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La I Guerra Mundial y 2 - Julio Gil Pecharroman

Este documento es un resumen de 3 páginas del libro "La I Guerra Mundial (y 2)" escrito por Julio Gil Pecharromán. Describe los eventos en el frente oriental durante la Primera Guerra Mundial, incluyendo las ofensivas alemanas y austro-húngaras contra Rusia en 1915 que les permitieron avanzar profundamente en territorio ruso, la entrada de Bulgaria en la guerra del lado de las Potencias Centrales, y la ofensiva rusa de Brusilov en 1916 que detuvo los ataques enemigos en

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La I Guerra Mundial y 2 - Julio Gil Pecharroman

Este documento es un resumen de 3 páginas del libro "La I Guerra Mundial (y 2)" escrito por Julio Gil Pecharromán. Describe los eventos en el frente oriental durante la Primera Guerra Mundial, incluyendo las ofensivas alemanas y austro-húngaras contra Rusia en 1915 que les permitieron avanzar profundamente en territorio ruso, la entrada de Bulgaria en la guerra del lado de las Potencias Centrales, y la ofensiva rusa de Brusilov en 1916 que detuvo los ataques enemigos en

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Entrega

n.º 36 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a la Primera


Guerra Mundial.

Página 2
Julio Gil Pecharromán

La I Guerra Mundial (y 2)
Cuadernos Historia 16 - 036

ePub r1.0
Titivillus 03.09.2022

Página 3
Título original: La I Guerra Mundial (y 2)
Julio Gil Pecharromán, 1985

Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1

Página 4
Alegoría de la intervención norteamericana en la I Guerra Mundial.

Indice

LA I GUERRA MUNDIAL (y 2)
Por Julio Gil Pecharromán
Profesor de Historia Contemporánea.
Universidad Complutense de Madrid

El frente oriental

El escenario turco

La guerra económica

Las crisis internas de los contendientes

La revolución rusa

Los Estados Unidos, en guerra

Página 5
El frente occidental

El frente oriental

El Próximo Oriente

El desenlace (1918)

El frente occidental

Hacia la paz

Cronología

Bibliografía

Página 6
La I Guerra Mundial (y 2)

Por Julio Gil Pecharromán


Historiador. Profesor de Historia Contemporánea. Universidad Complutense
de Madrid

El frente oriental

Si la inamovilidad de las líneas y el fracaso de las grandes ofensivas fue la


tónica dominante en el frente occidental, en el largo frente ruso las cosas se
desarrollaron de muy distinta manera durante el bienio 1915-16.
Al contrario que en Francia, los austro-alemanes concluyeron el año 1914
en medio de una ofensiva generalizada. Aunque los rusos ocupaban todavía
Galitzia y frenaron en diciembre la penetración alemana hacia Varsovia, el
Ejército germano no había perdido la iniciativa conseguida en Tannenberg y
era muy superior al ruso en calidad y armamento. Además, una vez que
Falkenhayn renunció a la guerra ofensiva en occidente estuvo en condiciones
de enviar nuevos refuerzos —25 divisiones— a Hindenburg.
Con la llegada de la primavera se reanudaron las operaciones. El 2 de
mayo, una masa de 30 divisiones alemanas se puso en marcha en los límites
de la Polonia rusa. Las tropas zaristas estaban deficientemente equipadas y su
Estado Mayor, convencido de la inutilidad de toda resistencia, ordenó su
repliegue tras el Vístula.
En el sur, los austro-húngaros pasaron también al ataque y antes de la
llegada del verano habían infligido una seria derrota a los rusos en Gorlitz (27
de abril) y recuperada casi toda la Galitzia, incluidas las ciudades de Lemberg
y Przemysl. Sólo la entrada en guerra de Italia obligó a los austriacos a ceder
en su presión sobre la zona.
En el mes de julio los alemanes intentaron completar el aniquilamiento de
las fuerzas enemigas. Por el norte, cruzaron el río Narev en dirección a

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Varsovia; en el sector central progresaron hacia Ivangorod con la intención de
cruzar el Vístula y rodear a los rusos en las inmediaciones de Varsovia.
La operación conoció un fracaso parcial: las unidades rusas pudieron
escapar antes de que el cerco se cerrase, pero aun así, Varsovia y la mayor
parte de la Polonia rusa cayeron en manos de las tropas de Hindenburg.
Inmediatamente, sin conceder tregua al adversario, los alemanes atacaron
en el norte, en los países bálticos. El 8 de agosto los germanos cruzaron el
Niemen y se extendieron por Lituania. Kovno, Vilna y otras importantes
ciudades cayeron en su poder antes de que los rusos pudieran improvisar una
línea defensiva, que, atravesando los pantanos del Pripet, iba desde Riga a
Tarnopol.
Al finalizar el año 1915, los rusos habían perdido casi dos millones de
hombres entre muertos, heridos y prisioneros. El frente se introducía
peligrosamente en el seno del Imperio y el fracaso del intento franco-británico
de forzar el bloqueo a Rusia mediante el ataque a los Dardanelos, hacía aún
más critica la situación.
Si los rusos no conocieron un desastre mayor en el otoño de 1915 fue
porque la activación del frente balcánico desvió hacia allí —como antes hacia
Italia— a una gran cantidad de tropas austro-húngaras, a las que no mucho
después tuvieron que unirse importantes contingentes alemanes.
La zona balcánica cobró importancia estratégica a raíz de la entrada de
Turquía en la guerra. Ya vimos cómo los franco-británicos creyeron encontrar
uno de los puntos débiles del enemigo en los Dardanelos.
El fracaso de esta operación y la presión austriaca sobre Serbia
aconsejaban buscar nuevos aliados en la península. Por su parte, también las
Potencias Centrales se mostraban interesadas en encontrar colaboradores
entre los pueblos balcánicos, con vistas a una acción conjunta contra los
serbios.
Griegos y rumanos se mantuvieron apartados del conflicto durante el año
1915. En Grecia, el rey Constantino era ferviente partidario de la neutralidad,
mientras que su primer ministro, Venizelos, era un convencido aliadófilo. En
Rumanía, pese al anhelo nacional de liberar del dominio austro-húngaro la
región de Transilvania, así como la Bukovina y el Banato, los reveses rusos
aconsejaban al jefe del Gobierno, Bratianu, un máximo de prudencia, sobre
todo cuando sus vecinos meridionales, los búlgaros, tomaban ostentosamente
partido por los Imperios Centrales.

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Bulgaria ocupaba un lugar clave en los Balcanes. Situada a espaldas de
Serbia y de Turquía, su entrada en la guerra podía suponer un giro de la

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misma. Humillados tras la Segunda Guerra Balcánica y rapiñados por sus
vecinos, los búlgaros se habían ido acercando a los austro-alemanes conforme
se alejaban de los rusos.
A lo largo de 1915, el Gobierno de Sofía recibió toda suerte de
incitaciones. Los países de la Entente le ofrecían algunas zonas de la Turquía
europea y, de un modo lógicamente condicionado, las zonas de Macedonia
que controlaban sus aliados serbios. Los austro-alemanes ofrecían lo mismo,
pero de un modo seguro e inmediato.
El rey Femando terminó inclinándose por esta última solución. Tras la
batalla de los Dardanelos y el desastre ruso en Polonia y Galitzia, los búlgaros
ya no dudaron. El 21 de septiembre se decretó la movilización y el 5 de
octubre se entró en la guerra.
Aliviados en el frente oriental por sus victorias del verano y alentados por
la entrada en combate de los búlgaros, los austriacos se lanzaron sobre Serbia
a comienzos de octubre. Atacados por el norte y por el este, los serbios no
pudieron oponer una resistencia eficaz ante la invasión austro-búlgara.
Los restos de su Ejército, encabezados por el anciano rey Pedro y
acompañados por buena parte de la población civil, emprendieron una penosa
retirada hacia el puerto de Valona, en Albania, que habían ocupado los
italianos. Los franceses, violando la neutralidad griega, ocuparon la isla de
Corfú y acogieron allí a los refugiados del pequeño reino.
La guerra en los Balcanes hubiera terminado aquí si Venizelos no hubiera
autorizado —contra el parecer del rey Constantino— el desembarco de un
cuerpo expedicionario francés en Salónica (septiembre de 1915). Austriacos y
búlgaros tuvieron que acudir a taponar la nueva brecha. De este modo, desde
el territorio neutral de Grecia, los aliados estaban en condiciones de mantener
un foco de resistencia que terminaría siendo fatal para sus adversarios.
El año 1916 trajo un cambio en la orientación de la guerra en el este.
Conforme a lo acordado en Chantilly, los rusos planearon una ofensiva para la
primavera. Aprovechando la dispersión de los esfuerzos del enemigo,
comprometido en Francia, Italia y Macedonia, y tras haber sido
considerablemente reforzado en hombres y material, el Ejército zarista había
mejorado paulatinamente sus perspectivas.
La ofensiva debía coincidir, o preceder ligeramente, al ataque italiano en
el Isonzo y al anglo-francés en el Somme. El resultado de este esfuerzo
coordinado —que finalmente no dio fruto— sería el derrumbamiento militar
del enemigo.

