La Responsabilidad Penal Del Personal Sa
La Responsabilidad Penal Del Personal Sa
Sumario
00. Introducción. 01. El elemento extralegal o supralegal presente en la concepción
jurídica-general de la no-antijuridicidad. 02. La autorización legal de conductas típicamente
prohibidas. 03. Prueba de la coextensividad de tres criterios generales sobre
la concurrencia de una causa de justificación. 04. El ámbito de las causas de justificación no
abarca las acciones imprudentes. (Especial atención al terreno sanitario). 05. La concurrencia
de una causa de justificación y la indemnización por ilícito civil: conductas simultáneamente
lícitas e ilícitas. 06. El consentimiento no es una causa de justificación. 07. ¿Es la salud un bien
disponible? El problema de los tratamientos satisfactivos. 08. La creencia errónea de un médico
de que concurre una causa de justificación. 09. ¿Comete el cirujano lesiones por imprudencia
profesional? 10. Insubsumibilidad de las operaciones quirúrgicas bajo el tipo de lesiones. 11.
¿Homicidio médico por imprudencia profesional? 12. Conclusión. 13. Bibliografía
§00.— Introducción
Las sociedades humanas avanzadas han creado establecimientos, públicos o privados,
cuya misión es la de administrar cuidados atinentes a la salud. A medida que adelantan las
ciencias bio-médicas y químico-farmacéuticas, se expande el campo de las dolencias y
enfermedades que es posible tratar o cuidar, aunque no siempre curar. Fatalmente siguen
produciéndose muchos fracasos Es más: con el crecimiento del sector sanitario, el aumento
del número de sanatorios y dispensarios y la multiplicación de pacientes atendidos, se han
extendido también las enfermedades nosocomiales —muchas de ellas evitables con una mayor
diligencia, siendo, empero, inevitable que se produzcan enfermedades nosocomiales evitables
(evitables por separado), dado que los recursos siempre son escasos.
Un número de pacientes sufren fracasos quirúrgicos, complicaciones posoperatorias,
errores de diagnóstico o tratamiento, demoras, atenciones insuficientes, o nocivos efectos de
una higiene deficiente. De tales secuelas algunas son achacables a impericia o a negligencias
(jurídico-penalmente se caracterizan, una y otras, como imprudencia); poquísimas lo serán a
dolo o mala intención; la mayoría se deben a casos fortuitos o de fuerza mayor (escasez de
personal o de medios disponibles o limitaciones actuales de los procedimientos médico-
quirúrgicos).
En unos casos tales infortunios conducen al fallecimiento de la víctima. No siempre
es ése el más penoso desenlace, ni mucho menos. En no pocas ocasiones es muchísimo peor
la prolongación de la vida en condiciones atroces. En todo caso, no podemos hacer un
planteamiento jurídico diferenciado para las secuelas negativas con resultado de muerte y para
«La responsabilidad penal del personal sanitario». Lorenzo Peña y Gonzalo 2
las que no lo tienen (pero pueden causar parálisis, ceguera, afasia, amnesia, etc, para no hablar
ya de los estados de coma terminal que pueden durar años o aun decenios). Así pues, en este
ensayo planteo indistintamente la responsabilidad del personal sanitario en caso de
consecuencias desafortunadas para el paciente, haya muerte o no.
Las acciones u omisiones del personal sanitario conducentes a esos infortunios
—siempre que no queden plenamente subsumidas en casos de fuerza mayor— darán lugar a
responsabilidad. ¿Responsabilidad penal? Sólo excepcionalmente, porque el derecho penal
tiene una vocación de intervención mínima, de autolimitación, de ultima ratio, de manera que
un Estado de derecho coarta y restringe su propio ius puniendi, por el valor de la libertad,
dado que al Derecho penal le está reservado el castigo de privación de libertad (como punición
directa o derivada).
En el quehacer profesional de médicos y demás personal sanitario surgen a veces
conductas acerca de las cuales es dudoso si están tipificadas como infracciones penales. De
estarlo, todavía sería posible que, en concreto, tales conductas fueran lícitas por la
concurrencia de alguna causa de justificación. Para aclarar esa posibilidad, he de estudiar la
posible tipicidad penal de determinadas conductas médico-quirúrgicas.
En este ensayo sostengo que (salvo casos muy infrecuentes) las acciones u omisiones
del personal sanitario, aunque produzcan consecuencias desafortunadas, no constituyen delitos
ni, por consiguiente, necesitan ampararse bajo causas de justificación. Eso sí, en un número
de casos constituyen ilícitos civiles.
