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Garrocho y Herrero-Beaumont. Artículo Opinión

Este artículo argumenta que la innovación no siempre es positiva y que requiere una evaluación crítica. Señala que el afán por la innovación a menudo prioriza la novedad por sí misma sin considerar para qué o por qué. Advierte que la innovación tecnológica sin orientación ética puede conducir a consecuencias negativas como el totalitarismo o el daño ambiental. El artículo pide que se asuma un rol más crítico para guiar la innovación y asegurar que se dirija a fines benéficos y respete los valores humanos

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Este artículo argumenta que la innovación no siempre es positiva y que requiere una evaluación crítica. Señala que el afán por la innovación a menudo prioriza la novedad por sí misma sin considerar para qué o por qué. Advierte que la innovación tecnológica sin orientación ética puede conducir a consecuencias negativas como el totalitarismo o el daño ambiental. El artículo pide que se asuma un rol más crítico para guiar la innovación y asegurar que se dirija a fines benéficos y respete los valores humanos

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Garrocho, D. y Herrero-Beamunt, H. (5 de noviembre, 2020).

En defensa de una innovación


crítica. El País. https://elpais.com/opinion/2020-11-04/en-defensa-de-una-innovacion-
critica.html?event_log=oklogin&o=cerrado&prod=REGCRART?event_log=oklogin&o=cerrado&
prod=REGCRART?event_log=oklogin&o=cerrado&prod=REGCRART

En defensa de una innovación crítica

Alguien debería asumir un papel incómodo que nos pregunte por el rumbo de esta gran
transformación

DIEGO S. GARROCHO|ELENA HERRERO-BEAUMONT

05 NOV 2020 - 08:54 CET

Investigaciones en un laboratorio de la provincia de Buenos Aires. JUAN MABROMATA / AFP

Hay palabras que operan como verdaderos fetiches sociales. Son conceptos que gozan de un
extraordinario prestigio a pesar de que nadie pueda perfilar de un modo claro y preciso cuál es
su significado. A veces son ideas a cuya promoción se destinan generosísimos fondos y su mera
invocación parece nutrir de una solemne autoridad a quien las pronuncia. Innovación,
probablemente, sea una de ellas. Pocas veces se ha conseguido apuntalar una convicción
mesiánica tan potente y fascinada en torno a una única palabra. No importa hacia donde
miren, siempre habrá algún gurú advirtiendo delante de una pantalla gigante una urgente
necesidad por adelantarnos al mundo que viene. Sospechen de ellos: mueven las manos igual
que los magos.
Los desarrollos tecnocientíficos y el efecto multiplicador que ha tenido el conocimiento sobre
nuestra capacidad de acción nos han convertido en animales cada vez más capaces a la hora
de satisfacer nuestras necesidades y apetitos. Pero no debemos olvidar que en no pocas
ocasiones nuestros deseos se han caracterizado por ser desmesurados y terribles. El animal
carencial que retratara Platón en su Protágoras se ha convertido en un animal cada vez más
hábil, lo que no ha dejado de generar consecuencias aterradoras. Auschwitz o la gran mancha
de basura del Pacífico son también, no lo olvidemos nunca, consecuencias de la innovación.

Esta innovación, a pesar de lo que muchos creen, no tiene una valencia moral específica. Ya en
el contexto clásico encontramos numerosos precedentes que nos advierten de lo que en
términos técnicos se denomina la falacia ad novitatem. La confianza en que una idea sea
necesariamente mejor por el mero hecho de ser más reciente es sencillamente absurda. El
afán de novedades no sólo atraviesa nuestras costumbres, sino también, y esto es lo peligroso,
nuestras políticas, optimizando sin descanso distintos medios para fines inexistentes. Si la
ciencia y la tecnología nos hacen cada vez más capaces en términos materiales, parece
imprescindible que las disciplinas humanísticas nos ayuden a responder por qué y para qué
queremos multiplicar nuestra capacidad de influencia.

Uno de los ámbitos donde la ambición acrítica por la innovación y el desarrollo han
demostrado su condición más amenazante y lesiva para nuestra democracia la constatamos en
la articulación de los nuevos espacios de deliberación pública. La promesa transversal y
democratizadora de las redes sociales ha terminado en convertirse, como ya certifican los
expertos, en un nuevo Leviatán. No son sólo las fake news el problema, sino que es incluso la
ingente sobreexposición a los datos veraces y siempre nuevos lo que aturde nuestra
conciencia. La voracidad informativa por el futuro inmanente nos hace adictos, nos dispersa y
nos exalta, anulando el uso del tiempo reflexivo y sobrecargando de reacciones emotivas un
debate cada vez menos racional.

Sectores próximos a la gestión de la información, la investigación y el dato son quizá los


escenarios más tentadores para disponer nuestra ilimitada pulsión innovadora. En términos
literales la noticia es siempre deudora de su condición novedosa y toda ciencia aspira a decirse
siempre nueva. Si, como pomposamente se advierte a veces, la investigación aspira a ampliar
las fronteras del conocimiento, son pocas las ocasiones en las que nos interrogamos por la
forma o la silueta con el que queremos roturar el nuevo perímetro de nuestros saberes. Un
conocimiento puramente innovativo resulta tan ingenuo como temerario. Tal vez por este
motivo los grandes nombres de nuestra ciencia, desde Bernardo de Chartres hasta Isaac
Newton, apostaron por conocer más allá, pero subidos siembre a hombros de gigantes.

Es obvio que nuestro reflejo consumista se ha dirigido también al ámbito de la ciencia y el


conocimiento. La obsolescencia programada no afecta sólo a los electrodomésticos sino,
también, y esto es lo terrible, a nuestras ideas. Más allá del frenesí acelerado y de la adoración
tecnofílica, se impone como solución urgente introducir algunos matices en nuestra apuesta
por la innovación. La ciencia y el conocimiento cada vez se antojan más urgidos, más
acelerados, más productivos, pero no existe una sola región de lo humano donde la crítica, la
sospecha y una dosis de quietud no se demuestren efectivas. La innovación no es una
excepción y sin una crítica emancipatoria, humanista e ilustrada con la que orientar los fines
de nuestra capacidad transformadora estaremos, a cada paso, más cerca de ser devorados por
nuestra criatura.

La rentabilidad industrial, ideológica e incluso espiritual de la innovación exigen reconstruir un


contrapeso prudencial que permita detener el vigor electrizante de esta falsa promesa
encarnada en un ídolo de coltán. Allí donde demasiadas voces nos instan a adelantarnos al
futuro alguien debería asumir un papel incómodo para preguntarnos acerca del rumbo de esta
gran transformación. Ya lo certificó T. S. Eliot: hemos perdido el conocimiento entre tanta
información pero, sobre todo, hemos perdido la capacidad para distinguir el conocimiento de
la verdadera sabiduría.

Elena Herrero-Beaumont es profesora de Ética Corporativa en IE University y fundadora y


directora de Ethosfera. Diego S. Garrocho Salcedo es vicedecano de Investigación de la
Facultad de Filosofía y Letras y profesor de Ética y Filosofía Política en la Universidad
Autónoma de Madrid.

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