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Patria, Etnia y Nación

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JORGE IBARRA CUESTA (Santiago de Cuba, 1931): Graduado de High School en

Williston Academy de East Hampton, los Estados Unidos. Estudiante universita-


rio después de su regreso a Cuba, en 1951, fue electo presidente de la FEU en la
Universidad de Oriente, en 1953. Desde entonces se incorporó a la lucha revo-
lucionaria y colaboró con Frank País en las distintas organizaciones
insurreccionales por él fundadas en la entonces provincia de Oriente. También
participó en las luchas del directorio revolucionario 13 de Marzo. Exiliado
político en los años 1956-1958. Al triunfar la Revolución regresó a Cuba y un
año después se graduó de Doctor en Derecho.
Es autor de numerosos artículos publicados en revistas especializadas y en la
prensa nacional. Además ha escrito obras significativas para la historiografía
cubana como: Historia de Cuba, Ideología mambisa, Aproximaciones a Clío, José Martí,
dirigente político e ideólogo revolucionario, Nación y cultura nacional, Un análisis psicosocial
del cubano: 1898-1925, Cuba (1898-1958). Estructura y procesos sociales, entre otras.
También ha participado en numerosos eventos científicos de Historia.
Ostenta la medalla “Combatiente de la Clandestinidad”, la distinción “Por la
Cultura Nacional” y le fue otorgado el Premio Nacional de Ciencias Sociales.
EDITORIAL DE CIENCIAS SOCIALES, LA HABANA, 2009
IV JORGE IBARRA CUESTA

Edición: Marianela Ramón Corría


Diseño de cubierta: Jorge Álvarez Delgado
Ilustración de cubierta: Jigüe con paisaje, Ever Fonseca
Diseño interior: Xiomara Gálvez
Corrección: Natacha Fajardo Álvarez
Composición digitalizada: Bárbara A. Fernández Portal

Primera edición, 2007


Primera reimpresión, 2009

© Jorge Ibarra Cuesta, 2007


© Sobre la presente edición:
Editorial de Ciencias Sociales, 2009

ISBN 978-959-06-0975-6

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión,


por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO


Editorial de Ciencias Sociales
Calle 14 no. 4104, Playa, Ciudad de La Habana, Cuba
correo: [email protected]
INTRODUCCIÓN V

A Ana, con el amor y cariño de una vida;


por lo que eres y por lo que me has dado.
VI JORGE IBARRA CUESTA
INTRODUCCIÓN VII

ÍNDICE

Introducción / IX
Tema 1. El proceso de formación nacional y su desenlace
en las revoluciones de 1868 y 1895 / 1
Del sentimiento de patria a la conciencia de nación (1600-1868) / 3
Guerra del 95: ¿guerra de la voluntad e ideal o de la necesidad
y pobreza? / 83
Tema 2. Acercamiento comparativo a la formación nacional
de las Antillas hispanoparlantes / 107
Cultura e identidad nacional en el Caribe hispánico:
el caso puertorriqueño y el cubano / 109
Nacionalismos hispano-antillanos del siglo XIX / 125
Comunidades hispánicas en Cuba y Puerto Rico en el siglo xx / 140
Tema 3. Problemática histórica del caciquismo en la República / 165
Prolegómenos al estudio sobre el caciquismo en Cuba / 167
Enclaves de poder político rural / 169
Caciquismo, racismo y actitudes con relación al estatus político
en Las Villas (1906-1909) / 186
Las masas negras ante la intervención / 190
Caciquismo, racismo y actitudes con relación al estatus político
futuro en las provincias occidentales (1906-1909) / 196
Tema 4. Atisbos en la problemática nacional y racial republicana / 221
Herencia española e influencia estadounidense (1898-1925) / 223
Importancia de la polémica Mañach-Urrutia en los años 30 / 247
VIII JORGE IBARRA CUESTA

Actitudes ante la cuestión nacional y racial


en la Convención Constituyente de 1940: comunistas, reformistas y
conservadores / 253
Tema 5. Reflexiones críticas sobre algunos estudios antropológicos
e históricos de la identidad cubana / 271
El legado científico de Fernando Ortiz / 273
Meditaciones acerca del proceso de integración social
y cultural del negro cubano en la primera República / 287
De cómo se forjó la identidad cubana en sus encuentros culturales
con los Estados Unidos/ 302
Apéndices / 313
Apéndice I / 315
Apéndices II / 320
Apéndices III / 322
Apéndices IV / 323
Apéndices V / 329
Apéndices VI / 331
Apéndices VII / 339
Apéndices VIII / 340
Apéndices IX / 346
INTRODUCCIÓN IX

INTRODUCCIÓN

Las razones por las que decidí titular Patria, etnia y nación al con-
junto de reflexiones que forman parte de este libro, guardan una
estrecha relación con mis intereses históricos de cerca de cincuen-
ta años. De un modo u otro, los resultados son inseparables de
mis meditaciones sobre el proceso de formación nacional cubano y
de las revoluciones que lo han espoleado a través de los siglos. No
quiero decir que mis investigaciones hayan sido “desinteresadas”,
“für ewig”, de acuerdo con la noción de Goethe, motivadas por el
placer estético o el amor platónico al conocimiento, pues mi inspi-
ración ha sido el interés por conocer la génesis y evolución de los
conflictos que le han impartido vida al ser nacional. De ahí que no
me propusiera nunca conformar el pasado de acuerdo con las ne-
cesidades del presente, pues si de algo precisan los hombres ac-
tualmente es de la facultad de comprender la lógica implícita al
pasado, la peculiaridad que le es propia, antes que apropiarse de él
para justificar su accionar en la historia. De ahí que el sentido de
mis investigaciones haya sido en última instancia crítico, no apo-
logético. Desde luego, mi labor interesada y cargada de pasión por
comprender las causas probables o los condicionamientos posi-
bles del devenir histórico, no ha estado exenta de valoraciones y
juicios desafortunados. Lo importante, en todo caso, es que en el
pasado no encontraremos las fórmulas que nos prescriban la tra-
yectoria a seguir, si acaso, solo a pensar en términos de los cam-
bios y las duraciones que se alternan en el devenir histórico. La
historia, ciencia de las relaciones sociales y de sus cambios en el
X JORGE IBARRA CUESTA

tiempo, de los procesos seculares renovables y de las coyunturas


tornadizas, de la lógica y del sentido propio a las distintas mentali-
dades, nos convoca todos los días al debate de los problemas rela-
cionados con el conocimiento histórico. Su gran lección se
encuentra precisamente en la invitación a debatir y confrontar el
pasado, presente y futuro como una unidad inseparable.
Los avatares descritos atraviesan los trabajos que forman parte
de la presente obra, en tanto se detienen en determinados instan-
tes del acontecer o bosquejan algún que otro proceso histórico.
Por eso la presente indagatoria se ha propuesto, ante todo, saber
quiénes eran y qué sentido de la realidad tenían distintos grupos
de criollos, primero, y de cubanos, después, en distintas épocas;
qué fines han perseguido a través del tiempo; hacia dónde los han
conducido los acontecimientos que han promovido y de qué mane-
ra las distintas corrientes de la historia han cambiado sus desig-
nios. Seguramente me reprocharán que estas interpelaciones a
propósito del largo recorrido de la comunidad histórica nacional
sean propias de los metarrelatos de la modernidad. Pienso, sin em-
bargo, que sin su compañía no hubiéramos podido nunca empren-
der esta travesía por el reino de Clío en busca del sentido que los
hombres, los distintos grupos de hombres, le impartieron a sus
vidas y a la historia.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 1

TEMA 1

EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL


Y SU DESENLACE EN LAS REVOLUCIONES
DE 1868 Y 1895
2 JORGE IBARRA CUESTA
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 3

DEL SENTIMIENTO DE PATRIA A LA CONCIENCIA


DE NACIÓN (1600-1868)*

“El patriotismo es uno de los sentimientos más profundos,


afianzados en patrias aisladas por siglos y milenios”.
LENIN

“Los grupos, con independencia de cuál sea su naturaleza,


solo constituyen de manera íntegra su identidad
cuando se oponen a terceros”.
BRAUDEL

Los estudios históricos del proceso de formación nacional cubano


suponen el análisis detenido de sentimientos e instituciones en las
que descansó su evolución a través de los siglos. Una primera fase
de este trayecto comprende el espacio de tiempo que corre desde la
aparición del sentimiento de patria en las comunidades criollas hasta
el inicio de sus luchas por la formación de un Estado nacional. En el
caso cubano, la comprensión de ese proceso implica el examen de
las tendencias profundas que alientan la evolución histórica del
patriciado y las comunidades criollas, a partir de su toma de con-
ciencia, de sus intereses propios frente al Estado colonial, hasta la
revolución abolicionista e independentista de la Demajagua, cuyo
designio último fue la constitución del Estado nacional. Se trata
entonces del estudio de las causas que concurren en el tiempo a
condicionar el hecho revolucionario de 1868. ¿Las que se remon-
tan en el curso de los siglos o tan solo las que confluyen súbita-
mente en la coyuntura para desencadenar el hecho revolucionario?
¿Causas, determinismos o tan solo condicionamientos? Es preciso
dilucidar, en todo caso, cuándo se trata de causas o determinismos
probables y cuándo de condicionamientos posibles. ¿Cómo valorar

* Este acercamiento monográfico se deriva de una ponencia presentada en el


Congreso convocado por el Departamento Histoire des Antilles Hispaniques
de la Universidad Paris VIII, publicado con el título “Crisis de la esclavitud
patriarcal cubana”, en Anuario de Estudios americanos, XLIII, Escuela de Estudios
Hispano-americanos de Sevilla, 1986.
4 JORGE IBARRA CUESTA

entonces la resistencia en el curso de los siglos de una comunidad


o de una clase social a las imposiciones de un Estado? Cuando
hablamos de la resistencia de las comunidades criollas a las impo-
siciones del Estado colonial español desde el siglo XVII, ¿no habla-
mos acaso de fenómenos que se manifiestan en un prolongado
periodo de tiempo? ¿Nos encontramos frente a una correlación
secular probable de dos fenómenos? ¿Acaso el patriciado criollo
blanco no le atribuyó al fisco y a la prohibición de comerciar con el
exterior que soportó por tanto tiempo, una de las causas de su
accionar revolucionario en 1868? Lo mismo sucedió con los
estamentos étnicos subalternos, segregados por los esclavistas
desde su aparición en la historia. La toma de conciencia patriótica
de los negros y mulatos criollos brotará de las mismas fuentes que
alimentan su rebeldía contra la esclavitud y la estratificación étnica
que le es propia. Ahora bien, ese despertar a la historia, a la con-
ciencia de sí y para sí, solo comenzará a tomar forma en las condi-
ciones del siglo XIX. Aquí parece fusionarse una actitud de resistencia
de las comunidades criollas, blancas o negras, frente al Estado co-
lonial que se prolonga en el tiempo con una reacción que se origi-
na en la coyuntura. Nos encontramos, por consiguiente, ante los
efectos de una correlación causal pretérita, “un mal que dura mil
años”, intensificado por una perturbación que se origina en la
coyuntura.
Preguntémonos entonces a justo título: ¿qué sucede cuando
tienen lugar transformaciones sociales en el intervalo histórico
previo a la ruptura que significa la conmoción social revoluciona-
ria? ¿Pueden considerarse esas transformaciones que tienen efec-
to en el periodo de duración media, previa al hecho revolucionario,
determinismos eficientes e inmediatos? La emergencia de nuevas
estructuras sociales, de nuevos grupos y clases sociales, anterio-
res al suceso revolucionario, con independencia de la conducta de
sus actores durante el proceso histórico, solo puede ser considera-
da un condicionamiento variable que se proyecta desde la duración
media hasta la coyuntura, nunca una causa directa o eficiente del
hecho que estudiamos.
A la incidencia en el tiempo de esas correlaciones causales, unas
más lejanas y otras más cercanas en el medio tiempo, habría que
agregar las que irrumpen de improviso, súbitamente, ante la mira-
da desconcertada de los actores históricos. ¿No son determinismos
de ese tipo la caída repentina de los precios de los productos, o las
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 5

calamidades imprevistas de la naturaleza, o las epidemias, o las


guerras, en tanto trastornan radicalmente las condiciones de exis-
tencia, más allá de determinados límites tolerables?
Los paradigmas que representan las decisiones tomadas por so-
ciedades vecinas para hacer viables ciertos cambios son también
acontecimientos de la coyuntura que se presentan como opciones
favorables al accionar de los protagonistas históricos en el presente.
En ese mismo sentido, la victoriosa Guerra de Restauración de la
pequeña isla de Santo Domingo contra los poderosos ejércitos del
colonialismo español, la resistencia triunfal de México a la inva-
sión y ocupación militar europea y la abolición de la esclavitud por
Lincoln en la segunda mitad del siglo, ¿no constituyeron un ejemplo
o más bien un mandamiento ineludible e inaplazable para los revo-
lucionarios cubanos de fines del decenio de 1860, en el sentido de
que “se podía” luchar por la independencia y la supresión de la
esclavitud? Pensamos que los testimonios que aportamos en ese
sentido nos ilustran a propósito de las motivaciones inminentes o
coyunturales que tuvieron los principales protagonistas históricos
del 68 para insurgir contra el dominio colonial español. Lo más
notable, sin duda, es cómo esas precedencias históricas se acumu-
laron, o más bien, concurrieron para yuxtaponerse unas sobre otras
y provocar los cambios que tuvieron efecto, o sea, cómo acudieron
en el momento preciso para fundar la constelación condicionante
del hecho revolucionario. El contexto que condiciona los hechos del
presente no debe definirse en términos de antecedentes más o
menos importantes, porque la valoración final no admite predilec-
ciones por un tipo de causas sobre otras. De hecho, se trata de un
resultado histórico último que el historiador solo puede identificar
como la representación condicionante del presente.
Solo mediante comparaciones con otros casos históricos, podrá
ponderarse la importancia relativa que pueden tener determinadas
causas probables o correlaciones causales verosímiles con relación
a otras. De ese modo podrán considerarse de una manera más
objetiva cuáles de esas supuestas procedencias causales no condi-
cionaron la génesis del hecho revolucionario. De ahí la actitud
metodológica de no conceder ninguna prelación a las distintas
corrientes de la historia que condujeron sus aguas al 68 por el
hecho que fuesen más o menos caudalosas o extensas. Solo descri-
biremos y representaremos su trayectoria hasta el momento del
desbordamiento que significó la Demajagua. De ahí que nos con-
6 JORGE IBARRA CUESTA

formemos con mostrar finalmente una síntesis del condicionamien-


to general que incidió sobre el hecho revolucionario estudiado.

El fenómeno de diferenciación y desglose de los cabildos criollos


del Estado colonial español constituyó parte de un proceso que
tuvo lugar en el curso de los primeros siglos de colonización. El
resultado más trascendente de ese diferendo histórico secular fue
la formación de una identidad criolla y una conciencia de patria
local. Las interpretaciones del proceso de formación nacional
cubano han supuesto que los rasgos definitorios de la nacionali-
dad cubana se plasmaron como resultado de un proceso histórico
natural, no deliberado, en el cual fuerzas sociales obrando espon-
táneamente contribuyeron a la constitución de una comunidad es-
table de cultura, lengua, psicología, territorio y economía. En este
estudio monográfico nos propusimos evidenciar que los progre-
sos de este proceso desde principios del siglo XVII hasta la segunda
mitad del siglo XIX, fueron resultado, en gran medida, de la toma de
conciencia de sí de estamentos sociales criollos empeñados en un
prolongado conflicto con el Estado colonial. Los polos principales
de la contradicción son los intereses corporativos del patriciado
criollo que ejercía la hegemonía de los cabildos, el modo de vida de
las comunidades insulares, por una parte, y las autoridades colo-
niales españolas, por otra. El factor dinámico, conciente, del pro-
ceso de formación nacional lo constituyó la lucha de los estamentos
y clases criollas contra el Estado colonial. El proceso de transcul-
turación de los distintos grupos étnicos de la Isla se encuentra, por
consiguiente, bajo la impronta del antagonismo que dividió a los
cabildos y comunidades criollas de las autoridades coloniales espa-
ñolas por más de tres siglos. Se trata de un proceso objetivo en el
que las demandas del patriciado terrateniente criollo de autonomía
local o regional, frente a las intromisiones del Estado colonial, de-
fine intereses insulares opuestos a los de la metrópoli. Lo más signi-
ficativo, en ese sentido, es que nos encontramos ante una resistencia
encarnizada, sesgada por la violencia, en ocasiones, y por disputas
legales interminables, en otras, caracterizada con frecuencia por la
desobediencia civil al poder colonial. La actitud del patriciado crio-
llo se resumirá en el grito pronunciado más de una vez, en ocasión
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 7

de alguna sublevación o protesta de los regidores bayameses o


principeños, “¡Viva el Rey! ¡Abajo el mal gobierno!”. La monar-
quía no es cuestionada. De lo que se trata, ante todo, es que el
patriciado de los cabildos criollos se reserva el ejercicio indisputado
del poder local, donde no permite la intrusión de la Corona, ni de
los gobernadores. Desde luego, en el curso de estas confrontacio-
nes de largo alcance tienen lugar arreglos y treguas, pero estas
mediaciones no son más que una manifestación del conflicto que
divide a la sociedad colonial. El señorío ejercido por los cabildos
sobre las comunidades criollas y sus enfrentamientos con el poder
colonial constituyen de hecho, las relaciones de poder que se sos-
tuvieron por más tiempo en la historia de Cuba y las que probable-
mente tuvieron más efecto en la conformación del carácter del
criollo. El patriciado local protestará y se rebelará una y otra vez
contra la excesiva tributación española, el monopolio comercial, la
injerencia de las autoridades coloniales en los cotos territoriales de
los cabildos y la intromisión eclesiástica y militar en la vida privada
de los vecinos. De manera parecida la represión que practicaban
las autoridades coloniales y la Iglesia de manera invariable contra
las manifestaciones culturales autóctonas alejarían aún más a las
comunidades criollas de la cultura oficial peninsular. Las deman-
das reiteradas interpuestas por el patriciado de los cabildos ante la
Real Audiencia de Santo Domingo, el Consejo de Indias y el mo-
narca contra las decisiones adversas de las autoridades coloniales,
a lo largo de los siglos XVII y XVIII han constituido los expedientes
más numerosos y profusos del proceso de toma de conciencia na-
cional frente a la metrópoli. No existe documentación de la Isla
más prolija en los archivos de Cuba y España que la referente a las
reclamaciones de los cabildos criollos en defensa de sus prerroga-
tivas frente al Estado colonial. No había año en que los distintos
cabildos no elevaran sus apelaciones ante la metrópoli en protesta
contra las providencias de las autoridades coloniales y eclesiásti-
cas. La evidencia de estos conflictos se encuentra también en la
documentación de los capitanes generales, los obispos, los oficia-
les de la Real Hacienda que constan en el Fondo de la Real Audien-
cia de Santo Domingo en el Archivo de Indias.1 La resistencia a las

1
En un documentado estudio sobre la formación del sentimiento de patria en
el patriciado y en las comunidades insulares, reproducimos cientos de eviden-
cias a propósito de los conflictos de los cabildos criollos con el Estado colonial
8 JORGE IBARRA CUESTA

ordenanzas de las autoridades coloniales constituía la razón de ser


del patriciado y de las comunidades insulares. La persistencia y
amplitud de los conflictos dan cuenta de la escisión profunda que
tuvo efecto en el curso de los siglos entre las patrias locales de los
criollos y el designio colonial español. De por sí estos enfrentamien-
tos no fueron capaces o suficientes para promover el movimiento
emancipador de 1868, pero trazaron la profunda línea divisoria que
separó, desde entonces y para siempre, en dos bandos a los criollos
y a las autoridades españolas. Los conflictos reseñados desbroza-
ron un camino, pero carecieron de suficiente fuerza e impulso his-
tórico para desembocar en la revolución abolicionista e
independentista de 1868. Los condicionamientos decisivos habrá
que buscarlos en la segunda mitad del siglo XVIII y en el siglo XIX,
pero sus premisas se encuentran, sin duda, en los agravios y ani-
mosidades que albergaron las partes en pugna a lo largo de tres
siglos. La identidad criolla, expresión de la toma de conciencia de
sí, de “nosotros” frente a “los otros”, toma forma en este intervalo
secular. Las demandas de los señores de hacienda de la Tierra Aden-
tro se expresarán en las reiteradas exigencias que los procurado-
res de los cabildos criollos presentarán ante la Real Audiencia de
Santo Domingo y el Consejo de Indias. La confrontación del patri-
ciado con las autoridades coloniales sentaron las bases para la for-
mación del patriotismo blanco de los vecinos. Las luchas tempranas
y las conspiraciones desde fines del siglo XVIII y principios del siglo
XIX, que llevaron a efecto los negros y mulatos libres, por la supre-
sión del régimen estamental y la abolición de la esclavitud, crearon
a su vez las condiciones para la formación del patriotismo negro.
Estas luchas daban cuenta de la autoconciencia del grupo étnico
de los negros y mulatos libres y de la búsqueda de caminos para su
emancipación nacional y social. Las relaciones esclavistas anta-
gónicas entre amos blancos y esclavos negros determinaron la
aparición de dos patrias distintas: la patria del criollo blanco y la
patria del criollo negro, el patriotismo de los criollos blancos y el pa-
triotismo de los criollos negros y mulatos. En los proyectos po-
líticos que las animan cada comunidad étnica se planteará forjar

español durante los siglos XVII y XVIII. Las referencias a este proceso en el
presente ensayo están avaladas y tienen como fundamento entre otras fuentes
bibliográficas, dicho estudio monográfico. Jorge Ibarra Cuesta: Del sentimiento
de patria a la conciencia de nación 1600-1868, ts. I y II, en proceso de edición.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 9

una patria distinta, a su imagen y semejanza. No será sino hasta la


Revolución de 1868 que comience a tomar forma la patria común.
La nacionalidad cubana será, ante todo, el resultado de un pro-
longado diferendo entre el patriciado criollo y la política colonial
española, por una parte, y las comunidades negras y mulatas libres
contra el Estado colonial español y el poder del patriciado criollo,
por otra. Ya desde fines del siglo XVII, casi con un siglo de antela-
ción a la formulación por Arango y Parreño de las demandas de los
plantadores azucareros de Occidente a la Corona, el Cabildo de la
Habana había planteado reiteradamente sus reivindicaciones a la
metrópoli en representación del patriciado criollo, propietario de
las primitivas manufacturas azucareras y tabacaleras.2 La forma-
ción del sentimiento de patria no será el resultado de las solicitu-
des reformistas de los llamados “Padres de la nacionalidad cubana”,
los ideólogos de la plantación esclavista azucarera del siglo XIX.3
Las demandas de los terratenientes criollos de la Tierra Adentro
tomaron un nuevo sesgo desde la promulgación por la Corona del
libre comercio y la consolidación de una economía de plantaciones
azucarera y cafetalera en la región occidental de la Isla en el siglo XIX.
En ese sentido, la dependencia de las haciendas ganaderas de la
región centro oriental a las plantaciones occidentales en un merca-
do único condicionó las nuevas actitudes que asumiría el patricia-
do terrateniente. El ganado en pie que rescataban con los
contrabandistas extranjeros a lo largo de los primeros siglos de
colonización sería comercializado en las plantaciones occidenta-
les, necesitadas de carne de res para la alimentación de los esclavos
y de bueyes para la transportación de las cañas.
Otro cambio estructural que incidió en la perspectiva general del
patriciado en el siglo XIX fue la formación de un sector terratenien-
te venido a menos, como resultado de la subdivisión de su patrimo-
nio en el transcurso de los siglos y el acceso a este por las sucesivas
generaciones de la familia terrateniente. El gradual desplazamien-
to de los integrantes de la fracción empobrecida de la clase señorial
entrañará formas peculiares de radicalización. En un primer

2
Jorge Ibarra Cuesta: “Primeras demandas ante la Corona de los propietarios
de las primitivas manufacturas azucareras y tabacaleras criollas”, Revista Bimestre
Cubana, vol. C, época III, no. 25, julio-diciembre, 2006, pp. 121-137.
3
Jorge Ibarra Cuesta: Varela, el precursor. Un estudio de época, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 2004, p. 130.
10 JORGE IBARRA CUESTA

momento, harán suyas las reivindicaciones de una clase media co-


lonial, abrazando parte del ideario de la Revolución francesa, pero
conservando el orgullo señorial y el sentimiento de patria hereda-
do del patriciado. Tal alineación ideológica los enfrentará decidida-
mente con el pacto colonial que habían concertado los grandes
señores de hacienda criollos con la Corona.
El sector acomodado del patriciado había conciliado en alguna
medida sus intereses con las autoridades coloniales en tanto había
conservado intacto el patrimonio terrateniente, se había beneficia-
do del libre comercio y prosperado abasteciendo de ganado a las
grandes plantaciones occidentales. Con el establecimiento del ré-
gimen constitucional en 1820, las nuevas promociones señoriales
venidas a menos y sectores de una clase media colonial en gesta-
ción, se afiliaron a una corriente liberal reformista, que demanda-
ba iguales derechos para las comunidades criollas y autonomía
regional frente al Estado colonial. En tanto el patriciado tradicio-
nal, que había conservado su poder económico y representación
social, se adscribió a una tendencia integrista, opuesta a cualquier
movimiento que pudiera favorecer la independencia o afectar sus
acuerdos con las autoridades coloniales. No por eso los grandes
señores de hacienda que integraban el sector tradicional del patri-
ciado renunciaron del todo a sus prerrogativas regionales ante el
poder colonial. No faltaron tampoco entre los liberales venidos a
menos, jacobinos que se pronunciaron por la abolición de la escla-
vitud, lo que motivó actitudes recalcitrantes entre los absolutistas
o integristas. De ese modo, el conflicto asumió en la región centro
oriental el cariz de un pleito en la familia terrateniente. La pugna se
agudizó en la medida que en las elecciones capitulares, los
absolutistas o píos, aliados a las autoridades coloniales, despoja-
ban arbitrariamente a los liberales de sus posiciones en el cabildo.
La radicalización de los conflictos provocó el surgimiento de grupos
partidarios de la independencia de España. En líneas generales se
observó una evolución parecida en Bayamo y Puerto Príncipe
durante el decenio de 1820.4 En La Habana y Matanzas, los actores
fueron otros: las conspiraciones de Rayos y Soles de Bolívar y del
Águila Negra, fueron anatemizadas por los ideólogos reformistas

4
Ibidem, pp. 115-123. Véase también Manuel Hernández González: “El libera-
lismo exaltado en el trienio liberal cubano”, Cuba: algunos problemas de su
historia, Ibero-americana Pragensia Supplementum, 7, Universidad Carolina
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 11

de la plantación azucarera, Arango y Parreño, el obispo Espada y


Landa, José Antonio Saco y Domingo del Monte. La tacha emplea-
da con más frecuencia para condenar a los independentistas
habaneros y matanceros fue esgrimida por Domingo del Monte,
los independentistas eran “hombres insignificantes, sin arraigo,
ni nombradía honesta de ninguna clase, que por su naturaleza des-
preciable y baladí (…) ningún eco tenían sus ideas en la masa de la
población cubana”.5 La mayoría de los partidarios de la indepen-
dencia eran humildes artesanos criollos, con excepción del acau-
dalado joven habanero José Francisco Lemus y algunos otros. De
ahí que el repudio a los movimientos emancipadores por los pensa-
dores reformistas de la plantación tuviera una honda connotación
clasista. Los dirigentes del independentismo, Varela, Lemus y Agüe-
ro, vacilaron en proclamar la igualdad de blancos y negros y pro-
nunciarse en favor de la eventual abolición de la institución
esclavista. La oposición de los plantadores de la región occidental y
del patriciado tradicional centro oriental, dio al traste con las pri-
meras conspiraciones independentistas del decenio de 1820.
El temor a que un encuentro frontal con el poder colonial provo-
case una sublevación de esclavos, determinó que la tendencia tra-
dicionalista del patriciado en las regiones centro orientales de la
Isla tomara partido en el decenio de 1830 con el reaccionario capi-
tán general, Miguel Tacón, en su diferendo con el gobierno liberal
del general Manuel Lorenzo, en Santiago de Cuba. La implanta-
ción del régimen constitucional liberal de Lorenzo en la Tierra Aden-
tro, determinó que se catalizaran de nuevo las tendencias liberal e
integrista del patriciado terrateniente centro oriental. El derroca-
miento de Lorenzo ante el avance de las tropas de Tacón hacia
Santiago de Cuba, fue acompañado por las adhesiones de todos los
cabildos de la región centro oriental, controlados por los terrate-
nientes criollos integristas. Entre los firmantes de los manifiestos
de lealtad al poder colonial de los cabildos se encontraban los ape-
llidos Céspedes, Aguilera, Agramonte, Agüero, Cisneros Betan-
court, Recio, Varona, Arteaga, Estrada, Figueredo, Milanés, Fornaris,

de Praga, 1995, p. 79 y Olga Portuondo Zúñiga: “Puerto Príncipe en el


proceso de centralización política (1808-1838)”, Cuadernos de historia principeña,
Editorial Ácana, no. 5, Camagüey, 2006, pp. 33-56.
5
Jorge Ibarra Cuesta: Ob. cit., p. 130.
12 JORGE IBARRA CUESTA

Santiesteban y otros. Fueron esos apellidos señoriales los que desde


los cabildos protagonizaron las desobediencias flagrantes y las su-
blevaciones contra el poder colonial a lo largo del tiempo. Durante
los siglos XVII y XVIII las imposiciones de las autoridades coloniales
provocaron tres sublevaciones dirigidas por los cabildos criollos de
Puerto Príncipe y Bayamo, así como la ejecución de tres tenientes y
capitanes de guerra españoles por las comunidades criollas de la
región centro oriental.6 En la coyuntura de la primera mitad del XIX,
el sector próspero de la clase transó algunas de sus demandas con
el poder colonial e hizo determinados sacrificios en aras de conser-
var las fortunas y el poder local. Ahora bien, debe destacarse que
los integrantes del sector liberal, venido a menos, llevaban los mis-
mos apellidos patricios y se sentían investidos de las mismas pre-
rrogativas e inmunidades señoriales que los miembros del sector
más poderoso de la clase. De la misma manera que los miembros
de este último sector, no renunciaron a reclamar los mismos bla-
sones, escudos de armas y otras distinciones nobiliarias.7 Como
integrantes de la gran familia terrateniente de la Tierra Adentro
todos se consideraban acreedores a las mismas dispensas.
A partir de 1840, la situación de los señores de hacienda y del
sector emergente de los arrendatarios en la Tierra Adentro se torna-
rá cada vez más crítica. Como veremos, la explotación intensiva de
los potreros de ganado en la región occidental y la introducción del
tasajo uruguayo por los plantadores habaneros y matanceros como
medio de alimentación fundamental de los esclavos, tenderá a des-
plazar la demanda de ganado de la región centro oriental.8 La crisis
de la Tierra Adentro durante los años 1848-1850 dará cuenta de la
disminución de los precios del café y del azúcar y la caída de la pro-
ducción de esos productos, además de los del ganado, tabaco y ma-
dera. La quiebra de importantes casas comerciales de Santiago de
Cuba, financieras de las cosechas de la región, contribuyó aún más

6
Jorge Ibarra Cuesta: “La tenaz resistencia de los cabildos criollos a las imposi-
ciones del poder colonial español. Siglos XVII y XVIII”, Revista Bimestre Cubana,
no. 22, enero-junio 2005, pp. 114-161.
7
Para un ejemplo entre muchos otros, véase la solicitud de escudo de armas de
Carlos Manuel de Céspedes. Carlos Manuel de Céspedes: Escritos, Compilación de
Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo Viñals, Editorial de Ciencias So-
ciales, La Habana, 1974, t. I, pp. 388-389.
8
Ymilcis Balboa Navarro: “La ganadería en Cuba entre 1827 y 1868”, Nuestra
Historia, no. 1, Caracas, 1991.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 13

a la caída de la producción del tabaco, ganado, café y azúcar. La ca-


restía de alimentos en Bayamo determinó que la Administración de
Rentas Reales de la jurisdicción les impusiera a los vegueros la
obligación de cultivar viandas y frutos para el vecindario bayamés.
De acuerdo con algunos estimados, la sequía que asoló los cultivos
y pastos de Oriente y Puerto Príncipe desde 1835, determinó la re-
ducción de la mitad de las cosechas y de la masa ganadera. Uno de
los acontecimientos que incidió con más fuerza sobre la crisis fue la
acumulación de censos y capellanías sobre la propiedad en el curso
de los últimos decenios. En 1856 había en Puerto Príncipe capellanías
por valor de 452 176 pesos. La clase terrateniente era una sempiter-
na deudora de la Iglesia, de la cual no podía redimirse. El tabaco en
rama pagaba en derechos de exportación a la Real Hacienda el exor-
bitante canon de 20 a 25 % del valor que tenía en el mercado. Otro
hecho que incidió con particular fuerza sobre la situación crítica de
los vegueros fue el agravamiento del carácter usurario de los
préstamos de 12 a 24 % de interés del capital comercial de la región.
La extracción de 3 000 o 4 000 esclavos de los cafetales, vegueríos e
ingenios de Oriente y Camagüey para venderlos en las plantaciones
azucareras occidentales contribuyó todavía más a la postración eco-
nómica de la región. La epidemia de cólera que poco antes tuvo lugar
en Oriente fue otro factor condicionante de la crisis. Las medidas de
reducción de los diezmos sobre el café, tabaco, azúcar y algodón que
aconsejaba el patriciado oriental o su sustitución por un derecho
moderado sobre la exportación de esos productos, no fueron atendi-
das por la Real Hacienda.9
9
Archivo Nacional de Cuba: “Asuntos políticos”, legajo 43, no. 30, Expediente
que las autoridades de la provincia de Santiago de Cuba rinden informe acerca de las
causas de la decadencia económica de esa en 1849; Informe de 13 de Agosto de 1849
de Antonio Muñoz de la Tesorería General del Ejército y Hacienda de la Provincia de
Cuba al Superintendente de la Provincia, folios 37-38; Informe de Agustín de Granda
de 16 de Agosto de 1849 de la contaduría decimal de Santiago de Cuba al Superinten-
dente de la Provincia de Cuba, folios 41-44; Comunicación de Arcadio Roche fechado
en Bayamo a 17 de Agosto de 1848 por la Administración y Tesorería de Rentas Reales
de Bayamo al Superintendente de Hacienda de la Provincia, folios 45-57; Informe de
Antonio de Alda de 6 de Septiembre de 1849 al Sr. Intendente de esta Provincia,
fechada en Santiago de Cuba, folios 76-86; Informe de Pedro Ferrer de Landa de 13 de Octubre
de 1849 al Superintendente de Hacienda, folios 87-101; ver también Félix
Erenchun: Anales de la Isla de Cuba. Diccionario administrativo, económico, estadístico
y legislativo, La Habana, 1858, tomo Letras B-E, p. 998 y Memorias de la Real
Sociedad Económica de Amigos del País, La Habana, 1839, t. VIII, pp. 247-250
y 141-145.
14 JORGE IBARRA CUESTA

En el periodo comprendido entre 1840 y 1868 la economía no se


recuperó y continuó estancada hasta que se desencadenó la crisis
que contribuyó decisivamente al estallido revolucionario de 1868.
En la medida que la situación económica se deterioraba los conflic-
tos seculares con el fisco español se agravaban progresivamente.
Cada vez más se tornaba vigente el viejo refrán español: “No hay mal
que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”. Solo que las cargas y
agravios coloniales que recaían sobre los hombros de los terrate-
nientes y las comunidades criollas duraban siglos y sus tradiciones
de evasiones y resistencia fiscal tenían la misma edad. Generación
tras generación se habían transmitido esas tradiciones de rebeldía,
de desobediencia, de lucha contra las imposiciones coloniales, sin
que surtieran efecto, porque las causas no habían desaparecido. La
misma administración colonial que había motivado esos patrones de
conducta y esas tradiciones de lucha, se conservaba en pie impo-
niendo las mismas cargas y agravios a la sociedad criolla. En esas
condiciones la clase terrateniente en su conjunto, comenzó a pro-
testar contra la tributación. Ya no se trataba tan solo de los sectores
desheredados de la clase, sino también de los grandes señores de
hacienda que habían conciliado sus diferendos con el poder colonial
en la primera mitad del siglo, los que se convencieron de que no
había salida, ni avenencia posible. Es preciso entonces que demos
cuenta de la forma en que se agravó la situación del patriciado y de
las comunidades criollas en los años que corren entre 1840 y 1868.
De acuerdo con las estadísticas de la época reproducidas por
José Antonio Saco la tasa de contribuciones por persona que debía
satisfacer la isla de Cuba en 1835 a la Corona española era consi-
derablemente mayor que la de las colonias antillanas y caribeñas
inglesas (Cuadro 1.1).10

Cuadro 1.1. Relación entre el valor de las exportaciones


y las contribuciones (1835)
Colonias Por ciento
Norteamericanas Más del 14 %
Antillas y posesiones
caribeñas inglesas Menos del 7 %
Cuba Más del 140 %

10
José Antonio Saco: Colección de papeles científicos, históricos, políticos y de otros ramos
sobre la Isla de Cuba, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963, t. III, p. 183.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 15

Saco no era el único que consideraba abusiva la tributación que


gravaba la propiedad en Cuba. El funcionario español Mariano
Torrente se pronunciaba contra la forma en que el fisco obstaculi-
zaba el desarrollo económico de la Isla. A esos efectos invocaba los
criterios que sostuvieron en su época los ministros y consejeros
de Carlos III, Campomanes, Cabarrús y el marqués de la Ensena-
da, en cuanto a la necesidad de reducir el rosario de tributos que
recaía sobre la producción en la Isla.11
En la documentación administrativa de la Real Hacienda y en la
Correspondencia de los capitanes generales existen nutridos expedien-
tes del rechazo invariable de los terratenientes en todo el país y en
especial en la región centro oriental de Cuba a pagar el diezmo. A
propósito de la evasión de los señores del ganado a satisfacer sus
obligaciones con el fisco español, hay un dictamen de 1840 del
asesor de la Real Hacienda, de acuerdo con el cual los arrendado-
res del diezmo debían ser investidos de prerrogativas que le permi-
tieran recaudar el tributo, ante el decrecimiento en las cobranzas
que se observaba en los últimos cuatro años:
Esa decisión firme con que necesitan ser amparados de la auto-
ridad para contrarrestar los efugios del mal pagador, es urgentí-
sima, si se quieren asegurar los aumentos periódicos que se deben
esperar en las rentas de los diezmos, en vez de las bajas tan nota-
bles con que van decayendo de cuatrienio en cuatrienio en am-
bas diócesis, y es el importante punto al que deben dirigirse las
miras y conatos de los encargados de la administración.12
De acuerdo con esta información la recolección del diezmo se
hacía más difícil en las regiones centro orientales de la Isla, com-
prendidas en el obispado de Cuba, donde los subterfugios puestos
en práctica para no cumplir las obligaciones fiscales asumían en
ocasiones un carácter colectivo y los recaudadores estaban expues-
tos a sufrir todo el tiempo “las dilaciones, enredos y efugios” de los
terratenientes deudores. Desde luego, los ingresos del Estado y la
Iglesia tendían a aumentar paulatinamente cada año, como resul-
tado del creciente número de agricultores que emprendían activi-
dades económicas en el medio rural y de la renovada y progresiva

11
Mariano Torrente: Bosquejo económico y político de la Isla de Cuba, Madrid, 1832,
t. 2, pp. 342-360.
12
José María Zamora Coronado: Biblioteca de Legislación Ultramarina, Madrid, 1840,
t. III, pp. 43-47.
16 JORGE IBARRA CUESTA

demanda del mercado, pero la inobservancia de las obligaciones


fiscales por amplios sectores de la clase terrateniente se mantenía
invariable e impedía que se satisficieran íntegramente las exigen-
cias tributarias del Estado colonial. De lo que se trata, claro está, es
de que los terratenientes no se sentían identificados con el Estado,
ni consideraban que sus egresos contribuyeran a un fin edificante,
sino que por el contrario, constituían un despojo de su patrimo-
nio. El conocimiento que tenían las autoridades coloniales de la
resistencia de los terratenientes a satisfacer sus obligaciones con
el fisco español se manifestaba en la Disposición Real de 21 de julio
de 1856 en la que la regenta se extendía en consideraciones: “Re-
conociendo el gobierno de S. M. los gravísimos vicios del sistema
de perfección del impuesto decimal, por medio de arrendadores,
no puede desatenderse tampoco de los desórdenes, dilapidaciones
y abusos de todo género a que tan ocasionado es el método de
administración directa por el Estado”.13
Ese mismo año se dictaba una Real Orden de 5 de diciembre,
por la que se instruía levantar un censo con el número y clase de
propiedades por jurisdicciones, productos líquidos e igualas con el
propósito de impedir la evasión sistemática del pago del diezmo. Se
les daba también participación al teniente gobernador y capitán de
Partido en la averiguación de los datos sobre la producción en cada
finca, lo que agudizaba las contradicciones de los terratenientes
con las autoridades militares implantadas en cada localidad.14 Al
mismo tiempo se le asignaba a los tenientes gobernadores y a los
capitanes de Partido 2 y 4 %, respectivamente de la renta que perci-
bía el Estado y la Iglesia en cada localidad por concepto de diezmo.
De ese modo se pretendía impedir que fueran sobornados por los
señores de hacienda.15
Otro testimonio de la oposición inalterable de los señores de
hacienda a pagar de buen grado sus tributos, lo constituye una
comunicación de Manuel Crespo, administrador de Rentas Reales
de Bayamo de 7 de octubre de 1836, según la cual en esa villa “todos
se han negado a satisfacer el derecho de consumo”, y en Jiguaní
también “se han negado al pago de esos derechos bajo el presente
sistema, anunciándome oficialmente sumo descontento, y aún

13
Félix Erenchun: Ob. cit., t. Letra E, pp. 1470-1473.
14
Ibidem.
15
Ibidem, pp. 999-1007.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 17

peligro[...]aquí personas de otra esfera y los matadores de ganado,


a la sombra de la Constitución, todos unánimes se resisten a estas
gabelas y ayer se negaron enteramente a pagarlas”.16
El sistemático escamoteo fiscal de los criollos se manifiesta de
nuevo en comunicación de Arcadio Arocha de 17 de agosto de 1849,
en la que se describe la crisis económica que asolaba a la región del
Valle del Cauto desde 1843. Esa situación, de acuerdo con Arocha,
se debía, en parte, a que los señores de hacienda bayameses mata-
ban sus reses en las casas de vecinos con los que estaban de acuerdo
para evadir el pago del derecho de pesa, o sea, de consumo, lo que
habían hecho “desde tiempo inmemorial”. 17 A mediados del
siglo XIX, en un escrito de Antonio Bachiller y Morales, que repro-
dujese Erenchun en sus Anales de la Isla de Cuba, definía a los diez-
mos como, “la más varia y gravosa de las contribuciones (...)
imposición que cargando los frutos de la tierra, sin rebaja de gastos
ni créditos que los capitales exigen, se cae principalmente sobre el
labrador que jamás pudo aspirar sino a una modesta retribución
del trabajo”.18 Lo más gravoso del diezmo de acuerdo con el pensa-
dor habanero era la forma desigual en que incidía sobre los pobres.
Así en el Prontuario agrícola general para el uso de labradores y hacenda-
dos escrito en 1856, Bachiller advertía: “La desigual contribución
del diezmo está a punto de sufrir una reforma que alivie a las clases
menesterosas y no grave en más a los agricultores”.19 La reforma
anunciada no llegó, lo que tendrían que lamentar las autoridades
coloniales.
De acuerdo con el gobernador Cajigal de la Vega, la regla en
vigor desde la fundación del Obispado, determinaba que de la mitad
de los ingresos que se obtenían del diezmo se separasen para el
rey, los 2/9, por lo que 11 % se destinaba a la Real Hacienda en
España. El resto se dividía entre el obispo, la mesa capitular, la
iglesia parroquial y los curas y sacristanes.20 Una información es-

16
Archivo Nacional de Cuba: Asuntos políticos, legajo 37, no. 1.
17
Archivo Nacional de Cuba: “Asuntos políticos”, Comunicación de Arcadio Arocha
fechada en Bayamo a 17 de Agosto de 1849, por la Administración de la Tesorería de
Rentas Reales, al Superintendente de la Provincia, legajo 43, no. 30, folios 45-47.
18
Félix Erenchun: Ob. cit., t. D, artículo sobre “el diezmo”.
19
Antonio Bachiller y Morales: Prontuario de agricultura general para el uso de labra-
dores y hacendados de la Isla de Cuba, Imprenta y papelería de Bruna, La Habana,
1856.
20
Boletín Archivo Nacional de Cuba, no. 5, La Habana, 1915, t. XIV, pp. 267-272.
18 JORGE IBARRA CUESTA

tadística representativa de las actitudes de los terratenientes en el


Valle del Cauto con respecto a la tributación en los años 60, lo
constituye un documento de la Real Hacienda acreditativo de la
negativa de los señores de ganado y campesinos de Jiguaní a cumplir
sus obligaciones con el fisco. Según esta información de 1860,
107 terratenientes no pagaron ese año el tributo sobre fincas rús-
ticas, 56 de ellos se resistían a tributar desde hacía varios años,
61 campesinos se negaron a pagar el tributo de ejidos, y 11 no liqui-
daron el impuesto que adeudaban por fincas urbanas.21
La forma más común y extendida de evadir el diezmo en la región
centro oriental consistía en demorar el pago, rezagándose por pe-
riodos de cinco y más años, de manera que se dificultase cada vez
más liquidar los atrasos. Algunos de los expedientes consultados
de cobros de diezmos en la región occidental del país arrojan atra-
sos pendientes en el pago entre 2 y 6 % de lo que se debía cobrar
para algunos años entre 1861 y 1865. Ciertamente no son tan ele-
vados como los examinados en la región centro oriental, pero reve-
lan cómo se atrasaba la liquidación de esos adeudos. Sin embargo,
hay un expediente de la Administración Central de Rentas de La
Habana en el que se instruye se formara una liquidación de los
productos de la renta decimal desde el año 1860-1861 hasta el año
1866-1867, que demoró un mes en ser contestado por las instan-
cias responsables de la contabilidad de los diezmos.
Hacia la década de 1860 la carga que representaban los censos y
capellanías en Cuba se tornó insoportable, a pesar de que a partir
de 1820 se prohibió la constitución de nuevos gravámenes y des-
pués de 1851 se hicieron redimibles de acuerdo con la ley española
que apenas tenía vigencia en la Isla. Según Juan Pérez de la Riva,
las capellanías siguieron constituyendo una gravosa carga, una vez
que las antiguas se siguieron cobrando puntualmente y sus tribu-
tarios eran incapaces de liberarse de una obligación tan pesada a
perpetuidad.22
Ante la creciente oposición que despertaba la tributación entre
los productores, el gobernador de la Isla decidió abrir un expedien-
te con los criterios de estos. En la Gaceta de La Habana de 22 de

21
Archivo Histórico de Santiago de Cuba: Fondo Gobierno Provincial, caja 381, no. 11.
22
Juan Pérez de la Riva: El barracón y otros ensayos, Editorial de Ciencias Sociales,
La Habana, 1975, p. 104.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 19

diciembre de 1854 se publicó una disposición de la Real Hacienda


en la que se disponía la creación de una Junta de hacendados y
comerciantes que abriese una información sobre el diezmo. Entre
los documentos de la época protestando por la tributación se des-
tacaba uno firmado por Joaquín Izaguirre y los principales señores
de hacienda bayameses, de 6 de septiembre de 1855 en el que
expresaba el criterio de que “el diezmo debía exceptuarse para pro-
teger la ganadería muy decaída entre nosotros y excesivamente
gravada por el derecho de consumo”. Firmaban el documento los
más ricos hacendados de Bayamo. La Junta de Fomento de la Habana
en informe de 29 de octubre de 1850 pedía también se subrogase el
diezmo por un aumento del derecho de Aduana porque la ganade-
ría amenazaba con desaparecer.23 La carga excesiva de la tributación
y los censos sobre la propiedad terrateniente en la emergente clase
media agraria y campesinado se hacía sentir pesadamente a media-
dos del siglo XIX.
La abusiva política fiscal había convertido a las regiones centro
orientales en un hervidero de protestas de los terratenientes y los arren-
datarios de potreros de ceba e ingenios. Por cada res vendida en pobla-
do debía pagarse un promedio aproximado de 25 % de tributos.
El disgusto que se manifestaba contra la tributación eclesiástica
se reflejaba con frecuencia en la prensa local. Un primer artículo
en El Fanal de Puerto Príncipe de 15 de septiembre de 1853 critica
esas prácticas, debido a que el teniente gobernador de la localidad
le impusiera una fuerte multa. Las medidas de la autoridad militar
contra el periódico local por censurar a la Iglesia, se repetían diez
años después, cuando su editorialista se pronunciaba de nuevo
contra “las prácticas de lucro abusivas del clero”, y entre estas,
desde luego, la carga excesiva que representaban las capellanías
sobre la propiedad rural. El arzobispo del Departamento Oriental y
el párroco de Puerto Príncipe habían denunciado ante la Junta Ecle-
siástica del Gobierno Superior Civil las críticas del periódico
principeño. La decisión gubernamental no se hizo esperar y en
comunicación de 22 de enero de 1863 al arzobispo de Cuba se le
informaba que el artículo “Fácil arbitrio pecuniario” publicado en
El Fanal había sido “considerado inconveniente”, de acuerdo con la
Ley de Imprenta. Se le comunicó también al teniente gobernador
de Puerto Príncipe los fundamentos de la resolución superior,

23
Archivo Nacional de Cuba: Gobierno Superior Civil, legajo1152, no. 44155.
20 JORGE IBARRA CUESTA

según la cual, “no se autorizaba ningún artículo que roce con los
intereses religiosos”. Este acordó entonces dar a conocer que se
suspendería la publicación de “cualquier otro artículo que verse
sobre el particular”.24 Los arbitrios pecuniarios que representaban
los tributos eclesiásticos no podían ser censurados ni discutidos
en la prensa.
Sobre la situación crítica que hemos descrito para la primera
mitad del XIX y el decenio de 1860, incidieron algunos problemas de
interpretación originados con la aplicación del impuesto del 10 %
estipulado por la Junta de Información de Madrid. Los comisiona-
dos cubanos habían demandado ante la Junta de Información, la
reducción de todos los tributos a un impuesto único del 6 %. Luego
de comprometerse la metrópoli en acceder a las demandas criollas,
le dio las espaldas a lo acordado e impuso un tributo del 10 %, lo
que constituyó una reverenda burla.
Hasta qué punto los diezmos, las capellanías, censos y otras
exacciones de la Iglesia se habían hecho odiosos para los terratenien-
tes, lo evidencia la decisión de los patriotas de la Demajagua de incen-
diar los archivos eclesiásticos donde se guardaba la documentación
relativa a esas obligaciones. El coronel Fernando Figueredo Socarrás,
testigo excepcional de esos hechos, escribió cómo fueron quemados
por los bayameses los archivos donde se guardaba la documentación
referida a esos gravámenes onerosos. Una parte de estos:
la correspondiente a los diezmos y primicias, así como la con-
cerniente a la capellanías, que era muy rico y voluminoso, fue
entregado a las llamas la noche del 28 de octubre de 1868, en
la Plaza Pública de Santo Domingo, por Pedro (Perucho)
Figueredo. El autor del Himno Nacional cubano en improvi-
sada tribuna y con su arrebatadora elocuencia, en presencia
de una frenética muchedumbre, que entusiasta le aplaudía,
iba entregando a las llamas los ya carcomidos y pesados lega-
jos, que representaban la cadena ignominiosa que subyugaba
el pueblo a la Iglesia, acogiendo con manifestaciones de aproba-
ción las frases muchas veces grotescas, siempre irónicas, con
que el orador acompañaba cada volumen que entregaba al sa-
crificio.25
24
Archivo Nacional de Cuba: Gobierno Superior Civil, leg. 679, no. 1702 y leg. 667,
no. 21385.
25
Publicaciones del Archivo Nacional de Cuba: Historia de los archivos de Cuba, La
Habana, pp. 270-271.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 21

No hacía otra cosa Figueredo que seguir los pasos de las revolu-
ciones independentistas latinoamericanas que abolieron los tribu-
tos eclesiásticos en la primera mitad del siglo XIX.26 La crisis que
movilizó a los señores de haciendas y a los arrendatarios del agro
contra el poder colonial había tocado fondo en 1868. La división de
la clase patricia en un sector próspero, conservador, y otro liberal y
separatista, no tenía razón de ser ante el carácter que asumió desde
1840 la represión colonial contra las comunidades criollas de la
Tierra Adentro y las dimensiones de la crisis. La unidad que se
forjaría entre el sector conservador y el progresista del patriciado
frente al poder colonial se encarna en los antepasados de Ignacio
Agramonte y Francisco Vicente Aguilera. Estos habían formado
parte del sector conservador de la clase. El padre de Ignacio, ante la
crisis del 68 asumió una posición patriótica acorde con sus tradi-
ciones familiares y se solidarizó con su hijo y la nueva promoción
revolucionaria del patriciado. La familia de Aguilera se identificó
también con la actitud revolucionaria del patricio bayamés. La
coyuntura económica de la primera mitad del siglo XIX se agravó en
tanto se recrudecieron las disposiciones borbónicas enderezadas a
subordinar políticamente los cabildos criollos al poder de los te-
nientes gobernadores españoles. La política borbónica no solo tenía
por fin imponer el poder de las autoridades coloniales sobre el pa-
triciado, suprimir la autonomía y todas las prerrogativas locales
que habían disfrutado por más de dos siglos, sino también suplan-
tar gradualmente a los regidores criollos por los comerciantes espa-
ñoles en los cabildos. La represión que ejercieron las autoridades

26
Entre 1847 y 1850 ocurre la primera etapa de las transformaciones sociales
de la independencia colombiana, que golpean el poder de la Iglesia. En
Colombia la supresión de la esclavitud y de los resguardos indígenas (1850-
-1851) fue precedida por la abolición de los diezmos y los censos (1850). En
Venezuela se decreta la supresión de los resguardos indígenas (1841) y la
venta de las tierras baldías (1848). En Chile se efectuó la abolición de los
mayorazgos (1852) y la desamortización de las tierras de la Iglesia (1857).
En Perú se suprimen los mayorazgos y fueros de la Iglesia (1854-1856). En
Bolivia se confiscan las propiedades del clero regular, las cofradías, capella-
nías y sacristías (1825) y el gobierno se apodera de los diezmos (1827).
Aunque ese conjunto de medidas golpearon el poder de la Iglesia, la mayoría
de esos países contribuyeron a la concentración del poder terrateniente. Ciro
F. S. Cardoso y Héctor Pérez Brignoly: Historia económica de América Latina.
Economías de exportación y desarrollo capitalista, Editorial Crítica, Barcelona, 1979,
pp. 39, 42, 43, 46, 48 y 52.
22 JORGE IBARRA CUESTA

coloniales en el siglo XIX en Cuba tuvo el propósito de tornar ilegí-


timo el poder y las atribuciones tradicionales de los cabildos sobre
las comunidades criollas y sus jurisdicciones. Solo ahora comienza
a ser discutida por la historiografía la significación que tuvo para el
patriciado las facultades omnímodas de los capitanes generales y la
extensión de las atribuciones que disfrutaban los tenientes gober-
nadores en la Tierra Adentro.27 Los desplantes e insolencias de las
autoridades españolas con los criollos en las localidades del interior,
se habían tornado intolerables en el decenio de 1860. Una mani-
festación visible del repudio a la presencia de los militares españo-
les en la vida de las localidades de la Tierra Adentro fueron los
numerosos duelos concertados por jóvenes patricios con oficiales
que invitaban a bailar a las damas criollas en saraos de las socieda-
des de recreo del interior. Si bien desde principios del siglo XIX había
tenido lugar una tregua del poder colonial con el sector más tradi-
cional y conservador de los terratenientes centro orientales, a partir
de 1840 se acentuaron las medidas de los capitanes generales ten-
dentes a ejercer un poder absoluto sobre los naturales del país. La
represión secular a las manifestaciones culturales de las comuni-
dades criollas por las autoridades españolas contribuyó a que se
tomara más conciencia de su separación del poder colonial. Los
antiguos conflictos de los cabildos con el Estado colonial lejos de
reducirse a un conjunto de reclamaciones económico corporativas
tendían a robustecer la hegemonía ideológica, cultural y espiritual
del patriciado sobre las comunidades criollas. Por consiguiente, la
crisis del decenio de 1860 no se redujo ni por mucho a un descen-
so coyuntural de la economía, ni a una protesta más contra la polí-
tica fiscal española, sino que se generalizó, en tanto fue resultado
de un conflicto por la preeminencia cultural, el poder político y la
autonomía e integridad de la patria local.

II

El sentimiento de patria de los criollos, negros y mulatos se mani-


festó desde bien temprano en el siglo XVII. La resistencia de las castas
a las imposiciones del Estado colonial y de sus amos condicionó, a
lo largo de los siglos, la formación de una identidad definida entre
estas. Asimismo, las movilizaciones de las milicias y la población
27
Ibidem.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 23

criolla frente a las agresiones extranjeras evidenciaron que tanto


los blancos como los negros y mulatos criollos mostraban igual
valor en la defensa del suelo patrio. A ese condicionamiento de
larga duración del patriotismo negro, se sumaron las causas que
incidieron en las luchas reivindicativas, abolicionistas e indepen-
dentistas de los negros y mulatos desde fines del siglo XVIII.
Ni el sentimiento de patria, ni los movimientos conspirativos
ulteriores contra el colonialismo español, eran exclusivos a los
criollos blancos. Un sector de la historiografía cubana ha definido
sumariamente los movimientos de protesta y las confabulaciones
de los negros y mulatos criollos como parte de una corriente abo-
licionista o bien reivindicativa de los “de color”. De esa suerte se
obviaba el estudio de la formación de un sentimiento de patria en
los criollos negros y mulatos paralelo al de los criollos blancos. A
partir de esos supuestos, algunos historiadores valoraron la incor-
poración de los estratos étnicos subalternos al movimiento revolu-
cionario de 1868, tan solo como resultado de las relaciones de
dependencia, clientelares que sostenían con los terratenientes in-
surgentes. Desde luego, la explicación sociológica de esa pretendi-
da actitud era que el trato patriarcal que recibían de los señores de
hacienda los llevaba a obedecer ciega e invariablemente las disposi-
ciones de sus superiores.28
En realidad, existían tres vertientes ideológicas entre los negros y
mulatos libres: 1) la palabra de los amos constituía la ley inapelable
de la tierra, 2) defensa de la comunidad cultural y de actividades
sociales y económicas relativamente independientes, públicas o clan-
destinas, que habían alcanzado los estamentos étnicos subalternos
en las barrios segregados de las ciudades y 3) la actitud de rebeldía
28
Hemos estudiado la mayor integración étnica y cultural de las castas y el mejor
trato a los esclavos en la región centro oriental de la Isla, aportando los prin-
cipales índices demográficos, sociales y culturales de la incorporación del
negro a la sociedad patriarcal. Elaboramos las tasas de natalidad, mortalidad,
fertilidad y fecundidad, así como las pirámides de edades en los distintos
estratos sociales en la población esclava de las regiones occidental y centro
oriental de la Isla. Además el grado de integración escolar de los distintos
estratos etno-sociales en escuelas mixtas, por regiones y razas y las tasas de
cimarronaje en la región occidental y oriental de la Isla, o sea, el por ciento de
esclavos que se fugaban con respecto al número que permanecían cautivos por
regiones. Véase Jorge Ibarra: “Regionalismo y esclavitud patriarcal en los de-
partamentos oriental y central de Cuba”, Estudios de Historia Social, nos. 44/47,
Madrid, enero-diciembre, 1988, pp. 115-137.
24 JORGE IBARRA CUESTA

sostenida desde fines del siglo XVIII contra los señores y las autorida-
des coloniales. Se trata de la lucha por la abolición de la esclavitud, la
supresión del régimen de castas y la separación de España. El sepa-
ratismo comienza a tomar forma entre ellos, de motu propio, de manera
independiente de los blancos. El sector más beligerante de la gente
“de color” se consideraba acreedor a un mismo trato que los blancos
por haber participado activamente en defensa de la Isla o por haber-
se ganado la consideración de la comunidad en virtud de sus habili-
dades en determinado oficio. Por muy patriarcal que fuera el trato
que recibían los esclavos y las castas en la región centro oriental con
relación a la región occidental de plantaciones, la esclavitud era un
régimen odioso del cual las clases subalternas aspiraban a emanci-
parse. Desde luego, había grupos importantes de negros y mulatos
que tenían una conciencia muy aguda de sus contradicciones con
las autoridades coloniales españolas por su enfrentamiento a la
tributación y a la represión de los contrabandos en que tomaban
parte. En las ciudades la policía, bajo el mando de las autoridades
coloniales, ejercía una represión permanente en los barrios margi-
nales contra las castas. Muchos pardos y morenos se consideraban
acreedores a los mismos derechos que los criollos blancos. Desde el
siglo XVII comenzaba a formarse una patria imaginada del criollo
blanco y una patria imaginada del criollo negro o mulato. De lo que
se trata entonces es de captar el tránsito del sentimiento de patria al
sentimiento nacional que se gesta en el curso del siglo XIX en los
criollos. El sentimiento de una patria común a todos los cubanos
que comienza a forjarse en 1868, tuvo como premisa el sentimiento
de pertenencia a la patria que se formó separadamente entre los
blancos, negros y mulatos a lo largo de los siglos. Entre las distintas
formas por las que los negros y mulatos libres comenzaron a hacer
del territorio insular su patria en los siglos XVII y XVIII se encuentran:
1) la disposición a distinguirse y sobresalir en la defensa del suelo
patrio y de las comunidades de blancos y negros de la Isla, 2) la
decisión de ocupar un lugar respetado dentro de las comunidades a
partir de sus habilidades y talentos en los oficios que desempeña-
ban, 3) la resolución de hacer valer sus derechos y prerrogativas en
la patria que comenzaban a hacer suya presentando ante las autori-
dades una diversidad de reclamaciones legales y 4) la aspiración a
llevar una vida relativamente independiente de las ordenanzas y pro-
hibiciones de la sociedad de los blancos, en los arrabales donde vi-
vían marginados.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 25

Las represiones periódicas que desataban las autoridades colo-


niales y la policía contra las actividades, encubiertas o lícitas, de la
población negra avivaba aún más el sentimiento de separación en
que vivían.29 Al mismo tiempo, en los barrios marginales de los
negros y mulatos se forjaba un sentimiento de pertenencia, en la
medida en que podían llevar un modo de vida relativamente inde-
pendiente y concebir sus aspiraciones y quimeras propias.
En la vida colectiva apartada del negro y del mulato, en los arra-
bales se crea su comunidad imaginada y sus nociones primarias de
patria. Se trata de la patria imaginada, que como la del blanco de la
época, no es todavía por mucho la patria común que sobrevendrá
con el correr del tiempo el desideratum de muchos. De esa suerte,
las castas comenzarán a forjar insensiblemente una patria, o sea,
un lugar donde vivir bajo el sol con el que se sintieron identifica-
dos. En la medida que reconocieron las reglas de juego en las que
descansaba la sociedad esclavista, con el designio de formular sus
propias metas de realización social, pudieron tomar conciencia de
las dificultades que enfrentaban. Como para los descendientes de
esclavos, los negros y mulatos criollos, no existía posibilidad alguna
de retorno al África, solo podían forjarse un sentido de pertenencia
a la patria, es decir, al territorio insular donde habían nacido y se
habían formado. Se objetará que esa patria no era suya, sino de los
funcionarios coloniales y de los amos, pero es precisamente esa
lucha porque se reconozca su lugar en la sociedad, porque se res-
peten los derechos a los que se consideran acreedores, lo que fra-
guará lentamente el sentimiento de pertenencia a la patria. De ese
modo se llegaría gradualmente a la convicción de que el territorio
insular común era tanto de ellos, los negros y mulatos, como de
los otros, los blancos. En cierto sentido podía compararse la situa-
ción del criollo negro y mulato a la del criollo blanco, sometido al
poder de las autoridades coloniales españolas, y al cual se le había
privado de la facultad de decidir su destino y el de la comunidad de

29
Sherry Johnson: The Social Transformation of Eighteenth Century Cuba, University
of Florida, Gainesville, 2001, pp. 50-56, 62-66, 122-128, 156-162, 184 y 189;
“La guerra contra los habitantes de los arrabales”, “Changing Patterns of Land
Use and Land Tenancy in Around Havana, 1763-1800”, Hispanic American
Historical Review, 77:2, 1997; Leví Marrero: Cuba: economía y sociedad. Siglo XVIII,
Ediciones Playor, vol. 8, Madrid, 1980, pp. 155 y Oficina del Historiador de la
Habana: Actas capitulares del Ayuntamiento de la Habana, libro 28, cabildo 22 de
diciembre de 1749, folios 93-94 y 99-101.
26 JORGE IBARRA CUESTA

la que formaba parte. Es entonces la lucha del criollo, blanco, negro


o mulato, por su reconocimiento social, por su progresiva autode-
terminación, lo que transforma a cabalidad el lugar en que ha naci-
do y vive, en su patria. Así, estos enfrentamientos generadores de
la toma de conciencia de sí, de la identidad, confluyen en la identifi-
cación ideal del criollo con su gente y con la tierra, con sus frutos,
ríos, valles y montañas para abreviar el proceso de formación
nacional. Estos son los fundamentos del patriotismo de los blancos
criollos y de los negros y mulatos criollos. La definición más plena
del criollo negro y mulato se alcanzará con las luchas por sus rei-
vindicaciones, por la abolición de la esclavitud y por una patria li-
bre e independiente. Ya desde la segunda mitad del siglo XVIII, la
documentación relativa a las milicias “de color” y a sus diferendos
con el Cabildo de Bayamo sugiere que la hegemonía del patriciado
terrateniente en la región centro oriental de la Isla era cuestionada
por la oficialidad de las milicias negras. Por esos años, los señores
de hacienda encontraban dificultades en el ejercicio de su poder en
las regiones de esclavitud patriarcal.30
Los negros y mulatos libres no aceptaban de buen grado perte-
necer a compartimentos estancos, privados de derechos y sin posi-
bilidades de ascender socialmente. La esclavitud, ya fuese la
patriarcal de haciendas, doméstica o bien la intensiva de las planta-
ciones azucareras o cafetaleras, se basaba en la consideración de
que los hombres formaban parte de estamentos a los que pertene-
cían de por vida y de los cuales no podían evadirse. Las relaciones a
las que estaban sometidos los estamentos subalternos dependían
no solo de la naturaleza de los distintos tipos de esclavitud, sino de
las coyunturas por las que atravesaba la sociedad y las posibilida-
des efectivas que encontraban los oprimidos de demandar un trato
más considerado. Los conflictos en torno al estatus subordinado
de las castas y las milicias “de color” se derivaban del rigor y de la
pugnacidad de las relaciones laborales y sociales más generales en
las que se encontraban insertas. Los diferendos étnicos que comen-
zaron a gestarse a fines del siglo XVIII parecen desmentir la asevera-
ción de que de la sociedad patriarcal terrateniente se derivaba una
30
Jorge Ibarra: “Integración y segregación del estamento de negros y mulatos en
la sociedad esclavista cubana de haciendas y en la de plantaciones”, Ponencia
presentada en el Coloquio “Mixing Races” organizado por la Universidad de
Capetown, Sudáfrica, del 16 al 21 de junio de 2005.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 27

tendencia a mitigar o paliar la intensidad de las demandas y reivin-


dicaciones, sociales y raciales. Lo más significativo, en ese orden
de cosas, es el hecho que las primeras conjuras que se gestan ins-
piradas en la revolución haitiana, son conspiraciones de criollos
negros y mulatos que se asocian por su cuenta, con independencia
de los criollos blancos, contra el poder colonial. La reseña de esos
movimientos debe ilustrarnos sobre la germinación de un senti-
miento patriótico y nacional en los estratos etno-sociales subalter-
nos y de la importancia que tuvieron para el estallido independentista
y abolicionista de la Demajagua. Las protestas y conspiraciones se-
paratistas, reivindicativas y abolicionistas de los negros, se propa-
garán en el intervalo de tiempo que corre desde fines del siglo XVIII
hasta desembocar en los sucesos revolucionarios de 1868.31
La presencia de una conspiración de negros y mulatos libres
encabezada por el pequeño propietario agrícola bayamés, Nicolás
Morales, evidenció que las castas bayamesas no se sentían integra-
das del todo en la sociedad regida por la élite terrateniente local. El
dirigente de la conjura tenía conocimiento de que en Haití, los
mulatos se habían emancipando, alcanzando los mismos derechos
de los blancos. El origen del movimiento conspirativo estuvo rela-
cionado con una provisión real de 10 de febrero de 1795 dispen-
sando la igualdad de los morenos con los pardos, mediante el abono
de una pequeña cantidad de dinero. Pensaban erróneamente Mo-

31
Los estudios de la historiografía cubana sobre los aportes del negro a la histo-
ria de Cuba con posterioridad a 1868 han contribuido a que se ponderen las
dimensiones de sus movimientos emancipadores. En ese sentido las investi-
gaciones de José Luciano Franco, Pedro Deschamp Chapeaux, Leonardo Griñán
Peralta, Elías Entralgo, Walterio Carbonell, Sergio Aguirre y Ada Ferrer han
desbrozado el camino que hemos seguido para llegar a más de un resultado y
conclusión sobre el proceso de formación nacional cubano. Véase Ada Ferrer:
“Noticias de Haití en Cuba”, Revista de Indias, vol. LXIII, no. 229; septiembre-
diciembre, 2003; José Luciano Franco: Las conspiraciones de 1810 y 1812, Edito-
rial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977; Ensayos Históricos, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1974; Elías Entralgo: La liberación étnica cubana,
Imprenta de la Universidad de La Habana, La Habana, 1953; Pedro Deschamp
Chapeaux: “Cofradía de pardos en Bayamo en 1865”, Revista Santiago, no. 24,
Santiago de Cuba, diciembre de 1976, pp. 197-202; El negro en la economía
habanera del siglo XIX, Premio Ensayo UNEAC, 1970, La Habana, 1970; Sergio
Aguirre: Eco de caminos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana; Walterio
Carbonell: Cómo se formó la cultura cubana, La Habana, 1968.
28 JORGE IBARRA CUESTA

rales y otros mulatos bayameses que el teniente gobernador de la


localidad, Francisco Sánchez Griñán ocultaba la Real Cédula con el
propósito de evitar el ascenso de los estamentos raciales subalter-
nos de la localidad a la condición de los criollos blancos y los pe-
ninsulares. Con estas referencias Morales comenzó a movilizar a
la población mulata de la localidad para que exigiese la publicación
de la disposición real. De modo contrario se escenificaría una fuer-
te protesta. Algunos de los testigos confesaron que Morales los
había invitado a un levantamiento de gente armada. Demandaban
también los conjurados que se derogase la alcabala y se repartiese
la tierra “entre los pobres porque todas las tenían los ricos”. De
modo que el movimiento se proyectaba contra el fisco español, pero
también contra el patriciado criollo blanco, que fundaba su poder
en sus posesiones territoriales y en la estructura estamental de la
sociedad. El funcionario judicial que instruyó el proceso escribió
que la conspiración había llenado “de pánico a los grandes propie-
tarios de la zona de Bayamo”. Los distintos testimonios coincidie-
ron en cuanto a las reformas que proyectaba Morales.32
De esa categoría, pero de otras dimensiones, fue la conspiración
de José Antonio Aponte de 1812, que abarcó las regiones de La
Habana, Puerto Príncipe y Bayamo. En la nación imaginada por el
fundador e inspirador del movimiento hay ciertos elementos que
contribuyen a la comprensión de la manera en que el patriotismo
de los negros y mulatos se vinculaba con el abolicionismo y el
republicanismo del siglo. En Aponte, más que en ningún otro cons-
pirador de la época, se puede apreciar cómo el patriotismo de la
gente negra y mulata criolla converge con el abolicionismo haitiano,
el independentismo norteamericano y con el democratismo de la
Revolución francesa. No es casual que las autoridades españolas
ocuparan en casa del conspirador negro cuadros de los revolucio-
narios haitianos Toussaint, Dessalines y del patriota estadounidense
George Washington. Aponte se inspiraba en ellos, en tanto
forjadores de la independencia de sus patrias y fundadores de los
primeros Estados nacionales en América. Otra fuente de inspira-
ción del abolicionista criollo lo constituía la actitud heroica de sus
antepasados, oficiales de las milicias de color, defensores del suelo
patrio contra los invasores ingleses. En diversas pinturas alegóricas

32
José Luciano Franco: Ensayos históricos, Editorial de Ciencias Sociales, La Haba-
na, 1974, pp. 95-100.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 29

a las actividades de las milicias “de color”, Aponte destacaba el


patriotismo de sus predecesores negros como la premisa de sus
actitudes revolucionarias del presente.
En la praxis revolucionaria del patriota habanero se traslucía el
paso gradual de un sentimiento de patria a una conciencia nacional,
del patriotismo latente en los negros al independentismo inclusivo
de todos los grupos étnicos en el Estado nacional. Hasta entonces
la identidad de los criollos, tanto blancos como negros y mulatos,
se manifestaba en términos de la identidad étnica de los sujetos
históricos. Se podía experimentar sentimiento de amor a la patria,
pero por encima de este se encontraba el sentimiento de identifica-
ción con la raza, o de pertenencia étnica. El proyecto independen-
tista de Aponte, como el de sus compatriotas blancos Félix Varela y
José Francisco Lemus, tendió de algún modo a rebasar el esquema
en que el sentimiento étnico prevalecía sobre la conciencia patrió-
tica y nacional. No obstante, hasta las guerras independentistas de
1868 y 1895, el sentimiento de pertenencia étnica prevaleció en
amplias capas de la población criolla sobre el sentimiento nacional.
Solo la constitución de un Estado nacional plenamente soberano,
capaz de promover la inclusión e integración etno-cultural de los
estamentos constitutivos de las comunidades criollas podía coro-
nar el proceso de formación nacional.
La conjura revolucionaria de Aponte se distinguió por su carácter
abolicionista. El núcleo del movimiento se encontraba en La Haba-
na y estuvo integrado fundamentalmente por negros y mulatos li-
bres urbanos y fue secundada por grupos de esclavos rurales. Los
agentes de Aponte debían establecer contactos y tramar conspira-
ciones abolicionistas entre las dotaciones de esclavos de ingenios
en Puerto Príncipe y Bayamo. En Bayamo se aprovecharían las fiestas
de la Candelaria, San Blas y San Chiquito en las cuales los esclavos de
las haciendas e ingenios de las inmediaciones participaban con los
negros y mulatos libres de la ciudad del jolgorio de las celebracio-
nes, para proclamar la insurrección general y la libertad de los es-
clavos. En Puerto Príncipe, el emisario de Aponte, Hilario Herrera
dirigió el movimiento que debía sublevar a los esclavos de los inge-
nios y luego apoderarse de la ciudad. Ambas conspiraciones fueron
denunciadas y sus principales dirigentes ejecutados. A pesar del
impulso que tomó la conspiración entre los esclavos, negros y mula-
tos libres de La Habana, una delación contra Aponte y sus colabora-
dores más cercanos provocó su detención. El resultado más tangible
30 JORGE IBARRA CUESTA

del movimiento fue la sublevación del ingenio Peñas Altas y su in-


cendio por los esclavos. Como los otros movimientos conspirativos
de las castas “de color”, la conjura de Aponte significó un cuestio-
namiento a la hegemonía del patriciado criollo. El Cabildo de La
Habana había desempeñado un papel activo desde fines del siglo XVIII
en la denuncia de posibles contactos entre revolucionarios haitianos
y grupos de pardos y morenos libres en La Habana. Habían alerta-
do también al capitán general Luis de las Casas sobre la necesidad
de impedir el arribo a Cuba de los generales emigrados de Haití,
Jean Francois y Biassou y del general dominicano Gil Narciso.33 En
Bayamo, personalidades destacadas del patriciado terrateniente crio-
llo tomaron parte en la denuncia y represión del movimiento eman-
cipador. En la época los propósitos abolicionistas e independentistas
haitianos, en tanto los revolucionarios no solo abolieron la esclavi-
tud, sino que constituyeron un Estado nacional negro, fueron
ampliamente conocidos por las castas en Cuba. Los estudios más
recientes de Ada Ferrer revelan sin duda que los conspiradores
tenían un amplio conocimiento de los hechos de Haití. Las decla-
raciones de los participantes en estas conspiraciones, la interven-
ción de milicias “de color” habaneras en los hechos de la
Revolución haitiana en 1793-1794 y su amplia difusión por la
prensa de Madrid, que circulaba libremente en La Habana, deter-
minaban que los designios de los revolucionarios haitianos fueran
vox populi entre la gente de piel oscura en la Isla. Por eso los cons-
piradores debieron estar plenamente conscientes de que la realiza-
ción de sus propósitos revolucionarios dependía de la constitución
de un Estado nacional. El proceso revolucionario que conducía a la
abolición de las castas y de la esclavitud tenía como premisa la cons-
titución de un Estado republicano, que garantizara la consolida-
ción de las trasformaciones revolucionarias. Desde la Revolución
haitiana, las conspiraciones de negros y mulatos de importancia
que tuvieron lugar en la Isla estuvieron presididas por la convic-
ción de sus dirigentes de que todo movimiento reivindicativo de la
gente de las castas y de los esclavos para consolidarse debía tener
en mente la constitución de un Estado nacional como en Haití.
En 1821, con posterioridad a las conspiraciones de artesanos y
milicianos negros y mulatos de Nicolás Morales de 1810 en Bayamo,
tuvieron lugar conjuras revolucionarias de la misma orientación diri-

33
Ibidem, p. 129.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 31

gidas por Pedro González en Sancti Spíritus y José María Pérez en


Santiago de Cuba. La demanda central de estos movimientos
sediciosos era la obtención de iguales derechos para las castas y la
independencia. Los confabulados cuestionaban la tradicional
hegemonía ejercida por el patriciado terrateniente sobre los estratos
de negros y mulatos. Los implicados en la conspiración de Sancti
Spíritus, unos 60 artesanos y milicianos, pardos y morenos, en su
mayoría, fueron sancionados a 10 años de prisión en San Juan de
Ulloa. Se les prohibió regresar a Cuba, una vez cumplieran sus sen-
tencias. Los conspiradores santiagueros, unos 18 artesanos y
milicianos, fueron sancionados a 12 años de prisión en La Habana.34
Desde luego, las causas incoadas por la Comisión Militar, Ejecutiva
y Permanente contra la población “de color” libre abarcaban un es-
pectro mucho más amplio. Las causas individuales que se radicaron
contra negros y mulatos por haberse pronunciado o conducido de
manera inconveniente en un lugar público son numerosas. Sin em-
bargo, muchos de los juicios instruidos obedecían simplemente a
falsas apreciaciones o a temores de las autoridades. “El miedo tiene
los ojos grandes” y en una atmósfera de suspicacias se apresaba a
cualquier posible disidente. Hubo otras conspiraciones de menos
importancia en Matanzas y en La Habana, pero no han sido estudia-
das. Las conspiraciones de Bayamo de 1810 y las de Sancti Spíritus y
Santiago de Cuba de 1821, tuvieron de común ser movimientos de
estamentos subalternos, en los que participaban soldados de los
cuerpos de milicias de color o artesanos mulatos y negros. Las dis-
tintas conjuras de las castas constituyeron declaraciones de inde-
pendencia con respecto al patriciado de los cabildos criollos.
Como ha destacado Elías Entralgo el valor de la conspiración de
Aponte radica, ante todo, en que unió a los distintos grupos étnicos
africanos y a los esclavos con los negros y mulatos libres sin excluir
a los blancos, aunque estos no figurasen en las primeras filas de la
conspiración. De ahí que el historiador cubano no titubease al
reivindicar: “Lo trascendente de todo eso es que (Aponte) traspasa
los límites de una insurrección antifactoril, para ampliarse con las
dimensiones precursoras de la revolución patriótica y nacional”.35
34
Mildred de la Torre: “Posiciones y actitudes en torno a la esclavitud”, Temas
acerca de la esclavitud, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1988, pp. 71-96.
35
Elías Entralgo: La liberación étnica cubana, Imprenta de la Universidad de la
Habana, La Habana, 1953, p. 27.
32 JORGE IBARRA CUESTA

Si bien las conspiraciones de Varela y Lemus trataban de integrar a


“la gente de color libre”, al proyecto nacional, otras conspiraciones
de la época como las de los patricios criollos Joaquín Infante, Román
de la Luz y Luis Francisco Bassave y Cárdenas, inspiradas en la
revolución norteamericana, a pesar de contar con oficiales de las
milicias “de color” no rebasaba los presupuestos de un patriotis-
mo blanco estrecho, sin alcanzar un sentido nacional. Los prime-
ros separatistas criollos no se propusieron abolir la esclavitud, ni
suprimir el régimen de castas.36
De 1835 a 1842 se instruyeron causas por la Comisión Militar,
Ejecutiva y Permanente contra 583 individuos por conspiraciones
de libertos y esclavos. Desde luego, algunas de estas conspiracio-
nes de importancia, a diferencia de la de Aponte, se proponían cons-
tituir solo un Estado negro como en Haití, en tanto sus dirigentes
no trascendían un patriotismo negro estrecho. Las conspiraciones
y sublevaciones abolicionistas de la década de 1840 indujeron al
capitán general Leopoldo O’Donnell a saldar cuentas con los negros
y mulatos libres, algunos de los cuales estuvieron implicados en el
movimiento. Como consecuencia de la causa por la conspiración y
sublevaciones abolicionistas de Matanzas en 1844 fueron juzgados
3 076 individuos de los cuales 783 eran esclavos, 96 blancos y
2 187 negros y mulatos libres. Sobre estos últimos recayó el peso
de la represión, siendo ejecutados 38, condenados 743 a penas de
prisión de seis meses a 10 años, desterrados, 433 y absueltos, 955.37
Las actividades de los cabildos y otras sociedades de recreo y
socorros mutuos de la gente de piel oscura fueron restringidas,
sus reuniones limitadas a los domingos; no podían caminar por las
calles pasadas las once de la noche. Las persecuciones desatadas,
desde entonces, contra la pequeña burguesía, negra y mulata, pro-
vocaron la disgregación de este estrato de la población después de
la Conspiración de la Escalera en 1844, hasta que fueron reorgani-
zadas por Juan Gualberto Gómez dentro del movimiento indepen-
dentista en la segunda mitad del siglo XIX.38

36
Ada Ferrer: “Noticias de Haití en Cuba”, Revista de Indias, vol. LXIII, no. 229,
septiembre-diciembre, 2003; José Luciano Franco: Ob. cit., 1977 y 1974.
37
Academia de la Historia de Cuba: La comisión militar ejecutiva y permanente de la
Isla de Cuba. Discurso leído por el académico de número capitán Joaquín Llaverías, Im-
prenta el Siglo XX, La Habana, 1929, pp. 93 y 109.
38
Pedro Deschamp Chapeaux: Ob. cit., 1971.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 33

No se han efectuado estudios detallados de la activa participa-


ción separatista de las castas en Santiago de Cuba, Bayamo, Puerto
Príncipe y otras ciudades de la Tierra Adentro, después de la Cons-
piración de la Escalera. Si bien en los conflictos de “la gente de
color” con sus señores y en sus conspiraciones contra el orden
patriarcal de la esclavitud, se perfilaba una patria distinta para los
amos y otra para los esclavos, una para los blancos y otra para los
negros, en las década de 1850 y 1860 comenzará a tomar forma
difusa, en la poesía de los bardos esclavos de la Tierra Adentro y en
la solidaridad antiesclavista de algunos criollos blancos, una patria
común. Desde luego, los únicos esclavos que podían dedicarse a la
poesía eran los esclavos domésticos, en la medida que disfrutaban
del tiempo ocioso necesario para la creación poética. Ahora bien,
como señala Fina García Marruz, en los versos de los poetas esclavos
camagüeyanos Néstor Cepeda, Juan Antonio Frías y Manuel
Roblejo, así como en los del trinitario Ambrosio Echemendía, latía
el presentimiento de que todos los criollos, con independencia del
color de su piel, se unirían contra el colonialismo español. Desde
luego, la patria común de blancos y negros que se prefiguraba en
los versos de los poetas esclavos solo podría tomar forma con la
abolición de la esclavitud.39 En la poesía del pardo libre, Gabriel de
la Concepción Valdés, Plácido, implicado por las autoridades en la
conspiración de la Escalera, ya palpitaba el sentimiento de amor a
la tierra, común a los poetas esclavos contemporáneos. Cintio Vitier
ha reconocido en las connotaciones latentes a su poesía un senti-
miento de patria, común al de los criollos blancos, distinguido,
empero, por una emoción propia a su condición de hombre segre-
gado. Así, mientras “Heredia ve a Cuba en la lejanía, Plácido expre-
sa, o más bien trasluce, la cotidaniedad de una vida que, fundada
en la injusticia, busca su acomodo provisional a través de la fineza
y el encanto de las costumbres criollas”.40
La crisis de los años 60 alentó una serie de movimientos y cons-
piraciones entre la gente de piel oscura en la Tierra Adentro. El 14 de
marzo de 1865 unos 150 artesanos mulatos de Bayamo presenta-

39
Los datos sobre poetas esclavos fueron tomados en la antología de Cintio
Vitier y Fina García Marruz: Flor oculta de poesía cubana, Editorial Arte y Litera-
tura, La Habana, 1978, pp. 199-204.
40
Cintio Vitier: “Cubana de Plácido”, Acerca de Plácido, Selección y prólogo de
Salvador Bueno, Editorial de Letras Cubanas, La Habana, 1985, p. 346.
34 JORGE IBARRA CUESTA

ron una solicitud para constituir una cofradía de la clase de


“pardos”, bajo la advocación del Señor de la Misericordia, para pres-
tarse ayuda mutuamente en caso de enfermedad o muerte. En la
solicitud de licencia expresaban los artesanos bayameses, “lamen-
tando la falta de trabajo y los escasos recursos de esta ciudad, cuya
situación topográfica la tiene retraída del movimiento general y pro-
gresos que germina en otros pueblos de la Isla, sin comercio y casi
sin riquezas, lamentando, repiten, la escasez de obras, ven con dolor
sumidos en la indigencia a la mayor parte de los artesanos y sus
familias”. El arzobispo de Santiago de Cuba, teniendo en cuenta el
recordatorio del capitán general O’Donell de 28 de noviembre de
1860, en el que advertía a las autoridades religiosas que fuesen
precavidas en la concesión de licencias de cofradías por haberse
convertido algunas en centros conspirativos, y el lenguaje inade-
cuado con el que se referían los pardos bayameses a la situación de
la localidad, respondió negativamente a la solicitud, en mayo de
1865, “…tanto por las circunstancias de los exponentes, como
porque no me inspiran confianza…”. Significativamente dos de los
firmantes de la demanda, Juan García, albañil, y Manuel Muñoz,
músico, serían designados por Perucho Figueredo en Bayamo, como
los primeros negros y mulatos que formasen parte del primer Ayun-
tamiento de Cuba Libre, presidido por Carlos Manuel de Céspe-
des.41 Ya desde 1864 se había descubierto en Puerto Príncipe una
conjura abolicionista que implicó a decenas de negros y mulatos
libres de la ciudad.42 Ese mismo año en Las Tunas se detectaba otra
conspiración de las castas de color libres. En un informe de 26 a 29 de
junio de 1864 el teniente gobernador de Tunas, Federico García, le
atribuía dirigir la conjura a Serafín Arteaga “cuyos medios de sub-
sistencias son reducidísimos y al ver la celeridad con que sin saber
por donde se ha divulgado en este pueblo y en particular entre la
gente de color, lo ocurrido en El Cobre, casi pronosticado antes de
suceder, pues no cesan de repetir que la esclavitud está para termi-
nar para siempre”.43
Una circular del capitán general de 20 de diciembre de 1866,
expedida con motivo de la Guerra Civil norteamericana y la subsi-
guiente abolición de la esclavitud en ese país, alertaba a las

41
Pedro Deschamp Chapeaux: “Cofradía de pardos en Bayamo en 1865”, Santiago,
no. 24, Santiago de Cuba, diciembre de 1976, pp. 197-202.
42
Archivo Nacional: Asuntos políticos, legajo 135, no. 19.
43
Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba, caja 48, no. 7.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 35

autoridades civiles y militares orientales acerca de la necesidad de


mantener una estricta vigilancia sobre los negros y mulatos libres,
teniendo en cuenta, ante todo, “… la indiscreta conducta de algu-
nas personas blancas y la punible tolerancia de los agentes de la
autoridad…”, por lo que “… los individuos de color no observan
aquel respeto, comedimiento, obediencia y mansedumbre a que
nuestras leyes los obligan…”.44
En junio de 1867 en el poblado del Cobre se descubrió otra cons-
piración abolicionista dirigida por un numeroso grupo de pardos y
morenos libres de Santiago de Cuba que se extendía a las dotaciones
mineras cercanas, a las haciendas de Palma Soriano y a las del partido
de Enramadas en la cabecera del Departamento Oriental. En la causa
seguida a los cabecillas por el delito de conspiración hubo 26 conde-
nados a distintas penas.45 Los principales dirigentes del movimiento
Agustín Dá, Fernando Guillot y Manuel Betancourt contaban con
pistolas y escopetas para provocar la sublevación y pronunciamiento
de los esclavos. Fueron asesinados en el acto de su aprehensión por
las autoridades.46 A comienzos del año 1868 se formaba un expe-
diente contra el activo miembro del patriarcado camagüeyano, Bernabé
de Varona, Bembeta, por complotarse para insubordinar a los negros
y mulatos libres de Puerto Príncipe. El alzamiento comprendía a los
caleseros de color de la ciudad y motivó la desaprobación de los prin-
cipales conjurados de la clase señorial.47
Las distintas conspiraciones de negros y mulatos relatadas des-
mienten la versión propalada por Manuel Sanguily en la época, y
repetida por Ramiro Guerra y otros historiadores48 en el sentido de
que los esclavos no hicieron otra cosa que ser arrastrados por los
acontecimientos revolucionarios: fueron sus amos los que les con-
cedieron la libertad y los convocaron a la lucha, pues de otro modo
no se hubieran unido a ella. De acuerdo con Sanguily “la Revolu-
44
José Luciano Franco: “Introducción al 68”, Revista Casa, número especial por
décimo aniversario, Casa de las Américas, 1970, p. 105.
45
El Siglo, 27 de abril de 1867, año VI, no. 94, p. 4, col. 3.
46
Octaviano Portuondo Moret: Presencia de Cuba en el 68, Universidad de Oriente,
Santiago de Cuba, 1969, pp. 18-22.
47
Archivo Nacional de Cuba: Asuntos políticos, legajo 1868, no. 11. Véase también:
Ricardo Muñoz Gutiérrez: “Camagüey y el alzamiento de 1868”, Cuadernos de
Historia principeña, no. 4, Editorial Ácana, Camagüey, 2004, pp. 102-130.
48
Manuel Sanguily: “Los negros y su emancipación”, Hojas Literarias, 31 de marzo
de 1893, en Frente a la dominación española, pp. 173-175.
36 JORGE IBARRA CUESTA

ción en su carácter, esencia y aspiraciones fue exclusivamente obra


de los blancos”. Solo los blancos —añadió— sacrificaron sus vi-
das, familias y riquezas en la guerra, los negros los siguieron por-
que no tenían nada que perder. De ahí que negros y mulatos, ya
fueran esclavos o libres, debían estar agradecidos de por vida a los
blancos, pues sin la decisión precursora de estos no se hubieran
incorporado a luchar por la libertad. De acuerdo con estos criterios
la actitud de la gente “de color” y los esclavos al incorporarse al
movimiento “había sido pasiva, cuando no calculada”.49
De acuerdo con Ramiro Guerra: “En cuanto a los esclavos, no
se hallaban en condiciones de tomar iniciativa alguna para lanzar-
se a una revolución que era obra de los blancos. Sus cadenas tenían
que ser rotas previamente por hombres libres, dispuestos a sacar-
los, de barracones y bateyes, para ponerlos al servicio de la Inde-
pendencia”.50 Como pudimos comprobar no solo los esclavos
conspiraban mancomunados con los negros y mulatos libres de la
región centro oriental con anterioridad al grito de la Demajagua,
sino que tenían hondas razones propias para lanzarse a la lucha
por la independencia; Guerra, que al parecer, desconocía las cons-
piraciones previas al 68 de los criollos de piel oscura en Camagüey
y Oriente, reconoció intuitivamente la forma en que se sumaron al
grito de Yara, “desde el primer instante, con un impulso tan espon-
táneo, general y resuelto, como el de los insurrectos del sector
blanco”.51 De hecho, el contexto general que condicionó la crisis
económica incitaba sobradamente a blancos y negros, libres y
esclavos, a que se alzaran por su cuenta, con independencia de
cuáles fueran las tribulaciones de los señores de hacienda. Claro
está, mucha “gente de color” y esclavos fueron atraídos por la cla-
rinada de la Demajagua, o bien ya habían sido alistados en las filas
de la conspiración por los señores de hacienda, pero había sectores
que se habían confabulado por su cuenta con anterioridad al esta-
llido revolucionario.
Tanto en la región de plantaciones occidental como en la de
haciendas de la Tierra Adentro habían tenido lugar conspiraciones

49
José Luciano Franco: Ob. cit., 1970, pp. 104-106; Jorge Ibarra: “Crisis de la
esclavitud patriarcal cubana”, Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, 1986, t. XLIII,
pp. 415-417.
50
Ramiro Guerra: Guerra de los diez años, Editorial de Ciencias Sociales, La Haba-
na, 1972, t. I, p. 15.
51
Ibidem, p. 30.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 37

y sublevaciones organizadas de motu proprio por los negros y mula-


tos libres, con independencia de los blancos. Las inclinaciones re-
volucionarias originales de los sectores rebeldes de piel oscura,
confluirían con la disposición de las clientelas “de color” a seguir
las orientaciones independentistas de los terratenientes, con el re-
sultado de que una mayoría de la población negra y mulata
insurgiera contra el poder colonial en 1868.
Las conspiraciones de los negros y mulatos libres constituyeron
otra corriente de la historia que confluyó en la revolución de Yara.52
Sus movimientos subversivos incidieron en el estallido de 1868 no
solo por el hecho que testimoniaban la tendencia que existía entre
las castas a oponerse el poder colonial desde tiempos remotos, sino
porque actuaron como una razón adicional para que la clase seño-
rial apresurase los levantamientos ante el temor de que su
hegemonía pudiera ser cuestionada por la de los estamentos étnicos
subalternos. La presencia de jefes negros y mulatos como los de
las familias Maceo, Moncada, Banderas, Crombet acogidos como
sus jefes naturales por las partidas de “gente de color” que se alza-
ban en armas en las jurisdicciones de Santiago de Cuba y
Guantánamo, testimonian el carácter independiente de la partici-
pación de muchos negros en las conspiraciones, alzamientos e in-
tegración a las filas revolucionarias. El carácter independiente de
la conducta de muchos se manifestaba incluso en casos en que
eran movilizados por los señores. El reconocimiento, por parte de
la dirigencia terrateniente, de la condición de representantes origi-
nales de la población “de color” a los grandes jefes militares de su
raza se debió, en gran medida, a la política de unidad y atracción
que debieron ensayar para contar con el apoyo de este estamento
52
Claro está, no puede obviarse el hecho de que muchas personas de piel oscura
desertaron de las filas del movimiento revolucionario en los orígenes, del
mismo modo que las blancas, y otras combatieron en las guerrillas “de color”
al lado del ejército español, hasta el punto que se discute las dimensiones de su
aporte a la causa colonialista. Pero lo que nos proponemos demostrar en todo
caso es que la actitud beligerante de un importante sector de los negros y
mulatos contribuyó a consolidar y fortalecer considerablemente al movimiento
revolucionario. De haber existido una actitud pasiva o dependiente por parte
del mambisado negro la gesta independentista cubana hubiera fracasado desde
sus orígenes. De hecho las tropas de negros y mulatos llevaron sobre sus
hombros gran parte del esfuerzo liberador por su entrega e innumerables
sacrificios. Véase: José Abreu Cardet: Introducción a las armas, Editorial de Cien-
cias Sociales, La Habana, 2005, pp. 161-204.
38 JORGE IBARRA CUESTA

en el movimiento revolucionario. Por otra parte, las partidas de


negros y mulatos del sudeste de Oriente, solo reconocían como
sus dirigentes naturales y combatían de buen grado, bajo el mando
de los Maceo y demás jefes prestigiosos de su condición étnica y
social. Con el correr del tiempo estos serían sus jefes reconocidos
y acatados, consagrados en cientos de combates.

