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Libro 4. La Muerte Tiene Permiso - Aut. Edmundo Valadés

Este documento resume la historia de Sacramento, un campesino mexicano, quien habla en una asamblea sobre las injusticias que él y su pueblo enfrentan a manos del Presidente Municipal. Sacramento describe cómo el Presidente les ha quitado tierras, los ha acusado falsamente de deudas, y ha cerrado el canal de agua, poniendo en riesgo sus cosechas. El discurso de Sacramento ilustra los desafíos que enfrentan los campesinos debido a la corrupción y la falta de apoyo de sus líderes locales.
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Libro 4. La Muerte Tiene Permiso - Aut. Edmundo Valadés

Este documento resume la historia de Sacramento, un campesino mexicano, quien habla en una asamblea sobre las injusticias que él y su pueblo enfrentan a manos del Presidente Municipal. Sacramento describe cómo el Presidente les ha quitado tierras, los ha acusado falsamente de deudas, y ha cerrado el canal de agua, poniendo en riesgo sus cosechas. El discurso de Sacramento ilustra los desafíos que enfrentan los campesinos debido a la corrupción y la falta de apoyo de sus líderes locales.
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Ed m u n d o V aladés

LA MUERTE
TIENE PERMISO

cuadernos mexicanos
$ 6.00
La muerte tiene permiso*
Edmundo Valadés (1915), reportero desde 1937 en pleno auge
cardenista, encontró en la realidad mexicana el material para su
Qbra literaria. Sus cuentos recrean ambientes y personajes loca­
lizadles en la sociedad actual. Es autor de dos libros de cuentos:
La muerte tiene permiso (1955) y Las dualidades funestas (1966).
Desde El Cuento; revista de la que es fundador y director, ha
sido uno de los principales promotores de ese género literario
en nuestro país. En su carrera periodística fue jefe de redacción
de la revista Hoy y es actualmente el coordinador de la sección
cultural del diario Excelsior: Para él, escribir significa hallar
un espacio de libertad; en sus propias palabras: "vivimos en
una sociedad que nos aprisiona y nos asfixia; en que la lucha
por la vida es, casi siempre, innoble y en que se nos obliga a
admitir, aunque sea dientes afuera, la mentira. Escribir es enton­
ces hallar ese mundo con otro tiempo y otro espacio donde se
puede respirar plenamente...” Pero no habla sólo de su libertad:
"hay, claro, la alegría de que ese mundo milagroso surgido de
nuestro mundo interior sírva para que los hombres hallen mejores
fórmulas, ideas y estímulos para conquistar la verdad".
La muerte tiene permiso es el título del cuento que da nom­
bre a uno de sus libros. En él recrea una reunión de cam­
pesinos presidida por ingenieros del gobierno. Se traslucen
de manera tan nítida como dramática las injusticias de que son
objeto los hombres del campo. Rescata el lenguaje sencillo y
directo del trabajador común que no necesita recurrir a la
demagogia para llamar la atención sobre sus argumentos. La
elocuencia de la narración y su inesperado final hacen de La
muerte tiene permiso una pequeña joya de nuestra literatura, y
quizá sea el reflejo de historias verídicas y desconocidas.
"Tomado de La muerte tiene permiso, Fondo de Cultura Económica.

