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La Hija de La Medianoche-Holaebook

Dorina Basarab es una dhampir, mitad vampira y mitad humana. Se entera de que su mejor amiga Claire, que desapareció hace un mes, podría haber huido con alguien de la banda de Michael y estar embarazada de un bebé dhampir. Dorina interroga brutalmente a dos miembros de la banda de Michael para obtener información sobre el paradero de Claire.

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La Hija de La Medianoche-Holaebook

Dorina Basarab es una dhampir, mitad vampira y mitad humana. Se entera de que su mejor amiga Claire, que desapareció hace un mes, podría haber huido con alguien de la banda de Michael y estar embarazada de un bebé dhampir. Dorina interroga brutalmente a dos miembros de la banda de Michael para obtener información sobre el paradero de Claire.

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Dorina

Basarab es una dhampir: medio vampira, medio humana. La mayoría de los


dhampirs tienen una vida corta y muy violenta. Hasta ahora, Dory ha logrado
mantener la cordura descargando su furia en los demonios y los vampiros que
merecen morir.
Pero las cosas cambian cuando el padre vampiro de Dory regresa a su vida. Su tío
Drácula (sí, Drácula), el más cruel de los vampiros, ha escapado de prisión; y su
padre quiere que Dory trabaje con el guapísimo maestro vampiro Louis-Cesare para
mandarlo de nuevo a la cárcel.
Los vampiros y los dhampirs son enemigos mortales y Dory prefiere trabajar sola.
Pero Drácula es lo único que teme en este mundo, así que cuando tiene que ir en su
busca, aceptará toda la ayuda que pueda obtener…

ebookelo.com - Página 2
Karen Chance

La hija de la medianoche
Dorina Basarab - 1

ePub r1.2
Titivillus 23.02.2019

ebookelo.com - Página 3
Título original: Midnight’s daughter
Karen Chance, 2008
Traducción: Eva Iluminada Fernández Luzón

Editor digital: Titivillus
Fuente/scan: maperusa
ePub base r2.0

ebookelo.com - Página 4
Para Anne Sowards, una gran editora

ebookelo.com - Página 5
1

El tipo muerto que menos me gustaba tenía sus pies encima de mi mesa. Odio eso.
Seguramente sus botas estaban más limpias que mi juego de escritorio, pero aun así,
me molestaba. Demostraba una total falta de respeto.
Empujé aquellas ofensivas botas del número cuarenta y tres al suelo y lo miré con
cara de enfado.
—Sea lo que sea, la respuesta es no.
—De acuerdo, Dory. Lo que tú digas. —Kyle parecía amable, cosa que nunca era
una buena señal—. Debería haber supuesto que no te iba a importar lo que le ha
pasado a Claire. Después de todo, por lo que parece no hay dinero de por medio… —
Se detuvo para echar un vistazo a mi oficina, que parecía un agujero de ratas—. Y
parece ser que no estás como para hacer nada gratis.
Ya me estaba levantando para darle una patada a su culo muerto y echarle de la
oficina, pero cuando dijo eso volví a sentarme despacio. Kyle era una persona
realmente despreciable, incluso para ser un vampiro, pero a veces escuchaba algo que
era útil, lo que explicaba por qué yo aún no había caído en la tentación de clavarle
una estaca. Y si había algo que tenía que ver con Claire, mi compañera de piso y mi
mejor amiga, aceptaría todo lo que me ofrecieran. Había desaparecido hacía casi un
mes y yo ya había investigado todas las pistas que tenía. Dos veces. Antes de que
apareciera aquel perdedor, estaba a punto de empezar a revisar el archivo por tercera
vez, por si acaso se me había pasado algo, aunque ya sabía que ése no era el caso. Y
con cada hora que pasaba, cada vez parecía menos probable que lo me encontrara al
final de la búsqueda fuera a ser satisfactorio.
—Habla —le dije, esperando que lo que me dijera me obligara a darle una paliza.
Tenía mucha frustración reprimida que necesitaba sacar, pero, por supuesto, él
decidió utilizar sus buenos modales. O lo que sea que eso signifique en nuestro
círculo.
—Se dice que está viva. Pensaba que ya la habrían exprimido y empaquetado
para venderla, pero por lo que se oye en la calle, no es cierto eso de que la han
secuestrado.
Con exprimir se refería a un proceso de magia negra muy desagradable en el que
un neutralizador proyectivo, una bruja o un mago capaz de bloquear la energía
mágica dentro de un radio en particular, se convertía en un arma conocida como
«bomba neutralizadora». La energía del neutralizador se absorbía para hacer un
dispositivo capaz de que toda la magia que había en una zona se congelara. El
alcance del efecto dependía de la fuerza del neutralizador que estaba siendo

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sacrificado: cuanto más joven y más poderoso, más energía tendría para dar. Y Claire
era muy joven y muy poderosa.
Para hacerla incluso más atractiva estaba el hecho de que los buscadores de
información, como se conocía a los magos que se especializaban en esa práctica tan
ilegal, podían en ese momento pedir un buen precio por el arma. El Senado vampiro,
el autoproclamado guardián de todos los vampiros de los Estados Unidos, estaba en
guerra con los magos oscuros del Círculo Negro, y el precio de las armas mágicas se
había disparado. La idea de que alguien hubiera cogido a Claire para convertirla en
una herramienta para su estúpida guerra era la razón principal de que yo me hubiera
quedado sin fuerzas tratando de encontrarla.
—Se comenta que ella se escapó con uno de la banda de Michael —dijo Kyle. Se
inclinó sobre mí para reírse en mi cara y mostró bastante los colmillos para que yo
supiera cuánto estaba disfrutando con esto. Él había intentado flirtear conmigo la
primera vez que nos conocimos y no se había tomado muy bien el que yo me hubiera
reído a carcajadas. Había estado esperando algo para restregármelo por la cara, y ésta
era su gran oportunidad.
—Parece que se ha quedado preñada.
Le devolví la sonrisa.
—Esa pequeña mentira te va a costar cara —le prometí, deslizando una mano
dentro del cajón de mi escritorio. Claire, la bruja con «fuerza femenina»
prácticamente tatuado en la frente, ¿escapándose con una persona despreciable que
tenía que ver con la pandilla de Michael? No creía que fuera así.
Kyle levantó las manos sucias con manchas marrones y supuse que revelaban lo
que quedaba de quien fuera que hubiera sido su almuerzo. Le habría dicho que su
vida amorosa podría mejorar si le pagaba a alguien para que le limpiara raspando la
sangre seca de debajo de sus uñas de vez en cuando si no hubiera pensado que se
comería al manicuro.
—Sin mentiras, Dory. No entre tú y yo. —Se echó hacia atrás en la silla y cruzó
las piernas, adoptando un aire demasiado cómodo para mi gusto—. Y no has
escuchado la mejor parte aún. Se rumorea que el padre no es exactamente humano,
bueno, ya me entiendes. —Su sonrisa se volvió fiera—. Renunciar a mí porque tenías
miedo de traer al mundo a otro mestizo fue una pérdida de tiempo, ¿a que sí? Parece
que estás a punto de ser tía de un bebé dhampir rebosante de salud.
No tuve que mirarme en el espejo que había detrás de su cabeza para saber que mi
expresión no había cambiado a pesar de la sorpresa. Después de quinientos años de
práctica, cualquiera puede perfeccionar una cara de póquer decente. Incluso alguien
que es de por sí tan… expresiva… como yo.
—La verdad es que te rechacé porque los psicópatas homicidas con aliento a
perro no me ponen nada —le dije de manera agradable, sacando la mano de mi cajón
y lanzándole un frasco sin tapa a la cara. Lo que se dice del agua sagrada es un mito,
pero hay otras pociones que no sientan demasiado bien a los no muertos pelotas, y

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ésta era una de ellas. La sangre de dragón no lo mataría, pero no tendría muy buen
aspecto durante algunos días. Claro que, puesto que se trataba de Kyle, apostaba a
que nadie notaría la diferencia.
Arrojé su cuerpo por la ventana mientras él lanzaba gritos después de que revelara
unos pocos hechos que ya conocía, como por ejemplo el nombre del bar donde podría
localizar a unos cuantos gamberros del grupo de Michael. Rebotó en la acera tres
pisos más abajo y cayó en un aparcamiento, abollando el metal de un coche con su
frente antes de andar a cuatro patas calle abajo. Una pena que no hubiera sido a la luz
del día.
Si hubieran cogido a Claire, seguramente ahora ya estaría muerta. Pero había una
pequeña posibilidad de que Kyle, el eterno pelota, hubiera escuchado realmente algo
útil. Y cualquier pista, por muy pequeña que fuera, era mejor que las que yo tenía.
Me detuve sólo el tiempo suficiente para hacerle una mueca a mi reflejo que casi
tenía tan mal aspecto como lo que yo sentía dentro. Necesitaba maquillaje para cubrir
los círculos oscuros que en ese momento eran casi tan negros como el color de mis
ojos; y lavarme el pelo castaño grasiento por primera vez en una semana tampoco me
haría ningún daño. No había ninguna posibilidad de hacer de mujer fatal esa noche,
pero eso era normal en mí. Me pongo de muy mal genio cuando no duermo ocho
horas por la noche y, puesto que ocho horas debía ser más o menos el total de lo que
había dormido la semana anterior, me estaba sintiendo malhumorada. Cogí un trozo
de tubería de plomo y lo añadí a la colección debajo de mi abrigo. Había muchísimas
otras maneras de obtener información.

Una hora más tarde estaba sentada con cara de enfado sobre una pila de cadáveres. El
bar donde había encontrado a dos de los hombres de Michael dándose un festín con
una adolescente medio muerta ahora era un amasijo de mesas y vidrio roto. Me moví
para esquivar la piscina de sangre multicolor que se escurría de los cuerpos que
estaban debajo de mí y miré fijamente hacia la oscuridad en la parte de afuera.
Parecía que Kyle no había mentido en nada de lo que me había dicho. Uno de los
chicos me había explicado servicialmente, después de que le golpeara la cabeza
contra la barra una docena de veces, que Michael sí tenía a Claire. Y si Kyle no había
mentido sobre eso, había una mínima posibilidad de que no hubiera mentido en nada,
pero aún tenía que verlo para creerlo.
Le lancé un pañuelo al chico aturdido e inclinado sobre el cuerpo de uno de sus
recientes atacantes. Lo miró con los ojos en blanco.
—Para tu cuello —le expliqué. Los vampiros no tenían que morder para
alimentarse; de hecho, iba en contra de las normas, ya que dejaba cadáveres difíciles
de explicar. Pero nadie le había prestado demasiada atención a la ley últimamente.
Normalmente así era como me gustaban las cosas, pero ahora me dejaba con un
dilema.

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Por lo general, los magos estarían dispuestos a ayudar a una bruja con problemas,
especialmente a una neutralizadora poderosa como Claire. Ésa era la única razón, ella
era una herramienta muy útil, por lo que no querían que acabara en el mercado negro
mágico, fuera de su alcance. El Círculo Plateado, los llamados usuarios de la magia
blanca, sin duda habrían enviado a alguno de sus hombres tras Michael en tiempos
más normales, pero dudaba que pudieran permitírselo en este momento. Había una
guerra que ya había comenzado, y estaban aliados con el Senado contra una serie de
fuerzas que eran lo bastante espeluznantes para hacer que todo el mundo palideciera.
Sin mencionar que ellos me odiaban a muerte. Si quería que Claire volviera, iba a
tener que arreglármelas yo solita.
—¿Qué…? —El chico se detuvo, tragó saliva y volvió a intentarlo—. ¿Qué eran
aquellas… cosas?
Me levanté, fui a la otra parte de la barra y alargué la mano hasta la estantería de
arriba. ¡Qué demonios! De todas formas iba a prenderle fuego a ese sitio.
—¿Quieres beber algo?
Intentó ponerse de pie, pero estaba demasiado débil y se volvió a caer.
—No —dijo lentamente—. Tan sólo dímelo.
Me serví un Tanqueray doble y deslicé el resto de la botella en uno de los
bolsillos hondos de mi abrigo negro vaquero. Ignoré su pregunta y volví a salir de la
barra del bar. Normalmente mi sentido del olfato puede distinguir a un humano de lo
demás en una habitación, pero el estado del bar estaba interfiriendo con mi olfato. El
polvo y el humo estaban suspendidos en el aire, y ríos de sangre y bilis y lo que
quiera que fuese aquel fluido que las razas de demonios más extrañas utilizaban como
combustible corrían debajo de mis pies. Estaba bastante segura de a qué me estaba
enfrentando, pero quería estar completamente convencida.
Le di una patada a la cabeza de un demonio de varos y la quité de en medio; me
quedé acuclillada delante del chico, olfateando con cuidado. Una gota de sangre,
verde, pero no suya, había caído justo en el centro de su pecho. Olía que apestaba y
explicó mi confusión. Le cogí el pañuelo sin utilizar y lo limpié. Incluso después de
todo lo que él había pasado, no parecía asustado. Medir un metro con cincuenta y dos
centímetros y tener hoyuelos siempre había sido una de mis principales cualidades.
—¿Llevas aquí ya un rato, verdad? —le pregunté. Era una pregunta estúpida:
tenía seis grupos de marcas de mordiscos en su cuerpo desnudo y delgado, y ninguna
de ellas parecía que fuera del mismo tamaño. Los vampiros tenían que conocerse
muy bien entre ellos para alimentarse en grupo, ya que se consideraba un acto íntimo,
así que seguramente el chico había estado tumbado por allí como un aperitivo
gratuito del bar durante al menos unas cuantas horas. Pero quería comenzar
lentamente para darle una oportunidad de espabilarse un poco, si es que aún podía, ya
que había una posibilidad de que él hubiera escuchado algo que me sirviera. Los dos
vampiros que me había encontrado me dijeron que había habido un tercero que se
había ido una media hora antes de que yo llegara, y que ese vampiro era uno de los

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maestros de nivel bajo de Michael. Eso no quería decir que supiera algo más de lo
que ellos sabían, pero difícilmente podía saber menos.
—No lo entiendo —me dijo el chico con voz temblorosa—. Tú los mataste. Tú
los mataste a todos. ¿Por qué yo no pude hacerlo?
—Porque tú no eres dhampir. —La voz que respondió por mí, desde cerca de la
puerta destrozada, era casi un susurro, pero se oyó perfectamente en toda la
habitación. Conocía esa voz en miles de humores y tonos posibles, desde el latigazo
frío de la furia hasta el mimo caliente del orgullo, aunque este último nunca había
estado dirigido a mí. Maravilloso. Justo lo que necesitaba para completar el día.
El chico estaba observando fijamente al recién llegado con una sensación de
alivio. Claro, pensé amargamente, yo hago el trabajo y tú te guardas las miradas de
adoración para el demonio atractivo con la sonrisa encantadora. No te olvides de
que él podría arrancarte la garganta con tan sólo hacer rechinar esos dientes
blancos como perlas una sola vez. A pesar de todo su carisma y de sus trajes caros,
él es un predador.
Uno incluso más peligroso que yo.
Me puse a trabajar echando un poco del caro licor que tenía en mi bolsillo sobre
la parte limpia del pañuelo y lo apreté sin misericordia contra las heridas del chico
que tenían peor aspecto. Chilló, pero ninguno de los dos prestamos atención.
Estábamos acostumbrados a eso.
—Necesitará asistencia médica —dijo la voz, mientras el vampiro con pelo
oscuro a quien pertenecía atravesaba la habitación con mucho cuidado para evitar
estropear su traje de dos mil dólares y sus mocasines de Ferragamo. Olía a coñac del
bueno, a nicotina y a pino fresco. Nunca había entendido ese último olor en él, pero
siempre estaba ahí. A lo mejor es una colonia terriblemente cara, mezclada en una
perfumería italiana para su uso exclusivo, o posiblemente era sólo mi imaginación.
Quizá un recuerdo de mi hogar.
—Estoy segura de que el Senado puede hacer algo, teniendo en cuenta que
hicieron un gran esfuerzo el mes pasado para proclamar que este tipo de cosas ya no
ocurren. —Derramé un poco más de alcohol sobre las marcas de los mordiscos en el
cuello y el pecho del chico, antes de continuar con el feo desgarro que tenía en la
cadera. Se desmayó unos segundos más tarde, lo que nos dejó con un, al menos por
mi parte, incómodo silencio. Yo fui la primera que lo rompió, más interesada en
acabar con todo esto que en ganar algún tipo de estrategia.
—¿Qué quieres?
—Hablar contigo —me dijo con calma—. Necesito tu ayuda.
Levanté la vista al oír esas palabras. En quinientos años, nunca había escuchado
esas palabras salir de su boca. Tampoco me había imaginado nunca que las diría
algún día.
—¿Disculpa?

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—Me encantará volver a repetírtelo, Dorina, pero creo que ya me has oído la
primera vez. Tenemos que hablar y este joven necesita atención médica. Podemos
hacer las dos cosas en…
—No pienso ir allí.
—Estaba a punto de decirte que en mi apartamento. Soy muy consciente de tus
sentimientos hacia el Senado.
Me reprimí para no mirarlo, pero dudaba que mi famosa cara de póquer fuera lo
bastante buena para él. Nunca lo había sido anteriormente. Además, él podía escuchar
la velocidad de mi ritmo cardiaco con la adrenalina extra de furia y probablemente
detectar el rubor delatador que mi piel pálida no podía ocultar. Me dije a mí misma
que no me importaba. Habían pasado doce años desde la última ocasión en que lo
había visto, y en aquella ocasión yo había amenazado con matarlo por enésima vez y
después me había ido dando un portazo. Siempre me sacaba de mis casillas. Siempre.
Incluso aunque no lo hiciera a propósito. No creía que esta vez fuera a ser diferente.
Extendió los brazos para coger al chico, suponiendo con su habitual arrogancia
que yo estaría de acuerdo con cualquier cosa que él hubiera planeado. No me opuse,
ya que llevar al joven a un hospital local conllevaría explicar quién o qué le había
hecho todo eso, algo que supondría un reto incluso para alguien con mi capacidad de
exagerar la verdad. Y correr a la sucursal del Senado estaba definitivamente
descartado, teniendo en cuenta lo que había pasado la última vez que me había dejado
caer por allí. Claro que, probablemente, el seguro habría cubierto todos los daños y el
sitio ya necesitaba una remodelación, pero dudaba que ellos lo vieran de esa manera.
Podía llevarme al joven a mi casa, pero aunque pudiera apañármelas con sus heridas
físicas, no podría borrar todo esto de su memoria. Pero el cabrón exageradamente
peripuesto que tenía a mi lado podía conseguirlo con casi tan sólo pensarlo.
—No sabía que tuvieras un apartamento en Nueva York —le dije, y eso me
preocupaba. No había ninguna razón por la que él estuviera aquí. Mucho menos con
lo que seguramente era un apartamento escandalosamente caro con vistas a Central
Park. Los vampiros tienden a ser territoriales por naturaleza y normalmente están
apegados a sus casas. Claro que el Senado había declarado ilegales las antiguas
fronteras hacía algún tiempo para reducir las enemistades, así que técnicamente él
podía ir a cualquier sitio que quisiera, pero por lo que yo sabía, no tenía ningún tipo
de negocio ni ningún interés personal en Nueva York. Excepto yo, quizá.
—Es una nueva adquisición.
Entrecerré los ojos y le seguí por la puerta. Esto podría significar un montón de
cosas, desde que por pura diversión se había gastado alguno de los millones que había
acumulado a través de los siglos, hasta que se había batido en duelo con otro maestro
y había adquirido sus posesiones. Realmente esperaba que fuera una de esas dos
cosas y no algún complot para tenerme controlada. Era muy consciente de que estaba
tratando con un miembro del Senado, uno de los vampiros más poderosos y más
peligrosos del planeta. Yo misma me había subestimado demasiadas veces como para

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hacérselo a otro, independientemente de lo humano que pareciera. Especialmente no
a éste.
—Bueno, espero que tenga una ducha —le dije, vertiendo el resto del alcohol
sobre una pila cercana de cuerpos de vampiros altamente inflamable y encendiendo
una cerilla—. Necesito un baño.

El apartamento era de lujo, en la Quinta Avenida, y era cierto que tenía vistas al
parque. Me sentí aliviada al ver que también había sido decorado en colores beis y
crema bastante sosos por el diseñador, para que fuera virtualmente aceptable para
cualquier gusto, excepto el mío. Eso significaba que no había estado allí el tiempo
suficiente como para imponer su propio estilo, así que, a lo mejor, no me había estado
espiando. No desperdicié ni un suspiro para mostrar mi alivio, sino que me centré en
el único otro ocupante de la habitación. No me habían llevado a rastras a la base local
de operaciones del Senado, pero a no ser que estuviera equivocada, al menos uno de
sus miembros estaba sentado en un sofá de color camel pálido, esperándonos.
El vampiro extraño se levantó cuando entramos en la habitación, y sus ojos
examinaron al chico antes de quedar fijos en mí. Me preparé para obtener la típica
reacción, pero no hubo ninguna. Eso me decía que o que ya le habían advertido con
anterioridad, o que él era incluso mejor que yo en eso de poner cara de póquer. No era
sorprendente, y ya que ellos no tienen que respirar o tener latidos a menos que
quieran, no hay muchas pistas que delaten a la mayoría de los vampiros. En especial
los más mayores, y suponía que por la sensación de poder que éste llevaba como
quien lleva una capa, que rebasaba la treintena que aparentaba su rostro.
Lo examiné con interés, ya que nunca lo había visto antes. Eso no era probable si
era tan mayor como yo pensaba. Los novatos vienen y van, la mayoría de ellos
mueren antes de que consigan durar más que un humano normal (demasiado para la
inmortalidad), pero intento mantenerme informada sobre los principales jugadores en
el mundo de los vampiros. No hay muchos maestros de primer nivel por ahí, pero éste
no estaba en mi amplio archivo mental. Rápidamente agregué un nuevo documento.
Llevaba puesto el tipo de traje sencillo que mi anfitrión podría haber llevado si
hubiera decidido que era un día informal; uno diseñado para realzar lo que la
naturaleza le había concedido con mano generosa. El jersey de color hueso le
quedaba lo bastante apretado como para mostrar una parte superior del cuerpo bonita
y los pantalones de ante marrones estaban ajustados a sus muslos musculosos. Un
mechón castaño rojizo estaba intentando escaparse de una pinza de oro en su nuca.
Parecía la clase de pelo de las mujeres que anuncian champú: exuberante,
superabundante y con brillo. Debería haber parecido afeminado en un hombre, igual
que los ojos grises azulados con largas pestañas, pero los hombros anchos y fuertes y
su mandíbula arrogante eran muy masculinos. Lo miré con cara de pocos amigos. Los
vampiros ya tenían una gran cantidad de ventajas; tampoco necesitaban tener buen

ebookelo.com - Página 12
aspecto. Catalogué su aroma (una combinación de güisqui, cuero fino y,
extrañamente, sirope de caramelo) para una próxima referencia, y volví a prestar
atención a su compañero.
—Hay una ducha en el baño al fondo del pasillo, o si quieres, puedes utilizar la
que hay en mi habitación —me dijo. Mi anfitrión colocó al chico en el sofá, sin
prestar atención a la cara tapicería, y el vampiro con el pelo castaño rojizo, fuera
quien fuese, se movió para ayudar sin decir ni una palabra. Ni siquiera se preocupó de
mirarme, lo que me pareció ligeramente insultante. Había matado a los de su clase
durante medio milenio y ¿ni siquiera me merecía un parpadeo? Debía de imaginarse
que todas las probabilidades estaban a su favor. Teniendo en cuenta que estaba en una
habitación con dos maestros de primer nivel, seguramente tenía razón.
Bajé por el pasillo, que olía vagamente a algún ambientador genérico.
Seguramente lo anunciasen como «aroma a lilas», pero me recordaba más a tinas de
productos químicos que a campos completamente abiertos y a flores. Los sentidos
superdesarrollados tienen sus inconvenientes, como ocurre con tantos otros aspectos
de mi persona. Claro que también tiene sus ventajas. Forcé un oído, pero no había
demasiado que escuchar. Una chica estaba hablando por teléfono en el piso de al
lado, quejándose de algún tío a una amiga, y alguien, un piso más abajo, estaba o
hablando con su gato, o teniendo un episodio psicótico, pero las dos voces eran más
claras que los sonidos suaves que procedían del salón. Supuestamente los vampiros
estaban limpiando las heridas mejor de lo que yo había sido capaz de hacer en el bar
y las estaban vendando. Sabía que nadie estaba planeando tomarse un aperitivo, sería
como ofrecer a la gente que está acostumbrada al caviar de beluga y a Dom Pérignon
una bolsa de Fritos rancios y una Coca-Cola sin gas. Probablemente un segundo plato
cutre no sería nada apetecible.
Entré en la enorme habitación principal y miré a mi alrededor. Lujosa, sobria,
rica. ¡Qué sorpresa! Aquí dentro, el decorador se había arriesgado y había elegido una
paleta de colores grises, desde carbón sobre la ropa de cama hasta ceniza en las
paredes. Fruncí el ceño mirando los colores con disgusto y deseé mis pinturas tanto
que me picaban las manos. Una buena media hora de trabajo en el trozo desnudo de
pared sobre la cama habría marcado una gran diferencia. A mí nunca me habían
devuelto aún una fianza, pero claro, en mi trabajo, de todas formas eso se daba por
hecho. Y nunca había vivido con paredes grises y lisas.
El baño estaba lleno de azulejos blancos relucientes en lo que me imagino se
suponía que era un estilo industrial elegante. Cogí toallas (blancas, por supuesto) del
armario y metí mi roñoso cuerpo en la ducha de vidrio y cromo. Al menos era grande.
Apoyé la cabeza contra la pared, que rápidamente se cubrió de vaho e intenté no
imaginarme a Claire con una pequeña versión de mí en sus brazos. Los dhampirs, los
hijos de mujeres humanas y vampiros machos, nunca eran algo bueno.
Afortunadamente, somos realmente poco comunes, ya que el esperma muerto no nada
demasiado bien. No obstante, había unos pocos casos en los que un vampiro recién

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convertido y recién salido de la tumba había sido capaz de engendrar a un niño. Los
niños normalmente nacían locos de remate y vivían muy poco; tenían unas vidas muy
violentas.
Claro que no todos los dhampirs eran iguales. Pasa igual con los niños humanos,
nunca sabes cómo se van a combinar los genes. Había conocido a algunos, poco
comunes, que seguían el ejemplo de la madre y lograban vivir, en su mayoría, vidas
normales. Aparte de por sus sentidos intensificados y su fuerza, nunca podrías haber
sabido lo que eran. Pero aquéllos eran incluso más escasos que la variedad rara, y de
algún modo dudaba que Claire tuviera tanta suerte.
La conocía. Cualquiera que fuera la historia que hubiera detrás de la concepción
de su hijo, lo amaría, lo alimentaría y lo defendería como una fiera, al menos hasta
que creciera lo bastante como para lanzarla por un edificio en un ataque de ira que él
ni siquiera recordaría. Realmente esperaba que Kyle hubiera estado mintiendo. En
caso contrario, me estaba enfrentando a tener que matar al hijo de mi mejor amiga, a
pesar del afecto que ella alguna vez hubiera sentido hacia mí, o a esperar a su violenta
muerte.
Sería inútil intentar hablar con Claire. Nunca había comprendido el peligro que
corría, ni tampoco estaba dispuesta a dar los pasos necesarios para afianzar su
seguridad. Era ese maldito respeto por la vida sobre el que siempre me estaba dando
charlas, el mismo que la hizo convertirse en una vegetariana estricta y que me
obligaba a tener que salir sigilosamente para comer carne. Después de todo, podía
escucharla argumentar: «Te conozco desde hace años y nunca has querido matarme».
Ella simplemente se sentiría herida y confusa si le explicaba lo confundida que
estaba. Aunque haya adquirido cierto control a través de largos siglos de práctica, aún
soy un monstruo. Y como a la persona que me engendró a mí, siempre me encantará
la muerte y la destrucción un poco más que cualquier otra cosa, o que a cualquier
persona.
No sé mucho sobre mi madre, excepto que era una joven sirviente lo bastante
tonta para creer que el guapo hijo del lord local no sólo estaba pasando un buen rato
con ella. Habían estado juntos durante varios meses antes de que él sufriese la
maldición del vampirismo, un estado que él no reconoció inmediatamente. A
diferencia de la manera normal de hacer un vampiro, la maldición tardó un tiempo
hasta completar la transformación. No hubo ninguna terrible escena de muerte ni
arañazos dramáticos para salir de su propia tumba. En lugar de eso, hizo caso omiso
de los murmullos del gitano como si fueran los desvaríos de una mujer loca y siguió
con su estilo de vida donjuanesco durante unos pocos días fatídicos.
Afortunadamente yo fui la única a la que él le pasó los genes vampíricos que él
acababa de obtener.
En pocas palabras, nueve meses más tarde, después de que él se hubiera ido a
ordenar sus pensamientos, un bebé rebosante de salud, yo, entró en el mundo y se
encontró con que el mundo no se alegraba mucho de verle. Los humanos con los que

ebookelo.com - Página 14
yo crecí sabían bastante acerca de todas las cosas relacionadas con los vampiros y se
imaginaron lo que era la primera vez que vieron mis colmillos de bebé. Le dijeron a
mi madre que me arrojara al río y que así se ahorraría un montón de problemas. Aún
no sé si me alegro de que en lugar de eso me hubiera entregado a una banda de
gitanos que pasaba por allí. Ella murió por la peste algunos años más tarde, así que
nunca la conocí. Y mi padre, bueno, digamos, simplemente, que tenemos problemas.
No me imagino que sea demasiado sorprendente, teniendo en cuenta que los
dhampirs y los vampiros son enemigos mortales. Algunas leyendas dicen que Dios
dejó que los dhampirs existieran para que vigilaran el número de vampiros que había
por ahí pululando. Una explicación más científica es que el instinto predador en los
dhampirs es necesario para permitirles que se alimenten, pero sobrecarga el sistema
suprarrenal de nuestro cuerpo. Creo que al menos una parte de la ira que tenemos es
una reacción natural por ser forzados a vivir en un mundo al que no tenemos ninguna
posibilidad de pertenecer en ningún momento. Los vampiros nos odian y nos temen,
y normalmente intentan matarnos inmediatamente. Los humanos piensan que somos
uno de ellos durante un tiempo, hasta que nos da uno de nuestros arrebatos de ira y
nuestra naturaleza real se hace evidente. Entonces volvemos a fugarnos, intentando
evitar las multitudes enfadadas de las dos especies, mientras cavamos un nicho fuera
de los dos mundos para nosotros solos.
La mayoría de los niños como yo se consumen pronto, ya sea por cargar
demasiado sus sistemas o, mucho más a menudo, por morir en una lucha. Sólo sé de
otro dhampir que es tan mayor como yo, un faquir indio alelado que vive en el
desierto de Rajastán, lo más lejos posible de los humanos. Me llevó más de dos meses
encontrarlo la única vez que me molesté en hacerlo, y él no tuvo demasiados consejos
útiles que dar. Él consigue contener las situaciones mediante la meditación secular,
controlando su naturaleza real simplemente negando cualquier contacto con una
posible víctima. La verdad es que ése no es mi estilo. Yo prefiero el método
tradicional de sacar mi otra naturaleza a cazar de vez en cuando, cuidando de que
mate sólo lo que ya está muerto. O demonios, o algún hombre lobo ocasional, o
cualquier cosa que no sea humana. Es un poco lioso, pero funciona e incluso me llevó
al trabajo que tengo.
Me eché champú en mi pelo grasiento y me pregunté si ésa era la razón por la que
me habían localizado. Parecía poco probable. Si el Senado quería a alguien muerto,
estaba completamente segura de que no necesitaban contratarme para que lo hiciera.
Tenían un montón de matones propios y un departamento de inteligencia insuperable.
Podían prescindir de tres al cuarto.
También estaba el pequeño asunto de que yo tenía la costumbre de rechazar
asignaciones a no ser que conociera todas las circunstancias involucradas: todas. Me
había prometido a mí misma limitar mis excesos a aquéllos que, como dice el dicho,
necesitaban ser asesinados. Pensaba que, puesto que era mi mano la que sostenía el
hacha, o la estaca, el rifle, o lo que fuera, era cosa mía estar segura de que no

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asesinaba a alguien que simplemente había irritado a un usurero local. Pero esa
rareza, como seguramente el Senado así lo veía, me habría hecho bajar varios puestos
en su lista de talentos a contratar, incluso si el accidente de mi nacimiento no me
hubiera hecho ya una persona no grata. Así que mis habilidades de caza
probablemente no fueran lo que ellos necesitaban ahora.
Aunque por mucho que lo intentaba, no me podía imaginar qué más podía ser. De
vez en cuando, me ganaba unos cuantos pavos examinando el movimiento
clandestino sobrenatural que las autoridades humanas no podían tratar o ni tan
siquiera podían entender. Pero tampoco en eso yo podía ofrecer nada que el Senado
no pudiera hacer, y probablemente mucho mejor que yo. Considerando todas las
posibilidades, no sabía a qué atenerme. De todas formas, no es que importara. Tan
pronto como obtuviera algunas respuestas del chico aperitivo, me iría a perseguir a
Michael. Fuera lo que fuera que el Senado quería, bien podía ocurrírsele otro modo
de conseguirlo. Y por lo que respectaba a mi anfitrión, por mí podía caerse muerto.
Otra vez.

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2

—Éste es Louis-Cesare. Te agradecería que te contuvieras y que no lo atacaras


mientras estés bajo mi techo.
Me había vuelto a deslizar hasta el salón sin avisar, pero estaba claro que me
habían escuchado. Me sentí aliviada ya que al menos no me habían olido cuando
entré, o por lo menos no tan fácilmente como antes, ya que era la primera vez en días
que me había duchado. También llevaba puesta una de las camisas de vestir, blanca
inmaculada, de mi anfitrión sobre mis vaqueros manchados de sangre; se contuvo de
hacer ningún comentario, aunque apretó los labios de una manera extraña. Yo sonreí.
Probablemente le había costado tanto como el alquiler que yo pagaba al mes y me
llegaba hasta los tobillos, pero no había tenido mucho donde elegir. El armario en su
habitación estaba casi vacío, otra buena señal, ya que el tipo era un fanático de la
ropa. Si hubiera estado cerca de las tiendas de Nueva York durante unos cuantos días,
el lugar se habría parecido a una tienda de Armani.
—Lo tendré presente —le dije, caminando despacio hasta la barra, donde me
preparé un trago doble. Con el metabolismo que tengo, el alcohol se quema
demasiado rápido en mí como para emborracharme: una de las pocas ventajas de ser
lo que soy—. ¿Dónde está el chico?
—Ya le he curado, se lo han llevado hace un rato.
Apreté fuerte la botella y conté hasta diez. No era un récord (él se las había
apañado para sacarme de mis casillas más rápido en otras ocasiones), pero estaba
cerca de serlo.
—Necesitaba hablar con él —le dije cuidadosamente mientras me daba la vuelta
—. Era la única pista que tenía. No tenías ningún derecho a…
—Conserva sus recuerdos, por ahora —me dijo—. Puedes hablar con él más tarde
si tienes que hacerlo. Pero en este momento hay cosas que son más importantes.
Miré hacia abajo al escuchar un crujido y vi que había empezado a resquebrajar la
botella. La puse con cuidado encima de la barra e ignoré el güisqui que escurría por la
madera oscura. Cinco siglos luchando por controlarme y todo lo que conseguí fue no
terminar de hacerla pedazos contra su cabeza. ¿Cómo lo hacía? No había nadie más
que consiguiera que llegara a esa pérdida de control tan rápido, al menos ya hacía
tiempo.
—Preferiría hablar con él esta noche —le dije de manera serena—. Tengo algo de
prisa.
Me di cuenta de que el pelirrojo se había acercado un poquito, como si pensara
que su amigo podía necesitar ayuda. Contuve la risa. Al menos ahora tenía su

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atención.
—Está fuertemente medicado, Dorina. No será capaz de decirte nada hasta dentro
de unas ocho horas más o menos. Si querías que hubiera sido de otra forma, tendrías
que haberlo mencionado antes.
Sentí cómo se me hacía un nudo en el estómago y el corazón me iba más rápido.
Intenté que mi respiración, que se había acelerado de repente, fuera más despacio,
sabiendo lo que iba a pasar si no podía controlarlo, pero en todo lo que podía pensar
era en Claire. Pensé en el mes anterior, en las pistas inútiles y en todas las noches sin
dormir, en todos los favores que había pedido y todo lo que había prometido a los
tipos completamente equivocados para obtener información que al final había
resultado que no servía para nada. Pensé en la cara zalamera de Kyle cuando me
contó cuál podía ser el peor de los casos y aún hacía que quisiera chillar, y luego un
sonido precipitado me inundó los oídos y perdí el conocimiento.
A veces me pasa eso, aunque la mayoría de las veces lo tengo bastante
controlado. Pero esa noche era como en los viejos tiempos, cuando había ido a
saqueos que dejaban docenas de muertos y después nunca era capaz de recordar nada
más que fogonazos. Era la naturaleza real de un dhampir y la razón por la que nadie
nunca confiaba en nosotros, especialmente los vampiros, que eran nuestras presas
preferidas. Era una de las muchas razones por las que esperaba que Claire hubiera
sido mucho más lista de lo que Kyle había dicho.
Por fin recobré los sentidos, lo que me sorprendió bastante. Uno de estos siglos,
espero plenamente morir en medio de algún arrebato de cólera guerrera y ni siquiera
saber cuándo sucede. Me había acercado más veces de las que podía recordar,
despertándome rota y sangrando, rodeada por cuerpos en lugares que no reconocía y,
algunas veces, unos días después de mi último recuerdo. Esta vez había sido mejor
que la mayoría de las veces. Había algo punzante que clavaba mi hombro a la pared,
y la quemazón del dolor que me era familiar me ayudó a concentrarme lo bastante
como para acabar con el resto del trance.
Supe cuándo lo había conseguido por el hecho de que, de repente, mi hombro se
sentía como si le hubieran prendido fuego. Como incentivo añadido, era la dueña
orgullosa de una mandíbula dolorida, un martilleo en la cabeza y una necesidad
urgente de vomitar. El pelirrojo estaba sujetando un espadín que me había clavado
como una mariposa en un pasador, dejando mi brazo izquierdo temporalmente inútil,
y mi anfitrión estaba utilizando las dos manos para aguantar el derecho. Me alegré al
ver que parecían bastante hechos polvo. El bonito jersey blanco del pelirrojo estaba
manchado con sangre que no olía como la mía, y el moreno tenía un navajazo largo
en el lateral de la cara que casi había hecho que perdiera su ojo derecho. Aunque no
era profundo, y comenzó a cerrarse mientras miraba. Maldición.
—Milord, no quiero entrometerme, pero ¿quizá las restricciones…? —La voz
tenía un leve acento francés, lo que explicaba por qué no lo había conocido. El
pelirrojo era un miembro del Senado, pero de la versión europea, no de la

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estadounidense. Y yo no había estado en Europa desde una visita muy memorable
durante la Primera Guerra Mundial. Parecía un poco asustado, lo que me hubiera
complacido bajo otras circunstancias. No obstante, en ese momento, estaba distraída
con mi anfitrión, que estaba levantando una mano para agarrarme por la garganta.
—Te daría unos azotes si pensara que eso iba a hacer algún bien —me dijo con un
tono grave.
Al otro vampiro parecía como si le acabaran de pegar una bofetada. Me reí.
—Cree que es una perversión sexual tuya —le dije, deteniéndome para escupir un
diente que se me estaba moviendo. No había de qué preocuparse. Me crecería uno de
repuesto enseguida y al menos esta vez era uno de la parte de atrás. Sonreí al vampiro
francés, que parecía ligeramente enfermo con el pensamiento de que alguien hiciera
algo conmigo, excepto quizá clavarme una estaca en las costillas—. ¿No se lo has
dicho, a que no?
El moreno suspiró y me soltó, deteniéndose para sacar el espadín. No hice
ninguna mueca de dolor. En ese momento, el dolor casi me sentaba bien, un
recordatorio de que, una vez más, a pesar de los pronósticos, había vencido y vivía.
No es que esta vez hubiera estado en grave peligro. Él no me iba a matar porque
necesitaba mi ayuda. Bueno, al menos no hasta que le rechazara.
—Estaba pensando en presentaros y no me has dado la oportunidad —me dijo
con un tono mordaz.
La expresión del pelirrojo ahora estaba bordeando la repulsión. Tenía que haber
un cerebro dentro de esa bonita cabeza porque parecía que estaba sumando dos y dos,
pero no estaba dispuesto a creer lo que sus instintos le estaban diciendo. Decidí
echarle una mano. Me dirigí a mi anfitrión, que me estaba mirando con cierta
irritación que ya no se preocupaba en ocultar. Lancé mi brazo bueno sobre su cuello y
le di un beso fuerte en la mejilla.
—¡Hola, papi!

Quince minutos más tarde estaba tirada en el suelo llorando, y no era de dolor. No me
había reído tanto en muchos años, hasta el punto de que casi no podía respirar y me
dolían las costillas. Claro que eso podía ser a causa de una de las nuevas heridas que
tenía, entre la pelea en la barra y la pérdida de conocimiento estaba un poco
destemplada, pero no me importó mucho en ese momento. Me limpié los ojos llenos
de lágrimas e intenté sentarme.
Mircea, más conocido como mi papi querido una vez que se molestó en reconocer
su conexión conmigo, estaba sentado en el sofá con los brazos cruzados,
esperándome. El tipo francés se había puesto él mismo una copa, fuerte incluso para
mi nivel, y se la había llevado hasta la ventana que iba del techo al suelo y que tenía
vistas a la ciudad oscurecida. Nos estaba dando la espalda. No estaba segura de a
quién estaba intentando apartar, si a la abominación o a quien la había creado.

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Me arrastré hasta llegar a un sillón y valientemente luché para contenerme. Era
difícil, con todo lo que me acababan de decir. No suelo tener oportunidades así muy a
menudo, así que saboreé el momento.
—¿Estaría fuera de lugar decir «te lo dije»? —pregunté, con una cara casi seria.
—Nunca te había visto preocupándote por lo que es apropiado o no. —Ésa fue la
respuesta mordaz.
—Du-te dracului —dije automáticamente, antes de darme cuenta de lo irónico
que era mandarle al demonio en esas circunstancias.
—Yo te estoy proponiendo mandarte a ti a verle a él en lugar de eso —contestó
Mircea con tranquilidad.
Asentí con la cabeza al otro vampiro.
—¿Le has dicho a tu amigo de ahí que ésta es una misión suicida? —Miré al
vampiro atractivo—. ¿Tienes ganas de morir, amigo?
El francés me ignoró, pero Mircea decidió discutir, como de costumbre.
—Él no va a ir a solo. Es por lo que me tomé la molestia de localizarte. Su trabajo
es el de atrapar a Vlad. El tuyo es…
—¿Le contaste que podrías haber eliminado al tío Drac la última vez, pero que
estabas demasiado ocupado seduciendo a algún miembro del Senado como para
tomarte la molestia de hacerlo?
—… mantenerle con vida. Él no conoce a mi hermano. Tú sí.
—Y precisamente por eso es por lo que no voy a ir a ningún sitio del que él ande
cerca. —Me levanté, me estiré y miré a mi alrededor para ver si veía mi abrigo.
Claire me lo había comprado después de que una caza hubiera estropeado el último
que tenía de piel. Ella había tenido la esperanza de que fuera más resistente, que fuera
incluso lavable, pero yo no estaba tan segura. Mi armario se actualiza constantemente
ya que destrozo la ropa con tanta frecuencia como otra gente tira los pañuelos de
papel: gajes del oficio. La última vez que vi el abrigo, estaba cubierto de algo muy
pegajoso junto con mi camiseta. Supuse que los había dejado tirados en el baño.
—¿Adónde te crees que vas?
—A ver si mi tintorería puede quitar lo que sea que segregaran los demonios de
varos cuando te escupen. El légamo púrpura rosado huele como a familia de mofetas
y corroe la tela como el ácido.
Me dirigí a la puerta, pero antes de que pudiera llegar, papi estaba en el medio,
apoyado contra la jamba.
—Siéntate.
Suspiré. La verdad es que no esperaba que fuera tan fácil.
—No tiene sentido. —Mircea tan sólo se quedó allí de pie, así que di más
detalles, más por el beneficio del idiota que se había unido a este lío que por el bueno
de papá. Quizá el pobre bastardo aún pudiera escaquearse de todo esto. Por su bien,
esperaba que fuera así, ya que, sin duda, de lo contrario tenía los días contados.

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—Londres, 1889. Una noche oscura y tormentosa. ¿Te suena de algo? Creo que la
frase exacta fue: «Si no acabas con esto esta noche, si le dejas cualquier camino por
el que pueda volver, me lavo las manos. La próxima vez, lo perseguirás tú solo». —
Miré al tipo francés, que se había dado la vuelta para mirarnos fijamente—. Fui
mucho más pretenciosa entonces —expliqué—, pero ya te haces una idea. Apenas
sobreviví al último intento, no pienso volverlo a hacer, especialmente cuando todo lo
que estás planeando es ponerlo en otra de esas trampas tan seguras y esperar a que él
encuentre otro camino para escapar. Y eso, suponiendo que no te destripe y haya
alguien lo bastante tonto para seguirte primero. Ahora quítate del medio, querido
papi; tengo un trabajo real que hacer.
—Éste es tu trabajo, hasta que yo te diga lo contrario.
Sonreí. Me estaba sintiendo bastante blanda para variar. No estaba segura si era
por toda la violencia de antes o por toda la risa, pero de cualquier forma, la verdad es
que no me apetecía arrancarle la cabeza.
—Y tú que solías tener tan bien el sentido del oído.
—No me desobedecerás en esto.
Esperé un minuto, pero él seguía allí de pie, mostrándose serio y muy macho. Era
la cara que normalmente hacía que los otros vampiros se cayeran de rodillas,
murmurando disculpas e intentando besar sus pies cubiertos con cuero caro. Eso
nunca había funcionado conmigo.
—Umm, me imagino que no has terminado la frase. Porque la verdad es que no
veo…
—Claire. —Esa única palabra me detuvo en mitad de mi recriminación.
—Espero haberte malinterpretado —le dije suavemente.
—Te gustan los humanos, ¿verdad?
—Si tuvieras algo que ver con…
—No la cogí —me dijo de forma calmada—, pero podría acordar traerla de vuelta
para ti. Puedo pedir los recursos del Senado y tienes que admitir que son mucho
mejores que los tuyos.
—La encontraré yo sola.
Arqueó una ceja oscura y expresiva, y me echó su habitual sonrisa
condescendiente.
—¿A tiempo?
No respondí durante un momento mi cerebro estaba ocupado con una repetición
de aquella noche en Londres. Todo lo que podía oír era el sonido débil de tacones
sobre los adoquines, muy lejos pero acercándose. Esas pisadas rítmicas acompasadas
habían hecho eco en mi cabeza durante años. No pensé en lo que había pasado
después de que los pasos se hubieran detenido, justo enfrente de donde yo estaba
oculta. No. Nunca pensé en ello en absoluto.
—Tío Drac. —Me refería impertinentemente a él para evitar hablar
incoherentemente: era la única cosa en el mundo que realmente me aterraba. Creo

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que mis risas de antes no tenían mucho que ver con que papi finalmente admitiera
que era buena en algo y tenían mucho más que ver con la histeria causada por el
pensamiento de ir contra Drac de nuevo. Había ejercido mucha presión para que se
solucionase el problema hacía más de un siglo, ya que atraparlo había sido tanto
suerte como habilidad. Sin nada más que hacer para pasar las décadas, seguro que
debía de haber examinado detenidamente aquella noche un millón de veces,
analizándola en su mente brillante y rota, imaginándose exactamente qué era lo que
había hecho mal. Drácula se merecía su leyenda, aunque gran parte de ella estaba
confundida debido a ese escritor victoriano. Él no volvería a cometer los mismos
errores dos veces; de hecho, dudaba que cometiera alguno en absoluto.
Una imagen mental de la cara de Claire ondeó delante de mis ojos. Ella era una de
las pocas amigas a la que yo había sido capaz de soportar durante más de algunos
meses. No era que los ataques de cólera no le dieran miedo, sino más bien que nunca
se había visto expuesta a ellos. Nunca había pensado en mí misma como un ser
mágico antes de conocerla, pero no había duda que ella tenía el mismo efecto
calmante sobre mí que cuando preparaba un hechizo o una defensa. Vivir y trabajar a
su lado me habían dado lo que más se acercaba a la paz y a una vida normal que yo
nunca había conocido. Aún tenía arrebatos ocasionales, pero sólo cuando estaba fuera
de su órbita, e incluso entonces, eran muy poco comunes. La idea de no ver nunca su
cara pensativa mientras examinaba mi último cuadro, intentando imaginarse qué
demonios se suponía que era aquello, era brutal.
Pero Claire era más que una amiga; también era la única oportunidad para mí de
dominar mis arrebatos de ira para siempre. Ella proviene de una de las familias
mágicas más antiguas de la tierra, la Casa Lachesis, que se especializa en la curación.
Tienen acceso a conocimientos antiguos que ni siquiera el propio Círculo conoce.
Una vez Claire me dijo que hay una rama de la familia que lo único que hace es
rastrear en zonas tan periféricas que hacen que la Antártida se parezca a la esquina de
Broadway con la calle Cuarenta y Dos, en busca de curas, pociones y amuletos poco
comunes. Otra rama investiga nuevos tratamientos, y otra produce hechizos de
debilitación para vendérselos a los tipos malévolos para asegurar un abastecimiento
estable de ricos enfermos.
A pesar de que ella había trabajado en el área de negocios más que en la de
investigación y el desarrollo, había estado utilizando sus contactos para intentar
encontrar algo que redujera mis arrebatos. Debido a mi metabolismo, las drogas
humanas no se quedaban en mi sistema el tiempo suficiente para hacer efecto. Yo
estaba esperando una solución mágica que fuera definitiva, pero nunca nadie había
pensado en desarrollar algo para los dhampirs. Somos muy pocos dhampirs como
para que sea rentable y no estamos exactamente en lo alto de la lista de la
popularidad. Había una buena posibilidad de que el trabajo de Claire fuera el primero
de ese tipo que se había hecho nunca. Y si no la encontraba pronto, también podría
ser el último.

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La encontraría, de eso no había duda, pero Mircea, maldita sea, tenía razón. Podía
ser que no lo lograra a tiempo. Michael sólo era un maestro del nivel bajo, creo que
del nivel seis, que hacía mandados para un par de vampiros jefes en Brooklyn. Podía
encargarme de él con los ojos cerrados, pero la información que había obtenido de
sus gamberros era que había desaparecido hacía poco. Nadie sabía dónde estaba, y
seguirle la pista sólo haciendo uso de mis propios recursos iba a llevar su tiempo. Un
tiempo que quizá Claire no tuviera.
Por otra parte, Mircea podía meter en la búsqueda una organización que hacía que
la CIA, el FBI y la Interpol parecieran un grupo de niños retrasados, incluso más que
normalmente. Mañana a esta hora, ella podía estar de vuelta en nuestra ruinosa casa
destartalada cloqueando sobre su herbario y sus dos gatos mimados. Y, si el asunto
ese del embarazo no era una invención de la imaginación desbocada de Kyle, tendría
tiempo de hablar con ella y de explicarle unas cuantas verdades duras.
Miré al otro vampiro y lo único que vi es que me miraba con desprecio.
Seguramente pensaba que lo estaba ocultando, pero había aprendido algunas cosas
acerca de leer las expresiones de las caras durante los años. O quizá a él no le
importara si yo sabía que él pensaba que yo era una cobarde. Después de todo, tenía
bastante razón, al menos en lo que se refería a mi tío aterrador. Cualquiera que no le
tuviera miedo era un lunático o realmente estúpido. Me preguntaba qué tipo era el
que Mircea me estaba intentando endilgar.
—Primero preferiría tenerla de vuelta. El pago sólo se realizará con la entrega.
—No. —Mircea ni siquiera se preocupó de fingir que lo sentía—. Vlad lleva
fugado más de una semana. Darle más tiempo para que haga sus planes es una locura.
—Ya ha tenido más de un siglo para hacer sus planes —señalé. No me gustaba la
referencia de Vlad. Si Mircea tan sólo se olvidara una vez de que el monstruo por el
que estábamos discutiendo era su hermano, haría que las cosas fueran mucho más
fáciles. Pero él tenía ese extraño afecto por la familia que yo nunca había entendido.
Se aseguraba de seguirme la pista cada pocas décadas, incluso sabiendo que
acabaríamos en una discusión interminable, y eso había evitado que le clavara a
Drácula una estaca cuando tuvo la oportunidad.
—Es cierto, pero no sé si recuerdas que desmantelamos su red de apoyo. A menos
que planee moverse completamente solo, necesitará tiempo para encontrar
seguidores. En este momento, debería ser vulnerable. Pero no seguirá siéndolo
durante mucho tiempo.
No me preocupé de señalar que las palabras «vulnerable» y «Drácula» realmente
no pertenecían a la misma frase. En ningún momento él había sido otra cosa que no
fuese absolutamente capaz y completamente cruel. Pero Mircea tenía razón. Si tenía
que enfrentarme a Drac, prefería inmensamente que él no hubiera encontrado a
ningún ayudante. Ya era bastante malo él solo, pero el grupo que solía dirigir había
sido otra fuente de pesadillas, hasta el punto de que me había pasado más de una
década persiguiendo al peor de ellos. Me había dejado dormir un poco mejor después,

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aunque sólo un poco. Saber que su señor y maestro estaba sólo a un paso de volver al
negocio nunca había sido bien acogido. Sentí que mi humor se encendía con el
pensamiento de que si, sólo una vez, Mircea el perpetuo terco me hubiera escuchado,
Drácula estaría en una tumba permanentemente en este momento y nada de esto sería
necesario. Claro que, en ese caso, no habría tenido ayuda con Claire.
—Está bien. Pero si empiezo a buscarle esta noche, quiero que la búsqueda de
Claire empiece al mismo tiempo.
—Hecho.
No pedí ninguna garantía. Mircea es un montón de cosas, pero mantiene su
palabra cuando la da. Pero es mejor que estés completamente seguro de cuál es su
palabra, porque es uno de los cabrones más escurridizos que hay cuando quiere serlo.
Decidí que quería aclarar las cosas una vez más.
—Si está viva, quiero que me la traigan. Si no…
—¿Prefieres ocuparte de las partes responsables tú misma o quieres que lo
hagamos nosotros?
—¿Tú qué crees?
Mircea sonrió levemente.
—Les ordenaré que las guarden para ti. Supongo entonces que tenemos un trato,
¿no?
Miré al tipo francés y no me alegré de lo que vi. Sí, había bastante energía
emanando de él para rivalizar con el aura de Mircea, que me ponía los pelos de punta
cada vez que estaba a unos pocos metros de él, pero derrotar a alguien como Drácula
iba a requerir más que fuerza bruta. Mucho más que eso.
—Sí, pero preferiría a un compañero que ya conozca —le dije, intentando
suavizar el insulto—. No tenemos tiempo para aprender los estilos de cada uno. ¿Qué
está haciendo Marlowe?
Kit Marlowe, vampiro, dramaturgo, y una vez chico malo isabelino era el jefe de
inteligencia del Senado. Era un maldito hijo de puta, yo podía dar fe de eso a nivel
personal, y no éramos exactamente amigos. Pero si tenía que seguirle la pista al
vampiro más malvado del planeta, me gustaría tener a uno de los finalistas como
ayuda. Siempre y cuando no me estuviera disparando a mí esta vez.
—Estamos en estado de guerra, Dorina. Difícilmente puedo sacar al jefe de
seguridad para un encargo personal en un momento así.
—No va a ser personal mucho tiempo —señalé—. Nuestros nombres podrían
encabezar la lista del tío, pero tampoco somos los únicos en ella. La guerra podría
parecer una atracción secundaria si él de verdad se pone manos a la obra.
—Aun así, la cónsul nunca lo permitiría. —Incluso Mircea se pensaría dos veces
oponerse a las órdenes de la líder del Senado y no podía culparle. La había visto sólo
una vez y había sido más que suficiente. Mi opinión personal era que ella estaba más
loca que Drac, pero nadie me había preguntado.

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—Entonces, ¿quién va a venir con nosotros? —Esperaba que él tuviera algún
apoyo mejor en mente que los tipos que normalmente usábamos. Uno o dos podían
encargarse de algunas situaciones bastante duras, pero nada como esto. Los únicos
conocidos que podían haber sido útiles estaban por el momento incomunicados,
encerrados por crímenes que a los vampiros o a los magos no les habían gustado,
pero que no eran lo suficientemente serios como para encerrarlos bajo tierra para
siempre. Y desde que la guerra había comenzado, sus procesos judiciales estaban en
espera permanente: no hay nada parecido a un habeas corpus en el mundo
sobrenatural.
—Preferiría que esto quedara en familia —dijo Mircea.
Resoplé. No lo dudaba. Cualquiera que no estuviera bajo sus órdenes directas no
tendría ningún problema en clavarle una estaca al bueno de Drac a la primera de
cambio. Desde luego, ése era mi plan; suponiendo que él no me cogiera a mí primero.
Se me ocurrió algo.
—¿Qué es lo que está haciendo él aquí? —Señalé con el dedo pulgar al figurín.
No estaba muy puesta en los nombres de la familia, pero al menos sabía quién era
quién. Y míster Antipatía no estaba en la lista.
—Te lo dije —dijo Mircea con esa voz impaciente que reserva para mí y para los
que tienen enfermedades mentales—. Éste es Louis-Cesare. —Yo lo miré, expectante.
Él suspiró—. La adquisición de Radu.
Le eché al vampiro atractivo una mirada más interesada.
—No me había enterado de que mi tío ligeramente cuerdo tuviera descendientes.
Estaba siendo amable. Radu, el hermano menor de Mircea y de Drácula, era un
tipo realmente raro. No del tipo «homicida aspirante al título de peso pesado de los
homicidios» como Drac, pero era casi tan escalofriante. Entre otras cosas, insistía en
vestirse como en la película de Los Tres Mosqueteros, sólo se ponía de mala gana
ropa moderna cuando lo intimidaban. A algunos vampiros les gustaba vestir como lo
habían hecho en vida cuando estaban fuera de la vista de los humanos, pero Radu se
había criado en el siglo XV en Rumanía, no en el siglo XVII de Francia; de ahí lo
extraño. Por otro lado, nunca había (o eso era lo que yo pensaba) creado otro vampiro
en su vida, aunque había sido un maestro de segundo nivel durante siglos. Alguien
tan poderoso sin un grupo no tenía precedentes. Los seguidores te daban ganancias,
así como protección, ¿y quién renunciaría voluntariamente a esas dos cosas? Él
utilizaba el grupo de Mircea como si fuera suyo, pero gorronear al hermano mayor a
mí me hubiera resultado fastidioso. Pero bueno, a nadie le preocupaba mucho lo que
pensaba la oveja negra de la familia.
—Éste es el único. —Esperé, pero Mircea no fue más explícito. De nuevo, no me
sorprendió. ¿Para qué decirle a alguien que es carne de cañón más de lo que necesita
saber?
—Vale. Entiendo que tú quieres que venga conmigo, y eso está bien. Estoy segura
de que puedo encontrar algo que hacer para él, pero…

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—Creo que estás elucubrando a partir de un malentendido —interrumpió el
francés; su acento era un poco más obvio de lo que lo había sido antes—. Hablas
como si tú fueras a decidir la estrategia. Tú estarás bajo mis órdenes y no al revés.
Me giré lentamente para ponerme frente a él y algo en mi expresión hizo que él
bajara una mano hasta la empuñadura de su espadín. No lo sacó, pero tampoco apartó
su mano de él.
—No sé quién te crees que eres —le informé imparcialmente— y no me importa.
Pero no voy a recibir órdenes de nadie. ¿Está claro?
—La verdad es que para nada —respondió, igual de seco. Hubiera sido gracioso
en otro momento, intentar acabar el uno con los planes del otro, pero ahora no me
apetecía reírme. Esto ya iba a ser bastante difícil sin ayuda de alguien que no podía
seguir las órdenes.
—Entonces tenemos un problema —le dije sinceramente. Me di la vuelta y miré a
Mircea, que tenía una expresión que en cualquier otro hubiera descrito como
petulante.
—Ya sabes lo que está en juego aquí. Sé que no te gusto más de lo que tú me
gustas a mí, pero ya hemos trabajado juntos antes. Creo que fue suerte, pero quizá
volvamos a tener suerte otra vez. Y tú ya sabes cómo funciono.
Mircea estaba sacudiendo la cabeza antes de que incluso pudiera terminar de
hablar.
—Normalmente ésa es la forma en la que yo decidiría proceder. Pero no ahora.
—¿Por qué no? —Pensé que mi pregunta era razonable, pero de repente parecía
que se había enfadado.
—¿Después de todos estos años, no puedes obedecer una simple orden?
—No, cuando probablemente esa orden me va a matar, no. —Miré a uno y a otro,
intentando imaginarme la comunicación tácita que estaban llevando a cabo. Durante
un breve instante, sentí algo, no exactamente ira, sino algo más sutil ante el hecho de
que Mircea y este extraño pudieran comunicarse tan fácilmente sin palabras. Porque
eso era exactamente lo que estaban haciendo. Un humano normal no hubiera notado
las pocas miradas apenas perceptibles, pero yo sí las noté. Ésa era una de las partes
más duras de la experiencia de un dhampir: el hecho de que tus sentidos nunca te
permiten ser ajeno a todo, que nunca te dejan durante un momento que te engañes
pensando que tienes un sitio.
Una vez, cuando era muy joven e incluso más tonta de lo que soy ahora, dejé que
un vampiro intentara convertirme. Yo solamente había cumplido un siglo y había
visto a mis conocidos mortales crecer y morir delante de mis ojos, y al último lo
habían enterrado la semana anterior. Estaba completamente sola y cansada de todo
eso. No es que siempre hubiera encajado muy bien con los humanos, pero Dios, lo
había intentado con todas mis fuerzas. Así que pensé, «¿por qué no?». De todas
formas, ya estoy casi ahí, ¿por qué no cruzar y ser realmente parte de algo para
variar?

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Por supuesto, sabía que era un riesgo, incluso aunque el vampiro no sólo me
desangrara y me dejara seca y me dejara morir allí, la mayoría de los vampiros se
pasan toda la eternidad atados a un maestro al que no pueden desobedecer. Son casi
como esclavos hasta que alcanzan el estado de maestro (cosa que pocos consiguen) e
incluso entonces su responsabilidad hacia el maestro deja una deuda cuyo pago se
puede reclamar en cualquier momento. Pero por entonces, eso no me importaba
demasiado. No obstante, resulta que había elegido bien y él lo dio todo, supongo que
esperando la fama que tendría por ser el primero hasta la fecha que había convertido a
una dhampir. Pero a la mañana siguiente me levanté exactamente igual que antes,
quizá un poco aturdida por la pérdida de sangre, pero sin haber cambiado un ápice.
Así que añadí otra norma a los libros: no se puede convertir a un dhampir. Esto
significaba que, después de torturarme durante algunos días o semanas o el tiempo de
que él pudiera disponer, Drac ni siquiera intentaría añadirme a su nuevo grupo.
—Estoy arriesgando mucho con esto —les dije, en lo que tenía que ser por fuerza
el mayor eufemismo de, al menos, mi último siglo—. No creo que sea demasiado
preguntar por qué no puedo tener ayuda decente.
No lo vi venir. A pesar de que había sobrevivido más tiempo del que cualquiera
hubiera apostado al ser increíblemente paranoica y muy buena en la defensa, no lo vi.
Tampoco lo oí, olí, ni me enteré de lo que estaba pasando. Un segundo me estaba
enfrentando a Mircea y al siguiente estaba boca abajo en el suelo, inmovilizada de
una manera muy eficaz por el cuerpo pesado que estaba encima de mí.
Mi reacción fue inmediata e inconsciente. Cuando has estado literalmente en más
luchas de las que puedes contar, a menudo contra adversarios más grandes que tú que
no sientes remordimientos en absoluto por luchar de manera sucia, aprendes unas
cuantas cosas. Primero las utilicé todas y luego sólo algunas, pero el hecho de estar
contra el suelo no cambió. Estaba conmocionada, casi sin dar crédito. Esto
simplemente no estaba pasando. Habría creído que Mircea estaba ayudando, de no ser
porque él se había movido para apoyarse contra la barra. Podía verle los zapatos
perfectamente brillantes y la doblez perfecta de los pliegues de su pantalón, lo que
significaba que yo estaba, por muy increíble que pareciera, sujeta por un solo
vampiro.
Hijo de puta.
—Podemos continuar con esto tanto tiempo como sea necesario —dijo una voz
exasperantemente calmada cerca de mi oído izquierdo—, pero estamos malgastando
el tiempo. Sométete a mi maestría y podremos comenzar a planear cómo vencer a
nuestra presa.
—¡Y una mierda! —Intenté derrocarlo de nuevo, pero no hubo suerte. El
gilipollas era fuerte, pero de ningún modo un vampiro me hubiera tenido así él solo,
si yo ya me lo hubiera esperado. Intenté ignorar la vocecita recordándome que una de
las primeras lecciones que había aprendido era esperármelo siempre.

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—No puedes creer en serio que puedes dirigir una misión de esta magnitud —
continuó—. Conoces tu sitio, dhampir. Quédate en él y podrías ser de algún uso para
la familia. Si no lo haces, estaré encantado de eliminar esta mancha en honor a
milord. Para siempre.
—No harás tal cosa. —La voz de Mircea no era nada agradable y nos sorprendió
a los dos—. Quiero tu palabra, Louis-Cesare, de que ni harás daño ni permitirás que
le hagan daño a mi hija si puedes evitarlo.
—Milord, ¡ya sabe lo que es ella! —La voz por encima de mí parecía
sobresaltada, como si no se hubiera pensado dos veces amenazar a la pequeña de papi
en su presencia. Aparentemente, él no entendía la obsesión por la familia de Mircea,
lo que era raro, teniendo en cuenta que, como adquisición de Radu, él era parte de
nuestro clan disfuncional.
—Tu palabra.
Sonaba como si el francesito se estuviera ahogando, pero lo soltó:
—La tienes.
Contuve una sonrisa y me aproveché de su distracción. Relajé todos mis músculos
como si me hubiera desmayado, lo que, teniendo en cuenta que la mayoría del aire
estaba siendo expulsado de mis pulmones, no estaba muy lejos de ser cierto. Lo
mejor que había esperado era que dejara de presionar tanto y me dejara un espacio
pequeño para maniobrar, así que fue una auténtica sorpresa cuando de repente se
levantó.
—No cuestiono su juicio, milord —oí desde las alturas, lo que me confirmó que
el idiota se había levantado de verdad—, pero obviamente esta… mujer… no está a la
altura de la tarea. ¿Podría sugerirle…?
Nunca averigüé lo que tenía en mente, porque aproveché la oportunidad que me
había proporcionado de la manera más tonta. Dos segundos más tarde, el guapito
estaba averiguando cómo olía la alfombra cuando le puse la cabeza sobre ella.
—Yo sí que cuestiono tu juicio —le dije a Mircea—, al esperar que trabaje con
alguien tan estúpido como él. —Me detuve para dejar que el francés experimentara
un poco más los placeres de la irritación producida por la alfombra.
—Pensaba que vosotros dos os llevaríais bien —murmuró Mircea.
—Eh, no me interrumpas. Si quieres que haga esto, lo haré a mi manera. Si no
estás disponible porque tu manicuro no puede cambiar las citas o lo que sea, está
bien. Juntaré un equipo. Ya tengo un par de nombres en mente, todo lo que tienes que
hacer es sacarlos de la cárcel, y estoy segura de que Marlowe puede aportar algunos
más. Escuché que había algún tipo experto en duelos que había venido de Europa
para ayudar a la cónsul con un desafío. Alguien como él podría ser capaz de mantener
a Drac ocupado el tiempo suficiente para que yo pueda ocuparme de él.
—Estoy bastante de acuerdo —dijo Mircea, sirviéndose él mismo una copa.
—Entonces, ponte manos a la obra y mira a ver si lo encuentras —le dije
malhumorada. Quería que las cosas estuvieran aclaradas antes de dejar levantarse a la

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escurridiza criatura que tenía debajo.
—No necesito encontrarle —me dijo con calma—. Ya sé dónde está.
Bien, al menos ya había un problema resuelto.
—Espero que esté en algún sitio por aquí cerca.
Mircea le dio un gran sorbo al güisqui y se lo bebió de un golpe. Sonreí de un
modo totalmente inapropiado. Pero la alegría pronto se desvaneció cuando dijo las
siguientes palabras:
—Oh, sí. Estás sentada encima de él.

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—Ten cuidado. —Empujé la puerta de la cocina para abrirla y bordeé el agujero que
había enfrente del umbral. La cabeza de un demonio loray había goteado suficiente
ácido como para comerse las tablas de madera deterioradas, dejando un hueco con las
esquinas quemadas que los visitantes tenían que saltar para entrar. Claire había
querido saber por qué había estado allí esa cosa horrorosa, y parecía que no había
entendido mi explicación sobre la extracción de un veneno raro.
Conseguí llegar al frigorífico antes de que una mano me apretara la boca.
Forcejeé, pero el cuerpo que había detrás de mí bien podría haber sido tallado en
piedra calentada al sol; no podía moverlo. El francés tenía su cabeza inclinada como
si escuchara algo, pero aunque yo hice un gran esfuerzo, el único sonido amenazador
eran los espasmos mortales del viejo frigorífico. Ya que había sonado así desde que
me había mudado ahí, no me preocupé demasiado. Louis-Cesare repentinamente me
soltó y sacó su espadín. Antes de que pudiera avisarle acerca de la casa, se deslizó
por la puerta que llevaba al pasillo.
Lo busqué durante unos segundos, luego me desentendí. Me centré en tirar
algunos productos caducados y en verter el equivalente a una semana de comida para
gatos en los dos cuencos deformes que estaban enfrente del frigorífico. Claire había
anunciado repentinamente hacía algunos meses que iba a ser alfarera. Se había
comprado una rueda y pinturas, y usaba el horno como si estuviera en un taller de
artesanía. Los resultados eran… poco comunes. Pero lo que les faltaba de calidad, lo
compensaban simplemente con la cantidad. Teníamos las feas y deformes creaciones
presentes por todos los sitios. No obstante, parecía que a los gatos les gustaban.
Dudé, frunciendo el ceño y mirando los platos de los últimos días en el fregadero,
pero al final los lavé. Las tareas domésticas sin duda no eran lo mío, pero Claire
odiaba que todo estuviera hecho un desastre. Seguramente yo había limpiado más
desde que ella había desaparecido que en todo el tiempo que habíamos vivido juntas.
Por alguna razón, tener la casa sucia hacía que pareciera mucho más vacía, como si
yo no creyera que ella fuera a volver para regañarme por eso.
Acabé de secar el último plato pequeño y me fui en busca de mi compañero no
deseado. Lo encontré vivito y coleando en el salón, manteniendo una guerra de
miradas con la Señorita Priss. Ella se las estaba apañando para mirarle con su
elegante nariz felina a pesar de estar enroscada en el sofá. Después de un tenso
momento, aumentó el insulto al empezar a lamerse una pata blanca y bonita como si
se estuviera aburriendo. El otro gato, Mequetrefe, era menos valiente, lo único que
indicaba que estaba presente eran dos ojos verdes entrecerrados que miraban desde

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debajo de las cortinas de cretona. Salió de allí cuando me vio, pero continuó mirando
de manera fija y desconfiada al recién llegado.
—¿Son tuyos? —me preguntó Louis-Cesare después de una pausa. Parecía
sorprendido de que hiciera algo tan normal como tener mascotas.
—No. Son de Claire. Ella heredó este sitio de un tío excéntrico y no creyó que
fuera justo echar a sus mascotas cuando habían vivido aquí más tiempo que ella. —
Adopté su misma actitud, que aún era tensa; ya estaba casi listo para la batalla—.
Relájate. La guerra no nos va a seguir hasta aquí. Este sitio solía pertenecer a un
mago; está bien protegido.
Eso era un eufemismo en toda regla. El tío de Claire, Pip, había protegido este
sitio como si fuera la base militar de Fort Knox, a pesar del hecho de que la mayoría
de sus cosas ni siquiera le hubieran interesado a un ladrón que no fuera mago. Él
había ahorrado energía ya que la casa estaba construida justo encima de dos líneas
ley, los amplios ríos de energía donde los mundos se superponían. Se cruzaban y
unían su energía justo debajo de los cimientos, formando un manantial profundo que
el tío de Claire había utilizado para todo: desde proporcionar energía para sus
hechizos de protección hasta para repostar los portales con los que había llenado el
sitio. Y ya que tenían una fuente de energía alternativa, sus encantamientos no se
habían debilitado después de que él muriera, como le hubiera pasado a la mayoría de
los hechizos. Contuve un impulso de invitar al vampiro a que terminara su visita por
la casa.
—Voy a hacer las maletas —le dije—. Seguramente prefieras esperar aquí. A la
casa no le gustan los extraños.
—Muy bien, sé rápida. —El vampiro masculló cada palabra, apenas haciendo
salir la cantidad correcta de sílabas, como si le doliera conversar conmigo. Me
pareció un poco sorprendente, no el que hubiera sentido la misma enemistad
instintiva que yo solía provocar en todos los vampiros, sino que la hubiera mostrado.
La mayoría de los maestros son unos mentirosos excelentes, hasta en sus expresiones
faciales. Claro que quizá no pensó que mereciera la pena dar una falsa impresión.
Le lancé un beso y me fui a la parte de arriba a un paso deliberadamente lento.
Encontré mi mochila debajo de la cama, con algunas sorpresas aún dentro desde mi
última expedición. Hacía mucho tiempo que había decidido que si las opciones eran o
meterme en líos por tener armas ilegales o morir por no tener una cuando la
necesitaba, prefería la primera opción. Como resultado, nunca iba a una caza seria sin
ir acompañada de mi mochila color caqui. Tiene aspecto de haber pasado por unas
cuantas guerras, cosa que es cierta, pero guarda de modo seguro algunas cosas que no
se consideran exactamente «magia ligera». Cuando la gente está intentando matarme,
no me preocupo mucho de lo que les estoy lanzando.
Me cambié y me puse una camiseta blanca y una chaqueta de cuero negra (ya que
la sustancia viscosa del demonio había reducido mi abrigo vaquero a unos cuantos
jirones), vaqueros y unas botas negras. Luego empaqueté algunas cosas esenciales y

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vacié el contenido de una cajonera secreta en el espacio que quedaba libre en la
mochila. Si iba a ir tras Drac, estaba claro que me iba a llevar mi arsenal completo
conmigo.
Levanté una espada pequeña, pero lamentablemente, por el peso, decidí que
tendría que irme sin ella. Ya no cabía nada más en la mochila. Apoyé la espada contra
la pared, donde su superficie reflejaba los colores vívidos del mural que hacía poco
había completado. Le habría sorprendido un montón a Claire, no tanto por su toque
postmoderno, sino porque la casa lo había permitido.
Claire estaba siempre luchando por dominar su herencia, a la que su tío le había
dado la personalidad de una mujer mayor extravagante. Las fundas amarillas de los
sillones permanecían en los muebles, a pesar de que ella las odiaba, pero reaparecían
siempre que ella las movía, y después de eso, en muy poco tiempo, algo suyo se
perdía. Pero yo había dado una mano de pintura a todo el sitio y no había sufrido
ningún efecto negativo. A lo mejor a la casa tampoco le gustaba el papel pintado rosa
descolorido.
Justo acababa de terminar de empaquetar cuando escuché un aullido seguido de
una serie de golpes. Desde el descansillo, vi a la Señorita Priss sentada enfrente de la
puerta del sótano, con aire condescendiente. Fui a la cocina y cogí la llave y la
linterna, ya que el tío de Claire nunca había puesto electricidad en esa parte de la
casa. Luego me fui a rescatar al gran guerrero del Senado.
Estaba al final de las escaleras del sótano, tirado sobre un montón de cosas. La
última persona que había exasperado a la casa había sido uno de mis clientes, que
había intentado ir a la parte de arriba sin un escolta. No sólo había sido transportado
hasta el sótano, sino que acabó embutido en un pequeño baúl en la esquina. Desde
aquella vez, el baúl ya se había movido (yo lo utilizaba como mesita de noche) así
que el vampiro había tenido más suerte. El único daño obvio fue que su pelo se había
soltado de su horquilla y se le había caído por encima de la cara.
—La casa es un poco… temperamental —le expliqué cuando encogía sus largas
piernas.
—¿Qué es este sitio? —Miró a su alrededor, con los ojos brillantes por el interés.
Miré el antro oscuro, intentando ver el atractivo, pero me parecía tan horrible
como siempre. El único encanto que lo salvaba era que la luz tenue ocultaba la
pintura verde desconchada y biliosa que se había aplicado cuando Eisenhower era
presidente, y ensombrecía el armatoste de metal oxidado que había en la esquina. No
obstante, no ayudaba a esconder el montón de cajas de madera que estaban esparcidas
por todos sitios. Claire había estado planeando vaciarlas, asumiendo que la casa la
dejase, por miedo a que constituyeran un peligro de incendio.
—El sótano. Las escaleras envían automáticamente aquí a los intrusos.
—Es mucho más que eso —dijo, pasando por las cajas de madera hasta un viejo
grupo de estanterías que contenía botellas de varios colores. El tío de Claire se las

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había dado de alquimista, pero nunca había descubierto el secreto para convertir el
plomo en oro. Ni tampoco muchas otras cosas, según lo que ella me había dicho.
—¿Tu amiga hizo esto? —Louis-Cesare había cogido uno de los delicados
frascos de cristal azul que siempre me habían recordado a botellas de perfume de
gran tamaño.
—Ella es una neutralizadora. No puede hacer magia.
Louis-Cesare inspiró.
—Aquí no se necesitó magia. Esto es arte.
—Si yo fuera tú, no me acercaría mucho a eso —le avisé. La humedad había
decorado la parte de fuera del cristal y sus dedos dejaron huellas en el polvo húmedo.
No sabía lo que estaba transpirando, pero era mejor estar a salvo que en mil pedazos.
Seguramente me sería muy difícil explicarle a Mircea por qué su chico pelirrojo ni
siquiera había podido sobrevivir a su primer día—. Los experimentos de Pip pueden
resultar un poco… volátiles. —Tal y como quedaba demostrado por las manchas de
múltiples colores en las paredes del sótano, cortesía de años de explosiones.
—Sinceramente espero que sea así —dijo oscuramente. Para mi desconcierto,
abrió el frasco y pasó la punta de los dedos sobre el final húmedo de la tapa. Antes de
que pudiera detenerle, se lo llevó a los labios.
—Pip era alquimista —le informé, resistiéndome a la necesidad de echarme para
atrás—. Podría haber cualquier cosa ahí dentro.
Levantó una ceja oscura.
—¿Alquimista? ¿Es así como los llaman ahora? La última vez que estuve en este
país, había un término más pintoresco para esto. «Fabricante ilegal de bebidas
alcohólicas». —Se dio la vuelta para ojear las estanterías, exactamente como un
experto en una tienda de vinos. Entrecerré los ojos y miré la pila de metal en la
esquina, el alambique, supuse, y de repente un montón de cosas empezaron a cobrar
sentido.
—¿Me estás diciendo que estas cajas de madera contienen priva?
—Priva. —Articuló la palabra como si le gustara el sonido—. Sí, recuerdo ésa. Y
«agua reconstituyente», «bebedizo» y mi palabra favorita, «matarratas».
Lo miré fijamente tanto por la rareza de escuchar aquellas palabras con su acento
como por darme cuenta de que algunas de las palabras coloquiales que decía no eran
lo que se dice actuales. Fruncí el ceño. Gracias Mircea. Si el conocimiento de Louis-
Cesare del resto del país era tan arcaico, iba a ser de gran ayuda.
Antes de que pudiera hacer un comentario, hubo un gemido sobrenatural que
procedía de la parte de arriba. Después de un sobresalto, lo identifiqué como los dos
gatos de Pip, que habían decidido de repente maullar a la vez. Le dije a Louis-Cesare
que se sirviera él mismo, que Claire tenía cajas y cajas llenas y corrí a la parte de
arriba, donde me encontré a los dos bribones sentados en la ventana mirador,
chillando continuamente.

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—¡Parad ya! —Me ignoraron como siempre—. No vais a tener atún ninguno de
los dos en una semana —les avisé—. Comeréis pienso y os va a gustar. —La
amenaza no tuvo ningún efecto perceptible y decidí que un poco de cariño estaría
bien.
Me estiré para coger a Mequetrefe por el pescuezo cuando, de repente, una cara
apareció en la ventana. Unos antiguos ojos como el peltre, claros y fríos como lanzas
de hielo, coincidieron con los míos. Miré fijamente el hermoso rostro, pero no hice
ningún movimiento para dejar entrar al visitante. A diferencia de los oscuros, que
tienden a poblar las mismas esquinas del mundo donde frecuentemente yo paso el
tiempo, los duendes de la luz apenas se ven. Y normalmente no es nada bueno cuando
aparecen.
Cuando otra cara de alabastro se unió a la primera, mi inquietud se volvió incluso
más tenebrosa. Sentí más que escuché a Louis-Cesare acercarse por detrás de mí.
—Tenemos compañía —le dije, aunque ya podía verlo él mismo.
Un tercer duende se unió a los otros en el patio de enfrente. La criatura llamaba la
atención de la misma manera que lo hace una espada recién desenvainada, hermosa y
mortífera. Su pelo era el mismo manto frío y brillante que la de los otros, y estaba
vestido de forma similar en un gris que no se podía describir. Así que, ¿cómo sabía
que él era el líder? Seguro que tenía algo que ver con la energía que me golpeaba,
incluso a través de las barras, como una bofetada en la cara.
—Saca fuera a la híbrida, vampiro. —La voz del líder era melódica, con un
acento cantarín extraño.
Louis-Cesare me cogió por la muñeca, evitando que yo sacara de la mochila un
regalito para nuestros huéspedes.
—¿Qué queréis de ella? —preguntó. Intenté quitarme de encima su mano y vi que
era incapaz de hacerlo. Me estaba empezando a hartar, y rápido.
Los duendes ignoraron la pregunta.
—No tenemos nada en contra tuyo. No nos des una razón para que lo tengamos.
Saca fuera a la híbrida o entraremos y la cogeremos.
—Suéltame —le dije a Louis-Cesare tranquilamente. No tenía ni idea de por qué
los duendes estaban tan interesados en mí, pero si querían lucha, estaría encantada de
dársela.
En lugar de responder, Louis-Cesare aumentó la presión en mi muñeca hasta que
yo solté el arma. Dobló la cabeza hasta que sus labios encontraron mi oído, e incluso
entonces, sus palabras fueron tan suaves que las sentí más que las oí.
—Los duendes son neutrales en la guerra. Creo que lord Mircea preferiría que
siguieran siéndolo.
—Ése es su problema —le dije con una voz normal. No me importaba una mierda
si los duendes me habían escuchado o no. Sonreí al líder—. Siempre me he
preguntado de qué color es nuestra sangre. ¿Qué me dices si lo averiguamos?

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No obtuve una respuesta verbal, pero el puño que él levantó para romper mi
ventana fue más que suficiente. Y la casa respondió al asalto; a la casa no le gustaban
los extraños mucho más que a mí. El duende responsable acabó en las ramas de un
arbusto de moras, a mitad de camino del patio; tenía una expresión de leve sorpresa
en su cara. Sus compañeros no hicieron nada, pero su calma parecía una amenaza,
especialmente cuando sus ojos se volvieron hacia nosotros, silenciosos e insondables.
Los gatos siguieron maullando.
Louis-Cesare se giró precipitadamente y se dirigió al pasillo, arrastrándome con
él. No me resistí porque pensé que estaba a punto de ayudarme a enseñarles a los
duendes una lección sobre los insultos. Se detuvo justo dentro de la cocina y los dos
nos quedamos mirando fijamente a la cara pálida que había aparecido en el cristal de
la ventana de la puerta trasera.
—¿Hay otra salida?
—Suéltame y limpiaré ésta —le dije irritada. En otro momento me estaría
quejando con todas mis fuerzas porque me estuvieran arrastrando como a una
muñeca, pero en ese momento, prefería guardar todas mis fuerzas para luchar con los
duendes.
—¡Responde a la pregunta!
—La parte delantera es infranqueable. —Hacía mucho tiempo que estaba cerrada
por montones de muebles desmoronados que Claire quería fuera, pero que parecía
que a la casa le gustaba, exactamente justo donde estaban. Después de una larga
lucha, habían llegado a un acuerdo: los muebles se quedarían allí y ella mantendría la
puerta de la entrada cerrada para que no tuviéramos que verlos.
—¿No hay ningún camino oculto?
—No. —Conseguí girar mi mochila hasta donde pude alcanzar lo que había
dentro con mi mano izquierda. El sonido del vidrio haciéndose añicos me hizo saber
que alguien había adivinado cómo sortear la protección que había en la ventana del
salón.
—Excepto los portales —añadí.
—Como el que hay al pie de las escaleras.
—Sí. Hay otro en la despensa. Claire y yo lo utilizamos para sacar la basura de
manera más fácil. Da a la parte de atrás. Y hay uno en el sótano. —Llené de armas
los bolsillos interiores accesibles de mi chaqueta y cogí un cuchillo de la cocina de
propina—. Si fuera tú, cogería el que hay en la despensa.
Me dirigí al pasillo, pero de repente el cuello de la camiseta se me incrustó en la
garganta y me vi empujada contra un torso.
—No vas a atacar a los duendes —me informó Louis-Cesare con sequedad.
Me alejé de su lado dando tumbos, mirándolo con odio. Íbamos a tener que hablar
sobre el espacio personal.
—Eso no es cosa tuya.

