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El Hombre y La Herencia de Matilde Arcángel
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pecado de nacerle una hija tras otra con la misma mala costumbre, No se acuerda. Y cada vez que piensa en elas, ora y dice: «Que Dios las ampare a las dos» Pero mi papa alega que aquello ya no tiene remedio. La peligrosa es la que queda aqui, la Tacha, que va como palo de ocote crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser como los de sus hermanas: puntia- gudos y altos y medio alborotados para llamar la atencién. -Si —dice—, le Ilenaré los ojos a cualquiera donde- quiera que la vean. Y acabaré mal; como que estoy viendo que acabard mal Bsa es la mortificacion de mi papa. Y Tacha llora al sentir que su vaca no volver porque se Ja ha matado el rio, Esté aqui, a mi lado, con su vestido color de rosa, mirando el rfo desde la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el rio se hubiera metido dentro de ella. Yo la abrazo tratando de consolatla, pero ella no entiende. Llora con més ganas. De su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las orillas del rio, que la hace temblar y sacuditse todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. EI sabor a podrido que viene de alld salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hinchar- se para empezar a trabajar por su perdicién. El hombre”* Los pies del hombre se hundieron en la arena dejando una huella sin forma, como si fuera la pezufia de algiin animal. Treparon sobre las piedras, engarruftdndose® al sentir la inclinacién de la subida, luego caminaron hacia arriba, buscando el horizonte. «Pies planos —dijo el que lo seguia—. Y un dedo de menos. Le falta el dedo gordo en el pie izquierdo. No abundan fulanos con estas sefias. Asi que sera faci La vereda subia, entre yerbas, llena de espinas y de ma- lasmujeres®. Parecia un camino de hormigas de tan angos- to. Subia sin rodeos hacia el cielo. Se perdia allé y luego volvia a aparecet mds lejos, bajo un ciclo mas Iejano. Los pies siguieron Ia vereda, sin desviarse. El hombre caminé apoyandose en los callos de sus talones, raspando las piedras con las ufas de sus pies, rasgufiandose los bra- 20s, deteniéndose en cada horizonte para medir su fin: «No I tieulo original en el manuscrito era «Donde el rio da de vuelay, pero luego se cambié con pluma por el rtulo actual. Lo refere asi Sergio Lépez. Mena y me lo confirmé el director de la Fundacién Rulfo. El primer tculo es interesante por cuanto deja entrever la imagen compleja ‘partir de la cual se despliega Ia imaginacién del narrador. Por lo demas, ef cuento casi no presenta variantes, y todas ellas son de derall. ® Engrs cls now 16 % Malasmujers: es el nombre vulgar para designar diversas hiecbas| silvestres (DMS) erp 133el mio, sino el de él», dijo. ¥ volvié la cabeza para ver quién habia hablado. Ni una gota de aire, sélo el eco de su ruido entre las ra- mas rotas. Desvanecido a fuerza de ir a tientas, calculando sus pasos, aguantando hasta la respiracién: «Voy a lo que voy», volvié a decir. Y supo que era él el que hablaba, «Subié por aqui, rastrillando el monte —dijo el que lo perseguia—. Corté las ramas con un machete. Se conoce que lo arrastraba el ansia, Y el ansia deja huellas siempre. Eso lo perdera». ‘Comenzé a perder el dnimo cuando las horas se alargaron y detras de un horizonte estaba otro y el cerro por donde subja no terminaba. Sacé el machete y corté las ramas duras como raices y tronché la yerba desde la raiz. Mascé un gar- gajo mugroso y lo arrojé a la tierra con coraje. Se chupé los dientes y volvié a escupis. El cielo estaba tranquilo allé arti- ba, quieto, trasluciendo sus nubes entre la silueta de los pa- los guajes*, sin hojas. No era tiempo de hojas. Era ese tiem- po seco y rofioso de espinas y de espigas secas y silvestres. Golpeaba con ansia los matojos con el machete: «Se amella- rd con este trabajito, mds te vale dejar en paz: las cosas». Oyé allé atras su propia vor. «Lo sefialé su propio coraje —dijo el perseguidor—. El ha dicho quién es, ahora s6lo falta saber dénde esté. ‘Termi- naré de subir por donde subié, después bajaré por donde bajé, rastredndolo hasta cansarlo. Y donde yo me detenga, alli