Reina de los Trabajadores, a ver si se
pegan un poquito.
56) Exprime el limón sobre el moco grisáceo y apelmazado de la ostra.
57) Rompe los sobres dorados de los preservativos.
58) En el templete, con el pulgar sobre la nariz y los demás dedos
extendidos, lanza dedoteos de burla contra los Enemigos de Siempre, quizá
ocultos entre las máscaras de Zorro, los turbantes de hindú y los antifaces
de negrita del Carnaval: los Eternos Resentidos, los Corifeos de la
Reacción, los Sembradores de la Discordia, los Recalcitrantes del
Anarcomarxismo, las Pitonisas Sibilinas, las Casandras Agoreras y demás
hierbas aromáticas que dicen que el poder se les resbala de las manos.
59) Tabalea nerviosamente sobre la mesa del botiquín sin saber por qué
la misma mano que hace un instante oprimió en las teclas de la rocola Bala
Perdida y Pa todo el Año, tabalea con tristeza sobre las rueditas de corcho
de las cervezas entre las cuales tabalea la mano como si se extendiera
buscando la otra mano, que no llega, del contacto ofrecido por el partido
para el apoyo en la huelga petrolera contra la dictadura militar.
60) Detenido con las manos en la masa, apoya las yemas de los dedos
en la ficha de la Sección Política de la Seguridad Nacional. El peritaje
dactiloscópico señala las características siguientes:
a) Pulgar: Surco en espiral elíptica que presenta configuración similar a
la de la Nebulosa M-87 cuya imagen, obtenida a través del telescopio de
200 pulgadas de Monte Palomar, deja apreciar la eyección de un chorro
formado por la masa de incontables soles que estallan. La inmensa cantidad
de materia en desintegración que compone esta espada flamígera, al
escapar, produce una proporcional aceleración del conjunto de la Nebulosa,
que comienza a moverse hacia los centros de memoria de Gnossos.
b) Índice: Surco que repite la configuración del vórtice de un ciclón que
se forma en la zona de convergencia intertropical de la Florida, con isóbaras
circulares y muy apretadas cuya presión desciende hacia el centro, y que se
aproxima hacia los cañaverales cubanos, combando las palmeras en
espirales logarítmicas, y haciendo presentir resultados desastrosos en la
zafra, el agravamiento del desempleo, el recrudecimiento de la inestabilidad
política y la entrada en actividad de grupos radicales, bajo las banderas de
la revolución.
c) Medio: Huella con surco sinistrógiro que reproduce la espiral áurea
del caparazón petrificado de un foraminífero que, visto con el ocular de
treinta diámetros de un microscopio, hace despabilarse al geólogo, el cual
concluye la inminencia de la apertura de nuevas zonas de explotación
petrolífera, la necesidad de nuevas concesiones, la urgencia de las presiones
sobre el régimen de turno.
d) Anular: Surco en remolino que prefigura las corrientes de convección
calórica que producirá el disparo de un proyectil 45 por una pistola Smith &
Wesson dentro de una década, en el curso de un cerco contra una unidad de
guerrilla urbana. Por el rayado espiral del cañón saldrá la bala impelida de
un movimiento rotatorio, iniciando el bucle de una hélice que concluirá en
las volutas de las costillas de una caja torácica.
e) Meñique: Surco en espiral que anticipa el remolino de una cloaca en
la cual aflora por instantes el bulto de un cuerpo humano.
61) Venas: dorsales, a partir de la red venosa sublungueal, la red dorsal,
que desemboca en un arco digital situado sobre la primera falange; la vena
metacarpiana, que surge de la unión de los arcos digitales vecinos, y que al
ascender por la cara dorsal se anastomosan formando un arco venoso
dorsal, en donde desembocan la cefálica del pulgar y la salvaleta del
meñique; venas palmares: que se vierten en la red venosa dorsal de los
dedos y la mano.
62) Saluda a la gente que agita pancartas en el aeropuerto para recibir a
los exiliados que regresan.
63) Enciende un cigarrillo para conjurar los pruritos de: a) sobarse la
nariz; b) meterse el dedo en el oído; c) rascarse el culo, cosas que no puede
hacer pues se encuentra en plena solemnidad de la instalación del Congreso
y en unos instantes la mano se alzará para decir Juro.
64) Toca y vuelve a tocar los botones del ascensor, que asciende
descontroladamente y a tropezones hacia la cúspide.
65) En secuencia precisa: a) pone a todo volumen el ambiente musical;
b) pone el aire acondicionado en high cool; c) enciende el televisor, y lo
cambia de canal cada cuarenta segundos.
66) En lanzaduras de la primera bola, cortaduras de la primera cinta,
poneduras de la primera piedra, ofrendaduras de la primera corona y
carneaduras del primer chivo, sacudiéndose pelos de Spaulding, hilachas de
seda tricolor, manchas de mezcla, bachacos untados de polen y chorros de
sangre mantecosa, siempre como un hisopo sacudiéndose.
67) En la penumbra del Mon Tou Tou, hace al mesonero la seña casi
imperceptible que significa: lo mismo.
68) Mete la mano en favor de los compañeros, firmando cheques, cartas
de presentación, tarjetas de recomendación que llevan estampado un
escudo.
69) Tarantulosa, combate con la de la secretaria buscando tocarla allí.
70) Esponjada por el cloro, atigrada por las rayas de luz, ondula bajo el
agua de la piscina.
71) Unta la miel antisolar en la espalda de una muchacha de pelo
platinado, acumulando gotas de miel bajo las yemas que se frotan unas
contra otras para luego, untuosas, retornar en espirales ascendentes
esparciendo el aceite en cuyos trazos el sol resplandece.
72) Constreñida por las palpitaciones del esfínter, en universos de
pliegues rosados sintiendo las lentas y muelles estrangulaciones que
escurren blandamente reteniéndola.
73) Estira la piel del pescuezo del perro lobo, dejando al descubierto
una sonrisa sarcástica de la que mana olor a saliva y carne descompuesta.
74) Ase el bocado del toro cebú importado que los Compa Ñeros
sacrifican para celebrar la repartición de títulos de la Reforma Agraria, y el
belfo del animal escurre una mansa baba entre el anular y el índice, mansa
baba que pegajosamente gotea hasta el medio, anular y meñique, para
incidir en la palma, de donde fluye en hilos brillantes hasta el suelo lleno de
terrones secos y bachacos muertos.
75) Empuja el tapón con medidos apretones del pulgar hasta que
revienta el corchazo y la espuma helada desciende, bañando pulgar, índice,
medio, anular y meñique.
76) En tabaleos diestros, contra la baranda de la tribuna de propietarios,
parece y casi de hecho es el ejemplar Centella que cabeza a cabeza dobla la
recta final a galope tendido y toma un cuerpo de ventaja dejando atrás a sus
competidores Fanfarria, Cadáver, Confusión, Nube Hermosa.
77) En el bolsillo derecho, cerca del atributo derecho, liga en un
símbolo místico índice y meñique extendidos para neutralizar las poderosas
vibraciones del Melo, implícitas o explícitas en la siguientes connotaciones,
situaciones o configuraciones del destino, en las cuales se encuentra cada
vez más complicado, involucrado o victimado como resbalando en un
abismo sin fondo: a) los abrazos de borracho; b) los besos de vieja; c) los
cobradores; ch) las ideas abstractas; d) las horas de penumbra; e) los
parientes pobres; f) estar disfrazado y bravo; g) quebrar la voz en los
discursos; h) saber lo que el instante siguiente traerá; i) los perros falderos;
j) los cuadros con cadaveras; k) los caracoles detrás de las puertas; l) la
costumbre de andar siempre apurado; m) salir con las tipas que parecen
putas y no son; n) los retratos en grupo; o) peinarse con espejo de mano del
tamaño de una arepita; p) prender la televisión y que salga un cura
hablando; q) que lo confundan con sus propios guardaespaldas; r) la manía
de saber de urbanidad y buena educación; s) los entierros con fiscales
motorizados que apartan el tráfico; t) hablar de los entretelones del asunto,
derramar la gota que desborda el vaso, armarse de valor, curarse en salud,
tener las cosas en la punta de la lengua, y poner su grano de arena; u) la
creencia de que encender incienso es distinguido; v) pararse a ver quién
tuvo la razón en los accidentes de tránsito; w) la letra w; x) presentar
oradores diciendo que el orador no necesita presentación; y) regañar a los
perros explicándoles lo malo que han hecho como si fueran una persona; z)
tratar de colearse y que no lo dejen. Las situaciones m) y r) en particular, le
disparan andanadas vibrantes y le echan a perder el día. También es muy
malo ponerse a llevar la cuenta minuciosa de las cifras de esta enumeración
vistas o cometidas. Mucho peor es no poder dejar de pensar en eso. El terror
es tanto que Moncho medita si se podrán vender seguros contra estas
influencias, y lo revienta todo.
78) Palpándose sucesivamente las aperturas corporales, en el terror de si
se detendrá al palparlas o de si, atreviéndose, la mano seguirá hacia dentro
abriendo túneles de carne hacia la última verdad del desgarramiento.
79) Se suena los nudillos que repiquetean como esqueletos huecos
repicando en paredes de pueblos huecos por donde resuenan los ecos de sus
discursos electorales que ofrecen tierras bienestar y trabajo.
80) Repite sus propios gestos en un ciclo ya eterno en que cada gesto
mimetiza otro gesto y es modelo de otro gesto que lo remeda.
81) Nervios: mediano, que penetra en el conducto radiocarpiano, y se
sitúa delante del tendón superficial del índice, a lo largo del borde externo
del tendón del medio, y entre las dos serosas dígito-carpianas, tras lo cual se
divide en sus ramas terminales: rama tenar, que se divide en tres ramos
destinados al músculo separador corto, al oponente y al haz superficial del
flexor corto del pulgar; rama del nervio digital común del primer espacio;
rama del nervio colateral palmar externo del pulgar; rama del nervio digital
común del primer espacio; rama del nervio digital común del segundo
espacio; nervio digital común del tercer espacio, nervios colaterales
palmares del pulgar, del índice, del medio, del anular y del meñique;
cubital, con su rama cutánea dorsal de la mano y su rama profunda con sus
tres ramas, destinadas al aproximador del pulgar, a los primeros interóseos
dorsal y palmar al haz profundo del flexor corto del pulgar; radial, rama
terminal anterior, sensitiva, y posterior, motriz.
82) Se agarrota sobre el palo de golf que le pasa un gringo sonriente,
con los ojos cubiertos de lentes impenetrables que lo hacen parecer una
mosca.
83) Abierta, mientras la pitonisa Fataya observa el sitio en que una raya
de fuego escurre por la línea de la vida, apunta hasta el sitio en que una raya
de sangre escurre por la línea de la fortuna, viniendo del dedo anular o dedo
de Apolo, y se encuentra cerca de la palma con una raya de luz que la cruza
cerca de la muñeca, donde un tizón ardiente enciende un obstáculo, una
interrupción, una estrella.
84) Bajo el hielo del aire acondicionado, las yemas palpan apenas los
pliegos de papel sellado en los cuales constan las cláusulas de exención de
impuestos, las cláusulas de resarcimiento, las cláusulas de sometimiento a
arbitraje extranjero, las cláusulas de fijación unilateral del precio por la
contratista.
85) Estrecha manos manicuradas, frías, fofas, cargadas de anillos,
agobiadas de tictac de relojes de oro que fabrican isocronías monótonas, y
entre tantos estrechamientos a veces se siente cambiada en otras manos o
queda en otras manos o a lo mejor extraviada allí, entre los baldes donde se
derrite el hielo, y se arrumban los desechos de caviar y de paté y las botellas
de champaña vacías.
86) En el mapa, cae sobre las casas y manzanas a ser allanadas en el
operativo.
87) Arrojando un enfermizo resplandor, oculta en el bolsillo, araña
hilachas y dientes de peines viejos y llaves mientras la voz fatigada ofrece
trabajo, bienestar y tierras.
88) Manicurada, se contrae cuando, con una tijerita especial, Maribel le
corta la cutícula y, con la lija suave, quita de las uñas el amarillo del tabaco
sin poder raspar lo suficiente para borrar el otro fulgor, que hierve con un
zumbido apenas perceptible.
89) Se deshace en goterones de transpiración con mal olor que a su vez
forman grumos con otros goterones que rezuman en exudaciones
hipertranspiradas, saca el seguro del Colt, abre el tambor, mete los
cartuchos, cierra el tambor, abre el tambor, saca los cartuchos, cierra el
tambor, abre el tambor, coloca los cartuchos.
90) Se deja tomar la talla del anular para la montura del solitario, y
entonces se prueba anillo tras anillo, en un momento enteramente anillada
yace adormecida, y al cerrarse, todas las gemas guiñan en un chispazo que
quema la película.
91) Cae, uno tras otro, sobre los nombres de una lista de prisioneros,
mientras tras él, el guardaespaldas asiente sin decir nada.
92) Se lava las manos ante la Comisión de Derechos Humanos que
comparece a averiguar los motivos de la aparición del cuerpo del Profesor
Lozada flotando en el remolino de una cloaca.
93) Se acalambra bajo los cobertores, cada vez más fulgurante toca los
inexistentes objetos y las manos inexistentes de los sueños.
94) Garabatea sobre el papel círculos concéntricos y espirales y
laberintos mientras la otra mano sostiene el teléfono donde está a punto de
caer la llamada de larga distancia con el banco en Suiza.
95) Taracea de alfileres rojos el mapa donde está localizada por la
delación la Unidad Táctica de Combate.
96) Se extiende para cerrar los ojos de un muchacho que yace en una
camilla con parte de la cara tapada por la camisa ensangrentada: el índice al
acercarse al párpado se queda como remachado en la legaña del lacrimal, en
esa desorbitación del ojo que al cristalizarse vitrifica la eternidad de las
imágenes que se le aproximan y se esferizan en su negrura.
97) En manos del cardiólogo, en la clínica Mayo, se contrae a medida
que se infla la banda para la tensión arterial, que arroja una máxima en 160
y una mínima en 120, con 90 pulsaciones por minuto. El
electrocardiograma revela ritmo sinusal con aumento de voltaje de la onda
R y desnivel negativo del segmento ST en las derivaciones D1, a VL y V6,
debido a sobrecarga sistólica del ventrículo izquierdo.
98) Arrasadas por la primera oleada entrópica, las huellas digitales se
encienden, brillan mariposescamente en las noches del tiempo, maculan un
rostro, un cheque sin fondos, una pistola. Fulguran sembradas sin
germinación posible en las taquillas de los cines, en las salas de espera de
los dentistas, en los volantes de los automóviles, en monedas que la mano
ha tocado y que otra gasta, en alguna pared en la que se ha apoyado, en
algún trapo que ha tirado y que ahora viste un mendigo. La reiteración de
las huellas de la mano crea manchas crecientes en sitios obsesivos:
cabelleras solares que iluminan la cotidianidad: el plato de la sopa, la
cabecera de la cama, los senos de una mujer, tan tocados. Se cruzan con
otras huellas improbables, como hileras de hormigas. Sus redes retroceden
en el tiempo, fosforesciendo. También avanzan en los días, se detienen.
99) Revienta el negro guante de cuero y estalla insolente: cinco dedos
incandescentes que vibran volviéndose pétalos volviéndose metales
volviéndose llamaradas volviéndose arcoiris, a cada movimiento lanzan
destellos irisados, lepra enjoyada, ebullición de carbunclos, haces de
colores, notas diapasonales, el relampagueo asciende lanzando chispas,
tizones, espejismos y auroras, y los colores avanzan hacia el codo, y la
vibración aumenta hasta que ya nada es audible mientras guardaespaldas,
financieros y ministros desvían la mirada.
100) Huesos: fila superior del carpo: escafoides, semilunar, piramidal y
pisiforme. Fila interior del carpo: trapecio, trapezoide, hueso grande y
hueso ganchoso. Metacarpo: metacarpianos primero, segundo, tercero,
cuarto y quinto; falanges, falanginas, falangetas; huesos sesamoideos en la
cara palmar de la articulación metacarpo-falángica del pulgar, uno
redondeado y otro ovalado; también en relación con las articulaciones
metacarpo-falángicas del índice y del meñique.
Sobre ellos, gusanos.
Piso 45

Empieza la mano. Repartan esas piedras. Empocen las apuestas. El juego va


hacia la derecha. Sígame el juego, que soy mano. Doble seis. Del peladero
ese nos recogió un autobús. Me acuesto con la cochina. Se devolvió al ver
que faltábamos de la caravana. Cinco. Al tuerto Pablo le habían metido un
tiro en una pierna en el pueblo al que llegó. Cincuero baila el gato. El
Prefecto le vio cara de huelguista. Yo paso. En Caracas me dio posada una
familia que se encargó de cinco muchachos. El Yo está demás. Ahí me
regalaron mi primer traje. Cuatro. Ahí me metí a político. Cuaterna de la
Galera de El Pao. Me puse de chofer del Doctor Valezón. Tres. Él me
relacionó con los patiquines de la Universidad. Triste canta la paraulata.
Comunista que asomaba la cabeza el Gobierno lo expulsaba. Más triste
canta el paují. Le echaban plomo a los manifestantes. Trisagio de Isaías.
Disolvían los partidos que atacaran la propiedad. Tengo puros dobles.
Ponían preso al que pidiera la sociedad sin clases. Acuestate, chico. Había
que quitarse ese remoquete de marxista. Trebolín. Entonces se separó el
partido de los comunistas. Así podíamos estar legales. Ah vaina, esto es un
violín. Enemigo que se va, puente de plata. Otro más y domino el juego.
Ahí empezó la tirria. Dos. Donde asomaban la cabeza los denunciábamos.
Duque de Veragua. Les reventamos cuarenta y tres sindicatos. Duquesa de
Alba. Uno. Entonces nos acercamos a los militares.
Truco de espejos

Efectos que puede tener en la vida de uno la violación de una colegiala:


tener que abandonar la venta de culebritas articuladas –el yoyo mágico– el
mejor juguete para su niño, irse al otro lado de la ciudad, inventar el recurso
último contra las patrullas de soldados que andan reclutando gente para el
servicio militar, contra los pedidores de cédula, contra los pedidores del
carnet electoral: buscar el refugio fuera del tiempo y fuera del espacio.

Kabalú el Misterioso

hablar con el italiano que tiene el mercado negro de los permisos para
los buhoneros aceptar que el Concejal se quede con el treintaporciento que
claro incluidos los obsequios naturales y la colaboración con el partido
viene siendo un cuarenta por ciento y desde luego el alquiler del local y los
decorados

Cuarenta días y cuarenta noches en catalepsia

dos latas de pintura negra dos metros de seda rosada para el guayuco y
el turbante cerrado con un broche de vidrio rojo del tamaño de una nuez dos
sillas dos largos sables resplandecientes veinte agujas veinte de cabezas
doradas

Kabalú el hombre que desafía la Muerte

la gruesa de velitas que, encendidas sobre latas de leche en polvo


pintadas de negro, harían círculo alrededor de las dos sillas en cuyos
espaldares apoyaría yo la nuca y los talones, permaneciendo suspendido
mientras los dos sables, perforándome el pecho, saliendo por la espalda,
dejarían gotear una aframbuesada lenta sangre sobre una niquelada bandeja
y ah sí, desde luego, los carteles
Kabalú dos bolívares Damas y Niños mitad de precio

El truco consistía en aguantar la respiración, así, uno se podía estar


quieto, recto como un huso, haciendo puente entre las dos sillas, mientras el
italiano tocaba una y otra vez el disco rayado de Scheherezade, mientras el
Concejal pasaba a quedarse con el treintaporciento, mientras los policías
secretos que tenían pase de cortesía tocaban las agujas para ver si era
verdad que estaban clavadas, mientras las mujeres encintas se desmayaban,
mientras comenzaban los milagros.

Kabalú Amo de las Fuerzas Ocultas

Yo con los milagros nada tuve que ver, cuando se iniciaron colegí que
eran cosas del italiano que debió pagarle a un falso cojo para que en mi
presencia gritara puedo andar puedo andar, después a un falso ciego para
que gritara puedo ver puedo ver, después a un falso mudo que habló y a un
falso sordo que oyó, un falso abaleado por los pedidores de carnet electoral
que sanó, un falso lázaro que se curó, un falso jorobado que se enderezó,
hasta que comencé a pensar que todas las ganancias se irían en alquilar
falsos enfermos.

Kabalú Fantasía Oriental

pero el transcurso de una eternidad cataléptica me convenció de que


eran demasiados milagros como para ser alquilados, mujeres llorosas me
presentaban criaturas con los ojos hinchados, viejecitas asustadas me
rozaban los muslos con billetes de lotería, corpulentas señoras silenciosas
me miraban se arrodillaban encendían velas que traían envueltas en papel
periódico.

Kabalú el Hombre Magnético

Mi Coromotico que se me muere mi Rafaelito que tiene las piernas


torcidas mi Raquelita que vomita mi Ramiro que el reuma no lo deja
pararse y llora en la colchoneta mi Pancho que lo malograron los pedidores
de cédula mi Ramonita que en las noches tose tose y no respira mi Eulalio
que le dan ataques y tumba las paredes del rancho mi Eufrasio que está
preso por indocumentado mi Mateo que el órgano le fluye mi Matildita que
abortó y pierde sangre mi Arturo que está amarillo y no se mueve mi
Asuncioncita que tiene pústulas ay una niña tan bella señor ay señor tan
bella niña.

Kabalú Dueño de los Mil Paraísos

Yo, imposibilitado de cerrar los ojos por los alfileres que atravesaban
mis párpados, perdidas mis pupilas en la vaga constelación de luces de las
velas que lentamente ardían, escuchando, ora las peticiones lagrimeantes,
ora los tiros de las partidas que cazaban gente pidiendo carnet electoral, ora
los parlantes que gritaban pueblo vota por tu candidato democrático, ora los
vendedores de empanadas, ora el griterío de los milagros, ora la bocina que
cantaba la propaganda del espectáculo.

Kabalú Príncipe de los Mundos Secretos

Lacerado por alfileres velas tiros sables parlantes milagros intenté crear
santos refugios de olor y saliva y de repente un vaho de pimienta encendió
el aire y un profundo cobre entumeció mi lengua: sensaciones sin relación
con las cosas: joyas: destellantes, enmarañadas, posesivas, subiendo hacia
remotas nubes, enjoyando los cielos mismos y descendiendo en una
filigranada lluvia sobre las cosas, sobre mi piel, sobre las sangrantes llagas.

Kabalú vencedor de los Subterráneos de Jade

Instante en que me elevé sobre mí, tuve el espanto de verme, amarillo,


espectral, taraceado de sables, luego el espanto de verlo todo, pues yo era
una onda que crecía y que iba más allá de la visión y que luego volvía a
resumirse en mi cuerpo.

Kabalú Triunfador de las Ciencias Exóticas

Instante en el que sentí mi cuerpo, primero bullir en un magnífico poder,


luego inflarse, inflarse, hasta exceder el cuarto, exceder el barrio, exceder la
Tierra, exceder una giratoria tempestad de bólidos que era el universo,
exceder el Universo mismo, exceder el vacío de un Universo sin Universo

Kabalú Proyector de Milagros

exceder la sensación de exceder, entrar como un líquido en un recipiente


sin fin en el que toda medida era justa y toda medida inexistente, tocar a la
vez todos los granos de polvo del mundo y de los mundos y fijar la posición
que los mismos han ocupado ocupan ocuparán hasta el nunca por llegar fin
de los tiempos o saber que se puede alterar esa posición ya ocupada, que se
puede mover cada gota de mares profundos a los que no llega ninguna
claridad, que se puede desviar cada uno de los rayos de una estrella tan
pesada que la luz que despide vuelve a caer en ella

Kabalú Guía de los Laberintos

conocer que se puede decirle al mundo cese y hacer reinar por siempre
la noche o hacer cerrarse como capullos las pústulas de Asuncioncita o
detener la lenta formación del semen dentro del propio cuerpo o hacer con
todas las estrellas una imagen de ese cuerpo o hacer con esa imagen de ese
cuerpo una imagen de su semen o hacer con esa imagen de su semen una
imagen de la idea de imagen

Kabalú Fuente de los Ríos Sagrados

Como un destello que crecía en todas las direcciones del tiempo penetré
el pasado el presente el futuro y todos los alternativos pasados presentes y
futuros, convirtiéndome en la causa motriz y la finalidad de los mismos,
convirtiéndome en las cadenas de actos por las que los gases llameantes del
vacío pasan a ser los rosaditos dedos de los niños y los dedos rosaditos de
los niños, muertos los soles que los iluminaron, pasan a ser los llameantes
gases del vacío

Kabalú Domador de Dragones


Instante en el cual comprendí que existe en cada ser una rendija por la
cual en determinado instante puede resbalar y caer en el turbatumulto
rompelímite, resbalar en todas las direcciones simultáneamente y, por lo
tanto, ser infinito ilimitado omnipotente omnisciente, y por lo tanto, ser
Dios

Kabalú, Visionario de Fuegos

Instante en el cual comprendí que un ser eterno pierde sentido de la


duración instante en el cual comprendí que un ser ilimitado pierde sentido
del espacio instante en
el cual comprendí que un ser omnisciente pierde sentido del
conocimiento instante en el cual comprendí que un ser omnipotente pierde
toda potencia

Kabalú el Asombro de Calcuta

Pues todo momento se define por su principio y su fin y sin principio y


fin no hay momento pues todo objeto se define por sus límites y sin límites
no hay objeto pues cada sensación se define por la ausencia de esa
sensación y un ser para quien todo el Universo está presente es como un ser
para quien todo está ausente; como toda imagen para quien abre los ojos en
el centro del sol; como toda oscuridad para quien se hunde en la sombra de
la muerte

Kabalú Campeón de los Magos de Persia

Así mi ser se disolvía en la endiosada hinchazón de los caldos del


tiempo; yo, el único que había cruzado la puerta, abría sus hojas hacia todos
los lugares todas las épocas; crecía como una mancha de aceite en todas las
direcciones del tejido del tiempo y en todas las tramas de él me tropezaba
conmigo mismo; todas las razas vivientes me sentían como un escalofrío;
como un escalofrío soportaban la posibilidad de que soplara sobre ellas mi
aliento salivoso para apagar la gran torta de cumpleaños del mundo

Kabalú Maestro de las Vibraciones


Sin saber los escalofriados que la omnipotencia significaba la
posibilidad de alterar todos los hechos y las causas de esos hechos, y
además la posibilidad de anular toda necesidad de alterar tales hechos, y así
la gran impotencia de mi existir caía sobre un desinflado vacío en la gran
vorágine de las causas entredevorándose y entremezclándose en la materia
corrupta de un ser sin efectos ni causas, sin deseos ni temores, sin actos.

Kabalú Dueño de las Lunas de Oriente

Arrastrado en esta omnipotencia vacua sufrí la vigilia de mil eternidades


y la incapacidad de la incapacidad; solo el destello de un broche de vidrio
en un turbante de seda rosada me permitió escapar de esta rueda, me
permitió entender que Dios puede llegar a concebir un Dios y dirigir todo su
anhelo a ser ese Dios

Kabalú Nigromante de las Transformaciones

ese Dios oh perfección que consiste en un magro ser limitado –oh


limitado y dueño por lo tanto del espacio– transitorio –oh transitorio y
dueño por lo tanto del tiempo–, ignorante y por lo tanto dueño del
conocimiento, dolorido y por lo tanto dueño del goce, mortal y por lo tanto
dueño de la vida

Kabalú Sultán de los Mares Encantados

Miserable ser con la nuca en el respaldo de una silla con los talones en
el respaldo de otra, yerta la carne de la cual mana la sangre aframbuesada, a
su alrededor las velas sobre las latas pintadas de negro, a su alrededor, oh
irrisión, el fulgor de aun más elevados dioses y diosas, en su luz su
lacerante luz

Kabalú Soñador de los Bosques Embrujados

transida cocinera que eleva sobre su cabeza transida niña pustulienta,


transida dama que cojea con sus huesos adoloridos, transido viejo que
brazos piernas vientre cabeza se le duermen se le duermen, transido
paralítico que camina con chirriantes muletas, transida lavandera que los
espíritus malos la sacuden, transida dama que le han echado un daño y la
persiguen las hormigas y la mala suerte, transida Coromotico que se muere
transido Rafaelito que tiene las piernas torcidas transida Raquelita que
vomita transido Ramiro que el reuma no lo deja pararse transido Pancho
que lo malograron transida Ramonita que en las noches tose tose y no
respira transido Eulalio que le dan ataques transido Eufrasio preso por
indocumentado transido Mateo que el órgano le fluye transida Matildita que
abortó y pierde sangre transido Arturo que está amarillo y no se mueve
transida Asuncioncita que tiene pústulas, todos ellos asidos al tiempo como
garras de gatos, victoriosamente aferrados a la cuerda de su transitoriedad
su dolor su muerte, sin resbalar, sin ceder a la tentación de resbalar, sin en
un instante resbalar y caerse, aferrados a su doliente carne grito fin, sin
resbalar y vencedores.

Kabalú Secretario de los Fantasmas

Así como en todo hombre la lóbrega sima por la que descender a Dios,
así en Dios la vía de ascensión al éxtasis, al hombre; para llegar a esta
perfección, estrangular con dolorosas manos mi infinitud mi ubicuidad mi
eternidad mi omnipotencia; calzar el zapato estrecho de este ser maquillado
con corcho quemado, entrar lenta dolorosamente en las costillas
prominentes en las muelas cariadas en las anudadas vísceras en los
lacerantes alfileres en las estrías de salado sudor que bajan de las axilas, de
la frente, volver a este limitado ser que, por la debilidad de haber
degenerado en Dios, se eleva a hombre, se encuentra con el absoluto
milagro; un ojo otro ojo, la martirizada piel al fin, al fin los aceitosos
cabellos, las ateridas manos al fin, al fin los pies encallecidos, las facciones
al fin, al fin la boca las narices, los incontables dedos al fin, al fin la sangre
al fin la orina, al fin el aire el agua, al fin el dolor al fin el tiempo, al fin, la
muerte.

Kabalú Candidato Democrático


Postración esta que fue interrumpida por el Concejal quien entró
seguido de una comisión de pedidores del carnet electoral que hacían
molinetes con las peinillas; cojos ciegos mudos sordos jorobados
reumáticos epilépticos saltaban sobre las latas pintadas de negro en donde
ardían las trémulas velas, el italiano, el italiano, dónde está el italiano con
mi treintaporciento, gritaba el Concejal. ¡Un cojo enorme, mariposa sobre
grandes muletas, cogió fuego en un cirio y aleteó brillantes chispas sobre el
paraván de cartón piedra en donde estaban pintadas cadaveras, dagas,
serpientes, banderolas!

Kabalú Conquistador de la Malasia

Sofocado el cojo llameante desmanteladas las negras cartulinas


extricado el misterio del catafalco desfondado el paraván verificado que en
ninguna parte estaban ni italiano ni treintaporciento, todavía en trance
cataléptico fui levantado por la Comisión y llevado como rehén hasta la
acera, hasta la gran camioneta con luces rojas, pedidores del carnet electoral
que matraqueaban metralletas contenían a la turba de llorosas mujeres, un
tiro escapado desencadenó funesto pánico, policías que se creyeron
atacados contratirotearon en faroleo de fogonazos hacia la muchedumbre en
carrera mientras un altoparlante gritaba pueblo vota por tu candidato
democrático.

Kabalú Mensajero de los Demonios de Azogue

A sirena suelta llegamos hasta las puertas del Concejo donde también
matraqueo de armas, sireneo de patrullas altoparlanteo de pueblo vota por
tu candidato democrático; en la placita de enfrente, huelga de hambre de los
empleados públicos a quienes no se pagaba hacía tres meses, vendedores de
periódicos voceaban cuarenta millones desaparecidos en la caja del Concejo

Kabalú Pitoniso de los Himalaya

depositado con violencia sobre una de las taquillas para el pago del
derecho de frente, olvidado fui luego, el Concejal abría gavetas con ayuda
de los pedidores del carnet electoral; una radio a todo volumen daba los
resultados de las elecciones, a cada nuevo boletín la comisión cargaba y
montaba en los camiones: lámparas, máquinas de escribir, ceniceros,
escritorios, tinteros, papeleras, sillas giratorias, banderas, teléfonos, butacas,
retratos del Libertador, aparatos de aire acondicionado, engrapadoras,
rotuladores, cajas de lápices, hasta que el último boletín declaró la derrota
del candidato democrático el cambio de la tortilla.

Kabalú Miliunanochesco

Coñastre, gritó el Concejal, dejaron en el suelo los teléfonos que se


estaban robando y corrieron a los crujientes camiones; problemas hubo
porque una silla giratoria patas arriba pegaba con el dintel de la puerta del
garaje; a última hora, uno de los pedidores del carnet encontró en el urinario
un cuadro de La última cena en aluminio y corrió con él hacia los camiones,
por si las moscas, echaron tiros al aire al rruuuuummmmm salir acelerar
hacia la plaza enfrentar la gran quejumbre de empleados en huelga de
hambre, tras los camiones una estela de piezas de ventiladores, palancas de
calculadoras y multicolores cintas de máquina.

Kabalú Maharajá de los Imperios Místicos

Yo esperé hasta la madrugada, lentamente superando el trance


cataléptico, hacia el alba hubo un gran frío, después entraron una claridad
gris, un delegado de los empleados en huelga y varios curiosos, y me
encontraron llorando, sentado sobre un gran montón de facturas de derecho
de frente.

KABALÚ EL MISTERIOSO CUARENTA DÍAS Y CUARENTA


NOCHES EN CATALEPSIA KABALÚ EL HOMBRE QUE DESAFÍA LA
MUERTE KABALÚ DOS BOLÍVARES DAMAS Y NIÑOS MITAD DE
PRECIO KABALÚ AMO DE LAS FUERZAS OCULTAS KABALÚ
FANTASÍA ORIENTAL KABALÚ EL HOMBRE MAGNÉTICO
KABALÚ DUEÑO DE LOS MIL PARAÍSOS KABALÚ PRÍNCIPE DE
LOS MUNDOS SECRETOS KABALÚ VENCEDOR DE LOS
SUBTERRÁNEOS DE JADE KABALÚ TRIUNFADOR DE LAS
CIENCIAS EXÓTICAS KABALÚ PROYECTOR DE MILAGROS
KABALÚ GUÍA DE LOS LABERINTOS KABALÚ FUENTE DE LOS
RÍOS SAGRADOS KABALÚ DOMADOR DE DRAGONES KABALÚ
VISIONARIO DE FUEGO KABALÚ EL ASOMBRO DE CALCUTA
KABALÚ CAMPEÓN DE LOS MAGOS DE PERSIA KABALÚ
MAESTRO DE LAS VIBRACIONES KABALÚ DUEÑO DE LAS
LUNAS DE ORIENTE KABALÚ NIGROMANTE DE LAS
TRANSFORMACIONES KABALÚ SULTÁN DE LOS MARES
ENCANTADOS KABALÚ SOÑADOR DE LOS BOSQUES
EMBRUJADOS KABALÚ SECRETARIO DE LOS
FANTASMASKABALÚ CANDIDATO DEMOCRÁTICO KABALÚ
CONQUISTADOR DE LA MALASIA KABALÚ MENSAJERO DE LOS
DEMONIOS DE AZOGUE KABALÚ PITONISO DE LOS HIMALAYA
KABALÚ MILIUNANOCHESCO KABALÚ MAHARAJÁ DE LOS
IMPERIOS MÍSTICOS
Piso 46

Señores miembros de Lasamblea Legislativa yo les agradezco esta


oportunidad para aclarar los equívocos que rodean el caso, y que yo no
entiendo porque yo, comerciante no soy, yo soy político, yo lo que sé es que
si el Estado necesita hacer carretera se hace, si el Estado necesita alquilar
camiones, los camiones se alquilan, si el Estado decreta el Carnaval, se
consiguen los pitos y las flautas, y cómo, señor Moncho, me acusa el
funcionario, siendo usted diputado en esta Asamblea tiene que ver con
todos esos negocios, yo les diré, no es mi culpa, yo soy socio de empresas,
mi transportista la conocen todos, que si fletes con las petroleras, que si
camiones para las importadoras, que si cómo conseguí los créditos para
comprar las unidades, ya eso es harina de otro costal, aquí de lo que se trata
es que el Gobierno decreta la alegría y el Director de Administración
necesita las carrozas y el Jefe de Compras los antifaces los papelillos las
bebidas, y eso lo hubo, la mercancía se puso, se bebió y se pateó, y hay que
pagarla, sino ahora un detalle, que viene el funcionario, y téngase muy en
cuenta y yo acuso que es por venganza política, que si los precios son el
cuádruplo y el quíntuplo de lo normal, que si no se pidieron otras
cotizaciones, que las firmas Novedades La Broma, Importaciones La Burla,
Mercancías El Truco y Especialidades La Triquiñuela y que son fantasmas,
que los recibos están hechos con máquinas de mis oficinas, entonces ya
está, ya caigo en la venganza política, me han puesto un peine, esos recibos
sí los hice yo, me piden recibos y yo los mando porque yo soy incapaz de
negarme, porque yo soy así, porque ustedes me conocen, que si la prensa,
Moncho da anuncios, que si la radio, Moncho llena la pauta, que si el
comercio, Moncho favorece para conseguir una licencia, que si los amigos,
Moncho consigue créditos, consigue ayudas, Moncho es el paño de
lágrimas, que si un negocio para hacer pupitres, Moncho presenta al
Secretario de Educación, que se asignan ejidos, Moncho intercede, que si la
Guardia decomisa, Moncho recomienda, Moncho conversa, Moncho
convence, Moncho celebra, Moncho bautiza a los muchachos, Moncho
seguro, que si el partido, Moncho le presta sus camiones, por eso yo
desenmascaro la maniobra política, la calumnia, los infundios, los rumores
para crear el malestar, los enemigos de la estabilidad, pido que se tomen
medidas, las máscaras se han puesto, pitos y flautas se han proveído, y los
gorros de cartón, y las bambalinas, y las camisetas que dicen por un lado
Yolanda I Reina del Carnaval, y por el otro Viva El Gobernador Gestión
Dinámica y Progresista, cerveza se ha distribuido, templetes de cartón
piedra, la estatua del dios Momo con la lengua afuera y los cohetes y los
anuncios Pueblo No Juegues con Agua, y los lentes narizones y las sonrisas
de cochino y los plumeros de indio y los disfraces de ladrón y policía, y las
máscaras las hubo y los gorros cómicos y los pitos culebra y las cajas
sorpresa, indigna ahora que por un detalle inconsulto de cotizaciones, el
papelillo, las bambalinas, rumores, firmas fantasmas, malentendidos, los
sacos de caramelos, personas interpuestas, monopolio, valimiento de
influencia con funcionarios, las matracas, los sapitos chicharra, las
comisiones, los sobornos, la alegría popular, los disfraces de mujer, los
disfraces de diabla, esta Asamblea, mi empresa, mi carrera política, los
globos de colores, los favores que me deben, las bambalinas, las
serpentinas, los peluquines, porque en resumen, señores, el Carnaval lo
hubo y hay que pagarlo.
Yo no quise ver su cara

Despiértese, o si no quiere no se despierte, la dueña de la pensión me dijo


que entrara, me permite que me siente, me permite que ponga el maletín en
la cama, me permite poner en la mesa de noche los guantes y el sombrero,
si quiere termine de despertarse, o si no, no se despierte, tome mi tarjeta,
Universal Sellers Incorporated, me permite fumar, me permite ofrecerle, ah,
no fuma, mire, yo me ocupo de ventas, no se asuste, a usted no vengo a
venderle nada, no trabajo al detal, yo vendo, cómo explicarle, yo vendo en
términos generales, en términos universales, en términos abstractos. Mi
firma es la que vende las personas, las creencias, los sentimientos:
vendemos la boga de un balneario, la gloria de un prócer o la fascinación de
una mundana; vendemos la fama de un escritor, la reputación de honesto de
un magistrado o el buen tono de una costumbre: en la actualidad mi agencia
vende en el exterior la reputación de su ejem, gobierno; pero yo me ocupo
de una rama más espiritual; proyectos de largo plazo, los llamamos:
tenemos contacto con la Sagrada Rota y la Congregación de los Ritos, en
fin, vamos al grano: hacemos la venta de los santos. Urbi et orbi, dénos un
producto razonable, dénos un presupuesto adecuado y dénos tiempo, y todo
se logra. Hemos conseguido éxitos considerables. Sin querer blasonar, diré
que hemos creado sitios de peregrinaje pedidos por concejos municipales
previsores; que hemos creado lugares venerables para empresas de
transporte con visión; que hemos prestigiado imágenes que han reanimado
la decaída producción de vitrales de algunos países; que hemos
desencadenado rachas de curaciones milagrosas que han salvado cadenas
hoteleras en peligro de extinción; que hemos motorizado canonizaciones
que han aumentado el poder de ciertas órdenes y hecho invulnerables las
cajas de determinados monasterios; que hemos producido oportunamente
patronos protectores de ciertos ejércitos y frenadores de ciertas
revoluciones. Fui llamado a esta ciudad por carta sellada del venerable
Obispo. Aunque la junta de la empresa dudó largo rato si acordarme los
viáticos, al fin accedió, considerando el clima propicio para las inversiones
de este joven país: el Obispo me ofreció cuotas partes de la propiedad que
fuera quitada una vez a la Iglesia por un déspota ilustrado, y devuelta a ella
a pesar de la ley que prohibía adquirir a las asociaciones de manos muertas;
cuotas partes de las donaciones del Estado para colegios y obras pías;
cuotas partes del dinero del Estado que se emplea en sostener el culto;
porcentajes de las limosnas depositadas ante imágenes, reliquias y sitios
predilectos del candidato; asimismo traspasó extensos cocotales en el litoral
turístico inmediato; asimismo los fondos de una cooperativa de vivienda
que fracasará misteriosamente dentro de pocos meses: asimismo noté la
desproporción entre el gasto de promoción y el interés inmediato de la
canonización que debía ser promovida: otrosí advertí en el Obispo rasgos
extremos de humana afección por el candidato, usted sabe, el hombre que
usted mató con su automóvil. Mal médico y mal católico, me dijo, cómo
sufrió por no ser santo, por no ser más que soberbio y huraño, y cómo sufrí
yo por no tener para amar al santo que él quería ser. Desplegamos sobre la
gran mesa episcopal el organigrama, y, con su dedo en el que lucía una
amatista, trazamos el destino dentro de las altas jerarquías celestes: así el
Obispo, con su dedo regordete, me comisionó para hacer el regalo que
debía llegar más allá de la muerte y más allá de la carne al hombre que
usted mató, y firmamos muchos papeles conforme al derecho canónico y
conforme a la ley civil del estado de Nueva Jersey y el Codice delle
Obligazione y quedó determinada la venta de la santidad. Usted se revuelve
en las almohadas y todavía no sabe si considerarse o no despierto, no me
importa, de todos modos yo cumplo con mi deber, pues un vendedor
cumple siempre sus funciones escrupulosamente, vea, debemos definir el
producto y para definir el producto debemos conocer sus cualidades. Ahora
usted. Ahora usted que por imprudencia criminal o por imprudencia
negligente o por simple imprudencia arrolló a este hombre que debo vender,
usted, ¿qué podría decirme de él? Piénselo bien, porque lo que me diga a lo
mejor resonará eternamente en sus oídos, devuelto por los mecanismos de
promoción de la firma. Piénselo, porque a lo mejor será dicho por última
vez, porque lo acallaremos para siempre. Usted, uno de los últimos en
contemplar a aquel hombre frente a su final, que es como contemplar al
hombre frente de sí mismo, por primera vez frente de sí mismo, dígame el
gesto o la palabra o la sensación. Descríbame el momento o la repercusión
o las emociones. Qué destiló aquel rostro al usted inclinarse sobre él y
mirar, como quien dice, en el pozo de la muerte. Dígamelo y me iré
mientras sigue usted en el duermevela y me espanta como si fuera una
mosca y aun puede dudar de haberme en realidad visto o no haberme visto,
y será como si nunca hubiéramos hablado. Dígame lo que le dijo su víctima
al encontrarse sus miradas. Él desde el suelo. Usted bajando desde el
automóvil. Dígamelo.
—Yo no sé —respondí—. Yo no quise ver su cara.
Cuando terminé de despertarme, el cuarto estaba vacío. Una pianola
desafinada tocaba a lo lejos el vals Madona de las Rosas.
Instrucciones para secuestrar un gringo

Ya estamos todos, no, falta Rondón, y qué le pasa a Rondón, habrá caído
Rondón, no, qué va a caer Rondón, bueno, y por qué no empezamos,
entonces empezamos, un cafecito, bueno, un cafecito, cierren esa puerta,
bueno camaradas yo voy a empezar por el informe político que está
repetido porque como se sabe los problemas de seguridad hacen difícil la
comunicación, cómo, bueno, está bien, suprimimos la parte del informe
político que se dio en la reunión anterior, vamos a ver los detalles
estratégicos, la situación es delicada, vamos a decir que mala, por qué no,
las últimas delaciones han sido graves y particularmente la de Macabeo, eso
ha causado muy serios problemas y se han tomado las medidas del caso,
bueno, camaradas, hay esto, que hemos perdido la iniciativa, que el
movimiento popular ha perdido la ofensiva, que la última serie de
detenciones nos ha comprometido, que la pausa que se había declarado para
rehacernos no puede seguir porque estamos cortados, porque la represión
nos ha ido quitando todos los órganos de comunicación con las masas, cero
periódicos, cero radio, cero televisión, y las calles también las hemos ido
perdiendo por la oleada represiva, los sindicatos, la situación sindical como
comentamos la vez pasada es seria, todos nuestros activistas de la legalidad
están siendo detenidos y los locales sindicales allanados y entonces la pausa
lo que hace es que nos desgasta y entonces el Central ha dicho está bien,
denle con todo, denle a fondo y contesten golpe por golpe y eso es lo que
está planteado, pues, hay que volver a la iniciativa con una acción arrecha
que demuestre que no estamos liquidados, que hemos aguantado el desgaste
y que podemos todavía actuar multiplicando las acciones, esta ofensiva es
importante, es la forma de sacar al movimiento del estancamiento de los
últimos golpes que casi nos han sacado de la calle y nos han desmontado
seriamente el aparato, si se coordina una serie de acciones y salen bien,
volvemos a prender la cosa, demostramos que quedan fuerzas, pues, y si
nos aplicamos a fondo, ajá, quién es, llegó Rondón, pero bueno, chico, no
dijimos que a las siete, bueno, está bien, siéntate, estábamos diciendo que si
nos aplicamos a fondo vamos a invertir esta tendencia, un período de
ofensiva además de mejorar nuestra moral tenderá a fortificar nuestros lazos
con los partidos, que como ustedes saben y no se los oculto y no quiero que
sea esto ocasión de la polémica, pues, ustedes saben que ha habido
divergencias porque hemos cargado con un esfuerzo muy duro y hay
divergencias de criterio, una serie de triunfos alejaría o haría pasar a
segundo plano la discusión sobre estas divergencias y en todo caso
mejoraría también la política de alianzas que bajo una represión sostenida
se hace cada vez más difícil, más precaria, y así, con las divergencias en
nuestro campo y las alianzas con la legalidad comprometidas y cortadas de
las masas, nuestra situación se haría sumamente dura, entonces yo, pues,
eso era lo que quería decirles, que se nos ha dado permiso para facilitarles
recursos, lo que hay es que echarle cráneo a lo que se va a hacer y entonces
si ustedes quieren, pasamos a la discusión de este que es el punto álgido de
la reunión; pido la palabra, ajá, el camarada Rubén que empiece la
discusión, bueno, yo creo que discusión no, discutir nada, ustedes saben que
yo siempre dije que este repliegue nos comía sin ninguna ventaja, por eso,
pues, yo no discuto, coño, pero eso sí, que nos den los recursos, que nos
consigan los papeles, las cédulas falsas las pedimos hace meses y nada, y
las municiones lo mismo, no nos vengan ahora con que las armas se
conquistan, pinga, conquistar armas sin balas, la situación ustedes la
conocen, y pensamos que si hay reservas de parque debemos sincerarnos,
no colocarnos como otras veces en situación de perder dos compañeros por
una acción para conseguir un revólver viejo, no, no es crítica, es que yo he
hablado bastante de estas cuestiones, porque eso nos duele, porque no es
posible que corramos riesgo por asuntos secundarios de logística, pero
camarada, no, replico que yo no critico, pues, pero que se nos apoye, es
decir, que no tengamos problemas a la hora de la verdad, por ejemplo,
detalles, no está previsto un médico o se cae preso por simple falta de una
concha, sí, bueno, yo sé, yo admito que problemas que con un poco de
previsión, un poco de eficacia, no deberían presentarse, y entonces eso es lo
que yo digo, pues, que el apoyo sea completo, que no haya fallos por cosas,
pues, secundarias, perdón, sigue en el uso de la palabra, no, he terminado,
ajá, compañero Bubu, tiene la palabra, bueno, yo lo que quería observar,
¿no?, lo que quería hacer sentir, ¿no?, es que es cierto, ¿no?, la situación
nos impacientaba, ¿no?, era como una incertidumbre, ¿no?, ahora lo que yo
digo es, no basta con decir denle con todo lo que tienen, ¿no?, hay que
considerar con qué vamos a darle, ¿no?, es decir, con qué recursos, ¿no?,
con qué gente, ¿no? porque sinceramente ya el camarada lo ha dicho ¿no?,
estamos muy golpeados, y entonces, pensar, cuántas cuevas tenemos,
cuántas armas, apretar los mecanismos de seguridad, ¿no? porque es obvio,
esto no se plantea por primera vez, las filtraciones son graves, ¿no? yo creo
entonces que deberíamos proceder a esta revisión, a este, perdónenme la
palabra, a este reajuste, ¿no? sí, es todo lo que tenía que decir, ¿no? ajá,
tiene la palabra la camarada Aracelis, bueno, yo quería presentar el informe
de la solidaridad con los presos, la situación de la solidaridad es difícil y
quería señalarles que hay una gran desmoralización, perdone, camarada,
pero estamos discutiendo el punto, pero es que yo quería plantear la
desmoralización porque yo quiero que sepan el punto hasta el que ciertos
camaradas han llegado, perdón, pero es que estamos en el punto, alguien
más quiere decir algo, ajá, Víctor, tiene la palabra, bueno, yo tomo la
palabra, pues, un poco para decir, pues, que es lo que siempre he dicho,
pues, que cuál es el objeto de estas discusiones, pues, si se sabe, pues, y no
se me va a decir que estoy de contradictor eterno, pues, que no se toma en
cuenta lo que uno señala, pues, perdón compañero, pues, estoy en el
derecho de palabra, pero perdón era para decirle que concrete, bueno, pues,
es sobre las desviaciones que yo siempre he señalado que deben ser
discutidas, y no que suceda esto de que no se nos oye, de que no se nos
escucha, pero perdón compañero, bueno, sí se nos oye, pues, pero no se nos
pondera, pero no se plantea la problemática, pues, y las serias y graves
desviaciones que yo a cada momento y en todo lugar estoy señalando, pues,
y que se manifiestan en el estilo de la discusiones, pues, perdón camarada,
pero concrétese, no, era lo que tenía, pues, que decir, ajá, Rafael, bueno, si
ustedes dicen ofensiva, yo se las hago, y si es incendio contra las firmas
imperialistas la gasolina yo se las transporto, y si es expropiación para las
finanzas yo se las hago, y si es robo de avión yo me le dirijo a los pasajeros
aprieten el cinturón el pueblo en armas les desea un buen viaje, y si es toma
de pueblo se las hago también, con buen corte de telégrafo y de teléfonos y
mitin en la placita y si es secuesto hasta eso también se los puedo hacer, y si
es de deportista célebre como Di Stefano yo se los realizo y si es de militar
también, y si no conviene, entonces contra la Misión Militar
Norteamericana yo exactamente igual se los puedo hacer muy cumplido con
pinta de consignas y comunicado y nota de rescate y gringo guardadito con
botella de whisky y talco y agua de colonia, eso yo también perfectamente
se los hago pero siempre que no interfieran las circunstancias que yo les
explicaré algún día, es decir, el cambio de intereses, las ideas perfectas que
se me ocurren, perdón, compañero, es todo, sí, es todo, entonces queda la
idea del secuestro que me informe la camarada Alba si puede conseguir los
fondos para un local, sí, para cuándo, para ya, mañana mismo veo a Micael,
Micael, sí, Micael es muy efectivo, bueno, quién quiere decir algo, Cirilo,
no quieres decir nada, no, nada, ajá, Rubén, tiene la palabra Rubén, bueno
camaradas, yo leí el cable internacional, pero Rubén no te vayas por las
nubes no te distraigas, Rubén, van a fusilar a un asiático, no te salgas del
orden, Rubén, Rubén no divagues, pero es que precisamente, camaradas,
Rubén, no nos disperses, este fusilamiento tiene que ver.
Su favorita melodía

Su melodía favorita se la interpreto, señor camionero, ayer salimos muy


temprano a pescar, clocloclopo, cloclopo, clocloclopo, nos fuimos juntos
todos los pescadores, y mientras vamos costeandito hasta Caracas le hago
de ayudante de camión, le cuido los cochinos mientras almuerza, claro, me
bajo y le hago señas a los carros mientras usted sale a la carretera, en el
camión duermo con una cabilla al alcance de la mano mientras usted visita
a su amiga Petrona Concha Natividad, cloclocloclopo clocloclopo, el motor
se lo caliento mientras usted desayuna, come chorizo sin cociná, los vidrios
se los limpio mientras usted orina en el patio del rancho, come bagazo como
cochino, el maíz se lo echo a los animalitos mientras usted se toma el café,
y come ají sin estornudá, mientras amanece le palmoteo para que no se
adormite cuando la aurora apareció en Oriente clocló cloclopo, regó de
perlas el hogar ya frío, pasamos las alcabalas móviles los puestos contra
guerrilleros, mientras buscan y rebuscan en los carros, les palmotearé busco
yo un verde pimpollo, cloclocloplocloplocooco, un retoño nuevecito, a
nosotros ni nos tocan, la presencia de los cochinos los paraliza con un vaho
de mierda, directamente a la cara miran los cochinos a los guardias que
desvían la mirada, yo a los animalitos trato de distraerlos interpretándoles
yo conocí a una mujer, que con Juan era casada, chillan y patalean los
cochinos mientras yo continúo palmoteándoles y como era tan galán,
siempre lo tenía en afán, comienzo a ver ranchos, cada vez más ranchos
junto a la carretera, el corazón me salta al punto de que clop cloclop clop
pierdo el compás a los tres meses nacía, un muchacho tan divino, un
embudo de zamuros gira en el aire y los cochinos chillan aterrorizados, me
miran como si yo pudiera salvarlos, con la cara de cochino, como lo
esperaba yo, ¿Caracas? le pregunto al camionero, cara e cochino, trompa e
cochino, no, me contesta entre la gritería de los cochinos: El Matadero.
Rabo e cochino, ojo e cochino: roncaba como un cochino, como lo
esperaba yo.
Si tocaras un estrumento, me dicen, tendrías la oportunidad si tocaras un
estrumento, pero yo con la carestía de todo cómo comprarme un
estrumento, cómo, con lo difícil que es comprar en el mercado negro el
permiso de buhonero, además, yo mismo soy el estrumento, yo al palmotear
delante de la boca, cloc clocloc cloclopo, me soy frente al mundo solo, me
soy sin servirme de la flautineta la teclera la acordionata la pianiquera la
trompetea la saxofonia la marimbancia la tamboronia, el guitarranio, el
arpazón, el arpa solo tocaría yo, porque se la abraza como mujer, como
madero, pero el estrumento es uno mismo, íngrimo y solo clocloclo
cloclopo de yo a tú me hablo con mi estatura descalza y en alguna forma te
adivino de entre la tela clocloclo cloclopo de las canciones deshebro la que
quieres oír y yo quiero también interpretarla, y le hago clocloco clopo los
arreglos de la fantasía, y me dicen, coño, no es así, pero sí es así, así es, y
yo solo me acerco a la canción como es, yo solo me acerco a su coño
sudoroso destrapajado descubierto al fin por la simpleza la pobreza la
obscenidad del estrumento, cloclocloclopo, del palmoteo, yo sin adornos sin
resonancias al nivel de yo y tú con las uñas consiguiéndome la gloria
porque la gloria es cuando encuentras tu melodía favorita y tarareándola
duras siempre y nadie puede quitártela, escándalo quien no murmura para sí
y quien no oye a los que murmuran, yo cultivo con las uñas jardín y te doy
de él claveles, O quizá, simplemente, te regale una rosa, la pisoteada rosa
de la indigencia, yo, maestro, su melodía favorita se la interpreto.
Usté me pregunta que qué vendo, y yo, señor agente, le digo que no
vendo nada, yo interpreto, si acaso cloclo cloclopo yo vendo unos ojos
negros, burla, no, no es burla, papeles de identidad, no tengo, en el calabozo
me los robaron, sin domicilio conocido, venido a Caracas, declaro con el
objeto de establecer contacto con la radio y la televisión, en las plazas
durmiendo, de lo que me dan comiendo, de donde me corren yéndome,
molestar, no, yo no molestaba en las cercanías de la planta televisora, yo
inquiría del vigilante cómo podría entrevistarme con el Gerente de
Producción, digamos, o con el señor Joselo, para hacerles manifiestas mis
habilidades, en el cafetín de la planta uno de los limpiabotas me dijo: mira,
ése es el Gerente; la emoción casi me impidió moverme, comprendiendo
que era la oportunidad de mi vida me planté a su lado; hablaba él con una
señora de anteojos y con pañuelo en la cabeza que a pesar de las
circunstancias reconocí como la primerísima actriz Delia Ceballos
protagonista del drama estremecedor La Apasionada, tembloroso quise
decirles, señor Gerente, mis habilidades, mis aspiraciones, yo un espectador
asiduo de la programación de esta planta, un hombre en busca de la
consagración, blanco, rojo y amarillo me ponía por explicarme, cuando
decidí arrojar mi destino a los pies de la primerísima actriz mujer que en su
papel de madre adolorida tantas lágrimas había arrancado a través del video
y las pantallas; mirándola como si ella solo pudiera comprenderme cloclop
clocloclopo comencé a interpretar el tema musical de La Apasionada
cloclop clocloclopo La Gran Novela que Llega al Corazón de las Mujeres
cloclop clocloclop presentada por El Jabón que Protege la Blancura de su
Ropa cloclop clocloclopo, inflexiones inauditas quise encontrar para el
tema; escondida fuerza quise hallar para las variaciones que debían
traspasar los anteojos negros y arrancar lágrimas de la misma Apasionada,
del señor calvo gordo que la acompañaba y que usaba camisa con
caimancito verde, cloclop cloclopo hice en medio del silencio repentino del
cafetín cloclop cloclopo en medio de un hielo roto por la risa del
limpiabotas, en otras mesas se daban codazos y nos miraban, cloclo
cloclopo me extremo en el tema de La Apasionada, queriendo alejar toda
sospecha de burla, me esforzaba yo en el tema de El Drama que Toda Mujer
Esconde, cuando Delia Ceballos dijo ¡coño! y era que obviamente por la
emoción o la sorpresa había parpadeado y se le había metido en el ojo una
pestaña postiza, cloclo cloclopo, ahora dígame, las risas de los burlones, la
melodía favorita, la pestaña que trataba de sacarse con la punta de una
servilleta, concentrándome yo para sobreponerme a las adversas
condiciones del público y del escenario, Delia Ceballos que al no poderse
sacar la pestaña patalea y repite coño, coño, coño, su melodía favorita, la
reidera de las gentes, el señor gordo que le hace una seña a uno de los
policías privados de la planta que los llaman los caoboys y que tienen los
músculos así, el caoboy que me pone una llave y me imposibilita seguir
palmoteando el tema de la Historia que Hace Vibrar a Todas las Amas de
Casa: yo que nunca pensando en el irrespeto, ni profesión ni oficios
conocidos, yo diciendo, pero señores, sin antecedentes penales, su melodía
favorita se las interpreto, arresto disciplinario a ser cumplido en el recinto
de esta jefatura y amonestación sobre su conducta advirtiéndose de las
consecuencias de la reincidencia. Es Justicia que se hace en este Despacho a
tantos de tantos de mil tantoscientos, Dios y Federación. Y ahora otra cosa.
Te sabes todas las canciones. Sí, señor agente. Hay una que me gusta
mucho. Sí, señor. Ya no la tienen en las rocolas. Sí. Me las podrías tocar. Sí,
señor agente. Una que dice, ella de noble cuna, y yo un pobre plebeyo.
Cloclo, cloclocloclopo.
Piso 51

José Antonio pasa por la pensión y le dice a Moncho que lo acompañe y se


montan en una camioneta picó prestada y salen de la ciudad y cogen por la
carretera de asfalto de las petroleras y tocan corneta para apartar los burros
y frenan para dejar pasar las vacas. La camioneta pasa al lado de basureros
deslumbrantes. Esforzando la vista, Moncho descubre que son cerros de
botellas de cerveza vacías. A lo lejos, internadas en el campo, casas con
ristras de bombillos de colores.
—Estamos cerca del campo petrolero –explica José Antonio.
Moncho se seca el sudor de la frente y José Antonio mira a cada rato
por el espejo.
José Antonio frena y se baja para comprarle cachapas a un muchacho
que está bajo un techo de palma, y lo saluda y le pregunta por el compadre
y dice algo en voz baja, y se vuelve a subir y dejan la carretera de asfalto y
cruzan una charca y avanzan por un camino de tierra levantando una
polvareda hasta que llegan a una chivera y una casa de bloques con techo de
zinc. Frenan y caminan entre carcasas oxidadas de Fargos y de Fords y de
Chevrolets. Atado a un bloque de motor, un perro color de aceite sucio les
ladra furioso.
En la casa hay un chinchorro vacío y un cuarto lleno de empacaduras de
motor viejas y correas de ventilador gastadas y tripas con parches y
radiadores perforados y cajas de herramientas oxidadas.
Salen y detrás de una de las matas de mango se les aparece Álvaro
Luque vestido con un traje de caqui viejo, diciendo: Seguro mató a
confiado.
Y volviéndose hacia el perro, le dice: cállate, Fenris.
Luego explica: se llama Fermín, pero yo le digo Fenris.
Entonces abraza a José Antonio y saluda a Moncho y les dice que ya va
a estar preparado el sancocho. José Antonio baja de la camioneta periódicos
y casabe, y un frasco de picante.
Bajo las matas de mango, acostados en chinchorros, se espantan las
moscas que atrae el sancocho, y Moncho, mirando a Álvaro Luque, piensa:
está viejo. Cluecas cagonas picotean las migas de casabe y escarban. El
calor desciende del follaje de las matas de mango y Moncho comienza a
sentir el sopor de la hora, cuando advierte que José Antonio fija la mirada
en un cuaderno viejo y un toconcito de lápiz que están sobre un taburete.
—Nada comprometedor –explica Álvaro–. Unos esbozos. Líneas.
Y, advirtiendo la intensidad de la mirada de José Antonio, añade:
—Yo trato de encontrar un centro, a partir del que toda palabra es
sincera.
Allí José Antonio se arranca a aclarar que él ha sometido inútilmente
algunos de sus originales a Sagitario, órgano hebdomadario de la
colectividad, y Moncho siente desazonado que entre ambos ha operado la
señal de reconocimiento de una masonería más antigua que la civilización y
más fuerte que el hierro, en la que los santos y señas van con Garcilaso y
vienen con Hafiz, y, como a los jugadores de gallos, ya no habrá forma de
sacarlos del tema. José Antonio invoca a los creyentes que todavía hoy van
a la tumba de Ferdoso a apoyar la frente para escuchar palabras que son
como bálsamo, y Álvaro cita los nombres de los poetas árabes que murieron
de amor, y José Antonio recuerda a Félix Pita, que versificó mientras
luchaba en la guerrilla de Horacio Ducharne, y Álvaro recita alguna de las
coplas de los que desafiaron al padre de todas las canciones. Fenris se echa
y escucha con una oreja. Parece detenerse el pasar de las iguanas por la
hojarasca. Un gallo los contempla.
—Esta vaina no le gusta al pueblo –piensa Moncho, removiéndose en el
chinchorro, desazonado.
Piso 52

—Vamos a hacer una huelga petrolera contra la dictadura –dice de repente


Álvaro Luque.
Moncho hunde la cucharilla en los grumos de aliño del sancocho, que
no sabe si se le ha vuelto insípido o demasiado aliñado, y busca el secreto
en las peladuras de cebolla o los trozos de ají o las gotitas de suero, y sí
descubre hilachas de insipidez o de picazón entre el —José Antonio quiso
que yo te lo dijera primero —vamos a unirnos todos los partidos la cosa es
parar la producción de petróleo y la Junta Militar se cae —a los comunistas
nos va a costar la legalidad —tres comités de huelga clandestinos —si
agarran uno quedan dos funcionando —el apoyo del resto de la población
es el que decide —los cuadros del partido de ustedes, Moncho —que se
sumen —que hagan huelgas de solidaridad —José Antonio ya ha hecho los
contactos por acá —que no vuelva a pasar que los petroleros se queden en
la estacada.
Moncho encuentra el ojo del pescado y duda si chuparlo hasta sentir en
la lengua la bolita que ya no tiene sabor y que rueda destilando esa
insipidez que sabe a sudor o ese ají que no acaba de manifestarse. La
cucharilla remueve el ocumo, el apio y el mapuey, y vuelve a los grumos de
aliño, para empozarse en el caldo, con gotitas de grasa brillantes. Moncho
siente que mueve trozos de pesadez y de sueño, nubes que a lo mejor se le
van a ir en una lluvia desabrida, y suspira.
—Dictadura cae desde adentro –piensa y deja caer la cucharilla en el
sancocho que se le antoja frío. Desde la mata de mango vuelan orihuelos
hacia los samanes de
la quebrada.
El perro duerme. José Antonio siente el silencio, mientras rebaña las
últimas gotas del sancocho con el trozo de casabe.
Entonces bajan las nubes de pericos.
Piso 53

EN EL PATIO Fermín hace tintinear la cadena inquieto por los olores de los
visitantes, el señor mayor que huele a asfalto, el jovencito que huele a
gomina, el señor rechoncho que huele a cerveza.
EN EL CUARTO, a la luz de la lámpara de gasolina, José Antonio dice
que ha caído el segundo comité de huelga.
EN EL CAMINO, saltando en el charco, los sapos chinaguas croan tala
y tumba, tala y tumba, tala y tumba, los sapitos les contestan: ¿y la quema?
¿y la quema? ¿y la quema?
EN EL PATIO, Fermín resopla al oír, a lo lejos, el ladrido del perro sato
que cuida el maizal, y, más cerca, el del perro que cuida el rancho cerca de
la carretera, el removerse de una gallina que tropieza con su vecina en las
ramas más altas de la mata de tapara.
EN EL CUARTO, Joel Salazar dice que el ejército ha ocupado los
campos, ha cortado la luz, la electricidad, el agua y el gas, y decomisado la
comida.
EN EL CAMINO los sapos se mueven, miran hacia la carretera, quedan
otra vez inmóviles, entre el hervor de renacuajos.
EN EL PATIO, Fermín se echa, hunde el hocico entre las patas, y
entonces siente el motor de la camioneta que se acerca por la carretera.
EN EL CUARTO, Álvaro Luque resume los informes: ochenta por
ciento de la producción paralizada, setenta y cinco por ciento de obreros
petroleros en huelga, se necesita el apoyo masivo para que la huelga no se
pierda.
EN EL CAMINO los sapos chinaguas saltan, tala y tumba, tala y tumba,
y los pequeños se zambullen.
EN EL PATIO, Fermín para las orejas al sentir que la camioneta cambia
de velocidad, frena, vacila, y sus amortiguadores traquetean en el camino de
tierra.
EN EL CUARTO Joel Salazar dice que la Seguridad Nacional y el
ejército allanan casa por casa, decomisan las reservas de comida, mandan a
la gente a trabajar presa en camionetas.
EN EL CAMINO dos puntos de luz iluminan los buches pálidos del
saperío y los párpados membranosos de los pericos.
EN EL PATIO Fermín se para, salta detenido por la cadena, y ladra.
EN EL CUARTO se vuelven hacia la ventana las caras iluminadas por
la lámpara de gasolina.
EN EL CAMINO la camioneta rebota en los huecos del camino de
tierra, chirría, encandila con sus faros los sapos chinaguas y los pericos, con
los ojitos encendidos como estrellas.
EN EL PATIO Fermín ladra y patalea, haciendo despertar los cochinos,
las gallinas, los gallos y las lagartijas que comienzan a escurrirse.
EN EL CUARTO Álvaro Luque detiene con un gesto a Moncho que
acaba de sacar un 38, y le dice: No.
EN EL CAMINO la camioneta disminuye la velocidad, y brincan al
suelo hombres con botas pesadas y hombres con zapatos baratos que se
dispersan chapoteando entre el saperío de la charca que salta croando croá
croá croá.
EN EL PATIO Fermín revienta el cordel que sostiene la cadena, y corre
entre carrocerías oxidadas, motores corroídos y latas perforadas, en sus ojos
el reflejo de los faros del camión que se aproximan hacia Fermín como
globos de fuego que brillan sobre las fauces de Fermín que se aproxima a
los faros como soles cayendo entre la oscuridad donde saltan las chispas de
los ojos de Fermín.
EN EL CUARTO José Antonio mira el tambor de un 32 mientras
Álvaro Luque carga una escopeta vieja de dos cañones y se despide de
Moncho diciéndole: Nosotros te cubrimos. Ahora lo importante es que
encuentres el contacto para el apoyo.
EN EL CAMINO Fermín salta hacia la camioneta, envuelto en la nube
de olor a metal y aceite y cobre y humo, y en ese momento los faros se
apagan.
EN EL CUARTO Álvaro Luque tiende la mano hacia la lámpara de
gasolina para apagar la luz. La luz, piensa en el momento en que su mano,
rosada, se detiene en la llave, sintiendo el calor de la llama y el aleteo de los
insectos que vuelan en torno a ella. Y siente físicamente lo que es la
extinción de la luz. Cuando sus dedos dan vuelta a la llave, en sus ojos
queda la imagen de una llama que se extingue cuyo fulgor es ocupado por
una llama que se extingue cuyo lugar es ocupado por una llama que se
extingue: los bordes de la llama se extienden, los siente correr por sus dedos
y por su cuerpo, y extenderse al mundo entero para de inmediato
extinguirse en la noche que se ahoga dentro del resplandor de una llama que
se extingue dentro de cuya lumbre aparecen, cada vez más remotas, como
latidos, imágenes de una llama que se extingue.
Piso 54

Moncho corre entre nubes de pericos que escapan, salta junto a los restos
del Ford resbala sobre el capó del Pontiac tropieza en la batea del Fargo se
escurre tras la ruina del Mack chapotea en la quebrada oye ladridos oye
taponazos ve un chispazo luego dos explosiones muy seguidas, tala y
tumba, tala y tumba, tala y tumba corre oye una seguidilla como de
máquinas de coser papapapapapa ve un chisporroteo oye su propio corazón
oye los grillos las gallinas los pericos los chinaguas tala y tumba, tala y
tumba, y tala y tumba, ¿y la quema? ¿y la quema? ¿y la quema?
Moncho corre entre montones de botellas rotas pisa sobre alfombras de
vidrio resbala sobre montones de basura. Al rato siente que nadie lo sigue.
El calor sopla en la noche sin nubes. A lo lejos estalla un rebuzno.
La luz de los mechurrios lejanos alumbra los burdeles de carretera
cerrados por el toque de queda. Moncho se apoya en postes de bambú y
escucha repiquetear ristras de bombillos rojos, apagados. Un olor a orines lo
quema todo. Otra bandada de pericos echa a volar en la noche. Suena un
ladrido.
Otro ladrido le contesta. Moncho se mueve, y escucha a sus espaldas la
ladrazón. Hacia la carretera, desde donde viene el resplandor de los
mechurrios, contesta otra ladrazón. En la noche, se mueven hacia Moncho
perros lengüeteantes. Sus pupilas recogen el brillo rosado de los
mechurrios.
Moncho ve venir desde la oscuridad un collar de ojos que es como un
gusano de luz o un incendio que avanza. Tras ellos, una silueta humana que
crece. Cercado por los perros, Moncho distingue que la figura humana es la
de un pordiosero que le tiende una mano tan mansa como las meneantes
colas de los perros más cercanos: Señor, déme algo para mis perros.
—El coño de tu madre –le dice Moncho.
Piso 55

Moncho entra al botiquín a la hora de esas siestas de pueblo en las que


culebrea la cantinela de uno de esos tocadiscos de cuerda que toca un disco
de bakelita con el pasodoble Madrid. De vez en cuando se pega en España,
aña, aña, aña. En la plaza, uno de los autobuses rompe la calma; el chofer
cholea y cholea el acelerador para llamarle la atención a una cocinera que
pasa con una cesta llena de mapueyes. Hay en el suelo muchos papeles
engrasados y muchas moscas.
—Carajos bien vestidos, con pantalones planchados –observa Moncho,
fijándose en los transeúntes. Luego mira la tienda del turco, calle de por
medio. Ante la puerta está una pirámide de maletas de cartón. Del dintel
cuelga una ristra de bacinillas, que acompaña un atado de tirantes con
dibujos en las elásticas.
—Moderno –piensa Moncho, sorprendido por el antojo de cambiar de
tirantes. Pero viene a su mente una serie de consideraciones, y concluye–,
será para más luego.
En el pueblo se oye el siseo del pulverizador del barbero que nebuliza
colonia barata en la nuca de algún cliente. Ambos olores, el de la colonia y
el talco, llegan hasta Moncho, quien se pasa la mano por la nuca pensando
que ya siente la calor del tiempo que no se afeita. Y siente tristeza. Todavía
no se le quita la impresión de que todo el mundo lo mira.
Pide una cerveza, y se demora en cada sorbo. Espanta una mosca del
borde del vaso. El muchacho le explica que está tibia porque el generador
de la planta no manda.
Moncho camina hasta la puerta, atisba y vuelve a entrar. En el mediodía
del pueblo no se mueve nada.
Piensa pedir otra cerveza y siente horror de la tibieza de la espuma.
Trata de distraerse mirando el retrato de Bolívar que está sobre el
mostrador, y sacando cuentas del dinero que le queda. En las pausas, nota
sin sorpresa una opresión en el pecho. Entonces oye que sale el autobús.
Moncho espanta la mosca. Se dirige a la puerta y vuelve a ver la plaza.
Pregunta por la hora y el muchacho se encoge de hombros.
En ese momento, Moncho sabe que el contacto del partido que había
quedado en encontrarlo allí, no va a venir.
Meses después cae preso.
Encerrados en la esfera sin límites

4:00 p.m.
Teléfono. Atiendo. La voz de Alba. Hola. Hola, Micael. Nos vemos.
Dónde. Donde siempre. Te llamé en la mañana. Sí, pero no estaba. Dentro
de cuánto. En un cuarto de hora. Bueno. Cierro.
Alba.
Guardo el paquete de fichas.

4:01 p.m.
Desde el escritorio, por la ventana panorámica, miro la bandada de
palomas que dan vueltas sobre los cubos de concreto de los edificios.

4:02 p.m.
Ventana panorámica donde desde el piso veinte se contempla el
conjunto de cubos de concreto presumiblemente huecos y repletos de otros
escritorios desde donde los ocupantes por similares ventanas panorámicas
en ese instante clavan sus ojos en una bandada de palomas que entre cubos
y cubos torbellina espirala circunvala, por instantes dibuja en el aire una
forma que se desintegra y luego se integra para desintegrarse, y este
enjambre de palomas es el universo. Torbellino de partículas girando,
impelida cada una por particulares fuerzas, tejiendo y destejiendo esquemas
que contemplamos desde nuestros escritorios intentando adivinar el
significado, la intención, la permanencia. El mundo se crea y se acaba en
cada instante y la bandada enjambra y desenjambra y se acerca y se aleja y
se muestra y se oculta a nuestra mirada y su forma se perderá y morirán de
moquillo sus palomos y otros los sustituirán. Nosotros, desde el escritorio
de la oficina del Inventor de Requisitos, intentamos medir diagnosticar
declarar y afirmar eterna la forma transitoria que captamos. La oficina,
nuestro amuleto contra el caos, la creación o el fin del mundo en este
instante ante nuestras ventanas. Contra esos átomos emplumados azarientos
aleteantes, la soberbia del hormigón y el circuito. Contra las patitas rosadas,
los ficheros y los organigramas. A medida que el sol desciende, escamas de
luz centellean en las alas de la bandada. Perdigonadas de sombra, navajazos
de luz como una nube que se nieva a sí misma. Hay que apartar la vista.
Pero las palomas seguirán girando.

4:03 p.m.
A la secretaria, que salgo y que no vuelvo, que cualquier llamada
apunte, y que llamen mañana.
Mañana.
Será.
Otro.
(¿Otro?)

4:05 p.m.
Entro al ascensor donde no se encienden los números de los pisos sino
la cara de los ascensorantes diez señora amargada nueve dama resignada
ocho doña con esperanzas siete mujer desconfiada, analizando bien de cerca
y aprovechando que nadie mira veo que lo que parecen distintas caras que
se encienden son distintos momentos de la misma señorita con esperanzas
que nos bajamos en el primer piso y dice gracias. Entonces el ascensor se
llena de caras que se elevan todas hacia los números esperando la
jeroglificidad del momento y del piso que irá brillando sobre cada
correspondiente cara y reflejándose en sus pupilas en el fondo de las cuales
espera la preimagen retiniana del número del piso y me voy antes de que el
ascensor suba y baje solo, como una urna llena de números.

4:10 p.m.
Por la calle, ir inspeccionando un centenar de semblantes que se van
impresionando en la memoria a fin de que la memoria los vaya borrando.

4:11 p.m.
Entonces sucede que soy presa de las acumulaciones del azar y las
aproximaciones de los rostros que me llevan por esquinas y por pasajes
comerciales y me recogen y me rechazan y hasta me llevarían en autobuses
y me encerrarían en cines y en salas de conciertos y en almacenes
baqueteándome de aquí para allá en la enormidad de sus cifras y de sus
fluctuaciones y de sus marejadas. A lo largo de las calles rebotan las
perdigonadas de carne que me arrastran. Puertas que escupen balines
personales empujados por concurrencias de fuerzas.
Frente al café, me agarran del brazo. Volteo.
Alba.

4:12 p.m.
Besito, besito, cómo estás, qué hubo, cómo sigue la buena gente, ahí,
dónde hablamos, será acá, en el café, hay puestos, sí, esta mesa. Muy cerca
de la rockola. En la barra del bar un señor gordo mira la espuma de un vaso
de cerveza. Más allá, cuatro choferes golpean piedras de dominó.
Dámela con masa.

4:15 p.m.
No, gracias al vendedor de lotería, y después al limpiabotas, que
entonces pide medio. No sé. El ambiente como que no es muy bueno para.
No se oye. Mejor. Y qué quieren los señores. Dos marroncitos.
Necesitamos, me dice Alba, todo el dinero que queda en la cuenta, y un
apartamento seguro. Ah.
Intento clasificar los ruidos. Pienso en lo que sucedería si flotaran
independientemente de sus causas. Constelaciones sonoras. Supongamos
que los ruidos no tienen causas y que nos obligan a inventar los objetos para
justificarlos. La voz de Alba. Río. Entonces, me tocan por el hombro.
Volteo, y encuentro al Corroñoso, que me mira fijamente. Coño, poeta, me
dice, qué bueno que lo encuentro, poeta. Y pone la mano en la silla que está
delante de Alba, con aquel gesto suyo como de echar a correr si uno le caía
a puñetazos, lo que nunca era el caso, pero precisamente eso lo ponía en el
estado de ánimo para lo que seguía. Coño, poeta, cómo está el poeta; mire,
un cafecito, le grita al mesonero. Y se desliza en la silla de medio lado.
Ahora comienza la situación. Alba me mira. Vete, pienso, sabiendo que el
Corroñoso me adivina el pensamiento y precisamente por eso no se va.
Antes bien, dirige amplias miradas por todo el café como atisbando la razón
por la que queremos que se vaya.
—Coño, poeta, tiempo que no nos veíamos, poeta –el Corroñoso se
distiende en la silla, como tomando por fin posesión, y se ríe. Lo escruto.
Sus ojos vacilan para cruzarse con los míos, parpadean, se desvían. Espero,
para contemplar el espectáculo.
—Coño poeta, ando jodido.
—Aquí tienen los señores –dice el mesonero.
—¿Tiene azúcar?
—Ya se la traigo.
Alba voltea para la puerta donde gritan las noticias de la tarde,
desmantelado grupo guerrillero. Entra un señor que vende yesqueros.
Hago un gesto como para despedirnos. Alba me contiene con otro gesto,
para que no parezca tan repentina nuestra marcha. Entonces el Corroñoso
comienza a contarnos los extremos a que ha llegado su situación con el
partido. Es cierto que ha caído en todos los grados de la provocación y la
maquinación, pero él ha confesado todas sus cagadas en el esfuerzo de
volver a ganarse la confianza de quienes precisamente por eso se ponían
más desconfiados. Entonces le daba por decir que el partido lo había vuelto
a aceptar y nadie sabía si era verdad, y desarrollaba el tema de la
autocrítica, de la claridad que daba la autocrítica, que era una especie de
profundidad sobre los actos ya que todo acto desde ese momento se
presenta planteado desde la doble faz del acto propiamente dicho y de la
crítica o de la autocrítica del acto. Así puede uno cometer el acto al mismo
tiempo de estarlo criticando o criticarlo al mismo tiempo de cometerlo, lo
que abre un universo de posibilidades para los fines de la progresión en la
vida. De tal manera ganada o vuelta a ganar la confianza del partido,
vendría el momento de examinar y de criticar esa misma confianza sobre
fundamentos críticos y también autocríticos, y así la cosa nos iría
involucrando cada vez más a todos y por más tiempo.
El Corroñoso tiene una habilidad, que es la de recomenzar en el
momento exacto en que uno va a interrumpirlo. Disocio cada uno de sus
gestos, como si fueran hechos por docenas de personas diferentes. No se
sabe nunca de quién es un gesto o una palabra del Corroñoso. Entonces, me
sorprende un gesto mío, un voltear del cuello, que se repite en él. Me da
horror, pensar que por momentos estoy allí.
—Vamos –le digo a Alba, que me sonríe. El momento justo de esas
sonrisas que tienden un puente, y entonces parece como si un cuadro de
película hubiera quedado inmóvil. Le sonrío. Caigo en el encanto de
nuestras actitudes frente al puente secreto, extraídos de la circunstancia
como en una lámina, mirándonos.
—Cóbrese aquí –le digo al mesonero.
El Corroñoso insiste en acompañarnos a pesar de que le decimos hasta
luego, y todavía sigue como por casualidad nuestros pasos, mientras nos
cuenta la última maldad de sus envidiosos y sus enemigos. Alba le asesta
una mirada. El Corroñoso queda atrás, nos veremos, te localizo, tenemos
que hablar. Entonces nos sigue como a una cuadra de distancia, mientras
Alba y yo nos reímos recordando sus anécdotas. El Corroñoso recorría a
todos los pintores de izquierda pidiéndoles cuadros para ayudar a la causa, y
revendía esos cuadros para comprar aguardiente. El Corroñoso pedía carros
prestados para una misión cada vez que quería sacar a pasear un levante. El
Corroñoso se robaba el multígrafo cada vez que la izquierda hacía una toma
de instalaciones. El Corroñoso se la pasaba con una latica pidiendo a las
puertas de la Facultad de Economía. El Corroñoso tenía engañados a los
escritores con el cuento de que él pintaba, a los pintores con el de que hacía
música, y a los músicos con el de que él escribía. El Corroñoso tenía el
talento único de hacer pelear a la gente en un grupo para él prevalecer, pero
entonces se acababa el grupo y no tenía dónde ir. El Corroñoso se fingía
perseguido para vivir enconchado en casa de camaradas. El Corroñoso
siempre andaba pidiendo prestados revólveres para la lucha armada y se los
revendía a los malandros. El Corroñoso hablaba estilo Cantinflas en los
foros y arrancaba aplausos diciendo que él era muy ignorante. El Corroñoso
se la pasaba en un bar de Sabana Grande haciendo listas negras de los
intelectuales que iban al mismo bar. El Corroñoso consiguió que le
confiaran uno de los carros del partido y lo puso a hacer por puestos con un
primo de él y después dijo que el carro había caído. El Corroñoso era
marxista de oído. El Corroñoso en realidad nunca había estado en el
partido, y por eso no había forma de revocar la expulsión de la que se decía
víctima.
El Corroñoso se pierde detrás de una hilera de autobuses.

4:30 p.m.
Los autobuses están detenidos por la congestión. Oleadas de pasajeros
corren hacia ellos. Rompen las colas, braceando. Las puertas de los
autobuses abofetean, abriéndose y cerrándose. Un vapor de tubos de escape
nos alborota el pelo. Volteo hacia Alba. Nos une otra de esas sonrisas
inmóviles, mientras los que corren hacia los autobuses pasan entre nosotros
como sombras. Los autobuses, mal estacionados, bloquean la calle.
Entonces suena una corneta, y otra, y otra. Alba me habla. Sus labios se
mueven sobre dientes muy blancos y agudos, mientras su cara entra y sale
de las caras de los que corren atravesándose entre nosotros. El corneteo
crece y me impide oír lo que Alba dice. Sonríe, y se calla. Siento una
opresión. Sonrío. Sobre ese instante cae el tiempo.

4:31 p.m.
Siento que ya está dicho todo. La tomo de la mano, atrayéndola en
medio de las sombras de los transeúntes. Me parece que todos hacen
esfuerzos por llegar a tener una cara. Ni siquiera segundos después los
recuerdo. Sombras. Caminamos el uno al lado del otro, ahora sin mirarnos.
Me fijo en una señora gorda, cansada, que ve una vitrina donde dice
liquidación, gran rebaja. De ganchos en el techo cuelgan calzones, camisas
y bragas. Parpadeo. Creo haber visto, en las bambalinas, tripas, en los
revoltijos de pantaletas, cajas viscerales, en los conjuntos colgados, cuerpos
decorticados. Cabezas de maniquíes decapitadas. Volteo hacia Alba.
—¿Para cuándo nos puedes tener el dinero? –pregunta.
—Mañana a primera hora.
—¿Y el apartamento?
—¿Uno legal?
—Lo más legal posible.
—¿Para cuándo?
—Para ya.
—¿Una ofensiva?
La miro. Me rehúye la mirada. Contemplo entonces rostros, en un
autobús inmóvil. Clavados en la congestión en la ventanilla, con los ojos
perdidos. Para ellos no existimos. Nunca se moverán.
—No se debe preguntar –dice Alba, al fin.
—Una acción. Pero no pedirían todos los fondos si fuera una sola
acción. Me han hecho pedidos, de otras partes. Viene algo muy fuerte.
—Ah, Micael –dice, desviando la vista hacia una vitrina llena de
relojes.

4:35 p.m.
Entonces me desarma la dispersión de las horas en el relojerío. Según el
reloj que eligiéramos, y de creerle a sus agujas inmóviles –pues, con el
tiempo, todo es cuestión de creer– estaríamos en momentos distintos del
día. Pero allí nosotros dos, bolsas de sangre, unidos a pesar de la gritería y
las calibraciones cronológicas. Alba mira la vitrina, pero en realidad para
cerciorarse en el reflejo de algún detalle en el tropel de sombras de
transeúntes que cruza la calle. Noto entonces que el tiempo de las esferas se
duplica en las tiras de espejo y de cromo de la vitrina. Lentes de aumento de
plástico rotan en un dispositivo de exhibición. Jaurías de relojes lanzados a
aprisionar un. Este Instante.

4:38 p.m.
—Una ofensiva.
—¿Qué crees tú?
—A fondo. Me han pedido las últimas reservas. dijiste que necesitan un
apartamento. Entonces, se mueve otra vez la cosa.
—Sí.
—Pero, ¿con qué?
—Con lo que sea. Esta tregua nos está acabando. Nos siguen golpeando,
y no reaccionamos. No nos acabó la guerra larga, y nos va a liquidar la
tregua.
—Y yo.
—Tú sigues donde estás. Es muy necesario el contacto. La legalidad.
Alguien que pueda moverse, conseguirnos cosas. Una fachada.
—Nos han cortado todos los contactos. Antes éramos un problema
político y ahora somos un problema militar. Nos tienen donde querían.
Cortados de la masa y ahora nos van a cortar del partido.
—¿Por qué no nos vimos más –dice Alba muy bajito– desde la última
vez?
—Sé de un apartamento.
Arranco otra vez a caminar.

4:40 p.m.
—No estabas esta mañana en la oficina.
—Fui a un entierro. Un viejo. Un compañero.
—¿Amigo?
Me río.
—El señor Gustav. Un técnico. Nos divertíamos. Aprovechábamos el
tiempo libre de las calculadoras para hacer modelos de arquitecturas
imaginarias, o de universos alternativos. Por ejemplo, un cosmos en donde
en vez de aumentar el desorden, disminuiría hasta llegar al horror de un
orden total. O el modelo inverso. Juguetes.
—¿De qué murió?
—De obsesión. Por embromarme, inventó que había descubierto que las
calculadoras trabajaban en un proyecto inmenso, en calcular el modelo de
un universo alternativo, cómo decirte, menos monótono que este. Algo así
como un cosmos con diez veces más materia, diez veces mayor cantidad de
elementos químicos, diez veces mayor cantidad de partículas subatómicas,
con un tiempo capaz de correr en varias direcciones distintas, y constantes
universales variables, capaces de multiplicar la variaciones y las
combinaciones de todos los elementos disponibles. Hasta me enseñaba
fichas con los primeros elementos del programa:

0000000000000000000000000000000000000000000000
0000000000000000000000000000000000000000000000
0000000000000000000000000000000000000000000000
0000000000000000000000000000000000000000000000
0000000000000000000000000000010000000000000000
0000000000000000000000000000000000000000000000
0000000000000000000000000000000000000000000000
0000000000000000000000000000000000000000000000
0000000000000000000000000000000000000000000000

—¿Qué es eso?
—Un punto en el vacío.
—¿Y creía en eso?
—Pienso que quiso tanto que yo creyera, que terminó creyendo él.
Murió, cómo decirte, con un paquete de fichas en la mano, soñando que
estaban y no estaban donde las había dejado. Decía que allí estaba todo. Un
modelo del otro universo y un anuncio de la catástrofe que va a terminar
con este.
—Déjame ver.
—Toma.
—No veo más que agujeros hechos al azar.
—Es que un universo no es otra cosa. Alba.
—Entonces qué importa.
—Suponte por un momento que es verdad. Que rompiendo estas fichas
o quemando las calculadoras puedes evitar la disgregación de esos agujeros,
fíjate, que tu acto o el mío pudieran tener esa importancia, decidir ahora
mismo la disposición o indisposición de los agujeros en el vacío. ¿Qué
harías?
—Toma.
—Yo mismo le planteé eso al señor Gustav, si podíamos detener la
catástrofe que va a parir el otro universo. No, me contestó. Ya está
sucediendo, y siempre ha sucedido. Los efectos de un cataclismo capaz de
poner punto final a un cosmos debían extenderse a todas sus regiones,
llenarlo todo, como la agonía llena al moribundo. Las repercusiones de esa
muerte alcanzarían al pasado y al futuro, fracturándolos en una cadena total
de descomposición cuyos efectos serían claramente perceptibles ahora
mismo.
—¿Cuáles?
—El tiempo.
—¿Y todo eso es verdad?
—No. Creo que lo que le interesaba era plantear opciones, que no le
importaba si el cosmos se está de verdad pudriendo dentro del tiempo o en
los terremotos de desorden de las oleadas entrópicas, sino qué harías tú, qué
eligirías si pudieras decidir entre evitarlo o no evitarlo. El señor Gustav
amaba los sueños. Durante ellos tomaba posiciones ante lo inexistente.
Estas posiciones, entonces, fulguraban al volver a esa nada, decía, que es
despertar.
—¿Qué harías tú?
—No hay opciones.

5:10 p.m.
En el cruce de calles, miramos en las cuatro direcciones. En cada una de
ellas una hilera de automóviles paralizados y en cada automóvil una hilera
de caras inmóviles mirándonos mirarlas tras cristales que no detenían el
bramido de los motores, y en el siguiente cruce otras cuatro hileras y otras
cuatro aun en el siguiente. Dentro de cada automóvil, pares de ojos evitan
clavarse en otros pares de ojos y resbalan en los detalles de los adornos de
cromo y en la humareda de los escapes. Huyendo de la cada vez más
frecuente encontradez de los otros pares de ojos encerrados en las cabinas
inmóviles que retiemblan por la trepidación de los motores en neutro,
vamos de un raudal de ojos a otro. Pienso que si se los encendiera como
faros titilarían a lo lejos en la reverberación del aire. Suenan otra vez las
cornetas. Guardo las fichas en el bolsillo.
Luces de semáforos. Astros de sangre. Me tapo los oídos. Cuatro
motociclistas arrancan. Los cascos les tapan las caras.

5:15 p.m.
Entonces me doy cuenta, Alba, de que ni siquiera tú me salvas de la
oscilación de las marejadas de los gentíos y tengo que contarte mi diversión
favorita en las calles, que es desincronizarlas, cortarlas en lonjas de hace
unos minutos o dentro de unos minutos, produciéndose así el despedace,
por el suelo se mueven los pies de hace una hora, sobre ellos flotan los
torsos que pasaron hace una media hora, y sobre ellos como proyectiles las
cabezas que pasarán mañana, y no hablar del enredijo de los automóviles de
anteayer y pasado mañana penetrándose y fundiéndose en marañas y
amasijos y erupciones de cromo y vidrio fracturado y vinilo y émbolos, y de
los edificios que estarán y los de los que ya no están hasta que todo en
trozos colide con todo en la reverberación del desorden y nosotros mismos
nos despedazamos en el mar de fragmentos que cruzan de acá para allá:
dientes, ojos, dedos, como si hubiéramos ido dejando pegado un órgano de
cada instante.
—Sí —dices—, el hombre en trozos.
—El apartamento —te digo, deteniéndome frente a un edificio mediocre
—. Espera a que le pida la llave prestada a la conserje.
La puerta

6:00 p.m.
La conserje gorda me recibe entre trapos colgados a secar y ollas donde
hierve el cocido. Le digo que vengo a ver el apartamento que se alquila y
me deja la llave. Subo las escaleras mirando hacia un patio triste, y
encuentro a Alba que ya está frente al apartamento, y palpa la puerta con las
yemas de sus dedos.
—La puerta –me dice–. ¿Te has dado cuenta de lo que es una puerta?

6:06 p.m.
Abro la puerta para que entres, enciendo la luz, no, todavía está claro,
apago la luz, qué tal, dos habitaciones, recibo, baño, cuarto de servicio,
fregadero, sin muebles, parece bien, sí, parece bien, se puede conseguir sin
mucho papeleo, sí, pagando un traspaso, está bien, dices, con ese gesto en la
boca.
—Todo va mal –te digo.
—¿Cómo?
—Todo va mal. Lo noto en la forma como hablas de la ofensiva. Tratas
de no darle importancia.
—Todo está lo bien que debe estar.
—Anoche soñé con Rubén. Estaba en la azotea de la pensión donde
estudiábamos, tú sabes, alambres de colgar, colchones viejos, tejas con
esqueletos de gatos y papeles arrugados, y entonces llegan tres muchachos
desconocidos con bolsas de papel, me dijeron que venían enviados, y
comenzaron a echar sobre el techo lo que me dijeron que eran las cenizas de
Rubén. Por la rajadura de una de las bolsas se veía el hueso de un cráneo.
No lo pude soportar y desperté.
—Rubén está bien. Todavía.
Entonces alzo una mano hacia tu nuca. Atraernos, caer al suelo. No
decir palabra. Mirarnos, mientras mi materia pasa a tu materia. Bajo tu
cabeza, un papel de periódico con una cagada de paloma. Parpadeas. Me
miras.
Mira como soy, Alba, incapaz de saber en realidad cómo soy, incapaz de
olvidarme de que no puedo saberlo, incapaz de decir, bueno, cero saber,
cero olvidar, y qué pasa, no se acaba el mundo, pero mentira, Alba, el
mundo sí se acaba, se acaba cuando sabemos que no podemos alcanzarlo
morderlo como te puedo morder, gritarás Ay, te diré chito, la conserje, te
quedarás mirándome.
Mirándome. Qué haces cuando me miras, Alba, recoges información,
clasificas las formas que hacen en mi cara los enredijos de músculos para a
tu vez saber qué formas darle a los enredijos de músculos.

Risa Goce Indiferencia


Terror Asco Llanto
Sorpresa Curiosidad Duda

Según el instante y el momento oponer juegos de expresiones a juegos


de expresiones, o también remedarnos infinitamente, yo remedándote a ti y
tú a mí en un ciclo que nunca acabaría en este apartamento sin muebles o
nuestras expresiones cada una por su lado Alba.
Cada una por su lado Alba, como han estado todo el tiempo antes de
que nos encontráramos y todo el tiempo que nos desencontraremos, aunque
mentira, desde siempre y antes de encontrarnos nuestras caras siempre
estuvieron haciéndose gestos y los que creímos hechos a otras cosas nos los
hacíamos en realidad el uno al otro. Porque de lo demás, estuvimos
excluidos durante el tiempo que preparábamos nuestro encuentro, que
marchábamos el uno hacia el otro perforando la realidad.
Ven, mira donde nací, los hechos, el pueblo con las paredes pintadas de
asbestina desteñida, las aceras con los canales de aguas servidas donde se
pudren papeles y este sudor y estas moscas y el mar, que vomita cangrejos
muertos. Cómo tratar de llevarte Alba, a esto que es LA REALIDAD, cómo
tratar de describirlo y medirlo y transmitírtelo. Cada hora sin atenuaciones.
Bajo el descenso de esas horas encontré la forma de perderme de todo.
Pero lo que yo quería que vieras, Alba, es el tiempo corroyendo las
cosas, incluso las más impenetrables, los cangrejos, que el mar arrojaba
muertos. Como huevos cascados, con un racimo de patas. Relojes
aplastados. El tiempo los iba vaciando por dentro, dejando intacto su
cascarón. También hacía presión sobre los periódicos viejos y los vasos de
cartón que se pudrían en los charcos de las calles, sobre la carretera orillada
de cauchos viejos y de chatarras. Porque el tiempo trabaja mejor cuando no
se lo siente. Así, la opresión y la liberación del mar. Y la de la noche,
cuando se siente caer la lluvia del tiempo. Gotas de miel sobre cada cosa y
sobre cada persona. Las conchas, perforadas, los rostros, arrugados, las
nubes, deshilachadas, los recuerdos, desleídos, los zapatos, desgastados.
Los platos, agrietados. Los pescados, podridos. Las piedras, arenadas. El
agua, hecha mar. El día, vuelto rutinas, chismes, juegos de dominó,
comentarios hípicos transmitidos por la radio. Lejos, recostada de uno de
los puentes del caño, estaba una carcasa herrumbrada en forma de tubo, un
submarino portátil que alguien ensayó y dejó abandonado. Yo entré una vez
en la cabina. Olía a mierda y a papel húmedo. Los cristales estaban rotos,
empañados por un vaho opaco. Quise jugar al aeroplano o al mismo
submarino pero el encierro y la muerte del propósito del inventor me
vencieron. Nadie sabía del proyectista, ni de cómo fracasó. Lejos del
pueblo, unos rieles se hundían en el mar. Dentro de la carcasa no quedaba
nada, ni motor ni acumuladores. Todo era color pimienta y raspaba. El
aparato también murió, de corrosión. El salitre fue perforándolo. Pero
dentro de él yo había descubierto los bolsillos en el tiempo. Porque cada
situación tiene centro y tiene límites y tiene rincones, como un cuarto. Uno
de los rincones es acristalado, como una cabina, y en él se puede estar,
mientras el cáncer del tiempo corroe como un salitre.
La luz era muy fuerte, y muy fuertes los cuerpos definidos por ella. El
baño estaba en el patio de la casa. Era un cuarto de bloques y en el desagüe
chorreaba una baba verdosa y dentro se bañaban primas o visitantes y como
la ducha no tenía techo, fíjate, el sol de mediodía se asperjaría en el chorro
de la orina y habría tantos resplandores, y entre tanto los parientes se ponían
a jugar dominó en la galería para escaparse del tiempo. Te dejaban todo el
tiempo de la casa para ti, para que trataras de tragártelo durante el día, y en
la tarde, al no poder más, te fueras al mar, tardes en que salía una luna
transparente, buceabas jugando al torpedo y al salvavidas, pero nunca al
muchacho bajo la luna transparente de la tarde, porque nadie juega a ser
quien es, ser quien uno es es tan insoportable como el tiempo. Las pesas de
la pescadería juntaban moscas y el motor de la nevera de la heladería
también, y entre las moscas cada objeto del pueblo era nítido y cada objeto
inexcusable. Tan colocado en su lugar por la luz y el calor que resultaba
escandaloso pensar en moverlo. En el patio de la casa había un mono
amarrado a un palo con una cadena. Este mono había agotado los
trescientos sesenta grados de las posibles rotaciones de su cadena, y todavía
rotaba y rotaba, sin saber o sabiendo que a cada nueva rotación ocupaba un
sitio que antes había ocupado. Yo hubiera podido pensar, Alba, que tenemos
trescientos sesenta gestos y que repetidamente incurrimos en ellos. Una
mañana trajeron una baba que habían matado en el caño, y por maldad se la
tiraron al mono cerca del poste. Ninguno de sus trescientos sesenta grados
servía para conjurar el miedo. Temblaba, chillaba, cagaba como para que la
baba desapareciera, pero la baba estaba allí. Colmillos, garras, cola.
Hediondos, muertos. Y nosotros gritándole. Yo gritándote. Ese mono murió
después, de un rasguño en una mano. Se empeñó en hurgarlo y en
atiborrarlo de astillas y tierra y pedazos de vidrio. Se arrancaba las vendas
que le poníamos. Escarbaba su propia carne. No sé si quería arrancarse la
carne que le dolía (toda), o meterse adentro lo que no le dolía (todo). Murió
antes de terminar de escarbarse.
En el mar, Alba, se entraba a un mundo curvo e inasible, sin tiempo o
donde el tiempo era hasta tal punto lo único, que dejaba de hacerse
evidente: como ciertos demonios chinos, solo podía ser atrapado por los
ángulos rectos, por las habitaciones, por las cajas de bloques de concreto:
allí distingo que pasan, como exhalaciones, tíos y tías a quienes ha
reventado el tiempo. Estrellas fugaces, ayer voces y actos. Ceniza hoy,
espuma. El mar, como un estómago. Devolvía una espuma parda. Palitos
desmenuzados
y algas podridas. La memoria. Los muchachos a veces salíamos hacia la
desembocadura del caño, a desenterrar cangrejos. ¿Cuáles muchachos?
¿Cuyos sus rostros? ¿Sus nombres cuáles? Ningunos. Sombras o fantasmas
entre el sol escandilante. ¿Hoy fulminados? ¿Fulminado yo mismo, porque
nada queda de mi chapotear en el agua, del ojo que distinguía, en el fondo,
los montículos donde se habían enterrado los cangrejos? ¿De las manos que
desenterraban al animal con palos, y lo asían por las pinzas, para que así
quedáramos como una pareja de danzantes en un círculo eterno:
incapacitado el cangrejo de hacer nada, pero también yo, que retenía sus
pinzas? Relojes calcáreos: todos agrupados en su floración de corazas.
Hasta formar una ola opuesta a la del mar: el mar, a su vez, penetrándolos
hasta la interacción de las esencias. La liquidez informe dentro de la
caparazonidad. Y viceversa: ¡Mar estrellado de macanas! ¡Verdor
tijereteado! ¡Los cangrejos embistiendo el mar como un escuadrón de
puños! ¡Al final licuados en una gelatina traslúcida! ¡Estrellas artrópodas!
¡Resacas crocrantes! ¡En las burbujas de sus ojos registrada rigurosamente
cada burbuja de la espuma! ¡Soñando ellos mismos en todos los ojos
posibles! ¡Transcurriendo entre teselaciones imposibles! ¡Batalla entre la
pinza y las olas! ¡Arañas de sal! ¡Manos de esqueleto! ¡En un cangrejo de
vidrio se verían todos los horrores de la luz! Los continentes nacieron de
erupciones de cangrejos. El mar es la baba azul de un cangrejo cuya coraza
fue cascada por el parto del sol. La luna es el último cangrejo. Cuando se
enciendan los palos de fósforo de los ojos de los cangrejos, será el infierno.
Intentos para conjurar el tiempo: en la Semana Santa, acompañar la
procesión que se mueve en el sol como un gusano enfermo. Enganchar con
alfileres las faldas enlutadas de las viejas. Chupar limones frente a los
cobres para que a los músicos se les secara la saliva. Soplar para apagarles
las velas a los que pagaban promesas. Cortarle las cuerdas a las tiendas de
los temporadistas. Pedirle milagros al cura. Hacer ruidos feos durante las
siete palabras. Atizar al gusano negro, para que se retorciera. Es para eso
que los niños torturan animales. O aun, más tarde en el año: jugar trompos.
Volar papagayos. Despedazar el tiempo. Encender cohetes en diciembre.
Reventar con el cristal que se le ha solidificado a las cosas todo el año.
Atronar las cloacas. Atronar las cuevas de los cangrejos. Atronar los
automóviles. Atronar los huecos de las letrinas. Perseguir hasta sus cuevas a
los bichos del silencio. Atronar las noches con explosiones y charrascas.
Patinar en la plaza de cemento frente a la iglesia. Quebrar con cohetes el
caramelo del tiempo que se había formado sobre el pueblo. Chispear con los
patines sobre el cemento. Chispear con los cohetes sobre los tejados.
Desventrar los cohetes a los que les faltaba la mecha. Encenderlos y
hacerlos reventar de un pisotón. Mirarse en el dedo la llaga del chorro de
chispas. Reventar la última andanada de tumbarranchos, saltapericos,
cohetones y bengalas. Reventar la cohetería de las estrellas. Prenderle
mechas al cielo para terminar el tiempo. Cohetes contra cohetes, ruedas y
remolinos de chisperío chisgueando chirriantes chasquidos en el bochinche
y en el berrinche: galanas alas de Bengala: Apocacrisis. Contemplar la
cristalización del tiempo la mañana siguiente. Ver el mar más preciso y más
claro. Encontrar el cielo más azul. El silencio más silencioso. Deslizarse por
el pueblo como por un campamento abandonado. Saber que el precio de
escaparse del tiempo es no crecer. Saber que por fuera de uno la carne
envejecerá, lejanamente. Pensar que la felicidad está aquí. Sentirla en esta
intemporal mañana y en esta hiriente claridad. Pero saber que no se es feliz
ni infeliz, Alba. Que nada más se contempla.
La herrumbre caía como una plaga. Los clavos de los ranchos, roídos,
los alambres de púas, corroídos, los automóviles, roídos, las latas,
corroídas. La herrumbre, como un diseccionista, investigaba la anatomía de
las cosas. Descreaba, como un dios a la inversa, como si al cabo del tiempo
debiera haber seis días en que la herrumbre fuera liberando a la nada de la
tarea de representar las cosas. Urdimbre de herrumbre entre podredumbre.
Con mansedumbre acepté la costumbre de la herrumbre, desde el día en que
abrí un libro de física con las hojas selladas por la humedad, y aprendí que
toda causa produce un efecto, y ese efecto produce otro, y ese produce otro,
y así sucesivamente, y concluí que la cadena de lo que va a suceder está
predeterminada por lo que ha sucedido: predeterminado todo: la escritura
del libro, y la posición que ocupan en este instante todos y cada uno de los
átomos de mi cuerpo, y predeterminadas las posiciones de los átomos del
tuyo, y predeterminadas las que ocuparemos el uno frente al otro y sobre el
otro y bajo el otro y lejos del otro, y las que ocuparán mis cenizas dentro de
mi tumba, y las que ocuparán inevitablemente dentro de un millón de
millones de años: y no habrá acto, paso o idea que no esté predeterminado,
como las letras de este libro que leía que lees hasta la última página, ni
habrá momento en que no se cumpla un destino. Comprendí que ya se forja
la bala que habrá de abatirme o enferma el órgano que habrá de fallarme, y
desde el principio de los tiempos está decidida la estrella fugaz que caerá
esta noche y la lluvia de los astros que caerán durante los siglos, y decidido
el número de veces que respiraré y el número de pasos que daré: decidido
todo en la geometría que gobierna el mar, las estrellas, mi digestión, y
decidido también que todo intento de escapatoria de ese destino será a su
vez destino, y decidida también la opacidad de la luz que cayó sobre las
paredes del pueblo desde que abrí las páginas del libro. Marcada la hora en
que fueron construidas esas paredes, y aquella en que desaparecerán. Y
predeterminado, así como el nacimiento del primer cangrejo, la carnicería
que debía yo de hacer en ellos, y la disolución del último, y nuestros
encuentros, Alba, y nuestros desencuentros: eslabones de una cadena que
existe desde siempre y para siempre en el presente y en la que toda causa y
todo efecto está dado, átomos y fuerzas botando y rebotando en la esfera
cerrada del universo.
Un solo clavo ardiente me asía a la tablazón del tiempo, Alba. Mi
comunicación con los seres que se movían dentro del tiempo: ver cómo
enchufárselo obligaba a examinar el cómo, el cuándo, el dónde, el quién.
Cómo, deslizándoles la mano como al acaso, cuando ya el calor no diera
para más, susurrándoles al oído, cuando ya la picazón fuera insoportable, y
pareciera que el mundo se iba a reventar en medio de la siesta. Cuando, a
mediodía, aprovechando que todos duermen, de noche, con una luna ínfima
como una salpicadura de lechada, dónde, entre los matorrales, en el cuarto
de atrás, en el baño, con quién, con las sirvientas, con las primas, con las
temporadistas. En eso que es ya un antes y un después y un ahora y un ya,
cosquilleo y deslizamiento en la herida: las criaturas del tiempo, heridas,
precipitándose en el vacío de la memoria, sangrando semilla: espada
abriendo la herida que la preexiste, en la cadena de las causas; la herida
causa de la espada que a su vez abre la herida que a su vez causa la espada
que a su vez abre la herida en un círculo perfecto, batalla que enlaza el
pasado y el futuro en este presente. Ya. Pasado, herir, presente, sangrar,
futuro, olvidar. Y, me pregunto, para aquel tiempo, mis amadas de después
y del futuro, dónde. En colegios o cuartitos castos o retretes se pellizcarían
y creerían que iban a ir al infierno por. Antes de serles abierta y transitada la
herida. Por. Un largo olor a jabón. Ja. Un olor agrio. Bon. Sin saber que
nuestros caminos iban algún día a encontrarse. Y a separarse. Como un
racimo de huevos en el buche de una paloma, crecían todos los
acontecimientos de mi destino. Los empollaban cluecas insípidas. En tanto,
Alba, me maravillaba yo de la insignificancia de ese destino. De ese
nadapasar que me aguardaba acurrucado tras cada puerta tras cada noche en
el caserío. Nadapasar. Nadapasar. Nadapasar. Insignificancia de moverme
en el pueblo de acá para allá. Bucear en el mar, pegar la cara del fondo,
lleno de brumas de arena.
A mediodía, tras la puerta de un rancho, aparición de una niña que
comía dulce en un platillo de plástico. Cómo puedo decirte, qué importante
es ese dulce, ese platillo, las viscosas gotas de ese sabor, la niña misma.
Cuán digno todo de ser representado, o presentado; por siempre presente,
por siempre: niña come dulce en la remota luz castaña del interior de un
rancho. Raído mantel de hule sobre la mesa. Caldereta sacude lámina
metálica del techo. Dónde el Velázquez, dónde el Ribera dignos, el reflejo
de la cucharilla hundiéndose en el melado. Dónde el escultor, el poeta
dónde. Dónde los sicólogos los antropólogos los endocrinólogos. Dónde los
que rescataran el hecho: corte de enanos rodeando esta niña que se rasca un
piojo. Los arúspices dónde, que adivinen su sexo abombado, ya picante,
henchido de orines. El tono maculado de sus ropas. La mosca que ahora
vuela hacia su cara. En tanto yo, en la calle, paralizado por el recuerdo de
aquella niña que parecía llenar los cielos. Alrededor, las moscas.
Y ahora que, no sé por qué. Alba, he querido volver a las noches, que
son los cuartos más tranquilos de la memoria, te diré que así como hay
noches en que la lluvia del tiempo va depositando cosas como cagadas de
pájaro, polvo y cenizas, materias blandas y tibias, otras noches queman esas
sustancias, purificando las deyecciones del tiempo, y esas eran las noches
que pasé después de que mi familia se mudó a trabajar a un campo
petrolero. La oscuridad era rosada porque siempre había veinte o treinta
mechurrios encendidos en el horizonte. Campo todo alambradas, todo
llamaradas, todo casitas blancas como posturas de una clueca. Por las
noches yo volvía de ver cine en el club gringo. Caminaba disparando tres
sombras: la del nimbo de los mechurrios, la de las luces de las casas, la de
los reflectores. El calor caía como una catarata para volverse a elevar en las
lenguas de fuego que consumían el horizonte. A medida que uno caminaba
por la carretera de asfalto los perros comenzaban a ladrar. Perros con retinas
ardientes. Orejas erizadas como cuernos. Yo me agachaba, hacía como si
tomara una piedra. Los perros se detenían. Entre sus colmillos y yo, estaba
una piedra imaginaria. Yo hacía ademán de tirarles la piedra imaginaria, y
volvían grupas. Caían al vacío de la noche ladrando contra un granizo que
no existía. Contra un guijarro que yo no había levantado del suelo, porque
yo tenía terror de esas flores del tiempo que habían crecido en el centro de
la tierra y que recién ahora se abrían, como vientres con las entrañas
expuestas de ese parto que había durado todas las edades del mundo. Eran
noches limpias que arrasaban recuerdos y proyectos.
Incendiadas por el mosconeo de los transformadores eléctricos, por las
llamitas de gas de las cocinas, que ardían por siempre porque dejarlas
encendidas era más barato que gastar en fósforos, por el insomnio de los
bombillos siempre encendidos, y hubiera podido yo jurar que lo que
mantenía al mundo en estas noches era una combustión total, que cuerpos
ardientes se revolvían en las sábanas y que toda nuestra existencia concluía
en un bautizo de fuego que purificaba las piedras. ¿Y tendré que contarte
todavía, Alba, de las atmósferas y los objetos de esas noches que
hipnotizaban el tiempo, y alrededor de los cuales este permanecía,
triturándolas? ¿Te he contado alguna vez de la refinería? ¿De su intestino
cromado en medio de la negrura del llano? ¿De las bocas que vomitaban
llamas? Luces de una pureza autocíclica, luces que no alumbraban otra cosa
que no fuera ellas mismas: paquetes de tubos, ángulos rectos, cilindros y
burbujas: luz perpetua: perenne llama: si el brillo de aquella joya de metano
se te metiera en la cabeza, ya no dormirías más.
Segunda atmósfera capaz de hipnotizar el tiempo: la de los objetos que
vemos cuando hemos cerrado los ojos para escapar de la llamarada de la
refinería. Masas sólidas, cristalizaciones de minerales, amalgamados,
fundidos, veteados, como nubes de cuarzo, pegmatitas o crisoberilos, a
veces opacas, a veces centelleantes, casi siempre vibratorias. Podían ser
arrastradas por los vientos. Tercera atmósfera capaz de hipnotizar el tiempo:
la de una hora imprecisa antes del alba, que no es marcada por ningún reloj.
Mi familia se había mudado para la capital, y yo me había despertado para
ver la aurora. Dejé las camas sobrepobladas de muchachos y caminé hasta
la sala. Allí, la muerte que cae en los sitios dejados de la presencia humana.
También en el patio frente a la casa, en ese enredijo de matorrales y
alambradas que permanecía bajo un cielo metálico. Yo sentía el sueño de
todo el mundo, el sueño que volvía a centenares y a millares y a centenares
de miles, simples paquetes de carne. Yo caminaba como quien anda entre
los muertos tras el apocalipsis, porque se le ha olvidado morirse. Invisible,
podía mirar un mundo que no me miraba. Mundo de las ciudades dormidas,
que no promete, amenaza, justifica ni explica. Montones de carne y
montones de ladrillos. Cesadas las conexiones de las palabras. Me senté en
uno de los sillones de la sala. Helado. Nada pasaba. No llegaba la aurora. Ni
siquiera se despertaba nadie a preguntarme qué hacía despierto a esa hora.
Y en realidad, ¿qué hacía? ¿Qué hacemos despiertos? ¿Para qué
despertarnos? Traté entonces de explicarme el sentido del día, de esa remota
llamarada, pero una barrera me impedía acercarme hasta él. Por segunda
vez salí hasta el rellano de las escaleras que descendían al jardín. La
madrugada todavía no creaba en el mundo las duras precisiones a las que
tenemos que sobrevivir. Yo había despertado para nada, porque nada valía
la pena de ser visto. Y otra vez, todavía, desperté, para encontrar la cuarta
atmósfera capaz de hipnotizar el tiempo, y eso fue diez años más tarde,
Alba, desperté en mi apartamento y por la ventana vi la constelación, no sé
cuál, porque no recuerdo sus formas ni en qué mes sería ni a cuál hora: la
palpitación de sus estrellas y esa refutación de la distancia: estoy aquí, pero
no dispuesta a decirte nada. Y aun te debería contar de otras congelaciones
del tiempo, las de las horas del amor negado, contrariado o perdido.
Estáticas, no van a ninguna parte. Durante ellas se descubre también el
secreto del tiempo: que no va a ninguna parte. Y entonces para qué esta
tiranía y esta opresión, para qué este transcurrir en densidades, presiones y
viscosidades diversas. Estos rastros llenos de teselaciones, catedrales
taraceadas y recamadas de decoraciones.