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El sonido de la madera astillándose hizo que me girase de pronto y vi que el
duende estaba entrando por la puerta de la cocina. Parecía un poco agotado, con el
pelo plateado formando un halo chispeante alrededor de su rostro impasible, pero aún
se mantenía en pie. Un segundo más tarde una espada apareció en su mano como por
arte de magia; aunque seguramente fue así.
Louis-Cesare me arrancó el cuchillo de la mano y agarró la parte de atrás de mi
chaqueta, poniéndome de rodillas como a un gatito desobediente. Me quedé allí
colgando, indecisa entre la indignación y la incomodidad, incapaz de hacer algo con
el intruso. Por suerte, la casa se ocupó del problema, le lanzó una granizada de
cazuelas, sartenes y utensilios de cocina. Se fue hacia atrás tambaleándose y se cayó
en el agujero del demonio, que se contrajo alrededor de una de sus piernas,
atrapándolo. Otro duende, un recién llegado con el pelo largo y negro, apareció detrás
de su hombro y comenzó a intentar tirar de él, mientras dos más se deslizaban
pasando por su lado. La última cosa que vi antes de que la puerta se cerrara fue la
antigua estufa de hierro avanzando hacia ellos de forma intimidatoria.
Louis-Cesare se dio la vuelta y se dirigió al salón remolcándome.
—¡No soy un miembro del puto Senado! —le dije, tirando hacia atrás con todas
mis fuerzas—. No estoy comenzando una guerra. ¡Estoy defendiendo una propiedad
privada!
—Eres un miembro de la familia de lord Mircea y tus acciones se reflejan en él.
Agarré el borde del dintel de la puerta del salón y me aferré a él
desesperadamente. Uno de los duendes con pelo canoso estaba aún en la ventana
mirando, murmurando algo para sí mismo. Podría haber sido un hechizo, o una serie
de improperios. Los pedazos de vidrio roto de la ventana habían tomado la forma de
una boca que parecía estar intentando comerse el brazo que él había metido a través
de ella. Busqué al líder, pero ya no sobresalía del arbusto.
—Dorina —comenzó Louis-Cesare a modo de advertencia.
—¡No les voy a dejar que destrocen la casa de Claire! —le dije furiosa, dándole
un golpe con el pie.
Me cogió las piernas y yo di un tirón. El dintel se me escapó de las manos, junto
con un buen trozo de yeso, y me di un batacazo contra el suelo. Me agarró antes de
que pudiera correr para irme y me arrastró hasta ponerme a unos centímetros de su
cara.
—Lo harás como se te ha dicho. Informaremos al Senado de esto y pediremos una
explicación a los duendes. ¡Pero no comenzaremos una guerra! —Inmediatamente
después me puso sobre su hombro sin ningún miramiento.
Le golpeé la espalda, pero era como estar golpeando hormigón. Se dirigió a las
escaleras del sótano, pero yo me sujeté firmemente con los pies a los laterales de la
pared, impidiendo que bajara.
—Escucha, ¡loco hijo de puta! Claire y yo enviamos cosas a través del portal,
intentando imaginarnos dónde iban, pero nunca volvimos a encontrar ninguna de esas

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cosas. ¿Y si su tío contrabandista de bebidas alcohólicas lo unió a un incinerador en
algún sitio? ¿O a un pozo profundo en el mar? El sótano era su taller, ¡podría haber
necesitado un modo rápido para deshacerse de mezclas inestables!
—¿Por qué no mencionaste eso antes? —preguntó Louis-Cesare.
—¡No sabía que planeabas huir antes!
No estoy segura si fue mi argumento el que detuvo al vampiro terco o el gruñido
profundo como el de un tigre enfadado que de repente sustituyó al aullido de los
gatos. Hizo eco por toda la habitación lo bastante alto como para agitar las estatuillas
chinas que había sobre la repisa de la chimenea y para que mis pies vibraran a través
de las suelas de mis zapatos. Sacudí con fuerza la cabeza y vi un gato blanco enorme
aparecer de la nada para darle un golpe con una zarpa del tamaño de un cojín de un
sofá a un duende que estaba gateando por la ventana. Miré fijamente a la criatura
extrañamente cubierta de pelusa mientras me llevaban de nuevo hacia el vestíbulo.
Tenía una cinta pequeña azul colgando de su gigante oreja. La Señorita Priss llevaba
una igualita a ésa.
Otro felino de tamaño gigante, negro con unos ojos verdes que me eran
familiares, sacudió una cola enorme y la puerta del pasillo se cerró de un portazo
detrás de nosotros. Los sonidos de una gigantesca lucha felina se unieron al alboroto
causado por el metal chirriante y los utensilios de cocina rebotando en alto. Sonaba
como si hubiera una pequeña guerra a cada lado de nosotros, con muchos siseos,
aullidos y golpes de objetos grandes.
—¿Dónde está la despensa? —La voz de Louis-Cesare era calmada, pero el
músculo de su mandíbula se estaba moviendo.
—Bájame de aquí y te lo mostraré.
Él me ignoró. Con las dos puertas cerradas y una bombilla rota sobre la cabeza, el
pasillo estaba casi tan oscuro como el sótano, pero él se movía fácilmente,
apañándoselas para evitar las mesas cubiertas de tapetes y las sillas con esquinas
duras que la casa insistía en mantener en el pasillo estrecho. Encontró la puerta de la
despensa por sí mismo, probablemente por el olor.
—¿Dónde está el portal?
Cuando no le respondí, apretó la mano que tenía sobre mi culo y me hizo daño.
—Está camuflado en el tercer grupo de estanterías a la derecha —le dije con
resentimiento—. Sentirás un cosquilleo en cuanto te acerques.
Los magos pasan rozando la superficie de las líneas ley todo el tiempo, usándolas
como su superautopista personal para viajar rápido y sin obstáculos. Pero los portales
son un poco más complicados. De hecho penetran la propia línea ley, formando un
hundimiento de energía que propulsa al usuario hasta la tierra de nadie entre
realidades, antes de escupirlos al otro lado. Algunas veces los lanza a unos metros;
otras veces, a otro mundo. Puesto que absorben demasiada energía, los portales son
bastante extraños y la mayoría de la gente se pone un poco nerviosa al entrar en uno.
Dando por hecho que él necesitaría armarse de valor, yo había planeado escaparme en

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cuanto Louis-Cesare me pusiera en el suelo. Pero el puto vampiro se sumergió de
cabeza.
Durante un segundo, estuve atrapada en un remolino de actividad: energía que
tarareaba dentro de mis huesos, el sonido rugía en mis oídos y una espiral de colores
brillaba intermitentemente delante de mis ojos demasiado rápido como para
distinguirlos. Después, me encontré rebotando sobre algo suave, húmedo y oloroso, y
pedacitos de ese apoyo se aferraron húmedamente a mis dedos. Cuando el mundo
dejó de girar, lo identifiqué como la col fermentada que acababa de tirar del
frigorífico. Mierda, me había olvidado de que Claire había hecho un montón de
abono.
Antes incluso de que pudiera poner los pies en el suelo, un par de duendes
estaban rodeando la casa como imágenes borrosas plateadas. Una mano fuerte me
metió la cabeza en la col a la fuerza, así que sentí más que vi cómo el hechizo me
pasaba por encima. Explotó contra el tronco de un roble que había unos metros detrás
de nosotros y, como consecuencia, éste se prendió fuego y explotó. Uno de los
pedazos de corteza en llamas prendió un trozo de abono justo delante de mí.
Louis-Cesare me liberó y yo di un brinco y un gruñido.
—Vale. Ya está. —Cogí un arma muy ilegal de mi chaqueta pero no tuve
oportunidad de usarla. Un brazo rodeó mi cintura y de repente estábamos en el aire.
Tardé un momento en darme cuenta de que él había saltado la valla de casi dos
metros que separaba la casa de Claire de la otra casa vecina. Aterrizamos en el
macizo de flores del señor Basso; Louis-Cesare golpeó primero el suelo y dio vueltas
para suavizar el impacto.
—Tienes mi palabra de que el Senado le remunerará a tu amiga cualquier daño —
siseó en mi oído mientras yo luchaba por ponerme de pie—. Y ahora, ¿tengo que
llevarte a hombros desde aquí?
Un duende apareció en lo alto de la valla, y otro saltó sobre ella de una manera
tan grácil como lo haría un ciervo. Ninguno de ellos era el líder ni tampoco hablaban
nuestro idioma, o quizá no tenían muchas ganas de conversar. En silencio, abrí la
palma de mi mano para enseñarles la pequeña esfera negra que llevaba.
Louis-Cesare había sacado su espada y había comenzado a ir hacia atrás
dirigiéndose hacia el coche del Senado, un BMW de cuatro puertas. El conductor debió
de imaginarse que algo no iba bien porque escuché cómo arrancaba el coche a toda
prisa detrás de nosotros. El duende no hacía más que mirar al bonito y brillante
espadín de Louis-Cesare; aunque sus ojos no se apartaban del dislocador que yo tenía
en la mano.
Llegamos al coche y Louis-Cesare, me metió dentro antes de entrar él. Aún no
había cerrado la puerta cuando el conductor ya estaba separándose del borde de la
acera haciendo derrapar las ruedas. Me giré justo a tiempo para ver al líder uniéndose
a los otros dos. Nuestros ojos coincidieron y parecía que los suyos se habían

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oscurecido. Ahora parecían casi manchados de tinta, negros como la parte más
profunda del mar, y despiadados.
Su energía flotaba detrás de nosotros, llenando el aire como de una niebla
pegajosa. Tomó la forma de una mano humana, iluminada como un manto brillante
por los gases que la formaban. Tuve la impresión definitiva de que algo muy malo
pasaría si nos cogía. Aún no estaba en el coche, pero podía sentir su gelidez, un
escalofrío que se apoderó de todas las partes de mi cuerpo hasta llegar a los huesos.
Podía sentir su propósito: buscar, encontrar y matar. Flotaba sobre un arbusto
floreciente, la escarcha enrollaba las hojas como si el otoño hubiera llegado en un
momento. Y cuando desapareció, no quedaba nada más que palos secos y pétalos
caídos.
Un dedo incorpóreo apenas tocó el parachoques del coche y, de repente, sentí
tanto frío que me hubiera tirado a un fuego si hubiera habido alguno por allí. En un
abrir y cerrar de ojos, me hizo sentir con toda certeza que nunca volvería a sentir
calor, que no haría otra cosa sino temblar y mirar el hielo avanzando lentamente por
mis huesos. Unas manos fuertes me agarraron, sacudiéndome con fuerza en el asiento
del coche y unos labios se juntaron con los míos. El calor cubrió mi boca y comenzó
a extenderse, alejando el frío que hacía que todo mi cuerpo temblara. Volví a
recuperar el sentido de un tirón, mirando la cara preocupada de Louis-Cesare,
mientras el conductor pisaba con fuerza el acelerador. Salimos disparados del barrio
normalmente tranquilo de Claire como si todos los demonios del infierno estuvieran
detrás de nosotros, venciendo a la magia antigua con un montón de ingeniería
moderna alemana. Me agarré fuertemente a los hombros de Louis-Cesare y me
estremecí con sólo el recuerdo de aquel tacto mortal. ¿En qué demonios me había
metido ahora?

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4

Una hora más tarde, Louis-Cesare y yo estábamos en un avión hacia California,


tratando de llegar antes que el sol. Si no ganábamos, tampoco es que fuera a pasar
nada importante. Estábamos escondidos en un jet privado que era propiedad del
Senado y estaba equipado para evitar que sus ocupantes experimentaran la luz del sol
no filtrada. Sin mencionar que el vampiro sentado en uno de los lujosos asientos
giratorios a mi otro lado sería perfectamente capaz de soportar el sol si tuviera que
hacerlo. Todos los vampiros mayores podían, al menos durante un rato, aunque
pagaban por ello con una enorme pérdida de energía. Puesto que tenía un interés
personal en mantener el nivel de energía de Louis-Cesare alto, me alegraba de que las
ventanas fueran ahumadas.
No me gustaba la manera en la que las cosas se estaban desarrollando, pero al
menos íbamos a encontrarnos con José y a Kristie al final de esta excursión después
de cruzar el país. El Senado había movido algunos hilos y había apartado a Kristie de
los magos y soltado a José de sus propias celdas de detención. Les habían dicho a los
dos bribones que si me ayudaban a completar la misión satisfactoriamente, se
retirarían todos los cargos. Había hablado con ellos por teléfono desde uno de los
clubs cutres de Las Vegas en donde se encontraban celebrando las noticias. No me
opuse, ya que ellos podían coger un avión en una hora o dos y aún podían llegar antes
que nosotros a San Francisco. Yo tan sólo esperaba que su fiesta no se convirtiera en
el equivalente de una última comida. Ninguno de ellos sabía aún de lo que trataba la
misión, y cuando lo descubrieran, no iban a necesitar que les contara las
probabilidades que teníamos de volver con vida.
El sonido de un teléfono que acababan de colgar con fuerza hizo que levantara la
vista. Unos ojos azules entrecerrados perforaron los míos. Levanté una ceja en una
imitación deliberada de Mircea.
—¿Sí?
—Tenemos que discutir tu relación con los duendes —me comentó Louis-Cesare.
—No hay ninguna relación —le dije, levantándome. No había ningún sitio
adonde ir, pero necesitaba moverme. Mis manos querían temblar, mi piel se sentía
extrasensible y mi boca estaba agria por la adrenalina. Estaba completamente tensa y
no había nadie a quien aporrear.
—¿No has atacado nunca a los duendes?
—No. —La prueba era que aún estaba viva. Tenía bastante de depredador para
saber cuándo había conocido a uno aún mayor y el líder de los duendes me había
estremecido más de lo que me gustaría admitir. No me gusta huir, pero en este caso la

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retirada había sido una buena idea. Claro que no tenía intención de admitirle eso a
Louis-Cesare.
—¿Entonces, por qué te asaltaron? —Su voz tenía el mismo sutil desprecio que
había usado en presencia de Mircea, la misma voz que indicaba la desaprobación de
todo lo que yo era y siempre había sido. Me hubiera mostrado poco colaboradora
incluso aunque hubiera sabido de qué iba todo. Ya que no lo sabía, no atenderle era
fácil.
—Escuchaste a su embajador. O bien nos lo imaginamos todo o bien el Círculo
Negro nos engañó con una ilusión para romper nuestra alianza. —No me habían
hecho partícipe de la conversación que había tenido lugar por teléfono una vez
estuvimos en el aire, pero con mi oído, escuchar a escondidas era fácil.
Louis-Cesare hizo un sonido que, alguien menos elegante, lo hubiera llamado un
bufido.
—El Círculo Negro es la bestia negra del mundo mágico y por eso es un chivo
expiatorio conveniente. Los de hoy no eran magos.
No lo dije, pero estaba de acuerdo en secreto. La magia humana era
completamente distinta. Lo que yo no podía entender era por qué los magos o los
duendes se estaban preocupando por mí. A lo mejor me las había apañado para sacar
de quicio a alguien importante en los últimos tiempos, pero no me vino nadie a la
cabeza. La mayoría de las personas se alegraban de ver muertas al tipo de criaturas
que yo cazaba.
Louis-Cesare dejó de hablar del tema, pero inmediatamente cambió a otro que era
igual de molesto.
—Lord Mircea me ha informado de lo que él sabe acerca de las tácticas de su
hermano…
—La verdad es que eso lo dudo mucho. —Conseguí no hacer ninguna mueca.
Mis nervios necesitaban un descanso, no un recordatorio del enorme lío en el que
estábamos metidos. Paseé arriba y abajo, pero no sirvió de nada. Aún sentía que mi
piel me quedaba demasiado apretada.
Ojeé una pila de revistas sin interés que el auxiliar de vuelo nos había dado,
cuando lo que de verdad quería era desgarrarlas con mis manos. Tampoco hubiera
sido una pérdida muy grande (aparentemente el Senado no lee la revista Rolling
Stone), pero las volví a poner con cuidado en su pequeño estante. Hacía tiempo que
no me había sentido tan tensa, me picaba todo: el aire de los respiraderos sobre la
cabeza, las vibraciones suaves del avión por debajo de mis pies, el crujido de los
cubitos de hielo cuando Louis-Cesare se sirvió un trago…
Necesitaba beber algo. O una lucha. Sí, una buena lucha era exactamente lo que
necesitaba.
—¿Perdona? —Louis-Cesare pareció molesto cuando le confisqué su vaso,
bebiéndomelo todo de un trago. Era un líquido claro, con poco olor o sabor, pero
podría haber servido para grabar metal.

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—Tienen demasiada historia como para que te la haya podido contar toda —le
solté—, aunque Mircea hubiera hablado sin parar durante los últimos días. Lo que tú
obtuviste fue la versión condensada de la revista Reader’s Digest. Y seguramente ni
siquiera eso: Drac no era exactamente lo que se dice un tema popular alrededor de la
mesa de la cena.
Louis-Cesare frunció el ceño y cogió otro vaso.
—Soy un miembro de la familia de lord Mircea y creo que sé lo suficiente para…
—Tú eres un maestro de primer nivel. Seguramente Radu te liberó de la
esclavitud hace algunos años.
—Eso es irrelevante. —El zumbido de un cronómetro que había en la mesa al
lado de mi codo le interrumpió. Frunció el ceño al mirarlo—. Tenemos que discutir la
estrategia. No va a ser fácil encontrar a lord Drácula.
Apenas pude contener una risa histérica.
—¡Uy! No creo que eso sea un problema. —Entré en el espacioso baño del avión.
Era evidente que el Senado no creía que la austeridad fuera buena para el espíritu,
pero al menos la elegancia del mármol y el enchapado en oro era silenciosa.
Desenrosqué la toalla alrededor de mi cabeza y puse mala cara al ver el resultado.
Había tenido que comprar un tono más claro de lo que me habría gustado, ya que la
droguería del aeropuerto tenía un suministro limitado de tintes. No era un morado de
verdad, era más un negro con toques berenjena. A lo mejor brillaba cuando se secara.
Si éste iba a ser mi número final, quería salir teniendo buen aspecto.
Volví a entrar en la cabina principal después de aclararme y peinarme mi pelo
corto.
—¿Te importaría dejar de hacer eso? —El tono de Louis-Cesare era comedido,
como era común en él, pero un dedo estaba golpeando ligeramente el lateral de su
vaso.
—¿De hacer el qué? —Busqué a tientas en los bolsillos de mi chaqueta uno de los
porros especiales que Claire hacía para mí. Ella es una experta en hierbas y aunque su
mezcla, como el alcohol, tiene un efecto muy limitado sobre mí, tranquiliza mi
carácter. Tenía el presentimiento de que iba a necesitar toda la ayuda que pudiera
obtener para no arrancarle la garganta a mi nuevo compañero.
—De interrumpirme. Me gustaría ser capaz de acabar una frase.
—Acabas de hacerlo. —Encendí el porro y sonreí cuando la familiar neblina me
rodeó la cabeza. Qué gustazo. Un segundo más tarde, un vampiro enfadado me había
quitado el porro de los labios y lo estaba partiendo en trocitos.
—¡Necesito tu intelecto, por poco que sea, claro y capaz de concentrarse! —me
informó, justo antes de que lo enviara volando hasta la otra punta del avión. Una
azafata preocupada miró desde detrás de las cortinas que separaban la cabina de la
cocina, pero se retiró rápidamente. Louis-Cesare se puso de pie y yo encendí otro
porro que tenía.

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—Vuelve a jugar con mi hierba e informaré a papi de que hubo una baja antes de
tiempo en la misión. —Lo vi estremecerse porque había llamado «papi» a Mircea y
sonreí. Odiaba que el cabeza de familia tuviera esa marca negra en su nombre.
Seguramente pensaba que también le hacía quedar mal a él—. Como estaba diciendo,
no tenemos que preocuparnos por el tío Drac. Él nos encontrará bastante deprisa.
—No lo llames así. —Louis-Cesare parecía menos contento en ese momento.
—¿Así, cómo? ¿Tío? —Me encogí de hombros—. ¿Por qué no? Es cierto. —
Eché el humo en su dirección y observé cómo luchaba por no hacer un comentario—.
¡Ah, sí! Mis queridos familiares dementes. Drac, el maníaco homicida; Radu, el
lunático pretencioso y el querido y cobarde papi, enviándonos para que nos las
apañemos con lo que él mismo no se atreve a enfrentarse. —Sonreí, de una manera
deliberadamente provocativa—. Imagínate, la verdad es que yo soy la normal de esta
familia; más o menos como esa rubia de La familia Monster.
Esta vez, cuando Louis-Cesare fue a por mí, ya me lo esperaba. Quería una lucha,
necesitaba una después del día que había tenido, y él era el único blanco fácil que
había por allí. Descubrí que también era un aprendiz rápido. Las maniobras que
anteriormente le habían cogido por sorpresa, ahora las contraatacaba fácilmente,
obligándome a improvisar alocadamente. Se las apañó para inmovilizarme los brazos
a los lados momentáneamente, tirando fuerte de mí contra él al mismo tiempo. Hasta
ahora nunca había tenido una percepción real de su energía, pero ahora la sentía como
electricidad en la piel, luchando con la mía. Intenté darle con la rodilla en una zona
sensible, pero él deslizó una pierna entre las mías, aplastándome entre su cuerpo y la
puerta del baño.
La pelea se detuvo. No conseguí que dejara de agarrarme, pero él no pudo
aprovechar su ventaja sin arriesgarse a que me resbalara y me escapara. Su
respiración estaba yendo más rápido, y yo tuve un segundo para disfrutar con el
pensamiento de que al menos lo había dejado sin aliento. Después, la sensación de
ese pecho sólido moviéndose arriba y abajo contra el mío provocó otra emoción
completamente distinta. Todo mi cuerpo estaba agarrotado, respiraba más rápido, los
pezones se endurecieron. Temblé, atrapada entre la furia y la excitación, levanté la
vista y miré fijamente la cara que reflejaba la misma sorpresa que yo sentía.
Louis-Cesare me agarró más fuerte, haciendo que mi pulso retumbara en mis
oídos. No estaba acostumbrada a encontrarme a alguien más fuerte que yo, a ser
incapaz de separarme. El instinto de lucha o de salir huyendo entró en acción, y a
pesar de la atracción inesperada, se apoderó de toda mi fuerza de voluntad y me
obligó a fundirme contra él.
No fue un gran cambio, ya que ya estábamos casi tan cerca como podíamos estar,
pero se sentía de una forma distinta. Un segundo antes, su cuerpo se había parecido a
una roca tallada; ahora estaba caliente: carne musculosa que era definitivamente
masculina. Comenzó a dejar de apretarme, convirtiéndose en algo que se parecía más
a un abrazo. Resultaba sorprendente, desgarradoramente agradable. Me moví

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lujuriosamente contra el muslo musculoso que abría mis piernas y solté mis brazos de
su agarre. Los subí por su pecho y el roce de sus pezones a través de la fina
cachemira trajo una oleada urgente de deseo, fuerte y penetrante. Me moví
rápidamente, enrollando mis brazos alrededor de su cuello.
Algunos cabellos se habían soltado y se le cayeron delante de la cara en una nube
de bronce, oro y cobre brillante. Me pregunté brevemente si era tan suave como
parecía; mis dedos se doblaban con el repentino deseo de enterrarse en esa mata
brillante y enredarse en un puñado de ella… En lugar de eso le quité la horquilla
delicadamente, dejándole el pelo suelto para que le cayera sobre los hombros.
—Louis-Cesare —murmuré—. Tengo que decirte algo.
Un eje de luz proveniente de una lámpara iluminó el azul sensual de sus ojos. Se
le levantaron las cejas y una sonrisa irónica salió de su boca. Oh, sí, él sabía que era
guapo.
—¿Y qué es eso que quieres decirme?
Mis labios trazaron a lo largo de su cuello un beso suave, respirando en el aroma
caliente y dulce del hombre, el que mi cerebro había tercamente etiquetado como
sirope de caramelo. Su sonrisa se hizo más grande, más suave, más auténtica, y se le
formaron hoyuelos en las esquinas de sus labios. Rizando una mano en el grosor de
seda de su pelo, tiré de él aún más fuerte, hasta que la curva de su oreja estuvo contra
mis labios.
—Me has vuelto a subestimar.
Tiré fuerte de la mano, obligando a que su cabeza se echara para atrás y moví la
otra mano hasta el centro de su pecho. En ese mismo momento, me giré, utilizando
mi impulso para lanzarlo hacia atrás contra la puerta con la fuerza suficiente como
para romper el plástico. Me puse contra él y tiré más fuerte de su pelo, con tanta
fuerza que se quedó mirando fijamente el techo.
—Por eso es por lo que siempre tengo el pelo corto.
—Gracias por el consejo —dijo, apretando los dientes. En un movimiento
relampagueante, enganchó su pie por detrás de mi pierna y tiró hacia atrás, haciendo
que perdiera el equilibrio y que me cayera al suelo. No pude detener la caída, pero
aún tenía su pelo agarrado y lo tiré al suelo conmigo. Él aterrizó en la parte de arriba,
y su peso hizo que el aire de mis pulmones saliera como un silbido. Antes de que
pudiera ponerme de pie, Louis-Cesare había sujetado mis brazos y se había montado
a horcajadas sobre mis muslos, inmovilizándome de una manera eficaz. Los pocos
golpes que conseguí dar fueron ignorados y en unos pocos segundos me había
tomado de las muñecas y las había puesto a ambos lados.
Durante un momento, nos miramos fijamente el uno al otro; el único movimiento
era la débil vibración del suelo del avión por debajo de nosotros.
—Ningún… dhampir me dominará, ni me manipulará ni me controlará —dijo
finalmente; su voz era dura—. ¡Independientemente de su linaje!
Me resistí, pero sus muslos se doblaron, sujetándome ambos lados.

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—Lo mismo te digo —le dije furiosamente—, sólo sustituye «dhampir» por
«vampiro arrogante».
Sus ojos descendieron y casi tangiblemente trazaron un camino a lo largo de mi
cuerpo.
—Parece que estás bastante controlada. Y si te puedo dar algún consejo, tus
habilidades de combate cuerpo a cuerpo requieren mucho entrenamiento.
Me arqueé hacia arriba contra el peso que estaba encima de mí, deliberadamente
rozando la evidencia inconfundible de que su cuerpo no estaba de acuerdo con él.
—¿Eso crees? Nunca había tenido ninguna queja.
La ira y el calor brillaron en sus ojos que repentinamente habían adoptado el color
de una tormenta, pero su respuesta no fue la que yo esperaba. En un momento, todo
cambió. No fue nada que yo pudiera definir, sino solamente un conjunto de gestos:
una ceja levantándose en un arco elegante, apenas una inclinación de sus labios, a lo
Mona Lisa, una caída leve de pestañas tan largas como las de una chica. Detalles
insignificantes, pero el aire entre nosotros de repente se electrificó, tan rápido como si
él hubiera encendido un interruptor. Estaba apretándome contra él antes de darme
cuenta.
Agarroté cada músculo para detener el movimiento, mientras Louis-Cesare,
maldito sea, sonreía. Deslizó una mano por mi hombro hasta la nuca, sus dedos
enredados en mi pelo mientras acariciaba la parte de atrás de mi cabeza. No me gusta
sentirme dominada, y cuando eso sucede, contraataco. Pero ahora no estaba luchando.
Le había dejado que me manipulara hasta llegar a una posición y ahora le estaba
dejando que me tocara. Recuerdo haber pensado, «oh, no, no lo está haciendo»;
incluso cuando siguió tocándome hacia abajo. Dejó caer su otra mano en mi cintura,
colocó firmemente mi cuerpo contra el suyo y me besó.
Una presión tan perfecta sobre mis labios, una lengua tan experta en mi boca…
Había pasado ya mucho tiempo desde la última vez que me habían besado con
experiencia y pasión. Una lengua caliente se enroscaba expertamente en la mía,
enviando señales a todo mi cuerpo. No le había prestado demasiada atención al corto
abrazo en el coche. Me había quedado conmocionada y paralizada, y más interesada
en los duendes que en Louis-Cesare. Ahora él tenía toda mi atención. Una mano
fuerte se movió lentamente hacia abajo hasta que me agarró el trasero, apretándome
con fuerza.
Me ordené a mí misma no responder, pero mi cuerpo no estaba escuchando. Mis
manos, que ya no se reprimían, estaban acercándolo más a mí, mis dedos giraban en
la suave perdición de su jersey y yo lo estaba besando de un modo salvaje. Estaba
furiosa conmigo misma, sabiendo que en un momento él me apartaría, pero incluso
sabiéndolo, parecía que no podía parar. Mi pierna izquierda se enganchó a la suya,
apretándole fuerte contra mi cuerpo, y comenzamos a movernos el uno contra el otro,
buscando ansiosamente el contacto y deseando la intimidad.

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Luego él se movió, de manera perfecta, y una sacudida de placer hizo estremecer
mi cuerpo entero. Con mi aliento salió de mis labios un débil y tembloroso gemido
cuando sus labios encontraron mi oreja. La punta de su lengua comenzó a trazar la
espiral delicadamente; era una sensación tremendamente sutil en contraste extremo
con su tacto, enorme y persistente, apretado fuerte contra mí.
—Dorina. —Delicadamente lamió toda la curva, suave y lentamente, hasta el
lóbulo y lo agarró entre sus dientes lo bastante fuerte como para hacerme jadear.
Después, su lengua se sumergió dentro de mi oreja, trazando el canal interior y
dejando una leve humedad cuando la sacó. Su aliento sobre el centro húmedo me hizo
temblar sin poder evitarlo—. Yo tampoco.
Tardé un segundo en darme cuenta de lo que quería decir. Luego me atacó una
visión de mí misma estrangulándolo hasta que se pusiera más morado que mi pelo.
¡El malicioso y desquiciante hijo de puta! ¡Hacía que se me ocurrieran un millón de
epítetos! Logré ponerle un pie en el estómago y le empujé con fuerza. Debido al
ángulo difícil, no terminó volando por el pasillo otra vez, pero lo lancé con fuerza de
nuevo a su asiento.
Cuando no intentó levantarse inmediatamente, me puse derecha y me aparté unos
pocos metros con el pretexto de coger mi porro de la mesa. Lo necesitaba para calmar
los nervios y prefería tener algo a lo que mirar aparte de a él. Me di cuenta de que
estaba temblando, y me puso de muy mala leche. ¡Un beso y mi cerebro casi sale
goteando por mi oído! Simplemente había pasado mucho tiempo. Me di cuenta que
ya había pasado muchísimo tiempo desde que había probado el sabor de otro aliento
en mi boca, el tacto de un pezón endureciéndose debajo de mi lengua, el modo en el
que el músculo en la parte de arriba del muslo salta cuando lo muerdes…
Me senté y le di una larga calada. Por una vez, el experto compuesto de Claire
parecía que no estaba funcionado.
—Eso ha sido divertido —pronuncié lenta e informalmente, sorprendida porque
mi voz sonara tan normal—. Claro que el último vampiro que me besó acabó con una
estaca clavada en el tórax.
Lo juro, ni siquiera lo vi moverse. Antes de que pudiera pestañear, estaba
inclinado encima de mí, con las manos abrazándome los hombros, obligándome a
echarme para atrás contra el asiento. Le cogí las muñecas, apreté lo más fuerte que
pude y nos detuvimos, y nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro.
No sé qué aspecto tenía yo, pero las pupilas de Louis-Cesare estaban dilatadas,
anchas y oscuras, y sus labios estaban separados. Sentí como mi cuerpo reaccionaba
al calor de esa mirada fija y un escalofrío me recorrió entera. Seguramente tan sólo
era mi perversidad habitual entrando en acción: el vampiro mascota de papi era la
última persona con la que yo debería pensar tener algo, pero por supuesto mi líbido se
había aferrado a él.
—No me provoques, Dorina. —La voz era áspera, pero no del todo firme. Así
que él no estaba tan impasible como a él le habría gustado aparentar. No era tampoco

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una victoria, pero en ese momento, me agarraría a cualquier cosa.
—¿Que no te provoque? —Miré fijamente sus labios. No podía evitarlo: estaban
lo bastante cerca como para besarlos. Hazlo, decían los latidos de mi pulso. Hazlo,
hazlo, hazlo—. ¿Por qué? ¿De verdad eres tan fácil?
Louis-Cesare se sobresaltó como si le hubiera dado una bofetada en la cara. Su
expresión cambió y por una décima de segundo realmente dio la impresión de estar
angustiado. No, pensé. No, no, no. Me sentí como si me hubiera retorcido una navaja
en mi propio intestino, cuando me debería haber sentido victoriosa. ¿Qué
demonios…?
Louis-Cesare se alejó precipitadamente. Se pasó una mano por el pelo y se me
quedó mirando fijamente mientras yo intentaba mantener mi respiración bajo control.
Cuando finalmente habló, no dijo nada de lo que esperaba escuchar.
—¿Por qué dijiste que lord Drácula vendrá a nosotros?
Busqué alrededor de la moqueta que había a mis pies y encontré mi porro. Eché
otra calada que realmente necesitaba antes de contestar. Mi pulso latía tan fuerte que
apenas podía oír, pero Louis-Cesare ya volvía a estar bajo control. Su jersey había
salido airoso de nuestro revolcón sin una arruga; si no fuera porque estaba un poco
despeinado, nadie sospecharía que había pasado algo.
Maldito vampiro.
Dios, ¡pero sabía besar tan bien!
—Porque tres personas lo encerraron la última vez, pero sólo dos son familia —
pude decir imparcialmente.
—Entonces, por lógica, él debería ir detrás de…
—No he acabado. Su distorsionado concepto de la lógica sólo tiene sentido si
conoces la historia. Radu lo traicionó hace medio milenio, dirigiendo a un ejército
turco para obligarlo a que abandonara su trono. Se pasó años en el exilio, tramando su
venganza. Para cuando volvió, Radu se había unido a la rama menos vital de la
familia: había cogido un caso malo de sífilis y Mircea lo convirtió porque en aquel
momento no había ninguna cura. ¿Pero fue eso lo bastante bueno para Drac? ¡Claro
que no!
Apagué el porro número uno después de utilizarlo para encender el porro número
dos. Iba a necesitar conseguir algo de hierba en San Francisco al ritmo al que estaban
yendo las cosas. No sería tan buena como la de Claire, pero con algo de suerte, ella
volvería a ocuparse de su hierba altamente ilegal pronto.
—La única razón por la que no eliminó a Radu inmediatamente fue porque un
sicario contratado por algunos nobles locales logró realizar un disparo afortunado.
Por desgracia, papi eligió convertir a Drac en lugar de dejarle morir. Y tan pronto
como él se recuperó, empezó a meterse con Radu como si nada hubiera cambiado. No
era lo bastante fuerte como para matarlo, ya que sólo era un bebé vampiro, pero no
dejó que eso le impidiera contratar a otros para que lo hicieran.

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—Pero eso no salió bien. —Parecía que Louis-Cesare se había olvidado de con
quién estaba hablando durante un minuto y la verdad es que parecía que ahora estaba
escuchando.
—No. Pero Drac no supera las cosas. No lo hizo como humano y ahora tampoco
lo hace.
—Pero él desistió a la larga. Hoy en día, Radu está bastante bien…
—Pura suerte —le dije sin rodeos—. No sé lo que te han dicho, pero Drac nunca
detuvo sus juegos. Al final lo encerraron porque se descubrió que fue él quien había
enviado a una multitud contra Radu en París, conduciendo a un desagradable
encarcelamiento de tu señor que casi hace que lo maten.
—Lo sé. —Algo en la manera en que lo dijo me hizo levantar la vista, pero no
había nada en su expresión que me diese una pista. Me pregunté cuándo se habían
conocido exactamente Radu y él y bajo qué circunstancias. Decidí que era posible
que Louis-Cesare pudiera saber más acerca del periodo que el tío había pasado entre
rejas que yo misma. Pero sabía que era mejor no preguntar.
La mayoría de los vampiros viejos llevan un montón de lastre. Los humanos se
adaptan de una forma impresionante, son capaces de reinventarse cuando los tiempos
cambian, pero los vampiros lo pasan muy mal cuando pasan los siglos. Algunos
hacen frente manteniendo su función constante durante el largo camino: Mircea es el
jefe diplomático del Senado, por ejemplo, y lo ha sido durante algún tiempo. El
mundo podría cambiar, pero la naturaleza básica de la gente no lo hace, así que sus
vidas tienen un sentido de continuidad. Otros, como Radu, viven en algo así como
una negación continua, intentando recuperar un pasado en el que ellos se sentían
como en casa. Y algunos, como Drac, nunca dejan de intentar moldear el mundo a su
imagen y semejanza. La verdad es que no me preocupaba en qué categoría encajaba
Louis-Cesare. Su pasado era su problema; yo ya tenía bastante con el mío.
—Y después, cuando Drac escapó hace un poco más de un siglo, ¿qué crees que
fue lo primero que hizo? —continué—. Volvió directamente a la caza como si nada
hubiera cambiado. Fuimos capaces de volver a atraparle utilizando a Radu como
cebo.
—No —Louis-Cesare sonó firme—. No permitiré que mi antiguo maestro se
someta a ese nivel de riesgo…
—Radu está completamente a salvo, al menos por ahora. Él ya no es el objetivo
principal de Drac. No me malinterpretes; estoy segura de que irá tras él en algún
momento, pero su nombre ya no es el primero de la lista.
Sus perspicaces ojos que, gracias a Dios, habían recuperado su color azul, se
encontraron con los míos.
—¿Y quién ostenta ese honor ahora?
Miré el humo que se convertía en figuras extrañas por el aire acondicionado del
avión.
—Ahora mismo la tienes delante.

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5

El Electric Hedgehog era un cibercafé rebelde que llevaban un par de tipos ingleses y
que Kristie conoce en una calle trasera cerca de la bahía. Es un sitio pequeño y
original donde puedes conectarte a Internet, ponerte un pendiente y comprar algo de
hierba ilegal: todo al mismo tiempo. Una tienda para todo: eso me gusta.
Aunque sea difícil de creer, yo sólo había venido para comprar hierba. También
necesitaba un lugar seguro para encontrarme con el resto del equipo y Kristie había
sugerido que podíamos hacerlo en el trastero del Hedgehog. Daba fe de las distintas
actitudes y estilos de sus dos propietarios. Mientras la parte de delante tenía paredes
completamente negras y pintadas de neón, la parte de atrás tenía más bien el estilo de
una elegante cafetería jipi con alfombra vintage de pelo largo y pósteres de Che
Guevara.
Me pasé el tiempo sorbiendo un té realmente repugnante, que era la cosa más
apetitosa que había en el menú, y mirando los colores que lanzaba la cortina de
abalorios iridiscentes que separaba las habitaciones. Louis-Cesare prefirió caminar
hacia delante y hacia atrás como un animal enjaulado. Éramos los únicos en la parte
trasera en ese momento, lo que no era una gran sorpresa ya que la cafetería
normalmente no se animaba hasta el anochecer. Ya que ahora eran las siete de la tarde
en San Francisco, no había mucha gente interesada en tomar café malo y en poesía
aún peor. Después de probar lo primero y leer muestras de lo último que los
propietarios habían garabateado en las paredes, decidí que para el anochecer ya
estaría fuera.
—Esto es lo más irresponsable…
—¿Quieres calmarte? —Parecía que no era el típico tío paciente—. Vendrán
ahora. Y deja ya de dar vueltas. Me estás mareando.
—¿Y no puede ser que eso sea resultado de la enorme cantidad de marihuana que
te has fumado en las últimas ocho horas, o la mitad de la botella de tequila que tú
llamas desayuno?
—Al menos no me tomé un tentempié a costa de los propietarios. —Me había
dado cuenta del tiempo que le había estrechado la mano a Alan, el propietario más
alto con el pirsin en la lengua. Los vampiros más mayores no tienen que utilizar los
colmillos para alimentarse. Un roce con la piel, o, en el caso de los que eran
realmente poderosos, simplemente la proximidad a la víctima también funcionaba.
Louis-Cesare había tenido que soportar el sol en el aeropuerto y en el taxi durante
todo el camino hasta llegar aquí, y estaba hambriento. No era muy difícil de adivinar.

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—Eso ha estado totalmente dentro de las normas. —Él quería decir que no había
tomado lo suficiente como para causarle algún daño y que el propietario no se había
dado cuenta de nada. Era la manera políticamente correcta de alimentarse, y él lo
había logrado sin ninguna dificultad. Eso no hizo que lo viera menos como una
violación.
Me encendí el último porro de Claire y le sonreí. O hacía eso o destrozaba el
trastero del Hedgehog intentando hacerle trizas.
—Lo que tú digas.
—Lo que yo estoy intentando aclarar —dijo después de un momento—, es que a
menos que tus amigos…
—Conocidos.
—… sean incluso más irresponsables de lo que yo me estaba esperando, ya
deberían haber llamado. Existe una buena probabilidad de que se hayan fugado.
Sacudí la cabeza.
—De ninguna forma. No es que ellos no sean capaces de traicionar al Senado o al
Círculo en un abrir y cerrar de ojos, pero han llegado a un trato conmigo. Ellos saben
lo que haría si rompen ese trato. —Me levanté y me estiré, y sentí cómo mi espina
dorsal se volvía a poner en su sitio—. Además, ellos aún no saben cuál es el encargo.
Una vez que lo sepan a lo mejor sí que tendríamos que echarles un ojo.
La verdad es que lo dudaba. Había elegido a José y a Kristie tanto por sus
actitudes como por sus habilidades; eran los únicos dos que conocía que estuvieran lo
bastante locos como para pensar que ir tras Drac constituía un gran reto. También
ayudaba el hecho de que ellos nunca lo habían conocido. Para cualquiera que lo
hubiera hecho sería mucho más difícil.
—Entonces, ¿dónde están? —Louis-Cesare había comenzado otra vez a caminar.
Miré el reloj y sentí una leve punzada de preocupación. Era verdad, José podría haber
perdido el conocimiento bajo una mesa en una taberna en cualquier sitio, pero ése no
era el estilo de Kristie. E incluso si se hubiera emborrachado, ya habría llamado por
teléfono. Ella no iba a arriesgar de ninguna forma el volver a ponerse en las amorosas
manos del Círculo, si podía evitarlo. A menos que algo hubiera ido mal, ella ya
estaría aquí.
—Quizá decidieron venir en coche y luego el coche se averió. José cree que es
mecánico y normalmente conduce algún coche viejo que está intentando arreglar. —
La verdad es que no me lo creía, pero podía ser una posibilidad.
—¿Y ninguno de ellos tiene móvil? —preguntó Louis-Cesare.
—Acaban de salir de la cárcel —le recordé, pero yo tampoco me lo creía. Kristie
había estado un paso por delante del Senado y de los magos durante años,
especializándose en toda clase de objetos mágicos ilegales. Ella no era de las que se
arriesgaban. De ninguna forma habría accedido a cruzar el desierto en uno de los
coches viejos de José sin detenerse en un minimercado y comprar primero un móvil

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de tarjeta prepago—. Y mi teléfono está estropeado la mayoría del tiempo —añadí,
intentando convencerme más a mí misma que a él.
Louis-Cesare miraba intencionadamente al teléfono que había detrás de la barra.
De acuerdo, tenía razón, pero hacer un agujero en el suelo de tanto caminar tampoco
iba a ayudar mucho.
—¿Sabes? —le dije, poniéndome de pie—. Creo que desayunar podría ser un
buen plan. Vi una pastelería en la parte de abajo de la calle cuando vinimos.
—No vas a ir sola —me informó.
—Como quieras. —Cogí mi bolso grande con mis juguetitos y me lo colgué del
hombro. Le dije a Alan que me iba a dar un paseo y que le dijera a Kristie que
volveríamos pronto si aparecía.
—¿Quieres que más tarde te ponga un pendiente en la ceja? —preguntó—. Te
quedaría bien.
Vaya hombre de negocios, siempre intentando vender algo.
—Me lo pensaré —le aseguré. Alan asintió con la cabeza alegremente y yo sacudí
la mía. Un punki madrugador era una idea totalmente incongruente.
La pastelería tenía la ventaja de tener unas cuantas mesas en la parte de fuera con
una vista clara de la puerta delantera del Hedgehog. Dejé que Louis-Cesare se sentara
cerca de la pared de la cafetería, ya que había bastante sombra, e inmediatamente me
arrepentí. Sentí el escozor familiar de los nervios entre mis omóplatos en cuanto me
senté, me di cuenta de lo desnuda que estaba mi espalda y de que no tenía nada con lo
que taparla. Deslicé mi silla un poco acercándola a la de Louis-Cesare y terminamos
prácticamente uno al lado del otro. Pedí tres dónuts, un cruasán, una baguette de
jamón y queso y un café con leche de verdad.
Louis-Cesare miró la carga que el camarero me puso delante unos minutos más
tarde con los ojos ligeramente abiertos.
—Metabolismo —le dije antes de que pudiera preguntar.
Se echó para atrás en su silla cuando le estaba poniendo mantequilla a la baguette.
Un rayo de sol penetraba a través de un agujero en el toldo, pero él no se movió para
evitarlo. Presumido.
—¿De verdad que vas a dejar que ese hombre te pinche? —preguntó finalmente.
Me atraganté con el café con leche.
—¿Perdona?
—Con la aguja. Comme ça. —Hizo un gesto señalando su frente.
Me reí a pesar de que no quería.
—No, me curo demasiado deprisa. —Él no lo entendió—. La primera y única vez
que intenté ponerme pendientes, tuve que arrancármelos después de que creciera
carne sobre ellos. Tardó una hora en suceder. —La verdad es que no me gustaría
saber lo que se siente arrancándome media ceja.
—Tú te curas más rápido que un humano, pero más despacio que un vampiro, ¿es
así?

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Lo miré fijamente desconfiada. Esperaba que no lo estuviera preguntando para
una futura referencia.
—Depende del vampiro.
—Entonces, ¿los que son de tu clase ganan poder con el paso de los siglos, como
nosotros?
No me apetecía dar una clase de introducción a los dhampir, sobre todo ya que la
respuesta en mi caso era que no.
—Depende del dhampir.
Para mi sorpresa, Louis-Cesare cogió la indirecta y cedió.
—Hay otros tipos de joyería —comentó, como si ese pensamiento nunca se me
hubiera ocurrido a mí.
—Pulseras y collares hacen un ruido metálico en momentos inconvenientes y son
un peligro en una lucha —le dije brevemente. Eso lo había averiguado a la fuerza,
cuando un vampiro casi consigue estrangularme con mi propia gargantilla.
—No tienes que luchar cada día.
—Tampoco tengo que comer cada día, pero cuando no lo hago me pongo de muy
mal humor.
—Comment?
—No importa. —Podía vivir sin fustigarme por mis inconveniencias físicas—. El
color del pelo es la única ornamentación que tanto mi cuerpo como mi profesión me
permiten —añadí, para evitar más preguntas.
—¡Ah! —Pareció como si algo de lo que había dicho por fin tuviera sentido para
él—. Eso explica el color morado.
—Berenjena.
Parecía que Louis-Cesare iba a discutir ese tema, pero se lo pensó mejor.
—¿Quién es Claire? —preguntó después de un momento.
Entrecerré los ojos. ¿De qué iba eso de jugar a quién es quién de repente? ¿Estaba
intentando psicoanalizarme, encontrar algún tipo de debilidad al preguntarme acerca
de mi vida y mis amigos? ¿Ya se había olvidado de quién era papi? Si alguna forma
de chantaje mental funcionara conmigo, Mircea me habría tenido trayéndole sus
zapatillas hacía mucho tiempo. Le eché una mirada sin interés y me comí la baguette.
—Si vamos a trabajar juntos, deberíamos saber algo el uno del otro —apuntó con
calma. Seguramente pensaba que lo estaba ocultando, pero había una evaluación fría
y crítica en su forma indolente de observarme. Al parecer, mi nuevo compañero no
estaba convencido de que Mircea no le hubiera endilgado un peso muerto. Ya éramos
dos que pensábamos lo mismo.
Respondí a su evaluación mirándolo de arriba a abajo de una manera
deliberadamente descarada. Un rayo de sol estaba bailando en su pelo como una
llama capturada, resaltando unos pocos mechones más cortos que se rizaban justo
debajo de la línea marcada de su mandíbula. El color iba bien con la cachemira color

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crema y los ojos, que, en ese momento, eran de un azul ingenuo y angelical. Saqué
conclusiones de mi propia evaluación: sofisticado, peligroso y condenadamente sexi.
Algo se tuvo que haber reflejado en mi cara porque él sonrió burlonamente.
Presumido. Por una parte era guapo, decidí furiosa, pero la verdad es que Louis-
Cesare no tenía mucho que ofrecer. Era un hijo de puta crítico, condescendiente y
presumido. Y ahora que lo pienso, era como todos los vampiros que había conocido.
Me eché para atrás en la silla, estirándome exuberantemente, dejando que mi
chaqueta se abriera de manera deliberada. Como era de esperar, sus ojos se movieron
por todo mi cuerpo; algunas cosas nunca cambiaban, ni siquiera después de la
transformación. Sonreí y aparté la vista; una sonrisa arrepentida apareció en sus
labios. Acabé de desayunar tranquila.
Cuando me había comido el último mordisco cargado de calorías, saqué mi
patético móvil. Como esperaba, se había vuelto a estropear. Los portales juegan
mucho con las cosas magnéticas, sin mencionar que el maldito chisme había venido
con un par de peculiaridades integradas. Siguiendo la pista a Drac, la última cosa que
me podía permitir era un equipamiento con fallos, pero mis nervios no estaban en
forma para afinar nada. Hice lo que hacía siempre y cuando vi que seguía sin
encenderse, lo golpeé contra la mesa y lo miré.
Louis-Cesare lo cogió. Lo miró por encima, luego me hizo una mueca.
—Si puedo reparar esto…
—¿Sí?
—Entonces yo elijo el tema de la conversación.
Le eché una mirada. La mayoría de los vampiros que tenían siglos ni siquiera
sabían lo que era un teléfono móvil, y mucho menos cómo arreglarlos. Casi todos
ellos eran trogloditas respecto a la tecnología.
—¿Crees que podrás hacerlo?
—¿Hacemos el trato?
—Claro. Inténtalo.
Miró el pequeño diablo blanco durante un momento, luego le dio la vuelta en sus
manos. Presionó, empujó suavemente y enredó con él con la convicción tranquila de
un hombre que piensa que sabe lo que está haciendo. Lo miré, completamente segura
de que no había manera de que fuera capaz de…
La pantalla LED comenzó a brillar. Louis-Cesare levantó el teléfono.
—Listo —dijo sin necesidad.
—Mi héroe —le respondí con sequedad. Estaba realmente arreglado. No me
había pasado meses haciéndole pequeños ajustes a esa maldita cosa sin aprender sus
pequeños trucos malignos.
—¿Quién es Claire?
No respondí; estaba ocupada con una cuenta atrás interna… nueve… ocho…
siete… Cuando llegué al cinco, le dije con calma:

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—Cincuenta pavos a que deja de funcionar cuando acabe con esta frase. —La
pantalla se oscureció con un punto repentino pequeño impertinente.
Louis-Cesare buscó en su bolsillo y sacó un móvil nuevo e impecable en una
funda negra brillante. Lo empujó encima de la mesa hacia mí.
—¿Quién es Claire?
Podía haber señalado que la apuesta había sido reparar mi viejo móvil y no darme
uno nuevo. Pero él llevaba exactamente el mismo modelo que había deseado durante
meses, pero que no había podido permitirme. Tomarme mi tiempo para buscar a
Claire había arruinado mi cuenta bancaria.
—La conocí en Gerald & Co., la casa de subastas. —Me detuve un minuto para
machacar aquel montón de circuitos poseídos y romperlo en cien pedazos—. A veces,
Gerald se encontraba con un objeto que era peligrosamente inestable pero
potencialmente valioso. Necesitaban un neutralizador para evitar que le pasara
cualquier cosa rara mientras su gente decidía si lo que quiera que fuese se podía
estabilizar. Ella también trabajaba en algunas de las subastas para mantener la
mercancía más volátil tranquila mientras los compradores más arriesgados estaban
pujando por ella.
—¿Y por qué estabas tú allí? —preguntó Louis-Cesare después de un momento;
su tono lograba transmitir desconfianza al pensar que ellos habían dejado entrar a
alguien con tan mala fama como yo en una subasta elegante. Era obvio que él nunca
había estado en Gerald.
—Para hacer una puja. —Empecé a enredar con mi nuevo juguete, que tenía
todos los timbres y tonos conocidos.
—¿Por qué?
—¡Guay! ¡Esta cosa también tiene Internet!
Louis-Cesare tan sólo se me quedó mirando. Cedí con un suspiro como si me
estuviera explotando.
—El primer gobernador de Valaquia era un transilvano que se llamaba Radu
Negru. Sobre el año 1300 decidió construirse una nueva catedral gigante para él en
Curtea de Arges, que ahora es pueblo de mala muerte, pero que en su momento era la
capital. Según la leyenda, la construcción iba un poco lenta y Radu amenazó a su
arquitecto jefe, un tipo llamado Manoli, porque no veía ningún progreso. Intentando
disculparse, Manoli afirmó que espíritus malignos se estaban oponiendo al proyecto.
La solución: sepultar a una mujer viva en la base para apaciguarlos.
—¿Qué tiene que ver eso con que conocieras a la neutralizadora? —Louis-Cesare
parecía pensar que le estaba tomando el pelo.
—Ya estoy llegando a esa parte. De todas formas, Radu y Manoli acordaron que
la primera mujer que estuviera en ese lugar al día siguiente tendría ese honor. Al
parecer, la señora poco afortunada fue la señora Flora Manoli. Le suplicó compasión
a su marido, y cuando eso no funcionó, los maldijo a él y a cualquier otro hombre que
tocase su tumba. Muy poco tiempo después de eso, Manoli se cayó del tejado de la

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catedral y se mató. —Parecía que Louis-Cesare estaba confuso y un poco enfadado
—. La leyenda dice que él golpeó la tierra justo al lado del lugar donde había
emparedado a su señora.
—Aún no veo…
—Después de un número de muertes sospechosas, se quitó la piedra que había
sobre la señora Manoli y fue sustituida con una versión nueva y libre de maldiciones.
Rompieron y enterraron la antigua roca, pero las lugareñas emprendedoras la
encontraron y vendieron las piezas. La mayoría de ellas se habían perdido durante el
paso de los años, pero unas cuantas sobrevivieron. De alguna forma, Gerald & Co., se
hizo con una de las piezas que quedaban. —Había esperado obtenerla casi por nada,
pero alguien con los bolsillos más llenos también se había creído la leyenda—.
Conocí a Claire durante la subasta y después nos fuimos a tomar algo. Y resultó que
necesitaba una compañera de piso.
Claire estaba trabajando para un grupo mísero como el de Gerald porque el
negocio familiar estaba vinculado: un heredero se quedaba con el control de todo y el
resto se buscaba la vida. Después de que su padre se muriera, ella y su primo
Sebastian lucharon por conseguir el control del negocio y ella perdió. Y puesto que
normalmente se mataba a los herederos rivales, ella prefirió tratar de no llamar la
atención hasta que las cosas se calmaran. Yo le había dado unos cuantos consejos
acerca de cómo no aparecer en el radar de su familia y en el proceso se enteró de que
acababa de heredar una vieja casa laberíntica con montones de cuartos de invitados y
tenía una necesidad urgente de dinero que le era imposible conseguir.
—¿Y ahora ella ha desaparecido? —recordó Louis-Cesare.
Fruncí el ceño.
—Sí. —Y ese hecho, entre otras cosas, me hacía parecer una puta incompetente.
Claire me había pedido un alquiler ridículamente bajo, diciendo que simplemente
se alegraba de la compañía y también me había dicho que yo podría utilizar el ático
como oficina. No me gusta aprovecharme de las personas, al menos no de las
amables y en las que se puede confiar, pero necesitaba un alojamiento barato. Para
aliviar mi conciencia, había decidido añadir protección a mi parte del trato. No podía
actuar como su guardaespaldas a tiempo completo y aun así aceptar a otros clientes,
pero había supuesto tontamente que con una dhampir como compañera de piso, el
menos ella estaría a salvo en casa. Así que fue una sorpresa desagradable cuando la
secuestraron delante de mis narices.
—¿Estás segura de que ella no se fue voluntariamente? —preguntó Louis-Cesare.
—Volví de un trabajo y me encontré la casa vacía sin ninguna nota.
—Eso sólo no…
—Claire es exageradamente virgo —le interrumpí. Esta conversación era casi tan
agradable como pinchar una herida. Quería que se acabara—. «Quisquillosa» ni
siquiera se acerca. Una concesión que tuve que hacer desde el principio era dejar
siempre una nota. Ella se preocupaba si salía por la puerta y no ponía un pósit en el

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frigorífico diciendo cuándo estaría de vuelta. Es imposible que se haya ido sin ningún
tipo de explicación, al menos no voluntariamente.
Louis-Cesare me miró, pero no dijo nada. No hizo falta. Un mes era mucho
tiempo.
Mi brote de pesimismo se detuvo al ver a tres figuras desaparecer en la entrada
del Hedgehog. Una de las pocas cosas comunes a todos los dhampirs, incluso a los
que son mayoritariamente humanos, es nuestra habilidad de divisar a un vampiro bajo
cualquier circunstancia. No estoy segura de cómo lo hacemos. Había estado en
posiciones antes donde no había ningún modo de que pudiera oler, escuchar o ver
nada fuera de lo común, y aun así sabía que un vampiro estaba cerca. Es como una
picazón, una percepción de que en algún sitio cercano se puede encontrar una presa.
Hasta ahora nunca me había equivocado y cada percepción que tenía estaba
diciéndome que las tres figuras aparatosamente cubiertas eran vampiros. De algún
modo, dudaba que se hubieran parado para mirar el correo electrónico.
—Estoy lista —dije, bebiéndome lo último que me quedaba de café con leche—.
¿Qué te parece si volvemos ya?

Había examinado la parte de atrás del club anteriormente con el pretexto de buscar un
baño; había aprendido hacía mucho tiempo que lo primero que había que hacer en
cualquier situación era saber cómo salir de allí. La verdad es que no había pensado
que pudiera necesitar esa información, pero es evidente que la paranoia puede ser un
estado mental muy útil.
—¿Qué pasa? —preguntó Louis-Cesare en voz baja mientras yo me detenía al
lado del contenedor de la basura en la parte de atrás del Hog.
—Acaban de entrar tres vampiros. Deja al menos uno vivo, tengo algunas
preguntas. —Antes de que él pudiera discutirlo, le pegué una patada a la puerta
trasera con una estaca en la mano. Sentí como me cogían el brazo un segundo más
tarde, pero apenas lo noté. Estaba demasiado ocupada mirando fijamente a mi
alrededor con una rabia creciente.
—¡Hijo de puta! —Me quité de encima su mano y corrí hacia la parte delantera,
pero no había señal de los tres gilipollas que habían hecho esto. La calle de enfrente
estaba vacía en las dos direcciones aunque eso no significaba nada. Podían haber
desaparecido en otro callejón o en otra tienda, o lo que era más probable: en un coche
que estuviera esperando. Debería haber enviado a Louis-Cesare a la parte de atrás
mientras yo revisaba la delantera. ¡Estúpida, estúpida!
—¿Qué significa «Vaca dracului»? —preguntó una voz dulce detrás de mí. Volví
a entrar y vi a Louis-Cesare mirando el mensaje que habían escrito en rojo por
encima de la caligrafía dorada de los pasajes de poesía. Alan y su compañero, cuyo
nombre no era capaz de recordar, habían suministrado la tinta. Lo que quedaba de
ellos estaba tirado en una esquina junto con el cuerpo de un hombre mayor que había

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estado limpiando antes. Tres muertos en lo que no podían haber sido más de un par
de minutos, y aún habían tenido tiempo para dejarme un mensaje. Parecía que Drac
había conseguido ayuda capaz bastante rápido.
—«Vaca del diablo». Es el alias que tiene para mí. —La verdad es que de los que
yo recuerdo, era uno de los más agradables.
—¿Quién? ¿Me estás diciendo que lord Drácula hizo esto?
—No personalmente. —Lo habría sabido si uno de los cabrones encubiertos
hubiera sido mi tío. Su presencia era inconfundible, en especial para mí. Habría sido
capaz de sentirlo en el aire, intenso y áspero como el olor a ozono de las tormentas
eléctricas: el olor de la locura. Aparté los recuerdos repulsivos y me concentré en
traducir el corto garabato. Estaba goteando en las paredes y era bastante confuso
sobre la pintura negra, especialmente allí donde se cruzaba con la poesía, pero cogí la
idea.
—Kristie y José están muertos —dije de manera uniforme. La nota no decía cómo
y realmente lo agradecía.
—Drácula sabía que venían hasta aquí para vernos.
No era una pregunta, así que no respondí. Hurgué en mi bolso y saqué una botella
de tequila que había robado del avión del Senado. Siempre está bien tener algo de
combustible en este trabajo, sin mencionar que me gusta el tequila.
—A lo mejor prefieres esperar fuera —le dije—. Los vampiros tienden a
quemarse muy fácilmente.
—¿Cómo lo supieron? —Sonaba más como si estuviera hablando consigo mismo
que conmigo, así que no respondí. Además, había demasiadas posibilidades como
para contarlas. Derramé alcohol por todos sitios, excepto por un sorbo que decidí que
yo necesitaba más que el Hog. Me detuve al sentir que me agarraban el brazo con
fuerza férrea. Solté la botella y se fue rodando por el suelo, derramando lo que
quedaba dentro, hasta que se detuvo contra el cuerpo del hombre de la limpieza.
—¿Qué problema tienes?
—No vamos a seguir de esta manera —me dijo Louis-Cesare con un tono grave
—. Puede que esté obligado a trabajar contigo, pero tú me mostrarás el debido
respeto. Y cuando te haga una pregunta, la contestarás.
Lo miré. El tipo tenía cambios bruscos de humor peores que su maldito ego.
—Colega, estás a diez segundos de que te pegue una patada en el culo y te mande
de vuelta con papi.
—¡No lo llames así!
Intenté soltarme, pero esta vez no sucedió nada. Mi mochila estaba al otro lado de
la habitación, cerca de la puerta de atrás donde la había dejado caer después de ver la
masacre, pero la verdad era que no la necesitaba. No tenía nada más que tres estacas
en ese momento y sólo necesitaba una escasa oportunidad para clavarle una entre las
costillas. Por desgracia, eso me dejaría sin ninguna ayuda en absoluto y un Mircea

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seriamente malhumorado. No sabía si el razonar con este lunático podría funcionar,
pero si no funcionaba, siempre tendría la oportunidad de clavarle la estaca después.
—Aunque a ti, a Mircea o a mí no nos guste, él es mi padre; y créeme, no estoy
orgullosa de eso.
Louis-Cesare se rió agriamente.
—No, ¿por qué deberías estar orgullosa? ¿Te haces una idea de lo afortunada que
eres? ¿Tener una conexión con la línea de Basarab, tener al mismísimo lord Mircea
defendiéndote y reclamándote como suya? Si no estuvieras bajo su protección, ¡ya te
habrían matado hace muchos años! ¿Y qué es lo que haces tú para devolvérselo?
Burlarte de él, menospreciarlo, ¡y hablar como si él estuviera a tu altura! Tú, que sin
duda has matado a docenas de su tipo…
—A miles —le corregí y vi cómo sus ojos brillaban en color plata. Un segundo
después, una mano invisible me estaba sujetando contra la pared llena de sangre,
mientras un vampiro psicópata se acercaba hacia mí. ¿La familia nunca había
engendrado ningún vampiro cuerdo? La verdad es que no se les debería permitir
reproducirse en absoluto.
—Algunos darían todo lo que poseen para tener lo que tú estás desperdiciando —
siseó. Intenté moverme, pero no conseguí ir hacia ningún lado. Ése era el problema
con los vampiros realmente viejos. Nunca sabías qué tipo de poderes extra habían
obtenido con el paso de los años.
—Y yo se lo daría encantada —le dije sinceramente—. No sé qué es lo que te
estás jugando con esto, pero yo estoy aquí para salvar a una amiga. No os debo nada
en absoluto ni a Mircea ni a ti. Y respecto a tu pregunta, supongo que Kristie le dijo a
los hombres de Drac dónde habían quedado con nosotros después de que la hubieran
persuadido. —Por su bien, esperaba que hubiese hablado rápidamente.
—¿Y cómo supo que tenían que preguntarle a ella? —Advertí que cuando Louis-
Cesare tenía que prestar atención al mismo tiempo a un problema y a mí, eso me daba
cierto grado de libertad de movimiento. Comencé a mover mi mano derecha en mi
bolsillo—. Tenemos un traidor —declaró, como si eso fuera nuevo.
—¡No jodas! Chico, me alegro de que estés aquí para que te des cuenta de cosas
como ésa —le dije antes de poder contenerme. Por suerte, él no me estaba prestando
demasiada atención.
—Tenemos que informar al Senado inmediatamente.
Logré tocar el pequeño cilindro de plástico de mi mechero Bic con un dedo.
—Sí, seguro. Ése es el plan. Le dejaremos claro al traidor cuál es nuestro
siguiente movimiento para que le pueda decir a Drac cómo preparar la fiesta de
bienvenida.
—¿Y qué otra alternativa tenemos? —preguntó Louis-Cesare.
—Estoy pensando en eso. Todo lo que sé ahora mismo es que el traidor puede
estar en cualquier sitio: en la familia, en la central de vampiros, o puede ser alguien
que consiguió espiarnos; no podemos estar seguros. —Bajé la vista y vi los ojos sin

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vida del empleado de la limpieza mirándome fijamente; sus labios eran una línea que
casi parecía una sonrisa sarcástica. Esperé que no fuera una señal.
—Le prometí a lord Mircea que le mantendría informado.
—Él me conoce lo bastante bien como para esperarse eso.
—Entonces tenemos que dar gracias de que no estés al mando de esta misión.
—Si volvemos a eso de nuevo, también podríamos tirar la toalla ya mismo. —
Parecía confuso con el modismo—. También podríamos abandonar —traduje.
—Puedes hacer lo que quieras —dijo Louis-Cesare; su comentario despectivo me
decía que no se esperaba otra cosa—. Pero yo no tomo mi palabra tan a la ligera.
—No me conoces, pero conoces a Mircea. Supongo que confías en su juicio, ¿no
es verdad? —Finalmente mis dedos agarraron el resbaladizo plástico.
—Por supuesto.
—Él me metió en esto porque sabía que necesitarías ayuda. Mi tío no lucha
limpio. Utiliza cualquier táctica que funcione. Él no se va a quedar ahí y acceder a
batirse en duelo contigo, y que gane el mejor. Si vamos a vencerle, tenemos que
pensar como él. Y aparte de Mircea, yo soy la única que probablemente sea capaz de
hacer eso.
—Estás intentando hacerte con el control de este encargo —dijo obstinadamente.
—No, estoy intentando hacer que te des cuenta de que ya tengo el control. No
durarías ni diez minutos con Drac, no importa lo bueno que tú te creas que eres.
Fijó su mirada en mí, extendida contra la pared, con comprensible desdén.
—¿Y tú, qué?
—Yo tengo una cosa en común con la familia.
—¿Y qué es?
Sonreí y le di un golpecito al mechero para que ardiera.
—Soy una tramposa.
La respuesta de Louis-Cesare se perdió en el rugido de las llamas que atraparon la
pila de humanidad cubierta de tequila bajo nuestros pies y rápidamente se extendió
por todo el suelo. De repente, me sentí liberada y apenas logré evitar caer encima de
la pila en llamas de trapos y carne bajo mis pies. El fuego se extendió por todo el Hog
en ruinas, lamiendo mis zapatos mientras salía por la puerta. Eché la vista atrás y vi el
humo ondeando detrás de mí.
—Primer asalto para el tío —murmuré.

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6

El jet del Senado estaba encima de la pista de aterrizaje; parecía puro e inocente bajo
el cielo azul brillante. Irradiaba un blanco cegador, como si alguien lo hubiera lavado
hacía poco. Un camión cisterna se alejaba retumbando mientras mirábamos, así que
ya había repostado y estábamos listos para irnos. Me dio escalofríos.
—¿Vienes? —Louis-Cesare estaba impaciente y la verdad es que no podía
culparle. Yo me había quedado detrás de un vagón de equipajes vacío durante casi
veinte minutos, esperando a que acabaran de repostar, intentando decirme a mí misma
que no había problemas en seguir adelante. Pero la base de mi espina dorsal no
opinaba lo mismo. El hormigueo que en un principio me había hecho detenerme y
esperar a que los humanos salieran de la zona ahora se había convertido en un
escalofrío con todas las de la ley. Algo no iba bien en el avión.
Lo miré fijamente, ignorando la expresión en la cara de Louis-Cesare. Su rostro
me decía que sinceramente le importaba un bledo si me gustaba o no y que estaba a
punto de irse sin mí. Ya que luchar con él y ponerlo contra el suelo era la única
manera de evitar que lo hiciera, y eso últimamente no había funcionado demasiado
bien, estaba resignada a tratar con lo que fuera o con quien fuera que estuviera
esperándonos. Pero eso no significaba que me gustara.
No es que pensara que Drac nos iba a matar, incluso aunque nos estuviera
esperando dentro. Él disfrutaba jugando al gato y el ratón, y acababa de empezar a
jugar. Él quería que yo pagara por todos aquellos largos años que se había pasado en
cautividad; algo que una muerte rápida no compensaría, no en su opinión. En los
viejos tiempos, él había hecho empalar a personas en estacas, bien lubricadas,
asegurándose que tardarían un par de días en morir, y eso era cuando ni siquiera
estaba tan enfadado. Estaba bastante segura de que él tenía mucho más planeado para
mí. Pero claro, ése era el problema con los maníacos: nunca podías estar
completamente seguro de lo que harían. Quizá tenía prisa por llegar hasta Radu y
acabaría con nosotros a la primera oportunidad que tuviera. La verdad es que no
pensaba que fuera así, pero no estaba dispuesta a arriesgar mi vida en ello.
—Ya discutimos esto —me recordó Louis-Cesare, más calmado de lo que me
había esperado—. Tenemos que ponernos en contacto con lord Mircea y preguntarle
qué es lo que desea hacer.
Me importaba una mierda lo que Mircea quisiera. Mi mano estaba sobre el brazo
de Louis-Cesare, justo por encima del codo, de donde le había agarrado
instintivamente cuando había empezado a caminar.
—Creo que hay un problema con el avión.

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Intentó que le quitara la mano de encima, pero yo seguí sujetándole el brazo.
—¡No seas ridícula! Ésa es la única línea segura que tenemos disponible para
llegar al Senado.
La verdad es que no era así. Podríamos dirigirnos a MAGIC, la Metafísica Alianza
de Grandes Interespecies Asociadas y hablar con Marlowe en persona.
Probablemente Mircea no estuviera allí, pero yo no estaba tan preocupada por
mantener a papi informado como parecía estarlo Louis-Cesare. Mantener la cabeza
firmemente pegada a mis hombros era lo que tenía en mente en ese momento y para
eso necesitaba ayuda. Marlowe podría proporcionárnosla y aunque sin duda primero
me lo haría pasar mal, no sería nada comparado con lo que me haría Drac. Pero
Louis-Cesare no quería abandonar la zona en donde se había visto a los hombres de
Drácula conduciendo hasta el cañón aislado cerca de Las Vegas donde se encontraba
MAGIC.
—Te lo estoy diciendo, ponernos cerca de ese avión es una mala idea. Ellos
sabían que nos íbamos a reunir en el Hog. Kristie les podría haber dicho que íbamos a
llegar allí en avión y es difícil no ver esta cosa.
Levantó ligeramente el labio dejando ver sus dientes. Hizo que se pareciera más
al depredador que realmente era en vez de a míster Enero.
—Tienes miedo.
Me encogí de hombros.
—Llámalo como quieras, pero no he durado quinientos años por ser una estúpida.
Si entras ahí, ya no volverás a salir.
—¿Y eso te importaría?
—La verdad es que no especialmente —admití—, excepto porque podría
necesitar ayuda para robar un coche.
—Por última vez, ¡no vamos a ir en coche a Las Vegas! Nos llevaría todo el día.
—No del modo en que yo conduzco.
Louis-Cesare se separó de mí con un movimiento brusco que casi hace que me
quedara tirada en el hormigón. Supongo que estaba cansado de discutir. Salió de la
estrecha línea de sombra que proyectaba el vagón de equipajes y se sobresaltó
ligeramente cuando la luz del sol cayó directamente sobre él.
—Quédate aquí si estás preocupada. Esto no me llevará mucho tiempo.
Lo miré mientras caminaba a grandes pasos, sabiendo que no era lo bastante
fuerte como para detenerlo. Era una sensación poco habitual para mí y no me gustaba
nada. Maldito vampiro obstinado. Si despegaban cuando él subiera a bordo, no
tendría ninguna forma de alcanzarlo a tiempo. Por otro lado, morir a su lado no nos
ayudaría a ninguno de los dos. De repente recordé todas las razones por las que
odiaba trabajar con vampiros. Cazarlos era muchísimo más reconfortante.
Miré cómo caminaba a través de la calima que brillaba sobre la pista de aterrizaje,
intentando ignorar las preocupaciones que me carcomían por dentro. Entró en el jet y
durante un momento no pasó nada; comencé a pensar que quizá estaba siendo un

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poco más paranoica de lo normal. Luego volvió a salir, arrastrando al piloto y al
auxiliar de vuelo con él. El auxiliar de vuelo no se movía y no me gustaba la manera
en la que su cabeza se bamboleaba. O estaba muerto o daba esa impresión. El piloto
estaba casi fuera del alcance de mi vista; colgaba encima del hombro de Louis-
Cesare, así que todo lo que podía ver era su trasero uniformado y la parte izquierda de
los pantalones cubiertos de sangre.
Estaba a punto de avanzar cuando me di cuenta de que muchas otras siluetas
estaban haciendo lo mismo. En unos pocos segundos, el avión estaba rodeado de un
grupo de figuras oscuras que, a pesar de mis mejores esfuerzos, no podía enfocar con
claridad. Eran magos bajo un hechizo de encubrimiento. Esto no era bueno,
especialmente teniendo en cuenta que Louis-Cesare había salido de un jet del Senado
y resultaba que los vampiros estaban en guerra con los magos oscuros. Pensé en lo
irónico que resultaría que nos mataran otras personas antes de que Drac pudiera
encontrarnos, y me incliné para abrir la bolsa de contrabando que tenía a mis pies.
Mi mano se cerró en una esfera pequeña y oscura casi al mismo tiempo que el
primer borrón alcanzaba a Louis-Cesare. Apunté al círculo de sombras que se estaban
acercando y la esfera aterrizó en el medio del grupo, explotando en cuanto tocó la
pista de aterrizaje. Hubo una luz plateada más tarde y tres de las personas aparecieron
en el suelo. No parecía que fueran humanos, pero teniendo en cuenta que acababan de
ser golpeados por una bomba dislocadora, no era nada sorprendente.
Uno de ellos tenía la cabeza mágicamente pegada a su muslo y ahora un brazo le
estaba creciendo de la frente. Ya que el brazo no era del mismo color que el resto de
su piel, me imaginé que pertenecía a la persona que tenía a su lado y que había
adquirido un nuevo par de orejas en su mejilla izquierda pero había perdido la nariz.
A diferencia de estos dos, que estaban montando el numerito que cabía esperar en
esas circunstancias, la tercera figura estaba en el suelo, quieta. Me di cuenta del
porqué mientras me acercaba con el dislocador que me quedaba en la mano. Un gran
número de órganos que una vez fueron internos ahora estaban pegados a su lateral; y
el corazón, al que le eché un vistazo, ya no latía. Él había sido el que había tenido
suerte; el hechizo no era reversible, lo que significaba que los otros dos se
enfrentaban a un futuro interesante.
Pasé corriendo al lado de ellos hacia donde al menos otros seis borrones habían
llegado a la rampa y estaban escalando por encima de un cuerpo que bloqueaba
parcialmente el camino. No había visto lo que había pasado, pero Louis-Cesare tenía
que haber matado a su atacante, lanzarlo escaleras abajo y volver a arrastrar a los
miembros de la tripulación dentro del jet. Al ser propiedad del Senado, estaba claro
que el avión estaba diseñado para resistir ciertas formas de ataque mágico, pero
dudaba que sus defensas aguantaran mucho tiempo contra toda esa cantidad de
magos. Además, ¿cómo se había hecho daño a la tripulación a menos que ya se
hubiera encontrado una manera de entrar?

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Me detuve a poca distancia de las figuras que estaban subiendo por la rampa y
lancé mi otra bomba. Sólo la mitad de ellos consiguieron sacar sus protecciones a
tiempo. Los otros tres se cayeron rodando por la rampa y aterrizaron a mis pies;
charcos de carne desplazada que en dos casos ni siquiera podrían chillar: ya no tenían
las partes necesarias en los lugares adecuados.
Uno de los magos que quedaba, que o estaba realmente concentrado o no se había
dado cuenta de nada, siguió corriendo hacia la puerta del jet, pero los otros dos se
giraron y se pusieron frente a mí. No esperé a averiguar lo que la figura que estaba
más cerca tenía planeado, sino que lancé otra pequeña sorpresa hacia la rampa. Ésta
tampoco estaba en la lista de dispositivos mágicos aprobados, pero a diferencia de los
dislocadores, era un antiguo invento que esperaba que no hubieran visto antes o
contra el que no supieran cómo defenderse. O yo tenía razón o sus reflejos eran
lentos, porque la pequeña bolita roja se quedó parada al lado de su bota.
Instintivamente se echó hacia atrás, pero no lo bastante rápido.
Un rizo de humo de color carmín le envolvió la pierna y rápidamente subió por
todo su cuerpo. Un instante más tarde, donde había habido una mujer relativamente
joven sólo quedaba una vieja arrugada, su vida aspirada por el humo que ahora estaba
volviendo a su recipiente. Colocó con fuerza una mano marchita contra su pecho y se
puso de rodillas mientras yo saltaba a la rampa, sosteniendo en la mano mi bolita,
ahora amarilla brillante, mientras caminaba. No necesitaba la vida que contenía, pero
alguien más pagaría un alto precio por ella, posiblemente lo bastante alto como para
dejarme recuperar mis pérdidas en este rescate. Los dislocadores no eran baratos.
El otro mago, el que tenía la piel parecida al cuero y una cara como la de un
boxeador profesional cuarentón, gritó algo. Un momento más tarde, algo que se
parecía al puño de un gigante me golpeó en la cara, me cogió y me lanzó a unos diez
metros del avión. Choqué contra la pista de aterrizaje con un golpe seco, después de
hacer unos cuantos giros desorientados en el aire. El impacto resonó en todo mi
cuerpo, haciendo que me mordiera el labio lo bastante fuerte como para probar mi
sangre. Levanté la vista y vi al mago, que estaba saltando sobre la barandilla hacia
mí, como si fuera el protagonista de alguna peli de acción, y sonriendo. La verdad es
que casi nunca me empleaba a fondo en una lucha hasta que no había un poco de
dolor.
—¡Sopor! —gritó el mago, mucho antes de acercarse tan siquiera a mí. No había
reconocido la palabra que había usado antes, pero ésta era otra historia. Sentí una
oleada de letargo que comenzaba en mi espina dorsal, amenazando con enviarme a
ver al coco por última vez y haciendo que mis extremidades se adormecieran y se
quedaran inútiles en el proceso. Podría haber funcionado, pero ya me las había visto
con este hechizo antes. Me mordí fuerte el destrozado labio inferior y el fuerte dolor
hizo que el letargo aminorara lentamente.
Luchar con magos nunca es tan sencillo como a mí me gustaría. Yo prefiero un
bonito enfrentamiento físico donde sobre todo se trate de fuerza, velocidad y de quién

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hace los mejores movimientos. Con los magos, es casi siempre como una pelea para
ver quién tiene los juguetes más malvados. Teniendo en cuenta que me estaba
enfrentando a un mago oscuro de la guerra, no tenía ninguna duda de que su
colección de juguetes se equiparaba a la mía y por eso fue por lo que ignoré el
impulso de divertirme un poco y simplemente le lancé el cuchillo que saqué de mi
bota. El tipo ni siquiera se sobresaltó ni intentó esquivarlo, supongo que actuó bajo el
supuesto de que sus protecciones lo detendrían. Lo habría hecho si yo no hubiera
pagado una pequeña fortuna por haberlo encantado.
Ése es el problema de la protección mágica: tiene la misma fuerza que el mago
que la lanza y no ayuda en absoluto si el poder mágico de tu oponente es mayor que
el tuyo. Por suerte, había valido la pena pagar por ese hechizo. La última expresión
en la cara del hombre antes de que golpeara la pista de aterrizaje fue de sorpresa
mientras miraba la hoja que estaba clavada en su corazón.
Recuperé mi cuchillo y corrí de nuevo hacia la rampa, sacudiendo la cabeza para
deshacerme de lo que me quedaba de letargo, pero el mago que quedaba había
traspasado las defensas del avión mientras yo estaba ocupada en otras cosas. Me lo
encontré dentro, luchando con Louis-Cesare. Apenas me di cuenta de que estaban
allí, ni del estado desvalijado del avión. Toda mi atención se centró en el maltrecho
piloto, que estaba mirando horrorizado una caja pequeña conectada al suelo cerca del
copiloto. Ponía 01.34 cuando miré por primera vez en su dirección, y un segundo más
tarde, 01.33.
Las piernas del piloto estaban destrozadas y el fémur le sobresalía de la tela azul
oscuro de los que una vez habían sido sus bonitos pantalones ajustados. Lo agarré y
miré a mi alrededor.
—¿Hay alguien más a bordo?
Él parpadeó pero no contestó. No parecía que le doliera nada, lo que significaba
que o Louis-Cesare ya se había encargado de él o que sufría una conmoción. De
cualquier modo, dudaba que fuera de mucha ayuda, pero me imaginé que merecía la
pena intentarlo.
Le di un pequeño meneo y señalé la bomba.
—¿Puedes desactivar esa cosa?
—No lo sé. —Sus ojos estaban dilatados—. Quizá, si tuviera más tiempo…
Observé el rostro inexpresivo del tipo, y la cara pálida y sudorosa. La primera vez
que lo vi, pensé que no tenía el aspecto de alguien que debiese trabajar para un grupo
de monstruos chupasangres, con su pelo rubio arena, mejillas enrojecidas y una
mirada bizca que de algún modo no desentonaba con su sonrisa abierta y amable.
Ahora encajaba mejor en el papel.
—Vamos —le dije, echándomelo al hombro. Dejé mis manos libres para las
armas ya que supuse que las necesitaría.
—¡Dorina! ¡Te ordené que esperaras! —Louis-Cesare me lanzó una mirada
mientras esquivaba un golpe del mago que estaba enfrente de él. A mí me parecía un

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empate, ya que las protecciones del mago estaban desviando los golpes del vampiro,
pero Louis-Cesare era demasiado rápido para que el mago le golpeara. El tipo podría
haber utilizado algo un poco más malvado que un cuchillo largo que llevaba si no
hubiera estado en una zona sellada mágicamente. No me podía arriesgar a utilizar mis
juguetes por la misma razón: era demasiado fácil que explotasen, dadas las defensas
que el Senado había puesto.
—¡Déjale! —le grité a Louis-Cesare—. ¡Tenemos que irnos!
—Vete tú —contestó, dando otro golpe inútil con su espadín—. Jonathan va a
morir hoy.
Miré al mago; su hechizo de encubrimiento se había venido abajo ya que él estaba
utilizando toda su fuerza extra para mantener sus protecciones. Los dos hombres eran
casi de la misma altura, pero los hombros flacos y delgados del mago hacían que
pareciera más pequeño. Lo analicé en mi cabeza inmediatamente: pelo corto, rubio
platino, grandes ojos grises, una nariz incluso más grande, cara pálida; no, no lo
conocía, aunque intento mantenerme lejos de los magos en general y de los oscuros
en particular.
—Tenemos que salir de aquí antes de que esta cosa explote, ¡si no, moriremos
todos! —Hice un gesto señalando la bomba, en la que ahora se leía 00.52—. ¡Vamos!
Tanto Louis-Cesare como su oponente miraron el reloj; luego el mago optó por la
prudencia y salió volando por la puerta. No intenté detenerle; estaba demasiado
ocupada corriendo tan rápido como podía detrás de él. Louis-Cesare me seguía de
cerca, arrastrando con él el cuerpo laxo del auxiliar de vuelo, y los tres corrimos hacia
la alambrada metálica cerca de la pista de aterrizaje. El mago, que no llevaba ningún
cuerpo, la alcanzó primero y la saltó. Louis-Cesare soltó al auxiliar de vuelo y se fue
tras él, saltando la alambrada de casi dos metros y medio como si ni siquiera
estuviera allí.
Yo solté al capitán al lado de su compañero de trabajo justo cuando el avión
explotó en una erupción de llamas naranjas y humo negro. Varios pedazos blancos y
calientes de metal chocaron contra mi espalda después de que me moviera para
proteger al capitán. Estaba tratando de alcanzar al auxiliar de vuelo cuando una pieza
de plata que llegó volando le cortó en pedazos la frente, quitándole el cuero cabelludo
antes de incrustarlo en el poste que tenía detrás de la cabeza. Me acuclillé sobre el
cuerpo del capitán que aún respiraba y esperé a que acabara. Hay días que es mejor
no levantarse de la cama.

Media hora más tarde, estábamos en un nuevo Mustang brillante dirigiéndonos a Las
Vegas. Lo habíamos elegido por el fuerte revestimiento ultravioleta en las ventanas,
pero también venía equipado con una transmisión manual. Lo había estado mirando
dudosamente después de que lo localizáramos en el amplio aparcamiento de la
oficina de alquiler de coches.

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—Deberías haberme dejado robar algo. Yo no conduzco coches con cambio
manual.
—Yo conduzco —dijo Louis-Cesare, deslizándose en el asiento bajo tan
fácilmente como si lo hubiera hecho cientos de veces—. Tú estás borracha.
Ojalá lo estuviera.
—Me he tomado sólo dos cervezas, sobre todo por el contenido en agua.
—Si necesitabas agua, ¿por qué no bebiste agua?
—No me gusta el agua.
—Sube o te quedas aquí, Dorina.
Me subí. Quería estar allí cuando le dijera al Senado que habíamos destruido un
avión de un millón de dólares en menos de un día. Me senté en el asiento del
copiloto, mientras nuestros dos pasajeros se ponían en los asientos de atrás. Uno era
el capitán, que se había quedado dormido con un poco de persuasión por parte de
Louis-Cesare; el otro era el único mago oscuro, exceptuando a Jonathan, que había
sobrevivido a la explosión. Si es que se le podía llamar así.
Louis-Cesare había insistido en que lo lleváramos con nosotros, pero el tipo me
estaba dando pánico. El pie que le salía por el lateral del cuello y el hecho de que
ahora tuviera literalmente ojos en la parte de atrás de la cabeza probablemente tuviera
algo que ver con eso. Después de cinco minutos de escucharle chillar, ya había tenido
bastante, así que le golpeé y lo dejé inconsciente.
—Así que, ¿quién es Jonathan? —pregunté, enredando con las rejillas del aire
para que estuvieran lo más abiertas posible. El sol estaba tan caliente que podía
saborearlo, y la carretera brillaba enfrente de nosotros como una serpiente negra que
se ondulaba. Era el tipo de calor que aparece en los titulares de los periódicos y que
hace que las personas comiencen a hacer horrendas predicciones acerca del
calentamiento global. Me había traído conmigo el resto de las cervezas del paquete de
seis, pero como yo, la botella que tenía en la mano ya estaba sudando mucho.
La única respuesta que obtuve fue un leve aumento en la velocidad.
—«Si vamos a trabajar juntos, deberíamos saber algo el uno del otro» —cité
textual y píamente.
—El mago no es importante.
—¿Has arriesgado tu vida para intentar matarlo y no es importante?
Lo único que recibí como respuesta fue un silencio sepulcral. Los ojos de Louis-
Cesare estaban puestos en la carretera, pero podía verlos claramente por el espejo.
Eran perfectos receptores y mostraban cada reacción en aquellos iris vívidos. Su
rostro era inexpresivo, la superficie de su cara era como la de una estatua, fría e
inquebrantable. Pero cuando pensaba en Jonathan, había algo parecido a la angustia
en sus ojos.
—Como te he dicho, has arriesgado tu…
—No es cosa tuya.

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—¿En serio? Porque eso no es lo que me parece. No hay ninguna razón para que
el Círculo Negro atacara ese avión. Sí, pertenece al Senado y sí, hay una guerra de
por medio. Pero no sólo atacaron y se fueron. Esperaron a que nosotros volviéramos.
Nos esperaron.
—Ya sabíamos que teníamos un traidor.
—Sí, pero ahora sabemos… —Un jadeo ahogado del mago que había en la parte
de atrás me interrumpió. Teniendo en cuenta su estado actual, no creía que golpearle
para que se callara todo el camino hasta llegar a MAGIC fuera una buena idea; no si
alguien quería interrogarlo después. Encontré un dardo adormecedor en mi mochila y
me aseguré que estuviera inconsciente durante todo el viaje.
Me di la vuelta y me encontré con los ojos de Louis-Cesare puestos en mí.
—Ahora también sabemos algo más —continué—. Tenemos que deducir que
Drac está trabajando con el Círculo Negro, a menos que tú pienses que tenemos dos
filtraciones: una que informa al tío de nuestro paradero y otra que le da la misma
información a los magos. Personalmente creo que es un poco difícil de tragar.
—No es imposible —dijo Louis-Cesare tercamente—. Hace poco ha habido casos
donde los vampiros, algunos bajo juramento a maestros de primer nivel, han
conseguido romper su lealtad. Otros incluso intentaron matar a su propio señor.
Mi cerveza había dejado un círculo de condensación en la parte de abajo de mis
pantalones. Lo froté e intenté digerir este nuevo bombazo.
—¿Y por qué yo no sé nada de todo esto?
—El Senado lo está manteniendo en secreto. Temen que si lo hacen de otra forma
alienten a cualquier vampiro insatisfecho con su posición para que rompa el vínculo
con su maestro. —Me miró—. ¿Entiendes el riesgo que eso conlleva?
Asentí con la cabeza de manera torpe. Una de las principales cosas que mantienen
al mundo vampírico tan ordenado la mayoría del tiempo, es la imposibilidad casi total
de que cualquier vampiro rompa el control que su señor tiene sobre él. Cada maestro
responde por sus hijos, hasta el mismo nivel del Senado. La única excepción a la
norma, o al menos eso era lo que yo había pensado hasta entonces, eran los vampiros
que alcanzaban el estado de primer nivel. Me preguntaba cuántos seguirían siendo
fieles si tuvieran otra alternativa. ¿Por qué me daba la sensación de que no serían
muchos?
—¿Y qué es lo que está haciendo el Senado al respecto? —pregunté. Si el Círculo
Negro había ideado un modo de emanciparse a voluntad, podríamos estar frente a un
caos: cientos, quizá miles de vampiros resentidos tomando sus propias decisiones, sin
ninguna norma, nada más que con la fuerza bruta.
—Investigar. Tenemos razones para creer que el método que los oscuros estaban
utilizando ya no lo tienen disponible. No obstante, no se sabe cuántos vampiros se
vieron afectados hasta entonces. Es poco probable que el número sea alto, pero es
casi seguro que aún no los hemos encontrado a todos.
Las cosas cada vez se iban poniendo mejor…

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—Vale, todo esto es muy interesante, pero eso aún no explica lo de Jonathan.
—Jonathan no tiene nada que ver con nuestra misión.
—¡A mí me pareció que estaba bastante involucrado!
Un montón de emociones distintas desfilaron por la cara de Louis-Cesare:
orgullo, tenacidad, dolor profundo…, pero no dijo nada. Hacía mucho tiempo yo
había aprendido la misma lección: mostrar tus puntos débiles sólo hace que te puedan
golpear más fácilmente. Y era obvio que Jonathan era un punto débil para Louis-
Cesare. Pero tenía que insistir. Me gustara o no, estábamos juntos en esto. Y no hay
nada que pueda odiar más que luchar contra enemigos de los que no sé nada.
—Se supone que ese ataque no era para mí —le dije a secas—. Drac ya me dejó
un mensaje, ¿te acuerdas? Acabó con mi equipo y me lo restregó en mis propias
narices. ¿Por qué iba a hacer eso si planeaba matarme una hora más tarde? Por alguna
razón, él me quiere viva y asustada. —Al menos por el momento—. Así que él no
ordenó que atacaran el avión. Los magos tramaron eso por su cuenta.
Esperé, pero la única respuesta a mi lógico argumento fueron las manos de Louis-
Cesare apretando con fuerza el volante.
—No he tenido ninguna disputa con el Círculo Negro que pudiera explicar que
enviaran a un equipo de asesinos a por mí —continué—. Así que iban tras otra
persona. Y aquí sólo somos dos.
Hubo una pausa larga.
—Jonathan es… un problema personal —me informó finalmente.
—No hay problemas personales en un momento como éste.
Louis-Cesare estiró la mano y encendió la radio. Puso una emisora musical de los
ochenta donde Eddie van Halen iba a tocar un fraseo con la guitarra. Agradable, pero
sospechaba que él sólo quería algo alto. Fruncí el ceño cuando me vi reflejada en las
ventanas de color berenjena, preguntándome cuándo mi compañero había decidido
que acababa de ser lobotomizada.
El simple hecho es que cualquiera que el Senado desee muerto, muere. Eso es
válido incluso para los magos oscuros poderosos. Podría ser más difícil en su caso y
por lo tanto tardar un poco más de tiempo, pero no existe nadie al que no puedan
coger al final. Pero Jonathan aún seguía vivo, lo que significaba que Louis-Cesare no
les había pedido ayuda.
Ahora, quizá él simplemente quisiera ocuparse del mago él solo, había dicho que
era algo personal, pero yo lo dudaba. Me sentía del mismo modo con Claire, pero si
alguien le hubiera hecho daño, el Senado lo retendría para que yo le mostrara mis
cariñosos dones. Aceptar su ayuda no significaba excluir la implicación personal. Así
que había algo en la historia de Louis-Cesare con el mago que él no quería que se
supiera.
—No puedes ocultárselo para siempre —le dije, simplemente para aclararle que
me estaba enterando.