2
La muerte tiene permiso
Sobre el estrado, los ingenieros —Es usted un escéptico, inge­
conversan, ríen. Se golpean unos niero. Además, pone usted en
a otros con bromas Incisivas. tela de juicio nuestros esfuerzos,
Sueltan chistes gruesos cuyo clí­ los de la Revolución.
max es siempre áspero. Poco a — jBah! Todo es inútil. Estos
poco su atención se concentra en j¡jos son irredimibles. Están po­
el auditorio. Dejan de recordar la dridos en alcohol, en ignorancia.
última juerga, las intimidades de De nada ha servido repartirles
la muchacha que debutó en la tierras.
casa de recreo a la que son —Usted es un superficial, un
asiduos. El tema de su charla derrotista, compañero. Nosotros
son ahora esos hombres, ejidata- tenemos la culpa. Les hemos
rios congregados en una asamblea dado las tierras, ¿y qué? Estamos
y que están ahí abajo, frente a ya muy satisfechos. Y el crédito,
ellos. los abonos, una nueva técnica
—Sí, debemos redimirlos. Hay agrícola, maquinaria, ¿van a in­
que incorporarlos a nuestra civili­ ventar ellos todo eso?
zación, limpiándolos por fuera y El presidente, mientras se atu­
enseñándolos a ser sucios por sa los enhiestos bigotes, acari­
dentro... ciada asta por la que iza sus
3
dedos con fruición, observa tras hombro, cartucheras para comba­
sus gafas, inmune al floreteo de tir el hambre. Algunos fuman,
los ingenieros. Cuando el olor sosegadamente, sin prisa, con
animal, terrestre, picante, de los cigarrillos como si les hubie­
quienes se acomodan en las ran crecido en la propia mano.
bancas, cosquillea su olfato, saca Otros, de pie, recargados en
un paliacate y se suena las nari­ los muros, laterales, con los brazos
ces ruidosamente. Él también fue cruzados sobre el pecho, hacen
hombre del campo. Pero hace ya una tranquila guardia.
mucho tiempo. Ahora, de aquello, El presidente agita la campani­
la ciudad y su posición sólo le lla y su retintín diluye los mur­
han dejado el pañuelo y la rugo­ mullos. Primero empiezan los
sidad de sus manos. ingenieros. Hablan de los proble­
Los de abajo se sientan con mas agrarios, de la necesidad de
solemnidad, con el recogimiento incrementar la producción, de
del hombre campesino que pene­ mejorar los cultivos. Prometen
tra en un recinto cerrado: la ayuda a los ejidatarios, los esti­
asamblea o el templo. Hablan mulan a plantear sus necesida­
parcamente y las palabras que des.
cambian dicen de cosechas, de —Queremos ayudarlos, pueden
lluvias, de animales, de créditos. confiar en nosotros.
Muchos llevan sus itacates al Ahora, el turno es para los de

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abajo. El presidente los invita a No hay unanimidad. Los aludi­
exponer sus asuntos. Una mano dos esperan ser empujados. Un
se alza, tímida. Otras la siguen. viejo, quizá el patriarca, decide:
Van hablando de sus cosas: el —Pos que le toque a Sacramento.
agua, el cacique, el crédito, la Sacramento espera.
escuela. Unos son directos, preci­ —Ándale, levanta la mano...
sos; otros se enredan, no atinan a La mano se alza, pero no la ve
expresarse. Se rascan la cabeza el presidente. Otras son más
y vuelven el rostro a buscar lo visibles y ganan el turno. Sacra­
que iban a decir, como si la idea mento escudriña al viejo. Uno,
se les hubiera escondido en algún muy joven, levanta la suya, bien
rincón, en los ojos de un compa­ alta. Sobre el bosque de hirsutas
ñero o arriba, donde cuelga un cabezas pueden verse los cinco
candil. dedos morenos, terrosos. La mano
Allí, en un grupo, hay cuchi­ es descubierta por el presidente.
cheos. Son todos del mismo La palabra está concedida.
pueblo. Les preocupa algo grave. —Órale, párate.
Se consultan unos a otros: consi­ La mano baja cuando Sacra­
deran quién es el que debe tomar mento se pone en pie. Trata de
la palabra. hallarle sitio al sombrero. El som­
—Yo crioque Jilipe: sabe mucho... brero se transforma en un ancho
—Ora, tú, Juan, tú hablaste estorbo, crece, no cabe en
aquella vez... ningún lado. Sacramento se queda