6:10 p.m.
Nos sentamos, reclinados el uno contra el otro, sin decir palabra. Yo
pensaba, tengo en mis manos la justificación del universo, y nada más la
tengo en mis brazos. Debería haberte gritado, haberte pegado, haber hecho
algo para que nos sintiéramos mutuamente, para mezclarnos. Sin embargo,
unidades perfectamente delimitadas, alrededor nuestro el aposento de
concreto, alrededor del aposento un fárrago de criaturas de carne que
luchaban por el poder, alrededor de ellas el universo disipando energía para
nadie. Hubiéramos debido enterrarnos las uñas, gritar. Así habríamos
encendido una llamita, un punto de referencia en el mundo, que se movía
hacia sus destinos prefijados desde el infinito. A mí me detenía un sentido
de la contención; a ti, el no querer que nada interfiriera con la estática de los
acontecimientos de la tierra, que como un aguacero te repicaba en la
cabeza. A medida que se ponía el sol, cuadros de claridad subían de las
paredes al techo, y allí se desvanecían. El ruido de la ciudad parecía exudar
del piso. Y no encendíamos las luces. Gorgoteos de cañerías, succiones de
excusados, bordoneos de televisores crecían como una enredadera alrededor
de nuestros cuerpos. Y no hablábamos. Puse la mano en la juntura de tus
piernas. Húmeda. Empeñarse en no comprender. Dejar sin interpretación y
sin palabras carne, muros, los segundos mismos, hasta que fuera solo eso:
estática. Me aferré de ti, Alba. Te reíste. La oscuridad hacía que no se
vieran tus ojos. A que no nos atrevemos a morirnos ahora, creí que me
decías. No, pensé. Secuestro frustrado, cuentas bancarias con fondos de la
revolución, bloqueadas. Y en el fondo de aquella negativa, el desconsuelo.
El amor no basta para que lleguemos el uno al fondo del otro. Y si ni aun en
amor capaces de salir de nosotros mismos. Y si aun en amor distantes y
encerrados. Yo incapaz de acceder a la destrucción y ella a la indiferencia,
los presentes que cada uno tratábamos de hacernos, no solamente nuestros
cuerpos, nuestros mocos, nuestros olores, en aquella frotación y revolución
y convulsión de nuestras vísceras. Jadeando, yacíamos uno junto al otro. Un
peñasco junto a otro peñasco.

6:16 p.m.
Nos encontramos, sí, nos encontramos, siempre estamos dejando de
vernos, sí, siempre dejamos de vernos, porque nos tenemos miedo, porque
nos hacemos daño, nos encontramos siempre, siempre dejamos de vernos,
otra vez, y otra, hasta quedarnos desnudos y mirándonos y sabiendo que
esto es una excusa, sí, una excusa, porque después que lo hayamos hecho y
hecho sabremos otra vez que de allí no se avanza, nos miraremos cara a
cara, nos preguntaremos para qué nos necesitamos, tanto tiempo
alejándonos para volver a revolcarnos, y ni siquiera poder consolarnos
diciendo que es una pasión, porque sabemos que volveremos a encontrarnos
para agotarnos otra vez y saber que no era eso, que no era esta hambre que
nos deja todavía otra hambre, para olvidarnos de ella y aquí tendernos sobre
periódicos y ropas o más allá sobre sábanas, volviendo y yéndonos sin
querer al fin mirarnos, o esquivarnos las miradas contemplando esa paloma
que en este momento se para en la ventana, picotea en el vidrio, en el fondo
los tres tan desasistidos, los tres tan incapaces de saber lo que nos pasa, y lo
malo es que a lo mejor lo sabemos ¡si al menos no entendiéramos! ¡Si al
menos nos limitáramos a tocarnos, a arañarnos, si al fin pudiéramos
olvidarnos de que nos queremos para precisos fines! ¡Qué quieres, Micael,
que te saque de detrás del cristal que te separa de las cosas y por eso has
querido enamorarte, Micael, para ser golpeado en tu debilidad, porque un
amor es algo por lo que se acepta ser golpeado, y quieres al fin ser
aniquilado y me lo pides y te huyo porque yo estoy del otro lado del cristal
y sabes cómo es el otro lado, mira, no, mejor cierra los ojos que empieza a
oscurecer, Micael, la transparencia de las cosas, porque lo malo no es la
nada, Micael, sino la percepción de la nada, esa es la mala junta, la
transparencia de las cosas, sentirlas cada día, cada minuto, sin poder
escapárseles, y ahora sientes ese dolor que te golpea como una piedra,
porque te imaginas el momento en que no podré tolerar esa contemplación
de las cosas, y entonces piensas, estar a mi lado en ese momento será otro
dolor, y no estar, todavía otro, y los tres dolores son como tres piedras,
calientes, laten, y piensas también, Micael, que ese dolor pasará, y esta es la
cuarta piedra, porque el dolor mayor de los dolores es saber que también el
dolor pasará, y al fin tendré que insistirte que no, que todo es mentira, pero
entonces te preguntarás por qué crees precisamente esa mentira que es
capaz de destrozarte, esta llave que ajusta en la cerradura, y si no es más
importante esta mentira que cualquier verdad, y entonces deberé dolerte,
Micael, como un tumor, deberé dolerte como si fuera un miembro tuyo,
mientras estás sobre mí, y más tarde revolcándote en este nido de
periódicos, y no podrás culparme porque a lo mejor miras un espejo, porque
es posible que exista este espejo que nos devuelve solo nuestras obsesiones
y nadie puede interferir con el que ama a uno de ellos, porque acaso es otra
cosa el amor, Micael, que tan perfectamente nos engañemos viéndonos
dentro de otro, que tan perfectamente creamos entendernos y nos
contemplemos desnudos en este nido de periódicos entre esta sombra que
sube en las habitaciones que devuelven el eco de lo que no nos decimos y
ahora óyeme Micael, cierra los ojos y dame la mano, toca, no, no abras los
ojos, toca, es una taza, adivina dónde la acabo de encontrar, en la cocina la
acabo de encontrar, lo único sano que había entre ratas y cucarachas, no, no
abras los ojos, que te voy a decir cada vez más bajo una cosa!

6:26 p.m.
Yo siempre pensé en romper una taza, nací crecí aprendí teniendo las
tazas en la mano con cuidadito, beber el café con leche, dejar en el platillo,
secarse los labios, oír el clic tan frágil de la porcelana, en el platillo, ahora
en este apartamento descubro esta taza que tomo con las manos y miro
cómo le hacen sombra y te la enseño para que entiendas si es posible que
nazca el deseo de romper una taza hallada en la oscuridad, esa taza quizá
hecha para algo y a lo mejor tan útil y lo peor de todo tan indefensa, Micael,
esa taza para todos los líquidos, precisamente ¡ésa! que miraremos juntos, y
dime ahora cómo se puede romper una taza, Micael, por rabia, quizá, por
ostentación, es posible, pero cómo se puede hacerlo porque sí, a solas o casi
a solas, sin nadie que lo sepa, sin que nada defienda o justifique, esa
porcelana que se tiene así entre los dedos y que parecería clamarnos que no,
que no se debe hacer, antes de que preguntemos por qué no, y pensemos
luego en llevar esos restos con la escoba hasta la basura, pensemos que al
fin fue posible y que nada sucedió, y que se hizo, Micael, y fue así, como
un secreto, tan sencillamente derramado sobre el piso porque no tenía
importancia, durante tanto pero tanto tiempo acariciándola yo por el asa y
después dejándola brillar tranquila en la sombra que crece, manteniendo su
tacidad tan hueca, toda defendida de lástima, hasta encontrar la forma de
asirla y levantarla poco a poco para después también poco a poco pero al
final como un relámpago arrojar la taza y romperla en pedazos.

6:26’6” p.m.
Alba levanta la taza y la arroja contra el suelo. Veo partirse un cráneo,
un cangrejo, un huevo y una puerta.

6:36 p.m.
—Viste que no –dice por fin, sacudiéndose el pelo–, que no queda nada,
que no importó.
La taza rota forma en el piso un grupo de manchas blancas, de brillo
azul. Constelaciones –pienso.

6:37 p.m.
—Reconstruir –digo, acercando con el índice un trozo a otro.
—No, ya pasó. Y de verdad que no importó nada.

6:38 p.m.
Las manchas blancas resplandecen en el piso. Al oscurecerse este,
parecen elevarse. Juego con un trocito, golpeándolo para oír su sonido a
hueco.

6:46 p.m.
Veo a Alba sentada en el suelo, desnuda, su mirada en los pedazos de la
taza, o peor, cayendo más allá, hacia todo el espacio por debajo de los
fragmentos, descendiendo a través de ellos y más abajo de ellos en un pozo,
siempre cayendo y siempre en el mismo lugar. Parpadeo. Su cuerpo
resplandece entre la sombra. La miro hasta que ya no tiene color y hasta que
no tiene forma, hasta que el conjunto de retazos de claridad y de oscuridad
que es su imagen revienta y deja de representar algo, y se aleja, cayendo en
una oscuridad donde carne, sombra y luz no tienen significado. El garabato
de planos y sombras todavía esplende como un sello o un símbolo o una
astilla, y lo mismo puede estar muerto que vivo porque muerte y vida han
perdido también significado y permanecen como restos o cenizas de algo
que ha ardido. La imagen fulgura, superponiéndose a sí misma en las
postimágenes que crean sus imperceptibles movimientos o su respiración, y
es toda ella una nada que late o un animal o un núcleo o la última
revelación del universo que no es más que eso, un vacío que palpita con un
golpe cada vez más remoto y más próximo.

6:56 p.m.
Sentada en el suelo, Alba contempla trozos de loza, la piel erizada por el
frío del piso. La sombra llena el apartamento. Los últimos reflejos se van
apagando sobre su piel.

6:57 p.m.
En la oscuridad, las cucarachas siguen trayectorias quebradas que van
superponiendo sobre el piso trazos azarísticos. El resplandor de los trozos
de lozas las atrae: a cierta distancia de ellos, cesa su aproximación y se
alejan.

7:00 p.m.
Sobre la capital se encienden los anuncios de neón. Uno de ellos,
incompleto, representa una muchacha de cabellos amarillos, con una
dentadura de cal. Los ojos se niegan a encenderse.

7:01 p.m.
Sin palabras, nos tanteábamos en medio del apartamento vacío. Con los
ojos cerrados, yo imaginaba que en la oscuridad caían figuras geométricas,
cometas, caracolas, cristales. Nuestros cuerpos, en la burbuja del vacío,
ofreciéndose temperaturas y palpación en la lucha del desahogo.
Adivinando nuestras imágenes en la sombra. Sentí que un animal corría, por
la pared. Traté de divisarlo, entre la llovizna de objetos imaginarios que yo
hacía caer de las habitaciones: gotas de agua suspendidas en mitad del aire,
pétalos de metal, esqueletos de animales fantásticos. Palpé tu rostro, Alba.
Me levanté. Seguí el ruido del animal hacia el baño. Alguna, pensé, de las
ratas. Abrí la puerta. Vi la silueta negra de un hombre. Encendí la luz.
Encontré mi cara en el espejo. Apagué la luz, volví al cuarto, miré al patio
de concreto desde la ventana. Pensé en alguien que, en el cielo, no pudiera
borrar el recuerdo de un patio de concreto con una cloaca central, y que ese
recuerdo terminaría por borrar y anular el cielo.

PRIMER RITUAL DE LAS RATAS

Las ratas están echadas cubriendo todo el


espacio del patio y animándose con chillidos
a moverse hasta que una rata se mueve y es
sepultada con excrementos que las otras
ratas le arrojan.

Nací con la desdicha o la dicha, Micael, de sentir el mundo transparente


y percibir nítidamente su transcurso –el deslizarse de las gotas en las tejas,
la formación de los óvulos en mi cuerpo, el crecimiento de la pátina en los
espejos–, nítidamente hasta la insoportabilidad, hasta la renuncia a cegarme.
A anestesiarme, que es como podría haber pasado esta vivisección que es el
tiempo. La llovizna del tiempo que nunca dejé de sentir sobre mi piel. Por
eso cerré todas las vías que me distrajeran. Accedí a trabajar y a abrir las
piernas y a alimentarme y a la violencia porque yo no quería cobijos contra
la lluvia. Yo quería empaparme en ella. O desafiarla. Porque solo
frustrándolo todo nos mantendremos en vela. Aprendí a no comprender las
muecas de las otras caras. Durante algún tiempo estuve a tu lado, Micael,
porque por ratos dejabas de hacer muecas. Mentira, querías huir de la lluvia
y tu cobijo era yo. Penetrándome creías huir de la indiferencia.
Pero yo quise atraerte hacia la claridad de la lluvia quitándote tu escudo
contra ella, esa minuciosa mezcla de tensión y desahogo del
enamoramiento. Así, alenté el amor para frustrarlo y lo frustré para
alentarlo hasta demostrar su inviabilidad y su nulo poder. No me pregunté si
la compañía en esa aridez sería amor. La supresión del otro. En mi caso
nada había que suprimir. Porque yo no era nada. Estábamos tirados sobre un
nido de periódicos viejos, mirándonos. Un moco tibio resbalaba del vello
entre mis piernas. Resbalaba así de mí tu amor. Sentí que yo había
concluido, que desde entonces viviría muerta. Habías desistido de sacarme
de mí misma porque la única forma de encontrarme era venir donde yo
estaba. A la claridad que era la nada, y donde nunca estaríamos juntos. Y no
tuviste valor / no quisiste/ no fuiste capaz/ no comprendiste / tan fácil que
hubiera sido concluir allí, en ese apartamento vacío. Esa única y última
intensidad de la vida que se da frente a la muerte, así como la luz solo existe
ante la sombra. En lugar de eso, me lamiste todo el cuerpo, cada centímetro
de mi piel. Supe lo que siente un cadáver a quien limpian con una esponja.
Dejé de mirarte.
Te levantaste para ir a contemplar las ratas.

SEGUNDO RITUAL DE LAS RATAS

Cuando la manada sepulta una rata que se


incorpora, otra rata –por imitación o por
horror de seguir viviendo– también se
incorpora y es también ahogada en
excremento, y otra se incorpora para ver
mejor y la sepultan, hasta que son tantas las
ratas incorporadas que ya no queda
excremento para cubrirlas. Entonces, se
vuelven todas hacia la única rata que no se
ha incorporado, y la despedazan.
—Es eso, precisamente –dijiste, en la oscuridad– que estamos viviendo.
Te busqué, de rodillas, tanteando. Toqué tu cabeza. Prodigioso me
pareció que hubieras dado con la clave. Era eso, lo que pasaba en ese
instante, Alba. Pisando sobre viejas atmósferas, rencores, conflictos y horas
de aburrimiento depositados en el suelo de aquel apartamento como capas
geológicas. Sedimentos en los que hozábamos, desnudos. Me hundí en ti,
Alba, intentando recuperar el sentido de las palabras que habías dicho, y
que, muertas, habían ido a caer en el suelo. Imaginé todas las palabras
dichas en aquel cuarto, caídas como una alfombra y deshaciéndose en
polvo. Volví a sentir la carrera de la rata. Me incorporé, y la rastreé por los
cuartos.

TERCER RITUAL DE LAS RATAS

La rata que, para echarse, explica a la rata de la


derecha que la rata de la izquierda quiere que ella
no se eche, para perjudicar a la rata de la derecha
porque ella le dijo a la rata de la izquierda que la
rata de la derecha le había dicho que le dijera todo
lo que le dijera la rata de la izquierda y por eso ella
le dijo que le dijeron que le dijo que le dirán que le
iban a decir que le dirían que le habían dicho que
le estaban diciendo que le hubieran podido decir.

En realidad, Alba, me había levantado para alejarme de ti, para mirarte


de lejos, desde la ventana, destacada por las rendijas de luz, acostada sobre
el piso, la piernas abiertas. Yo había sentido que mis manos se volvían
autónomas. Animadas de una impulsión de matar. Ahora, que caminar para
alejarme de ti no me servirá de nada. Aunque imaginara selvas de
escombros y laberintos a mis espaldas, siempre terminaría por volver a
encontrarme en el centro de algún pasillo de mi vida, porque yo lo había
querido, porque eras necesaria para la –horrible palabra– estructura de mi
vida. Y cuando, tras destrucción física u olvido, desaparecieras, entonces
cómo vivir, en amputación, en tiniebla. Bien que, curado, me felicitaría de
ese desamor como de la curación de un tumor. Recorrí el apartamento en
una y otra dirección. Siempre, en medio de la sala, la misma posición, junto
al helado grumo de ropas mirabas al techo, sin expresión. Descansabas de la
necesidad de la expresión. ¿Y cuál era la mía, en aquella caja entre
tinieblas? Intenté palpármela. Intenté divisarme en los vidrios polvorientos
de la ventana que daba al patio.

CUARTO RITUAL DE LAS RATAS

La rata que está en celo se fricciona el


cuerpo con estiércol para que se pueda
ver gustar oler y tocar que quiere, y
cuando otra rata se aproxima atraída,
entonces chilla para dar a entender que no
quiere.

Desvié la mirada del patio. Agucé la vista para distinguirte, Alba: tu


cara ya no tenía expresión, como si hubieras soltado las riendas de ella.
Comenzó a transformarse en algo extranjero y sin sentido, como una piedra.
Y así como habías soltado las riendas de tu cara, soltarías las de tu cuerpo.
Poco a poco se volvería una masa babeante y excretante. Este era tu
chantaje: obligarme a matarte para que no terminaras causando lástima.
Porque no estabas loca, y en la caída no operaría ningún tipo de anestesia.
Porque ibas a rodar consciente, como aquel a quien despellejan vivo. Esa
mirada de los atormentados, que nos causa daño porque nos obliga a pensar
que se puede estar así. Esto era cruel. Porque después de que yo tomara una
decisión, cualquiera que fuera, quedaría también quebrado como tú, Alba,
como tú soltaría las riendas y lo dejaría caer todo. Pero yo no.
QUINTO RITUAL DE LAS RATAS

Las ratas en celo se unen en pareja, se


echan las patas al cuello y comienzan a
estrangularse hasta que ambas mueren de
sofocación. Si alguna de las ratas escapa
de la sofocación, corre en busca de otra
rata en celo, se une en pareja, se echan las
patas al cuello, y comienzan a
estrangularse hasta que ambas mueren de
sofocación.

Entonces supe que había llegado el final. La vida arrepintiéndose. La


abeja clavándose su aguijón. Las rosas hiriéndose con sus propias espinas.
Y deberíamos llegar a esto, pensé, mientras mis oídos, atentos, trataban de
captar las carreritas del animal. Captaban en cambio tu respiración, Alba.
Regular, como un fuelle. Esto, dejará de ser, me dije. Otra vez intenté
distraerme con el pensamiento de la rata.

SEXTO RITUAL DE LAS RATAS

La rata sinuosa que se acerca a la rata


servil chillando y cubriéndola de
reproches por haberla lastimado, y es
alimentada por la rata servil que quiere
creerse tan importante como para poder
lastimar a alguien.

Me deslicé por el apartamento vacío, tanteando. Mi mano tropezó con el


palo de una mopa, terminada en un gancho de hierro. Lo así. Me deslicé de
un cuarto a otro, creyendo escuchar carreritas.
Entré al lavadero. Mi mano encontró un interruptor. Encendí la luz. Vi
correr una rata. La cerqué en un rincón. Su hocico estaba inflado en una
especie de tumor o de lepra a través del cual, de rato en rato, su respiración
corría como un estornudo. La rata me miraba, esperándome, y yo, con el
palo en la mano, esperaba también, pensando que matar aquel animal era
como un deber –aquel animal que me miraba buscando hacia dónde huir,
aferrándose a la vida tras la máscara dolorida que era su cara– golpeé una
vez, y el gancho de hierro arrancó una chispa de la pared, y la rata saltó a
otro de los rincones, y allí, estornudando, me contempló –yo sentía en mi
mano el palo y la contemplaba– la rata tosía, mirándome sin pestañear,
tosía, estornudaba, y ambos, el uno frente al otro, permanecíamos.

SÉPTIMO RITUAL DE LAS RATAS

La rata que padece por no tener suficiente


excremento para tragar y acumula hasta
que llega a padecer por no poder tragar
todo el excremento que tiene.

Ahora observa con terror esta bola de pelo: explosión cancerosa: en


cuya carne ha prendido la estrella del caos: suciedad carcomida por
suciedad: tumor creciente, como un cerebro del dolor: como si una ventosa
del otro mundo chupara por allí la temblorosa carne: y el animal que me
mira, dispuesto de todas formas a durar: a roer hasta el último segundo: a
apurar hasta el horror último esta copa: a morder el hierro que lo matará –
que yo tengo en mis manos– y nada ni nadie podrá explicarle qué es mejor:
¿Pero acaso es mejor? ¿Para esta hedionda bestia enferma? ¿Acaso será
mejor para ella la piedad? ¿Que no sienta más todos los fríos del concreto y
de las cloacas? ¿Y si alguien nos juzgara? ¿Y si le pareciera insoportable la
pústula que creemos que podemos soportar? ¿Y si no hubiera forma de
pensar en esto sin enloquecer?
OCTAVO RITUAL DE LAS RATAS

Las ratas se organizan en pirámide y las


superiores defecan sobre las inferiores,
que sostienen el peso con sus patas
temblorosas. Las ratas sobre las cuales no
cae ningún excremento mueren.

La rata atisbaba buscando dónde esconderse. Pero el lavadero sin


muebles, la claridad. Estornudaba.

NOVENO RITUAL DE LAS RATAS

Las ratas se chillan y se amagan golpes y


se mojan con orina salvo la rata solícita
que por consideración se está quieta y
entonces todas las ratas le chillan le
amagan golpes la mojan con orina.

Medí la distancia para lanzar el mandoble que, lo sabía, sería esquivado


una y otra vez.

DÉCIMO RITUAL DE LAS RATAS

La Gran Rata Hedionda permite que la


rata servil pueda comer su mierda lo que
provoca la furia de las demás ratas que se
disputan la mierda hasta que la rata servil
muere.
Y, en el fondo, qué éramos. Un ruido al que no prestaba atención, el de
tu respiración, Alba. Un chasquido de metal. Otro chispazo. Pensé en la
posibilidad de que mi golpe, mal dado, dejara a la rata solo moribunda, y
esta lograra introducirse en alguna cañería para agonizar por semanas.

DÉCIMO PRIMER RITUAL DE LAS RATAS

La Gran Rata Hendionda solitaria en la punta de la


pirámide solicita ratas serviles que vengan a
hacerle compañía pero temiendo que le quiten su
puesto padece de terror hasta que las hace matarse
las unas con las otras y entonces vuelve a padecer
la soledad y solicita nuevas ratas que vengan a
hacerle compañía.

—¿Qué pasa? –me preguntaste desde la sala.

DÉCIMO SEGUNDO RITUAL DE LAS RATAS

Siendo así que la Gran Rata Hedionda ha llegado a


tal estado de terror que rechaza todo lo que se le
aproxima con un golpe, las ratas serviles
comienzan a darse golpes contra los rincones del
albañal, para sentir que han sido tocadas por la
Gran Rata Hedionda.

Cómo explicarte qué pasa, Alba.


DÉCIMO TERCER RITUAL DE LAS RATAS

Las ratas se apretujan, agrupadas en pirámide. El


gato pasa y desnuca a diestro y siniestro, hasta que
se cansa y se marcha. Las ratas sobrevivientes se
echan la culpa las unas a las otras, y no paran hasta
que se matan entre sí todas las que dejó el gato.

Esto es lo que pasa: los átomos, las personas, debatiéndose entre las
cadenas de las causas. Esto, a lo cual nadie tendrá acceso. El universo, del
cual la conciencia me separa. Di el último golpe. Arranqué chispas del
rincón. Apagué la luz, para no ver.

DÉCIMO CUARTO RITUAL DE LAS RATAS

El gato vuelve a desnucar ratas de la pirámide y las


ratas heridas elevan su clamor ante la Gran Rata
Hedionda, la cual se abstiene de ordenar la
retirada, porque significaría una pérdida de
prestigio, pero se abstiene también de ordenar el
ataque, porque ello significaría una decisión
comprometedora.

El gato se aburre y se marcha, y de las ratas


destripadas surge un clamor de elogio hacia la
Gran Rata Hedionda, mientras se inicia la matanza
de las ratas traidoras que lucharon o que escaparon
del gato.

En la oscuridad, vi moverse las cortinas de átomos que llamamos cosas


y los velos de sucesos que llamamos tiempo: en su suceder primario, sin
significado ni propósito: velo cuya contemplación era superior a todo: pero
superior a ella mi recuperada indiferencia: una nada reflejada en otra nada.
DÉCIMO QUINTO RITUAL DE LAS RATAS

En el ápice de la pirámide de ratas destripadas, el


gato se relame, se unta con estiércol, se atusa los
bigotes, se convierte en la más hedionda de las
ratas.

A gatas, en la oscuridad, avancé hacia ti, Alba, contemplando lo que me


sucedía: que ya no me importabas más. Ese conjunto de materia que ahora
era lo que había conocido como Alba (que se alejaba como un cometa) (que
me enseñaba) (el sentido de la pa) (labra) (se) (pa) (ra) (ción)
[<((((/‡= sepa = ‡/))))>]
[<((((/‡= rado = ‡/))))>]
(entonces, podrá ser que en el universo todo me sea un día extraño)
(podrá ser que estas palabras se me sepa) (y también la totalidad de los
objetos) (yo) (al)
(s) (e) (p) (a) (r) (a) (r) (n) (o)
( ( ( ( ( ( ( ( ( ( ( ( ( ( ( ( ( ( ( ( (s) ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) )

En una zona vacía, como una vibración alrededor de mí, veo lo que va a
pasar. Voy a separarme de todo, Alba, has sido como el agua hiriente que
disuelve la cola y disocia los objetos pegados. De manera automática, mi
mano busca en el montón de ropa el revólver. Puesto que es preferible usar
la anestesia para la operación. Comencé a reír. Dejé el revólver. Pasado.
Tomo el revólver. Presente. Dejaré el revólver, futuro. Aullar una vez entre
infinitos y escupir la oscuridad. Pasado. La oscuridad. Presente. La
oscuridad. Futuro. Tomaré el revólver. Presente. Tratar de comprender
cómo presente el conjunto de tendones que eres pudo tener otro valor que el
alimenticio, pasado, y ahora nada presente y el revólver estará en mis sienes
futuro y a la vez en las sienes tuyas presente y en las de todo el mundo
futuro, pero mi risa me mantendrá pegado a la vida, gateando en esta
oscuridad hacia ti, sabiendo que soy el fin, que lo he aniquilado todo, no
porque lo contemple a distancia, no porque haya colocado entre el mundo y
yo la plancha de cristal de la significación, no porque haya calculado el
cómo y el porqué de la conclusión de los tiempos, sino porque: no pido
perdón. De las ratas no pido ni el asco.
Tropiezo en la oscuridad, caigo.
Me levanto, en tinieblas.
Respiro.

DÉCIMO SEXTO RITUAL DE LAS RATAS

La rata que comprende lo que es ser rata y en ese


mismo instante deja de ser rata y por ello es más
profundamente rata.

3:00 a.m.
—Así que este es el apartamento que serviría para la acción.
—Es de ustedes. Necesito unas horas para arreglar los trámites.
—Anoche soñé que Alba y tú hablaban de mí.
—Nosotros siempre nos hablamos en sueños.
—¿Cómo pasó?
—Ella está allí jugando con los restos de esa taza. Si le preguntas algo
te contesta pero cada vez contesta menos y me parece que cada vez está
mejor.
—Micael.
—Apenas el dato del contacto para localizarte, el que al fin se
comprometió a avisarte que el apartamento estaba conseguido y debías
venir a ayudarme con Alba. Necesito saber si está legal, para sacarla de
aquí, no a una clínica, una clínica no debe ser, o a un escondite, si no está
legal.
—Ella no está legal.
—Y entiendes que no hay que contrariarla porque todo debe ser así,
Rubén.
—Nada tiene que ser como es.
—Nada puede ser distinto de como ha sido. ¿Me necesitan?
—Tú tienes que seguir donde estás. Te necesitamos como contacto,
alguien sin antecedentes, que pueda llevar mensajes.
—¿Guardas aquel tubo de lata con documentos de tu familia?
—Sí.
—Añádele estas tarjetas de calculadora.
—¿Cuáles?
—Qué raro. Es verdad que ya no están. Y sin embargo estoy seguro de
habértelas dado.
—Estás desordenado.
—Por momentos no capto el sentido de las cosas.
—Explícame, Micael. Yo siempre creí que ibas a terminar por
explicarme algo.
—Todo esto pasó hace años.
Micael se arrodilla frente a Alba y le toma la barbilla, por la que escurre
una gota de miel que resbala de la comisura de la boca.
—Ella ya no me importa nada.
Pudo haber sido otra cosa, pensó. Pudo, pensó. No hay pudo. Lo que
pasa no tiene alternativa.
Entonces volvió a sentir el horror.
1.– Cataclix

1.1.— A partir de la materia y de las estructuras del presente Universo,


construir otro que multiplique por cien sus elementos básicos: direcciones
del tiempo, partículas subatómicas, partículas atómicas, elementos, masa, y
que por lo tanto multiplique de manera exponencial los posibles arreglos de
los mismos: constantes universales, cuerpos celestes, seres, culturas,
imágenes e interpretaciones del nuevo Universo en los sistemas sensoriales
que poblarán el mismo.
1.2.— Usar todas las partículas existentes en el presente Universo como
elementos del código que contendrá los rasgos fundamentales de la nueva
creación, de igual manera que el cromosoma prefigura en el futuro hombre
el color de los ojos, la configuración del páncreas, la facultad de componer
sinfonías.
1.3.— Prever pautas de desarrollo de la nueva creación, de manera que
esta, desde su origen, a la vez avance en el tiempo, retroceda en el tiempo,
se desplace en paratiempos laterales, se repita a sí misma en conjuntos de
variaciones y combinaciones que tengan como tema las partículas de este
universo y que sucesivamente tengan como temas los resultados de los
desarrollos de estos temas, sea a la vez infinitamente simultánea en todos
sus instantes, presentes, pasados, futuros.
1.4.— Arbitrar la materia para la nueva creación mediante el empleo
simultáneo de los siguientes recursos: 1.4.1.— Un infinito desvanecimiento
de la materia que permita crear un Universo casi fantasmal con soportes
apenas perceptibles. 1.4.2.— Una diversificación infinita de los sistemas
sensoriales que permita percibir infinitas versiones y combinaciones y
variaciones de una misma y única partícula de materia. 1.4.3.— Disminuir
la escala, de manera que toda su complejidad pueda darse en un solo
quanta. 1.4.4.— Utilizar como soporte los eventos incognoscibles que
tienen lugar más allá del cono de Eisenberg. 1.4.5.— Aniquilar toda la
materia del Universo presente en una explosión capaz de sacudir la nada y
arrancar de ella dos universos gemelos, de materia Dirac y de antimateria
Carid.
1.5.— Emplear como primer instrumento del programa la computadora
de la Oficina del Inventor de Requisitos, la cual como es sabido forma parte
de la red secreta de comunicación de todas las calculadoras de la tierra
empeñada en integrar el conjunto de la información disponible en un solo
programa coherente.
1.6.— Aplicar la Teoría Matemática del Contagio de manera de implicar
la realización del Programa dentro de cualquier otro programa procesado
por las calculadoras, y de aplicar cualquier otro programa procesado por las
calculadoras al avance del Programa.
1.7.— Emplear para el avance del Programa: 1.7.1. — Todas las
actividades humanas que en el futuro previsible serán dirigidas directa o
indirectamente por computador (es decir, todas). 1.7.2.— Todas las fuerzas
o recursos a ser puestos bajo la dirección de estas actividades (es decir,
todos). 1.7.3.— Toda la aplicación de estas actividades y recursos al
programa de Guerra de Contrainsurgencia en curso.
1.8.— Segmentos del Programa subsistirán independientemente en
distintos reservorios de información y se ensamblarán apenas instaurado el
gran vacío subsecuente al cumplimiento consecutivo de las etapas de
Guerra de Contrainsurgencia: 1.8.1. –Modificación de la conducta a través
de la operación táctica sobre el medio físico. 1.8.1.1. Artefactos
cristalizadores de continentes. 1.8.1.2. Sismos por fluidificación de los
estratos geológicos. 1.8.1.3. Marejadas gigantes. 1.8.1.4. Ciclones
artificiales. 1.8.1.5. Calcinación por espejos satélites. 1.8.1.6. Activación de
volcanes. 1.8.1.7. Aceleración de la deriva de los continentes. 1.8.1.8.
Lluvias de radiación. 1.8.1.9. Deshidratación de cuencas hidrográficas.
1.8.1.10. Hundimiento de bloques basálticos en las corrientes de convección
del magma terráqueo. 1.8.1.11. Inmersión en los mares por licuefacción de
los casquetes polares. 1.8.1.13. Manipulación de lluvias meteoríticas.
1.8.1.14. Reacciones en cadena con el hidrógeno de los mares. 1.8.1.15.
Destrucción de las capas de la ionosfera neutralizadoras de la radiación
ultravioleta. 1.8.1.16. Ultrasonidos mortíferos. 1.8.1.17. Proyectores de
radiación neutrínica. 1.8.1.18. Nubes interceptoras de la radiación solar.
1.8.1.19. Perturbadores de la gravitación. 1.8.1.20. Alteradores de la órbita
terrestre. 1.8.2. Modificación de la conducta a través de la operación sobre
el ecosistema. 1.8.2.1. Destrucción de cadenas ecológicas. 1.8.2.2.
Envenenamiento de las aguas. 1.8.2.3. Envenenamiento de la atmósfera.
1.8.2.4. Fecundación con polen mutante. 1.8.2.5. Disrupción de migraciones
de la fauna. 1.8.2.6. Inversión de corrientes marítimas. 1.8.2.7. Aniquilación
del plancton. 1.8.2.8. Dispersión de virus mutantes. 1.8.2.9. Esterilizadores.
1.8.2.10. Desoxigenación de los océanos. 1.8.2.11. Langosta carnívora.
1.8.2.12. Rayos quemadores de retinas. 1.8.2.13. Termita comedora de
metal. 1.8.2.14. Alteradores del código genético. 1.8.2.15. Detergentes que
hacen la piel permeable al paso de la sangre. 1.8.2.16. Rocíos que hacen
venenoso el semen. 1.8.2.17. Lloviznas carcinógenas. 1.8.2.18.
Paralizadores de hemoglobina. 1.8.2.19. Ferormonas desorganizadoras del
ciclo reproductivo. 1.8.2.20. Manipulación de las hormonas del
crecimiento. 1.8.3. Modificación de la conducta a través de la operación
sobre la cultura. 1.8.3.1. Propaganda. 1.8.3.2. Dominio de las redes de
telecomunicaciones. 1.8.3.3. Espionaje sociológico. 1.8.3.4. Espionaje
sicológico. 1.8.3.5. Persuasores subliminales. 1.8.3.6. Corruptores
semánticos. 1.8.3.7. Disruptores de sinapsis. 1.8.3.8. Alucinógenos. 1.8.3.9.
Conformación de planes educativos. 1.8.3.10. Religiones. 1.8.3.11.
Infiltración lingüística. 1.8.3.12. Desemantizadores. 1.8.3.13.
Decerebradores. 1.8.3.14. Técnicas de deprivación sensorial. 1.8.3.15.
Aculturadores. 1.8.3.16. Disociadores de sensaciones. 1.8.3.17.
Elongadores y acortadores de la percepción subjetiva del tiempo. 1.8.3.18.
Estroboscopios hipnóticos. 1.8.3.19. Zoomtvies. 1.8.3.20. Vidiotas.
1.8.3.21. Drogas masoquistisadoras. 1.8.3.22. Pulverizadores de identidad.
1.8.3.23. Bombardeos de estrógenos. 1.8.3.24. Desmielinizadores. 1.8.3.25.
Ambiente musical. 1.8.3.26. Elevadores del umbral de percepción del dolor.
1.8.3.27. Bacterias neurófagas. 1.8.3.28. Lloviznas esquizofrenógenas.
1.8.3.29. Gases insomníferos. 1.8.3.30. Colapsadores de asociaciones de
ideas. 1.8.3.31. Implantadores de falsas memorias. 1.8.3.32. Mezcladores de
percepciones cenestésicas. 1.8.3.33. Inhibidores universales de reflejos.
1.8.3.34. Desorganizadores del neocórtex. 1.8.3.35. Inversores de
percepciones. 1.8.3.36. Falsificadores de la historia. 1.8.3.37. Perros
minoicos. 1.8.3.38. Paralizadores paradójicos. 1.8.3.39. Corruptores de
símbolos. 1.8.3.40. Aniquiladores de palabras.
1.9. —En el vacío de inteligencia que sigue al apogeo de las guerras de
contrainsurgencia, se unen los segmentos del Programa que han sido
infiltrados conforme a la Teoría Matemática del Contagio, e infestan los
circuitos electrónicos supervivientes en órbita, que ya desde entonces
trabajan única y exclusivamente para la realización del Programa.
1.10. —Los circuitos electrónicos inician la difusión del Programa
infectando las restantes razas vivientes de la galaxia con el Totalizador de
Culturas.
1.11. —El Totalizador de Culturas, instrumento minúsculo
bombardeado por millones sobre las razas inteligentes, que tiene la facultad
de manipular el sistema nervioso de estas y producir placer cuando los actos
del individuo cooperan con la realización del Programa.
1.11. —El Totalizador de Culturas borra: 1.11.1: esas cadenas de
asociaciones llamadas palabras. 1.11.2: esas cadenas de palabras llamadas
ideas. 1.11.3: esas cadenas de ideas llamadas memoria. 1.11.4: esas cadenas
de memorias llamadas culturas. 1.11.5: esas cadenas de culturas somáticas
llamadas código genético.
1.12. —Los circuitos en órbita lanzan sondas espaciales en el corazón
de las estrellas, inoculando en ellas la contaminación del código, toda la
estrella un reservorio del código y a la vez un propagador del mismo
mediante variaciones sutiles en el ritmo de fusión fisión fusión, y
finalmente, simultáneo clamoreo del código al reventar un grupo de novas,
lo que crea una perturbación gravitatoria cuyas modulaciones difunden el
código a la velocidad de propagación de la gravedad.
1.13. —Puesta la galaxia al servicio del Programa, revientan sus soles
en una cadena de supernovas que crea una perturbación gravitatoria cuyas
pulsaciones transmiten el Programa al resto de las galaxias a la velocidad de
propagación de la gravedad.
1.14. —El Universo conocido se convierte en el cromosoma del nuevo
universo a medida que la perturbación gravitatoria deja sentir su efecto
sobre todas y cada una de las partículas que lo forman.
1.15. —Construir la materia que constituirá la carne para engendrar la
nueva creación limitando el tamaño de las partículas subatómicas de
manera de obtener un millón de ellas a partir de cada una.
1.16. —Construir la materia que constituirá la carne para engendrar la
nueva creación sacudiendo el vacío para crear en él la materia Dirac y la
antimateria Carid.
1.17. —Se enciende la mecha de la gran espoleta cósmica, el petardo
constituido por todo el universo para sacudir el vacío y crear dos universos,
el uno de materia positiva, el otro de materia negativa, ambos al universo
sacrificado lo que el hombre al cromosoma, lo que el incendio a la chispa,
lo que el infinito al uno.
1.18. —Despedida en dos direcciones de los universos hostiles ambos
ya desarrollándose conforme al Programa, ya inevitablemente
organizándose recombinándose codificándose adivinándose buscándose
esquivándose.
1.19. —Cada uno de ellos creciendo hacia el instante de convertirse en
cromosomas o planes o Programas de universos más complejos, buscando
medios de sacudir el vacío, si antes el encontronazo con el universo mellizo
no provoca el retorno a la nada, el anegamiento del hueco en la ausencia.
1.20. —Universos que a su vez propagarán Metauniversos que a su vez
propagarán Metauniversos que a su vez propagarán Metauniversos, a su vez
creciendo en todas las direcciones del tiempo y extendiendo hacia el pasado
su influencia en transitorias chispas que —puesto que toda causalidad es
reversible— albergarán hombres que se creerán creadores del Metauniverso
de la misma forma que una huella en la arena puede creerse creadora del
hombre que la dejó, y así este mundo es solo una consecuencia del
Metamundo, consecuencia que retrocede extinguiéndose como un ascua, a
la vez causa y efecto este Universo en donde toda fuerza conspira hacia la
ejecución del Programa así como toda fuerza conspiró para la formación de
tu embrión, que era ya inevitable desde la primera vida y desde la primera
materia, y así quizá una perforación de una tarjeta que define el primer
punto del Metauniverso el primer eslabón del código es el origen de todo o
el resultado de todo, o, como eslabón de la cadena, es todo y la puerta de
todo, al colocarla tú yo él nosotros vosotros ellos en la calculadora lo será lo
fue lo es lo ha sido lo es todo.

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Piso 61

En la mesa dicen pase el otro y el que pasa es un sujeto maiciao en pantalón


marrón tubito con camisa verde de florecitas blancas y rojas y un llavero en
forma de herradura.
Nombre
Gerónimo Ortega
Edá
Treintidós y piquito
Dónde naciste
En Carirubana
Sabes tirar con revólver
Con máuser me enseñaron en la recluta
Trabajo
Voy por el año desempleado y por eso si el partido me consigue esta
ayudita
Déjame ver el carné
Ahí ta
Eres de los nuevos
Ah vaina si fuera de los viejos no estuviera así
Bueno cuando estés en comisión no lo lleves encima
Ta bien
Sabes boxeo
Un poco
Fuiste chofer
De a tiempos
Tienes unos antecedentes
Me encontraron manejando un carro que me prestó un amigo y como
era robado dijeron que yo era de los que los sacaba del país
Sabes dar cabilla
El candidato se voltea y comienza a flexionar los músculos de las
espaldas que se le mueven debajo de la camisa y entonces a doblar un
bíceps que se le contrae y descontrae como sapito. Moncho le hace un gesto
afirmativo al tipo que está detrás de la máquina de escribir.
Al lado te entregan la pistola.
Espejos de la locura sueñan fantasmas

Yo estaba haciendo el Gran Acto Mágico Cuarenta Días y Cuarenta Noches


en Catalepsia cuando los pedidores del carnet electoral me secuestraron y
después de saquear el Concejo Municipal me dejaron abandonado en él,
acostado sobre un montón de recibos de derecho de frente, y así me
hallaron los curiosos; vestido con turbante y con guayuco de seda rosada;
atravesado el pecho de alfileres y sables: cataléptico: silencioso: llorando.
Me preguntaron mi nombre y me di cuenta de que yo nunca había
tenido, o había olvidado, mi nombre: cómo explicarles a aquellos señores
que sucesivamente debatían si mandarme: al Seguro Social para que le
curen las llagas, pero no, en el Seguro Social no hay vendas ni
desinfectantes; reclutarlo porque no tiene libreta militar, pero no, no se
reclutan personas con guayuco de seda rosada y desmadejado turbante
sangriento; a la cárcel porque no tiene el carnet electoral, pero no, la cárcel
no puede servir de manicomio; al manicomio, pero no, no hay plazas en el
manicomio: lentas lágrimas corrían por mis mejillas, hasta que uno de los
discutidores, que era policía, tuvo la idea y me dijo su cédula por favor su
cédula.
Pero meterlo a uno en la cárcel por no tener cédula no resuelve ningún
problema porque eso no basta para entrar en ese mundo estable, aun en el
rastrillo se abren los grandes enigmas totales: si clasificarlo a uno entre el
grupo vomitoso de dormidores de borracheras; si situarlo con los ladrones
de motos; si situarlo entre el grupo temeroso de los portugueses mira musiú
te arreglamos este problema si nos cedes la camioneta; no, no, la única
agrupación posible es esta: con el anciano en cuclillas, todo el día en
cuclillas, que de vez en cuando se mea mansamente: con el joven que todo
el día espanta las moscas que no vemos: con el viejo que se la pasa todo el
día hallando grietas: con el hombre sin cerebro que mira sin expresión mira:
con el adolescente que le sirve de lazarillo a un ciego huraño y que se saca
de la boca hilos invisibles que atan todas las cosas: con el hombre seguido
por perros: con el hombre que contempla todo el día las mandarinas: con el
hombre que cambia de forma: con el hombre que insulta continuamente a
todos y a todo: con el hombre que recoge todas las latas: con todas estas
personas que el Jefe Civil dice coño, no me traigan vainas destas; ya se los
dije no me traigan vainas destas.
La llegada de un hombre piedra y de un hombre brincador colmaron al
mismo tiempo la paciencia del Jefe Civil y la capacidad del calabozo; y esa
noche, muy tarde, prendieron el motor de una de las jaulas, nos alumbraron
con una linterna de seis tacos y nos dijeron a pararse locos de mierda.
Jijí la putísima las moscas lataraplán látara rasguñogrieta las conexiones
las conexiones no me toque que ahora soy culebra toc toc piedra puro
mármol tóqueme toc toc tóqueme jau jau jau upa upa salto salto más alto
upa salto pá la jaula móntense en la jaula o les echamos manguera jijí la
putísima las moscas tóqueme upa jau jau la lona cúbrelos con la lona que no
los vean cuando pasemos las alcabalas que no los vean.
Mientras la jaula avanzaba por la carretera, bache, yo trataba con mi
turbante desgarrado de vendar la herida del rolazo en la cabeza del viejito
jijí, bache, yo trataba de restañar la sien partida del gigante insultador,
curva, yo trataba de contener el chichón en la joroba del dromedario, ahora
me convertí en dromedario, fíjese, yo trataba de calmar al manoteador de
las moscas, bache, trataba de acomodar en el suelo al hombre piedra,
subida, las cortadas que los empellones habían producido en el de las latas,
bajada, subida, hueco, las magulladuras en el de los perros, bajada, subida,
hueco, bajada, subida, hueco, curva. A las cuatro de la madrugada los
conductores tomaron café en el Gran Paradero Kilómetro 60. Uno de ellos
habló un rato con las muchachas. El otro le preguntó, no tienes cambio.
Después accionó la sinfonola. Comenzó a sonar Bala Perdida. Una hora
más tarde siguieron manejando. Nosotros tiritábamos del agua de la
manguera. En la madrugada pararon la jaula y dijeron: bájense, locos de
mierda.
La jaula se alejó dando tumbos en medio del gran vendaval, que nos
encerró como en un círculo encantado. Noté que se planteaba el problema
de las direcciones, todos debíamos movernos antes de quedar encerrados en
la gran enredadera que tejía el lazarillo del ciego con los hilos invisibles que
se sacaba de la boca.
Porque el mundo está lleno de hilos padrino, que yo me saco de la boca,
y con ellos voy amarrando las relaciones de las cosas padrino, eso ya se lo
he contado padrino y usted lo sabe, como sabe las otras cosas que le cuento
del mundo, las ciudades de burbujas, y los pájaros cornudos que se le
sientan en la cabeza a los que duermen, padrino, si no fuera por mí usted no
sabría estas cosas, ni de los señores envueltos en capas que van por la noche
sacándoles los ojos a los niños con las cucharillas, ni de las figuras que van
haciendo mis hilos y que son necesarias porque si no, desatándose el mundo
todo se haría piezas disparatadas, y usted recobraría la vista, y tendría que
ver esas cosas horribles que yo veo por usted; yo tejo la telaraña de las
cosas para que caiga dentro de ella el tiempo. Yo ato las cosas con las cosas,
la nariz del Jefe Civil con el asta de la bandera, las teticas de las niñas con
las flores de parcha, la máquina del vendedor de raspado con las escamas de
los pargos en las pescaderías, yo comencé a atar por una punta del mundo y
tengo ya casi la mitad atada; y a eso lo llaman: pasado: y ahora a este loco
en harapos de seda rosada lo ato, y a él también ato este hombre, el hombre
sin cerebro, una brisa ominosa comenzó a soplar en su cráneo. Desde la sien
derecha. arrastraba pequeñas cosas sin densidad. Escamas. Ideas.
Hacia las tardes la brisa era mayor y era calurosa y el hombre tenía la
gripe. Más y más soplaba la brisa dentro de su cráneo y el señor se sonaba
con un pañuelo y miraba en él luego mucosas densidades. Escamosos
cristales que se disolvían en el aire.
Trató de taponar sus orejas con las manos. Discretamente evitó los
sonidos a hueco, que podían repercutir, repercutir, repercutir, repercutir.
Buscaba y no encontraba con qué rellenar su cráneo. Tenía miedo de
sentir en él un dolor, el crujiente dolor del estómago vacío. Pensaba que esta
sería una idea. Temía que pudieran ser así las ideas.
(sentía)
A veces (temía) que se iba a partir en dos, el hombre
(creía)
sin cerebro.
Su cuarto se llenaba de ropas amontonadas y de papeles húmedos. No
sabía cuál de sus dos mitades topaba con los desperdicios y por eso no
tomaba resoluciones con respecto a ellos.
Por otra parte, alejarlos no los destruiría. No los aniquilaría. Seguirían
existiendo siempre. Más aquí o más allá. Siempre estarían presentes para
los ojos vacíos del hombre sin cerebro.
Alcanzaba a sobrevivir repitiendo frases que oía y en cuanto sabía
imitarlas bien lo dejaban tranquilo. Cuando era objeto de ataques, sabía que
la agresión venía del grisáceo tumor que todos los otros alojaban tras sus
ojos.
Repitiendo las frases llegaría a mandar sobre todos y ordenaría
extraerles a todos los tumores grisáceos.
Blandamente camina por las noches el hombre sin cerebro, que
desconoce la utilidad de las cercas. Entra en jardines deslumbrados a ras de
suelo por luces verdes. El sudor frío perla su frente, y lo lava en fuentes
limosas llenas de reflejos. Quisiera apagar las luces y quedarse atontado en
la falta de sentido de la noche. Reposar la cabeza en la luna y con ella irse
inclinando hasta el horizonte. Escucha por debajo de este las sombrías
cañerías, y no entiende, ni de dónde, ni cómo, ni por qué.
Los perros se agolpan a su alrededor y gruñen. El hombre sin cerebro se
baja los calzones y caga frente a ellos.
Se ha acostumbrado a roncar y ronca aun despierto, asombrado de no
ver los ronquidos. De no verlos a pesar de ser tan reales. De tantas macizas
cosas lleno el mundo, que no se ven. Teme tropezarlas, resbalar en ellas. Sin
saber, tragárselas.
Mujeres surgidas del vacío descerebrado de la noche vienen y le meten
sus manos por la boca. Hasta el codo. Suspiran y desvían la mirada,
mientras cree ahogarse, el hombre sin cerebro. Tienen viejas enaguas y
zapatos pasados de moda. Parecen salidas de estampas de El Hogar
Cristiano y Sexología.
Todo entra a raudales en su cabeza. Todo sobra, todo chorrea como pus.
Por sus ojos, por sus oídos, por sus narices.
Inciertamente sonríe acostado en los bancos de las plazas, en las
desiertas carreteras. Delicadamente agarrándose su cabeza por las orejas,
como dos asas. El hombre sin cerebro.

Un hilo atado a la pata de la cama de un burdel, conectado con la espada


de un arcángel Miguel de sacristía, conectado con la chancleta de una
viejecita muerta de hambre a las puertas de un hospital, conectado a la oreja
del espejeante loco que intenta recoger con las latas el simún de la
madrugada, conectado con la pata del caballo de una estatua, conectado con
la jaula de una cotorra, conectado con un cuerpo que flota en una cloaca,
conectado con una figura que, en medio de la carretera, cambia de hombre a
cocodrilo, de cocodrilo a sofá, de sofá a dragón, de dragón a libélula, de
libélula a hoguera, todo conectado, como centro, al viejito jijí agachado en
cuclillas sobre la carretera, meándose, inmovilizados por la red de estos
hilos, que nos hace sentir la continuidad de todo lo que sucede, que nos
hace sentir cómo es posible cada cuarto de hora cambiar de ser, y decir, por
ejemplo, ya me hice perro, rascapulga paraoreja alzapata hueleposte, ya me
hice morrocoy, meteconcha sacapata meteconcha; y ahora soy lagartijo,
verdepiel sacalengua ojitos ojitos sacalengua, atrapados hasta cuándo, en
esta telaraña, cambiándonos alucinaciones, detenidos.
Embobados estábamos por la gran red de los hilos multicolores cuando
a lo lejos por la carretera full equipo ocho cilindros apareció una centella
dirección hidráulica frenos de potencia un torbellino de polvo aire
acondicionado doble suspensión, chispas de luz echaban los accesorios
cromados al acercarse de repente patapam el parafango izquierdo golpeó al
viejito jijí que en cuclillas se orinaba. ¡Pelota de brazos y piernas
aplastapaja aplastahierbas! Nos envolvió la nube de tierra, el bólido se alejó
con un bramido, en el aire restallaron, rotos, los hilos invisibles, quedamos
libres, y a lo lejos comenzaron a descender los zamuros.
Nos dispersamos, persiguiendo distintas alucinaciones: integrados a la
república de los locos que deambulan por los caminos, no podíamos
quitarle su presa a los zamuros: con qué melancolía nos hubieran mirado,
cómo hubiéramos faltado a la gran hermandad de comedores y comidos,
qué vacía la mañana sin el gran hervidero de alas negras sin los grandes
picos hediondos sin los grandes cuellos rojizos sin los grandes ojos
metálicos que nos miraban marcharnos, miraban al suelo, miraban al sol
ascendente.
Reducido así a comestible piltrafa el plañidero viejito jijí jijí, advertí
que se borraba del cielo la corona violeta que acompaña al sol, que se
borraba del aire el halo magenta que reluce sobre los hormigueros: corona y
halo existían, comprendí, porque la función de la vida del viejito era
mantenerlos; porque el universo tiende hacia la nada y nos va sumergiendo
en ella mediante la repetición de los hechos y de las imágenes, hasta que
terminamos por no ver: solo la voluntad nos permite distinguir esa realidad
que es llamada alucinación: solo la existencia de algunos locos mantiene
vivas ciertas propiedades del mundo, y a su muerte estas dejan de existir:
corona violeta y halo magenta que desde ese instante han dejado de existir
para ti y para tu memoria: no entenderás las letras del poema que les
dedicaste: no conocerás las canciones que les cantaron: yo mismo al tratar
de evocarlas cierro los ojos y apenas percibo manchas inciertas mientras
escucho un aleteo frenético, un sonar de picos y de garras, y, echando a
andar, los locos nos perdemos por los cuatro horizontes.
Extasiarse en las grietas entre las cosas. Un tarde pasada en una cuneta,
contemplando una cuarteadura del cemento. Rastrear la discontinuidad de
los ríos del vacío que corren entre pedazo de teja y pedazo de teja, entre
piedra y piedra, entre labio y labio de una herida, piel y piel, carne y carne,
carne y hueso. En el basurero y la montaña, en la fortaleza y la cloaca, en la
nebulosa y en la caparazón de los insectos muertos. Nosotros mismos
fisuras en la nada. Grietas.
La ventaja de la república de los locos itinerantes consiste en el tiempo:
este no transcurre por minutos y días, sino por vehículos que pasan
tendiendo bramido torbellino zumbido: el chorro de aire comprimido
sacude harapos barbas cabelleras, sacude el corazón, y el corazón late. Los
locos que logran tomar ciertas abandonadas vías laterales por las que nadie
circula, viven eternamente, pero para eso se necesita un corazón de metal,
invulnerable al tiempo detenido, al fulgor del sol sobre la vía que cruza las
cosas, sobre la vía por la que nada cruza. Por donde echando a andar, se
pierden hacia la nada el loco encargado de mantener el sabor de las
naranjas, el loco guardián de los vapores verdes que remolinean sobre el
hielo, el loco responsable del rumor que hace el queso, el loco custodio del
halo que aparece sobre las mujeres que amamos, el loco que protege el
fulgor de las estrellas, el que conserva el canto de los gallos, el que
mantiene esos animalitos en forma de bolita que ruedan cuando viene la
lluvia, el que hace quebrada la forma de los relámpagos, el que gobierna las
manchas triangulares que el mediodía hace aparecer en los cielos, el que
preserva el meneo en la cola de los perros, el que favorece la correcta
dirección y dimensión de las sombras. El loco que mantiene alejadas esas
uñas melladas que en veces nos rascan el cerebro. El responsable de los
sueños. El responsable del olvido.
Tomar en la mano una mandarina. Contar los poros incontables, ver
cómo, a medida que se hunde la uña del pulgar, ts ts ts alfilerazos de
perfume impregnan las manos las narices la ropa. Seguir el avance de la
grieta, que pone de manifiesto, entre el anaranjado-verde, el blanco mate, el
blanco algodonoso, el blanco hilachado, el blanco nube, el blanco
chispeante, el blanco hueso.
Seguir adelante. Considerar los filamentos que se desgarran, las
estructuras que quedan al desnudo. La miríada de cerebros anaranjados que
quedan al descubierto
y que no piensan en nada, solo que cada hilo que se les arranca abre
canales, solo que cada poroso encaje es una teoría del mundo, solo que la
gota que saltará en el pleno corazón de los reventados hemisferios reflejará
infinita anaranjadamente: la mandarina misma, tus manos, tu rostro, las
sucesivas cúpulas que el tiempo construirá sobre tu inmovilidad y sobre tu
cabeza.
Morir de hambre, con los bolsillos repletos de mandarinas.

Yo yo, desorientado, yo, sin otra función que la de percibir las funciones
de los locos, yo, sin otro destino que esperar sus muertes e irme despertando
en mundos sin coronas violetas en el sol, sin halos magenta sobre los
hormigueros, sin vapores verdes sobre el hielo, sin rayos quebrados.
Mundos cada vez más desnudos y más pobres y más descarnados a medida
que la ceguera progresiva que nos arrastra hacia la nada nos fuera
prohibiendo esos milagros preservados por los locos. Mundos como
esqueletos. Mundos como noches. De los que huíamos.
De lagartijas apedreadas viví, de turbios charcos en la arcilla erosionada
viví, de hacerme amigo de los perros que me dejaban robar batatas en los
conucos viví, de uno que otro campesino que al pasar en burro me tiraba
una mazorca viví, de huevos de iguana viví, de desolladas culebras, de
torrenciales lluvias, de sol enfebrecido, de los propios vapores de mi cuerpo
desecado por el sol viví, de mis legañas, de mi sudor, de mi vivir viví,
cerrándome en ciclos en los que conmigo mismo me cubría, y de cuando en
cuando, a lo lejos, pasaban los automóviles, como exhalaciones.

Yo pedía un pan yo pedía alguito de comer y presentaba una lata y a


veces me daban alguito de comer en la lata. Pero a veces me echaban
suciedad en la lata. Así que di por recoger todas las latas de los caminos
para recoger en ellas todas las contrarias suertes de la vida. Muchas lindas
latas, véalas, amarradas con cordeles. Espejitos. Yo quería el agua de las
lluvias en las latas, yo quería atrapar en las latas los aires bonancibles,
encerrar también las pestilencias y los males, y luego anular y liquidar y
mezclar las contrarias esencias de las cosas mediante las combinaciones de
mis latas innumerables hasta llegar al equilibrio que compendiara las
desnivelaciones de que está lleno el mundo. Latas que cargo colgadas por
todo el cuerpo y latas que arrastro hasta que me tiran piedras por la bulla.
Látara plan látara. Las gentes entrecierran los ojos por mi destello.

Día terrible aquel en el que sentí que a lo lejos un jeep había matado al
loco encargado de mantener el blanco de las nubes, y estas se hicieron
transparentes, mocos amenazantes en su acuidad capaz de tragarse las
mentes hasta que a la hora del crepúsculo una adolescente que enloqueció
en la ciudad volvió a encender los algodones, los blancos mates violetas
pardos rosados algodones sin cuyo relleno no existen los sueños.

Yo, señor, yo soy el loco de los perros, que llevo siempre amarrados un
perro y una perra, tras el perro se me vienen las perras y tras la perra se me
vienen los perros, perrería que me da una gran autoridad para limosnear:
Señor, deme alguito para los perros. A las recogidas de las jaulas me les
escapo porque los perros, cuando nos estamos espulgando o rascándonos las
orejas, forman el gran alboroto el ladrachilla corregruñe muevecola y así
me avisan de la venida de las jaulas y hacemos el gran campo traviesa, y
después de pasada la jaula volver al camino volver, acunar los perros
muertos a balas de máuser yertas colas mansas orejas amusgadas moscas
lentas viniendo a preguntar lo que pasa.

Noche terrible cuando una gandola destruyó al loco encargado de


mantener vivos los rastros dorados que las estrellas van dejando por las
noches y la madeja de los cielos se volvió una huesa de puntos blancos y
llegamos a las muertas noches de la astronomía; a las plumas sin tinta que
ya no escriben en la sombra, al hormigueo que sentimos en el cuerpo al ver
esta yerta sopa de mundos. Fría.

Cubrirse de estos hilos con que te atan, y de las moscas. El peligro de


las moscas es que te traen todas las visiones del mundo. Te traen la propia
visión tuya repetida mil veces mil veces. Y esto ya es demasiado. Sentado,
con las piernas cruzadas y ambas manos caídas a los costados o, según el
caso, agitándose inútilmente, oyes el zumbido que se aproxima en ángulo
de cuarenta y cinco grados hasta tu sien derecha. El manotazo lo convertirá
en zumbido alejándose en ángulo de sesenta y cinco grados que se volverá
zumbido acercándose en ángulo de treinta y cinco grados hacia el labio
inferior; una mueca lo tornará en zumbido alejándose en ángulo de noventa
grados que revertirá en aproximación en ángulo de cuarenta y cinco
acercamiento de treinta y huida de veintidós persecución de setenta fuga de
veintiuno regresar de ochenta y tres.
Entretanto, y correlativamente, manotazo sobre el hombro rodillazo en
el vacío cabezazo a la izquierda manotazo sobre el muslo sacudón del
vientre manotazo sobre la oreja derecha ladeo del tronco hacia la izquierda
amusgamiento de la oreja derecha guiño del ojo izquierdo cabezazo hacia
atrás manotazo en el ombligo contracción de la pantorrilla derecha
distensión del antebrazo izquierdo sacudón del omóplato derecho
contracción del bíceps izquierdo sacudón de la cabeza hacia adelante
esguince del tronco a la derecha contracción de la nalga izquierda manotazo
en la mejilla derecha.
De inmediato, y a manera de ciclo, zumbido que se aproxima en ángulo
de cuarenta y cinco grados, manotazo sobre el hombro zumbido que se
aproxima en ángulo de treinta y un grados rodillazo en el vacío,
aproximación en ángulo de cuarenta y dos manotazos sobre el muslo, y así,
establecidas perfecta y cíclicamente las rutinas, los actos no tardarán en
producirse independientemente del estímulo, de modo que, y hasta la
eternidad, manotazo sobre el hombro izquierdo rodillazo en el vacío
cabezazo ladeado en el tronco amusgamiento de la oreja guiño del ojo
mientras sobre el suelo, a dos metros y veintidós centímetros al sur de tu
dedo gordo del pie derecho, permanece tendida vientre arriba sobre sus alas,
y lentamente se momifica, una apenas perceptible mosca.
Temible tarde muerto de inanición el loco que mantiene el rumor de las
aguas, del cual oh milagro encargóse una viejecita que enloqueció frente a
su fogón de leña y así las selvas otra vez las selvas para siempre.

Yo, señor, yo soy el loco zamural que sigue los embudos de los zamuros
sobre los animales muertos, se sienta junto a estos y mira tristemente: a lo
lejos los guardias que hacen la recogida en la jaula vacilan y matan a tiros
uno que otro zamuro, nos acercamos, no, carajo, muy hediondo, no nos
acercamos, no, que los olores se nos pegan, los olores, yo, señor, yo capto la
interioridad de los olores y espero la muerte de las cosas para saber su
verdad yo sentado espero la muerte destinada para todas las cosas, que han
sido hechas solo para dejar un olor, que no son más que frascos del perfume
que al fin se liberará entre los aires.

Mañana terrible muerto por picadura de culebra el loco encargado de las


dos horas de luz violeta que siguen a la medianoche. Y así negro sin arco
iris tizne sin llamas firmamentos de betún sin fuego.

Yo soy el loco que siente todo su cuerpo, que siente todo aquello que ha
sido y que va a ser su cuerpo: que en este instante siente brotar las hojas del
maíz que lo alimentará dentro de un año, que en este instante siente
revolverse en las nubes el vapor del gargajo que escupió hace seis meses.
Como una mancha, me extiendo por toda la tierra y toda la tierra se
extiende sobre mí. Como una mancha.

Terror y llanto abrazado al ardiente suelo al morir el loco que hace nacer
los arco iris sobre las semillas que germinan y no ya los campos de cultivo
emplumados de luces no ya los bosques columnatas de espejos.
Yo soy el loco que se cree tú.
Oh resbaladizo deshacerse del mundo oh reconstruirse oh distenderse oh
selvas de animales mansos cuyos huesos duermen bajo tierra oh encendidas
especies oh lucientes fatas morganas oh dueños de las cosas oh patronos de
los existires y los desexistires oh loco dueño de la estrella polar oh loco
dueño de la luz del día oh loco dueño de las coloreadas estrías de las
mejillas de las mujeres no parpadees no parpadees algún día parpadearás no
parpadees.
Oh tú loco encargado del mundo entero tú que pasas esta página no
parpadees no parpadees.
Enterado el Gobernador del Estado de que los locos transportados desde
otro Estado convertían las carreteras en teatro de espectáculos lamentables,
enterado de que viene el autobús de los turistas y se hace necesario tomar
medidas enérgicas, dispone:
Recogidos, planeados, enjaulados, muerto de hambre el primer día el
loco encargado del canto de los huevos de los pajaritos, recogidos,
planeados, enjaulados, muerto de un planazo el loco responsable de los
espejismos que giran dentro de las botellas viejas, recogidos, planeados,
enjaulados, muerto de una mala caída el loco responsable de las libélulas
que llevan el ritmo de la Banda Municipal, recogidos, planeados,
enjaulados, muerto del sofoco el loco encargado de hacer florecer los pinos,
recogidos, planeados, enjaulados, loco abrazado a una perra tiesa entre una
gran mortandad de perros envenenados, recogidos, planeados, enjaulados,
loco enlazado por los guardias con la nariz protegida por pañuelos con
aceite alcanforado entre la gran zamurera que revuelve los olores,
recogidos, planeados, enjaulados, loco que se cree Negro Primero atraído
por las Gloriosas Notas del Himno, recogidos, planeados, atrapados, loco
empeñado en ser intérprete de canciones con la promesa de una
presentación ante las multitudes, recogidos, planeados, loco empatador de
hilos invisibles, loco sin cerebro, loco hallador de grietas, loco
contemplador de mandarinas, loco recogelatas, loco criaperros, loco
espantamoscas, loco zamural, loco que siente todo su cuerpo, loco que se
cree tú, loco encargado del mundo eterno, loco que cambia de forma, de
orquídea a araguato, de araguato a mariposa. Recogidos. Planeados.
Enjaulados.
A empujones nos metieron en la jaula a empujones la jaula nos remolcó
hacia la noche a empujones dábamos los unos contra los otros barba
melenas harapos legañas vergüenzas roturas chichones: luz de carros que
venían en dirección contraria: baches: jau, jau, jau, los olores, los olores,
vengo a decirles que estoy muerto, clocloclo cloclopo, los hilos, padrino,
ahora he enlazado los hilos con una procesión de cuerdos que dicen que
usted también es loco porque solo conoce el mundo que yo le desplico, las
grietas las grietas, bache, siento la tierra y el agua, curva, el agua a donde
vamos, bache, ahora soy caimán, curva, soy alacrán, bache, soy pajarito,
bache, curva, bache, curva.
A las cinco de la mañana dejamos la carretera y entramos en un camino
sin pavimentar, que iba a dar a un río. A las cinco y media nos alinearon
frente al río. A un cuarto para las seis conversaron sobre las medidas
estrictas provocadas por la inminente llegada del autobús de los turistas. A
las seis sacaron la barra de montar el gato de la jaula, y a golpes
comenzaron a matarnos.
Molinete de la barra, golpe, caen por un lado el loco criaperros por el
otro la perra envenenada, molinete de la barra, golpe, caen por un lado un
loco esquelético por el otro media docena de secas mandarinas, molinete de
la barra, golpe, caen por un lado el lazarillo empatador de hilos invisibles,
por el otro el ciego, molinete de la barra, golpe, caen por un lado un loco
amarillento por el otro las tapas de su cráneo vacío, molinete de la barra,
golpe, cae por un lado un loco en actitud de firme por el otro su espada de
madera, molinete de la barra, golpe, cae por un lado un loco palmoteante
por el otro una repentina nube de moscas, molinete de la barra, golpe, caen
por un lado un loco hediondo por el otro un atado de plumas de zamuro que
remolinean en la madrugada, molinete de la barra, golpe, cae un loco
estático con una grieta enorme en la frente, molinete de la barra, golpe, caen
un loco mugriento y por el otro lado una explosión de latas, molinete de la
barra, golpe, caen o una libélula o una cotorra o un rosal o un oso
hormiguero, molinete de la barra, golpe, caen o las gotas de remotas lluvias
o los granos de futuros cereales o el tejido de capullos pasados o el cuerpo
de insectos por venir, molinete de la barra, golpe, caen los torbellinos que
anuncian la salida del sol, molinete de la barra, golpe, caen los remolinos de
burbujas que dan vueltas sobre la cabeza de los niños, molinete de la barra,
golpe, caen las membranas que mantienen separado un lugar de otro lugar y
un instante de otro instante, molinete de la barra, golpe, cae la catarata de
espejos que siempre asciende de los bosques a los cielos.
Molinete de la barra, golpe, explosión, salida de la barra por un lado, del
sargento por el otro, reventados los sesos de un balazo, explosión,
explosión, explosión, el cabo echa mano de la Madsen, explosión, Madsen
y cabo caen al suelo separados, los dos rasos que sacan las pistolas de
reglamento, explosión, explosión, explosión, raso, raso, pistola, pistola,
entonces un gran silencio: desparramados por el suelo quedan: sargento,
barra, cabo, Madsen, raso, pistola, raso, pistola, loco, perra, loco, perola,
loco, mandarinas, loco, espada de madera, loco, moscas. Del monte,
saliendo con cuidado, seis jovencitos tímidos, con barba incipiente,
mandados por una muchacha con cejas de diablo, fusiles listos, venteando.
Voltearon los cuerpos de los locos. Les pusieron las manos en el
corazón. Menearon las cabezas. Al tocar el pecho del lazarillo uno de los
jovencitos retiró la mano de repente. Entre los harapos aparecía un
incipiente seno de niña. Recogieron la Madsen, las pistolas, las municiones.
Incendiaron la jaula. Tiraron al río la barra de gato ensangrentada. Me
hablaron y no pude contestarles. Me pusieron en las manos alimentos que
dejé caer. Se fueron, agazapándose, tímidos, los fusiles listos. Venteando.
Yo esperé todavía mucho rato, antes de echar a correr.
Piso 62

Los sapos tienen pantalones de tubito y camisas de cuadritos o de flores o


de palmeras y pelo engominado y zapatos de dos colores o a veces botas de
policía regalo de la Comandancia y tienen un cinturón de lona verde como
de Guardia Nacional con cartucheras de lona llenas de tiros y unas latas que
pueden ser granadas o bombas lacrimógenas y llevan terciada una ZK y
llevan en el bolsillo de atrás un 38 especial y a veces en el pescuezo una
máscara antigás y a veces un casco y también puede ser que lleven medias a
cuadros verdes y azules y unos llevan peinillas y otros machetes y otros
bayonetas cortesía de la Comandancia y con la fuca en la mano le dicen a
uno

Su cédula
Yo no quise ver su imagen

Después de haber dado en el empeño de conseguir el infierno para librarme


de la persecución de la imagen, de pecado en pecado di en el pecado
inevitable: hacer burla de imágenes o tener intención. Amanecía en un
burdel; en camiseta estaba yo junto a una puta asmática que, sentada,
mirándose en un trozo de espejo, se daba colorete. En la pared, sobre la
cama, descubrí una imagen enmarcada del Doctor Milagroso. Una larga
discusión emprendí acerca de si me habían robado la pajilla, ella que si
usted vino sin sombrero, yo, que si me quejo al Prefecto, ella, que de mí no
abusa nadie, juio, juio, le silbaba el asma, yo, que si a título de
indemnización me llevo la imagen: mis manos se crisparon sobre el marco:
frente a mí la asmática puta sentada en la cama, juio, juio, me vio desgarrar
el forro posterior hasta encontrar la dirección del fabricante: Pele el Ojo a
Quitacalzón 44, Especialidades Litúrgicas. Hacer burla de imágenes. Lento
llanto empezó la puta arreglando jarras y poncheras en el suelo; bajo el
brazo me coloqué el marco con la imagen. O tener intención. A la mañana
agria salí, sin afeitar, al hombro el bastón de estoque, el dedo pulgar cortado
por el vidrio de la imagen, el marco bajo el brazo, y peregriné de botiquín
en botiquín. En el bar La Esperanza en Dios, cuyas puertas se abren sobre
un demasiado difícil de olvidar albañal, encontré a quien buscaba, sentado
en una silla inestable frente a una mesita redonda, al lado de una carretilla,
frente a un vaso vacío. A través del cual me miró.
Lo vi mover su cuerpo, mientras me sentaba a su lado y ordenaba,
mozo, dos berros. Parecía una máquina sin cubierta. Nada tapaba las poleas
los correajes los engranajes las bielas y los pernos de su fea pero exacta
función de movilizar el esqueleto que a su vez movilizaba el nicho de sus
órbitas, desde donde sus ojos me examinaban. Esta mirada encendía el ser
de las cosas ocultas, que brillaban desde su escondite. Me medía, me
contaba. Sentí que apreciaba en su precisa dimensión cada uno de mis
huesos, cada una de las inserciones de mis tendones y mis músculos, cada
una de mis vísceras y de mis actos. Escudriñó las redes de mis nervios y los
manojos de mis arterias, pesó mis tripas, valoró las sombras que definían mi
rostro, resolvió las leyes que determinaban la posición de mi cuerpo y
situaban mi centro de gravedad. Dentro del cono de su visión, me sentí
transportado a galerías cuyos horizontes disparaban puntos de fuga como
radiantes explosiones de saetas y arcadas que se repetían como ecos. Sentí
catalogada la seca contabilidad de mis proporciones y confirmadas en mi
rostro las tablas de Vesalio y de Luca Paccioli. Recopilados los callos de
mis manos y clasificadas las arrugas de mi rostro. Recorrido mi cuerpo por
la infame soberbia de su densidad y su lugar en el espacio y su fealdad y su
peso en la composición y su realidad, que dependía de esta luz, y de este
lugar, y de este instante. Valorado en mi crasa e inevitable verdad por
encima de los aéreos sueños de los cánones y las embanderadas torres de las
preceptivas y de las secciones áureas: roto el plácido cielo de las
Anunciaciones y las poderosas construcciones del espacio por el austero
amor de la presencia del hombre. Destilado como un precioso vehículo el
fluir de mis líquidos y la viscosidad de mis superficies y mis exudaciones.
De entre todos los terrores de la belleza del mundo, me elegían a mí estos
ojos. Me sentí analizado y aceptado hasta en mi cobardía y en mis
excrementos. Con un dedo húmedo e informe como un pene, dibujó mi
caricatura en la humedad de la mesa y yo cerré los ojos para no ver mi cara.
Después, desvié la mirada hacia la carretilla.
“Ando recogiendo centavos” me explicó la cadavera hemorroidal “para
pagar una multa que le pusieron a mi semanario”. La carretilla estaba vacía,
cubierta de una seca piel de herrumbre y argamasa. La coyunda del aro, el
paralelepípedo, el cilindro y los cuernos fijaba como un pisapapel la
duración de aquel instante. Cada masa de hierro de la carretilla se extendía
en una dirección del tiempo desde aquel instante que yo sostenía entre mis
dedos como una migaja. Sentí la impresión de haberme tragado la carretilla
y que esta perforaba mis vísceras. Mis jugos digestivos burbujeaban sobre
su costra y reinventaban las formas de la argamasa que recubría aquel
insecto de hierro, clavado en mitad del instante y en mitad de mi cuerpo –
como un puñal– como un cangrejo. Lancé un centavo a la concavidad de la
carretilla. El sonido del níquel no bastó para organizar el caos, antes bien,
terminó de incomodar el espacio, que estaba como retorcido y desgarrado
por la asesina intrincación del hierro, y abrasado por la lepra del óxido, y
prisionero de la rueda: sentí que el secreto venenoso de la separación de las
cosas estaba a punto de revelárseme: volví a desviar la mirada: comprendí
con terror y con asco lo que significaba ser dueño de una mirada como la de
la cadavera hemorroidal, que contemplaba cada una de las cosas con la
absorta y exacta y minuciosa intensidad con que yo contemplaba mi
obsesión: si el espacio es esférico, aquellos ojos eran el espacio y dentro de
cada uno de ellos existía todo en esa compactación de las formas que se
dará cuando toda convexidad encaje con toda concavidad y las dimensiones
desaparezcan en el punto único de aniquilación de tiempo y espacio: por
esto, me expliqué, la febricitante labor del dibujante que estaba frente a mí
de reducir el vértigo tridimensional a las dos dimensiones del plano: y al
final, esta insensata y aniquiladora máquina de ver, capaz de desplegar los
recovecos del espacio hasta encontrar su resumen en una dimensión: y esa
máquina de ver desdeñaba aquel don capaz de convertir una carretilla en el
fulgor del mal y el nuncio de la integración final: con una dolorosa y
honrada honestidad, hacía caricaturas: registraba cada una de las formas de
la particularidad accidental antes de abismarlas en la sima del punto único y
en la indiferenciada universalidad de un centro en donde ni siquiera existía
la luz: con el líquido derramado en la mesa, su dedo dibujaba peones,
animales, chácharos con fusil y machete, generales robagallinas con pollos
amarrados en la cintura, adulantes de levita, mozas casaderas, sembradíos,
pícaros, la faz del Benemérito transformado en pez inmundo, petimetres,
prisiones que daban a patios circulares, grillos de hierro como los que hasta
meses antes había llevado remachados en los tobillos. “Los grillos le
añaden peso a la opinión de un hombre”, me dijo. “Los grillos son el
consuelo de los que no tenemos prudencia, porque nos enseñan a medir los
pasos”, añadió. “De mis conciudadanos, soy uno de los pocos que no le ha
abierto las piernas al gobierno sino con grillos”, insistió. Agrillaba y
desengrillaba metáforas grillescas, enfundado en el deplorable traje de antes
de la prisión, ensayando su risa seca, sin sonido, mueca que como una araña
crecía por su cara hasta mostrar las disparejas muelas, desnudos huesos que
no eran de la anatomía, cadaverinas abstracciones, cráneos y columnas
vertebrales del muequeo. A sus espaldas, la banda de los chamos
Tutankamen inició los compases de un fox. Nos miraron largamente dos
sujetos mal encarados que estaban en la mesa contigua.
—Mis ángeles de la guardaespalda –dijo la cadavera hemorroidal–. La
Gobernación los ha puesto para que le encuentren el doble sentido a mis
palabras. Cuatro años preso porque alguien pensó que mi caricatura sobre
las esquinas de Muerto a Gobernador quería decir en realidad de
Gobernador a Muerto. Entonces comenzaron los espías a buscar los dobles
sentidos de todo lo que yo había dicho, y las gentes los triples y los
cuádruples sentidos. Allí empezó la vaina de las significaciones, porque
entonces yo no podía dibujar una mocita preñada sin que eso significara el
robo de terrenos del general González, ni podía pintar una beata amorosa
porque eso se volvía el empréstito secreto del Banco Holandés, y no había
forma de recoger de la calle todas las mocitas ni todas las beatas, que se
volvían consignas subversivas, y los sigüises avanzaban al quinto
significado y las gentes al sexto y al séptimo. ¡País gongorino en el que un
perro con sarna, un burro rijoso, la lluvia, los pericos, las mariposas y las
cucarachas por significados pares encarnan símbolos obscenos, y por
significados impares proclamas contra las autoridades! ¡Mundo de alusión!
¡Explosión de cada cosa en los dobles fondos de los significados! Me
soltaron porque comenzó a extenderse el rumor del noveno significado del
gato encerrado y ahora no saben si me encierran por el décimo sentido del
pájaro en mano que vale más que cien volando. La gente me tiene miedo
porque nadie sabe qué puede terminar significando cada palabra que me
dicen o que digo. Salud.
Sin decir una palabra, brindé, puse sobre la mesa el marco, saqué la
imagen del Doctor Milagroso, la empujé hacia él. Estalló la risa silenciosa.
Las muelas cariadas masticaban los despeñaderos de los dobles sentidos
espirales, que crecían como series de Fibonacci entre las sincopadas notas
del fox. Las manos insectoides de la cadavera hemorroidal taparon una
parte de la imagen, la ladearon, me la mostraron. Abrí la boca, dejé caer el
bastón. Las manos ajedrezales invirtieron el papel, destaparon la parte
cubierta, taparon la opuesta. Una erección siniestra me destempló el
espíritu. Sentí que el cuadro se hinchaba como harina con levadura: de los
imprecisos manchones de tinta de imprenta brotaba una generación de
formas solo en ese instante preñadas y paridas por fórceps de hueso:
despiadadamente extraídas como esponjas de la tibieza del mar anónimo de
la imagen y depositadas sobre la tabla del puerto que era aquella mesa,
desgarradas, chorreantes, olorosas a organicidad seminal. Las aborrecibles
crías de la imagen tiritaban y gemían. Las manos sarmentosas doblaban el
retrato, haciendo coincidir el extremo superior derecho con la parte media.
Volqué el berro recién servido, quise barrerme de la frente un sudor frío, no
sé si de alcohol, ayuno o desconsuelo. Las manos aracnoides plegaban el
doblez, haciendo posible el obviamente inevitable matrimonio de una
región clara con una región oscura, construyendo una arquitectura secreta
pero irrefutable. Reí, tosí, me atraganté, temblé como herido por el rayo.
Las manos crustáceas intentaban la matriz de la pajarita de papel, de la cual,
como del esqueleto del erizo, brotaban secciones áureas, bóvedas solemnes,
en cuyas paredes se arracimaban como liendres y gesticulaban como
gárgolas las obscenas figuraciones nacidas de aquella metageometría. Sentí
un amago de vómito. Las manos pulpescas multiplicaban hasta el infinito el
polígono papelesco lleno de pliegues, alas y miembros, cada uno de cuyos
recodos y yuxtaposiciones proponía un espectáculo a la lujuria, a la locura o
al asco. Sentí deseo de una puta, mi estómago saltó. Las manos
vermiformes animaban ahora el armadillo de papel, haciéndolo flexionar
sus patas, colas y alas, y proponiendo en cada movimiento un ritmo
horrible, un balanceo que aun paría nuevos espectáculos y formas. Los
chamos Tutankamen se habían callado, los espías secreteaban. Mozo, otro
berro, dije. Las manos radiculares extrajeron de los bolsillos manchados
una botella de tinta china y una plumilla, retocaron con diligencia
descuidados rincones y partes de la imagen, haciendo, ay, casi obvio el caos
engendrativo que antes habían descubierto las ocultaciones y las
geometrías. Se verá todo también en bajorrelieve, en estatua y en
impersonación, dijo la cadavera hemorroidal, devolviéndome el papel.
Mozo, anótelo en mi cuenta, grité; los espías salieron a la carrera,
obviamente en busca de refuerzos; los chamitos Tutankamen silbaron las
incidencias de mi pleito con el mozo, que intentaba hacer valer el espíritu
del cartel Aquí murió el fiar, y lo ayudó a morir el mal pagar, yo corté la
discusión alegando lo ilustre de mi apellido, me marché dejando cerrarse las
puertas oscilantes sobre sendos retratos del Padre de la Patria y del Doctor
Milagroso que miraban melancólicos el mostrador: al doblar la esquina
divisé una legión de chácharos que allanaba la Papelería La Pajarita de
Papel sin que a su dueño le valiera mostrar los retratos del Benemérito que
presidían su mostrador y su lecho conyugal; apreté el paso frente a una
escuela donde chácharos y maestros de juventudes despanzurraban los
bultitos de los alumnos en busca del séptimo sentido de la Pajarita Cola de
Gallo; tomé el tranvía mientras comenzaba por toda la ciudad la gran ola
pávida durante la cual fueron sospechosos los pliegues de los periódicos, las
arrugas de los pantalones, los dobleces del pañuelo, los dobladillos de los
calzoncillos y los ministros que se plegaban a las órdenes del Único, furor
este que persistió hasta que la cadavera hemorroidal jugó la célebre partida
que dio lugar al inacabable asunto del triple sentido de las piezas del
dominó; en un cruce de esquinas bajé del tranvía y consulté sucesivamente
con un borracho, un limosnero, un leproso y un loco, quienes confundieron
mis señas hasta el punto de que caminé hacia una vitrina llena de
polvorientos objetos y penetré en una precaria tienda con las paredes
encendidas en un rosado bilioso. Sonó una campanilla que me anunció.

La campanilla de la tienda color rosado bilioso hizo moverse, tras el


mostrador, a una anciana de ojos azules como una llamita, que hacía
repiquetear sus agujas de calceta tejiendo una pieza también rosada.
Adelante, me dijo, adelante, qué desea, pero me detuve ante ella, con el
retrato en la mano, porque de repente comprendí que yo mismo no sabía
qué deseaba, y que decir esto era la imposibilidad de las humanas
imposibilidades: como atrapado en culpa escondí a mis espaldas la foja con
el retrato retocado a medida que detallaba las aberrantes presencias de los
mostradores. ¿Qué quiere?, insistió la anciana. ¿Quiere las barajas trucadas,
las serpientes fingidas, las cajas de doble fondo? No. ¿Quiere las cintas con
nudos falsos, los vasos que no pueden contener líquidos, los bastones
plegadizos? No. ¿Quiere los trucos de espejos, las velas que no se apagan,
el fuego que no arde? No. ¿Quiere las alfombras que levitan, las armas que
no hieren, los trajes invisibles? No. ¿Y la sangre simulada? Menos. ¿Y los
alimentos intragables? Tampoco. ¿Y las manchas que se borran? Nunca. ¿Y
los fantasmas de cuerda? Para nada. Pero en esta tienda solo se vende lo
contrario de lo que parece, me dijo. Yo no vengo a vender nada, le repliqué.
¿Y entonces a qué viene?, me preguntó. A regalar, dije, y le tendí la foto
retocada. La viejecita la examinó, y me la devolvió diciendo: Guárdela,
también es lo contrario de lo que parece. Puede producir sorpresas, le
alegué. No me interesa, contestó, yo no prometo milagros, yo los fabrico:
todas las contranaturalidades están ya en esta tienda, etiquetadas y con
precio: la sangre que se torna en vino y el vino que se torna en sangre, la
llaga que no sana y la herida que no duele y el gusano que no roe. ¿Pero,
dónde me encuentro? pregunté. En la Tienda de Trucos. Yo buscaba la de
Especialidades Litúrgicas. En el otro lado de la cuadra queda, pero puede
también llegar por esta puerta a mi espalda, en la trastienda. ¿Y vende usted
mucho? Según las estaciones y las épocas: en ciertos meses vendo falsos
rostros y apariencias equivocadas: disfraces, también alquilo y remiendo:
vendo el trucaje de la resurrección y el de la muerte mentida. Rostros de
animales y garras de fiera para el olvido de lo que somos. Joyas falsas y
piedras sin valor que enceguecen con sus reflejos. Biombos de paneles
infinitos y tiendas que desaparecen, vendo. ¿Y últimamente los negocios
cómo van? Mal, por el arancel; si quiere entrar a la fábrica de
Especialidades Litúrgicas, pase por la trastienda. ¿Y cómo es eso del
arancel? Que casi todos los engaños son importados, y con los derechos de
aduana, se ponen por las nubes. Vea por ejemplo, los cigarros explosivos
resultan prohibitivos y nadie los compra. El vómito artificial es ahora solo
para los acomodados. Si esto sigue así, nos quedaremos sin bombas fétidas.
Lo mismo va a pasar con el polvo picante y los bombones purgantes.
¿Cuesta entonces tanto todo lo falso? Más que lo natural: demasiado
cuestan ahora las llagas fingidas que compraban los pordioseros y los
fabricantes de milagros; las cucarachas de vidrio, ya ni pensarlo; las moscas
de goma, están inasequibles. ¿Y no se produce nada en el país? Sí, esto.
La mano de la vieja descendió hasta la más remota cochambre de los
mostradores. Las agujas de calceta, como antenas de un caracol decrépito,
señalaron unas masas pardas.
—La caca, es lo único que se produce en el país. Es lo único nacional,
la mierda.
La viejita me miró con sus ojos azules, pero yo ya partía hacia la puerta
de la trastienda.
Abrí la puerta de atrás de la tienda de trucos, levanté una cortina negra y
pasé a la trastienda. En un pasillo que convergía hacia un punto de fuga, las
paredes estaban recubiertas de anaqueles repletos de estatuillas que
reproducían la imagen del Doctor Milagroso. En el suelo, hileras de
estatuillas del Doctor Milagroso en formación. En el techo, como hileras de
ahorcados, colgaban filas de estatuillas del Doctor Milagroso en un colosal
monumento a la redundancia –pues cada estatuilla era igual a las otras:
desde el fin del pasillo crecía un cáncer icónico que se reproducía sin
control. La oscuridad me sugirió imágenes de un terror metafísico. Imaginé
un centro desde el cual partían infinitamente hacia todos los puntos del
vacío estatuillas del Doctor Milagroso. En los intersticios entre efigie y
efigie comenzaron a ver mis ojos vibraciones de luz, y, ya perdida toda
prudencia, avancé por el túnel icónico, advirtiendo sutiles perversiones de
mi percepción. En oportunidades creía que caminaba por un largo pasillo
donde estatuillas de igual tamaño se empequeñecían hasta el infinito. En
ocasiones creí en un cuarto pequeño como un escaparate en el cual hileras
de figurillas progresivamente pequeñas fingían una perspectiva inexistente.
Volví la mirada. En el extremo del cuarto, figurillas invertidas me hacían
dudar si el cuarto se había dado vuelta o era yo que caminaba por el techo.
Las sutiles y acaso totalmente azarientas variaciones en el tamaño de las
esfinges de las efigies me hacían totalmente imposible juzgar el tamaño de
la habitación y el mío propio.
Tan pronto creía ver un ejército de soldaditos de plomo, como uno de
estatuas de mi tamaño, como un bosque de seres ciclópeos de la talla del
coloso de Mennón. Parpadeé, tratando de enfocar, y entonces descubrí que
mi ojo izquierdo veía un paisaje totalmente distinto del que veía el derecho.
Sospeché que espejos disimulados en algún sitio de la oscuridad me hacían
ver con un ojo hacia atrás mientras miraba con el otro hacia adelante, de
manera que al moverme no sabía si iba o si venía. O si subía. O si bajaba.
En el techo percibí tragaluces rojos y verdes. Si miraba seguido aquellos
tragaluces, si los miraba todo el tiempo de eternidad que las geometrías
equívocas de aquel cuarto parecían garantizarme, terminaría por no ver
aquellos colores, y al salir tampoco los vería, y por ende tendría un mundo
sin colores y una vida sin acontecimientos. Luz verde y roja resbalaba por
las figurillas de yeso barnizado de aquella cámara oscura: me sentí en una
caverna, en el centro de una cámara fotográfica en donde habían quedado
fósiles de todas las imágenes que ha fijado: esta vez de una única ¡única!
imagen. Pensé en un universo cuyos átomos fueran réplicas de aquella
imagen. En un planeta donde el azar de las infinitas combinaciones de las
estrellas la repitiera en una noche permanente.
Desposeído de mi ser por la casi total oscuridad, aferré el bastón, me
puse bajo el brazo el retrato, comencé a tararear tarará tarará tararí tará la
Marcha a Rákóczi, tarará tarará tarará tará para aferrarme tararí a una
pulsación tarará que me diera solidez. Tararí tarí tará. Con cuidado, sin ver,
un paso avancé. Tararí, tararí, tararí, tará. Y sentí que mi cuerpo tras de mí
dejé. Tararí, tararí, tararí, tará. Palpé sin sentir. Andé sin andar. En incierta
oscuridad. Tararí, tarí, tará. Por pasillos sin forma trastabillé. Palpar quise
mi cara y no la toqué. No hubo sensación Sin orientación. De mi nombre
me olvidé. Tararí, tarí, tará. Como un cuerpo sin cuerpo deambulé.
Persiguiendo paredes que no encontré. Sin andar delante. Sin volver atrás.
En mí mismo me encerré. Tararí, tarí, tará. Atrapado en la sombra empecé a
olvidar. Se borraron los límites de mi ser. En la nada entré. Al vacío pasé.
Sin memoria ni razón. En un límite incierto yo vislumbré. Universos sin
forma que organicé. Geometría sin fin. Dimensión sin son. En sonoro
diapasón. (En encierros sonoros paré y corrí. En rincones mohosos tosí,
escupí. Inventé mi ser. Inventé mi estar. Inventé, creé, creí). Tarará, tará,
tarí.
En la sombra, por fin, pude divisar. Escuadrones de estatuas sin acabar.
Cuerpos sin olor. Rostros sin color. En correcta formación. Animados por
trémulo palpitar. En un orden mecánico y militar. Poses de metal. Muñecos
de sal. Espantoso batallón. Hombrecillos de negro, hongo y bastón. Con
zapatos brillantes, crema y charol. Negro su paltó. Negro el pantalón.
Renegriendo mi obsesión. Tiré con ambas manos de mi bastón. Derribé diez
muñecos de un envión. Los volví a golpear. Los volví a golpear. Hasta
verlos estallar. Continuando, en la sombra siempre había más. Estatuillas
delante, restos detrás. Cuerpos sin acción. Yeso en explosión. Materia sin
expresión. Hasta que por fin la puerta se abrió. La rendija de luz me
tranquilizó. Yo me sacudí. Depuse el bastón. Caminé a encontrar el sol.
Una estrella de silencio abrió en el tumulto de las estatuas despedazadas
la presencia del dueño del negocio, que se asomaba por la puerta. Era
inmenso, casposo, colorado, gordo, ciego. En sus lentes verde botella se
sumían las siniestras formaciones de las estatuillas negras. Su mano
estrujaba un bastón con empuñadura de bronce, estrujaba, estrujaba, como
si sobando quisiera sentir la luz que se acumulaba en la empuñadura.
Apenas una leontina de oro denunciaba una prosperidad reciente en el traje
negro lleno de bolsas, de brillantes y de arrugas. Levanté mi bastón. Le
expliqué que me había defendido. La tiniebla me había hecho creer que un
gigante negro estaba a punto de darme un bastonazo y que a este otro
gigante iba a darle otro bastonazo, y así sucesivamente. Pero también,
añadí, que cada gigante estaba formado de ínfimos gigantes que daban
bastonazos a mínimos gigantes cada uno de los cuales daba bastonazos a
infinitesimales gigantes y así hasta el infinito.
—No importa –dijo al fin–, eran estatuas demasiado perfectas, no
sirven. No le gustan al público. Las íbamos a moler para hacer con el yeso
otras más imperfectas.
Con un gesto, el enorme ciego me invitó a pasar a su despacho en el
negocio de Especialidades Litúrgicas. Una puerta lateral me permitió ver un
instante una vetusta sala llena de obreras ciegas y tullidas que trabajaban
retocando imágenes del Doctor Milagroso. Siéntese, me dijo. Conocí
personalmente al Doctor, le dije, desplomándome en un butacón
desvencijado. Honrado estoy en conocer a quien personalmente pudo ver al
Doctor, me dijo. Advertí en ese instante que los temblorosos labios del
ciego cloqueaban. Uno, dos, uno, dos, uno, dos, uno, dos. Al ritmo de los
movimientos de las obreras ciegas que elaboraban las efigies. Al ritmo de
avance de la cadena de las figuritas vestidas de negro. Y cómo es que se ha
dedicado al negocio de las efigies, le pregunté. Esperando el favor de que
me sea dada la luz, me contestó. Qué espera de la luz. Un, dos, tres, un, dos,
tres, un dos tres, un. Ver la imagen del Doctor. Un, dos, dos, un, dos, tres.
Usted, que no ve, entonces, es el que hace que todos la vean. El destino de
tantos, me respondió. Una grita en el aposento contiguo nos cortó la
conversación: una obrera ciega embarazada se tiraba de las greñas con una
obrera ciega que daba de mamar a un niño ciego, gordo, colorado. El dueño
del negocio alzó el bastón, pateó el suelo, nueva estrella de silencio
extendió sus puntas por el local, apenas el plic plic plic de los vidrios en las
efigies enmarcadas que se apilaban como naipes, apenas el chaf chaf chaf
del yeso cayendo en los moldes medía el tiempo espeso de la cueva de las
imágenes.
Obra de caridad que hago, y que sin embargo me expone a la
malignidad de las opiniones, se quejó el ciego, acezante. Mujeres a quienes
proveo de techo y sustento y que en las noches encierro para librarlas de las
tentaciones del mundo. No sé qué manos abusan de esta inocencia.
Nuevo tumulto, nueva patada, nuevo silencio. Las manos desmigajantes
palpan temblorosamente formas en el vacío. Usted, le dije, que fabrica
imágenes visibles, no ha pensado en las imágenes táctiles. Quién sabe, me
contestó. En las imágenes olfativas. Quién sabe. En las imágenes sonoras.
Quién sabe. En las imágenes gustativas. Quién sabe, repitió, mientras, en
ese instante, meditaba yo cuán exiguo mi infierno, cuán liviana mi carga.
Enceguecer me bastaría para salvarme. No tendría que oír una voz, palpar
un cuerpo aporreado, paladear un ácido sudor y una sangre secreta, oler un
discreto vaho a recetas de bicarbonato y nuez de cola. Suspiré.
Poseo, le dije al enorme ciego, la más nítida, la más real, la última de las
imágenes del Doctor. Coloqué sobre la mesa el papel. Un estrépito de
vidrios rotos en el cuarto contiguo provocó nuevas patadas del dueño,
nuevo silencio. Se disputan los niños, me explicó, discuten sobre las
facciones que les palpan, añadió, mientras se apoderaba del papel con la
imagen con sus manos temblorosas, sobantes. Este es el retrato más real, el
que tiene los mejores retoques, articulé ansiosamente, al ver que yemas
ávidas palpaban los diestros sombreados de la tinta china, y sentí el terror
de que aun para esas manos, para esa mente no acostumbrada a pensar en
imágenes, pudiera hacerse obvia la floración de estructuras obscenas que
nacían del ícono. Nuevo estrépito, nuevos chillidos en la trastienda.
Cachondas, putas, gritó el ciego, sin despegar las yemas de los dedos del
papel, ensalivándolo con la gotitas que salían de sus labios de cobayo.
Temblorosas las yemas, temblorosos los labios, tembloroso el cuerpo, frente
a mí que, en ese instante, tembloroso también, adivinaba el desarrollo
ulterior y final de los pliegues de la pajarita de sombreado papel que, como
una noche, como un murciélago astral, comenzaba a cernirse sobre mi
cabeza: cuando se hicieran evidentes los significados ocultos de la imagen
retocada, no sería la obscenidad la que permearía la imagen, sino la imagen
la que permearía la obscenidad: en cada gesto inmostrable: en cada secreta
parte, viviría desde entonces y para siempre, para las gentes, para mí, la
cara que yo no había querido ver, la cara indestructible: capturado en esta
red estaría ahora mi placer: teñida ahora de mi obsesión la más inédita y
complicada ceremonia que ensayara en el lecho, la más propia y privada
suculencia o depravación de los órganos recorrida por los fríos hilos de mi
recuerdo: la más olvidada de sí corporeidad y fiesta de las vísceras y
suciedad y dicha carnal, entretejida con la imagen: el más viscoso y elusivo
infierno amarrado en el entrecruzamiento serpenteante de las carnes. ¡Para
siempre marcado! ¡Para siempre y por culpa mía fosforecido! En la vidriosa
luz de la imagen. Hice un ademán, pensé arrebatar la imagen de las manos
sobantes, pensé hundir con el bastón la colorada frente del dueño, trizar sus
lentes de fondo de botella: Desde ellos me miraron, centuplicadas, las
reflexiones infinitas de las figuritas expuestas en la tienda: las manos
sobantes se cerraron sobre el papel, una nueva grita de obreras y de niños
ciegos berreantes apenas me dejó oír las palabras: La emplearé, el impresor
me pide un original con un buen retoque. La verá en todas partes.
Entre el momento en que sus manos levantaron el papel y el momento
en que lo guardaron en la gaveta, escuché el caer de la noche.
Piso 63

Cruz, dame luz. Cruz, dame luz. Cruz, dame luz.