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—No estoy escondiendo nada. —Las palabras eran bastante calmadas, pero el
Mustang iba volando por la autopista.
Me quedé con la seguridad de que lo que fuera que Louis-Cesare estaba
ocultándome era muy personal y muy perturbador. Pero no había nada que pudiera
hacer.
—Si es eso lo que quieres.
Sus manos se doblaron en el volante, el agarre fuerte se fue soltando poco a poco.
—Eso es lo que quiero.

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—¡Ey, Marlowe! ¿Has pensado alguna vez en clavarle una estaca a tu decorador? —
Miré alrededor de la suite que una vez había estado inmaculada y que ahora, como la
mayor parte de MAGIC, se parecía a un mercadillo en un vecindario en el medio de la
ciudad. Una marca de una quemadura con forma de cuerpo humano estropeaba una
pared del laboratorio, cerca de la puerta que daba al pasillo y que tenía las bisagras
flojas. Y si había un tubo de ensayo o un vaso de laboratorio que estuviera entero en
ese sitio, yo no lo veía.
—¡Ah! —El vampiro moreno atractivo se giró en su taburete de laboratorio para
ponerse de cara a nosotros. Olía a puros cubanos, canela y algo de ungüento hediondo
con demasiados ingredientes para poder ponerlos en una lista. Lo último emanaba de
las vendas enrolladas alrededor de su cabeza. Sus rizos se escapaban de debajo de
ellas en mechones lacios, pero no me apetecía reírme. Cualquier herida que un
vampiro no pudiera curar sin recurrir a compuestos que olían fatal era bastante para
matar a un hombre. Parecía que la guerra le había alcanzado hacía poco—. Eso
explica el mal olor —dijo, con una sonrisa que nunca alcanzó sus ojos de hielo
marrones—. Pensaba que alguien se había muerto aquí dentro, pero no, eso será en
unos diez segundos.
—No al menos que quieras a papi dándole una patada a tu culo —le dije
insolentemente. Las pocas veces que había estado en MAGIC habían sido con Mircea.
Mircea tiende a hacer que los otros vampiros suden, gateen y se arrodillen. Ahora yo
no tenía esa ventaja, pero me imaginé que podría enfrentarme con un vampiro medio
muerto, incluso con Marlowe si fuera necesario—. Estoy aquí por negocios
familiares.
—Eres una pésima mentirosa.
—La verdad es que soy una mentirosa muy buena, y no es que te tenga que
preocupar en tu caso. Es mucho más divertido decirte la verdad. —Coloqué una pieza
de metal quemado con sangre en la mesa enfrente de él—. A propósito, el jet se
prendió fuego. Creo que esto es lo que quedó del ala izquierda, pero no estoy segura.
—Miró fijamente sin ningún tipo de expresión a la pieza que yo había sacado de la
cabeza del auxiliar de vuelo. Me puse en el taburete de al lado e intenté hacer como
que sentía lástima—. Ya no los hacen como solían hacerlos, ¿eh?
—Estoy bastante seguro de que no necesito esto —dijo Marlowe, dándole la
vuelta a un portapapeles que había al lado para que yo no pudiera leerlo. Seguramente
no contenía nada interesante, aparte de la estimación de los costes de la reparación,

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pero él le da una definición completamente nueva a la palabra paranoia; incluso hace
que yo parezca una persona tranquila.
—Podría tener algo que tú necesitas —le dijo Louis-Cesare, deshaciéndose del
mago aún inconsciente y poniéndolo en el suelo cubierto de residuos—. Éste estaba
entre los que nos atacaron.
Marlowe miró indignado al mago por encima del hombro, mientras yo miraba a
Louis-Cesare. Sus ojos estaban perfectamente claros, como el cielo en un día soleado
de junio. No estaba preocupado, lo que significaba que el desastre que había en el
suelo no sabía una mierda ni de él ni de Jonathan. Aquellos ojos veraniegos
coincidieron inquisitivamente con los míos sobre la cabeza de Marlowe y yo me
encogí de hombros. No tenía ningún interés personal en ayudar al Senado, y tenía un
montón de razones para disfrutar viendo cómo se retorcían. Su secreto estaba a salvo
conmigo.
—El dislocador —dijo Marlowe con desprecio después de echarle una buena
mirada a nuestro cautivo. Me miró—. ¿Sabes cuál es la multa si te cogen con uno de
ésos?
—Los magos oscuros —le dije, sacudiendo la cabeza con pesar—. No puedes
confiar en ellos.
—¿Esperas que me crea que uno de sus aliados se lo lanzó?
Me quedé sorprendida, incluso conmocionada.
—¿Qué otra explicación hay si no?
Marlowe empujó suavemente al tipo con su pie, dándole en las costillas.
—¿Es eso lo que él va a decir cuando se despierte?
—¿Quién sabe? Los magos son tan mentirosos… —No estaba preocupada. No
era probable que el capitán delatara a la persona que le había salvado la vida y Louis-
Cesare había prometido a Mircea que no haría nada que pudiera hacerme daño.
Entregarme a Marlowe definitivamente iba contra esa promesa. Parecía que los dos
teníamos secretos.
Aun así, seguía con mi bolso cerca de la mano, ya que aún había otros
dispositivos ofensivos dentro. Habría muchos más tan pronto como tuviera la
oportunidad de visitar a un viejo conocido en Las Vegas. Drac quería que siguiera
viva por ahora, pero ¿por qué? ¿Y por cuánto tiempo?
—Necesitamos tu ayuda —estaba diciendo Louis-Cesare, y pareció obtener la
atención de Marlowe más que con mis intentos de entablar una conversación. Les
dejé que hablaran porque vi una sombra que me era familiar pasando rápidamente al
lado de la puerta y entrando en una habitación al otro lado del pasillo. Si hubiera
estado más lejos, habría dejado que se marchase. Tengo un sentido excelente de la
dirección y normalmente no me pierdo, aunque los planos de MAGIC parece que
cambian cada vez que estoy allí. Podría ser un hechizo, una de sus muchas defensas
integradas o simplemente que yo estaba nerviosa. Sospechaba fuertemente que un
corrillo completo de magos oscuros serían mejor bienvenidos aquí que yo.

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Me encontré con otro vampiro, uno de los chicos de Marlowe, que entraba por la
puerta en ese momento, y le sonreí. Dejó al descubierto sus colmillos, pero al mismo
tiempo se encogieron lentamente, como si de verdad yo fuera a clavarle una estaca
delante de su maestro ya cabreado. Pasé al lado de él y crucé el pasillo, notando que
estaba inundado de trozos de hierro serrado que estaba medio enterrado en el suelo.
Normalmente, estos forman lo que pasa por decoraciones en los fortines y
candelabros del lugar, pero en épocas de ataque, se convierten en proyectiles letales
que apuntan a cualquiera que no está aprobado en la lista. Puesto que mi nombre no
estaba de ninguna manera en ese documento, me alegré al ver que parecían estar
inactivos.
Abrí la puerta empujándola y vi a quien me esperaba.
—Hola tío.
Radu, con su atuendo habitual de espadachín, de satén color champán en este
caso, se quedó helado al verme. Tenía la mirada culpable de alguien a quien los faros
de un coche pillan de pronto con un cuerpo, una pala y un agujero. Encontré su
expresión muy interesante, ya que no hay mucho que desconcierte a los vampiros
más viejos, especialmente no a los que han visto y hecho tanto como él había hecho.
Miré a mi alrededor, pero no había nada que pareciera fuera de lo normal.
Estábamos en una de las habitaciones pequeñas e insignificantes que llenan las
madrigueras de los niveles más bajos de MAGIC. Como la que estaba al otro lado del
pasillo; ésta parecía que pertenecía más a un hospital o a un laboratorio que a una
fortaleza sobrenatural. Pero no había cuerpos alienígenas en formaldehído u otra cosa
para explicar la expresión de Radu. Él sonrió de manera nerviosa; los famosos ojos de
color turquesa que una vez le habían dado el apodo de «el Guapo», estaban abiertos
de par en par y asustados.
—Deja de mirarme como si esperaras que saque un arma y vaya tras de ti —le
dije, irritada. No sé por qué hacía eso; la verdad es que yo nunca había intentado
matarle, pero seguramente se imaginaba que siempre hay una primera vez. Me senté
en el borde de un mostrador que había al lado y me encendí un porro, intentando
parecer informal para que se sintiera cómodo. Teniendo en cuenta la tensión que
prácticamente irradiaba de él, no parecía que lo estuviera consiguiendo.
—Vuelves a tener el pelo moreno —dijo, y luego se puso nervioso cuando se dio
cuenta de que hacer comentarios personales no era la mejor manera de comenzar una
conversación.
—Temporalmente.
Intentó que su sonrisa fuera más amplia, pero le temblaban los labios y
rápidamente dejó de intentarlo.
—Eh… ya hace mucho tiempo, Dorina.
—Dory, y sí, es cierto. —Pensé durante un minuto—. Veamos, la Segunda Guerra
Mundial aún no se había acabado. Lo recuerdo porque tú andabas quejándote de los
alemanes, que estaban hundiendo algún barco con un montón de material tuyo.

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—El bloqueo, ya sabes, alrededor de Gran Bretaña. —Hizo gestos de impotencia
—. Un problema enorme. Algunas de las hierbas más raras simplemente ya no se
podían encontrar en ningún sitio.
—Eso es. —Miré alrededor de la habitación a las filas de estanterías que
contenían ingredientes valiosos—. Apuesto a que ya no hay ningún problema para
obtener material poco común, ahora que trabajas en MAGIC.
No existía ninguna razón en el mundo para que Radu se sobresaltara por ese
comentario. El Senado le había utilizado durante el último siglo como uno de sus
investigadores raritos, deambulando por los niveles más bajos, componiendo Dios
sabe qué. No había nada de nuevo en eso, así que su reacción me interesó. Pero ya
que sabía que tenía casi la misma posibilidad de sacarle información que de que el
mundo de los vampiros me votara como la más popular, cambié de tema.
—Ahora estoy trabajando con Louis-Cesare, ¿te lo ha dicho alguien?
Asintió con la cabeza vigorosamente.
—Mircea me comentó algo. ¿Y qué tal os lleváis vosotros dos?
—Fenomenal, hasta que apareció Jonathan.
Miré a Radu cuidadosamente, pero no hubo ninguna señal que me indicara que él
reconocía ese nombre. Y si lo hubiera reconocido, se le habría notado. Nunca dejaba
de asombrarme que él y Mircea fueran hermanos.
—¿Quién?
—Nada. —Le puse una de mis sonrisas más dulces y, por alguna razón, él
palideció—. Estoy muy contenta de haberte encontrado, tío. Necesito un favor.

—Existen tres grandes casas de los duendes de la luz. —Eso me lo había dicho el
pequeño vampiro indefinible que Radu había sacado de algún sitio. Olía a libros
mustios y antiguos, y a polvo, y era completamente gris: el pelo, los ojos, la ropa y
los dientes. Pero el ratón de biblioteca sabía de lo que hablaba; por una vez, el tío
resultaba útil—. Los blarestri o los elfos azules son los que actualmente gobiernan,
pero su autoridad no es firme porque su rey no tiene heredero; o más bien, tiene un
hijo, el príncipe Alarr, pero él no puede gobernar.
—¿Por qué no? —Me senté encima del escritorio rebosante, un escritorio de
persiana enorme como algo sacado de Dickens, que ocupaba la mayor parte de la
pequeña oficina. El vampiro era uno de los escarabajos de Marlowe, un grupo unido a
la red de espionaje que actuaban más como bibliotecarios que como espías. Era uno
de los responsables de estar al tanto de la información sobre los duendes, y Radu le
estaba cobrando un favor que le debía para que él me permitiera intercambiar un par
de ideas durante media hora. Hasta ahora, no había obtenido mucho.
—Alarr es medio humano, y la mayor parte de la sangre del gobernador siempre
tiene que ser sangre de duende —explicó el escarabajo—. Pero hay algunos que
dudan que él intente seguir lo establecido si le privan del trono. La gente teme una

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guerra civil ya que si el rey muriera, ya hay otro pretendiente. La hermana del rey se
casó con un noble svarestri y tuvieron un hijo con la sangre completamente de
duende de sangre real blarestri. Lo llaman Ǽsubrand, que significa «la Espada de
Ǽsir».
—Sólo he entendido una palabra de las siete que has dicho —le dije sinceramente
—. Volvamos atrás. ¿Quiénes son los svarestri? —El curso preparatorio sobre la
política de los duendes ya me estaba dando dolor de cabeza; y ni siquiera me podía
quejar porque yo había preguntado por ella.
—Los elfos negros, tal y como se les conoce, son la segunda gran casa del reino
de la Fantasía. Y debido a que los alorestri, los elfos verdes, nunca han mostrado
demasiado interés por la política, son los svarestri los que presentan la mayor de las
amenazas para el gobierno de los blarestri. —Se detuvo para encender una pipa—.
De hecho, según la leyenda, ellos gobernaron una vez, hace mucho tiempo, cuando
los Ǽsir caminaban por la tierra.
—¿Los qué?
—¿Cómo has podido vivir tanto tiempo y ser tan ignorante? —preguntó,
irascible.
—Los Ǽsir eran los señores de la guerra —dijo Radu.
El escarabajo lo miró con aprobación.
—Bastante. Cuentan que amaban más la guerra que el aire que respiraban: Odín,
Thor y todos ésos. Ellos desplazaron a Vanir, los dioses de la fertilidad más antiguos
y desterraron a sus seguidores, los blarestri, de Eluen Londe…
—¿Qué?
—Eluen Londe. —Lo miré, con cara de no entender—. ¡El reino de la Fantasía!
—aclaró impaciente—. Entregaron su gobierno a aquellos que se comprometieron a
su servicio, los svarestri, que lo gobernaron hasta que los Ǽsir se marcharon.
—¿Se marcharon adónde?
—Bueno, ése es el gran misterio, ¿no es así? —preguntó Radu excitado—. Nadie
lo sabe. Un día, plaf, simplemente ya no seguían estando allí.
Levanté una ceja, pero no pregunté nada. La verdad es que no me importaba
adónde se podrían haber ido de vacaciones unos seres míticos.
—De acuerdo, ¿y si hablamos de historia más moderna? ¿Cuál es la situación
ahora?
El escarabajo parecía ligeramente perturbado. Titubeó durante un rato, pero la
conclusión fue que los vampiros no sabían nada. Había rumores de revuelo en la
capital de los duendes y nadie había visto al rey durante semanas, pero nadie podía
decir si eso significaba un golpe de Estado. Había pasado por toda esa lección de
historia y no había descubierto absolutamente nada útil.
—Todo lo que quiero saber es por qué una parte de los duendes quisieron
matarme —dije acaloradamente.
Los labios del escarabajo se abrieron lo bastante como para mostrar los colmillos.

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—¿No es lo que quiere hacer todo el mundo? —Radu me metió prisa para que
saliera antes de que pudiera averiguar si el pequeño cuerpo regordete del vampiro
entraría en el repleto escritorio.

Radu me escoltó hasta los alojamientos de Marlowe, luego se excusó y desapareció


en dirección a su laboratorio. Cerró la puerta y esperó unos cuantos segundos para ver
si yo le había seguido y continuó hacia la pared blanca que tenía enfrente cuando yo
lo había detenido. Sabía esto porque había dejado un Ojo de Argus atado alrededor de
la parte de atrás de una silla cercana. En cuanto Radu desapareció de la pared, me
metí en el laboratorio, recuperé mi pequeño globo ocular y lo volví a poner en mi
llavero. Era el momento de averiguar lo que tenía al tío tan nervioso.
La entrada oculta a un pasillo esculpido en piedra arenisca local no estaba
protegida. Me detuve cuando me di cuenta de eso, bastante preocupada, ya que donde
el Senado no tiene guardias, tiende a tener cosas incluso más malvadas. La mayoría
de los hechizos protectores están designados para mantener a algo o a alguien fuera
de la zona, o para activar la alarma cuando un intruso pasa a través de ellos. Las
trampas explosivas se usan cuando al Senado no le interesa hacer un interrogatorio y
sólo quiere muerto a cualquier curioso, y eso normalmente ocurre de una manera
bastante desagradable.
Me llevó mucho tiempo recorrer el pasillo, porque estaba convencida de que una
trampa me estaba esperando en algún sitio y tuve que comprobar cada pisada antes de
atreverme a seguir adelante. Tengo un talismán que hace que cualquier trampa
mágica en una zona de medio metro sea visible, pero tarda veinte segundos más o
menos en activarse otra vez cuando se necesita otra lectura. Tenía que moverme
medio metro, esperar, hacer que el encantamiento hiciera su tarea, obtener una lectura
negativa y volver a empezar con todo el proceso de nuevo. Era una de esas cosas que
hacían que quisiera chillar.
Pude adivinar por el olor que Radu había entrado por la puerta izquierda de las
dos que había al final del pasillo. Era bastante extraño, ya que él odia el océano, pero
Radu siempre olía como un día en la playa: sal y ozono. Hoy, eso estaba recubierto
con algo más, un aire rancio y extraño que yo no podía reconocer. Puesto que mi
catálogo cerebral de olores es bastante amplio, eso debería haberme preocupado más
de lo que lo hacía. Pero en vez de angustiarme me había impacientado, lo que a su
vez hacía que estuviera más impulsiva de lo normal, aunque las cosas probablemente
habrían ocurrido de la misma forma en cualquier caso.
En cuanto mi encantamiento dio una lectura negativa en todas las sorpresas, abrí
la puerta y me deslicé dentro. Me vino a la memoria aquella vieja historia sobre la
mujer o el tigre, y tuve tiempo de pensar que era obvio que yo elegiría lo último,
antes de que la cosa estuviera sobre mí[1]. Olí el aliento fétido de algo que había
estado tomándose un bocado de carne cruda recientemente y no se había preocupado

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en limpiarse los dientes, sentí garras en la parte delantera de mi chaqueta y escuché el
familiar zumbido en mis oídos que precede a un periodo de locura inducida por un
dhampir.
Cuando recobré los sentidos, me encontré a Radu pinchándome con un palo.
—¡No, no, no! —estaba cantando, y por el estado áspero de su voz, sonaba como
si hubiera estado chillando durante un rato. Era bastante extraño, teniendo en cuenta
el nivel de ruido, que nadie más se hubiera unido a nosotros, a menos que se contaran
las varias cosas extrañas encogidas de miedo en las esquinas. Era difícil verlas porque
una pantera que parecía prehistórica, del tamaño de un caballo pequeño, estaba tirada
sobre mi pecho, su cuerpo inerte, sin vida. Puesto que mis manos aún estaban
enterradas en su garganta, no tuve que preguntar qué era lo que la había matado.
Cuando por fin mi visión se aclaró del todo, me di cuenta de que Radu, estaba
intentando quitarme esa cosa de encima a golpes. Su puntería no era demasiado
buena, y me alcanzaron tantos golpes como al que acababa de morir. Me dolían las
costillas lo bastante como para hacerme saber que esto había durado un buen rato.
Me incorporé, echando el cuerpo a un lado y cogiendo el palo mientras descendía
de nuevo. Intenté no darme cuenta de que muchas de las criaturas en las esquinas
inmediatamente comenzaron a comerse los restos del gatito.
—Estate quieto de una vez. Ya tengo suficientes moratones.
—Dorina, ¿no estás herida? —Parecía conmocionado. No sé cómo cree la gente
que he vivido tanto como lo he hecho. El rumor es que tengo mucha suerte, y aunque
no lo niego, ésa no es la única razón.
—No, no me apetecía sentirme comida de gato. —Me miré todo el cuerpo, pero
todas las partes parecían estar presentes y no faltaba ninguna, aunque ninguna tenía
una pinta especialmente buena. Había un montón de sangre, de la que la mayoría no
era mía, y unos pocos mechones de pelo pegados en la parte de arriba.
—¡Mierda! —Me quité la chaqueta y la levanté a la luz. Largas marcas de cortes
habían perforado el duro cuero y me dejaba ver partes de la habitación. Su grosor le
había evitado a mi cuerpo bastantes laceraciones, pero eso no me hacía sentir mucho
mejor.
—Ésta es la segunda vez en menos de un día —me quejé—. El Senado va a
recibir una factura para un nuevo fondo de armario si esto sigue así.
—¡Estás bien de verdad! —Radu lanzó sus brazos alrededor de mí e hizo que
apretase los dientes del dolor cuando apretó las heridas que las partes del jet me
habían hecho en la espalda—. ¡Estaba tan preocupado, Dorina! No podía pensar en lo
que le diría si…
—Sí, odiaría que mi muerte te causara problemas con papá —le dije con un
sarcasmo evidente. Parecía que Radu no sabía cómo responder a eso, y no es que no
le diera la oportunidad—. Y bueno, ¿qué mierda de sitio es éste? —Me di cuenta de
que ninguna de las criaturas, algunas en cajas y otras caminando sueltas, me
resultaban familiares.

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Las dos cosas que se comían al animal muerto daban la sensación de que alguien
había golpeado una rata gigante y el contenido de un contenedor de la basura con un
dislocador: nada tenía sentido y nada estaba donde se suponía que tenía que estar.
Una de las ratas parecía haber agarrado una pierna humana, lo que en un principio yo
pensé que se estaba guardando para el postre. Aparté la vista cuando me di cuenta de
que estaba unida al lateral de una cadera peluda y se estaba moviendo lentamente
como si intentara ganar una posición en el suelo resbaladizo por la sangre.
Después de cinco siglos de horrores, había ya muy poco que me pudiera
sorprender. Aún podía sentir asco, pero hubiera dicho que «aterrada» ya no estaba en
la lista de mis sensaciones. La última vez que lo había sentido había sido durante la
Primera Guerra Mundial, cuando un cazador me metió en las trincheras en Francia
justo después de la batalla del Somme. Una montaña de cadáveres, demasiado
destrozados y empapados de sangre para descubrir a qué ejército habían pertenecido,
se cayeron encima de mí mientras un vampiro resucitado y yo estábamos jugando al
escondite. Excavar para poder salir no había sido muy agradable. A veces aún sueño
con ello, aún sueño con caerme en una cama de fango, cuerpos descompuestos
empujándome por todos lados, la tibia de alguien manchada de lodo clavándose en
mis costillas y ratas del tamaño de conejos comiéndose el festín que el hombre, en su
infinita estupidez, les había suministrado. Unos pocos hombres en el montón aún
seguían vivos, aunque estaban ocupados en expectorar lo que había en sus pulmones
en jirones espumosos de color rosa, cortesía de un ataque reciente de gas mostaza.
Realicé algunas matanzas piadosas y salí volando de allí, dejando al resucitado
detrás. Era la única vez en mi vida que había salido corriendo de una cantera y no
estaba orgullosa de eso. Pero al menos creía que había visto la cara más fea de la
humanidad.
Estaba equivocada.
Creo que fue el conocimiento instintivo el que me dijo que, fueran lo que fueran
esas cosas, su creación no había sido accidental. Observé algo con una cabeza de lobo
y un cuerpo gigante de lagarto colocándose en el suelo y dirigiéndose hacia nosotros;
su boca fuerte y llena de dientes chorreaba saliva en el suelo y sentí tanta pena como
repulsión. Esos dos sentimientos fueron eclipsados un momento más tarde por una
marea apresurada de ira pura.
—¿Esto qué es, tu nueva afición, Radu? —No me extrañaba que no hubiera
querido que lo siguieran—. Y yo diciéndole a alguien hace poco que uno de mis tíos
estaba medio cuerdo. Supongo que tendré que replantearme lo que dije, ¿no?
—Por favor, Dorina, no es lo que piensas…
—¡El nombre es Dory! —Me di cuenta que había agarrado a Radu de tal forma
que si hubiera sido humano le habría roto más que unas cuantas costillas. Lo aparté
de mí y él se fue haciendo eses hasta acercarse a lo que quedaba del gatito, haciendo
que las cosas parecidas a ratas rechinasen sus dientes en dirección a él. Dio unos
cuantos pasos para atrás en mi dirección, pero se detuvo en medio, como si tuviera

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problemas para decidir qué peligro era peor. Si él había estado haciendo lo que yo
sospechaba, definitivamente el peor peligro era yo—. De acuerdo, dime lo que
debería pensar, porque ni siquiera querrás saber las ideas que se me están pasando por
la cabeza ahora mismo.
—Se supone que no tenías que estar aquí —lamentó Radu casi llorando—. ¡No
tenías que ver todo esto!
—Eso seguro. —El hedor procedente de las cajas y las vísceras que se estaban
comiendo las dos ratas estaba empezando a afectarme. Tan sólo porque yo oliese peor
no significaba que lo encontrara agradable—. Vamos. Me lo puedes explicar mientras
robo una chaqueta nueva.

Los aposentos de Mircea en MAGIC eran, como su propietario, refinados, ricos y de


algún modo intimidatorios. Claro que el simple tamaño podría haber tenido algo que
ver con lo último. Había una recepción protegida por un vestíbulo majestuoso, un
comedor íntimo, una biblioteca y un baño tan grande como mi oficina. Tenía dos
habitaciones grandes, una de las cuales era la casa temporal de Radu y cinco
pequeñas, supuse que para el caso de que alguien necesitara darle un hogar a una
horda de sirvientes. Al único que había visto hasta ahora era a un inglés viejo y agrio
(un vampiro, por supuesto) que Mircea le había prestado hacía mucho tiempo a su
hermano. Sospeché que había sido provocado menos por generosidad que por la mala
disposición constante de la criatura. Geoffrey me había mirado con cara de pocos
amigos cuando llegué, pero ya que Radu estaba conmigo, había tenido que dejarme
entrar.
Radu y yo nos refugiamos en la suite principal. Paneles de nogal revestían las
paredes excepto donde una estantería empotrada interrumpía para exhibir una
colección impresionante de lo que seguramente eran primeras ediciones. Una antigua
alfombra Kashan de vivo color dorado, marrón y crema cubría el suelo. La cama era
enorme y se alzaba por encima del suelo con postes de madera robustos en las
esquinas que proporcionaban amarres para las barras de las cortinas que la perfilaban.
Las cortinas eran de terciopelo de color coñac con cintas para amarrar de satén
marrón oscuro que hacían juego con el edredón acolchado pecaminosamente suave.
Estaba bien saber que papi no se estaba privando de nada.
Radu se sentó encima de la cama y me miró con ojos aprensivos mientras yo
elegía una chaqueta del enorme armario antiguo de Mircea. Los tallados eran
rumanos tradicionales: árboles de vida florecían en cada puerta, y alrededor de ellos,
en un diseño elaborado, una cuerda retorcida, flores y dientes de lobo trataban de
alejar a los espíritus malignos. Teniendo en cuenta dónde estaba situado, creía que
estaba siendo optimista.
Aunque no me sorprendió verlo allí. A Mircea le encantaba el arte popular
rumano, en especial cualquier cosa hecha de madera, y había reunido una enorme

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colección con el paso de los años. Su principal hacienda, en un lugar aislado en el
estado de Washington, estaba repleta de esas cosas, desde puertas antiguas de gran
valor de Maramures, el centro de la artesanía en madera de la madre patria, hasta
cucharas baratas pero bonitas y talladas a mano que habían atraído su atención. O al
menos así estaba la última vez que me habían arrastrado hasta allí para una reunión
familiar en los ochenta. Nunca lo entenderé. Todo lo que yo poseo, excepto mi
colección de armas, puede caber en un coche pequeño. Me gusta que sea así, tener
movilidad y poder cortar mis ataduras, marchar y dejar a todo el mundo y todas las
cosas atrás en un momento, conduciendo hacia el amanecer…
—Creía que tenía que ser al atardecer. —No me había dado cuenta de que había
hablado en alto hasta que Radu elevó la voz.
—El amanecer es mejor. De esa manera, tienes un día completo de ventaja
respecto a cualquier noctámbulo que pudiera estar buscándote.
Hice caso omiso de un bosque de abrigos de telas muy caras con suaves solapas y
me decidí por algo más firme.
—Éste puede valer. —Saqué a la fuerza un abrigo de cuero en forma de capa de la
parte de atrás del armario y me lo puse sobre los hombros. Era de piel muy suave y de
color amarillo pálido con un forro marrón que parecía seda. Claro que era demasiado
grande, pero eso sólo significaba que podía ocultar más material debajo de él.
—Dory, no puedes decir nada de lo que has visto aquí. Tienes que prometérmelo.
—Radu me estaba mirando de la manera en la que un niño podría mirar algo a lo que
le salen tentáculos y rezuma pus que acaba de enfangar todo al salir de un armario.
Me estaba enfadando con él de nuevo.
—Tranquilo, no te voy a morder. —Cualquiera diría que yo era el vampiro aquí.
Cómo Radu había podido dirigir alguna vez un país en los difíciles y encarnizados
viejos tiempos era todo un misterio. El tipo se ponía nervioso si lo mirabas durante
mucho tiempo.
—Yo no soy… Yo no…
—Ahórratelo. Simplemente dime lo que está pasando. —Me tambaleé en una silla
de cuero de la época de los cuarenta. Se parecía a algo que a Bogart le hubiera
gustado y era decadentemente cómoda.
—Se supone que no puedo hablar sobre ello —protestó Radu, mirando a su
alrededor como si esperase que alguien le rescatara. Era muy poco probable. No
había visto a ningún sirviente aparte de Geoffrey y él no era del tipo heroico. Él había
intentado clavarme un cuchillo en la espalda la primera vez que nos conocimos,
supuestamente antes de saber quién era yo, pero lo máximo que me hacía era burla.
—Inténtalo.
—Es… son un experimento; o parte de uno.
—No sabía que te iban ese tipo de cosas. —No era la primera vez que había visto
intentar manipular a las especies. Por un lado, los demonios siempre estaban
intentando mejorar sus linajes de cualquier forma que pudieran, para ganar a los

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clanes rivales en la lucha interna constante, y los duendes habían estado haciendo
reproducciones selectivas durante siglos. Pero ésos eran intentos para mejorar las
especies, por muy extraños que les pudieran parecer a los de fuera y nada de lo que
había visto en el laboratorio me había parecido una mejora. Sin mencionar que yo
siempre había pensado que Radu, el científico loco residente del Senado, tenía algún
tipo de código ético.
—¡Yo no fui! ¡Yo no lo haría! —Radu se detuvo, enrolló el bonito cobertor de
Mircea haciéndolo una bola y me miró fijamente, parecía que estaba completamente
desconcertado—. Los capturamos en un asalto en una de las cazas del Círculo Negro.
Me pidieron que descubriera la razón por la que se creaban.
Me incliné a creerle, sobre todo porque ni siquiera podía imaginarme por qué el
Senado iba a desperdiciar en ingeniería genética tan valiosos recursos, y menos
durante una guerra.
—No los has guardado muy bien si son un secreto tan grande.
—¡Están muy bien guardados! —dijo Radu, ofendido—. Tú fuiste capaz de
atravesar los filtros sólo porque están preparados para dejarme pasar sólo a mí, o para
ser más específico, a cualquiera con mi sangre. Ya que las únicas otras personas que
cumplen con esa descripción son miembros de la familia en quien confío, era
infalible. —Parecía malhumorado—. Nos olvidamos de ti.
—Siempre lo hacéis. Entonces, ¿qué es lo que has descubierto? —Su expresión
pasó en un momento de una indignación moral a un tono evasivo y engañador.
Mentalmente sacudí la cabeza—. Déjame adivinar. Ésa es la parte de la que se supone
que no puedes hablar.
—¡Se supone que no puedo hablar de nada de esto! Y Dory, mejor que tú
tampoco lo hagas. Al Senado no le gustará que tú lo sepas.
Me encogí de hombros.
—Básicamente no les gusta que respire, así que, ¿cuál es la novedad?
Radu cruzó la habitación tan rápido que casi no me dio tiempo a verlo. Un
segundo más tarde yo estaba colgando a más de medio metro del suelo, mientras
aquellas manos que parecían delicadas me sacudían como a un perro. Justo cuando te
olvidas de que son vampiros…
—¡Prométemelo! ¡No puedes decir nada! El Senado se está tomando esto muy en
serio. Si se enteran de que tú sabes todo esto…
—¿Qué? ¿Me matarían? ¿Y en qué se diferenciaría de la situación que existe
ahora? —Forcejeé para quitarme de encima a Radu y me alisé las arrugas que sus
puños habían hecho en mi chaqueta nueva—. A propósito, tenemos que hablar. —Le
empujé hacia la silla que yo había dejado vacía y me incliné hacia él lo más
amenazadora posible con cara seria—. ¿Qué te parece si tú y yo discutimos el
problema mutuo que tenemos?
—¿Qué problema?

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—No te hagas el tonto. Estoy segura de que Mircea te lo mencionó, ¿quizá de
pasada? La fuga de Drac. —Radu asintió con la cabeza, tragando saliva. Parecía que
se estaba poniendo un poco enfermo y yo me tomé eso como una señal
esperanzadora. Mostraba que tenía cerebro y que conocía a su hermano—. ¿Qué
planeas hacer con eso?
—Ya lo he hecho —me dijo, señalando a su alrededor—. ¿Por qué te crees que
estoy aquí? No me gusta este sitio. Nada está nunca donde yo lo dejo, y siempre hay
algún miembro del Senado rondando por aquí, pidiendo informes de los progresos.
Podría trabajar de una manera mucho más eficaz en casa, pero Mircea dijo que Vlad
no intentaría cogerme aquí.
—No, supongo que no. —Teniendo en cuenta que él tendría que atravesar el
Senado y sus dispositivos de retención, el Círculo Plateado y su grupo de magos de la
guerra psicóticos y quién sabía a cuántos hombres lobos, duendes y lo que fuera que
estuviera rondando alrededor en ese momento, parecía una apuesta segura—. ¿Así
que cuál es el plan? ¿Estar aquí atrapado para siempre? No parece que vaya a ser muy
divertido, Du.
—Ya sabes que odio ese diminutivo tan absurdo —me dijo irritado—. ¿Por qué
no puedes dejar los nombres de la gente tal y como son? ¿Te causa algún tipo de daño
físico pronunciar una sílaba extra?
Sonreí.
—Parece que acabo de tocar tu punto sensible.
—¡Tonterías! —Radu se sentó un poco más derecho y me empujó para echarme
hacia atrás unos treinta centímetros más o menos. Hablar de su difícil situación
parecía que había evaporado mi potencial para causar miedo: no hay muchas cosas
que parezcan aterradoras al lado de Drac—. Mircea dijo que tú te encargarías de él
inmediatamente y que después me podría ir a casa.
Parecía molesto.
—¿Por qué no estás ya intentando cazarle en lugar de estar fisgoneando por aquí?
Pensaba que te gustaba matar cosas.
—¡Ajá! —Le di una palmada en la espalda—. Sabía que no era la única lista en la
familia. ¡Tú también lo quieres muerto! —Me fui a servir una copa al tipo. Se la
había ganado.
—¡Por supuesto que lo quiero muerto! —soltó Radu inmediatamente—. ¿Te
haces una idea de lo que le gustaría hacerme? Él siempre me ha despreciado.
—Así que estamos en el mismo barco. —Cogió el vaso de güisqui que le di
mientras me ponía cómoda sobre el cojín que había a sus pies, o lo intentaba antes de
ver cómo me caía de culo así sin más. Me levanté y volví a intentarlo, pero lo único
que conseguí es que volviera a pasar lo mismo. Esta vez, miré más de cerca la
banqueta, un taburete bajo grueso cubierto con cachemira y con flecos gordos en cada
esquina y noté algo raro, incluso para mí. Estaba levantado del suelo unos pocos
centímetros, sus pies no llegaban a tocar la alfombra.

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—Se tapizó con una antigua alfombra voladora —explicó Radu, viendo la manera
en la que lo estaba mirando—, y tiende a ser muy temperamental. Yo no… —Agarré
la cosa y me encontré con que, de repente, se meneaba como un perrito demasiado
enérgico. Se me escapó de entre las manos, pero yo salté encima y la sujeté—. No le
gusta que la utilice nadie excepto Mircea —dijo Radu—. Creo que hay otra silla en…
—Me gusta ésta —le dije, mientras el caballo salvaje trotaba y me lanzaba contra
el poste de la cama, estrellando mi muslo contra la dura madera.
—Yo tampoco le gusto —dijo Radu mientras yo cogía una de las cintas para atar
las cortinas del poste de la cama. El plan era sujetarlo, pero de algún modo, parecía
saberlo y se fue dando rápidos saltos en la otra dirección, sacudiéndome tan
salvajemente como pudo en el proceso—. De todas formas, no creo que Vlad te odie,
Dory —suspiró Radu—. O si te odia, es simplemente por accidente.
—Y por esa nadería de haber ayudado a atraparlo durante un siglo más o menos.
—Bueno, sí, por eso también. —Radu vació el vaso mientras yo luchaba para que
la cinta para amarrar las cortinas se enrollara alrededor de uno de los pies del cojín.
Al final lo conseguí, pero luego tuve que imaginarme dónde unir el otro lado para
poder tener una posibilidad de sujetarlo—. Pero a mí me tiene mucho más odio.
Mircea y yo somos hermanos, pero él y Vlad siempre fueron los amigos del alma.
Dos guerreros y un debilucho pedante: era ridículo —dijo agriamente—. Intenté
seguirles el ritmo, al menos al principio, pero no era bueno en eso. Incluso con la
mejor instrucción en el país, mi habilidad con la espada nunca fue mejor que la media
y era un desastre montando a caballo. La verdad es que aún lo soy.
—¡Vaya por Dios! La vida es injusta. —No sentí ninguna lástima en absoluto. El
cojín nos llevó hasta la estantería y se me ocurrió una idea. Cogí un montón de
volúmenes pesados y, efectivamente, sus travesuras se fueron reduciendo
perceptiblemente. Los metí a empujones debajo de mis pies y rápidamente cogí dos
más. El cojín lentamente comenzó a moverse hacia el suelo y pensé que ya lo tenía,
pero luego se levantó fuertemente y nos lanzó a mí y a los libros hacia el otro lado. Se
fue volando; los flecos se movían con prepotencia.
—Toma esta silla, Dory —me ofreció Radu, empezando a levantarse, pero yo le
dije que no con la mano.
—No, de verdad. Estoy bien. —Comencé a acechar al cojín, pensado en
destriparlo—. ¿Qué es lo que estabas diciendo?
—Bueno, sí, que las cosas se deterioraron después de que padre estuviese de
acuerdo en que fuéramos rehenes, claro. Efectivamente ellos se volvieron
inconmensurablemente peores. Yo me libré de gran parte de la tortura después de que
padre rompiera su tratado con los turcos y nos echaban a los calabozos. Yo debería
haber sido más fuerte, debería haberlos desafiado del mismo modo en que lo hizo
Vlad, pero no sabes cómo era. —Se pasó la lengua por los labios y puso el vaso a un
lado con una mano ligeramente temblorosa—. Vi el aspecto que tenían algunos de los
antiguos prisioneros, aquellos que habían estado allí dentro algún tiempo. Les

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faltaban las narices y los labios, tenían los dientes rotos, las extremidades arrancadas,
quemaduras por todos sitios…
—Sí, terrible, terrible. —Había visto cosas que hacía que los turcos parecieran
niños jugando, pero, por otro lado, Radu también. La gran diferencia es que él era
bastante joven, apenas un adolescente, si recuerdo bien, para estar tratando con esa
clase de cosas tan horrorosas. Puesto que ahora él estaba manejando el parque
zoológico del Senado, algo que me hubiera dado pesadillas, él tenía que estar hecho
de material más duro de lo que parecía.
De repente el cojín cambió su curso y pasó rápidamente entre mis piernas,
haciendo que me volviera a caer al suelo. Le lancé una mirada maligna; incluso los
muebles que había por allí me odiaban. Luego salté repentinamente y me lancé
encima de él. Puse a esa cosa malvada boca abajo y la até al poste de la cama antes de
que tuviera oportunidad de intentar cualquier otro truco. Para cuando hube terminado,
estaba atado con las cuatro cuerdas para atar las cortinas, la sábana y varios objetos
del armario de Mircea.
—¡Venga! —Le sonreí triunfante—. Intenta moverte ahora, maldita sea.
Radu suspiró y se levantó para rellenar su vaso.
—Eso está muy bien, Dory, pero ¿cómo te vas a sentar encima ahora?
Uno de los flecos se agitaba, dando la impresión de que me estaba sacando el
dedo. Muy bien. Podía quedarse así hasta que se pudriera. Me dejé caer en la silla que
Radu había abandonado y le lancé a aquella cosa una mirada fulminante.
—¿Adónde quieres llegar, tío?
Se apoyó contra la barra y me observó con sobriedad.
—Sólo quería decir que yo fui débil. Me ofrecieron una salida y yo la cogí. Vlad
nunca me perdonó por eso, por dormir con el enemigo, como se dice en esta época. Y
luego, claro, él piensa que lo traicioné y le robé su trono.
—Le traicionaste y le robaste su trono.
—Bueno, sí, pero sólo después de que él se volviera completamente loco —dijo
Radu impaciente—. No era estúpido, Dory. Sabía que los turcos estaban intentando
utilizarme, pero teníamos que hacer algo con Vlad. Nunca he olvidado la visión de
los cadáveres, miles de ellos, empalados vivos con una estaca en los campos
alrededor de Tirgoviste. En todos estos años, nunca he visto nada igual.
—Hubo mucho más muertos en algunas batallas de las guerras mundiales.
—Sí, pero no con esa… esa precisión, esa intención. Ya sabes, hacía que
colocaran las estacas en formas geométricas, para así poder regodearse contemplando
las imágenes que montaba.
—No, no lo sé. A mí me habían dado a un grupo de gitanos, ¿te acuerdas?
—Ah, sí. —Radu me miró ligeramente—. ¿Cómo te fue eso?
Lo miré fijamente. Quinientos años después y finalmente se atrevía a preguntar.
—¡Oh! Estupendo. Tenían gatos por todos lados para alejar a los ratones de la
comida, y a mí para matar a cualquier vampiro que intentara comérselos. Buenos

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tiempos. —Bueno, hasta que todos acabaron muertos.
—Ah, qué bien.
Me callé una réplica. Estaba recordando rápido por qué normalmente evitaba las
conversaciones con Radu.
—La cuestión, si dejas que te lo explique, es que los dos tenemos el mismo
enemigo. Vale… —Levanté una mano para evitar otro montón de recuerdos
sentimentales—. Drac podría estar planeando una despedida más elaborada para ti,
pero aún está en sus planes que yo muera y eso no entra en los míos.
—Entonces, sería mejor que le dijeras a Mircea que tú no vas a ir tras él. Necesita
saberlo para planear algo distinto.
Lo observé a través del vaso pesado de cristal. Una docena de pequeños Radus
me devolvieron la mirada, cada uno de ellos tan ingenuo como el anterior.
—¿Y cuál crees que es exactamente su plan de emergencia? ¿Quién estaría lo
bastante loco como para enfrentarse a Drac? Incluso aunque no estuviéramos en
guerra creo que se podría decir que ésta es una misión que la mayoría de la gente
dejaría pasar. —La verdad es que yo conocía a unos cuantos cazadores de
recompensas que podrían ser lo bastante estúpidos como para intentarlo, siempre y
cuando obtuvieran la cantidad adecuada, pero dudaba que consiguieran algo más que
insultar al tío. Justo antes de que él los convirtiera en carne picada.
—Mircea se ocupará de eso —ofreció Radu de forma poco servicial—, pero está
intentando concretar una reunión de los seis senados.
—¿Por qué? —Tener a un grupo de vampiros jóvenes locos alrededor ya era
bastante.
—Por la guerra, claro. Se está volviendo bastante molesta.
Decidí dejar esa conversación para otro momento. Cuanto menos supiera acerca
de lo que Mircea estaba haciendo, mejor podría dormir.
—Así que, bueno, tenemos un enemigo en común…
—Eso es lo que tú dices.
Respiré hondo y lo intenté una vez más.
—Tal y como yo lo veo tenemos dos posibilidades. Podemos escondernos aquí
por miedo hasta que Drac obtenga la fuerza suficiente para entrar y cogernos a los
dos o podemos ponernos a la defensiva. Yo prefiero esto último, ya que dejar que él
tenga el poder es una buena manera de acabar muertos o algo incluso peor —añadí,
teniendo en cuenta que seguramente Radu tenía razón en lo que se refería a los planes
de su hermano.
—¿Y cómo vamos a hacer eso? Ya te lo he dicho, no soy un luchador, Dory. Ese
ejército que yo dirigí era turco, y sus comandantes también lo eran. Yo sobre todo,
estaba allí como una figura decorativa para que la gente considerara como su
gobernador a alguien de las viejas familias en lugar de a un príncipe turco. No
tomaba ninguna decisión.
—No tendrás que luchar contra él —le aseguré a Radu.

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—¡Ah, bueno! —Parecía aliviado.
Acabé mi bebida y le di una palmadita en la pierna con cariño.
—Tú eres el cebo.

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Como me había esperado, Louis-Cesare tenía más problemas con eso que Radu. El
tío era lo bastante listo para darse cuenta de que si había que escoger entre enfrentarse
a Drac cuando estuviera desprevenido o esperar a que él reuniera a más seguidores, lo
primero era infinitamente preferible. Lo único que se nos ocurrió que podía obligarle
a actuar antes de estar listo era la posibilidad de cogernos a los dos en una zona
desprotegida. Y eso significaba un cambio de escenario.
No me sorprendió en absoluto que Louis-Cesare no estuviera contento. No le
gustaba la idea de que Radu dejara los límites relativamente seguros de MAGIC y que
se fuera a su hacienda en el campo, a pesar del hecho de que decía que la casa y los
terrenos eran un laberinto de trampas mágicas que Radu se había pasado años
desarrollando. Parecía que cada vez que se inventaba algo nuevo para el Senado, lo
probaba en su casa. Para nuestros propósitos, eso era perfecto. Drac nos encontraría
muchísimo más preparados de lo que él se esperaba. No obstante, Louis-Cesare
parecía incapaz de entender ese pequeño punto.
—¡Lo prohíbo por completo! Juega con tu propia vida si tienes que hacerlo, ¡pero
no con la suya!
—Creo que eso lo tiene que decidir Radu, ¿no crees? ¿Es tu maestro o viceversa?
Radu, que estaba supervisando el cargamento de un montón de cajas grandes y
apestosas en un camión, nos ignoró pretenciosamente. Se estaba llevando con él su
parque zoológico de horrores genéticos para continuar con su trabajo en el laboratorio
de su casa y la fuerte e inusual tormenta que estaba cayendo estaba haciendo que el
traslado fuera difícil. Al contrario de la creencia popular, en el Mojave llueve a veces,
pero la tierra seca y apelmazada no absorbe bien el agua. Salté por encima de un
charco rojo anaranjado que se había formado rápido y que se estaba filtrando en el
cemento mientras Du pinchaba una garra gigante con una picana eléctrica. Había
salido a rastras entre las barras de una caja y había cogido a uno de sus ayudantes.
Era obvio que ocuparme de Louis-Cesare era cosa mía.
—Estoy intentando que él esté seguro —estaba diciendo ferozmente—. Algo que
parece que a ti te es completamente indiferente.
Le eché una mirada firme.
—Nuestro trabajo es encargarnos de Drac, no proteger a Radu.
—No sacrificaré a mi maestro sólo para que puedas vengarte —me informó a
secas.
—¡Esto no tiene nada que ver con vengarme! Se trata de salvar a Claire.

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—Entonces no intercambiaré la vida de Radu por la de la mujer. Si podemos
atrapar a Drácula sin poner en peligro a Radu, está bien; si no…
—¿Lo dejarías escapar? —Lo miré fijamente, pero su cara era absolutamente
implacable. Lo decía en serio. Realmente el terco y engreído hijo de puta
condescendiente lo decía en serio. ¡Y éste era el tipo que Mircea había mandado
conmigo para ayudarme! Controlé el impulso de golpear la cabeza de Louis-Cesare
contra el suelo y sonreí.
—De acuerdo. Vamos a volver a repasarlo todo —le dije inteligentemente.
—Ya he escuchado bastante. —Ésa fue la respuesta grotesca que obtuve—. Tú
eres imprudente y un peligro para ti misma y para cualquiera que esté cerca de ti. No
sé…
—¿Que soy imprudente? ¿Quién fue al que casi matan en el avión?
—No sé cómo has sobrevivido tanto tiempo. Pero no permitiré que cometas un
suicidio y te lleves a lord Radu contigo. Haremos otros planes. Te informaré de ellos
cuando lo crea necesario. —Se dio la vuelta en dirección al tío y comenzó a alejarse.
—¡Eh! —Le agarré por lo que tenía más cerca, que resultó ser su poncho para la
lluvia—. ¿He dicho yo que la conversación ha acabado?
La temperatura del aire que nos rodeaba subió vertiginosamente.
—Te recomendaría que me quitaras la mano de encima, dhampir, mientras aún
siga unida a tu cuerpo.
—¡Oh! Ésa es buena, viniendo de ti.
Los ojos azules se entrecerraron peligrosamente.
—¿Y qué significa eso?
—Significa que tienes la costumbre de violar mi espacio personal. Dime, ¿es eso
algo francés o es que simplemente te gusta tocarme?
La sangre bajó por su cara, escurriéndose de sus mejillas hasta desaparecer.
—Te crees que puedes decirme lo que te venga en gana y yo no puedo sino
aceptarlo debido a tu padre.
Pestañeé sorprendida. Yo le había dicho algo así a Marlowe, pero sólo como un
insulto. No acostumbraba a esconderme detrás de la reputación de papi. Yo ya tenía
una propia y había jodidamente pocos vampiros que se olvidaran de ello.
—Mircea me mete en más líos de los que me saca —le dije de modo cortante—.
La situación actual incluida. La única razón por la que no te dejó clavarme una estaca
en Nueva York fue porque está hasta el cuello y quiere que yo se lo resuelva. Otra
vez.
—¡No entiendes nada! —Louis-Cesare radiaba ira como calor—. Hoy me han
dicho una docena de veces que estaba loco por atacarte delante de él, loco por pensar
que mi opinión valdría algo contra la opinión de su única hija verdadera, ¡su única
hija viva!
Me atraganté, sorprendida entre una risa y una maldición.

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—Alguien se ha estado quedando contigo, y mucho. —Louis-Cesare parecía
confundido—. Han estado bromeando a tu costa —le expliqué—. Créeme, el único
valor que tengo para Mircea es todo lo que pueda hacer por él. Soy otra arma en su
arsenal, nada más, y toda la comunidad de vampiros lo sabe.
—¿Y tú qué sabes de la comunidad? —preguntó Louis-Cesare—. ¿Cuándo has
vivido entre nosotros, Dorina? Tú eliges quedarte al margen de nuestra sociedad para
atacar nuestras debilidades, ¡pero nunca has sido parte de nosotros!
El rencor estremeció todo mi cuerpo y sentí un escalofrío.
—¡Sí!, yo elijo. ¡Oh! Me pregunto por qué será. A lo mejor porque cada vez que
me acerco a vuestra sociedad, ¡alguien intenta matarme! No como tú. —Lo miré de
arriba a abajo, con un desprecio que ni siquiera me preocupé en esconder—. De la
línea Basarab sin ninguna traza de sangre impura, miembro del Senado, campeón de
duelos. ¡Eres un maldito héroe vampiro, Louis! ¿Qué sabes tú de mi vida?
—Más que tú de la mía, por lo que parece. —Los ojos de Louis-Cesare ardían con
fuego azul—. Durante siglos, mi propio maestro se negó a tener nada que ver
conmigo. Se me conocía como el marginado, el único que nuestra famosa línea no
quería que fuera parte de ella. Mientras tú, una dhampir con la sangre de nuestra
gente aún escurriéndose por tus manos, ¡eras bienvenida con los brazos abiertos! Te
ríes de ellos, los menosprecias, amenazas con matarlos una y otra vez, y ellos aún te
quieren. Sin embargo, yo, cada avance que consigo ¡me lo echan en cara!
Parpadeé. El hecho de que nunca hubiera escuchado hablar de los descendientes
de Radu de repente tenía más sentido.
—¿Pero por qué te despreciaban? —Louis-Cesare era el perfecto descendiente, el
hijo valiente cuyos logros podrían cubrir las manchas de la página de la familia.
Como Drac. Como yo.
Su boca se torció agriamente.
—Pregúntale a tu padre si es que quieres saberlo. O a lord Radu. A lo mejor ellos
te cuentan la verdad.
—Te estoy preguntando a ti.
—¿Para qué? ¿Para qué preguntarme nada a mí? —inquirió de modo salvaje—.
Simplemente se me tolera por el momento porque el Senado está desesperado. Ya han
perdido a demasiados miembros en la guerra y podrían perder a más en poco tiempo.
Ahora necesitan fuerza, pero cuando la guerra se acabe…, las cosas serán como eran
antes.
Fruncí el ceño. Eso no me sonaba a Mircea. Si lo traicionas te cortará las pelotas
y hará que te las comas, pero nunca le había visto darle la espalda a un aliado.
Dudaba mucho que fuera a verlo ahora.
—Cuando todo esto se acabe, hablaré con Mircea —comencé, preguntándome
por qué me molestaba.
Me detuve porque Louis-Cesare se estaba poniendo morado.

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—¡No necesito tu compasión! —Se puso más cerca de mí, hasta que su cuerpo
casi tocaba el mío, pero no le dije nada. Él había mostrado tanto control, y ese aire
suyo de suficiencia en el coche: estaba bien ver algo de su arrogancia saliendo y
convirtiéndose en una emoción más sincera. Nadie más parecía notar todo lo que
llevaba dentro, pero yo conocía la ira. En la mayoría de la gente, era una emoción
superficial y pálida, mustia y tibia. En Louis-Cesare era incandescente.
—¿Qué necesitas? —Se me escapó antes de que pudiera evitarlo.
El tiempo se congeló durante un largo minuto sin aire. Luego, los ojos de Louis-
Cesare se inundaron de plata, derritiéndose en un calor candente. Me quedé tan
sorprendida por la transformación que tardé un momento en darme cuenta de que él
no parecía entusiasmado; parecía furioso.
—Tú sólo das un servicio a los de mi clase —dijo en voz baja, salvajemente—.
Cuando esté listo para eso, te lo haré saber.
Fue como un puñetazo en el estómago, un golpe limpio que te corta la
respiración. La verdad es que no tenía ni idea de qué decir. Luego un brazo se deslizó
alrededor de mi cuello, ahorrándome el problema de decir algo al casi aplastarme la
tráquea.
No me podía creer que alguien hubiera conseguido asustarme tanto; luego
escuché la voz de Marlowe y lo entendí. El maldito vampiro se movía tan suavemente
como el humo; era una de las cosas que lo hacían tan mortal.
—Ten más cuidado, Louis-Cesare. Recuerda con quien estás tratando.
Louis-Cesare le lanzó una mirada puramente maliciosa.
—¡Suéltala! Ésta es una discusión familiar.
—¿Familiar? —Marlowe no se preocupó en esconder su repulsa—. Estás
empezando a sonar como…
Le di un doloroso codazo en la ingle a Marlowe, luego salté hacia atrás para
ponerme fuera de su alcance.
—No sé cuál es tu opinión —le dije a Louis-Cesare furiosa, resistiendo la
necesidad de frotarme la garganta—, pero tendrás que consultarla con Radu. Ésta fue
una idea tanto suya como mía y él piensa que funcionará. Si quieres decirle a tu
maestro que es un idiota, vete y díselo. Luego cuéntame cómo fue, si es que
sobrevives.
Louis-Cesare había rodeado con fuerza el codo de Marlowe con su mano,
conteniendo al vampiro enfurecido, pero sus ojos estaban fijos en mí.
—Aún no hemos terminado.
Cabrón malvado; él había sido el primero que se había ido antes de terminar la
conversación hacía tan sólo un momento.
—La verdad es que creo que sí que hemos terminado —le dije y me fui hacia el
taller.
Por una parte estaba esperando a que me siguiera, a que me diera una excusa para
que lo atropellase. Pero cuando me alejé de ahí en ese Jaguar último modelo (el olor

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de la piel ni siquiera se había quitado aún), él aún seguía de pie bajo la lluvia,
hablando con un Marlowe que parecía enfadado. Me detuve al lado de Radu, que le
estaba dando a su asistente maltratado un sermón de cómo mantener la distancia
adecuada.
—Tu hijo es un maníaco —le informé.
Du suspiró.
—¿Qué pasa ahora?
—¡Estaba diciendo que no era bienvenido en la familia!
Radu se sobresaltó.
—¡Otra vez no!
—¿No es verdad?
—¡Claro que no! Al principio tuvimos que mantenerlo a distancia, pero todo eso
ya se ha acabado.
—¿El qué se ha acabado?
—¡Oh! Toda esa cosa del cambio de época —dijo Radu vagamente, como si yo
debiera saber de qué narices me estaba hablando.
—¿Qué cosa del cambio de época?
—Ya sabes. Antes, cuando los gitanos lo maldijeron.
—¿Louis-Cesare está maldito?
—Bueno, ahora no —dijo Radu, como si pensara que yo era un poco lenta—. En
la otra corriente de tiempo que Mircea alteró.
—Espera un segundo. ¿Mircea alteró el tiempo?
—La verdad, Dory, si tú estuvieras al día con tu familia, sabrías todas esas cosas.
—Ponme al día.
—En un principio, Louis-Cesare se convirtió en una maldición, no fue creado —
dijo Radu con una paciencia exagerada—. Algunos de los gitanos se enfadaron
mucho con él por algo y… no recuerdo los detalles. De todas formas, después del
cambio temporal, acabé siendo el que lo convirtió en un vampiro. Pero tuvimos que
mantener todo eso muy en secreto, tanto como nos fue posible; de lo contrario nos
arriesgábamos a alterar el presente. Y eso me incluía a mí; yo no podía estar ahí para
Louis-Cesare, porque por supuesto yo no había estado antes ya que ni siquiera lo
conocía. —Radu me miró de manera petulante—. Le expliqué todo esto a él, ya
sabes.
Parpadeé.
—¿Tan coherentemente como acabas de explicármelo a mí?
—¡Naturalmente! No pareció marcar ninguna diferencia.
—Du —le dije lentamente—. Existe una pequeña posibilidad de que él no te crea.
En una auténtica sinfonía de gestos, Radu puso los ojos en blanco, sacudió la
cabeza y suspiró.
—Nunca tengas hijos, Dory, los problemas no se acaban nunca.
—Soy dhampir —le dije entre dientes—. No podemos reproducirnos.

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—Bueno, entonces eso está bien. —Radu hizo un gesto con la mano.
—Voy a difundir algunos rumores sobre nuestro destino en Las Vegas —le dije,
cambiando el tema antes de que me viera tentada a estrangularle y ahorrarle el
problema a Drac—. Seguramente tarden un poco en llegar hasta allí, pero no hay
garantías. Ten cuidado. Te daré unas cuantas horas para que puedas ponerte a cubierto
antes de mencionar nada.
—Kit nos ha conseguido un escolta para nosotros. —Se dio la vuelta y miró
donde los chicos estaban trabajando—. Intenta no molestar a Louis-Cesare, Dory.
Está… un poco confuso en este momento.
—Entonces ya somos dos. —Mircea iba a tener que explicarme varias cosas la
próxima vez que lo viera.
—Intenta entenderlo, querida. Él no sabe dónde encajas tú. Tú eres dhampir, lo
que te hace totalmente inaceptable en su manera de pensar, pero también eres la hija
de Mircea y, por lo tanto, alguien a quien él le debe un grado de respeto. Él no
entiende que tú estás de broma cuando le tomas el pelo. Lo interpreta como una falta
de respeto.
—Entonces ha dado en el clavo —le dije, dejándole perplejo.

—Creo que no entiendes mi posición —le dije, haciendo una señal al camarero para
que me pusiera otra copa. El tipo era humano, pero lo único que hizo fue parpadear
por el hecho de que estaba hablando con un gnomo que medía tres menos de un
metro y con una nariz de unos treinta centímetros, ojos púrpura pequeños y brillantes,
y unas orejas en las que estaba creciendo un bosque de pelo blanco lo suficientemente
espeso para trenzarlo. Hacía juego con sus cejas y con la greña nevada sobre su
cabeza, pero la verdadera hermosura era la barba. Era de plata pura y casi tan larga
como él de alto. Había visto cómo se la había metido dentro de su cinturón
anteriormente, para evitar tropezar, pero esta noche la llevaba suelta, como un río por
su pecho. Era un rasgo extrañamente hermoso en un cuerpo por lo demás poco
atractivo y siempre me hacía sonreír.
Benny era un trol de bosque y esto era Las Vegas, la tierra de lo extraño. Pero aún
seguía sorprendida por la falta total de interés que todo el mundo estaba mostrando.
Las cosas habían cambiado un poco desde que había estado aquí por última vez.
Estábamos en un bar de demonios escondido en una calle trasera, en un salón
junto a la piscina en Caes Arz. Me habían dicho en su tienda que encontraría a Benny
allí, y sin duda, él había estado poniéndose ciego a margaritas, a juzgar por la mirada
con los ojos nublados que me echó.
—Ya lo pillo, ¿vale? —dijo, levantando una mano verrugosa para evitar que me
repitiera—. Tienes una tarea difícil y necesitas algo con más poder de lo que la ley
permite. Pero ya te lo estoy diciendo, yo no tengo nada.

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—Tú siempre dices eso. —No iba a aceptar un no por respuesta. Necesitaba
reponer existencias y parecía que era poco probable que el Senado me ayudara con
eso; especialmente ya que Mircea quería atrapar a Drac y no lo quería muerto, y
ninguna de las cosas que yo tenía en mente era de las que permitían que
sobrevivieras.
—Sólo que esta vez, lo siento, no es una táctica de negociación. Estamos en
guerra, ¿lo sabías? El Senado se llevó casi todo mi inventario; dijeron que estaban
confiscando contrabando. —Benny aceptó otra copa de un camarero cuyos ojos
nunca lograban centrarse completamente, y lamió el borde—. Y justo después de eso,
los malditos magos oscuros me atacaron por lo que quedaba. ¿Es que ya nadie
entiende el concepto de pagar por las cosas?
—Venga Benny. Te conozco. Tú nunca tienes todo en la tienda.
—Y ahora tampoco tengo nada en ningún sitio. —Suspiró y le dio una palmadita
a mi pierna—. Has sido una buena clienta, Dory, y me conoces. Siempre he sido
sincero contigo, ¿cierto? Pero son los tiempos que corren. El Senado es vulnerable y
su control se está desvaneciendo. ¿Quién sabe lo que va a pasar? Nadie, ésa es la
cuestión. Así que todos quieren protección, ¿no? Algo extra en caso de que las cosas
empiecen a desbaratarse. La verdad es que mi inventario cada vez disminuía más,
incluso antes del atraco. Y ahora… —Sacudió la cabeza—. No tengo nada.
Una madre que parecía preocupada caminaba al lado del bar, una niña la
acompañaba con un cono de helado cogido fuertemente en un puño. Los labios azules
brillantes de la chica formaron un «oh» asustado de sorpresa cuando vio a Benny, que
le soltó un guiño amistoso.
—¡Mami! ¡Mira el elfo!
—¡No te quedes mirando, Melissa! ¡Y no insultes a la gente!
Miré a Benny mientras arrastraban lejos de aquí a la pequeña, aún protestando
porque quería saludar al elfo simpático.
—Yo no diría que un talismán para ocultarse no es nada, Benny —observé
suavemente. Eran artículos caros que se usaban para que quien no supiera ya el
aspecto que alguien tenía, viera sólo una proyección. La excepción eran los niños
pequeños, cuyos cerebros aún no habían formado las ideas preconcebidas sobre la
manera en la que el mundo debería funcionar que el amuleto utilizaba como base.
Se encogió de hombros, sin disculparse. Benny era como la mayoría de su clase
cuando tenía que conseguir pasta. Vendería a su propia madre (que, después de todo,
había intentado comérselo), si obtuviera un buen precio por ella. El problema era que
creía que no tenía el dinero suficiente para pagar los precios que estaba pidiendo esos
días y que, sin duda, eran completamente exagerados. Casi siempre tenía razón; pero
hoy no era así.
—Bueno, es una pena. —Coloqué informalmente mi bolita amarilla brillante
encima de la barra del bar, al lado de su colección de sombrillas de papel de colores

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—. Ya sabes que preferiría hacer tratos contigo, pero supongo que tendré que ir a otro
sitio.
Sus ojos se quedaron fijos en el pequeño orbe y lentamente colocó su bebida
encima de la barra.
—Pensándolo bien, Dory, podría haber escondido algunos artículos especiales.

Después de un poco más de media hora, nos detuvimos ante un gran almacén.
—¿Unos cuantos artículos? —le pregunté cuando salíamos del Jaguar.
Benny se encogió de hombros y forcejeó con la cerradura pesada que había en la
puerta corrediza de metal grueso.
—He tenido este sitio durante años. Normalmente, lo suelo tener casi lleno.
Ahora, bueno… —Deslizó la puerta para abrirla—. Echa un vistazo.
Un espacio enorme y con eco nos recibió. Había palés vacíos destrozados junto
con un montón de cajas de cartón aplastadas y una carretilla elevadora oxidada. Los
fluorescentes brillaban de mala gana y me di cuenta de que en la parte de atrás había
algo que se parecía a una oficina.
—Por aquí —dijo Benny, eligiendo un camino a través de la basura—. Me llegó
un cargamento hace un par de días y, por suerte para ti, nadie ha pasado aún por aquí
para robármelo.
—¿Por qué no trasladas tu inventario a algún sitio donde ellos no puedan
encontrarlo?
—Si dejo algún material interesante por aquí, me permiten seguir llevando mi
negocio, y así no me matan. —La voz profunda y fuerte de Benny rebotó en las
paredes—. Ahora que estamos en guerra no es un buen momento para que la gente
empiece a verte como prescindible. El Senado sabe que tengo contactos que ellos no
tienen. Eso es lo que resulta de intentar sacar del negocio a artesanos durante
doscientos años; tienden a no querer hacer negocios contigo cuando te metes en un
aprieto.
Después de desarmar unas cuantas docenas de protecciones, Benny encendió los
fluorescentes de la claustrofóbica oficina y se metió por el lateral del escritorio que
estaba aún más desordenado que el mío. Yo me quedé atrás unos pocos pies en caso
de que cualquiera de los montones elevados decidiera caerse, y esperé.
—Pero no me estaba quedando contigo. Mi selección no es la que solía ser. —De
entre su escritorio de metal antiguo, sacó un maletín pequeño. Hubo una espera
mientras se desarmaban más hechizos y luego el cierre del maletín. Cuando por fin lo
abrió, me fue muy difícil mantener una cara de póquer adecuada mientras echaba un
vistazo al material que había dentro. Benny movió sinuosamente una ceja peluda
hacia mí—. Bueno, Dory, ¿podemos hacer negocios o qué?
Me incliné hacia delante para ver un poco mejor, asegurándome de que unos
cuantos de los artículos eran lo que yo pensaba que eran, y apenas evité sonreír

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abiertamente como un demonio. Oh, sí. Realmente creía que podíamos hacer
negocios.
Diez minutos más tarde, tenía cuatro desestabilizadores con la potencia de unas
veinte granadas humanas cada uno, y una de las mejores pociones de transformación.
Esto último era una sustancia espesa que ejecutaba un hechizo incluso sobre los que
no eran magos, como yo. Si te lo extendías por la cara, en unos pocos minutos podías
parecerte virtualmente a cualquiera. Tendía a causarme erupciones, pero había
muchas cosas peores que un caso malo de acné y con Drac detrás de mí, necesitaba
toda la ayuda que pudiera obtener.
Benny y yo estábamos regateando si cuatro o cinco esferas desorientadoras (que
te hacían sentirte muy mareado en el caso de los demonios, olvidar por qué estabas
luchando en el caso de los vampiros o perder el conocimiento en el caso de los
humanos) deberían completar el trato cuando un débil soplo de ozono de repente
reemplazó al olor penetrante y seco del desierto. Me caí al suelo y un momento
después, las ventanas de cristal que constituían la parte más alta de tres de las paredes
de la oficina se hicieron pedazos y cayeron hacia dentro, y una ola de fuerza lanzó
ruidosamente a Benny contra la pared negra de metal, reduciendo su cabeza de gran
tamaño a gelatina. Comencé a moverme más o menos al mismo tiempo que los
pedazos de vidrio roto golpeaban los cuadrados de la moqueta manchada.
Agarré la caja del lugar en donde se le había caído al suelo a uno de los brazos
golpeados de Benny y salté por una ventana que ahora ya no estaba en el lado
exterior de la habitación. Lancé una cara esfera desorientadora detrás de mí mientras
abandonaba la oficina, ya que ahora tenía en mi posesión doce y tardé un segundo en
echar un vistazo. Obviamente la oficina había sido una idea tardía; alguien que
decidió que los directores deberían tener un poco de privacidad y la situó cerca de la
salida de atrás. No obstante, no estaba lo bastante cerca. Me sumergí detrás de un
grupo de cajas de madera vacías y me pregunté si no estaría a punto de pagar mi
deuda kármica. A unos centímetros de allí, más cajas de madera y la mitad de la
pared explotaron como si las hubiera golpeado un puño gigante que no estaba allí.
¿He mencionado alguna vez que a veces odio la magia?
El problema era que no tenía un almacén lleno que me ofreciera bastante
protección, el triste estado del negocio de Benny se había quedado sin nada. Ya que
dudaba de mi capacidad de sobrevivir a un golpe de lo que fuera que me estuviera
atacando, las doce yardas hasta la puerta de atrás bien podrían haber sido mil,
especialmente ya que sospechaba con toda seguridad que me encontraría a un comité
de bienvenida esperándome fuera. Incluso si conseguía llegar hasta allí de una sola
pieza, no permanecería así durante mucho tiempo.
Y de nuevo lo olí, un parpadeo débil de ozono, como el primer aviso de una
tormenta que se acercaba. Me dije a mí misma que me estaba imaginando cosas.
Después de todo, había llovido últimamente. Pero, empapada en sudor, me estaba

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quedando congelada en la oscuridad, los músculos agarrotados y tensos mientras el
pánico helado me corroía la espina dorsal.
Otro destrozo de cajas de madera que estaban lo bastante cerca como para lanzar
astillas dentro de mis botas me planteó mi otro pequeño problema: podría no ser
capaz de moverme, pero tampoco podía quedarme donde estaba. Mi opción normal
cuando estoy protegida en una esquina es la de atacar a todo lo que veo, pero ya que
no había nada a la vista, decidí que tendría que intentar algo distinto. Los destrozos
en la oficina de Benny incluían los fluorescentes reventados, así que la única
iluminación era la tenue luz de las estrellas que se filtraba a través de algunas
ventanas mugrientas que había cerca del techo. Actuando con la esperanza de que
quien fuera el que estuviera en la parte de afuera no me podría ver mucho mejor de lo
que yo le pudiera ver a él, me eché hacia atrás desde la salida y fui hacia la carretilla
elevadora que había visto antes.
Me mantuve cerca de la pared ya que la zona más cercana a la puerta estaba
sistemáticamente destrozada. Una cosa buena acerca de todo el ruido es que no me
tenía que preocupar por ser cuidadosa. Por fin llegué al monstruo de metal y me subí
en él. Por supuesto, no iba a intentar conducirlo. No es muy probable que las
carretillas elevadoras sean capaces de correr más que un humano, y si eran magos con
velocidad mágicamente mejorada, hombres lobo o vampiros los que estaban detrás de
mí, la verdad es que estaba muerta. No obstante, proporcionaría una buena
distracción si pudiera hacerla funcionar. Puse un par de desestabilizadores de Benny
en el salpicadero, vacié el resto del contenido de la caja en los bolsillos espaciosos de
mi nueva chaqueta, encendí el motor y salté.
Cuando la mano invisible aplastó la cosa en pedazos unos pocos segundos más
tarde, yo ya estaba a medio camino corriendo por el suelo a toda prisa para llegar a la
puerta principal. Soy más rápida que nadie, excepto por los vampiros más viejos,
cuando quiero serlo, y sabiendo que los desestabilizadores iban a despedir gases me
dio el mejor aliciente que había tenido en mucho tiempo para lograr un nuevo récord
de velocidad. Aún estaba dentro del edificio cuando se produjo la explosión, pero
sólo parcialmente. La explosión me cogió y me lanzó contra la puerta corrediza que
se dobló y luego arrancó la carrilera. La hoja de metal arrugada y yo nos fuimos a dar
un paseo salvaje por todo el aparcamiento, haciendo saltar chispas contra el asfalto,
derrapé pasando un grupo de figuras oscuras y me abalancé contra un vehículo.
Di vueltas por debajo del chasis, pero no me quedé allí mucho tiempo. Un grupo
de manos poderosas me cogieron y me arrastraron hacia el otro lado, casi al mismo
tiempo que las piezas del almacén comenzaban a caerse alrededor de nosotros.
Demasiado para tener que preocuparme por la colocación del cuerpo de Benny,
pensé, mientras subía un pie para tocar la ingle de mi captor. Soltó una maldición que
apenas escuché ya que por un momento me quedé sorda por la explosión, pero una
caja de madera en llamas aterrizó casi encima de nosotros en el mismo momento en
que vislumbré su cara. ¡Oh, oh!

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—Do-ri-na. —Las sílabas eran como tres latigazos.
Tragué saliva y eché una sonrisa enfermiza. Cenizas y fuego continuaban cayendo
alrededor de nosotros, como una visión sacada del infierno, pero apenas lo notaba. ¿A
quién le importa el escenario cuando ya estás mirando al demonio?
—Tío.

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9

—Es una negociación bastante simple, Dorina. —Drac estaba sentado en su suite en
el Bellagio y me sonreía. Podría haber sido más eficaz si no hubiera notado en su
expresión sus ojos completamente fríos y muertos—. Esperaba que incluso tú lo
entendieras.
Está claro que todos los vampiros están técnicamente muertos, pero la mayoría se
las apaña para no parecerlo. A Drac no le importaba. No había ninguna razón en
absoluto para olvidar que el cuerpo alto y delgado que estaba cómodamente sobre el
sillón era, de hecho, un muerto frío como el hielo. No respiraba, ni parpadeaba, ni
tragaba saliva. Su piel era de un blanco mate que cualquier geisha habría envidiado, y
sus ojos eran de un verde opaco como el cristal de una botella de cerveza, sin ningún
centelleo en absoluto en lo más profundo de ellos. La sonrisa, la única expresión en
su cara, no tenía ningún significado en absoluto y hubiera quedado perfecta en el
maniquí de un centro comercial, sólo que habría puesto a los clientes muy nerviosos.
Yo también me estaba sintiendo un poco de esa manera.
—¿Qué parte de la conversación no has entendido? —Drac estaba hablando en
rumano, supongo que era porque le apetecía. O a lo mejor no quería que sus matones
lo entendieran. De todas formas, no me estaba haciendo mucha gracia. Mis recuerdos
del antiguo país constituyen un gran porcentaje de mis pesadillas, aunque no había
vuelto allí en casi tres siglos.
—La parte en la que yo conservo mi miserable vida a cambio de ayudarte —
respondí. Hablé en mi idioma. Si no le gustaba, me era igual.
—¿Crees que te traicionaría?
Me encogí de hombros intentando no parecer indiferente. Los vampiros son como
perros: el mostrar miedo sólo hace más probable que te corten en pedazos.
—Se me ha pasado por la cabeza. Después de todo, yo ayudé a que te atraparan.
Dudo que esté en la lista de tus amigos preferidos.
Parecía que Drac encontraba esto divertido. Los ojos no se llenaron de vida,
nunca había visto que esto ocurriera, pero la risa sonaba muy real.
—¡Ay Dorina! Te halagas a ti misma. —Se incorporó lentamente y volvió a
cambiar su expresión. Creo que podría haber sido un intento para parecer más serio.
La mayoría de las veces, su aspecto era simplemente inexpresivo. Los vampiros más
nuevos tienen ese problema muchas veces, hasta que se les ocurre cómo hacer que
sus rasgos muertos formen las expresiones adecuadas. Drac nunca había estado
realmente interesado en aprender.

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—Vamos a ser claros, ¿vale? Tú eres dhampir. Una criatura bastarda sin ningún
concepto del honor, así que ¿cómo puedes traicionar? Actuaste de esa forma por dos
razones: forma parte de tu naturaleza cazar a los de mi clase y mi hermano solicitó tu
ayuda. No puedo culparte por lo primero más de lo que podría culpar a una serpiente
por morderme o a un escorpión por picarme. Podría aplastarlos en las circunstancias
adecuadas, pero ¿culparles? No. Respecto a lo segundo, podrías haberte negado a las
órdenes de mi hermano, pero habrías sido tonta por haber corrido ese riesgo por mi
culpa. Yo no te habría dado las gracias por eso y mi hermano seguramente te habría
castigado. En tu posición yo habría actuado de la misma forma.
—Bueno, si no me guardas rencor, entonces me iré. —No me molesté en
levantarme; hubiera sido en vano y el matón que tenía detrás de mí parecía que estaba
esperando la oportunidad para volverme a sentar en cuanto pudiera. Preferiblemente
en pedacitos.
Ya había calculado las probabilidades de escaparme de allí y no me gustaban. Me
habían quitado el alijo de Benny junto con las otras armas y me habían dado un golpe
que me había dejado inconsciente durante el camino para llegar hasta donde estaba.
Eso no es fácil de hacer con un dhampir, y tenía la cabeza como si un martillo
perforador le hubiera estado dando golpes. Cuando me desperté, me encontré con que
Drac tenía a una docena de seguidores en la habitación y un conjunto de magos y
vampiros. Juntos, hacían que cualquier intento de correr hacia la puerta fuera un
suicidio.
No reconocí a ninguno de los vampiros que antes pertenecían al grupo antiguo de
Drac, pero tampoco ninguno de ellos era un bebé de días. Por ejemplo, el que estaba
detrás de mí era por lo menos un maestro de cuarto nivel y, por lo tanto, tenía que ser
un préstamo de alguien. Apostaba a que era de Rasputín, el autoproclamado líder del
otro bando enfrentado en la guerra. Tenía un montón de vampiros de repuesto, pero el
Senado acababa de dejarle en evidencia. Tenía que estar loco de contento con la
oportunidad de soltar a Drac contra el Senado. Podía mantenerse oculto y lamerse sus
heridas mientras el tío mantenía ocupados a sus enemigos, sin mencionar el privarles
de un miembro poderoso si tenía suerte. El hecho de que Rasputín estuviera aliado
con el Círculo Negro también explicaría lo de los magos.
Los vampiros estaban por allí aparentemente al azar, pero estaban lo bastante
cerca de las ventanas para asegurarse de que si incluso yo decidiera intentar tirarme
diez pisos abajo nunca lo consiguiera. La posibilidad que tenía de salir de allí
utilizando la fuerza era casi la misma que la de los idiotas del piso de abajo de ganar
en la ruleta. Pero a diferencia de ellos, una pérdida para mí podría ser permanente.
Drac continuó como si yo no hubiera hablado.
—Digamos que, por el momento, no eres nada más para mí que otro dhampir
cualquiera. Normalmente mato a todos los que son de tu clase y que son lo bastante
idiotas como para cruzarse en mi camino. Es una precaución, como un granjero que

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pone trampas para los ratones. Pero bajo estas circunstancias, estoy dispuesto a
hacerte una oferta de intercambio. Tu vida por que me ayudes con mi misión actual.
—Quieres que mate a Radu y a Mircea por ti.
Drac me miró fijamente durante un momento antes de empezar a reírse de nuevo
a carcajadas. Al menos le estaba dando entretenimiento, aunque aún tenía todos mis
órganos internos intactos.
—Se me había olvidado lo divertida que eres. —Drac se calmó después de un
momento, su cara sin expresión sustituyó a la risa de antes—. Admito que me
sorprende que nadie haya conseguido aún acabar con tu existencia, pero la verdad es
que sobrestimas tus habilidades si crees que tienes una posibilidad de eliminar a
alguno de mis hermanos. Hay que reconocer que Radu es un cobarde y un debilucho,
pero no es lo bastante estúpido como para confiar en cualquiera, y en particular en
alguien como tú. Y Mircea… siempre ha sido excepcionalmente difícil de matar.
Cuando dijo el nombre de Mircea, la cara de Drac por fin encontró una expresión:
odio. La intensidad de su emoción retumbó por toda la habitación, como la sensación
palpitante que se siente en el cráneo ante la inminencia de una tormenta. Y de repente
me di cuenta de que a lo mejor había estado equivocada con el objetivo principal de
Drac.
—Sí —asentí lentamente—. Se diría que tiene algún tipo de ángel de la guarda.
La cara de Drac se desencajó.
—Él no necesita uno. Siempre ha sido capaz de persuadir a otros para que se
sacrificaran por él. Nuestro padre nos envió a Radu y a mí a los turcos, pero su
preciado heredero se quedó a salvo a su lado. Mircea vivió como un príncipe mientras
Radu se prostituía para salir de los calabozos y a mí me torturaban cada día, ¡eso
durante años! —No tenía quejas sobre la falta de emoción de ahora. Sus ojos
brillaban—. Incluso la muerte estaba a favor de Mircea —soltó—. Cuando los perros
traidores de la nobleza lo lincharon, fue salvado por la misma maldición que estaba
hecha para destruirle.
Me quedé mirando fijamente los ojos verdes incandescentes y al final lo entendí.
Lo que yo había considerado locura estaba sonando mucho más a una envidia fuera
de control. Incluso podía definirlo de una manera más extraña. Mircea siempre
parecía estar seguro de su sitio en el mundo: él era Mircea Basarab, descendiente de
una casa noble y príncipe del mundo sobrenatural. Llevaba la seguridad de su valía
como una capa, mientras el bastardo que él había creado se estremecía en el frío.
—Siempre ha tenido mucha suerte —dije, y no todo el resentimiento en mi voz
era fingido.
—No esta vez. —En un segundo, la cara de Drac era una vez más una máscara
sin expresión. Me miró de cerca—. Aunque sea asombroso, tenemos algo en común,
Dorina. Un hombre nos ha hecho daño a los dos durante mucho tiempo. Él te hizo la
abominación que eres, condenada a vivir para siempre sola, rechazada, una

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marginada, mientras que a mí me condenó a una existencia de sufrimiento perpetuo
por un solo error.
Me moría por preguntarle lo que había querido decir, pero me mordí los labios
para quedarme callada. Preguntar a Drac era algo muy arriesgado. Nunca sabías
cuándo iba a decidir que ya había tenido bastante y comenzar a entretenerse en otras
cosas.
—No espero que te arriesgues a desafiarle —me dijo—. Simplemente quiero que
lleves a mis dos hermanos juntos a un mismo sitio. A algún sitio lejos del Senado y la
protección del enclave de MAGIC. Yo me ocuparé del resto. —Se quedó pensando
durante un momento moviendo las manos en una mala interpretación de Sherlock
Holmes—. Una residencia privada sería lo mejor, algún lugar retirado. La casa de
Mircea en el estado de Washington sería perfecta e iría muy bien. Con el bosque
circundante, se parece a nuestro antiguo hogar.
La conversación se estaba volviendo bastante surrealista. Mircea y yo no éramos
lo que se puede decir íntimos y yo le había amenazado muchas veces, en alto y en
público, con matarle. Pero ésta era la primera vez que alguien me había tomado en
serio. ¿Realmente Drac pensaba que yo odiaba tanto a Mircea como él lo hacía? ¿De
verdad se había olvidado de Londres o creía que un siglo había mitigado mis
recuerdos? Contuve un escalofrío. Ése no era el tipo de cosas que se te van de la
cabeza. Ni siquiera en un siglo, nunca.
—No creo que sea probable —comenté blandamente.
—¿Hay algún problema? —preguntó Drac, casi educadamente.
—Sí. En este momento Mircea no está en Washington. La última vez que lo vi
estaba en Nueva York y fue hace unos días, pero me dio la impresión de que no tenía
pensado quedarse allí mucho tiempo. Y no está en Las Vegas. Está en alguna misión
para el Senado, no estoy muy segura de qué tipo de misión, pero ahora que estamos
en guerra, dudo que vuelva a casa en bastante tiempo.
—Es posible. —Drac pensó durante un momento—. ¿Y Radu?
No dudé. Radu y compañía tenían una ventaja de cuatro horas, sin mencionar una
escolta del Senado. A decir verdad, simplemente un obstáculo menor: cómo
informarle de la jugada a Drac.
—Puede que tengas más suerte con él. Radu se iba a su casa y a mí me habían
invitado a ir con ellos como guardaespaldas hasta que otro equipo se pudiera reunir
para sustituir al que tú mataste.
—¿Por qué deja ahora el cubrimiento de MAGIC, sabiendo que lo estoy
persiguiendo? —Drac me miró con perspicacia—. ¿Estabas esperando, pequeña
dhampir, que yo mismo fuera tras él?
—Sí, esa idea se me ocurrió a mí. —No tenía ningún sentido negarlo, ninguna
otra explicación hubiera tenido sentido.
—¿Y dónde está la casa de Radu?

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—Nunca me ha invitado a cenar, así que la verdad es que nunca la he visto. Pero
está en California, una bodega de vino antigua que compró por una miseria en los
sesenta.
—¿Por qué piensa que estará a salvo allí?
Tampoco podía negar que sabía eso. Como guardaespaldas de Radu, no había
manera de que le hubiera dejado elegir la ubicación a menos que yo la hubiera
investigado y hubiera determinado que podía soportar un ataque.
—Mircea es miembro del Senado. Tiene un montón de enemigos, y Radu siempre
se ha visto como su punto débil. Algunos guardias destacados han sido colocados allí,
casi tan buenos como los de MAGIC, sólo por si alguien intentara llegar a Mircea a
través de su hermano.
Drac no hizo nada tan humano como relajarse echándose hacia atrás en su silla,
pero de alguna forma, aun así, daba la impresión de estar satisfecho.
—Bien. Entonces él mismo piensa que está a salvo. Como su protectora, tendrás
razones para averiguar la naturaleza exacta de esos guardias. Me comunicarás esa
información y te las apañarás para tener a mis dos hermanos allí al mismo tiempo.
Me moví inquieta.
—¿Y qué pasa si eso no es posible? Ya te lo dije, no sé dónde está Mircea. Sin
mencionar que es muy poco probable que venga corriendo cuando le llame. Quizá
pueda averiguar algo sobre los guardias, pero…
—Tengo otras maneras de llegar a los guardias, Dorina —dijo Drac, y aunque él
no me había presentado a sus amigos magos, los dos sabíamos de quién estaba
hablando—. Tu información facilitará las cosas, pero sólo eso no te salvará la vida.
Una muerte más fácil, quizá, pero nada más. Quiero a Mircea.
Tragué saliva.
—¿Qué excusa le puedo dar? Eso asumiendo que pueda encontrarlo, claro. Él no
confía del todo en mí.
—Claro que no. Mi hermano no es idiota.
—Pero te das cuenta que eso hace que las cosas sean de algún modo…
No vi venir el golpe, ni siquiera lo sentí llegar. La primera vez que me vino a la
cabeza que a lo mejor estaba haciendo demasiadas preguntas fue cuando mi cuerpo
golpeó la pared con un ruido sordo repulsivo. Me resbalaba por el papel pintado beis,
escogido con buen gusto, cuando una figura oscura se cruzó en mi visión borrosa.
—Si quieres vivir, tendrás que apañártelas. Estaré esperando tu llamada. No me
defraudes.