estard, Se arrodillard y me pediré perdén. Y yo le dejaré ir un balazo en la nuca... Eso sucederd cuando yo te en- cuentre». Llegé al final. Sélo el puro cielo, cenizo, medio quema- do por la nublazén de la noche. La tierra se habia caido is guajes de acuerdo con el DMS, se trata de plantas rastreras de hojas y lores apestosas a zopilote, que producen frutos grandes, semejan- tesa la calabaza, usados en el campo para hacer vasjas pequefias que sieven para beber agua en ells. 134 para el otro lado. Miré la casa enfrente de él, de la que salfa al titimo humo del rescoldo. Se enterré en la tierra blanda, recién removida. Tooé la puerta sin querer, con el mango del machete. Un perro llegé y le lamié las rodillas, otro mas comtié a su alrededor moviendo la cola. Entonces empujé la puerta sélo cerrada a la noche. El que lo perseguia dijo: «Hizo un buen trabajo. Ni si quiera los despert6, Debis llegar a eso de la una, cuando el suefio es més pesado; cuando comienzan los suefios; des- pués del “Descansen en paz”, cuando se suelta la vida en ‘manos de la noche y cuando el cansancio del cuerpo raspa Jas cuerdas de la desconfianza y las rompe». «No debi matarlos « todas —-dijo el hombre—. Al menos no a todos», Eso fue lo que dij. La madrugada estaba gris, llena de aire frio. Bajé hacia el otro lado, resbalindose por el zacatal™. Solté el machete que llevaba todavia apretado en la mano cuando al fifo le entumecié las manos. Lo dejé alli. Lo vio brillar como un pedazo de culebra sin vida, entre las espigas secas. El hombre bajé buscando el rio, abriendo una nueva brecha entre el monte. Muy abajo el rfo corre mullendo sus aguas entre sabi- nos? Hlorecidos; meciendo su espesa cortiente en silen: cio. Caminay da vueltas sobre s{ mismo. Vay viene como una serpentina enroscada sobre la tierra verde. No hace tuido. Uno podrfa dormir alli, junto a él, y alguien oirfa Ja respiracién de uno, pero no la del rio. La yedra baja desde los altos sabinos y se hunde en el agua, junta sus manos y forma telarafias que el rio no deshace en ningiin tiempo. ® Zacata: cr. nota 13. ® Sebino: de acuerdo con DMS, en México el sabino es otro nombre para el abuebuete, &rbol que crece ala orilla de los ris 0 en lugares pan- tanosos y que adquiere enorme corpulencia. Suele estar cubierto de una pardsta blanquecina 135El hombre encontré la linea del rio por el color amarillo de los sabinos. No lo ofa. Sélo lo vela retorcerse bajo las sombras. Vio venir las chachalacas. La tarde anterior se ha- bian ido siguiendo el sol, volando en parvadas detras de la luz, Ahora el sol estaba por salir y ellas regresaban de nucvo. Se persigné hasta tres veces. «Disctilpenme», les dijo. Y comenz6 su tarea. Cuando llegé al tercero, le salian chorretes de ldgrimas. O tal vez era sudor. Cuesta trabajo matar, El cuero es correoso. Se defiende aunque se haga a la resignacién. Y el machete estaba mellado: «Ustedes me han de perdonar», volvié a decirles. «Se senté en la arena de la playa —eso dijo el que lo perseguia—. Se senté aqui y no se movié por un largo rato. Esperd a que despejaran las nubes. Pero el sol no salié ese dia, ni al siguiente. Me acuerdo, Fue el domingo aquel en que se me murié el recién nacido y fuimos a enterrarlo, No teniamos tristeza, s6lo tengo memoria de que el cielo esta- ba gris y de que las flores que llevamos estaban destefiidas y marchitas como si sintieran la falta del sol. »El hombre ese se quedé aqui, esperando. Alli estaban sus huellas: el nido que hizo junto a los matorrales; el calor de su cuerpo abriendo un pozo en la tierra hiimeda». «No debi haberme salido de la vereda —pens6 el hom- bre—. Por allé ya hubiera llegado. Pero es peligroso caminar por donde todos caminan, sobre todo llevando este peso que yo evo, Este peso se ha de ver por cualquier ojo que me mire; se ha de ver como si fuera una hinchazén rara. Yo ast lo siento, Cuando senti que me habia cortado un dedo, la gente lo vio y yo no, hasta después. Ast ahora, aunque no quiera, tengo que tener alguna schtal. Ast lo siento, por el peso, o tal vez el esfuer- zo me cansb». Luego afiadié: «No debt matarlos a todas; me hubiera conformado con el que tenia que marar; pero estaba oscuro y los bultos eran iguales.. Después de todo, asi de a muchos les costard menos el entierro». «Te cansaris primero que yo. Llegaré a donde quieres llegar antes que ti estés alli —dijo el que iba detrés de él—. 