6
con él en las manos. En la mesa congregación y pensamos que era
hay señales de Impaciencia. La bueno ir al Agrario, pa’ la restitu­
voz del presidente salta, autoritaria, ción. Pos de nada valieron las
conminativa: vueltas ni los papeles, que las tie­
—A ver ése que pidió la palabra, rritas se le quedaron al Presiden­
lo estamos esperando. te Municipal.
Sacramento prende sus ojos en Sacramento habla sin que se
el ingeniero que se halla a un alteren sus facciones. Pudiera
extremp de la mesa. Parece que creerse que reza una vieja oración,
sólo va a dirigirse a él; que los de la que sabe muy bien el
demás han desaparecido y han principio y el fin.
quedado únicamente ellos dos —Pos nada, que como nos vio
en la sala. con rencor, nos acusó quesque
—Quiero hablar por los de San por revoltosos. Que parecía que
Juan de las Manzanas. Traimos nosotros le habíamos quitado sus
una queja contra el Presidente tierras. Se nos vino entonces con
Municipal que nos hace mucha eso de las cuentas; lo de los
guerra y ya no lo aguantamos. préstamos, siñor, que dizque
Primero les quitó sus tierritas a andábamos atrasados. Y el agente
Felipe Pérez y a Juan Hernández, era de su mal parecer, que tenía­
porque colindaban con las suyas. mos que pagar hartos intereses.
Telegrafiamos a México y ni nos Crescencio, el que vive por la
contestaron. Hablamos los de la loma, por ai donde está el aguaje
7
y que le intelige a eso de los a la mala, que dizque se andaba
números, pos hizo las cuentas y robando una vaca del Presidente
no era verdá: nos querían cobrar Municipal. Me lo devolvieron
de más. Pero el Presidente Muni­ difunto, con la cara destrozada...
cipal trajo unos señores de México, La nuez de la garganta de
que con muchos poderes y que Sacramento ha temblado. Sólo
si no pagábamos nos quitaban eso. Él continúa de pie, como un
las tierras. Pos como quien dice, árbol que ha afianzado sus raíces.
nos cobró a la fuerza lo que no Nada más. Todavía clava su mirada
debíamos... en el ingeniero, el mismo que se
Sacramento habla sin énfasis, halla al extremo de la mesa.
sin pausas premeditadas. Es como —Luego, lo del agua. Como
si estuviera arando la tierra. Sus hay poca, porque hubo malas
palabras caen como granos, al lluvias, el Presidente Municipal
sembrar. cerró el canal. Y como se iban a
—Pos luego lo de m’ijo, siñor. secar las milpas y la congrega­
Se encorajinó el muchacho. Si ción iba a pasar mal año, fuimos
viera usté que a mí me dio mala a buscarlo; que nos diera tantita
idea. Yo lo quise detener. Había agua, siñor, pa' nuestras siembras.
tomado y se le enturbió la cabeza. Y nos atendió con malas razones,
De nada me valió mi respeto. Se que por nada se amuina con
fue a buscar al Presidente Muni­ nosotros. No se bajó de su muía,
cipal, pa' reclamarle... Lo mataron pa’ perjudicarnos...
9
Una mano jala el brazo de hemos visto y pos no sabemos
Sacramento. Uno de sus compa­ dónde andará la justicia, quere­
ñeros le indica algo. La voz de mos tomar aquí providencias. A
Sacramento es lo único que re­ ustedes —y Sacramento recorrió
suena en el recinto. ahora a cada ingeniero con la
—Si todo ésto fuera poco, que mirada y la detuvo ante quien
lo del agua, gracias a la Virgen- presidía— , que nos prometen
cita, hubo más lluvias y medio ayudarnos, les pedimos su gracia
salvamos las cosechas, está lo para castigar al Presidente Muni­
del sábado. Salió el Presidente cipal de San Juan de las Man­
Municipal con los suyos, que son zanas. Solicitamos su venia para
gente mala y nos robaron dos hacernos justicia por nuestra
muchachas: a Lupita, la que se propia mano...
iba a casar con Herminio, y a la Todos los ojos auscultan a los
hija de Crescencio. Como nos que están en el estrado. El presi­
tomaron desprevenidos, que andá­ dente y los ingenieros, mudos, se
bamos en la faena, no pudimos miran entre sí. Discuten al fin.
evitarlo. Se las llevaron a fuerza — Es absurdo, no podemos
al monte y ai las dejaron tiradas. sancionar esta inconcebible peti­
Cuando regresaron las muchachas, ción.
en muy malas condiciones, porque —No, compañero, no es absur­
hasta de golpes les dieron, ni da. Absurdo sería dejar este asunto
siquiera tuvimos que preguntar en manos de quienes no han
nada. Y se alborotó la gente de a hecho nada, de quienes han de­
deveras, que ya nos cansamos soído esas voces. Sería cobardía
de estar a merced de tan mala esperar a que nuestra justicia
autoridad. hiciera justicia; ellos ya no creerán
Por primera vez, la voz de nunca más en nosotros. Prefiero
Sacramento vibró. En ella latió solidarizarme con estos hombres,
una amenaza, un odio, una deci­ con su justicia primitiva, pero
sión ominosa. justicia al fin; asumir con ellos la
—Y como nadie nos hace caso, responsabilidad que me toque.
que a todas las autoridades Por mí, no nos queda sino conce-