III

Los cambios que tuvieron efecto en la tenencia de la tierra a partir


de 1840 contribuyeron a la formación de una importante capa de
arrendatarios en el campo, que tratan de forjarse un modo de
vida independiente. Su constitución en la primera mitad del
siglo XIX, o sea, en el periodo histórico de media duración previa al
hecho de 1868, condicionó de modo variable las actividades de
sus agentes o sujetos históricos en la coyuntura revolucionaria.
Una diversidad de indicios dan a entender que los arrendatarios
formaban parte del sector de la clase terrateniente venido a menos
que pugnaba por rebasar su condición, solicitando préstamos del
capital comercial para arrendar tierras y fundar pequeños
ingenios, potreros, vegas o cafetales. Por su carácter emprende-
dor este sector tornó muy pronto en antagónicas sus relaciones
con el poder colonial. En tanto muchos de ellos se habían endeu-
dado con los prestamistas españoles para efectuar inversiones
más allá de sus posibilidades y en muchos casos, sus protestas
contra la tributación eran más subidas de tono. De ahí que se
sintieran más agraviados por la política fiscal que los viejos
hateros, acostumbrados a desobedecer y evadir la tributación sin
que llegaran a convertir sus conflictos en antagónicos. La irrita-
ción que sentían los arrendadores y dueños de potreros de ceba
centro orientales ante la tributación y las cargas eclesiásticas
puede apreciarse en un expediente que promovieron en vísperas
del 68, demandando se les eximiera del pago del diezmo.53
En la medida que su emancipación dependía de la supresión de
los gravámenes eclesiásticos y del fisco, así como de la formación
de una mano de obra libre, sus enfrentamientos con el Estado co-
lonial se hicieron más pugnaces. La documentación consultada
sugiere que el monopolio territorial ejercido por la oligarquía
53
Archivo Nacional de Cuba: Consejo de Administración, legajo 14, no. 1575.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 39

ganadera en los departamentos centro orientales, dificultaba el


fomento agrícola sustentado por arrendatarios, interesadas en una
explotación intensiva de la agricultura. No obstante, el acelerado
crecimiento demográfico de la población rural que tuvo lugar desde
1840, determinó un incremento sostenido de la demanda de tierras.
Esas circunstancias fueron aprovechadas por los señores de hatos
y corrales para imponerles contratos leoninos a los arrendatarios.
Por su parte, la legislación colonial favorecía tan solo la concertación
de arrendamientos por cortos periodos de tiempo. De esa suerte el
asentamiento de un campesinado y de un sector de arrendatarios
tendió a disminuir en las antiguas haciendas comuneras.54
La metrópoli se proponía impedir que se suscribieran convenios
simulados de arrendamientos por largos periodos de tiempo, que
equivaliesen al traspaso de la propiedad por compraventa, a los efec-
tos de evadir el pago de la alcabala. Los efectos de estas medidas se
hicieron sentir bien pronto: los arrendatarios no mejoraban las pro-
piedades, ni cuidaban del ganado al verse obligados a explotar la
tierra por un espacio de tiempo muy breve y encontrarse sujetos al
poder discrecional del terrateniente quien podía expulsarlos de sus
tierras cuando lo tuviera a bien. Se pensaba también que el capita-
lismo inglés debía su desarrollo a la clase de arrendatarios, benefi-
ciada por largos contratos, de veinte y más años para explotar la
tierra. Era una opinión difundida en la época que los breves con-
tratos sobre la tierra determinaban que los arrendatarios eligiesen
explotar un solo producto agrícola comercial de alta demanda y no
cultivasen otros productos para los mercados locales. La ruina de
la producción cafetalera se debía también a los altos tributos que
debían pagar los arrendatarios a los terratenientes. Del mismo
modo las privaciones y penurias que sufrían las clases laboriosas
en Santiago de Cuba y otras ciudades se debían a que los arrenda-
tarios no producían suficientemente para el mercado. De acuerdo
con algunos estudiosos de la economía colonial como García
Arboleya, los arrendatarios de estancias o sitios de labor pagaban a
los terratenientes, por término medio 200 pesos anuales por cada
caballería, o sea, 10 % de su valor.55 Los abusos a que estaban so-

54
Oficina del Historiador de Santiago de Cuba: Diario de Santiago de Cuba, 16 de
abril de 1867, p. 2, cols. 1 y 2.
55
Julio García Arboleya: Manual de la Isla de Cuba. Compendio de su historia, geogra-
fía, estadística y administración, La Habana, 1859, pp. 140-142.
40 JORGE IBARRA CUESTA

metidos los agricultores por los terratenientes dieron lugar a que


las autoridades coloniales convocasen la formación de Juntas en
1865, integradas por arrendatarios y funcionarios en Santiago de
Cuba, Bayamo, Manzanillo, Holguín y Las Tunas.56 El criterio ge-
neralizado de esas reuniones fue que los terratenientes imponían
condiciones poco ventajosas a los agricultores en sus contratos y
en los frecuentes convenios verbales que establecían sin garantías
para estos, desalojándolos sin contemplaciones cuando les aco-
modaba. De ahí que en estas Juntas se propusiera que los contra-
tos fueran escritos y se consignase el número de años de duración
de los acuerdos con el arrendatario o aparcero. Asimismo se reco-
mendaba que los terratenientes se vieran obligados a pagar las
mejoras que hiciera el arrendatario o aparcero en sus tierras. Se
exhortaba también a que los censos fueran redimibles y los contra-
tos solo pudieran ser disueltos por acuerdo mutuo de ambas partes,
muerte del arrendatario, o falta de pago de tres cuotas. Este con-
junto de recomendaciones se proponían crear un estado de derecho
en las relaciones entre el terrateniente y sus arrendatarios.
El patriciado terrateniente del Cabildo bayamés, por su parte,
asumía la defensa de los numerosos vegueros de la jurisdicción
frente a las prácticas usurarias del comerciante español Diego
Fonseca. Así en el expediente formado por el Cabildo contra Fonseca
en 1864 se hacía referencia al carácter arbitrario de los préstamos
que les hacía a los vegueros. Fonseca se concretaba, según sus
propias palabras, “tan solo a recoger las ventas de 50 y pico de
estancias en tabaco y alguna otra carga que le pagan los vegueros,
a quienes les tenía hecho anticipo desde la época que pagaba el
derecho”. De acuerdo con las declaraciones de distintos testigos
presentados por el Cabildo y por el mismo Fonseca, resultaba que
este recolectaba más de 150 cargas de tabaco de las numerosas
vegas que explotaba comercialmente.57
El estudio de los padrones y de las fuentes estadísticas de las
distintas localidades pone de manifiesto que los propietarios de tra-
piches eran, en su mayoría, pequeños arrendatarios de 3 a 8 caba-
llerías, asentados en tierras comuneras o realengas del Estado.
Quizás la jurisdicción de Manzanillo no sea típica en cuanto a la

56
Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba: Fondo Gobierno Provincial,
caja 888, no. 38, año 1865; caja 888, no. 38, año 1865.
57
Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba, legajo 2791, no. 1.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 41

extracción social de la mayor parte de los conspiradores de 1868,


pero allí se evidencia que los principales conjurados eran arrenda-
tarios y propietarios de trapiches: Céspedes, Figueredo, Hall, Calvar,
Masó, Tamayo, Santiesteban… En algunos de estos arrendatarios
es lógico que predominase un espíritu emprendedor, aun cuando
una parte importante de sus productos fuera destinada a los mer-
cados locales. En otros, el arrendamiento de tierras, asistido por
los préstamos de los comerciantes, era la única salida para alcan-
zar un medio decoroso de vida en las difíciles condiciones que atra-
vesaban. Una denuncia formulada en 1868 por el director español
de la escuela de Yara, Agustín Casañas, por conspiración contra
Juan Hall, Manuel Calvar, Rafael Masó y Emilio Tamayo, decía:
“Ninguno de ellos es hombre de representación ni posición social:
los tres primeros residen en unas pequeñas fincas que poseen y
cultivan; don Emilio Tamayo es un joven sin educación, sin casa ni
hogar conocido. Tuve noticias de que estos individuos procuraban
predisponer a la opinión pública contra el nuevo sistema tributa-
rio”.58 La situación de los arrendatarios se hizo más crítica en la
medida que el nuevo impuesto del 10 % decretado por la metrópoli
después de la Junta de Información, se aplicó fundamentalmente a
ellos, no sobre los señores de Hacienda que arrendaban sus tierras.
De acuerdo con El Siglo, al no tomarse en cuenta que debía cobrar-
se el diezmo sobre la base de la renta que pagaban los arrendata-
rios en 1863, el Estado había cobrado desde 1867 la mitad y la tercera
parte más de lo que se pagaba con anterioridad. Ese hecho exacer-
bó los ánimos de la importante capa de los arrendatarios que ya
sentían sobre sus hombros el peso de la caída de los precios, el
incremento de los intereses usurarios y la pavorosa sequía que pro-
vocó la pérdida de las cosechas. Estos habían invertido en la funda-
ción de pequeños ingenios, potreros, vegas y cafetales en el periodo
comprendido entre 1840 y 1868 y ahora veían desaparecer ante sus
ojos todos sus proyectos.59
No parece haber sido esa la actitud ante la producción de los
señores de haciendas, propietarios de trapiches que usufructuaban
grandes extensiones de tierra pertenecientes al patrimonio familiar
58
Octaviano Portuondo Moret: Presencia de Cuba en el 68, Universidad de Oriente,
Santiago de Cuba, 1969, p. 24.
59
Jorge Ibarra: “Crisis de la esclavitud patriarcal cubana”, Anuario de Estudios
Americanos, no. XLIII, Sevilla, 1986, pp. 408-414.
42 JORGE IBARRA CUESTA

por generaciones. Aquí la producción mercantil del azúcar consti-


tuía un simple apéndice de la gran hacienda ganadera cuya pro-
ducción estaba destinada al mercado interno. La producción de
azúcares mascabados que se llevaba a cabo en los trapiches de las
haciendas ganaderas, no podía revolucionar las condiciones de pro-
ducción, ni cambiar radicalmente la mentalidad dispendiosa de los
terratenientes que producían de acuerdo con el ciclo que caracteri-
za a las sociedades precapitalistas: mercancía-dinero-mercancía. El
prestigio y poder del gran terrateniente radicaba en la extensión de
sus tierras y en el número de sus ganados, no en su capital.
Un ejemplo típico de un gran señor de haciendas propietario de
trapiche es el de Francisco Vicente Aguilera quien poseía fincas en
Bayamo, Manzanillo y Las Tunas, que ascendían a 10 000 caballe-
rías de tierra y 35 000 cabezas de ganado y en sus vastas posesio-
nes tenía tres pequeños ingenios. Cuando en la reunión conspirativa
de la finca El Ranchón, se planteó la necesidad de reunir dinero
para adquirir los armamentos imprescindibles para comenzar la
guerra, los arrendatarios y terratenientes bayameses y manzanille-
ros declararon contar solo con ocho mil pesos líquidos. Aguilera
admitió que no contaba con un centavo, pero ofreció vender sus
propiedades para recaudar en el curso de un mes cien mil pesos.
La carencia de numerario del patricio oriental refleja la tendencia
de los terratenientes a gastar más de lo que tenían. De acuerdo con
la Anotaduría de Hipotecas de Manzanillo, Aguilera se endeudó al
comprar el ingenio Santa Gertrudis en 1864 en 167 794 pesos. En
esas circunstancias, los tributos del gobierno español incidían pe-
nosamente sobre los escasos recursos con que contaban los seño-
riales hacendados del Valle del Cauto.
Un testimonio del trato que recibían los esclavos y los peones de
esa región lo constituye la denuncia formulada por Pedro (Perucho)
Figueredo en el Libro de protocolos de Bayamo contra el administra-
dor de su ingenio Guillermo Kynoch por incumplir el contrato que
habían concertado. En los artículos del convenio firmado con
Kynoch se estipulaba que este debía impartirles un buen trato a los
peones y esclavos. No obstante, Figueredo descubrió que el admi-
nistrador reprendía y castigaba severamente a las dotaciones, por
lo que procedió a llevarlo ante los tribunales. En el documento se
evidenciaba el trato patriarcal que les impartía la clase señorial a
sus subalternos en la Tierra Adentro.60
60
Archivo Histórico Provincial de Bayamo: Libro de Protocolos 1567-1868, folios
89-91. Un ejemplo opuesto al de la actitud de Perucho Figueredo con respecto
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 43

El salto de una ideología señorial a una ideología democrática


burguesa, abolicionista, solo podía tener efecto como resultado de
una toma de conciencia radical de la crisis que atravesaba la clase y
de la aparición de nuevas estructuras sociales que sugerían cam-
bios en la sociedad. Este parece haber sido el caso de Aguilera,
Salvador Cisneros Betancourt y otros grandes señores de haciendas
de la región.
En el cuadro 1.2, que hemos elaborado sobre la base de los censos
de 1827, 1846 y 1861, puede apreciarse la sensible reducción que
tuvo lugar en el número de las haciendas de crianzas y el incre-
mento sostenido de los potreros en las regiones orientales y cen-
trales del país en el curso del tiempo. La disminución del número
de haciendas puede explicarse de la manera siguiente: las haciendas
eran demolidas con el propósito de venderse o rentarse a arrenda-
tarios financiados por refaccionistas o propietarios de capitales,
interesados en explotar comercialmente las fincas. El proceso su-
ponía que se impartía una orientación destinada al mercado, a la
actividad productiva en las tierras arrendadas o propias, por muy
restringido que fuera el mercado interno o lastrada que estuviese
la producción por el empleo de mano de obra esclava y por las cape-
llanías y primicias que con frecuencia gravaban la propiedad.

Cuadro 1.2. Evolución de los distintos cultivos y fundos


agropecuarios en los departamentos Oriental
y de Puerto Príncipe
Años
1827 1846 1861
Haciendas y sitios de crianza 6 970 5 268 2 496
Potreros 1 860 2 921 4 056
Ingenios y trapiches 551 707 865
Cafetales 860 658 507
Vegas 1 390 5 122 6 107
Sitios de labor y estancias 5 663 13 006 21 107
FUENTE: Censos 1827, 1846 y 1861.

a los esclavos es el del hacendado y alto oficial del Ejército Libertador,


Eduardo Mármol. Máximo Gómez cuenta que en una ocasión, en que los
cantos de la dotación de esclavos despertaron a Mármol, este sacó su revólver
y disparó sobre los negros que se encontraban en las cercanías de un batey,
matando a uno de ellos, luego de lo cual se acostó y siguió durmiendo como
44 JORGE IBARRA CUESTA

En las jurisdicciones del Cauto y norte del departamento Orien-


tal, sobresalía una amplia capa campesina y una clase señorial terra-
teniente, cuyas haciendas se mantenían indivisas en lo fundamental,
mientras subsistía un pequeño grupo de arrendatarios esforzados
y necesitados. Así, en 1861 la región bayamesa-holguinera conta-
ba con 4 239 sitios y 1 590 vegas, mientras que en Puerto Príncipe
y Nuevitas había tan solo 778 sitios y 77 vegas. En cuanto a los
potreros, en Holguín y Bayamo había solo 221, al tiempo que la
región principeña contaba con 644 potreros. También se diferen-
ciaban las jurisdicciones de Puerto Príncipe y Nuevitas en las di-
mensiones de sus medios de vida, pues contaban con una capa
más favorecida económicamente de arrendatarios, un importante
sector de señores de haciendas, y una escasa capa campesina. Se
distinguía también de las jurisdicciones de Santa Clara, Sancti
Spíritus, Trinidad y Remedios, donde prevalecía un núcleo nume-
roso de arrendatarios y un nutrido sector de campesinos y de ve-
gueros, subsistiendo, a duras penas, una fracción de señores de
hacienda, o sea, dueños de hatos. El incremento del número de
potreros en Santa Clara, Trinidad, Remedios y Sancti Spíritus entre
1846 y 1861 fue considerable. Así, durante este periodo, los potreros
aumentaron de 1 621 a 2 211. Los sitios y estancias se incrementa-
ron también en la etapa de 4 795 a 5 496 y las vegas de 627 a 813.
En las regiones de haciendas de Puerto Príncipe, a diferencia de
las del departamento Oriental y de las de Cinco Villas, los arrendata-
rios constituían una capa social muy próspera. No obstante, allí existía
una minúscula capa de peones agrícolas, mientras en Oriente y Las
Villas la población rural libre constituía un importante sector. De
hecho muchos pensaban con razón que sus peones reemplazarían a
los esclavos en caso de que se aboliera la esclavitud.
Por el papel relevante que desempeñaron los vegueros en la región
del Valle del Cauto y el norte de Oriente en los alzamientos de 1868,
debemos ensayar una evaluación de su situación en el contexto de
las relaciones sociales de la subregión. La peculiar situación de los
vegueros y campesinos de la subregión, la diferenciaba de otras en
las cuales existía una esclavitud patriarcal de haciendas, o sea, Puerto
Príncipe, Santa Clara, Sancti Spíritus, Trinidad y Remedios. De
acuerdo con la documentación de la época a mediados del siglo XIX,

si nada hubiera sucedido. Abreu Cardet: Ob. cit., pp. 179-180 y José Massip:
“El mármol de los mármoles”, Martí ante sus diarios de guerra, Ediciones Unión,
La Habana, 2002, pp. 62-97.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 45

la mayoría de los vegueros eran aparceros en tierras de la Iglesia, el


Convento de Predicadores, y del Estado, el Realengo de Manzanillo.
Así, en 1854 en el Convento de Predicadores había un total de
488 vegas que pagaban 3 886 pesos de censos, o sea, un promedio
de 8 pesos. Las rentas que pagaban tendían a aumentar, pues en 1849
pagaban un promedio de 6 pesos y en 1854,8 pesos. En esas vegas
y estancias que tenían contratos con la Iglesia, habían 352 negros
y mulatos libres y 125 blancos.61 En el Realengo de Manzanillo,
había unos 300 vegueros y campesinos, que pagaban al Estado un
censo de 5 % anual. De acuerdo con un informe del Cabildo de
Manzanillo, estos campesinos eran “casi en su totalidad pobrísi-
mos y destituidos de otros recursos”.62 Lo más significativo de la
situación de estos vegueros del Cauto era que dependían del Estado,
la Iglesia y de los refaccionistas españoles, que los esquilmaban
sin contemplaciones. De ahí que sus protestas no estuvieran diri-
gidas contra los terratenientes y arrendatarios de la región, que
tradicionalmente habían desempeñado un papel patriarcal. De ma-
nera que el alzamiento del 68 los encontró en disposición de seguir
a la clase señorial contra el poder colonial.
Es bueno destacar también que de acuerdo con el Censo de 1861
la población esclava alcanzaba la menor proporción con respecto a
la población total en las jurisdicciones orientales. Así, en Bayamo,
Jiguaní, Holguín, Las Tunas y Manzanillo habían 9 711 esclavos, lo
que representaba 7 % de la población total en esas jurisdicciones;
en Puerto Príncipe y Nuevitas, 15 051 esclavos para un 21,9 % y en
Remedios, Santa Clara, Sancti Spíritus y Trinidad habían 35 620
esclavos para un 19,65 %. En la región occidental de plantaciones,
incluyendo las jurisdicciones plantacionistas de Cienfuegos y Sagua
la Grande, habían 270 735 esclavos en una población de 819 158
habitantes para un 33 % del total. De manera parecida, en la región
de plantaciones de la jurisdicción de Santiago de Cuba habían
31 200 esclavos de un total de 90 730 habitantes para un 34,38 %
de la población.
61
“Memoria histórica estadística sobre bienes de ex regulares de Bayamo, hoy
del Estado. Dedicadas al Excmo. capitán general supte. de Real Hacienda
de la Isla de Cuba: su autor P. N. M. V. admor. de Rtas. Rs. de Manzanillo
en diciembre de 1854”, Boletín del Archivo Nacional de Cuba, La Habana,
1915, t. XIV, pp. 103-115.
62
Archivo Nacional de Cuba: Bienes del Estado, legajo 43, no. 24 y Gobierno Superior
Civil, legajo 179, no. 8126, folios 8-10 y 34-49.
46 JORGE IBARRA CUESTA

En el Departamento Oriental la situación de las señoriales ha-


ciendas y de los potreros de ganado no podía compararse con las
circunstancias más prósperas de Puerto Príncipe. De acuerdo con
el editorialista del Diario de Santiago de Cuba de 18 de enero de 1867:
Con excepción de las ferias ganaderas de Camagüey en el resto
del Departamento, para nada hay animación real y verdadera,
esa animación que hace formar grandes proyectos y llevarlos
a cabo con entusiasmo. El quietismo, el marasmo moral a que
estamos acostumbrados, nos hace abandonados, indiferentes
a todo.
Y en El Siglo de 23 de septiembre de 1867 se decía, que “las reses
monteras y primitivas han desaparecido” y la jurisdicción “se ha
colocado a la cabeza de todos los distritos pecuarios de la Isla (…)
en la introducción del ganado durheim”. Los principeños, a pesar
de la pronunciada decadencia de la economía, se encontraban en
mejor situación que el Departamento Oriental y que en Cinco Vi-
llas. De acuerdo con el historiador Marcos Tamames, la relativa
primacía se revirtió en inversiones en construcciones de la ciudad
tales como una plaza de recreo, un matadero, una casa de rastro y
el alumbrado. Paralelamente se elaboró un reglamento que permi-
tía a intermediarios vender la carne en puntos que aprobara el Ca-
bildo. Tales disposiciones rompían con la acostumbrada represión
que se ejercía por el patriciado y la Iglesia contra los regatones y
estimulaban las actividades económicas.63 Moreno Fraginals for-
muló el criterio que el relativo desarrollo alcanzado en Puerto Prín-
cipe se debía exclusivamente a la gestión de “los capitales criollos”,
pues en la jurisdicción no había prácticamente comerciantes espa-
ñoles que financiaran las actividades económicas. No obstante, el
creciente peso de las capellanías, primicias y otras cargas eclesiás-
ticas en la jurisdicción daba cuenta de que los terratenientes y arren-
datarios ganaderos no la estaban pasando tan bien como pudiera
pensarse. Como hemos visto, los propietarios y usufructuarios
principeños adeudaban cerca de 500 000 pesos, solo en capella-
nías.64 Lo que no significa tampoco que su situación fuera peor

63
Marcos Tamames Henderson: “El mercado, la ciudad y la ilustración en Puerto
Príncipe (1837-1843)”, Cuadernos de historia principeña, Oficina del Historiador
de Camagüey Editorial Ácana, Camagüey, 2006, pp. 83-90.
64
Moreno Fraginals: El ingenio, t. I, p. 146.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 47

que la de los orientales. De todos modos, no puede argumentarse


que la relativa situación más prospera de los camagüeyanos fuera
causa de su retraso en el movimiento revolucionario. De hecho, el
eje de las conspiraciones separatistas de España en la región centro
oriental entre 1850 y 1868 fue Puerto Príncipe. Aunque las conspi-
raciones principeñas adoptaron una modalidad anexionista, no tuvo
un carácter esclavista, como la conjura de la región plantacionista
de La Habana, con el Club de la Habana y el marqués de Montelo,
como centro. De hecho Agüero y sus compañeros eran abolicio-
nistas y su idea de luchar por la anexión a los Estados Unidos tenía
que ver con que era la gran nación del Norte, la que había efectua-
do transformaciones democráticas más profundas. La historiado-
ra Elda Cento ha definido, particularmente, las características del
anexionismo camagüeyano.65 Se trataba, más bien, de un separa-
tismo a toda costa. Aun en la convención de Guáimaro, en 1869, el
anexionismo camagüeyano tuvo un carácter circunstancial, deter-
minado ante todo por las condiciones de la guerra, pues el patricia-
do alzado en armas siempre planteó que una vez constituido el
Estado, sería el pueblo de Cuba quien decidiría, por referéndum, el
estatus futuro de la Isla. De cualquier manera, el breve episodio
anexionista fue rebasado por la consagración de varias generacio-
nes luchando por la independencia.66
Un factor que incidió negativamente durante los años entre 1840
y 1868 en las sociedades patriarcales fue el desafío que afrontó la
producción ganadera desde el exterior. Los propietarios de potreros
que abastecían a la plantación azucarera occidental de bueyes y
carne, debieron enfrentar desde bien temprano la competencia del
tasajo extranjero y la producción de ganado en los potreros de la
región occidental. Desde 1860 la hacienda señorial de las regiones
centro orientales entabló una lucha a muerte contra la libre impor-
tación de tasajo de Uruguay. Según el testimonio del publicista
español Ramón de la Sagra, en la región villareña se debatía el
destino de la ganadería en la Tierra Adentro. En las publicaciones
periódicas locales se advertía que una decisión favorable en mate-

65
Elda E. Cento: El camino de la independencia. Joaquín de Agüero y el alzamiento de San
Francisco de Jucaral, Editorial Ácana, Camagüey, 2003.
66
Jorge Ibarra: “La Asamblea de Guáimaro”, Sobre la guerra de los diez años 1868-
-1898; recopilación María Cristina Llerena, Edición Revolucionaria, 1971,
pp. 241-253.
48 JORGE IBARRA CUESTA

ria arancelaria al tasajo extranjero por parte de las autoridades co-


loniales tendría por resultado que “se acabara con la crianza de
ganado del país”.67
El historiador Hernán Venegas ha destacado, por su parte, cómo
la introducción del tasajo uruguayo provocó la decadencia de la
masa ganadera de Villa Clara y Sancti Spíritus.68 La disminución
que tuvo lugar en la composición del ganado y en los cambios en la
estructura de la tierra se refleja en el Cuadro 1.3.

Cuadro 1.3. Estados de los censos de 1846 y 1861


Localidad Hatos crianza Potreros Número
cabezas ganado
1846 1861 1846 1861 1846 1861
Sancti Spíritus 586 113 577 899 88 266 68 042
Villa Clara 58 12 717 678 51 764 53 143
Total 644 125 1 294 1 577 140 030 112 185

Si bien el centro de la cría y ceba ganadera se trasladó de Santa


Clara y Sancti Spíritus a las regiones de plantaciones azucareras de
Cienfuegos y Sagua la Grande, el tasajo extranjero seguía compi-
tiendo ventajosamente en la región central de la Isla. Una situa-
ción similar ocurría en Puerto Príncipe donde la producción de
ganado se mantuvo estancada de 1846 a 1861. La demolición de las
haciendas ganaderas y su transformación en potreros no significó
tampoco que esa región incrementase su masa ganadera, sino tan
solo que se subdividiese la propiedad.
El hecho más significativo del estancamiento generalizado de la
masa ganadera en las regiones orientales y centrales del país fue el
incremento de las haciendas de crianza y potreros que se evidenció
en las regiones occidentales. Es decir, el incremento del número
de cabezas de ganado en las haciendas y potreros de occidente revela
que el mercado interno de las ciudades y plantaciones azucareras
de esa región absorbía principalmente sus propios productos pe-
cuarios. De hecho, gran parte del ganado que se trasladaba desde

67
Hernán Venegas: “Notas críticas sobre la economía colonial de Villa Clara”,
Islas, mayo-agosto 1986, pp. 16-89. Véase también: Carmen Guerra y E. Mora-
les: “El desarrollo económico-social y político en la antigua jurisdicción de
Cienfuegos entre 1877-1882”, Islas, no. 80, enero-abril 1985, pp. 153 y 175.
68
Venegas: Ob. cit.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 49

las regiones centrales y orientales del país fue desplazado por la


oferta del ganado occidental y del tasajo extranjero (Cuadro 1.4).

Cuadro 1.4. Incremento de la masa ganadera por regiones


(1846-1861)
Región Años Disminución de 1861
1827 1846 1861 con relación a 1827
Centro-Oriente 770 605 689 505 719 962 7%

En realidad, la masa ganadera de la porción centro oriental del


país disminuyó entre 1827 y 1862. Así, de acuerdo con el censo de
1827 en esas regiones había 770 605 cabezas de ganado, y en 1846
el número de reses descendió a 689 505. Solo en virtud de la creación
de potreros de ganado pudo aumentar ligeramente esta cifra a
719 962, en 1862.
No obstante, el número de cabezas de ganado de 1861 seguía sien-
do inferior a la que había en esas regiones en 1827. (Ver Cuadro 1.4).
Los potreros occidentales incrementaron el número de reses de
267 033 a 556 587, o sea, 52 % de 1846 a 1861 lo cual muestra la des-
ventajosa competencia que le hacían a los potreros centro orientales,
quienes en el mismo periodo aumentaron la producción solo 7 %.
La recesión de la ganadería, primero y su estancamiento general,
después, se hizo sentir más en las regiones centro orientales por el
incremento considerable que tuvo la población en esas comarcas.
En resumen, la importancia señalada de los arrentadatarios en
el alzamiento de 1868 radica en su carácter activo y beligerante,
comparado con los terratenientes tradicionales. Con independen-
cia de la incidencia más severa que tuvo sobre este sector la
tributación de la Junta de Información, los préstamos hipotecarios
del capital comercial y la sequía, la mayor parte de ellos eran sepa-
ratistas convencidos y habían intervenido en distintas conspira-
ciones desde la década de 1850. Como hemos destacado procedían
de viejas familias terratenientes venidas a menos y habían hecho
suya la ideología democrático burguesa.

IV
Un factor que incidió poderosamente en la toma de conciencia aboli-
cionista de los terratenientes del Cauto, el norte de Oriente y en las
50 JORGE IBARRA CUESTA

Cinco Villas fue el surgimiento de una nutrida capa de peones del


campo, como consecuencia del crecimiento vegetativo de la pobla-
ción rural de campesinos y pequeños arrendatarios. Su aparición
en la primera mitad del siglo XIX, en el periodo histórico de media
duración previo al 68, incidió de manera variable en la actividad de
las distintas clases y grupos históricos que participaron en los
hechos revolucionarios. Los primeros síntomas que detectamos
de este fenómeno se encuentran en la prensa periódica de la década
de 1860. La polémica que tuvo lugar entre los periódicos El Siglo y
La Prensa en los meses de febrero y marzo de 1867 evidenció que
más allá de las posiciones favorables o adversas a la abolición gradual
de la esclavitud que sostenían ambas partes, en las regiones
orientales del país se venía formando progresivamente un sector
de campesinos sin acceso a la tierra. Los editorialistas de La Prensa
sostenían que no había hombres “que vinieran a trabajar libre y
espontáneamente la caña de Cuba, que no exijan más de 20 pesos
de salario (…) y una sola ración de maíz, arroz, boniato y tasajo”.69
Los ingresos de los peones debían encontrarse por debajo de ese
mínimo de 20 pesos de salario y de esa ración alimenticia, para que
la producción de azúcar fuera más rentable que la que se hacía con
trabajo esclavo. En respuesta, la dirección de El Siglo comenzó a
publicar cartas del interior del país en las que se argumentaba la
posibilidad de utilizar trabajo libre en las plantaciones azucareras.
Una de estas cartas, firmada por E. H., se refería elogiosamente al
experimento de Francisco Diago en sus ingenios Tinguaro y Santa
Elena en Matanzas. De acuerdo con el corresponsal de El Siglo en
dichos ingenios se podía ver a “campesinos canarios trabajando
mezclados con los negros en el corte, alza y transporte de la caña”.70
El experimento de Diago hacía tiempo se había propagado en la región
oriental y central del país. Según El Correo de Trinidad de 28 de marzo
de 1867 pasaban de 1 000 los peones blancos que cortaban caña en
esa jurisdicción, sin contar los operarios de los ingenios y trapiches.
Semanas después el conde de Pozos Dulces publicaba en El Siglo
una carta procedente del Departamento Oriental firmada por J. T. M.
de 8 de marzo de 1867, en la cual se exponía que en Bayamo y
Manzanillo no había un solo ingenio en el que no hubiesen trabaja-
dores libres para hacer la zafra y demás faenas agrícolas de “tiempo
muerto”. Por lo general se echaba mano de un capataz que contrata-

69
El Siglo, año VI, no. 50, 28 de febrero de 1867, p. 1, col. 2.
70
Ibidem, no. 47, 24 de febrero de 1867, p. 1, col. 3.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 51

ba “25, 100 o 130 hombres, según la importancia de la finca, libres


todos (…) desde las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde”.71
Por otra parte, en el Diario de Santiago de Cuba de 1 de abril de
1867 se criticaba al periódico La Prensa de La Habana por negar la
practicabilidad del trabajo libre en los ingenios. El rotativo
santiaguero se solidarizaba con el periódico El Siglo a la vez que
argumentaba con los datos de José Antonio Saco, que 20 % de la
zafra se hacía con trabajadores libres.72
A continuación el redactor de El Siglo, a los efectos de mostrar la
importancia que tenía el trabajo libre en la zafras de la jurisdicción
de Manzanillo relacionaba los ingenios Demajagua de Carlos Ma-
nuel de Céspedes, Santa Gertrudis y Jucaibama de Francisco Vicente
Aguilera, Mangas de Perucho Figueredo y varios más, en los que se
empleaban peones libres. Un padrón de Manzanillo levantado en
1864, en “tiempo muerto”, revela cómo en esa época del año de inac-
tividad los peones seguían adscriptos a los ingenios (Cuadro 1.5).
Cuadro 1.5. Padrón de Manzanillo en “tiempo muerto” (1864)
Propietario Caballerías Caballerías Esclavos Peones Blancos
por cultivo
Fernando Font 2 2 - 3 2
Juan Mesa 1,5 2,5 - 3 1
Carlos M. Céspedes 9 9 12 - 2
Luis Bertot 2 4 3 1 2
Santiesteban 2 4 3 1 2
Félix de Leyva 1,5 1,5 - 1 1
Venecia y Rodríguez 10 38 150 10 4
Silverio Valerino 3 15 35 - 5
José Ma. Olivera 0,5 1,5 2 - -
Castillo y hermano 3 2 2 2 2
José Ramírez
y hermanos Roto Roto 125 4 5
B. Romagosa Roto Roto 85 15 4

FUENTE: Padrón de Fincas Rústicas de Manzanillo, Archivo Nacional de Cuba, Gobierno


General, legajo 562, no. 27530.

71
Comunicación de J. M. T. al director de El Siglo, 8 de marzo de 1867; Ibidem,
16 de marzo de 1867, no. 64, p. 1, col. 2.
72
Diario de Santiago de Cuba, 1 de abril de 1867, p. 1.
52 JORGE IBARRA CUESTA

La existencia del sector de los peones se reflejó de una manera u


otra en distintos padrones realizados por la Sociedad Económica
de Amigos del País y las autoridades locales en las distintas juris-
dicciones del Departamento Oriental. Quizás los más significati-
vos de estos padrones sean los de Bayamo, Manzanillo y Las Tunas.
En estas jurisdicciones había un total de 2 010 esclavos y 2 155
empleados blancos (Cuadro 1.6).
Un estudio de la jurisdicción de Bayamo en 1861 mediante los
padrones de los partidos de Caureje, Barrancas, Dátil, Cauto, El
Paso y Portillo, que aparecen en la obra de Pezuela, nos da margen
a pensar en el incremento cuantitativo que tuvo lugar en el sector
de trabajadores agrícolas, aun cuando no sea posible separar, por
la forma en que se da la información en los padrones aludidos, a
los trabajadores agrícolas blancos de los negros y mulatos, para
realizar una comparación con el Cuadro 1.6, de 1839.

Cuadro 1.6. Total de esclavos y empleados blancos


Esclavos Blancos
Ingenios 778 106*
Cafetales 129 15
Haciendas 726 1 117
Sitios 377 917
FUENTES: Memorias de la Sociedad Patriótica de La Habana, 1838, t. VIII, La Habana,
1839, pp. 399-400.
* Los que aparecen nominados como blancos son las personas libres que habi-
taban esas fincas y eran sus propietarios, familiares o las trabajaban como
peones. Se advierte la importancia de los peones en las haciendas ganaderas.
Los que elaboraron estos padrones tuvieron en cuenta solo la relación que
había entre el número de esclavos y trabajadores agrícolas blancos o no se
preocuparon por averiguar el número de trabajadores agrícolas negros y mu-
latos de estas jurisdicciones, o bien los encubrieron bajo la primera denomi-
nación de blancos.

Cuadro 1.7. Total de peones agrícolas libres,* blancos y negros,


entre 13 y 60 años en la jurisdicción de Bayamo
En sitios En haciendas En cafetales En ingenios
2 050 1 543 12 94

* El total de hombres susceptibles de ser empleados como peones agrícolas en


los sitios y estancias se obtuvo sustrayendo del total de hombres libres blancos,
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 53

mulatos y negros de 13 a 60 años de edad que radicaban en este tipo de fincas,


el número total de usufructuarios o propietarios de sitios y estancias que
había en los partidos de la jurisdicción de Bayamo.

Con relación a Manzanillo el aumento de la población rural de


blancos y negros libres, de 1831 a 1849, nos da una idea de la cre-
ciente importancia de la capa de peones rurales. Para definir este
proceso el término de peonización, empleado por los historiadores
puertorriqueños Ángel Quintero Rivera y Fernando Picó, nos parece
más correcto que el de proletarización aplicable más bien a una
etapa en la que prevalece el capitalismo en la agricultura.73

Cuadro 1.8. Partidos rurales de Manzanillo. Poblaciones rurales*


Población rural Años
1831 1849 1861
Blancos 316 4 347 9 338
Libres de color 2 466 7 043 8 317
Esclavos 250 831 928

* Hemos elaborado este cuadro a partir del estudio de las fuentes que cita la
historiadora Olga Portuondo en su excelente investigación: “Manzanillo, su
origen y desarrollo”, Revista Santiago, Universidad de Oriente, pp. 190-196.
Véase también: Archivo Nacional de Cuba: Gobierno General, leg. 505, no. 27/221
y Gobierno Superior Civil, leg. 1122, no. 41 679.

Como puede apreciarse en el Cuadro 1.8 desde 1849 hasta 1861 la


población esclava apenas aumentó en 97 esclavos, mientras la población
libre rural, blanca, mulata y negra, aumentó en 6 265 personas.
Estas cifras nos deben proporcionar una visión de conjunto de la
creciente importancia de los trabajadores libres en la jurisdicción
de Manzanillo. Si bien el incremento del creciente número de bra-
ceros rurales justificaba una posible evolución hacia la adopción
del trabajo libre en los ingenios y trapiches de la región centro orien-
tal de Cuba, más alentador para los reformistas del periódico El
Siglo era el hecho de que ya en Puerto Rico, la mayor parte de la
producción azucarera fuese el resultado del trabajo libre. Los

73
Ángel Quintero Rivera: Patricios y plebeyos, burgueses, hacendados, artesanos y obre-
ros. Las relaciones de clase en el Puerto Rico de cambio de siglo, Ediciones Huracán, Río
Piedras, Puerto Rico, 1988, p. 307.
54 JORGE IBARRA CUESTA

editorialistas del periódico reformista no se cansaban de alegar que


no había que ir muy lejos para encontrar hombres que trabajasen
por menos de 20 pesos, pues mientras que en Puerto Rico “una
parte de la producción de azúcar es resultado del trabajo libre (…)
en la misma Cuba y en sus trapiches del interior este trabajo pro-
duce por cientos de miles, las arrobas de raspadura para el consu-
mo local”.74 De esta suerte, la evolución demográfica y social de
Puerto Rico era tomada por Pozos Dulces y sus colegas como un
modelo de tránsito gradual y pacífico al trabajo libre. Muy lejos
estaban entonces los reformistas criollos de imaginarse que los
terratenientes centro orientales, espoleados por la crisis económi-
ca adoptarían soluciones violentas radicalmente distintas de las que
ellos predicaban. Eduardo Machado —quien luego sería un ardiente
abolicionista en los campos de Cuba Libre— se pronunciaba desde
la publicación que dirigía en las Cinco Villas por el predominio del
trabajo libre en la región. Hasta qué punto las demandas de gene-
ralizar el trabajo asalariado en las regiones centrales y orientales
del país se correspondía con la situación laboral existente en ellas,
lo evidencian los censos de 1846 y 1861. Durante este espacio de
tiempo la población de blancos, negros y mulatos libres en las ju-
risdicciones de Cinco Villas habían saltado de 28 230 a 45 868, o
sea, un incremento de 17 638 libres en la región. Tal aumento no
tenía su correlato en el número de fundos rurales, pues estos as-
cendían —entre sitios, estancias, vegas, ingenios, potreros y
haciendas— a 28 230, mientras que el número de hombres libres,
obligados a vender su fuerza de trabajo, ascendía a 45 868.
En el valle del Cauto, el norte de Oriente y en las Cinco Villas,
existía por consiguiente, un numeroso campesinado libre y una capa
de peones rurales en formación, que se hallaba bajo la hegemonía
paternalista de los hacendados, al tiempo que los esclavos se encon-
traban sujetos por vínculos sumamente suaves o relajados. La exis-
tencia de ese peonazgo rural contribuyó decisivamente a la toma de
conciencia abolicionista de los terratenientes y arrendatarios de la
Tierra Adentro. En las regiones de hacienda patriarcal ya había un
sector de hombres libres que reemplazaba a los esclavos en la agri-
cultura. Allí se había formado una amplia clientela de esclavos,
aparceros y peones, que podía ser conducida apropiadamente por
los terratenientes de la región, con excepción de los sectores de es-
clavos, negros y mulatos libres que conspiraban por su cuenta, con
74
El Siglo, año VI, no. 43, 19 de febrero de 1867, p. 1, cols. 1-2.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 55

independencia de los señores. Este conjunto de relaciones sentaba


las premisas para la dirección política de la clase terrateniente,
circunstancias que no concurrían en las regiones de plantación. Los
procedimientos que se apelaron por los señores de hacienda y arren-
datarios para movilizar a la clientela rural fueron muy variados.
Al referirse a la influencia de los terratenientes de las regiones
oriental y central del país sobre el campesinado, y a la situación
que se creó con el impuesto del 10 % establecido con posterioridad
a la Junta de Información, el capitán general Lersundi escribió en
la memoria de su mando en Cuba: “Exasperados por lo irritante y
lo insoportable del nuevo tributo [los campesinos] están dispues-
tos a pelear hasta morir contra el Gobierno, deponiendo su anti-
guo y acendrado españolismo”. Lo que contribuyó, de acuerdo con
este, a que “(…) aprovechando el terrible elemento que les ofrecía
la exasperación de los guajiros por la contribución directa, hábil-
mente explotada se decidieran a dar el grito de Independencia”.75
Con lo que “se minaron por la base los dos pilares” en los que
pensaba, ingenua o cínicamente, el capitán general español se apo-
yaba en el poder colonial en Cuba, es decir “(…) la gente libre de
color y los campesinos o guajiros, como aquí se les llama”.76 Lo
más grave a juicio del general español era que “el poder de España
había sido minado diabólicamente en su base por la propaganda
separatista” la cual había atraído a las castas “aspirando a la igual-
dad (…) por lo cual son hoy de fidelidad dudosa”.77
De acuerdo con la versión del coronel español Novel Ibáñez de
los sucesos ocurridos en la jurisdicción de Bayamo con anteriori-
dad al grito de Demajagua,
Ya fuesen exagerados en los alcances que hicieron los conspi-
radores sobre la cuantía del impuesto, lo cierto es que consi-
guieron hacer creer a los contribuyentes que por el nuevo
régimen pagarían cuatro o cinco veces más que el anterior y
que recibiendo el Tesoro Público en cada año una décima parte,
quedarían estos privados de todo al transcurrir diez años.78

75
Ramiro Guerra: La Guerra de los 10 años, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1972, p. 6; Antonio Pirala: Anales de la Guerra de Cuba, Madrid, 1895,
t. I, pp. 239-240.
76
Ibidem.
77
Ibidem.
78
Dionisio Novel Ibáñez: Memoria de los sucesos ocurridos en la insurrección de Bayamo
en Octubre de 1868, La Habana, 1873.
56 JORGE IBARRA CUESTA

Un testimonio de las actividades de proselitismo que llevaban a


cabo los terratenientes orientales entre el campesinado y los peo-
nes blancos y negros lo constituye el establecimiento de un puesto
de venta de carne a la población campesina por Francisco Vicente
Aguilera y Francisco Agüero, a precios tan módicos que daban lu-
gar a que las ventas se hicieran con grandes pérdidas. Una vez
relacionado con la clientela campesina y los peones de color, Agüe-
ro les hablaba de los abusos del gobierno, el componte y las nuevas
contribuciones. El objetivo era ganar adeptos para la conspiración,
como señalaba Francisco Vicente Aguilera en su diario.79 Todo parece
indicar que las autoridades coloniales seguían algunos de estos
movimientos de cerca, pues el 18 de julio de 1866 se dictó una
circular para que se prohibiesen en las poblaciones y en las fincas
las reuniones para lectura de periódicos y libros.80
Hacia 1867, con motivo de la fiesta de Santiago, en Bayamo “gru-
pos de campesinos que en tales fechas se forman” dieron gritos a
la independencia de Cuba.81 Una idea de la importancia que tuvo la
participación del campesinado y el peonazgo en la conspiración,
nos la ofrece una relación de alzados en armas en Manzanillo ele-
vada por el teniente gobernador al capitán general en 1869, en la
que se evidencia que la mayor parte de los oficiales mambises de la
región eran vegueros y en segundo término, pequeños comercian-
tes.82 Se trataba en fin de la masa rural de la región, con indepen-
dencia de su origen racial.

Otros hechos más cercanos y explosivos en el breve plazo tendie-


ron a modificar la actitud de un importante sector del patriarcado
terrateniente y de los arrendatarios de la región centro oriental del
país. Se trata de los fenómenos de la coyuntura del decenio de 1860,
que desataron los acontecimientos revolucionarios de la Demajagua.
A fines de octubre de 1868, cuando comenzaron las sesiones de la
Junta de Información, los efectos de la depresión económica mundial
79
Eladio Aguilera Rojas: Francisco Vicente Aguilera y la Revolución de Cuba en 1868,
La Habana, 1909, pp. 9-10.
80
Franco: Ob. cit., 1965, p. 105.
81
Novel Ibáñez: Ob. cit., p. 32.
82
Archivo Nacional de Cuba: Boletín del Archivo Nacional, año V, no. VI, La Habana,
noviembre-diciembre de 1906, pp. 101-111.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 57

se hacían sentir con particular intensidad. El bajo precio que al-


canzaban el azúcar, café, tabaco y cobre, principales productos de
exportación de la región centro oriental y la elevación de los intere-
ses de las prestaciones del capital comercial, conmovieron los fun-
damentos de la economía de esas comarcas.
La terrible sequía que asolaba a la Tierra Adentro era otro factor
que tendía a agravar la crisis económica que comenzaba a
enseñorearse de toda la Isla. Desde mediados de 1866 no llovía en
ninguna de esas regiones lo que originó una mortandad del ganado
sin precedentes. De acuerdo con el corresponsal de El Siglo, miles de
cabezas de ganado perecieron durante esos años. “Los arrendata-
rios de potreros de Puerto Príncipe tenían razones para padecer de
insomnio, pues los potreros se encontraban llenos de ganado que
no encontraba compradores. Los precios a los que se vendía la arro-
ba de carne eran 3 o 4 veces más elevados que los dos últimos años”.83
En Sancti Spíritus se repetía la misma situación y todo se resumía
en la frase de “perder vendiendo o no vender el ganado”.84
En Santiago de Cuba la crisis económica golpeaba con más fuer-
za al sector mercantil de la agricultura. El precio del café y del ca-
cao que por un momento pareció favorecer la Guerra del Pacífico
había descendido más que nunca. Los precios del azúcar no ha-
bían alcanzado más de 3 pesos el quintal de mascabado y las últi-
mas ventas se habían hecho a 2 pesos. La escasez de numerario en
la plaza de Santiago motivaba que: “desde el grande al chico, todo
el mundo entrase en economías”.85 El periódico el Diario de Santia-
go de Cuba de 9 de mayo de 1867, revelaba la señal más inequívoca
de la profundidad de la crisis con las palabras siguientes: “nues-
tros lectores saben ya que el Banco de Cuba se ha presentado a
quiebra al Tribunal de Comercio”.86
En diciembre de 1868 las minas de cobre de Santiago de Cuba,
ante la brusca caída de los precios del producto, se veían obligadas
a despedir a unos 300 trabajadores, entre esclavos alquilados y
obreros blancos.87
El estrato de los negros y mulatos libres de Santiago de Cuba, el
sector que primero insurgiría en al campo de la revolución de 1868,
83
El Siglo, año VII, no. 36, 10 de febrero de 1868, p. 2, col. 7.
84
Ibidem, año VI, no. 61, 16 de noviembre de 1867, p. 2, col. 7.
85
Ibidem, año VI, no. 94, 27 de abril de 1867, p. 4, col. 3.
86
El Diario de Santiago de Cuba, 9 de mayo de 1867, p. 2, cols. 1-2.
87
El Siglo, año VII, no. 36,10 de febrero de 1868, p. 2, col. 7.
58 JORGE IBARRA CUESTA

sufría más que ningún otro las consecuencias de la crisis econó-


mica. De acuerdo con el editorialista del Diario de Santiago de Cuba
de 16 de abril de 1867 la situación de los sectores más desposeídos
de la ciudad se resumía de la manera siguiente:
La alimentación de los pobres que por lo general se compone
de esos frutos (plátano, ñame y boniato) que cuestan tanto,
comparándolo con lo que costaba en tiempos anteriores y como
aquí no existían las industrias, como aquí el trabajo escasea,
resulta que la clase pobre de Cuba, se ve cada día en peor po-
sición.88
No en vano serían estos desheredados los que engrosarían las
partidas de los Maceo, Moncada y Banderas en la jurisdicción de
Cuba. De acuerdo con el editorialista, la ruina de la producción
cafetalera agravaba más aún la producción de viandas y frutos. La
manifestación más aterradora de la situación era la epidemia de
cólera que se había desatado pocos años antes.
La sequía en el valle del Cauto y en el norte del Departamento de
Oriente tenía cuatro años de duración en 1868. En un informe del
Ayuntamiento de Jiguaní de 13 de febrero de 1868 se expresaba
que la cosecha de tabaco de 10 000 quintales era muy pobre a causa
de la escasez de las lluvias que venía sufriendo la jurisdicción desde
1864.89 Las recaudaciones por concepto de cabezas y sisa de gana-
do experimentaron un brusco descenso de 1862 a 1867. Así, en
1862 se recaudaron 1 021 escudos, en 1863, 982; en 1864, 960; en
1865, 817; y en 1866, 782.90
Ya desde 1860 se evidenciaba en Jiguaní una resistencia crecien-
te a pagar la tributación española. Por ejemplo, en ese año, 61 agri-
cultores no pagaron el tributo de ejidos, 51 adeudaban el crédito
sobre fincas rústicas, 11 no liquidaron el impuesto que se pagaba
por fincas urbanas y 56 adeudaban con varios años de anterioridad
a 1860 el pago de la tributación por fincas rústicas.91
En informe de 17 de diciembre de 1867 el teniente gobernador
de Jiguaní le hacía saber a la superioridad que debido a la carencia
de lluvias, “desde el año anterior, el sol ha estado abrasador, que-

88
El Diario de Santiago de Cuba, 16 de abril de 1867, p. 2, col. 1.
89
Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba: Fondo Gobierno Provincial,
caja 2791, no. 2.
90
Ibidem, caja 382, no. 5.
91
Ibidem, caja 381, no. 12.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 59

mando y destruyendo toda vegetación, escaseando las frutas y las


viandas”. La cosecha de tabaco había sido muy pobre lo que había
motivado, “… la falta de crédito de los comerciantes, la de numera-
rio metálico, y el malestar que todas las clases experimentan, cuya
situación es sumamente angustiosa”.92 Este era, sin duda, el as-
pecto más siniestro de la situación que atravesaba la jurisdicción.
Bayamo sufría secuelas parecidas a causa de la sequía que asola-
ba los campos. En informe del teniente gobernador de la jurisdicción
de 11 de marzo de 1867, el ganado que se había sacrificado o vendi-
do en pie era muy escaso, debido a la mortandad que había afecta-
do a la masa ganadera. Los pastos naturales y artificiales habían
sufrido considerables pérdidas. La cosecha de tabaco había sido
muy pobre, pues “en muchas partes se ha perdido y en otras se ha
dado tan raquítica la planta, que bien poco será el producto que
recogerán”.93 Por su parte, el secretario del Ayuntamiento bayamés,
Julián Udaeta en comunicación de 11 de mayo de 1868, al goberna-
dor civil del Departamento Oriental le informaba que de acuerdo
con los datos suministrados por los capitanes pedáneos “la cosecha
de tabaco del año pasado en Guisa ascendió a 2 500 tercios, por
haber hecho mal tiempo pues se calculaba que por término medio
llegase a 5 000 tercios. En el partido de Barrancas había informes
de que se habían vendido 662 quintales, muy por debajo de la pro-
ducción habitual, que se calculaba en 1 500”.94
En Manzanillo las cosas no marchaban mucho mejor, pues según
informe del secretario de la Junta de Agricultura, Industria y
Comercio de la jurisdicción, Carlos Segrera, “la cosecha del año
próximo pasado, a consecuencia de la rigurosa seca ha sido entera-
mente escasa”.95 Y en una instancia de 4 de julio de 1868 el mismo
Segrera informaba que “para que los municipios de Bayamo, Tunas
y Jiguaní proporcionen los recursos necesarios para las obras men-
cionadas, se hace muy difícil, pues estas corporaciones no cuentan
en la actualidad con fondos de ninguna clase”.96 De hecho, en fe-
brero de 1868 hacía seis meses que el Ayuntamiento de Manzanillo
no satisfacía sus obligaciones ni pagaba salario a sus empleados.97
92
Ibidem, leg. 6, no. 2.
93
Ibidem.
94
Ibidem, leg. 2791, no. 2.
95
Ibidem.
96
Ibidem.
97
El Siglo, año VII, no. 45, 30 de febrero de 1868, p. 2, col. 5.
60 JORGE IBARRA CUESTA

En la jurisdicción de Guantánamo, de acuerdo con un informe


del secretario del Ayuntamiento, Juan Nicolao, la cosecha de taba-
co de 1868 se había reducido de 14 000 a 7 300 quintales.98
En Palma Soriano, según una exposición de su Cabildo, la cosecha
de la aromática hoja se había reducido ese año a la mitad, o sea, a
unos 5 000 tercios.99
La jurisdicción de Holguín, no marchaba a la zaga de las otras
del sur del Departamento de Oriente. De acuerdo con un informe
de 21 de abril de 1868 del teniente gobernador de la jurisdicción,
“la escasez de las aguas dio lugar a que se perdieran en dicho año,
la mitad de las vegas”.100 La crisis afectaba también muy seriamente
a los fondos del Ayuntamiento de la localidad. En la sesión de 23 de
mayo de 1869, los regidores holguineros declaraban que: “todas
sus atenciones adeudaban desde hace 14 meses, sin haber obteni-
do todavía la aprobación de los medios para cubrir el déficit”.101 En
otras palabras, desde entonces no se pagaban los salarios a los
empleados de la municipalidad. Como corolario a la desastrosa si-
tuación que se vivía, las propiedades se encontraban hipotecadas
cada vez más y cada año se cancelaban menos deudas hipotecarias.

Cuadro 1.9. Movimiento hipotecario en la jurisdicción


de Holguín (1828-1868)
Años Hipotecas Hipotecas % Hipotecas
inscritas canceladas canceladas

1858 116 51 43,9


1859 78 51 65,3
1860 68 37 54,4
1861 101 55 54,4
1862 111 61 54,9
1863 107 54 50,4
1864 127 75 59
1865 118 62 52,5
1866 130 40 30,7

98
Ibidem.
99
Ibidem.
100
Ibidem.
101
Archivo Histórico Provincial de Holguín: Fondo Ayuntamiento de Holguín, Sesión
del Cabildo de 23 de mayo de 1869.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 61

1867 124 37 29,8


1868 79 27 30

FUENTE: Archivo Histórico Provincial de Holguín: Anotadurías de hipotecas, años 1864


y 1865, Índice de la anotaduría de Hipotecas de Holguín, 1858-1863 y 1866-1868.

Como se aprecia en el Cuadro 1.9 el número de hipotecas con-


certadas tendía a incrementarse cada año y el número de cancela-
das disminuía, por lo que la dependencia de las haciendas, sitios,
estancias, ingenios, potreros y vegas del capital comercial español
cada vez era mayor y se tornaba más insoportable. Los más grave-
mente afectados por la crisis parecen haber sido las familias más
empobrecidas del sector de la clase señorial venida a menos y el
campesinado.
Los jefes de los alzamientos en la región holguinera parecen haber
sido propietarios de un reducido número de pesos de posesión en
haciendas comuneras o bien campesinos propietarios de pequeños
sitios o vegas. Así, Luis de Feria tenía hipotecado un sitio de tres
cuartos de caballería; Manuel Hernández Perdomo tenía un sitio de
5 pesos de posesión; Nicolás Mariño, un sitio fundado en 30 pesos
de posesión y un pequeño trapiche; Miguel Ramón Montané, un
potrero; Calixto García un tejar y un sitio fundado en dos pesos de
posesión en Jiguaní; José de Justo Aguilera, una estancia de 3 ca-
ballerías; Arcadio Leyte Vidal era un refaccionista de pequeñas
sumas de dinero a los vegueros de Mayarí; y los hermanos Manuel
y Julio Grave de Peralta tenían hipotecados cada uno 5 sitios en
haciendas comuneras de la familia, reconociéndose deudores de
tributos a la Real Hacienda por más de veinte años.102 Ambos tenían
una finca de 15 caballerías, 4 sitios de labranza y 3 esclavos. De
acuerdo con el historiador Abreu Cardet no pueden clasificarse
como grandes terratenientes.103
En Manzanillo, el movimiento hipotecario mostraba una situa-
ción crítica. Las principales figuras de la jurisdicción se encontra-
ban endeudadas con sus acreedores hipotecarios. No obstante, la
situación variaba de acuerdo con el tipo de hipoteca que recaía sobre
los atrasados en el pago de sus compromisos. Las hipotecas “al

102
Archivo Histórico Provincial de Holguín: Anotaduría de hipotecas, años 1864
y 1865.
103
José Abreu Cardet: Introducción a las armas, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 2005, pp. 74-75.
62 JORGE IBARRA CUESTA

comprar”, se contraían en el acto de adquirir la propiedad y eran


deudas que se asumían de manera conciente con el propósito de
emprender una actividad económica que los resarciera ampliamente.
Tal fue el caso de Carlos Manuel de Céspedes y Francisco Vicente
Aguilera que contrajeron elevadas deudas hipotecarias al comprar
los ingenios Demajagua y Santa Gertrudis. En cambio, otros com-
promisos hipotecarios por refacciones acumuladas en el curso de
los años y de los cuales los deudores no podían liberarse, refleja-
ban una situación de dependencia muy estrecha del capital comer-
cial usurario. Entre las personas más destacadas del movimiento
revolucionario de la Demajagua endeudadas se encontraban Juan
Hall con tres hipotecas contraídas en 1865 y 1866 ascendentes a
10 375 pesos; Isaías y Bartolomé Masó Márquez con compromisos
contraídos en 1664 y 1667, equivalentes a 5 705 y 1 705 pesos res-
pectivamente; José María Fornaris adeudaba desde 1867, 9 776 pesos
al comprar 14 estancias; Gregorio y Manuel Santiesteban tenían
deudas de 6 716 y 2 300 pesos respectivamente; Francisco Vicente
Aguilera tenía una deuda de 7 794 pesos con el Estado por concepto
de alcabala constituida en 1864 en el acto de la compra del ingenio
Santa Gertrudis, de la misma manera quedó endeudado en 160 000
pesos con el comerciante Ramírez y Oro cuando compró el inge-
nio a Sebastián Romagosa. Carlos Manuel de Céspedes contrajo
una deuda de 163 076 escudos al comprar el ingenio Demajagua
con 53 esclavos, la cual debía ser pagada en el año de 1873. La
deuda fue concertada con los comerciantes españoles refaccionistas,
Venecia, Rodríguez y Hmno.104 Todos eran arrendatarios empren-
dedores del sector venido a menos de la clase señorial, con excep-
ción de Aguilera que era el terrateniente más rico de la región.
Como hemos destacado, algunos contraían las deudas al comprar
sus ingenios, con la esperanza de redimirse de estas en un breve
periodo de tiempo. Santiesteban, Hall e Izaguirre, en cambio, se
comprometieron desde fines de los años 50 y principios de los años
60, siendo las deudas que habían acumulado de refacción. Aguilera,
Céspedes, Fornaris, Palma y Masó contrajeron deudas a mediados
de la década de 1860 y en 1868 no les había llegado todavía la hora
de liquidar sus adeudos hipotecarios, por lo que ninguno se en-
contraba aún en bancarrota. Céspedes y otros conspiraban antes

104
Archivo Histórico Provincial de Manzanillo: Anotaduría de Hipotecas de Manzanillo,
años 1850-1868.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 63

de la década del 60, por lo que al estudiar los distintos casos en su


particularidad no debe atribuirse su decisión de insurgir al hecho
de encontrarse empeñados. La interpretación economicista que le
atribuye a los hombres del 68 haber tomado las armas contra el
poder colonial tan solo por hallarse endeudados y al borde de la
quiebra, olvida que los revolucionarios ofrendaron por más de diez
años sus vidas y las de sus familias por causa más elevada.
Se debe aclarar también que las personas gravadas con deudas
hipotecarias, no se encontraban necesariamente quebradas o arrui-
nadas. Todo dependía de la coyuntura y del contexto en que se ha-
llaran. En los casos de Hall, Santiesteban y otros se observa una
situación de deudas que se arrastran por muchos años, sin poder
saldarlas. De todos modos, los señores de hacienda y los arrenda-
tarios hipotecados se encontraban en una situación muy compro-
metida por la nueva tributación del 10 %, los censos y capellanías
que debían saldar y la sequía que asolaba los campos. En condicio-
nes normales algunos de los hipotecados hubieran podido liberar-
se de los compromisos, pero el conjunto de hechos descritos indica
que se encontraban ante una situación sumamente difícil de la cual
muy pocos podían esperar salir airosos. Mucho más grave que la
situación económica que se vivía, era el convencimiento de que se
habían agotado todas las posibilidades de rebasar la crisis. Lo que
estaba comprometido era un modo de vida modesto dentro de las
circunstancias que se atravesaban, más que aspiraciones a devenir
prósperos y poderosos plantadores como los de occidente. Los
arrendamientos significan entonces para muchos miembros arrui-
nados de la clase señorial tan solo el único modo de forjarse una
vida “independiente”, que les permite la crisis, no la forma idónea
para manifestar un espíritu empresarial de tipo capitalista que no
tenían. En todo caso, algunos arrendatarios ilustrados podían estar
convencidos de la racionalidad de los nuevos métodos de explota-
ción intensiva de la tierra, con relación a las formas tradicionales,
lo que debió alimentar expectativas sobre las posibilidades de reba-
sar el atraso y estancamiento en que vivían. Ahora bien, su depen-
dencia del capital comercial les impedía concebir muchas ilusiones
sobre el futuro. De hecho los miembros abatidos o empobrecidos
de la clase señorial devinieron personal manejado y aprovechado
por los grandes comerciantes españoles que los empleaban como
intermediarios en la explotación de la tierra. Era el último agravio
64 JORGE IBARRA CUESTA

que debía sufrir el sector venido a menos de la clase señorial antes


de insurgir contra el poder colonial. De los desplantes e imposicio-
nes de los militares y funcionarios peninsulares contra los que se
habían rebelado siempre, habían pasado a ser víctimas de los rapa-
ces usureros de las casas comerciales catalanas.
La última expectativa de que las autoridades coloniales pudieran
contribuir de algún modo al desarrollo de la región, caducó cuando
le dieron la espalda a la principal demanda de los terratenientes del
valle del Cauto. Desde 1866, el regidor manzanillero, Francisco
María Fajardo y el principal conspirador de la región Francisco Vi-
cente Aguilera, solicitaban se construyera un ferrocarril y un telé-
grafo entre Manzanillo y Bayamo. Contaban con el apoyo de dos de
los más destacados dirigentes del alzamiento de 1868: Perucho
Figueredo y Manuel Anastasio Aguilera. El editorialista de El Siglo
de 13 de enero de 1868, dio cuenta de la ausencia de apoyo oficial a
causa de “…ser superiores a los recursos económicos de los propie-
tarios rurales de la región, aun cuando los beneficios que se obten-
drían con los ferrocarriles serían grandes”.

VI

Uno de los dirigentes del alzamiento de las Clavellinas, en Puerto


Príncipe, Francisco de Arredondo y Miranda, en un relato que escri-
biera sobre los antecedentes de la guerra de 1868, explicaba la
trascendencia que tuvo para los revolucionarios de la Demajagua la
Guerra de Restauración dominicana. Con tres años de anteriori-
dad al estallido revolucionario de 1868, los principales dirigentes
del movimiento independentista, reunidos en la feria ganadera de
Guáimaro, discutían la importancia que tendría para Cuba la derrota
del ejército español a manos de los patriotas dominicanos. Durante
los días comprendidos entre el 7 y 10 de diciembre de 1865 se reuni-
rían en la feria de Guáimaro, entre otros, los patriotas camagüeya-
nos Fernando Agüero Betancourt y Jesús Valdés Urra, con los
orientales Carlos Manuel de Céspedes y Francisco Vicente Aguilera,
discutiendo todos los pormenores de la guerra dominicana contra
España. De acuerdo con Arredondo:
La guerra de Santo Domingo sostenida admirablemente por
los dominicanos que estaban en armas despertaban conten-
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 65

tos y las victorias ya celebrábanse, así como se mofaban de las


expediciones de soldados (españoles) flacos y amarillentos que
llegaban en todos los vapores los que venían de aquella isla,
para ingresar en el hospital. Si los dominicanos, decían los
que conspiraban, han podido levantarse en armas contra el
ejército español al que a diario derrotan ¿cómo nosotros con
dinero y otras condiciones que aquellos no tienen, no nos atre-
vemos a ponernos en armas frente a España? Este era el tema
en cada conversación que se relacionaba con el movimiento
revolucionario. Era tal la excitación reinante (roto) que Mi-
randa y Caballero decían “a sombrerazos los botamos de
Cuba.105
Carlos Manuel de Céspedes, como presidente de la República en
Armas, escribiría a propósito de la importancia que había tenido
para los revolucionarios cubanos el movimiento de resistencia
armado dominicano y mejicano contra el colonialismo español y el
tipo de guerra que habían desarrollado contra los ejércitos europeos.
De acuerdo con la carta que le escribiera Céspedes a Summer el 10 de
agosto de 1871, la guerra de liberación de Cuba, debía asumir el
carácter de guerra irregular que había asumido la lucha de otros
pueblos para rechazar el extranjero de su tierra, como la que em-
pleó “Méjico (cuando) venció a Francia y Santo Domingo, nuestra
vecina, a España ayer todavía”.106
En el mismo sentido se pronunciaron algunas personalidades
españolas de la época. Así, el político español Cristino Martos ad-
virtió en 1874 la importancia que tuvo para la gestación del movi-
miento revolucionario cubano la derrota del ejército español en el
curso de la Guerra de Restauración dominicana. El historiador
español Cristóbal Robles Muñoz, por su parte, destacó la respon-
sabilidad que se le atribuía en los medios políticos españoles al
fracaso y evacuación de las diezmadas tropas españolas de Santo
Domingo en el comienzo de la guerra de Cuba.107
La Guerra de Restauración dominicana se prolongó por cuatro
años, de 1861 a 1865, durante los cuales se calcula que las tropas
españolas tuvieron de 10 000 a 15 000 bajas. Estos últimos estimados

105
Arredondo: Manuscritos, no. 8, Colección cubana, Biblioteca Nacional “José Martí”.
106
Dirección Política de la FAR: Historia de Cuba, La Habana, 1967, pp. 163-164.
107
Cristóbal Robles Muñoz: Paz en Santo Domingo (1864-1865). El fracaso de la
anexión a España, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1987.
66 JORGE IBARRA CUESTA

son del historiador Moreno Fraginals.108 Sin embargo, en el libro


clásico sobre el tema, Gándara Navarro hace llegar los muertos
a 7 340.109 De acuerdo con el general español Carlos de Vargas,
aunque el ejército de ocupación en Santo Domingo se había au-
mentado a 22 558 hombres “en revista solo cuenta con 9 431 pre-
sentes en las filas; se han remitido a Cuba 7 005 hombres heridos
o enfermos, y en este mes otros 2 011 que sumados a los 1 102 en
el hospital militar de Santo Domingo, más los muertos y desapare-
cidos darán a Ud. una idea de la situación angustiosa en que se
encuentra la salud de este ejército”.110
La repercusión que tuvieron las numerosas bajas y la derrota
final del ejército español entre los criollos de la región centro oriental
de Cuba se puede evaluar comprobando el número de soldados
españoles muertos en Santo Domingo transportados en navíos y
enterrados en Santiago de Cuba, Puerto Príncipe y La Habana.
Como destacaba Arredondo y Miranda, la noticia de los soldados
españoles, muertos y enterrados en Cuba corría como la pólvora
en la Isla. Así, entre 1860 y 1865 fueron enterrados en Puerto Prín-
cipe 548 soldados, en Santiago de Cuba 1 860 y en La Habana 4 412.
En toda la Isla fueron enterrados 7 161 soldados, lo que daba una
idea del alcance de la derrota española y la difusión que probable-
mente tuvieron esos datos entre los cubanos.
Las versiones sobre el carácter que tuvo la guerra y las causas
del fracaso de las tropas españolas serían aportadas por los oficia-
les dominicanos del vencido ejército, que se radicaron en la región
centro oriental de la Isla y que a la postre entrenarían y disciplina-
rían al ejército mambí. Sus nombres son demasiado conocidos,
como para que dejen lugar a duda sus interpretaciones negativas a
propósito de la ineptitud del ejército español para enfrentar a las
partidas aisladas de patriotas dominicanos. Se trata de los funda-
dores y organizadores en sus orígenes del Ejército Mambí cubano,
los generales dominicanos Máximo Gómez, Modesto Díaz y los
hermanos Luis y Francisco Marcano, entre otros. La convicción de
108
Manuel R. Moreno Fraginals y José J. Moreno Masó: Guerra, migración y muerte (El
ejército español en Cuba como vía migratoria), Ediciones Jucar, Barcelona, 1993, p. 83.
109
José de la Gándara Navarro: Anexión y guerra en Santo Domingo, Imprenta del
Corazón Militar, Madrid, 1884, t. II, anexo V.
110
Archivo Nacional de Cuba: “Carta del General Carlos de Vargas al ministro de
Guerra de 5 de enero de 1864”, Asuntos políticos, leg. 227, no. 8.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 67

que se podía enfrentar y vencer al ejército colonial, apelando a los


métodos de guerra irregulares puestos en práctica por los patrio-
tas dominicanos, fue aportada en un primer momento por las in-
formaciones que se tenían del desastre militar español y de los
numerosos soldados muertos en campaña enterrados en la Isla, y
en un segundo momento, por el testimonio vivo de los oficiales
dominicanos participantes de la Guerra de Restauración. Desde
luego, la derrota de las tropas inglesas, francesas y españolas lan-
zadas a la reconquista de Méjico y la abolición de la esclavitud en
los Estados Unidos fueron noticias que infundieron el optimismo
y la convicción definitiva que necesitaban los patriotas cubanos en
la coyuntura de 1860 para comenzar la guerra de liberación. La
importancia de los proyectos revolucionarios cubanos basados en
las experiencias históricas vecinas no puede subestimarse atribu-
yéndoles el carácter de motivaciones subjetivas. Esa convicción actuó
con tanta o más fuerza que las otras causas materiales ya enuncia-
das del movimiento revolucionario.

VII
Hemos descrito el itinerario que recorrieron las distintas corrien-
tes históricas cuyos caudales confluyeron en la coyuntura que atra-
vesó la región centro oriental de la Isla en el decenio de 1860. Ahora
bien, para que la elucidación del proceso histórico alcance el grado
de objetividad deseado es preciso que nos expliquemos por qué las
causas más probables del inicio de las gestas independentistas no
surtieron efecto en las regiones de plantación occidentales. Hemos
expuesto resumidamente nuestra percepción de cómo se forjó una
cultura de resistencia por parte del patriciado y las comunidades
criollas a las imposiciones del poder colonial desde el siglo XVII al
XIX. El resultado de ese proceso histórico fue la formación de una
nacionalidad dotada de rasgos de cultura y psicología propias, así
como de una identidad y un sentimiento de patria en las comuni-
dades criollas. Ahora bien, mientras que en la región occidental las
comunidades criollas establecieron vínculos económicos, estables
y regulares con la metrópoli, en la región centro oriental, la preca-
riedad de los intercambios trajo como consecuencia el desamparo
y abandono de la región. Mientras la flota que visitaba La Habana
todos los años fluctuaba entre 10 y 30 embarcaciones en distin-
tos periodos, en la región centro oriental transcurrían entre tres
68 JORGE IBARRA CUESTA

y diez años sin que se avistara un navío en sus costas. De esa for-
ma se propiciaron las relaciones de contrabando del patriciado y
las comunidades criollas con las potencias rivales de España en el
Mar Caribe. Por lo demás, la ausencia de un sistema naval y de
fortificaciones en la Tierra Adentro propició innumerables agre-
siones armadas por parte de los corsarios, piratas y las naciones
europeas.111 Un estimado prudente sobre la frecuencia comparada
de las agresiones en las regiones habanera-matancera y la central-
oriental revela que estos eran más frecuentes e intensos en la últi-
ma de estas regiones. De la misma manera cálculos conservadores
acerca de la periodicidad de los rescates en ambas regiones revelan
que estos eran mucho más numerosos en la Tierra Adentro.
La intensidad de las confrontaciones de los criollos de esas co-
marcas con los asaltos extranjeros y la indiferencia española ante
la situación de desamparo en que se encontraban, contribuyó a
que en la Tierra Adentro tomase cuerpo un sentimiento de patria
más acendrado que en la región habanera-matancera. De ahí que
la desobediencia civil y los enfrentamientos sesgados por la violen-
cia tendiesen a moldear las relaciones de las comunidades del interior
con las autoridades coloniales. La represión a los contrabandos y
las exigencias fiscales de las autoridades coloniales solo podía pro-
vocar sublevaciones como las que tuvieron lugar en Puerto Príncipe
y Bayamo en tres ocasiones durante los siglos XVII y XVIII, así como
la evasión de las obligaciones tributarias de los señores de hacienda
con la Iglesia y el Estado colonial. No por eso la generalidad de las
demandas y los litigios del patriciado en los siglos XVII y XVIII en la
Tierra Adentro dejaron de dirimirse legalmente ante las autorida-
des superiores de la monarquía española.
En la ciudad puerto de La Habana el comercio de la flota estimuló,
desde los primeros siglos de la colonización, la fundación de un as-
tillero real y de importantes fortificaciones, además del incentivo
colateral que representó el situado para la agricultura comercial. La
actividad económica propició, de ese modo, la creación de intereses
comunes entre los funcionarios reales, los mercaderes peninsulares
y los señores de hacienda criollos. De ahí que los diferendos con las
autoridades coloniales tendieran a zanjarse en virtud de instancias
elevadas ante la Corona, sin que se apelase a la violencia. Por otra

111
Cesar García del Pino: El corso en Cuba. Siglo XVII, Editorial de Ciencias Sociales,
La Habana, 2001.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 69

parte, la mediación de la monarquía ante los conflictos locales del


patriciado de los cabildos con las autoridades coloniales se proponía
restablecer el equilibrio para evitar males mayores. No obstante, el
arbitraje real tendía a favorecer de manera insensible el poder cons-
tituido de los capitanes generales. Aun cuando en La Habana el trato
a los esclavos domésticos era más moderado, los trabajos de los es-
clavos en las obras de fortificaciones, en el astillero y en los cultivos
comerciales destinados a la flota se caracterizaban por una explota-
ción más intensiva de la fuerza de trabajo.
En los siglos XVII y XVIII, a lo largo y ancho de la Isla, la esclavitud
tuvo un carácter más templado o moderado en las haciendas gana-
deras. No era necesario matar trabajando a tres o cuatro esclavos o
peones que pastoreaban el ganado en el hato o en el corral. Por otra
parte, los señores de hacienda residían la mayor parte del año en
sus haciendas situadas en regiones inaccesibles, con su familia y
una dotación de tres a cinco esclavos, la cual podía incluir una o
dos familias de esclavos. Al señor de la hacienda le interesaba dar
un buen trato a esos esclavos pastores, no solo porque las caracte-
rísticas del trabajo que desempeñaban no demandaban que se le
apremiara, sino porque no tenía sentido intimarlos de modo abusi-
vo en regiones tan apartadas, donde podían fugarse o apelar a la
violencia en sus relaciones con el amo. Cuando comenzaron a in-
corporarse a fines del siglo XVII pequeños ingenios o trapiches de
moler caña a las haciendas señoriales se empleaban a los sumo
siete o diez esclavos. La adición de la pequeña manufactura
azucarera no cambió radicalmente la mentalidad señorial del amo
en los primeros siglos de la colonización, en tanto que la producción
de las irrisorias cantidades de azúcar mascabado y de raspadura
que producía se destinaba al mercado interno. De hecho, la intro-
ducción de los trapiches y pequeños ingenios en la hacienda seño-
rial no implicó tampoco cambios cualitativos en la estructura de la
tenencia de la tierra, ni en el trato patriarcal que recibían los esclavos,
peones y aparceros. El señor producía solo para incrementar lige-
ramente el patrimonio y su tren de gastos y consumo familiar. Su
señorío radicaba en la extensión de sus hatos. El paradigma de las
sociedades agrarias precapitalistas se resumía en la frase: no hay
señor sin tierras, ni tierras sin señor. De modo que de acuerdo con
la fórmula marxista producía mercancías para, a su vez, obtener
dinero para tener más mercancías. La actividad económica del se-
ñor de hacienda se regía por la fórmula mercancía-dinero-mercan-
70 JORGE IBARRA CUESTA

cía. No le movía, por consiguiente, el ansia irrefrenable de ganan-


cias del plantador de la segunda mitad del siglo XVIII que produciría
para satisfacer no solo la creciente demanda del mercado peninsu-
lar, sino del mercado de los Estados Unidos, al cual accedería en
virtud de la concesión de la libertad de comercio.
Otro factor que contribuyó a impartirle a las relaciones sociales
del señor con su clientela de esclavos, peones y campesinos depen-
dientes un carácter más moderado era el hecho de que el señor,
sobre todo en la Tierra Adentro, los involucraba en las tareas orga-
nizativas de los grandes contrabandos, dándoles participación en
sus beneficios. De ese modo, el señor de haciendas centro orien-
tal, creará sus clientelas rurales sobre la base del trato patriarcal y
los beneficios que le proporcionaba a sus subalternos.
Ese era el cuadro general del régimen de haciendas ganaderas
antes de que se constituyera como un todo el régimen de planta-
ciones en el occidente de la Isla. Durante el decenio de 1740 tendrá
lugar la primera acumulación considerable de capitales en La Ha-
bana, como consecuencia de la creación de la Real Compañía de
Comercio.112 Desde entonces no serán solamente los terratenien-
tes los que se dediquen al cultivo de la caña, funcionarios enrique-
cidos, grandes comerciantes y traficantes de esclavos favorecidos
por la Real Compañía comenzaran a embargar y apoderarse de las
haciendas de las que eran acreedores o a invertir directamente en
la compra de ingenios con el propósito de producir azúcar en gran
escala. De esa manera se creará el plantador occidental, un empre-
sario que adquiría esclavos, maquinarias, tierras y bosques con el
propósito de producir y exportar azúcar o café. Invertía dinero en
comprar mercancías y obtener más dinero. Es decir, su actividad
económica se regía por la fórmula dinero-mercancia-dinero. Las
dificultades en la realización del producto en las condiciones del
régimen esclavista determinaban con frecuencia que muchos co-
merciantes, que fundían su capital en la adquisición de plantacio-
nes o bien pasaban a administrarlas en calidad de acreedores,
terminaban endeudados con el gran capital comercial. El gran señor
de haciendas, en cambio, era un terrateniente que poseía sus tierras,
ganado, bosques y se endeudaba con el prestamista solo al comprar
esclavos, maquinaras y efectuar los gastos de cada zafra.

112
Leví Marrero: Cuba: economía y sociedad. Siglo XVIII, Ediciones Playor, vol. 6, Madrid,
1978, pp. 18-23.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 71

La expansión de la plantación azucarera que se inicia en el hinter-


land de la región habanera a fines del siglo XVII y que se detuvo tan
solo una centuria y media después en la jurisdicción de Cienfuegos,
tuvo la virtualidad de dividir la Isla en dos grandes regiones
sociohistóricas: 1) La región de plantaciones, azucarera y cafetale-
ra, ubicada en el occidente y 2) la región de haciendas ganaderas, la
cual se extenderá desde las jurisdicciones de Santa Clara y Sancti
Spíritus hasta el valle del Cauto.113 Dentro de esta última región se
formaron diversos bolsones o subregiones de plantación. Las po-
siciones conservadoras que hicieron suyas los grandes señores de
hacienda desde fines del XVIII frente al poder colonial estuvieron
condicionadas por el hecho de que la región centro oriental de ha-
ciendas estuvo subordinada a la región occidental de plantaciones,
donde vendía sus ganados. Los beneficios obtenidos en la Tierra
Adentro por la concesión de la libertad de comercio contribuyeron
también a supeditar a los señores de hacienda centro orientales al
poder colonial. De manera parecida, como hemos visto, surgió un
sector empobrecido en la clase terrateniente, el cual adoptó los
credos democráticos de la Revolución francesa, pero conservó las
raíces patrióticas del antiguo patriciado criollo. En La Habana-Ma-
tanzas, la emergencia de la plantación y la mercantilización de las
relaciones sociales, promovió la formación de una clase media ur-
bana ilustrada. Este sector, conjuntamente con el sector venido a
menos de la clase terrateniente centro oriental, promovió los movi-
mientos independentistas a lo largo de la Isla en el decenio de 1820,
con la oposición de los plantadores azucareros occidentales y los
grandes señores de hacienda de la Tierra Adentro. La alineación de
los plantadores occidentales con el poder colonial y su carácter con-
servador se acentuó en la medida que los comerciantes españoles y
los traficantes de esclavos se apropiaban de la mayoría de las
haciendas occidentales. Ya Le Riverend había señalado de paso,
basado en una apreciación perceptual de la documentación, que
los comerciantes españoles parecían controlar cada vez más la eco-
nomía de plantaciones. Investigaciones recientes tienden a revelar
113
Juan Pérez de la Riva: El Barracón, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
1975, pp. 75-91. Para el desarrollo temprano de la producción azucarera en
los trapiches e ingenios de las haciendas ganaderas, véase: Mercedes García
Rodríguez: “Ingenios habaneros en el siglo XVIII”, Arbor, Madrid, julio/agosto,
1991, pp. 113-139 y Fe Iglesias García: “Estructura agraria de La Habana,
1700-1775”, Arbor, julio/agosto, 1991, pp. 91-113.
72 JORGE IBARRA CUESTA

el creciente poder de los plantadores de origen español, no criollo,


desde principios del siglo XIX en Pinar del Río, La Habana, Matan-
zas y Cienfuegos (Cuadro 1.10).

Cuadro 1.10. Origen de un grupo de plantadores en el decenio


de 1860 (%)
Provincias Pinar del Río La Habana Matanzas
Número de ingenios 67 80 137
Plantadores de capital
español (%) 62,6 52,5 70
Primera generación
de plantadores criollos
descendientes de los 16,4 6,2 10
plantadores españoles (%)
Segunda y posterior
generaciones criollas
de plantadores (%) 21 41,2 19,1

En un grupo de 67 plantadores de Pinar del Río pudimos esta-


blecer que 62,6 % eran comerciantes o propietarios de capitales de
origen español. Otro 16, 4 % más de los plantadores eran descen-
dientes de primera generación de los comerciantes o propietarios
de capitales que habían invertido o se habían apoderado de planta-
ciones, en su condición de acreedores. Estos últimos eran también
expresión del poder del capital español en la agricultura. En esta
región solo 21 % eran plantadores de origen criollo terrateniente, o
sea, procedían de antiguas familias criollas terratenientes proce-
dentes de los siglos XVI, XVII y XVIII que fundaron ingenios, merced
los préstamos del capital español, para comprar maquinarias, es-
clavos y otros instrumentos productivos. De ese modo, la mayoría
pudo erigir ingenios en virtud de su dependencia crediticia del capital
español.
En otro grupo de 137 plantadores radicados en Matanzas, se
pudo precisar en 70 % de estos un origen comercial español o
vinculado a la trata.114 Un 10,9 % más eran descendientes de la

114
Jorge Ibarra: “El autor habla de su obra”, Ciudadanos de la nación, coordinadores
Olga Portuondo y Michael Zeuske, Thyssen Stiftung y Oficina del Historiador
de la Ciudad, Santiago de Cuba, 2002, p. 260.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 73

primera generación de inversionistas españoles en plantaciones y


expresaban de la misma manera el control que llegó a ejercer su
capital en la región occidental de plantaciones. Un 19,1 % de los
plantadores de Matanzas eran descendientes de viejas familias terra-
tenientes procedentes de los primeros siglos de la colonización o
de comerciantes o traficantes de esclavos españoles, de segunda,
tercera o de generaciones más remotas. En fin, eran viejas familias
criollas que resentían su relación de dependencia del capital co-
mercial español, pero debían someterse a ella.
En cuanto al grupo de 80 plantadores que investigamos en la
región habanera, debe destacarse que 52,5 % de estos eran propie-
tarios de capitales españoles, llegados a Cuba en el siglo XIX, que
invirtieron en plantaciones o se apoderaron de ellas vía embargo.
Un 6,2 % eran descendientes de primera generación de los inver-
sionistas o empresarios españoles originales. Al parecer en esa
región sobrevivió un grupo más numeroso de terratenientes criollos
antiguos que fundaron plantaciones gracias a los créditos del capital
comercial en el siglo XIX o heredaron los ingenios de sus familias
terratenientes criollas del siglo XVIII, pues había 41,2 % de estos en
el tercer grupo que investigamos.
Estos resultados son provisorios e invitan a investigaciones más
puntuales, en tanto no abarcan todo el campo que se debe exami-
nar. Pensamos, no obstante, que en términos generales permiten
acercarnos a la tendencia que los animaba.
Sobre la base de los resultados de una investigación más
abarcadora de Orlando García, comprensiva del universo de la pro-
piedad plantacionista en Cienfuegos, precisamos que en esa re-
gión 31,1 % de los fundadores de ingenios procedían del capital
comercial establecido en La Habana o Matanzas y 41,4 % eran de
comerciantes radicados en esa jurisdicción. En total, de los nuevos
ingenios erigidos en Cienfuegos 72,5 % pertenecían a represen-
tantes del capital peninsular y solo 27,5 % era de viejas familias
terratenientes que fundaron ingenios merced los préstamos que
contraían con sus acreedores del capital comercial o con los trafi-
cantes españoles de esclavos.115 No es difícil conjeturar que más

115
Orlando García Martínez: “Estudio de la economía cienfueguera desde la
fundación de la colonia fernandina de Jagua hasta mediados del siglo XIX”,
Islas, nos. 55-56, septiembre 1976-abril 1977, pp. 148-170.
74 JORGE IBARRA CUESTA

del 98 % de los comerciantes que invirtieron en Cienfuegos fueran


españoles. Estos resultados avalan en más de un sentido los resul-
tados obtenidos por nosotros en las regiones de Pinar del Río, La
Habana y Matanzas.116
De modo paralelo en virtud de las nuevas ordenanzas que auto-
rizaban el acceso a los cabildos criollos de personas nacidas en
España, tenía lugar un control progresivo de los oficios de regidores
y alcaldes por los comerciantes de esa procedencia radicados en la
región occidental. Así, en el año de 1864 cerca del 50 % de los
oficios en los cabildos de Matanzas, Cárdenas y La Habana se
encontraban en poder de comerciantes peninsulares.117 Una inda-
gación más puntual y cercana quizás revele que muchos de los
plantadores nacidos en la Isla eran hijos de comerciantes y trafi-
cantes de esclavos durante los decenios de 1840 y 1850, como los
Aldama, Alfonso, Madan y otros. Por lo que el control que el capital
comercial español ejercía debió ser mayor de lo que se pudiera es-
timar en una época determinada.
Una investigación genealógica del origen regional y nacional de
28 personalidades dirigentes del alzamiento de 1868, por sus nombres
y apellidos, revela que todos con excepción de Juan Hall Bartolomé e
Israel Masó, hijos de comerciantes extranjeros con bayamesas, pro-
cedían de familias terratenientes de los siglos XVI, XVII y XVIII.118 Un
caso aparte es el de Donato Mármol hijo de un militar venezolano al
servicio del ejército español. Lo más revelador de esta investigación
es que mientras en la región occidental, los comerciantes y trafican-
tes españoles de esclavos se apropiaron por vía del embargo o de la
compra de las haciendas ganaderas donde se producía azúcar en
trapiches, en la primera mitad del XIX, los protagonistas del movi-
miento revolucionario del 68 eran señores de hacienda criollos en
crisis con unas tradiciones de rebeldía y una comunidad de cultura
forjada secularmente que los impulsaban a insurgir contra el poder
colonial. Las mismas comunidades insulares que habían protagoni-
zado sublevaciones en los siglos XVII y XVIII, Puerto Príncipe y Bayamo,
tomaban las armas ahora por la independencia. Las mismas que se
habían opuesto a las intromisiones de las autoridades coloniales en
sus jurisdicciones, en defensa de sus patrias locales respectivas, ahora
proclamaban la necesidad de formar un Estado nacional. Cinco Vi-
116
Jorge Ibarra: Ob. cit., p. 260.
117
Ibidem.
118
Ibidem.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 75

llas con una tradición de rebeldía parecida, no demoraría en abrazar


el ideario independentista. Por consiguiente, lo que sugieren estos
estudios genealógicos es que la formación temprana de sentimien-
tos de patria local, así como de una comunidad de cultura, constitu-
yó una premisa sociológica e histórica, ineludible de la revolución de
independencia.
El estado de debilidad y postración en que se encontraban las
regiones centro orientales en la década de 1860 condicionó una
actitud muy sensible a todo tipo de abusos de poder por parte de
las autoridades coloniales. El patriciado como clase rectora de las
regiones de la Tierra Adentro había forjado una psicología propia
en el transcurso de los siglos y era refractario a las represiones
contra sus manifestaciones culturales y modo de vida. La clase de
plantaciones occidental formada en lo fundamental por funciona-
rios acaudalados, comerciantes y traficantes de negros, integraba
un conjunto muy codicioso y rapaz, identificado por los vínculos
de la cultura y del sentimiento nacional con la Madre Patria, en sus
enfrentamientos con los criollos. Otra diferencia fundamental ra-
dicaba en que los señores de la Tierra Adentro residían largos pe-
riodos de tiempo en sus haciendas, conviviendo apaciblemente con
sus esclavos, peones y aparceros en el medio rural, mientras que la
mayoría de los plantadores occidentales visitaban sus ingenios por
temporadas de una o dos semanas, sin tener en cuenta los malos
tratos que recibían de sus mayorales los esclavos. Una parte de estos
se hacían de la “vista gorda” sobre el particular teniendo en cuenta la
necesidad en que se encontraban de aprovecharlos al máximo para
liberarse de sus compromisos con el capital comercial español. Por
otra parte, las dotaciones de esclavos en las haciendas trapicheras
centro orientales estaban constituidas en lo fundamental por escla-
vos criollos aculturados, que trabajaban apenas la mitad de tiempo
que los esclavos africanos de las grandes plantaciones dotadas de
máquinas de vapor en la región occidental. Los esclavos criollos de
la Tierra Adentro, a diferencia de los esclavos de la plantación
occidental encerrados en sus barracones, eran por lo general propie-
tarios de conucos o pequeñas parcelas de tierra, que les asigna-
ban sus amos para que vendiesen los frutos que cultivaban.119 Con

119
Juan Pérez de la Riva: El Barracón, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
1975, pp. 15-75 y Manuel Moreno Fraginals: El ingenio, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1978, t. II, pp. 66-75.
76 JORGE IBARRA CUESTA

frecuencia los esclavos podían comprar su libertad con el producto


de las ventas de sus cultivos y convertirse en peones, aparceros o
campesinos, como la mayor parte de la población rural dependien-
te de la clase señorial.
La esclavitud patriarcal centro oriental propiciaría la formación
de una sociedad más integrada cultural, lingüística y étnicamente
que la sociedad de plantaciones del occidente cubano.120 Uno de
los elementos que contribuyó a esta conformación fue la existen-
cia del más numeroso e influyente estamento de negros y mulatos
libres en la Tierra Adentro. De acuerdo con la enumeración censal
de 1778 mientras en la región centro oriental la gente “de color”
libre alcanzaba 25 % de la población, en la región occidental com-
prendía solo 13 %. Esos patrones demográficos se conservaron en
sus grandes líneas generales hasta la década de 1860.
Los hechos referidos contribuyeron decisivamente a que la clase
señorial se sintiera más inclinada a tomar las armas para resolver
sus conflictos con el poder colonial que los plantadores occidenta-
les. Si bien la existencia de un sector rebelde entre los negros y
mulatos, partidario de reivindicaciones frente a los señores y el
poder colonial, planteaba algunos inconvenientes en cuanto a la
dirección de un movimiento revolucionario, el patriciado se sentía
lo suficientemente seguro en cuanto a la hegemonía que ejercía
sobre la mayoría de la población. Desde luego, esa no era la situa-
ción de los plantadores occidentales los cuales no podían arries-
garse a insurreccionar sus dotaciones de esclavos africanos,
explotadas trabajando veinte horas y más en las plantaciones. El
costo de un alzamiento en esa región podía ser demasiado alto para
los propios amos.
La evolución histórica subsiguiente develó la naturaleza de ten-
dencias que se conservaban ocultas. En el curso de las primeras
gestas independentistas los plantadores azucareros occidentales,
así como los de Santiago de Cuba y Cienfuegos, constituyeron una
de las bases de sustentación del poder colonial en la Isla. Los
plantadores y los grandes comerciantes, catalanes y franceses, ali-
neados en los cabildos santiaguero y cienfueguero, contribuyeron
120
Jorge Ibarra: “Crisis de la esclavitud patriarcal cubana”, Anuario de Estudios
americanos, XLIII, Sevilla, 1986, pp. 408-414 y “Regionalismo y esclavitud pa-
triarcal en los departamentos oriental y central de Cuba”, Estudios de Historia
Social, nos. 44/47, enero-diciembre, 1988, pp. 115-137.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 77

decisivamente a que esas regiones se mantuvieran fieles a España


durante la guerra. Los propietarios de plantaciones de la subregión
de Maraguan y Caonao, en Puerto Príncipe, se unirían en un primer
momento al movimiento revolucionario, para desertar después con
Napoleón Arango al frente. Carlos Manuel de Céspedes efectuaría
un hondo análisis clasista de las motivaciones de los plantadores
principeños para traicionar la causa revolucionaria.121 Testimonios
y crónicas locales como la de Enrique Edo, Emilio Bacardí, el Dia-
rio de Jacobo Villaurrutia, y el de Francisco Vicente Aguilera en
Europa, revelan la posición de los plantadores ante el conflicto.122
De hecho, los más destacados comerciantes y plantadores radica-
dos en La Habana, Santiago, Cienfuegos, Cárdenas y Matanzas
pasaron a dirigir los Cuerpos de Voluntarios españoles que se des-
tacaron por la represiones que desataron contra la población criolla.
Plantación e independencia parecían ser términos antitéticos. La
tendencia a demandar ciertas reformas como la abolición de la tra-
ta y a cuestionar la política colonial en más de un sentido por ciertos
sectores de la clase de plantaciones, no devino nunca antagónica,
sino que se integró en los supuestos del dominio colonial.
Claro está, la coyuntura crítica del decenio de 1860 en el occi-
dente cubano, no puede ser evaluada solo en términos de la situa-
ción que atravesaban los plantadores. A la clase media urbana,
habanera y matancera, le correspondió representar un papel similar
al que desempeñó en la década de 1820. Los estudios históricos de
los años 60 en La Habana dan cuenta de que la generación de
jóvenes bijiritas, a la que perteneció José Martí, promovió una toma
de conciencia política como no tuvo lugar en ninguna otra ciudad
del país. La prensa independentista dirigida por una nueva promo-
ción de la juventud se solidarizaba con los insurgentes de Yara y
criticaba acerbamente los desmanes del poder colonial. En el mes
de diciembre de 1868 se embarcaba un grupo de jóvenes con destino
a Nassau, con el objeto de preparar una expedición armada que se
uniría a los patriotas alzados en armas en Camagüey. Entre los
expedicionarios se encontraban Rafael Morales y Morales, Luis

121
Dirección Política de las FAR: Historia de Cuba, La Habana, 1967.
122
Enrique Edog: Memoria histórica de Cienfuegos y su jurisdicción, Cienfuegos, 1888;
Emilio Bacardí: Crónicas de Santiago de Cuba, Santiago de Cuba, 1925; Eladio
Agujera Rojas: Francisco Vicente Aguilera y la revolución de Cuba, La Habana, 1909;
Archivo Nacional: Diario transcrito y mecanografiado de Jacobo de Villaurrutia, Co-
lección Donativos.
78 JORGE IBARRA CUESTA

Victoriano Betancourt, Antonio Zambrana, Julio Sanguily y otros


que se destacarían como convencionales en Guáimaro. Solo la re-
presión y los crímenes cometidos por los Cuerpos de Voluntarios
contra la población habanera pudieron inhibir las protestas de la
juventud.123 El saldo de la violencia desatada en el Teatro de
Villanueva, en el café El Louvre y en los barrios más apartados de
la capital no pudo ser más aterrador, decenas de cadáveres en las
calles, centenares de personas desterradas al presidio de Fernando
Poó y miles de personas que emigraron de la ciudad.124 Los críme-
nes cometidos en La Habana y el férreo control ejercido por los
plantadores en las zonas rurales, impidieron que tuviesen lugar
alzamientos en el occidente del país. El intento fracasado de la par-
tida del patriota Carlos García por insurreccionar a los campesinos
y a los esclavos en la jurisdicción de La Habana, da cuenta de la
hegemonía indisputada que ejercían los plantadores en la región.125

VIII

Las razones que asistían a los revolucionarios encabezados por


Carlos Manuel de Céspedes en la Demajagua aparecen resumidas
en el acta del levantamiento de El Rosario, el 6 de octubre de 1868,
y en el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba de 10 de
octubre del mismo año.126 Los argumentos que avalan el alzamien-
to se repiten con el propósito de convencer a la población de su
necesidad e irrevocabilidad.
Un primer razonamiento, quizás el más sentido y profundo, en
tanto su fundamentación se remonta a los orígenes lejanos de la
sociedad colonial, guarda correspondencia con la segregación y
exclusión de los criollos de los cargos y funciones vinculados a la
dirección del gobierno de la colonia. Posiblemente sea la más

123
Justo Zaragoza: Las insurrecciones en Cuba, Madrid 1873, t. II, pp. 260-280; Luis
Felipe Le Roy y Gálvez: A cien años del fusilamiento de los estudiantes, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p. 53 y Juan Losada: Martí, joven revoluciona-
rio, Comisión de estudios históricos de la UJC, La Habana, 1969, pp. 20-42.
124
Zaragoza: Ob. cit., vol. II, pp. 374 y 774.
125
Cesar García del Pino: Carlos García, comandante general de Vuelta Abajo, Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana, 1990.
126
Carlos Manuel de Céspedes: Escritos, compilación de Fernando Portuondo del
Prado y Hortensia Pichardo Viñals, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
1974, t. I, pp. 106-112.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 79

considerada de las reivindicaciones de los patriotas cubanos del


68, puesto que constituye un testimonio de la primera gran esci-
sión entre el reino y los naturales del país. La medida desheredaba
de sus prerrogativas como súbditos del imperio colonial a los des-
cendientes de los que habían conquistado un mundo para la Coro-
na española. Peor aún, establecía la desconfianza entre los
miembros de la gran familia hispana. Los criollos no eran
merecedores de la confianza real para ocupar posiciones en el Estado
colonial. De ese modo, se perfilaba una gran línea divisoria entre
los intereses de las comunidades criollas y los de la monarquía. No
se trataba de unos cargos más o menos en la administración colo-
nial lo que estaba en juego, sino de la posibilidad de representar
desde el Estado colonial los intereses del patriciado y las comuni-
dades criollas. Desde la segunda mitad del siglo XVI, los grandes
litigios y conflictos evolucionarían a lo largo de ese surco profundo
de la historia colonial. La pesada y exorbitante tributación, la in-
fundada prohibición de comerciar con el extranjero, la prohibición
a los funcionarios coloniales peninsulares de casarse con mujeres
criollas, la intromisión eclesiástica y militar en la vida privada de
los naturales del país, la represión “sin cuento” a las manifestacio-
nes culturales autóctonas, la disociación de los criollos del derecho
a la enseñanza eran prácticas segregacionistas expresivas de la es-
cisión existente entre peninsulares y criollos. Como hijos deshere-
dados y proscritos, los patriotas cubanos de Yara prestigiaron y
legitimaron su demanda de independencia o muerte, atribuyéndo-
la a los orígenes de su constitución como sociedad indiana.
Una segunda motivación expuesta por los patriotas para alzarse
en armas contra la metrópoli pudiera remitirse del mismo modo a
los comienzos de la sociedad colonial, pero la forma en que se enun-
cian las fundamentos de su accionar sugiere que están describien-
do la política represiva inaugurada por los borbones en la Isla a
comienzos del siglo XVIII o al gobierno de las facultades omnímodas
de los capitanes generales impuesto con motivo de la agitación in-
dependentista del decenio de 1820. Así, los dos manifiestos referi-
rán que España, “nos gobierna a hierro y sangre” o bien que “nos
gobierna con un brazo ensangrentado”. Ahora bien, ese gobierno
tiene sus orígenes en el establecimiento de los tenientes goberna-
dores por los borbones en todas las localidades de la Isla con el
propósito de subrogarse en las facultades y poderes discrecionales
de los cabildos criollos, imponiéndoles su autoridad absoluta. Desde
80 JORGE IBARRA CUESTA

inicios del XVIII las sesiones de los cabildos estuvieron presididas


por tenientes o capitanes a guerra. Así dirán los manifiestos de
octubre de Céspedes: “(España) prohíbe que nos reunamos, sino
bajo la presidencia de jefes militares”. Otra referencia en los mani-
fiestos concierne a la Comisión Militar Ejecutiva y Permanente,
instituida en la década de 1820, la cual podía disponer el encarcela-
miento, destierro o aplicación de la pena de muerte a los que
disintieran del poder colonial. De manera que el acta de la reunión
del ingenio El Rosario dirá: “(España) nos somete en tiempo de paz
a comisiones militares que nos prenden, destierran y ajustician sin
sujeción a trámites y leyes”. Para colmo de males los criollos deben
sustentar un ejército que tiene por objetivo oprimirlos. Así, en el
acta del Rosario se dice: “(España) nos fuerza a sustentar una es-
cuadra y un costosísimo ejército”, mientras que en el Manifiesto de
la Junta Revolucionaria, se asevera: “Nos impone en nuestro terri-
torio una fuerza armada que no lleva otro objeto que hacernos do-
blar el cuello”.
Por otro lado, el sistema tributario español, punto de partida desde
su instauración de una resistencia pertinaz por parte del patriciado
y las comunidades criollas, constituye uno de los principales blancos
de la crítica de los patriotas. Los hombres del ingenio El Rosario
declaran que España “impone tributos y contribuciones a su anto-
jo”. De la misma manera, se afirma que “su sistema de aduana es
(…) perverso”. En el Manifiesto de la Junta Revolucionaria del 10 de
Octubre reiteran que la metrópoli impone a su antojo un racimo de
impuestos y que el sistema aduanero es contrario a los fines de la
economía. Por primera vez fustigan al nuevo tributo único del 10 %,
impuesto con posterioridad a la Junta de Información en 1867, lla-
mándolo “el impuesto que nos arruina”. De ahí que anuncien la
decisión de que “abolidos todos los derechos, impuestos, contri-
buciones y otras exacciones”, solo se pague 5 % de ofrenda patrió-
tica para el sostenimiento del Ejército Libertador.
La fundamentación y legitimación del pronunciamiento revolu-
cionario tenía otras fuentes más actuales o modernas. Se trataba
de la declaración de los derechos del hombre formulada por los
revolucionarios de Yara. Los cubanos venían a proclamar que sus
predecesores, los criollos, “no pueden hablar, escribir, no pueden
siquiera pensar”. Y que la comunidad criolla había estado por mu-
cho tiempo “privada de toda libertad, política, civil y religiosa”.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 81

De ahí que los cubanos que se reconocían hombres libres e iguales,


declaraban que Cuba, su patria, “no puede estar privada de los dere-
chos que gozan otros pueblos”. Por primera vez, se explicitaba el estado
de inconciencia, o de falsa conciencia en que habían estado absortos o
enajenados los criollos, librando luchas de las que no veían salida.
La fundamentación de la modernidad por los patriotas de 1868
consistió en la proclamación de la igualdad entre todos los hombres.
El abolicionismo de Céspedes constituyó un hecho de aparición re-
ciente en la historia de Cuba. Sus antecedentes se remontaban a la
proclamación de su necesidad, por Aponte en el decenio de 1810.
Pocos años después, en el decenio de 1820, los revolucionarios inde-
pendentistas Varela, Lemus y Agüero abrazaron el ideario abolicio-
nista. De modo que el abolicionismo, como proyecto de grupos
políticos organizados y activos, se manifestó por primera vez en el
breve plazo de la primera mitad del siglo XIX. Su incidencia no se
remontó a tiempos lejanos, sino a tiempos más cercanos o recien-
tes. De hecho, el abolicionismo constituyó el corolario a los dere-
chos esenciales del hombre enunciados por los revolucionarios
franceses. Así, los revolucionarios cubanos declararon su devoción
a esos principios en el ingenio El Rosario: “Profesamos sinceramen-
te el dogma de la fraternidad, de la tolerancia y de la justicia, y consi-
derando iguales a todos los hombres, a ninguno excluimos de sus
beneficios (…) Queremos abolir la esclavitud indemnizando”.
El manifiesto de la Junta Revolucionaria del 10 de Octubre de
1868 participará: “solo queremos ser libres e iguales como hizo el
Creador a todos los hombres (…) emancipación gradual y bajo in-
demnización”.127
Con la constitución de la República se procedía a la fundación
de una nación de hombres libres con iguales derechos ciudadanos.
De ese modo del sentimiento de patria se había evolucionado a la
conciencia de una nación. La fusión de una ideología independen-
tista y abolicionista en el proyecto revolucionario de los hombres
que insurgieron bajo la dirección de Carlos Manuel de Céspedes,
sentó las bases para la formación del pueblo nación cubano. Meses
después, al proclamarse en la Constitución de Guáimaro la igual-
dad jurídica, la libertad política y la confraternidad étnica como
fundamento de las relaciones entre los hombres, se creaban las
condiciones para la formación del pueblo que libraría cientos de

127
Ibidem.
82 JORGE IBARRA CUESTA

combates por su independencia del dominio colonial. La condición


de ciudadanos extensiva por igual a los parias de la sociedad colo-
nial —esclavos, castas, campesinos— y a la clase señorial estrechó
los vínculos de solidaridad entre los elementos constitutivos del
pueblo nación emergente. Los pardos y los morenos de la colonia,
por una parte, y los blancos criollos, por otra, se reconocían por
primera vez como cubanos más allá de cualquier connotación social,
racial, regional o ideológica. De manera semejante, los bayameses,
santiagueros, camagüeyanos, villareños, espirituanos, habaneros,
matanceros y pinareños comenzaron a reconocerse como cubanos.
Si bien por un largo periodo los cubanos orientales se considerarían
diferentes de los habaneros y los cubanos blancos se creerían dis-
tintos de los cubanos negros y viceversa, se habían creado los fun-
damentos de una comunidad en la que se proclamaría un destino
común para todos, o sea, una colectividad que proclamaba ideal-
mente un camino común.
La indagación en las tendencias probables que pudieron haber
conducido a la constitución de una estructura condicionante del
hecho revolucionario, nos ha colocado ante el discurso de los pro-
tagonistas históricos de 1868. Su intensa implicación en el pasado,
en el presente y en el futuro les había llevado a tomar conciencia de
la crisis que impedía su realización como sujetos históricos. ¿Era
esa conciencia una falsa conciencia, eran sus móviles ajenos a las
necesidades reales de las comunidades que decían representar?
Los designios revolucionarios expuestos en los manifiestos del
6 y 10 de octubre de 1868, armonizan con el juicio histórico que
define la historia previa de los conflictos seculares del patriciado y
las comunidades criollas con el poder colonial. De modo que el
proyecto revolucionario de 1868 constituye una confirmación del
estudio sobre las causas, más o menos probables, más o menos
lejanas, que conformaron en el tiempo la estructura condicionante
del estallido de la Demajagua. Las mismas rémoras e impedimentos
descritos en la investigación del proceso de formación nacional en
el transcurso de los siglos, fueron los que los patriotas cubanos
del 68 denunciaron en sus manifiestos de octubre. Al igual que
estudiosos formados en la segunda mitad del siglo pasado e influi-
dos por los descubrimientos de Leví Strauss, le daremos tiempo al
tiempo hasta que emerjan ante nuestros ojos las últimas causas
ocultas que no hemos podido discernir, ni revelar en el curso de la
investigación.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 83

GUERRA DEL 95:


¿GUERRA DE LA VOLUNTAD
E IDEAL O DE LA NECESIDAD Y POBREZA?*

El estudio de los antecedentes del Grito de Baire nos convenció de


que la Guerra del 95 no fue solo expresión de la voluntad y el ideal
de los cubanos, sino también de la necesidad y la pobreza que aso-
laba a la Isla. En la documentación de los gestores y organizadores
del movimiento revolucionario encontrábamos, por lo general, tes-
timonios de la voluntad inquebrantable de emancipar a la patria y
de los ideales irrenunciables de justicia y democracia. Aquí apare-
cían en ocasiones, críticas a los que arrojados y temerarios insurgían
en armas contra el poder colonial sin tener en cuenta las condicio-
nes existentes. ¿Pero qué condiciones eran estas? Si consultamos
de manera detenida la documentación de Martí, Juan Gualberto
Gómez, Bartolomé Masó y de otros dirigentes del movimiento re-
volucionario, excepcionalmente encontramos referencias a la cri-
sis económica y social que se desató en vísperas del alzamiento de
24 de febrero de 1895. Hay, eso sí, un consenso en la dirigencia en
cuanto a la necesidad de valorar la disposición política y psicológi-
ca en que se encontraban todos los grupos de conspiradores en las
distintas regiones de la Isla, para dar comienzo al movimiento
armado. En otras palabras, a los gestores del movimiento les bas-
taba cerciorarse de que había unanimidad y se daban las condicio-
nes subjetivas en los grupos conspirativos. Si se observaba entre

* Ponencia presentada en el II Congreso Internacional Nueva España y Las Antillas,


“Las ciudades y la guerra 1750-1808”, celebrado en la Universidad Jaime I de
Castellón, España, 5-7 de octubre de 2000.
84 JORGE IBARRA CUESTA

estos conformidad en cuanto a la ocasión de insurgir contra el po-


der colonial, entonces las condiciones estaban dadas. No significa-
ba este silencio con respecto a la situación económica, que las
dirigencias no estuvieran conscientes de la crisis que comenzaba a
enseñorearse del país, sino que se preocupaban, ante todo, de com-
probar la disposición y la percepción que tenían de la realidad los
grupos conspirativos, en tanto la visión de estos reflejaba, a su
modo de ver, las condiciones objetivas existentes. Desde luego, es
posible que aparezcan testimonios de las ideas que pudieron ha-
berse formado las dirigencias sobre la situación económica que
atravesaba el país, pero hasta el presente no he podido localizarlos
en la documentación existente.
La historiografía cubana, empeñada en reconstituir los hechos
políticos decisivos que condujeron al inicio de la insurgencia, ha
desbrozado el camino en cierto sentido para otras investigaciones
sobre los determinismos económicos y sociales del 68 y del 95.
Algunos historiadores, incluso, dieron por sentado que una vez
que el proyecto revolucionario del 68 fracasó en el Zanjón, no había
otra alternativa para los protagonistas históricos de esos procesos
que dar cumplimiento a las aspiraciones nacionales mediante un
esfuerzo exclusivo de la voluntad política. De ahí que en sus estu-
dios enfatizaran los aspectos voluntaristas e idealistas, soslayan-
do, en cierto modo, los condicionantes estructurales del proceso
histórico. En ese sentido debemos agradecer la indicación que hi-
ciera Fernando Portuondo sobre la coincidencia de los alzamientos
de Baire y la caída de los precios del azúcar, respectivamente. Julio
Le Riverend, por su parte, reconstruyó los factores estructurales
de la economía en el periodo entre guerras y nos permitió entrever
la manera en que estos condicionaron, en última instancia, a la
guerra del 95 al estudiar el proceso de concentración de la propie-
dad, el movimiento crediticio y la política fiscal española. Un estudio
reciente de Fe Iglesias aportó nuevas especificidades del periodo.1
La crisis económica coyuntural que precedió y acompañó a la Guerra
del 95, apenas comienza a ser tratado por la historiografía cubana.