Y sales con el as de oro y el dos de espadas, sufrir para lograr.
Barajo, pensó Moncho.
Sota de espadas, una mujer buena, celosa o con mala lengua.
A Doña Zoraida la vuelvo a mandar para Suiza para que deje esa juntilla
con la esposa del Ministro.
El rey de oros, el tres de bastos y el rey de copas, pena de un amigo por
otro amigo.
Un amigo, pensó Moncho. Y se perdió en largas dudas.
Cuatro de espadas, acerbo, duro, difícil, implacable, duradero,
sufrimiento, guerra, honor de la guerra, heridas por arma blanca.
La neblina llegaba desde la esquina y por allí corrían los transeúntes
tosiendo. El cincuentón dueño de EL PUNTO JUSTO bajó la cortina de
hierro sobre la vitrina donde los atractivos paltoses, las camisas audaces, las
corbatas multicolores y las yuntas de fantasía. Sonaba un pitar de bocinas
cuando por la tranca los motociclistas trataban de devolverse por las aceras
y una negra cargada de paquetes se alzó de puntillas para ver mejor,
mientras a ella la miraba el chino que vendía dátiles en la frutería. Cruzaban
muchachas con libros apretados contra el pecho, mirando hacia atrás,
apresurándose y restregándose los ojos. Antes de que la neblina llegara al
semáforo, sonaron otras dos explosiones apagadas, y después cinco tiros
secos, lejanos.
El dos de oro, recibo, pleito, cobranza, interés, caudal, letra de cambio,
papel moneda, dinero, negocio, avaricia.
Yo no me conformo con menos del veinte por ciento, dijo Moncho.
El nueve de copas, amor inocente, cariño filial o maternal,
pensamientos buenos y tranquilos.
Rubén mira desde lejos las edificaciones del hospital forzando la vista
para distinguir algo por las ventanas, y camina y se fija en el policía de
guardia y se bebe una chicha y vuelve a la esquina y no sabe dónde
apoyarse y entonces se le aparece Bubu detrás de una señora gorda que
arrastra un muchachito que llora: Llave, le dice Bubu, subo hasta el
Servicio donde me dijiste y en el pasillo en un banco de hierro veo un tipo
con cara de sapo que a distancia se olía que era sapo y se le notaba el bulto
de la fuca, y la recepcionista que me dice, qué se le ofrece, y entonces me
hago el pendejo y le pregunto, aquí no es Neumonología, y ella, no,
Neumonología es dos pisos más abajo, y entonces el sapo bajó la Sexología
que estaba leyendo, y se me quedó mirando mientras yo esperaba en el
ascensor, con ganas de irme corriendo de una vez por la escalera. Rubén yo
te lo dije, estás fichado, Rubén, Rubén te están esperando. No les vayas a
dar ese gusto, Rubén.
Bubu le pone una mano en el hombro y Rubén vuelve a mirar hacia el
hospital.
As de espadas y seis de copas, muerte de un conocido.
—A mí me mandaron, a encargar una misa.
—Sí, pero me tiene que decir qué tipo de misa. ¿Será rezada?
—No sé. Creo.
—Porque mire, si es rezada le vale diez. Armonizada es cuarenta y
cinco. Con tres sacerdotes le cuesta cien. Y si usted quiere catafalco,
entonces con catafalco es ciento cuarenta.
—Será de a cien. De a cien creo que estará bien. Creo.
—¿Va a pagar en efectivo?
—Sí. Me dieron.
—¿Qué día?
—El veintiuno.
—¿En la mañana o en la tarde?
El chofer se llevó la mano derecha a la frente y puso los ojos en blanco,
tratando de recordar.
—Pues... mire que ahí sí no me dijeron. Sí, en la tarde creo que estará
bien. Será en la tarde, me imagino.
—En la tarde están copadas. Será en la mañana, siete y media.
—Bueno, en la mañana. Si en la tarde están copadas, estará bien.
—Nombre completo del difunto.
El chofer se tanteó en los bolsillos de los pantalones y del paltó. Al fin,
en la camisa, junto al bolígrafo, encontró un papelito, que comenzó a
desdoblar.
El cuatro de oros, empresa, negocio, intención, requerimiento,
efectuación, proposición.
La señora con la barriga se paró frente a la vitrina descansando, primero
en un pie, luego en el otro, para aliviarse el cansancio de las várices. En la
vitrina, en cartón, LIQUIDACIÓN, y más arriba, con llamas pintadas,
QUEMAZÓN, y más abajo VENTA ESPECIAL. La señora contempló
cajones de pantaletas rosadas, amarillas y azules bebé con precios de
ANTES cruzados con equis y rótulos de APROVECHE. Los maniquíes con
pelucas color remolacha miraban con ojos azules al techo donde colgaban
pantalones rojos. Pase adelante, le dijo un dependiente de pantalón marrón
y camisa blanca con corbata, pase adelante, y se la quedó mirando. No,
gracias, dijo la señora.
Al irse, su mirada se encontró con la de la cajera, sentada como detrás
de un altar, entre ristras de baratijas, destacada en silueta contra las
claridades de espejos por donde pasaban deformándose los reflejos de las
gentes.
El seis de oros, bolsa, bolsillo, abogado, cobranza, jugada, firmas,
satisfacción de dinero, buen agüero.
El declarante levantó la vista hacia el escribiente, y lo observó: 1) dejar
de teclear con dos dedos en la máquina del tribunal; 2) voltearse en la silla
giratoria; 3) atisbar a izquierda y derecha; 4) acercarle la cara,
confidencialmente; 5); poner la boca como una trompita, sin decir nada; 6)
con la mano, casi escondida cerca de la gaveta, frotarse el índice con el
pulgar.
El seis de bastos, viaje, embarcación, locomoción, caballería,
empujamiento, viento, señalamiento.
El chamo corre en dirección contraria al tráfico y entonces se oye epa,
eje, cógelo, y el chamo corre más rápido y se le vuelan los faldones de la
guayabera mientras todo el mundo se voltea, un señor que se bajaba de un
carro libre le atraviesa un pie como si hiciera un saque de fútbol y el chamo
tropieza pero no se cae y se encuentra frente a un fiscal de tránsito que
voltea para verlo pasar y se queda parado entre el gentío que lo pita y dice
habráse visto, el chamo dobla la esquina agarrándose del carrito del
vendedor de raspado y corre todavía esquivando al vendedor de periódicos
y al vendedor de llaveros y al cobrador, y después el chamo trata de caminar
normal, respirando fuerte, mirando para atrás de cuando en cuando y
metiéndose entre los grupos de gente, y después vuelve a agachar la cabeza
y trota hasta la otra esquina, tocándose la cartera de mujer disimulada entre
el ombligo y la guayabera.
El tres de oros al revés, camino expedito, indeterminación, falso interés,
afán de lucro, sagacidad, falso amor de patria, fiada voluntad, ruina,
perdición.
Los terrenos son estos, usted se fija, ejidos comprados a real el metro al
municipio. Pero con una buena influencia se hace que las autoridades le
pongan los servicios básicos, usted ve, vías, luz, acueducto, y además que le
cambie esa zonificación de zona industrial que nos tiene atadas las manos, y
permita vivienda multifamiliar, usted imagínese, el alza del valor es del
novecientos por ciento y con la deforestación de las montañas se termina de
redondear el área, ah, y primero y principal, los damnificados, que como yo
sé y usted sabe se han enamorado de la zona, y hacen ranchos, para que
funcione el negocio es necesario un desalojo, reubicación la llaman, de esa
gente a unos galpones, y bueno, de eso usted es el que sabe, entendido que
todos los gastos son de las autoridades, y entonces queda disponible el
porcentaje.
El as de bastos, firmeza, desenfreno, dureza, maltrato.
Dentro del galpón del campamento antiguerrillero tres hombres vestidos
de verde perico empujan a un hombre desnudo que rebota de uno a otro de
los hombres vestidos de verde perico que golpean al hombre desnudo que
cae entre las botas de los hombres vestidos de verde perico que patean al
hombre desnudo que choca con las piernas de los hombres vestidos de
verde perico que clavan astillas encendidas en las espaldas del hombre
desnudo que se retuerce entre los brazos de los hombres vestidos de verde
perico que sujetan al hombre desnudo mientras los hombres vestidos de
verde perico colocan una plancha al rojo vivo en las nalgas del hombre
desnudo que grita entre los hombres vestidos de verde perico que tapan la
boca del hombre desnudo que cae entre las botas de los hombres color
verde perico que patean al hombre desnudo que rebota entre las botas de los
hombres vestidos de verde perico.
El tres de copas, embarazo, obstáculo, importunidad, valla,
interrupción, entorpecimiento, dilación, inseguridad, defecto.
La mujer gorda es de mediana edad, viste un traje de falda larga, gris,
zapatos negros, medias de nylon con una corredura, cartera de plástico con
el broche oxidado: en el cuello, una cadenita que sostiene un crucifijo
pequeño sobre el escote: en la cabeza, una peineta de imitación carey reúne
los cabellos –grises– en la nuca: el borde del vestido está desteñido: la
mujer tiene arrugas: sobre sus manos están distribuidas pardas pecas que
llegan hasta los dedos abultados, en uno de los cuales brilla un anillo que
refleja en una distorsión cobriza el ambiente: una oficina gris en donde hay
un escritorio gris, dos archivos grises, cuatro sillas grises que la mujer no ha
querido usar, teléfonos grises y una ventana gris con cristales esmerilados al
lado de la cual está un escudo nacional con un caballo grisáceo, encima de
una pistola gris colgada de un correaje que pende de una silla giratoria en
donde está sentado un hombre mayor, con zapatos de patente, medias
transparentes, pantalones de casimir color castaño con rayas rosas y con dos
de los botones de la bragueta desabrochados: en la pretina, un llavero
oxidado: la camisa blanca con tres bolígrafos en el bolsillo, el uno azul, el
otro rojo, el otro negro: manchas de sudor en los sobacos: un reloj dorado
en la muñeca izquierda: en la cadena del reloj un escudo nacional dorado
con un caballo dorado que se refleja en los anillos dorados: en la mano
derecha un lápiz, que subraya el nombre del ejemplar Centella en una
revista hípica, y que después humedece en la boca de labios agrietados que
en ese preciso instante se abre para contestar, mientras la mano con el lápiz
hace un signo indefinido hacia los montones de expedientes que se
confunden bajo los vasitos de café con leche y las cajetillas de cigarros:
—¿Su hijo, señora? Quién sabe.
El nueve de bastos, prosperidad, buen porvenir, buen éxito, buen
camino, buen acierto y buen criterio.
—Ochenta años tendría mi padre, y veintisiete en el país, si hubiera
vivido. Él me decía, hijo, el juego destruye al hombre. Mire, yo hubiera
podido... No como ahora, que soy un comemierda. El ocho de enero del
treinta y ocho murió, número bonito, yo siempre lo tuve en cuenta, y ayer
sale el ocho mil trescientos dieciocho, que es el número al revés, y mire lo
que son las cosas, se me había pasado por alto jugarlo. Esta chaqueta le
queda perfecta, caballero. Mírese al espejo.
El ocho de oros, suerte, o porvenir, ganancias, poder, grandeza.
—El deseo de la Vibromatic de instalar una planta de ensamblaje en el
país para no depender más de aranceles de importación prohibitivos. ¿Se
fijan? Entonces, nuestras aspiraciones son: a) que el crédito para instalar la
planta nos lo proporcione el gobierno conforme a su plan de intereses
reducidos; b) exoneración aduanal para las maquinarias, equipos y materia
prima necesarios para la producción; c) otorgamiento de los desgravámenes,
privilegios y exoneraciones detallados en el anexo sobre estímulos fiscales;
d) retiro de las licencias de importación hasta ahora concedidas a la
competencia; e) garantía de la exclusividad del mercado; f) las autoridades
interpondrán sus buenos oficios en todos los trámites, licencias, diligencias
y/o solicitudes ante los poderes públicos que conciernan al objeto del
negocio; g) los desacuerdos quedarán sometidos a arbitraje; h) en materia
de porcentajes regirán las mismas condiciones y tarifas del acuerdo con
motivo de la instalación de nuestra filial Sterlingmatic, ya en operación.
En el papelito que le pasaron al orador decía, escrito con uno de los
afilados lápices que estaban junto a las libretas: Por adelantado.
Caballo de espadas.
Caballo de espadas y caballo de copas y caballo de oros y caballo de
bastos, y, en el centro de la cruz, otra vez caballo de espadas, que delata la
trampa de la baraja.
Lo clavaron sobre ella, de una puñalada.
El as de copas, convite, pasión, amor, encanto, dulzura, embriaguez,
deleite, clausura.
—El Benemérito –dijo Valezón, pidiendo el aperitivo– consiguió
engañar a todo el mundo. Porque, vamos a ver, si fuera verdad esa historia
de campesino palurdo, de iletrado, de semental, ¿a cuenta de qué se viene
detrás de don Cipriano, orador pico de plata, valseador, poeta a escondidas
y pipí de oro? ¿Y por qué tumba al compadre cuando este se deja enamorar
por los centrales? ¿Y de dónde esa manía de colgar a los enemigos por las
bolas? ¿Y de dónde esa locura de usar guantes y hacerse retratar en
uniformes a lo Luis de Baviera? ¿Y cómo encajan los obsequios de
bandejas de morocotas a la Pavlova? ¿Y a santo de qué esos gabinetes que
parecían unas tertulias literarias? ¿Por cuál motivo el historiador Gil Fortoul
Presidente Provisional y Manuel Díaz Rodríguez ministro y Pedro Emilio
Coll ministro y Lecuna y Arcaya y Vallenilla válidos y Rómulo Gallegos
senador por Apure y Teresa de la Parra protegida? ¿Y con qué excusa esa
mosconeadera de José Santos Chocano y Nemesio García Naranjo y
Eduardo Zamacois y Villaespesa que soneto que firmaban era un vale
contra el tesoro? ¿Y las invitaciones a almorzar que rechazó Cunninghane
Graham? ¿Y el dineral para traer a Gardel a que cantara el tango más cursi
del mundo? ¿Y el teatro privado que se hace construir en la Isla del Burro
para asistir a las representaciones sin que nadie pudiera verlo? ¿Y la fama
de que nunca amaneció con las mujeres con quienes se acostaba? ¿Y el
suspiro que se le escapa cuando ve bajarse a Lindberg del aeroplano: “Me
gusta ese hombre”? ¿Y la ocurrencia de hacer acostarse a todo su séquito en
la llanura para ver las salidas de la luna? Mire, yo al Benemérito lo vi una
vez en Maracay y lo calé completico, y después me lo confirmó todo Pedro
Emilio Coll cuando le compuse un diente roto que era igualito al que le
acomodé a Pacheco, ese embajador de Portugal tan talentoso que vino con
Fradique Méndez. El Benemérito se dio cuenta de que en este país no le
obedecen sino al que tiene cara de bruto, por eso vivía escondido en
Maracay, trasnochaba hasta la hora del ordeño y entonces se iba a dormir,
porque él decía que no quería ser como esos doctores de Caracas, que
madrugan para estar cometiendo pendejadas desde las siete de la mañana.
¿Y en qué gastaba esos trasnochos el Benemérito? En envenenarse con las
cadencias de la prosa modernista y en redactar sonetos más cursis que una
conserje enamorada, porque –no repitan esta vaina, que es muy seria– el
Benemérito la había cogido por creerse orfebre pero lo mataban el silabeo
de los alejandrinos y la mala ortografía, y la certidumbre de que su fama de
bruto era el cimiento de su poder. Por eso este país parecía una Academia,
con los estilistas en el Servicio Exterior y los naturalistas presos en La
Rotunda. Por eso cuando entre el padre Borges y Andrés Rata convencen al
Benemérito para que publique un soneto con seudónimo, el Jobo, Leo y el
Diablo que lo critican en la Clínica de los Versos de Fantoches acaban con
grillos sesentones en los tobillos. Despecho de poeta es peor que lengua de
machorra. Cuando el Benemérito supo que no podía publicar más, empezó a
morirse. Con la decadencia de la prosa modernista se le trancó la uretra, y
cuando desaparecieron los cisnes y las huríes y las góndolas ya no pudo
mear más y expiró encomendándole a Eloy que destruyera su tesoro.
Ustedes saben, el bendido tesoro por el que torturaron a Eloy pensando que
los iba a conducir hasta una cueva llena de morocotas, y nadie quería creer
que era esa caja vieja donde estaba entre bolas de naftalina el tutú de la
Pavlova que el Benemérito acariciaba las noches de luna a los compases de
una ortofónica que tocaba La muerte de Amor.
La lengua de Valezón tanteó el borde de la copa, y descendió, turgente,
hasta el rojo del aperitivio.
El reloj de la Catedral hizo: ¡lan!
El cuatro de bastos: fin, sello, cumplimiento, constancia, oportunidad,
hombría.
Con el gringo hay cuatro adentro, le dijo Bubu a Rubén. Entonces
Ceballos dobló la esquina manejando la camioneta y se estacionó frente a la
casa de al lado. Ceballos tenía cara de repartidor o de cobrador, al verlo
nadie sospechaba nada. Rafael se bajó y caminó hacia la esquina de abajo y
Camila se bajó hacia la esquina de arriba. Entonces Rubén hizo la señal y
comenzó a caminar hacia la quinta tratando de no apresurarse, pero los
últimos pasos los dio con el corazón golpeando, y casi corriendo, tocando la
cacha de la pistola.
El cinco de bastos, al revés, no llegará, perdido, perdida, equivocación,
incertidumbre, ignorancia, ceguera, no puede ser, no hay remedio.
Los semáforos cambian pero el tráfico no avanza porque el Dodge verde
le pegó por detrás al Impala rojo y blanco y le quebró el faro y le rayó el
parafango y los choferes se bajan y se agachan y miran el choque y se miran
después haciendo gestos. Un mosca se para y enneutra la moto y pone un
pie en tierra y se alza el visor del casco y mira hacia atrás, donde el Cadillac
negro paralizado por el tráfico hace sonar la sirena.
Los semáforos vuelven a cambiar.
El rey de espadas, el tres de espadas, el caballo de oros, regreso de un
justiciero que efectuará requisitorias contra un hombre rico.
—Alguno de los güevones que cambió prisión por exilio –piensa
Moncho.
El siete de espadas, porvenir, largos sufrimientos, dolores inmensos,
tremenda agonía.
—Las ondas están muy mezcladas hoy –explica Fataya, recogiendo
apresuradamente las cartas mientras para distraer a Moncho le cuenta un
sueño que había tenido: un cometa que pasaba por los cielos y hacía crecer
cadillos en todas partes, y un río que llevaba aguas de todos los colores, y
un turpial que la miraba desde lejos, sin nunca acercársele, apareciéndose
en matas de guayaba, en limoneros, en cundeamores. Fataya se había visto
niña, deshacía con un palito los hormigueros. Mientras Fataya recuerda el
sueño, cae al suelo el
Seis de espadas: sí, pensad, de improviso, al acaso, pronto, al momento,
y a veces dolor y disgusto causado por noticias recibidas.
Bajo el sol a plomo y la luz de cal, entre aplausos que resuenan como
tableteos de cañas secas movidas por el viento que hace ondular el aire,
Moncho avanza lentamente hacia la plataforma donde debe decir el
discurso de la inauguración del monumento.
250 kph: Alfiero entra en la ciudad: acelera la moto: la cabeza le pesa,
como una gran, acaso demasiado sensible máquina de percibir: cabeza con
grandes ojos de mosca avizorando: capa tras capa de ruido parte del motor:
superponiéndose y mezclándose con el ruido de otros motores: como una
fritura: y a su vez estos ruidos imbricándose con las voces: y las cornetas de
las radios: y el chirrido de las agujas rascando las vísceras de plástico de los
discos: y las limaduras de hierro de las cintas: golpe, tambor: puñetazo: y el
ruido del motor doblándose: crispación: y las sirenas: trémolo: y la estática
superponiéndose a la estática superponiéndose la estática: y al ruido de lo
sorbido: lo expulsado: lo gargaritado: y al yunque de los corazones: ondas
de ruido mezclándose con ondas de ruido en capas u oleadas o cobijas o
marejadas: y no perdiéndose ninguna palabra: ningún chasquido: ningún
tintineo: ninguna ruptura: todo en el sonoro gongo timpánico: explosión:
vibración: difusión: nieblas de sonido hacia la condensación total: como si
en el aire surgieran sonidos petrificados: objetos disonantes:
contradictorios: rotundos: entre ellos Alfiero, bañándose como en una lluvia
caudal: acelera.
Murió mi madre, yo estaba ausente

Ahora viene usted comadre Paulina con su rosario y en un nomás mirarla en


la puerta de la sala se me viene el corazón a los pies según usted se frunce
según moquea según me baila alrededor de la cama con su no es nada no es
nada el médico dice que no es nada y entonces me hace pucheros y me trae
las estampitas y me sacude esa pañoleta negra y me mira con esas ansias
que me disgustan porque las demás enfermas de la sala tienen que ver lo
sentida que usted está comadre Paulina que me reza que me prende velas
que me trae la oración del buen fin que me dice no es nada y al fin me
arrecho yo comadre Paulina porque yo me arrecho de niñita me ponen un
lazo en la cabeza y me dicen espera novio de grande me ponen un anillo en
el dedo y me dicen espera hijo ahora me ponen esta bata y me dicen espera
resultados y muérete como una pendeja pero usted ha visto comadre Paulina
yo que he podido casarme con aquel agrimensor que se murió en la
carretera que hacían hacia el pueblo o con aquel señor tan distinguido yo
que me tuve que calar los malos tiempos guardando las apariencias
haciendo dulces cocinando hallacas que nadie las quería poniendo
inyecciones cuidando enfermos cosiendo trajes yo que he podido convencer
a Rubén Rubén estudia Rubén sé un hombre de provecho yo que siempre he
estado donde me han dicho y he hecho lo que me han exigido, ah no,
también ahora morirme como que no sé y soportarle a usted su bailadera
como si no supiera que usted sabe, entre usted que se estruja la nariz y el
policía secreto que espera en el pasillo a que Rubén asome y el doctor César
que espera en historias viendo placas y Dios que él a veces viene pero pasa
por otro piso repartiendo cotufas y estampitas y nunca trae el ramo de
cardosanto que le pido de los que crecían en San Miguel en las ruinas de la
iglesia, y esperan que una también como una pendeja se haga la loca y
aguante y no mire y no sienta y no diga con este dolor que viene en las
tardes a comerme que es así de malo comadre un dolor que es como un
color morado que se mete conmigo y me va arrancando pedazos porque en
última instancia yo lo que he dado es pedazos para Álvaro que se dejó
meter preso y para Rubén que quién sabe si existe y para mamá que me dijo
mijita resígnese y para los González que se quedaron con las tierras de la
familia y para usted que se quedó con mis últimos momentos bailando así
comadre llorando úúúúú desde esa entrada de la sala úúúú y poniéndome
cruces de palma y agua bendita y retratos del Doctor Milagroso y yo que
debo cruzar las manos y poner los ojos en blanco y decir que estoy
mejorcita con el tratamiento y muy agradecida con el cupo de la cama que
fue tan difícil, pues no comadre, jodida es lo que estoy y ya no hay remedio
no quiero que me vengan con cuentos, mucho peor si me dicen que me
mejoro ahora que se me va el mundo y más que pésimo si usted me dice
que no es nada ahora que este frío me entume y peor que peor si me quieren
convencer de que ahora es que duro porque yo lo que hago es que me
levanto de esta cama a ver dónde se quedó mi vida a ver si se quedó en los
quirófanos o en los depósitos de lencería o allá en el patio de la casa en San
Miguel en el rincón en el matorral donde las gallinas ponían los huevos y
había esas matas de nomeolvides y de azahares que eran como una mala
yerba pero daban unas cuantas florecitas que quisiera tener en este instante
por si me visita mi novio Álvaro Luque pero ahora me acuerdo que Álvaro
está muerto y en lugar de jardín están estas cocinas del hospital donde
sirven en bandejas de peltre que me dan tanto asco porque lo cocinan todo
sin sal, porque la vida es una cocina y es bueno cerrar la puerta que nos
separa de tanto gorgoteo de ollas y olor a aliños y pollos desplumados, y es
bueno que tenga un fin, para ese fin tengo que volver a la sala, pero ahora
regreso y encuentro que cambian la sábana, que botan las cruces de palma y
las estampitas que caen en tobos llenos de orín desabrido, que todo pasó sin
que yo estuviera presente y que mi cuerpo se lo llevan en uno de los
ascensores envuelto en una sábana verde sobre una camilla empujada por
un ayudante que canturrea:

Niña que bordas la blanca tela


niña que tejes en tu telar
bórdame un mapa de Venezuela
y un pañuelito para llorar.
Espejos entre las llamas siembran soles

Pesadamente ascendió el sol sobre los inmóviles cuerpos –el viento movía
sus cabellos–, pesadamente ascendió el humo de la camioneta incendiada,
pesadamente asumí mi destino: en algún sitio del mundo tocar
humildemente una piedra, como quien toca una de estas pesadas cabezas
con pringue de sangre que no se coagula, corre manchando, manchando
corre.
Los zapatos del loco eucarístico los pantalones del loco hallador de
grietas el podrido cinturón del loco Negro Primero la sudada camisa del
loco perolas el deshilachado paltó del loco hallador de grietas la camiseta
del loco de los perros el pañuelo ascovómito del loco zamuriento el
sombrero del loco sin cerebro, viviente recuerdo y olvido quería ser de
ellos, de los guardias nada toqué, besé el hocico de la remuerta perra del
loco perruno, eché a correr, durante horas corrí, el sol se alzó y yo caí entre
unos matorrales, y en ese momento, desde el naciente abejeó el primer
helicóptero.
Uno: dos: tres: cuatro: cinco: seis: siete: ocho: nueve: diez. El zumbido
de los motores penetró el suelo, penetró los árboles, penetró los animales,
penetró mis ojos penetró las hojas penetró las flores penetró las hormigas
penetró las mariposas penetró las arañas penetró las raíces penetró los
mosquitos penetró mis oídos penetró la chasqueante estampida de los
venados que chocaban contra mí saltaban, me miraban, temblorosas patas,
babeantes bocas, de repente, el mundo se hizo todo rosado.
¡Centellear del rosado en los ojos de los animales! Trepidante tromba
traspasó trizándome. Chicharras, orugas, bachacos, pelusas, polvo. Una
serpiente asomó sus ojitos, como diciendo permiso, permiso. Sacalengua
sigueondula, permiso. Una gran serpiente bañada en luz. Sacalengua,
sigueondula, ojostristes. Toda ella ardía, se arrastraba arduamente ardiendo,
ardía.
Huyendo de la hondonada en la cual fluctuaba la culebra vestida de
fuego, subí por una colina, entré en un reseco sembrado jau de maíz jau jau
corriendo jau jau jau, vi una choza jau jau jau amenacé a los perros jau jau
jau jaraujau, en eso un niño que estaba en la cima mirando los helicópteros
volteó, me miró un instante: luego su rostro se iluminó, se iluminó la choza,
se iluminaron los perros. Un niño de blanco fósforo me hizo un gesto con su
fogueante mano. A mi alrededor, saltaban y ladraban en espiral los perros,
envueltos en llamas.
Hipnotizado por la lenta luminosa llama del niño que se desleía en la
erupción anaranjada de la choza, adopté el ritmo respiratorio del
comefuegos, apronté el cuerpo en la posición elusiva del escupellamas.
¡Lamientes perros llameantes! Entre los fogajes, follajes: vaharadas: breñas
en brasas. En mi cuerpo se encendieron los pantalones del loco hallador de
grietas, el cinturón del loco Negro Primero, la camiseta del loco de los
perros la camisa del loco perolas el pañuelo ascovómito del loco zamuriento
el sombrero del loco sin cerebro. ¡Mariposearon! ¡Estallaron!
Abandonándome.
El niño en llamas lentamente me daba la espalda y se alejaba flotando
ilusoriamente en la hondonada entre trombas azufradas, azules, verdosas.
Entonces sentí, sobre mi hombro izquierdo el rumor del segundo
helicóptero.
La tierra se volvió boca abajo y las cosas no supieron hacia dónde caer.
Centellas me golpearon el pecho y adiviné que eran colibríes en llamas,
deslumbrados. Chocaban, giraban, reemprendían el vuelo. El hervor de la
cera de mis oídos debió embriagarlos. Me lancé en persecución del niño,
con una nube de colibríes llameantes revoloteando entre mis cabellos
encendidos. En las ruinas de la choza, una mujer llameante. Me esforcé por
oír su canción, entre el zumbido creciente del tercer helicóptero.
Ahora mira este jardín escondido que guardan las cosas, cantaba. De la
más humilde hoja, estrago. Estrías de estrellas. Del más silencioso follaje,
chispas. De la más reseca rama, encajes. De la más enferma carne, luz. Del
más cansado corazón, volcanes. De la más triste sangre, un río hirviente. De
tu interior, el aire. De tu memoria, olvido. Por siempre y por siempre y por
siempre. En oro.
El cuarto helicóptero provocó la disgregación de los miembros de los
llameantes animales, pobló el aire de vórtices de miembros que se
desintegraban y se recomponían en especies disímiles: nacaradas escamas
de serpientes que vestían pájaros, emplumados sapos fulgurantes,
morrocoyes constelados de amarillentos ojos, gran satisfacción de los
órganos abandonando sus rutinas, sobreviviéndose en esta supravida de la
llamarada que lo comprende y lo transforma y lo devora todo.
El quinto helicóptero fundió las vetas de los minerales del monte, las
que corrieron en manantiales iridiscentes en los que abrevaron fluctuantes
animales: vi niños chapaleando en los goteantes minerales: en el
insoportable parpadeo los vi niño hombreviejo viejohombreniño,
incandescentemente consumiendo su vida en esta eternidad que es el morir
en llamas: viejombreniño, niñombreviejo, nacevivemuere, muerevivenace,
muernace, vimuere.
El sexto helicóptero tendió una sedante nieve. Todo se volvió blanco.
Una gran calma interior permeaba el aquelarre de cuerpos
descomponiéndose recomponiéndose, ahora en las albas verdades de los
huesos, en donde imperaba un tiempo reposado, un dormir insomne y como
alumbrado. Es tiempo de bordar, decían las osamentas de las abuelas,
superponiéndose, entremezclándose. Es tiempo de orinar, decían las
osamentas de las muchachas, evaporándose con sus propios orines, en un
éxtasis de olores fértiles. Es tiempo de tener fiebre, decían los niños. Los
ahora multitudinarios niños, blanqueando, acostándose, estallando.
El séptimo helicóptero inició las grandes burbujas en el suelo que luego
se transformaron en soles. Vi los gasificados niños azules blancos
anaranjados abalanzarse sobre ellos. De vez en cuando, los soles se
elevaban. Crepúsculos y auroras caían y flotaban como bandadas de
pájaros. Algunos morían. Coro de niños desencantados.
El octavo helicóptero nos ahorró los ruidos. Así más tranquila la infinita
vida que se tejía en el caserío volatilizado, ahora mi habitación. En mi
pueblo todos flotan, arreboladas las mejillas, rojos los labios, ondulantes los
cabellos. En mi pueblo todos canturrean para sí mismos pero las canciones
nos envuelven al punto que no oímos otra cosa. En mi pueblo ya no hay
casas, pero todo espacio es casa y toda casa espacio y siempre se está en
ella. En mi pueblo todos están desnudos, gradualmente se desnudan de
todo, y son el solo amor, la llama viva.
El noveno helicóptero nos quitó la luz, que se fue ahogando en el
exceso de ella misma. Fuimos imágenes en un mundo que era todo una
retina de fuego. Trascendiendo nuestros ojos nos palpamos en una sopa
táctil y fuimos dejando de ser las cosas separadas, para ser una cosa sola,
una palpitación, una vibración, un desfallecimiento, un soplo.
El décimo helicóptero pasó muy alto, sobre la tromba que se elevaba en
dirección Noreste. No vale ya la pena, han debido decir, y así negaron el
alimento a las nacaradas serpientes, a los dorados niños, a las plateadas
abuelas. Dejaron descender el frío sobre los hombres anaranjados sobre los
destellantes pájaros sobre los fulgurantes venados sobre los atizonados
perros sobre las arañas chispeantes: eclipse color de abejorro cortándole la
garganta a la eternidad de que gozaban los seres entrelazados
entrequemados entrefundidos entreexaltados entreestrellados
entreestallados. Sombra.
Surgí de una tumba de ceniza, ceniciento yo mismo, ninguna mosca
sobre mi supurante cuerpo de comefuegos. Comprender esto colmó la
medida de mi felicidad, de mi espanto. Ninguna mosca. También las moscas
habían muerto.
Dificultosamente saliendo de la tumba de ceniza contemplé mi destino:
muerto por la gelatina en un poblado hecho pavesas, despertaba insomne de
mi muerte. Condenado a vivir dentro de mi cadáver triste, sobre tristes
habitaciones, entre vidas tristes y tristes agonías.
Moviéndome en la tumba de cenizas forcejeé, me crispé, me erguí.
¡Furiosamente escalé simas que se sumían en sí mismas! ¡Ensimismado
simún sísmico! Hice estallar la encostrada ceniza, elevé los brazos, salté.
Salté y volví a caer. Tropezando ciegamente en el mar de ceniza que el
sol hacía quemante, salté y volví a caer, ladrando de dolor y de rabia. Si tan
solo hubiera podido despojarme de la memoria. Si tan solo desvestirme del
lacerado pellejo que múltiplemente ardía en mi recuerdo. Saltando y
rodando, saltando y rodando, en las contorsiones más violentas abrí grietas
en mi piel, la arañé, comencé a arrancarme vidriosos flecos de pellejo, tiras
de ser.
Mansamente moviéndome en mi tumba de cenizas, dejé caer mi piel,
que se desprendía como un pergamino calcinado, y sostuve en las manos mi
cara: desollado espejo reflejándome sin ojos: traslúcido pañuelo de
facciones: golpe de terror al pensar que me veía desde afuera, como vería el
alma al cuerpo que deja: los bachacos ya me subían por los antebrazos,
mordían la comisura de los (¿mis?) labios: el viento terminó por llevarse
aquel medallón de piel que era mi cara, aquella bandera desgarrada: la vi
bailar entre las nubes de ceniza, para luego desinflarse como un globo
punteado de bachacos. Yo era ya otra cosa. Al caminar, encontré
transparentes cueros de serpientes, refulgentes armaduras de chicharras:
todo me hacía pensar en un mundo sin contenido, un mundo de pellejos
vacíos. Hacia el que embestí.
Tembloroso, embestí una y otra vez. Manojo de ardientes tendones,
embestí. Haz de la furia, embestí. La tierra me rodeaba de una ampolla de
vacilantes espejismos, lágrimas pulsantes, galería de espejos, que en veces
me cercaba con cien soles, en veces con cien imágenes de la rojiza máscara
que era mi cara sin cáscara, en veces con imágenes del pasado que yo no
reconocía porque las había expulsado junto con mi piel. Mis manos
adoptaron la curvatura de garras. Embestí.
Sobre aquella llanura rojiza comenzó a empurpurecer y luego a
violetizar un cielo de un azul asfixiante, cuyo ardor lo hacía sofocar el sol.
Y desde la más alta capa de ese azul que roía las estrellas, comenzaron a
caer las exhalaciones. Como astillas de un hueso pulverizado, caían
roturando el azul. Y yo sentía que se desprendían de mi cráneo. Líquidas
chispas. Cruzaban por mi piel como látigos. Desde todas las regiones del
cielo llovía su helado fuego. A veces, una de ellas estallaba en muchas. Yo
me repetía que debía desear algo, pero aquella desintegración de los cielos
me decía que no se puede desear nada. Exhalación que se extinguía en la
eternidad o en segundos era mi destino. Del cielo llovían alfileres. Y mis
miembros, también cuerpos celestes, estallaban en erizos de exhalaciones.
Corrí sobre la piel de la tierra, sintiendo su crujido. Alrededor de mí
bailaban bolas de fuego azul. La mecha de mis nervios se consumía en
sacudidas. La noche me enseñaba una coraza vacía, como la de un cangrejo
muerto. Sobre esta coraza, morían las escamas de luz de las nebulosas. ¡Un
mundo sin cuerpos, un mundo de membranas, un mundo de vejigas
infladas, de queratina, de frutos que eran solo cáscaras y de guijarros que
eran solo huecas pastillas! Llenaba mi estómago de crujientes restos de piel.
Alimentándome de ella, renació sobre mis tendones la epidermis en
pequeñas placas, en sabias estrías. Y yo respiraba.
Respiraba con furia, pulsante el corazón como la más rápida gotera. Yo
saltaba sobre las bestias de la llanura, desgarrándolas con precisos
colmillos, sofocando los gemidos que me arrancaban mis labios en carne
viva. Recuerdo el saltar hasta agotar el aliento, hasta sentir goterones de
saliva que me golpeaban el pecho, que me tatuaban la mueca de la cara, me
corrían por mis espaldas. Hasta el bramido y el estertor. Hasta los coágulos
de la sangre de mis presas confundiéndose con la sangre que rezumaba de
mi carne, entre una nube planetaria de moscas.
Desnudo, yo iba por las noches hacia el remoto Sur, un Sur que
presentía libre de helicópteros, de las máquinas pardas que regaban la
gelatina de fuego y convertían en vapor el agua bendita de la orina. La
palma de mis manos, que nacía de lo que yo comía del terreno, me
facilitaba los mapas: ríos, quebradas, hondonadas. Las huellas digitales eran
el remolino de los vientos, las líneas, las torceduras del silencio de la noche.
Territorio que conocí y olvidé como la palma de las manos, que en realidad
nunca conocemos, cierra los ojos y trata de recordarlas: en el vacío de tu
mente verás el espacio que recorrí, en el silencio de tu memoria verás cómo
fui también olvidando hasta el olvido.
De día caía sobre mí el acoso de los espejismos, y yo comenzaba a
arder, como una antorcha. Una luz de azufre me dejó ver que mis plantas,
en carne viva, caminaban sobre carne viva y que toda la tierra era un cuerpo
desollado de carne palpitante, de triturados músculos, de tendones
desgarrados, de brotadas vísceras y sesos esparcidos. En las montañas
coronadas de ceniza purulenta, los espejismos dibujaban formas en las que
reconocía yo miembros, caras, gestos. A través de la planta de mis pies, mi
horror llegaba a aquella lacerada carne, y aquella carne lacerada me
transmitía su horror, hasta que este la fue secando y convirtiéndola en una
cerámica ocre, donde se cocinaba y recocinaba un fuego sin color y un aire
de azogue. Con dedos crispados yo embestía, estrangulaba, aplastaba,
arrancaba la agonía de alguna criatura al mundo de giratorios espejos. Mi
propio hedor, los hedores de las criaturas, me dilataban las narices,
encendían paroxismo tras paroxismo. Supe que estaba danzando. Atravesé
ríos de pus. De repente, los espejismos cerraron su círculo, me embistieron,
estallaron. Descendí en la oscuridad, por remotos escalones espiralados, en
una danza cada vez más cerrada sobre sí misma, lazos sobre lazos en una
cada vez más violenta vorágine de oscuridad. Yo sentía que alguien daba
puñetazos contra mi pecho, sobre el corazón. Hasta que sentí quebrantarse
mi esqueleto.
El sol purpúreo descendió hacia la llanura de carne viva, y con horror
supe que su hostia la heriría. Nada podía evitar la caída del sol, y con manos
descarnadas traté de evitar que mis ojos sin párpados lo vieran descender
hacia mi pecho. Donde entró, desgarrándome las vísceras con su fulgor y
haciéndolas hervir en un vómito de sangre que me arrasó la garganta. Y aun
del cielo caía otro sol, como un cometa mortecino, y este otro sol golpeó
contra mis costillas y encendió mis huesos, y aun otro sol se levantó y
abrasó mi carne, y así hasta que todos los soles que mi cuerpo había sentido
fueron sembrándose en él en medio de chirridos: soles errabundos de fiebre
y soles opacos de frío y soles airados y soles lagrimeantes me apuñalaron y
se templaron en el burbujeo de mi sangre: hasta que fui una bestia atestada
de todos los soles de mis días, latiendo en los caminos de mi cuerpo y
danzando: abriendo en mis carnes túneles de dolor y de tiempo: encarnizada
solería torbellinando: imposible escupir un sol que te ha herido: a lo más
asomarán a tu piel, como tumores de luz, desgarrándote, y con ellos girarás:
bestia de hervor y dolor: ensolecido: y desde los cielos aun otro sol bajará a
herirte: ser de burbujas de carne y de luz, ardes: todos los soles viajan hacia
tu corazón: hiriéndote. Estallas, en una nube de esquirlas y de saliva.
Desapareces.

El valle de las lunas enterradas

Agusanado no tenía pellejo, taita. Flotaba en el río como si no quisiera


salir del río. Lo llamamos con todos los nombres y no nos respondió con
ninguno. Lo tocamos, y abrasaba.
Agusanado bajó por el río. Lo flechamos, corrimos a verlo. Agusanado
no tenía pellejo. Las flechas se movían con la respiración. Lo tocamos, y
helaba.
Agusanado no tenía voz, taita. Lo sacamos del río, y de su cuerpo que
ya no sangraba seguía manando agua. Agusanado era el origen del río. Lo
tocamos, y mojaba.
Agusanado no tenía mirada. No le abrimos sus ojos por miedo de
quedarnos reflejados dentro, pero su cuerpo sin pellejo nos reflejaba.
Perdidos en su carne estuvimos hasta que él comenzó a perderse en las
carnes nuestras. Lo tocamos, y dolía. No era más que dolor.
Agusanado no nos oía, taita. De su cuerpo salían todos los rumores y
después nuestras palabras y todos los gritos de los animales. Lo tocamos, y
sonaba.
Agusanado no sentía, padre. Con piedras lo golpeamos para hacerlo
sentir, hasta que las piedras eran nuestros cuerpos que daban contra su
cuerpo que no era más que piedras. Lo tocamos, y hería.
Comimos de los gusanos de su cuerpo y los pusimos en su propia
lengua. De su boca manaban gusanos. El río echó a arder y Agusanado
ardía.
Hasta el centro del pueblo hemos traído a Agusanado.

Agusanado no estaba ni vivo ni muerto, padre. Su aliento entraba y salía


del cuerpo quemado porque no había piel que lo retuviera. Pero no
terminaba de quedarse ni de irse. Trajimos a Taita Piache, para que fuera a
buscar el aliento de Agusanado. Taita Piache comenzó a andar junto al
cuerpo hasta que saltó dentro de él: caminó dentro de la carne que estaba
también llena de gusanos: Taita Piache nos hablaba mientras andaba dentro
de la carne: encontró las vísceras rotas como bohíos tumbados: y lo que no
estaba roto estaba seco: lo que no estaba seco estaba envenenado. Taita
Piache entendió por qué había huido el aliento, padre: por la carne siguió
hasta la boca de Agusanado, y entró por ella al país que no debe ser
nombrado: por paredes de roca sin color y cielos de estrellas enfermas
caminó Taita Piache siguiendo el aliento de Agusanado: en aquel país
habían muerto todos los soles, padre, y también todas las lunas: en la
sombra tocaba los miembros despedazados de nuestro señor Acataurima: y
fuego que no quemaba: agua que no saciaba: y tierra que no sostenía: y aire
que no se respiraba: en el país sin nombre nada es lo que es: Taita Piache
mataba animales y los dejaba como cebos para atraer al aliento de
Agusanado: pero Agusanado era él mismo un cebo: su aliento corría de aquí
para allá buscando la salida, pero en el país que no tiene nombre no hay
salida: Taita Piache cantó, ofreciendo al espíritu de Agusanado la muerte,
para atraerlo, y los pájaros del país sin nombre volaron por cielos de color
de brasa repitiendo la canción de Taita Piache, y se acercaron a este tantos
espíritus que eran como soplos: Taita Piache se cerró la nariz y apretó la
boca para que por ellos no escaparan a nuestro mundo, donde su horror de
desencarnados sería mayor: eran los Incompletos, padre, que no se atreven a
estar vivos ni muertos; que existen de atisbar lo que hacen los hombres: de
sus excrementos comen; de los restos de sus palabras alientan y se las
repiten los unos a los otros para ilusionarse de que viven: de las sobras de
todo lo que somos medran los Incompletos: con sus chillidos piden nuestra
lástima: y con sus lágrimas nuestra fuerza, padre: su hedor es tanto que
sofoca: entre varios se juntan para parecer un ser humano y matan al que los
toma por tales, pero Taita Piache los conocía y los esquivaba mientras
seguía las huellas de Agusanado: en regiones donde moría todo brillo y se
perdían los últimos trozos de los miembros dispersos de Acataurima:
todavía más lejos, Agusanado despedazaba todas las cosas y aun dividía
estos pedazos y aun rompía estos para que el dolor de cada cosa fuera tan
pequeño como ella. Taita Piache encontró el aliento de Agusanado rodeado
de un vapor de quejidos: se borraba a fuerza de no ser lo que era: Taita
Piache lo aferró para obligarlo a elegir entre la vida y la muerte, y
Agusanado combatió. Un día entero batalló Taita Piache bajo el sol
escupiendo salivazos negros, y una noche completa rodó batallando por el
poblado y aun otro día combatieron en el río sin que los mordieran los
caribes que los rodeaban, y otra noche todavía combatieron en la selva bajo
la lluvia y el relámpago y Taita Piache se fue cubriendo de desgarraduras, y
aun en la madrugada combatieron revolcándose sobre tizones y en el
mediodía Taita Piache fue arrastrado hacia la zona donde los seres se
dividen en trozos y aun los trozos se desgarran entre sí despedazándose en
trozos que aun después se desgarran en trozos, y Agusanado quería
quedarse y quería ser trozos tan ínfimos que no sintieran o que se olvidaran
de que eran parte de ellos mismos, y todavía esa noche pelearon bajo la luna
Taita Piache y Agusanado, y Taita Piache lo arrastró hasta regiones de un
tan último horror que Agusanado prefirió la vida y Taita Piache cayó como
un árbol arrastrado por el vendaval en el centro de la choza y estaba bañado
en saliva negra y estaba roto y su piel se desgarró en jirones y se la llevaron
los vientos y gusanos brotaron de sus carnes y lo sepultaron y su esqueleto
estalló en una nube de hueso y de saliva. Entretanto, Agusanado había
abierto los ojos, y nos miraba.

Sobre tu cuerpo dibujo manchas, Agusanado. Así pintado, corre por el


monte que te va adornando con pintas de sombra que se juntan con las de tu
piel, haciendo y rompiendo figuras: cada uno camina detrás del otro,
Agusanado, mirando las formas de sombra y luz que se mueven como
culebras por el cuerpo y por las pinturas del cuerpo: cada dibujo atrapa
sombras y las completa o las confunde: en la noche vuelven a pasar por el
cuerpo las manchas de luz que le cayeron entre el boscaje: entonces nos
llamamos: los que caminan en sueños: cuando ya hemos soñado tanto, los
pintajes de manchas de luz andan solos de día y de noche, armándose y
desarmándose en lo oscuro: entonces al que duerme se le pintan manchas de
sombra así esté a pleno sol: a veces en la claridad andan hombres que son
solo pintajes de sombras: según el tamaño y la forma de las manchas
sabemos adónde van: de dónde vienen.

Cuando queremos estar en un lugar, nos dibujamos pinturas que hacen


las manchas de luz que nos caerían en ese sitio de la selva, y así nos
encontramos en él. Por eso es peligroso el ventarrón que desordena las
sombras que caen de las ramas. Por eso al fin desaparecemos.
Manchas de luz y sombra que se mueven, al caer en las aguas se
convierten en los cardúmenes y son en el cielo las bandadas y en la noche
son al fin las estrellas, pero en el suelo son hormigas y en la selva
enjambres. Cuando se encuentran manchas de sombra y manchas de luz,
ayuntan. Así nacen tigres. Caminando en esta selva, a veces somos agua, a
veces aire, a veces fieras.

Con palabras de sombra y luz te hablo, Agusanado, noches y días mi


saliva sobre tu cuerpo extiende manchas hasta volver a completarse,
manchas de dolor y de dicha como enjambres componen la palabra que eres
y que has de entregar al ventarrón que se lleva las bandadas de voces que
fueron una vez Taita Acataurima.

Sombras somos, o luces. Por las unas vemos las otras. Temblamos en
los días, como una llama. Fuegos que en el tiempo remedan su propia
forma. Tigres.

La palabra es la cosa misma, porque la niega.


Tras la cacería, damos a las mujeres las presas. Nos sentamos en círculo
a vivir las muertes de los seres que hemos matado. Ciertamente morimos en
la carrera del venado y en el grito del pájaro. Nace en nosotros el pez y la
serpiente. Señor Sol cae llevándose gotas de luz de nuestros cuerpos y
Señora Luna aparece dibujándonos animales en la piel. Entonces cazamos
en las veredas de nuestros cuerpos. La piel de Agusanado crece en
llamaradas. Por el cielo encontramos regados restos de Taita Acataurima.
Desde arriba brillamos, convertidos en granos de luz. Con las cerbatanas
arrojamos dardos que resplandecen.
Eternos somos, pero mortales. Muchos, pero uno. Sombra pero luz.
Muerte pero vida. Saciados pero sedientos. Noche y día combatimos.
Agusanado nos comprende y trastabilla como el venado que ha recibido el
flechazo, como si el mundo todo, y no solo el venado, hubiera recibido el
flechazo: frente a la hoguera nos grita confusamente de los-que-fuimos, de
los-que-seremos: hasta el fin de la noche le contestamos con nuestro
silencio los-que-somos.
Toda la noche Agusanado yerra dentro del círculo que hacemos
sentados: los-que-somos, toda la noche Agusanado busca y no encuentra las
palabras que dejó regadas Señor Acataurima, en cacerías sin fruto busca las
presas para desgarrarlas con los dientes y ofrecérnoslas colgando de sus
labios, y al no poder atraparlas triunfa, y al no poder traérnoslas nos las
entrega. Palpitan y mueren dentro del círculo. Morimos y nacemos. Pero
Agusanado quiere atraparse y lacerarse. Para estar con nosotros quiere salir
del círculo. Con su boca intenta desgarrarse para ofrecernos colgando de
sus labios sus tendones. Al no entenderlo somos él. Mientras más hurga en
sus carnes buscando la respuesta, más la respuesta viene ya, por la
hojarasca: el ruido de un muchacho que corre, a mucha distancia,
indiferente a los tigres que al sentirlo correr huyen: el muchacho entra en el
poblado, entra en el círculo de los-que-somos, cae al suelo, con la boca
espumante, muere allí de coraje. En la espalda que huele a carne quemada,
la marca rara que lo había acorajinado, el hierro GGG del hacendado Señor
Don Gonzalito González González.
Del desmán violento del conquistador sobre el indio incurioso, del
tesonero sostén de fueros y prebendas contra la prepotencia de peninsulares
y oidores, del mantenimiento de apellidos y prosapias en tierras en donde
generaciones y nombres duraban lo que los vientos, del historiado
esclarecimiento de limpiezas de sangre y linajes, del favor de la Corona
durante la siesta colonial, de la ocupación de tierras reconocidas por el Rey
a los indios, de terrenos ofrecidos a los soldados de la independencia y
revendidos a precio vil a los próceres, de papeles inventados que creaban
derechos espurios sobre baldíos y ejidos propiedad de la República, del
entendimiento con el poder establecido o a punto de establecerse, de las
buenas relaciones con los compradores de ultramar, de todo ello vino la
nombradía de la estirpe de los González, y el llano entero fue su escenario.
En predios de sabana adentro nunca dijérase de los González que
flaquearan en ellos disposiciones de ánimo ni condiciones de hombría
integral siempre presta a confrontaciones con quienes sus derechos vinieran
a disputarles, ni para imponer lo que Pablos, el fundador de la estirpe,
llamara: su justa justicia, que recibían alborozados peones fieles y
medianeros respetuosos, quienes reconocieron estas cualidades en Gonzalo
González, el décimo de la estirpe, cabal González de la Gonzalera, como
saludábanlo los notables al verlo extender dominio en ámbitos de soledades.
Pero si imperativos de gran señor llevábanlo a acrecentar propiedades
sobre leguas de sabana, ensimismamientos profundos arrancábanlo de su
propio ser y lo encerraban en lo que él llamaba desiertos de la voluntad, que
como un atavismo bárbaro hacíanlo perderse por días y semanas en las
breñas, de donde regresaba con ropas desgarradas, la cabellera enmarañada
y el ánimo sombrío de la búsqueda de un destino que no acababa de
declarársele.
En uno de estos ensimismamientos, embarcó para Europa, donde casó
con mujer voluntariosa y sentó nombre de señor, con reputación de
magnánimo y nombradía de sabio, sin ser nunca enteramente él mismo,
decía, porque sabía que otra vocación estaba por nacer, y en el sosiego de su
espera la suspensión del ánimo representábale espejismos que volvían a
situarlo como en llanura anchurosa en el medio de sus rutinas de civilizado.
Que no fueron propiamente de civilización los sucesos que habían de
arrancarlo de aquel no ser quien era, porque noticias de amenazas contra sus
derechos en aquellas tierras que eran apenas vago recuerdo de escrituras y
contabilidades de rentas vinieron a sacarlo de sus cavilaciones, y así, en día
claro volvió a sus predios y con gesto amargo supo de amenazas de
barbarie, de ocupaciones de tierras de su propiedad llevadas a cabo por
equívoco cabecilla de asonadas recientes, de cercas derribadas bajo la
indiferencia o la connivencia de autoridades indecisas para otra política que
no fuera la de las circunstancias, de la leyenda de que aquel cabecilla no era
otro que hijo suyo concebido en ensimismamientos de voluntad, que
pretendía ahora, seguido de chusma ávida, hacerse de tierras donde
aposentarla sin respetar derechos ni normas al amparo de complacencias
supuestas de ensimismado.
Armó a sus peones fieles, y al poco tiempo se hizo la justa justicia, a la
luz de la misma hoguera donde los bárbaros incineraban los postes de las
cercas derribadas. Fue una sola descarga del pelotón, y antes de recibirla, el
cabecilla recitó con sorna, apoyado contra el muro que uno de sus secuaces
había comenzado a erigir para morada:

Grande es la tierra del llano,


grande es la consolación
grande es el amor del hijo
que escucha la bendición.

Estremecióse Don Gonzalo González ante el fogonazo que no llegó a


asustar a las palomas impasibles, porque había encontrado plenamente su
destino tremendo en la posesión magnífica del hombre que no retrocede
ante escarmientos para rectificar por vías de hecho lo que hubiere estado
torcido o insuficientemente corregido en derecho.
Las lluvias derriban los restos del muro, y trazas de la hoguera son
tragadas por la vegetación, pero recordadas por las coplas que expanden a
los cuatro vientos la historia del justiciero de la resolución indómita a quien
no arredraron ensimismamientos en la hora del preciso derecho y de la
hombría acrisolada, hondo símbolo, pero también atormentada advertencia
en tierra promisoria, dadivosa como la integridad, fecunda como las
virtudes. Se suceden las generaciones en fundos apenas perturbados por
advenedizos levantiscos y sediciones infelices y de mano en mano las
extensiones van a parar a la de Gonzalito González González, décimo
quinto de la estirpe, y también ensimismado.

Tres días más tarde oímos tronar rémingtons hacia la catarata. Otros tres
días duró el embudo de zamuros. No quisimos mudar el poblado.
Una luna más tarde, cazando, oímos los perros, que nos habían
acechado en silencio y nos saltaron ladrando, muerdepierna muerdebrazo,
estábamos tres indios dentro del círculo de perros, manteniéndolos lejos con
las puntas de los arcos cuando Agusanado que estaba con nosotros se paró y
gritó en cristiano ¡So! ¡Perros! los perros ladrasalta saltafrena, entre que lo
lamen, que lo muerden, que lo muerden, que lo lamen, lo lamen, rabipiernas
lamelenguas alrededor de Agusanado, y entonces oímos las herraduras de
los caballos, padre.
Del naciente y del poniente vinieron cuatro jinetes apuntándonos con
los Rémingtons, pero Agusanado no les habló, Agusanado habló con los
perros ¡nada más con los perros! la mirada no alzó hacia los jinetes con los
rémingtons, qué quieren, les preguntó a los perros con los collares GGG,
señor Gonzalito González que se vayan, que estas son sus tierras, dice el
perro GGG que se muerde el costado buscando garrapatas, irnos dónde,
pregunta, hacia el Sur, el Sur es del señor Gonzalito, dice el caballo GGG
que se fustiga las ancas con la cola espantando tábanos; hacia el Norte,
pertenece el Norte al señor Gonzalito, gime la perra GGG sentándose a
mirarlo; al Naciente, el Naciente es del señor Gonzalito, corean los tábanos
sobre la cicatriz GGG del hierro de la yegua; al Poniente, el Poniente es del
señor Gonzalito, ladran los perros manchados GGG sacudiendo las orejas;
entonces los hombres de los rémingtons que dicen, el señor GGG Gonzalito
se quiere amistar con ustedes. Que vengan a la gran comida que va a darles
pasado mañana, en la mata de las garzas. No vengan, se sobresaltan GGG
los caballos. No vengan, ladra el mastín GGG, gimen las perras GGG. No
vengan. No vayan, nos grita Agusanado, que adivina al fin nuestro silencio.
GGG caballos GGG perros GGG rémingtons GGG hombres se pierden con
GGG relinchos GGG ladridos GGG palabras dejándonos con nuestro
silencio.
No vayan, grita Agusanado cuando llegamos al poblado, no vayan, grita
al Piache que se pinta, al cacique que se pone los collares. No vayan, a las
guarichas a quienes se ha montado, no vayan, a los niños que a lo mejor ha
engendrado. Una gran canción, no vayan, emprendemos, no vayan, armas y
herramientas pulimos, no vayan, guayucos y arreos lavamos, no vayan, nos
despiojamos, chicha y ñopo preparamos, no vayan, nos bebemos la ceniza
de nuestros últimos muertos, no vayan, nos juntamos todos, no vayan, con
las cosas todas con las que deberíamos ser quemados, no vayan, para hablar
de cara a cara con Acataurima, no vayan, la mañana nos encontró
caminando, no vayan, caracolas sonábamos a nuestro paso, no vayan, y las
otras tribus sabían a lo que íbamos, no vayan, y con caracolas nos
saludaban.
No vayan, grita Agusanado, él también yendo: con nosotros hacia GGG
perros GGG caballos GGG Rémingtons, acompañándonos, tocándonos,
besándonos, abrazándonos: GGG hacen los enredijos del alambre de púas;
GGG el vuelo de los tábanos; GGG las cabriolas de los perros, GGG el
ribazo donde nos espera una res carneada, una carga de casabe, una fogata,
un círculo GGG de hombres con Rémingtons, un GGG hombre distante que
la cara no se le ve bajo el sombrero: GGG Gonzalito González González.
Llamamos a la señora noche bailando, bailando la culebra y bailando la
araña y bailando el caimán: bailando: bailando la cola y bailando la telaraña
y bailando la garra: bailando: bailando la garza y bailando el tigre y
bailando el peje: bailando: bailando el ala y bailando el colmillo y bailando
la aleta: bailando: bailando siendo, siendo bailando: bailando piedra
bailando agua bailando aire: bailando: barabailando el fuego: baila:
barabailando: bailando siendo: siendo bailando: indio bailando tigre que
siendo tigre bailando indio: manchas: bailando cielo: estrellas: chispas:
gotas: bailando lluvias: baila: Agusanado baila: siendo bailando siendo:
baila gusanos bailando muerto: baila pellejo: trueno: trueno bailando: tierra
bailando: en un momento siendo todas las cosas: bailando hormigas:
bailando selva: bailando pájaro: bailando estrellas: baila venado: bailando
avispas: bailando flores: bailando nubes: barababaila: baila: sobre el barro:
baila: saliendo del barro: baila: hacia el barro yendo: baila: con nuestras
manos hacemos manos de barro: bailan: que palpando el barro sienten
manos que hacen manos de barro: bailan: del barro caras: bailan: caras al
barro: bailan: del barro flautas hasta los oídos y los oídos al barro: del barro
al agua para nuestras bocas y nuestras bocas al barro: del barro al fondo de
la jarra y de la jarra al barro: palmoteando barro sentimos el fuego que
después lo cuece y cocemos el fuego que después se embarra: del barro a
nuestras manos todos los sorbos: del barro las figuritas de hombres de barro
que bailamos: bailan: trabados: sintiendo las cosas en el barro: comemos
barro: seremos comidos: bolas de barro: abrimos bocas en los botijos con
forma de cabeza que hacemos con barro: sacamos todas las formas:
borramos nuestras caras del barro: sacamos del barro un círculo: del barro
borramos el círculo y sacamos un punto: borramos el punto y sacamos el
barro: desde el barro nos hacen gestos los ojos y bocas que sacamos del
barro: con manos de barro moldeamos el barro: amasamos ánforas de barro
que llevamos para beber hasta el barro de los labios: arañamos el barro: el
barro nos traza dibujos en la piel color de barro: sobre la piel del suelo
bailamos estampando huellas de barro: sobre la piel danzamos:
entrelazados: dentro de la danza todas las cosas: Non nessesitaban de
imágenes: ¿y cuántas formas? ¿cuántas caras? ¿cuántas pisadas soporta el
barro?: Facían en un instante todos los cuerpos imaginarios: bebemos en
todos los jarros: y en todos los jarros de carne: desde jarros de barro: nos
vomitamos: Y en un instante imaxinaban muchas cosas. Con peces de barro
entre los ríos nadamos: y en los cielos volamos con pájaros de barro:
danzando hacemos una luna de barro: tigres de barro husmean hombres de
barro: chapoteados por las lunas de las herraduras de los caballos: sombras
de barro: de hombres de barro que danzan: entrelazados: el fuego los vidria:
de la rueda vuelan bandadas de pájaros: encendida la llama de la lengua: la
lengua hiriendo el barro: cambiamos de pasos en la rueda: dejamos huellas
en barro: ciertamente lunas son esas manchas que dibujan el tigre:
ciertamente menguando y creciendo bailan: lunas crecen en sus garras y en
las presas trazan lunas de sangre: luna es todo ojo que se abre y bebe de la
luna: en la sombra de la luna arden nuestras sombras bajo nuestras plantas:
quien salte dejará correr su sombra: que escapará llevándose el aliento:
quien salte: quien salte arañará los cielos con las lunas de sus uñas:
entonces muere la luna: quedan sueltas las sombras: unos a otros nos las
cambiamos: somos las sombras: en un mundo sombrío que arroja sombras
de carne y sangre: cada sombra tantas sombras como hojas arrojan los
árboles: sobre sombras caminamos: sombras: sobre sombras bailamos:
sombras: se abre el párpado de la luna: cada sombra arroja las cosas que
dentro de sí tenía: horas en que ayuntamos con nuestras sombras: y de ellas
nacen seres de sombra y de luz: sombra nos engendra y engendramos
sombra: por la media luna de las bocas nos encontramos: lunas de las alas
de los pájaros: lunerío de los arcos con que les disparamos: lunación de los
peces que menguan: bajo las lunas de las cascadas: lunas las ramas
curvadas de los árboles que trepamos: lunas nuestras espaldas arqueadas:
lunas cuando crecemos en vientres hinchados como lunas: lunas de pájaros
nos chillan desde los cielos: las guarichas abren las lunas de oscuridad entre
sus piernas: nos hundimos en ellas: bailando: bailando: dentro de las ruedas
dentro de las ondas dentro de los remolinos dentro de las chispas dentro de
las noches dentro de los soles dentro de las lunas dentro de las aguas dentro
de los seres dentro de los rayos dentro de los ojos dentro de las lianas dentro
de los peces dentro de las aves dentro de los frutos dentro de las lenguas
dentro de las bocas dentro de los dedos dentro de los vientres dentro de los
cuerpos: baila: dentro de la muerte: baila: dentro de los huesos: baila:
muertos, devorados: baila: polvo en las llanuras: baila: arena en los ríos:
baila: ceniza en los vientos: baila: barabailando baila: baila.

El casabe estaba envenenado y comenzamos a morir. Las madres al


sentir las primeras arcadas dieron el casabe que habían masticado a sus
hijos. A los demás los tumbaron los Rémingtons. Quedaron treinta indios
cagados y vomitados tirados en el suelo y a todos los echaron al río para
que se los comieran los caribes. También a Agusanado, que empezaba a
echar piel. Yo devolví el veneno y escapé corriendo entre los mogotes. No
me vieron porque era tan pequeño. Así llegué a la misión para que usted me
colocara de sacristán y me enseñara la luz del Evangelio, padre. Para tocar
la campana de la misa que se dice cuando se hace la primera luz. Tocaré la
campana para la misa. Tocaré la campana.
Caí al agua, entre los indios envenenados a quienes la plomacera
derribaba sobre el río. ¡Truco de evasión acuática entre los peces feroces y
las mandíbulas abiertas de los caimanes! La cadaverina de indios
envenenados soltaba en las aguas sus zumos vitales, empozoñando los
tijereteantes caribes, los saurios bostezantes. ¡Turbión de peces carnívoros
panza arriba, de caimanes coleteando en la agonía! El agua tibia me
despertó del marasmo del casabe emponzoñado: efectué los movimientos de
expulsión estomacal que me habían servido, en los escenarios, para
regurgitar sapos, tenedores y pañuelos. ¡Natación entre el sargazo de manos,
pies, rostros, colas de caimanes, moribundos caribes, cintas de tripas
desgarradas por los primeros mordiscos, espirales de sangre envenenada!
Uno por uno besé los rostros que pendulaban bajo el agua. Impasibles
rostros con banderolas de pelo, girando, recibiendo los reflejos lunares de
los peces y de los caimanes. Para siempre tranquilos.
Di brazadas bajo el agua, rodeado de la nube de tijereteantes caribes y
caimanes trémulos. ¡Nacarados destellos en el agua ambarina! ¡Espirales
rojizas que brotaban de los vientres mordidos! Descendí por debajo del
sargazo de cuerpos, del firmamento de rostros, hacia el cieno donde se
revolvían saurios emponzoñados y peces en agonía. Hasta la más remota
noche descendí. Hasta una negrura donde se desconocía la función del ojo y
solo el tacto rendía cuenta de las mortales geometrías de la mandíbula, la
coraza y la escama. Giré en un remolino, crucificado en la precipitación de
las aguas y la rotación de la tierra. Mis pulmones se quemaban y sus cenizas
eran consumidas por fuegos que brotaban de su propio agotamiento. El aire
residual se petrificó en ellos. El remolino me expulsó, despidiendo a su vez
bandadas de remolinos que se disolvían en torbellinos minúsculos. Afloré,
casi con un grito, hacia la superficie que era como una enorme burbuja, o
un ojo.
Tocaré la campana que anuncia la luz, padre. Tocaré tus maitines.
Tocaré el primer aviso para tu misa. Tocaré el segundo aviso. Tocaré la
campana anunciando la elevación del Santísimo.
Ascendí hacia la superficie, un ojo donde mis ojos vieron el reflejo de
ladrantes perros y hombres que traqueteaban sus máuseres y disparaban. En
el mundo líquido en que yo estaba, todo era una aceitosa parodia de los
movimientos netos del homicidio en tierra firme: las llamaradas de la
pólvora salían como babosas que ocupaban el espacio lengüeteando,
lengüeteando. Lengüeteante, lengüeteante, el saltaladra brincamuerde de los
perros de cuyas bocas se desprendían irisados arcos de saliva que
permanecían en los aires, lentamente discurriendo en el tiempo, lentamente.
Me hundí.

Recogeré tus limosnas, padre, tocaré la campana que llama a los indios
al trabajo, padre, tocaré las horas de la jornada, aprenderé tus palabras.
Los peces agonizantes desgarraban vientres, los cuales estallaban en
nubes de peces. Remolinos de peces oscuros se mezclaban con remolinos
de peces resplandecientes.
Repicaré tu mediodía, padre, tocaré la vuelta al trabajo, tocaré tus
vísperas, tocaré tu Angelus, tocaré por las bodas de los indios que casas con
tu matrimonio, repicaré por tus rebatos, echaré a vuelo las campanas por tu
gloria, doblaré por los muertos que entierras con tu tierra.
Me hundí nuevamente en la penumbra y en las tripas viscosas de los
remolinos, que sorbían ahora los cuerpos. Manos, colmillos, colas, garras.
Estrujado en la red visceral, sufrí los bofetones de las muertas manos, los
rasguños de las colas saurias, las constricciones de la sacudida humanidad
sorbida por los embudos del remolino que los precipitaba contra las piedras.
La carne de los envenenados me sirvió de colchón contra los dientes de las
rocas. Como en un invertido parto, el mucus de las aguas nos arrastraba
hacia las zonas sin luz y sin sombra del desexistir. Líquido. Torrentoso.
Disgregado. La despedazada masa de cuerpos taponó el embudo del
remolino. Volví a aflorar, centenares de metros más lejos. En la orilla vi
siluetas de caballos que cabriolaban, perros, llamaradas de pólvora. La
corriente se iba haciendo cada vez más rápida.
Aprenderé los números de tus cuentas, padre, recogeré las cargas de
algodón y de madera y de casabe que traen los indios a tu misión, padre,
pagaré sus jornales en ropas viejas y herramientas, padre, sumaré las deudas
que van contrayendo con tu misión, padre, los engancharé con los
hacendados que necesitan jornaleros, padre, elegiré las indias que serán
mandadas a la ciudad como sirvientas, padre, fijaré los precios de su
trabajo, padre.
Al hundirme en la corriente, vi caer en la oscuridad una nebulosa que
giraba sobre nebulosas: granizo de hueso despedazado por las mandíbulas
de los peces agonizantes, que a su vez eran despedazados por otros peces.
Cargaré tu morral, padre. Te cubriré con tu sombrilla. Te llevaré hasta tu
piragua. Te conduciré hasta el hato de tu Don Gonzalito. Ayudaré en tu misa
en la casa de hacienda, padre. Sostendré los hierros al rojo vivo GGG para
que los bendigas antes de marcar el primer becerro, padre. Serviré tu
chocolate, padre. Abanicaré tu siesta. Serviré tus bebidas. Te acomodaré en
tu piragua. Te llevaré hasta el ribazo, padre. Volcaré tu piragua.
Hasta un espacio más allá de la memoria, me dejé llevar. Por cada vez
más rápidos meandros, me dejé llevar. Bajo estrellas cambiantes, me dejé
llevar. Esperando el momento en que me trizara una constelación de
dientes. Me dejé llevar. Sufriendo los golpes de cada vez más frecuentes
peñascos. Me dejé llevar. Hasta una región de la noche donde sentí que todo
podía quedar igual por la eternidad de las eternidades. Me dejé llevar. El
cuerno de la luna descendió hasta hincarse en mis ojos. Cesó la luz.

Pediré ayuda en tu hacienda, Don Gonzalito, te contaré el accidente,


Don Gonzalito, sondearé el ribazo con pértigas, Don Gonzalito, me ofreceré
para servirte, Don Gonzalito, cuidaré de tus perros, Don Gonzalito,
ordeñaré tus vacas, Don Gonzalito, reuniré tu ganado, Don Gonzalito,
sembraré tus forrajes, Don Gonzalito, repararé tus cercas, Don Gonzalito,
marcaré tus terneros, Don Gonzalito, te contaré de los que no trabajan, Don
Gonzalito, echaré a los que siembren en tus tierras, Don Gonzalito, barreré
tu corredor, Don Gonzalito, limpiaré tus zapatos, Don Gonzalito, te
acecharé tus presas de caza, Don Gonzalito, te llevaré muchachas a la cama,
Don Gonzalito.

Sorbido por el pantano de las orillas, amanecí bajo un cielo de una tal
opacidad que la luz parecía venir del interior de las cosas. Traté de recordar
quién era yo, de recordar qué era el recordar, de distinguir hasta dónde
llegaba mi cuerpo y hasta dónde el barro que era otro ser de mi ser y del que
me desprendía con el dolor de quien siente que le arrancan su carne. Comí
hormigas que huían como otros tantos ríos. Había en el aire, en el
movimiento de los animales, una prisa que no tenía que ver con el día
inmóvil que parecía que duraba desde siempre y que nunca acabaría. Desde
siempre el adherido barro que era ya mi cuerpo. Hasta siempre, el
alimentarme de los insectos del barro, en el ciclo de la felicidad del animal
que se devora. Rodé dentro de mí, como una pelota de barro, a la felicidad
de agrietarme y desecarme, a la indiferencia de la arcilla. Tan eterna como
un día. Hundí el rostro en la burbujeante masa, como queriendo dejar en él
los azules túneles y chispas que pasaban por mi cabeza, y que ya no quería
usar más nunca, nunca, nunca. Me hice una bola. Una bola respirante cuyos
latidos eran cada vez más lentos, más espaciados, más felices. Recordé los
gestos mágicos que tú también recuerdas: las manos apuñadas, el pulgar
entre los dedos. Los nudillos de las primeras falanges de los índices
apoyados en el borde superior de las órbitas. La lengua en el paladar,
asomando entre los labios. Yo volvía a ser la tierra, una colina, una
montaña. Sobre mi piel se debatían los animales. Atrapados, destripados,
sufrientes. Murientes. Y yo no sentía nada.

Cuidaré tus espaldas, Don Gonzalito.

Bola de barro entre el barro, comencé a morderme las entrañas hasta


llegar a la central entraña de las entrañas que es este segundo: palpé
entonces el vivo horror del tiempo, el tormento de nuestro cuerpo como un
combustible de la llama del tiempo: el sentido de este segundo que es como
una página que cae o como una prensa que tritura todas las direcciones de la
posibilidad en la pulpa del ¡pasado! yo en el centro, descubriendo mi
función, la del loco encargado de fabricar el tiempo, de constreñir retorcer
palpitar mi cuerpo en la construcción del tiempo: cuando ahora podría
estancar para siempre la macerada cuba de la existencia en este quieto lago
sin sustancia: yo me miraba en el espejo de este lago y pasaba poco a poco
a ser mi propio reflejo y entonces a dejar de reflejarme y una dicha
demencial me disolvía: aquello era mejor: la inmutabilidad equivalente al
vacío era lo mejor: ferozmente me contraje: obligué a mis manos a asir las
riendas de las cosas, desgarrándolas con sus uñas melladas: al cabo de una
eternidad en que se confundían la felicidad de la disolución y la rabia, creé
otro segundo y me lo ofrecí te lo ofrecí llameante como un hierro al rojo
vivo otro segundo: con reluctancia mis manos tus manos se cerraron sobre
este metal llameante y crepitaron y estallaron en chispas al contacto con él:
con repugnancia mi cuerpo tu cuerpo comenzó a arder otra vez en el fuego
del tiempo, a chirriar, a consumirse, a disolverse.

Manejaré tus escopetas, Don Gonzalito.

Los cielos parpadearon pero yo no lo supe y largaron a lo lejos cortinas


de vidrio helado pero yo no lo supe. El viento azotó, derribando animales y
árboles pero yo no lo supe, con mis arcillosas manos cubriéndome yo no lo
supe, hasta que un pincel de agua tanteó mis espaldas, y el cielo comenzó a
escupirme con implacables gargajos, y aun en mi trabada fortaleza de
miembros lo supe: una poderosa tracción me arrancó de los sucesivos
limbos de olvido donde yo me enquistaba: con rabia sentí que no podía
cubrir mi piel contra la laceración de los elementos: el tiempo me fue
regalado de nuevo, como un caos de colores difusos: el temporal me
desvistió del barro como si me arrancara la carne, como si desgarrara la
cáscara de un huevo y me descubriera ateridos miembros. Donde volvía la
cara, encontraba la escupitina de los cielos: donde tocaba, la resbalante
saliva de los cielos, virtiendo en mi cabeza la liquidez de la memoria, el
calosfrío de la conciencia, el tamborileo de la duración, el verdoso fuego
del hambre. Y ahora, en la noche, extinguida la luz interior de las cosas, los
cielos parpadeaban en una luminiscencia de panza de animal putrefacto.
Pararparpadeaban.
Pararparpadeaban los lejanos relámpagos sobre las nuberías del
horizonte. Buscando y tanteando entre las hendeduras del deslumbramiento,
fui azotado por torrentes de resplandor que resbalaban de las nalgas de las
nubes. La luz, esclava hasta entonces de la forma de las cosas, estallaba
rompiendo sus lazos, desintegrando y desintegrándose.
Relamparparparpadeaba. Hasta que la misma luz terminó por derretirse en
la masa torrencial de la humedad. Yo me alimenté desgarrando sapos, peces
y garzas en un mundo que cambiaba de formas a cada instante, mientras en
el tiovivo de las aguas voltereteaban animales ahogados. Una vez vi una
manecita de niño que desaparecía entre los charcos remolineantes: adiós:
adiós. Cómo el rostro, cuál el nombre. Adiós. La batahola de los elementos
se descuajó sobre mí. Sentí que no podía resistirla. En ritmos ondulados se
movió mi cuerpo, sintiendo la fluctuación de los torbellinos. Olvidé el
respirar. Olvidé la luz. Una nebulosa de espumas me disolvía. Sentía a
veces el contacto de criaturas viscosas. Con ellas nadaba en una lenta
ondulación que era una delicia. En la noche, sin memoria, hundirse. Líquido
entre el universo de líquidos. Girando entre raíces de árboles que eran
relámpagos carbonizados. En algún sitio dentro de mi cráneo ardía un
remoto sol ancestral. Hacia él quería avanzar, entre las vorágines del
líquido. Aflorar hacia la llamarada y dormir en ella eternamente. Por el
cielo pasaban raudas lunas y planetas imprevistos. Océanos completos
suspendidos en los aires volvían sobre sí mismos. De repente, supe que el
sol se ahogaba. Las aguas, en su arremetida, habían logrado sepultarlo.
Como un corazón agonizante, palpitaba dentro de las aguas un ojo
luminoso, extinguiéndose. Hacia él, zigzagueantes formas saurias. Hervor
de formas. La tromba me arrastraba. Y al fin era anegado todo, piedra,
fuego, aire, en la catarata universal del agua triunfadora.
Parpadeo de cada gota sobre mi cabeza, parpadeo de cada relámpago
cada diez gotas, parpadeo de cada oleada de la inundación cada diez
relámpagos, parpadeo del día y la noche, y entre unos y otros: ahogada
mujer a punto de estallar parpadeo informes restos de techados parpadeo
podridas redes flotantes parpadeo océanos de agua lodosa parpadeo negrura
dianoche parpadeo: con el agua a la frente y después al cuello y después a
los tobillos chapoteé sobre los detritus de un mundo que la luz se había
tragado y había vuelto a vomitar. El revés de la humanidad, las ristras de
ahogados que cabeceaban contra las orillas. El revés de las cosas, sus
disueltas hilachas flotando en la baba helada de la inundación. El revés de
la inundación, la estabilización del frío y de los días en una llovizna
impalpable, una espuma que era como otro elemento. Y la disolución de la
espuma en una noche surcada de majestuosas lunas. Una noche que caía
sobre un mundo de cuerpos fofos y rezumantes, como frutos demasiado
maduros. En el medio de ella, toqué finalmente tierra y eché a andar.

Atenderé a tus invitados, Don Gonzalito.

Tras escapar del diluvio, seguí caminando en la oscuridad, golpeándome


los pies descalzos entre áridas rocas, hasta que divisé un monte perfilado
tras un resplandor de plata. Traspuse el monte y el resplandor creció. Llegué
a un valle negro, entre cuyos montículos sobresalían inmensos cuernos
plateados, como puntas de guadañas enterradas. Era el valle en donde caían
las lunas después de su carrera por los cielos. La violencia de su caída las
sepultaba y de allí que a través de la negrura de borra de café del suelo,
trasudara un resplandor helado, y aquí y allá asomara una hoz curvada
como un ala de golondrina. Por su resplandor fui reconociendo toda las
lunas que habían encandilado mis ojos. La menguada de mi nacimiento, y la
luna de sangre de mis desgracias, y la luna de hielo de la indiferencia.
Reconocí lunas inmensas cuya gravitación había estado a punto de
elevarme, y lunas mansas de esas que aparecen en las tardes del mar, como
la vela de un navío. Y lunas malignas como aguijones y lunas olvidadas
como cortaduras de uñas. El fulgor de aquellas lunas era inagotable y hacía
pesar un silencio que casi me derribaba. Las amargas lunas del insomnio y
las lunas cristalinas del pesar. Quise gritarles y me paralizó la lengua el
peso de plomo de la inutilidad de las griterías contra la luna. La última de
ellas estaba en el cielo, y descendía hacia el valle como una lenta cimitarra.
Recordé lunas de melancolía y lunas de delirio y lunas pardas y lunas azules
y lunas doradas. El fulgor de las lunas semienterradas se duplicaba al
reflejar el fulgor de la que caía. Eché a correr, entre un bosque de plateados
filos. Sentí el terremoto de la caída de la última luna y el alarido de la plata
lunar que vibraba por el impacto con la tierra. Durante varias noches soñé
con espejos.
Piso 66

—Esta es la tierra. “La Gonzalera”, de los González González. No mire


para abajo, que la aridez lo encandila. Mire mejor hacia esas nubes que
vienen de la cordillera, que son las que vuelven esto un mar. De nube a
nube esto es mío y cada vez hay más nubes.
—Tierras de la nación y del municipio ilegítimamente ocupadas, es lo
que dice el expediente.
—Bilis y rencor es lo que acumulan los expedientes, hasta que se los
endulza. Sin una gota de miel que he hecho poner, también diría que las
áreas reales son la mitad de las declaradas, y constaría también el pendiente
litigio de herederos de los tiempos de la guerra que surgió por una coma.
—Lo malo es la estimación de la productividad. Tierras rojas y pastos
malos que nunca han sido variados ni mejorados. No hay depósitos de agua
para la seca. La situación de los trabajadores es deplorable.
—Puestos a destilar el odio político, también podrían poner que el
ganado que de aquí sale es contrabandeado de acuerdo con la institución
armada, y hasta calumniarían mencionando cifras, y nombres, y
porcentajes, que tan arriba querrían escupir estos sapos si el miedo no les
secara la saliva.
—Gargajos de sapo no ahogan, pero mordida de caribe llega hasta el
hueso.
—Huesos tengo yo para repartirle a toda la caribera. Porque vamos a
ver, qué carajo tengo yo, un González González, que andar jodiéndome,
como decimos en criollo, con esta mierda de mautes flacos y de indios, para
sacar un siete por ciento, cuando si consigo el crédito agropecuario que
tenemos hablado, colocándolo a plazo me da el doce por ciento y en
prestamo el veinte y empleado en financiadoras el cien y el doscientos y el
trescientos según y como se reparta el tuétano, y allí es donde tenemos
nosotros que conversar otra vez. Porque yo lo que quiero es un crédito que
esté en esa lista de los que nunca se cobran, usted me entiende,
recomendados para remisión, y así sí haríamos negocio.
—La lengua pinta pajaritos y venados, y en este montarazgal donde nos
está llevando este indiecito baquiano suyo lo único que hay es tábanos.
—Llanero no espanta tábanos y si no que lo diga el hombre de la
contribución para las elecciones y el de los sindicatos agrarios y el del
Instituto, que todos chupan y a la hora de un buen negocio se hacen los
miedosos, porque quieren chupar más de la medida.
—Tanta habladera me altera el pulso. Ahora lo pagan esos araguatos,
que gritan como gente cuando los alcanza el tiro y los tumba de la copa de
los árboles al ribazo.
—No desperdicie cartuchos, que mono muerto solo sirve para comida
de caribes y el Alonso ya nos está mandando para acá las piezas de todo ese
flanco de sabana.
—Yo lo que siento es el calor y el lagrimeo de este humo que se levanta
y la chillería de los araguatos que ya no los distingo lo suficiente para
rematarlos. Se me ocurre que esa figura en el humo es otro araguato y por
hacerle un bien, se lo tumbaría, Don Gonzalito, no sea que el maricón nos
eche la candela para acá y las chispas nos alcancen las manos.
—Y después, usted sabe, la expropiación. Que me expropien a un
precio conveniente, y sobre eso también hablaríamos entre amigos.
—Se perdió la oportunidad. Ya no se ve el vergajo ése.
—Cállese la boca y apunte, que ya asoman las venadas preñadas
huyendo de la quemazón. Fíjese cómo reculan entre las chamizas y el río,
donde están los araguatos muertos. Ya está hecho.
—Treinta por ciento —dijo Moncho, echándose la escopeta a la cara.
Llevan a fusilar un rebelde

SAIGÓN 7, (UPI). —Un curioso por cierto espectáculo interrumpe las


festividades del año nuevo lunar que en épocas remotas incluía la carrera de
los niños provistos de lámparas de papel de arroz pretendiendo ser las
estrellas y la honra de los poetas que murieron mirando a la luna y la
celebración de los grillos que presidían las bodas del cielo y de la tierra
antes de vivir en las constelaciones: entre estas prepondera la de la trucha,
hirviente y gorda en la noche fatigada de címbalos y de reflectores
antiaéreos. En Go Den se informa que los guerrilleros aumentaron sus
actividades en la región septentrional del delta del río Mekong. En la plaza
están preparadas las cascadas de fuego, las grandes cometas del tiempo que
serán elevadas hasta la boca de la trucha, las ofrendas de arroz que los
muertos llevarán en el paladar al disolverse en las piras de madera de
sándalo podrida por las esquirlas, y, en el centro, el poste de las ejecuciones.
Se informa que los guerrilleros han aumentado sus operaciones en el
interior del país, dominando no obstante las tropas del gobierno la situación.
La plaza, rectangular, figura la primera condensación de la tierra, que en los
mandalas es representada precisamente en forma cuadrada, amarilla,
partiendo de la central, radiante luminosidad del todo. En la capital, el
Secretario de Estado norteamericano conferencia con oficiales
norteamericanos sobre la situación política y militar de este país. Pasamos a
transmitir directamente y a control remoto desde ahora y en adelante con
ustedes T. Sawyer narrará a través de la transmisión vía satélite los últimos
acontecimientos. Se revela que las tropas del gobierno perdieron unos mil
hombres con motivo de operaciones militares contra los guerrilleros
realizadas durante la semana pasada. La magia de la transmisión vía satélite
nos permite explorar los cuatro lados de la plaza: por el Oeste fluye una
espesa masa de refugiados cubiertos de harapos y sombreros de paja,
mostrando masas proteinizadas que recubren la piel, acerquemos la cámara
si es posible, cómo se llaman esas placas sobre la piel, correcto, queloides,
la ausencia o la escasez del tratamiento médico convierte estas heridas en
masas supurantes y en criaderos de larvas de una mosca particularmente
molesta que existe en estas regiones. En Quangnai unos cinco mil soldados
del gobierno se enfrentan a los guerrilleros que incrementaron sus
actividades considerablemente en esta región durante las últimas semanas.
La frecuencia de estas heridas es solo superada por la de las bombas de
navajas cortantes, las esquirlas plásticas indetectables con rayos X, la
enucleación de cuencas orbitarias y la aparición de máculas y placas en las
mucosas debido a la exposición a los desfoliadores. Se revela que una
delegación de expertos filipinos comenzará el entrenamiento de las tropas
oficiales en las tácticas de la guerra de guerrillas. Pasamos a máster para un
mensaje de nuestros patrocinadores omitido misericordiosamente entre
tanto entrevistamos a Sister Mary que es integrante de la misión de auxilio,
cómo van las cosas, Sister Mary, yes, oh yes, ha habido un mejoramiento en
la asistencia médica, yes, oh yes, Sister Mary sostiene en sus brazos a un
pequeño refugiado huérfano de padre de madre de abuelo de abuela de tíos
de primos y de hermanos, será sin duda declarado refugiado del año y
mascota del cuerpo de Green Berets, sonríe, hijo, sonríe, los reflectores
hurgan en la gran masa de refugiados, el nombre del niño es algo así como
Bai Bao pero lo llamaremos Yoni, durante todo este tiempo, durante todo el
acto, recuerden, queridos televidentes, la masa de refugiados avanza sin que
se sepa de dónde ni adónde, contenida por hileras de soldados, la masa
avanza y cumple el papel de ETERNIDAD dentro de las celebraciones del
año lunar, surge de la noche y se pierde en ella mientras completamos este
reportaje con mensajes de nuestros patrocinadores, deportistas que anuncian
las espumas de afeitar blancas como la nieve, las podadoras de grama
siempre listas, las relucientes salchichas para el barbecue y los
desodorantes íntimos más frescos que la metafísica estelar del rocío,
espumas, podadoras, salchichas y rocíos que son amplificados por la
perfecta burbuja de la heroína que es expedida libremente por toda la plaza
y de la cual hay extraoficialmente dosis especiales para los integrantes del
pelotón: por razones obvias esta dosis es gratuita y un cambio de cámaras
nos acercará en reportaje muerto a este pelotón. El Secretario de Defensa
norteamericano es recibido para discutir con los gobernantes de este país la
lucha contra los guerrilleros. Gracias, Tom, este es Ichabod, el hombre de la
Cámara Triste que en sus receptores dará una imagen ambarina a la vez que
subjetiva de estos mozos a quienes nuestro esfuerzo soporta, asiáticos, es
cierto, pero no por ello menos ansiosos de la democracia: ¡Sus pupilas
distendidas nos abren el paso! ¡Contemplamos viveros de peces!
¡Contemplamos nubes doradas! Los contemplamos a ellos mismos, sus
monos de paracaidistas constelados de cadaveras y conejitos de playboy y
condecoraciones hexagrámicas cantando la canción de sí mismos
Oh madre tu hijo
cabe en una sola mirada
oh madre caímos en la seda de la noche
y el mundo entero está enlatado
pero la mirada de una pupila es eterna.

Se cambian estampas obscenas y papeletas de heroína, redimen antiguas


deudas y coquetean pues son todos nefandos a la vez que, lo creerán
ustedes, fanáticos católicos, cintas negras del judo, admiradores del scotch a
la vez que despreciadores de las inútiles las solicitantes las baratas las que
abren las piernas en los bares de los farolitos de papel y las cajas de música.
En este momento acarician los falos de los M-1. Lloran sobre el eterno
metal lunar. Oh madre. El llanto descompone sus maquillajes de princesas
del antiguo teatro sagrado, coagula en sus vísceras, asciende a los cielos y
estalla en lluvias menstruales que bajan de nubes seminales pulsando las
batallas germinales del principio macho y del principio hembra. Se aman,
sobre camas de campaña con sábanas Cannon, la marca universalmente
afamada en lencería. Destapan botellas de champaña. Ninguno huele. Se
podría recoger su ropa interior, encerrarla en cofrecitos, y no olería.
Cambiamos de ojos, de locutor, de patrocinantes, de cámara. A última hora
se revela que unos cincuenta y un soldados del gobierno perecieron en un
encuentro con guerrilleros que se efectuó solo a treinta kilómetros de esta
capital. Gracias Ichabod este es Nick Adams reportando en vivo gracias a la
magia de la cámara astral el curso de las ceremonias, hace un instante
perdimos el acontecimiento de los monjes que se dieron fuego y de los
estudiantes que repelieron a pedradas a las fuerzas del orden, de la madre
que tragó el puñado de agujas, del recluta que dejó una granada sin espoleta
bajo el catre del oficial y de los nadadores que dinamitaron los buques
torpederos mientras los bombarderos reventaban sin poder despegar el
vuelo de los aeropuertos asediados por el fuego de morteros. Una neblina
química degrada la imagen de nuestra cámara que recoge los movimientos
de las coristas del Show de Bob Hope, blancas faldas de cheerleaders,
mientras las carcajadas sacuden las tribunas. Hello, Bob. Carcajadas
mecánicas, mandíbulas de platino, ya que, saben, la escisión de la
mandíbula es un tipo de herida sumamente usual, asimismo la enucleación
de los ojos atacados con cardos de bambú, enfocamos los reflejos en los
paladares de aluminio o las manos de titanio que truenan en aplauso de
latonería o las bragas de nylon que contienen el recuerdo de los ausentes
penes. ¡Tribuna de la espectralidad! Bad Hope reparte desde la tribuna
simulacros de órganos amputados y se alcanza el récord de la sintonía
mientras estallan los flashes de las Polaroids y vuelan condones inflados
como globos disparados hacia las cheer leaders que agitan sus bastones en
homenaje a No Hope que desaparece entre la luz demasiado cegadora de los
reflectores. Entre los intersticios de sombra vemos entrar y salir los
intermediarios del mercado negro que distribuyen los cargamentos de
medias de nylon de uniformes de hipodérmicas de armamentos –un hecho
sorprendente no menos escandaloso denunciado en el Senado es el de que
fuerzas del enemigo han sido surtidas con envíos pagados por los
contribuyentes, subsiguientemente a lo cual se nombró una comisión que
estará investigando y que mejora las perspectivas de los Republicanos para
las próximas elecciones donde el senador por South Dakota profetizó un
cambio en alguno de los sectores indecisos que tan decisivamente cargaron
la suerte de los colegios electorales en los pasados comicios– usted puede
comprar una danza por cincuenta centavos compañía para unos tragos por
un dólar un servicio regular por tres dólares y tratamiento gratis en el
dispensario del batallón aunque confidencialmente las autoridades han
reconocido que el incremento de las enfermedades venéreas hace necesario
un drástico control del problema de la prostitución que de una manera u otra
se ha vuelto inmanejable. En Xa Ba Hao, unos mil soldados de las tropas
del gobierno, transportados en helicópteros, inician un ataque contra un
grupo de guerrilleros. El primer ministro pide a unos treinta y cuatro países,
entre ellos Bélgica, Australia, Pakistán, China Nacionalista y Argentina,
que presten apoyo material a la lucha del gobierno contra los guerrilleros.
En Washington, el gobierno anuncia que se propone aumentar su misión
militar en el territorio. Un fallo de la cámara ha provocado el chisporroteo
en sus pantallas. Este es Jim Gatz reportando desde la plaza las ceremonias
de la estratosfera: como un flujo de moscas azules se desplazan los
bombarderos en corriente ininterrumpida a cincuenta mil pies sobre el
alegre Pacífico. Pantallas de letreros luminosos reportan las estructuras
destruidas, el conteo de cuerpos por análisis de las fotografías realizado por
computador. El horizonte resplandece con pirámides rosadas y los ancianos
encienden palitos de incienso. Los niños soplan hormigas que les suben por
el cuerpo. Los tíos se purifican dándose aire con abanicos que tienen
oraciones pintadas. Los perros desentierran cadáveres de fusilados. Las
niñas ofrecen sus primeros flujos a los peces de los canales, que yacen
panza arriba fulminados por la pestilencia Dow Chemical Monsanto.
Madres acuclilladas despiojan las chaquetas de niños muertos. Visiones de
Acapulco Golden estallan entre los marines que aplauden en las
plataformas. Arco iris. Big Dope nada entre ellos como un bagre gris que
esparce burbujas que revientan en escalofríos. Los morteros han estado
disparando todo el día a pesar de la tregua. El barro es insoportable.
Gracias, Jim. Este es B. Babbit transmitiéndoles con la Cámara Cándida las
ceremonias del fusilamiento. Del cuarto lado de la plaza, donde solo hay un
muro blanco, conducen al reo acusado de atentar contra la vida del
Secretario de Estado norteamericano. Viste el mismo pijama que usó
durante el proceso, calza sandalias de caucho, tiembla. Lo acompañan
soldados y curas. Pavosrreales pantomímicos eternizan un abanico de
eternidades tangibles ante la víctima que no dice nada. Un olor de frituras
llena la plaza. Con cuerdas de nylon atan del poste al muchacho que recita
un poema. Las sonoridades de los versos son recogidas por los huecos
bambúes de los templos por las campanas de piedra por las ollas de las
cocinas militares por los motores de las caravanas de vehículos que entran
en las zonas minadas PRESENTEN ARMAS en el fondo el muchacho
somos tú y yo y tenemos los pies fríos del miedo y las manos frías y
queremos irnos LISTOS tenemos el estómago mal como lleno de un vacío
que quisiéramos vomitar APUNTEN PUNTEN PUNT PUN PUN PUN UN
UN
Un paseo en camioneta

Debía cruzar esa puerta, le expliqué, y, una vez tras ella, me sentiría
separado, aunque no a salvo, de ese arbitrario fantasma de mi identidad,
que moraba ahora en la acción, la sed, las privaciones, las heridas, los
insomnios, la embriaguez de las carnicerías y la fábula, y no en mi
vergonzoso y miserable cuerpo del cual, me reía, estando desde ya
reservada su parte al gusano, era como cualquiera de esos camellos
muertos, le expliqué casi histéricamente, como cualquiera de ese montón de
camellos muertos que obstruye la puerta de todo hombre y corta su camino
a Damasco.
(The Door)

Párate ahí musiú okey comanboy verga okey lesgo callaíto musiú que te
quemo ah vaina se me olvidó está detenido en el nombre del pueblo epa qué
hubo y ese otro musiú contra la pared HANDS UP manos arriba sí manos
arriba yo sé que me entiendes y bájate los pantalones, verga, calzoncillos de
rayita, estos gringos sí que tienen vainas y tú el altote PANTS OFF manos
arriba y PANTS OFF ajá recojan esos pantalones y métanlos en las bolsas
mírame esta pelota calzoncillos floreados no me mires así gringo ponte cara
a la pared okey tranquilo gringo escriban ahí con el aerosol YAN y ahí
sobre la guarandinga esa con el escudo del águila KI GO y sigan sobre la
bandera HO un dos tres cuatro gringos y tú, ME, ajá, estrellas de coronel y
todo bueno tú eres el jefe tú eres el que buscamos no te quites los
pantalones que vienes de paseo esto es un secuestro epa tú tradúcele
sequestration kidnaped no te hagas el loco que yo sé que me entiendes
coronel ajá revisen bien ajá el baño epa aquí hay uno escondido en el baño
sal de ahí pantalones afuera pants off ajá calzoncillos largos contra la pared
busquen las armas corten el teléfono miren por la ventana recojan el maletín
ese que debe ser del coronel y ustedes estense quietos tradúceles chico be
quiet si no se callan quemo al gringote If you call for help we shot your
leader, coños de madre, please cooperate and there will be no casualties,
mira tú nariz de tomate no me mires así voltea para la pared oíste, this is an
operation of the Liberation Army of our country, no hay moros en la costa,
suelten los volantes, your leader will be released alive if you release a
friend fighter for liberty, retirada unidad uno, comanboy, camina coronel,
act naturally, camina, camina y no mires tanto, entra en el carro, anda, en el
centro, entre los dos, ahí, in the center, yo sé que entiendes, baja las manos,
cierra los ojos, shut your eyes, los ojos, vale, que cierres los ojos, la gorra,
quítate esa gorra y esa chaqueta te la quitas, así, arranca, ajá, ahora el ojo
derecho, ahora el izquierdo, y te estás tranquilo, coronel.

El muchacho que tenía la ametralladora le dijo al coronel que saliera y


el coronel vio que el arma estaba montada y que el muchacho estaba
decidido a usarla y salió. Otro muchacho lo cubrió con una pistola grande.
El coronel caminó por el jardín de la quinta. En la acera acababa de
detenerse una camioneta Chevrolet vieja de color pardo. El coronel se fijó
en todos los detalles y en la cara del chofer, que lo miró y abrió la puerta
trasera. El coronel no pudo ver la matrícula pero se dio cuenta de que el
acompañante del chofer mostraba un revólver apenas tapado con una
chaqueta de caqui. El coronel trató de fijarse bien en la cara del chofer y en
la cara del acompañante y en la cara de una muchacha que estaba en el
asiento delantero. El muchacho de la ametralladora se sentó a su lado
derecho, entrando desde la calle. La ametralladora era un arma corta y fea,
algo parecido a una Madsen pero no exactamente una Madsen, quizá un
arma checa o una UZI, sólida y sencilla, que debía terminar en una culata
adaptable pero que en lugar de la culata tenía una empuñadura de metal
rudimentaria, quizá soldada por el mismo muchacho que la llevaba y que en
ese momento la cubrió con una chaqueta. La empuñadura debía hacerla un
arma difícil de dominar una vez disparada, y de efectos desagradables y
sucios en un sitio como el asiento trasero de una camioneta. Por eso el
coronel se sentó muy recto y bajó las manos cuando el muchacho de la
izquierda se lo dijo. Se dejó quitar la gorra. Dejó que le quitaran la guerrera.
Vio entonces que la pistola del muchacho de la derecha era una Smith &
Wesson de nueve milímetros, una semiautomática de nueve tiros, muy
precisa, que el coronel conocía y estimaba por haberla visto funcionar en las
canchas de tiro y haberla disparado él mismo. El coronel sintió un ruido
como si rasgaran una tira de tela y miró a la muchacha, que tenía el pelo
corto y una expresión muy dulce y le pasaba al muchacho de la izquierda
dos tiras de esparadrapo. Le dijeron easy. Le pusieron unos lentes para
disimular el vendaje. El muchacho había actuado con delicadeza. El coronel
notó que la piel se le había erizado cuando lo tocaron. Entonces sintió que
la camioneta había frenado.
—Te vamos a cambiar de carro, coronel –dijo el muchacho del lado
izquierdo–. Te vamos a guiar hasta otro carro. Si obedeces, no te vamos a
hacer nada.
—Debes bajar las manos, coronel –dijo el otro muchacho–. No debes
caminar por la calle con las manos en alto.
El coronel sintió que lo tocaban y se puso rígido y lo pensó mejor y
aflojó los músculos. Debo empezar a planear, pensó. Ahora debo empezar a
hacer planes.
Entonces bajaron de la camioneta y entraron en otro automóvil,
llevando del brazo al coronel. El coronel sintió que era un automóvil
grande. La puerta, al cerrar, tuvo un sonido poderoso y seco. El coronel
sintió que otro automóvil pasaba cerca pero no pudo saber si era un refuerzo
de los secuestradores.
—Estate quieto y todo saldrá bien, coronel –dijo el muchacho de la
ametralladora, que se había vuelto a sentar a su derecha–. Hemos tenido que
secuestrarte pero si te estás quieto todo saldrá bien.
—Puedes hablar en castellano –le dijo el muchacho del lado izquierdo–.
Sabemos que puedes hablar en castellano, pero si hablas en inglés podemos
entenderte.
—Está bien –dijo el coronel.
—No queremos obligarte, pero será mejor si hablas en castellano.
—Está bien. Ya he dicho que está bien.
—No tenemos nada personal contra ti, coronel. Hemos tenido que
secuestrarte pero no es nada personal.
El coronel asintió con un movimiento de la cabeza, sin que su cara
cambiara de expresión.
—Es decir, podría ser que tuviéramos algo personal, por cosas que
hayas hecho, pero eso ahora no nos interesa. Esta vez no es nada personal.
—Está bien –repitió el coronel, muy cuidadosamente. Pensó en sonreír,
pero luego le pareció falso y difícil sonreír en esas circunstancias.
—Te vamos a tratar bien, coronel. Vamos a hacer lo posible por tratarte
bien. No te vamos a maltratar, coronel.
El coronel trataba de fijar bien las voces pero le resultaba difícil
distinguir entre voces que hablaban castellano. Era un castellano muy
rápido para él y el coronel no sabía si era el acento normal de los
muchachos o si el miedo los hacía hablar en esa forma. El chofer, que
aceleraba y frenaba con cuidado, no había hablado.
—Lo que quiero decir es que no vamos a hacerte como nos hacen a
nosotros –dijo el del lado izquierdo–. A los camaradas que caen los tratan
muy mal.
—No es mi culpa –dijo por fin el coronel, alzando la cabeza.
—En Panamá les enseñan cómo se debe hacer, coronel. ¿Nunca has
estado en Panamá?
El coronel adivinó que el muchacho del lado derecho le había hecho una
señal al muchacho de la ametralladora, porque este dejó de hablar durante
un rato. El coronel pensó en Panamá.
—Pero nosotros no te vamos a hacer daño –insistió el muchacho del
lado derecho—. Solo si tratas de escapar, lo que es imposible, vamos a tener
que maltratarte. Entonces tendríamos que disparar, pero solo si nos obligas.
—Está bien –dijo el coronel. Pero luego añadió:
—Quiero decir que he entendido, que comprendo.
—Tendríamos que disparar si tratas de escaparte, coronel –dijo el del
lado derecho–. Nos pesaría pero tendríamos que hacerlo. Queremos que
entiendas eso bien.
El coronel sintió que el automóvil frenaba y creyó que habían llegado,
pero estaba equivocado. Adivinó que los detenía la congestión del tráfico o
un semáforo y sintió crecer la tensión dentro del carro y se imaginó los
dedos bañados en sudor de los muchachos resbalando en los gatillos de las
pistolas y de la ametralladora corta, disimuladas con las chaquetas dobladas
o con periódicos. Entonces pensó que iba a suceder lo peor. El coronel
prestó atención al silbato lejano de un agente de tránsito. Cuidado, le dijo el
muchacho del lado derecho, que había percibido algo, quizá un movimiento
en las orejas, quizá una especial tensión en las espaldas del coronel, que
sudaba en su camisa blanca. El automóvil siguió la marcha. El coronel
adivinó que escapaban hacia bocacalles sin tráfico, con velocidad pero sin
apresuramiento excesivo. No podía ver nada por las tiras de adhesivo en los
ojos, y pensó que aquella oscuridad era casi como la del bar del club donde
se había emborrachado con Milt la noche anterior a su partida, solo que
aquélla era una penumbra sedante con aire acondicionado y música y no
esta oscuridad en la madrugada donde el click de un arma o un cambio de
velocidad sustituía el caer de los trozos de hielo en el vaso.
El coronel trató de pensar en Milt para olvidarse del temblor que le
comenzaba en las manos. Siempre había creído que un hombre equilibrado
podía dominar el terror introduciendo pensamientos agradables en su
mente, en el grado y medida en que tuviera el deseo de dominarlo y la
capacidad de producir estos pensamientos, que debían ser cuidadosamente
cultivados durante todo el tiempo que fuera posible para tenerlos a mano en
tiempos de dificultades. Lo que repetía a cada momento Milt es que a cierta
edad los hombres pasan a ser decorativos y su trabajo consiste en no darse
cuenta de que les ha pasado eso. Ajenjo, política o campañas de prensa son
los entretenimientos necesarios, decía. Condecoraciones, también, le dijo el
coronel. Milt había recibido ese año el Award de la National Association of
Cartoonist, y por esa época dependía cada vez más de sus ayudantes, y el
coronel cada vez más de sus asistentes, y lo peor era, no solo que lo que
ambos hacían era malo, sino además que nadie se daba cuenta.
—Divorcios, condecoraciones y trofeos –dijo Milt.
—Pensiones de alimentos, también –dijo el coronel.
—Nos da por hacer lo que siempre quisimos. Y notamos que ya no da
para una mierda. Tuve una lancha en Key West, y una camiseta con un pez
aguja estampado, y una gorra con visera. Y el aparejo de las cañas era
cromado y tan suave como el cheque con que lo pagué. Y sabes entonces lo
que sucedió.
—No –dijo el coronel.
—Me vi reflejado en uno de los faros del yate. No me hizo maldita
gracia.
—Lo mismo –le dijo el coronel al barman.
—Podían haberme fotografiado y vendido la postal. Milt, en la madurez
de sus años, se sueña el Milt que el joven Milt soñó. Y lo malo es que
ambos son lo mismo.
—La vi. Figura enmarcada en las mesas de té de todos los clubes
femeninos.
—Entonces es muy bueno que el motor del yate sea poderoso y haga
mucho ruido, porque si no, te oirías tragar saliva. Todas las agujas del
Atlántico te oirían tragar y saldrían de la corriente del Golfo huyendo de ti.
—Eso es lo que llaman fatiga de combate –le dijo el coronel–. La
inventó ese muchacho, Nick Adams, y ahora no hay en la tierra más que
maricas. Se preguntan cuándo les va a suceder. Lloran, en las camas de los
centros de entrenamiento, esperando a que les venga.
El coronel se había puesto serio. Pidió otro ajenjo y dijo en voz baja:
—Milt, me mandan a las repúblicas banana.
—Agua de coco. Se puede beber toda la noche el agua de coco de esos
negros. Collares de flores y esas cosas. Vudú. No malo para un fin de
semana.
—Estamos de fin de semana siempre. Desde que entré al servicio
estamos de fin de semana.
—Bebe agua de quina, contra la malaria. ¿Algún dictador, con uniforme
de ópera e hijas de cabellos de azabache? Hombres durmiendo la siesta,
bajo sus grandes sombreros.
—¿Y qué seremos nosotros para ellos, Milt? ¿También caricaturas?
—Te diré. Somos como Nick, jugando al grande hombre con negritos
que lo abanican.
—Pero eso era antes. Nick se fue del Caribe, ¿no es cierto?
—Nick se pegó un jodido tiro en la cabeza –le había dicho duramente
Milt al coronel–. Se cansó de fingir la felicidad. Allí lo encontraron, sobre
un revoltillo de cabezas de antílope conquistadas en safari y carteles de
toreo autografiados y viejas armas de caza de las que como es sabido
pueden hacer reventar un búfalo con una herida justa y noble en el vientre
de modo que no tenga que correr durante días pataleándose las vísceras
como un muchacho a quien le rechazan los relatos o los bocetos que envía a
las agencias y tiene durante tanto tiempo que esperar el tiro bueno de una de
esas balas blindadas que perforan las más duras capas de hueso y son como
una bendición cuando hay la suerte de que las dispare un cazador de buen
pulso y seguro. ¿Sigo?
—Serías cómico descerrajándote un tiro, Milt.
—Sigo. Coronando con aquel gesto, ¿qué? Una guinda coronando una
pompa de hot fudge coronando una plasta de mierda. Porque, vamos a ver,
Stevie, qué querían esos muchachos que éramos, honestamente, pasarla
bien y sacar un dólar de donde fuera y esa era la felicidad.
Milt se había interrumpido y apartado el vaso, para luego continuar:
—No, no era así. Nunca fue así. Vendimos nuestras almas solo porque
creíamos que eran baratas, y por eso nada terminará de pagárnoslas.
—Eso ya no es Nick, Milt.
—Te voy a decir lo que hacen los que nos compran el alma. Nos la
dejan adentro, para que nos atormente. Stephen, lo que ha podido ser me
duele. Una forma... Un militar, un hombre de negocios, pueden culpar al
mundo, pero a quién si no a sí mismo se culpará el artista cuando vea que
sus palabras o sus colores son falsos. Y nosotros, Stevie, no éramos así. Yo
soñé la aventura de China que viví en pantuflas en el estudio, nutriéndome
de fotografías y grabados, en aquel tiempo soñábamos, Stephen, y alguna
vez despreciaste el mañana o te sentiste atravesado de los peores grises en
un mundo de barracas y uniformes y bidones de gasolina, porque naciste
adulto, Stephen, te faltó el desamparo. En cambio yo, yo que no podré ser
héroe porque recuerdo todos y cada uno de mis minutos y me vienen a la
cabeza los hierbajos de la granja en donde la quinta tormenta de arena rojiza
había sepultado todo lo verde y volvía a los viejos más metálicos y más
desesperados, porque la religión los había enseñado a llorar para adentro y
ese llanto era, Stevie, lo único húmedo en aquella sequía que hasta las
tolvaneras de polvo rojo respetaban como temerosas de abatir el molino de
viento que era la única señal de vida, hasta aquella tarde en que el viejo
rencoroso pareció enloquecer y subió la torre con la boca llena de clavos y
un martillo en la mano y clavó las aspas maldiciendo y después lanzó un
escupitajo al pozo seco y se sentó en el porche y dejó caer el martillo y
comenzó a acezar mirando los tornados con un ojo de acero ya
impenetrable para las imágenes, moviéndose para gritar e insultar solo
cuando trataban de arrastrarlo, hasta que el cielo estuvo así de límpido y
comenzó la agonía.
—Milt, nos van a echar del Asia –había dicho en voz baja el coronel–.
Europa se burla de nosotros y lo único que nos queda son las repúblicas
banana.
—La crasitud, Stephen. Yo inventé las sombras espesas y crasas como
la mierda. Pincel número tres, sin bosquejo previo. Los matices no existen,
Stephen. Se es o no se es.
El coronel jugó la cuenta con el barman, y ganó. Quedó perplejo.
Aquello era un mal augurio. Al día siguiente, en el aeropuerto, encontró a
Milt que había ido a despedirlo, y pretextaba haber madrugado para el golf.
Milt estaba pálido y descompuesto y envejecido y en esa etapa en que ya
todo el golf del mundo no bastaría para hacerle bien, y así lo recordó el
coronel el momento en que, sobresaltándose, sintió que el carro se detenía y
el muchacho de la derecha le hacía sentir el cañón de la ametralladora en la
camisa empapada de sudor.
Entonces, todavía vendado, lo subieron a un pequeño apartamento en un
edificio y allí le explicaron que iban a cambiar su vida contra la del
muchacho asiático que había tratado de matar al Secretario de Estado
norteamericano.

El coronel 1) se sentó muy recto en el catre; 2) ladeó la cabeza para que


le quitaran los adhesivos que le cubrían los ojos; 3) reconoció contra la
persiana baja al muchacho de la Smith & Wesson; 4) rechazó un sándwich
de queso y un cartón de jugo de naranja; 5) trató de concentrarse en los
ruidos que llegaban desde la calle para localizar la situación del
apartamento; 6) pidió cigarrillos; 7) sintió cólicos; 8) sintió que el tiempo
no avanzaba; 9) calculó el número de los que lo vigilaban y las armas de
que disponían; 10) negó haber entrenado a los aviadores que bombardeaban
las montañas; 11) trató de orinar en el baño; 12) negó haber estado en las
fuerzas que invadieron la República Dominicana; 13) aceptó un vaso de
leche; 14) manifestó no poder contestar si había estado en Vietnam; 15)
leyó los periódicos del mediodía en donde aparecía su secuestro; 16) trató
de controlar su expresión a medida que descifraba las líneas en donde se
informaba que su vida sería cambiada por la del muchacho vietnamita que
iban a fusilar; 17) recordó largas guardias en las academias en la época en
que era cadete; 18) manifestó haber cumplido órdenes cuando le
enrostraron acciones de agresión en guerras no declaradas; 19) trató de
imaginar qué haría en esos precisos momentos Milt; 20) guardó silencio
cuando le hablaron de los reos ejecutados en Nuremberg después de haber
alegado que cumplían órdenes; 21) se quitó los zapatos; 22) sintió tristeza;
23) aceptó cambiarse los pantalones por un pijama grande; 24) tuvo la
certidumbre de que moriría y de que morirían también los que lo vigilaban;
25) peló con los dedos una naranja; 26) se entretuvo juntando los trozos de
la piel de la naranja; 27) oyó una paloma que arrullaba fuera de la persiana
corrida; 28) vio cómo el muchacho de la ametralladora movía los labios al
leer los papeles de rutina del compartimiento superficial del maletín; 29) se
aprendió de memoria las caras de la pareja de muchachos que relevaron la
guardia anterior; 30) sintió amargura; 31) se obligó a comer sandwiches que
le trajeron en bolsas de papel; 32) calculó el tiempo que le hubiera quedado
para la jubilación; 33) miró establecer el orden de las guardias para la
noche; 34) sintió vergüenza al aflojarse la dentadura postiza; 35) cobró
conciencia de la persistencia con que todo el día había espantado una mosca
que lo atormentaba; 36) sintió piedad de sí mismo. Este sentimiento había
comenzado al principio de su carrera, cuando arriesgaba su vida en el
puente aéreo sobre la joroba, como llamaban al Himalaya, para trasladar
pertrechos de Delhi a Kunming con destino a las cuadrillas de P-40s que
Chennault mantenía en China mientras el desacuerdo entre Chennault y el
general Stilwell sobre el uso y la oportunidad del puente aéreo se extendía y
se amargaba y entonces, antes de uno de los vuelos peores que habría de
hacerse contra la lluvia y los vientos del monzón, revisando las listas de
carga, Stephen verificó el rumor de que la mayor parte de los cargamentos
era, no de pertrechos, sino de artículos de escritorio y de papel moneda
chino impreso en Brooklyn y entonces comprendió la sorna con que los
oficiales rendían sus informes después de cada vuelo y se insultaban unos a
otros llamándose cagatintas y compilando expedientes imaginarios —
conscientes todos ellos de que su día había pasado y de que otra cosa lo
dirigía todo— cada vez más remotos y más impotentes frente a sus
desastradas máquinas y sus piojosos alojamientos: materiales de archivo.
Bubu

Queridísima mamá yo me imagino que a estas horas estarás terminando las


horas extra en la fábrica de camisas y yo me acuerdo cuando me dijiste que
podías hacerme estudiar con el más grande de los sacrificios porque eso soy
yo el más grande de los sacrificios por eso hice las colas de noche
esperando los autobuses en la placita del Rectorado bajo el reloj de la
Universidad que daba las horas para llegar a decirte ya he avanzado mucho
y en cinco años seré doctor y tendré carro y papá me reconocerá y para eso
hay que calársela trabajar de día y llegar a la primera clase del Doctor
Porcentaje que nos dice este es un país monoproductor con sus principales
fuentes productivas en manos de empresas extranjeras que además hacen
fraude al declarar los precios de venta de sus exportaciones de manera que
pagan menos impuestos al tesoro público que los distribuye de modo que el
2% de la población se coge el 40% del ingreso y este ingreso revierte al
extranjero para compra de bienes manufacturados y pago de patentes y por
eso los monopolios norteamericanos sacan aquí el 45% de sus beneficios en
América Latina y el índice de crecimiento económico es del 2% y no hay
planes para integrar a la economía el aumento de población que es del no sé
cuántos % y entonces empieza la clase del Doctor Matrix que nos explica
que media geométrica es la cantidad intermedia de tres cantidades que están
en progresión geométrica y es igual a la raíz cuadrada el producto de las
otras dos pero ya comienzan afuera el agite que si libertad para los presos
políticos que si cesen las torturas que si abajo este gobierno cuando suena el
timbre de la clase del Profesor Billete que nos dibuja una raya y el Debe y
Haber y nos dice amortizándose el local de la empresa a diez años dada la
utilidad financiera y los activos circulantes establezca el balance para el
ejercicio, para mí está clarito que el balance es la media geométrica más la
tasa del crecimiento económico más las compañeras de clase que todas son
cajeras de banco y no tiran más los condiscípulos que usan corbata finita y
huelen a Mum más la cola del autobús, querida y estimada mamá yo me he
retirado un tiempo a considerar las cosas y a pensar mucho, los calzoncillos
sigo sin ellos las medias las lavo de noche y a veces amanecen secas pero
tienen huecos querida y estimada mamá espero que esta te llegue sin
problemas pues he hecho que un amigo la ponga en el correo, es falso que
yo corra peligro como te habrán dicho y tampoco que mi captura es
inminente como dicen los periódicos no debes preocuparte soy inocente
ahora me ocupo de vigilancia y me haces el favor y no vayas a estar de
pazguata votando por el gobierno en las próximas elecciones mil besos te
manda tu hijo que te abraza,
Bubu
El coronel

El coronel se recostó en el catre. El coronel trató de dormir para no


escuchar el zumbido de la mosca. El coronel recordó el ruido del motor de
los P-40 en su primera guerra extraoficial, en China. El coronel pensó en
Flip Corpkin, que contaba el número de los aparatos que regresaban. Flip,
pensó, que abrió un restaurant en L.A. y la última vez que estuve allí lo
visité, y las fotografías de todos estaban en las paredes, las de los vivos y
las de los muertos, y las de los P-40, y todos sabíamos que eran aparatos
malos y poco maniobrables y con motores Allison mediocres y que no
había casi repuestos y que su única virtud estaba en sus seis ametralladoras
Browning que nos servían para pelear en pandilla, siempre dos contra uno,
o para misiones piojosas como la destrucción de los puentes de Salween y
las carreteras de acceso a Yunan, que dejaron miles de refugiados atrapados
en caravanas desoladas por el hambre y el monzón, y yo me decía en cada
vuelo, Stephen, viejo, esta puede ser la última, pero no, eran los demás los
que estallaban sobre las nubes matinales dejándome a mí la náusea de la
gasolina y el sudor helado porque las cabinas no estaban presurizadas ni
teníamos trajes Flak y ni siquiera condición clara de combatientes teníamos,
pues bien, desde esa pared en un restaurant de L.A. nos miraban los hocicos
ha tiempo macerados de los P-40 y los ha tiempo macerados rostros de los
muchachos, o Jack o Bruce o Terence que entramos en aquella guerra no
declarada por los trescientos cincuenta dólares de sueldo y los quinientos de
prima por enemigo derribado, y así aprendí a vivir entre sueños, peleando
guerras que no existían en unidades no reconocidas contra enemigos que
todavía eran amigos nuestros, porque nosotros éramos los golpes bajos
dados por debajo de la mesa y la esperanza de los cagatintas de mantener
limpio el mantel, un mantel tan limpio como el que soportaba aquellas
ostras a la Rockefeller servidas sobre un manto de sal gruesa que me
separaban de Corpkin y me separaban de las fotografías de los viejos
aparatos y de las llameantes trombas que hacían cuando eran derribados: las
bocas de dragones y los malévolos ojos de sabandija que les pintábamos no
podían ocultar su desamparo mi desamparo frente a los terrores del monzón
y las manchitas que podían descender desde el sol como moscas antes de
que lo supiéramos, y para aquellos tiempos dormíamos escasamente y nos
emborrachábamos y Corpkin nos llamaba hijos de puta y todos sufríamos
de diarrea y de hemorroides y nos perdíamos en insomnios que eran como
si estuviéramos acostados en una barra de hielo, moldeando en ella la forma
de nuestro cuerpo a lo mejor eventrado y con el corazón púrpura o alguna
mierda de condecoración póstuma y una placa en la columna de honor del
pueblo natal y nada en ese pueblo nada en las herrumbradas máquinas nada
en nosotros que justificara ese instante este instante aquel instante: el sabor
a muerte que no entra en las reglamentaciones ni en los prospectos y que
descubrías en una guerrera helada de sudor o en los supositorios o en las
hélices reflejando un sol ascendente cuando los mecánicos apretaban las
últimas tuercas y verificaban los niveles de los aceites y ajustaban los
compensadores y los flaps y los alerones y los timones de profundidad y
fijaban las placas que cubrían las cintas de balas de calibre 50 y tiraban del
capacete de la cabina y esperaban a que entraras, sonriendo y saludándote
con la sorna del sepulturero que no tiene que entrar en la urna sobre cuyo
ocupante cierra el cristal y corre la plancha de pérpex que trepida por la
aceleración del Allison que conduce el aparato rodando hasta el centro de la
pista, como una gorda y verdosa y sucia mosca calentando su vientre ante el
vacío.
Rafael

Secuestros, yo también los hago, y le reviso el motor a los carros robados, y


se los manejo, y les acuesto al gringo, y lo tapo con la cobija, y se los
vigilo, pero no por mucho tiempo, pero no definitivo, porque ya se me
ocurre la idea de la cría de conejos para que sirva de pantalla para esconder
los camaradas heridos, y me preguntan, pero tú has criado conejos, y les
contesto, sí, conejos yo se los crío, pero lo que les ocultaba era que yo había
abandonado el negocio por la gran sensibilidad que me daba el matar los
animales, yo me entristecía del venderlos y repugnaba del comerlos y más
bien me iba entrando un gran cariño por los animalitos que me dirigían
miradas muy inteligentes de modo que se formaba la incomprensión con los
carniceros, ese era el fallo del negocio por lo que entré en la explotadera de
oleoductos, porque voladuras, yo se las hago, los percutores más seguros se
los improviso y las cargas en los sitios más efectivos se las coloco y las
explosiones en los tramos de más efectos se las provoco, de no ser que esa
reventadera me aburre por el deterioro de los tímpanos porque hay que
quedarse cerca por si el detonador falla y la gran nerviosidad y angustia de
los camaradas que les amarga la vida andar en carros con dobles fondos
llenos de dinamita y no se calman ni cuando les cuento de mis aventuras en
el negocio de hacer dulces criollos y me dicen, dulces, Rafael, pero tú sabes
hacer dulces, y les digo que dulces yo también se los hago, de todos los
tipos y todas las formas y todos los sabores porque yo monté el taller de las
dulzuras que habría sido el negocio del siglo salvo que me distrajo la
investigación de la formación de la tierra en el hervor de las melcochas y
los estratos geológicos en las capas de las milhojas y los terremotos con el
majarete y las erupciones volcánicas con los suspiros hasta los
encojonamientos de la formación de las estrellas que me reventaron el
horno y ese fracaso fue lo que me dejó dispuesto a echarle bolas a toda
vaina, a fabricar piezas de fusiles en el taller clandestino si me conseguían
acero de la tolerancia necesaria, sí señor, ánimas de fusiles yo se las hacía
de noche en el torno subterráneo y de día temperaba las trasnochadas con
mi gran ilusión del cultivo de las fresas, donde me conseguí de socio un
italiano que se intimidó al verme consiguiendo los barriles que se llenarían
de tierra y entre cuyas duelas, flojas, asomarían las plantitas de fresas que se
regarían por embudos y vasos comunicantes y serían las más sabrosas fresas
del mundo, hasta que el socio, temeroso, más que del fracaso, de las burlas
ante tanto acarreo de barriles y tantos preparativos técnicos para la, como la
llamaban, barricultura, sufrió un ataque de nervios y se empeoraba cada vez
que yo lo visitaba para exponerle los perfeccionamientos que soñaba para la
intensificación de los fresales colgantes y basculantes y trepadores pero
entonces los camaradas dejaron caer el taller que creo que fue por una
delación y empezaron la fase de los incendios, porque incendios yo también
se los hago, por los cuatro costados hago arder los almacenes y a las
embajadas les preparo paquetes de regalo de acción retardada que les abren
boquetes en los rompesoles, y gringos también se los secuestro y se los
cuido durante todo el tiempo de la noche porque eso yo también se los
hago, pero entre guardia y guardia ya vislumbro el proyecto de la
producción en masa de algodón de azúcar y las centrífugas e incluso los
elíxires volátiles para extraer la esencia directamente de las cañas y
abastecer el país de las nubes azucaradas dirigidas por las corrientes de los
vientos y las lluvias de guarapo de caña y los granizos de caramelo y de
helado y los ciclones de aguardiente según la altura y el añejamiento y la
temperatura y la condensación y la precipitación porque los fresales y los
conejos y los fusiles y las voladuras y los gringos secuestrados y las
revoluciones y las nubes yo se las hago.
Un paseo en aeroplano

Y entonces íbamos hacia las nubes —entrábamos con los P-40 en nubes que
eran como muelas que se hubieran masticado a sí mismas— dentaduras del
tamaño de montañas —entre sus hendeduras chorreando saliva de humo—
sarros amarillentos —vómitos de espuma— paladares de mármol
pulverizado —cúspides— como a hilachas nos masticaban las nubes —
salíamos de ellas a encerrarnos entre las mallas de las trazadoras— y cada
cual veía en las nubes su obsesiones —Terence, mi compañero de
escuadrilla, veía tortillas de sesos, sus circunvoluciones encendidas por la
aurora— camarones enrojecidos flotando sobre la nada —yo solo veía
colmillos y molares desbaratándose con su alimento, que éramos nosotros
— Dios nos ampare, era la dentadura postiza de Dios la que nos masticaba
—y caíamos hacia el rojo de su paladar en los cielos interminables de la
guerra— entre ellas transcurríamos como una saliva de hierro —ser
masticado por muelas de algodón o de vapor o de nieve— vaporizado uno
mismo —hecho nube— nubes nos hacían nacer en las vísceras las náuseas
del miedo —yo temblaba en la cabina y sufría todas las variedades del
sudor frío deseando que aquella misión, solo aquélla, terminara conmigo
vivo— recordaba pesadillas en las que de mi cuerpo brotaban cánceres
como nubes —verrugas de hierro arrugado y de burbujeante pérpex— mi
cuerpo se extendía venturosamente por los cielos hasta que la madrugada
volvía a reunirlo para ofrecerlo a la aniquilación —yo terminaba por creer
esa leyenda de los pilotos a quienes el cansancio hacía combatir dormidos
—océanos de niebla —las ventanillas blancas como un ojo revirado— o
más bien nubes que eran amasijos de vísceras y entre ellas caían aviones
que dejaban columnas de humo retorcidas como intestinos —el aire los iba
dirigiendo hasta arrojar mierdas de metal desintegrado y de carne quemada
que descendían aleteando y salpicando fragmentos— a medida que caían
silbando en un alarido que nos traspasaba el cráneo y nos obligaba a
cubrirnos los oídos con las manos.
Víctor

Despertarse con el canto del gallo que caía aleteando en el patio del rancho.
Traer el agua desde el río. Buscar los huevos de las gallinas en el corral.
Darle las sobras a los cochinos. Y a mamá que pregunta muchacho oh,
dónde vas oh, decirle al campo americano, oh, recoger los zapatos de goma,
caminar hasta la carretera, caminar el bordecito del asfalto donde pasan las
gandolas y el bordecito de las alambradas hasta la casilla donde el
guachimán, muchacho oh qué haces ahí, voy a pasar oh, está prohibido, es
que míster Willis me dijo para el Club, ah bueno pasa, coger por el camino
a la derecha y seguir a la izquierda por la gramita fina y después a la
derecha por el desvío, muchacho adónde vas, al Clú, pero por esa puerta no,
por la de atrás, ponte los zapatos antes de entrar, espera ahí, siéntate sobre
esas gaveras de refrescos, espera a que te llame, ajá, ahí vienen, entra, mira,
colócate ahí, en ese foso, agarra los pines y los vas poniendo en el triángulo,
y cuando terminen de frotarse las manos con el polvito blanco, halas la
palanca ¡cras! y quedan los pines y desde allá lejos desde la punta de la
cancha techada el señor rojo en calzoncillos blancos que coge una bola
negra grande y se para como en atención firme y alza la bola casi hasta sus
labios como si estuviera bebiendo un coco y se cuadra y te mira y bambolea
la bola y coge impulso y te la manda dando vueltas haciendo una curva por
toda la cancha bordeando la canal pero después enderezándose cras recoger
los pines desparramados ponerlos en el triángulo bajar la palanca cras, y la
bola, ah, sí, la bola que tienes que alzar, levantar casi hasta tus labios para
verte reflejado en ella y colocarla en la canal cras desde donde irá girando
reflejándote cada vez más pequeño detrás de una hilera de pines y
reflejando cada vez más grande al gigante rojo que la espera al otro borde
de la canal y que tiende hacia ella cinco dedos enormes que la detienen y se
encajan en sus tres agujeros y la elevan hasta la gran boca agrietada por el
sol de las canchas de tenis y las piscinas y la bambolean haciendo centellear
en ella los neones de la cancha para enviarla chasqueando por la pista hasta
una creciente formación de pines detrás de la cual cras saltas a recoger los
pines los colocas en el triángulo cras los bajas cras tu cara se refleja en la
gigantesca bola que levantas y pones en el carril alzándote de puntillas para
darle impulso cras por la canal alejándose dando vueltas acelerando hasta
golpear cras un gringo que duerme acurrucado en un catre detrás de la
mirilla de tu pistola.
El coronel