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derles lo que piden. es una voz campesina, la misma
—Pero somos civilizados, tene­ voz que debe haber hablado allá
mos instituciones; no podemos en el monte, confundida con la
hacerlas a un lado. tierra, con los suyos.
—Sería justificar la barbarie, —Se pone a votación la proposi­
los actos fuera de la ley. ción de los compañeros de San
—¿Y qué peores actos fuera de Juan de las Manzanas. Los que
la ley que los que ellos denun­ estén de acuerdo en que se les
cian? Si a nosotros nos hubieran dé permiso para matar al Presi­
ofendido como los han ofendido dente Municipal, que levanten la
a ellos; si a nosotros nos hubie­ mano...
ran causado menos daños que Todos los brazos se tienden a
los que les han hecho padecer, lo alto. También los de los inge­
ya hubiéramos matado, ya hubié­ nieros. No hay una sola mano
ramos olvidado una justicia que que no esté arriba, categórica­
no interviene. Yo exijo que se mente aprobando. Cada dedo
someta a votación la propuesta. señala la muerte inmediata, d i­
—Yo pienso como us(ed, com­ recta.
pañero. —La asamblea da permiso a
—Pero estos tipos son muy los de San Juan de las Manzanas
ladinos, habría que averiguar la para lo que solicitan.
verdad. Además, no tenemos Sacramento, que ha permane­
autoridad para conceder una pe­ cido en pie, con calma, termina
tición como ésta. de hablar. No hay alegría ni dolor
Ahora interviene el presidente. en lo que dice. Su expresión es
Surge en él el hombre del campo. sencilla, simple.
Su voz es inapelable. —Pos muchas gracias por el
—Será la asamblea la que permiso, porque como nadie nos
decida. Yo asumo la responsabi­ hacía caso, desde ayer el Presi­
lidad. dente Municipal de San Juan de
Se dirige al auditorio. Su voz las Manzanas está difunto.