136 ‘Me sé de memoria tus intenciones, quién eres y de dénde eres y adénde vas. Llegaré antes que ta llegues» «Bite no es el lugar —dijo el hombre al ver el io—. Lo cruzaré au y luego mds alld y quizd salga a la misma orilla. Tengo que estar al otro lado, donde no me conocen, donde nunca he estado y nadie sabe de mi; luego caminaré derecho, asta llegar. De alli nadie me sacard nunca. : Pasaron mis parvadas de chachalacas, graznando con gri- tos que ensordecian. «Caminaré mds abajo. Agut el rio se hace un enredijo y puede devolverme a donde no quiero regresar» “Nadie te har dafio nunca, hijo. Estoy aqui para prote- gerte. Por eso naci antes que tii y mis huesos se endurecie- ron primero que los tuyos». Oia su vor, su propia vor, saliendo despacio de su boca. La sentia sonar como una cosa falsa y sin sentido.
mis borregos, cuando lo vi volver con la misma traza de desorientado. % Maliciar:segin el DRAB, maliciar es verbo transitivo; no eportala forma reflexiva empleada aut. Tampoco el DMS da cuenta de este uso reflexivo. En México, para muchos verbos la forma reflexiva es comiin en cl lenguaje popular 0 coloquial 3 “Arviar: no consta en el DRAE con un significado a en que se emplea aqui. De acuerdo con el DMS, arsiar suce veces por arrear.Se metié otra vez al rio, en el brazo de en medio, de regreso. «Qué trairé este hombre?», me pregunté. ¥ nada. Se eché de vuelta al rio y la corriente se solté zangolotedndolo como un reguilete, y hasta por poco y se ahoga. Dio muchos manotazos y por fin no pudo pasar y salié allé abajo, echando buches de agua hasta desentri- parse Volvié a hacer la operacién de secarse en pelota y luego arrendé* rio arriba por el rumbo de donde habfa venido, Que me lo dieran ahorita. De saber lo que habia hecho Jo hubiera apachurrado® a pedradas y ni siquiera me entra- rfa el remordimiento. Ya lo decia yo que era un juilén. Con sélo verle fa cara Pero no soy adivino, sefior licenciado. Sélo soy un cuida dor de borregos y hasta si usted quiere algo miedoso cuando da la ocasi6n. Aunque, como usted dice, lo pude muy bien agarrar desprevenido y una pedrada bien dada en la cabeza Jo hubiera dejado allf tieso. Usted ni quien se lo quite que tiene la raz6n. Eso que me cuenta de todas las muertes que debia y que acababa de efectuar, no me lo perdono. Me gusta matar ‘matones, créame usted. No es la costumbre; pero se ha de sentir sabroso ayudarle a Dios a acabar con esos hijos del mal. La cosa es que no todo quedé alli. Lo vi venir de nueva cuenta al dia siguiente. Pero yo todavia no sabia nada. ;De haberlo sabido! ne: el rérmino no consta en ninguno de los diceionarios de referencia. Por su contexto no requiere de mayor explicacin 2 Arrendar: cl nota 8. » Apachurrar: se encuentra en el DRAE por deipachurar. En el DMS, se sefala que en ciertasregiones de México se emplea de manera derrotar, irénica o festiva. El sentido figurado es el de acallar, venc aalguien. 140 Lo vi venir més flaco que el dia antes, con los hucsos afuerita del pellejo, con la camisa rasgada. No creé que fiue- ral, asi estaba de desconocido. Lo conoct por el arrastre™ de sus ojos: medio duros, como que lastimaban. Lo vi beber agua y luego hacer bu- ches como quien esta enjuagindose la boca; pero lo que pasaba era que se habfa tragado un buen puto de ajolo- tes'!, porque el charco donde se puso a sorber era bajito y estaba plagado de ajolotes. Debia de tener hambre. Le vi los ojos, que eran dos agujeros oscuros como de cueva. Se me arrimé y me dijo: «;Son tuyas esas borre- gas?». Y yo le dije que no. «Son de quien las parié», eso Te dije. No le hizo gracia la cosa. Ni siquiera pelé el diente. Se pegé a la més hobachona de mis borregas y con sus manos como tenazas le agarré las patas y le sorbié el pezén. Hasta acd se ofan los balidos del animal; pero él no la soltaba, se- guia chupe y chupe hasta que se hastié de mamar. Con decitle que tuve que echarle criolina en las ubres para que se le desinflamaran y no se le fueran a infestar los mordiscos que el hombre les habia dado. Dice usted que maté a toditita la familia de