Voy a sostener, argumentativamente, las cinco tesis siguientes:
1ª) En el ámbito sanitario las conductas presuntamente delictivas suelen ser imprudentes. De
estar amparada por una causa de justificación, la imprudencia dejaría de ser tal,
puesto que la imprudencia es violación de la norma objetiva de cuidado —norma
difusa, enraizada en una diversidad de usos, pautas deontológicas, la lex artis, un
corpus amplio y flexible que exime de imprudencia los casos de estado de necesidad
o de cumplimiento de un deber prioritario o ejercicio legítimo de un derecho. Por
consiguiente, en el ámbito sanitario no puede haber homicidio imprudente justificado.
Puede haber homicidio doloso —en comisión por omisión—, pero es difícil que esté
amparado en una causa de justificación.
2ª) El consentimiento no es nunca causa de justificación. Cuando un bien es disponible por
su titular, el consentimiento en ser desposeído de él excluye la tipicidad. Cuando es
indisponible, el consentimiento no excluye nada. En otros casos el consentimiento no
se exige para preservar un bien (disponible o indisponible) sino como elemento
esencial de una relación libre.
3ª) Concretamente es falsa la afirmación de que el consentimiento del paciente sea una causa
de justificación de la conducta del médico y del cirujano que, de no mediar tal
consentimiento, se subsumiría en el delito de lesiones (arts. 147ss), incluso cuando
tales lesiones tengan un resultado de muerte. Operar no es lesionar. El ámbito de
protección de la norma (Título III del Lib. II del CP) es el de agresiones contra la
vida, la salud e integridad corporal, no el de conductas típicamente orientadas a
mejorar o preservar la salud o el bienestar del sujeto pasivo. (De ahí se deduce la
total inoperancia jurídico-penal del consentimiento, informado o no.)
4ª) No existe en el ámbito sanitario delito de lesiones imprudentes que pudiera cometer el
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confrontación de deberes similares y en los que no hay cómo valorar un bien más que otro
pese a estar en mutuo conflicto.
Aduce Jescheck (Jescheck, 1993: 456) el ejemplo del médico jefe que se enfrenta a
este dilema: hállase conectado a la única máquina de corazón y pulmón del hospital local un
paciente sin esperanza clínica, y viene ingresado un herido grave con buenas expectativas de
supervivencia. Yérguense, frente a frente, el derecho del recién hospitalizado a un tratamiento
curativo y el del anterior a que no se efectúe contra él una acción letal. El desvalor del
resultado de la inacción es mayor que el de una acción de intercambio de pacientes, pero el
desvalor de la acción es mayor que el de la omisión.
Naturalmente puede haber diversas variantes de situaciones así, que no pueden por
menos de producirse dada la escasez de recursos médico-quirúrgicos, la cual, lejos de
desaparecer con el progreso tecno-científico, habrá de agravarse en el futuro, al surgir medios
terapéuticos cada vez más perfeccionados y caros frente a presupuestos sanitarios que la
ciudadanía se resiste a dejar crecer al mismo ritmo.
A la prohibición genérica de un tipo de conducta las causas de justificación siempre
enfrentan, pues, una autorización legal —explícita o implícita— de un comportamiento
determinado tomado en su singularidad, autorización fundada en la concurrencia de ciertas
circunstancias. La eximente establecida en el segundo disyunto del nº 7º del art. 20 del CP
(Código Penal)1 es una especificación residual de lo que, en rigor, es una disposición general,
que ampara a todas las causas de justificación.
1
. Obrar en el ejercicio legítimo de un derecho, cargo u oficio.
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implícita, al menos en un Estado social de derecho) y bajo el segundo (si tiene ese rasgo
axiológico, entonces la vulneración de bien protegido se lleva a cabo para proteger otro
mayor).
También se demuestra que lo que cae bajo el primer concepto cae asimismo bajo el
segundo y bajo el tercero. Cae bajo el segundo porque, siendo el ejercicio legítimo de un
derecho, su no realización se saldaría en la no materialización de un valor jurídicamente
protegido (ya que, si no, el ejercicio del derecho no sería legítimo, sino abusivo, o sea tal que
reportaría al agente menor provecho que daño a un tercero). Y también cae bajo el tercero,
porque, de darse el ejercicio legítimo de un derecho, en él y en su resultado se plasma un
valor (que explica su licitud), suficiente para superar el desvalor que fundamenta la tipicidad
(ya que, si no, no sería ejercicio legítimo).