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El 22 de mayo, cuatro cuerpos del Ejército ruso, dirigidos por el general
Brusilov, desencadenaron una ofensiva en un sector de 150 kilómetros de
ancho, con la ciudad polaca de Luck como eje del ataque. El debilitado
Ejército austro-húngaro no pudo resistir la embestida: en pocos días tuvo que
retroceder un centenar de kilómetros.
Ante la amenaza para su flanco derecho, Hindenburg envió
apresuradamente a su VIII ejército en socorro de sus aliados. Durante todo el
mes de julio las dos fuerzas se mantuvieron en un cierto equilibrio. Los
alemanes fueron rechazados con graves pérdidas en el río Stockod, pero los
rusos no lograron franquear los Cárpatos. La partida quedó definitivamente en
tablas.
Aun así, la ofensiva Brusilov consiguió importantes resultados: contribuyó
a detener los ataques adversarios en Verdún, en el Trentino y en Macedonia,
alivió la presión germana en el norte de su propio frente y decidió la entrada
de Rumanía en guerra al lado de la Entente.
Los rumanos, en efecto, creyeron que la recuperación rusa era mucho más
profunda de lo que luego demostró ser. Bratianu decidió que era el momento
de ocupar las tierras que su pueblo consideraba propias y el 27 de agosto,
previo un acuerdo con los gobiernos de la Entente, Rumanía declaró la guerra
a los Imperios Centrales.
La apertura de un nuevo frente, tres meses después de su desastre en
Galitzia, estuvo a punto de colapsar al Ejército austro-húngaro, que perdió
grandes zonas de Transilvania. Pero para entonces los rusos habían cedido ya
casi todo su empuje y a comienzos del otoño, Falkenhayn se encontró en
condiciones de acudir, una vez más, en socorro de sus aliados.
Los austro-alemanes del general August von Mackensen por el norte y el
oeste y los búlgaros y turcos por el sur, derrotaron la tenaz resistencia del
Ejército rumano. El 29 de noviembre, Mackensen hizo su entrada en
Bucarest. A finales de año las tropas rumanas sólo conservaban una pequeña
porción de su territorio, en la zona de Moldavia frontera con Rusia, y el frente
del este se extendía ininterrumpido entre el golfo de Riga y la desembocadura
del río Danubio.
Si los Imperios Centrales tenían algún punto flaco, ese era, a priori, la
situación de su aliado, el Imperio otomano. El viejo Estado turco vivía una
prolongada crisis de descomposición y las últimas derrotas militares no
hacían presagiar nada bueno. Además, sus extensas fronteras limitaban en
amplios sectores con territorios dominados por rusos y británicos y en el

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interior del Imperio las minorías cristianas —los armenios, sobre todo—
podían convertirse en una peligrosa quinta columna.
Un peligro que no escapaba a la consideración de rusos e ingleses era la
influencia que la autoridad religiosa del sultán otomano pudiera ejercer sobre
los pueblos musulmanes que les estaban sometidos. Tal posibilidad, que
también fue tenida en cuenta por los alemanes, no fue nunca una realidad, si
se excluye el levantamiento sesussi en la Tripolitania italiana o los episódicos
disturbios antibritánicos en la India y anti-rusos en el Turquestán y Georgia.
Sin embargo, empujó a los ingleses a anexionarse la isla de Chipre y a
establecer un protectorado en Egipto antes de que terminase 1914 y propició
luego la intervención rusa en el norte de Persia.

Izquierda: Fernando de Rumanía. Derecha: Artillería rumana a comienzos de la guerra.

En sentido inverso, la actividad de los agentes zaristas entre la población


armenia sometida a los turcos propició las terribles deportaciones y matanzas
de 1915-16, en las que poblaciones enteras fueron masacradas por los
otomanos en el curso de una represión genocida.
Durante los primeros meses de su intervención en la guerra, los turcos
desplegaron una gran actividad en el frente caucásico. Los planes del
generalísimo turco, Enver Pachá, eran tan ambiciosos como irrealizables.
Entusiasmado por la idea panturania —unión de todos los pueblos de
origen turco—, proyectaba atravesar el Cáucaso y, a través de las estepas del
sur de Rusia, llegar al Asia central y unir a su causa a los pueblos de origen
turco y mongol que estaban integrados en el Imperio ruso.

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El escenario turco

Contra el parecer de sus consejeros alemanes, Enver hizo avanzar hacia la


Armenia rusa a dos de sus mejores cuerpos de ejército. Un tercero, más al
este, debía dirigirse hacia Tiflis.
En pleno mes de diciembre, las mal pertrechadas tropas turcas sufrieron lo
indecible. Al principio, los desorientados rusos, mal armados y peor
mandados, se retiraron en desorden. Pero el general Yudenitch logró
restablecer la calma y contraatacar. La ofensiva emprendida por los otomanos
en Sarikamish fracasó estrepitosamente y los invasores dejaron 40.000
hombres en el campo de batalla.
En los primeros meses de 1915 las autoridades turcas realizaron una
movilización extraordinaria, que puso en pie de guerra a 800.000 soldados, y
un gran esfuerzo para modernizar su equipo. La medida llegó muy a tiempo,
porque en su búsqueda del punto débil los estrategas de la Entente habían
señalado d Imperio otomano.
La primera operación tuvo lugar en los Dardanelos, uno de los estrechos
que separan la Turquía europea de la asiática. El proyecto fue defendido por
Winston Churchill, que comprometió en él su prestigio, y contó con el apoyo
de algunos políticos como Briand y Asquith y de algunos militares, que no
veían solución a la guerra en los frentes ya establecidos.
El desembarco de tropas en los Dardanelos debía abrir la vía de los
suministros a Rusia, aliviar la presión de los turcos en el Cáucaso y convencer
a las naciones balcánicas para que intervinieran en el conflicto del lado de la
Entente.
Sospechando la maniobra, Liman von Sanders había convertido las orillas
de los Dardanelos en una auténtica fortaleza, defendida por 350.000 hombres
y gran cantidad de artillería. Tras un ataque exploratorio en febrero, la flota
aliada intentó forzar el paso del Estrecho el 18 de marzo, pero sólo consiguió
convertirse en fácil blanco de los artilleros turcos y perdió la tercera parte de
sus navíos en el combate de Canakkale.
El ministro británico de la Guerra, lord Kitchener, dispuso entonces el
desembarco de un cuerpo expedicionario franco-británico en Seddulbarch y
Gapa Tepe, en la península de Gallípoli (25 de abril). Pero los turcos,
mandados por Mustafá Kemal, resistieron la embestida de los 150.000
hombres del general Hamilton.

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Un nuevo desembarco en la bahía de Suvla, más al norte, fracasó
igualmente (agosto). La capacidad combativa de los otomanos asombró a los
generales aliados, que, sin embargo, se obstinaron en mantener abierto aquel
frente. A finales de noviembre, resignado con la derrota, lord Kitchener
ordenó la evacuación. Cuando el último soldado diado abandonó Gallípoli,
era ya el 6 de enero de 1916, y los franco-británicos habían sufrido unas
145.000 bajas.
No tuvieron mejor suerte las tropas británicas del general John Nixon, que
desembarcaron a finales de 1915 en el golfo Pérsico. Mal pertrechados y
acosados por un número muy superior de turcos, la marcha de los invasores
hacia Bagdad se convirtió en un calvario.
La llegada de grandes refuerzos otomanos, procedentes de los Dardanelos,
obligó a la 6.ª división del General Townshend a encerrarse en Kut-el-
Amarna. Tras penoso asedio, los británicos se tuvieron que rendir en abril de
1916 en las más humillantes condiciones.
Más suerte tuvieron los rusos en el frente caucásico. En el mes de enero
de 1916, el gran duque Nicolás desencadenó una ofensiva que permitió a sus
tropas el paso por los desfiladeros que conducían a la Armenia turca. Tras
prolongados combates, los rusos ocuparon Trabzon y Erzerum durante la
primavera. Los otomanos tuvieron que rectificar sus líneas desde el mar
Negro hasta el Kurdistán y distraer a dos ejércitos de los estacionados en
Mesopotamia, lo que facilitaría el avance aliado en 1917.
En el mes de julio de 1916, las tropas de Yudenisch entraron en Erzinján,
pero un mes después fueron los turcos quienes tomaron la iniciativa y
desencadenaron dos ofensivas sobre Mush y Dersim, que fracasaron. A partir
de la llegada del otoño, el frente se inmovilizó, pero parecía inevitable el
derrumbamiento del desmoralizado Ejército turco en la primavera siguiente,
cuando ocurrieron los trascendentales sucesos del mes de marzo de 1917 en
Petrogrado.
Finalmente, las tropas otomanas situadas en el Sinaí desencadenaron un
ataque sobre el canal de Suez en el verano de 1916. Su fracaso permitió la
contraofensiva inglesa, que a finales de año irrumpían en Palestina tras haber
conquistado el-Arich y Gaza.
Conforme avanzaba la guerra y pueblos y gobiernos tomaban conciencia
de los sacrificios que imponía su prosecución, tomaba cuerpo la idea de que a
la hora de la victoria el botín debía ser lo suficientemente generoso como para
compensar tanto sufrimiento.

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A la idea de contención y de revancha que prevalecía en las estrategias
políticas al comienzo de la contienda, la sustituyeron los más ambiciosos
planes territoriales y económicos, que buscaban en la satisfacción de los
anhelos nacionalistas el establecimiento de un orden internacional duradero.
Tales proyectos trascienden lo meramente anecdótico, porque, además de
mantener viva en las poblaciones la ilusión por el esfuerzo bélico,
determinaban en buena medida los planes ofensivos de los Estados Mayores.
Además, en el caso de los aliados, terminaron convirtiéndose parcialmente en
realidad.

Eleuterio Venizelos, primer ministro griego.

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Bombardeo sobre las posiciones turcas en Palestina, 1917.

Los franceses basaban sus aspiraciones en la recuperación de Alsacia y


Lorena, reclamaban la región del Sarre y los sectores más nacionalistas —
animados por la diplomacia rusa— pretendían la anexión de todas las tierras
alemanas situadas en la orilla izquierda del Rhin. Además, deseosos de
impedir la recuperación de su rival secular, los políticos gatos comenzaron a
considerar, a partir de 1916, la división de la Alemania derrotada en varios
Estados independientes.
Los rusos manifestaron ya abiertamente sus intenciones en septiembre de
1914, por boca de su ministro de Exteriores, Sansonov. La Polonia alemana y
la Galitzia occidental austriaca formarían, junto con las provincias sometidas
a Rusia, una Polonia autónoma, aunque bajo la soberanía del zar. La Galitzia
oriental sería incorporada directamente a Rusia.
Los británicos no manifestaron ambiciones territoriales en Europa, pero
defendían la entrega de ciertos territorios como compensación a Bélgica y la
devolución del Schleswig-Holstein a Dinamarca. Por su parte, tenían puestos
los ojos en el Imperio colonial alemán.
La entrada de Turquía en la guerra desató las ambiciones en el seno de la
Entente. Por el acuerdo Sykes-Picot (16 de mayo de 1916), franceses y
británicos delimitaron sus esferas de influencia en el Próximo Oriente con
vistas al final de la contienda.
Siria, Cilicia y la zona norte de Mesopotamia quedarían como ámbito de
actuación del imperialismo francés; Palestina, Transjordania y la zona