los Urqui- di? De haberlo sabido lo atajo a puros lefiazos. Pero uno es ignorante. Uno vive remontado en el cerro, sin més trato que los borregos, y los borregos no saben de chismes Y al otro dia se volvié a aparecer. Al llegar yo, llegé él Y hasta entramos en amistad. Me conté que no era de por aqui, que era de un lugar muy lejos; pero que no podia andar ya porque le fallaban las piernas: «Camino y camino y no ando nada. Se me do- (# Amasre: de la expresi6n sestar para el arastres, en sentido figurado y familiar, para significar estar ya intl, de no servi para nada, por can- Sancio, por edad; enfermedad o cualquier otra eausa (DMS). 41_Ajolote: en México, se emplea ajolote por renacuajo (DMS). 141blan las piernas de la debilidad. Y mi tierra esté lejos, mas all de aquellos cerros». Me conté que se habia pasado dos dias sin comer més que puros yerbajos. Eso me dijo. :Dice usted que ni piedad le entré cuando maté a los familiares de los Urquidi? De haberlo sabido se habria que- dado en juicio y con la boca abierta mientras estaba be- biéndose la leche de mis borregas. Pero no parecia malo. Me contaba de su mujer y de sus chamacos. Y de lo lejos que estaban de él. Se sorbia los Y estaba reflaco, como trasijado. Todavia ayer se comié un pedazo de animal que se habia muerto del relimpago. Parte amanecié comida de seguro por las hormigas arrieras y la parte que queds él la tatemé en las brasas que yo pren- dia para calentarme las tortillas y le dio fin. Rufié™ los hhuesos hasta dejarlos pelones. «El animalito murié de enfermedad», le dije yo. Pero como si ni me oyera. Se lo trag6 enterito. Tenia hambre. Pero dice usted que acabé con la vida de esa gente. De haberlo sabido. Lo que es ser ignorante y confiado. Yo no soy més que borreguero y de ahi en més no sé nada. {Con decirle que se comia mis mismas tortillas y que las em- barraba en mi mismo plato! De modo que ora que vengo a decirle lo que sé, yo salgo encubridor? Pos ora si. :Y dice usted que me va a meter en la cdrcel por esconder a ese individuo? Ni que yo fuera el que maté a la familia esa. Yo sdlo vengo a decirle que alli en un charco del rio esta un difunto. Y usted me alega que desde cudndo y cémo es y de qué modo es ese difunto. Y ora que yo s¢ lo digo, saigo encubridor. Pos ora si Ruiir:el DRAE s valente de agujere: Ja ruir como mexicanismo, y lo da por equi ELDMS lo da como verbo popular y campesino, que en el interior de la Repiblica, se emplea en el sentido de roer. 142 Créame usted, sefior licenciado, que de haber sabido quién era aquel hombre no me hubiera faltado cl modo de hacerlo perdedizo®. ;Pero yo qué sabia? Yo no soy adivino. El sélo me pedia de comer y me platicaba de sus mucha- chos, chorreando ligrimas. Y ahora se ha muerto. Yo cref que habfa puesto a secar sus trapos entre las piedras del rio; pero era él, enterito, el que estaba allf boca abajo, con la cara metida en el agua. Primero crei que se habia doblado al empinarse sobre el rio y no habia podido ya enderezar la cabeza y que luego se habia puesto a resollar agua, hasta que le vila sangre coagu- lada que le salfa por la boca y la nuca repleta de agujeros como si lo hubieran taladrado. Yo no voy a averiguar eso. Sélo vengo a decirle lo que pas6, sin quitar ni poner nada, Soy borreguero y no sé de otras cosas. © Perdedizo: en el DRAE existe el adjetivo perdidizo y la expresién shacerse perdidizo». El DMS registra la formas perdedizo y hacerse per dedizo como de uso muy comiin con el sentido de hacer desaparecer 143La herencia de Matilde Arcdngel'#* En Corazén de Maria vivian, no hace mucho tiempo, un padre y un hijo conocidos como los Eremites; si acaso porque los dos se llamaban Euremios. Uno, Euremio Cedi- Ilo; otro, Euremio Cedillo también, aunque no costaba ningiin trabajo distinguirlos, ya que uno le sacaba al otro tuna ventaja de veinticinco afios bien colmados. Lo colmado estaba en lo alto y garrudo de que lo habia dorado la benevolencia de Dios Nuestro Sefior al Euremio grande. En cambio al chico lo habia hecho todo alrevesado, hasta se dice que de entendimiento. Y por si fuera poco el estar trabado de flaco, vivia si es que todavia vive, aplastado por el odio como por una piedra; y vilido es decirlo, su desventura fue la