Por último, lo que caiga bajo el tercer concepto caerá igualmente bajo el primero y
el segundo. Caerá bajo el primero porque, si tiene esa estructura axiológica ponderativa, tiene
que venir amparado en un ordenamiento jurídico que asuma esos valores. Y caerá bajo el
segundo porque, ante el dilema, la conducta será el medio racionalmente necesario para evitar
un mal mayor, ya que, si no fuera así, no habría una preponderancia del valor de la acción y
del resultado superior al desvalor en virtud del cual se ha establecido la tipificación penal de
esa figura comportamental.
De lo cual se sigue también un concepto unitario de antijuridicidad. La doctrina
mayoritaria distingue entre antijuridicidad formal y antijuridicidad material. La visión más
tradicional de la antijuridicidad era formal, como contradicción entre la conducta y el
Derecho.2 El concepto formal de antijuridicidad ha concitado la adhesión de buena parte de
la doctrina italiana.3
Frente a esa antijuridicidad puramente formal o lógica se ha aducido la existencia de
una antijuridicidad material o axiológica cuya primera formulación la habría proporcionado
el propio Carl Binding con su noción de Normwidrigkeit, en tanto en cuanto la norma sería
más que la ley. Han sido Mayer y Jiménez de Asúa quienes hablan de antijuridicidad como
colisión entre la conducta incriminada y la norma cultural. Los desarrollos ulteriores se
encaminaron más por sendas directamente influidas por la filosofía de los valores de Nicolai
Hartmann (como el finalismo de Hans Welzel).
A pesar de las durísimas críticas a las que se ha sometido, ese enfoque ha ganado
terreno, por lo menos en la medida en que la doctrina mayoritaria ha ido adoptando una visión
dualista del injusto penal, o sea una dualidad de antijuridicidad material y antijuridicidad
formal. (Reyes Echandía, 1997: 38.)
La noción de antijuridicidad material ha sido rechazada bajo las acusaciones —entre
otras— de vaguedad, confusión entre el ideal legislativo y el resultado de la legislación,4
inseguridad jurídica y deslegalización (y judicialización). Creo que la línea axiológica de Hans
Welzel ha acabado por imponerse (Welzel, 1970: 92), desentrañando el doble desvalor de la
2
. Ya Carrara —todavía antes de usarse la terminología moderna— y, sobre todo, E. von Beling; cf. Reyes Echandía, 1997:
8-9 y 35.
3
. Así, Manzini y Bettiol; v. Reyes Echandía, 1997: 35.
4
. Alegato de Beling, citado por Reyes Echandía, 1997: 40.
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5
. Citado por Cerezo Mir, 1997: 36.
6
. Esto último es problemático en los delitos de peligro, especialmente los de peligro abstracto, salvo que digamos que éste
es un resultado.
7
. Eso sí, ese planteamiento se condice mal con el atomismo o puntualismo predominante en los tratamientos legislativos
de nuestros días.
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8
. Lo de que la omisión no produce el resultado es de sentido común, pero entra en contradicción con la teoría de la
causalidad frecuentemente aceptada entre los penalistas —incluidos los seguidores de Welzel—, a saber: la equivalencia de
las condiciones, o sea la verdad del condicional subjuntivo correspondiente (A causa B si y sólo si, en el caso de que A no
hubiera tenido lugar, tampoco hubiera acaecido B). Cae fuera de los límites de este trabajo discutir la teoría de la causalidad
relevante en el ámbito jurídico-penal. El lector comprenderá que la rechazo puesto que afirmo que la omisión no causa el
resultado.
9
. Los casos de legítima defensa en el quehacer médico parecen ser casos en rigor extrasanitarios. El entorno clínico puede
ser, como cualquier otro, escenario de agresiones —perpetradas por profesionales de la salud, por pacientes o por terceros—;
pero, hasta donde han alcanzado mis reflexiones, no asoman casos posibles de legítima defensa que imaginablemente
constituyan causas de justificación de conductas profesionales. Podemos imaginar a un médico de guardia que, teniendo que
ir a atender a un paciente, es agredido por un tercero; defendiéndose de la agresión, desatiende —en lo que dura el
incidente— al paciente. Creo que está muy claro que en tal caso no está incumpliendo la norma de cuidado, porque ésta
impone una diligencia en circunstancias normales, no en circunstancias de alarma. Sería diverso si, p.ej., para evitar que le
roben el coche retrasara atender a un paciente en peligro de muerte o graves secuelas. Sería una omisión dolosa (a pesar
de que el medio empleado —omitir la asistencia al paciente o postergarla— sería en ese supuesto necesario para repeler la
agresión, el robo del coche propio). Y, naturalmente, esa omisión dolosa sería una omisión impropia, e.d. una comisión por
omisión. En resumen, la legítima defensa (propia o ajena) parece poco o nada relevante en el ámbito de la medicina.