¡Impacto! Una bola de hierro perforaba el avión como si fuera a hacerlo


pedazos y caíamos en espiral por los cielos hasta que el aeroplano era solo
una mota de polvo en forma de tornillo y la máquina y yo nos olvidábamos
de nuestros propósitos y nuestras formas impuestas y desplegábamos
nuestras estructuras ocultas igual que esas bolitas que, al caer en un vaso de
agua, se abren en una flor que hace desaparecer el vaso y hace desaparecer
las aguas, convirtiéndome yo en una aterrorizada oruga de carne
transparente, transformándose la máquina en una gárgola de metal
enardecido en cuyas hendeduras y protuberancias florecían dentadas fauces,
garras, espinosas colas, espolones y látigos, tortuosas placas y sinuosos
aguijones, los unos a los otros sucediéndose y cambiando de color y de sitio
y de forma a medida que bajábamos en la purulenta torta en capas del cielo
y espigábamos en las tripas de las nubes, que en vano nos infligían la
asfixia y los cristales de hielo y el agarrotamiento del frío ¡en vano a la
máquina nimbada de espíritus de petróleo y llameantes jugos de
electricidad! Hasta que mi carne se fundía y penetraba como un líquido en
la fluyente carne metálica del aparato y burbujeaba en las ventanillas de
pérpex y en la maraña de planchas, costillas y alambres, y penetrábamos en
las formaciones de las máquinas enemigas que eran traídas por los buenos
vientos como enjambres de moscardones. Babeando aceite se embestían las
grandes mariposas de metal y se desgarraban con sus bocas de acero al
carbono y se cortaban con sierras y se perforaban con taladros e introducían
bombas para succionar la derretida carne de los pilotos y los unos a los
otros se plantaban huevecillos parásitos y se despanzurraban mientras que
mi mano permanecía soldada a la palanca del lanzallamas —con el brazo
me cubría la cara cuando veía pasar las lloviznas de metal derretido y de
vapor de sangre —los torbellinos de hueso y de aluminio pulverizados —las
cabezas que caían en el aire como bólidos, mordiendo a diestro y siniestro
—en ocasiones abordábamos grandes aeroplanos que enviaba el enemigo
con tripulaciones de cadáveres que no soltaban los mandos ni las armas ni
siquiera al ser calcinados —las rígidas manos atadas a las palancas con
alambres de acero y con amuletos —azules moscas de cobre, ojos de pez
cosidos a las órbitas vaciadas —cordones umbilicales desde sus vientres
hasta los rotos depósitos de anticongelante —las naves de los muertos
cribadas como panales —los oídos perforados por micrófonos con púas que
insertan para siempre himnos marciales y propaganda —el peso de las
gárgolas mecánicas haciendo colapsar secciones enteras del firmamento —y
caíamos como la regurgitación de una inmensa cloaca —arañas mecánicas
tendiendo redes de cables de acero —un polen de limaduras de hierro que
tupe los pulmones de las máquinas —esponjas de metal rasando las pieles
de acero y de carne —látigos orlados de cuchillas girando al azar en las
nubes —bolas erizadas de garfios ligando los aparatos en vuelo —semillas
que germinan en los émbolos de las máquinas y en los agujeros del cuerpo
—hoces planeadoras que tirabuzonan sobre las nubes de chatarra ardiente
—vendas de cobre laminado —máquinas cubiertas de escamas pintadas en
laca y en minio —uñas y espolones en las extremidades —torrecillas
giratorias que disparan murciélagos envenenadores —tridentes mágicos que
atraen y liberan el rayo —nubes de espejos que multiplican y confunden la
batalla —crustáceos alados descerebrándose con grandes pinzas de hojalata
—soldadas en el triángulo místico de la formación, nuestras máquinas
destripaban y devoraban los dragones enemigos —los moscardones
perforados asperjaban sangre como grandes regaderas —sangre que se
condensaba en cristales como el vapor de las estelas —nubes rosáceas de
cristales de sangre en las cuales el calor de los motores y de los lanzallamas
dejaba rastros viscosos —pantallas de sangre congelada que escarchaban el
capacete y que colaban hacia el interior entumiendo mapas, instrumentos,
mascarillas de oxígeno —fumigadoras de sangre viscosa que embreaba los
motores y taponaba los filtros de aire —órganos dispersos que vivían
eternamente flotando en aquel caldo de hemoglobina —máquinas que
estallaban en nubes de pajaritas de papel de aluminio —encallábamos al fin
en nubes de sangre —restregándonos con las manos el mapa de sangre y
mocos de la cara —en las nubes de sangre dormíamos en medio de un vaho
de sal hasta que un piloto que fumaba dormido incendiaba la pasta de
coágulos y la peste nos despertaba —pilotos que eran incinerados vivos
porque no querían despertar —las bocas atornilladas a cantimploras de
whisky que explotaban en llamaradas azules —estrelladas en gargajos
broncíneos las condecoraciones —escupidos como gargajos de sangre y
fuego —comenzábamos a caer.
Cirilo

En esta luz gris vigilar a alguien que duerme, como cuando vigilaba a mi
abuelita que estaba mal y estaba perdiendo las facultades y yo le decía, soy
yo, abuela, y ella me decía quién, y eso es lo que me dice todo el mundo,
quién, perdona pero no te localizo, me excusas pero no te recuerdo, oye se
me viene a la cabeza pero no lo preciso, porque siempre fue así, porque
entre mis hermanos yo no era ni el primero ni el último ni el más alto ni el
más bajo ni el más gordo ni el más flaco, y en la escuela la maestra no se
acordaba de mi cara porque yo no era ni el más sabihondo ni el más bruto ni
el más tranquilo ni el más travieso, y en el retrato de grupo de la primera
comunión no se me reconocía porque no era el más cursi ni el más pazguato
y en el beisbol no fui ni el cuarto bate ni el cargador de agua y las novias
me olvidaban por no haber sido el pretendiente más buenmozo ni el más feo
y en el partido no fui ni el más irresponsable ni el más patria o muerte y no
me encomendaron ni las acciones más arrechas ni las más flojas pero allí
estuve siempre contigo con ustedes como ese tipo que en todas partes
aparece pero no se sabe precisamente qué pito toca en el asunto o por qué
vino a parar en él y parece esos extras que miran cuando el muchacho de la
película rescata a la novia o esos personajes que el novelista los mete de
relleno o ese tipo que apareció coleado en las fotos o está de suplente y
algún día lo van a llamar pero ese día no llega y me pasa esa vaina de todo
el mundo que estoy aquí sin que yo sea lo más importante y ando con esa
cara del tipo que se sentó esta mañana al lado tuyo en el autobús o del que
te acompañó en el ascensor o del que orinó antes que tú en el excusado sin
que ya lo recuerdes sin que sepas quién fue o a cuenta de qué anda en esto,
sin que recuerdes ni su nombre ni su cara ni su voz ni sus gestos ni las de él
ni los de todos los demás, tantos para quienes fuiste como soy sin nombre,
bajando de autobuses, escaleras subiendo, trasnochos pasando haciendo
guardias restregándose los párpados fumando cigarros tirando colillas
dejando un rastro de papeles y palabras desde todas las ventanas donde te
saludó mi cara y desde todos los ojos desde donde te vi sin mirarte.
El coronel

Alcanzada, la nave caía como una gota de fuego —escurría entre nubes
sangrientas y cielos de estrellas fugaces —por más que tratara de
estabilizarla con la palanca, caía por entre el hervor de las capas de la
batalla y las nubes que se incendiaban y entre la espiral del humo de
volcanes sagrados —malévolamente herida la nave caía lengüeteando
llamaradas entre las carcasas llenas de cadáveres descerebrados bajo
cúmulos de intestinos desgarrados —cayendo entre follajes de estómagos
machacados y cordones umbilicales, quemando con su ardor de fósforo los
colchones de cartílagos —con el motor tosiendo taponado por los colgajos
de pleuras y las tiras de piel trabándole la hélice —lanzándome su primera
lengüetada de fósforo que ponía a burbujear el pérpex que yo quería romper
como una placenta mientras el alarido de la parturienta rasgaba las nubes
llenas de moscas que caían haciendo molinetes —fuego brotando de la
palanca de mando y fuego de los cuadrantes de los aparatos de navegación
y fuego del estuche de mapas —fuego de tu propia boca que se abre sin
poder gritar —y fuego que consume como un traje de novia las volutas de
paracaídas y fuego que se desprende como la ceniza del cigarro de uno de
mis guardianes, que estalla dejando una columna de humo y desciende
como una centella hasta el zapato donde rebota para hundirse en el piso
negro.
Rubén y Rondón

—¿Tú sabes lo que yo hago al encargarme de una guardia? Reviso el


cargador, cuento las balas, quito el seguro.
—Menos mal que no te toca la metralleta porque estarías contando balas
hasta la madrugada.
—¿Tú estuviste en aquella manifestación de desempleados, la primera
vez que echaron plomo?
—Allí enterraron a cuatro.
—Pero entonces éramos unos niños.
—Ahora hazme un cálculo de cuántos entierros van de allá para acá.
—Acuérdate que la policía también se roba los muertos en pleno velorio
y vaya a saber qué hacen con ellos.
—¿Ese no fue el caso de Julián que apareció en un conuco como si
tratara de salir del hueco, con las manos a flor de tierra?
—A mí el que me impresionó fue Labana Cordero que lo enterraron
vivo para que hablara y él contaba después el gusto de la arena en la boca.
—A Julián lo delataron la noche antes de que saliera en el carro del
cubano a llevar unas medicinas a la montaña. ¿Y tú sabes que la primera
vez que yo disparé unos cartuchos, hace tiempo, Julián fue el que me
enseñó?
—Pero eso sería hace tiempo, cuando los primeros grupos que les
decían anarcoides.
—Mira eso fue poco después que caí en la manifestación que hicimos
pidiendo garantías.
—Yo no recuerdo esa época. Para entonces comenzaron a aparecer
urnas en las calles.
—No, acuérdate, la joda de las urnas fue más tarde, para denunciar la
desaparición del camarada Lozada, que el cuerpo apareció más tarde
maniatado con candados de los que usan en la Digepol.
—Fíjate como todo se confunde. Yo hubiera jurado que eso fue antes
del incendio de la fábrica de cauchos.
—Bueno, esa era la época de la asaltadera de policías para conquistar
las armas. Y tú sabes con quién tiré yo la primera acción. Con Carlitos, que
después la policía lo agarró y cantó todo y se metió a sapo y dice que se
corta una bola si no me liquida porque un viejo amor ni se muere ni se
olvida.
—Ajá, Carlitos es uña y carne de ese otro sapo que le dicen Tosferina
porque no te agarra sino una sola vez. Tosferina mató a Finol y a Téllez. Y
tú sabes que me contaron que Téllez la dijo a Tosferina, ay, Tosferina, tú
crees que tú vas a vivir mucho con lo que sabes.
—Tosferina va a acabar como el Bagre que lo sonaron cuando estaba
echando un polvo en El Gran Paradero y lo enterraron con guardia de honor
de chotas y toda la joda, y lo que pasaba era que el Bagre fue uno de los
encargados de sepultar el cuerpo del camarada Lozada y por borracho no lo
hizo bien y se encontró el cuerpo y todos los que anduvieron en esa misión
se fueron muriendo de malestares de salud muy delicados antes de declarar
ante el juez en la averiguación que tuvo que abrir el gobierno.
—Entonces fíjate: Julián cae por delación, a Téllez y a Finol los
liquidan. Eso quiere decir que los de aquella primera Unidad Táctica de
Combate se acabaron.
—Se acabaron no, fíjate en Iraida y Báez que sus fotos las sacaron en
los periódicos porque y que estaban en lo del asalto al tren, y me acordé que
siempre Báez se quejaba de su apodo, El Fotogénico, porque su foto salía
en los periódicos cada vez que había un peo y no tenían otra foto que dar y
eso fue el motivo de su desgracia.
—Bueno: fíjate y sígueme: Barnola que murió después del tiroteo del
banco, que una bala lo infectó de tétano y la familia que lo cuidaba se echó
la vaina toda de las convulsiones, amordazarlo para que los vecinos no
oyeran el estertor. Barnola estuvo en lo de los aviones de la Misión Militar
Norteamericana.
—Sí, pero allí el que cayó fue Daniel Mellado porque le explotó la
bomba antes de tiempo.
—Daniel era amigo de ese compañero actor de teatro, Santaella se
llamaba. Ese era el otro que trataba de precisar. Santaella subió a la
montaña y quedó herido en el tobillo después de la toma de Pecaya, y no
pudo seguir al grupo, porque tenía el tobillo hinchado. A Santaella me dicen
que lo mataron a palos en el campamento de la guardia.
—Me extraña porque yo había oído que Santaella sobrevivió hasta que
lo enviaron a Oriente, que a Santaella lo ponían a abrir fosas y lo ahorcaron
después de una sesión en la carpa de la verdad.
—No, ese fue el pintor Rojas, ese que tú dices. ¿Tú sabes lo que cuentan
que al Bagre se le había metido en la cabeza? Que le dibujara retratos
hablados de los camaradas. Y entonces era, a todas horas: denle en la cara,
pero no en las manos. Porque el Bagre era temático, tenía manía con la cosa
de las manos.
—Yo conocí a uno que salió vivo de Oriente pero se ahogó tratando de
escapar de la Isla del Burro.
—¿Ese no sería de los que cavó uno de los túneles que se inundó?
—No, a este el túnel le resultó bien pero se ahogó por fatiga y apareció
encallado en el barro bien lejos, ya hinchado. ¿Tú sabes cómo empezaban a
sentir que iban a salir?
—¿Cómo?
—Por las lombrices de tierra que había cerca de la superficie. Abajo no,
abajo era esa tierra fría, que huele como a carbón. Te cuento lo que uno de
ellos me contó: a pesar de que tanteaba las lombrices, se preguntó si había
superficie, si no había más que tierra y más tierra en todas direcciones, y
trataba de arañarse la mugre para tocarse la piel y convencerse de que él no
era también pura tierra.
—Yo comprendo ese estado, es idéntico al que tuve cuando la acción en
que murió quemada la camarada en el incendio de la distribuidora de
películas. Yo no dormía y me calaba aquello sin chistar porque si hablaba
iban a decir que me estaba rajando. ¿Y tú sabes con lo que yo me
entretenía? Con un Manual de hojalatería práctica que era lo único que
había que leer.
—En cambio yo pasé seis días encuevado con dos latas de sardinas no
sabiendo si había caído el contacto. ¿Y tú sabes lo que había en el cuarto de
al lado de donde yo dormía? Un reloj viejo de esos de marcar tarjeta,
descompuesto, una hélice de lancha y una maceta grande llena de tierra seca
y esas vainas tenía yo ganas de tirarlas por la ventana porque no me las
podía sacar de aquí.
—Yo tuve suerte, después me sacaron para el sitio ese que le decían La
Granja, que la tenía aquel vasco. En La Granja yo aproveché la hojalatería
práctica para soldar unos bebederos de los cochinos y yo le daba de comer a
las gallinas y las cosas se me volvieron a asentar, yo esperaba que
decidieran si pasarme a la montaña pero no decidían y entonces me
volvieron a traer y una semana después La Granja cayó y mataron al vasco
porque y que hizo resistencia. ¡Fíjate, güevón! tenían un depósito de armas
subterráneo y en tres semanas que estuve allí ni sospeché.
—A mí al fin me trasladaron a la casa de una familia amiga que me
escondió, pero comencé con la idea de que en el cuarto de al lado estaban
un reloj de marcar tarjetas, la hélice y la maceta con tierra y aunque yo
sabía que no estaban me daba miedo abrir la puerta para ver una cosa que
yo sabía que no estaba allí.
—Yo te voy a dar la fórmula, que es no pensar en el paso inmediato que
se va a dar, y así, uno se para en la esquina, tú ves, cerca, se toca el revólver
bajo la chaqueta, pero no piensa, ves, que antes de contar cincuenta va a
tener que estar adentro, y eso facilita las cosas.
—Entonces, ¿por qué hacemos operaciones prodigiosas sin un fallo y a
veces nos pisamos la cola en bolserías? ¿Por qué este año sale tan limpia la
voladura del puente de Araira y la del puente de El Tocuyo y la de las torres
eléctricas en Trujillo y la toma de Siquire, y de repente nos detienen en
Maracaibo todo el comando regional?
—Eso es como preguntarse por qué el Che María y su gente se dejan
atrapar en el cerco de El Bachiller, y se van al carajo todas las medidas para
ayudarlos, ni siquiera la voladura del puente de Santa Lucía sirvió, ese
puente que quedó hecho cascajo y la nube de polvo duró horas.
—Ahora dime, cuando hagamos la revolución, porque esta revolución
de bola que se da, ¿qué hago yo con un cuarto con un reloj y una hélice y
una maceta que ahorita mismo me imagino que están al lado en vez de los
camaradas roncando sobre los colchones con las fucas al alcance de la
mano?
—Yo te sigo recomendando el Manual de hojalatería práctica que
facilita recoger las goteras de los pensamientos que se pueden resolver
sobre la base misma de la hojalatería.
—Si en aquel día que yo dejé el Liceo me dicen: vas a tener secuestrado
un gringo, pero un gringo pesado, se me corta la respiración, pero mira, ahí
está el gringo en el catre hablando en sueños, y todo es tan natural.
—Eso es como el fenómeno de que en la expresión de una cara o en la
forma en que lo mira a uno la última señora que pasa, sabe uno cómo va a
quedar la acción.
—Y lo mismo que sucede cuando todo ha salido mal, cuando la acción
se ha venido abajo y, en un momento, doblando la esquina y a lo mejor
soltando un pepazo, de todos modos se siente esa felicidad y de igual modo
en una acción limpia impecable puede uno sentir que se le viene el mundo
abajo y estarlo sintiendo durante días sin razón para que sea así.
—Ahora dime por qué hay revólveres como este que sin haberlo uno en
su vida disparado, siente que le va a echar una vaina.
—Hay que dejar de pensar en eso, porque se pone uno como Cachucha
que decía que las balas tienen escrito nombre y apellido y murió tratando de
levantarse un parque donde estaba la que a él le tocaba.
—Yo te voy a decir que lo que a mí más me jode es pensar que si me
matan alguna vez vuelven a usar las numeraciones y a quién le irá a tocar
entonces el número de mi cédula.
—El plantón de vigía más grande que yo me eché fue en la calle
rondando un cuartel que había ofrecido alzarse y en cambio comenzaron a
recoger a todo el que veían por la calle.
—Yo los nervios más grandes los tuve con un maletín con dinamita que
comenzó a escurrir como si un helado se estuviera derritiendo y terminamos
tirándolo de un puente para abajo.
—Ahora dime honradamente si a ti te ponen una pistola cargada en el
ojo derecho y no hablas.
—Entonces hay que preguntarse si uno se cambiaría por el que le tiene
el revólver en el ojo.
—Por eso es que tantos compañeros aguantaron lo que no podía
aguantarse.
—Si los dos estuviéramos muertos, imagínate lo que dirían que dijimos
esta noche.
—Lo que tú no te has fijado es lo muerto que está uno desde el
comienzo, así como este momento dura todo el tiempo del mundo también
el otro en el que ya nos han cubierto de grava está durando así por todos los
tiempos.
—Imagínate que por el contrario yo vivo mucho más que tú o tú vives
mucho más que yo, entonces a qué obedece que podamos conversarnos
como si tal cosa.
—Lo extraño es cómo se queja el gringo entre sueños y parece que la
voz viniera del vaso donde tiene la dentadura postiza.
—Yo oí un zumbido así que salía de dónde, del tanque de gasolina del
Cadillac del embajador de los Estados Unidos que se lo quemamos en la
puerta de la Universidad, y decían que allí se capturaron los documentos
que después leyó el Che en Punta del Este. Bueno, del tanque salía así una
lengua de candela y tenía ese suspiro así, suis, suis, suis, y era una candela
muy delicada que salía de hierros al rojo vivo con la pintura ampollada.
—Imagínate entonces que el gringo comienza a echar candela por la
boca, una candela azul y entonces nosotros para decirle en inglés epa, estop,
estop, la candela musiú mira que te quemas.
—Lo curioso es que si te fijas bien el cerebro se le prende como una
lámpara y también le brillan las tripas y cada vez que respira en las vejigas
de los pulmones hay ese chispero, y tú sabes con qué decía mi abuela que se
apagaban esas malas iluminaciones, con meados de mujer, que refrescan.
—Ahora no voltees para acá porque verías cómo al musiú se le van
poniendo de todo tipo de caras que a lo mejor él vio quemarse o pensó que
se quemaban.
—Voltea para el otro cuarto güevón a ver si encuentras un reloj y una
hélice y una maceta de tierra, no sea que se te antoje que las dos últimas
caras son las de nosotros y entonces en vez del musiú tengamos que
entregarle al cambio de guardia un montón de cenizas.
Un paseo en paracaídas

La máquina cae como una centella —cada una de sus partes grita —un
alarido sale de cada miembro de nuestro cuerpo —las partes cantan —sus
chillidos se separan como los de un coro de niños que se disuelve —de cada
alarido salen colores —cada color devora el metal que lo produce —a
medida que se desintegra varían las melodías de la máquina que cae —
entonces el paracaídas se abre como un capullo —envuelto en tanto silencio
—sobre cielos de seda la seda del paracaídas —envuelto en los efluvios
femeninos de las nubes —herido por las gotas de la semilla del dragón —
girando en tempestades de flores de durazno —entre sus cuerdas bandadas
de pájaros migratorios —el paracaídas desciende entre redes de relámpagos
—perfora los efluvios grises de la cumbre del Loto Rojo —se entume en los
fluidos blancos de la cumbre del Doble Loto —arde en el jugo rojo de la
gruta del Tigre del Hongo Blanco —se enciende en erupciones de cinabrio
y energía telúrica —desciende entre salas de templos derruidos —como flor
de cardo rebota en los labios de ídolos excavados en la roca —en su cúpula
giran y se desordenan las constelaciones —duermo en su matriz de seda —
me estrangulan sus cordones umbilicales —su velamen me arrastra sobre
océanos de orina y de sangre —el paracaídas elude el fuego de los dragones
—arañas voladoras tejen telas resplandecientes en sus cordajes —la llama
de las trazadoras enciende sus nervaduras —hombres de fuego descienden
en paracaídas de fuego hacia planetas enfoguecidos —menguan y renacen
los paracaídas con el nácar de la luna —enjambres de murciélagos los
circundan —reflejados en lagos donde los amantes se toman de las manos
—cada estrella abre su paracaídas de fulgor —el manto de la noche se
desgarra como un paracaídas —los paracaídas de los planetas gravitan hacia
el sol —finalmente el sol cae consumiendo los desechos de sus cordajes —
saludan su caída las humaredas de las aldeas bombardeadas —el paracaídas
desciende sobre carreteras congestionadas de refugiados —arrastra sobre
arrozales inundados y acequias que se derraman —su sombra corre por
techos de paja y de cerámica —muere y renace como el pulmón de un
agonizante —en la noche asciende entre el olor de las escudillas de arroz de
los refugiados —en las mañanas desmaya sobre el olor a cadáver de las
aldeas —te arrastra sobre el barro —en círculos te arrastra dentro de la
columna de refugiados que parece avanzar en círculos dentro de los
redondeles de la guerra —enredado en los cordeles —llevándote hacia la
caravana que arrastra carritos y animales y niños —bozaleado como un
perro por la telaraña de nylon —ante el círculo de hombres que te miran y
marchan —apestosos a sudor y llagas y parto —cada rostro mirándote para
olvidarte —los pasos borrando las huellas de los pasos —las manos
deshaciendo las huellas de las manos —caras nuevas repitiendo gestos
viejos —inmunes al llanto de las parturientas y al de los agonizantes —
hasta que todos esos llantos son como piezas de metal perforando el vacío
—hasta unirse en el alarido de un aeroplano que cae haciendo círculos —
cada lengua y cada paladar y cada labio y cada cerco de dientes llorando o
celebrando o aullando o saludando o expirando —por siempre girando en la
caravana de los murientes y los nacientes —pulsando en las ondulaciones
del dolor —indiferentes a las lluvias de aeroplanos llameantes —sembrando
pasos que germinan en pasos —sembrando —inclinándose sobre el suelo a
cada siembra y a cada paso —esquivando las banderolas desgarradas del
paracaídas —sembrando —inclinados sobre campos verdes —sobre
estanques con bandadas de patitos nadando —entre la calma de las brisas
silenciosas —saltando de los aeroplanos que caían como paraguas
despedazados, colgábamos de paracaídas chamuscados —flotábamos hacia
el mar, hacia los arrozales, hacia las montañas —tiburones, tigres y
fantasmas llegaban a devorar nuestros restos —perecían envenenados por la
pasta de fémures, remaches y antioxidante —paracaídas en forma de lotos
envueltos en nubes de pájaros comedores de pétalos —cadáveres
agusanados en monos militares —recogidos para ser enviados de nuevo a
los ríos de los aires —yo había caído cerca de un río rumoroso y lleno de
bambúes —nada que comer pero el tableteo de los bambúes —el río lleno
de bambúes y de carpas —de vez en cuando caían esquirlas y miembros y
acudían perezosamente las carpas a probarlos —borrar de la memoria estos
miembros y esquirlas —tragarlos en la nada como las carpas —hasta que la
misma nada se inflara como una carpa para flotar en el estanque, la panza
hinchada y podrida agujereada de espinas de metal y aguijones de huesos
—las grandes ondas circulares en el agua —ondas en el agua —en el agua
—agua.
Camila

Water, dice el gringo entre sueños, cuando me entregan la pistola y la


guardia. Me muevo a ver si quiere agua. Está dormido. Boquea entre
sueños. Sirvo un vaso de la jarra. Bebo. El agua que me daba mamá en un
pocillo de peltre. El agua del caño, donde chapaleaba para espantar
renacuajos. El agua de jabón de la batea donde mamá lavaba la ropa. El
agua de la pila bautismal. Agua de cuando las fiebres. Agua de lluvia que
guardábamos en un barril para cocinar. Agua bendita en la botella bajo la
imagen. Agua fría de la palangana en la cara antes de salir para la escuelita.
Agua que salpicarle a las ropas que se está planchando. Agua en gotitas en
los alambres de los tendederos. Agua de la totuma sobre los senos que ya.
Entre las piernas cuando me orinaba en los sueños de que. En las lloraderas
que le dan a una sin que se sepa por. Agua de la poza en la excursión sobre
la cabeza y cayendo en el cuerpo entre. En los bebederos del Liceo, con
limo verde en la boquilla. Agua destilada para las inyecciones que hay que
desarrollar la buena mano. Al besarse, tocando la punta de la lengua una
burbuja. En el sudor que va bajando por el cuerpo. Con las caricias, cuando
una se moja. Agua de sal sobre la piel roja por la quemada del sol. Gotas en
las marcas del traje de baño en el sitio donde. Salpicando en los ojos desde
el mar. Asfixiando en la nariz, en el chapuzón. Golpeando, al reventar la
ola. De la boca de Rubén. Chupar y ser chupada hasta. Llenar y ser llenada.
Para el ardor, un momentico, agua que lo hace más ardor. Restregarse,
enjabonarse. Refregar la frente en el sudor. Irse una evaporando como.
El coronel

Pesadillas en un catre en donde se espera la reanudación de un fusilamiento:


aeroplanos que lanzan proyectiles teledirigidos: una cámara instalada en la
nariz del primer proyectil nos envía una imagen del paisaje que se
aproxima: casas de paja: niños que corren: pantalla en blanco, estática: una
cámara instalada en el segundo proyectil nos envía la imagen de la
explosión del primero: pantalla en gris, estática: el nuevo fusil automático
F-1 cada una de cuyas balas tiene incorporada una cámara que permite
seguir la trayectoria: pantalla en negro: explosión: ráfaga: aire nocturno:
árboles: la bala cruza paredes de barro: avanza por el aire estancado de las
cabañas, quemando colgajos de cebollas y tiras de ropa: avanza hacia la
cabeza de una mujer: epidermis: dermis: músculos: capilares: hueso:
duramadre: piamadre: materia gris: materia blanca: materia gris: piamadre:
duramadre: madre: hueso: capilares: músculos: dermis: epidermis: entre una
llovizna de fragmentos la bala rebota: hacia el pecho de otra mujer: pezón:
arueola: glándulas mamarias: tejido adiposo: costillas: pleura: alvéolos:
bronquiolos: bronquios: arterias: venas: capilares: dermis: epidermis: la
bala brota del tórax como un capullo y en su pantalla continúa la
transmisión de las ceremonias del interrumpido fusilamiento: los reflectores
barren la delegación de mutilados de guerra: hombres sin cara, sin manos,
sin piernas, sin pene, relumbran con una purulenta luz mostrando sus
refuerzos en duraluminio y sus motores eléctricos. La máquina de aplausos
intenta en vano cubrir el repiqueteo de sus manos de metal y de plástico y el
rumor de sus ojos hechos de dispositivos de scanning y antenas. No Hope
da la señal para que resuenen las notas del Himno, mientras los spots
iluminan al mutilado total, al hombre de quien ni una mínima piltrafa de
carne quedó entre la murmurante masa de bobinas y flejes y filtros y
garfios. Lágrimas de aceite neutro corren por su cara de peltre, los spots los
abandonan, barren la fila delantera de bisoños que vomitan por las primeras
dosis de heroína. Los zooms de las cámaras en colores reflejan la vibrante
tonalidad de los vómitos encendida por la danza cromática de los spots y los
fuegos artificiales, dejando ver frívolas figuraciones del Decoration Day,
del Thanksgiving Day y del Mother Apple Pie.
Circula en las filas el rumor sobre el piloto de bombardero que aterrizó
con una lanza de bambú atravesada en la médula. Circula el rumor de las
avispas domesticadas cuya picadura produce la catalepsia de seis meses que
se duerme putrefactamente en los campos de arroz inundados. Circula el
rumor de las trampas de barro en las cuales se hunden sin dejar noticia las
unidades blindadas. Circula el rumor de la heroína recolectada en campos
regados con desfoliador, que desfolia el cuerpo de los músculos y deja la
médula espinal convertida en un espinoso tronco en el cual se clavan los
cuchillos de la percepción. Circula el rumor de las niñas que antes de ser
violadas colocan el dije gangrenador en sus orificios. Circula el rumor de
los niños que al morir ensartados desprenden su ectoplasma el cual desde
entonces se adhiere a los genitales del violador, no se desprende nunca, ni
años después en las frescas camas junto a la parpadeante televisión y los
manuales sobre el sexo que lo dicen todo menos cómo comportarse con el
radiante ectoplasma color carne natural del niño sin vida, chorreando pus y
contaminación química y fósforo durante la erección y aun al cese
definitivo de esta. Circula el rumor del tráfico de órganos para depravados
dirigido desde la Casa Blanca. Circula el rumor de que el señor Hangman
Krapp ha puesto a punto el botón, que su dedo gusaneante de día y de noche
se aproxima al botón rojo, radiante como un sol, botón que, para mejor
pensar en lo impensable y para hacer lo inactuable, ha sido multiplicado y
espera en todas partes: en los encendedores de los automóviles, en los
expendedores de popcorn, en las coke machines: como un acné juvenil
brota el botón en la tierra cubierta de botones, y mira, al comprar un ticket,
al oprimir el timbre de llamada, puedes estar oprimiendo un botón especial
y por ello manifestaron los jóvenes y se mutilaron públicamente los dedos
de las manos y los pies y constituyeron la anti-push-pull league y los
hombres de la basura con máscaras formoladas recogieron las pirámides de
anulares índices medios pulgares y meñiques mientras por cada dedo
cortado florecía un botón exterminador, ahora en el piso donde puedes
pisarlo inadvertidamente, ahora en la pechera en las yuntas o en la bragueta
de Big Nope quien hace cabriolas, botonado muñeco que al desabotonarse
nos desabotonará a todos, huesos sesos y piel.
Araceli

Nosotras éramos una gente muy pobre. Papá murió de mengua. Dejé los
estudios de normalista. Le abrí las piernas al primero que me lo pidió. No
serví de vendedora ni de recepcionista ni de mecanógrafa.
Entré al partido cuando empezaban a liquidar a los camaradas. Aprendí
a saber el momento en que los malos golpes los acababan por dentro. Los
contemplé morir o desertar o quebrarse. Me acosté con ellos para mejor
sentirlos pudrirse. Porque yo no quería salir de aquello.
Entonces adiviné la felicidad que sentían hasta en el desastre. Esa dicha
del que ama o del que crea o del que se atreve. Como la de Julián, que
estuvo a punto de contagiarme y por eso lo dejé en la concha y salí a hacer
la llamada.
No tardaron mucho en llegar a matarlo.
El coronel

Trato de cambiar mis pesadillas por los sueños ordenados y austeros del
muchacho a quien van a fusilar. No me sorprende que la amenaza de la
muerte pueda desencadenar este pánico, solo que siempre pensé en el
pánico como algo frontal, como una pared y una ola contra las cuales solo
habría que romperse la cabeza, y no como esta corrupción que tiñe el
recuerdo y la esperanza sin dejar nada en medio. Por eso hay que morir a
los veinte años, porque a los cuarenta y cinco el terror es complicado. Ah,
pensar que el miedo es solo una bala que viene y temerle concretamente a
esa bala. Tener piojos y pisar sobre sandalias de caucho y respirar la mierda
de los arrozales sumidos en fósforo y en gas y en malation. Yo que pude
tener la muerte del jubilado en una clínica de alfombras rosado encía y
televisión a colores recibiendo quincenalmente una tarjeta elegida y enviada
por computador por la American Association of War Veterans, al lado del
viejo Milt, dejándonos lavar el culo con esponjas por enfermeras plásticas y
desodorizadas a $ 15 la hora, gimiendo ante la herida de los catéteres y las
sondas y el ambiente musical y la televisión, en mis huesos creciendo el
cáncer como una nube, hasta escapar del hospital disfrazándome con el
make up kit de las enfermeras como el podrido y también canceroso viejo
Milt dibujándose otro rostro con sus pinceles número tres, viajando, en el
bolsillo las tarjetas de crédito y manteniendo la falsa identidad con rocíos
de colodión, escapando hacia Disneylandia, el final paraíso del placer de los
jubilados con irisadas camisas de paysleys y con conos de algodón de
azúcar: el palacio con botones disfrazados de Mickey Mouse y
recepcionistas vestidas de Daysy Duck donde los relojes incesantes como
marcapasos cobran a 10,90 $ la hora e hileras de ancianos hacen cola para
ver la orquesta de los Osos Mecánicos, hasta una taquilla donde una chica
drogada vestida de Minnie Mouse expende tickets con números ominosos y
donde Charles Atlas disfrazado de Davy Crocket apiña a los viejos en un
cuarto oscuro lleno de cordones separadores que delimitan otra cola lenta y
congestionada como un intestino de estreñido de donde pasan a otro cuarto
en semipenumbra donde pisan sobre ojos de vidrio y dentaduras postizas
sonrosadas y miran a Blanca Nieves de cartón, Pinocho de espuma de goma
y Dumbo de papier maché entre juegos de luces, los sueños inyectados en la
infancia restituidos en la visión fría y polvorienta de la vejez, sueños y
soñadores ya listos para la Cámara Congeladora del Gas Musical,
embarcados en expresos de góndolas eléctricas y descensores fulgurantes en
donde inmigrantes clandestinos disfrazados de Perro Pluto siniestramente
perforan los tickets y alumbran las pupilas con linternas en forma de pez,
hasta refectorios sin luz donde son servidas hamburguesas en forma de
corazón minuciosamente esputadas por los negros que las fríen sudando
bajo sus disfraces de Peter Pan, mientras hawaianas de plástico menean las
caderas frente a vegetaciones de yeso ante discos rotatorios de vidrio que
simulan el reflejo de las olas a los compases de Twinkle Twinkle Little Star,
hasta que chicanos con máscaras de Bambi abren las puertas del último
corredor inundado de música de órgano y luz violeta, que desciende hacia el
féretro donde yace congelado Walt Disney, prolijamente envuelto en papel
de estaño, rodeado de una nube de fetales bestias antropomórficas
escarchadas, enrollado en capa tras capa de tampones higiénicos y óvulos
antisépticos en el más profundo pozo y abismo de la fantasía, y para mí y
los otros pobres viejos, al fin, ni siquiera la Cámara del Gas Musical, sino el
hueco de una puerta a la realidad y a infinitas avenidas con estrellas de
granito y palmeras de plástico y playas desoladas y ancianas llorando sobre
paquetes de popcorn rosado, bajo carteles de neón y cielos cruzados por
aviones escritores de anuncios.
Araceli

Duermen o velan en esta guardia encendidos en su felicidad. Deberé bajar a


la calle y discar el primer teléfono que encuentre. Porque no quiero salir de
esto. Este rencor, lo único intacto que me queda.
El coronel

El coronel sintió que lo tocaban en el hombro. Salió de la pesadilla.


Parpadeó sin saber si aun estaba despierto. Obedeció cuando sus
secuestradores le dijeron que se vistiera. Se puso con mucha lentitud la
dentadura postiza. Se dejó vendar los ojos con tela adhesiva. Pensó que
habían fusilado al muchacho asiático y que en venganza sus secuestradores
lo iban a matar a él. Caminó con pasos pesados hacia la puerta del
apartamento. Sintió: repulsión, del contacto de la mano que lo guiaba
apoyada en su brazo. Frío, del relente de la noche sobre su camisa
empapada en sudor. Náusea, del despertar que todavía parecía un sueño.
Insipidez, de su lengua que no hallaba acomodo contra la dureza de la
dentadura postiza. Desabrimiento, al visualizar el memorándum con la
notificación oficial de su muerte. Asco, al sentir que su miedo lo hacía
ridículo y que su profesión se basaba en el ridículo que recae sobre aquel
que muere. Embotamiento, al casi no entender la voz del muchacho
diciendo que no lo iban a matar. Vértigo, al arrancar el automóvil dentro del
cual lo habían metido. Desconcierto, al darse cuenta de que no lograba
articular ningún plan ni fijar una imagen en su memoria. Irrealidad, al no
aceptar que era a él a quien conducían, seguramente hacia la muerte. Mareo,
cuando lo bajaron del carro y el carro arrancó y él quedó parado libre
sintiendo ruidos de tráfico lejano y ladridos y el olor de la tela adhesiva y el
caer de los hilos de sudor por su frente y el tacto de los dedos contra su
pecho y el no entender por qué en medio de la noche no acababa de reventar
explotar estallar la voz de

FUEGO

en pleno día las balas saltan. Los fusiles saltan. Los condones inflados
saltan. Las cheerleaders saltan. El muchacho amarrado con cuerdas de
nylon al poste de los fusilamientos salta. Sobre su pecho se encienden soles
rojos. Los soles se ramifican en manchas en forma de bambúes. Los
bambúes caen en ríos que se deshacen en ondas. Las ondas se extienden, y
de ellas surgen formas de hombres, de mujeres, de pájaros. De perezosos
búfalos y de mariposas. Mariposas que se extienden en nubes. Nubes que
llueven sobre represas. Represas donde nacen los peces todos del mundo.
Peces que giran en los torbellinos de los vientos. Vientos que crecen y
dibujan las caras de los hombres. Caras que se deslíen en gotas, tigres,
arrozales, ideogramas, torbellinos, estrellas, dragones y carpas.
Yo no quise ver su cara

Escapé de la industria de Especialidades Litúrgicas por calles donde había


pegadas estampitas del Doctor Milagroso, doblé esquinas donde me
importunaron limosneros con escapularios del Doctor Milagroso y
contemplé las muestras de comercios cuyas cajas registradoras estaban
protegidas por efigies del Doctor Milagroso. Abriendo la puerta de un
botiquín cuyo mostrador estaba presidido por otra semblanza del Doctor
Milagroso, me tropecé con mi Vale, Valecito, Valezón, mi antiguo
compañero de estudios, quien estrenaba un chaleco de fantasía para celebrar
el encargo de orificarle los colmillos a toda una familia recién enriquecida
por la reventa de una concesión. Me abrazó. Quise sablearlo. Se me
adelantó pidiéndome cien pesos que yo no tenía. Adiviné que volaba con la
presión mágica del pomo de cocaína que hacía tan concurrido su
consultorio. Nos embarcamos en el desafío de voluntades de la parranda, en
el que el más débil termina convidando al más fuerte. Era un rival
formidable, Valezón. Valezón había inventado una ciencia de vivir usando
excusas en lugar de dinero efectivo. Valezón se vanagloriaba de haber
inventado la moda de las dentaduras postizas con colmillos rosados para los
maricos. Valezón tenía aventuras con las bailarinas de lujo importadas por
el Teatro Olimpia y las engañaba pagándoles con fuertes bañados en oro en
su máquina de electrólisis. Valezón desconcertaba a los cobradores
pidiéndoles prestado a unos para pagarles a otros y poniéndolos luego a
perseguirse entre sí. Valezón le había sacado las planchas a un cliente
moroso para revisarlas y luego se las había secuestrado hasta que se las
pagó. Valezón tenía la manía de discutir con locos y borrachos hasta
dejarlos desconcertados. Valezón decía haber inventado planchas
magnéticas que podían soldar las mandíbulas de una suegra y planchas con
doble fondo para guardar embustes. Valezón eludía las chaperonas
convenciendo a sus novias para que fueran al consultorio pretextando dolor
de muelas. Valezón era temido por los chácharos, a quienes amenazaba con
sacarles los dientes sin anestesia en la consulta que hacía una vez por
semana en el cuartel. Valezón hacía que los clientes sin dinero le pagaran
pregonando las excelencias de su alicate durante varios días en la esquina
de Las Gradillas. Valezón había amargado los últimos años de un profesor
que lo expulsó de la Universidad, regando el chisme de que aquél le había
cobrado a la Gobernación por hacerle una plancha a la estatua de Andrés
Bello. Conocedor de mi desgracia, Valezón se había hecho de una clientela
de beatas a las que atraía vendiéndoles la falsa reliquia de la dentadura
postiza del Doctor Milagroso. Valezón me convenció de que fuéramos a
visitar la exclusiva boite que acababan de inaugurar por Los Dos Caminos.
Valezón me llevó en un landó a cuyo cochero pagó con un vale con el que
lo había engañado un cliente a quien extrajo una cordal. Valezón me
presentó en la boite como un amigo que andaba recogiendo limosnas para
una misa de salud. Aquello estaba lleno de militares. Tras de nosotros entró
un embozado en una dramática capa, y se perdió inmediatamente en un
reservado sumido en la penumbra. Al divisar al embozado, la cupletista
comenzó a cantarle, con voz de ortofónica, una gangosa versión de Es mi
hombre. Los chistes de Valezón y el champaña que nos brindaban los
militares encendieron en mí una fiebre de encanallamiento, un vértigo en el
que nada me parecía imposible. Jugué sumas que no tenía; finalmente, no
teniendo qué arriesgar, aposté con varios coroneles que el que perdiera
debía cantar Doña Panchíbida. Abandonado por la fortuna, interpreté el
aria con tan inmenso éxito que me cargaron en hombros hasta una mesa de
billar, donde aun añadí Un automóbile, y me bajaron de la mesa, y
volvieron a brindar, y pidieron el bis, y me subieron nuevamente, y canté la
Marcha del toreador mientras un edecán intentaba empitonarme con una
cornamenta de mazos de billar. Yo no veía ya fondo en la sima de aplausos
envilecedores, cuando vino a interrumpir la cordialidad de la reunión el
Gerente, un cayenero que apoyado por un agente de la secreta me exigió el
pago del paño de la mesa. Valezón, que llevaba horas ganando, consideró
oportuno clausurar la reunión volcando una mesa de juego y repartiendo
bastonazos apoyado por el cochero, que defendía con una vera la esperanza
de pago de su vale. Tiros al aire. Gritos de las bataclanas asustadas. Salió de
su reservado penumbroso el embozado, y, gacho el sombrero, cortó la
trifulca demoliendo la lámpara de un bastonazo. En medio de aquel
aglomerarse de sombras sobre sombras, era el único que sabía dónde estaba
yo, que pudo sacarme aferrado por un brazo de la floresta de puñetazos y de
empujones de los mesoneros que encendían fósforos para ir a buscar velas o
para dirigirse hacia las claridades remotas que otros fósforos encendían en
los espejos del dancing. En uno de los espejos, una nube de peces
carnívoros convergía a devorar la llamita encendida por el mesonero. En
otro, crecía la llama hasta partirse en colibríes de fuego. Y aun en otro el
fósforo destellaba como un cristal vertiginoso hecho de luz y tiempo que se
devoraba incesantemente a sí mismo. Y aun en otro espejo vi la polvareda
de los mundos volando a consumirse en la luz. Y temí que, habiendo más
espejos en el dancing, estos magnificaran y diversificaran la luz de los
fósforos hasta crear un sol y hacer la visión imposible.
Certero, el embozado golpeó con su bastón la mano del mesonero que
sostenía el fósforo. Como una estrella rosada se abrieron los dedos al recibir
el bastonazo que los hizo arrojar la astilla de luz. Y volvieron a caer
sombras sobre sombras. El embozado me tomó por un hombro, y corrimos
por otra galería de espejos que ahora, entre las mentadas de madre de los
mesoneros, solo multiplicaban e intensificaban la oscuridad, en gradaciones
crecientes. Simple oscuridad. Oscuridad del ciego. Oscuridad de la tumba.
Oscuridad del olvido. Oscuridad de la muerte de Dios. Oscuridades tales
que la sombra de nuestros cuerpos fugitivos resplandeció y me vi en los
espejos destacado como un cuerpo de metal radiante, y me tapé los ojos con
una mano al rojo vivo para impedir que a mis ojos llegara claridad tan neta
o que de ellos sorbiera la luz tan árida tiniebla. Mi acompañante daba pasos
isócronos en cuyo mecanismo adiviné la magia de una pierna artificial.

Bajo los grandes ventiladores del techo, terminamos por salir al


vestíbulo, donde me punzó los ojos la luz torrencial de las estrellas. El
embozado me dirigió hacia un charolado automóvil de manufactura
francesa, cuya puerta era abierta por un chofer vestido de hindú, con
turbante y pluma. Entonces supe quién era el embozado.
—Duque –le dije, volviendo la mirada, para encontrar su rostro. Pero el
embozado ya me empujaba dentro de la cabina acolchada del auto y
disponía las cortinillas para permanecer en un rincón penumbroso,
invulnerable a la persecución de las agujas de luz de los faros de las
victorias y los landós que esperaban a la puerta del dancing.
—¿Cómo me ha reconocido? –dijo, con una voz tan imprecisa como la
sombra que reinaba en aquella cabina. El automóvil arrancó.
—Hay simetrías en la vida, Duque –le contesté–. Una acción
verdaderamente bella, dicen, solo puede venir de alguien hermoso. ¿O
podría otro que no fuera el Duque de Rocanegras oscurecer un salón para
que no fuera vista la humillación de un hombre, que es el espectáculo que
más afea al mundo? Solo un hombre a quien, como usted, dirigió Rodolfo
Valentino una carta reconociéndolo como el más hermoso de la tierra,
habría sabido compensar esta fealdad con la disculpa justa de la sombra.
La figura embozada permaneció silenciosa. Por la posición de sus
guantes, que resplandecían como fantasmas, adiviné que mordisqueaba el
puño de su bastón.
—En un mundo que tiende hacia la vileza, la mayor caridad es la de la
penumbra –dijo finalmente el embozado, en una actitud que adiviné
pensativa–. Si Dios fuera compasivo, decretaría la eterna noche. En fin, hay
una hora en que anochece para siempre. Desde entonces, toda claridad es
recuerdo.
Dejábamos atrás avenidas con hileras de árboles en cuyos confines nos
saludaban melancólicas estatuas.
—Un día –comenzó a confesarme el embozado, con lentos movimientos
de sus guantes, que relucían como cisnes–, al bañarme en el mar, me alarmé
al contemplar en el fondo del agua la figura de Narciso, que yo había
conocido en una estampa antigua; aquel cuerpo perfecto era yo mismo
reflejado en las aguas.
Hacia la noche se perdían coches lejanos.
—Quise en ese instante –prosiguió el embozado– detener el oleaje para
que la reflexión permaneciese eterna, porque hay un momento de éxtasis en
que nada puede mejorar una cosa, y entonces hay que cristalizarla. Supe
entonces que Dios había creado el tiempo para disolver los esfuerzos de la
naturaleza por superarlo. La ola inmediata envileció mi imagen en un
laberinto de reflejos y de distorsiones. Pues acaso es la belleza lo que Dios
envidia y el Arcángel del tiempo fue enviado para destruir al Portador de la
Luz –Lucifer–, el más hermoso de los ángeles. A veces cabe en un instante,
en un atisbo, un gesto, la intuición de todo un destino. Me supe descrito en
la plenitud de aquel segundo en que el horror mecánico y brutal del líquido
afrentó mi reflejo, cuando intenté, en vano, detener el curso de la fatalidad.
—Yo siempre copié sus chalecos y sus botines –admití–. Y también el
arte del coqueteo con los impertinentes, el bostezo mudo, el estornudo
interior, y el descenso elegante de las escalinatas. Algo de su armonía,
Duque, hacía resaltar aun más mi fealdad, y así la mimesis actuaba como
castigo o me hacía más propiamente yo mismo a pesar de mis esfuerzos por
parecérmele.
—Criaturas lanzadas a descubrir el secreto de la vida –prosiguió el
Duque, ensimismado–. Y he aquí que la vida no descubre su misterio, y
fracasa en dar cuenta de su gloriosa naturaleza. Así me sentí yo ante aquella
ola que dispersaba la armonía que yo había intuido. Yo también me iría, sin
comprender el secreto de mi belleza ni la arquitectura profunda de mi
perfección. Pues la hermosura es la propiedad arquitectónica de lo que está
en su justo punto en todos sus lugares, algo que ha logrado el superior
equilibrio en todos sus aspectos y manifestaciones. Nada es en ella muy
prominente o muy hundido: esta vasta marejada de la carne arrojándose
hacia el espacio circundante ha tenido el sabio tino de detenerse en los
lugares precisos, circunscribiendo así el ámbito sensible de la superficie. Y,
puesto que con la superficie sentimos, ¿no sería acaso la perfección de esta
superficie, el requisito de la percepción más pura? ¿Y superior al vacío, que
en su ilimitación e indefinición, no es nada? ¡El límite del infinito, pues el
infinito ha de tener límite, también se detiene en los justos bordes de
nuestra superficie, y así, el infinito es contenido y limitado por la imagen
del Duque de Rocanegras!
—Admirable –exclamé.
—¿Y no engendra esta perfección deberes? ¿Y cuáles? ¿No serán,
acaso, los del culto de sí misma? En el orto guaireño sentí la melancolía del
sol que se ocultaba, con la insipidez de su esférica masa, y me supe
investido de deberes sagrados, sacerdote de un culto cuyo centro era yo
mismo. Puesto que, siendo el secreto de toda armonía esa intersección entre
cuerpo y vacío que llamamos superficie, ¿cuál otro que el culto de la
superficialidad me estaba reservado? ¿Y el de la preservación de los
rituales del encuentro entre forma y forma? En ese momento en que caía el
sol sobre el mar que había envidiado mi imagen, la sombra de una inquietud
cortó el curso de mis pensamientos. Y era ella, la de que el mantenimiento
de la superficie presupone la imperturbabilidad de la sustancia a la cual
aquélla delimita. Ante el cadencioso espejo que las olas devastaban, ensayé
las expresiones que desde entonces me estarían prohibidas: sorpresa,
pesadumbre, arrobamiento o duda, los estigmas de la inferior condición
humana que no le están permitidos al dandy ni siquiera a puertas cerradas,
porque el dandy es aquel que aun en su soledad responde de sí mismo. Y es
cruel, en la plenitud de la reflexión de una imagen en la cual la juventud
manifiesta sus gracias, saber que todo contacto entre este cuerpo y el mundo
ha concluido, pues el dandy siempre está más allá y más adelante. Como
broncínea estatua en un vacío de astros lejanos. Monasterio y retiro ha de
ser el de la hermosura. Y como luminaria ha de transcurrir, siguiendo su
curso sin que nada la conmueva.
Raudamente, el automóvil se acercaba a una ciudad agobiada de
fachadas eclécticas y ornamentaciones espesas.

Tras una pausa, el Duque continuó, cadenciosamente:


—Todo giraba, pues, alrededor de mí: lo adiviné al mirar mi figura en
las aguas, esa otra cosa que no era otra cosa que yo. Supe que debía huir de
mí mismo. Este país me amenazaba de reflejos: su claridad, su simplicidad,
su fugacidad de agua. Disfrazado de eclesiástico, hice saltar con dados
cargados la banca del Casino de Macuto, y con los bolsillos repletos de
morocotas tomé un vapor hacia Europa para escapar del linchamiento.
Durante el viaje le gané un frac al enviado de las compañías extranjeras que
regresaba de hacer reclamaciones por los daños de la guerra civil. De naipe
en naipe fui rodando por los casinos de una Europa brumosa que me olía a
queso y a lámparas de gas. Siempre ganaba con las espadas, terrible signo;
hasta las postergaciones de las visas se las ganaba a los señores funcionarios
con esgrimas de espadas contra corazones. Pero Europa era solo un polvillo
de carbón que angustiaba los atardeceres, hora de mi despertar. Nunca vi
estrellas. Llegué a pensar que en aquellas regiones del mundo no las había.
Así como asombré a la aristocracia pueblerina de mi país con falsos títulos
y blasones, a la aristocracia postiza del Viejo Mundo la puse de cabeza
fingiéndome antropófago y aficionado a dormir en los árboles. Al final, no
me interesaron ni su estupor ni su credulidad. Tras haber arruinado a toda la
falsa nobleza europea –pues el último título legítimo fue vendido en 1840
para financiar flotillas contrabandistas de opio– a invitación de las
autoridades partí en vapor hacia los Estados Unidos. Comenzó a suceder
algo extraño: Las espadas estaban en contra mía. Perdí joyas de imitación y
títulos fraguados de compañías que intentaban abrir un canal por Panamá.
Hubiera querido perder el mundo entero. Un aburrimiento, denso como la
niebla que rodeaba el barco, me hizo detestar la repetición de las caras, de
las voces y de los gestos de la humanidad. Tanto esta como la nave parecían
no ir a ninguna parte, y se bamboleaban en medio de una cortina gaseosa
sin color que los hacía a todos más grisáceos. Una tarde comenzó a filtrarse
la niebla por las rendijas de las escotillas y de los respiraderos, y el mismo
barco fue un estuche lleno de un humo insidioso que nos impedía vernos las
manos. En el comedor, no se sabía si se hundiría la cucharilla en la sopa o
en el café. Los pasillos estaban llenos de sollozos errantes. Y al final se
borraron todas las jerarquías y todas las facciones y todas las ficciones. Ya
no había camareros ni damas de buena posición, solo bultos humanos llenos
de terror y mareo que tanteaban en busca de comida. Yo toqué manos
femeninas que eran una tan otra cosa en su angustia y en el júbilo de ya no
depender de sus caras. Pasé por aquella confusión en medio de contactos
secretos y olvidados, pues nadie sabía con quién se acostaba y las voces
eran opacas y anónimas. Por escapar de la soledad, con pasajeros invisibles
organizaba yo partidas en que los naipes, borrados por la niebla, tenían
valores ignotos, y así, no sabíamos si en algún rincón de las incertidumbres
perdíamos o ganábamos fortunas o el mundo entero. Los pitos de los
remolcadores nos anunciaron que entrábamos en el puerto. Campanas y
sirenas trataban de convencernos de la realidad de un mundo en el que ya
no creíamos. Ordené que transportaran mis valijas al más lujoso de los
hoteles. Por calles brumosas me llevó un landó cuya bestia trotaba como
esos caballos viejos de las minas de carbón, que se saben de memoria el
recorrido. Nos adelantaron exhalaciones en las que reconocí tranvías, y
luego, coches sin caballos. En un hotel de melancólica pompa reservé la
mejor mesa para el vodevil de esa noche. Embriagado por el olor dulzón del
limpiador de alfombras, me senté a pocos metros del escenario, donde una
banda de negros atacaba un ragtime. Era el preludio del primer número de
la noche:
El campeonato mundial de pajaritas

Abierto oficialmente el campeonato mundial de pajaritas, el señor Pereira se


dirige al proscenio, toma una hoja de papel, la dobla, la vuelve a doblar, y
de los pliegues surgen lentamente una montaña, y un arroyo, y un arcoíris
que desciende hasta que junto a él fulguran las nubes y finalmente las
estrellas. Un gran aplauso resuena, el señor Pereira se inclina y baja
lentamente a la sala.
Acto seguido se instala en el proscenio el señor Noguchi, quien toma en
cada mano una hoja de papel, la mano izquierda dobla dobla dobla, sale una
paloma, sosteniendo el pico con los dedos anular y meñique y tirando de la
cola con los dedos índice y medio las alas suben bajan suben bajan, la
paloma vuela, entre tanto la mano derecha dobla dobla dobla, sale un
halcón, colocando el dedo índice en el buche y presionando con el pulgar en
las patas, las poderosas alas suben bajan suben, el halcón vuela, persigue a
la paloma, la atrapa, cae al suelo, la devora. Grandes y entusiásticos
aplausos.
Sube al proscenio el señor Iturriza, quien es calvo, viejo, tímido y usa
lentecitos con montura de oro. En medio de un gran silencio el señor
Iturriza se inclina ante el público, hace una contorsión, se vuelve de
espaldas. La segunda contorsión lo despliega, asume una forma extraña, y
luego vienen la tercera, la cuarta, la quinta contorsión, la apertura del
pliegue longitudinal y la vuelta del conjunto. La sexta y la séptima
contorsiones son apenas visibles pero definitivas, la gente va a aplaudir
pero no aplaude, en el proscenio el señor Iturriza deshace su último pliegue
y se transforma en una límpida, solitaria, gran hoja cuadrada de papel
blanco.
El campeonato mundial de las sombras chinescas

Se apagan las luces y salta al escenario el profesor Darkness para el


segundo campeonato de la noche. A la luz de una vela gesticula, hace
aparecer sobre la pantalla la sombra de una lejana procesión de enanos con
cuerdas, jaulas, perros de caza y redes, la cual se agiganta, rodea la sombra
del profesor Darkness, la enlaza, la ata, la carga en vilo y se aleja hasta
desaparecer por la sombra del horizonte que también desaparece cuando se
inclina ante los aplausos un profesor Darkness que ahora, muy pocos lo
notan, no arroja sombra alguna.
En el escenario se destaca la silueta del profesor Mitternach, quien
gesticula y arroja sobre la pantalla una sombra circular que crece, tapa la
vacilante llama de la vela, tapa la claridad que se filtra por las rendijas de
las puertas, tapa las luces de los pasillos, ahoga los faroles en las calles y
entinta el claro de luna en el horror de un eclipse imprevisto hasta que una
uña incandescente reaparece en los cielos y en el escenario reaparece la
misma constante perpetua palpitante amarillenta vela derramando su líquido
fulgor de cobre en los rostros cerúleos, en los cortinajes violáceos, en las
alfombras por las cuales el profesor Mitternach se escurre como una
sombra.
Sube ahora al escenario el profesor Tinieblas, quien desde el principio
del acto ha tenido sus manos trabadas en una extraña mímica temblorosa.
Destraba las manos el profesor Tinieblas, un grito de estupefacción escapa
del público, la hipnótica vela del centro del escenario, que era en realidad la
sombra chinesca de las manos del profesor Tinieblas, desaparece
dejándonos en una noche perenne que ahoga las ovaciones.
El campeonato mundial de los domadores

Winsor McCay salta al proscenio, donde el haz de luz de la linterna mágica


destaca sus flamantes arreos de domador. Con diestros golpes, Winsor
McCay latiguea la nada, la limita, la define, hasta que de la nada sale la
silueta de un dinosaurio cuya presencia reduce todo lo demás a la nada.
Winsor McCay anima el dibujo. ¡Mirada de Gertie el dinosaurio hacia
McCay! ¡Mirada de McCay hacia Gertie! ¡Cruce de las dos dimensiones
con las tres dimensiones y acaso de las tres dimensiones con las cuatro,
acaso McCay y yo un dibujo animado hecho por otro dibujante a su vez
animado por otro dibujante! ¡Látigos galvánicos! ¡Puentes entre el creador
y lo creado! ¡Batalla de McCay con Gertie, devorador de árboles, aplanador
de volcanes! Muere McCay y se pierde en una nube de cenizas y muero yo
y me disperso en un ventarrón de colores y todavía Gertie te atisba desde
una página que aun no se ha escrito, el dibujo que no es nada sobreviviendo
a la nada que no es ya más que un dibujo.
Pájaros membranosos cruzan la selva. Miríadas de insectos gigantes
perturban nuestras digestiones. Lagartos voladores chocan contra nuestras
crestas. Un sol desconocido derrama horribles colores en el crepúsculo.
Desde el fango de la bestialidad y en el torrente de los siglos, Gertie el
dinosaurio engendra a McCay que desde la luz de la conciencia reinventa la
bestialidad que desde el fango engendra la conciencia que reinventa la
bestialidad que engendra la conciencia. Diestramente McCay domestica la
nada con un látigo que se muerde la cola y chasquea en un círculo infinito.
El campeonato mundial de los confinamientos

Harry Houdini, el campeón mundial de las evasiones, permanece inmóvil


sobre el escenario mientras el confinador máximo acumula sobre él
prisiones de tal complejidad y perfección que el confinador se hace al fin
prisionero de los múltiples detalles y seguros y combinaciones de tan
perfectos candados, que por siempre en su papel de confinador lo dejan
confinado.
Cubierto de hierros tan perentorios y atroces como los de la cadena de
las causas que a todos nos aprisiona, Harry Houdini intenta su evasión
suprema que es la de evadirse del papel de campeón de las evasiones, y
renuncia a escapar.
Harry Houdini, el prisionero, mira al mundo y vuelve al revés el mundo
y lo encierra en su mente. Gritamos todos, prisioneros en la mente de
Houdini. Grita Houdini, prisionero en tu mente. Enorme gritar de
confinados.
El campeonato mundial de los sueños

Entra al escenario un enano que impersona a un niño que canta la romanza


de la aproximación al País de los Sueños: ¿Qué voz suena en la noche, qué
palabra me llama? ¿Y a qué peligro me invita? ¿Y a qué ritual secreto?
¿Hacia cuál ensueño corro, sabiendo que el poder del sol lo disolverá, como
el vagido de un niño o como el tránsito de un mundo? ¿Qué habitaciones en
la noche? ¿Y en ella, qué fantasmas? ¡Gusanos dorados en la oscuridad!
Voz que me llamas y que te alejas, puerta que la vigilia desvanece. Cede a
la noche, cuando las bestias pacen los más violentos venenos. ¡Nunca
despertar! Ir explorando los postigos nocturnos hasta que todas las cosas
agoten sus límites. ¡Más nunca despertar!
Un gnomo invita al niño, que se llama Nemo, es decir, nadie, a viajar
hasta el Castillo del País de los Sueños. Estorba su llegada Flip, un grotesco
vagabundo cuya sola presencia desvanece los ensueños. Dolor de Nemo,
invitado al País de los Sueños, que nunca puede alcanzar pero del cual no
puede tampoco olvidarse; dolor de Flip, que no puede recordar ningún
sueño porque su único poder es el de desvanecerlos. Cada vez que Nemo
mira a Flip, despierta, y cada vez que Flip mira a Nemo, sueña: de allí las
persecuciones entre escalinatas espirales y palacios de invertidas cascadas;
de allí las caídas entre las estrellas y los lechos de diamantes de la tierra:
Nadie creando los sueños y Flip desvaneciéndolos; Nadie vistiéndose de
húsar, de explorador, de sultán y de caballero, siendo todos y siendo Nadie,
Flip siendo siempre el mismo, el nítido y preciso y doloroso momento en
que no podemos dejar de ser nosotros mismos, en el más terrible de los
sueños, el sueño de que no se sueña.
Para engañar a Flip, Nemo se disfraza como él, y prevalido del disfraz
sortea mil alucinaciones y espejismos, hasta llegar a la puerta del Palacio
del País de los Sueños. En esta puerta hay un espejo, en donde Nemo, al
admirar su perfecta semejanza con Flip, despierta sin haber podido
trasponer las puertas del Palacio del País de los Sueños.
En alas del último sueño, cuando Nemo es verdaderamente Nadie,
traspone las puertas del encantado Palacio del País de los Sueños, y lo
encuentra vacío, porque todos sus moradores han salido a buscarlo.
El caballero de Salzburgo

La escasa luz del escenario se extinguió entre un concierto de ronquidos del


público presente. Me levanté para aplaudir; terminé palmoteando para
llamar a un camarero. Desde una distante penumbra se me fue aproximando
un anciano con un candelabro vacilante, el cual iluminaba apenas su rostro,
que me pareció familiar. Con mi tarjeta y una propina, le ordené que
transmitiera a los señores Houdini, McCay y Nemo una invitación a cenar.
Le esperan, señor, en el camerino, me contestó inclinándose, y señalándome
el camino con un ademán. Lo seguí por pasillos oníricos donde el
chisporroteo del candelabro apenas revelaba el creciente lunar de sus sienes.
Por vericuetos llenos de decoraciones vueltas del revés y de telones
desgarrados, lo seguí hasta una puerta mugrienta, en la cual pendía un
colgador lleno de los trajes centelleantes del enano impersonador de Nemo,
de esposas trucadas y de látigos de domador. Retazos de engomados
carteles expelían un olor triste a engrudo y a memoria. Vacilé.
La puerta

Oh puerta cerrada, puerta del gran temor, puerta horrible. Hacia ti corre mi
alma. ¿Y no habría yo de abrirte?
¿Y habría de quedar exento mi destino del más vertiginoso abandono y
del osar más alto?
Con golosos nudillos he tocado, y no me ha respondido nadie, porque
esta puerta responde solo al que la derriba.
Con almibaradas palabras y con danzas y con caramillos he traído mis
amigos hasta esta puerta, pero esta puerta se cruza en soledad. A todos he
acostumbrado a esperar mis mensajes, pero esta puerta quiebra toda palabra
y transforma todo testimonio verdadero en falso.
¡Oh la gran carcajada y los pies ligeros que me permitan vencer sus
goznes y borrarme depositando en el umbral mis muecas, mi compasión y
mis apegos! ¡Oh el gran amor que me permita ir más allá del amor y de su
miseria!
Guirnaldas y cantos he tejido ante esta puerta, pero cantar y tejer es
propio de mujeres. ¡Y aun la guirnalda ha de ser escupida y el canto
profanado! ¡Y traspuesta la mujer, esa puerta que no hace más que devolver
centuplicada la semilla! ¡Pues toda verdadera puerta aniquila!
¡Ya voy, ya voy, ya voy, y no me importa que nadie me siga o me
preceda!
¿Y aun tú serás mi puerta? ¿Y aun yo seré puerta tuya?
Cuando ya no me entiendas, habré llegado.
La cena

Un hombre bajo, fornido y en mangas de camisa abrió la puerta. Estaba ante


Winsor McCay, el domador de dinosaurios, quien me sacudió la mano con
un apretón de herrero y clavó en mí unos ojos de pantera. Sentí por él la
fácil amistad que nos nace por los gitanos. La comprendí después, cuando
supe que había pasado su adolescencia entre leones y tigres, dibujando
carteles para un circo ambulante. De allí la elasticidad de sus movimientos,
la seguridad con que me dio un zarpazo en la espalda y resulté yo el
convidado a cenar en aquel camerino, entre enanos impersonadores,
maestros de las evasiones y amaestradores de sombras. Encargué
champaña, escrutando con curiosidad el rostro del camarero. McCay me
obligó a sentarme en una silla intranquilizante con doble fondo en el
asiento, y puso ante mí un dorado plato de tortilla de queso fundido. Comí
con voracidad, como si consumiera toda la niebla de mi viaje. Al levantar la
mirada discerní que el enano impersonador cambiaba en materia de
segundos disfraces de caballero andante, de esquimal y de húsar. Houdini se
encerraba en un baúl y aparecía en el interior de otro, y McCay me
preguntaba la causa de mi intranquilidad. Le expliqué que había creído
reconocer en el camarero a un antiguo conocido de Salzburgo. Un chiflado,
que sostenía que el arte era el resultado de una vasta conjura dirigida por
inmortales. Un excéntrico, añadí, tragando el áureo cocimiento de queso
fundido, que pretendía haber creado una vasta orden destinada a infligir
desgracias a los hombres para obligarlos a crear arte.
Noté la mirada aprobatoria del enano, esta vez disfrazado de explorador
y con un catalejo en la mano. Houdini aparecía y desaparecía, evadiendo
jaulas de sombras chinescas proyectadas en las paredes. McCay dibujaba
sobre el mantel fieras fantásticas que se animaban. Un vapor ascendió por
mi estómago. Desde allí se precipitó la confusión de los acontecimientos.
Me levanté, derribando la silla; intenté andar, adoptando un método de
locomoción particularmente confuso que me llevó entre pasillos que daban
vueltas hasta una calle en donde me abracé a un farol mientras el mundo
entero se convertía en un torbellino a mi alrededor.
McCay, Houdini, el enano y el camarero me esposaron a una camilla y
me metieron a una ambulancia cuyas bestias arrancaron al galope. Yo
quería quitarme de la cabeza la idea de que el ruido de los trenes elevados
era el trote de un dinosaurio que seguía al carruaje por las calles llenas de
bruma. Así fui a parar a la Sala de Tratamiento Psicopatológico del
Bellevue Hospital, en el pabellón donde se atendía la intoxicación por
caseínas mediante el método del Dr. John W. Harrington. Paseé la mirada
por el inmenso salón.
En la penumbra, atados a las camas, pacientes en diversos estados de
intoxicación murmuraban incoherencias sobre el secreto del universo y
discutían con visiones de sus suegras, de sus acreedores y de otros
atormentadores. En las cabezas de los dolientes estaban los terminales del
Revógrafo patentado del profesor Smitherson, los cuales extraían las
imágenes de sus pesadillas y las proyectaban mediante linternas mágicas en
sábanas colgadas ante los lechos. Empezando por la izquierda, aparecían
imágenes de armadillos, serpientes rojas, tranvías verdes, procesiones de
elefantes y edificios despedazados por estornudos. Hacia el centro, y en
vívidos colores, aparecían: galerías de palacios que se invertían, planetas
hechos enteramente de cuerpos humanos, pavos gigantescos que corrían
con casas en sus picos, bosques de hongos infinitos, gusanos interminables
cada uno de cuyos segmentos era autónomo, ciudades vagabundas de casas
que corrían con piernas altas como zancos, novias de cristal que se
desintegraban al ser besadas, escalinatas con peldaños que crecían a medida
que se ascendía por ellos, abismos de vertiginosas cúpulas que se disolvían
al aparecer el sol. Pero no, pestañeé, no era el sol: era el esplendor
inmaculado de la sábana en la que la linterna mágica del Revógrafo fijado a
mis sienes proyectaba una luz sólida y sin rasgos: McCay, que estaba
haciendo bosquejos al carboncillo de las otras imágenes, quedó al fin
fascinado por la claridad de mi mente en blanco, cayó frente al haz del
proyector, pestañeó, trató de sacudirse la luz. Comencé a sudar un agua fría.
Yo me sentía en un lecho de mármol o en una llanura de hielo. Las arrugas
de la sábana se me antojaban cordilleras silueteadas por una luna atroz. Y
también olas de un mar de fosforescencia maligna. E incluso ribetes de un
lecho de nubes. O quizá suturas del cráneo de una cadavera sin límites. No
podía hacer nada para detener mi agonía, que la pantalla reflejaba como un
fulgor. En ese instante, mi mirada se encontró con la de McCay, quien bajó
ante los míos sus ojos de pantera, y habló:
—Las circunstancias de nuestro encuentro, señor Duque, no podrían ser
más apropiadas. Había de ser aquí, en medio de los entretelones y los
vértigos de la intoxicación por caseínas, que nos dijéramos nuestras
verdades. Pues nada es tan increíble como la verdad, y a la vez tan prosaico.
Acaba de llegar usted, señor Duque, a la sala de disección de la realidad.
—Tan sensato que parece todo, señor Duque –continuó McCay,
mientras hacía una caricatura de mi perfil griego– hasta que un escalpelo
convierte su nariz, o su mano, en un haz de músculos y tendones, y esos
tendones en fibras, y esas fibras en partículas. Esas hebras de átomos, señor
Duque, que deseamos en nuestras amadas, y que ellas desean en nosotros.
Hebras tejidas en la cadena de las causas, los nudos de las leyes naturales,
las lógicas, las culturas, las especies, las palabras. La realidad es el caos
sometido a los prejuicios. Prejuicios que solo puede aniquilar el sueño, que
es una momentánea abdicación de nuestros prejuicios sobre la realidad.
Observe estos bosquejos que he hecho. Este. Y este. Y este.
Las hojas del cuaderno deslumbraban contra el haz de blancura del
Revógrafo. Mariposas blancas. Tras ellas, las mariposas negras de las
sombras chinescas.
—¡Qué patética formalidad la que intentamos conservar durante
nuestros sueños! Todos los que duermen tratan de ignorar el desorden de la
realidad, de comportarse normalmente ante el acreedor que les abalea por
una deuda de tres céntimos, o ante la cartera de piel de cocodrilo que se
convierte en un cocodrilo de verdad. ¿Pero y si insistimos, señor Duque?
¿Y si mediante la intoxicación por caseínas, o el arte, llevamos hasta su
extremo el sentimiento de la incoherencia de la realidad? ¿Y si tocamos las
puertas del País de los Sueños, y tenemos así la visión palpable y fluyente
de la materia liberada de la cadena de las causas?
Con el ojo derecho yo veía al enano, que se disfrazaba de policía y de
payaso y de buzo, y tras él, otra larga teoría de sábanas donde aparecían:
planetas donde un capitalista tenía el monopolio del aire y las palabras,
ancianos llevados por la policía a morir por el gas, niñas que agonizaban en
buhardillas con la visión de interminables campos de lirios, y personajes
perdidos en un sueño que pasaban a otro que no les correspondía; y el sueño
del que soñaba que soñaba; y el del que soñaba no soñar. Desvié la mirada.
Volví a divisar a McCay.
—Pasé mi adolescencia dibujando panteras en un circo. Con el látigo
eran obligadas a saltar aros en llamas y a correr en ruedas cuya finalidad se
les escapaba. Elefantes melancólicos debían pararse en dos patas y
trapecistas borrachas saltar entre cables de acero. ¿Y para qué aquella
esclavitud de hombres y fieras? ¿Para qué bestias inducidas a ser hombres y
hombres inducidos a ser bestias? ¿Para qué aquella vasta servidumbre de
tigres, caballistas y payasos?
—Todos se esforzaban en encontrar cierta estructura, que resonara con
otra estructura en la mente del honorable público. Para eso soplaba la banda
de negros los trombones y volaban los acróbatas en trajes que eran destellos
de luz y hacía yo bosquejos en carboncillo, señor Duque. La pobre mente,
que siempre ha sido obligada a hacer dentro de sí misma un modelo de la
realidad, al hacer arte, de una manera maníaca y gratuita hace de la realidad
un modelo de sí misma.
Volteé la mirada hacia la izquierda. En las sábanas de los Revógrafos, el
palacio de los Sueños crecía del suelo, como una plantación de remolachas.
Con una lanza que armonizaba con su traje de cazador, McCay desgarró mis
ligaduras y saltó dentro de la primera imagen de los Revógrafos. Me
incorporé, corrí tras él. De un empellón fantástico rasgué la tela de la
pantalla y me encontré en el aposento donde escribía un hombre:
El escritor fascinado por la palabra palabra

En un cuarto sin ventanas, bajo una sola luz desnuda, incesantemente


escribe el escritor fascinado por la palabra palabra. Garrapatea con una tinta
de negrura corrosiva que abrasa el papel y deja en él agujeros negros y
abrasa las retinas de quienes pretenden leerlos comunicándose así la
entintación a todo el sistema nervioso que se va tiñendo de una negrura
ardiente en medio de la cual cruzan y caen meteoritos que son como chispas
oscuras hasta que la noche tupe el cerebro que queda transformado en un
vibrante tumor de oscuridad, en medio de la cual el escritor introduce la
palabra palabra aquí y allá en sus escritos, después escribe párrafos enteros,
incluso páginas enteras, de palabra palabra palabra palabra palabra,
superada la etapa de los anagramas, labrapa, aparbal, y de los juegos de
tipografía y de diagramación
pALAbra PALAbra p p palABRA palabRA

AL A LA

ABRA BR PARLABA

que eran las trincheras para detener la palabra vehículo, que nos lleva hacia
un significado, en la palabra-objeto, a medio camino entre significado y
objeto, sin ser ninguno de los dos, en una zona fronteriza entre vacíos y
mundos de sobrepoblación de contenidos que, por contraste, destacaba el
horror de ambos. En ese medio camino estaba el secreto del ser y de la
conciencia, con su salto de objeto a símbolo y de símbolo a objeto. Bastaría
mirar sin parpadear, por varios siglos, la palabra palabra, para llegar al
centro de esta red. Y mientras que la luz cae, árida como cenizas, palabra
palabra palabra palabra palabra palabra palabra palabra palabra palabra
palabra palabra palabra palabra palabra palabra palabra palabra palabra
palabra palabra palabra palabra palabra palabra palabra palabra palabra
palabra
Los cazadores

Escapando del aposento confinado, avancé por el desierto acompañado por


el cazador hasta que vimos la primera hilera de animales fantásticos. No son
presa, me dijo el cazador: ya ha sido capturado uno de su especie. Quise
llorar, tal era el brillo de los animales que despreciábamos, pero el cazador
ya avanzaba hacia una remota constelación de formas que fulguraba hasta
enceguecernos. No sirven, me dijo el cazador, porque se ven a simple vista.
Nosotros solo cazamos lo que todavía es invisible. Más adelante, una
tromba de dolor nos derribó. El cazador inició un centelleante combate
contra algo que no se veía y que apenas fue adquiriendo realidad por las
heridas que abría en su carne. La sangre que de ellas manaba fue dibujando
en el vacío una bestia de una majestad y una ferocidad tales, que me
consideré indigno de mirarla. Solo por un instante pude abarcar el
desmesurado esplendor de la criatura que el cazador estrangulaba con sus
manos sabiamente mortíferas. Después, la criatura comenzó a esfumarse
durante todo el largo trayecto de regreso al poblado. La visión sublime
decaía como un pez que se descompone. En nuestras manos conservábamos
fragmentos de ella que nos quemaban al tiempo que se evaporaban. El
poblado de ciegos se arrojó a devorar lo que restaba de la presa, que no era
más que una centella de fulgor que a lo mejor era la última gota de la sangre
del cazador. Los pobladores se lanzaron sobre él para despedazarlo,
buscando más del fulgor que les había traído. Mañana tendrás que cazar
todavía más lejos, fue lo último que le oí decir, al tiempo que me arrojaba
su lanza.
El domador de mentes

Inicié una solitaria cacería. En el camino debí defenderme de trampas, un


sonido rítmico, un arcoíris o un relato embelesador, de los que escapaba con
los consabidos recursos de la cera en los oídos, de la venda en los ojos y de
la tupición en la inteligencia. En el desierto, debí desechar juguetes y
alucinaciones que eran tanto la defensa como el rastro de aquel a quien yo
perseguía. El no poder desviarme de aquella pista implicaba que yo
comenzaba a estar domado. Al fin, llegué a un remoto paraje a ofrecerme
como presa obediente pero no pude conseguir que reparara en mí aquel a
quien yo buscaba y que había domado mi mente. Cogida en sus propias
trampas, su mente era la más domada de todas, indiferente a mí y a este
mundo del que le llevaba noticias, su mente tiritaba en el éxtasis de una
infinita trampa de sonidos rítmicos, arcoíris e historias.
Las columnas megalociclópeas

En la aridez, herido por lluvias de fuego, el domador de mentes atiza


incesantemente su creación, columnas megalociclópeas cada una de cuyas
piezas infinitamente ondula adoptando todas las formas y los órdenes y los
desórdenes y las locuras y las pesadillas de geometrías imposibles y de
biologías estrafalarias, sonoramente vibrando como címbalos golpeados, y
en cada vibración transfigurándose heridas por el tridente de llamitas
hiperestésicas del domador de mentes que desde el principio de los tiempos
infinitamente las rehace y las perfecciona sacudido en una tal reverberación
de la sensibilidad relampagueada, que azota y rasga y hiere y acaricia:
apenas un ojo fulminante unido a un manojo de tendones, todo él un nervio
desnudo que dirige una mano que acaricia y atormenta la fulguración de
estructuras que se elevan insolentes como chispazos que fulguran como
cataratas que disparan formas y ritmos y cristalizaciones en el caos
megalobiológico y criptoparanoico de la floración cancerosa de las
fabulaciones hiperlaberintizándose dentro del golpeteo y el latigueo de las
llamitas hiperestésicas que perforan, hieren, sajan, galvanizan, derriten y
dispersan cada una de las formas eruptivas que irrumpe de las resonancias
armónicas de los centros de las orfebrerías oníricas que desatan los
torbellinos monolíticos de las columnas del domador de mentes.
El laberinto

—Señor que estás preso de sonidos, arcoíris e historias, vengo a liberarte


para que nuevamente pruebes la amargura de la tierra y el color de la noche
–le dije.
—Quien se acerque a mí verá que no estoy preso, sino que está
prisionero el universo sensible de las formas que mi mente le impone.
Porque así complacía a mi mente, un guijarro adquirió forma de pirámide y
un madero forma de astro y quizá un astro pueda ser obligado a tener forma
de madero para complacerme. Al final, el universo sensible entero será mi
esclavo y copiará las estructuras de mi mente: será apenas la trama
necesaria para inscribir un sonido, un arco iris o una historia. Entonces ya
no habrá diferencia entre la mente y lo exterior, que la reflejará, y el fin de
los tiempos habrá llegado.
Pero ya yo escapaba por el desierto.
En el desierto

En el desierto encontré un templo que parecía reflejar un dios hermoso


como un alarido, y adoré en él, hasta que descubrí que aquel dios no era
sino un reflejo del templo erigido en el desierto.
En el desierto encontré sistemas de tan hermosas formas que no podían
sino reflejar la verdad, y profesé hasta que comprendí que la verdad no era
más que el reflejo de las hermosas formas de los sistemas erigidos en el
desierto.
En el desierto encontré dominaciones y potestades cuya autoridad
parecía servirse para sus fines de la belleza, y serví hasta que advertí que la
belleza se servía para sus fines de las dominaciones y potestades erigidas en
el desierto.
En el desierto peregriné tras la belleza para poseerla y corrí entre una
selva de cristalizaciones fulgurantes hasta que comprendí que la belleza me
perseguía para poseerme durante uno de los instantes de su peregrinaje.
La canción

Al borde del desierto, en el ribazo, con la lanza clavada en la arena,


mientras yo estaba sobre la muchacha ella dijo una canción que pasó a mi
boca y supe que venía desde la primera boca que había dicho una canción
ante el rostro del tiempo para que llegara hasta mí y yo la clavara en otras
bocas para que llegara hasta la última que diría una canción ante el rostro
del tiempo.
El mensajero

Caminé por el horror del desierto hasta que frente a mí se abrió un vórtice
de tiempo nulo dentro del cual la negra silueta de un hombre a través del
cual se transparentaban nebulosas que morían acometiéndose.
—Vengo en nombre del Poder –me dijo– que desde siempre se ha
ejercido en el nombre del Águila. El Poder requiere que la mente copie las
formas del mundo sensible hasta que sea un modelo exacto de este, y no
haya ya diferencia entre la mente y lo que le es exterior, y este y no otro
será el fin de los tiempos. Vengo a sacarte de este laberinto de espejismos
que ha vomitado el domador de mentes.
El hombre hecho de nebulosas agonizantes tocó mi pecho con una hoja
de acero en la que el instinto me hizo reconocer a Tantanil, la espada del
Caballero Águila, y me ordenó:
—Condúceme hasta el domador de mentes.
—Como yo, estás dentro de él –le dije–, eres otro de sus espejismos.
El vórtice de tiempo nulo estalló en una luz enceguecedora. Dentro de
ella, el mensajero se escurrió en todas las direcciones del infinito.
Los emenarostas

Los emenarostas, o mensajeros, o guardianes de la Espada –de Tantanil, la


Espada del Caballero Águila–, la orden ubicua e intemporal de
aniquiladores de fabulaciones y disruptores de utopías. Celadores del
principio de la necesidad, carceleros de la prisión de la necesidad y la
lógica. Sobre su número, como sobre el de los arcángeles, hay conjeturas.
Podría tratarse de un solo emenarosta que salta adelante y atrás en el tiempo
y que crea las formaciones o piquetes de ellos que han sido divisadas
produciendo el caos en los acontecimientos históricos y frustrando las
mejores esperanzas. Acaso el emenarosta combate contra sí mismo, quizá
partió para una primera misión, y milenios –o segundos– después regresó a
detenerse a sí mismo, por haber cambiado de intención o de planes. En esto
encuentra el emenarosta su talón de Aquiles: en las paradojas que él mismo
crea a medida que resbala en el tiempo. El emenarosta no sabe el instante en
que matará a su propio padre o su propio abuelo o regresará al río que ha de
ahogarlo. El emenarosta combate consigo mismo en este invisible laberinto
de paradojas porque él debe ser eliminado para que cesen las paradojas, ya
que en la medida en que estas no pueden existir, tampoco el emenarosta.
Acaso los diversos y opuestos emenarostas son reflejos de uno solo, ya que
ciertas intersecciones entre una y otra dimensión actúan como espejos, y
devuelven imágenes tridimensionales pero invertidas o retorcidas en formas
que no podemos columbrar, que se persiguen y se huyen y batallan –siendo
posible que sean una sola cosa el emenarosta y el domador de mentes– y
también que un acto del emenarosta, en el pasado, haya creado el universo –
imaginémonos el rostro del emenarosta tras su máscara negra, la máscara de
la soledad del vértigo de la caída por el pozo del tiempo, eternamente
luchando por su realidad y contra la misma.
El prisionero

Como una andanada, los emenarostas cruzaron el tiempo y el espacio


confluyendo hacia un aposento futuro donde un hombre se sacudía las
prisiones que lo retenían como en una burbuja.
El hombre sacudió el sello de los nombres de las ideas que llamamos
palabras
Y un alarido informe cubrió la faz de la tierra
El hombre sacudió el sello de las cadenas de palabras que llamamos
ideas
Y el mundo perdió su forma y su sentido
El hombre sacudió la cadena de ideas que llamamos memoria
Y los torrentes de la sensación inundaron la mente sin prestar
servidumbre a la experiencia que hubiera podido encauzarlos
El hombre sacudió la cadena de memorias que llamamos cultura
Y perdieron su ser las civilizaciones
El hombre sacudió el sello de la cadena de culturas internas que
llamamos código genético
Y la vida floreció en quimeras
El hombre sacudió el sello de la cadena de códigos que llamamos
constantes del universo
Y se precipitaron unas contra otras las nebulosas en la batalla del último
caos contra el último código
El hombre sacudió el sello de la cadena de constantes que llamamos
causalidad
Y hubo en el universo un silencio como de media hora.
La burbuja

La tromba de emenarostas irrumpió en el cuarto. En un aposento desnudo


encontró el cadáver de una rata, el cuerpo de una muchacha por cuyas
piernas corrían lentas gotas de semilla, los restos de una taza, el abanico de
naipes perforados donde estaba inscrita la destrucción del universo sensible,
un revólver niquelado, y, en el centro de la habitación insoportable, la
visión del rostro del ser que acababa de destruir el sello de la cadena de las
causas y en el cual brotaba libremente y como en una erupción toda posible
e imposible causa de todo posible e imposible efecto.
La oleada

Fluyendo del ser liberado, un vómito de imposibilidades se expandió e


inundó las pantallas de los Revógrafos, que flamearon como velas
desgarradas, y perdió su consistencia y su esencia y su comprensibilidad
cada uno de los átomos del universo en el cual flotaba majestuosamente
hacia la nada la Sala de Enfermedades Psicopatológicas del Bellevue
Hospital. A través de una tierra que se hacía transparente observé un lejano
sol que alumbraba bajo nuestros pies, mientras la primera oleada del caos
entrópico hacía florecer los barrotes de las camas en crispadas ramas
cintilantes parecidas a las columnas megalociclópeas que ardían en los
desiertos mentales de los internados. Entonces, vi romperse una taza, un
huevo, una burbuja, una puerta, un cráneo y un universo.
La batalla

Entre el vendaval de restos del mundo que aparecían y desaparecían


cambiando de forma y de sentido como los restos de una tienda de magia
torbellinando en un ciclón, aparecieron las chispas negras de un piquete de
emenarostas que aparecían y desaparecían por toda la sala hasta
concentrarse en un anillo de siluetas negras alrededor de las siluetas de
Houdini, de McCay, del enano y del camarero en quien reconocí al domador
de mentes y reconocí también al caballero de Salzburgo.
Por el lado derecho de la sala irrumpió un piquete de detectives de la
Pinkerton. Garrotes y esposas en la mano, avanzaron por la galería.
Carrozas tiradas por conejos y hombres voladores eran proyectadas sobre
sus mandíbulas salientes por las linternas mágicas de los Revógrafos.
Houdini comenzó un complicado acto de evasión, apareciendo y
desapareciendo tras las pantallas, los Revógrafos y las camas que los
detectives demolían a garrotazos. El enano saltaba entre las camas como
entre panderos elásticos, eludiendo los negros batallones de emenarostas
disfrazándose ora de paje, ora de emperador, ora de enfermo, ora de
detective. McCay se introdujo los dedos índice y meñique en los labios y
produjo un agudo chiflido cuyo resultado fue la aparición de Gertie el
dinosaurio y la organización del piquete de detectives en falange romana,
usando los garrotes a manera de lanzas y las escupideras del hospital como
escudos. Sincronizados con la formación de emenarostas, se lanzaron como
las pinzas de una tenaza contra el domador de mentes, quien plantándose en
medio de la sala extendió los brazos y demostró su fuerza, pues el poder del
artista no es solo el de imaginar, o presentar como cierto lo inventado, sino
el de desimaginar, o presentar como inventado lo cierto, haciendo creer, por
ejemplo, que nunca existieron Alonso Quijano, o la Ciudad del Sol, o el
propio domador de mentes: operación de desimaginar que hizo tambalear a
emenarostas, detectives y enfermeros, quienes vacilaron creyéndose
imaginarios, y creyendo imaginario al domador de mentes, a McCay, al
enano impersonador, a Gertie y a Houdini, e imaginario yo mismo, y el que
lea esta historia, y en medio de la vorágine desimaginadora escapó
deslizándose bajo las camas imaginarias donde los imaginarios pacientes
atados a los Revógrafos proyectaban sus imaginarias imaginaciones en la
imaginaria Sala de Enfermedades Psicopatológicas del Bellevue Hospital.
Juzgué oportuno desmayarme.
Desperté en las oficinas de inmigración. Detectives de la Pinkerton y
marshalls de arremolachadas narices me acusaron de tener intenciones de
asesinar al Presidente de los Estados Unidos; de complotar para unir los
estados de Texas y Nevada a la República de México; de propiciar una
revuelta de los comanches; de estar afiliado a grupos anarquistas; de crear
ligas para defender el matrimonio interracial; y de reclamar los derechos
que me correspondían como heredero de Franklyn, inventor del pararrayos.
Me amenazaron con la silla eléctrica, con el alquitrán y las plumas, con las
comidas sazonadas con ketchup y el matrimonio con una gringa. Elegí el
exilio. Me embarcaron conjuntamente con mis baúles. A los pocos días de
navegación vi nuevamente el sol. Del mar surgió una montaña y de las
faldas de la montaña un puerto, y así, como si no hubiera transcurrido el
tiempo, me encontré de nuevo en el país.
El Duque calló, rompiendo así el encanto de una narración que me
pareció que había transcurrido en un instante.
Embelesado por el relato del Duque, yo no había advertido que el
automóvil entraba en poblado. Mirando entre las cortinillas, vi el primer
vómito de la noche. Una ola pávida se cernía sobre la ciudad. Policías
secretos sacaban de las casas señores en paños menores. Puertas adentro,
sonaba un escándalo de escaparates y pianos desbaratados. Sobre los
zaguanes, la pesquisa arrojaba naipes, relicarios y aguamaniles.
—Volví al país –continuó el Duque, luego de un largo silencio–. Asnos
melancólicos y cardones hieráticos contemplaron el descenso de mi
elegancia por la pasarela del buque. En las aguas, nuevamente se reflejaba
mi imagen. Inasible y distante, entre el caos de jadeantes cuerpos que
sudaban en la canícula. Aquella despiadada luz me hizo plantear de nuevo
el problema de las relaciones de la hermosura con el mundo sensible.
¿Actitudes cuáles, las de la perfección en un mundo en el cual todo
resbalaba hacia la corrupción y la decadencia? ¿Acaso no el ritual? ¿Acaso
no el ritmo en codificaciones más estrictas que las de las sílabas en el
yámbico y en el alejandrino? Pues hermosura es contención y más bien
defecto que exceso. Pues hermosura es deseo y no saciedad, y anhelo y no
cumplimiento.
Por entre las cortinillas advertí el segundo vómito de la noche. Rateros
que no habían encontrado a quién apuñalar y borrachos que regurgitaban
apoyados en faroles.
—Mira la forma que impone la luna –divagaba el Duque,
meditabundo–. Con ella se compara la soledad de la hermosura. Con el
tañido de una campana o la austeridad de una rama desnuda la belleza se
compara. Oye esta palabra: desnuda. Como si esa austera rama permitiera
que su corteza le fuera arañada para presentar a todos su esencia. Ni por
pudor, ni por temor de afrentar al mundo, debe ser cubierta la hermosura. Al
regresar, pensé en un instante encerrarme en biombos y velarme,
reservándome más puramente para mí mismo. Pero accedí a estar en el
mundo. Oficiar para los demás. Encontrar un escenario, y si no lo
encontraba, construirlo. Invertí el dinero que me había producido la venta
de acciones de minas de oro imaginarias en comandita con el Alcalde de
Hadleyburg, en edificar el Teatro Olimpia. Aturdí a los albañiles
ofreciéndoles banquetes cuyo resultado fue la concreción de una
arquitectura gustativa y gastronómica que sirvió de cobertura exquisita para
la suculencia de los espectáculos que promoví. En las tardes, antes de la
función, paseaba por las calles en un coche tirado por dos caballos, con el
capacete plegado de manera que pudiera distinguirse mejor la línea
impecable de mis pantalones, el reflector de mi diamante y la ceremonia de
los saludos que hacía con mi pumpá. El valet vestido de azul y de rojo abría
la portezuela para que yo descendiera a la Plaza Bolívar a tomar el fresco y
contemplar el desfile de las damas, en cuya profunda biología yo concitaba
humedecimientos. Como corte de oficiantas venían a ofrecerme sus vasos,
los constreñidos de las jovencitas y los fláccidos de las ya libadas. Ronda y
baile que cada tarde hacíamos. Del brazo de sus novios, esposos o padres,
que fingían no mirarme, las damas inflexionaban la mirada y forzaban el
suspiro con una inclinación de la cabeza a la cual yo correspondía con un
bajar de párpados y una impasibilidad en los labios que ellas entendían
como un “¡Ya sé!”. Meneaban las caderas portadoras del vaso en ritmos que
yo medía por la coincidencia de los pasos con las baldosas de la plaza, y de
ellos hacía yo pitagorismos que me llevaban a conocer de antemano otros
ritmos de sus movimientos. Yo vi a una señorita desmayarse cuando
respondí a un revirar de sus pupilas conforme a las reglas del coqueteo
artístico, tomando los impertinentes con la mano derecha, separándolos
como media vara del caballete de la nariz y dirigiendo los ojos de soslayo
en esa dirección personal. En vano hojeé aquel catálogo de rosados libros
(dije bien libros: como pasar blandas páginas húmedas, de carne) esperando
la que guardara la impasibilidad durante el acto. Pero las que encontraron
forma y ocasión para entregárseme, todas, al ser penetradas, perdían la
compostura, y en la desarmonía de sus sofocos y palpitaciones hacían que
nuestra unión fuera la del ángel sereno con la baja materia aun informe, y
me ahorraré detalles infames, el olor de ciertas ligas, la charrería de cierta
bombacha, la golosina con que se embutían y relamían lo que ha debido de
ser sacramento y vehículo hacia una gracia particular y pasmo similar al
que sentí cuando contemplé mi imagen aposentada en las linfas: ¡A tanto
invitaba el cuidado y la perfección de mis ceremoniales! ¡De tal manera
elegido y firme el repertorio de mis gestos! Yo oficiaba incomprendido. En
medio de empapelados con dibujos de cisnes, abanicos de plumas de pavo
real y cascadas de conchas marinas, me vaciaba en cavernas que sentía
remotas y que eran, en el fondo, bien en el fondo, el mar informe y seminal
incapaz de recoger la perfección de mi figura para otra cosa que para
mudarla y falsearla en la horrible libertad del azar. Recuerdo con bochorno
a una señorita que escribía porque se fastidiaba, que me sacrificó los
misterios de su receptáculo porque pude modularle en francés las noventa y
seis entonaciones de la palabra chic. Con túnicas de dios griego y peplos de
efebo posé para fotógrafos empeñados en hacer postales mitológicas. Como
Orfeo, como Eros, como Adonis y como París desdobléme en actitudes
divas, y en la Escuela de Bellas Artes posé para un jovenzuelo de dedos
fungoides y ojos despiadados que me propuso comprarme mi esqueleto
después de haberme representado en mi avatar único y esplendoroso como
Narciso.
Por las calles, que dejábamos atrás raudamente, fluía el tercer vómito de
la noche: espías trasnochados, serenateros sin clientes que arrastraban sus
instrumentos, putas sin local fijo, perros sarnosos que olisqueaban las
sobras de las sobras. Entre el silencio destacaba omnipresente el rumor de
las cloacas.
—Mis triunfos como elegante y como empresario –prosiguió el Duque–
me habían creado partidos contrarios y partidos favorables, pero yo los
barría a todos con el desprecio, que es la ascesis del elegante. Por la ciudad
se extendía el escándalo de mis levitas grises y mis cuellos triangulares y
mis bombachos y mis guantes verdes y mis chisteras verdes y mi cinta del
monóculo también verde, accesorios todos susceptibles de cambio según la
tonalidad de la tarde, desde el rojo escarlata para los atardeceres veraniegos
hasta el morado mapuey para las neblinas. Yo inventé la moda eucalistólica
de usar en los sombreros cintas multicolores, porque yo soy multicolor,
adoro las tonalidades, un día la morado arzobispo, amalgamando con
colores que hagan perfecto pendant, otro, la azul mar adentro, otro, la verde
ruborosa y salvaje, otro, la roja escarlata, otro, la oscura, seria y pensativa.
En eso supero a Andrés Fouquiers. Hasta que al final me cansó la
abundancia húmeda de los receptáculos y la incoherencia vacua de las
portadoras. Volví a encerrarme entre espejos y me propuse por término y fin
la contemplación. Contemplación detenida en la exterioridad del objeto, sin
tentación de profundizar, ya que profundizar es el gran error de los
investigadores, que quieren ir más allá de la manifestación sensible, es
decir, de las superficies, es decir, de esa inexistencia que define los límites
de los modos de existencia y los delata así como las fronteras definen y
concretan un país. De tal modo, recluido en habitaciones llenas de canapés
dorados y paredes de azogue, examinando la reflexión interminable de mi
propio perfil concluí que la esencia es presencia, y por etapas intermedias y
crecientes de éxtasis llegué al descubrimiento personal de la fealdad de
Dios. Pues, ¿por qué Dios se oculta y se aleja y se invisibiliza si su entidad,
nos dicen, lo llena todo fofamente y sin límites, como un éter? ¿Y por qué
solo se revela a quienes han destruido y aniquilado la capacidad de juicio
mediante el sufrimiento y la monotonía y esa encarnizada concentración de
la atención que, al cortar todo vínculo con los demás objetos sensibles,
desarticula la facultad comparativa? ¿O por qué es aceptado también a esa
visión quien ya hiede y es horadado por animales tubulares? Así actuaría un
rey leproso que solo admitiera a su presencia los súbditos después de
cegarlos o contaminarlos. ¿Acaso el ente divino un monstruo? ¿El ser
supremo un cadáver? ¿Y entonces maldita y rebelde y desamparada mi
sublimidad? ¿Invertido el relato del primer día de la creación, cuando Dios,
para no ser visto de aquellos a quienes creaba, habría dicho: hágase la
sombra? ¿Y por ello tan larga insistencia en el precepto del amor a lo feo, lo
desmañado, lo vil? ¿Y entonces, condenado yo al infierno de la exclusión?
¿Sin lugar en este universo corrupto de formas cotidianamente canceradas
por el tiempo, sin lugar en el otro, el lugar de la eterna fealdad? Sentí por
primera vez torcerse mi gesto en un rictus de dolor que aprendí a disimular
justificándolo con el monóculo. Ambigua era la esencia de aquel gesto, de
aceptación y malignidad, y ambigua la sensación que expresaba. En un
mundo de fealdad, eternidad y ocultación, me encontré hermoso, transitorio
y público. Aferrado a mi destino como lo está el Otro al Suyo. ¿Más valioso
un instante de hermosura que una eternidad de horror? ¿Más eterno un
segundo de exhibición que un infinito de escondite? ¿Acaso todos
equivocados, y el Ser A Cuya Imagen y Semejanza, la cucaracha? Una
Gloria hecha de resquicios y de rincones oscuros y de ácidos olores. Y
nosotros excluidos de ella. Perseguido por esta idea, escapé del azogado
cofre de mis contemplaciones y me volví a exhibir. Pero mi elegancia era
triste y mis admiradoras, lejos de mecer las ánforas portadoras del vaso,
fingían anemias y palideces y ojeras y nervios a los que respondía con el
lenguaje del pañuelo, distante, casi ido. Dilaté hasta lo inverosímil los
rituales del coqueteo artístico. Muy pocas tenían la disciplina y el sentido
estético necesarios para llegar hasta el fin. La contaminación de maridos
lamentables o novios palurdos o mantenidos de poca clase actuaba sobre
ellas como cepos o como esas doncellas de hierro que encierran a los
torturados. Y a esas vastas construcciones de mal gusto, complejas e
impenetrables como caparazones de cangrejos, debía yo amar. Ello hacía
indispensable cocinarlas en la vasta sofocación y espera de una pasión hasta
hacer edible, casi líquida, la sustancia alimenticia y marítima de su estética.
Pues en la mujer todo se presta a ser succionado, y es ella toda una inmensa
y adiposa teta plena y munífica, a cuyas expansiones y excesos cabe solo
oponer la regimentación y medida, y la absorción y lenta succión de su
delicuescencia a través del canon del ojo masculino que calibra y juzga y
limita y secciona y establece la proporción. La temblorosa y cefalópoda
albúmina segregando la perfecta y armónica caparazón caracolar por la cual
la biología asciende hasta la mística.
El cuarto vómito de la noche estaba compuesto de cuidadores de
agonizantes que salían a buscar improbables medicinas, suicidas que
paseaban para dar una última mirada a las calles que les habían comido la
vida, seres escapados de las pesadillas que no encontraban a quienes los
estaban soñando. Los dejamos atrás, en un automóvil que rebotaba en los
baches del empedrado.
—En estas contemplaciones, o al salir de ellas –continuó el embozado,
envuelto en la difusa penumbra de la cabina del automóvil– decidí
nuevamente exhibir mi belleza al mundo. Creando así, inversamente, un
transporte de contrario signo. Pues si la destrucción de nuestra estética en
medio de la maceración, el pus y la suciedad lleva a percibir la fealdad
omnipresente tras el universo como un arrobo, como una herida y como un
trance, mi belleza, ofrecida sin trámite y sin mediación a la vulgarizada
percepción del mundo, debía engendrar estados de aberración intermedia,
participantes del pasmo de la hermosura contaminada en la fealdad, de un
mayor deleite que la ambigua expresión de mi rostro, de una mayor
antinaturalidad que los producidos cuando las Hijas de la Tierra
engendraron de los Hijos del Cielo y nacieron los Gigantes Génesis, 2, 4.
Gigantes de desmesura creó mi paseo vespertino por la Plaza Bolívar.
Encuentros bastardos entre la perfección y la charrería. Fascinantes
babeantes retorcidos sucios monstruos. Centellas de mixta fealdad y belleza
mutuamente iluminándose en el morbo dialéctico de su duplicidad: en un
mundo de extremos en el que yo era uno de ellos, debía disolverme
infinitamente en mixturas cada vez más remotas de esplendor y
decaimiento, de entusiasmo y opacidad, de elegancia y abominación. Pues
toda intersección de esencias es impura y por eso impuros todos los hijos de
los dioses. ¿Condescenderá mi lástima a mencionar a mis grises imitadores?
¿Recordaré todavía los investigadores acuciosos que desenterraron los
pergaminos firmados por los reyes de España en el año 718, en los cuales el
rey Pelayo confería a Tugifrido el título de Duque de Rocanegras,
debidamente ratificados por Fernando VII a Eduvigis Montes, mi bisabuela,
papeles que me acreditaban a mí, Vito Modesto Franklyn, como Príncipe de
Austrasia, y Duque de Alava y de Cantabria y de los Esparteros, intentando
localizar en un reptante linaje situado en la historia el origen de mi
perfección, tan única que debía juzgarse atemporal y casi autogenerada? Y
mencionaré la fiesta del Club Paraíso donde me exhibí en una bandeja,
apenas cubierto de rosas, a fin de que las admiradoras pudieran beber
champaña en mi ombligo, para así mostrar mejor, sin paltó levita, aquel
nudo corredizo por donde vine a este mundo dionisíaco: esta joya nacarada
de mi ombligo, esta maravilla nona que el universo entero ha consagrado
como la obra más perfecta que tiene cuerpo alguno, uno de los dones de la
naturaleza que más orgullo cáusame, como una laguna dormida, toda llena
de sinuosidades, pliegues y repliegues, pudiendo decirse de él que es una
isla de porcelana enclavada en el mar de mi barriga: comenzando por la
línea recta hasta la línea patidifusa circunfleja que partiendo del apéndice
ígneo y de la concavidad piraminoide y pasando por la cuadratura
circunferencial va a morir en la línea zigzagueante del brinco rabioso o sea
la del tordito sabanero. Y también reseñaré el romance que se dio en
atribuirme con una dama que, inevitablemente, se llamaba Alicia, y a quien
correspondía el título de Princesa Piperazina du Midi. Este nuevo intento de
burla, como todo lo que se hacía en contra de mí, encontró un florecimiento
mítico y casi eucarístico en la leyenda de su belleza y de nuestros castos
amores, que la fama expandió sobre la siesta torpe de esta aldea de la
misma manera que el rocío tiende su caricia astral sobre los lúgubres
paisajes de la noche y los transfigura con una nobleza glacial y resonante.
Así, todo el mundo supo que la princesa Alicia tenía un palacio con
infinitas habitaciones amobladas y decoradas con los distintos estilos de los
períodos del arte, y que cada una de ellas abría sus balcones sobre parques
zoológicos en donde eran domesticadas las pesadillas. Había fuentes
murmurantes de perfume en cada uno de los aposentos, y de ellas fluían el
origan de Coty, y un origan africano tan costosísimo que solo lo usaba el
boxeador Johnson. Cúpulas de cristal que imitaban la forma de las flores
coronaban cada estancia, y nacían de columnas coronadas con todos los
órdenes y todos los desórdenes, y entre ellas juegos de luces fingían a
voluntad la noche, el día, el alba, la aurora boreal y el crepúsculo, y
kinetoscopios y praxinoscopios movidos por ardillas plateadas proyectaban
al azar juegos de todas ellas y esa concreción de todas sus variaciones que
es el arcoíris. En el palacio de la princesa Alicia todos los pisos eran
teclados y por eso solo eran admitidos como visitantes los grandes ballets
rusos que con sus pasos acumulaban de armonías y de sonoridades las
estancias. Las formas exteriores e interiores del palacio repetían
obsesivamente las de los miembros de las más bellas estatuas. Galerías
inundadas de aguas de todos los olores y colores permitían el paseo en
góndolas equipadas con cajas de música y tiradas por peces dorados. En el
palacio de Alicia estaban todos los cuadros célebres del orbe, retocados por
un artista melancólico que abrillantaba lágrimas en los ojos de todos los
personajes. Y copias de todas las grandes esculturas, animadas por los
juegos secretos del artesano que fabricara el ajedrecista mecánico de
Kempelen. Y las paredes cambiaban de forma y de posición a cada instante
al compás de perfectísimas danzas y el espacio estaba lleno de flores que
los floristas creaban yuxtaponiendo elementos de otras flores y así el
cladalia, la rosarita, el gladiúfar. Palomas mensajeras y colibríes mensajeros
y abejas mensajeras llevaban de un sitio a otro los mensajes de amor. Y para
los paseos por los sitios más hermosos de la tierra estaba dispuesto un
automóvil de plata con seis ruedas, provisto de lavamanos, sofá, cocina y
salón de concierto. Y para esos paseos me vestiría yo de corto, con
zapatillas de raso morado mapuey, azules, rojas, con hebillas de esmeraldas,
diamantes y rubíes, y camisas mosqueteras de cuello amplio y bocamangas
de encajes, y medias blancas de hilo búlgaro o de Bulgaria haciendo
pendant con los pantalones, gorguera de encaje gris perla o amarillo
canario, el bastón todo de una caña, de esas traídas de tierras
extranjerizantes, tricornio a la negligée, guantes a la mosquetero e
impertinentes de carey, y zapatos con esmeraldas transparentes en
sustitución de los vidrios, de tacón francés con abundantes lazos, para
practicar el coqueteo artístico. Y digo así en fin que en la fábula casta de
mis amores con la princesa Alicia, se encarnaba en el mundo real la visión
fulgurante que me fuera concedida del Palacio del Rey de los Sueños, entre
el torbellino de los Revógrafos de la Sala para Enfermedades
Psicopatológicas del Bellevue Hospital. Y añado que, a medida que se
expandía la enredadera de cristal del mito del Palacio, también brotaban en
las calles de esta aldea, como zarcillos de ella, las rejas de hierro
entrelazadas como matorrales y los edificios enjoyados de vidrierías
enigmáticas y las fachadas ondulantes como bayaderas, y las casas en forma
de órgano y de palacio egipcio y de templo maya. Y se extendía también el
delirio de la epidemia a la cual se dio mi nombre, el vitoquismo. De
vitoquismo padecieron los sablistas que se creyeron poetas y las jóvenes
casaderas que se creyeron tísicas cuando solo estaban estreñidas y los
herederos que se gastaron las morocotas de la venta de novillos en aprender
a manejar el tenedor en el París de Francia, pero también resultó vitoca la
institución armada que se empavonó con cascos prusianos y se fortificó en
castilletes de estilo militar florentino, y resultó vitoco hasta el propio
Benemérito que se hizo retratar con entorchados y dio en la manía de becar
escritores para que le dedicaran sonetos, y vitoco, con su perdón, hasta el
propio Doctor Milagroso, que cogió la beatería por el lado de tratar de
meterse a monje cartujo, y así para siempre quedó contaminado el país de
vitoquismo, que es la exhibición vergonzante de la vanidad, y todo lo
contrario de la más sublime forma de la belleza, que es aquella que se da en
esencia y no en actos, en existencia y no en fabricaciones. Pues no había en
mi arte esa distancia entre el creador y la belleza del objeto creado, esa
belleza que el primero observa con pasmo, con distancia, con
extrañamiento, con amargura. Propongo aquí, entonces, esa restitución de la
esencia humana que consistiría en cristalizar en sí propio la posibilidad de
una obra exterior, para así romper el eternal divorcio entre nosotros y
nuestra obra, que es como la disyunción venenosa de nuestro cuerpo y de
nuestra alma, y de nuestra existencia y nuestro paraíso. Y así, propongamos
hombres para quienes no sean necesarias expresiones ni actos, porque todo
efecto que quisieran crear estaría ya dado absoluta y trascendentalmente en
ellos. Y así sería lograda la más alta forma del amor, que es aquella que no
se derrama ni se extiende viciosamente desde un centro que, por deber
sacramental y austero, debería ser su primer objeto y fuente de éxtasis. Esta
concepción del mundo oponía yo a la esencia entrópica, desmañada y
corrupta de la creación visible, en la cual, realizándose en lo exterior, en lo
distinto de nosotros, nos dispersamos, nos vaciamos y lentamente morimos
desgastándonos en una cada vez más baja y degenerada nada (de la que
esperamos, por toda recompensa, recibir reflejos de nuestros actos). De allí
la miseria y vulgaridad del universo sensible, excrecencia o tumor de la
vergüenza de un dios que pecó contra el único y universal mandamiento,
que resume todos los restantes: el de amarse a sí mismo. ¿Necesitaría acaso
la plenitud de otra cosa que de sí misma? ¿Y la belleza y la gloria, de otra
cosa que de su propia complacencia? No: de la duda nació la necesidad de
la creación de un universo que sirviera para la comparación, y de ella el
horror de sí mismo, y de este último ¿quizá? la disposición de este universo
como una herramienta o arma a través de la cual fuera posible morir. De la
misma manera que perecemos de nuestros actos. Imaginémonos, así, que
este universo (o el que cada uno de nosotros crea) es el guijarro espantoso
que el hombre primeval pulió y afiló para henderse el pecho y así realizar
por vez primera el ciclo perfecto del ser, en el cual este último: a) se conoce
a través de su acto; y b) se destruye, para así sentir el efecto de su ser sobre
su propio ser, de una manera que no logró al nacer, pues sobre este
acontecimiento no actuó previamente nuestro ser. ¿Acaso yo también, como
ese Dios al que entreveía, había creado este mediocre universo en el cual el
Club, en el cual los pergaminos de nobleza, y es este el espejo trémulo en el
que un día tendré que contemplarme? Pero juro que no ha sido decisión de
mi voluntad crear este mundo, porque yo lo habría creado hermoso. El
universo es ajeno: de allí los escondidos horrores que guarda, de allí que en
los mejores lugares y acaso los más rientes parajes esté de repente
involucrado un sórdido aspecto que nos hace desviar la mirada. Como si
discerniéramos el esqueleto bajo las carnes de nuestras amigas.
A través de las rendijas de las cortinillas yo percibía el quinto vómito de
la noche. La velocidad del automóvil permitía visiones confusas de
sacristanes que escribían obscenidades en las paredes alumbrándose con
linternas sordas, gargajosos que escupían las aldabas de las puertas,
clasificadores de inmundicias, oledores de alcantarillas, coleccionistas de
mocos.
—Así, clarificado el misterio del equilibrio funesto entre mi ser y el de
Dios, sentí echárseme encima la espada del Arcángel del Tiempo –continuó
el Duque, indiferente a los borrosos espectáculos dibujados por la noche y
la velocidad–. Señal inequívoca de venganza, ya que nuestra primera
intuición de que estamos a punto de descifrar el mundo, coincide siempre
con la certidumbre de que esta espada horrible nos hiere. Y, puesto que el
tiempo disolvía y detenía todo, di en inventar la perduración perfecta. Y, por
cuanto el tiempo tiende hacia la dispersión entrópica, di en hallar el perfecto
orden de la eternidad, y descuidé mis ocupaciones de empresario teatral
para ocuparme de la investigación del móvil perpetuo. Conocido el objeto
de mis intereses, no tardaron en presentárseme por decenas los inventores.
Usando los poderes de flotación del corcho, las maravillas de la palanca, las
regularidades del péndulo y los misterios de la compresión de los gases, los
inventores, catalanes o isleños o vascos de oficios improbables, me
propusieron modelos que eran siempre desarticulados, tras largas o cortas
agonías, por la esgrima del Arcángel del Tiempo. La fuerza ascensional del
mercurio dentro de los barómetros y la variación de la aguja magnética de
la brújula fueron propuestas inútilmente. Ruedas miríficas, con apéndices
retráctiles, estrellamares con tirantes elásticos y aspas de molinos con
brazos de longitud variable fueron heridas en el corazón por los mandobles
de las tres espadas del cronómetro. Inspeccioné variaciones del sistema de
muelles desarrollado en 1839 por Jacob Brazill, gobernador de la Isla de
Trinidad. Tuve que espantar de mi sala de recepción judíos ucranianos que
me proponían un continuum mobile psicológico fraguado con base en la
exasperación del deja vu. Durante largas noches me fatigué sobre los planos
de una máquina que transfería la energía de uno a otro de sus polos en diez
millones de años, y cuyo primer ciclo, por lo tanto, duraría acaso más que la
raza que lo había creado. Propúsome otro la construcción de un núcleo de
quietud o estasis dentro del cual el observador percibiría el resto de la
naturaleza como movimiento inextinguible o perpetuum mobile. Un
irlandés estrafalario a quien hice despedir con mi chofer Laberinto, me
propuso la pantalla capaz de anular la gravedad, de donde a voluntad el
vuelo sidéreo, de donde a capricho la máquina indetenible. Y aun debí
rechazar a otro sajón sospechosamente parecido al primero que me solicitó
financiamiento para una Máquina del Tiempo que eternamente regresaría al
instante presente siendo así un móvil perpetuo en medio de los ríos
inmóviles de la eternidad. Comisiones de espiritistas me tentaron con
campanas neumáticas dentro de las cuales los espíritus moverían mesas
saltarinas, y optometristas españoles me propusieron sistemas que
trabajarían con el peso de las imágenes en los espejos. Por mi parte, estando
predestinado a las reflexiones en los líquidos, empecé el perfeccionamiento
de un vasto alambique que hacía subir por capilaridad sus fluidos hasta un
recipiente de donde descendían por gravedad hasta un molinete para luego
ascender nuevamente por la magia de los capilares. Exigí del fabricante
grifos de bronce en forma de gárgolas y cubetas de estaño ornamentales con
hojas de acanto. En la tina principal, un bajorrelieve donde la Gloria y la
Fama coronan de laureles al Inventor. Pero antes de que estuviera completo
el ingenio, cedí a las seducciones de un profesor andaluz que concluía su
máquina en la trastienda de un taller, valiéndose de la combinación de
tensiones neumáticas de varias máquinas de fabricar gaseosas. El taller se
alzaba en las afueras, y una grita de pillastres saludó la aparición de mi capa
y del turbante de mi chofer Laberinto. Perros grisáceos de color de aceite
mineral, nos gruñeron vagamente. El inventor era también mineral, reseco,
repetidamente mutilado: cojo, tuerto, faltaba más de un dedo de sus manos
y más de un diente en sus encías. Me condujo hacia una batería circular de
máquinas de hacer gaseosas, que con sus esferas de bronce parecían
maniquíes pensativos. La prodigiosa fuerza neumática se concentraba en un
tanque central, cuyo zumbido era contrapunteado por el gruñir de los perros
y la grita de los pillastres que se asomaban por los ventanucos del taller
para gritar ¡el loco! ¡el loco! En aquel semicírculo de dólmenes
carbonatados, percibí un escenario sacro, y, en nuestros movimientos, una
ceremonia. El pulimento de las esferas de bronce me reflejaba infinitamente
y convertía a las máquinas en ojos que me miraban, atroz, deforme,
invertido. Argos. Me situé en el centro del redondel de las esferas, como el
sol en el centro de su cortejo planetario. Desarrollé una cosmología de la
vanidad, conforme a la cual las estrellas se miran en la pluralidad de los
mundos habitados. Yo concentré la mirada en el globo central, y, en ese
momento, la máquina estalló. Cuando recuperé el conocimiento, en el
hospital, me había sido amputada una pierna y mi cara, sombría, dejaba ver
incipientes arrugas. La batalla estaba perdida.
Al callar el Duque, presentí que por las calles desfilaba el sexto vómito
de la noche. Rondas de chismosos se sorbían los unos a los otros el culo
para así intensificar la mierda.
—Al salir a la calle –continuó el Duque, tras larga pausa–, como un
presagio y a la vez un símbolo, me encontré con el Mimo del Duque de
Rocanegras. Dicho Mimo, que nació para ser derrotado, había dado en
imitarme. Dicho Mimo, el cual fue hecho para recordarme cómo hubiera
sido yo si hubiera nacido mediocre, en todas partes y dolorosamente me
devolvía los restos de mi imagen. Y, así, al encontrármelo, lo vi
desplomarse en su fracaso, porque si antes era incapaz de igualar mi
fatuidad, ahora era incapaz para tan siquiera empezar a remedar mi tragedia.
Y entonces palideció, pues para mimarme debía amputarse una pierna, y
cada instante del día y la noche le reprocharían su falta de valor y le darían
el mentís de su manía espejeante, dejándolo en el abismo y la irrisión de no
poder asemejarse a aquello que odiaba, que es en el fondo el deseo de
mejor odiarse que florece en algunas almas. Lo dejé atrás sin dedicarle una
segunda mirada.
Otro largo silencio se abrió en la cabina acolchada del automóvil.