Página 16
petrolífera del Irak serían el botín de los británicos, mientras que a los rusos
—con quienes se mantuvieron conversaciones al respecto— se les reservaba
la Tracia oriental, los Dardanelos y la Armenia turca.
Los italianos, que también manifestaron tener intereses en la zona,
obtuvieron la promesa del cuadrante sudoccidental de Anatolia, con la ciudad
de Adalía. Finalizando ya la guerra, el Gobierno británico se mostró dispuesto
a ceder parte de su futura colonia de Palestina a las organizaciones sionistas
para crear un hogar nacional hebreo (declaración Balfour de noviembre de
1917).
Los objetivos alemanes eran aún más grandiosos. Los halcones germanos
soñaban con una posguerra en la que Europa central —Mitteleuropa—
estuviera sometida a la hegemonía del Reich alemán. Ya en septiembre de
1914, el canciller Bethmann-Hollweg dio a conocer al Alto Mando germano
las aspiraciones del Gobierno para después de la victoria.
Francia perdería la zona costera entre Dunquerque y Boulogne y
determinadas zonas fronterizas con Lorena. Además, debería desarmar su
sistema de fortificaciones y pagar una fuerte indemnización de guerra.
Bélgica cedería Licia a Alemania y se convertiría en un protectorado —luego
se pensó en anexionarla al Imperio, junto con Luxemburgo— al igual que
Holanda. El Imperio austro-húngaro, convertido en un socio de segunda
categoría, tendría que aceptar los dictados del káiser y toda Europa central se
convertiría en una unidad económica a las órdenes de la política berlinesa.
En el este, Rusia perdería su frontera con Alemania. Polonia, los países
bálticos y Ucrania formarían Estados-tapón parcialmente colonizados por
alemanes y obedientes a los intereses del Reich. Fuera de Europa, Alemania
no sólo recuperaría sus colonias, sino que se anexionaría todo el África
central y convertiría a China en un protectorado.
Los austriacos entraron en la guerra sin especiales deseos anexionistas,
pero tras las campañas balcánicas de 1915, algunos sectores se mostraron
favorables a la incorporación al Imperio de Serbia y Montenegro, a la
rectificación de las fronteras con Italia y Rumanía y a la conversión de
Polonia en un Estado independiente bajo protectorado de Viena.
Los turcos, por su parte, no se conformaban con menos de la Armenia
rusa —especialmente el distrito de Kars, que les había pertenecido hasta 1878
—, la isla de Chipre y Egipto.
Las ambiciones de Italia quedaron plasmadas en el Tratado de Londres,
que ya hemos analizado. Respecto a los Estados balcánicos, Serbia, Bulgaria,

Página 17
Rumanía y luego Grecia, sus aspiraciones eran las mismas que habían
defendido en las guerras balcánicas de 1912-13.

Página 18
La guerra económica

La Primera Guerra Mundial alteró drásticamente la vida económica de los


países beligerantes y de los neutrales. Lo repentino del conflicto y la creencia
de que su duración sería breve hicieron que las potencias de ambos bloques
entrasen en él sin adecuar sus economías a las nuevas condiciones.

Tripulación de un torpedero búlgaro en 1915.

La movilización masiva de combatientes, la utilización de los transportes


para el traslado de tropas y material bélico y la prioridad otorgada de modo
brusco a la producción de equipo de guerra ocasionaron graves trastornos a
las economías nacionales.
A ello se unió el bloqueo aliado a las Potencias Centrales y la guerra
submarina desatada por Alemania como respuesta. El bloqueo marítimo
aliado de los puertos enemigos forzó al establecimiento paulatino de un
régimen autárquico e intervencionista en la Europa central.
El cierre de las rutas navales y terrestres hacia Rusia creó gravísimas
dificultades al Estado zarista y contribuyó a precipitar los acontecimientos
revolucionarios de 1917. La guerra submarina entorpeció considerablemente
el suministro de productos a las industrias franco-británicas.

Página 19
Todo ello produjo una bajada continua en la producción industrial y
agraria de los países en guerra. La escasez de subsistencia obligó al
racionamiento de productos de primera necesidad. La prioridad concedida al
esfuerzo de guerra aconsejó un mayor control de la actividad económica por
parte de las administraciones. Los cuantiosos gastos ocasionados por el
conflicto llevaron a los contendientes a contraer enormes deudas con terceros
países.
Todas estas circunstancias contribuyeron a un replanteamiento global de
las relaciones económicas en el seno de los países contendientes y pusieron de
relieve la incongruencia del mantenimiento de una economía de mercado en
medio de una contienda universal. Surgió, pues, la economía de guerra, cuyas
más destacadas características eran las siguientes:
— La aparición de una planificación económica desarrollada por los
organismos del Estado, en abierta contradicción con los mecanismos liberales
hasta entonces predominantes. El pionero en la coordinación de los esfuerzos
industriales fue el financiero alemán Walter Rathenau, quien creó en 1914 el
Departamento de materias primas de guerra (K. R. A.), con la misión de
unificar los criterios en la producción de armamentos, buscar sucedáneos a las
materias primas que escaseaban por el bloqueo y determinar el destino de los
productos.
Tarde o temprano todos los países fueron adoptando sistemas parecidos.
La inspección de la producción industrial quedaba en manos de funcionarios
gubernamentales o bien de comisiones tripartitas de funcionarios, patronos y
obreros, como la British Control Boards, subordinada al Ministerio de la
Guerra británico.
— El problema de la mano de obra, agravado por las sangrías de 1915 y
1916, obligó a la importación de obreros de las colonias, y en aquellos países
que no los poseían, como era ya el caso de Alemania, a la promulgación de
una ley de Servicio Nacional —diciembre de 1916—, que movilizó a todos
los varones no aptos para el servicio militar, adolescentes y jubilados, sobre
todo, para determinados trabajos de interés nacional. También se favoreció la
inmigración de mano de obra desde los países vecinos y ocupados.
Mucha mayor importancia revistió la incorporación de mujeres a los
trabajos que hasta entonces habían sido coto cerrado de los varones. En los
transportes públicos, en las industrias de armamento o de maquinaria, en las
oficinas, miles de mujeres ocuparon el puesto de los trabajadores
movilizados, preparando así el ambiente para un cambio social sin
precedentes.

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— La libertad de comercio se vio entorpecida por la escasez de
subsistencias y los efectos del mutuo bloqueo. Los alemanes y sus aliados
intentaron resolver el problema mediante una explotación sistemática de los
territorios ocupados por sus ejércitos. El petróleo de Rumanía y el Cáucaso, el
carbón de Bélgica y Francia, los cereales de Polonia y Ucrania… se
convirtieron en objetivos estratégicos de primer orden, que compensaban
mínimamente la penuria provocada por el bloqueo.
Los aliados, por su parte,
encontraban menos trabas para
comerciar, pero el alza generalizada
de los precios y los efectos de la
guerra submarina terminaron
aconsejando una política conjunta.
Se creó entonces el Allied Maritime
Transport Council (Consejo Aliado
de Transportes Marítimos), que
distribuía los tonelajes del total de las
flotas aliadas según las necesidades
inmediatas de cada país.
Cartel de propaganda del alistamiento voluntario — Finalmente, la totalidad de los
en el ejército griego.
contendientes tuvieron que contraer
enormes deudas para hacer frente a
sus crecientes gastos. La actividad de los Bancos centrales terminó acarreando
una grave inflación —en Alemania, la circulación monetaria se quintuplicó
durante la guerra y los precios se doblaron—, por lo que hubo que recurrir
preferentemente a los préstamos exteriores. Este sistema, que pronto fue
impracticable para los aislados Imperios Centrales, se convirtió en práctica
común entre los aliados, sobre todo gracias a la interesada prodigalidad de los
Estados Unidos.
Al terminar la guerra, los americanos eran acreedores de sus aliados en
más de siete mil millones de dólares, concedidos, sobre todo, en calidad de
moratorias sobre el pago de mercancías. Los británicos eran acreedores de los
demás beligerantes en una cantidad ligeramente inferior y los franceses
habían efectuado préstamos por unos dos mil doscientos millones. Este
sistema de endeudamiento mutuo iba a pesar como una losa a la hora de
construir el mundo de posguerra.
Pese a los esfuerzos del Alto Mando naval, Alemania comenzó la guerra
en evidente inferioridad de condiciones respecto a las flotas de la Entente.

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La declaración de hostilidades sorprendió a una parte de los buques
germanos navegando en alta mar. La flota del Pacífico, con base en Tsingtao,
recibió la orden de regresar a Alemania, cosa que su comandante, el almirante
Maximilian von Spee, se apresuró a realizar.
Apercibido de que los cinco cruceros de Spee se dirigían hacia el cabo de
Hornos y temiendo que cortasen las líneas británicas de aprovisionamiento en
el Atlántico, el almirante británico Cradock les salió al paso frente a la
localidad chilena de Coronel. Los ingleses sufrieron una dura derrota.
Un mes después, la flota de Spee estaba en el Atlántico y se dirigía a la
base británica de las Malvinas (Falkland). Allí le esperaba la flota del
vicealmirante Doveton-Sturdee. El combate, librado el 12 de diciembre de
1914, fue fatal para los alemanes. Sólo el Dresden pudo escapar. Spee y unos
1.800 marinos se hundieron con sus buques.