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10
. Que las reglas de diligencia profesional tienen siempre como supuesto de aplicación la no concurrencia de circunstancias
justificatorias se desprende claramente de la Sentencia del Tribunal Supremo 1986-10-07 (ponente Benjamín Gil Sáez) sobre
imprudencia médica, Fundamento de Derecho 2º: para que haya imprudencia punible es menester que la acción u omisión
incriminada se haya llevado con inobservancia de normas, disposiciones o reglas de cautela, diligencia y prudencia, requeridas
por las circunstancias del hecho, lugar y tiempo determinado, tendentes a prever y, en consecuencia, a evitar un daño o
perjuicio en el patrimonio jurídico ajeno. Desde luego la citado Sentencia no enumera entre las condiciones del delito
imprudente en el ámbito sanitario la ausencia de causas de justificación. Pero, además, la citada formulación de la imprudencia
indica claramente que no se da tal cuando las circunstancias del hecho no lleven —según el cúmulo difuso de reglas de
cuidado objetivo— a una intervención eficaz para conjurar el peligro.
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11
. Que, en un sentido lato, la omisión puede «causar» un resultado (aunque sería mucho más correcto decir que es
causalmente relevante para la producción del resultado) lo dice la Sentencia del Tribunal Supremo de 18 de noviembre de
1991 (Sentencia de Casación sobre despacho de medicamentos deteriorados), Fundamento de Derecho 19º: «Como
consecuencia de ese «no-hacer» se practicaron las donaciones y transfusiones expresadas más arriba con sangre incontrolada
y, lo que es peor, en algún caso contaminada con el virus del Sida». Puesto que «el acusado tenía el deber de actuar,
vigilando el material médico, la sangre donada y la sangre transfundida, deber que nacía de la relación contractual por él
asumida con un cúmulo importante de obligaciones y facultades para dirigir, desde su cargo, toda la infraestructura del centro
médico», su inacción equivale a una comisión por omisión en virtud del art. 11.a del CP.
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12
. El inagotable tema de la responsabilidad no culposa ha dado lugar a una copiosísima literatura. Para Albaladejo
(Albaladejo 1997, Vol. 2, p. 502), ‘como excepción a la regla general que preside la materia en nuestro derecho civil (en el
Código Civil y fuera de él), se acoge tal responsabilidad objetiva en amparo de quienes sufran los daños que los antedichos
riesgos puedan provocar’. Sin embargo todos los ejemplos que aduce incluyen imprudencia. Así, quien no pueda conducir sin
ajustarse a todas las reglas de cuidado objetivas y subjetivas tiene la opción de no conducir. Nadie conduce desconociendo
la probabilidad que tiene de hacer correr un grave riesgo a terceros al menor descuido; así, asume un especial deber de
diligencia extrema, por lo extremo del peligro a cuya causación se entrega voluntariamente. Ello ya determina un desvalor
inicial de su comportamiento sólo exonerable de responsabilidad si prueba haberse atenido, esmerada y escrupulosamente,
a todas las reglas objetivas y subjetivas de precaución. Quien no conduce no causará daño alguno a terceros en la
conducción. Y nadie tiene obligación de conducir vehículos motorizados (uno puede no escoger un oficio en el que le
impongan esa tarea o condición). Lo mismo se aplica a la navegación aérea, a la caza y a los demás supuestos. No hay
obligación de cazar. En realidad, la jurisprudencia contra legem que creó la responsabilidad objetiva lo hizo para amparar a
víctimas de conductas imprudentes (comportamientos de peligro de empresarios y profesionales, las más veces), eximiendo
así al perjudicado de la carga de la prueba de la negligencia del demandado. Propósito loable, pero que no justifica una
triquiñuela falaz, cuya aceptación nos llevaría a sostener que cada quien responde frente a terceros incluso por caso fortuito
o fuerza mayor. V. Castán Tobeñas, 1969: 850. V. también Lapoyade Deschamps, 1998: 152ss; Lacruz Berdejo y otros, 1999:
493ss (sobre el caso fortuito y la fuerza mayor). V. también en el Diccionario Jurídico, Espasa (Madrid, 2002) el art.
«Responsabilidad extracontractual», secc. III, p. 1278.
