0% encontró este documento útil (0 votos)
122 vistas56 páginas

Laprovitta - Que Es La Conservación Del Patrimonio

Este documento introduce el tema de la conservación del patrimonio. Explica que la conservación implica proteger tanto los aspectos materiales como inmateriales de aquello que consideramos patrimonio, incluyendo tradiciones, costumbres y expresiones culturales. También señala que la conservación es una práctica tanto individual como colectiva que forma parte de la vida cotidiana y que busca mantener en el tiempo los valores asignados a diferentes elementos del patrimonio.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
122 vistas56 páginas

Laprovitta - Que Es La Conservación Del Patrimonio

Este documento introduce el tema de la conservación del patrimonio. Explica que la conservación implica proteger tanto los aspectos materiales como inmateriales de aquello que consideramos patrimonio, incluyendo tradiciones, costumbres y expresiones culturales. También señala que la conservación es una práctica tanto individual como colectiva que forma parte de la vida cotidiana y que busca mantener en el tiempo los valores asignados a diferentes elementos del patrimonio.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 56

¿Qué es

la conservación
del patrimonio?

Fernando Laprovitta
Lucía Kosloswki
Inés Palacios
Cirel Romero
Datos catalogación
¿Qué es
la conservación
del Patrimonio?
Para conservar es inútil quedarse solamente
con el saber experto. Es necesario fundir en
una única forma del saber todo lo que hemos
visto, oído, imaginado, retratado y narrado
sobre nuestro patrimonio. Conservar equiva-
le a tener en cuenta todas las constelaciones
de valores, materiales e inmateriales, que se
hayan depositado en cada tiempo sobre eso
que amerita ser perpetuado.
ANOTACIONES
Introducción al mundo de la
conservación del patrimonio