12
El Compa

—Usté me cay a todo dar, Bicha, Si nos acabamos de conocer. A


lo que es la mera verdá. Fíjese, lo mejor tiene su compromiso y
cuando estoy en el trabajo y pien­ no más me quiere para pasar el
so en sus ojos, pues como que rato. Así no me gustaría, 6no cree?
hasta las viguetas se ponen ca- Lo vio a las buenas, dándole
Iientitas. No más diviso por allá por su lado, aunque luego entre
su rumbo y ya se me hace que la que sí y que no. Él le juzgó la
estoy viendo así de bonita. ¡Viera boca, como que ya le andaba
qué a gusto me pongo! Ándele, por chupársela, por morderle los
si no le caigo mal, pues anímese. labios con un apretón con toda el
Me parece que la voy a querer alma y llevársela a darle gusto al
un resto, palabra, deventas que gusto por toditita la vida. De dis­
sí. poner de ese calorcito allá en el
Ella se reía, con los ojos bai­ cuarto o donde fuera, todos los
lándole, retozando en ellos un me días, todas las noches, Y nomás
voy a ir contigo, a lo mejor, pero de pensar eso, nomás eso, ya iba
quién sabe si a la hora de la sintiendo correrle cachondas cos-
hora no. qui11itas por allí entre las ingles.
—Pues sí, usted me cay bien, Llegó su compa, medio corridí-
pero va que corre muy de prisa. to. Le había arriado duro a la
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patada y al descontrol. Ahora era acuerdas?, aquel mismo al que
muy salsa. Se conocieron cuando le decían El Chilacas, me agarró
él todavía trabajaba en la fábrica. por su cuenta. Ese dizque muy
Entonces el Compa parecía muy fiera. ¡Qué sobas me puso! Hasta
achicopalado. A la hora de los que tú me dijiste, ¿te acuerdas?;
alipuses, bien picados, cuando “O te das en la madre con ese
no paraban en pedir las otras, él Juan de la Chingada, o ya no
mismo machacaba por hacer ver eres mi amigo”. Y no nos dimos;
cómo se habían hecho cuates. pues nomás le di yo, hasta partir­
—No, mano, ya a mí no me ven le toda la madre. ¿Te acuerdas,
la cara de buey. ¿Te acuerdas? Compa?
No me sentía macho y me babo­ Le tenía ley al Compa. Pero ni
seaban fácil. Me decía cualquie­ hablar, había quedado de verse
ra: “Oye, tú eres puro culero. Se con la Bicha, para ir de bailada.
te frunce de a feo”. Yo nomás lo Ellos siempre la giraban juntos y
camelaba. “Sí, mano, lo que tú juntos se iban al Agua Azul, a la
digas. Yo soy maje hasta para movidoa. De mucha onda, para
meter las manos." Y el otro: “A dar y prestar.
ver, ¿verdad que eres puro tarugo —Vamos a echarnos unos fa­
y me haces los mandados?" Y yo rolazos. Andas de un ala des­
nomás, agachando la cabeza: de que te train encandilado. ¿Pos
“Pos sí, lo que tú digas". Y friega qué pasó, ya no te sabes fajar
que friega. El tal Cipriano, ¿te los pantalones?

18
Había sentimiento en la voz del ganas de aventarse. Ella era pura
Compa. Pero a él lo estaba jalan­ risa, balanceándose; se alejaba,
do la Bicha. Y como pudo se se acercaba. Para darle un jalón,
desprendió de su valedor y se meterla allí entre sus brazos y no
fue a su cita, chiflando La cama dejarla salir.
de piedra, sonando los tacones —Uy, Bicha, me sigue usté gus­
por la banqueta, dándole cariño­ tando cantidá.
sas puñadas a las paredes, como —Usté me habla muy bonito,
si él hubiera hecho el enladrilla­ pero le tengo desconfianza. A lo
do. La tarde estaba padre, tan mejor se trai su enredo.
padre como el alboroto de que lo —Deveritas que no, por mi ma-
esperaban. macita. Usté me gusta por las
Ella se veía ya muy de su lado, buenas.
puestísima. La última noche, al —No me diga mentiras, que a
despedirse, la cogió de la mano lo mejor se las voy a creer.
y ella se dejó, como quien no Le dio el jalón, pasándole el
quiere la cosa. Se traía un escote brazo por la espalda. Ella medio
que dejaba a la vista algo de ese se resistió, pero como sintió blan-
busto bien alzado que le cosqui­ dita la resistencia, la besó con
lleaba los dedos, como que no toda su alma, absorbiendo el ca­
se estarían quietos hasta escul­ lor de ella, su respiración agita­
carlo, debajo del vestido. da. Le recorrió la cadera con la
Nomás pensaba en ello, con mano, aventándose a bajarla mu­
19
cho, jurgoneando cariñosamente —Nos vamos al Agua Azul. Ve­
allí donde una curva dura y estre­ rás qué divertida nos ponemos.
mecida obligaba a un apretón con Ya regresó la morenita, esa muy
descaro, primero como pidiendo bien alineada por la izquierda.
permiso, luego aunque no lo hu­ Ni modo. Dejó de nuevo al Com­
bieran dado. pa, tragándose el sentimiento. La
El Compa insistía, sorprendido Bicha lo esperaba, para irse de
de que de pronto su cuate hubie­ bailada. Ella estaba respirando
ra cambiado tanto. No había nin­ muy fuerte, diciéndole que sí a
guna vieja que valiera más que todo, a sus ganas desbocadas
su amistad. Las viejas, para el de irla apretando más y más entre
puro vacile. Y la tipa esa resulta­ paso y paso del Nereidas. Hasta
ba su enemiga. Ellos tenían sus sentir debilitar su vergüenza, po­
detalles, pero cómo no, para gas­ co a poco.
tarse la lana en el Agua Azul. Luego se la acomodó muy bien,
Allí donde un salidor le quiso toda apretadita, sin disimular la
armar bronca a su amigo. Y no calentura.
había nada como su cuate. Era lo —¿Nos vamos por hay?
primero. Le salió al paso al fulano Ella nomás se le repegó, muy
ese, lo pepenó de la corbata: “Mi­ calladita, y él se sintió a todo
re, usted está batallando a un dar, muy dueño de todo, capaz
amigo mío y ora nos vamos a de cualquier cosa. “Ya vas", pen­
partir la madre allí en medio de la só. Y luego luego se la llevó por
calle”. hay. Caminaron en la noche, sin