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lo obligatorio es a fortiori, lícito, B es lícito, pero vendría impedido por A. Por la regla de no-
vulneración (aquella que prohíbe cuanto impida a otro ejercer un derecho), A será, pues, un
hecho ilícito, aun siendo también lícito, por ser obligatorio.
Notemos que, si bien la tesis que acabo de sentar puede parecer absolutamente
contraria a la doctrina, no ya mayoritaria sino casi unánime, no deja de tener en la ciencia del
Derecho penal española un precedente en el parecer de Enrique Gimbernat Ordeig sobre el
estado de necesidad en caso de conflicto de bienes de igual magnitud axiológica. Frente a la
común teoría de la diferenciación (según la cual el conflicto entre males iguales no conlleva
la no-antijuridicidad sino sólo la inculpabilidad), Gimbernat sostiene que en el conflicto entre
intereses iguales el sujeto actúa amparado por una causa de justificación y su conducta es
lícita. Ello determina que, frente al que actúe en estado de necesidad, en un conflicto de
intereses iguales, su oponente pueda también actuar en estado de necesidad.
Lo que sucede es que de esa opinión de Gimbernat se sigue que hay conductas lícitas
e ilícitas: lícitas por estar realizadas en estado de necesidad, e ilícitas porque son coacciones
(del art. 172) contra el ejercicio de una acción lícita de otro.
Podemos ejemplificar esas disquisiciones con un ejemplo en el ámbito sanitario.
Imaginemos un enfermo en un sanatorio que, en situación de emergencia pulmonar, obtiene
su enganche a una máquina de respiración activada por decisión del responsable del ala A de
la planta de pulmón, pero, a la vez, otro paciente del ala B obtiene lo mismo de su
responsable, habiendo una sola máquina, y surgiendo una desavenencia entre los responsables
sobre las reglas de prelación para tales conflictos. Adelantándose el responsable del ala B,
impide el enganche del enfermo del ala A, de resultas de lo cual fallece, pero así salva la vida
del enfermo del ala B, sin que nada determine un mayor bien jurídico de la vida de uno u
otro, ni esté claro si es mayor o menor el desvalor de la acción (adelantarse) que lo sería el
de la correspondiente omisión (esperar a que zanje el conflicto el Director del sanatorio,
ausente en ese momento, inacción que habría redundado en la muerte de ambos).
La doctrina mayoritaria vería en esa acción del médico una causa de exculpación.
Gimbernat seguramente una causa de justificación, pero es difícil escapar a la conclusión de
que entonces el hecho es, a la vez, lícito e ilícito (acaso en igual medida, o acaso más lo uno
o lo otro en virtud de ciertos parámetros adicionales). Sea como fuere, hay, a mi juicio, un
ilícito civil.
exime. De hecho (y, dejando de lado el problema del ámbito sanitario) hay que buscar con
lupa los ejemplos en los que los códigos reconocen un efecto justificante al consentimiento
del sujeto pasivo. Y esos ejemplos se pueden explicar como casos de exclusión del tipo o
como causas de exculpación.
Cerezo (Cerezo Mir, 1997: 346) examina las cuatro fundamentaciones que se han
propuesto para proponer el consentimiento del sujeto pasivo como causa de justificación.
Parecen endebles todos esos fundamentos (ausencia de interés, renuncia a la protección,
desaparición del objeto de protección y ponderación del valor de libre actuación de la voluntad
y el desvalor de la acción). El ordenamiento jurídico protege penalmente ciertos bienes por
su valor social. Algunos de ellos son bienes de libre disponibilidad del titular.13 Otros son
irrenunciables.
Cuando son renunciables, el CP dispone que la renuncia efectiva haga desaparecer
el tipo. Tal sucede, p.ej., con los delitos contra la honra, que suelen aducirse como ejemplo
más elocuente de la fuerza justificatoria del consentimiento. El art. 215.3 exime de
responsabilidad criminal al culpable de injuria o calumnia mediante el perdón de la persona
ofendida.
Rechaza Jiménez de Asúa (Jiménez de Asúa, 1977: 286-7) que el consentimiento sea
una causa de justificación, aduciendo lo mismo que acabo de decir con otras palabras: hay
derechos alienables e inalienables. El consentimiento destruye el tipo en los primeros, y no
justifica una vulneración del bien jurídico en los segundos.