La conservación aparece como una suerte de palabra


mágica relacionada a aquello que conocemos e interpretamos
como parte de nuestro patrimonio. Generalmente la
vinculamos con la protección de plantas y animales aunque
también con todas aquellas cosas que fueran el fruto de
las producciones culturales de las generaciones que nos
antecedieron. Por eso, al hablar de conservación, no solo
lo hacemos enfocados elementos de la naturaleza de un
lugar sino también de los valores culturales que posee una
comunidad. Es una práctica llevada a cabo para mantener en
el tiempo todas aquellas cosas a las cuales le asignamos valor
especial.
Se trata de una acción que tiene por intención perpetuar
el beneficio material y/o espiritual que generan algunas
cosas. En caso contrario al de conservar, el beneficio sería
efímero. Por ejemplo, conservamos un bosque porque genera
protección y aportes de nutrientes para el suelo, sombra y
refugio para infinidad de otros seres vivos, oxigenación de
la atmósfera o madera para refugios. Desde luego que esas
utilidades materiales son motivos para otorgarle una debida
protección. Pero para que su conservación sea completa
también debe contemplar sus utilidades espirituales. Por
ejemplo, al conservar ese mismo bosque, también debemos
tener presente la memoria que contiene, los caracteres
mágicos y religiosos que los saberes ancestrales o presentes le
hayan otorgado, su contemplación como espacio para la re-
creación de la vida y el espíritu de las personas humanas y no
humanas, entre otras. Por eso mismo decimos que conservar
el patrimonio es una forma de asumir el respeto por la vida
misma en sus dimensiones materiales e inmateriales. es una
manera de reconocer su valor en todos los órdenes a fin de
garantizar su utilidad indefinidamente.
En general pensamos a la conservación de manera
pasiva. La vemos como una acción desarrollada por personas
especializadas y específicamente situada en lugares cercanos
como puede ser una iglesia o un museo u otras veces lejanos,
como puede ser un parque nacional. También la relacionamos
con las acciones de algunas personas para resguardar objetos
valiosos como una escultura o una pintura o para “salvar” de
la extinción a alguna especie como puede ser el tordo amarillo
de los campos y malezales de Corrientes y Misiones. Y si bien
todo eso es verdad, la cuestión de la conservación no se agota
en las realizaciones de otras personas sino que también nos
incluye de diversas maneras. Es parte de nuestra vida y se
manifiesta en actitudes y sensaciones que recrean nuestra
identificación con el patrimonio ante su exaltación o ataque.
¿Por acaso un correntino no se estremece ante un chamamé
cuando está lejos de su Corrientes?¿No reacciona ante las
críticas por su formas de hablar y expresarse?. No obstante,
pocas veces asociamos estas actitudes con la conservación.
La conservación del patrimonio implica la atención
de aquellas cosas sobre las que depositamos valores y
sentimientos comunitarios. Los objetos conservados son
una representación simbólica de esos valores. Significan la
carga emocional de la comunidad que lo constituyera en un
patrimonio y lo consagra a su perpetuación. Por ejemplo, en
las escuelas, seguimos enseñando sobre sucesos históricos
en fechas claves con el fin de conservar el significado del
acontecimiento para el cuerpo social. Es decir, conservamos
prácticas educativas para conservar y reproducir nuestra
identidad y pertenencia al cuerpo social a través de las
prácticas de tradiciones y rituales escolares. Sin dudas es
una buena manera de mantener activa la memoria sobre un
acontecimiento clave de nuestro origen como estado y nación.
La conservamos a través de celebraciones, pues estas son
maneras de de exaltación de los valores de lo que se conserva.
También hacemos conservación en la vida cotidiana.
Por ejemplo, la conservación de la huerta y el jardín atiende
a sus beneficios para la alimentación, la salud, la estética y
la ornamentación. Utilidades materiales y espirituales que
visibilizan a la conservación como una acción que forma parte
de la cotidianeidad generando regocijos de distintas formas.
Vemos entonces que se trata de una práctica colectiva
e individual. Resguardar una medalla llegada en herencia es
un caso de conservación individual. Resguardar objetos en
un museo o proteger los árboles de una plaza pública son
formas de conservación colectiva porque interesan a todos los
miembros de una comunidad. Sea individual o colectiva, es
parte de nuestras vidas y no necesariamente significa dejar de
utilizarlos. Tampoco implica pasividad, porque el solo hecho
de tener que resguardarlos hace que todos nos liemos en la
tarea.
Conservar una costumbre determinada es parte de lo
cotidiano. ¿Qué familia no tiene tradiciones para las fiestas u
otros acontecimientos y las renuevan ante cada celebración?
Comunitariamente hacemos los mismo. Los carnavales
o las fiestas patronales son ejemplos concretos. Esos son
otros casos de conservación de costumbres, tradiciones y
expresiones rituales que se renuevan año tras año. Y así
podemos extendernos casi indefinidamente. Lo concreto es
que las personas tenemos incorporada la acción de conservar.
La realizamos en la casa, la escuela, el club, la iglesia. En todos
lados. Forma parte de la vida misma además de que la misma
vida no sería posible sin conservación.
¿De qué hablamos cuando
hablamos de conservación
del patrimonio?
Partimos diciendo que conservación es un verbo y no un
sustantivo. Por lo tanto es una acción específica de resguardar
alguna cosa, material o inmaterial con alguna finalidad. De
maneras simples o complejas, racionales o afectivas, todos
hacemos conservación. Más allá de eso, lo cierto es que
pocas veces nos detenemos a pensar en ese acto crucial y la
importancia que tiene para garantizar la vida y sus procesos
materiales y espirituales.
Conservación es la acción de conservar. Es una palabra
que proviene del latín y se integra del prefijo con (que significa
unión, integración) y servāre (guardar, cuidar). De modo
muy genérico podemos decir que se trata de algo que hacemos
con cuidado para evitar que se pierda, se extinga, se rompa
o estropee. Es más, el hecho de conservar nos representa un
problema que demanda agilidad para resolverlo. Piensen
nada más en la conservación de las cosas de la casa y verán
como se hace presente en nuestras vidas de manera mecánica.
Lo hacemos porque asignamos un valor a las cosas
aunque no todas esas cosas podrán durar para siempre o de
generación en generación. Esto quiere decir que hay objetos
de conservación diferentes. Por un lado están los que a pesar
de conservarlos adecuadamente en algún momento, a pesar
de su valor, se van a agotar. Por otro, tenemos objetos que por
más que los usemos, mantendrán su valor.
La raíz latina de nuestra palabra clave, servāre, nos
refiere al cuidado y administración cuidadosa de las cosas.
A nivel de los grupos humanos hay cosas que son comunes
y su cuidado o protección nos garantizan poder vivir como
vivimos. Por ejemplo pensemos en eso que identificamos
como recursos naturales. La vida depende de ellos y de las
formas en cómo se disponen y administran, recordando
que solo los seres humanos somos capaces de disponer de
ellos no solo para su consumo sino para ser acumulados.
Esa costumbre de acopiar más de lo necesario para vivir
conlleva al mal uso de los recursos con sus consecuentes
problemas sociales y ambientales.
Nuestras formas de vida dependen de los llamados
recursos naturales (del latín recursus, que significa “aquello
a lo que se recurre para realizar algo). Decimos que son
naturales porque no han sido creados por el hombre y
son parte de lo que existe y están regidos y determinados
por las leyes de la naturaleza. En cambio los valores que
poseen esos recursos están dados por la cultura. El oro, por
ejemplo, es un elemento que existe como corolario de un
proceso físico-químico dado en el transcurso de cientos de
miles de años. Nosotros, lo reconocemos como un metal y
le asignamos valores que van desde aplicaciones como un
implante dental hasta otros de tipos simbólicos como los
que pueden estar significados en un anillo. De modo que
el valor del oro como recurso es una construcción social
cuyas particularidades van a estar dadas por la cultura
que le asigna valor. La mayor o menor disponibilidad
en la naturaleza de los recursos, como el oro o la tierra
para cultivar, son elementos a los que recurrimos para
satisfacer necesidades materiales o inmateriales. Por ende,
la mayor o menor disponibilidad de estos elementos en la
naturaleza, nos forzarán a diferentes formas de manejarlos
y administrarlos en su durabilidad. Antes de seguir, veamos
una clasificación tradicional de los llamados recursos
naturales.
Preguntas:
- ¿En cuáles de las columnas ubicaríamos al agua?
-¿Por qué metales y rocas están en dos columnas distintas?
-¿Por qué conservar plantas y animales si son renovables?
Para que un objeto sea percibido o no como un recurso
no depende de sus características y atributos sino del valor
que la sociedad le asigne a ese objeto en el marco de las
necesidades materiales e inmateriales de los grupos humanos.
El proceso para que un objeto se constituya en recurso está
dado por el uso y el valor social material. Para que finalmente
se transforme en un patrimonio, necesita que las sociedades
depositen en ellos valores inmateriales, espirituales o
sentimentales, de aquellos que no admiten ningún valor
comercial o de intercambio por representar un legado.