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En aguas europeas sólo se libraron dos combates navales durante la
guerra. El primero de ellos tuvo lugar el 28 de agosto de 1914 frente a
Heligoland, cerca de la costa alemana. La flota germana perdió tres cruceros
y el káiser, alarmado, ordenó que en adelante permaneciese en sus bases.
No volvió a salir hasta el 31 de mayo de 1916, cuando en el estrecho de
Skagerak el almirante se enfrentó a las flotas de los británicos Jellicoe y
Beatty (batalla de Jutlandia). Las pérdidas fueron enormes en ambos bandos,
pero los alemanes demostraron su superioridad técnica. Aun así, la flota
germana regresó a sus bases y permaneció inactiva hasta el final de la guerra.
Los partidos socialistas afiliados a la Segunda Internacional —
mayoritarios en el panorama obrero europeo— entraron en una aguda crisis al
desencadenarse la Guerra Mundial.
La mayor parte de sus dirigentes estaban convencidos de que, en caso de
producirse el estallido bélico, el proletariado de los países beligerantes
impediría en bloque su continuación. Pero no se había perfilado una estrategia
común, pese a que el tema había sido ampliamente discutido en los congresos
de Amsterdam, Stuttgart y Copenhague.
Las sucesivas declaraciones de guerra pusieron en evidencia lo
equivocado de los planteamientos socialistas. Durante el verano de 1914, una
oleada de chauvinismo y de entusiasmo patriótico sacudió a las poblaciones
de las potencias europeas. Los anatemas a la guerra imperialista y a la ruptura
del internacionalismo proletario lanzados durante años por socialistas de
todos los países dieron paso a manifestaciones generalizadas de apoyo a la
política belicista de los gobiernos.
Las minorías parlamentarias socialistas votaron los créditos de guerra y se
adhirieron a las uniones sagradas que crearon los partidos burgueses en la
práctica totalidad de las naciones contendientes. Incluso algunos dirigentes
entraron a formar parte de los Gabinetes de guerra, como el belga
Vandervelde o el francés Guesde.
En Gran Bretaña, el Partido Laborista apoyó la gestión del Gobierno
Asquith, pero el Partido Laborista Independiente y algunas personalidades
como MacDonald se negaron a apoyar esta política. En Rusia, bolcheviques y
mencheviques condenaron en el Parlamento y en la calle la entrada de su país
en la guerra.
Jean Jaurés, patriarca del socialismo gato y principal defensor de la
corriente pacifista, fue asesinado la víspera de la entrada de su país en la
contienda. El movimiento obrero francés no sólo abjuró en aquel momento de

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las doctrinas del líder, sino que su oración fúnebre fue un canto a la unión
sagrada de todos los franceses contra el imperialismo alemán.
En Alemania, los sindicatos y el Partido Socialdemócrata no sólo
olvidaron en cuestión de horas su permanente conflicto con el
conservadurismo oficial, sino que la minoría parlamentaria del SPD —la más
numerosa del Reichstag— se apresuró a votar los créditos de guerra el 4 de
agosto.
En estos países, como en Austria-Hungría, en Bélgica y luego en Italia, en
Bulgaria, etcétera, las masas proletarias se sintieron arrastradas hacia la
participación en una guerra que en sus orígenes se planteaba como una
cruzada nacional y, a la vez —tal creían buena parte de los socialistas— como
la guerra que pondría fin a las guerras.
Sólo una minoría se permitió discrepar en el seno de la Internacional. Los
sectores izquierdistas de los distintos partidos nacionales condenaron sin
paliativos una guerra que consideraban imperialista. Pero la iniciativa para la
reconstrucción de un movimiento internacionalista, que surgió entre los
socialistas de los países neutrales, no obtuvo eco en sus correligionarios
beligerantes, divididos ya por un muro de odios.
Lentamente, sin embargo, fueron surgiendo grupos de activistas contrarios
a la guerra en el interior de cada país. A comienzos de 1915 era ya manifiesto
el alcance de la confrontación bélica y el peligro mortal que suponía para el
movimiento obrero. Neutrales e izquierdistas convocaron conferencias en
Berna y Copenhague, pero no obtuvieron resultados.
Finalmente, en septiembre de 1915 y a iniciativa del socialista suizo
Robert Grimm, se convocó una nueva conferencia en Zimmerwald (Suiza), a
la que asistieron delegados de la mayor parte de los países contendientes.
Los reunidos, pese a sus grandes discrepancias, llegaron a redactar un
Manifiesto que tuvo cierta resonancia entre los trabajadores europeos. Sus
frases finales eran las siguientes: Por encima de las fronteras, por encima de
los campos y de las ciudades devastadas, ¡proletarios de todos los países,
uníos!

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Puesto de mando de un submarino alemán.

De Zimmerwald salió un propósito decidido de acabar con la guerra, pero


también una izquierda internacionalista cohesionada —la Unión de
Zimmerwald— en la que se integraban socialistas rusos como Lenin, Zinoviev
y Balavanova, alemanes como Liebknecht, Luxemburgo, Radek y Zetkin, o
suizos como Platten y Grimm.
En el Congreso se creó una Comisión Socialista Internacional con la
misión de reconstruir la maltrecha Segunda Internacional y que iba a ser, en
cierta manera, el germen del movimiento comunista de la inmediata
posguerra.
Una segunda conferencia, reunida en la localidad suiza de Kienthal (abril
de 1916), vino a confirmar lo que ya se había visto en Zimmerwald: que el ala
izquierda de los internacionalistas, representada, sobre todo, por los
bolcheviques rusos y los espartaquistas alemanes —seguidores de Liebknecht
— era muy minoritaria y que el movimiento obrero estaba muy lejos de
reconstruir su unidad, rota por la guerra. El año 1917 comenzaba con las más
negras perspectivas para los sectores pacifistas.

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Las crisis internas de los contendientes

Tampoco el tercer año de guerra trajo la paz a los frentes de batalla.


Incluso las operaciones militares se estancaron más que en el bienio
precedente, alejando cualquier posibilidad de rendición inmediata de uno de
los bandos.
Dos acontecimientos, sin embargo, iban a alterar el rumbo del conflicto y
a dejar entrever su conclusión: la entrada en la guerra de los Estados Unidos y
la revolución en Rusia.
Si a ello se le añaden las crecientes dificultades materiales de los países
contendientes y la quiebra moral del frente interior en buena parte de ellos, se
puede afirmar que el año 17 incubó la crisis que desencadenó un año después
el desenlace de la guerra.
En el plano estrictamente militar, los frentes evolucionaron muy poco. En
Francia, la guerra de posiciones siguió condenando al fracaso cuantas
operaciones ofensivas se emprendieron; en Italia, pese al triunfo de
Caporetto, los austro-alemanes no consiguieron romper el frente enemigo; en
los Balcanes y en el frente ruso, a la movilidad de los años precedentes
sucedió un estancamiento de las líneas que sólo los acontecimientos internos
de Rusia iban a permitir romper. En el Próximo Oriente, por fin, los británicos
iniciaron un lento avance que les iba a llevar, un año después, hasta el
corazón de la Turquía asiática.
La necesidad de un mando único en ambos bandos, que evitase la pretérita
dispersión de esfuerzos, se abrió camino con cierta lentitud. En el bando
austro-alemán fue el general Hindenburg —que había sucedido a Falkenhayn
al frente del Ejército germano tras la derrota de Verdún— quien logró, sin
grandes dificultades, hacerse con la dirección conjunta de la guerra en
septiembre del 16.
Para 1917 el Ejército austro-húngaro —que combatía en tres frentes—
estaba al borde del colapso y sólo una interesada subordinación a los
alemanes podía permitirle continuar su esfuerzo de guerra.
En el bando de la Entente la unidad de mando tardó mucho más en llegar.
En diciembre de 1916, Joffre tuvo que dejar la dirección del Ejército francés.
Pagaba así sus errores ofensivos en Champaña y en el Somme. Le sustituyó el
general Nivelle, que se había cubierto de gloria en Verdún y que acariciaba el
sueño de romper mediante una ofensiva fulgurante el frente alemán.

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Para ello necesitaba el control de todas las tropas que operaban en
Francia, y así se le dio a entender durante una visita a Calais al premier Lloyd
George, que accedió a colocar el cuerpo expedicionario británico bajo la
autoridad del general francés. Pero Douglas Haig se negó a someterse a su
colega y hasta finales de año, tras el fracaso inglés de Passchendaele, no
empezó a tomar cuerpo tal medida.
A lo largo de 1917 la práctica totalidad de las naciones europeas
comprometidas en la guerra conocieron serias dificultades de orden político
planteadas por causas económicas, sociales y militares. En la mayoría de los
casos, estas crisis se habían originado uno o dos años antes.
El Gobierno liberal de Asquith, que se encontraba en el poder desde 1908,
no encontró grandes obstáculos para proseguir su labor en Gran Bretaña.
Patronos y obreros aceptaron sin reservas aparentes los sacrificios impuestos
por la guerra y un cierto intervencionismo estatal en los asuntos económicos.
En mayo de 1915 formó Asquith un Gabinete de guerra en el que dio entrada
a conservadores y laboristas.
Hasta 1916 sólo un sector minoritario del laborismo y de los sindicatos se
oponía a la política gubernamental. Pero los costosos errores de los
Dardanelos y de Mesopotamia y la desastrosa actuación de Haig en Flandes,
los efectos de la guerra submarina y de la economía de guerra y la política
laboral del Gobierno acabaron creando una creciente oposición.
Esta política consistía, básicamente, en sustituir a los obreros movilizados
por adolescentes y mujeres. Los trabajadores protestaron y como los
sindicatos controlados por los laboristas no se hicieran eco de sus
reivindicaciones, surgió un movimiento espontáneo de huelgas en defensa de
los puestos de trabajo y del mantenimiento del poder adquisitivo de los
salarios.
La dura respuesta del Gobierno, que empleó la legislación de guerra,
provocó la quiebra de la coalición gobernante y la salida de los laboristas del
Gabinete. Desprestigiado por los mediocres resultados de su gestión, Asquith
se vio forzado a dimitir.
En diciembre de 1916, Lloyd George se hizo cargo de un Gobierno de
coalición liberal-conservadora. Pese al aumento de la tensión social y de las
dificultades económicas, el premier británico mantuvo una enérgica actitud
favorable a la continuación de la guerra.
En Francia el problema no era solamente político y económico, sino
también militar. Los años de guerra de trincheras habían agotado la moral del
Ejército francés. Demasiado cercanos a la retaguardia como para no darse

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cuenta de su mísera condición, los soldados gallos habían ido incubando un
resentimiento que se plasmó en los motines de 1917.
Desde agosto de 1914, el Alto Mando francés había impuesto su autoridad
al Ejecutivo civil. Tanto Viviani como Briand habían tenido que soportar la
guerra de desgaste planteada por Joffre, con el enorme costo social que ello
representaba. Sin embargo, tras su sustitución por Nivelle y los fracasos del
nuevo general en jefe —en el Chemin des Dames sacrificó a buena parte de la
juventud francesa—, los militares perdieron casi toda su autoridad moral y se
convirtieron en blanco de las críticas. El resultado fue un reverdecer del
pacifismo, un renacimiento de la conflictividad social y el dejamiento de los
socialistas de la Unión Sagrada, que, a su juicio, beneficiaba a la derecha.
Durante la primavera de 1917, coincidiendo con la revolución rusa,
comenzaron a producirse motines en algunas unidades francesas. Pronto se
extendieron por el frente. Los soldados protestaban por la forma en que se
conducía la guerra, en la que eran sacrificados sin beneficio, y se negaban a
combatir. El peligro de un desmoronamiento del frente era evidente.
En noviembre dimitió el Gobierno Painlevé y le fue confiado el poder a
Georges Clemenceau. Asustado por lo que creía un movimiento
revolucionario, el jefe del Gobierno procedió a abortarlo por dos
procedimientos. Primero desató una despiadada represión no sólo contra los
amotinados —554 condenas a muerte, de las que se ejecutaron 49, sino
también contra los socialistas que habían abandonado la Unión Sagrada y
contra los pacifistas en general. Luego sustituyó al desprestigiado Nivelle por
Pétain, quien detuvo las costosas e inútiles ofensivas.