1
Julio Le Riverend: Historia Económica de Cuba, Ediciones Revolucionarias, Insti-
tuto Cubano del Libro, La Habana, 1974, pp. 467-545 y Fe Iglesias: “El
desarrollo capitalista de Cuba en los albores de la época imperialista”, Historia
de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales,
1868-1898, Editora Política, La Habana, 1996, pp. 156-208.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 85

De manera parecida, la coyuntura económica que incidió en el le-


vantamiento en la Demajagua no ha sido investigada con deteni-
miento y apenas comienza a ser objeto de valoraciones y análisis
por parte de los historiadores. Por consiguiente, sigue todavía en
pie la versión historiográfica positivista de Vidal Morales, renovada
por Ramiro Guerra, según la cual la causa fundamental, única, del
inicio de la Guerra Grande fue la nueva tributación impuesta por la
Junta de Información a los propietarios cubanos. Investigaciones
incipientes han revelado, sin embargo, que una profunda crisis eco-
nómica abatía a la región centro oriental antes del 68, como evi-
dencian la caída de los precios del tabaco, el café y el cobre; la
competencia ruinosa que le hacía el tasajo de Uruguay a la carne
que se producía en las regiones ganaderas del centro y oriente de la
Isla y la sequía devastadora que asoló a los pastos y cultivos, en
especial a los cañaverales, de 1866 a 1868. Estos hechos coyuntu-
rales constituyeron el terreno abonado en el cual arraigó de mane-
ra prolongada la Guerra Grande.2 Otros estudios, iniciados por el
propio Guerra y consolidados historiográficamente por Juan Pérez
de la Riva, sobre las características de la economía esclavista de
plantaciones y de la esclavitud patriarcal de haciendas, han contri-
buido a que se valore la incidencia de largo alcance de los factores
estructurales en el estallido revolucionario del 68.3 No obstante,
recién comienza el estudio de las crisis económicas que precedie-
ron y acompañaron al movimiento revolucionario del 68 y del 95.
Desde luego, estas primeras aproximaciones a los profundos
desequilibrios coyunturales en vísperas y durante los conflictos
del 68 y 95 deben ser complementadas con el estudio de los movi-
mientos de la economía y las mentalidades durante todo el periodo.
Solo así tomará su significado más pleno el análisis de las crisis
económicas coyunturales que condicionaron el tránsito de la es-
clavitud colonial al capitalismo dependiente.

2
Jorge Ibarra: “Crisis de la esclavitud patriarcal cubana”, Anuario de Estudios
Americanos, Sevilla, t. XLIII, 1986; “Regionalismo y esclavitud patriarcal en los
departamentos oriental y central de Cuba”, Estudios de Historia Social, nos. 44/
47, Madrid, 1988 e Imilcy Balboa: “La ganadería en Cuba entre 1827 y 1868”,
Nuestra Historia, no.1, Caracas, 1991.
3
Ramiro Guerra: Guerra de los 10 Años, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
1972, t. I, pp. 1-33 y Juan Pérez de la Riva: El barracón y otros ensayos, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
86 JORGE IBARRA CUESTA

El descenso de los precios del azúcar en la década de 1890 no fue


abrupto, sino que constituyó la culminación de un ciclo económi-
co de precios bajos (ciclo de Kondratief) que se inició en 1872. El
Gráfico 1 ilustra el proceso descendente desde 1885 hasta fines del
siglo XIX, evidencia palmaria de la entrada en una fase depresiva,
que tendría su expresión más aguda en el plazo corto, iniciada en
1895. O sea, la crisis se manifiesta con toda su fuerza precisamen-
te durante los años que dura la guerra y se prolonga hasta la pri-
mera década del siglo XX.

El descenso de la curva de 1885 a 1898 ilustra la forma en que el


deterioro de los precios incidirá, de manera constante, en la
economía y sociedad coloniales. Si los hacendados, como clase,
habían podido sortear la caída de los precios hasta 1894, se debió a
la demanda creciente de azúcares en el mercado estadounidense
que incrementó el valor de las zafras a principios de la década de
1890. Ahora bien, las exportaciones de azúcar cubano valoradas
en $ 64 millones, en 1893, se reducen bruscamente a $ 45 millones
en 1895, para descender al fondo en 1896, cuando alcanzan el va-
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 87

lor de $ 13 millones. Hasta fines de siglo el valor de la zafra sería


inferior a $ 20 millones al año. Mientras que productores individua-
les, hacendados y colonos, con independencia de la demanda en los
mercados extranjeros, habían pasado mucho trabajo para hacer
costeables sus propiedades en el periodo de bajos precios, que co-
menzó en 1872. El Cuadro 1.11 avala el decrecimiento paulatino de
los precios en la década de los años 80, hasta desembocar en la crisis
de 1895.

Cuadro 1.11. Promedio del precio en centavos por libra de azúcar,


desde 1885 a 1898
Año Precio promedio
1885 3,03
1886 2,73
1887 2,72
1888 3,32
1889 3,98
1890 3,06
1891 3,13
1892 3,17
1893 3,52
1894 2,63
1895 2,02
1896 2,52
1897 2,17
1898 2,19

En relación con la crisis coyuntural de la economía que se desata


en este periodo se deben tener en cuenta los juicios del círculo de
hacendados en la exposición que dirigiesen a la metrópoli el 8 de
julio de 1894:
Desde 1884 ha bajado el azúcar de un modo ruinoso. En
algunos de estos diez años últimos, se ha vendido, según puede
verse en las cotizaciones del Boletín Comercial de La Habana, de
4 a 5 reales la arroba del centrifugado de primera clase, de 96
grados; y aunque ha habido, en 1889 y 1893, algunos cortos
periodos en que han regido precios superiores a 8 reales, esos
88 JORGE IBARRA CUESTA

periodos han sido muy breves. Al cerrar el año 1893, y durante el


corriente año de 1894, el precio ha sido, en promedio, 5,5 reales,
que es ruinoso para los hacendados […] para vender a estos
precios no es posible hacer azúcar, en Cuba.4
La caída del precio del azúcar tuvo su correlato más negativo en
el incremento de los precios de los bienes de consumo y productos
alimenticios. Ya desde 1894, Enrique José Varona valoró el impacto
desastroso que tuvo el aumento del costo de la vida. Una de las
causas de este incremento se encuentra en los elevados aranceles
impuestos por el gobierno de Becerra a los productos de importa-
ción. De acuerdo con Varona, en el artículo que publicó en la edi-
ción de la tarde el periódico El País del 13 de septiembre de 1894:
El propósito no ha sido otro que aumentar la renta de Adua-
na. Si el valor de la harina o la manteca subió al 40 %, el del
maíz al 85 %, el del tocino al 31 %, el del jamón al 18 % y el de
las papas al 26 % […] los que saben que el problema funda-
mental de esta Isla es el de la población, saben también todo lo
que significa aquí hacer más precaria la vida de nuestras clases
trabajadoras, cuyo existencia es de las más miserables.5
El significado exacto de este proceso inflacionario lo daría el edi-
torialista de la Revista de Agricultura del Círculo de Hacendados de la
Isla de Cuba, el 7 de enero de 1894. De acuerdo con sus estimados,
la carestía de la vida “[…] cuesta hoy un 40 o 50 % más que en
1891-92”.6 Una de las causas del agravamiento del costo de la vida
se encontraba, de acuerdo con la exposición del Círculo de Hacenda-
dos del julio 8 de 1894, en la operación de recogida de los billetes
de las emisiones de guerra por el gobierno “[…] plan muy desacre-
ditado e impopular que ha contribuido a aumentar la pobreza del
país” una vez que recaía, “en perjuicio de las clases más infelices
de la población y en provecho exclusivo de algunos especuladores”.7

4
Exposición dirigida el 8 julio de 1894, por el Círculo de Hacendados y Agricultores de la
isla de Cuba a las Cortes del reino español, Publicaciones de la Asociación Nacional
de Hacendados de Cuba, La Habana, 1943, p. 40.
5
El País, 13 de septiembre de 1894, edición de la tarde.
6
Revista de Agricultura del Círculo de Hacendados de la Isla de Cuba, 7 de enero de 1894.
7
Exposición dirigida el 8 de julio de 1894, por el Círculo de Hacendados y Agricultores de
la isla de Cuba a las Cortes del reino español, Publicaciones de la Asociación Nacio-
nal de Hacendados de Cuba, La Habana, 1943, p. 66.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 89

Los aranceles de Becerra habían recaído también sobre los tejidos


europeos y norteamericanos, los cuales estaban condenados a des-
aparecer del consumo de la Isla por los elevados derechos que debían
tributar, según el editorialista del periódico El País, del 12 de junio
de 1894.8
A la agudización de la situación había contribuido sin duda, la
depreciación de la moneda desde 1893, lo cual era resultado, según
el editorialista de El País del 24 de abril de 1894, de la “desconfianza
que retraía a muchos capitales, aparte de la disminución de la ri-
queza, fenómeno nuevo que aparece en todo país que pasa de la
esclavitud al trabajo libre”.9 Se consideraba que cerca de 40 millo-
nes de pesos habían desaparecido de la circulación. A eso se agre-
gaba la depreciación de la plata, que despertó la desconfianza
general. Estos hechos reunidos con la baja del azúcar y la falta de
compradores de tabaco precipitaron la crisis de los bancos.
En Junta General extraordinaria del Círculo de Hacendados, del
30 de noviembre de 1894, reseñada por la Revista de Agricultura...,
del 9 de diciembre del mismo año, el hacendado Gabriel Camps,
resumió de la manera siguiente lo que era una percepción común a
muchos miembros de su clase:
Que el hambre llamaba a nuestras puertas, colonos, agricul-
tores, operarios, todos o no comen o comen mal, los hacenda-
dos, la clase más importante de esta tierra, están en la miseria
los que no tienen sus fincas hipotecadas, tienen gravados otros
bienes, y todos están dispuestos a tomar dinero al 20 % (…).10
Por último, pidió que los hacendados no formularan más de-
mandas al gobierno, el cual no atendía ninguna, por lo que se le
debía dar a entender que se habían roto los vínculos entre ambos.
El hacendado Leopoldo Solá, miembro de la Junta Central Autono-
mista, no estuvo de acuerdo con colocarse en una “actitud faccio-
sa”. Con las palabras siguientes resumió su posición: “Al Círculo
de Hacendados […] no le quedaba otro camino que utilizar todos
los procedimientos legales a su alcance, pero que si fuera de este
Círculo hay individuos que se sienten con energías para sostener
otras actitudes, perfectamente libre tienen el camino”. Esa alterna-

8
El País, 12 de junio de 1894.
9
Ibidem, 24 de abril de 1894.
10
Revista de Agricultura del Círculo de Hacendados de la Isla de Cuba, 9 de diciembre de 1894.
90 JORGE IBARRA CUESTA

tiva fue explotada por el miembro de la Junta Central Autonomista,


Rafael Fernández de Castro, quien le pidió a sus asociados en el
Círculo de Hacendados, que decretasen la paralización de los inge-
nios por tiempo indefinido, en protesta por la tributación colonial.
La medida de la desesperación existente la daría una comisión de
los hacendados, banqueros e industriales de la provincia de Ma-
tanzas en comunicación de 16 de abril de 1895 al presidente del
Partido Unión Constitucional. Los ricos propietarios le participa-
rían al más alto representante de su clase,
Las circunstancias verdaderamente críticas porque atraviesa
nuestra producción azucarera y la riqueza general de este país
e imponen a todos una acción sostenida y eficaz que propenda
a mejorar en lo posible el presente estado de cosas, cuyo as-
pecto se ennegrece cada vez más, ante la perspectiva pavorosí-
sima de lo que vulgarmente se llama el estado muerto.
En la misma comunicación solicitaban al Partido Unión Consti-
tucional, apoyase un telegrama que habían enviado al presidente
del Consejo de Ministros, en cuyo párrafo final aseveraban:
Situación económica Cuba desesperada. Crisis terrible jamás
sentida. Gobierno otros países protege Industria azucarera,
así como el de España en la Península. Pedimos protección
como españoles para Cuba... Soluciones pedidas indispensa-
bles para salvar país de ruina inminente.11
El Círculo solo podía formular demandas legales de orden eco-
nómico, debiendo abstenerse de manifestar actitudes políticas. Otro
productor, Manuel González Peya, expresó que si se accedía a lo
que Cuba demandaba “no se temería a las perturbaciones que
algunos promueven”. Por último, en sesión del 24 de diciembre,
una mayoría se pronunció por las proposiciones de Solá, así como
por movilizar a todo el país con protestas y enviar comisiones a
Madrid. Telegramas recién llegados de Nueva York aumentaron a
fines de octubre el nerviosismo entre los hacendados: la American
Sugar Trust Company tenía enormes existencias de azúcar sin
vender. Algunas refinerías de la costa del Atlántico decidieron cerrar
sus puertas.

11
Ibidem. Ver también Rafael Fernández de Castro: Para la historia de Cuba, Edito-
rial La Propaganda Literaria, La Habana 1899, t. I, pp. 349-350 y Boletín del
Archivo Nacional, La Habana, enero-diciembre, 1927, t. XXVI, pp. 226-227.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 91

De acuerdo con el Diario de la Marina se esperaba que la zafra


ascendiese a 1 millón de toneladas, que habrían de realizarse a
precios que no superasen los costos de producción. De ahí que se
estimara que gran parte de los ingenios no pudieran hacer la za-
fra.12
A principio de 1895 la situación cobraba un carácter sombrío.
En un artículo de Enrique José Varona publicado en la Revista de
Agricultura del 17 de febrero de 1895, se aseveraba que se había
llegado “a un abismo sin fondo”, una vez que las industrias del
país, “la azucarera, la tabaquera y, algo más distante, la pecuaria, se
están asfixiando”.13 Por su parte José de Armas y Céspedes en otro
artículo publicado en la misma revista el 10 de marzo de 1895, de-
nunciaba que el trust refinador estadounidense había mantenido
un precio ruinoso para el azúcar cubano. En muchos ingenios,
“los colonos y braceros han tenido que renunciar al pago, por parte
de los dueños, de cuanto han ganado con el sudor de la frente”.14
Ahora bien: “[…] cuando llegase el tiempo muerto, los miles
de colonos jornaleros que viven ahora a la sombra de los
ingenios, pudiendo al menos hallar el mísero sustento, se verán
sin él, y ante semejante porvenir son inútiles las frases”. Ante
esa perspectiva lo principal era “prevenir los horrores del hambre
en una masa de 20 000 a 30 000 trabajadores bajo el sol de los
trópicos”. 15
En una situación parecida se encontraban los cultivadores de
tabaco. Ante ese dilema, según Varona, se debía evitar a toda costa
que el hambre se ensañara en decenas de miles de trabajadores
desocupados. El desenlace a que estaba abocada la crisis no podía
ser otro que la incorporación masiva del proletario rural y del cam-
pesinado a las partidas que después del Grito de Baire comenzaban
a operar en Oriente. Que una parte considerable de los ingenios no
pudieran moler sus cañas determinaba, según José Arcilla, vice-
presidente del Círculo de Hacendados, que miles de trabajadores a
12
“La exposición de Hacendados y Agricultores”, Diario de la Marina, 2 de diciem-
bre de 1894; “Los hacendados”, La Unión Constitucional, 1 de diciembre de 1894
y “Asamblea de hacendados”, Diario de la Marina, 1 de diciembre de 1894.
13
“La reforma de los aranceles”, Revista de Agricultura del Círculo de Hacendados de
la Isla de Cuba, 17 de febrero de 1895.
14
“El Hambre”, Revista de Agricultura del Círculo de Hacendados de la Isla de Cuba, 10 de
marzo de 1895.
15
Ibidem.
92 JORGE IBARRA CUESTA

los que se les estaban pagando salarios de hambre o se encontra-


ban sin colocación, “fuesen a buscar en la guerra un modo de sub-
sistir”.16 Las perspectivas de que la zafra próxima fuera mucho
peor, dada la tendencia bajista que se observaba en los precios, la
falta de créditos y el hecho de no haberse podido sembrar o limpiar
gran parte de las cañas, había despertado la alarma entre los gran-
des propietarios del país. Se esperaba que un buen número de
ingenios no pudiera moler.
De acuerdo con el hacendado y jerarca autonomista, Eliseo
Giberga, no se concedían créditos a los propietarios de ingenios
“los cuales no podían realizar las operaciones propias del tiempo
muerto, quedando sin trabajo legiones de jornaleros y disminu-
yendo la siguiente zafra por la falta de cuidado de los campos y de
las siembras”.
A juicio de Giberga el plan de obras públicas del general Martínez
Campos tendente a incrementar los empleos en Oriente y
Camagüey “no bastaban para todos los trabajadores que quedarían
inactivos, sobre todo de Santa Clara y Matanzas, de las cuales no
habían apartado sus pensamientos los agentes revolucionarios”.
Era preciso entonces, que el Estado alentara nuevas actividades
económicas que proporcionasen empleos, antes que los trabajado-
res se convirtiesen “en elementos de perturbación, cuando el
hambre los empuje al monte”. De acuerdo con el rico propietario
estadounidense del central Soledad, Edwin Atkins, los efectos de la
crisis eran cada vez más trastornadores, pues “el costo de vida avan-
zaba, el precio de azúcar descendía y los créditos no eran concedi-
dos”. En enero de 1895 los salarios y los precios del azúcar habían
caído vertiginosamente y Atkins reportaba que había tenido que
enfrentar “huelgas debido a los bajos salarios”. El plantador esta-
dounidense, se veía obligado a reconocer “los pobres trabajadores
con sus escasas ropas estaban sufriendo de frío y de una epidemia
parecida a una influenza intestinal”. En junio había poco trabajo
en el central, por lo que a juicio de Atkins, “muchos, particular-
mente los negros, se han unido a los insurrectos o se han alzado
en el campo para vivir del pillaje”.17

16
“Declaraciones del Sr. Arcilla vicepresidente del Círculo de Hacendados”, Revista
de Agricultura del Círculo de Hacendados de la Isla de Cuba, 15 de diciembre de 1895.
17
Eliseo Giberga: Obra, La Habana, 1931, t. III, pp. 183, 184 y 402. Ver también,
Edwin F. Atkins: Sixty Years in Cuba, 1926, Arno Press, New York, 1980, pp. 152-
154 y 162.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 93

Por su parte el general Martínez Campos, en ocasión de rendir


cuentas ante el senado español, de su gestión al mando de la Isla,
no tendría reparos en reconocer que “la Revolución de 1895 se
había debido al hambre que se sentía en el pueblo”. En el mismo
tenor declararía que “más de 50 mil hombres habían quedado en
Las Villas y en Matanzas, al comenzar la guerra, sin un pedazo de
pan que llevar a la boca y sin recursos de ninguna especie”. Por
otro lado, no solo se encontraba en una situación difícil el proleta-
riado rural, sino también el campesinado. El ocio forzoso en que se
hallaban los trabajadores y la paralización de las actividades agríco-
las constituían “una aflicción seria que imparte a la rebelión, espe-
cialmente en este momento, en que nada se hace en las estancias y
predios pequeños por haberse abandonado allí todos los trabajos,
un aspecto realmente pavoroso”.18 En carta del oficial del Ejército
Libertador cubano Mariano Corona, que publicase el periódico Pa-
tria, el 23 de junio de 1895, el general Martínez Campos había to-
mado medidas desesperadas para evitar el avance de la revolución a
la desolada región de Puerto Príncipe, proyectando la “construc-
ción de ferrocarriles y hasta hizo de manera contingente que caye-
ran en el Príncipe tres premios gordos de lotería”.
Por su parte, el dirigente de la Junta Central del Partido Autono-
mista, Eliseo Giberga escribió en sus apuntes de la cuestión de
Cuba, que la gente se unía a la insurrección por tres causas funda-
mentales: 1) El desencanto ante las Reformas de Arbazusa, 2) el
disgusto por la solución que se le había dado a la cuestión arance-
laria y, por último, 3) “A otros empujaron los apremios de una si-
tuación económica tan angustiosa y desesperada cual jamás se
había conocido en Cuba; cercados por la miseria; cansados de
buscar trabajo y de no hallarlo; desesperados al ver uno y otro día
desnudarse el hogar y languidecer los hijos”.19
A su vez, el periódico autonomista El País, del 8 de septiembre de
1894, reconocía el impacto enervante que tenía sobre la economía
de la región, el bandolerismo, la tributación excesiva y las activida-
des conspirativas de los patriotas cubanos:
[…] Y cuando todo parecía sonreír al Camagüey, surge la
amenaza interior del bandolerismo que había dominado cons-
18
Enrique Delahoza: “Los comienzos del 95”, Curso de introducción a la Historia de
Cuba, Dirección de Emilio Roig de Leuchsenring, La Habana, 1938, p. 339.
19
Eliseo Giberga: Apuntes sobre la cuestión de Cuba, por un autonomista, La Habana, 1897.
94 JORGE IBARRA CUESTA

tantemente a los vecinos y la inmixión perturbadora de ele-


mentos extraños y astutos. Una y otra amenaza ha perturba-
do al pueblo camagüeyano y la postración parece en ocasiones
apoderarse de los ánimos que jamás se abatieron antes. Hase
perdido en parte la fe en el porvenir económico y hase perdido
ya la esperanza que casi nunca se pierde.20
La única referencia que aparece en las Obras Completas de José
Martí a la incidencia de la situación económica sobre el movimien-
to revolucionario que se gestaba, se encuentra en su correspon-
dencia con Antonio Maceo. En efecto, en carta de 7 de julio de
1894, después de aludir la situación en que se encontraba el movi-
miento conspirativo en la Isla, describía la situación económica en
Puerto Príncipe, agravada por el bandolerismo. Así, relata Martí
las condiciones económicas de la provincia:
En el Príncipe, la situación es esta: suspendida toda producción
en las haciendas, por miedo a los bandoleros, cada uno que
sale de la ciudad, sale con las guardias que él paga; el gobierno
ni responde de los que salen, ni los alivia, sino con un nuevo
impuesto de ganado, que ha convertido hacia nosotros a los
más tibios.21
Hay también una referencia a la crisis económica en el editorial
titulado “El único remedio”, que apareciera en el periódico Patria,
de 15 de diciembre de 1894. De acuerdo con el editorialista,
Va Cuba a la ruina económica (...) por lo que el hacendado y el
colono y el trabajador han de remediar una situación desespe-
rante que se acentúa cada día y de que no podrá, sino después
de muchos años de hábil y honrada administración, de felices
convenios comerciales y de protección cuerda a las industrias
criollas, salir airosa la más pródiga a la vez que más infortunada
porción de América”.22
En otro artículo publicado en el Suplemento 178 de Patria
de 7 de septiembre de 1895, con el título de “Nuestras crisis”, se
discutían las consecuencias que se derivaban de la crisis en el cur-

20
El País, 8 de septiembre de 1894.
21
José Martí: “Carta al General Antonio Maceo”, New York, 7 de julio de 1894,
Obras completas, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963, t. III, pp. 228-230.
22
Patria, 15 de diciembre de 1894.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 95

so de la guerra. De acuerdo con el articulista, no había “crisis eco-


nómica que no vaya ligada a un hondo malestar político”.23 El bajo
precio del azúcar en un solo año, después de varios años de bue-
nos precios, no podía provocar el hambre que amenazaba al país;
por lo tanto, había que buscar las causas determinantes de esa si-
tuación en el sistema de relaciones económicas impuesto por
España. Por eso, “esas son y han sido las causas de la guerra que
ensangrientan nuestros campos, después de producir la intensa
crisis económica que por otro lado nos consume, siendo esta tan
solo ocasión de oro para nuestra lucha por la independencia”.24
Era de pensar que un tema tan candente como la recesión eco-
nómica hubiera sido tratado con más frecuencia en la prensa inde-
pendentista cubana. Solo hemos podido encontrar dos artículos
sobre este tema en Patria. Inexplicablemente los periódicos de la
emigración guardaron silencio en torno a un asunto que hubiera
podido ser explotado a los efectos de movilizar a los cubanos de la
Isla y la emigración con relación a la necesidad de la guerra martiana.
El efecto dislocador de la crisis económica sobre la fuerza de
trabajo se hizo sentir, entre otras causas, en el incremento de las
fuerzas invasoras de Maceo y Gómez. A principios de enero de
1896, el ayudante de Máximo Gómez, general Bernabé Boza, luego
de internarse las columnas invasoras en la provincia de La Haba-
na, escribió en su Diario de Campaña:
A nosotros nos sobran gente; sin cesar y de todas partes, acu-
den patriotas a engrosar nuestras filas e ingresar en nuestro
Ejército. Muchos de estos —la mayor parte— son completa-
mente inútiles para la guerra; casi todos se incorporan desar-
mados y ellos mismos se llaman impedimenta. Cuando hay
combate, tan solo sirven de blanco al enemigo. Nuestros jefes
hacen que muchos vuelvan a sus hogares, diciéndoles que
cuando puedan salir armados vengan para que su sacrificio
no resulte estéril.
¿A cuánto ascendía esa impedimenta? Es difícil precisar. La
columna de Gómez en 8 de marzo de 1896, según Boza, tenía 3 000
nuevos reclutas de Matanzas y La Habana. La columna de Maceo,
de acuerdo con Miró Argenter, llevaba una impedimenta de más

23
Patria, 7 de septiembre de 1895, suplemento 178.
24
El País, 8 de septiembre de 1894.
96 JORGE IBARRA CUESTA

de 3 000 hombres, ese mismo día, de regreso de Mantua, Miró


estimaba que el número de alzados, como resultado de la campaña
invasora en la región occidental, era considerable. Así, escribiría
en su diario:
Por los datos suministrados hasta ahora por el Cuartel General,
el ejército cubano tiene en pie de guerra 60 000 hombres: la
campaña invasora ha dado un contingente de 12 000 hombres
o mejor dicho lo ha hecho brotar de las comarcas que ha ido
invadiendo en su marcha triunfal la fuerza revolucionaria.25
A la situación depresiva que provocó la crisis económica, deben
agregarse las consecuencias desastrosas que tuvieron las cargas
fiscales sobre los salarios de los empleados públicos y los maestros.
Así, de acuerdo con una Real Orden del 17 de septiembre de 1894,
se gravaron los haberes de los empleados provinciales y municipales
en un 10 %. El nuevo impuesto era particularmente lesivo en tanto
a estos empleados se les obligaba a pagar entre 14 y 16 % de sus
utilidades. La prensa de la época se hizo eco también de numerosas
protestas de los maestros cuyos salarios de 62 pesos con 50 centa-
vos fueron reducidos a 48 pesos con 10 centavos mensuales.26
Otras disposiciones fiscales tomadas en la década de 1890, contri-
buyeron a incrementar el malestar en la población campesina, en
especial en la región occidental del país. Las airadas protestas de la
población rural occidental contra estas medidas explican, de cierto
modo, las razones por las que los campesinos y los trabajadores
rurales se incorporaron tan decididamente a las columnas invaso-
ras de Máximo Gómez y Antonio Maceo. La heroicidad que desple-
garon las bisoñas tropas campesinas de la región occidental, a la
par que las experimentadas tropas orientales de las columnas inva-
soras, parecen ser expresión de su rebeldía ante la situación opre-
siva y los abusos que sufrían a manos de las autoridades coloniales.
Una de las medidas que ocasionó hondo disgusto entre los
hombres de campo de Occidente, fue el artículo 3 de la Ley de Pre-
supuestos de 1890-1891, el cual dispuso que, “las distintas fincas
25
Bernabé Boza: Mi diario de la guerra, desde Baire hasta la intervención norteamericana,
Librería Cervantes, La Habana 1924, pp. 123 y 211. Véase también Boletín del
Archivo Nacional, enero-diciembre, 1945-1946, La Habana 1947, ts. XLIX y
XLV, pp. 184-185 y 198.
26
“El 10 % sobre los sueldos”, El País, 9 de octubre de 1894, 24 y 25 de agosto
de 1894, así como “Los profesores de Matanzas”, El País, 26 de noviembre de 1894.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 97

rústicas sin distinción debían tributar al fisco el 2 % de los rendi-


mientos líquidos, cuando el cultivo y la propiedad estuvieran uni-
dos, y en caso contrario, o cuando estuviesen arrendadas, debía
pagar el propietario el 2 % de la renta que percibiera”. Esta última
disposición, como era de esperar, determinó que los propietarios
transfirieran en parte el pago de esta tributación a sus arrendata-
rios, aumentando el importe de los arrendamientos.
Ahora bien, la manera en que se cobraba este impuesto determi-
naba que una finca que estuviera arrendada por $ 100,00 debía
pagar $ 5,00 anuales. La forma exacta en que tributaba esa finca
arrendada por $ 100,00 era la siguiente:
El 2 % del rendimiento líquido, o sea, sobre la renta, más la
mitad de esta equivalente a $ 150,00: $ 3,00.
El 2 % la renta de $ 100,00 que percibe el propietario: $ 2,00.
El total imponible: $ 250,00 y el de la contribución: $ 5,00.
Las numerosas protestas a las que dio lugar esta manera de co-
brar el impuesto en los tres primeros años de su puesta en vigor,
motivaron que el Gobierno General redactase un informe de 19 de
agosto de 1893 dirigido a la Dirección General de Hacienda del
Ministerio de Ultramar, proponiendo reformar o aclarar el artículo
3 de la Ley del Presupuesto de 1890-1891. De acuerdo con los
propietarios rurales se “les estaba cobrando el 40 % más de lo equi-
tativo, toda vez que con anterioridad al presupuesto de 1890-1891,
las fincas arrendadas en $ 100 pagaban con arreglo al líquido
imponible de $ 150,00, mientras que desde este Presupuesto hasta
el día, pagan bajo la base de $ 250,00 y alegan que ese no es ni
puede ser el criterio del legislador...”.
El Gobierno General de la Isla coincidía con los propietarios ru-
rales en cuanto al carácter arbitrario de la tributación. Desde luego,
los arrendatarios debían responder en buena medida por las
exacciones abusivas que debían afrontar los propietarios. Es alta-
mente significativo que este informe, en que se pedía aclarar o
modificar a la Dirección General de Hacienda de Ultramar el con-
trovertido artículo 3 de la Ley de Presupuesto de 1890-1891, vinie-
ra a ser evacuado en abril de 1895, ante el avance de la revolución
que insurgiera el 24 de febrero de 1895, a pesar de las reiteradas
protestas y reclamaciones que se plantearon desde 1890.27

27
Archivo Nacional de Historia: Ultramar, leg. 932/3, no. 1. Véase también
Archivo Nacional de Historia: Ultramar, leg. 932/3, no. 5.
98 JORGE IBARRA CUESTA

En el citado documento, elevado por el Gobierno General, las


primeras autoridades de la Isla se solidarizaban con los propieta-
rios rurales criollos, reconociendo que “se tomaba dos veces la renta
como base de tributación y que conforme se halle una misma finca
arrendada o explotada por su dueño, difiere efectivamente en 40%”.
En la respuesta de la Dirección de Hacienda de Ultramar, redactada
al calor de los hechos armados de Cuba, el 8 de noviembre de 1895, se
establecía que era más conveniente para la administración que,
el propietario pague el total de la contribución, porque sobre
estar más garantizada su percepción, así viene haciéndose en
todas las provincias de Cuba, salvo Pinar de Río. Consideran-
do que este procedimiento no irroga prejuicios al propietario
ni al colono, porque de hacerse los arrendamientos, uno y otro
han de tener en cuenta, el importe de la contribución que
corresponde a las fincas arrendadas.
Por último teniendo en cuenta la extensión que había tomado la
revolución en Camagüey y Las Villas, se afirmaba,
la conveniencia de no dar carácter retroactivo a las citadas
Reales Órdenes por las críticas circunstancias que atraviesan
las propiedades rústicas y muy especialmente sus cultivado-
res, sobre quienes pesan más de cerca las depredaciones de la
guerra, al extremo de que va haciéndose imposible la cobran-
za de muchas jurisdicciones, solicitando que hasta la forma-
ción de los documentos tributarios para el próximo ejercicio
económico, no se lleve a efecto el aumento de la contribución
que se deriva de las repetidas disposiciones.28
De ese modo, se centralizaba el pago de la contribución en el
propietario, pero se dejaba para el próximo ejercicio económico el
cobro del aumento de las contribuciones que se había dictado en
años anteriores. La administración de hacienda, no cejaba en sus
propósitos de obtener el máximo de exacciones, a pesar de la guerra.
En los vegueríos de Pinar del Río, a los abusos del fisco referi-
dos, se sumaba la merma sostenida de la producción desde princi-
pios de la década de 1880. Una indignada exposición suscrita por
273 vegueros de Viñales, de 20 de octubre de 1892, daba cuenta de
la situación de miseria extrema y de la explotación abusiva que

28
Ibidem.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 99

sufrían a manos de los terratenientes, prestamistas usurarios y del


fisco. La formulación colectiva de este alegato razonado, el hecho
que fuese firmado por todos los cosecheros de la región, revelaba
su elevada toma de conciencia de la situación que atravesaban y de
sus causas.29
La caída en picada de la producción tabacalera desde la década de
1880 había provocado también una diversidad de alegatos por parte
de los fabricantes de tabaco españoles contra la política fiscal y
arancelaria de la metrópoli. Algunos de estos documentos nos ayu-
dan a comprender la baja intensidad, cercana a la neutralidad, de la
adhesión de los industriales a la Madre Patria, con anterioridad al
alzamiento del 24 de febrero de 1895.30 La exposición de los vegueros
de Viñales al ministro de Ultramar de 20 de octubre de 1892, como
otras que se redactaron en aquellos años, centraba sus críticas en
los abusos de que eran víctimas por parte de los comerciantes y del
fisco español. De acuerdo con estos,
la vida del veguero (...) está tan llena de privaciones, que si
hubo una época en la que el sembrador del tabaco cubano
guardaba buenas onzas en sus arcas, hoy han cambiado de tal
modo los tiempos (...) que la suerte del veguero de Vuelta Abajo
no es envidiable ni para los aldeanos más pobres de esas que-
ridas tierras peninsulares.
La descripción de las condiciones de vida de los hombres de
campo pinareños no podía ser más cruda. Según estos,
(...) viven en miserables bohíos donde la lluvia y el sol pene-
tran por todas partes, se alimentan de raíces cultivadas en su
vega, porque la carne y el pan... son frutos vedados para ellos,
y tienen a sus hijos descalzos y casi desnudos, como si viviera
en las provincias meridionales de Rusia; pero el veguero de
Vuelta Abajo, que se puede presentar como tipo de laboriosi-
dad y sufrimiento, esconde en el interior del hogar (...) el
hambre que le agoniza y la desnudez que le avergüenza.
De acuerdo con un célebre agrónomo cubano, citado por los
autores de la exposición, el cultivo de la hoja del tabaco, para que
rindiera lo elemental para la subsistencia debía “tener una utilidad

29
Archivo Nacional de Historia: Ultramar, legajo 932/13, no. 20.
30
Ibidem, legajo 932/7, no. 1.
100 JORGE IBARRA CUESTA

que no baje del 50 %, solo así compensaría sus fatigas”; pero en


Vuelta Abajo se obtenía en la década de 1890 “un 25 %, sí acaso”.
Los autores dividían en tres categorías a los vegueros, de acuerdo
con sus rendimientos:
Vegas que dejan pérdidas a sus cultivadores, 60 %
Vegas que no dan más para cubrir sus gastos, 30 %
Vegas que solo dejan una pequeña utilidad, 10 %
Los autores de la exposición calculaban que una finca de tercera
categoría, o sea, de las que obtenían una pequeña utilidad, de una
caballería, que emplease diez trabajadores para la recogida y no de-
pendiese de préstamos para la realización de la cosecha, debía pagar
una renta media anual de $ 255,00. Según estos, “en ningún país del
mundo se pagaban rentas más altas que en Vuelta Abajo”. La contri-
bución territorial al Municipio y al Estado ascendía a unos $ 25,00,
la cual era muy alta si se tiene en cuenta que la utilidad de esa finca
era equivalente a $ 226,00. De ese modo los impuestos alcanzaban
10 % de las utilidades en el cultivo del tabaco, lo que era considera-
blemente más alto que 5 % de tributación que pagaban los propieta-
rios de acuerdo con la interpretación corriente del artículo 3 de la
Ley de Presupuesto de 1890-1891. En otras palabras: “La vega más
afortunada, esto es, aquella que alcanza los mejores precios, y en la
que los gastos son todo lo menos y la producción todo lo más, no
deja de utilidad a su dueño ni un 4 %”. De ahí que los vegueros
pidiesen la protección del Estado, “... ante los efectos inmediatos y
alarmantes del alejamiento en que lo ha dejado el tratado con los
Estados Unidos y la paralización ocasionada por los nuevos impues-
tos sobre el tabaco, paralización que viene a ser como el cumpli-
miento de su ruina”. A modo de resumen, recababan “medidas que
tiendan a mejorar la situación desesperante por que atraviesan hoy
la industria y el cultivo del tabaco, tan íntimamente relacionados”.31
No solo los vegueros de distintas regiones elevaron protestas a
la Dirección General de Hacienda del Ministerio de Ultramar. Los
Ayuntamientos pinareños de Candelaria, Consolación del Sur, Pi-
nar del Río, Alonso de Rojas, Consolación del Norte y Bahía Hon-
da en comunicación oficial de fecha 30 de noviembre de 1892
solicitaron se favoreciera el desarrollo y prosperidad de la pro-
ducción de la hoja, a cuyos efectos destacaron la necesidad de que
31
Ibidem, leg. 932/7, no. 20.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 101

se dejaron sin validez impuestos y gravámenes que pesaban sobre


los agricultores.
En el mismo sentido que los cosecheros de Viñales, 630 dueños
de vegas, aparceros, arrendatarios y otros de Consolación del Sur,
elevaron una comunicación el 16 de septiembre de 1892 al Minis-
tro de Ultramar. Entre otras cosas se planteaba:
A medida que el Estado obtiene más pingues rentas y las em-
presas tabacaleras mayores ganancias, merma y empequeñece
el valor de la cosecha que hace el labrador, y a medida que los
traficantes y especuladores se proporcionan con el tabaco vida
cómoda y posición desahogada, la existencia de los vegueros va
siendo penosa y mísera hasta rayar en la desventura.
Así, la esperanza de que “las cosechas obtuvieran rendimientos
que recompensaran sus sacrificios, como acontecía en otras épo-
cas, anteriores a 1878, año en que se inició la decadencia del agri-
cultor en la Vuelta Abajo se desvanece cada vez más”. En esas
circunstancias los vegueros de Consolación veían venir, “…el pa-
voroso, siniestro porvenir (...) que se vislumbra ya se siente llegar,
pues invadirá irremisiblemente esta región”.32
El paso de la Columna Invasora dirigida por Antonio Maceo por
los vegueríos pinareños revelaría hasta qué punto había calado en
la conciencia del campesinado de las distintas comarcas, el espíritu
de rebelión. El ayudante de Maceo, general José Miró Argenter en
sus Crónicas de la Guerra, destacaba con vivos colores cómo se in-
corporaban los hombres de campo al paso de la columna invasora
por Pinar del Río: “Contábanse por miles los adeptos que simpati-
zaban con los patriotas en armas; diariamente engrosaban las filas
del Ejército Libertador; a su paso por cualquier comarca, quedaban
poco menos que desiertos los caseríos”. En otro pasaje más deta-
llado de su relato, Miró señalaba:
Allí donde los naturales del país hallábanse más en contacto
con la gente integrista (los españoles) por las relaciones comer-
ciales, se extendió con más rapidez la insurrección, como en
Cabañas y Bahía Honda en la parte oriental de la provincia, y
en la occidental Consolación del Sur, Alonso Rojas, San Juan

32
Archivo Nacional de Historia: Ultramar-Hacienda, leg. 892/13, nos. 1 y 2.
Véase en el mismo legajo los documentos, 9,13, 11, 15, 17, 19 y 20.
102 JORGE IBARRA CUESTA

y Martínez y el término de Guane, el más importante en po-


blación y riqueza”.33
En Guane, el comandante pinareño Manuel Lazo, alzado antes
del arribo de Maceo, convocó a todo el campesinado de la región.
Según el testimonio de Miró: “Los vegueros todos del distrito de
Guane, dejaron las posturas, el semillero y la escogida para unirse
a las partidas de Lazo”.34 De acuerdo con el mismo testimonio,
algo parecido, sucedió en la región de Pinar del Río con las partidas
de José Antonio Caiñas. En la región de Consolación del Sur, Er-
nesto Asbert y Antonio Núñez, protagonizaban un importante al-
zamiento con los vegueros de la región. Antonio Varona arrastraba
consigo a los cultivadores de la hoja en San Juan y Martínez, con-
tribuyendo de ese modo al avance de la Columna Invasora.35 Es
decir, las regiones vegueras tradicionalmente consideradas atrasa-
das y sometidas de buen grado al dominio terrateniente y del capital
comercial, respondieron al llamamiento revolucionario con pocas
excepciones.36 La entrada de Maceo en Pinar del Río fue descrita
por el autonomista Eliseo Giberga de la manera siguiente:
...se les entregaron poblaciones; se les entregaron armas; se
les acogió como libertadores, asociándose peninsulares —no
de buen grado, sin duda —a las demostraciones de que eran
objeto... hubo bailes, y banquetes y serenatas y otras fiestas y
se alzaron algunos millares de hombres. Pueblos hubo que
quedaron casi reducidos a los ancianos, mujeres y niños; de
algunos salieron también familias enteras para los campamen-
tos insurrectos; y no faltaron mujeres que empuñaron las ar-
mas y tomaron parte en reñidísimos combates.37

33
José Miró Argenter: Cuba; Crónicas de la Guerra, Editorial de Ciencias Sociales,
La Habana 1970, ts. 2 y 3, pp. 276 y 312.
34
Ibidem, p. 277.
35
Emeterio S. Santovenia: Pinar del Río, Editorial Fondo de Cultura Económica,
México, 1946, pp. 180-181.
36
Una excepción la constituyó la región de Viñales, donde los campesinos, a
pesar de la conciencia que tenían de la explotación de que eran víctimas, por
temor a que los invasores incendiaran sus propiedades, como señalara Miró
Argenter, se unieron a los cuerpos de voluntarios. En este sentido parece haber
desempeñado un papel importante la campaña propagandística que desarro-
llaron los españoles en la localidad, antes de que arribaran las tropas de Maceo
a Viñales.
37
Leopoldo Giberga: Apuntes sobre la cuestión de Cuba, por un autonomista, La Haba-
na, 1897, pp. 146-147.
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 103

Los testimonios aportados por las personalidades más informa-


das de la época, hacendados, banqueros, intelectuales, las encum-
bradas autoridades coloniales, la prensa independentista, autonomista
e integrista, insisten en la importancia que tuvo la crisis en las mo-
tivaciones de los insurgentes en el medio rural. Una joven historia-
dora cubana de talento, después de consultar decenas de diarios de
campaña, nos dice que, “ningún autor consultado para esta investi-
gación admite que hubo una motivación económica en su incorpo-
ración, si bien hacen muchas referencias a temas como el botín de
guerra, los sueldos militares o los privilegios existentes dentro del
campo mambí durante la vida en campaña”. El cimarrón de Barnet,
uno de los testimonios consultados por la historiadora, dirá:
Siempre que veo un negro de estos en mi memoria lo veo faja-
do. Ellos no decían a qué iban, ni por qué. Nada más se fajaban.
Para defender la vida, claro. Cuando alguien les preguntaba como
se sentían, ellos decían: “Cuba Libre, yo soy un libera”. Ninguno
quería seguir bajo el dominio colonial español. A eso le puede
poner un cuño. Ninguno quería verse con los grillos otra vez,
ni comiendo tasajo, ni cortando caña por la madrugada.
Ricardo Batrell, un joven negro mambí se alzó, porque “ví el
símbolo de mi raza, en esa obra grandiosa: al señor Juan Gualberto
Gómez [...] estimaba que al ir ese hombre símbolo a la guerra, era
indudable que esta convenía”. O sea, en tanto Juan Gualberto, el
defensor más popular de los derechos de los negros, dirigía un
alzamiento, este debía responder a una buena causa. Otros como
Mariano Corona Ferrer, joven mulato santiaguero, marchan al terri-
torio de Cuba Libre, inspirados por el héroe negro de la Guerra
Grande, Guillermón Moncada. Pero no hay duda de que la guerra
puede “venir a uno y arrastrarlo”, lo que contribuye a que los per-
sonajes se incorporen. Desde luego, hay muchos a los que la guerra
se les acerca y no los atrae. Tiene que haber una motivación ideoló-
gica, como en los casos de Corona y Batrell, o una actitud de repu-
dio hacia las condiciones de vida y trabajo o hacia la relación de
dependencia en que se encuentran con respecto a un patrono ru-
ral, como los negros de los que nos habla el cimarrón Montejo.
Aunque esos ejemplos no ilustran la importancia de la crisis como
factor detonante de alzamientos, hay una diversidad de casos, como
los aportados por los testimonios citados en este trabajo, en los
que la crisis desempeña un papel decisivo, no como motivación
104 JORGE IBARRA CUESTA

económica, sino como cambio del modo de vida o como supervi-


vencia. Las decenas de miles de trabajadores desplazados por la
paralización de los ingenios, no encuentran otra opción o alterna-
tiva mejor que alzarse, en tanto la guerra constituye un medio de
vida que, por otra parte, aporta un sentido de participación actuan-
te, muy distinta de la condición de dependencia del peón rural, un
instrumento al servicio del amo. Cuando Bernabé Boza se acerca a
la dotación de “trabajadores” de un ingenio habanero, se percata
de que la abolición de la esclavitud no ha hecho mucho por ellos:
Hay en el ingenio un par de centenares de negros de ambos
sexos, que habitan en unos barracones inmundos, infectos y
horriblemente desaseados. Allí viven en el más completo estado
de abyección y de embrutecimiento. Nada han ganado aun
estos eres infelices de la libertad. ¡Todavía son esclavos del Señor
Mamerto! (...) La miseria estrujada y esprimida suelta mucho
jugo. De el resulta la riqueza que engendra, la grandeza con
sus títulos, su soberbia, su sangre azul y (...) llegamos noso-
tros con la guerra y con la Revolución, y los esclavos, ¡no lo
serán más!
A los libertos, dislocados de sus centros de trabajo, por la parali-
zación de los ingenios provocada por la coyuntura económica, la
Revolución del 95 les entregaba, por el momento, un arma, o tan
solo esa posibilidad, por la cual muchos se arriesgaban a morir
como miembros de la impedimenta. De manera que, cuando se le
entregaba un arma, se le confería al paria de la sociedad rural cubana
un medio de participación, poder y respeto en el medio rural. A los
cortadores de caña, muchos de los cuales, según Giberga, se encon-
traban enfrascados en discusiones infructuosas con los adminis-
tradores de los ingenios del país por elevar el salario, ante la crisis
económica que se enseñoreaba en el país, se les ofrecía la alterna-
tiva de romper los vínculos de dependencia que lo ataban al hacen-
dado. No todos los trabajadores afectados por la crisis actuaban de
motu propio. En ocasiones eran arrastrados a la guerra por el colo-
no para el que trabajaban o el administrador del ingenio, sobre los
que incidía a su vez, la difícil coyuntura económica. En otras
circunstancias distintas, cuando se incendiaban los cañaverales o
se destruían los ingenios en función de la estrategia militar del
Ejército Libertador, muchos peones y colonos, ante la pérdida del
trabajo, por una cuestión elemental de supervivencia, se veían pre-
cisados a ingresar en las filas de este. Desde luego, no era solo la
TEMA1. EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL Y SU DESENLACE ... 105

crisis económica, como hemos visto, lo que llevaba a los hombres


de campo a tomar las armas. Había toda una constelación de facto-
res sociales, ideológicos, morales, psicológicos, que condiciona-
ban alternativamente, ya fuese de manera secundaria o principal, a
la masa rural. Giberga nos ilustra con una importante motivación
en el plano de las mentalidades, relacionada con los alzamientos.
Se trata de la simpatía, que se sentía en el campo por los bandole-
ros, en tanto rebeldes primitivos contra la autoridad y la odiada
guardia rural. Si los campesinos eran admiradores de los bandidos,
argumentaba Giberga, cómo no iban a identificarse con los
mambises. Desde Oriente hasta Occidente se quería con pasión a
todo el que insurgía contra el poder colonial. En los casos en que
se seguía un ideal —reivindicaciones raciales— o a determinados
arquetipos ideológicos o morales (Juan Gualberto o Guillermón),
las motivaciones económicas, si las había, se encontraban muy ale-
jadas. La motivación no era económica en el sentido estrecho de
que se aspirase a obtener mayores ingresos en la guerra o después
de terminada, aspiración bien alejada de la realidad; por el contra-
rio, la nueva vida de rebelde demandaba los mayores sacrificios y
desprendimiento. Lo que motivaba la decisión de unirse al
mambisado era, en muchas ocasiones, la dislocación de la fuerza
del trabajo por la crisis económica, su desplazamiento social y la
necesidad de sobrevivir en otra actividad. Una vez dislocado o des-
plazado el peón rural depauperado o el campesino desvalido, otros
factores de orden ideológico, psicológico, moral, podían motivar la
conducta a seguir.38
En 1895 las condiciones estaban maduras para que el espíritu de
rebelión prendiese en las capas más amplias de la población. Hasta
entonces todos los intentos insurreccionales habían fracasado, entre
otras razones, porque los agravios de todo orden que sufría la pobla-
ción laboriosa no habían llegado a un punto de no retorno. La
coyuntura económica del 95 contribuiría a que la guerra de inde-
pendencia adquiriese el carácter social que le infundiese la fuerza
para enfrentar favorablemente al ejército de ocupación colonial más
poderoso del continente americano en los siglos XVIII y XIX.

38
Blancamar León Rosabal: La voz del mambí: imagen y mito, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1997, pp. 17-21, Véase también, Bernabé Boza: Ob. cit.,
t. I, pp. 141-142.
106 JORGE IBARRA CUESTA
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 107

TEMA 2

ACERCAMIENTO COMPARATIVO
A LA FORMACIÓN NACIONAL
DE LAS ANTILLAS HISPANOPARLANTES
108 JORGE IBARRA CUESTA
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 109

CULTURA E IDENTIDAD NACIONAL EN EL CARIBE HISPÁNICO:


EL CASO PUERTORRIQUEÑO Y EL CUBANO*

La presente comunicación se propone reconstituir, de manera


aproximada, algunos hitos del proceso de formación nacional puer-
torriqueño, a la luz de ciertos aspectos estructurales del devenir
histórico cubano. El método comparativo debe coadyuvar de algún
modo, a esclarecer en qué medida tuvo lugar la consolidación de
rasgos etnoculturales y etnosociales, de autoconciencia nacional,
en el caso puertorriqueño. Los progresos alcanzados en la confor-
mación de una comunidad de rasgos psicológicos, de cultura, de
lengua, así como en la toma de conciencia de una identidad propia,
deben evidenciar de qué manera se constituyó la nacionalidad puer-
torriqueña.
Si bien en el caso cubano, la lucha por la autodeterminación
nacional, por la construcción de un Estado nacional para sí, alcan-
zó cotas más altas en la segunda mitad del siglo XIX, en el caso
boricua, el proceso de integración etnocultural y etnosocial, de toma
de conciencia de sí, no parece haber marchado a la zaga de los
avances que tenían lugar en la mayor de las Antillas. En otras pala-
bras, mientras la gestación paulatina y laboriosa de las nacionali-
dades boricua y cubana es el resultado de un proceso histórico de
larga duración, que abarca desde el Descubrimiento hasta el fin del

* Ponencia presentada en el Congreso Internacional celebrado en Aranjuez del


24 al 28 de abril de 1995 y publicado en La nación soñada: Cuba, Puerto Rico y
Filipinas antes del 98, eds. Consuelo Naranjo Orovio, Miguel Ángel Puig Samper
y Luis Miguel García, Doce Calles, Madrid, 1998.
110 JORGE IBARRA CUESTA

dominio colonial español, los movimientos de liberación por la cons-


titución de un pueblo nación y un Estado nación en las islas her-
manas, se desarrollan en la coyuntura de corta duración, de la
segunda mitad del siglo XIX. En esta perspectiva, la nacionalidad
constituye la premisa histórica de las luchas por la formación de
una república.

Los patrones demográficos y etnosociales de Puerto Rico parecen


haberse conformado desde principios del siglo XVII. En la medida
que transcurrieron los años y se consolidó una estructura econó-
mico social basada en la explotación de grandes hatos de ganado y
de pequeñas estancias de productos agrícolas de subsistencia, ten-
dió a configurarse una correlación etnosocial de un esclavo por
cada diez habitantes. En 1765 había 5 037 esclavos en una pobla-
ción de 44 883 personas. La integración de Puerto Rico en el mer-
cado mundial durante el siglo XIX no varió esta correlación, que se
mantuvo vigente hasta la abolición de la esclavitud. Otra caracte-
rística estable de la estructura etnosocial puertorriqueña, fue la
proporción de criollos blancos con respecto a los criollos negros y
mulatos, equivalente a 5:4, en las enumeraciones censales de 1827,
1834, 1846, 1860 y 1872. Hasta la primera mitad del siglo XVIII, antes
del auge de la plantación azucarera, Cuba había sido también una
colonia en la que predominaban las grandes haciendas ganaderas
con un importante sector campesino, pero la proporción de la pobla-
ción blanca con relación a la negra y mulata, era considerablemen-
te mayor que en Puerto Rico, siendo de 2,3:1. Por otra parte, la
producción mercantil de los propietarios de haciendas y de los
vegueros de Cuba, era muy superior a la de la isla hermana.1
El hecho de encontrarse apartadas de las principales rutas marí-
timas de la metrópoli en el Caribe, determinó que Puerto Rico,
Santo Domingo y la región centro oriental de Cuba se vieran obli-
gadas a recurrir al contrabando para resolver sus necesidades más
perentorias. Las medidas tomadas por la Corona española contra

1
Pierre y Huguette Chaunu: Seville et l’Atlantique (1504-1650), 11vols, Paris,
SEUPEN, 1955-1959, t. VI, pp. 638-647; Lutgardo García Fuentes: El comercio
español con América, 1640-1700, Escuela de Estudios Hispanoamericanos de
Sevilla, Sevilla, 1980, p. 124.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 111

el comercio que practicaban en el siglo XVII los estancieros y hacenda-


dos criollos con corsarios y piratas de distintas nacionalidades, en
el Caribe, provocaron tumultos y sublevaciones en los pueblos de
San Germán, Ponce y Aguada, en Puerto Rico, parecidas a las que
tuvieron lugar en los pueblos de Bayamo y Puerto Príncipe, en la
región centro oriental de Cuba. Los blancos, negros y mulatos libres,
integrantes de las milicias o cuerpos de defensa de la Isla, se apres-
taron a defender San Juan en 1797 de una invasión inglesa, de
manera parecida a la forma en que los criollos de la misma proce-
dencia se prepararon a defender La Habana del ataque de la escua-
dra británica en 1792.
La convivencia en un territorio común, la solidaridad forjada entre
los diversos grupos étnicos de la isla, en lucha contra las incursio-
nes de corsarios y piratas, por una parte, y los beneficios comunes
derivados del comercio clandestino, por otra, contribuyeron a crear
los primeros vínculos de identidad en las precarias comunidades
de las Antillas hispánicas. El carácter patriarcal de la esclavitud, la
condición independiente y libre de los estancieros y artesanos
criollos, de diversa procedencia étnica, comenzaron a sentar las
bases para la formación de los primeros rasgos de una personali-
dad colectiva.

II
Cuando en 1765 el gobernador O’Reilly de Luisiana, visitó Puerto
Rico se asombró de que los blancos criollos no hicieran “... ningu-
na repugnancia de estar mezclados con los pardos”, y de que en
esa pequeña isla los monarcas españoles tuvieran a “los vasallos
más pobres de América”.2
En 1770 se reconocía oficialmente la necesidad de la instrucción
pública y se exhortaba a los tenientes de guerra a que procurasen
fundar una escuela en cada distrito, disponiéndose que fueran re-
cibidos como alumnos, “... indistintamente, todos los niños que se
remitieran, sean blancos, pardos o morenos libres”.3
En Puerto Rico encontramos testimonios parecidos a los de Santo
Domingo y Cuba, con relación al carácter de los vínculos mucho
2
Memorias del Mariscal de Campo Alejandro O’Reilly, en Eugenio Fernández Méndez
(ed.): Crónicas de Puerto Rico, ELA, San Juan, t. VI, 1957, p. 241.
3
Andre Pierre Ledru: Viaje a la isla de Puerto Rico (1765), Imprenta Militar de
Juan González, San Juan, 1863, p. 45.
112 JORGE IBARRA CUESTA

menos severos de la esclavitud en las haciendas ganaderas y en las


estancias, con relación al carácter que tendría en las plantaciones
azucareras y cafetaleras del siglo XIX. En la descripción del natura-
lista francés André Pierre Ledrú en su Viaje a la isla de Puerto Rico
se aprecia el trato que recibían los esclavos de las haciendas,
“diferentes a los otros”, en una referencia clara a los esclavos que
eran brutalmente explotados en las plantaciones azucareras. En
este relato se reseñaba vívidamente un baile en el que el autor re-
saltaba la pasión que por él sentían, “la mezcla de blancos con
mulatos y negros libres que forman un grupo bastante original:
los hombres con pantalón y camisa indiana, las mujeres con trajes
blancos y largos collares de oro... ejecutaban sucesivamente bailes
africanos y criollos al son de la guitarra y del tamboril llamado vul-
garmente bomba”.4
Otra característica de la cultura criolla que se forjaba lentamente
en las Antillas hispánicas era el hecho que la enseñanza era impar-
tida fundamentalmente por maestras negras y mulatas. Como des-
tacaba el pensador puertorriqueño Salvador Brau, entre los primeros
maestros se distinguía:
Rafael Cordero, negro misericordioso que juntaba en la ciudad,
alrededor de su mesa de tabaquero, a los hijos de los encope-
tados funcionarios con los oscuros menestrales, para distri-
buirle gratuita enseñanza, conducta observada en toda la isla
por mujeres, algunas de ellas negras o mulatas manumisas,
madres intelectuales de toda una generación.5
Si bien existían relaciones basadas en el paternalismo y la defe-
rencia que hacían, de algún modo, más llevadera la convivencia en
los primeros siglos de la colonización, no debe olvidarse que la
sociedad boricua era esclavista y la señoril clase de los propietarios
de haciendas ganaderas debía tomar distancia de sus esclavos,
peones y aparceros. Así, las Leyes de Indias y las costumbres de la
sociedad colonial contenían una diversidad de prohibiciones ten-
dentes a mantener a los negros y mulatos libres en un estatus
especial del cual no se podían sustraer. Las prohibiciones a pardos
y morenos de portar armas, merodear por las calles de noche, inje-
4
Tomás Blanco: Prontuario histórico de Puerto Rico, 6ta. ed., Instituto de Cultura
Puertorriqueña, San Juan, 1970, p. 61.
5
Angel G. Quintero Rivera: Patricios y plebeyos: burgueses, hacendados, artesanos y
obreros, Ediciones Huracán, Río Piedras, 1988, pp. 201-203.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 113

rir bebidas alcohólicas en lugares públicos, caminar por la misma


acera que los blancos y otras, evidenciaban la existencia de una
sociedad de “castas”, como se llamaba en la época a la estratifica-
ción esclavista.
A diferencia de Santo Domingo, donde una oligarquía birracial
ejercía el poder desde los cabildos, en Puerto Rico y Cuba los criollos
blancos conservaban una hegemonía ni disputada, ni compartida
con los estratos étnicos subalternos. El uso exclusivo del Don por
los criollos blancos, la exigencia de licencias especiales para practi-
car una profesión extensiva solo a los blancos y la prohibición de
cursar estudios superiores a negros y mulatos, constituían inter-
dicciones raciales comunes a Cuba y Puerto Rico.
Asimismo las milicias estaban divididas en cuerpos para blancos
y cuerpos para negros y mulatos libres. En la documentación rela-
tiva a la fundación de pueblos nuevos en Puerto Rico se pueden
apreciar ciertas prescripciones en cuanto a la necesidad de que los
regimientos estuviesen integrados por blancos fundamentalmente,
aun cuando podían formarse también batallones subordinados de
negros y mulatos libres, menos numerosos que los otros.6
El incipiente y contradictorio proceso de formación nacional en
una sociedad campesina con elementos de sociedad patriarcal, se
vio interrumpido por la integración de la Isla a las corrientes del
mercado mundial capitalista y la formación de un sistema de plan-
taciones durante la primera mitad del siglo XIX. En 1815 se promul-
garía la Real Cédula de Gracias que sentaría las bases para el
desarrollo económico insular.
La emergencia de una clase de plantaciones en Puerto Rico es-
tuvo estrechamente vinculada a la nueva política colonial que España
ensayó en América a fines del siglo XVIII y principios del XIX, así
como a la inmigración de europeos y de criollos blancos, proceden-
tes de otras posesiones españolas del Caribe. Estos últimos, terra-
tenientes venezolanos y dominicanos, prófugos de las revoluciones
independentistas y de las conmociones sociales que sacudieron a
sus países de origen, se distinguían por su alineación incondicio-
nal con el poder colonial español. Los inmigrantes europeos eran
fundamentalmente comerciantes catalanes, mallorquines y corsos,
así como franceses e ingleses procedentes de la isla de Saint Thomas.
Ahora bien, estos inmigrantes integraron una clase social emer-

6
Ibidem, p. 35.
114 JORGE IBARRA CUESTA

gente, con vocación hegemónica, que se mostró incapaz de incor-


porar a su visión del mundo las tradiciones locales y el incipiente
sentimiento nacional de las clases subalternas criollas, arraigadas
secularmente en la Isla. De hecho, el sentimiento de pertenencia a
la nacionalidad boricua en formación y al pasado histórico insular,
le era ajeno en buena medida.
El desplazamiento de la oligarquía ganadera por una clase de
plantaciones azucareras, desde 1820, y cafetaleras a partir de 1860,
puede apreciarse en las enumeraciones censales de los siglos XVIII
y XIX. Mientras que 82,4 % de las tierras estaban ocupadas por
hatos o corrales según el censo de 1775, y solo 17,6 % estaban
dedicadas a la agricultura, según la enumeración de 1822, 80,6 %
de estas se destinaba a los cultivos y solo 12,5 % eran coto de las
haciendas ganaderas. De hecho, los hateros habían vendido o tras-
pasado las tierras a sus acreedores del capital comercial, los que co-
menzaban a fomentar plantaciones, vinculadas al mercado mundial.
No obstante, la no integración de la Isla a las grandes corrientes
del comercio internacional durante los primeros siglos de la colo-
nización, determinaron el atraso en la emergencia de la plantación
boricua. Esta surgirá en la década de 1820, mientras la plantación
cubana hará acto de aparición en la década de 1740. A diferencia de
la región occidental de Cuba, donde alrededor del puerto de La
Habana, en el curso de los siglos XVII y XVIII, se formó una economía
de servicios (grandes astilleros, un sistema de fortalezas, grandes
comerciantes enriquecidos a la sombra de la Real Compañía de
Comercio, agricultura comercial en La Habana destinada a abaste-
cer a la flota española), en Puerto Rico, situada al margen de las
más importantes rutas marítimas del Nuevo Mundo, no se pudie-
ron acumular suficientes capitales para constituir una economía
de plantaciones hasta el siglo XIX.
Las investigaciones más recientes de los historiadores puertorri-
queños han demostrado la relación existente entre la inmigra-
ción europea y la formación de la plantación puertorriqueña. Así,
de 2 147 inmigrantes que se radicaron en Puerto Rico entre 1800
y 1830, 529 eran comerciantes y 334 eran agricultores. Los mili-
tares y funcionarios dominicanos y venezolanos ocuparon rele-
vantes posiciones en la administración colonial. Como es de
entender, la mayoría de estos inmigrantes eran hostiles a toda
idea de reformas políticas o de una revolución por la independen-
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 115

cia.7 De acuerdo con los padrones agrícolas de Ponce, revelados


por Francisco Scarano, de 1828 a 1845 tres cuartas partes de los
plantadores azucareros eran extranjeros.8 Astrid Cubano, por su
parte, ha puesto de relieve el papel activo que desempeñaba en la
economía agraria de Arecibo, el capital comercial de origen corso
y catalán.9 Hacia 1899, de las 24 más grandes plantaciones de
Yauco, 62 % era de corsos, 25 % de españoles y solo 3 % era de
puertorriqueños. En 1866, 22 dueños y usufructuarios criollos
de fincas controlaban 42 % de las tierras de Lares, lo que nos da
una idea de la relativa importancia del sector criollo en la región
donde estallara el movimiento revolucionario. Ahora bien, ya en
la década de 1880 los comerciantes mallorquines dominaban todas
las tierras. Según Bergard, lo mismo sucedía en la mayoría de las
municipalidades de la cordillera central, Ciales, Utuado, Adjun-
tas y Las Murias.10
El proceso de formación de una conciencia nacional en el sector
plantacionista fue un proceso largo y complicado. No existían los
vínculos históricos de cultura, psicología y en ocasiones de len-
gua, entre los inmigrantes y las clases criollas subalternas, inte-
gradas por artesanos, pequeños comerciantes, empleados,
campesinos, profesionales y otros. De acuerdo con el historiador
Quintero Rivera, los plantadores en tanto no podían inventar una
tradición histórica propia, en la que Estado, nación y sociedad coin-
cidieran, apelaron a un paternalismo distanciado. Los herederos
criollos de los plantadores, sobre todo en la segunda mitad del si-
glo XIX, se educaban en colegios extranjeros y no se identificaban a
plenitud con los valores nacionales.

7
Rosa Marazzi: “El impacto de la inmigración a Puerto Rico de 1800 a 1830:
análisis estadístico”, Revista de Ciencias Sociales, Universidad de Puerto Rico,
XVIII, 1-2 de junio de 1974, p. 37; y Estela Cifre de Loubiel: “Los inmigrantes
del siglo XIX. Su contribución a la formación del pueblo puertorriqueño”,
Revista de Cultura Puertorriqueña, no. 7, abril-junio de 1960.
8
Francisco Scarano: Sugar and Slavery in Puerto Rico: the Plantation Economy of Ponce
(1800-1850), The University of Wisconsin Press, Madison, 1984, pp. 15 y 27;
y Francisco Scarano (ed.): Inmigración y clases sociales en el Puerto Rico del siglo XIX,
Ediciones Huracán, San Juan, 1985, p. 37.
9
Astrid Cubano: “Economía y sociedad en Arecibo en el siglo XIX: los grandes
productores y la inmigración de comerciantes”, en Francisco Scarano (ed.):
Ob. cit., pp. 67-124.
10
Laird Bergard: Cofee and the Growth of Agrarian Capitalism in Nineteenth Century
Puerto Rico, Princeton, 1983.
116 JORGE IBARRA CUESTA

A diferencia de Santo Domingo y las regiones centro orientales


de Cuba, la clase plantacionista boricua no estaba tradicionalmen-
te arraigada a la tierra, de manera que sostuviese un tipo de rela-
ción patriarcal con las clases rurales subalternas, como en el caso
de la clase terrateniente de las regiones mencionadas, capaz de iden-
tificarse en una coyuntura crítica, con las aspiraciones de las clases
subalternas, explotadas por el fisco español.
Si con alguna clase hegemónica del Caribe tenían relaciones de ana-
logía los plantadores de Puerto Rico, era con los plantadores de la
región occidental de Cuba. El trato distanciado de los plantadores azu-
careros de Borinquen con sus esclavos, africanos en su mayoría, era
parecido a las relaciones que mantenían los plantadores occidentales
de Cuba con sus esclavos de la misma procedencia.

III
Las veintidos conspiraciones y sublevaciones de esclavos que tuvieron
lugar entre 1795 y 1848, alentaron la promulgación de un riguroso
bando del capitán general, Juan Prim, contra la población negra.
No conformes con el rigor de estas medidas, los plantadores azu-
careros de Puerto Rico demandaron se le impusiera un régimen de
servidumbre o semiesclavitud a la población campesina libre. La adop-
ción del Reglamento General de Jornaleros establecía que toda
persona sin bienes suficientes para su subsistencia, aun cuando fuera
propietario de tierras, debía contratarse para trabajar con un terrate-
niente. El acuerdo debía formalizarse en una libreta, que debían por-
tar todo el tiempo los jornaleros, demostrativa de que cumplían la
ley. Esta medida de coerción extraeconómica que convertía al cam-
pesino en un siervo, recaía con más fuerza sobre la población negra
y mulata libre, la cual constituía la mayor parte de la población rural.
Como la clase plantacionista no tenía suficientes capitales para
comprar esclavos africanos en gran escala, como sus homólogos
cubanos, recurrió al expediente de convertir al campesino en un sier-
vo, atado de por vida a la propiedad del señor. El agregado, sujeto a
los vínculos de dependencia de la libreta, no podía ausentarse de la
finca en los días laborables por ninguna razón, ni celebrar sus fies-
tas habituales, bailes, rosarios, velorios, ferias, etcétera.

IV
La libreta no pudo impedir que se reprodujera y ampliase la solidari-
dad tradicional existente entre los estratos etnosociales subalternos.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 117

En 1838, un asombrado visitante, David Turnbull escribía que: “...el


hecho más destacado relacionado con la historia y el estado actual
de Puerto Rico es que los campos son cultivados y el azúcar manu-
facturado, por las manos de hombres blancos bajo un sol tropical”.
El corolario a la utilización del trabajador blanco en la agricultu-
ra, era su presencia, lado a lado, con los esclavos y trabajadores
negros y mulatos libres. Así, decía Turnbull: “El uso inveterado ha
reconciliado al trabajador blanco con la necesidad de trabajar, sin
un murmullo de protesta... en el mismo campo con sus hermanos
negros, de las más diversas variedades de complexión, y hasta con
los esclavos”.11
La libreta logró en Puerto Rico que el hombre blanco se uniera
no solo en el trabajo al negro y al mulato, sino que también en las
protestas se sintiera hermanado con estos. En la región centro
oriental de Cuba, en las décadas de 1850 y 1860, sin necesidad de
apelar al expediente coercitivo de la libreta, el crecimiento de la
población campesina determinó la ploretarización o peonización
de la población rural, blanca, negra y mulata. De manera que en
vísperas de la Guerra del 68, trabajaban juntos en los cortes de
caña, peones de todas las razas. No obstante, diversos testimonios
de funcionarios o políticos españoles, de visita o radicados en la
región occidental de Cuba y en Puerto Rico, coincidían en cuanto
al tipo de relaciones diferenciadas existentes entre blancos y negros
en ambas posesiones coloniales. Así, según Rafael María de Labra,
a fines de la década de 1860 en Borinquen, “...para los efectos civi-
les y de gobierno no existe la separación que, por ejemplo, en la
misma Cuba se observa, entre libres de color y hombres blancos”.12
Por su parte, el gobernador de Puerto Rico, en comunicación de 3 de
enero de 1874 al Ministerio de Ultramar, le informaba que a pesar
del hecho que la población negra y mulata, constituía, según los
censos, la mitad de la blanca, “...salvo en algunos puntos de la cos-
ta y en corto número de personas, ni se nota ese antagonismo de
clases, ni los de color han mostrado interés de sobreponerse a la
blanca, se tratan todos no atendiendo al color, sino a la educación y
11
David Turnbull: Travels in the West. Cuba with Notices of Porto Rico and the Slave
Trade, Negro University Press, New York, 1869, pp. 559-560.
12
Rafael María de Labra: La cuestión de Puerto Rico, Imprenta de J. E. Morete,
Madrid, 1870, pp. 79-80.
118 JORGE IBARRA CUESTA

posición social, y bien puede decirse que en la casi totalidad del


territorio hay fusión de razas”.13
En 1871 el capitán general, mariscal Gabriel Baldrich se felicita-
ba de que en Puerto Rico, en contraste con la región occidental de
Cuba, donde había un considerable número de esclavos africanos,
se había realizado una intensa mezcla de razas, el blanco trabajaba
al lado del de “color”, el libre al lado del esclavo criollo, y en que
había “homogeneidad de costumbres y sentimientos”.14 En otra
referencia al proceso de integración nacional de Puerto Rico, La-
bra resaltaba cómo el hecho que en las libretas de los jornaleros no
se subrayasen diferencias en cuanto al color de la piel, las uniones
y casamientos entre personas de distintas razas de las clases labo-
riosas fuera un hecho común y, por último, que en el censo de
1860 aparecieran registrados 94 563 propietarios negros y mula-
tos, evidenciaba la creciente integración etnosocial del puertorri-
queño negro y mulato y la alta representatividad de la población
“de color” en la economía del país.15 No eran solo los funcionarios
y políticos españoles los que constataban estos procesos
estnosociales y culturales. Un viajero francés de principios de la
segunda mitad del siglo XIX, Quatrelles, en su libro Un parisien dans
les Antilles, afirmaba que:
Puerto Rico ha resuelto casi toda la cuestión de la esclavitud
substituyendo, poco a poco, sin desórdenes, sin sacudidas, el
trabajo forzado por el libre (...) la clase de color libre es traba-
jadora y muchos de sus miembros se encuentran entre los
primeros contribuyentes. Los prejuicios de raza se extinguen
cada día más (...) La suerte de los negros ha sido siempre mejor
en Puerto Rico que en Cuba.16
Desde luego, el prejuicio racial no habría de desaparecer todavía
por mucho tiempo, pero el trato entre los diversos grupos étnicos
en el seno del pueblo, alcanzarían un nivel tan alto como el de Cuba,
después de las revoluciones igualitarias del 68 y 95 y de Santo Do-
mingo, luego de la guerra restauradora.
13
Arturo Morales Carrión (comp.): El proceso abolicionista en Puerto Rico, San Juan,
Puerto Rico, 1978, t. II, pp. 391-392.
14
Loida Figueroa: Breve historia de Puerto Rico, Editorial Edil, Río Piedras, Puerto
Rico, 1978, t. I, p. 326.
15
Rafael Maria de Labra: Ob. cit., p. 80.
16
Tomás Blanco: Ob. cit., pp. 86-87.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 119

V
Los avances de Puerto Rico en la constitución de una comunidad
de cultura nacional, se corresponderían de algún modo con los
que alcanzó en su integración racial y etnosocial.
Determinadas manifestaciones musicales conservaron, durante
la primera mitad del siglo XIX, muchos de sus rasgos etnoculturales
originales, en la medida que la inmigración canaria y española en
general se asentaba en pequeñas isletas inaccesibles de las regiones
montañosas. Así, los romances y décimas del siglo XVIII tenían “un
aire y sabor muy español”.17 Debe destacarse, sin embargo, que
investigaciones musicales más actuales identifican al “aguinaldo”
y al “seis”, como los dos géneros principales de la música de los
jíbaros o campesinos. Según Quintero Rivera hay una influencia
innegable de la “bomba, de origen africano” en la música campesi-
na del XIX.18 En los cuadros de costumbres de Manuel Alonso,
publicados con el título El Jíbaro, en la década de 1840, hay una
referencia al hecho que los bailes de sociedad eran casi iguales a
los que el autor había visto en España.19 Por su parte, Salvador
Brau era de la opinión que la contradanza española que se bailaba
en los salones elegantes de los mercaderes y plantadores había sido
traída al país por ellos mismos. Así decía: “Esos inmigrantes fueron
los principales importadores de la contradanza española”.20 No
obstante, los bailes populares conservaban en la primera mitad
del XIX, un sello nacional distintivo. Según Alonso, los bailes de
“garabato” eran propios del país aun cuando dimanaban de los espa-
ñoles, mezclado con el de indios. Las investigaciones musicales
más recientes han demostrado que el llamado garabato era un ins-
trumento de palo de origen africano.21
Debe subrayarse que la contradanza española sucumbiría en la
década de 1850, con la incorporación del timbal y el güiro a las

17
Eugenio Fernández Méndez: Historia cultural de Puerto Rico, Universidad de Puerto
Rico, Recinto de Río Piedras, 1975, p. 204.
18
Ángel Quintero Rivera: “El tambor en el cuatro: la metodización de los ritmos
y la etnicidad cimarroneada”, II Encuentro Internacional: Identidad, Cultura y Socie-
dad en las Antillas Hispanoparlantes, Santo Domingo, República Dominicana, del
3 al 7 de junio de 1992.
19
Manuel A. Rivero: El Jíbaro, Editorial Edil, Río Piedras, Puerto Rico, 1992.
20
Salvador Brau: Disquisiciones sociológicas, Editorial Universidad de Puerto Rico,
San Juan, 1956.
21
Quintero Rivera: Ob. cit., pp. 11 y 12.
120 JORGE IBARRA CUESTA

orquestas, lo que daría origen a una nueva forma danzaria autóc-


tona. Brau, ideólogo autonomista de los plantadores, condenó sin
remisión a la danza puertorriqueña de la misma manera que los
autonomistas cubanos lo harían con el danzón, originado en la
década de 1880. Para estos últimos, el hecho de que la orquesta del
músico mulato Miguel Failde crease el danzón, introduciendo el
güiro aborigen y el timbal africano, era un atentado contra la civili-
zación hispánica y una manifestación de salvajismo. Para Brau la
transculturación de lo hispánico y lo africano había traído como
consecuencia que “el tambú estridente del bozal (el timbal) se ar-
monizó con el áspero cacharro indio (el güiro) y con la gemidora
guitarra andaluza, fundiéndose los tonos de unos y otros instru-
mentos”. Estas mezclas eran expresión, según el ilustre vocero
criollo, de un proceso de “corrupción”, pues la danza boricua no
era capaz de alentar “el amor a la patria, sino la embriaguez de la
molicie, que produciendo el marasmo físico, ha de conducir al ra-
quitismo moral”. 22
Repudiados por los pensadores de la clase plantacionista, el
danzón cubano y la danza borinqueña, formas expresivas creadas
por músicos mulatos, conquistaron paulatinamente los salones de
la clase hegemónica. Independientemente de su condición
etnosocial, los cubanos y los puertorriqueños, bailarían al mismo
compás sus composiciones danzarias preferidas, devenidas la expre-
sión más genuina de sus respectivas nacionalidades.23
Desde fines de la década de 1840, la narrativa y la poesía boricua
revelaron las esencias de un definido sentimiento de identidad
nacional. El concepto de patria lo identificaron con lo jíbaro, antes
que con lo hispánico, la crítica al dominio colonial español recorre-
rá las manifestaciones literarias boricuas más importantes del XIX.
Las obras de María Bibiana Benítez (1783-1875), Carmen
Hernández Araujo (1832-1877), Alejandro Tapia y Romero (1826-
-1882), Santiago Vidarte (1827-1848), José Gautier Benítez (1851-
-1880), Lola Rodríguez de Tió (1843-1924), Juan Gualberto Padilla
(1829-1896), Manuel A. Alonso (1822-1889), Cayetano Coll y Toste
(1850-1930), Salvador Brau (1842-1912), Manuel Zeno Gandía
(1855-1930), Eugenio María de Hostos (1839-1903), Antonio

22
Brau: Ob. cit., p. 205.
23
Jorge Ibarra: Nación y cultura nacional, Editorial Letras Cubanas, La Habana,
1981, pp. 151-167.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 121

Corton (1854-1913), Francisco Gonzalo Marín (1863-1897), Luis


Bonafoux (1855-1918) y Virgilio Dávila (1869-1943), entre otros,
revelan la existencia de una literatura nacional.24 Estos creadores
con frecuencia se atienen a cánones expresivos hispánicos o mani-
fiestan solo los sentimientos nacionales de la clase media ilustrada
criolla, soslayando las vivencias y el acervo de valores del pueblo
puertorriqueño. En todo caso, lo decisivo en cuanto a su orienta-
ción ideológica lo constituye la expresión de un sentimiento
nacional. Esta literatura no dará cauce a la visión del mundo, ni a
los valores del negro y mulato libre, sino tan solo al acervo emocio-
nal que le atribuye al jíbaro, idealizado como el campesino blanco
de la Isla. A mediados del siglo XIX, con la publicación de la Bibliote-
ca Histórica de Puerto Rico, dirigida por Alejandro Tapia Moreno,
con la colaboración de los jóvenes estudiantes puertorriqueños ra-
dicados en Madrid, José Julián Acosta, Baldorioty de Castro, Ruiz
Belvis, Ramón Emeterio Betances, José Cornelio Cintron y otros,
se llevaría a cabo la primera obra de investigación de la historia
patria. El libro representó el primer esfuerzo colectivo de los
puertorriqueños por dar a conocer un conjunto de documentos
inéditos de la historia nacional, desde el Descubrimiento hasta 1797.
Quizás lo más significativo de esta obra es el hecho que entre sus
autores se encontrasen los que serían con el transcurso del tiempo,
los dirigentes más importantes de las corrientes políticas refor-
mista e independentista. Es interesante consignar que ninguno de
los que participaron en la investigación estudiaban carreras rela-
cionadas con la historia, cuando se impusieron como tarea patrió-
tica revelar que los puertorriqueños tenían un pasado propio,
distinto por cierto, de la historia de la metrópoli.
En el curso de los primeros siglos de colonización se formó una
nacionalidad criolla, que se caracterizaba por rasgos de cultura y
psicología propios, así como por una conciencia de sí, de su identi-
dad nacional. El criollo de la Isla, fuese blanco, negro o mulato se
diferenciaba sociológica y culturalmente del español y tenía una
conciencia muy definida de esa diferencia. En 1778, fray Inigo de
Abad, en su Historia geográfica civil y natural, afirmaba que los criollos
24
Eugenio Fernández Méndez: Ob. cit.; Gladis Crescione Negrees: Breve introduc-
ción a la cultura puertorriqueña, Ed. Librería La Bilioteca, Madrid, 1978; María
Teresa Babin: La cultura de Puerto Rico, Editorial Cultural, Río Piedras, Puerto
Rico, 1973.
122 JORGE IBARRA CUESTA

definían a los españoles con el gentilicio de “hombres de la otra


banda”. En 1887 a los españoles se les llamaba “mojados” y a los
puertorriqueños, “secos”. Aquellos habían llegado a la Isla por agua,
estos habían nacido en la tierra, en la patria. En 1810 el primer
criollo que ocupase la sede del Obispado en Puerto Rico, Juan Ale-
jo de Arizmendy y de la Torre, aconsejaba al primer criollo electo
diputado a Cortes, Don Ramón Power y Giralt, que representase, a
“nuestra patria, Puerto Rico y a nuestros compatriotas los puertorri-
queños”. Debía defender el diputado boricua los intereses econó-
micos y culturales de la nacionalidad en formación. Ahora bien, la
representación de esos intereses no implicaba una ruptura con los
lazos de dependencia a España. Se tenía una patria subordinada a
la Madre Patria, se tenía una nacionalidad criolla, pero se acataba la
soberanía española. Se tenía conciencia de la diferencia de intereses
existentes, pero no de un antagonismo o de un enfrentamiento
irreconciliable entre ambos. En este contexto, los ideólogos de los
plantadores azucareros y cafetaleros de Borinquen no irían más
allá de la defensa de sus intereses económicos corporativos o de
determinadas prerrogativas culturales y fueros regionales. Así lo
entendieron también los ideólogos de la plantación azucarera del
occidente cubano durante el siglo XIX y los señores de las haciendas
ganaderas de la región centro oriental hasta el estallido de la Revo-
lución cubana de 1868, cuando rompieron con la metrópoli y asu-
mieron la representación de las clases subalternas oprimidas por
el poder colonial.