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atender más que a sus ganas, —¿Dónde me llevas?
escabullendo borrachos, a los —Aquí nomás linda, a estar so­
vendedores, a las mujeres pinta­ litos tú y yo.
rrajeadas que pasaban casi entre —¿No te digo que llevas mucha
ellos, sin que los inquietara este prisa? Hoy no.
o aquel policía que nada más se —Ándale, vidita, si al cabo nos
les quedaba viendo. queremos bien.
Los letreros de gas neón daban —Sí retebién, pero no para eso.
demasiada luz, pero la noche era Y me tengo que ir. Me dieron
un cuarto ardiente y a lo mejor permiso hasta las doce y ya será
todos andaban en lo mismo y uno retarde.
podría abrir el camino en cual­ —Y qué que sea tarde. ¿Qué
quier sitio, en ese rincón, en esa no soy hombre para responderte?
puerta, ultimadamente en el suelo Ándale, linda, ¿verdad que tú me
o recargados en la primera pared. quieres?
Ya sus manos la iban hurgando —Pero un ratito nomás. Y sólo
ávidamente, como si ambos fue­ a platicar.
ran los únicos en pasar por esas Empujó la puertecilla. Estaba
calles y no existiera sino su deseo medio tembloroso al pagarle al
y como si todo lo demás, la ciu­ encargado. Pero su temblor era
dad entera, hubiera sido hecha de puritito gusto. Ella esperaba
para que ellos se acostaran don­ lanzando ojeadas al corredor, don­
de mejor les pareciera. Llegaron de estaban los cuartos, como una
a la puerta del hotel, discreta, mujer Indefensa que a todo diría
tentadora. que sí.
No hallaba cómo desembuchár­ con las del Agua Azul. ¡Qué aga­
selo al Compa. Se sentía chivia- rrones! Como para estarse encima
do y, al mismo tiempo, lo empuja­ de ella a todas horas. El Compa
ba el engolosinamiento de contarle al fin aceptó. Se fueron con San-
todos los detalles de sus acues­ tita, a Las Veladoras, a darle a
tes con la Bicha, que ya no le los chorriados y las tapatías, pura
cabían dentro. Se lo soltó de lumbre de la buena.
golpe. Allí en el cuartito que hacía de
—Bueno, ya me enredé con la cantina, a media luz, estaban apre­
Bicha. Le puse su cuarto. Un día tujados, tan cerca unos de otros,
te vas a comer con nosotros. que no había hueco para las pa­
El Compa no dijo nada, pero labras. Las voces trepaban, como
bien que se le notaba la molestia. humo denso, formando arriba de
Lo invitó a tomar unos tragos, sus cabezas un murmullo extraño
aunque lo tiraban las ansias de del que sólo podían percibirse
irse con ella, a estrenar la cama. frases inconclusas, entre rezo y
—A ver cómo te sale la mucha­ confesión pública.
cha. Ya ves cómo son las viejas Bebieron hasta las manítas, co­
aprovechadas. No la vayas a re­ mo antes. Él ya borracho, volando
gar por todos lados. muy bajo, piensa que piensa en
Le habría explicado que con ella, saboreando volver a probarla.
ella todo era pura vida, mejor que —Está a todo dar, palabra.
24
—Te ganó la cachondería. Siem­ cuando se contaban qué tal les
pre has sido así. Ya te quemaste. había ido.
— No digan malas palabras. Ya —Me la tiré dos veces, mano.
lo saben. Palabra que aguanta. Se mueve
—Otro chorriado, Santita. No retebonito.
queremos ofender a nadie. —A mí no me fue mal. Me deja­
—Tiene unos muslotes, mano... ron bien exprimido.
En lugar de sentir lo tupido del Ahora a pensar en la tipa esa.
alcohol, repartiéndosele por el No era lo mismo. Algo se había
cuerpo, el Compa le echaba al atravesado. Sentía entre pecho y
hígado una envidia ácida que le espalda una mohína amarilla, un
subía a la garganta. rencor de estar ninguneado. Y un
—Está retebuena. Tiene unos sentimiento porque su cuate del
muslotes... alma hubiera dado el azotón. ¿Pues
—Estás apantallado. No te va­ qué podría tener la vieja esa?
yas a arrepentir. Pura birriondez.
—Me trai de un ala, la mera Le iban cayendo mal los fula­
verdá. ¡Es que está retesuave! nos y fulanas. Los murmullos...
Se lo train cambiado. Él anda­ Tenía mucho coraje, porque se
ba por otro barrio, no era el mis­ estaba sintiendo menos. Todos
mo. Ni siquiera quería platicarle son unos purititos. “Ándale, écha­
todo. Ya no era como antes, en te la otra”. A ese rotito le daría
que las viejas sólo para el vacile, un descontón a las primeras de