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Cartel alemán sobre la guerra de trincheras (arriba, izquierda). Cartel británico sobre el empréstito de
guerra (arriba, derecha).

La flota británica dirigiéndose hacia Jutlandia.

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Las tensiones entre el poder civil y el militar, patentes durante la guerra en
casi todos los países, fueron especialmente agudas en Alemania, donde el
Ejército siempre había tenido un considerable peso político.
La escasa suerte de las fuerzas alemanas a lo largo de 1916 había
convencido al canciller Bethmann-Hollweg de la necesidad de una solución
negociada a la guerra. Por ello se oponía a la reanudación de la lucha
submarina, que amenazaba con extender el conflicto a los Estados Unidos.
Pero Hindenburg y su segundo, Erich Ludendorff, eran decididos
partidarios de la utilización de todos los recursos disponibles para ganar la
guerra.
Se produjo el inevitable enfrentamiento entre ambas posturas. El canciller
pretendía que la decisión sobre la guerra submarina era de su competencia.
Hindenburg quería que la última palabra la dieran los militares. En el
Reichstag la izquierda socialista y la derecha militarista se unieron para
derrotar al jefe del Gobierno y los submarinos volvieron a su caza.
Como temía Bethmann-Hollweg, la reanudación de los ataques a los
buques mercantes dio pretexto a los Estados Unidos para declarar la guerra a
Alemania. Pero ello no mejoró su posición. Al contrario, en julio de 1917,
derrotada su vacilante política en el Parlamento y perdida la confianza del
káiser —que actuaba al dictado de Hindenburg— el canciller presentó su
dimisión. Michaelis y Hertling, que se sucedieron en la Cancillería en pocos
meses, no eran sino juguetes del Cuartel General, que parecía decidido a
ganar la guerra al precio que fuese.
Austria-Hungría atravesaba una crisis todavía mayor. A la carencia de
triunfos militares se añadían los graves problemas de abastecimiento de la
población. El conde Stürgkh, jefe del Gobierno imperial, parecía sólo
ocupado en mantener el orden público y aumentar el potencial militar y ello
molestaba a los húngaros y a los eslavos, que aprovecharon la coyuntura para
plantear sus reivindicaciones.
En Bohemia el movimiento nacionalista checo cobró nuevas fuerzas y en
la primavera de 1916, Masaryk y Benes crearon en París un Comité Nacional
Checo, que buscaba conseguir de los aliados el reconocimiento de una
Checoslovaquia independiente.
En Eslovenia, Bosnia y Dalmacia funcionaba desde 1915 un Comité
Nacional Sudeslavo, que preconizaba la unión con Serbia en un reino de los
eslavos meridionales. Los croatas, en cambio, no sentían grandes simpatías
por los serbios y pretendían independizarse de Hungría, aunque bajo el cetro
de los Habsburgos.

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Finalmente, los propios húngaros se mostraban reacios a colaborar en un
conflicto que consideraban austriaco. El jefe del Gabinete magiar, conde
Tisza, se negaba a enviar provisiones a la hambrienta población cisleithana y
pretendía reforzar el poder y la autonomía de la Corona húngara.
Estas tensiones políticas y sociales se agravaron tras el asesinato de
Stürgkh a manos del socialista Adler, en octubre de 1916. Un mes después
moría también el emperador Francisco José y su nieto y sucesor, Carlos I,
presintiendo ya el colapso del Imperio, comenzaba una búsqueda desesperada
de la salvación del trono a través de las negociaciones de paz —estorbadas
por Alemania— y de las tardías ofertas autonómicas a los eslavos.
La convulsión interna más aguda y el desmoronamiento más rápido
tuvieron lugar, sin embargo, en Rusia. Los acontecimientos de los años
1917-18, por su desarrollo y trascendencia, superan el marco de la Primera
Guerra Mundial, pero contribuyeron a alterar sustancialmente su curso.

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La revolución rusa

Las derrotas militares y el caos económico habían colocado a Rusia en


una situación desesperada durante el invierno de 1916-17. El escaso resultado
de la ofensiva de Brusilov en Galitzia y la inesperada resistencia de los turcos
en Armenia quemaron las últimas esperanzas de un triunfo militar rápido. El
descontento crecía entre las tropas y la población.
Cuando a estas circunstancias se unió un alza generalizada de los precios,
se desencadenó un movimiento de protesta en Petrogrado. El 7 de marzo de
1917 (23 de febrero, según el calendario ortodoxo) se inició un proceso
huelguístico que se transformó en revolución abierta cuatro días después. La
guarnición de la capital hizo causa común con los sublevados. Reaparecieron
los soviets de 1905, que acapararon parcelas de poder en todas partes y la
Duma tuvo que reconocer la situación revolucionaria, que escapaba ya al
control del Gobierno imperial.

Oficiales norteamericanos recibiendo lecciones de francés antes de incorporarse al frente.

El 15 de marzo, Nicolás II fue obligado a abdicar y ese mismo día la


Duma designó un Gobierno provisional encabezado por el príncipe Lvov.
A partir de aquí podía esperarse una evolución hacia una República de
corte liberal-democrático, pero la fuerza del movimiento soviético —que al
contrario que el Gobierno estaba dominado por los socialistas— y la

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pretensión del Gabinete Lvov de seguir fiel a la alianza con los franco-
británicos, torcieron pronto el rumbo de la revolución.
La desilusión provocada por el anuncio de la continuación de Rusia en la
guerra se plasmó en las revueltas que estallaron en el mes de mayo y que
costaron su puesto al ministro de Exteriores, el liberal Miliukov. Incapaz de
mantener su difícil situación, el Gobierno burgués de Lvov dimitió en julio y
fue sustituido por otro de centro izquierda, presidido por Alexander Kerenski.
Pero tampoco el nuevo Gabinete parecía dispuesto a plantear la salida de
Rusia de la guerra.
Ello favoreció la actuación de los bolcheviques, quienes, capitaneados por
Lenin —que había vuelto a Rusia en abril—, hallaban cada vez mayor eco a
sus propuestas pacifistas entre los soldados y los trabajadores. Mediante una
cuidadosa labor de zapa, el pequeño partido iba ganando adeptos en los
soviets y en las unidades militares, a la vez que preparaba un golpe de Estado
que le diera el poder.
Un primer intento fracasó en el mes de julio, pero Lenin y sus seguidores
aprendieron la lección, y la siguiente tentativa tuvo éxito. El 7 de noviembre
de 1917 (25 de octubre) los bolcheviques, dirigidos por Trotski, ocuparon los
centros neurálgicos de Petrogrado y depusieron al Gobierno de Kerenski. Ese
mismo día, el Segundo Congreso Panruso de los Soviets aceptaba los hechos
consumados y los grupos desalojados del poder —mencheviques y social-
revolucionarios de derecha— pasaban a la oposición.
En las capitales de la Entente, el triunfo bolchevique cayó como un
mazazo. El temor se transformó incluso en pánico cuando se conocieron las
primeras medidas de los nuevos gobernantes. El Decreto sobre la paz exigía
una paz inmediata, sin anexiones ni reparaciones, lo que contrariaba los
planes ofensivos de los aliados. El 15 de diciembre una delegación rusa
firmaba en Brest-Litovsk el armisticio de los Imperios Centrales, preliminar a
las conversaciones de paz. De la mano de los bolcheviques, la Rusia
revolucionaria abandonaba la guerra.

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Los Estados Unidos, en guerra

Fieles a su política de no intervención en los asuntos europeos, los


Estados Unidos habían proclamado su neutralidad en agosto de 1914. Pese a
ello, los círculos económicos norteamericanos se habían lanzado a una carrera
comercial para abastecer las necesidades de material y alimentos de los
contendientes.
Puesto que Alemania se encontraba sometida al bloqueo marítimo, la
mayor parte de esas compras fueron realizadas por los franco-británicos. Ello
determinó que los empresarios y banqueros estadounidenses acabasen
deseando con todas sus fuerzas el triunfo de la Entente, único medio de
recuperar sus inversiones.
Contagiado por este ambiente, el presidente Wilson —que no se cansaba
de hacer llamamientos a la paz— tuvo que conceder autorización a los medios
financieros de su país para que facilitasen créditos a los Gobiernos aliados,
como medio de financiar las exportaciones norteamericanas. Esto incrementó
el interés de sus compatriotas en el triunfo de la Entente.
Ahora bien, este fructífero comercio debía hacerse por mar y la actividad
de los submarinos alemanes hacía peligroso el tráfico por el Atlántico. Wilson
se convirtió en el defensor de la libertad de los mares. El hundimiento de los
transatlánticos Lusitania y Sussex, que costó la vida a varios súbditos
norteamericanos, llevó al presidente a plantear un ultimátum a Alemania en
1916.
La guerra submarina se detuvo, pero los alemanes la reiniciaron a finales
de enero de 1917. Tres días después, los Estados Unidos rompían sus
relaciones diplomáticas con el Gobierno del káiser. Mientras, el tráfico en el
Atlántico se paralizaba progresivamente, ocasionando grandes pérdidas a la
economía norteamericana. Dando un paso hacia la guerra, Wilson decretó el
26 de febrero que los buques mercantes fueran artillados.
Dos hechos forzaron la declaración de guerra en la primavera de 1917. Un
telegrama captado por los británicos y remitido a Washington fue el primero.
En él, el secretario de Estado alemán, Zimmermann, ofrecía al Gobierno
mexicano la devolución de los territorios de Texas, Nuevo México y Arizona
—que los Estados Unidos les arrebataran a mediados del siglo pasado— a
cambio de una alianza militar con Alemania. La divulgación del telegrama —
de controvertida autenticidad— provocó una intensa reacción antigermana en
la opinión pública norteamericana.