VI

En la década de 1820, la clase media ilustrada boricua, como su


homóloga de Cuba, alentaron distintas conspiraciones indepen-
dentistas que no pudieron cuajar en un movimiento revoluciona-
rio generalizado. El papel conservador que desempeñó en ambas
islas la inmigración y los grandes comerciantes y plantadores ex-
tranjeros, así como el acantonamiento de numerosas tropas espa-
ñolas procedentes de Suramérica, contribuyeron a moderar los
alcances del movimiento. Por otra parte, el gobernador de Puerto
Rico tomó un conjunto de medidas represivas de carácter preven-
tivo antes que llegase a estallar un movimiento revolucionario. En
Cuba, la Capitanía General no pudo anticiparse a los acontecimien-
tos y debió enfrentar una vasta conspiración, la de Soles y Rayos de
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 123

Bolívar. Las conspiraciones cubanas fueron alentadas por Vene-


zuela y México y organizadas por un pequeño sector de la clase
media ilustrada. A medida que estos movimientos fracasaron en
Cuba y declinó el apoyo sur y centro americano a las conspiraciones
independentistas, el movimiento perdió fuerza en Puerto Rico.
Como testimonio de la vocación independentista boricua, fue fusi-
lado uno de los primeros conspiradores de la isla en 1821, el pa-
triota Pedro Dubois. También alentó el sentimiento separatista de la
isla, Antonio Valero de Bernabé, del Ejército de Liberación de Ve-
nezuela, quien concibió y puso en marcha con algunos compatrio-
tas distintos planes revolucionarios que fracasaron.
Si como hemos intentado poner de relieve que existía una con-
ciencia de criollo, de nacionalidad propia, en la clase media ilustrada,
tanto en el plano político como literario, debemos reconocer que
no se había consolidado un sentimiento común, una comunidad
cultural y sociológica que fundiera a esa intelectualidad con el pueblo
de las Antillas hispanoparlantes. Esta primera fase del proceso de
formación nacional no definirá, por consiguiente, a lo puertorri-
queño y cubano, sino tan solo a lo criollo. José Luis González ha
dicho con razón que en la primera mitad del siglo XIX existía una
patria del criollo mulato, una patria del criollo negro y una patria
del criollo blanco, pero que no había cristalizado la patria del puertorri-
queño, la patria de todos.25 Para que se formase la patria del puer-
torriqueño era preciso que se decretase la abolición de la esclavitud
y de la libreta, así como la supresión de las llamadas castas de negros
y mulatos y se acometieran transformaciones revolucionarias que
hicieran posible la democracia política, la igualdad jurídica y se sen-
taran las bases para relaciones étnicas, mucho más igualitarias de
las que se habían forjado en las condiciones de la sociedad patriar-
cal esclavista. De acuerdo con los autores de El Jíbaro, el puertorri-
queño era el criollo blanco. A diferencia del dominicano y a
semejanza del cubano de la primera mitad del siglo XIX, el puer-
torriqueño era definido por la intelectualidad como el hombre blanco
de la isla. Todavía en la década de 1880, a pesar de la revolución
igualadora de 1868, que se desarrolló en la región centro oriental
de la Cuba, los estudiosos criollos de la Sociedad Antropológica de
La Habana, definían al cubano como al hombre blanco nacido en la

25
Ángel G. Quintero Rivera y otros: Puerto Rico: identidad nacional y clases sociales,
Ediciones Huracán, San Juan, Puerto Rico, 1981.
124 JORGE IBARRA CUESTA

Isla. Tal aserto era antitético con la formulación de José Martí y de


los revolucionarios de 1895: “cubano es más que blanco, más que
mulato, más que negro”. Esta era la definición del puertorriqueño,
de los próceres independentistas, Betances y Hostos, pero no la de
los plantadores de Puerto Rico. Para los patriotas boricuas el puer-
torriqueño era también más que blanco, más que mulato, más que
negro. ¿Hasta qué punto era así para las clases medias y las clases
populares boricuas? El hecho de que en la segunda mitad del XIX
entre los más importantes dirigentes reformistas e independentis-
tas de Puerto Rico, se encontrasen mulatos y negros del relieve
intelectual y del prestigio personal de Ramón Emeterio Betances,
Román Baldorioty de Castro, Ramón Marín, Sotero Figueroa y José
Celso Barbosa, entre otros, evidencia que comenzaba a prevalecer
una conciencia nacional, de puertorriqueño, por encima de una
autoconciencia étnica de criollo blanco, negro o mulato. Ahora los
puertorriqueños, independientemente de su procedencia racial se
enorgullecían de tener entre sus dirigentes un criollo blanco como
el independentista Hostos o un criollo independentista mulato como
Betances; un criollo blanco reformista como Muñoz Rivera o un
criollo negro reformista como José Celso Barbosa. Esos mismos
boricuas, ya fuesen blancos, mulatos o negros bailaban y cantaban
por igual sus creaciones musicales autóctonas en las que se fun-
dían las esencias africanas e hispánicas de sus culturas origina-
rias. La segunda mitad del siglo XIX presenció, por consiguiente, la
consolidación de la nacionalidad puertorriqueña.
Con independencia de cuáles fueran los avatares y las vicisitu-
des de la aspiración a constituir una nación y un Estado nacional
en el XIX, la nacionalidad puertorriqueña ha resistido los embates
de la ocupación colonial estadounidense. El pueblo puertorrique-
ño ha defendido su lengua, su cultura y su manera de ser frente a
la penetración cultural anglosajona, con lo que ha evidenciado que
una nacionalidad forjada en el devenir de los siglos no se desvane-
ce ante las contingencias de la opresión colonial extranjera.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 125

NACIONALISMOS HISPANO-ANTILLANOS
DEL SIGLO XIX*

La presente comunicación se propone reconstruir algunos hitos


del proceso de formación nacional dominicano, puertorriqueño y
cubano en la segunda mitad del siglo XIX. Uno de los primeros
hechos que salta a la vista de los historiadores es el atraso de Las
Antillas hispánicas en incorporarse al proceso emancipador del
continente americano.
Se han propuesto diversas interpretaciones a propósito del rezago
histórico antillano. Algunas de estas se basan esencialmente en
hechos demográficos, militares y geográficos. A nuestro modo de
ver, aun cuando estos factores incidieron en la evolución histórica
de la región, la hipótesis historiográfica que se acercaría más a una
explicación de conjunto de las causas de su retraso histórico, sería
la que lo atribuyese a la existencia de economías de plantación en
Cuba y Puerto Rico. El adelanto del Santo Domingo español en el
logro de su independencia con relación a las islas hermanas, se
debería precisamente a la ausencia de una economía plantacionista
en su territorio. Desde luego, los supuestos historiográficos con-

* Ponencia presentada en el Congreso historiográfico efectuado en la Univer-


sidad Complutense de Madrid los días 23, 24 y 25 de noviembre de 1995
sobre el tema “Antes del desastre: orígenes y antecedentes de la crisis de
1898” y publicado con el título Vísperas del 98. Orígenes y antecedentes de la crisis
del 98. Editores Juan Pablo Fusi, Antonio Niño y otros, Biblioteca Nueva,
Madrid, 1997.
126 JORGE IBARRA CUESTA

cebidos en estos términos deben ser cotejados cuidadosamente en


el proceso histórico real de la región objeto de nuestro estudio.1
Una primera aproximación a la evolución del Santo Domingo
español, nos enfrenta desde un primer momento con un evidente
desfase histórico. En ese país no se formó una economía de plan-
taciones y su característica fundamental fue la de ser una colonia
desamparada y relegada por su metrópoli. Desde la primera mitad
del siglo XVIII, los señores de hatos y corrales dominicanos, vendían
el ganado de sus haciendas a la parte francesa de la isla, aplicada al
fomento de plantaciones azucareras. La revolución haitiana provo-
caría la ruina del régimen plantacionista, trayendo por consecuencia
la decadencia de la hacienda ganadera dominicana. Desde entonces,
el Santo Domingo español quedó expuesto a las agresiones de los
haitianos y de Francia. España no se encontraba en condiciones ni
disposición de librar una guerra en defensa de los pobres y desva-
lidos señores de haciendas dominicanos, ni de la mayoritaria pobla-
ción negra y mulata de la isla. Ahora bien, la existencia de vínculos
comunes de cultura, psicología y religión entre la oligarquía terra-
teniente dominicana y la metrópoli, así como el temor fundado a
que el dominio haitiano o francés significase su reducción a un
papel subordinado o la emancipación de los esclavos de sus
haciendas, influyó en la decisión de enfrentar las amenazas prove-
nientes del exterior. Estas serían las razones que determinaron la
guerra victoriosa librada por los señores de hacienda dominicanos,
dirigidos por Juan Sánchez, contra las tropas de ocupación france-
sas que mandaba el general Louis Ferrand en 1804, guerra cuyo
único propósito sería la restauración del poder colonial de España
en Santo Domingo, a pesar de que esta se había desentendido de la
suerte dominicana durante la ocupación francesa.2
La década de 1820 evidenció que tanto en Santo Domingo, como
en Cuba y Puerto Rico, había una minoría ilustrada independentista
procedente de la clase media. Mientras la intelectualidad dominica-
na se enfrentaba a los señores de hacienda y a sectores abolicionis-

1
Paul Estrade: “Observaciones sobre el carácter tardío y avanzado de la toma
de conciencia nacional en las Antillas españolas”, Ibero-Americana Pragensia,
no. 5, Praga, 1991.
2
Roberto Cassá y Genaro Rodríguez: “Algunos procesos formativos de la iden-
tidad nacional dominicana”, Estudios Sociales, año XXI, no. 90, Santo Domingo,
abril-junio, 1992.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 127

tas del estamento negro y mulato libre, en Cuba y Puerto Rico, los
ideólogos independentistas encontraban la oposición de los
plantadores azucareros criollos y de los comerciantes españoles.
De hecho, los independentistas antillanos no lograron enraizar
políticamente en la clase media de donde procedían, ni atraer a su
causa a los estamentos de negros y mulatos libres. En Santo Do-
mingo, el acceso al poder del independentista Núñez de Cáceres,
evidenció la debilidad del movimiento en que se sustentaba. Incapaz
de proclamar la abolición de la esclavitud y de solicitar sin vacila-
ciones el apoyo decidido de las Repúblicas centro y sudamerica-
nas, el dirigente independentista dominicano, ante la amenaza de
una inminente invasión haitiana, cedió tranquilamente el gobierno
al haitiano Boyer.
Cuando a fines de la década de 1820, México y Colombia desis-
tieron de alentar movimientos independentistas en Las Antillas
hispánicas, la prédica revolucionaria de la intelectualidad cubana y
puertorriqueña cedió paso a la política reformista e integracionista
de los plantadores azucareros con el poder colonial. Otra evidencia
de que el independentismo antillano de los años 20 fue más un
reflejo de las excitaciones de las nuevas Repúblicas hispanoameri-
canas, que un movimiento orgánico de los distintos estamentos
coloniales contra la metrópoli.
A partir de 1820, los caminos de Santo Domingo por una parte,
y de Cuba y Puerto Rico, por otra, se bifurcarían aún más. El
independentismo dominicano, perdería fuerzas durante los prime-
ros lustros de la ocupación haitiana, mientras la abolición de la
esclavitud le impartiría una nueva fisonomía a la nación en forma-
ción. El renacimiento del espíritu independentista dominicano
estaría vinculado en parte a las reivindicaciones de una autonomía
lingüística, cultural y religiosa de base hispánica frente a la domi-
nación haitiana. Entre las medidas tomadas por los ocupantes
haitianos que contribuyeron a la definitiva integración etnocultural
y social del proceso de formación nacional dominicano se encuen-
tran: 1) Abolición de la esclavitud y del sistema de estamentos co-
lonial. 2) Confiscación de las tierras de la Iglesia y de los
terratenientes criollos emigrados y su repartición entre los libertos
y campesinos negros y mulatos, lo que dio lugar a la formación de
una clase media rural. 3) Estímulo a la producción mercantil de los
vegueros y a las actividades de los comerciantes en el Cibao.
128 JORGE IBARRA CUESTA

La abolición de la esclavitud patriarcal en las haciendas, sentó


las bases para la formación del pueblo dominicano. El desplaza-
miento de la clase terrateniente como clase hegemónica y la supre-
sión de las barreras raciales y de castas propició la creación de
vínculos estrechos de solidaridad entre los elementos constituti-
vos de la nacionalidad en formación. Santo Domingo dejó de ser
una sociedad de amos y esclavos para convertirse en una sociedad
de hombres libres. En el Cibao se formó una vigorosa y emprende-
dora clase media, agricultora y comercial, agente protagónico del
proceso de formación nacional dominicano. Ahora bien, el propó-
sito expresado por Boyer en el sentido de que la parte española de
la isla se unificase en hábitos y costumbres a Haití, suprimiendo
las diferencias culturales, fracasó en la medida que encontró la
oposición de la clase media y de la oligarquía birracial dominicana.
El movimiento oposicionista a la integración a la nación haitiana
se dividió en dos vertientes principales: 1) La tendencia democráti-
ca, liderada por la intelectualidad trinitaria, partidaria de la más
estrecha unidad entre blancos, mulatos y negros dominicanos, y
de la independencia absoluta de Haití, y 2) El separatismo hispanó-
filo de los señores de hacienda, esencialmente restauracionista y
conservador, contaba con el apoyo de la Iglesia y era dirigido por el
hatero Pedro Santana. Un sector de la clase terrateniente abogaba
por la anexión a Francia y estaba dirigido por Buenaventura Báez,
maderero del norte de la isla. El triunfo del movimiento separatista
dominicano contra los ocupantes haitianos, de 1843 a 1844, evi-
denció bien pronto la incompatibilidad de los propósitos revolucio-
narios trinitarios y las aspiraciones restauracionistas de los hateros
dominicanos. Si bien el movimiento trinitario se distinguió por la
movilización ideológica de la población urbana, no logró formar
una fuerza lo suficientemente compacta para enfrentar al ejército
de peones y aparceros que dirigía el terrateniente Santana, autor
principal de la derrota haitiana. Un golpe de mano reaccionario
lanzaría a las cárceles y al exilio a la dirección revolucionaria trini-
taria, encabezada por el presidente Juan Pablo Duarte.3
El periodo histórico subsiguiente, el de la Primera República
(1844-1861) se caracterizará por el surgimiento de un nuevo tipo
de liderato terrateniente. Los dirigentes hateros que se destacaron

3
Roberto Cassá: Historia social y económica de la República Dominicana, Editorial
Búho, Santo Domingo, t. II, 1989.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 129

en la lucha contra la ocupación haitiana, Santana y Báez, se sucede-


rían en el poder haciendo tabla rasa de las instituciones democráti-
cas burguesas (constitución, poder ejecutivo, legislativo, judicial,
pluripartidismo, etc.), las cuales solo constituían el decorado del
escenario donde se ejercía de manera irrestricta el poder de los
caudillos.
El peligro que representaban para la hegemonía terrateniente
las amenazas de invasiones haitianas, el poder emergente de una
burguesía cibaeña enemiga, el carácter levantisco de las masas
negras y mulatas urbanas, y la proliferación de caciques locales,
revelaba la fragilidad e inestabilidad de su poder. La debilidad inter-
na de los caudillos los inclinaba a buscar el apoyo militar y econó-
mico de las potencias capitalistas. Las diversas solicitudes
anexionistas de Santana y Báez a los Estados Unidos, Francia y España,
fracasaron ante la falta de interés o de coyunturas propicias en
esos países para apoderarse de la nación caribeña. Solo ante la in-
minencia de la Guerra Civil estadounidense prosperarían los cabil-
deos anexionistas de Santana con España. Las potencias europeas
apoyarían la anexión de la República Dominicana por su antigua
metrópoli y la invasión de México por Francia, aprovechando las
difíciles circunstancias por las que atravesaban los Estados Unidos.
El retorno a la situación colonial en la década de 1860 puso de
manifiesto la incompatibilidad de la cultura, la psicología y la
autoconciencia nacional dominicana con las orientaciones y pautas,
políticas y culturales, trazadas por las autoridades coloniales his-
pánicas. De no haber arraigado profundamente los sentimientos
de pertenencia e identidad nacional en el pueblo dominicano, este
no hubiera sido capaz de insurreccionarse espontáneamente, por
su cuenta, contra el poder colonial, para restablecer la República.
A diferencia de Cuba y Puerto Rico, Santo Domingo no tuvo
una clase plantacionista vinculada estructuralmente al poder colo-
nial, y la metrópoli se mostró desinteresada en mantener su domi-
nio sobre la isla durante la primera mitad del XIX. La esclavitud
patriarcal de las haciendas dominicanas propició un tipo de socie-
dad más integrada psicológica, étnica y culturalmente, que las so-
ciedades de esclavitud plantacionista que se constituyeron en la
primera mitad del XIX en Cuba y Puerto Rico. Por último, la aboli-
ción de la esclavitud dominicana contribuyó a definir en fecha más
temprana el perfil del pueblo nación dominicano.
130 JORGE IBARRA CUESTA

Si bien en el caso cubano la lucha por la constitución de un Es-


tado nacional, alcanzó cotas más altas en la segunda mitad del si-
glo XIX , en el caso puertorriqueño el proceso de integración
etnocultural y etnosocial no parece haber marchado a la zaga de
los avances que tenían lugar en la mayor de las Antillas. En otras
palabras, mientras la gestación paulatina y laboriosa de las nacio-
nalidades cubana y boricua es resultado de un proceso de larga
duración, que abarca desde el Descubrimiento hasta mediados del
siglo XIX, los movimientos de liberación por la constitución de un
pueblo nación y un Estado nación en las islas hermanas, se desa-
rrollan en la coyuntura de corta duración de la segunda mitad de
este último siglo.
El lento proceso de formación de la nacionalidad cubana duran-
te los primeros siglos de la colonización tiene lugar bajo un régi-
men de esclavitud patriarcal cuya base es la hacienda ganadera.
Desde finales del siglo XVI se comenzará a fomentar la producción
azucarera en pequeña escala en las haciendas. La presencia de los
trapiches y pequeños ingenios en las haciendas ganaderas hasta
mediados del siglo XVIII no determinó transformaciones cualitati-
vas en la mentalidad de los terratenientes, en la estructura de la
tenencia de la tierra, en la orientación fundamental de la produc-
ción hacia el mercado interno, ni en el trato al esclavo. Durante la
década de 1740 tendrá lugar la primera acumulación considerable
de capitales en la isla, como consecuencia de la creación de la Real
Compañía de Comercio. A partir de entonces no serán solo los
grandes terratenientes los que se dediquen al cultivo de la caña:
funcionarios enriquecidos y grandes comerciantes efectuarán in-
versiones en plantaciones con el propósito de producir azúcar en
gran escala para el mercado exterior.4 La expansión de la planta-
ción azucarera que se inicia desde el hinterland de la región habanera
a principios del siglo XVIII y que se detuvo tan solo en la jurisdicción
de Cienfuegos un siglo después, tuvo la virtualidad de dividir a la
Isla en dos grandes regiones sociohistóricas: 1) la región planta-
cionista, ubicada en el extremo occidental de la Isla, y 2) la región
de haciendas ganaderas, la cual se extenderá desde las jurisdiccio-
nes de Santa Clara y Sancti Spíritus hasta el Valle del Cauto.5 Du-
rante el periodo que corre desde principios del siglo XVIII hasta la

4
Leví Marrero: Cuba. Economía y Sociedad. Siglo XVIII, vol. 6, Editorial Playor,
Madrid, 1978, pp. 18-23.
5
Juan Pérez de la Riva: El Barracón, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 131

década de 1840, la región ganadera centro oriental de la Isla estuvo


subordinada económicamente a la región plantacionista occiden-
tal. El ganado en pie era vendido a las grandes plantaciones azuca-
reras para satisfacer las necesidades de consumo de las dotaciones
de esclavos. También era empleado ganado de labor para el acarreo
de las cañas y bocoyes de azúcar. Un análisis comparativo de los
censos de 1841 y 1861 nos permite valorar el estancamiento pro-
gresivo de la producción de ganado en las regiones centro orienta-
les de la Isla.6 Los plantadores habaneros y matanceros no solo
sustituyeron en gran medida las compras del ganado centro orien-
tal por el tasajo importado de Uruguay, exento de una tributación
pesada, sino que estimularon la explotación intensiva pecuaria en
los potreros de la región occidental. En Cuba, como en el Santo
Domingo español, la estrecha dependencia de la hacienda con rela-
ción a la plantación, determinó en última instancia la decadencia y
crisis de la primera.
La escasez de capitales, créditos, vías de comunicación, tecnolo-
gía, esclavos y la abusiva tributación impuesta por la metrópoli en
la Junta de Información, celebrada en Madrid en 1866, decretaron
la crisis definitiva del sistema centro oriental de haciendas. Así mis-
mo, el crecimiento demográfico acelerado de la población libre en
las zonas rurales de los Departamentos Central y Oriental de la
Isla, comenzó a sentar las bases para el reemplazo del trabajo es-
clavo en las haciendas, en los ingenios y en los trapiches típicos. A
partir de entonces comenzó a tomar fuerza la idea de que solo la
abolición de la esclavitud y transformaciones democráticas conse-
cuentes podrían garantizar la supervivencia económica de los terra-
tenientes centro orientales. Mientras los señores de hacienda de esa
región, en virtud del trato paternalista que le dispensaban a sus
esclavos, peones y aparceros, se encontraban en condiciones de
dirigir a sus mesnadas criollas en una sublevación contra el poder
colonial, los plantadores de occidente no podían arriesgarse a in-
surreccionar a sus dotaciones de esclavos africanos, por temor a
perder la vida a manos de ellos. Los esclavos criollos aculturados
de la región centro oriental no solo trabajaban la mitad de la jor-
nada laboral de los esclavos africanos de la plantación occidental,
sino que eran propietarios de los conucos que les asignaban sus

6
Imilcy Balboa Navarro: “La ganadería en Cuba entre 1827 y 1868”, Nuestra
Historia, no. 1, Caracas, 1991.
132 JORGE IBARRA CUESTA

patriarcales amos, cuyo producto les permitía comprar la libertad y


convertirse en peones, aparceros o campesinos independientes. Por
otra parte, los señores de hacienda centro orientales pertenecían a
familias de la oligarquía criolla cuyos orígenes se remontaban a
uno o más siglos de arraigo en la Isla, con una cultura y una psico-
logía social propias, mientras que un sector considerable de la cla-
se plantacionista occidental estaba integrada por parvenus
españoles, funcionarios enriquecidos y comerciantes de igual pro-
cedencia, estrechamente identificados con la Madre Patria por los
vínculos de la cultura y el sentimiento nacional. Otra diferencia
fundamental es que los señores de hacienda radicaban largos pe-
riodos de tiempo en sus propiedades, conviviendo con sus escla-
vos y peones, en regiones inaccesibles, por lo que debían moderar
su trato con la clientela rural, mientras que los plantadores de oc-
cidente se pasaban solo temporadas de una o dos semanas al año
en sus plantaciones, despreocupándose de los malos tratos que
sus negros recibían a mano de los mayorales. La esclavitud patriar-
cal centro oriental propiciaría la formación de una sociedad más
integrada cultural, psicológica y étnicamente que la sociedad plan-
tacionista occidental.7 Uno de los elementos básicos de esta con-
formación será la existencia de un estamento de negros y mulatos
libres más numeroso e influyente. De acuerdo con la enumeración
censal de 1778, mientras en la región centro oriental el sector de
gente de color libre alcanzaba el 23 % de la población, en la región
occidental era solo el 13 %. Estos patrones demográficos se con-
servaron en sus grandes líneas generales hasta la década de 1860.
La fusión de la ideología independentista y abolicionista en el
proyecto revolucionario de los señores de hacienda que insurgieron
bajo la dirección de Carlos Manuel de Céspedes, en Octubre de
1868, sentó las bases para la formación del pueblo nación cubano.
Al proclamarse en la Constitución de Guáimaro la igualdad jurídica,
la libertad política y la confraternidad étnica, se creaban las con-
diciones para la constitución de un bloque nacional popular entre
las clases y estratos objetivamente opuestos al dominio colonial. Este
bloque nacional popular se fraguaría como resultado de los víncu-
los que se articularían entre el poder revolucionario, el Gobierno

7
Jorge Ibarra: “Crisis de la esclavitud patriarcal cubana”, Anuario de Estudios
Americanos, no. XLIII, Sevilla, 1986, pp. 391-417.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 133

de la República en Armas, y el pueblo nación cubano. La condición


de ciudadanos extendida por igual a los parias de la sociedad colonial
—esclavos, castas, campesinos— y a los señores de haciendas, es-
trechó los lazos de solidaridad entre los elementos constitutivos del
pueblo nación emergente. Los pardos y morenos de la colonia, por
una parte, y los blancos criollos por otra, se reconocieron por primera
vez como cubanos, más allá de cualquier connotación racial. Por
otra parte, los bayameses, santiagueros, camagüeyanos, villareños,
habaneros y matanceros comenzaron a reconocerse como cubanos.
Una conciencia nacional común a todos los partidarios de la inde-
pendencia comenzó a sobreponerse a la conciencia del grupo étnico
y a la conciencia regional. No obstante, el bloque histórico nacional
que se constituye durante la Guerra Grande en la región centro orien-
tal de la Isla, no pudo integrar la región plantacionista occidental, en
la medida que la guerra contra el colonialismo no puede extenderse
más allá de la jurisdicción de Las Villas. Significativamente, en las
pocas jurisdicciones de la región centro oriental donde predomina la
economía de plantaciones, la revolución encuentra la oposición de
los plantadores, alineados con el poder colonial español. Revolución
y plantación son términos irreconciliables en el proceso indepen-
dentista cubano.8
Sectores de la clase obrera y de la clase media criolla de la región
occidental, partidarios de la separación de España, se vieron obliga-
dos a emigrar o fueron deportados masivamente. El ejército de ocu-
pación colonial español durante los diez años que duró la Guerra
Grande, reunió bajo las armas cerca de 180 000 hombres. Más que
todos los soldados que pelearon bajo el mando español durante las
gestas independentistas centro y sudamericanas.9
La reducción de la guerra a la región centro oriental, como resul-
tado de pugnas regionalistas que comenzaron a tomar fuerza, deter-
minó que hacia 1876 resurgiesen con fuerza en el campo
revolucionario tendencias dislocadoras del proceso de formación
nacional. De esa manera, supervivencias anexionistas y autonomis-
tas, presentes en el Ejecutivo y la Cámara, tendencias localistas en
algunas jurisdicciones del campo revolucionario y el racismo de una
fracción liquidacionista, coincidieron a fines de la década de 1870

8
Jorge Ibarra: Ideología mambisa, Ediciones Cocuyo, La Habana, 1969.
9
Manuel Moreno Fraginals y José J. Moreno Masó: Guerra, migración y muerte. (El
ejército español en Cuba como vía migratoria), Ediciones Júcar, Colombres, 1993.
134 JORGE IBARRA CUESTA

para dar al traste con el esfuerzo independentista. En la Protesta de


Baraguá, la clase terrateniente centro oriental y su intelectualidad
orgánica, fue sustituida por una clase media rural y urbana, partida-
ria de continuar la guerra. Desde entonces este sector, cuyas figuras
más representativas en la emigración serían Antonio Maceo, Máxi-
mo Gómez y José Martí, dirigiría el bloque histórico nacional.
La consistencia de los vínculos forjados en la articulación del
bloque histórico nacional fue puesta a prueba en el periodo 1878-
-1895. El Partido Autonomista, organización representativa de la
clase plantacionista occidental y defensora del estatus colonial, se
propuso inútilmente subrogarse el lugar de las dirigencias históri-
cas independentistas al frente del pueblo nación cubano.
La Guerra de 1895, en la medida que incorporó a la región occi-
dental del país al proceso revolucionario y tuvo una mayor repre-
sentación popular en las distintas instancias de poder, pudo coronar
el proceso de formación nacional. La nueva dirección revoluciona-
ria sorteó los escollos que representaban las tendencias disgrega-
doras del anexionismo, el autonomismo, el regionalismo y el
racismo, y logró consolidar el bloque histórico nacional.
Los patrones demográficos de Puerto Rico parecen haberse con-
formado desde el siglo XVII. Si bien en 1530 había 1 500 esclavos en
una población de 3 000 personas, o sea, un 50 %; en 1765 había
unos 5 037 esclavos en una población de 44 883 habitantes, para un
11 % del total. La constitución del régimen de plantación esclavista
y la integración de Puerto Rico en el mercado mundial no varió en
lo esencial esta proporción, que se conservó hasta la abolición de la
esclavitud. Otra característica estable de la estructura etnosocial
puertorriqueña fue la proporción de criollos blancos con relación a
los criollos negros y mulatos, equivalente de 5 a 4 en todas las
enumeraciones censales del siglo XIX. Las cifras del censo de 1775
son elocuentes con relación al peso de la economía campesina y de
la hacienda ganadera. Así unas 5 311 estancias de menos de dos
caballerías, ocupaban cerca del 17 % de toda la tierra cultivada y
82,4 % lo poseían unas 237 haciendas ganaderas con áreas más
extensas. Con la implantación del sistema de plantaciones en la
década de 1820, se alteraría sustancialmente la proporción referi-
da. Así, en 1822, 80,6 % de la tierra cultivada estaría dedicado a la
agricultura, y solo 12,5 % a la ganadería.10

10
Fernando Picó: Historia General de Puerto Rico, Ediciones Huracán, Río Piedras,
Puerto Rico, 1986.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 135

El carácter patriarcal de la esclavitud, la condición independien-


te y libre de los estancieros y artesanos criollos, de diversa proce-
dencia étnica, sentaron las bases para la formación de los primeros
rasgos de una personalidad colectiva. El proceso de integración
etnocutural y la autoconciencia de una identidad diferenciada del
español se encontraba tan avanzado como en Cuba en el siglo XVIII.
La formación de una economía de plantaciones en Puerto Rico se
iniciaría en la década de 1820. Su atraso con respecto a Cuba, donde
comenzó este proceso en fecha tan temprana como 1740, se debe
sobre todo al hecho de que la marginación de la pequeña isla de las
principales rutas de navegación del Mar Caribe, impidió la forma-
ción de una economía de servicios y por consiguiente de una acu-
mulación de capitales lo suficientemente acrecida como para alentar
la producción azucarera en gran escala para el mercado internacio-
nal. El hecho sociológico de más trascendencia en el caso puer-
torriqueño es que los plantadores que desplazan a los señores de
haciendas ganaderas, no forman parte de la clase criolla terrate-
niente original, sino que son en su gran mayoría comerciantes ca-
talanes, corsos, mallorquines, ingleses y daneses de la Isla de St.
Thomas.11 De ese modo, Puerto Rico no cuenta con una clase criolla
tradicionalmente arraigada en la tierra, que sostuviera relaciones
patriarcales con las clases subalternas como Cuba y Santo Domin-
go. No olvidemos que la clase terrateniente centro oriental cubana
y la dominicana, desempeñaron un papel protagónico en la forma-
ción del bloque histórico nacional. Puerto Rico carecerá, por tanto,
de una clase económica rectora, autóctona, capaz de representar
los sentimientos e intereses nacionales en los inicios del movimiento
revolucionario. No existen vínculos de cultura, psicología, y en
ocasiones de lengua, entre los plantadores europeos y las clases
criollas subalternas. Por otra parte, en tanto extranjeros, tienden a
alinearse con el poder colonial español, antes que con los sectores
nacionales. Los plantadores de Borinquen, sin embargo, no cuen-
tan con suficientes capitales para comprar sus esclavos y maqui-
narias en el mercado mundial. De ahí que la administración colonial

11
Rosa Marazzi: “El impacto de la inmigración a Puerto Rico de 1800 a 1830:
análisis estadístico”, Revista de Ciencias Sociales, Universidad, XVIII, 1-2, junio
1974, p. 37; y Estela Cifré de Louviel: “Los inmigrantes del siglo XIX. Su
contribución a la formación del pueblo puertorriqueño”, Revista de Cultura
Puertorriqueña, no. 7, abril-junio, 1960.
136 JORGE IBARRA CUESTA

acuda al expediente de someter a la población campesina libre a


relaciones de servidumbre mediante la Ley de la Libreta, que los
ata a la propiedad de los plantadores.12
Un sector de cafetaleros criollos medios que daba los primeros
pasos en su integración al mercado mundial, endeudados con el
capital comercial español, y agobiados por la tributación del fisco,
decidieron insurreccionarse contra el dominio colonial en 1868,
en Lares. El movimiento revolucionario tomó como primeras
medidas la abolición de la esclavitud y la libreta. Como los revolu-
cionarios del ingenio Demajagua, los de Lares se pronunciaron
contra: 1) la discriminación de los criollos en los empleos colonia-
les; 2) la política fiscal española; y 3) los préstamos onerosos del
capital comercial español.13
Como es sabido, la revolución de Lares fue localizada y rápida-
mente aplastada por las tropas españolas, sus principales dirigen-
tes fueron apresados y juzgados. Con una celeridad no
acostumbrada, la metrópoli española diseñó una nueva política
colonial para Puerto Rico que contribuyó poderosamente a la for-
mación de un movimiento reformista de la clase plantacionista, el
cual disgregaría a las fuerzas emergentes del independentismo. En
un corto periodo de tiempo España abolió la esclavitud e indemni-
zó a sus dueños, suprimió la libreta, suspendió las facultades
omnímodas de los capitanes generales, amnistió a los insurgentes
apresados de Lares, alentó la formación del sistema político
bipartidista, decretó el derecho de una representación puertorri-
queña a Cortes y la libertad de prensa. Este conjunto de medidas
iban encaminadas no solo a fomentar ilusiones entre los plantadores
criollos y extranjeros de Borinquen, sino a disuadir a los revolucio-
narios cubanos en el sentido de que, sin necesidad de sostener una
guerra prolongada y cruenta, podían hacer realidad, sin derrama-
mientos de sangre, muchas de sus aspiraciones, por la vía legal y
pacífica.14
Las medidas revolucionarias de Lares no pudieron ser capitali-
zadas por las dirigencias independentistas, pues le correspondió al

12
Ángel G. Quintero Rivera: Patricios y plebeyos: buegueses, hacendados, artesanos y
obreros, Ediciones Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1988.
13
Olga Jiménez de Wagenheim: El grito de Lares: sus causas y sus hombres, Ediciones
Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1985.
14
Loida Figueroa: Breve Historia de Puerto Rico, Ediciones Edil, Río Piedras, Puerto
Rico, 1979, t. I.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 137

gobierno de Madrid hacerlas realidad, con el apoyo y auspicio del


sector liberal de la clase plantacionista. De ese modo se neutralizó
en gran medida el predicamento del independentismo en la pobla-
ción rural, blanca y negra. En otras palabras, la metrópoli le arre-
bató la iniciativa histórica a los independentistas. La rapidez con
que obró el gobierno colonial le permitió concertar un bloque his-
tórico de intereses interclasista con los grandes plantadores y mer-
caderes, que excluyó a la dirección independentista.15
Otro factor que contribuyó a pacificar el país después de Lares
fue, sin duda, el auge sostenido de los precios del café hasta finales
del siglo y la superación de la crítica situación económica que atra-
vesaba el sector medio cafetalero, de donde procedían los revolu-
cionarios boricuas del 68. Por otra parte, este sector pasó a depender
cada vez más de de los préstamos del capital comercial español y de
los mercados de España y de Cuba, donde vendía las dos terceras
partes del café exportado. La historiadora puertorriqueña Astrid
Cubano ha planteado que entre los pequeños y medios cafetaleros
“había una indiferencia conciente por el proyecto autonomista de
1887 y un apoyo pasivo al régimen vigente”.16 La crisis de la indus-
tria azucarera boricua, en la segunda mitad del siglo XIX, neutralizó
el papel hegemónico que habían desempeñado los plantadores azu-
careros al frente del bloque histórico de orientación reformista y
facilitó el ascenso de los grandes plantadores cafetaleros y comer-
ciantes a su dirección.
Las investigaciones puertorriqueñas más recientes permiten ha-
cernos una idea más clara de los alcances y fuerza del independen-
tismo boricua. La ausencia de una clase criolla influyente y poderosa
en el medio rural que pudiera haber desempeñado un papel dirigen-
te contra el poder colonial español, no descartó de por sí, la posibili-
dad objetiva de integración de un bloque histórico nacional bajo la
dirección de la clase media. En ese sentido, los planes de organizar el
desembarco de expediciones armadas que tuvieran apoyo por parte
del campesinado, no carecieron de sentido. Procedentes de los
Estados Unidos y el Caribe, más de trescientos combatientes
15
Manuel Maldonado Dennos: Puerto Rico: una interpretación histórico social, Edito-
rial Siglo XXI, México D.F., 1969.
16
Astrid Cubano: “Política radical de Puerto Rico: conflicto de intereses en la
formación del Partido Autonomista Puertorriqueño”, Anuario de Estudios Ame-
ricanos, LI-2, Sevilla, 1994.
138 JORGE IBARRA CUESTA

puertorriqueños, de los cuales 52 alcanzaron el grado de oficiales


del Ejército Libertador cubano, arribaron a las playas de Cuba.
Desde luego, el único medio de comprobar si existían o no con-
diciones para un movimiento armado rural en Puerto Rico, es que
en realidad se hubiera efectuado el desembarco de las expediciones
armadas que se gestaron y fracasaron en el exterior, en virtud de la
oposición del delegado del Partido Revolucionario Cubano en los
Estados Unidos, Tomás Estrada Palma.17 El hecho de que hubiera
condiciones de pobreza y explotación extremas en el agro puer-
torriqueño, como han puesto de relieve los historiadores Fernando
Picó y Laird Bergard, no implicaba, por supuesto, que el campesi-
nado hubiera secundado un alzamiento revolucionario. Sin embar-
go, algunos acontecimientos signados por la violencia rural, que
tuvieron lugar en la década de 1890, parecen evidenciar que las
masas rurales no eran reacias a adoptar actitudes drásticas, de rup-
tura con el orden social. Así, los incendios de los establecimientos
de los grandes comerciantes españoles por campesinos y peones
en 1887, las huelgas del proletariado azucarero de 1895 y las parti-
das campesinas que se organizaron en 1898, a raíz de la invasión
estadounidense, son hechos que develan potencialidades insurgen-
tes entre los trabajadores rurales y el campesinado. Hay también
una variedad de testimonios contradictorios sobre la existencia de
condiciones revolucionarias en el campo, que permiten construir
hipótesis diversas al respecto. En fin, todavía queda mucho por
investigar en relación con las condiciones políticas y sociales
existentes en la década de 1890.18
El análisis comparativo del proceso de formación nacional
cubano, dominicano y puertorriqueño arroja luz sobre el carácter
antitético de la plantación esclavista en relación con los movimien-
tos independentistas. En la medida que la esclavitud patriarcal con
base en la hacienda ganadera constituyó la formación dominante
en Santo Domingo, el movimiento de liberación nacional no en-
contró la oposición organizada que implicaba la existencia de la
plantación azucarera y pudo anticiparse a Cuba y Puerto Rico en la

17
Germán Delgado Pasapera: Puerto Rico: sus luchas emancipadoras, Ediciones Cul-
tural, Río Piedras, Puerto Rico, 1984, p. 551.
18
Fernando Picó: La guerra después de la guerra, Ediciones Huracán, Río Piedras,
Puerto Rico, 1987; y Laird Bergard: Coffee and the Growth of Agrarian Capitalism
in Nineteenth-Century Puerto Rico, University of Princeton Press, New Jersey, 1983.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 139

consecución de la independencia. En el caso cubano, la plantación


expresó su oposición invariable a la corriente independentista, que
representaron en la segunda mitad del siglo XIX los patriarcales se-
ñores de hacienda centro orientales y la clase media rural y urbana
de todo el país. En lo que concierne a Puerto Rico, los plantadores
azucareros y cafetaleros, en la segunda mitad del XIX, se opusieron
a todos los movimientos independentistas, organizados por secto-
res de las clases medias rurales y urbanas del país.
140 JORGE IBARRA CUESTA

COMUNIDADES HISPÁNICAS EN CUBA


Y PUERTO RICO EN EL SIGLO XX*

El estudio comparativo del sector español de la burguesía domésti-


ca cubana y puertorriqueña revela la existencia de tendencias dis-
tintas con respecto al proceso de formación nacional de ambos
países. En ese sentido pensamos que la línea editorial trazada por
La Lucha y el Diario de la Marina, de La Habana, así como El Heraldo
Español de San Juan de Puerto Rico, reflejan distintas orientacio-
nes proyectadas hacia las comunidades españolas en las islas her-
manas. En todo caso, se trata de políticas que responden a los
distintos alineamientos observados por la burguesía española en
Cuba y Puerto Rico y a la intensidad de sus antagonismos con el
independentismo antillano. De esa manera se gestarán nuevas iden-
tidades en el grupo español de estas burguesías domésticas ante la
presencia de un tercero: el imperialismo estadounidense.

Ya desde 1899 el Diario de la Marina, órgano del capital comercial y


la gran plantación hispana, vendrá a tomar partido a favor de los
interventores estadounidenses en sus conflictos con los cubanos.
La derrota de las armas españolas en el 98 había condicionado un

* “Legacies of 1898. Sovereignty and Colonialism in Puerto Rico, Cuba, Guam,


the Philippines and Hawai, and their Impact on the United States”, ponencia
presentada en el Congreso efectuado en la Universidad de Iowa, The Oberman
Center for Advanced Studies, june 15-july 2, 1998.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 141

profundo resentimiento histórico hacia los patriotas cubanos. Si


estos habían osado rebelarse contra la Madre Patria, debían expiar
su culpa ante un amo más poderoso e inclemente. Se temía también
que si los cubanos accedían al poder cometieron abusos contra la
comunidad hispánica de la isla.
La otra razón que condicionaba la actitud recelosa de los espa-
ñoles, estaba determinada por los intereses pecuniarios de los
grandes propietarios de esa nacionalidad. La constitución de una
República cubana soberana e independiente, podía implicar que se
tomaran medidas contra las prácticas ilegales a la cual estaba acos-
tumbrada la burguesía española, o sea, contra la evasión del pago
de impuestos, contrabandos, sobornos a los inspectores del fisco,
y otras irregularidades parecidas. De ahí que la prensa española
considerase la posibilidad de un protectorado o la anexión, de
manera que los intereses comerciales hispánicos no tuvieran que
enfrentarse a un Estado dirigido por sus enemigos de ayer.
A principios de 1899 el Diario de la Marina aparentaba tener
una posición neutral, para reconocer finalmente que: “...no so-
mos partidarios ni enemigos de un protectorado, pero hay muchos
cubanos, también como españoles, propietarios, que se han con-
vencido de que la idealizada soberanía cubana nunca será más
que un sueño”.1
La idea más repetida en el periódico español sobre la incorpora-
ción de la Isla a los Estados Unidos era que la anexión sería inme-
diata y no a largo plazo. En algunos artículos se expresaba que los
Estados Unidos querían implantar el orden en la Isla antes de pro-
ducir la anexión. Se recomienda entonces por los editorialistas la
anexión para que el orden llegue más pronto. Así, se insiste en que
Cuba será menos independiente como una República con Enmienda
Platt, que siendo parte de los Estados Unidos.2 La anexión es apre-
ciada en estos artículos no como algo deseado, sino cómo una ne-
cesidad. En reseñas de reuniones que tenían lugar en el Casino
Español de La Habana, se destacaba cómo la mayoría de los espa-
ñoles que tomaban parte en ellas eran partidarios de la anexión.3
1
Diario de la Marina, 1ro. de julio de 1901, p. 1.
2
Aurea Matilde Fernández: “La presencia española en Cuba después de 1898”,
La nación sonada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas antes del 98, Consuelo Naranjo,
Miguel A. Puig Samper y Miguel A. García Mora (eds.), Editorial Doce Calles,
Madrid, 1996, p. 515.
3
“Justificaciones”, Diario de la Marina, 1ro. de septiembre de 1901.
142 JORGE IBARRA CUESTA

No obstante, por aquella época comenzó a perfilarse una nueva


línea editorial para la comunidad española: los españoles debían
abstenerse de participar en las luchas políticas cubanas. Desde
entonces se valoraría positivamente el hecho que estos se mantu-
viesen alejados de las luchas electorales de los partidos. Mientras
el español había preferido dedicar sus esfuerzos al trabajo y a la
familia, el cubano había dilapidado sus energías en la política y en
las pugnas personales.4 La política abstencionista aconsejada por
el Diario de la Marina no le impidió pronunciarse positivamente a
propósito del efecto disuasorio que tenía la Enmienda Platt sobre
el insurreccionalismo cubano.5
La Lucha, órgano de los pequeños tenderos españoles, se inclinó
también, desde una posición aparentemente equidistante, a acep-
tar las orientaciones del Gobierno Interventor. De esta manera cri-
ticaría a los independentistas cubanos por rechazar la fórmula del
gobierno civil propuesta por Wood, que hubiera significado la pro-
longación indefinida de la intervención. Así diría:
En los mismos momentos en que el capital extranjero se
propone venir al país, en que Mr. Root traía el proyecto de un
Gobierno Civil, los agitadores atacan a veces a los comercian-
tes, otras veces a los hacendados, diciéndole que sus intereses
debían posponerse y sacrificarse si fuera necesario, al ideal de
la absoluta independencia de la Isla, lanzando en otras ocasio-
nes contra los cubanos que simpatizan con la anexión o el
protectorado.6
La misma actitud incondicional por parte de La Lucha con rela-
ción a los dictados de los interventores, se puso de manifiesto
cuando Juan Gualberto Gómez demandó en la Convención Cons-
tituyente de 1901, se pusiera a discusión el mensaje del goberna-
dor militar, Leonard Wood, en el cual se ordenaba la inclusión de la
Enmienda Platt en la Constitución cubana. De acuerdo con el di-
rector del diario español, Antonio San Miguel, “el mensaje del Go-
bernador no es un mensaje que se puede discutir sino que es la
fuente que hace posible y limita la acción constitucional de los con-

4
Nicolás Rivero: Actualidades, 1903-1919, Ediciones Cultural S.A., La Habana,
1929.
5
“Agitación ficticia pero artificial”, La Lucha, 12 de octubre de 1899.
6
“Nuestras clases conservadoras”, La Lucha, 30 de octubre de 1899.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 143

vencionales”.7 No le concedía San Miguel a los convencionales, ni


siquiera el derecho de protestar contra la imposición de la Enmien-
da Platt.
El Diario de la Marina y La Lucha coincidían en considerar al na-
cionalismo cubano como un peligro, y a las fuerzas políticas inde-
pendentistas como a un rival que aspiraba a ejercer una hegemonía
indisputada sobre la comunidad hispánica.
Una actitud distinta se observa en el periódico El Heraldo Español,
auspiciado por la burguesía española y la comunidad de ese mismo
origen, de Puerto Rico. Las razones de esa disgresión histórica se
encuentran en las relaciones no antagónicas que se forjaron entre
autonomistas e integristas españoles. Al entendimiento que se
concertó entre ambas agrupaciones políticas, partidarias del status
quo colonial, contribuyó el hecho de que los independentistas no
pudieran constituir un bloque histórico nacional, o sea, no pudie-
ran organizar bajo su dirección política y moral a las clases consti-
tutivas del pueblo. A diferencia de Cuba donde la guerra, con su
inevitable cortejo de sangre y destrucción, había abierto una bre-
cha entre las familias, los grupos étnicos y las distintas agrupacio-
nes políticas o religiosas, en Puerto Rico los conflictos políticos
solo habían provocado la emigración de centenares de disidentes
políticos después del fracasado alzamiento de Lares en 1868. En
esas circunstancias los diferendos entre autonomistas e incondi-
cionales españoles, se resolvían institucionalmente, de manera le-
gal, en el seno de la clase plantacionista y comercial, integrada en
el sistema político colonial. Antes de la concesión de la autonomía
a Puerto Rico por España, un sector del partido incondicional
español, cuyas demandas corporativas eran similares a las del au-
tonomismo, decidió escindirse para formar una nueva agrupación
independiente. Los incondicionales estaban integrados fundamen-
talmente por grandes comerciantes que habían invertido sus capi-
tales en plantaciones azucareras y subsidiariamente en algunas
plantaciones cafetaleras. Entre las dirigencias integristas predomi-
naban los españoles y sus descendientes de primera generación.
El director de El Heraldo Español, Vicente Balbas Capo había sido
en la época colonial uno de los principales dirigentes del partido
integrista, para terminar encabezando la fracción disidente referi-
da. Balbas había sido, además, director del periódico incondicional

7
“Una moción deliciosa”, La Lucha, 15 de noviembre de 1899.
144 JORGE IBARRA CUESTA

La integridad nacional y diputado a Cortes, distinguiéndose por sus


llamamientos a la fusión cultural y espiritual de puertorriqueños y
españoles. Para él los conceptos de patria boricua y nación española
no eran excluyentes.
El estudio de El Heraldo Español plantea el problema de la repre-
sentatividad de su discurso. Resulta difícil determinar hasta qué
punto los criterios de Balbas trascendían o se identificaban térmi-
no a término con los de los comerciantes y propietarios españoles.
Sabemos, sin embargo, que debió representar determinadas ten-
dencias existentes en la comunidad hispánica. En ese sentido es
significativo que fuera designado director del periódico y permane-
ciera por varios años. No solo ostentó Balbas la dirección del órga-
no oficial de prensa de la comunidad española, sino que formó parte
de la junta directiva del Casino Español. Ahora bien, a pesar del
carácter corporativo de El Heraldo Español, Balbas se propuso cons-
tituir un bloque histórico nacional que se enfrentase a la penetra-
ción del capital norteamericano. El problema consistía en que este
designio no se podía llevar a efecto desde un centro que no estuvie-
se organizado ni se pudiese organizar. La comunidad española no
podía devenir un núcleo de resistencia a la absorción cultural, po-
lítica y económica de los Estados Unidos. Los españoles eran ex-
tranjeros bajo el nuevo estatus colonial impuesto a la Isla por los
Estados Unidos. Cualquier actividad política podía motivar su de-
portación. Como extranjeros no podían votar ni movilizarse políti-
camente. En esas condiciones el discurso de Balbas se resumía en
la consigna en torno a la cual se propuso unir a los puertorrique-
ños y a los españoles: “Los trust americanos: ¡He ahí al enemi-
go!”. 8 La incidencia de las corporaciones del capital financiero en
la economía insular amenazaba con dejar exhausto al cuerpo de la
nación. La enumeración por Balbas de los distintos trusts que se
proyectaban sobre la economía puertorriqueña, comprendía el de
las refinerías azucareras estadounidenses de la costa del Atlántico,
el trust de las fábricas tabacaleras que monopolizaba la compra de
la hoja a los vegueros boricuas, el de la energía eléctrica, la trans-
portación marítima y la transportación ferroviaria.9 A estos debían

8
Vicente Balbas Capo: Puerto Rico a los diez años de su americanización, Tipografía El
Heraldo Español, San Juan, 1907, p. 447.
9
Ibidem, p. 407.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 145

añadirse los trust industriales cuya producción mercantil domina-


ba el mercado interno puertorriqueño.10
El proyecto legislativo de Matienzo Cintrón, presentado a la
Cámara tenía por objeto detener la invasión del capital financiero
estadounidense en la agricultura mediante la organización de sin-
dicatos agrarios. A partir de este plan, Balbas concibió la organiza-
ción de un sistema de cooperativas de consumo y producción que
abarcasen toda la economía del país. Este esquema tenía connota-
ciones utópicas evidentes. Se proponía la unión fraternal de todos
los productores para enfrentar la competencia ruinosa de la pro-
ducción norteamericana. Balbas describió rigurosamente el fun-
cionamiento de los trusts en el país y denunció su carácter rapaz.
Se percató de que estos eran todopoderosos en los Estados Unidos
y de que “... el mismo Congreso gobiernan los trusts; Puerto Rico
no debe esperar ninguna ley ni disposición que vaya contra los
intereses de los trust”.11
Balbas analizó también con perspicacia el carácter hegemónico,
global, del imperialismo, al cual llamó por su nombre. Criticó
también las consecuencias que tenía para los países latinoamerica-
nos el dominio de los trusts, recabando la unión iberoamericana
frente a la penetración imperial.12
El discurso de El Heraldo Español se planteó representar no solo
a los pequeños productores, al comercio y a la industria doméstica
española, sino también a los hacendados cafetaleros. De ahí que
demandase reiteradamente la necesidad de que los agricultores del
café se organizaran políticamente para acceder a la Cámara de Re-
presentantes, donde no estaban representados. El proyecto de un
bloque histórico de El Heraldo Español era más abarcador que el
proyecto del Partido Unión, que se reducía a la defensa de las de-
mandas corporativas de los hacendados cafetaleros. Balbas estaba
consciente, sin embargo, de que el independentismo eventual de
los unionistas tenía “... como contrapeso una traición de tonos
conservadores y gubernamentales, que neutraliza so color de con-
veniencias patrias, la acción de los hombres de ideas más avanza-
das y radicales”.13
10
Ibidem, pp. 239-243.
11
Ibidem, p. 438.
12
Ibidem, pp. 16, 39-42, 235-238, y 383-386.
13
Ibidem, p. 9.
146 JORGE IBARRA CUESTA

Uno de los problemas que más llama la atención en el discurso


de El Heraldo Español es la continuidad que se observa entre deter-
minados enunciados etnoculturales que le son propios y ciertas
formulaciones presentes en el discurso del Partido Unión y de Albizu
Campos. La persistencia de los valores del patriarcado y del catoli-
cismo hispanista en la prédica de Balbas, Cintrón, Diego y Albizu
Campos testimonia la existencia de un conjunto de principios co-
munes al discurso nacionalista de la primera mitad del siglo XX.
Desde luego, los proyectos de los más prominentes pensadores
nacionalistas del siglo XX no pueden reducirse a los valores tradi-
cionales que manifestaban. Lo que resulta significativo de la conti-
nuidad temática de estos discursos es el hecho de que se vean
precisados a invocar valores arcaicos para obtener el consenso de
las clases que representan. Si bien el rasgo fundamental del dis-
curso de De Diego es su carácter nacionalista burgués, y el de Albizu
su orientación antimperialista, democrática y popular; en la medida
en que hagan suyos los valores del patriarcado católico hispanizante,
le impartirán más alcance al mensaje dirigido a los grupos y clases
que se proponen representar.
Las transformaciones democráticas que acometió la administra-
ción colonial norteamericana coincidirían con las demandas de
modernización de los anexionistas puertorriqueños, agrupados en
el Partido Republicano. La “democracia” puede servir también de
instrumento de dominación. En ese sentido, medidas que reivindi-
caban el papel de la mujer en la sociedad, fueron criticadas por
Balbas en 1907 con expresiones parecidas a las que emplearía Albizu
Campos en 1930. Así, según Balbas, la educación compartida por
ambos sexos en la misma aula “feminizaba” a los varones y
“masculinizaba” a las hembras. Para Albizu y otros nacionalistas,
la confluencia de los sexos en las escuelas públicas tendía “al rela-
jamiento de nuestras costumbres y a la disolución del hogar puer-
torriqueño”.14
El severo patriarcado boricua rechazaba la convivencia de ambos
sexos en las manifestaciones de la vida social y cultural que no
tenían por finalidad la constitución de un nuevo hogar. Las rela-
ciones entre los géneros debían normarse ascéticamente.

14
Juan Manuel Carrión: “Etnia, raza y la nacionalidad puertorriqueña”, La
nación puertorriqueña, ensayos en torno a Pedro Albizu Campos, Editorial Universi-
dad de Puerto Rico, San Juan, 1993, p. 13.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 147

El mismo catolicismo e hispanismo de Balbas, se repetiría en De


Diego y Albizu. Balbas apreció consternadamente la propagación
de las sectas protestantes en Puerto Rico, en tanto eran una expre-
sión de los valores de la civilización anglosajona, antitética con los
de la civilización latina. Asimismo no cejó de realzar las normas y
costumbres de la cultura hispánica frente a la norteamericana. La
misma actitud puede apreciarse en De Diego, quien repudió la pre-
sencia de las iglesias protestantes en la Isla, en tanto tendían a
subvertir los valores de la hispanidad y del catolicismo, baluartes
de la autonomía cultural insular frente a los Estados Unidos.
La presencia del catolicismo y del hispanismo como elementos
conformadores de la nacionalidad puertorriqueña era expresado
por Albizu en los términos siguientes: “Puerto Rico es la naciona-
lidad más perfecta del Nuevo Mundo. Es una verdadera unidad
social. A pesar de ser casi un 70 % de sangre española, el catolicis-
mo ha destruido toda división honda racial”.15 Esas aseveraciones
no substanciadas evidenciaban cómo los valores tradicionales
desempeñaban un papel en la legitimación del discurso nacional.16
De ese modo la penetración cultural y política del imperialismo
estadounidense era enfrentada en el discurso nacional desde la
matriz hispánica original de la nacionalidad. En el discurso nacio-
nalista, la proeza del descubrimiento de América por los Reyes
Católicos de España solo tenía parangón con el Grito de Lares,
protagonizado por los criollos señores de hacienda y sus agrega-
dos y peones.
Las distintas posiciones de los órganos de prensa de las comuni-
dades hispánicas en las islas hermanas revelan que en Puerto Rico,
a diferencia de Cuba, el español no fue segregado de la política ni
reducido al marco de las sociedades mutualistas, sino que tuvo
una presencia catalizadora activa en las tendencias nacionales que
se opusieron a la ocupación estadounidense. Juan A. Giusti y Ángel

15
Pedro Albizu Campos: Obras Escogidas, 1997, t. IV, p. 50. Véase también, Mariano
Negron Portilla: El autonomismo puertorriqueño: su transformación ideológica (1895-
-1914), Ediciones Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1981, y José M. Díaz Soler:
Rosendo Matienzo Cintro, orientador y guardián de una cultura, San Juan 1935, t. I.
16
Arcadio Díaz Quiñónez: “Isla de Quimeras: Pedreira, Pales y Albizu”, Revista
de crítica literaria latinoamericana, año XXXIII, no. 45, Lima-Berkeley, 1er. Semes-
tre de 1997, pp. 229-249. Véase también el “Programa del Partido Nacionalis-
ta”, Puerto Rico: Cien años de lucha política, Editorial Reece Bothwell González,
1970, pp. 461-466.
148 JORGE IBARRA CUESTA

Quintero Rivera han puesto de relieve la presencia destacada de


los sacarócratas hispano-criollos en las agrupaciones políticas puer-
torriqueñas y en el Congreso, en las primeras décadas del siglo XX.17
La Iglesia Católica en Puerto Rico no fue objeto de medidas
cautelares por el Congreso ni de las campañas ideológicas y críti-
cas sistemáticas por parte de la intelectualidad independentista,
como lo fue en Cuba.
La significación que tuvo la constitución de una clase de
plantadores de café y caña de azúcar por inmigrantes españoles y
de otras nacionalidades, ha sido valorada con ciertas reservas por
algunos historiadores puertorriqueños. Es cierto que las relacio-
nes de compadrazgo y los matrimonios de los inmigrantes con crio-
llas de familias terratenientes matizaban o moderaban el sentimiento
“incondicionalmente español” de muchos de ellos. Así mismo,
muchos de estos plantadores extranjeros eran vistos como miem-
bros de la sociedad puertorriqueña y parte integrante de la élite
insular, pero esta percepción no les impedía alinearse frente al in-
dependentismo y al autonomismo, a pesar de que en las filas de
estas tendencias no faltaron nunca españoles, o corsos. Debe te-
nerse en cuenta también que muchos inmigrantes regresaban a la
península una vez que se enriquecían, por lo que en esos casos no
puede hablarse de acriollamiento, sino de reafirmación de la identi-
dad original. De todos modos, nos parece que las cuestiones deci-
sivas relacionadas con la militancia política de los plantadores
extranjeros junto al Estado colonial, se derivan de la conjunción de
sus intereses clasistas y su pertenencia nacional. En ese sentido
coincidimos con los criterios de Fernando Pico al respecto:
Estos catalanes, baleares, vascos, asturianos, gallegos, cana-
rios y andaluces que llegan a Puerto Rico no necesariamente
simpatizan con el gobierno madrileño, ni necesariamente fo-
mentan entre sus hijos y dependientes la lealtad que con de-
masiada facilidad se les ha adscripto. Pero es claro que los que

17
Ángel Quintero Rivera: Conflictos de clase y política en Puerto Rico, Ediciones
Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1978 y del mismo autor: Patricios y plebe-
yos: burgueses, hacendados, artesanos y obreros. Las relaciones de clase en el Puerto Rico
del cambio de siglo, Ediciones Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1988.Véase
también, Juan Giusti Cordero: “En búsqueda de la nación concreta: el grupo
español en la industria azucarera de Puerto Rico”, La nación soñada: Cuba
Puerto Rico y Filipinas antes del 98, Editorial Doce Calles, Madrid, 1996.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 149

adquieren poder económico van a depender del poder político


—sea español o norteamericano— para mantener sus
haciendas y casas de comercio.18
A diferencia de los señores de hacienda ganadera de Santo Do-
mingo y de las regiones centro orientales de Cuba, donde arraigó
más fuertemente el independentismo, la clase plantacionista boricua
no era una clase asentada secularmente en la tierra, que sostuviera
un tipo de relaciones patriarcales con sus clientelas rurales, capaz
de representarlas políticamente y arrastrarlas a un alzamiento contra
el poder colonial. Si con alguna clase hegemónica de las Antillas
hispanoparlantes tenían relaciones de analogía los plantadores bo-
ricuas era con los plantadores de la región occidental de Cuba, los
cuales en la década de 1870 eran en su mayoría españoles. Los
vínculos de estos plantadores azucareros occidentales de origen
español con el Estado colonial demostraron ser decisivos en cuanto
a su alineación contra el movimiento independentista. No sucedió
lo mismo con los señores de hacienda criollos de la región centro
oriental de Cuba, descendientes de antiguas familias asentadas
desde la época de la conquista. Estos propietarios criollos debían
pagar tributos exorbitantes al fisco, se encontraban en una situa-
ción crítica por la competencia del tasajo uruguayo y no se identifi-
caban culturalmente con el poder colonial español. Las regiones
occidentales donde predominaban las plantaciones azucareras fun-
dadas por el capital español se mantuvieron fieles al poder colonial.

18
Fernando Pico: “La religiosidad popular es religiosa”, Vírgenes, magos y
escapularios: etnicidad y religiosidad popular en Puerto Rico, Editorial Universidad de
Puerto Rico, Río Piedras 1998. Véase además: Rosa Marazzi: “El impacto de la
migración a Puerto Rico de 1800 a 1830: análisis estadístico”, Revista de Cien-
cias Sociales, Universidad de Puerto Rico, XVIII, 1-2 de junio de 1974; véase
también, Estela Cifre de Loubiel: “Los inmigrantes del siglo XIX. Su contribu-
ción a la formación del pueblo puertorriqueño”, Revista de Cultura Puertorrique-
ña, no. 7, abril/junio de 1960. Véase también, Francisco Scarano: Sugar and
Slavery in Puerto Rico: the Plantation Economy of Ponce, Madison, The University of
Wisconsin Press, 1984; Francisco Scarano (ed.): Inmigración y clases sociales en el
Puerto Rico del siglo XIX, Ediciones Huracán, Puerto Rico, 1985; Laird Bergard:
Coffee and the Growth of Agrarian Capitalism in the Nineteenth Century Puerto Rico,
Princeton, 1983; Astrid Cubano: “La emigración mayorquina a Puerto Rico en
el siglo XIX”, Historia y Sociedad no. 9, Universidad de Puerto Rico, Recinto de
Río Piedras, Puerto Rico, 1992.
150 JORGE IBARRA CUESTA

Si la comunidad española desempeñó un papel importante en la


orientación política del bloque histórico puertorriqueño en la
primera década del siglo XX, no se puede decir lo mismo con respecto
al impacto demográfico que tuvo en la sociedad insular. Un perio-
dista y escritor español, Luis Araquistain, escribió en sus crónicas
de viaje de las Antillas hispánicas sobre las estrechas relaciones
existentes entre los inmigrantes españoles y los puertorriqueños y
su común oposición a la hegemonía americana.
Uno de los diques de mayor resistencia a la norteamericaniza-
ción de Puerto Rico es la colonia española de la isla. Casi mo-
nopoliza el comercio del país y tienen vara alta en la Banca y
en algunas industrias. Un Banco y varios centrales azucare-
ros están en manos de españoles. Goza de mucho crédito y
prestigio social. Vive muy entremezclada con la población
puertorriqueña... La soberanía norteamericana ha contribui-
do a estrechar más los vínculos de raza entre españoles y
puertorriqueños.19
Luis Llorens Torres, escritor y dirigente político puertorriqueño
del Partido Unión, representante de los plantadores de café criollos
y españoles, expresaba un punto de vista parecido al de Araquis-
tain. De acuerdo con él, la burguesía doméstica española había
construido, “una pared de contención que hizo cambiar gradual-
mente las condiciones del nuevo régimen e imposibilitó su absor-
ción por el gran capital norteamericano”. En Puerto Rico, después
de la invasión norteamericana de 1898, un grupo de comerciantes
españoles domésticos y explotadores azucareros, evolucionó hacia
una relación compleja con el poder colonial norteamericano. En
particular las dimensiones de los plantadores azucareros españoles,
por muy secundario que puedan haber parecido, eran en realidad
muy significativas e importantes. En las primeras dos décadas del
siglo XX el grupo español controlaba al menos, 19 de los 44 ingenios
azucareros, incluyendo la mayoría de los principales ingenios azu-
careros domésticos. En 1913 los ingenios azucareros españoles
elaboraban una tercera parte del azúcar producida en Puerto Rico.20

19
Luis Araquistain: La agonía antillana, Ediciones Espasa-Calpe, Madrid, 1928,
p. 98.
20
Juan Giusti: Ob. cit., pp. 211-225.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 151

El historiador Negron Portillo reveló la fuerza política del nuevo


grupo emergente de plantadores azucareros. De acuerdo con un
documento que cita, “mas de la mitad de los congresistas del Parti-
do Unión eran plantadores” y en la facción del Partido Unión en la
Cámara de Representantes había “18 representantes de la agricul-
tura”. Eso era lo que, según el periódico de los plantadores La De-
mocracia, evidenciaba una amplia “hegemonía de las clases
mercantiles y agrícolas en el Partido Unión”.21 La emergencia de la
nueva clase de plantadores azucareros domésticos estuvo vincula-
da a altos precios del azúcar en el mercado mundial y a la abrupta
caída de los precios del café. Estas fluctuaciones de precios deter-
minaron que muchos comerciantes españoles y plantadores de café
invirtieran en la industria azucarera. Sin embargo, nosotros no cree-
mos que el fuerte grupo español de plantadores cafetaleros de la
segunda mitad del siglo XIX desapareció en la medida que la pro-
ducción de café declinó considerablemente. De acuerdo con Laird
Bergard los acres de café cultivados en el país descendieron de
197 000 cuerdas en 1899 a 191 000 en 1929. Eso significaba una
concentración de la tenencia de la tierra: un desplazamiento en los
cultivos desde una pequeña escala de cultivos intensivos a una gran
escala de operaciones extensivas. En las municipalidades de Ad-
juntas, Lares y Yauco, el pequeño grupo “campesino” —de menos
de 20 acres— fue reducido drásticamente al 18 % de todas las fin-
cas de café. De hecho, el cultivo ya no era más viable en operacio-
nes de pequeña escala, mientras las fincas medias llegaron a alcanzar
49 % y las grandes fincas 39 % del total. En el siglo XIX, los
propietarios de un importante sector de los grandes plantadores de
café eran comerciantes españoles y corsos. Hay razones para pen-
sar que sus inversiones en el café declinaron con la reducción abrup-
ta de la producción, pero es difícil creer que estos comerciantes
españoles y corsos renunciaron a sus empresas agrícolas. El his-
toriador Laird Bergard se pregunta cuál fue el destino de estos
plantadores después de 1898 y aconseja llevar a efecto nuevas in-
vestigaciones en esta área sensible de la historia social.22 Los líderes
políticos de la clase plantacionista del siglo XIX, los políticos criollos
del Partido Autonomista, continuaron dirigiendo al Partido Inde-
pendentista Unión, fundado en 1904. Ellos siguieron representan-

21
Ibidem.
22
Laird Bergard: Ob. cit., 1983.
152 JORGE IBARRA CUESTA

do los intereses de la clase plantacionista cafetalera contra las polí-


ticas norteamericanas con respecto a esa industria, como puede
ser apreciado en sus numerosos artículos e intervenciones en la
Cámara de Representantes.
Sin embargo, según Quintero Rivera y Giusti, en la década de
1920 el conservadurismo creciente de los barones azucareros espa-
ñoles los inclinaba a comprometerse políticamente con el anexio-
nista y pronorteamericano Partido Republicano. La creciente
presión de las luchas de la clase trabajadora y el temor que sentían
los plantadores de que tuviera lugar una revolución social, subvir-
tió su original actitud antinorteamericana. El dirigente nacionalis-
ta Albizu Campos se percató de este viraje y lo criticó duramente
como inmoral. Otro factor que contribuyó a este cambio fue la re-
ducida base social que tenía la burguesía española en Puerto Rico.
Araquistain pensaba que las leyes de inmigración de los Estados
Unidos impedían el crecimiento de la comunidad hispánica de la
isla la cual podría eventualmente desaparecer. El historiador Fer-
nando Pico cita al Censo de Puerto Rico de 1899, según el cual,
“hay pocas regiones del hemisferio occidental en las cuales la pro-
porción de nativos es tan alta y de las personas del exterior es tan
bajo”. Los 7 690 españoles que residían en Puerto Rico en 1899
alcanzaban solo 0,8 % de la población total, comparados con los
129 240 españoles que vivían en Cuba en ese mismo año, equiva-
lentes a 8,2 % de la población total; los españoles en Puerto Rico
constituían una minoría considerablemente pequeña. Veintiún años
después, según el Censo de 1920, la colonia española en Puerto
Rico había descendido a 4 975 personas, constituyendo solo 0,4 %
del total de la población. En contraste, según el Censo cubano de
1919, la colonia española de la isla grande había aumentado a 404 074
personas, llegando a constituir 14 % de la población total. En la
ciudad de La Habana solo había 45 090, de más de 21 años de edad,
constituyendo el 39 % de población masculina en ese grupo de
edades.23
A diferencia de los cubanos, para quienes los norteamericanos y
los españoles constituían “el otro”, “el extranjero”, la mayoría de
los puertorriqueños consideraban solo a los norteamericanos como
“los extranjeros”. A los efectos de confrontar la religión protestante

23
USA Bureau of Census: Informe sobre el Censo de Cuba de 1899; Informe sobre el
Censo de Puerto Rico de 1899.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 153

y la cultura anglosajona de los invasores, la religión católica y la


cultura hispánica se encontraban revestidas del prestigio histórico
de una disputa de larga duración, de distintas civilizaciones. Los
nacionalistas puertorriqueños apelaron a cada argumento legítimo
para librar la batalla de su gravemente comprometido destino his-
tórico. De ahí que ellos identificasen el catolicismo y los rasgos
culturales hispánicos como una parte esencial de su propio discur-
so nacional y como la premisa sobre la que se asentaba su cultura
nacional. No se invocaba a una cultura autóctona, propia para en-
frentarse a la penetración cultural norteamericana, sino que por
razones de prestigio se invocaba las tradiciones culturales de la
península ibérica.

II

En Cuba las cosas eran diferentes. El intelectual moderado cubano


Jorge Mañach escribió al respecto en 1920: “Como el negro, aun-
que más ostensiblemente por razones más obvias, los españoles
constituyen un mundo aparte, con sus secciones separadas en los
periódicos. Nuestras celebraciones no son suyas, ni sus entusias-
mos son nuestros”.24
Esta percepción de la compartimentación social existente había
sido expresada con anterioridad por el sociólogo y novelista José
Antonio Ramos, el antropólogo Fernando Ortiz, el novelista Miguel
de Carrión, el ensayista Luis de Sola, el filósofo Enrique José Varo-
na y el escritor Carlos de Velasco. Al mismo tiempo el historiador
Emilio Roig de Leuchsenring y el escritor español Luis de Ara-
quistain explicaron cómo los inmigrantes españoles habían sido
aislados de la sociedad cubana por las asociaciones mutualistas de
ayuda, de carácter regional, encabezadas por importantes comer-
ciantes e industriales españoles.25
De ese modo el proceso de integración nacional cubano fue impe-
dido por la existencia de instituciones y grupos de españoles, por
una parte, de negros y mulatos cubanos por la otra, y finalmente por

24
Jorge Mañach: Pasado Vigente, Ediciones Trópico, La Habana, 1939.
25
Jorge Ibarra: “Herencia española, influencia estadounidense”, Nuestra común
historia. Cuba-España. Cultura y Sociedad, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1995, p. 25.
154 JORGE IBARRA CUESTA

los blancos cubanos. La España invertebrada a la que se refería el


filósofo español Ortega y Gasett, se revelaba en la división existente
entre los peninsulares residentes en la Isla, separados en una varie-
dad de instituciones regionales mutualistas, representadas por ga-
llegos, catalanes, asturianos, vascos, andaluces. La ilegalización de
los cabildos, fraternidades religiosas en las cuales se agrupaban las
diferentes etnias africanas durante el siglo XIX, condujo a la pobla-
ción de este origen a formar sus propias “sociedades de color”, divi-
didos en asociaciones apartadas de negros y mulatos.
Los grandes comerciantes importadores y exportadores, los in-
dustriales domésticos y los propietarios de ingenios azucareros,
integraban la clase hegemónica de la comunidad hispánica de Cuba.
Una breve revisión de su lugar en la sociedad nos debe ayudar a
comprender los problemas que los españoles enfrentaban en Cuba.
La burguesía hispánica constituía un grupo proyectado como un
todo a reivindicar solo sus intereses económicos corporativos. Así, en
la medida que no representaba otros intereses que los propios, este
sector no podía ser definido como una burguesía nacional. Por una
parte, varios grupos nacionales, con una historia diferente, una
psicología y una cultura distintas de la de los cubanos, constituían
la comunidad peninsular en la Isla. Estas brechas culturales los
separaban del discurso nacional. Ahora bien, este estrato de la bur-
guesía doméstica estaba en camino de transferir todas sus propie-
dades a sus descendientes cubanos. De manera que, el sector
cubano de esta burguesía doméstica se desarrollaría a costa del
sector español, en la medida que heredaba sus propiedades. Otra
característica positiva del control hispánico de las industrias do-
mésticas fue que impidió al capital norteamericano apoderarse de
las principales ramas de la economía cubana. Al final del siglo XIX
90 % de la industria tabacalera era propiedad de españoles. El trán-
sito de la industria de manos españolas a cubanas puede ser apre-
ciado en los cuadros 2.1 y 2.2.

Cuadro 2.1. Capital de la industria tabacalera por nacionalidades


(1927)
Nacionalidades Capital ($) %
Español $13 809 154 33,6
Cubano $23 829 091 58
Estadounidense $3 425 278 8,3
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 155

Cuadro 2.2. Propietarios de ingenios azucareros por nacionalidad


Años Cubanos Españoles Norteamericanos Otros
extranjeros

1915 67 42 43 18
1920 103 27 55 13

Una característica de las industrias domésticas vinculada al


mercado interno, fue el hecho que la mayoría de ellas pertenecían
al capital comercial español. Así, el Banco Español de la Isla de
Cuba, propiedad de José Marimon, controlaba en 1917, 17 indus-
trias. Otro importante financiero español, José López Rodríguez,
era dueño de cinco industrias domésticas y tres ingenios azucare-
ros. Al mismo tiempo, Ramón Crusellas Faure, gran empresario,
unificaba bajo su dirección a seis industrias de jabón con capital de
$ 3 000 000. En la misma rama de la economía, la firma industrial
Sabates y Compañía, le disputaba a Crusellas el control del mercado.
El grupo español y cubano de propietarios de ingenios azucareros
y de grandes colonias de cañas se nucleaba en torno al capital fi-
nanciero doméstico, dirigido por Marimon, y opuesto al propósito
de las industrias refinadoras norteamericanas de dominar la
economía azucarera cubana. El diseño de la burguesía española
consistía en construir industrias refinadoras en la Isla, a los efec-
tos de controlar la producción del azúcar de 98º, desplazando a las
refinerías norteamericanas del proceso de elaboración del azúcar
blanco refino. De ese modo, esperaba asegurarse precios conside-
rablemente más favorables en el mercado norteamericano y mundial.
El episodio culminante de esta lucha fue la crisis provocada por los
propietarios domésticos de ingenios y los banqueros españoles,
cuando retuvieron las ventas del azúcar elaborado en 1920, con el
propósito de elevar los precios y eventualmente provocar la ruina
de las refinerías norteamericanas. Desde el Diario de la Marina,
órgano de los capitalistas españoles, se iniciaría una campaña
reivindicativa contra los abusos de las refinerías norteamericanas.
De acuerdo con El Diario de la Marina, los cubanos solo debían
comprar productos cubanos. Como resultado del crack económico
provocado por las contramedidas tomadas por las refinerías y el
gobierno norteamericano, los financieros españoles y los propieta-
rios domésticos de ingenios se arruinaron. En 1921, José López
156 JORGE IBARRA CUESTA

Rodríguez se suicidaba, Marimon huía del país para escapar de sus


acreedores y Falla Gutiérrez, podía a duras penas sobrevivir econó-
micamente. Crusellas y Sabates, por otra parte, se vieron compeli-
dos a vender todas sus acciones a los norteamericanos.
A pesar de la precaria y difícil situación que enfrentó la burgue-
sía doméstica, en todo momento se abstuvo de movilizar a las clases
subordinadas de la sociedad contra el dominio del capital financie-
ro norteamericano. De hecho limitaron su protesta a la esfera de
sus intereses económicos. Cinco años después esos intereses de
la burguesía doméstica se reagruparían en el gobierno de Gerardo
Machado, demandando cambios en el Tratado de Reciprocidad y la
imposición de una nueva tarifa a los productos norteamericanos
importados en el país. Del mismo modo se pronunciarían por la
construcción de la Carretera Central, arrebatándole de ese modo el
monopolio de la transportación de mercancías que detentaban los
ferrocarriles norteamericanos e ingleses a lo largo y ancho de la
Isla. El temor que experimentaba la burguesía doméstica hacia las
clases medias y la clase obrera, determinó su alineación con la dic-
tadura de Machado, haciendo abstracción de las represiones que
desató contra el pueblo cubano. El Diario de la Marina, órgano de
esos intereses españoles, apoyó consistentemente a la dictadura
machadista, al tiempo que se manifestaba a favor de la Enmienda
Platt, como garantía y freno contra el insurreccionalismo de los
políticos cubanos. Como una cuestión de hecho, la burguesía
española de Cuba nunca hubiera aprobado un programa naciona-
lista de base popular, como sus homólogos de Puerto Rico hicie-
ron cuando contribuyeron a la fundación del Partido Nacionalista,
mediante una importante donación económica. Sin embargo, los
grupos hispánicos de Cuba y Puerto Rico, en la medida que trans-
curría el tiempo, sostuvieron posiciones cada vez más conservado-
ras. En otro plano, “el grupo español” de Cuba se mostraba
intolerante en lo que se refería al mestizaje de las manifestaciones
culturales cubanas, a la vez que repelía la presencia cultural norte-
americana. En el Casino Español y en otras asociaciones de re-
creación hispánicas no se le daba acceso a otras manifestaciones
culturales que no fueran las de la península.
La actitud de la clerecía católica española con respecto al pasado
y su vinculación con los grandes intereses comerciales e industria-
les de su nacionalidad, provocó un criticismo amargo por parte de
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 157

la intelectualidad nacional. La colusión de la iglesia católica con el


poder colonial español durante las guerras cubanas por la inde-
pendencia en la segunda mitad del siglo XIX en gran medida exclu-
yó a esa institución del proceso de formación nacional. Solo una
minoría de sacerdotes criollos colaboró con el movimiento inde-
pendentista. Temerosa de la participación activa que habían tenido
sacerdotes criollos, como Hidalgo y Morelos, en las gestas inde-
pendentistas latinoamericanas, la iglesia de Cuba puso en práctica,
desde la década 1820, una política de promover sacerdotes españo-
les para las plazas vacantes en los servicios religiosos de la Isla, de
modo que a mediados del siglo la gran mayoría de los eclesiásticos
eran de esa nacionalidad. Como es natural estos se sentían identi-
ficados con la alta jerarquía de la iglesia y con la Madre Patria, frente
al movimiento independentista cubano.
El fin de la dominación española en Cuba trajo consigo serias
discordias institucionales como consecuencia de la actitud asumi-
da por la Iglesia en el siglo XIX. Después de la aprobación por la
Convención Constituyente de 1901 de la separación de la Iglesia y
el Estado y de la responsabilidad por parte de esta última institu-
ción de la educación secundaria y universitaria, la Iglesia católica
decidió ganar el terreno perdido controlando la educación de las
nuevas promociones de las clases dominantes. A esos efectos, con-
taba con una clerecía predominantemente española, estrechamen-
te vinculada a la burguesía y clase media de esa nacionalidad.
El censo de 1899 demostraba que de 283 sacerdotes, 190 eran
extranjeros, 173 de ellos españoles y solo 93 cubanos. Desde
entonces la política de la Iglesia habría de experimentar una nueva
orientación y una reorganización interna tendente a captar más
prosélitos. Así, el obispo Sbarretti crearía dos nuevas diócesis en
Pinar del Río y en Cienfuegos, con vistas a satisfacer los intereses
locales de los creyentes, pero la Iglesia continuaría en manos de
los sacerdotes españoles. Durante los primeros veinticinco años
de vida republicana, ocho asociaciones religiosas y fraternidades
fueron creadas con el propósito de extender la ayuda caritativa a
los pobres. Varias escuelas religiosas para los privilegiados fueron
construidas en Santiago de Cuba, Cienfuegos, Camagüey y Sagua.
Financiada por la burguesía regional española, el renacimiento de
la Iglesia en Cuba fue estimulado también por el torrente de
inmigrantes españoles que arribaron a la Isla en los primeros dece-
nios de República. La creciente influencia de la Iglesia preocupó
158 JORGE IBARRA CUESTA

seriamente a los más representativos ideólogos de las dirigencias


políticas nacionales. Ellos coincidían en que el pueblo cubano era
indiferente al celo proselitista de las diferentes denominaciones
religiosas, sin embargo percibían una peligrosa tendencia en “...que
el clero extranjero, es decir, los sacerdotes españoles, estaban cons-
tantemente adquiriendo más poder y riqueza, en la ausencia de
leyes adecuadas que restringieran la indeseable inmigración de
miembros de órdenes religiosas”.26 La Cámara de representantes
estaba preocupada al mismo tiempo con la entrada excesiva al país
de curas españoles y demandó del Departamento de Inmigración
que le hiciera un informe al respecto. De acuerdo con este reporte,
de 1912 a 1915 un total de 627 sacerdotes y 835 monjas habían
entrado al país. El argumento de los congresistas contra la idea de
dejar la educación en manos de los religiosos extranjeros fue que
estos, “no sentían amor por nuestros grandes hombres o por
nuestro país, ni conocen ni les interesa nuestro país”. Esto todavía
se hacía más peligroso debido a que los estudiantes que asistían a
sus escuelas procedían de las clases más influyentes y poderosas,
las clases dominantes, las cuales con el correr del tiempo deven-
drían, según Enrique José Varona, “los hombres destinados a go-
bernar a Cuba”.27 La revista Cuba Contemporánea, de gran influencia
en los medios ilustrados del país y dirigida por los más prestigio-
sos intelectuales de la época, Carlos de Velasco, Miguel de Carrión,
José Sixto Sola y Julio de Villoldo, llevaría a cabo una persistente
campaña ideológica contra la influencia de la Iglesia Católica en la
instrucción pública.
El censo de 1919 registró la presencia de 880 miembros de órde-
nes religiosas, de ambos sexos, de los cuales 654 eran españo-
les, 27 de otras nacionalidades y solo 129 eran cubanos. Durante

26
Sixto José de Sola: “Pensando en Cuba”, Cuba Contemporánea, La Habana, 1971,
pp. 194 y 197. Véase también Carlos de Velasco: Aspectos Nacionales, La Haba-
na, 1915, pp. 113-123 y 89-112 y Julio Villoldo: “Necesidad de colegios
cubanos”, Cuba Contemporánea, marzo-abril, 1913, t. I.
27
Enrique José Varona: “Con motivo de las fiestas de Belén”, Cuba Contemporá-
nea, La Habana, marzo de 1914, t. IV, pp. 357-360. Véase también la crítica a la
enseñanza religiosa de José Antonio Ramos: Manual del perfecto fulanista, La
Habana, 1918, pp. 172-192; Miguel de Carrión: “El desenvolvimiento social
de Cuba en los últimos 20 años”, Cuba contemporánea, año IX, no. 105, septiem-
bre de 1921, t. XXVII; Fernando Ortiz: Órbita de Fernando Ortiz, Colección
Órbita, UNEAC, La Habana, 1973, p. 101.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 159

este periodo tanto la alta jerarquía eclesiástica como la prensa es-


pañola continuaron la política de permanecer en silencio en todas
las cuestiones que tuvieran que ver con la vida política de la Isla.
Este era también un modo de proteger los avances institucionales
hechos por la comunidad hispánica y la Iglesia Católica en el curso
de las primeras décadas del siglo. A pesar de la oposición de la
intelectualidad laica criolla, la influencia de la Iglesia se hizo sentir
en la formación cultural de las nuevas generaciones. En el año
académico de 1920-1921, unos 314 000 niños se inscribieron en
las escuelas publicas del país; se estimaba que unos 80 000 niños,
fundamentalmente de las clases altas y medias estudiaban en
escuelas privadas. De acuerdo con estadísticas suministradas por
más de 100 colegios privados, a los cuales asistían unos 25 000 niños,
44 % de los maestros, eran sacerdotes o monjas extranjeros, la ma-
yoría de los cuales eran desde luego, españoles. Una cuarta parte
de estas escuelas, en las que estudiaban unos 3 000 niños, eran
financiadas por centros regionales peninsulares.28
La actitud de los cubanos con respecto a las manifestaciones cul-
turales hispánicas revelaba la sobrevivencia de un gusto y una sensi-
bilidad que se mantenía fiel a la matriz cultural hispánica del pasado
colonial. Aunque la identidad nacional de las principales manifesta-
ciones artísticas y literarias cubanas había sido definida precisamen-
te en la última mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX, el
gusto por diversos géneros de expresión cultural hispánica persis-
tieron entre amplios sectores de la población. La investigación cul-
tural de este periodo histórico destaca claramente la atracción sentida
por los residentes de las ciudades de La Habana y Santiago de Cuba
por las compañías teatrales y de ópera españolas. En realidad el pú-
blico que acudía a esos espectáculos sobrepasaba a la audiencia que
asistía a las representaciones de las compañías locales. La siguiente
estadística, reproducida en el estudio monográfico de Enrique Lomba
Milán sobre los géneros musicales más frecuentemente representa-
dos en el periodo 1909-1915 en Santiago de Cuba, nos da una idea
de la preferencia del público santiaguero por las zarzuelas y operetas
españolas, por encima de los espectáculos folklóricos criollos. Las
obras de teatro vernáculo representadas no alcanzaban 30 % del to-
tal. Las comedias y dramas representados fundamentalmente por
compañías teatrales españolas y actores españoles, eran obras de

28
Jorge Ibarra: Ob. cit.
160 JORGE IBARRA CUESTA

autores de esta nacionalidad. En cuanto a las óperas y operetas deben


destacarse que eran representadas por compañías españolas e italia-
nas alternativamente.29
En La Habana, un público cubano y español procedente de las
clases alta y media, llenaba los espectáculos culturales. De acuerdo
con Primelles, las compañías teatrales en esta plaza procedían
fundamentalmente de España. Las obras teatrales vernáculas eran
representadas en solo tres de los quince teatros de la ciudad,
mientras que las zarzuelas, las comedias y los dramas españoles,
del mismo modo que la ópera, italiana y española, eran presenta-
das en la mayoría de los escenarios capitalinos.30 Aunque los años
comprendidos entre 1915 y 1922 fueron los de una mayor defini-
ción de los rasgos propiamente nacionales de la narrativa cubana
debe destacarse que esta debía rivalizar con la novelística española
de temas netamente hispánicos y publicada en Madrid o Barcelona.
Un narrador cubano-español, Alfonso Hernández Cata, cuyas no-
velas se desarrollaban en Madrid y estaban basadas en las aventu-
ras picantes y las infidelidades de las esposas españolas, deleitaban
a las lectoras cubanas y tenían las mayores ventas en la época.
La eminente filóloga y crítica del folklore y la literatura cubana y
española, Carolina Poncet de Cárdenas, señalaba con referencia a
la asimilación cubana del romancero español, que el investigador
curioso solo tenía que entrar en las plazas públicas y en las cuar-
tearías cubanas para encontrar niñas blancas, mulatas y negras
repitiendo casi textualmente en la letra de sus canciones, “las con-
sagradas puerilidades contenidas en canciones que hacen persis-
tir, a través de los siglos, la forma, los personajes y los argumentos
de antiguos romances castellanos”. La tradición oral del viejo ro-
mance había sido inculcado a las mujeres y a las niñas, en Cuba y
en España, desde que las primeras le cantaban a sus criaturas can-
ciones de cuna para dormirlas, las que eran transcripciones exactas
o adaptaciones más o menos fieles de otros romances catalanes,
gallegos y castellanos. Estas canciones formaban una parte inse-
parable de la cultura nacional cubana y todavía se conservan en el
presente siglo. En ellas, aunque fueran cantadas e interpretadas
29
Enrique Lomba Millán: “Los espectáculos culturales en Santiago de Cuba”,
Revista Santiago, no. 37, Santiago de Cuba, marzo de 1980.
30
León Primelles: Crónicas cubanas, Editorial Lex, La Habana 1957, t. I, pp. 94-95,
98-99, 211-212, 402-404, 516-517 y 519-521 y t. II, pp. 112-113, 115-117,
274-275, 277-279, 427-428, 430-432, 573-574, 576-577.
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 161

por negras y mulatas cubanas, se podían sentir las palpitaciones,


como le gustaba decir a Carolina Poncet, “del alma de la raza”
española.31
Durante las tres primeras décadas del siglo XX Cuba siguió sien-
do un buen mercado para la literatura española. En las reuniones
bohemias del Café Alhambra los más destacados escritores cubanos
podían ser vistos en animadas discusiones con relevantes figuras
españolas de La Generación del 98. Jacinto Benavente, Blasco
Ibáñez, Luis de Zulueta, Fernando de los Ríos, Rafael Alberti, Fe-
derico García Lorca, Eduardo Samacois, Juan Ramón Jiménez, Va-
lle Inclán, y otros hombres de la cultura hispánica que visitaron
ocasionalmente La Habana para dictar conferencias, presentar ex-
posiciones, en viajes de recreo, o simplemente invitados por insti-
tuciones o amigos cubanos. Su presencia incuestionablemente
inspiró a la joven intelectualidad cubana, la protagonista de la Pro-
testa de los Trece, la acción que dio nacimiento al poderoso
movimiento nacional de la década de los años 30. Fue así como el
diálogo entre la cultura española y la cubana alcanzó su momento
más alto en la historia. Nunca antes los valores de la cultura hispá-
nica progresista habían desempeñado un papel tan reanimador y
vivificante en el pensamiento y en la vida del país.
Los resultados provisionales alcanzados en la presente comuni-
cación constituyen solo una parte de una investigación en curso.
Algunas de las comparaciones efectuadas no cubren un espacio
suficientemente amplio, aunque el tratamiento dado a esta cues-
tión requiere una mayor conceptualización, es necesario formular
en este nivel preliminar algunas generalizaciones provisionales.
Seguramente había otras actitudes en la comunidad hispánica de
Puerto Rico, diferente de las enunciadas en El Heraldo Español. Sin
embargo, el hecho de que en Cuba no hayamos podido encontrar
actitudes análogas a las advocadas en el periódico de Balbas Capo,
nos permiten llegar a ciertas conclusiones parciales. Al mismo tiem-
po, hemos detectado distintas posturas hacia el catolicismo y el
hispanismo en los más prominentes dirigentes nacionalistas de
Puerto Rico, por una parte, y en los intelectuales y en el Congreso
cubano, por otra. Probablemente había más de una aproximación a
la cuestión religiosa y nacional entre los nacionalistas en Cuba y

31
Carolina Poncet de Cárdenas: Investigaciones y apuntes literarios, Editorial Letras
Cubanas, La Habana, 1986, pp. 62-65.
162 JORGE IBARRA CUESTA

Puerto Rico, pero las que he revelado son suficientemente signifi-


cativas como para llegar a una cierta comprensión de las relaciones
entre los nacionalistas cubanos y puertorriqueños y las comunida-
des hispánicas en ambos países. El proceso de transculturación
que tuvo lugar entre la comunidad hispánica y la mestiza sociedad
boricua no ha sido suficientemente estudiada por los estudiosos
del Caribe hispano parlante. Hasta el presente no he podido en-
contrar suficientes evidencias de este proceso, pero la alta repre-
sentatividad demográfica de la comunidad hispánica y la relevante
posición de la burguesía española en la economía cubana, eviden-
cia que desempeñó un papel más importante en el proceso cultural
de la formación nacional de la Isla, que en Puerto Rico. De ese
modo he mostrado algunos ejemplos del proceso de aculturación
cubano y puertorriqueño en las primeras décadas del siglo XX, para
ilustrar su importancia. Debo destacar también que la burguesía
española en Puerto Rico no podía encabezar una disputa económi-
ca de las dimensiones que su contraparte en Cuba desplegó contra
las refinerías azucareras norteamericanas. Por último, he tratado
tentativamente de ubicar a la clase plantacionista puertorriqueña
en la familia de las clases terratenientes de las Antillas hispanopar-
lantes. De acuerdo con este esquema, los propietarios de planta-
ciones azucareras de Puerto Rico y de la región occidental de Cuba,
están relacionadas por estrechos vínculos de parentesco.
En este momento me gustaría preguntar por qué si la dimensión
demográfica de la comunidad hispánica en Puerto Rico era tan in-
significante, y la relevancia de la burguesía española y su poder eco-
nómico era tan poco importante comparada con su contraparte de
Cuba, la presencia hispánica y católica fue tan trascendente en su
discurso nacional. La respuesta a esta pregunta parece radicar en el
hecho de que los nacionalistas puertorriqueños sintieron la necesidad
de enfrentar las tendencias absorventes norteamericanas elaboran-
do un discurso común a los puertorriqueños y a los españoles. Los
acuerdos del pasado entre autonomistas e integristas e incondicio-
nales españoles para atenerse al estatus quo colonial, contribuyó de-
cisivamente a consolidar un discurso nacional común a los
puertorriqueños y a los españoles contra la presencia estadouniden-
se en la isla. La clase dirigente criolla en Santo Domingo también
tuvo que invocar un legado hispánico y católico para enfrentar las
invasiones haitianas y las intervenciones norteamericanas. En Cuba,
sin embargo, el discurso hegemónico nacional no tenía sus raíces
TEMA 2. ACERCAMIENTO COMPARATIVO A LA FORMACIÓN NACIONAL... 163

directas en ese legado, sino en una ideología nacionalista de enfren-


tamiento secular a España. En la segunda mitad del siglo XIX, los
cubanos se habían visto obligados a luchar contra el poder colonial y
la Iglesia católica, en tanto esta se constituyó como su más estrecha
aliada. Los nacionalistas cubanos eran concientes de los peligros
que entrañaba la burguesía española y el intervencionismo norte-
americano para la independencia nacional. De ese modo el discurso
del bloque nacional popular formado en el curso de la revolución de
1930 tuvo que enfrentar el corporativismo de la burguesía española
que se alió con el gobierno de Gerardo Machado y el imperialismo
norteamericano.
El contrapunto entre españoles y cubanos parece tener su
antipoda en el diálogo entre españoles y puertorriqueños. El Heral-
do Español en Puerto Rico advocaba la formación de un frente
nacional contra la política de los Estados Unidos, y bien conocidas
personalidades de la burguesía española, vinculadas al Partido
Unión fueron elegidas al Congreso puertorriqueño o financiaron
en sus orígenes al Partido Nacionalista de Albizu, mientras el Dia-
rio de la Marina en Cuba, invitaba a sus lectores a que se abstuvie-
ran de la política y favorecía a la Enmienda Platt, la cual disminuía
la soberanía nacional.
Sin embargo, una mirada más cercana, no necesariamente
microhistórica, a las actitudes de los inmigrantes españoles en Las
Antillas podía revelar una importante desviación de las orientacio-
nes que recibían mediante su prensa e instituciones. Como una
cuestión de hecho muchos inmigrantes españoles adoptaron una
conducta diferente de la que le aconsejaban sus patrones. De
acuerdo con algunos testimonios el Casino Español y otras socie-
dades hispánicas en Cuba, mantuvieron a los trabajadores de ese
origen alejados de las luchas obreras. Sin embargo, otras eviden-
cias ponen de relieve que los líderes anarquistas de la península
movilizaron a los trabajadores españoles en las Antillas hispáni-
cas. En Puerto Rico, la dirigencia de Santiago Iglesias tuvo su ori-
gen, probablemente, en las actitudes de algunos grupos de
inmigrantes españoles, pero los conflictos nacionales en la clase
trabajadora constituyen un tema diferente del que me he propues-
to en este trabajo.
Una profundización en la investigación probablemente sacará a
la luz más diferencias sobre lo que parece idéntico, y más similitu-
des en lo que parece diferente.
164 JORGE IBARRA CUESTA
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 165

TEMA 3

PROBLEMÁTICA HISTÓRICA
DEL CACIQUISMO
EN LA REPÚBLICA
166 JORGE IBARRA CUESTA
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 167

PROLEGÓMENOS AL ESTUDIO
SOBRE EL CACIQUISMO EN CUBA REPUBLICANA

Los enclaves de poder político, articulados en la primera década de


vida republicana, tuvieron por objeto acentuar la fragmentación y
disgregación social e ideológica de las clases sociales constitutivas
del pueblo-nación, a la vez que reagruparlas y reorganizarlas bajo
la dirección hegemónica de la burguesía dependiente. Su función
primordial consistía en impedir que los elementos que formaban
parte del pueblo-nación expresaran, de manera independiente, as-
piraciones o reivindicaciones opuestas a los intereses de la bur-
guesía dependiente. En una primera instancia agrupadora de los
partidos políticos nacionales, la relación que se estableció entre el
pueblo nación y las dirigencias políticas del 95 estuvo determinada
por el carisma de los jefes consagrados de la guerra. De ahí que
pueda decirse que la guerra victoriosa contra España había desta-
cado a la alta oficialidad mambisa y a significativas personalidades
intelectuales del campo independentista, como los valores absolu-
tos de la sociedad.1 Se trata de una vinculación emocional que im-
pide la acción crítica del pueblo sobre los generales y doctores. Los
libertadores encarnaban las demandas y anhelos más sentidos del
pueblo.
Ahora bien, esa relación emocional deberá transformarse en una
relación social cuando parte de la oficialidad del Ejército Libertador
inicie la explotación de colonias de caña, fincas de ganado o tabaco,
1
Joel James Figarola: Cuba 1902-1928. La república dividida contra sí misma, La
Habana, 1976.
168 JORGE IBARRA CUESTA

restableciendo con el proletariado rural y el campesinado, que cons-


tituyó la columna vertebral del mambisado, las relaciones de caci-
quismo imperantes en la sociedad colonial, esta vez sobre la base
más duradera del carisma revolucionario del libertador-terrateniente.
De manera parecida, las relaciones afectivas se materializarían en
relaciones sociales en las ciudades, cuando el otro sector mayorita-
rio de la oficialidad mambisa y destacadas personalidades civiles
del independentismo, procedentes de la intelectualidad y la peque-
ña burguesía urbana, articulen una clientela política integrada por
amplios sectores de las clases medias y del proletariado, a la que
beneficiarían con los gajes del poder político. Ya no se trata de la
relación espontánea, calurosa, que se establece entre las masas y
los héroes de la guerra, sino de las relaciones sociales que se
estructuran a partir de las necesidades económicas y sociales de la
población urbana.
El jefe consagrado de la guerra o la relevante personalidad inde-
pendentista, deberá resolverle a su clientela urbana, por mediación
de los sargentos políticos, lo mismo un empleo como funcionario
de la administración, que como jornalero de obras públicas o como
maestro de la escuela pública, siendo obligatorio también, que con-
siguiese ingreso en los hospitales, así como la solución a proble-
mas de sanciones de correccional, solicitudes de becas, casos de
indulto, viviendas en los repartos obreros, exenciones de impues-
tos y multas a comerciantes y propietarios, etc. El derecho a la
salud, a la educación, al trabajo, no existía, sino como expresión de
un sistema de favoritismo, en el que la gestión personal del sena-
dor, o el representante, privilegiaba a sus acólitos y allegados, con
relación a la mayoría del pueblo, privado de esos derechos. De esa
manera, se iba estructurando un sistema de relaciones, cuya últi-
ma expresión era la compra del voto por el sargento político a las
órdenes del dirigente.
La articulación de relaciones de caciquismo en el campo y de
clientela en las ciudades, impedirá que las clases sociales constitu-
tivas del pueblo-nación puedan expresar, de manera autónoma, in-
dependiente, sus intereses de clase. La burguesía dependiente, clase
a la que se vinculan de forma orgánica las dirigencias políticas, tanto
social como ideológicamente, solo podía ejercer su poder sobre la
base de la fragmentación y dispersión del pueblo. Es por eso que
su dominio está orientado a que los miembros de las clientelas
solo aspiren a resolver sus problemas personales. Las relaciones
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 169

de caciquismo y clientelares suponen que las personas sometidas


a su dominio carezcan de una conciencia de clase o de grupo opri-
mido. Frente a los enclaves de poder de la burguesía dependiente
no se podrán plantear reivindicaciones o intereses de estrato o cla-
se alguna, sino demandas personales. En términos generales se
puede decir que en Cuba no existía un electorado libre que esco-
giese sus candidatos de acuerdo con afinidades políticas e ideológi-
cas. Entre las masas electorales y los partidos políticos mediaban
las relaciones de caciquismo y clientelares que definían todo el
sistema político. Esto no puede significar, desde luego, que la con-
ducta política de todo el pueblo estuviese pautada por este tipo de
relaciones. Existían sectores que eran movilizados, todavía en los
años 20, por el prestigio original de los libertadores. Otros secto-
res de la población, identificados con posiciones de principios de
ciertas personalidades de las minorías radicales, votaban por estas,
basado en la afinidad política e ideológica que los vinculaba.
También había sectores considerables de la población que esca-
paban a las determinaciones de los enclaves, y ejercían el voto ne-
gativo, es decir, votaban contra el peor candidato; en ocasiones,
decidían los procesos electorales.
Sin embargo, la mayor parte del electorado en los primeros veinte
años de República, respondía de una manera u otra, a las instan-
cias que emanaban de las relaciones de caciquismo y clientelares.
No obstante, para que el sistema político funcionase, no era nece-
sario siquiera que una mayoría del pueblo estuviese sometida a las
relaciones anteriormente consignadas, o aceptase los fundamen-
tos de la hegemonía y el carisma de las dirigencias políticas. Basta-
ba que no existiese una oposición mayoritaria que se cuestionase
los fundamentos del poder y que se propusiese y pudiese derribar-
lo, para que este funcionase, aun con la abstención de la mayoría
del electorado.