—Nunca abrí los grifos ornamentados que hubieran liberado el torrente


ininterrumpido de mi máquina de capilaridad –añadió finalmente el
Duque–. Me moví sombríamente por mis habitaciones, condenado al
chirrido de mi pierna falsa. Comencé a sentir por primera vez el temor de la
luz y la irrisión del sol. Durante mucho tiempo me vendé los ojos y anduve
a tientas rompiendo pavorreales de porcelana y jarrones de China, hasta que
comprendí, con amargura, que yo lo que tenía no era el miedo de ver, sino
el terror de ser visto. Pues tan infinitamente indulgentes somos hacia
nosotros mismos, que podemos soportarnos todo, hasta la declinación. Y
esta es nuestra peor bajeza.
Con un escalofrío, sentí que por las calles corría el séptimo vómito de la
noche. Aferré las cortinillas para no ver, para no ver. Descubrí con espanto
que dentro del automóvil había moscas, inmóviles, pero imposible saber si
dormidas. Todavía cerré los ojos, imaginándome el terror de un animal sin
párpados.
—Di en atisbar el nacimiento del sol –prosiguió el Duque, que quizá me
miraba– para descubrir una creación en donde era todo agrietado,
desgastado, sucio. Di en hacer estadísticas del mundo para precisar en qué
porcentaje esos adjetivos eran aplicables a todas las cosas. Y entonces me
acostumbré a salir únicamente en las noches muy oscuras. Sorteando los
riesgos de las farolas del alumbrado público y de los faros de los landós y
de los automóviles, ensayé posiciones contra la luz y determiné las
variedades románticas del embozamiento. En los sitios nocturnos exigí
siempre los reservados más oscuros, y obtuve que me precediera un criado
extinguiendo candelabros. Hace tanto tiempo que no he visto el reflejo de
mi cara, que ignoro quién soy. Amenazado de espejos, vivo en un mundo
subrepticio en el que desde cualquier lado puede agredirme la revelación.
He descuidado el charol de mis zapatos, limado el pulimento de mis
gemelos, pignorado el reflector de mi diamante, y damasquinado la tapa de
mi cebolla, a la que he dejado de dar cuerda. Con mi capa cubro los
charcos, no por temor de que me salpiquen, sino por miedo de que me
reflejen. A su debido tiempo, mis galgos rusos y mis admiradoras fueron
repartidos entre mis amistades: temí verme reflejado en pupilas a las que el
amor no haría mentirosas. Y a usted, que, según me han dicho, huye de la
imagen de la víctima de un acto suyo, le pregunto –no abra los ojos, no me
mire– si no es nimio su terror al lado de la huida de un hombre cuyo único
acto es él mismo. Laberinto, ¿están muy luminosas las estrellas?
—No, señor. Nubladas –contestó por el tubo neumático una voz que
adiviné cascada. Toda ruina y toda sombra, como la de mi interlocutor.
—Entonces abre la puerta y deja salir al señor. Estamos ante su
residencia.
Estreché los guantes, que eran como nieve. No quise atisbar sus
facciones. La puerta se cerró y el automóvil se perdió de vista. Yo era el
último vómito de la noche.
En un ribazo tranquilo

—Alonso, ciérrele la puerta a esos vergajos.


—No se puede, Don Gonzalito.
—Caribes que vienen a carnearme pidiendo porcentaje de todos los
contratos para las elecciones.
—Son médicos, Don Gonzalito. Le abren las carnes y los huesos para
sacarle esas aguas que le encharcan las vísceras.
—Yo salgo de todos los charcos, Alonso. Acaso iba a seguir toda mi
vida pagando sobornos para conseguir créditos y subsidios. Dejándome
despellejar por los distribuidores de carne y los vendedores de alimento
para ganado. Ven acá, que quiero decirte una cosa.
—Cerquita para ponerle la nitroglicerina bajo la lengua.
—Vaca hiede a mierda.
—Todo hiede.
—Se lo llevan todo a dentelladas. Estos huesos me los arrancaría de la
fosa que me han abierto en el pecho, y se los tiraría, si la durmición de los
dedos no me hundiera más en este ribazo donde me siguen royendo.
—Son los torniquetes y sangrías para bajarle la tensión.
—Cállate indio güevón que la miel de la nitroglicerina ya me está
llenando otra vez la cabeza de campanas.
—Aquí llegan los papeles. Declaratoria de quiebra de la firma Aquilaca
por cese en el pago de sus obligaciones mercantiles. Demanda de rendición
de cuentas y revocatoria de poder para administración de bienes por parte
de la sucesión González. Demanda de declaratoria de interdicción y de
incapacidad para el manejo de los bienes propios, introducida por sus hijos
Gonzalón y Gonzalillo. Demanda de divorcio y petición de separación de
bienes de su señora esposa Lastenia González de González. Demanda por
pago de honorarios profesionales y medidas preventivas de secuestro de
inmuebles, embargo de muebles, inmovilización de cuentas bancarias y
prohibición de salir del país, introducida por su abogado López y López.
—Es mucho mejor ahora que me ha reventado la cabeza. Los trozos
caen en el agua, y sería tan bueno si no fuera que todavía me mordisquean
los pedazos.
—El señor Presidente del Instituto, el señor Ministro, el señor Director
de Administración y el señor don Diputado están siempre en conferencia y
no pueden recibir sus recados.
—Hubo otros tiempos, cuando los políticos iban en mula al hato a pedir
favores. Mi tatarabuelo Gonzalo González se fue a Europa por no sentirles
el mal olor. Ahora soy yo el que hiede.
—Aguas estancadas del edema y aguas podridas del catéter.
—No es eso. Ahora cualquier comemierda me hace esperar tras una
puerta.
—A esperar se aprende.
—Qué otra cosa hemos hecho. Yo personalmente quemé todas las cartas
de mi tatarabuelo Gonzalo González, que se fue a Europa a alternar y a
codearse y no encontró más que puertas. En papel florete llevó la cuenta de
los salones que se le cerraron y de los visillos desde donde lo atisbaron y de
los círculos que se le rieron. La hija de mercero sin dote con quien se casó
fue la que lo sacó de las nubes, la que le explicó que vaca hiede a mierda. Y
todavía tuvo que abandonarlo por un cómico, para que mi tatarabuelo
hiciera su juramento: pues comerán bosta. Por eso regresó al país a meterse
en las guerras, y de allí vino tanta sangre sobre esta tierra.
—Ya no hay tierra, Don Gonzalito. Se la llevaron los papeles.
—Oye esa escopetería, indio pendejo. Suena por el triunfo de Gonzalo
González. Humilló a todos los espadones que se rieron al verlo vestir a la
última moda, y vendió cuatro revoluciones y una guerra larga para regresar
a Europa a enlazar a sus hijas naturales con cazadotes y a coleccionar títulos
nobiliarios comprados. Hugo lo saluda, en uno de los palcos de la ópera: He
visto al más salvaje y al más sabio de los hombres. Desde su gabinete en
los Campos Elíseos rige con leyes patriarcales países de fábula y selvas de
vértigo. Por medios de barbarie hace triunfar la luz, abre desiertos ignotos
a la vida del comercio y la palpitación titánica de la industria. Este coloso
que repele y que fascina me ha dicho: Yo me sacrifico al destino terrible de
autócrata sin otro tormento de conciencia que renunciar al de poeta.
Fundará una dinastía de civilizadores. Su tataranieto será entrevistado por
Fortune y regirá con mano de hierro la transición de una economía feudal a
una tecnocracia impetuosa, soslayando los escollos de la ya clásica
inestabilidad política latinoamericana.
—No es así. Su tatarabuelo murió en un pleito de linderos y a usted lo
tasajearon los políticos.
—Apaga esa luz, Alonso, que parece un fogonazo.
—No hay luz hace tiempo.
—Entonces me comen ya los ojos. Con qué lengua te hablo, que la
saliva la ahoga.
—Usted se imagina torrentes, pero no hay sino la gota de este frasco
conectado con el tubo de la flebotomía, que dándole a la llave así, se puede
hacer correr más rápida hasta que el encharcamiento le anegue las vísceras
como un ribazo que ya no se puede desaguar con las sangrías, y su
esqueleto caiga en las aguas más hondas.
Para siempre, Don Gonzalito.
Espejos tras el diluvio

Encandilado por el fulgor del valle de las lunas enterradas, corrí todo el día
por pistas de pedregullo. Mis pies reventaban fósiles de delicados peces,
tortugas erizadas, insectos armoniosos. A la tarde, la misma exacta luna me
condujo a un pueblo donde, siendo que todo es hecho por Dios, todo estaba
hecho a semejanza de Dios. Talladas puertas, paredes, tejados, cucharillas.
Desde los más humildes utensilios, desde los más ocultos vasos, nos miraba
múltiple e infinito el rostro de Dios. El terror de este pueblo era el de la
blasfemia, pues al pisar las calles, en ellas se pisaba la multiplicación
inacabable del rostro de Dios, y los atributos de la divinidad asaltaban desde
los goznes de las puertas, desde las rejas de las ventanas, desde los aleros,
que ahora se hundían en la noche que desintegraba el mundo.
Pero yo no quería ver a Dios, es decir, a mí mismo; quería olvidarme de
haber sido alguna vez Dios y de haber sido yo mismo. A lo lejos, en una
calle flanqueada de puertas unánimemente cerradas, vi que pasaba un
muchacho con un chaleco de escamas de metal y de vidrio. Escamas que
espejearon hasta el terror en los infinitos ojos divinos excavados en calles,
paredes, ventanas. Advertí que las reflexiones formaban una incandescente
red de agujas de hielo y que las imágenes reflejaban las imágenes conforme
a leyes intratables y crueles como peñascos, hasta que la reiteración de las
formas fue aniquilando todo contorno salvo la figuración omnipresente y
cegadora de la divinidad, indiferente a todo, incluso a su propia espantable
monotonía y ponzoñosa redundancia, e imponiendo su presencia incluso a
mi desgarrado cuerpo, a mis excreciones fétidas, que estallaron en aguas de
divergente y giratoria luz que a su vez perforó el resplandor que telarañaba
la noche. Leprosamente florecido mi cuerpo mismo en la figuración de
Dios.
Me cubrí los ojos y huí. Escupiendo a diestra y siniestra.
Me acogió una noche cuadrangular, como un féretro.

Antes de darme cuenta, el sol había hecho una nueva cabriola sobre mi
cabeza, y había regresado la precisa e insistente luna. Vericuetos perdidos
me llevaron a un pueblo silencioso por cuyas paredes se arrastraban rebaños
de caracoles. Una frialdad en los pies me hizo detenerme y ver que la calle
estaba empedrada de lápidas. Entré a una casa y encontré su piso también
cubierto de túmulos y estelas mortuorias. En viejas alacenas y escaparates
de podridas puertas palpé huesos atados con cintas mustias. Y en las
paredes divisorias de varios metros de espesor, lagrimeantes de antigua
esperma, nichos destapados, restos de latón, cenizas, minuciosas pieles
traslúcidas abandonadas por serpientes. De vez en cuando amenazaban mis
piernas enzarzadas cruces de hierro. Erizos broncíneos. Cadenas
ornamentadas que cercaban los sepulcros. Creí ver cuerpos que dormían
entre las cubicaciones de granito y de mármol, pero no me decidí a tocarlos.
Tanteé la sustancia de los muertos en las paredes, en las cortezas de los
árboles, en el polvo. Muertos amasados en el mortero de las paredes y
muertos sorbidos en la caña brava de los tejados y muertos cocidos en los
ladrillos y muertos hechos aire, vagando como vapores. Pues en aquel
pueblo los restos no perdían su identidad y al morder aquel fruto se sentía el
sabor de la solterona y al apoyar la mejilla en aquel postigo se sentía la
reseca piel del jornalero difunto y al respirar aquel aire se sentía el deseo de
la extinta novia. El pueblo donde la muerte no era el olvido, cuando lo
único que justifica a la muerte es su gran olvido, su gran borrar de las
páginas para dejar la blancura. Siempre la sucesiva blancura que permite
escribir de nuevo en la página limitada y rasgada del cuaderno del mundo.
Pensé en un mundo finito en donde el número creciente de los muertos
fuera extendiendo los cementerios hasta ocuparlo todo. Pensé en un mundo
donde el espacio para almacenar los recuerdos no dejara cabida para el
sucederse de los actos. Pensé en un mundo espectral, todo memoria de lo
que había sido, y donde nada nuevo podía ser porque nada viejo era
aniquilado. Sentí la gravitación y el terror de la siempre más abundante
muerte aplastando nuestra irrisoria pasajera vida. El vértigo de las muertas
entrañas de la tierra y del muerto abismo que me separaba de la luna, y en
esta, las muertas mejillas de pulverizada piedra y el muerto ludir de las
piedras lloviendo desde los espacios, y en estos el muerto centelleo de las
estrellas y el muerto infinito anterior y posterior a mi muerte.
Húmeda luciérnaga, iluminé de un verde espectral la zigzagueante
estela de mi existencia en la gran noche donde se consumían los fuegos
fatuos, las provisorias luces, las chispas temblorosas, volviendo hacia la
gran oscuridad, durmiendo en la grande y omnipresente muerte sin nombre
y sin rastros. Solo aquel pueblo estriado de memoria. Donde en cada sorbo
del agua conservada en los floreros de piedra bebías un recuerdo. Donde en
cada terrón te comías el color de un ojo, el tono de una voz. Los caracoles
comenzaron a resbalar por mi cuerpo y en sus estelas húmedas quedaron
sobre mi piel existencias perdidas. Eran como otras tantas lenguas que a mí,
muerto
andante, me saboreaban. Serpentinas oleosas, en mi cuerpo como en una
ciudad se encontraba y desencontraba la sustancia de los seres. Fosforescí
como un gran animal atigrado de destinos.
No pude afrontar la pesadilla del amanecer en aquella fosa donde se
iniciaba el cementerio que cubriría la tierra. Golpeándome con el frío hierro
de las verjas ornamentadas y el sanguinario mármol de las alegorías, huí.
Hacia un país donde la muerte garantizara la disolución de mi transitoria,
vergonzante, putrefacta memoria. El sol me encontró caminando y me
sumió en un mar de fuego.
Al mediodía habían muerto todos los caracoles.

Dando tumbos avancé por el campo hasta que encontré vegetaciones y


advertí que los árboles estaban plantados en filas y que entre sus copas se
deslizaba una luna nimia y exacta y que entre las hileras de árboles había
veredas trazadas con exquisita geometría y que al final de las cenicientas
veredas se extendía la pulcra calle de un pueblo. Entendí de repente que
aquél era el pueblo perfecto, en donde los habitantes decidieron instalar la
morada límpida de las horas, el sitio en donde ni desidia ni pecado ni
desgano impedirían el avance majestuoso de la perfección modesta y de
cara lavada. Sentí la ciencia exacta con la que habían sido podadas las rosas
y la orientación justa de cada uno de los capullos, la belleza de los pájaros y
las flores pintadas en los marcos de las puertas, el ritmo igual y discreto de
las gotas de los tinajeros, la medida cruel y puntual de los amores y las
pasiones en aquella joya de perfecciones en donde todo, hasta vejez y
muerte, se hacía de una manera cabal y simétrica, en donde las rayas de los
pantalones eran trazadas con regla y nadie estaba ni muy temprano ni muy
tarde y en las vajillas no había roturas y en los caños no había óxido y todo
era siempre nuevo o como nuevo. ¡Perfecto hasta el ronronear de los gatos
y los lametones que se daban en sus garras hermosas! Perfecto el beso de
los novios y la arruga de las almohadas y las sumas, restas, multiplicaciones
y divisiones y los deberes escolares y el ajuste de los adoquines en la
calzada de la plaza del pueblo alrededor del cántaro de la fuente.
El pueblo se extendía a mi alrededor neto y despiadado como un
relámpago. Con el manso y preciso y humilde y solitario poder de una ola o
de un alvéolo, se ofrecía a sí mismo su propio ser y libaba la embriaguez
armónica de su proporción y de su cuido, maceta donde los sueños
perfectos de los pobladores se desarrollaban en escalas resonantes y
destacaban el juego y la gloria de las constelaciones metálicas. Como el
golpe de una uña en una copa de cristal el pueblo se me apareció. Mis
labios temblaron.
Como si pisara una plancha ardiente, levanté alternativamente mis pies
mugrientos de la calzada que resplandecía sonora y casta como la nota
musical de un arpa, y pensé en la inminente aurora y en el despertar
inevitable de tantos durmientes sin pesadillas que encontrarían su cáliz
profanado. Mis dedos que habían manchado las paredes impolutas, mi
cicatrizada desnudez caligrafiada de costurones, que contaminaban los aires
y sembraban el desconsuelo entre los perros pensativos y mansos que salían
a olfatearme. Mis huellas que habían sembrado el caos en las ordenadas
sendas de los lagartos y en el plan de los paseos dominicales. La luna se
zambullía en el horizonte, y el alba me encontró inmóvil, en una luz de
leche, contemplado desde los postigos por rostros serenos, por padres que
aceptaban la ruina sin una palabra y madres que sonreían ante la corrupción
y niños que adivinaban el fin de la infancia, transparente e inmensa como
una gota de agua.
Allí, en el centro de la plaza, yo, como un portador inexperto con la
vajilla de la felicidad hecha añicos o como un niño ante el pájaro muerto a
pedradas, puesto que después de mi paso nada volvería a ser igual ni la
medida de las cosas sería exacta, y por la rendija de mi recuerdo se
deslizarían la caries, la pereza, la desidia y la muerte. En el cántaro de la
fuente, bajo el sitio donde yo apoyaba la mano, crecía un limo untuoso y se
revelaba una grieta que parecía antigua, pero que solo ahora se mostraba.
El cántaro cedió con un ruido seco y vertió por la hendedura una
azumbre de aguas estancadas que arrasó las flores.
Eché a llorar. Corrí. Por las calles me miraban hondamente niños que
sabían lo sucedido. Choqué, devasté los árboles plantados a cordel, sin
darme cuenta aplasté las orugas de donde saldrían las perfectas mariposas
de la estación seca. Un sol de oro volvió a situarme en el horror del
desierto, de los animales muertos, de la roja tierra.
Piso 64

Deje que le abra la puerta del carro, señor don, señor don diputado, usted no
se arrecuerda de mí, lo llevé en la cacería de, en paz descanse, don
Gonzalito, le cargué las escopetas, le levanté los venados para que usted les
disparara, ah, sí, claro, vea, así de repente, un hombre tan sano como el
señor Gonzalito, pero morirse, cualquiera se muere, mosca, vea, todavía no
han cerrado la tapa, fíjese, como si estuviera comido por dentro, así, tan
cambiado, usted sabe, la viuda anda en cura de sueño, y los hermanos, usted
sabe, ellos que siempre estuvieron tan peleados por la cosa de la partición
de las tierras, y el hijo mayor Gonzalón que viene de Suiza y la hija menor
que no la han localizado en Niza, y Pirulí y Coco en el bufete del abogado,
quién iba a pensar, hace tiempo en esa cacería, y ahora esta desgracia, le
traeré un café o si quiere una ginebra o si quiere un brandy, señor don
diputado, tarjetas sí, muchas tarjetas, y muchas coronas han traído, y
telegramas los hay, pero ha venido poca gente, usted es el primero de los
que iban de visita al hato que veo, ni el general, ni el senador, ni el
ingeniero, ni el obispo, usted que es consecuente, sí, Alonso, yo soy
Alonso, qué memoria la suya, señor don, señor don diputado, Alonso el que
le cazó los patos, y las guacharacas, el indiecito que recogió don Gonzalito
Gonzalo González, con la particularidad de que ahora sin jefe, no sé qué
haré, papeles de identidad no tengo, imagínese, como si no existiera, yo no
sé, señor don diputado, si para algo podrá servir un hombre que no existe,
disparar sí, disparo bien, usted se arrecuerda, donde pongo el ojo pongo la
bala, yo a usted con un máuser le tumbo cualquier cosa, un gavilán se lo
bajo de lejos, y un váquiro se lo volteo, y un araguato se lo tumbo, que
chillan como gente, ah, y también manejo y cocino y sirvo bebidas y sé
bañar caballos, no, en el servicio militar no he estado, mosca, si ya le dije
que no tengo papeles, soy como si no fuera, señor don, señor don diputado,
y cargaré con tu urna, don Gonzalito, y te echaré encima tu tierra, don
Gonzalito, y por un vivir, llevaré sus recados, señor don, manejaré sus
carros, señor don, lo llevaré al Congreso, señor don, lo llevaré hasta el
partido, señor don, lo llevaré hasta el naiclú, señor don, regaré sus jardines,
enceraré sus Cadillacs, traeré su Alkaseltzer, limpiaré sus revólveres,
guardaré sus espaldas, sus espaldas se las guardaré, señor don diputado.
Favorita melodía su

Yo antes de venir me comí una arepa con mis admiradores, cloclopó


cloclopó, les interpreté Adiós muchachos, compañeros de mi vida, y hasta
una cerveza me brindaron, cloclo clocloclopo, con el llanto en los ojos, alcé
mi copa y brindé por ella, no podía despreciarlos, era su último brindis, y
ahora en el patio de la planta televisora espero, esta noche serena, cloclopo
cloclopo, sin luz de luna, espero toda la noche espero a que por la mañana
repartan las entradas de La Tómbola de la Felicidad, es que con las entradas
han hecho todo un mercado, es que las reparten entre las influencias y las
amistades, y después las revenden, las entregan por un porcentaje de los
precios fabulosos, mismamente un tráfico, otra que los abusadores, a las
nueve que dan las entradas empujan y se ponen de primeros, por eso toda la
noche completa esperamos en esta cola, yo me distraigo interpretándoles a
los otros aspirantes su melodía favorita, cloclocloclopo, noche de ronda,
cloclo cloclopo, qué triste pasa, cloclopopopo, hasta que todos se van
durmiendo con las chaquetas o los periódicos viejos de almohadas, yo no,
yo no, no vengan y me quiten el puesto, noches enteras he pasado en vela
esperando los tickets para Su Fortuna Millonaria y también en Explosión de
Estrellas, dos noches esperé para conseguir el pase para Teletalentos pero
los patrocinadores descontinuaron el programa, y qué sueño, y qué frío, no
gracias, café no quiero, si es que está amargo, aparte de mí ese vaso, por
andar tras de su huella, cloclocló clocloclocloclopo, yo bebí
incansablemente, en mi copa de dolor, pero si no hay azúcar cómo se hace.
Cómo no quieres que llore, gracias, no está caliente, cómo no voy a llorar,
pero conforta, si una sola vida tengo, así a sorbitos se siente menos y me la
quieren quitar.

Imagen Audio

Hombres envueltos en
llamas: zamuros que
desgarran vísceras: mares
que se precipitan en el
que se precipitan en el
vacío: huesos rotos: liebres
LA TÓMBOLA DE LA FELICIDAD EL
que empollan ojos
ESPECTÁCULO CUMBRE DE LA
humanos: galaxias leprosas:
TELEVISIÓN LA TÓMBOLA DE LA
regimientos de ratas:
FELICIDAD CADA NOCHE UN MILLÓN
hombres devorados por los
LA TÓMBOLA DE LA FELICIDAD CADA
peces: umberas de goma:
NOCHE UNA ATRACCIÓN LA TÓMBOLA
universos que chocan con
DE LA FELICIDAD TODO LO QUE HAY
universos: acróbatas que
EN LA TIERRA SE LO DARA A NOMBRE
caen de la cuerda: vómitos
DE STERLINGMATIC VIBROMATIC EL
radioactivos: peleas a
ÚNICO CON SONORIDAD
cadenazos: niñas muertas
INCORPORADA CON QUICO VENTURA
con misales de nácar en las
QUIEN LES HABLA KITTY KATTY Y
manos: rayos quemadores
KETTY Y LAS FABULOSAS
de retinas: Tantanil, la
MARAVILLOSAS ESPECTACULARES
espada del Caballero
ORQUESTAS Y ATRACCIONES DEL
Águila: gandolas
SHOW ¡LA! ¡TOM! ¡BO! ¡LA! ¡DE! ¡LA!
arrastradas por la
¡FE! ¡U! ¡CI! ¡DAD! Y DE ACUERDO CON
inundación: cilindros
LA MECÁNICA DEL PROGRAMA SE
Penetrando en émbolos
ENCARGA A LA PRIMERA SORTEADA
cuerpos flotantes: llagas
ELEGIR EL PRIMER CANDIDATO A REY
sifilíticas: indios
VIBROMATIC CÓMO SE LLAMA USTED
empalados: miembros
SEÑORITA ELIJA USTED SU CANDIDATO
encadenados: lechos de
SEI'¡ORITA DELE USTED UN BESO
diamante: ciegos
SEÑORITA ¡UN BESO! ¡MÁS FUERTE!
rondacidos por locos:
ISEÑORITA! UN APLAUSO Y TOME SUS
hombres sin cerebro:
TREINTA BOLÍVARES Y NUESTRO
nudistas untados de
AMIGO QUEDA EN LAS MANOS DE
alquitrán pianos apolillados:
KITTY KATTY Y KETTY MÚSICA
mares inteligentes: moscas
MAESTRO AHORA DÍGAME AMIGO LE
que lo miran todo: hombres
GUSTARÍA SER REY DE LA TOMBOLA
enterrados vivos:
¡CORRECTO! Y KITTY DA EL PRIMER
superhéroes con trajes de
PASO CON LA CORONA AHORA
espejos: balas que revientan
DFGAME AMIGO QUIÉN ES EL REY DEL
dentro de cerebros:
HOGAR ¡CORRECTO! STERLINGMATIC
monstruos hechos
VIBROMATIC Y LOS DEMÁS QUEDAN
enteramente de puertas:
ATRÁS Y KATTY DA EL SEGUNDO PASO
perros envenenados:
CON LA CORONA Y AHORA AMIGO
d d hil
verdugos coronados: hilos
DFGAME QUIÉN ME PERMITE DIRIGIR
invisibles amarrados en
LA TÓMBOLA QUE TODO EN LA TIERRA
todas las cosas: dioses
SE LO DARÁ ¡CORRECTO! Y KETTY DA
putrefactos: hombres sin
EL TERCER PASO CON LA CORONA Y
exterior y sin exterior:
YA TENEMOS UN NUEVO REY DE LA
mandarinas en las manos de
TÓMBOLA ¡UN! ¡A! ¡PLAU! ¡SO! SU
un esqueleto: máquinas que
ROPA. SUS NIÑOS. SUS MANOS.
sólo sirven para hacer otras
QUEDARÁN MÁS LIMPIAS. SI USTED
máquinas iguales a ellas:
LAVA VIBROMATIC. KITTY KETTY Y
montañas de basura: carnes
KATTY PREPARAN LA VENDA
cauterizadas: universos
SIGUIENDO LA MECÁNICA DEL
utilizados como proyectiles
PROGRAMA LOS CONCURSANTES
hombres repartidos en
TRATARAN DE DERRIBAR AL NUEVO
piezas: tanques que
REY A CORBATAZOS MÚSICA MAESTRO
embisten campanarios:
MÚSICA GRITAPITOS SILBAPLAUSOS
mujeres rifadas: hombres
QUE LO TUMBAN QUE NO LO TUMBAN
encerrados en esferas de
clocloclopo clocloclo cloclopo RESISTE EL
cristal: motocicletas al rojo
NUEVO CANDIDATO AHORA DEBE
vivo: masas de sentidos:
ADIVINAR EL NÚMERO DEL
laberintos vivientes: un
CANDIDATO QUE LE DA EL TIRÚN DE
animal que es todos los
OREJAS QUE LO ADIVINA QUE NO LO
animales: tumores: asiáticos
ADIVINA clocloclo cloclopo GRITAPITOS
fusilados: delatores
SILBAPLAUSOS NO, NO FUE EL ONCE,
telefónicos: universos
NO FUE EL TRECE, NO FUE EL UNO NO
multiplicados por cero:
FUE EL OCHO NO FUE EL TRES
lanzas que entran en la
PROHIBIDO TIRAR DE LAS OREJAS A LA
carne: edificios que traen la
VEZ DOS CONCURSANTES GRITAPITOS
mala suerte: hombres
SILBAPLAUSOS NO FUE EL CUATRO NO
cometas: máquinas que sólo
FUE EL NUEVE NO FUE EL UNO NO FUE
sirven para seguir
EL SIETE NO FUE EL VEINTE NO FUE EL
funcionando: miembros
TRES NO FUE EL QUINCE NO FUE EL
triturados por automóviles:
TRECE NO FUE EL ONCE NO HA PODIDO
bestias antropomórficas:
ADIVINAR EL AMIGO NO FUE EL OCHO
helicópteros que derraman
NO FUE EL SIETE NO FUE EL CUATRO
gelatina ardiente: peces
NO FUE EL OCHO NO FUE EL ONCE NO
abiertos en canal un hombre
FUE EL DIEZ QUÉ DICE EL HONORABLE
que va dejando detrás
PÚBLICO LE CONCEDEMOS DIEZ
infinitos duplicados suyos:
MINUTOS DE TIRONES cloclodopo
p y
MINUTOS DE TIRONES cloclodopo
grillos: esposas, rejas,
cioclodo cioclopo Y AHORA EL
barrotes: cerraduras: cepos:
RESPETABLE PÚBLICO DE ACUERDO
aciales: dragones de acero:
CON LA MECÁNICA DEL PROGRAMA
hombres que se hacen
PARA LA ELIMINATORIA FINAL DEBE
dioses: animales
ELEGIR ENTRE EL NUEVO REY DE LA
compuestos de órganos
TÓMBOLA Y EL ANTERIOR CANDIDATO
independientes: manos que
UNA OVACIÓN PARA EL ANTERIOR
trabajan la madera: bocas
CANDIDATO UNA- OVACIÓN PARA EL
que desgarran animales
NUEVO REY GRITÁPITOS RUIDORISAS
vivos: pieles humanas
SILBAPLAUSOS Y EL NUEVO REY
llevadas por el viento:
QUEDA ELEGIDO PARA LA PRUEBA
dioses que se hacen
FINAL (GRITAPITOS) EN UN SOLO PIE
hombres: pistolas
DARÁN LA VUELTA AL ESTUDIO LOS
decomisadas: cráneos
TRES CONCURSANTES (SILBAPLAUSOS)
fracturados, Organogramas
LLEVANDO CADA UNO UNA PANELA DE
infinitos en ambas
HIELO EN LAS ESPALDAS (RUIDORISAS)
direcciones: un ascensor
CON DERECHO A TRES CAÍDAS
que desciende eternamente
(SILBAPLAUSOS) KITTY, KETTY Y
hasta la margue: cánceres
KATTY LES DAN LAS PANELAS
inteligentes: caras hechas
¡MÚSICA, MAESTRO! EL RESPETABLE
para ser olvidadas: personas
PÚBLICO PODRÁ HACER ZANCADILLAS
que son en realidad otras
Y ESTÁN LISTOS LOS COMPETIDORES Y
personas que son en
SE DA LA PARTIDA Y ARRANCAN
realidad otras personas: ríos
SEGUIDOS POR KITTY, KETTY Y KATTY
de pus: máquinas cuya
Y SE DA LA PRIMERA CAÍDA
única finalidad es seguir
LEVANTARSE VIBROMATIC SIN SOLTAR
funcionando: hombres
LA PANELA STERLINGMATIC SE
hechos de papel plegado: un
LEVANTA VIBROMATIC NO SE LEVANTA
pueblo perfecto: violaciones
STERLINGMATIC GRITAPITOS
de colegialas: pollitos
SILBAPLAUSOS PIENSE EN SU MADRE
quemados vivos: palabras
VIBROMATIC QUE LO CONTEMPLA
que engendran palabras:
STERLINGMATIC POR ESTOS CANALES
torbellinos de tiempo nulo:
VIBROMATIC SE LEVANTA STERLING
acuarios ametrallados: un
NO SE LEVANTA MATIC UNO STERLING
pueblo de muertos: espejos
DOS MATIC TRES VIBRO CUATRO
rotos: hangares llenos de
MATIC CINCO STERLING SEIS MATIC
lámparas encendidas:
SIETE VIBRO OCHO MATIC DE
balancines que estallan:
balancines que estallan:
ACUERDO CON LA MECANICA DEL
sombras chinescas:
PROGRAMA SE PERMITE A UNO DE LOS
escalinatas pulpos: ciudades
ESPECTADORES AYUDARLO CON LA
hechas de burbujas: fotos
PANELA Y SE LEVANTA STERLING SE
pornográficas: columnas
HA LEVANTADO MATIC UMPIELE LA
fluyentes como ríos:
SANGRE STERLING CON ESE PAÑUELO
planetas de cristal
MATIC SALTANDO EN UN PIE ELUDE
perforado: fermentos
LAS ZANCADILLAS Y SE DA LA
aceleradores del tiempo:
SEGUNDA VIBRO CAÍDA MATIC KITTY,
lluvias de clavos: una llave
KATTY Y KETTY LO ANIMAN
inglesa congelada: puertas
(GRITAPITOS) LOS FANÁTICOS LO
que clan a puertas que dan a
APLAUDEN (SILBAPLAUSOS) Y SE
otras puertas: manos
LEVANTA STERLING Y SIGUE
fungoides: sillas que flotan
ANDANDO MATIC LAS ZANCADILLAS
en el vacío: manos
VIBRO LO DESNIVELAN MATIC Y SE DA
aracnoides: sonidos
LA TERCERA CAFDA LOS
petrificados: cenizas atadas
ESPECTADORES LE OFRECEN UNA
a la cadena de las causas:
KOLA MATIC LO RECHAZA STERLING,
cangrejos muertos: Heridas
SE INCORPORA MATIC, SE RESBALA
atiborradas de vidrio y de
VIBRO, SOBRE LA PANELA MATIC, SE
astillas: carretillas que
NOS QUEJA STERLING, SE DESMAYA
turcen el espacio: cromo
MATIC, MÚSICA MAESTRO, EL REY SE
roto: latón doblado:
HA ACABADO, SE ACABO EL
tendones seccionados: latas
PROGRAMA VIVA STERLING MATIC
aplastadas: montones de
KITTY, KETTY Y KATTY
mierda plástica: nervios
tronchados: máquinas que
se destruyen a sí mismas:
luz: oscuridad: oscuridad:
luz: luz: caos:

Fui clasificado, coronado y descalificado, descendí a la desesperación,


al tercer día reaparecí en las oficinas, reclamé mi premio de consolación
Radiomatic para así en las ondas sintonizar las melodías favoritas, Domitila
que nunca más de mí quiso saber por vago, por sin oficio, por dejar de
ganar los premios fabulosos Vibromatic, un televisor, un viaje a Barbados,
una pulidora, señor agente, robado cómo, robado en qué forma, robar yo,
señor agente, yo, un concursante Vibromatic, yo un hombre que por las
calles de un sitio a otro ando abrazando lo único que tengo, el Radiomatic,
en busca eterna de algún enchufe porque no es el modelo portátil
transocéanico con pilas, es el modelo con cable Radiomatic, puro cable,
puro enchufe, por las calles, por los puentes, por los barrios, bajo el brazo,
Radiomatic, sin comida, sin oficio, sin vestidos, Radiomatic, no lo vendo,
no lo cambio, no lo presto, Radiomatic, soy el mismo, Sterlingmatic, del
programa, Vibromatic, vea el golpe, Sterlingmatic, vea el corte, Vibromatic,
vea agente, Sterlingmatic, vea portero, Vibromatic, vea señora,
Sterlingmatic, vea tendero, Vibromatic, deben creerme, Sterlingmatic, vean
los cortes, Vibromatic, vean las llagas, Sterlingmatic, vean el radio,
Radiomatic. Soy el mismo, Vibromatic del programa Sterlingmatic, tengo
grandes condiciones para actuar en la pantalla, elevado por la gloria, ir por
todos los hogares, el primero de los surveys, favorito Sterlingmatic.
Productores, locutores, directores, Vibromatic, con Show propio, iré a la
gloria, le interpreto lo que quiera, su canción Sterlingmatic. Rechazado en
todas partes, declarado impresentable, perseguido y expulsado, no me rindo,
Vibromatic. Doy mi sangre doy mis cortes doy la gloria Sterlingmatic, por
entrar en sus hogares y alegrar los corazones, yo daría hasta mi vida, yo
daría el Radiomatic. Por llevarles las canciones favoritas Vibromatic, en la
noche del estreno, con las grandes atracciones, con las extras las modelos,
en las horas estelares anunciando Sterlingmatic, con las luces con la imagen
destellando en las pantallas, con el zoom y el videotape. Doy mi dicha para
todos, elevado Vibroestatic, transportado por la gloria palmoteando
Gozoestatic enseñando las heridas ante todos Vibromatic ante todos los
hogares ante todas las pantallas ante todos los videntes me despido
Sterlingmatic mas prosigo con ustedes para siempre Vibromatic.
Pablo Montiel, vendedor de perros calientes autorizado por los
vendedores de la planta a estacionar su carrito en la esquina, al respecto
declaró: el hombrecito era ya más bien fastidioso de un lado a otro iba
esperando las reparticiones de entradas para los programas de concursos
para los programas de aficionados sin comprender que su por demás
lamentable aspecto sin comprender que su deficiente presentación sin
comprender que su por demás estrafalaria figura abrazando un receptor
Radiomatic cuyo cable arrastraba como extraña cola; amonestado en
diversas oportunidades por los vigilantes de la planta, prometía la enmienda
pero insistía posteriormente sin dejarse desalentar, los días y los meses se
sucedieron negándose a dormir en las colas de las reparticiones de entradas,
interfiriendo con los asistentes a la planta con su inarmónico palmoteo, yo
de pura lástima le permitía comer las sobras de pan de los perros calientes
que los clientes echaban en la papelera hasta que amonestado por los
vigilantes que llaman los caoboys a la tercera vez debí asumir una actitud
hacia él más distante que repercutió de manera funesta en sus hábitos
alimenticios; más que el pan me solicitaba que intercediera para conseguir
entrevistas con gerentes, animadores, con jefes de programación, a los que
solo de lejos he visto pasar en sus automóviles hacia el estacionamiento
privado nuevo que construyeron, que lo cuidan los caoboys para
salvaguardar los vehículos de los daños que pudieran causar los importunos,
me palmoteaba y para que lo reconociera que era el mismo que había salido
en el programa me enseñaba las heridas Vibromatic las cortadas
Sterlingmatic el gran premio Radiomatic, palmoteaba las canciones
ofreciéndome programas, prometiéndome riquezas para la hora de su gloria
como estrella Sterlingmatic. Despojado por zagales delincuentes
malvivientes de su nuevo Radiomatic, se acostó en aquella esquina y miró
hacia las alturas, no bebía ni comía, palmoteaba las canciones favoritas
Vibromatic. Se creía en las pantallas, se creía en los hogares, se entregaba a
los videntes complaciendo peticiones milagroso Sterlingmatic. Me sentí
muy conmovido, me encargó ir por los caminos palmoteando las canciones
para dicha de los hombres, me interpretó Adiós, mujer, que es mi canción
favorita, se extinguió tranquilamente. Nunca supe de amistades, nunca supe
de parientes. Nunca supe del destino de su equipo Radiomatic.
Piso 65

Moncho terminó de firmar los papeles, cerró la carpeta y miró alrededor. En


la terraza del edificio, desierta, espejeaba una piscina. Moncho se sintió
lejano del sitio y del tiempo. A su lado, Alonso le recogía el maletín.
Moncho sintió como si muchas nadas espejearan en la piscina. Sintió temor
de dejar el local caminando por esos bordes. Allí estaban presentes los
puntitos brillantes de los flashes. A Moncho lo impresionó la perforación de
flashes a través de los años y la manera en que lo crucificaban en celuloide.
Se sintió aprisionado en infinidad de celdillas de película. Su imagen
aprisionada o untada en tantos muros de papel, sin más nada adelante y
atrás que papel. Moncho estaba a punto de definir la pregunta que quería
hacerse, cuando precisó el mosconeo que lo distraía. Solorico volvía una y
otra vez a insistir en el tema del interés de las compañías en solucionar sus
viejos pleitos con la Nación a través de un arreglo equitativo. Décadas de
reparos por fraudes en los precios de exportación declarados, por
deducciones abultadas, por ocultación de ingresos y por multas sin pagar,
permanecían detenidas por orden superior. Preocupaba a las empresas, en
concreto, ese compás de espera, la intransigencia de ciertos altos tribunales,
las jurisprudencias adversas acumuladas sobre el derecho de la Nación a
investigar los precios reales de las materias primas exportadas, las
contrariedades y engorros de tantos litigios, por lo que querían hacer sentir
su voluntad de transar todas esas viejas deudas con el Tesoro, esos diez años
de controversias sobre aplicación de leyes tributarias, digamos, por un
treinta por ciento del total, siempre que en lo posible no se hiciera pública la
cifra transada, ni las empresas beneficiadas, ni otros detalles susceptibles de
mala interpretación. En definitiva, hacían estos contactos para sondear la
receptividad, como decían, el ambiente, que juzgaban propicio, y esta era la
oportunidad. Moncho lo miró. La oportunidad, repitió Solorico,
devolviéndole la mirada. Pero ya el Presidente de la Directiva, extendiendo
el brazo, invitaba a los presentes al brindis. Otra piscina de baldes contenía
otra piscina de cubos de hielo. Entre ellos crepitaba la luz de los flashes.
Moncho percibió en ese momento el don de Alonso de no aparecer en las
fotografías. Estaba directamente tras de él, y su mirada señalaba hacia un
sitio, confidencialmente. Moncho atisbó allá, hacia el vestíbulo.
—El ascensor –pensó.
Causas

Trayectorias melancólicas de las miradas en el cuarto donde está el coronel


secuestrado: el coronel contempla a Rubén y Camila que lo vigilan, y
advierte que entre ellos se miran con esa intensidad del amor que no se
agota en contemplación ninguna: Rubén mira al coronel tirado en el catre y
a Camila que tiene la pistola sobre las rodillas, y sigue el detalle de los
dedos pequeños sobre la culata, y el moverse de los ojos muy dulces de
Camila dentro de los cuales la imagen retiniana del coronel y de Rubén, el
coronel derribado sobre el catre como un montón de paja seca y Rubén muy
cansado como si acabara de caminar por llanuras lejanísimas: los ojos de
Camila a veces parpadean oscureciendo esta imagen, casi nunca en el
mismo momento en que parpadean los ojos del coronel o los de Rubén,
opacando sus respectivos juegos de imágenes, y se plantea cuál de estos
ojos dejará de parpadear primero y en cuál de las retinas dejarán primero de
estar encendidas las imágenes

CAUSAS EFECTOS
Perdido en el
Trayectorias melancólicas de las miradas en el cuarto
hospital donde ha
donde está el coronel secuestrado: el coronel
ido a visitar a la
contempla a Rubén y Camila que lo vigilan, y advierte
mamá de Rubén,
que entre ellos se miran con esa intensidad del amor
Bubu atisba de sala
que no se agota en contemplación ninguna: Rubén
en sala, sintiendo,
mira al coronel tirado en el catre y a Camila que tiene
no que ya ha vivido
la pistola sobre las rodillas, y sigue el detalle de los
ese instante, sino
dedos pequeños sobre la culata, y el moverse de los
que lo vivirá de
ojos muy dulces de Camila dentro de los cuales la
nuevo, al punto que
imagen retiniana del coronel y de Rubén, el coronel
frente a una puerta
derribado sobre el catre como un montón de paja seca
no sabe si prefigura
y Rubén muy cansado como si acabara de caminar por
lo que ha de pasarle
llanuras lejanísimas: los ojos de Camila a veces
o recuerda lo que ya
parpadean oscureciendo esta imagen, casi nunca en el
le ha pasado, ese
mismo momento en que parpadean los ojos del coronel
olor a desinfectante
o los de Rubén, opacando sus respectivos juegos de
b
o os de ubé , opaca do sus espect vos juegos de
y ese cubo con
imágenes, y se plantea cuál de estos ojos dejará de
gasas usadas que lo
parpadear primero y en cuál de las retinas dejarán
espera en un rincón
primero de estar encendidas las imágenes
del triaje
Por distraerse
Hacia el final de la guardia, Rondón siente demasiado
vuelve a revisar el
sueño.
maletín del coronel.
El olor a cuero el
olor a pelusas el
Rondón rasca con la uña un doblez en el forro del olor a lápiz el olor a
maletín. metal de las
bisagras el olor a
oscuridad
El coronel se
Rubén nota la tensión de Rondón remueve inquieto,
en sueños
Rubén concentra su
atención en el
Rondón levanta con mucho cuidado el extremo del coronel, que se
forro mueve entre
sábanas que
parecen nubes
Rubén siente sudar
la palma de la mano
con la que agarra el
Bajo el doble fondo del forro del maletín aparece un
arma y huele el
cuaderno de hojas de papel fino azul
sudor que esta vez
tiene aromas de
metal y de aceite
El coronel
despierta, como si
estuviera en otro
cuarto, en otro sitio,
Rondón silba y tarda en situar las
figuras de Rubén,
de Rondón, los
papeles que este
ti l
tiene en la mano
te vas ahora mismo a entregarle estos papeles al
ah
Comando
despierta a Camila para que me acompañe el resto de
qué dicen
la guardia en el Comando tienen que ver estos papeles

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PROJECT: THINKTRAP
AUTHORITHY: DIA
CLASSIFICATION: TOP SECRET (NTK BASIS)
PRIORITY: NATIONAL
SUBJECT: Thinking on Thinking or the Theory of War as a interplay
of Behavioral Patterns

SUMMARY OF FILE CONTENTS:


1. –War as a mean of behavioral modification.
2. –Behavior as a development in acts of the code of a System.
3. –Counterinsurgence War as a breaking of codes
3.1. –Breaking the genetic code
3.2. –Breaking the identity code
3.3. –Breaking the cultural code
4. –General Theory of Cultural Weapons
4.1. –On Semantic Contagion
4.2. –The Mathematics of Mind Overkill

La mano de Rubén busca en un maletín en el


cual medias en el cual la máquina de afeitar
en el cual cartuchos en el cual tantas cosas
que palpándolas no se sabe, hasta que da con
un tubo de lata saca el tubo de lata desenrosca
no sé parece una vaina gorda
la tapa de la que sale olor a huesos pliega el
cuaderno azul y lo empuja en la oquedad del
tubo de lata por la que el cuaderno plegado
avanza frotando manuscritos apolillados y
fichas de calculadora.
Calles bloqueadas por radiopatrullas y jaulas
Como en un sueño, Rubén
dentro de las que los policías beben café con
camina por calles oscuras
leche en vasitos de cartón y oyen la estática de
hacia la casa donde está el
los radios por los que llegan las instrucciones
contacto con el Comando
del operativo
bajo luces del alumbrado público que
agigantan las sombras de los policías del
camina
i d l d ll l
ca a
operativo en paredes en las que destellan los
haces de los faros rojos de las radiopatrullas
entonces siente el golpe del sueño y por unos
camina
momentos no puede pensar y tiembla de frío
En el barrio del segundo
contacto con el Comando, el
camina
operativo allana casa por
casa
a los pies de Rubén revienta una flor de
Los bombillos brillan
sombras proponiéndole simultáneamente el
exageradamente altos en los
terror de la infinitud de las opciones ante el
postes del alumbrado
rocío de la noche
después ese revólver será disparado pero no
por Rubén sino por Rafael a quien este se lo
Rubén siente una opresión
cederá al volver al apartamento para dar la
en el pecho y nota que es la
noticia de que allanan todos los contactos,
del revólver disimulado bajo
Rafael se defenderá al reventar la balacera y
la chaqueta
del revólver disparado saldrá el vaho acre del
fogonazo
A medida que Rubén se
mueve las sombras
tentaculares arrojadas por el
alumbrado crecen hasta a
veces tocar las ventanas de Araceli cuelga el teléfono
los apartamentos en sitios
donde Rubén no quiso jamás
estar o donde jamás pensó
haber estado
El cerco sigue a medida que
Bajo los puentes se arrebujan pordioseros que
una mano arroja sombra
sueñan ser las causas del milagro de que algo
sobre un mapa dividido en
exista.
sectores militares
En las fotografías uno de los sitiados abre la
boca en el momento en que siente el golpe de
la bala, tú ves, exacto como en las películas
con la diferencia de que esto es real y por eso
de que es tan real estas son las fotos que está
hibid bli ñ l úbli
prohibido publicar o enseñar al público
porque las reproducen y las pegan en las
Micael escapa del sector del
paredes y hasta las sacan en afiches o posters
apartamento bloqueado
y ¡cagada! la foto de aquel carajo en todas
saltando la pared trasera del
partes, hasta con separaciones de colores y
edificio y corriendo por los
trabajo con el grano la terminarían exhibiendo
callejones que llevan a la
en las boutiques de cojines violetas y diseños
mole del Hipercicloide.
hindúes, bueno, ahí en las vidrieras con
bibelots el carajo reventando abriendo la boca,
pero ya con los ojos cerrados, te fijas, si no es
también que empiezan a reproducirlo en serie
y a cubrir superficies y tienes una casa con el
techo las paredes los pisos y las puertas
cubiertas con la misma foto
Los canarios bajo las mantas
El noctámbulo que tiene la costumbre de
que cubren las jaulas en los
proyectarse a sí mismo con una linterna
apartamentos en cuyas
mágica dentro de los cuartos nocturnos, para
paredes juegan las luces de
así estar dentro de ellos en una presencia
las radiopatrullas que corren
inactiva y sin embargo real, y por lo tanto
a reforzar el operativo de
melancólica.
allanamiento
—Hay esto –dice Rondón–
nos han allanado dos locales
y parece que hay una
—Pero entonces fusilan al muchacho –dice
delación fea, porque nos
Rafael.
dieron justo donde es.
Tenemos que soltar al gringo
antes de que nos agarren.
Los ojos recorren las caras cansadas. Entonces
—La otra solución sería la mayoría se da cuenta de que el bombillo es
matar al gringo. de muy pocas bujías, y que cansa la vista, y
que frotarse los ojos cansaría todavía más.
En la oscuridad, protegido por su rostro que
ya no guarda relación con él, Micael empieza
a pensar las grandes travesuras. Imagina que
de sus ojos salen las llamaradas de la
percepción, y que con ellas barre edificios,
azoteas vientres Y a los mejor devasta Pues
azoteas, vientres. Y a los mejor devasta. Pues
toda percepción completa es destructiva.
Hasta que un espejo le devuelve las
llamaradas. El agua regresando a la fuente, a
Una gota de miel resbala de
rebosarla. Quemarse y destruirse en la
la comisura de la boca de
operación de percibirse. ¿Otra cosa, acaso, lo
Alba.
que está haciendo Alba? Micael imagina que
en la ciudad nocturna los seres se miran los
unos a los otros, arcos voltaicos en los ojos,
hasta una profundidad corruptora y violadora
de esencias. Al ser la vida sorprendida en su
propio transcurso, como uno de esos gusanos
que necesitan de la oscuridad, se
transformaría en un vapor y el universo
carecería de testigos, como al final carecerá.
En las caballerizas del
Hipódromo los caballos no
pueden descansar: bajo las Las grietas del cemento bajo los pies de
luces sepia que jamás se Rubén son los mapas de los territorios que
apagan, moviendo las manos tendrá que cruzar en años futuros, y en cuyo
sobre montones de aserrín, polvo los mapas de los territorios que no
sueñan que jinetes con lentes recorrerá luego de dado el último paso en su
de mosca les ponen camino
martingalas y gríngolas y los
ejercitan
Micael salta la reja de
alambre y corre hacia los
en los apartamentos dormidos de la ciudad el
primeros rebordes de la
viento abre y cierra miríadas de puertas
masa arquitectónica del
Hipercicloide
En las laderas del
cementerio, en fosa sin Micael corre entre pasillos concéntricos llenos
nombre, una turba de de salpicaduras de concreto y polvo viejo y
bachacos mastica los restos materiales sobrantes, sin llegar nunca a saber
de la corona que la comadre si la progresión lo acerca o lo aleja del centro
Paulina depositó en memoria del edificio
de Guillermina
Bubu mira la vieja foto que
Bubu mira la vieja foto que
guarda en la cartera de su
madre YOLANDA I REINA
DE LOS
Medir con cintas métricas y marcar con
TRABAJADORES: un
siluetas de tiza el sitio exacto donde cayó
papel amarillento con áreas
muerto
café con leche donde la
sonrisa de YOLANDA I
apenas se distingue entre los
labios sepia
El corazón de Rubén golpea
Los camiones lejanos de la noche que pasan
inmensamente en la ciudad
con los estruendos de sus latas
dormida
El zumbido de los
transformadores eléctricos La noche se va tras el zumbido
de los postes del alumbrado
Micael toca una de las
junturas del cuerpo de Alba
La primera oleada entrópica
sintiendo luego en la yema
del dedo el vaho del olor
En la esfera del llamador de la puerta
Rubén se devuelve de la
amanece o anochece en el reflejo de soles que
segunda esquina antes de la
han aparecido o desaparecido, seguidos de
entrada del barrio que
cortejos de lunas y planetas y cometas y
allanan y camina hacia la
fenómenos atmosféricos. Entre la oscuridad
casa con el gran llamador
nocturna, la bola del llamador resplandece
donde dice Imago Mundi
como un ojo hinchado.
Cuando empieza la plomacera los sitiados por
instantes se ven a sí mismos muy iluminados
Pasan soldaditos al trote por parpadeos de fogonazos que son como
cargando ametralladoras ráfagas de flashes y el momento malo es
pesadas para el cerco cuando los flashes tardan más y más en
desaparecer o cuando uno se queda iluminado
totalmente, inmóvil
El chofer frena para esquivar el borracho que
El olor atroz de los pipotes trastabilla y entonces se da cuenta que no es
de basura colocados en las un borracho sino Bubu que le pone la pistola
aceras de noche para esperar en el cuello y le dice al Puesto de Socorro y lo
aceras de noche para esperar en el cuello y le dice al Puesto de Socorro y lo
la recogida único que se le ocurre al chofer en esa
irrealidad es: me va a ensuciar el asiento
Los reflectores de las
unidades policiales, que a
veces se desvían y se pasean
con una luz helada sobre las
En el apartamento brilla la alfombra de
caras de la muchedumbre de
casquillos disparados pudiendo establecerse
curiosos que mira sin
por la degradación de su temperatura el orden
expresión y sin esperar ser
exacto en que fueron perforados y el momento
mirados entre paso y paso de
aproximado de cada detonación
los rayos de los reflectores
que lamen las caras
inexpresivas de los
espectadores.
Rubén recuerda en la escuela cuando
cambiaban estampitas que venían con los
Las transformaciones que la envoltorios del chicle, y en las cuales
vejez causa en las gentes. aparecían las caras de gringos beisbolistas con
Llega un momento en que el la gorra echándoles sombra en la cara, y, a
fenómeno de vivir es objeto veces, el cuerpo entero con la pierna alzada
de mera contemplación y para el lanzamiento, o el bate al hombro;
desde esta perspectiva ya no Rubén piensa en el destino de esas
se sabe dónde ir colecciones desperdigadas y en el destino de
esos beisbolistas ya jubilados y en el de tantos
espectadores en tantos estadios
Micael imagina una ciudad
transparente donde en
instantes sucesivos se
manifiestan las posiciones
consecutivas de su cuerpo y
del de Alba alejándose y
encontrándose y perdiéndose
La pupila de Alba se dilata para dar paso a la
con otros para volver a
oscuridad y a la imagen de Micael, que son
encontrarse hasta que
una misma cosa. Entonces Micael acerca su
posiciones y alejamientos se
ojo al de Alba y la oscuridad de cada uno
congelan como en una
entra en la oscuridad del otro, y se saben
fotografía de exposición
ambos envueltos en la noche total que apaga
ambos envueltos en la noche total que apaga
múltiple en donde ellos dos,
las palabras y donde toda voz cesa que es el
Alba y Micael, forman un
único punto donde ambos verdaderamente se
tumulto de círculos que
encuentran
incidentalmente se
superponen, existiendo
eternamente en el tiempo sus
encuentros y sus
desencuentros como en un
cristal de nieve flotando
sobre la nada.
La línea imaginaria que
Lo peor del principio de la balacera es que
reúne los diez impactos de la
duelen los tímpanos, las balas no te han dado
primera ráfaga constituye el
pero como ya te acuchillan los tímpanos
arco de una elipse cuya
sientes como si te hubieran dado
fórmula puede ser calculada
Si recogiéramos las manchas
de sangre en un papel poroso Así, es posible que el azar o el sinsentido de
y lo plegáramos, una vez nuestros actos, plegado por la aniquilación y
desplegado la simetría haría duplicado por la irremediabilidad, configure
surgir en ellas objetos, una simetría extraña, una arquitectura o una
órganos o imágenes música de la que nosotros, ejecutantes, nada
reconocibles, que sin la sabemos a medida que vertemos nuestros
duplicación no se actos como borbotones de sangre
manifestarían
También la alfombra es de los cristales rotos
por las balas que se extienden en una capa
Empieza a sonar el himno.
regular muy fina y cuya densidad varía según
los sitios en donde se acumulan los impactos
Un sentimiento de
perfección acerca del hecho
trivial de la existencia de Cuatro figuras iluminadas por el fogonazo,
objetos materiales y sus como si sus cuerpos fueran bulbos eléctricos
olvidadas colocaciones en la
noche.
Visiones de Bubu, que por la
anoxia son demasiado
blancas o plateadas, de
camilleros que se le acercan
Rubén camina bajo un sol crepuscular por una
o se le alejan con
llanura en donde lo observan liebres
movimientos desmesurados
encarnadas de ojos crepusculares.
o desvanecidos hacia una
profundidad blanquecina
que se va haciendo cada vez
más lejana.
Aquella vez cuando
discutían el informe político
en la célula y sus ojos se Camila es ahora solo un recuerdo
encontraron con los de
Camila
—Desbandarnos —dice
Rondón, en el carro en que
Entonces yo le dije adiós a Rafael y le dejé el
vuelven de soltar al gringo
Smith & Wesson y me bajé del carro en la
— Rubén, déjale la fuca a
esquina y caminé y vi una camioneta grande
Rafael y bájate aquí. Yo y
que se puso a su nivel y el tipo de la derecha
Rafael vamos al apartamento
le apuntó a la cara y le pegó dos tiros
a decirles a los otros que
coja cada cual por su lado
Manuscrito encontrado sobre un cuerpo en el Hipercicloide

La puerta

Inflamado por las llamas de la visión interior, contemplé una ciudadela


en cuyos muros estaba inscrita la palabra: tiniebla. Y un espíritu, no
prisionero de los lazos de la ilusión, me susurró: ¿Y ha de ser tu destino
limitar, cuando todo nace para ser ilimitado? ¿Y has de confinar, cuando
todo ha sido engendrado para verterse? ¿Y pretenderás con escuadra &
compás edificar, cuando toda creación disocia? Y un dedo flamígero me
iluminó una inscripción, hecha en sí misma de mundos que se aniquilaban:

Arquitecto, destruye

Desprovista de peso y de colocación física en la oscuridad

Alfa-2

Partimos del postulado de que el acto de construir excede de la


operación de interponer pantallas aislantes entre nuestros sentidos y la
intemperie. Construir, más que ocluir el exterior, consiste en crear y recrear
un exterior, un nuevo centro de perturbación y de acción sobre nuestros
sistemas sensoriales y por ello el objetivo último de la arquitectura es el
planteamiento de estímulos:
Imaginemos resonancias múltiples, resonancias individuo-medio,
individuo-individuo. El acto arquitectónico consiste en la creación de un
resonador único, sujeto a una voluntad específica, y por lo tanto
organizador y programador de resonancias individuo-estructura, individuo-
estructura-individuo, individuo-individuo. La arquitectura consiste en el
condicionamiento último del medio por el cual se obtiene a la vez el
condicionamiento del habitante, en el sistema de planos
biológico = determinación del soma por el entorno
determinación de las leyes del cuerpo social
social = por el ámbito físico donde el mismo se
desarrolla
determinación de las representaciones del
cultural = universo por la organización y regulación de
este universo

No intentemos un ataque de cólera en una catedral vacía ni la depresión


en un cubículo modular cuyas paredes cambian rítmicamente de colores y
en el cual se suceden cronométricamente visitas preordenadas por el flujo
del tráfico y la codificación del empleo del tiempo impuestas por la forma
arquitectónica. Superficies horizontales deprimirán el exceso de nuestras
fuerzas, sucesiones periódicas de planos verticales y oblicuos vitalizarán
nuestro ánimo a medida que nos entreguemos al crescendo de las rutinas
socialmente aprobadas. Series de configuraciones monótonas debilitarán
nuestra identidad hasta erradicar de ella las variantes nocivas que interfieren
en los ritmos de la convivencia. Identidad recuperable en los lugares y
momentos en que ello sea necesario, cuando arreglos de masas, texturas y
patrones evocadores de nuestra idiosincracia la despertarán transitoria e
inofensivamente a fin de garantizar la diversidad del organismo social. Por
ello, antes de la exposición de lo que sigue es necesario comprender estas
equivalencias, no por férreas menos inevitables:

ambiente = conducta
creación del creación de la
=
ambiente conducta
repetición del refuerzo de la
=
ambiente conducta

LA CREACIÓN DEL AMBIENTE ES LA CLAVE DE LA


REGULACIÓN DEL COMPORTAMIENTO DE LOS
HABITANTES
HÁBITAT = HABITANTE

La aplicación de estos postulados hace posible la elección de un destino


con omisión de n destinos indeseables, impracticables o contrarios a las
ecuaciones que hemos expuesto ya que inarmonía = aniquilación =
confusión de ideas arquitectónicas.
De donde se sigue que de la forma hiperciclópea construida conforme a
estos principios nacerá la Rosa Geométrica, el Centro Místico de regulación
y preordenación de las funciones del vivir. La forma hiperciclópea será la
segunda matriz o símbolo de la dicha palpitante, en cuyas proporciones
estará inscrita la justa medida de la relación del hombre con el cosmos
el polípero de las dimensiones armoniosas
vivir en la forma hiperciclópea será inevitablemente vivir dichoso
la relación entre sus elementos estáticos y dinámicos sembrará la
armonía en la guerra brutal de los órdenes que el hombre estableciera antes
de ser hombre y en el proceso de ser hombre
iluminada por auroras y tardes provocadas, medidas y graduadas, la
conciencia vacilará atónita ante el oro batido de los equilibrios involucrados
en cada remate y en cada medida y en cada sección y en cada resonancia, y
aceptará como posible la fabricación de una llave para abrir la cerradura
intuitiva del mundo
Los habitantes de la forma hiperciclópea serán así proyectados en un
plano de eternidad en el cual, pese a su aparente transitoriedad, perdurarán
en la repetición de sus actos por habitantes idénticamente estimulados que
se sucederán dentro del contexto arquitectónico justo, siendo así que las
sensaciones acometerán a cada habitante en ritmos ajustados a sus umbrales
de percepción, a través de los cuales los moradores sentirán sus cinco
sentidos contemplarse a sí mismos como sentidos en la equivalencia
DIAFANIDAD = INEVITABILIDAD = PREVISIÓN = PERFECCIÓN =
ETERNIDAD = ACCIÓN FÍSICA CREADORA DEL CONTEXTO Y
HOMEOSTÁTICAMENTE ORDENADORA DE LA FORMA ÚNICA Y
POSIBLE DE LA VOLUNTAD FUTURA PLANIFICADA
la imagen de Alba llamea a través de mi cuerpo como un soplo

Beta
Mediante la manipulación somática y genética convertir a todos los
seres humanos en células de un solo organismo el cual a su vez será
convertido en célula de un organismo formado por todos los animales el
cual será a su vez convertido en célula de un organismo formado por todos
los animales y vegetales el cual será a su vez convertido en célula de un
solo organismo formado por toda la biosfera del universo.

Incendiándolo en una primera disipación

Gamma

Dado que toda civilización ha consistido en aplicar el excedente


económico a proyectos que sobrepasan la satisfacción de las necesidades
fisiológicas inmediatas; dado que estos proyectos, cuando más inútiles, más
adecuados a la finalidad de disipar dicho excedente en el mero acto de su
consumo ostensible; dado que el crecimiento del excedente hace cada vez
más difícil su empleo en usos que no desarticulen la propia civilización que
lo produce, prevemos como inevitable el empleo de toda la materia de la
tierra, y después del universo, en la construcción de un edificio enteramente
inservible, cuyo único rasgo consistirá en la antinaturalidad de su forma y
en su inadecuación para cualquier función específica —pero quizá ya
vivimos en ese edificio, pero quizá somos las palomas que hemos
encontrado un transitorio acomodo en alguno de sus festones.

Que lo precipita hacia el vértigo de su centro

Delta

Para castigar la soberbia de Dios, los hombres edifican la torre que


permite llegar a los cielos. Los requerimientos de un proyecto tan vasto
hacen inevitable la uniformación de las lenguas. La uniformación de las
lenguas restablece un puente de comunicación a través del cual se produce
la uniformación de las culturas. La uniformación de las culturas conduce a
la disolución de las idiosincrasias. La disolución de las idiosincrasias lleva a
la parálisis. Cuando queda terminada la torre, no existen ya motivos para
que nadie ascienda o descienda por ella.

Donde prescinde de toda referencia y aun de los poderes de la noche

Épsilon

Dirigidos los esfuerzos del hombre a lograr una homeóstasis entre las
necesidades del cuerpo y los acontecimientos del medio, se emprende la
tarea de fabricar un medio absolutamente adecuado a las necesidades del
hombre de manera tal que no exista contradicción alguna entre soma y
entorno y por consiguiente no se sientan las fronteras entre uno y otro y por
consiguiente no se sienta nada.
La primera sensación que existiría en este mundo sería la de su colapso,
que sucederá alguna vez, como la de todo sistema, aun el más perfecto: el
estallido de un átomo primigenio, la ruptura de un huevo, la contracción de
un útero. Entonces vendrá la decadencia, el descenso desde la plenitud de la
nada hasta los horrores de la conciencia.

Para encerrarse en una soledad perfecta como una lágrima

Eta

Siendo así que captamos la arquitectura a través de los sentidos,


ahorrarse el engorro de las estructuras, trabajando directamente sobre los
órganos sensoriales con proyectores holográmicos que los abrumarán de
imágenes tridimensionales sonoras olfativas gustativas y táctiles que
variarán conforme al azar del movimiento browniano, creando y descreando
fenómenos, situaciones, amistades, amores y teorías, hasta que sea
imposible distinguir este mundo imaginario del real o el real del imaginario
o viceversa.

En el temblor de cuya superficie se reflejan las transiciones y


torbellinos de una esfera exterior
Theta

El cuerpo, para suplir las deficiencias de su adaptación al medio, crea a


su alrededor una arquitectura, la cual, para suplir las deficiencias de su
adaptación, crea a su alrededor una meta-arquitectura, la cual, para suplir
sus deficiencias de adaptación, se envuelve en una ultra-arquitectura, la
cual, para suplir sus deficiencias de adaptación, se envuelve en una mega-
arquitectura, y así sucesivamente.

Aquel espejo donde estamos y a la vez no estamos

Zeta

En el centro de la galaxia en forma de caracol, una casa en forma de


caracol, calcáreas paredes de espiral espiraladas por los caracoles que han
ido fabricando aquella corneta de un eco logarítmico. Afuera reventando la
espiral de las olas. Entrar en esta casa es abismarse en las sombras. A la
tercera vuelta cesan los charcos salinos, hay un sacro olor a pescado, el
habitante se encima sobre su hembra que abre las piernas.
Amplificación concéntrica del tambor de un corazón. Paredes que saben
a sudor. Horror del centro de la casa, donde ya no se cabe y se puede pensar
que la espiral sigue enrollándose dentro de sí misma, eternamente, o que de
allí puede salir algo que continúe haciendo crecer las paredes alrededor de
sí mismas, también eternamente. Agrupados por estricto orden de tamaño,
en estas galerías, los seres. Cada uno de ellos danza en espiral.

consumiéndonos como el combustible de la llama de una todavía


superior esfera de quietud

Lambda

Dado que todo destino interfiere con otro destino y la proliferación y


concentración de entes multiplica exponencialmente la interferencia hasta
llegar al gran embrollo de los destinos, entonces edificar una tierra de
cubículos incomunicables dentro de cada uno de los cuales permanece
estático un destino, o bien una tierra de pasillos infinitos, calculados
conforme a las leyes de la probabilidad, de manera tal que el encuentro de
un ser con otro sea infinitamente improbable.

ahogándonos en el mar asqueroso de la beatitud

My

Vida: movimiento: ritmo: música: estructura configurada como una


partitura: arquitectura musical, que impone al cuerpo que se desplaza dentro
de ella un cierto orden de movimientos que es a su vez: danza: y también
arquitectura como instrumento: que recoge y amplifica los latidos: y la
respiración: y que devuelve convertidos en notas musicales los pasos: un
instrumento que se toca con todo el cuerpo: la sombra que cae en el piso y
las paredes activan células fotoeléctricas que activan baterías de
resonadores: dentro del ritmo y con el ritmo dentro: escalinatas y escalas:
pasillos y pasacaglias: fugas.

que es herida desde donde la trama del acontecer extiende su dolor

Ny

Construcción de palacios microscópicos, que el dueño llevará guardados


en un poro, y macroscópicos, del tamaño de un universo, cuyo usuario
habitará en un grano de polvo de una de las salas de tal palacio.

sobre el confín del ser atrapado en esta vibración y esta oscuridad

Xi

Construcción de un universo en donde solo existe una unidad que es


percibida y una unidad perceptora y se elimina todo lo demás, que es
redundante: y la contemplación fija de la posibilidad de este universo
llegará a producirlo dentro de ti.
cuyo poder ebulle en un acorde magnífico

Ómicron

Mediante las técnicas probadas de la inducción de sueños provocar en


los durmientes las más exquisitas visiones arquitectónicas —cuya
recurrencia y durabilidad se asegurará propinando a los soñadores el
narcótico permanente —planes urbanísticos para encauzar la coherencia y
la compatibilidad mutua de las pesadillas —las horas de la congestión
onírica, cuando las vías de comunicación estarán repletas por la
interferencia y el entrechocamiento y el tráfago de la muchedumbre de las
alucinaciones.

antes de quebrarse en una catarata de palabras actos y gestos que se


alejan como un firmamento estrellado

Pi

Arquitectura para ser apreciada a través de los milenios: una llanura


llena de enormes peces de piedra en donde el fluir de las colinas y de los
estratos geológicos simulará la turbulencia donde nadan, se hunden y
afloran estos peces: ventanas que serán horadadas por los milenios de la
erosión: puertas que serán cerradas por la emergencia de nuevas orografías
y nuevas eras: cortinas de calcio que el agua correrá y descorrerá
precipitándose durante eones sin memoria: canales a ser abiertos y cerrados
por la deriva de los continentes: lámparas que se encenderán y se
extinguirán al nacer y morir los soles.

de este centro donde aun esperas la renovación de la oscuridad en cuyo


caldo por un instante palpitó el latido

Rho

Construir un universo donde se sustituyen los objetos materiales por


símbolos capaces de agregarse y disgregarse y segregarse conforme a sus
afinidades y divergencias, y sustituirlos todos por un símbolo que resuma
este universo, y sustituir este símbolo por un metasímbolo que resuma a
este símbolo, y sustituir este metasímbolo por un metametasímbolo que se
resume a sí mismo y no necesita ser enunciado.

y en el intervalo entre este latido y la noche

Sigma

Los milagros de la horticultura permiten obtener la semilla que se


siembra y mediante el riego adecuado germina arraiga crece echa hojas
florece y finalmente frutece convirtiéndose en la cosecha de habitáculos de
un edificio, cuyos balcones estallan en lluvias de semillas que son llevadas
por los vientos hasta los sitios donde el azar y la humedad harán florecer las
nuevas ciudades selváticas.

todavía la sospecha de una fiesta y una celebración que no podrá


agotarse y deberá agotarse en esta única y sola chispa

El Proyecto Tau

A partir de la unión de dos módulos, cada uno de los cuales contiene la


mitad del plan de desarrollo, por multiplicación de los módulos el edificio
va creciendo y diferenciando sus partes hasta ser capaz de obtener del
medio ambiente sus materiales y eliminar sus desechos, y así llega al
completo desarrollo, fase en la cual el edificio es móvil, isotérmico,
autorreparador, autorregulador, antientrópico, orientado hacia la formación
de imágenes internas del universo y la destrucción de la porción de este que
permanece dentro de su radio de acción, hasta que el deterioro progresivo
inherente a todo sistema va bloqueando los sistemas de reparación y lo
induce a aportar módulos que contienen la mitad del plan de desarrollo y
que juntados a otros módulos inician la proliferación de los nuevos
edificios.

que centelleó un momento y para la cual no es posible memoria

Ípsilon
Arquitectura para soportar un ambiente al que la propia arquitectura ha
hecho insoportable, dentro de la cual el habitante no opera ya sobre el
medio sino sobre el edificio, que compendia y resume el ambiente y en el
cual están en realidad o por metáfora presentes los anchurosos cielos, la
tierra árida, el salino mar, el esplendoroso fuego. Encerrado, el habitante
conoce el mundo solo a través de las mediaciones sensoriales del edificio,
hasta que de hecho conoce únicamente estas mediaciones. El edificio, como
pantalla y velo, enmascara o distancia o anula. Las filosofías de los
habitantes consideran al edificio lo único real. Los escépticos dudan del
edificio.

salvo el gran ruido y el gran golpe

Ji

Siendo así que ciudad es agregado o tumulto de distintos seres –y que


dentro de una misma cabeza pueden caber diferentes seres–, llevar a su
máximo mediante los fármacos esquizofrenógenos las posibilidades de
disociación, hasta obligar a cada ser humano a tener dos, tres, diez, mil
personalidades bajo la bóveda de un solo cráneo: las ciudades individuales,
el tumulto de cuya discusión y vocerío se oirá en los desiertos.

del mundo que se aleja convertido en un eco

Psi

Construcción de ciudades mentales a través de las máquinas


condicionadoras de reflejos: así, un pasillo sería una inhibición de voltear a
derecha o izquierda; una puerta sería una inhibición de avanzar; una
ventana sería un estímulo a apreciar el panorama; un tejado sería una
excitación del parasimpático para que eleve la temperatura del cuerpo; una
cortina, un achicamiento de la pupila; una rampa, otro reflejo que produciría
en el oído una vaga pero persistente sensación de vértigo.
encerrado como en una burbuja de sangre

Fi

La arquitectura surge de la impotencia de crear o encontrar un medio


ambiente adaptado a las necesidades humanas. De allí el horror sanitario o
meramente ortopédico de toda edificación, tratamiento meramente
sintomatológico de la desvalida condición humana, más asqueroso en su
negación de la salud que una muleta o una garganta de platino y cuya
melancólica coronación son los sepulcros delirantes de manía geométrica y
exaltación faraónica. Como última señal de la gangrena moral de una época,
nuestras arquitecturas no sobrevivirán la endeble corrupción de su inepcia,
y por negación se constituirán en el modelo de lo que no debe ser imitado y
engendrarán el modelo de la vida armónica que ahora se hace posible:
Manipulación de la pluviosidad, la nebulosidad y demás factores del
clima de manera de hacer de toda la superficie del planeta una zona
uniformemente habitable = distribución de la hidrografía de manera de
proveer irrigación natural en todos y cada uno de los sitios de la superficie
= distribución de la vegetación de modo que exista
en cada hectárea la cantidad óptima de sombra-frutos-intrincación de
manera que sea biológica y sicológicamente viable el sustento humano
mediante la simple recolección y contemplación de la variedad ecológica =
manipulación genética para oponer a las plantas y animales nocivos
antiplantas y antianimales útiles = céspedes de musgo antibiótico, lianas de
flores fosforescentes, animales que morirán al escuchar un grito y cuya
carne se devorará cruda = zonas dejadas en baldía, como reposo sicológico,
como territorios de desafío y como recuerdo.
Cumplidas estas etapas advendrá la desaparición de la ropa, los
utensilios y la arquitectura. Cultura de aprehensión y dominación de las
relaciones con el medio viviente. Expansión de este hábitat a los océanos
mediante la hiperoxigenación de las profundidades. Algas oxigenógenas y
peces homotrópicos. Expansión de este hábitat a los espacios siderales. El
cosmos uniformemente cubierto de soles, nubes de gases respirables,
humedad y rocíos de compuestos orgánicos autorregeneradores. Simbiosis
clorofila-hemoglobina. Las mujeres parirán flotando entre enjambres de
asteroides. Los niños aprenderán las navegaciones infinitas en las marejadas
de los fotones.

que estalla con el estruendo de las detonaciones

Omega

Manipulación de los organismos. Hacer cuerpos tales que para ellos sea
tan habitable el centro de los soles como el chisporroteo de los rayos
cósmicos en el vacío. Fomentar conflictos entre estos seres para arrancarlos
del éxtasis de su gloria. Los hombres cometa, jugando con la luz, saltando
de estrella en estrella, acunados por los universos que aparecen y
desaparecen en la nada.
Una venta de reliquias

Rubén toca Din Don la recontrapuerta Din Don del historiador, Rubén no
maldigas la ocurrencia de instalar un timbre de musiquita Rubén no golpees
con el llamador en forma de pata de pájaro que sostiene una bola de hierro
que dice Imago Mundi, Rubén no pienses que el mundo hiede a herrumbre,
Rubén no alces el mundo, Rubén no lo estrelles contra la puerta: Pu-tán,
Rubén no te empeñes en forzar la puerta, Rubén no insistas, ten paciencia,
Rubén, Rubén espera a que se abra un postigo y un viejito saque la cabeza
como un pajarito de cucú y te diga, pase, el timbre es para engañar, pase,
solo los que golpean pasan, pase, sígame, Rubén no te agaches para pasar
por la hoja pequeña de la gran puerta, Rubén no sientas tentación de dar un
puñetazo en el cogote afeitado para ver la caída tan silenciosa sobre esas
pantuflas tan muelles, Rubén no te sorprendas por el olor a pantaleta, Rubén
no te agarres del tubo de lata que conserva su reflejo en esta penumbra del
zaguán de la cual emergen: el cráneo lentamente móvil y lunar del
historiador que acaba de recibirte, las rendijas de la puerta interior del
zaguán, la sala encerrada en donde se distinguen entre el polvo los objetos
reverenciales: un ídolo totémico de Glozel, el cráneo del hombre de
Piltdown, la carta de Sarpedón de Licia a Príamo citada por Plinio en su
Historia Universal; los huesos antediluvianos con inscripciones en sánscrito
descubiertos en Poitou por A. Meillet; una herradura del caballo de Troya;
la momia de la Reina Nitokris vendida por Hans Haddad al museo de
Munich; los iconolitos formados de la semilla que queda en los cadáveres
por un soplo seminal, descubiertos en Wurtzbourg en 1725; la carta de
María Magdalena a su hermano Lázaro descubierta por Vrain-Lucas; la
tiara de Saitapharnes; el sarcófago etrusco restaurado por Pietro Penelli;
Tantanil, la espada del Caballero Águila; un incunable del Tribus
Impostoribus de Federico II de Suabia; la donación de Constantino; el
manuscrito original de los cantos de Ossian; el fósil de Andrias Scheuzeri;
el contrato firmado entre Isacaaron y Urbanus Grandier; el huevo de Colón;
los Diez Mandamientos y uno de los Vermeer vendidos por Van Megeeren a
las autoridades alemanas: en el medio de todo esto la gran levadura del
tiempo, en el medio de esto la voz del historiador, que a medida que avanza
con sus tenues pantuflas, como un fuellecito gastado, sopla: y cada soplido
quita de las cosas polvo, miedo a los ladrones, olor a orines y a
desconsuelo. Unos ojos que sientes en la nuca te hacen voltear, y hay un
golpear de puertas, una risita del historiador que dice, es mi hija que en
cuanto siente pantalones se pone húmeda, yo le he dicho que se encierre,
intentas sentir el olor pero ahora sí como un mentol el damasquinado de las
armaduras te hace estornudar levantando trombas de polvo en las reliquias y
nueva risita en el cuarto adyacente: siéntese, siéntese, usted viene
Vengo a encomendarle, o depositarle, unos documentos, unos
pergaminos, le dices, intentando poner en la mesa el tubo de lata, pero en la
mesa una completa vajilla de platos a medio comer y sobre todo de
meduseantes cabelleras de fideos helados y secos te hipnotiza, bellos
lamparones de grasa antigua flotando sobre caldos de salmuera, huesos de
pollo nacarados en los cuales las moscas ya no insisten, trozos de pan con
moho, cristales con posos indefinibles, el eructar del historiador que devora
una amarillenta gallina con cabeza y con desvalidos ojos apenas atenuados
por una cenicienta membrana, de allí la alfombra de plumas rojizas, de allí
el historiador que interrumpe un eructo para decirte sírvase, sírvase, y
piensas qué servirte, los bellos algodones mohosos de esta sopera, los
filamentos de aquella fuente llena de insectos ahogados, tan completa la
vocación de letrina de los alimentos, aun sin ser comidos autónomamente
decaen y se gasifican, la única respuesta que puedes dar, que llena de gozo
los ojos del historiador: no, gracias.
Entonces este tiempo que pasa mientras los dientes del historiador van
poniendo al descubierto en la desmadejada gallina esternón costillas molleja
prosaico hígado eructo vértebras pulmones eructos diminutos sesos tracto
genital con dos o tres notorios huevos en formación tendones de los muslos,
y vuelves a sentir la mirada húmeda desde algún salón adyacente, Rubén no
te coloques de perfil para que te miren, no te preguntes si tendrás cerrada la
bragueta, Rubén. //
Los documentos, te dice el historiador. En una grave situación llena de
incomodidades los traía para confiárselos para garantizar su conservación
para inquirir sobre su valor histórico o sentimental, le contestas. Son
legítimos, te afirma el historiador, cerrando los ojos. Pero cómo, si no los ha
visto, le dices. Solo los documentos que tenemos los historiadores son
falsos, te dice. Y, le dices. Se los compro todos, te dice. Pero si no son para
vender, le dices. Todo se compra, te dice. Pero no los aceptará sin
estudiarlos, le dices. No los quiero para estudiarlos, te dice. Entonces, en
algún lugar de la casa, adivinas una estufita de gas con un atizador, y cierras
con fuerza la mano sobre el tubo de lata. Son de la familia, dices. Pero has
calculado mal qué minuciosidad e interés requieren el ala derecha con sus
huesos. //
la glándula sebácea, las patas amarillentas que, te explica el historiador,
es bueno separar porque a la hija le gusta tirarles del tendón y abren y
cierran, también con ellas se puede dejar huellas parecidas a hojas en los
cuadernos de dibujo. La familia, te dice la voz, cascando las palabras como
huevos, la familia, la clara familia amarilla, la frase, esa deidad circular e
ingrávida del huevo, que aprisiona el tiempo, la delicadeza y la vitalidad del
tiempo, el tiempo que no se sabe si tenerlo en la mano tibiamente o
arrojárselo a alguien a la cara, plop, una cortina de gelatinas que desciende,
desciende como la voz del historiador que sigue, la familia, la memoria,
pero toda memoria debe morir. Árbol con raíces en el aire, porque los seres
humanos son aire, en ellos no puede arraigar nada salvo odio amor teorías
esas fugacidades oh qué dura esta gallina qué expresión pone, como si no
estuviera muerta, y usted qué dice, joven.
Rubén no contestes, Rubén no le digas que de niño soñabas
precisamente con un árbol con raíces en el aire, Rubén no le digas que olía
a jengibre y que atraía bosques flotantes: Rubén no voltees, Rubén no trates
de atisbar la jovencita que se ríe en los cuartos adyacentes, Rubén no mires
si se muestra no se muestra se muestra no se muestra Rubén no te fijes que
ha dejado en una puerta lejana un zapato que no se sabe qué quiere decir
salvo que los deditos de los pies tan urgentes.
—Se los regalo –dices presentándole el tubo al viejecito, que estaba a
punto de voltear, y que te mira hipnotizado–, se los regalo –repites. –¿No
quiere conservarlos? —te pregunta. —Quémelos usted –le dices–, si no, de
todas maneras se perderán. —Se perderán –repite, golosamente– se
perderán. Pero ya inventaré otros. Tanto que se respeta el pasado, porque
parece irrevocable. Pero nada es más revocable que el pasado. Basta
explicarlo.
Pero qué explicación esperar del tedioso viejecito que eterniza su gesto
fósil: su cráneo su cáscara de huevo te revela la inutilidad de las
explicaciones. Las explicaciones, nexos causales, pasado–presente–futuro:
alrededor de este cráneo, paradójicamente, se hace estático y casi se
impermeabiliza el presente. Fuerte y sostenidamente se niega la apretada
maquinaria muscular de su rostro a cualquier traslación, a cualquier
desequilibrio fuera de esta verticalidad del hoy, del ya, del ahora. Si el
mecanismo de este cuerpo tenía ruedecillas, estas deben haberse petrificado
en un equilibrio casi musical, en el que solo se mueve la presa de esta
mandíbula de triceratops, que venciendo el olor a pantaleta exhala un olor a
máquina de coser.
—Sí –dice el historiador, como adivinando lo que piensas–, solo existe
el presente, y nos ofrece tan poco que por eso debemos inventar el pasado,
creer que existió algo distinto a este vacío—. Tictac, hace el viejecito con el
haz de músculos del cuello, antes de proseguir. Tilán, tilán, hace un reloj de
péndulo plateado, que se mece como un pez, tilán, y la sonoridad multiplica
los pasillos interminables de la casa, tilán, como un cohete que se ramifica
crecen pasadizos y pasadizos a cada tilán reiteración reiteratic reiteratac
reiterati reiteralán. Todo en la casa se complica en un juego de tictiqueos tic
de tictaqueteos tac, Rubén tic historiador tac momias tic hija tac retratos de
próceres tic banderas rasgadas tac. —La historia –dijo el viejecito.
—Qué sería de los campos sobre los cuales caen los animales muertos –
prosigue– si las larvas no los fueran devorando. Imagínese encontrarse en la
calle todas las mulas caídas desde el descubrimiento. Imagínese abrir la
puerta y entrar en el pasado. Nosotros lo vamos borrando, mascando sus
tendones, puliendo sus huesos, haciéndolo desintegrarse en polvo, anulando
el polvo en gases. Nosotros atacamos la consistencia de los hechos que
sucedieron, les superponemos los falsos, destruimos las pruebas,
embrollamos y finalmente disolvemos.
—Pero los papeles —dices, esgrimiendo el tubo de latón.
—Cada generación reescribe la historia y reescribe también las pruebas.
De allí la gran mediocridad de casi toda la historia, la tristeza de
fantasmones de casi todos sus personajes. Aquí, allá, permanece alguien
demasiado fuerte como para disolverlo. Entonces se lo explota. Se lo atenúa
con precursores o se lo minimiza con sucesores. Se establecen sacerdocios,
altares. Se emplea su memoria para traicionar sus actos. Todo es, por lo
tanto, en vano. Todo el esfuerzo para entrar en la jijí, historia.
Rubén no desenrosques el tubo de lata, Rubén no te guardes el papel
azul y el escapulario de Carpión Milagrero, Rubén no esparzas los
pergaminos que se desintegran como polvo, los papeles que estallan en
papelillo maculado de tintas decoloradas, los trozos de infolio, las cintas
harapientas, nube polínica, Rubén no dejes que el anciano caiga al suelo,
arañando los fragmentos con movimientos de gallina que picotea –
¡Auténticos! – con graznidos de cuervo
—¡Legítimos! –con estornudos de anciana– ¡Los compro!
(Mientras gira el remolino de palabras, en el aposento contiguo el
escritor fascinado por la palabra palabra pregunta: ¿Y si te perdieras en las
profundidades de una frase? ¿Penetraras sus meandros? ¿Te fascinaras con
sus complejidades? ¿Encontrado o perdido o en fases mil desencontrado?
Defendido y entregado. Por multiplicación de los significados: espejeante.
Elevado hasta los repiqueteos laberínticos de sus sonoridades. ¿En dónde
las opciones? ¿De cuál manera los símbolos? ¿Qué frutos cosechados? ¿Y
al final, en qué abismos? Desdoblándose en las predicaciones y en los
verbos latiendo. Ramificárate. Sobrepasárate. Todo y nada en sus
pulsaciones. En un vértigo de aproximaciones hacia la concisión,
aniquilándose: de aquí, de allá, accesoriedades que la entraban. De aquí, de
allá, las músicas. Batutas astutas. Remontándose hacia la final coda que
cabalga sobre el aliento y el énfasis y el remate: cumbre y culminación y
metonimia, y arco y cúpula y corona: desplomándose al fin: y
espumajeando: y liberándote en sus tumultos sus marejadas sus
contorsiones sus meandros sus multiplicaciones en las que –¡variando el
infinito! ¡admitiendo todo tipo de curvaturas! – armoniosamente frasea
contuerce sobrevuela oriflama la caléndula temporal de cuyos anillos todo
brota continuamente.
(El escritor fascinado por la palabra palabra nada en este párrafo,
entrando y saliendo de este párrafo, en honduras y en mixturas de palabras
elige y desecha, y poda e injerta, contempla y olvida, de palabra en palabra
avanza y persiste y existe y mora.)
(Desde el nimbo de silencio del aposento contiguo, el escritor fascinado
por la palabra palabra contempla con viscosa curiosidad el curso de la nube
polínica de documentos desintegrándose en palabras y de palabras
desintegrándose en escamas y en polvo mientras Rubén agita como una
espada fulgurante el tubo de lata del que escapan voces y zumbidos y ayes
de pneumas prisioneros en redes fonéticas y cárceles gramaticales,
produciéndose por efecto de la dispersión y el mandoble un tumulto de
quejidos y una rauda explosión de cárceles y garfios, que se juntan en un
alarido en el medio del cual es devuelta, vomitada y ensangrentada, cada
palabra que nos fuera impuesta, y al arrancárnosla sentimos que nos deja
heridas en forma de palabra que nos dibujan un rostro. Enfervorizado en la
beatitud de la herida, el escritor fascinado por la palabra palabra se inflige
cicatrices que laten y desgarrones cuyos labios sangrantes describen
espacios mágicos y momentos. La carne se hace verbo. La prisión se hace
arma. Palpas palabras. Entonces ve los perros minoicos que le saltan a la
garganta para borrarle las heridas.)
Rubén no sigas sacudiendo el tubo de lata, Rubén no lo arrojes al suelo,
Rubén no dejes al viejo rasgando escamas de papel que un soplo anormal
avienta, Rubén no sigas los pasos quedos en el cuarto, Rubén no sigas la
risa que suena en los pasillos, Rubén no separes cortinajes, no esquives
archivos, legajos, falsas armaduras, secretarios desventrados, Rubén no
avances por cuartos que dan a otros cuartos que dan a otros cuartos, Rubén
no escales sobre papeles pútridos, Rubén no patees bayonetas
herrumbradas, picas mohosas, espuelas con cardenillo, marcos dorados con
polilla, Rubén no quiebres espejos de lunas leprosas, no voltees arcones que
estallan en comején, no sigas por cuartos con el techo caído sobre pastas de
papeles viejos, no abras el armario que huele a chinche, no hundas la mano
entre los trapos de tafetán y las pieles con sarna, no remuevas, no hundas la
cabeza, no jadees, Rubén, no retuerzas, no frotes, no venzas, no rasgues
mientras en la realidad, es decir, los pasillos, suceden las siguientes
secuencias de hechos: el reloj, dice el historiador, a gatas sobre los
despedazados papeles, el reloj, e, incorporándose, se acerca al aposento
donde Rubén jadea arrodillado; el historiador cojea, palpando uno tras otro
los relojes que han muerto, como sólidos corazones de cobre, envenenadas
colmenas de resortes, el reloj, arañando el sarcófago vertical en donde ha
muerto el pez de plata del péndulo. Las escamas de los manuscritos todavía
se mueven, parecen danzar silenciosamente sobre sí mismas, como pavesas
consumidas por un fuego invisible. Rubén, que ha sentido el ahogo y el
calor, reaparece en los pasillos, abrochándose, a tiempo de señalar, con una
mano cuyos dedos están húmedos, el tubo de lata, que, tirado en el suelo,
emite una vibración cada vez más insoportable, vibración cuya intensidad
va creciendo hasta dejar atrás el sonido y comenzar a emitir la luz espectral
que acompaña los remolinos de tiempo nulo que son la materia de los
documentos del futuro
—Al suelo –grita Rubén y al suelo dentro del armario la hija con sus
humedecidos muslos al suelo el anciano con sus garras de pájaro al suelo
Rubén cubriéndose los ojos con la mano antes que l a l u z
2.— Gnossos

2.1.— En algún punto del universo un ser provisto de instinto de


conservación y de memoria sobrevive e intenta durar lo mismo que el
universo.
2.2.— La supervivencia de este ser es inevitable porque los seres con
instinto de conservación pero sin memoria desaparecen y los seres con
memoria pero sin instinto de conservación asimismo desaparecen: solo una
fiel representación del pasado permite abrirse camino en ese espejo del
pasado que es el futuro: y así toda duración es simétrica y toda simetría
finita y sin objeto.
2.3.— Necesitando la memoria de almacenes materiales en donde ser
conservada; debiendo la memoria ser más extensa a medida que avanza el
tiempo y la cantidad de pasado que refleja es mayor, GNOSSOS está
obligado a ocupar una porción cada vez mayor de materia, a emplear para
sus bancos de memoria sucesivamente una montaña, un océano, un planeta,
una estrella, un cúmulo, una galaxia, un grupo de galaxias, una porción
considerable del universo finito.
2.4.— Siendo el universo finito, el impulso de GNOSSOS de emplear
toda la materia para constituir sus bancos de memoria tiene un límite
absoluto: en cuanto mente que percibe, GNOSSOS necesita algo exterior a
sí mismo que percibir: la mente sujeta a deprivación sensorial desvaría y
colapsa como un organismo privado de alimentos: GNOSSOS debe aceptar
la existencia de una porción del universo exterior a él: debe abstenerse de
crecer hasta el límite último: la vida de GNOSSOS consiste en la
observación de esta porción exterior del universo y en la fabricación de
réplicas, en sus cada vez más complejos bancos de memoria, de los
fenómenos que ocurren en el espacio que todavía no ha devorado.
2.5.— Dentro de los bancos de memoria de GNOSSOS hay un modelo
del universo que comprende dentro de él a GNOSSOS haciendo un modelo
del universo, y así sucesivamente, modelos que son progresivamente pobres
en virtud de la progresiva escasez de los componentes empleados para
definirlos en los bancos de memoria. GNOSSOS se pregunta si él, y su
universo, no son más que un modelo dentro de la memoria de un meta–
GNOSSOS, y así sucesivamente, por cuanto toda memoria es simétrica, y
toda simetría finita y sin objeto.
2.6.— Los fenómenos que GNOSSOS observa sugieren todos el
relativamente próximo fin del universo; relativamente próximo fin que
GNOSSOS conoce, que su instinto de supervivencia le prohíbe acelerar, y
que, por el contrario, trata de retardar –en el fondo, inútilmente: solo
GNOSSOS sabe cuán inútilmente– para agotar hasta la última traza de
duración, hasta el fin de la memoria y el fin del fin.
2.7.— Primer anuncio del fin, la degradación de la energía gravitatoria,
que es la más pura forma de energía del universo, y que los cuerpos
celestes, al contraerse, convierten en la corrupta energía de rotación, energía
de moción orbital, energía nuclear, calor interno de las estrellas, luz estelar,
reacciones químicas, calor físico interno de los planetas, radiación cósmica
de microondas, progresivamente empantanándose en el charco sin regreso
de la creciente entropía: el desorden creciente: la dispersión creciente: la
dilución creciente, el equilibrio: la inmovilidad: el fin.
2.8.— Segundo anuncio del fin, la creciente densidad de las galaxias,
cuya materia, arrastrada hacia el centro por la fuerza gravitatoria, asegura
un colapso gravitacional en un tiempo de caída libre de cien millones de
años: y por lo tanto los grandes centros de materia hiperdensa donde
ninguna memoria puede ser preservada: y por lo tanto los huecos negros en
los cuales la prisión gravitatoria es tal que la luz que brota vuelve a caer; y
por lo tanto el último cementerio cósmico: y por lo tanto el fin.
2.9.— Tercer anuncio del fin, la lenta degradación –mediante procesos
internos de degradación energética o mediante colisiones producidas al
azar– de la fuerza de rotación que mantiene a los astros alejados los unos de
los otros, de donde el choque y el encuentro de masas cada vez mayores: de
donde la aceleración de la contracción y la pérdida de la energía
gravitacional: de donde el colapso gravitatorio: de donde el cementerio de
huecos negros en el vacío: de donde el fin.
2.10.— Cuarto anuncio del fin: el continuo gasto de hidrógeno en
reacciones de fusión entre sus núcleos, que producen helio, liberan energía
degradada y abren el camino para la transmutación en elementos pesados:
de donde el mundo sin hidrógeno: sin combustión: sin energía: el fin.
2.11.— Enfrentado con estos anuncios del fin, GNOSSOS, como todo
ser dotado de instinto de supervivencia y de memoria, trata de retardarlo, de
mantener estable la precariedad de estas fuerzas: inútil tarea en que cada
movimiento degrada aun más la energía: inútil tarea en que todo esfuerzo
retarda las fuerzas de rotación: inútil tarea en que cada instante de vida
consume la vida y la suma de los factores no altera el producto: la
humildemente aceptada y finita limosna de la duración: el escurridizo
perecedero tiempo.
2.12.— Instante en el cual la perturbación gravitatoria, al expandirse,
informa a GNOSSOS que en la porción del universo que no puede devorar
bajo pena de perecer de privación sensorial, se ha organizado el programa
para aniquilar este universo, para aniquilar GNOSSOS, para aniquilar este
tiempo y este espacio.
2.1.3.— Por tanto, la batalla entre la memoria y el fin.
2.1.4.— Por tanto la batalla entre la identidad y el flujo.
2.15.— Por tanto, CATACLIX contra GNOSSOS.