Uno de los incordios de ser un dhampir es que tu cuerpo sigue funcionando. Supongo
que es una precaución, ser capaz de seguir avanzando en situaciones realmente
difíciles, pero hay veces en las que se necesita un buen desmayo. La vuelta desde la
guarida de Drac fue una de esas veces.

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Supongo que sus chicos se imaginaron que no era muy probable que él se quejara
si ellos reforzaban su argumento un poco más, ya que él mismo se había acercado a
darme una paliza de muerte. Como resultado, cuando por fin me dejaron en un
callejón detrás de un club de estriptis, la verdad es que deseaba poder escaparme al
fabuloso mundo de los sueños mientras mi cuerpo comenzaba a reparar alguno de los
daños causados. Pero no.
Habría gemido, pero parecía que mi boca estaba más llena de lengua de lo
normal. Intenté levantar la cabeza, pero parecía estar soldada a algo áspero debajo de
mi mejilla que apestaba a basura antigua y a orina. Por fin me esforcé en abrir los
ojos hinchados, los entrecerré y enfoqué el mundo a través de una cortina de
pestañas.
Había agua sucia goteando por una pared de ladrillos. Me quedé echada enfrente
de algunos contenedores de basura, sangrando sobre un par de repollos rojos. Bueno,
eso explicaba la parte del olor. Un tipo entró rápidamente en el callejón, orinó contra
una pared, me vio y salió corriendo. Y eso explicaba el resto.
El tejado que estaba encima del club chorreaba una corriente constante de agua de
lluvia sobre mi cara que ahora estaba boca arriba. Sabía a alquitrán y quemaba
siempre que tocaba uno de los varios cortes que tenía. Después de unos pocos
minutos pensando en la última vez que había acabado con tanto dolor y cómo con
todas mis fuerzas me había prometido a mí misma que no sería tan estúpida otra vez,
decidí incorporarme. Esto requirió golpear a unos gatos que me habían estado
siseando por bloquearles el camino a la basura para que se me quitaran de encima y
también un montón de palabrotas. A mis costillas rotas que se marcaban en mi piel,
azul y morada a través de mi camiseta rasgada, no les gustaba mi nueva posición,
pero ni se me pasaba por la cabeza quedarme tirada en un callejón lleno de basura
durante toda la noche, temblando y sintiendo pena por mí misma. Para cuando
conseguí un tipo de postura recostada contra uno de los contenedores de aluminio,
había pasado del dolor a una quemazón agradable y lenta.
Si mi querido papi me hubiera escuchado, ahora ninguno de nosotros estaríamos
en esta situación. Y si Radu se hubiera preocupado por moverse tan sólo una vez
durante el encarcelamiento de Drac, podría haber matado al hijo de puta antes de que
hubiera tenido la oportunidad de volver a escaparse. Ninguno de ellos se merecía que
yo obtuviera un corte en su nombre y mucho menos mi estado actual. Si hubiese
habido algún modo de llegar a Claire sin jugar a estos juegos, habría arrastrado mi
cuerpo destrozado y les habría dejado que se defendieran ellos mismos. Siempre
podía continuar con la caza más tarde, después de que ella estuviera a salvo. Y si
tenía suerte, entretanto, alguien le clavaría una estaca a Drac en mi lugar.
Por desgracia, no tenía ni idea de dónde encontrarla y sin los recursos formidables
del Senado, no tenía muchas esperanzas de un rescate. Especialmente ahora que mi
número de armas especiales era cero. Drac se había llevado mi mochila, así como los

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artículos que había adquirido del maletín de Benny, dejándome sin ninguna estaca ni
nada en absoluto.
Me quité una piel de plátano del pelo, haciendo una mueca de dolor cuando mis
músculos tensos protestaron de modo vehemente. Parecía como si la mitad de los
ligamentos de mis hombros estuvieran fuera de uso o deseando estarlo, ése
probablemente fuera el resultado de tener a un vampiro que casi los saca de su sitio
sujetándome para que otro me golpeara duramente. Sólo podía esperar no meterme en
ninguna lucha durante un buen tiempo. Pero no me podía permitir esconderme en
algún sitio y sangrar durante unas cuantas horas. Tenía gente a la que ver y el primer
nombre de mi lista no era difícil de encontrar.
El Strip brillaba por las llamas de los fuegos artificiales que explotaban por
encima de la cabeza de las carrozas patrocinadas por el casino; cada una de ellas
parecía decidida a superar en ostentación y patriotismo a todas las demás. Y, el cuatro
de julio, eso significaba fuego. La decoración blanca, roja y azul que rodeaba la
entrada del Dante en el patriótico desfile ardió ante mis ojos.
El Dante, el casino principal de las Vegas, propiedad de un vampiro, también
resultaba que era de la familia, por decirlo de alguna manera. Su director actual
estaba engendrado por uno de los hijos con peor reputación de Mircea y, por lo tanto,
esperaba que me hiciera un favor. Eso suponiendo que pudiera llegar hasta él antes de
que la carroza se fuera al infierno y se lo llevara con ella.
Corrí hacia delante y me agarré al lateral de la carroza festivamente en llamas.
Estaba diseñada para que pareciera un barco pirata; así era el Dante, siempre a la
última: con una tripulación esquelética. La multitud que bordeaba el Strip aplaudía y
agitaba bengalas ante el capitán acosado, mientras sus seguidores supuestamente
leales saltaban al barco. Eran humanos vestidos con trajes negros y pintados de plata
iridiscente. El único miembro real de lo sobrenatural a bordo estaba aún allí,
congelado en el mástil, mirando a su alrededor con una expresión de pánico.
Entendí su aspecto cuando las calaveras de adorno que aseguraban las banderas
comenzaron a detonarse. Parecía que nadie más lo había notado: las cosas estaban
explotando por todos sitios, pero la expresión en la cara del capitán era suficiente
para decirme que esto no era parte del espectáculo. Algo golpeó la cubierta al lado de
mi mano y me eché hacia atrás. Era una flecha en llamas, el extremo estaba cubierto
de alquitrán. No había visto nada igual en siglos. ¿Qué demonios era esto?
—¡Casanova! —grité para que me escuchara por encima del ruido de los fuegos
artificiales que estaban explotando en los dos barriles a cada lado de la cubierta, y la
multitud, que estaba pegando gritos de satisfacción. Un humano no me habría oído,
pero el capitán no era uno de ellos.
Una cara morena que encajaba perfectamente con la camiseta hinchada y un
parche en el ojo me echó una mirada por el borde del nido de cuervo, donde se había
escondido horrorizado. Apartó los rizos negros y revueltos que colgaban sobre su
hombro y gimió de una manera dramática.

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—Ay, Dios. Justo cuando pensaba que las cosas no podían ir peor.
Siempre está bien que te recuerden.
—¡Tengo que preguntarte algo!
—¿Ahora?
—Ésa es la idea. —Salté a bordo justo cuando el barco empezaba a balancearse
hacia delante y hacia atrás por la carretera. Gateé por la cubierta en llamas lo más
rápido que pude mientras el barco se inclinaba de un lado para otro. Por suerte,
parecía que habían ajustado la mayoría de los puntos de apoyo.
Me agarré al aparejo y me levanté rápido y de repente una flecha apareció
enfrente de mis ojos, aún temblando cuando se clavó en el mástil. Parpadeé, y un
segundo después, estaba colgando por un brazo de la cubierta en llamas. Casanova
tiró con fuerza para levantarme y yo aterricé mitad dentro y mitad fuera del nido del
cuervo mientras un bombardeo de flechas golpeaba la madera que había a mi
alrededor. Otro tirón y ya me había arrastrado a la seguridad relativa de una cesta de
gran tamaño que había en lo alto del mástil. La multitud aplaudía salvajemente a los
dos lados.
Cuando volví a recuperar el aliento, levanté la vista y me lo encontré haciendo
algo con la masa de interruptores y alambres revueltos a un lado del nido.
—Me harías muy feliz si me dijeras que todo esto es parte del espectáculo.
—Y tú me harías sentir mucho mejor si me dijeras que el que nos está lanzando
flechas está cabreado contigo —contestó, revolviendo frenéticamente entre los
cables.
—Lo siento, esta vez no es así. —Quien fuera el que estaba atacando el barco ya
le había disparado cuando yo llegué. Por una vez, parecía que otra persona era el
objetivo.
Me agaché rápidamente cuando otra flecha voló por encima de mi cabeza,
llevándose la calavera y la bandera de las tibias cruzadas justo por encima de
nosotros.
—¿Qué estás haciendo?
—Intentando parar los fuegos artificiales. Esta cosa está cargada de ellos, y si
todos explotan a la vez…
—De acuerdo. Quizá es mejor que te haga esa pregunta ahora.
—¡Dorina! —El grito procedía de algún sitio en la multitud. Vi una cabeza
castaña rojiza meneándose hacia nosotros y maldije. ¿Cómo demonios me había
encontrado?
—Necesito armas —le dije a Casanova apresuradamente—. Un montón de armas.
Se me quedó mirando mientras otro barril de fuegos artificiales explotaba,
llenando la cubierta y la mitad de la calle de chispas azules brillantes.
—¿Por qué me lo cuentas?
—Porque tu antiguo jefe era un miembro y tenía una buena posición en la mafia
de los vampiros. Seguramente tengas más armas guardadas que el maldito Senado.

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—¡Dorina! —Ignoré al vampiro muy nervioso que me estaba gritando desde lo
que ahora parecía que era la cubierta. No sabía lo que pensaba que estaba haciendo
allí entre el fuego suficiente como para asar a unas cuantas docenas de su clase.
Quizá fuera verdad que estaba loco.
—¿Y…? —Casanova había dejado los alambres y estaba mirando por encima del
borde del nido del cuervo con aprensión.
—Se rumorea que hace poco que tu jefe se fue de la ciudad. Hasta dentro de un
tiempo no va a luchar en una guerra. Así que ayuda a esta pobre chica. Puedo hacerte
una lista…
—Ahórratela. Vete a ver a tus suministradores de siempre. —Casanova agarró
unos cuantos aparejos y los puso en la cubierta de una manera muy sencilla como un
marinero experimentado. Yo cogí una pieza de madera del lateral del nido, reventé
una pieza para dejar clara mi postura y seguí sus pasos.
—Mi suministrador de siempre está fuera del negocio. —Para siempre.
—Entonces, ¡vete a molestar a otra persona!
—Te estoy molestando a ti.
—Ya me he dado cuenta —gruñó Casanova, mirando a mi estaca improvisada y
haciendo un tipo de baile loco por la cubierta para evitar las zonas calientes.
Le hubiera seguido, pero una mano me rodeó el brazo.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Y tú? —Me caí a la cubierta, llevándome a Louis-Cesare conmigo. Una pieza
de lona en llamas pasó rápidamente por el aire, justo donde él estaba—. Creí que te
había dicho que te quedaras con Radu.
—No me dijiste nada. ¡Tampoco me explicaste adónde te ibas o cuándo volverías!
Robaste un vehículo muy caro del Senado y te marchaste así sin más.
—Hablé con tu señor —le dije, intentando no sonar a la defensiva. No me parecía
que le debiera una explicación—. Y estás evitando la pregunta.
—¡Vine a por ti! —dijo, arreglándoselas muy bien para lanzarme una mirada
furibunda teniendo en cuenta que tenía pegada la cara a la cubierta—. Informaste a
Radu de que te ibas a Las Vegas para difundir rumores de nuestras actividades. Creí
que era poco probable que Mircea apreciara que permitiera a uno de los suyos andar
por Las Vegas hablando con la clase de tipos de mala reputación a los que escucharía
Lord Drácula. Parece que mis miedos estaban justificados.
—¿Y ahora quién está rescatando a quién? —le señalé, intentando contener la
necesidad de golpearle en la boca.
—Yo no veo ningún rescate —dijo, levantándose del suelo—. Te veo en una
trampa, con tu vida en peligro.
—¿Y tú lo estás mejorando?
—¡Dory! ¡Échame aquí una mano! —El tono de Casanova no tenía la amabilidad
habitual. Salté antes de que Louis-Cesare pudiera agarrarme y me lancé hacia la

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dirección de donde provenía su voz. Si se prendía fuego, mi mejor oportunidad de
sustituir el material de Benny se quemaría con él.
Lo encontré encajado en una puerta pequeña en la cubierta; sólo se le veían la
cabeza y los hombros.
—¿Conduces? —preguntó, sonando un poco chillón.
—¿Conducir el qué?
—Esto. —Salió de un salto del agujero, mostrándome un mecanismo de
navegación náutica que, supuestamente, mantenía la carroza en curso. Todo parecía
que estaba bien excepto un pequeño problema.
—¿Dónde está el conductor?
—Desertó, junto con todos los demás.
—¿Por qué?
—¿Por qué crees? Con el jefe fuera de combate, el control del negocio está ahí
para el primero que lo coja.
—Y alguien está intentando arrebatártelo. —Mi capacidad para aparecer siempre
en el momento oportuno nunca deja de asombrarme. Me deslicé en aquel espacio
claustrofóbicamente pequeño y eché una mirada de cerca. La carroza estaba
construida sobre el chasis de un tractor, por lo que se conducía con marchas
manuales. Y lo que era aún peor, estábamos acercándonos a un viraje en el camino.
Hasta ahora, la carroza había permanecido más o menos en su ruta por inercia, pero
no iba a quedarse así mucho tiempo. Una mirada más allá del pequeño espacio debajo
de la proa me mostró lo que se nos venía encima si no podíamos conseguir que esta
cosa girara—. No sé conducir con marchas…
—¡Yo tampoco!
—Pero sé de alguien que sí que lo hace. —Aparté a Casanova y agarré a Louis-
Cesare por el tobillo—. ¡Baja!
Afortunadamente, no perdió tiempo en preguntar el por qué. Y una vez que
estuvo abajo, el porqué ya era algo obvio. Un grupo grande de turistas se había
colocado en gradas para el desfile; seguramente habían estado esperando allí medio
día para que un barco pirata ficticio les aplastara. Louis-Cesare maldijo para sí, pero
se sentó en el asiento mientras yo salía gateando del agujero que había a su alrededor.
Cerré la trampilla cuando salí y agarré a Casanova por su bonita corbata de encaje.
—Necesito un favor.
Dijo algo extremadamente grosero. Yo simplemente sonreí.
—No es un favor para mí. Es para un trabajo para Mircea. Ya sabes, ¿el patriarca
de la familia? Y, a propósito, ¿tu jefe?
La actitud de Casanova cambió inmediatamente, una sonrisa congraciadora y
totalmente fingida se extendió sobre sus rasgos como una máscara. Pero la respuesta
seguía siendo la misma.
—¡Te he dicho la verdad! ¡No tengo nada!
—Estás mintiendo, hijo de…

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No tuve la oportunidad de decirle a Casanova lo que pensaba de él, porque la
tripulación aprovechó ese momento para unirse a nosotros. Aparentemente se habían
cansado de esperar a que el barco acabase con su jefe y habían decidido hacerlo ellos
mismos. Y habían encontrado amigos. Casanova agarró una espada que se había
caído en la cubierta y me la lanzó.
—Espero que recuerdes cómo se utiliza una de éstas —dijo, antes de sacar su
propia arma y salir volando hacia el lateral del barco.
—¡Aún no he acabado contigo! —le chillé, cuando una figura vestida con un
disfraz pésimo de Halloween arremetió contra mí.
Afortunadamente el tipo en cuestión era humano; de lo contrario, habría perdido
la cabeza, pero mis reflejos le tuvieron que haber dicho que yo no lo era. Me giré y vi
miedo en su cara sudorosa. Se echó hacia atrás, sujetando la espada de una manera
tan torpe como si nunca hubiera visto una en toda su vida. Sonreí, y sus ojos se
hicieron enormes, como dos huevos en la oscuridad. Dio unos cuantos pasos
apresurados hacia atrás y se cayó de la carroza, sus brazos giraron inútilmente en el
aire antes de que golpeara el asfalto. Miré por encima del borde justo a tiempo para
verlo arrastrándose a cuatro patas hasta que la multitud se lo tragó.
Un escozor entre mis omóplatos me dijo que alguien había decidido ocupar el
lugar que él había dejado. Me las apañé para sacar a tiempo mi espada, pero la fuerza
del ataque hizo que me quedara de rodillas. Luego seguí cayéndome porque Louis-
Cesare tomó la curva en la carretera sobre lo que parecía que eran dos ruedas,
esquivando la primera fila de gradas. Me las apañé para agarrarme a una calavera y
evitar ser lanzada por toda la cubierta y eché una mirada bien de cerca a las
expresiones de los turistas mientras las banderas onduladas sacudían el polvo negro
sobre sus playeras. Afortunadamente, el movimiento repentino también había hecho
que mi oponente tropezara. Se cayó de frente mientras yo rodaba y me ponía de pie.
A diferencia de los humanos, éste sabía condenadamente bien para lo que servía
una espada, seguramente porque él había empuñado una durante siglos. Nuestras
armas chocaron ruidosamente, muy alto por encima de nuestras cabezas, mientras
nosotros dos competíamos por tener la otra debajo de la nuestra. Me superaba en
fuerza y mi hombro dañado me falló. El vampiro sonrió mientras hacía rodar mi
espada hasta el suelo, y yo acepté lo inevitable con una mueca. Mierda, esto va a
doler. Una sacudida irritante pasó de mi brazo hasta mi hombro maltratado mientras
le clavaba la estaca en las costillas. Se me quedó mirando fijamente, conmocionado,
aparentemente sorprendido de descubrir que tenía dos manos. Murió antes de que la
sonrisa se desvaneciera de su cara, con pequeñas burbujas de sangre sobre su labio
inferior.
Casanova pasó tambaleándose, con el humano pegado a su espalda haciendo un
buen intento para cortarle la cabeza, mientras un vampiro intentaba ensartarle por
delante.
—¡Creía que te habías largado! —le grité, mientras otro marinero me embestía.

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—No es porque no lo intentara —soltó Casanova; le arrancó la cabeza del cuello
al humano y lo lanzó casi dos metros más allá hacia mi oponente. Los dos hombres
dieron bandazos por la cubierta durante unos pocos segundos antes de caerse hacia
atrás de la carroza—. ¡Y creí que habías dicho que ese maníaco sabía conducir!
Me encogí de hombros.
—Comparado conmigo… —Un humano saltó sobre mí y tuvo tiempo para ver mi
expresión sombría antes de doblarse en agonía mientras enérgicamente le daba con la
rodilla en la ingle. Aparté de una patada su espalda antes de que él pudiera recordar
que tenía una, y seguí con un golpe en la sien, dejándolo inconsciente. Había tenido
que darle patadas porque mi hombro me estaba amenazando con ponerse en huelga si
levantaba el sable una vez más. Me quedé de pie mirando a Casanova luchando
contra media docena de miembros de la tripulación, mi pecho suspiró por el esfuerzo
excesivo, y acepté el hecho de que no podía ayudarlo.
Abrí la escotilla y salté al lado de Louis-Cesare.
—Cambio de sitio —le dije, intentando sacarle el culo del asiento del conductor.
—Quoi? —Levantó la vista cambiando de marchas frenéticamente—. ¿Por qué?
¿Qué está pasando?
—Casanova necesita ayuda y yo no estoy en forma para echarle una mano.
¡Muévete! —Para mi sorpresa, Louis-Cesare se movió. Se lanzó hacia arriba a la
cubierta mientras yo intentaba imaginarme cómo funcionaba aquel lío de marchas.
Había hecho que pudiéramos girar, pero me había dejado en el momento en el que
teníamos que evitar echarnos sobre la masa que movía las banderas y la que había
más adelante. Pisé fuerte el freno y descubrí que era mucho más sensible de lo que yo
pensaba. Un miembro de la tripulación que debía de haber estado demasiado cerca de
la proa salió disparado hasta la carretera. Lo pude ver por la pequeña mirilla que
tenía. Prácticamente le había plantado la carroza en la cabeza, pero al menos nos
detuvimos.
Me asomé con precaución, a tiempo para ver que la mayoría de la tripulación se
había caído por segunda vez esa noche. Muchos de los que quedaban estaban en el
suelo, y a juzgar por su condición, no se iban a volver a levantar de nuevo. Un trío de
vampiros fue más resistente y se habían confabulado contra Louis-Cesare. Estaban
ocupados arrepintiéndose de esa decisión. El maldito hombre era un incordio, pero
había una pequeña posibilidad de que se mereciera su reputación.
Enganchó a un vampiro en el mástil al atravesarle con una espada hasta que salió
por la otra parte del poste de madera. Tomó el arma del vampiro de su mano destruida
y se la lanzó al segundo. No lo mató, pero incluso un vampiro disminuye la velocidad
con un sable clavado en el diafragma. Al tercero le golpeó el cuello contra el aparejo
con el codo. El vampiro en cuestión había estado detrás de él en ese momento, pero
su puntería fue perfecta. Tomé nota de recordar no intentar acercarme sigilosamente
al tipo.

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Aparentemente, Casanova había decidido que su ayudante llevaba bien las cosas
y había encontrado un lugar donde las banderas se habían quemado, permitiéndole
una zona libre de llamas para saltar a la carretera. Salté detrás de él y le agarré del
pelo, y lo que obtuve fue que su larga peluca negra se me quedara en las manos. La
lancé al asfalto y le enganché por su camiseta en lugar del pelo.
—¿A dónde vas?
Me lanzó una mirada maliciosa y recuperó su peluca.
—A otro sitio.
—¡No hasta que yo obtenga lo que he venido a buscar! Me lo debes.
—Entonces, tendré que seguir debiéndotelo. El Círculo asaltó el Dante esta
mañana y lo confiscó todo. ¿Quieres armas? Te sugiero que vayas a verlos.
—Los oscuros no se atreverían a…
—No fueron los oscuros. —Comenzó a hacer gestos groseros a la carroza que
estaba detrás de nosotros, cuya tripulación había comenzado a chillar para que nos
moviéramos—. Aunque está siendo un poco difícil decir cuál es la diferencia en estos
días.
Un enfadado George Washington saltó de la siguiente carroza que había en la fila
y vino enojado dando zapatazos para ver qué era lo que estaba pasando. Casanova se
adelantó hacia él, obviamente consintiendo una lucha con alguien a quien él podría
ganar, pero le cogí del brazo.
—¡Pero esto va contra el tratado! El Senado…
—Trágate el insulto. Estamos en guerra y el Círculo Plateado es el aliado del
Senado, sólo por si acaso se te había olvidado. Me recordaron ese hecho en
profundidad cuando muy amablemente les solicité compensación. «Nos ocuparemos
de eso después de la guerra» —parodió agriamente.
—¡No se han podido llevar todo!
—Si quieres mirar por aquí y buscar, eres bienvenida. Si encuentras algo, estaré
encantado de compartirlo contigo.
—¿En qué se está convirtiendo el mundo? —dije con furia—. «¿Cuando incluso
los chicos malos no tienen armas?».
—Yo no soy un chico malo, al menos, no comparado contigo.
George nos había alcanzado y no parecía muy contento.
—¡Haz que esta cosa se mueva! Estás deteniendo todo el…
Me miró y se echó hacia atrás por alguna razón.
—Estoy teniendo unos cuantos problemas personales —dijo Casanova, en un
intento de mostrar dignidad. Aparentemente había decidido que el hombre podría
resultar útil, porque utilizó la sonrisa encantadora número cuarenta y ocho: para
idiotas que estaban a punto de dar algo por nada—. ¿No habrá por ahí alguien que
pueda conducir una de estas cosas?
George asintió con la cabeza, sus ojos no dejaron de estar fijos en mi cara
mientras se iba rápidamente.

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—¿Qué se supone que tengo que hacer? —pregunté.
Un vampiro se dio un batacazo al lado de nosotros, y Casanova le dio una patada
maliciosa en las costillas.
—No lo sé, pero sea lo que sea, te sugiero que lo hagas pronto. Todas las personas
que pueden salir de aquí se están dirigiendo a las colinas. Excepto yo —añadió,
cogiendo al vampiro y golpeándolo contra el casco del barco—. Yo no me voy a ir a
ningún sitio. ¡Todo el mundo podría entender eso justo ahora!
Suspiré y abandoné. Una mirada rápida me mostró que Louis-Cesare había
despejado la cubierta y estaba atando con lo que quedaba del aparejo al único
humano lo bastante idiota como para quedarse cerca de un barril. Era el momento de
marcharme.
—No sabes por qué estaba aquí, nunca tuve la oportunidad de contártelo —le
indiqué a Casanova, mientras un joven con peluca corría y se paraba, quedándose de
piedra cuando nos vio.
—Maquillaje de teatro —le dijo Casanova, sin venir a cuento—. Hay una
trampilla en la cubierta. —El tipo asintió con la cabeza y trepó a bordo, dando la
sensación de estar un poco asustado.
Miré de arriba a abajo a Casanova. A mí no me parecía que estuviera tan mal.
—De todas formas, ¿quién se supone que eres?
—Jean Lafitte.
—¿Y eso se supone que es patriótico?
—Él luchó en la guerra revolucionaria, y en la guerra de 1812. De parte de los
americanos.
—Creía que era un pirata.
—Y lo era. —Casanova se alisó su abrigo brillante marrón—. Te lo dije. Algunas
veces los tipos malos pueden ser tipos buenos. Todo depende de las circunstancias.
—Gracias por esa información tan sabia. La llevaré en el corazón.
Casanova me ignoró.
—¿Y quién es ése? —Señaló con el pulgar a Louis-Cesare, que estaba de pie en la
cubierta, examinando la multitud con cara de pocos amigos.
—El hijo de Radu.
—¿Has dicho Radu?
—No preguntes. La cosa es que dudo que cause una buena impresión a mis
proveedores. —Eso asumiendo que pudiera encontrar a alguno. Sin mencionar que no
le haría ningún bien a mi reputación el que me vieran por aquí merodeando con un
miembro del Senado.
—Yo no te he visto —coincidió Casanova, saltando de nuevo al barco que
lentamente se estaba empezando a mover de nuevo. Apoyó su cabeza hacia atrás
sobre el borde con sus rizos negros balanceándose.
—Ah, y, chica, tenemos una oferta especial en masajes faciales esta semana en el
balneario. Piénsatelo.

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Lo miré con mala cara, pero no tuve tiempo de responderle de manera adecuada.
Louis-Cesare me había visto y parecía un poco tenso. Me metí entre la multitud y me
fui.

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10

Mi estado de ánimo no mejoró cuando descubrí, después de arrastrar mi cuerpo


ensangrentado por un montón de bares de demonios en Las Vegas, que la mayoría de
mis antiguos contactos o se habían ido de la ciudad o estaban muertos como Benny.
No fue hasta que el cielo se volvió azul pálido y sin nubes, anunciando el final oficial
de la lluvia del año, cuando logré encontrar a un viejo amigo.
No suelo irme mucho al oeste, la proximidad de MAGIC es un gran impedimento,
pero de vez en cuando un trabajo da como resultado una salida a la zona. Encontré a
uno de esos tipos que en ocasiones utilizaba como ayudante cuando eso sucedía,
preparándose para su numerito habitual de rata que abandona el barco. Otra hora y ya
no habría estado allí.
—¡Jay, cómo me alegro de verte! —Golpeé la puerta para entrar en su habitación
de hotel barata; alquilable para cualquier periodo de tiempo desde una hora hasta un
mes, y sonreí. Recibí el tipo de impresión que me esperaba, principalmente por la
sangre seca que enredaba mi pelo y la mueca en la que se convertía mi sonrisa por
causa de la raja de mi labio. Aún no me había visto en un espejo, pero las reacciones
de las multitudes en los bares habían sido bastante como para decirme que
seguramente la intimidación no era un problema.
—¡Dory! —La cara del demonio de nsquital, que era capaz de pasar por un
humano si entrecerrabas los ojos, se volvió violeta y le brotaban pequeñas
protuberancias que parecían acné, pero que no lo eran.
—Si me pulverizas, te mataré antes de derretirme. —Enseñé un poco mis
colmillos, pero no llevaba armas en las manos—. He venido para hablar, Jay.
Relájate, ¿vale?
—Yo… yo no te envenenaría, Dory. Lo sabes.
—Ya lo sé. Por eso es por lo que he venido. —Me senté en el colchón cubierto de
bultos y golpeé su maleta de plástico—. Qué suerte que te he pillado, ¿eh?
—Ya sabes cómo va esto. —Jay volvió a su modo de humano feo, sus dientes
grandes, orejas como asas de jarrones y la cabeza zanahoria que le hacía parecerse a
la versión en grande del tipo de la revista MAD. Los pantalones de pana holgados,
necesarios porque los vaqueros tienden a dejar ver la cola, y la camiseta andrajosa de
color avena no ayudaban mucho con su aspecto, pero le daban un lado patético que
casi me relajaba—. No me gusta demasiado el vecindario ahora que es una zona de
guerra.
Seguramente ésa era la verdad. A los nsquital no les gusta la violencia. Su
posición como dos veces malditos, que es lo que significaba la traducción literal de su

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nombre, aseguraba que eso fuera así. Eran una pandilla variopinta de distintas razas
de demonios, la mayoría, de nivel menor, que habían obtenido una medida de libertad
porque cada uno de ellos había matado a su propio maestro y huyeron del castigo.
Cualquier cosa que hubiera sustituido a su propietario muerto podía encontrarlos y
obligarlos a volver, pero no merecía la pena cazar a la mayoría de ellos. Jay había
sacrificado a un sirviente menor en la corte de Mammon, alguien que no le gustaba
demasiado a nadie. Su sustituto le haría picadillo por puros principios si alguna vez se
tropezaba con él, como en una zona de guerra, por ejemplo, pero por el contrario,
probablemente él estaba bien.
A menos que alguien lo delatara, claro.
—Entonces la visita ha sido justo a tiempo. Si te vas a ir, ¿no te llevarás todo ese
armamento pesado contigo, no?
Suspiró, parpadeando con los ojos azules descoloridos que siempre me habían
recordado a los de un contable. Claro que eso era lo que él había sido una vez, más o
menos.
—Venga Dory. ¿Tienes una idea de cuántas veces me han atracado esta semana?
Un tipo tiene que vivir.
—Exactamente. ¿Así que por qué estás rechazando a un cliente?
Jay pareció conmocionado.
—¿Estás pensando en pagarme?
Sonreí. Se volvió a poner pálido, pero no fue más que un sonrojo violeta esta vez.
—Bueno, no exactamente.
—Dory, ya sabes que yo no acepto créditos. Éste es un negocio estrictamente de
pagar y llevar. —Habría sido una buena advertencia de no ser por el temblor de su
voz.
—De acuerdo. Entonces, consigue algo para que me lleve de aquí y no cobraré la
recompensa que se ofrece por tu cabeza.
Los hombros de Jay se desplomaron ante la derrota, cosa que no me preocupaba
mucho, ya que era una táctica de regateo estándar con él. Pero luego, comenzó a
llorar y yo me inquieté. Odio cuando alguien llora. Quería darle una bofetada para
hacer que parara, pero había una posibilidad de que eso sólo intensificara el sistema
de abastecimiento de agua, y no podía decirle que estaba bromeando acerca de lo de
la recompensa, ya que era la única cosa que temía lo bastante para que me diera lo
que necesitaba.
—Oye, Jay. Mira. No…
—Sabía que iba a pasar algo como esto —sollozó, haciéndose una bola—. Estaba
intentando escapar, pero quería terminar de vender el resto de la mercancía primero,
para tener dinero para viajar. ¡Avaricia! —chilló—. Debería haber sabido que al final
me pasaría esto.
—Éste no es el final, gilipollas —le dije, arrastrándole por el suelo—. ¿Quieres
cerrar el pico y escuchar? No estoy teniendo un buen día. Haz que mejore y no te

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pasará nada malo.
—¡Pero apenas me queda nada! —se lamentó—. Ya te lo dije, me pasé la mayor
parte de la noche vendiéndolo todo. Y a precios de ganga. Habría guardado algo en la
parte de atrás para ti, Dory, ¡te lo prometo! ¡Pero no sabía que estabas en la ciudad!
—Comenzó a llorar de nuevo. Miré a mi alrededor por si encontraba un pañuelo, pero
no encontré ninguno.
—Bueno, dime quién queda para que pueda ayudarme. Todos mis contactos se
han adelantado con lo de huir. —Me estaba enfrentando a un apocalipsis personal y
estaba prácticamente indefensa. Típico, pero no necesariamente bueno.
Jay se limpió las lágrimas con el cubrecama áspero y me miró con ojos llorosos
llenos de esperanza. A lo mejor la monstruosidad muy sucia y cubierta de sangre no
iba a matarlo después de todo.
—No muchos —dijo finalmente—. Los magos oscuros han estado acumulando
todo aquello a lo que lograban echarle el guante, y una vez que se lo imaginaron, el
Senado comenzó a hacer lo mismo para intentar quitarles de las manos a los magos lo
máximo posible. Luego los dos comenzaron a amenazar a cualquiera que abasteciera
al otro, y después empezaron con todo esto. Ahí fue cuando decidí irme de la ciudad.
—Entonces el Círculo Negro está planeando algo, y pronto.
Él asintió con la cabeza, ansioso por ser de ayuda ahora que había decidido que
tenía una oportunidad decente de vivir gracias a esta entrevista. ¿Por qué la gente
siempre supone que quiero ser violenta con ellos? Incluso una dhampir puede tener
un día blando.
—La cosa es que tienen algún aliado nuevo poderoso, sólo que nadie está dando
nombres. —Teniendo en cuenta que acababa de dejar a Drac rodeado de magos
oscuros, la verdad es que no necesitaba ningún nombre.
—La mayoría de la gente piensa que van a volver a atacar MAGIC pero no estoy
del todo seguro. Se rumorea que alguien les dejó entrar la otra vez, que tenían un topo
que les dio las llaves a los guardias, pero, claro, desde entonces los han cambiado a
todos. Atacar ese sitio ahora sería una locura.
—Entonces, ¿cuál es tu teoría?
—¿La mía? —De repente, Jay parecía recordar que tener opiniones no era
normalmente sano en nuestro círculo—. Yo no creo nada. Yo simplemente quiero
salir de aquí antes… antes de que las cosas empeoren.
Cuando los demonios empiezan a marcharse, no es una buena señal. Suspiré. Las
Vegas iba a tener que defenderse por sí sola; yo tenía otros problemas.
—Vale, ¿qué me dices de esto? ¿Dónde está el almacenamiento que están
reuniendo los magos oscuros? —Se me quedó mirando fijamente durante un minuto,
y luego le comenzaron a temblar los labios. Pensé que iba a volver a empezar a llorar
de nuevo, así que más o menos me sentí aliviada cuando me di cuenta de que se
estaba riendo. Incluso aunque no tuviera sentido—. ¿Qué? ¿Estás colocado?

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Jay simplemente se rió con más fuerza. Mientras esperaba a que él se controlara,
aproveché la oportunidad para echar un vistazo a su maleta. Él estaba en lo cierto: no
había nada más que unas pocas armas humanas que yo podía robar de cualquier
tienda de artículos deportivos y un hechizo de encubrimiento en un frasco antiguo y
áspero que parecía que había explotado; estaba limpio.
—Tú… ¿de verdad que vas a hacerlo? —soltó finalmente.
—¿Hacer el qué?
—Atacar a los magos —dijo ansiosamente.
Me encogí de hombros.
—Depende de lo difícil que sea. Pero voy a necesitar un montón de material y
ellos lo tienen.
Jay se lamió los labios y lanzó una mirada nerviosa a su alrededor.
—He escuchado algunas cosas. Nada definitivo, pero podría tener… una idea.
Los magos no… Se preocupan por el Senado, ¿sabes? Y el Círculo Plateado está
claro que también. Pero el resto de nosotros… ellos no piensan que importemos.
Hubo un matiz de ira en ese último comentario que me interesó.
—Como que te robaron voluntariamente —le dije lentamente, observando su
reacción—, y mataron a Benny sin pensárselo dos veces.
—¿Benny? —Jay parecía conmocionado. Recordé que habían trabajado juntos de
vez en cuando. Quizá debería haber dejado eso de lado—. ¿Está… muerto?
—Eso es por lo que yo tengo esta pinta. Me dirigí primero a él para obtener
provisiones, pero cuando estábamos haciendo un trato anoche, un grupo de magos
oscuros prendieron fuego a su almacén con nosotros aún dentro. Yo salí, pero
Benny… lo siento, sé que te caía bien.
Jay no volvió a llorar, pero se quedó mirando fijamente la alfombra manchada
como si ni siquiera la estuviera viendo.
—Le dije que debería marcharse —dijo suavemente—, pero él me dijo que estaría
bien. Que yo debería irme por lo de la recompensa, que se estaba poniendo muy mal
todo para mí aquí, pero que él no se iría.
Puse un brazo alrededor de sus hombros huesudos y encorvados.
—Pensé que lo habías escuchado. El almacén explotó, se encendió como una vela
romana.
—No, me quedé sin material alrededor de la medianoche y me fui a un
restaurante a comer chino. —Esperaba que quisiera decir comida china. Vio mi
expresión antes de que pudiera ocultarla—. Cerdo mu-shu —me dijo indignado—. Y
luego volví aquí.
—Bueno, siento haber sido yo la que te lo haya dicho.
—Me alegro de que lo hicieras. —Esto lo dijo con una nota de resolución poco
corriente en él—. Me alegro de no haberme ido antes. —Salió de un salto de la cama
y levantó la maleta—. Hay algo que tengo que hacer antes de irme. ¡Algo por Benny!
Le cogí del brazo.

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—Eso es fantástico y está muy bien, Jay, pero te estás olvidando de que necesito
algo de información.
—No te preocupes —me aseguró, lanzando las posesiones que le quedaban de
cualquier modo en la maleta ya llena—. Voy a hacer más que decirte dónde puedes
encontrar a esos cabrones. ¡Voy a enseñarte dónde están!

Así es como me dirigí, tres horas más tarde, como líder de un grupo de troles,
demonios y unos pocos humanos, todos variopintos y la mayoría amigos y antiguos
empleados de Benny, hacia una bolera con tablones en una parte chunga de la ciudad.
Realmente esperaba que este plan no fuera tan psicótico como parecía, pero por una
vez, al menos no era mío. Jay me había arrastrado para ir a ver a la secretaria de
Benny, una trol de montaña, que se llamaba Olga. Tenía una nariz ancha con forma de
champiñón aplastado y una barba dorada impresionante y sus pequeños ojos aún
estaban rojos de llorar. Después de oír nuestra propuesta, había cogido su espada y su
Rolodex y había empezado a organizar alguna venganza. Me había pasado varias
horas sintiéndome bastante inútil, esperando a que las tropas se reunieran y a que se
les ocurriese algo parecido a un plan, aunque Olga me acompañó hasta su baño,
donde logré quitarme la mayor parte de la sangre.
Una vez que todo el mundo se hubo reunido, el ritmo empezó a aumentar: hubo
tantas maldiciones, tantas armas siendo violentamente agitadas y tantas burlas sobre
los magos que lo cierto es que no había logrado escuchar el plan. Simplemente
intenté coger cualquier cosa que pudiera mientras las tropas se llevaban a los magos,
suponiendo que no se diera la situación contraria. En mi propia defensa, intenté
hablar con ellos de eso, pero la idea del linchamiento se había impuesto y no había
mucho que yo pudiera hacer. Olga simplemente me había aplastado contra su enorme
pecho y me había prometido echar un ojo para que nadie me hiciera daño. Cogí un
par de cuchillos y una cuarenta y cuatro automática del equipamiento de la oficina de
Benny y silenciosamente pensé lo mismo para mí.
Fue casi divertido, ya que nuestro equipo de unos cuarenta aficionados muy
enojados y unos pocos profesionales con miradas decididas rodearon el pequeño
edificio de color amarillo.
—Quédate detrás de mí, pequeña —dijo Olga, luego se olvidó de la sutileza y le
dio un golpe a la puerta con la espada.
El resto del grupo siguió su ejemplo y comenzaron a encontrar sus propias
entradas a través de ventanas, escotillas de servicio y, en el caso de un trol
particularmente grande, una pared de ladrillos. Seguí a Olga cuando entró, aunque, a
pesar de su gordura considerable, se las apañó para pasar apretujada por la hendidura.
Fue un poco decepcionante darnos cuenta de que el edificio estaba vacío. Y lo que era
aún peor, tenía la sensación de que era un sitio que había estado así durante mucho
tiempo. No había electricidad que alimentara las luces de la parte de arriba, una capa

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fina de polvo cubría todo y el único olor perceptible era el débil hedor de las filas de
zapatos azules y rojos detrás de un mostrador bajo.
Me apoyé contra una de las paredes de cemento y observé a la multitud destrozar
el sitio.
—No hay nadie aquí —dijo Olga, entrecerrando sus ojos inadecuados y mirando
alrededor. Dudaba que pudiera ver muy bien a pesar de los numerosos agujeros que
habían hecho en aquel lugar, dejando que entrara la luz del mediodía, pero su sentido
del olfato era probablemente tan bueno como el mío y yo no olía a nadie.
—¿Deberíamos decírselo? —pregunté, con un ánimo repentino.
—No, déjales que se diviertan. —Saltó encima del mostrador que crujió
ligeramente bajo su peso y contempló la destrucción—. ¿Qué piensas? —preguntó
cuando yo no dije nada.
Cerré los ojos y mentalmente filtré el olor de maleza, de piel enmohecida y de trol
sudoroso. Un débil pero perceptible indicio de aire rancio llegó hacia mí desde algún
sitio cercano.
—Me estaba preguntado qué es lo que hay detrás de esos zapatos.
Olga levantó su espada y se asomó para ponerse frente a la colección. Cortó la
parte del centro en dos.
—Eso —dijo servicialmente.
Miré con desaprobación las escaleras que descendían hasta un suelo de tierra.
Odio las escaleras oscuras, especialmente cuando sé que no me va a gustar lo que me
voy a encontrar al final. Miré a Olga.
—Sería mejor si no intentamos meterlos a todos ahí dentro. No quiero que nadie
bloquee la salida.
Ella asintió con la cabeza y llamó a un trol enorme para que viniera. Llevaba
puestos unos vaqueros, lo que me sorprendió, ya que no sabía que hacían vaqueros de
su talla; lo que no llevaba eran zapatos. Me quedé mirando fijamente sus pies
nudosos, que tenían el número normal de dedos de un trol: tres, y me contuve para
dejar de mirar.
—Espera aquí —dijo Olga severamente—. No dejes pasar a los demás. Si no
hemos vuelto en media hora, baja y mata todo lo que veas.
Se expresó con un gruñido y tuve problemas para descifrar lo que quería decir,
pero parecía que Olga lo había entendido perfectamente. Parecía que nadie había
notado que estábamos allí, cosa que no me sorprendía teniendo en cuenta que los
demonios estaban prendiendo fuego a las cabinas de plástico rojas y los troles habían
comenzado a tirar los bolos a través de los carteles de cerveza apagados. Su puntería
era pésima, pero había un montón de bolos y los crujidos que resonaban y los
tintineos de los cristales parecía que los entretenían. Juegos de bolos de los troles.
Me giré hacia Olga.
—No hay ninguna posibilidad en absoluto de que quienquiera que esté allí abajo
no sepa que vamos a bajar. Vamos a echar un ojo, pero si te digo que volvamos a

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subir, lo haces, sin discutir, ¿vale?
—Eres una mujercita divertida —dijo, y comenzó a bajar las escaleras. Suspiré y
la seguí.
Yo tenía una visión mejor que la de los humanos en la oscuridad, pero aun así, no
podía ver mucho en aquellas escaleras. No dudo que Olga estuviera completamente
ciega, pero nunca se tambaleaba. Los troles no son exactamente lo que se dice
agraciados, pero tienen un centro bajo de gravedad para escalar montañas y fiordos,
así que me imaginé que sería más probable que me cayera yo en lugar de ella. Por
suerte para mí, ciento ochenta kilos de trol estaban entre yo y lo que fuera que
hubiese allí abajo, algo que yo encontraba vagamente reconfortante.
Cuando finalmente llegamos al final de las escaleras, nos encontramos con un
túnel tallado en piedra arenisca local. Se parecía a alguna de las zonas más profundas
de MAGIC, aquéllas que los vampiros preferían en lugar de los pisos más altos que
pertenecían a los magos, excepto por el techo bajo claustrofóbico. Sólo había una
débil iluminación que venía de las escaleras y que nos guiaba, y no podía ver que
hubiera una vela o lámpara por allí, lo que era extraño en un sitio como ése, incluso
aunque no se utilizara mucho.
Olga y yo cambiamos las posiciones, después de explicarle que podía ser que yo
tuviera más suerte para detectar las varias sorpresas repugnantes que un grupo de
magos oscuros podrían haber dejado para nosotras, pero mi ritmo la exasperaba. Drac
había cogido mi llavero y sus talismanes junto con todo lo demás, pero me las apañé
de alguna forma esparciendo puñados de tierra por delante de nosotros para ver si nos
habían dejado alguna trampa obvia. No pasó nada, ni siquiera sentimos el crepitar de
alguna protección de detección temprana, lo que hizo que me pusiera más nerviosa
mientras seguíamos adelante. No ayudaba mucho el que cuanto más nos alejábamos
de las escaleras, más difícil se me hacía ver algo.
Debido a que no había ningún tipo de luz, descubrí el derrumbe de rocas al chocar
contra él. Olga se precipitó contra mí y a mí se me llenó la boca de piedra arenisca
antes de que nos separáramos. Así que esto era por lo que nada había intentado
apuñalarnos, incinerarnos o aplastarnos mientras entrábamos.
—Un derrumbe —le dije, escupiendo—. Tiene que haber otro camino, por el otro
lado.
—Sí, pero ¿dónde? —preguntó Olga sensatamente, empujándome hacia un lado
—. Iremos por aquí. —Por medio de pura fuerza bruta, se abrió paso a través de las
rocas, haciendo un camino que era dos veces más ancho que yo a través de una pila
de casi dos metros de profundidad de piedras y tierra. Incluso en mi mejor momento,
me hubiera llevado treinta minutos o más de trabajo duro el hacer ese agujero; ella lo
había conseguido en aproximadamente dos minutos. Me hice otra nota mental: «evita
luchar contra los troles».
Cuando dejé de ahogarme con la nube de polvo, me di cuenta de que podía ver de
nuevo. La expresión paciente de Olga era visible a la luz de un farol cercano que

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estaba metido en un rincón. Lanzaba sombras sobre las paredes, mostrándonos un
tramo de pasillo ancho y de aspecto inocente en el que yo no confiaba en absoluto.
Los magos podrían haber causado el desmoronamiento para bloquear una entrada
vulnerable, pero cualquiera de las zonas que se usaban regularmente iban a estar
protegidas por algo o por alguien. Y puesto que éstos eran magos oscuros,
probablemente sería algo mortal.
—Vamos a tener que ir con más cuidado de ahora en adelante —le dije a Olga,
que me lanzó una mirada impaciente. Me di cuenta de que tenía su espada en la mano
y asentí con la cabeza. Estábamos pensando lo mismo.
Nos llevó casi diez minutos de movimiento muy cuidadoso llegar a la gran cueva
al final del pasillo. Pero quizá diez segundos después de que entráramos, se me
ocurrieron dos grandes pistas sobre por qué nada nos había agarrado aún. Un
dispositivo complejo llamado Mortaja de fuego saltó sobre nosotras, bloqueando el
camino de vuelta y una oleada de emociones me golpeó tan fuerte que literalmente
hizo que me cayera de rodillas.
Las sensaciones me resultaban familiares y altamente indeseadas. Igual que la
escena que las acompañaba, superpuesta a la real como una película que se mostraba
en una pantalla transparente. Aún podía ver la cueva, pero la mayoría de mi atención
estaba puesta en las imágenes de mi pasado, que brillaban y cambiaban enfrente de
mí. Era como si alguien hubiera tenido acceso a la parte de mi memoria etiquetada
«adiós y muy buenas» y estuviera haciendo una cuenta hacia atrás de los diez eventos
que más odiaba. Sólo que parecía que estaba empezando por el número uno.

Una chica de pelo oscuro se despertó en un nido de mantas cerca de una


hoguera. Era verano, así que no había ninguna necesidad de dormir dentro
de uno de los atestados carros, que siempre tenían esa peste a olor corporal
y a ajo en el círculo que lo rodeaba. Los únicos que estaban despiertos a
esa hora eran dos perros del campamento preocupándose por algo que
había cerca del borde del descampado. La chica se quitó las mantas y alisó
su ropa antes de ir a ver lo que era. Normalmente la comida colgaba de las
ramas de los árboles para mantener a los animales alejados de ella, pero
algunas veces una cuerda se rompía y ella sabía la que le esperaba si los
perros se estaban comiendo el jamón cocido que habían conseguido en el
último pueblo. Quería gritarle que corriera y que no mirara atrás, pero
sabía que no iba a conseguir nada. Ella no podía oírme, estaba demasiado
lejos y era muy terca para escucharme. Ahora o nunca, pensé mientras mis
ojos seguían su figura pequeña que se dirigía hacia los grandes perros.
Las peludas criaturas grises eran mitad lobo, seres salvajes y fieros, que
seguían ahí gracias a que había más comida que la que podían robar de la
basura, y para asustar a los intrusos. No estaban lo bastante domesticados,
pero a ella nunca se le ocurrió que pudieran ser peligrosos. Los perros de

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cualquier clase normalmente no muerden la mano que les da de comer, pero
Dili, llamada así debido al hecho de que nunca había estado muy bien de la
cabeza, estaba royendo algo que se parecía muchísimo a un brazo humano.
Baro, su enorme amigo, también tenía algo en la boca, lo que un rayo de la
luz del sol de la mañana mostró claramente como la cabeza de un hombre
de mediana edad con barba.
Entonces la niña chilló al ver a Tsinoro, líder de su kumpania, que
estaba siendo el desayuno de los perros. Chilló durante un buen rato hasta
que se dio cuenta de que nadie salía de los carros pintados de forma
brillante que llenaban el pequeño descampado. Sus llantos habrían
levantado a un sordo y más aún a un grupo de gente acostumbrado a
reaccionar rápidamente ante cualquier señal de problemas. Debió haber
sido capaz de sentir inmediatamente por qué nadie había venido; su sentido
del olfato era lo bastante bueno como para diferenciar el miasma de sangre
y de heces que salía de los carros pequeños incluso sin haber entrado en
ellos, pero no estaba pensando con claridad. De hecho, no estaba pensando
nada en absoluto, estaba aterrada por encontrar algo o a alguien que aún
respirara.
Corrió hasta el carro más cercano, uno de los más grandes, ya que
pertenecía a Lyubitshka, la chovexani del grupo, que era respetada por el
poder de su magia. Pero rápidamente se hizo obvio que ésta no había sido
lo bastante fuerte como para ayudarla esta vez. La niña se quedó mirando
fijamente el cuerpo mutilado de la persona más poderosa que conocía y
comenzó a temblar. Ella estaba asustada, no sólo porque lo que fuera que
había matado a la sabia mujer pudiera ir tras ella, sino porque también
Lyubitshka le había gritado justamente el día anterior por haber hecho un
agujero en su blusa cuando la estaba lavando, y ahora no tenía ninguna
posibilidad de obtener su perdón. Hacer que alguien tan fuerte se fuera al
mundo de los espíritus tan enfadada contigo era la peor cosa que la niña se
podía imaginar. Lyubitshka sería un poderoso muló, un espíritu vengativo,
que volvería para buscar a aquellos que la habían ofendido en vida.
Después de bajar dando tumbos las escaleras del carro de Lyubitshka y
de mirar salvajemente alrededor buscando el muló enfadado, la chica se
volvió loca. Corrió a abrir las puertas de cada carro, pero lo único que
encontraba dentro eran más cadáveres. Después de que su investigación,
que cada vez le daba más pánico, demostrara que ella y los perros eran las
únicas cosas vivas que quedaban en la kumpania, se derrumbó al lado del
fuego, agotada, llena de lágrimas y estremeciéndose por la conmoción.
Incluso después de que su capacidad de recuperación natural se accionara
para que se calmara ligeramente, no se preocupó en lavarse ni tampoco en
buscar artículos salvables para empaquetar. Ella no era tan joven como

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para no saber el modo adecuado de tratar a los muertos y no había nadie
más que pudiera hacerlo.
Observé cómo cavaba un hoyo en medio del descampado, al que llevó a
rastras cada cuerpo después de envolverlo en una manta para evitar tener
que tocarlo directamente y arriesgarse al marimé o impureza. Debían haber
estado vestidos con sus mejores ropas, pero había demasiada sangre y
algunos ya ni siquiera estaban enteros y ella no sabía por dónde empezar
para hacer que estuvieran presentables. Organizó los cuerpos en el hoyo y
apiló encima de ellos su ropa, joyas, herramientas y las mejores vajillas
como la costumbre requería. No había cera de abejas que utilizar para
cerrar sus orificios nasales y evitar que un espíritu maligno entrara en
ellos, pero teniendo en cuenta cuántas heridas tenían la mayoría de ellos,
dudaba que los espíritus encontraran esos cuerpos demasiado útiles.
Mientras echaba la tierra en lo alto del montón de muertos, sollozaba
por ellos, incluso por los que habían considerado impura por su
descendencia. Ellos habían sido su familia, o lo más parecido que ella
había tenido. Y ahora se habían ido. El sudor y la suciedad se mezclaron
con sus lágrimas y la nariz le empezó a gotear, pero ella no se la limpió.
Aún no había acabado.
Soltó a los caballos e hizo que se fueran del campamento, ya que la
tradición permitía que sobrevivieran. Pero todo lo demás tenía que ser
destruido. Era un trabajo difícil, pero al final se las apañó para romper
cualquier plato o vaso que quedase, matar a los dos perros y apilar
brazadas de maleza alrededor de cada carro. Encendió el fuego y se hizo a
un lado, observando cómo todo lo que ella había conocido desaparecía
entre las llamas. Pronto comenzaría a tener hambre y a preocuparse de
cómo iba a sobrevivir cuando todo el dinero y objetos vendibles de su
kumpania ahora estaban malditos y eran inútiles. Se preguntó quién la
acogería, ya que los otros grupos gitanos seguramente la culparían por la
tragedia, justo como ella ya estaba haciendo ahora mismo: culparse a sí
misma.
No era muy mayor, pero sabía lo que susurrarían sobre ella cuando
pensaran que no podía oírles. Sabía por qué la habían acogido y lo que ella
podía hacer. Matar a los vampiros que de vez en cuando intentaban hacer
daño a la kumpania no le resultaba más difícil que cualquier otra tarea que
normalmente se le pedía: recoger leña o lavar. No se acordaba de nada de
la noche anterior excepto de haberse ido a dormir como de costumbre, pero
había sido otro periodo extraño de oscuridad en su vida y corrían historias
sobre cosas que había hecho de las que ella no sabía absolutamente nada.
Y un hecho irrefutable estaba mirándole fijamente a la cara: ella era la
única que quedaba.

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El fuego se extendió a algunos árboles que había cerca mientras ella
seguía allí de pie, pero no hizo ningún movimiento para escaparse del calor.
Sentí de nuevo su desesperación y sabía que no le hubiera importado
mucho si el fuego también la hubiera consumido a ella. La kumpania la
había alimentado y vestido durante años, y todo lo que le habían pedido por
eso era su protección. Ella estaba allí para asegurarse de que las antiguas
pesadillas que se paseaban de noche alrededor, las cosas contra las cuales
incluso hasta el gitano más fuerte no podría luchar, no deshicieran su
pequeño grupo. El grupo no siempre había sido amable, pero habían
mantenido su pacto. ¿Qué importaba si ella tenía que beber de un cubo
separado o si se hacían a un lado para evitar tocarla? Se habían asegurado
de que a ella nunca le faltase de nada. ¿Y cómo se lo había devuelto ella?
Con el mismo destino que ellos habían intentado evitar. Ella debía haber
dejado que el fuego se la llevara con él. Ellos tenían razón, ella estaba
sucia y su nacimiento había asegurado que ella nunca llegaría a ser nada
más.

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11

Recobré el sentido y me encontré sollozando contra una gran mata de pelo; me di


cuenta vagamente de que era la barba de Olga. Durante un segundo, la aflicción
continuaba machacándome por dentro, caliente y fiera. Tragué saliva e intenté
concentrarme lo bastante para sacarla completamente fuera. Respiré hondo, y luego,
otra vez. Y mientras el mar de los recuerdos se retiraba, se me ocurrió un
pensamiento extraño.
Fuera el hechizo que fuera, no podía producir estos recuerdos tan precisos, no de
eventos que nadie más había visto nunca. Tenía que estar sacándolos de mi propia
mente, y si era cierto, lo que acababa de ver se había creado a partir de lo que mis
ojos habían registrado hacía mucho tiempo. Y eso me dejó con una pregunta muy
importante.
—¿Dónde estaba la sangre? —grazné, irguiéndome.
Olga me miró de una manera extraña y yo le devolví una mirada fija. Estaba claro
que ella no había visto la visión, o al menos, no la misma que yo. Pero no hizo
ninguna pregunta, lo que estaba bien ya que mi cerebro ya estaba repleto de ellas.
Yo me había negado deliberadamente a revivir aquellos recuerdos después de
haberme escapado de aquel bosque maldito. Ellos se habían quedado en la parte de
atrás de mi mente como una magulladura reciente, delicada y desagradable cada vez
que los tocaba. Pero quizá había sido un error evitarlo. Si yo era la asesina, como
siempre había supuesto, ¿por qué no había estado empapada en sangre? Todos los
demás lo estaban; incluso los perros parecía que se habían estado bañando en ella.
Pero cuando me estiré el delantal esa mañana, no había habido ningún residuo
pegajoso en mis manos ni manchas secas marrones en mi ropa. Y ni siquiera yo podía
lograr una matanza como aquélla sin dejar huellas, no especialmente en pleno ataque
de furia animal.
Pero si yo no lo había hecho, debería haberme despertado mientras pasaba.
Incluso sin una percepción sensorial mejorada, hubiera sido muy difícil dormir con
algo como aquello. Pero si no había sangre…
—¿Pasas? —preguntó Olga pacientemente—. Lars vendrá pronto si no volvemos
y hacemos mucho ruido.
De repente me di cuenta de que, a diferencia de mí, Olga no estaba abatida
moralmente.
—¿Por qué no te está afectando el hechizo? —le pregunté.
Me miró con sinceridad.

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—Mi marido muere hoy y mi negocio se va a la ruina. ¿Qué puede ser peor que
eso?
La miré, sintiéndome culpable. No sabía que Benny tuviera una mujer. No era de
extrañar que el hechizo no funcionara con ella: ella ya estaba viviendo el peor día de
su vida. Cualquier recuerdo que el hechizo le trajera a la memoria seguramente sería
un alivio si bloqueaba el presente. Yo, por otra parte, tenía quinientos años de
pesadillas de las que podía escoger las que quisiera. Aún podía sentir zarcillos del
hechizo intentando moverse alrededor de mí, pero la conmoción de que el mayor de
los miedos de toda mi vida podría haber sido una mentira me permitió apartarlos. En
algún momento y muy pronto, iba a sentarme y a hacerme a mí misma algunas
preguntas difíciles sobre aquella noche, pero ahora no era el momento.
Miré bien a mi alrededor y me di cuenta de que el hechizo había atrapado a
alguien más. Louis-Cesare estaba acuclillado en una esquina dándome la espalda.
Tenía que haber estado siguiéndonos de muy cerca para haber pasado por la puerta
antes de que el hechizo bloqueara el camino. Parecía como si deseara haber ido un
poco más lento.
Vi cómo temblaba, una lenta vibración que comenzaba en la parte de abajo de la
espalda y subía hacia su espina dorsal. Parecía que alguien había estado dando
arañazos a su chaqueta de cuero y a sus pantalones anchos, que antes estaban
inmaculados, y una mirada a sus uñas rotas y ensangrentadas me dijeron quién había
sido. Parecía que no había disfrutado del espectáculo mucho más que yo.
Comenzó a mecerse lentamente hacia adelante y hacia atrás, los músculos de su
espalda estaban agarrotados, sólo se le veía la curva agraciada de su cuello bajo la
cortina de pelo que escondía sus rasgos. Estaba gimiendo suavemente, y dijo algo,
supongo que a alguna persona de su pasado. Mi francés es suficiente aunque no
elegante, pero él estaba pronunciando las palabras demasiado deprisa para que yo las
entendiera. Luego comenzó a reírse, un sonido roto y agrio, como el cristal bajo unas
botas. Me dio tanta grima como el sonido de unas uñas en una pizarra. Me acerqué
hasta él, sin pensar; simplemente quería detener ese sonido tan horrible. En el mismo
instante en el que mis manos tocaron su piel, fui arrastrada a su pequeña esquina del
infierno.

Una celda oscura, donde él estaba en el suelo, indefenso y atado. Los


carceleros lo desnudaban bruscamente, tirándole de la ropa, la navaja en
su cuello era una amenaza silenciosa. No hizo que dejara de intentar
luchar, de dar golpes hasta que ellos lo apalearon dejándole casi sin
sentido, los puños y las uñas se movían sin compasión. Finalmente sus
extremidades se negaron a obedecerle y el sabor a polvo y a paja, y el gusto
fuerte y metálico de la sangre llenaron su boca. Su respiración entrecortada
sonaba muy lejos; casi se podía imaginar que procedía de otra persona.

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Hasta que comenzó un dolor nuevo, algo que nunca habían osado hacerle
antes, algo que lo dejó horrorizado.
Apretando los dientes en un chillido, jadeó en una niebla roja de dolor y
furia mientras su cuerpo se retiraba de la invasión, su desesperación estaba
más allá de su control. No podía vencer el temblor de sus extremidades, la
resistencia o los jadeos medio ahogados, pero no chillaría. La humillación
se asentó como una roca en su intestino, mezclándose con la agonía
mientras ellos iban en turnos y se tomaban su tiempo. Uno de ellos se rió y
él pudo sentirlo en su barriga, dejándole saber que esto no acabaría
pronto. La bilis le quemaba la parte de atrás de su garganta, pero una
calma helada se aposentó en él. Encontraría una manera de salir de allí, se
prometió a sí mismo, y cuando lo hiciera, nadie volvería a convertirlo de
nuevo en una víctima.

Me eché hacia atrás dando tumbos, sudando frío y maldiciendo a los magos que
habían puesto esta trampa. Después de que mi respiración comenzara a ser de nuevo
normal, le cogí prestado un pañuelo a Olga y lo enrollé en mi mano. Ya no iba a
haber más contacto de piel a piel, no aquí.
Me puse de cuclillas e intenté tener un contacto visual, pero no pude verle la cara
hasta que le eché hacia atrás un mechón de pelo que tenía en la frente. Su perfección
pálida común se había descolorido y ahora era de un blanco yeso y sus ojos eran
oscuros y estaban amoratados. Sentí una oleada de compasión nada habitual. Parecía
tan joven, sin esa expresión cerrada y superior que normalmente utilizaba cuando
estaba cerca de mí. No parecía Louis-Cesare, el miembro de Senado y el cabrón
arrogante. Parecía el Louis-Cesare del pelo castaño rojizo, los ojos azules y la sonrisa
devastadora. Extendí la mano, mi dedo seguía la línea de una sola lágrima que le
bajaba por la mejilla. Luego le di una bofetada.
La primera no tuvo mucho efecto, pero para la cuarta, ya le había cogido el
tranquillo y su cabeza aporreaba la pared cada vez que se mecía de vuelta. Una mano
delgada se extendió y me enganchó el brazo antes de que pudiera darle una quinta
bofetada.
—¿Has salido ya de ahí o tengo que seguir golpeándote? —le pregunté—. Porque
la verdad es que no me importaría.
Su boca se torció en una expresión de dolor que podría haber sido una sonrisa,
excepto por el brillo de horror en sus ojos.
—Dorina.
—Ésa soy yo.
—Gracias. —Había un agradecimiento tranquilo en su voz que me hizo sonreír
como una idiota, y algo de desolación en su expresión se desvaneció.
—Ya sabes —le dije mirando a otro hechizo Mortaja de fuego que bloqueaba la
puerta detrás de él—, podrías alegrarme el día y decirme que tienes algo para

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atacarlo.
Parpadeó mirando la pared gruesa de fuego como si se sorprendiera de verla allí.
—No.
—Entonces tenemos un problema. —Era un eufemismo.
Ahora sabía por qué los magos no se habían molestado en desperdiciar personal
que les cubriera las espaldas. Cualquiera que pasara sin ser visto hasta aquí dentro
estaba atrapado hasta que viniera uno de ellos y acabara con él o lo dejara allí para
que se descompusiera. No me atraía ninguna de las dos opciones, pero tampoco que
las llamas me asaran. Podría sobrevivir a la llama, pero me pasaría un mes desvalida
después de eso por tener cada centímetro de mi piel quemado. Olga también podría
vivir a través del proceso, la piel más delgada de un trol tiene aproximadamente la
consistencia del cuero, pero no había ninguna forma de que Louis-Cesare lo lograra.
Los vampiros arden como si hubieran sido empapados en líquido combustible incluso
sin ayuda mágica. Necesitábamos una alternativa.
Louis-Cesare ya se había puesto de pie, pero estaba apoyado fuertemente contra
la pared, con la cabeza sobre su antebrazo.
—Merde. —Decidí ver si Olga tenía alguna idea; parecía que él necesitaba algo
más de tiempo.
Ojeé las paredes de la cueva inquisitivamente.
—Olga, ¿crees que puedes cortar esto? —Ella no tenía un pico, pero tampoco lo
había tenido antes.
Se encogió de hombros.
—Con tiempo. Pero Lars vendrá pronto. —Lars no me había dado la impresión de
ser un gigante mental y había permitido que Louis-Cesare llegar hasta allí, pero quizá
se me estaban pasando sentidos profundos escondidos. Debía de parecer escéptica,
porque ella señaló con la mano la pared—. Él hará una puerta nueva. —Vale, eso
tenía que verlo. Los magos tienden a olvidar que existen otros modos de resolver un
problema aparte de la magia. Puedes poner todos los hechizos que quieras en una
puerta, pero si alguien le da una patada y echa abajo la pared y puede hacer una
nueva no es que importe mucho, ¿verdad? Solamente esperaba que Lars no hiciera
que el techo se nos cayera encima con su entusiasmo.
—¿Dónde estamos? —Louis-Cesare había decidido unirse a la conversación.
Me volví hacia él, y por un momento tuve la sensación desorientadora de una
doble visión, de ver a alguien que era el mismo de siempre y a la vez muy distinto. A
la fuerza aplasté la empatía que quería entorpecer mi enfoque. Ahora no me lo podía
permitir.
—No sabía que iba a venir aquí hasta hace unas pocas horas —le acusé, mi voz
fue más áspera de lo que pretendía—. ¿Cómo es que me encuentras siempre?
La expresión de Louis-Cesare se cambió del atontamiento de la conmoción a una
exasperación arrogante.
—La verdad es que eso ahora no es relevante.

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—¡Es relevante para mí!
Aparentemente decidió que responder era más fácil que discutir.
—Por el móvil que te di. El Senado fue capaz de utilizarlo para identificar tu
posición.
Lo saqué de mis vaqueros y lo miré fijamente. La funda negra lisa y reluciente
brillaba inocentemente a la tenue luz. Debería haberlo sabido. Puse en el suelo el
dispositivo traidor bajo el tacón de mi bota y lo aplasté.
Louis-Cesare lo observó con una curva irónica en sus labios.
—Estoy empezando a entender tus problemas con la electrónica.
—Muy gracioso.
—Lars está aquí —anunció Olga, poniéndose de pie con fuerza.
—¿Te has traído troles contigo? —Aparentemente parecía que Louis-Cesare
acababa de notar las dos montañas mirándose fijamente la una a la otra a través de
una cortina de fuego.
—Bueno, casi que ellos me trajeron a mí. —Dejé que se las arreglara solo y fui a
ver lo que Olga pensaba que Lars podía hacer.
—Llama a los otros —le dijo Olga. Obedientemente Lars se dio la vuelta y se
movió pesadamente por el pasillo, haciendo que el suelo temblara ligeramente
mientras corría—. No llevará mucho tiempo —dijo, mirándome a mí y luego a Louis-
Cesare—. ¿Conoces a este vampiro?
—Por desgracia, sí. —Dejó al descubierto sus dientes y yo me apresuré a
explicarle.
—Es de los buenos, sólo que es muy quejica.
Bajo el agotamiento y el dolor y el hartazgo, Louis-Cesare parecía que casi se
estaba divirtiendo, hasta que Olga le dio un golpe en la espalda. El gesto amistoso
había hecho pedazos la espina dorsal de un humano.
—Bien. He escuchado rumores —nos informó—. Dicen que los vampiros
rebeldes y los magos oscuros trabajan juntos. Cuando Lars vuelva, entraremos por
estas paredes. Tú —le dijo a Louis-Cesare como un general tratando a un soldado—,
percibe a cualquier vampiro, despierto o dormido. Nosotros lo mataremos. Luego
recuperaremos lo que es nuestro.
—¿Quién es «nosotros»? —preguntó Louis-Cesare incrédulamente—. El propio
Senado no se atrevería a atacar un sitio como éste, por lo menos, aún no. ¿Pero tú
propones hacerlo con qué? ¿Con una banda de troles?
Él me había preguntado a mí, pero Olga respondió.
—Si tienes miedo, vete —le dijo encogiéndose de hombros.
La boca de Louis-Cesare se abrió y se cerró unas cuantas veces, como si estuviera
teniendo problemas en procesar el hecho de que una señora con barba que parecía
salvaje le acabara de llamar cobarde, pero no le dejé seguir.
Me giré hacia Olga.
—Podría haber una complicación.

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Levantó las cejas peludas y comencé a sentirme culpable. Probablemente tendría
que haberle mencionado esto antes.
—Existe la posibilidad de que los magos y los vampiros estén obteniendo una
pequeña ayuda extra estos días. —Me pasé los siguientes cinco minutos informándola
de mis recientes aventuras—. No me malinterpretes, si aún quieres pegarle una
patada en el culo a algún vampiro, yo soy tu chica. Pero no creo que tu grupo esté
preparado justo ahora para enfrentarse a Drac. —Me las apañé para no mencionar que
a mí tampoco me apetecía mucho, aunque creo que el tema salió por casualidad.
—¿Tú sabías dónde estaba, incluso el número de habitación y no dijiste nada? —
preguntó Louis-Cesare—. ¿Quieres atraparle o no?
—¡No! —respondí acaloradamente—. Eso es asunto de Mircea. Yo quiero
matarlo. Creo que he sido bastante clara en eso. Pero voy a tener una sola
oportunidad, y la verdad es que no estoy preparada justo ahora. Por eso fue por lo que
vinimos aquí primero, para obtener algunas armas decentes.
—¡El Senado tiene armas!
—Y estoy segura de que estarían encantados de dármelas a mí. Además, ellos no
tienen el tipo de material que yo necesito. O si lo tienen, no creo que sea probable que
lo admitan.
—Por eso era por lo que no querías que estuviera contigo. ¡Estabas planeando
comprar armas ilegales!
—Sí, hasta que mataron a Benny. Ése era el plan. Ahora el plan es robarlas.
La frente gigante de Olga estaba arrugada como si pensar le causara dolor.
Aunque cuando habló, estaba claro que había seguido toda la conversación.
—Este Drac del que estáis hablando, ¿fue el que mató a mi querido?
—Sí. Tiene magos que fueron los que hicieron el trabajo sucio, pero él estaba al
mando.
Olga asintió con la cabeza, como si eso fuera todo lo que necesitaba saber.
—Si él está aquí, lo mataré por ti —dijo simplemente.
Louis-Cesare y yo intercambiamos las miradas.
—Eh… Olga… —Me detuve porque no tenía ni idea de cómo explicarle lo
improbable que era y también porque el grupo acababa de llegar. Por lo menos
suponía que estaban detrás de Lars, pero su volumen cubría la entrada, haciendo
imposible saber si estaban detrás o no.
—Echad abajo la pared —les dijo Olga, señalando a un lugar al lado de la puerta
—. Luego empezaremos a matar cosas.

Lo que encontramos después de cortar dos paredes de roca sólida fue un almacén.
Pero no se parecía en nada a lo que yo me esperaba. Diseminadas en una línea larga a
ambos lados del pasillo toscamente tallado, había celdas pequeñas y poco profundas,
casi como pequeños surcos en las paredes. La mayoría de ellas estaban vacías, pero

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había algunas que no. Y una me llamó la atención inmediatamente porque, aunque
estaba al final del pasillo, el olor que emanaba de ella era inconfundible.
La celda estaba vacía, pero el olor era muy fuerte. Demasiado fuerte para que el
ocupante se hubiera ido hacía mucho. El camino llevaba a una puerta que, incluso
antes de llegar a ella, me di cuenta de que estaba fuertemente protegida. Levanté la
cabeza, acallando los sonidos que había detrás de mí y concentrándome. Sí, lo que
había pensado.
Corrí hacia el otro extremo del pasillo, esquivando a los troles y demonios y a las
distintas criaturas que se estaban liberando de las celdas y cogí alguno de los trozos
de piedra que había alrededor de la puerta que acabábamos de crear. Corriendo de la
manera en la que iba, logré esquivar a Louis-Cesare, que estaba de pie en medio del
pasillo mirándome con una expresión aturdida, y volví a llegar a la puerta. Lancé las
rocas a la puerta protegida, cada nervio de mi cuerpo me decía que me diera prisa.
Las protecciones se mantuvieron firmes, como yo había supuesto que harían, pero
el guardia al otro lado, el que había estado tintineando monedas en su bolsillo y
tarareando desafinado, de repente empezó a prestar atención. Puede que no fuese
capaz de oírnos a través de la puerta, pero sí que podía escuchar la estridente alarma
que se había disparado cuando los hechizos protectores fueron puestos a prueba.
—Venga —dije susurrando—. Tú puedes manejar esto. Probablemente algún
estúpido esclavo se ha soltado. ¿Volviste a revisar la última puerta que cerraste?
Porque si no lo hiciste y vas a buscar ayuda se te va a caer el pelo. Entra y revísala tú
solo. No hace falta que nadie lo sepa.
No tengo la habilidad de controlar la mente que tienen los vampiros, pero si me
concentro lo suficiente, puedo meterle una idea en la cabeza a alguien. Sin embargo,
no tiene la misma fuerza que los pensamientos de Mircea, nadie se ve obligado a
actuar a causa de una de mis pequeñas dudas, pero de todas formas la gente suele
hacerlo. Especialmente si suenan como algo que podrían haber pensado ellos mismos.
Louis-Cesare vino detrás de mí, pero por una vez se contuvo y no dijo nada. Un
momento más tarde, los guardias desaparecieron; podía sentir los zarcillos
disipándose como el humo sobre nosotros, y la puerta se abrió. El guardia no era un
completo idiota. Tan pronto como escuchó la cacofonía que una docena de troles
estaba causando mientras desguazaban las puertas de acero, intentó cerrar de nuevo el
bloque pesado de metal, pero mi pie estaba en medio y un segundo más tarde mis
manos estaban alrededor de su cuello.
—Tienes que estar de broma —le dije indignada después de tirarlo al suelo.
Debajo de mí había simple y llanamente un humano. Lo olí para estar segura, pero no
había duda de ello—. ¿Un humano? ¿Qué, están locos?
No debería haberme sorprendido, ya que un vampiro no se habría visto afectado
por mis juegos mentales y un demonio me los habría lanzado de vuelta a la cara. Pero
aún tenía problemas para creer que el Círculo Negro hubiera dejado a un humano de
guardia. Son incluso más despectivos con los humanos comunes y corrientes que la

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mayoría de los magos. Los llaman «cretinos» y, la mayor parte del tiempo, ignoran su
existencia.
Louis-Cesare logró ponerse de cuclillas de una manera elegante al lado del
humano.
—Podría ser una trampa explosiva.
Moví la cabeza.
—No. —Ya había visto cosas como ésa antes: magos que usaban a los humanos
como cables de detonación, con un hechizo diseñado para que detonaran si el corazón
del humano comenzaba a acelerarse o con cualquier otro signo de que había un
problema cerca. Pero conocía las señales, y éste no tenía ninguna de ellas. Olía a
miedo y a sudor, a calcetines que había llevado puestos durante mucho tiempo sin
lavar y al sándwich de cebolla y de salchicha que se había comido antes. Podía decir
el champú que usaba y que hoy se había masajeado con una crema su pantorrilla
izquierda, pero no había olor a magia oscura a su alrededor. De hecho, no había
ningún olor que yo pudiera detectar por ningún sitio, lo que era más que extraño en
una fortaleza del Círculo Negro.
—Mira, coged lo que queráis. Simplemente no me comáis, ¿vale? He comido ajo
al mediodía —dijo, con tanto pánico que el blanco de sus ojos destacaba alrededor de
sus pupilas grises.
—Bien, me encanta cuando la cena ya está aliñada. —Lo arrastré por los pies—.
Tienes una oportunidad. ¿Qué está pasando aquí? Y sabré si me estás mintiendo.
—La subasta. Casi se ha acabado, pero seguramente puedas obtener unos pocos
lotes si te das prisa. —Miró algo sobre mi hombro y el poco color que tenía
desapareció—. O llévate lo que quieras. Todo, de verdad.
Miré hacia atrás y vi que Olga se había unido a Louis-Cesare con una multitud de
distintas criaturas detrás de ellos. Uno de los troles más pequeños tenía algo en el pie
posterior que identifiqué como un cachorro de hombre lobo. Me había llevado un
minuto porque la luna llena ya había pasado hacía unas semanas, pero la pequeña
criatura rabiosa estaba en el modo completo de lobo y en ese momento intentando
morder a través de la piel dura del trol. El trol lo abofeteó lo bastante fuerte como
para lanzarlo y que su cabeza se golpeara contra la pared, dejándolo aturdido y
ligeramente más tranquilo.
Miré a Olga.
—Sin comer —le dije, esperando que ella estuviera de acuerdo ya que no había
mucho que yo pudiera hacer si no lo estaba—. Tenemos que averiguar qué está
pasando.
Tuvo una conversación en susurros con el trol, que frunció el ceño y de modo
desafiante arrancó a mordiscos uno de los dedos del hombre lobo. La pequeña
criatura lloraba de dolor y comenzó a revolverse incluso más, mientras Olga enviaba
al trol de bruces contra la pared de la cueva. Ella bajó de golpe un pie sobre él cuando
él rebotó, poniendo su considerable peso sobre su torso y él se alejó del hombre lobo.

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Loco de dolor y miedo, comenzó a cortar todo lo que había a su alcance hasta que
Louis-Cesare lo agarró por el cuello y lo dejó sin conocimiento.
Me di la vuelta para mirar al humano y me encontré que había perdido el
conocimiento. Suspiré y se lo di a Olga, que seguía machacando la cara del trol
contra el suelo de la dura cueva.
—Volveré —le dije, y ella asintió con la cabeza de manera agradable.
El túnel daba a uno mucho más largo, que a su vez llevaba a lo que parecía una
cueva formada de manera natural, un piso por debajo de la boca del túnel. Había
escalones de piedra tallados en el lateral que conducían a la oscuridad. Unas pocas
luces, algunas mágicas y otras más prosaicas, alumbran el lugar a parches,
especialmente la zona pequeña y despejada que servía como plataforma para la
subasta. Podía ver incluso en la oscuridad, pero pronto deseé no poder hacerlo.
—El humano tenía razón —dijo Louis-Cesare por encima de mi hombro. Yo
asentí con la cabeza intentando mantener la respiración. Algún tipo de subasta ilegal
se estaba llevando a cabo y no era por cigarrillos de contrabando. Un montón de las
jaulas pesadas que rodeaban la plataforma estaban vacías, pero algunas aún tenían
criaturas dentro. El hecho de que algunos de ellos se parecieran sospechosamente a
las cosas deformadas del laboratorio de Radu hizo que el estómago me diera un
vuelco. Pero lo que era incluso peor es que olí dos olores familiares en el aire: Claire
había estado allí, probablemente en esa última hora. El otro era el olor de Drac.
Bloquéalo, me dije a mí misma duramente, hundiendo las uñas de los dedos en la
palma de la mano lo bastante como para romperme la piel. No le haría ningún bien a
Claire si ahora enloquecía, si por alguna casualidad ella seguía aún allí.
—Un espécimen poco común —dijo un anunciador humano—. Mitad duergar,
mitad brownie, una combinación extraña. Protegerá nuestra propiedad mejor que un
montón de perros guardianes y por si fuera poco os preparará el almuerzo. ¿Qué me
ofrecéis?
Una criatura pequeña y gris oscura, de poco más de medio metro de alto, estaba
de pie en el círculo cegador de luz, intentando proteger sus grandes ojos sin
conseguirlo. Estaba temblando de miedo y haciendo un ruido alto que sonaba como
una mezcla entre el chillido de un bebé y una sierra mecánica cortando metal. Hizo
que me estremeciera y, aparentemente, a los compradores tampoco les gustaba mucho
ya que nadie hacía ninguna oferta.
El subastador siguió intentándolo durante otros pocos minutos, mientras yo estaba
allí de pie y utilizaba cada truco que conocía para evitar que la marea acelerada de mi
cabeza me superara. ¿Había estado Claire en ese círculo siendo insultada por esa
multitud variopinta? ¿La habían golpeado como estaban haciendo ahora con el
híbrido intentando que se callara? La cosa tenía que ser más fuerte de lo que parecía,
porque se las apañó para quitarle el palo al humano que lo sujetaba. La criatura se
retorció a través de las barras de su jaula, luego se dio la vuelta hacia él, y comenzó a

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darle unos buenos lametones antes de que el hombre se arrastrara para quitarse de en
medio.
—Ya está, Marco; todo listo. Métele una bala en el cerebro y sigamos.
El subastador había apagado su micrófono antes de hacer el comentario a un
matón que tenía al lado, pero hizo eco en mi cabeza como si hubiera gritado lo que le
había dicho. Con la imagen de alguien poniéndole una pistola en la cabeza de Claire,
el maremoto llegó golpeando mis defensas y de repente estaba ahogándome en un
mar de sangre.
—¡Dorina! —Escuché que alguien decía mi nombre, pero no me quedaba
suficiente cordura para contestar. La familiar rabia asesina apareció como el vómito
en mi garganta. Luché contra esa marea sangrienta durante otros pocos segundos,
pero era más inútil que nunca y supe, en ese instante, que Claire estaba muerta o que
ya se había ido hacía tiempo. No quedaba ni el más mínimo jirón presente de su
calma bendita para ayudarme a mantenerme firme. Y con ese pensamiento, dejé de
intentarlo. Si esas cosas la habían matado, haría que se unieran a ella. Podíamos irnos
todos juntos al infierno. Después de todo, yo ya conocía al propietario.

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12

Me desperté desorientada y con un dolor agudo. Lo primero era porque estaba boca
abajo, colgando de una jaula volcada con el culo en el aire, y lo segundo porque
estaba sangrando, supongo que por la media docena de heridas que tenía. No
obstante, la mayoría de ellas eran claramente leves, comparadas con la barra de metal
que Louis-Cesare estaba intentado sacar de mi costado. Me había atravesado
completamente para perforar la parte de arriba de la jaula. Dio un tirón final y la cosa
se soltó con el sonido de metal chirriante y carne rajada. Sin nada que me sujetara allí
arriba, me caí al suelo, sangrando por más sitios de los que podía contar.
—¿Estás en tus cabales, o lo que eso signifique en tu caso? —preguntó en un
susurro medio ceceante. Reconocí el sonido, ese de un vampiro con los colmillos
completamente extendidos, y no es que lo hubiera escuchado muy a menudo. La
mayoría de las veces, cuando llegaban a esa parte, no estaban muy interesados en
hablar.
Asentí con la cabeza débilmente. El animal que había reconcomido mis entrañas
había desaparecido por el momento. Podía sentir los vestigios ásperos de la ira
confusa, pero eso era normal. Pasaría, e incluso si no, dudaba que pudiera hacerme
más daño enseguida.
Antes de que él pudiera responder, el francés estaba en el aire, aterrizando a unos
cuantos metros de distancia. Dos ojos marrones gigantes aparecieron en mi campo de
visión, entornados, en una cara pequeña y deformada. El pelo gris desgreñado
oscurecía la mayoría de sus rasgos, incluyendo cualquier señal de una nariz, pero
tenía unos cuantos colmillos deformes. Me di cuenta de que varios de ellos estaban
mal colocados, hacia arriba como dientes caninos, mientras otros cuantos habían
crecido de tal manera que eran más una amenaza para la criatura que para su presa.
Dejé de pensar si estaba a punto de convertirme en el almuerzo de alguien y luché
por levantarme. Por desgracia, eso hizo que la habitación se moviera violentamente y
mi sangre saliera a borbotones. Un dolor desgarrador y agudo corroía mi costado
cada vez que me movía o respiraba.
—¡Túmbate quieta si quieres vivir! —ordenó Louis-Cesare con crudeza—. Y
llama a esa cosa o me veré obligado a matarla. ¡No puedo ayudarte mientras estás
constantemente esquivando el ataque!
—¿Qué es esto? —La habitación seguía moviéndose de un lado a otro en mis
ojos, pero logré enfocar la cosa gris que revoloteaba. Me recordó a la cabeza del
muñeco Mr. Potato montada por alguien de dos años. Todas las partes estaban allí,
pero no estaban necesariamente en el lugar adecuado. La comparación se intensificó

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debido a sus piernas y brazos delgados como palos e incongruentemente largos que
sobresalían en ángulo recto de su pelaje. Tenía las rodillas alrededor de la cabeza
mientras se ponía de cuclillas de modo protector a mi lado, lo bastante cerca para que
el hedor que emanaba hiciera que me lloraran los ojos.
—Es un lote que no se pudo vender. Estaban a punto de matarlo cuando te
volviste loca. —Louis-Cesare le dio un golpe cuidadosamente con el pie y la cosa le
gruñó de una manera tan malvada que uno de sus colmillos doblados atravesó su
labio inferior, causando que un chorreo de sangre negra se uniera a la suciedad
desgreñada y a lo que fuese que había en su barbilla—. Parece que tiene la impresión
de que le has salvado la vida. —Un apéndice deforme que vagamente se parecía a
una mano se extendió para darle una palmadita a mi pelo—. Qué emotivo. ¡Venga,
échala de aquí!
—¿Y cómo lo hago?
—Improvisa. —Él tenía su mano en su espadín y yo no dudaba que lo usaría.
Suspiré.
—Está bien —le dije a mi pequeño admirador—. Si me deja morir, papi lo matará
por ti.
La cosa tuvo que haber entendido algo, porque caminó arrastrando los pies hacia
atrás unos cuantos pasos, dejando que Louis-Cesare se acercara lo bastante como para
examinarme. Me eché hacia atrás en el suelo, mientras él me tocaba la mejilla
amablemente, luego me acarició la garganta. Ligeros dedos mentales traspasaron mis
protecciones ruinosas y de repente pude respirar sin dolor. Sentía sus manos calientes
sobre mi piel y su tacto hizo desaparecer lo último que quedaba de mi histeria
confusa. Me hacían sentir más estable, segura, y me di cuenta de que me había
inducido algo. Normalmente ese tipo de cosas no funcionaban, pero mis protecciones
estaban hechas jirones. Y ya que me había quitado casi todo el dolor, no me apetecía
protestar.
Cerré los ojos y dejé que un maravilloso entumecimiento se extendiese
lentamente por mi cuerpo, desde el cuello hasta las rodillas. La habitación estaba
girando hasta el punto de que sabía que había perdido mucha sangre, suficiente para
que fuera peligroso incluso para mí. No intenté catalogar mis heridas, ya que parecía
que no podía concentrarme y decidí utilizar lo poco que me quedaba de capacidad
mental para cosas más importantes.
—¿Claire?
—Ella estuvo aquí, pero no en el momento en el que nosotros llegamos. Hay una
nota para ti, cuando te encuentres lo bastante bien para leerla te la daré.
—¿Una nota? —Sólo Claire encontraría tiempo en medio de una subasta de
esclavos ¡para dejar una nota! La chica necesitaba terapia. Me reí y me dolió, así que
paré de reírme—. Ya me siento bastante bien ahora —le dije y cometí el error de
intentar ponerme derecha de nuevo. La habitación se movió como algún tipo de
caleidoscopio extraño y comenzó a oscurecerse.