de haber nacido. En la primera publicacién de este cuento en la revista Mendfora, el ticulo era eLa presencia», y no eLa here gel, segiin ime indieé el director de la Fundacién Rulfo. La modificacién no deja de ser relevante, por cuanto contribuye a una mayor precisién de la proble- tica planteada, sin modificarla sustancialmente. De acuerdo con el trabajo filoldgico llevado a cabo por Sergio Lépez Mena, las demas mo dificaciones —bastante numerosas en relacién con otras cuentos— son de estilo y van en el sentido de aigerar ciertos ncia» de Matilde Arcdn fos y remarcar mejor el ritmo la entonacién worales de la narraci6n. Ninguna modifica sustan- cialmence el sentido del texto. 238 Quien més lo aborrecfa era su padre, por més cierto mi com- padre; porque yo le bauticé al muchacho. Y parece que para hacer lo que hacia se atenia a su estatura. Era tin hombron asi de grande, que hasta daba coraje estar junto a ly sopesar su fuerza, aunque fuera con la mirada. Al verlo uno se sentfa como sia uno lo hubieran hecho de mala gana o con desperdicios. Fue en Corazén de Marfa, abarcando los alrededores, el tinico caso de un hombre que creciera tanto hacia arriba, siendo que los de por se rumbo crecen a lo ancho y son bajitos; hasta se dice que es alli donde se originan los chaparros; y chaparra es alli la gente y hasta su condicién'”. Ojala que ninguno de los presentes se ofenda por sies deallé, pero yo me sostengo en mi juicio. Y regresando a donde estabamos, les comenaaba a platicar de unos fulanos que vivieron hace tiempo en Corazén de Maria. Euremio grande tenia un rancho apodado Las Ani- mas, venido a menos por muchos trastornos, aunque el ma- yor de todos fue el descuido. Y es que nunca quiso dejarle esa herencia al hijo que, como ya les dije, era mi ahijado. Se la bebié entera a tragos de ebingarrote»”® que conseguia ven- diendo pedazo tras pedazo de rancho y con el tinico fin de que el muchacho no encontrara cuando creciera de dénde agarrarse para Vivi. Y casi lo logré. El hijo apenas i se levanté un poco sobre la tierra, hecho una pura Histima, y més que nada debido a unos cuantos compadecidos que le ayudaron a enderezarse; porque su padre ni se ocupé de él, antes pare que se le cuajaba la sangre de sélo verlo. al ° Chaparro: designa a las personas bajas de estatura que tienden a ser més anchas que alas. También existe la expresién popular esuerte cha- parrar para referirse ala triste y desgraciada (DMS). De ah la alusién del narrador ala wondicién» de la gence del lugar que, desde luego, no atafe a su sola estatura Fisica, M0" Bingarrote:término en desuso para designar un aguardiente desti- Jado en forma artesan: en vasijas de pulque. Es parecido a lo que en otras reas se conoce como chicha, Forma parte de las bebidas embriagantes prohibidas en tiempos de la Colonia, por sus efectos nocivos para la salud (DMS) ese obriene de cabeaas de maguey fermentadas 239Pero para entender todo esto hay que ir més atrés. Mu- cho més atris de que el muchacho naciera, y quiz4 antes de que Euremio conociera a la que iba a ser su madre. La madre se llamé Matilde Arcéngel. Entre paréntesis, ella no era de Corazén de Maria, sino de un lugar més arriba que se nombra Chupaderos, al cual nunca llegé a ir el tal Cedillo y que si acaso lo conocié fue por referencias Por ese tiempo ella estaba comprometida conmigo; pero uno nunca sabe lo que se trae entre manos, asi que cuando fai a presentarle a la muchacha, un poco por presumirla y otro poco para que él se decidiera a apadrinarnos la boda, no me imaginé que a ella se le agorara de pronto el senti- miento que decfa sentir por mi, ni que comenzaran a en- friérsele los suspiros, y que su corazén se lo hubiera agen- ciado otro Lo supe después. Sin embargo, habré que decirles antes quién y qué cosa cra Matilde Arcangel. Y alld voy. Les contaré esto sin apu- raciones. Despacio. Al fin y al cabo tenemos toda la vida por delance. Ella era hija de una tal dofia Sinesia, duefia de la fonda de Chupaderos; un lugar caido en el crepisculo como quien dice, alli donde se nos acababa la jornada. As{ que cuanto arriero recorrfa esos rambos alcanz6 a saber de ella y pudo saborearse los ojos mirindola. Porque por ese tiem- po, antes de que desapareciera, Matilde era una muchachi- ta que se filtraba como el agua entre todos nosotros Pero el dia menos pensado, y sin que nos diéramos cuen- ta de qué modo, se convirtié en mujer. Le broté una mira- da de semisuefio que escarbaba clavindose dentro de uno como un clavo que cuesta trabajo desclavar. Y luego se le reyenté la boca como si se la hubieran desflorado a besos. Se puso bonita la muchacha, lo que sea de cada quien. Esta bien que uno no esté para merecer, Ustedes saben, uno es arriero, Por puro gusto. Por platicar con uno mis- ‘mo, mientras se anda en los caminos. 