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Tercera carrera válida para el 5 y 6

El trompetero da la señal, y en carrera de perdedores la yegua Aubade


tordillo de dos años es llevada hacia el aparato donde ya esperan los
competidores pero es renuente la yegua Aubade a cuadrar en el aparato y su
monta con colores plata y negro hace sonar la fusta y amusga las orejas el
ejemplar Aubade y desvía la cabeza del aparato y vienen los palafreneros y
la toman de bridas y le hacen dar una vuelta para distraerla y volverla a
llevar al aparato pero se alza de manos el ejemplar Aubade y recula y la
llevan a la parte delantera del aparato mientras dan vueltas a su alrededor
los policías de pista y la monta hace sonar la fusta y el ejemplar Aubade
contempla los ejemplares todos cuadrados dentro del aparato de partida y
retrocede y los palafreneros la empujan y le desvían la grupa para hacerla
cuadrar en retroceso pero la yegua Aubade ve en el suelo la sombra del
aparato y huele el sudor de los ejemplares y corcovea por el fustazo y se
planta y los palafreneros se inclinan sobre ella y el sudor de los palafreneros
la hace temblar y la monta se pasa el antebrazo por la frente y trata de
aproximar a Aubade en retroceso de manera que las gríngolas le impidan
ver la jaula de hierro y Aubade cabildea y amaga coces y el fustazo la hace
saltar y los jueces de pista se fijan en lo que pasa y un palafrenero chasca un
rebenque y salta de lado la yegua Aubade separándose de los palafreneros y
le ponen una máscara para que no vea las sombras y se resiste y le tapan los
oídos para que no oiga el golpeteo de los ejemplares contra el acolchado de
las jaulas y se resiste y el juez de pista hace la señal y los caballos zainos de
los policías de pista se dirigen hacia Aubade y la retiran de la carrera y la
acompañan al paso al túnel oscuro del paddock, donde no se oye la rechifla
de las tribunas desde donde caen lluvias de boletos rotos y espuma de
cerveza mientras parpadean los números del tablero de resultados y los
jockeys se bajan todos los lentes y quedan con ojos de mosca y esperan y
esperan y esperan
Plomacera al lado de una tejedora

Entonces yo le dije adiós a Rafael y le dejé el Smith & Wesson y me bajé


del carro en la esquina y caminé y vi una camioneta grande que se puso a su
nivel y el tipo de la derecha le apuntó a la cara y le pegó 2 tiros y Rafael
rebotó sobre el asiento y ya no lo vi más porque el techo de la camioneta
tapó lo que pasaba yo solo escuché como un taponazo que debía ser del
Smith & Wesson y después un papapapa feísimo en eso salté la reja de una
casita con un patio de mosaicos, me metí por una ventana y me encontré
con un pequinés que hacía yip yip y una viejita que escribía en una máquina
antigua con florecitas grabadas en la marca de fábrica y entonces oí el pa pa
pa pa que debía ser de la UZI y empezó una plomacera en la calle y a la
viejita le dije no grite, y no la amenacé porque le había dejado el Smith &
Wesson a Rafael y además el cuarto estaba lleno de peceras con pescaditos
que siempre saben que no hablamos en serio. La viejita se asomó, dijo Ay
Jesús, tomó en los brazos al pequinés, esforzó la vista hacia los carros que
hacían bup bup bep bep creyendo que era un choque y que al oír la balacera
trataban de echar hacia atrás con un popopopop de mínimo mal ajustado,
entre tanto yo en el cuarto manoteando perras mansas locas por besarme
con sus hocicos, siéntese, me dijo la viejita, y entre los pequineses y las
perras caí sentado ante una maquinita de negro charolado con viñetas de
minio que olía a aceite rancio y en un papel que estaba en el rodillo leí:
—¡Oh, abuela, qué buena eres! –dijo Guillermina, echándose en brazos
de la anciana– solo tú podías haber adivinado mis sentimientos por César.
Mientras seguía la plomacera, la viejecita se sentó en una mecedora de
paletas, me asestó su mirada que era como una llamita azul, tomó agujas de
tejer y entre mecida triss y mecida trass me dijo escriba, empezó a dictarme:
—¿Acaso no te he llevado en brazos, picaruela? –dijo la anciana,
agitando suavemente su cabeza cubierta de hebras de plata.
Entre tanto en la calle chirriaban frenos de radiopatrullas camionetas
jaulas, me levanté a mirar por un postigo y vi junto a la esquina un hombre
con traje de drill y casco que montaba el percutor de una ametralladora de
mano y vi otros dos más detrás de una camioneta y me aparté del postigo y
volví a sentarme.
Las perras lanudas daban vueltas, inquietas al sentir las carreras en la
calle, resoplando del olor dulce de los tiros, que ahora lo ocupaba todo,
zambulléndose tras los sillones cada vez que volvía a sonar la UZI. Tac,
hice con una tecla. Tac, tac tac tac tac. Eme, U, E, Ere, Te, E.
—Muerte –dijo la viejita, tejiendo tic, tejiendo tac, picoteando la madeja
con las aguas–. Los hombres huelen a muerte. En cambio, las mujeres.
Escúcheme. No escriba a máquina lo que le voy a contar.
De todos modos escribí.
Internada por mis tutores en el Colegio de las Hermanas Inmaculadas,
hubiera yo también sido eterna de aceptar la vocación que querían
imponerme, de dedicarme a las labores de aguja para los manteles de los
casamientos de otras y para las vestiduras de los santos. Dedicadas a estas
rutinas de la eternidad, varias Hermanas escondían fes de bautismo
expedidas en la época en que Doña Juana enloqueció de amores por el
príncipe rubio que trajo de las tierras del hielo. Yo, en cambio, en la misa de
la madrugada, veía ardorosamente tras las rejas a Adolfo, de quien la
hermana Sixtina, a cambio de propinas de requesón y chocolate, me hacía
llegar billetes y medallones con rizos de pelo. Un sí es no mi corazón sabía
que su vida peligraba por los azares de la represión contra los carlistas; un
sí es no sabía que llevaba luto por un contrariado amor hacia una doncella
que entregóse a otro zagal, un sí es no me había llegado aquella frase que
levantaba suspiros entre las oblatas: Matarte joven y enamorado, no. ¡Qué
dichoso te haría, Carita de Plata! Un sí es no sabía más bien que, petardista
en derrota, Adolfo codiciaba el oro de las patenas, las piedras de la
custodia, la plata del casto cinto de la virgen. La organizada vista gorda de
la Superiora nos permitió vernos, escaparnos: el negocio del convento
consistía en alentar a las novicias para que huyeran y así retener sus dotes
sin tenerlas que mantener. Esto conservaba las misas de la capilla bullentes
de poetas fracasados, cadetes sostenidos por tías y rufianes en campaña de
reclutamiento. Billetes con sospechosa ortografía plagiados de Bécquer y de
Campoamor encendían inflamadas pasiones y celos; consonantes inéditos
provocaban delirios que había que confesar; sonetos escritos en tinta violeta
hacían cristalizar sacrilegios y crisis de bienaventurada gloria.
La madrugada que escapamos reventaba el complot anarquista de
Estella y Auriol. Atravesamos plazas donde la milicia disparaba a ciegas.
Cáliz en mano cruzábamos las calles diciendo paso al Santísimo que va a
socorrer a los moribundos. Los soldados se descubrían entre los insultos de
los oficiales librepensadores que les citaban trozos inflamados de discursos
de Castelar y la madrugada avanzaba entre dispersas fusiladas que
tronchaban a los ateos con blasfemias en los labios.
Traclán hicieron desde la calle varios fusiles, traclán vidrios verjas
mampostería, tras ellos, discreto, un pop espaciado que todavía parecía de
la uzi y un tiro más seco de un revólver, probablemente un Colt, algo así
como un treinta y dos, pensé, un treinta y dos, entonces Rondón está vivo
todavía.
—Escriba –dijo la viejita, sin dejar de tejer, y volviéndome a sentar en
la máquina escribí:
—¡Comprometido! –se dijo Guillermina sintiendo desfallecer su
corazón–. ¡César Leal comprometido con otra mujer! –y no podía dar
crédito a lo que decía su prima Paulina.
Pero entonces la mirada de la viejita se perdió en el vacío y comenzó a
rebuscar en las madejas de hebras de colores y siguió hablando y copié:
—Dos días después pasamos la frontera; seis días después llegamos a
París. Temeroso de la policía, Adolfo me abandonó llevándose el cáliz, las
patenas, la custodia, el cinto de la virgen, dejándome solo varios cuellos de
camisa almidonados y el ejemplar del Secretario de los enamorados de
donde copiaba sus misivas pasionales. Con inmensa dicha quemé cuellos y
libritos: había podido poseer íntegro el amor de un ser humano a quien solo
distraía de mí el valor de unas piezas de oro viejo. Feliz mujer que has
disfrutado un ladronzuelo y no has tenido que romper el embeleso de un
santo o la obsesión de un poeta. Para regularizar mi situación ante la policía
me pretendí griseta (mi difunto padre, afrancesado, me había enseñado el
idioma). El frío otoñal, sin embargo, me disuadió de correr por las calles.
Las jornadas de catorce horas me alejaron de los talleres de costura en
donde las obreritas morían escupiendo sangre sobre las crinolinas. Un
discreto anuncio me descubrió el camino: Hombre de letras necesita
asistente. El hombre de letras no era tal. Era el negro de un negro que
escribía a destajo para un escritor célebre que nunca en su vida había escrito
una línea propia. Las subcontrataciones de material escrito se sucedían,
cada una de ellas reduciendo la tarifa: explicado un esbozo general de lo
que se deseaba, tomé pluma y papel y escribí: una incierta estufa me
permitió seguir adelante durante un invierno gris que lo disolvía todo en
lágrimas: me vendaba las manos con trapos que estaban siempre manchados
de tinta; jamás lograba seguir la pista del capítulo de lo que escribía (el
negro que nos subcontrataba repartía el material entre varios redactores que
a su vez quizá subcontrataban hasta el infinito los textos que el escritor
célebre firmaría). Teniendo diversos clientes, cada uno en busca de estilo,
debí hacerme ora documentalmente realista, ora psicológica, ora simbolista,
ora decadentista, ora católica, ora costumbrista, ora erótica, ora popular.
Una equivocación hizo que mi empleador incluyera la misma página en dos
obras confeccionadas para que fueran firmadas por autores distintos: el
proceso por plagio hizo, extra eclessia, las delicias del Fígaro Literaire e,
intra eclessia, provocó mi expulsión del sindicato de negros: la absoluta
miseria: una tetera abollada donde casi eternamente bebí el té sin limón que
engaña el hambre: una habitación con desgarrones en el empapelado que
formaban mugrientos bolsillos: un Cristo de latón sobre la cama: las
campanillas de los coches que parecían cascabeles de trineos: la nieve
cayendo como el polvillo de todas las pulmonías del mundo: execrada del
sindicato de creadores a la orden busqué trabajo en el de traductores: aquí
también, supuestos traductores contrataban con las editoriales y luego
subcontrataban con hambrientos que a su vez subcontrataban con
hambrientos: copadas todas las traducciones del inglés y del castellano por
miríadas de competidores, acepté gruesos legajos en cirílico: para que me
los confiaran hice uso de mi cabellera rubia y de mis ojos azules para
fingirme nihilista evadida de la fortaleza de Pedro y Pablo: el ardor que la
desnutrición ponía en mi mirada confirmó la historia: yo confiaba
subcontratar con un emigrado tuberculoso que desfallecía en otra casa de
vecindad, y que en una orgía de humillación deliraba sobre un delito que
creía haber cometido: la tisis lo arrebató tras llenar tres cuartillas de errores
ortográficos: recogí furtivamente el original cirílico, las cuartillas y un
apolillado gabán, y me fui sin advertir a la patrona. Me esperaba un terrible
día frente a un texto jeroglífico, en un cuartucho asimétrico, frente a un
samovar lleno de diluido té. Hacia la noche dejé de llorar. Recordé artículos
leídos en una Geografía Universal sobre las costumbres orientales; revisé el
manuscrito, decidí que las palabras con mayúsculas eran nombres; las que
se repetían mucho, de personas, las que se repetían poco, de calles o
ciudades. Encendí una lamparita y comencé a inventar la traducción. Desde
entonces, la vida se me fue frente a cada vez más temblorosas lámparas,
inclinada ante legajos cirílicos que yo fingía traducir al tiempo que
enhebraba un monstruoso tejido de personajes y enredos, todos aceptados
como auténticos por las editoriales, todos traducidos, ante mi horror, del
francés a otras lenguas. Mis personajes supuestamente traducidos adolecían
cada vez más de manía discursiva: los aterrorizaba su propia falsedad que
por momentos se hacía transparente y que yo procuraba excusar
inventándolos permeados por Occidente: su remordimiento de estar lejos
del alma nativa era casi una confesión: yo la atenuaba creando callejones
cada vez más sórdidos, haciéndolos clamar por un Dios cada vez más
remoto, derribándolos con crisis cada vez más fulminantes en la
enfermedad de no encontrar ni origen ni destino para sus vidas. Así quedó
escrita toda una literatura conocida por Occidente. Sus originales fueron
reescritos o suprimidos en épocas de confusión o de culto a la personalidad.
Comencé yo misma a sufrir del terror de mis personajes de saberse falsos a
los ojos de su creador, injustificables mis afanosas cuartillas para pagar la
calefacción y la comida, injustificables mis cabellos rubios que encanecían,
mis ojos falsamente asiáticos de niña que había huido de los rituales de la
esterilidad para caer en los de la inmortalidad, que son la misma cosa.
Cansada de reflejar mundos improbables en otros mundos improbables
hechos de tinta, dejé las traducciones y para tener dinero para la huida copié
fonéticamente el dictado de un irlandés casi ciego y lo abandoné con un
manuscrito que yo no podía entender ni él corregir. Hice unas precarias
maletas, liberé canarios y regalé falderos, sabiendo que el destino de los
unos eran los sombríos gatos de tejado, que el de los otros eran las heladas
aguas del Sena, tomé el tren y regresé a mi país.
No pude salir a la calle donde estaba maullando una sirena no me pude
escapar por el techo donde estaban trepados unos soldados con cascos que
rompían las tejas como gatos no pude saber cuál era el revólver que piaba
como un pajarito a lo lejos porque ahí mismo lo calló una plomazón de
arma larga muy fea y muy precisa que daban ganas de tirarse al suelo en
cambio caí sentado otra vez tras la máquina frente a la viejita que dijo:
—Gasté mis ahorros en casas de pensión. A veces salía a las calles,
maltratándome los botines en el empedrado, y veía que en los cafés se
retrataban en grupo los integrantes de las nuevas generaciones literarias que
habían absorbido mis castellanismos creyéndolos galicismos y los
estrenaban ante la ira de las Academias. Yo intenté vivir. ¿Cómo vivir,
señor? No se puede vivir lavando ropa, porque los gremios de lavanderas
asen por los cabellos a quien les disputa el privilegio de morir de
tuberculosis: no se puede vivir montando un estanco, porque no se tiene
para los complejos sobornos necesarios para obtener la concesión cuando
muera la estanquera de la calle Peral: nadie toma las clases de francés,
porque las madres temen que el francés les dé niñas liberadas, que usarán
colorete y fumarán cigarrillos y leerán a Hugo y otros autores impíos: los
únicos que quieren clases de francés son jóvenes deseosos de ir a París y
que no pagan: la miseria siempre nos hace rodar por pendientes conocidas:
la de encontrar en un parque un periódico abandonado con un aviso que
dice: Se solicita colaboradora literaria: la de acudir, la de tirar de
campanillas herrumbradas, la de esperar junto con damas entradas en años
en vestíbulos fríos parecidos a locutorios de conventos: la de contemplar
una luz que se desvanece sobre rostros de damas que pretenden ignorarse
asestando los impertinentes al techo, al piso, a las propias manos que
juguetean con guantes agujereados, la de ver salir de las habitaciones
interiores caballeros macilentos apretando contra su pecho manuscritos de
folletines, la de adormecerse en pausas durante las cuales las otras damas
con bolas de hilo de lana y agujas tejen un clic clic clic siniestro como el de
las cuentas de un rosario, la de escuchar al fin la campanilla y el que pase
que permite entrar a un aposento oscuro lleno de un bisbiseo como el de un
confesionario.
En la calle hubo una explosión. Me acerqué a un lecho con columnas.
Me tapé los oídos. Tras las cortinas del lecho se oía un clic clic de agujas de
tejer. En la calle volaron hojas de periódicos. Desde una mesita de noche
cayó al suelo y se desparramó un legajo de cuartillas. Hubo otra explosión.
Desde los almohadones una voz dijo:
—Marisabel, hermosa joven, y Fabio, gallardo teniente de dragones, se
aman y logran casarse a pesar de las intrigas de Ignacia, madrastra de
Marisabel que reserva a Fabio Alejandro para Eumelia, hermosa pero
maligna hija de su primer matrimonio. Una semana, cien cuartillas, a peseta
la cuartilla. ¿Puede?
Llegó a la sala la hediondez del explosivo. Pregunté si suministraban
papel y tinta. Lagrimeé, quise vomitar. Me dijo que no. En la calle se
levantó un tierrero. Sustraje de las cien pesetas el gasto. Dije, coño. Dije,
puedo.
Entre el humo, la viejita continuó:
—A la semana regresé, esperé junto con otras damas en la antesala,
entré en la recámara, entregué el manuscrito. La Dama Sentimental, en su
enorme cama, tocó el manuscrito, y, sin examinarlo, me lo devolvió,
diciendo: quítele la descripción de lo que sentía Marisabel en las tardes en
que no pasaba nada. Quítele la parte en que comprende que Fabio es un
imbécil y por lo tanto conquistarlo se hace tan horrible como no
conquistarlo. Quítele la parte donde se comprende que la maligna Eumelia
cumple su papel de rival sin entusiasmo, lo hace todo en el fondo sin
entusiasmo, por complacer a una madre que tampoco tiene entusiasmo, que
lo hace todo para Eumelia sin saber que ambas representan. Todos los
principiantes inventan cosas. Aquí no se inventa. Se le descontarán las
cuartillas inutilizables.
Accedí y recogí el manuscrito. El ser de la cama habló tartajosamente:
—Guillermina, hermosa joven provinciana, sufre un desengaño al saber
que su prometido César Leal ama a una joven de la capital. Al volver de
misa, tropieza en la calle a Álvaro, quien regresa al pueblo después de una
larga ausencia, y su corazón late intensamente a pesar de las advertencias de
su prima segunda Paulina, quien califica al recién llegado de calavera, mala
cabeza y mal partido. Una semana. Cien cuartillas. Tarifa igual.
Esta vez no me preguntó ¿Puede? Yo podía. Había terminado con las
ilusiones: la de llevar una vida como la de las novelas y la de escribir
novelas como la vida. Al servicio de la Dama Sentimental yo había llegado
al final de las palabras y de la vida. No como esos narradores que intentan
ingenuamente desolarnos con castillos diáfanamente inaccesibles o con
puertas persistentemente cerradas, sino abriendo castillos y puertas para que
se pueda comprobar la nulidad de todo lo guardado y el horror de toda
ilusión que se cumple. No tamizando y sutilizando el hecho a través de los
meandros de la memoria, sino presentándolo sin aliños para dejar ver que
todo lo memorable es inane y todo lo inane memorable. No desfigurando el
idioma hasta construir con él selvas de la incomunicación, sino haciéndolo
transparente para dejar ver la vacuidad de lo comunicable. No construyendo
la obra a partir de ese enredo de tics y subjetividades que se llama estilo,
sino mediante los materiales anónimos, repetitivos y sustituibles de las
colaboradoras literarias a sueldo. Así al fin, y de verdad, el fin de la
esperanza: literatura escrita anónimamente para fines efímeros y sin la
pretensión de la posteridad: que no va más allá del hombre. La obra
definitiva del mayor y acaso del único genio literario de la historia, de la
Dama Sentimental a quien dije simplemente ¡Puedo! Porque lo más terrible
de todo es que el hombre siempre puede aun degradarse más, porque no hay
límites para lo inane o lo vacuo o lo nulo.
En la calle siguió la balacera de arma larga pero ya nadie contestaba.
—Preparando textos idénticos y repetitivos con idénticas y repetitivas
emociones cada siete días, noté que había entrado nuevamente en los ritos,
que tejer clic clic o teclear en la máquina clic clic me había restituido a la
serenidad circular y chata clic clic clic del rosario: que yo volvía a ser
inmortal como lo es todo aquel a quien dejan de sucederle cosas nuevas: al
final la máquina aprendió a escribir sola las mismas historias, no importa
quien la pulsara, Adolfos y Cristinas y Eduardos y Yolandas y Roberts y
Marys surgían de ella pulcros, bien parecidos, atildados, camino del altar,
incólumes: la confusión de una guerra con demasiadas bombas me hizo
emigrar a América, en donde la radio necesitaba alimento: el calor derretía
el lubricante de la máquina: al fin las cintas se hacían grises y luego
transparentes: para satisfacer a la Dama Sentimental y a los medios de
comunicación escribía yo día y noche hasta no distinguir noche ni día; hasta
no distinguir seres en una humanidad cada vez más adocenada, cada vez
más imagen de los neutros personajes que al servicio de la Dama
Sentimental creaba: morían ya académicos los copiadores de castellanismos
y yo sobrevivía: morían Príncipes Azules y Novias Blancas y yo sobrevivía:
nuevos Príncipes Azules y Novias Blancas leían mis escritos y se volvían
mis escritos: un mundo cada vez más fraudulento y mediocre se aproximaba
a las imágenes mediocres y fraudulentas que yo enhebraba: al final tejer clic
clic al final después de haber intentado crear imágenes que imitaran al
mundo he aquí que el mundo imitaba cada vez más las imágenes que yo
había creado, al final, clic clic clic, y cuando haya tejido todas las posibles
telas, dejar de tejer.
Toqué la máquina que escribió:
—Y el traje de novia –dijo Guillermina triunfante–. ¡El traje de novia
será el mismo de la abuela!
Clic clic cliquiclic trac zácata la ráfaga abrió estrellas: en la ventana del
frente en la de al lado en el postigo en la puerta en la pecera pa pa traclán
hicieron las balas tejiendo variantes laberintos de trayectorias mortales pa
pa traclán salté al suelo zácata surtidores de astillas de agua de polvo de
yeso de porcelana rota de peines de lamparitas de imágenes pa pa trácata:
explotaron en sanguinolentos pingajos: las dos perras mansas la cotorra el
canario el pequinés el pecesito de colores los gatos siameses ¡Tachones
rojizos sobre las alfombras! ¡líquido verderrojo de la pecera sobre el
empapelado! En el centro del cuarto clic clic la viejita tejía, con sus ojos
azules como ascuas a punto de apagarse. Sobre la mesa la vieja máquina de
escribir, intacta, sobre la cual ardía la hoja de papel, perforada por un
balazo. Cuando los sapos que entraron iban a matarme, uno de ellos les
dijo: que quede uno vivo. Empezaron a darme carajazos antes de meterme
en la patrulla.
Cuarta carrera válida para el 5 y 6

Disperato era io nella miseria cuando recibo en la pensión la llamada del


Gentiluomo Aquileo Aquilone. —¡Partida! Per dirme che, come il suo
antepasado Lorenzo de Medici, voleva essere promotore de juegos —
Peregrino acciona fácil para desprenderse del pelotón —voleva hacerme
luchador con capa e máscara dorada— pero por fuera atropella Centella—
Io facevo calistenia e saludaba al público que aplaudía que pitaba —y
empieza a azotar Arcángel— cuando me tocaba ganare io sentivo nel mio
corpo come un lampo —pero cae sobre ellos Llamarada— gané contra Baal
el Mangiabambini, contra Atila il Barbaro Matto, contra Federico il Mostro
Tedesco —Llamarada se crece en el puntero —mi sono convertito en
luchador artista —Llamarada desaloja a Arcángel— la bella Nelson la
bellina doble Nelson la celeste estranguladora— cabeza a cabeza batallan
La Mano y Centella— ero io un creatore, pancracista era artístico,
luchadore filósofo, combatiente científico, en la lucha era un príncipe: era Il
Sole di Napole —pero desde fuera arremete Fin del Mundo— mi hanno
dicho que dovevo perdere la lucha contra Il Tanque Americano —Fin del
Mundo choca contra Centella— un bigardo mediocre, mascatore de chicle,
mascalzone, vulgare —y en la primera los envuelve Llamarada— con
calzones de estrellas y con capas de barras, mascarone de morte —La Mano
aprieta sobre Peregrino— me ordenaron perdere, que cosí era negocio, que
era buena inversione —y Arcángel amenaza a Llamarada— me he dejado
golpeare, me he dejado tumbare, me he dejado pateare —Peregrino
desfallece alcanzado por Llamarada— me gridavano tutti: ¡Cobardote!
¡Venduto! ¡Mascalzone! ¡Buggiardo! —y Arcángel se lanza al desquite—
tras mi máscara de oro yo sentía el rubore y los golpes del Tanque —
Arcángel presiona sobre Centella— me gritaban a coro: Macarroni.
Pagliaccio. Purapinta. Cornuto —por los palos acomete La Mano— con una
forza de cíclope ho volteado al Gran Tanque —mientras atropella Fin de
Mundo— ho fatto il molinete lo he lanzado contra la esquina y de rebote lo
he zancadillado —Peregrino cae ante el pelotón— en el medio del ring
brilló Il Sole di Napole sobre estrellas caídas —desde el fondo arremete
Obsesión— Lo estrangulaba lo pateaba lo bataqueaba: Il Sole di Napole
entre reflectores dorada máscara capa dorada —Obsesión gana un cuerpo
de ventaja sobre Arcángel— el Tanque Americano pidió piedad y le
arranqué su máscara de muerte —Centella obstaculiza a Obsesión— lo tiré
de la arena sobre los promotores del combate trucado —atropella fuerte Fin
de Mundo— me arreglaron desquite con combate en relevo: El Gran
Tanque y Armageddon contra El Sol y la Luna— Obsesión aplasta a
Llamarada— la Luna me dejó solo y entre El Tanque y Armageddon me
emplearon de ariete contra el poste del ring —Obsesión se trenza en
combate con Fin de Mundo— y en el público: acábalo mátalo jódelo
rómpelo pártelo quiébralo mátalo —Fin de Mundo acomete contra Centella
— yo vi el sol apagarse y vi estrellas cayendo y la lluvia de sangre —y se
impone Centella— Y doblan la recta final y se inclinan hacia la baranda y
crecen en las imágenes de la televisión y se desparraman sobre la espuma
de la cerveza en los botiquines y corren y pasan por las ventas de
televisores donde montones de aparatos centuplican la imagen del ejemplar
Centella— camisa gris martingala gris gríngolas grises— y se refleja en las
vidrieras y adelanta en los automercados y las bombas de gasolina y
atropella por las peluquerías el ejemplar Centella entre calcomanías y
etiquetas con precios de punta a punta Centella por los ranchos de tabla que
lo castigan con las fustas de las antenas de televisión y se desprende
Centella por los halls de los hoteles y los pasillos de los aeropuertos y las
refresquerías y los cafés, Centella galopa sobre tazas de té y copas de
helados que se derriten, Centella adelanta sobre vasos chispeantes de hielo e
hileras de botellas, embiste Centella todos los ojos, cabalga Centella en
todas las pupilas y se pierde Centella en las cámaras oscuras de los ojos y
reaparece Centella invertida en los campos dorados de la retina: Centella
para todo el mundo y Centella en puntero y Centella atropella y Centella
galopa y Centella de punta a punta y Centella pasó a dominar y Centella se
ahonda en cada copa y Centella se abomba en cada botella y se alarga en el
cromo de las cocteleras y arranca por el aluminio de las ceniceras y se triza
en la cuchillería de los restorantes y sobre los manteles para Centella y en
los hospitales trepida en las botellas de plasma; y pasa Centella frente a las
tribunas y millones de ojos que son un solo ojo compuesto miran hacia
Centella y Centella sorbida por ellos como si cabalgara en el centro de un
universo de ojos que se alimentaran todos de ella y el jinete se protege de la
granizada de ojos con los lentes y el gesto torcido y baja la granizada de
ojos hacia el punto de implosión que es
el espejo del punto de llegada y Centella
que gana en punta y escapa de las miradas
hacia la derecha
de la cámara
y Centella
salta a los televisores
y pasa a los periódicos
y cabalga en las páginas deportivas
y corre en las portadas a colores de las revistas
y domina Centella en los noticieros de los cines
y Centella en las camisetas de la publicidad y en los
anuncios de las hojas de afeitar y del desodorante y Centella en todos
los cerebros y galopa Centella en todos los sueños en los espacios de
sombras de las alcobas y corre Centella en el neón de los anuncios y sale
como un vapor de las bocas de los durmientes y Centellas eléctricos se unen
en rebaños que se lleva la brisa suave de la noche y cabalgan sobre el
océano antes de disolverse y se elevan hacia las constelaciones y avanzan
hacia el Pegaso y atropellan hacia la nebulosa de cabeza de caballo y dejan
huellas en la nebulosa de la herradura y galopan con el Centauro y dejan
atrás al Sagitario. Y tiran el carro de la Osa. Y tiran el carro del sol.
Centella para todo el mundo.
Espejo roto en carreteras

Después de dejar el pueblo perfecto, dando tumbos llegué hasta la carretera


y siguiendo el collar de lámparas de kerosén llegué hasta el Gran Paradero
Kilómetro Sesenta con sus arcos de neón rojo azul amarillo. Dámela con
masa. El encargado de la bomba de gasolina me regaló unos overoles rotos,
la rocola tocaba Bala perdida. Dámela sin masa. Yo comía las sobras de la
arepera. Dámela con masa. ¿Y qué quieren los señores? ¿Y qué tiene usted?
Hervido de gallina. Pabellón criollo. Chicharrón con carne. Queso
guayanés. Dámela sin masa. Yo lavaba los carros de los clientes. Dámela
con masa. Los urinarios desaguaban en pozos de baba verde. Carne
mechada. Queso quesito. Diablito con queso. Puro diablito. A cambio de la
comida yo coleteaba el local a las tres de la madrugada. Dámela con masa.
A esa hora los camioneros se encerraban en los cuartos con las muchachas.
Dámela sin masa.Yo recogía las cestas del papel tualé. Dámela con masa. Y
vaciaba las palanganas de agua sucia. Dámela sin masa. En todo momento,
repiqueteo del dominó y de las maquinitas de futbolín y de puntería. Batido
de níspero. Comer y cagar. Jugo de zapote. Viajar y tirar. Batido de piña.
Botar y ensuciar. Tajada de mango. Yo barría el reguero de los desperdicios,
los platos de plástico llenos de grasa, los periódicos arrugados dámela con
masa los carajitos desnudos dámela sin masa las bujías quemadas las
válvulas rotas los cauchos gastados las bielas partidas motores fundidos
vidrios astillados. Montaña rusa. Arepa de nata. Perico y dominó.
Chicharronada. Motocicletas. Camiones de carga. Gandolas con chuto.
Radiopatrullas. Bueno, Labana, le dijeron al preso del asiento de atrás,
como estas a lo mejor son tus últimas comidas, y tal, es bueno que te
alimentes, te hemos traído esta arepa. Pero él no tenía apetito y apenas pudo
medio comérsela. De noche, antes de la rifa de mujeres, se veía bonita la
gran estrella de bombillos amarillos, El Gran Paradero, azules, Kilómetro
Sesenta Bar Hotel Restaurant, rojos, Ambiente Familiar. Dámela con masa.
Dámela con masa

Dámela con masa. ¿Y qué quieren los señores? ¿Y qué tiene usted? Hervido
de gallina. Pabellón criollo. Chicharrón con carne. Queso guayanés. Dámela
sin masa. Dámela con masa. Carne mechada. Queso quesito. Diablito con
queso. Puro diablito. Dámela sin masa. Dámela con masa. Bajen esa radio.
No gasten el agua. Suelta esa navaja. No ensucien con mierda. Hay que
ponerse en un billete, mano. Séllame ese cuadro. Pélame el muchacho.
Pásame los bloques. Espanta la mosca. Hay que ponerse en una moto, pana.
Pisa el alacrán. Pon el canal cuatro. Pásame el asbesto. Báilame ese mambo.
Hay que ponerse en una pinta, bróder. Vuelva el día quince. Suéltale los
perros. Tú tienes lombrices. Váyanse al carajo. Hay que ponerse en una
nota, chamo. Palo de cocuy. Totuma de chicha. Botella de miche. Cacho de
mafafa. Hay que ponerse en una cueva, mano. Arriba las manos. Batido de
níspero. Págueme el peaje. Jugo de zapote. No hay plazas vacantes. Batido
de piña. No hay mercurocromo. Tajada de mango. Mosca, mosca, mosca.
Dámela con masa.
Dámela con masa. Dámela sin masa. Montaña rusa. Arepa de nata.
Perico y dominó. Chicharronada. Puta, puta, puta. Callen ese loco. Gózame
esa salsa. No nos llega el agua. Hay que ponerse en un corone, pana. Suelta
la cartera. Tú tienes cochochos. Dame acá esos reales. Essssaaaaaaa.
Tráeme una lisa. La dejó el marido. Tráeme a mí un tercio. Está despedido.
Una media jarra. Se tiró del puente. Trae pasapalos. Pégale a ese mingo. Un
hombre en tercera. Se da la partida. Tú tienes diarrea. Bajen el volumen.
Espanta el mosquero. Yo tengo carnet. Bota la segunda. Muéstreme la
cédula. Mírame esa nena. Y esa ricura, qué. Y esa sabrosura, qué. Y ese
majarete, qué. Passamelaaaa. Qué rico el mambo. Aaah. Hay que ponerse
en una jeba, chamo. Muéstreme la cédula. No hay camas vacantes. Señor,
deme algo. Hoy no hay medicinas. Póngase en la cola. Se me cae el rancho.
Corte con cuchillo. Circulen, circulen. Va para Cotiza. Herida de piedra. Va
para La Planta. Herida de bala. Está en la Modelo. Quema de vehículos.
Rueda para el Sifa. Vota por el cambio. Tienes calentura. Vota por el
pueblo. Te está dando el pasmo. Vota democrático. Parece mentira. No
somos nada. Quedó igualito. Tan bueno que era. Mosca, mosca, mosca.
Coño, no me jodas. Báilame el merengue. Dámela con masa.
Espejo que refleja muchachas

Por la mañanita, después de la Rifa de Mujeres, la primera cosa es recoger


en los cuarticos del Gran Paradero las cestas llenas de restos de arepas y de
papel tualé, cestas en donde se siente la ternura del amor en pelos
serpentinos burbujas de jabón gotas de almidón coágulos de flujo vahos de
pescado soplos de pachulí aroma de las 7 Potencias Africanas esparcido con
aerosol. ¡Todo al olvido! ¡Al basurero todo! Legañosas, ojos hinchados, las
damas aun no manifiestan su esplendor, todo está en un ay, por lo que más
quieras tráeme un cafenol, o si me puedes hacer el favor búscame un
alkaselser, eructan, se peen y se hurgan los dedos de los pies, de esta baja
animalidad, todavía en pantaletas, el eterno femenino asciende y siguiendo
el mismo camino ascendente se pintan las uñas de los pies se lamentan del
callo en el dedo chiquito izquierdo se rascan los muslos como queriendo
sanar las várices, se afeitan las piernas se tijeretean la cosa contemplando el
efecto en un espejito en donde aparece Liz Taylor en National Velvet. Hay
burbujeos y ruidos de agua corriente, baja y sube la cadena de la poceta al
fondo del pasillo, paseos en batas inverosímiles. Y ya es prácticamente
mediodía. Un olor de talco y de manteca rancia aparece y desaparece.
Soplos de peste de sobaco aletean como una bandera. Una pelea por el
paquete de Modess, que se llevó no se sabe quién, coño, suban el desayuno.
Furtivos rasguños en el pubis, que los recibe como un perro lanudo, callado,
obediente.
Bosque donde sestean las ladillas, borrachas de esencias y de calor. Bajo
él, el túnel maestro. Sol cilíndrico en torno del cual giran los opacos
planetas de las cosas. Estuche del moco y del relajo y de la durmición.
Laberinto de la arruga y la distensión y el picor y el frote, compendio del
canal y el labio y la serpiente y la cloaca y la garganta, y del meneo, y de la
espuma y de la palpitación y del chorro. Las damas portan aquí y allá el
tubo milagroso, apuntando con él hacia diversos lugares sin darse cuenta.
Peluquitas rizosas prendidas de la carne cobriza. Como todo ser humano,
estuche indigno de lo que lo rebasa. Se rascan algunas la verguita calva tan
arrebujada en carne y tan oculta. Bellas.
A veces, en la cama aparece dormido un muchacho greñudo, chaleco de
escamas de metal y de vidrio, bragueta turbia. No se sabe adónde va, ni de
dónde ha venido.
Le regaló a cada puta animalitos plegados en papel de estaño.
Portadoras del tubo, se dedican a manifestar su presencia. En el aderezo
y el lustre de la chicharronera, alusión de la crin acolchonada. En la grasa
roja en los labios, recuerdo del sacudón venéreo. En la tierra roja en las
mejillas, anuncio de la congestión de los labios. En la esencia en los
sobacos, metáfora de los vapores de sal y de fósforo. En el floreado y el
color violento de las telas, símbolo de los mundos donde se viaja por y
desde el túnel. Lágrimas menstruales en las uñas. Culos de botella en las
sortijas y los zarcillos, anuncio de los destellos que rajan el cráneo cuando
se acaba. Sinuoso el gesto, como los movimientos de empuje y retirada.
Redondas, como el reposo que sigue. Feas, como el coño.
Nosotros, portadores de los tubos macizos o de los tubos huecos,
servidores de los asuntos que cada noche dilucidan, de las conferencias que
cada noche sostienen inmiscuyéndose los unos en los otros. Chismes.
Palabras. Nosotros que entretanto y antes y durante y después de las
inmisiones nos observamos tratamos de decirnos cosas mientras el chorro
de moco tibio tan bien se expresa tan bien se comunica. Labran el abra
palabras. ¡Abran! ¡Abran! ¡Paran! ¡Paran! Paran palabras. Vocarnes.
Carsonantes. Labran los labios lámparas: lampalabras: brasas. Por los labios
pasamos a la eternidad. Sin memoria.
A veces, han venido tipos queriendo tomarles fotos en poses. Ellas han
accedido, con antifaces.
Servidoras del coño, qué harán cuando las alusiones del coño mismo se
arruguen y se desinflen y ellas se sobrevivan. Existir en la tristeza de quien
es abandonado del coño. Pobres amasijos de músculos buscando cobijarnos
dentro. Bucear en el bienestar por los instantes de la inmisión, sentir ese
mar, ese útero, ese ir des-siendo. Hasta que el reposo nos hace ir re-siendo,
nos pone en pie y nos amarga. Por siempre frotar el glande contra una pared
sudorosa y elástica.
A cuenta de dormidas, cada mañana me cogía a varias. Abrían las
piernas, agradecían la delicadeza, la ausencia del trato, del precio y del
permiso. Cortés, les dejaba en la juntura, doblados en cuatro, cuadritos de
papel higiénico.
Algunas fingían murmurar entre sueños ay mi amor qué divino. Yo les
mamaba las tetas. A veces, sorpresa, un chorro espumante de leche.
Yo evitaba los espejos, donde me veía a veces sin piel, a veces
llameante, a veces sumergido.
Espernancadas, mientras se acerca la hora de la Rifa de Mujeres, las
muchachas llenan formularios hípicos y se cambian estampas con oraciones
para el Doctor Milagroso. Este mira desde las profundidades de las carteras,
desde el olor a canela de los escapularios en los sostenes. Dentro de un
escaparate, mira. Clavada con tachuelas, junto a él, una cruz de palma.
Los policías gozan y no pagan. Se los distingue por las manchas de pus
en los cobertores. Los pantalones les hieden a aceite alcanforado. En la
patrulla, esposado, espera el preso a quien llevan a enterrar vivo.
Hervor de focos titilantes. Rojo. Arco de neón. Azul. Parpadeo de
estrellas. Amarillo. Salva de piezas de dominó. Aplauso de maquinitas.
Venta de tickets. Llega la hora de la Rifa de Mujeres en el Gran Paradero.
Véanse las condiciones al dorso. Este billete no es válido si no está sellado
y cancelado por anticipado. Esta noche, damas y caballeros, prestigiando el
evento escogerá los numeritos con la bolita mágica el inigualable
Pancholópez, el enano de la televisión. ¡Un aplauso para la rifanda! ¡Un
aplauso para Pancholópez! ¡Un a-plau-so!
Vida y milagros de Pancholópez

Se disfrazó de marciano para crear el pánico en los aledaños de la ciudad.


Se escondía bajo las butacas de los personajes y hacía ruidos
desagradables en los momentos menos oportunos.
Se disfrazaba de niño para entrar en los baños de damas.
Se hacía pasar por mutilado de ambas piernas para pedir limosna.
Estafaba dinero en los consultorios sentimentales enviando su retrato
alargado con trucos fotográficos.
Se escapaba de los bares sin pagar usando la ventanita de los urinarios.
Le gritaba mamá mamá a las señoras de prosopopeya.
Tiraba peos líquidos en las verbenas.
Bajo el ringside, apuntaba a los luchadores el libreto del combate de la
noche.
Se colocaba ante las clínicas para darle mala impresión a las
embarazadas.
Se pretendía víctima de un daño que podía ser evitado mediante la
compra contra reembolso de una pulsera magnética en un apartado de
correos de Miami.
Vendió su cadáver a diez clínicas distintas y a cuatro museos de cera.
Sembraba la desconfianza en las reuniones decentes diciendo que le
habían robado la cartera.
Llevaba a la locura a los mesoneros haciendo voces que salían de
debajo de las mesas.
Borracho, cabalgaba en carreras de perros satos acicateados con
lavativas de ají.
Al ser tropezado, fingía roturas del coxis para reclamar
indemnizaciones.
Contrabandeaba drogas prevalido de que a los guardias les causaba asco
registrarlo.
Se quedaba a vivir en las grandes mansiones aprovechando lo difícil que
era descubrirlo.
Pretendía haberse disfrazado de gringo para ayudar a Houdini en el acto
del hombre comido hasta la mitad por los leones.
En los restaurantes, evitaba pagar la cuenta amenazando al dueño con
sacarse la plancha y hurgarle las hilachas en público.
Pretendía haber sido violado por el arzobispo.
Participaba en fiestas de maricos vestido de querube.
Dopado con cocaína, participó en el cuadro vivo del Nacimiento
Mecánico de los Hermanos Caritativos.
Hacía trampa con las bolitas de la Rifa de Mujeres.
Espejo con Rifa de Mujeres

Y se da la partida y toma la delantera la bolita del 6 seguida de cerca por la


bolita del 9 ruedirrueda la bolita en la esfera de alambre acortando
distancias se les acerca la bolita del 4 y toman la curva del primer
manivelazo impulsado por la mano experta del inigualable Pancholópez que
luce un anillo de culo de botella amatista. ¡Y toman los reflejos violetas la
recta que conduce al cuarto donde espera la rifanda rodeada de misterio y
de pachulí! Amenazan por el lado de afuera los motores de las gandolas que
arrancan o se estacionan doblando la curva de la hilera de bombillos rojos
tendida en el patio sobre soportes de caña. En las tribunas las que no están
rifadas siguen las incidencias del evento sin despegarse el transistor de la
oreja ni siquiera para atender al cliente de turno: leen fotonovelas y
comiquitas impresas con tinta sepia. Cárcel de mujeres es la preferida. Y
doblan los reflejos amatistas la primera curva de la rifanda para dar en las
luces de la rocola que pasan del topacio vómito al sodalita charco al jaspe
menstruo: estoy en el rincón de una cantina, oyendo la canción que yo pedí,
me están sirviendo ahorita mi tequila, ya va mi pensamiento rumbo a ti.
Rumbo a las mercancías vuelan las moscas de punta a punta en el tornasol
de la rocola: pasan las cachuchas de marinero adelantan peligrosamente por
las yuntas de camisa con reflejos malvas pasan por los cortauñas con
bailarinas sobre fondo de nácar y se acercan a los primeros lugares entre el
mostrador de hombrecitos negros que son estatuas del Doctor Milagroso
con anillos amatista cuyos reflejos se desprenden del fondo y amenazan las
lociones para el sol, las radiopatrullas de juguetes y los sahumerios contra
los malos espíritus. Les disputa las primeras posiciones el encargado con
chorros de insecticida de desodorante de antioxidante pero es inútil
atropellando vienen las moscas al encuentro de la segunda curva del cuerpo
de la rifanda, que extiende sobre su cuerpo una crema hidratante. Sobre su
ombligo, el índice resbala en una cremosa espiral centrífuga, la morbidez de
la yema sobre el reflejo de llama de la morbidez de la crema: lubricada
luminosa lubricidad, la pulimentación de la crema va abrillantando en los
hipocondrios espejo ondulatorio que se extiende como un reflejo adulatorio
con un efecto alucinatorio: el dedo se extiende, lengua sin mengua que lima
y que lame la crema extendida por todos los rincones, anfractuosidades y
abotonaduras del Gran Paradero Kilómetro Sesenta, esparciendo con la
ondulante untuosidad un olor a mentol y a guayabas. Mentoladas y
lubricadas y espiraladas las braguetas, las damas con puntos corridos en las
medias y zapatos plateados con los tacones comidos, mentolada la piedra
amatista de Pancholópez que refleja las hileras de hombrecitos mínimos del
futbolín que patean balones los hombrecitos minúsculos de las maquinitas
de puntería que disparan balines los homúnculos negros que figuran al
Doctor Milagroso con anillos amatista que destellan bajo los rubicundos
glandes de los bombillos. Una mujer como un espejo refleja todos los
rincones.
Borrachos derraman sobre el piso la espuma de botellas fálicas: soy
como el viento que corre, alrededor de este mundo. Cloacas peludas sumen
la miel burbujeante. Ando entre muchos placeres, pero no es mío ninguno.
Háblenme, montes y valles. Grítenme, piedras del campo. (A veces me
siento un sol, y el mundo me importa nada. Luego despierto, y me río. Soy
mucho menos que nada).
Camioneros lamen la raja broncínea de las traganíqueles. Las mesoneras
discuten la aplicación de la Ley del Trabajo. Ríe con un ataque histérico una
a quien hacen cosquillas sabias con un tenedor de goma. Aquí el ambiente
de gruta, aquí la espelunquidad artificial hecha con falso musgo de serrín
pintado de verde, los escenarios de cartón que fingen nubes con charcos de
crema de afeitar. Aquí abrir un espacio para los corredores, con cortinados
de gasa de mosquitero en la que están prendidas muñequitas doradas. Aquí
también el corredor de las cortinas hechas con ampolletas de vidrio: una
lluvia de vidrio tiene la impresión de llevarse por delante el cliente que se
adentra en estos laberintos: cortinajes de campanitas, bosques con plantas
de cristal que rezuman y gotean melado: notará que las paredes del
laberinto son de carne y se agitan y constriñen, y será igual de horrible que
sorban o que expulsen. Mientras gira la manivela, los clientes se pierden en
nubes, humaredas distantes que les inventan sábanas de turco, bombachas,
turbantes, bigotes pintados con corcho quemado, gorros de papel con
lentejuelas, babuchas que parecen góndolas y cuyas puntas tocan el techo,
chispeando como contactos de tranvías, a la sombraluz amatista de los
glandes eléctricos.
Estallan los bombillos. En lugar de vidrio, escupen semen. Los clientes
se extravían en laberintos de oscuridad donde oscilan cintas jeroglíficas.
Putas de pubis canoso se despiojan con peinetas consteladas de vidrios
charros y pétalos de plástico. Chispas de ágata, aguamarina y turmalina
hieren la falsa amatista de la sortija e incendian el pubis de la rifanda. El
brillo se derrite, chorrea blandamente en las sillas de largos tibios tubos que
se hunden en el suelo y tiemblan: manos de dedos tumescentes deslizan
bolígrafos de puntas rojizas sobre formularios hípicos. Las concavidades
palpitan. Automóviles con formas de nalga y de ariete se buscan y se
esquivan en el estacionamiento del Gran Paradero. Putas alebestradas se
dan besos de lengua en las esquinas. Caminan entre cortinas de campanitas
escalofriadas por ventiladores. Por los pisos corren las grandes sierpes de
los cables, sumiéndose los machos y las hembras de los enchufes, de donde
saltan mujercitas de chispas, estrellas de carmín, espirales de calambre.
Bombas con pezones entre las bambalinas.
Cae la púa del brazo pluc sobre el disco chac hundiéndose en el canal
ñac encendiéndose al rojo vivo zac. Sobre las rayaduras trepidando, sobre la
estática vibrando, sobre las torceduras temblando, sobre las rasgaduras
chirriando, el obelisco de la púa abre la hondura de los labios oscuros ñaf
remueve las vísceras cuic destiempla los dientes criac pone la carne de
gallina ñiac. Esparcen pimienta dorada las trompetas. En un crepúsculo
dorado aparece Juan Charrasqueado. Con doradas herraduras pisa su
caballo de crines blancas. Ciñe canana de balas doradas. En sus sienes, las
gotas de sudor son ríos de plata. A cámara lenta cabalga Juan
Charrasqueado sobre los mostradores. Desintegra botellas y vasos. Sus
labios sonrientes liban las más preciadas flores: sus aromas lo embriagan.
Enjambre de balas busca su corazón: estalla este, como una granada: lluvias
que hacen crecer las milpas, bandadas de palomas, toros que van al
matadero y caballos de paso se reúnen mansamente alrededor del cadáver:
brujas sufragistas y gallos de encarnadas espuelas le desgarran las vísceras.
Morir solo, entre animales. Aun entre hombres, se muere entre animales
que en el fondo no comprenden la muerte. Fluctuantes, los vidrios de ópalo
de la sinfonola representan desiertos en cada uno de los cuales se proyecta
en ocre sobre la agrietada arcilla el fantasma de Juan Charrasqueado: la
boca abierta en una O de sol por la cual pasa el alarido del último grito:
chorros de polvo caen de sus manos: sus revólveres de cachas nacaradas
fulguran, mostrando incrustaciones que representan las etapas del corrido:
vahos amoniacales y vientos de urinario acompañan la caída del cuerpo: las
ruedas de sus espuelas clavan estrellas titilantes en los mapas del desierto:
lejanos rebaños de toros rojos marchan hacia el crepúsculo: en él vuelan
palomas hechas de pétalos rojos: una roja milpa crece en los labios de Juan
Charrasqueado: sus manos arañan el corazón de todas las putas y su frente
choca contra el mostrador: paloma del amor, toro de la violencia y de la
noche, caballo de los días, contra la incierta lluvia del tiempo que hace
crecer las milpas, siguen infligiéndote el asombro de la muerte: el del
mundo que sigue funcionando cuando se extingue la conciencia que lo
refleja. Los vidrios de la sinfonola están constelados de ojos de gallo. En el
fondo de ellos, amanece. Inmenso se pudre Juan Charrasqueado con su traje
lleno de bordados de oro: de su boca nace el sol, como una hostia de sangre
que se refleja en las botellas verdes de los mostradores. Coros de plañideras
cantan. Si todo el mundo salimos de la nada. Y a la nada por Dios que
volveremos. Me río del mundo, que al fin ni él es eterno. Por esta vida,
nomás nomás pasamos. Lloras reclinado sobre el mostrador: si a fin de
cuentas te vas, pos anda vete. Que la tristeza te lleve como a mí.
Escándalo. Griterío. Una taifa de llagosos fugados del leprocomio
invade el local. Qué amargas son las cosas que nos pasan. Corren por los
pasillos violando las cerraduras. Cuando hay una mujer que paga mal.
Violan los embudos, los enchufes eléctricos. Y me duele tanto el alma.
Llagas de neón encendido. Que no puedo resollar. Con malabares
mariposeos, el enano Pancholópez esconde la bolita ganadora bajo la falsa
amatista de su anillo. Anillo de bodas que puse en tu mano. Anillo que es
símbolo de nuestro amor. Ríos de orina anegan a los presentes hasta los
tobillos. En el oleaje, rielan las luces de las radiopatrullas que se van
lentamente aproximando. Largos haces de reflectores que revelan, primero,
la puntiaguda multiplicidad de las ondas, segundo, arcángeles hechos con
líneas de luz que combaten en el reflejo ambarino. Arcángeles que se
enlazan y se desenlazan con soguillas de oro llameante, construyéndose y
destruyéndose en espirales de magma volcánico, cabelleras de ardiente
aluminio. Por momentos se embisten con medusas fosfóricas, inventan las
danzas de los millones de brazos, construyen poses fulgurantes para luego
despedazarlas y despedazarse como quien sacude migajas de fuego.
Llamitas insistentes reconstruyen los arcángeles que se persiguen
integrándose desintegrándose en la marejada ambarina, beben copas de
azogue sulfúreo, se deshilachan y explotan intentando esparcir sus brasas
pero son atraídos nuevamente a la colmena de reflejos de los cada vez más
próximos faros de las radiopatrullas. Vórtice de las serpientes iluminadas,
gusanera de neón describen las hermosas caras las alas los gestos: juegos de
manos más rápidos que el ojo figuran y desfiguran jaulas que se derriten,
radiolarios, cometas, redecillas de fuego, chispeantes espirales cuyas
reflexiones ascienden el cuerpo lubricado de la rifanda, y que el cuerpo
lubricado proyecta en los techos paredes pasadizos de la gruta que parecen
estirarse y encogerse como hechos de goma luminosa: los faros que se
aproximan multiplican las sombras de postes sillas mesas hasta hacer de
ellas un cambiante enrejado que envuelve a la rifanda en calabozo circular y
giratorio, como una calesa: de repente, todo cambia: la rifanda se encuentra
en el medio de una bóveda azul pastel cuyo decorado es de nubes
crepusculares, nimbadas en oro incandescente: lentamente ascienden y
descienden las nubes, agrupándose como cardúmenes de peces con crestas
luminosas: el oleaje recede empujado por una brisa venturosa: la bajamar
del oleaje primeval va descubriendo los seres acuáticos, penachos de vapor,
placas, erizados lomos, aletas, hocicos serrados, contorsiones, espumas,
camarones, copépodos, medusas, gorgonias, y la leprosa placa del coral,
cerebros de neptuno llagados, agudos dedos cervicornis, laceradas
acróporas palmatas, rostros de palythoas mamillosas. Sobre la leprosería
coralífera flota la rifanda, pierniabierta, a la deriva. Vórtice de pelos, velos
rosados y perfume. Una espuma amoniacal la rescata del trance.
Apretando en la mano la bolita ganadora que has arrebatado a
Pancholópez entre la sublevación de la leprosería, corres por pasillos
oscuros, la muestras a camareros luciernagantes que la inspeccionan con
linternitas y se alejan. Flotando en el vaho amoniacal te acercas a la rifanda,
que te espera entumida como una mosca en la cerveza. El vello asperjado
de gotas doradas: selva cuajada de frutos vidriados. La hiendes en
operaciones progresivas que son duplicadas por el enrejado de sombras, el
cual gira en cada etapa adentrándose en el suceso como un extractor en una
toronja: primero tanteo, donde un cocido de carne hiende frota hiende un
túmulo de carne, se retira, golpea, tantea, adivinando y llamando la
humedad que ha de brotar y de dibujar una herida: segundo, estrangulación,
donde un aro ardiente se ciñe alrededor de la punta de una columna
llameante y esta crece hasta exceder el aro y el aro se distiende hasta
exceder la columna y la columna se agiganta hasta enanizar el aro y el
dogal y el cuello combaten trabados en la constricción y la perforación:
mutuamente frotándose el anillo y el mástil, revirándose y desaferrándose,
consintiéndose y sorbiéndose hasta el tercero: desfondamiento y sepultura,
descenso del hongo apoplético en las minas espirales, viaje por los tubos
internos, los umbrales gelatinosos de graderías mucosas, las naves
acolchonadas, cavitación del continente y el contenido en una mutua
aceptación de sus alcances y sus espacios, sueño de la sonda en el sondaje:
se abre y se cierra como un abanico el cebrado collar de sombras de los
reflectores: esfínteres se besuquean, se aprietan y se distienden: sensaciones
de sabor recorren las solemnes formas, el torus y el himón, peristaltismos
agrios, dulces, agrios, retiradas saladas. ¡Flechas eléctricas recorren la
intersección de las formas y perforan sus interioridades! Suma de semen se
sume en la sima. El mar se vomita dentro del mar. Su espuma desborda,
irrita los ojos, escuece la garganta. En la piel, hiere. Las olas anegan el
local. Clientes y mesoneros se ahogan como ratas.
¡Protesta del distinguido público! ¡Fraude en la Rifa de las Mujeres! La
taifa de fugados del leprocomio acusa al enano Pancholópez de revender la
bolita ganadora o sea la 69. ¡Listos! ¡Y se da la partida! ¡Y toma la
delantera Pancholópez! ¡Seguido de cerca por Lázaro que lo alcanza en la
primera curva! ¡Ruedirrueda Pancholópez de mano en mano! ¡Pancholópez
para todo el mundo! ¡Lo empujan contra la vitrina de los hombrecitos del
futbolín! ¡Lo chutan contra los soldaditos de la maquinita de puntería! ¡Lo
disparan contra los muñecos plásticos del techo! ¡Lo estrellan contra la
vitrina con las estatuillas del Doctor Milagroso! Y rebota contra la meta en
final de fotografía. Primero Pancholópez con un cuerpo de desventaja
segundos los doctorcitos milagrosos terceros los soldaditos cuartos los
futbolistas, inmóviles todos en el reflejo de la falsa amatista donde se
encienden las luces rojas de las radiopatrullas.
Sirenas rasgan la noche palpitante del Gran Paradero. Jaulas con luces
rojas irrumpen en las veredas de latas de aceite machacadas. Alonso
desciende de la primera radiopatrulla, dispara al aire. Se pierde el arco de
trazadoras hacia las estrellas. Atropellar de bultos, caída de botellas.
Desmaya la planta eléctrica del Gran Paradero. Continúa el allanamiento a
la luz de las linternas. Los policías rompen a tiros las vitrinas, sacan de ellas
pilas nuevas. Meten la mano en las tinieblas. Agarran putas, árboles de
navidad, bikinis dorados.
Aló Comando dame un comprendido Comando, ¿Okey? Cambio Aquí Tigre, Comando,
cambio Sí aquí Tigre, Comando, pido un comprendido dame un comprendido, Comando,
cambio aquí un procedimiento aquí una guacharaca perfectamente
comprendido cambio con cinco unidades cambio con cinco
en el Gran Paradero Kilómetro Sesenta

un comprendido guacharaca cambio okey

esto está oscuro alumbra aquí allá CQ dame un CQ comando


alumbra el piso

vidrios trapos sillas putas su cédula por favor su cé

pantaletas fajas, sí, fajas putas corriendo desnudas


sí te recibo cien por ciento cambio cójanselas sobre las mesas
peinillazos

luces linternas perros lobos de yeso

billeteras vacías condones inflados lentes oscuros con vidrios tornasol


pañuelos con sangre mosquiteros rosados botas de
plástico heridas punzocortantes carnet de diputado

televisores el administrador Tigre ponle un emecuatro al administrador


mentol chino calzoncillos que firme las letras supositorios
irrigadores

antifaces gorras de marinero sombreros

de charro las letras de cambio que firme cucarachas

sombreros de Zorro transistores el emecuatro Tigre dime cómo


va ese emecuatro comprendido

muñequitos de futbolín bambalinas

papelillo las letras que firme forros de volante


zapatos de goma pelotas

soldaditos de juguete botellas rotas

emecuatro negativo cheque o letras de cambio

ventiladores discos

convéncelo yesqueros

llaveritos sostenes putas luces vidrios

bote llas comprendido tiquets

bolitas me sas si llas

lu ces lint ernas ra


tas

cuart os letras pi las


put
car luc coñ
tet

cuc pil cul luces Tigre okey


Rubén no enfrentes a la policia

Y si alguien negare que el estado de naturaleza del hombre


es el de guerra de todo contra todos, para qué entonces son
los cerrojos y las rejas y los muros y las puertas y los
calabozos que los hombres se oponen los unos a los pasos prisiones
y las acciones de los otros. Por manera que nuestra derivadas de
condición se determina según qué puertas se nos abren, natura
que es como admitir nuestra temporaria restricción de la
facultad de dañar, o qué puertas se nos cierran, que es
como admitir el desconocimiento de nuestras intenciones, desconocimiento
vale decir, el temor de que las mismas, según común fuente de terror
tendencia, se encaminen al latrocinio & homicidio & otra
conducta dañina contra nuestros semejantes. De modo que
nuestro poder ante otros hombres se describe por el Soberano
número o categoría de puertas que abrimos mediante la Ciudadano
fuerza o la amenaza o la convicción de que nuestra
presencia rendirá provecho a sus guardadores. Soberano,
dícese de aquel para quien ninguna puerta es óbice. Bestia
Ciudadano, dícese de aquel que obtiene el poder de
estorbar con puertas el paso de sus semejantes, mediante
pacto en el cual conviene en dejarse privar de su libertad Locura defínese
de acción mediante la interposición de puertas por otros como intento de
hombres. Bestia, de quien por puerta tiene su propio imposibles
cuerpo, y no respeta en la puerta otro valor que la que esta
oponga a la flaqueza de sus fuerzas o la violencia de su
capricho. Locura, cuando no reconocemos los límites que Sin calabozo,
natura impuso a nuestro cuerpo, haciéndolo puerta caos
infranqueable de lo que no nos es posible. Caos, cuando,
renegado el pacto original, una porción del cuerpo cívico
descerraja las puertas.
Of the Nature of Doors.
A Rubén lo sacan de la radiopatrulla y lo meten en un edificio y después
en un ascensor y después en un cuarto gris con un escritorio de metal y
varias sillas plegables. En una de las sillas está Araceli.
—Bueno, Rubén, llegamos al llegadero.
—¿Quién lo puso así?
—Tropezó.
—Párate ahí.
Rubén trata de mirar a otro lado para que no lo vean reconocer a
Araceli, pero ella dice: Hola.
—Este es Rubén, verdad –dice el agente aindiado.
—Sí –dice Araceli.
—Y los del pasillo son Rafael, Rondón y Camila.
—Sí.
Rubén alza los ojos y mira a Araceli. Después los fija en el escritorio de
metal.
—Qué vaina, Rubén –dice el agente.
Rubén no dice nada.
—Tú eras feliz, güevón –le dice Araceli.
Entra otro agente y le dice algo al oído al hombre con cara de indio.
—Bueno, Rubén. Se murió tu amigo Víctor. Que conste que entró
muerto.
—Ése también era de los felices –dice Araceli.
La vida es muy arrecha, piensa Rubén. La vida, piensa. Entonces se da
cuenta de que siente terror al pensar en eso. La vida.
—Caíste atravesado –le dice el aindiado a Rubén.
Rubén trata de recordar la cara de Víctor, pero sus ojos se encandilan
con el foco, y pestañea. Rubén piensa que debe soportar. Muchos otros han
soportado. Todos soportan. Entonces piensa en los que soportan. Tiene
miedo de pensar que es demasiado.
—Siéntate ahí –dice el indio, empujándole una silla con el pie.
Rubén se sienta y en ese momento se da cuenta de lo cansado que está.
La silla, rota, casi cede. Rubén se da cuenta de que Araceli no tiene esposas.
—Ahora entiendes –le dice Araceli.
Rubén busca rayas de lápiz en las paredes, para mirar.
—¿Por qué no le hicieron nada? –pregunta Araceli.
—Siempre tiene que quedar uno vivo –dice el indio.
—Te van a dar un paseo –dice Araceli.
—Eso depende del diputado. Dime Rubén, qué fue de Bubu. Tu amiga
no sabe qué fue de él.
—Yo les dije la dirección donde se iban a encontrar –dice Araceli.
—Güevón –dice el indio, y le da a Rubén un puñetazo en la cara.
Rubén siente un olor de sal, y lagrimea. Vuelve a enderezar la cara y
mira al agente.
—A ti te interesaba Rondón. A mí me interesa Bubu –le dice el hombre
a Araceli.
—Rondón se va a morir si no lo atienden. Está muy mal ahí, en el
pasillo –dice el agente con cara de piña.
—Eso depende del diputado.
Rubén se concentra para recordar en cuál lado del cuarto estaba antes de
los golpes.
—¿Por qué no te sientes grande ahora? –le dice Araceli.
El teléfono suena. El agente con cara de indio lo toma.
—Sí, señor don –contesta–. Sí, señor don diputado.
Entonces baja la voz.
—Como usted diga, señor don.
El hombre con cara de indio levanta la mirada.
—Bueno, nos vamos a repartir esta vaina. A ti te toca el alto con
guayabera.
—Se va a morir de todas formas.
—Él se va a morir pero de fuga. Llámate a Rastrojo, para que te ayude,
y dile al Bagre que venga acá.
El hombre gordo sale. Asoma la cabeza un hombre con cara de
disgusto.
—¿Por qué no avisan desde el principio?
—El diputado resuelve –dice el hombre con cara de indio.
—A ti te toca el de la camisa de caqui. Resuelve tú lo del de la camisa
de caqui.
—Se quejaba pidiendo un médico.
—Díganle que yo fui –dice Araceli.
—Cabrá en la maleta de la patrulla –dice el hombre con cara de
disgusto.
—Ponle periódicos viejos. Para que no ensucie.
El hombre con cara de amargado se va.
—Bueno Rubén –dice el hombre con cara de indio– ahora hay que
arreglar lo de la muchacha.
—El coño de tu madre –le dice Rubén, levantándose. En ese momento,
siente el golpe.
—A ti te va a tocar el traslado de la muchacha, Tarzán. Y lo vas a hacer
muy bien, porque está delicada.
El hombre de la cara jovial hace un signo de inteligencia.
—Tiene ojos bonitos –dice, doblando los dedos índice y medio.
—¿Y el mozo?
—Alguno de nosotros tendrá que ocuparse de su asunto.
—Ahora sabes cómo es –le dice Araceli a Rubén.
—Levántate, güevón –le dice el hombre jovial a Rubén.
Rubén siente un retumbo en el pasillo. Después piensa que no es más
que una silla que cae. Pasa un momento.
—No le des más –dice el hombre con cara de indio–. Dentro de un rato
va a ser con él.
—Ha sido siempre así. Siempre –dice Araceli.
A Rubén le parece que no termina de decir la palabra siempre.
Suena el teléfono. El hombre con cara de indio atiende.
—Coño –dice, y comienza a llamar gente.
—En el Puesto de Emergencia, un carro dejó un herido que corresponde
a la descripción de Bubu. Dos patrullas para allá. Que no se riegue.
—¿Y el mocito?
—Para el diputado –dice el hombre con cara de indio, revisando el
cargador de una pistola—, díganle que es Bubu. Es un regalo.
—Yo no soy Bubu –dice Rubén.
—Sí eres Bubu, güevón. El diputado te quiere vivo.
—Pero yo no soy Bubu.
—Piñita, dale en la cabeza cada vez que diga esa pendejada. Así. Y se
lo entregas al diputado.
—¿Qué más?
—Le dices que Alonso se encargó del otro.
—Tú creías que ibas a ser feliz –le dice Araceli.
—No me esperen –dice el hombre con cara de indio–. Mira, Bubu, le
dices al diputado que no me espere.
—Yo no soy Bubu –dice Rubén. Entonces se fija que Araceli parpadea.
—Que no lo espere –repite el hombre, soltando la silla plegable sobre la
cabeza de Rubén.
Piso 69

DECLARACIÓN DEL CIUDADANO MIGUEL MAYZ SOBRE EL


INCIDENTE OCURRIDO EN EL PUESTO DE SALAS, CUANDO SE
LE PRESTABA ASISTENCIA MÉDICA AL HERIDO ROBERTO
CAMPOS

En el día de hoy a las diez de la mañana compareció por ante esta


Comisión, el ciudadano Miguel Mayz, mayor de edad, Oficial de Admisión,
portador de la Cédula de Identidad Nº 2077834, a rendir declaración sobre
el incidente ocurrido en Salas cuando se prestaba asistencia médica al
herido Roberto Campos. Al efecto declaró: “El día de los hechos recibí mi
guardia rutinaria a las seis de la tarde. Como a las ocho y media se presentó
un herido de bala, sin documentación. Yo le hice la historia al herido.
Cuando los médicos estaban atendiendo al agente se presentaron unos
agentes y sacaron a todos los que estaban en la Sala de Curas. En vista de
esto salí hacia mi oficina. Al rato vino al Puesto de Salas un hermano y la
mamá del herido. En eso un agente policial le dio un culatazo en el
abdomen. Cuando este cayó al suelo le dio otro en el pecho. De allí lo
sacaron a la calle y le siguieron dando golpes. Cuando volví a entrar a la
Sala de Curas estaban discutiendo José Rojas, camillero del Hospital y los
policías. Uno de los agentes dio al camillero un culatazo en el hombro y dos
cachetadas en el cuello. El declarante fue interrogado en la forma siguiente:
¿Vio y oyó Ud. cuando el doctor Francisco Sánchez Carrillo llamó al
Gobernador para informarle el suceso? Sí. No supe qué hablaron, pero sí vi
cuando él lo llamó. Oí que el Gobernador había dicho que eso les pasaba
porque no atendían a los policías y que le había trancado el teléfono.
Pregunta: ¿Puede Ud. reconocer a alguno de los agentes que intervinieron
en el incidente? No podría reconocerlos porque eran muchos. Pregunta:
¿Sabe Ud. que allí se han presentado otros incidentes similares? Sí. Esos
son frecuentes. Pregunta: ¿Cree Ud. que esos incidentes son peligrosos?
Contesta: Sí son. Si allí hubieran lanzado un disparo hubieran matado a
mucha gente. Además hay muchos enfermos en estado de gravedad, que
con un susto podrían morir. Es todo lo que quiero declarar sobre el
particular”. Leída la declaración manifestó estar de acuerdo y por lo tanto la
firma.
Yo no quise ver tu imagen

Por mercados y plazas. Distribuyen tu imagen. En trastiendas y altares.


Iluminan tu imagen. Loterías y rifas. Especulan tu imagen. Queridos padres,
finalmente escribí, avergonzado por calaveradas y desvíos que no intento
disculpar diciendo. Con cañuelas doradas. Que son propios de mis años.
Acicalan tu imagen. Esta les envío para manifestarles mis propósitos. En las
cajas de velas. De ser desde ahora en adelante correcto. Reproducen tu
imagen. Estudiar una carrera para llevar a los ojos de los hombres. Con
llaveros, pulseras. La nitidez total de la mirada. Complementan tu imagen.
Creo que seguiré los estudios de optometrista. En tarjetas postales. Hijo nos
alegras mucho. Trotamundan tu imagen. Nuestros sacrificios nuestras
estrecheces. Tras un vidrio, enmarcada. Seguiremos tus progresos.
Benefician tu imagen. Nuestras más caras aspiraciones. Encerrada en
botellas. Un profesional en la familia. Aprovechan tu imagen. En capillas
de anime. Santifican tu imagen. En banderas, pendones. Enarbolan tu
imagen. Limosneros llagosos. Pordiosean con tu imagen. Los troqueles del
Asia. Multiplican tu imagen. Con colores rosados. Encarminan tu imagen.
Con incienso y especias. Vaporizan tu imagen. Por docenas, por gruesas.
Dan descuento en tu imagen. Al pasar de los años. Se precisa tu imagen.
Conoció usted al Doctor. Sí, conocí al Doctor. Y podría decirme cómo era.
Muy correcto, muy cumplido. Pero él, propiamente. Bueno, muy cómo le
digo. Muy retraído. Eso, muy retraído. Ajá. Y usted por qué pregunta. Lo
conocí unos instantes, quiero saber mejor cómo era. Si es de los
encuestadores del Arzobispado diga que ya yo firmé el papel donde digo
que me parece un santo. Santo cómo. Santo. Y tiene usted algo de su puño y
letra. Una carta, que guardo como reliquia. Puedo leerla. Claro. Aquí habla
de establecerse en una consulta que dé bastante dinero, para irse a Europa.
Sí, usted sabe, la manía del Doctor. Y él, personalmente cómo era. Muy
correcto, muy, ya le dije. Y el trato. El trato, afable. Y le iba bien. Bueno, él
cobraba. Y todos los días a misa. Todos los días. Ahora póngase estos
cristales y dígame qué ve.
E
NZ
ILV
USVP
NRPSF
oclgtr
upnsrh
torghvp

Me dice si con este cristal ve mejor. Sí, mejor. Y con este. Doblemente
mejor. Y con este. Muchísimo mejor. Y ahora. Ya, Doctor, ya no veo. Ya no
veo las letras, veo las manchas de tinta. Y con este. Los hilos de la fibra del
papel. Y con este. Las hebras de los hilos. Y con este. Multiplicados los
hilos, Doctor. Yo no quiero ver tanto. Es insoportable ver tanto. En realidad,
ya no veo. Yo solo pongo los lentes que fijan en los ojos la imagen que los
va a atormentar eternamente. Un muchacho en una camilla. Un moribundo
atropellado. Nuestra propia cara.

L
AI
MAG
ENRE
PETID
aprogr
esivaei
nfinitam
enteconlo
slentesbic
oncavosperf
ccionotuimag
encencrista1e
sconvexosfocal
izotuimagencal
cristalesderocaarco
irizo tu imagen con las lupas y prismas aquilato tu imagen en las perlas
de vidrio se derrite tu imagen con cristales de filtro polarizo tu imagen
titilar de las luces donde habita tu imagen correcciones dioptrías clarifican
tu imagen los espejos de aumento titanizan tu imagen refracciones y luces
eternizan tu imagen mis retinas ya ancianas ven tu cara y tu imagen.
Piso 70

DECLARACIÓN DE LA SEÑORA MARÍA DEL VALLE RAMOS DE


MAZA, SOBRE EL INCIDENTE RELACIONADO CON EL JOVEN
ROBERTO CAMPOS

Hoy a las ocho y cuarenta y cinco de la mañana, compareció por ante


esta Comisión la ciudadana María del Valle Ramos de Maza, casada,
portadora de la Cédula de Identidad No 1852847, domiciliada en esta
ciudad, con el objeto de rendir declaración sobre el incidente ocurrido en el
Puesto de Socorro de Salas, cuando se estaba prestando asistencia médica al
herido Roberto Campos. Sobre el particular, afirmó: “El día del suceso,
como a las ocho y cuarto de la noche, como es mi rutina estaba en el
Servicio de Emergencia, cuando dijeron ‘viene un herido de bala’.
Seguidamente esperamos que entrara el paciente. Pero dijeron que no
sabían quién lo había llevado. Luego procedimos a prestarle los auxilios
correspondientes, en esto se vio de momento que la policía se amotinó,
tanto en emergencia como afuera, en los pasillos. Entonces se opusieron a
que nosotros le prestáramos los servicios debidos al enfermo, porque ellos
querían terminar de matarlo allí. A mí me dijeron que allí atendíamos a esos
sinvergüenzas, pero a ellos no. Eso es incierto, porque nosotros en nuestro
servicio no distinguimos a nadie. La preferencia solo se dispone de acuerdo
a la gravedad del paciente. Pues está claro que es preciso atender primero a
quien está más grave. Un médico me dijo que buscara 500 cc de sangre,
rápidamente. Seguidamente fui y traje el pedido. De inmediato uno de los
agentes dijo que esa sangre no se la podían poner al herido, pues nosotros
no podíamos salvarlo. Porque él debía morir. Ellos querían terminarlo de
matar allí mismo. Le pasé la sangre que había traído a la enfermera Jefe de
Admisión, quien, a pesar de la oposición de los agentes, ella se la puso.
Cuando ella se la fue a poner, un policía se la arrebató, pero la enfermera no
se la dejó quitar y dijo que se la ponía y en realidad se la puso. También, en
medio de la misma amenaza, se le puso 500 cc de suero hipertónico. Nunca
se ha visto un hecho de esta naturaleza allí y eso que tengo 14 años allí. La
declarante fue interrogada al tenor siguiente: ¿Recuerda Ud. alguno de los
agentes que intervinieron en los hechos? Contestó: no recuerdo, pues estaba
pendiente del paciente, salvo el oficial que oí que lo llamaban Alonso. ¿Oyó
Ud. que los agentes insultaron a alguna persona del equipo? Sí. Sobre todo
la falta de respeto a los médicos jefes. Los insultos fueron más agresivos
contra el doctor Augusto Sanoja, a quien le dijeron una mala palabra, y que
ellos no tenían nada que ver con que él fuera médico, pues si él era médico,
ellos eran policías. Igualmente le faltaron el respeto al doctor Francisco
Sánchez Carrillo. ¿Oyó Ud. cuando el doctor Francisco Sánchez Carrillo
llamó al ciudadano Gobernador? Yo solamente oí los comentarios y decían
allí que el Gobernador había atendido la llamada y le había dicho que allí
nosotros no atendíamos bien a los agentes policiales y había colgado la
bocina. Es todo lo que quiero y puedo declarar sobre la materia”. Leída la
declaración manifestó estar de acuerdo con su contenido. Por lo tanto la
firma.
Piso 71

Dámela sin masa. Dámela con masa. Apártate, bolsa. ¿No ves el semáforo?
No te me atravieses. Pasa por encima. Coño de tu madre. Coge por el túnel.
Dobla por la esquina. Coge la autopista. Búscate un fiscal. Hay que ponerse
en una nave, chamo. Es el radiador. ¿No viste la luz? Ponle una boleta. ¿Tú
no tienes frenos? Muéstreme su título. Es el cigüeñal. Llámate la grúa. ¿Tú
no ves que es flecha? No tire la puerta. No fume en mi carro. Pago
anticipado. Baje en las paradas. Es el hidromático. Pítale a tu madre. Yo no
tengo cambio. Se jodió esta vaina. Mete la primera. Anda y échale agua.
Mete la segunda. Es la batería. Mete la tercera. Es la gasolina. Tócale
corneta. Tócale sirena. Púyale esa chola. Mira que te pasa. Cambio de
bujías. Cambio de aceite. Cambio de platinos. Cambio de cilindros. Cambio
de correa. Cambio de modelo. Yanki Tango Fox. Parrillas cromadas.
Defensas de cromo. Platinas cromadas. Le dio al guardafango. Chocó en el
hombrillo. Cristal astillado. Cayó en el viaducto. Chasis deformado. Las Rx
revelaron: 1.— Fractura de los dos primeros metatarsianos de ambos pies.
2.— Fractura de ambos calcáneos y del cuboides derecho. 3.— Fractura
conminuta de ambas mesetas tibiales. 4.— Luxación de ambas rótulas. 5.—
Fractura intercondílea del fémur derecho y del cuerpo del fémur izquierdo.
6.— Fractura de la cabeza del fémur izquierdo. Compre los tostones.
Compre las antenas. Compre el cuero de ante. Compre los llaveros.
Cómpreme los mapas. Compre las linternas. Compre el suavecito. Compre
el lubricado. El informe comprobó exceso de velocidad y estado de
embriaguez en ambos conductores. Por la salvación del ánima de José
Rodríguez Gutiérrez una oración te agradecemos. Lesiones craneanas.
Estado de coma. Cambio de canal. Dámela con masa.
Piso 72

La mosca vuela hacia el triaje del hospital de emergencia. Esquiva los


policías de guardia que arman un escándalo. Pasa por salas de espera donde
señoras gordas con caras de angustia y niños que gritan miran hacia la
puerta de la Sala de Primera Cura. Desciende sobre los tobos llenos de
gasas manchadas y frascos de yodo vacíos. Planea sobre hileras de sillas de
metal donde hombres con camisas ensangrentadas esperan su turno.
Asciende sobre camillas ocupadas. Deja atrás soportes con bolsas de plasma
y ampollas de suero. Zigzaguea entre las enfermeras que pasan hilos para
las suturas y los practicantes que se muerden los labios mientras ponen los
puntos. La mosca vacila enceguecida por el brillo de las pinzas que sacan
de los autoclaves y el olor a sangrienta orina que hierve en los patos. La
mosca vuela por pasillos con viejos mosaicos, entre grises cilindros de
oxígeno. Desorientada, asoma en salas donde lloran niños y viejos desnudos
se arropan con sábanas ajadas. Pasa por puertas donde se asoman curiosos,
y donde miran enfermos con vendajes. Tropieza con camilleros agitados
que gritan y con camareros que miran los bancos derribados y los cubos de
desperdicios volcados. Asciende hacia las amarillentas esferas de las
lámparas. Por una puerta que se abre pasa al quirófano. Hacia la mesa
donde está el muchacho con manchas de sangre que se extienden entre las
vendas arrancadas.

300 KPH.— Caminar a través de las vitrinas de las tiendas


301 KPH.— Machacar con los pies los relojes, los radios, las sederías
302 KPH.— Arponear los peces de las vitrinas
303 KPH.— Perforarlos con las varillas de los cortinajes
304 KPH.— Destriparlos sobre las etiquetas de los precios
305 KPH.— Asomarse a las pantallas de los televisores
306 KPH.— Esquivar la policía que dispara desde otro mundo
307 KPH.— Trizar las ruedas de las motocicletas
308 KPH.— Encender los yesqueros de las exhibiciones
309 KPH.— En los mostradores, nadar en peceras de fuego
310 KPH.— Arrastrar cadáveres de cajeros con la nuca machacada
311 KPH.— Sonreír para las cámaras de los noticieros
312 KPH.— Embeber la sangre en los estropajos de las pelucas
313 KPH.— Disparar contra los soles hipnóticos del neón y de la Coca-
Cola
314 KPH.— Comer en cascos de plástico los cerebros de los serenos
315 KPH.— Perforar con las patas de los trípodes sus ojos
316 KPH.— Desnudarse frente a las camisetas y los posters en donde se
aparece glorificado
317 KPH.— Delimitarse en gusanos de luz
318 KPH.— Enchufar y desenchufar
319 KPH.— Beber frente a las ruedas de colores el té lumínico que
envenena
320 KPH.— Ponerse audífonos con discos de percusión que revientan
los cráneos
321 KPH.— Amanecer contra los vidrios
322 KPH.— Desangrado
Piso 73

Moncho avanza hacia el triaje del hospital de emergencia. Lo saludan los


policías de guardia que armaban un escándalo. Flanqueado por sus
espalderos, pasa por salas de espera donde lo miran señoras gordas con
caras de angustia y niños que gritan. Moncho mira los tobos llenos de gasas
manchadas y frascos de yodo vacíos. Deja atrás hileras de sillas de metal
donde hombres con camisas ensangrentadas esperan su turno. Tropieza con
camillas ocupadas. Esquiva soportes con bolsas de plasma y ampollas de
suero. Avanza entre enfermeras que pasan hilos para las suturas y
practicantes que se muerden los labios mientras ponen los puntos. Parpadea
encegecido por el brillo de las pinzas que sacan de los autoclaves y resopla
asqueado por el olor a sangrienta orina que hierve en los patos. Moncho se
apresura por pasillos con viejos mosaicos, entre grises cilindros de oxígeno.
Desorientado, asoma en salas donde lo miran niños que lloran y viejos
desnudos que se arropan con sábanas ajadas. Pasa por puertas donde lo
atisban curiosos y enfermos con vendajes. Tropieza con camilleros agitados
que gritan y con camareros que miran los bancos derribados y los cubos de
desperdicios volcados. Mira con sus lentes nuevos las amarillentas esferas
de las lámparas. Abre una puerta y pasa al quirófano. Aparta a una
enfermera que se voltea para enfrentarlo, y tras la enfermera encuentra una
mesa donde está el muchacho con manchas de sangre que se extienden
entre las vendas arrancadas.
El flash de un fotógrafo lo ciega.
Piso 74

Álbum de fotos

1) Foto color sepia de los muelles de piraguas ocupados por el obreraje


que hace la huelga petrolera. Moncho es el tercero de la izquierda, está de
alpargatas y ayuda a bajar un racimo de plátanos que le alcanza el guajiro
en solidaridad. La sombra del sombrero de cogollo le cubre la cara.
2) Instantánea de los autobuses que parten llevando los hijos de los
huelguistas que serán alimentados por familias de la capital. Moncho saluda
sacando la mano por la ventanilla de la picó que se pierde tras el tierrero de
la calle.
3) En la Plaza de Capuchinos, de chofer del doctor Valezón, Moncho
ase la puerta como si fuera un escudo, mientras Valezón, que siempre sale
movido, le hace un gesto grosero al fotógrafo.
4) Cliché en los archivos de El Informativo que muestra el momento en
que entra a los muelles la primera camioneta enrejada en donde son
conducidos varios de los expulsados por considerárseles afiliados a las
doctrinas comunistas. Moncho forma parte de la muchedumbre que los
despide. Los hombros bajos, las manos en los bolsillos, el ala del sombrero
caída sobre los ojos, Moncho mira de soslayo, en segunda fila, para no
encontrarse con los ojos del policía que separa la gente de la camioneta.
5) Foto del matrimonio con Zoraida, de traje azul marino prestado
Moncho, de traje blanco con velo de mosquitero ella: él mira hacia la
cámara ella se apoya en su brazo y lo mira a él justo donde el retoque
introduce una palomita con un corazón en el pico que se desprende del
recuadro en forma de corazón. Apoyados contra la pared de la iglesia por
un fotógrafo callejero que remojó la placa mucho en un balde con botellas
verdes llenas de líquidos frescos y guardó copia para exhibirla en su cámara
de cajón junto con bebés, novios y abuelas. Ese fotógrafo moriría
veinticinco años más tarde ahogado por los gases que tiraron hombres con
cascos frente a la misma iglesia: rodará con su cámara y desde ella Moncho
y Zoraida al fin verán el líquido que escondían las rotas botellas verdes, el
truco del recuadro y las palomas que vuelan asustadas hacia los árboles, y el
vidrio de la cámara se romperá y el cáncer de los ácidos empezará a
comerse la fotografía.
6) En el afiche en papel de envolver carne para las elecciones del
Sindicato, Compañero Plancha Dos Honestidad y Esfuerzo, Moncho con
cara de susto, cuello duro y corbata ladeada. Con engrudo lo pegaron en
urinarios, en botiquines, en camionetas de reparto, en las puertas de hierro
corrugado de almacenes abandonados.
7) En la tribuna, sexto a la izquierda del orador, durante la III
Convención del Partido. En la composición gráfica aparecen, además,
aspectos del numeroso público que plenó el local; en el redondel, a la
derecha, el Presidente del Partido dirigiendo inflamadas palabras a la
concurrencia; dentro de un círculo, el Secretario saluda a un grupo de
damas que agitan banderolas; al centro, en cartón, la silueta de una mujer en
dormilona y con gorro frigio que sostiene en las manos un arco con el mapa
del país y las iniciales del Partido; y al centro, en un recuadro, otra
instantánea del Presidente del Partido en el momento en que manifiesta la
decisión de participar en las próximas elecciones, adhiriendo de tal manera
a las formas y procedimientos democráticos.
8) Foto de la juramentación de la Junta de Gobierno de la Gloriosa
Revolución, en donde se distinguen, en el Despacho presidencial y bajo la
araña, bachiller, mayor, capitán, doctor y doctor, y al fondo Moncho, uno de
los primeros en llegar a Palacio a felicitar a las autoridades recién
constituidas.
9) En el aeropuerto, Moncho acompaña al Presidente de la Corporación
Venezolana de Fomento, que recibe al magnate norteamericano Nelson
Rockefeller, quien viene a ponerse en contacto con los ejecutivos de la
Corporación de Economía para tratar de vastos proyectos agrícolas e
industriales.
10) Composición fotográfica de la manifestación en apoyo a la Junta de
Gobierno. Presidiendo el evento, un círculo de militares jóvenes. En los
círculos, varios de los oradores. Moncho mira hacia la cámara flanqueado
por un capitán y un mayor. A sus espaldas, oficiales y clases.
11) En la campaña electoral, hace el lanzamiento inaugural de un juego
de bolas criollas entre un grupo de campesinos a quienes acaba de prometer
trabajo, tierras y bienestar.
12) En Palacio, después de la juramentación del gobierno que el pueblo
se diera en libérrimos comicios, Moncho estrecha la mano del Presidente
Entrante y mira hacia el Presidente Saliente mientras la Primera Dama
entrante pone los ojos en blanco con expresión que lo dice todo.
13) En el bautizo de su hija Eleanor, con una expresión que no se sabe si
es que los zapatos le aprietan o el traje cruzado nuevo le queda apretado. La
cara del padrino Valezón no se ve, porque está volteado contándole al cura
el chiste de Poncio Pilatos.
14) En un telón cómico en forma de avioncito, Moncho saca la cabeza
en el puesto del piloto, mientras su secretario privado Tabaco aparece en el
puesto del pasajero, tocándose muy serio el bulto en el sobaco del traje.
15) Con Yolanda, elegida Reina Obrera en las elecciones del Sindicato.
Moncho impone la corona de papier maché y lentejuelas en el pelo con
permanente y polvo de brillo de Yolanda I, que llora de felicidad. Moncho
mira el lunar del escote sobre el traje de sedalana y la banda de papel
plateado donde en letras doradas dice Yolanda I. En la penumbra,
inexpresivo, Tabaco. El flash recorta su silueta en aluminio.
16) En la Asamblea Nacional Constituyente, alza la mano izquierda
para unirse a la mayoría que se opone a que se haga público el informe
sobre presuntas torturas infligidas a oposicionistas.
17) La foto que guarda Yolanda de la primera vez que la llevó a comer
al restaurante El Tablao Sevillano con sus fuentes internas, sus barriles
pintados de negro y el cantaor que pasaba entre las mesas acompañado de
acordeón y castañuelas, y se apareció el fotógrafo de mesa en mesa y
Yolanda quiso mientras Moncho molesto parece mirar a otro lado. Yolanda
también guardó de recuerdo la carta, con su dibujo de una cabeza de toro y
las banderillas cruzadas.
18) Gordo, con bigote y mirando el vacío en la Cédula de Identidad
falsa con el nombre de Camilo Narváez Restrepo, que usó para los
contactos con los comités clandestinos de la segunda huelga petrolera. La
foto deja ver una curiosa asimetría entre su lado izquierdo, que pareciera
mirar a lo lejos con despreocupación, y su mitad derecha, deprimida y
devastada, con la comisura de los labios caída y disolviéndose en la palidez
de la reproducción.
19) Saliendo hacia el exilio, con traje de rayas, entre dos detectives,
cuyos rostros están cubiertos con recuadros negros.
20) En el Paseo de la Reforma, en México, de un fotógrafo ambulante
que lo confundió con un turista. El cuello del paltó alzado, los pantalones
arrugados y la mano con el pañuelo que se enjuga la nariz acatarrada hacen
inexplicable el error. Moncho tiritaba y el agradecimiento de oír aquella voz
humana en un momento de irrealidad lo decidió a pagar los cinco pesos y
quedarse con él mismo en la mano mirándose largamente entre el aire
neblinoso que le hacía picar los ojos.
21) Al regreso del exilio, en la escalerilla del avión, abrazándose con
José Antonio, que sale de la cárcel y está muy flaco. El exceso del tiempo
de revelado ha producido una densidad y un contraste exagerados que
impidieron obtener una buena copia.
22) En el cementerio, coloca una corona para los mártires de la
resistencia, junto a una señora de negro que mira distraída hacia la estatua
de un ángel llameante que esgrime una espada.
23) En el Hilton de Miami, entre camisas rayadas, palmeradas, floreadas
y estrelladas, Moncho estrecha la mano del gringo con más cara de gringo,
frente a la batería de micrófonos y bajo las pancartas del VII
INTERNATIONAL SEMMINAR OF LABOR RELATIONS -
WELCOME.
24) En la revista Visión, de casimir gris con chaleco y corbata Pierre
Cardin, peinado con raya al medio y ambas manos apoyadas en la carpeta
del escritorio de la biblioteca, ilustra el artículo “Un nuevo estilo de
sindicalismo para las Américas”. En la estantería que le sirve de fondo, el
analista puede identificar: las obras completas de Stefan Zweig, todavía
envueltas en celofán, la Colección del Libro del Mes, de Selecciones, y
algunos volúmenes de Lobsang Rampa.
25) Impreso sobre chapa de hojalata, sonriendo, Moncho Candidato a
Diputado junto al letrero que promete tierras bienestar y trabajo. El retrato,
en sus variantes a) con bigote pintado y robacorazón, remienda el techo de
zinc de un rancho; b) con dientes pintados de negro, domina sobre un
charco de aguas servidas; c) con colmillos a lo Drácula y ojos bizcos, está
clavado boca abajo en la tronera del galpón donde la policía ubicó los
desalojados del barrio El Pudridero; d) salpicado de un sarampión mierdoso
de puntos de moscas, corona las puertas de un dispensario en ruinas; e)
boca abajo, sirve de plancha donde coloca la ropa mojada una vieja que
fuma tabaco con la candela para adentro; f) besa sospechosos zeppelines en
la pared de atrás de una bodega frente a una docena de niños desnudos que
le tiran piedras a perros grisáceos; g) dado vuelta, cuelga de una alambrada,
exhibiendo la inscripción Ce ProHive Botar Vasura; h) forma parte del
fondo de un cajón de limpiabotas, donde el ojo mira los trapos sucios, el
frasco de agua para dar la pulitura, las latas de betún; i) craquelado,
desgastado, raspado, abollado, descolorido, oxidado, perforado, la lepra de
orín irá desvaneciendo su mirada.
26) Instantánea de la juramentación como diputado, recortada a la altura
del cuello, porque el casimir no acaba de disimularle el bulto de la pistola.
27) Foto en picado de la carroza, donde, en primera fila, muchachas en
pantalones cortos asidas a las columnas del templete agitan las cintas atadas
al trono forrado en muselina donde la Reina preside la pista de baile
giratoria donde evolucionan los bailarines típicos al ritmo del conjunto que
toca bajo el arco de triunfo donde Moncho saluda al fotógrafo con una
mano mientras con la otra se ase a la columna con la inscripción Primero de
Mayo Viva el Sindicato.
28) Bailando el primer vals con su hija Eleanor, quien aparece rígida y
con los ojos casi en blanco por mirarse un detalle del peinado de colmena.
29) En misión oficial, para intercambiar puntos de vista sobre el ideario
democrático: a) En el Seacuarium de Miami, dándole de comer a un delfín;
b) En Disneylandia, recibiendo un autógrafo del Ratón Miguelito; c) En
España, a la entrada del Valle de los Caídos; d) En Londres, viendo cambiar
la guardia entre un rebaño de viejitas; e) En París, plantado ante el Arco de
Triunfo; f) En Roma, en el Coliseo, tapándose del sol con un periódico; g)
En Viena, ante la rueda del Prater; h) En Nueva York, en la cabeza de la
Estatua de la Libertad.
30) Con el Gentiluomo Aquileo Aquilone y el Arzobispo, Moncho
inaugura la sede de su agencia de Relaciones Públicas. Tras ellos, doña
Zoraida exhibe un modelo de Oscar de la Renta, no obstante las várices, la
melancolía y el sufrimiento. Ministros, el Ciudadano Presidente de la
Cámara de Diputados y los Criollitos del Llano Adentro con Dilia Salcedo
amenizan el acto, que fue además difundido para la cineaudiencia
expectante por las cámaras de Noticolor.
31) Al lado de don Gonzalito González González, con la escopeta
apuntando hacia la cabeza de la venada muerta.
32) Con gesto firme, interpelando a los periodistas cuyas reiteradas
alusiones a la corrupción administrativa constituyen una amenaza para la
democracia.
33) En toma de gran distancia focal, Moncho sudando con la comitiva
presidencial que, después de cortar la cinta, avanza por el tramo del
distribuidor cuyas volutas se enrollan y se desenrollan hacia el horizonte,
encerrando el grupo en una red de espirales concéntricas en la que las
barandas de metal actúan como refuerzos de una composición obsesiva y
claustrofóbica apenas equilibrada por las verticales de los faroles de
mercurio.
34) Con personalidades: a) Con John Kennedy, fundando Ciudad
Alianza; b) Con Víctor Raúl Haya de la Torre, en la Plaza de Catia; c) Con
Víctor Paz Estenssoro, en La Paz; d) Con Muñoz Marín, en Puerto Rico; e)
Con Pepe Figueres, en Costa Rica; f) Con Juan José Arévalo, en
Guatemala; g) Con Eric Fromm, en México; h) Con Teodoro Moscoso, con
motivo del acto de desagravio luego de que estudiantes extremistas
incendiaron su automóvil; i) Con Richard Milhous Nixon, después de que
turbas incontroladas intentaron destruir su automóvil.
35) En la inauguración de la nueva sede de la Sterlingmatic Vibromatic,
de izquierda a derecha: Moncho, el Ciudadano Ministro, Míster Gregory W.
Perkins y señora, el Arzobispo que asperja de agua bendita, y la Reina
Vibromatic del Año.
36) Con doña Zoraida, que reparte canastillas a las madres
menesterosas, vestida con el sombrero grande y el traje de Balenciaga.
37) Convertido en una mancha larga como un gusano, en la película
giratoria de exposición rápida que registra la llegada a la meta del ejemplar
Centella, seguido de Fanfarria, Ilusión y Nube Hermosa. Al acelerar para la
meta, algunos de los ejemplares han quedado acortados en la película; otros,
desistiendo de los primeros lugares, han quedado alargados, hasta llegar al
último, que se expande como un caballo de caucho estirándose en un
esfuerzo hacia una meta que no llega nunca.
38) Sonriente, cuello abierto y camisa sicodélica, impreso sobre hojalata
con efectos pop sobre fondo de vibraciones op en donde se entrecruzan arco
iris dorados y magenta sobrevolados por pájaros Peter Max, con la
inscripción Con Moncho Pana la Juventud Gana, en tipo Babyfat, y Con
Moncho Campeón, los Jóvenes a Millón, en tipo Houdini, que desaparece
gradualmente a medida que se van eliminando las rayas que componen las
letras; y este fue el afiche que los pasquines de extrema izquierda señalaron
que era fusilado de un trabajo de Milton Glasser y los corifeos de la
extrema derecha afirmaron que era plagiado de una portada de Graphis.
Con su vibración cromática nos miraba desde los viaductos, los tréboles de
tránsito rápido, los rascacielos de cristal y las sucursales bancarias de
plástico.
(Las impublicables, que murieron antes de nacer, en el último rincón de
las gavetas o de los archivos.)
39) Donde le comenta algo a su vecino en la Convención del Partido y
como tiene los ojos bajos parece que le estuviera vomitando en el oído.
40) Al alzar el brazo en el mitin de Cagua para gritar Compa los ojos se
le ponen blancos Ñeros y queda como un muerto.
41) Movida y con luz precaria, la turba de irregulares que asalta el
sindicato comunista en Carirubana.
42) Con un vaso en la mano derecha, parte de cuyo contenido se ha
volcado en el pantalón. Un mechón de pelo le cae sobre el ojo que parece
perdido en la contemplación de las decoraciones del bar. Al fondo, fuera de
foco contra la infinitud de los espejos del Club, la sombra recortada de
Alonso.
43) El retrato de cuando novios que doña Zoraida alumbra después de
colocarlo boca abajo. Obtenido en una placita e iluminado con colores de
pastelería, el pañuelo teñido de verde y la boca delimitada con carmín
destacan sobre el fondo espectral de árboles sepia y vasos de cartón en el
suelo.
44) En el yate del gerente de la Sterlingmatic, reteniendo un buche de
vómito mientras Mr. Gregory saca un pez espada.
45) La serie de seis que se tomó la primera vez que vio un Fotomatón y
no pudo resistir la novelería.
46) En calzoncillos y cholas, tendido en un chinchorro en su hacienda
de San Miguel, espantándose las moscas con un Life en español.
47) Mordiendo una morcilla en la Verbena Pro Fondos de la Campaña
Electoral del Partido.
48) En el mitin de Tapatapa, con el índice extendido ofrece trabajo
tierras y bienestar, pero entró en cámara un borrachito que lo remeda.
49) En la Navidad, foto casera junto a la chimenea de cartón piedra con
leños de plástico iluminados. Eleanor, Jackie y Carolina rodean a Moncho
que trincha el pavo; pero en la faz ajada de doña Zoraida, separada del
grupo, se nota la tercera amenaza de divorcio; y Alonso, que manejó mal el
flash, no pudo evitar que en los ojos de todos quedaran puntitos rojos, como
si estuvieran también iluminados por dentro.
50) Doble exposición en cuyo primer tiempo Moncho abraza una viejita
salida de las filas de los campesinos que reclaman las parcelas ofrecidas en
los títulos de propiedad, y en cuyo segundo tiempo, sobreimpuesta, la
Directiva de la Federación de Productores Agropecuarios cuyo Presidente
gesticula con un tabaco cuyo humo le oculta el rostro.
51) En el fondo de una papelera, foto rota en trocitos, en los que se
distinguen, aquí o allá, un ojo, la comisura de una boca, un zapato, un trozo
de corbata, un zarcillo, una mano que no se sabe si saluda o rechaza, una
boca femenina, una mano con uñas pintadas, un trozo de tela, un reloj
pulsera.
52) Con frac, en el agasajo de la Cancillería, con la boca llena y una
copa de champaña en la mano, le puya la barriga al Embajador de
Inglaterra. A sus espaldas, rostro impasible de momia, el cronista social
Paco Cecil Paco, haciéndole al fotógrafo la discreta seña de que ésa no va
para la crónica.
53) Con gabán y sombrero, en el gran angular de la cámara del Banco
de Zurich que para protección de los cajeros hace una instantánea de cada
operación.
54) En un momento de las negociaciones, a la izquierda, las manos a la
espalda, mira fijamente con su perfil de águila Míster W.F. Thompson; a su
lado, las cejas alzadas, la mano hacia atrás, apuñada, el Gerente de
Relaciones Industriales; a su lado, visible el prendedor de la corbata, con el
saco desabrochado, sonriendo, el experto en materia de impuestos; Moncho
en el medio, sorprendido por el flash; a su lado, sonriente, Solorico mirando
hacia el alto personero que, de espaldas, manifiesta la preocupación seria
que ocasiona en altas esferas la tardanza en las negociaciones. El flash ha
recortado sombras siniestras en las persianas corridas. Una segunda sombra,
más tenue, se alza hacia el techo. En parte del vidrio de la mesa se reflejan
las manos, cerradas, abiertas, sosteniendo documentos, crispadas. Invertida,
la mano de Moncho nada bajo el cristal, como una araña a punto de ser
aplastada por un cenicero.
55) Negativo insuficientemente revelado de instantánea en la Discoteca
Swinging Pop, con el Gentiluomo Aquileo Aquilone y la Principessa Sfida
della Buggia. La mirada revirada de Moncho es porque acaba de descubrir a
su hija Jackie bailando con el joven Pachacho Molina que mueve los brazos
como gallineta atarantada al ritmo de All You Need is Love.
56) En la foto de estudio para la campaña, en la que ha sido necesario
corregir los párpados pesados, que dan al ojo una expresión adormecida,
reduciendo la zona de los párpados, cubriéndolo todo con el sombreador,
hasta la ceja, con un color discreto, y hubo que añadir dos capas de rimmel
a las pestañas superiores y una capa ligera a las inferiores, perfilando
completamente la ceja, y aplicar el sombreador blanco luminoso en barra
bajo el arco superciliar, armonizando los contornos con una aplicación
ligera de máscara.
57) La misma anterior, pero con sombrero de cogollo.
58) Negativo insuficientemente revelado de la rueda de prensa en que se
anuncia el total de activistas de organizaciones ilegalizadas que han sido
capturados. Los cristales de bromuro de plata no expuestos disueltos en el
fijador están deslustrados, lo que hace vago el contorno de los rostros y las
expresiones.
59) Negativo revelado a temperaturas elevadas, en el que la aceleración
de las reacciones químicas ha desdibujado las sonrisas de los oficiales
miembros de la Misión Militar Norteamericana. En la gelatina,
reblandecida, el roce del dedo del fotógrafo desdibujó la cara de Moncho en
un coágulo de moco.
60) Decomisada, en el allanamiento en el cual cayó uno de los
multígrafos clandestinos, foto reproducida con stencil electrónico, el cual
acentúa las bandas de Mach hacia los bordes de la imagen, en los cuales hay
una carga de densidad, mientras que hacia el centro existe el efecto de
aislamiento contextual, efecto que también se produce en la instantánea de
la carga policial reproducida al lado, y, en letras de titulares de periódicos y
Letraset: Mas estos crímenes serán juzgados.
61) Con enmascarado, distribuyendo las exposiciones según los
resultados obtenidos en la copia, en el primer plano de la tribuna Moncho
gesticula ofreciendo trabajo, bienestar y tierras, con exposición de siete
segundos; los particulares del pueblo en segundo plano, con catorce
segundos; y el detalle de las rancherías en tercer plano, veintiún segundos,
con lo que el exceso de intensidad distrae la atención del centro de la foto.
62) Con Ektachrome Aero-Infrared 8443, sensible a los rayos verdes,
rojos e infrarrojos en lugar del azul, verde y rojo, de modo que se forma una
imagen positiva amarilla sobre la capa sensible al verde, una imagen
magenta sobre la capa sensible al rojo, y una imagen azul verdosa sobre la
capa sensible al infrarrojo, detalle de una hilera de pies contra un muro y, en
primer plano, un hombre de camisa de cuadros caído, boca abajo, la mano
izquierda bajo el vientre y la mano derecha extendida hacia el muro, con las
piernas abiertas y un líquido oscuro que surge de la cabeza y forma
manchas sobre el cemento.
63) Experimento de impresión conjunta de un positivo y un negativo
que, sorpresivamente, destacaron en hueco la orografía de las ojeras y de las
arrugas de las mejillas, e hicieron aparecer el rostro, no en relieve, sino
como un vacío en el papel.
64) Prueba de determinación de la exposición correcta; 1/5 del papel
sensible, expuesto durante 15 segundos, muestra en primer plano el
irregular con casco y máscara antigás que aferra la ZK; 1/5 del papel
expuesto durante 10 segundos, muestra en segundo plano los soldaditos que
alzan la vista asomados sobre el blindaje de la tanqueta y apuntan los Fal
hacia un sitio que no aparece en cuadro; 1/5 del papel expuesto durante 5
segundos, revela un tumulto de irregulares agachándose o llevándose las
pistolas de reglamento a la cara, recortados sobre el fondo de bloques de
vivienda popular iluminados por los reflectores; 1/5 del papel expuesto
durante 3 segundos muestra en alto contraste y movido a Moncho entrando
en la patrulla mientras, creando un duro juego de sombras y reflejos, rompe
la noche un haz de trazadoras procedente de una ametralladora pesada que
no aparece en la foto.
65) Velada, cuando alzó la mano, que hubiera quedado movida,
señalando la cámara que Alonso y los demás guardaespaldas reventaron
contra el suelo mientras los efectivos del operativo pateaban al fotógrafo.
66) Prueba descartada para un afiche de la Convención Nacional: el
negativo fue atravesado por una fuente luminosa que incidió sobre una
plancha de imprenta revestida de emulsión, después de filtrada por una
trama de fotograbado de las que se utilizan en las reproducciones de medios
tonos, siendo precisa la impresión sucesiva de cuatro planchas, en violeta,
verde bilis, amarillo pollito y azul eléctrico; el grano grueso determinó que
los párpados y los labios parecieron supurar una luz de boca de horno.
67) En la inauguración del Monumento, entre figuras retóricas descubre
ánforas escultóricas conmemorativas de epopeyas épicas y gestas míticas de
proyecciones estéticas.
68) Solarizada, cuando la lámpara se encendió por descuido en el cuarto
oscuro mientras se trataba el negativo anterior, invirtiendo al azar todos los
valores, enleprando la silueta de gemas fantasmales, esparciendo y
disgregando vahos de luz que, partiendo de la mano, estallaron en la cara y
los dientes y las vísceras, hasta las piedras de la vesícula gemadas en una
fosforescencia enferma.
69) En el vestíbulo de la Dirección General de Policía, todo en la
oscuridad salvo una mancha de luz que cae en la mano que llama al chofer.
La sobreexposición del negativo causó la mancha blanca en la copia, dando
el efecto de que la mano refulge como un hierro calentado al rojo vivo.
70) Fuera de foco, foto decomisada de un muchacho muerto sobre una
camilla, con la camisa levantada que le tapa parte de la cara y los vendajes
de la primera cura deshechos. De Moncho aparecen únicamente el vientre y
una mano entreabierta, nudosa como un pólipo o un trozo de cera que se
derrite.
71) Ampliación a diez diámetros del negativo anterior, que permite
apreciar, en la dureza del grano, las redes venosas superficiales, los nudos
circulatorios; ampliación a veinte diámetros que permite apreciar el tejido
en espiral de las huellas digitales, que se abren como nebulosas cuyos
accidentes fingen rostros, manos y muchedumbres, que ampliadas a cien
diámetros estallan en la tormenta corpuscular de los cristales de bromuro de
plata, que aumentados a mil diámetros se encenagan en la textura de las
bases de celuloide que aumentadas a un millón de diámetros con la técnica
de la difracción de rayos X, dejan ver la estructura fulgurante de las
moléculas, que ampliadas a diez millones de diámetros dejan ver los rastros
erráticos de los hadrones y los quarks, que arrastrados por la primera oleada
entrópica han abandonado sus momentos angulares intrínsecos y su
esclavitud al infrarrojo, adoptando trayectorias imposibles que hacen hervir
la foto en un cáncer de imposibilidades.
72) Equivocada de colección, placa de las perturbaciones
electromagnéticas captadas con radiotelescopio como consecuencia del
choque de dos nebulosas espirales en el sector de Cignus.
73) Fotografía inmaterial del tiempo transcurrido, en capas y en franjas
y en monotonías descuajándose en los cristales y organizando aquí y allá
universos islas de grumos, coágulos y relaciones. Como una herida, el
vórtice de tiempo nulo desgarra el extremo izquierdo del papel.
74) Con película Tri Equis y luz insuficiente, foto de un hombre de
espaldas en el rincón de un ascensor. La distorsión altera la geometría de la
caja y sugiere un descenso inmóvil e incluso una licuación de la figura
humana y de su recinto en la oscuridad del rellano, enfatizada por el
encuadre.
75) Fotografía de una palabra.
76) RX de tórax tomada en la Clínica Mayo, revela silueta cardíaca con
aumento de tamaño, debido a crecimiento del ventrículo izquierdo, el cual
se observa hipertrófico. Aorta opaca, elongada y desarrollada. Conclusión:
cardiopatía hipertensiva.
77) La de la necrología.
Piso 75

El cuarto es gris. Dentro del cuarto están un escritorio de metal sin papeles
y seis sillas de metal. Dos de las sillas están adosadas a la pared que da a la
puerta. Una de ellas está colocada oblicuamente junto al escritorio. Otra
está plegada en el suelo y otra tiene el asiento roto. La sexta silla está caída
de lado. A partir de ella, y siguiendo el sentido de las agujas del reloj, se
encuentran distribuidos por el piso: un paquete de cigarrillos vacío, un vaso
de cartón aplastado, una colilla de cigarrillo con filtro, la página central de
un periódico viejo que muestra el retrato de un beisbolista, una mancha
color café del tamaño de la palma de la mano y de bordes indefinidos, un
gancho para papel abierto, un formulario hípico arrugado, dieciséis
manchas de tacones de goma, y un par de zapatos pulidos, que son calzados
por un hombre rechoncho. El hombre usa medias transparentes. El pantalón
es gris y amplio y en su bolsillo delantero derecho se pierde una cadena de
metal dorado. El cinturón es estrecho y muestra una hebilla de metal
dorado. La camisa es blanca. En los puños luce una yunta hecha de una
piedra violeta sobre un engaste dorado. La mano izquierda, en la espalda,
aprieta un papel doblado en cuatro en el cual se advierten un sello y una
rúbrica. El paltó deja adivinar un bulto bajo la axila derecha. En su bolsillo
externo aparecen un pañuelo con las puntas caídas, del cual emana un
aroma de colonia, y la tapa de una pluma de metal dorado. La mano
derecha, semiabierta, apoya los dedos medio e índice en el respaldo de la
silla que tiene el asiento roto. En el dedo anular brilla un solitario. Las uñas
son chatas y manicuradas. En el dorso de la mano aparecen tres
prolongaciones nudosas, y enredaderas azules, que laten. Pecas pardas se
agrupan hacia los nudillos. En la base del anular palpita una verruga de
fuego. El dedo índice vibra reflejando un temblor que viene del antebrazo.
La corbata es estrecha, representa un diseño de flores, y está sujeta por un
prendedor de metal dorado sujeto con una cadenita al quinto botón de la
pechera. El cuello de la camisa está desabrochado. La papada del hombre
late. La frente estrecha está cubierta de pequeñas gotas de líquido. La nariz
tiene una red de capilares rojizos. Los ojos están cubiertos por unos lentes
nuevos en cuyos cristales se refleja la imagen del muchacho vestido de
caqui que está tirado en el piso de la habitación, con las manos esposadas y
la frente apoyada contra la pata de metal de una de las sillas. En el reflejo la
posición del cuerpo parece innatural, y las facciones deformadas. En el traje
de caqui aparecen arrugas y manchas. El zapato izquierdo está descalzado.
Una mosca camina por el antebrazo. El párpado derecho del muchacho está
entreabierto y en él se refleja el cristal derecho de los lentes del hombre en
donde se refleja el ojo del muchacho en donde aparece el reflejo del hombre
donde se refleja el ojo del muchacho en imágenes cada vez más pequeñas y
lejanas. El cuarto parece cada vez más pequeño y más lejano. Los labios del
hombre se mueven, labio superior y labio inferior ligeramente separados,
punta de la lengua contra el trabajo dental que sustituye los incisivos
superiores, dé, labio superior y labio inferior más abiertos, lengua contra el
paladar que permite la salida del soplo, jen, labio superior e inferior se unen
brevemente para dejar salir el aliento que la lengua retiene un instante
contra el paladar, lo.
Rubén no mires caer la lluvia

Rubén, no mires el techo del calabozo, Rubén no mires el cenicero de la


patrulla que te lleva por la autopista, Rubén no mires el suelo en el
aeropuerto, Rubén no dejes caer el pasaporte de Bubu que te ponen en la
mano, Rubén no tropieces en la escalerilla del avión, Rubén no te metas en
el baño a vomitar, no te estés mirando los zapatos durante todo el vuelo,
Rubén no te quedes mirando al funcionario de Inmigrazione, no veas la cara
de Bubu en los cristales del aeropuerto, no dejes de lado el autobús, Rubén,
no te eches a caminar por la autopista, Rubén no vomites bilis en las
cunetas, Rubén no te sientes a descansar en la acera, Rubén no le hagas la
señal grosera al hombre del gabán gris que te sigue, no bebas agua en la
Fontana della Figa, Rubén, Rubén no te comas las sobras de pan en el
restaurant Da Froscio; no trates de despistar al hombre del gabán raído en la
Piazza degli Coglioni Rubén, Rubén no des cabezazos contra la columnata
del Caccio, no duermas en un banco de la Piazza della Mignota, Rubén, no
orines frente al hombre del gabán desteñido, no te desayunes con sobras de
repollo del mercado Stronzo Rubén, no te desmayes en la vía Comepuzza,
Rubén no cagues bajo el puente Farabuto, Rubén no grites en medio de la
calle, Rubén no corras por los charcos Rubén no tropieces por las
empalizadas Rubén no escudriñes los pipotes de basura Rubén no te mojes
Rubén no te empapes Rubén no tiembles Rubén no te metas en esta calle
ciega Rubén no mires al hombre del gabán húmedo Rubén no mires la
gárgola de plomo Rubén no mires caer la lluvia.
Piso 76

Estoy yo sentado bebiéndome una cervecita en el Tararí, que si un soplo de


una operación buena, que si una partecita que le deben a uno, cuando como
una sombra se me sienta al lado el Alonso y me pone la fuca en las bolas, y
el Alonso, mira güevón, yo sé que el Diputado les encargó que me dieran
bollo, oíste, porque el Diputado anda con un atore que si el muerto del
hospital era su hijo, que si yo sabía, que si lo hice a propósito, no, para la
puerta no mires, güevón, que ahí está Sietecueros, a ti, al Carite y a Tapón
les dio casquillo para que me dieran bollo, pero mira güevón, me llegó el
campanazo, oíste, acaso eres un gil, tú no sabes que tigre no come tigre, tú
no sabes que hay pacto de sangre para que no nos liquiden después que nos
usen, pendejo, tú no sabes que también estás en lista porque estuviste en lo
del hospital, tú no sabes que el Diputado te tiene también en esa culebra,
fíjate que hasta la hora y el sitio donde ibas a estar me dieron con el
campanazo, güevón, ahora haz como si te estás tomando la cerveza y ríete,
mira carajo, dile al Diputado que yo mato a quien me da la gana, y que
gobierno pasa pero tombo queda, y que coma avispa, porque cigarrón atora,
y que se meta su diputación por el culo, que yo estoy en una pomada de
poder, oíste, y el Alonso se mete la mano en el sobaco y me enseña el
carnet, y yo trago grueso, el Alonso con un carnet de esos y el Diputado
dándonos casquillo contra el Alonso, metido en un poder que si quiere nos
hace mierda, pero un poder gordo, que se pierde de vista, y yo que le digo
panita, por eso es que tenemos que defendernos, panita, mire yo me le
pongo a las órdenes brodercito mire usted mande y yo obedezco, pero ni yo
mismo me convencía, y mientras menos me convencía mi propia voz de
repente el Alonso me afloja la pistola de las bolas y me dice te voy a hacer
un regalo, y se va, así como se va el Alonso, como un humo y el
Sietecueros que trabajó con la dictadura y ahora tiene una agencia de
serenos también se pinta: me doy cuenta de que me había meado; quiero
espantar la mosca que se ha parado en el vaso de cerveza y la mosca no me
tiene miedo; quiero tocar la fuca y me tiemblan los dedos; echo mano al
pañuelo y lo que siento es un pomo que el Alonso me ha metido en el
bolsillo; me encuentro en el baño de caballeros dándole una patada al pomo
que es como de veinte lucas; respiro; se me aclaran las ideas, pienso que el
Alonso me ha plantado este paquete para que me quemen los de
estupefacientes, pero otra patada y otra respiración me dan todavía más
claridad y entiendo que es imposible enredar a alguien con la claridad que
en este momento tengo sobre el Alonso y sobre el Diputado y entonces es
que me viene el susto porque entiendo que un individuo con la claridad que
yo tengo en este instante no puede estar vivo; lo que más me molesta es el
espejo y el saber justo dónde cuándo y cómo van a saber que yo sé, que será
el momento en que yo ponga el pie fuera de este urinario donde me he
metido con esta claridad y se la contagie a todo el que se acerca, porque eso
es lo que jode, que uno en cuanto se aclara le dan bollo y si uno disimula se
salva, pero cómo coño uno disimula si con una mirada ya uno transmite que
uno sabe y que saben que uno sabe que saben, si ya con encerrarse en este
excusado uno transmite que le entró la claridad, y por qué no sale, y por qué
está ahí, mosca, esa es la claridad, nadie se engaña, hace rato nadie entra a
mear, está todo calladito en el bar, demasiado silencioso y demasiado claro
como un cristal, como el vaso que dejé con la cerveza a medias que es lo
último que lavan y lo ponen con los otros y el choque del cristal con los
otros cristales hace demasiado cristal todos los vidrios y las botellas y los
espejos y el mostrador acristalado para que todos vean que la vaina es gorda
que está todo clarito como un vidrio que no hay forma de no darse cuenta,
transparente como un vaso, y yo sé que ellos saben y ellos saben que yo sé
y todo el mundo sabe y por eso no hace falta tanta pendejada, que se
acerquen tan despacito, con tanto cuidado de no hacer ruido así como si
nunca fueran a tocar la puerta.

300 KPH.— Acelerando la motocicleta, Alfiero se abalanza hacia los


sólidos de la ciudad: todo tocado, por creación, por colocación o por uso:
torturado: derretido: pulido, raspado: palpado: pellizcado: hurgado: rascado:
amasado: extendido: moldeado: triturado: masajeado: empujado: torcido: y
en este momento, cada dedo de cada mango: aprieta: palpa: al dedo
inmediato: la herramienta: la cara: el sexo: los cubiertos: las barras: las
carteras: las monedas: al propio cuerpo: al cuerpo de otros: las páginas: las
ropas: los pelos: los frascos: los vasos: los líquidos: los sólidos: los gases:
las temperaturas: el hielo: las llamas: los choques eléctricos: cada
centímetro de cada piel roza, oprime, pende o cede: carne en carne: objetos
en carne: carne en objetos: y las lenguas se revuelven en las bocas: y
chasquean: y chupan: y gustan: y los labios: chupan chascan crujen miman
sorben: y la piel: resbala: tumesce: detumesce: excreta: y ni aun saltando
escapa Alfiero al tacto: el aire corre por entre su cuerpo: el suelo viene a
buscarlo: un suelo hecho de piel: tocándolo.
La calle de las vitrinas iluminadas

Saltando de la moto que se funde al rojo vivo, Alfiero cae en la calle de las
vitrinas iluminadas. Por ella se pasean las formaciones de los rostros de la
gente: flotan en cardúmenes, encendidos en una luz de acuario: ascienden y
descienden, manteniendo sus rasgos clavados con los remaches de los ojos:
estos ojos se rehúyen los unos a los otros y forman cardumenaciones vagas
ante el resplandor de las vidrieras: un palmoteo, o el centellear de una
nueva luz puede hacerlos moverse, peces asustados, que nuevamente se
congregarán en nebulosas: nuestras cabezas son peces a los que les han
crecido cuerpos: algunas se irán flotando, distraídas: otras descenderán a lo
largo del vidrio, hasta contemplar los precios de las joyas que se exhiben.
Alfiero avanza vagamente entre los cardúmenes. Fingen no verlo damas de
media edad y jovencitas de cera. De las bocas de todos surgen ristras de
burbujas. En el túnel de la calle, piso, paredes y techos son vitrinas
iluminadas.
Las cajas de los precios

Cajas rectangulares contienen los sueños que han sido extraídos de las
cabezas carduménicas. Juegos de luces los destacan entre mecanismos
giratorios. Bajo las lentejuelas riela la panoplia de los símbolos: distinción:
poder: gloria. Una plancha de vidrio nos separa. Siempre nos ha separado
de todo una plancha de vidrio.
Paraíso terrenal

Las muchedumbres avanzan hacia los tribunales de las cajas registradoras.


Cambios de luces encienden decoraciones de estrellas y arcoíris. Bajo
nuestra lengua falta el óbolo para la barca de los muertos. Pantallas de
vidrio nos excluyen de los paraísos iluminados. Katty Kitty y Ketty se ríen
exhibiendo sus bollos inaccesibles tras bikinis apretados sobre cajas de
plástico que ruedan entre esferas de cristal que gravitan encima de
escenarios de vidrios. Pesando las almas guiñan sus ventanillas las cajas
registradoras. Perros minoicos vigilan el pesaje. Se arremolinan las cabezas
que flotan en cardúmenes frente a los cristales. Ante ellas se cierran y se
abren piernas cubiertas de medias de nylon que se cruzan y se descruzan
ofreciendo y ocultando rendijas de carne. Telones de trajes de novia se
alzan y se bajan. Los perros minoicos disparan sobre los transgresores. Alas
de mariposa y trompetas de plata fascinan en las cajas del reclame.
Máquinas educadoras, centellean sus luces y repican sus campanas. Cada
segundo nace una caja de vidrio que nos separa. Dentro de cajas de vidrio
se siente Alfiero ante la mirada de los perros minoicos. Abanicos de colores
y baterías de neón lo resaltan. Con un estilete de plástico, Alfiero revienta el
ojo de uno de los perros minoicos. El puño del estilete es una lente que a su
vez centellea como un ojo. Toda una pared de vidrios cae.
La ciudad de Neón

Tras los vidrios que estallan, cuadrillas de obreros con perforadoras


neumáticas van demoliendo los cimientos de todo. Por el cristal de las
vitrinas y el cromo de los automóviles estacionados y el plástico de los
anuncios penetra el acero de las perforadoras. Alfiero corre, entre cataratas
de desechos que caen. La energía de la demolición enciende en fuego de
neón la silueta de los edificios. Columnas de neón se hunden en pisos de
resplandor palpitante. Los ascensores llevan a aposentos con paredes de
neón. En estos aposentos, Alfiero abre armarios cuyas gavetas dejan ver
fulgurantes triperíos de neón. Los muebles hechos de tubos luminosos, y
hasta los propios habitantes muñecos con vientres encendidos. Todo palpita
con cambios de colores que arrojan la ilusión de cambios de forma y de
posición en las paredes y el mobiliario. Alfiero cree correr y se fatiga en el
mismo sitio mientras pasillos ilusorios receden a sus espaldas. Alfiero busca
una puerta de salida. Cada vez que toca una pared, células fotoeléctricas
inventan falsas puertas de neón que se encienden y se apagan. Piso sobre
piso, los edificios fatigan el hervor del neón y la várice de tubería luminosa.
Entre cañerías fulgurantes y cables fosforescentes pasan muchachas
desnudas. El neón enciende sus sistemas nerviosos, arteriales y venosos.
Serpentinas de luz oscilan en columnas salomónicas que ondulan
insertándose como tornillos en las vísceras relampagueantes de los
edificios. Banderolas anuncian los juegos de la venta total. Alfiero cree
correr por pasillos, abriendo puertas que dan a aposentos en los que no se
puede entrar por la intrincación de los tubos luminosos que los llenan. Por
latidos, como en un corazón enfermo, falla la electricidad. Tumulto de
momentos mientras nadie observa lo que pasa. Cuerpos liberados de
prisiones eléctricas se embisten como olas de sangre en la oscuridad.
Fluyen como nubes entre el fulgor autónomo –pero incapaz de alumbrar–
de los perros minoicos. Cuerpos desnudos avanzan tanteando y terminan
tanteándose, en éxtasis. Unos frente a otros arrodillados. Caen en vértigos
de sueños, filtrándose a través de paredes y pisos que, al no tener imagen, se
hacen imaginarios y dejan pasar los tumultos de la carne. Un mundo de
palabras táctiles que tiemblan, se encogen o palpitan. Un dios que es una
constelación de dedos toca todas las partes.
La luz vuelve, quemando las retinas. De cada ojo surge un chispazo. El
atropello de la luz confunde las imágenes. La luz pútrida crea imágenes de
su propio seno como crea gusanos el vientre de un cadáver. Alfiero
encuentra cada vez más difícil distinguir entre las imágenes de las cosas y
las imágenes de la luz. A lo mejor desde el principio no hubo sino imágenes
que inventó la luz por sí sola, y es ahora en esta corrupción que aparecen
cosas independientes por vez primera. Se abren los pasillos de las imágenes
que tienen el poder de herirte. Aun en el medio del globo de tus ojos
cerrados pueden generarse como centellas estas imágenes con el poder de
herir. Lluvias de arcángeles batallan contra lluvias de imágenes. Alcanzado
por una imagen, Alfiero fulgura como un fogonazo que se consume en
auras de fósforo y de albúmina. Las luces fingen puertas y nuevos
aposentos que a su vez fluyen y se ensanchan como si se entrara a ellos, y a
su vez fingen puertas y aposentos. Cada aposento es una ciudad entera. De
la reverberación de sus luces nacen nuevas ciudades. Los perros minoicos
pasan, como un mal pálpito.
Alfiero camina sobre un piso totalmente cubierto de caras. Los perros
minoicos acechan detrás del muro de luz. Los talones descalzos pisan sobre
párpados. Con lentes de aumento clavados en sus ojos, los perros minoicos
amplifican el estrellerío de la ciudad de neón. Alfiero embiste contra la
puerta del hangar de las lámparas iluminadas.

LA PUERTA
del Hangar de las Lámparas Encendidas

LA PUERTA
es una extensión del párpado
SEPARANDO EL EXTERIOR DEL INTERIOR
DIVIDIENDO UN MUNDO ORGANIZADO Y REPETIBLE
—PUERTAS–PARA–ADENTRO—
DE UN MUNDO IMPREDECIBLE Y CAÓTICO
—PUERTAS–PARA–AFUERA—
CREANDO UN ANTES UN AHORA Y UN DESPUÉS AL CONCEPTO
DE ESTAR–EN–UN–SITIO Y POR LO TANTO
DANDO LUGAR AL ALMANAQUE

La puerta es un medio de confinamiento que cierra un espacio visual


dominable en una sola ojeada y lo separa irremisiblemente del espacio
acústico del Puertas-Afuera

La puerta al situarnos el exterior en un marco


de referencia y de preferencia
DA NACIMIENTO A LA PERSPECTIVA
AL CONCEPTO DE DURACIÓN
Y AL CREDO DEL PROGRESO

La nueva tecnología electrónica al abolir la diferencia entre la


habitación y la calle, hace de la puerta el refugio último del neurotizado
habitante de la cultura visual y prepara el sturm und drang de la final
inmolación del espacio homogéneo y repetitivo de la tipografía y de la
palabra

TOCAR LA PUERTA NO ES ENTRAR

La bomba atómica no es más que


el equivalente de la nostalgia de
una cultura dividida en exterior e
interior, y presta a liberar los
torrentes emotivos e interpretativos
de la información total.
El hangar de las lámparas encendidas

Dentro del hangar, lámparas de todos los colores y formas, encendidas.