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El 19 de marzo, un submarino alemán torpedeó a un mercante
estadounidense, que se hundió con su tripulación. Era el casus belli que
esperaban los círculos políticos y financieros. Tras una declaración del
presidente Wilson, el Congreso votó el estado de guerra con los Imperios
Centrales el 2 de abril.
Las expectativas abiertas por la entrada de Estados Unidos en el conflicto
fueron enormes. No sólo iba a volcar el coloso americano su potencial
económico en ayuda de sus aliados, sino que su aportación militar podía ser
decisiva, tanto en la lucha antisubmarina como en los frentes europeos.
Aunque el Ejército norteamericano estaba mal preparado y tardaría casi
un año en intervenir en la guerra, el sólo anuncio de su entrada en la
contienda levantó la decaída moral de las poblaciones aliadas, víctimas de las
crisis de 1916-17, y ayudó a paliar el efecto que la defección de Rusia produjo
en ellas.
A mediados de noviembre de 1916, los representantes militares de la
Entente volvieron a reunirse en Chantilly. A la vista de los fracasos ofensivos
de ese año y de los defectos en la coordinación de las operaciones, se acordó
iniciar una fuerte presión en todos los frentes antes de que, con la llegada de
la primavera, los austroalemanes estuvieran en condiciones de atacar a Rusia.

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El frente occidental

El plan no pudo realizarse. El Ejército ruso no estaba en condiciones de


desarrollar un esfuerzo parecido al del año anterior y la revolución de marzo
anuló cualquier iniciativa en este sentido. Tampoco los italianos estuvieron en
condiciones de actuar antes de mayo. De forma que el peso de las operaciones
recayó sobre los franco-británicos.
Frente a las ofensivas de desgaste de Joffre, su sucesor Nivelle concibió
un ataque fulgurante, de gran intensidad, que buscase la ruptura de las líneas
alemanas en algún punto débil. También al contrario que su antecesor, decidió
que este ataque tendría lugar en la zona central del arco que formaban las
defensas enemigas.
Presintiendo la ofensiva, Hindenburg ordenó una retirada parcial en aquel
sector hacia una nueva línea fortificada en Saint-Quintín y La Fere (la línea
Hindenburg). Con ello mejoraba las posibilidades de la defensa alemana, que
no andaba sobrada de medios materiales.

Soldados muertos tras una escaramuza en el frente francés.

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Las tropas francesas cruzan el río Yser durante la ofensiva de julio de 1917.

El 9 de abril, en una maniobra de diversión, las tropas del general Haig se


lanzaron sobre la colina de Vimy, en el Artois, pero no pudieron avanzar más
allá. Tres días después, los franceses fracasaban en otra maniobra diversiva
sobre Saint-Quintin.
Sin desanimarse por estos comienzos, Nivelle desató una ofensiva que
consideraba definitiva en un amplio frente de 70 kilómetros entre el Oise y la
ciudad de Reims. Las 30 divisiones del V y VI ejércitos tenían como objetivo
las ciudades de Cambrai y de Douai, pero apenas comenzado el ataque —el
16 de abril— se estancaron en el vital Chemin des Dames.
Con la ayuda de los tanques, los franceses lograron perforar las posiciones
enemigas, pero los alemanes se replegaron a una segunda línea contra la que
se estrellaron todos los ataques. A comienzos de mayo, la ofensiva había
fracasado con un alto costo de vidas y el descontento se extendía en forma de
motines por el Ejército gato.
Destituido Nivelle, su sucesor, Pétain, se esforzó por levantar la moral de
los combatientes. Conociendo sus limitaciones, se negó a emprender
ofensivas de gran envergadura hasta la llegada de los norteamericanos y se
limitó a hostigar a los alemanes en sectores aislados del frente.

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La caída de Nivelle animó a su rival, Douglas Haig, a intentar desquitarse
de la derrota del Somme. Entre julio y diciembre, británicos, belgas y
canadienses, auxiliados por algunas unidades francesas, lanzaron un ataque
sobre Passchendaele, en Flandes.
Su intención era despejar los puertos belgas y destruir las bases de
submarinos enemigos. La batalla fue un sangriento fracaso que levantó una
oleada de protestas en Inglaterra. Tras su final, tampoco les quedaron ganas a
los británicos de embarcarse en nuevas aventuras.
En Italia, donde la agitación social y la resistencia a la continuación de la
guerra alcanzaba cotas alarmantes, la desmoralización de los combatientes era
evidente.
Conforme a lo previsto, el generalísimo Cadorna lanzó entre mayo y julio
una serie de ataques sobre el frente del Isonzo y el macizo del Carso. Pero la
ofensiva fue perdiendo fuerza hasta que se detuvo.
En el otoño, los austriacos recibieron refuerzos procedentes de Rusia,
entre ellos algunas divisiones alemanas. El 23 de octubre los austro-alemanes,
dirigidos por Conrad von Hötzendorf, pasaron al ataque a lo largo del Isonzo.
Un fallo táctico de Cadorna fue aprovechado por el XIV ejército alemán
(von Below) para romper el frente italiano en Caporetto. La retirada de las
tropas del general Capello se convirtió pronto en una precipitada huida. En
pocos días casi 300.000 hombres se rindieron al enemigo. Sólo tras el río
Piave, peligrosamente cercano al Po, se pudo recomponer la línea defensiva
italiana.
Cadorna tuvo que dejar su puesto al general Armando Díaz. Los aliados
enviaron a Italia al general Foch con ocho divisiones anglo-francesas y para
finales de año el frente se había estabilizado.
Hindenburg compartía el criterio de Falkenhayn sobre el frente ruso: era
preciso liquidado antes de presionar sobre Francia. La ofensiva de Brusilov
había continuado el formidable avance austro-germano de 1915, pero en los
inicios del año 17 los rusos aparecían debilitados y bajos de moral y los
alemanes acumulaban importantes efectivos en la zona.

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El frente oriental

Pero, pese a las favorables condiciones que ofrecía la revolución de


marzo, las fuerzas de los Imperios Centrales tardaron mucho en tomar la
iniciativa. Las ofensivas de Nivelle en Francia y de Cadorna en Italia
aconsejaban un compás de espera que se veía beneficiado por las dificultades
internas de los rusos.
Durante los primeros días del verano, el Gobierno Lvov decidió hacer un
nuevo esfuerzo por penetrar en el dispositivo enemigo. Brusilov, que se
mantenía en las posiciones ganadas a los austriacos en Galitzia, desencadenó
el 1 de julio la última ofensiva de envergadura del Ejército ruso.
El VIII ejército (Kornilov) atacó en dirección a Lemberg, pero tuvo que
detenerse y retroceder a los pocos días. La descomposición del Ejército era
tan grande que los refuerzos preparados se habían negado a entrar en
combate.
Una ofensiva paralela desarrollada en Moldavia por el Ejército rumano en
julio y agosto tampoco alcanzó sus objetivos. Las tropas del general
Averescu, entrenadas por oficiales franceses, no pudieron penetrar en los
Cárpatos pese a sus reiterados intentos (batalla de Maraseti).
Pasaron entonces los austro-alemanes al ataque. En el otoño
reconquistaron casi toda Galitzia y la Bukovina austriaca, pero en territorio
ruso apenas avanzaron y su único éxito importante fue la ocupación de Riga
el 3 de septiembre. Cuando los bolcheviques propusieron el inicio de
conversaciones para un armisticio, el frente ruso se mantenía todavía firme.

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Artillería francesa en el frente de Salónica, 1915.

En los Balcanes, la actuación del cuerpo franco-británico se veía


condicionada por la compleja situación griega. El Gobierno aliadófilo de
Venizelos en Salónica era repudiado por el rey Constantino, a quien se
consideraba partidario de las potencias orientales. En diciembre de 1916 se
llegó a una ruptura entre ambos y las fuerzas reales cortaron el ferrocarril de
Atenas a Salónica, bloquearon las costas de Tracia y Macedonia y atacaron a
los marinos franceses que habían desembarcado en El Pirco.
Hasta el mes de junio de 1917 no pudieron reaccionar los aliados.
Enviaron entonces al general Jonnart a Aterías, quien exigió la salida del rey
hacia el exilio. Le sustituyó su hijo Alejandro, y Venizelos, que había vuelto a
la capital como primer ministro, declaró la guerra a los Imperios Centrales.
Resuelto el problema griego, las fuerzas de Sarrail —un heterogéneo
conglomerado de franceses, ingleses, italianos y serbios— se dispusieron a
atacar al enemigo —alemanes, austriacos, búlgaros y turcos— en toda la
extensión del frente macedonio. No obstante, hubo que esperar hasta que, en
la primavera de 1918, el Ejército griego estuvo en condiciones de actuar.

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El Próximo Oriente

La crítica situación que atravesaban las fuerzas turcas en Armenia pudo


ser salvada a lo largo de 1917 gracias al desmoronamiento del Ejército ruso.
Para el verano, los otomanos estaban en condiciones de pasar a la ofensiva
hacia el Cáucaso.
Sin embargo, la amplitud de los frentes a cubrir por las tropas del sultán
dispersaba y esterilizaba sus esfuerzos. A comienzos de año, Enver Pachá
mantenía 12 divisiones frente a los rusos en Armenia y cinco en Persia;
oponía a los británicos diez divisiones en Palestina, cinco en Mesopotamia y
una en el Yemen; y, además, concentraba otras seis en Tracia, cinco en los
Dardanelos y una en Rumanía. En conjunto, un pequeño ejército con un
amplísimo territorio que proteger.
Los británicos se apoyaban en dos puntos para progresar hacia el interior
del Asia otomana: en Mesopotamia mantenían una cabeza de puente tras el
desastre de Kut. En febrero de 1917 las tropas del general Marshall
comenzaron a remontar el Tigris. El 24 cayó Kut nuevamente en su poder. El
7 de marzo los británicos y neozelandeses entraron en Bagdad. A finales de
ese mes, una columna se desviaba hacia el Eufrates y amenazaba Siria y
Anatolia.
Los turcos, más preocupados por el frente palestino, retrocedían sin
ofrecer apenas resistencia. Tras un largo paréntesis provocado por el verano,
los británicos alcanzaron Tikrit, en el Tigris medio, en noviembre.
Las operaciones en Palestina fueron más lentas. Tras forzar el paso de
Suez en agosto de 1916, las tropas del general Murray avanzaron
penosamente por el Sinaí, venciendo la obstinada resistencia de los turcos. Un
desastroso ataque contra Gaza le costó el puesto a Murray, que fue sustituido
en abril de 1917 por Allenby.
Este consiguió tomar la plaza de Beersheba en octubre y, ayudado por los
árabes de Hussein, señor del Hedjaz, se apoderó de Palestina en los dos meses
siguientes. El 9 de diciembre, Allenby entraba en Jerusalén y se disponía a
introducirse en el corazón del Imperio.
El último año de la guerra tuvo un desarrollo muy diferente al de sus
precedentes, y ello obedeció fundamentalmente a tres causas militares y a una
de carácter social.
El definitivo derrumbamiento bélico de Rusia permitió a los alemanes
trasladar enormes fuerzas al teatro francés y atacar, por primera vez desde

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1914, en toda la extensión del frente. La llegada masiva de material y tropas
de los Estados Unidos posibilitó a los aliados contraatacar victoriosamente en
el verano y el otoño. Por otro lado, el implacable avance de los franco-
británicos en los frentes considerados hasta entonces secundarios —los
Balcanes y el Próximo Oriente acarreó el colapso de Turquía y Bulgaria y el
principio del fin para las Potencias Centrales.