240 Pero los caminos de ella eran mis largos que todos los caminos que yo habia andado en mi vida y hasta se me ocurrié que nunca terminaria de quererla. Peto total, se la apropié el Euremio. Al volver de uno de mis recorridos supe que ya estaba casada con el dueiio de Las Animas. Pensé que la habia arrastrado la codicia y tal vez lo grande del hombre. Justif_ caciones nunca me faltaron. Lo que me dolié aqui en el estémago, que es donde més duelen los pesares, fle que se hubiera olvidado de ese atajo de pobres diablos que tbamos a verla y nos guarecfamos en el calor de sus miradas. Sobre todo de mi, Tranquilino Herrera, servidor de ustedes, y com quien ella se comprometi6 de abrazo y beso y toda la cosa Aunque viéndolo bien, en condiciones de hambre cual, quier animal se sale del corral; y ella no estaba muy bien alimentada que digamos; en parte porque a veces éamos tantos que no alcanzaba la racién, en parte porque siempre estaba dispuesta a quitarse el bocado de la boca para que Rosotros comiéramos. Después engord6. Tuvo un hijo. Luego murié, La maté un caballo desbocado. Venfamos de bautizar ala criatura. Ella lo traia en sus brac zos, No podria yo contares los detalles de por qué y como se desbocé el caballo, porque yo venta mero adelante, Sélo me acuerdo que cra un animal rosill. Pasé junto 2 nosotros como una nube gris, y mas que caballo fue el aire del caballo cl que nos tocé ver; solitario, ya casi embartado ala tierra La Matilde Arcéngel se habia quedado atré, sembrada no rau Icjos de ally con la cara metida en wn chareo de agua. Aue, Ik carita que tanto quisimos tantos, ahora cast hundla, como si se estuviera enjuagando la sangre que brotaba come ‘manadero de su cuerpo todavia palpitante, Pero ya para entonces no era de nosotros. Era propiedad de Euremio Cedillo, el inico que la habia trabajade como 241 Pe ll tssuya. jY vaya si era chula la Matilde! Y mas que trabajado, se habfa metido dentro de ella mucho més alld de las orillas, de la carne, hasta el alcance de hacerle nacer un hijo. Asi que a mi, por ese tiempo, ya no me quedaba de ella més que a sombra o si acaso una brizna de recuerdo. Con todo, no me resigné a no verla. Me acomedi a bau- tizarles al muchacho, con tal de seguir cerca de ella, aunque fuera només en calidad de compadre. Por eso es que todavia siento pasar junto a mi ese aire, que apagé la llamarada de su vida, como si ahora estuviera soplando; como si siguiera soplando contra uno. ‘A mi me toc6 cerrarle los ojos llenos de agua; y endere- zarle la boca torcida por la angustia: esa ansia que le entré y que seguramente le fue creciendo durante la carrera del animal, hasta el fin, cuando se sintié caer. Ya les conté que la encontramos embrocada sobre su hijo. Su carne ya esta- ba comenzando a secarse, convirtiéndose en céscara por todo el jugo que se le habia salido durante todo el rato que duré su desgracia. Tenia la mirada abierta, puesta en el nifio. Ya les dije que estaba empapada en agua. No en légri- mas, sino del agua puerca del charco lodoso donde cay su cara. Y parecia haber muerto contenta de no haber apa- churrado a su hijo en la caida, ya que se le traslucia la alegria en los ojos. Como les dije antes, a mi me tocé cerrar aquella mirada todavia acariciadora, como cuando estaba viva. La enterramos. Aquella boca, a la que tan dificil fue lle- gat, se fue llenando de tierra. Vimos cémo desaparecia toda ella sumida en la hondonada de la fosa, hasta no volver a ver su forma. ¥ alli, parado como horcén, Euremio Ce- dillo. Y yo pensando: «Si la hubiera dejado tranquila en Chupaderos, quiza todavia estuviera viva». «Lodavia viviria —se puso a decir él— si el