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—¡Quédate quieta! —me dijo de un modo salvaje—. ¡No podrás leerla nunca si
estás muerta!
Decidí que podía tener razón y volví a echarme hacia atrás. El armatoste retorcido
que formaba la jaula se cernía amenazante sobre nosotros, y tuve que tener cuidado
de no moverme mucho o entraría en contacto con algunos de los cientos de trozos de
madera astillada que llenaban el suelo. Finalmente los identifiqué como los restos de
las sillas plegables que los pujadores habían utilizado. El grupo de Olga debía de
haberse vuelto loco.
Había perdido el abrigo de Mircea en algún sitio y ahora Louis-Cesare me partía
la camiseta en dos.
—Ni siquiera hemos cenado aún —protesté débilmente, y él me miró con los ojos
encendidos con un brillo interior—. Los de papi se vuelven dorados —le dije
confidencialmente, y me reí nerviosa.
—Ahora mismo deberías estar inconsciente —murmuró.
—Dhampir —le recordé. Louis-Cesare no respondió, pero subió el tono
volviéndome a advertir. Me encontré mirando fijamente unos ojos como acero
iluminado por las estrellas, susurró alguna parte poética insospechada de mí, o como
un relámpago cruzando un cielo de verano. La verdad es que aquellos ojos eran
asombrosos—. Bonitos —observé, lo que pareció sorprenderle.
Olga apareció detrás de él, su volumen empequeñecía a Louis-Cesare como si
fuera un niño. Se inclinó para verme mejor, lo bastante cerca como para que su barba
dorada me hiciera cosquillas en la barbilla.
—¿Está viva?
—Por el momento sí. —La voz de Louis-Cesare sonó muy tensa.
—Bien. Ese vampiro no está aquí —me informó Olga—. ¿Dónde seguimos
cazando?
—Estoy pensando en ello —le dije. Ella asintió con la cabeza, satisfecha, y se fue
moviéndose pesadamente.
Louis-Cesare comenzó a explorar alrededor de mi pecho buscando algo. Una
bala, recordé vagamente. Los subastadores habían tenido armas y a juzgar por donde
estaba haciendo su cirugía improvisada, alguien había disparado muy bien. No le
había dado al corazón, pero se quedó cerca.
—No podemos llevarla con nosotros —comentó. Me llevó un momento darme
cuenta de que estaba hablando de Olga.
—Claro que podemos.
—¡No sabes nada acerca de ella!
—Sé que Drac mató a su marido. No creo que ella tenga ninguna oportunidad de
acabar con él, pero tiene derecho a intentarlo. —Puede que los humanos estuvieran
dispuestos a luchar sus batallas en los tribunales y para cosas menores la comunidad
mágica seguía su ejemplo. Pero alguien iba a sangrar por esto. Simplemente esperaba

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que fuera la persona correcta, ya que la idea de Olga retorciéndose durante sus horas
finales en uno de los postes especiales de Drac no era muy atractiva.
—Es una trol de montaña —me informó, como si hubiera habido alguna
posibilidad de que se me hubiera pasado.
—Pero, oye, una con muy mala leche. Tú no quieres que venga, está bien. Se lo
dices tú. Ya he tenido toda la violencia que quiero por hoy.
Louis-Cesare parecía como si fuera a discutir, así que lo distraje con un quejido
lastimoso. Era una pena que no fuera fingido. Volvió a la cirugía y a cambio de mi
concesión de quedarme quieta mientras él me parcheaba, me puso al día sobre
bastantes cosas que me había perdido.
—Parece que interrumpimos una subasta ilegal que presentaba experimentos
fallidos de los duendes oscuros. Se los dieron a un grupo de humanos que ellos usan
para hacer sus mandados como, ¿cómo se dice?, una bonificación —dijo, dejando la
bala que me había extraído en el suelo—. Los prisioneros dijeron que no había magos
aquí, sólo humanos, creo que el Círculo Negro abandonó este sitio porque era
demasiado vulnerable, y que los hechizos protectores que nos encontramos
simplemente no se molestaron en quitarlos cuando se fueron.
—¿Y qué dijeron los humanos? Si trabajan para… —Me detuve por una punzada
particularmente dolorosa.
—Les habríamos preguntado si tus amigos hubieran dejado a alguno con vida —
fue la sarcástica respuesta. Otra pequeña bala golpeó el suelo. No era de extrañar que
me sintiera como una mierda. Incluso yo logro evitar normalmente que me disparen
dos veces en el pecho en el mismo día.
Luego asimilé lo que él había dicho. Miré a mi alrededor y por primera vez me di
cuenta de que el hombre que había atacado al pequeño híbrido estaba ahora tendido
encima de un par de jaulas que había a ambos lados de la habitación. Los miembros
del subastador y de su personal estaban por todos los sitios, con un brazo aún
agarrando una maza a un metro de allí. Mientras Louis-Cesare me cosía, observé al
pequeño trol de Olga, que parecía poco afectado por su nariz obviamente rota,
cogerlo y meterlo en una cesta al lado de otros trozos mutilados. Comida para llevar,
supuse.
—Espera un minuto. —Mi cerebro lento finalmente lanzó la pregunta obvia—. Si
esto era algún tipo de subasta ilegal casera, ¿por qué estuvo Claire aquí? —La idea de
que ella estuviera entre lo que se había clasificado como basura era ridícula.
Louis-Cesare no respondió, estaba demasiado ocupado intentando sacar una bala
del calibre veintidós de mi muslo. Antes de que pudiera presionarle, alguien apareció
y me hizo olvidar las palabras.
—¡Mierda! —Intenté levantarme, pero Louis-Cesare me mantuvo echada.
—¿Qué te pasa? —Estaba mirando por encima del hombro al recién llegado. O
estaba alucinando o la amenaza no era tan grande como esperaba. Realmente prefería
que fuera esto último, ya que no estaba en forma para defenderme.

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El recién llegado se puso de rodillas elegantemente a mi lado. Intenté no mirar,
pero no creo que funcionara. Al menos, merecía la pena, porque era el hombre más
guapo que había visto en mi vida. Su pelo dorado le caía sobre los hombros y en la
habitación oscura parecía brillar con una luz interior, los ojos verdes tan oscuros que
casi eran negros le daban un contraste asombroso, especialmente enmarcados por sus
pestañas con puntas doradas. Pero su cara era lo más sorprendente en él. Finas
arrugas de risa apenas perceptibles se fruncían alrededor de sus ojos, y su sonrisa
dejaba ver sus dientes blancos. A pesar de la perfección de sus rasgos, la primera
palabra que habría utilizado para describirle serie «agradable», algo que nunca había
asociado con un miembro de los duendes de la luz.
No obstante, el sobrenatural aspecto del duende no evitó que fuera atacado por un
manchón gris gruñidor.
—¿Qué tenemos aquí? —La voz musical y suave sonaba divertida cuando una
mano flexible y temblorosa cogió a la criatura—. ¡Ah! Un bebé duergar. ¿Es tuyo? —
Yo simplemente miré fijamente mientras tomaba al pobre duergar de manera segura
por el cuello. Intenté arañarle, pero los brazos de los duendes son incluso más largos
que ellos mismos y se puso fuera de mi alcance—. Pero ésta no puede ser la guerrera
aterradora —dijo el duende, sus ojos se abrieron de par en par cuando me miraron—.
Es demasiado joven y demasiado bonita.
—Tiene quinientos años —contestó Louis-Cesare con sequedad.
—Como yo pensaba —dijo el duende—. Una cría. —Levantó mi mano hacia sus
labios y si la sangre seca que tenía le incomodó, no lo mostró en ningún momento—.
Creo que te llamas Dory, ¿es así? A mí me conocen como Caedmon, al menos en tu
mundo.
El duergar parecía tener problemas en que Caedmon me tocara y comenzó a
sacudir sus extremidades largas y flacas como palos, como en un intento de arañarle
los ojos. El duende lo miró.
—Pueden ser muy útiles: resistentes al veneno y a la mayoría de la magia, fieros
en la batalla, extremadamente leales y muchos son herreros muy habilidosos. Una vez
tuve un cinturón asombroso con una hebilla de oro, un trabajo exquisito, hecho por
uno de sus artesanos más reconocidos. Pero si me perdonas el comentario —añadió
—, éste no es un espécimen demasiado bueno.
Aparté a la cosa rabiosa del duende, y se quedó tranquila después de enrollar dos
brazos largos y delgados alrededor de mi cuello.
—Sólo es un bebé —le dije a la defensiva.
Caedmon asintió con la cabeza.
—Es cierto, pero sin la formación adecuada y la supervisión de su gente, nunca
obtendrá sus habilidades. Y creo que es muy poco probable que sea bien recibido
entre ellos. Parece que ha habido alguna mezcla de sangre. Seguramente sería visto
como una abominación. Sería muy bondadoso sacarlo de su miseria.

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Abracé al duergar y reprimí una arcada. Después de un baño, se parecería a
Animal, de Los teleñecos. Siempre me habían gustado Los teleñecos.
—Creo que lo llamaré Apestoso.
Louis-Cesare puso los ojos en blanco, pero Caedmon simplemente sonrió.
—Es perfecto.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté, dudando que hubiera venido a
comprar algo. Los duendes tienden a ser un poco más particulares con sus esclavos.
Se encogió de hombros elegantemente.
—Parece que tenemos algo en común: yo también estoy buscando a tu amiga.
—El Consejo de los duendes le envió —explicó Louis-Cesare, lanzándole al
recién llegado una mirada torva. Aparentemente se habían conocido antes de que yo
me despertara y no parecía que Louis-Cesare estuviera muy impresionado.
—Para investigar este desafortunado asunto —añadió Caedmon—. Estoy muy
preocupado por tu amiga. Tenemos que encontrarla y cuanto antes mejor. Creía que
había descubierto su paradero, pero fue muy tarde.
—¿Por qué estás interesado en Claire? —Ella nunca había mencionado ningún
contacto con los duendes. Y yo que creía que era yo la que tenía secretos.
—Estoy deseando discutir eso contigo —dijo Caedmon—, pero —su mirada
recorrió mi cuerpo abatido—, ¿quizá cuando te hayas recuperado?
—Dímelo ahora. —Puse una mano en su brazo y sentí casi frío al tocarlo, o quizá
era la sensación líquida de la seda. Si cualquier diseñador de moda viera cómo
llevaba su túnica gris y sencilla, y sus mallas, el estilo medieval estaría en todas las
pasarelas el próximo otoño. Incluso el dolor de la herida que Louis-Cesare estaba
ahora tocando, apenas lo noté. No podía recordar un simple periodo de veinticuatro
horas en el que hubiera perdido la conciencia tan a menudo, pero parecía que iba a
volver a pasar.
—Espera, permíteme. —Caedmon puso una mano en mi frente. Su poder me
rodeó, como la luz del sol en mi piel. A pesar del hecho de que estábamos bajo tierra,
lanzó un montón de ramas que se movían gentilmente por mi cuerpo y doró el aire
polvoriento hasta que todo brilló. Los sonidos de la limpieza se convirtieron en un
ruido distante, sobrescritos por risas y voces musicales que cantaban canciones
desconocidas. Respiré un olor rico a bosque, y sombras vagas giraban a mi alrededor
en una tormenta verde y dorada, como hojas atrapadas por el viento. Por un instante
creí que la cueva desaparecería del todo; luego una hoja imaginaria acarició mi
mejilla y me aparté, luchando por fortalecer mis protecciones. Las sensaciones no
habían sido amenazadoras, pero tampoco lo es el sol hasta que te quema.
No sabía si las imágenes eran envíos deliberados, un intento discreto de calmarme
los nervios, o simplemente parte de lo que él era. De todas formas, pasaron
rápidamente y con ellas se fue gran parte de mi letargo. Por desgracia, su paso
también terminó con lo que había hecho Louis-Cesare y eso hizo que el dolor
volviera a ser intenso.

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Solté una retahíla de maldiciones en rumano que pensé que se me habían olvidado
y aparté al vampiro a un lado. Apestoso le siseó algo.
—¿Qué estás intentando hacer? ¿Una amputación?
Me miré las piernas, que un momento antes habían estado acribilladas con heridas
penetrantes y vi que todas se habían cerrado menos una, la única en la que él había
estado escarbando. Mientras miraba, un bulto apareció debajo de la piel y en lugar de
estar quieto, comenzó a moverse de una manera muy desagradable. Luego, de la
herida saltó un objeto de metal aplastado que en la distancia me di cuenta de que era
la bala que Louis-Cesare había intentado localizar. Un segundo después de eso, la
herida se cerró.
Lo miré fijamente, atónita. Nadie curaba así excepto un maestro de primer nivel.
O, por lo que parecía, un duende. Inmediatamente mi mente comenzó a preguntarse
cómo sería matar a alguien que podía sanar las heridas más graves de esa manera tan
rápida, mientras Caedmon me ayudaba a ponerme de pie.
—Eres un sanador.
Sonrió y fue conmovedor.
—Un talento menor.
—Ahora cuéntame lo de Claire.
Su sonrisa se abrió de oreja a oreja.
—¿Eres una cosita testaruda, verdad? —Ya que él me sacaba al menos medio
metro, decidí ignorar lo de «cosita». Desde su perspectiva, era cierto.
—Sí, además si reunimos nuestra información…
—Opino lo mismo —concordó, apoyándose en la jaula volcada como si estuviera
posando.
Louis-Cesare se quedó de pie con los brazos cruzados, su boca era una línea lisa y
dura. Parecía que algo del duende le estaba molestando o a lo mejor es que no le
gustaba el giro que había tomado la conversación. Encontrar a Claire no era su
misión, pero yo estaba contenta de ver que era lo bastante listo como para darse
cuenta de que no había manera de sacarme de allí hasta que no supiera todo lo que
podía saber. Radu estaba bastante seguro por el momento, y Claire no.
—Es una larga historia, adecuada para la canción de un poeta —dijo Caedmon, su
voz estaba tomando un ritmo que casi parecía que estaba cantando. No tenía ningún
acento que pudiera reconocer, pero hubiera sabido con los ojos vendados que la mía
no era su lengua materna—. Pero quizá simplificaría las cosas si pudieras decirnos lo
que dice esto. —Sacó un trozo de papel de la capa que llevaba y lo miró un poco
irritado—. Los humanos son unas criaturas tan impacientes… Cada vez que visito
este mundo tienen nuevas lenguas, yo ya no intento estar al día. —Me entregó un
papel doblado y vi sorprendida que tenía mi nombre en la parte de fuera—. Parece
que alguien sabía que ibas a venir.
Me senté precipitadamente en la esquina de la jaula y abrí la carta. Estaba en
rumano e iba directamente al tema; al tío nunca le habían gustado mucho las

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pequeñas charlas. Drac no confiaba en que yo traicionara a Mircea sin un incentivo
añadido, así que me había dado uno. Se había enterado de la subasta de sus amigos
del Círculo Negro y reconoció el nombre de Claire. Parecía que se había preocupado
en obtener mi currículo reciente y pensó que había una posibilidad de que quisiera
recuperar a mi compañera de piso. Si yo prefería eso en lugar de algo que estuviera
en cientos de pedazos, sugería que me pusiera a trabajar y le entregara a su hermano,
Claire era algo para endulzar el trato.
Miré fijamente las palabras, escritas con una pluma de ganso y con sangre. Lo olí,
sólo para estar segura, y la sangre era de Claire. La mayoría de la comunidad mágica
había pasado a utilizar bolígrafos como todos los demás, pero Drac siempre había
sido muy tradicional. Ya que la carta era básicamente un contrato sobre la vida de
Claire, supongo que pensó que eso era lo adecuado.
Revisé mis opciones y eran decididamente horribles. Podía ignorar la orden de
Drac y perder a Claire en lo que seguro iba a ser una muerte particularmente cruel, o
podía traicionar a Mircea y a Radu. Hasta ese momento nunca se me había pasado
por la cabeza entregar a la familia. Nunca me había sentido parte de ella, pero de
algún modo era difícil pensar simplemente en no volver a estar allí nunca más. Había
supuesto que podía encontrar una manera de engañar a Drac, ahora me daba cuenta
de que la manera más fácil de conseguir lo que quería, quizá la única manera, era
seguir sus planes.
Por alguna razón, ese pensamiento hizo que casi me dieran nauseas. Yo mataba
vampiros, pero mis objetivos normalmente eran resucitados, los psicóticos sin amo
que eran poco más que animales. Los vampiros que se quedaban, aunque
marginalmente, dentro de la ley tenían poco que temer de mí. ¿Y ahora se esperaba
que matara a aquellos que no sólo seguían las normas, sino que ayudaban a hacerlas?
—Dory. —Tardé un momento en darme cuenta de que Louis-Cesare había estado
hablando. Caedmon me estaba mirando con compasión. Mi confusión interior
probablemente había estado derramándose por todos sitios.
Miré a Louis-Cesare y no supe qué hacer a continuación. Normalmente soy una
mentirosa claramente elocuente, nada como el bueno de papá, claro, pero lo bastante
buena en la mayoría de las circunstancias. Pero no podía pensar en nada que decir.
Ninguna alternativa era aceptable, aunque al menos tenía opciones. Pero si Louis-
Cesare descubría lo que Drac había planeado para Radu, nunca tendría una
oportunidad de salir de ésta. Lo llevaría de nuevo a MAGIC incluso aunque tuviera que
llevárselo físicamente, y eso sellaría el destino de Claire con tanta certeza como si yo
misma la matase con mis propias manos.
—Drac tiene a Claire —dije finalmente, esperando que mi pausa no pareciera
deberse a la conmoción—. Dice que no vayamos detrás de él o la matará.
Louis-Cesare asintió con la cabeza, pero Caedmon parecía confundido.
—¿Quién es? ¿Otro vampiro?

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—Drácula —le dije, dándome cuenta de que había utilizado el diminutivo. Radu
tenía razón; era una mala costumbre. Para mi sorpresa, parecía que el nombre
completo no le decía mucho más que el diminutivo. Por lo visto la notoriedad del tío
no era para tanto—. Quiero encontrar a Claire porque prefiero no dejar que mis
amigos se enfrenten a muertes horrendas —le expliqué brevemente—. ¿Cuál es tu
excusa?
Levantó la ceja, desconcertado.
—Yo estoy buscando a mi rey.
—¿Y tú crees que están juntos?
Me miró como si yo fuera un poco lenta.
—Yo diría que sí —me dijo a secas.
Tenía la sensación de que se me estaba pasando algo, pero me dolía demasiado
para preocuparme.
—¿Cómo se llama el rey?
Caedmon se encogió de hombros de una manera atractiva, haciendo que su capa
de terciopelo brillara a su alrededor, antes de que se volviera a poner en su sitio.
—No lo sé.
—¿No sabes el nombre de tu rey?
—No estoy seguro de que la chica noble le haya aún regalado uno —dijo
lentamente. Me miró con curiosidad—. ¿Es posible que no lo sepas?
—¡No! —Di un salto y lo lamenté enseguida. La habitación se inclinó a los lados
y caí de rodillas antes de que unos brazos fuertes me cogieran. Levanté la vista y vi
un par de ojos esmeralda preocupados y descubrí que eran mucho más atractivos de
cerca—. No lo sé. Después de un mes de búsqueda, no tengo ni puta idea. ¿Crees que
puedes informarme?
—Pero si tú eres su amiga, seguramente ella te lo dijo.
—¿Decirme el qué? —Aún le estaba agradecida por la cura tan rápida, pero tenía
los nervios destrozados. Si me sintiera mejor, probablemente le hubiera dado un par
de bofetadas en su bonita cara.
Pareció darse cuenta y extendió sus manos con aire de disculpa.
—Que ella está embarazada. Tu amiga lleva en su vientre al siguiente gobernador
del reino de la Fantasía.
Lo miré fijamente durante un buen rato, luego comencé a reírme. ¿Claire? ¿Una
aventura, no sólo con un duende, sino con su rey? ¿Cuándo lo había hecho? ¿Entre
cultivar mi hierba y hacer la compra? Se me pasó por la cabeza una loca imagen
mental de ella poniendo una nota en el frigorífico con su letra precisa y fina: «Estoy
fuera follándome al rey de los duendes. Volveré sobre las ocho. No te olvides de dar
de comer a los gatos». Era absurdo.
—¿Está bien? —le preguntó Caedmon a Louis-Cesare en voz baja—. No le he
prestado energía a un humano en algún tiempo, quizá me haya pasado…
—Ella no es humana —le corrigió Louis-Cesare—. Es dhampir.

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—¿De verdad? —Los ojos del duende brillaron sobre una sonrisa de sorpresa—.
Había escuchado hablar de estos seres, pero nunca había tenido el placer de conocer a
ninguno. —Se desabrochó la capa y me la puso alrededor de los hombros. Era suave
y ceñida y olía ligeramente a algún tipo de colonia refinada o quizá fuera sólo su olor.
Parecía que no obtenía un catálogo de olores de los duendes. Era como si él fuera un
soplo de viento que enviaba olores hacia mí desde todas las direcciones excepto la
suya. Era confuso, pero también intrigante.
Me miró la cara, sus ojos estaban literalmente brillando de curiosidad.
—Mi gente no puede resistir ninguna experiencia nueva —dijo—. Muy pocas
veces encontramos alguna.
—Vaya, vaya. —Se me pasó por la mente la idea de ver cuántas nuevas
experiencias podría mostrarle—. ¿Y cómo acabó Claire teniendo una cita con un
duende? —pregunté.
—Ésa es una buena pregunta —contestó Caedmon de forma poco servicial. Me
puso más cerca de él, a pesar de que eso hizo que también tuviera un contacto más
cercano con Apestoso, que estaba pegado a mí como una lapa. Mis pensamientos eran
demasiado confusos como para protestar, incluso aunque me hubiera apetecido
hacerlo. ¿Por qué Claire no me había mencionado nada de esto? ¿Y por qué yo no
había notado nada poco corriente? Creía que recordaría algo como un duende de más
de dos metros de alto paseándose por nuestro salón.
—Los duendes encontrarán a tu amiga. Tú no puedes hacer mucho más sin poner
en peligro tu vida —comentó Louis-Cesare, cortando en seco el aluvión de ideas que
me venían a la cabeza—. ¿De verdad piensas que Drácula dudará en hacer lo que
dice?
No, no lo pensaba, lo que volvió a llevarme a mi dilema anterior. Podía ignorar el
ultimátum de Drac, detenerme un tiempo y esperar a que Caedmon se las apañara
para rescatar a Claire. Pero aunque pudiera ser muy poderoso, obviamente no conocía
nuestro mundo muy bien y eso le daba a Drácula una ventaja enorme. No podía dejar
el destino de Claire en manos del duende por más tiempo hasta que yo pudiera
deshacerme de todo el problema de Mircea. De alguna forma, tendría que recuperarla
yo sola. Simplemente deseé tener una vaga idea de cómo hacerlo.

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13

La casa de Radu era exactamente como me la habría esperado si me hubiera


molestado en pensar en ella. Nuestro coche atravesó una puerta de piedras
desmoronadas y subimos por un camino largo hasta una zona de aparcamiento
cubierta de grava. Estaba enfrente de un complejo de dependencias y una estructura
principal de dos pisos rodeados por las explosiones de color de buganvillas, hibiscos
y jazmines fuera de control. Por desgracia, ni el follaje demasiado crecido ni el
crepúsculo profundo lograban esconder la casa. El exterior original español, que
probablemente había mostrado paredes sencillas de adobe, ahora era grueso debido al
alicatado marroquí, los pilares tallados, las cúpulas doradas y a más hierro forjado
que un burdel de Nueva Orleans.
Lo habría mencionado, pero yo no tenía mucho mejor aspecto. Estábamos todos
un poco agotados, excepto el duende, que estaba fresco como una lechuga, maldita
sea. Claro que él había tenido su propio asiento, mientras que a mí me habían
relegado a más o menos la octava parte del asiento de atrás que no ocupaba la trol de
montaña. A Olga la habían convencido para dejar atrás a su ejército, pero no había
habido ninguna manera, sin violencia, de detenerla para que no viniera (e incluso
Louis-Cesare se había negado rotundamente a atacar a la apenada viuda). Y luego
estaba Apestoso.
Había tenido que llevarlo en mi regazo debido a la falta de espacio, e incluso con
la ventana abierta, las cosas se habían puesto bastante duras, hasta el punto de que
Olga había empezado a separarse de nosotros, dándome quizá unos centímetros de
espacio extra justo al final. Cuando incluso los troles piensan que tú apestas, las cosas
van mal. No obstante, el colofón final fueron los hechizos protectores. Los había
sentido crepitar más de tres veces cuando entramos, y había estado agradecida de que
nos esperaran. Pero incluso así, el pelo de todos estaba erizado para cuando
finalmente llegamos, y Apestoso era poco más que una bola redonda de pelo con
piernas.
Louis-Cesare apareció detrás de mí y, antes de que pudiera protestar, me levantó
en sus brazos y se dirigió hacia la casa. Había hecho lo mismo para meterme dentro
del coche pero había estado prácticamente desvanecida y apenas lo había notado. Le
habría dicho que me dejara en el suelo, pero las piernas me temblaban un poco.
Radu nos echó una mirada de sorpresa cuando llegamos a la puerta, pero se
abstuvo de hacer ningún comentario. Estaba vestido con lo que era un atuendo oscuro
para él, terciopelo negro y abalorios que brillaban a la luz del candelabro pasado de
moda que él sujetaba con una mano pálida. La ausencia de electricidad me dijo

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inmediatamente lo en serio que se estaba tomando todo esto. No se había limitado a
poner hechizos protectores normales y corrientes; debía de tener las protecciones más
complejas si habíamos vuelto a los días de las velas y los candelabros. No obstante,
ayudaban a crear un ambiente agradable, ya que el diseñador demente de Radu aún
no había decorado dentro. Los techos de catedral con vigas de madera vieja nos
recibieron en la entrada, que presentaba una escalera sencilla, de peldaños abiertos
que llevaba a un descansillo de la galería. Sin embargo, vi lo que me pareció una
mala señal para el futuro: las líneas clásicas de un candelabro de hierro forjado con
unos doscientos cristales de roca en forma de lágrima colgando.
Fuimos derechos hacia un salón grande con una chimenea enorme que parecía lo
bastante grande como para quemar árboles pequeños. La única nota discordante en el
tema de la antigua California era la pintura que brillaba por encima de la chimenea.
Era una copia del retrato de Bellini de Mehmed II, el sultán otomano más conocido
por conquistar Constantinopla y renombrarla «Estambul». A partir de entonces, se
había considerado a sí mismo el nuevo emperador romano, ya que Constantinopla
había sido la última resistencia de todo aquel esplendor que ya no era Roma. Invadió
Italia, pero nunca consiguió hacerse con la Ciudad Eterna. Aunque acabó con un
suvenir bastante ingenioso. Me quedé de pie mirando el retrato, pero aunque estaba
bien hecho, Bellini no era nada malo, no me decía mucho acerca del hombre que
había sido el amante y patrón político de Radu. Me decía más acerca de Radu. Supuse
que tenía sentido que él quisiera un recuerdo, pero aun así, no lo entendía. Me guardé
un pensamiento acerca de lo que Drac diría si lo viera, y sonreí.
—No veo nada divertido —dijo Louis-Cesare fríamente, después de dejarme en el
sofá. Estuve a punto de contraatacar hasta que le eché una buena mirada. Su pelo
normalmente suave y rizado era un halo enmarañado que se encrespaba de manera
alarmante siempre que alguien se acercaba a él, y su cara normalmente pálida estaba
blanca como la de un muerto. Sus ojos brillaban como si tuviera fiebre y tenía arrugas
de cansancio cerca de los bordes. No me había dado cuenta cuando me estaba
curando, pero a él también le habían herido, en el muslo y en la parte superior del
brazo derecho.
Ninguna de sus heridas era grave para un vampiro, mucho menos para un
maestro, pero a juzgar por el estado de su ropa, había perdido un montón de sangre. Y
eso fue después de lo que tenía que haber sido un día agotador incluso para lo que él
consideraba normal. Pero la última vez que se había alimentado había tomado lo que
se podía llamar un ligero tentempié en el Hedgehog. Me aparté ligeramente,
situándome al final del sofá con Apestoso. Lo puse sobre el sofá porque era de cuero
y se podía limpiar con un trapo, pero inmediatamente volvió arrastrándose hasta mi
regazo. La criatura parecía muy dependiente, o quizá simplemente estaba asustada.
De todas formas, quería que se diera un baño si iba a continuar teniéndola colgada
encima de mí. Tener una nariz muy sensible es un problema.

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—Sentaos, descansad —dijo Radu, moviéndose rápidamente alrededor—. Traeré
algo de comer.
La sugerencia tuvo el efecto contrario en mí.
—No tengo hambre. —Me eché hacia atrás—. ¿Hay algún sitio donde me pueda
asear?
La vieja casona llena de recovecos estaba atendida por personas del grupo de
Mircea, muchas de los cuales entraron mientras estábamos hablando. Como todos los
buenos sirvientes, se habían anticipado a las necesidades del maestro. Al que traía
una bandeja y una botella lo conocía muy bien, por desgracia.
—Geoffrey, ¿puedes enseñarle a Dorina dónde está la habitación dorada? —
preguntó Radu—. Vuelve en una hora, Dory o el chef se enfadará. Está muy contento
de cocinar para alguien nuevo, ha estado todo el día trabajando muy duro.
—Lo recordaré —dije, dándole a Geoffrey la bola peluda con ojos. Es difícil
parecer digna con unos pocos harapos, un par de botas llenas de sangre y una capa de
terciopelo, especialmente cuando tienes una bola de pelo muy sucia alrededor de tu
cuello, pero lo intenté.
Siempre el perfecto sirviente inglés, Geoffrey inclinó su cabeza sin dudarlo, y
nada en su actitud revelaba el hecho de que él prefiriera inmensamente enseñarme
dónde estaba el montón de basura más cercano.
—Por supuesto, milord.
Seguí a Geoffrey cuando cruzó la puerta, al tiempo que el segundo sirviente, un
humano, comenzaba a quitarse la corbata. Era guapo, con el pelo y los ojos de color
tostado y una complexión saludable y juvenil. Aceleré el paso, adelantando a mi guía
y apresurándome para salir antes de que Louis-Cesare comenzara con su aperitivo.
Torcí en la dirección equivocada y acabé en un patio cubierto de hierba con una
fuente pequeña y un par de árboles frutales. El cielo de la noche era azul oscuro,
atenuado por el débil brillo de las estrellas, pero la iluminación de la casa hacía
posible ver sin hacerse notar. Una brisa ligera, fresca pero no fría, soplaba desde una
puerta pequeña de hierro que había en la pared y que estaba sujeta con algo pesado,
una masa de enredaderas muy crecidas. Era sorprendentemente precioso.
—Sus habitaciones están por aquí, a menos que tenga la intención de bañarse en
la fuente, señorita —comentó Geoffrey por encima de mi hombro.
Pensé en Apestoso, que estaba destrozado y que era probable que no quisiera
darse ningún baño.
—Sí. Eso está bien. Traiga toallas y un poco de jabón, ¿puede?
Geoffrey dudó durante cinco segundos, un nuevo récord, antes de que escuchara
su tranquilo:
—Sí, señorita.
Acabé bañándome en la fuente, aunque no por elección propia. Resultó que a
Apestoso no le gustaba el agua y estaba incluso menos enamorado del jabón. Dejó
claro que no tenía intención de querer conocer mejor ninguna de las dos cosas. Para

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resumir la larga historia: yo insistí, él puso reparos, tiré de él hacia mí y lo lancé a la
fuente, él saltó hacia afuera y yo lo perseguí por todo el patio y volví a lanzarlo
dentro. Y así todo el rato. La historia acabó con los dos empapados en una fuente
llena de burbujas, pero Apestoso iba a necesitar un nuevo nombre. Al menos durante
un tiempo.
Enrollé la capa de terciopelo del duende en un intento de secarle el pelo a
Apestoso. Ya que él era básicamente una bola de pelo con garras, fue más difícil de lo
que suena, pero había comenzado a hacer progresos cuando escuché un ruido detrás
de mí. Me di la vuelta y vi a Louis-Cesare de pie en el borde del charco mirándome
fijamente con una expresión extraña.
—Esa prenda vale sin duda una fortuna —observó mientras Apestoso hacía lo que
podía para hacer trizas la capa del duende. El material se estiraba pero no se rompía,
reteniéndolo lo bastante como para que yo pudiera acabar el trabajo. Se escapó y se
puso debajo de un rododendro rosa tan pronto como lo solté e inmediatamente
comenzó a dar vueltas y a rebozarse en la suciedad. Yo suspiré.
—¿Estás planeando delatarme al duende? —le pregunté.
—No. —Louis-Cesare puso un bulto de tela y una botella de vino en el borde de
la fuente. Él vio la dirección de mi mirada—. He pensado que nos merecíamos un
trago.
Pensé que era la cosa más sensata que había dicho hasta ahora. Cogí el montón,
que resultó ser ropa, mientras él nos servía a ambos una copa bien llena. Como yo me
temía, la idea de Radu de un atuendo apropiado era espeluznante. La túnica blanca de
lino estaba bien, con el cuello alto cerrado con cordones negros y mangas largas. Pero
la había puesto para que conjuntara con una falda pesada blanca de lana y dos
delantales negros cubiertos con bordados rojos y dorados. El atuendo tradicional
femenino rumano. Me contuve para no hacer una mueca de desagrado, aunque no lo
conseguí.
—Lord Radu dijo que estas prendas te resultarían familiares —comentó Louis-
Cesare. Lo miré de manera desconfiada. Él parecía bastante serio, así que ¿por qué
me daba la impresión de que se estaba riendo?
—Sí, ése es el problema —le dije de modo agrio. Por desgracia, la opción era o
bien llevar lo que Radu me había ofrecido o cenar desnuda. Mi camiseta estaba unida
por un imperdible que Olga me había prestado, y los pocos parches secos de mis
vaqueros estaban tiesos de sangre.
—Radu tiene… un gusto poco corriente —coincidió Louis-Cesare, sentándose en
el borde de la fuente. Me di cuenta de que no era la única que había tenido que
recurrir al atuendo prestado, aunque definitivamente él había tenido mejor suerte que
yo. Unas ondas de tela con cordones caían por delante de su camisa antigua y los
suaves pantalones de cuero marcaban unas piernas mejores de las que cualquier
vampiro se merecía. Para hacer juego, tenía la piel de un bonito color sonrosado, el
color más oscuro que había visto en él hasta el momento, y su pelo volvía a ser como

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antes, con su abundancia brillante de siempre. La luz de la lámpara de la casa se
filtraba a través de los árboles por encima de nuestras cabezas, moteándolo todo con
oro.
No era la primera vez que envidiaba los poderes de recuperación de los vampiros.
Aún parecía algo fatigado, más un guerrero que un figurín, pero él estaría
perfectamente por la mañana. Dudaba que yo tuviera esa suerte. Me desplomé en el
lateral de la fuente, luchando con el hecho de que me había quedado sin aliento
persiguiendo a un bebé duergar. De repente cambiarme de ropa me parecía un gran
problema, al menos sin esa primera copa.
—¿De dónde has sacado el vino? —pregunté mientras Louis-Cesare me pasaba
un vaso. Resultó ser un tinto oscuro y afrutado de la propia cosecha de Radu.
—Se supone que era para la cena. Lo encontré en la bandeja del mayordomo.
—¿Así que en realidad Geoffrey me hizo un favor? —El vino golpeó fuerte en mi
estómago, pero no me importó. A veces mi extraño metabolismo realmente es muy
conveniente—. ¿Nunca cesarán las sorpresas?
—Él debe acatar tus órdenes.
—¿Quién? ¿Geoffrey? —Él asintió con la cabeza y yo me reí—. Sí, seguro.
—Eres la hija de lord Mircea.
—Y la mancha en el honor de la familia —le recordé—. Como buen mayordomo,
Geoffrey prefiere las cosas limpias.
—¿Te ha amenazado? —Louis-Cesare sonaba sorprendentemente duro,
considerando que él había hecho lo mismo no hacía mucho tiempo.
—Todo el mundo me amenaza; no tiene importancia.
—¡Te mereces su respeto!
—¿Por qué? ¿Por ser la pequeña del jefe? —Balanceé mi copa, derramando un
poco de vino por un costado. Se parecía extrañamente a la sangre en la oscuridad—.
Me temo que pesa más todo eso de matar a los de su clase.
—He visto que no has matado a nadie que no se lo mereciera. Y manejas tu…
incapacidad… de una manera admirable. —Se detuvo, pareciendo ligeramente
incómodo—. No creía que hubiera una dhampir capaz de tener tanta compasión.
Lo miré fijamente. ¡Por Dios! Un cumplido. De Louis-Cesare. Ese vino se le
estaba subiendo a la cabeza.
Y luego, por supuesto, lo fastidió.
—Me alegro de que hayas entrado en razón en lo que respecta a lord Radu.
—¿Entrar en razón?
—Para ayudar a protegerle. Es el único modo inteligente de continuar.
—¿Y exactamente cómo de inteligente es dejar que Drac ande libre? —pregunté.
Louis-Cesare entrecerró los ojos.
—Al final lo cogerán. Es sólo cuestión de tiempo, con las fuerzas que el Senado
actualmente tiene en el campo.
—Excepto que ellos no están persiguiéndole.

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—Él ha mostrado una falta de juicio en el pasado, una reputación confirmada por
su actual alianza. No puede evitar ser víctima del Senado antes de que pase mucho
tiempo.
—Eso es una teoría. —Y no era una que yo compartiera. La gente había
subestimado a Drac durante siglos. Podría estar loco, pero tenía la astucia Basarab y
era absolutamente cruel cuando la utilizaba. No era una buena combinación—. Pero
entonces, tienes que preguntarte por qué, si el Senado se puede encargar de él, Mircea
se molestó en reclutarnos.
—Él espera terminar con esto antes de que su hermano derrame más sangre
inocente.
—¿Y a ti eso no te preocupa?
—¡La sangre de Radu también es inocente! —Pensé que eso era debatible, pero
no lo dije. Louis-Cesare parecía que se estaba volviendo a encender un poco. Adiós a
la idea de tener una conversación agradable y moderada.
—¿Por qué te preocupas tanto por lo que le pase a Radu? —le pregunté, sabiendo
que seguramente me arrepentiría de haberle preguntado—. ¿No te abandonó?
—¡Él también es mi señor!
—Y Mircea el mío. La verdad es que eso nunca le ha supuesto muchos
beneficios.
Louis-Cesare me echó una mirada condescendiente.
—¿Ah, no? Tú estás ahora aquí, en respuesta a su llamada…
—¡Estoy aquí por Claire!
—… Como deberías estar. Tú no existirías si no fuera por él y yo me habría
muerto siglos atrás si no hubiera sido por Radu. Estamos en deuda con la familia.
Un viento suave estaba jugando caprichosamente a través de los árboles,
moviendo las hojas, pero cuando miré hacia arriba, pude ver las estrellas en los
parches despejados. Tomé aliento del aire frío de la noche y me dije a mí misma que
no iba a reaccionar fuerte.
—Me estás confundiendo con un vampiro —le dije brevemente—. Sólo porque
Mircea donase algo de esperma no significa que esté unida a él.
—Hay otros lazos aparte de la magia. Lealtad, obligación, amor…
—¡Yo no quiero a Mircea!
—Y los aceptes o no, tú también los sientes. Le perteneces cuando él te necesita.
Lo que sentí fue una explosión de rabia, calor y ferocidad. Maldito fuera por
reavivar aquel deseo antiguo y agrio, el que se movía alrededor de la palabra
«pertenecer». Nunca había pertenecido a nada. Fue la primera lección que aprendí,
grabada en mis huesos y tallada en mi carne mucho antes de que el niño que sería
Louis-Cesare hubiera nacido. Y era la única lección que me aseguraba de no olvidar
nunca.
—Verás cuánto amor siento por la familia —le dije salvajemente—, cuando clave
una estaca en el corazón muerto y frío de Drac.

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—¿Aún tienes la intención de ir tras de él? —preguntó, incrédulo—, ¿aunque
pudiera significar la vida de tu amiga?
—Él vendrá a por nosotros. Pensaba que ése era el plan.
—¡Usar a lord Radu como cebo era tu plan!
—Y sigue siéndolo —señalé.
—¡Drácula nunca intentará cogerle con tantas defensas! No lo entendí hasta que
lo vi con mis propios ojos, pero es cierto. Él está tan a salvo aquí como en MAGIC. —
No me apetecía discutirlo. No había defensas lo bastante buenas para hacer que
Drácula se mantuviera fuera si él quería entrar, pero convencer a Louis-Cesare de eso
sería contraproducente. E incluso si me apeteciera intentarlo, dudaba que estuviera
dispuesta a hacerlo. Incluso mi ira se había apagado con la marea agobiante de
agotamiento. Miré fijamente a una luciérnaga parpadeante en el césped, sintiéndome
extrañamente trastornada.
—Lo que tú digas.
Estaba tan cansada que mis ojos no se podían centrar en nada, hasta el punto de
que la trayectoria de la luciérnaga se hizo borrosa y se convirtió en una línea larga y
continua de neón. Y luego, volvió a pasar. Era como ahogarse, hundirse sin poder
hacer nada en profundidades congeladas y oscuras. Pero en lugar de en el agua,
estaba avanzando en un mar de recuerdos.

Me di cuenta de que el sonido del tambor que estaba escuchando no era mi


corazón, sino alguien llamando a la puerta. Tardé un momento en darme
cuenta de que era yo. La puerta se abrió para descubrir a una vampiresa
enfadada con un salto de cama blanco y transparente: Augusta, una
miembro del Senado. Su vestido era blanco hasta que me tambaleé hacia
ella, mojando la parte de delante de su ropa de dormir cara con suficiente
sangre como para indicar una herida mortal. Bajé la vista y vi que yo sólo
llevaba un abrigo de hombre largo que estaba abierto por delante. Debajo
de eso había un montón de sangre y lo que parecía ser la mitad de mi
intestino que yo estaba manteniendo dentro al presionarlo con la mano que
no había usado para llamar a la puerta.
—Mi espalda —susurré.
—Voy a buscar a un médico —dijo Augusta débilmente. Parecía
hambrienta, pero no me importaba. En ese momento, ella no podía hacerme
mucho más daño. Me arrastró hasta una cama grande e intentó echarme en
ella.
Sacudí la cabeza.
—Mi espalda —le repetí.
—Lo sé. No te preocupes, no haré presión sobre tu estómago.
—¡No! —Estaba temblando con el esfuerzo de mantenerme en pie, pero
no podía echarme—. Mira mi espalda. Es un mensaje para Mircea. —La

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vampiresa le había prestado tanta atención a mi estómago destrozado que
ni siquiera se había dado cuenta de que la parte de atrás de mi abrigo
estaba completamente empapada, y no era de agua.
Estaba intentando quitarme el abrigo, pero no podía lograrlo con sólo
una mano. Augusta me ayudó, luego se detuvo cuando estaba a la mitad y
lo miró fijamente conmocionada. Podía ver lo que ella vio en el espejo de
un tocador pequeño de palisandro, y no es que necesitara el recordatorio.
Alguien había tallado letras en mi carne, aunque la sangre, una parte seca
y otra fresca, las emborronaba, haciendo imposible que se pudieran leer.
—Llama a Mircea —le susurré, poniéndome de rodillas en el suelo,
agarrando el poste de la cama para quedarme parcialmente derecha.
Escuché cómo se iba de la habitación, gritando, y para ser una mujer
pequeña tenía una voz sorprendentemente fuerte.
Después de lo que parecieron sólo unos pocos segundos, Mircea llegó,
sacudiéndose nieve negra de su abrigo. Olía a polvo de carbón, caballos y
perfume barato. Se puso de rodillas a mi lado.
—¿Qué ha pasado?
—Me enviaste a buscar a tu hermano —le solté, luchando para
mantenerme consciente—. Por desgracia, lo encontré.
Mircea comenzó a despegar lo que quedaba de abrigo. Su expresión era
cuidadosamente neutra, pero sus ojos eran de fuego ámbar. Otro vampiro
entró en la habitación llevando un recipiente y una toalla.
—Maestra —dijo, haciéndole una reverencia a Augusta pero
apañándoselas para no derramar el agua—. Me gustaría lavar a la mujer.
A Augusta le dio un ataque de risa.
—Estoy segura de eso.
—Fui enfermero en Sudáfrica, maestra. Sobreviví a la guerra zulú; sé
algo acerca de las heridas con cuchillos.
Ésa no era la única razón de que él supiera cosas sobre cuchillos. Jack
era el preferido actual de Augusta, y había sido un monstruo incluso antes
de que ella lo convirtiera. Estúpidamente, le ofreció a Mircea el recipiente.
Un movimiento salvaje después, tanto el recipiente como Jack se fueron
volando contra la pared. Jack se golpeó tan fuerte que su cuerpo dejó una
impresión, rompiendo el papel para mostrar los ladrillos que había debajo.
No se puso de pie, pero se encogió de miedo en el suelo, con las manos
sobre su cabeza, sin atreverse a levantar la vista. Me habría parecido casi
digno de compasión si hubiera sido capaz de sentir alguna emoción. No lo
era, y parecía que Mircea sentía lo mismo.
—Hazlo —le dije—. Tienes que hacerlo.
La mano de Mircea alisó mi pelo delicadamente. Luego chasqueó los
dedos y Jack extendió una mano temblorosa para recuperar el recipiente.

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Gateó con él hasta la puerta y se fue. Más rápido de lo que yo pensaba que
era posible, ya estaba de vuelta, con más agua y varias toallas. También
llevaba una botella de güisqui, pero no traía vasos.
—Sin alcohol —dijo Mircea sin preocuparse ni siquiera de mirarlo.
Supongo que tuvo que olerlo.
—Perdóneme, milord —murmuró Jack rendidamente—. Simplemente
pensaba que para prevenir la infección…
—Ella es dhampir —dijo Mircea a secas—. No contrae infecciones.
Déjanos.
Jack hizo una reverencia profunda y salió de la habitación sin girarse, o
para mostrar respeto o porque no se atrevía a darle la espalda a Mircea.
Había una tensión vibrante en el aire, más o menos como los temblores
antes de que un volcán entre en erupción. Me concentré en estar derecha
mientras Mircea lavaba con cuidado las heridas de mi espalda, mojando
una zona, golpeando ligeramente para secarla, deteniéndose para poner
presión aquí y allí a los cortes que aún estaban sangrando, luego volvió a
comenzar. No le dejaría que me tocara el estómago, suponía que iba a
morir de todas formas, así que ¿para qué serviría?
Lentamente las letras comenzaron a hacerse más claras. Tardó una
eternidad y fue muy doloroso, pero estaba tan cerca de perder el
conocimiento que apenas lo notaba.
—¿Puedes leerlo? —preguntó Augusta cuando Mircea hubo acabado y
hubo puesto el recipiente a un lado.
—Véndale las heridas —dijo después de un momento, ignorándola—.
Asegúrate de que viva.
—¡Mircea! —Mis labios estaban adormecidos, pero de algún modo,
hice que las palabras salieran—. Si no acabas con esto esta noche, si le
dejas cualquier camino por el que pueda volver, me lavo las manos. La
próxima vez lo perseguirás tú solo.
La única respuesta que recibí fue la puerta cerrándose suavemente
detrás de él. Mi cabeza descendió para descansar en la esquina de la cama.
Mi reflejo mostraba que unas pocas de las heridas superficiales
comenzaban a unirse, difuminando el borde de algunas palabras como
pinceladas aleatorias de una goma de borrar. Toda aquella cosa sería
ilegible en unas pocas horas.
Drac había tallado su desafío a Mircea en mi carne, luego me había
destripado y me había dejado tambaleándome sola en la casa que los
vampiros tenían alquilada. Y había funcionado. Mircea se había ido para
encontrarse con él, pero en lugar de matar al hijo de puta que había
marcado a su hija, él iba a atraparle con alguna invención del Senado, todo
limpio y ordenado y problema resuelto.

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Tragué con amargura y miré fijamente a la puerta, temblando de
agotamiento y esperando a desmayarme por la pérdida de sangre. Tenía
alguna abolladura impresionante donde mi puño había golpeado
anteriormente, pero seguía siendo sólida. No obstante, podía escuchar
débilmente una conversación en voz baja al otro lado. Estaba jadeando,
intentando reunir el suficiente aire dentro de mis pulmones para satisfacer
su necesidad, pero de todas formas sólo lograba obtener un poco.
—La cónsul se está impacientando y pide una solución, o, al menos, que
la pongamos al tanto. Tengo que decirle algo.
—Tendrá su solución esta noche.
—¿Y cuál va a ser? La dhampir tiene razón. ¡Tienes que matarlo!
—Esto es un asunto familiar, Augusta, no es asunto tuyo.
La voz de Jack volvió a sonar, más fuerte que la de los demás, quizá
porque no se estaba esforzando en mantenerse tranquilo.
—¿Tengo su permiso para atenderla, maestra? —No escuché la
respuesta, pero la puerta se abrió un momento más tarde y entró, con
vendas, un nuevo recipiente de agua y una bolsa pequeña negra. Lo miré
con desconfianza, pero él sacó un trozo de hilo y una aguja que parecía
aterradora. Me tiró en la alfombra y examinó mi estómago con una actitud
crítica.
—Puede que no haya sido responsable de las muertes de las víctimas de
Jack, pero ha estado creando vampiros sin permiso, y no lo está
registrando. Sólo por eso, seguramente será sentenciado a muerte. Mátale
ahora y ahorra a tu familia la vergüenza de una ejecución pública.
—Suéltame el brazo, Augusta, No tengo tiempo de discutir esto contigo,
aunque esté de acuerdo.
Jack había comenzado a coserme y yo necesitaba con todas mis fuerzas
algo que me distrajera del dolor. ¿Por qué no estaba inconsciente? La
aguja se hundía y salía de mi piel mientras miraba fijamente a la puerta,
esforzándome en escuchar la conversación.
—¡Mircea!
—Tú no entiendes la situación. —La voz de Mircea era calmada, pero lo
conocía lo bastante bien como para reconocer la ira que corría por ella.
—¿Qué es lo que hay que entender? Si él hubiera insultado a uno que
me perteneciera de tal manera, ¡le aplastaría la cabeza como a un huevo!
—¡Dándole así exactamente lo que él quiere!
Jack daba puntadas finas y delicadas, percibí en medio de la confusión.
Habría sido un buen sastre.
—Si él quiere morir, simplemente tiene que decirlo —susurró Augusta
con dureza—. ¡No faltarán voluntarios que garanticen su deseo!

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—Y todos serían asesinados por tomarse la molestia. ¿Por qué piensas
que él me provoca, amenazando a Radu y atacando a Dorina? Él quiere
que yo lo mate y no que sea otro el que lo haga.
—¡Entonces dale lo que quiere! —Me habría hecho eco del sentimiento
de Augusta si hubiera tenido la fuerza necesaria.
—No. —La voz de Mircea era dura como una piedra—. Déjale vivir y
recordar, ¡no morir y olvidar!
Lo escuché irse dando grandes pasos y un momento después Augusta
entró dando un portazo en la habitación.
—Vivirá, maestra —le dijo Jack, calmado—. Lo prometo. —Me dio unas
palmaditas en el pelo casi cariñosamente—. No me sorprende que al conde
no le gustara. Ella no tiene miedo.
Me pregunté, cuando por fin me permití desmayarme, cómo alguien
podía estar tan equivocado.

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14

—¡Dorina! —Unas manos me agarraron con fuerza y desesperadamente los hombros.


Quien fuera el que me estaba cogiendo, estaba temblando.
Agarré los fuertes brazos con las dos manos, luchando para conectar de nuevo
con el presente.
—¿Estás bien? —preguntó alguien.
Me di cuenta que ya había recobrado los sentidos, aunque aún estaba
conmocionada.
—Nunca he estado mejor. —Mi risa sonaba débil y rota incluso para mí.
Dejé de reírme.
Mis ojos se centraron lo bastante como para ver a Louis-Cesare mirándome
fijamente. Él no parecía mucho más tranquilo que yo. El pánico le había robado el
color de la cara, dejándole los ojos locamente azules.
—No estás bien.
—No fue tan terrible —le dije aún medio confundida sobre dónde estábamos. Mis
ojos veían césped, estrellas y luciérnagas, pero mi cerebro seguía diciéndoles que no
estaban en el lugar correcto. Sólo la iluminación estaba bien: el brillo tenue de la
casa, parecido a la llama de una vela—. Quiso asegurarse de que duraría lo bastante
como para entregar el mensaje…
Louis-Cesare dijo algo extremadamente grosero en francés. Parpadeé. Tardé un
momento en darme cuenta de que él estaba hablando de Drac. ¿Pero cómo sabía…?
—Lo has visto.
Asintió con la cabeza de forma sombría. Sentí la doblez de los bíceps fuertes bajo
las palmas de la mano cuando me agarró más fuerte.
—Como si el recuerdo fuera mío.
Me despegué un poco de hierba húmeda que tenía en la mejilla. La sentí fría y
húmeda, como el tacto de las manos de Jack.
—Lo siento por eso. —Parecía bastante inadecuado, pero era lo mejor que podía
hacer en el momento.
Me las apañé para ponerme derecha. Las manos que estaban sujetando mis
hombros me soltaron, pero los dedos avanzaron lentamente, casi de mala gana, por
mis brazos. Fue algo breve, que duró lo que dura un latido de corazón, pero hizo que
algo ingrávido se arremolinara en mi estómago.
Me incliné contra la parte resbaladiza de la fuente para apoyarme, pero no fue
suficiente. La escena alrededor de mí se condensó sin avisar y me caí de morros
encima del césped húmedo. Louis-Cesare me volvió a coger con sus brazos. Debería

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haber protestado, pero el calor de su pecho en mi espalda era tranquilizador. Me
levantaría y afrontaría lo que había pasado; obligaría a mi cuerpo a tener una fuerza
que no sentía, en un minuto…
Nos quedamos allí sentados sin decir nada. Estaba demasiado confundida para
hablar. Me dolía, pero no en los sitios que tenía que doler. Quería apretarme el
estómago, aunque era una de las pocas partes de mi cuerpo que no me dolían. Pero
sentía que debía doler, como si aquellas agujas estuvieran aún hundiéndose en mi
carne. Como si todo realmente acabara de volver a suceder. Y luego estaba la
sensación del corazón de Louis-Cesare latiendo contra mi espalda, sus piernas sólidas
a cada lado de las mías. Había dejado caer su cabeza sobre mi hombro y el sonido de
su respiración en mi oído era constante y dulce.
—Yo también lo siento —susurró y me di cuenta de que yo no podía hablar en
absoluto.
Sus pulgares comenzaron a presionar en los músculos agarrotados de mis
hombros, dándome un masaje y quitándome la tensión. Después de viajar desde mi
cuello hasta la parte de abajo de la espalda, volvieron a subir masajeando mi dolorido
cuerpo. Cerré los ojos, sintiendo como mis músculos se relajaban uno a uno, y mi
cabeza se cayó hacia delante. Escuché mi propio murmullo de satisfacción, pero
sonaba imposiblemente lejos, perdido en las caricias hipnóticas de las manos de
Louis-Cesare.
Había un callo rasposo en el lateral de su dedo índice. Se sobresaltó un poco
cuando extendí el brazo y le cogí esa mano; él permaneció muy quieto mientras yo la
acariciaba ligeramente. La piel no era uniforme, era un poco áspera, y la carne de
debajo estaba dura. Él observó cómo le tocaba y yo pude escuchar cómo se quedaba
sin respiración.
No podía recordar la última vez que había estado sentada así con nadie.
Amabilidad después de la crueldad, calor en un sitio frío, ternura en lugar de malicia:
se supone que nada de esto tenía que venir a mí, y desde luego no de un vampiro. La
incertidumbre me daba vueltas en el estómago. ¿Qué estaba haciendo? Solté su mano
y comencé a moverme para separarme de él, cuando su voz me detuvo:
—¿Por qué te torturó Drácula? —preguntó suavemente.
—¿Qué te hizo a ti Jonathan? —le grité, esperando que con esto se acabara la
conversación.
Me sorprendió.
—Algo similar. El Círculo Negro se llevó a alguien muy importante para mí…
una bruja… Tenían la intención de… Ya sabes, ellos roban poder de quienquiera que
sea, ¿no? —Asentí lentamente, apenas sin mover la cabeza. No dije nada por miedo a
que se rompiera el ambiente, por miedo a que él volviera a desaparecer y a meterse
dentro de su coraza y yo nunca averiguara lo que estaba pasando—. Lo que puede
que no sepas es que, llevado a los extremos, mata a su víctima.

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La verdad es que eso ya lo sabía. Un humano normal no es simplemente alguien
sin magia; es una especie completamente diferente. Si las criaturas mágicas perdieran
toda su magia, de alguna forma no se convertirían en humanos. Morirían al serles
arrebatado algo que ellas necesitan para existir, lo mismo que los humanos necesitan
la sangre.
—¿Qué pasó? —pregunté con prudencia.
Louis-Cesare se encogió de hombros y yo pude sentir el movimiento a lo largo de
mi espalda.
—Me ofrecí yo a cambio de ella.
—¿Hiciste eso? —Estaba segura de que no había escuchado bien.
—Jonathan es adicto a la magia del mismo modo que algunos humanos son
adictos a las drogas. Pero, como los adictos a las drogas, tiene dificultades para
encontrar una fuente de abastecimiento constante. Los usuarios de la magia poderosa,
la única clase que puede calmar su hambre, no son fáciles de capturar. E incluso si lo
consigue, el sacrificio sólo puede proporcionar un «chute». Entonces el sujeto muere
y se tiene que conseguir otro.
—No entiendo. —Entonces ¿por qué de repente me había quedado helada?
—Un vampiro maestro puede curar casi cualquier pérdida, incluso una pérdida
total de magia. Puede desangrarse toda la noche, pero aún se levanta a la noche
siguiente, siempre y cuando su cabeza y su corazón estén intactos. Es el sacrificio
perfecto, interminable.
Durante un momento no pude respirar; el frío se había extendido por todo mi
cuerpo y me había quedado congelada, incluido mi cerebro. No pregunté los detalles.
No quería detalles. De repente estaba enormemente agradecida de que si habíamos
tenido que compartir un recuerdo, hubiera sido el mío.
Tragué saliva.
—¿Cuánto tiempo?
—Fui su prisionero durante un mes. Habíamos acordado una semana, pero
Jonathan se negó a que me fuera. Dijo… dijo que le gustaba mi sabor más que
ninguno que hubiera probado. —Me giré hacia sus brazos para poder verle la cara.
Una mirada a aquellos ojos y supe que no estaba bromeando. En la tenue luz,
brillaban como el cristal, como zafiro visto a través del hielo, reflejando
perfectamente cada emoción—. Si Radu no me hubiera encontrado, puede que aún
siguiera allí.
—¿Radu te encontró?
—Sí. Como mi maestro, fue capaz de seguir mi rastro. Estaba en una celda con
paredes de piedra, demasiado débil para escaparme durante el día y sujeto a las
atenciones de Jonathan cada noche. Ya casi había perdido la esperanza, hasta que una
tarde escuché una voz fuera de la ventana diciéndome que me echara hacia atrás. No
la reconocí; no había visto a Radu en años, pero pensé que sería prudente obedecer.
Justo cuando lo hice, toda la pared se desprendió y me dejó mirando fijamente a un

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hombre cubierto de polvo que intentaba en vano controlar al caballo que había
encadenado a las barras de la ventana mientras éste se alejaba.
—Eso suena a Radu.
—Luego el tejado se derrumbó. —Lo dijo de una manera tan impasible que no
estaba segura de si estaba bromeando. Pero los labios de Louis-Cesare hicieron una
mueca, se suavizaron y sonrieron. Me reí aliviada—. De verdad que se derrumbó —
insistió.
—No lo dudo. —Du era muchas cosas, pero no era un ingeniero maestro—. Pero
aún sigo sin entender lo que pasó en el avión. ¿Por qué estaba Jonathan intentando
hacerte volar en pedazos?
—No lo estaba haciendo. Ha estado intentando volver a capturarme desde que me
escapé, pero tenía que tener cuidado para no provocar una guerra con el Senado.
—Ya estamos en guerra.
—Y eso le daba la excusa perfecta. Al destruir el jet del Senado, esperaba
convencer a la familia que yo también había sido destruido, que no había ninguna
necesidad de buscarme esta vez.
—Pero… ¿por qué no se lo has contado al Senado? ¿Por qué no les dejas que lo
maten por ti? Como tú has dicho, ya estamos en guerra con su Círculo. ¿Qué importa
un mago muerto más? —Me encantaría hacer yo misma esos honores.
—Utilizar los recursos de la guerra para una venganza personal requeriría que
explicara los cargos contra él.
—¿Y?
Louis-Cesare simplemente me miró.
—¿A cuántas personas les has contado lo que pasó aquella noche, Dorina?
¿Cuántas saben por qué tu odio hacia Drac es tan intenso?
Entendí lo que quería decir.
—A ninguna. Mircea amenazó a Augusta con daños físicos si alguna vez decía
una sola palabra sobre aquello. Que yo sepa, nunca dijo nada.
—¿Y no había nadie más?
—No. Excepto Jack. Pero como su maestra, las palabras dirigidas a Augusta
también iban dirigidas a él. ¿Por qué?
—El hechizo que encontramos en las cuevas… los únicos que conozco están
localizados, unidos a un sitio específico. Deberíamos haberlo dejado atrás cuando
vinimos aquí. Pero eran tus recuerdos, ¿verdad?
Dudé. Parte de la escena me había resultado bastante familiar: la secuela de la
pequeña sesión de tortura de Drac en Londres. Pero la última parte… ésa era nueva.
Siempre había supuesto que Mircea quería que Drac se mantuviera con vida por
algún sentimiento confuso. Ahora ya no estaba tan segura. A lo mejor el viejo tenía
más entereza de la que yo me pensaba.
—La mayoría sí. Quizá todo. No lo sé, no estaba exactamente bien en ese
momento.

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—Algunas leyendas dicen que los duendes pueden inducir visiones. Que
influencian a la gente de esa manera.
—Caedmon no pudo haber provocado esa pesadilla, incluso aunque tuviera
razones para hacerlo. —Me puse lentamente de pie, probando mi cuerpo, aliviada
porque respondía, aunque perezosamente. Iba a tener que intentar evitar que me
dieran una paliza en unos cuantos días—. No hay ninguna forma de que él pudiera
haber sabido todo aquello. Nadie podría saberlo.
Alcancé la túnica de Radu, queriendo llevar puesto algo más caliente que una
camiseta andrajosa, pero moví la parte que no debía. Un dolor intenso me atravesó
desde el hombro que los chicos de Drac habían intentado dislocar.
—¡Joder!
—No estás curada. —Louis-Cesare se levantó y se puso a mi lado, sin su habitual
agilidad. Reprimí una sonrisa irónica; ¡y nosotros éramos los campeones invencibles
de Mircea!
—Estoy bien. —La magia del duende era algo único, pero no me había repuesto
la considerable pérdida de sangre, sólo el tiempo haría eso, sin mencionar que ya
había tenido un montón de daños incluso antes de la lucha. Pero eso no era nuevo.
—¿Estás segura? A lo mejor se me ha pasado algo.
No respondí. Una mano se había apoyado en mi pecho, y un dedo caliente estaba
acariciando la ropa húmeda, dibujando el surco casi invisible que había dejado una de
las balas. Comencé a decir algo, pero mi garganta se sintió extrañamente
estrangulada. Luego sus dos manos se estaban moviendo sobre mi cuerpo, buscando
las heridas escondidas. Accidentalmente un dedo pasó rozando un pezón, enviando
chispas por todo mi cuerpo hasta los dedos de los pies. Los callos, decidí vagamente,
pueden hacerte sentir muy bien.
—Tu reacción en las cuevas fue preocupante —me informó.
Estaba más preocupada por mi reacción de ahora. Me encontré queriendo chupar
esos dedos con mi boca, ver los ojos de Louis-Cesare oscureciéndose por la lujuria y
el deseo.
—Puedes ver que estoy bien —le dije a su camiseta, luchando contra un fuerte
deseo de coger la delicada tela con mis dientes y romperla en pedazos. Fue tan
intenso que por un momento tuve que cerrar los ojos y concentrarme en por qué eso
no estaría bien a muchos niveles distintos: él era el espía de papi, estaba allí para
asegurarse de que Drac no obtenía todo lo que se merecía, era un vampiro y un
miembro del Senado. Ninguno de esos términos quería decir precisamente «amante»
para mí.
Entonces, ¿por qué mi mano se extendió para ponerle detrás de la oreja un rizo
suelto? Para mi sorpresa, Louis-Cesare se inclinó sobre el tacto de mi mano. Había
una línea ligeramente rosa, más caliente que el resto de su piel, en su mejilla. La
herida, que se curaba rápidamente, iba desde su mandíbula hasta cerca de su ojo,
aumentando el efecto pirata de su ropa. La tracé con un dedo. Estábamos lo bastante

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cerca como para que yo pudiera contar los tonos de azul que se mezclaban en sus
ojos, para ver el modo en el que los mechones dorados, marrones y rojos se
entremezclaban en su pelo. Para notar la red de líneas cerca de sus ojos, las huellas
finas de amargura en su boca. Tenía que ser la pérdida de sangre, decidí,
acercándome para poner mis labios en los suyos.
Se quedó completamente inmóvil con mi tacto, luego, después de un momento de
sorpresa, se apartó amablemente.
—Dorina, ¿qué estás haciendo?
—Si no lo sabes, eres el francés más estúpido que he conocido nunca.
—No estás bien.
—Deja que yo me preocupe por eso. —Sentí un hormigueo débil en la mano que
estaba apoyada en la doblez de su bíceps. La moví hasta su muslo y me encontré
músculo duro debajo del cuero suave. No había suavidad en ningún sitio, excepto en
el terciopelo de su cara, el tacto de su boca…
—No estás en condiciones de preocuparte por eso —me dijo, y su voz era
extrañamente afectuosa. Me cogió las manos con las suyas—. Tuve que utilizar poder
sobre ti antes y no estoy seguro…
—No me puedes influenciar. —Intenté quitar las manos, había cosas mucho más
interesantes que se podían estar haciendo, pero él entrelazó nuestros dedos, apretando
fuerte.
—Si tus protecciones están en su sitio, quizá no. Pero no lo estaban antes. Y los
efectos remanentes de una influencia poderosa pueden ser…
La necesidad me inundó, áspera y salvaje. No quería una lección sobre el control
mental, ¡maldita sea! Le corté poniéndome de puntillas y hundiendo mis dientes en
aquel labio encantador, el que me había vuelto loca desde que lo conocí. Apenas tuve
tiempo de probar la sangre de mi lengua antes de que sus brazos me rodearan y me
apretaran fuerte hacia él. Pero no me besó, y con su altura necesitaba su cooperación.
Tampoco me soltaba las manos, así que estaba eficazmente inmovilizada; mis brazos
estaban atrapados detrás de mi espalda, nuestros dedos aún seguían enredados. Esa
fuerza que antes me había irritado tanto me sujetó deprisa y de repente encontré
extremadamente erótico no poder apartarme si él no me soltaba.
Sentí un hormigueo en las manos con la necesidad de pasarlas por encima de su
cuerpo, de romper aquella ropa ridícula y sentir piel caliente contra piel caliente en
lugar de cuero contra algodón. Pero él no me dejaba. Se me ocurrió que quizá Louis-
Cesare tenía razón, a lo mejor había sido influenciada, pero en ese momento no me
importaba.
Finalmente abandoné toda pretensión de control y me arqueé contra él. Me vi
recompensada con un gemido bajo en esa voz profunda, en terciopelo y calor, y de
repente me estaba besando. Las caricias agitadas con la boca abierta comenzaron
fuertes y se hicieron más fuertes, casi desesperadas. Sentía como si el fuego se

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metiera dentro de mí, y sabía a fuerza bruta, caliente y dulce, ardiente y perfecta. El
calor de su aliento estaba hirviendo. Dios, me iba a volver loca si no podía tocarle.
Luego, así de repente, estaba sola. Después de un segundo de confusión, me di
cuenta que Louis-Cesare estaba en la otra parte de la fuente, frente a mí, lejos y con la
espalda tensa. Cuando se dio la vuelta, sus ojos estaban ensombrecidos y su cara lucía
un color agitado en sus mejillas. Aparentemente se había acordado de que estaba
besando a una dhampir y encima, bastarda.
Como para esperar cumplidos.
Sentí el calor cerrando mi garganta y tuve que respirar hondo varias veces para
recuperar el control. Dios, tenía que estar incluso más cansada de lo que pensaba. Me
puse la camiseta horrenda, bajándome los vaqueros destrozados por debajo. No era
mi estilo, pero me dio unos segundos para recomponerme.
—¿Por qué crees que ha venido el duende en realidad? —preguntó Louis-Cesare.
Parecía que algo estaba mal con su voz.
Me metí en la túnica, con un hormigueo en las manos por el recuerdo de cómo
había sido tocarle.
—Ya escuchaste lo que dijo. Está buscando a Claire.
—Tú ya le has dicho lo que sabes, que encontrará a la mujer con lord Drácula.
¿Por qué está aún aquí en lugar de ir a buscarlos?
—¿Por qué no se lo preguntas tú? —Sin duda no iba a perder más tiempo con
esto. Caedmon había pedido retrasar los detalles hasta que llegáramos. Considerando
que las condiciones en el coche no habían sido propicias para una conversación
inteligente, yo no le había presionado. Pero la suerte ya estaba echada. Estaba
cansada y confundida y no me iba a ir a la cama hasta que no supiera toda la verdad
acerca de Claire.
—No se puede confiar en los duendes. Hablan con adivinanzas y medias
verdades, y eso cuando se molestan en decir algo. Soy responsable de ti ante lord
Mircea y no confío en la magia de los duendes.
—Y yo no confío en ti.
—Ya somos dos —dijo de forma un tanto oscura, pasándose la mano por sus rizos
desordenados—. ¿Puedo ver la nota que la mujer te dejó? —Habría sonado como una
incongruencia para alguien que escuchara, pero para mí, tenía sentido. Louis-Cesare
tampoco confiaba en mí.
Un vampiro listo.
—Su nombre es Claire, y no, no puedes.
—¿Y por qué no?
—La perdí.
Los ojos azules me apuñalaron con una evidente sospecha. Quería apartar la vista,
pero no me atreví. Aunque pronto dejó de buscar en mí, supongo que pensaba que ya
había hecho un buen trabajo antes, y yo tuve cuidado de no mirar mi bota izquierda,
donde había metido la nota de Claire. Seguramente Louis-Cesare no sabía leer

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rumano, pero estaba segurísima que Radu sí podía. Y lo último que necesitaba era
que ellos supieran nada acerca del ultimátum de Drac.
Saqué a Apestoso de debajo de los arbustos.
—Vamos —le dije de un modo cansado—. Vamos a obtener algunas respuestas.

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15

Sabía que a Radu no le gustaría tener a Apestoso en la mesa de la cena, especialmente


dado que se las había apañado para volver a cubrirse de barro, gracias a sus retozos
debajo de los arbustos. Pero no iba a dejarlo solo. Dejar que corriera por ahí suelto,
especialmente cuando el sitio estaba en alerta alta no era muy inteligente. Y la verdad
es que Du había tenido peores invitados a cenar. De hecho, de todos los que
estábamos sentados en la mesa esa noche, Apestoso era el que menos miedo daba.
Resulta que el comedor estaba al otro lado de la entrada grande del salón, pero no
fuimos allí. Supongo que Radu creyó que la mesa, en la que parecía que se podían
sentar cuarenta personas, era demasiado para un grupo íntimo. En lugar de eso, nos
llevaron a la parte de abajo, a una bodega de vino, donde habían puesto una mesa
mucho más pequeña para cinco. Dejé caer a Apestoso en la silla que había al lado de
la mía y asentí con la cabeza en dirección a Olga. Ella inclinó su enorme cabeza
también, y el hecho de que hubiera sido capaz de ver mi saludo me hizo ver cuántos
candelabros había puesto Radu por todo el lugar. Estaba siendo un anfitrión detallista,
asegurándose de que, aun sin electricidad, hubiese suficiente luz para los ojos débiles
de un trol. En silencio, Geoffrey puso otra silla, sin dignarse a mirarnos a mí o a la
bola de pelo que estaba a mi lado, luego volvió para echar el vino en las copas.
Louis-Cesare no estaba comiendo, (por lo visto el estereotipo sobre los franceses
y la comida no era tan cierto), ni tampoco se estaba preocupando por disimular su
antipatía hacia el duende. Estaba bien que tuviera la fama de alguien que podía
manejarse en una lucha. Y no es que Caedmon pareciera preocupado.
El duende se había apoderado de un sitio a mi derecha y parecía tener la intención
de ser el perfecto invitado de una cena. Se puso a elogiar la sopa de cebolla y los
caracoles, que fueron el primer plato, e hizo lo mismo con el vino, de los mejores de
Radu. Supongo que para un inmortal, cualquier cosa nueva estaba bien y esa cena era
sin duda una cosa nueva. Al menos, dudaba que anteriormente se hubiera sentado en
una mesa de vampiros con una dhampir, un duergar y una trol de montaña enorme,
pero bueno, ¿yo qué sabía? Y ése era el problema, no me gustaba tener un aliado del
que sabía tan poco, lo mismo que sentía Louis-Cesare.
Para cuando sirvieron el segundo plato, decidí que ya se habían intercambiado
suficientes cortesías.
—Vale, Caedmon. Estamos aquí. Desembucha.
—Sin problema. —A diferencia del resto de nosotros, parecía estar disfrutando la
versión especial de bistec tártaro de carne que el chef de Radu había preparado como
plato principal. Ya había acabado la porción que Geoffrey nos había servido, y ahora

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utilizaba la punta de su cuchillo para atravesar otra de las pequeñas vacas que estaban
vagando alrededor del plato central. El resto del rebaño en miniatura se dispersó,
mugiendo, para esconderse debajo de las hojas de espinaca que bordeaban el plato—.
¿Qué te gustaría saber?
Louis-Cesare interrumpió antes de que yo tuviera la oportunidad de decidir cuál
de las preguntas que llenaban mi mente le iba a hacer primero.
—¿Cómo sabes que la señorita Lachesis lleva en su vientre al heredero de los
duendes?
Caedmon sumergió su presa, que mugía desesperadamente, en un plato de
mostaza picante. La sangre se mezcló con la salsa, creando un dibujo en espiral.
—Porque ella lo dijo. Tiendo a tomarle la palabra a una señorita cuando dice algo
así.
—¿A quién se lo dijo? ¿A ti?
—No. Ella se lo afirmó a uno de los humanos que llevaba la subasta. Él se puso
en contacto con nuestra delegación en MAGIC para ofrecérnosla, por un precio
sustancial, claro.
—Entonces, ¿cómo es que Drac la cogió primero? —Yo estaba sentada sobre mis
manos para evitar agarrarle la garganta de marfil, pero no iba a funcionar mucho
tiempo. Estaba desangrada, casi seca y agotada, suficiente para que mi genio se
hubiera calmado al menos un poco. Pero no hubo suerte.
Caedmon utilizó su tenedor para cortarle la huida a un par de vacas, que habían
hecho un descanso en la sombras alrededor del salero.
—Él llegó a la subasta antes que yo y se la quitó a los subastadores por la fuerza.
—Caedmon no sonaba particularmente molesto. Estaba relajado, incluso informal—.
Lo que no sé es si puede lograr controlar a alguien tan poderoso. —Se encogió de
hombros—. A lo mejor si la mantiene sedada…
Estaba a punto de estallar, pero Louis-Cesare se me adelantó.
—Basta de tomarle el pelo. Dinos lo que sabes. —Su cara era igual que su voz,
fría, dura y nada divertida.
La expresión amistosa de Caedmon cambió, su sonrisa creció tan frágil y brillante
como cristal cortado. Parecía que no le gustaban las órdenes. No sé lo que habría
pasado si Apestoso no hubiera elegido ese momento para atragantarse con una de las
vacas más grandes, del tamaño aproximadamente de mi dedo índice, que él había
intentado tragar entera. Olga le dio una palmada en la espalda con su enorme mano,
haciendo que la criatura saliera volando de su boca como una bala se dispara de una
pistola. Aterrizó en la bandeja de peras Amaretto que Geoffrey acababa de traer. Una
docena de mariposas que habían estado decorando el plato se esparcieron en un
revoloteo loco de alas de azúcar que giraban.
Radu parecía disgustado. Geoffrey no dijo nada, su cara siguió esforzadamente
impasible cuando vio el plato destrozado y su camisa salpicada. Por otro lado, Olga
parecía encontrarlo todo extremadamente divertido a juzgar por sus carcajadas. Ella

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había estado lanzando el rebaño de miniaturas al aire como si fueran palomitas, sin
preocuparse siquiera de masticar y me imagino que Apestoso había querido hacer lo
mismo que ella. Le eché un vistazo, pero parecía estar bien.
Me giré hacia Caedmon.
—Por favor, dinos lo que sabes.
Inclinó su cabeza en un gesto naturalmente aristocrático.
—Por supuesto. —La voz profunda se envolvió alrededor de mis nervios,
instantáneamente tranquilizadora. Lo que era algo bueno, teniendo en cuenta lo que él
tenía que decir—. Me temo que tengo más preguntas que respuestas, al igual que el
domi, nuestra asamblea de ancianos. Un niño es una gran alegría entre nosotros, no
algo que se tenga que esconder como si fuera vergonzoso. Pero nadie supo hasta hace
poco que el rey estaba familiarizado con tu amiga, ¡y mucho menos que él podía
haber engendrado un niño con ella! Y ahora me dices que tú tampoco lo sabías. —
Caedmon me envió una sonrisa con los dientes rojos—. El misterio se hace más
profundo.
Rompió una pierna de la criatura en apuros de su plato y se la tragó entera.
Parecía que le gustaban sólo las caderas. Media docena de torsos diminutos flotaban
en un río de sangre en frente de él, unos pocos aún se movían débilmente.
—A lo mejor no es verdad —le propuse.
—¿Por qué se inventaría ella entonces una mentira tan fantástica? —preguntó
Louis-Cesare.
Me encogí de hombros.
—¿A lo mejor con la esperanza de recibir ayuda para escapar de sus
secuestradores? Cualquier cosa sería mejor que ser entregada a los cosechadores.
—¿Pero por qué ponerse en contacto con los duendes? —insistió—. No se les
conoce precisamente por ser altruistas con los demás. Si la rescataran y descubrieran
que estaba mintiendo, seguramente estaría incluso en más peligro que antes.
—¿Pero estaba mintiendo? —Me dirigí a Caedmon—. ¿Qué dice tu rey?
—Le preguntaría si no hubiera desaparecido hace ya varias semanas. Hubo una
tentativa de asesinato, o eso es lo que parece. Él se fue a una expedición de caza con
dos sirvientes de confianza y nunca volvió. Encontramos su caballo, sin jinete, y
después de una búsqueda, encontramos a los dos sirvientes… muertos. Pero del rey
no había nada.
Miré fijamente mi plato, mi estómago se estaba retorciendo como un pez fuera
del agua. Conduje mis vacas hacia Apestoso, que parecía que tenía el apetito de un
par de adolescentes hambrientos e intenté poner en orden mis pensamientos.
—Así que el domi te envió para que averiguaras la verdad —dije finalmente—.
Porque si la afirmación de Claire no era una mentira desesperada, ella lleva en su
vientre al heredero al trono. —La boca de Caedmon estaba llena, pero él asintió con
la cabeza—. ¿Y si el rumor es cierto? —Tragó, pero siguió sin decir nada—. Estás
planeando llevártela de vuelta contigo —le acusé.

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Caedmon se echó hacia atrás en la silla dura e incómoda como si estuviera en un
trono, sus piernas estiradas enfrente de él con una elegancia supina.
—Creo que me estoy perdiendo algo —dijo Radu en voz baja, con una diminuta
pierna marrón que se le salía por la esquina de la boca. Parecía que estaba teniendo
problemas con la comida de su propio chef. Un momento antes, un toro se había
caído sobre el borde de su plato, y cuando él había intentado levantarlo con la
cuchara a hurtadillas, le corneó un dedo—. Creía que la sangre del heredero tenía que
ser en su mayoría sangre de duende. ¿Por qué el hijo de Claire, suponiendo que esté
embarazada, sería un candidato?
Caedmon sacudió la cabeza, haciendo que todo su pelo dorado brillara como un
estandarte de seda atrapado en la brisa.
—Perdóname, pero parece que no sabes mucho acerca de la dama en cuestión. El
domi acaba de enterarse de que su madre tuvo una aventura con un poderoso duende
oscuro noble. Si Claire fuera el resultado de eso, el niño que naciera de ella y de
nuestro rey sería tres cuartas parte duende. Y, de hecho, sería un rival muy fuerte.
Me quedé mirando fijamente a Louis-Cesare y podía decir que los dos estábamos
pensando lo mismo.
—«Híbrida». —Él lo dijo primero.
Yo asentí con la cabeza. El duende que nos atacó no venía a por mí en absoluto;
me habían confundido con Claire, la otra híbrida que vivía en esa dirección. Después
de todo, parecía que Kyle había obtenido información que era cierta. Claire llevaba a
un niño en su vientre que no era humano, pero el padre era un duende, no un
vampiro. Sentí una ráfaga de alivio tan extrema que empecé a reírme en alto. Esto
hizo que recibiera unas pocas miradas preocupadas, pero no me importaba. Me había
quitado un enorme peso de encima. Por desgracia, yo no era la única.
—Tenía la impresión de que los duendes cogen a los bebés humanos y los
sustituyen por otro bebé —dijo Radu—. ¿Por qué abandonaría un duende a un niño?
Caedmon hizo un grácil gesto indeterminado con la mano.
—Probablemente porque la dama no le dijo que iba a tener un hijo. A lo mejor
tenía miedo de que se llevara al niño si se enteraba.
—¿Entonces cómo lo averiguó el rey? —pregunté—. La madre de Claire murió
cuando ella aún era un bebé. Y si su padre real no sabía…
—Ésa es una de las muchas preguntas que a mí también me gustaría hacer, si
hubiera alguien que pudiera responderlas —dijo Caedmon—. A lo mejor su madre le
dijo a su marido la verdad antes de morirse. A lo mejor se las arregló para conseguir
una prueba. Hay muchas que pudieron haberle mostrado la verdad, tanto mágicas
como mundanas. Nosotros sólo podemos especular.
Los ojos azules de Louis-Cesare se entrecerraron como si no le hubiera gustado la
respuesta de Caedmon.
—El Senado cree que la lucha por la sucesión ha sido llevada a nuestro mundo
hace poco. Tanto el príncipe Alarr como su oponente, un noble svarestri llamado

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Ǽsubrand, han sido vistos en Nueva York en este último mes.
Lo miré fijamente.
—¿Dónde has escuchado eso?
—Me lo dijo Kit Marlowe. —Fruncí el ceño. La cucaracha no se había
preocupado de mencionarme esa pequeña noticia tan interesante.
Louis-Cesare tenía el aspecto de alguien que estaba pensando mucho. Prefería eso
que la compasión en la cara de Caedmon. No quería que Claire necesitara compasión.
—Si el rey está muerto —dijo Louis-Cesare lentamente—, el trono está en pugna.
Deshacerse de Claire, si ella lleva en su vientre al hijo del rey, también eliminaría a
otro rival.
—Tenemos que encontrarla y resolver el tema de la sucesión —acordó Caedmon
—. En la última guerra civil, más de diez mil de los nuestros fallecieron. —Su mirada
era distante, como si estuviera viendo otra época—. Las flechas rayaban el cielo. La
sangre caía como lluvia. El humo de las piras funerarias llenaba el aire hasta que todo
lo que quedaba visible era una neblina sucia que hacía que los ojos te picaran y que la
garganta se te cerrase. —Su voz tamborileaba en el aire como la nota sostenida en un
punteo, y de repente, realmente pude ver la escena que sus palabras describían.

El viento azotaba mis ropajes contra mi cuerpo empapado en sudor. Debajo


de mí, un campo de batalla fluía hacia un horizonte rojo como la sangre.
Alrededor, columnas de humo sujetaban con fuerza el cielo como dedos
leprosos. Había cuerpos en el suelo por todas partes, en armaduras aún
humeantes, ahogándome con el olor a sangre y fuego y a piel quemada. Mis
manos estaban en carne viva de agarrar la lanza que había utilizado contra
mis enemigos, pero apenas lo noté. Había cenizas en mis ojos, cenizas que
una vez habían sido el cuerpo de un camarada, una vida centenaria
acabada por el disparo fortuito de un recluta novato. Se pegaron a mi cara,
robando el orgullo de la victoria, mezclándose con mis lágrimas,
amenazando con asfixiarme…

—¡Caedmon!
Sentí como si alguien me diera con la puerta en las narices. Regresé a la mesa, el
corazón me latía fuertemente, los oídos me retumbaban y tenía la visión
distorsionada. Estaba aturdida y desconectada, como si mi mente estuviera intentando
ocupar dos sitios a la vez y no estuviera hecha para eso. Tenía la boca agria por la
angustia de la muerte de alguien que nunca había conocido; mis venas bombeaban
adrenalina por una lucha que nunca había vivido.
Radu estaba de pie, en su cara se reflejaba la confusión, y Louis-Cesare estaba
fulminando con la mirada al invitado de honor. Caedmon lo ignoró, pero sus ojos
mostraban preocupación cuando me miró.

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—Mis disculpas, niña. No debería haberte dejado ver eso.
—¿Qué pasó? —Para mi sorpresa, mi voz era firme.
Caedmon parecía ligeramente avergonzado.
—Los frumfórn, lo que vosotros llamáis los duendes, existen en dos planos de
existencia a la vez: el físico y el… lo que supongo que vosotros llamaríais el
espiritual. Me siento aquí, como, hablo, pero no utilizo mi conciencia completamente
en esas cosas. Existe, yo existo, en otro sitio también. Y por un momento, a ti te pasó
lo mismo.
—¿Por qué?
Levantó su copa ligeramente.
—Quizá he tomado demasiado del excelente vino de nuestro anfitrión.
Louis-Cesare cogió rápidamente su copa y la olió con precaución. Se dirigió a
Radu.
—¿Qué estás sirviendo?
Caedmon sonrió a su anfitrión.
—Tengo que felicitarte, suave, aterciopelado, con un gusto refinado que
permanece en el paladar como un perfume.
Radu lo miró y luego miró a Louis-Cesare, intentando parecer orgulloso,
confundido y compungido, todo al mismo tiempo.
—Pensé que era apropiado, considerando que nuestro invitado…
—¿Qué es? —volvió a preguntar Louis-Cesare.
Radu estaba empezando a parecer enojado. Algo me decía que esta fiesta no
estaba saliendo según lo planeado.
—Geoffrey lo diluyó. La mayor parte es de mi cosecha particular…
Caedmon se rió ahogadamente.
—Y el resto es algo del mejor vino de duendes que he probado en años.
—¡Así que eso fue lo que lo hizo! —La expresión de Louis-Cesare podría haber
cortado un diamante.
Los ojos de Caedmon se oscurecieron, como jade bajo el agua.
—¿Me estás acusando de algo, vampiro?
—Esa… sustancia… ¡nos torturó con recuerdos! Nos hizo revivir cosas del
pasado. Cosas horribles.
La expresión de Caedmon era elocuente. Sin decir una palabra, se las apañó para
dar la impresión de que era una prueba increíble estar obligado a compartir una mesa
con una persona tan irrespetuosa. Luego suspiró y me miró.
—¿También has vivido tú esos recuerdos?
Asentí con la cabeza.
—Pensamos… encontramos un hechizo en las cuevas. Pensamos que los magos
lo habían dejado.
—Tienes mucha razón, aunque nuestro vino intensificaría los efectos. ¿Has
bebido algo antes de esta noche, bueno, en los últimos tres días?