Enclaves de poder político rural

En su conjunto, el proceso de formación de una burguesía como


clase económica en las dos ramas fundamentales de la exportación
y en la ganadería, se hace patente hacia 1914. Los desfalcos y ne-
gocios de la época de Estrada Palma, Magoon y José Miguel Gómez,
permitieron el rápido enriquecimiento de una casta de políticos
profesionales. Lo más notable desde el punto de vista económico
170 JORGE IBARRA CUESTA

social de estas primeras décadas, es el surgimiento de una burgue-


sía agraria que tiene su origen en la política y en la transformación
de núcleos considerables de terratenientes ganaderos en colonos
azucareros.
La reaparición de un sector de grandes colonos y de ganaderos
medios, integrada en parte, por personalidades prominentes de la
Guerra del 95, dará origen a la formación de un poder político en
torno a la propiedad agraria. La articulación de un sistema de rela-
ciones sociales peculiar, alrededor del político independentista-terra-
teniente, constituirá el fundamento de los partidos políticos
nacionales en el agro. Pasaremos a estudiar, por consiguiente, los
enclaves del poder político de esta burguesía agraria. En la medida
que estos enclaves se articulen y cohesionen extendiéndose a todo
el país, constituirán un obstáculo para los intentos de minorías
empeñadas en hacer realidad el proyecto de nación para sí de la
Revolución del 95.
La relación libre y espontánea entre las masas y los grandes diri-
gentes carismáticos del 95, cederá el paso a este nuevo tipo de rela-
ción cuya célula es el enclave político regional. El fervor revolucionario
dimanante de la relación entre Máximo Gómez y las masas cubanas,
liberadas del peso de las relaciones sociales que conformaban
férreamente los comportamientos, será sustituido por una relación
a nivel regional en la que se combinarán en sus orígenes el carisma
de los jefes regionales de la guerra, las prácticas políticas que este
pondrá en ejecución y la explotación secular de las masas rurales.
Estos enclaves darán lugar, por tanto, a estructuras sociales que se
conformarán a lo largo de toda la Isla. Las posibilidades de que en el
seno de las dirigencias políticas nacionales se plantease la necesidad
de cambios con respecto a la relación neocolonial, estará determina-
da en gran medida por el peso de estas estructuras.
No obstante, conviene estudiar en su especificidad estos encla-
ves de poder político, tanto los que constituirán la burguesía agra-
ria cubana, como la burguesía comercial e industrial hispana. Sus
variaciones darán origen a prácticas políticas distintas por parte de
los partidos políticos y sus fracciones. El hecho de que estos encla-
ves funcionen dentro del supuesto básico de la relación neocolonial,
sin que surjan contradicciones antagónicas en el orden económico
con la penetración imperialista, contribuirá en gran medida a que
el liberalismo termine por suplantar el proyecto revolucionario del 95,
por la ideología plantista.
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 171

El impulso inicial que permitió el establecimiento de estos en-


claves fue, sin duda, la paga del Ejército Libertador. Luego ven-
drían los negocios provenientes de la política que facilitarían el
fomento de explotaciones agrícolas. Una investigación inédita rea-
lizada por el santiaguero Raúl Ibarra, ya fallecido, revela a qué tipo
de actividades se dedicaron 84 generales y coroneles del Ejército
Libertador en la antigua provincia de Oriente, desde el fin de la
Guerra hasta la época de la muerte de cada uno de ellos. Esta in-
vestigación se realizó en parte, en el Archivo del Centro de Vetera-
nos de la antigua provincia oriental. De estos 84 oficiales, 7 se
dedicaron al ejercicio de sus respectivas profesiones, exclusivamen-
te; otros 7 a negocios particulares; 33 a la política y 36 a negocios
agrícolas. De estos últimos, 14 se dedicaron en un momento u
otro, a realizar actividades políticas, ocupando cargos en la admi-
nistración del Estado o de carácter electivo. La mayor parte de estos
oficiales dedicados a la política, fueron alcaldes o representantes.
Desde luego, las explotaciones agrícolas a que se dedicaron, pudie-
ron ser desde colonias de caña hasta fincas ganaderas, pasando
por pequeños sitios. Debe tenerse en cuenta que esta investiga-
ción abarca solamente a la alta oficialidad del Ejército Libertador,
sin que aparezcan en ella otros tipos de oficiales ni personalidades
civiles del campo independentista, de la emigración revolucionaria
del 95, ni de la clandestinidad, que se dedicaran también a la políti-
ca. De todos modos, se destaca la tendencia existente entre los
vinculados a la política, a invertir en propiedades agrarias. (Ver
Apéndice I).
Hasta qué punto estos oficiales se dedicaron a la explotación del
ganado y al colonato, que eran las explotaciones medias del agro
cubano, nos lo demuestra la cantidad de dinero que recibieron en
virtud del pago a los miembros del Ejército Libertador, realizado en
1904 con los $ 85 000 000 del empréstito de Seller.
El hecho de que la mayor parte de la oficialidad del Ejército Li-
bertador fuese de extracción campesina, propietarios de fincas
medianas, nos explica que un alto por ciento de ellos se dedicase a
actividades agrícolas al fin de la guerra. Sin embargo, lo que hizo
posible este retorno a la explotación de la tierra fueron los diversos
pagos que efectuó la República a sus soldados por el licenciamien-
to, primero, y por los servicios prestados a la causa independentis-
ta desde 1895, después. El pago por el licenciamiento ascendió a
172 JORGE IBARRA CUESTA

$ 2 554 750, mientras que los efectuados durante el gobierno de


Estrada Palma totalizaron $ 54 887 118,18. Esta cantidad se repar-
tió entre 69 718 soldados del Ejército Libertador, quienes aparecen
en el Índice Alfabético y de Defunciones del Ejército Libertador, de Carlos
Roloff, lo cual indica un promedio de $ 1 505,06. Sin embargo, lo
que se pagó en realidad a la oficialidad fue un promedio mucho
más alto (Ver Cuadro 3.1).

Cuadro 3.1. Resumen de la Comisión Liquidadora de Haberes


del Ejército Libertador (23 de julio de 1903)
Graduación Hombres Sueldo Promedio
($ Oro en EE.UU.) per capita
Mayores
generales 22 264 383 12 017
Generales
de División 23 137 601 5 956
Generales
de Brigada 68 490 006 7 205
Coroneles 205 1 134 650 5 534
Teniente coroneles 395 1 880 652 4 837
Comandantes 724 3 226 565 4 456
Capitanes 1 116 3 044 447 2 738
Tenientes 1 136 2 863 010 2 529
Alfereces 1 847 3 571 856 1 933
Total jefes
y oficiales 5 536 15 913 856
Sargentos 1ra. 1 784 1 895 721 1 063
Sargentos 2da. 2 294 1 914 407 834
Cabos 2 468 1 552 381 628
Soldados 41 492 9 613 365 231
Total clases
y soldados 59 104 47 472 900 39 151
FUENTE: Jorge Ibarra, Cuba: 1898-1921, Partidos políticos y clases sociales, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1992.
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 173

Un estimado arroja de $ 2 738 a $ 12 017, desde el grado de


capitán hasta el de mayor general. Si se tiene en cuenta que el dinero
se pagó de un golpe en 1903 y que el precio de una caballería de
tierra era de $ 50,00 a $ 150,00, nos podemos hacer una idea de
que se estaba subvencionando en gran medida la formación de una
clase de terratenientes medios. Este primer impulso debió fomen-
tar la explotación del ganado y del colonato azucarero, por la alta
oficialidad del ejército, mientras los soldados de procedencia rural
debieron haber utilizado la paga para comprar aperos de labranza y
animales.2 La tendencia a invertir en estas actividades agrícolas debe
haber aumentado como consecuencia del enriquecimiento de gran
parte de estas figuras que se dedicaron a la política. De 1904 en
adelante, comienza pues a tomar cuerpo, la “clase de los políticos”,
como una clase que comienza a asentarse en el agro cubano.
Ahora bien, estas figuras procedentes del Ejército Libertador y
del campo independentista, que invierten en colonias de caña o en
ganadería, y al mismo tiempo detentan cargos electivos como los
de alcalde o representante, configuran en parte los enclaves de poder
político regional, de los partidos políticos nacionales. La figura del
general o coronel, colono o ganadero, congresista o alcalde, cons-
tituye, a nuestro juicio, el prototipo del dirigente político regional o
del cacique rural de las primeras décadas republicanas. Las rela-
ciones de caciquismo constituyen la base del poder de los partidos
políticos. En la figura del coronel-alcalde-terrateniente medio, se
concentran las funciones políticas, administrativas y económicas.
La vinculación entre el carisma revolucionario del 95, la autoridad
político-administrativa, y el poder económico terrateniente, le otorga
una fuerza política extraordinaria en el campo.
Desde luego, existía una variedad de combinaciones en virtud de
las cuales se fundía el poder terrateniente y el poder político y ad-
ministrativo en las zonas rurales, dando lugar por igual a relacio-
nes de caciquismo. Había abogados de las empresas azucareras a
quienes se les entregaban grandes colonias y al mismo tiempo
detentaban cargos electivos. Otra combinación menos frecuente
2
De acuerdo con Wood “tierra de calidad excelente puede ser adquirida por
$ 1.50 el acre en el interior (...) Hasta cerca de la costa, excelente tierra para
el tabaco y frutales, puede ser comprada hoy día por $5.00 u $8.00 el
acre...”, Annual Report of the War Department for the Fiscal Year Ended, June 30,
1900; Report of the Military Governor of Cuba Civil Affairs, vol. I (in four parts),
part. I, Washington, 1916, p. 77.
174 JORGE IBARRA CUESTA

era la de viejos terratenientes, procedentes de la política autono-


mista de la etapa colonial, que obtenían cargos electivos en virtud
de la influencia que conservaban entre un campesinado atrasado.
Asimismo, existían elementos burgueses del más diverso origen,
que realizaron inversiones en la agricultura después de la Repúbli-
ca, y luego derivaron hacia la política. Un tipo de relación bastante
generalizada era la del libertador-terrateniente, quien apoyaba polí-
ticamente en la región, a otro veterano que se dedicaba de manera
exclusiva a la política. De todos modos, bastaba que se fuese liber-
tador y terrateniente, para que todos los terratenientes de la región
viesen con buenos ojos la candidatura.
No faltaban tampoco regiones en las que existía un divorcio ab-
soluto entre la política y la propiedad agraria, es decir, existía una
especialización en el sentido de que los políticos solo se dedicaban
a la política, y los terratenientes a sus explotaciones, mantenién-
dose, desde luego, la relación que existía siempre entre estas acti-
vidades. El político debía obtener el consenso de los terratenientes
para conseguir el apoyo de la masa rural.
En otras ocasiones, bastaba que los terratenientes les exigieran
a los campesinos y trabajadores de su zona que votasen por el po-
lítico. Desde luego, en un principio, el libertador se valía de su pre-
dicamento en la zona y obtenía el consentimiento de la masa rural
en virtud del prestigio ganado en la guerra, sin necesidad de recurrir
al terrateniente. En la medida que el carisma revolucionario se fue
deteriorando, se vieron obligados a depender de las relaciones de
caciquismo que ejercían los terratenientes.
Sin embargo, debe apuntarse cómo, en determinadas regiones
de la antigua provincia de Oriente, en la medida que los alcaldes
—quienes a su vez eran terratenientes medios y oficiales del Ejér-
cito Libertador— se opusieron a que las empresas azucareras yan-
quis y los grandes terratenientes ejecutaran desalojos campesinos,
los enclaves del poder rural representaron intereses populares. De
acuerdo con más de treinta legajos consultados sobre desalojos
campesinos en la antigua provincia de Oriente, en los primeros
treinta años de República, la mayor parte de estos eran promovi-
dos por terratenientes y compañías azucareras ante los jueces
municipales. Por lo general los alcaldes o senadores, en su mayoría
antiguos oficiales del Ejército Libertador, apoyaron al campesina-
do frente a los despojos de que eran objeto. Frecuentemente los
desalojos provocaban grandes manifestaciones en los pueblos del
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 175

interior de la provincia. En unos pocos casos, sin embargo, los


caciques rurales apoyaban a las compañías azucareras y a los terra-
tenientes y enfrentaban el repudio popular.
No obstante la variedad de tipos descritos, debe señalarse que, a
nuestro juicio, la relación que más influencia ejercía en el campesi-
nado era la del libertador-terrateniente-cacique rural. La mayor parte
de los cargos electivos lo detentaban los libertadores y ejercían prác-
ticamente un monopolio, según demuestran las investigaciones
de Mario Riera, Joel James y la más reciente de Armando Cuba.
(Ver apéndices II y III).3
Las relaciones de caciquismo eran predominantes en el agro, no
como “tipo ideal”, en el sentido weberiano del término, como un
modelo que parte de una exageración ideal típica de la realidad
empírica y que pretende ser aplicable a una pluralidad de casos
concretos, sino porque parecen haber estado extendidas a todas
las regiones del país. La relación de caciquismo constituía un para-
digma de las relaciones de dependencia rural existentes en Cuba.
En la medida que estas relaciones se deterioren, se apelará a la
Guardia Rural como medio idóneo para mantener sometidas, bajo
el temor, a las masas rurales en las regiones azucareras. Hacia 1915-
-1924, las relaciones de caciquismo comenzaron a descomponer-
se, como resultado del brusco descenso del nivel de vida del prole-
tariado rural. Debemos subrayar, sin embargo, que las distintas
formas en que se relacionan la propiedad agraria y la política, cons-
tituyen el conjunto de enclaves del poder político rural.
Investigaciones complementarias que hemos realizado, delinean
con más precisión los perfiles de las relaciones de caciquismo
existentes en vastas regiones del país. La primera investigación
realizada parte de las relaciones de grandes colonos de más de
500 000 arrobas, en toda la Isla, las cuales aparecen en la revista
The Times of Cuba, de diciembre de 1918, de febrero de 1921 y de
1926, y de las listas de oficiales del Ejército Libertador, en el Índice

3
Mario Riera: Cuba Política. 1899-1955, La Habana, 1955; Armando Cuba: Holguín:
de la colonia a la república, Ediciones Holguín, Holguín, 2006; Joel James: Cuba
1900-1928: La República dividida contra sí misma, Editorial Arte y Literatura,
Insituto Cubano del Libro, La Habana, 1974. Un enjundioso estudio reciente,
sobre las relaciones de caciquismo del historiador holguinero Armando Cuba,
aporta los nombres y apellidos de 28 altos oficiales del Ejército Libertador en
Holguín que devinieron en la República, terratenientes y/o fueron electos
gobernadores, senadores, representantes, alcaldes o concejales, o bien,
detentaron cargos en la administración pública.
176 JORGE IBARRA CUESTA

alfabético y de defunciones del Ejército Libertador. Así, se localizaron


104 oficiales mambises, que eran por esos años colonos, admi-
nistradores de centrales o hacendados. De ellos 46 detentaban o
habían detentado cargos electivos o altas posiciones políticas. No
obstante, pensamos que el porcentaje dedicado a actividades políti-
cas, debe haber sido mucho mayor. Téngase en cuenta que en las
direcciones regionales y nacional de los partidos políticos había
muchos oficiales de alta graduación que no se postulaban, pero
hacían política activa. Asimismo, no tuvimos a nuestro alcance rela-
ciones completas de oficiales que detentasen altas posiciones polí-
ticas y administrativas. Además, las relaciones de The Times of Cuba
no incluían los colonos medianos, mucho más numerosos, que
habían establecido relaciones de caciquismo con la masa rural. En
estas relaciones aparecen las figuras más prominentes de la vida
política nacional. (Ver Apéndice IV).
Una muestra de la correlación tan estrecha que existía entre la
política y la propiedad agraria, nos la proporciona la relación de
personas que asistieron a la Asamblea de colonos, efectuada en la
ciudad de Matanzas el 24 de junio de 1918 y que, a su vez, eran
alcaldes de los distintos términos municipales de esa provincia.
Esta relación aparece en el periódico Mercurio, de esa misma fecha.
Por otra parte, tratamos de localizar en el libro de Mario Riera,
Cuba política, cuáles de los colonos relacionados, habían ocupado
con anterioridad a la fecha republicana, cargos de alcalde. En la
enumeración de Mercurio aparecían 22 colonos matanceros que
eran, o habían sido alcaldes y 4 representantes. En 1916 casi todos
los términos municipales presentaban un alcalde que, a su vez, era
colono. La razón por la cual en la información periodística apare-
ciera este hecho singular, está vinculada con una demostración de
fuerza política que se propusieron hacer los colonos de la provin-
cia. En este listado no pudimos localizar ningún colono alcalde
que fuese oficial del Ejército Libertador, lo cual no significa que no
los hubiese. (Ver Apéndice V).
Una última investigación que demuestra el alto coeficiente de
correlación existente entre la política y las propiedades agrarias,
nos permitió localizar a 64 senadores, representantes, consejeros o
alcaldes, quienes eran, al mismo tiempo, propietarios, directivos
o administradores de centrales y de colonias de caña. Para esta in-
vestigación acudimos a las fuentes más variadas, pero no tuvimos
la suerte de trabajar con relaciones amplias de colonos y hacenda-
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 177

dos, por lo que recurrimos principalmente al arduo procedimiento


de localizar en cada caso, la correlación existente. Procuramos
excluir a todos aquellos enumerados en las investigaciones ante-
riores. En su conjunto, estas investigaciones nos ofrecen una idea
bastante aproximada de las relaciones de caudillismo existentes.
Pensamos que las mismas tenían una base más sólida cuando se
asentaban sobre el tipo social del mambí-político-terrateniente, que
cuando tenían como fundamento al político-terrateniente; pero esta
última relación era, indudablemente, la más extendida en todo el
país. (Ver Apéndices VI y VII).
La existencia de estos enclaves de poder político se perfila nítida-
mente en los testimonios literarios de la época. La ciénaga, novela
que comenzó a escribir Luis Felipe Rodríguez hacia 1923, constru-
ye su trama en torno a las personalidades más relevantes de una
región azucarera que tiene como centro el pueblo de Tontópolis. El
patriarca de la comarca es el coronel Venancio la O, coronel de las
guerras independentistas, gran colono de una compañía,
presumiblemente norteamericana, por el que los campesinos y pro-
letarios rurales, “la horda irredenta” de su feudo electoral, “vota-
ban como un solo hombre”. Le sigue en importancia el alcalde del
pueblo, Fengue Camacho, que es a su vez un gran colono de la
misma región, descendiente de una vieja familia mambisa. Este dio
sus primeros pasos en la política como agente electoral del capitán
Chiripa; se enriqueció en la política y terminó invirtiendo en una
colonia de caña. El coronel Mompié, testaferro de la compañía nor-
teamericana, y presumiblemente también colono, es el rival políti-
co de Camacho. El comandante Etelvino Fundora, “agricultor
acomodado”, es un colono con muchos campesinos a partido. A
este Mompié, el Partido Cívico le exige que venda sus tierras a la
compañía norteamericana. Fengue Camacho tenía también como
rival en el campo, al brigadier Carreras, por lo que debía obtener el
triunfo electoral, impidiendo “la votación de los carneros que ma-
nejaba este en el campo”. La Cubanacan Sugar Company, la com-
pañía norteamericana que ha entregado grandes colonias de tierra
a los oficiales del Ejército Libertador mencionados, una vez que el
comandante Fundora le ha vendido sus tierras, desaloja a los parti-
darios. Ya la compañía había desalojado en Cayo Espino a otros
partidarios entre los que se encontraba el capitán Matiliano. El
último partidario que se niega a abandonar las tierras que eran de
Fundora, Ramón Iznaga, soldado veterano del Ejército Libertador,
178 JORGE IBARRA CUESTA

muere de indignación. El politiquero Fengue Camacho intenta expli-


car, al final de la novela, las razones por las cuales sus rivales, el
coronel Mompié y el abogado Rosendo León, político del Partido
Cívico, desalojaron al mambí Iznaga, a pesar de haber ofrendado
su vida por la patria y de poseer su familia, la tierra desde el siglo XIX:
“Sí, hizo patria, pero no hizo política, que es lo importante. Muy
bueno el trabajo, muy bueno el patriotismo y todo lo demás, pero
también es bueno votar por el partido del gobierno que es el que
dispone las cosas buenas de este mundo”. La relación entre el pa-
sado heroico, la politiquería del presente y la propiedad territorial
se entrecruzan de innumerables modos en esta región oriental,
que debe ser el término municipal de Manzanillo, de donde proce-
día Luis Felipe Rodríguez.
En los relatos de cañaveral que tituló Marcos Antilla, Luis Felipe
Rodríguez reflejó de nuevo la existencia de ese personaje domi-
nante del campo que era el coronel-colono-representante. Esta vez,
sin embargo, el cacique rural se ve obligado a vender sus tierras a
una compañía azucarera norteamericana. Solamente se obstina en
resistir, un hijo del comandante Almarales, pero los argumentos
de su hermano comienzan a socavar su decisión.
Vender a la Caribbean Sugar Company no resultaba tan malo
cuando lo habían hecho el capitán Toño Pérez, el coronel Cutido
y otros muchos. Hasta el general Escipión Fonseca, prestigio
de las dos guerras, entró en tratos con la compañía y ya los
hombres del pelo rubio, andaban midiendo los terrenos donde
labraban su vida, desde tiempos de España, unas cuantas
familias de campesinos. Y cuando el general Escipión Fonseca
lo hiciera, ¿por qué no hacerlo un Almarales, que no tenía
tantas estrellas, tantas cicatrices y tanta historia?
La imagen del enclave político-terrateniente hará acto de pre-
sencia también en la novelística de Loveira. En Generales y Doctores,
uno de los personajes principales, Nené Valdés, un oficial del Ejér-
cito Libertador, llegará a obtener los siguientes títulos y grados en
la República: general-alcalde-jefe regional de su partido político,
dueño de colonias de caña, escogidas de tabaco y una finca ganadera.
Otro de los personajes típicos de la obra es caracterizado como
“uno de los hombres múltiples que dedican dos horas al bufete,
dos al periódico que dirigen, dos a la compañía, dos a los asuntos
del central y ninguna al estudio, ni siquiera a la lectura de libros y
revistas”. También aparecerá un autonomista que, al terminar al-
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 179

zándose, se convertirá en “un majá”, el doctor Cañizo. Este hará


siempre gala de su condición de general-doctor-clubman-congre-
sista. Por último, el tío del héroe de la novela, patrocinará la candi-
datura de este como representante, valiéndose de su condición de
acaudalado hacendado español y figura de peso decisivo en el Par-
tido de gobierno.
En otra novela importante de Loveira, Juan Criollo, el personaje
central, al enriquecerse en la política, termina entorchándose con
los atributos del poder, “tiene acciones y colonias, tiempo para hacer
literatura y diez casas propias”.
En Coabay, José Antonio Ramos da cuenta, de pasada, de las
características dominantes de un cacique rural: el general Méndez,
jefe de una de las tendencias del Partido Liberal, hipoteca una de
sus fincas para adquirir armas con vistas a un alzamiento, procedi-
miento que seguirán algunos de sus correligionarios que integran
la más alta jerarquía del Partido.
En Las impurezas de la realidad (1929), Ramos construye la trama
de la novela en torno a la personalidad del coronel del Ejército Li-
bertador, Dámaso del Prado, representante a la Cámara y dueño de
una colonia de caña. Como polo opuesto de este personaje, apare-
ce en la obra, brevemente, Anselmo Torriente, oficial del Ejército
Libertador, representante a la Cámara, dedicado al negocio del ta-
baco, quien ha terminado desilusionándose de la política.
La presencia del cacique rural, bien fuese el libertador-terrate-
niente-político, el libertador-terrateniente o el político-terratenien-
te, desempeñando un papel protagónico principal en la novelística
de la época, nos da cuenta de que en la vida real era un personaje
altamente representativo. Los principales narradores no hacían más
que recoger en sus obras la imagen de un personaje de la época,
dada la influencia que tenía, nacional y regionalmente, en la vida
política y social del país.
Hacia 1905, Enrique José Varona reconoció como uno de los
obstáculos fundamentales al ejercicio libre del voto, la existencia
de relaciones de caciquismo en las zonas rurales. Esta observación
de la realidad lo condujo erróneamente a pedir que se privara del
voto a los electores carentes de instrucción. Alfredo Zayas, su opo-
sitor en las conferencias que pronunciara en El Ateneo de La Ha-
bana, reconoció también la existencia de estas relaciones de
dependencia política en el medio rural, pero se planteó, por el con-
trario, que los únicos beneficiados con la supresión del voto, se-
180 JORGE IBARRA CUESTA

rían los caciques rurales. Zayas pensaba que la difusión de la ense-


ñanza en las zonas rurales liberaría al campesino de esos vínculos
de dependencia. Por otra parte, resultaba un contrasentido históri-
co que miles de combatientes del Ejército Libertador, quienes habían
contribuido a la liberación del país con sus esfuerzos y sacrificios,
fueran privados del voto por el hecho de carecer de instrucción. En
la conferencia aludida, Varona denunciaría en los términos
siguientes, la situación del campesinado sometido a esos vínculos:
Si vosotros creéis —y ojalá lo creyera con vosotros— que los
vegueros, esclavos del bodeguero, y los cortadores de caña,
no esclavos, pero sometidos por la dura ley económica a la
férula de sus capataces o principales, se han convertido de la
noche a la mañana en electores tales como los describía al
principio, es muy respetable y consoladora vuestra ilusión, pero
me perdonareis que no os acompañe.4
En el primer proceso electoral efectuado en aquella sociedad la cual
se iniciaba en las prácticas electorales de la llamada democracia repre-
sentativa, no faltaron propietarios y colonos que “se habían presenta-
do a los colegios electorales acompañados de todos sus empleados
que han votado como un solo hombre”, al decir de Varona.
Hacia 1908, las relaciones de caciquismo tendían a reforzarse en
todo el país. La prensa conservadora hacía un llamado a los dueños
de ingenios para que pusieran en práctica los mecanismos caciquistas
en el proceso electoral que llevaría a la presidencia a José Miguel
Gómez. Así, el editorialista de La Discusión, de 12 de octubre de 1908,
proclamaba que si todos los hacendados de Cuba hicieran lo mismo
que González de Mendoza, y la mayor parte de los propietarios de
ingenios de Matanzas, recibiendo a Menocal y auspiciando su candi-
datura, el problema de Cuba podía considerarse resuelto. A lo que
añadían que, los campesinos cuando no estaban “en la natural rela-
ción de los propietarios a los que se hallan unidos por los lazos del
trabajo y de la vida”, caían en manos de vulgares agitadores del libe-
ralismo, abogaduchos de los pueblos de campo.
La dependencia de los trabajadores del campo de los administra-
dores de ingenios, se trasluce también en un artículo publicado en
el periódico El triunfo, de 4 de octubre de 1908, según el cual, si el

4
Medardo Vitier: Enrique José Varona, su pensamiento representativo, La Habana,
1949, p. 201.
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 181

propietario de un ingenio de la provincia de Las Villas, el central Fe,


de apellido Espinosa, así lo deseara, todos los obreros del batey
y de la casa de calderas serían liberales. Desafortunadamente, se-
gún el editorialista, al frente del personal del batey se encontraba
un significado conservador, quien hacía que los trabajadores vota-
ran por su partido.
Las relaciones de caciquismo hacían ilusorios los principios de
la democracia política burguesa en las zonas rurales del país. El
proletariado rural, sin una conciencia política aún definida, era
manipulado por sus patrones o empleadores, cuyas simpatías polí-
ticas determinaban, en definitiva, la victoria de los candidatos en
los procesos electorales.
Otro testimonio elocuente del modus operandi de los enclaves de
poder político en las zonas azucareras lo constituye la reconstruc-
ción que hizo de estos, a posteriori, un dirigente obrero comunista,
iniciado en las luchas de su clase en la década del 20, Ursinio Ro-
jas. Si bien es cierto que en su descripción de las relaciones entre
las empresas azucareras y los partidos políticos, se hacía abstrac-
ción de las relaciones de caciquismo típicas, bastante deterioradas
hacia 1929, se destacaban en cambio, los aspectos represivos de
los enclaves de poder político, incrementados de manera notable
por estos años. No cabe duda que en términos generales, reflejaba
los mecanismos de dependencia existentes:
En un ingenio no imperaban más Constitución ni más leyes
que las que imponían los administradores y el sargento de la
guardia rural. Los partidos burgueses que existían, los con-
trolaban las compañías azucareras. Los dirigentes a nivel de
barrios y municipios, eran altos empleados, colonos ricos o
medios, comerciantes, médicos, etc., vinculados a la adminis-
tración, lo mismo los del Partido Liberal, que los del Partido
Conservador y, posteriormente, en los partidos que sustituye-
ron a estos: al ABC y al llamado Partido Revolucionario
Cubano. De ese modo, las compañías imperialistas y los ricos
hacendados y colonos controlaban desde los concejales que
integraban los ayuntamientos, hasta los alcaldes, gobernado-
res, representantes, senadores, los Presidentes de la Repúbli-
ca y sus vices, que eran los que hacían las leyes y gobernaban
la nación. De esta forma, controlaban también los principales
puestos públicos, en los que se les daba empleo a los “sargen-
182 JORGE IBARRA CUESTA

tos políticos”, a los maestros, inspectores de hacienda y de


industrias.5
Desde luego, la base social fundamental de los partidos lo consti-
tuían el capital financiero y la burguesía dependiente; pero la rela-
ción entre la superestructura política y la estructura económica, estaba
condicionada por toda una serie de instancias de mediación. En los
partidos políticos estaban representados amplios sectores de las clases
medias, que no eran dependientes del todo de las clases dominantes,
conservando un determinado grado de autonomía. En las ciudades,
fundamentalmente la clase media y el proletariado, aun cuando acep-
taban en última instancia la hegemonía de la burguesía dependiente
y del capital financiero, en virtud de las relaciones políticas de clien-
telas en que se encontraban insertas considerables sectores de ellas,
elegían candidatos procedentes de la clase media y del capital buro-
crático, quienes formaban parte de la dirección de los partidos y
representaban determinados intereses limitados de estas clases,
siempre y cuando no entraran en contradicción con los intereses de
la base social fundamental de estos partidos.6
Mientras en las zonas rurales, la clientela de los caciques no era
objeto de disputas, pues ningún otro terrateniente podía interferir
5
Ursinio Rojas: Las luchas obreras en el central Tacajó, La Habana, 1979, p. 33.
6
En América Latina tuvo lugar un proceso social parecido al de Cuba, con la
conversión de los caudillos libertadores en caciques rurales. De acuerdo con
José Vasconcelos, un examen superficial de los títulos de propiedad de los
terratenientes mexicanos revelaría que, una gran parte de ellos, deben su
estatus “en un principio a merced de la corona española, después a concesio-
nes y favores ilegítimos acordados a los generales influyentes de nuestra falsa
república”. En lo que a estos juicios respecta, José Carlos Mariátegui señalaba
que eran exactos con relación a los vínculos entre caudillaje militar y
propiedad agraria en América Latina, pero que no tenía validez para todas las
épocas y situaciones históricas. El caudillismo había sobrevenido un apéndice
de la clase terrateniente, al abandonar los libertadores el programa de trans-
formaciones burguesas que enarbolaron en el curso de las gestas indepen-
dentistas, para terminar vinculándose orgánicamente con la propiedad
terrateniente. (José Carlos Mariátegui: Obras, La Habana, 1982, t. I, pp. 91
y 102. Debe consultarse el libro del historiador argentino Leonardo Paso: De
la colonia a la independencia nacional. Véase también: “El nacionalismo en Améri-
ca Latina”, Amauta, no. 4, p. 15; y un número especial dedicado al caciquismo
latinoamericano, de la revista Nova Americana, no. 2, Torino, 1969; bajo la
dirección de Ruggiero Romano y Marcello Carmagnani, reitera la relación
entre caudillismo militar independentista y la propiedad agraria. Véase Enri-
que Montalvo Ortega: “Caudillismo y Estado en la Revolución mexicana: el
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 183

en sus relaciones con sus aparceros y proletarios rurales, en los


pequeños pueblos de campo se desataban verdaderas tormentas
políticas entre los dirigentes de los partidos políticos reinantes. En
un artículo escrito para La Nación de 30 de septiembre de 1919,
José Manuel Poveda describía vivamente los enfrentamientos polí-
ticos desarrollados en dichos poblados:
Ocurre que en las pequeñas poblaciones y en los distritos ru-
rales, la ley es un mito, los recursos legales son una romanza
sentimental, la policía es un peligro, y las autoridades son una
amenaza o un atentado contra todos los derechos y contra
todos los intereses de la comunidad. Un alcaldejo analfabeto,
un caciquillo estúpido endiosado por cuatro aduladores, tan
estúpidos como él; un jefe de puesto que hace un trapo vil de
su honroso uniforme; y un ricacho de mala especie, que se
enriqueció en negocios puercos, dominan sus comarcas, y
hacen de ellas lo que les place, e imponen a ella sus designios,
tal como si los lemas de la democracia fueran una mentira. Si
se trata de confeccionar un registro general de electores, ellos
inscriben a sus parciales, y a aquellos de sus adversarios que
resultan demasiado peligrosos, y excluyen a las mayorías co-

gobierno de Alvarado en Yucatán”, pp. 13-36; Miguel Izard: “Tanto pelear


para terminar conversando. El caudillismo en Venezuela”, pp. 37-81; Benja-
mín S. Orlove: “The Breaking of Patron-Client Ties: The Case of Surinama in
Southern Perú”, pp. 83-134; Rubén H. Zorrilla: “Estructura social y caudillismo
en Argentina, 1810-70”, pp. 135-167; José Pedro Barrán y Benjamín Nahum:
“Proletariado ganadero, caudillismo y guerras civiles en el Uruguay del nove-
cientos”, pp. 169-194; José Carlos Chiaramonte: “Coacción extraeconómica y
relaciones de producción en el Río de la Plata durante la primera mitad del
siglo XIX: el caso de la provincia de Corrientes”, pp. 237-262. También en el
Anuario IEHS, no. 2 de 1987, de la Universidad Nacional del Centro de Buenos
Aires, aparece el siguiente trabajo referido a la conversión de militares en
terratenientes: María Elena Infesta: “Tierras, premios y donaciones. Buenos
Aires: 1830-1860”, pp. 177-215. Otro estudio interesante de las relaciones
patrón-cliente lo constituye el artículo de Alain Morel: “Pouvoirs et Idéologies
au Sein du Village Picard Hier et Aujourdhui”, Annales. Économies. Sociétés.
Civilizations, janvier-février, Paris 1975; así como el de E. R. Wolf: “Aspects of
Group Relations in a Complex Society: México”, American Anthropologist, no. 58,
1956, pp. 1065-1076.
De acuerdo con Gramsci, en Italia y en Europa en general, también tuvo lugar
una clase de políticos intermedios, procedentes de la clase media rural. Esto
originaría determinado tipo de poder político y económico en las zonas rurales:
184 JORGE IBARRA CUESTA

bardes que no se atreven a desafiar el poder espurio o no quie-


ren comprometer su propio bienestar.
Desafiar a la élite política pueblerina significaba jugarse la vida.
Mientras que en las capitales de provincia se podía criticar al go-
bierno, en los pequeños pueblos equivalía “para los infelices que
tienen el valor de sus convicciones, pero que no son capaces de
romper el cráneo a un esbirro, aquí equivale he dicho, a que le
destruyan una de sus propiedades, o a que le asesinen en una en-
crucijada o a que le embadurnen de hediondas sustancias sus se-
pulturas, si es que llegaran a asesinarlo”.
Estos elementos díscolos, descritos en más de una ocasión por
José Manuel Poveda y Luis Felipe Rodríguez, grupos de choque de
los partidos políticos en los pequeños pueblos del interior del país,
son integrados fundamentalmente por lo elementos desclasados y
los llamados “muertos de hambre” de las zonas rurales. Gramsci
ha aportado todos los elementos para la definición sociológica
marxista de esta categoría social, propia de los pueblos de campo,
en las sociedades agrarias atrasadas:
Otro elemento para comprender el concepto de “subversivo”
es el del sector conocido con el nombre típico de “muertos de

La primera investigación a realizar es la siguiente: ¿existe en algún país un


estrato social generalizado para el cual la carrera burocrática, civil y militar,
sea un elemento muy importante de vida económica y de afirmación polí-
tica (participación efectiva en el poder, aunque sea indirectamente por “chan-
taje”? En la Europa moderna este estrato se puede identificar en la burguesía
rural, media y pequeña, que está más o menos difundida en los diversos
países según el desarrollo de las fuerzas industriales, por un lado, y de la
reforma agraria, por el otro. Ciertamente la carrera burocrática (civil y
militar) no es un monopolio de este estrato social; sin embargo, ella le es
particularmente apta debido a la función social que este estrato desempeña
y a las tendencias psicológicas que la función determina o favorece. Estos
dos elementos dan, al conjunto del grupo social, una cierta homogeneidad
y energía en la dirección, y por ende, un valor político y una función fre-
cuentemente decisiva en el conjunto del organismo social. Los miembros
de este grupo están habituados a mandar directamente núcleos de hombres,
aunque sean a veces exiguos, y a comandar desde un punto de vista “políti-
co”, no “económico”; es decir, que en su arte de dirección no hay una apti-
tud para ordenar las “cosas”, para ordenar “hombres y cosas” en un todo
orgánico, como ocurre en la producción industrial, porque este grupo no
tiene funciones económicas en el sentido moderno del término. Tiene una
renta porque, jurídicamente, es propietario de una parte del suelo nacional
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 185

hambre”. En las aldeas y en los pequeños centros urbanos de


ciertas regiones agrícolas existen dos capas diferentes de
“muertos de hambre”, uno es el de los “obreros rurales”, otro
es el de los pequeños intelectuales. Estos obreros no tienen
como característica fundamental su situación económica, sino
su condición intelectual-moral (...). El “muerto de hambre”
pequeño burgués es creado por la burguesía rural: la propie-
dad se subdivide en las familias numerosas y termina por ser
liquidada, pero los elementos de esa clase no quieren trabajar
manualmente: así se forma una capa famélica de aspirantes a
pequeños empleos municipales de escribanos, de comisionis-
tas, etc. Este estrato es un elemento perturbador en la vida de
la campiña, siempre ávido de cambios (elecciones, etc.) y mar-
can al “subversivo” local, y puesto que está bastante difundi-
do, tiene cierta importancia: se alía especialmente a la burguesía
local contra los campesinos, organizando a su servicio incluso
a los “jornaleros muertos de hambre”. En todas las regiones
existen estos estratos, que tienen difusión también en la
ciudad, donde confluyen en la mala vida profesional y en la
mala vida fluctuante. Muchos pequeños empleados de la ciudad
derivan socialmente de estos sectores y conservan la psicolo-
gía arrogante del noble arruinado, del propietario que se ve
constreñido al trabajo.7

y su función consiste en impedir “políticamente” al campesino cultivador


mejorar su propia existencia, porque todo mejoramiento de la posición
relativa del campesino, sería catastrófica para su posición social. La miseria
crónica y el trabajo prolongado del campesino, con el consiguiente embru-
tecimiento, constituyen para él una necesidad primordial. Por ello desplie-
ga la máxima energía en la resistencia y en el contraataque a la menor
tentativa de organización autónoma del trabajo campesino y a todo movi-
miento cultural campesino que escape del ámbito de la religión oficial.
Este grupo social encuentra sus límites y las razones de su debilidad intrín-
secas en su dispersión territorial y en la “falta de homogeneidad” que está
vinculada estrechamente a tal dispersión; esto explica también otras carac-
terísticas como la volubilidad, la multiplicidad de los sistemas ideológicos
seguidos, la misma rareza de las ideologías a veces adoptadas.
Antonio Gramsci: Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre Estado moderno,
Buenos Aires, 1962, p. 79.
7
Antonio Gramsci: Pasado y presente, Buenos Aires, 1978, pp. 28 y 29.
186 JORGE IBARRA CUESTA

CACIQUISMO, RACISMO Y ACTITUDES


CON RELACIÓN AL ESTATUS POLÍTICO
EN LAS VILLAS (1906-1909)*

La presente comunicación versa sobre un grupo de expedientes de


relevantes personalidades villareñas y una diversidad de informes
sobre conflictos raciales, elaborados por la Military Intelligence
Division del Ejército de Ocupación durante la Segunda Interven-
ción Militar estadounidense (1906-1909).1 El objetivo fundamen-
tal de los oficiales de la inteligencia estadounidense era evaluar las
actitudes de las dirigencias políticas y de la burguesía doméstica,
así como de la población negra, ante la ocupación militar de la Isla.
De ahí que nuestra atención se centrará en la conducta de las elites
rurales y urbanas de las Villas, analizando en un segundo plano la
de la población negra. Los interventores pensaban que de originar-
se protestas y disturbios en la Isla contra la ocupación militar, estas

* Jorge Ibarra: “Caciquismo, racismo y actitudes en relación con el estatus político


en la Isla, en la provincia de Santa Clara (1906-1909)”, Espacios, silencios y los
sentidos de la libertad. Cuba entre 1878 y 1912, Encuentro convocado por la Univer-
sidad de Harvard y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Colección Clío,
Ediciones Unión, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, La Habana, 2001.
1
La documentación consultada se encuentra en los archivos del Provisional
Government of Cuba (1906-1909), los cuales se agrupan en RG 199 en el
Archivo Nacional de los Estados Unidos. Los fondos de la Military Information
Division (MID), ocupan una parte (entries 1007 y 1008, entre otros) del Re-
cord Group 395 del United States National Archives (USNA), RG 395, Records
of United States Army Overseas Operation and Comands, 1898-1942, Army
of Cuba Pacification. Aprovecho la oportunidad para agradecer a Rebecca Scott
y a Louis Pérez Jr. por facilitarme el acceso a los fondos de la MID en el Archivo
Nacional de los Estados Unidos.
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 187

tendrían sus focos más activos en los sectores de la sociedad antes


mencionados.
Con respecto a la documentación consultada, Rebecca J. Scott,
en un estudio reciente nos ha prevenido sobre la intervención de
las preferencias culturales, raciales y políticas de los oficiales de la
inteligencia estadounidense en su categorización de las actitudes y
conductas de los cubanos. Debe tenerse cuenta, además, que estos
oficiales, con frecuencia, empleaban espías pagados, cuyos infor-
mes estaban plagados de rumores, generalizaciones infundadas e
imágenes agradables a los estadounidenses.2 Ahora bien, con in-
dependencia de estas incidencias perturbadoras existentes en la
documentación de la inteligencia estadounidense, los intervento-
res debían evaluar con ponderación las actitudes de las elites locales
y la población negra ante el estatus político que podía derivarse de
la intervención: un protectorado, la anexión o la independencia.
Los oficiales estadounidenses cultivaban relaciones directas con
las personalidades políticas y sociales más representativas de las
distintas localidades villareñas, por lo que les resultaba muy fácil
averiguar de primera mano cómo se manifestaban estas con rela-
ción al futuro estatus de la Isla, cuestión en torno a la cual se deba-
tía el futuro de todos los cubanos. Por otra parte debe tenerse en
cuenta que las dirigencias nacionales estaban muy interesadas en
que la parte norteamericana supiera cuál era su opinión sobre el
estatus de la Isla. Así mismo la información factual que disponían
sobre los cargos políticos, la profesión y las actividades económi-
cas que desempeñaban las dirigencias locales son bastante exac-
tas, como hemos podido verificar en más de un caso. A diferencia
de la información indirecta que se obtenía sobre las actividades y
proyecciones de los estratos negros de la población, la cual estaba
con frecuencia teñida de subjetividad, los juicios vertidos en los
expedientes elaborados sobre las personalidades villareñas, eran
resultado por lo general, del trato directo y fluido de los intervento-
res con estas. Por último, el hecho de que analicemos una variedad
de casos lo suficientemente amplia (74 expedientes), tiende a des-
vanecer en algún sentido los factores subjetivos que inciden en los
juicios factuales que se formaron los oficiales norteamericanos
sobre las dirigencias locales.

2
Rebecca J. Scott: “The Lower Class of Whites and the Negro Element: Race,
Social Identity, and Politics in Central Cuba, 1899-1909”, en La nación soñada:
Cuba, Puerto Rico y Filipinas ante el 98, Editorial Doce Calles, Madrid, 1996.
188 JORGE IBARRA CUESTA

Antes de entrar a valorar los expedientes referidos, es preciso


tener en cuenta la manera en la que se expresó la actitud de algu-
nas personalidades locales con respecto a la posibilidad de que se
prolongase la intervención militar. Esta fue una de las cuestiones
que investigaron los oficiales de inteligencia capitán C. Crain y
primer teniente H. J. Dougherty, de fines de 1906 a mayo de 1907.
Entre los primeros 16 expedientes individuales elaborados en este
periodo por los oficiales mencionados, en ocho las personalidades
villareñas se manifiestan a favor de prolongar la intervención. En
cambio, en los 58 expedientes restantes, elaborados entre mayo de
1907 y 1908, solo dos personas se pronuncian por la prolongación
de la intervención. Este hecho puede tener su origen en el impacto
desmoralizador que tuvo la renuncia de Estrada Palma a ejercer la
soberanía y su cesión de esta a los Estados Unidos, así como de la
irresponsabilidad de los liberales al provocar la intervención con
sus amenazas de destruir las propiedades norteamericanas. El
hecho real es que a los pocos meses de haber tenido efecto la inter-
vención, tiene lugar una recuperación del sentimiento patriótico y
solo dos personas se pronuncian por la prolongación de la ocupa-
ción. Como veremos, lo que prevalece entre las dirigencias locales
es el repudio a los proyectos de anexión o de protectorado. Así en
los 74 expedientes individuales elaborados nos encontramos con
que solo siete se pronuncian por el protectorado y dos por la anexión.
Entre estos expedientes, 37 eran miembros del Partido Liberal, uno
de los cuales se pronunció por el protectorado y dos por la anexión;
16 eran miembros del Partido Moderado o Conservador, habiéndo-
se manifestado dos por el protectorado y de las 21 personalidades
restantes, no identificadas como liberales o moderados, cuatro se
pronunciaron por el protectorado. Así mismo dos personalidades
partidarias del liberalismo se mostraron indiferentes con respecto
al futuro del país y dos no identificadas en ninguno de los partidos
se manifestaron apolíticas. Del total de 43 personalidades sobre las
cuales se obtuvo información sobre el estatus político futuro, 32
se manifestaron contra el protectorado y la anexión, o sea 74,4 %.
Entre las personalidades investigadas por la Military Information
Division, nos encontramos con que 40 unían al hecho de detentar
cargos políticos electivos la condición de ser propietarios, esencial-
mente grandes y medios propietarios rurales, o antiguos oficiales
del Ejército Libertador, para un 54,5 % de estas. La consulta de
estas fuentes tiende a evidenciar la elevada representatividad de los
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 189

caciques rurales en las elites locales. En otras palabras, se accedía


a los cargos políticos electivos en virtud del carisma e influencia
que se derivaba de haber pertenecido a la oficialidad del Ejército
Libertador o bien de los vínculos de dependencia que establecían
los propietarios rurales grandes y medios sobre los peones y
aparceros. De esta manera se conformaba la figura del coronel-
-terrateniente-alcalde en el cual todos los elementos de coerción
que implicaban las relaciones de caciquismo se ejercían sobre la
masa rural dependiente.
El estudio de estos expedientes elaborados en Las Villas, nos ha
permitido formarnos una idea más amplia del peso que tenían los
caciques en las elites regionales. Así mismo hemos tenido acceso a
más de 100 expedientes de la Military Information Division (MID)
en otras provincias lo que ha enriquecido nuestra visión de con-
junto del fenómeno del caciquismo.3 La observación sociológica
más interesante que se desprende de estos expedientes individua-
les es que a nivel local la mayoría de las dirigencias, a pesar de las
actitudes pro anexionistas o protectoristas de los grandes comer-
ciantes o plantadores, mantenían una posición independentista.
(Ver Apéndice VIII).
Mientras la inteligencia militar estadounidense percibía un sen-
timiento inalterable de defensa de los valores nacionales en Las
Villas, y muy especialmente en el Partido Liberal, en las clases
comerciales de La Habana y Matanzas y entre los grandes
plantadores criollos y norteamericanos, se trasuntaba un “ardien-
te anexionismo”. Así en un informe sobre la situación existente en
Matanzas, un oficial de la inteligencia reportaba a su Estado Mayor
en La Habana, “Foreigners owning property, both spanish and
american, are unanimous in desiring at least a US protectorate.
Most conservative men of property, whether cuban or foreing, say
there is no hope of a stable cuban government, without US control
of some sort”.4
3
Jorge Ibarra Cuesta: Cuba: 1898-1921. Partidos políticos y clases sociales, Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana, 1992. Véase también, Michael Zeuske: Movi-
lización afrocubana y clientelas en un hinterland cubano: Cienfuegos entre colonia y repú-
blica. (1895-1912). Ponencia presentada en el Taller de Historia efectuado en
Cienfuegos del 5 al 7 de marzo de 1998. Zeuske ha localizado un variado
grupo de caciques en Cienfuegos.
4
USNA, RG 199, entry 5, box 1, file 009/2.
190 JORGE IBARRA CUESTA

Las masas negras ante la intervención

De acuerdo con los informes de los interventores, donde se apre-


cian más signos de desafección hacia la ocupación militar era en la
población negra. Las razones de esta actitud, de acuerdo con un
informe del capitán Howard Hickok sobre la situación política en
Santa Clara de 22 de diciembre de 1906, radicaba en que “The colored
cuban has read much of mob and lynchins in the US, for some of
the news papers here do not love us and expand upon any critical
points that will reach the popular ear. Acordingly the colored cuban
is not and may not for some time be an ardent anexionist”.5
Por otra parte, como destacaba Hickok, los negros eran propen-
sos “to follow a leader and his leaders are not usually white.
Insurrection is a habit with him and he usually constitutes a larger
proportion of insurrectional forces”. Así de los 7 000 alzados en
Santa Clara en 1906, había unos 5 000 negros, “some estimates
going as high as 85 %”. Hickok reconocía también que la mayor
parte de los negros estaba detrás de José Miguel Gómez a quien
consideraban el más radical partidario de la independencia, el más
integracionista y el más antinorteamericano. De hecho la gente
más destituida se encontraba entre los liberales, por lo que en esa
agrupación se expresaba con más vigor la oposición a la presencia
estadounidense. Sin embargo no dejaban de haber anexionistas en
sus filas como reportaba Hickok en otro informe.6
Las alineaciones clasistas y raciales en torno a los partidos libe-
ral y conservador obedecían a la extracción clasista de sus dirigen-
cias. En un informe del capitán G. W. Kirkpatrick se establecía que
“The merchant, property owners and better class of people
throughout the province favors the moderate party and all indicators
point to its gaining strenght ... the negro population in general
strongly supports Gómez and does not appear to have any political
organizations to its own”.7
Otro informe del capitán Carl Reichman, de enero de 1907 al
jefe del MID en La Habana, expresaba que el Partido Liberal podía
movilizar para un alzamiento, en la parte sur de Santa Clara, a unos
4 000 negros y 1 000 blancos, mientras que la fuerza militar de los

5
USNA, RG 395, entry 1008, file 46/23.
6
USNA, RG 395, entry 1008, file 46/24.
7
USNA, RG 395, entry 1008, file 46/494.
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 191

moderados en esa misma región apenas alcanzaba unos 2 000


blancos y unos pocos negros. Reichman era del criterio que, “los
moderados estaban del lado de la ley y del orden y estarían conten-
tos de que los americanos permanecieran en la Isla”.8
Aún cuando en términos generales las posiciones de los mode-
rados eran más conservadores que las de los liberales, debe tener-
se en cuenta que importantes jefes de ese partido en Santa Clara,
como el Gral. Luis Robau, eran vigilados estrechamente por los
interventores, una vez que se le atribuían propósitos insurreccio-
nales contra la ocupación estadounidense. A nuestro modo de ver,
la mayor parte de los moderados se alineaba contra todo propósito
de establecer un protectorado o anexar la Isla a los Estados Unidos.
Ahora bien, a diferencia de los liberales, que no dejaron de amena-
zar a los norteamericanos con alzarse en armas en caso de ser víc-
timas de un fraude electoral en los comicios de 1908, los moderados
devenidos conservadores, se abstuvieron de pronunciarse por una
protesta armada de ser derrotados en las urnas por los liberales.
Como telón de fondo de la disputa por el poder entre liberales y
conservadores, los oficiales de la inteligencia interventora recogie-
ron una variedad de testimonios sobre la actitud independiente que
comenzaban a observar los negros en Las Villas con respecto a las
agrupaciones políticas existentes. También se manifestaban senti-
mientos antinorteamericanos en segmentos de la población negra
como los que se pusieron de manifiesto en Palmira cuando el vete-
rano del Ejército Libertador Justo Collado, se enfrentó a un grupo
de marines e incitó los sentimientos nacionales contra los norte-
americanos. El mismo oficial de la inteligencia norteamericana re-
portaría luego que el pueblo de Cruces era “unfriendly towards the
Americans”.9
El 27 de agosto de 1907 se publicaba en Lajas un manifiesto
dirigido a la población negra en el cual destacados dirigentes negros
de la localidad se pronunciaban contra el racismo imperante y de-
mandaban ser postulados para los partidos políticos en la misma
proporción que los blancos para cargos electivos en los Munici-
pios y en el Congreso. Recordaban estos dirigentes negros que de
la misma manera que en los campos de Cuba Libre no había distin-
ción entre el soldado negro y el blanco, no debía haberla ahora en

8
USNA, RG 199, entry 5, file 04/6.
9
R. Scott: Ob. cit., p. 186.
192 JORGE IBARRA CUESTA

la República que todos contribuyeron a forjar.10 Por aquellos días


las reivindicaciones exigidas por la recién gestada agrupación In-
dependientes de Color de Evaristo Estenoz, así como por otros
grupos y sociedades de negros, eran apreciados por los oficiales de
la inteligencia estadounidense como encaminados a subvertir el
poder interventor. Con frecuencia los informes de la MID asocia-
ban en un mismo propósito subversivo contra la intervención a
organizaciones y personalidades negras que estaban divididas en-
tre sí. Así en el informe del mayor de la inteligencia W.D. Beach al
Estado Mayor del Ejército Interventor, de 16 de septiembre de 1907,
le atribuía a las reuniones de negros que se efectuaban en Santa
Clara y a la presencia de emisarios negros procedentes de La Haba-
na a una supuesta dirección unificada de Estenoz, Slinger y Juan
Gualberto Gómez. De acuerdo con el informante negro de Beach,
el propósito de este movimiento era asegurar la elección de tantos
negros como fuera posible a las alcaldías municipales y al Congre-
so. También aspiraban a tener un 50 % de representación en la
Guardia Rural y en los puestos de la Administración Pública. Estas
reuniones eran apreciadas como expresión de un malestar genera-
lizado entre los negros contra los norteamericanos. Así Beach di-
ría, “the undercurrent in all negro gatherings at this time is
resentment against americans and against the interventions of last
September.11
Otro informe de Beach 23 de agosto de 1907 al Estado Mayor del
Ejército Interventor, especulaba, sobre un presunto alzamiento
negro fracasado en Manajanabo y la supresión violenta de un con-
flicto racial en Camajuaní. Así mismo se refería a una considerable
inquietud entre los negros de Palmira, Cruces y Lajas, donde el
general Eloy González, vinculado a los Independientes de Color,
los incitaba a protestar.12 También se le atribuía a Evaristo Estenoz
haber viajado en el verano de 1907 a Santa Clara y haber amenaza-
do con alzarse si los norteamericanos no organizaban las eleccio-
nes pronto.13
En un informe del capitán John Furlong de 26 de septiembre de
1907 se le atribuían actividades parecidas a Juan F. Latapier, de La

10
USNA, RG 199, entry 5, file 159.
11
USNA, RG 199, entry 5, file 014-20.
12
USNA, RG 199, entry 5, file 014-13.
13
Aline Helg: Our Rightful Share. The Afro-cuban Struggle for Equality, 1886-1912,
The University of North Carolina Press, 1995, p. 145.
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 193

Habana, considerado un agente político de Juan Gualberto Gómez


en el liberalismo. El oficial estadounidense reproducía una lista de
13 negros villareños al frente de los cuales estaba el gral. Eloy
González y a los que se consideraba asociados también con Latapier.
De noche todos los gatos son pardos, de ahí que liberales e inde-
pendientes de color aparecieran como una misma cosa en los re-
portes de los informantes negros de la inteligencia norteamericana.
Furlong consideraba que los negros se estaban asociando de
manera independiente para demandar por la vía legal sus derechos,
a pesar de existir una diversidad de memorándums de la inteligen-
cia americana en sentido contrario, “While the people (whites) are
greatly alarmed over the negro situation, I doubt that the negroes
are preparing to take up arms against the present government. It
seems to me that they are organizing a strong political party. This
organization may lead to trouble later”.14
Para ratificar este criterio Furlong envió otra confidencia en la
misma fecha donde expresaba que luego de un viaje por Corralillo,
Rancho Veloz y Quemado de Güines, había comprobado que rei-
naba la paz.15
Sin embargo, en memorándum de 8 de octubre de 1907 Furlong
no podía acallar información procedente del oficial de inteligencia
de Palmira donde se afirmaba que existía “an undercurrent of hatred
for americans amongst negroes”.16 Asimismo se reportaban ru-
mores de un proyectado movimiento antinorteamericano de los
negros.
Aunque Furlong y algún que otro colega suyo pensara que mu-
cho de lo que se hablaba sobre el insurreccionalismo de los negros
era “idle talk”, muchos de los oficiales temían que a causa de la
excitabilidad de estos, se perdiera el control de la situación. Ya desde
agosto de 1907, el Estado Mayor del ejército interventor había or-
denado que los oficiales se mantuvieran activos y alertas en todas
partes del país frente a posibles alteraciones del orden por parte de
los negros.17
La inquietud y malestar reinante entre los negros tenía una doble
incidencia en sus relaciones con los caciques políticos de los partidos
14
USNA, RG 199, entry 5, file 014-21.
15
USNA, RG 199, entry 5, file 014-22.
16
USNA, RG 199, entry 5, file 177 and 177/1.
17
Aline Helg: Ob. cit., p. 163.
194 JORGE IBARRA CUESTA

liberal y conservador y con los interventores norteamericanos. Por


una parte el hecho que las dirigencias de los Independientes de
Color tuviera como base fundamental a la alta oficialidad negra del
Ejército Libertador, contribuyó a que los caciques políticos libera-
les y moderados o conservadores, perdieran a parte de su clientela
rural. En muchas localidades, la masa rural negra prefería seguir
los pasos de los jefes militares de su condición racial que a los jefes
militares blancos. La presencia de los independientes de color en el
escenario político significó también una “fuerte demanda de res-
ponsabilidades recíprocas y obligaciones morales” a las dirigencias
políticas blancas. Sobre todo aquellos que tenían, como señala
Rebecca Scott, “... un concepto no-racial o transracial del patriotis-
mo cubano y consideraban cualquier iniciativa basada en cuestio-
nes de color como divisionistas”.18
Los movimientos reivindicativos de los negros influyeron también
con particular fuerza sobre los proyectos de los interventores nor-
teamericanos. Ya no se trataba tan solo de las amenazas que profe-
rían los dirigentes liberales desde las tribunas de insurgir contra el
poder foráneo, sino de las reivindicaciones igualitarias de los negros,
enarboladas enérgicamente contra las autoridades intervencionis-
tas. En esas circunstancias Teodoro Roosevelt y Elihu Root, se
abstuvieron de intervenir en el proceso electoral a favor del Partido
Conservador con cuyas dirigencias se identificaban evidentemen-
te. Si el experimento neocolonial cubano, signado por la Enmienda

18
Se trataba de los que habían transformado el proyecto integracionista de Cés-
pedes y Martí en el mito republicano de la igualdad racial. De hecho si los
negros y mulatos excluidos por las dirigencias políticas de la burguesía do-
méstica, tenían conciencia de su situación dependiente se debía a que el pro-
yecto revolucionario del 95 los había integrado en igualdad de condiciones
con los blancos en el pueblo revolucionario de Guáimaro y Jimaguayú. La
crítica revisionista ha hecho abstracción del carácter integracionista de los
movimientos revolucionarios del 68 y del 95, y ha identificado el pensamien-
to emancipador de Céspedes y Martí con la política racial de las dirigencias
políticas republicanas, verdaderas artífices del mito republicano de la igual-
dad racial. Los orígenes de este mito no hay que buscarlos en los fundadores
de la nación sino en sus antagonistas de la época. En realidad el proyecto
devino mito cuando las vías para su realización fueron bloqueadas y sus pro-
pósitos adulterados. Rebecca J. Scott: “Raza, clase y acción colectiva en Cuba,
1895-1902“, Revista del Centro de Investigaciones Históricas, no. 9, Universidad de
Puerto Rico, 1997. Con respecto a la crítica revisionista véase Helg: Ob. cit.
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 195

Platt, iba a tener éxito, dependería del supuesto libre juego de las
fuerzas políticas en el acceso al poder. De otro modo la Isla amena-
zaba con hundirse en un estado crónico de insurreccionalismo. El
propio gobernador Magoon llegó al convencimiento de que, “una
abrumadora mayoría de cubanos no está dispuesta a abdicar su
independencia y soberanía; para conquistar la cual prácticamente
todos los cubanos de esta generación se unieron a la revolución
contra España”.19 Los informes de los oficiales de la inteligencia
estadounidense sobre la actitud de las elites locales villaclareñas
atestiguaban también la existencia de este sentimiento. La idea aca-
riciada por Leonardo Wood de que al cabo de unos pocos años de
vivir bajo el imperio de la Enmienda Platt, los cubanos devendrían
anexionistas, no se hizo realidad.
Los dictados de los círculos de poder de Washington se limitaban
a prescribir las condiciones privilegiadas en las cuales el capital
financiero estadounidense debía operar en el país. A los partidos
políticos gobernantes le correspondía cumplir las exigencias de la
Enmienda Platt y propiciar el modus operandi de los intereses nor-
teamericanos en el país. A esos efectos, Magoon incrementó el
número de oficiales, clases y soldados de la Guardia Rural, de 3 020
a 10000 hombres. 20 El presupuesto del Ejército aumentó
de 2 456 000 pesos a 4 454 200 pesos, incrementándose su partici-
pación en el presupuesto anual de un 11 % a un 16,5 %. De ese
modo se esperaba que el partido en el poder pudiera disponer rápi-
damente de cualquier alzamiento o intento armado contra el orden
establecido.21
En lo que a la Military Information Division respecta, le corres-
pondió el triste y lamentable papel de fisgonear en los más míni-
mos movimientos de un pueblo que había conquistado su derecho
a la independencia tras treinta años de cruenta lucha armada por
su libertad.

19
Charles E. Magoon: Informe de la administración provisional de la República de
Cuba, (1906-1907), p. 37
20
Charles E. Magoon: Informe de la administración Provisional de la República de
Cuba, (1907-1908), La Habana, 1908, pp. 120-121.
21
Federico Chang: El ejército nacional en la República neocolonial, 1899-1933,
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1981, pp. 198-199.
196 JORGE IBARRA CUESTA

CACIQUISMO, RACISMO Y ACTITUDES


CON RELACIÓN AL ESTATUS POLÍTICO FUTURO
EN LAS PROVINCIAS OCCIDENTALES
(1906-1909) *

La presente comunicación trata sobre un grupo de expedientes


individuales relativos a relevantes personalidades políticas y socia-
les de la provincia de Matanzas, La Habana y Pinar del Río (Ver
Apéndice IX), y a una diversidad de informes sobre las actitudes de
las elites locales con respecto al estatus futuro de Cuba y las rela-
ciones étnicas durante la segunda intervención militar estadouni-
dense en la Isla. En otra ponencia, presentada en un encuentro de
historiadores cubanos y estadounidenses, celebrado en la ciudad
de Cienfuegos, valoramos una documentación análoga referida a
la región central de Cuba, la antigua provincia de Las Villas, durante
el mismo periodo de tiempo. Los nuevos resultados de la presente
investigación nos permitirán establecer algunas comparaciones
entre el estatus político y social de las elites y sus actitudes políti-
cas en las regiones central y occidental de Cuba. Con relación a la
documentación consultada, es conveniente destacar que desde un
primer momento nos prevenimos con relación a la incidencia de
las preferencias raciales, culturales y políticas de los oficiales de la
inteligencia del ejército de oupación estadounidense en sus
categorizaciones de las actitudes de las personalidades locales. A

* Jorge Ibarra: “Caciquismo y actitudes ante el estatus político futuro de la Isla


en las provincias occidentales de Cuba, 1906-1909”, Iles I imperis, Simposi Inter-
national, “Después de 1898: Identidad nacional, racial y social en Cuba, España,
Filipinas y Puerto Rico”, convocado por la Universitat Pompueu Fabra,
Departament d’ Humanitats, no. 2, primavera 1999.
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 197

esos efectos, acudimos a otras fuentes testimoniales que nos per-


mitieron ponderar los juicios de los oficiales de la Military
Intelligence Division (MID) del Ejército de Ocupación y sus infor-
mantes. Desde luego, tuvimos en cuenta que, en su trato con las
personalidades locales, los oficiales de la inteligencia ocultaban su
identidad y sus propósitos, manteniendo una relación directa y es-
pontánea con la élite local. En ese sentido, la determinación de las
actitudes de las personalidades locales y de las dirigencias negras
con respecto al estatus futuro de la Isla (el establecimiento de un
protectorado, de la anexión de la Isla a los Estados Unidos, la res-
tauración de la independencia política o el tiempo de duración de la
intervención), era apreciable a primera vista, pues los cubanos
estaban sumamente interesados en que se supiera cuál era su opi-
nión con respecto al futuro del país.
Ahora bien, a diferencia de los contactos fluidos que cultivaban
con las dirigencias políticas y sociales blancas de las distintas loca-
lidades, a los oficiales de la MID les resultaba muy difícil relacio-
narse con los líderes negros, marginados de las decisiones de poder
y de la vida social por el racismo y las actitudes clasistas de las
elites. Las reivindicaciones raciales de las dirigencias negras contra
la estructura etnosocial imperante eran consideradas atentatorias
contra el status quo social y, por ende, contra la idea del orden que
implicaba la intervención estadounidense. De ese modo, la infor-
mación sobre las actividades y actitudes de la población negra debía
obtenerse indirectamente por medio de espías pagados o rumores
que circulaban en las elites. Esta información, por lo general, estaba
plagada de generalizaciones infundadas o imágenes agradables a
las percepciones culturales de los interventores.
Destaquemos por último, que la información factual a propósito
del estatus económico-social de personalidades locales, reflejada
en los expedientes individuales de la MID, se acercaba bastante a la
posición que ocupaban estas en la estructura social, como hemos
podido comprobar en una variedad de casos. Por otra parte, el hecho
de que valoremos un conjunto de expedientes (68 en total) tiende
en algún sentido a situar en un contexto a los factores subjetivos
que intervinieron en su elaboración.

A diferencia de los expedientes individuales relativos al estatus eco-


nómico-social y a las actitudes políticas de las distintas personali-
198 JORGE IBARRA CUESTA

dades locales elaborados por los oficiales de la MID en la provincia


de Las Villas, la documentación análoga de la provincia de Matan-
zas no resumía explícitamente las actitudes más generales de las
elites sobre el estatus futuro de la Isla. En los expedientes que
pudimos investigar se manifiesta tan solo la actitud que observa-
ban los cubanos más influyentes en sus localidades respectivas,
con respecto a la prolongación de la intervención estadounidense
en vísperas de las elecciones presidenciales convocadas por el go-
bierno de los Estados Unidos a los efectos de restaurar la Repúbli-
ca cubana.
Las personalidades locales investigadas por los oficiales de la
inteligencia estadounidense en Matanzas, a cuyos expedientes he-
mos tenido acceso (un total de doce) eran todos conservadores,
con excepción de dos simpatizantes del liberalismo(Ver Apéndice IX).
Llama la atención que de este total, diez unían a la condición de
dirigentes políticos locales (tres eran alcaldes), la de grandes y
medios propietarios rurales o administradores de fincas.1 O sea,
en estos casos se daban las premisas para que se articulasen rela-
ciones de caciquismo entre los terratenientes y colonos y sus peones
o aparceros. El hecho de que los propietarios rurales, grandes y
medios, o sus administradores, detentasen el poder económico y
político local, propiciaba el establecimiento de relaciones de depen-
dencia con sus clientelas a los efectos de movilizarlas electoralmente
o para los alzamientos armados que protagonizaban contra sus ri-
vales políticos. Ahora bien, los temores que sentían los terrate-
nientes y colonos conservadores ante el insurreccionalismo de sus
peones y campesinos dependientes, así como ante las inclinacio-
nes de estos hacia el liberalismo, guardaba evidentemente una es-
trecha relación con el débil control político que ejercían sobre sus
empleados y dependientes. Así, de acuerdo con el informe rendido
por el oficial de la inteligencia Oliver Atkinson, de 25 de octubre

1
Carta del Intelligence Officer, Oliver A. Dickinson, 2nd. Lieutenant, 5th U.S.
Infantry, de 25 de octubre de 1908, al capitán John W. Furlong, del gral. Staff de
la Military Information Division (MID), Marianao, USNA RG 395, entry 1008,
file 49/398; Report no. 13, firmado por el Intelligence Officer, capitán Girard
Stuvernant, 5th U.S. Infantry, de 19 de agosto de 1907, USNA RG 385, entry
1008, file 49/368; Reports 3, 5, 10 and 13 USNA RG 395, entry 1008, file 49/
368; Carta confidencial del Intelligence Officer, Coronel O. J. Sweet, 25th U.S.
Infantry de 3 de diciembre de 1906, al Military Secretary de la MID,
USNA RG 199, entry 5, box 1, file 13/10.
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 199

de 1908, al general Staff de la MID en Marianao (La Habana), el


militante conservador, gran colono de caña y administrador de la
finca San José, José Martí, le había comunicado que “Whereas
formely he kept 24 men (negroes) employed, he could now get the
services of only 8, the rest not wishing to work, believing than
after the election each one will either have a government...”. En
sentido parecido se pronunciaba el terrateniente conservador de
Santa Rosa, Alejandro Gómez, el cual: “would not employed but
pld. (sic.) negroes; all the young ones were worthless as they would
not work steadily but were always congregating in Cimarrones
and Camarioca and other Liberal strongholds, and engaging in
political business”. Atkinson pudo comprobar por otras fuentes de
información que, en efecto, “Camarioca is lawless and harbors
smugglers as web as political agitators”.2
Los débiles vínculos políticos existentes entre el grupo de pro-
pietarios rurales conservadores investigados y sus empleados y
dependientes, coincidentes en cierto sentido con los informes de
la MID en Las Villas, pudieran tener su origen en el hecho que
fueran caciques de viejo tipo, autonomistas o integristas de la época
colonial, carentes de prestigio militar o del carisma de los nuevos
caciques, procedentes de la alta oficialidad del Ejército Libertador,
que integraban mayoritariamente las dirigencias políticas del libe-
ralismo. Si bien es cierto que en la alta dirigencia del conservadu-
rismo no faltaban oficiales del Ejército Libertador y personalidades
del movimiento independentista, el hecho de que en estos infor-
mes, y en otros testimonios, se destacase la hegemonía indisputada
del liberalismo sobre los blancos pobres y los negros rurales, su-
giere que predominaba un tipo de caciquismo en el que se fusiona-
ba el pasado heroico con la propiedad de la tierra y el poder político,
otorgándole una gran fuerza a este tipo de vínculos con la clientela
rural. Desde luego, la prédica política del liberalismo podía resultar
mucho más atractiva a los peones y campesinos dependientes,
muchos de los cuales habían combatido en las gestas independen-
tistas bajo las órdenes de los nuevos caciques procedentes de la
alta oficialidad del Ejército Libertador.
En este sentido, las ofertas de patronazgo político y empleos en
el Estado, aunque estas últimas eran en gran medida demagógicas,

2
Ibidem.
200 JORGE IBARRA CUESTA

servían para atraer a las clientelas rurales. Este tipo de convocato-


ria política no era exclusividad de los liberales, sino que era esgri-
mida también por los conservadores. No eran los terratenientes y
colonos que detentaban posiciones políticas de importancia, los
únicos en movilizar o reclutar a los empleados y dependientes para
acciones políticas. Los oficiales del Ejército Libertador podían con-
vocar políticamente a la masa rural basados solo en su prestigio
histórico. También, como lo han evidenciado los estudios micro-
históricos de Rebecca J. Scott, Ada Ferrer y Michael Zeuske, basa-
dos en vínculos familiares, raciales o de compañerismo en las armas,
las antiguas clases del Ejército Libertador podían movilizar a peo-
nes y campesinos. Los estudios del historiador holguinero José
Abreu Cardet sobre el alzamiento armado en 1868 y 1869 revelan,
por su parte, que eran arrieros, carreteros y otros oficios del cam-
po los que reclutaban y movilizaban por barrios, basados en víncu-
los familiares o de vecindad, al campesinado y a los peones rurales.
Está por investigar cómo se subordinaban finalmente estos acti-
vistas a la dirección terrateniente, que tuvo todo el tiempo la hege-
monía del movimiento revolucionario. Los alzamientos
republicanos evidencian también que los activistas de los alzamien-
tos, fueran espontáneos o no, terminaban subordinándose a la di-
rección de los caciques locales que acaudillaban los movimientos
de protesta armada. Ahora bien, los alzamientos o movilizaciones
políticas de carácter racial eran encabezados por oficiales del Ejér-
cito Libertador, que no eran estrictamente caciques locales, sino
luchadores por la igualdad social.
La actitud del pequeño grupo de terratenientes conservadores
de las cercanías de Cimarrones y Camarioca, investigados por la
MID, con respecto al proceso electoral presidencial era más bien
derrotista ante la gran fuerza del predicamento liberal en la región:
“they did not know how the election would come oyt and did not
care”. Esta era también, según el oficial de inteligencia estadouni-
dense O. A. Dickinson “the attitude also of that element known as
anexionist, of which the conservative party is full; anything rather
than Liberals and Negro Domination, which seem to be a political
nigthmare”. Ciertamente en la dirección conservadora predomina-
ban los independentistas, pero era allí, sin duda, donde se concen-
traban la mayoría de los anexionistas y plattistas. En las ciudades,
los conservadores respiraban un poco más de confianza, “but in
the country, wherein lies the real wealth of this Island, there is
distrust and fear”. De ahí que resultase lógico que “generally tose
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 201

concerned talk so if permanent intervention ot the American


Government was their only hope. The general fear is that the
populace will not abide by the election, the concrete anxiety is for
their crops”.3 El universo del grupo de terratenientes y colonos
matanceros investigados por la MID, al cual hemos tenido acceso,
no es lo suficientemente acrecido como para llegar a conclusiones
generales, pero ciertas tendencias avaladas parcialmente en otras
regiones, pudieran sentar las bases para la formulación de hipóte-
sis históricas y sociológicas verosímiles.

II

El nuevo tipo de caciquismo rural en el que se fundía el carisma


guerrero del 95, la propiedad de la tierra y el poder político local,
parece manifestarse de manera más clara en los distintos expe-
dientes individuales de personalidades locales consultados de la
provincia de La Habana (Ver Apéndice IX). De 28 personalidades
del medio rural habanero, sobre las cuales la MID elaboró expe-
dientes individuales, 13 parecían articular relaciones de caciquismo
en el medio rural, en la medida que eran dirigentes políticos locales,
identificados como terratenientes o colonos y/o oficiales del Ejér-
cito Libertador o personalidades civiles del movimiento revolucio-
nario del 95. Debe destacarse también que de estos 13 presuntos
caciques, 12 eran altos oficiales del Ejército Libertador, por lo que
en el grupo de personalidades fichadas por la MID en la provincia
de La Habana, había una alta representación del nuevo tipo de rela-
ciones de caciquismo en las que prevalecía el pasado heroico, a
diferencia del grupo de personalidades de Matanzas, entre las cuales
solo pudimos localizar a dos oficiales del Ejército Libertador.
Debemos destacar además que de las 28 personalidades
habaneras a las que se les hizo expediente, 15 eran simpatizantes o
militantes del Partido Liberal y 13 del Partido Conservador. De las
28 personalidades referidas, siete se pronunciaron por la anexión a
los Estados Unidos o el Protectorado; de estas, seis eran conserva-
doras y una liberal. También de este total, diez se manifestaron por
la prolongación de la intervención, de las cuales siete eran conser-
vadoras y tres liberales. Subráyese, sin embargo, que estos expe-
dientes individuales habaneros fueron elaborados por los oficiales
3
Ibidem.
202 JORGE IBARRA CUESTA

de inteligencia estadounidenses: A. J. Doutherty, 1st. Lieutenant


de la 28th U.S. Infantry, Recorder y C.T. Crain, captain de la 27th
U.S. Infantry, y remitidos el 15 de diciembre de 1906 en una
memoranda al general Staff de la Military Information División en
Marianao (La Habana). El hecho de que en fecha tan temprana
como diciembre de 1906, algunas personalidades políticas profun-
damente desorientadas manifestaran el deseo que se prolongase la
intervención hasta que se normalizara el país, profundamente cons-
ternado y confundido por el alzamiento de los liberales y la solici-
tud de estos y de Estrada Palma a los Estados Unidos que no
interviniesen, no equivalía a la expresión de un deseo de anexión o
protectorado, como en las solicitudes matanceras de prolongación
de la presencia militar estadounidense a fines de 1908, en vísperas
de las elecciones presidenciales que debían garantizar la restaura-
ción de la República cubana. La manifestación del deseo de exten-
der la presencia estadounidense en 1908, formulada por colonos y
terratenientes matanceros conservadores, parecía tener por objetivo
frustrar el proceso electoral e institucional que debía poner en
manos de los cubanos el gobierno propio, a los efectos de propiciar
algún tipo de protectorado o anexión que impidiera la instauración
de la República de nuevo. Las manifestaciones de personalidades
rurales de La Habana en el sentido de prolongar la intervención,
tranquilizaría los ánimos conturbados de las partes en pugna, has-
ta que se convocaran unas nuevas elecciones presidenciales y se
restaurase la República cubana. No significaban necesariamente
una actitud anexionista o proteccionista, aunque el hecho de que
las personalidades conservadoras habaneras partidarias de la pro-
longación de la intervención estadounidense expresaran que esta
durase seis u ocho años, gravaba aún más el futuro de la Isla,
lastrado ya pesadamente por la Enmienda Platt.
Los oficiales de la inteligencia estadounidense, Dougherty y Crain,
se preocuparon también de averiguar cuál era el origen de las ar-
mas que se emplearon por los liberales en el alzamiento de 1906, y
quién las conservaba en su poder en la provincia de La Habana.
Así, el alcalde conservador de Güira de Melena, Eradio Bacallao,
propietario de 80 acres de tabaco y teniente coronel del Ejército
Libertador, quien no se había pronunciado por la anexión o el pro-
tectorado, pero sí por la prolongación de la intervención, le comu-
nicó al capitán Crain “(Bacallao) states that every house in the
country (outside the city) has it arms, and that few have licences”.
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 203

El alcalde liberal de Alquízar, propietario de 100 acres de tabaco y


coronel del Ejército Libertador, Rodolfo del Castillo, quien se había
pronunciado por una intervención de solo un año de duración,
según Crain, le comunicó “that many men White and black,
moderates and liberals, joined insurgent forces. States also that
his forces were armed with rifles taken from the inhabitants of the
country”. El alcalde conservador de San Antonio de los Baños, ofi-
cial del Ejército Libertador, Antonio Vivanco, le expresó a Crain
“believes present intervention unfortunate, but necessary. Thinks
Americans can withdraw inmediately after the elections. Was a
soldier in 95-98. Apparently does not like Americans or present
intervention. Admiths that people generally have arms, but thinks
this is necessary”.4 La existencia de una población rural fuerte-
mente armada tenía su origen en un hecho del que no ha dado
cuenta aún la historiografía cubana: el licenciamiento del Ejército
Libertador, objeto de tantas concesiones por parte de los interven-
tores estadounidenses, así como de los cubanos, en el periodo 1898-
1902, tuvo un carácter incompleto y cerca del 40 % de los soldados
cubanos conservaron sus armas, lo que constituyó un fuerte fac-
tor de presión y contribuyó, conjuntamente con la insurrección
filipina de Aguinaldo y la campaña electoral antiexpansionista del
candidato presidencial demócrata, William J. Bryan, a que McKinley
y la cúpula del Partido Republicano abandonaran sus planes
anexionistas en Cuba y optaran por un modelo de dominio
neocolonial basado en la Enmienda Platt.

III

En lo que respecta a los expedientes de personalidades de Pinar del


Río (Ver Apéndice IX), debe destacarse que encontramos distintos
tipos de fichas elaboradas en tres informes distintos de oficiales de
la inteligencia estadounidense. En términos generales, el estatus
económico-social de las personalidades fichadas en los tres informes
se configuró de la manera siguiente: de 28 personalidades caracte-
rizadas política y socialmente por los informes de la MID, 17 unían

4
Memorandum del capitán C. T. Crain, Intelligence Officer de la 27th U. S.
Infantry, y del primer teniente A. J. Dougherty, Intelligence Officer y Recorder
de la 28th U. S. Infantry, de 15 de diciembre de 1906, al general Staff de la MID,
Marianao, USNA RG 199, entry 5, file 017/4.
204 JORGE IBARRA CUESTA

al hecho de ser dirigentes políticos, la posesión de la tierra en cali-


dad de terratenientes, colonos o vegueros, grandes y medios, y/o
las condición de antiguos oficiales del Ejército Libertador. De ahí
que, con toda probabilidad movilizaran políticamente a sus peones
y campesinos, así como a los de la localidad, valiéndose de su con-
dición de propietarios de la tierra y de su carisma revolucionario en
el medio rural. Seis eran profesionales (médicos, farmacéuticos,
abogados y maestros). Había un comerciante y un propietario de
imprenta. Doce de estas personalidades habían pertenecido a la
oficialidad del Ejército Libertador. Trece eran liberales y nueve con-
servadoras. Había tres terratenientes norteamericanos y tres diri-
gentes políticos rurales negros.
Los expedientes individuales comprendidos en un primer informe,
redactado por el 1st. Lieutenant del 25th U.S. Army A.D. Daugherty,
el 22 de noviembre de 1906, tenían por objeto conocer cuál era la
actitud de un grupo de personalidades de Pinar del Río sobre la du-
ración de la intervención estadounidense en la Isla. De nueve perso-
nalidades que realizaban actividades políticas dirigentes, siete eran
terratenientes o colonos y/o habían sido oficiales del Ejército Liber-
tador. En este grupo, cinco habían sido jefes militares en la Guerra
del 95. Tres de estas personalidades se pronunciaron por una inter-
vención de dos años de duración y dos porque se prolongase “varios
años”. En el grupo había cinco conservadores y dos liberales. La
militancia política de los otros dos no aparece en los informes. Solo
un liberal se pronunció por una intervención prolongada. El oficial
de la inteligencia, Dougherty, resumió la actitud de las personalida-
des investigadas por él con respecto a la prolongación de la interven-
ción, de la siguiente manera: “... those without property (mostly
liberals leaders) were anxious for a speedy end to intervention, their
opinion ranging from 48 hours to 14 months”. Algunas de las per-
sonalidades conservadoras explicitaron su criterio de que la inter-
vención debía prolongarse por muchos años, porque “el problema
de Cuba era de raza” y los negros debían tener un firme contén con
la presencia militar estadounidense en la Isla.5
En otro grupo de expedientes individuales, comprendidos en un
segundo informe al general Staff de la MID en Marianao, de 12 de
octubre de 1907, se proponían dilucidar solo la influencia que tenían
5
Memorandum del primer teniente A. J. Dougherty, Intelligence Officer de la
25th U.S. Infantry de 22 de noviembre de 1906, al general Staff de la MID,
Marianao, USNA RG 199, entry 5, box 1, file 009/2.
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 205

entre la población, algunas de las personalidades locales investiga-


das. En otras palabras, hasta qué punto podían movilizar a la
población a favor o en contra de un alzamiento frente a la interven-
ción militar estadounidense. De las diez personalidades, nueve
unían actividades políticas dirigentes o cargos estatales a la pose-
sión de la tierra en calidad de grandes o medios propietarios rura-
les y a un pasado militar en la Guerra del 95. Había cinco antiguos
oficiales del Ejército Libertador, todos los cuales eran liberales. De
las diez personalidades fichadas, siete eran liberales y tres conser-
vadoras. Se trataba de precisar, asimismo, qué influencia tenían
estas personalidades sobre la población negra, a la que se conside-
raba esencialmente subversiva. En general, se valoraba el predica-
mento que tenían estas personalidades sobre los distintos estratos
y clases de la sociedad.6
Un último grupo de expedientes comprendidos en un tercer
informe al general Staff de la MID, del 1st Lieutenant del 11th
Cavalry de Pinar del Río, de 10 de marzo de 1907, valoraba la acti-
tud de determinadas personalidades pinareñas con respecto a los
Estados Unidos y al ejército de ocupación estadounidense. En este
pequeño grupo de siete expedientes individuales se valoraba la ac-
titud de dos conservadores como amistosa hacia los Estados Unidos,
y la de un liberal, como no amistosa. En este grupo se incluían a
dos terratenientes estadounidenses cuya actitud con relación a los
Estados Unidos y a la intervención, no era valorada por los oficia-
les de la inteligencia, al parecer, por considerarla favorable.7
Una mirada final de conjunto a estos expedientes de las provin-
cias occidentales nos revela sus similitudes con los de la provincia
de Las Villas. Así, mientras en las provincias de Matanzas, La Ha-
bana y Pinar del Río, de 45 cubanos que se desempeñaban como
dirigentes políticos o tenían cargos estatales importantes, 40 eran
propietarios, esencialmente terratenientes grandes y medios, y/o
altos oficiales del Ejército Libertador, en Las Villas, de 47 dirigen-
tes políticos o altos funcionarios, 38 eran propietarios rurales y/o
procedían de la antigua oficialidad mambisa. En las provincias occi-
dentales, de 68 personalidades fichadas por la MID, siete se pronun-

6
Informe a la MID en Marianao de 2 de octubre de 1907 de Intelligence Officer
(firma ilegible). USNA RG 395, entry 1008, file 54/114.
7
Report no. 19 de Intelligence Officer (firma ilegible), 1st. Lieutenant, 11th.
Cavalry, de 9 de mayo de 1907, al general Staff de la MID, USNA RG 395,
entry 5, box 1, file 009/2.
206 JORGE IBARRA CUESTA

ciaron por el protectorado, para 14,7 %, al tiempo que en la provin-


cia central, de 74 personalidades a las que se hicieron expedientes,
se manifestaron seis por el protectorado y dos por la anexión, para
10,7 % por soluciones antinacionales.

IV

Las acuciantes demandas liberales de unas elecciones limpias, las


enérgicas reivindicaciones negras y la oscura conjura de intereses
estadounidenses radicados en la Isla, con el objetivo de provocar la
prolongación indefinida de la intervención o la anexión; constitu-
yeron las fuerzas dominantes durante la Segunda Intervención. Los
informes de la MID reflejaron, desde su particular punto de vista,
los movimientos políticos domésticos y contribuyeron, en la medida
que acentuaban sus potencialidades subversivas, a que Washing-
ton tomara conciencia de los peligros que se proyectaban sobre la
estabilidad de su experimento de dominación neocolonial.
Una de las fuentes de posibles conflictos que los oficiales de la
inteligencia estadounidense en Matanzas tuvieron en cuenta de
manera preferente, fue la actitud del liberalismo frente a las eleccio-
nes presidenciales de 1908. Durante la campaña electoral, tanto los
conservadores como los interventores estadounidenses fueron ob-
jeto de las críticas y ataques de los liberales. Por eso, la mayor parte
de los informes de la inteligencia estadounidense en la provincia, se
referían a los meetings organizados por los partidos políticos. Así, el
report número 12 del Intelligence District of Cardenas relataba los pro-
nunciamientos de los políticos liberales en un meeting que tuvo lugar
el 28 de julio de 1907 en Colón, Matanzas. De acuerdo con ese
informe del capitán Girard Stuvernant, oficial de inteligencia del 5th
Infantry, la asistencia al acto se caracterizaba porque de unas 800
personas, 650 eran negras. Los oradores liberales expresaron, según
este oficial que asistió vestido de civil al meeting para pasar desaperci-
bido, que “The United States apparently meant the best for Cuba
and desired her to have a stable government”. No obstante, el coro-
nel Enrique Collazo, el único alto oficial mambí de los ocho orado-
res que tuvo el acto, “...in a brief, but energetic speech alluded to
faithfulness. Cuba should be in a position to withstand a posible
discovery in the end that the United States would not live up to her
promise”. La nota común de los discursos fue que el candidato pre-
sidencial liberal, José Miguel Gómez, encarnaba los principios de
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 207

igualdad, libertad y fraternidad, y que “men should be elevated to


high positions of trust, according to their integrity and ability, without
distintion as to color”.8
Una comunicación del capitán John W. Furlong, del general Staff
de la MID, de 2 de agosto de 1907, al capitán Stuvernant, le pedía
que corroborase si era exacto que el dirigente negro Martín Morúa
Delgado había afirmado, en un meeting liberal, que era innegable el
hecho que la bandera estadounidense se estaba destiñendo,
mientras que los colores de las banderas cubana y española se con-
servaban indelebles. Al parecer, ambos oficiales, Stuvernant y
Furlong, asistían por su cuenta a los actos políticos, sin comuni-
cárselo al gobernador Magno, ni al jefe de la MID en Cuba, por lo
que Furlong le advertía a su colega la conveniencia de que estos no
lo supieran: “I do not think either the General or the Governor,
would want it known that we are attending the meetings, as for
that reason it is inadvisable to send anymore telegrams than
absolutely necessary”.9
Otro meeting reportado por el capitán Stuvernant fue el organizado
por la facción zayista del Partido Liberal el 19 de agosto de 1907. A
este acto, que fue más una fiesta de club que un meeting político,
asistieron unas 150 personas. La nota más significativa, según
Stuvernant, fueron las declaraciones “decidely anti-revolutionary...
and full of good advise to cubans” del general De la Rosa, dueño de
una gran finca de caña y ganado, y antiguo propietario del central
Tinguaro, en el sentido que repudió toda protesta armada contra los
americanos. Sin embargo, la actitud de De la Rosa, según le parecía
al mismo Stuvernant, no era sincera; en otras palabras, a su modo
de ver, no estaban motivadas por sentimientos patrióticos.10
8
Report no. 12 del Capitán Girard Stuvernant, Intelligence Officer, 5th U.S.
Infantry, recibido el 9 de agosto de 1907 en el general Staff de la MID, en
Marianao, sobre un meeting liberal que tuvo efecto en Colón, Matanzas, el 28 de
julio de 1907, USNA RG 385, entry 1008, file 49/365.
El subrayado es de Stuvernant (Nota del Autor).
9
Carta del capitán John D. Furlong, del general Staff de la MID, de 2 de agosto de
1907, al capitán Girard Stuvernant, Intelligence Officer de la 5th Infantry,
radicado en Cárdenas, USNA RG 385, entry 1008, file 49/366. Ver respuesta
de Stuvernant de 3 de agosto de 1907, USNA RG 395, entry 1008, file 49/368.
10
Report no. 13 del capitán Girard Stuvernant, Intelligence Officer de la 5th U.S.
Infantry, recibido el 26 de agosto de 1907 al general Staff de la MID, en
Marianao, informando sobre un meeting político liberal que tuvo lugar el
19 de agosto de 1907, USNA RG 385, entry 1008, file 49/368.
208 JORGE IBARRA CUESTA

A diferencia de los meetings de los liberales, caracterizados por


las denuncias y amenazas violentas, los actos políticos de los con-
servadores eran un modelo de “political correctness”. El 16th Report
del oficial Stuvernant sobre la reunión conservadora del 20 de mayo
de 1908 en el Teatro Otero de Cárdenas, daba cuenta de una asis-
tencia de 750 personas. Como destacaba Stuvernant, “the audience
included the greater part of the better social society of Cardenas,
many ladies being present”. Los oradores, en especial González
Lanuza, hablaron elocuentemente “of the concientiouness, sincerity
and remarkable ability of the U.S. in dealing with her foreign
subjects and quasi-subjects, showing no desire for aggrandisse-
ment, or any thing but to perform her full international duty … in
which, she stood as an example to the entire civilized world”. Aun
cuando el discurso se caracterizó por ser una apología de la misión
estadounidense en América Latina, el hecho de que señalara como
condición esencial de su cumplimiento feliz, la conservación de la
independencia cubana, trazaba una línea de demarcación con
respecto a la minoría anexionista. Otro discurso, no tan elogioso
de la misión que se atribuían los Estados Unidos, fue pronunciado
por Alejandro Neyra, representante de intereses económicos espa-
ñoles de Cárdenas, y presidente del Comité Conservador, organi-
zador del acto. Según este, “it was better, to be ruled, if needs be at
all, by those who spoke the language of one’s forefathers”. Por su
parte, el general Pedro Betancourt, el jefe más prestigioso del con-
servadurismo en la provincia, afirmó que su agrupación política no
estaba luchando por el poder, sino por alcanzar la hegemonía. Estaba
claro que para ganarse la dirección política y moral de los cubanos
había que postular como condición sine qua non la independencia
de Cuba.11
Hacia fines de agosto de 1908 la temperatura política de las diri-
gencias liberales había llegado a su punto más alto. En un meeting
efectuado en el Teatro Nacional de La Habana el día 25 de agosto, el
capitán Furlong reportó al jefe del Estado Mayor del Army of Cuban
Pacification en Marianao, que en el acto los oradores se habían expre-
sado en términos muy violentos sobre la falta de garantías en la Isla.
Brevemente, “they stated that action on the part of the United States

11
Report no. 16 del capitán Girard Stuvernant, Intelligence Officer de la 5th
U.S. Infantry del meeting conservador que tuvo lugar en Cárdenas, Matanzas,
el 20 de mayo de 1907, dirigido al general Staff de la MID en Marianao,
USNA RG 395, entry 1008, file 49/389.
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 209

to impose further restriction in Cuba would be considered as a


declaration of war”. Los más severos en sus enjuiciamientos de la
intervención estadounidense habían sido los oficiales del Ejército
Libertador y jefes destacados del liberalismo: coronel Loynaz del
Castillo, coronel Orestes Ferrara y general Eusebio Hernández. Este
último declaró que, “if a single addition was made in the form of
guarantees to the Platt Ammendment, it would have to be enforced
over the dead bodies of Cuban Patriots”. Asimismo, el Sr. Steinhart,
aprovechado oficial de la Primera Intervención estadounidense, que
se había enriquecido con los dineros del tesoro cubano a la sombra
del gobernador Wood, fue atacado violentamente y calificado de aven-
turero norteamericano. Ante los encendidos discursos de los orado-
res, el público coreaba que “Ferrara should put more explosives under
the railroads bridges and rid Cuba of the trusts”.12
Otro informe del teniente de la 5th Infantry, O. A. Dickinson,
fechada en Cárdenas el 29 de noviembre de 1908, al capitán John
W. Wright, de la 17th Infantry y jefe de la MID en Marianao, hacía
un dictamen general de la situación política en Cárdenas y las
regiones rurales de la provincia matancera. Dickinson se interesa-
ba sobre todo en que su superior tuviera conocimiento de la forma
en que él había recogido la información entre los cubanos: “Nobody
knows (or at least nobody that I have met) or has any definite
convictions as to the points in which information is requested”.
Por consiguiente, el método de recolección de la información era
indirecto. La investigación de Dickinson se había dirigido en un
primer momento a definir el carácter de la facción zayista y de la
facción miguelista del liberalismo. En ese sentido era necesario
destacar que el verdadero líder de los liberales era José Miguel
Gómez, y no Alfredo Zayas. La gente que seguía a José Miguel era
“the less unscrupulous, and he himself it is beleved is sincere in
his desires and intentions to do the best for Cuba”. En cuanto a las
promesas que hacían los miguelistas y los zayistas, era preciso te-
ner en cuenta que la mayoría eran falsas. Así, el cargo de jefe de
Sanidad Local había sido prometido por Gómez a tres médicos dis-
tintos. La facción de Zayas parecía mezclarse más con la gente po-
bre, por el hecho que sus seguidores eran, en su gran mayoría, de
las “lower classes”. Mientras los adherentes del miguelismo eran

12
Memorandum del capitán John W. Furlong, al general Staff de la MID, en
Marianao, de 25 de febrero de 1908, al Chief del general Staff, USNA RG 199,
entry 7, box 1.
210 JORGE IBARRA CUESTA

los blancos o casi blancos de la localidad, los zayistas eran casi


todos negros. No se sabía hasta cuándo duraría la alianza entre
zayistas y miguelistas. Se pensaba que debido a la escasez de dinero,
motivada por las zafras cortas de esos años y los por venir, los
votos oscilarían hacia los conservadores, cuando se sintiera la des-
ilusión de que no había ni dinero ni trabajo con los liberales. En
resumidas cuentas, no se pensaba que la alianza liberal perduraría.
Eso era, según Dickinson, lo que “the people are talking... and is a
very good index of the state of distrust that surrounds the political
situation in general”. Sin embargo, pensaba el oficial de inteligen-
cia de Cárdenas, que era imposible una alianza entre zayistas y
conservadores dados los fuertes sentimientos que los separaban
en torno a la cuestión racial.
Se comentaba también en la población que los conservadores
podían valerse de sus propias fuerzas o usar los elementos descon-
tentos del liberalismo en una revolución, para provocar una inter-
vención indefinida. Se entendía que esa era la última oportunidad
del país de tener una forma republicana de gobierno y si tenían lugar
alzamientos armados, los Estados Unidos impondrían inevitablemen-
te un Protectorado. José Miguel Gómez había hecho importantes
proposiciones para su futuro gobierno a algunos conservadores. Tal
política, pensaba Dickkinson, provocaría la ruptura de la alianza li-
beral y la polarización de las fuerzas en torno a la línea del color. Por
una parte, los conservadores y los liberales moderados con sus se-
guidores blancos, y por otra, los zayistas y sus clientelas negras. La
división entre blancos y negros se acentuaría aún más cuando José
Miguel ascendiera al poder, porque “certain it is that the black element
is going to be left out of the distribution of prizes, only enough of
the less important and showy offices falling to their share to keep
them quiet until the thing is done”. No obstante, el oficial estado-
unidense era de la opinión que la ruptura entre las facciones signifi-
caría una redistribución de las afiliaciones del partido, sin violencia.
Los peligros que implicaba la división racial aconsejaban, por el con-
trario, que se prolongase indefinidamente la intervención “whithout
the moral support of the American Forces here for some time after
the new gobernment is seated I doubt it if will be a succes, judging
from the opinión most prevelent here”.13

13
Reporte del primer teniente O. A. Dickinson, Intelligence Officer de la 5th U.S.
Infantry, fechada en Cárdenas el 29 de noviembre de 1908 al capitán John W.
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 211

No era esa la opinión de sus superiores en Washington. La políti-


ca trazada por Elihu Root y Teodoro Roosevelt era la de mantener un
pie en la Isla y otro fuera. Que los cubanos se las arreglasen entre
ellos, mientras se respetasen y obedecieran los dictados de las inver-
siones estadounidenses en el país. Tan pronto tuvieran lugar distur-
bios o alzamientos, las fuerzas norteamericanas intervendrían
rápidamente. Una intervención demasiado prolongada, la anexión o
el Protectorado, podían provocar la unidad de conservadores y libe-
rales, de blancos y negros, y una situación de insurreccionalismo
crónica. Mejor era instaurar la República y dejar los cubanos a su
suerte, para que los independentistas siguieran divididos en conser-
vadores y liberales, en negros y blancos. De ese modo se podrían
realizar mejor los fines de la política neocolonial en la Isla.
Días antes, el oficial de inteligencia Dickinson, había reportado
al capitán John Furlong, en Marianao, que el discurso más incen-
diario que había oído hasta entonces era el de un orador negro en
Colón, llamando a los de su raza “to get together and rule that they
must dominate or the conservatives would pluck all the plums from
the pie”. Los discursos que había escuchado hasta entonces eran
un llamamiento tan fuerte a las clases más bajas de la sociedad y
un recordatorio tan sugerente del pasado de luchas armadas del
pueblo cubano, que constituían una imagen muy diáfana de lo que
sucedería si las cosas no ocurrían como ellos deseaban. Aunque
había pensado en un primer momento que Cárdenas era una ciudad
eminentemente conservadora, se había convencido recientemente
de que los liberales habían ganado terreno y comenzaban a
hegemonizar al electorado del lugar. Las campañas de los conser-
vadores se basaban fundamentalmente en el hecho que Estrada
Palma había sido honesto y había salido de la presidencia siendo
un hombre pobre. Por otra parte, los elementos anexionistas del
conservadurismo estaban muy contentos porque pensaban que la
intervención se prolongaría, como resultado de las amenazas de
inminentes alzamientos armados de los liberales. El sector minori-
tario de los conservadores tenía ese modo de ver las cosas.14

Wright de la 17th U.S. Infantry, del general Staff de la MID, A. O. C. P., en


Marianao. Record copy file de la MID, 49/900, USNA, Washington D.C.
14
Carta del primer teniente O. A. Dickinson, Intelligence Officer, 5th U.S. Infantry,
fechada en Cárdenas el 9 de noviembre de 1908 al capitán John W. Furlong,
general Staff de la MID, en Marianao, USNA RG 395, entry 1008, file 49/399.
212 JORGE IBARRA CUESTA

En la documentación de la MID obraba también una diversidad


de informes de la Policía Secreta cubana remitidas al mayor F.
Foltz, ayudante del gobernador provisional de la Isla, Charles
Magoon, sobre presuntas actividades conspirativas de la población
negra en Pinar del Río, contra la intervención estadounidense.
Así, en un informe del jefe de la Policía Secreta de La Habana,
José Jerez Varona, a Foltz de 3 de agosto de 1907, se establecía
que el hecho de que los negros no hubieran recibido ningún be-
neficio, ni hubieran sido acreedores a los derechos que se estatu-
yeron en la Constitución de la República, determinaba que “...
they are decided not to allow the Republic to exist either for the
whites for that reason they Intend. To uprise in armas”. En el
referido informe se incluía una relación de negros que secunda-
ban los planes de Evaristo Estenoz, dirigente de la agrupación
política en formación, Partido Independiente de Color, que hacía
suyas las reivindicaciones de los negros. De acuerdo con Jerez
Varona, el verdadero inspirador de este movimiento era Martín
Morúa Delgado, lo que da una idea de lo desacertado de los infor-
mes que recibía la policía cubana sobre las actividades de los
negros. No obstante, aseveraba que Juan Gualberto Gómez, era
contrario desde sus orígenes al movimiento en ciernes de los In-
dependientes de Color, lo que parece ser algo más verosímil.15
El 6 de agosto de ese mismo año, Jerez Varona reportaba a Foltz
un meeting político de los Independientes de Color en San Juan y
Martínez, con la presencia de Estenoz, quién se trasladó hasta allí
con un grupo de sus seguidores, desde La Habana. Entre las per-
sonalidades que se encontraban en el acto estaban Martín Herrera
y Octavio Montero, lo que revela que el partido no excluía de sus
filas a los blancos que defendían los derechos de los negros. Los
oradores no dejaron de formular amenazas contra el ordenamien-
to político del país, si no se accedían a sus demandas pacíficas de
igualdad de derechos. Uno de ellos, Domingo Acosta, de acuerdo
con el informe de Jerez Varona, expuso que conocía perfectamente
el riesgo que estaba corriendo si se enfrentaban a los americanos,
“...that he knew how strong they are, but in spite of all this he was

15
Carta de José Jerez Varona, jefe de la Policía Secreta de La Habana, de 3 de
agosto de 1907, al mayor F. Foltz, ayudante del gobernador provisional, Re-
cord copy file de la MID, USNA, Washington D. C.
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 213

decided to demand anyhow the rights that have been promised to


the negroes”.16
Otro informe, esta vez del capitán S. G. Jones, oficial de inteli-
gencia, ayudante del coronel James Parker de la 11th Cavalry del
ejército de ocupación en Pinar del Río, dirigido a su jefe, de 20 de
septiembre de 1907, reportaba otro meeting que debió efectuarse el
3 de septiembre, en el ingenio de San Claudio, en Cabañas (Pinar
del Río) por los Independientes de Color y su jefe, Evaristo Estenoz.
En estas actividades aparecía asociado también Morúa Delgado.
De todos modos, el acto fue suspendido ante la oposición de blancos
y negros de la localidad,
especially that of one mulato, web known as Soria, 40 years of
age, native of the Oriente, Lt. Cor. 95-98, then operated along
north coast of Pinar del Río, Cabañas, Cacarajícara, Bahía
Honda; retains much influence —until two months ago, Ad-
ministrador of Ingenio Asunción de Picaza, now owner of fin-
ca, well to do; defended Cabañas in August last of Government;
affiliations Moderate— but not an active politician.
De acuerdo con el informe citado, los seguidores de Estenoz
consideraban que “it is necessary to put the whites to a test, for we
have more rights than they, for we have made two wars and gained
both”.17
La actitud recelosa, cuando no hostil, de las autoridades inter-
ventoras ante las primeras actividades de los grupos originales que
constituirían el Partido de los Independientes de Color, motivó la
publicación por parte de estos, de varios manifiestos definiendo su
posición con respecto a la coyuntura que vivía el país. Así, en una
alocución dirigida A mis compatriotas y hermanos de raza, fechada en
San Juan y Martínez el 26 de septiembre de 1907, el brigadier del
Ejército Libertador, Lucas Marrero, planteaba: “Toda alteración del
orden en estos momentos, en que rige nuestros destinos un go-
bierno extranjero que ha venido a intervenir en una contienda en-
tre hermanos, poniendo en acción cuanto conduzca a la inmediata
16
Carta de José Jerez Varona, jefe de la Policía Secreta de La Habana, de 6 de
agosto de 1907, al major F. Foltz, ayudante del gobernador provisional, USNA
RG 199, box 7, entry 5.
17
Carta del capitán S. G. Jones, Intelligence Officer, de la 11th U.S. Cavalry, de
20 de septiembre de 1907 al coronel James Parker de la 11th U.S. Cavalry, en
Pinar del Río. Record copy file de la MID, en USNA, Washington D. C.
214 JORGE IBARRA CUESTA

implantación de nuestra República, resulta criminal, inaceptable”.