muchacho no hubiera tenido la culpa». Y contaba que al nifio se le habia ocurrido dar un berrido como de tecolote, cuando el caballo en que venian era muy asustén. Fil se lo advirtié ala madre muy bien, como para convencerla de que no 242 dejara berrear al muchacho. Y también decia que ella po- dia haberse defendido al caer; pero que hizo todo lo con- tratio: «Se hizo arco, dejéndole un hueco al hijo como para no aplastarlo, Asi que, contando unas con otras toda la culpa es del muchacho. Da unos berridos que hasta uno se espanta. Y yo para qué voy a quererlo, El de nada me sirve. La otra podia haberme dado mas y todos los hijos que yo quisiera; pero éste no me dejé ni siquiera saborearlay'!, Y asi se soltaba diciendo cosas y més cosas, de modo que ya uno no sabja si era pena o coraje el que sentfa por la muerta. Lo que sf se supo siempre fue el odio que le tuvo al hijo. Y era de eso de lo que yo les estaba platicando desde el principio. El Euremio se dio a la bebida. Comenzé a cam- biar pedazos de sus tierras por botellas de «bingarroten. Después lo compraba hasta por barricas. A mime tocé una 1 Bn este punto se introducen las mayores modificaciones respecto dela publicacién primera en Merdfora. En ésta, la referencia alas palabras pronunciadas por el padre en el momento de la mueree de la esposa se presenta de la siguiente manera: «Estaria viva —decfa &l— si el mucha- cho no hubiera hecho diabluras. Pero se puso a berrear como un conde- nado. Yo le advert a la Matilde que el caballo que montaba era bronco, y es¢ chiquillo da unos berridos que hasta uno se espanta. El pobre ani- ‘mal cmo iba a saber que ademas de la carga que traia encima, venia algo asi como un pito de calabaza que soltaba el chillido de un derrepente. En qué cabeza cabe que él iba a tener consideraciones para con ella si de pronto lo asustaba. No, la culpa de todo la tuvo el muchacho. Y ahora, de sobra se ha quedado a mi cuidado como si yo no tuviera otra cosa que hacer. Ademés no me sirve mas que para estorbo. La muerta me podria haber servido de mucho y dado més y todos los hijos que yo hubiera 4quetido; pero este diablo de muchacho la maté cuando apenas estaba agurrindole el sabor» (Tada la obra, 154). Es bastante obvia la direecién de las modificaciones introducidas por el autor. No s6lo acortan estas consideraciones del padre, excesivamente disonantes en tales circunstan- cas, sino que al hacerlo y dejar sobreentendidas las ideas explayadas en la primera versin, deja mayor margen 2 la imaginacién del lector y aligera también un énfasis que lastraba de algiin modo la narracién de su ottora rival en el corazén de Matilde, 243ver fletear toda una recua con putas barticas de «bingarro- te» consignadas al Euremio. Alli entregé todo su esfuerzo: en eso y en golpear a mi ahijado, hasta que se le cansaba el brazo. Ya para esto habfan pasado muchos aftos. Euremio chico crecié a pesar de todo, apoyado en la piedad de unas cuan- tas almas; casi por el puro aliento que trajo desde al nacer. ‘Todos los dias amanecfa aplastado por el padre que lo con- sideraba un cobarde y un asesino, y si no quiso matarlo, al menos procuré que muriera de hambre para olvidarse de su existencia, Pero vivid. En cambio el padre iba para abajo con el paso del tiempo. ¥ ustedes y yo y todos sabemos que el tiempo es mds pesado que la mas pesada carga que puede soportar el hombre. Asi, aunque siguié manteniendo sus rencores, se le fue mermando el odio, hasta convertir sus dos vidas en una viva soledad, Yo los procuraba poco. Supe, porque me lo contaron, que mi ahijado tocaba la lauta mientras su padre dormia la borrachera. No se hablaban ni se miraban; pero aun des- pués de anochecer se ofa en todo Coraz6n de Maria la mt sica de la flautas y a veces se seguia oyendo mucho ms alld dela medianoche. Bueno, para no alargarles més la cosa, un dia quieto, de esos que abundan mucho en estos pueblos, Ilegaron unos revoltosos 2 Corazén de Marfa. Casi ni ruido hicieron, por- que las calles estaban llenas de hierba; asi que su paso fate en silencio, aunque todos venian montados en bestias. Dicen que aquello estaba tan calmado y que ellos cruzaron tan sin armar alboroto, que se oja el grito del somormujo y el can- to de los grillos; y