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El desenlace (1918)

En el plano social, la prolongada crisis económica y los sacrificios


exigidos a la población, junto con la influencia de la revolución rusa,
provocaron los movimientos revolucionarios internos que darían la puntilla a
Alemania y Austria-Hungría a finales de año.
Durante los tres años precedentes ambos bandos habían consumido
ingentes cantidades de hombres y de material. Grandes zonas del Continente
habían sido devastadas por los combates y arruinadas por la ocupación
militar. Frustradas reiteradamente las salidas al conflicto mediante una
victoria de las armas, era cada vez más evidente que se alzaría con el triunfo
el bloque que resistiese más, que demostrara una mayor capacidad para
devolver los golpes del adversario.
Los alemanes habían jugado esa baza con la guerra submarina. Mediante
ella buscaban el estrangulamiento económico del adversario. Pero esta
medida extrema no sólo se había revelado insuficiente, sino muy perjudicial,
por cuanto implicó la entrada de los Estados Unidos en la guerra.
A comienzos de 1918, los Imperios Centrales estaban mucho más cerca
del agotamiento que sus rivales, pese a que su territorio no había sido
prácticamente afectado por la guerra. Los efectos del largo bloqueo se
dejaban sentir de un modo inequívoco y la falta de brazos para la agricultura
provocaba una permanente penuria de alimentos. La producción de trigo en
Alemania había descendido a la mitad de la cosecha de 1913 y otros
productos, como los combustibles, escaseaban cada vez más. En Austria el
problema se planteaba de un modo aún más agudo y el racionamiento era
rigurosísimo.
Por otra parte, la revolución bolchevique ejercía un fuerte atractivo para
los trabajadores y soldados de uno y otro bando. La unión sagrada de los
socialistas con los partidos burgueses había muerto en todas partes a lo largo
de 1916 y 1917 y sólo la represión gubernamental o el interés nacional
mantenían la necesaria cohesión social. El ansia de paz y la esperanza de una
revolución inminente resucitaba en el proletariado los añejos ideales
internacionalistas y confería un valor de símbolo y modelo a la dictadura
bolchevique.
También en Francia, Gran Bretaña e Italia los trabajadores se enfrentaban
abiertamente con las consignas belicistas de sus Gobiernos. Los movimientos
huelguísticos tomaban en muchos casos un carácter de rebelión política, pero

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en su fondo subyacía el cansancio de la guerra y la protesta por las difíciles
condiciones económicas.
Aun así, la situación de los países de la Entente era muchísimo mejor que
la de sus adversarios. Al dominio de los mares y a las disponibilidades
crediticias se había ido sumando la entrada en guerra de nuevos países —
Portugal, China, Brasil…— que aportaban su esfuerzo al triunfo aliado. A los
franceses, británicos e italianos les bastaba con aguantar hasta la llegada de
los norteamericanos. Luego podrían ganar la guerra.
A pesar de estas circunstancias, eran cada vez más los que veían la
solución en una haz negociada, por la que se establecieran unas bases
equitativas para la convivencia internacional.
Desde el comienzo de la guerra eran numerosas las personas e
instituciones que habían ofrecido su mediación; destacaban los reiterados
ofrecimientos del presidente Wilson, quien en un plan de paz formulado en
1918 —los catorce puntos— proponía eliminar todas aquellas causas
objetivas que habían llevado al conflicto. Mientras los beligerantes alentaron
esperanzas de triunfo, tales iniciativas no fueron tomadas en serio, pero la
situación varió a partir de 1917.

Recepción de la delegación rusa en Brest-Litovsk (arriba, izquierda). Retirada italiana tras el desastre
de Caporetto (arriba, derecha).

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Mapa del frente ruso desde los comienzos de 1916 hasta la paz de Brest-Litovsk (izquierda). Mapa de
las consecuencias de la Paz de Brest-Litovsk (derecha).

Negociando a espaldas de sus aliados alemanes, el emperador Carios de


Austria-Hungría y su ministro de Asuntos Exteriores, Czernin, buscaban la
salvación del Imperio. A través de su cuñado, el príncipe Sixto de Borbón-
Parma, el emperador propuso a los franceses una paz separada con la Entente
en la primavera de 1917.
A cambio de la garantía sobre la conservación de la integridad del
Imperio, el Gobierno de Viena se ofrecía a negociar la cesión de Alsacia y
Lorena a Francia a cambio de entregar a Alemania la Galitzia austriaca. Dado
que esta oferta contradecía las promesas hechas a Italia por el Tratado de
Londres, los países de la Entente no se dignaron contestar.
También los alemanes habían hecho propuestas de paz separada. Su oferta
a los rusos de una paz sin anexiones tenía por objeto dejar las manos libres al
Ejército alemán para actuar en Europa occidental. El suizo Grimm, encargado
de gestionar la paz, fue expulsado por el Gobierno ruso en la primavera de

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1917. Pero el triunfo bolchevique varió la situación. A partir de febrero de
1918 la paz ruso-alemana era un hecho y Hindenburg podía volcarse en otros
frentes.
En cambio, las conversaciones exploratorias mantenidas con los franceses
a partir de una resolución de paz adoptada por el Reichstag en julio de 1917,
fracasaron ante las pretensiones galas sobre Alsacia y Lorena.
Una oferta de paz global fue lanzada por el papa Benedicto XV en agosto
de ese año. En su propuesta —comunicada a todos los beligerantes— se
pedían soluciones racionales para las reivindicaciones francesas e italianas, se
solicitaba la liberación de Bélgica y la autodeterminación para Polonia. Unas
propuestas demasiado católicas —aunque el miedo al socialismo fuera uno de
sus principales motores— que no fueron tomadas en consideración por nadie.
Los triunfos en Caporetto y en Rusia, por un lado, y las victorias en el
Próximo Oriente y la esperada intervención norteamericana, por el otro, iban
a impedir que, desde el invierno de 1917-18, se formulasen nuevas propuestas
de paz honorable.
Tras la firma del armisticio, rusos y austro-alemanes comenzaron a
negociar la paz. Las conversaciones se iniciaron en Brest-Litovsk el 22 de
diciembre.
Apenas comenzadas, la delegación bolchevique sorprendió a sus
interlocutores exhibiendo el Decreto sobre la paz de los soviets y solicitando
la conclusión de una paz general, sin anexiones ni reparaciones, y que
reconociese el derecho de los pueblos a la autodeterminación. Las Potencias
Centrales se adhirieron, en principio, a la propuesta, pese al peligro que
entrañaba para Austria-Hungría, pero pronto mostraron sus cartas.
El delegado alemán, Kühlmann, pretendía que la autodeterminación se
aplicase primero a las minorías no rusas del antiguo Imperio zarista. Estos
territorios —los países bálticos, Polonia, Ucrania— se convertirían en
Estados-tapón sometidos al protectorado alemán. Como los rusos se
resistieran a ello, el Gobierno germano reconoció el 9 de febrero la
independencia de Ucrania mediante un tratado de paz con el Parlamento
nacionalista (la Rada). Trostki suspendió entonces las negociaciones.
La respuesta de los austro-alemanes fue contundente. El 18 de febrero
iniciaron una potente ofensiva en todo el frente. Los desconcertados soldados
rusos, que esperaban la inmediata conclusión de la paz, retrocedieron en
desorden.
A principios de marzo, cuando los bolcheviques volvieron a la mesa de las
negociaciones, Hindenburg había ocupado los países bálticos, la Rusia blanca,

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Ucrania, Besarabia y la Moldavia rumana. Los turcos, por su parte, avanzaban
incontenibles por el Cáucaso.

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El frente occidental

Abrumados por la derrota y deseosos de salvar la revolución al precio que


fuera, los bolcheviques aceptaron todas las condiciones. Por el Tratado de paz
firmado el 3 de marzo de 1918, Rusia perdía Finlandia, Estonia, Livonia,
Lituania, Ucrania y las provincias caucásicas. También abandonaba
Besarabia, que, declarada autónoma en principio, fue luego entregada al
gobierno-títere instalado por los alemanes en Bucarest (mayo). A cambio,
Rumanía cedía la Dobrudja meridional a Bulgaria.
La paz de Brest-Litovsk hizo concebir a Hindenburg grandes esperanzas.
La capitulación de Rusia permitía el traslado al frente francés de casi un
millón de combatientes veteranos y de abundante armamento.
Con estas fuerzas montó Ludendorff una ofensiva que se proponía hundir
el frente francés antes de que la llegada de los norteamericanos inclinase la
balanza del lado de los aliados.

Soldados franceses con máscaras anti-gas en una trinchera, 1917.