En particular la integridad física no es un bien disponible, por la sencilla razón de
que el derecho a la salud y al bienestar no es un derecho de libertad. Hay dos clases de
derechos: de libertad y de bienestar (Peña & Ausín, 2002). Los primeros son derechos que
exigen deberes ajenos de abstención y en los cuales el titular o sujeto activo tiene la potestad
de conservarlos o renunciar a su ejercicio o disfrute. Los segundos imponen deberes de
prestación a otros, y, por lo tanto, el sujeto activo del derecho adquiere un deber correlativo
de no malgastar esa ayuda ajena. La libertad es un derecho de bienestar (no de libertad; nadie
es dueño de someterse voluntariamente a esclavitud). La salud y el bienestar requieren ayuda
social y esa dependencia nos impone, como contrapartida, un deber de no arruinar
gratuitamente nuestra salud ni, menos, destruir alegremente nuestra integridad física.
De ahí que el CP considere que el consentimiento de la víctima no destruye (art. 159)
la tipicidad del delito de lesiones, sino que sólo disminuye la culpabilidad.14 Nadie tiene
derecho a conceder a otro el permiso a cortarle una mano por bravuconería, apuesta, o la
razón que sea, ya que ese atentado acarrea un grave desvalor social y una grave pérdida para
la comunidad.
Autores que, como Jescheck, admiten el consentimiento como causa de justificación
13
. Como, p.ej., la vida según lo ha sostenido el autor de estas líneas en (Peña y Ausín, 2002) —si bien esa libertad no es
ilimitada, estando sujeta a ciertos deberes para con el yo futuro y para con los demás. De todos modos, desde 2002 ha
variado la opinión del autor de estas páginas acerca de la disponibilidad de la vida. Hoy la considero sólo en parte un bien
disponible, toda vez que, aunque la vida propia es el reducto de la libertad, no deja de ser un bien del que somos deudores
a las aportaciones ajenas y que, por consiguiente, es un valor de bienestar. Lo que sucede es que tal consideración cesa
cuando ya no hay bienestar sino malestar. Así pues, el suicidio se justifica sólo en casos en los que la vida ya no depara
satisfacciones que compensen los pesares.
14
. Podríamos pensar que también disminuye la antijuridicidad, pero desde luego no la anula.
«La responsabilidad penal del personal sanitario». Lorenzo Peña y Gonzalo 14
no lo hacen extensivo ni a la vida ni a la salud (Jescheck, 1993: 341) por ser presupuestos
fundamentales para el cumplimiento de la mayoría de las tareas que el hombre tiene en la
comunidad. Aunque no creo que sea ésa la formulación correcta,15 sí creo que la salud —y
sobre todo, la integridad física— es un bien de cuya salvaguarda somos responsables ante la
sociedad, que nos ayuda a preservarlos y que se verá agraviada y perjudicada si toleramos
atentados sin motivo válido.
Pasando al problema específicamente médico, ya decía Jiménez de Asúa que el
consentimiento del paciente no es (frente a lo que sostenía la jurisprudencia alemana) la causa
de justificación de las intervenciones médico-quirúrgicas (como no lo son el supuesto derecho
profesional del médico ni el estado de necesidad): ‘el médico ni lesiona ni mata, sino que
opera, lo que excluye, por el verbo activo diferente, que exista adecuación típica en el caso,
salvo si la muerte del intervenido se causó por impericia’ (Jiménez de Asúa, 1977: 316).
Aunque Jiménez de Asúa restringe demasiado los casos de imprudencia médica, el hecho es
que —como lo dijo también en otro lugar nuestro gran penalista— ‘amputar no es mutilar;
incidir operatoriamente no es herir; sujetar no es golpear’.16 La terapia médico-quirúrgica no
es una conducta contraria a la integridad corporal o a la salud o a la vida; por ende, no es
típica. Sólo puede ser típica por omisión (y, en tal caso, tendríamos comisión por omisión,
dado el deber profesional del médico.)
15
. Ni, de lege ferenda, creo que sea correcto aplicarla a la vida en el supuesto de una vida que se ha hecho insufrible.
16
. Citado en Reyes Echandía, 1997: 232.
17
. V. Francisco Muñoz Conde, Derecho Penal, Parte Especial, Valencia: Tirant lo Blanch, 1999, p. 125.
«La responsabilidad penal del personal sanitario». Lorenzo Peña y Gonzalo 15
18
. Como pueden tenerla operaciones de mamas agrandatorias y otras similares, que sólo complacen un gusto arbitrario. Por
contraste, piénsese en operaciones de cirugía que permiten a una mujer o a un hombre tener labios; o en el injerto de tejido
facial operado en Francia. Nos parecería absurdo rehusar a tales intervenciones el genuino carácter de actividades
terapéuticas.
19
. Lo dice la OMS, aunque exagere.