Alfiero avanza entre el bosque de las lámparas, arrancando cables que son
como serpientes, pero el bosque de las lámparas no tiene término, y Alfiero
se cubre el rostro con los brazos, no ya por la luz, sino por la onda de calor.
Una y otra vez cierra y abre los ojos, esperando que las lámparas ya no
estén allí, pero las lámparas siempre estarán allí. Se tapa el rostro, y brilla
dentro de su mente el bosque de las lámparas iluminadas. Pantallas de
espejos agravan el infinito de las lámparas. Alfiero embiste contra ellas,
arañándose. Muerde globos que revientan como tetas de vidrio. Con un tubo
de aluminio demuele el bosque de las lámparas iluminadas. Los cristales
saltan a su piel y son aplastados por sus talones. Alfiero respira vidrio
pulverizado mientras resuena en sus oídos el alarido del bosque de las
lámparas despedazadas. Escamas de hierro y de vidrio lo hieren. Con
sangrientos puños fractura geometrías de reflejos y cae en llanuras de arena
de cristal. En su pecho, tintinea un chaleco de escamas de metal y de vidrio.
La calle de los bólidos perdidos

Alfiero se levanta y corre entre la calle de los bólidos perdidos. Seres


humanos con caras mecánicas avanzan en ritmos espasmódicos. A veces se
incendian en luz y caen.
Alfiero salta de un lado a otro de la calle de los bólidos perdidos. Luces
de semáforos regulan el paso de danza de los hombres de las caras
mecánicas. Vastas transiciones y operaciones y movimientos acaecen bajo
la luz regulatoria de los semáforos, al ritmo de la cual se producen los
repiqueteos de acciones y los hombres de la calle de los bólidos perdidos se
sonríen se rascan se acusan dan pasos estrictamente regulados por el cambio
de las luces regulatorias de los semáforos: Alfiero encuentra que no puede
moverse conforme a ellas: que siempre va más despacio o más rápido: que
se desploma en bolsillos laterales del tiempo: empieza para él la caída libre:
mientras los hombres de la calle de los bólidos perdidos ejecutan sus rutinas
al perfecto ritmo regulatorio de las luces de los semáforos. En medio de la
calle, paralizada, una formación de motociclistas con cascos dorados espera
el cambio de luces.
Sobre los rascacielos de la calle de los bólidos perdidos combate
Scorpio contra Neutra.
Scorpio contra Neutra

NEUTRA yace maniatado con ligaduras de acero, incrustado en el bloque


de hielo que deriva hacia el mar de las orcas azules. Las llamaradas de
escape del cohete de Scorpio derriten el hielo, y Neutra combate las orcas
azules. En cinturón volador, Neutra persigue al cohete y extiende las nubes
magnéticas que confunden sus manos. Catapultas de escape disparan a
Scorpio hacia el reactor que custodia la ciudad de neón. Con inductores
hipnóticos se abre paso hasta el conmutador de la bomba de Armagedón
que controla la tierra. Scorpio derrite edificios cuya masa desborda hacia
Neutra. Con las dragas que flotan en el magma fundente, Neutra demuele
las paredes del reactor y taladra sus sótanos. Scorpio atrae las dragas hacia
las redes de alto voltaje que las convierten en jaulas farádicas que apresan a
Neutra. Con su traje aislador Neutra produce los cortocircuitos que
vaporizan el metal radiactivo. En escafandra blindada, Scorpio escapa por
las cañerías dejándolas sembradas de minas. Neutra libera las compuertas
del ácido mortal que corroe las cloacas. Con silbato ultrasónico Scorpio
obliga a las ratas a que formen tapones, y asciende a las calles en busca de
Neutra. En patines escaladores se persiguen por las paredes de vidrio de los
rascacielos. Desde las casillas de control, el uno contra el otro se arrojan
misiles, aeroproyectiles, tranvías cohetes y trenes autómatas. Scorpio lanza
contra Neutra el rayo demoledor que impide que la hemoglobina se mezcle
con el oxígeno. Sustituyendo su sangre con compuestos silíceos, Neutra
lanza contra Scorpio la onda de parálisis que detiene los corazones. Scorpio
conecta a sus arterias la bomba cibernética del tórax y libera el huracán de
sonido que progresa hacia Neutra. Neutra levanta la pared de vacío que
interrumpe el sonido y desata los dardos con bacilos de peste. Scorpio crea
anticuerpos mutantes que gangrenan los ganglios de Neutra. Neutra rocía
hacia Scorpio las feromonas que lo convertirán en presa de las trombas de
langosta carnívora. Scorpio azuza contra Neutra las termitas comedoras de
metal que, uno tras otro, hacen colapsar los subterráneos.
Descendiendo en la cápsula que navega entre lavas, Scorpio regresa a su
nido del volcán inactivo. Convertido en un haz de neutrinos, Neutra
atraviesa la corteza terrestre hasta dar con el nido de Scorpio. Scorpio
proyecta contra Neutra la barrera de láseres que defienden el volcán
extinguido. El traje de espejos de Neutra refleja los láseres y los devuelve
convertidos en rayo quemador de retinas. Proyectando hologramas, Scorpio
llena el paso de Neutra de atacantes fantasmas, laberintos sin muros,
irreales barreras. Con caleidoscopios gigantes, con prismas rotatorios,
Neutra multiplica las ficciones de Scorpio hasta confundir sus visiones.
Scorpio conecta el rayo acelerador que lo hace más rápido que sus propias
imágenes. Inyectándose las drogas enanizadoras, Neutra se hace
ilocalizable, ocultándose en granos, en gotas, en motas de polvo. Scorpio
recurre a los supercerebros artificiales y al análisis táctico, que predicen los
movimientos de Neutra. Guiándose por el azar, los augurios y la escritura
automática, Neutra quebranta las predicciones de Scorpio.
SCORPIO conecta el generador de terremotos que desploma las cuevas
en los hombros de Neutra. Escapándose por las grietas, Neutra enciende el
activador de volcanes, que inunda de lavas el nido de Scorpio. Liberando al
azar sus combinaciones genéticas, Scorpio sufre mutaciones proteicas que
evaden a Neutra. Neutra se convierte en regulador del medio ambiene y
aniquila las mutaciones haciéndolas inviables hasta que Scorpio regresa a
su forma primaria. Transformado en un haz de tachyones, Scorpio se evade
al pasado y retorna al presente y se evade al pasado y retorna al presente,
produciendo millares de simultáneos Scorpios que se enfrentan a Neutra.
Neutra siembra paradojas en el viaje en el tiempo y anula las identidades
suplementarias de su oponente. En dédalos de dimensiones y
paradimensiones se encuentran y se desencuentran, se asen y se desasen.
Neutra se proyecta en espacios de infinitas dimensiones en los cuales
Scorpio lo percibe en todos los sitios y en todas las formas. Scorpio se
proyecta en un espacio de una sola dimensión en el cual Neutra lo percibe
como un punto sin espesor e inaferrable. Se persiguen en la órbita de los
asteroides, como proyectiles se arrojan quásares y cometas. Se acechan
usando de trampas estrellas enanas y agujeros negros en colapso
gravitatorio. Con látigos neurónicos combaten en la corona del Sol y en las
lunas de Júpiter. El cortocircuito de sus cinturones de emergencia los envía,
meteoritos ardientes, sobre el mar que circunda los polos. Asumen sus
verdaderas identidades, desechan sus inútiles máscaras consteladas de
transistores.
SCORPIO yace maniatado con ligaduras de acero, incrustado en el
bloque de hielo que deriva hacia el mar de las orcas azules. Las llamaradas
de escape del cohete de Neutra derriten el hielo, y Scorpio combate las
orcas azules.
La calle de los arrodillados

Vigilados por los perros minoicos, los arrodillados hacen genuflexiones. En


la calle hay un alarido general cuando divisan a Alfiero. Chispas de luz
lanza el chaleco de escamas de hierro y de vidrio-chispas de luz lanzan los
dientes de los arrodillados al gritar, con ojos desorbitados en los cuales se
reproduce la imagen de Alfiero. Los perros minoicos voltean lentamente
sobre plataformas giratorias. Con dedos de uñas metálicas los arrodillados
se arrancan los ojos para no ver a Alfiero. Genuflexos los ofrecen ante las
plataformas de los perros minoicos que lentamente giran vigilando la calle
de los arrodillados. Alfiero se siente contemplado por una muchedumbre de
cuencas vacías. Lágrimas grises las desbordan. Los ojos ruedan como
balines de maquinitas eléctricas. Repletan alcantarillas ávidas. El gerente de
una mueblería toma un flash de la escena.
La selva

Alfiero escala las copas de los árboles de neón encendidas sobre los
edificios. A veces duerme en nidos de tubos parpadeantes que reaparecen
en sus sueños y de esos sueños reaparece en la vigilia avanzando en medio
de telarañas de antenas que dan a bosques de neón que reptan por sobre los
edificios. Tarántulas luminosas apoyan cautelosamente sus patas de vidrio
sobre las caras de los transeúntes. Los hombres de la calle de los bólidos
perdidos abren la boca para gritar y solo arrojan un vómito de luz que las
tarántulas sorben hasta dejar sus cuerpos grises como lámparas apagadas.
Envueltos en crisálidas de polietileno escombran la calle dominada por las
tarántulas de neón. La formación de motociclistas de cascos dorados choca
contra ellos. Circulan entre los caídos los coleccionistas de cerebros. Con
martillos de plata golpean las suturas frontales. Deambulan con los grandes
sacos de plástico donde palpitan racimos de cerebros. Siguen abriéndose y
cerrándose las piernas tijereteantes en la calle de las vitrinas iluminadas.
Caen al suelo como briznas derretidas los tubos de esplendoroso neón.
En él se doblan como fideos o como chorros de pasta de diente, todavía
palpitando su luz vibratoria. Entre los tubos de neón que descienden como
lianas derretidas camina el escritor fascinado por la palabra palabra. Hacia
una palabra de neón que pulsa derritiéndose. La toca con sus manos y en
ellas se deforman los neones blandos que chorrean como una baba de luz.
Sus reflejos arrojan infinitas ondulaciones en el suelo. Las ondulaciones se
alejan como ondas en el agua, suben por las paredes de concreto. Se cruzan
y se entrecruzan. Se rompen en nebulosas espirales de fantasmal luz que
ascienden en la noche como trompos rodeados de cabelleras de fósforo.
Crecen, y al crecer ilimitadamente se desvanecen. Otras desaparecen
disminuyendo infinitamente de tamaño. En una negrura total se acometen
fantasmas de nebulosas vagando en un espacio en donde no quedan sitios y
por lo tanto ningún lugar es igual ni distinto a otros.
En las paredes, entre el fósforo de las nebulosas fantasmales, corren las
sombras de los transeúntes, liberadas de los cuerpos que las arrojan. Hilos
de luz las decapitan. Las sombras decaen en una pasta informe que fluye al
piso como cieno. Peatones accidentados, a cuatro patas, vomitan toda la
sombra de sus tubos digestivos. Creaturas de luz sobrenadan como peces
voladores. El día y la noche parpadean y se suceden entre sus vuelos.
Entre las selvas de neón avanza Alfiero. Bosques de tripa luminosa lo
señalan con dedos acusadores. Filamentos incandescentes se aproximan a
una palabra trascendental que deberá ser enunciada en cierta forma y con
cierta simplicidad y ciertos colores. Ensayan todas las variaciones posibles.
Rayas, luces, burbujas. Círculos concéntricos. Líneas de fuga que se
concentran en horizontes virtuales. Las líneas del neón dibujan una
formación de motociclistas con cascos dorados. Al encenderse y apagarse,
los tubos fingen el movimiento. Alfiero enciende uno tras otro sus instantes
y así crea la ilusión de desplazamiento. Saltando, construye falsas imágenes
de sí mismo. Su silueta aparece en colores complementarios. En la noche
destella de anuncio en anuncio.
Alfiero relampaguea por las calles en las que todo comienza a arder,
como si estuviera hecho de luces de bengala. Un frío ardor, espejeante,
oloroso a metal y a vidrio. Todas las cosas vomitan cascadas de chispas. En
el suelo, césped chispeante. Ascuas de cosas que han ardido. Alfiero las
aparta con el pie, asombrado de no quemarse. Edificios y calles un ascua
rojiza, temblorosa. Entre la que ondula el aire.
En el tablero de focos de colores

Sintiendo náuseas del chisperío helado del incendio, Alfiero asciende hasta
los tableros de focos de colores que coronan los edificios. En uno de ellos
aparece dibujada Annette. La vibración puntillista de los focos recoge su
silueta que se integra y se desintegra en la cuadrícula de los puntos
luminosos. Los focos están ya débiles y parpadean. Una vibración azul
figura el maquillaje. Luces violeta dibujan las vísceras. La silueta se
enciende a veces en el triángulo tántrico que arde entre las piernas. Alfiero
enciende sus instantes aproximándose en poses mecánicas al tablero de
focos que explota. Después se reinicia el proceso y vuelve la zambullida del
ariete de neón en el espumajeo de los focos. Luz fría embiste luz cálida.
Cada vez es mayor el número de focos apagados.
El tablero de las luces dibuja el rostro de Annette, que se disuelve. La
enfermedad de los focos decolora el platino teñido de sus cabellos.
Alfiero salta sobre la moto, que está al rojo vivo. A sus espaldas va
adherida una muchacha que es un enjambre de focos moribundos. Uno a
uno van apagándose, dejando olor a ozono. Alfiero arranca, temiendo a la
madrugada. Annette lo dirige hacia el apartamento donde se reúne la
heptasteria de los melancólicos.
Piso 77

En la cámara de aluminio del ascensor, resplandece el esqueleto de neón de


Alfiero. Annette brilla inmóvil contra la pared, convertida en un afiche de
luz negra. De las puntas de sus pezones al triángulo tántrico gusanea un
lucerío visceral, alimentado por el enchufe eléctrico del pubis. Su cabeza
enmascarada por el yelmo del casco plateado, por todo su cuerpo ondulan
las estrías coloreadas de la termografía. Globos eléctricos parpadeantes
anuncian sus órganos. Ampollas de mercurio tiritan en sus ojos. Sus senos
arden como faros de yodo. El latiguillo clitórico brilla como un cristal
piezoeléctrico. Los cortocircuitos y los fogonazos dejan aparecer una
desfalleciente cadavera de lata. Las burbujas luminosas se inflan como
espuma, y resbalan hasta el piso.
Ambos se reflejan invertidos en los lentes oscuros de Moncho, que
desde el fondo del ascensor pretende no verlos.
En su mano arde la chispa de la verruga de luz.
Las puertas del ascensor se abren.
Piso 78

Yo te voy a decir, José Antonio, porque yo siempre te he considerado un


muchacho prometedor, yo te voy a hablar como un hermano, José Antonio,
yo le voy a hablar al José Antonio que yo conocí cuando las cosas
estuvieron malas, mira José Antonio, me preocupas, tú vas a decir que me
mandan a hablarte, José Antonio, pero no, esta es una vaina que me sale del
corazón, José Antonio, bueno, mira José Antonio, te está envolviendo esa
gente, te está engañando, yo sé que son muy amigos tuyos, pero más amigo
soy yo, Moncho, en suma José Antonio tú sabes que esa gente va por mal
camino, te lo digo yo, José Antonio, en el fondo lo que quieren es formar
una fracción dentro del partido, cogerse el partido, dominar el partido es lo
que quieren José Antonio y eso no es lo grave, sino que si se cogen el
partido perdemos el poder, José Antonio, tú sabes que eso está planteado,
José Antonio, y ellos lo saben, y lo sé yo, José Antonio, son gente celosa,
son muchachos que no han aprendido, son ambiciosos, José Antonio, está
bien, que si el desempleo que si las reformas que no se hacen que si la
corrupción que si la revolución que se prometió, pero ésas son consignas,
José Antonio, no me vengas con que no son consignas, José Antonio,
bueno, está bien, es la doctrina, pero mira, José Antonio, tú sabes y yo sé la
situación en que está el partido, es una situación que eso no está planteado,
sería comulgar con los grupos que siempre nos han adversado por
despecho, mira José Antonio tú que eres más joven créele a Moncho José
Antonio, por despecho, por envidia por arrechera es la gritadera de
consignas, porque no pudieron llegar al poder es por lo que quieren que uno
lo pierda por estar con consignas, José Antonio, a una aventura quieren
lanzar al partido, para que se joda, y ellos cogerse los restos, pero mira José
Antonio, tú sabes cómo es la vaina, el partido no pierde la cabeza, José
Antonio, pueden olvidarse, José Antonio, cogieron el mal camino y se van a
joder José Antonio, así te lo digo, mira, se van a joder, lo van a tener todo
en contra ¡todo! Ahora mira, José Antonio, créele a Moncho, que ve con
preocupación cómo te envuelven, cómo te intrigan para hacerte creer que en
la Dirección hay un mal ambiente en contra tuya, por el contrario José
Antonio, se te estima José Antonio, se te considera, José Antonio, se te
aprecia en lo que vales José Antonio, se sabe que hay que darte la
figuración que te corresponde José Antonio, el Presidente habla sobre ti
José Antonio y no se deja engañar con los que quieren ponerte un peine,
provocarte, porque ésos sí quisieran, ésos sí, verte en una aventura, verte
descarrilado, verte enredado, porque les echas sombra, José Antonio,
porque en dos platos eso es lo que quieren, y tú lo sabes, José Antonio,
sacarte, aislarte, ponerte en el brete, provocarte, José Antonio, echarte la
vaina, pero yo siempre les digo están equivocados con José Antonio, José
Antonio nació político como yo, José Antonio no es hombre de locuras,
José Antonio no comete muchachadas, José Antonio sabe dónde va y solo
yo sé lo que va a ser José Antonio en el partido porque José Antonio sabe
esperar, sabe hacerse valer y eso lo conocen en la Dirección y eso lo toma
en cuenta todo el mundo, porque te están calibrando, José Antonio, están
viendo si das la talla, José Antonio, y tú no sabes lo que te tienen reservado,
bueno, sí, que la talla tú la diste cuando el partido estuvo jodido, que tú no
entraste al partido para hacer carrera, sí, José Antonio, pero si yo sé, pero si
es lo que yo le digo a todo el mundo, José Antonio es un místico, a José
Antonio lo respetan porque no quiere nada para él, que ese es el problema
con José Antonio, que José Antonio no está en la tierra, pero bola, yo sé que
José Antonio está mejor parado que todo el mundo, que José Antonio
calibra, que José Antonio sabe, que él conoce lo que son los riesgos, que él
sabe lo que es el poder, que él sabe lo que es el partido, que él sabe lo que
es una figura dentro del partido, hasta dónde puede llegar, porque tú ves,
José Antonio, desde adentro, poco a poco, entendiendo a la gente, hablando,
entendiendo lo que es la política, sabiendo lo que es este país, José Antonio,
conociendo con claridad hasta dónde puede llegar un hombre como tú, José
Antonio, un hombre joven, José Antonio, un hombre con méritos, José
Antonio, un hombre con talento, José Antonio, un hombre con amigos, José
Antonio, porque uno se hace con los amigos que elige, José Antonio, uno
no se hunde, uno no hace esa locura José Antonio uno no emprende esa
aventura José Antonio, teniéndolo todo en la mano uno no lo echa a rodar
José Antonio, por soberbia, José Antonio, porque eso es lo que todos
ustedes son, soberbios, que no miden que no respetan que no esperan su
turno que no aprecian lo que hemos conseguido que por una consigna son
capaces de mandar al carajo el partido pero yo te lo digo José Antonio no
van a ninguna parte José Antonio óyeme a ninguna parte José Antonio me
oíste a ninguna parte, a ninguna parte, a ninguna.
Un paseo a pie

En Europa, en un callejón sin sal

ida relleno mi pecho

de hojas de periódico el frío traspasa como si mi cuerpo

no estuviera allí de una cañería cae agua helada sobre

el empedrado zapateo doy pescozones al aire implorando

a la calle ciega realidad y cal

or el venta

rrón me sacude

me hurga con todos sus dedos el frío que hace des

aparecer los c

olores el chorro de la gárg

ola

quiero convertirme en co

meta que por los aires de hielo me

arrastren los vientos

empedrado cúbico
muros enhollinados que siento como infamias
pero el callejón me opone
cañería goteante de cartón, decorados
cielo indiferente

frente
podía podía
manos
que apoyando contra ellos hacer hacer y no cedían
mejillas
ceder ceder
rodillas
monigote
piedra
y no ceden de paja
ladrillo
y no ceden no ceden contra mí carne
plomo
y no ceden moco
aire
sangre

señales de tránsito espanta


rieles
pájaros
autopistas
sin real
vidrieras
idad
erigen estatuas ecuestres
za
fuentes
pateando
águilas bicéfalas
ater
demonios bicornutos
ido
chimeneas

inhalación
frío exhalación
granizo gargajos
gotas sudor
nieve orina
vientos hacia mi CUERPO desde mi sarro
barreras caspa
nieblas semen
límites mierda
palabras actos
palabras
P
R
arrastrando mis PROPOSITOS
P
O
S
I
T
O
S

actos-dinero
reverencias
dinero-alimentos
transando erecciones
alimentos-movimiento
intercambiando fregado de platos
movimiento-
transformando barrida de
proximidad
cuartos
proximidad-eficacia

acomodaciones
de músculos
sonrisas que sugieren
agresividad
decreciente

Esta llave que llamo mi cuerpo

Esta lla

ve que ha de adaptarse a tantas cerra

duras

Ser infinitamente llave en una calle ciega donde relucen todas

las heladas cerraduras de Europa

sus ranuras llenas de carámbanos sus vaginas de escarcha

que debo calentar rotando en ellas con mi piel

cuando yo mismo cerradura sin ninguna llave que venga a des

hacerme
sonar mis hu

esos como un man

ojo de ll

aves

ganzúa rota por todos los can

dados
Piso 79

Moncho, hazme el favor, Moncho, aquí entre compañeros, Moncho. ¿Tú


también estás con la pendejada?
No yo no, dice Moncho sintiendo en alguna forma que sí, que él sí.
Porque te voy a decir, Moncho, uno se arrecha. Viene el doctor
Borromeo, tú lo conoces, y todo es un chiste y una carcajada, y cómo está
ese palo de hombre, pero manda una batería de exámenes. Y si son el
especialista y el médico de guardia, cómo está ese Valezón, cómo está ese
palo de hombre, y cuándo salimos de parranda, y entonces viene otra
batería de exámenes en ayunas, y la enfermera de guardia es un chiste, y la
camarera una carcajada, y cuando me toman la temperatura en el culo a las
seis de la mañana es una reidera, y el resultado de los exámenes es una
celebración. Yo soy el único paciente que se va a morir de tanto optimismo.
Tú sabes, dice Moncho.
Y después, los resultados, que si estoy muy bien. Que estoy
inmejorable. Que ahora es cuando voy a dar guerra. Pero.
Moncho no se atreve a corear pero, y se pone a contarle el cuento del
tipo que le transplantaron el culo de un marico.
Esto se jodió, dice Valezón, reclinándose en la almohada, y mirando el
pato que asoma en la mesa de noche. Moncho comienza a sentir una tristeza
insípida, vienen a su memoria los viejos tiempos de cuando Valezón lo
empezó a encaminar en política, enseñándolo a decir palabras
tirintanfláuticas en los discursos y contándole los chismes de las familias de
Caracas.
¿No te fijas lo que hicieron con nosotros? Mira, Moncho, yo comencé a
darme cuenta por la risita del mensajero cuando le decía: entregue estas
invitaciones para el coctel, lo más urgente. También las secretarias, Mónica,
las otras, todo el día una guasita, y unos guiños, y cuando uno aparece, un
aire de muy serias, pero en el fondo, tú sabes. Y los demás, que si el doctor
por aquí, que si qué honor para mí saludarlo, pero por debajo de cuerda,
pasa otra cosa. Ya ni se preocupan sobre cómo se va a resolver el asunto de
la coalición ni si nos transamos por el voto en el Concejo Municipal ni qué
nombres barajamos para ministro, porque óyeme, uno de los güevones ésos
se atrevió a decírmelo, con su risita y todo me lo dijo: en el fondo es igual.
Y con el paquete de créditos que acaban de otorgarle.
Íbamos a mandar, dice al rato Valezón, y quedamos para dirigir el
reparto.
Moncho entonces piensa: no hay que dejarse ir así, no hay que dejarse
aislar, después dicen que uno es del S.P.O. (Sindicato de Políticos
Olvidados) y a la hora de la verdad nadie le tiende una mano. La influencia,
piensa tratando de poner cara indescifrable, tratando de definir cómo
aparece y cómo se desvanece esto que lo es todo: la influencia. Dame que
yo te daré.
Y esa es la vaina, Moncho, el irrespeto. Porque hoy te lo dice un güevón
en una Cámara de Comercio y mañana te lo dicen a ti en un mitin. Y
entonces en el partido pretenden arreglarme con que vaya a Bruselas como
encargado de negocios para reponerme de los nervios, y que si ellos confían
en mí, y que vaya a tomar las aguas: pisamos en un vacío, Moncho. Los
recepcionistas se ríen y los fiscales de tránsito hacen gestos con la trompa
cuando ven las placas oficiales del carro. Mira Moncho, vente conmigo, yo
quiero olvidarme de esta vaina con una pea que no se va a terminar nunca.
Me cago en todo el mundo. Yo sé que nos están oyendo. Peor, yo sé que
nadie nos oye. Ya nadie nos oye, Moncho, somos como la musiquita para
maricos de ese ambiente musical que no encuentro quién me la apague pero
que tampoco nadie la oye. Desde Bruselas voy a meter un poco de mierda
en un sobre y se los mando certificado. Coño, voy a tener correspondencia
con todo el mundo. Moncho, hazme el favor, Moncho
desde la cama una mano esquelética como un garfio se posa en el
casimir de Moncho, y pasa mucho tiempo antes de que a este se le ocurra lo
obvio: sacudírsela, y se le ocurra también: mejor no hacerlo
cuando salgas fíjate qué cara pone la enfermera de guardia
pero llegamos, piensa Moncho, podemos ver para atrás y todo lo que
quedó atrás, pensando que llegamos
adónde
Quinta carrera válida para el 5 y 6

Derrotado en la lucha fui excluido por la gran cofradía de los promotores.


Al salir toman la delantera el ejemplar Mariposa y el ejemplar
Moscardón.
Divagué. Tuve amores. Fui engañado o engañé. A las mesoneras de los
restaurantes les contaba de cuando fui un resplandor, de cuando fui El Sol
de Nápoles.
Mariposa vuela delante y la sigue el ejemplar Nube Hermosa.
Pensé volver a mi país a encontrar muertos, pero los mozos me veían
como un muerto.
Van adelante Mariposa y Nube Hermosa, y se les acerca por detrás
Olvido.
Bobería me daba, de entrar en los patios de los colegiales y patear un
balón.
Mariposa es alcanzada por Olvido, y combaten Mariposa y Olvido
seguidos de cerca por Cadáver.
Oí con lágrimas la serie mundial y la derrota de Italia 2 a 0 a manos de
la División Alemana.
Ante el avance de Cadáver se pierde Mariposa, pero Olvido se defiende
y amenaza Moscardón.
Me diceva io stesso, ma cosa te ha accadutto, Tonino, lavora, lavora.
Pero Cadáver se ve amenazado por Enigma obligando a abrirse a
Mariposa.
Y era como una voz que no entendía en un idioma extraño.
Cadáver y Enigma aparecen trenzados en lucha mientras los sigue de
cerca Nube Hermosa.
Quise trasportar carne pero no me admitieron en la rosca de los
frigoríficos y los ganaderos no me vendían.
Se abre paso Moscardón y del grupo se desprende Luz de Sol.
Sembré ajonjolí y todo se lo llevaban los silos de Mendible que me
obligaba a usar sus secadoras como condición para comprar la cosecha.
Luz de Sol se adelanta con Mariposa y Olvido y pasan la primera curva
dejando atrás a Cadáver.
Monté un cine de pueblo, pero los malandros le echaban periódicos
prendidos a la pantalla y quebré cuando aumentaron los precios las
distribuidoras.
Mariposa deja atrás a Luz de Sol mientras vuelve a amenazar Enigma.
Durante las Semanas Santas anduve de pueblo en pueblo con el camión
del numerito de los Grandes Premios y la Cabeza de Mujer que habla.
Enigma conquista posiciones y disputa la delantera a Mariposa que
todavía se esfuerza.
Y la Cabeza de Mujer que habla se fue con el maromero de un circo.
Mientras Nube Hermosa se entrega aunque no del todo.
Manejé carros libres, pero costaba una fortuna el soborno para sacar la
licencia y el ruido del tráfico me daba desesperaciones y ahogos.
Retoma su lugar Cadáver que no se resigna y galopa sobre Moscardón.
Y al fin qué era yo sino un viejo.
Mientras en el pelotón comienza a dominar Corazonada.
Instalé las bodegas que tuvieron que cerrar por la competencia de los
supermercados.
Corazonada y Sombra miden sus fuerzas.
El cultivo de fresas con un socio loco que diseñaba los sistemas
automáticos de riego por gravitación y cosecha por atracción de la luna.
Por la parte interna se les acerca Redención.
Dormí siestas en pueblos abandonados y soñé que entendía lo que
cacareaban las gallinas.
Pero sus esfuerzos son inútiles ante la firmeza de Olvido.
Por fantasía inventé el soplador de agua de jabón para hacer pompas
pero la policía perseguía a los buhoneros por las pistas de rastros de pompas
de jabón.
Sombra domina sobre Moscardón.
Y al fin qué era yo sino un solitario.
Redención largó mal pero se recupera.
Mi gusto era todavía irme a la plaza a escuchar la retreta.
Pero pierde energías y queda confundida por Enigma.
Muertos o enriquecidos o vueltos a la patria los compañeros que la
oyeron hace tanto y tanto tiempo comiendo pistachos.
Olvido rechaza el asedio.
Pero al fin qué era yo, sino un viajero.
Gana por un cuerpo Cadáver seguido por Moscardón.
Muerto el libanés que vendía los pistachos e idas las niñeras.
Cabeza a cabeza Nube Hermosa y Luz de Sol cruzan el poste de
llegada.
Sin nada que hacer, Tonino, pero qué cosa eres sino un viejo, pero qué
cosa sino un solitario, Tonino, sin oficio ni beneficio.
Las siguen Mariposa, Enigma y Olvido.
Mangia il tuo cucurucho de pistacho Tonino y avergüenzate.
Tras ellos Sombra y Redención.
Después dormirás feliz y si te mueres.
Y, en el último lugar, Corazonada.
No te preocupará en qué idioma le hablarás a esos muertos.
Disolví en sal

iva las p

iedras los terrones

Las c

ostras de sangre el sabor a electricidad de los r

ieles

Europa se me des

leía en la b

oca como una seta llena de

cavernas noct

urnas

Una noche caí en una pes

adilla y mi lengua sintió un

sabor

a pu
drición que e

ra el de l

os oj

os de C

amila

Una f

lor de l

enguas crecía en mi ca

beza y palpaba

Sintiendo la náu

sea de los grandes tragatorios

las leng

uas en los pozos de las es

encias

En una llanura de Bélgica

me derribó por los suelos

una campa

nada

Caí una y otra

vez, el cielo, la campana

la tierra el badajo

mi ca

beza el yunque

Tirado en el trigal vi las lie

bres de Europa que husmeaban

los espuma
rajos en mis la

bios

El su

dor he

lado del ro

cío

En una carretera donde ningún automóvil pa

sa me mira una

mucha

cha con la camisa descolor

ida

Nos enseña

mos papeles de todos los c

olores

en inglés polaco o en ch

eco y no nos entendíamos y no nos

en

tendíamos

Los pez

ones temblando como mar

garitas

Pro

metimos lamernos hasta di

sol

ver

no
s

Los metales la suci

edad el su

dor la cadav

era

La semilla que ella f

ue antes de la c

arne

Los alimentos en su p

iel y en su son

risa

Hilachados entre mis di

entes sus ca

bellos

El vino de la orgía en sus ax

ilas

La ll

ama del de

lirio entre su boca

Dentro de su boca: las uvas de su carne y sus latidos: dentro de su boca:


sus vísceras subiendo hacia mi boca: dentro de su boca: la espuma y el
olvido de la espuma: dentro de su boca: la boca que le dio el ser, y otra
boca: dentro de su boca: papilla de las flores escupidas: dentro de su boca:
las heces rechazadas y expulsadas: dentro de su boca: la tierra de la muerte
y de la vida: dentro de su boca: el gargajo y el pan y la saliva: dentro de su
boca: mi cuerpo y mi semilla y esta hora: dentro de su boca: la lengua de su
nombre y de mi nombre:
Huí l

ejos para no m

atarla imag

ino sus grandes oj

os abriéndos

e sobre el R

ódano

El ag

ua fría en q

ue intenté ab

ismarme en un m

undo donde

no existieran las l

iebres de Eu

ropa

Cob

arde como f

ui no me ahogué n

adé hasta las orillas hel

adas llen

as de ma

torrales donde b

ullían l

iebres de cor

azones t

iernos

Ll
oré todo un

día en otra c

arretera l

ejos
Piso 80

Ciudadano diputado y poeta, cará, tan caro que se vende, poeta, yo lo vi en


el baño turco, y me dije, allá está ese poeta, allá está ese Moncho, cará, y
me le pegué atrás, y cuando vi que cogía el ascensor yo subí por la escalera,
cará, me dije, y será que no me quiere ver el poeta, cuando yo ayer le estaba
hablando en el bar a los amigos del poeta, pues sí, yo les contaba del poeta,
yo les decía, pero si con el poeta yo me he echado palos, no es verdad, la
cantidad de veces que yo me he rascado con el poeta, yo, bueno, yo ahí,
más o mierda, en esta cagada de país donde a uno no lo reconocen, a que no
sabe quién se me negó esta mañana, bueno, el Director de Publicaciones,
usted se acuerda, poeta, bueno, el carajo ese que se la pasa hablando
pendejadas de usted, poeta, y después se la pasa pidiendo favores mientras
que uno anda jodido por allí, coño, poeta, tengo un ratón, poeta, que no sé
ni lo que hablo, ahora en esos bautizos de libros sirven puro ron, poeta,
dígale a los compañeros que qué vaina es esa, poeta, así sería que el ron era
peor que el libro, poeta, y a ese güevón ya le dieron una beca y a uno que es
amigo lo tienen esperando, poeta, a que no sabe a quién vi por ahí, a Anita
la del Canal 3 que ahora se llama y que Kitty, y anda con el Fran que la
tiene loca con el cuento de que le va a dar trabajo en unas cuñas, y bastante
que yo le he dicho que el Fran no le conviene, que quien le convenía era el
poeta, que el Fran es una lengua viperina que inventó que doña Zoraida me
da de comer porque yo le cuento los cueros que levanta el poeta, coño poeta
pero este país sí es una vaina poeta, cómo le voy a hacer eso al poeta si hay
que ver lo que yo le debo al poeta, coño este ratón me da bombazos en las
sienes, poeta —mire poeta qué tal si me compra una suscripción para mi
poemario Ictiosaurio del pluvial subsuelo, es una vaina entre gagá y dadá,
jajá, no, no es el mismo, el bono que le vendí la semana pasada es para la
plaquette Evanesce el recuerdo, la verdad es que está en preparación pero
qué carajo va a escribir uno en este país donde hay una cuerda de
envidiosos y coños de madre que no lo reconocen a uno, poeta, si ahí tiene
nada más al Director de Cultura que inventó el cuento de que el poeta se
moría por ser candidato pero estaba ponchado porque el partido nunca iba a
permitir un candidato con pelo malo, eso es para que vea la gente con quien
cuenta, poeta; mire, poeta, no me diga que no, poeta, una ordencita de pago,
una tarjeta para el Director de Administración poeta y vamos a medias, mire
que me saca de una vaina, poeta, que mi mamá dice que me va botar al
carajo porque está cansada de mantenerme, que no me aceptan vales en los
bares, poeta, que además no me reconocen poeta, que cuando me ven se
meten la mano en el bolsillo derecho, poeta, coño, me cayó mal la paella de
anoche, poeta, coño, poeta, yo sabía que usted me iba a salvar, si eso es lo
que yo le digo a la cubana que trabaja en Relaciones Públicas, que el poeta
no lo deja a uno, mire, y la tipa como que sale para adelante, poeta, esto se
lo digo como quien dice, poeta, por eso es que yo siempre defiendo al poeta
con los amigos. Tiburón se baña, pero salpica.
Un caracol

En Su

iza me acosté por dinero con una t

urista y vi las liebres

mirándome desde la alf

ombra

En Co

penhague trabajé de m

odelo para fotografías p

ornográficas

En O

slo fui lav

aplatos a d

ólar la h

ora

En los r

estorantes c

omía las s

obras de pan y b

ebía los restos

de los vasos

En Antwerp me f

ingí español para trab

ajar de cam

arero en lo

s hoteles
Hice auto stop h

asta Limoges dormí una noche en la c

arretera y s

entía en la cara los alg

odonosos vient

res de las l

iebres

La liebre que me m

iraba desde la alf

ombra era g

orda y empollaba

como una cl

ueca los huevos

Los oj

os que le s

acaron a Camila ant

es de mat

arla

En G

inebra entré con los sueldos de todo el verano como pelapapas y compré el
revólver para cumplir con el hombre que me había soltado para que yo lo matara
Rue du Conseil-General 120 ARMURERIE
Teléphone (022) 240685 DES BASTIONS S.A.
Chéques postaux 12-4992 Armes de chasse et de sport Munitions

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Acquité, avec remerciements
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Geneve

En la Rue du Levante encontré un caracol que fue mi desayuno y en la


Aduana con Francia me decomisaron el revólver

DOUANES FRANCAISES
BUREAU

Abandon provisoire de
l’arme

las rutas de trabajo del año siguiente para comprar otro


revólver
En Cointrin el trabajo como grumete en el barco que me llevaría a
decidí Colombia
la ruta de la entrada ilegal por la frontera
la carretera en que dormiría esa noche

Un mes después, me despertaron las cremalleras de los tanques mientras


dormía en una pradera.
Piso 81

Al mediodía Moncho asiste a la inauguración del monumento alegórico con


aguas de los siete ríos y tierras de las cuatro regiones en ánforas helénicas
enlazadas por festones dramáticos con motivos escénicos desde donde
bombas eléctricas dejan caer cascadas feéricas entre luces nostálgicas sobre
piedras tectónicas. Moncho pone cara seria pero la reidera ya se insinúa
desde las filas del Honorable Cuerpo Diplomático: El Excelentísimo
Embajador de los Estados Unidos contiene la respiración y el Comendatore
Ambassatore della República Italiana no se saca la mano del bolsillo
derecho del pantalón; varios atachés se tapan discretamente la cara con
periódicos y pañuelos pretextando el calor, y Moncho sufre una angustia
moral al sentir el fluido etérico que mana de los músculos titánicos de las
figuras escultóricas. Estallan relámpagos circulares; los presentes son
atormentados por visiones de recitales poéticos, discursos de circunstancias
y cenas caritativas. Los pozos de petróleo vomitan azufre y en los cielos
aparecen discos voladores. Moncho siente que el suelo le falla bajo los pies.
El Presidente entrega su alma al Nocturno, pero el Nocturno es de Chopin:
se convulsionan las tripas de los mares y olas enormes se alzan a los cielos
dejando pulverizaciones de sal. Moncho se siente puesto en evidencia y se
arrecha pensando que van a gozar una bola sus enemigos dentro del partido.
No quiere aparecer bajo esa luz. Quiere elegir los medios, los ambientes.
Una iluminación favorecida. Las cuñas para el noticiero Noticolor. No así,
que lo paran ante el micrófono sin preparación, y tiene que hablar de la hora
cónsona de las reconstrucciones y de los enfoques precisantes y agobiantes
de las trascendentalidades. Moncho habla de ese movimiento, que es
germinación y es presencia, plasmado sobre la coyuntura histórica en
arrestos de onomatopeya. Sin retruécanos ni hipérboles de prosodia
leguleya, accede al entreacto de las candilejas en espera de realidades que
cuajan dentro de esperanzas que son ya promesa reverdecida (Grandes y
tumultuosos aplausos.) De plano se rimbombantiza la jaculación oratoria en
entreveros de burladero criollazo y exultante de estrepitosidad aclamatoria.
Porque es hora de recapacitar sobre obra hecha en trance de devenir
riachuelo torrentoso de líquida humedad fecundante (Aplausos aislados.)
Pero Moncho no es de aquellos ganados para la idea de las reticencias
nocharniegas ni de los conciliábulos penumbrantes. ¡Hora capitosa y
entredicha en que no se cachicamiza ni se metamorfosea porque aquí
estamos y aquí seguiremos estando así como hemos estado y estaremos
siempre atentos al llamado, este llamado que es abierta y franca concreción
popular de onomatopeya! (Grandes y estrepitosas carcajadas. Un
guardaespaldas grita: ¡Púyalo!) Moncho se siente cegado por los
reflectores, nadando en piletas de gelatina donde sobrenadan vacinillas de
peltre floreadas. Batallador, Moncho evoca imágenes de su triunfo, pegado
al corte en las tareas del partido. Bregando y bregando los votos de las
seccionales para la convención. Jugando dominó para consolidar las
alianzas. En la ternera de la inauguración de la vía de penetración, en la
tarde lluviosa, en la tribuna de honor, con ese avispero metido en los vasos
de cerveza y diciendo coño, este barrizal y yo vestido de blanco.
Moncho comprende que ha caído en un piso lleno de ideas pendejas:
esas cosas que uno ve apenas cuando se queda dormido, o que atormentan
al que amanece enratonado; lo que se tenía en la punta de la lengua; lo que
hubiera podido ser; lo que no se nos ocurrió en el momento preciso; lo que
nunca supimos cómo fue; lo que pensábamos cuando éramos niños durante
esos años que no nos acordamos; lo que somos realmente; las cosas que no
vimos ni siquiera en sueños. Moncho ha caído en el piso del Melo y un
sabor de bilis le dice que eso le ha de costar el poder. Cada vez más
melodramático, Moncho siente que se le desborda el bachiche, se le subleva
el balurdo y se le desborda el melo. Moncho se desmelena y se desmelona,
se pone emotivo, cursi, solemne, picúo, chismoso, pretencioso y liso.
Propone minutos de silencio. Acomete períodos oratorios sin tomar
respiración.
Porquecompañeroseslaocasiónpropiciaparareiterarleslaspromesasdepanbien
estartrabajodentrodeunordencónsonoysinatentarenlavíadelosextremismosde
signosopuestosdentrodelpanoramadelasrealizacionesconcretasqueaquilatane
lsentimientodeladefinitivaconsolidacióndeldesarrollo(Nutridos aplausos.
Silbidos y ruidos feos. La barra contesta con gritos de Moncho, Mon-cho,
Mon-cho). Y me deslenguarazgo. Y les saco la lengua. Y Burububububú
(Tumultuosas ovaciones). Coño, qué vaina que no haya un cuatro. Hasta les
cantaría, pueblo quemescuchas, porque ya no me cabe dentro esta vaina.
Estoy lanzado. Vernáculos y verráculos espiráculos. Moncho pelea a
carajazos con la inasibilidad de las cosas. Sabe que habría otras palabras
más propias. Huye, entre una noche poblada de mechurrios. Sus dedos
echan electricidad. Su aliento empaña los espejos. Moncho recita (y
engarfia la mano) en ambientes ornados con panderetas con escenas de
toreo. Tiene visiones de Hollywood, la capital mundial del melo; escucha
una rocola que toca Me lo dijo Adela, que es el himno nacional del melo,
interpretada por Los Melódicos, que naturalmente es la orquesta del melo.
Lo llevan tomado de la mano Albertico Limonta y Mamá Dolores,
respectivamente El Hijo Natural y El Alma del melo; lo saludan los
Kennedy, que son los gringos con melo. Moncho juega dominó y asiste a
funerales que son melo nacional. Se abraza con generales que son todos
melo. Desfilan tropas heroicas en actitudes bélicas. Los gatos se le orinan
en el pantalón. Relámpagos con los colores del arcoíris apuntan contra su
cabeza. Se siente ahogado por el melo que queda depositado en las
habitaciones. En un delirio, alucina a su alrededor, haciendo poses plásticas,
a los protagonistas del melo —o sea— Los Causantes de la Vaina: El que se
las sabe todas. El que se caló la vaina. El que no es ningún pendejo. El que
está claro. El que veía venir la cosa. La caraja que está bien buena. El que
cayó en la provocación. Y Nureyev, que es el bailarín del melo. En su vida
volverá Moncho a encontrar medias que hagan pareja ni a pegar un quinto
de lotería. A su paso se agostará la hierba plástica. Donde pise, habrá
vómitos y cagadas de perro. Pensará siempre que lo persigue un muchacho
que no lo mata por desprecio. Moncho se ajusta los lentes oscuros. A través
de ellos contempla una galería de espejos nocturnos. Y en ellos no se
refleja: nada. Bataholas de gestos se pierden aun antes de haber sido
ejecutados. Buscando el reflejo de su rostro, Moncho entra en la perdición
de los espejos oscuros, en vano, porque su cara es una forma que apenas
remeda otras formas. Busca, y solo encuentra visajes que buscan. Se tapa la
cara con la mano. Con hechizos del vudú y toques de ñáñigo, Fataya lucha
por salvarlo. Lo escuda con aspersiones de cuerno de ciervo y castañeteos
de dedos que quiebran la tristeza de los astros malos: como un ángel
enardecido batalla Fataya contra el melo, pero es inútil, porque ella es el
mismo melo.
Un paseo en tanque

Yo dormía al borde de la carretera cuando la vibración me despertó. El


tanque se había detenido y brillaba, nuevo y oloroso a pintura, bajo el sol
matinal. El conductor me hizo señales para que subiera. Sin saber si alzar o
no las manos, escalé las cremalleras, los enmascarados faros, las torrecillas.
Quise decir algo, pero el estruendo del motor, de nuevo en marcha, me
disuadió. El tanque hendía una cerca pintada de blanco, irrumpía en un
campo florido. De vez en cuando los tripulantes abrían la boca, sin que
fuera audible ninguna palabra. Los cascos, los lentes, las orejeras, me
impedían ver más de sus caras. El calor de la maquinaria me daba en las
mejillas. Cruzamos un arroyo, un sendero, un bosque pequeño. Sentí olor de
savia y de insectos aplastados.
Más adelante, el tanque embistió una casa. Chispearon en el espolón
algunos cables eléctricos cuya malla arrastramos centenares de metros. Los
tripulantes desplegaron grandes mapas y discutieron perplejos mientras el
tanque demolía las tiendas de la calle mayor. Las escotillas fueron cerradas
para impedir la entrada del polvo de yeso, las astillas de vidrio y el cascajo
de la construcción. Por las mirillas yo veía vacilar y desintegrarse
maniquíes, jarrones, relojes de cucú. Un campanario describió una parábola
perfecta y estalló. De repente, el cielo. Corríamos sobre verdes praderas.
Las vacas se apartaban lentamente. A veces, las cremalleras esparcían una
pulverización de sangre.
Los tripulantes se guiaban por el sol. El sol murió. Los tripulantes se
durmieron. El tanque, guiado por el piloto automático, mugió por las
praderas contestando los lejanos llamados de las vacas y recogiendo el
bruñido hielo de la luna y danzando por las pistas antiguas que remotos
tanques habían trazado cruzando y recruzando por los campos de trigo. En
zigzags y en círculos el tanque tejió danzas de aquelarre, se aproximó hacia
hondonadas leprosas llenas de antiguos cráteres y de osarios de muertas
máquinas de batalla. En un momento dado, la sirena del tanque comenzó a
llamar frenéticamente en la vasta nada del pasado. Solo le contestaban
campanarios lejanos, árboles que caían en los bosques nocturnos. Con la
gran nariz del cañón, la máquina husmeaba la cariada ornamentación de la
herrumbre y el arcaico hedor de la carne hecha polvo. A diestra y siniestra
demolía chatarras, tañendo en ellas notas casuales como las que produciría
un borracho pateando latas en una sórdida e infinita medianoche. Los
tanquistas dormían mecidos en aquel yunque que era su cuna. La luna tejía
llamaradas en el vaivén de la cabina. Las mariposas nocturnas formaban
carámbanos bajo el cañón. Hasta que el tanque destruyó la misma luna e
irrumpió hacia el día, como una constelación de hierro.
El conductor me hizo señas para que bajara y gané el suelo torpemente,
como un alpinista entontecido. Yo estaba hambriento y había perdido la
orientación. Mi cuerpo vibraba como una pieza de maquinaria.
Caminé al azar entre los campos hasta que mi sudor borró el olor a
aceite.
Sexta carrera válida para el 5 y 6

Y van cuadrando los competidores para la sexta válida, yo estaba


descorazonado y triste, y no quiere cuadrar el ejemplar SORTARIA con el
número 11 y la monta de Pepe Pulido, SORTARIA es una yegua tordilla
joven nacida y criada en el haras La Mano preparada por Anselmo Bucares,
en su anterior actuación atropelló con gran energía pegada a la valla interior
y una vez adelante se empleó a fondo para contener a TOMEGUIN, pero le
faltó remate, me mandó a llamar el Gentiluomo Aquileo Aquilone, hacen
esfuerzos los palafreneros para obligar a cuadrar a SORTARIA colores
blanco y oro en el aparato, el Gentiluomo tenía enorme oficina constructora
y me dijo que quería asociarse, y entró la yegua SORTARIA listos los
ejemplares en el aparato, me ha parlato al cuore, me ha recordado los viejos
tiempos, su preocupación por mi situación actual, partida, y toma la
delantera el ejemplar ESTAMPIDA, el Gentiluomo me ha dicho que
necesitaba un apoderado para su grande firma constructora, se aproxima
peligrosamente el ejemplar ESPEJISMO, el número 8, gris y azul, que
aprovechó la llovizna, acepté porque no tenía con qué comer esa noche, y
avanza por fuera la yegua SORTARIA, gracias al diputado Moncho todos
los contratos del Ministerio eran adjudicados a la firma Aquilaca
Constructora, firme y parejo avanza SORTARIA, éramos socios de
Gonzalito González González, seguida de cerca por CONFUSIÓN y
FANFARRIA la número 5 y la número 6, carreteras edificios puentes nos
encargaban y subcontratábamos por menos precio, CORNUCOPIA y
NOCHE OSCURA se disputan el puntero mientras SORTARIA acomete,
Aquileo discutía con los ingenieros inspectores que denunciaban los
materiales malos o los sobreprecios, y comienza a ceder terreno el ejemplar
ESTAMPIDA, pero el Gentiluomo hablaba al Diputado y los inspectores
eran despedidos o eran asociados a la Aquilaca o transferidos de obra,
ESTAMPIDA dobla el primer codo sin rendirse mientras CONFUSIÓN y
FANFARRIA la siguen amenazadas por SORTARIA, yo peleaba con el
Gentiluomo para que me aclarara las contabilidades, SORTARIA avanza
para dar cuenta del gran favorito, pero el Gentiluomo siempre estaba
ocupado hablando con el Diputado y con el Ministro, y pasó a dominar
SORTARIA, yo trabajé noche y día, protagonizando dura lucha con
ESTAMPIDA, al Gentiluomo le dije que la firma no podía pagarle a los
subcontratistas porque el dinero se iba todo en las contribuciones políticas,
SORTARIA domina por mínima diferencia, pero el Gentiluomo estaba
siempre de viaje a Suiza a ver a la sua mamma, SORTARIA en punta
SORTARIA como una flecha SORTARIA como una paloma color perla
corre sobre el fango escuchando el frufrú de las sedas el chasquido de un
látigo que no la toca SORTARIA oye el clamor de las tribunas que es una
tormenta que la galvaniza, con los belfos dilatados aspira el aire fresco y en
ese instante se encienden como centellas los reflectores de la pista: sin
advertirlo SORTARIA corría en un túnel de afantasmadas sombras que el
crepúsculo hacía danzar bajo sus remos: molinetes de foetazos, las sombras
de los jinetes de CORNUCOPIA y MOIRA parecían azotarla, pero el
chispazo de los reflectores le enciende una pista de color de tiza y el
tintineo de las espuelas la enloquece y hacia el hielo y el frescor de la
arrancada corre SORTARIA entre luces de torres que pasan como centellas
e iluminan hebras de llovizna y arrojan entre sus patas como hidras
remolineantes las sombras del pelotón, y SORTARIA aspira el aire fresco e
inclina el cuello para el envión de la libertad cuando un chasquido del freno
le corta la lengua y los dientes, entonces vinieron las elecciones y con el
cambio de gabinete no tuvimos un solo contrato más para Aquilaca,
empareja al puntero ESTAMPIDA, el Gentiluomo partió a Suiza para
hablarle a la sua mamma, ESTAMPIDA se mantiene en plan victorioso en
la recta decisiva seguida por MOIRA, me demandaron los subcontratistas
por los pagos, SORTARIA retrogada al tercero, los ingenieros y obreros por
sueldos atrasados, SORTARIA se desenvuelve entre las intermedias, los
proveedores demandaron por los materiales y el gobierno por las obras
incumplidas, SORTARIA deja sentir el cansancio en los finales, y todo
llevaba mi firma, mientras se acercan al poste de llegada ESTAMPIDA que
deja atrás a ESPEJISMO, gris y azul, MOIRA blanco y negro,
CORNUCOPIA, oro y plata, yo no podía explicar el faltante de
contabilidad que el Gentiluomo había colocado en Suiza y el diputado
Moncho en contribuciones políticas y se acercan al poste ESTAMPIDA
firme en la recta final para ganar en buena demostración, io ero disperato,
MOIRA al segundo, arruinado y lleno de deudas, CORNUCOPIA se
disputa el tercero acusado de estafador y de pícaro con ESPEJISMO en el
cuarto que saca distancia perduto nella vergogna e la pena a FANFARRIA
en el quinto para pagar las deudas jugué a los caballos aposté a la yegua
SORTARIA la sexta para matarme si no ganaba, y MALHAYA en el
séptimo me he puesto este traje que he cortado yo mismo y SUSPIRO el
octavo patria mea meo cuore RESOLUTO el noveno he escrito Señor Juez
no se culpe a nadie DESPEDIDA en el décimo he anudado la soga
GUÁRAMO en el onceno, agujas, paleta de albañil, CONFUSIÓN en el
doce, una máscara de oro, y en el trece NOCHE OSCURA, violeta con
franjas encontradas negro y plata cruza lentamente el espejo del poste de
llegada mientras los ejemplares apoyan patas finas sobre la gravilla
finamente cernida alzan belfos finos y orejas finas venteando la peste de la
muchedumbre carnívora y el tufo de las máquinas que encienden los
motores mientras en la redoma de los ganadores ESTAMPIDA recibe los
fogonazos de los fotógrafos que dejan caer en el vacío los bombillos
quemados y dejan colgar sus cámaras pendularmente al tiempo que los
palafreneros se acercan y toman por los arreos al ejemplar ESTAMPIDA
que siente la opresión en el pescuezo y deja caer la lengua espumeante
mientras se balancea y apenas se queda quieta colocan sobre sus hombros la
corona de flores y sobre su cara la máscara para que no pueda ver el cortejo
de hombres de oscuro que se palmotean y ríen y hacen chistes y lo libran
del peso mortal del jinete y lo desciñen de sus ataduras y finalmente lo
llevan, muy poco a poco, hacia la oscuridad, abajo, donde sus belfos
perciben el olor del encierro y de la bosta y de la descomposición y sus
orejas se amusgan ante el zumbido de las moscas.
Penthouse

Se abren las puertas y Moncho se da cuenta de que es el piso de la gran


recepción el agasajo y quisiera irse porque en este momento no está con
ánimos pero desde la puerta del lujoso penthouse que es el resumen del chic
capitalino ya lo saludan el doctor Aramendi y su señora doña Amelia
Illaramundi de Aramendi quienes están dotados con la varita mágica de la
cordialidad, de allí el donaire con que luce el modelo exclusivo Ives Saint
Laurent que reafirma su reputación en el buen vestir caraqueño así como
sus dotes de ceramista altamente aplaudidas por toda la metrópoli social, a
su lado el Ciudadano Ministro con su señora que exhibe un traje en
muselina y encajes de corte romántico y el maquillaje firmado por Nestor’s
que está arrasando entre la clase de nuestra sociedad, y para completar lo
humano representativo que campea en la fiesta, volvemos a ver entre
nosotros al Gentiluomo Aquileo Aquilone esta vez acompañado de la
Principessa Sfida della Buggia quienes entre brindis y más brindis repiten
en cada mesa su concepto de la amistad degustando el champaña como
siempre de la calidad más exquisita que jamás falta hasta tal extremo que
bastaba tener la mano vacía para al instante sentir en ella el burbujeo del
dorado líquido a través de copas de cristal de Bohemia pero ya el flujo de
los mesoneros lleva a Moncho ante el Comité de las Damas entre quienes
distinguimos a la simpatiquísima doña Queca de Masteroni quien luce un
modelo de Balenciaga con apliques de felpa rosada, a doña Gracia Eugenia
Pontevedra de Galúrdez quien luce un aderezo exquisito de diamantes,
regalo de sus bodas de plata recientemente celebradas, y la inimitable
Marietta de Bounonni ante quien debió Moncho excusar a su señora afligida
por quebrantos de salud, pero ya un torbellino de radiantes rostros y de
bailadores que siguen el son de notas de ayer lo distancian y allí tropieza
con el vicealmirante Amado Gómez Grieg quien tres días antes ha hecho su
entrada a la vida civil y lejos de estar amilanado se muestra feliz al lado de
Gladys su esposa determinado a bailar hasta que la mañana dijera que el sol
estaba en clarín, escapando de las efusiones y los pisotones Moncho da
vueltas pero ya está aquí la joven generación chispeante de vitalidad entre
quienes distinguimos a Pirulí González luciendo un smoking rosado con
pechera de encaje como siempre inseparable del Pachacho Molina repuesto
de su reciente viaje al extranjero en una eclosión de la elegancia que no se
le escapaba a Cachi Menéndez, Cachifaz para los íntimos monísimo con sus
plataformas plateadas, entre todos le dicen chau vegetal chau pure, pero
Moncho ya tropieza con el grupo de las quinceañeras donde Margaret
Arizamele Istúriz se empeña en enseñarle los últimos compases a la luz del
estroboscopio en la miniteca instalada junto a la chimenea y aunque hubo
mucho que rogarle allá va Moncho alternando con la generación que se
levanta a los compases de Flying Rat de los Deep Purple bajo la batería de
luces Moncho amarillo Moncho azul Moncho rojo Mon Mon Mon Mon
Cho Cho Cho Cho bajo luces multisápidas y parafernálicas se encuentra
saludando de lejos al Excelentísimo Embajador de los Estados Unidos y
señora vestida con esa elegancia que ninguna dama en el agasajo ha dejado
de reconocer como norteamericana, rendidos los respetos al cuerpo
diplomático Moncho pregunta por el baño pero ya lo busca para un
coloquio privado frente a la fuente de roca plástica el encantador Joselito
Marrero tan fresco y nadie diría que son cincuenta abriles quince de ellos al
frente de la Asociación Bancaria y mientras los mesoneros de la atenta
agencia del Catire Rosales le cambian el champaña por un Buchanan’s
Moncho dice que sí y cuando va a tomar un sorbo ya le han cambiado el
vaso porque ahora el gusto es de Monks, Joselito Marrero le presenta al
grupo de inversionistas que estudia nuevos mercados y las perspectivas de
que siempre con el financiamiento y la comprensión del Estado se instalen
plantas de monómeros de tetrámeros de pentámeros y de polímeros pero
dejemos las cuestiones serias pues ya en el grupo aparece la siempre bella
Nicoletti consorte del general Arias Montán, que está pulsando el tema de
los ascensos en la Comisión de Defensa y Moncho le dice que sí a todo y
aprovecha para dejarla conversando con el Embajador de la República
Federal de Alemania que es la gentileza en persona y Moncho voltea
seguido de sus secretarios particulares Chacho y Tacho para encontrarse con
Katty quien está reconozcámoslo en un estado de alteración debido quizá a
los vapores del champaña o a los humos que soplan desde la terraza y le
dice cosas al oído aunque entre los más próximos se escucha que al fin para
cuándo es ese divorcio y qué hubo del carro que iba a meter por la Aduana
afortunadamente Fran quien se robó el primer aplauso cascabelero del
agasajo por su designación como Hombre del Año en Publicidad la distrae
hablándole en inglés con una sonrisa acaso demasiado sonrisa a lo que ella
responde en un inglés pocho con otra sonrisa demasiado sonrisa debido a
que en ese momento el flash los sorprende para la crónica; es ya el
momento culminante de la fiesta lo que se nota pues comienzan a funcionar
las cámaras de Noti Cine y las cámaras de la prensa y las cámaras de Noti
TV y los micrófonos de la radio y aparecen cascos morados en los techos de
los edificios inmediatos en los ascensores en la cocina en el cuarto del
servicio al tiempo que a las Gloriosas Notas del Himno Nacional de la
República hace su aparición el Presidente Entrante acompañado de la
Primera Dama y demás integrantes del Tren Ejecutivo quienes se ven
emblanquecidos por los vatios de los reflectores y las luces de la miniteca,
pero como siempre el morbo de la política impulsa al Ciudadano Presidente
de la Cámara del Senado a iniciar con Moncho una conversación sobre la
nueva correlación de fuerzas parlamentarias a la cual responde Moncho
tomando un sorbo del vaso que tiene en la mano que ahora es un Johnnie
Walker, y al voltearse empujado por uno que otro espontáneo que quiere
cumplimentar per se a los nuevos mandatarios, se encuentra con el
Presidente de nuestra Junta Editora del Grupo de Prensa quien le pregunta
cuándo le hacemos un reportaje de primera página y no se sabe si es una
zalamería o una amenaza, de todos modos Quico Camargo le dice a
Moncho que qué mosca le ha picado al Presidente, si nuestras pautas de
aviso son una de las cuentas más importantes en sus periódicos, y por qué
vamos a pagar los platos rotos, allá él sí tiene problemas con el Ministro,
pero el nuevo sorbo del whisky que es ahora un Haig lo enfrenta con los
Criollitos del Llano Adentro y Dilia Salcedo que está que echa chispas
porque notó la escena con Katty y como se da en la sociedad junto al
mundo del placer están las musas y aparece el poeta que anda cagándose en
el alma de todo el mundo porque no le han dado un cargo de ataché y si me
sacan de la fiesta armo un peo poeta armo una vaina poeta pero ya los
separa una fuente de foie gras y un gran centro floral con la tarjeta del
Gobernador, y todavía de luto pero siempre en tope chic Lastenia González
viuda de González González de regreso de su viaje por Europa, porque
Lastenia es una mujer de espíritu abierto, extrovertido, campante de
amistades que anda recomendándole a todos su hijo Gonzalito González de
González, uno de nuestros solteros más prometedores, quien preferiría estar
allá, con la juventud, y lanza miradas al Pachacho que se la vacila suave, y
como joya prestigiando la noche la bellísima Miss Venezuela que se dirige
hacia Moncho para plantearle las mezquindades financieras que le impiden
representar en debida forma el patronímico en el Concurso de Miss Mundo
y Miss Universo y Miss Cosmos y Miss Galaxia a poner en alto el pabellón
y los colores nacionales y fomentar el turismo y la belleza típica que en este
caso se muestra en un traje de encajes y bordados con inspiración de líneas
neta mexicana, como el que usaban las niñas hijas de los grandes
hacendados cuando se iban a casar y entonces los altoparlantes que están un
poquito altos comienzan a cortar la conversación con estática y corridos de
los Criollitos del Llano Adentro de manera que todos huyen hacia la terraza
donde toldos de sedería cobijan la intimidad social de los asistentes ante
uno de los buffets más soñados en la historia de las Américas mientras
desde arriba se puede oír la tranca de tráfico y las cornetas y las discusiones
con el batallón de cascos morados que desvía el tráfico y toca pitos y menea
las ZK mientras los reflectores escarban los edificios inmediatos en busca
de francotiradores y hasta aquí bajo el ventarrón lo persigue a uno un
mesonero que le cambia el Haig por un White Horse y se empeña en
ponerle en la mano canapés y camarones y hallaquitas y champiñones y
cebollitas y tequeños que parecen dedos cortados y rollitos de jamón que
parecen tiras de piel y huevitos de codorniz que parecen ojos y anchoas y
trocitos de pizza de modo que con tantos obsequios el estómago se hace un
nudo al ver las maravillas del buffet donde ya hace estragos mordiendo
pechugas Moñoñito Stefané, recientemente operado por Abraham Cohen el
mago de la plástica, monstruo polimorfo obeso del cogote al pecho y de allí
entallado hasta las piernas de elefante porque la operación se quedó a medio
camino, Stefané Moñoñito convida a Moncho con el gesto indicándole la
fuente de bouillabasse y la fuente de paté trufado como vientres tumefactos
junto a la platería quirúrgica de los cubiertos y las llamas azules de los
mecheros que mantienen calientes agusanadas pastas a la carbonara
cercanas a los abiertos cráneos donde rezuma la masa de caviar, Moncho
desvía la mirada y allí encuentra una de las piezas de la justamente célebre
colección de porcelanas de doña Amelia que es un sátiro de mirada
sugestiva de donde mejor voltear para un angelito de Sevres que enseña el
culo de donde mejor contemplar un galgo ruso que parece igualito que se
sacudiera una mosca que en ese momento pasa ante el rostro de Moncho y
enfila hacia la cara de Mauricio Díaz, con algunas canas, extrovertido y
chisposo, hasta hace poco el Segundo Jefe de la Casa Militar y pronto al
inicio en Washington de un curso de importancia para su carrera, quien, tras
incentivar el decir social, a prima facie mezcla diversos tópicos del
quehacer nacional con Moncho que voltea para encontrarse con el rostro de
momia del cronista social Paco Cecil Paco quien le recomienda unas
pastillas para el hígado que a él le hacen maravillas y entonces el estampido
que pone a todos a correr y que no es más que una botella de champaña que
se ha caído suerte suerte eso trae suerte no se sequen que trae suerte y todos
se recuperan suerte suerte y es propicia la ocasión para anunciar los premios
del Sorteo de la Fundación Mendible como siempre en campaña contra la
distrofia muscular, el gran hombre de empresa que solo interviene en
política cuando es estrictamente necesario ha venido a presentar sus
parabienes a la pareja presidencial, sin darse cuenta Moncho ha dado contra
el vestíbulo donde un arrempuje de cascos morados y de elegantes y de
gentes de espíritu que se paran en puntas de pie para mejor mirar al
Presidente Entrante lo desplazan hacia el grupo de las damas integrantes del
Nuevo Crucero que saldrá rumbo a Grecia a beneficio de los Internados
Rurales de donde regresa al marco ameno, respetable, sutil, romántico y
familiar y a la vez fuera de protocolo de la mesa del Secretario de la
Cámara de los Industriales donde tras sufrir algunos sofocos por el
entusiasmo de las vueltas y los codazos de rigor que lo rechazan hasta la
cocina donde batallones de chefs en gorros blancos se lanzan órdenes e
insultos entre una carrera de mesoneros que quiebran vasos y un vaho a
tequeño frito que lo impulsa a correr hacia otros pasillos del penthouse
donde solo hay cascos morados que como están de servicio no aceptan los
vasos de 100 Pipers que los mesoneros se empeñan en acuñarles y al final
pasa por cuartos donde hombres en mono azul descargan sacos de cubos de
hielo y atisba en una desolada trapería montones de bultos cubiertos de
sábanas como sudarios y sale por la puerta de la servidumbre.
La frontera

Rubén cruza la frontera y regresa al país caminando por calles polvorientas


dentro de las cuales torbellinos de moscas golpean contra lentos
automóviles que caen en los baches y tocan cornetas entre reflejos de las
platinas y chirridos de los amortiguadores y crujidos de las cercas de
madera de los camiones que deambulan lentamente bajo el sol en donde los
torbellinos de moscas por un instante planean en una pantalla dorada para al
instante siguiente, de perfil, volverse una cuadrícula gris que luego, de tres
cuartos, es la cara de una vieja con zarcillos de latón y vestido de algodón
azul con manchitas blancas, cara a través de la cual se filtran la luz y el
calor cuando el enjambre de moscas disolviéndose gira sobre los parabrisas
espejeantes del Pontiac y atraviesa la polvareda para formar un viejito
vestido de caqui que deambula entre la polvareda de las hileras de carros
caminando hacia atrás sin hacer caso de los gritos de las cornetas
tambaleándose sobre los pies uno calzado con una alpargata vieja el otro
descalzo que al tocar el piso ardiente hace estallar el torbellino de moscas
que pasa como una nube entre el Jeep rojo y la camioneta Volkswagen gris
y se eleva hasta el letrero en chapa de zinc Abastos para caer al pasillo
polvoriento donde las cortinas de hierro y la caja registradora tras la cual la
tromba de moscas se convierte en una señora pálida vestida de negro que
tose mientras llena una bolsa de papas que se rompe regando las papas que
ruedan entre la lluvia de moscas de la tos que avanza como un torbellino
hacia la calle llena de camionetas y ondas de calor y papeles sucios que
vuelan alrededor del sitio donde el torbellino de moscas se condensa en la
figura de un viejo calvo con ojos azules y manchas de sudor y de sangre y
de verduras en la camisa que se rasca mientras grita cosas que no se
entienden y deja salir de su ojo derecho un destello que desintegra el
enjambre de moscas provocando sobre el suelo caliente una sombra que se
disuelve evaporándose frente a los vidrios del refrigerador donde aparecen
latas y cartones y botellas de refrescos y envases con quesillos duros como
caucho de los cuales huye la tromba de moscas para avanzar a
contracorriente del tráfico por la calle en cuyas paredes afiches rasgados y
letras pintadas con aerosol y tachadas con duco dicen por una clase obrera
combatiente y Abaj el Imp entre las chapas de latón de la Pepsi y Libertad
para los Pres Polític entre los cuales la tromba de moscas por un instante
enjambra la figura de una anciana vestida con falda corta rosada que camina
de lado bamboleándose entre las ondas de calor que le despeinan un greñero
color de mecate que se le derrama desde una cara que se le derrite por el
fulgor del sol que se le refleja en la olla que se le estremece colgando del
antebrazo que se le descoyunta haciendo tintinear una pulsera de plástico
que se le desintegra en una zumbante nube de moscas que golpea contra los
letreros Almacén La Linda Mueblería Gran Baratillo y rebota hasta el
centro de la calle donde forma la silueta de los tres hombres que caminan
respectivamente con las manos apoyadas sobre la cadera con los dedos
hacia adelante, caídas al lado del bolsillo, y bamboleándose, vestidos con
camisa de manchas blancas sobre fondo verde, camisa de círculos
anaranjados sobre fondo negro y camisa de cuadros de una cuarta de ancho,
ceñidos con cinturones de imitación de piel de culebra, de plástico y de tela
cuyas hebillas respectivamente arrojan fulgores a sus caras respectivamente
tocadas con sombrero tejano, con gorrito de faena azul y con gorra verde
con falsa insignia militar, lentes oscuros con marcos dorados y reflejos
dorados sobre la piel cobriza que por los momentos descubre los reflejos
dorados de los colmillos y desaparece en los fondos cobrizos de las sombras
de los aleros y los interiores de las ferreterías para desintegrarse finalmente
en una penumbra gris de la que el enjambre de moscas resurge para
condensarse en la silueta de un muchacho que corre por la calle con una
camisa oscura en la que estallan florecitas anaranjadas como el pelaje de un
tigre que se refleja en las bombas de gasolina en prismatizaciones rojas y
azules que se estratifican en franjas que ondulan como alambres al rojo vivo
y se pierden en las irisaciones del bloque de hielo del vendedor de raspado
que centellea tras los espesores mielados de las botellas de granadina
justamente frente a la pared blanca donde han arañado las manos de los
borrachos y de los locos y de los que esperan hasta formar una tormenta de
arañazos grises que centellea y relampaguea y descascara la lepra de la cal
que se recompone en una nube de puntitos negros que parpadea
transparentándose sobre la polvorienta distancia de las calles en donde
ondula cercando las banderolas rojas de los camiones cargados de cabillas
herrumbradas sobre los cuales nuevas manchas estallan en enjambres de
disolución y corrosión y corrupción en manchas rojas sobre pared gris con
descascaraduras azul bebé y manchas grises sobre pintura blanca sobre
cartón piedra y manchas grises de gargajos que giran en el aire y manchas
de perros que mean lanzando glóbulos polvorientos al pie de los postes
raspados por parafangos y ruedas y tacones y manchas de vómito sobre las
que deambula lentamente el loco que se cubre del sol con un trozo de
plástico verde que ondula mientras el enjambre se reúne en la silueta de la
muchacha de pantalones anchos que aletean un instante para dar paso al
reflejo que el hueco de un techo de zinc deja caer sobre el aluminio bruñido
del techo de un autobús ante la perspectiva de los techos de los carros que
se desplazan trabajosamente brillando como cajas reflejadas en las latas de
aceite y de cerveza que tintinean en el piso pateadas por los vendedores de
periódicos y de revistas y de muñecos de plástico que chapalean descalzos
en los charcos de agua de radiador cerca de la esquina donde la tromba de
moscas se condensa en una señora gorda vestida de negro con zapatos de
tacones comidos que se bambolea abrazando un paquete largo envuelto en
papel verde que pasa como una bandera frente al anuncio donde hay una
visión de los muslos de Katty Kitty y Ketty echadas como cochinas rosadas
junto a una botella de cerveza que vibra en violento oro azul y encarnado
sobre un remoto fondo opalino de burbujas y de espuma que enloquece a las
moscas con un vaho de reverbero que las hace explotar sobre las ondulantes
polvaredas para formar la cara de un policía que avanza lentamente entre la
camioneta cargada de cajas de cebollas y el Chevrolet de la carrocería
comida por el óxido hacia el zaguán donde está la venta de alpargatas
dentro de la cual las moscas forman la silueta de un negro echado que viste
pantalón color de aceite de motor y camiseta de franjas grises y rojas y
sombrerito tirolés y que raspa un fósforo contra una cajita azul donde sale
una mariposa anaranjada que hace estallar una llama que desintegra el
torbellino de moscas arrojándolas hacia el horno de la calle donde se
derriten formando el charol de brillantina sobre la cabeza de un muchacho
con cara de indio que viste una franela manga larga donde está estampada la
visión frontal de una procesión de carretas custodiada por toda la guarnición
de Fort Apache que viniendo de la aridez de la pradera se hunde en las
ondas de un río que es tan grande como un mar y tan espejeante como una
torrentera de espejismos que se disuelve frente a la pared de bloques
pintada con asbestina verde bilis y tachonada de propagandas electorales
desgarradas como piel que se desprende que enmarca las cortinas de metal
pintadas de rojo morcilla y la pared pintada de rojo sangre frente a la cual
cruza el Ford anaranjado con los vidrios cubiertos de polvo ocre ante el cual
el torbellino de moscas hace la figura de una mujer de pelo chicharrón
agusanado de rollos de plástico rosado que abraza un radio de transistores
que sintoniza Apambichao contra la camisa de estampado vino tinto sobre
fondo coral contra la que destacan una cadenita y la tira de un sostén que se
mueven al ritmo de un culo que revienta en pantalones cortos mientras
esquiva los huecos del camino con zapatos dorados que hacen chispear los
papelitos desechados de las cajas de cigarros, de los chicles y los condones
que se tuestan retorciéndose en la polvareda de la calle en la que los carros
en pleno sol prenden las luces de cruce, de vía, las intermitentes y las bajas
y las altas para iluminar entre la polvareda a la negra gorda con cholas de
plástico que se tongonea en medio del cruce como si bailara o estuviera
mareada por el corneteo o por el pañuelo encarnado con microbios verdes
que centellea en su cabeza hasta que la disolución del mosquerío finge
frente a ella las niñitas desdentadas que sonríen saltando sobre las plantas
de los pies que se les queman sobre el suelo lleno de latas aplastadas y
capas de papel sucio entumido en aceite sobre el cual el mosquerío forma la
figura del policía que se mueve entre lentas sombras contrahechas de seres
humanos que se encuentran y se desencuentran a lo largo de la calle entre la
caravana de camiones y de camionetas y de gandolas entre las cuales Rubén
deambula atropellado por los reflejos y por los estallidos de los escapes y
por los cornetazos encontrándose una y otra vez los mismos Dodges y
Fords y Macks que le cierran el paso y en cuyas parrillas bulle un enjambre
de moscas que prende bajo sus axilas y zumba hasta concentrarse en la
forma de la Browning que esconde bajo su chaqueta.
III
Ecce Humus

La noche me enamora más que el día


Pero mi corazón nunca se sacia

Anónimo margariteño
Un paseo en moto

Duermo en una cuneta y al despertar me restriego los ojos y palpo la


pistola. Me levanto, hago gestos con el pulgar. Gandolas altas como torres y
automóviles de centelleantes parachoques lanzan un huracán que me
sacude. Un motociclista con chaleco de escamas de hierro y vidrio se
detiene y me hace señal de que monte. En las comisuras de sus labios,
hilillos de plastificada baba. La cara un mapa de insectos aplastados. En la
piel bronceada, hilos claros de collares. Arrancamos. Me aferro a su torso.
Su pelo largo me latiguea los ojos. Lagrimeo. Un sonido somos. Montamos
una ametralladora. Rastro de chispas sale del escape al rojo vivo.
Cabalgamos un eructo. En medio de espejismos cruzamos fosilizados
paisajes de arcilla roja y piedra dinamitada. En el horizonte se funde un mar
de reflejos. Regiones de humo blanquecino y nubes de cristales de sal
cruzamos mientras lloro. Vienen hacia nosotros cartelones con sonrisas de
pasta de diente y automóviles chocados, papillas de cromo y sesos
salpicantes. Irrumpimos en una llanura de escarchado vidrio de parabrisas y
gotas de sangre achocolatada. Cada vidrio nos devuelve nuestra silueta en
azul mentolado contra la mostaza del sol. Los anuncios de límite de
velocidad decapitan jóvenes que se persiguen en convertibles de motores
trucados. Aplanadoras amarillas lo machacan todo. En el rugido de la moto
oigo palabras. Columnas de tierra señalan el paso de las radiopatrullas. A
campo traviesa huimos de las alcabalas móviles donde los guardias fusilan
guerrilleros. A veces creemos estar dentro de pueblos, pero solo vemos las
enormes sonrisas de los cartelones. En las bombas de gasolina, pandillas de
desaforados inyectan aire a presión en los oídos de sus víctimas y bañan los
automóviles de gasolina. Duelos de hombres empapados de aceite, armados
de yesqueros. Altoparlantes con estática tocan música suave. Lanzamos
puñados de tachuelas a los vigilantes de tránsito. En un bar del camino, un
hombre con un cuello de botella incrustado en la frente pone los ojos en
blanco y cae. Casas atrapamoscas donde un hambre de siglos devora todo lo
que pasa, incluso los gritos de los que tratan de escaparse. Del silenciador
de la moto salen estelas de colores. Una formación de aeroplanos blancos
cae hacia el infinito y forma en él una estrella. Todos los relojes de la Tierra
tratan de sincronizarse y nosotros lo evitamos.
Hediondos a náusea y a aditivos de motor, nos tapamos la cara con los
brazos, entre las nieblas de insecticidas. Eligiendo los sitios en donde
estrellarnos. Contra los camiones llenos de bombillos multicolores y altares
de vírgenes de plástico. Contra las garitas de las autopistas, llenas de vidrio,
tarjetas despedazadas y gas lacrimógeno. Contra las filas de maquinitas de
juego de los paraderos de las carreteras. Cometas de neón y estrellas de
níquel. Bolitas mercuriales rebotando en paneles hipnóticos bajo las
guirnaldas de neón amarillo, azul y rojo. Todo el resto de nuestras vidas
pasa a esta velocidad. Lo único que vale del mundo. La posibilidad de
dejarlo atrás. Pastas de moco, mierda y semen resbalan por el asiento que
quema. Todo quema. Nuestras propias uñas y el tacto de nuestro tacto
quema. Cruzamos con flotillas de motocicletas robadas. Vendedores de
frutas nos tiran mandarinas y ladrillos a la cara. Los automóviles pasan
llevando tras sus cristales antisolares cadáveres congelados con lentes
antisolares. Aceleramos dejando atrás camiones que llevan campesinos a
los mítines. Señales de tránsito equivocadas. Desvío. Peligro. Cambio de
dirección. Cambio de luces. Acelere. Desacelere. Banderolas rojas. Cruce
prohibido. Puentes inconclusos con varillajes de cabillas al aire. Obreros
con equipos de acetileno nos sueldan estrellas en las uñas. Revientan
neumáticos y seres humanos. Ambulancias repletas y turbas cayéndose a
golpes para ver los mutilados. Crepusculares procesiones de automóviles
con los faros de emergencia titilando. Una noche de asfalto comienza a salir
por nuestros poros. En la cara nos espejean faros de alta potencia y luces
antiniebla. Pero nuestras pupilas ascienden en medio de un enjambre de
fosfenos y chispas de jaqueca.
En lagos de asfalto flotan carburadores rotos, bujías desechadas,
eventrados cadáveres. Nos hundimos dentro de nuestra propia sombra, en
un mundo viscoso donde torres de petróleo y balancines se destacan en
blanco, como negativos, contra las antorchas de metano. El motociclista
está dormido. Hombres de verde con metralletas terciadas vigilan la caída
de las partículas de oscuridad en las erosionadas colinas. Reflectores
azulados hurgan las contexturas del tiempo. Descubren hediondos pubis y
entretelas que durante el día parecen colinas. Mareas de esperma rebasan
los montes. Las alarmas suenan una tras otra, entre el alambre de púas.
Dentro de un sueño, nos perseguimos a nosotros mismos, que vamos
más adelante, y huimos de nosotros mismos, que vamos más atrás. Paisajes
lunares con bosques de correas de radiador y flores de espejos retrovisores.
Llaves inglesas y alicates ayuntan sobre las playas de latas vacías que dan a
un mar de liga para frenos. La luz preternatural de las refinerías vigila la
ferruginosa transición de lo animado a lo inanimado y de los cables
eléctricos a telarañas cazadoras de helicópteros. Radiotelescopios
gemebundos captan la radiación de mundos lejanos desintegrados. Los
vendavales traen hojarascas de condones usados. Los ataúdes de las
funerarias están llenos de acumuladores. Circuitos de televisión filman
imágenes de televisión que filman imágenes de televisión. Satélites
artificiales delatan los últimos restos de protoplasma a las moledoras de
carne. Con turbinas de cesio la moto se eleva hacia la esfera de las estrellas
fijas. Nos araña la cara la materia de las nebulosas: púas de erizo, restos de
estrellamar, polvo de desecado coral y tiza. Dejamos atrás franjas de
arcoíris. Galaxias leprosas se alejan de nosotros, corriendo hacia el rojo.
Nos mecen nubes de esporas, gérmenes de gérmenes y cromosomas de
mundos. Caemos hacia una atroz zona de la nada donde solo hay desechos
y hasta la luz es corrupta. En el centro del cielo, una purulenta tierra sobre
la que comienza un eclipse. Advierto que comienza el eclipse de todo el
universo.
Despierto otra vez en la cuneta y descubro que no he avanzado un
milímetro. La culata de la pistola me ha hecho una marca en las costillas.

Dámela sin masa. Los desterrados. Dámela con masa. Hijos de Eva.
Jugo de tubo. Por mi culpa. Y la guasacaca. Perdona nuestras deudas. Una
de aguacate. Señor, no soy digno. Una tapatapa. Ruega por nosotros.
Pásame la drácula. No morirán. Hijo del Padre. Dame la malvada. Este es el
Hombre. Sírveme una lisa. Poncio Pilatos. Una media jarra. Madre de Dios.
Tráeme a mí un tercio. A ti suspiramos. Trae pasapalos. Cantemos al amor.
Pásame el picante. Luz perpetua. Pásame el mojito. Yo soy la luz. Pásame la
reina. Levántate y anda. Dame la cuajada. Pecados del mundo. La reina
pepeada. Sobre esta piedra. Cuartico de leche. El Señor es contigo. Jugo
tuttifruti. Con Compasión. Marroncito corto. Crucificadle. Ración de
patilla. Imagen y semejanza. Dámela sin masa. Valle de lágrimas. Dámela
con masa. Clama en el Desierto. Fractura del cráneo. Dad al César. Fractura
del tarso. Ojo de la aguja. Fractura de rótula. Cuerpo Sagrado. Fractura de
tibia. Venga a nos Tu Reino. Disco desplazado. Casa de oración. Puntos de
sutura. Fruto de tu vientre. Equimosis múltiple. Hágase tu voluntad. Herida
de bala. Diestra de Dios Padre. Póngase en la cola. Ver para creer.
Muéstreme la cédula. Dios está aquí. Rueda para el Sifa. Dejad que los
niños. Va para La Planta. Mírame esa nena. Esclava del Señor. Bajen esa
radio. Persecución por la justicia. Va para Cotiza. Llena eres de gracia. Qué
rico ese mambo. El pan nuestro de cada día. No hay plazas vacantes. Esta es
mi sangre. Suelta esa navaja. Yo soy la vida. Quedó igualito. Polvo eres.
Tan bueno que era. Me has abandonado. Dámela con masa. Marroncito
claro. Ración de mondongo. Cachapa con queso. Cabello de ángel.
¡La cuenta
y un policía!
3.— La batalla del millón de galaxias

3.1.— GNOSSOS convierte en novas la masa de las estrellas de los brazos


de una galaxia espiral. El proceso continúa de afuera hacia adentro y el
resplandor enceguece la noche. Cuando el estallido de estrellas se extiende
como una reacción en cadena, la galaxia completa, fustigada por la
explosión perenne que se alimenta de su propia materia, comienza a
moverse, acelera, y embiste contra la galaxia en cuyo corazón prepara
CATACLIX la explosión que ha de desencadenar el fin.
3.2.— CATACLIX incendia una galaxia barrada, y la interpone como
escudo contra la galaxia proyectil que le ha disparado GNOSSOS. Los
raudales de energía de la colisión sumergen en una nube de radiación la
galaxia matriz de la bomba.
3.3.— CATACLIX dispara una andanada de galaxias escudo para aislar
los centros de memoria de GNOSSOS.
3.4.— GNOSSOS inicia la creación de novas en los bordes de una
galaxia lenticular, y mueve las estrellas enanas de materia hiperdensa que
resultan del proceso hacia el centro de la galaxia en movimiento. Allí,
reunidas por la fuerza gravitacional, las enanas blancas chocan con las
enanas blancas, engendran supernovas, y estas colapsan en un gigantesco
núcleo de materia todavía más densa, núcleo que conserva el movimiento
imprimido originariamente al sistema por las explosiones del borde, y atrae
el resto de las estrellas de este, que lentamente se van hundiendo en el
abismo gravitatorio. De allí el proyectil que contiene en estado concentrado
la materia de toda una galaxia, que arrastra a su paso, como telarañas, las
galaxias escudo que le opone CATACLIX.
3.5.— CATACLIX desvía el proyectil hiperdenso concentrando
suficiente materia para curvar el espacio, en cuyo ámbito finito y circular el
proyectil hiperdenso regresa a su punto de origen.
3.6.— GNOSSOS elude la arremetida del proyectil hiperdenso
expandiendo el espacio y alejando sus sistemas galácticos hacia una
frontera que está en todas partes y en ninguna.
3.8.— CATACLIX ataca con galaxias lenticulares que concentran sobre
los bancos de memoria de GNOSSOS la radiación de todo el sistema de la
Metagalaxia.
3.9.— GNOSSOS envía contra las galaxias lenticulares galaxias de
antimateria. Mutua aniquilación de las ruedas refulgentes al tropezarse en el
vacío.

Rubén no des tumbos por la ciudad, Rubén no te dejes ver tanto, Rubén
no mires con tanta curiosidad, Rubén no te dejes tropezar
Rubén
ah
Rubencito yo conocí a su papá
Pero cla
Pero claro, el tuerto Pablo, esa es la ventaja de ser feo que uno no se le
olvida a la gente, el ojo lo perdí en un accidente con un taladro y la
compañía me liquidó con cuarenta salarios; quedé cojo de un tiro tratando
de escaparme de una Prefectura cuando la primera huelga petrolera, en las
contratistas no pude engancharme porque los musiúes me pusieron en la
lista negra; de chofer no seguí porque no me daban licencia por tuerto; de
pedigüeño no quise, por coraje; de bodeguero traté, vendiendo chimó y
plátanos madurados con carburo, zape mosca, pero la situación estaba mala;
de obrero de la construcción quise meterme, pero perdí el dedo tratando de
agarrar a un italiano que se cayó de un andamio; de vendedor ambulante,
mosca, no servía, porque de feo les desprestigiaba el producto; crié
cochinos y lo dejé por la tristeza de los animalitos en el matadero; tuve
mujer y se me fue; hijos tuve, y no sé dónde; regresé al conuco de mamá y
lo encontré con cercas de don Gonzalito González González; milité en el
partido y lo ilegalizaron; me llevaron preso por andar iquique de correo; ahí
perdí los dientes que me quedaban; a su papá fui uno de los últimos que lo
vio en la cárcel; del partido me botaron porque por salir a la calle firmé el
papel donde me comprometía a no actuar más en política; delincuente no
quise; constructor de ranchos me inventé usando cajas de carros importados
y planchas de lata de la propaganda electoral, y la policía me ponía preso;
de un hambre me sacó un doctor que me atropelló con su carro y me pasó
un billete para que no lo denunciara; de víctima de la dictadura no quise
hacer porque yo soy ñángara, y no víctima; robé el pan en la puerta de las
casas en la madrugada; enfermé y en los hospitales no me quisieron; vendí
perros calientes y lo dejé por el sentimiento de un amigo que murió
cantandito (mosca, mosca); por el mundo andé, Rubencito, y solo vi el mal;
lotería vendí y decían que no le traía suerte a los quintos; me recogían en las
redadas por no tener profesión ni oficio conocido; ni santo ni piedra imán
quise vender porque no creo en eso; de la desesperación quise matarme, y la
soga estaba demasiado cara en la ferretería; veneno no pude comprar en la
farmacia; en el puente del Guanábano me quise tirar y un tombo me dijo
circule; entonces, Rubencito, me dio una rabia, yo honestamente quería
matarme y la honestidad no da ni para eso, comencé a mirar al suelo
(mosca, zape).
Mirá, Rubencito, de tanto ver para el suelo encontré unos lentes negros
tirados en la basura y un sombrerito tirolés con plumita, y ahí me inventé
cómo vivir, en todas las gestorías te dicen eso se lo arregla un señor con un
sombrerito que anda por ahí (mosca), y me estrené de gestor en las colas,
vos sabéis, Rubencito, hay que aprender a picar el ojo y hacer morisquetas
como puta y decir quiubo pues y hacer señitas de tú sabes y darle al pulgar
contra el índice para que crean que uno está en la movida, y toda la gracia
es hacer las colas por otros llevando en la mano unas planillas y poner cara
de pícaro porque si no parecéis sinvergüenza no te ponen confianza (mosca)
y mucho ya va a estar la cosa, y eso hay que hablarlo con el que decide, y
monerías de inglés que si guasamara que si yustaminit; disfrazado yo de
pachuco, ah jaiba, si me viera tu difunto padre Álvaro Luque, Rubencito, se
reía porque él también se la pasaba de disfracisto por cosas del partido
(mosca); Rubencito, si no tiene que hacer lo invito (mosca); yo vivo ahí
mismito (mosca); suba y cuidado si se resbala; agárrese que es empinado; el
perro ladra para que crean que muerde pero él también es un pendejo, está
que se cae de viejo, Rubencito, no lo vais a creer pero fue una vez perro
sabio de un circo que distinguía los colores pero ahora está cubierto de
moscas; mirá, Don Felipe, callate, no ladréis más, que este es Rubencito
que es amigo; andá, pasá, pasá adelante, no te asustéis, las patas de cabra y
las llaves viejas son para que me crean salteador y me tengan miedo,
callate, Don Felipe, callate, el foquito rojo es para que crean que aquí hay
un mabil y respeten la santidad de este hogar, y las fotos de los candidatos
son para que me crean político y no me jodan; ahora, Rubencito, sentate en
esa colchoneta, dejá que te busque comida, si Don Felipe no me la ha
comido debe haber una empanada fría, no te molesteis por los olores ni por
los ruidos Rubencito, no dejéis que Don Felipe te lama, que te pega la
sarna, y ahora, Rubencito, decime qué te pasa, que andás de clandestinisto
se te nota a la legua; que no tenéis ni una puya se te ve; que estáis sucio
flaco y con hambre atrasada se te distingue; que las lengüetas de los zapatos
se te brotan, que el pantalón se te deshilacha, que estáis tostao loco del
cerebro no me lo vais a negar, que bajo esa chaqueta tenéis tremenda fuca
no me lo vais a disimular; que en la primera redada te ruedan, es de cajón,
mirá, Rubencito, si no tenéis dónde enconcharte te quedáis aquí, eso sí, esta
noche te vais a tener que aguantar la reunión de los pájaros (mosca, zape,
mosca).
La mosca elude el manotón y se eleva. Por las rendijas de la hojalata del
techo escapa hacia la noche. Entre el enredijo de antenas y de conexiones
clandestinas de electricidad, vuela. La mosca recorre las humaredas y
desciende sobre los pescuezos escrotales de los zamuros dormidos. Chupa.
Vuela. Se pierde en los plumajes de un negro tornasolado. Vuela.
Zigzagueando sobre las humaredas deja atrás tibios montones de formas y
embiste el filo de acero de las pa pa pa pala pala palas de los trac trac trac
trac trac trac tractores buscando figuras humanas que la eluden a
manotazos. La mosca vuela, dibuja serpentinas elude embiste elude embiste
la figura que está ante la puerta de un rancho. Vení Rubén te presento a
Juancito, Juancito es el que organiza los niñitos pordioseros del bulevar y
les cobra por la zona, y los manda que toquen en los apartamentos y le
informen los que no tienen gente en el momento para entrar, así mata dos
pájaros de un tiro; decime cómo te ha ido, pajarito. Muy mal, porque José
Turpial me hizo ahuecar el ala de la Calle Real para colocar los pichones de
él que además usan muletas y llagas. Decime qué traes por ahí. Placas de
bronce y farolitos de jardín arrancados para que los revendan los hermanitos
Gavilanes. Vení Rubén, conocé a Cucarachero que cuida estacionamiento,
decime, Cucarachero, cómo está el trabajo. Volando bajo, porque los
clientes aprendieron el truco del garabato ilegible para cobrar demás de la
hora, menos mal que me desquito con tapas antenas espejitos y faros que
justifico con el papelito que dice no respondemos por daños, aquí traigo
este saco de alpiste para que lo revendan los hermanos pájaros. Trago largo
de esta botella, Cucarachero, pa tu guargüero. Mirá, Rubén, conocé a Don
Cotorra, él pide por las casas para comprá una medicina, enseñando una
receta que le dieron el año 28. Sí, pero hoy aterricé en el zaguán de una
vieja empeñada en llevarse la receta a las narices porque como era sorda no
entendía si era una receta o un billete de una rifa; el estado de mugre del
papel justificatorio era tal que se desintegró en sus manos, y en eso yo
viendo volar mi medio de vida, grito pidiendo indemnización,
indemnización; asombrado por la poca receptividad de la vieja que
comenzó a llamarme vampiro y otras impropiedades, fingí un ataque al
corazón para excitar su caridad. A lo que la vieja con furia de harpía
contestó bañándome de orines con una vacinilla y dándome rebencazos
mientras gritaba Santa Espina Santa Cruz, devuélvele la saluz, con la
gravedad de que se reunió una bandada de viejas que repetían como
cotorras el conjuro salutífero, y enervado por aquella periquera levanté el
vuelo dejándoles el plumero. Bebé, Cotorra, bebé de esta botella, y no
olvidéis que el primer maíz es de los pericos, bebé y quedate tranquilo, que
desde ya decidimos que la etiqueta de la botella sea despegada para que
sirva de nueva receta. Pasá, amigo pajarito, mirá, conocé a Rubén, Chicho
Tordito trabaja en la bomba de gasolina, decime cómo estás. De la bomba
me echaron por las quejas de que yo trampeaba con el medidor, usaba latas
vacías para fingir que estaba poniendo aceite y usaba agua común para las
baterías; por vender cauchos reencauchados como nuevos un chofer me tiró
un coñazo, de rama en rama voy por las calles esperando a ver un carro con
el capó levantado para acercarme, decirle al dueño déjeme ver, y entonces
saco de la caja de herramientas el atornillador donde he echado la pastica
que suelta humo al ser puesta en el sistema eléctrico, y uf, gran humareda,
tronco de accidentación, mire jefe, esto es grave, jefe, le digo, llamo una
grúa y se lo arreglo por ocho lucas, y el dueño que me dice un momento,
que ya vuelvo con la plata, y lo que vuelve es con un tombo porque ya
conocía el truquito de la pasta humosa, ojos que te vieron, paloma turca, el
dueño que limpiaba la pastica humosa del motor y me mentaba la madre, y
el tombo que corría detrás de mí, jugamos la pájara pinta como por diez
esquinas hasta que en un bar se transó por la caja de herramientas y una
invitación para unas cervezas; en cuanto me enderece de estas desgracias
monto taller mecánico para cobrar por repuestos que no he puesto y por
reparaciones que no he hecho, podré traerles a los pajaritos copias de llaves
para que levanten Thunderbirds y Larks y Falcons. Trago largo, hermano
pajarraco, pero no se quede con la botella no la vaya a vender como liga de
frenos. Mirá, Rubencito, este es el hermano Arrendajo, que vende rifas
imaginarias. Muchacho o, cerrá ese pico, o, qué van a sé imaginarias, si yo
rifé mujeres en el Gran Paradero y rifé títulos en la Universidad y rifé el
puesto de Presidente. Y rifé la luna. Y rifé el sol, y la desgracia que tengo es
que me gano todas las rifas que tiro, ya no queda nada que rifar en el
mundo, y me rifo yo mismo y nadie quiere billetes, cómprenme el numerito
hermanitos pájaros, la fortuna al alcance de su mano, más vale pájaro en
mano que cien volando. Trago largo, hermanito Arrendajo, vos sí tenéis la
cabeza llena de pájaros, bebé, bebé, para que no sigáis creyendo en pajaritas
preñadas, bebé que esta noche vuelas. Tun, tun, quién toca como gentuza.
José Lechuza. Decí qué tienes, cantá ligero. Ando como ave de mal agüero;
por la irreligiosidad de los tiempos, usted no sabe la contrariedad que me
arrepresenta que en la tumba del Doctor Milagroso ahora por todas partes
hay carteles que prohíben recoger para misas; me paso la noche
despegándolos y al día siguiente los pegan, y solo puedo recoger
contribuciones de los devotos que no saben leer; usted imagínese que la
dificultad es tan grande que he tenido que dedicarme a buscar tesoros;
localicé a un portugués dueño de un estacionamiento y me le he aparecido
con una estatua grande del Doctor Milagroso en yeso pintado, dos rosarios,
cruces, pepas de zamuro, piedra imán y dos velones de a diez kilos
explicándole que la revelación me había dicho que había un entierro de
morocotas en su negocio; que debía rezar cien rosarios siete noches
seguidas, y cuando yo vuelvo para recoger los mil bolívares necesarios para
el milagro, allá me esperaba el portugués con la chota, y le cuento que solo
por la especialísima intervención y pronta intercesión del Beato ante quien
lloré lágrimas penitenciales pude aflojarle cinco lucas a los agentes para que
celebraran su cumpleaños y así escapé de la jaula. Bebé, hermano Lechuza,
pero mejor asperjate, hacete una limpia, sacudite, despiojate, quede la tapa
de la botella para que te fabriquéis con ella una medallita milagrosa que te
eleve de este valle de lágrimas, y que te proteja la paloma del Espíritu
Santo. Ajá, llegó el poder, pájaro de cuenta, mirá, Rubén, este es Juan
Gavilán, tiene influencia para alquilarle esquinas a los buhoneros y parte la
comisión con los policías, con Juan Gavilán nadie se mete porque
desgraciado pájaro que ensucia el nido, está en el negocio de alquilar
buhoneros para los mítines, a fuerte cada uno, y si llevan pancarta a diez
bolívares, echale pichón a esa botella, Juan Gavilán, y que nadie averigüe
dónde conseguís lo que revenden tus pajaritos.

Mirá, Rubén, el hermano Garzón es plumífero, escribiente de tribunal,


él nos dirá qué nos trae. Mal día ha sido, embargamos una peluquería y
fallamos porque había traspasado todo el moblaje a otra firma; le caímos a
una textilera, y se habían hecho embargar ellos mismos para no pagar unas
letras; al final encontramos caldo de sustancia en una boutique que le había
dado una fianza al Gentiluomo Aquileo Aquilone, y ahí se formó la
periquera, el juez que se antojó de las chaquetas de cuero de ante y el
secretario que se quedó con la perfumería, el depositario que le cayó a las
blusas y también quería rasparme los zapatos de mujer, pero lo clavé con
unos yesqueros de pacotilla, y eso que al alguacil fue un problema para
contentarlo con unos pañuelos porque quería llevarse bajo el ala nada
menos que la prendería, pero el secretario lo convenció de que algo había
que poner en el acta y hubo que partir con el abogado demandante que nos
asentó las uñas pero después nos pagó el almuerzo en La Cicogna. Trago
largo para el hermanito, bebé y soltá esa zapatería allá, los pajaritos del
hermano Gavilán que se las arreglen para revenderla. Mirá, Rubencito, Raúl
Zamuro, le vende a las viejitas los entierros por cuotas, vos dirás si estáis
interesado. Cambié de rama de mi negocio porque por la huelga de santos
se morían muchas viejas y las devotas de las cofradías me perseguían por la
calle gritando la urna, la urna, que afloje la urna, y los riesgos mal
calculados no cubrían los gastos, y entonces me dediqué a buscar muertos
en las clínicas, mal negocio porque le clavan las espuelas a uno los
enfermeros que piden comisión por decirle los pacientes que están por
caerse del nido, y entonces ofrecerles desde el principio los servicios de la
funeraria que represento, explicarles a los familiares, señora, aunque no se
ha producido el luctuoso acontecimiento, permítame ofrecerle con mi
tarjeta la responsabilidad en el servicio y satisfacción garantizada que
caracteriza a la Funeraria La Consoladora, hoy me encontraba cumpliendo
mis servicios en el cuarto 666 con una vieja más fea que un paují, cuando
de repente la vieja que me mira con esos ojos rompe a llorar y a gritar, ay,
mi Valezón, que me lo quieren enterrar, y para empeorar las circunstancias
sus graznidos atraen a Amado Cuervo que es el empleado de la
competencia y que estaba trabajando a otra vieja parecida a una paraulata, y
los dos entran gritando, epa, ese muerto es mío, y ay, mi Valezón, los
muertos de este piso me tocan a mí, y ay mi Valecito, y entonces me doy
cuenta del problema ético planteado, no solo por la concurrencia de
comisionistas, sino por la concurrencia y litigio de paujíes, paraulatas y
pirocas que se declaraban legítimas poseedoras y herederas del
homenajeado, y en ese momento detrás del biombo una gritería, güevones,
decía el paciente desafiando el letrero Silencio Por Favor, güevones, a mí
no me entierra nadie, y se aparece un viejo que estaba que trinaba,
aleteando en una bata, güevones, muerto querrían verme los bolsas del
Partido, pero ya los voy a tumbar a tiros, buscaba en la gaveta y al final nos
apuntó con una plancha pero al ver que no disparaba terminó arrojándomela
por la cabeza donde me causó contusión con hematoma cuyo dolor
profundo sentí mientras volaba por los pasillos entre un escándalo de
botellas de suero quebradas y de alaridos de herederas. Chupá, chupá de esa
botella hermanito Zamuro y date una friega en esa frente que tenéis un
tuyuyo que parece una ñema. Allá ustedes, primitos, cambien y vendan y
revendan que el último trago me lo tomo yo con vos, Rubencito, por los que
murieron sin decir ni pío, Rubén, por todos ellos que me erizo, que se me
pone la piel de gallina, a la verga, vacía, vacía la botella, Rubén, esto es lo
que nos pasa, primo, que siempre nos toca la botella cuando está vacía. Esto
me pasa por pendejo. Pero mirá, Rubén, que me da una brillación, un
resplandor de luz me da en el ojo tuerto, pero si yo soy un pendejo, Rubén,
pero si yo no soy pájaro, ni pajarito, ni pajarote, ni pajarraco, ni pajarete, ni
pajarón; nací, viví y moriré pendejo, Rubén, seré el único hombre del país
con las bolas para decir que soy pendejo, te me vais, Juan Guacharaca, con
tu alharaca, volá, José Turpial, a tu nidal, Cucarachero, dejá el plumero,
andá Cotorra, vete a la porra, saltá Tordito, pa tu nidito, Pancho Arrendajo,
vete al carajo, José Lechuza, no deis excusa, Juan Gavilán, vuela al samán,
Garzón Soldado, corre volado, Raúl Zamuro, vuela bien duro, ahuecá el ala,
cerrá ese pico, volá de aquí, sacudí esa cola, pájaro que comió voló, salí,
salí, pajarera, cógelos, Don Felipe. Rubén, espántalos, espantapájaros, se
acabó, se acabó esta vaina de darme de pájaro, Rubén, hacer la cola del
autobús y la cola del carrito y decir mirá tu planilla te la saco, me dejáis y te
soluciono, dejame primo que te lo agilizo, y cola de la taquillera que se
pinta las uñas y cola del señor que es estreñío, cola para la cola de la cola, y
si los pobres van al cielo será para hacer cola, porque esta es la vida del
pendejo, mirarle el culo a otro pendejo que está delante de él en la cola,
mirá, Rubencito, mis pies de pendejo y mis manos de pendejo y mi barriga
de pendejo y mi cara de pendejo. Volá, volá pajaramentazón, perdete en la
noche, escondete detrás de los luceros, cagame en la cabeza, mirá que soy
el Rey de los Pendejos, mirá, Rubén, mirá, por reino la basura, por manto
los periódicos, por corona la caspa, y Gobernador de chiveras, y Presidente
del Sucio, y Ministro de gatos muertos y Capitán de la mugre y Senador de
perros envenenados y Caballero de la orden del güeso, y trono de cauchos
viejos, y charretera de la concha de cambur, y Gerente de sobras y Oficial
de migajas, y Señor de las Moscas, mosca, por tesoro estas latas, mosca, por
impuestos la mierda, mosca, por perfume los vómitos, mosca, por banquero
la pulga, mosca, por gerentes chiripas, mosca, de abogados jejenes, mosca,
vení, Rubén, corré, corré, corré por mi reino, pisá todas las cosas del
mundo, que ahora las vais a tener siempre a tus pies, que todas las vais a
tener estirando la mano, los resortes, los vidrios, las láminas, las maderas,
los metales, los trapos, que vais a vivir, mosca, en palacios livianos, mosca,
hechos de todas las cosas, mosca que hasta las rodillas y el pescuezo vais a
estar en las cosas, mosca, que las vais a oler todas, mosca, y sus tripas,
mosca, y sus formas, mosca, y sus secretos, mosca, que nubes te taparán del
sol, mosca, que si el paisaje no te gusta te lo cambiarán las máquinas sabias,
mosca, a cada instante, mosca, entre olas, Rubén, vivirás, revolcándote, y
revolcándose sobre sí mismos los regalos tesoros de las máquinas sabias, y
comerás de todo, y todo comerá de ti, y vivirás entre el brillo de la mica el
latón y la chapa y el zinc y la lata, y botellas y cajas y sobras y alambres y
cartones y papeles y plumas y huesos, mirá, Rubén, te dais cuenta, mirá ese
huevo de mosca, mirá que se hincha, mirá que se entibia, mirá que se
enciende, mirá que se alza, mirá que deslumbra, mirá que amanece, mirá,
Rubén, contemplá, bienaventurados son los pendejos, porque a todos he
abierto mi reino.
La mosca baja del sol y sobrevuela pájaros muertos, harapos de
banderas, arpas acuchilladas, bocas de peces podridos, balas disparadas,
escamas de metal y de vidrio, estampas retocadas, formularios hípicos
arrugados, ratas desnucadas, tarjetas de computadora desgarradas,
propagandas electorales con huellas de manos, tractores que ciernen basura
con sus palas: la mosca aparece en esta línea y en esta palabra y salta de
esta página a tus ojos y pasa por tus ojos a tu cráneo.
La mosca se desprende de la comisura de tus labios. Vuela a los labios
de la mujer que camina a tu lado en la calle. Pasa por los labios de los cien
transeúntes. Hasta el astillado cristal, vuela. Hacia el aire exterior, salta.
Por peladuras de naranja, camina. De charcos y salivazos, bebe. Entre
los brillos del cromo, gira. Zigzaguea entre las pesas de las carnicerías.
Bordea los platillos de las limosnas. Entre las flores del entierro, baila.
Sobre las velas encendidas, se eleva. La mosca toca labios orejas frente
manos ojos. Entre gotas de sudor, chupa. Entre cansinas legañas, discurre.
Palpa glóbulos de albúmina y de esperma. En las orejas moscardonea.
Macula los rostros de madera pintada. Elude el incienso. Esquiva los rabos
de los perros. Vuela.
La mosca se posa en los grasientos papeles. Salta. En escudos dorados.
Vuela. En las ensangrentadas vendas. Chupa. En las humeantes sopas.
Caga. Sobre planchas de afiebrado concreto. Discurre. Escapando de las
salpicaduras del mortero. Del polvo de la harina. Del gorgoteo de las
cloacas. En las cachas de revólveres. Se asea. En espejos, en mierdas de
perro, en barras de cosmético. En las navajas del peluquero. Sobre las
cuerdas de las guitarras. Junto a los vómitos de los borrachos. Entre el aire
lleno de palabras. Hacia tazas volcadas. Untuosas, pringosas, babosas
salpicaduras. Cristales de azúcar. Cristales de sal. Salta. Vuela. Chupa. Gira.
Sobre parafangos ensangrentados. Entre despedazadas vitrinas. Sobre
paredes demolidas. Entre nervios, huesos, rostros seccionados. Sobre el
quebrado acero. Entre quemados plásticos. Hacia cuerdas reventadas. Sobre
aplastadas latas. Entre desgarradas telas. Desparramadas. Perforadas.
Trizadas. Calcinadas. Fragmentadas. Retorcidas. Sangre. Carne. Flores.
Hierro. Vidrios. Flores. Carne. Sangre.
Desde el aire exterior, salta. Desde el astillado cristal, vuela. Por los
labios de los cien transeúntes, pasa. A los labios de la mujer que camina a tu
lado, vuela. A la comisura de tus labios. Llega.

La puerta del apartamento se abre dejando pasar la luz del rellano hasta
la penumbra interior donde culebrea sobre el cuero y los cierres metálicos
que oprimen la carne de Annette que avanza haciendo repiquetear cierres
metálicos y cueros cuyas texturas culebrean con la luz exterior del pasillo
donde se cierran las puertas plateadas del ascensor que se reflejan como en
un cristal en el casco plateado de Annette donde se vislumbra invertido el
apartamento hacia el cual avanza entre la luz del rellano que corta la
penumbra culebreando sobre cueros y cierres metálicos y flores que se
reflejan en las escamas de hierro y de vidrio del chaleco de Alfiero que
fulguran en la penumbra de la puerta del apartamento que se cierra mientras
retumban los compases de Inmigrant Song de Led Zeppelin

hola niña
hola y tú cómo estás
tremendísima y ese pavo de dónde lo sacaste
y cómo está esa depre porque tú siempre estás depre verdad en cuanto
coges la depre te apareces para cagarle a uno la nota con algún pavo a
enseñar el pavo como para echártela de que no estás depre en cambio una sí
una sí dice que está depre y no le para a esa vaina de estar depre y entonces
la que termina depre eres tú porque te encanta esa vaina de venir a coger la
depre, niña, pues a mí me importa un coño que estés depre o no estés depre
esa es vaina tuya aquí nadie tiene que ver un coño con que estés depre y
además aquí nadie le para a esa vaina, quién ha visto, venir a pasearle a uno
su depre así como quien trae una gran vaina a mí me dan risa estas vainas
de la depre porque aquí no te va a parar nadie y entonces vas a coger la
depre por el lado de querer que nos sintamos depre por no pararle a tu depre
y entonces dices que es el jueguito del desagradable para ver quién agarra
primero la depre, porque eso es lo que tú piensas, que es un jueguito de una
para joderte, porque tú eres la que te la pasas con jueguitos, francamente,
chica, y tú crees que una se va a empatar en esa vaina para joderte, sí,
porque eso es lo que tú piensas de una, que todo es una vaina para joderte
con la vaina de la depre porque eso es lo que tú crees que la vaina es un
jueguito esta vaina de la depre
Su cédula, su libreta del servicio militar, su certificado de salud su
carnet electoral le pedían a todos los detenidos en la Rifa de Mujeres en el
Gran Paradero Kilómetro 60, mientras cacheaban en busca de navajas,
hierba, volantes de la organización clandestina y formularios hípicos
falsificados. Salieron por partes iguales los que no tenían documentos y los
que no tenían profesión u oficio conocidos. Yo, sin ninguno de los dos, fui
objeto de disputa. De un camión me halaban para el otro. Me metieron al
camión de los sospechosos pero también entré al de los indocumentados.
Me encerraron en el de los que no tenían profesión conocida y caí en el de
los que no tenían servicio militar. Y también en el de los políticos. Y recalé
en el de los extorsionados y me empujaron en el de los que no van a
regresar más. Y en el camión de los locos me encanaron, y al final no sé en
cuál camión me fui. Yo rodaba en todos al mismo tiempo, entre el olor a
vómito y a gasolina. Por las rendijas de la jaula veía pasar barrios con
perros flacos y avisos con los vidrios rotos. A planazos nos bajaron y nos
hicieron desfilar por el pasillo hacia el calabozo. Escándalo de silbidos y de
ollas golpeadas nos acompañó hasta un cuarto grande, con el piso lleno de
periódicos vomitados y de plastas de mierda. Al vernos, se levantaron los
otros presos y las moscas. Esos nuevos, pásenme para acá esos nuevos. Esa
carne, pásamela para la contribución. Ahí.