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—No, yo…
Louis-Cesare interrumpió.
—Bebiste un poco de mi copa en el jet. Yo había llenado una botella en la bodega
de tu casa.
—Espera un minuto. ¿Me estás diciendo que la bodega de Claire está llena de
vino de duendes?
—Sí. Me sorprendí al verlo, ya que sólo los duendes pueden hacerlo. Siempre me
pregunté por qué está tan fuertemente regulado en nuestro mundo. —Le echó una
mirada fulminante a Caedmon—. Parece que ahora ya lo sé.
Caedmon parecía ofendido.
—En unos pocos días, tres en el exterior, los efectos desaparecerán. Lo más fuerte
se irá en unas pocas horas.
Me puse derecha, sintiéndome más yo misma. Olí mi vaso, pero no había ninguna
señal de que hubiera estado bebiendo algo peligroso. Simplemente me había sabido
como un vino tinto decente, frutal y sencillo.
—¿Qué es lo que hace?
—Nada perjudicial —me aseguró Caedmon—. Bajo las condiciones adecuadas,
ayuda a alinear los pensamientos de dos personas o, en cantidades menores, sus
emociones. —Unos ojos verdes oscuros me miraron de forma crítica—. Incluso con
una gran cantidad de vino, pocos habrían sido capaces de sacar un recuerdo tan
vívido. Casi pude oler el humo.
Asentí con la cabeza, pensando en la armadura fundida, como un charco negro
alrededor de uno de los cuerpos, y en el viento abrasador. Para cuando ya había
soplado a través de todos los fuegos, era como una brisa directa desde el infierno. Me
trajo mis propios recuerdos de los fosos en Francia después de un ataque de mortero y
empecé a sudar repentinamente. El corazón se me salía del pecho, la adrenalina me
inundaba mientras mi percepción comenzaba a confundirse. Mi garganta se volvió a
cerrar una vez más, llena de dolor, ahogada por las cenizas…
Caedmon acarició con su mano mi brazo, pasando poder a todo mi cuerpo como
un líquido, disipando la sensación.
—Sí —murmuró—, extrañamente sensible. —Sonrió de un modo tranquilizador
—. No dejes que te preocupe. Lo que viste pasó hace mucho tiempo, un recuerdo de
nuestra última gran guerra. Incluso entonces, se tardó años en sustituir el número de
pérdidas. Ahora, me temo, sería imposible. Pero una lucha por la sucesión podría
provocar un cataclismo igual. Tenemos que encontrar a tu amiga.
—Me has leído la mente —le dije fervorosamente, temblando ligeramente por el
poder de ese corto tacto.
—Los duendes no leen las mentes —dijo Louis-Cesare severamente, sus ojos
estaban fijos en la mano de Caedmon.
Caedmon sonrió y no fue exactamente lo que se dice una expresión agradable. Me
apretó con la mano.

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—Quizá no, pero leemos otras cosas. Por ejemplo, vampiro, sé que tienes un
cuchillo en tu manga izquierda, aunque no pueda verlo. El metal me lo dice; es un
talento. —Me miró y su sonrisa fue deliberadamente provocativa—. Uno de tantos.
La ira de Louis-Cesare de repente llenó la habitación pequeña como agua, y en un
abrir y cerrar de ojos, los suyos pasaron de estar teñidos de plata a dar la sensación de
ser tan sólidos como dos monedas antiguas. Me quedé sentada, de piedra, cubierta
por un mar de poder. Estaba empezando a entender por qué Mircea había querido que
viniera conmigo, sólo que papi había olvidado mencionar su temperamento violento.
Imagino que supuso que el pelo pelirrojo me sugeriría algo.
Caedmon estaba sentado muy tranquilo, sin ofrecer ningún reto pero tampoco
evitándolo. No estaba segura de lo que hacer, con un vampiro repentinamente
homicida a un lado y un duende para nada contento al otro. Miré a Radu, pero él
estaba sentado como un ciervo atrapado por los faros delanteros, con aquellos
preciosos ojos turquesa casi completamente redondos.
Al final, fue Olga la que calmó las cosas al soltar un eructo que juro que duró un
minuto entero. Para cuando hubo terminado, todos estábamos mirándola fijamente
completamente asombrados. Se considera de mala educación en las normas de los
troles no demostrar aprecio por una comida buena con una función corporal
adecuada. Parecía que a Olga le había gustado la comida.
Se dio palmaditas en el vientre y se levantó de la silla con toda la gracia de un
hipopótamo preñado.
—Buena comida —anunció, con una dignidad casi majestuosa. Geoffrey corrió a
toda prisa para enseñarle el camino de vuelta por las escaleras y Olga lo siguió para
salir, su parte de atrás rozaba los laterales de la escalera de piedra estrecha mientras
caminaba.
Decidí que ella tenía razón. Si Caedmon sabía algo más, se lo sacaría a la fuerza
mañana cuando pudiera pensar mejor. Aparté a Apestoso del plato de queso, donde
había decidido echarse una siesta.
—Creo que a mí también me basta por esta noche —dije, poniéndome a Apestoso
sobre la cadera. No me molesté en dar las buenas noches. Radu estaba demasiado
impactado para darse cuenta, y no era una tradición de los duendes. Además, tenía la
sensación de que la noche no lo sería.

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16

Las ramas me azotaban la cara provocándome un escozor similar al de las


lágrimas. La nieve compacta se deslizaba bajo mis pies mientras corría,
pero no podía parar, ni siquiera ir más despacio. El cielo, en lo alto, era de
un gris pálido pesado, pero se estaba oscureciendo rápidamente. Se
acercaba el mal tiempo. Debería regresar, volver al triste pero caliente
interior de la taberna, pero no podía. Nunca volvería allí, a ese sitio
pequeño, maloliente, sombrío y estrecho. No podía soportar ver miedo en
los ojos de los hombres, que se echaran hacia atrás cuando yo pasaba,
escucharlos susurrar acerca del mal que habitaba entre ellos. Aunque
habían sido los susurros los que me habían dicho qué iba a encontrarme.
Me detuve en lo alto de una cuesta rocosa y pronunciada, llenando de
aire frío y limpio mis pulmones hambrientos. El viento que tiraba peñascos
y soplaba contra los árboles cubiertos de escarcha era agriamente helador
pero estaba soplando en la otra dirección. Podía ver el humo, pero no lo
olía. Aún no.
El valle se estrechaba enfrente de mí en ola tras ola de blancura,
ensanchándose y finalmente fusionándose con las llanuras de abajo. Unos
pocos copos de nieve cayeron, quedándose en las puntas de mi pelo. Había
una neblina espesa en el aire sobre el otro extremo del valle. Pronto,
consumiría el humo y lo que yo buscaba estaría perdido hasta que la
primavera descubriera los restos abandonados. No. Tenía que llegar allí
antes de que eso pasara.
Bajé en picado por entre los árboles, saltando, tropezando y medio caí
en una zona despejada y áspera. Ahora podía oler el humo. El aire estaba
sucio por el fuego, su sabor desabrido en cada aliento cubría el interior de
mi garganta, mis pulmones. Me puse de rodillas en la nieve compacta
enfrente de las ruinas ennegrecidas que de ninguna manera se parecían al
pueblo que habían sido una vez. Ya, copos de cristal estaban intentando
cubrir los restos humeantes y feos, como si el bosque estuviera resentido
por los daños en su belleza. Pronto lo conseguirían.
Con cuidado elegí un camino a través de la tierra caliente hacia el
único montículo que aún no se había derrumbado. No se parecía mucho a
una casa, podría haber sido un cobertizo o incluso una tienda, pero no
tenía tiempo para investigar por todo el paisaje chamuscado y encontrar

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pistas. Tiré de las pocas tablas intactas que quedaban y se cayeron hacia
dentro, desintegrándose incluso antes de que dieran contra el suelo.
Dejaron un agujero lo bastante grande como para que yo pudiera
meterme dentro, pero había muy poco que ver. Unas pocas cazuelas
ennegrecidas, una pequeña cantidad de ropa que de repente estalló en
llamas, se hizo cenizas y se fue volando con la brisa. Nada más.
Me puse de cuclillas entre las ascuas, separando los restos aún
calientes con la punta de los dedos. ¿Qué me había esperado? Los cuerpos
estaban en la parte de fuera, huesos esparcidos y carbonizados y mechones
de pelo encrespados por el calor. Indistinguibles. Podría haber caminado
por encima de ellos para llegar hasta donde estaba sin ni siquiera saberlo.
No había nada que mostrara que ésta había sido una vez su casa, no
quedaba ningún objeto intacto que pudiera haber sido suyo, no había
ningún olor familiar. Ningún recuerdo, ni siquiera vago, del tiempo que tuve
que haber pasado allí.
Nada.
Los copos húmedos se derretían en mi cara, bajando por mis mejillas en
fríos riachuelos. Una espiral de humo agrio salió de los escombros,
apagados casi inmediatamente con un siseo por la caída de una masa
húmeda de nieve. Miré hacia arriba y me di cuenta de que ahora estaba
cayendo más fuerte, se acumulaba en montones que se apoyaban
suavemente en las masas negras de fuera. También había más viento.
Debería irme ahora, antes de que me quede atrapada en este infierno
blanco.
De todas formas permanecí allí unos minutos más, extrañamente reacia
a marchar, a admitir la derrota. Pero el frío se extendía desde mis dedos
congelados a todo mi cuerpo, absorbiendo mi calor, haciéndome temblar.
Salí de aquel espacio minúsculo e inmediatamente el viento y la nieve
trataron de atraparme. Los restos del pueblo ahora eran sólo sombras
negras, débilmente visibles a través de la fuerte nevada. El frío fiero y agrio
me envolvió, y yo anduve a tropezones sobre una prominencia, cayéndome
de bruces. Un rápido dolor me pinchó la palma de la mano. Miré hacia
abajo y no vi nada, pero mi mano estaba cerrada sobre una forma de metal
dura, larga y punzante. Mis dedos entumecidos reconocieron el tacto
familiar de una daga.
El viento gritaba a mi alrededor mientras me ponía de pie torpemente,
pero llegué hasta los árboles y la pobre protección que ofrecían. Miré el
peso en mi mano, y era un tesoro, la hoja era tan brillante que reflejaba las
copas de los árboles cubiertas de copos de nieve casi como un espejo. La
empuñadura estaba grabada, una elaboración compleja que tuvo que haber
costado una fortuna. Ésta no era la protección de un campesino. Un dragón

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con aspecto feroz, esculpido por las manos de un maestro, agarraba con
fuerza una cruz, sus ojos enfadados y abiertos miraban fijamente hacia
delante en un reto obvio.
La metí dentro de mi cinturón, contenta de tener la protección que me
ofrecía. Incluso más valiosa, era algo que me demostraba que yo había
estado aquí, que no había sido sólo un sueño. Había venido, incluso aunque
fuera demasiado tarde.

Me desperté con los gritos de un duergar muy descontento. Cuando vio que
estaba despierta, Apestoso paró de dar aullidos y vino arrastrándose hasta mis brazos.
Lo abracé, sintiendo su diminuto pecho subiendo y bajando en respiraciones
temerosas. Como en el caso de Caedmon, no podía obtener un olor claro para saber lo
que le pasaba, pero había cogido tantos olores que habría sido muy difícil de todas
formas. En ese momento, él olía a jabón, a tierra y a carne de vaca cruda. Era
extrañamente reconfortante.
Me senté mirando fijamente la oscuridad mientras Apestoso se tranquilizaba
lentamente. Tuve que haber hecho algún tipo de sonido mientras soñaba para haberlo
alterado así, pero no podía imaginarme el qué. No había sido lo que se dice una
pesadilla, aunque tenía la esencia de una tristeza profunda, de cosas importantes que
se habían quedado sin hacer o que se habían hecho demasiado tarde. Y había sido
increíblemente real. Casi podía oler la madera chamuscada y sentir el picotazo afilado
de las agujas de pino en mi cara. En una cama caliente, en una casa bien caldeada, mi
cuerpo temblaba por el frío hiriente y la pérdida amarga.
No tenía ni idea de lo que significaba. Normalmente mis sueños involucraban
cosas saltando hacia mí desde callejones oscuros, llevándome a rastras,
desgarrándome; mi subconsciente no era exactamente sutil. Las cosas que me
asustaban tendían a ser tangibles, como el cuchillo. Pero aunque había tenido el
símbolo de la familia, no había sido amenazador. Nadie me había atacado y no había
sufrido ningún dolor físico, a menos que se contara el leve pinchazo de la punta de la
hoja. Y si ése fuera el peor daño que sufriría en esta misión, haría una gran fiesta.
Después de unos momentos, me di por vencida e intenté poner de nuevo a
Apestoso en su nido de sábanas en el suelo. A pesar del baño, sospechaba que tenía
pulgas, y no quería que compartieran mi cama. Pero se resistió, y aquellos brazos
largos y flacos como palos eran más fuertes de lo que parecían. Le eché una buena
mirada y me di cuenta de que, después de todo, no había sido mi angustia la que lo
había despertado. Su pequeño estómago estaba enormemente hinchado. La piel gris
blanquecina debajo de su pelo más suave en su barriga se salía hacia afuera como si
se hubiera tragado un balón de fútbol.
Unos ojos marrones tristes me miraron fijamente, redondos como monedas,
suplicándome que lo curara. Le devolví la mirada, impotente. Yo era bastante buena
con las heridas de los campos de batalla y las situaciones de emergencia, pero nada

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en mi larga experiencia me había enseñado qué hacer con un duergar enfermo. Luego
puso esa mirada en su cara y lo cogí a la fuerza y lo llevé al baño.
Apestoso vomitó mucho. Muchísimo. Para cuando tuve limpios el baño y a
Apestoso, no me sentía mucho mejor. Había estado durmiendo con mi camiseta, que
habían lavado mientras estábamos cenando, pero había quedado imposible. La lancé
junto con las toallas de baño al cesto para lavar y me metí en la cama, sólo para sentir
una piel sedosa que se deslizaba dentro de la cama, junto a mi cuerpo.
Me puse derecha a tiempo para evitar que Caedmon, que había salido de la nada,
atacase a Apestoso. En justicia, el duergar había estado intentando arañarle los ojos.
Tiré de Apestoso y le fruncí el ceño al duende.
—Parece que no le gustas.
La luz de la luna que traspasaba las ventanas cubiertas con celosía pintaba
diamantes de plata por el pecho del duende, pero dejaba el resto de su cuerpo a
oscuras. La luz se reflejó en aquellos ojos sorprendentes por un momento, haciendo
que brillaran intensamente, como los de un gato cuando lo alumbran con una linterna.
Luego se movió y era de nuevo silueta y sombra.
—Necesita aprender a distinguir entre amigo y enemigo.
—¿Y para eso vienes en mitad de la noche? ¿Para decirme eso?
Caedmon se acostó en la cama, su bata plateada caía a su alrededor en perfectos
pliegues. Ignoró a la bola de pelo que escupía y siseaba a poca distancia y me lanzó
una mirada límpida desde debajo de una superficie pálida de pestañas.
—Escuché el alboroto y temí por tu seguridad.
Entrecerré los ojos, mirándole.
—¿Cómo lo escuchaste? La puerta es de roble sólido. —Louis-Cesare podría
haberlo escuchado, pero no esperaba que los sentidos de los duendes fueran tan
refinados—. ¿Estás en la habitación de al lado?
—Desgraciadamente no. Tu tío me puso en un ala completamente diferente. A
juzgar por el olor, creo que está cerca de la basura.
—¿Y no te quejaste? —Me pareció que Caedmon era una persona que estaba
acostumbrada a lo mejor. Y sin duda no era tímido.
Se encogió de hombros, haciendo que el escote de su bata se le bajara por un
hombro. Era obvio que no se había puesto mucha ropa para la ocasión.
—No vi la necesidad, ya que no iba a usarla.
—¿Los duendes no necesitan dormir?
Se rió, y las viejas historias eran verdad, realmente era como el sonido de
campanas.
—¿Para qué perder el tiempo durmiendo por la noche cuando hay muchas cosas
agradables que hacer? —Dibujó una figura en el aire y un rayo de luna extraviado
tomó la forma de una flor. Bajó flotando lentamente para apoyarse en mi mano, y lo
juro, por un momento sentí como si de verdad pesara, antes de que se disipara como
el humo.

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Apestoso no parecía impresionado. Hizo un esfuerzo enorme para levantarse,
presionando sus dedos de los pies, largos como ramitas, sobre mi abdomen y se lanzó
contra el duende. Un segundo más tarde, estaba atado de manera segura en la sábana
y se lanzó al baño.
Ni siquiera había visto moverse a Caedmon, pero allí estaba, apoyado de modo
informal contra la puerta del baño. Esa bata era lo bastante fina como para ser
declarada ilegal en algunos estados, decidí ligeramente asombrada.
Luego algo golpeó la puerta detrás de él con un ruido sordo y él suspiró.
—¿Estás segura de que no quieres que me deshaga de esta criatura por ti?
—Creía que dos miembros de la familia de los duendes se llevarían mejor.
Caedmon inclinó la cabeza ligeramente, mirándome sombríamente.
—Ignoraré eso —dijo finalmente—. Pero te sugiero encarecidamente que no
vuelvas nunca a comparar a un miembro del tribunal superior con un sucio híbrido.
Es como comparar a un humano con un perro sin raza particularmente sarnoso. Los
nobles que saben menos sobre tu mundo sin duda… se ofenderían.
Me puse derecha.
—A mí misma me han llamado híbrida en más de una ocasión.
Caedmon no contestó. De hecho, dudo que ni siquiera me hubiera escuchado.
Miré hacia abajo y me di cuenta de que la sábana que me había estado tapando se
había deslizado cuando me moví y que le estaba dando un espectáculo gratuito. Tiré
del edredón hacia arriba y su expresión se inclinó peligrosamente hacia la sonrisa.
Supongo que el terciopelo dorado no era particularmente desagradable.
—Aprecio el pensamiento, pero no es necesario ningún adorno. La piel desnuda
es admirable. —Con cuidado dejó caer su bata y se dio una vuelta completa con las
manos estiradas. No es que no se hubiera puesto mucha ropa, es que no llevaba nada
en absoluto—. Se dicen muchas cosas extrañas sobre nosotros —continuó—, pero la
mayoría son bastante exageradas. Por ejemplo, los escandinavos creen que todos los
duendes tienen un defecto en algún sitio, un daño en su belleza. Se dice incluso que
las mujeres duende están huecas, con una apariencia preciosa de frente, ¡pero sin
espalda!
En la tenue luz, él ardía como una llama pálida; su pelo era un nimbo que fluía
alrededor de su cabeza. Y si su cuerpo tenía algún defecto, yo no lo veía.
—Nici un lucru sa nu crezi, cu ochii pâna nu vezi. —Las sílabas líquidas salieron
con facilidad de sus labios.
Yo tenía la cabeza ocupada con otras cosas, así que tardé un momento en darme
cuenta de lo que había escuchado. Sin duda ver era creer en su caso, pero ése no era
el tema en ese momento.
—Pensaba que no entendías rumano.
Caedmon se sentó en el lateral de la cama, desnudo y gloriosamente estimulado
sexualmente.

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—En una vida tan larga como la mía, uno recoge un montón de conocimiento
esotérico.
—Leíste la nota.
Pareció ligeramente sorprendido.
—Claro. ¿Tú no lo habrías hecho? Pero era obvio que no podía decir nada cerca
del vampiro.
—¿Louis-Cesare? No es un mal tipo —dije, ausente. Caedmon había empezado a
acariciar mi pierna por encima del edredón y me estaba distrayendo.
—¿Entonces, le has hablado del ultimátum? —Vio mi expresión—. No, no lo
creo. Yo tampoco confío en él.
—¿Por qué no? Lo acabas de conocer.
—Es un vampiro y otros de su clase han estado causando bastantes problemas en
casa últimamente. Es posible que estén detrás de la inquietud actual, alentando a
algunos que deberían ser más inteligentes para que intenten obtener honores muy por
encima de su posición social.
De repente, esto ya no sonaba como un intento de seducción, a pesar de su mano
en mi muslo.
—Dime la verdad, Caedmon, ¿por qué estás aquí?
Intentó levantar el edredón, pero yo le puse la mano encima. Él sonrió,
impenitente.
—Ya te lo dije. Nunca he estado antes con una dhampir, estoy deseándolo. Y
después podemos debatir nuestro problema mutuo.
—Discutámoslo ahora.
Él se rió. Parecía que le estaba proporcionando un montón de entretenimiento. Yo
esperaba que lo disfrutara porque era lo único que iba a obtener. Después de mi
torbellino emocional de ese día, no tenía humor para juegos; especialmente no con un
duende extraño.
—Pero pienso mucho mejor después de…
—¡Caedmon!
Suspiró y se echó hacia atrás, derramando una catarata de pelo claro sobre la
cama y dándole a la luz de la luna una zona de recreo muy atractiva. Podía jurar que
los rayos de luz parecían doblarse un poco a su alrededor, como si intentaran tocar
esa piel opalescente lo máximo posible.
—Tenemos una misma causa: los dos queremos a la chica —me informó—. Tú
para salvarla de ese vampiro canalla y yo para descubrir si lleva en su vientre o no al
heredero.
—¿Y si lo lleva?
—La pondré a salvo. Te lo prometo. —Eso debería haber sido ridículo; por lo que
yo sabía, Caedmon podía estar aquí para matar a Claire, no para salvarla. Sin
mencionar que nunca creo a nadie y menos a un extraño muy extraño. Pero cuando

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Caedmon la dijo, esa antigua frase asumió dignidad y peso. Me encontré
extrañamente reconfortada y eso me puso de mal humor.
—¿No será un poco difícil protegerla en Nueva York?
Caedmon me envió una mirada avejentada.
—No pondré en peligro todo el reino de la Fantasía por la conveniencia de una
mujer, como seguramente te imaginas. Pero no te alarmes. —Me acarició el costado
como si fuera una mascota nerviosa—. Podría no ser un problema. A lo mejor no está
embarazada en absoluto, o posiblemente el bebé sea una niña. Entonces tu amiga
puede quedarse donde quiera.
—¿Qué? ¿Las mujeres no gobiernan en el reino de la Fantasía?
—Por supuesto que no. —Aparentó estar conmocionado—. O, más bien, no en
zonas civilizadas. Los alorestri ahora tienen una líder femenina, una mujer terrible,
pero ellos siempre han sido poco ortodoxos. Viene de vivir tan cerca de la frontera,
prácticamente están pegados a los oscuros. Necesitan todas las manos disponibles
para defenderse, y una vez que las mujeres son guerreras, es difícil mantenerlas fuera
de la política.
—¡Qué doloroso tiene que ser para ti!
Caedmon sonrió.
—¡Oh! Me gustan las mujeres fuertes, Dorina. —No había visto la mano que
había avanzado hasta debajo del edredón, pero la sentí cuando se deslizó por mi
pantorrilla—. De hecho, las prefiero.
Metí la pierna debajo de la almohada.
—¿Y exactamente cómo puedes ayudarme?
Me miró, divertido.
—Contente para no darme una puñalada y te lo diré.
Solté el arma, pero la mantuve cerca de las manos. Caedmon se dio cuenta, pero
no parecía preocupado.
—Estás en una situación difícil, pequeña. Si quieres recuperar a tu amiga, tienes
que darle a Drácula la vida de los otros dos a los que tú guardas respeto. O eso o te
arriesgas a atacarle y posiblemente a perderla de todas maneras. ¿Qué te parece mi
resumen?
—Se ajusta bastante. —No ganaba puntos por eso; ya tenía bastantes pistas con la
carta—. ¿Y qué es lo que propones hacer?
—Necesitas a dos hombres —dijo Caedmon—. Uno ya está aquí, y el otro… —
Se señaló a sí mismo en el pecho de un modo teatral—. Yo puedo ser él.
Miré fijamente. Era difícil imaginarse a alguien que se pareciera menos a Mircea.
—¿Tú? ¡Ni en la noche más oscura! Dudo que pudieras engañar a un sirviente
miope, ¡y mucho menos a su propio hermano!
—Te olvidas de mi capacidad de glamour. Te aseguro que puedo hacerlo.
Sacudí la cabeza.

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—Y tú te olvidas del sentido del olfato del vampiro. Drac podría notar la
diferencia desde el otro lado de la habitación, ¡desde el otro lado de varias
habitaciones! Nunca se lo creería.
—Pero no estaré al otro lado de la habitación, pequeña. Él nunca me verá tan de
cerca…
Estaba a punto de preguntarle cómo esperaba lograr eso cuando oí algo. Era débil,
pero esta casa se había hecho hace mucho tiempo; no había razón para que las
escaleras crujieran a menos que hubiera alguien en ellas. A juzgar por el modo en que
su mano apretaba mi pierna, Caedmon también lo había escuchado. No había duda
sobre su oído, era al menos tan bueno como el mío.
O quizá mejor.
—Louis-Cesare —articuló. No sé cómo lo supo, pero no lo puse en duda. Lo
último que necesitaba era que Louis-Cesare pensara que estaba confabulada con el
duende. Ya sospechaba bastante tal y como estaban las cosas. Parecía que Caedmon
había llegado a la misma conclusión, porque tiró el edredón al suelo, lanzó una pierna
sobre mí y comenzó a besarme el cuello.
Le empujé, pero no conseguí nada. Estaba empezando a estar extremadamente
harta de los tipos fuertes. ¿Qué les había pasado a los enclenques que no valían nada?
¿Los del tipo que aún yo podía vencer?
—¿Qué estás haciendo?
—Buscándome una excusa que justifique mi presencia aquí —murmuró en mi
oído. Luego me mordió la oreja.
—¡Caedmon!
—¡Dorina! —La voz apagada de Louis-Cesare se escuchaba a través de la madera
gruesa. La miré fijamente, preguntándome por qué de repente me sentía culpable.
Caedmon aprovechó la oportunidad de mi distracción para tocarme a hurtadillas.
No me molesté en contener un chillido, ya que sabía que su excusa no funcionaría.
Tenía reputación de ser muy cuidadosa con mis amantes; por una buena razón. Había
tenido más de uno que había intentado matarme. De ninguna manera Radu iba a
creerse que yo hubiera invitado a alguien que acababa de conocer a una cita amorosa.
El duende había comenzado a ir hacia abajo. Los labios calientes se deslizaban
por mi clavícula, poniendo la línea larga de su cuello directamente debajo de mi
nariz. Hice lo único que podía hacer en esas circunstancias. Le mordí.
Caedmon se apretó más contra mis dientes hundidos en su carne, como si fuera
una caricia. Me sorprendió lo suficiente como para tirar hacia atrás, desgarrando su
piel con mis colmillos en lugar de sacarlos suavemente como había planeado. La
sangre goteaba en la perfección de su pecho en una mancha oscura, y él gimió en
alto. No creo que fuera de dolor.
A la puerta que daba al pasillo le reventaron las bisagras y allí estaba Louis-
Cesare, pálido y letal, con los ojos como mercurio líquido. Alguien me agarró
alrededor de la cintura. No era Louis-Cesare, porque él se había movido como el

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azogue, poniéndole un brazo alrededor de la garganta a Caedmon en un abrazo capaz
de estrangularlo. Parecía que Caedmon no lo había notado. Sus ojos estaban puestos
en mí, y una pequeña sonrisa extraña jugueteaba en sus labios.
—Si te gusta más duro, querida, sólo tenías que decirlo.
—Suéltame —le ordené a Geoffrey. Mi única respuesta fue sentir que me cubría
el edredón que él había recogido del suelo, lanzándolo sobre mí—. ¡Te lo digo en
serio! ¡Suéltame ahora! —Sentí cómo me llevaban al pasillo, pero la maldita pérdida
de sangre se aseguraba que hubiera muy poco que yo pudiera hacer para evitarlo—.
¡Maldita sea! Cuando vuelva a recuperar mi fuerza… —Escuché lo que sonaba como
una guerra comenzando detrás de mí, pero no podía ver nada por culpa de la puta
sábana. Me decidí por una táctica distinta—. Si dejas que se maten el uno al otro,
¡Radu te clavará una estaca!
—El hijo del maestro es bastante capaz de cuidarse él solito. Y dudo mucho que
vaya a matar a un invitado honorable. Lamentablemente no se nos permite hacerlo a
ninguno de nosotros. —El tono era el típico de Geoffrey: imperturbable. Pero dejó
que mi cabeza se diera contra media docena de paredes, zócalos y accesorios en la
pared del camino adonde fuera que nos estuviésemos dirigiendo.

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17

—Deberías haberte comido la cena, Dorina —me reprochó Radu—. El chef estaba
bastante enfadado. Es un hechizo complicado, ¿sabes?, y él pensó que no te gustaba.
Y eso además del Incidente de la Pera. —Su tono lo hizo sonar como un nombre
propio—. Estará de morros una semana. Tendrás suerte si mañana te prepara u
sándwich de mantequilla de cacahuete.
—La verdad es que eso suena muy bien. —Al menos no tendría que cazarlo antes
de poder comérmelo.
Lo que fuera que Radu estuviera a punto de decir fue interrumpido por un fuerte
golpe y una maldición por encima de nuestras cabezas. Ya hacía cinco minutos que se
escuchaban sonidos como de una carnicería. Pensé que era una pena; si destrozaban
la casa, probablemente Radu la redecoraría. Miré a mi alrededor, temiendo por los
toques artísticos originales que quedaban. No estaba buscando una posible salida,
pero Geoffrey se puso tenso desde su posición al lado de la puerta. Él me había dado
la colcha de terciopelo, que yo había envuelto como una toga a mi alrededor, pero era
obvio que no iba a dejar que me uniera de nuevo a la fiesta.
—Necesito comida —comencé. Ya que estaba atrapada en la sala con Radu, se
me ocurrió que también podría comer algo. Necesitaba recuperar las fuerzas. Entre
otras cosas, tenía que vencer a un mayordomo.
Radu suspiró.
—Siéntate —me ordenó—. Te traeré algo. Si el chef escucha mañana que
estuviste merodeando en su espacio, tiemblo al pensar en las consecuencias.
—Si es uno del grupo de Mircea, seguro que puedes ordenarle que…
—Está claro que no lo es —dijo Radu, tirando ligeramente de una cuerda para
tocar la campanilla pasada de moda al otro lado de la chimenea—. ¿Has oído hablar
alguna vez de un chef vampiro?
—Bueno, no, pero…
—Ni tampoco lo oirás. La muerte, ¿sabes? —dijo pícaramente, mientras los
pedazos de un espejo se esparcían por todos lados en algún sitio sobre nuestras
cabezas—, echa a perder las papilas gustativas.
—Pero tú comes, bueno, a veces, y Mircea…
—Yo soy del segundo nivel, Dory, y tu padre está un escalón más arriba. Con el
poder vienen algunas ventajas, ¿pero de verdad crees que el puñado de maestros de
niveles más altos en todo el mundo no tienen nada mejor que hacer que preparar a la
brasa una pierna de cordero? Eso es lo que se supone que íbamos a comer mañana,

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por cierto, con romero de cosecha propia, pero quién sabe lo que tendremos ahora. El
chef lo tiró después del Incidente de la Pera.
Esperé mientras un sirviente entraba y recibía instrucciones. En algún sitio en la
distancia, sonaba como si un armario lleno de porcelana se hubiera ido escaleras
abajo. Después de que el hombre se fuera, miré a Radu.
—¿Cuál es exactamente el problema de Louis-Cesare?
—¿Cuál de ellos? —Levanté una ceja; aparentemente Radu no le había
perdonado a su hijo la escenita de la cena. De repente, un brillo inquisitivo iluminó
sus ojos. Me puso nerviosa—. Tiende a ser muy protector con las mujeres —dijo
pensativamente—. Tú eres una mujer, Dory.
—Gracias por señalar eso, pero no pensaba que los dhampirs contaran.
El techo tembló, tan fuerte que algo de yeso se agrietó y cayó en trozos pequeños.
Radu sonrió satisfecho.
—Parece que has subido de categoría. —Moví la silla ligeramente, para evitar
estar directamente debajo del candelabro grande que se bamboleaba y miré hacia
arriba para encontrarle mirándome con esa misma mirada inquietante—. A lo mejor
al final deja de culparse por esa chica —reflexionó.
Sabía que me arrepentiría, pero se lo pregunté de todas formas.
—¿Qué chica?
—La eternamente trágica Christine. —Radu tiró un nuevo leño en las ascuas,
aparentemente sólo para tener la oportunidad de apuñalarlo cruelmente con un
atizador. Vio mi expresión.
—¿No has escuchado la historia?
—¿Debería haberla escuchado?
—La verdad es que no. Es larga y extremadamente deprimente. Es suficiente
decir que, hace siglos, Louis-Cesare la convirtió para salvarle la vida. La habían
torturado por su culpa y se sentía en deuda. Pero él no se paró a pensar que ella era
una católica ferviente y más o menos una que se creía las antiguas historias sobre
nosotros. Ella pensó que el cambio la había maldecido y le informó una vez que se
alzó que habría preferido una muerte de verdad.
—¿Así que él la mató?
Radu puso los ojos en blanco.
—¡Ojalá! —dijo fervorosamente. Vio mi expresión e hizo muecas—. No me
mires así, tú no la conoces. La mujer es imposible, siempre está metida en algún lío.
Hace poco, Alejandro la secuestró. —Radu lo dijo como si yo debiera conocer el
nombre—. El líder del Senado latinoamericano —añadió impaciente cuando vio mi
cara de ignorancia.
—Entonces, ¿por qué está aquí Louis-Cesare en lugar de ir a rescatarla?
—¡Pues porque nadie sabe dónde está! —Radu me miró de manera sospechosa—.
¿Estás siendo sarcástica?

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—No, simplemente no me puedo imaginar a la familia tragándose un insulto
como ése.
—Tú lo simplificas todo —dijo Radu de muy mal humor—. ¡No todos los
problemas se pueden resolver golpeándolos con un palo!
—No, sólo nueve de cada diez veces.
Pude ver como Radu se contenía.
—Un subordinado de Alejandro, un vampiro llamado Tomas, le retó —explicó
con una paciencia exagerada—. Alejandro quería que Louis-Cesare fuera su defensor.
Pero los rumores sobre esa corte… Es deshonroso.
No necesité preguntar lo que quería decir esta vez. Tenía mala fama por su
sadismo, incluso entre los vampiros.
—Supongo que Louis-Cesare se negó, ¿no?
Radu asintió con la cabeza.
—Le dijo que parte del propósito de un reto era deshacerse de maestros
incompetentes, crueles o locos, y que si él no podía luchar sus propias batallas, no se
merecía su puesto.
Me estremecí. La diplomacia no parecía ser el punto fuerte de Louis-Cesare.
—Así que Alejandro secuestró a Christine para hacerla su motivo de batalla —
supuse—. Claramente típico.
—Qué pena que no estuvieras allí para advertirle a tiempo —dijo Radu
mordazmente—. En cualquier caso, Louis-Cesare venció a Tomas, pero se negó a
matarlo, ya que el hombre no había hecho nada malo. Así que Alejandro se negó a
liberar a Christine, afirmando que él había estipulado dejarla marchar sólo cuando la
amenaza no estuviera y, mientras Tomas viviera, la amenaza seguía ahí.
—Y el Senado no pudo intervenir en su nombre —razoné. Los acuerdos entre
maestros apenas eran cuestionados por el Senado, especialmente si los dos
involucrados eran miembros de distintos cuerpos de Senado. Era demasiado fácil que
un altercado personal se convirtiera en una guerra.
—Que es por lo que esto ha durado tanto tiempo.
—¿Cuánto tiempo?
Radu giró una mano.
—¡Oh! Un siglo. —Miré fijamente mientras seguía despreocupadamente—. Y
desde que se la llevaron, Louis-Cesare no ha sido el mismo. Sabe que podría estar
sufriendo y se siente responsable por ello, doblemente culpable, de hecho. Con todo
esto, el humor le ha cambiado de una manera extrema.
—¡Radu! Torturaron a la mujer, la obligaron a unirse a los que no mueren y la
secuestraron, todo por su culpa. ¿Se te ha ocurrido que a lo mejor tiene algo por lo
que sentirse culpable?
—¡Suenas igual que él! —dijo Radu irritado—. Él no la torturó, la torturó el
Círculo Negro.
Parpadeé.

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—¿Cómo dices?
—Estaban intentando robar poder, como de costumbre. Ella era una bruja sin
formación, bueno, antes del cambio. Muy poderosa mágicamente, pero su fe hizo que
ella no lo aceptase. Ignoraba cualquier manifestación o la descartaba por ser obra del
diablo. —Radu sacudió la cabeza—. Era sólo cuestión de tiempo que los oscuros la
encontraran.
—Louis-Cesare dijo que tú le rescataste de algunos magos oscuros una vez.
Supongo que estamos hablando del mismo grupo, ¿no?
Radu parecía enfadado.
—No debería haber mencionado eso.
—¿Por qué no?
—Porque le prometí a Mircea que no tendría ningún contacto con él.
—Por esa cosa del tiempo —supuse.
—¿Qué cosa del tiempo?
—La que yo sabría si estuviera al día con la familia.
—¡Oh! Sí, eso es. Pero entonces, cuando nadie pudo encontrarlo… bueno, ¿qué
se supone que debía hacer? ¿Dejar que lo torturaran hasta morir cada noche? De
todas formas, no le comentes esto a tu padre. Mircea no necesita saberlo todo.
Lo mismo pensaba yo.
—¿De verdad tiraste abajo el techo?
Radu ignoró la pregunta con un desdén aristocrático.
—Como te estaba diciendo, Christine ha tenido varios cientos de años para
reconocer que no somos monstruos. Yo mismo le expliqué que el vampirismo no era
una enfermedad. Ella no culpa a los hombres lobo por transformarse en bestias
perversas con regularidad, pero continúa viéndonos como el mismo Satán. Es
insultante.
—Quizá los hombres lobo no le han complicado la vida —comenté, sobresaltada
por el sonido de cristal rompiéndose en algún lugar por encima de nosotros.
—La cosa es que él ya no se permite acercarse a nadie. ¡Eso no es sano! —
pronunció Radu, como si él fuera el epítome de la salud mental.
Comenzó a caminar de un lado para otro, el dobladillo de su elegante bata de
vestir verde brillante se arremolinaba alrededor de sus pies agitados. Parecía un
hombre al borde de sus fuerzas, y yo hice una deducción brillante:
—Hay algo más aparte de los problemas de Louis-Cesare que te tiene
preocupado.
Radu me lanzó una mirada nada tierna.
—Mi hermano está intentando matarme, otra vez, y para evitar eso, es probable
que tenga que matarlo yo en su lugar. Mi ordenado hogar ha sido tomado por
criaturas extremadamente extrañas, por no decir violentas, y mi chef está
completamente furioso por…

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—El Incidente de la Pera. Sí, lo sé. —Lo miré entrecerrando los ojos. Algo en esa
lista me preocupaba—. Dijiste que no tenías problema en matar a Drac. Estuviste de
acuerdo conmigo en que era el camino más inteligente. No te estarás ablandando,
¿no, Du?
Me preocupó que no me contestara inmediatamente. Se había ido a apoyar a la
repisa de la chimenea, pero no estaba mirando al fuego. El retrato que había encima
parecía que le había llamado la atención. El nuevo leño reventó y llenó de chispas el
silencio, mientras el viejo lentamente se desintegraba en un suave rojo por debajo.
—Yo tenía ocho años —dijo finalmente—, cuando nos convertimos por primera
vez en rehenes. Vlad tenía trece.
—¡Radu! No me digas que te estás poniendo sentimental. —No me podía creer
que estuviera haciendo eso—. Él intentó matarte, ¡repetidas veces!
—No es sentimentalismo —insistió Radu, mirando a los aún colores vibrantes del
retrato—. Tampoco ninguna conciencia oxidada que vuelve a nacer. La verdad es que
nunca tuve mucha, ya sabes. Incluso antes del cambio.
—¿Qué, entonces?
Me miró por encima del hombro.
—¿Por qué crees que tengo este cuadro, Dory?
—Bueno, supongo que era tu amante…
Se rió, pero fue una risa chillona.
—Nunca fuimos amantes. Al menos no hubo amor en nada de lo que hicimos. —
Se puso a enredar con algunas de las cosas que había encima de la chimenea, como si
necesitara hacer algo con las manos—. Como era un príncipe, Mehmed tenía un mapa
que mostraba no sólo las tierras turcas sino también toda Europa. Me dijo que el
destino dictaba que sólo hubiera un imperio en el mundo, una fe y un rey. Fue la
creencia de que yo podía ayudarle a conseguir sus ambiciones lo que le atrajo hacia
mí. Había docenas de oghlanlari atractivos en la corte, pajes reales que eran mucho
más guapos que yo. Los elegían tanto por su apariencia como por su habilidad, eso
era lo que decían. Y ninguno de ellos le atacó jamás con una espada.
—¿Atacaste al sultán y viviste? —me reí burlonamente.
—Al hijo del sultán en ese momento, y sí. Él se me insinuó y yo intenté golpearle.
No es que le hiciera mucho daño, nunca fui un buen espadachín. Y luego mostré mi
verdadero temple, huyendo y escondiéndome subiéndome a un árbol. Sólo bajé
cuando hizo un juramento solemne de que no me mataría. —Sonrió agriamente—.
No me castigó muy duramente porque él sabía que yo podía ser útil. Necesitaban un
príncipe al que pudieran manejar como una marioneta y Vlad no estaba cooperando.
—Me sorprende que conserves una imagen de él. Yo, personalmente, la quemaría.
—El sirviente volvió y me puso una bandeja con comida delante. Era pollo, y
afortunadamente no estaba cacareando.
Radu despidió al vampiro y se sentó conmigo en el sofá.

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—No lo guardo por cariño, Dory, sino como un recordatorio de lo fácil que fue
para alguien moldearme una vez. Me convertí exactamente en lo que mis captores
querían, me vestía como ellos, pensaba como ellos, incluso me convertí. Lo juro,
durante un tiempo, fui más turco que ellos. Guardo el retrato para que me recuerde lo
que fui.
Resoplé.
—Date un respiro. Eras un niño. Ellos te lavaron el cerebro.
Radu sacudió la cabeza.
—Por mucho que me gustara afirmar eso, sólo es cierto en parte. Tenía once años
cuando él me sedujo, un niño aún hoy en día, pero en el mundo en el que vivíamos,
ya no era tan joven. Mehmed había comenzado a gobernar una provincia del imperio
con la misma edad. Me lavaron el cerebro porque yo lo permití. La única alternativa
era impensable, así que tomé el camino de menos resistencia. Me llevó mucho tiempo
entender que, al final, todos somos responsables de nuestras propias acciones.
—Al igual que Drac.
Radu se quedó callado durante un momento.
—A veces me pregunto a cuál de los dos moldearon más, a mí o a Drac. Mis
falsos delirios se desvanecieron hace mucho tiempo, pero él aún está atrapado en los
suyos. Lo convirtieron en un monstruo, Dory, en aquellos calabozos.
Contuve un comentario por respeto a lo que Radu había pasado, pero no estaba
segura de ser capaz de quedarme callada si él profundizaba más. Había escuchado la
historia antes. Era algo así: Drac era un adolescente heroico que se negó a dejarse
atemorizar por las amenazas turcas. Siempre que los guardias se metían con él, él les
devolvía los insultos. Cada insulto de ellos recibía un insulto de él, normalmente
incluso más inventivo porque él había tenido bastante educación para proporcionarle
inspiración. Los maldijo, a sus antepasados y a su profeta. Fue brutalmente derrotado,
luego lo lanzaron a una celda solitaria desde la cual él podía ver los castigos incluso
peores que les aplicaban a los demás. Los métodos de ejecución variaban
dependiendo del alcance de la ofensa de los prisioneros: a algunos de ellos los
ahorcaban, mientras a otros los mataban con lanzas, los decapitaban o, lo peor de
todo, los traspasaban con una estaca.
El empalamiento estaba reservado para aquellos culpables de los crímenes más
atroces, pero en tiempo de guerra, se acabó utilizando claramente de un modo muy
frecuente. El Vlad adolescente tuvo un asiento en la primera fila de un cadalso
semanal y aparentemente tomó notas. Miraba a los cuervos coger los cuerpos que
dejaban bajo el ardiente sol turco hasta que sólo eran carne con ampollas. Quizá se
las apañó para soportar su castigo soñando con clavarles una estaca a sus torturadores
un día, no lo sé. Pero cuando finalmente tomó el trono de Valaquia, se convirtió en su
modo preferido de atemorizar a los invasores y de reforzar sus decretos.
Casi cualquier crimen, desde mentir y robar hasta matar, podía ser castigado con
el empalamiento en el reino de Drac. Mircea me dijo una vez que su hermano puso

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una copa de oro en exposición en la plaza central de la ciudad para que los viajeros
que tenían sed la utilizaran. Valía más que el salario de toda la vida de un trabajador,
pero nunca la robaron. Estaría dispuesta a apostar que nadie pensó siquiera en
hacerlo.
Incluso algo más famoso: dos embajadores turcos que fueron a la corte de Drac se
olvidaron de quitarse sus turbantes en su presencia. Drac ordenó que les clavaran los
sombreros a la cabeza para que nunca tuvieran que volver a quitárselos. De igual
modo, una vez organizó un picnic en medio de un campo de cuerpos empalados sólo
porque le apetecía. Y, cuando uno de sus nobles se tapó la nariz para evitar el olor,
Drac le había clavado en una estaca más alta que al resto, para que él pudiera estar
por encima del hedor.
Él justificaba sus acciones señalando la ausencia de ley en la tierra antes de que él
la tomara. El problema de esa excusa era que la ley y el orden de Drac habían
acabado matando a más gente suya de la que habría matado un serio desorden.
Busqué estadísticas una vez, por curiosidad, y descubrí un hecho que me dejó de
piedra: en su corto reinado de seis años, había tenido al menos cuarenta mil víctimas.
No, la excusa de la necesidad a mí no me había convencido.
—Pero al final, fue Vlad el que escogió utilizar las tácticas que le habían
enseñado tanto contra los turcos como contra su propia gente.
Parpadeé mirando a Radu, sorprendida de escuchar mis propios pensamientos en
su boca.
—Se está haciendo un poco difícil seguir tu lógica, Du —le dije sinceramente—.
¿Me estás diciendo que estás a favor de matar a Drac?
Radu me lanzó una mirada molesta.
—Estoy diciendo que, aunque puede que sea necesario, no voy a disfrutar con
ello. No porque le tenga afecto a Vlad, a decir verdad creo que nunca se lo tuve, sino
porque podría haber sido yo. Si él hubiera nacido con la cara capaz de seducir a un
príncipe, y a mí me hubieran dejado en el calabozo, ¿nuestras posiciones serían
iguales hoy en día?
Así que eso era lo que le estaba reconcomiendo por dentro.
—Lo dudo, Du. Tú mismo lo has dicho, tú siempre has sido distinto.
—Cierto. Dudo que hubiera sobrevivido en los calabozos. Nunca he sido valiente.
—Habrías sobrevivido. —El tono áspero de Louis-Cesare me hizo saltar. Torcí el
cuello y allí estaba, a menos de tres pies de mí, y yo no había escuchado nada. Si no
dormía algo pronto, iba a ser completamente inútil. Caedmon no estaba a la vista,
pero ya que Louis-Cesare no estaba cubierto de sangre, supuse que aún seguía vivo
—. Hay muchas formas de coraje —dijo Louis-Cesare—. Tú habrías hecho lo que
hubiese sido necesario. Pero nada más.
Asentí con la cabeza mostrando acuerdo y le di a Radu un beso ligeramente
grasiento.

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—Los turcos no hicieron de Drac un monstruo, Du. Tan sólo sacaron al que ya
estaba allí.
Louis-Cesare y yo intercambiamos una mirada. La expresión en sus ojos decía
que Drac de repente estaba mucho más cerca de encontrar un lugar de reposo
permanente. No sé lo que había hecho que cambiara de opinión, pero no iba a
protestar. Por una vez, estábamos en perfecto acuerdo.

Radu me acompañó hasta mi habitación tan pronto como acabé de comer. Esperé
hasta que escuché desaparecer el ruido de sus pasos casi silenciosos, luego me
escabullí para encontrar a Caedmon; o lo que quedara de él.
Después de una media hora de búsqueda poco provechosa, empecé a preguntarme
si Louis-Cesare había decidido acabar con la tregua y se lo había dado de comer a las
pequeñas mascotas de Radu. Luego, escuché un coche parándose fuera. Llegué a la
entrada a tiempo y vi a Caedmon saliendo por la puerta principal, con su aspecto de
siempre, perfecto. No parecía que se hubiera despeinado siquiera.
—Así que estás vivo.
—Pareces sorprendida.
—Un poco.
Caedmon sonrió.
—Tu vampiro está demasiado orgulloso de sus habilidades. Es una debilidad.
Algunos se aprovecharían de eso.
—Pero tú no.
—En otra ocasión a lo mejor me veo tentado.
—¿Y ahora?
—Ahora me estoy escabullendo avergonzado después de haber asaltado a la hija
de la casa —me dijo alegremente—. Camina conmigo, Dorina. Permíteme que
humildemente te suplique perdón por mi atroz conducta antes de marcharme.
Lo seguí hasta la parte de fuera, donde un coche conducido por uno de los
sirvientes humanos de Radu se había parado. Lo rodeamos, separándonos bastante de
la casa para que, con un poco de suerte, pudiéramos evitar que nos escucharan.
Caedmon se apoyó en la valla del corralito donde Radu guardaba su colección
esotérica. Los gruñidos, chirridos y chillidos que venían del interior nos daban
protección extra contra oídos indiscretos.
—Probablemente me estén vigilando —me informó Caedmon— para asegurarse
de que mi «naturaleza inherentemente depravada», y por cierto, eso es una cita
textual, no me lleve a cometer más indiscreciones mientras me arrastro en
mortificación.
—Así que te arrastras.
Una rosa que subía se dobló para acariciar su mano. Él acarició su tallo
cariñosamente.

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—Tú primero.
Un tentáculo cubierto de pelo castaño golpeó la pantalla que formaban los
hechizos protectores que había frente a nosotros y chisporroteó dando un segundo
golpe antes de caerse al suelo. El aire adquirió el aroma del beicon frito. Parecía que
los nuevos miembros del parque zoológico de Radu estaban luchando para dominar a
los viejos, y un par de híbridos más salvajes estaban intentando destrozarse el uno al
otro. Las criaturas menos peligrosas estaban encogidas de miedo en las esquinas,
seguramente esperando para merendarse a los perdedores.
Caedmon observó la escena con repulsa.
—Por curiosidad, ¿qué están intentando crear tus vampiros?
—Nada. Requisaron éstos al Círculo Negro; o eso es lo que dicen.
—¿Por qué alguien desearía crear unos ejemplares tan claramente inútiles? —
Moví la cabeza. Aún no tenía una respuesta—. Si uno fuese un poco suspicaz —
meditó Caedmon—, casi podría pensar que están creando las criaturas más horribles
como una distracción, para asegurarse de que sus experimentos verdaderos, si se
encontrara alguno, quedasen ocultos entre la confusión.
—Quizá. Pero ¿cuáles son los reales y cuáles las pistas falsas?
—Es mejor preguntar por qué los vampiros están tan interesados en estas
criaturas. No se les conoce por su caridad. Es probable que se involucren en ello para
sacar beneficio o para crear una amenaza.
Unas zarpas largas acuchillaron la tierra y se abrieron grandes surcos de césped,
hasta que una criatura gigante, parecida a un pájaro pero sólo en la forma general y en
las alas coriáceas, cayó desde su rama sobre un pequeño cobertizo. Aterrizó en medio
del grupo que batallaba y comenzó a desgarrar a las otras criaturas con una feliz
indiferencia hacia su propia seguridad. Pronto las esparció con ataques veloces como
los de una cobra, con sus zarpas y su pico letal y puntiagudo. Cuando se terminó la
matanza, en lugar de detenerse a comer, se paseó por los límites del corralito. Una
cola larga se arrastraba por el suelo detrás de la criatura, como si estuviera buscando
una nueva víctima.
—Dime, ¿cuál de ellas estamos viendo aquí? —pregunté, extrañamente fascinada.
Los ojos aterradoramente similares a los de un humano de la criatura se fijaron en
los míos. A mi lado, Caedmon se reía.
—Si lo averiguo, quizá te lo diga. Somos socios, ¿no?
—¿Lo somos?
—Por supuesto. —Bajó la voz—. Debería hacer mi salida ignominiosa y regresar
mañana como Mircea.
—Sigo pensando que no va a funcionar. —La criatura comenzó a alimentarse,
arrancando grandes trozos de un cuerpo peludo medio muerto que daba tirones en un
vano intento por escapar. Me recordó de forma perturbadora a la cena de Radu,
especialmente porque esos ojos demasiado humanos seguían fijos en mí. Parecían
hambrientos.

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—Porque me interrumpieron antes de que pudiera explicar mi ingenioso plan —
me informó Caedmon despreocupadamente—. Es así de simple: Drácula verá llegar a
Mircea, y muy poco después de eso, las protecciones caerán. Naturalmente, él creerá
que tú estás cumpliendo tu parte del trato y montará su ataque. Yo tendré a bastantes
de mis seguidores estacionados alrededor del perímetro de la finca para que se
ocupen de él y para rescatar a lady Claire.
—¿Y si no la tiene con él?
Suspiró feliz.
—Entonces tendremos que encontrar la manera de convencerle de que nos diga
dónde está. —Me vino a la cabeza una imagen momentánea de Drac siendo torturado
por los duendes. Fue casi orgásmico.
—Suena genial —le dije sinceramente—, excepto que hay mil cosas que podrían
ir mal, empezando por tu disfraz.
—Me duele que tengas tan poca fe —me reprochó.
—Se te tiene que ver siendo bienvenido como Mircea en la casa o Drac no se lo
tragará. Pero si alguien ve a través de tu disfraz, se acabó el juego. Louis-Cesare
nunca nos dejará quitar las protecciones y poner en peligro la vida de Du. Y si siguen
levantadas, Drac no podrá acercarse a un kilómetro de este sitio. Así que a menos que
tengas bastantes partidarios para cubrir un perímetro tan grande, cuando ni siquiera
sabemos desde qué dirección vendrá hacia nosotros…
—Deberías confiar en mí, pequeña. En comparación con las maquinaciones que
ocurren cada día en la corte, esto es una cábala menor. Tal como yo lo veo, sólo hay
un posible obstáculo: una interferencia del vampiro.
—Radu no tiene la costumbre de abrir su propia puerta. Es a Geoffrey al que
tienes que engañar, al menos el tiempo suficiente para entrar, y eso no será nada fácil.
Él es del grupo de Mircea. ¡Creo que conocerá a su propio maestro!
—Él no. El otro. Louis-Cesare.
Miré al duende. No veía ninguna herida ni miembros perdidos, así que parecía
que había sido capaz de manejar a Louis-Cesare bastante bien.
—Tampoco es muy probable que ande por el vestíbulo.
—No, pero podría estar, como tú dices, rondando por otros sitios, como por
ejemplo la fuente de poder de los hechizos protectores de tu tío.
—¿Qué sería…?
—La primera cosa que descubrirás para mí. Los hechizos protectores me dejarán
entrar cuando vuelva ya que me reconocerán como amigo de la casa. Los bloquearé
después de llegar, pero no tendré tiempo para buscar en la casa. Segundo, necesitarás
asegurarte de que Geoffrey no está por allí y que alguien que apenas conozca a
Mircea responda a la puerta. Uno de los humanos sería lo mejor. Y tercero, tienes que
distraer a Louis-Cesare el tiempo suficiente para que yo reduzca a los guardias.
—¿Eso es todo? —pregunté sarcásticamente.

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—Debería ser suficiente. —Sonrió con una tolerancia divertida—. Llegaré a las
nueve de la noche mañana. Eso te da más de veinte horas. Confío en que te las
arregles en ese tiempo.
La única razón por la que no le mordí fue por el conocimiento seguro de que él lo
disfrutaría.
—¿Y por qué debería confiar en ti? ¿En un duende extraño que conocí ayer?
Caedmon sonrió amablemente.
—Creo que ya sabes el porqué.
Yo también pensaba que lo sabía. Puse mi mano sobre la suya.
—Siempre y cuando estemos de acuerdo respecto a Claire. Sin forzarla a ir al
reino de la Fantasía contra su voluntad. —Caedmon puso una mirada inocente.
Apreté su pulgar contra una de las espinas más largas de la rosa, lo bastante profundo
como para que le llegara al hueso—. Si me traicionas, te destriparé y daré de comer
tus restos al zoológico de Radu.
Caedmon apartó la mano de la rosa y acercó el dedo sangrando a mi boca,
cubriéndome los labios de sangre.
—Qué cosas más dulces dices.
Inclinó la cabeza y me besó, quitándome la sangre. El sabor de sus labios fue una
explosión de dulzura, como el verano condensado.
—Lo sé.

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18

La sangre fresca a medianoche no es roja. Es de un color negro purpúreo


que fácilmente se mezcla con las sombras. Hundí mi pie hasta el tobillo en
un charco cubierto de hielo y maldije suavemente. La corteza superior
estaba sólo medio congelada y el fango pegajoso por debajo se filtró
alrededor de mi pie cubierto por un harapo repugnante. Salté a un lado,
trepando para llegar a las rocas heladas y las resbaladizas hojas secas,
dejando una pista de profundos cortes oscuros en la nieve.
Cuando por fin obligué a mis ojos a mirar hacia arriba, vi lo que había
esperado. El hombre desnudo empalado en una estaca de madera gruesa
por encima de mí tenía la piel del color de la nieve apilada alrededor, y
nunca se movía excepto cuando el viento cruel sacudía sus extremidades.
Los ojos estaban congelados con una capa fina de hielo, haciéndolos brillar
con una parodia de la vida a la luz de la luna. Aparté la vista, pero todo lo
que vi fue una línea similar de cadáveres bordeando el camino que bajaba
de la montaña, desapareciendo en la oscuridad. Parecía que mi presa
estaba en casa.
Una bandada de cuervos, asustados por mi presencia, dejaron su rama
en el esqueleto de un árbol y giraron sobre el valle, una línea de figuras
oscuras sumergiéndose de modo irregular en el viento. La luna llena
iluminaba las maderas gruesas que brillaban con escarcha, cortadas por la
banda plateada del río. Me habría quitado la respiración, si es que me
hubiera quedado aire, pero no me quedaba. No me había atrevido a tomar
el camino principal para subir a la montaña; incluso en una noche como
ésta, estaba protegido. Había tenido que ir a rastras por un sendero sucio
que se desmoronaba, hecho por cabras y prácticamente intransitable para
cualquier cosa que no tuviera cuatro patas. La única vista que me
interesaba ahora eran los dos guardias camuflados que estaban de pie en la
sombra de una piedra saliente; el vaho de su respiración era grueso como
el humo mientras daban pisotones, intentando hacer que les corriera la
circulación.
El bloque grande sobre sus cabezas tenía una barba de estalactitas
largas, como una boca con dientes afilados y angulosos. Casi parecía como
si la entrada estuviera intentando comérselos. El casco gris del castillo
Poenari se levantaba amenazadoramente detrás de ellos, destellando con el
mismo hielo que crujía bajo sus botas cada vez que se movían. Un viento

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agrio aullaba alrededor de la montaña y podía escuchar a uno de ellos
luchando por respirar, el aire hacía un ruido húmedo en su pecho. Pero no
se habían atrevido a hacer una hoguera. Su maestro no veía con buenos
ojos ninguna señal de debilidad, y supongo que preferían coger una
neumonía a acabar sus vidas retorcidos al final de una estaca.
Dado que me había percatado de su presencia, decidí que un asalto de
frente no sería el mejor plan. Estaba segura de que podía enfrentarme a un
par de guardias que estaban medio congelados, pero si uno lograba dar la
alarma, pondría fin a los planes que tenía para esa noche. Busqué otras
opciones, pero no había muchas. A pesar de estar ubicado en la cima de la
montaña, el castillo estaba rodeado por muros altos y profundos de piedra
natural y presentaba tres torres de vigilancia altas, diseñadas para
mantener fuera a la gente como yo.
Me familiaricé bien con esos muros, ya que me pasé la siguiente media
hora escalándolos, subiendo por los pocos surcos estrechos en los que las
piedras que sobresalían no encajaban perfectamente. Cada vez que estaba
en un sitio más de unos pocos segundos, mis manos se congelaban en la
roca, asegurándose de que cuando me siguiera moviendo, dejara un poco
más de carne allí. Mis movimientos causaron que trozos de hielo cayeran
como en una cascada desde el borde de la cuesta de tierra de mil quinientos
metros que rodeaba el castillo hasta el pronunciado barranco que había
debajo. Miré el precipicio una vez y enseguida me arrepentí. No volví a
mirar.
El viento casi me hace caer dos veces, trayendo con él trozos filosos de
hielo que arañaron mi piel y amenazaron con dejarme ciega. Aullaba en
mis oídos como un demonio furioso, haciendo que pareciese que se tomaba
de manera personal que yo continuara sujeta con las puntas de mis dedos.
Más de una vez, me daba un golpe contra la piedra lo bastante fuerte como
para que me preocupara por el estado de mi caja torácica. Y cuando
finalmente llegué a lo alto, tuve que esperar, colgando apenas visible en la
superficie exterior de los muros, hasta que los guardias de patrulla se
fueron.
Tan pronto como lo hicieron, arrastré mi cuerpo medio congelado por el
parapeto y me caí al suelo. La cosa mejoró menos de lo que yo pensaba. El
viento cortante había desaparecido, pero lo había sustituido un frío que te
congelaba los huesos debido al aire invernal atrapado dentro de los
gruesos muros de piedra. Incluso peor, no tenía ni idea de adónde se
suponía que tenía que ir, y el castillo estaba lleno de soldados. Dondequiera
que miraba, los cuerpos se movían entre las sombras antes de verlos a la
luz de la luna.

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Con un asalto en mitad de la noche había esperado encontrar a la
mayoría de la gente dormida, pero me lo debería haber pensado mejor.
Teniendo en cuenta a quién me estaba enfrentando, la noche por aquí
seguramente era más movida que el día. Al final perdí la paciencia y crucé
el patio abierto corriendo. Fue sorprendente que nadie me viera. Ayudó
mucho el que la mayoría de los guardias estuvieran acurrucados en sus
capas, más preocupados por no congelarse hasta morir que por cualquier
posible intruso.
Entré en el castillo sin ser vista. Los arcos cavernosos de los pasillos
eran inmensos sobre mi cabeza, e incluso mis pasos más suaves parecían
sonar en la infinidad. Atravesé el pasillo y de alguna forma conseguí llegar
al gran pasaje principal sin ser vista. El aire estaba lleno de ruido de platos
y copas, y las antorchas alejaban la oscuridad, derramando grandes
charcos de luz en el suelo y dispersando las sombras ocultas. Era obvio que
iba a esperar a que el grupo de soldados reunidos en una de las largas
mesas de la sala acabaran con la cena antes de continuar. El olor de su
comida hizo que las tripas me empezaran a sonar. ¿Cuánto tiempo hacía
desde la última vez que había comido? No podía recordarlo, pero el olor a
cerveza y a cordero frío hizo que mis músculos abdominales se retorciesen
de una manera incómoda.
Dirigí mi atención hacia un tapiz que parecía nuevo en la pared de
atrás. Mostraba una figura con una armadura, a la cabeza de un ejército,
que yo supuse era el padre o el hijo porque estaba montando a un dragón.
Los dos pertenecían a la Orden del Dragón, un grupo creado para luchar
contra los turcos, el que les había dado su famoso apodo. Dracul significa
«dragón», así que «Drácula» era literalmente «el hijo del dragón». Parecía
una buena apuesta decir que el cuadro era del hijo: estaba ensartando a un
enemigo en la punta de una estaca.
Por fin los soldados se fueron y entré en el lugar, lleno de eco,
intentando mantenerme en los sitios que no tenían plantas secas en el suelo
para que no sonaran debajo de mis pies. El techo por encima era tan alto
que desaparecía en la oscuridad, y parecía recoger cada resonancia
perdida. Al menos había llegado a una puerta alta y arqueada, que llevaba
a un vestíbulo con poca luz. Al lado, unas escaleras ascendían en espiral
hacia la oscuridad. La falta de antorchas era una señal alentadora, ya que
probablemente sólo mi presa sería capaz de ver sin ellas.
Llegué a la parte de arriba y me encontré de frente con una pesada
puerta de roble. Estaba un poco resquebrajada y dejaba pasar una línea de
luz de fuego naranja sobre las piedras. Avancé cautelosamente y empujé
suavemente la puerta para abrirla. La habitación por dentro era grande,
pero más acogedora que las vastas dimensiones del resto del castillo y era

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perfectamente circular. Miré alrededor y me di cuenta de dos cosas: que
estaba sola y que no era muy probable que siguiera así durante mucho
tiempo. Los faroles encendidos me lo decían; nadie se preocupaba por
iluminar una habitación que no estaba ocupada, especialmente si los
medios para hacerlo, como la mayoría de los demás abastecimientos,
tenían que arrastrarse dieciséis kilómetros montaña arriba. Se esperaba
que apareciera alguien. Yo simplemente esperaba que fuera la persona
correcta, ya que la verdad es que no me apetecía esquivar a media docena
de guardias para atraparlo.
La habitación estaba llena de tesoros de rapiña. Varias docenas de
lujosas alfombras de rezo daban colorido a las paredes, ayudando a aislar
la piedra fría. Muchas de las vasijas de oro y de plata esparcidas tenían
palabras árabes esmaltadas sobre ellas, la alfombra era persa en tonos
azules y borgoñas, y la lámpara de cobre brillante que colgaba del techo no
parecía de aquella zona. Una ola repentina de fatiga hizo que los colores
exóticos se mezclaran y yo me tambaleé como si se me hubiera agotado la
adrenalina que me quedaba. Me dolía todo el cuerpo, pero eso no era nada
nuevo. Lo que me remató fue la vista de una cama de verdad vestida con
una pila de pieles y mantas tan alta que parecía un montículo. Caminé
hacia allí inconscientemente, la cabeza me daba vueltas de dolor y de
asombro.
Debí de haberla alcanzado, porque caí en algo suave y esponjoso que
mis sentidos aturdidos identificaron como un colchón de plumas. El impacto
hizo que me dolieran las costillas dañadas, hasta el punto de que creo que
perdí el conocimiento durante un minuto. Cuando recuperé el sentido,
descubrí que mi primera impresión había sido errónea: no estaba sola.
Estaba desplomada sobre un cuerpo que estaba filtrando una mancha
carmesí en lo que habían sido sábanas blancas limpias. No tenía pulso,
pero eso no me preocupaba. Su clase nunca lo tenía, a menos que se
hicieran pasar por humanos.
El corazón me latía tan fuerte en el pecho que pensé que podría
destrozarme una costilla. Noté sin venir a cuento que la sangre estaba
estropeando su ropa. Su túnica deslumbradoramente blanca había sido
bordada en las mangas y alrededor del cuello con rojo y dorado brillantes,
pero ahora parches más oscuros estropeaban el modelo en varios sitios. No
podía decir lo graves que eran sus heridas, porque aunque estaba en la
cama, no se había preocupado de quitarse su capa de piel. Era tan sedosa
que mis manos desaparecieron completamente en ella. La acaricié
suavemente, incapaz de dar crédito a mi suerte.
Miré fijamente a mi víctima y lentamente deshice el harapo que
sujetaba una astilla de madera afilada alrededor de mi cintura. Él no se

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movió, ni siquiera abrió los ojos. Me ordené a mí misma acabar con él,
pero dudé. Nunca había matado a un vampiro cuando estaba dormido. Sus
sitios de descanso durante el día eran demasiado difíciles de encontrar
para que mereciera la pena el esfuerzo; los atrapaba muy vivos y dispuestos
a sembrar el caos. Esto era tan distinto de la lucha a muerte que me había
imaginado que simplemente me quedé allí sentada un momento, mirándolo
fijamente. Él no era para nada lo que yo me había esperado.
Su cara tenía las mismas cejas expresivas y pestañas largas y oscuras
que yo había heredado, pero con fuertes rasgos masculinos por debajo que
lo hacían parecer bastante distinto. Era muy guapo, pero excepto por los
huecos hundidos y ensombrecidos en sus mejillas, estaba tan blanco como
un hueso. Parecía enfermo, lo que era absurdo, ya que los vampiros nunca
se ponen enfermos. Claro que la sangre podría explicarlo; la colcha debajo
de él estaba virtualmente empapada en sangre. Tuve una idea horrible:
¿alguien se me había adelantado? ¿Me había arrebatado otra persona mi
venganza mientras yo luchaba por no caerme de ese maldito muro?
Mis manos empezaron a temblar y parecía que no podía detenerlas, y mi
respiración era poco profunda y desigual. Me eché en la cama hasta que la
habitación paró de dar vueltas, luego comencé a quitarle los restos de su
camisa estropeada. Las heridas que tenía debajo eran profundas y en unas
pocas se le veía el hueso, pero ninguna parecía estar en la zona adecuada
para un golpe en el corazón. ¿Así que por qué no se despertaba?
Me dije a mí misma que un vampiro muerto era un vampiro muerto, no
importaba cómo hubiera ocurrido. Agarré con más fuerza mi estaca y
decidí dejar de preocuparme sobre quién lo había atacado de una manera
tan incompleta y acabar con él. Coloqué mi arma improvisada sobre el
corazón, pero volví a dudar. Quería que estuviera despierto para esto, lo
bastante consciente para que supiera quién iba a acabar con su miserable
vida y por qué. No debería ser así, sin que él se hubiera tan siquiera
despertado. De algún modo, parecía casi obsceno.
—¿Vas a matarme o a esperar a que me muera de viejo? —Salté ante la
repentina pregunta, y la mano que había estado completamente tranquila y
flácida hacía un segundo me cogió la muñeca. Luché, pero vi que no podía
moverme. Miré fijamente mi brazo mientras estaba colgado en el aire, la
fuerza que nunca me había fallado antes de repente inútil—. Será una larga
espera, te lo aseguro.
Los brillantes ojos ámbar me examinaron mientras se ponía derecho
con facilidad, su otra mano me agarraba el cuello como una marioneta
errante. Sonrió, mostrando los colmillos completamente sacados.
—Tuviste tu oportunidad. Ahora es mi turno.

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Luché y me golpeé duramente contra el férreo abrazo, pero no servía para nada,
no me podía mover. Grité, tanto de rabia como de miedo, y el abrazo se hizo más
fuerte, haciendo que salieran más gritos de mi garganta. Una mano me apretó la boca
y la mordí. Alguien maldijo, y fue en francés, un idioma que no me hubiera esperado
en esas circunstancias. Volví a recobrar el sentido. Abrí los ojos y vi a Louis-Cesare
inclinado sobre mí, con una preocupación claramente visible en sus ojos azules. Déjà
vu.
—¡Dorina! —La cara de Louis-Cesare era borrosa. Parecía que estaba luchando
para estar tranquilo, pero no estaba luchando ni la mitad que yo.
Había conocido a Mircea por primera vez en un bar en Italia, alrededor del
siglo XVII, no en un castillo en Rumanía. Especialmente no en ése. Cetatea Lui Negru
Voda, «la ciudadela del gobernador negro», era el castillo real de Drácula. Fue
construido originalmente en el siglo XIV, pero Drac lo reconstruyó y lo amplió
después de volver de su aventura turca.
Los turcos habían dejado que se fuera después de enterarse del asesinato de su
padre y del entierro de Mircea vivo a las manos de los nobles del pueblo de
Tirgoviste, que apoyaban a una familia rival en la lucha por el trono. Sabían que
provocaría problemas tan pronto como llegara a casa, dándoles a los habitantes de
Valaquia algo más en lo que pensar aparte de luchar contra ellos. Y en ese aspecto,
Drac no les había decepcionado.
Había decidido que la única cosa que protegería a Rumanía de los invasores de
fuera y los rebeldes de dentro era una muestra de fuerza. El Domingo de Pascua de
1549, comenzó con los planes que tenía. Drac invitó a los nobles de Tirgoviste a una
cena abundante. Una vez allí, fueron arrestados y obligados a caminar cincuenta
kilómetros hasta el pueblo de Poenari, localizado donde las colinas de los Cárpatos se
convertían en montañas reales. Aquéllos que sobrevivieron a la expedición fueron
puestos a trabajar para construirle una fortaleza sobre un precipicio pronunciado con
vistas al río Arges. El trabajo continuó durante meses, hasta que sus elegantes
ropajes, confeccionados para el banquete, se pudrieron y se les cayeron de sus
cuerpos; entonces Drac les ordenó que siguieran trabajando desnudos. Fue el tipo más
duro de trabajo físico, mezclar mortero, remolcar piedras enormes y apuntalar la
ladera de la pronunciada montaña. Muchos murieron de cansancio y por las
enfermedades, pero algunos sobrevivieron. Drac examinó su nueva fortaleza, decidió
que no restaba nada por hacer y ordenó que empalaran a los trabajadores que
quedaban.
No era sorprendente que el castillo se hubiera creado una cierta reputación. Se
decía que estaba hechizado por algunos de los miles que habían muerto allí. A lo
mejor ésa es la razón por la que, cuando los turistas van anhelantes a ver el castillo de
Drácula, los llevan al castillo Bran en Transilvania, aunque la única conexión que el
tío tuvo con él fue asediarlo una vez. Pero está en buenas condiciones, mientras que
la versión del de Poenari es una ruina gigantesca, un gran montón de piedra y miseria,

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con piezas del antiguo mortero granular que normalmente están sueltas y listas para
caer en las cabezas de los turistas que no tienen cuidado.
Y Bran no hace que la gente tenga pesadillas.
—¡Dorina! ¿Estás bien? —Louis-Cesare me sacudió, y por su tono de
desesperación, tuve la impresión de que no era la primera vez que me preguntaba.
El problema era que no sabía la respuesta. Había sufrido un gran estrés durante un
mes, sin que Claire me ayudara a mitigarlo, por no mencionar que casi había muerto
dos veces en un día. Incluso con mi experiencia pasada, eso podía provocar una mala
noche. Podía haber sido simplemente una pesadilla. Pero las imágenes habían sido
tan reales, mucho más detalladas que en mis sueños normales… ¿Y si el hechizo se
había combinado con el vino para sacar a la luz algo que ya hacía tiempo estaba
enterrado?
Pero eso no tenía sentido. Nunca había estado en Poenari, no en su apogeo y
tampoco después. Y si nunca había estado allí, no podían ser efectos residuales del
hechizo. Así que ¿por qué casi podía sentir la textura áspera de la piedra bajo las
puntas de mis dedos? ¿Había sido una pesadilla, o algo más? Y si era más, ¿cómo se
suponía que tenía que averiguarlo? No podía utilizar un recuerdo defectuoso para
indagar sobre partes de ese mismo recuerdo.
Mircea, pensé sin comprender, ¿qué hiciste?
—¡Dorina!
—No lo sé —respondí con sinceridad, sin pensar en ello, y no fue la respuesta
correcta.
Louis-Cesare comenzó a retirar torpemente la ropa de cama. Sus manos se
deslizaban por mi cuerpo, buscando alguna herida. Rápidamente me acordé de que no
llevaba puesto nada más que unas braguitas porque no había tenido nada adecuado
que ponerme para dormir después de que Apestoso me estropeara la camiseta.
Cuando una gota de agua me dio en la nariz me di cuenta de que Louis-Cesare
tampoco llevaba mucho encima. Su pelo estaba húmedo y la única prenda de ropa
que había en su largo cuerpo era una toalla de baño mojada enrollada holgadamente
alrededor de sus caderas. No podía entender por qué se había estado duchando en
medio de la noche, hasta que vi un trocito de luz asomándose a través de un agujero
que había en las pesadas cortinas.
Ya era por la mañana. La mañana del día en que iba a recuperar a Claire.
Comencé a levantarme, pero lo único que conseguí fue que Louis-Cesare me obligara
a volverme a echar hacia atrás.
—Te quedarás aquí hasta que llame a un médico.
—Estoy bien…
—¡Lo que explica por qué te he tenido que mantener sujeta durante los últimos
cinco minutos para evitar que te arrancases tu propia piel!
—Los médicos no pueden hacer más por mí de lo que tú ya hiciste.
—¡Dorina! ¡Estás enferma!

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—¡Louis-Cesare! ¡Soy una dhampir! Me dan arrebatos de locura constantemente.
Es sólo otra de las maravillosas ventajas de ser yo. —Intenté volverme a levantar,
pero me encontré con que no podía. Ya no era sexi, decidí—. ¡Joder! ¡Ayúdame a
levantarme!
De repente Louis-Cesare se vio atacado por un gruñidor Apestoso, que enrolló sus
brazos y sus piernas como palos a la cabeza del vampiro y se sujetó con fuerza
desesperada, haciendo un sonido chirriante todo el tiempo.
—¡No le hagas daño! —grité mientras Louis-Cesare trataba de agarrar al
pequeño.
Dos exasperados ojos azules cubiertos con pelo gris enredado se quedaron
mirándome fijamente. Pero las manos intentaban domar a Apestoso. Puso al duergar a
un lado y lo sujetó con el brazo estirado. Apestoso rechinaba inútilmente sus
colmillos y escupía.
—Tiene un encanto curioso —murmuró.
—Por favor, ¿puedes soltarlo? Piensa que estás intentando hacerme daño.
La cara de Louis-Cesare perdió su expresión divertida.
—Para eso te bastas tú sola —dijo brevemente. Apestoso fue arrojado al baño por
segunda vez y Louis-Cesare se giró para mirarme con los brazos cruzados. Supongo
que el gesto era una expresión de impaciencia o de exasperación, pero en lo único en
lo que mi cerebro se podía concentrar era en aquella toalla. Parecía estar en peligro
inminente de caerse por completo; la piel suave de sus caderas brillaba intensamente
con el agua y tenía motas de espuma de jabón.
Intenté apartar la vista, pero el hombre era la perfección, la belleza en su cara y en
su cuerpo. La línea de su garganta, la superficie muscular lisa y brillante de su torso,
eran pura sensualidad masculina. Y en la luz tenue que se filtraba por las cortinas,
casi parecía como si se hubiera puesto aceite. Se me secó la boca.
—¡Dorina! —Louis-Cesare se había movido, una de esas transiciones rápidas
como un relámpago que los vampiros utilizan cuando no se molestan en parecer
humanos. Estaba al lado de la cama mirándome fijamente, y definitivamente era
exasperación lo que había en su cara—. ¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?
—La verdad es que no.
De repente me sentí oprimida por la pequeña habitación íntima con sus alfombras
exuberantes, las ostentosas paredes empapeladas con oro y unos muebles oscuros y
ricos. Una brisa procedente de la ventana abierta ascendió por mis piernas, entrando a
través la sábana que me cubría. Fue algo tentativo, apenas un cosquilleo invisible,
pero sentí frío y él estaba allí, de pie, aún enrojecido por el calor de su baño. El jabón
olía bien en él y el débil almizcle que emanaba de toda esa piel caliente olía aún
mejor. Temblé.
La respiración de Louis-Cesare se hizo más fuerte al tiempo que mi mirada
recorría su cuerpo.

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—¡No me distraerás! —Sus palabras fueron una sorpresa, porque ni siquiera se
me había ocurrido eso. No se me había ocurrido, pero debería habérseme ocurrido. La
última cosa que quería era discutir mis sueños, especialmente el último.
Una sonrisa flirteó en mis labios, acaricié con la mano el interior de un muslo
fuerte, temblando con el latigazo de sensación, la llama de la piel sobre la piel.
—¿Te refieres a esto?
Me encontré boca arriba con Louis-Cesare encima de mí, sus ojos enviaban
relámpagos grises azulados. Parecía poderoso, duro, excitado. Bellísimo.
—No creo que éste sea uno de tus ataques, Dorina. No ha habido provocación…
Me aproveché de su cercanía para pasar una mano por su pecho y a lo largo de su
vientre musculoso, hasta que llegué al obstáculo de felpa justo debajo de la curva de
su cadera. Me cogió las manos antes de que pudiera quitarle la toalla, y se inclinó
sobre mí, sujetándomelas a cada lado de mi cabeza.
—¿Qué es lo que estás planeando hacer? —Le sonreí—. ¿Atarme a la cama? —
En cuanto dije eso, me arrepentí. Louis-Cesare puso la misma cara que pondría un
hombre que por fin ha escuchado una buena idea—. ¡No te atreverás!
Me puso las manos sobre la cabeza. Hubiera protestado, pero esa acción hizo que
su boca perfecta estuviera lo bastante cerca para besarla, así que lo hice. Sabía bien,
igual que el agua sabe bien: simple y necesaria.
Louis-Cesare se mantuvo inclinado besándome un momento, luego se apartó; sus
ojos resplandecían con algo salvaje y seductor. Sólo la mirada fue bastante para
enviarme un sentimiento de deseo que me atravesó entera. No ayudó que estuviera lo
bastante cerca como para que yo extendiera las manos y le cogiera el pelo para
acercarlo a mí, lo bastante cerca para volver a besarlo, lo bastante cerca para hacer
que gimiera. Tan sólo pensar en eso hizo que me doliera, el cortante filo del deseo me
daba vueltas en el estómago. Doblé las manos alrededor de las tablillas del cabecero
para evitar agarrarlo.
—¡No he encontrado nada más que funcione contigo! —La voz era profunda y
áspera, con sólo un débil eco de su tono suave normal—. Expongo argumentos
lógicos, pero no escuchas.
—No —le advertí con una voz ahogada—. He tenido un mes duro. Me duele en
más sitios de los que puedo contar. Lo último que necesito es un sermón.
Él dudó durante un momento; luego las palmas de sus manos recorrieron mis
brazos y acariciaron mi cara. Sus rasgos normalmente controlados parecían
extrañamente afectuosos. Aquellos ojos azules se encontraron con los míos,
preguntando, buscando.
—¿Qué necesitas?
Debería haberme reído, debería haberle apartado como él había hecho conmigo
una vez. Pero mi mirada se había quedado fija en su boca, en aquellos labios
imposiblemente seductores.
—Adivina.

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La suavidad de su boca fue una sorpresa. Me sumergí en la dulzura insistente del
beso, encantándome el modo en el que sus labios acariciaban los míos, cómo lograba
infundir el más ligero de los tactos con un deseo que me hizo flojear. Solté las
tablillas, quería tocarlo, pero él puso una de sus manos sobre las mías, haciendo que
me agarrara fuertemente al cabecero. Por alguna razón, no protesté, posiblemente
porque su otra mano había encontrado mi cadera y se movía lentamente hacia abajo
hasta que ahuecó mi espalda. Su boca se había movido por mi mandíbula hasta el
cuello y sus manos me acariciaban, tan sutilmente que parecía que yo estuviera hecha
de vidrio.
No preguntó qué iba mal; tuvo que haber sabido que no se lo diría. Simplemente
comenzó de nuevo a besarme moviéndose hacia abajo, hasta que mi corazón latió
rápidamente debajo de sus labios. Se encontró sólo con piel caliente, ya que la sábana
en algún momento se había deslizado y se había enrollado en mi cintura.
—Todo lo que hay en ti es provocador. —Respiró—. Tu voz diciendo cosas
groseras, tu cuerpo moviéndose arriba y abajo, dándome órdenes, y tu sabor…
El pensamiento se me pasó volando por la cabeza: si esto era sólo un juego
preliminar, seguramente el sexo con Louis-Cesare me mataría. Sentí romperse el
cabecero bajo mis manos y decidí que podían pasar cosas peores. Y, de pronto, volvió
a ocurrir. Las imágenes inundaron mi cerebro, completamente detalladas y
absolutamente sobrecogedoras.

Dorina, desnuda en una cama, con la cabeza echada hacia atrás para
mostrar esa preciosa garganta, su sensual boca abierta con gemidos
suaves, el sudor chorreando entre esos pechos perfectos, brillando en una
cintura tan pequeña que podría abarcarla con mis manos. No hay ninguna
parte de ella que no haya anhelado tocar: la redondez suave de su mejilla,
su preciosa garganta, sus pechos. Estoy poseído por un ángel con un pelo
ridículo, ojos brillantes y boca de demonio.

Verme a través de los ojos de Louis-Cesare, sentir sus emociones tan bien como si
fueran las mías, me dejó sin habla y extremadamente confusa. Dejó caer su cabeza
donde la sábana cubría la parte inferior de mi cuerpo. Estuve a punto de preguntarle
qué era lo que estaba pasando, cuando él dibujó la parte de abajo de mi estómago con
su lengua, y luego, sin otro aviso que un destello en sus ojos, casi la hunde
bruscamente en mi ombligo.
Fue una sorpresa deliciosa, maravillosa e inesperada que envió temblores líquidos
al hueco de mi barriga. Nunca antes nadie me había llevado tan pronto y de una
manera tan profunda al placer, pero de repente, todo mi cuerpo se convulsionó. Sus
labios se movían ligeramente hacia abajo, encontrando la piel debajo de mi ombligo,
y su aliento caliente contra mí hizo que me retorciera. Sus ojos se habían vuelto plata

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líquida. Tenían una pregunta, pero no pude encontrar mi voz. Me las apañé para
asentir con la cabeza y se me recompensó con una sonrisa dulce que me detuvo el
corazón, mientras se metía lentamente debajo de la sábana.
Acarició la parte de atrás de mis muslos con las yemas de sus dedos y yo me
levanté, dejándole que me quitara las bragas. Se detuvo para besar la parte de abajo
de mi estómago antes de desnudarme completamente. Sus pulgares encontraron la
piel sensible en la parte de atrás de mis rodillas y unas manos grandes y calientes
rozaron el interior de mis muslos en un movimiento de mariposa. Hicieron una
caricia más intencionada hacia abajo, en una súplica sin palabras. Las abrí para él.
Louis-Cesare se tomó su tiempo, acariciando, besando y lamiendo un camino
hacia la parte de arriba desde mis rodillas. Luego su cabeza se hundió entre mis
piernas y esa lengua caliente se movió más rápido. Esa textura líquida me exploró,
pero sólo brevemente, superficialmente.

Los terciopelos debajo de ella no son tan suaves como su piel. Cierro mi
boca en el centro de ella. Ese pulso a toda velocidad me susurra lo frágil
que es, lo delicada; cuidado, debo tener cuidado hasta que se derrita con
dulzura, como miel en mi lengua.

De repente se detuvo, y yo me pregunté si había notado que sus pensamientos


estaban escapándose por todos sitios. No, ¡él no podía parar ahora! El calor de su
aliento sobre mí era bastante para que gimiera. El placer y la frustración se mezclaban
para volverme loca y él ni siquiera estaba haciendo nada.
Louis-Cesare se quedó mirando fijamente mis ojos.
—Quiero separarte, que te abras y meterme dentro. —Fue como si las palabras
susurradas en mi piel tuvieran vida. Temblé sólo con su voz, y sus manos apretaron
mis muslos. Se detuvo para mojarse los labios—. Quiero que te corras con mi lengua
dentro de ti.
Nos miramos el uno al otro una décima de segundo. Lo que fuera que vio en mi
cara tuvo que haberle dado confianza, porque hizo un sonido profundo en su
garganta, luego aquella cabeza brillante se volvió a mover hacia abajo. Una mano se
cerró en torno a mi cadera, levantándome para poder saborearme mejor.

La lengua presionando justo así, deslizándose dentro de su pulcritud


caliente, bebiendo profundamente, escuchándola chillar. Su espalda
arqueada, las caderas corcoveadas, presionando hacia arriba contra mí en
un ritmo acelerado, su olor me vuelve loco, su sabor explota en mi lengua.
Mi sangre en mis oídos, corriendo por mis venas más y más rápido. Su
cuerpo es tan dulce…

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Comencé a sentirme temblorosa. Esto era exactamente lo que había querido, justo
lo que había necesitado, excepto que no había soñado que me pudiera sentir así.
Demasiado, era como mirar dentro de los pensamientos sin control de alguien; y era
demasiado. Cada sentido se intensificaba, volviéndome capaz de sentir los pequeños
surcos en las yemas de los dedos de Louis-Cesare mientras me acariciaba, de
escuchar el murmullo de su pelo sobre mi piel, de saborear el jabón en su cuerpo.

Arrastrar mi lengua sobre ella, metiéndosela dentro. Puedo sentir el ritmo


que ella quiere; sé el tacto que ella desea ardientemente. Tan bonita, la
cabeza hacia atrás, el cuerpo moviéndose debajo del mío, el sudor
brillando en sus caderas, ella está resbaladiza debajo de mis manos,
gimiendo, tensa, el pelo alborotado chorreando, las manos agarrando el
cabecero desesperadamente. Preciosa, tan preciosa…

Jadeé, los puños agarrados con la fuerza inesperada de las sensaciones que
flotaban entre nosotros, no estaba ya segura de dónde acababa mi placer y empezaba
el de Louis-Cesare. Cada roce de sus manos era una sensación doble, la sentía en mi
piel, en sus emociones, así como en mí misma.
«Visión doble» se queda corto para describirlo: todo era doble. Y era muy
intenso, demasiado intenso. Dios, podría dejarme llevar, eco tras eco, sin parar nunca,
hasta que mi corazón no pudiera más y literalmente me muriera de placer. Pero no
podía parar. No podía pedirle que parara, la mera idea era una locura. Nadie podía
renunciar a ese tipo de placer.
Cuando me alcanzó del todo, me volví loca retorciéndome, llorando y
corriéndome como nunca lo había hecho. Me desplomé como si fuera mi primera vez,
de golpe, el corazón me retumbaba en los oídos. Durante un momento creí haber
perdido el conocimiento, pero aún podía sentir el corazón latiendo de forma salvaje
en mi pecho. Luego abrí los ojos, lo que me pareció un poco extraño ya que no podía
recordar haberlos cerrado. Louis-Cesare tenía la cara ruborizada y húmeda; tenía
mechones de pelo pegados a la cara y los ojos azul grisáceos le brillaban. Su mano se
movió lentamente para acariciarme el estómago, mientras pasaba la punta de aquella
lengua talentosa por todo su labio superior, como si estuviera lamiendo los restos de
algún postre exquisito. Era la cosa más erótica que había visto en mi vida.
Por fin encontré la voz, aunque no era del todo firme.
—¿Qué…? ¿Qué ha sido eso?
—Vino de los duendes —dijo después de un momento con la voz ronca—.
Tiene… efectos prolongados.
Lo miré fijamente, sin habla. ¿Eso habían sido los restos de una bebida diluida
que había tomado hacía doce horas? ¡No me extraña que esa cosa estuviera regulada!
En su forma pura, podía volver loca a una persona.

