ANÁLISIS
Según el testimonio de los Hechos de los Apóstoles, el anuncio cristiano tuvo que confrontarse desde el inicio
con las corrientes filosóficas de la época. Ciertamente esto no era casual. Los primeros cristianos para hacerse
comprender por los paganos no podían referirse sólo a «Moisés y los profetas»; debían también apoyarse en el
conocimiento natural de Dios y en la voz de la conciencia moral de cada hombre.
En la historia de este proceso es posible verificar la recepción crítica del pensamiento filosófico por parte de los
pensadores cristianos. Este nuevo pensamiento cristiano que se estaba desarrollando hacía uso de la filosofía,
pero al mismo tiempo tendía a distinguirse claramente de ella.
Un puesto singular en este largo camino corresponde a Santo Tomás de Aquino, pues tuvo el gran mérito de
destacar la armonía que existe entre la razón y la fe.
Argumentaba que la luz de la razón y la luz de la fe proceden ambas de Dios; por tanto, no pueden contradecirse
entre sí. Más radicalmente, Tomás reconoce que la naturaleza, objeto propio de la filosofía, puede contribuir a
la comprensión de la revelación divina. La fe, por tanto, no teme la razón, sino que la busca y confía en ella.
Aun señalando con fuerza el carácter sobrenatural de la fe, el Doctor Angélico no ha olvidado el valor de su
carácter racional; sino que ha sabido profundizar y precisar este sentido. Precisamente por este motivo la Iglesia
ha propuesto siempre a Santo Tomás como maestro de pensamiento y modelo del modo correcto de hacer
teología.
Con la aparición de las primeras universidades, la teología se confrontaba más directamente con otras formas
de investigación y del saber científico. San Alberto Magno y Santo Tomás, aun manteniendo un vínculo
orgánico entre la teología y la filosofía, fueron los primeros que reconocieron la necesaria autonomía que la
filosofía y las ciencias necesitan para dedicarse eficazmente a sus respectivos campos de investigación.
Sin embargo, a partir de la baja Edad Media la legítima distinción entre los dos saberes se transformó
progresivamente en una nefasta separación. Debido al excesivo ‘espíritu racionalista’ de algunos pensadores, se
radicalizaron las posturas, llegándose de hecho a una filosofía separada y absolutamente autónoma respecto a
los contenidos de la fe.
Las radicalizaciones más influyentes son conocidas y bien visibles, sobre todo en la historia de Occidente. No
es exagerado afirmar que buena parte del pensamiento filosófico moderno se ha desarrollado alejándose
progresivamente de la Revelación cristiana, hasta llegar a contraposiciones explícitas.
En el siglo pasado, algunos representantes del idealismo intentaron de diversos modos transformar la fe y sus
contenidos, incluso el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, en estructuras dialécticas concebibles
racionalmente. A este pensamiento se opusieron diferentes formas de humanismo ateo, elaboradas
filosóficamente, que presentaron la fe como nociva y alienante para el desarrollo de la plena racionalidad.
Además, como consecuencia de la crisis del racionalismo, ha cobrado entidad el nihilismo. Como «filosofía de
la nada», logra tener cierto atractivo entre nuestros contemporáneos. Sus seguidores teorizan sobre la
investigación como fin en sí misma, sin esperanza ni posibilidad alguna de alcanzar la meta de la verdad.