25
cambio. No me serviría ni para el amigo estaba más para allá que
arranque. “ ¡Ah, jijo, ora me voy para acá, encandilado, sí, bien
con ella!” Dale con ella. Igualita entrado, bien apantallado por ese
que las demás. Para la misma par de repisas, y porque la mujer
cosa. Como esa, muy puestita, tenía un con qué, algo para estru­
muy relujada, muy la divina garza jarla, para hacerle daño, para
y, total, para uno rápido, cuando golpearla, romperle el vestido y
mucho. "Ay, mano, cómo está bue­ desnuda maltratarla hasta sacarle
na.” Y ese matacuás. Para armar­ sangre, a la muy puta, porque
le bronca. Pero su cuate lo dejaría debería serlo, se le veía en los
solo. Andaba fuera de onda, bien vellos, en las piernas, en toda
enculado, azotó la res. La Bicha. ella y porque nomás quería tener
La Bicha. Allí sentía la llaga, no- un hombre encima, moviéndose,
más con el puro nombre. Le cre­ dándose venida tras venida, ah,
cía en la boca un buche de odio. para traérsela de encargo, casti­
Se puso enchilado al conocerla, garla, darle un jondazo fuerte, ha­
porque los vellos que le tupían cerla sentir que no valía nada,
las piernas le dieron malas ideas. que era una cualquiera, una ba­
Y porque no lo llegó a mirar de sura, la muy creída, la muy salsa,
frente, como que no le importaba. la muy sabrosa, y ponerla en su
Y se encanijó más, porque ella lo sitio, sí, qué se creería, que esta­
hacía pensar en las gozadas que ba muy buena, ah si pudiera, se
se darían ambos. Y porque su la traería cortita, le tendría que