«La responsabilidad penal del personal sanitario». Lorenzo Peña y Gonzalo 16
es así según la doctrina mayoritaria.20 La licitud penal de una conducta estriba en una
disyunción de dos condiciones:
1ª) que no sea típica;
2ª) que, siéndolo, esté amparada por una causa de justificación.
Incurre en error de prohibición (no en error de derecho como se decía en otro tiempo)
el que esté equivocado sobre una u otra de esas dos condiciones. No nos interesa aquí el caso
de quien cree erróneamente que una conducta es típica.
P.ej., puede el médico creer que tiene un deber deontológico de abstenerse de recetar
un producto al que una revista científica ha juzgado peligroso, cuando, sin embargo, es el
único remedio accesible para tratar a un enfermo con una dolencia; por esa no-administración
del fármaco, el paciente fallece. Ahí estaríamos ante una homicidio cometido por omisión
dolosa del art. 147 del CP. Pero, sin embargo, ha habido un error de prohibición, pues el
médico pensaba que era lícito ajustarse a lo que él creía (equivocadamente) ser una parte de
la lex artis (estar atento a las revelaciones y alertas que aparezcan en la literatura científica,
aunque todavía no hayan encontrado la general corroboración de los estudiosos del tema).
En tales casos habrá que aplicar el art. 14.3 del CP, determinando una inculpabilidad
si el error era invencible, o una aminoración de la culpabilidad si era vencible; y, en este caso,
rebajando la pena en uno o dos grados.
Así, los errores de prohibición que afecten a las reglas de cuidado profesional
sanitario pueden incidir en las conductas activas u omisivas dolosas. Igualmente el
conocimiento de una causa real de justificación también ampara la conducta dolosa: el médico
que, por atender a un enfermo más grave o a varios, desatiende (a sabiendas) a otro; o el que,
para alertar a los responsables de un peligro contra la salud pública, desobedece (dolosamente
también) la obligación de secreto profesional; o el que, por cumplir una citación judicial, se
abstiene de acudir a su trabajo (otra omisión dolosa), a sabiendas de que podría haber
enfermos que requiriesen su auxilio.21
Cuando se da una causa de justificación, la acción u omisión es lícita. El
comportamiento del médico en esos supuestos es legal, ajustándose al ordenamiento jurídico.
En los supuestos que hemos contemplado, de no concurrir esas causas de justificación,
tendríamos una conducta dolosa (de alguno de los tipos contemplados en el CP; como mínimo
una omisión del deber de socorro —arts. 195 y 196 del CP). La acción u omisión dolosa
amparada por una causa de justificación es, pues, no sólo inculpable, sino carente de desvalor
intrínseco, aunque eso no elimina el desvalor del resultado. Lo que pasa es que, habida cuenta
de todo, la conducta dolosa justificada tiene un balance valorativo positivo.
Pero, cuando el médico cree, erróneamente, que concurre una causa de justificación
para una conducta dolosa, su comportamiento es antijurídico, sólo que él lo ignora, por lo cual
no es culpable o es menos culpable. La ausencia de causas de justificación es objetiva y
determina que la conducta del médico tenga un desvalor jurídicamente censurado.
20
. P.ej. Cerezo Mir, 1997; también Jescheck, 1993: 297. En este punto, el autor del presente trabajo se suma a la doctrina
mayoritaria.
21
. Para que sea causa de justificación suponemos que concurren circunstancias muy graves en la citación judicial, que hacen
de ésta una prioridad de interés público.
«La responsabilidad penal del personal sanitario». Lorenzo Peña y Gonzalo 17
22
. V. la lamentable Sentencia del Tribunal Supremo de 26 de octubre de 1996 condenando a un cirujano por delito de
lesiones físicas por haber ligado las trompas a una mujer sin su consentimiento informado para evitar un riesgo concreto en
caso de embarazo.
23
. Jeringuilla o bisturí; Gómez Rivero, 2003: 265.
«La responsabilidad penal del personal sanitario». Lorenzo Peña y Gonzalo 19
152, puesto que el tenor de este artículo sólo autoriza a perseguir las conductas imprudentes
que produzcan una de las lesiones que, causadas por dolo, se han castigado en los arts 147ss.