También existen objetos y cosas que tienen origen en


la producción cultural de los grupos humanos. Los llamamos
bienes culturales aunque también es posible recurrir a ellos
con algún fin determinado. Son el producto del ingenio
humano para apropiarse y adaptar o transformar la naturaleza
para la satisfacción de alguna necesidad colectiva. Claramente
esas producciones culturales serán relativas a la reciprocidad
del vínculo entre esa cultura y la naturaleza. Esos productos
podrán ser tangibles pero también intangibles como el
conocimiento mismo de las cosas o las formas de hacer las
cosas. Por ejemplo, recurrimos a los mitos (intangibles) para
explicar nuestro origen como comunidad y a los rituales que
los evocan y recrean. O recurrimos a ciertos saberes heredados
de generación en generación para la construcción de nuestras
viviendas (tangibles) o apelamos al uso de ciertos ingredientes
y no a otros para la preparación de nuestros alimentos. Vamos
a una sintética clasificación.

BIENES CULTURALES
Materiales Inmateriales
Bienes tangibles, muebles (que se pueden trasladar  Conjunto de bienes intangibles como ser tradiciones,
como un objeto de museo) o inmuebles (que técnicas, costumbres y saberes, heredades de una
están fijos como un edificio histórico) creado por la generación a otra. La mitología o la música y saberes
comunidad en el pasado locales son ejemplos

Párrafo especial merece darse al conocimiento como


recurso cultural clave al cual apelar para lograr la conservación
de aquello que necesite ser perpetuado. Vamos a tratar de
ilustrar como su aplicación crea y amplifica los valores de
conservación que un objeto material o inmaterial puede
tener. Volviendo a un ejemplo sobre nuestra conformación
nacional, cuando en la escuela se implementa el tratamiento
didáctico de la independencia argentina no solo se imparten
conocimientos sobre los sucesos históricos de Julio de 1816. En
efecto, lo que se está haciendo es reforzar la identidad colectiva
nacional, exaltando los valores de emancipación y libertad.
Se produce una renovación de nuestro mito de origen como
nación soberana. Salvando las distancias, cuando se trabaja
sobre conceptos de estado, nación y territorio, emergen un
sinnúmero de elementos materiales e inmateriales que son
tomados con especial atención porque son contenedores de
valores naturales y culturales que ameritan su conservación. En
definitiva, la escuela reproduce esos valores de conservación
sobre los que se asienta la identidad y pertenencia a ese
colectivo llamado nación. Por eso decimos que la escuela
educa para la conservación del patrimonio, aunque a veces
no lo identificamos con esos términos o no lo asociamos con
estas perspectivas.
Por eso, el papel del profesional docente es fundamental.
Y con esto no se trata de generarle (al docente) nuevas
temáticas a la gran mochila de temas que debe abordar. Solo
se trata de hacer notar que la educación para la conservación
del patrimonio se hace presente en cada instancia del
tratamiento didáctico de las ciencias naturales y sociales
aunque no siempre integrado en una suerte de única forma
de saber. En otras palabras: apelando a formas creativas
o renovadas que permitan amalgamarlo de modo tal que
lo ambiental incluya lo cultural y que lo cultural incluya lo
ambiental, pues la mayor efectividad para la conservación
del patrimonio se logra advirtiendo y conjugando la mayor
cantidad de elementos posibles que lo trajeron a su existencia.
Por ejemplo, esas integraciones son muy bien logradas
cuando el tratamiento didáctico se da sostenido en los recursos
naturales los cuales son tratados desde una perspectiva social,
es decir, en cuanto a la importancia que revisten para todos
los seres vivos, y en especial, sobre los usos y aplicaciones no
siempre económicas sino también culturales que los hombres
le dan. Vaya por caso el agua como líquido vital para cualquier
forma de vida, su disponibilidad y acceso, las condiciones que
impone su abundancia y escases y hasta incluso sus valores
inmateriales como elemento de adoración o ritual, por
ejemplo el Qocha Raymi celebrado por comunidades andinas
o los bautismos. Es decir, no nos quedamos en su condición
de recurso natural sino que lo abordamos en su totalidad,
haciendo que su conservación sea debidamente interpretada.
Sin embargo, no siempre sucede lo mismo cuando el eje
es algún tema relacionado a las ciencias sociales. Por ejemplo,
cuando trabajamos sucesos históricos claves, raras veces
abordamos las condiciones ambientales de esas épocas. A
lo sumo nos quedamos en algunos aspectos aunque siempre
vinculados a las tradiciones sociales. ¿Acaso las condiciones
ambientales de entonces no existían?¿Los paisajes naturales
eran iguales a los de hoy?¿Cómo eran las ciudades y
pueblos?¿Cómo se proveían de agua y alimentación? ¿Cómo
se protegían del frío o del calor?¿Cómo eran las relaciones
con los otros seres vivos?.
Para conservar necesitamos conocer la mayor cantidad
de atributos o valores contenidos en aquello que se exalta y
resguarda. Pero también debemos saber cómo hacerlo en
función de la posición y responsabilidad que tenemos. La
escuela, en cualquiera de sus niveles, cumple un rol clave.
Y no solo por la transmisión de conocimientos sino por la
instalación y multiplicación de miradas sobre la importancia y
trascendencia de la conservación del patrimonio y las formas
de hacerlas palpables en la vida de los demás.
¿Puede afirmarse que un edificio como este
solo puede estar hecho de cultura?
ACTIVIDADES

-Identifiquemos al menos dos objetos patrimoniales (uno “vivo” como


por ejemplo el ciervo de los pantanos y otro inmaterial, como alguna
tradición, ritual o expresión cultural)
-Del patrimonio “vivo” seleccionado buscá sus conexiones con la cultura.
Con el patrimonio inmaterial hacé a la inversa, conectalo con la mayor
cantidad de elementos naturales.
-Ensayá un relato corto en que la naturaleza y la cultura aparezcan
amalgamados. Se agrega como ejemplo un párrafo del libro de Jules Huret
[1903] De Buenos Aires al Gran Chaco:

Las altas enramadas de las palmeras se reflejan en las orillas de


grandes balsas inmediatas á las lagunas. Al pasar el tren por delante de
una de aquellas salen del agua tres carpinchos. Su cuerpo se asemeja al de
un cochino de cerdas grises. Tiene un hocico de asno un poco aplastado,
orejas muy pequeñas y patas cortas y como las de los palmípedos. Se
diría que son ratas colosales con morros en vez de un hocico puntiagudo
y sin rabo. Estos animales son inofensivos. En casa de un estanciero del
país vi varios de ellos, que vivían en el corral. Eran en extremo mansos
y afectuosos, pero tan feos y desagradables que no se podía evitar una
impresión de antipatía. Seguramente, habríanse encontrado en la vida
seres con los que acontece lo mismo. En las orillas del Paraná y de las
grandes lagunas del Nordeste los carpinchos son pasto de los caimanes
que pululan por ellas. (p. 7)

-¿Qué aspectos de la creatividad entran en juego en este tipo de


narrativas?¿cuánto nos obliga a la agilidad?
El patrimonio como simbiosis
entre la cultura y la naturaleza

La palabra cultura se integra de la palabra latina cult


(cultivo) y el sufijo ura (acción o actividad de realización)
por lo que, entonces, estamos hablando de una acción de
cultivar. Naturaleza es un término que deriva de otro término
latino: natura. Alude a los procesos que originan y hacen a la
existencia de las cosas. Es decir, a la acción específica de nacer
(nat=nacer; ura=acción). Es fácil inferir que cultivar implica
a los procesos que hacen a la existencia de las cosas. Refiere a
un vínculo intrínseco con eso que llamamos naturaleza a los
fines de renovar la vida. La naturaleza integra a lo que existe y
la cultura es el cultivo de esa misma existencia.
Se dice que únicamente la especie humana es portadora
de cultura. Pero el hecho que sea un atributo que distingue a
una especie de las otras, no hace a que ese atributo sea ajeno a
la naturaleza. Las capacidad humana de generar abstracciones
y pensarse a sí mismo, es parte de la existencia misma de las
cosas. Es más, la cultura es una de las formas de vehiculizar la
existencia de las cosas. Desde la cultura podemos pensar a la
naturaleza. Y desde la naturaleza podemos entender a la cultura
como algo natural, por más que sea algo propio del hombre
que puede alcanzar por abstracciones y razonamientos.
Una hace a la otra y viceversa. Las producciones culturales
siempre se sostienen en las producciones naturales; así como
las producciones de la naturaleza en su totalidad, tal como la
concebimos y existen, son dependientes de las producciones
culturales. Es imposible pensar el mundo sin cultura y a la
cultura sin el mundo, más allá de no tener del todo claro donde
empieza una y donde termina la otra. ¿Dónde empieza la
cultura y termina la naturaleza? Existen muchos tratados sobre
este asunto, pero lo concreto es que cuando más se procura
explicarlos por separado más conexiones se encuentran entre
ambas. Lo cierto que el poder pensar, razonar objetivamente,
solo es posible a través de mecanismos físico-químicos. La
transformación de eso que llamamos naturaleza, proviene
desde la misma naturaleza.
La totalidad de nuestros actos y comportamientos están
sostenidos en eso que llamamos cultura y naturaleza. ¿Acaso es
posible pensar alguna forma de producción humana, incluso
la imaginación, que esté escindida de la naturaleza? El mismo
espacio que nos cobija es parte de esa unidad. Solo que hemos
construido la idea de que naturaleza es todo aquello por fuera
del hábitat que creamos. Eso sucedió como consecuencia de un
proceso iniciado hace un largo tiempo, cuando comenzamos
nuestra era de transformaciones aceleradas del mundo y de
acumulación innecesaria de recursos. Para eso fue necesario
despersonalizar a la naturaleza, apropiarse de ella, para poder
obtener mayores beneficios materiales. Nuestra cultura
occidental necesitó separarse de la naturaleza para congeniar
su apropiación y dominio. Tanto fue y sigue siendo así que
nos resulta imposible pensar una relación con la naturaleza
que no sea de la forma en que lo hacemos.
Sin embargo, por más que nos forcemos, es imposible
separarlas. Por ejemplo cuando hablamos de conservación,
es muy difícil -sino imposible- separar la naturaleza de la
cultura o a la cultura de la naturaleza. Pensemos en un área
protegida como bien puede ser una reserva natural. El simple
acto de crearla y definirla es un acto o expresión cultural.
Incluso mucho de lo que allí se conserva es el producto de la
acción humana en el tiempo. Sus vestigios arqueológicos lo
demuestran y hasta inclusive sus formas, pues mucho de lo
que allí se puede observar es producto de la acción humana.
Es más, el hecho de conservarlas por su valor escénico tiene
una connotación cultural impregnada en esos objetos que
hacen a eso que llamamos belleza. Porque la naturaleza
simplemente es. No es ni linda ni fea. Simplemente es. O
pensamos en un objeto valioso, como cualquier obra de arte,
a los que atribuimos puros valores culturales. ¿Acaso no están
hechos con objetos naturales?. Los colores que pueda tener
¿acaso no provienen de plantas u otros objetos naturales?. Los
materiales ¿no son sino provenientes de la tierra hecha barro
y luego cocida en una hoguera?¿Acaso no representan a la
naturaleza misma en cualquiera de sus aspectos, inclusive los
humanos?