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Incluso aunque no hubiera tenido el recuerdo de sus emociones, habría sido obvio
que él había disfrutado con su trabajo. Pasé mi mano sobre él y casi me caigo de la
cama con los ecos de ese simple roce. Debajo de ese algodón suave estaba duro como
una piedra. Habría pensado que sería incapaz de sentir nada más, quizás durante días,
pero me identifiqué con su necesidad como si fuera la mía propia.
—A ti tampoco te vendría mal algo de atención.
—Cela m’est égal —murmuró, apartando mi mano y plantando en ella un beso
tierno. Fruncí el ceño. ¿No le importaba? ¿A quién pensaba que le estaba tomando el
pelo? No estaba acostumbrada a dejar a nadie insatisfecho, y en ese momento me
estaba sintiendo extremadamente generosa.
Utilicé la mano que tenía libre para dibujar la línea esbelta de un músculo del
muslo con la punta del dedo, deteniéndome justo al lado del borde de la toalla, y todo
su cuerpo se estremeció en respuesta. Eso ya me gustaba más. Louis-Cesare cubrió
mis dos manos con las suyas, poniéndomelas sobre la cabeza mientras sus labios se
juntaban en los míos en un beso largo y dulce.
—Si deseas darme placer —murmuró cuando nos separamos, y sus ojos parecían
divertidos por alguna razón—, entonces, hazme caso.
Estaba a punto de preguntarle lo que quería decir cuando intenté mover las
manos. Y me encontré con que no podía moverlas.
—Voy a llamar a un médico —dijo, levantándose.
Me llevó unos pocos segundos procesar el hecho de que me había atado a la
cama.
—No aguantarán —le dije furiosamente, tirando de las sábanas que él había
usado para atarme. Sin embargo, dada su calidad, no se romperían tan fácilmente y a
pesar del hecho de que el cabecero ya estaba roto, parecía que tampoco me iba a
ayudar. Finalmente me di cuenta de que Louis-Cesare había atado las sábanas
alrededor del marco robusto que era de metal—. ¡Hijo de puta! Suéltame ahora
mismo. ¡Te lo digo en serio!
—No intentes hacer nada, Dorina, lo único que conseguirás es hacerte más daño.
Te soltaré cuando llegue el médico.
Me eché hacia atrás, preparándome para silenciar el pánico que debería estar
experimentando por estar atrapada. No había salido aún, pero no tenía duda de que
era sólo cuestión de tiempo.
—¡No quedará nada de esta habitación para cuando llegue! —le advertí.
—En circunstancias normales, quizá no. Pero tu fuerza no está a la altura en este
momento.
—Quizá cuando esté sana —le dije, retorciéndome en las sábanas. Todo lo que
conseguí fue que se me apretaran más—. Pero seguro que esto hace que me dé un
ataque, y ya has visto lo divertido que puede ser.
—Seguro que tu control no es tan pobre —dijo, mirándome con el ceño fruncido
—. Mircea no mencionó…

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Levanté la vista y lo miré.
—Claire ha estado desaparecida durante más de un mes.
—¿Qué tiene que ver eso con…?
—Ella ejerce un efecto que tranquiliza mis ataques. Sin ella mi control se está
evaporando, y rápido. ¡Ahora, déjame levantarme!
Se detuvo, pero en sus ojos parecía mostrar genuina compasión, la jocosidad de
antes se disipaba frente a mi angustia. Después de un momento, extendió sus manos
hacia las sábanas atadas.
—No me había dado cuenta de que la mujer era tan importante —comenzó;
después los dos nos giramos hacia la puerta. Había estado tan distraída que no había
escuchado que se había abierto, pero el aire más frío procedente del pasillo había
llamado mi atención.
—Odio interrumpir —dijo Radu—, pero me estaba preguntando si alguno de
vosotros ha hecho algo para hacer que los hechizos protectores se hayan derrumbado
justo ahora.

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19

—Milord… Puedo explicarlo —comenzó Louis-Cesare, y parecía no estar muy


seguro de ser capaz de hacerlo.
Radu levantó una mano.
—Estoy seguro de que hay una buena razón por la que mi sobrina está desnuda y
atada a su cama. Y también estoy igual de seguro de que no quiero escucharla.
Las manos de Louis-Cesare iban un poco a tientas, pero consiguieron soltar mis
muñecas. Cogí mis vaqueros.
—¿Qué ha pasado con las protecciones?
—Han caído hace unos pocos… —Radu se detuvo cuando las ventanas se
oscurecieron repentinamente, casi como si la noche hubiera decidido volver a
repetirse—. Bueno, esto no pinta bien —dijo enfadado.
Llegué a las ventanas medio segundo antes que Louis-Cesare. La vista no era
alentadora. El cielo hervía con nubes negras verdosas, bordeadas por rayas plateadas.
La presión del aire formaba olas palpables, como una serpiente enroscándose cada
vez más y más cerca. Un relámpago golpeó una plantación decorativa de tres
palmeras cerca del camino de entrada, partiendo una por la mitad. La reverberación
sacudió el suelo, enviando vibraciones desde mis pies hasta mi cerebro.
—Ésta no es época de tormentas —estaba diciendo Radu detrás de mí. No
contesté; estaba demasiado ocupada observando las sombras moverse en los viñedos
más allá de la casa. Figuras oscuras desplegaban sus alas como ropa harapienta en
una brisa. Unos pequeños pinchazos fríos subían y bajaban por mi espina dorsal.
—Du, cuando dijiste que las protecciones habían caído, ¿a cuáles te referías
exactamente? —Las figuras se concentraron en torno a la casa, pasando rápidamente
por delante de la ventana con el pesado batir de alas de los grandes pájaros negros.
Más abajo, podía escuchar algo luchando con garras como espadas para asirse a la
escayola.
—Bueno, a todas. —Se puso más cerca para ver lo que había llamado mi atención
—. Tienen una fuente común de poder. Yo…
Una cabeza de pájaro sobre un cuello de serpiente chocó contra la ventana, el
cristal le desfiguró la cara en un rictus sonriente. Radu se retiró torpemente hacia
atrás dando un pequeño grito. La cabeza desapareció y una garra con zarpas al final
se estrelló con la ventana, y pasó a mi lado tratando de cogerlo. Golpeé el ala de la
cosa con una lámpara de noche, pero rebotó sobre el apéndice sin ni siquiera dejar
una abolladura, enviando un dolor palpitante desde mi brazo hasta el hombro.

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Louis-Cesare agarró la pata de la cosa y tiró de ella hacia dentro. Sus alas se
quedaron atascadas en el espacio entre la ventana y el pequeño balcón de hierro
fundido más allá, evitando que avanzara. También bloqueó a sus amigos para que no
se metieran dentro, al menos por el momento. Eché un buen vistazo a sus ojos
amarillos verdosos, pero sólo veía inteligencia animal. Me pregunté dónde estaba su
compañero astuto.
Louis-Cesare había girado a Radu para ponerlo fuera de alcance.
—Tienes que levantar las protecciones, ¡rápido!
—¡Eso nos atrapará aquí con ellos! —La cosa en la ventana comenzó a chillar y a
vibrar. Una mirada por las pequeñas ventanas explicaba su problema: sus amigos
habían empezado a atacar con la brutalidad de una jauría de perros salvajes,
desgarrando las grandes alas tan fácilmente como si fuesen telarañas negras.
—Es mejor eso que permitirles que se escapen a la población de los alrededores.
Sólo son animales bobos, los acorralaremos o los destruiremos.
Radu sacudió la cabeza y el brillo del miedo en su cara me dijo que yo no era la
única que había notado algo raro acerca de unos pocos de aquellos experimentos.
Encontré la túnica de campesino debajo de la cama y la saqué de allí.
—¿Hay algo que quieras decirnos, Du?
Tragó saliva.
—No puedo. El Senado… —La cosa cayó por la ventana, chillando, al soltarse
cuando sus compañeros le rompieron un ala. Inmediatamente fue sustituida por
muchos otros, sus garras rasgaban la delicada barandilla del balcón para atraparnos,
sus dientes cerrándose con fuerza mientras sus grandes alas golpeaban el aire.
—¡El Senado no está aquí! —le recordé—. Nuestras vidas están en juego. Venga,
Du, dínoslo.
Louis-Cesare golpeó las cosas con un sillón, que embutió en el agujero que había
en la ventana destrozada. Miré indecisa, dudando que la madera y el cuero aguantaran
mucho. Apenas lo había pensado cuando el tapón improvisado explotó por toda la
habitación metiéndose a presión en la puerta abierta que daba al pasillo y bloqueando
nuestra retirada. Una de las criaturas más pequeñas se las apañó para gatear hasta
dentro de la habitación y Louis-Cesare la agarró por el cuello y la apretó lo bastante
fuerte como para que sus ojos se hincharan.
—La salle de bain, vite! —Hizo gestos señalando la puerta del baño y yo empujé
a Radu hasta allí sin contemplaciones. Había una puerta que conectaba con la
habitación de al lado, que resultó ser la de Louis-Cesare.
Por desgracia, se estaba produciendo un asalto similar en su ventana. Una ráfaga
de aire cargado de lluvia me abofeteó la cara procedente de los cristales destrozados
mientras empujaba a Radu hacia el pasillo. No lo conseguí. Una garra larga avanzó a
rastras y me tiró al suelo.
Tuve un momento confuso de desorientación mientras el pájaro se lanzaba por el
balcón. Luego uno de mis pies entró en contacto con la barandilla y conseguí

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mantener uno enganchado debajo de un barrote de hierro. Estuve a punto de perder la
pierna cuando la cosa comenzó a intentar desplazarme, golpeando el aire con sus alas,
lanzando arcos de lluvia en mi cara, chillando furiosa. Luego, su otra garra me golpeó
en el pecho, lo bastante fuerte como para sacar todo el aire de mis pulmones y llenar
mi garganta y senos nasales con ácido. Un relámpago relumbró, el cielo tembló y yo
no podía respirar.
Me solté, pero antes de que la criatura pudiera hacer cualquier avance, alguien
clavó un trozo largo de cristal roto en la delgada piel que había sobre su caja torácica.
Una larga cuchillada roja apareció en la piel negra por un instante, antes de que la
lluvia la limpiara. Tuve un momento para ver a Radu intentando coger mi mano;
luego la garra se replegó y yo me caí.
A medio camino del suelo, de repente paré. Supe al sentir el dolor causado por
unas zarpas hundiéndose en mi pantorrilla que no había sido salvada de una manera
milagrosa. Una zarpa huesuda me mantenía suspendida en el aire casi a cuatro metros
de altura, balanceándome sin que yo pudiera hacer nada. Tuve exactamente un
segundo para pensar en lo que podía hacer sin armas cuando noté que una agonía
ardiente se clavaba en mi espalda. Otro grupo de garras había descendido sobre mis
hombros, con las zarpas hundiéndose profundamente. Apreté los dientes en un
chillido cuando las dos criaturas empezaron a tirar en direcciones contrarias. No hacía
falta ser un genio para averiguar que si seguían tirando resolverían la discusión
partiéndome a la mitad.
Un cuchillo de mango largo surgió de la nada, cortándole la garganta a la criatura
que sujetaba mi pantorrilla. Por desgracia, no retiró sus zarpas antes de desplomarse
en el suelo, su peso nos llevó a mí y a la criatura más grande con ella todo el viaje
hasta abajo. Aterrizamos con tal golpe que me rechinaron los dientes, conmigo
encima de la que se estaba muriendo. Saqué el cuchillo de lo que quedaba de su
garganta, pero aunque tenía un arma, es difícil darle a algo que no puedes ver. Las
zarpas hundidas en los músculos de mis hombros se aseguraban de que no me
pudiese dar la vuelta para ocuparme de mi otro atacante.
Por suerte, una de las otras criaturas decidió que la posición también aseguraba
que mi atacante tenía el movimiento limitado y se precipitó hacia ella. Sus garras
salieron de mí, giradas hacia arriba. Sentí la resistencia mientras el cuchillo le cortaba
el corazón en dos, escuché el gran músculo pulsar y luego dejar de funcionar: luego
la criatura se cayó, casi espachurrándome debajo de ella. Saqué el cuchillo y salté
hacia atrás, justo a tiempo para encontrarme con mi nuevo atacante. ¿Cuántas
malditas cosas de ésas había?
Ésta era más grande que las otras, tan grande que sus alas gigantes eran apéndices
inútiles; había tenido que esperar a que la víctima se hubiera ido al suelo. Una
víctima como yo. Lentamente rodeé la caja torácica enorme de la criatura que se
estaba muriendo, su torso se movía agitadamente con temblores. El cuchillo estaba
tan resbaladizo por la sangre y la lluvia que estaba cayendo, que amenazaba con

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caerse de mis dedos. Incluso lo que era peor, la criatura parecía más lista que las
otras. No tenía los ojos humanos que me habían perturbado del líder, pero no obstante
me observaba con una vista calculadora, esperando a que yo cometiera un error. Tuve
la sensación de que con uno bastaría.
La electricidad había vuelto al caer las protecciones, haciendo que la luz del
paisaje se encendiera. La comodidad de la luz dorada estaba en un contraste sombrío
con el plateado que cubría de rayas el cielo. El resplandor iluminaba figuras extrañas
de resplandor en la penumbra, permitiéndome ver otros horrores distintos
escabulléndose a los lados, dándonos un amplio atracadero mientras nos movíamos
hacia la casa. La cara de Louis-Cesare me estaba mirando fijamente, un óvalo pálido
en contraste con la oscuridad, y gritó algo. Pero la tormenta de lluvia se tragó su voz
y no tuve tiempo de preocuparme por lo que había dicho, porque la criatura me atacó.
Era como enfrentarse a tres oponentes en lugar de a uno solo. Las alas coriáceas
me pegaron en la cara con la fuerza de puñetazos sólidos, las garras me desgarraron
la piel y ese maldito pico de ave se hundió en el suelo justo a mi lado, haciendo un
surco en la tierra donde había estado hacía justo un segundo. Solté un golpe, pero se
movió con una velocidad líquida, rápida como un vampiro y mi cuchillo sólo le dio a
una parte pequeña del ala. Flexionó sus garras y su larga cola como un látigo, un grito
agudo de desafío salió de su garganta.
Me di cuenta de que era más rápida que yo. Parecía imposible; sólo los vampiros
maestros normalmente pueden hacer esa afirmación, pero no había ninguna duda al
respecto. Le puse la mano encima una vez, pero la lluvia y la textura resbaladiza de
su piel la hicieron tan resbaladizo como el cristal con aceite y no pude sujetarla. En
unos segundos, se convirtió en un punto borroso mientras me veía forzada a
abandonar todos los pensamientos de ataque. Di todo lo que pude para evitar que me
desgarrara con aquellas zarpas feroces o que me empalara con ese pico punzante.
No ayudó nada a mi difícil situación el hecho de que las patas con garras de la
criatura agitaran la tierra del patio de Radu, mezclándola con la lluvia para crear una
superficie escurridiza y traicionera. Su peso mucho mayor le daba ventaja para
mantener el equilibrio, algo que yo no tenía, especialmente con los pies descalzos.
Me giré para evitar una garra que se dirigía rápidamente a mí y resbalé en el barro,
acabando justo debajo de su bajo vientre. Su cola se arrastró y se enrolló en mi
cuello, dejándome inmóvil como el granito.
Aproveché la única oportunidad que tuve y le asesté un cuchillazo, dándole en lo
que era como un pellejo protuberante: un exterior coriáceo sobre un centro blando.
Una corriente de sangre y de intestinos viscosos me empapó en una masa pegajosa y
repugnante. Intenté luchar por salir de allí, pero la criatura no estaba muerta aún y
tenía la intención de llevarme con ella; esa maldita cola me apretó hasta que no pude
respirar en absoluto.
Le di otro cuchillazo, por fin logrando cortar la cola en dos y tomar aliento,
temblando, cuando ya no tenía nada apretándome la garganta. Pero aunque estaba

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libre, no había ningún sitio adonde ir. El único modo de evitar ese maldito pico era
mantenerme fuera de su camino, y sólo tenía una oportunidad para conseguirlo.
El enorme cuerpo se había hundido sobre mí. Hice más grande el corte y gateé
dentro de su cavidad dividida, excavando hacia arriba. No podía ver, e intentar
respirar era una vez más imposible. Luché a ciegas, el cuchillo iba delante de mí,
desgarrando todo lo que se encontraba por el camino. Sentí en mis brazos cuando se
encontró con hueso y empujé hacia arriba con un único movimiento. Las costillas se
fracturaron, la carne se rompió y la criatura se cayó; al retorcerse me dio un empujón
que me movió de un lado a otro, sus chillidos amortiguados por su propio cuerpo.
Por fin sus movimientos se hicieron más lentos, pero había perdido el agarre en el
cuchillo con la agitación. Comencé a desgarrar el tejido que me rodeaba con las
manos. Apenas me quedaba tiempo, tenía que respirar pronto o me ahogaría, pero
probablemente estaría ciega durante un momento cuando saliera debido a la sangre.
Tenía que estar segura de que la cosa no estaba en forma para un ataque final en ese
punto o yo sería tan vulnerable como lo era ahora mismo.
Me agarré a cualquier cosa, destrozando y dando arañazos, pero no me quedaba
mucha fuerza y sin el cuchillo no podía hacer mucho daño. El cuerpo se había
calmado a mi alrededor y me estaban quemando los pulmones en el pecho,
chillándome que corriera el riesgo, que saliera mientras aún tuviera bastante fuerza.
Empecé a moverme hacia atrás, y luego me di cuenta de que tenía un nuevo
problema: la cosa se había derrumbado sobre su vientre, cerrando la herida y
taponando la única salida que tenía. Empujé y luché desde dentro, pero no se podía
pasar por la piel coriácea aun con todos los intentos de romperla. Se estiraba, pero
aguantaba y mis esfuerzos se estaban haciendo más débiles mientras la quemazón en
mi pecho esparcía debilidad por todo mi cuerpo.
Una de las manos que estaba buscando encontró algo blando que tenía una
elasticidad que me resultaba familiar. Lo mordí hasta que se abrió un orificio
pequeño, pegué la cabeza contra la cavidad e inhalé. Había estado en lo cierto, el
pulmón de la criatura había retenido el aire suficiente para respirar una vez y a pesar
de ser húmedo y apestoso, lo sentí dulce en mis pulmones.
Tardé un rato, pero no mucho, y parecía como si mis extremidades se estuvieran
moviendo a través de la melaza. Luego, mi mano se cerró alrededor de algo largo,
afilado y duro y lo agarré como la salvación que era, aunque la hoja me cortó la
palma de la mano. Estaba intentando girarla, obtener un borde cortante contra la
condenada piel, cuando un agujero enorme se abrió en la oscuridad. Una cascada de
gotitas de agua me llegó inesperadamente, y yo jadeé en una gran bocanada de aroma
frío y limpio de lluvia.
—¡Dorina! —Me sacaron de la caverna llena de sangre, mi cuerpo hizo un sonido
como de chapoteo cuando se liberó—. ¡Dorina! —Tenía sangre en los oídos; apenas
podía oír, pero de algún modo, me llegó el sonido de la voz de Louis-Cesare. Abrí los
ojos, parpadeando, y él me dio un intenso abrazo. El brazo que sostenía el sable

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estaba enrojecido hasta el hombro, y su otra mano estaba enguantada, con sangre
coagulada. Nunca había estado tan contenta de ver a alguien.
—Estoy bien —conseguí decir, preguntándome si era verdad mientras el mundo
me daba vueltas alrededor. Sentí como me elevaban. En un segundo estábamos al
lado del animal muerto, y al siguiente, estábamos al lado de la casa. Louis-Cesare me
empujó contra el estuco, agarró mi cara con una mano larga y llena de barro y me
besó. Luché para apartarme después de un momento, jadeando y buscando aire,
intentando evitar que la masa pesada de pelo que caía sobre sus hombros desnudos
me ahogara.
—¡No es el momento! —le solté.
—Est-ce que vous êtes folle? —Su voz era áspera.
—No más loca que tú —le solté, escupiendo algo esponjoso que no miré muy de
cerca—. Y teniendo todo en cuenta, realmente pienso que puedes tutearme.
—Te dije que venía… —Por alguna razón, estaba temblando.
Tenía un mal sabor en la boca. Escupí de nuevo, y mi saliva era roja, pero no
creía que la sangre fuera mía.
—¿Qué? ¿Pensabas que un pequeño pájaro iba a acabar conmigo? —Mis
músculos, hechos pulpa por la fatiga, me obligaron a apoyarme contra la casa para
evitar caerme. Cogí aire profundamente—. ¡Demonios! Eso ha sido simplemente un
ejercicio de calentamiento. —Louis-Cesare murmuró algo que no pillé. Seguramente
era mejor así. Pasé una mano temblorosa sobre mí misma para comprobar que todas
mis partes seguían aún allí. Parecía que estaba bien, excepto por las variadas marcas
de garras. Las únicas que me preocupaban eran las que estaban sobre mis hombros
maltratados. Eran lo bastante malas como para limitarme el movimiento.
Intenté salir del círculo formado por los brazos de Louis-Cesare; estábamos
debajo de un saliente del tejado y teniendo en cuenta que estaba empapada con una
sustancia viscosa de pájaro, prefería quedarme bajo la lluvia. Pero él me apretó con
fuerza y me miró.
—¡No te vas a ir a ningún sitio!
—Ah, vale. ¿Vas a acorralar a los pequeños horrores de Radu y a defenderlo de lo
que sea que ya se haya colado en la casa y vas a levantar las protecciones tú solo? —
Hice gestos señalando al paisaje oscuro, donde todo el follaje exótico susurraba
amenazadoramente. Algo de eso se debía a la lluvia, pero no todo.
—Haré lo que tenga que hacer. —A pesar de su piel salpicada de barro y el hecho
de que la toalla empapada estaba colgando peligrosamente, él se las apañó para
parecer digno.
Contuve una sonrisa y un comentario bastante inapropiado.
—Puedo cuidarme yo sola.
Su mandíbula se cerró con fuerza.
—¿Como hiciste hace un momento?
Abrí la mano y le enseñé el cuchillo que aún tenía.

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—Sí.
Louis-Cesare se quedó mirando fijamente el cuchillo un momento largo,
inexpresivo.
—Estás herida —protestó finalmente.
Me quité un trozo de intestino del hombro.
—La criatura está peor que yo.
—Puedes ayudar a Radu…
—No sé nada en absoluto sobre hechizos protectores —dije rotundamente—. Sé
mucho acerca de matar cosas. Tú y Du levantad las protecciones alrededor del corral
y aseguraos de que me reconocen. Yo haré el resto.
No hubo respuesta, sólo el entrelazamiento de dedos calientes y fuertes con los
míos. El cuchillo estaba pegado a mi mano. Lo solté; de todas formas, necesitaba algo
más grande.
—Louis-Cesare…
—¡No!
—Louis-Cesare —repetí tranquilamente—. Mírame. Estoy cubierta de sangre y
de entrañas. Acabo de destripar a una criatura que le causaría un ataque de histeria a
cualquier persona normal. Y hablando de ataques… Bueno, mejor no. Puedo
cuidarme yo sola. —Cogí aliento—. No soy Christine.
Esperé furia por mi indiscreción. Lo que obtuve en lugar de eso fue una mirada
completamente distinta a la que yo me esperaba y que me llevó un momento
reconocer: la valoración profesional de un colega.
—Te enviaré ayuda —dijo al final—, y una vez que las protecciones del
perímetro estén en pie, volveré para ayudarte. —Me puso una espada en la mano.
Asentí con la cabeza.
—Adelante. —Bajé la vista y no pude evitar sonreír un poco—. Y, Louis-Cesare:
ponte unos pantalones.

Geoffrey se unió a mí unos momentos más tarde, mientras yo estaba atando


fuertemente algo que había cogido de los arbustos. No era mucho más que un amasijo
de garras y colas, y un montón de protuberancias irregulares. Había mirado las
protuberancias con preocupación, pero aparentemente sólo eran ornamentales, porque
nada salió a chorros ni me escupió.
—Vamos a necesitar más cuerda —le dije—, mucha más. Encontré algo de
cuerda en el cobertizo del jardinero, pero tiene que haber cientos de esas cosas
deambulando por aquí y Radu no quiere que matemos más de las que sean necesarias.
—Tendré eso presente —respondió, y me apuñaló. Vi venir la hoja. A diferencia
de la mía, intencionadamente desafilada, él estaba utilizando una bonita y brillante
que resplandecía como un faro en la luz tenue del jardín. Pero no fui lo bastante

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rápida para evitarla completamente. Me dio en la parte carnosa del costado en lugar
de en el corazón, y no es que eso me pusiera de mucho mejor humor.
—¡Tú eres el traidor! —le dije estúpidamente, andando a tropezones hacia atrás.
—Deberías haber muerto en San Francisco —dijo furiosamente. Tropecé con una
manguera en el jardín y me caí contra una pileta para pájaros, mientras apenas
conseguía evitar que me volviera a dar. Perdí la espada, que se fue volando de mi
mano como una flecha plateada. O Geoffrey era más rápido de lo que tenía derecho a
ser a su edad, o yo estaba aminorando la velocidad. De cualquier forma, eso no era
bueno.
—Siento decepcionarte —le dije y le lancé a la cabeza una pesada maceta de
barro, llena de hibiscos. La esquivó y gruñó. Algo bastante extraño en esa cara
normalmente estoica.
—O en la cena, ¿cómo supiste que no tenías que comer? —preguntó. Parecía
altamente indignado por el hecho de que yo fuera tan difícil de matar.
—¡Envenenaste a Apestoso! —Vale, ahora estaba enfadada. Le clavé en la barriga
el pedestal de piedra de la pileta para pájaros, lo bastante fuerte como para hacer que
se cayera de rodillas y que tuviera arcadas. Busqué el recipiente que con suerte sería
lo bastante pesado como para acabar con él, pero en los pocos segundos que tardé en
localizarlo, Geoffrey ya no estaba, se había ido. Las huellas de sus rodillas en el suelo
aún permanecían allí, rápidamente llenándose de agua, pero no había ninguna señal
del vampiro.
—El monstruo comió de tu plato, ¡se suponía que era para ti! —Se abalanzó sobre
mí desde las ramas de un seto de callistemon empapado, arremetiendo con el
cuchillo, pero lo esquivé. Un ataque de su arma desgarró la parte de arriba de la
túnica de campesina, pero no me dio a mí. Tuve un segundo para alegrarme de que
esta vez fuera el armario de ropa de Radu el que se estaba destruyendo en lugar del
mío, cuando Geoffrey se cayó en el barro. Luego se levantó y vino otra vez a por mí.
Elevé el recipiente como un escudo, escuchando la raspadura del cuchillo en la
piedra, luego se lo lancé a la cara y salté hacia atrás, pasando alrededor de un
enrejado que rodeaba la casa por un lado. Creaba un entramado pequeño y muy
oscuro, sombreado por vides del grosor de mis muñecas. Algo me tomó por la fuerza
desde el follaje. Tuve una impresión rápida de un cuerpo escamoso, una cola desnuda
y un hocico afilado con dientes caninos finos como un alfiler. Recuperé mi espada,
que aún estaba moviéndose desde el punto donde había aterrizado en el suelo, y la
empujé hacia la cosa. Se echó para atrás, gritando disgustada. Por desgracia, no creía
que Geoffrey fuera tan fácil de disuadir. Después de haberme atacado, tendría que
matarme o Mircea le haría pedazos.
Examiné el jardín, con la espada en la mano, pero no lo vi. La parte interior del
entramado era como una herida oscura al lado de la escayola más brillante; no podía
ver lo que había dentro y la lluvia y el siniestro susurro de las vides significaban que
tenía muy pocas probabilidades de escucharle. Si es que estaba allí dentro.

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Miré a mi alrededor, pero no había muchos más sitios donde esconderse. El trío
de palmeras aún estaba echando humo, a pesar de la tormenta de lluvia, y ya no
estaban en un estado en el que pudieran camuflar mucho. El camino cubierto con
grava hasta la parte delantera estaba despejado y el siguiente viñedo más próximo no
comenzaba hasta una docena de metros más allá.
Vi algo moverse entre las vides, una ondulación negra que pasaba velozmente
entre las hileras, silenciosa y peligrosa. Deslizándome en silencio por la tierra
húmeda, salí del círculo de luces que rodeaban la casa y llegué hasta los límites más
oscuros que estaban más lejos. No estaba tan oscuro como me habría gustado, los
relámpagos habían empeorado, las luces estroboscópicas plateadas brillaban
intermitentemente en el paisaje, pero era mejor que permanecer contra la escayola
con mi silueta iluminada claramente, casi suplicando que me atacaran.
El aire se movió como algo que estuviese siendo estirado más allá de la tensión
soportable mientras cruzaba lentamente el patio, arrimándome a lo que fuera que
estaba escondido entre las vides. Éstas no eran tan grandes como las venerables
muestras del emparrado, que parecía como si los mismos conquistadores las pudieran
haber plantado. No fue hasta que estuve casi encima de mi presa que me di cuenta de
lo que era.
Una figura salió de las vides, rodeada de sombras, su cara era sólo una mancha
pálida a través de la capa de lluvia. Mi pelo estaba pegado a mi cara y estaba
empapada de agua, pero alrededor del recién llegado unos mechones brillantes de
pelo se elevaron en una ráfaga de aire. Los ojos claros como el agua se encontraron
con los míos. Agarré mi espada más fuerte y pensé en cosas muy groseras. Duendes.
Perfecto, simplemente perfecto. Luego vino el ataque, rapidísimo e increíblemente
fuerte, y no tuve tiempo de pensar en absoluto.
Mi espada golpeó de lado en el primer asalto y se fue dando vueltas por la vid.
Debía de haberse alejado unos cincuenta metros, y en la oscuridad, entre la plantación
tan densa, nunca lo encontraría. Algo me cortó a través de la manga y di un salto
hacia atrás, detrás de una enredadera que de repente saltó de su hilera y reptó
alrededor de mis pies, haciendo que me desplomase en el barro. Me eché a un lado y
algo plateado pasó junto a mí, tan rápido como un relámpago y e igual de letal, sin
llegar a darme por un solo milímetro.
Y luego todo se detuvo.
—¡Heidar! —La voz era chillona—. ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Para ya!
Me puse derecha y aunque aún tenía en los ojos barro y sangre y unas pocas
entrañas de pájaro que se me debieron de haber pasado por alto, no necesité la vista
para reconocer esa voz.
—¡Claire!
—Dory, ¿dónde estás? ¡Puta lluvia! Ya son más de las nueve y no puedo ver una
mierda.

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Me levanté y miré al duende, que parecía muy avergonzado delante de mí. Hubo
un relámpago que me mostró el pelo rubio y los ojos azules pálidos. Entonces no era
al que yo temía. Claire salió a través de un agujero en las vides y reafirmó esa
impresión al darle una palmada en el hombro. Tenía que medir uno noventa y cinco o
así, y sorprendentemente era muy musculoso para ser un duende, pero él se encogió
ligeramente.
—¿Qué te dije? —Claire estaba furiosa, y muy en su línea, decidió aclararle las
cosas antes de preocuparse por las fórmulas habituales de cortesía. Me apoyé contra
un poste de la valla y esperé. Por suerte para la futura cosecha de Radu, la vid
conservaba todas sus hojas.
Unos pocos minutos más tarde se detuvo el tiempo suficiente como para que yo
lograra meter una frase en la acusación.
—Te he estado buscado —le dije suavemente.
La frente de Claire se estiró ligeramente.
—Sabía que lo harías. Sólo me fui un par de días, pero la maldita línea del tiempo
de los duendes no está en sincronización con la nuestra y… bueno, espero que no te
preocuparas.
Eché la vista atrás y pensé en el último mes, en las noches sin dormir, en los días
agotadores, en las luchas, las llamadas, las amenazas y las palizas, y sonreí.
—Un poco.
—Lo siento mucho, Dory, pero no te vas a creer todo lo que… —Se fijó en que le
estaba mirando la cara y se cogió la nariz, pareciendo avergonzada—. ¡Ay, Dios!
¿Estoy transformándome? ¡Dime que no me estoy transformando!
—No. ¿Se supone que tienes que transformarte?
—Sólo en el reino de la Fantasía, hasta el momento. —Claire parecía aliviada—.
¡No me mires así! Me asusta.
—Lo siento. Yo simplemente… ¿No se supone que tienes que tener orejas
puntiagudas o algo?
—¡Los vulcanos! Los vulcanos tienen orejas puntiagudas. ¿Te parezco una
alienígena?
—No, pero tampoco te has parecido nunca a un duende.
—Me gustaría disculparme por mi error, señora —dijo Heidar, metiéndose
durante la pausa en la conversación, que duró apenas un nanosegundo. Obviamente
había estado cerca de Claire un tiempo—. Me dio la impresión de que era un
vampiro.
—Me lo dicen a menudo —le dije amablemente—. Soy Dory.
El duende se animó.
—¿Es aquí cuando yo me presento? —le susurró alto a Claire, que parecía
horrorizada.
—¡Ay, Dios!

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—He estado practicando —me informó Heidar orgullosamente, luego se lanzó a
dar un recital de lo que tenían que ser cincuenta nombres, la mayoría con
explicaciones.
—Nunca les preguntes su nombre —me aconsejó Claire mientras Heidar hablaba
sin parar—. No lo hagas nunca.
—De acuerdo. Parece que has estado ocupada. —Le di un golpecito en el centro
del cuerpo—. ¿Hay algo aquí dentro que tenga que saber?
Palideció. Hizo que las pecas resaltaran como puntos sobre papel blanco.
—¿Cómo te has enterado?
—¿Te estás quedando conmigo? Hasta ahora, tenía a ese enano de Kyle…
—Lo odio. Odio a todos los vampiros. Ese sapo, Michael…
—… Que me dijo que te habías quedado embarazada de un vampiro…
—… Me secuestró y, ¿Kyle dijo qué?
—… Y luego un domi aparece y me informa de que…
—¿El domi envió a alguien aquí?
—… Que en realidad te has quedado embarazada del difunto rey de los duendes.
—¿El «difunto»? —chilló Heidar.
Me detuve y lo miré. Su pelo estaba milagrosamente casi seco, a pesar de la
tormenta de lluvia. Por otro lado, el de Claire, estaba tan húmedo como el mío,
encrespado y desperdigado por su cara como el pellejo de un animal muerto. Era
difícil creer que los dos eran medio duendes.
—Deja que adivine, ¿eres Alarr?
—Significa «líder de los elfos» —me aclaró Heidar automáticamente—, pero por
favor, se lo suplico, díganos todo lo que sabe sobre mi padre.
—Lo siento, no mucho. Sólo que no se sabe dónde está y que se supone que está
muerto.
—Eso es imposible —dijo Heidar convencido.
No me apetecía discutir ese tema, especialmente cuando sospechaba que podría
tener razón.
—Vale. —Miré a Claire con seriedad—. ¿Quieres decirme lo que ha pasado?
—Es una larga historia.
—Cuéntame lo principal.
—Bueno, Heidar y yo nos conocimos en el trabajo, él había venido para ofertar
algo, sólo que mi jefe, ¿te acuerdas de Matt, el gorila con traje? —asentí con la
cabeza. Su antiguo jefe en Gerald parecía aterradoramente un mono depilado—. Él
había decidido venderme a Sebastian, que al final me había seguido la pista, sólo que
no funcionó como ellos habían planeado. Heidar y yo nos escapamos al reino de la
Fantasía, pero el maldito svarestri nos atacó. Nos escapamos, no quieras saber cómo,
y regresamos a Nueva York, pero cuando me detuve en casa, Michael me cogió para
obtener la recompensa… —Se detuvo de repente, como angustiada.
—… Que se te olvidó mencionarme.

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Claire se recuperó rápidamente.
—¡Sabía cómo reaccionarías, Dory! Y tú no sabes cómo es la familia. Ellos son…
pueden ser personas indeseables.
—Y yo también.
—¡Ves! —chilló Claire—. ¿Lo ves? ¡Sabía que ibas a decir eso! Te habrías ido
enfadada dando zancadas…
—Yo no doy zancadas.
—… Para ver a Sebastian, y mi patético primo ¡te habría matado! Estaba rodeado
de guardaespaldas todo el tiempo, el muy mierda, y la mayoría de ellos eran magos.
Con algunos de sus hechizos, bueno, pueden acabar con los vampiros, ¿lo sabías?
—Y estamos hablando de él en pasado porque…
—Ah, porque Heidar lo mató —dijo, como una reflexión. Decidí no preguntar o
estaríamos allí toda la noche.
—Así que Michael te secuestró ¿y adónde te llevó? —pregunté.
—Donde Sebastian, por la recompensa. Sólo que, claro, Seb estaba muerto y la
familia estaba ocupada luchando por la herencia y no se les podía molestar. La verdad
es que Michael se enfadó conmigo, como si le hubiera pedido que me secuestrara o
algo. Pero le dije que llevaba en mi vientre un niño medio duende y que su padre era
el rey y que entonces él no podía matarme porque los duendes…
—Separarían su cabeza sin valor de su cuerpo enclenque —logró añadir Heidar.
—¿Así que no estás embarazada? —le pregunté para que me lo aclarara.
—Bueno… —dijo Claire, y se detuvo.
—Eh… —añadió Heidar, sonrojado.
Les miré a los dos. Era obvio que la historia de Caedmon se había adelantado una
generación. Luego me acordé de algo.
—¿¡Un par de días!?
—Sí, bueno, la verdad creo que fue un poco más de una semana…
Levanté la mano. Estaba empapada y tenía frío y me dolían los hombros. Podía
pasar sin los detalles.
—Sólo dime cómo te escapaste de Michael. Sé que estuviste en las cuevas.
—Ese sitio —dijo Claire, arrugando la nariz con el típico asco de los virgo ante el
desorden—. Michael decidió venderme a unos magos oscuros que él conocía como
neutralizadora. Se imaginó que al menos así podía obtener algo para solucionar su
problema, sólo que los magos dijeron que no me tocarían hasta que no lo
comprobaran con los duendes. Pero Michael me había estado transportando por todos
lados durante más de un día para obtener un cheque y…
—¿Dónde estabas tú? —le pregunté a Heidar.
Parecía avergonzado.
—Me opuse al deseo de Claire de volver a tu casa. Los svarestri no conocen bien
el mundo humano, pero algunas veces se han atrevido a entrar aquí. Consideré que el
riesgo era…

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—Sólo iba a dejarte una nota rápida —dijo Claire irritada.
—¿Así que abandonaste a tu único guardaespaldas con, veamos, los magos, los
vampiros y los duendes detrás de ti?
—No hay ningún motivo para que adoptes ese tono, Dory. Y de todas formas,
esto fue antes de lo de Michael, tampoco sabía que los vampiros venían a por mí.
Lo dejé estar. Íbamos a tener una larga conversación en algún momento, pero no
ahora.
—Vale, y dime, ¿cómo te escapaste de Michael?
—Estoy intentando decírtelo. —Claire me acalló fulminándome con la mirada—.
Bueno, Michael se cabreó con los magos, que no querían pagarle hasta estar seguros
de que realmente serían capaces de utilizarme, y destrozó su escondrijo. Nunca has
visto nada igual. Cuerpos por todos lados y demasiada sangre, ya sabes cómo me
pongo con la sangre. Podría haber perdido el conocimiento.
Le eché un vistazo. A Claire le entran náuseas por un corte con un papel. Ella
suspiró.
—Vale, me desmayé. Y cuando me levanté, me estaban llevando a la subasta.
Michael había encontrado a algunos tipos que solían trabajar para los magos que no
eran de los que hacían preguntas.
—Y Drac te encontró allí.
—Sí, simplemente me cogió; no pagó ni nada. Luego fuimos a ese motel, ese
agujero de ratas, y lo digo literalmente: tenía ratas. Podías escucharlas en las paredes.
—Asentí con la cabeza. Seguro que Drac no quiso arriesgarse a que yo le hubiera
dado la información de su número de habitación del Bellagio al Senado y se movió al
otro extremo del espectro—. Y uno de sus hombres no paraba de comérselas y yo dije
que iba a vomitar fuera y ellos habían dejado las llaves puestas en el coche…
—¿No había hechizos protectores por allí? —Tan pronto como lo dije, me di
cuenta de lo estúpida que era la pregunta.
Claire levantó una ceja, haciendo que cayese algo de agua de su flequillo que se
le metió en los ojos.
—¡Malditas lentillas! Ésa es la otra razón por la que tenía que ir a casa; no he sido
capaz de ver nada en días. Y una mierda, uso prolongado —masculló, rebuscando en
su bolso unas gafas.
—¿Y cómo me encontraste?
—No lo hice. Por eso es por lo que me sorprendí tanto de verte. Está claro que le
hablé a Heidar de ti. —Le volvió a dar un golpe—. Y le dije que tú podrías
alcanzarnos antes o después, pero él nunca escucha, y bueno, de todas formas, si
hubieras escuchado el contestador, ya sabrías que estaba bien. He dejado, no sé, como
diez mensajes desde anoche.
—He estado un poco ocupada.
—Y tú nunca contestas al móvil.
—Mi móvil tuvo un pequeño accidente.

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—Bueno, es igual, encontré a Heidar espiando en los alrededores del motel, me
había encontrado pero no pudo pasar por culpa de las protecciones; pero luego
condujimos hasta que vimos este fantástico hotel que hace excursiones por los
viñedos y me acordé de que cuando estuve mirando ese artículo de la revista sobre el
país del vino tú dijiste que tu tío tenía una casa por aquí, y pensé que quizá él sabría
dónde encontrarte. Así que estuvimos preguntando y aquí estamos.
Miré su cara triunfante y me encontré a mí misma completamente sin habla.
Había estado recorriendo el país del vino. Mientras la mitad del reino de la Fantasía
la perseguía y yo me estaba volviendo loca lentamente, ella había estado comiendo
galletitas saladas y debatiendo los méritos de la última cosecha de merlot.
Por fin conseguí aflojar la mandíbula lo suficiente para poder hablar.
—Claire. Esto es muy importante. ¿Accidentalmente abatiste las protecciones
cuando llegaste?
—¿Qué protecciones?
—A lo mejor no te has dado cuenta, pero Radu tiene un sistema de hechizos
protectores bastante complicado.
Claire parpadeó.
—¿Por qué iba a necesitar él esa clase de protección? Quiero decir, es un
vampiro, ¿no? —Se detuvo repentinamente y se me quedó mirando, levantó una
mano para taparse la boca—. Escucha, Dory, cuando he dicho que odio a todos los
vampiros, no quise decir, ya sabes, a los buenos…
—Svarestri —siseó Heidar, en un tono tan distinto al anterior tan alegre que tenía
que miré alrededor durante un momento, esperando ver a alguien más. Pero sólo vi
hojas oscuras en contraste con un cielo profundamente gris, y sólo escuché lluvia.
Luego, como la sombra de un tiburón justo por debajo de la superficie del mar,
elocuente y peligroso, una figura salió de las vides. Una ráfaga de viento me enredó
el pelo, tenía un aroma a medianoche fría que me dejó helada hasta los huesos. Un
segundo escalofrío de oscuridad se unió al primero, luego otro, y luego dos más.
Parecía que teníamos compañía.

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20

Como una corriente de agua fría en un mar caliente, algo dividió la lluvia. Podía
sentir todo lo que pasaba a mi alrededor con claridad preternatural: la carrera de patas
con zarpas y unguladas de los horrores de Radu, que se habían topado con algo más
aterrador que ellos mismos; el ritmo de mi propia respiración nerviosa; los sonidos
leves de pasos ligeros que se acercaban sigilosamente por detrás de mí. Me sentí
suspendida en la parte de arriba de una ola que estaba a punto de romper.
—¡Sácala de aquí! —le dije a Heidar—. Haré que vayan más despacio.
—¡Tú no vas a hacer tal cosa! —Claire estaba en uno de sus mejores momentos
incandescentes—. Puedo ayudar…
Le puse una mano sobre la boca y miré a Heidar.
—¿Tienes un problema de oído?
—No puedes ganar —dijo rápidamente—. Ellos…
—¿Te he preguntado eso? —Lo cogí por el brazo, lo bastante fuerte para hacerle
daño—. Si ella muere, te cortaré el cuello.
Se irguió con dignidad, con la espalda derecha, y me clavó una mirada ecuánime.
—Si ella muere, yo ya estaré muerto, defendiéndola.
Asentí con la cabeza.
—Buena respuesta.
—¡Dory! —Había acercado a Claire hacia Heidar, que estaba demasiado ocupado
sacando una espada de la eslinga de su espalda para acallarla—. ¡Siempre haces esto!
¡Hay otra gente que también tiene fuerza!
—¡Cógela y llévatela! —gruñí. Heidar me pasó silenciosamente la espada, echó a
Claire sobre sus hombros y desapareció en las vides. No vi ninguna de las figuras
oscuras separándose para seguirlos, lo que era al mismo tiempo reconfortante y
preocupante. ¿Tenían a otros puestos alrededor de la finca para atraparlos
desprevenidos?
Luego algo saltó sobre mí desde el cielo hirviente. Le di un golpe violento
instintivamente, escuchando más que viendo, y la cabeza de Geoffrey rodó por el
suelo hasta llegar a mis pies. La empujé ligeramente, y la furia apareció en sus ojos
aún vivos. Un vampiro de nivel maestro podía curar una herida como ésa en medio
siglo más o menos, con un cuidado excelente. Pero Geoffrey no era un maestro o, al
menos, no luchaba como uno. Un segundo más tarde daba igual, de todas formas.
Una bota le dio un golpe al cráneo, rompiéndolo como una nuez y moliéndolo en el
barro.

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Salté hacia atrás, con la espada en alto. Levanté la vista y miré unos ojos de color
del peltre que brillaban con energía como la luz de las estrellas que brillan
intermitentemente. El reconocimiento fue instantáneo y yo me lancé a por él, pero la
espada literalmente saltó de mi mano y se fue volando hacia él. Trastabillé cuando
una pared de frío me golpeó de frente, tan repentina y tan helada que tuve problemas
para respirar.
El duende examinó el arma con una pequeña sonrisa.
—La espada de los reyes, en las manos de una zorra híbrida. —La voz era baja y
musical y extrañamente hermosa—. Qué… perturbador.
Me las apañé para levantarme, aunque el frío me quemaba la piel como un hierro
marcado al fuego. Miré a mi alrededor, pero no había salida. En cada dirección, la luz
de la luna alumbraba caras pálidas.
—No estés preocupada —me dijo el duende, pero sus ojos estaban fijos en el
arma. La probó para experimentarla, partiendo la lluvia de forma elegante. La
superficie clara brillaba a la tenue luz, reflejándola a lo largo de su borde afilado
como una advertencia.
—Una vez, hace mucho tiempo, esta espada cortó la cabeza de un rey svarestri.
No lo deshonraría utilizándola contigo.
El frío intenso estaba acabando con mi calor rápidamente. Si no hacía algo
pronto, me quedaría congelada en el mismo sitio donde estaba. Pero teniendo en
cuenta mis probabilidades desfavorables, parecía que la conversación era la mejor
oportunidad para darle tiempo a Claire para que se fuera.
—Quizá deberías usarla con quien sea que estés persiguiendo inútilmente.
—¿Qué quieres decir? —Él seguía aún más interesado en su nuevo juguete que en
mí. Decidí que eso era insultante.
—Quiero decir, capullo, que puede que yo sea híbrida, pero no soy bruja, no soy
una neutralizadora y definitivamente no soy una pelirroja que mide metro sesenta.
La cabeza del duende se levantó al oír mis palabras.
—¿Qué?
Le enseñé los colmillos.
—¿Los ves? No son un equipamiento de serie de bruja. Soy una dhampir. —
Sonreí—. Has estado persiguiendo a la mujer equivocada, genio.
Supongo que, después de todo, decidió que la espada no era tan sagrada, ya que
un segundo más tarde, la tenía debajo de mi barbilla.
—¿Dónde está?
—¿Por qué? ¿Quieres rendir homenaje a tu futuro rey? Porque es un poco
temprano para eso.
—El hijo híbrido de ese bufón blarestri nunca podrá gobernar, ni tampoco ningún
niño que él engendre con otro híbrido. —La punta de la espada se clavó en la piel de
mi cuello—. Dame lo que necesito y quizá puedas vivir. De lo contrario…
—Ya he escuchado esta charla una vez esta semana. El otro tipo lo hizo mejor.

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—Ten cuidado, dhampir. —La voz del duende ya no era musical—. No sabes con
quien estás tratando.
A pesar de todo, la conversación nunca había sido realmente mi fuerte.
—Tampoco tú —dije, y me abalancé sobre él. Me agaché debajo de la espada de
reyes y fui derecha a por la yugular de aquel cabrón. Me lancé con todo lo que tenía,
toda mi velocidad, y mis dedos arañaron la piel inesperadamente caliente de su
cuello. Pero antes de que pudiera cerrar las manos, algo me tocó, deslizándose hacia
abajo por mi espina dorsal como la hoja de un cuchillo de hierro frío. Se llevó mi
velocidad, mi fuerza, todo, como si todos mis sentidos hubieran desaparecido a la
vez. No podía ver, no podía escuchar, no podía sentir. Había desaparecido todo. Todo
excepto las náuseas heladas y el miedo agrio.
Y luego recuperé los sentidos, y fue peor. Era agonía, como si miles de pequeños
trozos de hielo me atravesaran a la vez. Me atraganté cuando sus manos se cerraron
alrededor de mi garganta. No estaba intentando estrangularme, ni siquiera estaba
apretando lo bastante fuerte como para hacerme daño, pero era como si, de repente,
me ahogara en hielo. Mis ojos me decían que no había nada allí, pero mi garganta se
insensibilizó, y mi reflejo nauseoso entró en acción, cerrando completamente las vías
respiratorias.
—¿Deseas ponerte a prueba contra mí? —La voz era desapasionada y dura, como
hielo sobre agua oscura y fría—. Muy bien.
Apoyó su mano en la parte de delante de mi camiseta, suavemente, apenas sin
tocarme, pero sentí como si hubiera extendido sus dedos y los hubiera metido
profundamente dentro de mi carne. No rompiendo y desgarrando, como un animal
podría hacerlo, sino reptando lentamente, como la llegada del invierno, robando el
color, el calor y la vida. Se me congelaron los pulmones; no podría haber respirado
incluso aunque mi vía respiratoria hubiera estado abierta. Mi sangre disminuyó la
velocidad a la de una sustancia congelada y lenta. El tacto de ese fantasma se hundió
aún más en mi cuerpo, quemando como hielo seco, avanzando lentamente hasta
escondrijos ocultos que yo ni siquiera sabía que existían hasta que él los agarrotó. La
escarcha avanzó hasta mi espina dorsal; el hielo cubrió mi corazón.
Me caí, los huesos resonaron con un golpe irritante cuando me di contra el suelo.
Ya no estaba empapado, sino duro como una piedra con una capa gruesa de hielo. El
barro congelado brillaba blanco y cristalino contra la punta de mis dedos cuando mi
mano cayó inútil delante de mi cara. Estaba vagamente sorprendida de que no se
hubiera roto en pedazos con el contacto, como el cristal. Comencé a perder el
conocimiento a causa del dolor y la falta de aire.
—Los svarestri dominan los elementos. —El duende me dio una patada en la
espalda, luego se acuclilló a mi lado—. ¿Conoces los cuatro elementos, dhampir? El
agua de alguna forma creo que la estás conociendo bastante bien. ¿Lo intentamos con
otro?

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El dolor se cambió de hielo a llama en un instante. Lo que antes estaba congelado,
ahora ardía. Jadeé cuando el estrangulamiento de mi garganta desapareció, y me entró
aire ardiente en los pulmones. Una mirada de peltre, médica, observaba mientras yo
me arqueaba en agonía, mi cuerpo se dobló como un lazo cuando las llamas me
atravesaron. El fuego corroyó mis terminaciones nerviosas, pero en lugar de
insensibilizarlas, seguía habiendo dolor, y cada segundo era peor, hasta que sentí que
mis huesos se iban a salir de mi cuerpo.
El hielo que tenía alrededor se derritió y el charco comenzó a echar vapor. Parecía
como si el mismo aire se hubiera convertido en fuego, una masa hirviente de luz
anudada. Estaba sorprendida de que mi piel no estuviera haciendo lo mismo; sentía
como si mi sangre estuviera hirviendo en mis venas. El duende volvió a poner una
mano sobre mí, pero donde había habido hielo antes, ahora había fuego. Mi camiseta
comenzó a chamuscarse como si la tela se hubiera dejado demasiado tiempo debajo
de una plancha. Pude sentir mi piel comenzar a cocerse debajo de ella.
Luego, tan repentinamente como había comenzado, se detuvo. Me desplomé en el
suelo, cayendo en un charco de agua lo bastante caliente como para que quemara. Mi
carne palpitaba con cada latido del corazón; mi aliento se enganchaba en los
pulmones cuando intentaba respirar. Me asfixié con el olor acre que salía de los
bordes quemados de mi camiseta, como el humo de una vela que se acababa de
apagar. El duende retiró la mano y se puso de cuclillas. Parte de mi camiseta se había
quemado, mostrando piel roja y con ampollas que iban desde el esternón hasta debajo
del ombligo. Me llevó un segundo darme cuenta de por qué la forma de herida me era
tan familiar. La huella perfecta de una mano con largos dedos me había marcado
como un símbolo.
—Si no te estuviera protegiendo, ya estarías muerta —me dijo—. Pero aún nos
quedan dos elementos más, ¿verdad? —No me estaba tocando ahora, pero de repente
sentí un estrangulamiento en la garganta. Mis manos escarbaron la arena ardiendo
que había debajo de mí, pero no tenía la fuerza para levantarlas hasta el cuello; ni
siquiera podía arañar la soga que no había. Mordí el aire como si pudiera romper
pedazos de él con mis dientes, pero no pasó nada. Había demasiadas necesidades en
mi cabeza: luchar, obtener aire para mis pulmones, chillar pidiendo clemencia.
Casi como si hubiera escuchado mi último pensamiento, el duende se inclinó para
mirarme a los ojos.
—Si quieres seguir con vida, dime dónde puedo encontrar a la neutralizadora. —
El estrangulamiento se relajó y pude respirar, aunque parecía que mis pulmones se
habían olvidado de cómo hacerlo. Esperó mientras yo jadeaba y me sofocaba—. ¿No
tienes nada que decir? —Levanté la vista y lo miré, tenía cada nervio en carne viva y
casi no podía ni mirar. Suspiros jadeantes e inútiles acompañaban a cada respiración,
pero no dije nada. Sólo deseaba que me quedara suficiente agua en mi boca
deshidratada para escupir.

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Luego me di cuenta de que la diversión no había terminado aún, cuando mis
pulmones comenzaron a expandirse después de llenarse todo lo que podían. Parecía
que tenía dos globos en el pecho, globos que se estuvieran estirando hasta el límite.
Pronto explotarían; probablemente no podrían aguantar más. Mis ojos se nublaron
por el dolor y no pude evitar un escalofrío violento. Estaba empezando a perder la
visión. Algo estaba chillando dentro de mi cabeza, un sonido alto, inhumano, que no
tenía ni principio ni fin, una vibración de agonía húmeda.
Justo cuando me estaba hundiendo en la oscuridad, la presión se detuvo y pude
soltar aire. No tosí esta vez. El aire salió de mí lentamente, y yo respiré unas cuantas
veces de manera débil después de eso, como si mis pulmones tuvieran miedo de
hacerlo más veces.
Lo había pasado mal en otras ocasiones, pero ésta sin duda estaba entre las diez
peores. Puede que incluso entre las tres peores. El duende me miró pensativamente,
un dedo dibujó las quemaduras de mi pecho delicadamente.
—Me sorprendes. La mayoría de tu clase habría chillado y ya estarían afónicos
ahora.
No le iba a dar la satisfacción de decirle la verdad, que se me había bloqueado la
garganta y que había sentido tanto dolor que casi grito.
—Nunca has conocido a nadie de mi clase. —Mi voz salió como un graznido
seco, pero pareció que lo había entendido.
—No. —Los ojos con color de tormenta se entrecerraron—. Supongo que no.
Bien, entonces. —Se levantó y me arrastró por los pies. Tropecé, pero ese agarre de
hierro no me iba a dejar caer. Después de un momento se me pasó el mareo y para mi
sorpresa me di cuenta que podía mantenerme en pie. Estaba incluso aún más
sorprendida de que no me hubiera dado un ataque. El dolor de esa magnitud siempre
los provocaba. Nunca había tenido tanto control, a menos que…
A menos que Claire anduviera por allí.
Me obligué a no mirar. Ese maldito Heidar. Ya había prometido matarle, pero por
esto, lo mataría lentamente.
—Ya que te comportas como una guerrera, te trataremos como tal —dijo el
duende—. Te daré la oportunidad de morir luchando. —Me puso una mano alrededor
de la cintura para mantenerme derecha. El roce de eso hizo que el sudor en mi cuerpo
de repente se enfriara—. ¿Ves la casa?
Ya que estaba iluminada como un árbol de Navidad en contraste con la oscuridad
profunda del cielo, era una pregunta bastante estúpida. Pero lo cierto es que daba la
impresión de que el duende no tenía mucho respeto por la inteligencia humana.
Asentí con la cabeza. Cualquier cosa era mejor que tener que pasar por el cuarto
elemento. No sabía la forma que podía adquirir, pero de alguna manera, dudaba de
que disfrutara con la lección.
—Si llegas a la casa, te dejaré ir.

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—¿Llegar a la casa? —Mi voz sonó fina y velada, para nada como era común.
Pero estaba agradecida por eso. Si mis cuerdas vocales aún funcionaban, no podía
estar tan dañada como me sentía, ¿no?
—Mi gente no intentará detenerte. Pero lo hará el cuarto elemento. Toca la casa,
cualquier parte de ella, y te dejaremos. Si no lo haces —se encogió de hombros—, le
diré a tu gente donde tienen que excavar para encontrarte.
Supuse que había dicho eso literalmente, ya que el único elemento que faltaba era
la tierra. Maldito duende y malditos juegos. Había escuchado las historias, pero nunca
había pensado mucho en ellas. La verdad es que nunca había pensado que podía
morir en una de ellas. Y lo que era incluso peor, que podía morir por nada.
Mis ojos hicieron un rápido reconocimiento a la viña, pero si Claire y Heidar
estaban allí, se estaban escondiendo bien. Pero ¿lo estaban haciendo? El nivel de
control que de alguna forma aún mantenía parecía que apuntaba a que sí, pero en ese
caso, ¿por qué no estaba reaccionado ninguno de los duendes? Heidar había sabido
que los svarestri estaban aquí antes que yo; ¿seguramente eran capaces de detectarlo?
Y luego, el suelo se elevó a ambos lados como olas negras en el mar y yo corrí.
Puedo correr más que la mayoría de las cosas sobre la tierra, pero descubrí que no
más que la misma tierra. Llegué al borde de la fila de vides antes de que una pared de
suciedad me golpeara como un palo. Intenté atravesarla, pero parecía que no tenía
final. Acres de lodo chocaban contra mí, sobre mí, mis músculos puestos a prueba
gritaban mientras luchaba inútilmente. Me estaba ahogando en finas partículas que
me rodeaban asfixiándome. Mis pulmones maltratados se llenaron de polvo, mis ojos
y mis oídos se taponaron con tierra y pesados terrones cayeron sobre mí como golpes
de cien puños.
Luché, arañando contra el peso con todas mis fuerzas, pero ya no estaba del todo
segura de qué camino estaba tomando. ¿Estaba excavando hacia el aire y la vida, o
me estaba alejando de eso? ¿Estaba ayudándome a liberarme o estaba cavando mi
propia tumba? No tenía ni idea.
Luego, algo áspero y duro se enroscó en mi tobillo y tiró de mí. La tierra no
quería soltarme, pero la soga invisible que me sujetaba no aceptó un «no» por
respuesta. Dio un gran tirón y salí disparada del montículo de tierra como la bala de
una pistola.
Había demasiado polvo en mis ojos para que pudiera ver, pero lo sentí cuando
choqué con las vides como un trapecista cayéndose en una red de seguridad.
Amortiguaron la caída, pero no mucho. El poco aire que me quedaba en los pulmones
se vio obligado a salir cuando golpeé el suelo, lo bastante fuerte como para que mis
huesos crujieran. Me quedé allí echada durante un momento, conmocionada e
inmóvil. Luego comencé a levantarme y a escupir una sustancia viscosa marrón y
entremedias intentaba aspirar todo el aire que podía.
Escuché los sonidos de la batalla a mi alrededor, pero mi cerebro tardó varios
minutos en encontrarles sentido. Por fin, me limpié la boca con la parte de atrás de la

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mano y luché para abrirme camino por las vides, incluyendo la que aún estaba
firmemente enrollada en mi pie, justo a tiempo para ver a Claire enfrentándose a un
svarestri. Fui tambaleándome, segura de que sería muy tarde, segura de que estaba
muerta. Pero en lugar de eso, vi al duende haciendo eses y cayéndose de rodillas,
chillando. No me podía imaginar lo que Claire le estaba haciendo, ella ni siquiera lo
estaba tocando, pero él actuaba como si lentamente le estuvieran torturando hasta
morir.
Vacilé y salí de las vides, cubierta de tierra que no paraba de caérseme en los ojos,
y ella me vio. Le dio al duende una patada cruel en las costillas y corrió hacia mí,
chillando algo que mis oídos llenos de tierra no pudieron entender. Detrás de ella,
Heidar estaba peleándose con dos duendes y parecía que estaba aguantando. Lo que
no podía averiguar era quién estaba ocupándose de los demás, especialmente del
líder. Luego Claire se lanzó hacia mí, sollozando y temblando. El impacto fue
suficiente para que se me cayera la porquería del oído izquierdo, así que habría sido
capaz de escuchar cómo me echaba la bronca del siglo si ella hubiese logrado que sus
palabras fuesen mínimamente coherentes.
Miré a mi alrededor frenéticamente buscando al líder, pero no lo vi. Lo que sí que
vi fue a Caedmon, cayéndose de rodillas contra el suelo, no, en el suelo. Sus dedos se
quedaron enterrados en la mugre húmeda y negra. Las vides se habían enrollado en
sus brazos y por su espalda, flotando como un manto viviente detrás de él. Él no me
vio: sus rasgos estaban distorsionados en una concentración intensa que parecía estar
al borde del dolor. Al lado, había dos duendes en el suelo, inmóviles, empalados en
las vides más pequeñas que, incluso mientras observaba, crecían a través de sus
cuerpos como unos brazos verdes desplegados y ondeándose en el cielo oscuro.
—… A hacerlo otra vez. Yo misma te mataré. Dios mío, pensé que estabas
muerta. —Claire de repente me abrazó, lo bastante fuerte como para dañar mis
costillas. Gruñí de dolor y ella me soltó, me miró durante un segundo y se puso a
llorar.
Escupí más inmundicia y la miré fijamente, sin estar segura de lo que hacer.
Nunca había visto a Claire tan enfadada; normalmente ella era la calmada. Levanté la
vista a tiempo para ver a Heidar cortándole la cabeza a uno de sus oponentes antes de
dirigir toda su furia contra el otro.
—¿Dónde está el líder? —conseguí articular.
Pareció ser la cosa perfecta para detener las lágrimas de Claire. Se transformaron
en rabia de repente.
—Ǽsubrand —soltó, sus mejillas estaban ruborizadas y húmedas—. Cuando
encuentre a ese maldito cabrón, voy a… voy a… ¡Ay Dios!, no puedo pensar en nada
lo bastante horrible ahora mismo, pero será muy, muy malo.
Heidar había acabado casi con su otro oponente y decidí que era seguro
derrumbarse. Así que lo hice. E inmediatamente me arrepentí cuando Claire empezó
a llorar de nuevo y comenzó a sacudirme.

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—No estoy muerta —le dije lo más claro que pude con el interior de mi garganta
lleno de tierra.
—Agua —jadeó—, necesitas agua.
Necesitaba dos meses de vacaciones en una playa, pero el agua también me
valdría. Asentí con la cabeza y se marchó corriendo en dirección a la casa. Pensé en
lo que Louis-Cesare me diría si me viera ahora, después de mi declaración de
competencia, y decidí ponerme derecha. Caedmon había terminado de hacer crecer su
cosecha: los dos duendes ahora eran montículos cubiertos de vides que ya habían
empezado a formar pequeñas uvas verdes. Se dejó caer a mi lado, mostrándose
orgulloso de sí mismo por alguna razón.
—Llegas temprano —gruñí.
—Parece que casi llegué tarde —contestó, elevando mi mano sangrienta,
mugrienta y arañada—. Lo siento. —Luego me acercó a él y me besó.
El poder vibró en el aire. Lo sentí en mi lengua, grueso, acaramelado y dulce, y
luego fluyó dentro de mí como una inundación primaveral, y mi cuerpo lo tomó como
si tuviera sed. La mano de Caedmon acarició mi costado y todo mi cuerpo sintió un
hormigueo y volvió a la vida. Abrí los ojos, pero no pude verlo. La criatura que me
estaba sujetando era una luz brillante en la oscuridad, resplandeciente como un sol,
eterna como una montaña y completamente inconfundible con ninguna otra cosa.
Gradualmente el resplandor se fue desvaneciendo y yo volví en mí. Mi primer
pensamiento fue que Radu iba a necesitar un nuevo viñedo. Las líneas rectas y
simétricas ya no lo eran. En su lugar había un amasijo de vides verdes y árboles
pequeños floreciendo por todos lados, y guirnaldas delicadas y finas de buganvilla e
hibiscos los envolvían. Los árboles florecientes se bamboleaban en la fría brisa,
soltando una naranja de vez en cuando o pétalos intensamente rosas en el suave suelo
cubierto de césped debajo de nosotros. Las nubes de tormenta se habían alejado y el
cielo era de un azul pálido bañado en lluvia.
—Caedmon significa «Gran Rey» en gaélico —le dije, mientras una vid se
convertía en flor encima de mi cabeza, como un fuego artificial vivo.
—¿Sí? —Caedmon parecía ligeramente interesado. Heidar dio un grito y
persiguió a un duende que se retiraba en las vides.
—¿Y dónde están tus leales partidarios?
El rey se encogió de hombros.
—Sirviendo a mis intereses en el reino de la Fantasía. Por eso es por lo que nos
íbamos a encontrar esta noche; necesitaba tiempo para ponerme en contacto con ellos
y convocarlos. Pero cuando un informador me dijo que habían visto a los svarestri
por esta zona, le dije a mi gente que se reunieran conmigo aquí, tan pronto como
pudieran y que volvieran a estar disponibles en caso de que algo fuera mal durante mi
ausencia.
Nos quedamos sentados en silencio durante un momento mientras cogía pétalos
rojos de mi pelo.

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—El tío de Claire tenía parte de duende —dije por fin—. Si no, él no podría haber
hecho todo ese vino.
—Oh…
—Y su padre era un duende oscuro. Haciéndola ligeramente medio duende. —Le
lancé a Caedmon una mirada oscura—. Tú planeaste esto.
Sus labios se torcieron mientras desenrollaba una vid demasiado cariñosa que
estaba intentando subirse por su brazo.
—Mi querida Dory, te aseguro que no planeé las muertes de dos de mis
partidarios más antiguos, no para que mi propio sobrino intentara asesinarme.
—Pero tú planeaste que Heidar acabara con Claire. Tú lo enviaste a esa subasta,
¿verdad?
—¡Lo que nosotros, los padres, tenemos que hacer para que nuestros
descendientes sean felices!
—¿Por qué? —pregunté desconcertada—. ¿Por qué simplemente no los
presentaste?
Sacudió la cabeza, soltando el grupo de mariposas que había ido a descansar allí.
Algunas se fueron revoloteando, pero una se encendió en su tobillo, desplegando
unas alas extravagantes naranjas en una presunción voluptuosa.
—Heidar sólo tiene ciento cuatro años, un adolescente según nuestras normas. Y,
como la mayoría de los hombres de su edad, lo último que quiere es seguir las
órdenes de su padre. Si le hubiera dicho por adelantado que ella era para él, no la
habría tocado ni tampoco con toda probabilidad ella lo habría aceptado a él. —Me
sonrió con aire de suficiencia—. Tal y como fueron las cosas, su atracción tenía la
irresistible cualidad de estar prohibido.
—Eso dio como resultado un heredero tuyo.
—¿Ya? —La sonrisa presumida de Caedmon se hizo más grande—. Ése es mi
chico.
Me contuve para no pegarle una bofetada.
—¿Cómo es que nadie lo sabía? Pensaba que los duendes se obsesionaban con la
genealogía.
—Ah, sí, particularmente entre las casas nobles.
—Entonces, ¿por qué Ǽsubrand no sabía nada acerca del tío de Claire?
—Nos obsesionamos por nuestra ascendencia, Dory. —Cuando vio que yo aún no
lo entendía, lo explicó—. La ascendencia de los duendes de la luz.
Me llevó un momento darme cuenta de lo que quería decir.
—¿Me estás diciendo que el tío de Claire era un duende oscuro?
—Creo que su tatarabuelo tenía un cuarto de brownie. Sólo hay porcentaje muy
pequeño en Claire, pero bastante para dar a luz a un niño de ella y de mi hijo, que
tenga más del cincuenta por ciento de duende. Y por lo tanto, por nuestras leyes, mi
heredero legítimo. Suponiendo que sea niño, claro.

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—¿Y tú crees que los svarestri aceptarán a un rey que tiene parte de oscuro? —
No me imaginaba ver a alguien como Ǽsubrand haciendo una reverencia a Olga o a
Apestoso. O a alguien con sangre similar.
—No hay nada en las antiguas normas que diga nada sobre qué tipo de sangre de
duende tiene que ser —me aseguró Caedmon—. Supongo que se consideró tan obvio
que tenía que ser de la luz, que nunca se escribió. Respecto a los svarestri, si estoy en
lo cierto acerca de sus intenciones, ningún gobernador blarestri les va a satisfacer
mucho tiempo.
—¿Que es por lo que tú has estado escurriendo el bulto y escondiéndote por aquí,
haciendo que estabas muerto?
Caedmon sonrió con gran placer.
—¿«Escurriendo el bulto»? ¿De verdad? Qué… divino.
—¡Caedmon!
Se rió.
—¿Te haces una idea, Dorina, de cuánto tiempo hace que alguien se ha atrevido a
tratarme con tanta familiaridad? «Escurriendo el bulto»… —Volvió a reírse.
Heidar salió del bosque de vides, arrastrando un duende inconsciente, o
posiblemente muerto detrás de él. Miró hacia arriba y nos vio, y una sonrisa de
satisfacción le cambió la cara. Era como la imagen de su padre en un espejo.
—Ésta es la razón —susurró Caedmon mientras su hijo se acercaba—, si los
svarestri piensan que estoy muerto, creí que no tendrían ninguna razón para atacar a
mi hijo, ya que saben que nunca podría gobernar. Me daría tiempo de encontrarlo a él
y a tu amiga mientras mis partidarios buscaban a Ǽsubrand. ¡El único factor que no
anticipé fue que Claire proclamara a todo el mundo que llevaba en su vientre a mi
heredero!
—Lo que obligó a Ǽsubrand a ir tras ella si él quería el trono.
Caedmon suspiró.
—Mi hermana lo mimó; siempre le dije que acabaría mal.
—Pero no ha acabado. Él aún está libre y ahora sabe que estás vivo.
—Siempre hay problemas, Dory. Por eso es por lo que vivimos para los pocos
momentos brillantes que hacen que el resto merezca la pena.
—¿Lo ha visto, señora? —Heidar se dirigió a mí, soltando su trofeo a los pies de
su padre—. Ya le dije que no estaba muerto.
El duende se quejaba, así que me imaginé que aún seguía vivo.
—¿Dónde está lady Claire? —Parecía un poco aprensivo—. Tenemos… algo que
decirte, padre.
Miré a mi alrededor frunciendo el ceño.
—Se fue a coger agua para mí. —Pero eso había sido ya hacía un buen rato, ¿no?
No estaba segura. Mi sentido del tiempo había sufrido un revés.
Miré hacia la casa, y estaba misteriosamente tranquila. No había híbridos, ni
duendes; de lo contrario vagarían por la parte de fuera, y si alguien se movía dentro,

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ya no era tan obvio. De repente, me acordé de que Louis-Cesare me había dicho que
se uniría a mí. Y Radu debería haber vuelto a establecer las protecciones para
entonces, sólo que yo no había sentido nada.
Miré a Caedmon.
—Espero que hayas disfrutado un rato, porque creo que los problemas han vuelto.

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21

De una manera extraña, la casa parecía más siniestra a la luz del día que antes bajo un
cielo encapotado. También parecía abandonada. Nos detuvimos en el pequeño patio
con la fuente, pero el único sonido perceptible sobre el agua que goteaba era el
zumbido de unos pocos insectos revoloteando por la buganvilla y mi propia
respiración. Sonaba alta y áspera en mis oídos. Parecía que los duendes no respiraban
en absoluto.
Tenían eso en común con el cadáver que estaba en el suelo, medio dentro, medio
fuera del vestíbulo sombreado. El pelo era negro. Me agaché y le torcí la cabeza para
poder verle la cara, pero no lo conocía. No era uno de los humanos de Radu.
Revisé su hombro y su espalda, pero no había ningún círculo negro tatuado en
ningún sitio que pudiera ver. Tampoco había ninguno plateado. Pero claro, eso no
significaba que no fuera un mago; sólo que no había sido uno bueno.
La causa de la muerte era un paro cardiaco producido por el hecho de que alguien
le había clavado una espada larga y delgada en el corazón. Levanté la vista y vi que
Caedmon también se estaba dando cuenta. Podría haber sido Louis-Cesare el que le
hubiera dejado su firma en el cuerpo. Más abajo en el pasillo, vi un derrame de oro
contra la terracota. Sin que me dijera nada, Caedmon se fue a la parte de atrás y
Heidar se dio la vuelta hacia la entrada de la parte delantera. Seguí el rastro de
cuerpos por la casa.
Después de pasar a al lado de un rubio y dos morenos, llegué al salón. El retrato
de Mehmed se había abierto hacia fuera en la sala, descubriendo una estantería vacía
de tres niveles. Vale, así que ya sabía dónde había guardado Radu su fuente de
energía, aunque no sabía lo que era. No había cuerpos en la habitación, pero en
cuanto entré, me golpeó una ráfaga de olor a sangre. No veía ningún charco de
sangre, y lo que fuera que estuviera enviando ese hedor debía ser muy grande. Pero la
puerta de la entrada principal estaba abierta y había una brisa que cruzaba.
Arranqué la pata de una silla para conseguir un borde puntiagudo y afilado
mientras olfateaba el aire. La sangre no era de Claire. Si hubiera sido de ella, la
habría reconocido inmediatamente. Pero me resultaba muy familiar. No podía
imaginarme de quién era hasta que me acerqué lo bastante para mirar dentro del
pasillo.
—No dejes que respire, Jonathan.
—Como desee, milord.
Mis ojos asimilaron una cadena de imágenes rápidas: Radu estaba apartado por
dos vampiros, la firma de poder alrededor de ellos era inequívocamente la de los

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maestros; no había señal de Claire, había un charco de sangre lo bastante grande
como para haber acabado con un humano en el centro del suelo, y sobre él, colgando
de la barandilla del balcón, un cuerpo desnudo y alarmantemente pálido. Sentí un frío
tan repentino que se equiparaba a cualquier cosa que el duende hubiera logrado
conseguir. Y me di cuenta de por qué la sangre me había resultado tan familiar.
—La cantidad de sangre que está perdiendo no lo dejará con vida —estaba
diciendo Drac—, y no queremos que se muera antes de que lleguen nuestros
invitados.
—Yo no me preocuparía por eso. Lo tuve casi durante un mes. —La voz
empalagosa pertenecía al humano con los ojos grises y el pelo rubio con un atizador
en la mano. Jonathan. Le acarició con una mano el torso sangriento a Louis-Cesare y
había algo repugnantemente íntimo en ese gesto—. Sobrevivirá… un rato.
No podía entenderlo. ¿Por qué Louis-Cesare estaba colgado allí? No tenía ningún
arma, pero un vampiro maestro ya es un arma, una formidable. Y las ataduras que lo
sujetaban al balcón eran simplemente cuerdas; podía ver dónde su peso había hecho
que se hundieran en la carne de sus brazos. Había sido atado al balcón de hierro para
que su cuerpo quedara suspendido, casi en una posición de crucifixión, los dedos de
los pies no eran capaces de tocar los adoquines del suelo. Puede que no fuera capaz
de conseguir ningún impulso utilizándolos, pero podía romper las cuerdas en un
instante, tan fácil como un humano podía romper un hilo. Entonces, ¿qué era lo que
estaba pasando?
Había media docena de magos alrededor, recordaba a muchos de ellos del
Bellagio, y cinco vampiros. Pero incluso aunque le superaran en número, Louis-
Cesare debería haber opuesto algún tipo de resistencia. Demonios, yo lo habría
hecho.
Jonathan estaba lo bastante cerca para que las piernas de Louis-Cesare, que no
estaban atadas, pudieran haberse balanceado hacia arriba, cerrarse sobre su garganta y
romperle el cuello, seguramente en lo que dura un pestañeo. Pero no lo hizo. Incluso
cuando Jonathan le daba con el atizador en el pecho ya mutilado, lo único que hacía
era gemir.
Mi corazón dio un vuelco escalofriante, dividido entre el miedo y el pánico total.
¿Ya estaba muerto? ¿Le había atravesado el corazón una de las astas que le salían del
pecho? Era posible; parecía como una parodia de san Sebastián, heridas rojas como
bocas abiertas sobre toda aquella carne pálida. Pero no, él seguía sangrando. Vi un
ligero goteo escurriéndose alrededor del atizador. Y los cuerpos muertos no sangran.
Jonathan dibujó el perfil de las heridas que él había producido en el pecho y en el
vientre de su prisionero; su roce era una mezcla obscena de delicadeza y brutalidad.
El nuevo flujo de sangre parecía que se disipaba en niebla con su roce, un pequeño
trocito flotaba de la forma torturada de Louis-Cesare para enrollarse en la mano del
mago.

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—Bien. Comienza —murmuró, al tiempo que mi corazón empezaba a golpear mi
pecho, al darme cuenta de lo que estaba pasando y haciendo que el estómago me
diera vueltas. Le estaba haciendo sangrar para quitarle su poder, su vida, poco a poco.
Pero Louis-Cesare no estaba haciendo nada.
La única razón que se me ocurría para esa pasividad suicida era la captura de
Radu. A lo mejor lo habían amenazado si Louis-Cesare luchaba. No tenía mucho
sentido, ya que él sabía perfectamente bien lo que Drac había planeado para su
hermano, pero era la mejor teoría que tenía. Agarré al mago que estaba vigilando en
la puerta, que estaba demasiado ocupado con la pequeña sesión de tortura para darse
cuenta de que una mujer con aspecto salvaje se acercaba sigilosamente. Le rompí el
cuello casi en silencio, cualquier pequeño sonido quedaba cubierto por la voz fuerte
de Jonathan.
Había sangre debajo de las uñas del mago cuando acarició su presa, jugando con
las heridas moradas y la sangre coagulada alrededor de las antiguas heridas. Corría
por su mano y se deslizaba por sus dedos juntos, más densa que la miel cuando se
secaba. La necesidad de romperle el cuello al hombre hizo que mis dedos temblaran
notablemente mientras él se inclinaba, mirando fijamente a Louis-Cesare con una
mirada hambrienta.
—¿Recuerdas lo inventivo que puedo ser?
Ignoré el sordo latido de la ira palpitando detrás de mis ojos y cogí al mago que
estaba detrás del sofá. Me escurrí por el pasillo, con mucho cuidado de quedarme
cerca de la pared. Estaba oscuro en las sombras, lejos de las luces de los candelabros,
y mi capa de barro negro era un buen camuflaje, tanto para la vista como para el olor.
Había otro mago a unos pocos metros de mí, mirando el espectáculo.
En un movimiento repentino y salvaje, Jonathan sacó el atizador y se le
recompensó con un jadeo apenas audible, simplemente una inhalación corta que fue
incluso suave para mis oídos. Pero el mago lo escuchó.
Sonrió a Louis-Cesare afectuosamente, con aprobación, sus manos acariciaron el
largo torso, embadurnando la sangre esparcida que manchaba su piel.
—Murió cada día y renació cada noche —cantó susurrando—, como un dios
antiguo, como el mismo dios Mitra. —Sin avisar, metió su dedo dentro del agujero
que le había hecho el atizador; podía verlo moverse bajo la piel del costado de Louis-
Cesare—. Nunca lo maté dos veces en un mismo día.
—Nunca lo mataste en absoluto —dijo Drac malhumorado. Aparentemente yo no
era la única que veía la locura en aquellos ojos grises.
Parecía que Jonathan no había escuchado.
—Moría de una manera tan bonita cada vez. La mayoría de las veces en silencio,
pero algunas veces le llevaba a que diera gritos de agonía y hasta angustiosos
estertores mortales. —Su mano libre acarició el costado desnudo de Louis-Cesare
mientras su dedo se hundía aún más en su piel, hasta la base de sus nudillos—.
¿Chillarás para mí una vez más?