Así pues, una de dos: o sostenemos que el médico causa por dolo lesiones previstas
en el Título III del Libro II del CP (ya sea siempre —tipicidad de cualquier operación
quirúrgica—, ya sea al menos cuando la operación salga mal, lo cual constituiría su injusta
imputación objetiva); o bien, al revés, lo negamos, no pudiendo entonces, coherentemente,
sostener que la imprudencia médica cause esas lesiones, pues, en la hipótesis, no habría
tales.24
Naturalmente puede extremarse la hipótesis, llegándose a supuestos de grosero
intrusismo profesional y de tan brutal serie de negligencias o de impericia gravísima que no
estemos ante una genuina intervención médico-quirúrgica. En tal supuesto, desde luego,
estaríamos, entre otros, ante un delito de lesiones, porque lo que se está ejerciendo ya no es
la ciencia médica, ni siquiera de manera imperfecta, sino una suplantación.
24
. La jurisprudencia no avala la tesis sustentada en este trabajo de que el tratamiento terapéutico realizado sin éxito a causa
de negligencia o impericia no constituye nunca un delito de lesiones del art. 152.3. V. por todas la Sentencia del Tribunal
Supremo (ponente Luis Román Puerta Luis) 1996-02-29 sobre delito de «lesiones por imprudencia profesional».
«La responsabilidad penal del personal sanitario». Lorenzo Peña y Gonzalo 20
un artefacto peligroso sin ánimo letal o atropellándolo por conducción temeraria. En tales
supuestos, son conductas peligrosas que no se hacen en beneficio de quien, a la postre, sufre
las consecuencias; podemos decir, y decimos, que el agente ha matado a la víctima, aunque
lo haya hecho sin intención de hacerlo.
Pero la conducta del cirujano operando al paciente es totalmente diversa. Es una
conducta pro-paciente, con el propósito de curarlo o aliviarlo. Dudo que nadie diga que el
cirujano ha matado al enfermo al operarlo, en el caso de que la intervención haya ocasionado
la defunción. Al fin y al cabo, el paciente ha fallecido a causa de su previa enfermedad, sin
sufrir la cual no habría sido sometido a la operación, que ha salido mal. Si ha salido mal por
caso fortuito o fuerza mayor, no diríamos que el cirujano lo ha matado, ni siquiera que ha
causado su muerte.
Si, en cambio, nos empeñamos en decir que ha causado su muerte si ha realizado
la intervención sin las debidas medidas o careciendo de suficiente pericia profesional, creo que
estamos estirando excesivamente el sentido de las palabras, contrariamente a un canon
jurídico-penal de entender siempre los tipos de manera estricta, o sea restrictiva.
Esas consideraciones no me llevan, sin embargo, a preconizar en tales casos la
irresponsabilidad de los profesionales sanitarios. Sólo que creo que la vía adecuada es la
jurídico-civil (o alternativamente la contencioso-administrativa cuando estén involucradas
instituciones del sector público). Pienso que una de las graves deficiencias de la justicia en
países como España es la fijación en la vía penal. Ciertamente para que la vía civil sea
efectiva, es menester que la administración de justicia mejore mucho, incremente sus medios
y sea más rápida. Ésa es la tarea por abordar.
§12.— Conclusión
En el ámbito sanitario pueden cometerse delitos dolosos (casi siempre delitos de
comisión por omisión), que pueden estar amparados en causas de justificación (y pueden no
estarlo). Sin embargo, analizada atentamente la casuística de tales casos hipotéticos, es dudoso
que las comisiones por omisión amparadas por alguna causa de justificación sean, de veras,
conductas penalmente tipificadas (la mera presencia de la causa de justificación desmonta el
supuesto de que el médico omitente estuviera bajo la obligación de atender a quien, a la
postre, resulta perjudicado por esa omisión). A lo sumo habría ahí un conflicto, una
gradualidad, una conducta hasta cierto punto lícita y hasta cierto punto ilícita.
Por el contrario, es jurídicamente objetable que (dejando de lado ciertas terapias
satisfactivas de puro capricho o casos subsumibles bajo el intrusismo profesional) haya en el
ámbito sanitario delitos de lesiones imprudentes.
Más problemática es la posible existencia de homicidio sanitario imprudente.
Admitirlo introduce una insoportable y absurda cuña entre las secuelas lesivas de tratamientos
médico-quirúrgicos según que el resultado sea o no letal, como si la vida fuera, no ya el valor
supremo (que no lo es), sino tan supremo que la ley establecería un criterio absolutamente
dispar e inicuo, eximiendo por completo de responsabilidad penal si no sobreviene el
fallecimiento (pero sí cualquier otra desgracia muchísimo peor) y, en cambio, imputando un
delito cuando hay un desenlace mortal.
«La responsabilidad penal del personal sanitario». Lorenzo Peña y Gonzalo 22
§13.— Bibliografía
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