Apelando a la simbiosis como analogía proveniente de


las ciencias naturales, el cuadro anterior pretende reflejar
como el patrimonio (como cualquier otro objeto creado o
no por el hombre) como un elemento complejo producto de
la íntima asociación entre la cultura y la naturaleza. Ambos
pueden ser abordados y categorizados por separados, pero a
fin de cuentas, los valores que adquieren no distinguen entre
uno y otro.
¿Cuánto tienen por contar los sitios
que conforman nuestro patrimonio?
EDUCAR PARA LA
CONSERVACIÓN ES
UNA FORMA DE CREAR
VALORES DE VIDA
Cuándo las cosas se
convierten en patrimonio

En nuestro idioma la palabra valor es polisémica.


Quiere decir que tiene acepciones o significados diversos y
eso a veces nos trae dolores de cabeza para poder interpretar
adecuadamente. Otra palabra única con acepciones diversas
en nuestro idioma es política o también medioambiente. Mejor
suerte tienen los que hablan inglés que para cada acepción
tienen una palabra. Por ejemplo, en línea con lo que estamos
hablando, value y worth en inglés sirven para referir a los valores
inmateriales (worth) y para referir a los valores materiales
(value). Nosotros enlatamos todo en el término valor.
Cuando las cosas adquieren un valor de conservación
es porque bien comienzan a escasear o disminuir o porque
una comunidad lo recubrió con algún atributo simbólico
determinado. Por ejemplo, el ciervo de los pantanos posee
una protección especial porque en las últimas décadas sus
poblaciones disminuyeron drásticamente. Pero para que el
efecto sea completo y trascendente le otorga una dimensión
inmaterial consagrándolo como monumento natural. La
acción de conservar se inicia después de haber otorgado o
detectado valor en alguna cosa u objeto vivo o no. Por eso
la gran mayoría de los recursos son solo eso y nada más.
Cuando pasan a obtener un valor inmaterial, signado en la
memoria, el sentido, el significado y las experiencias, adquiere
su condición de patrimonio. Al adquirir esta categoría, se
constituye en un objeto de conservación patrimonial dado por
su valor simbólico, haciendo que su valor material se diluya
o pase a un segundo plano. Esto explica afirmaciones como
“conocer para conservar” o “solo se ama lo que se conoce”, tan
típicas en el mundo de la educación y la conservación.
La importancia que adquiere el patrimonio, a diferencia
de los recursos, está dada en la valorización inmaterial. Eso
incluye -se repite- a las manifestaciones inmateriales que se
manifiestan culturalmente y se transmiten de generación en
generación. El valor social y económico de esta transmisión
es pertinente para la totalidad de grupos sociales que existen.
Las particularidades que posee están dadas por su carácter
integrador, pues son comunes al grupo y contribuyen a
infundir y reforzar la identidad, pertenencia como también
mantiene abierto y activo el vínculo con el pasado y el futuro.
Conservar, entonces, significa contemplar toda la carga
emocional y simbólica que posea aquello que se resguarda.
Es una acción que deja de lado el conocimiento fragmentado
sobre el objeto. Busca la integración de los saberes en
narrativas integradoras de todo aquello que se conoce y
advierte sobe eso objeto de conservación para así poder
interpretar completamente su valor.
El patrimonio también está atravesado por valores éticos.
En gran medida la fuerza que impulsa a su conservación es
aquello que lo tenemos muy arraigado y se llama ética. En
términos generales, ética, es el comportamiento asumido
de acuerdo al orden moral. Comportarse de acuerdo a un
orden moral significa la atención del bien sobe el mal. Pues
bien. Conservar claramente se traduce en una actuación en
pos del bien común y la contemplación del cumplimiento de
innumerables deberes morales, aunque esto no siempre es así
porque todavía cuesta asimilar a la conservación como un
deber social.
Los desafíos actuales están urgiendo una nueva manera
de plantearse a la conservación del patrimonio haciendo que se
convierta en un imperativo moral. La misma ciencia ha creado
dilemas que antes de nuestro híper desarrollo tecnológico no
existían. Pensemos por ejemplo en la construcción de represas
en nuestros ríos o el derrumbe de edificios históricos para
reemplazarlos por otra cosa. Mientras todas estas clases de
manifestaciones se suscitan de manera acelerada y ascendente
(porque los problemas posteriores superan a los anteriores)
nuestras respuestas avanzan lentas y a veces superadas por
el conflicto mismo. La crisis ambiental global que vivimos
actualmente es un fenómeno que antes que respuestas
tecnológicas demanda respuestas morales. Y la conservación
es una respuesta moral ante tales acontecimientos, pues asoma
como una responsabilidad asumida.
La conservación del patrimonio hace a que todos los
seres humanos vivamos una vida ética. Nos permite ampliar
el espectro de las relaciones dado que nos conecta con la parte
inmaterial de la vida, con aquello que es parte de nuestro pasado
y presente. por los vínculos que generamos entre ambos.

El Guardaparque es el custodio de las áreas naturales protegidas. Su trabajo no se