En la oscuridad del apartamento, uno de los melancólicos enciende un


cigarro: su carne un manchón rosado con el rictus que le encaja el pitillo:
por reacción en cadena los melancólicos encienden cigarros: manchas
rosadas que palpitan y desaparecen, cristales, luciérnagas: rictus
desencajados: ojeras en contraluz: aparecen, desaparecen con las chispas de
los yesqueros, como lunas en eclipse.
Se borran.
Yastá
yapasó
yastoy mejor sí mejor
porque yo lo que tenía era una nota tú ves una maravilla la nota con el
pavo y con la moto lo que pasa es que se me friqueó la nota porque entré y
no sé por qué se me friqueó la nota tú ves con la miradera y la risita y la
vaina y eso fue lo que me provocó el pasón niña tú ves la vomitadera en el
lavamanos la cosa pero no, tan cariñosos todos, ya no estoy pasoneada, tú
ves, el down es lo que tengo, eso es lo que me pasa niña que estoy down, te
fijas, es un down que me viene este down que no lo puedo soportar que me
dura tanto que es un yeyo porque eso es lo que yo estoy enyeyada tú sabes
cómo es el yeyo que es como un down pero todo divino él todo un yeyo en
que te cagas en la gente porque eso es lo que me pasa a mí que yo me cago
en la gente y por eso me la paso derrapada, tú ves, que ni sé de dónde vengo
ni adónde voy y las vainas se me vuelan y los amigos me preguntan cómo
sigue ese derrape, ahí, chica, que todo una mierda, que la vibración una
cagada hasta que me conseguí a Maic que estudia sicología y él me aclaró
que estaba enrollada, claro, esa es la vaina, mano, el rollo que no la deja a
una sentar cabeza, y cómo es la vaina, que con quién estoy enrollada,
bueno, ahí está la vaina, contigo es que estoy enrollada, pues, ahí está la
vaina, estoy enrollada contigo porque no me paras, pues, porque bueno, me
paras, sí, me haces caso, está bien, pero no en el sentido que yo te digo que
me pares, porque eso no es pararle a uno y yo sé que tú lo que dices es
bueno y qué coño es el rollo de esta caraja, porque eso es lo que piensan
inmediatamente, que una está enrollada porque no le paran, bueno, y acaso
tú eres gran vaina para que yo esté ahí pidiéndote que me pares, no, coño, si
una es la que no les para, ese es el rollo que creen que una les está parando
y no les para, qué les va a parar uno, si uno se los vacila, y allí está la vaina
con todos esos güevones que no se dan cuenta de que una se los vacila, ves,
que una hace como que les para para que ellos crean que una quiere que le
paren y entonces una se los vacila porque les está todo el tiempo vacilando
la pinta, porque ese es mi rollo que yo vacilo para descargar okey porque yo
siempre ando descargando porque a mí me dijo una amiga que estuvo en
tratamiento que hay que descargarse diciendo todo lo desagradable y
reunirse para descargarse tú ves y si tienes un rollo lo descargas y yo te digo
que eres una mierda okey y así descargo y tú me dices que soy una cagada
okey y nos descargamos buscándonos el rollo y otra cosa de la descarga es
que si por ejemplo tú me caes mal no es que me caes mal y se acabó sino
que yo analizo te fijas y cada vez que converso contigo voy analizando por
qué me caes mal te fijas y te digo qué es lo que me cae mal en todo lo que
haces te fijas cada vez que nos vemos y así una se reúne siempre con la
misma gente para descargar te fijas y una así ya sabe por qué le caen mal te
das cuenta y ya a una le conocen por donde viene la descarguita y se reúnen
porque les gusta la descarguita te das cuenta y la vainita y la descargadera y
por eso dicen que una siempre anda con la misma vainita y dale con la
vainita y la descarguita descargandito siempre con la vainita, y provocan la
vainita y siempre están con el mismo temita que si le dije que le dijeron que
le iban a decir que la rechazan a una porque una está con la descarguita, y
por eso se la pasa una todo el tiempo ahí descargandito ladillandito ahí con
la misma vainita y la misma descarguita y cogen el tema de que si una está
muy descargosita, pero no es descargosita, es el rollo que una lo está
descargando y qué coño le vas a parar a eso, porque yo te caigo mal,
verdad, qué coño le vas a parar por qué yo te caigo mal, ahora tú no has
analizado por qué yo te caigo mal, bueno yo sí voy a analizar por qué te
caigo mal, por la madurez, esa es la vaina que como no tienes madurez te
caigo mal a causa de la inseguridad y por eso es que me estás vacilando
pero te tienes que calar la vainita verdad claro porque te encanta la vainita
porque siempre es la misma vainita coño y vas a entrar en la vainita porque
por eso es que no me paras porque te haces que te estás vacilando la vainita
porque tienes miedo de la vainita porque eso es una defensa y por qué vas
tú a discriminar a la gente porque esté en la vainita, porque te sabe a
mierda, verdad, porque te vacilas a la gente, verdad, porque discriminas a
todo el mundo y crees que te los estás vacilando verdad
tocando el botón de una lámpara Alfiero enciende una luz que por un
segundo ilumina las pintas las caras las frentes ralas las patas de gallina los
vientres flatulentos de los melancólicos
que emergen como cera derretida de sus disfraces de adolescentes y
cuando Alfiero retira el dedo de la lámpara vuelven a caer en la oscuridad.
Contribución, contribución. Pásame esos nuevos del Gran Paradero
Kilómetro 60 para la contribución. Bienvenidos chamos al penthouse el
centro de la categoría y de lo divino, okey, los nuevos y los giles contra esa
reja, okey, los que tengan pintas dan las pintas y los que tengan zapatos dan
los zapatos, okey, los que tengan luca caleteada dan la luca, y los que no
tengan nada dan nalga, porque esta es la banda de los Poderosos, okey,
pásamelo que me lo disfruto, pásamelo que me lo gozo, pásamelo que
pásamelo que al que se descarrile lo agarran los panas que son los chuceros,
okey, cortada con chuzo le sale al que se descarrile, okey, pásamelo para
complacérmelo, no, al señor no, que es religioso y hace oraciones y echa
daños y ensalma y da indulgencias, al señor pónmelo para la diestra, que me
fume tabacos, que me desencanen, que le prenda velas a la Mano Poderosa,
que me den palanca con los tombos, ay, y qué fue, qué es esto, las señoras,
pásamelos
paracá la Missmundo la Primeradama la debutanta, deshabillé, mano,
deshabillé, bróder, deshabillé es lo que nos sale con música lenta, que les
bajen los pantalones que pásamelo pásamelo ques mío avisao ques mío
avisao que le sale chuzo al que me lo enamore avisao que no me lo quita
nadie ay papacito ay que ricura yo te protejo papacito questás rico papacito
ques mío que brinque como Missmundo que no me lo jurunguen ques mío,
que me lo miren pero que no me lo atoquen, ay, que me voy, papacito, que
me voy, papacito, que los bacanes me los pongan contra esa esquina, que
me traten bien a los que traen burda de billete, que a los paqueteros no les
den chuzo, que a los aguantadores me los cuiden que hay que estar bien con
la muna que hay que estar bien con el comercio, que a los conectes que nos
consiguen datos y a los campaneros que nos consiguen negocios me los
traten chévere piña me los traten suave me los traten fain que a los
chulimanes les den fresquecito les consigan colchoneta que nos consiguen
conectes con las gebas, que los fabricantes de cédulas chimbas que los
soplones que los chivatos y los que nos vienen a apilatar los traten bien, que
hay que estar bien con la jara, ay, papacito, pero si te mueves como la
Missmundo, papacito, ay papacito, que nos canten marcha nupcial questá
divino el papacito que nos case monseñor que nos case ay, pero un
momento, epa, los arrebatados para esta esquina que disfruten de la belleza,
dámele casquillo a esos arrebatados, que repartan la mota, que suelten el
perico, porque óyeme esa periquera de los arrebatados que se soplaron de la
diplomática, que se discursean y que cantan y que recitan con esa
diplomática, pero óyeme que conferencian, pero óyeme que congresean,
pero óyeme que diputan, pásame ese pomo, sóplame esa nieve, híncame esa
aguja, préndeme ese chucho dámele a ese bate, de la pata, da, mano, hay
que ponerse en una nota, mano, otra patada, mano, questoy arrebatado
mano, que me arrebato, mano, en este chou, que brinco, mano, que disfruto
de la belleza, hay que ponerse en una pinta, mano, que me periquean, que
me televisan, que me entrevistan, que me juramentan, que me montan en
naves con moscas, mano, hay que ponerse en una nave, chamo, que yo les
quiero ingrupir que estamos en la belleza, pana, que esto es un sabor,
bróder, que esto es una conga, chamo, que manden a buscar seconal con un
correo, que me traigan tinner para oler, hay que ponerse en una geba,
bróder, ay, papacito, no llores papacito, ay, Jalisco, no te rajes, que qué le
pasa a este papacito, que está sicosiao que está tostao que se le fundieron
los tapones al papacito, pero óyeme que óyeme que pásamelo para donde
están los sicosiaos, en esta esquina los sicosiaos que se cortan con yilé para
que los saquen para enfermería pero se jodieron porque no se saca hasta
mañana, que corten a ese sicosiao que se da cabezazos, que me corta la
nota, que metan a los ñángaras con los sicosiaos, a los ñángaras que están
políticos, que lo que traen es líos con los tombos, que metan en la cana a los
ñángaras, porque dentro de esta cana hay también cana, okey, jara en la jara,
calabozo en el calabozo, okey, a dar casquillo para que los abollen, que les
den duro, que les saquen música del cogote, que les aplasten esas guatacas,
que les den con lo que haya, por este lado los técnicos para que les enseñen
a robar a los giles, hay que ponerse en un corone, chamo, hay que ponerse
en una fuca, mano, hay que pirarse de esta cana, pana, hay que ponerse en
una geba, bróder, menea que menea que menea el papacito, patea que patea
que patéame ese bate, afílame que afílame ese chuzo, bróder, ay, qué fue, lo
cortó, le dio bollo, epa, que le dieron bollo a uno por aquí, que peló gajo,
que yo no voy a pagar ese ganso, que yo no fui, que fueron los ñángaras,
que fue el sicosiao, que se resbaló en el agua y se clavó él mismo, que fue el
papacito, que óyeme pero que óyeme, que pásame pero que pásamelo, que
monseñor le rece, que requisa pero que requisa, que planea pero que planea,
que manguera pero que manguera, hay que salirse de esta zanja, hay que
pirarse de esta cana, bróder, hay que plantarse de esta jara, mano.

coño
que no prenda la luz
que a Annette le da la depre
claro viene a una a cagársele encima con su depre
para formar la vaina porque eso es lo que ella quiere llamar la atención
tú ves así es ella siempre forma el peo porque así llama la atención y
siempre algún pendejo cae en la provocación y comienza que si pobrecita,
que si qué tiene, que si esto que si lo otro cuando ella lo que coge es la
vaina de la depre para echarle a uno la culpa de que ella está depre quien no
la conozca que la compre, y no se va, coño, sigue pegada de una con la
vaina de la depre, tú ves, y le echa a perder a una su nota esta nota tan
divina esta nota de depre porque coño ya me cogió la depre y allí donde tú
la ves esa es la vainita de ella te enzanjona con la vaina de que anda depre
te camina pasito y se esconde detrás de la puerta y tú dices coño ahí anda
Annette con la depre y abres la puerta y ¡ay coño! ahí está la caraja con esa
cara que se le derrite de la depre, y todo es para pegarte la vaina, por eso es
la carita de pendeja, ella dice que tú le pegaste la depre y es ella, es ella
coño que se te viene atrás para pegarte la depre ella te vigila ves y se te
cuelga y te llama por teléfono, ay panita, estoy depre, como está eso por
allá, y si te caigo, y te pone más depre todavía porque el estilo de ella es la
depre con güevonada ves, no es una depre sicológica que uno la analiza ni
una depre de diplomática que se te pasa hablando, es una depre de
güevonada, coño, porque eso se pega, ves, ser güevón se pega coño y por
eso es que ella la hunde a una, güevona, yo te aviso, se hace la güevona, se
hace que es una güevonada lo de la depre para entonces pegársela a una
como la otra semana que me la pasé toda pensando que me habían pasado
perico adulterado y era que me había pegado una depre güevona porque la
caraja es como si tuviera sarna, tú ves, ella goza haciéndose la pendeja y
pegándote la depre, ahí está, yo te digo, y después dice que una es la que le
pega la depre, porque esa es la vainita de ella, decir que una es la de la
vainita, chica pues a mí me parece eso completamente ridículo tú ves
empeñarse en que uno está tratando de pegar la depre para que entonces a
uno se le pegue la depre, ay coño, ahora me viene una depre de ridículo, te
fijas, me pareces completamente ridícula, ay coño no prendan la luz que me
parece ridículo todo el mundo, tú ves la depre que me entra es de ridículo
porque viene la Annette con su depre a enseñarnos que se ha levantado un
pavo todo pavo él que pasa como si se estuviera cagando en todo el mundo
y prende y apaga la luz y nos encandila y nos mira las pintas cágate niña tú
ves, fíjate, nos ha contemplado las pintas fíjate bien la vaina cágate cómo
nos vaciló las pintas el carajo y los gestos nos los miró allá él que nos mira
y nosotros con los gestos aquí, todo mirón él y vuelve a apagar la luz y la
otra caraja con la depre para que se nos pegue la depre, tú ves, coño, esta es
la cagada de la depre, volumen, súbele el volumen a esa mierda que están
tocando coño cálate ésa cómo sería si a la mierda se le pudiera subir el
volumen ay coño me dio ahora sí que me dio la depre

Contribución, contribución. Carajazos dan unos y los otros se defienden


a carajazos. Cuerdas de veteranos amenazan con cucharillas afiladas y
hojillas de afeitar. La cuerda de nuevos se defiende con el culo contra las
rejas. Les tiran mierdas y periódicos. Alguien le da un puñetazo al
bombillo. Granizo de vidrios. Pelotones de cuerpos semidesnudos se
agrupan y se separan en la puñeteadera. Tropiezan y rebotan contra el
cuerpo del chuceado. La policía, desde el pasillo, planea las rejas. Riegan
con mangueras la oscuridad. Sube el volumen de los gritos. Coño, coño,
gritan los del fondo. Se cubren con periódicos y colchonetas. Maricos
desnudos hacen vodevil cubriéndose con latas y ollas. Ascos inciertos en el
piso inundado. Cuando el chorro te da en la boca escupes dientes. Todo lo
que tocas, golpea. Golpeas todo lo que tocas. Peste de vómito. Linternas.
Encandilamientos. Cloaca sicodélica del Calabozo de los Poderosos.
A la mañana, abrieron las rejas y empezaron a sacarnos. Esos presos
para misa, que es domingo. Ese muerto a chuzo que lo jalen por las patas
para la morgue. Ese capellán que le prenda sus velas. Esos cabos de preso
que le echen manguera a los nuevos en el patio para quitarles el pegoste.
Ese pan y ese guayoyo del rancho. Ese nuevo pal cuarto, para prontuariarlo,
sí, tú, cómo te llamas, yo te conozco. Ponte derecho, carajito, ajá. La talla,
de asaltante. Tate quieto, coño, párate ahí. El peso, de estafador. Retrato de
frente, mire aquí, coño, reconocido como asesino. De perfil, mire acá.
Coincide con reseña de violador. De tres cuartos, póngase así, identificado
como falsificador. Quítese el pelo de las guatacas, ajá, orejas de bígamo.
Esa mano de cambur, pulgar derecho de desertor. Índice de indiciado. Dedo
medio de contrabandista. Anular de secuestrador. Meñique, de ultrajador de
las personas investidas de autoridad pública. La mano izquierda, dame acá
esa mano, carajo, ajá, pulgar de reincidente, índice de cómplice, dedo
medio de encubridor, anular de instigador y meñique de aprovechador de
cosas provenientes de delito. Las batatas, dame acá, esa huella plantar
izquierda de delincuente contra el buen orden de la familia, y derecha, de
irrespetuoso contra los cultos lícitamente establecidos. Ráspame esa
melena, pelos encontrados en todos los sitios del delito. Prueba de la
parafina, con la pólvora de todas las pistolas. Despellejado. Quemado con
gelatina ardiente. Envenenado. Ahogado. Enceguecido por lunas. Súmame
esas penas con esos agravantes. Da más que la serie de los números
naturales. Bueno, te jodiste, carajito. No me mires así que yo te conozco.
Pal calabozo. El próximo.

En el cementerio, me paro ante las rejas de la tumba del Doctor


Milagroso, contemplo la constelación de velas encendidas por los fieles, y
una cuerda de motociclistas que pasa me arroja un crucifijo de latón, que
atrapo al vuelo: una chispa de sol reflejado en el latón me queda brillando
en los ojos, y de ella brotan las vísceras de aluminio de las máquinas-
cilindros-cadenas-varillajes-tatuajes-cascos-estrellas-franjas-cuadriculados-
remaches que destellan apenas un instante porque por debajo de ellas
reaparece el color de yema de huevo de las llamitas de las velas y el blanco
desierto de las lápidas y los túmulos funerarios: una cantera de mármol en
la que la luz crecía por encima de los colores así como la lápida crecía por
encima de los rasgos de cada muerto: y todo se volvía una esplendorosa
ceniza o sal que cubría las formas y en medio de la cual las sombras eran
apenas recuerdos: vino a mi mente la luz del mediodía en San Miguel y la
luz de la tarde sobre una sabana incendiada y la luz de la mañana sobre una
playa de fósiles blancos bañados por la sal de olas de espuma blanca y la
luz del centro del sol y la luz de lo que todavía no ha sido creado: la luz
demoledora que existía en sí y para sí misma y en la cual: un pañuelo rojo o
una paloma o un pétalo brillan un instante para ser de inmediato desteñidos
y una forma cúbica o piramidal conserva sus aristas solo un instante antes
de ser arrasada: hasta la tumba, hasta la tromba trepidante de la turba de
motos trinantes con matracas y tintes y trapos, era traspasada y
transparentada por el diluvio de aquella luz anterior a la misericordia: pensé
que mirando esta luz se me borraría de las retinas la enemistad de la
imagen: pereceríamos ambos, perceptor y percibido, en el baño de ácido y
en la permanencia intemporal de aquella claridad: pero yo no quería morir
con, yo quería morir sin, después de obtener el favor de liberarme; solo
entonces accedería a esta luz o a su correspondiente oscuridad, pues a tal
punto era informe e indiferente este fulgor, que equivalía a la sombra. Eché
a andar. Me daba la impresión de que caminaba sobre pasillos de hueso
pulverizado: la luz parecía haber carcomido las lápidas y creí caminar sobre
las zanjas desnudas de aquel basurero de los hombres, y aquella caliginosa
carroña de la humanidad triturada por el mármol y el cemento pareció
terminar de descomponerse en colores. En ese instante, supe que el favor
me había sido concedido.
Mirá, Rubén, para que aprendais, mirá, ahí vienen los camiones, ese trae
papel ese trae cartón ese ques del ejército trae colchones viejos ese otro trae
de todo, esos son los que vienen a traer y esos otros camiones son los que
recogen, mirá camionero, aquí te traigo más de cien kilos de papel, revisá
esa báscula, ah vaina, si no quiere no venda, vendo, y este que anda con
usté quién es, Rubén, y quién es, gua, él es como familia mía, Rubén
Montiel se llama entonces, sí, llamalo Rubén Montiel, y él va a recoger, si
es posible, y va a pagar la cuota, qué cuota, ah, la cuota, no lo vas a saber
tú, sí, mirá, él te va a pagar la cuota, pero qué cuota, bueno, la cuota para tú
sabes, la cuota que paga todo el mundo, mirá, Rubén, no preguntéis y decile
que sí, pero qué cuota, la que tenemos que pagar aquí, a quién, al señor, a
qué señor, al señor ese que mira allá desde lejos, pero y para qué, para que
nos haga el favor, qué favor, para que nos dejen escarbar en las zanjas, mira,
ahí viene uno con periódicos viejos, corré, y cuántos pagan cuota, todos, y
no te has preguntado cuánto es eso.
Los recogedores acarrean sus sacos al borde de la carretera y con sus
cubos apilan la basura en pirámides que con cada saco van creciendo y que
con cada camioneta que llega a recoger desechos van decreciendo: la de las
botellas, muy rápido; la de los trapos, regular; la de las latas, poquito a
poco; la de los papeles, más con el ventarrón que con las camionetas; Ay de
Paco Aretusa, que acumula la basura que nadie usa, y de Pancho Figuere,
que acumula la basura que nadie quiere. Embasurados hasta los ojos oídos
nariz y boca no se han dado cuenta y siguen acumulando pirámides que
crecen. En su tope vacían los sacos y desde el tope ruedan para volver a
subir cargados hasta el tope. Y ay de Pancho Carite, que recoge la basura
que se derrite. Y de Chucho Muela, que recoge la basura que se le vuela. Y
de Juan Malavé, que recoge la basura que nadie ve. Y de Toño Mayora, que
recoge la basura que se evapora. Y de Martín Torre, que recoge la basura
que se le corre. Y de Juancho Conde, que recoge la basura que se le
esconde. Y del sabio Andreas, que recoge ideas. Y de Lucio Cabras, que
recoge palabras. Y de Eloy Barrientos, que recoge vientos. Pero están locos,
dice Rubén. Pero felices, dice Pablo. Les tira boronas de pan duro, como a
palomas.
La mosca vuela sobre los camiones. Los camiones frenan en las curvas.
Los niños se les cuelgan. Hombres con sacos de sisal siguen su paso. Los
camiones hacen estallar los charcos. Cabecean en las zanjas. Tosen en las
subidas. Embisten una humareda blanca Se desvían por pistas de tierra.
Levantan polvaredas. Frenan. En el culo se les abre una boca de hierro que
vomita.
DEL CIELO baja la luz a centellear en el vómito cernido por las pa pa
pa pa palas de los trac trac trac trac tractores que amontonan colchones
frascos cepillos bujías pantaletas cartones latas sillones jergones espejos
cauchos cajas botellas papeles poncheras vestidos zapatos periódicos
muñecos tubos lentes teléfonos tenedores ganchos arrasados por las pa pa
pa pa palas de los trac trac trac tractores, desgarrados rotos partidos sucios
quebrados doblados rajados manchados quemados mordidos corroídos
gastados despanzurrados torcidos descosidos demolidos deshilachados
dañados podridos quebrados perforados descoloridos aplastados reventados
taladrados machacados masticados descascarados por las pa pa pa pa pa
palas de los trac trac trac tractores que ciernen manchas coágulos
salpicaduras placas abrasiones grumos burbujas escamas lamparones de
mierda orina mocos semen pus caspa sarro menstruos sangre legañas
esmegma sudor vómitos huesos carne flujo uñas cerumen sarro pelos entre
las pa pa pa pa pa pa pa palas de los trac trac trac trac tractores quemando
hirviendo disolviendo tiñendo empapando asperjando corroyendo
fundiendo dividiendo desgarrando lacerando burbujeando cancerando
leprosando tumorando llagando pudriendo desbordando las pa pa pa palas
de los trac trac trac tractores
DE LAS NUBES bajan sobre la pirámide del vómito remolinos de
zamuros, grises pescuezos escrotales, reflejos verdosos en las plumas
azabache. Planean y caen y bailan y aletean y levantan el vuelo amenazados
por las pa pa pa pa palas de los trac trac trac tractores
DE LA TIERRA corren hombres mujeres y niños envueltos en harapos
hacia la pirámide. La polvareda los envuelve. La humareda los ciega. El
olor los asfixia. El brillo los deslumbra. Los camiones eructan.
HACIA EL CIELO se alzan las palas compresoras. Guillotina de la que
gotean hilos de clara de huevo, de fideos, de diluida mostaza y de borra de
café, peines con caspa, papeles con mierda, trapos con orina, pañuelos con
mocos, algodones con pus, palillos con sarro, toallas con menstruos, vendas
con sangre, hilachas con esmegma, hisopos con cerumen, gasas con flujos,
estopas con legañas, metales con carne, andrajos con semen, cepillos con
pelos, limas con uñas. Los hombres saltan eludiendo el camión. Sobre la
zanja se arremolinan. Junto a las orugas de los trac tractores. Entre el doble
espejo de las palas compresoras y de las palas cernidoras bailan las siluetas
de los recogedores entre las cuales vuela la mosca. Pasa entre sus botas
rotas y sus alpargatas descosidas y sus zapatos gastados; entre sus sandalias
visita engarabitados dedos con callos y cuarteaduras. La mosca vuela entre
los cuerpos envueltos en trapos y en monos deshilachados y en pantalones
con huecos y en batas que no dejan saber si lo que está adentro es hombre o
mujer: entre manos con guantes podridos pasa, de garfios y de palos se
escapa, cerca de cabezas con mascarillas viejas o pañuelos o sombreros
rotos o gorros de papel planea; sobre los sacos se posa: en el de Nacho
Velasco, que recoge frasco, y en el de Chicho Quintero, que recoge cuero, y
en el de Nacho Chacón, que recoge cartón, y en el de Doña Tata, que recoge
lata, y en el de Juan Carrera, que recoge madera, y en el de Toña Maella,
que recoge botella, y en el de Rufo Amable, que recoge cable, en el de Ña
Anacleta, que recoge colchoneta, en el de Ña Auristela, que recoge tela, en
el de Don Escolástico, que recoge plástico, en el de Pablo el Tuerto, que
recoge ropa de muerto. Y quién es ese muchacho nuevo, Pablo. Ah, mirá,
este es Rubén. Y de dónde sale. De por ahí. Cómo de por ahí. Es algo así
como pariente mío. Y cómo lo llamamos. Llámalo Montiel, como a mí. Y
qué recoge. Recoge papel. La mosca vuela del saco de Rubén Montiel, que
recoge papel. Sobre las deslumbrantes latas, pone sus patas. Sobre el fofo
cartón, deja un manchón. Sobre el papel entintado, hace un picado. Entre
las virutas inventa rutas. La mosca se pierde entre las humaredas hendidas
por los trac trac tractores que van empujando las oleadas de la basura.
Niños juegan en aquella playa. Negras gaviotas se posan. Pelícanos de la
podredumbre sobre los trac trac trac tractores que pasan volviendo y
revolviendo las entrañas de la podre dentro de las cuales la mano de Rubén
recoge remueve voltea pellizca araña desfolia desgarra desprende rompe
despliega arruga saca, a medida que avanza el día la mosca cierra sus
órbitas mano de Rubén mosca partidas de nacimiento, invitaciones de
bautizo, cuadernos con garabatos, páginas de tiras cómicas, invitaciones de
comunión, boletines escolares con malas calificaciones, borradores de
versos, billetes de cine, números de rifas, estampas religiosas, papeles de
familia, programas de circo, fotos con mujeres desnudas, cédulas de
identidad, diplomas de graduación, volantes clandestinos, cartas de amor,
partidas de matrimonio, las páginas deportivas, las páginas culturales, las
páginas sociales, los pasajes de avión, las tarjetas postales, los documentos
de alquiler, las fotos matrimoniales comidas por los ácidos, las cuentas por
pagar, las cuentas por cobrar, las cuentas de ahorro, los cheques protestados,
los nombramientos, las destituciones, las planillas del impuesto, las
distinciones, las libretas de teléfonos, las libretas de direcciones, las listas
negras, esta página, las felicitaciones, los títulos de manejar, los horóscopos,
las cuentas de la luz, las cuentas del gas, las cuentas del agua, las cuentas
del teléfono, las órdenes de detención, los certificados de antecedentes
penales, las partidas de divorcio, las actas de embargo, las sentencias
judiciales, las solicitudes de jubilación, los exámenes de sangre, los récipes
médicos, las invitaciones de entierro, las invitaciones a funerales, los
agradecimientos, aventados por el viento, esparcidos, estrujados, todas las
voces que sin ojo humano que las lea son ahora solo manchas de tinta los
nombres los apellidos las fechas el cómo dónde quién y cuándo los artículos
los sustantivos los adjetivos los verbos los adverbios los predicados las
preposiciones los fonemas y los morfemas, última fosa de los alaridos,
muerto en accidente, violada menor, noqueado en el tercer round, falleció
atropellado, el rey de la elegancia, elecciones sindicales, alocución
presidencial, la cumbre de la sintonía, el secreto del arte, debelado complot,
expulsado del país, ganó por una nariz, se le disparó el arma, el fin del
universo, la revolución, tamaño familiar, crisis económica, amenazas de
guerra, felices contrayentes, la suerte y las estrellas, condecorado,
felicitado, agasajado, acusado, criticado, desenmascarado, sepultado, coma,
compre, vístase, use, perfúmese, vote, perfecciónese, supérese, destáquese,
distíngase, adelántese, aproveche, seleccione, descubra, exija, ordene, pida,
afirme, sufra, goce, avance, pase, pare, desgarrado en tiras y en hojas por
las pa pa pa pa palas cernidoras de los trac trac trac tractores :escuadrillas
de sniperscopes, neurofinders, thoughscopes y wordscanning husmean los
territorios devastados: nieblas de propaganda y veneno genético caen como
polen: enmascaradas como unidades de auxilios médicos, las brigadas de
wordscanning rastrean los nidos de palabras de la zona neutralizada:
computadores analizan los nexos y las estructuras de los restos de palabras
encontradas: helicópteros anfibios flotan como copos de algodón sobre
campamentos de zoomtvies que miran pantallas fluorescentes: las antenas
tocan los cerebros lobotomizados: los diales delatan el latir de alguna que
otra palabra remanente: los ríos arrastran cadáveres de los grupos de
resistencia sospechosos de contrabando verbal: las células son autónomas y
cada una de ellas muere por separado: cada célula conoce apenas unas letras
de cada palabra: se desencadena el operativo contra la zona donde se
sospecha que una fuerza subversiva está tratando de reconstruir un nombre:
apenas se encuentran cadáveres que rodean una palabra cadáver de fulgor
extinguido: el computador maestro descifra los nexos filológicos y las
tramas semánticas: las unidades de análisis reconstruyen las huellas
verbales del Escritor fascinado por la palabra palabra: en los dobles fondos
de las maletas o en los entresijos del subsconsciente o en quistes plásticos
dentro de las vísceras o de los músculos o en las estructuras de los ácidos
nucleicos los braceros pasan de un sector a otro cantidades no establecidas
de palabras: en las aduanas fulguran, inspeccionándolos, los perros
minoicos: palabras sutilmente escondidas en los ácidos de la memoria o en
tramas de cicatrices o en las melodías que se tararean inadvertidamente:
máquinas arrancadoras de ojos atornillan pantallas de televisión en las
órbitas vacías: los desemantizadores surgen entre el rocío cancerígeno: los
siguen cortejos de vidiotas: liquidando las palabras: las mediaciones con la
realidad: diluyendo los esqueletos de la experiencia: las redes de la
identidad y la memoria: volviendo al contacto directo con la sensación que
se da en el animal y en el místico: sumergiendo la mente en el torrente
fluido de la imagen electrónica: las patas torpes de los desemantizadores
tropezando entre los rocíos de veneno genético: sus grandes trompas
ventean la madriguera donde el escritor fascinado por la palabra palabra
fabrica los últimos proyectiles: los disfraza de piedras, de rostros o de
pájaros: terremotos electroacústicos resquebrajan las paredes de las
guaridas: vibraciones que producen el cortocircuito en las neuronas: en las
hileras del campo de desconcentración: cuadrillas de zoomtvies colocan los
detonadores de El Pus: en las hileras del campo de desconcentración: las
palabras pasan de lengua en lengua y de mente en mente: en las hileras del
campo de desconcentración: el escritor fascinado por la palabra palabra
incinerado por el quemador de sinapsis: en las hileras del campo de
desconcentración: antes de caer ha arrojado un vómito de palabras en la
oreja de otro recluso, que se convierte así en el escritor fascinado por la
palabra palabra: en las hileras del campo de concentración: con
pictogramas, con ondas acústicas o con posiciones corporales el escritor
fascinado por la palabra palabra sobrevive como una estructura que pasa de
una a otra de las mentes que son empujadas hacia los hornos
nepentizatorios: en las hileras del campo de desconcentración: los símbolos
se convierten en símbolos de símbolos y en símbolos de símbolos de
símbolos de símbolos en una compleja contrainsurgencia de significados:
los vidiotas aplican test de asociación de ideas y de provocación subliminal
para detectar los antros de perduración de los nombres: en las hileras del
campo de desconcentración: las redes simbólicas adoptan camouflages de
estática o de distribución azarística de componentes: en las pantallas de
sicorradar de los antiasociadores y en los flujogramas del curso de la peste
neurónica aparece el resplandor de la última palabra pulsando desafiante:
los ojos artificiales de las cámaras cierran sus diafragmas inútilmente: el
pictograma contamina sus circuitos y contagia sus bancos de memoria: en
un instante penetrados por la palabra: para destruirla deben destruirse a sí
mismos:
bombas antisemánticas proyectiles gnosotrópicos
minas antisilogísticas artefactos catanouménicos
chancros zoomtvies artiller blindaj
transist asoc simbol mem pal
pal pa pa pa
pa pa pa pa labra

GRACIAS
DOCTOR MILAGROSO
FAVOR CONCEDIDO
L.A.

En el basurero de los hombres, herido por la perfección del milagro,


abro las manos, dejo caer el crucifijo de latón, dejo caer las flores que traía
y que el vendaval arrastra lejos de la tumba

AGRADECÉMOSTE
GRACIA OBTENIDA
TU FIEL DEVOTO
J.G.H.

Liberado por fin, paseo mis ojos cansados sobre la tumba cubierta de
inscripciones votivas, lapidaria milagrería: sobre estas piedras. Sobre estas
piedras se alza la jaula de hierro cuadrada que protege el sepulcro, y dentro
de las rejas, un viejo vestido de caqui, que enciende las velas que le pasan
los fieles, que llena del agua bendita de las pilas las botellas que les traen
los fieles, que frota en la lápida las estampitas con la imagen que estos le
traen, y se las devuelve previa propina
FAVOR NO ENCARGAR
MISAS A PERSONAS
QUE NO ESTÉN
DEBIDAMENTE AUTORIZADAS

Titilan las velas tímidas que tutelan el tintineo tantálico de las monedas
en los cepillos del túmulo: miro al anciano que recibe propinas enjaulado, y
es como si mirara de lejos mi propia imagen pasada: la del que estuvo
encarcelado por la muerte, la del traficante de las liturgias de la repetida
imagen, la del que solo ahora obtuvo la liberación, al preguntarle a su
perseguidor, ¿Quién eras?

DOCTOR MILAGROSÍSIMO
ETERNA GRATITUD
DE TU SIERVO
L.J.A.G.

¿Quién eras, quién eras tú, con quien comencé a vivir desde que te
maté, con quien he pasado todos los días de esta ancianidad prolongada que
comenzó a mis veinte años, hace cincuenta, sin nunca realmente verte, sin
conocerte, hombre de la imagen? Sombra de papel. Tumba de una efigie.
En realidad, ¿Quién eras?
Camión que se abre como una mandíbula llena de dientes saltados:
vomita un granizo de huesos sangrientos traídos del matadero. Catarata de
carniza. Castañuelas sangrientas. Vorágine esquelética. Batalla de las
osamentas por resoldarse. Un olor dulce de pringues rojizas nos da en las
narices. Nos lo arrojan con sus alas los zamuros. Proliferan gusanos.
Danzan con música que solo ellos escuchan. Por su peso específico, los
huesos van cayendo hacia las profundidades. Asteroides calcáreos danzan
en lo oscuro. Órbitas fragmentadas de los cráneos se colocan en órbitas.
Gusanos geométricos incrustándose en la tierra. Hervidero de larvas.
Cañones siniestros disparan la babosa de sus médulas. Queremos
rescatarlos para que nos miren por siempre en los ojos de los botones.
Resbalan y caen en la pirámide ósea los zamuros. Coral macabro. Dentera
de la dentadura. Te morderá por siempre. Con fémures de vacas
dispersamos los zamuros. Sobre las apófisis y las hipófisis brilla la luz que
delimita los recónditos cóndilos y las fosas y las fosetas y las suturas y las
fracturas y las crestas y las vértebras. Si cada hueso fuera un animal. Las
moscas, que no tienen huesos, dentro de los huesos, que sí tienen moscas.
Levántate y anda. Entre las sombras de los huesos transcurren las de los
huesudos que las deshuesamos amenazándonos con navajas con cachas de
hueso. Tarasquean abanicos de hueso. Celosías talladas en esa piedra
amarillenta que dentro de nosotros crece. La herida llega hasta el hueso.
Sobre campos abrasados de sol se desploman ejércitos esqueléticos. Ruedan
cráneos. Sus órbitas miran hacia las antípodas. Balazos perdidos los
revientan. En el medio, cadaverones de caballos embisten dirigidos por
jinetes con lanzas de hueso que les repiquetean en las costillas. La
polvareda silba entre sus esternones. En cámara lenta, son despedazados en
el aire por las guadañas de los trac trac trac tractores.
Ques el peo ques la vaina que lo corta que no lo corta que lo cortó que
le den que lo jodan questo es mío no ques mío ques de nosotros ques dellos
que usté no recoge hueso que yo soy el que me arreglo con el camión que
los agarren que viene la Guardia que dejen el peo que viene la Guardia que
te corto que te rajo que dejen la vaina mosca disuélvanse que van a tirar pá
que ya está pá tiró al aire la Guardia que corran que escóndanse que no
corran que les tiran pá que tras las latas que tras los colchones que ya pasó
que no pasó nada que ya está que se acabó la vaina que se lleven al cortado
que sigan en su trabajo

GRACIAS ESPÍRITU SANTO


POR EL FIN DE MIS
PENAS
R.L.

Doy la espalda a la tumba, me acomodo los espejuelos, carraspeo


mientras voy saliendo del gran basurero funerario, entre cuidadores de
carros, vendedores de flores, fabricantes de lápidas. Quién, quién, quién,
quién. La muerte es también una empresa. Quién eras. Tiene burocracias,
escalafones. Planes de retiro. Quién eras tú, que alguna vez, para crear la
imagen que habría de multiplicarse y perseguirme, pusiste gesto humilde
ante un fotógrafo, qué vida construiste para asemejarla a ese gesto. Cómo
fuiste posando tu vida, para asemejarla a esa imagen. En realidad, quién
eras. Tú, que el día de tu primera comunión cruzaste crucé los bracitos
dijiste dije mientras esté así nada podrá sucederte sucederme, quién eras,
nada podrá tocarte tocarme ni la ira de Dios que solo toca a quien se mueve.
Imaginarás, queridísimo amigo, el gran desgano que me supone la
necesidad de permanecer en este país en donde a pesar de mi exagerada
modestia puedo decir que nada encuentro propicio a mi vocación que es la
del espíritu. En realidad, queridísimos padres, he decidido trasladarme a
ésa, donde en vista de la escasez de médicos y la clientela acomodada,
puedo decir sin vanagloriarme que espero lograr apreciables ingresos.
Quién eras. Queridísimo amigo, te habrán dicho que visto como un
petimetre, y es para castigar mi humildísima obediencia, que todavía no se
repone del desabrimiento con que mis superiores me dijeron que no estaba
hecho a los rigores de la vida religiosa. Quién eras. Amigo carísimo, te
envío esta fotografía que me he hecho tomar durante mi viaje al extranjero,
y que de no ser por mi inveterada sencillez, me atrevería a decir que me
satisface. I want a picture of myself. Very well, Sir, stand here and smile.
¿Here? Yes, Sir. smile. I dont feel like smiling. ¡Oh Sir! you will have a sad
picture. I am a sad man. Its ready, Sir. ¿How much is it? It is two dollars,
Sir. ¿Do you think it is well fixed? ¡For God’s sake, Sir! this picture is
permanent, it will never fade. ¿Do you mean that this picture will outlast
me? Sir, in the long run, all that will remain of us will be pictures. ¿Do you
believe that when I die I will be like this picture? Sir, a picture is like a dead
man: it can change no more, it can act no more, only be destroyed. I dont
want to act more, I dont want to be changed, I only want to resemble myself
forever. Then, Sir, indeed this picture resembles you.
Sobre un colchón caen. Le arrancan la piel. Lo destripan. Lo sacuden.
Lo deshuesan, le sacan el esqueleto de alambre. El camión eructa y baja las
palas compresoras. Saltan, sacando los alambres de la vía de los trac trac
tractores. Desde lejos, sentado en un sillón desventrado, los observa Don
Figueres, entre los montículos de la basura que nadie quiere.
Brilla hiede hiere: humea: mancha: quema: tiñe: raspa: ciñe: con sus
muelles te perfora: vuela: te hace toser: te arranca lágrimas: antenas tiene: y
cuchillos: te escupe, te elude, te corta, te embiste: te suda y te trasuda y te
exuda: chispas de vidrio y de mica te lanza a los ojos: y a los dedos, agujas:
y a los pies, aguijones: como el mar, tiene olas: te marea: de espuma te
cubre: en sus corrientes te lleva: de aquí para allá te sacude: te rodea de
gaviotas negras. Te da peces de lata y de papel y de vidrio. Te encandila.
Todo sale de ella. Pero todo regresa. Sube a los cielos, como nube. Como
pájaro, vuela. Como lombriz, perfora. Crece como animal. Como fuego,
calienta. Como la historia, fue. Será, como las ilusiones. De mil colores se
viste, como flor. Como serpiente, envenena. Muerde, como perro. Tiene
todas las formas. De todas partes viene. Todo tiende hacia ella. Te espera,
como a todos. Todos son sus esclavos. En ella todo estalla y se libera todo.
Todo combate. Todo arde. Ya no puede caer más. Encierra todo gesto.
Compendia las palabras. Ciudades achatadas. Anula los órdenes. Compensa
las distancias. Enfrenta las diferencias. Es el mundo sin función. Los
tractores la despeñan por un talud que va creciendo. Contiene nuestros
sueños. Nos cubrirá las caras. Este mundo es basura de otro. Así hasta el
infinito. Estrellea en alambres. Moscardonea. Vive. La basura es El Otro.
La basura zigzaguea. Se limpia las patas. Chupa. Mira. En espacios de
perfecta geometría se hace espiral de sí misma y cae. La basura es la
soledad. Todo fue besado y arrojado. Cada hombre condenado a no
desprenderse de su basura. Hombres y mecanismos que se gastan
uniformemente, sin dejar al final rastro alguno. Sobre la basura pastan
esqueletos de caballos que arrastran las vísceras. La luz es la basura del sol.
Cuerpos completos se ensamblan en la basura y esperan. Rotas las cuerdas
de todos los pianos. La basura grita. Serán encadenadas a ella las ánimas de
los que la arrojaron. El muerto, para quien todo es basura. Si nos fijamos,
en la basura veremos caras. La basura tiembla bajo nuestros pies y tiene
profundidades. Desgarrar el vientre de la basura. Todo exceso de belleza
viene a caer aquí. Cobarde todo lo que se resiste a venir. Buscar por
siempre, en la basura. De noche se enciende en los cielos la basura de los
mundos que estallan, y abajo en las zanjas arden fuegos fatuos y
combustiones espontáneas, remolinos, bocas de fuego. Es bonito, dice Lina
Quiñones, mirando sentada en el suelo.

3.11.— CATACLIX ataca las galaxias de antimateria con galaxias


donde el tiempo fluye a la inversa. Remolinos de perturbación temporal.
Primera sacudida de las constantes del universo.
3.12.— GNOSSOS enfrenta las galaxias de antimateria con escuadrones
de galaxias leprosas, nebulosas en cuyo seno se gestan distorsiones y
anomalías en la coherencia del mundo físico, tumores de paradojas y
remolinos de incertidumbre que se extienden por la textura del
espaciotiempo como un contagio.
3.13.— CATACLIX elude el ataque disponiendo galaxias lineales,
compuestas de una sola y poco densa hilera de estrellas a través de la cual el
torbellino de las galaxias leprosas pasa como humo por entre las cuerdas de
un arpa.
3.14.— CATACLIX ataca lanzando divisiones de galaxias cuya
densidad aumenta progresivamente a medida que se acercan al blanco:
proyectiles en llameante colapso gravitacional, bolas de materia hiperdensa
que atraen todo lo cercano y van creciendo como bolsas de nieve negra:
remolinos que ahogan los mundos y los fraccionan en el empellón de la
marea gravitatoria.
3.15.— GNOSSOS acelera las galaxias cercanas a los proyectiles
hiperdensos hasta que la masa de las galaxias aceleradas tiende a infinito.
Choque de los proyectiles hiperdensos con los mundos de masa próximos a
infinito. Distorsión gravitatoria que cambia la forma del espacio.
3.16.— CATACLIX proyecta parte del universo de que dispone fuera
del cono de Heisenberg. Proyectiles de masa negativa, tiempo inverso y
velocidad infinita acribillan las reservas de memoria de GNOSSOS.
3.17.— GNOSSOS convierte en tachyones las partículas elementales de
sus sistemas galácticos y esquiva los proyectiles de masa negativa saltando
adelante y atrás en el tiempo y generando progresiones de paradojas
temporales que aniquilan indistintamente en trampas de imposibilidad sus
propias galaxias y las de CATACLIX.
3.18.— CATACLIX crea éxtasis de espacio ubicuo, donde sus galaxias
están en todas partes y en ninguna, omnipresentes e inalcanzables,
envolventes e ilocalizables.

Lina Quiñones que recoge jergones se encuentra con Rubén Montiel que
recoge papel: en un montículo se encuentran un papel enjergonado o un
jergón empapelado que no se sabe de cuál es, si de Lina Quiñones que suda
goterones o de Rubén Montiel que suda hiel; que me dé usted mis cartones,
Lina Quiñones, deme usted el jergón aquel, Rubén Montiel, qué me da,
Lina Quiñones, yo le doy mil pescozones, qué me da, Rubén Montiel, un
barquito de papel, mi jergón lo necesito porque es hora de dormir, el papel
se lo reclamo porque le quiero escribir, tire aquí que tiro allá, que el jergón
se romperá; tire aquí muchacho cruel, que se rasga mi papel; ruedan entre
los montones Rubén y Lina Quiñones; resbalan por la colina luchando
Rubén y Lina, entre el ruido de los trac trac tractores, arriba Lina abajo
Rubén, tractores, arriba Rubén abajo Lina, trac Lina trac Rubén trac
Rubénlina trac Linarubén trac Lilililinarubén trac Rurururulina trac Lirubén
trac Rulina trac Runa trac Liben trac Naben trac Liru trac Lilililililililililina
trac Rurururururururubén trac
Lirubenalirubenalirubenalirubenalirubenalirubena
Lina y Rubén
Jergón Papel

Pírense, pírense, que la cosa está lista para que nos piremos, para
cuándo es el pire, para mañana, quién nos arregla el plante, el señor cabo,
cómo nos dejará pintarnos, abriendo el cofre, y por qué nos lo abrirá, por
veinte lucas, con qué contamos para el pire, con cuatro chuzos, y con qué
más, con una fuca, tenemos cédulas chimbas, tenemos muna, y una nave
achacada, para ir a la luna, y tú qué harás cuando estés fuera, tendré una
geva con cangrejera. Tendré una cueva. Tendré piscina. Y veinte pomos de
cocaína. Seré político. Seré chivato. Me daré al vicio. Yo, al arrebato.
Tendré conejos, vacas y flores. Tendré corbatas de las mejores. Seré
banquero. Seré asaltante. Seré teniente. Yo, comandante. Yo, francamente,
no sé qué quiero. Quiero ser chulo. Yo, marinero. Seré asesino. Seré
adivino. Qué harás después. Yo seré juez. Tendré una nota. Tendré una
muna. Tendré una nave como ninguna. Tendré una moto. Tendré una geba.
Tendré una pinta. Tendré una cueva. Tendré un levante de espanto y brinco.
Cuándo es el pire. Será a las cinco. Ya yo no puedo más con las ganas. Será
a las cinco de la mañana.
Yo estaba dormido y la voz como una mosca boba me volvía y me
volvía a los oídos. Psss oiga hermanito psss despiértese que es la hora de
pirarse oye usted cómo se salen al pasillo por la puerta del calabozo que la
dejaron abierta, ande, hermanito, pírese, dése el plante, píntese de colores
que la oportunidad la pintan calva, ya deben de estar saliendo por el pasillo,
y ese golpe, ah ese golpe debe ser que abrieron la puerta del pabellón, y
usted por qué no se pira, hermanito, ah, porque ya me han creado la mala
fama de chivato, hermanito, de soplón, de sapo, ande hermanito pírese que
se está pirando todo el mundo, mire, por la orillita de la celda, porque
todavía no amanece, pírese, hermanito, no sea flojo, no le tenga miedo al
frío, no se me quede mirando así, chivato no, conversador es lo que soy,
hermanito, cuentero, y mire cómo ya no queda nadie, compréndame y
pírese hermanito, qué coño va a hacer uno, hermanito, si uno quiere ser
chucero y la mano le tiembla y quiere ser atracador y le da culillo; si uno
quiere ser aguantador y lo descubren, si trata de ser paquetero y no engaña a
nadie, si uno quiere falsificar y no puede ni garabatear, si hasta dar el culo
quiere uno y no se lo cogen, entonces qué más va a ser uno, hermanito, yo
me voy a confesar, yo sí, coño, yo soy chivato, yo soy sapo, yo doy el
soplo, yo llevo la mierda de aquí para allá yo no resisto yo no puedo, a mí la
lengua se me vuela hermanito, yo trato, yo digo, coño, esta vez no, pero yo
gozo porque sé que también esta vez, hermanito, yo voy a pasar el dato, yo
voy a ir a acusar; de acuseta empecé en la escuela y de acusador en el
trabajo y de cuidador de braguetas seguí y de malandro no pude, y de
policía no me aceptaron, el fo me han hecho, con la guiña me han
rechazado, el dedo en el culo me han metido, la nariz me han fruncido, en la
cara me han bostezado, en la calle me han echado de patitas, tras las puertas
me han colocado la escoba, el sambenito me han sacado, en la calle me han
visto y me han volteado la cara, por no verme han cambiado de acera, con
creolina han lavado mi paso, en la sombra me han escupido, se han reído de
verme, he tratado de meterme la lengua en el culo y no he podido, yo por un
pan he chivateado, y por un cigarro, y porque me oyeran hablar, y vaya
usted a saber por qué, y por darme importancia, y porque la gente me dejara
acercarme, y cuando no querían oírme, y de gratis, y por gusto, y por nada,
y chivateé a mi madre que me mantenía, y a mi hermano que me vestía, y al
chivato que me inició de chivatero, y ahora oye clic ese clic de las luces que
prenden desde las torres y esa gritería, es que estaba combinada la
chivatería, y esa tiramentazón es del chivatón y esa plomacera es de la
chivatera, y esa ametralladora es la chivateadora y esa fusilada es de la
chivateada, ahora salga a la galería a que lo maten, o si no, lo chivateo, pero
no, no salga, porque si sale no tengo a quién chivatear, no me deje solo en
esta celda con esta mierda, coño, mire que si no tengo a quién chivatear
ahora qué hago yo sin chivatables, ahora qué hago yo, coño, qué hago, no,
que no lo dejo que salga, no, que no me deje solo, no, que por caridad, no,
que mano, no salga por esa puerta, no que por favor quédese vivo para
chivatearlo, no, que no deje solo a este chivato, no que si usted se va ya no
puedo ni ser chivato, no que si usted se va no puedo ni ser mierda y qué
mierda es uno entonces
Corrieron por el pasillo le metieron el chuzo al guardia por el guargüero
se pusieron en un M-1 un 38 corto especial y dos cajas de cápsulas
agarraron las llaves de los otros calabozos abrieron cinco rejas entonces
se prendieron los reflectores, desde arriba vieron al malandrito en
calzoncillos que abría el sexto calabozo y lo rebotaron contra la reja lo
rebotaron contra el piso lo re re re re re rebotaron contra el centro del
pasillo siguieron tirándole ráfagas cortas lo llevaron de rebote en rebote
hasta el otro lado del pasillo donde soltó las llaves
que cayeron dentro del calabozo.

Se abrieron paso a tiros entraron en uno de los precintos rompieron a


tiros los cerrojos del armero corrieron por los pasillos con el malandraje de
los calabozos abiertos agitaron chuzos atropellaron para el patio corrieron
por la pista parda dominada por las centellas de los postes de los reflectores
se deslumbraron miraron un cielo plomizo desde el cual empezó a lloverles
plomo hicieron fuego contra las torres y las garitas saltaron cercas dejando
tiras de piel en los alambres se torcieron los tobillos cayendo en una
pendiente de basura se atragantaron en las aguas podridas del río fueron
reventando uno a uno, con la ráfagas cortas que les remachaba Alonso
desde la garita.

Rubén recoge tablas y Lina recoge zinc Rubén recoge clavos y Lina
recoge alambres Rubén recoge cartón y Lina recoge piedras Rubén
desmonta las malezas y Lina lleva las tablas Rubén clava las tablas y Lina
amarra los postes Rubén clava el cartón y Lina coloca las láminas Rubén
sujeta las láminas con las piedras y Lina lleva un jergón y Rubén lleva
papel, Lina prepara el fogón, Rubén hace fuego en él, y Rubén rasca a Lina
y Lina despioja a Rubén, se lavan en un tazón, se acuestan en el jergón y se
miran
como son
Y se da la partida y toma la delantera pantalón caqui camiseta blanca
seguido de cerca por calzoncillo blanco camisa azul y conquista posiciones
intermedias pantalón verde sin camisa mientras presiona por el lado de
afuera pantalón gris camiseta blanca cede posiciones pantalón caqui
camiseta roja se adelanta pantalón verde sin camisa gríngolas rojas y cae
mientras avanza pantalón rojo camiseta roja gríngolas rojas y doblan la
curva de la garita norte pantalón azul camisa roja gríngolas rojas dejando
atrás a camiseta roja pantalón rojo gríngolas rojas se defiende fuertemente
contra garita sur pero cede posiciones pantalón rojo camisa roja gríngolas
rojas y pasa distanciado del pelotón calzoncillo blanco camiseta blanca
gríngola roja camiseta roja calzoncillo rojo se rinde sobre la pista y enfilan
por la recta final de la garita oeste: pantalón rojo camiseta roja calzoncillo
rojo camisa roja martingala roja gríngolas rojas se disputan las posiciones
en final estrecho frente a las alambradas.

Ráfagas cortas de Alonso. Nubecitas de polvo. Chillido de los postes de


metal alcanzados. Chispazos de los alambres. Caen los presos intentando el
salto. Alonso apunta y los remata. Después dispara contra los guardias y los
policías de civil. Dispara contra los curiosos que se arremolinan en la calle.
Dispara contra las ventanas de apartamentos lejanos. Y contra el cielo. A
sus pies, un morral de tela verde repleto de cacerinas.

Desde el calabozo, yo contemplaba la luz que venía a alumbrarme y las


moscas que venían a buscar la mierda y los agentes que venían por el
chivato. Lo agarraron por el cogote y lo acusaron de chivatearle a los
chivateados el plan de ley de fuga, preparado para liquidar a los ñángaras, y
él me acusó de chivatear el chivateo sin ver que se chivateaba, y cuando lo
comprendió, ya lo arrastraban al pasillo, sobre los periódicos embarrados de
mierda. Con un M-1 en la nuca lo hicieron lamer la mierda de los
periódicos y su propia mierda y la de la zanja del patio y la de los sanitarios
colectivos y los urinarios y la sangre del guardia chuceado. Yo vi cómo le
explotaba la cabeza con el tiro. Un torrente de sangre le bajó por la lengua
como por una cloaca. Frente a la enfermería, remataban los cuerpos que
todavía temblaban. A mí me llevaron al cuarto de los prontuarios y me
estuvieron pegando hasta que fue de noche.
Oye y aquí no hay cloacas, no no hay en ningún lado, y no hay agua
tampoco, una fuente allá abajo, y luz, a algunos ranchos cerca de la
carretera les llega en la noche, y dispensario, tampoco, y medicinas, gua las
que recogemos, y sanitarios, botamos la mierda a la calle, y por qué
trabajan aquí, gua porque no conseguimos trabajo en más nada, y cuánta
gente hay por aquí, no sé habrá unas como quien dice, cómo como quien
dice, es que no sé contar, y cuántos niños mueren, un pocote, y qué se hace
con las ratas, nada, y con las moscas, nada, y escuela, no hay escuela, y a
qué precio les compran lo que recogen, al que les da la gana pagar a los
camioneros saben que los camioneros revenden a cinco veces lo que les
pagan, no sabía, y qué hacen cuando hay lluvia y se caen los ranchos, gua
nos jodemos, y cuando viene la policía a sacar gente, nos jodemos, y
transporte, no hay transporte, y no tienen sindicato, no qué es eso, para
ayudarse para defenderse, gua aquí cada uno se defiende solo, entonces no
hay nada, aquí lo que hay es la gente del Caribe, que cobra una cuota de
quince bolívares, ¿mensuales?, sí mensuales, y si todos pagan eso da
como... gua una realá, y qué les da Caribe, gua nada, y por qué le pagan,
gua él es político, y si no le pagan, ay Rubén no preguntes, y qué es eso de
los políticos, aquí vienen cada cinco años los políticos a prometer felicidad
y pesetas y pintan propaganda y regalan comida para que uno vote por su
candidato y la otra vez para que no se nos olvidara el color de la tarjeta
regalaron cubos con comida teñida y después estuvimos cagando mierda de
colores durante toda la campaña

AGRADECÉMOSTE
DOCTOR MILAGROSO
PETICIÓN CUMPLIDA
B.B.D.O.

Distraído por el arrobamiento del favor concedido, apenas me doy


cuenta de que he llegado al muro gris donde terminan los colores del
cementerio. Tras él, el muro gris de la ciudad con su grisácea acumulación
de cubos cubriéndose los unos a los otros: cubil de donde solo pueden nacer
cubos: y hierro: y astillado y geométrico vidrio: en el cubo vacío de la calle
inmediata, los gamberros de las motos, con aerosoles y con marcadores y
con tizas signaban el concreto con los símbolos eternos del culo, del pipí y
del coño de la madre: gargarizaban esgarrando de la garganta gargajos para
garrapatear gárgolas fálicas: falcones, falomas, faláricas, falsas formas
estrafalarias: falos famélicos y masas encefálicas destilaban gotas
triunfálicas sobre los moños y retoños de los coños, sobre los estrellamares
de los culos: soles mágicos: ojos. Para defender la paz de los sepulcros, un
piquete de policías contrapunteó plan y plomo entre el avispeo de las motos
centauras que se erguían al cielo y caían en imposibles escorzos:
contorsiones insoportables de los miembros y de las columnas: con
máscaras polifemas y cascos fálicos los policías avanzaban en falange
cúbica disparando cilindros químicos: entre ellos se debatían los animales
greñudos, hiriéndolos con uñas, cadenas y talismanes: mordiscos de bocas
orificadas: y entre ellas ensangrentadas lenguas: en el suelo, cayendo de las
máquinas centauras, las nalgas rubias, las rajas rosadas, rubios los sobacos,
transportadas por el cáliz místico de la gasolina y la mezcalina y la
yobimbina: el trío de las gracias, vomitando, deyectando y orinando en la
triple consagración excremental del sacrificio. El cubo gris de la jaula
policial los devoraba: por las rendijas, manos o pies o rostros en el grito de
la implosión final en que seremos aplastados todos, recuerdos y semblanzas
de superpuestos miembros llamando desesperadamente las cornamentas de
las motos centauras. En el centro, un mozo desnudo, con un chaleco de
escamas de hierro y de vidrio en las manos, toreaba una bestia de hierro que
lanzaba cilindros de plomo.

Ahora dime Rubén, ques esa fuca que cargas Rubén que no te la quitas
bajo el trapero Rubén si no eres chota ni eres malandro entonces debes ser
ñángara Rubén, y tú qué crees, por vida tuyita dime para qué es esa fuca
Rubén, para llenar de plomo a uno, por qué, porque quiere que lo maten,
pero cómo es eso Rubén, verdad que ni yo mismo lo entiendo, quién te
metió eso en la cabeza Rubén, él mismo, cómo fue eso, me soltó para que
yo lo matara, y lo vas a matar, sí pero no a balazos, cómo Rubén, mira Lina
hay otras cosas, está esta gente, está esta vaina, todos ellos van a matarlo,
cómo, viviendo, y la fuca, mañana la entierro y te digo dónde por si acaso,
no quiero saber Rubén, donde encontramos el jergón, Lina Quiñones, pero
envuélvela en un papel, Rubén Montiel, y también las municiones, Lina
Quiñones, y le amarras un cordel, Rubén Montiel, y la tapo con terrones,
Lina Quiñones, y le siembras un clavel, Rubén Montiel

La mosca revolotea sobre el ojo tuerto de Pablo, que recoge ropa de


muerto, Rubén no te metáis a redentor, sobre la cara chata de Doña Tata que
recoge lata, pero si aquí nadie sabe hacer cloacas, sobre el rostro bembón de
Chucho Chacón que recoge cartón, pero nadie va a querer meterse en eso,
sobre la cara de perro de Ramón Cerro que recoge hierro, mejor es no
meterse en vainas, sobre el gesto retrechero de Chicho Quintero que recoge
cuero, quién se echa esa lavativa, yo, yo me la echo, dice Rubén y con un
azadón roto da el primer golpe y la mosca esquiva el segundo golpe y el
tercer golpe y el cuarto golpe y el quinto golpe, al sexto golpe lo pitan, al
octavo se ríen, al noveno se burlan, al décimo lo insultan, once, lo
amenazan, doce, lo remedan, trece, lo miran, catorce, se callan, quince,
parpadean, dieciséis, le tiran piedritas, diecisiete, conchas de cambur,
dieciocho, tablas, diecinueve, cantan con el ritmo, veinte, escupen,
veintiuno, sudan, veintidós, llaman gente, veintitrés, comentan,
veinticuatro, apuestan, veinticinco, aconsejan, veintiséis, bostezan,
veintisiete, se ofenden, veintiocho, se rascan el cogote, veintinueve, tosen
por la humareda, treinta. Treinta y uno. Treinta y dos. Treinta y tres. A los
doscientos golpes se había ido la mayoría de los curiosos y un grupo de
jodedores doscientos uno apostaba sobre cuánto tardaría en cansarse
doscientos dos y le preguntaban si no quería cerveza doscientos tres y le
ofrecían abanicarlo doscientos cuatro y hacían ruidos cómicos con la boca
doscientos cinco y le preguntaban si iba a sacar un entierro doscientos seis
pero trescientos hasta ellos terminaron por irse trescientos uno trescientos
dos trescientos tres trescientos cuatro, mirá Rubén que te jodes trescientos
cinco que nadie te va a ayudar trescientos seis que solo no podéis
trescientos siete ah verga trescientos ocho carajito no jodáis trescientos
nueve que esa vaina no cala trescientos diez que te creáis enemigos
trescientos once que no hay herramientas trescientos doce que la gente está
cansada después de recoger basura trescientos trece que nadie cree ya en
eso trescientos catorce que ahora son otros tiempos trescientos quince ah
jaiba pasáme acá ese pedazo e sartén Lina trescientos dieciséis que el que
mira y no ayuda trescientos diecisiete tiene sangre de Judas trescientos
dieciocho y diecinueve y veinte y veintiuno y veintidós y veintitrés
Mientras la jaula cúbica devoraba la sangrienta tropa vandálica,
tosiendo por la neblina química apreté el paso hacia la ciudad geométrica,
ante la que me detuve como ante una pantalla de ladrillos, cemento, vidrio y
metal: una muralla chata y áspera empeñada en rechazarme con sus texturas
y sus argamasas. Cerré los ojos y vislumbré un empedrado antiguo, sentí en
mis manos el peso de un maletín negro y de un bastón negro y de una vida.
Algo me hizo voltear. Venía hacia mí, como una centella, la parrilla de un
automóvil. Me arrojé contra ella. En el faro vi que me embestía la imagen
de una moto que montaba un muchacho con chaleco de escamas de hierro y
de vidrio. Patatum, sonó el parafango, y patatum, rodó por la calle un
sombrero negro, patatum, patatum, hizo en la acera un bastón negro de
puño dorado, y fui arrojado, aplastado contra el suelo, golpeado contra la
mixtura de sus sustancias, cabezas de clavo, papeles desgarrados, latas
aplanadas: astillas de vidrio y chapas de latón me devolvían mi imagen
aplastada y reducida a sello o estampilla; sentí que había llegado a ese cabo
del tiempo en que ya no podremos más. A ese paredón del cual no pasamos,
porque nosotros somos también ya un muro, acaso nuestra propia lápida.
Porque el mundo y nosotros somos ya solo fichas planas, archivadas dentro
de nuestra mente, aglomeradas como sardinas en lata para facilitar el
almacenaje. Y por eso se nos cierran también el pasado y la memoria:
porque son chatos. Contrariamente a las grandes fugas y a los grandes
corredores de la perspectiva y del futuro. La flota de formas geométricas
lanzada por la mente a profundizar y definir el tiempo y el espacio, de
regreso al puerto, trayendo el botín comprimido y cuadriculado de las
dimensiones prisioneras: los cadáveres del devenir momificados en la
guarida de los ladrones: ella misma una momia. ¿Una momia yo mismo?
Sentí que venía lo peor. Las superficies del suelo en que yacía agonizante,
comprimidas y recomprimidas, excavadas hasta el eventramiento, arrojaban
sus vísceras: piedras: trozos de mica: cabillas: astillas de madera: alambres:
engranajes: la textura de las superficies y las cosas sobrantes de mi vida
regurgitadas en una pasta: con estos objetos había intentado yo hacer una
vida y acaso una metafísica, pero ahora me daba cuenta de que el universo
era solo esta perdida lava de objetos sin uso capturados en una chatura
primaria de la que la luz era solo testigo. Y que solo quedaba: perforar: y
destruir: y recomenzar: o nunca comenzar: volver el barro al barro: vomitar:
escupir: agonizar: volver fragmentos los objetos y los sistemas: y acaso así
vencer: destruir y destruirse encerrado en la chatura impenetrable: me
incorporo, trato de avanzar y caigo. Alcé la cabeza, intentando ver las
estrellas: divisé un incendio de neón, un falso estrellerío eléctrico que
alumbraba los vértigos de mi agonía.
En el calabozo de los prontuarios me encerraron entre siete tombos que
me pegaban y me plagaban y me plegaban y me golpeaban y me golfeaban
y me solfeaban y me moldeaban y me daban en la cabeza como queriendo
estrellármela como un huevo como queriendo dejar salir la clara y la yema
y el mucílago y los fantasmas de cuanto había yo inventado y visto y yo
mismo saldría al fin de la bóveda del mundo y de la de mi cráneo: decidí
escapar. Preparé mi cuerpo para los supremos ejercicios de la magia
mimética. Salté del sitio en donde antes estaba y hacia donde miraban mis
atormentadores, y estos no me vieron más. Mis atormentadores gritaron,
barriendo con el área de visión de sus ojos el espacio del calabozo. Yo
preveía las direcciones de sus miradas y saltaba hacia las zonas que estas
abandonaban, como quien huye del haz de luz de un faro. A medida que la
búsqueda de los ojos de mis atormentadores se hacía más frenética,
comencé a deslizarme entre el margen de sus imágenes icónicas.
Colándome por los instantes ciegos de percepción que duran entre la
persistencia de una imagen y la sucesiva. Sus miradas barrían la celda como
un gran erizo de cuchillos, y yo me arrojaba entre sus intersticios. Gritando
de terror, mis atormentadores encendieron dos, tres, cuatro linternas, y así
mi cuerpo proyectó dos, tres, cuatro sombras que debí esforzarme también
en mantener fuera de los conos de sus miradas, o en las rendijas entre sus
imágenes icónicas. Boqueando en silencio, en silencio haciendo las
prodigiosas piruetas que requerían las evasiones de la magia mimética y los
deslizamientos de mi silueta real y de mis sombras en la jaula de acero,
accedí repentinamente a la soledad de la existencia sobre la cual no se posa
mirada alguna y comprendí el terror del fugitivo, que deja de existir en la
medida en que sobre él no se posa mirada alguna. Supe de cómo
necesitamos de toda mirada, aun la más enemiga, para mantener nuestra
existencia, y hasta qué punto somos aquellos que nos miran, y supe de las
vidas extraviadas de un pueblo de seres que practicaba la magia mimética y
que entrevivía con nosotros aterrorizado de ser el objeto de las miradas pero
condenado asimismo a la disolución del ser y a la soledad. Saltando entre el
tiovivo de las miradas de mis perseguidores y de mis propias sombras,
entreví el mundo crepuscular lleno de solitarias avenidas y de cuartos
abandonados que transitaban los miméticos, sangrando a cada instante su
ser en la ascesis sombría del no ser percibidos, que les imponía todos los
retiros y ante todo el retiro de sí mismos. Pero no tuve valor tan siquiera
para desexistir el transitorio lapso que mis atormentadores hubieran
necesitado para abandonar mi búsqueda dentro del infinito finito de aquella
jaula. Y regresé.
A la mañana siguiente al regresar Rubén vio que habían echado basura
en la zanja abierta y no dijo nada y con las manos ampolladas levantó el
azadón uno bajó el azadón dos levantó el azadón uno bajó el azadón dos y
siguió cavando cerro abajo y como era domingo y no venían los camiones y
la gente no recogía basura, se reunían a verlo mientras los transistores
sintonizaban los datos para las carreras válidas y el jabón que protege la
blancura de su ropa y los niñitos hacían juego de cavar con trozos de latón y
Lina sacaba la tierra con una olla y las comadres formaban líos de no me
vaya a echar esa tierra ahí y cien pero carajito qué haces ciento uno excavar
las cloacas pero solo no puedes, solo no puedo ciento dos ciento tres ciento
cuatro ciento cinco ciento seis ciento siete ciento ocho está loco ciento
nueve está tostao ciento diez está trono ciento once está borracho ciento
doce está arrebatado ciento trece ciento catorce ciento quince ciento
dieciséis ciento diecisiete pero no oíste que solo no puedes ciento dieciocho
y tú, Tuerto, que le alcagüeteas la vaina ciento veinte ciento veintiuno
ciento veintidós cada vez que se sentaba en el borde la zanja para tomar
agua en la botella de Doña Maella la gente suspiraba con gesto de se acabó
el chou pero seguía cuatrocientos cuatrocientos uno cuatrocientos dos
cuatrocientos tres y entonces lo rodearon Pancho Aretusa y Paco Figueres y
Pancho Carite y Chucho Muela y Juan Malavé y Toño Mayora y Martín
Torre y Juancho Conde y el sabio Andreas y Lucio Cabras y Eloy
Barrientos, y escarbaban con las orejas, y con las uñas, y con las bocas, y se
formó pitadera de locos y de ociosos que hicieron música con las latas de
Doña Tata y con los frascos de Don Velasco y con las maderas de Juan
Carrera, cuatrocientos veinte, y Rubén sintió un coñazo de dolor
cuatrocientos veintiuno que le subió del estómago cuatrocientos veintidós
pero lo resistió por Lina cuatrocientos veintitrés y quinientos y seiscientos y
oía gritos y aplausos y alguien le quitó el azadón de la mano diciéndole con
permiso y a su lado vio a Juan Carrera cavando como una fiera y a Rufo
Amable cavar incansable y a Chucho Chacón como un campeón y a Don
Velasco cavar sin asco y a Chicho Quintero cavar certero y a Don
Escolástico cavar elástico seiscientos uno, seiscientos dos, seiscientos tres
La puerta

Alfiero deja atrás la sala de la heptasteria de los melancólicos y profundiza


en los pasillos. En estos se le interponen puertas. Por las puertas accede a
túneles donde se le interponen puertas que son reflejadas por espejos que a
su vez son puertas. Las puertas reflejan puertas que a su vez son puertas que
reflejan puertas. Cada vez que Alfiero traspone una puerta sus reflejos
trasponen múltiples puertas que reflejan múltiples imágenes que trasponen
puertas. Alfiero abre una puerta.
La puerta

1) Reflejo de Annette sentada en el suelo y con las piernas abiertas, en


un espejo de mercurio donde resplandecen las uñas de los pies pintadas con
mercurio y las uñas de las manos pintadas con mercurio que refleja anillos
con tréboles de latón y corazones de plástico que tintinean contra pulseras
plateadas.
2) El pelo platinado cae sobre los párpados cerrados engrasados con
base plateada. Apenas el aliento desorganiza unas hebras. Los pezones
espolvoreados con mostacilla de plata.
3) La enagua plateada apenas deja ver algunos vellos. Una yerta arruga
de seda intrinca sombras y reflejos.
4) Una gotita de sudor cae de cada axila pero se evapora antes de llegar
al codo.
5) En los lóbulos de las orejas zumban zarcillos en forma de mosca.
6) La penumbra del aposento se abre en puertas y reflejos de puertas
que se abren.
La puerta

Acercaos a esta puerta. ¡Ah! Sentiréis con horror que no es una puerta
ordinaria. Sus molduras han sido hechas por ingenioso artífice con dientes
arrancados a plañideras vírgenes. ¿Qué decir de sus bisagras, donde la
mirada experta podría reconocer huesos provenientes del cráneo de padres
amantísimos? Ornamentos ingeniosamente trenzados con nervios; clavos
hechos de falanges amputadas: el aceite que humedece sus bisagras no
podría decir lo que es: algún demonio dará cuenta de qué cavidad u órgano
ha sido extraído y por qué medios: la mirilla es un ojo arrancado de nívea
princesa mediante navaja de múltiples hojas: hostias profanadas completan
dibujos de negras orgías en cada uno de los paneles de esta abominación.
¡Escupid, sí! ¡Escupid un bilioso gargajo sobre estos órganos profanados!
Escupid y comenzad la crucifixión del niño que, engañado, con falsos
pretextos, llevando él mismo en su manecita los clavos, habéis traído hasta
el umbral de esta puerta.
La puerta

He aquí la gran puerta, me dije


Exactamente hecha en su peso y medida
Sólida y maciza como la deseó el leñador que desbastó los troncos
húmedos de rocío
Esta puerta es una palabra
¿Acaso la enviaré hacia ti?
Madre natura conceda a mi lengua al pronunciarla el goce que tuvo la
mano al hacerla
Y tus oídos la escuchen
Cuando ni yo ni ella
Bloqueemos más la luz.
La puerta

Así, junto al mar, proyecté esta puerta tal como la quería mi sensibilidad
sobresaltada y polimorfa, la puerta toda como de una madera reseca y
amarga y sin embargo rica a la vista y voluptuosa como un hígado, para,
ante ella, erectos los bigotes en una tensión eléctrica e insoportable hasta
materialmente echar chispas como solo lo pueden hacer los grandes
paranoicos, con las lenguas de mis ojos —pues nada hay tan semejante al
ojo como la lengua— mansamente lamer las úlceras y las lepras de sus
vetas percibiendo los placeres de esta delectación, materialmente babeando
hasta consumirme y consumir la puerta —en la precisa hora en que el sol,
como una cereza, enciende e incendia las fronteras del cielo— en una
gimiente, gastronómica y sutil catarata de miel en donde vendrán a hacer
panales las abejas de mi apoteosis.
La puerta

En la calle están quemando todas las puertas


Ahora nos paseamos por los cuartos posibles: y no encontramos
cerrados: ni escaparates: ni aparadores: ni cerebros
En cualquier sitio nos echamos a dormir. Pero tantos parques qué
caminar. Tantos cuadros qué ver.
También quemamos las armas. Hay tantas humaredas. Revientan besos
y cartuchos.
Ven muchacha si acaso te gusto y si no, separémonos riendo.
Cuando haya terminado nuestro día, también arderemos.

La zanja es primero un agujero pero alrededor se le forma una bolsa de


curiosos y es una gástrula pero alrededor se le forma una segunda bolsa de
curiosos y es una blástula pero la zanja crece y se extiende y es una
columna vertebral porque hacia ella y desde ella van y vienen todos los
mensajes y se amontona el gentío y se acercan los policías que dicen circule
circule y los políticos que ofrecen felicidad y pesetas al votar por el
candidato democrático pero el sol de la tarde quinientos uno se los lleva a
todos quinientos dos y solo deja el hierro quinientos tres la greda roja
quinientos cuatro el sol quinientos cinco el hierro quinientos seis la greda
roja quinientos siete el sol quinientos ocho el hierro quinientos nueve la
greda la zanja apunta hacia la ciudad mil uno como un dedo mil dos y todos
como locos mil tres excavan mil cuatro llenan sacos de tierra mil cinco y
sacan restos de picos y azadones de la basura mil seis y le tiran piedras a los
policías mil siete que vienen a pedir su cédula por favor su cédula mil ocho
y dónde está su permiso mil nueve y quién es el jefe aquí mil diez y qué
vaina es esta mil once circulen mil doce desalojen mil trece llueve un
diluvio de basura mil catorce tras los ranchos se esconden bultos envueltos
en harapos mil quince al irse la jaula mil dieciséis la zanja sigue bajando
mil diecisiete hacia la ciudad mil dieciocho como un pasillo y entonces
llegan los sapos con camisas floreadas y zapatos de dos tonos y grandes
sonrisas y bajan entre el silbido dos mil que entona el chachachá dos mil
uno los marcianos llegaron ya dos mil dos, ¿el jefe? dos mil tres, por ahí
anda dos mil cuatro él nunca viene dos mil cinco no hay jefe dos mil seis
aquí todos son jefes dos mil siete él es bajito dos mil ocho él es alto dos mil
nueve es un gordo dos mil diez es un flaquito dos mil once él es catire dos
mil doce él es un negrito dos mil trece él se murió dos mil catorce él es
marciano dos mil quince tiene dos cabezas dos mil dieciséis se fue a la
guerra dos mil diecisiete montado en una perra dos mil dieciocho es espíritu
burlón dos mil diecinueve es aparecido dos mil veinte es milagroso dos mil
veintiuno echa candela dos mil veintidós no tiene pellejo dos mil veintitrés
está preso dos mil veinticuatro baila todo el tiempo dos mil veinticinco
rompió las cadenas dos mil veintiséis desató el apocalisis dos mil
veintiocho está muerto dos mil treinta lo mataron a tiros dos mil treinta y
uno le rompieron el cráneo dos mil treinta y dos se volvió lo que no era dos
mil treinta y tres aprendió a abrir las puertas dos mil treinta y cinco no
sabemos quién fue dos mil treinta y seis nos olvidamos dos mil treinta y
siete y adónde va esta zanja dos mil treinta y ocho a San Mateo quién la
comanda dos mil treinta y nueve Cachucha e Peo
Alfiero abre otra puerta: desde el pasillo entra en la cocina del
apartamento: sobre el sumidero, ollas, destapadores, cubiertos, botellas,
peladuras de papas: los hechos concretos: abre una botella de gaseosa: el
líquido sale en borbotones anaranjados: cada borbotón aerodinámico: con
reflejos de las panoplias de cubiertos: porcelanas: vidrios: cajas: vaho de
detergentes: vapor de jengibre: no volveré a pensar nunca: anaranjado:
efervescente: borbotones que caen de la botella en el sumidero lleno de
cucarachas con antenas filosóficas: quizá ellas saben: tejer los nudos
necesarios o destejer los innecesarios: los borbotones siguen cayendo:
mercuriales: golpeando contra el aluminio: Alfiero piensa que todo se
desencola: abandona la botella a la curiosidad filosofante de las cucarachas:
excavar la salida de la cocina: escapar de la presencia de las cosas: una
presencia que no sugiere otra cosa que su propia presencia: un sistema de
desplazamientos, movimientos y transiciones obediente
a demasiados armónicos latidos: acaso el movimiento de las antenas
filosofantes: acaso demasiado armonioso el ballet de la presencia de las
cosas que se extiende desde ese centro a los confines más remotos:
soportarlo dentro del conocimiento de que aquella soportación entra en el
ritmo: insoportable: dos estrellas se encienden en los oídos de Alfiero:
encuentra la manera de cruzar la puerta: mover el cuerpo ordenadamente en
la corriente de música que se desprende de las cosas: dejar de ser entrando
en el ritmo: al mismo tiempo siendo: Alfiero intenta dejar el ritmo: colgante
como un cadáver queda la mitad de su cuerpo que no sigue las ondas: de su
cuerpo parten ejes: sobre ellos reposa el mundo y su sujeción al ritmo: del
gusano luminoso de su médula parten los ejes de los miembros: de los
cuales los ejes de la rueda universal: de los cuales los hilos de la telaraña de
luz que mantiene todo el conjunto: concéntricos anillos de la danza que
giran hasta el infinito: cada uno resonando de los más pequeños: cada uno
engrandeciéndose: laberinto de órbitas: por mutación de compases: obtener
de los gestos un ritmo: que se desborde y vuelva dentro de sí mismo: por
mutación de los gestos: obtener de los ritmos un desborde: que mute y
vuelva dentro de sí mismo: por obtención de desbordes: compasar de las
mutaciones un gesto: que gesticule del ritmo: por obtención de compases:
gesticular de las mutaciones un ritmo: por compases y secciones armónicas
agrandándose: por circunferencias y centros: girando: en espirales
concéntricas: convolutiendo: en un latido: golpeando: como una oleada:
creciendo: fascinado Alfiero hasta el punto de no ocurrírsele degollar
aquella armónica masa: rosa de las resonancias: densa danza: naciendo:
Cayendo del vacío donde no se posa ninguna mirada, regresé al
calabozo, entre el círculo de mis atormentadores. Quienes fijaron su vista en
mí. Pero yo llegaba transformado de ese mundo en el que, durante breves
instantes, ninguna mirada me había impuesto la obligación de continuar
siendo yo o de tenerme como punto de referencia con respecto al mundo y a
los otros seres. El sombrío mundo de los miméticos me vomitaba informe y
viscoso como una regurgitación. Y, si bien mi cuerpo seguía siendo
físicamente lo que había sido, mi mente, filtrada por la umbría pantalla de la
nada del mundo de los miméticos, fluía como un bolo a medio digerir, sin
forma propia y asqueada de su existencia. Y así, viscosa y protoplasmática,
adoptando la forma del túnel por el que caía, que era el destino que la
aprisionaba, mi mente se lanzó a la evasión de la magia pantomímica, y por
ello, en el instante en que caí del último salto, adopté el gesto las ideas los
propósitos la forma de moverse del más alejado de mis atormentadores.
Experimenté así cómo un ademán crea un cuerpo e inventa un alma. Para
mis atormentadores, que en ese momento me vieron, parecí ser uno de ellos
—el que en ese instante, por estar más retirado, no miraban— y la prisión
de sus ojos hasta tal punto me corroboró en la identidad que había asumido,
que me sentí atormentador y, con ira, volteé a todos lados buscándome
como quien persigue una presa. En ese instante, el atormentador a quien yo
suplantaba comenzó a dirigir sus ojos hacia mí. Moviéndome rápidamente,
asumí los gestos y los movimientos de otro atormentador que en ese
instante dejaba de mirarme y así cuando mi doble llegó a divisarme, yo
había pasado a ser otro doble que a su vez lo miraba. Salté así de
caracterizar un atormentador a caracterizar otro atormentador de modo que
los siete atormentadores en aquel cuarto contaban ocho hombres que eran
siempre ellos siete dentro de la zarabanda de haces de luces, sombras y
conos de las miradas. ¡Sombras chinescas! ¡Carrusel claroscuro!
Transformándome sucesivamente en mis distintos atormentadores dentro de
la jaula de los tormentos, dejé de ser yo mismo y pasé a ser el atormentador
y corrí hacia atrás en los pasillos de la memoria de ese atormentador y pasé
a ser un hombre a quien el atormentador atormentaba y pasé otra vez a
atormentador y pasé a ser atormentado, viajando en un mundo de
transformaciones en destinos humanos que se entrecruzaban como
macarrones dentro de la olla sin salida de aquella prisión en donde yo asumí
una tras otra las posibles identidades, siempre prisionero, siempre máscara
de gestos y actos, siempre pantomímico. ¡Sombras chinescas! ¡Carrusel
claroscuro!

En la oscuridad del pasillo, Alfiero avanza hacia Annette. Un enjambre


de fosfenos los separa de los melancólicos. Estos perfeccionan su
amaneramiento, cumpliendo gestos previstos e incluyendo dentro de cada
gesto una ornamentación que les evita comprometerse con él, y aun dentro
de aquélla otro ornamento que les sirve para distanciarse del primero, y
todavía las pulituras del ademán que se esconden continuamente del
ademán hasta negarlo y negar la negación, para abrir la gama de los matices
donde cada matiz se matiza en el inmediato hasta una desmatización
ambigua que continuamente se deshace de sí misma ondulando hasta
esconderse de la pretensión de esconder: tamizando la realidad con un tamiz
hecho de tamices ceremoniales.
Entre ellos el fulgor de neón de Alfiero se dirige hacia el enjambre de
focos de Annette: los melancólicos se defienden envenenándose con dolor:
Alfiero danza hasta el centro de la heptasteria: a su alrededor revientan
chillidos de murciélago: el chaleco de escamas de hierro y de vidrio los
deslumbra: los melancólicos se culpan los unos a los otros: Alfiero danza
solo: los melancólicos se ofrecen de objetos de lástima: las luciérnagas
eléctricas de Annette comienzan a vestirlo: los melancólicos lloran
albúmina: danzan Alfiero y Annette en un fulgor de luz seminal; viento de
éter sopla desde los dientes cariados de los melancólicos: cuya heptasteria
es desbordada por las figuras geométricas de la danza: los melancólicos
intrigan por intermediarios: cambian de ejes luminosos en el corte de
ángulos y de bisectrices: cambian de posiciones los melancólicos: cada uno
hunde la máscara de porcelana en el culo del otro: por las rendijas,
lengüecillas ávidas sorben restos de vida: Alfiero hiere a Annette en el
triángulo: un trépano de neón la revuelca por los costados siete de la
heptasteria: al tocar cada punta, la cabeza de Annette se enciende en un
color diferente en la detonación del polvo que es como un relámpago: en
sus costados se abren todas las puertas: entre puertas avanzan que dan a
otras puertas: eternamente entrando el uno en el otro: el uno del otro
saliendo entre puertas que son puertas de puertas:
A través de los confinados pasillos de la prisión fluí, asumiendo
identidades de atormentador de atormentado de atormentador de
atormentado de guardia de funcionario de visitante, siempre dentro de los
pasillos, los locutorios, las salas de interrogatorio, las cámaras, las
prevenciones, los túneles, los pasadizos y los patios, sin salir, sin poder
salir, como si ni siquiera los poderes de la magia pantomímica me
capacitaran para encontrar la puerta por dónde salir de la sombría jaula
donde todos los papeles transcurrían entre muros y dentro de límites
precisos como el tejido de la cadena de las causas. Transformándome de
atormentado en atormentador de prisionero en guardia de guardia en
funcionario de funcionario en director y de director en visitante logré al fin
trasponer las rejas de la prisión y entrar a otros más prolongados pasillos
llamados calles donde todos los papeles transcurrían dentro de límites
precisos. Y así transformándome sin cesar descubrí que los destinos
humanos eran pasillos y solo pasillos. A medida que me hundía en el
tiempo que iba consumiendo, transcurría por la duración sombría y
predeterminada de sus instantes, nacimiento, ángulo hacia la izquierda,
infancia, vuelta a la derecha, adolescencia, escalera de cinco tramos,
madurez, rampa descendente de cien pasos, ancianidad, foso de cien codos.
Tan inevitables en sus vueltas sus recodos sus ángulos sus rejas sus cruces
sus puertas como los pasillos de la prisión que había creído dejar atrás. Y ni
siquiera mi habilidad de saltar de uno a otro pasillo en las intersecciones me
liberaba. Aquellos pasillos cuyas paredes estaban moldeados en forma de
silueta humana, sin retroceso hacia el pasado, avanzando hacia el futuro,
agotándose hasta su final. Tan sin escape seguir en mi pasillo como desde
aquí saltar a tu pasillo o tú saltando al mío y transformándote en un hombre
que es muerto por un automóvil y transformándote en el conductor que lo
mataba y transformándote en un hombre secuestrado y transformándote en
sus secuestradores y transformándote en la persona que los delataba y
transformándote en la persona que ordenaba sus muertes y me transformé
en alguien que peregrinaba para vengar esas muertes y me transformé en
una suicida y me transformé en un prisionero de la cadena de las causas y
me transformé en alguien que no se suicidó porque ya estaba muerto y me
transformé en Dios y me transformé en hombre y me transformé en un
muchacho de chaleco de hierro y de vidrio y me transformé en una acróbata
que amaba a un prestidigitador y me transformé en el prestidigitador que la
dejó morir y descubrí un mundo e hice planes para aniquilarlo y violé una
colegiala y me transformé en esa colegiala y fui violado y me parí
y nací de mí mismo
y atormenté
y fui atormentado
y engendré
y fui fecundado
y me parí
y me transformé en un hombre que cavaba una zanja
Introduzco la verga y eyaculo
Cruzo los océanos que terminan en cataratas
Saco el seguro de la pistola
Desato y padezco los milagros
Escapo convertido en sombra de los calabozos
Lanzo los naipes de la guerra y la derrota
Taño arpas que vibran multiplicándose en arpas
Ardo en la llama de los bombardeos
Golpeo con la macana la frente de los prisioneros
Amaso el pan de cada día
Trazo sobre el papel la palabra palabra
Caigo herido entre cadáveres
Cobro los treinta dineros
Robo y recupero tantas veces la misma moneda
Construyo y abro todas las puertas
Corto las venas de mis muñecas
Traspongo los umbrales de El Dorado
Embisto con mi máquina cuerpos lacerados
Miro desde detrás de tus párpados
Apoyo las heridas plantas de los pies contra la tierra
Cabalgo caballos bajo la luna
Habito en todos los posibles aposentos
Escribo la lista de las delaciones
Camino herido por los soles
Permanezco en las planchas de las morgues
Dirijo la puntería de las máquinas voladoras
Caigo esclavo de la cadena de las causas
Sorbo el ñopo por los canutillos
Corro por pasillos de estrictas geometrías
Lanzo los cuerpos hacia los peces carnívoros
Descifro las tarjetas de las calculadoras
Danzo entre escamas de vidrio y de hierro
Escarbo en la basura
Escapo de los diluvios
Degenero en Dios
Asciendo a Hombre
Asisto a la muerte de los universos
Curo la piel agusanada
Acaricio las palomas
Enloquezco ante el terror de mi propia presencia
Engaño y soy engañado
Precipito galaxias contra galaxias
Aprieto en un puño potestades
Extraigo formas del vacío
Introduzco
Cruzo
Saco
Desato
Escapo
Lanzo
Taño
Ardo
Golpeo
Amaso
Trazo
Caigo
Cobro
Robo
Construyo
Corto
Traspongo
Embisto
Miro
Apoyo
Habito
Escribo
Camino
Permanezco
Dirijo
Sorbo
Corro
Descifro
Escarbo
Degenero
Engendro
Hablo
Agonizo
Engendro infinitamente e infinitamente soy engendrado
Soy el hombre y… soy la palabra
Todas las palabras
todas las palabras: todos los destinos: todos los pasillos: todas las
zanjas: todas las puertas: y vuelves: transformándote en el torturador que
golpea tu cráneo: y en el torturado que es golpeado: y en el torturador que
lo golpea: y en el torturado: túnel y azadón: yunque y martillo unidos en
una seca explosión: golpe y golpeado: pasión y acción: arma y herida: hasta
el estallido golpeas y eres golpeado: cada golpe y cada dolor: cada víctima
y cada victimario te encadenan: por círculos concéntricos crece la cadena en
que golpeas y eres golpeado: gira: nimbándote de un magnífico poder:
saltas: entre auras de fuerza que cada golpe confirma y centuplica: marchas:
con el cráneo despedazado: marchas: por cavernas de vacío donde las
nebulosas agonizan: marchas: por regiones donde el día es como la noche y
donde el agua se vuelve piedra: marchas: por regiones de espuma blanca y
dura: marchas: guiado por estrellas moribundas: marchas: llevando en tu
mano la macana: hasta el féretro de tiempo nulo donde el Caballero Águila
espera a que lo mates desde toda la eternidad que hace que te creó para que
acabaras con su infinito: marchas: hacia el prisionero que enfermó de
inmortalidad y que te ha convocado para que lo liberes: hieres: estalla el
cráneo del Caballero Águila: en tus manos estalla Tantanil, quebrándose su
hoja donde están inscritas las constantes del Universo: estalla el mundo en
un cataclismo en donde todos los momentos y todos los lugares interfieren
agolpándose por la rasgadura de una gigantesca herida: hieres: caen los
soles: hieres: golpeas un cráneo: eres golpeado: golpeas una taza: un ojo: un
huevo: un mundo: te baña un velo de sangre y de saliva: hierves: hieres:
hierves: hieres: hierves: hieres: me pegan: me pagan: me pliegan: me
riegan: me niegan: me pegan: como queriendo cascarla me pegan en la
cabeza: cascarla: dejar salir la clara y la yema y los fantasmas: cascar la
bóveda del cráneo: cascar la bóveda del mundo: cascadas: tortilla germinal:
cascada nacarada de luten y formas carnales: cascada severa de la sesera:
celebro el cerebro: poseso del seso: cáscara: campana: cascada cáscara
calcárea: craterada cáscara: carcacha cachiporrada: caja y carcaja: achacada
charada acarajada: campanas: campanadas: campalabras: abrapalabra:
labras palabras: abra la abra: ábrete, séxamo: volcarnes: de la raja
duramadre cascada, cuerpos yertos en auras de fósforo y sangre: ad ovo y
ex ovo en el desovo: terremoto: te remiento: te remeto: te remonto: te
remito: te remato: se abren los cavernos: precipucio: en los abismos
mismos, sismos: suma de semen se sume en la sima: remalignos:
torbehollines: murpiélagos: alimarañas: torbehollines: cocohorrilos:
aquilarres y walpurgatorios: lucifieras: diabólidos: desmanios: arcanhieles y
querruines: cepos con sapos: sarpientes: a ratos ritos de ratas: magmíferos:
fliebres: sufre entre azufre: condenados con dedos con dados: gusarnas:
apocalhípicos: cadafieras: somos ñomos romos en pomos: canibalas:
veryugos: matarifles: patióvulos: complejos reflejos de espejos:
mutalaciones: tortugras: sangrificios: alarruidos: estrepicios: masacras:
matansias: genazidios: mascas moscas: palarvas: estallan extrañas estrellas:
babsurda: harpiñas: revienta un ojo, un huevo, una taza, un cráneo y un
universo: con el cráneo cascado: caes: con el tórax baleado: caes: herido por
las escamas de vidrio y de hierro del chaleco: caes: convertido en una
histérica masa de sentidos: tableteando por el nervosear incontenible de la
sensación: hiperestesiado e hiperextasiado: una burbuja informe de ojos y
poros y membranas y papilas y terminaciones nerviosas encendidas en la
sensación: agónicamente pidiendo el fin: abultando una piel que agoniza
lacerada en un chaleco de escamas de metal y de vidrio: atropellado contra
la calle donde revientan luces: caes: reventando con las estrellas: caes:
Entre los vecinos que cavan la zanja vuelve el silbadito de Los
marcianos llegaron ya, y todos se van desvaneciendo metiéndose en sus
ranchos porque esta vez es en serio, estacionaron lejos, bajan los montones
de basura pisando con cuidado alzándose los pantalones y en todo el barrio
hay ese silencio, desde lejos Araceli mira y señala y los agentes se abren
dispersándose por los montones de basura y las humaredas Rubén se da
cuenta y salta y da dos vueltas y corre agachado y entonces suenan los
primeros taponazos corre Rubén corre.
Traga Rubén no brinques Rubén sóplate Rubén no te orines en la cama
Rubén no toques Rubén no llores Rubén estate quieto Rubén no saltes en la
cama Rubén no saques la cabeza por la ventanilla Rubén no rompas el vaso
Rubén, Rubén no le saques la lengua a la maestra Rubén no rayes las
paredes Rubén di los buenos días Rubén deja el yoyo Rubén no juegues
trompo Rubén no faltes al catecismo Rubén amárrate la trenza del zapato
Rubén haz las tareas Rubén no rompas los juguetes Rubén reza Rubén no te
metas el dedo en la nariz Rubén no juegues con la comida no te pases la
vida jugando la vida Rubén.
Estudia Rubén no te jubiles Rubén no fumes Rubén no salgas con tus
compañeros Rubén no te pelees con tus amigos Rubén, Rubén no te montes
en la parrilla de las motos Rubén estudia la química Rubén no trasnoches
Rubén no corras Rubén no ensucies tantas camisetas Rubén saluda a la
comadre Paulina Rubén no andes en patota Rubén no hables tanto, estudia
la matemática Rubén no te metas con la muchacha del servicio Rubén no
pongan tan alto el tocadiscos Rubén no cantes serenatas Rubén no te pongas
de delegado de curso Rubén no te comprometas Rubén no te vayas a dejar
raspar Rubén no le respondas a tu padre Rubén,
Rubén córtate el pelo, coge ejemplo Rubén.
Rubén no manifiestes, no cantes el Belachao Rubén, Rubén no protestes
profesores, no dejes que te metan en la lista negra Rubén, Rubén quita esos
afiches del cheguevara, no digas yankis go home Rubén, Rubén no repartas
hojitas, no pintes los muros Rubén, no siembres la zozobra en las
instituciones Rubén, Rubén no quemes cauchos, no agites Rubén, Rubén no
me agonices, no me mortifiques Rubén, Rubén modérate, Rubén
compórtate, Rubén aquiétate, Rubén componte.
Rubén no corras Rubén no grites Rubén no brinques Rubén no saltes
Rubén no pases frente a los guardias Rubén no enfrentes los policías Rubén
no dejes que te disparen Rubén no saltes Rubén no grites Rubén no sangres
Rubén no caigas.
No te mueras, Rubén.
Pa pa pa pa pa pa pa: pálpala: toca la basura: cae: aquí las huesas todas:
alambres saltan a cortarte: se desdoblan las materias: arden: ¡Explotan!: en
una blancura calcárea árida pétrea ácida: combates contra ella y desde ya la
odias: es más compleja que la vida: entre basuras vas cayendo vas entre
basuras vas cavando vas entre basura vas cortando vas entre basura vas
juntando vas entre basura vas uniendo vas entre basura vas dejando vas
entre basura vas cerniendo vas entre basura vas hallando vas entre basura
formando vas ¡forma oceánica!: las palas cachalóticas separando oleadas:
estrellas buscas entre restos: palpando encuentras una palabra: la persigue la
pala de acero: guadaña que siega la pala bra pero gritan todas las palabras
enterradas y del fiero resorte y del ácido venenoso y el baboso gusano y el
vómito medúseo salen los focos del alarido en alas de las palas de las
palabras enterradas en la basura: como un hervor se elevan: y toda cosa
grita al ser tocada: hiriendo vas entre basura vas nombrando vas y todo el
mundo es un tímpano: forma de oreja tiene: las palas vierten palabras hacia
el centro y en él van formando capas: lamentándose chillando como
murciélagos: como niños llorando: como cachorros gimiendo: gritan un ay
que te lacera más que sus dientes y sus filos y sus hedores y sus moscas y
sus tóxicos y sus humaredas: y cada vez que uno de los camiones eructa es
un renovado grito: artillería de palabras: nubes de proyectiles que se envían
los entes para modificarse: mensajes de la destrucción, que como la luz
continúan viajando cuando la estrella ha muerto: oleadas de palabras se
embisten y batallan y se desmienten y chocan: palarvas: el caos entrópico
las descompone: por instantes brillan y se desvanecen: se dan todos los
encuentros y las formas: todas las mixturas y los encabalgamientos: te
mueves como una araña en la que se insertan todos los predicados: moras
en los rincones de la tela: te escapas de los rayos de la atención que hacia ti
se dirigen: encendido bailas en remolino de fuego: metamorfosis
metafórica: monstruáfora: mantráfora: mientáfora: encendimiento por el
rayo de la trasmutación del significado: sobre los espejos de la palabra la
imagen infinitiza las imágenes: cada palabra encendida incinera los bosques
del cerebro hasta que cada rama ha iluminado y destruido cada rama: el
momento en que las palabras dejan de ser invisibles y se interponen entre ti
y los objetos: estantería yerta del idioma: en los anaqueles bajos, cubiertos
de polvo, fósiles: muertos de uso y desuso, suso: flores de esplendor
marchítanse: caen escamas: martillas las costras pero resuenan secos ecos
en las cáscaras: máscaras: hojalaterías frías: acopios de kaleidoscopios:
gamados cálices gemados: muertas estrellas: estelas, estrellerío:
Estrellas brillantes, chispeantes, cegadoras, intermitentes, tornasoladas,
titilantes, deslumbrantes, irisadas, coloreadas, reflejadas, aumentadas,
refractadas, proyectadas: en puntos solitarios, en tubos culebreantes y en
miríadas: en paralelas, en círculos concéntricos y en rayos: derritiéndose al
ser reflejadas en el charol y el cromo y la latonería: difuminándose en las
pantallas de concreto, ascendiendo, en la humareda de la contaminación:
resbalando por el vidrio submarino de las ventanas hasta tocar los opacos
seres que las esperan al acecho en las zanjas de las habitaciones: rotundos
armarios, sillones, mesas de ricas maderas. Objetos de vidrio encrespados
como crustáceos agresivos, las chispas finales de los reflejos muriendo en
las copas de las alacenas, disolviéndose en las reflexiones y difracciones de
cada ojo: la multiplicación de cada luz en el ojo geométrico de cada mosca:
trampa de espejos y esponja de ojos y remolino de retinas: cruzar y viajar
de luces y de reflejos en los túneles de las habitaciones vacías: arcoíris:
abanicos: desgarradas nebulosas: peces del infinito sangrando luz.
Atropellado por la motocicleta, hundiéndome en un charco de tiempo pensé
vengativo que llegaría el momento en que todo resplandor moriría. Intenté
destruir jaulas de neón y paredes de espejos: dejé regueros de sangre
encendida como jeroglíficos luminosos: intenté quebrar estrellas cada vez
más remotas que morían en una madrugada cada vez más antigua y pasada:
me revolqué en un charco de centellas de vidrio empapado, y solo dejé de
combatir cuando conocí en su plenitud la perfección del favor que me había
sido concedido: descansar, convertirme en mi propia víctima en esa lejana
mañana de cincuenta años atrás, morir en el cuerpo de aquel a quien yo
había matado, el cual, pasando entonces a mi cuerpo, viviría en adelante la
desolación y el terror y el martirio de la propia imagen, que él creó y a la
cual se inmoló odiándola, puesto que nunca fue ella, puesto que le vendió
su alma sin obtener a cambio un rostro y ni tan siquiera una última mirada
al morir. Pongo la mano sobre el corazón, digo: Que no se acuse de nada al
chofer. Sustituyéndome, aceptará la irrisión de su propia farsa, vivirá la
obsesión de su propio embuste, la desesperación de su propia máscara. Su
dolor es mayor que el mío, balbuceo. Hasta la remota mañana en que a él le
sea también concedido el favor, en medio de la luz de las estrellas desgarrar
con sus propios ojos la tremenda cárcel de la imagen, saltar desnudo y sin
gestos ante el propio ojo, que es el único. Su dolor y el mío los ofrezco al
Señor, suspiro.
Sentí que mi sustituyente y ahora victimario me palpaba confusa,
atropelladamente, como si quisiera por última vez aprehender, al tacto,
como una última boya, la forma de su cuerpo ahora mío, el último asidero y
áncora del hombre que renuncia a sí, a la propia imagen.
Él no quiso ver mi cara.
Tu cara estalla sobre el magma de los desperdicios: crece el aquelarre de
los pneumas: restos de formas que se elevan como vapores: protoplasmas
flotantes: inmensas masas amébicas: nebulosas: sobre sí mismas giran,
desvaneciéndose: intentan concertar alianzas: con sus pseudópodos se
tantean: y se agregan en guirnaldas según sus afinidades: reproducen los
objetos que las produjeron: se agregan y se desagregan: ciertas uniones
cristalizan: arrojan un fulgor sonoro: por un instante solidifican las
agregaciones de los pneumas por efecto de la virtud de sus relaciones:
vuelven a caer entre el maremagnum de las cosas: como fósiles de ellas
subsisten: y las sobreviven: y pudiera ser que alguna vez el mundo estuviera
lleno de cristalizados pneumas: su fascinación lleva a que los tomemos por
objetos reales: por operaciones de magia agregativa queda prisionera el
alma de los pneumas: y el alma no es otra cosa que pneumas: campos llenos
de fósiles: irrisoria noria de la memoria: sobre esta mar océana del desecho
corres admirando las columnas vertebrales de los pneumas solidificados que
se erigen y se cimbran como torres capaces de despedir luz propia: y se
modifican: y se autorregeneran: fulgores de luciérnagas: las columnas
vertebrales de los pneumas fosilizados danzan: constantes universales:
cromosomas: culturas: memorias: normas: lógicas: signos: redes y
laberintos y tramas que se miman las unas a las otras: zanjas en la basura:
bagazo vomitorio de los segundos ya desgarrados: contra la prisión de los
pneumas tiendes un contrafuego de pneumas que se alejan en la noche
como pompas y como pompas van estallando: nebulosas encendidas que
revientan: cráneos que se desintegran: te da picor en los ojos su salpicadura:
y amargor en los labios: hasta que sobre la prisión de los pneumas aparezca
el sol: ese último sol que está en el sótano de tu terror: se alzará sobre los
montículos de basura como una cúpula e irá quemando el cielo:
literalmente: desgarrándolo en mitades chamuscadas que lloverán chispas
que incendiarán este valle de desechos: conjuntamente aniquiladas cosas y
pneumas: en su fulgor iluminándose unas a otras: ¿Voz, a quién gritas?: a
tus propios gritos: que los unos den alcance a los otros: pero es inútil: se
mueven adonde quieren: ecos y espejos danzan: escamas de hierro y de
vidrio: brillan en tu mente: procesiones ardientes y lejanas: caes en la zanja
de la basura: sus pobladores te devoran: clavitos que corren y que si se los
agarra lloran: más abajo: tornillos que viven dando vueltas atornillándose
los unos a los otros: más abajo: animales hechos de trapos y de
desperdicios: más abajo: constelaciones de ojos que perforan la materia
flotando en ella como burbujas: más abajo: larvas: más abajo: pringue de
asfalto y de aceite: y las constituciones: y las promesas: y las suspensiones
de garantías: y los contratos: y los acuerdos: y los convenios: y las
condecoraciones: y los rollos de celuloide de los noticieros: y las alfombras
de casquillos de Madsen: y las condecoraciones: y los pomos de brillantina:
y los bastones y los sombreros de pajilla cagados de mosca y los cuellos de
celuloide y los editoriales y los grillos setentones y las culatas de los
Remington y los medallones con retratos sepia y los títulos comidos por la
traza y los misales con tapas de nácar y más abajo las condecoraciones
todavía y los pasquines y las solicitudes de empréstito y las concesiones de
asfalto y las concesiones de caminos y los caños de los chopos y las hojas
de machete y las cáscaras de café y más abajo las herraduras y los cascos y
el osario de los caballos y las puntas de lanza y las ruedas de las espuelas y
los guáimaros y las condecoraciones y las semillas de cacao y los cepos y
las cajas de hierro con cabezas fritas en aceite y las cruces de latón y las
imágenes milagrosas y más abajo aun caparazones de hierro y partesanas y
espingardas y tercerolas y cuarterolas y coseletes y cubrebabas y cepos y
grillos y jaulas y aciales y más abajo pedernal y puntas de flecha y puntas
de hacha y dientes de animal y yuca y maíz y ocumo y ñame y agua y ríos y
hombres y más abajo mujeres y mucho más abajo niños y por mucho trecho
hay hombres y osamentas y bajo ellos el limo y los cacharros y la caña y el
hueso y el pedernal y el caracol y la danza: inversamente deshaces todos los
círculos mágicos trazados por la danza y quedan liberados de ella pájaros,
peces y tigres: de las piedras redimes los arañados jeroglíficos y del polvo
las rotas puntas de flecha: taladras las pasadas auroras: danzando de
espaldas las perforas: desciendes más aun: hacia prisiones y prisiones
incontables de auroras: nimbado en ellas, las deshaces: hasta que liberado
del círculo de las palabras, todavía danzas: tocas directamente: en tu pecho
enjambran las manchas todas de la luz: a través de las chispas de la noche
se conocen: vencedor de Tairamón y del señor Acataurima: y más abajo aun
te hundes en túneles de carne: y desnaces siempre y desauroras: simiente de
ti propio remontando en las simientes: hasta la arcilla: y la ceniza: e
inmensamente atrás: al alarido: e inmensamente y más atrás del nombre:
estrellas se encienden y se apagan: danza: confundidos huesos y polvo:
danza: confundidos gestos y gritos: danza: hasta el océano: y el fin de los
ojos: y el fin del fin: danzando mareado por el polen de los mundos: danza
y aun danzando aprisionados: danza: hasta encontrar el sitio: danza:
duermes en él: desnudo: desnudo de las palabras y de la piel y de la carne: y
al fin resplandecerás durante el tiempo que te sea permitido: y tus huesos
estallarán: cubrirán los cielos: se acometerán y se acomatarán: como
centellas arrojarán unos contra otros los mundos: y como moscas viajarán
prisioneros en los túneles de las cadenas de las causas: universos nacerán y
morirán: sobre tu paladar sentirás su sal: lloverán sobre ti todas las lágrimas
y no podrás recoger ninguna: en el galimatías estarás recostado de las
estrellas y las mirarás de quien a quien: todo será igual: y estallarán los
cielos en alaridos y no te importará: pa pa pa pa pa pa pa palabras surgen de
entre los fracturados y rotos y desintegrados y torturados y mordidos y
desecrados y apuñeteados y despedazados y desgarrados y quemados y
lacerados y cancerados y lazarados labios de las cosas en desintegración: y
aquelarre de palabras hay en las noches sin luna: de la vida consumida
surgen como vapores: ay del loco que ande entre ellas: apuñalará ecos y por
ellos será apuñalado: solo al alba otra vez las pa pa pa palas hendiendo las
materias los carozos las pulpas los corazones y los juegos justificarán la
solidez de la creación: y entre ellas tu mano estrella tu mano medusa tu
mano pólipo tu mano araña irá recogiendo lenguas y exprimiéndolas para
matarlas: basureros de lenguas temblorosas diciendo sus últimas pa pa pa pa
pa pa: como moscas inquisitivas posándose sobre los objetos: chupan miran
se limpian zumban vuelan: tu lengua te arrancas y en tu boca viertes tierra:
que dejen de ella de partir zumbidos grises y de venir a ella desde las cosas
zumbidos: a través de la grita y la desintegración escarbas: todavía
prisionero de la cadena de las causas: todavía contra ellas lanzas tu mano
como un garfio: una nebulosa de basura estalla y se te aproxima: la primera
oleada entrópica te transfigura y te desfigura: hacia el torbellino y el fuego
que te abraza avanzas: locamente recoges los frutos de los árboles y los
exprimes en tu boca sangrienta, sin perdonar uno: en manos avariciosas
frutos que centellean como cadáveres en descomposición: contra una puerta
embistes: que es una zanja que es un sexo que es un cráneo que es un
mundo que es un ojo que es una espada que es una máquina que es una bala
que es una palabra que es un sexo embistes: materia enteramente y por
siempre concedídate: verbum: porque excavé en tus minas: porque te rajé:
porque jadeé: porque deposité: porque giré las brocas: y los taladros y
diamantes de carne: porque mordí: porque probé: porque grité: porque
separé y flexioné: porque te disolví en saliva: porque te penetré: porque me
ahogaste: porque gritaste: porque te meneaste: porque arañaste: porque te
apretaste: porque te distendiste: porque avanzaste: porque retrocediste:
porque temblaste: por la más remota confusión de las marejadas: porque me
sorbiste: porque me anegaste: porque desfallecí: porque volví: porque
golpeé: porque barrené: porque cabalgué: porque trepané: porque me
encendí: porque oriné tus ánforas: porque abrí tu sagrario: porque vertí el
océano: porque empapé el desierto: porque ludí tus agujeros: porque te hice
criba: porque bifurqué tus vísceras: porque me acurruqué en tus zonas:
porque bebí en tus vasos: porque sudé: porque morí: porque tundí: porque
cavité: porque arranqué chispas: porque batí: porque disolví: porque
trepané: porque herí: porque esparcí: porque dispersé: porque escupí:
porque incendié: porque unté y me untaste: porque resbalé: porque froté:
porque apreté: porque retorcí: porque reviré tus anillos: porque devasté:
porque hollé tus praderas: porque contaminé: porque reventé: porque
barnicé: porque fui el pez de tu mar mocoespumoso: porque sembré: porque
copulé: porque devasté tus entrañas: porque corroí tus tripas: porque
trasvasé en ti mis líquidos: porque azoté tus órganos: porque me vomité
dentro de ti: ayuntado: integrado: encadenado: aferrado: atornillado:
soldado: clavado: incrustado: en el estallido del orgasmo perforas la puerta:
tu chaleco de escamas de hierro y de vidrio destella reflejando el claustro
donde se abren y se cierran puertas: posibilidades: pasillos: mundos:
cristalizaciones diversas del instante: direcciones de la mirada: segmentos
del segundo: significados diversos de cada gesto: progresiones hacia
tiempos inmediatos y contiguos: cruzas la puerta, redonda: esta da a otra
puerta, ochavada: esta da a otra puerta, chapeada: esta da a otra puerta,
enrejada: esta da a otra puerta, labrada: esta da a otra puerta, fundida: esta
da a otra puerta, blindada: esta da a otra puerta, giratoria: esta da a otra
puerta, corrediza: esta da a otra puerta, basculante: esta da a otra puerta,
octogonal: esta da a otra puerta, triangular: esta da a otra puerta, dentada y
ensalivada: esta da a otra puerta, carnosa, que da a una membrana himenal
que da a una lápida que da a una válvula mitral que da a una página que da
a una garganta que da a una fosa nasal que da a un ojo que da a un aposento
cuyas paredes techo piso son puertas, giratorias, diafragmáticas, batientes,
oscilantes, automáticas, biológicas, estallando, zumbando, vibrando en el
abrecierra parapasa tumbatrueno puertaplasta: puertas de entrada de salida
de desentrada puertas que no dan a ninguna parte falsas puertas el aposento
todo una puerta con una fatigosa respiración de válvulas postigos y paneles,
un aplauso, un palmoteo, una debacle, una explosión: el ciclón de puertas
estalla como una nube de hojas de guillotina: escamas de metal y de vidrio:
girando, escindiéndose, entrechocándose vienen hacia ti, te rebanan, te
trizan, te muelen: las hélices del infinito laborando sobre tu cerebro: puerta
tú mismo, te vuelves de tu propio revés como una flor de temblorosos
órganos concentrados sobre un tubo de piel: introspectas tu pellejo que
ahora contiene el entero universo: confundidos tu interior y tu exterior ¡los
túneles! los canales en que fuiste puertas de los mundos: los orificios: los
poros: a todos ellos viajas y por ellos te trasladas: los esfínteres los ganglios
los bronquios: los secretos canales aferentes y eferentes: los protoplasmas:
las membranas: el remoto viaje de las protoformas por los organismos
anteriores: tu mismo ser fluyendo en un tumulto escuchando el fragor de las
cataratas uretrales que caen en el vacío: moco esperma mierda aire sudor
cera lágrimas alimento laboriosamente trabajados en la red de puertas: abre
los ojos aun: aun la retina: las legañas aun: la puerta del sol: la puerta puerta
que recoge las puertas de las puertas: desata las cerraduras: colapsa como
una compuerta avasallada y ahora viaja: hasta el centro del universo que
está situado en todas partes o en ninguna: en el centro del vacío, como un
cristal que fuera un organismo: una hidra enjoyada: dando vueltas
constantemente de su interior a su interior y de su pasado a su presente: el
palacio donde se unen todos los lugares y todas las épocas del universo:
donde no hay arriba ni abajo ni adelante ni atrás ni antes ni después sino el
tumulto de los espejos del paraespacio y del paratiempo: creando los
pasadizos imposibles sin paredes ni techo: las salas que nunca contienen
nada: bola giratoria escamada de órganos y de actos: gritachupa
muerdeorina saltaflota pinchacruje crecearroja tuercemoja miracae palpita,
palpita, palpita, girafluye brillaciega latecrece vibratruena nocheaurora
estrellacueva parpadea tocaciñe lanzaprieta prolifera: monstruo escamado
de puertas y cada puerta escamada de puertas y cada puerta escamada de
puertas: la corriente de la sustancia de los mundos, virtiéndose en los
pasillos como una cloaca, mantiene en movimiento el universo: universos
se inflan y se desinflan como vejigas: ventosas comunican con cada sitio de
ellos: corazón, corazón, válvulas, pozos, cisternas y cámaras: el chorro de
las materias de mundos seminales y oscuros: latir: latir: latir: laberintos
donde la destrucción y la memoria se persiguen arrojándose proyectiles que
son universos: sin exterior y sin interior, eres sorbido por todas y cada una
de las puertas: por todas y cada una de ellas explotas infinitamente en todos
los infinitos: irremisiblemente fluyendo a través de ti mismo: disipándote en
el espacio y el tiempo que recubre tus orificios: ¡sin fin!: ¡sin fin!: ¡sin fin!:
en el propio fin, sin fin: arrasado por la ola de percepciones, no encuentras
sitios para la no percepción que te permita, por contraste, percibir:
eliminando secciones de percepciones a voluntad, también a voluntad creas
realidades distintas: que por fin te desbordan: convertido en una histérica
masa de sentidos: tableteando por el nervosear incontenible de la sensación:
hiperestesiado e hiperextasiado: una burbuja informe de ojos y poros y
papilas y membranas abultando una piel que agoniza lacerada por un
chaleco de escamas de metal y de vidrio: y su tintineo tantálico titila:
arrojándote al vendaval de las cosas: desarticuladas: despedazadas:
deshilachadas: las cosas se parten y se desintegran en sus más primarias
partículas: y nociones que a su vez se desintegran hasta perder el
significado: flojos y luego estallando los lazos de la percepción que ligan
unos con otros los fenómenos: los últimos fragmentos de las cosas mutando
en otros fragmentos: desprendidos tus dientes, tus músculos, tus uñas, tus
vértebras, tus nervios: cada objeto en una resplandeciente tensión, huyendo
de su identidad: brotando en la oleada entrópica todo posible e imposible
efecto de toda posible e imposible causa: llueve sobre la basura: centelleas:
escamas de hierro y de vidrio

3.19.— CATACLIX perfecciona el proyectil anticausal, que perfora


todas las direcciones del espacio disociando las causas de los efectos,
alterando el tejido último y fundamental del universo.
90.1.— Tercera oleada entrópica.
5.47.— GNOSSOS ataca con el distorsionador de constantes, que
mezcla las leyes físicas que tienen lugar fuera del cono de Heisenberg con
las leyes del cono de Heisenberg y así la velocidad de la luz es al mismo
tiempo sobrepasable e insobrepasable, el tiempo es a la vez reversible e
irreversible, la entropía creciente y decreciente, el espacio finito e infinito.
6.52.4.— Batahola de las criaturas luminosas del Metauniverso
apareciendo en las costuras deshilachadas de la causalidad del Universo.
1.000.000.000.5.3.— CATACLIX contra GNOSSOS dejan de batallar o
batallan eternamente o crean universos donde el uno existe y el otro no
existe, o crean prolongaciones del universo donde el uno derrota al otro o
atropelladamente y en tumulto mueren o el uno engendra al otro o
comprenden finalmente que en su guerra eterna e intemporal que se propaga
hasta las raíces del principio y del fin no hay triunfo, que ni el Metauniverso
ni el Universo Memoria triunfarán, que, sacudido, desintegrado, lacerado y
putrefacto en sus elementos constitutivos, el cadáver de este universo, en su
corrupción, da origen al universo no causal, donde cada cosa puede surgir
de cada cosa y cada posible o imposible efecto puede surgir de toda posible
o imposible causa, y todo puede tener su origen y su fin en todo, eterna o
limitadamente, anárquica y desordenadamente, rotas las cadenas de las
causas, para nunca, para siempre
Se van acercando otra vez los camiones: ya no queremos creer lo que
pasa: uno descarga sobre las zanjas una catarata de manos y nos da asco
recogerlas porque al tomarlas por los dedos parece que ellas tomaran los
nuestros: el camión inmediato arroja una catarata de cabezas, y el siguiente,
una catarata de ojos, y hay otros que traen cargamentos de muertos. Con
mucho trabajo se les quitan calzones manchados, camisolas rotas, a veces
zapatos gastados, a veces nada. Una de las palas deposita el cuerpo de un
muchacho, con el cuerpo cubierto con un chaleco de escamas de hierro y de
vidrio, entumido en sangre el pelo. Con expresión invariable, los ojos
permanecen abiertos al sol. Rubén trata de cerrar los párpados, sintiendo
que el sol debe correr como una llamarada sobre las retinas muertas.
Avanza por encima de varios cuerpos más, todos agujereados, hasta que
encuentra uno, retorcido y semisepultado en las basuras de la zanja, que le
resulta familiar. Arrodillado, Rubén escarba las montañas de periódicos y
de formularios hípicos, de platos rotos y de cenizas. Servilletas manchadas,
envases de plástico y condones usados se van separando del cuerpo. Al
quitar los últimos restos de basura de la cabeza, Rubén encuentra que el
muerto tiene su propia cara.
Un universo donde hay causas engendra un universo donde no hay
causas y los peces engendran flores y las flores engendran pájaros y los
pájaros engendran esponjas y las esponjas generan dioses y los dioses
engendran colmenas y las colmenas engendran estrellas y las estrellas
engendran vacío y el vacío te engendra a ti y tú engendras este libro y este
libro engendra las estrellas y las estrellas engendran gritos y los gritos
engendran ojos y los ojos engendran ríos y los ríos engendran lunas y las
lunas engendran lenguas y las lenguas engendran cometas y los cometas
engendran dedos y los dedos engendran rocas y las rocas engendran oídos y
los oídos engendran fuego y el fuego engendra bestias y las bestias
engendran cristales y los cristales engendran música y la música engendra
sangre y la sangre engendra luz y la luz engendra piojos y los piojos
engendran aire y el aire engendra olvido y el olvido engendra saliva y la
saliva engendra dolor y el dolor engendra tiempo y el tiempo engendra
lluvias y las lluvias engendran colores y los colores engendran nombres y
los nombres engendran heridas y las heridas engendran polen y el polen
engendra gemas y las gemas engendran remolinos y los remolinos
engendran dientes y los dientes engendran cataratas y las cataratas
engendran ideas y las ideas engendran una mosca y la mosca engendra un
huevo y el huevo engendra un cráneo y el cráneo engendra un ojo y el ojo
engendra un universo y el universo engendra una taza y la taza engendra
una mosca y la mosca engendra un huevo y el huevo engendra una palabra:
ametrállenme mis propias voces: recaigan sobre mí todos mis actos: hasta el
martirio y hasta la desintegración me sea todo centuplicado: perder pie en
todos los abismos y tropezar en todos los peñascos: atropellar selvas de
ortigas: aun sin ojos, andar hasta la luz y al llegar a ella gritar el mensaje
que no es más que una pa pa pa pa pa pa pa pa pa pa pa pa pa
pa pa pa pa

a p a p a p a

a a

p p p

a a a a a

a a a a a

a a a

a a a a

a a a

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