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Louis-Cesare tembló con repulsión, pero levantó la cabeza para mirarlo fijamente,
arrogante y desafiante. Pensé que ése era el aspecto que los aristócratas franceses
debían de haber tenido cuando iban hacia la guillotina por la orden de un burócrata de
clase media, con la sangre de Charles Martel corriendo por sus venas. Luego, me vio
por encima del hombro de Jonathan.
Dio una sacudida repentina y sus ojos se abrieron. El mago que estaba enfrente de
mí tuvo que haberlo visto, porque se puso a oler y comenzó a girarse. Lo estrangulé
con su propia bufanda antes de que pudiera dar la alarma. Pero si Louis-Cesare
continuaba mirando de esa manera, ya no iba a necesitar ninguna otra alarma.
Por suerte, a Drac nunca se le había conocido por su paciencia. Golpeó a Jonathan
para apartarlo de su camino, cogió un atizador que sobresalía del muslo de Louis-
Cesare y lo torció cruelmente.
—¡Ya basta con esto! Dime dónde está Mircea o dejaré que esta criatura haga lo
peor contigo.
Louis-Cesare no dijo nada, pero apartó su vista de mí mientras la voz indignada
de Radu hacía eco por toda la habitación.
—¡Ya te lo he dicho! ¡No está aquí! Suéltale, Vlad. ¡Tu lucha es conmigo!
Vlad giró la cabeza, casi como si se hubiera olvidado de que Radu estaba allí.
Pero antes de que él pudiera contestar, la puerta principal se abrió, inundando con la
luz del sol los adoquines llenos de sangre.
—Tonterías, Radu. —Al escuchar ese tono tan familiar me quedé paralizada. Giré
la cabeza muy despacio—. Como ya sabes bastante bien, la lucha de Vlad siempre ha
sido conmigo.
Mircea estaba allí de pie, con un espadín en la mano, sonriendo de una manera
antigua. Como un rayo de luz en un borde de cristal roto, era inequívocamente la
expresión de un duelista, sin indicio de calidez.
—¡Ah! —Las manos de Vlad dejaron suelto a Louis-Cesare como si de repente
hubiera desaparecido, lo que supongo que para él era así.
Había que reconocerlo, Caedmon era bueno. Con toda la sangre y los cuerpos de
varios de los híbridos de Radu esparcidos por todos lados, no podía decir si el olor era
correcto, pero todo lo demás era perfecto. Incluso me podría haber engañado a mí. Mi
opinión del glamour de los duendes creció exponencialmente.
El vampiro que estaba más cerca de mí se giró para decirle algo al mago que
ahora estaba muerto y me vio. No era un maestro, pero el grito que le salió de la
garganta antes de que mi estaca improvisada se clavara en su corazón fue suficiente
como para atraer hacia mí los ojos de todos, excepto los de Drac.
—Matadla —ordenó, mientras sus ojos seguían fijos en Mircea.
Di un salto hasta el candelabro para escaparme de una descarga de hechizos y de
más ataques mundanos. No estaba segura de poder conseguirlo. Caedmon había
curado lo peor de los ataques de los duendes, pero aún no había recuperado
plenamente mis fuerzas y me dolía todo el cuerpo; los cristales sonaron debajo de mis

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manos cuando lo agarré, justo cuando una explosión golpeó la pared donde yo
acababa de estar, reventando un trozo de yeso y ladrillo.
Caedmon salió disparado desde la entrada hacia mí, pero Drac le cortó el paso. Se
pusieron a combatir sin pausa, de una manera uniforme y oscuramente preciosa.
Parecía que había poco que elegir entre los dos: Caedmon, el más astuto y Drac, el
más salvaje. Luego mi atención se desvió por un hechizo que había dado al
candelabro, enviando un torbellino de luz enredada que bailaba locamente alrededor
de la sala y hacía que el hierro forjado y pesado de los accesorios fuera como
mantequilla derretida.
Salté al suelo, lanzándome hacia un lado para evitar la cuchillada del arma blanca
de un vampiro.
—¡Louis-Cesare! —Le rompí el brazo al vampiro, pero su arma dio un salto
rápido por el suelo, poniéndose fuera de mi alcance—. ¡Necesito un poco de ayuda
aquí! —El candelabro se cayó, haciéndose añicos y esparciendo miles de piezas
brillantes como el hielo por el suelo. Debajo estaba el vampiro que me había atacado,
el metal derretido de la instalación quemaba su piel mientras él yacía chillando.
Y Louis-Cesare seguía allí colgado. Ahora, el poder estaba rizándose hacia arriba
desde cada herida; lo sentía en la piel incluso a medio camino de la sala. Parecía que
el mago estaba borracho de ese poder, recogiendo esas espirales de niebla tan rápido
como escapaban del cuerpo de su prisionero.
Había tres magos y cada uno de los vampiros que no estaba sujetando a Radu
vino a por mí. Estaban a punto de achicharrarme si no me movía, así que me moví,
derecha hacia Louis-Cesare. Algo que sentí como un palo me golpeó a medio camino
cuando saltaba, pero ya que no vi nada, seguramente fuera un hechizo. Me estrellé
contra los adoquines, pero de alguna forma seguí sujetando mi estaca. Luego dos
vampiros se lanzaron sobre mí.
Uno era un maestro, pero el otro no. El bebé se cayó prácticamente en la estaca,
perforándose el intestino, por el olor. Sus gritos se juntaron con los del vampiro que
aún se estaba chamuscando debajo del candelabro y con el choque de las espadas.
El vampiro pequeño cayó, pero el maestro tenía la cabeza enterrada en mi
garganta antes de que me pudiera mover. Lo golpeé duramente y luché, pero fue más
la capa de tierra que aún tenía encima lo que hizo que mantuviera los dientes lejos de
mi cuello que no lo que yo estaba haciendo. Me mordió, pero, a pesar de su esfuerzo,
sólo obtuvo un bocado de barro seco. Y luego se encontró volando a través del aire,
su pelo colgando en un ángulo poco natural. Levanté la vista, lista para regañar
debidamente a Louis-Cesare, y en lugar de eso, me encontré con los ojos
resplandecientes de Radu.
Se volvieron ámbar, me di cuenta de que eran como los de Mircea cuando estaba
enfadado. Y en ese momento, él estaba furioso, con poder chisporroteando a su
alrededor como un campo eléctrico. Vlad podía seguir pensando en Radu como su
hermano pequeño inepto, pero ésa era una imagen distorsionada por el tiempo. Un

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maestro de segundo nivel podía hacer mucho daño, especialmente si la alternativa era
una muerte segura. Me alegré de ver finalmente a Du poniendo algunos de esos siglos
de poder acumulado a trabajar, pero ¿qué demonios era lo que estaba pasando con
Louis-Cesare?
Radu me ayudó a levantarme, pero me apretó fuerte el brazo cuando me volvía a
dirigir hacia el balcón.
—Puedo sentir el pulso profundo dentro de tu cuerpo —estaba diciendo Jonathan,
ajeno a la masacre que había a su alrededor. Sus mejillas estaban sonrojadas, y sus
ojos brillaban. Había hecho más grande la herida en el costado de Louis-Cesare hasta
convertirla en un agujero abierto. Su mano desapareció dentro del agujero hasta la
muñeca—. Ese corazón tuyo, temblando contra la yema de mis dedos. Latiendo, sólo
para mí.
El dolor tuvo que haber sido agudísimo. El cuello de Louis-Cesare se arqueó
hacia atrás hasta que parecía que se le iba a romper la espina dorsal. La niebla
reluciente de poder a su alrededor había crecido, formando un manto grueso de luz
plateada pálida que amenazaba con esconderlo de nuestra vista.
Luché para que Radu me soltara.
—¿Estás loco? ¡Déjame ir!
—Es un hechizo —dijo rápidamente—. Están detrás de un hechizo protector. ¡Si
lo rompes, destrozará a Louis-Cesare!
—¡Se va a morir de todas maneras! —Ya había conocido a gente como Jonathan
antes. Radu me soltó y cogió rápidamente al vampiro que ardía, del suelo. Los lanzó
a él y al metal derretido y humeante pegado a él, contra otro, que había venido a por
nosotros tan rápido que fue poco más que una ráfaga de aire.
—¡Claire! —Me di cuenta de que en algún lugar, en todo esto, estaba la única
persona que podía derribar las protecciones, la mitad del tiempo casi sin darse ni
cuenta. Le cogí el brazo a Radu—. ¿La has visto?
—¿A quién? —Él estaba mirando las tropas de Drac, que nos estaban rodeando
cautelosamente. Su maestro había desaparecido, y supuse por el sonido de acero
sobre acero que provenía del comedor que él y Caedmon habían llevado su lucha
hacia allí.
—Una mujer, alta, pelirroja, joven, ¿la has visto?
—No, pero el chef estaba diciendo algo antes acerca de una mujer que había
invadido la cocina…
—Vete a la cocina. Encuentra a Claire y…
Radu cogió mi estaca y se la lanzó a un vampiro que estaba avanzando. Le dio en
el centro del pecho, no en el corazón, y aunque se resbaló con la sangre, no se cayó.
Supuse que era el segundo maestro. Radu le arrebató la espada al vampiro muerto y
la levantó a tiempo para encontrarse con uno que se dirigía directamente hacia él.
Me acuclillé, desnudando el cuerpo del vampiro y encontré un arma más corta,
pero tuve que lanzársela a un trío de magos que estaban intentando acercarse lo

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bastante como para lanzar un hechizo de red. Sobre mi cabeza, la espada de Radu se
deslizó contra la parte de la empuñadura de la del maestro, girando su muñeca en un
ángulo inesperado. En el medio segundo que éste tardó en ponerla derecha, Radu
superó su plano defensivo y lo alcanzó, llevando un codo contra su garganta. Parecía
que su habilidad con la espada había mejorado con los años.
El vampiro se tambaleó y nos lanzamos hacia él. Radu le sacó la estaca del pecho
y se la clavó en el corazón mientras yo le cortaba el cuello. No fue un trabajo bonito,
pero fue efectivo.
Nos llevó poco tiempo, mientras todo el mundo se detenía, esperando a ver quién
era el que atacaba primero.
—¡Ve tú a la cocina! —dijo Radu, pareciendo un poco loco—. Aquí me
necesitan.
—Creía que me habías dicho que no eras un luchador, ¿no?
—No tengo ningún deseo de enfrentarme a mi hermano. Con los demás puedo.
Ahora vete y dile al chef que les suelte. Podemos utilizarlos como distracción.
—¿Soltar el qué? —No obtuve ninguna respuesta porque los dos magos que
quedaban atacaron a Radu con la red mágica. Si hubiera tenido mi mochila, me
habría ocupado de ellos en un segundo; sin ella, lo mejor que podía hacer era evitar
que me cogieran. Por suerte, parecía que los magos veían a Radu como la amenaza
más grande. Me di la vuelta y corrí.
La parte de atrás de la casa era un desastre mayor incluso que la parte de delante.
El pasillo hasta la cocina había sido destrozado, hasta el punto de que le faltaban
piezas grandes. Salté por una grieta en la pared rota, pensando en ahorrar tiempo
acortando a través de la despensa, ya que ahora estaba abierta hasta el vestíbulo. Pero
inmediatamente tuve que reducir la marcha. Ya tenía varios cortes en mis pies
descalzos, cortesía del candelabro, y la escena que había delante de mí parecía
especialmente diseñada para añadir algunos cortes más. Botellas rotas, botes hechos
pedazos y estanterías rotas en trozos estaban por todos lados. Había demasiado vidrio
esparcido llenando el suelo de azulejo blanco que parecía escarcha.
También había personas. Muchas de ellas tenían que ser del grupo de Drac,
porque no las conocía. Pero el humano joven y atractivo que había alimentado a
Louis-Cesare después de que hubiéramos llegado estaba en el suelo en medio de la
puerta de la cocina. Parecía que algo se había alimentado de él, porque su caja
torácica estaba abierta y la mitad de sus huesos estaban limpios.
Pasé por encima de él y alguien me golpeó fuerte en la cabeza. Agarré el arma y
estrellé a quienquiera que le estuviese agarrando contra la pared y me encontré cara a
cara con un humano indignado con ropa blanca de chef, sujetando con fuerza un
rodillo de amasar de mármol. Incluso después de verme, parecía que no entendía que
yo no era una enemiga. Me vi reflejada en el frigorífico brillante de acero inoxidable:
el pelo cubierto de barro sobresaliendo en todas las direcciones, ojos salvajes y un

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cuerpo sucio cubierto de sangre y de sudor. De acuerdo, quizá él tuviera razones, pero
no tenía tiempo de explicárselo.
—¿Dónde está ella? ¿Dónde está Claire? —Señaló con el rodillo de amasar a una
puerta cubierta de aluminio al otro lado de la habitación—. ¿La metiste en el
frigorífico? —Volví a golpearlo contra la pared—. ¡Dime que está viva!
—Ella… lo estaba cuando entró. Fue idea suya —rompió, mientras le arrastraba
por el suelo de la cocina que una vez había estado limpio. Ahora estaba cubierto por
pisadas sucias, marcas de garras y zarpas. Estaba claro que las mascotas de Radu
habían encontrado la cocina. Pero seguramente estuvieron allí y se fueron, porque no
había ninguna.
Mantuve una mano sobre el chef, que iba a experimentar un mundo de dolor si
me había mentido, y tiré de la puerta. El pesado cierre se separó sólo un poco, así que
tiré más fuerte y se abrió. Claire me miró a través de unas gafas empañadas. Estaba
sentada en el suelo, rodeada por algunos de la colección de animales de Radu. Me
moví hacia delante con un grito, luego me detuve. Muchos de los híbridos estaban
muertos, pero uno o dos se arrastraban por los escombros del frigorífico, a algunos
les faltaban miembros, otros dejaban un rastro de sangre detrás de ellos.
—¡Claire!
Levantó la vista y las gafas se le resbalaron por la nariz. Sus ojos eran enormes y
era obvio que había estado llorando.
—¡A estas pobrecitas las lanzaron aquí dentro juntas y cuando yo entré,
comenzaron a comerse las unas a las otras!
—¡Claire! ¡Abate todas las protecciones que haya en este edificio! ¡Hazlo ya!
—¿Qué? —Parecía confusa—. Pero el chef dijo que los vampiros estaban
intentando reconstruir…
—¡Todas! ¡Ahora! Claire, por favor…
—Pero estas cosas, Dory, ¡son todas mágicas! Me estoy protegiendo lo más fuerte
que puedo y aun así estoy haciendo que enfermen. —Miró a su alrededor de manera
desconsolada, las lágrimas le vibraban en las pestañas—. No lo sé, maté a la mayoría
de ellos cuando yo…
Respiré hondo y chillé.
—¡Claire! —La sacudí por los hombros. Jonathan o Louis-Cesare: uno de ellos
iba a morir esta noche y Louis-Cesare no podía ser el que muriera. Porque no me
había gustado el comentario de Jonathan de «una última vez». Tenía un
presentimiento muy malo de que lo que fuera que tenía previsto para Louis-Cesare,
no era algo de lo que Louis-Cesare pudiera escapar. No esta vez—. Escúchame. Una
persona se va a morir muy pronto si no echas abajo todas las protecciones. Todas.
Ahora.
Parecía perdida y más que un poco conmocionada, pero asintió con la cabeza.
Varias de las criaturas a su lado se cayeron tambaleándose y se quedaron quietas.
—De acuerdo.

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—Hazlo.
Se puso las gafas en su sitio. La criatura más cercana a ella se encogió en el suelo.
Se parecía a aquella rata que me había atacado en el árbol.
—Acabo de hacerlo —dijo tristemente—. Dory, ¿qué eran esas…?
No escuché el resto, ya estaba en la mitad de la cocina e iba volando hacia la
entrada. Esquivé el campo de minas de la despensa y en lugar de eso fui por el
pasillo. Era más largo, pero seguramente sería más rápido. Y lo habría sido, excepto
por la garra que me enganchó del pie y me levantó a través de un agujero en la pared.
Durante un breve instante estuve en el aire, lo que me dio el tiempo suficiente
para desear que le hubiera pedido a Claire que matara a todas las cosas malvadas, y
luego me soltó en el tejado de ladrillos rojos. Me di un golpe seco, pero no me caí
rodando a pesar de la inclinación pronunciada, lo que estaba bien, porque un mago en
algún sitio de abajo comenzó a lanzar hechizos, a mí o al gran pájaro. Supuse que era
a mí ya que la criatura de repente no estaba a la vista. Un hechizo explotó contra la
ventana sobre la entrada y envió una cascada de cristales a lo que fuera que estaba
pasando allí.
Las tejas estaban aún húmedas y resbaladizas por la lluvia, pero me las apañé para
gatear y cubrirme detrás de la chimenea. Tenía que llegar hasta la entrada. El hechizo
protector que el mago había puesto sobre Louis-Cesare con algo de suerte estaría
anulado, pero no tenía ni idea de si eso sería suficiente o no. Había perdido un
montón de sangre y Dios sabía qué le habían hecho después de que yo me fuera. Y
Radu tenía demasiado entre manos para ser de mucha ayuda.
Parecía que la chimenea estaba en contacto con la del salón, pero no pensaba ni
de broma imitar a Santa Claus bajando por allí. Ni siquiera un gato cabía allí dentro.
Estaba mirando la ventana rota sobre la entrada, preguntándome si mi parte trasera se
podría escurrir por allí; y de pronto una cabeza con la nariz en forma de gancho se
asomó sobre la parte de arriba del tejado. Miré fijamente sus ojos extrañamente
humanos y de color verde amarillento, y me maldije por estúpida. Debería haberlo
recordado, en la lucha en el corralito el líder había esperado hasta que los otros se
habían agotado antes de entrar. Como había hecho ahora.
Tan pronto como el ojo sin párpado en ese lado de su cabeza me echó una buena
mirada, soltó un grito penetrante y se llevó la mitad de la chimenea de un golpe con
su garra. Volví a gatear por las tejas hacia abajo, mientras ese pico malvado bajaba
detrás, rompiendo en dos cada teja que golpeaba.
La cola de la criatura se partió y resbaló por las tejas, lanzando una cascada y
deslizándose hacia el borde del tejado, conmigo acompañándola en el viaje.
Buscando un asidero, cualquier cosa que parara mi caída, mi mano encontró el
canalón. Ya desbordado por lo excesivo de la inundación, se separó del tejado y me
dejó balanceándome sobre el patio justo encima del mago.
Estaba bien ver que estaba teniendo suerte.

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Una corriente de agua sucia fluyó de la tubería directamente hasta el mago,
dejándole ciego temporalmente. Me solté de la tubería y caí al suelo, lo bastante cerca
del hombre para ponerle mis brazos alrededor de la cintura. Una sombra oscura cayó
sobre el patio mientras el líder extendía sus enormes alas de piel; luego se puso
encima de nosotros, su peso y su impulso hicieron que nos estrelláramos contra el
suelo. Esperé hasta que oí el chillido del mago cuando las garras se cerraron sobre él,
luego gateé para salir de allí debajo y eché a correr hacia la entrada.

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22

La pesada puerta frontal de madera tenía las bisagras sueltas, dejando entrar un poco
de luz, pero no vi a nadie. Había cuerpos tirados por todos lados, pero un rápido
reconocimiento me dijo que ninguno era ni Radu ni Louis-Cesare. Los sonidos de una
lucha de espadas se oían en la distancia.
Mi pie resbaló con algo, con alguien, pero mantuve el equilibrio y seguí los
sonidos del metal contra el metal. La mesa de roble larga y pulida en el comedor tenía
huellas de botas con barro, pero también estaba vacía. Detrás de mí escuché el sonido
de las garras en los adoquines y me di la vuelta justo a tiempo para ver la cabeza del
líder metiéndose por la puerta. No creía que pudiera pasar su cuerpo por el arco
estrecho, pero no tenía ninguna intención de esperar y averiguarlo.
Más allá del salón había una biblioteca, con ventanas altas en una pared y una
colección desde el suelo hasta el techo de libros en las otras. Extrañamente parecía
que no la habían tocado, el único daño que había era un jarrón de flores que se había
caído de una mesa pequeña. Lo rodeé y pasé a la siguiente habitación, que reconocí
inmediatamente: la antesala pequeña que conducía a las bodegas de vino.
¡Mierda!
Miré las escaleras. Se abrían hacia mí como una boca. La verdad es que odio las
escaleras oscuras y éstas no tenían nada de luz. Recordaba que habíamos cenado con
luz de candelabros; a lo mejor Radu nunca había tenido electricidad aquí abajo.
¡Fantástico, joder, de puta madre!
Un golpe detrás de mí hizo que me diera la vuelta a tiempo para ver un cuerpo
enorme sobre la mesa de la biblioteca, como el de un pájaro que aplastó el jarrón que
se había caído haciéndolo añicos. Vale, había cosas que odiaba más que la oscuridad,
como las cosas que merodeaban dentro. Prácticamente salté las escaleras y cerré la
puerta de un portazo detrás de mí.
La piedra estaba fría debajo de mis pies heridos, y la oscuridad casi total se
cerraba a mi alrededor, hundiéndose hasta mis huesos. No pude ver nada mientras
mis ojos se acostumbraban a la oscuridad, pero las escaleras estaban uniformemente
espaciadas y llevaban sólo a un sitio: a la pequeña sala para probar el vino donde
habíamos cenado. Aquí ardían unas pocas lámparas de aceite iluminando a los únicos
ocupantes de la sala: los cientos de botellas que había a los lados, muchas de ellas
rotas, esparciendo la cosecha de Radu por encima de las piedras hasta que sólo con
verla no hubiera sabido decir si era vino o sangre. Salté a lo alto de la mesa para
llegar a la otra parte sin herirme los pies. Detrás de mí, la puerta en lo alto de las
escaleras se abrió con el sonido característico de la madera astillada. Rápidamente me

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dirigí hacia el sonido de la lucha, que ahora era lo bastante alto como para que
supiera que tenía que estar cerca.
Sólo había una puerta en la habitación, aparte de la otra por la que acababa de
entrar. La tomé y encontré un pasillo de piedra cubierto de barriles. Supuse que
conducía a la bodega de vino, que era la puerta siguiente. La única luz provenía de
una puerta lejana al final, que estaba abierta de par en par y del leve resplandor detrás
de mí. A medio camino, Caedmon, aún con la cara de Mircea, luchaba contra Drac.
Caminé hacia delante tan aliviada que casi me mareé, y me caí encima de algo. O
para ser más concretos, encima de alguien. Unos ojos turquesa vívidos coincidieron
con los míos y respiré el olor débil de sal y ozono.
—Radu.
—Dorina…
Un susurro de unas alas me recordó lo que estaba detrás de mí. Cogí a Radu y
giré hacia un lado, poniendo un barril grande entre la puerta y nosotros. Estaba
bastante segura de que el líder no podría romper paredes de piedra sólida, pero podría
ser capaz de escurrirse por la abertura.
—Un arma —siseé, buscando por el cuerpo de Radu. La única cosa con la que me
encontré fue sangre, y el calor que destilaba me decía que, al menos, algo de ella era
suya—. ¿No tienes nada? —pregunté mirando por encima del barril. El híbrido
parecía que estaba atrapado en el pasillo, pero no podía asegurarlo. El pasillo que
estaba en lo alto de las escaleras no era más ancho y había pasado. Y había habido
bastante inteligencia en aquellos ojos verdes amarillentos para pensar en la manera de
atraerme y alejarme de la protección del barril.
Un cuchillo se deslizó en mis manos. Era mucho más corto de lo que me habría
gustado, pero era mejor que nada.
—Quédate aquí —dije—. Esto puede durar unos minutos.
El líder chilló cuando yo salí, lo bastante alto como para que resonara en la piedra
con un eco ensordecedor. Ignoré el teatro y me lancé al pasillo. Estaba claro: Drac y
Caedmon tenían que haber llevado la lucha hasta la bodega.
Tan pronto como estuve en campo abierto, la criatura se soltó de la puerta y se
dirigió hacia mí en un torbellino de garras y alas. Sentí una línea de fuego golpear mi
brazo desde ese malvado pico de ave; luego la cola me agarró por la tripa y me
golpeó contra la pared de piedra, haciendo que todos los huesos de mi cuerpo
crujieran. Antes de que me pudiera mover, la criatura estaba sobre mí, y un sonido
feo y bajo de placer feroz hizo eco alrededor de nosotros. Le clavé el cuchillo, casi a
ciegas, y por pura suerte, entró. Una lluvia oscura me salpicó la cara, caliente como la
sangre y resbaladiza como aceite de motor y me aparté.
Mientras la forma imposiblemente grácil volaba hacia arriba, me di cuenta de que
no se me había quitado completamente el efecto del maldito vino de los duendes. En
un momento de desorientación repugnante, sentí el roce de un hambre ajena a mí.

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Podía escucharlos en mi mente, pensamientos medio humanos a través de una niebla
de furia.

Desgarra, perfora, mata. La sangre caliente rociada, los dientes cerrándose


sobre algo débil y suave… desgarrando el bajo vientre, donde el sabor más
resbaladizo y grueso reside… entrañas circulares violetas y sacos húmedos
de carne, tan dulces…

Aparté esos pensamientos de mí, jadeando, y me di cuenta de que le había


perdido la pista a la maldita cosa. Negro, el color de la criatura se mezclaba bien con
las sombras, y el sonido apagado de sus garras en el techo de piedra parecía hacer eco
desde todas las direcciones a la vez. No podía ver nada, pero los pelos en la parte de
atrás de mi nuca comenzaron a ponérseme de punta. Lo aprendí hace mucho tiempo:
nunca discutas contra tu instinto. Salté repentinamente detrás de un barril casi en el
mismo momento en el que la criatura salió de la oscuridad. Se estrelló contra el barril,
pero no me dio. El borgoña fluía por el suelo, brillando tenuemente a la débil luz y
enviando el olor acre del vino por todas partes. Durante un segundo, la criatura
estuvo atrapada, su pico estaba hundido en la madera, sus grandes garras forcejeaban.
Luego, el barril se partió en dos y yo salté detrás del siguiente que había en la hilera.
Mantuve mis ojos en la criatura hasta que lloraron, temiendo pestañear por si se
movía. Se hundió en el suelo, doblándose sobre sí misma con la flexibilidad de un
gato. Se movió furtivamente un paso hacia delante, mientras yo me ocupaba de coger
fuerza debajo del barril que me protegía. La silueta enorme y oscura se acercó más,
tapando la poca luz que había. Sabía que sólo tendría una oportunidad: era demasiado
lista para caer dos veces, así que me tomé mi tiempo. Puse mi brazo contra la pared y
mis pies sobre el barril, ignorando la manera en la que los músculos de mis caderas
protestaban por esa profunda flexión. Cuando ya no pude ver nada más que oscuridad
enfrente de mí, empujé con toda la fuerza que tenía.
El barril salió volando y chocó contra la criatura y la arrojó contra la pared de
piedra inquebrantable al otro lado. Escuché el crujido de sus huesos, luego silencio,
pero no confiaba. Dando vueltas con cuidado, volví a entrar en la sala de cata y cogí
el candelabro más grande. Me lo llevé conmigo y regresé a la otra habitación; lo puse
en la parte de arriba del barril, intentando ver la cabeza de la cosa. Tenía la intención
de atravesarle con el cuchillo al menos uno de aquellos ojos perturbadores.
Entonces, dio la sensación de que el tiempo se detenía cuando miré la hoja
sangrienta, brillando fuerte con la luz del candelabro reflejado. Era el cuchillo de mi
sueño, con el blasón de la familia medio oculto por la sangre. Qué apropiado, pensé,
y mi cabeza empezó a dar vueltas. Pero antes de que pudiera razonarlo, Radu gritó mi
nombre. Volví gateando hasta donde él yacía en medio de un charco de su mejor
reserva. Sentí su mano dura como el acero cerrándose en torno a mi muñeca.

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—Jonathan lo tiene —jadeó. Su voz sonaba rara—. El maldito mago me golpeó
con algo… Creo que piensa que estoy muerto.
—Parece que casi tiene razón. —Me di cuenta de por qué su voz era tan extraña.
El pecho de Radu había desaparecido prácticamente, el tejido fino y blanco de rayas
rojas de sus pulmones era claramente visible a través de sus costillas destrozadas. No
había sitio para que el sonido resonara.
Me sonrió débilmente.
—No creas. Soy difícil de matar.
—Radu…
Me agarró la mano, fuerte.
—Nunca he tenido ningún honor, Dory. He sido furtivo, solapado y
absolutamente innoble durante toda mi vida. Igual que padre lo fue. —Un temblor de
risa enloquecida le salió de la garganta, junto con un montón de sangre—. Yo sólo…
hice una cosa bien. Una cosa… no dejes que ese cabrón se lo lleve.
Antes de que pudiera contestar, el aire se estremeció y se desvaneció, destruido
por un chillido sin sonido. En algún sitio cercano, el poder se había liberado, mucho
poder. Corrí.
La bodega de vino estaba equipada con bombillas desnudas, pero en ese momento
estaban fuera de uso. En su lugar había unos cuantos candelabros alumbrando por
aquí y por allá, parecía casi un brillo sobrenatural mientras yo volaba fuera, al pasillo
oscuro. El lugar era más grande de lo que había esperado, en dos niveles; la planta de
abajo abrigaba las tinas de acero inoxidable que se utilizaban para la fermentación.
Revestían las paredes como centinelas regordetes, sus superficies brillantes reflejaban
mi propia cara múltiples veces. En la parte de arriba de las escaleras de madera había
una pasarela que llevaba al resto del edificio. En ese momento estaba lleno de caras:
Caedmon, Drac y Olga estaban mirando hacia abajo; no me miraban a mí, sino al
cuerpo estrujado en el centro del suelo. Un mago estaba tirado en un montón
contorsionado, como una muñeca lanzada por una niña de dos años. No necesité
comprobar si estaba muerto. Por desgracia, no era Jonathan.
Drac se recuperó primero y se abalanzó sobre Caedmon, que esquivó el golpe, su
espada retrocedió en el espacio como un rayo. Incluso en los límites estrechos de la
pasarela, su forma de luchar era perfecta, un flujo suave de músculo y nervio, cada
movimiento era exquisito. El estilo de Drac no tenía nada que ver con algo bonito,
pero parecía eficaz. Caedmon estaba sangrando por varias partes, mientras que Drac
sangraba sólo de un brazo. Una lástima que no fuera el brazo que sostenía la espada.
Mi cerebro estaba tan centrado en lo que estaba pasando delante de mí, que no me
di cuenta del susurro débil de alas detrás, hasta que la habitación de repente se llenó
con el aullido discordante y la furia del líder. Vino hacia mí desde la oscuridad,
arrastrando un ala inútil, pero no la necesitaba en este espacio limitado. Salté hacia
atrás, lejos de aquellas garras mordaces, y luego los vi, Louis-Cesare, Jonathan y
algún sirviente en el suelo cerca de una de las tinas gigantes.

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Casi en el mismo momento, Jonathan miró hacia arriba, seguramente por el
sonido del líder golpeando ruidosamente la tina que había a mi lado, y nuestros ojos
se encontraron. Él se acuclilló sobre el cuerpo inmóvil del vampiro de manera
protectora, como un predador sobre su última matanza. Antes de que me pudiera
mover, sacó un cuchillo de su bota y le dio una cuchillada profunda al cuello de
Louis-Cesare.
Un siseo de pánico abarrotó los pensamientos racionales de mi cabeza durante un
momento de sobrecogimiento, mientras la sangre fluía por el pálido torso delante de
mí. Pero un pensamiento se volvió lo bastante claro: me había retado. No podía ver si
Louis-Cesare aún estaba vivo: todo lo que sabía era que no se estaba moviendo y eso
era más que suficiente. Acepté el reto.
Mientras caminaba hacia delante, Jonathan estiró una mano, dejando una estela de
fuego fatuo a su paso y algo explotó a mi alrededor en una ola de sonido rojo. El
poder me envolvió, haciendo que me cayera, y convirtió la habitación en algo caliente
y vívido de color escarlata, hasta que me ahogué en el sabor de la sangre que había en
ella. Intenté reforzar mis protecciones, pero no podía sentirlas. No podía sentir nada
excepto el choque de aquellas olas por todo mi cuerpo. De alguna manera, había
acabado boca arriba. Observé como Jonathan comenzaba a arrastrar a Louis-Cesare
hacia las escaleras de madera que conducían a las zonas superiores de la bodega,
mientras me palpitaban las orejas y luchaba por respirar.
—¡Dorina! ¡Detrás de ti! —El grito provenía de la lucha de la parte de arriba; la
voz de Mircea. Aún estaba tan desorientada que me llevó un momento darme cuenta
de lo que decía. La criatura se había recuperado de su paseo salvaje por la tina y
comenzó a acecharme con una intención tranquila y mortal. Podía ver como se hacía
más grande, un armatoste enorme reflejado en la tina más cercana, inclinándose hacia
mí por el suelo. Pero no había nada que pudiera hacer para evitarlo.
Jonathan me había golpeado con una esfera desorientadora. Ya las había visto
antes, pero nunca había sido capaz de permitirme una. Aparentemente, el mago tenía
una cuenta bancaria con más dinero que yo. Yo podía conseguir el tipo normal en
cuestión de minutos, pero esta versión era un arma de tiempo de guerra, utilizada para
acabar con grupos de magos a la vez. No tenía ni idea de cuánto duraría el efecto, y
no parecía que fuera a vivir lo bastante como para averiguarlo.
Sobre mí, las hojas de las espadas chocaban ruidosamente, tan fuerte como para
que echaran chispas y Caedmon se derrumbó primero. Drac lo echó hacia atrás
utilizando la fuerza, golpeando con golpes de martillo que Caedmon recibía, pero que
no tenía la fuerza de devolver. Era demasiado para la bravuconería del duende sobre
su capacidad en el duelo. Luché por moverme, pero ni siquiera conseguí ponerme
derecha. Sentí una presencia detrás de mí y me preparé para el ataque.
Nunca llegó. Olga lanzó algo por encima del balcón, y un manchón gris golpeó el
suelo con un balanceo elegante. Antes de que pudiera identificarlo, el pequeño
torbellino de aire estaba corriendo rápidamente por el suelo hacia mí, enredando y

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rompiendo colmillos inútiles, y se lanzó sobre mi cuerpo. Tardé una eternidad en
averiguar en qué dirección debía girar la cabeza para ver qué estaba pasando. Cuando
lo hice, vi lo que incluso un duende pequeño puede hacer cuando está realmente de
mal humor.
Los dedos largos y finos de Apestoso habían encontrado un asidero en el cuello
del líder, su pequeño cuerpo se salvó de ese maldito pico de ave por el simple hecho
de esconderse detrás de la misma cabeza de la criatura. Apestoso era poco más que
una protuberancia cubierta de pelo sobre la amplia superficie de la espalda como de
pellejo curtido, a salvo del pico y de las garras mientras lentamente ahogaba a la
criatura hasta la muerte. Era un plan fantástico, excepto porque el líder se dio cuenta
de que el juego se había terminado y decidió intentar llevarme con él. En lugar de
moverse hacia delante, en un intento vano de cruzar los últimos metros hacia mí, de
repente saltó hacia atrás, directamente hacia la tina enorme. Había abollado la cosa
antes, ahora la fuerza de su asalto final perforó el acero, dejando que saliera un río de
vino que se derramaba hacia fuera en una corriente de color carmín, amenazándome
con tumbarme.
Por fin, la locura que había esperado, pero que la presencia de Claire había
evitado, me inundó. Sólo que esta vez, no me derrumbó, no me hizo perder el
conocimiento. En quinientos años nunca había tenido la oportunidad de averiguar lo
que pasaba durante uno de mis ataques, aparte de examinar la matanza después de
ellos. Ahora lo sabría.
La desorientación no desapareció, pero el animal que vive en mis venas no estaba
nada afectado por ella. No logré ponerme en pie, pero no necesitaba estar de pie. Las
manos y las rodillas lograron sacar mi cabeza por encima del vino y me impulsaron
en un gateo ebrio a dirigirme hacia las escaleras. Vi en otra tina a una criatura de
aspecto terrible, con el pelo todo enredado, con los colmillos brillantes y
completamente loca, con los ojos ámbar mirando fijamente desde una cara veteada de
negro. Esperaba ser yo, porque la verdad es que si no era así, no quería luchar contra
ella.
El movimiento empeoró la desorientación, mientras mis confusos oídos internos
intentaban seguir la pista de un nuevo impulso sensorial, cuando aún no habían
reconocido el antiguo. Los colores, las formas y los sonidos corrían juntos a mi
alrededor. Los ignoré y me centré en Jonathan, que casi había llegado a lo más alto de
las escaleras con su presa.
Sabía que alcanzaría la escalera de abajo cuando palpara la madera vieja con mis
manos. Me arrastré por ella cuando la sentí. Jonathan estaba intentando levantar el
peso muerto de Louis-Cesare cuando tuvo que evitar un ataque de Olga, que se había
colocado enfrente de la puerta que daba hacia fuera. Él no me vio, pero el mago que
lo estaba ayudando sí, y le entró el pánico. En lugar de lanzar un hechizo, que podría
haber funcionado, agarró la lámpara más cercana. La lámpara de aceite formó un arco

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por el aire, directo a mi ropa empapada de vino. La cogí al vuelo y se la devolví
inmediatamente.
Golpeó al mago, pero rebotó en su pecho y se hizo pedazos en las tablillas
pesadas de madera de la pasarela, el aceite se extendió rápidamente por el suelo
cubierto de vino, se prendió fuego y en unos pocos segundos el círculo de tablas era
un anillo salido del infierno. El mago se fue hacia atrás, bateando las lenguas de
llama que habían aterrizado en su camiseta y en sus pantalones, las suelas de sus
botas ardían y estaba comenzando a chamuscarse. Tropezó con Olga, que lo volcó
sobre el balcón con un movimiento vago de una mano enorme. Hubo un sonido
repentino y el suelo empapado en vino comenzó a prenderse.
Vi a Apestoso, escalando el lateral de la tina como un mono pequeño, por delante
de las llamas. Saltó de la parte de arriba de la tina hasta la pasarela y se giró y me
miró fijamente, como si me quisiera preguntar por qué me había llevado tanto tiempo.
Mis piernas eran como de goma, pero pude avanzar utilizando los brazos,
raspándome las palmas de las manos mientras me arrastraba lentamente hacia arriba.
Caedmon había sido conducido casi hasta donde se encontraba Olga, y su forma
perfecta estaba comenzando a cojear. Sus ojos se mantenían perdidos en la pasarela
en llamas, y el fuego que estaba rápidamente extendiéndose hasta donde él estaba.
Drac, sin embargo, parecía brillar envuelto en poder. Sus golpes de espada parecían
no requerir ningún esfuerzo, e ignoraba el suelo caliente y humeante debajo de sus
pies como si no hubiera ninguna amenaza.
Los dos alcanzaron a Olga al mismo tiempo que yo llegué a las escaleras.
Caedmon dio un paso en falso y se cayó de rodillas, Drac se lanzó hacia delante para
matarlo y la mano de Olga salió disparada, con la palma hacia delante, como si
pensara que simplemente podía empujarlo hacia atrás. Drac la miró, su expresión
decía tan claro como las palabras que estaba considerando la mejor manera de
cortarle el cuello a Olga. Habría chillado si hubiera tenido voz; no importaba lo fuerte
que estaba acostumbrada a sentirse, pero no había duda de que Drac era más fuerte.
Pero luego vi que había algo en la mano de Olga.
Estalló en el instante que tocó a Drac y en unos segundos era tan brillante que
podía verlo a través de la piel de su mano, como la luz del sol a través de alas de
mariposas. Drac dejó caer su espada y se quedó mirando fijamente su pecho. Levantó
la vista y miró a Mircea, y durante un segundo había algo en sus ojos, algo que
parecía casi como un triunfo. La cabeza le empezó a temblar y el temblor le llegó a
los pies, cogiendo fuerza como un puño a punto de impactar. Y después explotó desde
el interior, esparciendo sangre y trozos de carne por doquier.
Algo cayó en la pasarela y rodó, tambaleándose por las escaleras abajo, punzante
y desafilado al mismo tiempo. Me dio en el pie antes de desaparecer en las llamas que
había debajo, sólo un trozo pequeño de piedra, gris y poco atractivo. Levanté la vista
y miré a Olga, que estaba completamente conmocionada e impresionada. Debería
haberlo recordado: ella había estado casada con uno de los peces gordos del comercio

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de armas ilegales, y estaba claro que se había traído unas cuantas sorpresas malvadas
con ella.
—Me ganaste. —Parecía como si la señora Manoli y su lápida maldita hubieran
demandado una última víctima. Teniendo en cuenta el número de mujeres que Drac
había asesinado en su época, creía que ella lo habría aprobado. Olga simplemente se
encogió de hombros—. ¿Has visto a Jonathan?
—No. —Miró por encima del pasamano, despreocupada—. No se ha ido, quizá se
haya caído.
No lo creía. Con un impuso final, me arrastré hasta el descansillo. Las tablas
estaban incómodamente calientes debajo de mis manos mientras estaba a gatas
durante un momento, jadeando fuerte. Apestoso corrió por la barandilla humeante,
sus largos dedos de los pies se aferraban a la madera igual de seguros que sus manos,
hasta que llegó hasta donde yo estaba. Saltó encima de mí, cotorreando en un idioma
desconocido o quizá fuera el equivalente duende de los balbuceos de un bebé. Me
cogió la mano y comenzó a tirar de mí hacia la puerta y entendí lo que quería decir,
pero la cabeza me daba vueltas y aún no confiaba mucho en mis piernas.
Levanté una mano que temblaba.
—Dame un minuto.
Olga agarró a Apestoso por el cogote y sacó a Caedmon, que estaba inclinado
totalmente exhausto contra la pared, rodeado por un anillo de tablas en llamas. No
estaba en ningún peligro real que pudiera ver, pero por alguna razón estaba mirando
fijamente el fuego con tanto terror como lo haría un vampiro. Lo metió debajo de un
brazo robusto y los llevó a él y a Apestoso hasta la parte de fuera llena de luz de la
bodega.
Me senté en la pasarela humeante y esperé. Olga había estado entre el mago y la
puerta; no había ningún modo de que él hubiera pasado al lado de ella sin que se diera
cuenta, especialmente con Louis-Cesare en brazos. Lo que significaba que aún
estaban allí.
Mis ojos examinaron el círculo de madera, pero no vieron nada. No era
demasiado sorprendente, los hechizos de recubrimiento eran claramente normales,
pero sólo aguantaban hasta que te movías. A menos que planeara suicidarse, Jonathan
tenía que moverse y tenía que hacerlo pronto, antes de que la pasarela en llamas se
derrumbara completamente. Y cuando lo hiciera, estaría muerto.
Tan pronto lo pensé, una niebla se formó enfrente de mi nariz, gruesa como el
algodón, y me dejó cara a cara con un mar sin rasgos sobresalientes, gris. Podía
escuchar cánticos cerca, resonando de un modo extraño en las paredes, pero no pude
localizarlos con precisión. El poder palpitaba en el aire con una fuerza peligrosa,
golpeándome la sien como un dolor de cabeza que hizo que me resonaran los oídos.
Jonathan podía estar loco, pero no había duda de que era fuerte.
Pero aún quedaba una salida y yo estaba sentada justo enfrente de ella.

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23

—¡Louis-Cesare! —grité tan alto como pude, pero la pared que parecía ondear en la
niebla me devolvió el grito.
Si estaba escuchando, no había señal de ello. Pero alguien más lo hizo. Como a
través de un micrófono malo, aguda y demasiado alta, la voz de Jonathan se escuchó
de repente por todos los sitios.
—Tus amigos duendes están afuera, dhampir. No, no, yo no puedo ir por ahí. —
Se rió nerviosamente como si estar atrapado en un edificio que se quemaba a su
alrededor fuera gracioso.
El miedo sustituyó a la furia detrás de mis costillas. Había salido de muchas
situaciones difíciles gracias a mi palabrería, pero nadie puede razonar con un hombre
loco. Especialmente un hombre que estaba completamente loco. Aunque tampoco
tenía muchas más opciones.
—¡Jonathan! Dame al vampiro y podremos hablar.
Más risas nerviosas hicieron eco por todos sitios, como si las paredes se
estuvieran riendo. Jonathan tenía el poder y era probable que hiciera cualquier cosa.
Tenía que cogerle antes de que decidiera que podía volar, o algo igualmente loco, y se
llevara a Louis-Cesare con él en su aventura. Flexioné los músculos, sintiendo
pequeños pinchazos de dolor en mis piernas cuando la sensación volvió. Marcas de
quemaduras pequeñas, la mayoría de la ceniza que flotaba, acribillaban mis
pantalones, pero no había ningún daño grave. Siempre y cuando no me diese de
bruces contra otro hechizo, parecía que iba a estar bien. Cómo estaba aguantando
Louis-Cesare, ésa era otra pregunta. Si estaba inconsciente, ni siquiera podría golpear
las partículas que volaban. Un poco de ceniza sería suficiente para acabar con él.
No podía esperar a Jonathan fuera. Olga apareció en la entrada, mirándome
desconcertada. Seguramente preguntándose si yo tenía algún deseo de morir, para
estar sentada en medio del infierno.
—Jonathan está aquí —le dije—. Tiene a Louis-Cesare. Si pasa por aquí…
—Lo mataré.
Asentí con la cabeza. Podría ser que Jonathan aún tuviera algún as en la manga,
pero también lo tenía Olga. Y su magia sería mucho menos eficaz sobre un trol que
sobre alguien de nuestro mundo.
Me levanté arrastrándome, utilizando la pared como apoyo. Me balanceaba como
un árbol en un huracán, pero mis piernas aguantaban. Miré a través de la niebla,
resentida. Las únicas ventajas reales que tengo, aparte de que me curo más rápido que
un humano, son los sentidos mejorados. Eso es todo. He oído hablar de otros como

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yo que han desarrollado habilidades adicionales con la edad, pero yo no estoy entre
ellos. Es la razón principal por la que odio la oscuridad, o algo que me prive de
cualquiera de mis sentidos. Se lleva una de las pocas armas que tengo en mi limitado
arsenal.
¡Qué demonios! Siempre hay una última vez para todo. Tomé aliento y me moví
con cautela hacia delante.
El antinatural manto gris casi cortó inmediatamente el sonido y la luz, como si se
hubiera cerrado una puerta detrás de mí. Extraños centelleos de llamas salían en
ocasiones desde abajo a través de la niebla, como la versión infernal de la aurora
boreal, pero no eran lo bastante brillantes para que pudiera ver. Mis ojos no me
servían para nada, así que los cerré. Me concentré en sentir, alejándome de la
corriente de aire ligeramente más frío que se colaba desde el exterior.
El humo se mezclaba con la niebla, acre y ácido, haciendo que me fuera difícil
respirar. Conté los escalones, intentando ignorar la apariencia frágil de las tablas
debajo de mis pies. Pasé lo que supuse que era un cuarto de la distancia, una tercera
parte… no había llegado casi al punto medio cuando algo se movió por el aire que
estaba utilizando como guía, alterándolo. Di una cuchillada, pero lo único que
encontré fue aire. Luego una oleada de fuego entró en erupción detrás de mí,
convirtiendo las tablas que acababa de cruzar en cosas quemadas y finas como el
papel, y se derrumbaron en una cascada de partículas.
Apartándome del peligroso borde, tropecé con algo en el suelo. Bajé la vista y vi
la silueta de un hombre, rodeada de centelleos débiles que parecían electricidad.
Lanzaban una luz etérea sobre su cara, cuando los ojos índigos fieros como la
tormenta más salvaje, coincidieron con los míos. Louis-Cesare.
La habitación empezó a tambalearse. El repentino palpitar de mi corazón estaba
haciendo que me mareara. Me caí de rodillas, y le acaricié la mejilla con la mano
ensangrentada antes de bajarla, curvándola sobre la piel de su garganta, entera, suave
y caliente. No lo entendía, pero no iba a cuestionar el destino.
—Creí que te había dicho que te pusieras unos pantalones —le dije, y mi garganta
me amenazó con cerrarse al decir esas palabras.
El dolor se reflejó en toda su cara y en las líneas de su cuerpo, pero una sonrisa
débil se elevó por los extremos de la boca de Louis-Cesare. Pude detectar el pequeño
movimiento porque otra ola de llamas había explotado al otro lado de nosotros. Pude
ver la silueta de Jonathan recortada contra la ola durante un momento, a salvo, en la
parte de algún modo sólida, hasta que las tablillas a las que él acababa de prender
fuego se derrumbaron en el polvo de la oscuridad. La parte de la pasarela que nos
quedaba crujía y comenzó a desligarse de la pared, los fuertes tornillos habían
ayudado a mantenerla en el sitio puestos a prueba por la falta apoyo de las vigas a
cada lado.
—Jonathan no es un buen perdedor —dijo Louis-Cesare.

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Observé la sombra de un hombre pasando velozmente a lo largo de la pared
lejana, las llamas de abajo la reflejaban y la magnificaban a tamaño gigante.
—Yo tampoco.
Saqué el cuchillo de Radu de la bota y me lo puse en la mano. No era mi tamaño
preferido para lanzar, pero era pesado y sólido. Más que mi brazo, que se sentía de
forma alarmante como gelatina. Pero a esta distancia, era raro que fallara. Seguí a
Jonathan hasta que él se detuvo al ver a Olga en la entrada. Teniendo en cuenta su
peso, se mantenía bien alejada del debilitado camino elevado, prefiriendo equilibrarse
en el umbral de piedra. Pero su cuerpo casi tapaba completamente la apertura,
obstaculizando la retirada de Jonathan. Aproveché la oportunidad y lancé.
Un temblor recorrió la madera que había debajo de nosotros mientras se deslizaba
un par de centímetros más o menos. No fue realmente un movimiento muy fuerte y
debería habérmelo esperado. Pero toda mi atención había estado puesta en el mago.
Me sacudió el brazo justamente en el momento menos adecuado. Jonathan no me
había visto moverme, pero el cuchillo que vibraba y que sobresalía de la madera un
palmo más o menos enfrente de sus narices le llamó la atención. Los dos nos
quedamos mirándolo incrédulos, temblando en el lateral de una viga de apoyo. No
podía recordar la última vez que lo había lanzado de esa manera.
Jonathan se recuperó primero y se rió, sacando el cuchillo de la madera. Y yo me
di cuenta de que esencialmente había lanzado nuestra única arma. Louis-Cesare había
luchado para ponerse de rodillas, su cabeza se caía hacia delante, jadeando con
fuerza. Le cogí los hombros y volví a echarlo en el suelo.
—¡Quédate así! —siseé cuando el mago echó el brazo atrás. Sólo podía esperar
que su puntería fuera tan mala como la mía.
Nunca lo averigüé. Las tablas que había debajo de sus pies de repente se
desmoronaron. Se agarró desesperadamente a la barandilla, que milagrosamente
seguía en su sitio gracias a más tablas sólidas que había al otro lado, pero la madera
chamuscada se fragmentó con su peso, haciendo que perdiera el equilibrio. Sucedió
muy deprisa, ni siquiera lo escuché chillar.
Un segundo más tarde, la habitación se destrozó. El mago no había hecho ningún
sonido, pero un aullido roto de angustia subió en espiral desde abajo como si sólo el
viento y el fuego lo hubieran formado. El poder que él había robado rebulló como un
caldero que rebosaba, desparramándose, llenando la habitación con un brillo plateado
frío que cortaba la niebla y el humo como un reflector, haciendo de menos la luz del
fuego. Tardé unos segundos en que mis ojos se adaptaran a la nueva luz, y cuando lo
hicieron, vi una serpiente de energía pura, rondando como una cobra grande y
brillante, preparada para atacar.
La miré fijamente, hipnotizada por más poder del que nunca hubiera visto
manifestado de una sola vez. Tuve una oportunidad para pensar: así que eso es lo que
hay dentro de un vampiro maestro, antes de que un martillo destructor de luz se
estrellara. Se hundió en mis huesos y sangró en una explosión caliente: el poder

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robado de Louis-Cesare, todo estaba volviendo adonde pertenecía. Y no esperó a que
yo me quitara de en medio primero.
Averigüé realmente rápido por qué era posible ser adicto al poder. Una lluvia
caliente y plateada caía sobre mí, dentro de mí, dándole energía a mi cuerpo cansado
con una ráfaga. De repente, pude sentirlo todo, todos mis sentidos estaban
hipercentrados, hiperatentos. El roce de un trozo de ceniza contra mi brazo fue como
una bofetada, el aire caliente que entraba deprisa en mis pulmones era fuego y a mi
alrededor, ondas de energía blanca azulada, se arqueaban sobre mi cuerpo.
Me caí de rodillas, intentando aguantar las sensaciones, abrazándome a la madera
áspera del suelo. No fue buena idea. Debajo de mis manos, las viejas tablillas
volvieron a la vida. Me estaba hundiendo en ellas, capaz de sentir durante un
momento lo que era ser un árbol. Sólo que con mi suerte habitual, estaba echada
sobre una parte que había sido golpeada por un rayo antes de que se cortara. Y lo
sentí, supe el modo en el que se había esparcido como fuego líquido a través del
árbol, chamuscando el tejido vivo y convirtiéndolo en cenizas muertas y calcinadas…
Louis-Cesare puso mi cuerpo tembloroso contra su pecho: un brazo alrededor de
mi cintura y el otro en mi pelo, metiendo mi cabeza de manera protectora debajo de
su barbilla. No me ayudó. Junto con la niebla de poder retorcido e hirviente vinieron
recuerdos. Ni siquiera pude empezar a comprender todas las imágenes que pasaban
rápidamente por mi mente. A diferencia de la impresión abrasadora del árbol, esto
eran siglos de amor y odio, triunfo y derrota, sueños cumplidos y esperanzas
fracasadas y, más allá de todo lo demás, el sentimiento de estar afligida, abandonada,
sola. O quizá aquéllos sólo eran los recuerdos que tenían más sentido para mí, los que
mi mente podía procesar más fácilmente. La tormenta de energía arrasó a nuestro
alrededor, pero ya apenas podía ver. Las imágenes vividas pasaban por delante de mis
ojos, las escenas capturadas una vez por otros ojos: luego el mundo fluyó y todo se
volvió brillante.

Un niño pequeño con rizos dorados se tambaleaba sobre unas piernas poco
firmes hacia una mujer vestida con opulencia en satén bordado. Lo cogió
con una risa alegre. «Mi pequeño César. Algún día, ¡tú superarás a tu
tocayo!». Otras imágenes en la corriente que se movía deprisa mostraban
al niño escuchando, día tras día, el sonido de las pezuñas de los caballos en
una senda de tierra que anunciaría su visita. Una visita que nunca llegó de
una madre que había olvidado prudentemente que él existía. Porque él no
había cumplido la profecía, él no había gobernado, en lugar de eso, era
prisionero de un hermano que él nunca había conocido.
Una nueva escena, unos ojos de color turquesa en la oscuridad, una
respiración jadeante que obligaba a entrar el aire en los pulmones que no
habían sido usados en días. Una mano pálida y elegante en su frente,
caliente en comparación con el frío que sentía, apartándole suavemente los

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rizos castaño rojizos que le caían sobre los ojos. La lenta comprensión de
su nuevo estado, la incredulidad dando paso a una esperanza de pertenecer
a algo, de aceptación, de encontrar en la muerte lo que lo había eludido en
la vida. Todo para descubrir que su nuevo padre no lo quería más que él
antiguo. Recuerdos de seguirle la pista por todo el continente, de
encontrarlo repetidas veces, tan sólo para ver como se iba una y otra vez.

Me aparté de Louis-Cesare, esperando que la pérdida de contacto también


detuviera la corriente de recuerdos. Pero parecía que no era así. El cuerpo pálido aún
seguía recortado contra el fuego, pero el poder se estaba desvaneciendo deprisa,
retrocediendo y entrando en él, volviendo a ser parte de él de nuevo. No obstante, los
recuerdos no se fueron con el poder. Me empapaban la piel, saturaban mi mente,
dirigiéndose amenazadoramente hacia mí con el peso de los siglos.
La madera tembló debajo de nosotros, el poder que se había derramado sobre mí
también hacía temblar la pasarela sobrecargada. Tuve una sacudida de vértigo que me
mareó mientras nos deslizábamos a los lados, hacia el foso infernal en lo que se había
convertido la bodega. Pero parecía que no podía moverme, apenas podía respirar,
mientras los recuerdos de Louis-Cesare se mezclaban con los míos.

Otro siglo, unos ojos de color avellana centelleando, una aventura corta y
apasionante, para que al final se la llevaran de nuestro lado. Siguiendo su
pista en las calles de París, hasta una puerta vieja, tan podrida que parecía
tener una textura carnosa, que escondía dentro cosas mucho peores que la
putrefacción. Encontrar a Jonathan, un mago que ocultaba siglos de
astucia detrás de una cara juvenil. Había prolongado su vida buscando a
los que no estaban protegidos, robando el poder que fluía por sus venas.
Christine debería haber estado protegida de alguien como él, por el que le
dijo que la amaba y, sin embargo, había permitido que esto sucediera.
Hicimos un pacto, acordamos regresar, para convertirnos en víctima,
una vez más, por su bien. Nos la llevamos a un lugar seguro, pero sólo
supimos que el médico no podía salvarla, que habíamos llegado demasiado
tarde y habíamos fracasado otra vez. Tomar la decisión de transformarla
para salvarla, para ver el horror cuando ella se despertó y se dio cuenta de
lo que era. De lo que éramos. Nos llamó monstruos, malditos y malvados
antes de huir en la noche, abandonándonos.

Louis-Cesare me cogió cuando empecé a caerme por el borde. Tenía un brazo


agarrado al último apoyo de viga que aún estaba pegado a la pared y la otra mano me
estaba agarrando la muñeca. Pero el esfuerzo en su cara era evidente; él había perdido

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demasiada sangre para aguantar mucho tiempo. Intenté escalar por su cuerpo para
poder coger yo misma la viga, pero me golpeó otra ola de recuerdos.

Volver a Jonathan casi sentaba bien. A lo mejor los carceleros habían dicho
la verdad cuando nos susurraban al oído: eso era todo para lo que
valíamos. Lo habíamos creído, incluso cuando la agonía mordaz de una
hoja se clavaba en nuestra espalda haciendo que nuestra espina dorsal
vacilara. Habíamos mirado hacia abajo para ver una hoja resbaladiza con
sangre deslizándose de nuevo dentro de nuestro pecho, mientras una mano
se metía entre nuestros omóplatos, volviéndola a sacar. Observamos el arco
pulsante brillando en el aire, como un derrame de rubíes, hasta que el
mago cantó y se disolvió como el humo. Habíamos creído, porque noche
tras noche, la tortura continuaba. Y noche tras noche, nadie vino.
Hasta que una voz que provenía de la oscuridad, gritó con miedo. Hasta
que una figura solitaria estuvo sobre nosotros como un lobo protegiendo a
sus crías, gruñendo con una rabia y posesión que estaba cerca de lo
demoníaco, hasta que los magos corrieron. Hasta que Radu nos sacó de
allí, nos escondió mientras nos recuperábamos y luego volvió a dejarnos
una vez más.

—¡Dorina! —La voz de Louis-Cesare cortó la niebla y tragué una gran bocanada
de aire caliente. Me encontré con unos ojos llenos de dolor, pero no el suficiente. Ni
remotamente suficiente. Lo miré fijamente, atónita. El efecto del vino había pasado,
él no sabía lo que yo había visto—. ¡No puedo sujetarte!
Asentí con la cabeza, que me daba vueltas intentando luchar contra los efectos de
la esfera de desorientación y la distracción de los recuerdos. Mi cerebro seguía
mandando órdenes, pero mis miembros eran demasiado lentos para cumplirlas, y
parecía que mis ojos no se querían centrar. Y después, ya no importó. Con un sonido
como el disparo de un arma, la viga se separó de la pared y caímos a las llamas que
había debajo.
Golpeamos la parte de abajo con una fuerte sacudida y un choque. La parte
pequeña de la pasarela, de alguna manera, se mantenía unida, pero no servía de
mucho como protección. Se prendió fuego inmediatamente, convirtiéndose en un
cuadrado de llamas puntiagudas mientras el vino salía a borbotones por entre las
tablillas mojadas. Miré fijamente a mi alrededor, frenética, buscando un lugar en
cualquier sitio que no estuviera ya ardiendo. No vi ninguno. Luego Louis-Cesare me
agarró por la cintura y saltó, derecho hacia el medio del líquido en llamas.
—¿Estás loco? —Me ignoró, girándonos hacia el túnel a través de llamas que nos
llegaban a las rodillas. Me lamieron las piernas, calientes, brillantes y hambrientas,
pero por alguna razón, no sentí que quemaran. Estaba conmocionada, pensé distante,

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mientras Louis-Cesare daba un salto final que hizo que aterrizáramos los dos en el
pasillo oscuro, revestido de barriles, que conducía a la bodega de Radu.
Me sentó en el suelo, inclinándose contra la pared para apoyarse; su melena
desordenada le oscurecía la cara. Lo agarré, mis manos golpeaban las llamas que,
lentamente, me di cuenta que no existían. Tenía un aspecto lamentable, como si
hubiese sufrido diez tipos de tormentos mortales, pero por alguna razón, no estaba
ardiendo.
—¿Qué has hecho? —pregunté, deseando que mis piernas no se derrumbaran.
—Utilicé una cantidad enorme de poder para protegernos durante unos segundos
—dijo Louis-Cesare temblando—. Confío en que no volvamos a necesitarla. Me ha
dejado, de algún modo… débil.
—Pero vivo. —Aún no me lo podía creer.
Lentamente Louis-Cesare se incorporó algo, apoyándose contra el lateral de la
bodega de vinos.
—¿Qué? ¿Piensas que un pequeño mago iba a acabar conmigo? —Tragó saliva
—. Demonios, eso fue simplemente un calentamiento.
Lo miré fijamente. Una broma. Louis-Cesare había hecho una broma. Ese
pensamiento hizo que me mareara.
Y luego los barriles comenzaron a explotar. Los que estaban más cerca del
infierno de la bodega se hicieron trizas con el sonido de una docena de cañones
disparándose, vertiendo vino y trozos afilados de madera a nuestro alrededor. Louis-
Cesare me empujó contra la pared, protegiéndome con su cuerpo hasta que le di con
la rodilla en la ingle.
—¡Madera! —le grité en su cara contrariada, tirando con fuerza de una astilla que
se había clavado en su hombro y pasándosela por delante de las narices. Cada vez que
uno de esos barriles explotaba, lanzaba el equivalente de unas cien estacas voladoras.
El sótano se había convertido en la peor pesadilla de un vampiro y a mí tampoco
me gustaba mucho. Si no salíamos pronto de allí, moriríamos. Louis-Cesare tuvo que
haberse imaginado lo mismo, porque quitó la tapa del barril más cercano, me cogió
por la cintura y corrió.
Golpes como de martillo sonaban contra el improvisado escudo mientras otra fila
de barriles explotaba detrás de nosotros; las llamas de un grupo de barriles prendían
fuego al siguiente. Extrañas sombras rojas, como dedos que saltaban, nos pisaban los
talones cuando volamos hacia la puerta del sótano. Examiné el suelo buscando a
Radu, pero no lo vi; parecía como si realmente fuera difícil matarlo. Como el resto de
la familia, pensé, mientras Louis-Cesare cerraba de un golpe la pesada puerta de roble
detrás de nosotros, justo cuando una descarga de explosiones la sacudió desde el otro
lado.
Nos quedamos de pie, jadeando y medio desvanecidos contra la madera
chamuscada, sabiendo que deberíamos alejarnos más del peligro, pero demasiado
agotados como para movernos. Me mareé mientras miraba lentamente a mi alrededor,

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buscando el siguiente reto, la siguiente amenaza. Todo lo que vi fueron dos ojos
indignados de color turquesa mirándome fijamente desde las escaleras oscuras.
—¡Dorina! ¿Qué le has hecho a mi vino?
Un rugido extraño comenzó a mi derecha. Torcí la cabeza y me detuve, mirando
fijamente. Mis ojos se toparon con el evento más extraño de un día muy extraño. La
última cosa que vi antes de desmayarme fue a Louis-Cesare. Estaba apoyado contra
la puerta, desnudo y lleno de sangre. Y se estaba riendo.

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24

Aún estábamos discutiendo sobre el asunto del vino dos días más tarde. Radu y yo
estábamos de camino al velatorio de Benny, organizado en su estrecha oficina, a
pesar de la multitud, porque el almacén aún tenía varios agujeros grandes. El resto de
los hechizos ocultos de Benny se habían sacrificado, para evitar que el gran número
de visitantes normales que llegaran a la parte de delante de la tienda causaran
demasiado asombro.
Observé un camión de correos bajando por la calle, que parecía claramente
inofensivo hasta que de repente torció a la izquierda y se metió por la entrada
principal. Me pregunté qué podría ser tan grande como para necesitar utilizar un
camión como camuflaje. Era mejor que escuchar a Radu llorar por tener que comprar
vino «y de una cosecha inferior, además» porque sus reservas estaban prácticamente
a cero.
Luego vi unos andares arrogantes y familiares bajando por la calle, con una capa
que se arremolinaba sobre sus botas. Unos pocos rayos de luz natural aún estaban
asomándose sobre el borde del horizonte de neón de Las Vegas, así que tenía la
capucha puesta, pero no importaba. Conocía el paso de Mircea tan bien como el mío.
Tuve un arranque rápido e irracional de pánico angustioso.
—Ni se te ocurra. —No me di cuenta de que me había alejado hasta que sentí a
Radu agarrarme del hombro.
—Supongo que salvar la vida de un hombre no sirve como solía para saldar las
deudas.
—No, cuando también haces estallar su sótano y destruyes su casa.
—Tuve algo de ayuda con la casa.
Radu resopló y me condujo hasta dentro de la oficina. Había un gigante
apretujado en una esquina, con una barba larga como humo hasta su pecho, que
supuse que había sido el que se camuflaba con el camión. Un par de docenas de
troles, unos pocos humanos, definitivamente cambiaformas, a juzgar por el alboroto
que estaban armando, y unos pocos demonios eran los asistentes que habían ido al
entierro y que se habían reunido hasta ahora. Le di el pésame a Olga, que se veía
regia vestida de satén y con velo, y se dirigía a la seguridad relativa de la pequeña
cocina.
Estaba abarrotada de comida, que no examiné muy de cerca, y los barriles de
cerveza estaban apilados hasta el techo. La botella de Radu parecía insignificante en
comparación, como algo que un trol se podría beber para rematar. Aun así, estaba
buscando un abridor cuando me quitaron la botella de las manos suavemente.

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—Te vas a perder el panegírico. —La voz ronca estaba llena de afecto.
Seguramente fuera fingido, pero aun así me llegó al corazón. Maldita sea. En silencio
le pasé una copa.
El panegírico acabó siendo una serie de historias, cada una más extravagante que
la anterior, en una rápida sucesión. Las historias y la cerveza duraron hasta la noche,
mientras se nos unía una corriente interminable de visitantes. Los niños venían con
sus padres, se quedaban dormidos en sus hombros, escuchaban hipnotizados con sus
cabezas en los regazos de sus madres. Se recordaba a Benny, se bebía, se le admiraba.
Cada negocio astuto era alabado, cada transacción sospechosa se celebraba brindis
tras brindis. Las lágrimas resplandecían en las mejillas incluso cuando las personas se
reían. No sabía si esto era normal para el reino de la Fantasía, o si, estando tan lejos
de su hogar, las personas simplemente se sentían más cercanas. Sea como fuere,
Benny recibió una buena despedida.
Mircea nos había encontrado un sitio en medio de una familia de troles y acabó
teniendo a una niña pequeña sobre su regazo. Parecía sentirse como en casa, como si
él cuidara a troles cada día. Las manos largas y delgadas tranquilizaban a la niña
inquieta con facilidad hasta que se quedó dormida con la cabeza sobre el hombro de
Mircea. Miré mi copa vacía y me levanté para llenarla.
—Supongo que no haremos uno de éstos para Drac —dije unos minutos más
tarde, vaciando mi tercera jarra de cerveza. Hacía tiempo que se había acabado el
vino de Radu y la cerveza de los duendes era la única bebida alcohólica que había por
allí en cantidades ilimitadas. Era muy fuerte, como el alcohol artesanal de
contrabando, pero a pesar de mi deseo contundente de emborracharme, no me estaba
haciendo efecto.
—Esto es para la familia —recriminó Mircea.
—Drac era tu hermano —señalé con sequedad.
Mircea le entregó a la niña que dormía a su madre, que le sonrió de manera tonta
tras una densa barba marrón. Me cogió de la mano y me llevó fuera, al jardín que
Olga cultivaba en el pequeño espacio entre los edificios. Tenía un columpio en el
porche, en una esquina, de cara a un patio de pizarra con unas pocas macetas con
vegetación. Había bastante luz que se colaba por las tablillas de las persianas de la
oficina para rayar el patio de color naranja y ocre oscuro, mientras la luna llena en la
acera hacía que todo lo demás fuera plateado.
—Él no era un hermano —dijo Mircea—. Era una enfermedad, una que la familia
padeció durante siglos.
—¿Y por eso es por lo que lo mataste?
Mircea me miró, los ojos eran de color negro brillante en la oscuridad.
—Creía que tu amigo el duende era quien lo había hecho.
Solté una carcajada tan fuerte que me dolió la garganta.
—No lo intentes. Drac creció luchando contigo; de ninguna manera pudo haber
confundido el estilo de Caedmon con el tuyo.

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Debería haber visto las señales antes: Drac aceptando a Mircea sin preguntar,
Mircea llamándolo Vlad cuando Caedmon nunca había escuchado ese nombre, el
miedo al fuego que ningún duende habría tenido. Pero no había sido hasta que había
hablado con Caedmon cuando me lo imaginé. Ǽsubrand lo había atacado a medio
camino de la casa, intentando acabar lo que él había empezado y eliminando su
obstáculo principal para el trono. Caedmon se unió a la fiesta sólo después de que
toda la excitación se hubiera acabado, una vez que él y Heidar habían vencido al
bastardo.
—Louis-Cesare me pidió que le echara un ojo a tu misterioso duende —dijo
Mircea sin intentar negarlo—. Pensaba que Caedmon podría ser realmente Ǽsubrand
o Alarr, que traían la guerra a nuestro mundo. Y por el trabajo que hago para el
Senado, yo conocía a los dos.
—Eso no es lo que yo te he preguntado.
—No maté a Vlad, Dorina. La encantadora Olga lo hizo.
—Después de que tú lo llevaras hasta aquella posición. —Levantó una ceja y yo
fruncí el ceño. No tenía humor para juegos esta noche—. Nunca te he visto luchar de
esa manera tan mediocre —le dije sin rodeos—. Tú querías que muriera, pero no
querías hacerlo tú mismo. ¿Por qué?
—Porque eso era lo que él quería.
—No entiendo.
—Él quería morir en mis manos. Quería obligarme a que hiciera lo mismo de lo
que yo le había culpado y romper la familia otra vez. Le negué eso.
—¿Qué familia? —pregunté, mi voz era agria.
—Éramos una familia, Dorina, aunque disfuncional. Nos cubríamos las espaldas
los unos a los otros; matábamos los unos por los otros; salvábamos las vidas de los
otros una y otra vez. Y sí, algunas veces nos odiamos. Pero no nos traicionamos. No
nos atacamos. Sólo Vlad hizo eso.
—Radu lo atacó primero.
—No. —El aire entre nosotros de repente parecía tangible—. La familia ya estaba
rota antes de eso.
Tragué saliva, el miedo en mi garganta era tan denso que casi podía saborearlo.
Había solicitado verle, o bueno, en realidad se lo había exigido, pero ahora ya no
estaba segura de que hubiera sido tan buena idea. Quizá, si lo dejaba pasar, si me
negaba a admitir aquellos estúpidos sueños como algo importante, podría ignorarlo
todo un poco más.
Unos dedos fríos se cerraron en mi muñeca. La extraña iluminación lanzaba
sombras raras sobre Mircea, dándole un aspecto esbelto y elegante, pero también
austero y prohibitivo. Decidí que quería otra jarra.
—Dorina… estate muy segura.
—Tengo derecho a saberlo —dije automáticamente. Llevarle la contraria a
Mircea era tan normal que lo dije antes de que realmente hubiera decidido algo. Y

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luego ya era muy tarde.
—La dejé —comenzó simplemente, sin preámbulos—. Me aseguré de que
estuviera segura financieramente, pero me fui. No podía comenzar a comprender lo
que me había pasado; ¿cómo podía pedirle a ella que lo hiciera? No quería ver cómo
se alejaba cuando se diera cuenta de… en lo que me había convertido.
Ni siquiera intenté fingir que no lo estaba siguiendo.
—¿Y cuando volviste?
Reclinado en el columpio, Mircea parecía completamente en paz, aunque había
una tensión en su cuerpo que hablaba de energía controlada, como si estar tan
perfectamente tranquilo fuera una cuestión de deseo consciente.
—Cuando volví, encontré su pueblo quemado y a su gente muerta, por la peste, o
eso fue lo que me dijeron. No era improbable, esas cosas ya habían pasado antes. Y
sin embargo…
—No te lo creíste. —Mircea era un mentiroso. Era lo que él era, lo que siempre
había sido, mentir era una de sus tácticas esenciales para sobrevivir. Y cuando una
circunstancia que no se podía evitar le obligaba a decir la verdad, él contaba lo menos
de ella posible. Si alguien podía detectar una mentira en boca de otro, ése era él.
—No, no me lo creí.
De repente, ya no pude aguantar más. La presión subió por mi garganta hasta que
creí que me ahogaría con ella. Fuera lo que fuera, quería que terminara. Quería saber.
—¡Simplemente dímelo!
—Después de que me fuera, tu madre se dio cuenta de que estaba embarazada.
Tenía la intención de quedarse contigo, pero… cuando se supo tu condición…, fue
sometida a una gran presión por los lugareños supersticiosos para que te entregara.
Fue un acto del que se arrepintió inmediatamente, pero tú no estabas en un lugar fijo,
en una casa adonde fuera fácil volver a recuperarte. Los gitanos deambulaban, a
menudo incluso pasaban las fronteras y se iban a otros países. Te buscó durante años,
gastándose la mayor parte del dinero que le había dejado en la búsqueda, no para su
beneficio. Finalmente, desesperada, se fue a Tirgoviste.
—¿Por qué? —Ningún gitano con dos dedos de frente iba jamás allí. Drac los
había considerado sanguijuelas.
—Para suplicar a Vlad que la ayudara. —La voz de Mircea era ronca.
Lo miré fijamente, no estaba segura de que le hubiera oído bien.
—¿Fue donde Drac a buscar ayuda?
—Yo era su hermano, tú, su sobrina —dijo Mircea tranquilamente; sus ojos fríos
y sombríos—. Tenía razones para pensar que él sería receptivo.
Sacudí la cabeza incrédula y conmocionada. O ella no sabía nada acerca de ese
hombre o tuvo que haber sido criminalmente ingenua para pensar que podía aparecer
con una historia sobre su hermano que no estaba muerto y un bastardo medio
vampiro y esperar cualquier cosa, excepto… Me quedé helada.
—¿Qué pasó? —susurré, sabiendo cuál tenía que ser la respuesta.

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—Ordenó que la ejecutaran por contar mentiras infames. —La voz de Mircea era
helada como el invierno, pero lo que vi en sus ojos era un odio tan puro que quemaba
—. La dejó retorciéndose en una estaca durante días. Dijeron que murió gritando mi
nombre. Pero yo no estaba allí. No fui. —La mano que estaba apoyada de manera
indiferente sobre su rodilla se cerró en un puño. La miré con fijeza, incapaz de
respirar, de pronto—. Morir era un castigo ridículamente inadecuado por sus pecados.
Cerré los ojos, volviendo a ver ese cadáver congelado, el viento frío tiraba con
fuerza de sus miembros agarrotados, los ojos vidriosos, mirando fijamente. Estallidos
de un violeta sangriento ardieron intermitentemente detrás de mis párpados. Casi me
levanto de la silla, para hacer no sé qué. Ella estaba muerta; el monstruo que la mató
estaba muerto. No quedaba nada que hacer, ni siquiera una tumba que visitar. Nada.
Sentí una mano sobre mi brazo, echándome hacia atrás y yo seguí su dirección a
ciegas.
Después de un buen rato, Mircea continuó; su voz era tan calmada como si ese
momento de rabia incontrolada nunca hubiera sucedido.
—Cuando volví, Vlad se dio cuenta de que, después de todo, ella había dicho la
verdad y de que él había asesinado a mi amante. Estaba… preocupado… por si yo lo
averiguaba. En un intento de guardar su secreto, siguió a todos los que la habían
conocido y los mató.
Una claridad dolorosa se abrió paso en mi cabeza.
—¿A todos?
—Contrató a algunos hombres para encontrar a los gitanos que te habían
adoptado y para que los mataran después de poner droga en su vino —confirmó
Mircea—. Se suponía que te tenían que matar a ti también, pero eran demasiado
supersticiosos como para tocar a una dhampir, aunque tú aún estabas tan inconsciente
como todos los demás. Te dejaron donde estabas echada, suponiendo que te morirías
por el frío o de hambre, sin nadie que se ocupara de ti.
—¿Y cómo sabes tú esto?
—Porque tú me lo dijiste. Al menos me dijiste lo suficiente como para que yo
descifrara el resto.
—No me acuerdo de esa conversación.
Mircea ignoró la pregunta implícita y yo aún estaba demasiado conmocionada
para volverle a preguntar.
—Una vez que tu familia adoptiva estuvo muerta, decidiste seguir a la auténtica.
Llegaste a tiempo para recoger los residuos quemados del pueblo de tu madre.
—¿Él asesinó al pueblo entero por si acaso ella le había mencionado a alguien
algo sobre él?
—Él sabía lo que pasaría si yo averiguaba la verdad. Hizo circular un rumor de
que habían muerto por la peste y que él había quemado el pueblo como precaución
para que no se extendiera. Como te dije, no lo creí. A pesar de ser un mentiroso
patológico, Vlad era notablemente malo mintiendo.

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—Todos los demás lo creyeron.
—Todos los demás creyeron que era prudente no cuestionar su palabra —corrigió
Mircea—. Pero yo comencé a investigar, y descubrí que había habido una niña.
Aunque para entonces, los años ya habían pasado, y Vlad había matado a la mayoría
de las personas que podrían haber sido capaces de darme cualquier detalle. Me quedé
con el dilema al que se había enfrentado tu madre. No tenía ni idea de dónde
buscarte.
—Me sorprende que te preocupara. —Él tenía que haber sabido lo que era. Se
tuvo que haber dado cuenta de que aunque yo no fuera una lunática que desvariaba
con ganas de sangre, no me alegraría de verlo.
—Comoara mea…
—¡No me llames así! —Fue un gruñido ahogado, pero al menos mis ojos estaban
secos.
Mircea se acercó a mí. La piel caliente de su chaqueta era suave contra mi cara y
el dedo gordo que acariciaba mi pómulo era tierno.
—¿Y por qué no? Tú eres mi mayor tesoro, Dorina. —Había miel y oro en la voz
suave, y sinceridad tan real que me lo creí a medias—. Siempre lo has sido.
Mircea podía conseguir que el sol no saliera, pero no iba a distraerme.
—¿Cómo me encontraste?
—No lo hice. Antes de que pudiera comenzar con mi búsqueda, tú me encontraste
a mí.
—Poenari. —Entonces, el sueño había sido real.
—Sí, de algún modo te infiltraste en un castillo considerado universalmente
impenetrable con la intención de matar al hombre que tú pensabas que era el
responsable de la muerte de Elena.
Algo se movió, como un ligero picor en la piel de mi memoria.
—Elena.
—Por Helena. Su familia la llamó así por Helena de Troya.
—No la recuerdo. —Ni una expresión, ni un tono de voz. Nada. Mis recuerdos
normalmente eran cristalinos, pero no sobre esto. Unos cuantos fragmentos eran todo
lo que había logrado reunir, y esto no había sucedido sin ayuda—. ¿También me
pusiste ese recuerdo?
—Dorina…
—¡No me mientas! No acerca de esto. Estás alterando mis recuerdos. —Fue la
única respuesta que tuvo sentido.
—Porque no os quería perder a las dos. Decidiste matar al asesino de tu madre.
Habías encontrado un cuchillo con la insignia de la familia cerca de los restos de su
casa. Vlad me dijo después que debió habérsele caído cuando un lugareño
desesperado lo atacó. No se dio cuenta en el momento, pero fue suficiente.
Escarbar en las imágenes medio entrevistas era como rastrillar mi cerebro con
dedos fríos, pero no cejé en mi empeño. No quería que me dijeran nada, quería

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recordar.
—No he comprendido del todo los hechos… Todo el mundo simplemente decía
que pertenecía al voivoda. —Era un título, el del hombre fuerte local, no un nombre.
Yo había supuesto que Drac era mi padre. Había sabido por los gitanos que mi padre
era un hijo del antiguo voivoda y que se había ido a buscar venganza. Pero en lugar
de eso, me encontré a Mircea.
—Ya casi estabas muerto, ¿por qué?
—Vlad sabía que su historia no me había convencido, sabía que estaba
investigando la verdad y tenía miedo de que se le hubiera pasado algo. Decidió
atacarme antes de que le pudiera hacer lo mismo a él. Sólo que no se atrevió a
atacarme directamente, por si acaso fallaba. Utilizó asesinos y me encontraron más…
resistente… de lo que esperaban.
—¿Por qué no lo mataste? —le pregunté—. Una vez que habías obtenido
suficiente información de mí para averiguar todo, una vez que lo sabías, ¿por qué
protegerlo?
Una mano afectiva me acarició el pelo. La caricia fue tan ligera como un beso de
viento, suave e infinitamente reconfortante, pero fue la paz tranquilizadora que la
siguió contra lo que luché con todas mis fuerzas, decidida a no perderme.
—Te lo dije, Dorina. La muerte era un castigo ridículamente inadecuado para sus
crímenes. Miles de personas habían muerto, asesinados para que él pudiera ganar o
retener poder. Fue una época sangrienta, y algunos de aquéllos que él mató sin duda
se merecían su destino, pero no todos. No la mayoría. No ella.
—¿Así que lo encerraste? Si la muerte no era bastante para él, ¿por qué tenerlo
preso sí lo era?
—No se trataba sólo de encontrar algo lo suficientemente malo. La justicia decía
que él debería morir una vez por cada una de sus víctimas, ¿pero cómo puedes matar
a alguien más de una vez?
Pensé en Jonathan y en Louis-Cesare, pero no dije nada.
—No veo cómo el encarcelamiento puede ser peor que la muerte.
—Te olvidas de que Vlad pasó la mayoría de su niñez encerrado, odiaba el
cautiverio más que otra cosa. Para él no había otro castigo peor.
—Pero entonces, Vlad no era aún un vampiro. Tú no podías atraparlo sin que
pasara el tiempo y se muriera; y tú mismo acababas de transformarte, y no eras lo
bastante fuerte para cambiarlo…
—Te cogí y escapamos antes de que Vlad pudiera decidir matarnos a los dos. Nos
escondimos y yo… ajusté… tus recuerdos. Tenía miedo de que si no lo hacía,
volvieras a intentar matarlo otra vez y que te matara a ti.
Escuché los sonidos débiles del tráfico y luché contra el sentimiento profundo de
bienestar y justicia que la presencia de Mircea evocaba. Estaba gastando mucha
energía para calmar mis emociones volátiles, para hacer posible esta charla sin mi
descenso a una locura cómoda y familiar. Pero también tenía el efecto contrario de

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hacer que sus respuestas sonaran razonables. De suavizar la verdad con su facilidad
de siempre. Eso no iba a funcionar. No esta noche.
—O a lo mejor tenías miedo de que cambiara tus planes y le matara antes de
tiempo.
—Quizá. —La voz de Mircea era suave, sin revelar nada—. En cualquier caso,
esperé varias décadas, hasta que mi poder hubo crecido y volví para arrancarlo de un
campo de batalla antes de que los turcos pudieran cortarle la cabeza o los nobles
asesinarlo.
—Entonces, ¿por qué matarlo ahora, después de tanto tiempo? ¿Por qué darle lo
que él quería?
—Cada vez que se escapaba, Vlad intentaba herirme atacando a aquéllos a los
que amaba. Finalmente tuve que preguntarme a mí mismo cuánto más estaba
dispuesto a arriesgar para que él siguiera sufriendo. —Aterida, observé a Radu a
través de una grieta de la persiana de la oficina. El velatorio había alcanzado la parte
sentimental, y él estaba siendo aplastado contra el enorme pecho de una mujer trol
que sollozaba y que hacía que Olga pareciera pequeña. Sacó un pañuelo y
amablemente le secó los ojos, mientras la voz de Mircea acariciaba mis nervios
dolorosamente destrozados—. Me di cuenta de que… algunas cosas merecen más la
pena que la venganza.
Me levanté de repente. Estaba tan enfadada que apenas podía ver nada.
—Bueno, ¡estoy emocionada porque hayas tenido esa revelación!
—Dorina…
—¿Cuántas personas murieron por tu venganza? ¿Cuántas sufrieron? Podías
haber acabado con esto hace siglos, habernos ahorrado esto a todos, pero no. ¡El gran
Mircea siempre tiene razón! —Me enfurecí con él, finalmente diciéndole todo lo que
había sabido durante años, pero que él se había negado tercamente a ver. Había
esperado este momento, había soñado con él, y ahora que estaba aquí… sonaba
extrañamente vacío.
Aún podía ver el cuerpo mutilado de Louis-Cesare, con Jonathan acariciando
tiernamente las múltiples heridas que él le había hecho. Entendí lo que Mircea quiso
decir: una muerte era algo demasiado bueno para él. Me habría encantado causarle
una por cada cicatriz, pero no estaba segura de haberle causado ni siquiera una. Él me
había engañado con la ilusión de que Louis-Cesare estaba muerto. Ningún vampiro
cura casi una decapitación en un par de minutos, ni siquiera un vampiro maestro.
Especialmente no un maestro tan vacío de poder que ni siquiera podía levantarse. Lo
que yo había aceptado como un reto había sido el intento de Jonathan de
convencerme para que no pusiera en riesgo mi cuello intentando salvar a un cadáver.
Una pena para él que yo no razone bien en medio de la rabia de la matanza.
Ahora tenía que enfrentarme, justo como la última vez, a limpiar el desastre que
la venganza de Mircea había dejado. ¿Realmente Jonathan estaba muerto? ¿O
también había sido otra ilusión? Habíamos encontrado varios cuerpos achicharrados

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que podrían haber sido el suyo, pero también era fácil que hubieran pertenecido a
alguno de sus pequeños ayudantes. Parecía que nadie sabía exactamente cuántos
magos se había traído consigo, cuántos cuerpos deberíamos esperar encontrar. No
tenía más elección que ir a lo seguro y suponer que ahora tenía un mago oscuro, loco
por vengarse, detrás de mí, junto con quién sabe cuántos más. Todo porque Mircea
tenía que hacerlo a su manera.
Comenzó a levantarse, extendió una mano hacia mí.
—No —le advertí—. Simplemente no lo hagas. —La mano quedó a un lado.
Era demasiado, después de siglos de ignorancia, soltarme todo esto ahora. Junto
con los recuerdos de Louis-Cesare, probablemente tenía material para tener pesadillas
durante, al menos, el siguiente milenio. Y lo que era incluso peor, no había una
mierda que yo pudiera hacer para evitarlo. Se acabó, excepto por la limpieza. Y de
repente, estaba demasiado cansada.
Nos miramos fijamente el uno al otro un segundo. A pesar de la penumbra, podía
ver las líneas débiles de agotamiento grabadas en esa cara siempre joven. Mircea
parecía tan cansado como yo, y la mirada triste y casi derrotada en sus ojos era una
que nunca había visto. Mis manos se cerraron con fuerza, y vi con horror alzarse un
puño, los nudillos pasaron rozando la línea suave de su mejilla. Luego me giré y me
dirigí hacia la puerta, desesperada por salir antes de mostrar una debilidad de la que
me arrepentiría.
—Dorina, ¿a dónde vas? —La voz era suave y cauta.
—De vuelta a Nueva York. De vuelta a mi vida. —Me detuve, mi mano estaba
sobre la superficie de aluminio de la puerta—. Y Mircea, la próxima vez que
necesites un favor… no me llames.

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Postdata

No llamó. En lugar de eso, escribió. Aunque casi no recibo la carta.


Desde un incidente poco afortunado relacionado con la falta de café matutino y el
misterioso parecido de un uniforme de correos con el traje de batalla de un demonio
de Bythinia, mi correo es lanzado en la dirección general de la casa, mientras el que
lo transporta se larga corriendo calle abajo. Esa mañana, rescaté una carta de un
arbusto de hortensias y otra del tejado del porche. Luego aparté al perro de lanas de la
señorita Luca de Apestoso y lo volví a meter dentro.
Añadí las cartas a las que había recogido esa mañana del sótano. Claire estaba en
el reino de la Fantasía por el momento, pero aún enviaba notas regulares a través del
portal que su tío había usado como un conducto para traer abastecimientos de
contrabando. Debido a la diferencia de la línea del tiempo, había encontrado esa
mañana tres cartas, cada una con fecha de varias semanas atrás. Todas decían lo
mismo; ella estaba bien, Heidar estaba bien; Caedmon estaba imposible,
aparentemente nadie se preocupaba tanto por una futura madre como los duendes,
especialmente cuando la madre en cuestión llevaba en su vientre al heredero al trono.
Como Claire decía, aún estaba bastante asustada, tanto por el embarazo como por
las criaturas que ella había matado en casa de Radu. Una vegetariana estricta como
ella estaba pasando una mala racha aceptando que ella había dejado secos de magia y
sin vida a la mayoría de los experimentos, sin ni siquiera darse cuenta. Los únicos
que habían sobrevivido eran aquéllos como Apestoso, que tenían al menos parte de
duende. Su don parecía tener menos efecto en ellos. Supongo que era un alivio, una
neutralizadora con parte humana iba a tener bastantes problemas para que la
aceptaran en la corte sin que, además, agotase todos los recursos de los nobles.
También escribió que está mirando posibles curas de los duendes para mis
ataques. Una palabra fue todo lo que necesitó para que Caedmon instalara un
laboratorio donde ella pudiera explorar la nueva flora a sus anchas. Muy pronto iba a
tenerlo tan dominado como a Heidar.
De las otras cartas, la primera era de Mircea. Simplemente una propuesta de
negocios, decía, sin ataduras familiares unidas a la propuesta. Levanté una ceja
cuando lo vi, pero la leí. La desaparición de Claire había supuesto que todas las
facturas vinieran ahora a mi nombre.
Mircea quería saber si estaba dispuesta a trabajar con el destacamento especial
que el Senado estaba formando para encargarse de los problemas que la guerra estaba
causando. Específicamente, yo ayudaría a cazar más experimentos especiales de los
oscuros y asegurarme de que se los llevaran a Radu para que los examinara. También

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podría ayudar a organizar una caza de inmigrantes ilegales del reino de la Fantasía
antes de que comenzaran a alimentarse de humanos. Y, por supuesto, asegurar que la
importación del vino de los duendes estuviera estrictamente prohibida.
Vertí una cantidad pequeña del material de contrabando en mi taza de café. Por
suerte, tenía abastecimiento para unos cinco años en el sótano, cortesía del tío de
Claire, que Dios le bendiga. Tomé un sorbo por Pip y acabé de leer.
Al Senado lo habían convencido para dar empleo a una clase deshonrosa como la
mía dos recomendaciones. De algún modo, Mircea los había persuadido, por nuestras
recientes aventuras y por el hecho de que estaba haciéndome cargo de un duergar, lo
que me cualificaba como una experta en duendes oscuros. La segunda venía de
Caedmon, aunque quizá «recomendación» no fuera la palabra adecuada. Parece que
él se había negado rotundamente a tratar con nadie más. Eso había hecho que yo
entrecerrara los ojos y me preguntara lo que ese cabrón viejo y astuto tenía planeado.
Tenía el presentimiento de que lo iba a averiguar.
La otra parte del correo era un paquete de papel marrón sellado con la insignia
familiar, en cera roja como la sangre, por supuesto. Sonreí mientras lo abría, y sonreí
aún más cuando vi el contenido. Radu me había enviado atentamente un pequeño
regalo junto con su carta, que consistía en dos párrafos explicando lo del
destacamento especial, y ocho más quejándose de las instalaciones, las personas, la
presión con la que él estaba obligado a trabajar. Había vuelto a MAGIC mientras su
casa estaba renovándose. Hice una mueca al pensar en lo que construiría en lo que
ahora era virtualmente un terreno vacío. Era demasiado para pensarlo siquiera. No
podía esperar a verlo.
También escribió que Mircea estaba haciendo mucha presión para intentar que
Louis-Cesare volviera, al menos hasta que la guerra se acabara. Se había ido
persiguiendo algún rumor sobre Christine, un incordio para Mircea. Él lo quería para
el destacamento especial, y como era idea suya, se esperaba que Mircea
proporcionase el personal. Le dijo a Radu que no estaba yendo muy bien: la mayoría
de la gente no quería tratar con los duendes. El Senado estaba lo bastante desesperado
como para dar empleo a una dhampir; ¿qué era lo siguiente, los troles? Me reí y me
hice una nota mental de presentarle a mi nuevo secretario lo más pronto posible.
No había ninguna explicación del objeto que me mandaba, pero claro, la verdad
es que no hacía falta ninguna. Radu me había enviado una caja de dulce con sirope de
caramelo. Mi sabor favorito. Me quedé allí de pie durante un momento, pensando en
esquemas y planes, juramentos y familia. Pero sobre todo en unos ojos azules.
No me había sorprendido averiguar que, cuando me desperté en casa de Radu,
Louis-Cesare se había esfumado. Me podría haber dolido si no hubiera tenido sus
recuerdos. Si no me lo hubiera esperado. En algún lugar y en algún momento, se
cansó de que la gente le mintiera, le traicionara y le dejara. Así que él optó por la
respuesta clásica. Se convirtió en el que se iba.

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Debería haber estado furiosa porque alguien que podría ser aceptado eligiera no
serlo, porque él evitara la cercanía que a mí me habían denegado, simplemente para
evitar la posibilidad del dolor. Pero tenía aquellos malditos recuerdos, y no se estaban
desvaneciendo con el tiempo. En todo caso, parecía que se iban a quedar allí para
siempre, descubriendo visiones perdidas de otra vida, otro mundo cuando yo menos
lo esperaba. Comprendí que entender a otra persona hace que sea mucho más difícil
juzgarla.
Acabé mi café con un poco de vino de duendes, y luego llamé a papi. El vampiro
que respondió al espejo mágico me siseó, mostrando seguramente muchos más
colmillos que si yo hubiera estado allí en persona. Le devolví la sonrisa, lo que le
hizo temblar. Por fin, aceptaron mi petición y pude ver a Mircea. Le dije que, con
ciertas garantías, realmente pensaba que podría sacar tiempo para eso.

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KAREN CHANCE nació en Orlando, Florida y ha vivido en Francia, Gran Bretaña,
Hong Kong y Nueva Orleans, donde ha ejercido la enseñanza como profesora de
historia. Actualmente vive en DeLand, Florida.
Hasta que un buen día se planteó dedicarse a la novela romántica y de aventuras hasta
que consiguió que publicaran la primera entrega de una serie paranormal en donde
sumergió a los lectores en un fascinante mundo lleno de vampiros.
Con sus libros ha conquistado a los lectores de habla inglesa permaneciendo durante
muchas semanas en las lista de los libros más vendidos en el New York Times y el
USA Today.

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Notas

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[1] «The Lady, or the Tiger?» es un relato breve de Frank R. Stockton en el que un rey

da a elegir al reo entre dos puertas: una esconde un tigre que lo matará y la otra una
hermosa mujer con la que deberá casarse. <<

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