agota en controlar y vigilar. Monitorea la biodiversidad y los vestigios culturales
del sitio. También está atento a las necesidades de los visitantes y los vecinos del
área. También es experto en la interpretación del patrimonio, conocimientos que
los comparte de todas las formas a su alcance.
Porque cuando se extingue un animal, se extingue una
parte de nuestra misma historia trazada. Cuando tiramos
abajo un edificio que data de tiempos coloniales, estamos
demoliendo nuestro pasado, agotando una referencia de lo
que fuimos.
De modo que son tres los valores que hacen al
patrimonio: material, inmaterial y ético. El valor material no
pasa por su precio en el mercado sino por su existencia física y
tangibilidad. El valor inmaterial está dado por su espíritu que
le fuera insuflado al momento de su creación y que se refleja
desde cada una de las concepciones desde las que se mira. El
valor ético se lo da el imperativo moral de su conservación.
Por ejemplo, el yaguareté tiene un valor material de existencia
y de participación clave en los ecosistemas. Tiene un valor
inmaterial por encarnar roles claves en las mitologías
americanas, representado por su espíritu. Tiene un valor
ético pues no solo que se trata de una forma de vida a ser
conservada sino que hacerlo es una responsabilidad.
No debemos perder de vista que el patrimonio es
un legado. Este no solo incluye al objeto sino también a la
responsabilidad de conservarlo. Si se pierde la noción de las
cosas se pierde la noción de su importancia. Al resquebrajarse
su importancia se diluyen sus valores hasta desaparecer con el
mismo objeto. Con la pérdida del objeto, entonces, se pierden
partes importantes de nuestra memoria.

El vocablo conservación 
deriva del latín conservatio, 
compuesto por cum,
significa continuidad
y el servare, cuidar
Ph. Alejandro Sommer

A veces, por las noches, basta con levantar


la cabeza para percibir que aquello que nos
envuelve y nos sirve para construir historias
y relatos mágicos. Eso que llamamos espíri-
tu del patrimonio.
Michel Foucault en su libro Las palabras y las cosas (1968,
p.47) cita al naturalista Ulisse Aldrovandi (1522-1605) que en sus
descripciones sobre los animales no ahorraba inclusiones sobre
todas las formas de saber sobre ellos. De su Historia natural de
serpientes y dragones, destaca el capítulo de la “La serpiente en
general” en los que conjuga los siguientes temas:

Sinónimos y Formas y descripción Naturaleza y Coito y generación


etimologías costumbres
Diferencias Anatomía Temperamento Voz

Movimientos Lugares donde vive Alimentos Fisonomía

Antipatías Simpatías Modos de captura Muerte y heridas

Envenenamiento Remedios Denominaciones Epítetos

Prodigios y presagios Monstruos Dioses a los que se las Mitología


consagra
Emblemas y símbolos Adagios Monedas Milagros

Enigmas Divisas Signos heráldicos Hechos históricos

Sueños Estatuas Usos en la Usos en medicina


alimentación

Pensemos ahora en un animal como el yacaré. Veamos


cuantos saberes podrían existir sobre él…
La conservación del patrimonio
en sitios especiales

Si bien la conservación se realiza en todas partes,


incluso en nuestras casas como vimos al principio. hay sitios
que están completamente dedicados a estos menesteres. Los
museos como las áreas naturales protegidas son ejemplos
concretos. En la provincia de Corrientes podemos destacar
sitios privilegiados de conservación del patrimonio como lo
son el Templete que alberga la casa donde naciera el Gral. San
Martín en Yapeyú o el gran parque y reserva natural del Iberá,
entre muchos otros.
A simple vista los ejemplos mencionados parecieran
no tener relación con la naturaleza o viceversa. Nuestra
configuración para ver cultura por un lado y naturaleza
por el otro no nos permiten relacionarlos. Concebimos a la
naturaleza en las áreas protegidas y a la cultura en los museos.
Fuera de esos lugares pareciera ser que no hay ni una cosa ni la
otra. Pero ambos están donde sea que vayamos. Seguramente
si observáramos las rocas apiladas de una forma particular
en el templete sanmartiniano no solo nos significaría una
casa sino, esencialmente, el lugar donde naciera el Libertador.
Difícilmente asociemos ese valor simbólico a los valores y
particularidades histórico-naturales que tienen esas rocas y
mucho menos entrelazarlos con la vida de nuestro máximo
patriota. Sin embargo todo se conjuga, porque también
representan la tierra, el ambiente, las propiedades mismas
del territorio donde creciera el padre de la patria y al que
asociamos como propio y nos unifica con San Martín. El
espacio y el territorio con el cual nos identificamos no están
vacíos sino plenos de naturaleza en todas su manifestaciones.
Solo los poetas son capaces de hacernos ver esa conjunción a
través de las palabras pues la ciencia y nuestras formas de ver
la vida sigue haciendo fuerzas por mantener la separación.
Lo mismo tal vez suceda si llegáramos a algunos de
los rincones de los Esteros del Iberá. Es poco probable que
a simple vista logremos esa mirada completa. Siempre
recordamos esa actividad de representar al Iberá mediante
dibujos espontáneos. Los resultados son casi calcados:
animales, plantas y horizontes de lagunas y embalsados. Raras
veces lo imaginamos con la gente que allí vive, piensa, sueña,
siente y trabaja. Como si se trataran de actores invisibles
en una obra que no admite presencia humana o acaso, de
manera inconsciente, negando su presencia por considerarla
nociva. Sin embargo, la gente siempre estuvo allí. Desde los
originarios Karakará hasta los mariscadores de ayer y de hoy
junto a muchas comunidades de pueblos y parajes.
Incluso la misma conversión de los Esteros del Iberá en
una gran área protegida tiene connotaciones culturales, tanto
por los profundos cambios dados en las formas de vida de
mucha gente que dejó de cazar para vivir como por las nuevas
miradas que se crearan sobre ese magnífico entorno.
Los sitios que resguardan bienes culturales como los
museos tienen antecedentes en los tiempos esplendorosos de
Babilonia y las antiguas culturas egipcias y griegas. La palabra
proviene del griego moyseîon y significa “lugar dedicado a
las Musas” del que deriva la idea de lugar donde se cultivan
las artes. Hoy esos lugares son definidos como instituciones
permanentes que adquieren, conservan, investigan, comunican
y exhiben para fines de estudio, educación y contemplación
conjuntos y colecciones de valor histórico, artístico, científico y
técnico o cualquier otra naturaleza cultural. (ICOM, 2022).
Fueron adoptando características de acuerdo a cada
tiempo, pero básicamente eran depositarios de colecciones de
todo tipo de bienes, muchos de ellos obtenidos como botines
de guerra. Durante el período reconocido como humanismo
renacentista en el siglo XV aparece una clasificación muy
marcada en los tipos de colecciones. Se las comienza a
distinguir como naturalia a los objetos provenientes de la
naturaleza y artificialia a las obras humanas. Museos de
ciencias naturales o historia natural, por un lado, y museos
históricos o antropológicos por otro. No es casual que estas
divisiones florecieran justo en tiempos en que comenzara a
tomar forma eso que conocemos como dualismo cartesiano o
esa forma de entender a la cultura y la naturaleza de manera
separada y que nos rige hasta el presente. Por ese motivo
encontramos, por ejemplo en la ciudad de Corrientes, museos
de ciencias naturales como el Amado Bonpland o el de historia
Tte. Gobernador Manuel Cabral de Melo y Alpoin.
Estas divisiones reflejan el orden del mundo que
creáramos: el hombre y su historia por un lado y los animales,