que més que ellos, lo que més se ofa era la musiquita de una flauta que se les agregé al pasar frente ala casa de los Eremites, y se fue alejando, yéndose, hasta. desaparecer, Quién sabe qué clase de revoltosos serian y qué andarfan haciendo. Lo cierto, y esto también me lo contaron, fue que, a pocos dias, pasaron también sin detenerse tropas del 244 gobierno. Y que en esa ocasién Euremio el viejo, que a esas alturas ya estaba un tanto achacoso, les pidié que lo lleva- ran, Parece que conté que tenia cuentas pendientes con uno de aquellos bandidos que iban a perseguir. Y si, lo aceptaron. Salié de su casa a caballo y con el rifle en la mano, galopando para alcanzar a las tropas. Era alto, como antes les decfa, que més que un hombre parecfa una bande- rola por eso de que Hevaba el gretiero al aire, pues no se preocupé de buscar el sombrero. Y por algunos dias no se supo nada. Todo siguié igual de tranquilo. A mi me tocé llegar entonces. Venia de «abajo», donde también nada se rumoraba. Hasta que de pronto comenzé a llegar gente. Coamileros'™, saben ustedes: unos fulanos que se pasan parte de su vida arrendados en las la deras de los montes, y que si bajan a los pucblos es en pro- cura de algo o porque algo les preocupa. Ahora los habia hecho bajar el susto. Llegaron diciendo que allé en los cerros se estaba peleando desde hacia varios dias. Y que por ahi venfan ya unos casi de arribada. Pasé la tarde sin ver pasar a nadie. Llegé la noche. Algu- nos pensamos que tal vez hubieran agarrado otro camino. Esperamos detris de las puertas cerradas. Dieron las nueve y las diez en el reloj de la iglesia. Y casi con la campana de las horas se oy6 el mugido del cuerno. Luego el trote de ca- ballos. Entonces yo me asomé a ver quiénes eran. Y vi un montén de desartapados montados en caballos flacos; unos estilando sangre, y otros seguramente dormidos porque ca- beceaban, Se siguieron de largo, 42 Coamilero: derivado de coamil, que proviene del néhuatl. En el tro del pas, designa un terreno que se desmonta para hacer en él ia sembradura. Generalmente de poca extensidn, se trabaja con azadén (DMS). Por extensién, los coamileros son aquellos que llevan a cabo la accién de limpiareltereno antes de p nbra. Desco- ararlo para la si nnocido en la ciudad de México, el érmino no consta en los diccionarios consultados, ni siquiera como americanismo. Debe considerarse como localismo, 245> Cuando ya parecta que habia terminado el desfile de fi guras oscuras que apenas si se distinguia de la noche, co- menzé a oitse, primero apenitas y después més clara, la miisica de una flauta. Y a poco rato, vi venit a mi ahijado Euremio montado en el caballo de mi compadre Euremio Cedillo. Venfa en ancas, con la mano izquierda dindole duro asu flauta, mientras que con la derecha sostenia, atra- vesado sobre la silla, el cuerpo de su padre muerto : | Anacleto Morones Viejas, hijas del demonio! Las vi venir a todas juntas, en. procesién. Vestidas de negro, sudando como mulas bajo el mero rayo del sol. Las vi desde lejos como si fuera una re- cuia levantando polvo. Su cara ya ceniza de polvo. Negras todas ellas. Venfan por el camino de Amula, cantando en- tre rezos, entre el calor, con sus negros escapularios grando- tes y renegridos, sobre los que cafa en goterones el sudor de su cara. Las vi llegar y me escondi. Sabia lo que andaban hacien do y a quién buscaban. Por eso me di prisa a esconderme hasta el fondo del corral, corriendo ya con los pantalones en la mano. Pero ellas entraron y Marfa Purisimaly Yo estaba acuclillado en una piedra, sin hacer nada, sola- mente sentado alli con los pantalones caidos, para que ellas me vieran asi y no se me arrimaran. Pero sdlo dijeron: «(Ave ‘Marla Purisimal». ¥ se fueron acercando més. ;Viejas indinas! ;Les deberia dar vergiienzal Se persigna- ron y se arrimaron hasta ponerse junto a mi, todas juntas, apretadas como en manojo, chorreando sudor y con los pelos untados a la cara como si les hubiera lloviznado. —Te venimos a ver a ti, Lucas Lucarero. Desde Amula yenimos, s6lo por verte. Aqui cerquita nos dijeron que es tabas en tu casa; pero no nos figuramos que estabas tan 247 ieron conmigo. Dijeron: «Ave
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