27
pedir permiso hasta para levantar a salir del huacal, y luego darle
los ojos, no le daría resuello, y el cortón, a la muy chiva, a la
que le pidiera perdón y la haría muy desgraciada, y póngase bu­
hincarse, que viera que nada va­ za, no me la vaya a descontar o
lía, bien dada a la trampa, bien la mande a la calle con todas
agorzomada, chiquita, pues qué sus hilachas, te voy a aliviar las
te creiste, y soltarle un no aguan­ cosas, si quieres píntate, a ver si
tas nada, mírate, conmigo las po­ agarras una cosa mejor, yo estoy
derosas, aquí de nada valen tus amarradazo, y ya se lo creyó, qué
truquitos ni tus monerías, me vie­ pasó mi mona, nada, aquí ence-
nes muy guanga y te mando a rradita, de aquí no me sale, lo
volar cuando quiera, vieja canija, oye, o que se lo tengo que repe­
te estrellaste, aquí tienes tu dolor tir y ora encuérese, todita y a ver,
de estómago y pa’ prontito te me abra las piernas, y entonces
estás allí y cuidadito con decir ni montarla, pero con verdadero co­
pío, ándele, ya verá cómo las raje, darle su buena zarandeada,
gasto yo, ya está bueno de sua- para que se le quiten las ganas
vena, a mí me hace los purititos de anclar de coscolina, de ofreci­
mandados, y sí, pegarle, darle da, de nalga caliente.
duro, y nada de hacerle al cuento, Por eso, por el buche de odio,
que conmigo va a andar usted porque se lo estaba llevando la
muy derechita, me oye, porque la mamá de las muchachas, se le
estoy pastoriando y no se me va ocurrió hacer el chisme. Todo fue

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inventarle el falso a ella. Le dolía ganta y la copa se partió. Encogió
el despego de su cuate. Ella era el brazo y la sangre brotó de la
quien lo traía ardido, purgado, mano, roja, hirviente. “Te anda
dado a la trampa. Apagada la maloriando. Ora ya te lo dije. Pe­
luz, sin gasolina, bien jodido con ro eres mi amigo." Su valedor
los malos pensamientos. Todo había entrado también a las som­
viene de muy adentro. Pura agua bras, le había pasado de esa agua
mala que va subiendo hasta la mala. Ahora estaba otra vez más
garganta, hasta los ojos, hasta la para acá. volvían a ser cuates.
mera cabeza. Ninguneado por ella, —Sírvanos las otras.
nada más porque le gustaba más La pensó a la hora del acueste,
allá de sus muslos. gimiendo, el de la primera vez,
Se puso misterioso con su ami­ en el hotel. Lo estremeció el re­
go, hablándole a las medias pa­ cuerdo de la desnudez, y luego
labras, dejándole caer, poco a todo fue pura rabia, puro odio,
poco, su buche de odio. porque esos ojos no podían ser
Lo engaña, le toma el pelo, se sino el engaño y dolía no dejar a
va con otros. Hacerle eso a su ese cuerpo quieto, inmóvil, darle
cuate. Jija de la mañana. Yo se su escarmiento.
lo vi a las claras. “Te lo digo, a lo Fue el Compa quien se lo des­
macho, yo la vi”. Azotó la copa pepitó a los policías. “Sí, yo le
contra el mostrador, encabronado, dije que la dejara firme para siem­
con ganas de mandar a volar a pre. Ella no le garantizaba. Lo
todos, tirar las mesas, quebrar las andaba poniendo en mal, yéndo­
botellas, romper las sillas. “¿La se con otros. Yo me la claché y
viste?” El puño cerrado, estrujan­ me dio harta muína. Se trata de
do la otra copa como si estrujara mi amigo y no me pareció. Él se
los brazos de ella. Para sacudirla portó a lo macho y le dio su es­
y a sacudidas sacarle la verdad. carmentada. Yo le facilité el cu­
“¿La viste, dímelo, la viste?” La chillo."
bilis, enloquecida, corría aprisa Su amigo moqueaba, con mucho
por la sangre de su cuate y esta­ sentimiento. Y de verlo así, tan
ba allí, agolpada en la mano, con alicaído, le dio harta pena. “No
los dedos a punto de reventar. La se me desavalorine, que aquí es­
mano, ya dispuesta a todo. tá su cuate." Los muslos de la
“Sí, mano, la v i, no hay derecho. Bicha se habían ¡do ya de su ca­
Dale su escarmiento." Un ronqui­ beza y ahora estaba puesto para
do animal se le quebró en la gar­ ir al bote, al lado de su ñeris.

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