Construimos áreas naturales protegidas desconociendo a su gente y la cultura


Sin embargo son lugares donde aún se vive sin distinguir la naturaleza de la
cultura.

las plantas y sus historias por el otro. Como si acaso no


estuvieran todos entrelazados por el orden mismo que da la
existencia y convivencia en iguales tiempos y espacios.
Las áreas naturales protegidas como lugares de
resguardo del patrimonio podrían ser vistas e interpretadas
de esa manera. Pese a eso, estamos empecinados en verlas
solamente como una suerte de museo natural en el que se
resguardan seres vivos no humanos y paisajes de gran belleza
escénica. Nos olvidamos que protegen ecosistemas y sus
procesos ecológicos cuyos beneficios son fundamentales para
el sostenimiento de la vida. Incluso invisibilizamos el hecho
de que en ellas viva gente, desde los guardaparques que están
para su cuidado hasta comunidades enteras.
La creación de las primeras áreas protegidas, sobre el
final del siglo XIX, estaban acompañadas de nociones que
significaban al hombre como un problema. Con tal motivo,
en muchos parques y reservas naturales se sufrió la expulsión
e incluso el exterminio de las comunidades aborígenes que
las habitaban con anterioridad. En otros casos, como en
Argentina, los exterminios y expulsiones se habían realizado
con anterioridad a sus creaciones como en muchos Parques
de la Patagonia. En otros casos, como en el de la Reserva del
Iberá, la regulación de actividades y el impedimento de la
caza iniciado en 1983, provocó la migración de mucha gente
que habitaba su interior, aunque no de todos.
Recién en las últimas décadas comenzamos a mirarlas
de manera diferente. Comenzamos a abandonar la idea de
la nocividad del hombre para su existencia. Comenzamos a
correr el velo con el que ocultábamos a la gente que las siguió
habitando. Comenzamos a ver que por más empecinamiento
que hayamos forzado, siempre fueron escenarios en los que se
manifiesta la simbiosis cultura-naturaleza. En consecuencia,
lo que se conserva en ellas es esa interrelación. Y cuando
advertimos en ellas sus condiciones de “laboratorios, museos,
santuarios o aulas a cielo abierto” lo que estamos haciendo es
devolverles los valores culturales que les habíamos quitado en
algún tiempo.

La condición de monumentos que


otorgamos a algunas especies de
animales y plantas incluyen no solo su
vulnerabilidad para seguir existiendo
sino todos sus valores inmateriales,
esos que llamamos espirituales o
humanísticos
Ph. Gastón Bocalandro

ACTIVIDAD

-¿Qué tipos de conocimientos son aquellos que aportan a la conservación?

- ¿Cómo hacer, para que de manera ágil, sencilla y creativa estos impacten
significativamente en las personas?

- Hasta aquí…¿Cuál es la idea de educar para la conservar?