Divididas en dos grupos de ejércitos, las 172 divisiones acumuladas entre


Flandes y Lorena pasaron al ataque a finales de marzo. En el Somme, los

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ejércitos de Below, Marwitz y Hutier rompieron el dispositivo aliado.
Peronne, Montdidier y otras importantes plazas cayeron en poder de los
alemanes en pocos días.
Esta segunda batalla del Somme provocó una grave crisis entre los
aliados. Acusados de falta de coordinación, Pétain y Haig fueron obligados a
someterse al mando supremo del general Foch, quien, cerca de Amiens, logró
cortar la ofensiva enemiga hacia los puertos del canal.
El 9 de abril, Ludendorff lanzó una nueva operación, esta vez sobre
Flandes. Pese a la captura de Armentières, los germanos no lograron alcanzar
Caíais, lo que hubiera supuesto el cerco del Ejército belga.
Una tercera ofensiva, iniciada el 27 de mayo entre el Oise y Champaña,
obligó a los franceses a repasar apresuradamente el Aisne y el Mame.
Soissons y Chateau-Thierry cayeron en poder de los alemanes. Reims quedó
prácticamente cercada y volvió a plantearse la amenaza sobre París.
Sin embargo, no se pasó de ahí. Las tropas de Pétain resistieron en el
Mame y en Champaña cuantos ataques se les lanzaron en junio y julio.
Ludendorff tuvo que darse por vencido. La segunda batalla del Marne se
saldaba con un triunfo defensivo de los franceses.
Aureolado por la victoria, Foch se convirtió en comandante supremo de
todas las fuerzas aliadas. Decidido a no dar tregua a los alemanes,
desencadenó sobre la marcha una contraofensiva. Entre el 18 de julio y el 8 de
agosto los grupos de ejércitos de Fayolle y Maistre —siete ejércitos
perfectamente equipados— recuperaron todo el terreno perdido en los meses
precedentes (contraofensiva de rescate).
Ese último día, el 8 de agosto, el IV ejército británico de Rawlison rompió
definitivamente el frente alemán frente a Amiens. Ludendorff ordenó el
repliegue hacia la línea Hindenburg, pero un ataque aliado a lo largo de toda
la línea le hizo saltar en varios puntos (26 de septiembre-11 de octubre).
Una segunda barrera defensiva levantada apresuradamente apenas
contuvo dos semanas a las tropas de Foch, que eran muy superiores en
número y armamento. En Lorena, los norteamericanos de Pershing
presionaban también a la débil línea alemana.
El Ejército alemán se replegó hacia la frontera belga, perseguido
implacablemente por 12 ejércitos aliados. Cuando se firmó el armisticio, el 11
de noviembre, el frente formaba una línea oblicua entre Gante y la frontera
suiza. En junio, los austriacos emprendieron una ofensiva en Italia con tropas
llegadas de Ucrania, pero fueron fácilmente contenidos. Pese a ello, los

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aliados no estuvieron en condiciones
de recuperar lo perdido en Caporetto
hasta el otoño.
El 25 de septiembre el general
Díaz atacó en el Alto Adigio. Poco
después los aliados repasaban el
Piave y el 24 de octubre infligían a
los austro-alemanes la decisiva
derrota de Vittorio-Véneto. El 3 de
noviembre, anticipándose a su
derrota final, el Ejército austriaco de
Italia se rendía en Padua.
El colapso general de los Combate aéreo en los meses finales de la guerra.
Imperios Centrales se hizo aún más
patente en los Balcanes, donde hasta entonces los anglo-franceses se habían
mantenido prácticamente a la defensiva. Reforzado por el Ejército griego, el
comandante aliado, Franchet d’Esperey, aguardó hasta septiembre para
lanzarse sobre los búlgaros.

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Mapa de las ofensivas alemanas en la primavera y verano de 1918.

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Hacia la paz

El sector elegido, una franja atrincherada de 20 kilómetros en el macizo


de Dobro Pole, sólo resistió la acometida de la infantería y la aviación
durante cinco días. Luego, el frente búlgaro se hundió. A través del valle del
Vaciar las tropas de la Entente penetraron en la Macedonia serbia en
dirección a Skopje.
El Alto Mando búlgaro intentó un repliegue ordenado, pero los motines
que ya se habían desencadenado el año anterior se reprodujeron entre algunas
unidades en retirada. La sublevación se extendió entre las tropas hambrientas,
que proclamaron la República y marcharon contra Sofía.
Las unidades leales al rey Fernando, reforzadas por un contingente austro-
alemán, les derrotaron, pero el primer ministro, Malinov, negoció el
armisticio con los aliados y obligó al monarca al exiliarse (29 de septiembre).
En el Asia otomana, los británicos reemprendieron su ofensiva en marzo
de 1918. Las tropas de Marshall remontaron el Tigris y penetraron en la
neutral Persia para alcanzar un objetivo precioso: los pozos petrolíferos de
Bakú, que el hundimiento de los turcos amenazaba con dejar en manos de los
bolcheviques.
En Siria, Allenby encontró grandes dificultades para vencer la resistencia
del IV ejército turco, mandado por Mustafá Kemal. Pero finalmente lo
consiguió: el 1 de octubre cayó Damasco; el 25, Alepo. Cuando, derrotados
en todos los frentes, los otomanos capitularon en la isla de Mudros (30 de
octubre), los británicos marchaban por el interior de Anatolia, en ruta hacia
Estambul.
La rendición de Bulgaria dejó abiertas las puertas del Danubio a los
aliados. Actuando como avanzada, los serbios recuperaron Belgrado el 1 de
noviembre. Al mismo tiempo, otra columna se había abierto paso a través de
territorio búlgaro hacia Rumanía.
El emperador Carios, que en el manifiesto a sus pueblos del 17 de octubre,
había prometido el establecimiento de una monarquía federal, tuvo que
rendirse a la evidencia. Ya era tarde para salvar al Imperio.
El 29 de octubre la Dieta croata proclamó la independencia. Once días
después, en Ginebra, los representantes de los eslavos meridionales del
Imperio acordaban unirse con Serbia y Montenegro en un nuevo Estado.

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Tropas británicas trasladando a un prisionero alemán en el Somme.

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Mapa del asalto aliado a las líneas alemanas entre julio y noviembre de 1918.

En Bohemia, los checos anunciaban también la creación de un Estado


propio. Y, finalmente, Hungría rompía sus lazos con los Habsburgos. El 13 de
noviembre, el Imperio se rendía y Carlos I abdicaba de un trono, que ya no
existía.
En Alemania el hundimiento de sus aliados decidió al káiser a buscar la
vía negociadora. Para ello designó canciller al príncipe Max de Badén, que
pidió la colaboración gubernamental al ala derecha de los socialdemócratas.

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El 3 de noviembre estalló un motín en la base naval de Kiel. La
sublevación se extendió como la pólvora y —pese a la oposición de los
socialistas gubernamentales— comenzaron a aparecer Consejos de obreros y
soldados en sustitución del poder imperial.
El día 9, Max de Baden cedió su puesto al socialdemócrata Ebert.
Guillermo II abdicó y huyó a Holanda. Dos días después, en Rethondes,
Matthias Erzberger firmaba la capitulación en nombre de Alemania. La Gran
Guerra había concluido.

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Cronología

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FRENTE FRENTE FRENTES
OCCIDENTAL ORIENTAL EXTRAEUROPEOS
Declaraciones de guerra entre Asesinato del archiduque Japón declara la guerra
Francia, Alemania y Austria. Los Francisco Fernando en Sarajevo. a Alemania. Los
alemanes invaden Bélgica. Gran Austria y Alemania, en guerra con japoneses conquistan el
Bretaña declara la guerra a Serbia y Rusia. Retirada alemana enclave alemán de
Alemania. Los alemanes entran en ante los rusos en Prusia oriental Kiao-cheu, en China.
1914
Francia. Batalla del Marne, Hindenburg detiene el avance Francia y Gran Bretaña
contraofensiva francesa. ruso en Tannenberg y Lagos declaran la guerra al
Estancamiento de las posiciones. Masurianos. Ofensiva rusa en Imperio otomano.
Las tropas anglo-belgas detienen el Galitzia. Los alemanes penetran Destrucción de la flota
avance alemán hacia el Canal. en la Polonia rusa. alemana del Pacífico.
Ofensiva turca sobre el
Ataque general de los austro-
canal de Suez.
Intento de ruptura del frente alemanes. Las rusos se repliegan
Ocupación del África
alemán en Artois y Champagne. a la línea San-Dniester. Ofensiva
del Sudoeste alemana.
Tratado de Londres. Italia entra en alemana. Ocupación de Polonia y
Hundimiento del
1915 guerra al lado de la Entente. Lituania. Los austríacos ocupan
transatlántico Lusitania,
Guerra de posiciones. Conferencia Serbia. Bulgaria entra en guerra
Campaña antialemana
de Chantilly. Unificación de las al lado de las potencias centrales.
en Estados Unidos.
operaciones aliadas. Fracaso anglo-francés en los
Desembarco británico
Dardanelos.
en el golfo Pérsico.
Ofensiva rusa en
Ofensiva rusa en Bukoviha y
Armenia. Toma de
Galitzia (ofensiva Brusilov). Las
Ofensiva alemana en Verdún. Erzerum y Trabzon.
tropas francesas de Salónica
Ofensiva aliada sobre el Somme. Batalla naval de
ocupan Monastir, en Macedonia.
1916 Éxito. Ataques austríacos en el Jutlandia. Los
Rumanía entra en guerra al lado
Trentino. Los italianos presionan británicos ocupan la
de la Entente. Ofensiva de las
sobre la línea del Isonzo. península del Sinaí pero
potencias centrales, que ocupan
son contenidos ante
casi todo el territorio rumano.
Gaza.
Ofensiva aliada en el Chemin des
Dames. Los alemanes se repliegan Revolución rusa. Abdicación del Estados Unidos declara
en Francia. Ofensiva italiana en el zar Nicolás II. Ofensiva rusa en la guerra a Alemania.
Carso, neutralizada por los Galitzia. La contraofensiva Los británicos ocupan
1917 austríacos. Contraataque y alemana permite la recuperación Palestina y entran en
desastre italiano de Caporetto. de Galitzia y Bukoviha. Bagdad. Declaración
Ofensiva británica en Flandes. Revolución de octubre en Rusia. Balfour sobre el
Primera utilización de carros de Armisticio ruso-alemán. problema judío.
combate.
Ofensiva general alemana en el
Paz de Brest-Litovsk entre Rusia y El Imperio otomano
frente francés. Los alemanes llegan
los Imperios centrales. Las reconoce su derrota por
al Marne, pero son contenidos.
aliados rompen el frente búlgaro el armisticio de Mudros.
Contraofensiva aliada en Francia,
en Macedonia. Las aliados Las tropas de Allenby
con participación de las tropas
1918 liberan Serbia, ocupan Bulgaria y ocupan Siria y Líbano.
americanas. Ruptura del frente
atraviesan el Danubio. Los británicos
alemán. Ofensiva aliada en el
Desintegración del Imperio intervienen en el
frente italiano. Armisticio de
austro-húngaro. Intervención Cáucaso y en el Asia
Compiègne. Rendición del Ejército
aliada en la guerra civil rusa. central rusa.
alemán.

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Bibliografía
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Siglo XXI, 1978. Reed, J., Diez días que estremecieron el mundo, Barcelona,
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Tau, 1972. Id., Historia de las Relaciones Internacionales, Madrid, Akal,
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