De hecho, las luchas por la integración del negro a la sociedad
republicana, serían afectadas seriamente por la presencia extranje-
ra en el país, “...cualquier movimiento armado que en estos
momentos se inicie, sin programa, sin bandera, ni efecto conocido,
nos perjudica y echa al suelo nuestra gran obra”. Terminaba el
manifiesto planteando que los negros habían sido utilizado en las
luchas políticas partidarias para satisfacer las aspiraciones electo-
rales de las dirigencias blancas. Así, la Coalición Social de Occidente,
forma original que adoptó el movimiento reivindicativo negro, de-
nunciaba que las aspiraciones de los negros se habían visto poster-
gadas “...por aquellos que explotando a las clases de color en los
comicios o llevándolas a las revoluciones donde esas clases han
peleado con heroísmo y sin interés, cuando ha llegado la hora del
reparto, se las ha menospreciado”.18
Las actividades de los negros en Pinar del Río motivaron un
manifiesto de apoyo de un grupo de altos oficiales, veteranos negros
del 95, del pueblo de Lajas, el 27 de agosto de 1907. El documento
es importante, en tanto las dirigencias históricas negras criticaban
por primera vez la prédica conciliadora, que constituiría la base del
mito de la igualdad racial republicana. En la traducción del docu-
mento al inglés, realizada por los oficiales de la MID, se podían leer
las palabras siguientes:
Comrades, it is necessary for us to wake from the sep in which
we are now, so as not to permit the political leaders to deceive
us any longer, who with their loud mouthed democracy, come
to ensnare us for the purpose of serving them with our votes
to place them in good positions, and then the thanks we get
is: “I shall keep it in mind” and finally they tell us we must
educate ourselves so that we may become policemen in the
year following.
Los ofrecimientos de las dirigencias políticas blancas de otorgar
los mismos derechos al trabajo, una vez que los negros se educa-
sen, eran evidentemente falsos, pues los negros tenían las mismas
capacidades que muchos blancos que ocupaban cargos públicos,
“... just as the White man goes to fill a position without having any
experience and acquires his knowledge shile in that office, the
colored people can do the same”. Al mismo tiempo, el Manifiesto

18
Manifiesto que obra en mi archivo personal (Nota del Autor).
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 215

de Lajas se pronunciaba contra el hecho que los dirigentes blancos


tuvieran el derecho de moverse por todo el país para reunirse con
sus clientelas e instruirlas políticamente, mientras que los dirigen-
tes negros no podían hacer lo mismo sin ser molestados por las
autoridades, ni ser acusados de “racistas y criminales” por reunir-
se con sus amigos para conseguir su apoyo político o su voto. Por
eso los veteranos de la Independencia de Lajas, advertían sobre la
necesidad de unirse contra la discriminación racial, “... without
taking recourse to violent means from the point of the law”.19
No obstante, la escasa y en ocasiones distorsionada información
obtenida sobre las actividades políticas de los negros en Pinar del
Río fue suficiente para que el coronel James Parker de la 11th
Cavalry estacionada en esa provincia, basado en las indagaciones
de su ayudante, el capitán T. S. Jones, en informe de 20 de septiem-
bre de 1907 al coronel M.F. Waltz, jefe del Estado Mayor del Army
of Cuban Pacification en Marianao, le comunicara que existía a lo
largo y ancho del país, una vasta conspiración de los negros, que
contaba con el apoyo de algunos blancos, la cual no tenía referen-
cia en los partidos políticos existentes. Su objetivo inmediato pare-
cía ser la suspensión de la realización del Censo, a los efectos de
que se suspendieran las elecciones convocadas y se prolongase
indefinidamente la intervención estadounidense. El movimiento de
Pinar del Río era dirigido desde La Habana. Una característica de la
conspiración —continuaba el oficial de caballería— parece haber
sido el descubrimiento de distintos alijos de armas en la provincia
de la última insurrección de 1906 y se esperaba el desembarco de
una gran cantidad de armamentos procedentes de La Habana. Un
último elemento de la nueva conspiración parecía ser la interven-
ción de empresas tabacaleras estadounidenses en la financiación
del movimiento armado que se gestaba. De acuerdo con el coronel
Parker, “In view of the tretas made by many Americans that money
would be employed to produce disorder that would make it impo-
sible to terminate the intervention, the possibility of that as a source
should be investigated”.20
19
Traducción al inglés del Manifiesto al pueblo de Lajas y a la gente de color, firmado
por nueve veteranos de la Independencia, 27 de agosto de 1907, USNA RG 199,
entry 5, no. 159.
20
Carta confidencial del coronel James Parker, Intelligence Officer de la 11th
U.S. Cavalry, fechada en Pinar del Río el 20 de septiembre de 1907, al coronel
M. F. Waltz, Chief of Staff de la MID. Record copy file de la MID 54/97, en
USNA, Washington D. C.
216 JORGE IBARRA CUESTA

La información posterior sobre actividades conspirativas en Pi-


nar del Río del propio capitán Jones y del gobernador conservador
de la provincia, Indalecio Sobrado, desmentiría las afirmaciones
originales del oficial estadounidense, en el sentido de que el movi-
miento fuera una vasta conjura de negros, aun cuando siguiera
implicando en ella a algunos luchadores negros vinculados a
Evaristo Estenoz, como al brigadier Lucas Marrero. La conspira-
ción, como revelarían los informes del gobernador Sobrado y de
Jones, estaba encabezada por José Massó Parra, coronel del Ejérci-
to Libertador, blanco, que desertó de las filas revolucionarias en la
Guerra del 95, para pasar al servicio de España. Una vez obtenida
la independencia de España, Massó Parra emigró a Venezuela por
temor a enfrentar el repudio de sus antiguos compañeros de ar-
mas, y regresó durante la Segunda Intervención estadounidense,
cuando la causa independentista entraba en aguda crisis. De
acuerdo con estos informes de la MID, la segunda figura más
importante de la conspiración era el cura Miret, de San Juan y
Martínez. La conspiración no parecía motivada por actitudes racia-
les o de partidismo político. En ella participaban oficiales del Ejér-
cito Libertador, liberales y conservadores, blancos y negros. En ese
sentido, uno de los elementos que definían el movimiento parecía
la coyuntura en la que debían tener lugar los alzamientos: en vís-
peras de la realización del Censo, premisa para la realización del
proceso electoral que restituiría a los cubanos la gobernación del
país. Evidentemente, un proceso armado en esos momentos impe-
diría la constitución de la República y justificaría la prolongación
indefinida de la intervención y la eventual imposición de un Pro-
tectorado o la anexión de la Isla por los Estados Unidos.
Otro elemento que caracterizaba el movimiento era el hecho que
su dirigente principal fuera un renegado de la causa independen-
tista cubana, por lo que era verosímil que pudiese “coincidir con” o
“responder a” propietarios estadounidenses, interesados en que se
malograse la República. De acuerdo con la información obtenida
por la MID, había un hombre en la conspiración más arriba de
Massó, que no habían podido identificar aún. En las distintas rela-
ciones de conspiradores que aparecen en los informes de Sobrado
y Jones remitidos al gobernador Magoon, no solo hacen acto de
presencia a los que se les atribuye haber declarado su compromiso
con la insurrección en ciernes, sino a aquellos con los que se les
ha visto sostener reuniones, cuyo objeto es desconocido por los
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 217

informantes. Los agentes del gobernador provincial y del capitán


Jones no pudieron obtener documentación escrita de los conjura-
dos, según relataban, sino tan solo información verbal.
En los diversos informes consultados por nosotros hay una coin-
cidencia de varias fuentes en cuanto a la participación de la Tobacco
Land de Pinar del Río en la cobertura de los embarques de armas
destinadas a los conspiradores. Así, en el primer informe del coro-
nel Parker, citado al jefe del Estado Mayor de la MID se aseveraba
que se habían proferido: “tretas made by many americans that
money would be employed to produce disorder that would make it
imposible to end the intervention”. En otro informe de Jones del
4 de octubre de 1907,
The secret service man (special Provincial Police MANUEL
CAMERO SCJ) has been to paso Real (De Guane) today, and
in a conversation with CARLOS MENÉNDEZ, the following
was brought out that there had been landed in Cuba eighteen
thouthand rifles and two millions rounds of a ammunitions;
that these arms were landed at Bahía Honda and La Fe,
consigned to the American Tobacco Trust. He states that the
Trust is against the American Government, for what reason
he does not know.21
Un informe similar al gobernador militar de Cuba, Charles
Magoon, había sido despachado por el gobernador de Pinar del Río,
Yndalecio Sobrado, el 30 de agosto de 1907. Aquí se reportaba que
el agente especial de la policía secreta en Guanes, había dado cuenta
de que “an expedition bearing arms was landed at La Fe, in
combination with the warehouse keeper stationed there”.22 En otro
informe, del oficial de inteligencia, capitán S. T. Jones, de 27 de
octubre de 1907, se ratificaban algunos aspectos relacionados con
el desembarco de armas consignadas a la empresa tabacalera esta-
dounidense mencionada. Así, se establecía que:
That nearly a month ago arms and ammunitions were brought
to Bahía Honda and La Fe, coming consigned to the TRUST

21
Carta del capitán S. G. Jones, Intelligence Officer de la 11th U.S. Cavalry al
general Staff de la MID, en Marianao, donde fue recibida el 4 de octubre de
1907. Record copy file 54/118, en USNA, Washington D.C.
22
Carta de Yndalecio Sobrado, gobernador de Pinar del Río, fechada en Pinar del
Río el 30 de agosto, y dirigida al Gobernador Provisional de Cuba. Record
copy file 54/119 de la MID, en USNA, Washington D.C.
218 JORGE IBARRA CUESTA

(Cuban Land and Leaf Tobacco Co.), that those disembarked


at La Fe are now in the woods of JARRETA … entry of arms made
with the knowledge and aid of MANUEL BARRIO, Guarda almacén
of La Fe (This is the four or five time, this man’s name has
been reported as the party who received the arms at La Fe,
and all from different sources).23
Las evidencias aportadas por los informes de la MID referentes
a los armamentos consignados a la Tobacco Land & Lead Company,
requieren nuevas verificaciones en la documentación de esa
empresa, de sus directivos y de los dirigentes del movimiento
conspirativo. De todos modos, la idea de que pudiera haber intereses
estadounidenses radicados en la Isla, interesados e incluso dispues-
tos a provocar la prolongación de la intervención, la imposición del
protectorado, o la anexión, no parece estar reñida con las eviden-
cias históricas.
No obstante, los movimientos reivindicativos de los negros y
las amenazas que proferían los dirigentes liberales desde la prensa
y las tribunas llamando a la insurgencia contra el poder foráneo
si no se hacían unas elecciones honestas, disuadieron, entre otras
cosas, a Elihu Root y a Teodoro Roosevelt de intentar cualquier
proyecto anexionista o proteccionista que se les hubiese podido
ocurrir durante los años de la intervención. En esas circunstan-
cias, el ejecutivo estadounidense se abstuvo de intervenir en el
proceso electoral a favor del Partido Conservador, con cuyas diri-
gencias se identificaban evidentemente. Si el experimento neoco-
lonial cubano, signado por la Enmienda Platt, iba a tener éxito,
dependería del supuesto libre juego de las fuerzas políticas en el
acceso al poder. De otro modo, la Isla amenazaba con hundirse
en un estado crónico de insurreccionalismo, que afectaría consi-
derablemente a las inversiones del capital financiero estadouni-
dense en el país. El propio gobernador Magoon llegó al
convencimiento de que la abrumadora mayoría de los cubanos no
estaba dispuesta abdicar su independencia y soberanía, la que para
conquistarla, prácticamente todos los cubanos de esta genera-
ción se habían unido contra España.24 Los informes de los oficia-
23
Carta del capitán S. G. Jones, Inteligentce Officer de la 11th U. S. Cavalry de
27 de octubre de 1907, al Intelligence Officer, A. O. C. P. de Marianao, Record
copy file de la MID, USNA, Washington D. C.
24
Charles E. Magoon: Informe de la Administración Provisional de la República de Cuba
(1906-1907), La Habana, 1908.
TEMA 3. PROBLEMÁTICA HISTORIOGRÁGICA DEL CACIQUISMO EN LA REPÚBLICA 219

les de la inteligencia estadounidense atestiguaban también la exis-


tencia de este poderoso sentimiento entre las dirigencias locales
de Las Villas, Matanzas, La Habana y Pinar del Río, como hemos
puesto de relieve en este trabajo.
Ahora bien, con independencia de las virtualidades revoluciona-
rias de las fuerzas internas, de su capacidad insurgente contra el
dominio neocolonial, la imposición de un protectorado o la anexión
de Cuba, atentaba contra la política exterior hacia Latinoamérica
trazada por Elihu Root. De hecho, una de sus constantes era el
experimento de dominación neocolonial trazado para Cuba, según
el cual, la República, bajo la mirada vigilante de sus tutores, debía
prosperar económicamente y sus instituciones, constituir un
ejemplo para el resto de los países latinoamericanos. La anexión de
la Isla constituiría una trasgresión evidente de esa política, en un
momento en que las relaciones comerciales e inversiones europeas,
principalmente británicas, comenzaban a tomar fuerza en el
traspatio americano de los Estados Unidos. La anexión significaba
para las repúblicas latinoamericanas que los Estados Unidos habían
heredado la política colonial de España, por lo que sería entonces
más conveniente estrechar vínculos con Europa.
220 JORGE IBARRA CUESTA
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 221

TEMA 4

ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL


Y RACIAL REPUBLICANA
222 JORGE IBARRA CUESTA
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 223

HERENCIA ESPAÑOLA
E INFLUENCIA ESTADOUNIDENSE
(1898-1925)*

Mientras lo estadounidense fue injertado, porque bien lo asimila-


mos de motu propio o nos lo impusieron, lo español lo heredamos,
lo llevamos en la savia de nuestra cultura, en nuestra manera de
ser. Lo estadounidense representa elementos externos que se fun-
den, sin alterar en lo esencial la matriz de nuestra nacionalidad. De
esa manera, la presencia ibérica en nuestra historia tiene un carácter
indeleble, de larga duración, porque es consustancial a nuestro ser,
mientras la incidencia anglosajona, a pesar de la proyección absor-
bente de la penetración cultural, tuvo un carácter coyuntural en el
proceso de formación nacional cubano.
La comunidad cultural cubana, definida por Fernando Ortiz como
una gran olla de ajiaco, capaz de asimilar los elementos alógenos
más disímiles, rechazó la gran mayoría de los componentes cultu-
rales anglosajones, sugeridos o impuestos por el dominio neoco-
lonial e incorporó tan solo aquellos que no atentaban contra la
integridad nacional. En ese sentido, las mercancías y artefactos de
la civilización estadounidense que inundaron el país, no socavaron
los fundamentos de la conciencia nacional. No desdeñamos la po-
derosa influencia que ejercieron en la actitud asimilista de la bur-
guesía dependiente criolla y de ciertos sectores de la clase media,
pero el irreversible proceso de integración y de transculturación

* Conferencia pronunciada en el Aula Iberoamericana del Instituto de Coopera-


ción Iberoamericana de la embajada de España y publicada en: Nuestra común
historia. Cultura y Sociedad, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1995.
224 JORGE IBARRA CUESTA

forjado en el curso de las gestas independentistas, determinó que


el pueblo nación cubano resistiese la invasión estadounidense.
El axioma de Toynbee, según el cual los valores que en un proce-
so de aculturación se transmiten con más rapidez son los valores
económicos, seguidos por los políticos y culturales, parece confir-
marse en el caso de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba.
El núcleo cultural y ético de la nacionalidad cubana no pudo ser
absorbido por la presencia del poderoso vecino en la Isla.1 Las “mi-
serables mercancías”, a las que se refirieron, en estos mismos tér-
minos, revolucionarios jacobinos de procedencia tan diversa como
Robespierre y José Martí, no provocaron la desintegración espiri-
tual del pueblo cubano. La adopción, por parte de la burguesía de-
pendiente criolla, de las prácticas y los métodos de gestión
económica de sus homólogos del Norte, su gusto por los ritmos
musicales estadounidenses, por los parties y baby showers en sus
clubs exclusivos, no se tradujo en actitudes de dependencia, ni de
mimetismo en las clases subalternas.
En este sentido, es preciso tener en cuenta el orden de aparición
de algunos hechos que definieron el proceso de asimilación de
algunas aficiones y costumbres del pueblo norteamericano. Estas
influencias encontraron desde bien temprano una variedad de
expresiones en el siglo XIX cubano. Los primeros deportes proce-
dentes de los Estados Unidos que se asociaron al gusto de la cla-
se de plantaciones criolla, fueron el base-ball y los gimnasios donde
se practicaba la halterofilia. Referencia a estos últimos se halla en
el Centón Epistolario de Domingo del Monte. Es posible, sin em-
bargo, que el gusto cubano por el base-ball, no estuviese vinculado
tan solo a la atracción que ejercía ese deporte en sí, sino que re-
presentase una elección cultural, de implicaciones políticas. Los
cubanos pudieran estarle dando las espaldas al toreo y abrazando
el juego de base-ball para mostrar su repudio al dominio colonial
hispánico.
La primera intervención estadounidense contribuyó a consolidar
algunos gustos y recreaciones que habían comenzado a introducirse
procedentes de esa nación, desde finales del siglo XIX: la bicicleta, el
helado, la mantequilla, el hielo, el daiquirí... Los cubanos ingerían
el ron con azúcar y agua, pero los estadounidenses le añadieron el

1
Arnold Toynbee: Estudio de la Historia, 2da. parte, Buenos Aires, 1962, pp. 55 y
536.
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 225

hielo picado y lo bautizaron como Daiquirí, en recordación de la


playa, en la costa sur de la provincia de Oriente, donde desembarcó
el ejército interventor. En cuanto a la mantequilla, es bueno desta-
car que su introducción en la Isla provocó una tormenta en la crí-
tica de costumbres de principios del siglo XX. Los periódicos
habaneros convirtieron en una cuestión de honor nacional la críti-
ca a la mantequilla y al pan elaborado con harina de trigo estado-
unidense. No eran alimentos sanos, se argumentaba.2
La labor higienizadora y la construcción de acueductos alentada
desde Washington, contribuyó a que descendiera la tasa de morta-
lidad en la población. No obstante, las autoridades estadouniden-
ses pretendieron robarle el mérito al científico cubano Carlos J.
Finlay, de ser el descubridor del agente transmisor de la fiebre
amarilla.
La arquitectura estadounidense hizo sentir su influencia bien
temprano, en los chalets de madera y en estilo sureño de muchas
de las residencias de la burguesía dependiente en el entonces aris-
tocrático barrio del Vedado. El gusto por el confort y el lujo,
inficionados por la producción industrial del poderoso vecino, caló
hasta el tuétano a la burguesía dependiente y a sectores importan-
tes de la clase media. Por su parte, los ritmos musicales estadouni-
denses en boga, el Two Steps y el Fox, comenzaron a desplazar al
vals tropical, a la habanera y al danzón en los clubs elegantes de la
alta sociedad.
Durante los primeros 25 años de vida republicana se incrementó
la tendencia a que los jóvenes de la burguesía doméstica estudia-
ran en colegios y universidades de los Estados Unidos. Por otra
parte, durante estas dos primeras décadas, se radicaron en la Isla
cerca de 15 000 inmigrantes estadounidenses, quienes tuvieron
como principales áreas de asentamiento a la Ciudad de La Habana,
Isla de Pinos, Camagüey y la región nororiental de la Isla. La gran
mayoría de estos inmigrantes eran campesinos, los cuales se atu-
vieron a las pautas endogámicas de la cultura anglosajona y no se
mezclaron racial ni culturalmente con la población cubana.3 De
manera que las incidencias negativas derivadas de la influencia
2
María Poumier: Apuntes sobre la vida cotidiana en Cuba en 1898, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
3
José Vega Suñol: Presencia norteamericana en el área nororiental de Cuba, Etnicidad y
Cultura, Editorial Holguín, 1991.
226 JORGE IBARRA CUESTA

cultural se limitaban, en lo fundamental, a la progresiva norteame-


ricanización de la burguesía dependiente y de la alta clase media.
El nacionalismo de las clases medias debía enfrentar a la penetra-
ción de las manifestaciones culturales estadounidenses, si es que
aspiraban a consolidar su hegemonía sobre el pueblo nación. Incluso,
el sector de la intelectualidad vinculado institucionalmente a la bur-
guesía dependiente, los pintores y los músicos que percibían la rea-
lidad nacional desde los módulos del neoacademicismo pictórico
hispánico o de la escuela musical verista italiana, se oponían resuel-
tamente a los valores de la cultura anglosajona. La crítica de ensayis-
tas como Carlos de Velazco y Luis Marino Pérez, o de novelistas
como José Antonio Ramos, Carlos Loveira, Miguel de Carrión y Luis
Felipe Rodríguez a la norteamericanización de los gustos y las cos-
tumbres, daba cuenta de la resistencia de la intelectualidad en su
conjunto a la presencia anglosajona en la vida cultural.
En el párrafo siguiente que Loveira ponía en boca del protago-
nista de Los inmortales, se resume en cierto sentido la actitud de los
sectores ilustrados de la clase media en relación con la sociedad
estadounidense de la época:
Pues sí, como le decía: admiro la afición que los “americanos”
sienten por los deportes, la cultura física, la conciencia del
propio valer (...) su capacidad por la vida democrática (...) su
innegable sentido práctico, el asombroso desarrollo de su ci-
vilización material y otras ventajas encomiables. Pero, en cam-
bio, me disgustan muchas de sus cosas: aquel salvaje prejuicio
racista con que amargan la vida del negro y que se da de ca-
chetes con su cristianismo de relumbrón; su presunta
superhombría, basada en una superioridad étnica muy discu-
tible, la “seriedad y el método” hasta para divertirse; todo tan
distinto del modo de ser nuestro, moldeado de la franqueza y
el refinamiento del alma latina, en esa herencia espiritual que
nos da carácter, gustos y aspiraciones totalmente polarizados
de los de nuestros vecinos del Norte.
No parece casual que el primer héroe norteamericano-cubano,
más norteamericano que cubano, en tanto era un agente de la pe-
netración económica y cultural del Norte, apareciera en la narrati-
va a finales de la década de 1880, con la novela de Nicolás Heredia
Leonela. Aquí se anunciaban ya las crecientes dificultades que en-
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 227

frentaría la injerencia estadounidense en Cuba. No en vano el rela-


to de Heredia concluía con estas palabras proféticas: “Lo que se
proyecta en el Norte, no se realiza fácilmente en el Mediodía”.
La penetración religiosa de las sectas protestantes norteameri-
canas estuvo encaminada, en gran medida, a desnacionalizar al
pueblo cubano. Detrás de Theodore Roosevelt y sus Rough Riders,
llegó otra invasión a la Isla. El protestantismo arribaba a las playas
cubanas de la mano de la penetración económica y política de los
Estados Unidos, como su instrumento más servicial. Los pastores
estaban convencidos de que la salvación no llegaría tan solo acep-
tando sus creencias religiosas, sino también adoptando las institu-
ciones políticas de su país. Los historiadores estadounidenses y
puertorriqueños de este periodo han encontrado en la documenta-
ción de las sectas protestantes en Cuba y Puerto Rico, una estre-
cha identificación entre lo que estos entendían como su misión
religiosa y política a la vez.4 Las instituciones educacionales pro-
testantes utilizaban textos basados en la historia de los Estados
Unidos, al tiempo que difundían conocimientos acerca de las cos-
tumbres, la lengua y el modo de vida norteamericano. Hacia 1899,
metodistas, bautistas y episcopales se habían establecido a lo largo
de la Isla, mientras que los presbiterianos y congregacionalistas se
concentraron en la parte occidental y central. Con el correr del
tiempo llegaron a establecerse más de veinte denominaciones reli-
giosas protestantes en el país.
La difusión de las distintas sectas fue facilitada por la incapaci-
dad de la Iglesia Católica de ejercer una función hegemónica en las
zonas rurales, ni entre amplios sectores populares de las grandes
ciudades. No obstante, los fines de las iglesias protestantes durante
este periodo no se diferenciaban de los de la católica, pues ambas
se propusieron exclusivamente arraigarse en las clases medias y
en la burguesía dependiente.
El interés protestante en destacar el valor de la interpretación
personal de la Biblia, le confería un cierto atractivo entre los cubanos
de la clase media, los cuales rechazaban el dogmatismo y la intole-
rancia de la Iglesia romana. Por otra parte, la prédica de las iglesias
protestantes, interesadas en promover la idea de un posible ascen-
so individual de los menos afortunados a los grupos privilegiados,

4
Samuel Silva Gotay: La Iglesia Protestante como agente de americanización en Puerto
Rico (1898-1917). Ponencia presentada en el Congreso de la Asociación de
Historiadores del Caribe, Santo Domingo, 1991.
228 JORGE IBARRA CUESTA

se proponía reforzar la estructura social vigente. No obstante, el


racionalismo de la clase media y del proletariado, así como las creen-
cias y cultos populares de origen africano, y el espiritismo, amplia-
mente diseminados entre la población, constituyeron un valladar a
la expansión del protestantismo. De hecho, en 1940, las 440 igle-
sias evangelistas de la Isla agrupaban tan solo a 40 000 parroquia-
nos, los que constituían 1 % de la población cubana. 5 Debe
señalarse, sin embargo, que algunos de los valores éticos predica-
dos por las sectas, ejercieron una influencia positiva en la clase
media cubana, en medio del clima de corrupción política imperante
y del entreguismo a los dictados de Washington. Como es sabido,
los valores éticos difundidos por una institución religiosa entran
frecuentemente en contradicción con la práctica social de su alta
jerarquía y promueven efectos no deseados por las autoridades ecle-
siásticas.
Las décimas campesinas de finales del siglo XIX expresaban el
sentimiento cubano que había conducido al pueblo de Yara y Baire
por más de 30 años, en sus luchas contra el poder colonial: Cuba
no debe favores/ a ninguna tierra extraña...
De 311 décimas campesinas enviadas desde todos los rincones
de la Isla a concursos auspiciados por el semanario humorístico La
Semana Cómica en 1920, 175 contenían referencias críticas a la pe-
netración imperialista en Cuba y a la colusión de las dirigencias
políticas domésticas con los intereses norteamericanos. En este
sentido, los temas predominantes en las décimas de la época eran
la crítica a la presencia creciente de los capitales estadounidenses
en la Isla, las amenazas de anexión procedentes de Washington, la
Enmienda Platt, y los empréstitos lesivos a la soberanía nacional,
la tarifa Fordney y/o el deseo de que Cuba alcanzara su indepen-
dencia política y económica de las determinaciones del capital ex-
tranjero. 6 En una época en la que aún no se habían creado
programas radiales de música campesina, los trovadores eran los
principales difusores de los sentimientos del proletariado rural y
5
Margaret Grahan: “Religious Penetration and Nationalism in Cuba: U.S.
Methodist Activities, 1898-1958”, Reprinted from Revista / Review
Interamericana, vol. VIII, no. 2, Summer 1978 y “ Salvation through Christ or
Marx. Religion in Revolutionary Cuba”, Journal of Interamerican Studies and World
Affairs, vol. 21, no. 1, February 1979, pp. 156-184.
6
Jorge Ibarra: Un análisis psicosocial del cubano: 1898-1925, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1985.
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 229

del campesinado. De hecho, las décimas estudiadas por nosotros


eran enviadas en su mayoría desde los bateyes de los ingenios de la
Isla. Estas circulaban no solo a través de la prensa humorística y la
folletería musical, sino que se difundían ampliamente por distin-
tos trovadores en los medios rurales. Estos memorizaban o toma-
ban como modelo las décimas impresas en las publicaciones
periódicas y las hacían llegar a las regiones rurales más apartadas.
En ese sentido pueden considerarse las décimas aparecidas en los
principales medios de difusión de los años 20, representativas de la
manera de sentir predominante en el proletariado rural y en el cam-
pesinado.
Décimas como las que reproducimos a continuación, contribu-
yen a que nos formemos un juicio del tono emocional del hombre
de campo de la época. Así es como la injerencia norteamericana y
el dominio del capital financiero, suscitan en la décima “Rumores
de mi selva”, de Gareo de Güines, publicada el 20 de agosto de
1922 en La Política Cómica, las reflexiones siguientes:
Que no me valdrá de nada/ probar que con ansiedad/ luché por
la libertad/ de mi patria idolatrada/ Mirándola hipotecada/ por
el yanqui americano/ su cielo azul y lozano,/ que tanto puede
adorar,/ viendo que se va a eclipsar,/ no quisiera ser cubano.
Manuel Puig, de Trinidad, denunciaba el 22 de octubre de 1922
en La Política Cómica la amenaza que pendía sobre su patria: “Ha-
ced que hasta el cielo suba/ nuestra enseña de ideales;/ por treinta
escudos fatales/ la bandera no empeñéis/ que esclava la dejaréis/
de extranjeros capitales”. La dignidad y el orgullo de ser cubano
movían a A. D. de Falcón, a denunciar en La planta del extranjero,
publicada el 25 de julio de 1920, los propósitos expansionistas del
imperio:
Respecto al americano,/ la desconfianza me amaga/ de que
por la suerte aciaga/ caigas en su férrea mano./ Más yo, como
buen cubano,/ con toda el alma prefiero/ o que el mar me
trague fiero/ y tus montañas se allanen/ antes de que te pro-
fanen/ las plantas del extranjero.
En los medios urbanos, un público obrero y pequeño burgués,
asistía diariamente a las representaciones de las piezas de teatro bufo
en las que se criticaba acerbamente la penetración imperialista. Un
auditorio de decenas de miles de personas, se daba cita cada año en
230 JORGE IBARRA CUESTA

el Teatro Alambra para presenciar sainetes políticos como: “La Se-


gunda República reformada” (1917), “Las cosas de Cuba” (1915),
“El país de las botellas” (1915), “Cristóbal Colón, gallego” (1923),
“El día del loco” (1912), “La república griega” (1917), “La isla de las
cotorras” (1923), “La comida de las panteras” (1922), y otros de
orientación antimperialista. Los autores de estas obras no eran
hombres del pueblo, sino periodistas, hombres de letras, que cono-
cían la manera de sentir y pensar de la población laboriosa de la capital
y para mantener elevadas las recaudaciones del teatro, le daban en la
vena del gusto con este tipo de dramatizaciones. Los sainetes y déci-
mas estudiados reflejaban las ideas que circulaban en amplios sec-
tores del pueblo, en un momento en el que no se había organizado
aún un movimiento político de orientación antimperialista, y ni en la
arena política ni en la social hubieran hecho acto de presencia orga-
nizaciones con una proyección nacional popular.
La influencia estadounidense se hizo sentir con más fuerza a finales
de la década de 1910, con la progresiva irrupción de los filmes
holywoodenses en las pantallas de los cines cubanos. La relación de
las películas exhibidas en La Habana, que reproduce Primelles en
distintas partes de sus Crónicas Cubanas (Cuadro 4.1), refleja el lento
ascenso de la producción cinematográfica estadounidense, en reñi-
da competencia con la italiana, en el gusto del público cubano.7

Cuadro 4.1. Cantidad de películas exhibidas en La Habana por


nacionalidad (1915-1918)
Nacionalidad Años

1915 1916 1917 1918


Italianas 11 15 19 52
Estadounidenses 1 5 7 84
Francesas 3 2 2 33
Cubanas 1 - 6 9

A partir de 1918, Primelles se limita a referir en sus Crónicas


cubanas que la gran mayoría de las películas exhibidas eran esta-
dounidenses. Duglas Fairbanks, Mary Pickford, Charles Chaplin y
Theda Bara, aseguraron desde entonces la hegemonía de la indus-
7
León Primelles: Crónicas Cubanas, La Habana, ts. I y II, 1955.
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 231

tria cinematográfica holywoodense. La razón del incremento del


número de películas exhibidas a partir de 1918, parece vinculada
de alguna manera, al fin de la Primera Guerra Mundial. El público
aficionado al cine comenzó a superar ampliamente al de las repre-
sentaciones teatrales. En 1915 había en todo el país 300 cines. En
la capital llegaban a 40, con un promedio de 650 lunetas cada uno.8
Un certamen realizado en 1914 con el propósito de averiguar
qué tipo de espectáculo prefería el público para la inauguración del
Teatro Aguilera en Santiago de Cuba, tuvo por resultado que de un
total de 659 votos, 329 correspondiese a los espectáculos de cine,
248 a los de la zarzuela, mientras que la opereta y el drama obte-
nían solo 54 y 18 votos respectivamente.9 La supremacía del cine
estadounidense en el gusto del público cubano, no parecía conci-
liarse con las actitudes que este adoptaba con relación a la injeren-
cia omnisciente de los Estados Unidos en los asuntos internos del
país. Los cubanos parecían distinguir nítidamente las emociones
que provocaba el cine como ficción y entretenimiento, de los pade-
cimientos y el bochorno que imponía en la vida nacional la hege-
monía del capital estadounidense.
La presencia cultural estadounidense no era siempre asimilada
espontáneamente por la población cubana. En ocasiones era el re-
sultado de imposiciones de Washington. La prohibición de la en-
señanza del idioma inglés en las escuelas públicas cubanas por el
secretario de Educación, Ezequiel García Enseñat, motivó una enér-
gica nota de protesta del State Department, por entender que la
disposición cubana era contraria a los ideales panamericanos.
En otras ocasiones, la imitación o copia de modelos estadouni-
denses estimulaba o exacerbaba tendencias negativas de la socie-
dad cubana. Así, la Constitución de 1901, en la medida que estatuyó
el mismo tipo de régimen presidencialista, vigente en los Estados
Unidos, reforzó el caudillismo del ambiente político cubano.
Lo español y lo africano constituyen los elementos matrices de
nuestra nacionalidad, pero nuestra nacionalidad no es lo español
ni lo africano. No renegamos de nuestros orígenes, pero tenemos
una cultura y una psicología propias, diferentes de las de nuestros
elementos étnicos constitutivos. Es preciso advertir, sin embargo,
que el cubano no ha vivido enclaustrado en su manera de ser, de
8
Ibidem, t. I.
9
Ibidem.
232 JORGE IBARRA CUESTA

pensar y sentir. Nuestra vida social y cultural ha permanecido abierta


a los aportes de la cultura universal, y en particular, a los estímulos
de las culturas española y africana. Estimular las raíces folklóricas
propias, no constituye una actitud arcaizante o pasatista. De esas
fuentes se ha nutrido nuestra cultura nacional. Si en algún mo-
mento se ha hecho más énfasis en las raíces afro de nuestra cultura,
se ha debido a la necesidad de reivindicar los valores históricamente
preteridos de la cultura de los oprimidos. Ha llegado la ocasión de
realzar por igual las raíces propias.
El año de 1898 significó el fin del dominio colonial español en
Cuba. La burguesía hispánica se replegó, en un primer momento,
ante la situación creada con la primera intervención norteamerica-
na. De 1899 a 1902 emigraron cerca de 70 millones de pesos de
capital español de la Isla. De 1902 a 1905, sin embargo, se detuvo
el flujo de capitales y la burguesía hispánica invirtió, de acuerdo
con distintos estimados, cerca de 160 millones de pesos en la re-
construcción de la industria azucarera. El componente español de
la inmigración a la Isla, ascendió a la totalidad de 489 730 perso-
nas, entre 1898 y 1931, mientras que la inmigración de jamaiquinos
y haitianos, desde 1914, año en que alcanzó por primera vez nive-
les significativos, hasta 1931, constituyó un total de 120 309 per-
sonas. O sea, por cada cuatro peninsulares que arribaron a la Isla
durante las tres primeras décadas de vida republicana, solo llegó
un antillano. El poderoso flujo migratorio procedente de España,
Jamaica y Haití, dio lugar a que algunos historiadores se plantea-
sen un naufragio de la nacionalidad cubana durante los primeros
años de este siglo. Empero, no parece justo atribuirle a los
inmigrantes, los cuales participaron activamente en los movimien-
tos de protestas nacionales de la “década crítica” (1923-1933), la
responsabilidad del quebranto nacional de las décadas de 1900 y
1910. Fueron los mecanismos de dominio neocolonial, puestos en
práctica por la burguesía dependiente y el capital financiero, los
que ataron a los inmigrantes españoles y antillanos al orden de
cosas existente. Los testimonios de la época dan cuenta de la for-
ma en que se encontraban segregadas, compartimentadas, las cla-
ses trabajadoras y medias. Jorge Mañach escribió al respecto:
Como el negro, aunque de modo más ostensible por razones
más obvias, el español constituye un mundo aparte, que tiene
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 233

su sección aparte en los periódicos. Nuestras fiestas no son


las suyas, ni sus entusiasmos, los nuestros.10
Esta visión de la compartimentación social existente había sido
expresada con anterioridad por el sociólogo y novelista José Anto-
nio Ramos, el etnólogo Fernando Ortiz, y el novelista Miguel de
Carrión. Por su parte el historiador Emilio Roig de Leuchsenring y
el escritor peninsular Luis de Araquistain, explicaron cómo el in-
migrante había sido aislado de la sociedad cubana por las socieda-
des regionales, cuyas directivas estaban integradas por grandes
comerciantes e industriales españoles.
La existencia de instituciones y agrupaciones en las cuales se
agrupaban los españoles, por una parte, los cubanos negros y
mulatos, por otra, y finalmente los cubanos blancos, de manera
independiente, implicaba un corte del proceso de integración na-
cional. “La España Invertebrada” a la que se refiere Ortega y Gasset,
se revelaba en la disgregación existente entre los peninsulares ra-
dicados en la Isla, divididos en una variedad de asociaciones regio-
nales en las cuales se agrupaban cada uno por su cuenta, gallegos,
asturianos, catalanes, vascos, andaluces...
La proscripción de los cabildos en los que se agrupaban las dis-
tintas etnias africanas durante el siglo XIX, dio lugar a que la pobla-
ción de ese origen se reuniese también por su cuenta en distintas
“sociedades de color”.
La actitud del clero español con respecto al pasado y su alinea-
ción con los intereses de los grandes comerciantes e industriales
españoles, provocó la crítica acerba de la intelectualidad nacional.
La colusión de la Iglesia Católica con el poder colonial durante las
gestas independentistas, excluyó en gran medida a esa institución
del proceso de formación nacional. Solo una minoría de sacerdotes
criollos colaboró con la causa independentista. Ya desde mediados
del siglo XIX, el clero de la Isla era mayoritariamente español. De ahí
que en el curso de las gestas independentistas hicieran causa co-
mún con la alta jerarquía eclesiástica y el poder colonial.
La actitud asumida por la Iglesia en el siglo XIX, trajo como con-
secuencia serias desavenencias institucionales tan pronto cesó el
dominio español sobre la Isla. En 1900, las pretensiones de
monseñor Chapelle, arzobispo de Nueva Orleans y delegado papal
para Cuba y Puerto Rico, de nombrar en el arzobispado de La Habana

10
Jorge Mañach: Pasado vigente, Editorial Trópico, La Habana, 1939.
234 JORGE IBARRA CUESTA

a Donato Sbarretti, un sacerdote italiano que formaba parte de la


delegación apostólica en Washington, motivó bien pronto una
movilización tendente a que fuera investido con la mitra habanera
un sacerdote cubano. La oposición del marqués de Santa Lucía y
Máximo Gómez a la decisión del Sumo Pontífice, de designar al
prelado italiano al frente del obispado habanero, por temor a que
este representase intereses anexionistas norteamericanos, los lle-
vó a demandar la formación de una Iglesia nacional cubana, inde-
pendiente del Vaticano. Hasta qué punto contaron con el apoyo de
sacerdotes independentistas en esa empresa, es algo no esclareci-
do aún por la historiografía cubana.
Aprobada la separación del Estado y la Iglesia, y la impartición de
la enseñanza media y universitaria por el primero, en la convención
constituyente de 1901, la Iglesia Católica decidió recuperar el terre-
no perdido, al controlar la educación de las nuevas generaciones
procedentes de las clases dominantes. A esos efectos contaba con
un clero predominantemente español, y en estrecha vinculación con
la burguesía y pequeña burguesía de esa nacionalidad. El Censo de
1899 destacaba cómo de 283 clérigos, había 190 extranjeros, de ellos
173 españoles, y tan solo 93 cubanos. A partir de entonces, la jerar-
quía eclesiástica experimentó una drástica reorganización.
Sbarretti creó dos nuevas diócesis en Pinar del Río y Cienfuegos
para satisfacer el nacionalismo de los creyentes cubanos, pero la
Iglesia siguió en manos de sacerdotes españoles. En el curso de
los primeros veinte años republicanos se fundaron ocho asocia-
ciones y fraternidades religiosas que debían prestar ayuda de una
manera paternalista a los pobres de las ciudades. A finales de la
década de 1920 se instituía la Acción Católica y la Asociación Na-
cional de Caballeros Católicos. Se ha establecido que por esos años
había más de 16 publicaciones de distintas órdenes religiosas. La
Iglesia controlaba también las secciones religiosas de los periódi-
cos: Diario de la Marina, El Mundo y El País.
Durante la década de 1900 se llevaron a cabo ampliaciones en el
colegio de los Escolapios de Guanabacoa, y se había construido
uno nuevo en la calle de San Rafael; los jesuitas edificaron un plan-
tel en la Plaza de Belén, las Ursulinas ampliaron el colegio de su
nombre, los hermanos de la Salle pusieron un colegio en el Vedado
y los Agustinos norteamericanos, fundaron otro en la Plaza del
Cristo. En Santiago de Cuba, Cienfuegos y Sagua se construyeron
varios colegios religiosos. El renacimiento de la Iglesia en Cuba,
financiado por la burguesía doméstica española, fue estimulado
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 235

también por el torrente de inmigrantes peninsulares que llegaron


a la Isla durante las primeras décadas de vida republicana. La cre-
ciente influencia de la Iglesia inquietó seriamente a los ideólogos
más representativos de las dirigencias políticas nacionales.11 La
mayor parte de ellos coincidían en que el pueblo veía con indiferen-
cia el celo proselitista de las distintas denominaciones religiosas,
pero atisbaban una amenaza en el hecho “que el clero extranjero
tenía cada vez más riquezas y mayor pujanza, sin que leyes adecua-
das restrinjan la no deseable inmigración de religiosos...”.12 La
Cámara de Representantes, por su parte, se preocupó por la entrada
excesiva al país de religiosos españoles, y solicitó al Departamento
de Inmigración le informase sobre el estado de esta cuestión. De
acuerdo con este Departamento, de 1912 a 1915 entraron al país
627 sacerdotes y 835 religiosas. La argumentación opuesta a la
impartición de la enseñanza por religiosos españoles se fundamen-
taba en que estos “no sienten amor por nuestros grandes hombres
ni quieren a nuestra tierra ni conocen nuestra historia”. Más gra-
vedad aún revestía el hecho de que los discípulos de estas escuelas
pertenecieran a las clases más poderosas, las clases dirigentes, sien-
do estos “los hombres destinados a gobernar a Cuba”.13 Otros in-
telectuales de la época pensaban que los jesuitas representaban un
peligro especial pues se proponían formar una falange incondicio-
nal a sus ideas, entre la gente acomodada, cuando la sociedad lo
que demandaba era que cada hombre fuera dueño de sí, “un ciuda-
dano convencido de sus deberes de servicio a la comunidad”.14
Las aspiraciones de la intelectualidad cubana se orientaban a for-
mar una clase dirigente burguesa que representase los intereses
de la nacionalidad en un momento en que las dirigencias políticas
aceptaban las imposiciones del capital financiero.
El Censo de 1919 registró la presencia de 880 religiosos de ambos
sexos, de los cuales 129 eran cubanos, 653 españoles, y 27 de otras
nacionalidades. En otras palabras, había un religioso por cada 880
personas, mientras que en 1846 la proporción era de uno por
11
José Sixto Solá: “Pensando en Cuba”, Cuba Contemporánea, La Habana, 1917,
pp. 194 y 197.
12
Carlos de Velazco: Aspectos Nacionales, La Habana, 1915, pp. 89-123.
13
Julio Villoldo: “Necesidad de Colegios cubanos”, Cuba Contemporánea, marzo-
abril 1913, t. I, marzo-abril 1915, t. VII.
14
Enrique José Varona: Crítica Literaria, Editorial Letras Cubanas, La Habana,
1979, pp. 437-440.
236 JORGE IBARRA CUESTA

cada 2 283. Durante este periodo la alta jerarquía eclesiástica, de ma-


nera parecida a la prensa española, siguió la política de no pronunciar-
se a propósito de los hechos de la vida nacional. Era también una
manera de no poner en peligro los progresos que se habían consolida-
do en el curso de las primeras décadas del siglo. No obstante, entre
algunos de los sacerdotes criollos integrantes de la minoría que a prin-
cipios de siglo denunció la alianza de la Iglesia con el poder colonial
español, debió pervivir el espíritu crítico original, pues en el Primer
Congreso Eucarístico Nacional de 1919, no faltaron referencias a las
dificultades económicas que enfrentaban los cubanos.
Se ha planteado que los grandes comerciantes vinculados al co-
mercio exterior y los industriales españoles, constituían un grupo
proyectado tan solo hacia la defensa de sus intereses corporativos.
En este sentido, en tanto no asumían la representación de otros
intereses que no fueran los propios, no podía considerárseles como
una burguesía nacional. Por otro lado, al formar parte de un grupo
étnico, con una psicología y una cultura diferenciada de la cubana,
no se sentían plenamente identificados con las aspiraciones nacio-
nales. En cierto sentido, estas aseveraciones están fundamentadas
en las diversas actitudes asumidas por este sector de la burguesía
doméstica. Ahora bien, independientemente de cuáles puedan haber
sido sus proyectos, es preciso tener en cuenta que este sector de la
burguesía se encontraba en vías de transferir sus bienes a sus des-
cendientes cubanos. De ese modo, sus propiedades pasaban a for-
mar parte del patrimonio nacional. Además, su presencia impedía
que el capital financiero estadounidense se apoderase eventualmente
de todas las riquezas del país. Su enfrentamiento con los mecanis-
mos neocoloniales podía provocar también situaciones en las que
el capital financiero apareciera ante los ojos de las clases subalter-
nas como el responsable de todas sus vicisitudes. Durante la crisis
provocada por las maniobras alcistas de las refinerías norteameri-
canas en 1920, la burguesía doméstica (el sector español más el
sector cubano) fue incapaz de movilizar a las clases medias urbanas
y rurales, así como al proletariado, frente a las leyes de la moratoria
hipotecaria, pero la ruina de miles de campesinos, pequeños pro-
pietarios, y la creciente depauperación de la clase trabajadora le fue
atribuida por la opinión pública a los dictados de Washington.
Un breve recuento de la evolución del capital comercial e indus-
trial hispánico durante las dos primeras décadas de vida republica-
na, nos puede dar una idea de las principales tendencias que
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 237

animaron a este grupo. La industria del tabaco, hasta finales del


siglo XIX, fue coto cerrado de la burguesía española. Ninguna otra
rama de la economía insular había sido monopolizada de tal modo
por el capital español. Sin embargo, el fin de la Guerra del 95 deter-
minó que una parte de los propietarios de fábricas de tabaco emi-
graran a la península, luego de vender sus propiedades a capitalistas
ingleses y estadounidenses. The Habana Comercial Co., adquirió a
partir de 1899, 12 fábricas principales con 147 marcas anexas de
tabaco y 36 de cigarros y picadura. Ya desde 1897 el trust inglés
Habana Cigar & Tobacco Co., había comprado cuatro de las más
importantes fábricas de La Habana. Hacia 1904, la American Tobacco
Co., monopolio estadounidense, controlaba 52 % de la exporta-
ción total del torcido.
La elevación de los aranceles al tabaco torcido cubano determinó
que los monopolios del tabaco estadounidenses radicados en la Isla,
se trasladaran a la Florida, donde fundaron fábricas para elaborar
la rama importada de Cuba. Esta coyuntura fue aprovechada por
los capitales españoles para recuperar el control de la industria. En
1927, los capitales estadounidenses representaban solo 16,5 % de
la producción de tabaco, y 15,7 % de la producción de cigarrillos. A
partir de entonces, la industria pasó a manos de capital español, en
vías de ser cubano. Ahora bien, la producción nacional de tabaco
entró en un proceso de decadencia a causa de los elevados arance-
les que gravaban al tabaco torcido en los Estados Unidos. (El paso
de la industria de manos españolas a manos cubanas, en virtud del
traspaso de padres a hijos, puede ser apreciado en el Cuadro 2.1,
Tema 2). De manera similar, en la industria azucarera tuvo lugar
un desplazamiento de la propiedad española a la propiedad cubana
de los ingenios. (Ver Cuadro 2.2, Tema 2) .
Una de las características más notables de las industrias cuya
producción iba destinada al consumo interno, lo constituye el hecho
de que una parte considerable de ellas se encontraba en manos de
intereses financieros de nacionalidad española. El Banco Español
de la Isla de Cuba, propiedad de José Marimón, controlaba hacia
1917 cerca de 17 industrias manufactureras.
Otro importante industrial español fue el financiero José López
Rodríguez, quien tenía el control del Banco Nacional de Cuba y la
Compañía Nacional de Finanzas, cuyo control le permitió acceder
a la propiedad de El Matadero Industrial, la Compañía de Cemento
238 JORGE IBARRA CUESTA

de Almendares, la Compañía de Pavimentación de Cienfuegos, así


como los centrales España, Reglita y Nombre de Dios. López Rodrí-
guez inició sus actividades empresariales como propietario de la
Compañía Impresora del Timbre y diversas empresas editoriales.
Por su parte Ramón Crusellas Faure, importante empresario in-
dustrial, logró unificar varias industrias jaboneras, regentadas por
su familia desde principios de siglo, con otras empresas españolas,
organizándose con un capital de tres millones de pesos. En el mis-
mo renglón industrial se desarrolló la importante firma en coman-
dita Sabatés y Compañía.15
Fueron estos intereses, industriales y financieros de la burgue-
sía española los que financiaron la retención de los azúcares, llevada
a cabo por el Comité de Ventas, de los hacendados cubanos y espa-
ñoles, contra el pool que representaban las refinerías estadouni-
denses del Atlántico y del Golfo. La maniobra bajista de las refinerías
estadounidenses provocó finalmente la quiebra del capital finan-
ciero e industrial español. En 1920 López Rodríguez se suicidó.
Marimón emigró del país para no enfrentar a sus acreedores, Falla
Gutiérrez pudo a duras penas sobrevivir. Crusellas y Sabatés, por
su parte, se vieron obligados a vender parte de sus empresas a
intereses del capital financiero estadounidense, bajo la presión de
la competencia que le ofrecían los artículos de jabonería y perfu-
mería procedentes de los Estados Unidos. Quizás en ningún otro
país como en Cuba, se confirmó de modo tan tajante la imposibili-
dad de un desarrollo independiente del capital industrial domésti-
co, frente a los mecanismos de dominio neocolonial estadounidense.
La burguesía industrial española, tanto en el sector tabacalero
como el que producía solo para el mercado interno, no escapaba a
las determinaciones que le imponía su procedencia nacional y su
renuencia a integrarse en la nacionalidad cubana. Los condiciona-
mientos nacionales que incidían en su conciencia social, tendían a
superponerse a los clasistas. Por una parte, la burguesía española
se mostraba renuente ante las manifestaciones culturales cuba-
nas, y por otra, rechazaba las sugerencias de la penetración cultu-
ral estadounidense. En relación con la Enmienda Platt, los ideólogos
de la burguesía española pensaban que esta constituía un freno

15
Toda la información estadística referida a la burguesía española la puede
consultar en: Jorge Ibarra: Cuba: 1898-1921. Partidos políticos y clases sociales,
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992.
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 239

necesario contra el insurreccionalismo de los políticos cubanos.


De ahí que este sector de la burguesía doméstica de origen hispá-
nico, no pudiera definirse en términos de un nacionalismo bur-
gués insular.
En cuanto a los pequeños propietarios y comerciantes, predomi-
nantemente españoles, debe señalarse que su presencia no consti-
tuyó un obstáculo al proceso de integración nacional. Así, en 1899,
de un total de 47 265 comerciantes al por menor, 24 588 eran espa-
ñoles y 17 842 cubanos. Veinte años más tarde, de 68 483 comer-
ciantes minoristas, 31 730 eran cubanos y 29 005 españoles. El
bodeguero gallego, era el prototipo de los comerciantes españoles
al detalle. La memoria colectiva del pueblo cubano lo registró por
su excesiva capacidad de trabajo, tacañería, espíritu ahorrativo, bajo
nivel cultural y vida sacrificada.16 El teatro bufo y la novelística lo
captaron como un tipo popular, integrado a las costumbres y ma-
neras de ser del cubano. Su afición por la mulata daba cuenta de su
carácter democrático y liberal.
Los profesionales hispanos constituían en 1919, 14 % de todos
los profesionales del país. Aproximadamente 53 % de los artistas
del país, principalmente actores, eran oriundos de la península. El
70 % de los clérigos eran españoles, estos detentaban el monopo-
lio de la enseñanza privada de las clases pudientes. Periodistas, fo-
tógrafos, arquitectos, empleados de bancos, eran oficios en los que
los españoles tenían una representación cerca del 22 %.
La clase media hispánica tendió a integrarse relativamente bien
en la sociedad republicana. El liberalismo de los profesionales y
pequeños propietarios criollos, contribuyó a su inserción en el
medio ambiente nacional. A diferencia de la burguesía comercial e
industrial española, la clase media de esa procedencia no había for-
mado parte de las élites coloniales, ni se había identificado de una
manera fervorosa e incondicional con el poder colonial, durante la
última de las gestas independentistas cubanas. Por otra parte, eran
mejor vistos que los trabajadores españoles, en tanto estos últi-
mos desplazaban de los mejores puestos de trabajo a los cubanos.
El aporte hispánico se hizo sentir en la educación de las nuevas
generaciones. En el curso escolar 1920-1921, habían unos 314 000
niños matriculados en las Escuelas Públicas. Se estimaba que unos
80 000 niños estudiaban en escuelas privadas. Estos procedían en

16
Ibidem.
240 JORGE IBARRA CUESTA

lo fundamental de la clase media y alta. De acuerdo con la estadística


que se pudo elaborar sobre la base de informaciones remitidas por
más de cien escuelas privadas, a las que asistían unos 25 000 niños,
44 % de sus maestros eran religiosos y 44 % eran extranjeros.
Desde luego, la mayoría de ellos eran españoles. De las escuelas
donde se obtuvo información para la estadística referida, una cuar-
ta parte era financiada por centros regionales peninsulares, y en
ellas estaban matriculados unos 3 000 niños.
Las actitudes de los cubanos ante las manifestaciones artísticas
de la península, revelan la supervivencia de un gusto y una sensibi-
lidad que no rompía del todo con las matrices culturales del pasado
colonial. Si bien en la última década del siglo XIX y en las primeras del
XX, se había definido nítidamente la cubanidad de las principales
manifestaciones artísticas y literarias, en amplias capas de la población,
persistía la afición por distintos géneros de expresión cultural ibéri-
cos. Las investigaciones culturales realizadas de este periodo histó-
rico, evidencian la atracción que sentían los habaneros y los
santiagueros por las compañías de zarzuela y de teatro procedentes
de España. De hecho, a estos espectáculos acudía un público más
numeroso, que el que se reunía a presenciar las representaciones
del teatro vernáculo. Un análisis de la composición demográfica de
la ciudad de Santiago de Cuba por estratos etnoculturales, debe con-
tribuir a esclarecer algunas cuestiones relativas a la persistencia de
determinadas actitudes culturales de la población. (Cuadro 4.2).

Cuadro 4.2. Población de más de 21 años clasificada por grupos


etnoculturales (Santiago de Cuba, 1919)
Grupo etnocultural Población
Españoles 3 983
Extranjeros 3 882
Cubanos blancos 10 151
Cubanos negros y mulatos 15 454

El público que acudía a los espectáculos culturales procedía, en


su mayor parte, de la clase media cubana, blanca y mulata, así como
de los grandes y pequeños comerciantes españoles. Los trabajado-
res españoles del comercio, que constituían cerca de 85 % de la
población de esa nacionalidad radicada en Santiago de Cuba, no
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 241

podían concurrir a estas representaciones culturales por encon-


trarse forzados a trabajar todo el día y a dormir en sus centros
laborales. Por otra parte, el hecho de que la mayoría de estos fueran
analfabetos, contribuía a que no se sintiesen atraídos a concurrir a
las representaciones teatrales en los contados días de asueto que le
concedían sus patronos al mes. Los extranjeros que aparecen en el
Cuadro 4.2 eran en su mayor parte haitianos y jamaiquinos, quie-
nes tampoco se sentían inclinados a este género de expresión cultural
por su bajo nivel educacional y la barrera idiomática. En el Cuadro 4.3,
reproducimos el estudio monográfico de Enrique Lomba Milán acer-
ca de los géneros más representados en el periodo 1900-1915 en
Santiago de Cuba, que nos permite formarnos una idea del predo-
minio de las manifestaciones teatrales operáticas y de zarzuela, his-
pánicas, sobre las cubanas, en la población santiaguera.

Cuadro 4.3. Géneros más representados en Santiago de Cuba


(1900-1915)
Género de representaciones Número de representaciones (%)
Zarzuelas 27,6
Teatro vernáculo (Bufo) 27,48
Comedias y dramas 20,23
Operetas y óperas 8,93
FUENTE: Enrique Lomba Milán: “Los espectáculos culturales en Santiago de Cuba
(1900-1915)”, Revista Santiago, Revista de la Universidad de Oriente, no.
37, Santiago de Cuba, marzo 1980.

Como puede apreciarse, el número de obras del teatro vernáculo


representadas no llegaba al 30 %. Las comedias y dramas, en la
medida que eran representadas fundamentalmente por compañías
teatrales hispánicas, eran obras de autores de esa misma naciona-
lidad. No es extraño entonces que la obra de los dramaturgos
cubanos fuese desdeñada en gran medida por las compañías espa-
ñolas. Las óperas y operetas, a su vez, eran representadas por com-
pañías italianas y españolas.
El cuadro 4.4 muestra cómo se comportaba la composición
demográfica de la Ciudad de La Habana por grupos etnocultu-
rales en 1919.
242 JORGE IBARRA CUESTA

Cuadro 4.4. Población de más de 21 años clasificada por grupos


etnoculturales (Censo de 1919)
Grupo etnocultural Población

Españoles 76 390
Extranjeros 13 996
Cubanos blancos 98 472
Cubanos negros y mulatos 46 358

Aunque mucho más numerosa, proporcionalmente que la


población española radicada en Santiago de Cuba, la población his-
pánica radicada en la capital, obedecía a las mismas tendencias. Un
público procedente de las clases medias y laboriosas cubanas y de
la clase propietaria comercial hispánica, acudía a los espectáculos
culturales urbanos. De acuerdo con Primelles, el número de com-
pañías teatrales y el número de teatros donde se representaban
obras, bien españolas o vernáculas, nos da una idea de los gustos
del público habanero (Cuadro 4.5).

Cuadro 4.5. Compañías de zarzuelas y teatro por nacionalidad,


que se presentaron en La Habana (1917-1922)
Compañías 1917 1918 1919 1920 1921 1922
De zarzuelas 6 8 6 5 6 5
De dramas y comedias españolas 4 6 7 6 10 11
De dramas y comedias cubanas 1 1 1 3 1 1
De vernáculo (bufo) 3 5 3 4 2 2
FUENTE: León Primelles: Ob. cit.

Solo en tres, de los quince teatros que había en La Habana, se


representaron obras del teatro vernáculo, en los otros se monta-
ban zarzuelas, comedias y dramas españoles y óperas italianas y
españolas.
Si bien los años que corren de 1915 a 1922 son los de mayor defini-
ción nacionalista de la narrativa cubana, debe destacarse que esta
debió competir con las novelas de autores y temas hispánicos, edita-
das en Madrid, Barcelona o La Habana. El Cuadro 4.6, nos debe dar
una idea de la afición existente por las obras de ambiente español.
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 243

Cuadro 4.6. Relación de novelas según la temática


Clasificación 1915 1916 1917 1918 1919 1920 1921 1922
Novelas de temas
y ambiente cubanos 10 13 13 9 10 13 10 15
Novelas de temas
y ambiente español 8 3 7 9 7 14 15 8
FUENTE: León Primelles: Ob. cit.

La mayoría de los autores de las obras de ambiente extranjero


eran españoles. Un narrador hispano-cubano, Alfonso Hernández
Catá, cuyas novelas madrileñas tenían como temas las aventuras e
infidelidades conyugales de mujeres casadas y hacían las delicias
de las habaneras, alcanzaba los principales éxitos editoriales del
período.
En mi estudio relativo a las maneras de sentir del cubano expli-
caba las razones por las que, a mi juicio, el romancero español no
llegó a constituir una forma de expresión propia del campesinado
ni de las clases laboriosas urbanas. La conquista y la colonización
de las posesiones ultramarinas le pertenecía a la grandeza de las
cortes y a las providencias de los monarcas españoles, relatadas en
el tono grave y solemne del romancero.
El campesinado peninsular y canario abandonado a su propia
suerte en la remota posesión caribeña y liberado de las dependen-
cias del feudalismo ibérico y del peso secular de la Iglesia, podía
prescindir de las tradiciones y glorias a las que les cantaba el ro-
mancero y que no eran suyas. Su historia distaba de ser la de los
centros de poder de la metrópoli. Una simple lectura de los censos
del siglo XVIII y primera mitad del XIX, nos revela que las iglesias se
concentraban en las principales ciudades de la Isla, muy alejadas
de los vegueríos y sitios del interior del país. Por otra parte, el cam-
pesinado insular no se encontraba atado por vínculos de depen-
dencia a los señores de hacienda criollos, sino más bien por
relaciones de mercado con los comerciantes urbanos. La producción
de los vegueros era destinada fundamentalmente al mercado mun-
dial, mientras que los frutos de los sitieros eran vendidos en los
ingenios y en los poblados cercanos. De ahí que su existencia, olvi-
dada y relegada de los centros de poder y cultura metropolitanos,
no dependiese del temor reverente que mostrase ante los señores
de hacienda ni la burocracia colonial.
244 JORGE IBARRA CUESTA

La crónica oficial de los hateros y funcionarios, no era la suya,


de ahí que no se sintiera obligado a cantarle a sus grandezas. En
esas circunstancias, la décima constituía la expresión más idónea
del enraizamiento del campesino a la tierra y de su existencia coti-
diana. Su trasfondo lo constituía la ideología campesina espontá-
nea que se había formado progresivamente en la soledad de los
vegueríos y de los sitios de labor, verdaderos islotes dentro de las
sabanas de la clase terrateniente. La determinación estructural de
las preferencias por la décima, como medio de expresión más idó-
neo, viene dada entonces por un primer distanciamiento en rela-
ción con una historia oficial que no es la del campesino y la necesidad
de comunicación y solidaridad entre los diversos islotes que con-
forman las comunidades campesinas.
En la medida que la décima refleja una sensibilidad atenta al pre-
sente, a los hechos inmediatos de la vida cotidiana, no a las haza-
ñas de un pasado glorioso, como el romance a la necesidad de
comunicación y de interpretación masiva e instantánea de su men-
saje, en las distintas comunidades campesinas se diferenciaba del
romance cuyo propósito era relatar las gestas del pasado y enalte-
cer a los señores. Estas serían las razones que determinaron el
fracaso del romancero campesino, que intentó elaborar la intelec-
tualidad artística y literaria de los plantadores criollos, nucleada en
torno a Domingo del Monte, como destacara sagazmente la emi-
nente filóloga y crítica del folklore y la literatura popular cubana,
Carolina Poncet de Cárdenas, a propósito del “romancero” cubano
de los poetas del círculo delmontino:
Y antes de abandonar esta parte de nuestro estudio, bueno es
preguntarnos: ¿Lograron Del Monte y sus émulos constituir
con sus romances un núcleo de poesía popular cubana?
En manera alguna: las literaturas populares no se fabrican,
son el natural producto de la inspiración latente —acaso
inconsciente— de la idiosincrasia de cada pueblo. Dando más
amplitud a unas frases de Agustín de Costa, relativas a la poe-
sía histórica, pudiera decirse que, para que una poesía sea ver-
daderamente popular, “es menester que todo en ella, salvo la
ejecución, sea del pueblo”, los sentimientos, las creencias, la
forma de expresión espiritual, la versificación, y la manera de
divulgarse. Ninguna de esas condiciones reúne el romancero
cubano, que es un producto artificial y de gabinete, resultado
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 245

de una moda literaria pasajera y que no tiene ni tuvo de popu-


lar más que los tipos (personajes) elegidos, y el medio en que
se desenvuelven. Por todo esto, los romances cubanos no pu-
dieron sobrevivir muchos años —ni siquiera como produc-
ción literaria culta— al hombre exquisito que los propagara,
apagándose sobre los labios de sus inmediatos continuado-
res... El pueblo, que cuando aparecieron no los recibió como
cosa propia, los ignora completamente en la actualidad.17
Ahora bien, de acuerdo con la estudiosa cubana, a poco que el
investigador curioso acudiese a las plazas públicas y descendiese
a los patios de las hormigueantes casas de vecindad, vería a las
niñas blancas, mulatas y hasta negras, repetir casi textualmente
en sus canciones, que hacen presente a través de los siglos, la
forma, los personajes y los argumentos de los antiguos roman-
ces castellanos. La tradición oral del romancero viejo estaba en-
tregada, en Cuba como en España, a las mujeres y a las niñas, ya
que las primeras solo cantaban trovas infantiles para adormecer
a sus pequeñuelos, que son trascripción exacta o adaptación más
o menos fiel de otras catalanas, gallegas, castellanas...18 Ellas for-
man parte consustancial de la cultura nacional cubana y se con-
servaron hasta la segunda mitad del siglo XX. En ellas palpitó,
como gustaba decir Carolina Poncet, “el alma de la raza”.
La Habana se convirtió durante las tres primeras décadas del
siglo XX, en una plaza de las letras hispánicas. En las tertulias del
Café Alhambra se podía reconocer a los más destacados escrito-
res cubanos que departían animadamente con figuras relevantes
de la generación española del 98: Jacinto Benavente, Blasco Ibáñez,
Antonio y Manuel Machado, Miguel de Unamuno, Rafael Alberti,
Federico García Lorca, Zamacois, Zuloaga, Juan Ramón Jiménez,
Valle Inclán, Marañón y otros hombres de la cultura española
que visitaron alguna que otra vez La Habana para impartir confe-
rencias, presentar exposiciones, o simplemente en viaje de re-
creo, invitados en ocasiones por instituciones o amigos cubanos.19

17
Carolina Poncet de Cárdenas: Investigaciones y apuntes literarios, Editorial Letras
Cubanas, La Habana, 1985, pp. 62 y 63.
18
Ibidem, pp. 64-65.
19
Eduardo Robreño: Cualquier tiempo pasado..., Editorial Letras Cubanas, La
Habana, 1981. Se consultó también la revista Archipiélago, los años 1928 a
1930 (ambos inclusive). En esos mismos años en la Revista Avance, aparecen
246 JORGE IBARRA CUESTA

Su presencia, qué duda cabe, insufló aliento en la joven intelec-


tualidad cubana, protagonista de la Protesta de los 13, acta de
nacimiento del poderoso movimiento nacional de los años 30. De
ese modo, el diálogo entre la cultura española y la cultura cubana
alcanzaba el punto más alto en su historia. Nunca antes habían
desempeñado los valores de la cultura progresista hispánica, un
papel tan reanimador y vivificante en el pensamiento y en la vida
nacional.

colaboraciones de Unamuno y D’Ors, Federico García Lorca, Américo Castro


y Fernando de los Ríos. Le seguían Gómez de la Serna, Marichales, Moreno
Villa, Francisco Ayala, Adolfo Salazar, Jarnés Araquistaín, Chabás y García
Maroto, entre otros. (Ver Índice de las Revistas Cubanas, Editorial Biblioteca
Nacional José Martí, La Habana, 1969, t. 2, pp. 16 y 321-322.
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 247

IMPORTANCIA DE LA POLÉMICA MAÑACH-URRUTIA


EN LOS AÑOS 30*

Ante todo creo necesario identificar a los participantes de esta con-


troversia ideológica. Las siguientes fichas biográficas nos permiti-
rán formarnos una idea de las posiciones desde las que parten
ambos contendientes.
1. Jorge Mañach, hijo de un comerciante español y una mulata. Se
graduó en la Universidad de Harvard en 1920, obteniendo el
título de Bachelor in Sciences, Cum Laude. Marcha a Francia y
matricula Derecho en la Universidad de París. Participa en la
Protesta de los 13, contra el gobierno de Zayas (1924) y es miem-
bro del Grupo Minorista. Es uno de los fundadores de la Revista
Avance. Fue uno de los iniciadores de la organización ABC.
2. Gustavo Urrutia fue, sin duda, la figura cimera del periodis-
mo negro de los años veinte en Cuba. El Diario de la Marina
que pretendía hacer una labor de captación entre los intelec-
tuales negros y las sociedades de color, le confió a Urrutia una
página independiente en la edición del domingo, desde finales
de ese año hasta 1931. Esta página se llamó “Ideales de una
raza” y duró de 1928 a 1931. Aunque de igual manera que
Mañach, Urrutia pensaba que la integración racial del negro,
su acceso a la educación, la cultura y el trabajo, debía llevarse
a efecto de manera gradual y en la medida que la población

* Palabras pronunciadas en el Simposio “Color de Cuba” de la UNEAC, 2005.


248 JORGE IBARRA CUESTA

blanca la aceptase de buen grado; sostuvo posiciones más pro-


gresistas que su contraparte ideológica.
El pensamiento reformista de Urrutia y Mañach se abrió a los
grandes problemas que planteaba la convivencia de blancos y ne-
gros e intentó dar solución a estos. Ambos tenían como punto de
partida la tradición independentista cubana decimonónica, la ideo-
logía mambisa de los libertadores cubanos, pero también debían
plantearse nuevos problemas, teniendo en cuenta la incidencia ne-
gativa que tenía en la conciencia nacional el dominio neocolonial y
el papel negativo de la burguesía dependiente cubana. Con el correr
del tiempo algunos de los dilemas que enfrentaron serían enfoca-
dos o resueltos de manera parcial. Teniendo en cuenta su expe-
riencia, Urrutia invitó a colaborar en la página que dirigía, a Ortiz,
Mañach, José Antonio Ramos, Marinello, Castellanos, o sea, al
sector más progresista de la intelectualidad blanca, y a pensadores
negros, como Nicolás Guillén y Lino Dou; proponiendo solucio-
nes al problema negro, que no era otra cosa que el problema blanco,
como señalara en más de una ocasión el propio Guillén.
“Ideales de una raza” animó un debate muy importante en un
medio de difusión amplio, el más amplio que había existido hasta
entonces. Se consideró que fue la contribución más importante en
la época al movimiento cultural negrista cubano, que conquistó a
sectores del público europeo.
Esta breve caracterización cultural y política de Mañach y Urrutia
quizás nos sirva para contextualizar someramente algunas de las
cuestiones debatidas por ellos en la polémica que los enfrentó des-
de el 11 de abril hasta el 3 de mayo de 1931, en las páginas de
“Ideales de una raza”, del Diario de la Marina.
El primer punto sobre el que debaten ambos pensadores lo cons-
tituye la definición de las posibles soluciones a la integración del
negro y del mulato cubano a la sociedad neocolonial. Urrutia le
plantea a Mañach dos posibles soluciones basadas en la experien-
cia histórica del proceso de formación nacional cubano y del esta-
dounidense: “La solución cubana. La que nos va unificando. La
que junta a todos los cubanos en las aulas públicas, en el ejército y
la marina, en cada servicio y función de la República y promueve
todas las posibles fusiones humanas”. Y la solución opuesta, la
norteamericana, la cual, según Urrutia, “fomenta dos mundos, dos
sociedades, dos culturas dentro de la nación”. A continuación,
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 249

Urrutia no se detiene para afirmar tajantemente, “Yo prefiero la


solución cubana”. En este punto, Mañach no vacila tampoco en
aseverar que prefiere la solución transitiva, negociada, resultado
de una emulación pacífica y de acuerdos graduales entre las partes.
Los pensadores rivales coinciden en la solución cubana, o sea, la
vía histórica de la que son tributarios y de la cual son, a la vez, un
resultado histórico: los cubanos blancos y negros. Lo que no pue-
de ser bueno, bajo ningún concepto, es el estado permanente de
oposición en que viven los elementos étnicos constitutivos de los
Estados Unidos bajo las leyes de Jim Crow. Ahora bien, el carácter
moderado, conciliador, ecléctico de Mañach lo lleva de la mano a
buscar una tercera vía. De ahí que se pregunte: entre la solución
norteamericana de “paralelismo” y la solución cubana de “coinci-
dencia”: “¿No habrá una solución intermedia que elimine de cada
cuál los perjuicios y reúna en cambio las ventajas?”. Sin embargo,
la solución cubana que entrevé el graduado de Harvard, como ideal,
y la estadounidense, no habían resuelto nada, una vez que subsistían
en ambos países “la irritación, la inconformidad y el resentimien-
to...”. Por eso se planteará discutir, ante todo, si lo más convenien-
te no fuese decidir entre el método recomendado por Urrutia de
promover “todas las posibles fusiones humanas” y el título que el
propio Urrutia le ha puesto a sus artículos: “Armonías”. Y comen-
tará a continuación: “Una cosa es armonía y otra muy diferente
fusión. Una República mestiza, o una República dominó”.
En ese aspecto, el ideólogo blanco y el negro de la integración
racial a “la cubana”, se pondrán de acuerdo en que lo más conve-
niente era “armonizar” a los cubanos, pues eran de la opinión que
por mucho tiempo todavía predominaría la heterogeneidad racial y
cultural de la población. A Nicolás Guillén le tomarían todavía
muchos años y una revolución socialista para proclamar a todos
los vientos que Cuba era mulata. Para Mañach, entonces, la armo-
nía que predicaba con Urrutia no era otra cosa que la unidad dentro
de la pluralidad y la diversidad, “había que poner de acuerdo a todos
los que actuaban por su cuenta”. En tanto la fusión era la progresi-
va homogeneización cultural, sociológica, racial, la mestización de
los diversos elementos étnicos de la sociedad cubana. La Repúbli-
ca neocolonial a la que Urrutia le atribuiría haber roto la solidari-
dad y unidad alcanzada entre blancos y negros en las gestas
independentistas, en virtud de “las nuevas relaciones capitalistas
250 JORGE IBARRA CUESTA

que se impusieron y las presiones del imperialismo”, había tomado


un camino distinto al de la armonía, y de la fusión, un camino de
separación y ruptura entre los cubanos de distinto color de la piel.
De lo que se trataba entonces para los reformistas en la cuestión
racial era ofrecer las soluciones más realistas. Mañach presentaba
sus propuestas como mínimas, en tanto que blancos y negros a
pesar de su diferenciación “podían aspirar a encontrarse nivelados
en sus posibilidades fundamentales”. Desde luego, esa solución
no podía ser otra cosa que parcial, pues: “Claro que esta no sería la
sociedad ideal. Lo ideal es la unidad absoluta del género humano
fundado en su homogeneidad. Pero no es lícito caer sin caer en la
utopía, ignorar las condiciones que la realidad presenta”.
Las diferencias entre Mañach y Urrutia se manifestaban funda-
mentalmente, en cuanto a la apreciación de los móviles del racis-
mo, de su extensión en la sociedad cubana y, sobre todo, en la
manera de combatirlo.
Para Mañach, por ley sociológica: “Cada raza tiene un espíritu de
conservación proporcional al grado de preponderancia que ha al-
canzado”. Esa posición preponderante determinaba a su vez que la
“heterogeneidad hiciera que la fusión careciera de viabilidad general,
como solución al problema de raza, mientras exista una cultura
blanca preponderante por fuerza de número y calidad”. Dicha cul-
tura tendería a mantenerse diferenciada, dándole pábulo a “prejui-
cios” que en el individuo medio estarán por encima de sus ideas y
buena voluntad, arraigados “en los hondos estratos del instinto”.
La argumentación de Mañach se resentía notablemente, cuando
introducía juicios de valor referentes a la “calidad” superior de la
cultura blanca para explicar la hegemonía de los grupos blancos.
Las críticas de Ruth Benedict y otros antropólogos culturales al
etnocentrismo, divulgadas por Fernando Ortiz en los años 40, no
podían orientar los criterios de Mañach todavía. De acuerdo con
los culturalistas, no había culturas de calidad superior o inferior,
sino culturas distintas. Ahora bien, lo más notable en su exposi-
ción era la remisión que hacía del prejuicio a los más hondos estra-
tos del instinto. Si bien a continuación moderaba su afirmación en
el sentido de que el prejuicio no es invencible, sus consideraciones
al respecto no dejaban de ser altamente controvertidas. Así diría,
“el prejuicio se ha depositado en ese fondo instintivo y subcons-
ciente en que se han ido depositando a despecho o escondidas de
nuestra voluntad, las voliciones secretas de una raza, los dictados
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 251

de una experiencia cósmica”. Al leer estas líneas nos parece en-


contrarnos ante los arquetipos psicológicos de Jung, atribuidas a
las razas. El no querer el blanco integrarse en vida social y cultural
con el negro, era de acuerdo con el exclusivista pensador “una
imposición del instinto biológico de la raza”. Ergo: “Más que el
ideal fruto artificial de la cultura puede el sordo instinto que nos
urge a la defensa del patrimonio étnico... Y este instinto es más
poderoso mientras más fuerza cabal y de preponderancia tiene una
raza”.
Ante esta situación, la única alternativa que tenía el negro para
ascender cultural y socialmente y ser reconocido por la cultura del
blanco era elevar su nivel educacional y su nivel de vida y, desde
luego, esforzarse por ganarse la simpatía y adhesión del blanco. Su
actitud consecuentemente debía ser cada vez más “cautivadora”.
En fin, estos consejos se limitaban, por consiguiente, a pedirle a
los negros que se comportasen de manera tal que no despertasen
los instintos raciales agresivos de los blancos.
La respuesta de Urrutia tuvo por objeto demostrar en primera
instancia que las tesis de su rival eran irracionales, en tanto valora-
ban al prejuicio racial como un instinto arraigado de una vez y para
siempre. En cambio, para el distinguido intelectual negro, el pre-
juicio racial era un vicio que obedecía a una educación morbosa, a
una propaganda egoísta y artificiosa, contrario al espíritu sociable
y fraterno de la especie humana. En ese sentido argumentaba que
más que un instinto, el prejuicio era una actitud condicionada por
la pertenencia clasista y cultural del individuo. No existen instin-
tos disgregadores o solidarios, sino actitudes sociales y cultural-
mente condicionadas. Por eso, alegaba que los prejuicios no eran
innatos, sino inculcados en la sociedad. También la discriminación
debía ser apreciada como una actitud consciente, voluntaria de las
clases dominantes para excluir y marginar a las clases y grupos
etnoculturales marginados, no como una actitud inconsciente dic-
tada por un determinismo biológico irresistible.
De igual manera, Urrutia respondió a la noción de que entre los
blancos había solo dos actitudes fundamentales ante el problema
de la discriminación, “la de una minoría blanca sensible y previso-
ra, que quiere y no quiere, eliminar el prejuicio” y “la de una mayo-
ría blanca que sencillamente no quiere o no se ha dado nunca cuenta
consciente del hecho y de sus implicaciones”. Pensaba, en cambio,
que esa mayoría simplemente no estaba consciente del hecho en
252 JORGE IBARRA CUESTA

esos momentos, pero eso no significaba que no fuera capaz de to-


mar conciencia de la necesidad de la unidad entre los cubanos
blancos y negros. Lo cual quería decir que la mayoría blanca en
Cuba no era preocupada racialmente. Era de la opinión, de manera
parecida, que la minoría sensible se percataría de la necesidad de
tomar una actitud positiva ante la población negra. De ahí que invi-
tase a Mañach y a otros intelectuales blancos a tomar partido contra
los prejuicios.
El accionar de los partidarios de la integración del negro en la
sociedad neocolonial no se debía limitar a escribir en la prensa,
sino que debía oponerse por la vía judicial y la acción social
movilizativa a toda manifestación de discriminación racial.
Un último punto en el que divergían era el del socialismo. Mañach
destacaría en esta polémica su escepticismo con respecto a la posi-
bilidad de que el socialismo pudiera eliminar el prejuicio. Así,
expresará sus dudas con respecto al hecho que “un estado de más
plena justicia económica traiga necesariamente aparejada una ma-
yor justicia específica en las relaciones interraciales, donde el brusco
hecho biológico pesa tanto”. Desde luego, su juicio negativo sobre
las posibilidades de que se eliminase el prejuicio, se basaba en la
idea falsa de que este se halla condicionado por un determinismo
biológico irreversible.
Urrutia, por su parte, pensaba que bastaba la instauración del
socialismo y el predominio de las masas proletarias para que: “El
problema final del negro se resolviere automáticamente dentro de
ese régimen nuevo”. Los que hemos vivido una experiencia revo-
lucionaria como la cubana, sin coincidir con los criterios
biologizantes de Mañach, sabemos que el prejuicio no se desvane-
ce siquiera decretando la igualdad en todos los aspectos y que es
necesario una labor de educación cultural, ideológica y científica,
tenaz, persistente y continua, encaminada a promover el diálogo
abierto que instaure la igualdad de los sujetos de la cultura y la
diversidad de sus valores y creencias.
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 253

ACTITUDES ANTE LA CUESTIÓN NACIONAL Y RACIAL


EN LA CONVENCIÓN CONSTITUYENTE DE 1940:
COMUNISTAS, REFORMISTAS Y CONSERVADORES*

El golpe de Estado del coronel Fulgencio Batista a la Revolución


de 1933, concertado con el embajador estadounidense Caffery,
planteó un conjunto de problemas de representatividad, legalidad y
hegemonía del nuevo poder, que debían tener solución en el perio-
do 1934-1944.
De hecho, el golpe significó en un primer momento, un desplaza-
miento del poder de amplios sectores populares y un retroceso del
movimiento revolucionario. Los coroneles Batista y Pedraza no fueron
remisos en asesinar al más caracterizado dirigente revolucionario
por su orientación antimperialista y socialista, Antonio Guiteras; en
reprimir brutalmente la Huelga General de 1935, dejando un saldo
de más de cien muertos; en clausurar la mayoría de los sindicatos;
ocupar la Universidad y suspender las garantías. Para esto Batista
contó, más que con el apoyo de la burguesía dependiente cubana o la
complicidad de la embajada estadounidense, con la solidaridad de
los sargentos del movimiento del 4 de Septiembre. Esa base mostra-
ría fisuras de consideración durante la provisionalidad castrense, en
tanto Batista se vería obligado a depurar sucesivamente al sargento
Pablo Rodríguez, jefe original de la conspiración septembrista, y al

* Ponencia presentada en el Seminario Internacional: “Cuba sous le Régime de


la Constitution de 1940: Politique, Pensée Critique, Littérature”, Universidad
Paris VIII, publicado en una memoria del Seminario titulada: “Cuba sous le
Régime de la Constitution de 1940”, Editorial L´Harmattan, Paris, noviem-
bre, 1997.
254 JORGE IBARRA CUESTA

coronel Pedraza, ejecutor inescrupuloso de represiones masivas con-


tra el movimiento popular.
En la burguesía dependiente, debía enfrentar el desafío de dos
rivales de consideración: Miguel Mariano Gómez, acaudalado cau-
dillo, hijo de José Miguel y José Manuel Casanova, presidente de la
Asociación de Hacendados, quien le hará una diversidad de conce-
siones, para imponerle finalmente las demandas de su clase.
En el bando opuesto, el dirigente castrense deberá enfrentar a
los guiteristas y a los hombres de acción de la Organización Au-
téntica, partidarios de la lucha armada, los cuales arrastraron en
sus orígenes a un núcleo considerable de los miembros del Direc-
torio Estudiantil y de simpatizantes del doctor Ramón Grau San
Martín. El fracaso de los intentos revolucionarios atraerá a am-
plios sectores del movimiento revolucionario del 30 hacia la figura
del ex presidente Grau San Martín. De esa manera las fracciones
insurreccionalistas, elitarias o electoralistas, con independencia de
sus orientaciones centristas o izquierdistas, serán absorbidas por
el centro hegemónico reformista. El nacional-reformismo populis-
ta se impondrá sobre la acción independiente de fracciones
insurreccionalistas, de orientación antimperialista y socialista, des-
pués del fracaso de la huelga de 1935. A partir de entonces, los
comunistas se propondrán organizar el movimiento obrero y to-
mar parte en las convocatorias electorales que ofrezcan garantías.
En esas circunstancias, Batista, amenazado desde el interior por
sus propias fuerzas del ejército y por los dirigentes más represen-
tativos de la burguesía; y del exterior, por el movimiento revolucio-
nario y popular, que comenzaba a tomar forma borrosa bajo la
dirección de Grau San Martín, alentará un reformismo que le pro-
porcione una base social propia. La historiografía cubana no ha
estudiado todavía al grupo de jóvenes profesionales e intelectuales
de derecha y centro-derecha, desencantados por la crisis de la bur-
guesía dependiente y la clase media, que comenzará a nuclearse en
torno a Batista en los años 40 y 50. Esta nueva generación, nacida
a la sombra de los partidos políticos tradicionales, se considera
heredera de los grandes caudillos del liberalismo y el conservadu-
rismo, pero conscientes de la crisis política y moral de la antigua
dirección, tratarán de adecuarse a la nueva coyuntura revoluciona-
ria. Entre ellos se destacan Justo Luis del Pozo, Amadeo López
Castro, Ramón Vasconcelos, Rafael Guás Inclán, Ramón Zaidín,
Marino López Blanco y otros. Son ellos los diseñadores de la ima-
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 255

gen del “hombre fuerte provisional, constructivo, popular” que


tanto le agradará a Batista. Son ellos los que instrumentarán la Ley
de Coordinación Azucarera, los nuevos tributos a la industria azu-
carera, las escuelas cívico militares y, como colofón, la destitución
del presidente Miguel Mariano Gómez. Estas medidas reformistas
de evidente proyección populista deben contribuir a la formación
de una clientela política que cimente el poder de Batista y lo
independice de la burguesía dependiente y del ejército. No obstan-
te, en la medida que atacaban los intereses inmediatos de la bur-
guesía azucarera, pondrían a su dirigente, José Manuel Casanova,
entre la espada y la pared. En estas difíciles condiciones, Casanova
se mostraría partidario de un entendimiento a todo trance con el
poder militar de Columbia, mediante compromisos y sacrificios que
asegurasen en un futuro la hegemonía burguesa. No había otro
remedio: Batista y el ejército constituían el único freno al movi-
miento revolucionario.
El equilibrio inestable del poder de Batista radicaba, por consi-
guiente, en dos impotencias: de la burguesía en conservar su poder
y su influencia después de la Revolución del 30; y del movimiento
revolucionario fragmentado, en acceder al poder. O sea, el
bonapartismo castrense hace acto de presencia, como señala Marx,
en el preciso momento, en que prestas a equilibrarse, la burguesía
ha perdido, y la clase obrera no ha adquirido todavía la facultad de
gobernar la nación.1 Este balance de fuerzas, favorable al ejercicio
de una autoridad, en cierto sentido irrestricta, le permitió a
Fulgencio Batista llenar el vacío de poder creado por el equilibrio
existente, imponer pautas a la burguesía dependiente y reprimir al
pueblo en los años entre 1934 y 1944.2 Ejercicio de poder inesta-
ble, no exento de crisis, riesgos y amenazas procedentes de sus
aliados como de sus enemigos. “Hombre de la encrucijada”, “de
signo negativo”, “solo en el caos puede estar tranquilo”, según
escribiera Pablo de la Torriente en uno de los más finos análisis
sociológicos e históricos de los años 30.3 Como ha nacido de una
1
Carlos Marx: El 18 Brumario de Luís Bonaparte, Editorial Biblioteca del Pueblo,
La Habana, 1962.
2
Samuel Farber: Revolution and Reaction in Cuba, 1933-1960. A Political Sociology
from Machado to Castro, Wesleyan University Press, Middletown, Connecticut,
1976.
3
Pablo de la Torriente Brau: Cartas cruzadas, Editorial Pueblo y Educación, La
Habana, 1990, pp. 200-227.
256 JORGE IBARRA CUESTA

traición entre sus aliados, nadie confía en él y él no confía en nadie,


pero deben depender de él y él de ellos. La catástrofe institucional
provocada por el movimiento revolucionario y la reacción
posrevolucionaria, le hará dependiente de fuerzas políticas ajenas,
en la medida que no cuenta con los recursos y medios políticos
tradicionales para lograr el consenso popular. De ahí sus alianzas
con los caudillos conservadores Mendieta, Menocal y otros. Bajo la
presión del State Department, interesado en la normalización polí-
tica del país, en la pax americana, Batista comenzará a dar pasos
tendentes a obtener el concurso de las fuerzas políticas del país a
los efectos de restablecer el orden político y validar ciertas con-
quistas de la Revolución del 30. Distintas entrevistas y artículos
publicados en la prensa periódica, más allá de toda duda, las aspira-
ciones de la burguesía dependiente de restaurar la república parla-
mentaria, aun cuando en algunos de sus voceros se albergase el
deseo de crear un Congreso corporativista de inspiración fascista.4
De lo que se trataba, por consiguiente, no era solo de librar a la
burguesía dependiente de la arbitrariedad o el capricho del
bonapartismo castrense, sino de ejercer el poder en forma de do-
minio político que le ha resultado más conveniente históricamen-
te: la democracia burguesa. De ese modo, hacia 1938 el desideratum
de las fuerzas políticas nacionales, el punto en el cual convergían
todas sus aspiraciones era en el de instaurar nuevas reglas de juego.
Batista debía legitimar su poder o atenerse a las alternativas desfa-
vorables que podían derivarse de su negación.5
La convocatoria a una nueva Asamblea Constituyente debía sa-
tisfacer todas las expectativas. Batista debió de constituir un blo-
que de partidos gubernamentales que se enfrentase al poderoso
movimiento populista encabezado por Grau San Martín y avalado

4
José A. Tabares del Real: La Revolución del 30, sus dos últimos años, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1973, pp. 209-211. Ver también Carteles, no. 36
y 37, Septiembre 1935.
5
Antoni Kapcia: “Fulgencio Batista, 1933-1944: From Revolutionary to Populist”,
en Authoritarianism in Latin America since Independence, L. Fowler (ed.), Greenwood
1997. Véase también Julio Le’Riverend: “Caracteres del período de 1933 a
1940”, Selección de Lecturas de Historia de Cuba 1933-1940, Ediciones de Univer-
sidad de la Habana, La Habana 1975. Ver también Blas Roca: El pueblo y la nueva
Constitución, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1940, y Juan Marinello:
“Balance provisional de la Constituyente”, Hoy, junio 15 de 1940, pp. 1-6.
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 257

por las grandes conquistas revolucionarias de su gobierno. De ahí


que Batista debiera contar con el apoyo de los caudillos políticos
tradicionales del liberalismo sin que pudiera atraer en un primer
momento al caudillo conservador Mario García Menocal, quien
pensaba constituirse en el factotum de la Asamblea Constituyente.
Tan pronto este último comprobó la defensa cerrada que los autén-
ticos hacían de determinadas reivindicaciones populistas, dio vira-
je y se alió con el bloque reaccionario tradicional dirigido por Batista.
Por último, “el hombre fuerte de Columbia” decidió atraer a su
coalición política al Partido Comunista. Años después escribió que
esa orientación le fue aconsejada por el State Department.6
El estallido de la Segunda Guerra Mundial propició este tipo de
alianza entre los partidos comunistas latinoamericanos y los go-
biernos del continente. Muchos de esos gobiernos eran dictaduras
oligárquicas como las de Venezuela y Costa Rica. Mediante esas
alianzas, la Internacional Comunista confiaba en que los Partidos
Comunistas lograsen el control del movimiento obrero y plasma-
sen un conjunto de demandas mínimas de la clase obrera, mientras
los Estados Unidos esperaban que se creara durante el conflicto,
una situación de tranquilidad y paz social. En Cuba, ambas partes
lograron sus objetivos parciales e inmediatos. Por una parte, los
comunistas hegemonizaron el movimiento sindical y obtuvieron
aumentos salariales que le permitió a los obreros enfrentar el cre-
ciente costo de la vida, por otra, la burguesía dependiente y los
norteamericanos lograron una situación estable en la Isla. La dic-
tadura, por su parte, tuvo un respiro. Batista, que deseaba ganar
tiempo a toda costa, se benefició del conflicto. Los comunistas
aumentaron su votación y se convirtieron en el Partido Comunista
latinoamericano de mayor militancia. Estos triunfos demostraron
ser pasajeros y en un breve plazo afectaron seriamente las relacio-
nes de los comunistas con las clases medias y amplios sectores
populares. De hecho, durante los gobiernos auténticos, perdieron
más del 50 % de su fuerza electoral. Cierto es que hubo represión
dirigida especialmente contra los comunistas, pero la mentalidad
economicista prevaleciente entre las dirigencias obreras comunis-
tas y en el grueso de sus seguidores, contribuyó a que el Partido
perdiese a una buena parte de su militancia cuando no se pudieron
satisfacer sus reivindicaciones más inmediatas. No obstante, la
dirigencia del Partido había criticado severamente las actitudes
6
Fulgencio Batista: Piedras y leyes, Editorial Botas, México D. F., 1961.
258 JORGE IBARRA CUESTA

economicistas, pero los dirigentes obreros de la base, al parecer,


no encontraban otro camino para atraer a los obreros que la defen-
sa de sus reivindicaciones estrictamente económicas.7
Por otra parte, la oposición de los comunistas al gobierno revolu-
cionario del 33, sus injustas críticas a Guiteras y su posterior alianza
con Batista, determinaron que amplios sectores de la población se
alejasen del Partido. Cierto que antes de pactar con Batista los comu-
nistas intentaron aliarse con Grau, pero este rechazó la posibilidad
de un entendimiento. De todos modos, la posibilidad de que el Parti-
do prosiguiera su camino de una manera independiente no fue
considerada, al parecer, como una opción positiva. En esas condi-
ciones, la alianza de los comunistas le reportó más beneficios a Ba-
tista de los que pudo obtener el Partido en un plazo más largo.