La provincia de Corrientes y
la conservación de su patrimonio

No existe territorio alguno sin un patrimonio que refleje


su pasado, su presente y las formas de mirar hacia el futuro.
Todo territorio cuenta con sus mitos de origen, habitantes
integrados en ese diálogo, relaciones y vínculos que se tejen
entre su cultura y su naturaleza. Porque territorio es la tierra
que pertenece a alguien, y ese alguien es un colectivo al cual
llamamos comunidad, por el hecho de tener un pasado y un
presente en común, una vida compartida. Y esas cosas que
hacen a nuestra vida en común, entre otras, las encontramos
en el patrimonio. Porque patrimonio es aquello que nos fuera
legado por nuestros antepasados. Aquello que recibimos en
herencia de generaciones anteriores y constituyen bienes y
valores que dan cuenta de nuestra historia natural y cultural
tal como nos obstinamos a verlos categorizados.
El patrimonio refleja identidad, pertenencia, memoria,
carácter, formas de concebir y vivir la vida. Por eso decimos
que son portadores del espíritu de una comunidad pues en él
se irradia el orden cosmogónico de la comunidad. Celebrarlo,
festejarlo, destacarlo o exaltarlo es una forma de renovar
todos esos valores que se acumularan en él. Gestionarlos
y administrarlos también son formas de garantizar su
perpetuación como lo hacen chamanes, sacerdotes, gurúes,
magos, caciques, emperadores o reyes. Tareas que ahora
más bien dejamos en manos de técnicos y científicos para
garantizar su preservación. Pues, al parecer, no cualquiera
puede manejar o manipular el patrimonio dada su sacralidad.
De cualquiera de las dos maneras, es el conocimiento
sobre las formas de gestionar y administrar el patrimonio lo
que impide establecer diferencias entre unos y otros. Tanto
el chaman como el científico son portadores de la sapiencia
necesaria para administrarlos, más allá que el chamán la
obtuvo de alguna forma sobrenatural y el científico a través
del estudio. Es por eso que las comunidades depositan ellos
la responsabilidad de su manejo. A ese trabajo practicado
sobre el patrimonio en el mismo sitio donde se encuentra se
lo denomina conservación in-situ. Un sitio arqueológico o
un área protegida son ejemplos de ese tipo de conservación.
Y tal como lo decíamos son manejados por saberes expertos
basados en el conocimiento profundo.
Ahora. ¿Esto quiere decir que solo los especialistas
pueden hacer conservación del patrimonio en el lugar
donde este se encuentra? Tal vez la conservación in-situ de
objetos materiales sea así. Pero existe otra manera, la que
incluso admite conocimientos más amplios y generales, que
sin apartarse de los objetivos que envuelven la protección
del patrimonio, son igualmente poderosos. A esta forma de
conservación la denominamos ex-situ. Consiste en trabajar
pero por fuera por fuera de los lugares habituales. Los bancos
de germoplasmas (lugares donde se resguarda la diversidad
genética) o los viveros de especies vegetales nativas o incluso
algunos museos son ejemplos concretos. En relación a esto,
muchos se preguntaran acerca de la conservación in-situ
o ex-situ de los bienes inmateriales como pueden ser las
creencias. Pues estos bienes no necesitan de lugares definidos
pues están alojados en nosotros mismos y van con nosotros
a todas partes. Saberes, costumbres, tradiciones, entre otros,
se hacen presente donde estemos. La única condición para
que permanezcan en nosotros están dadas por sus prácticas
y su transmisión de generación en generación por todos los
miembros de la comunidad. Cuando eso deja de pasar es
porque ese patrimonio se extinguió. Vaya por caso el ejemplo
del culto al personaje bíblico de Sansón como santo del rudo
trabajo rural del que ya no conocemos referencias actuales
habiendo sido tan habitual su devoción en otros tiempos.
Hay otros casos que pueden inscribirse como formas
de hacer conservación del patrimonio. Seguramente las más
potente de todas ellas son las prácticas educativas. Cuando son
ajenas al sistema educativo las llamamos no formales. Son las
que realizan guías de turismo o guardaparques o curadores de
arte. Cuando se dan con marco en las instituciones escolares
las llamamos formales. En este caso, son solo los maestros
y profesores quienes ejercen la misión de educar para la
conservación.
La escuela es el ámbito en el que por excelencia se
hace conservación ex-situ a través de muchas y variadas
formas. La educación ambiental es una de ellas, seguramente
la más visible, ya que tiene aristas muy briosas, específicas
y significativas que atienden a la conservación. El único
gran problema es que todavía la tenemos muy encriptada al
mundo de las plantas y animales. Es decir, desde la existencia
y necesidad de conservación de muchas de ellas se las conecta
con la cultura. Pero no muchas veces sucede que conecte a la
cultura con las personas no humanas y los elementos de la
naturaleza. La conservación del patrimonio en la escuela será
completa cuando logremos integrar lo cultural y lo natural
en un solo saber. Mientras se mantenga compartimentado
entre ciencias naturales y ciencias sociales o reproduciendo
la separación cartesiana de saberes, seguiremos conservando
naturaleza por un lado y cultura por el otro.
Se afirma, y con razón, dice que la educación es
la herramienta más intensa y vigorosa para propiciar
transformaciones. En el sentido de la conservación del
patrimonio no cabe duda que es así además de constituir hoy
en un imperativo. Pero debemos hacer que esas herramientas
tengan completa utilidad. Sacarle todo el provecho posible
aplicando toda la creatividad y la innovación necesaria a
nuestro alcance. No alcanza con hacer interpretar que la
supervivencia de un animal hace al normal funcionamiento
de un ecosistema y que por eso hay que conservarlo y evitar
que se extinga. Va alcanzar cuando hagamos interpretar esas
cosas conjugadas con la historia de las relaciones que los
seres humanos construimos junto a ese animal, reflejados
en todas las formas posibles del saber y sentir. Lo mismo
con la conservación de aquellas obras o expresiones que
son producto de nuestra creación cultural. Será completa
cuando integremos en nuestros conocimientos y enseñanzas
los vínculos y asociaciones simbióticas con todo aquello
que llamamos naturaleza. Que no es más que otra cosa
que manifestación de la vida misma que no reconoce de
diferencias.
Persistir en separar al mundo en varios mundos
-humanos por un lado y el resto de la naturaleza por el
otro- como entidades separadas, hace seguir viendo a la
conservación del patrimonio como una necesidad funcional
a nuestros fines materiales. Concebirlo sin distinciones hace a
nuestros fines materiales, pero también y esencialmente, a los
fines espirituales de todas las cosas existentes.
Vista de Iribucuá sobre el río Paraná, en cercanías de Itá Ibaté, en la provincia de
Corrientes. Litografía de St. Aulaire con figuras dibujadas por Adam sobre dibujo
de Alcide D´Orbigny durante su viaje por esa zona en Abril de 1827.

Si echamos un vistazo a los relatos de antaño como los


de Félix de Azara, Alcide D´Orbigny o Amado Bonpland
veremos cómo interpretar la cultura y la naturaleza como una
sola cosa….
BIBLIOGRAFIA
ANOTACIONES
¿Colofón?

También podría gustarte