Al efectuarse las elecciones para elegir los 81 delegados de la Con-


vención Constituyente, el 15 de noviembre de 1939, el bloque de la
Oposición obtuvo la mayoría con 45 delegados, de los cuales corres-
pondieron 18 al Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) con 225
223 votos; el Partido Demócrata Republicano, dirigido por el general
Mario García Menocal, obtuvo 17 delegados con 170 681 votos; el
Partido Acción Republicana eligió a 6, con una votación de 80 615
y, por último, el ABC de Joaquín Martínez Sáenz, consiguió 14 dele-
gados, producto de los 65 842 sufragios que obtuvo.
La Coalición Socialista Democrática, presidida por el coronel
Fulgencio Batista, alcanzó 36 delegados, distribuidos entre los
partidos gubernamentales a razón de 17 delegados del Partido Li-
beral con 182 246 votos, 9 por el Partido Unión Nacionalista, el
cual tenía como caudillo al coronel Carlos Mendieta y una votación
de 141 693, la fusión Unión Revolucionaria comunista obtuvo 6 con
97 994 y, por último, el Partido Nacional Revolucionario con un
delegado y 37 933 votos.
Como hemos reseñado con anterioridad, el tránsito de Menocal
y su partido a la coalición batistiana le proporcionó a esta agrupa-
ción la mayoría en la Convención Constituyente. No obstante, el
carácter progresista de la Constitución de 1940 fue producto de la

7
Gaspar Jorge García Galló y M. Mier Febles: “Recuento histórico de dos déca-
das. Primera Parte (1948-1958)”, texto mimeografiado [s/f].
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 259

conjunción de los partidos surgidos a raíz del movimiento revolu-


cionario del 30, populistas y comunistas, o sea, los auténticos de
Grau San Martín y los comunistas de Blas Roca, acompañados por
los abecedarios de Martínez Sáenz, los cuales transitaron de posi-
ciones cercanas al fascismo, a posiciones reformistas. A propósito
de las alineaciones de las asociaciones políticas en la Asamblea
Constituyente, hemos podido corroborar historiográficamente los
juicios de Raúl Roa sobre estos:
Es enteramente falso que los artículos más importantes de
los delegados liberales de la Constitución de 1940 sean obra,
en su totalidad, de los delegados liberales de la Constituyente.
Las actas de la Convención evidencian, por el contrario, que
es a los nuevos partidos, y particularmente a los delegados
auténticos, comunistas y abecedarios a quienes se debe su
orientación doctrinal y sus más relevantes progresos en ma-
teria política, económica, social, racial, y cultural.8
De un total de 1 105 793 votos registrados, los nuevos partidos
de la revolución tuvieron 446 532 votos (40 %); y de 81 delegados
electos, alcanzaron 29. Los artículos más progresistas de la Cons-
titución fueron, por consiguiente, el resultado del voto de los nue-
vos partidos y de convencionales de las nuevas generaciones
afiliados a partidos políticos tradicionales, los que ocasionalmente
votaban por los criterios más avanzados.
Una idea de la fuerza que conservaban las relaciones de
caciquismo en las zonas rurales nos la proporciona la comproba-
ción de que en las provincias de Oriente y Camagüey, por lo menos
9 de los 30 convencionales electos eran propietarios rurales, colo-
nos o terratenientes. Entre ellos se destacaban: Juan Antonio Vinent
Griñán (liberal), José I. Valero (liberal), Alberto Silva Quiñonez
(Conjunto Nacional Democrático), Felipe Jay (Unión Nacionalis-
ta), Quintín George Bernot (liberal), Ramón Corona García (libe-
ral), Adriano Galano (Acción Republicana), Mariano Esteva Lora
(auténtico), Juan Cabrera Hernández (demócrata republicano) y
Aurelio Álvarez de la Vega (auténtico).9
8
Raúl Roa: La Revolución del 30 se fue a bolina, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1976, p. 339.
9
República de Cuba: Diario de Sesiones de la Convención Constituyente, Libro II, La
Habana, 1940. (Véase tabla en la última página). Consúltese Jorge Ibarra:
Cuba 1898-1921. Partidos políticos y clases sociales, Editorial de Ciencias Socia-
les, La Habana, 1992.
260 JORGE IBARRA CUESTA

Como se puede apreciar, todavía en 1940 las relaciones de caci-


quismo rural conservaban cierta solidez. En la medida que el parti-
do hegemónico, el Partido Auténtico, carente de capitales y
maquinarias políticas conquistaba cerca del 40 % del electorado en
virtud de sus prédicas populistas, la burguesía agraria trató de re-
forzar de algún modo las antiguas relaciones de caciquismo y apeló
a la compra de votos como un medio de consolidar sus posiciones
en la escena política. La Convención Constituyente tuvo lugar, por
consiguiente, en una coyuntura en la que las relaciones de
caciquismo comenzaban a debilitarse y cobraban fuerza las maqui-
narias políticas de compra del voto, al tiempo que los partidos po-
pulistas conseguían el apoyo espontáneo de sus seguidores.
En estas circunstancias nos interesa valorar las actitudes de las
principales tendencias políticas en la Constituyente (comunistas,
reformistas y conservadores) con relación a la cuestión nacional.
De ahí la necesidad de estudiar el comportamiento de estas agru-
paciones con respecto a la libre determinación de las naciones
pequeñas, la bandera como símbolo de la nación y la discrimina-
ción racial como factor disgregador de la nacionalidad.

II

La moción de solidaridad con Finlandia, propuesta el 8 de marzo


de 1940 por los convencionales auténticos: Eduardo Chibás, Carlos
Prío, Emilio Ochoa y Salvador Acosta, tenía por objeto condenar a
la URSS por la invasión a ese país.10
Tan pronto se dio lectura a esta proposición, los convencionales
comunistas, Blas Roca, Salvador García Agüero, Esperanza Sánchez
Mastrapa, Juan Marinello y César Vilar, presentaron una enmien-
da en la cual intentaban justificar la ocupación militar de ese pe-
queño país por el ejército soviético, al tiempo que solicitaban una
petición de datos sobre el destino de unos fondos públicos del Ayun-
tamiento de La Habana, apropiados en 1934 por el Partido Auténti-
co para preparar la insurrección contra la dictadura de Batista. La
enmienda obedecía a una táctica legislativa dilatoria que debía amen-
guar el impacto de la moción finlandesa y dificultar su aprobación.
De acuerdo con los procedimientos parlamentarios, la enmienda
debía ser discutida antes de la moción, colocando en una posición
10
Ibidem, libro I, vol. 1, no. 14, pp. 14-59.
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 261

defensiva, desde un primer momento, a los proponentes del men-


saje a Finlandia. Los convencionales de los partidos tradicionales,
aliados a Batista, podían encontrar más atrayente desacreditar po-
líticamente a los auténticos que condenar a la intervención militar
soviética. La aprobación de la enmienda, en tanto era en realidad
una moción distinta, implicaba la anulación de la moción auténti-
ca. La posición de ambas partes puede resumirse de la manera si-
guiente: Los auténticos no negaron los cargos, pero decidieron
rendir cuentas de la forma en que habían empleado los fondos ante
una Comisión investigadora, absteniéndose de discutir pormeno-
rizadamente los detalles relativos al destino final de los fondos. De
ese modo remitían a un futuro la responsabilidad de dar cuenta de
los 148 000 pesos sustraídos por Segundo Curtis. De acuerdo con
la versión de Grau San Martín, el dinero se había empleado, en
gran parte, en la adquisición de armamentos en el exterior, pero
cuando Batista convocó a la Asamblea Constituyente, el PRC de-
sistió de la táctica insurreccional. Cuando se sometió a la conside-
ración de la Asamblea la enmienda Comunista, se determinó que
esta era otra moción y al ser sometida a votación, la mayoría de los
legisladores, reformistas y conservadores, la rechazó, con solo el
voto adverso de los comunistas.
A continuación la Asamblea pasó a discutir el mensaje de solida-
ridad con Finlandia, el cual fue defendido por Eduardo Chibás ale-
gando que en ese país se debatía en esos momentos la causa de las
pequeñas nacionalidades agredidas por grandes potencias. Respon-
diendo a Blas Roca, Chibás sostuvo que no tenía inconveniente en
suscribir con este cualquier proposición defendiendo la soberanía
de cualquier pequeño país agredido por los Estados Unidos o Euro-
pa. Chibás planteó también que a pesar de la defensa que deman-
daban los comunistas de las pequeñas nacionalidades, en los
momentos en que la Revolución de 1933 era asediada por los
Estados Unidos, no habían tenido reparos en advocar el derroca-
miento del gobierno Grau-Guiteras. La actitud posterior de los co-
munistas, pactando con Batista, poco después del asesinato de
Guiteras, argumentó era otra muestra de su carácter antinacional.
La argumentación central de los convencionales comunistas, en
cambio, estuvo dirigida a demostrar que al frente del ejército
finlandés, que resistía la invasión soviética, se encontraba el ma-
riscal Manner Heim, responsable del exterminio masivo de miles
de patriotas finlandeses. Por otra parte, Alemania esperaba conver-
262 JORGE IBARRA CUESTA

tir a Finlandia en una base de agresión contra la URSS. Al apoyar a


Finlandia en esos momentos, los Auténticos se hacían eco de la
gran campaña internacional que habían desatado las potencias
imperialistas en defensa de Manner Heim y contra el comunismo.
La votación final de la moción de solidaridad con Finlandia evi-
denció que los partidos tradicionales de la Coalición Socialista De-
mocrática prefirieron dejar en la estacada a los comunistas para
votar conjuntamente con los auténticos. De ese modo, 43 conven-
cionales se pronunciaron a favor del mensaje a Finlandia y solo 6
lo hicieron en contra.
Las posibilidades de trascender las posiciones enconadas de au-
ténticos y comunistas, no se había dado al parecer, en el contexto
de la época. Todo pronunciamiento en el plano internacional debía
definirse con respecto a la bipolaridad Washington-Moscú. En la
época, no se había articulado aún un campo de neutralidad positiva
al cual pudieran remitirse los nacionales reformistas auténticos.
Por otra parte, en el movimiento comunista no habían tomado fuerza
aún las doctrinas policentristas de Togliatti. Las orientaciones de la
Internacional Comunista eran de obligatorio cumplimiento para
todos y cada uno de los partidos. No se trata, por consiguiente, de
que posiciones independientes o intermedias pudieran represen-
tar soluciones factibles para las agrupaciones políticas nacionales,
sino de que en la época los problemas no podían pensarse en otros
términos que no fueran los dictados por la bipolaridad. Las ilusio-
nes reformistas alentadas por el New Deal roosveltiano y los des-
lumbramientos del socialismo duro de Stalin, imposibilitaban la
búsqueda de un territorio común de entendimiento entre comu-
nistas y nacional-reformistas. La conformación de la realidad na-
cional neocolonial por los discursos omnicomprensivos de las
ideologías hegemónicas en el campo internacional, deslindaban la
separación tajante entre socialistas y reformistas. En la época apenas
se concebía la posibilidad de que proyectos de liberación nacional o
de revolución social, pudieran vincularse o influirse recíprocamente.
Desde luego, el exclusivismo proletario alentado por una tradición
anarquista que se remontaba a la segunda mitad del siglo XIX y acen-
drado por las posiciones de clase contra clase de la Internacional
Comunista en los años 30, contribuirían al aislamiento de la clase
obrera con respecto a las clases constitutivas del pueblo. De mane-
ra parecida, las posiciones relativamente estables de las clases me-
dias y una conciencia muy acusada de sus privilegios de clase
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 263

intermedia, tendían a separarla de la clase obrera. La política de


frente único de Dimitrov, en América Latina no contribuiría tam-
poco a la unidad nacional, en la medida que aconsejó alianzas de
los comunistas con los gobiernos constituidos, ya fuesen
oligárquicos o de burguesías dependientes, frente a los partidos
populistas y reformistas, que eran mayoritarios.
No puede obviarse, sin embargo, que en la conciencia crítica de
Chibás y otros ideólogos nacional-reformistas había una singular
clarividencia de los puntos débiles de sus rivales, de la misma ma-
nera que en la percepción marxista de los comunistas había un
rigor analítico que les permitía definir con precisión las limitacio-
nes clasistas de las clases medias. Una revisión crítica del discurso
revolucionario de las dirigencias marxistas latinoamericanas origi-
nales, de los programas y análisis de la realidad, de Julio Antonio
Mella, Rubén Martínez Villena, Mariátegui, revelaría que en este
pensamiento autóctono se encontraba un programa de liberación
nacional más cercano a la realidad neocolonial de nuestros pueblos.
La discusión en torno a la insignia que debía ondear en los edifi-
cios públicos, dependencias oficiales y fortalezas militares dio lugar
a un agudo enfrentamiento entre comunistas y nacional-reformistas
en el seno de la Convención Constituyente. En la sesión del 23 de
abril de 1940 se alinearían de nuevo conservadores y reformistas
frente a los comunistas.11 En esta ocasión no puede alegarse que
los comunistas fueron provocados por los auténticos a tomar par-
tido en condiciones desfavorables por las decisiones de la política
exterior soviética frente a las tradiciones históricas nacionales de
solidaridad con los pueblos pequeños. Se discutía en esta ocasión
una cuestión mucho más importante, decisiva se puede decir, en
cuanto a la legitimación histórica de toda agrupación política que
aspirase un día a dirigir el país. Ya no se trataba de apoyar a una
lejana nacionalidad encontrada en un diferendo no bien esclareci-
do, con una gran nación que se proponía como paradigma de la
justicia social, sino de la manera en que se identificaban los partidos
con relación al sentimiento nacional y a las tradiciones históricas.
La discusión en torno al principio de la preeminencia de la bandera
nacional tuvo su origen cuando el líder convencional comunista,
Blas Roca, se opuso al artículo 7 del dictamen, de acuerdo con el
cual: “En los edificios, fortalezas y dependencias públicas, y en los

11
Ibidem, libro I, vol. 1, no. 21, pp. 9-26.
264 JORGE IBARRA CUESTA

actos oficiales se izará únicamente la bandera nacional...”. Las ra-


zones que asistían al dirigente marxista fueron expresadas por él
en los términos siguientes: “Me opongo a ese precepto simple-
mente porque prohíbe izar la bandera del 4 de Septiembre en los
cuarteles y otras dependencias públicas”. Y a continuación
expresaba:
¿Qué es la bandera del 4 de Septiembre? La bandera del 4 de
Septiembre es la bandera de la revolución cubana; la bandera
que se alzó con las reivindicaciones del pueblo cubano cuan-
do una parte importante de los soldados (...) encabezó el sen-
timiento de todos los soldados que se consideran parte del
pueblo de Cuba y levantaron sus reivindicaciones haciendo la
madrugada histórica del 4 de Septiembre.12
Desde luego, estas formulaciones a propósito de la bandera del
4 de Septiembre, “en tanto bandera de la revolución cubana” que
debía ondear en los mismos edificios, fortalezas y dependencias
públicas y actos oficiales que la bandera nacional, tendían a
equipararla con esta. Este enfoque provocó de inmediato interpre-
taciones y reacciones diversas en el seno de la Constituyente. El
convencional Francisco Ichaso aprovechó la ocasión para ganar
méritos políticos. De acuerdo con este: “no se debía intentar equi-
parar en rango una bandera, por mucho que esta bandera repre-
sente para una parte del pueblo, con la bandera nacional que nos
representa a todos...”.
La respuesta del dirigente auténtico Eduardo Chibás no se hizo
esperar. La dualidad de enseñas, entendía Chibás, era peligrosa
porque los convencionales tenían “...la obligación moral de velar
por el mantenimiento de la unidad nacional, de la unidad étnica, de
la unidad fundamental en todos los aspectos de la vida ciudadana y
como expresión máxima de esta expresión nacional, está la bande-
ra de Cuba”.
Por otra parte, la pretensión de que la bandera del 4 de Septiembre
fuera la bandera de la revolución cubana, era esencialmente equi-
vocada, porque la revolución de 1933 no era solo de los sargentos
que insurgieron en esa fecha, sino de todos los cubanos que apo-
yaron el movimiento revolucionario. De la misma manera podían
alegar las distintas organizaciones revolucionarias que sus bande-

12
Ibidem.
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 265

ras o insignias eran las banderas de la revolución cubana. Por eso


debía proclamarse que la única bandera de la Revolución del 30 era
la cubana. La bandera única de los cubanos en todos los tiempos
“era la que enarboló Maceo en los campos de Cuba Libre”. La para-
doja mayor de las formulaciones del convencional comunista radi-
caba en que “durante el periodo álgido del septembrismo, cuando
sí vibraba la revolución en forma pura, la atacaban sin cuartel y la
llamaban ‘movimiento reaccionario, movimiento imperialista, con-
tra la nacionalidad...’ De ahí que los que atacaban a Guiteras como
agente del imperialismo y pedían el derrocamiento del gobierno
revolucionario, no tenían autoridad para venir a entonar una loa
del 4 de Septiembre. Lo más curioso era que los que encabezaron
el movimiento revolucionario se oponían a que la bandera del 4 de
Septiembre ondease junto a la bandera cubana. La mayor paradoja
radicaba, según Chibás, en que la bandera del 4 de Septiembre sur-
gió en el gobierno del coronel Mendieta, cuando la revolución ya
no estaba en el poder y las fuerzas reaccionarias se enseñoreaban
en la Isla. Esa bandera era entonces expresión de la separación del
movimiento militar, del pueblo, símbolo del poder reaccionario de
Fulgencio Batista. De ahí que Chibás le criticase a Blas Roca el
haber querido ser más papista que el Papa. No obstante, el alegato
chibasista tendió a perder fuerza en la medida en que cuestionó la
cubanidad de los comunistas y los cubrió de ataques personales.
De hecho, esa había sido la tónica de los enfrentamientos entre
ambas partes desde las primeras discusiones en la Convención.
El ataque de Chibás había sido tan implacable y demoledor, que
el convencional conservador Antonio Bravo Acosta le pidió a la
presidencia que no se trajesen a la discusión “cuestiones políticas
partidistas”. El comandante del Ejército Libertador, Miguel Coyula,
convencional conservador, se sintió obligado a declarar que la ban-
dera cubana cubría por igual a Chibás y a Blas Roca. Así, al referir-
se a la enseña nacional diría: “Esta bandera que yo siento, influye
tanto sobre el sentimiento de Chibás y Blas Roca: porque al fin y al
cabo, puede ser que el sentido filosófico de la idea comunista sepa-
ra al señor Roca y sus compañeros del que habla, pero seguramen-
te lo acerca el apego a la tierra donde han nacido”.13 El sentido de la
moderación y la conciliación patriótica de los hombres del 95 ten-
día un puente entre las organizaciones surgidas en la década críti-

13
Ibidem.
266 JORGE IBARRA CUESTA

ca de los años 20. Desde luego, Coyula ratificó su posición en el


sentido de que fuese la bandera nacional la única que ondease en
los lugares prescritos por el artículo 7.
La ecuánime intervención del convencional comunista Salvador
García Agüero tuvo como objeto aclarar la posición de Blas Roca y
reconstruir su imagen y la de sus compañeros. No había sido pro-
pósito de ellos suprimir la bandera ni que se igualase en rango a
otras, “porque no se salva impunemente quien pretenda destruir
las esencias nacionales”. Ciertamente los convencionales comu-
nistas no habían enunciado explícitamente la intención de supri-
mir la bandera o de igualarla en rango a otras, pero al demandar
que la bandera del 4 de Septiembre, a la que definían como la ban-
dera de la revolución cubana, ondease oficialmente en los mismos
lugares que la bandera nacional, la equiparaban de hecho con esta.
La pugnacidad de los escarceos polémicos entre reformistas y co-
munistas revelaba que antes de que los auténticos accediesen al
poder para corromperse y desprestigiarse políticamente, no había
un lenguaje común entre ellos. Lo más singular en cuanto a la
dirección comunista era la manera en que perdía la perspectiva de
sus intereses de más largo alcance con tal de resolver algunos ob-
jetivos mínimos en corto plazo. Defender la bandera de Batista podía
asegurarles en lo inmediato algunas ventajas tácticas, pero sus as-
piraciones a conquistar una hegemonía indisputada eran
severamente afectadas cuando no tenían en cuenta la realidad na-
cional. La misma valoración que hacían los más destacados pensa-
dores marxistas de la época era estrechamente sectaria y revelaba
una deficiente comprensión de la cuestión nacional.14 Lo más
14
La percepción de los comunistas de la época, del pensamiento de Martí, reve-
laba hasta qué punto la adaptación de las ideas marxistas al discurso nacional
revestía un carácter reduccionista. Un pensador tan esclarecido como Juan
Marinello se limitaba sencillamente a comparar las ideas martianas y marxis-
tas para desechar simplemente las esencias nacionales que no se correspon-
dían con su credo. De ahí que llegara a postular dogmáticamente: “Las ideas
revolucionarias andan mientras tienen algo que hacer en el mundo. Las ideas
de Martí nada tienen que realizar ni pueden servir más que como trampolín
de oportunistas...” (Véase “Martí y Lenin”, Repertorio Americano, San José, Costa
Rica, t. XXX, no. 4, enero 26 1935, pp. 57-59). Otro artículo como este apareció
en la misma publicación el 18 de mayo de 1935, en el que se ratificaban los
anteriores criterios. El primero de los artículos citados se reprodujo en la
revista Masas que circulaba en La Habana. Ahora bien, estos pronunciamientos
de Marinello y sus compañeros, así como otros referidos a las representaciones
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 267

desafortunado de esta perspectiva es que daba visos de verosimili-


tud a las campañas de la burguesía contra el partido que represen-
taba y defendía los intereses de los sectores más explotados y
oprimidos del pueblo.
Los debates en la Asamblea Constituyente a propósito de los
dictámenes y enmiendas que fueron sometidos a votación sobre la
cuestión racial, determinaron una alineación política distinta entre
los convencionales de la que se conformó cuando se discutió la
cuestión nacional en otras sesiones. En la sesión XXV del 26 de
abril de 1940, con motivo de la presentación del artículo 23 del
dictamen, el convencional comunista García Agüero formuló una
enmienda sustitutiva que ampliaba, a la vez que concretaba algu-
nas situaciones previstas en el texto original del dictamen. En el
Artículo 23 se estipulaba:
Todos los cubanos son iguales ante la Ley, la República no
reconoce fueros ni privilegios. Se declara ilegal y punible toda
discriminación por motivos de sexo, raza, clase u otro cual-
quiera lesivo a la dignidad humana. La Ley establecerá las san-
ciones en que incurran los infractores de este precepto.
En su enmienda al artículo citado, García Agüero ampliaba el
segundo párrafo de la manera siguiente:
Se declara ilegal y punible toda disposición o acto que impida a
cualquier ciudadano el disfrute de los servicios y lugares pú-
blicos, el derecho al trabajo y a la cultura en todos sus aspec-
tos, y el pleno goce de sus funciones civiles y políticas, por su
raza, color, sexo, clase o cualesquiera otros motivos discrimi-
natorios.
En su intervención en defensa de la enmienda, García Agüero
especificó una variedad de situaciones en las que se manifestaba la
discriminación racial, para refutar el criterio difundido en algunos
sectores de la sociedad de que en Cuba no había realidades
discriminatorias. En vista de que el precepto teórico “todos los

más emblemáticas del sentimiento nacional, de los cuales existen una diversi-
dad de evidencias, revelan las posiciones comunistas en los años 30 y princi-
pios de los 40. De hecho, tales posiciones provocaban el distanciamiento
discreto o la hostilidad franca de muchos revolucionarios de otras tendencias.
No obstante, Marinello cambiaría sus concepciones de entonces, para escribir
valiosos ensayos sobre la vida y la obra de Martí.
268 JORGE IBARRA CUESTA

cubanos son iguales ante la Ley” no era suficiente para garantizar


realmente esa igualdad, era preciso insistir especialmente en los
sectores donde mayor era la discriminación, de manera que aquellas
personas víctimas de prejuicios raciales, estuvieran concientes de
que había un derecho que las protegía en determinadas situaciones.
No obstante, el convencional José Manuel Cortina se opuso a
los planteamientos de García Agüero en tanto el dictamen estable-
cía que “se declara punible e ilegal toda discriminación”, con lo
que sancionaba todos los casos en los que se manifestaba alguna
discriminación. Al proscribir “toda discriminación”, el dictamen
incluía todas las situaciones discriminatorias aludidas en la enmien-
da de García Agüero, “... y muchas más que se le podían haber
olvidado, porque no sabemos si hay otras situaciones que él no
enumeró... porque en el campo de las relaciones humanas hay, a
veces, humillaciones sutiles y situaciones especiales que no se
pueden prever en ninguna ley...”.15
Sometida a la votación nominal, la enmienda de García Agüero
fue derrotada 23 votos por 21. La propuesta obtuvo 6 auténticos a
favor y 6 en contra. Asimismo contó con el respaldo de 8 conven-
cionales conservadores de los partidos tradicionales y el repudio de
15. Por su parte 3 convencionales abecedarios votaron en contra
de esta enmienda.
Otra enmienda posterior de García Agüero al artículo 23 en el
que proponía añadir el concepto de “color” al de raza, sexo y clase,
fue aprobado por mayoría.
En la sesión del 7 de junio de 1940 se dio lectura al artículo 84 de
la Comisión de dictamen propuesto conjuntamente por conven-
cionales comunistas y auténticos. En dicho artículo se regulaba el
acceso al trabajo de acuerdo con la proporción existente entre
cubanos negros y blancos desempleados. Una enmienda presenta-
da por los convencionales abecedarios en la que se estipulaba “que
la distribución de las oportunidades de trabajo” se llevase a efecto
“sin distingo de color”, debía sustituir al artículo del dictamen.
Al convencional comunista César Vilar le correspondió defen-
der la proposición comunista-auténtica. La primera advertencia
formulada por Vilar fue que el artículo 84 no implicaba que ningún
obrero fuese despedido del trabajo para ser sustituido por otro obre-
ro desempleado, por el hecho de ser blanco o negro. La proporcio-

15
República de Cuba: Diario de Sesiones de la Convención Constituyente, libro I,
vol. 1, no. 26, pp. 21-29.
TEMA 4. ATISBOS EN LA PROBLEMÁTICA NACIONAL Y RACIAL REPUBLICANA 269

nalidad solo sería tenida en cuenta para los trabajadores que acce-
dieran al trabajo, ya fuese como temporeros o como permanentes.
La proporcionalidad se establecería de acuerdo con los registros de
desocupados de las Bolsas de Trabajo y de acuerdo con los sindica-
tos. No solo entre los desocupados había una mayoría abrumadora
de negros, sino que estos apenas estaban representados en las fá-
bricas y empresas. Así, según Vilar, de 1 000 obreros cigarreros,
no llegaban a 50 los negros. De manera parecida, de 1 000 depen-
dientes del ramo del tabaco, había solo unos 60 trabajadores negros.
Los negros no podían trabajar como conductores ni empleados de
ferrocarriles. Los obreros mejor pagados en la industria del tabaco
eran blancos y en su mayoría españoles. De acuerdo con el con-
vencional García Agüero, 52 sociedades negras en la provincia de
La Habana y la Federación de Sociedades Negras de la Isla, en su
congreso, habían propuesto que se dieran iguales oportunidades
de acceso al trabajo a blancos y negros, de acuerdo con las Bolsas
de Desocupados.
Jorge Mañach, en representación de los convencionales abece-
darios se opuso al precepto en tanto, a su juicio, se establecía “un
sistema rígido de proporcionalidad” y por introducir “un delicado
problema de carácter moral y de carácter psicológico”. Con el sistema
propuesto se crearía un mecanismo de discriminación que le daría
preferencia a un grupo racial en el acceso al trabajo con desconoci-
miento del otro. La discusión se desarrolló, por consiguiente, en
torno a la justeza de seleccionar el acceso al trabajo de acuerdo con
una regla estadística. Las réplicas de García Agüero y Marinello
sentaron las pautas en ese sentido. El primero alegó que la clasifi-
cación de los trabajadores en la proporcionalidad del acceso al trabajo
de los desempleados no pretendía otra cosa que clasificar “una cosa
que ya estaba hecha por la realidad”. Se proponía hacer justicia,
pues antes los patrones empleaban solo a los trabajadores blancos,
ahora los desempleados, blancos y negros, podrían incorporarse al
trabajo de acuerdo con la proporción de desempleados que había
en cada raza.16
Los delegados auténticos y comunistas reconocieron que esas
medidas podían parecer drásticas y traer resentimientos pero que
entre el actual estado de cosas y el que ellos proponían, este era
más justo. Los trabajadores blancos desempleados, que no pudieran

16
Ibidem, libro II, vol. 2, no. 76, pp. 5-10.
270 JORGE IBARRA CUESTA

conseguir trabajo podían sentirse preteridos. Ahora bien, esa mis-


ma regla había sido aplicada cuando se decretó la nacionalización
del trabajo, que daba posibilidades de trabajo a los cubanos y a los
españoles, de acuerdo con su representación porcentual en la so-
ciedad. Los representantes auténticos, por medio de Eusebio Mujal,
defendieron calurosamente la propuesta. Antes de comenzar la vo-
tación final, la convencional auténtica Alicia Hernández de la Barca
afirmó que encontraba muy bien la moción comunista-auténtica
en tanto protegía a una minoría étnica desprotegida, pero la mujer
estaba también discriminada en el trabajo, por lo que le pedía a los
autores de la moción que incluyesen también la proporcionalidad
obligatoria para ellas. El dirigente de los convencionales comunis-
tas, le explicó que no era posible incluir a la mujer en la propuesta
por una razón técnica —toda enmienda debe ser presentada con
24 horas de anticipación— así como por una razón de orden bioló-
gico, pues estas no podían tener acceso a los trabajos rudos en
igual proporción que los hombres. Alicia Hernández de la Barca, al
parecer no quedó satisfecha con la explicación pues votó, evidente-
mente disgustada, contra la proposición igualitaria. En todas las
votaciones anteriores había apoyado a los comunistas en defensa
de los negros. En la votación final, 13 auténticos votaron a favor y
4 en contra, incluyendo el voto de última hora de Alicia Hernández
de la Barca. Sin embargo, la mayoría de los partidos tradicionales y
conservadores, fundidos con los abecedarios, se impusieron sobre
la alianza auténtica-comunista por 34 votos contra 23. Los partidos
tradicionales dieron 29 votos en contra y solo 6 a favor. Si bien
comunistas y auténticos habían roto violentamente en torno a la
cuestión nacional, en la mayor parte de las cuestiones relacionadas
con la justicia social, hubieron de coincidir. Aun cuando no fuese
por afinidad ideológica, ambos partidos políticos, el reformista y el
comunista, debían responder a las demandas sentidas de las clases
populares a las que se debían desde principios de la década de 1920.
Así, auténticos y conservadores, debían concurrir unidos en la
votación de la cuestión nacional, mientras auténticos y comunis-
tas convergerían en la discusión de todas las mociones relativas a
la cuestión social. En el debate de los diferendos referidos a la vida
social, con frecuencia, comunistas y auténticos, con el apoyo de
algunos conservadores de la nueva promoción, conseguían la apro-
bación de las mociones que defendían.
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 271

TEMA 5

REFLEXIONES CRÍTICAS
SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS
ANTOPOLÓGICOS E HISTÓRICOS
DE LA IDENTIDAD CUBANA
272 JORGE IBARRA CUESTA
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 273

EL LEGADO CIENTÍFICO DE FERNANDO ORTIZ*

El primer acercamiento etnológico y sociológico de Fernando Ortiz


al proceso de formación nacional cubano lo constituyó su estudio
Los negros brujos, publicado en 1906. Por esos anos, el horizonte
de las ciencias sociales y de la criminología en Cuba estaba domi-
nado por los nombres de Augusto Comte y Cesare Lombroso.
Discípulo del catedrático de Sociología General de la Universidad
de Génova, Alfonso Asturare, y el profesor Manuel Sales Farre,
fundador del Instituto de Sociología de Madrid, Ortiz no tuvo otra
opción en la época que seguir el camino trazado por sus maestros.
De ahí que en su investigación de etnología criminal sobre los
negros brujos, las definiciones claves de la escuela positivista
orientasen sus primeras búsquedas. No resulta extraño entonces,
que los conceptos de raza, amoralidad de las religiones inferio-
res, delincuencia nata o atávica, desempeñaran un papel central
en su precursor desbrozamiento del denso bosque etnosocial
cubano. Es conveniente subrayar, sin embargo, que de haber se-
guido al pie de la letra las orientaciones positivistas en boga, esta
primera investigación no hubiera trascendido los límites de una
lección aplicada de método.

* Artículo publicado en Revista Iberoamericana, No. 152-153, Universidad de


Pittsburg, julio-diciembre, 1990.
274 JORGE IBARRA CUESTA

Hacia una nueva concepción de lo social

El estudio de la etnología criminal de los afrocubanos, no podía


tener otro punto de partida que una investigación acuciosa de los
elementos étnicos constitutivos de la nacionalidad cubana, de sus
entrecruzamientos y de sus complejas interrelaciones sociales y
culturales en el decursar histórico. El objeto de estudio de Ortiz no
era una sociedad primitiva o una sociedad industrial homogénea
étnicamente, sino una sociedad agraria dependiente, étnicamente
heterogénea, en la que los procesos de asimilación y aculturación
debían conducir a la formación de una cultura y de un pueblo de
nuevo tipo. No había elaborado aún el concepto sociológico y
etnológico de la transculturación, pero el material sobre el que tra-
bajaba le dictaría el método que desde entonces habría de seguir
fielmente. La explicación transculturalista de los fenómenos esca-
paba en más de un sentido de los marcos metodológicos de sus
preceptores positivistas. Destaquemos sin embargo, que la nueva
perspectiva introducida por el estudioso cubano no constituía una
superación-negación, o sea, una negación dialéctica de los supues-
tos originales que informaban su labor investigativa, sino tan solo
un rebasamiento que apuntaba hacia una nueva concepción de lo
social.
Ahora bien, no podemos pensar, como han hecho algunos de
sus críticos, que esta primera aproximación de Ortiz a la vida social
y cultural de los afrocubanos constituía una observación desde “su
interior”. Nuestro compatriota se hallaba situado dentro de la
sociedad que estudiaba, la sociedad cubana, pero los fenómenos
psíquicos y culturales de las etnias de origen africano eran aprecia-
dos desde el universo ideológico de la intelectualidad cubana blanca
de origen hispánico. Las reiteradas alusiones etnocéntricas a la
amoralidad de las concepciones religiosas y sociales de los
afrocubanos, rectificadas posteriormente en las décadas del treinta
y del cuarenta, nos revelan la óptica desde la que enjuiciaba el
proceso de transculturación. No bastaba ser cubano para recono-
cer científicamente, mediante un esfuerzo de empatía, los valores
de los afrocubanos. En las tres primeras décadas del siglo XX, Ortiz
no había alcanzado aún la visión superior que le permitiese, simul-
táneamente desde “el exterior” y desde “el interior”, integrar en
un sistema conceptual apropiado, el mundo mágico de los
afrocubanos.
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 275

La observación directa de los hechos estudiados en una región


determinada, independientemente de su contexto, constituía uno
de los enfoques más generalizados entre los científicos sociales
positivistas. Esta posición, consistente en el análisis de los grupos
humanos en su particularidad, con el propósito de restituir con la
mayor fidelidad posible la vida de cada uno de ellos, los inducía a
mantenerse dentro del límite de los estudios estrictamente
etnográficos. En Los negros brujos, Ortiz supera esta perspectiva al
confrontar los resultados de sus investigaciones etnográficas con
estudios del mismo corte que se habían llevado a efecto en socieda-
des de composición étnica parecida a la cubana. Al adoptar el método
comparativo, propio de la etnología, para estudiar la sociedad
cubana, se convertía en uno de los precursores de la etnología
afroamericana.
Con toda razón Sidney Mintz, el destacado científico social nor-
teamericano, pudo decir de Ortiz que era “el decano de los estu-
dios afroamericanos”, por el hecho de haberse anticipado a los
antropólogos norteamericanos en ese tipo de estudios.1 En senti-
do parecido se pronuncio el etnólogo francés Roger Bastide, al con-
siderarlo no solo el pionero de los estudios africanistas en América,
sino “El Maestro”.2
El punto de vista etnológico orticiano, en todo caso, tenía pun-
tos de contacto con el de antropólogos difusionistas y evolucionistas
del tipo de Tylor y Frazer, que concentraban su atención en la siste-
matización y clasificación de fenómenos de las más diversas cultu-
ras extraídas fuera de su contexto, para compararlos entre sí. El
último paso de este proceso —y en esto los evolucionistas y
difusionistas se aproximaban a los objetivos finales que se trazaba
Comte— era formular leyes naturales invariables que rigieran para
fenómenos que tenían lugar en las más diversas culturas. Los
evolucionistas se proponían, como ha destacado Levi Straus, “divi-
dir las culturas en elementos aislables por abstracción, y estable-
cer no ya entre ellas, sino entre elementos de un mismo tipo,
presentes en el seno de culturas distintas, esas relaciones de filia-

1
Sidney W. Mintz: “La obra etnomusicologica de Fernando Ortiz”, en Re-
vista Bimestre Cubana, La Habana, Vol. LXXI, No. 2, julio-diciembre, 1956,
pp. 282-284.
2
Fernando Ortiz: Órbita de Fernando Ortiz. Selección y prólogo de Julio Le
Riverend. Ediciones Colección Orbita, La Habana, 1973, p. 325.
276 JORGE IBARRA CUESTA

ción y diferenciación, que el paleontólogo descubre en las espe-


cies”.3 De hecho, en la mayoría de los casos, todo se reducía a la
simple comprobación superficial de la existencia y continuidad de
una serie de fenómenos fuera de su contexto histórico y social. De
ahí que la validez de los procedimientos empleados por los
paleontólogos tuviese, en última instancia, la garantía del lazo bio-
lógico de la reproducción, mientras que entre dos hechos cultura-
les en dos sociedades distintas, ya fuesen análogos o disímiles,
existía una discontinuidad derivada del hecho de que uno no nacía
del otro, sino que cada uno de ellos había nacido de un sistema de
representaciones distinto. A diferencia de los evolucionistas y
difusionistas, cuyo método comparativo adopto, Ortiz consideraba
por lo general, un número reducido de casos seleccionados que se
encontraban emparentados estructuralmente; sociedades de plan-
tación esclavista en las que tenían lugar procesos de
transculturación entre culturas de matriz europea y africana. Los
ejemplos afrobrasilenos, afronorteamericanos o africanos, a los que
acudía para iluminar mediante aproximaciones y contrastes las
costumbres y creencias de los afrocubanos en el marco de la
sociedad cubana, se encontraban insertos en procesos de
transculturación semejantes. Y es que el maestro cubano se pro-
ponía, ante todo, explicar cómo funcionaba el proceso de integración
nacional cubano, y no establecer leyes generales invariables. No obs-
tante, a lo largo de su obra se observan esporádicamente, huellas
del método evolucionista, cuando compara instituciones religiosas
griegas, romanas, judáicas o centroeuropeas, con las de los
afrocubanos, con el ánimo de fundamentar algunas hipótesis so-
bre estas últimas.
Por sus concepciones generales y su prudencia metodológica,
Ortiz se acercaba más a Marcel Mauss que a los difusionistas o a
los evolucionistas. Como el etnólogo francés, el maestro cubano
tenía una aguda conciencia de las relaciones entre los fenómenos
sociológicos y psicológicos. En ese sentido sería de gran utilidad
esclarecer hasta qué punto su concepto de la transculturación se
derivaba de las formulaciones teóricas del precursor funcionalista
en relación con los “hechos sociales totales”. La modernidad del
pensamiento etnológico de Ortiz puede apreciarse en la formula-

3
Claude Levi-Straus: Antropología estructural, Editorial de Ciencias Sociales,
La Habana, 1976, pp. 3 y 4.
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 277

ción que hace en Los negros brujos, sobre la existencia de una lógica
interna común en el proceso de asimilación de elementos de las
culturas ibéricas por los afrocubanos y los afrobrasileños. Algunos
etnólogos cubanos han considerado ese razonamiento como un
anticipo de la corriente antropológica estructuralista. “En Cuba
como en Brasil —dirá Ortiz, y ello demuestra la lógica con la que
han procedido los negros al asimilar sus orishas— Shango equivale
a Santa Bárbara”.4 Ahora bien, este proceso de sincretismo religio-
so tenía como fundamento tan solo una “catolización superficial”
del afrocubano, de ahí que Ortiz apelase a un símil zoológico para
demostrar que la sustitución de las deidades africanas no alteraba
sustancialmente le esencia de las religiones afrocubanas: “así como
ciertos insectos al verse sujetos por una de sus patas se resignaron
a pagar con la pérdida de esta el precio de su huida y consiguiente
salvación, el fetichismo se desprendió de algunas de sus partes
secundarias para alcanzar una vida más segura y duradera”.5
En otras palabras, los africanos, para que les fuera permitida la
práctica de sus creencias religiosas, designaban a sus orishas con el
nombre de los santos católicos en Cuba, Brasil y en las regiones de
África colonizadas por los portugueses.
Lo más significativo de este proceso es que las transferencias
que tenían lugar en los sistemas religiosos de los afrocubanos obe-
decían a las afinidades existentes entre sus cultos y la religión ca-
tólica. Ortiz opinaba que las religiones eran alotrópicas: todas tenían
una misma esencia y variaban tan solo en sus manifestaciones. A
los efectos de demostrar que el sincretismo religioso afrocubano
no implicaba una transformación fundamental en las creencias de
sus adeptos, el etnólogo cubano analizó cuidadosamente las ana-
logías y diferencias existentes entre ambos sistemas religiosos. Así
como determinados elementos comunes facilitaban la adopción de
ciertos elementos del catolicismo por los afrocubanos, otros esen-
cialmente divergentes impedían su asimilación por estos.
El proceso de transculturación suponía también cambios en los
sistemas de creencias de los cubanos blancos de origen hispánico.
Ortiz atribuía la difusión del fetichismo afro entre cubanos blancos,
a la convivencia de ambos grupos étnicos en las clases subalter-
nas, a su bajo nivel cultural, y a los rasgos de psicología común

4
Fernando Ortiz: Los negros brujos, Editorial América, Madrid, 1906, p. 57.
5
Ibidem, p. 252.
278 JORGE IBARRA CUESTA

que se habían forjado entre estos en el curso del proceso de forma-


ción nacional. Si bien los babalaos y los mayomberos no lograron
prosélitos o practicantes entre los blancos, y a duras penas entre
los mulatos, como curanderos y preparadores de hechizos tuvie-
ron una gran clientela ente ambos grupos étnicos. La difusión de
las supercherías afrocubanas entre la población de origen hispáni-
co tenía su explicación en la importancia que le concedían las clases
populares de la península ibérica a las supersticiones, al curande-
rismo y a los exorcismos.
Los principales estudios realizados por Ortiz en las décadas de
1910 y 1920, relacionados con el proceso de transculturación,
fueron síntesis históricas o etnográficas descriptivas en las que se
propuso reconstituir algunos hechos insuficientemente esclareci-
dos. En algunos de sus estudios monográficos se repetían deter-
minados criterios etnocéntricos, enunciados en la primera década
del siglo, acerca del infantilismo de los negros o de ciertos atavis-
mos religiosos que se les atribuían. Durante estos años Ortiz, ab-
sorbido como estaba por las actividades políticas, careció de tiempo
para proseguir sus estudios de etnología afrocubana. La investiga-
ción etnográfica descriptiva de más aliento realizada en estos años
fue, sin lugar a dudas, Los negros curros, publicada en la Revista
Bimestre Cubana. El estudio de las motivaciones que determinaban
la indumentaria, el peinado, la mutilación de los dientes, y el argot
empleado por los negros curros constituye un modelo de investi-
gación psicosocial. La hipótesis fundamental de este trabajo es que
el negro curro es un rebelde primitivo, entregado a actividades
delictivas, que desea afirmarse como superior frente a los “negros
pacíficos”, cuando alardea de su condición de “blanqueado”, al
tiempo que se presenta como un faccioso entre los blancos con su
amenazador aspecto exterior y su conducta criminal, con el propó-
sito de infundirles temor.6

Cultura, no raza

Durante la convulsa década revolucionaria de 1920 comenzaron a


manifestarse algunos cambios significativos en las concepciones

6
Fernando Ortiz: “Los negros curros”, en Ensayos etnográficos, Selección de Mi-
guel Barnet y Ángel L. Fernández, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
1984, pp. 79-163.
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 279

antropológicas originales de Ortiz. La rectificación más importante


fue su repudio expreso del concepto de raza en un artículo publica-
do en la Revista Bimestre Cubana, con el título de “Cultura, no raza”
(1929). Así mismo, en “Los cabildos afrocubanos” (1921), recha-
zaría uno de los criterios centrales que enunciara en las ediciones
de 1906 y 1916 de Los negros brujos. Por primera vez dejaría bien
sentado que las creencias de los afrocubanos constituían un sistema
religioso, aun cuando en Cuba todavía se le conociera “con el im-
propio título de brujería”.7
En “La religión en la poesía mulata” (1937), Ortiz se planteó
esclarecer las diferencias entre la música popular afrocubana, pre-
dominantemente profana (danzón, son, conga), y la música popu-
lar afronorteamericana, de inspiración religiosa (spirituals, blues), a
partir de las instituciones que determinaron su aparición.8 La igle-
sia protestante en los Estados Unidos, como el Cabildo en Cuba,
fue para los negros la institución que les impartió cohesión como
estrato étnico marginado. Las distintas sectas protestantes consti-
tuyeron para el negro norteamericano verdaderos centros de agru-
pación social, lo que jamás pudo ser el templo católico. La
conversión religiosa del afronorteamericano al protestantismo im-
plicó la adopción de los himnos y cánticos religiosos, como módu-
los a partir de los cuales se expresó musicalmente.
La catequización del afronorteamericano tuvo un carácter mu-
cho más profundo que la del afrocubano. Las creencias y los valo-
res musicales de los negros cubanos se conservaron en
solemnidades religiosas litúrgicas de carácter secreto que tenían
lugar en los cabildos. De ahí que la música popular cubana, que
derivo de la secularización de la música sacra africana, en música
para ser cantada y bailada fuera de los marcos rituales, y de su
posterior fusión con la música profana de los blancos, no estuviera
impregnada de los valores de la música sacra que se tocaba en los
templos católicos.
En una reseña crítica a la antología de Lidia Cabrera, Cuentos
negros de Cuba, Ortiz atacó resueltamente los criterios prejuiciados
de algunos ensayistas cubanos, que consideraban a las religiones
7
Fernando Ortiz: “Los cabildos afrocubanos”, en Revista Bimestre Cubana, vol. XVI,
enero-febrero de 1921.
8
Fernando Ortiz: “La religión en la poesía mulata”, en Estudios afrocubanos, vol. 1,
No. 1, La Habana 1937, pp. 15-62.
280 JORGE IBARRA CUESTA

afrocubanas viciadas por una “profunda inmoralidad”, e incapaces


“de distinguir entre el bien y el mal”. El error en que incurrían
estos autores consistía en que enjuiciaban “al prójimo negro, des-
de su propia moralidad y sus reacciones, aquella que su blanca
civilización les señalaba (...) como la moralidad y la justicia”. El
etnólogo, al valorar científicamente las religiones afrocubanas, de-
bía reconocer que no se encontraba ante un sistema ético superior
o inferior, sino ante “una moralidad distinta y unos valores mora-
les diversos”.9 Esta actitud significó una ruptura definitiva con las
posiciones etnocéntricas sustentadas por el científico social cuba-
no en las primeras décadas del siglo.
Hondamente conmovido por las desastrosas consecuencias que
había tenido para la humanidad el auge del nazismo y la difusión
de sus tesis racistas, Ortiz se dio a la tarea de elaborar una síntesis
de los resultados científicos obtenidos por la sociología, la etnolo-
gía y la biología, en relación con la debatida cuestión de las razas.
El engaño de las razas (1946) tuvo por consiguiente, un propósito
eminentemente didáctico, divulgativo.10 Aquí el autor se limitó a
exponer los resultados de otros científicos sociales.
Desde entonces el sabio cubano se consagraría por entero al
estudio de las manifestaciones artísticas y literarias de los
afrocubanos. La perspectiva transculturalista le permitió integrar
los fenómenos económicos, sociales, psicológicos y culturales en
un “hecho social total”. No se transculturaban tan solo los seres
humanos, como algunos etnólogos pensaban ingenuamente “sino
también las instituciones y las cosas atinentes a la vida social”.
Una mitología, un arma, una melodía, un tambor, una danza, en
tanto productos culturales, eran susceptibles de transmutarse cul-
turalmente.
La africana de la música folklórica de Cuba (1950) y Los bailes y el
teatro de los negros en el folklore de Cuba (1951), constituyen las
obras de madurez de Fernando Ortiz. Tomando como premisa el
carácter objetivo que tienen las manifestaciones culturales, el autor
se propuso refutar, en la primera de las obras citadas la pretendida
9
Fernando Ortiz: “Cuentos negros de Cuba. Libros y revistas”, en Revista Bimestre
Cubana, Vol. XLV, No. 3, mayo-junio, La Habana, 1940, pp. 474-477.
10
Fernando Ortiz: El engaño de las razas, Editorial de Ciencias Sociales, La Haba-
na, 1975.
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 281

influencia de los indios aborígenes en la música popular cubana.


De ahí que se propusiera desentrañar el origen étnico de los distin-
tos géneros musicales cubanos y sus entrelazamientos en África y
en Cuba con la poesía, la magia y la religión. Este estudio com-
prenderá, además, una valoración de las características de los di-
versos instrumentos musicales.
En Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba, el autor
analizó el proceso de conversión de la música sacra afrocubana en
música popular cubana. Esa transculturación fue el resultado de la
fusión de la música religiosa negra con los aires musicales profa-
nos de los blancos, así como de las influencias recíprocas entre las
diferentes músicas negras. Las causas de la síncresis aludida debían
buscarse, a juicio de Ortiz, en la relajación de la fe religiosa católi-
ca, el afán de diversión social, la convivencia de los blancos y negros
en las clases subalternas y last but not last en la comercialización de
la música afrocubana.11
El análisis orticiano de las manifestaciones musicales, danzarias
y pantomímicas del negro, más que un carácter estético, tenía un
sentido sociológico y etnológico, por eso se propuso develar los
rasgos psicosociales de los afrocubanos que se manifestaban u
objetivaban en sus manifestaciones culturales. Es así como el
estudio de los cantos de puya o macagua de los negros le permite al
autor destacar cómo en estos se patentiza el sentido de la burla, del
“choteo” del afrocubano, su carácter improvisador, repentista, su
admiración por la astucia, o sea, por “la bichería”, su acendrado
gusto por la controversia pública: inclinaciones que eran comunes
a muchos negros y blancos en Cuba. Estos rasgos psicosociales de
los grupos étnicos fundamentales de la Isla, constituían aspectos
singularidades del carácter nacional cubano.
Las manifestaciones danzarias y musicales del afrocubano per-
mitían a determinados sectores, racialmente prejuiciados, formu-
larse apreciaciones sobre una supuesta “lascivia e incontinencia
sexual del negro”. Apoyándose en una diversidad de hipótesis cien-
tíficas, sustentadas por los más destacados africanistas de la época,
Ortiz demostró que las manifestaciones culturales africanas tenían
un carácter esencialmente étnico y religioso y respondían a los mitos
de la fecundidad. Para el africano las danzas no constituían un medio
11
Fernando Ortiz: Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba,
Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1991.
282 JORGE IBARRA CUESTA

de placer o lujuria, sino una fusión con la naturaleza y con la vida.


No era éste el caso, sin embargo, de determinados espectáculos
afrocubanos caracterizados por una gestualidad pornográfica,
estimulada por el mercantilismo imperante en la sociedad
neocolonial. Como destacara sagazmente el sabio cubano, mientras
los ritualismos religiosos y las manifestaciones danzarias de los
afrocubanos, que se atenían a su espíritu original, eran objeto de
distintas interdicciones, nunca se habían prohibido las rumbas
lúbricas, bailadas por negras, mulatas y blancas, montadas como
espectáculo de cabaret, televisión o cine.
Como en sus otros estudios, el maestro cubano empleó el método
comparativo para definir la relación entre ciertas funciones de la
música cantada por los afroamericanos. Así pudo comprobar cómo
el contrapunteo entre el solista y el coro y la utilización del estribi-
llo, formaban parte por igual del acervo musical de los negros nor-
teamericanos, brasileños, dominicanos, jamaiquinos y otros.
Los últimos capítulos de Los bailes y el teatro de los negros en el
folklore de Cuba, están dedicados a esclarecer el origen de cantos y
danzas de Cuba, así como a la descripción de pantomimas que eran
representadas en las sociedades abakuá y en los ritos de otros grupos
étnicos de origen africano. Aquí Ortiz registró nítidamente los ele-
mentos africanos que habían pasado a la cultura de los cubanos
negros y aparecían expresados en sus danzas y cantos.

Aculturación y transculturación

Hasta la publicación de la primera edición de Contrapunteo cubano


del tabaco y el azúcar (1939), de Fernando Ortiz, los etnógrafos nor-
teamericanos no habían empleado el término de aculturación para
designar un mismo fenómeno. Las ediciones del Webster Unabridge
Dictionary de 1928 y 1934, definían la aculturación como, “la aproxi-
mación de un grupo social de gente a otra en la cultura o en las
artes por contacto”. La forma verbal to acculturate significaba, “mo-
tivar o inducir a un pueblo a adoptar la cultura de otro”. En 1936 el
New Standard Dictionary definía el término como: “la impartición
de cultura a un pueblo por otro”. No obstante, hacia 1933 Lesser
define la aculturación como “un proceso en el que aspectos o ele-
mentos de las dos culturas se mezclan o se funden en uno”. Ahora
bien, para ese autor la mezcla y la fusión aludida implicaba, “una
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 283

igualdad cultural entre la cultura transmisora y la receptiva”. Si no


se daba esa premisa tenía lugar un proceso de asimilación en vir-
tud del cual una cultura conquistada o dominada era transformada
por una cultura conquistadora o dominadora. Esta definición no
tenía en cuenta que todo proceso de contacto permanente entre
dos culturas, cualquiera que fuese el nivel de evolución, implicaba
una transferencia de rasgos de la cultura dominada a la cultura
dominante.
En 1936 un subcomité del Social Science Research Councill encar-
gado de esclarecer conceptualmente el contenido de los procesos
de aculturación e integrado por Redfield, Linton y Herskovitz, ela-
boraron la definición siguiente: “la aculturación comprende
aquellos fenómenos que resultan cuando grupos que tienen cultu-
ras diferentes entran en contacto directo y continuo, con los sub-
siguientes cambios en la cultura original de uno o de ambos
grupos”.12 La definición citada tenía el mérito de ser lo suficiente-
mente amplia como para comprender el proceso de intercambio
que podía tener lugar entre dos culturas en contacto permanente,
cualquiera que fuese el nivel de evolución de ambas.
Ahora bien, el concepto de transculturación propuesto por Ortiz
en 1940 suponía una superación dialéctica del concepto de
aculturación, en tanto partía del supuesto de una deculturación
previa y de una neoculturación posterior. De acuerdo con el autor
cubano,
la transculturación expresa mejor las diferentes fases del
proceso transitivo de una cultura a otra, porque este no con-
siste solamente en adquirir una distinta cultura, que es lo que
en rigor indica la voz inglesa acculturation, sino que implica
también necesariamente la pérdida o desarraigo de una cultu-
ra precedente, lo que pudiera decirse, una deculturación, y ade-
más significa la creación de nuevos fenómenos culturales que
pudieran denominarse de neoculturación.13
El nuevo concepto implicaba que al final de todo proceso o
intercambio recíproco entre dos culturas, surgiría una nueva,

12
Melville J. Herskovitz : Acculturaturation: The Study of Cultura Contact, Edi-
ciones Smith, Glosester, Massachussets, 1938; véase también A Dictionary of
the Social Sciences, Editorial UNESCO, London, 1964.
13
Fernando Ortiz: Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, Introducción de
Bronislaw Malinowski, Ediciones Jesús Montero, La Habana, 1940, p. 142.
284 JORGE IBARRA CUESTA

diferente de las originales. La elaboración de esta nueva definición


respondía a la orientación implícita de la práctica investigativa de
Ortiz desde 1906.
Por su pare, Bronislaw Malinowski, que venía estudiando los
procesos de contacto cultural entre europeos y africanos en el con-
tinente negro con una óptica cercana a la de Ortiz, saludó
regocijadamente el concepto de transculturación del cubano. En el
prólogo que escribiera para Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar
el fundador de la escuela funcionalista, denuncia el concepto de
acultuación, definiéndolo como un vocablo etnocéntrico, con una
significación moral, tal como lo habían empleado casi unánime-
mente los antropólogos norteamericanos.
El inmigrante tenía que aculturarse (to acculturate); así han de
hacer también los individuos paganos e infieles, bárbaros o salva-
jes, que gozan del beneficio de estar sometidos a nuestra Gran
Cultura Occidental (…) El inculto ha de recibir los beneficios de
nuestra cultura; es él quien ha de cambiar para convertirse en uno
de nosotros.14
Con el concepto de aculturación se introducían indirectamente
valoraciones morales, normativas y evaluativos que viciaban desde
su raíz la comprensión científica del fenómeno. Si bien la defini-
ción de Redfield tendía a neutralizar la carga valorativa, no es menos
cierto que limitaba el contacto permanente que tenía lugar entre
dos culturas que coexistían en un mismo espacio geográfico, sin
que de ellas surgiese una entidad cualitativamente distinta. Como
ha señalado recientemente Edward M. Spicer en el artículo sobre
aculturación que redactase para la Enciclopedia International de
Ciencias Sociales, dirigida por Seligman, la definición de Redfield,
“hizo época, o quizás mejor dicho, marcó una época, ya que esta-
bleció un esquema conceptual”.
La orientación etnocéntrica prevaleciente en determinados cír-
culos de las ciencias sociales nortemamericanas, no ha permitido
una revisión del concepto básico de aculturación que la informada
desde 1936. Las ediciones de la Encyclopaedia of the Social Sciencies
de Edwin R. A. Seligman y Alvin Jonson, de 1944 y 1957, seguían
repitiendo el concepto de aculturación acuñado en 1936, e ignora-
ban la categoría de transculturación. Un nuevo esfuerzo sistemati-
zador de las ciencias sociales norteamericanas que tuvo como

14
Ibidem, p. XVI.
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 285

resultado la publicación de The Internacional Encyclopaedia of the Social


Sciencies (1968), dirigida por Edward Sills, admitió la hegemonía
indisputada del término elaborado por Redfield, y desconoció el
concepto creado por Ortiz y suscrito por Malinowski. A pesar del
pronóstico anunciado por los editores de la nueva enciclopedia, de
reconocer los principales aportes internacionales al desarrollo de
la antropología y trascender el carácter anglocéntrico de la obra
dirigida por Seligman, entre las seiscientas biografías de autores
no aparecían los nombres de los fundadores de los estudios
afroamericanos: Nina Rodríguez y Fernando Ortiz.
Al margen de los esfuerzos de sistematización conceptual que
han representado las enciclopedias de ciencias sociales publicadas
en los Estados Unidos, la obra de Fernando Ortiz disfrutó del re-
conocimiento de la comunidad científica norteamericana y euro-
pea. Etnólogos y científicos sociales de tanto prestigio como
Bronislaw Malinowski, Sydney Mintz, Alfred Metraux, Roger
Bastide, Melvilla Herskovitz, Alfonso Reyes, Jean Price Mars y Juan
Comas, rindieron homenaje a la obra monumental del sabio cubano.
En 1954 la Universidad de Columbia le otorgó a Fernando Ortiz el
título de Doctor Honoris Causa con motivo del bicentenario de su
fundación.

La continuidad

Las palabras con que Rubén Martínez Villena valoró el aporte


fundacional de Ortiz a la cultura y a las ciencias sociales en Cuba
constituye la esencia de las consideraciones que muchos se hacen
en su patria en torno a su destacada labor:
Mañana, cuando triunfen los buenos (“los buenos son los
que ganan a la larga”), cuando se aclare el horizonte lóbrego y
se aviente el polvo de los ídolos falsos; cuando rueden al olvi-
do piadoso los hombres que usaron máscaras intelectual o
patriótica —y eran por dentro lodo y serrín— la figura de Fer-
nando Ortiz, con toda la solidez de su talento y su carácter
quedará en pie sobre los viejos escombros, y será escogida por
la juventud reconstructora para servir como uno de los pila-
res sobre los que se asiente la nueva República.15
15
Fernando Ortiz: Orbita de Fernando Ortiz, Selección y prólogo de Julio Le
Riverend, Editorial Colección Orbita, La Habana, 1973, p. 322.
286 JORGE IBARRA CUESTA

Fernando Ortiz no fue el único intelectual prominente de su ge-


neración que vinculó su destino al de su patria a raíz del triunfo de
la Revolución Cubana en 1959. El historiador Ramiro Guerra, una
de las más relevantes personalidades del pensamiento liberal cubano
optó también por permanecer en su patria. Una de las característi-
cas de la categoría de “los grandes intelectuales”, que definiera
Antonio Gramsci, parece ser la de expresar la continuidad de un
pensamiento en épocas distintas, con independencia de su tránsi-
to por la vida política. En ese sentido hombres tan representativos
como Ortiz y Guerra darían cuenta de un esfuerzo intelectual en-
caminado a preservar la continuidad cultural y científica cubana.
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 287

MEDITACIONES ACERCA
DEL PROCESO DE INTEGRACIÓN SOCIAL
Y CULTURAL DEL NEGRO CUBANO
EN LA PRIMERA REPÚBLICA*

La ponencia de Alejandro de la Fuente nos brinda la oportunidad de


discutir algunos aspectos relacionados con los mitos de la democra-
cia racial. Los supuestos en los cuales descansa el tratamiento de las
formaciones míticas cubanas en la República por algunos historia-
dores cubanos son cercanos a los de Aline Helg y otros estudiosos
de las mitologías latinoamericanas. Para los antropólogos, como es
sabido, los mitos son bien una proyección del inconsciente colecti-
vo, de la estructura social, de las creencias populares o de las repre-
sentaciones colectivas. Los historiadores, en cambio, muchos
siguiendo sin saber a Sorel, tienden a definir los mitos históricos
como elaboraciones conscientes de la conciencia colectiva que no se
basan en la realidad objetiva. Ahora bien, entre los historiadores de
las relaciones étnicas latinoamericanas se ha arraigado la tendencia
a buscar el nacimiento de los mitos en los proyectos históricos que
se propusieron transformar los fundamentos de la sociedad, o bien
en los discursos que previeron determinados cambios sociales.

* Los comentarios que hice a la ponencia presentada por el historiador Alejan-


dro de la Fuente en el Taller de Historia Regional, efectuado en Cienfuegos en
1998, auspiciado por la UNEAC, el Archivo Histórico Provincial y la Univer-
sidad de Michigan, dio lugar a este trabajo más amplio que fue publicado en:
Espacios, silencios y los sentidos de la libertad. Cuba entre 1878 y 1912,
Colección Clío, Ediciones Unión, La Habana, 2001.
288 JORGE IBARRA CUESTA

De acuerdo con estas búsquedas, tal parece como si el origen del


mito de la democracia racial republicana se encontrase in nuce en
los proyectos revolucionarios de las gestas independentistas. No
es mi intención criticar la manera en que estos historiadores han
acercado la brasa a su sardina en la búsqueda de los orígenes del
mito, sino discutir la cuestión de método, que implica identificar o
vincular genéticamente un proyecto revolucionario del pasado a
un mito elaborado con posterioridad. Sabemos que el procedimiento
es reduccionista en la medida en que se efectúa una proyección
retrospectiva del mito hacia una supuesta fuente original que debe
definir sus esencias de una vez y por todas. Para los historiadores
origenistas, se trata de encontrar a toda costa una continuidad entre
las actitudes de los forjadores de los proyectos revolucionarios del
siglo XIX y los autores de los mitos republicanos. La dificultad
principal radicaría en que los proyectos referidos y los mitos son
construcciones de naturaleza distinta. Mientras los proyectos re-
volucionarios se proponen plasmar un tipo determinado de rela-
ciones sociales, los mitos justifican la existencia de un orden
constituido. Mientras el proyecto se plantea transformar la reali-
dad, el mito alienta la conformidad con el orden existente. De hecho,
mientras el proyecto es una toma de partido de sus autores en el
pasado que favoreció determinados cambios, el mito es una apolo-
gía del “establishment” en el presente. Si bien el proyecto revolu-
cionario puede tener connotaciones utópicas, no tendrá un carácter
mítico, en tanto no se propondrá justificar el orden de cosas
existentes, ni los propósitos de las clases dominantes.
El antecedente del mito al que nos referimos no se encontrará,
por consiguiente, en la supuesta inconsecuencia de los ideólogos
revolucionarios cubanos del 68 y del 95. En todo caso los historia-
dores que buscaban los orígenes míticos debieron haber tratado de
dar con ellos en las estructuras sociales contra las cuales insurgieron
Céspedes y Martí, no en el discurso de estos. No entraré a discutir
hasta qué punto la valoración que los estudiosos de los mitos repu-
blicanos hacen sobre los proyectos revolucionarios del 68 y del 95 se
ajusta a los hechos históricos. La crítica historiográfica dilucidará
puntualmente estos extremos. Me interesa, no obstante, acercarme
a los condicionamientos de los hombres del 68 y del 95. Se ha juzga-
do la actitud de Céspedes y Martí, atribuyéndoles una falsa concien-
cia, en el sentido que ignoraban que su discurso no se correspondía
con su praxis. En otras palabras, los principios de igualdad jurídica,
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 289

confraternidad étnica y libertad política, que promulgaron en la Cons-


titución de Guáimaro, no se aplicaban a sus relaciones en el campo
revolucionario. En realidad, el proceso de enajenación ideológico
descrito por Marx, en el que los condicionamientos clasistas que
determinaban las actitudes de los sujetos históricos, permanecían
ocultos o eran desconocidos por estos, no parece aplicarse a las
dirigencias del 68 y del 95. La documentación existente revela que
estos estaban conscientes de que no solo representaban los intereses
de su clase, sino también los intereses de las clases subordinadas
que integraban el campo revolucionario independentista. En ese sen-
tido la valoración leninista de las motivaciones de los dirigentes de
las revoluciones democráticas del siglo XVIII se acerca más a las acti-
tudes de las dirigencias cubanas del 68 y del 95. De acuerdo con
este, las contradicciones entre las dirigencias burguesas revolucio-
narias y las clases subordinadas se encontraban en un estado em-
brionario. De ahí que, “no se manifestaba ninguna avidez en las
ideologías de la burguesía; todo lo contrario, en Occidente y en Ru-
sia, ellos creían completamente con sinceridad en el bienestar común
y lo deseaban sinceramente, no vieron con sinceridad (en parte no lo
pudieron ver aún) las contradicciones en ese régimen”. A nuestro
modo de ver, esta aproximación al proceso ideológico en el que se
encontraban implicadas las dirigencias burguesas revolucionarias
del XVIII en Europa, tiene más puntos de contacto con las motivacio-
nes de los ideólogos revolucionarios cubanos, que las que han for-
mulado desde posiciones reduccionistas algunos historiadores de
los mitos.
Las actitudes de desinterés y sacrificio personal de los hombres
que liberaron sus esclavos y abandonaron sus hogares para iniciar
con riesgo de sus vidas un proceso revolucionario que duró diez
años, no pueden medirse con el rasero con el que se valoraban a
los ideólogos reformistas de la plantación esclavista de la primera
mitad del XIX. El integracionismo de Céspedes, Martí, Sanguily y
otros ideólogos del movimiento revolucionario no puede ser cues-
tionado a partir de juicios formulados a priori. Desde luego, la in-
vestigación que demuestre las inconsecuencias de una personalidad
determinada o las desviaciones de una tendencia política con rela-
ción a las cuestión racial en el curso de los procesos revoluciona-
rios debe ser avalada por una documentación fidedigna.
En realidad, de lo que se trata es que los proyectos revoluciona-
rios, en tanto constituyeron un nuevo sistema de relaciones socia-
290 JORGE IBARRA CUESTA

les en el campo revolucionario independentista en el siglo XIX


devinieron paradigmas para las clases constitutivas del pueblo, una
vez establecida la República. La cuestión decisiva a dilucidar sería
si los principios de libertad política, igualdad jurídica y confraterni-
dad étnica que debían normar las relaciones entre los ciudadanos
blancos y negros en los campos de Cuba Libre, llegaron a instaurarse
en la República. Sabemos que el mambisado constituía un cuerpo
integrado étnicamente en la medida que no había batallones distin-
tos para negros y blancos. Oficiales y soldados blancos peleaban
bajo el mando de jefes militares negros y mulatos, de la misma
manera que oficiales y soldados negros y mulatos obedecían las
órdenes de altos jefes blancos. Desde luego, muchos blancos y
negros preferían pelear bajo las órdenes de dirigentes de su propia
raza, pues no aceptaban la dirección de jefes de distinto grupo étni-
co y se esforzaban por trasladarse a otras unidades. En determina-
das regiones en la guerra de 1895, (regiones de plantación como la
de Cienfuegos), según ha demostrado Orlando García, solo se pro-
movieron hombres blancos a la dirección de la Brigada. Ahora bien,
el fenómeno generalizado era que blancos y negros,
indistintamente, tuvieran acceso a la dirección de las brigadas y los
cuerpos de ejército. Por otra parte, era simbólico en más de un
sentido, que el cargo más alto detentado por un cubano en el Ejér-
cito Libertador, el de lugar teniente general, le correspondiera a
Antonio Maceo.
La existencia de la diversidad y la desigualdad cultural entre los
cubanos no significaba que el sistema de relaciones instituido por
las constituciones de Guáimaro y Jimaguayú, no fuera igualitario.
En la medida que no se puedan reconstituir en la República las
relaciones fraternas e igualitarias que existían en regiones de la
manigua heroica entre blancos y negros, se constituirá el discurso
mítico de la democracia racial republicana. Sus fuentes de legiti-
mación serán de carácter jurídico, histórico, social y cultural.
Debido a que el mito es una creencia que debe justificarse exce-
sivamente, se remitirá una y otra vez a la historia o al ordenamien-
to jurídico e institucional. El mito no es una adulteración de la
realidad, sino una justificación que alienta una actitud de confor-
midad con el orden existente, equivalente a la que se tendría de
haberse satisfecho las aspiraciones de las partes. Desde luego, todo
mito que tiene su origen en la historia nos remite a su acto de
constitución. El compromiso histórico sellado entre blancos y
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 291

negros en el curso de las gestas independentistas tuvo como


correlato la dependencia mutua, solidaria, entre estos. El contrato
social rusoniano, hablo de Rousseau, que estamparon blancos y
negros en la manigua suponía la alienación de las partes a la comu-
nidad histórica nacional, o sea, a su unidad. Ahora bien, esta alie-
nación consciente y voluntaria suponía un intercambio. No hay
una renuncia a la libertad, ni a la igualdad, por parte de los negros
y los blancos, que concurren a la firma del contrato social unitario.
Se trata entonces de reconocer de manera realista el papel y las
condiciones distintas en las que han concurrido blancos pues al
acto de constitución de la unidad. La iniciativa histórica del movi-
miento revolucionario le correspondió a los blancos en tanto enca-
bezaron el movimiento revolucionario del 68 y llevaron a cabo la
abolición de la esclavitud. Todos los testimonios históricos coinci-
den en esta apreciación. Esta constatación es, ante todo, un juicio
de hecho, no de valor. Por eso, los criterios formulados por Juan
Gualberto Gómez en la década de 1890, a propósito de la división
de responsabilidades históricas que tiene lugar entre blancos y
negros, reconoce el papel diferenciado que le toca desempeñar a
ambos grupos étnicos. Los cubanos blancos y negros se han her-
manado en el curso de las luchas comunes por la independencia,
asevera Juan Gualberto. Ahora bien, a los blancos, a los que llama
“hermanos mayores”, en tanto les correspondió la iniciativa histó-
rica de comenzar la guerra y abolir la esclavitud no les discute, su
“supremacía” (léase hegemonía) en la dirección del movimiento
revolucionario. Juan Gualberto no vacila en afirmar que los blan-
cos deben “legítimamente disfrutar la dirección”. A los blancos les
corresponde entonces la responsabilidad histórica de asumir la di-
rección “del movimiento progresivo que se opera en el seno de la
raza negra” a condición de que cumplan con el deber de garantizar
“la igualdad política y social” de los negros. Por tanto los blancos
constituyeron históricamente el grupo que reúne “los más exper-
tos, ricos e ilustrados”, así como los “más numerosos”, estaban en
condiciones de asumir la dirección del movimiento. Desde luego,
debe pensarse que las máximas garantías para la realización de la
igualdad y la confraternidad entre los cubanos, se encontraba en la
posibilidad de que blancos y negros compartiesen la dirección del
movimiento, pero cuando Juan Gualberto Gómez escribe estas lí-
neas en 1890 esta consciente de que ciertos grupos hegemónicos
292 JORGE IBARRA CUESTA

blancos, ausentes de la guerra del 68, temían una hegemonía ne-


gra. Juan Gualberto, que estaba interesado en atraer a estos secto-
res al movimiento revolucionario plantea tácticamente que los
negros renuncian a la dirección inicial del movimiento a cambio de
que “no se les postergue en el reparto de los bienes comunes (...)
no se les prive de la porción de honra y respeto que les correspon-
de”, e impere “la igualdad política y social”. Las palabras de Juan
Gualberto tienen su fundamentación en la historia. La Guerra
Chiquita, en la que tomó parte activa como dirigente clandestino
en La Habana, había fracasado porque en la dirigencia del movi-
miento había una mayoría de negros. Por eso, cuando postula la
tesis del “hermano mayor” y del “hermano menor”, se comprome-
te tácticamente a no discutir la dirección del movimiento. Desde
luego, ya desde entonces era imposible —y Juan Gualberto lo sabía
mejor que nadie— que se efectuara un alzamiento en Cuba, sin
que al frente de este, no estuvieran en igual proporción los jefes
históricos, del 68, blancos y negros, hombres como el propio Juan
Gualberto y José Martí, Guillermón Moncada y Bartolomé Masó,
Antonio Maceo y Máximo Gómez. Es decir, para la guerra que se
gestaba en la década de 1890, no podía haber un movimiento in-
surgente sin que al frente de este se encontrasen compartiendo
responsabilidades de dirección, sus jefes históricos blancos y
negros. Por supuesto, la principal garantía contra un poder no re-
gulado o controlado de los criollos blancos en la dirección del mo-
vimiento radicaba en la posibilidad de que los jefes negros rompiesen
la alianza histórica y se abstuviesen de pelear contra España. En el
contrato que propone Juan Gualberto en el periódico La Fraterni-
dad, “se mide”, se “equilibra”, se tienen en cuenta las “ventajas” y
las “desventajas” posibles. Es un lenguaje de intercambio. Por últi-
mo se decide si las operaciones son convenientes. Los compromi-
sos de blancos y negros son mutuos y de acuerdo con Juan
Gualberto, de nuevo “su naturaleza es tal que al cumplirlos no se
puede trabajar con otros, sino trabajando también para sí”. Es por
eso que está convencido de que en Cuba blancos y negros a lo
largo del proceso revolucionario contra el dominio español, “estre-
charán más y más sus relaciones hasta que se confundan sus inte-
reses y aspiraciones”. A la igualdad no se llegará por el rebajamiento
del blanco, sino por la elevación del negro afirma. La obligación de
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 293

los grupos dirigentes blancos de hacer realidad la igualdad, consti-


tuye una condición sine qua non de la participación de los negros en
la guerra. Los proyectos revolucionarios de Céspedes y Aguilera,
de Martí y Maceo tomaron cuerpo, tuvieron su base de sustento en
las relaciones que normaron las relaciones entre blancos y negros
en los campos de Cuba Libre. De ese modo es la historia, la memo-
ria histórica o el recuerdo de la antigua fraternidad e igualdad, no
los discursos o proyectos de Martí, Sanguily, Céspedes o Juan
Gualberto, lo que sustenta y avala al mito. El régimen de semilibertad
y de semigualdad que se establecerá en la República encontrará su
justificación histórica parcial en el hecho que las dirigencias políti-
cas durante las primeras décadas republicanas son continuadoras
de las dirigencias políticas del 95. Todo régimen descansa de algún
modo en sus antecedentes. De ahí la ilusión histórica de que, a
pesar del racismo y la desigualdad imperante en la República, “el
hermano mayor” blanco promulgue al cabo de manera gradual, la
vieja libertad e igualdad de la manigua, de los campos de Cuba Libre,
a pesar de las limitaciones que pudiera tener. No bastaba con invo-
car el pasado heróico para legitimar el mito de la democracia racial
republicana, hacerlo solvente o verosímil, alentar sus expectativas.
Era preciso que los dirigentes blancos llenaran en la República un
expediente que justificara las expectativas de los negros a propósi-
to de la posibilidad de que se instaurasen finalmente los principios
igualitarios de Guáimaro y Jimaguayú.
La fundamentación jurídica del mito está en la voluntad o interés
general manifestado por las dirigencias políticas blancas del 95, en
la Convención Constituyente de 1901, al sancionar el artículo que
reconocía la igualdad de todos los cubanos ante la ley y el que pro-
mulgaba el sufragio universal. Una vez que estos principios son
estatuidos e integrados en el orden jurídico vigente, se suponía
legalizado el proyecto igualitario de las revoluciones del 68 y del 95.
Así mismo se instrumentó jurídicamente el igual acceso de negros
y blancos a la instrucción pública.
Las dirigencias políticas del 95, presentes mayoritariamente en
la Convención Constituyente y en el Congreso, le impartieron a la
ley las normas de convivencia que rigieron en el campo revolucio-
nario durante las guerras de Independencia. Ahora bien, el cum-
plimiento de los principios normativos de la libertad política y la
igualdad jurídica dependían de la aplicación de la ley por la judica-
tura, o sea, por los órganos de justicia que debían conocer cada
294 JORGE IBARRA CUESTA

caso sometido a su consideración. En realidad, la voluntad y el in-


terés general, ya fuese real o aparente, de las dirigencias políticas,
concentrados en los preceptos constitucionales y leyes, se disper-
saba o tendía a desvanecerse cuando pasaban a ser competencia de
los tribunales de justicia. La función de los órganos judiciales con-
sistirá en interpretar y aplicar la ley al caso referido. Pero aquí ya no
nos encontramos con el compromiso histórico original de las
dirigencias independentistas ante los grupos étnicos constitutivos
del pueblo. “El poder del juez —nos dice Montesquieu— es como
invisible y solo”. En el anonimato y soledad de su función, declara
acatar la ley, pero la impone a su manera. Bajo la apariencia mítica
de cumplir su compromiso histórico, las dirigencias independen-
tistas transferirán de acuerdo con el orden democrático vigente a
una capa de funcionarios judiciales blancos de la época colonial la
aplicación de la norma. Así el sector dirigente del 95, predominan-
te en la Convención Constituyente y en el Congreso, queda exone-
rado de responsabilidad, en gran medida, por la forma en que se
interprete y aplique la norma de derecho. En el contexto de lo que
era la separación constitucional de poderes en las democracias
burguesas a principios del siglo XX, los congresistas cubanos se
habían ajustado a lo que les correspondía, la promulgación de las
pragmáticas que instituyeran las bases jurídicas del Estado Nacional.
La responsabilidad del no cumplimiento de las leyes se desplazaba
entonces hacia el poder judicial, integrado por una capa de funcio-
narios coloniales no comprometidos históricamente en su mayo-
ría con el espíritu de las leyes de Guáimaro y Jimaguayú. Gran parte
de la prensa negra republicana le atribuyó la responsabilidad
principal de la aplicación defectuosa de las leyes referidas a la cues-
tión racial, al poder judicial. Los distintos escritos de Rafael Serra
son ilustrativos al respecto. Además, la judicatura actuaba por su
cuenta en el momento de dictar sentencia. En realidad, todo el
tiempo contaba con el apoyo de las estructuras de poder colonial,
reforzadas por la presencia estadounidense. La prensa, el cuarto
poder, había conformado previamente la opinión pública sobre la
inocencia o culpabilidad de los que consideraba no iguales ante la
ley. Las campañas de prensa contra los negros brujos en los prime-
ros años de la República, estudiadas por Pérez de la Riva eviden-
cian hasta qué punto se creaba un clima que dificultaba la absolución
del negro encausado por delitos que no había cometido. Desde luego,
casi todos los periódicos habían sido fundados en la época colonial
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 295

y respondían a los intereses de la burguesía española y cubana. No


se ha estudiado la posición de los periódicos cubanos fundados en
la República con respecto a la cuestión racial. La policía, por su
parte, creaba las condiciones para que los encausados por determi-
nados delitos atribuidos por lo general a los negros fueran consi-
derados culpables, aportando pruebas adulteradas o fabricadas. Al
frente de la policía se encontraban oficiales del Ejército Libertador,
escogidos por sus posiciones derechistas, en la Primera Interven-
ción Estadounidense y en el gobierno de Estrada Palma, al servicio
de la burguesía dependiente. Desde luego habría que estudiar
regionalmente cómo se comportaba el racismo de la policía, en qué
lugares estaba vinculado a la dirección de jefes del Ejército Liberta-
dor derechistas, dónde no se daban casos de encausamientos arbi-
trarios de ciudadanos negros. De todos modos, se puede establecer
como principio general que la criminalización del negro por la
prensa y la policía, creaba las condiciones para que la judicatura se
desentendiera del principio de igualdad ante la ley.
La exoneración de responsabilidades de las dirigencias políticas
del 95 se concretó aún más en el gobierno de Estrada Palma, en
tanto la alta oficialidad mambisa estuvo excluida en buena medida
de esa administración, cuyos principales cargos fueron ocupados
por autonomistas y hacendados. Fue en ese gobierno, representa-
tivo de la burguesía dependiente en el cual se puso de manifiesto
una política discriminativa, tendiente a marginar al negro de los
empleos del Estado. Ante el hecho que la clase media blanca urba-
na y rural se arruinó económicamente, en el curso de la guerra del
95, el gobierno de Estrada Palma se planteó resolver las necesida-
des de este sector menesteroso, desatendiendo las solicitudes de
empleo de los negros. De ese modo el alzamiento del Partido Libe-
ral contra la reelección de Estrada Palma contó con el apoyo masi-
vo de la población negra. Distintos estimados hacen ascender la
presencia negra entre los alzados, de 70 a 80 %. La crisis y caída del
gobierno de Estrada Palma dio lugar a la formación del Partido
Conservador en el que la burguesía dependiente y el ala derecha de
la alta oficialidad mambisa alcanzó una posición dominante. No
obstante, tanto liberales como conservadores captaron a los más
populares e influyentes dirigentes negros. Fue el liberalismo, el
partido, que atrajo a sus filas a los grandes mayorías negras desde
1905. En esas circunstancias surgió el Partido Independiente de
Color a la palestra pública, en un momento en el que no se había
296 JORGE IBARRA CUESTA

cuestionado del todo la posición de las dirigencias políticas blancas


del 95 con respecto a la cuestión racial. La base social principal de
los Independientes se encontraba en las provincias de Las Villas y
Oriente, donde los negros habían peleado más por la independen-
cia y donde eran más sensibles a todo despojo o preterición por
parte de los blancos. Es evidente que ya desde 1907 los dirigentes
del Partido Independiente de Color, recelaban profundamente de la
actitud de las dirigencias blancas del liberalismo. Las dificultades
que encontraban los negros para nominarse en el Partido Liberal o
en el Moderado y posteriormente en el Conservador constituyó,
desde luego, una fuente de fricciones. No siempre la exclusión de
los negros de las luchas electorales de los partidos políticos obede-
cía a un propósito discriminativo, pues ya el dinero comenzaba a
decidir la postulación de los candidatos y la mayor parte de los diri-
gentes negros eran hombres de escasos ingresos. Los datos que
aportan Alejandra Bronfman y De la Fuente nos hacen pensar, sin
embargo, que en el gobierno liberal de José Miguel Gómez el elec-
torado negro alcanzó más posiciones en el Congreso, en las alcal-
días, en la administración pública, en el ejército y en las escuelas.
No obstante, el gobierno liberal siguió demandando el cumplimien-
to de determinados requerimientos culturales que excluían a gran
parte de la población negra de la administración pública. El dogma
de la igualdad según la capacidad cultural afectaba las aspiraciones
de los negros con niveles culturales históricos más bajos que la
población blanca. En esas condiciones las actitudes racistas de los
gobernantes solían ocultarse tras las exigencias culturales míni-
mas para el desempeño de determinadas funciones públicas.
De ese modo, el mito de la democracia racial encontraba su jus-
tificación última en la percepción común que evidenciarían pro-
gresivamente en el curso histórico las dirigencias blancas de que
solo se podría alcanzar la igualdad por la población negra en la
medida que esta progresara culturalmente. De hecho, la movilidad
social del negro dependía en el discurso republicano, de su supera-
ción cultural. En la medida que se elaboren los índices de supera-
ción cultural y de movilidad social del negro podremos apreciar
hasta qué punto sus progresos en el plano de la educación y la
cultura le conquistaron nuevas posiciones en la sociedad. Lo más
importante al respecto es que de acuerdo con el mito de la demo-
cracia racial, la igualdad ciudadana tenía como condición previa,
ineludible la igualdad de méritos culturales. La interiorización por
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 297

los negros de ese postulado contribuyó a su ascenso cultural en


algunos aspectos. Los ejemplos de que los negros podían tener
iguales oportunidades y derechos en dependencia de su nivel cul-
tural no eran muchos, pero eran altamente significativos y confir-
maban los supuestos del mito. En efecto, los dirigentes negros
que habían alcanzado las posiciones políticas y sociales más repre-
sentativas eran intelectuales destacados, reconocidos y valorados
por toda la sociedad. La adhesión al principio de equiparación
mediante el progreso cultural inherente al mito era reforzado por
el hecho de que la escuela pública mantuviera abierta sus aulas en
un nivel cercano a blancos y negros. De ese modo el mito situaba
la responsabilidad por la no integración del negro, ante todo, en su
atraso cultural. No significa esto, desde luego, que los adherentes
negros al mito no tuvieran conciencia de la barrera que implicaba
la discriminación racial para sus aspiraciones de movilidad social,
sino que le atribuían al progreso cultural un papel decisivo en la
supresión de los obstáculos a la integración del negro en la sociedad.
En la medida que se confiaba en la solidaridad de las dirigencias
blancas del 95, “los hermanos mayores” y en el régimen jurídico
existente de igualdad formal de derechos, el mito hacía depender la
integración, en lo fundamental, de los avances culturales alcanza-
dos por la raza negra. En otras palabras, si el negro no alcanzaba la
igualdad social, la responsabilidad era suya y no de la discrimina-
ción del sistema. De hecho, la condición esencial para la desapari-
ción de la discriminación se encontraba en la nivelación cultural
del negro.
Destaquemos, por último, que los negros que aceptaban los su-
puestos constitutivos del mito, estaban comprometidos con un
concepto del patriotismo en el cual predominaban los condiciona-
mientos de carácter nacional sobre los de carácter racial. O sea,
prevalecía la convicción de que no debían formularse demandas de
carácter racial que pudieran poner en peligro sus vínculos históri-
cos con el blanco, la unidad de los grupos raciales de la comunidad
histórica nacional. Lo que no significaba que los cubanos negros
hubieran dejado de pensar como negros, o que tuvieran un concepto
“no racial o transracial del patriotismo y considerasen cualquier
demanda basada en cuestiones de color como divisoria”, como des-
tacaba Rebecca Scott, sino que formulaban en la coyuntura que
vivían tan solo demandas raciales que no afectaban la unidad de los
grupos étnicos. Tal actitud no implicaba que se renunciara del todo,
298 JORGE IBARRA CUESTA

por los adherentes del mito, a los principios igualitarios del proyec-
to revolucionario del 95. Martin Morua Delgado, a quien puede
considerarse como el dirigente negro más conservador en la cues-
tión racial, no dejó de enarbolar reivindicaciones integracionistas y
lograr que se promulgasen en el Congreso medidas favorables a
los negros. Los cubanos negros, mulatos y blancos no podían tras-
cender sus condicionamientos etnoculturales en un patriotismo
transracial o no racial. Todavía, a pesar de las profundas transfor-
maciones que han tenido lugar en las relaciones étnicas con el triun-
fo revolucionario de 1959, no han desaparecido las condicionantes
etno-culturales en la conducta de los cubanos. Puede decirse como
Carleton Beals, en 1940, que “Cuba es un país generalmente mula-
to” o como Jorge Mañach en 1946, “un pueblo mulato que so-
mos”, o como Nicolás Guillén en 1970, “Cuba ya es mulata”, pero
los cubanos negros, blancos y mulatos, sin distinción, siguen ob-
servando distintas conductas en sus relaciones en sociedad.
La demanda de progreso cultural constituía, por supuesto, un
paso importante en la integración de blancos y negros, pero en
tanto era apreciado en el discurso mítico como una medida
salvadora decisiva o única, tendía a ocultar las dimensiones del
sistema racista y a impedir la denuncia y movilización por su erra-
dicación. Por otra parte, la promulgación del sufragio universal, a
pesar de sus limitaciones en la realidad, constituyó otra evidencia
de la buena voluntad de muchos blancos, en especial del Partido
Liberal, interesado en captar el electorado negro. Así el voto cons-
tituyó un arma de negociación de los negros y los blancos pobres
en el medio rural, pues este derecho suponía un sistema de intercam-
bio aparentemente recíproco, servía a los intereses de patronos y
clientes, en la medida que proporcionaba una base a los esfuerzos
de estos últimos por equilibrar sus relaciones, mientras los benefi-
cios se distribuían en ambas direcciones de manera desigual. Las
expectativas de los patronos (caciques) eran las de poder disponer
de los votos y los servicios militares de los peones y aparceros en
los alzamientos que protagonizaban contra el gobierno de turno.
Las clientelas, recibían en cambio, favores de distinto tipo,
préstamos y empleo. Tan importante como los bienes que se reci-
bían era la protección que le ofrecían los caciques contra otros terra-
tenientes de tipo tradicional, contra los comerciantes prestamistas
y la guardia rural. Las posibilidades de intervenir en la política apo-
yando a sus patrones eran compensadas por estos ofreciéndoles
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 299

favores y servicios que estaban muy por encima de las retribucio-


nes y favores que recibían en el pasado colonial, en tanto sus pa-
trones republicanos debían contar con ellos para sus fines políticos.
En las ciudades las clientelas negras y de blancos pobres, se
encontraban en una situación parecida con respecto a los caciques
del 95 ya fuesen estos blancos o negros. La clientela se sentía vin-
culada a estos jefes por el pasado común independentista al cual se
recurría para solicitar un favor, resolver algún problema de carácter
económico, judicial, de atención médica, etc. a cambio de apoyo
político. La participación del negro en la vida política del país con el
advenimiento de la República significó, por consiguiente, la posi-
bilidad de negociar un mínimo de reivindicaciones individuales,
parciales e inmediatas, o sea, coyunturales.
El dicho popular “entre cubanos no hay problemas” expresaba
admirablemente el sentido latente del mito de la democracia racial.
Las ilusiones que se derivaban de las relaciones clientelares contri-
buían a reforzar los vínculos de los cubanos negros con las
dirigencias históricas blancas del 95. El mito no significaba que las
personas que lo interiorizaban, aprobasen o se engañasen en cuanto
a lo que representaba la discriminación racial. El mito no era una
mentira monda y lironda, ni una alucinación, sino una justifica-
ción. Sencillamente el mito se limitaba a justificar o legitimar la
desigualdad existente. El mito consistía también en pensar que no
habría obstáculos a la realización de la democracia racial cuando el
negro alcanzara los niveles y valores culturales del blanco, en virtud
de la actitud tolerante de las dirigencias históricas blancas del 95 y
del régimen jurídico vigente. Se pensaba que la mayoría de la
dirigencias republicanas no habían cambiado, seguían siendo las
mismas de la manigua, o sea, que estarían dispuestas a cambiar las
estructuras heredadas de la colonia y reforzadas por la presencia
estadounidense, una vez se evidenciara la superación cultural del
negro. Es decir, había un margen de posibilidad para que se hiciera
efectiva la demanda de igualdad ante la ley, procedente de las gestas
independentistas. Sin embargo, las fuerzas históricas que tiraban
en sentido contrario, la burguesía dependiente, española y cubana,
reforzada por la presencia estadounidense, terminarían por asimi-
lar o absorber ideológica y políticamente a las dirigencias del 95,
como creo haber puesto de relieve en el libro Cuba: 1898-1921
Partidos políticos y clases sociales. En algunos testimonios de vetera-
300 JORGE IBARRA CUESTA

nos negros de las gestas independentistas aportados por Blancamar


León, se puede apreciar un sentimiento recíproco de compañeris-
mo, de identificación y fraternidad hacia los antiguos dirigentes
militares blancos, unido a un sentimiento de inseguridad ante el
racismo prevalesciente en instancias importantes de la sociedad y
de dependencia ante los jefes históricos blancos, que se expresaba
en la búsqueda de la protección de estos. Desde luego, las relacio-
nes de caciquismo eran de dependencia pero no implicaban actitu-
des de pasividad o sometimiento incondicional, sino de obligaciones
y demandas recíprocas en cierto sentido en un régimen estratificado
de subordinación al cacique o patrón. Entre las relaciones de estre-
cha subordinación o dependencia del campesino el señor de
hacienda de la segunda mitad del siglo XIX y las relaciones contrac-
tuales libres, de igualdad jurídica formal, del capitalismo agrario
entre el proletariado rural y la burguesía agraria, se encuentran las
relaciones clientelares, de obligaciones mutuas entre el cacique y
el peón. A mitad del camino entre las relaciones de dependencia
rural del pasado colonial y las relaciones de libertad contractual
propias del capitalismo, las relaciones clientelares que se
instauraron en la República, creaban la impresión de un libre juego
entre las partes cuya base de sustentación lo constituía la ilusión
de una relación entre asociados libres en sociedad.
Desde luego, la realización del capitalismo como sistema econó-
mico y social ha significado históricamente una severa reducción o
limitación de los principios de libertad e igualdad ante la ley sobre
los que reposa su orden constitucional. Marx y Rousseau se en-
cargaron de demostrar que esos principios devenían formales en la
sociedad capitalista. De hecho, con independencia de la existencia
de estratos etnosociales y de las ideologías raciales que le son
consubstanciales, el capitalismo neocolonial dependiente cubano
tendía a desvanecer los valores igualitarios y libertarios de los re-
voluciones del 68 y del 95. Como destacaba Rousseau, la igualdad
era “una quimera especulativa... porque la fuerza de las cosas tien-
de a destruir la igualdad”. Por eso —y en esto se anticipaba a Marx—
era necesario “...mucha igualdad en los rangos y en las fortunas,
sin lo cual la igualdad de derechos y de autoridad, no podía subsis-
tir mucho tiempo”.1

1
Juan Jacobo Rousseau: Obras escogidas, Editorial de Ciencia Sociales, La Ha-
bana 1973, pp. 643-645.
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 301

La desigualdad republicana no fue entonces resultado de un


mito atribuido a las dirigencias revolucionarias del 95, ni al “racis-
mo de un sector dominante del Ejército Libertador, sino al ascenso
de la burguesía dependiente en el gobierno de Estrada Palma, bajo
el auspicio de la presencia imperialista en la Isla. Con posterioridad
las dirigencias del 95 presentes mayoritariamente en el partido li-
beral fueron progresivamente absorbidas o asimiladas por la bur-
guesía dependiente y el capital financiero estadounidense. De haber
tenido acceso al poder, sin la presencia de los Estados Unidos, el
proceso de integración cultural y social de los grupos étnicos cons-
titutivos del pueblo cubano hubiera avanzado mucho más. Desde
luego, debe pensarse con Marx y Rousseau, que la realización del
capitalismo como sistema en tanto proceso universal, hubiera sig-
nificado en un plazo más prolongado, la hegemonización de la
sociedad por la burguesía dependiente y el desplazamiento de las
dirigencias del 95. No nos parece entonces que fuera un mito re-
volucionario del 68 y el 95, ni la voluntad de las dirigencias del 95 y
de las clases populares en las que se sustentaban, las que frustra-
ron en gran medida el proceso de integración entnosocial y cultu-
ral, sino el ascenso de la burguesía dependiente al poder, promovido
por el imperialismo. Desde luego, hay todavía que estudiar mucho
este periodo histórico, para avalar esta hipótesis.
302 JORGE IBARRA CUESTA

DE CÓMO SE FORJÓ LA IDENTIDAD CUBANA


EN SUS ENCUENTROS CULTURALES
CON LOS ESTADOS UNIDOS*

Toda obra genuinamente precursora, en tanto desbroza caminos y


enuncia nuevos problemas, no se plantea solventarlos, sino con-
tribuir de algún modo a su esclarecimiento. Este parece ser el caso
de la obra del historiador Louis Pérez. Jr., que aborda las relaciones
entre Cuba y los Estados Unidos. Autor de algunos de los más
importantes estudios relacionados con esta temática, nuestro co-
lega en esta ocasión, se acerca, al área de contactos culturales que
se creó entre el naciente imperio estadounidense y la última de las
naciones latinoamericanas en obtener su independencia en el siglo
XIX. Contactos que han asumido, en ocasiones, el carácter de
préstamos e intercambios entre la cultura cubana y la estadouni-
dense y en otras de imposiciones culturales inducidas económica-
mente. Tras estos procesos se encontraban las prestaciones
recíprocas que en el plano cultural efectuaban dos pueblos veci-
nos, pero también las aspiraciones de dominio del poderoso vecino
del Norte.
Asistido por el método geertziano de descripción densa, la thick
description, el historiador reconstituye paso a paso la monografía
mejor documentada del proceso de formación nacional cubano es-
crita hasta el presente. La nacionalidad cubana no aparece evalua-

* Palabras de presentación del libro Ser cubano: identidad nacionalidad y cultu-


ra, de Louis A. Pérez Jr., Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006,
pronunciadas en la Casa de Altos Estudios Fernando Ortiz, 12 de marzo de
2007.
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 303

da como un resultado final, sino como un proceso histórico. Por


eso, lo más significativo de sus hipótesis es el análisis del modo en
que distintas manifestaciones culturales estadounidenses se inte-
graron a la comunidad cultural cubana. Hasta el momento el proceso
de formación nacional cubano había sido estudiado a partir de sus
componentes culturales fundamentales: hispánicos, africanos, abo-
rígenes y chinos, sin que se tuvieran en cuenta las contribuciones
culturales estadounidenses a la comunidad nacional y a la psicolo-
gía social del cubano. La obra incursiona también en la manera
que distintas manifestaciones culturales cubanas han confluido
en la cultura estadounidense.
La historiografía revolucionaria cubana no oculta ni reniega de
los procesos de sincretismo cultural en que los cubanos participa-
ron de motu proprio. Tampoco abjura de imposiciones culturales
que fueron asimiladas en última instancia por la cultura nacional.
Por el hecho de constituir una nacionalidad forjada desde el siglo
XVI, en el curso de un prolongado periodo de luchas contra los me-
canismos de dominio colonial, los naturales del país, primero, y
los cubanos después, pudieron integrar elementos formativos de
otras civilizaciones y adaptarlas a sus conveniencias y fines pro-
pios, sin que se quebrantase la identidad nacional. La tenaz resis-
tencia de los cubanos a la hegemonía cultural estadounidense en
su larga duración radica precisamente en que no constituye “un
pueblo sin historia”, “o de “muy breve historia”, definida en esos
términos por algunos que han reducido sus luchas por la naciona-
lidad al siglo XIX. Si bien la nacionalidad se fraguó en los primeros
siglos, su consolidación y las premisas para la aparición de la na-
ción, se forjarían de manera definitiva en los campos de Cuba Libre
y en los empeños revolucionarios de las ciudades en el curso de las
guerras de independencia. Las luchas por la constitución del Estado
nacional cubano se extendieron y alcanzaron a las naciones veci-
nas del continente donde se asentó una numerosa emigración
cubana. Fueron los Estados Unidos, sin embargo, el escenario
donde se radicaron los contingentes más numerosos de emigra-
dos cubanos y donde se llevaron a cabo las principales actividades
políticas y organizativas de ayuda al esfuerzo libertador cubano.
Una investigación histórica sobre las relaciones culturales cubano-
norteamericanas debía tener como punto de partida la documenta-
ción de este período histórico en el poderoso vecino del Norte. Ahora
bien, por muy importante y decisiva que fuera para la emigración
304 JORGE IBARRA CUESTA

cubana el influjo que ejerció sobre ella la cultura norteamericana,


el proceso de formación nacional cubano en el siglo XIX, como un
robusto árbol, tuvo sus raíces y su tronco en la Isla y sus ramas en
el exterior. Así, las constituciones cubanas redactadas en los
campos de Cuba Libre se inspiraron en las constituciones estado-
unidenses o adaptaron instituciones como el habeas corpus, funda-
mentales en el sistema representativo de los Estados Unidos y
ausentes a la ordenación jurídica de la colonia española. Por eso el
autor nos dice “que gran parte de lo que se convirtió en cubano
comenzó como norteamericano” para aclarar un poco después que:
“Los cubanos pudieron adoptar y tomar prestadas libre y frecuen-
temente de las formas culturales norteamericanas. Pero el proceso
implicaba una selectiva apropiación y siempre adaptación”. Es decir,
“para que eso pudiera ocurrir (…) tenía que existir previamente
una noción de cubanía a la que se adaptaban variaciones como forma
de adaptación”. En tanto estudioso de la historia de Cuba nuestro
colega y amigo se cansa de saber eso, solo que está escribiendo la
otra historia, la que no conocemos suficientemente y carga la mano
de ese lado, como acostumbramos en ocasiones los historiadores,
limitados con frecuencia por las fuentes con que trabajamos y por
nuestras inclinaciones personales cuando investigamos un terri-
torio virgen.
De ahí que esta reseña crítica deba revisar en primer término el
proceso de transculturación que tuvo efecto en la emigración
cubana en los Estados Unidos. No será fútil preguntarnos, cómo
lo hace el autor, cómo la larga estancia de la emigración cubana,
los viajes y los estudios en los Estados Unidos transformaron la
mentalidad de los cubanos. ¿Actuaron las formas culturales de la
modernización como un atractivo irreversible o provocaron actitu-
des de revulsión en los cubanos que se relacionaban con los Estados
Unidos? Cuando consultamos el Diario y la correspondencia de
Francisco Vicente Aguilera, la documentación de Hostos o la obra
de Martí, así como la prensa revolucionaria y otras fuentes cuba-
nas en los Estados Unidos, nos convencemos de que tuvo lugar
un parte aguas en la emigración revolucionaria de la Guerra Grande,
que no dejó de tener consecuencias en la Guerra del 95. Los
hacendados y comerciantes emigrados simpatizaban, se inclina-
ban o eran partidarios de la anexión, del protectorado o de otra
forma de dependencia política. Los obreros, artesanos y la clase
media se manifestaban por la independencia. Al menos esa era la
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 305

gran división de la emigración que constató en las fuentes referi-


das. No se debe pensar, sin embargo, que esas alineaciones regían
en todas partes y en todas las circunstancias. Había indefiniciones,
indiferencia, vacilaciones y oscilaciones en los distintos integran-
tes de los grupos y clases que formaban la emigración. Como sabe-
mos, cuando estudiamos casos concretos o individuales esas
diferencias son las que cuentan.
A mi modo de ver, el autor caracteriza de manera acabada, la
incidencia que tuvieron los patrones culturales estadounidense en
la población negra y mujeres emigradas. La discriminación racial
brutal del Sur y racionalizada del norte de los Estados Unidos, no
podía atraer ni seducir a los emigrados cubanos de piel oscura. En
cambio, la libertad y facultades que disfrutaban las mujeres en ese
país representaban un paradigma para las mujeres cubanas, en
contraste con la ausencia total de derechos que constataban en la
Isla. Ahora bien, lo que resulto decisivo fue la participación activa
de las mujeres en las gestas independentistas y el papel que le tocó
desempeñar en el hogar, durante estas sentaron las bases para que
desde entonces ocuparan un lugar relevante en la educación de
sus hijos y en la escuela cubana.
Una vez expuestas determinadas consideraciones sobre el al-
cance de la obra es preciso remitirnos a la hipótesis central de su
autor. De acuerdo con Louis Pérez los cambios por los que atrave-
saron las manifestaciones culturales estadounidenses en los años
50 del siglo pasado estuvieron estrechamente vinculados a la crisis
económica y política de ese tiempo. En ese orden de cosas uno de
los méritos del autor consiste en que ha hecho posible rememorar
el alcance de la presencia cultural estadounidense en la sociedad
neocolonial cubana y el abrumador peso del american way of life en
la psicología de algunos grupos y clases sociales Hoy nos resulta
asombroso concebir que el conjunto de representaciones cultura-
les foráneas descrita tan meticulosamente por el autor, despareciera
en gran medida en el curso de una década bajo el impacto de los
cambios revolucionarios que tuvieron lugar en el imaginario
nacional y en la mentalidad del cubano. Un desenlace tan precipi-
tado como el que tuvieron los hechos en el curso del proceso revo-
lucionario de los años 60 resultaba imprevisible, incluso para sus
protagonistas históricos de primera línea. Solo ahora podemos
aproximarnos a la explicación de la resolución radical que tuvo aquel
proceso histórico. Pensamos que el autor ha reconstituido
306 JORGE IBARRA CUESTA

acuciosamente las formas que asumió el absorbente influjo


civilizatorio estadounidense y ha aportado la clave para la compren-
sión del gran rechazo cultural cubano de los años 50 y 60 a esa
presencia. De ahí la necesidad de investigar en qué medida, cómo,
cuándo, dónde, y por qué, importantes sectores de la sociedad acep-
taron, se sometieron de mal grado o resistieron ciertas pautas cul-
turales estadounidenses. En ese sentido, resultan obvias las
preguntas que nos formulamos con apremio: ¿Fue imprevisto el
repudio cultural cubano de los años 50 y 60? ¿Había antecedentes
de resistencia nacional a los aspectos impositivos de la presencia
cultural estadounidense? ¿O a lo largo de los años en que tuvieron
lugar los contactos culturales descritos, la gran mayoría de los cu-
banos se allanaron o aceptaron de buen grado la presencia cultural
estadounidense? Se ha ensayado una respuesta a esas preguntas
por parte de los historiadores cubanos, pero la ausencia de esos
antecedentes en una investigación tan minuciosa y articulada como
la de Louis Pérez, así como la condición principiante de nuestros
estudios, por muy innovadores que puedan haber sido, nos esti-
mulan más que nunca a continuar las investigaciones por el sen-
dero emprendido. El estudio de los contactos culturales de Cuba
con los Estados Unidos seguirá siendo un tema de prioridad en
nuestra historiografía.
Otro de los aciertos de la obra consiste en la valoración que efec-
túa de la incidencia que tuvieron en la formación nacional cubana
distintos procesos de modernización procedentes de los Estados
Unidos. Así, en el curso de la exposición se esboza la definición de
la modernidad por destacados representantes de los círculos de
poder norteamericanos y de la burguesía dependiente, por una parte,
y por distintos exponentes democráticos de la nacionalidad cubana,
por otro. De ese modo, mientras las concepciones utilitarias esta-
dounidenses de modernidad y civilización se ciñen esencialmente
al nivel de vida y a la civilización material, las definiciones progre-
sistas cubanas tienen en cuenta esos fenómenos, pero se fundan
sobre todo en el contenido ético de los procesos civilizatorios acen-
tuando los principios de solidaridad y justicia social, sin los cuales
no es concebible una existencia culta y pacífica.
Desearíamos exponer algunos de los desafíos y cuestiones no
resueltos del todo por el autor, que los historiadores cubanos de-
bemos afrontar en el curso de nuestras investigaciones. Una de
sus contribuciones más importantes a la historiografía cubana ha
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 307

sido enunciar una diversidad de problemas que permanecían invi-


sibles en el horizonte de los historiadores del período, a la vez que
proponer de manera implícita distintos caminos a investigaciones
ulteriores.
Los procesos modernizadores que supusieron la integración de
la plantación al mercado mundial, hicieron acto de presencia en
Cuba, provenientes de Europa, en el transcurso del siglo XVIII y en
la primera mitad del XIX. Solo en la segunda mitad de ese siglo
comenzaron a tornarse dominantes las corrientes de progreso y
modernización originadas en los Estados Unidos. De ahí la necesi-
dad de estudiar el alcance de ese desplazamiento, la forma en que
relevó gradualmente al influjo europeo y, sobre todo, la manera en
que confrontó la hegemonía cultural española en la región
occidental de la Isla en el siglo XIX. Por último, como se destaca en
algunos pasajes de la obra, la conciencia nacional formada en el
curso de las gestas independentistas asimiló de diversas maneras
las formas culturales extranjeras, integrándolas para el cumplimien-
to de sus fines particulares, sin que se resintiera la identidad
nacional. Desde luego, la irrupción de los modos y valores estado-
unidenses hicieron sus estragos de mayor consideración en la bur-
guesía plantacionista y en la alta clase media criolla donde prevalecía
una actitud dependiente frente a la relación colonial.
En el curso de una conferencia efectuada en la Universidad de
Princeton, el profesor Jerry Alderman, comentó el resumen de uno
de los capítulos de On Becoming Cuban leído por Louis Pérez y
enfatizó la necesidad de “ubicar socialmente” los efectos de la pre-
sencia cultural estadounidense en Cuba. O sea, qué grupos, estra-
tos o clases hicieron suyos los presupuestos ideológicos y culturales
estadounidenses y los incorporaron de manera integral a su identi-
dad. Quien ha estudiado procesos culturales complejos como la
recepción de las películas o la propaganda comercial consumista
norteamericana por el público cubano en el pasado republicano,
sabe lo arduo que resulta discernir la preferencia de ciertos estra-
tos o clases sociales con relación a otros, por determinadas mani-
festaciones culturales foráneas. Por haberse realizado esta
investigación en los Estados Unidos, el autor tuvo acceso a las
fuentes cubanas a su alcance en los archivos y hemerotecas de ese
país. Es significativo que los testimonios citados en la obra para
determinar la actitud de los cubanos hacia los Estados Unidos,
hayan sido de periodistas, escritores, funcionarios, religiosos,
308 JORGE IBARRA CUESTA

militares, etc. que expresaban fundamentalmente las actitudes de


la clase media ilustrada y de ciertos sectores de la burguesía depen-
diente cubana ante el fenómeno de la presencia cultural norteame-
ricana en Cuba, aunque se refiriesen en ocasiones a fenómenos de
conjunto que afectaban la mentalidad colectiva de los cubanos.
Destaquemos, de paso, que los testimonios invocados por el autor
con el propósito de demostrar el grado en que la sociedad se había
norteamericanizado reflejan no solo actitudes dependientes, sino
también de malestar, inconformidad y disgusto con la presencia
estadounidense en el país. Entre estos últimos nos podemos en-
contrar con alguna que otra figura representativa de la burguesía
doméstica sometida a los Estados Unidos, que se traicionaban a sí
mismas expresando inconcientemente el carácter negativo de la
presencia estadounidense en Cuba.
Para ubicar socialmente la incidencia de las formas culturales
estadounidense en las personas que trabajaban con sus manos, el
autor hubiera tenido que remitirse a sus fuentes en Cuba, o sea, a
los archivos sindicales, a la prensa obrera, las décimas campesi-
nas, a la documentación judicial, a las estadísticas laborales y de
niveles de vida, entre otras. Investigaciones orientadas en este sen-
tido contribuirían a deslindar en qué grado la norteamericaniza-
ción alcanzó o no a las clases laboriosas de la sociedad. El
esclarecimiento de estos procesos nos permitiría conocer a la vez
en qué medida existe una continuidad ideológica entre la mentali-
dad plattista y norteamericanizada de las viejas clases dominantes
cubanas y la de organizaciones subversivas radicadas en los Estados
Unidos con posterioridad al triunfo de la Revolución Cubana, como
la Fundación Cubano Americana, de tendencia anexionista.
Otra de las cuestiones traídas a la consideración de los historia-
dores cubanos por el autor son las derivaciones de la presencia
cultural estadounidense en la mentalidad de los distintos estratos
y clases de la sociedad. De ahí surgen preguntas del siguiente te-
nor: ¿En qué sentido los intercambios y préstamos culturales pu-
dieron enriquecer el acervo cultural de la nación? ¿De qué manera
la dependencia cultural a los Estados Unidos de ciertos estratos y
clases, provocaron fenómenos de enajenación y desnacionalización
más o menos generalizados? La inversión de la última interpelación
puede darnos una idea más definida de la incidencia que pudieron
haber tenido los préstamos o las imposiciones culturales en la iden-
tidad del cubano: ¿acaso la afición por el tabaco, azúcar y café
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 309

cubanos y el gusto por la música de la Isla, provocaba fenómenos


de deculturación o desnacionalización en sus consumidores
europeos y estadounidenses? Desde luego, la dimensión de la in-
vasión norteamericana en Cuba, de sus productos y manifestacio-
nes culturales, no guarda proporción con la influencia que pudiera
ejercer en otros países la exportación de las mercancías cubanas y
sus expresiones culturales. Pensamos, sin embargo, que la pre-
sencia cultural debe ir acompañada de determinadas relaciones de
dependencia económica y política como las que existían en Cuba
para que tuviesen efecto procesos de desnacionalización o
deculturación en las clases y estratos sociales directamente subordi-
nadas al capital foráneo. Los vínculos de dependencia se observan
diáfanamente en los capítulos de la obra referidos a los enclaves azu-
careros del capital financiero norteamericano o la base naval de
Guantánamo. Las relaciones de subordinación asumen una forma
más evidente y concreta: ya no se trata solamente de la afición por
las formas culturales estadounidenses inculcadas por los medios
masivos de comunicación o la invasión de productos procedentes de
ese país en la Isla, nos encontramos frente a la relaciones sociales de
trabajo específicas que se entraman en las propiedades norteameri-
canas y en la base naval en territorio arrebatado al pueblo cubano. Se
trata del enfrentamiento directo de los patrones y militares yankees
con los trabajadores cubanos y las formas imperativas y coercitivas
que asumen. La descripción fiel de esas relaciones da cuenta del
rigor y fidelidad con que el autor ha incursionado en el escenario.
En una obra con tal espíritu crítico no podían faltar referencias
al papel de los medios de comunicación masivos en la conforma-
ción de la mentalidad consumista y del american way of life. Desde
luego, la presencia cultural estadounidense no implicaba tan solo
la idiotización colectiva de la población en el consumo de la pacoti-
lla y los chiclets “Adams”. El intercambio económico y cultural su-
ponía también la disciplina y eficiencia que se adquiría en las
maquinarias que movían la manufatura azucarera y otras empre-
sas industriales de avanzada. De acuerdo con Lenin el know how y
las nuevas pautas laborales que se derivaban de los métodos intro-
ducidos en la industria automovilística por Ford, así como su co-
mercialización, debían ser incorporados inexcusablemente al
socialismo. Lo mismo podría decirse de los métodos de comerciali-
zación en el mercado internacional.
310 JORGE IBARRA CUESTA

Las únicas manifestaciones culturales de origen estadouniden-


se que han conservado su integridad en la Isla han sido la pelota,
las películas y la música. Su persistencia revela que constituyen el
núcleo de los intercambios y préstamos culturales que tanto el
pueblo cubano, como el estadounidense hicieron suyos, de motu
propio más allá de las contingencias políticas. El análisis que efec-
túa el autor de las connotaciones patrióticas que ha tenido la afi-
ción por el baseball desde el siglo XIX revela que la adopción del deporte
de origen estadounidense no atentó nunca contra la identidad na-
cional. En un momento en el que el repudio de los cubanos por las
corridas de toros, alentada por los peninsulares residentes en la
Isla se hacía patente, surgió la afición por el baseball como un me-
dio de expresar el rechazo al dominio colonial español. La elección
tenía otras implicaciones, los toros constituían un espectáculo san-
griento en el que se sacrificaba un animal, mientras el baseball era
un entretenimiento más atrayente y humano. Como destaca el
autor, este juego ha constituido el medio más idóneo para expresar
los sentimientos nacionales, a los que se da rienda suelta cuando
los equipos cubanos se enfrentan a los norteamericanos.
El análisis del carácter dual del acercamiento de los cubanos a
los filmes estadounidenses sugiere que los intercambios cultura-
les, cuando son resultado de una elección libre de las partes, no
implican una mengua de la identidad. La actitud cubana con rela-
ción a su contraparte cultural, ha sido tomar aquello que es afín a
su manera de ser y rechazar lo que atenta contra su integridad. Los
cubanos no se veían reflejados en las pantallas de los cines sino la
posibilidad de asumir formas alternativas de existencia y nuevas
conductas ante la realidad. En una coyuntura crítica como la que
vivía el país las películas de Hollywood provocaron reacciones dis-
tintas entre los cubanos. Los que se sentían descontentos y frus-
trados no podían hacer suya la visión edulcorada y los happy end
jolibudenses. En las películas estadounidenses se mostraban unos
niveles de vida y de consumo que no eran los cubanos y a los que
estos no podían aspirar. En todo caso, se podía divagar con prínci-
pes y princesas azules de la Columbia Pictures o forjarse ilusiones
sobre el medio ambiente suntuoso en el que se desenvolvían los
personajes de sus películas, pero esos eran sueños fugaces para el
cubano medio. Los filmes de violencia se adecuaban más a la reali-
dad cubana, en la medida que la grave crisis que vivía la Isla alenta-
ba reacciones de ese tipo y la coyuntura demandaba una solución
TEMA 5. REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE ALGUNOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS ... 311

drástica. De esa suerte las creaciones jolibudenses intervenían en


la realidad cubana, resaltando por contraste las peligrosas disloca-
ciones y antagonismos que vivía la sociedad cubana y sugiriendo
remedios radicales. Hasta aquí el lucido análisis del autor.
La persistencia de la afición por los filmes estadounidenses como
espectáculo y entretenimiento a cincuenta años del triunfo revolu-
cionario, plantea más de un problema a los estudiosos de la sociedad
cubana. A diferencia de los Estados de Socialismo Real que obsta-
culizaban e inhibían al máximo la proyección de filmes occidenta-
les, la revolución cubana contribuyó a que se siguieran proyectando
en los cines y en la televisión. En ese orden de cosas los largome-
trajes norteamericanos han sido los expuestos con más frecuen-
cia. La política flexible y amplia que siguió Cuba en ese sentido
habla muy bien de la estabilidad y la salud de la Revolución cubana.
La percepción y la distancia crítica desde la que el público cubano
ha justipreciado las producciones fílmicas del Norte dan cuenta de
la madurez alcanzada en el curso del proceso revolucionario. Más
cercana aún es la devoción con que cubanos y estadounidenses
experimentan sus triunfos y fracasos en el terreno de la pelota. El
diálogo al que nos convoca la obra magistral de Louis Pérez en
torno a la cultura y a las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos,
es el mismo al que emplazan los cambios políticos en América La-
tina, los acuerdos de condena al bloqueo estadounidense de la Asam-
blea General de las Naciones Unidas y los llamados reiterados de la
Revolución cubana a discutir el diferendo con el agresivo vecino
desde la década de 1960.
312 JORGE IBARRA CUESTA
APÉNDICES 313

APÉNDICES
314 JORGE IBARRA CUESTA
APÉNDICES 315

Apéndice I. Actividades a que se dedicaron después de la Guerra


de Independencia algunos de sus jefes en Oriente*

Banderas Betancourt, Quintín: General, empleado de la Secretaría de Agri-


cultura en La Habana.
Benítez Domínguez, Juan Ramón: General, negocios agrícolas en Manzanillo
y Bayamo.
Bonne, Luis: General, actividades particulares en Santiago de Cuba, nego-
cios agrícolas, hacendado.
Camacho, Bernardo: General, alcalde de San Luis, negocios comerciales y
agrícolas.
Castillo Duany, Demetrio: General, gobernador civil de Oriente, jefe del
Presidio Nacional, secretario de Guerra y Marina.
Castillo Duany, Joaquín: General, inspector general de Sanidad Marítima,
Director del Hospital Civil de Santiago.
Castillo López, Joaquín: General, actividades agrícolas en su finca de Saba-
nilla de Mayarí en Alto Songo.
Cebreco Sánchez, Agustín: Mayor general, representante a la Cámara hasta
su muerte.
Cebreco, Juan Pablo: General, labores agrícolas en El Cobre.
De Feria Garayalde, Luis: General, negocios avícolas y particulares en
Holguín.
De Paula Valiente, Francisco: General, fundador de la Guardia Rural, capi-
tán del Puerto de La Habana y otros empleos públicos, renovador del
Ayuntamiento de Santiago.
Dubois Castillo, Carlos: General, negocios particulares.
Enamorado, Calixto: General, miembro de la Policía Nacional, inspector de
Consulados, representante a la Cámara, negocios agrícolas.

* Resultados de una investigación inédita del historiador Raúl Ibarra.


316 JORGE IBARRA CUESTA

Estrada, Francisco: General, negocios agrícolas en Manzanillo.


Fernández de Castro, José: General, representante a la Cámara, alcalde de
Bayamo, actividades agrícolas.
González Clavell, Carlos: General, representante a la Cámara y senador,
negocios urbanos y agrícolas.
Hernández Ríos, Salvador: Mayor general, negocios agrícolas en Manzanillo.
Leyte Vidal Inarra, Francisco: General, alcalde municipal de Marianao, re-
presentante a la Cámara y negocios agrícolas.
Lora Torres, Mariano: General, negocios agrícolas en Jiguaní.
Lora, Saturnino: General, coronel jefe de la Guardia Rural en Oriente y
negocios agrícolas en Baire.
Lorente de la Rosa, Juan: General, distintos cargos públicos en La Habana.
M. Capote, José: Mayor general, alcalde municipal de Bayamo y labores
agrícolas.
Marrero Álvarez, Remigio: General, representante a la Cámara y negocios
particulares en Gibara y Holguín.
Martínez Echevarría, Prudencio: General, negocios agrícolas en San Luis y
Guantánamo.
Masó, Bartolomé: Mayor general, actividades políticas, siendo candidato a
la Presidencia de la República; luego se dedicó al fomento de sus nego-
cios agrícolas en Manzanillo.
Miniet Ginarte, Vicente: General, varios empleos públicos, entre otros,
vista de Aduana, administrador de Correos de Santiago.
Molinet Amorós, Eugenio: General, distintos cargos públicos, secretario
de Agricultura, representante a la Cámara, administrador de ingenio,
negocios agrícolas.
Padró Griñán, Tomás: General, alcalde municipal de Santiago de Cuba,
químico del Laboratorio Bottino, presidente del Consejo Territorial de
Veteranos.
Pérez y Pérez, Pedro Agustín: Mayor general, alcalde municipal de Guantá-
namo y negocios agrícolas.
Planas Ulloa, Joaquín: General, negocios particulares.
Portuondo Tamayo, Rafael : General, Lic., Fiscal de la Audiencia de Oriente
y representante a la Cámara.
Pujals Puente, Vicente: General, liquidador del Ejército Libertador, em-
pleado de la Administración Municipal de Santiago de Cuba.
Rabí y Moreno, Jesús: Mayor general, inspector provincial de Montes y
labores agrícolas en su finca Jiguaní.
APÉNDICES 317

Ramos Hernández, Víctor: General, actividades agrícolas en Guisa, Bayazo.


Reyes Arencibia, José: General, alcalde municipal de Jiguaní y negocios
agrícolas.
Rodríguez Fuente, Manuel: General, administrador de la Aduana de San-
tiago, gobernador provincial, senador de la República.
Rodríguez, José María (Mayía): Mayor general, asuntos particulares en La
Habana.
Salazar Feria, Tomás: General, actividades agrícolas en Holguín.
Salcedo Torres, Florencio: General, actividades agrícolas en Jiguaní.
Sánchez Hechavarría, Francisco: General, gobernador de Oriente (falleció
en el desempeño del cargo).
Santana Santana, Julián: General, negocios agrícolas en Victoria de las Tu-
nas.
Sartorio Leal, Ricardo: General, representante a la Cámara, negocios agrí-
colas en Gibara, alcalde de Gibara.
Torres González, Martín: General, negocios particulares en Santiago de
Cuba.
Torres Mora, Mariano: General, actividades agrícolas en Holguín.
Valiente y del Monte, Porfirio: General, alcalde municipal de Santiago de
Cuba, quien falleció en el desempeño del cargo.
Varona González, Francisco: Mayor general, actividades agrícolas. Murió
cuatro meses después de terminada la guerra en Victoria de las Tunas.
Vázquez Hidalgo, Pedro: General, dedicado a asuntos particulares en
Holguín.
Vázquez, Higinio: General, labores agrícolas en El Cobre.
Vega Alemán, Matías: General, liquidador del Ejército Libertador y nego-
cios particulares.
Los generales Enrique y Tomás Collazo Tejeda, Cornelio Rojas, Francis-
co Pérez Garoz, José Lacret Morlot, Carlos García Vélez, el mayor general
Calixto García Iñiguez y el general de división Juan Eligio Ducase, como
regresaron a la provincia de Oriente después de terminada la Guerra, con
excepción del mayor general García que murió en Washington, los demás
pasaron el resto de su vida en La Habana, donde solo vivía el general García
Vélez, de los que corresponden a la provincia de Oriente (sic.).
Aguilera Kindelán, Eugenio: Administrador de Montes y Minas.
Aguilera Kindelán, Pedro: Ingeniero, actividades mineras y agrícolas.
Argilagos Guinferrer, Francisco R.: Director del Hospital Civil y ejercicio
de su profesión.
318 JORGE IBARRA CUESTA

Calas, Eduardo Manuel: Actividades agrícolas en Bayamo.


Carvajal Duharte, Adeodato: Varios empleos públicos, alcalde de la Cárcel
de Santiago de Cuba y presidente del Consejo de Veteranos.
Cebreco, José Candelario: Actividades agrícolas en El Cobre.
Chávez, José Rufino: Alcalde municipal de San Luis.
D’Ou, Lino: Periodista, escritor, representante a la Cámara y otros empleos
en el Departamento de Hacienda y otros en La Habana.
De Céspedes Quesada, Carlos Manuel: Representante a la Cámara por Orien-
te, ministro en distintas naciones, secretario de Estado y presidente de
la República.
Estrada, Elpidio: Representante a la Cámara, alcalde de Bayamo, hacendado.
Fernández Mascaró, Guillermo, Catedrático y director del Instituto de Se-
gunda Enseñanza de Oriente, gobernador provincial, secretario de Edu-
cación, embajador en México.
Figueredo Socarrás, Fernando: Interventor y tesorero general de la Repú-
blica.
Garriga Cuevas, Ramón: Distintos empleos públicos y presidente del Con-
sejo Territorial de Veteranos.
Garriga Prieto, Luis: Profesor del Instituto de Oriente.
Garzón Duany, Tomás: Actividades particulares.
Giró Odio, Emilio: Alcalde municipal de Guantánamo.
Ivonet Hechavarría, Pedro: Teniente albeitar de la Guardia Rural y activida-
des particulares en Santiago de Cuba.
Jane Trocme, Nicolás: Capitán del Puerto de La Habana, representante a la
Cámara y otros cargos públicos, hacendado.
Maceo Grajales, Marcos: Labores agrícolas y particulares.
Magaña, Eusebio: Actividades particulares en Santiago de Cuba.
Manduley del Río, Rafael: Representante a la Cámara y gobernador de Oriente.
Maspons Franco, Juan: Representante a la Cámara y distintos cargos públicos.
Menocal y Fernández de Castro, Juan Manuel: Fiscal de la Audiencia de
Oriente, magistrado del Tribunal Supremo de Justicia.
Mesnier de Cisneros, Desiderio: Sacerdote católico a quien se le reconoció
el grado de coronel, en ejercicio de su ministerio.
Odio y Pecora, Braulio: Sacerdote católico, a quien se le reconoció el grado
de coronel, se dedicó a su ministerio.
Padró Griñán, Eduardo: Médico cirujano, se dedicó a su profesión.
Pérez Carbó, Federico: Secretario de la Administración Municipal y Provin-
cial, administrador de las Aduanas y gobernador de Oriente.
APÉNDICES 319

Planas Rodríguez del Rey, Manuel: Alcalde de Bayamo, representante a la


Cámara y hacendado.
Portuondo Tamayo, José: Ingeniero jefe de Montes y Minas de Oriente.
Portuondo Tamayo, Juan Miguel: Ingeniero jefe de Obras Públicas.
Pulles y Palacios, Rafael: Secretario de la administración municipal de Guan-
tánamo, contador del Ayuntamiento de Santiago de Cuba.
Ruíz Cazade, Ramón: Jefe de la Policía Municipal, administrador de Correos,
alcalde municipal de Santiago de Cuba.
Santana Cruz, Pacheco Ignacio: Catedrático del Instituto de Segunda En-
señanza.
Thomas Infante, Enrique: Jefe de la Policía Secreta, distintos cargos públi-
cos en Santiago de Cuba y Guantánamo.
Vaillant López del Castillo, Juan: Coronel, jefe de la Guardia Rural en Oriente
y presidente del Club San Carlos.
320 JORGE IBARRA CUESTA

Apéndice II

Aguilera, Bienvenido: Coronel del Ejército Libertador, terrateniente en Bijarú.


Aguilera de Feria, Miguel Ignacio: Comandante del Ejército Libertador, se-
cretario de la Liga Nacional, alcalde municipal de Holguín.
Aguilera, Delfín: Coronel del Ejército Libertador, alcalde de Mayarí.
Balán, Manuel (Lico): Terrateniente, representante a la Cámara.
Báster, Rafael: Teniente coronel del Ejército Libertador, alcalde municipal
de San Juan y Martínez.
Cardet, José Antonio: Comandante del Ejército Libertador. Colono de los
centrales Chaparra y Jobabo.
De Feria Garayalde, Luis: General de División del Ejército Libertador, terra-
teniente, concejal del Ayuntamiento de Holguín.
De Feria Guerrero, Armando: Coronel del Ejército Libertador, terrateniente
vinculado a la United Fruit Co., candidato a alcalde de Holguín y Antilla.
De la Peña, Alcibíades: Teniente coronel del Ejército Libertador, presidente
del Partido Liberal, candidato a alcalde de Holguín.
De Zayas, Rodolfo: Comandante del Ejército Libertador, médico, concejal.
Díaz Limbano: Capitán del Ejército Libertador, alcalde de Barrio, concejal
de Antilla.
Fernández Rondán, Francisco: Coronel del Ejército Libertador, senador.
Fernández Rondán, José: Coronel del Ejército Libertador, senador.
Fornaris Ochoa, Modesto: Coronel del Ejército Libertador, concejal y alcal-
de interino de Holguín.
Heredia, José María: Capitán. Juez municipal de Mayarí. Director de periódico.

* Tomado de Armando Cuba: Holguín (1898-1920): de la colonia a la república,


Ediciones Holguín, Holguín, 2006.
APÉNDICES 321

Luque, Heliodoro: Civil del Ejército Libertador, director de El Eco de Holguín


y representante a la Cámara.
Manduley del Río, Rafael: Coronel del Ejército Libertador, presidente del
Partido Liberal en Holguín, juez municipal, gobernador de Oriente.
Marrero Álvarez, Remigio: General del Ejército Libertador, terrateniente en
Bijarú.
Miró Argenter, José: General, del Ejército Libertador, inspector de Montes
en Isla de Pinos, secretario de la Junta liquidadora del Ejército Liberta-
dor, director del Archivo del Ejército Libertador.
Ochoa Feria, Luis: Coronel del Ejército Libertador, alcalde municipal de
Antilla.
Pittaluga, Federico: Coronel del Ejército Libertador, secretario del Ayunta-
miento de Holguín.
Pouton Suárez, Juan: Subteniente del Ejército Libertador, fundador de la
Masonería en Antilla, concejal de Antilla.
Rodríguez Fuentes, Manuel: General del Ejército Libertador, alcalde de
Holguín, gobernador de Oriente, senador, vicepresidente del Senado,
administrador de las zonas fiscales de Matanzas y Santiago de Cuba, jefe
de la Sección de Impuestos para el pago al Ejército Libertador, represen-
tante a la Cámara.
Salazar, Tomás: General del Ejército Libertador, terrateniente en Bijarú.
Sartorio Leal, Ricardo: General del Ejército Libertador, alcalde de Gibara y
representante a la Cámara.
Torres, José Ramón (Pepe): Teniente Coronel del Ejército Libertador, conce-
jal, alcalde interino de Holguín. Abogado de la United Fruit Co. Perio-
dista.
Trinidad Ochoa de Feria, Manuel: Coronel del Ejército Libertador, presi-
dente del Partido Liberal de Holguín.
Vázquez Hidalgo, Pedro: General del Ejército Libertador, presidente de la
Junta Municipal de Educación e inspector de Montes, representante a la
Cámara en 1910.
322 JORGE IBARRA CUESTA

Apéndice III. Liquidación de los haberes del Ejército Libertador. Generales,


jefes y oficiales del Segundo Cuerpo del Ejército Libertador*

Grado Total de Total haberes Promedio recibido


oficiales (en $) (en $)
Mayores generales 5 87 624, 97 17 524, 99
Generales de división 4 62 760, 47 15 690, 12
Generales de brigada 12 133 569, 57 11 130, 80
Total de generales 21 283 955, 01 13 521, 67
Jefes y oficiales 1053 3 306 074, 83 3 139, 67
Total general 1074 3 723 598, 26 3 467, 04

* Tomado de Armando Cuba: Holguín (1898-1920): de la colonia a la república,


Ediciones Holguín, Holguín, 2006.
APÉNDICES 323

Apéndice IV

Esta investigación se ha realizado según las relaciones de colonos azucare-


ros de más de 500 000 arrobas y de hacendados cuyos nombres y apellidos
aparecen en la revista The Times of Cuba, de diciembre de 1918, febrero de
1921 y febrero de 1926, corroborándose en las relaciones de oficiales del
Índice alfabético y de defunciones del Ejército Libertador, del general Carlos Roloff,
cuáles de estos colonos eran oficiales del Ejército Libertador. Consulta-
mos, además, la prensa de la época y otras fuentes documentales para de-
terminar a su vez, la existencia de una serie de colonos cañeros procedentes
del Ejército Libertador. Otra fuente valiosa para determinar cuáles de ellos,
venidos del Ejército mambí, ocuparon posiciones políticas y administrati-
vas de importancia durante la República, fue el libro de Mario Riera: Cuba
política. 1899-1955. En el curso de esta investigación se presentaron los
inconvenientes siguientes.
1. Al confrontar los nombres y apellidos de los colonos, y los de oficiales
que aparecen en el libro de Roloff, se daba el caso de que muchos
colonos, radicados en las provincias occidentales procedían y habían
combatido en los cuerpos de ejército de las provincias orientales, y
viceversa. En estos casos, a pesar de tener el mismo nombre y apellido,
no identificamos a estos colonos como oficiales del Ejército Libertador.
La única excepción a este principio adoptado fue la de reconocer, como
la misma persona, cuando una tercera fuente corroboraba que, efecti-
vamente, la persona en cuestión era el mismo oficial relacionado en el
Índice alfabético y de defunciones del Ejército Libertador, de Roloff. Así nos
evitábamos identificar erróneamente, una serie de casos, aun cuando
no pudiéramos registrar muchos que se trasladaron, después de la
guerra, de las provincias occidentales a las orientales, y viceversa.
2. No identificamos a colonos como oficiales, aunque tuviesen los mis-
mos nombres y apellidos, si estos eran muy comunes. Por ejemplo,
un colono oriental llamado Juan González, que apareciese como ofi-
324 JORGE IBARRA CUESTA

cial del 1er. Cuerpo del Ejército Libertador en el libro de Roloff, no lo


reconocíamos como la misma persona. Era preciso que apareciese en
la prensa, digamos, que el capitán Juan González tenía una colonia de
caña en la provincia de Oriente.
3. No pudimos identificar muchos oficiales propietarios de colonias con
posterioridad a la guerra pues, hacia 1918, fecha en la cual aparecen
en The Times of Cuba las primeras relaciones que consultamos, muchos
de ellos habían fallecido.
4. De modo parecido, no pudimos identificar a varios oficiales y colonos
debido a que aparecían incorrectamente impresos los nombres o los
apellidos de muchos de ellos. En los casos en que teníamos la certi-
dumbre de que se trataba de la misma persona, por el hecho de pre-
sentar una ligera variación en una de las letras, del nombre o del
apellido, cuyas generales comparábamos, no lo identificábamos como
la misma persona. Asimismo, diversas empresas azucareras aparecían
como propiedad de una sociedad anónima o de una razón social, con
solo el apellido de sus principales accionistas, lo cual impedía la iden-
tificación de sus integrantes.
5. Cuando encontrábamos en otra fuente documental, como la prensa
(periódicos Mercurio, Diario de la Marina, Heraldo Comercial, Revista
Hacendados y Colonos), la cual hiciese referencia a oficiales del Ejército
Libertador o políticos dedicados a la explotación de colonias de caña,
los incluíamos en una relación aparte, porque no pudimos determi-
nar si eran colonos de más de 500 000 arrobas.
6. Identificamos algunos oficiales convertidos en administradores de
centrales y empresas azucareras norteamericanas, como si fueran colo-
nos, pues sociológicamente, mantenían el mismo tipo de relación
que el gran colono, oficial del Ejército Libertador, con respecto a los
trabajadores de la región y, con frecuencia, llegaba a ocupar altos car-
gos en la política y la administración, en virtud de esta relación.
7. A pesar de que tomamos toda una serie de medidas tendentes a preve-
nir errores que excluían multitud de casos, se puede observar que
detectamos un grupo considerable de oficiales del Ejército Libertador,
el cual detentaba cargos electivo o administrativo, al tiempo que eran
grandes colonos. Dada la importancia política nacional que tenían
estas personalidades, puede hablarse con propiedad de la existencia
de relaciones de caciquismo para amplias regiones del país. Al mismo
tiempo, localizamos algunos ganaderos y mineros, quienes debieron
mantener relaciones parecidas con el proletariado rural que se ganaba
el pan en esas actividades económicas. Estos oficiales dedicados a la
ganadería, café, o a la minería, no los detectamos en relaciones de
propietarios dedicados a esas actividades, sino que fueron localizados
APÉNDICES 325

individualmente y de modo casual, mientras leíamos algunos periódi-


cos de la época, de ahí que ofrecemos estos nombres, solo como mues-
tras los cuales deben añadirse a la de hacendados y colonos, para que
se tenga una idea aproximada del radio de influencia de los enclaves
de poder político de la burguesía agraria.
8. De igual forma, ofrecemos una relación de colonos y hacendados de-
dicados a la política en estos primeros veinte años de República. Que
sepamos, estos elementos no tenían antecedentes de haber formado
parte del Ejército Libertador. Sin embargo, por el hecho de haberse
convertido en políticos, confirman la tendencia existente, entre
algunos de los integrantes de la burguesía agraria, a asumir la repre-
sentación política de sus propios intereses. Una parte de estos ele-
mentos pueden haber seguido una evolución inversa, es decir, luego
de haberse enriquecido en la política, decidieron invertir parte de sus
capitales en explotaciones agrarias. Una encuesta más rigurosa hu-
biera demandado que se investigase directamente en los registros de
propiedad municipales existentes en el país, tarea de imposible reali-
zación para un solo historiador.

Relación de políticos devenidos hacendados o grandes colonos o viceversa

Adán, Nicolás: Representante, 1914 (Cuba política, p. 242). Presidente de la


Asociación de Colonos, colono del Manatí, en la provincia de Oriente, de
1 600 000 arrobas y del Elia, en la provincia de Camagüey, de más de
1 200 000 arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1921; Mercurio, 12 de julio
de 1919).
Alfert Aroix, Rogelio: Representante, 1922, delegado a la Convención de 1928
(Cuba política, 1899-1955, pp. 305 y 355). Gran exportador e importador de
maquinaria y de azúcar (XX Century Impressions of Cuba, pp. 447 y 448).
Ajuria González, Manuel: Senador, 1912-1920 (Cuba política, 18999-1955,
p. 191). Propietario del central Santísima Trinidad, en la provincia de Las
Villas, 1901-1920; Secretaría de Hacienda; Secretaría de Agricultura y
Trabajo; Zafras 1901-1920.
Angulo, Rafael María: Directivo del central Stewart (XX Century Impressions
of Cuba), secretario de la Manatí Sugar Company, fuerte accionista de la
Cuban Star Line, compañía naviera de Tarafa y Falla Gutiérrez. Dirigente
del Partido Liberal, fue con Ferrara, en representación del Partido, a los
Estados Unidos, para solicitar la intervención norteamericana en Cuba
en el año 1917. Representante del Partido Liberal (El libro azul).
Arango Mantilla, Miguel: Representante 1908-1918 (Cuba política, 1899-
-1955, pp. 146, 160 y 237). Aspirante a la Vicepresidencia de la Repúbli-
326 JORGE IBARRA CUESTA

ca con José Miguel Gómez, 1918-1920. Presidente de la Asociación de


Hacendados y Colonos (Crónica Cubana, 1919-1922, p. 66). Administra-
dor general de la Cuban Cane en Cuba.
Berenguer Seed, Antonio: senador (Cuba política, p. 146; Crónica Cubana, 1915-
-1918, p. 154). Copropietario del central Pastora (XX Century Impressions
of Cuba, p. 443).
Betancourt, Alcides: senador (Cuba política pp. 147, 210). Gran colono,
administrador del central Lugareño (El libro azul).
Cortina, José Manuel: Representante, 1914 (Cuba política, p. 235). Colono del
central Francisco de 1 960 000 arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1926).
Del Prado, Félix: Abogado de la United Fruit, representante a la Cámara,
1914-1918 (Cuba política).
Del Río, Walter: Representante (Cuba política, p. 305). Hacendado (Mercu-
rio, 27 de octubre de 1919.
Díaz de Villegas, Leopoldo: Colono de Santa Clara, secretario de la Asocia-
ción de Colonos (Mercurio, 27 de octubre de 1919, 24 de junio de 1918).
Díaz de Villegas, Marcelino: secretario de Hacienda. alcalde de La Habana
(Cuba política, p. 281). Presidente del Banco Territorial. Ganadero (El
tasajo y la protección a la ganadería, Habana, 1911).
Díaz Pardo, Horacio: Representante, 1912-1920. Alcalde de Matanzas (Cuba
política, pp. 189 y 304). Gran colono.
Díaz Pardo, Rogelio: Representante, 1912-1918 (Cuba política, pp. 195 y 242).
Colono y hacendado, molió en 1921 la cantidad de 35 000 000 de arrobas
(Libro de Cuba, pp. 748-754).
Espinoza, José María: senador, 1912-1916 (Cuba política, p. 146). Propieta-
rio del central Fe, desde 1902 hasta 1918.
Fernández Marcané, Luis: Abogado de la United Fruit y senador (United
Fruit Company, un caso de dominio imperialista en Cuba, p. 210).
Fonts Sterling, Oscar: Representante (Cuba política, p. 279). Colono del
central Conchita en la provincia de Matanzas, de 700 000 arrobas.
Freyre de Andrade, Gonzalo: Representante, 1914-1922 (Cuba política, pp.
207 y 252). Gran colono (Mercurio, 22 de agosto de 1919, 10 de noviem-
bre de 1919).
García, Pelayo: Directivo de la Ciego de Ávila Sugar Company. (XX Century
Impressions of Cuba, p. 269).
Gil, Heliodoro: Consejero, 1910. Representante 1914-1925. Propietario del
central Unión. (Heraldo Comercial, 19 de junio de 1920).
Goicochea, Fermín: Propietario del central San José hacia 1918, y propieta-
rio del central Pilar, desde 1901 hasta 1918. senador, 1913-1921 (Crónica
APÉNDICES 327

Cubana. 1919-1922, p. 352). Secretaría de Hacienda; Secretaría de Agri-


cultura, Industria y Comercio 1902-1920.
Gutiérrez, Viriato: Representante, 1921-1925 (Cuba política, p. 280).
Gutiérrez Quirós, M.: Representante. presidente de la Compañía Azucare-
ra Central Carahatas (Libro azul, p. 202).
Inda, Juan: Alcalde de Guanajay, 1912 (Cuba política, pp. 185 y 279). Represen-
tante de los colonos de Pinar del Río (Mercurio, 10 de noviembre de 1919).
Lasa, José María: Representante, 1912-1920 (Cuba política, p. 243). Accio-
nes por $ 100 000 en el central Pilar (Mercurio, 26 de mayo de 1920).
Lima, Daniel: Colono (Mercurio, 24 de junio de 1918. Representante, 1916-
1925 (Cuba política, pp. 237 y 283).
Machado, Francisco P.: Alcalde de Sagua, presidente de la Cámara de Co-
mercio, director del Banco Nacional en Sagua, secretario del Departa-
mento de Agricultura, director del Banco Español. (XX Century
Impressions of Cuba, p. 447).
Mencía, Manuel: Colono del central Algodones, de 700 000 arrobas, represen-
tante a la Cámara (The Times of Cuba, junio de 1924; Cuba política, p. 235).
Méndez Guedes, Adolfo: Dirigente de los colonos de Cuba y aspirante a
representante por el Partido Liberal en Matanzas, 1917 (Crónica cubana.
1915-1918, p. 154). Colono de 600 000 arrobas en el central Gómez
Mena en la provincia de La Habana (The Times of Cuba, febrero de 1921).
Morales, Vidal: Senador, 1912 (Cuba política, p. 195). Propietario del central
Occitania.
Pasalodos, Dámaso: Secretario de la Presidencia en tiempos de José Miguel
Gómez. Colono de 1 500 000 arrobas en el central Algodones (The Times of
Cuba, febrero de 1921).
Patterson, Guillermo: Subsecretario de Estado de Menocal. Colono del cen-
tral Palma, de 500 000 arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1921).
Sánchez, Saturnino: Representante (Cuba política, p. 192). Colono
de 2 600 000 arrobas en el central Perseverancia (The Times of Cuba, febrero
de 1926).
Silva, Adolfo: Consejero, 1914. senador, 1920 (Cuba política, pp. 211 y 287.
Colono de 875 000 arrobas en el central Elia (The Times of Cuba, febrero
de 1926).
Tous, Ramiro: Presidente de la Compañía Azucarera Eden (Mercurio, 29 de
julio de 1920). Representante por Matanzas (Cuba política, p. 189).
Tristá, Isidoro: Representante, 1916 (Cuba política, p. 239).
Vallohonrat, Francisco: Colono del central Manatí de 600 000 arrobas. Re-
presentante por Oriente, 1918 (Cuba política, p. 255).
328 JORGE IBARRA CUESTA

Vázquez Bello, Clemente: Representante, 1910-1920 (Cuba política, pp. 161,


192 y 239). Colono del central Lugareño de 5 000 000 de arrobas; casado
con la hija de Regino Truffin, representaba también esos intereses azu-
careros.
Verdeja, Santiago: Representante, 1916-1924 (Cuba política, pp. 237 y 283
Mercurio, 24 de junio de 1918). Colono.
Villa, Humberto: Administrador en Cárdenas de la Cane Sugar Corporation
(Magazine de La Lucha dedicado a Matanzas, 1919). Alcalde de Cárdenas
(Cuba política, p. 339).
En la Asamblea de Colonos y Hacendados, efectuada en La Habana, la
cual fuera reseñada en Mercurio, de 10 de noviembre de 1919, aparecen
formando parte de dicha reunión, los legisladores que mencionamos a con-
tinuación, por lo que debe suponerse que representaban grandes intereses
azucareros, o bien, intereses propios. Omitimos hacer referencia a aquellos
legisladores ya señalados en anteriores relaciones:

Senadores: general Manuel Rodríguez Fuentes y Aurelio Álvarez.


Representantes: Juan Rodríguez, Arturo Betancourt Manduley, Ra-
món Martínez Alonso, Manuel Jiménez Lanier, general Eduardo
Guzmán, general Faustino Guerra, Cayetano Villalta, Ángel Trinchet,
Juan Gronlier, Miguel Suárez, Rafael Grosso, Ramón Guerra, Anastasio
Hernández, Armando del Pino, Ramón Osuna, Oscar Soto, Carlos
Manuel de la Cruz, Eugenio Aspiazo y José María Colantes.
APÉNDICES 329

Apéndice V. Relación de colonos que asistieron a la Asamblea efectuada


en Matanzas, el 24 de junio de 1918 y que, a su vez, habían
ocupado el cargo de alcalde municipal en esa provincia y en
La Habana

Abreu Lapeira, José: Alcalde de Agramonte y colono (Mercurio, 24 de junio


de 1918 (Cuba política, p. 191).
Álvarez, Miguel: Alcalde de Limonar y presidente de los colonos de ese
término municipal (Mercurio, 24 de junio de 1918).
Aportela, Esteban: Alcalde de Cabezas, 1912-1916 (Mercurio, 24 de junio de
1918; Cuba política, p. 191).
Barroso, Gregorio: Alcalde de Madruga y presidente de los colonos de ese
término municipal (Mercurio, 24 de junio de 1918).
Bolaños, Luis Felipe: Alcalde de Aguacate y presidente de los colonos de
ese término municipal (Mercurio, 24 de junio de 1918).
Domingo, Eugenio: Alcalde de Sabanilla el Encomendador (Mercurio, 24 de
junio de 1918).
Fundora, Miguel: Alcalde de Bolondrón y presidente de los colonos de ese
término municipal (Mercurio 24 de junio de 1918; Cuba política, p. 304).
García, José Ramón: Alcalde de Cidra y colono (Mercurio, 24 de junio de
1918).
González Quevedo, Ramón: Alcalde de Unión de Reyes y colono de 500 000
arrobas (Cuba política, pp. 284 y 340; Mercurio 24 de junio de 1918; The
Times of Cuba, diciembre de 1918).
Guedes Salvador: Alcalde de Unión de Reyes, 1908 (Cuba política, p. 128;
Mercurio, 24 de junio de 1918). Colono del central Conchita en Unión de
Reyes, de 700 000 arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1926).
Méndez Guedes, Alfonso: Alcalde de Unión de Reyes, 1922-1926 y colono
(Mercurio, 24 de junio de 1918; Cuba política, p. 304).
330 JORGE IBARRA CUESTA

Mesa, Clemente: Alcalde de Unión de Reyes, 1912-1916 (Mercurio 24 de


junio de 1918; Cuba política, p. 190).
Pumariega, Miguel: Alcalde de Pedro Betancourt y colono (Mercurio 21 de
octubre de1912; Cuba política, p. 284).
Rubio, Manuel: Alcalde de Jovellanos y colono (Mercurio, 24 de junio de
1918).
Sánchez, José Antonio: Alcalde de Alonso Rojas y presidente de los colo-
nos de ese término municipal (Mercurio 24 de junio de 1918).
Sardiñas, Juan F.: Alcalde de Manguito, 1920-1924, y colono de 600 000
arrobas del central Mercedes, en Manguito (Mercurio, 24 de junio de 1918;
Cuba política, p. 284; The Times of Cuba, febrero de 1921).
Vega, Pablo: Alcalde de Jagüey Grande y presidente de los colonos de ese
término municipal (Mercurio, 24 de junio de 1918).
Entre los colonos también había cuatro representantes a la Cámara: Da-
niel Lima, José Manuel Cortina, Santiago Verdeja y José Gálata.
APÉNDICES 331

Apéndice VI. Relación de oficiales del Ejército Libertador que se convirtieron


en grandes colonos

Aguirre, Carlos María (Charles): Teniente coronel, Cuartel General del 5to.
Cuerpo. Presidente de la Compañía Agrícola del central Providencia.
Alfonso, Tomás: Teniente del Regimiento de Infantería de Cárdenas, 5to.
Cuerpo, 1ra. División, 2da. Brigada. Colono de 600 000 arrobas en el
central Conchita (The Times of Cuba, febrero de 1921).
Arango de la Luz, Alfredo: Coronel del 1er. Cuerpo, 1ra. División, Cuartel
General del Departamento Occidental. Administrador. Consejero del
Partido Moderado en 1906 (The Times of Cuba y Cuba política).
Arango Solar, Raúl: Coronel del 5to. Cuerpo, 2da. División, 2da. Brigada.
Administrador de una empresa azucarera situada en Esperanza (Libro de
Cuba, 1925, p. 754). Administrador del central Caracas.
Armas Nodal, Víctor: Comandante. Representante, 1912. Gobernador, 1916.
Colono en la provincia de Matanzas. (Revista de Hacendados y Colonos,
junio de 1918 (Cuba política, p. 238; Crónica Cubana 1919-1922, p. 31).
Barreto, Enrique: Capitán del 3er. Cuerpo, Cuartel General. Colono con
más de 500 000 arrobas en el central Mercedes, en Matanzas (The Times of
Cuba, febrero de 1926).
Baster, Rafael: Teniente coronel del 6to. Cuerpo, 2da. División, 1ra. Briga-
da. Colono del central Galope con más de 700 000 arrobas (The Times of
Cuba, febrero de 1926).
Benítez Benítez, Rafael: Teniente coronel del 6to. Cuerpo, 1ra. División,
1ra. Brigada. Colono del Habana, de más de 500 000 arrobas (The Times of
Cuba diciembre de 1918).
Betancourt, Alcides: Coronel. Senador. Administrador del central Lugareño
(Libro azul; Crónica Cubana, 1915-1918, p. 44).
Betancourt, Antonio: Teniente coronel del 1er. Cuerpo, 2da. División del De-
partamento Oriental, Cuartel General de la 3ra. Brigada. Colono del central
Cunagua, de 3 000 000 de arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1921).
332 JORGE IBARRA CUESTA

Betancourt, Pedro: General, senador, 1902-1906 (Crónica Cubana, 1919-1922,


pp. 350 y 487). Subsecretario de Agricultura. Colono con más de 1 000 000
de arrobas en los centrales Orozco y Nazareno. Directivo de la Asociación
de Hacendados y Colonos (Mercurio, 10 de noviembre de 1919; The Times
of Cuba, febrero de 1921).
Blanco, José: Comandante del 3er. Cuerpo, 2da. División, 1ra. Brigada.
Colono del central Jagüeyal de 2 750 000 arrobas (The Times of Cuba,
diciembre de 1918).
Borroto, Andrés: Teniente del 4to. Cuerpo, 1ra. División, Cuartel General
de la 2da. Brigada. Colono del central Santo Tomás, de más de 500 000
arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1926).
Cabrera, José Joaquín: Capitán del 4to. Cuerpo, 2da. División, 2da. Briga-
da. Colono de 500 000 arrobas en el central Stewart (The Times of Cuba,
diciembre de 1918).
Cabrera, Rafael: Representante a la Cámara y alcalde de Cruces por el Par-
tido Conservador. Administrador de un ingenio en Cruces. (J. Dumopulin:
Azúcar y lucha de clases. 1917, 1980, p. 83).
Cabrera, Juan Florencio: Teniente coronel. Cuartel General de la 2da. Bri-
gada, 4to. Cuerpo, 2da. División. alcalde de Cienfuegos (Cuba política,
p. 194. Colono del central Constancia en Santa Clara, de 650 000 arrobas.
Consejero de Santa Clara, 1901 (Cuba política, p. 63).
Cabrera, Leonardo: Capitán del Regimiento de Infantería Remedios, 4to.
Cuerpo, 1ra. División, 2da. Brigada. Colono del central Carmita de 500 000
arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1926).
Carballosa, Arcadio: Capitán del 2do. Cuerpo, 3ra. División, 1ra. Brigada,
Regimiento de Infantería Ocujal. Colono de los centrales Chaparra y De-
licias. (Memorias de colonos del Chaparra y Delicias, 1916).
Cardet, Juan A.: Subteniente del Regimiento de Infantería Tacajó, 2do.
Cuerpo, 4ta. División, 2da. Brigada. Colono del central Delicias con más
de 500 000 arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1926).
Cardoso, José C.: Teniente coronel del Cuartel General del Departamento
Occidental. Colono del central Cunagua de 2 100 000 arrobas (The Times
of Cuba, febrero de 1926).
Carrillo, Francisco: General. Colono del central Altamira de 1 750 000 arro-
bas (The Times of Cuba, febrero de 1921). Propietario del central Reforma.
Gobernador de Santa Clara, senador, vicepresidente de la República (Cuba
política, pp. 192 y 278).
Casas, Alberto: Capitán. (Libro de Cuba). Colono del central Baraguá en
Camagüey, de 1 900 000 arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1921).
Castillo Duany, Demetrio: General de División del Cuartel General, 1ra.
Brigada, 1er. Cuerpo, 2da. División. Colono del central Palma con más de
500 000 arrobas (The Times of Cuba, marzo de 1921).
APÉNDICES 333

Calas Eduardo, Manuel: Coronel. Colono del central América de 500 000
arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1921).
Delgado, Esteban: Coronel, alcalde de Hoyo Colorado. Colono del central
Habana (Crónica Cubana, 1915-1918, p. 262; Cuba política, p. 187). Alcalde
de Bauta.
Delgado, Manuel: Comandante del 4to. Cuerpo, 1ra. División, 2da. Briga-
da. Colono del central Cunagua, de 1 500 000 arrobas (The Times of Cuba,
febrero de 1926; Cuba política, pp. 63 y 161). Consejero y representante
por Las Villas. Secretario de Agricultura de Gerardo Machado.
Delgado, Rafael: De la Directiva electa del Centro de Veteranos de Ciego de
Ávila, el 24 de febrero de 1918. Con 2 228 caballerías de caña en el
central Baraguá.
Delgado, Tomás: Teniente del Cuartel General de la 2da. Brigada, 4to. Cuerpo,
1ra. División. Colono del central Tinguaro de 352 326 arrobas.
Del Rosal, Luis: Teniente del Cuartel General de la 3ra. División, 2do.
Cuerpo. Colono del central Manatí de 700 000 arrobas (The Times of Cuba,
febrero de 1921).
De Varona Gelabert, Manuel: Capitán del Regimiento de Infantería Orien-
te, 2do. Cuerpo, 4ta. División, 1ra. Brigada. Alcalde de Banes, 1912-
1916 (Cuba política, p. 198). Colono del central Jobabo de 800 000 arrobas
(The Times of Cuba, diciembre de 1918).
Dubouchet, Máximo: Teniente coronel del 5to. Cuerpo, 2da. División, 4ta.
Brigada. Colono del central San Antonio en La Habana, de 2 659 000
arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1921).
Feria Hidalgo, Armando: Comandante del Cuartel General de la 4ta. División,
2do. Cuerpo. Colono del central Boston con más de 500 000 arrobas (The
Times of Cuba, febrero de 1921).
Feria Salazar, Arturo: Subteniente del Regimiento de Infantería Tacajó, 2do.
Cuerpo, 4ta. División, 2da. Brigada. Colono del central Manatí
de 850 000 arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1926). Representante
(Cuba política, p. 212).
Fernández Soto, Juan Bautista: Capitán del Cuartel General de la 3ra. Bri-
gada, 4to. Cuerpo, 2da. División. Colono del central Corazón de Jesús
(Mercurio, 7 de noviembre de 1919).
Ferrara, Marino Orestes: Teniente coronel (Cuba política, pp. 146, 161, 209
y 264). Representante, 1908-1918, propietario del central Violeta y agen-
te en Cuba de la Cuban Cane Sugar Corporation (El asalto a Cuba por la
oligarquía financiera yanqui, pp. 98 y 103).
Fonseca Batista, Narciso: Comandante del 2do. Cuerpo, 3ra. División, 2da.
Brigada. Colono del Chaparra y Delicias (Memorias de la Asociación de colo-
nos del Chaparra y Delicias, 1926).
334 JORGE IBARRA CUESTA

Fonts Sterling, Ernesto: Coronel del Consejo de Gobierno. Administrador


del central Delicias (Libro azul). Administrador del central Boston (The
Times of Cuba, enero de 1915). Secretario de Hacienda con Estrada Palma.
Directivo del Partido Conservador.
Galí, Méndez, Juan R.: Teniente del 5to. Cuerpo, 1ra. División, 3ra. Briga-
da. Colono del central Leiquetío, de 800 000 arrobas (The Times of Cuba,
diciembre de 1918).
Gálvez Borges, Gabino: Capitán del 4to. Cuerpo. 1ra. División, 1ra. Brigada
del Regimiento de Caballería Sancti Spíritus. Colono del central Tuinicú de
800 000 arrobas. Uno de los jefes del alzamiento liberal en 1917 (Crónica
Cubana, 1915-1918, pp. 251 y 271; The Times of Cuba, diciembre de 1918).
García Menocal, Fausto: Representante, 1918. senador, 1921. Administra-
dor y gran colono del central Morón (The Times of Cuba, enero de 1915;
Cuba política, p. 253).
García Menocal, Gabriel: Colono del central Palma con más de 500 000
arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1921).
García Menocal, Gustavo: Teniente coronel del 5to. Cuerpo, 2da. División,
3ra. Brigada. Representante, 1910-1918 (Cuba política, pp. 163 y 208).
García Menocal, Mario: Mayor general, del Cuartel General del 5to. Cuer-
po. Administrador del Central Chaparra. Copropietario del central Pilar y
propietario del central Palma. Gran colono del central Chaparra. Presi-
dente de la República.
García Menocal, Pablo: Coronel del Cuartel General del 5to. Cuerpo (Cuba
política, pp. 211 y 255). Representante, 1914-1922.
García Menocal, Tomás: Coronel del Cuartel General del 5to. Cuerpo. Toda
la familia García Menocal y Deop estuvo vinculada al negocio azucarero
por medio de Mario, quien le dio participación y acciones en los ingenios
de su propiedad. Se trata, por tanto, de un clan de libertadores-terrate-
nientes azucareros.
Garriga Prieto, Luis: Teniente coronel del Cuartel General del 2do. Cuerpo.
Colono del central Tánamo de 2 500 000 arrobas (The Times of Cuba).
Gómez, José Miguel: General. Presidente de la República. Propietario de
los centrales La Vega y Algodonales, adquiridos de Haannibal Mesa en
$ 4 500 000 (Mercurio, 20 de abril de 1920).
Góngora, Miguel: Coronel del 1er. Cuerpo, 2da. División, 1ra. Brigada.
Regimiento de Infantería Baconao. Colono del central Francisco de 845 000
arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1926).
Hechevarría, Luis: Coronel del 2do. Cuerpo, 3ra. División, 1ra. Brigada.
Regimiento de Infantería Manatí. Colono del central Borgita de 1 600 000
arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1926).
APÉNDICES 335

Hernández, Charles: Coronel. Colono de 2 500 000 arrobas en Camagüey.


secretario de Gobernación de Menocal y Director de Comunicaciones en
1913 (Libro azul, p. 140; The Times of Cuba, febrero de 1921).
Herrrera Franchi, Alberto: Teniente coronel del Consejo de Gobierno y Ayu-
dante del vicepresidente de la República en Armas. Una vez constituida
la República llegó a ser general en jefe del Ejército. Colono del central
Pilar de 800 000 arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1926). Vicepresi-
dente de la Compañía Minera de Guaniguanico (Capital de $ 3 000 000)
(Mercurio, 4 de abril de 1919).
Hevia, Aurelio: Teniente coronel. Colono de Birán, de 850 000 arrobas (The
Times of Cuba, febrero, 1926). Esta colonoia aparece como propiedad de
Carlos Hevia, hijo de Aurelio, pero en realidad era de éste. Desde 1906 se
había trasladado al central Chaparra, donde tenía una colonia. (La Lucha,
7 de octubre de 1906). Secretario de Gobernación durante el gobierno de
Menocal.
Leyva Borrego, Rafael: Capitán del Regimiento de Infantería Tacajó, 2do.
Cuerpo, 4ta. División, 2da. Brigada. Colono del central Santa Lucía de
500 000 arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1921).
Lima, Alfredo: Comandante. Fomentaba una gran colonia en Morón (La
revolución de febrero de 1917, p. 28).
López Leyva, Francisco: Teniente coronel del Cuartel General de la 2da.
División, 4to. Cuerpo. Colono de Santa Clara (Mercurio, 27 de octubre
de 1919.
Lora Torres, Alfredo: Teniente coronel del Regimiento de Caballería Patria,
2do. Cuerpo, 2da. División, 1ra. Brigada. Consejero, 1912. Representan-
te, 1918. Gobernador, 1920 (Cuba política, pp. 197, 255 y 290). Era, con-
juntamente con sus hermanos Saturnino y Mariano, colono del central
Miranda, de 1 153 680 arrobas.
Lora Torres, Saturnino: General de División, Cuartel General del 2do. Cuer-
po. Colono del central Miranda (The Times of Cuba, febrero de 1921).
Lorente, Juan: General de División del 6to. Cuerpo, Cuartel General de la
2da. División. Colono de Pinar del Río (Mercurio, 3 de junio de 1918;
Cultura cubana, pp. 426 y ss). Alcalde de San Luis, 1901.
Luaces Molina, Antonio: Teniente coronel del Cuartel General, 3er. Cuer-
po. Colono del central Florida (The Times of Cuba, febrero de 1921).
Luaces Molina, Ernesto J.: Coronel del Cuartel General, 3er. Cuerpo. Colo-
no del central Florida (The Times of Cuba, febrero de 1921).
Luaces Molina, Lorenzo: Subteniente del Cuartel General, 3er. Cuerpo. Los
hermanos Luaces eran colonos del central Florida de 2 745 000 arrobas,
en Camagüey (The Times of Cuba, febrero de 1921; Índice Histórico de
Camagüey, 1874, p. 146).
336 JORGE IBARRA CUESTA

Machado Morales, Gerardo: General de Brigada. Cuartel General de la 1ra.


Brigada, 4to. Cuerpo, 2da. División. Propietario del central Carmita. Di-
rectivo de la Compañía Cubana de Electricidad S. A., la cual pertenecía a
Laureano Falla Gutiérrez, controladora de todas las plantas de Las Vi-
llas. (Monopolios norteamericanos en Cuba, pp. 80 y 81). Testaferro de la
Electric Bond and Share. secretario de Gobernación, primero y presiden-
te de la República después.
Machado Morales, Carlos: Teniente coronel, Regimiento de Caballería Villa
Clara del 4to. Cuerpo, 2da. División, 1ra. Brigada. Copropietario con su
hermano del central Carmita. Representante, 1916-1930 (Cuba política,
pp. 239, 285 y 340).
Martí Zayas-Bazán, José: Capitán del Cuartel General del Departamento
Oriental. Tenía acciones por valor de $ 100 000 en el central Pilar. Empe-
ro su capital procedía de su matrimonio con María Teresa Bances (Mercu-
rio, 26 de mayo de 1920).
Martín Poey, Carlos: Coronel del Cuartel General del Departamento Orien-
tal. Colono del central Chaparra de 575 822 arrobas (The Times of Cuba,
febrero de 1921).
Mayo, Benjamín: Capitán del Regimiento de Caballería Federación, 2do.
Cuerpo, 3ra. División, 1ra. Brigada. Colono del central Delicias con más
de 500 000 arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1926).
Mendieta Montefour, Carlos: Coronel. Jefes y Oficiales Excedentes. Repre-
sentante, 1901, 1908, 1918 (Cuba política, pp. 62, 146 y 254). Colono del
central Cunagua de 3 000 000 de arrobas (The Times of Cuba, febrero de
1921, y febrero de 1926).
Miranda Mola, Federico: Comandante. Consejero, 1916. Representante,
1918-1926 (Cuba política, pp. 251 y 306). Colono del central Lugareño en
Camagüey de 965 000 arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1926).
Molinet Amoros, Eugenio: General de Brigada de Sanidad Militar. Repre-
sentante, 1928. secretario de Agricultura de Machado (Cuba política,
p. 357). Colono del Chaparra de 836 000 arrobas (The Times of Cuba).
Montalvo Morales, Rafael: General de Brigada, Regimiento de Infantería
Bayamo, 2do. Cuerpo, 2da. División, 2da. Brigada. Propietario del cen-
tral Habana. Candidato presidencial del Partido Conservador.
Moreno de la Torre, Andrés: Coronel. Colono de Matanzas. (Homenaje al
coronel Cosme de la Torriente, La Habana, 1951, p. 93).
Nodarse Bacallao, Alberto: General de División, Cuartel General de la 4ta.
Brigada, 5to. Cuerpo, 2da. División. Gran veguero de Artemisa (La Lucha,
10 de febrero de 1907). Colono de Pinar del Río (Mercurio, 3 de julio de
1918). Representante, 1901. Senador, 1908 (Cuba política, pp. 143 y 157).
APÉNDICES 337

Nodarse Bacallao, Orencio: Coronel del Consejo de Gobierno. Interventor


General de Hacienda. Vicepresidente de los colonos de Pinar del Río
(Mercurio, 3 de julio de 1918).
Núñez, Emilio: General. Gobernador de La Habana, 1902-1906. secretario
de Agricultura, 1913-1916. Vicepresidente de la República. Vicepresi-
dente de la Compañía Tabacalera Cubana, con un capital de $ 50 000.
Presidente de la Compañía Azucarera Central Fajardo, de Benito Arxer.
Paneque, Teodoro: Subteniente del Regimiento de Caballería Manzanillo,
2do. Cuerpo, 1ra. División, 1ra. Brigada. Colono del central Mabay
de 1 565 000 arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1926).
Peña, Rafael: Coronel, 5to. Cuerpo. Colono de 400 caballerías (Mercurio, 3 de
julio de 1918).
Peña Cruz, Braulio: Coronel del cuartel General del 3er. Cuerpo, 1ra.
División. Colono del central Jobabo de 1 300 000 arrobas (The Times of
Cuba, diciembre de 1918).
Pina, Enrique: Coronel, Cuartel General de la 1ra. División, 4to. Cuerpo.
Poseía una finca de 200 caballerías de ganado y caña, la cual vendió en
1920 (Heraldo Comercial, 13 de octubre de 1920).
Primelles, Arturo: Comandante. Cuartel General de la Brigada de la Tro-
cha. Gobernador de Camagüey, 1920. (Cuba política). Colono del central
Palma con más de 500 000 arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1921).
Primelles, León: Coronel del Cuartel General del 5to. Cuerpo. Director de
la Lotería. Colono del central Palma de más de 500 000 arrobas (The Times
of Cuba, febrero de 1921).
Rangel: Teniente coronel. Colono de Santa Clara según una relación apare-
cida en Mercurio, 27 de octubre de 1919. En la provincia de Las Villas
aparece una colonia propiedad de Bacallao y Rangel, de 600 000 arrobas
(The Times of Cuba, febrero de 1926).
Rivero, Manuel: Jefe provincial del Partido Conservador. Terrateniente en la
zona de Cruces. Colono del central San Agustín. Senador de la República.
(Azúcar y lucha de clases, 1917, p. 87).
Rodiles Savón, Felipe: Teniente del Regimiento de Infantería Hatuey del
1er. Cuerpo, 1ra. División, 2da. Brigada. Colono de 1 800 000 arrobas del
central Soledad (The Times of Cuba, febrero de 1926).
Rodríguez, Joaquín: Coronel, Regimiento de Infantería Gómez, 4to. Cuer-
po, 2da. División, 2da. Brigada. Colono del central Tuinicú de 750 000
arrobas (The Times of Cuba, febrero de 1926).
Rodríguez Fonseca, Víctor: Capitán. Colono (Memorias de la Asociación de
Colonos del Chaparra y Delicias, 1926).
338 JORGE IBARRA CUESTA

Rosa, Carlos la: Sargento de primera. Su padre, según sus propias declara-
ciones, era millonario. Presidente de La Paz Sugar Company, central
azucarero que producía 100 000 sacos. Alcalde de Manguito. Represen-
tante y gobernador de Matanzas (Cuba política, pp. 160 y 190). Conocido
en Matanzas como el Coronel la Rosa. Vicepresidente con Machado.
[Magazine de La Lucha, (dedicado a Matanzas); Libro azul].
Sánchez Agramonte, Eugenio: General, secretario de Agricultura. Acciones
por $ 150 000 en el central Pilar. Ganadero (Mercurio, 26 de mayo de 1920).
Sánchez Batista, Bernabé: Comandante. Propietario del central Senado. (Ín-
dice Histórico de Camagüey, 1970, p. 50).
Santiesteban, Olimpio: Subteniente del 2do. Cuerpo, 1ra. División, 1ra.
Brigada. Colono de 700 000 arrobas en el central San Salvador, provincia
de Oriente (The Times of Cuba, febrero de 1926).
Sardiñas Zamora, Eulogio: Coronel del Cuartel General de la 1ra. División,
6to. Cuerpo. Representante, 1916 (Cuba política, p. 233). Propietario del
central Gerardo (Mercurio, 10 de noviembre de 1919).
Silva, Eugenio: Coronel. Acciones de $ 150 000 en el central Pilar (Mercu-
rio, 28 de mayo de 1920).
Tarafa, José M. Coronel del Cuartel General de la 3ra. Brigada, 4to. Cuerpo,
2da. División. Propietario del central Morón (The Times of Cuba, enero de
1915). Tarafa, según Mercurio, 24 de junio de 1908, era propietario del
central Cuba, administrado por Luis Tarafa; del central Flora, administra-
do por J.M. Rouco; del central Saratoga, administrado por Julio Tarafa y
del central Santo Domingo, administrado por Gerardo Gutiérrez. Propie-
tario del Ferrocarril del Norte de Cuba Destilling Company, Flora Sugar.
Torres Cruz, Manuel: Vicepresidente del Centro de Veteranos de Ciego de
Ávila. Colono del central Stewart con 111 caballerías y 3 000 000 de
arrobas en el central Jatibonico. Alcalde de Ciego de Ávila, 1912-1916
(Cuba política, pp. 196 y 243).
Valiente, Francisco de P.: General de Brigada. Regimiento de Infantería
Sagua, 1er. Cuerpo, 1ra. División, 3ra. Brigada. Directivo del Banco In-
dustrial y hacendado. (El Fígaro, 7 de julio de 1907).
Valiente, Rosendo: Comandante del Regimiento de Infantería Cauto Abajo,
2do. Cuerpo, 1ra. División, 1ra. Brigada. Colono de Camagüey (Mercu-
rio, 10 de febrero de 1921).
Varona, Scipión: Comandante del Cuartel General, 1ra. Brigada, 3er. Cuer-
po, 2da. División. Colono del central Senado de 836 000 arrobas en la
provincia de Camagüey (The Times of Cuba, febrero de 1926).
APÉNDICES 339

Apéndice VII*

Francisco Pacheco, en una investigación en los archivos de la Cuban Land,


pudo determinar que los monopolios norteamericanos del tabaco emplea-
ban procedimientos parecidos a los de las grandes compañías azucareras de
esa nacionalidad, al extenderle a los oficiales del Ejército Libertador y a las
más altas personalidades políticas regionales, parte de sus tierras. Así re-
sultaron beneficiados por la política llevada a cabo por la Cuba Land
Company, Francisco María Pérez, como presidente del Partido Liberal en
San Juan y Martínez y capitán del Ejército Libertador; su tío Leonel Pérez,
coronel del Ejército Libertador, y el famoso general Pino Guerra. Hacia
1924, por sus relaciones con Jacinto Argudín, administrador de la Cuba
Land, Marcelino Garriga fue electo representante por el Partido Conserva-
dor y en 1932, por el Partido Liberal. La compañía ofrecía resolver algunas
de las necesidades de los obreros, a cambio de que votaran por sus candida-
tos en todos los procesos electorales. La compañía también situaba camio-
nes para los mítines y a los trabajadores que no asistían se les suspendía el
pago.

* Academia de Ciencias de Cuba, Serie Pinar del Río, La Cuba Land y el caciquismo
político en San Juan y Martínez, La Habana, 1968.
Apéndice VIII
340

Cargo político Actividad Actitud ante el futuro Lugar de


Personalidades o estatal económica Profesión estatus político Filiación política residencia
Rafael López — Comerciante Universit. Por la intervención Conservador Santa Clara
B. Caballero Pérez — Rico — Por la intervención — Santa Clara
propietario
Julio de Cepeda J´Policía — Brigadier — Liberal Placetas
(EL)
Alberto Rojas — Gran Coronel Por la intervención Conservador Placetas
terrateniente (EL)
Eusebio Díaz Alcalde — — Por la intervención — Placetas
Francisco Carrillo senador Terrateniente General Por la intervención — Remedios
(EL)
Juan Jiménez Alcalde — Coronel — Conservador Remedios
(EL)
J. Fdez Valverde Alcalde — Abogado Contra la anexión Conservador Camajuaní
y el protectorado
Domingo G. Loyola Alcalde Propietario Universit. Por el protectorado — Caibarién
Antonio Casañas Representante Gran colono — — Conservador Santo Domingo
Ciriaco Jova J´Policía — — — Conservador Isabela de Jagua
Louis D. Escoulet1 Dirigente — — Contra la anexión — Manacas
y el protectorado
Marco Longa Representante Propietario — Por la intervención Liberal Quemado de Güines
ingenio
JORGE IBARRA CUESTA
Esteban Leiseca Consejero — — Por la intervención Liberal RanchoVeloz
provincial
Antonio López Alcalde Colono — — Conservador Quemado de Güines
APÉNDICES

José Meoqui Alcalde Copropietario — Por la intervención Liberal Quemado de Güines


de ingenio
Pepe Balke Juez — Oficial — Liberal Quemado de Güines
Tomás Durán2 Alcalde — — — Conservador Quemado de Güines
Félix Cantero Juez — — — Conservador Manicaragua
Amelio Menéndez Alcalde Comerciante — — — Manicaragua
Eugenio Piñeiro — — Coronel — — Encrucijada
(EL)
Antonio M. Quintana — Gran veguero Capitán — — Manicaragua
(EL)
Rafael Rodríguez Alcalde Gran — Por la Anexión Liberal Manicaragua
terrateniente
Ricardo Valladares3 — Gran veguero
traficante de
ganado — — — Santa Clara
José J. Monteagudo4 senador — General Contra la Anexión Liberal Placetas
(EL) y el protectorado

(EL): Ejército Libertador.


1
Informe del capitán C. T. Crain, 26 de diciembre de 1906; USNA, RG 199, entry 5, file 14, item 2.
2
Informe Lieutenant H. J. Dougherty, 8 de mayo de 1907; USNA, RG 199, entry 5, file 14, item 9.
3
Informe capitán Howard Hickok; USNA RG 395, box 9, entry 1008, file 49, item 46.
4
Informe capitán John W. Furlong; USNA, RG 35, box 9, entry 1008, file 46, item 46.
341
Continuación
342

Cargo político Actividad Actitud ante el futuro Lugar de


Personalidades o estatal Económica Profesión estatus político Filiación política Residencia
M. Morúa Delgado5 Secretario — — Contra la anexión Liberal —
Ayuntamiento y el protectorado
Carlos Mendieta6 Gobernador Colono Coronel Contra la anexión Liberal Santo Domingo
(EL) y el protectorado
Pedro Cué — — Médico Por el protectorado Conservador —
Contra la anexión
Agustín Cruz Representante — Coronel Contra la anexión Liberal Sagua
(EL) y el protectorado
Ramón Cordovés J´Policía Gran Cdte Contra la anexión
propietario (EL) y el protectorado Liberal Sagua
J. Alemán Urquiza — — — Contra la anexión Liberal Calabazar
y el protectorado
J. Braulio Alemán Gobernador Colono y General Contra la anexión Liberal Encrucijada
Urquiza7 Ganadero (EL) y el protectorado
Isidro Tristá Dirigente Político Terrateniente Contra la anexión Liberal —
y ganadero Médico y el protectorado
S. Glez Téllez Juez Propietario Abogado Por el protectorado — Sta. Clara
Contra la anexión
Eduardo Guzmán8 Alcalde Colono y Cdte ) Contra la anexión Liberal Sta. Isabel
Comerciante (EL y el protectorado de las Lajas
Miguel Noy Gómez Coronel Gran Cdte Contra la anexión Liberal —
Guardia Rural propietario (EL) y el protectorado
Julio Jover Concejal Ayto. — Profesor Contra la anexión Liberal —
y el Portectorado
José Suárez Consejero Industrial — Contra la anexión Liberal Camajuaní
Prov. Tabaquero y el protectorado
JORGE IBARRA CUESTA
Nicolás Alberdi Gobernador Propietario Coronel Contra la anexión Liberal —
(EL) y el protectorado
Higinio Esquerra Teniente Propietario J´Brigada — — —
APÉNDICES

Coronel Finca Cienfuegos


Jacinto Portela — — General — — —
(EL)
Nicasio Mirabal J´Policía — Crnel (EL) — — Encrucijada
Justino Pedraza Tesorero — Capitán Contra la anexión Liberal Sta. Clara
Gobierno (EL) y el protectorado
Provincial
Fco. López Leiva9 Tesorero Propietario Coronel Contra la anexión Liberal Sta. Clara
Gobierno (EL) y el protectorado
Provincial
Israel Consuegra — Periodista Cdte Contra la anexión Liberal —
(EL) y el protectorado
L. López Silveira J´Partido Gran Abogado Por el protectorado Conservador —
político propietario Contra la anexión
R. Martínez Ortiz Representante Gran Abogado Contra la anexión Liberal —
propietario y el protectorado
rural
Pelayo García Sgo. Concejal — — Contra la anexión Liberal —
y congresista y el protectorado

5
Informe capitán Howard R. Hickok; USNA, RG 395, box 9, entry 1008, File 46, item 48.
6
Ibidem; USNA, RG 395, entry 1008, box 9, file 46, item 49.
7
Informe capitán G. W. Kirkpatrick; USNA, RG 395, box 9, entry 1008, file 46, item 49.
8
Ibidem; USNA, RG 395, box 9, entry 1008, item 46-66.
9
Ibidem; USNA, RG 395, box 9, entry 1008, file 46, item 346-349.
343
Continuación
344

Cargo político Actividad Actitud ante el futuro Lugar de


Personalidades o estatal económica Profesión estatus político Filiación política residencia
Manuel Rodríguez Dirigente Colono Coronel — Liberal —
(EL)
Pablo Larrondo — Propietario — — — —
de Ingenio
José Luis Robau Jefe Partido Gran General Contra la anexión Conservador —
político colono (EL) y el protectorado
Andrés Pino Alcalde Administrador — — Conservador Calabazar
de ingenio
Antonio Padilla Alcalde Comerciante — Apolítico Conservador Encrucijada
Ramón Guerrero Alcalde Propietario — — Conservador Calabazar
de ingenio
José Peña Dirigente Colono — Contra la anexión — Calabazar
Eduardo Rey Glez Dirigente Comerciante — Contra la anexión Liberal —
Francisco Rojas Dirigente Procurador — Contra la anexión Liberal Sta. Clara
y propietario y el protectorado
Prolongar intervención
Mariano Montero Juez — — Por la intervención Liberal —

Arturo Ledón Dirigente Director Médico Indiferente Liberal —


Político hospital
y gran
propietario
José Pérez Secretario — — Indiferente Liberal —
Ayuntamiento
JORGE IBARRA CUESTA
Francisco Lajor Magistrado — Abogado Contra la anexión Liberal —
Audiencia y el protectorado
Rafael Bobadilla Alcalde Gran — Contra la anexión — Remedios
APÉNDICES

propietario y el protectorado
Antonio Jiménez Dirigente Propietario Coronel — — Fomento
de finca (EL)
M. López Rojas10 Alcalde Pequeño — Contra la anexión Liberal Sancti Spíritus
propietario y el protectorado
Juan A. Sánchez Dirigente Terrateniente Coronel — — —
ganadero (EL)
Francisco Cañizares — Farmaceútico — Por el protectorado — Sancti Spíritus
y propietario Contra la anexión
Manuel González Concejal Comerciante — Contra la anexión Liberal Santa Clara
y el protectorado
Rafael Lubián — Comerciante — Por el protectorado — Santa Clara
Contra la anexión
José D.
Concepción — Gran Profesor Contra la anexión — Santa Clara
propietario y el protectorado
Gabriel Tarrau Alcalde Gran colono — Contra la anexión Liberal —
y ganadero y el protectorado
Manuel Aguilera Alcalde Gran — — Liberal Sancti Spíritus
ganadero
Benito Celorio — — Periodista Por la anexión Liberal Sancti Spíritus
Orestes Ferrara — — Tte. Contra la anexión Liberal Santa Clara
coronel y el protectorado
(EL)
José Miguel Gómez Gobernador Ganadero General Contra la anexión Liberal Sancti Spíritus
(EL) y el protectorado

10
Ibidem; USNA, RG 395, box 9, entry 1008, file 46, item 335, 338, 339 y 346.
345
APÉNDICE IX
346

Matanzas

Nombre Cargo Propiedad Profesión Actividad Actitud ante el futuro Filiación política Raza o
en el 95 estatus político nacionalidad
Alberto Rojas Alcalde Colono Abogado Presidente — Conservador Cubano blanco
Cárdenas Estudios Junta
EE.UU. Rev. de
Cárdenas
Francisco Gzlez. Alcalde Rico — — — Conservador Cubano blanco
Olivia Jovellanos propietario
Alfredo Díaz Borja Alcalde Admor. — — — Conservador Cubano blanco
Martí colonia
de caña
Julio Schulte Presidente Gran colono — — Por la intervención Conservador Alemán
Partido
Conserv.
en Coliseo
(Nombre y apellido Dirigente Admor. — — Por la intervención Conservador Cubano blanco
ilegible) político ingenio
Coliseo Amalia
Gaspar Ponver — Propiet. — — Por la intervención Conservador Español
San Miguel
de los Baños
JORGE IBARRA CUESTA
José Martí — Colono y — — — Conservador Cubano blanco
Admor. del
ing. San José
APÉNDICES

Carlos de la Rosa Dirigente Gran colono — General — Conservador Cubano blanco


político en y ganadero E. L.*
Cárdenas
Ángel Prieto — Prop. — Teniente Cor. — Conservador Español
1500 acres Voluntario
de ganado Ejército
Español
Ramón Montero Dirigente dos fincas — General — Conservador Cubano negro
de negros de ganado E. L.
Canuto Valdés — — — Delegación Prolongar intervención — Cubano blanco
PRC
Cayo Hueso
Eduardo Ponce Dirigente Colono Abogado — — Conservador Cubano blanco
de León

(E.L.): Ejército Libertador (Guerra 1895-1898).

NOTA: Muchos expedientes individuales elaborados por los oficiales de la Military Information Division (MID), no contienen toda
la información requerida. Así, las preguntas de si las personalidades locales investigadas eran partidarias de la anexión, el
protectorado, la independencia o una intervención prolongada, no fueron evacuadas en todos los casos por los oficiales de
inteligenia debido, en algunas ocasiones, al estado primario en que estaba la investigación, y en otras, por la dificultad que
encontraban para relacionarse políticamente con algunas de estas personalidades, o bien por la incompetencia de los investiga-
dores. De manera similar, las preguntas sobre la actitud hacia los Estados Unidos y la influencia que tenían las personalidades
en los distintos estratos de la población cubana, no fueron dilucidadas en todos los expedientes individuales estudiados. Otras
cuestiones relativas al estatus económico social y a la militancia política de los miembros de las élites locales, las dirigencias
negras y los propietarios extranjeros, tampoco fueron esclarecidas del todo.
347
La Habana
348

Nombre Cargo Propiedad Profesión Actividad Actitud ante el futuro Filiación política Raza o
en el 95 estatus político nacionalidad
Martín Casuso Alcalde — Médico Oficial Por la intervención Conservador Cubano blanco
Batabanó Estudios E. L.
Europa
Rafael Álvarez Alcalde
San Felipe Terrateniente — — — Conservador Cubano blanco
San Antonio
José González Alcalde — — — Por el protectorado y Conservador Cubano blanco
San Antonio prolongar intervención
de los Baños 6 u 8 años
Eradio Bacallao Alcalde Güira 80 acres — Teniente No protectorado Conservador Cubano blanco
de Melena de tabaco coronel E.L.
Rodolfo del Castillo Alcalde 100 acres — Coronel E. L. Por intervención Liberal Cubano blanco
de Alquízar de tabaco reducida
Antonio Vivanco Ex alcalde — — General E.L. No protectorado Conservador Cubano blanco
San Antonio
Dirigente
Antonio Varona Dirigente Rico — General E. L. Por el protectorado Conservador Cubano blanco
Juan Agüero — — — Teniente Por el protectorado Conservador Cubano blanco
— — — coronel E. L.
Esteban Delgado — — — Teniente Por el protectorado Conservador Cubano blanco
coronel E. L.
Ignacio Morales Alcalde Bauta Terrateniente — Teniente No protectorado y Conservador Cubano blanco
coronel E. L. prolongar intervención
6 u 8 años
JORGE IBARRA CUESTA
Baldomero González Jefe de Policía — — — No protectorado y Conservador Cubano blanco
Bauta prolongar intervención
algunos años
APÉNDICES

Manuel Felipe Presidente Terrateniente — — No protectorado Liberal Cubano blanco


Partido Liberal
Pedro González Dirigente No al protectorado Liberal Cubano blanco
Ingnacio Costales Presidente Negociante Liberal Cubano blanco
Partido Liberal de ganado
Sr. Zamora Dirigente Rico — Sí al protectorado y Conservador Cubano blanco
prolongar intervención
6 u 8 años
Padre Vidal — — Sacerdote Prolongar intervención Cubano blanco
Sr. Ayala Dirigente Rico — — Mayor poder interventor Liberal Cubano blanco
Francisco Delabet Jefe de Policía — — — Prolongar intervención Liberal Cubano blanco
Estados Unidos debe
irse en un año
Alfredo Rego — Finca de 12 km Veterinario General E. L. Por el protectorado Conservador Cubano blanco
Manuel Martínez Teniente Finca — — — Liberal Cubano blanco
Alcalde y panadería
Dirigente
Gonzalo Rodríguez — — Gran Prolongar intervención Liberal Cubano blanco
comerciante — 3 o 4 años
Gregorio Quintero Dirigente — Médico Ampliar Enmienda Platt Liberal Cubano blanco
Estados Unidos debe
irse en 1 año
José Valera Alcalde — — Coronel E. L. — Conservador Cubano blanco
Madruga
Justo Ignacio Rosca — — Propietario — Prolongar intervención Liberal Cubano blanco
varios años más
349
Nombre Cargo Propiedad Profesión Actividad Actitud ante el futuro Filiación política Raza o
350

en el 95 estatus político nacionalidad

José Acosta Alcalde Finca — Coman- — Liberal Cubano blanco


Aguacate dante E. L.
Chema Bolaños Alcalde Rico — General — Liberal Cubano blanco
Madruga propietario E. L.
de finca
Ramón Pelayo — Dueño — — Prolongar intervención Conservador Español
Ingenio de varios años más
30 000
sacos
Harry Watson — Dueño de — — — — Estadounidense
hacienda
de ganado

FUENTE: Memorando del capitán C. T. Crain inteligence Officer de la 27th U.S. Infantry y del primer teniente A. J. Dougherty,
archivero de la 28 th U. S. Infantry, recibido el 15 de diciembre de 1906 por el general Staff de la MID, en Marianao, USNA RG
199, entry 5, file 017/4.
JORGE IBARRA CUESTA
Pinar del Río
APÉNDICES

Nombre Cargo Propiedad Profesión Actividad Actitud ante el futuro Filiación política Raza o
en el 95 estatus político nacionalidad
Indalecio Sobrado Gobernador — Comerciante Oficial E.L. Prolongar intervención Conservador Cubano blanco
Pinar del Río por 2 años
Alfredo Rojas Alcalde de — — — Prolongar intervención Conservador Cubano blanco
Pinar del Río por 2 años
Luis Pérez Ex gobernador — — Oficial E.L. Por la intervención Liberal Cubano blanco
Pinar del Río
José A. Cruz Alcalde 3 300 acres — — — — —
de tierra
Menéndez Dirigente Vega de — Oficial E.L. — — Cubano negro
negro 20 acres
Elio J. Hernández Alcalde Gran veguero — Oficial E.L. — Liberal Cubano blanco
Francisco Fleites Alcalde Ganadero — — — Liberal Cubano negro
San Cristóbal
Coronel Gálvez Dirigente Pequeña — Oficial E. L. — Liberal Cubano blanco
de negros finca
José J. Lombana Secretario — — — Prolongar intervención — Cubano blanco
Alcaldía por algunos años
San Cristóbal

FUENTE:Memorando del primer teniente A. J. Dourgherty, archivero de la 28th U.S. Army, de 22 de noviembre de 1906 al general
Staff de la MID, en Marianao, USNA RG 199, entry 5, box 1, file 009/2.
351
Pinar del Río
352

Nombre Cargo Propiedad Profesión Actividad Actitud ante el futuro Filiación Raza o
en el 95 estatus político política nacionalidad

Domingo Delgado Dirigente Gran veguero Médico — Alguna Conservador Cubano blanco
Antonio Murrieta Alcalde — — Oficial E. L. Poca influencia entre Liberal Cubano blanco
los negros y gente culta
Ramón Argüelles — Gran terrateniente — — Mucha influencia en la Conservador Cubano blanco
Hijo de banquero élite. Puede impedir
alzamiento liberal
como en 1906

Andrés A. Rubio Jefe del — — Oficial E. L. Muy influyente Liberal Cubano blanco
Partido Liberal
en Guane
Policarpo Fajardo Dirigente Terrateniente — Teniente Muy influyente en Guane. Liberal Cubano blanco
coronel E. L. Peligroso si se inclina vs.
Estados Unidos
Manuel Lazo Senador Gran veguero — Oficial E. L. Controla a P. Fajardo, por Liberal Cubano blanco
lo que es el más influyente
en la región
Ramón Pozo Dirigente — Jefe de Oficial Dirigente negro más Liberal Cubano negro
negro cárcel E. L. prominente en
Pinar Pinar del Río
del Río
Atilio Fernández — Propietario — — Defensor de los negros. Liberal Cubano blanco
de imprenta Gran influencia entre ellos
JORGE IBARRA CUESTA
Francisco Domínguez — — Farmacéutico — Tiene prestigio Conservador Cubano blanco
en la élite
y en el pueblo
APÉNDICES

José Agustín Beck Presidente Rico propietario — — Tiene influencia entre Conservador Cubano blanco
Partido Liberal rural los negros
en Palmas

FUENTE: Informe con firma ilegible al general Staff de la MID, en Marianao, de 12 de octubre de 1907. USNA RG 395, entry 1008, file
54/114 (Antiguo Record Copy File de la MID).
353
Pinar del Río
354

Nombre Cargo Propiedad Profesión Actividad en el 95 Actitud ante Filiación Política Raza o
Estados Unidos nacionalidad
Lorenzo Castellanos Segundo Jefe — Abogado — — Liberal Cubano blanco
Partido Liberal
en Cuba
Amado Baylina — — Jefe de Presidio Teniente No amistosa Liberal Cubano blanco
coronel E. L.
José G. Ganganillo Jefe Partido — — — Desconocida Liberal Cubano blanco
Liberal en
La Palma
Manuel Pérez Agosto Dirigente — Maestro Capitán E.L. Amistosa Conservador Cubano blanco
conservador Superintendente
Escolar
Antonio Hernández Dirigente Rico — — — — Cubano blanco
político terrateniente
Edward A. Kummel — Finca de Administrador — — — Estadounidense
$ 25 000 Ocean Beach
& Land Co.
H. G. Neville — Finca con Administrador — — — Estadounidense
125 Cuba Land &
aparceros Fruit Co.
Juan Montagu — — Médico — Amistosa — Cubano blanco

FUENTE: Informe con firma ilegible, dirigido al general Staff de la MID, en Marianao, y recibido el 10 de mayo de 1907. El Record
Copy File antiguo de la MID es el 54/65. Se encuentra en el Archivo Nacional de Washington D.C.
JORGE IBARRA CUESTA
APÉNDICES 355
356 JORGE IBARRA CUESTA

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